El Culto Eucaristico
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EL CULTO EUCARISTICO
El Padre Pío consagrando, es decir realizando la transubstanciación del vino en la Sangre de Cristo, realmente presente también con su Cuerpo, Alma y Divinidad. Cristo está todo entero en cada fracción o partícula de la hostia y el vino consagrados, que dejan de ser pan y vino para transformarse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
. Ponemos la parte medular de la encíclica MEDIATOR DEI de S.S. Pío XII. Verifica si tus conocimientos abarcan toda esta enseñanza riquísima teológicamente. Aquí hallarás un excelente resumen sobre la doctrina católica del Santo Sacrificio de la Misa. Estúdialo detenidamente. Muchos católicos asisten a Misa y tienen una idea muy vaga a qué van. Aconsejamos, después, leer la encíclica íntegra. . En el tema de abajo, insistimos, está la parte medular de la doctrina sobre la Santa Misa, doctrina íntegra que ningún católico debería desconocer ni siquiera parcialmente: . I. Naturaleza del Sacrificio Eucarístico A) MOTIVO DE TRATAR ESTE TEMA 84. El Misterio de la Santísima Eucaristía, instituida por el Sumo Sacerdote, Jesucristo, y renovada constantemente por sus ministros, por obra de su voluntad, es como el compendio y el centro de la religión cristiana. Tratándose de lo más alto de la Sagrada Liturgia, creemos oportuno, Venerables Hermanos, detenernos un poco y atraer Vuestra atención a este gravísimo argumento. . B) EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO
1º. Institución. 85. Cristo, Nuestro Señor, «Sacerdote eterno según el orden de Melchisedec» (Sal. 109, 4)) que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo» (Juan, 13, 1), «en la última cena, en la noche en que era traicionado, para dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible -como lo exige la naturaleza de los hombres-, que representase el sacrificio cruento que había de llevarse a efecto en la Cruz, y para que su recuerdo permaneciese hasta el fin de los siglos y fuese aplicada su virtud salvadora a la remisión de nuestros pecados cotidianos... ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dio a los Apóstoles, entonces constituidos en Sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que bajo estas mismas especies lo recibiesen, mientras les mandaba a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio, el ofrecerlo» (5). 2º. Naturaleza. a) No es simple conmemoración. 86. El Augusto Sacrificio del Altar no es; pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, en el cual, inmolándose incruentamente el Sumo Sacerdote, hace lo que hizo una vez en la Cruz, ofreciéndose todo El al Padre, Víctima gratísima. «Una... y la misma, es la Víctima; lo mismo que ahora se ofrece por ministerio de los Sacerdotes, se ofreció entonces en la Cruz; sólo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento» (6). . b) Comparación con el de la Cruz. 1) Idéntico Sacerdote. 87. Idéntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona está representada por su ministro. Este, en virtud de la consagración sacerdotal recibida, se asimila al Sumo Sacerdote y tiene el poder de obrar en virtud y en la persona del mismo Cristo; por esto, con su acción sacerdotal, en cierto modo; «presta a Cristo su lengua; le ofrece su mano» (7). 2) Idéntica Víctima. 88. Igualmente idéntica es la Víctima; esto es, el Divino Redentor; según su humana Naturaleza y en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. 3) Distinto modo. 89. Diferente, en cambio, es el modo en que Cristo es ofrecido. En efecto, en la Cruz, El se ofreció a Dios todo entero, y le ofreció sus sufrimientos y la inmolación de la Víctima fue llevada a cabo por medio de una muerte cruenta voluntariamente sufrida; sobre el Altar, en cambio, a causa del estado glorioso de su humana Naturaleza, «la muerte no tiene ya dominio sobre El» (Rom. 6, 9) y, por tanto, no es posible la efusión de la sangre; pero la divina Sabiduría han encontrado el medio admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos exteriores, que son símbolos de muerte. Ya que por medio de la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Cristo, como se tiene realmente presente su Cuerpo, así se tiene su Sangre; así, pues, las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la cruenta
separación del Cuerpo y de la Sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de señales diversas se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima. 4) Idénticos fines: a) Primer fin: Glorificación de Dios. Idénticos, finalmente, son los fines, de los que el primero es la glorificación de Dios. Desde su Nacimiento hasta su Muerte, Jesucristo estuvo encendido por el celo de la Gloria divina y, desde la Cruz, el ofrecimiento de su Sangre, llegó al cielo en olor de suavidad. Y para que el himno no tenga que acabar jamás en el Sacrificio Eucarístico, los miembros se unen a su Cabeza divina, y con El, con los Ángeles y los Arcángeles, cantan a Dios perennes alabanzas (8), dando al Padre Omnipotente todo honor y gloria. b) Segundo fin: Acción de gracias a DIOS. 91. El segundo fin es la Acción de gracias a Dios. Sólo el divino Redentor, como Hijo predilecto del Padre Eterno, de quien conocía el inmenso amor, pudo alzarle un digno himno de acción de gracias. A esto miró y esto quiso «dando gracias» ( Marc. 14, 23) en la última Cena, y no cesó de hacerlo en la Cruz ni cesa de hacerlo en el augusto Sacrificio del Altar, cuyo significado es precisamente la acción de gracias o eucarística; y esto, porque es «cosa verdaderamente digna, justa, equitativa y saludable» (9). c) Tercer fin: Expiación y propiciación. 92. El tercer fin es la Expiación y la Propiciación. Ciertamente nadie, excepto Cristo, podía dar a Dios Omnipotente satisfacción adecuada por las culpas del género humano. Por esto, El quiso inmolarse en la Cruz como «propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo» (I Ioan 2, 2). En los altares se ofrece igualmente todos los días por nuestra Redención, a fin de que, libres de la condenación eterna, seamos acogidos en la grey de los elegidos. Y esto no sólo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino también «para todos aquellos que descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (10), «porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos del único Cristo» (11). d) Cuarto fin: Impetración. 93. El cuarto fin es la Impetración. Hijo pródigo, el hombre ha malgastado y disipado todos los bienes recibidos del Padre celestial, y por esto se ve reducido a la mayor miseria y necesidad; pero desde la Cruz, Cristo «habiendo ofrecido oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas, fue escuchado por su reverencial temor» (Hebr. 5, 7), y en los altares sagrados ejercita la misma eficaz mediación, a fin de que seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones. . C) Aplicación de la virtud salvadora de la Cruz. 1) Afirmación de Trento. 94. Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué el Sacrosanto Concilio de Trento afirma
que con el Sacrificio Eucarístico nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la remisión de nuestros pecados cotidianos. 2) Única oblación: La Cruz. 95. El Apóstol de los Gentiles, proclamando la superabundante plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, ha declarado que Cristo, con una sola oblación, perfeccionó perpetuamente a los santificados. En efecto, los méritos de este Sacrificio, infinitos e inmensos, no tienen límites, y se extiendan a la universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en El el Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre; porque su inmolación, lo mismo que su obediencia a la voluntad del Padre eterno, fue perfectísima y porque quiso morir como Cabeza del género humano: «Mira cómo ha sido tratado Nuestro Salvador: Cristo pende de la Cruz; mira a qué precio compró..., vertió su Sangre. Compró con su Sangre, con la Sangre del Cordero Inmaculado, con la Sangre del único Hijo de Dios... Quien compra es Cristo; el precio es la Sangre; la posesión todo el mundo» (12). 3) La aplicación. 96. Este rescate, sin embargo, no tuvo inmediatamente su pleno efecto; es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el agrado de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de todos los individuos y las generaciones venideras hasta el fin de los siglos, es absolutamente necesario que todos establezcan contacto vital con el Sacrificio de la Cruz, y de esta forma, los méritos que de él se derivan les serán transmitidos y aplicados. Se puede decir que Cristo ha construido en el Calvario un estanque de purificación y salvación que llenó con la Sangre vertida por El; pero si los hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas las manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados y salvados. 97. Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio de su Muerte cruenta, a todo el género humano, quiso, sin embargo, que todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucaristía, para poder conseguir los frutos de salvación, ganados por El en la Cruz. Con esta participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se configuran cada día más a la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo: «Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 19-20). Como en otras ocasiones hemos dicho de propósito y concisamente, Jesucristo «al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna cooperación por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redención; pero, en cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no sólo participa con su Inmaculada Esposa de esta obra de santificación, sino que quiere que esta actividad proceda también, de cualquier forma, de las acciones de Ella» (13). 98. El augusto Sacramento del Altar es un insigne instrumento para la distribución a los creyentes de los méritos derivados de la Cruz del Divino Redentor: «Cada vez que se ofrece este Sacrificio, se renueva la obra de nuestra Redención» (14). Y esto, antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento, hace resaltar, como afirma el Concilio de Trento, su grandeza y proclama su necesidad. Renovado cada día, nos advierte que no hay salvación fuera de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, que Dios quiere la continuación de este Sacrificio «desde la salida del sol hasta el ocaso» (Malaq. 1, 11), para que no cese jamás el himno de glorificación y de
acción de gracias que los hombres deben al Creador desde el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la Sangre del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su Justicia. -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
EL PORQUÉ DE LA MISA CATÓLICA CON EL MISAL DE S.S. SAN PÍO V
Por: Lic Oscar Méndez Casanueva
La misa católica fue codificada por S.S. San Pío V en el año de 1570, esto significa que este Pontífice no inventó un rito sino que estableció la estructura de la misa respetando la Tradición ininterrumpida de Cristo, de los apóstoles, de los Santos Padres, de los primeros siglos del cristianismo y de los Pontífices anteriores. Al tener sus orígenes en los mismos apóstoles también es conocida como misa apostólica o misa tridentina por ser esa labor de codificación resultado de un ordenamiento del Concilio dogmático de Trento. Todos los sacerdotes católicos del rito latino que hayan sido ordenados hace más de treinta años han celebrado el Santo Sacrificio de la Misa con este misal, hasta por lo menos a finales de la década de los años sesenta, fecha en que se efectuó la reforma litúrgica. Esta misa ha estado vigente durante muchos siglos en la Iglesia Católica y ha producido grandes santos y enormes frutos en la historia de la cristiandad. ESTE RITO ESTÁ VIGENTE
Este rito, contra lo que algunos mal informados pudieran pensar, está vigente por su antigüedad multisecular conforme al canon 28 del Nuevo Código (canon 30 del Código anterior) que señala que una nueva ley no revoca las costumbres centenarias o inmemoriables a no ser que se les cite EXPRESAMENTE. Al no haber sido explícitamente abrogado en la Constitución Apostólica Missale Romanum de S.S. Pablo VI, el rito tradicional –alabado por el propio Pablo VI- continúa vigente. Por otra parte, S.S. San Pío V en su bula QUO PRIMUM decreta a perpetuidad que puede ser utilizado para siempre en la Iglesia y que por lo tanto ningún sacerdote podrá –en ningún tiempo- ser sancionado por su uso. Esta bula se localiza fácilmente al principio de todos los misales que los sacerdotes han utilizado para celebrar este rito. Confirmando su plena vigencia, S.S. Benedicto XVI ha publicado su motu proprio Summorum Pontificum, el 7 de julio de 2007, a fin de despejar cualquier duda preexistente. Incluso, el cardenal Castrillón como Presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, ha dicho que los deseos del Papa son que sea celebrada en todas las parroquias del mundo y esto ya se ha iniciado en la básilica romana de San Juan de Letrán por parte del cardenal Cañizares.
EXPRESA CLARA Y MAJESTUOSAMENTE LA DOCTRINA CATÓLICA El rito, conforme al misal promulgado por San Pío V, ha demostrado, en el transcurso de los siglos, ser un dique contra las deformaciones doctrinales pues expresa con toda claridad y belleza la doctrina católica de la misa: · Es el mismo e idéntico sacrificio del calvario, celebrado de manera incruenta (sin derramamiento de sangre), para aplicar su virtud salvadora a la remisión de nuestros pecados. No es una simple conmemoración de la pasión y muerte de N. S. Jesucristo sino que es un sacrificio propio y verdadero. · Es el mismo sacerdote Jesucristo, representado por su ministro que por su ordenación sacerdotal, obra en la persona del mismo Cristo. En cierta forma “presta a Cristo su lengua, le ofrece su mano” · Es la misma víctima del Calvario: el Divino Redentor, Jesucristo. Por medio de la doble consagración se representa la mística separación del Cuerpo y la Sangre de Cristo, estando todo Él con su divinidad, su alma, su sangre y su cuerpo realmente presente en las especies consagradas. No es pues, una simple presencia espiritual. Son los mismos fines: 1) Adorar y glorificar a Dios 2) Dar gracias a Dios 3) Expiación y Propiciación (Cristo se ha inmolado como víctima propiciatoria para satisfacer por nuestros pecados. En la misa se aplican los frutos de su redención). 4) Impetración (pedir gracias, favores y bendiciones a Dios). Toda esta doctrina definida infaliblemente y custodiada por la Iglesia Católica se encuentra de una manera clarísima y majestuosamente expresada en la liturgia codificada por S.S. San
Pío V que con sus rúbricas ha sido secularmente un dique contra el error y la anarquía en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.
EL USO DEL LATÍN: SIGNO DE UNIDAD La utilización del latín se efectúa siguiendo el idioma oficial de la Iglesia, mismo que el Papa emplea en Roma y que representa un signo de unidad entre los católicos. Es falso que su abolición haya sido decretada por el Vaticano II que sólo recomendaba el uso de la lengua vernácula en ciertas partes de la liturgia, siendo muy útil en las lecturas de la epístola y el evangelio. Hoy que el latín prácticamente ha caído abusivamente en desuso, el pueblo católico –contra lo que se pretendía- no conoce lo que es la misa. Basta preguntarle a los fieles cuál es su definición y cuáles son sus fines para constatar la tremenda ignorancia que existe. Cuando en todas partes del mundo se empleaba el latín cualquier extranjero no se sentía extraño en Misa, el pueblo fiel aprendía y entendía el ritual por medio de misales bilingües y existía uniformidad entre el clero de todo el mundo, además que no se presentaban los graves problemas y errores en las traducciones. MODO
DE
RECIBIR
LA
COMUNIÓN:
-En gracia santificante, por medio de la confesión sacramental -Siendo miembro del cuerpo de la Iglesia Católica -Honestamente vestidos -De rodillas y en la boca. En esta misa se recibe a Cristo -en la comunión- de rodillas, puesto que si la Sagrada Escritura prescribe que a su nombre se doble toda rodilla, es claro que cuando se recibe su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, ésta es la posición exterior piadosa más conforme con una actitud interna de adoración y es la misma que señala Cristo en la parábola del fariseo que oraba orgullosamente de pie y del publicano que de manera humilde, interna y externamente, rezaba arrodillado. Éste último, enseña Cristo, fue el que salió justificado del templo. Por otra parte, el fiel –modestamente vestido y limpio de todo pecado mortal por la confesión sacramental- recibe con respeto en la boca la sagrada forma por no tener las manos consagradas como el sacerdote; además al no tomarla con la mano se evita, así, la caída de partículas consagradas (en las que Cristo está realmente presente) al suelo o cualquier posible profanación. ESTE RITO EVITA LA ANARQUÍA LITÚRGICA Hoy que la anarquía litúrgica es claramente constatada por el pueblo católico, donde cada sacerdote y en cada templo se le añaden o quitan preces al arbitrio de cada cual, ahora que la doctrina del mismo sacrificio es negada y se nos enfatiza lo secundario para acallar o negar lo fundamental de la doctrina del Santo Sacrificio, hoy que se nos dice que la misa es sólo un memorial, un recuerdo, una simple cena, una mera asamblea más precedida por un ministro, nuestra conciencia católica nos exige proclamar la verdadera y eterna doctrina
definida infaliblemente por la Iglesia, así como el debido respeto y devoción que debe existir en la liturgia, haciendo uso de este multisecular rito que ha probado su eficacia en la historia para dar frutos de santidad y evitar de este modo la anarquía litúrgica que lamentablemente padecemos. Nos basamos en la autoridad de la Iglesia Católica y del Romano Pontífice que ha permitido y promulgado este rito católico a perpetuidad. MUCHOS SACERDOTES CELEBRAN CON EL MISAL DE SAN PIO V Por último, es importante considerar que no sólo en el transcurso de los siglos ha sido utilizado con grandes frutos y que la mayoría de los santos canonizados por la Iglesia Católica celebraron con él o asistieron a este rito, sino que incluso después de la reforma litúrgica sigue siendo utilizado en casi todos los países por muchos sacerdotes católicos. Así, por ejemplo, podemos citar el caso famosísimo del Padre Pío que en vida manifestó en su cuerpo las mismas llagas de la pasión de N.S. Jesucristo y que en la década de los sesentas, cuando se implantaron los antecedentes de la reforma litúrgica, al advertir los peligros que hoy se constatan, mantuvo el uso del misal de San Pío V. Este sacerdote reconocido durante toda su vida por su santidad, fue beatificado en 1999 por S.S. Juan Pablo II. Podríamos citar otros casos, pero sólo recordaremos que los Cardenales Bacci y Ottaviani no dejaron de utilizarlo, después de la reforma litúrgica, hasta el fin de sus vidas. El Cardenal Ottaviani –al que S.S. Paulo VI llamaba “mi maestro” y al que tanto elogió S.S. Juan Pablo II en la fecha de su muerte, al señalarlo como ejemplo de una "fidelidad ejemplar"(*)–, fue sumamente reconocido por su ciencia teológica y precisamente por esa fidelidad a la Iglesia y era, además, nada menos que el Prefecto de la Sagrada Congregación de la Fe, uno de los organismos más importante dentro del Vaticano (mismo que ocuparía, después, el cardenal Ratzinger). Estos eminentes cardenales vieron de manera clarividente todos los riesgos teológicos y litúrgicos que se avecinaban –y que hoy se manifiestan claramente- y así los consignaron en su ya célebre documento “Breve análisis crítico del Novus Ordo”. CONCLUSIÓN: Este rito plenamente católico, está reconocido por su antigüedad en la Iglesia, ya que respeta la Tradición ininterrumpida de Cristo, de los apóstoles, de los Santos Padres, de los primeros siglos del cristianismo y de los Pontífices Romanos. Su misal fue promulgado por un Papa como resultado de un Concilio y está plenamente vigente en la Iglesia Católica. Sus frutos de santidad están más que reconocidos: la mayoría de los santos canonizados celebraron con él –en caso de ser sacerdotes- o se santificaron por su medio al asistir al Santo Sacrificio de la Misa –en caso de los seglares-. Manifiesta de una manera clara e inequívoca la verdadera doctrina católica sobre la Santa Misa y ha probado su eficacia contra la anarquía, errores y abusos litúrgicos. Exige de los fieles el debido respeto y devoción por el mismo e idéntico sacrificio del Calvario que se celebra en el altar para aplicarnos los frutos de la redención de Cristo, quien está real y verdaderamente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las especies consagradas. (*) NOTA. Ver cita, haciendo click en este enlace: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/1979/documents/hf_jp-ii_hom_19790806_esequie-cardottaviani_sp.html
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LA EUCARISTÍA COMO SACRAMENTO
La Eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se halla verdadera, real y sustancialmente presente, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Es, por eso, el más sublime de los sacramentos, de donde manan y hacia el que convergen todos los demás, centro de la vida litúrgica, expresión y alimento de la comunión cristiana. Antes de la llegada a la tierra de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía que habría de venir fue prefigurada de diversos modos en el Antiguo Testamento. Fueron figuras de este sacramento: --El maná con el que Dios alimentó a los israelitas durante cuarenta años en el desierto (Éxodo 16), y al que Jesús se refiere explícitamente en el discurso eucarístico de Cafarnaúm (Juan 6,31ss). --El sacrificio de Melquisedec, gran sacerdote, que ofreció pan y vino para dar gracias por la victoria de Abraham (Génesis 14,18); gesto que luego será recordado por San Pablo para hablar de Jesucristo como de "sacerdote eterno...,según el orden de Melquisedec" (Hebreos 7,11). --Los panes de la proposición, que estaban de continuo expuestos en el Templo de Dios, pudiéndose alimentar con ellos sólo quienes fueran puros (Éxodo 25,30).
--El sacrificio de Abraham, que ofreció a su Hijo Isaac por ser ésa la voluntad de Dios (Génesis 22,10). --El sacrificio del cordero pascual, cuya sangre libró de la muerte a los israelitas (Éxodo 12). La Eucaristía fue también preanunciada varias veces en el Antiguo Testamento: --Salomón en el libro de los Proverbios: "La Sabiduría se edificó una casa con siete columnas (los siete sacramentos), preparó una mesa y envió a sus criados a decir: "Venid, comed el pan y bebed el vino que os he preparado" (Proverbios 9,1). --El profeta Zacarías predijo la fundación de la Iglesia como una abundancia de bienes espirituales, y habló del "trigo de los elegidos y del vino que hace germinar la pureza" (Zacarías 9,17). --El profeta Malaquías, hablando de las impurezas de los sacrificios de la ley antigua, puso en boca de Dios este anuncio del sacrificio de la nueva ley: "Desde donde sale el sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se sacrifica y ofrece a mi nombre una oblación pura" (Malaquías 1,10ss). La verdad de la Presencia real, corporal y substancial de Jesús en la Eucaristía, fue profetizada por el mismo Señor antes de instituirla, durante el discurso que pronunció en la Sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente de haber hecho el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces: "En verdad, en verdad os digo, Moisés nos os dio el pan del cielo; es mi Padre quien os dará el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es Aquel que desciende del cielo y da la vida al mundo. Le dijeron: "Señor, danos siempre este pan". Les respondió Jesús: Yo soy el pan de vida...Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo" (Juan 6,32-34, 51). Santo Tomás de Aquino señala la preeminencia de la Eucaristía sobre todos los demás sacramentos: --Por su contenido: en la Eucaristía no hay, como en todos los demás, una virtud otorgada por Cristo para darnos la gracia, sino que es Cristo mismo quien se halla presente; Cristo, fuente de todas las gracias. --Por la subordinación de los otros seis sacramentos a la Eucaristía, como a su último fin: todos tienden a disponer más convenientemente al alma a la recepción de la Eucaristía. --Por el rito de los otros sacramentos, que la mayor parte de las veces se completan con la Eucaristía. LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY Que la Eucaristía es verdadero y propio sacramento constituye una verdad de fe declarada por el Magisterio de la Iglesia. Se deduce del hecho de que en ella se cumplen las notas esenciales de los sacramentos de la Nueva Ley:
a) El signo externo, que son los accidentes de pan y vino (materia) y las palabras de la consagración (forma). b) Para conferir la gracia, como afirma el mismo Cristo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Juan 6,54), o sea, la gracia, que es la incoación de la vida eterna. c) Instituido por Cristo en la Última Cena, como consta repetidamente en la Escritura: "Mientras comían, Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz y dando gracias, se los dio, diciendo: Bebed de él todos, que ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mateo 26,26-28). Este pasaje lo recogen también San Marcos (14,22-25), San Lucas (22,19-20) y San Pablo (1 Cor 11,23-26). EL SIGNO EXTERNO DE LA EUCARISTÍA La materia para la confección de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de vid. Esta es una verdad de fe, definida en el Concilio de Trento. La seguridad de la materia proviene de la utilización por parte de Cristo de ambos elementos durante la Última Cena: Mateo 26,26-28; Marcos 14,22-25; Lucas 22,19-20; 1 Cor 11,23-26. VALIDEZ Para la validez del sacramento se precisa: --Que el pan sea exclusivamente de trigo (amasado con harina de trigo y agua natural, de modo que sería materia inválida el pan de cebada, de arroz, de maíz, o el amasado con aceite, leche, etc.). --Que el vino sea de vid (del líquido que se obtiene exprimiendo uvas maduras, fermentado); sería materia inválida el vino agriado (vinagre), o cualquier tipo de vino hecho de otra fruta, o elaborado artificialmente. Cabe señalar que algunos sacerdotes modernistas con pretexto de la inculturización utilizan otras materias que hacen inválido el sacramento. La forma son las palabras con las que Cristo instituyó este sacramento: "Este es mi Cuerpo" y "Este es el cáliz de mi Sangre.....", que deben ser dichas de manera IMPERATIVA y no como si fuesen una narración. Además, el sacerdote debe tener la INTENCIÓN de realizar lo que hace la Iglesia. Si un modernista excluye esta intención, no hay consagración, esto es: NO realiza el sacramento. LICITUD Para la licitud del sacramento se requiere: --Que el pan sea ázimo (no fermentado, hecho recientemente, de manera que no haya peligro de corrupción).
--Que al vino se le añadan unas gotas de agua. El mezclar agua al vino era práctica universal entre los judíos, y seguramente así lo hizo Jesucristo, y también entre griegos y romanos. El Concilio de Trento enseña que, según la fe incesante de la Iglesia, "inmediatamente después de la consagración, es decir, después de pronunciadas las palabras de la institución, se hallan presentes el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre del Señor". LOS EFECTOS DE LA RECEPCIÓN EUCARÍSTICA: Los efectos que la recepción de la Eucaristía produce en el alma, son los siguientes: A) Aumento de la gracia santificante. La Sagrada Eucaristía es capaz de producir por sí misma un aumento de gracia santificante mayor que cualquier otro sacramento, por contener al mismo Autor de la gracia. Por eso se puede decir que, al ser la gracia unión con Cristo, el fruto principal de la Eucaristía es la unión íntima que se establece entre quien recibe el sacramento y Cristo mismo. Tan profunda es esta mutua inhesión de Cristo en el alma y de ésta en Aquél, que puede hablarse de una verdadera transformación del alma en Cristo. B) Gracia sacramental específica. La gracia sacramental específica de la Eucaristía es la llamada gracia nutritiva, porque se nos da a manera de alimento divino que conforta y vigoriza en el alma la vida sobrenatural. C) Perdón de los pecados veniales. También se perdonan los pecados veniales, alejando del alma la debilidad espiritual. Los pecados veniales, en efecto, constituyen una enfermedad del alma que se encuentra débil para resistir al pecado mortal. D) Prenda de vida eterna. De acuerdo a las palabras de Cristo en Cafarnaúm, la Eucaristía constituye un adelanto de la bienaventuranza celestial y de la futura resurrección del cuerpo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6,54). NECESIDAD DE LA EUCARISTÍA Hemos dicho que el único sacramento absolutamente indispensable para salvarse es el Bautismo: si un niño recién bautizado muere, se salva, aunque no haya comulgado. Sin embargo, para un bautizado que ha llegado al uso de razón, la Eucaristía resulta también requisito indispensable, según las palabras de Jesucristo: "Si no coméis la Carne del Hijo del hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros" (Juan 6,53). En correspondencia con ese precepto divino, la Iglesia ordena en su tercer mandamiento, que al menos una vez al año y por Pascua de Resurrección, todo cristiano con uso de razón debe recibir la Eucaristía. También hay obligación de comulgar cuando se está en peligro de muerte: en este
caso la comunión se recibe a modo de Viático, que significa preparación para el viaje de la vida eterna. Esto, sin embargo, es lo mínimo, y el precepto ha de ser entendido: la Iglesia desea que se reciba al Señor con frecuencia, incluso diariamente. EL MINISTRO DE LA EUCARISTÍA "Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo" (Catecismo). La ordenación sacerdotal es propia de los varones. Si un obispo intentara "ordenar" a una mujer, dicha "ordenación" no sería tal, pues no tendría efecto ninguno. Cristo no otorgó el sacerdocio ni siquiera a su Madre Santísima, sino exclusivamente a varones. La validez de la confección de la Eucaristía depende, por tanto, de la validez de la ordenación: consagrar es tarea propia y exclusiva del sacerdocio ministerial. Un laico no ordenado no tiene el poder de consagrar. En algunos países -como Austria, por ejemplo- se está divulgando la herejía de que cualquier laico puede celebrar el santo sacrificio de la Misa y pretenden dizque oficiar "misas". Esas celebraciones son totalmente inválidas y ofensivas a Dios. Un laico no tiene el poder sacerdotal de realizar el sacrificio eucarístico mediante la doble consagración. La prueba que ofrece la Escritura es concluyente: el encargo hecho por Cristo en la intimidad del Cenáculo a sus Apóstoles y a sus sucesores "Haced esto en memoria mía" (Lucas 22,19; 1 Cor 11,24), va dirigido exclusivamente a ellos, y no a la multitud de sus discípulos. EL SUJETO DE LA RECEPCIÓN DE LA EUCARISTÍA Todo bautizado que pertenezca a la Iglesia Católica es sujeto capaz de recibir lícitamente la Eucaristía, aunque se trate de un niño. Los infantes deben ser preparados para su primera comunión con el objeto de que comprendan a Quien reciben; deben hacerla alrededor de los 6 ó 7 años (Haz click AQUÍ). La primera confesión deberán realizarla antes, en cuanto tengan el uso de razón, y no esperase hasta la primera comunión. (Ver: http://catolicidadcatolicidad.blogspot.mx/2011/01/un-deber-de-los-papas-la-confesion-de.html). Para la recepción lícita o fructuosa se requiere: a) Estado de gracia (es decir: no haber cometido ningún pecado mortal desde la última confesión bien hecha). b) La intención recta, buscando la unión con Dios y no por otras razones. c) Ser miembro de la Iglesia Católica (creyendo todo lo que Ella enseña). La Iglesia (apoyándose en las duras amonestaciones del Apóstol Pablo para que los fieles examinen su conciencia antes de acercarse a la Eucaristía : 1 Cor 11,27-29), ha exigido siempre el estado de gracia, de modo que si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe acercarse a la Eucaristía sin haber manifestado antes TODOS los pecados mortales al confesor y haber recibido, de éste, la absolución en el sacramento de la Penitencia. Comulgar en pecado mortal es un grave sacrilegio_(haz click en este enlace).
Así como nada aprovecha a un cadáver el mejor de los alimentos, así tampoco aprovecha la Comunión al alma que está muerta a la vida de la gracia por el pecado mortal. Por el contrario, le acarrea más daño. El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza y del amor hacia el Señor dolerse en ese momento hasta de las faltas más pequeñas, para que Él encuentre el corazón bien dispuesto. La Comunión deberá ir precedida de una buena preparación y seguida de una conveniente acción de gracias. Junto a las disposiciones interiores del alma, y como lógica manifestación, están las del cuerpo: además del ayuno, el modo de vestir, las posturas, etc., que son signos de respeto y reverencia. Quien va a recibir la Santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos durante una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas. Es muy recomendable no tomar alimento sólido tres horas antes. LA PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA Por la fuerza de las palabras de la consagración, Cristo se hace presente tal y como existe en la realidad, bajo las especies de pan y vino y, en consecuencia, ya que está vivo y glorioso en el cielo al modo natural, en la Eucaristía está presente todo entero, de modo sacramental. Por eso se dice, por concomitancia, que con el Cuerpo de Jesucristo está también su Sangre, su Alma y su Divinidad; y, del mismo modo, donde está su Sangre, está también su Cuerpo, su Alma y su Divinidad. La fe en la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Eucaristía nos asegura, por tanto, que allí está el mismo Jesús que nació de la Virgen Santísima, que vivió ocultamente en Nazareth durante 30 años, que predicó y se preocupó de todos los hombres durante su vida pública, que murió en la Cruz y, después de haber resucitado y ascendido a los cielos, está ahora sentado a la derecha del Padre. Está en todas las formas consagradas, y en cada partícula de ellas, de modo que, al terminar la Santa Misa, Jesús sigue presente en las formas que se reservan en el Sagrario, mientras no se corrompe la especie de pan, que es el signo sensible que contiene el Cuerpo de Cristo. La verdad de la Presencia real y sustancial de Jesús en la Eucaristía, fue revelada por Él mismo durante el discurso que pronunció en Cafarnaúm al día siguiente de haber hecho el milagro de la multiplicación de los panes: Juan 6,51-56. Esa promesa de Cafarnaúm tuvo cabal cumplimiento en la cena pascual prescrita por la ley hebrea, que el Señor celebró con sus Apóstoles, la noche del Jueves Santo. Tenemos cuatro relatos de este acontecimiento: Mateo 22,19-20; Marcos 14,22-24; Lucas 22,19-20; y 1 Corintios 11,23-25. Es imposible hablar de manera más realista e indubitable: no hay dogma más manifiesto y claramente expresado en la Sagrada Escritura. Lo que Cristo prometió en Cafarnaúm, lo realizó en Jerusalén en la Última Cena.
Las palabras de Jesucristo fueron tan claras, tan categórico el mandato que dio a sus discípulos: "Haced esto en memoria mía" (Lucas 22,19), que los primeros cristianos comenzaron a reunirse para celebrar juntos la "fracción del pan", después de la Ascensión del Señor a los cielos: "Todos perseveraban en la doctrina de los Apóstoles y en la comunicación de la fracción del pan y en la oración" (Hechos 2,42). "El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión con la Sangre de Cristo?. El pan que partimos, ¿no es comunión del Cuerpo de Cristo?...Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga. De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor" (1 Cor 10,16; 11,26-27). El Magisterio de la Iglesia nos enseña que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía, se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia católica llama aptísimamente "Transubstanciación". La Transubstanciación se verifica en el momento en que el sacerdote pronuncia sobre la materia las palabras de la forma: "Este es mi Cuerpo" y "Este es el cáliz de mi Sangre....". De manera que habiéndose pronunciado, no existen ya ni la substancia del pan ni la substancia del vino: sólo existen sus accidentes o apariencias exteriores. Se entiende por accidente, todo aquello que es perceptible por los sentidos, como el tamaño, la extensión, el peso, el color, el olor, el sabor, etc. Jesucristo no se encuentra en la Hostia al modo de los cuerpos, que ocupan una extensión material determinada, sino al modo de la substancia, que está toda entera en cada parte del lugar. Por ello, al dividirse la Hostia, está todo Cristo en cada fragmento de ella. No está únicamente el Cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, ni únicamente su Sangre bajo la especie del vino, sino que en cada uno se encuentra Cristo entero. La doble consagración del pan y del vino fue realizada por Cristo para representar mejor aquello que la Eucaristía renueva, ahora de manera incruenta: la muerte del Salvador, que supuso una separación del Cuerpo y de la Sangre. Por ello, el sacerdote consagra separadamente el pan y el vino. LA
EUCARISTÍA
COMO
SACRIFICIO
Habiendo concluido la explicación de la Eucaristía como sacramento, se debe estudiar, también, en otra ocasión, bajo su otra consideración fundamental: la Eucaristía como sacrificio (Ver este post para ello: http://catolicidad-catolicidad.blogspot.mx/2009/05/el-culto-eucaristico.html). Aunque el sacramento y el sacrificio de la Eucaristía se realizan por medio de la misma consagración, existe entre ellos una distinción conceptual. La Eucaristía es sacramento en cuanto Cristo se nos da en Ella como manjar del alma, y es sacrificio en cuanto que en Ella, Cristo se ofrece a Dios como oblación (cfr. S. Th. III, q. 75, a. 5).
-Recibimos este excelente artículo que nos envió un lector, al que mucho le agradecemos su gentileza. -Tema relacionado: EL OBISPO SCHNEIDER NOS HABLA DE LA IRREVERENTE Y DESACRALIZADORA COMUNIÓN EN LA MANO. __________________________________________________________________________________ __
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