El Cosmopolita - Nueva Luz Quimica

March 7, 2017 | Author: Santiago Del Core | Category: N/A
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ALQUIMIA...

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Tabla de contenido Prefacio ...................................................................................................................................... 5 Capítulo I – “Sobre lo que es la Naturaleza y cómo deben ser los que la buscan” ................... 8 Capítulo II – De la operación de la Naturaleza en nuestra proposición y semilla ................... 11 Capítulo III – Sobre la verdadera y Primera Materia de los metales ....................................... 13 Capítulo IV – De qué manera son engendrados los metales en las entrañas de la tierra ...... 15 Capítulo V – Sobre la generación de toda clase de piedras ................................................... 17 Capítulo VI – Sobre la Segunda Materia y la perfección de todas las cosas .......................... 19 Capítulo VII – Sobre la virtud de la Segunda Materia.............................................................. 22 Capítulo VIII – Sobre el Arte, y cómo la Naturaleza opera por medio del Arte en la semilla .. 24 Capítulo IX – Sobre la comixtión de los metales o la forma de extraer la semilla metálica .... 25 Capítulo X – Sobre la generación sobrenatural del Hijo del Sol .............................................. 27 Capítulo XI – Sobre la práctica y composición de la Piedra o Tintura física, según el Arte .... 29 Capítulo XII – Sobre la Piedra y su virtud ................................................................................ 33 Epilogo, Sumario y Conclusión de los doce Tratados o capítulos precedentes ..................... 35 Enigma Filosófico del mismo Autor para los Hijos de la Verdad ............................................. 39 Ahora sigue la Parábola o Enigma Filosófico añadido para poner fin a la obra ..................... 41 Diálogo del Mercurio, del Alquimista y de la Naturaleza ......................................................... 45

TRATADO DEL AZUFRE ...................................................................................................... 58 Prefacio al lector ...................................................................................................................... 59 Capítulo I – Sobre el origen de los tres Principios ................................................................... 62 Capítulo II – Sobre el elemento de la Tierra ............................................................................ 63 Capítulo III – Sobre el elemento Agua ..................................................................................... 64 Capítulo IV – Sobre el elemento Aire ...................................................................................... 69 Capítulo V – Sobre el elemento Fuego .................................................................................... 71 Capítulo VI – Sobre los tres Principios de todas las cosas ..................................................... 78 Capítulo VII – Sobre el Azufre ................................................................................................. 87 Conclusión ............................................................................................................................... 99

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Nueva Luz Química TRATADO DE LA SAL ......................................................................................................... 102 Al lector .................................................................................................................................. 103 Capítulo I – “Sobre la cualidad y condición de la Sal de la Naturaleza” ................................ 104 Capítulo II – “Dónde es necesario buscar nuestra Sal” ......................................................... 106 Capítulo III – “Sobre la Disolución” ........................................................................................ 110 Capítulo IV – “Cómo nuestra Sal está dividida en Cuatro Elementos” .................................. 113 Capítulo V – “Sobre la preparación de Diana más blanca que la nieve” ............................... 116 Capítulo VI – “Sobre el matrimonio del servidor rojo con la mujer blanca” ........................... 121 Capítulo VII – “Sobre los grados del fuego” ........................................................................... 123 Capítulo VIII – “Sobre la virtud admirable de nuestra Piedra salada y acuosa” .................... 125 Recapitulación ....................................................................................................................... 128

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Prefacio

A todos los inquisidores del Arte Químico verdaderos hijos de Hermes SALUD

He considerado en mí mismo (amigo lector), cuantas falsas recetas de alquimistas, como ellos se llaman, y cuántos libros falsificados y perniciosos, en los que no se podría encontrar el menor rastro de la Verdad, han sido compuestos por el fraude y la avaricia de los impostores, y cuya lectura ha equivocado y equivoca aún todos los días a los verdaderos inquisidores de las artes y de los secretos más escondidos de la Naturaleza. Por eso he creído que no podía hacer nada más útil y provechoso, que comunicar a los verdaderos hijos y herederos de la Ciencia, el talento que ha querido confiarme el Padre de las Luces; a fin de dar a conocer a la posteridad, que Dios ha otorgado esta bendición singular y este tesoro filosófico a algunos personajes señalados, no solamente en los siglos pasados, sino también a algunos de nuestro tiempo. Varias razones me han obligado a no publicar mi nombre, porque no busco ser alabado y estimado y no tengo otro deseo más que servir a los amantes de la Filosofía. Dejo libremente este vano deseo de gloria a aquellos que gustan más de parecer sabios, que de serios en efecto. Lo que escribo en pocas palabras, ha sido confirmado por la experiencia manual que ha realizado, con la gracia del Altísimo, a fin de exhortar a aquellos que se han planteado ya los primeros y reales fundamentos de esta loable ciencia, a no abandonar el ejercicio y la práctica de las cosas bellas, y salvaguardarlos por este medio, de la malvada y fraudulenta tropa de charlatanes y vendedores de humo, a los cuales nada parece tan dulce como engañar. Esto no son sueños (como dice el vulgo ignorante), no son vanas ficciones de algunos hombres ociosos, como quieren los locos e insensatos que se burlan de este Arte. Es la pura verdad filosófica, de la que soy apasionado seguidor, la que quiero descubriros, y que no he podido ni debido pasar en silencio, porque ello sería rehusar el apoyo y el socorro que se debe a la verdadera Ciencia Química indignamente despreciada; y que por esta razón teme extremadamente aparecer en público en este siglo desgraciado y perverso, en el que el vicio marcha parejo con la virtud, a causa de la ingratitud y perfidia de los hombres y de las maldiciones que han vomitado sin cesar contra los Filósofos. Podría citar varios autores renombrados como testigos incontestables de la certeza de esta Ciencia. Pero las cosas que vemos sensiblemente y de las cuales estamos convencidos por nuestra propia experiencia, no tienen necesidad de otras pruebas. No hace mucho tiempo, y hablo como sabio, que varias personas de alta y baja condición, han visto a esta Diana completamente desnuda.

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Nueva Luz Química Aunque se encuentran algunas personas que por envidia o por malicia o por el miedo que tienen de que sus imposturas sean descubiertas, gritan incesantemente que, por cierto artificio, que cubren bajo una vana ostentación de palabras fastuosas y ampulosas, se puede extraer el alma del oro y dársela a otro cuerpo; lo cual emprenden temerariamente y no sin gran pérdida de tiempo, de trabajo y de dinero. Que los hijos de Hermes sepan y tengan por seguro, que esta extracción de alma (por hablar en sus mismos términos), ya sea del oro, ya sea de la Luna, por cualquier vía sofistica vulgar que se haga, no es más que una pura fantasía y una vana persuasión. Esto no querrán creerlo muchos, pero estarán obligados a confesarlo para su desgracia, cuando hagan la experiencia, única maestra de la Verdad. Por el contrario, puedo asegurar con razón que aquel que pueda por vía filosófica, sin fraude y sin disfraz, teñir realmente el menor metal del mundo, sea con beneficio, o sin beneficio, en el color del Sol o de la Luna, permaneciendo y resistiendo a toda clase de exámenes requeridos y necesarios, tendrá abiertas todas las puertas de la Naturaleza para buscar otros secretos más altos y más excelentes, e incluso adquirirlos con la gracia y la bendición de Dios. Por otra parte ofrezco a los hijos de la Ciencia los presentes tratados, que no he escrito más que sobre mi propia experiencia, a fin de que poniendo el estudiante su aplicación y toda la fuerza de su espíritu en la búsqueda de las operaciones escondidas de la naturaleza, puedan de esta manera descubrir y conocer la verdad de las cosas y de la Naturaleza misma, en cuyo Único conocimiento consiste toda la perfección de este santo arte filosófico, Con tal de que se preceda por el camino real que la Naturaleza os ha prescrito en todas sus acciones y operaciones. Por ello quiero advertir aquí al lector, que no juzgue mis escritos según la corteza y el sentido exterior de las palabras, sino más bien por la fuerza de la Naturaleza, en el temor de que después no lamente su tiempo, su trabajo y sus bienes vanamente dispensados. Que considere que esto es la Ciencia de los Sabios y no la de los locos e ignorantes; y que la intención de los Sabios es muy distinta de la que pueden comprender todos esos Thrasons gloriosos, todos esos letrados burlones, todos esos hombres viciosos y perversos, que al no poder crearse una reputación por sus propias virtudes, tratan de volverse ilustres por sus crímenes y por sus calumnias e imposturas contra las gentes de honor. Huid de todos esos vagabundos e ignorantes sopladores, que ya han equivocado casi a todo el mundo con sus blanqueamientos y rubificaciones, no sin gran difamación e ignominia de esta noble Ciencia. Las personas de esta calaña no serán admitidos jamás en los más secretos misterios de este santo Arte: porque es un don de Dios al que no se puede llegar más que por la gracia exclusiva del Altísimo, que no deja de iluminar el espíritu de aquel que la pide con humildad constante y religiosa, o de comunicársela por una demostración ocular de un maestro fiel y experto. Por ello Dios rehúsa con todo el derecho de la revelación de estos secretos, a aquellos que encuentra indignos y que están alejados de su gracia. Por añadidura, ruego incesantemente a los hijos del Arte, que se aprovechen del celo que tengo de servirlos; y que cuando hayan hecho que lo que está oculto se vuelva manifiesto, y

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Nueva Luz Química que siguiendo la voluntad de Dios, hayan alcanzado por su trabajo constante y asiduo el puesto deseado de los Filósofos, excluyan del conocimiento de este Arte (al ejemplo de los Sabios) a todos aquellos que son indignos de é. Que se acuerden de la caridad que deben a su prójimo pobre e incomodado, y que vivan en el temor de Dios. Que lo hagan sin ninguna vana ostentación y que en reconocimiento de este don especial, del cual no abusarán, canten sin cesar particularmente y en el interior de su corazón, alabanzas al Dios Todopoderoso, buenísimo y muy grande.

“La Simplicidad es el verdadero sello de la Verdad”

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Capítulo I – “Sobre lo que es la Naturaleza y cómo deben ser los que la buscan”

Muchos sabios y doctísimos han escrito, hace varios siglos e incluso antes del Diluvio (según el testimonio de Hermes), muchos preceptos respecto a la manera de obtener la Piedra de los Filósofos, y nos han dejado tantos escritos, que si la Naturaleza no operase todos los días ante nuestros ojos efectos tan sorprendentes que no podemos negar en absoluto, creo que no habría nadie que estimase que existe verdaderamente una Naturaleza; puesto que en tiempos pasados no hubo jamás tantos inventores de cosas ni tantos inventos como se ven hoy día. Igualmente, nuestros predecesores, sin entretenerse en estas vanas búsquedas, no consideraban otra cosa más que la Naturaleza y su posibilidad: es decir, lo que era posible hacer. Y aunque hayan permanecido únicamente en esta vía simple de la Naturaleza, no obstante han encontrado tantas cosas que apenas podríamos imaginarlas con todas nuestras sutilidades y toda esta multitud de inventos. Todo ello a causa de que la Naturaleza y la generación ordinaria de las cosas que crecen sobre la Tierra, nos parecen demasiado simples y de demasiado poco efecto para aplicar a ello nuestro espíritu, que no se ejercita sin embargo más que en imaginar cosas sutiles, que lejos de ser conocidas, apenas se pueden hacer, o al menos muy difícilmente. Por ello no es necesario sorprenderse si sucediera que inventásemos más fácilmente diversas sutilidades vanas y de tal género, que en verdad los verdaderos Filósofos no hubiesen podido casi ni imaginar, en lugar de comprender su intención y el verdadero curso de la Naturaleza. ¡Pero en fin!, tal es el humor natural de los hombres de este siglo, tal es su inclinación a abandonar lo que saben y buscar siempre alguna cosa nueva, y sobre todo los espíritus de los hombres a los cuales la Naturaleza está sujeta. Veréis, por ejemplo, que un artesano que haya alcanzado la perfección de su arte, buscará otras cosas, o abusará de ello, o incluso lo dejará todo completamente. En cambio la generosa Naturaleza obra siempre sin parar hasta su Ilíada, es decir, hasta su último término, y después cesa; porque desde el comienzo le ha sido acordado que podría mejorarse en su curso, y que llegaría al final a un reposo sólido y completo, el cual tiende con todo su poder, alegrándose en su fin como las hormigas se alegran en su vejez, que les da alas en sus últimos días. Igualmente han llegado tan adelante nuestros espíritus, principalmente en el arte filosófico y en la práctica de la Piedra, que hemos llegado casi hasta la lijada, es decir hasta el último fin. Porque los filósofos de este tiempo han encontrado tantas sutilidades, que es casi imposible encontrarlas mayores. Difieren tanto del Arte de los antiguos filósofos, como la relojería es distinta de la simple cerrajería. En efecto, aunque el cerrajero y el relojero manejan ambos el hierro y los dos sean maestros en su arte, el uno ignora, no obstante, el artificio del otro.

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Nueva Luz Química En cuanto a mí, estoy seguro que si Hermes, Geber y Lulio, Filósofos todo lo sutiles y profundos que podían ser, volviesen ahora al mundo, a duras penas serían tenidos hoy día por filósofos, sino más bien por aprendices; tan grande es nuestra presunción. Sin duda que estos buenos y doctos personajes ignoraban también tantas destilaciones inútiles que se usan en la actualidad, tantas circulaciones, tantas calcinaciones y tantas operaciones vanas como han inventado los modernos; a los cuales, no habiendo entendido bien el sentido de los escritos de los antiguos, les queda todavía por buscar durante mucho tiempo una sola cosa: es decir, la Piedra de los Filósofos o la tintura física que los antiguos han sabido hacer. En fin, nos sucede por el contrario, que buscándola donde no se encuentra, encontramos otra cosa; pero si no fuese tal el instinto natural del nombre y si la Naturaleza no usara de su derecho en esto, apenas nos extraviaríamos ahora. Volviendo a nuestro propósito, he prometido en este primer tratado explicar la Naturaleza, a fin de que nuestras vanas imaginaciones no nos desvíen de la verdadera y simple vía. Así pues, os digo que la Naturaleza es una, verdadera, simple, completa en su ser, y que Dios la ha hecho antes de todos los siglos y le ha incluido un cierto Espíritu Universal. No obstante es necesario saber que el término de la Naturaleza, así como su principio, es Dios; porque toda cosa acaba siempre en lo que ha tomado su ser y u principio. He dicho que es única y que por medio de ella. Dios ha hecho todo lo que ha creado, y no quiero decir que no pueda hacer nada sin ella (pues la ha creado y es todopoderoso), sino que lo ha querido así, y así ha sido. Todas las cosas provienen de esta sola y única Naturaleza y no hay nada en todo el mundo fuera de la Naturaleza. Si a veces vemos aparecer abortos, la falta es del lugar o del artesano y O de la Naturaleza. Ahora bien, esta Naturaleza está dividida principalmente en cuatro regiones o lugares, donde hace cuanto se ve y cuanto permanece escondido, porque sin duda, todas las cosas están más bien escondidas y en la sombra, que a la luz. Ella sustituye al macho y a la hembra; es comparada al Mercurio, porque se une a los diversos lugares y según los lugares de la tierra, buenos o malos, produce cada cosa, aunque en realidad no hay lugares malos en la tierra, como podría parecer. Existen cuatro cualidades elementales en todas las cosas, las cuales no están jamás de acuerdo, porque una siempre excede a las otras. Es pues remarcable que la Naturaleza no es visible aunque obre sin cesar; porque no es más que un espíritu volátil, que cumple su misión en los cuerpos y que tiene su asiento y su lugar en la Voluntad divina. En este lugar, no nos sirve de nada, a menos que sepamos conocer los lugares que le corresponde y principalmente los que le son más próximos y convenientes; a fin de que sepamos unir las cosas según la Naturaleza, por miedo a unir la madera al hombre, o el buey o cualquier otra bestia con el metal; ya que es todo lo contrario y un semejante debe obrar sobre su semejante, con lo cual la Naturaleza no es otro más que la Voluntad de Dios, como ya hemos dicho anteriormente.

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Nueva Luz Química Los escrutadores de la Naturaleza deben ser como la Naturaleza misma: es decir verdaderos, simples, pacientes, constantes, etc., pero lo que es más importante: piadosos temiendo a Dios y no dañando de ninguna manera a su prójimo. Después que consideren exactamente silo que se proponen está de acuerdo con la Naturaleza, si es posible y realizable, aprendiéndolo como ejemplos aparentes y sensibles, a saber: con qué se hacen todas las cosas, cómo y con qué recipiente. Porque si quieres hacer simplemente alguna cosa lo mismo que la hace la Naturaleza; síguela. Pero si quieres hacer algo más excelente de lo que la Naturaleza hace, mira en qué y por qué ella se mejora, y encontrarás que es siempre con su semejante. Si quieres, por ejemplo, aumentar la virtud intrínseca de un metal más allá que la Naturaleza (lo que es nuestra intención), te será necesario tomar la Naturaleza metálica, y ello incluso en el macho y en la hembra, puesto que de otra manera no harás nada. Porque si piensas hacer un metal de una hierba, trabajarás en vano, al igual que del perro o de cualquier otra bestia no sabrás producir un árbol.

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Capítulo II – De la operación de la Naturaleza en nuestra proposición y semilla

Ya he dicho antes que la Naturaleza es única, verdadera y aparente por todas partes, continua, que se reconoce por las cosas que produce, como bosques, hierbas, etc. Os he dicho también que el escrutador de ella debe ser igual, es decir, verdadero, simple, paciente, constante y que no aplique su espíritu más que a una cosa solamente. Es necesario hablar ahora de la acción de la Naturaleza. Os daréis cuenta de que todo, así como la Naturaleza, está en la voluntad de Dios y que Dios lo ha creado y puesto en toda imaginación; de la misma manera la Naturaleza se ha hecho una semilla en los elementos, procedente de su voluntad. Ciertamente es única, y sin embargo produce cosas diversas; pero no obstante no crea nada sin esperma. Porque la Naturaleza hace todo lo que quiere la esperma y no es más que como el instrumento de algún artesano. Así pues, el esperma de cada cosa es mejor y más útil al artista que la Naturaleza misma. Porque con la Naturaleza sola, y sin esperma, no haréis más de lo que un orfebre podría hacer sin fuego, sin oro o sin plata, o el labrador sin el grano. Tomad pues esta semilla o esperma y la Naturaleza estará presta para cumplir con su misión, sea para bien o sea para mal. Ella obra sobre la esperma como Dios sobre el libre albedrío del hombre. Y es una gran maravilla ver como la Naturaleza obedece a la semilla, pero no siendo forzada a ello, sino por su propia voluntad. Igualmente Dios concede al hombre todo lo que quiere, no porque esté forzado a ello, sino por su buena y libre voluntad. Por ello ha dado al hombre libre albedrío, sea para bien, sea para mal. Así pues, la esperma es el Elixir o la quintaesencia de cada cosa, o también la más perfecta y acabada decocción y digestión de cada cosa, o el bálsamo de Azufre, que es la misma cosa que la humedad radical en los metales. Aquí podríamos hacer en verdad, un enorme y amplio discurso sobre esta esperma, pero no queremos dirigirnos hacia otra cosa, más que a lo que nos hemos propuesto en este arte, los cuatro Elementos engendran el esperma por la voluntad de Dios y por la imaginación de la Naturaleza: porque igual que la esperma del hombre tiene su centro o receptáculo conveniente en los riñones, de la misma manera los cuatro elementos, por medio de un movimiento infatigable y perpetuo (cada uno según su cualidad), arrojan su esperma al centro de la tierra, donde es digerida, y empujada hacia afuera por medio del movimiento. En cuanto al centro de la tierra, es un cierto lugar vacío donde nada puede reposar. Los cuatro elementos arrojan sus cualidades excéntricamente (si se puede hablar así) o al margen y circunferencia del centro, igual que el hombre arroja su semilla en la matriz de la mujer, en la cual no permanece nada de

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Capítulo III – Sobre la verdadera y Primera Materia de los metales

La primera materia de los metales es doble, pero sin embargo una sin la otra no puede crear un metal. La primera y principal es una humedad del aire mezclada con calor; que ha sido llamada Mercurio por los Filósofos y está gobernada por los rayos del Sol y la Luna, en nuestra mar filosófica. La segunda es el calor de la tierra, es decir, un calor seco al que llaman Azufre. Pero debido a que todos los Filósofos verdaderos lo han escondido cuanto han podido, nosotros por el contrario lo explicaremos lo más claramente que nos sea posible, y principalmente el peso, puesto que si es ignorado, todas las cosas se destruyen. De allí proviene que muchos, de una cosa buena, no produzcan más que abortos. Porque algunos toman todo el cuerpo por su material, es decir, por su semilla o esperma. Otros no toman más que un trozo y todos se desvían del recto camino. Si alguno, por ejemplo, fuese bastante idiota para tomar el pie de un hombre y la mano de una mujer, y presumiese poder hacer un hombre de esta mezcla, no habría nadie, por ignorante que fuese, que no juzgase muy bien que esto es imposible; puesto que en cada cuerpo hay un centro y un cierto lugar donde el esperma reposa y es siempre como un punto, es decir, que es aproximadamente como la ocho mil doscientava parte del cuerpo, por pequeño que sea éste, incluso en un grano de trigo: lo cual no puede ser de otra forma. También es una locura creer que todo el grano o todo el cuerpo se conviertan en semilla; no hay más que una pequeña chispa o partícula necesaria, la cual está preservada por su cuerpo de todo exceso de calor, frío, etc. Si tienes orejas y entendimiento, ponte en guardia con lo que te digo, y estarás resguardado contra aquellos que no solamente ignoran el verdadero lugar de la semilla, que quieren tomar todo el cuerpo en lugar de ella, y que intentan inútilmente reducir todo el grano en semilla, sino también contra aquellos que se entretienen en una disolución vana de los metales, esforzándose por disolverlos enteramente, a fin de crear un nuevo metal de su conmixtión mutua. Pero si estas gentes considerasen el proceder de la Naturaleza, verían claramente que la cosa es muy distinta; porque no existe ningún metal por puro que sea, que no tenga sus impurezas, aunque sin embargo, unos más o menos que otros. Tú, amigo lector, ponte en guardia sobre todo respecto al punto de la Naturaleza, y eso es suficiente. Pero ten siempre esta máxima por segura; es necesario no buscar este punto en los metales del vulgo, porque no está en ellos, ya que estos metales, principalmente el oro vulgar, están muertos, mientras que por el contrario los nuestros están vivos y tienen espíritu; y ellos son los que son necesarios tomar. Porque debes saber que la vida de los metales no es otra

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Nueva Luz Química cosa más que el fuego, cuando están todavía en su mina, y que la muerte de los metales es también el fuego; es decir, el fuego de fusión. Ahora bien, la primera materia de los metales es una cierta humedad mezclada con un aire caliente, en forma de un agua grasa adherente a cada cosa por muy pura o impura que sea, y por lo tanto más abundante en unos lugares que en otros; lo cual se debe a que la tierra es en algunos lugares más abierta y porosa y tiene mayor fuerza atractiva que en otros. Ella se origina a veces y aparece a la luz del día por sí misma, aunque cubierta de algún vestido y principalmente en los lugares en los que no encuentra nada a qué unirse. Se conoce así, porque toda cosa está compuesta de tres principios; pero en la materia de los metales es única y sin conjunción, excepto su vestido o su sombra; es decir, su Azufre.

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Capítulo IV – De qué manera son engendrados los metales en las entrañas de la tierra

Los metales son producidos de esta manera. Después de que los cuatro elementos han impedido sus virtudes y su fuerza en el centro de la tierra, el Arqueo de la Naturaleza, destilando, los sublima a la superficie por el calor de un movimiento perpetuo; porque la tierra es porosa, y el viento, destilando por los poros de la tierra, se resuelve en agua, de la cual nacen todas las cosas. Que los hijos de la Ciencia sepan pues, que el esperma de los metales no es diferente del esperma de todas las cosas que existen en el mundo; el cual no es más que un vapor húmedo. Por ello los Alquimistas buscan en vano la reducción de los metales en su primer material, que no es otra cosa que un vapor. También los filósofos no se han referido a esta primera materia, sino solamente a la segunda, como discute muy bien Bernardo Trevisano, aunque en verdad lo haga un poco oscuramente, porque habla de los cuatro elementos: sin embargo ha querido decir esto, aunque pretendiendo hablar solamente a los hijos de la doctrina. En cuanto a mí, a fin de descubrir más abiertamente la teoría, he querido advertir aquí a todo el mundo que se dejen de tantas circulaciones, tantas calcinaciones y reiteraciones, puesto que es vano que se busque esto en una cosa dura, ya que en sí mismo es algo completamente blando. Por ello no busquéis más esta primera materia, sino solamente la segunda, la cual es tal tan pronto como es concebida y ya no puede cambiar de forma. Si alguien pregunta cómo puede reducirse el metal en esta segunda materia, respondo que sigo en esto la intención de los filósofos, pero que insisto allí más que los otros a fin de que los hijos de la Ciencia tomen el sentido de los autores y no las sílabas, y que allí donde la Naturaleza acaba, principalmente en los metálicos, que parecen cuerpos perfectos a nuestros ojos, allí es necesario que comience el Arte. Pero para volver a nuestra intención (porque no entendemos hablar aquí solamente de la Piedra), tratemos de la materia de los metales. He dicho un poco antes que todas las cosas son producidas de un aire líquido, es decir, de un vapor que los elementos destilan en las entrañas de la tierra mediante un movimiento continuo; y tan pronto como el Arqueo lo ha recibido, lo sublima por los poros y lo distribuye mediante su sabiduría a cada lugar (como hemos ya dicho arriba). Y así, por la variedad de los lugares, las cosas provienen y nacen diversas. Hay quienes estiman que Saturno tiene una semilla particular, que en el oro hay otra, y así cada metal; pero esta opinión es vana, porque no hay más que una única semilla tanto en Saturno como en el oro, en la plata y el hierro. Pero el lugar de su nacimiento ha sido causa de su diferencia (si me entiendes como es preciso), aunque la Naturaleza haya acabado mucho antes su obra en la procreación de la plata que en la del oro, y así en los otros. Porque cuando

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Nueva Luz Química este vapor que hemos dicho es sublimado por el centro de la tierra, es necesario que pase por los lugares fríos o cálidos. Si pasa por lugares calientes y puros en los que se adhiere a las paredes una cierta grasa de Azufre, entonces este vapor, que los filósofos han llamado su Mercurio, se acomoda y se une con dicha grasa, a la cual sublima consigo; y de esta mezcla se hace una cierta untuosidad, que dejando el nombre de vapor toma el nombre de grasa. Yendo después a sublimarse a otros lugares que han sido limpiados por el vapor precedente y donde la tierra es sutil, pura y húmeda, llena los poros de dicha tierra y se une a ella; y así, se hace el oro. Si esta untuosidad o grasa llega a lugares impuros y fríos, allí se engendra Saturno, y si la tierra es pura, pero mezclada con Azufre, entonces se engendra Venus. Porque cuanto más puros y limpio es el lugar, más puros son los metales que procrea. También es necesario recalcar que este vapor sale continuamente desde el centro a la superficie, y que yendo de esta manera purga los lugares. Por ello sucede que hoy se encuentran minas allá donde hace mil años no existían. Porque este vapor, por su progreso continuo, sutiliza siempre lo crudo y lo impuro, extrayendo también sucesivamente lo puro consigo. Y he aquí cómo se hace la reiteración o circulación de la Naturaleza, la cual se sublima, produciendo cosas nuevas, tantas veces como es necesario hasta que el lugar esté enteramente depurado; puesto que cuanto más limpio está, más produce cosas ricas y bellísimas. Pero en invierno, cuando el frío del aire viene a estrechar la tierra, este vapor untoso acaba también por congelarse, y después al retorno de la primavera se mezcla con la tierra y el agua; y de ahí se hace la Magnesia, atrayendo hacia sí un Mercurio semejante del aire, que da vida a todas las cosas por los rayos del Sol, de la Luna y de las estrellas: y así se producen las hierbas, las flores y otras cosas parecidas, porque la Naturaleza jamás permanece ociosa un momento. En cuanto a los metales se engendran de la siguiente manera. La tierra es purgada por una larga destilación; y después, a la llegada de este vapor untuoso o grasa, son procreados, y no se engendran de ninguna otra manera, como vanamente estiman algunos, interpretando mal a este propósito los escritos de los filósofos.

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Capítulo V – Sobre la generación de toda clase de piedras

La materia de las piedras es la misma que la de las otras cosas, y según la pureza de los lugares, nacen de esta manera. Cuando los cuatro elementos destilan su vapor al centro de la tierra, el Arqueo de la Naturaleza lo empuja y sublima, de forma que, pasando por los lugares y los poros de la tierra, extrae consigo todas las impurezas de la tierra hasta la superficie, y estando allí son congeladas por el aire, porque todo lo que engendra el aire puro, es también congelado por el aire crudo; porque el aire puede ingresar en el aire y se unen el uno al otro, porque la Naturaleza goza con la Naturaleza. Así se hacen las piedras y las rocas pétreas, según la grandeza o pequeñez de los poros de la tierra; los cuales, cuanto más grandes son, hacen que el lugar sea mejor purgado, ya que por este respiradero pasan un calor mayor y una cantidad más grande de agua, con lo que la depuración de la tierra es hecha antes, y por este medio nacen los metales más cómodamente en estos lugares. Ello es atestiguado por la experiencia que nos enseña que no se debe buscar oro más que en las montañas, ya que raramente se encuentra en los campos, que ordinariamente son lugares húmedos y pantanosos, no a causa del vapor que he dicho, sino debido al agua elementaria, la cual atrae hacia sí el citado vapor, de tal manera que no se pueden separar, aunque el Sol, viniendo a digerirla, la convierte en arcilla, de la cual hacen uso los alfareros. Sin embargo, en los lugares donde hay una arena gruesa y en los que este vapor no está unido con la grasa o el Azufre, como sucede en los prados, crea hierbas y heno. Existen aún otras piedras preciosas, como el diamante, el rubí, la esmeralda, el crisópalo, el ónice y el carbunco, que son todas engendradas de la siguiente manera. Cuando este vapor de la Naturaleza se sublima por sí mismo, sin este Azufre o untuosidad que hemos dicho, y encuentra un lugar de agua pura de sal, entonces se hacen los diamantes; y esto en los lugares más fríos a los que no puede llegar esta grasa, pues en caso contrario impediría este efecto. Porque se sabe bien que el espíritu del agua se sublima fácilmente y con poco calor, pero no el aceite o la grasa, que no puede elevarse más que a fuerza de mucho calor y ello en lugares cálidos: porque en tanto que procede del centro, apenas necesita frío para congelarla y pararla. Pero el: vapor sube a los lugares propios y se congela en piedras en forma de pequeños granos en el agua pura. Pero para explicar cómo se hacen los colores en las piedras preciosas, es necesario saber que ello sucede mediante el Azufre de la siguiente manera. Si la grasa del Azufre es congelada por este movimiento perpetuo, el espíritu del agua lo digiere después al pasar y lo purifica por la

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Nueva Luz Química virtud de la sal, hasta que se haya coloreado de un color digerido, rojo o blanco; el cual, tendiendo a su perfección, se eleva con este espíritu, porque es sutilizado con tantas destilaciones reiteradas. Después el espíritu tiene poder para penetrar en las cosas imperfectas; y así introduce el color, que se une luego a esta agua congelada en parte, llenando así sus poros y fijándose con ella en una fijación inseparable. Porque toda agua se congela por el calor, si no tiene espíritu; y si está unida al espíritu, se congela por el frío. Pero aquel que sabe congelar el agua mediante el calor y unir el espíritu con ella, ha encontrado ciertamente una cosa mil veces más preciosa que el oro y que cualquier otra cosa que exista en el mundo. Obrad pues, de forma que el espíritu se separe del agua, a fin de que se pudra y que aparezca el grano. Después de haber arrojado las heces, reducid el espíritu en agua y hacedlos unir juntos, porque esta conjunción engendrará un ramal diferente en forma y excelencia a sus padres.

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Capítulo VI – Sobre la Segunda Materia y la perfección de todas las cosas

Hemos tratado antes de la primera materia de todas las cosas y cómo nacen de la Naturaleza sin semilla, es decir, cómo recibe la Naturaleza la materia de los elementos, de la cual engendra la semilla. Ahora hablaremos de la semilla y de las cosas que se engendran con semilla. Así pues, toda cosa que tenga semilla es multiplicada por ésta, pero sin duda ello no se hace sin la ayuda de la Naturaleza. Porque la semilla en un cuerpo no es más que un aire congelado o un vapor húmedo, el cual, si no es resuelto por un vapor cálido, es inútil por completo. Así pues, que aquellos que buscan el Arte sepan lo que es esta semilla, a fin de que no busquen una cosa que no existe. Que sepan, digo, que la semilla es triple y que está engendrada por los cuatro elementos. La primera especie de semilla es la mineral, de la cual se trata aquí. La segunda la vegetal y la tercera la animal. La semilla mineral solamente es conocida por los verdaderos Filósofos, la semilla vegetal es común y vulgar, según la vemos en los frutos y la animal se conoce por la imaginación. La vegetal nos muestra ante los ojos cómo ha creado la Naturaleza cuatro elementos; porque es necesario saber que el invierno es causa de putrefacción porque congela los espíritus vitales en los árboles; y cuando estos son resueltos por el calor del Sol (en la cual hay una fuerza magnética o de imantación que atrae a sí toda humedad), entonces el calor de la Naturaleza excitado por el movimiento, impele a la circunferencia a un vapor de agua sutil que abre los poros del árbol y hace destilar gotas por él, separando siempre lo puro de lo impuro. Sin embargo, algunas veces lo impuro precede a lo puro; lo puro se congela en flores y lo impuro en hojas, lo grueso y espeso en corteza, que permanece fija. Pero las hojas caen o por el frío o por el calor, cuando son obstruidos los poros del árbol. Las flores se congelan en un color proporcionado al frío o al calor y aportan fruto o semilla. Igualmente el árbol no nace de la manzana, en la cual está el esperma, sino que en este esperma está interiormente la semilla o el grano del cual nace el árbol, incluso sin esperma; porque la multiplicación no se hace por medio del esperma, sino de la semilla. Así vemos claramente que la Naturaleza crea la semilla de los cuatro elementos, en el temor de que no nos hubiésemos ocupado inútilmente en esto; porque lo que ya está creado no necesita creador. Será suficiente en este lugar haber advertido al lector mediante este ejemplo. Volvamos ahora a nuestro propósito mineral. Es necesario saber que la Naturaleza crea la semilla mineral o metálica en las entrañas de la tierra; en consecuencia no se cree que exista tal semilla en la Naturaleza, a causa de que es

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Nueva Luz Química invisible. Pero no es extraordinario que los ignorantes duden de ello, puesto que ni siquiera pueden comprender lo que está delante de sus ojos, y a duras penas concebirían lo que está escondido e invisible. Y por lo tanto es una cosa muy cierta que lo que está arriba es como lo que está abajo, y por el contrario, lo que nace arriba, nace de la misma fuente de lo que está debajo, en las entrañas de la tierra. Y yo os pregunto, ¿qué prerrogativa tendrían los vegetales sobre los metales, para que Dios hubiese dado semilla a aquellos y excluido de ella a estos? Tengamos pues por seguro que nada crece sin semilla; porque allí donde no existe semilla, la cosa está muerta. Así es pues necesario que los cuatro elementos creen la semilla de los metales, o que los produzcan sin semilla; si son producidos sin semilla, no pueden ser perfectos, porque toda cosa sin semilla es imperfecta, respecto al compuesto. Quien no presta fe a esta verdad indudable no es digno de buscar los secretos de la Naturaleza, porque en el mundo no nace nada sin semilla. Los metales tienen en sí real y verdaderamente su semilla; pero su generación no se hace así. Los cuatro elementos, en la primera operación de la Naturaleza, destilan, por el artificio del Arqueo en el centro de la tierra, un vapor de agua ponderosa, que es la semilla de los metales y se llama Mercurio, no a causa de su esencia, sino de su fluidez y fácil adherencia a cada cosa. Es comparado al Azufre a causa de su calor interno; y después de la congelación es el húmedo radical. Y aunque el cuerpo de los metales sea procreado a partir del Mercurio (lo que debe entenderse del Mercurio de los Filósofos), sin embargo no es necesario escuchar a aquellos que estiman que el Mercurio vulgar sea la semilla de los metales, y así, toman el cuerpo en lugar de la semilla, no considerando que el Mercurio vulgar también tiene en sí su semilla como los otros. El error de toda aquella gente estará manifiesto mediante el siguiente ejemplo. Es cierto que los hombres tienen su semilla, por medio de la cual se multiplican. El cuerpo del hombre es el mercurio, la semilla está escondida en este cuerpo; respecto al cual su peso es muy pequeño. Así pues, quien quiere engendrar este hombre metálico no debe tomar el Mercurio, que es un cuerpo, Sino la semilla, que es vapor de agua congelada. Así los operadores vulgares proceden mal en la regeneración de los metales; disuelven los cuerpos metálicos, sea mercurio, sea oro, sea plata, sea plomo y los corroen con las aguas fuertes y otras cosas heterogéneas y extrañas, no requeridas por la verdadera Ciencia. Después unen estas disoluciones, ignorando o no dándose cuenta que de las piezas y los trozos de un cuerpo no puede ser engendrado un hombre; porque por este medio han precedido la corrupción del cuerpo y la destrucción de la semilla. Cada cosa se multiplica por medio del macho y de la hembra, como he hecho mención en el capítulo de la doble material. La separación de los sexos no engendra nada; es la conjunción debida la que produce una nueva forma. Quien quiera hacer pues, alguna cosa útil debe tomar las espermas o semillas y no los cuerpos enteros. Toma pues el macho vivo y la hembra viva, y únelos entre sí, a fin de que se imaginen una esperma para procrear un fruto de su naturaleza; porque nadie debe obstinarse en poder hacer

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Nueva Luz Química la primera materia. La primera material del hombre es la tierra, con la cual no hay nadie tan osado como para emprender la creación de un hombre a partir de ella; Dios es el único que conoce este artificio. Pero la segunda material, que ya está creada, si el hombre la sabe poner en un lugar conveniente, con la ayuda de la Naturaleza, engendrará fácilmente la forma de la cual es la semilla. El artista no hace nada en todo esto, sino separar lo que es sutil de lo que es espeso, y ponerlo en un vaso conveniente; porque es necesario considerar bien que lo mismo que comienza una cosa, igualmente acaba; de uno se hacen dos, y de dos uno, y nada más. Hay un Dios, de este uno es engendrado el Hijo, de tal manera que uno ha dado dos, y dos han dado un Espíritu Santo, procedente del uno y del otro. Así ha sido creado el mundo y así será su fin. Considerad exactamente estos cuatro puntos y primeramente os encontraréis allí al Padre, después al Padre y al Hijo, en fin el Espíritu Santo: Encontraréis allí los cuatro elementos, y cuatro luminarias, dos celestes y dos céntricas. En suma, no hay nada en el mundo que sea de otro modo de como aparece en esta figura, jamás ha habido y jamás habrá; y si quisiera remarcar todos los misterios que se podrían extraer de allí, nacería un gran volumen. Vuelvo pues a mi propósito, y te digo, en verdad hijo mío, que de uno, no podrías hacer uno; esto es reservado sólo a Dios en propiedad. Que te sea suficiente que, a partir de dos, puedas crear uno que te sea útil, y a este efecto, sabe que el esperma multiplicativo es la segunda, y no la primera materia de todos los metales y todas las cosas; porque la primera material de las cosas es invisible, está escondida en la Naturaleza o en los elementos; pero la segunda aparece algunas veces ante los hijos de la Ciencia.

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Capítulo VII – Sobre la virtud de la Segunda Materia

Pero a fin de que puedas comprender más fácilmente qué es esta segunda materia, te describiré las virtudes que tiene, por las cuales podrás reconocerla. Sabe pues, en primer lugar, que la Naturaleza está dividida en tres reinos, de los cuales hay dos que podrían existir por sí mismos, aunque los otros dos no existiesen. Están el reino mineral, el vegetal y el animal. Respecto al reino mineral, es manifiesto que puede subsistir por sí mismo, aunque no hubiese en el mundo ni hombres ni árboles. El vegetal igualmente, no precisa para su establecimiento que haya en el mundo ni animales ni metales: estos dos son creados de Uno y por uno. El tercero, por el contrario, toma vida de los dos precedentes, sin los cuales no podría existir y es más noble y más precioso que los dos susodichos. Igualmente a causa de que es el último entre ellos, domina sobre los otros dos, porque la virtud se completa siempre en el tercero y se multiplica en el segundo. Mira bien: en el reino vegetal, la primera materia es la hierba o el árbol, que no podrías crear; sólo la Naturaleza realiza esta obra. En este reino la segunda materia es la semilla que ves, y es en ésta en la que se multiplica la hierba o el árbol. En el reino animal la primera materia es la bestia o el hombre, que no podrías crear; pero la segunda material, que tú conoces, es su esperma, por medio de la cual se multiplica. En el reino mineral, tú no puedes crear un metal; y si te jactas de ello, eres falso y mentiroso, porque esto lo ha hecho la Naturaleza. Y aunque tuviese la primera materia, según los filósofos, es decir, esta sal céntrica, sin embargo no podrías multiplicarla sin el oro; pero la semilla vegetativa de los metales solamente es conocida por los hijos de la Ciencia. En los vegetales las semillas aparecen exteriormente, así como los riñones de su digestión, es decir, el aire cálido. En los animales la semilla aparece dentro y fuera; los riñones o el lugar de su digestión son los riñones del hombre. El agua que se encuentra en el centro del corazón de los animales, es su semilla o su vida; lo riñones o el lugar de la digestión de ésta, es el fuego. El receptáculo de la semilla de los vegetales es la tierra. El receptáculo de la semilla animal es la matriz de la hembra; y en fin, el receptáculo de la semilla del agua mineral, es el aire. Es de recalcar que el receptáculo de la semilla es tal como la congelación de los cuerpos; la digestión es tal como la solución y la putrefacción tal como la destrucción. Ahora bien, la virtud de cada semilla consiste en poderse unir con cada cosa de su reino, en tanto que es sutil y nada más que un aire congelado en el agua por medio de la grasa. Así es como se reconoce, porque no se mezcla naturalmente con cosa alguna fuera de su reino. Ella no se disuelve, sino que se congela; porque no tiene necesidad de disolución, sino de coagulación. Es pues necesario que se abran los poros del cuerpo, a fin de que la esperma (en el centro de la cual está la semilla, que no es

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Nueva Luz Química más que aire) sea impelida hacia fuera: la cual cuando encuentra una matriz conveniente, se congela y congela cuanto encuentra de puro, o de impuro mezclado con lo puro. En tanto que haya semilla en el cuerpo, éste está vivo; pero cuando es consumida totalmente, el cuerpo muere: porque todos los cuerpos, después de la emisión de su semilla, son debilitados. Y la experiencia nos demuestra que los hombres más aficionados a Venus, son a menudo los más débiles, como los árboles, que después de haber dado demasiados frutos, se vuelven estériles. La semilla es pues una cosa invisible, como hemos dicho tantas veces, pero la esperma es visible, y algo así como un alma viviente que no se encuentra en las cosas muertas. Se extrae de dos maneras; la primera se hace dulcemente y la otra con violencia. Pero como en este lugar hablamos solamente de la virtud de la semilla, diré que en el mundo nada nace sin semilla, y que todas las cosas se hacen y son engendradas en virtud de ella. Que sepan pues todos los hijos de la Ciencia, que es en vano que se busque la semilla en un árbol cortado; es necesario buscarla solamente en aquellos que están verdes y enteros.

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Capítulo VIII – Sobre el Arte, y cómo la Naturaleza opera por medio del Arte en la semilla

Ninguna semilla es de ningún valor, si no es puesta por el Arte, o la Naturaleza, en una matriz conveniente. Y aunque la semilla sea en sí misma más noble que cualquier criatura, sin embargo la matriz es su vida, y hace pudrir el grano o la esperma y causa la congelación del punto puro. Además, mediante el calor de su cuerpo, lo alimenta y hace crecer; haciéndose esto en los tres reinos de la Naturaleza ya dichos y naturalmente por meses, años y por la sucesión del tiempo. Pero sutil es el artista que pueda, en los reinos mineral y vegetal, encontrar algún acortamiento o abreviatura, aunque no en el reino animal. En el mineral, el artificio solamente ha acabado lo que la Naturaleza no pudo acabar, a causa de la crudeza del aire, que por su violencia ha llenado los poros de cada cuerpo, no en las entrañas de la tierra, sino en su superficie, como he dicho antes en los capítulos precedentes. Pero a fin de que se comprendan más fácilmente estas cosas, aún he querido añadir que los elementos arrojan por un combate recíproco su semilla al centro de la tierra, como si fueran sus riñones, y el centro, por medio del movimiento continuo, la impele en las matrices, que son innumerables; porque tantos lugares como existen, son otras tantas matrices. Sin embargo unas son más duras que otras, y así casi hasta el infinito. Notad pues, que una matriz pura engendrará un fruto puro y neto en su semejanza. Así como por ejemplo en los animales tenéis las matrices de las mujeres, de las vacas, de las yeguas, de las perras, etc.; igualmente en el reino mineral y vegetal son los metales, las piedras, las sales; porque en estos dos reinos las sales son a considerar principalmente, y sus lugares, según el mayor o el menor.

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Capítulo IX – Sobre la comixtión de los metales o la forma de extraer la semilla metálica

Hemos hablado anteriormente de la Naturaleza, del Arte, del cuerpo, del esperma y de la semilla. Ahora llegamos a la práctica, es decir, cómo se deben mezclar los metales y qué correspondencia tienen entre ellos. Sabes pues, que la mujer es la misma cosa que el hombre; porque los dos nacen de la misma semilla y en una misma matriz. No hay más que falta de digestión en la mujer, y así como la matriz que produce al macho tiene la sangre y la sal más puras, igualmente la Luna es de la misma semilla que el Sol y de una misma matriz; pero en la procreación de la Luna, la matriz ha tenido más agua que sangre digerida, según el tiempo de la Luna celeste. Pero a fin de que puedas imaginar más fácilmente cómo se congregan los metales y se unen entre sí para arrojar y recibir la semilla, mira el cielo y las esferas de los planetas: ves que Saturno es el más alto de todos, al cual sucede Júpiter, y luego Marte, el Sol, Venus, Mercurio y en fin la Luna. Considera ahora que las virtudes de los Planetas no suben, sino que bajan. La misma experiencia nos enseña que Marte se convierte fácilmente en Venus, y no Venus en Marte, como más bajo de una esfera. Así Júpiter se trasmuta fácilmente en Mercurio, porque Júpiter está más alto que Mercurio, aquel es el segundo después del firmamento, y éste el segundo encima de la tierra. Saturno es el más alto, y la Luna la más baja, el Sol se mezcla con todos, pero no es mejorado jamás por los inferiores. Ahora bien, notarás que hay una gran correspondencia entre Saturno y la Luna, en medio de los cuales está el Sol: así como entre Mercurio y Júpiter, Marte y Venus, los cuales tienen todos el Sol en medio. La mayor parte de los operadores saben bien cómo se trasmuta el hierro en cobre, sin el Sol, y cómo es necesario convertir Júpiter en Mercurio; incluso hay algunos que de Saturno hacen la Luna. Pero si supieran administrar en estos cambios la Naturaleza del Sol, ciertamente encontrarían una cosa más preciosa que todos los tesoros de este mundo. Por ello digo que es necesario saber qué metales es necesario unir entre sí, los cuales la Naturaleza corresponde el uno con el otro. Hay cierto metal que tiene el poder de consumir todos los otros, porque es casi como su agua, y casi su madre: y no hay más que una sola cosa que lo resiste y lo mejora, a saber, la humedad radical del Sol y la Luna. Pero a fin de descubrírtelo, es el ACERO, se cita así: si se une una vez con el oro, arroja su semilla y es debilitado hasta la muerte1. Entonces el Acero concibe y engendra un hijo más claro que el padre; después, cuando la semilla de este hijo ya nacido es puesta en su matriz, la purga y la vuelve mil veces

En el texto original de otras ediciones aparece la variante: “Si once ves es se une con el oro, arroja su semilla, etc.” 1

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Nueva Luz Química más propia para parir buenísimos frutos. Hay todavía otro Acero, que es comparable a éste, el cual es en sí creado por la Naturaleza y sabe, mediante una fuerza y poderío admirables, sacar y extraer los rayos del Sol, lo cual han buscado tantos hombres y es el comienzo de nuestra obra.

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Capítulo X – Sobre la generación sobrenatural del Hijo del Sol

Hemos tratado las cosas que produce la Naturaleza, y que Dios ha creado, a fin de que aquellos que buscan esta Ciencia entendiesen más fácilmente la posibilidad de la Naturaleza, y hasta donde pueden extender sus fuerzas. Pero para no diferir más largamente, comenzaré a declarar la forma y el arte de hacer la Piedra de los Filósofos. Sabes pues que la Piedra, o la Tintura de los Filósofos, no es más que el oro extremadamente digerido, es decir, reducido y llevado a una suprema digestión. Porque el oro vulgar es como la hierba sin semilla, la cual cuando acaba de madurar, produce la semilla. Igualmente el oro, cuando madura, arroja fuera de su semilla o su tintura, Alguno preguntará por qué el oro, o cualquier otro metal, no produce semilla. La razón es que en tanto que no pueda madurarse a causa de la crudeza del aire que impide que tenga un calor suficiente; y que en diversos lugares se encuentra oro impuro, que la Naturaleza bien habría querido perfeccionar, pero ha sido impedida por la crudeza del aire. Por ejemplo, vemos que en Polonia los naranjos crecen tan bien como los otros árboles. En Italia y otros lugares donde está su tierra natural, no sólo crecen, sino que incluso dan frutos porque tienen suficiente calor; pero en estos lugares fríos de ninguna manera, porque cuando deberían madurar cesan a causa del frío y así, en lugar de crecer, están impedidos por la crudeza del aire. Por ello naturalmente no dan jamás buenos frutos, pero si la Naturaleza es ayudada algunas veces dulcemente Y con industria, regándolos con agua tibia y teniéndolos en invernaderos, entonces el arte perfecciona lo que la Naturaleza no habría podido hacer. Exactamente lo mismo sucede con los metales: el oro puede dar fruto y semilla, en la cual puede multiplicarse por la industria de un hábil artista, que sabe ayudar e impeler a la Naturaleza: además erraría si quisiera emprender todo esto sin la Naturaleza. Porque, no solamente en esta Ciencia, sino en todas las demás, lo único que podemos hacer es ayudar a la Naturaleza, e incluso no podemos ayudarla más que por medio del fuego y del calor. Pero como todo esto no puede hacerse, a causa de que en un cuerpo metálico congelado los espíritus no son aparentes, es necesario primeramente que el cuerpo sea disuelto y que los poros sean abiertos, a fin de que la Naturaleza pueda operar. Ahora bien, para saber qué debe de ser esta disolución, quiero advertir aquí al lector, que aunque haya muchas clases de disoluciones, las cuales son todas inútiles, no obstante existen realmente dos clases, de las cuales solamente una es verdadera y natural, la otra es violenta, bajo la cual están comprendidas todas las otras. La Naturaleza es de tal índole, que es preciso que los poros del cuerpo se abran en nuestra agua, a fin de que la semilla sea impelida hacia fuera, cocida y digerida, y luego puesta en su matriz. Pero nuestra

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Nueva Luz Química agua es un agua celeste que no moja las manos, no vulgar, y casi como agua de lluvia: el cuerpo que da la semilla es el oro, y es nuestra Luna (no la plata vulgar) la que recibe la semilla. El todo es regido y gobernado después por nuestro fuego continuo, durante el espacio de siete meses y a veces de diez, hasta que nuestra agua consuma tres y deje uno, y éste al doble: poco después, ella se alimenta de la leche de la tierra o de la grasa que nace de las mamas de la tierra y es regida y conservada de putrefacción. Y así es engendrado este niño de la segunda generación. Vamos ahora con la teoría práctica.

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Capítulo XI – Sobre la práctica y composición de la Piedra o Tintura física, según el Arte

Hemos extendido nuestro discurso por tantos capítulos precedentes, dando a entender las cosas mediante ejemplos, a fin de que se pudiese entender más fácilmente la práctica; la cual, imitando a la Naturaleza, se debe hacer de la siguiente manera. Toma de nuestra tierra, por once grados, once granos, y de nuestro oro (no del oro vulgar) un grano; de nuestra plata, y no de la plata vulgar, dos granos: pero sobre todo te advierto no tomar el oro ni la plata vulgares, porque están muertos y no tienen ninguna vida. Toma los nuestros que están vivos, después ponlos en nuestro fuego y de aquello se hará un licor seco: primeramente la tierra se resolverá en un agua que se llama el Mercurio de los Filósofos, y este agua disuelve los cuerpos del Sol y de la Luna, y los consume de forma que no queda de ellos más que la décima parte, con una parte; y he aquí lo que se llama húmedo radical metálico. Después toma del agua de la sal de nitro, extraída de nuestra tierra, en la cual está el riachuelo y la onda viva. Si sabes cavar y ahondar en la fosa cándida y natural, toma de allí un agua que sea bien clara, y en este agua pondrás el húmedo radical. Pon el todo al fuego de putrefacción y generación, pero sin embargo no como has hecho en la primera operación; gobierna el conjunto con gran artificio y discreción, hasta que los colores aparezcan como una cola de pavo; gobierna bien dirigiendo siempre, hasta que cesen los colores y que en toda tu materia no haya más que un único color verde, que no debe preocuparte así como los otros. Y cuando veas en el fondo del vaso unas cenizas de color moreno y agua rojiza, abre tu vaso. Entonces moja una pluma y unta un trozo de hierro; si tiñe, toma rápidamente agua, de la cual hablaremos tanto, y pon allí tanto de esta agua, como aire crudo haya entrado. Cuece el todo otra vez con el mismo fuego que antes, hasta que tiña. Mi experiencia ha llegado hasta este punto, no puedo más que esto, puesto que no he encontrado nada más. Pero esta agua que digo, debe ser el menstruo del mundo, extraído de la esfera de la Luna, y rectificada tantas veces, que pueda calcinar el Sol. Aquí te he querido descubrir todo esto; y si a veces entiendes mi intención y no mis palabras o las sílabas, te lo he revelado todo, principalmente en la primera y la segunda parte. Pero todavía nos queda algo que decir respecto al fuego. El primer fuego, o el fuego de la primera operación, es el fuego de un grado continuo, que envuelve la materia. El segundo es un fuego natural, que digiere la materia y la fija. Te digo en verdad, que te he descubierto el régimen del fuego, si entiendes la Naturaleza.

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Nueva Luz Química Nos falta también hablar del vaso. El vaso debe ser el de la Naturaleza, y dos son suficientes. El vaso de la primera obra debe ser redondo, y en la segunda obra un poco menos; debe ser de vidrío en forma de ampolla o de huevo. Pero de todas formas y sobre todo, sabe que el fuego de la Naturaleza es único y que, si presenta diversidad, la causa de ello es la distancia de los lugares. Parejamente el vaso de la Naturaleza es único; pero nos servimos de dos para abreviar. La materia es también única, pero de dos sustancias. Así pues, si aplicas tu espíritu para producir alguna cosa, mira primeramente las que ya están creadas; porque si no puedes llegar al origen de las que ordinariamente están ante tus ojos, a duras penas llegarás al origen de las que aún están por nacer y que deseas producir. Y digo producir porque es necesario que sepas que no podrías crear nada y que esto es propio sólo de Dios. Pero hacer que las cosas que están ocultas y escondidas en la sombra se vuelvan aparentes, volverlas evidentes, quitarles su sombra, esto es permitido algunas veces a los Filósofos que tienen inteligencia, y Dios se los concede por el ministerio de la Naturaleza. Considera un poco en ti mismo, te lo ruego, la simple agua de las nubes. ¿Quién podría creer que contiene en sí todas las cosas que existen en el mundo; las piedras duras, las sales, el aire, la tierra, el fuego, ya que en evidencia no parece más que una simple agua? ¿Qué diría yo de la tierra, que contiene en sí el agua, el fuego, al aire, las sales, y no parece más que tierra? ¡Oh admirable Naturaleza!, que sabe producir los frutos admirables en la tierra, por medio del agua, y darles y mantener la vida mediante el aire. Todas estas cosas se hacen, y sin embargo los ojos de los hombres vulgares no las ven, solamente los ojos del entendimiento y de la imaginación las ven, con una visión admirabilísima. Porque los ojos de los Sabios ven la Naturaleza de forma diferente a los ojos comunes. Así por ejemplo, los ojos del vulgo ven que el Sol es cálido; pero por el contrario, los ojos de los Filósofos ven más bien que el Sol es frío, pero que sus movimientos son cálidos; porque sus acciones y sus efectos se conocen por la distancia de los lugares. El fuego de la Naturaleza no es diferente al del Sol; no es más que una misma cosa. Porque todo, al igual que el Sol, tiene centro y el medio entre las esferas de los planetas, y desde este centro del Cielo expande hacia abajo su calor por medio de su movimiento. También hay en el centro de la tierra un Sol terrestre, que por su movimiento perpetuo, impele el calor o sus rayos hacia arriba, a la superficie de la tierra; y sin duda este calor intrínseco es mucho más eficaz que el fuego elemental; pero es temperado por un agua terrestre, que de día en día penetra los poros de la tierra y la refresca. Igualmente el aire que de día en día vuela alrededor del globo de la tierra, tempera el Sol celeste y el calor; y si esto no fuese así, todas las cosas se consumirían por este calor y nada podría nacer. Porque así como este fuego invisible o este calor central lo consumiría todo si el agua no interviniese y lo temperase, igualmente el calor del Sol lo destruiría todo, si no estuviese el aire que interviene en el medio.

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Nueva Luz Química Pero ahora diré en pocas palabras cómo obran entre sí estos elementos. Hay un Sol céntrico en el centro de la tierra, el cual por su movimiento o por el movimiento de su firmamento, eleva un gran calor que es extiende hasta la superficie de la tierra. Este calor causa el aire de la siguiente manera. La matriz del aire es el agua, la cual engendra hijos de su misma naturaleza, pero diferentes y mucho más sutiles; porque allí donde se le niega el paso al agua, el aire entra. Entonces cuando este calor central (que es perpetuo) obra, calienta y hace destilar este agua; y ella por la fuerza de dicho calor se cambia en aire, que por este medio pasa hasta la superficie de la tierra, porque no puede soportar estar encerrado: y después de que es enfriado, se resuelve en agua en los lugares opuestos. Sin embargo a veces sucede que salen hasta la superficie de la tierra no sólo el aire, sino también el agua, como vemos cuando nubes negras son elevadas con violencia hasta el aire, de lo que os daré un ejemplo muy familiar. Haced calentar agua en un pote; mediante un fuego lento veréis elevarse vapores y vientos ligeros, y, mediante un fuego más fuerte, veréis aparecer nubes más espesas. El calor central opera de la misma manera, convierte en aire el agua más sutil; y la que sale de la sal o de la grasa, que es más grosera, la distribuye por la tierra, de donde nacen cosas diversas; el resto se cambia en rocas y en piedras. Alguno podría objetar que si la cosa fuera así, ello debería suceder continuamente; y no obstante, muy a menudo no se siente ningún viento. Yo respondo que en verdad no hay viento si el agua no es arrojada violentamente en el vaso destilatorio, porque poca agua excita poco viento. Podéis ver que siempre no hay truenos, incluso aunque haya viento, sino solamente cuando un agua perturbada por la fuerza del aire es llevada con violencia hasta la esfera del fuego, porque el fuego no soporta el agua. Tenemos un ejemplo ante nuestros ojos. Cuando arrojáis agua fría en una hoguera ardiente, oís los truenos que excita. Si preguntáis por qué el agua no entra uniformemente en estos lugares y en estas cavidades; la razón es que existen diversas clases de lugares y de vasos. A veces, una concavidad, por medio de los vientos, empuja al agua fuera de sí durante algunos días o meses, hasta que se produzca alrededor una repercusión de agua: como vemos en el mar, cuyas olas son agitadas a veces en la extensión de varias leguas, antes de que puedan encontrar algo que las rechace y por repercusión las haga retornar al lugar de donde vinieron. Pero volvamos a nuestro propósito. Digo que el fuego o el calor es la causa del movimiento del aire, y que es la vida de todas las cosas, y que la tierra es su nodriza y receptáculo; pero que si no hubiese agua que refrescase nuestra tierra y nuestro aire, entonces la tierra sería desecada por estas dos razones, a saber: a causa del calor, tanto del movimiento céntrico, como del Sol celeste. No obstante esto sucede en algunos lugares, cuando los poros de la tierra están obstruidos, de tal forma que la humedad no puede penetrar allí: entonces por la correspondencia de los dos Soles, celeste y céntrico (porque ellos tienen entre sí una virtud de imán), el Sol inflama la tierra.

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Y así algún día el mundo perecerá

Haz pues de forma que la operación en nuestra tierra sea tal, que el calor central pueda cambiar el agua aire, a fin de que salga basta la superficie de la tierra, y que expanda el resto (como he dicho) por los poros terrestres; y entonces, por el contrario, el aire se cambiará en un agua mucho más sutil de lo que ha sido la primera. Y esto se hará así: si das a devorar a nuestro Viejo el oro y la plata, a fin de que los consuma y que él mismo, presto también a morir, sea quemado. Que sus cenizas sean esparcidas en el agua; cuece el todo hasta que sea suficiente y tendrás una medicina que curará la lepra. Ten cuidado por lo menos de no tomar el frío por calor o el calor por el frío; mezcla las naturalezas a las naturalezas; y si hay alguna cosa contraria a la Naturaleza (porque sólo te es necesaria una cosa) sepárala a fin de que la Naturaleza sea semejante a la Naturaleza; haz esto con el fuego, no con la mano, y sabe que si no sigues a la Naturaleza, toda tu labor es vana. Y te juro por el Dios que es santo, que te he dicho aquí todo lo que el padre pueda decir a su hijo. Quien tenga oídos que oiga y quien tenga sentido que comprenda.

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Capítulo XII – Sobre la Piedra y su virtud

Hemos discurrido bastante ampliamente en los capítulos precedentes sobre la producción de las cosas naturales, de los elementos y de las materias primera y segunda, de los cuerpos, de las semillas y en fin de su uso y su virtud. He escrito incluso la manera de hacer la Piedra Filosofal; ahora revelaré todo, en tanto que la Naturaleza me lo haya concedido y la práctica descubierto, respecto a la virtud de ella. Pero a fin de recapitular de nuevo sumariamente en pocas palabras el tema de estos doce capítulos, y que el lector pueda concebir mi intención y mi sentido; la cosa es así: Si alguno duda de la verdad del Arte, que lea los escritos de los antiguos verificados por la razón y la experiencia, según los cuales (como dignos de crédito) no se debe tener dificultad en prestarles fe. Si alguien demasiado terco no quiere creer sus escritos, entonces es necesario atenerse a la máxima que dice que, contra aquel que niega los principios, no se debe discutir jamás, porque los sordos y los mudos no pueden hablar. Y yo os pregunto: ¿Qué prerrogativa tendrían todas las cosas que existen en el mundo, por encima de los metales? ¿Por qué negándoles una semilla solamente a ellos, los excluimos equivocadamente de la bendición universal que el Creador ha dado a todas las cosas, incontinente después de la creación del Mundo, como nos testimonian las Santas Escrituras? Si estamos obligados a admitir que los metales tienen semilla, ¿quién sería lo bastantes tonto para no creer que pueden multiplicarse por medio de ella? El Arte de la Química en su naturaleza es verdadero, la Naturaleza lo es también, pero raramente se encuentra un verdadero artista. La Naturaleza es única, y no hay más que un solo Arte, pero existen diversos obreros. En cuanto a que la Naturaleza extrae las cosas de los Elementos, ella los engendra por la voluntad de Dios, de la primera materia, que sólo Dios sabe y conoce. La Naturaleza produce las cosas y las multiplica mediante la segunda materia, que los Filósofos conocen. Nada se hace en el mundo más que por la voluntad de Dios y de la Naturaleza; porque cada elemento está en su esfera, pero uno no puede existir sin el otro y sin embargo estando juntos no se ponen de acuerdo. Pero el Agua es el más digno de todos los elementos, porque es la madre de todas las cosas y el espíritu del fuego nada sobre el agua. Mediante el fuego el agua se convierte en la primera materia, lo cual se hace mediante el combate del fuego con el agua; y así se engendran vientos o vapores propios y fáciles para ser congelados por la tierra, por el aire crudo, que desde el comienzo ha sido separado de ella; lo cual se hace sin cesar mediante un movimiento perpetuo; porque el fuego o el calor no es excitado más que por el movimiento. Ello se puede ver manifiestamente entre todos los artesanos que liman el hierro, el cual por el violento movimiento de la lima se pone tan caliente como si hubiese sido enrojecido al fuego. El movimiento pues, causa el calor, el calor excita el agua, el movimiento del agua produce el aire, el cual es la vida de todas las cosas vivientes.

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Nueva Luz Química Todas las cosas son producidas por el agua en la forma que he dicho antes, porque del vapor de agua más sutil proceden las cosas sutiles y ligeras, del aceite de esta misma agua vienen las cosas más pesadas y de su sal provienen cosas mucho más bellas y más excelentes que las primeras. Pero como la Naturaleza se ve a veces impedida para producir las cosas puras a causa de que el vapor, la grasa y la sal se estropean y se mezclan a los lugares impuros de la tierra, por ello la experiencia nos ha dado a conocer el separar lo puro de lo impuro. Si mediante vuestra operación queréis mejorar actualmente la Naturaleza y darle un ser más perfecto y cumplido, haced disolver el cuerpo del cual queréis serviros, separad cuanto le haya llegado de extraño y heterogéneo con la Naturaleza, purgadlo, juntad las cosas puras con las puras, las cocidas con las cocidas y las crudas con las crudas, según el peso de la Naturaleza, y no de la material. Porque debéis saber que la sal de nitro central no toma más tierra, ya sea pura o impura, que la que le es necesaria. Pero la grasa o la untuosidad del agua se maneja de otra manera, porque jamás se la puede obtener pura; es el Arte quien la limpia mediante un doble calor, y quien de nuevo la reúne y conjunta.

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Epilogo, Sumario y Conclusión de los doce Tratados o capítulos precedentes

Amigo lector, he compuesto estos doce capítulos como favor hacia los hijos del Arte, a fin de que antes de que comiencen a trabajar conozcan las operaciones que nos enseña la Naturaleza y de qué manera ella produce, todas las cosas que existen en el mundo, a fin de que no pierdan el tiempo y quieran esforzarse para entrar por la puerta sin tener las llaves; porque aquel que pone manos a la obra sin tener previamente el conocimiento de la Naturaleza, trabaja en vano. Aquél que no tenga, en esta santa y venerable Ciencia, al Sol por antorcha que lo alumbre y al cual la Luna no descubra su luz argentina entre la oscuridad de la noche, caminará en perpetuas tinieblas. La Naturaleza tiene una luz propia que no aparece a nuestra visión. El cuerpo es a nuestros ojos la sombra de la Naturaleza; por eso en el momento en que alguien es iluminado por esta bella luz natural, todas las nubes se disipan y desaparecen ante sus ojos; pone todas las dificultades bajo el pie, todas las cosas le son iluminadas, presentadas y manifiestas, y sin impedimento alguno puede ver el punto de nuestra Magnesia, que corresponde a uno y otro centros del Sol y de la tierra, porque la luz de la Naturaleza lanza sus rayos como un dardo hasta allí, y nos descubre lo que hay más escondido en su seno. Tomad esto como ejemplo: que se vistan con trajes semejantes un niñito y una niñita, porque nuestra vista no puede penetrar hasta el interior y por ello nuestros ojos nos equivocan y hacen que tomemos lo falso por verdadero. Pero cuando son desvestidos y desnudos, de forma que se pueda ver como los ha formado la Naturaleza, se reconoce fácilmente uno y otro sexo. Igualmente también, nuestro entendimiento hace una sombra a la sombra de la Naturaleza: todo, al igual que el cuerpo humano, está cubierto de vestidos, y así la Naturaleza humana está cubierta por el cuerpo del hombre; la cual se ha reservado Dios cubrir y descubrir según le place. Podría discurrir en este lugar amplia y filosóficamente sobre la dignidad del Hombre, sobre su creación y generación; pero pasaré en silencio todas estas cosas, puesto que este no es el lugar de tratarlas; solamente hablaremos un poco de su vida. El hombre, pues, creado de la tierra, vive del aire; porque en el aire está escondido el alimento de la vida, que de noche llamamos rocío y de día agua rarificada, cuyo espíritu invisible congelado es mejor y más precioso que toda la tierra universal. ¡Oh santa y admirable Naturaleza!, que nos permite a los hijos de la Ciencia errar, como demuestras día a día en toda tu acción y en el curso de la vida humana.

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Nueva Luz Química Por lo demás, en estos doce capítulos he alegado todas estas razones naturales, a fin de que el lector temeroso de Dios y deseoso de saber, pueda comprender más fácilmente todo lo que he visto con mis ojos y he hecho con mis propias manos, sin ningún fraude ni sofisticación; porque sin luz y sin conocimiento de la Naturaleza es imposible esperar la perfección de este Arte, a no ser que sea por una singular revelación o por una secreta demostración hecha por un amigo. Es una cosa vil y muy preciosa, la cual repetiré de nuevo, aunque la haya descrito otras veces. Toma diez partes de nuestro aire, una parte del oro vivo o de la Luna viva; ponlo todo en tu vaso, cuece este aire a fin de que primeramente sea agua y que poco después ya no sea agua. Si ignoras esto y no sabes cocer el aire, sin duda fallarás, porque es la verdadera materia de los Filósofos. Porque debes tomar lo que es, pero que no se ve hasta que el operador quiera; y esto es el agua de nuestro rocío, de la que se extrae el Salitre de los Filósofos, por medio del cual todas las cosas crecen y se alimentan. Su matriz es el centro del Sol y de la Luna, tanto celeste como terrestre; y a fin de decirlo más abiertamente; es nuestro Imán, que he llamado anteriormente ACERO. El aire engendra este Imán y este Imán engendra o hace aparecer nuestro aire. Te he dicho aquí santamente la verdad; ruega a Dios para que favorezca tu empresa y así tendrás en este lugar la verdadera interpretación de las palabras de Hermes, que asegura que su padre es el Sol y la Luna su madre; que el viento lo ha llevado en su vientre, a saber, la Sal álcali, que los Filósofos han llamado sal armoníac y vegetativa, escondida en el vientre de la Magnesia. Su operación es así: es necesario que disuelvas el aire congelado, en el cual disolverás la décima parte del oro; sella esto y trabaja con nuestro fuego hasta que el aire se cambie en polvo; y entonces, teniendo la Sal del mundo, aparecerán diversos colores. Yo hubiese descrito el procedimiento entero en estos tratados; pero como está suficientemente explicado con la forma de multiplicar, en los libros de Raimundo Lulio y otros antiguos Filósofos, me he contentado con tratar solamente la primera y la segunda materia, lo que he hecho francamente y con el corazón abierto. Y no creáis que haya habido hombre alguno en el mundo que lo haya hecho mejor y más ampliamente que yo, porque no he aprendido lo que digo con la lectura de los libros, sino por haberlo experimentado y hecho con mis propias manos. Así pues, si no me entiendes o no quieres creer la verdad, no acuses a mi libro, sino a ti mismo y cree que Dios no te quiere revelar este secreto: rézale asiduamente y relee varias veces mi libro, principalmente el epilogo de estos doce tratados, considerando siempre la posibilidad de la Naturaleza y las acciones de los elementos, y lo que hay de más particular en ellos, y principalmente en la rarefacción del agua o del aire; porque los cielos e incluso todo el mundo han sido creados así. He querido declararte todo esto lo mismo que un padre habría hecho a su hijo. Por otra parte no te maravilles que haya hecho tantos capítulos; puesto que no he hecho esto para mí, ya que no tengo necesidad de libros, sino para advertir a muchos que trabajan sobre materias vanas y gastan inútilmente sus bienes. En verdad, hubiese podido compendiarlo todo fácilmente en

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Nueva Luz Química pocas líneas, e incluso en pocas palabras; pero he querido conducirte por razonamientos y mediante ejemplos al conocimiento de la Naturaleza, a fin de que antes que nada sepas lo que debes buscar (la primera o la segunda materia) y que te sean conocidos la Naturaleza, su luz y su sombra. No te enfades si a veces encuentras contradicciones en mis tratados: esta es la costumbre general de todos los Filósofos y, silos entiendes, tienes necesidad de ello; la rosa no se encuentra sin espinas. Pesa y considera diligentemente lo que he dicho antes, a saber, en qué materia destilan los elementos el húmedo radical al centro de la tierra, y cómo el Sol terrestre y céntrico lo rechaza y sublima por su movimiento continuo hasta la superficie de la tierra. También he dicho que el Sol celeste tiene correspondencia con el Sol céntrico, porque el Sol celeste y la Luna, tienen una fuerza particular y una virtud maravillosa de destilar sobre la tierra por medio de sus rayos: porque el calor se une fácilmente al calor y la sal a la sal... Y así como el Sol céntrico tiene su mar y un agua cruda perceptible, igualmente el Sol celeste tiene también su mar y un agua sutil e imperceptible. En la superficie de la tierra, los rayos se unen a los rayos y producen las flores y todas las cosas. Por ello, cuando llueve, la lluvia toma del aire cierta fuerza de vida y la une con la sal nitro de la tierra (porque la sal nitro de la tierra, por su sequedad, atrae el aire hacia así, el cual a su vez se resuelve en agua, de la misma manera que el tártaro calcinado: y esta Sal nitro de la Tierra tiene la fuerza de atraer el aire, porque ella misma ha sido aire, y está unido con la grasa de la tierra). Cuanto más abundante golpean los rayos del Sol, se hace una mayor cantidad de sal nitro y, por consecuencia, viene a crear una mayor abundancia de trigo sobre la tierra. Lo cual nos enseña la experiencia de día en día. He querido declarar (a los ignorantes solamente) la correspondencia que tienen entre sí todas las cosas, y la virtud eficaz del Sol, de la Luna y de las estrellas porque los sabios no tienen necesidad de esta instrucción. Nuestra materia aparece ante los ojos del mundo y no es conocida. ¡Oh nuestro Cielo!, ¡oh nuestra Agua!, ¡oh nuestro Mercurio!, ¡oh nuestra sal nitro que estás en la mar del mundo!, ¡oh nuestro Vegetable!, ¡oh nuestro Azufre fijo y volátil!, ¡oh cabeza muerta o heces de nuestra mar!, ¡Agua que no moja, sin la cual nadie en el mundo puede vivir y sin la cual no se engendra ni nace nada en toda la tierra! He aquí los epítetos del Pájaro de Hermes que no reposa jamás. Es de vil precio, pero nadie puede pasar sin ella. Y así has descubierto la cosa más preciosa que existe en el mundo, la cual, te digo sinceramente, no es más que nuestra agua póntica, que se congela en el Sol y la Luna, por medio de nuestro Acero, con un artificio filosófico y de una manera sorprendente, con tal de que sea conducida por un sabio hijo de la Ciencia. Yo no tenía ningún propósito de publicar este libro por las razones que he referido en el prefacio, pero el deseo que tengo de satisfacer y ayudar a los espíritus ingenuos y verdaderos Filósofos, me ha vencido y ganado, de forma que he querido mostrar mi buena voluntad a aquellos que me conocen, y manifestar, a los que ya saben el Arte, que soy su compañero y su

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Nueva Luz Química igual y que deseo conocerlos. No dudo que haya muchas gentes de bien y de buena conciencia que posean secretamente este gran don de Dios: pero les ruego y conjuro a que tengan como singular recomendación el silencio de Harpócrates y que se hagan sabios y avisados con mi ejemplo y a mis expensas; porque siempre cuantas veces he querido declararme a los grandes, ello me ha sido siempre peligroso o dañino. De manera que por este escrito me manifiesto a los hijos de Hermes, y por el mismo medio, instruyo a los ignorantes y reconduzco a los apartados del verdadero camino. Que los herederos de la Ciencia crean que no tendrán jamás una vía más segura y mejor que la que aquí les he mostrado. Que se paren aquí, porque he dicho abiertamente todas las cosas, principalmente en lo que concierne a la extracción de nuestra sal armoníaco o Mercurio filosófico, extraído de nuestra agua póntica. Y si no he revelado muy claramente el uso de esta agua, es porque el Maestro de la Naturaleza no me ha permitido decir más de ello; porque sólo Dios debe revelar este secreto; él que conoce los espíritus y los corazones de los hombres y que podrá abrir el entendimiento a aquel que le rece cuidadosamente y lea varias veces este pequeño tratado. El vaso (como he dicho) es único desde el comienzo hasta el fin, o todo lo más bastan dos. Que el fuego sea también continuo en una y otra obra en razón de lo cual, aquellos que yerran, que lean el décimo y onceavo capítulo. Porque si trabajas en una tercera materia no harás nada. Y si quieres saber quiénes son los que trabajan en esta tercera materia, éstos son los que dejando nuestra sal única, que es el verdadero Mercurio, se divierten en trabajar sobre las hierbas, los animales, piedras y minerales. Porque, excepto nuestro Sol y nuestra Luna, que está cubierta por la esfera de Saturno, no hay nada verdadero. Quien desee llegar al fin anhelado, que sepa la conversión de los elementos, que sepa hacer pesado lo que es ligero, y que sepa hacer de forma que lo que en sí mismo es espíritu, no lo sea más; entonces no trabajará sobre un sujeto extraño. El fuego es el régimen de todo, y todo lo que se hace en este Arte se hace por el fuego, y no de otra manera, como hemos demostrado suficientemente antes. Adiós, amigo lector, goza largamente de mis obras, que te aseguro que están confirmadas por las diversas experiencias que he hecho: gózalas, te digo, para la gloria de Dios, la salud de tu alma y el provecho de tu prójimo.

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Enigma Filosófico del mismo Autor para los Hijos de la Verdad

Ya os he descubierto y manifestado ¡Oh hijos de la Ciencia!, todo lo que dependía del brote de la fuente universal y no queda nada más que decir, porque en mis precedentes tratados he explicado suficientemente mediante ejemplos, lo que es Naturaleza y declarado la teoría y la práctica tanto como me ha sido permitido. Pero a fin de que nadie pueda quejarse de que haya escrito demasiado lacónicamente y de que haya omitido alguna cosa por mi brevedad, os describiré aún la obra entera a todo lo largo, pero enigmáticamente sin embargo, a fin de que juzguéis hasta donde he llegado con el permiso de Dios. Hay una infinidad de libros que tratan de este Arte, pero a duras penas encontraréis en ninguno la verdad explicada tan claramente. He querido hacerlo a causa de que en diversas ocasiones he conferenciado con muchas personas que pensaban entender bien los escritos de los Filósofos, pero me he dado cuenta por sus discursos, que los interpretaban mucho más sutilmente de lo que requeriría la Naturaleza, que es simple. Incluso todas mis palabras, aunque muy verdaderas, les parecían sin embargo demasiado viles y demasiado bajas para su espíritu, que no concebís más que cosas altas e increíbles. Me ha sucedido algunas veces que he declarado la Ciencia palabra por palabra a algunos, que ni siquiera las han, reflexionado jamás, porque no creían que hubiese agua en nuestra mar; y sin embargo querían pasar por Filósofos. Puesto que aquellas gentes no han podido entender mis palabras proferidas sin enigma y sin oscuridad, no temo (como hacen otros Filósofos), que nadie pueda entenderlas tan fácilmente: también es este un don que no nos es dado más que por Dios. Es muy cierto que si en esta Ciencia no fuese requerida una sutilidad de espíritu y que la cosa fuese tal que pudiese ser vista por los ojos del vulgo, yo he encontrado gentes cultas y almas perfectamente apropiadas para buscar cosas semejantes; pero aún os digo que es necesario que seáis simples y no demasiado prudentes, hasta que hayáis encontrado el secreto; porque entonces cuando lo tengáis, la prudencia os acompañará necesariamente y fácilmente podréis comprender también una infinidad de libros, lo que es mucho más fácil sin duda para aquel que está en el centro y ve la cosa, que para aquel que camina sobre la circunferencia y no tiene más que el oído. Tenéis descrita claramente la material de todas las cosas, pero os advierto que si queréis llegar a este secreto, es sobre todo necesario rezar a Dios y después amar a vuestro prójimo y en fin, no vayáis a imaginaros cosas tan sutiles de las que no sabe nada la Naturaleza; sino permaneced, permaneced os digo en la vía simple de la Naturaleza, porque en esta simplicidad podréis tocar la cosa con el dedo mejor de lo que podréis ver entre tantas sutilidades.

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Nueva Luz Química Leyendo mis escritos, no os entretengáis en las sílabas solamente, sino considerad siempre la Naturaleza y lo que ella puede hacer; y antes de comenzar la obra imaginaos bien lo que buscáis, cual es el fin de vuestra intención, porque más vale aprenderlo por la imaginación y por el entendimiento, que por las obras manuales y a sus expensas. Os digo todavía que tenéis que encontrar una cosa que está escondida, de la que por un maravilloso artificio se extrae esta humedad, que sin violencia y sin ruido disuelve el oro, a saber, incluso tan dulce y naturalmente como el agua caliente disuelve y liquida el hielo. Si habéis encontrado esto, tenéis la cosa de la cual ha sido producido el Oro por la Naturaleza. Y, aunque los metales y todas las cosas del mundo toman su origen de ella, sin embargo no hay nada que le sea tan amigable como el oro, porque en todas las otras cosas hay siempre algunas impurezas, pero el oro, por el contrario, no hay ninguna; por ello es como la madre del oro. Y así concluyo, que si no queréis volveros sabios por mis advertencias, me tengáis por excusado, puesto que no deseo más que serviros; lo he hecho con tanta fidelidad como me ha sido permitido y como hombre de buena conciencia. Si preguntáis quien soy, yo soy Cosmopolita, es decir, ciudadano del Universo. Si me conocéis y queréis ser honestos, callaros; si no me conocéis, no os informéis más, porque jamás declararé a hombre viviente alguno, que he hecho público este escrito. Creedme, si no fuese de la condición que soy, no habría nada más agradable para mí que la vida solitaria o vivir en un tonel como otro Diógenes; porque veo que todo lo que hay en el mundo no es más que vanidad, que reinan el fraude y la avaricia, que todas las cosas se venden y que en fin la malicia sobrepasa a la virtud. Veo ante mis ojos la felicidad de la vida futura y ello es lo que me da alegría. Ahora ya no me sorprendo, como hacía antes, de que los Filósofos, después de haber adquirido esta excelente Medicina, no se preocuparan del acortamiento de sus días, porque un verdadero Filósofo ve ante sus ojos la vida futura igual que tú ves tu rostro ante un espejo. Si Dios te concede el fin deseado, me creerás y no te revelarás al mundo.

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Ahora sigue la Parábola o Enigma Filosófico añadido para poner fin a la obra

Sucedió una vez, que navegando desde el Polo Ártico al Polo Antárticos fui arrojado por voluntad de Dios a orillas de una gran mar. Y aunque tuviese un conocimiento completo de las vías y propiedades de esta mar, sin embargo ignoraba si en aquellos parajes se podía encontrar ese pececito llamado Echeneis, que tantas personas de alta y baja condición has buscado hasta el presente con tanto cuidado y esfuerzo. Pero mientras miraba sobre el borde las melusinas que navegaban aquí y allá con las ninfas, estando fatigado por mis trabajos precedentes y abatido por la variedad de mis pensamientos, me dejé arrastrar hacia el sueño por el dulce murmullo del agua. Y mientras dormía así dulcemente, me sucedió en sueños una visión maravillosa: Vi salir de nuestra mar al viejo Neptuno, con apariencia venerable y armado de su tridente, el cual, tras un amistoso saludo, me llevó a una isla muy agradable. Esta isla estaba situada por la zona del Mediodía y era muy abundante en todas las cosas necesarias para la vida y para las delicias del hombre, los Campos Elíseos, tan celebrados por Virgilio, no serían nada en comparación con ella. Toda la orilla de la isla estaba rodeada de mirtos, cipreses, y romero. Los prados verdes, tapizados de diversos colores, alegraban la vista por su variedad y saciaban el olfato con un olor muy agradable. Los bosques no estaban llenos más que de naranjos y de limoneros. Las colinas, llenas de viñas, olivos y cedros. Los caminos públicos, al estar sembrados y plantados a uno y otro lado de una infinidad de laureles y granados entretejidos y enlazados con mucho artificio, suministraban una sombra agradable a los que pasaban. En fin, todo lo que puede decir y desear en el mundo, se encontraba allá. Paseándonos, Neptuno me mostró en esta isla dos minas de Oro y de Acero, escondidas bajo una roca y apenas lejos de allí, me llevó a un prado, en medio del cual había un jardín lleno de mil hermosos árboles, diversos y dignos de ser mirados. Entre algunos de estos árboles me mostró siete que tenían cada uno su nombre; y entre estos siete vi dos principales y más eminentes que los otros, de los cuales uno daba un fruto tan claro y resplandeciente como el Sol y cuyas hojas eran como el oro; el otro daba sus frutos más blancos que lises y sus hojas eran como de plata fina. Neptuno los llamó a uno Árbol Solar y al otro Árbol Lunar. Pero aunque todas estas cosas se encontrasen a discreción en esta isla, sin embargo faltaba allí una cosa: no se podía tener el agua más que con dificultades muy grandes. Había muchos que se esforzaban en conducir hasta allí el agua de una fuente, por medio de canales, otros la extraían de diversas cosas, pero toda labor era inútil; porque en aquel lugar no se podía obtener más que sirviéndose de algún instrumento intermediario, y si se obtenía era venenosa; a no ser que fuese extraída de los rayos del Sol y de la Luna, lo que pocas personas han

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Nueva Luz Química podido hacer. Y si algunos han tenido la fortuna lo bastante favorable como para conseguirlo, jamás han podido extraer más de diez partes: pues esta agua era tan admirable, que sobrepasaba a la nieve en blancura. Y créeme, he visto y tocado esta agua, y contemplándola me he maravillado muchísimo. Mientras que esta contemplación ocupaba todos mis sentidos y comenzaba ya a fatigarme, Neptuno se desvaneció y se me apareció en su lugar un gran hombre, en cuya frente estaba el nombre de Saturno. Este, tomando el vaso, vertió las diez partes de este agua, e incontinente, tomó del fruto del Árbol Solar y lo puso en ella. Allí vi el fruto del árbol consumirse y disolverse como el hielo en el agua caliente. Le pregunté: Señor, veo aquí una cosa maravillosa, este agua no es casi nada, y sin embargo veo que el fruto de este árbol consume en ella por un calor tan dulce; ¿para qué sirve todo esto? Me contestó graciosamente: Es cierto, hijo mío, que esto es una cosa admirable, pero no os sorprendáis, es necesario que ello sea así, porque este agua es el agua de la vida, que tiene el poder de mejorar los frutos de este árbol, de manera que en adelante ya no será necesario plantarlo ni injertarlo, porque podrá con su simple olor, volver a los otros seis árboles de la misma naturaleza que ella. Además este agua sirve de hembra a este fruto, lo mismo que el fruto le sirve de macho; porque el fruto de este árbol no se puede pudrir más que en este agua. Y aunque este fruto sea en sí mismo una cosa preciosa y admirable, sin embargo, si se pudre en este agua, engendra mediante esta putrefacción la Salamandra perseverante en el fuego, cuya sangre es el más precioso de todos los tesoros del mundo, y tiene la facultad de volver fértiles los seis árboles que ves y hacerles dar frutos más dulces que la miel. Le pregunté aún: Señor ¿cómo se hace esto? Te he dicho antes, volvió a decir, que los frutos del Árbol Solar están vivos, son dulces, pero aunque el fruto de este Árbol Solar, que se cuece ahora en este agua, no puede saciar más que un solo fruto, después de la cocción puede saciar mil. Después le pregunté: ¿se cuece a gran fuego, y durante cuánto tiempo? Me respondió que este agua tenía un fuego intrínseco, el cual, si es ayudado por un calor continuo, quema tres partes de su cuerpo con el cuerpo de este fruto, y no quedará de ello más que una parte tan pequeña que difícilmente se la podría imaginar: pero la prudente conducta del maestro hace cocer este fruto por una grandísima virtud durante el espacio de diez; sin embargo siempre aparecen varias cosas el día cincuenta después del comienzo, aproximadamente. Le interrogué aún: Señor, ¿puede ser cocido este fruto en otras aguas? ¿Y no se le añade alguna cosa? Me respondió: En todo este país y en toda esta isla, solamente existe este agua que sea útil; ninguna otra agua, que no sea ésta, puede penetrar los poros de esta manzana; y sabe que el Árbol Solar ha salido de esta agua, la cual es extraída de los rayos del Sol y de la Luna, por la fuerza de nuestro imán. Y ello se debe a que tienen entre sí una simpatía y correspondencia tan grande, que si se añade allí alguna cosa extraña, no podría hacer lo que

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Nueva Luz Química hace por sí misma. Es necesario dejarla obrar sola y no añadirle más que esta manzana; porque después de la cocción es un fruto inmortal que tiene vida y sangre, porque la sangre hace que todos los árboles estériles den el mismo fruto y de la misma naturaleza de la manzana. En otro lugar le pregunté: Señor, ¿se puede extraer este agua de alguna otra manera?, ¿se la encuentra por todas partes? Me contestó: está en todos los lugares y nadie puede vivir sin ella, se saca por medios admirables. Pero aquella es la mejor y se extrae por la fuerza de nuestro Acero, el cual se encuentra en el vientre de Aries. Y le dije: ¿para qué sirve? Respondió: antes de su debida cocción es un veneno muy grande, pero después de una cocción conveniente, es una Medicina soberana y entonces da veintinueve granos de sangre, de los cuales cada grano te suministrará ochocientos sesenta y cuatro del fruto del Árbol Solar. Le pregunté: ¿no se puede mejorar más? Según el testimonio de la escritura filosófica (dijo), puede ser exaltada primeramente hasta diez, luego hasta cien, luego hasta mil, a diez mil y así sucesivamente. Insistí: Señor, decidme si muchos conocen esta agua y si tiene un nombre propio. El gritó altamente: pocas gentes la han conocido, pero todos la han visto, la ven y la aman; no tiene solamente un nombre, sino varios y diversos. Pero su verdadero nombre propio es agua de nuestra mar; el agua de vida que no moja las manos. Todavía le pregunté: ¿otras personas que no sean los Filósofos la usan para otra cosa? Todas las criaturas la usan, dijo, pero invisiblemente. ¿Nace algo en esta agua? le pregunté. De ella se hacen todas las cosas que están en el mundo y todas las cosas viven en ella, me dijo; pero en sí misma no es propiamente nada, sino algo que se mezcla con todas las cosas del mundo. Le pregunté: ¿es útil sin el fruto de este árbol? Me dijo: sin este fruto no es útil en esta obra, porque ella únicamente es mejorada más que con el fruto de este Árbol Solar. Entonces comencé a rogarle: Señor, por favor, nombrádmela tan clara y abiertamente que no pueda dudar más sobre ella. Pero él, elevando su voz, gritó tan fuerte que me despertó, lo que causó que no pudiera preguntarle más, ni él responderme, por lo que yo tampoco puedo decirte más. Conténtate con lo que te he dicho y créeme que no es posible hablar más claramente. Porque si no comprendes lo que te he aclarado, jamás entenderás los libros de otros Filósofos. Después de la súbita e inesperada partida de Saturno, me sorprendió un nuevo sueño y de nuevo se me apareció Neptuno en forma visible. Y felicitándome por este feliz encuentro en el jardín de las Hespérides, me mostró un espejo en el cual he visto toda la Naturaleza al descubierto. Después de varias conversaciones de una y otra parte, le agradecí su benevolencia y, que gracias a él, no sólo hubiese entrado en este agradable jardín, sino incluso haber tenido el honor de platicar con Saturno, como deseaba desde hacía tanto tiempo. Pero como todavía me quedaban algunas dificultades por resolver, las cuales no había podido aclarar a causa de la inesperada partida de Saturno, le rogué insistentemente que me quitara, en esta ocasión deseada, el escrúpulo que tenía y le hablé de esta manera: Señor, he leído los

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Nueva Luz Química libros de los Filósofos, que afirman unánimemente que toda generación se hace por macho y hembra; y no obstante, en mi sueño he visto que Saturno no ponía en nuestro Mercurio más que el fruto del Árbol Solar. Estimo que como Señor de la mar sabéis estas cosas y os ruego que contestéis a mi pregunta. Es cierto hijo mío (dijo él), que toda generación se hace por macho y hembra; pero a causa de la distracción y diferencia de los tres reinos de la Naturaleza, un animal de cuatro patas nace de una manera y un gusano de otra. Porque aunque los gusanos tengan dos ojos, la vista, el oído y los otros sentidos, sin embargo nacen de putrefacción; y el lugar de ellos, o la tierra donde se pudren, es la hembra. Igualmente en la obra filosófica, la madre de esta cosa es tu agua, que hemos repetido tantas veces; y todo lo que nace de este agua, nace a la manera de los gusanos por putrefacción. Por ello los Filósofos han creado el Fénix y la Salamandra. Porque si esto se hiciera por la concepción de dos cuerpos, sería algo sujeto a la muerte; pero como se revivifica a sí mismo, una vez destruido el primer cuerpo, se vuelve otro incorruptible. Por tanto la muerte de las cosas no es más que la separación de las partes del compuesto. Esto se hace así en este Fénix, que se separa por sí mismo de su cuerpo corruptible. Después le pregunté aún: Señor, ¿hay en esta obra cosas diversas o compuestas de varias cosas? No hay más que una sola y única cosa, dijo, a la que no se añade nada, excepto el agua filosófica que te ha sido manifestada en tu sueño, la cual debe ser diez veces tan pesada como el cuerpo. Y cree firme y constantemente, hijo mío, que todo lo que te ha sido mostrado abiertamente por mí y por Saturno en tu sueño en esta Isla, según el uso de la región, no es de ninguna manera un sueño, sino la pura verdad; la cual te podrá ser descubierta por la asistencia de Dios y por la experiencia, verdadera maestra de todas las cosas. Y como quería inquirir y aclararme otra cosa, después de haberme dicho adiós, me dejó sin respuesta, y me encontré despierto en la deseada región de Europa. Lo que te he dicho (Amigo Lector), debe serte suficiente. Adiós.

Para que la única Trinidad sea alabada y glorificada

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Diálogo del Mercurio, del Alquimista y de la Naturaleza

Sucedió en cierto tiempo, que varios Alquimistas hicieron una asamblea, para consultar y resolver juntos cómo podrían hacer la Piedra Filosofal y prepararla como es necesario; y ordenaron entre ellos que cada uno daría su opinión por orden y según le pareciera. Este consejo y esta asamblea, se situó en medio de un hermoso prado, a cielo abierto, y en un día claro y sereno. Estando allí reunidos, varios entre ellos, fueron de la opinión de que Mercurio era la primera materia de la Piedra; otros decían que era el Azufre; y los otros creían que era alguna otra cosa. Sin embargo la opinión de aquellos que la tenían por el Mercurio, era la más fuerte y llevaba la delantera; en lo cual estaba apoyada por el decir de los Filósofos, que dicen que el Mercurio es la verdadera materia primera, e incluso la primera materia de los metales: porque todos los Filósofos exclaman “nuestro Mercurio, nuestro Mercurio, etc.”. Mientras discutían así reunidos y cada uno se esforzaba por hacer pasar su opinión como la mejor y esperaba con deseo, con alegría e impaciencia la conclusión de su oponente, se levantó una gran tempestad, con tormentas, granizo y vientos espantosos y extraordinarios, que separaron esta congregación, enviando a unos y otros a diversas provincias sin haber tomado ninguna resolución. Cada uno se propuso en su imaginación cual habría sido el fin de esta disputa y recomenzó sus experimentos como anteriormente: unos buscaron la Piedra de los Filósofos en una cosa, los otros en otra; y esta búsqueda ha continuado hasta hoy sin cesar y sin ninguna intermitencia. Ahora bien, uno de estos Filósofos, que se había encontrado en este grupo, acordándose de que en la discusión la mayor parte de ellos eran de la opinión de que era necesario buscar la Piedra de los Filósofos en el Mercurio, se dijo a sí mismo: aunque no haya habido fin ni determinación en nuestros discursos, y aunque no se haya llegado a ninguna resolución, trabajaré sobre el Mercurio, diga lo que se diga, y cuando haya hecho esta bendita Piedra, entonces estará hecha la conclusión. Porque os advierto que era un hombre que hablaba siempre consigo mismo, como hacen los alquimistas. Comenzó pues a leer los libros de los Filósofos, y entre otros, cayó sobre la lectura de un libro de Alain, que trata del mercurio: y así, por la lectura de este hermoso libro, este señor Alquimista llegó a ser Filósofo, pero Filósofo sin conclusión. Y después de haber tomado el mercurio, comenzó a trabajar: lo puso en un vaso de vidrio con el fuego debajo: el mercurio, como tiene por costumbre, se volatilizó y se convirtió en aire. Mi pobre alquimista, que ignoraba la Naturaleza del mercurio, comenzó a pegarle a su mujer más y mejor, reprochándole que le hubiera robado su mercurio; porque nadie (se decía él) podía haber entrado allí dentro más que ella. Esta pobre mujer inocente no pudo hacer nada más que excusarse llorando, y después

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Nueva Luz Química dijo a su marido muy bajito, entre dientes: ¿Qué diablos harás tú de esto, di, pobre burlón de la mierda? El Alquimista tomó de nuevo mercurio y lo puso en un vaso, y por temor de que su mujer se lo robase, lo guardaba él mismo; pero el Mercurio, como es normal, se volatizó esta vez tan bien como la otra. El Alquimista, en lugar de enfadarse por la huida de su mercurio, se alegró grandemente de ello; porque se acordó que había leído que la primera materia de la Piedra era volátil. Y así se persuadió y creyó por completo que en adelante no podía fallar más, en tanto que trabajara sobre esta materia. Desde entonces comenzó a tratar atrevidamente al mercurio; aprendió a sublimarlo, a calcinarlo de infinidad de maneras, tanto por las sales como por el azufre; después lo mezclaba lo mismo con metales que con minerales, después con sangre, luego con cabellos, y luego lo empapaba y maceraba con aguas fuertes, con jugo de hierbas, con orina, con vinagre. Pero el pobre hombre no pudo encontrar nada que satisficiera su intención, ni que lo contentase, aunque no hubiese dejado nada en el mundo con lo que no hubiese intentado coagular y fijar este hermoso mercurio. Viendo que todavía no había hecho nada y que no podía avanzar en absoluto, se puso a soñar. Al mismo tiempo se acordó haber leído en los autores, que la materia era de precio tan vil, que se encontraba en los estiércoles y en las letrinas; pues bien, recomenzó a trabajar la más bella manera y a mezclar este pobre mercurio con toda clase de heces, tanto humanas como de animales, tanto separadamente como todas reunidas. En fin, después de haberse afligido mucho, sudado y molestado, después de haber atormentado bien al mercurio, y de haberse atormentado a sí mismo, se durmió lleno de diversos pensamientos, dándole vueltas a diversas cosas en su espíritu. En su sueño le pareció una visión; vio venir hacia él a un buen viejo, que le saludó y le dijo familiarmente: “Amigo mío, ¿por qué os entristecéis?” A lo cual respondió: “Señor, yo querría gustosamente hacer la Piedra Filosofal”. El viejo le replicó: “Sí, amigo mío, he aquí un buen deseo, ¿pero con qué queréis hacer la Piedra Filosofal?”

El alquimista

Con el mercurio, Señor.

El viejo

¿Pero con qué mercurio?

El alquimista

¡Ah! Señor, ¿por qué me preguntáis con qué mercurio, si no hay más que Uno?

El viejo

Es cierto, amigo mío, no hay más que un Mercurio, pero diversificado por los lugares en que se encuentra, y siempre una parte es más pura que la otra.

El alquimista

¡Oh Señor!, yo sé muy bien cómo es necesario purgarlo y limpiarlo, con la sal y el vinagre, con el nitro y el vitriolo.

El viejo

Y yo os digo y os declaro, mi buen amigo, que esta purga no vale nada y no es la verdadera, y que aquel mercurio no vale nada y tampoco es el

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Nueva Luz Química verdadero: los hombres sabios tienen otro Mercurio y otra manera de purgarlo. Y después de decir esto desapareció.

Este pobre Alquimista, habiéndose despertado y perdido su sueño y su ensueño, se puso a pensar profundamente qué podía ser esta visión y qué podía ser este mercurio de los Filósofos; pero no pudo imaginarse más que el mercurio vulgar. Decía para sí mismo: ¡Oh Dios mío! si hubiese podido hablar más tiempo con este buen viejo, sin duda hubiese descubierto algo. Entonces recomenzó sus labores, quiero decir sus sucias labores, resolviendo siempre su mercurio tanto con su propia mierda, tanto con la de niños u otros animales, y no dejaba ir todos los días por lo menos una vez al lugar donde había tenido esta Visión, para ver si podía hablar otra vez con su viejo; y allí algunas veces se hacía el dormido y cerraba los ojos esperándolo. Pero como el viejo no venía, estimó que tenía miedo y que no creía que durmiese: por ello comenzó a jurar: Señor, Señor viejo, no tengáis miedo, os aseguro que duermo, mirad a mis ojos, si no queréis creerme. ¿No he aquí un sabio personaje? En fin, este miserable alquimista, después de tantas labores, de la pérdida y de la consumación de todos sus bienes, iba poco a poco a perder el entendimiento, soñando siempre en su viejo. Pero un día entre tantos, a causa de esta grande y fuerte imaginación que se había imprimido, se durmió y en sueños se le apareció un fantasma en forma de viejo, que le dijo: No perdáis el valor, amigo mío, no perdáis el valor, vuestro mercurio es bueno y vuestra materia también es buena; pero si este malvado no os quiere obedecer, conjuradlo a fin de que no sea volátil. ¿Os sorprendéis de todo esto? ¡Vaya! ¿Acaso no se acostumbra a conjurar a las serpientes? ¿Por qué no se conjuraría también al mercurio? Y habiendo dicho esto, el viejo quiso retirarse, pero el alquimista, pensando detenerlo gritó tan fuerte: ¡Eh, Señor, esperad!, que se despertó a sí mismo y perdió de este modo su sueño y su esperanza. No obstante fue muy consolado por la advertencia que le había dado el fantasma. Después tomó un vaso lleno de mercurio y comenzó a conjurarlo de terrible manera, según le había enseñado el fantasma de su sueño. Y acordándose que le había dicho que se conjuraba a las serpientes, se imaginó que era necesario conjurarlo de la misma manera. ¿Acaso no se pinta al mercurio, decía él, como dos serpientes enroscadas en una yerga? Tomó su vaso lleno de mercurio y comenzó a decir: Ux, Ux, Ox, Tas, etc. Y allí donde el conjuro llevaba el nombre de la serpiente, puso el del mercurio, diciendo: “Y tú, mercurio, malvada bestia, etc.”. Ante estas palabras el mercurio se puso a reír y a hablar al alquimista, diciéndole: Venid acá, señor Alquimista, ¿qué es lo que queréis?

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“A fe mía que mucho os equivocáis cuando tan duramente me torturáis”

El alquimista

¡Oh, Oh!, que pillo más malo eres; ahora me llamas señor, cuando te he tocado en lo vivo y te he encontrado una brida. Espera un poco y te haré cantar otra canción.

Y así comenzó a hablar más osadamente al Mercurio, y como furibundo y en cólera, le dijo: Ven aquí, te conjuro por el Dios vivo, ¿no eres el Mercurio de los Filósofos? El Mercurio, completamente temblón le respondió: Sí señor, soy mercurio.

El alquimista

¿Por qué, malvado granuja, por qué no me has querido obedecer? ¿Y por qué no he podido fijarte?

El mercurio

¡Ah! mi muy magnífico y honorable señor, perdonadme a mí, pobre miserable, es que no sabía que fueseis un filósofo tan grande.

El alquimista

¡Bribón! ¿Y no lo podías sentir y comprender por mis labores, en vista de que procedía contigo tan filosóficamente?

El mercurio

Es verdad, señor, y sin embargo quería esconderme y huir de vuestros lazos; pero ahora veo bien, pobre miserable de mí, que me es imposible el evitar aparecer en la presencia de mi muy magnífico y honorable señor.

El alquimista

¡Ah! señor galante, ¿a estas alturas has encontrado un filósofo?

El mercurio

Sí, señor, veo muy bien, y a mis expensas, que Vuestra Excelencia es un grandísimo filósofo.

El alquimista, alegrándose en su corazón, comenzó a decir para sí mismo: Al fin he encontrado lo que buscaba. Después, volviéndose hacia el mercurio, le dijo con una voz terrible: Vamos, vamos, traidor, ¿me serás obediente esta vez? Mira bien lo que vayas a hacer, porque de otra manera no te encontrarás bien.

El mercurio

Señor mío, os obedeceré muy gustoso, si puedo, porque ahora estoy muy débil.

El alquimista

Cómo, pillo, ¿ya te estás excusando?

El mercurio

No señor, no me excuso, pero languidezco mucho.

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El alquimista

¿Qué es lo que te daña?

El mercurio

El alquimista me hace daño.

El alquimista

En qué, traidor villano, ¿te burlas ahora de mí?

El mercurio

¡Ah! señor mío, no lo quiera Dios, vos sois un filósofo demasiado grande; yo hablo del alquimista.

El alquimista

Bien, bien, tienes razón, eso es verdad. ¿Pero qué te hace el alquimista?

El mercurio

¡Ah señor!, me ha causado mil males, porque me ha mezclado y revuelto con toda clase de cosas que me son contrarias; lo que me impide retomar mis fuerzas y mostrar mis virtudes. Me ha atormentado tanto, que estoy casi reducido a la muerte.

El alquimista

Te mereces todos esos males, y todavía más grandes, porque eres desobediente.

El mercurio

Yo, señor mío, jamás fui desobediente a un verdadero filósofo; pero mi naturaleza es tal que me burlo de los locos.

El alquimista

¿Y qué opinión tienes de mí?

El mercurio

Vos, señor mío, sois un gran personaje, grandísimo filósofo, que incluso sobrepasáis a Hermes en doctrina y sabiduría.

El alquimista

Ciertamente eso es verdad, soy un hombre docto; por lo tanto no quiero alabarme a mí mismo, pero mi mujer me lo ha dicho así, que soy un doctísimo filósofo; ella ha reconocido esto de mí.

El mercurio

Lo creo fácilmente, señor, porque los filósofos deben ser tales, que a fuerza de sabiduría, de prudencia y de labor, lleguen a ser insensatos.

El alquimista

¡Ah, ah!, eso no es todo, dime ¿qué haré contigo? ¿Cómo podré hacer la Piedra de los Filósofos?

El mercurio

En verdad, señor filósofo, no lo sé; vos sois filósofo y debéis saberlo. En cuanto a mí, no soy más que el servidor de los filósofos; ellos hacen todo lo que quieren conmigo y yo les obedezco en lo que puedo.

El alquimista

Todo eso está bien, pero debes decirme cómo debo proceder contigo y si puedo hacer de ti la Piedra de los filósofos.

El mercurio

Señor filósofo, si sabéis, la haréis, y si no la sabéis, no haréis nada; no aprenderéis nada de mí, si lo ignoráis antes.

El alquimista

¡Cómo, pobre grosero!, ¿hablas conmigo como un hombre vulgar? ¿Quizás ignoráis que he trabajado en casa de los grandes príncipes y que me han tenido en la estima de un gran filósofo?

El mercurio

Lo creo fácilmente, señor, y lo sé bien; todavía estoy sucio y pestilente por las mezclas de vuestras bellas labores.

El alquimista

Dime pues, si eres el Mercurio de los Filósofos.

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El mercurio

En cuanto a mí, sé bien que soy Mercurio, pero si soy el Mercurio de los Filósofos, sois vos quien debéis saberlo.

El alquimista

Dime solamente si eres el verdadero mercurio o si hay otro.

El mercurio

Yo soy mercurio, pero hay otro.

Y así, desapareció. Mi pobre alquimista, muy dolorido, comenzó a gritar y a hablar, pero nadie le respondió. Después, muy pensativo y volviendo en sí, dijo: verdaderamente, ahora conozco que soy un gran hombre de bien, puesto que el mercurio ha hablado conmigo; ciertamente me aprecia. Así pues volvió a trabajar diligentemente y a sublimar el mercurio, a destilarlo, calcinarlo, precipitarlo y disolverlo de mil formas admirables y con aguas de todas clases. Pero le sucedió como antes; se esforzó en vano y no hizo más que consumir su tiempo y sus bienes. Por ello comenzó a maldecir al mercurio y a blasfemar contra la Naturaleza porque lo hubiese creado. Pero la Naturaleza, después de haber oído estas blasfemias, llamó al mercurio y le dijo: ¿Qué le has hecho a este hombre?, ¿por qué me maldice por tu causa y blasfema en mi contra? Pero el mercurio se excusó muy modestamente, y la Naturaleza le mandó que fuese obediente a los hijos de la Ciencia que lo buscan. El Mercurio le prometió hacerlo, y dijo: Madre Naturaleza, ¿quién podrá contentar a los locos? La Naturaleza se fue sonriendo y el mercurio, que estaba encolerizado contra el alquimista, se volvió también a su sitio. Algunos días después, cayó en el espíritu del señor alquimista, que había olvidado algo en sus labores. Entonces volvió a tomar a este pobre mercurio y lo mezcló con mierda de cerdo. Pero el mercurio enfadado de que hubiese sido a propósito mal acusado frente a la Madre Naturaleza, se puso a gritar contra el alquimista y dijo: Ven aquí, maestro loco, ¿qué quieres de mí? ¿Por qué me has acusado?

El alquimista

¿Eres tú aquél que tanto deseo ver?

El mercurio

Sí, lo soy, pero te digo que los ciegos no pueden verme.

El alquimista

Yo no soy ciego.

El mercurio

Tú no eres más que un ciego, porque si no te ves a ti mismo, ¿cómo podrías verme a mí?

El alquimista

¡Oh, oh!, ahora eres muy soberbio; hablo contigo modestamente y me desprecias de esa forma. ¿Acaso no sabes que he trabajado en casa de varios príncipes que me han tenido por un gran filósofo?

El mercurio

En la corte de los príncipes es por donde discurren ordinariamente los locos, porque allí son honrados y tienen una estima por encima de los otros. ¿También tú has estado en la corte?

El alquimista

¡Ah!, sin duda eres el Diablo y no el buen mercurio, puesto que quieres hablar de esa forma con los filósofos; he aquí cómo me has engañado

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El Cosmopolita

Nueva Luz Química antes.

El mercurio

Pero dime, por tu fe, ¿conoces a los filósofos?

El alquimista

¿Preguntas si conozco a los filósofos? Yo mismo soy un filósofo.

El mercurio

¡Ah!, ah, ah, he aquí un filósofo que tenemos de nuevo (dijo el mercurio sonriendo y continuando esta conversación). Y bien, señor filósofo, decidme, ¿qué buscáis?, ¿qué queréis tener?, ¿qué queréis hacer?

El alquimista

¡Buena pregunta! Quiero hacer la Piedra de los Filósofos.

El mercurio

¿Pero con qué materia quieres hacer la Piedra de los Filósofos?

El alquimista

¿Con qué materia? Con nuestro mercurio.

El mercurio

Guárdate bien de decir eso; porque si hablas así me iré, porque yo no soy vuestro mercurio.

El alquimista

¡Oh cierto!, tú no puedes ser más que un Diablo en persona, que viene a seducirme.

El mercurio

Ciertamente, filósofo mío, eres peor que un Diablo para mí, y no yo para ti, porque me has tratado muy malvadamente y de forma diabólica.

El alquimista

¡Oh, que oigo! Sin duda es un Demonio, porque yo lo he hecho todo según los escritos de los filósofos y sé trabajar muy bien.

El mercurio

Sí, verdaderamente eres un buen operador; aunque haces lo que no sabes ni lees en los libros. Los filósofos dicen todos unánimemente que es necesario mezclar las Naturalezas con las Naturalezas; y fuera de la Naturaleza no recomiendan nada. Y tú, por el contrario, me has mezclado con las cosas más sórdidas, más pestilentes y más infectas que existen en el mundo, no temiendo ensuciarte con toda clase de heces, con tal de que me atormentases.

El alquimista

Has mentido; yo no hago nada fuera de la Naturaleza, sino que siembro la semilla en su tierra, como han dicho los filósofos.

El mercurio

Sí, verdaderamente eres un buen sembrador; no siembras más que en la mierda, y cuando llega el tiempo de las mieses, me volatilizo y no cosechas más que mierda.

El alquimista

Pero los filósofos han escrito no obstante, que era necesario buscar su materia en las suciedades.

El mercurio

Lo que han escrito es verdad; pero tú lo tomas al pie de la letra, no mirando más que las sílabas, sin pararte en su intención.

El alquimista

Comienzo a comprender que se puede hacer que seas mercurio, pero que no quieres obedecerme.

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El Cosmopolita

Nueva Luz Química Y entonces comenzó a conjurarlo otra vez, diciendo: Ux, Ux, Os, Tas, etc. Pero el mercurio le respondió riendo y burlándose de él: Tú dices muy bellamente Ux, Ux, pero no te aprovechas de nada, amigo mío, con eso no ganas nada.

El alquimista

No es sin razón que se dice de ti que eres admirable, inconstante y volátil.

El mercurio

Me reprochas que sea inconstante, pues voy a darte una solución. Soy constante para un artista constante, soy fijo para un espíritu fijo. Pero tú y tus semejantes sois verdaderos inconstantes y vagabundos, que vais sin cesar de una cosa a otra y de una materia a otra.

El alquimista

Dime si eres el mercurio del cual han escrito los filósofos y han asegurado que con el Azufre y la Sal es el principio de todas las cosas, o bien si es necesario buscar algún otro.

El mercurio

Ciertamente el fruto no cae lejos de su árbol; pero no busco mi gloria. Escúchame bien, soy el mismo que he sido, pero mis edades son diversas. Desde el principio, he sido joven durante tanto tiempo como he estado solo. Ahora soy viejo y soy el mismo que he sido.

El alquimista

¡Ah, ah!, me gusta ahora que digas que eres viejo, porque siempre he buscado el mercurio que fuese más maduro y más fijo, a fin de poder concertar con él más fácilmente.

El mercurio

En verdad, mi buen amigo, es en vano que me busques y me visites en mi vejez, puesto que no me has conocido en mi juventud.

El alquimista

¡Cómo dices! ¿Que no te he conocido en tu juventud, yo que te he manejado de tantas y tan diversas maneras, como tú mismo confiesas? Y no cesaré hasta que cumpla la obra de los Filósofos.

El mercurio

¡Oh miserable de mí! ¿Qué puedo hacer? Este loco quizás me mezclará otra vez con mierda; sólo la aprensión me atormenta ya; ¡oh miserable de mí! Al menos te ruego, señor filósofo, que no me mezcles con mierda de puerco, de otra manera me veo perdido, porque esta peste me obliga a cambiar de forma. ¿Qué más quieres que haga? ¿No me has atormentado bastante? ¿No te obedezco? ¿No me mezclo con todo lo que quieres? ¿No me sublimo? ¿No me precipito? ¿No soy Turbith? ¿No me amalgamo cuando quieres? ¿No soy macha, es decir, un gusanillo volador? ¿No soy, en fin, todo lo que tú quieres? ¿Qué más pides de mí? Mi cuerpo está de tal manera flagelado, ensuciado y lleno de salivazos que hasta una piedra tendría piedad de mí. Sacas de mí la leche, sacas de mi carne, sacas de mí sangre, sacas de mí mantequilla, aceite, agua; en una palabra, ¿qué no sacas de mí? ¿Y cuál hay entre

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Nueva Luz Química todos los metales o todos los minerales, que pueda hacer lo que hago yo solo? Y tú no tienes misericordia conmigo. ¡Oh qué desgraciado soy!

El alquimista

Verdaderamente me cuentas bien eso, pero todo esto no te daña, porque eres malvado y aunque tomas cualquier forma en apariencia, no es más que para equivocarnos y vuelves siempre a tu primera especie.

El mercurio

Eres un mal hombre al decir eso, porque yo hago todo lo que quieres. Si quieres que sea cuerpo lo soy; si quieres que sea polvo lo soy; ya no sé de qué manera humillarme aún más que convertirme en polvo y en sombra para obedecerte.

El alquimista

Dime pues, que eres tú en tu centro y no te atormentaré más.

El mercurio

Veo bien que estoy condenado a hablar fundamentalmente contigo. Si quieres puedes entenderme. Ves mi forma en el exterior, aunque no la necesitas. Pero en cuanto al centro que me interrogas, sabe que es el corazón muy fijo de todas las cosas, que es inmortal y penetrante y en él está el reposo de mi Señor. Pero yo soy la vía, el precursor, el peregrino, el criado, el fiel a mis compañeros, que no deja a los que le acompañan, sino que permanece con ellos y muere con ellos. Soy un cuerpo inmortal y aunque muere cuando se le mata, resucito en el juicio, ante un Juez sabio y discreto.

El alquimista

¿Eres pues la Piedra de los Filósofos?

El mercurio

Mi madre es tal. De ella nace artificialmente un no sé qué, hermano mío, que vive en la fortaleza y tiene en su poder todo lo que quiere el filósofo.

El alquimista

Pero dime, ¿eres viejo?

El mercurio

Mi madre me ha engendrado, pero soy más viejo que mi madre.

El alquimista

¿Quién diablos podría entenderte? Nunca me respondes a propósito y siempre me hablas en parábolas. Dime en una palabra si eres la fuente de la que Bernardo conde de Trevisano ha escrito.

El mercurio

Yo no soy fuente, pero soy agua; es la fuente la que me rodea.

El alquimista

Puesto que eres agua, ¿se disuelve el oro en ti?

El mercurio

Yo amo todo lo que está conmigo como a mi amigo; y a todo lo que nace conmigo le doy alimento; y todo lo que está desnudo lo cubro con mis alas.

El alquimista

Veo bien que no hay remedio de hablar contigo; te pregunto una cosa y me respondes otra. Si no quieres responderme más que esto, voy a recomenzar a trabajar contigo y a atormentarte más.

El mercurio

¡Eh! mi buen señor, sedme piadoso, os diré libremente lo que sé.

El alquimista

Dime pues, si temes al fuego.

El mercurio

¿Si temo al fuego?, yo mismo soy fuego.

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El Cosmopolita

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El alquimista

¿Por qué huyes del fuego?

El mercurio

No es que yo huya, sino que mi espíritu y el espíritu del fuego se aman entre sí y el uno acompaña al otro tanto como pueden.

El alquimista

¿Y a dónde te vas cuando subes con el fuego?

El mercurio

¿No sabes que un peregrino tiende siempre hacia el lado de su país y que cuando llega al lugar de donde ha salido, reposa y vuelve siempre más sabio de lo que era antes?

El alquimista

Y qué, ¿vuelves algunas veces?

El mercurio

Sí vuelvo, pero en otra forma.

El alquimista

No entiendo lo que es esto, y respecto al fuego no sé lo que quieres decir.

El mercurio

Si alguien conoce el fuego de mi corazón, aquel ha visto que el fuego (es decir, un calor debido) es mi verdadero alimento; y cuanto más tiempo come fuego el espíritu de mi corazón, más graso se vuelve y su muerte es poco después la vida de todas las cosas que están en el reino en que estoy.

El alquimista

¿Eres grande?

El mercurio

Toma ejemplo de mí mismo: hecho miles y miles de gotitas, aún seré uno; y de uno, me resuelvo en miles y miles de gotitas. Y tan bien como ves mi cuerpo ante tus ojos, si sabes obrar conmigo, puedes dividirme en tantas partes como quieres, y sin embargo todavía seré uno. ¿Qué será pues, de mi espíritu intrínseco, que es mi corazón y mi centro, el cual siempre, y a partir de una porción muy pequeña, produce varios millares?

El alquimista

¿Y cómo hay que proceder contigo, para volverte tal como dices?

El mercurio

Soy fuego en mi interior, el fuego me sirve de alimento, es mi vida; pero la vida del fuego es el aire, porque sin aire el fuego se apaga. El fuego es más fuerte que el aire; por ello no estoy en reposo y el aire crudo no puede coagularme ni restringirme. Añade aire al aire, a fin de que los dos no sean más que uno y tengan peso; únelos con el fuego cálido y dale al tiempo para guardarlo.

El mercurio

Lo superfluo se quitará, y el resto lo quemarás con fuego y lo pondrás en el agua y después lo cocerás; y una vez cocido lo convertirás astutamente en medicina.

El alquimista

No respondes a mis preguntas: bien veo que no quieres más que equivocarme con tus palabras. Ven aquí mujer, tráeme mierda de puerco para que trate a este maestro galante de mercurio de nueva manera, hasta que le haga decir cómo es necesario que lo tome para

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Nueva Luz Química que haga de él la Piedra de los Filósofos.

El pobre mercurio, habiendo oído estos hermosos discursos, comenzó a lamentarse y a quejarse de este buen alquimista. Se fue a la Madre Naturaleza y acusó al ingrato operador. La Naturaleza creyó a su hijo mercurio, que era verídico, y completamente en cólera, llamó al alquimista: Hola, hola, ¿dónde estás maestro Alquimista?

El alquimista

¿Quién me llama?

La Naturaleza

Ven aquí, maestro loco, ¿qué haces con mi hijo mercurio? ¿Por qué le atormentas? ¿Por qué le causas tantas injurias, si quiere hacerte tanto bien, sólo con tal de que quieras entenderlo?

El alquimista

¿Quién diablos es este imprudente que me reprende tan agriamente a mí, que soy un hombre tan grande, y tan excelente filósofo?

La Naturaleza

¡Oh loco, el más loco de todos los hombres y la hez de los filósofos, lleno de orgullo! Soy yo, la que conoce a los verdaderos filósofos y verdaderos sabios, a los que amo, lo mismo que ellos también me aman recíprocamente y hacen todo lo que me gusta y me ayudan en lo que no puedo. Pero ustedes, los otros alquimistas, al número de los cuales perteneces, hacéis todo lo que hacéis sin mi conocimiento y sin mi consentimiento, así como en contra de mis deseos; por ello también todo lo que os sucede es lo contrario a vuestra intención. Creéis que tratáis bien a mis hijos, pero no sabríais acabar nada. Y silo consideráis bien, no lo tratáis, sino que son ellos los que os manejan a su voluntad; porque no sabéis ni podéis hacer nada de ellos, y ellos, por el contrario, hacen de vosotros cuando quieren locos e insensatos.

El alquimista

Eso no es verdad, soy filósofo y sé trabajar muy bien. He estado en casa de varios príncipes y he pasado entre ellos como un gran filósofo; mi mujer lo sabe bien. Incluso tengo en el presente un libro manuscrito que ha sido escondido durante varios cientos de años en una muralla. Sé bien, en fin, que llegaré al final y que sabré hacer la Piedra de los Filósofos; porque ello me ha sido revelado en sueños estos días pasados. Yo no sueño más que cosas verdaderas; tú lo sabes bien, mujer mía.

La Naturaleza

Tú harás como tus otros compañeros, que al principio lo saben todo, o presumen de saberlo todo, y al final no hay nadie más ignorante ni saben nada de nada.

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El alquimista

No obstante, si eres la verdadera Naturaleza, es de ti de quien se hace la obra.

La Naturaleza

Eso es cierto, pero solamente aquellos que me conocen, que son muy pocos. Y aquellos se guardan de atormentar a mis hijos y no hacen nada que impida mis acciones; por el contrario hacen todo lo que me gusta y aumentan mis bienes, y curan el cuerpo de mis hijos.

El alquimista

¿Yo no hago eso?

La Naturaleza

¿Tú?, tú haces todo lo que me es contrario y procedes con mis hijos contra mi voluntad: los matas donde deberías revivificarlos, sublimas allí donde deberías fijar, destilas allá donde deberías fijar, destilas allá donde deberías calcinar, principalmente al mercurio, que es un hijo bueno y obediente. Y sin embargo, ¿con cuántas aguas corrosivas y venenosas lo afliges?

El alquimista

En adelante procederé con él muy dulcemente y sólo por digestión.

La Naturaleza

Así irá bien, si lo sabes, y si no, al menos no lo dañarás, excepto a ti mismo y a tus gastos locos. Porque no le importa ser mezclado lo mismo con heces que con oro; al igual que la Piedra preciosa a la que no daña el estiércol (aunque la arrojéis dentro) sino que permanece siempre como lo que es, y cuando se ha lavado sigue tan resplandeciente como antes.

El alquimista

Todo esto no vale nada; yo querría muy gustosamente hacer la Piedra de los Filósofos.

La Naturaleza

Pues no trates tan cruelmente a mi hijo mercurio. Porque es necesario que sepas que tengo muchos hijos e hijas, y que estoy lista para socorrer a los que me buscan, si son dignos de ello.

El alquimista

Dime pues, qué es este mercurio.

La Naturaleza

Sabe que no tengo más que un hijo que sea tal; es uno de los siete y el primero de todos; e incluso es todas las cosas, él, que era uno; no es nada, pero su número es completo. En él están los cuatro elementos, pero sin embargo es cuerpo; es macho y no obstante realiza función de hembra; es niño y lleva las armas de un hombre; es animal y no obstante tiene las alas de un pájaro. Es un veneno y sin embargo cura la lepra; es la vida, y no obstante mata todas las cosas; es rey, y si otro posee su reino huye en el fuego, y sin embargo el fuego es extraído de él: es un agua y no moja; es una tierra y no obstante está sembrada; es aire y vive del agua.

El alquimista

Ahora veo bien que no sé nada; pero no me atrevo a decirlo, porque perderé mi buena reputación, y si mi vecino supiera que no sé nada no querría suministrarme más los gastos. No dejaré de decir que sé algo o

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Nueva Luz Química de lo contrario se irá al diablo todo el que haya querido darme un trozo de pan; porque varios esperan de mí muchos bienes.

La Naturaleza

¿Y qué piensas hacer entonces? Prolonga tus equivocaciones tanto como quieres, sin embargo llegará un día en que cada cual te pedirá lo que le hayas costado.

El alquimista

Repartiré esperanzas a todos los que pueda.

La Naturaleza

Y bien, ¿qué sucederá al final?

El alquimista

Intentaré a escondidas diversas experiencias. Si suceden con éxito, les pagaré, y si no, tanto peor; me iré a otra provincia y volveré a hacer lo mismo.

La Naturaleza

Todo esto no quiere decir nada, porque todavía falta un final.

El alquimista

¡Ah!, ah, ah, hay tantas provincias y tantos avaros; les prometeré a todos montañas de oro en poco tiempo y así transcurrirán nuestros días. Sin embargo o el rey o el asno morirá, o moriré yo.

La Naturaleza

En verdad tales filósofos no esperan más que ayudas. Vete en mala hora y acaba con tu falsa filosofía tan pronto como puedas, porque sólo con este consejo no engañarás, ni a mí, que soy la Naturaleza, ni a tu prójimo, ni a ti mismo.

Fin del presente tratado

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Prefacio al lector

Amigo lector, aunque me ha sido permitido escribir más claramente de lo que han hecho en otras ocasiones los antiguos filósofos, quizás no estés contento de mis escritos puesto que en tus manos tienes principalmente tantos otros libros de buenos filósofos. Pero cree que no tenga necesidad de componer ninguno, porque no espero sacar ningún provecho de ello, ni buscar ninguna gloria vana. Por eso no he querido ni todavía quiero hacer conocer quién soy al público. Los tratados que ya he puesto a la luz en tu favor, me parece que deben de serte más que suficiente; por lo demás he decidido ponértelos en nuestro Tratado de la Harmonía, en el que me he propuesto discurrir ampliamente sobre las cosas naturales. Sin embargo, para condescender a los ruegos de mis amigos, todavía ha sido necesario que escribiera este librito del Azufre, en el cual no sé si será necesario que añada algo a mis primeras obras... Ni siquiera sé si este libro te satisfará: ya que no te satisficieron los escritos de tantos filósofos, y principalmente porque ningún otro ejemplo te podrá servir, si no tomas como modelo la operación diaria de la Naturaleza. Porque si consideras como opera la Naturaleza con juicio maduro, no tendrás necesidad de tantos volúmenes; ya que, según mi opinión, más vale aprender de la Naturaleza, que es nuestra maestra, que no de sus discípulos. Te he mostrado bastante ampliamente en el prefacio de los doce tratados, e incluso en el primer capítulo, que hay tantos libros escritos sobre esta Ciencia, que más que esclarecer a los que dudan, sirven para embrollar los cerebros de los que los leen. Lo que sucede a causa de los grandes comentarios que los filósofos han hecho sobre los lacónicos preceptos de Hermes, los cuales de un día a otro parecen querer eclipsarse ante nosotros. En cuanto a mí, creo que este desorden ha sido causado por los celosos poseedores de esta Ciencia, que han embrollado a propósito los preceptos de Hermes, a causa de lo cual los ignorantes no saben lo que añadir o quitar, a no ser que suceda por azar, que lean mal los escritos de los autores. Porque si hay una ciencia en la que una palabra de más o de menos importe mucho para ayudar o para dañar el comprender bien la voluntad del autor, es particularmente ésta. Por ejemplo: está escrito en un libro. “Mezclarás después estas aguas entre sí”. Otro añade el adverbio “no”, lo que resulta: “No mezclarás estas aguas entre sí”. No habiendo puesto más que dos letras, verdaderamente ha añadido poca cosa y sin embargo es pervertido todo el sentido. Que el diligente escrutador de esta Ciencia sepa que las abejas tienen la habilitad de extraer su miel incluso de las hierbas venenosas: y que él, parejamente, sepa referir lo que lee a la posibilidad de la Naturaleza y resolverá fácilmente los sofismas; es decir, que discernirá sin dificultad lo que le puede equivocar. Que no cese de leer, porque un libro explica otro. He oído decir que los libros de Geber han sido envenenados por los sofismas de los que los han

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Nueva Luz Química explicado. ¿Y quién sabe si no ha pasado lo mismo con los libros de otros autores? De tal manera que hoy no se puede ni se debe entenderlos más que después de haberlos leído miles y miles de veces; y aún es necesario que el que los lea sea un espíritu muy docto y muy sutil, porque los ignorantes no deben intentar esta lectura. Hay muchos que han intentado interpretar a Geber y a los otros autores, pero su explicación es mucho más difícil de entender que el texto mismo. Por ello te aconsejo que no te pares más en el texto y que lo refieras todo a la posibilidad de la Naturaleza. Todos dicen muy unánimemente que es una cosa común, de bajo precio y fácil de obtener; y es cierto, pero deberían añadir: “para aquellos que la conocen”. Porque quién sabe, la conocerá bien en toda clase de suciedades, pero los ignorantes ni siquiera creerán en este oro. Si aquellos que han escrito esos libros tan oscuros, pero no obstante muy verídicos, no hubiesen sabido el arte y hubiesen tenido que buscarlo, creo que hubiesen tenido más trabajo del que tienen hoy los modernos. No quiero avalar mis escritos; dejo su juicio al que los aplique a la posibilidad y al curso de la Naturaleza. Si por la lectura de mis obras, mediante mis consejos y mis ejemplos, no puede conocer la operación de la Naturaleza y sus ministros, los espíritus vitales, que restringen el aire; a duras penas podrá por las obras de Lulio. Porque es muy difícil creer que los espíritus tengan tanto poder en el vientre del viento. También yo he sido obligado a pasar este bosque y multiplicarlo como han hecho otros; pero de tal manera que las plantas que enterré allí, servirán de guía a los inquisidores de esta Ciencia, que quieran pasar por este bosque; porque mis plantas son como espíritus corporales. En este siglo ya no sucede como en siglos pasados, en los que se amaban entre sí con tanto afecto, que un amigo declaraba palabra por palabra esta Ciencia a su amigo. Hoy no se la adquiere más que por una santa inspiración de Dios. Por ello quien lo ame y tema, podrá poseerla: que no desespere, si la busca la encontrará: porque se la puede obtener antes de la bondad de Dios que del saber de ningún hombre; porque su misericordia es infinita y no abandona jamás a los que esperan algo de él. No hace acepción de personas y no rechaza jamás un corazón contrito y humillado; ha sido él quien ha tenido piedad de mí, que soy la más indigna de todas sus criaturas e incapaz de referir su poder, su bondad y su afable misericordia, los cuales ha querido testimoniarme. Si bien no puedo darle las gracias más particulares, por lo menos no cesaré de consagrar mis obras a su gloria. Así pues, ten coraje, amigo lector, porque si adoras devotamente a Dios, silo invocas y pones toda tu esperanza en él, no te negará la misma gracia que me ha concedido; te abrirá la puerta de la Naturaleza, allí donde verás cómo opera muy simplemente. Ten por cierto que la Naturaleza es muy simple, y que no se deleita más que en la simplicidad; y créceme que todo lo que existe de más noble en la Naturaleza, es también lo más fácil y lo más simple, porque toda verdad es simple. Dios, el creador de todas las cosas, no ha puesto nada difícil en la Naturaleza, te aconsejo que permanezcas en su sencilla vía, y encontrarás toda clase de bienes. Si mis escritos y mis advertencias no te gustan, tienes el recurso de otros. No escribo grandes volúmenes, tanto a fin de que no gastes demasiado al comprarlos, como a fin de que los tengas leídos antes; por eso después tendrás tiempo para consultar a los otros

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Nueva Luz Química autores. No te importe buscar; se abre a quien llama, y añade que ha llegado el tiempo de que algunos secretos de la Naturaleza sean descubiertos. He aquí el comienzo de una cuarta monarquía que reinará hacia septentrión: el tiempo se aproxima y la Madre de las Ciencias vendrá. Se verán cosas más grandes y más excelentes de las que se han hecho en las otras tres monarquías pasadas, porque Dios (según el presagio de los antiguos) plantará esta cuarta monarquía mediante un príncipe adornado de todas las virtudes, que quizás ha nacido ya. Porque tenemos en estas partes boreales un príncipe muy sabio, muy belicoso, que ningún monarca ha sobrepasado en victorias y que aventaja a cualquier otro en piedad y humanidad. Sin duda Dios el Creador, permitirá que se descubran más secretos de la Naturaleza durante el tiempo de esta monarquía boreal, que los que se han descubierto durante las otras tres monarquías en las que los príncipes eran paganos o tiranos. Pero debes entender estas monarquías en el mismo sentido que los Filósofos, que no las cuentan según el poder de los grandes, sino según los cuatro puntos cardinales del mundo. La primera ha sido oriental, la segunda meridional, la tercera, que todavía reina hoy, es occidental; se espera la última de esos países septentrionales. De todas estas cosas hablaremos en nuestro Tratado de la Harmonía. En esta monarquía septentrional, atractiva del polo (como dice el salmista), “la misericordia y la piedad se reencontrarán, la paz y la justicia se besarán juntas; la verdad saldrá de la Tierra y la justicia mirará desde el Cielo: no habrá más que un rebaño y un sólo Pastor”. Y muchos practicarán ciencias sin envidia, lo que espero deseosamente. En cuanto a ti, amigo lector, ruega a Dios, témelo y ámalo. Luego lee diligentemente mis escritos y descubrirás toda clase de bienes. Si por la ayuda de Dios y por la operación de la Naturaleza (que debes seguir siempre), llegas al puerto deseado de esta monarquía, entonces verás y conocerás que no te he dicho nada que sea bueno y verdadero.

Adiós.

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Capítulo I – Sobre el origen de los tres Principios

El Azufre no es el último entre los tres Principios, puesto que es una parte del metal e incluso la parte principal de la Piedra de los Filósofos. Muchos sabios han tratado con el Azufre y nos han dejado muchas cosas por escrito, que son muy verídicas. Particularmente Geber en su Libro I de la Soberana Perfección, capítulo 28, donde habla en estos términos: “Por el Dios altísimo, es el Azufre el que ilumina a todos los cuerpos, porque es la luz de la luz, y su tintura.” Pero como los antiguos han reconocido el Azufre como el principio más noble, hemos encontrado oportuno, antes de tratar con él, describir el origen de los tres Principios. Entre el gran número de los que nos han escrito sobre ello, pocos nos han descubierto de donde proceden; y es difícil enjuiciar a alguno de los Principios, lo mismo que cualquier otra cosa, si se ignora su origen y generación; porque un ciego no puede juzgar los colores. Completaremos en este tratado lo que nuestros ancestros han omitido. Según la opinión de los antiguos, no hay más que dos Principios de las cosas naturales, y especialmente de los metales, a saber: el Azufre y el Mercurio. Los modernos, por el contrario, han admitido tres: la Sal, el Azufre, y el Mercurio, que han sido producidos de cuatro elementos. Comenzaremos a describir el origen de los cuatro elementos antes de hablar de la generación de los Principios. Que los amantes de esta Ciencia sepan pues, que hay cuatro elementos; cada uno de los cuales tiene en su centro a otro elemento, en el cual está elementado. Estos son los cuatro pilares del mundo, que Dios, por su sabiduría, separó del Caos en los tiempos de la creación del Universo; los cuales, por sus acciones contrarias, mantienen toda esta máquina del mundo en igualdad y en proporción y que, en fin, por la virtud de las influencias celestes, producen todas las cosas dentro y fuera de la tierra; de las cuales trataremos en su lugar. Pero volvamos a nuestro propósito: hablaremos de la tierra, que es el elemento más próximo a nosotros.

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Capítulo II – Sobre el elemento de la Tierra

La tierra es un elemento bastante noble en su cualidad y dignidad, en el cual reposan los otros tres y principalmente el fuego. Es un elemento muy apropiado para esconder y manifestar todas las cosas que le son confiadas: es grosera y porosa, pesada si se considera su pequeñez, pero ligera respecto a su Naturaleza; es también el centro del mundo y de los otros elementos. Por su centro pasa el eje del mundo, de uno a otro polo. Es porosa, digo, como una esponja, la cual no puede producir nada por sí misma; pero recibe todo lo que los otros elementos dejan correr y arrojan en ella, guarda lo que es necesario guardar y manifiesta lo que es necesario manifestar. Por sí misma, como hemos dicho, no produce nada, pero sirve de receptáculo a todos los otros. Todo lo que se produce permanece en ella, todo se pudre en ella por medio del calor motor y también se multiplica en ella por la virtud del mismo calor que separa lo puro de lo impuro. Lo que es pasado permanece escondido en ella y el calor central empuja lo que es ligero hasta la superficie. Es la matriz de todas las semillas y de todas las mezclas, así como su nodriza. No puede hacer más que conservar la semilla y el compuesto hasta la perfecta madurez. Es fría y seca, pero el agua tempera su sequedad. Exteriormente es visible y fija, pero en su interior es invisible y volátil. Es virgen desde su creación, es la cabeza muerta que ha quedado de la destilación del mundo, la cual, por la voluntad divina, después de la extracción de su humedad, debe ser calcinada algún día; de forma que de ella se pueda crear algún día una nueva tierra cristalina. Este elemento está dividido en dos partes, de las cuales una es pura y la otra impura. La parte pura se sirve del agua para producir todas las cosas, la impura permanece en su globo. Este elemento es también el domicilio en el que están escondidos todos los tesoros, y en su centro está el fuego de Gehena, que conserva esta máquina del mundo en su ser; y ello por la expresión del agua que convirtió en aire. Este fuego está causado y encendido por el rodamiento del primer móvil, y por la influencia de las estrellas; y cuando se esfuerza por elevar el agua subterránea hasta el aire, encuentra el calor del Sol celeste temperado por el aire, el cual, haciendo una atracción, le ayuda primeramente a hacer llegar hasta el aire lo que quería empujar fuera de la tierra y después todavía le sirve para hacer madurar lo que la tierra ha concebido en su centro. Por ello la tierra participa del fuego, que es su intrínseco, y no se purifica más que por el fuego. Y así cada elemento no se purifica más que por el que le es intrínseco. Ahora bien el intrínseco de la tierra, o su centro, es una sustancia muy pura mezclada con el fuego; y en dicho centro no puede permanecer nada, porque es algo así como un lugar vacío, en el que los otros elementos arrojan lo que producen, como hemos mostrado en nuestra obra de los doce tratados. Pero ya es bastante hablar de la tierra, el que hayamos dicho que es una esponja y el receptáculo de los otros elementos: lo que es suficiente para nuestro propósito.

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Capítulo III – Sobre el elemento Agua

El agua es un elemento muy pesado y lleno de flema untuosa, es el más digno en su cualidad. Exteriormente es volátil, pero fija en su interior; es fría y húmeda, es temperada por el aire; es la esperma del mundo, en el que se conserva la semilla de todas las cosas: de forma que es el guardián de toda clase de semilla. Sin embargo es necesario saber que una cosa es la semilla y otra es la esperma. La tierra es el receptáculo de la esperma y el agua la matriz de la semilla. Todo lo que el aire arroja en el agua por el fuego, el agua lo arroja a la tierra. El esperma está siempre en una abundancia bastante grande y no espera más que la semilla para llevarla en su matriz; lo que hace por medio del movimiento del aire, excitado por la imaginación del fuego. Y algunas veces el esperma no tiene semilla por no haber sido bastante digerido por el calor, y entra, en verdad, en la matriz, pero sale de ella otra vez sin producir ningún fruto. Todo lo cual explicaremos algún día más ampliamente en nuestro tratado del tercer Principio de la Sal. En la Naturaleza sucede muy a menudo que el esperma entra en la matriz con una cantidad de semilla suficiente; pero al estar mal dispuesta la matriz y llena de azufres o de flemas impuros, no concibe, o si concibe, no es lo que debería ser engendrado. También en este elemento no hay nada, propiamente hablando, que no se encuentre allí en la manera que acostumbra estar en el esperma. Goza mucho en su propio movimiento, que se hace por el aire, y a causa de que la superficie de su cuerpo es volátil, se mezcla fácilmente con cada cosa. Es (como hemos dicho) el receptáculo de la semilla universal; y así como la tierra se resuelve y se purifica fácilmente en ella, igualmente el aire se congela y se une con ella en su profundidad. Es el menstruo del mundo, al cual, al penetrar el aire por la virtud del calor, atrae consigo un vapor cálido, que es la causa de la generación natural de todas las cosas; de las cuales la tierra es como la matriz impregnada; y cuando la matriz ha recibido una cantidad de semilla suficiente, cualquiera que sea, viene allí lo que debe nacer. Y la Naturaleza opera sin intermitencia, hasta que haya llevado su obra a una perfección completa. Y en cuanto a lo que queda de húmedo, que es la esperma, cae a un lado y se pudre por la acción del calor de la tierra; de donde son engendradas después diversas cosas, entre ellas distintas bestezuelas y gusanillos. Un artista que tuviese el espíritu sutil, podría ver bien la diversidad de los milagros que la Naturaleza opera en este elemento, como en la esperma, pero le será necesario tomar este esperma, en el cual hay ya imaginada una semilla astral de cierto peso. Porque la Naturaleza, mediante la primera putrefacción, hace y produce cosas puras; pero mediante la segunda putrefacción, produce cosas más puras, más dignas y más nobles; como tenemos un ejemplo en la madera vegetal. La Naturaleza, en la primera composición, no la crea más que como simple madera, pero cuando es corrompida después de una perfecta madurez, se pudre de nuevo y mediante

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Nueva Luz Química esta putrefacción son engendrados gusanos y otras bestezuelas que tienen vida y vista a la vez. Porque es cierto que un cuerpo sensible es siempre más noble y más perfecto que un cuerpo vegetativo, porque es necesaria una materia más sutil y más pura para hacer los órganos de los cuerpos que tienen sensibilidad. Pero volvamos a nuestro propósito. Decimos que el agua es el menstruo del mundo y que se divide en tres partes: una simplemente pura, la otra más pura y la tercera purísima. Los Cielos han sido hechos de una sustancia purísima: la más pura se ha convertido en aire, la simplemente pura y la más grosera, ha permanecido en su esfera, donde por la voluntad de Dios y por la cooperación de la Naturaleza, conserva todas las cosas sutiles. El agua no forma más que un globo con la tierra y tiene su centro en el corazón de la mar. También tiene un mismo eje polar con la tierra, de la cual surgen las fuentes y todos los cursos de agua, que después crecen en grandes ríos. Esta salida de aguas, preserva la tierra de combustión, y al estar humedecida y regada, eleva por sus poros la semilla universal que ha hecho el movimiento y el calor. Es una cosa bastante conocida que todas las aguas vuelven al corazón de la mar, pero pocas personas saben a dónde van después. Porque algunos creen que los astros han producido todos los ríos, las aguas y las fuentes que desembocan en la mar. Y al no saber por qué el mar no aumenta, dicen que estas aguas se consumen en su corazón; lo que es imposible en la Naturaleza, como hemos demostrado al hablar de las lluvias. Es muy cierto que los astros causan, pero no engendran, puesto que nada se engendra más que por su semejante de la misma especie. Así pues, si los astros están hechos de fuego y de aire, ¿cómo podrían engendrar las aguas? Si algunas estrellas engendrasen aguas seguiría necesariamente que otras producirían tierra; y así otras estrellas producirían otros elementos; porque esta máquina del mundo está ajustada de tal manera que todos los elementos estén en equilibrio y tengan una virtud igual, de tal forma que uno no sobrepase al otro en la menor cantidad porque si esto sucediera, llegaría infaliblemente la ruina de todo el mundo. Sin embargo aquel que quiera creer otra cosa, que permanezca en su opinión. En cuanto a nosotros, hemos aprendido en la Luz de la Naturaleza, que Dios conserva la máquina del mundo por la igualdad que ha proporcionado a los cuatro elementos, y porque uno no excede al otro en su operación; sino que las aguas, por el movimiento del aire, están contenidas sobre los fundamentos de la tierra, como si estuviesen en un tonel, y mediante el mismo movimiento, son apretadas hacia el Polo Ártico, porque en el mundo no hay nada vacío. Y es por esta razón que el fuego de Gehena está en el centro de la tierra, donde lo gobierna el Arqueo de la Naturaleza. Porque en el comienzo de la creación del mundo, Dios todopoderoso separó los cuatro elementos del Caos; exaltó primeramente su quintaesencia y la hizo subir más alto de lo que está su propia esfera. Después elevó sobre todas las cosas creadas la más pura sustancia del fuego, para situar allí su Santa y Sagrada Majestad, constituyendo y afirmando dicha sustancia en sus propios límites. Por la voluntad de esta inmensa y divina Sabiduría, fue encendido este fuego en el centro del Caos; el cual hizo destilar después la parte purísima de estas aguas.

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Nueva Luz Química Pero como este fuego purísimo ocupa ahora el firmamento y rodea el Trono de Dios, el Altísimo, las aguas han sido condensadas bajo este fuego en un cuerpo que es el Cielo. Y a fin de que estas aguas fuesen sostenidas mejor, el fuego central ha hecho destilar mediante su virtud otro fuego más grosero, que al no ser tan puro como el primero, no ha podido subir tan alto y ha permanecido bajo las aguas en su propia esfera. De manera que en los Cielos hay dos aguas congeladas y encerradas entre dos fuegos. Pero este fuego central no ha cesado de actuar: más adelante todavía ha hecho destilar otras aguas menos puras, que ha convertido en aire, el cual también ha permanecido bajo la esfera del fuego en su propia esfera, y está rodeado de él, como de un fundamento muy fuerte. Y así como las aguas de los Cielos no pueden subir tan alto y pasar por encima del fuego que rodea el Trono de Dios, igualmente el fuego que se llama elemento, no puede subir tan alto y pasar por encima de las aguas celestes, que son propiamente los Cielos. Tampoco el aire podría subir tan alto como está el fuego elemental, y pasar por encima de él. En cuanto al agua, ha permanecido con la tierra, y las dos juntas no forman más que un globo; porque el agua no podría encontrar lugar en el aire, excepto esa parte que el fuego central convirtió en aire, para la conservación diaria de esta máquina del mundo. Porque si hubiera algún lugar vacío en el aire, todas las aguas destilarían y se resolverían en aire para llenarlo; pero ahora toda la esfera del aire está llena de tal manera por medio de las aguas, las cuales son empujadas hacia el aire por el calor central continuo, que éste comprime al resto de las aguas y las obliga a correr alrededor de la tierra y unirse con ella para hacer el centro del mundo. Esta operación se hace sucesivamente de un día a otro, y así el mundo se fortifica de día en día y permanece naturalmente incorruptible, mientras no le repugne a la absoluta voluntad del altísimo Creador, porque este fuego central, tanto por el movimiento universal como por la influencia de los astros, no cesará jamás de encender y calentar las aguas. Y las aguas no cesarán jamás de revolverse en aire, al igual que el aire no cesará jamás de comprimir al resto de las aguas y de obligarlas a correr alrededor de la tierra, a fin de retenerlas en su centro, de tal forma que no puedan jamás alejarse de él. Así es como la Sabiduría soberana ha creado al mundo y lo mantiene; y es así, a su ejemplo, como es necesario que sean hechas naturalmente todas las cosas en este mundo. Te hemos querido establecer sobre la manera en que ha sido creada esta máquina del mundo, a fin de mostrarte que los cuatro elementos tienen una simpatía natural con los superiores; porque todos han salido de un mismo Caos. Pero los cuatro están gobernados por los superiores, como los más nobles, y esta es la causa por la cual, en este lugar sublunar, los elementos inferiores rinden una obediencia semejante a los superiores. Pero sabed que todas estas cosas han sido encontradas naturalmente por los Filósofos, como se dirá en su lugar. Volvamos a nuestro propósito sobre el curso de las aguas y el flujo y reflujo de la mar, y mostremos cómo pasan por el eje polar para ir de Uno a otro Polo. Hay dos Polos, uno Ártico, que está en la parte superior septentrional y otro Antártico, que está bajo la Tierra en la parte

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Nueva Luz Química meridional. El Polo Ártico tiene una fuerza magnética para atraer y el Polo Antártico una fuerza de imán para repeler; lo que la Naturaleza nos ha dado por ejemplo en el imán. El Polo Ártico atrae pues, las aguas por el eje, las cuales, habiendo entrado, salen de nuevo por el eje del Polo Antártico. Y como el aire que las comprime no les permite correr con desigualdad, están de nuevo obligadas a volver al Polo Ártico, que es su centro, y a conservar continuamente su curso de esta manera: ruedan sin cesar sobre el eje del mundo desde el Polo Ártico al Antártico, se expanden por los poros de la Tierra, y según la grandeza o pequeñez de su curso, hacen nacer grandes o pequeñas fuentes, que después se reúnen entre sí, crecen en ríos y vuelven de nuevo a lugar de donde habían salido. Lo que se hace incesantemente por el movimiento universal. Algunos (como hemos dicho), ignorando el movimiento universal y la operación de los Polos, sostienen que estas aguas están engendradas por los astros y que se consumen en el corazón de la mar. Lo cierto es que los astros no producen ni engendran nada material, sino que solamente imprimen virtudes e influencias espirituales que sin embargo no añaden peso a la materia. Sabed, pues, que las aguas no se engendran de los astros, sino que salen del centro del mar y a través de los poros de la tierra, se expanden por todo el mundo. De estos fundamentos naturales, los filósofos han inventado diversos instrumentos, varios conductos de aguas y de fuentes, puesto que se sabe muy bien que las aguas no pueden subir naturalmente más alto que el lugar de donde han salido; y si esto no fuese así en la Naturaleza, el Arte no lo podría hacer de ninguna manera, porque el Arte imita a la Naturaleza, y no puede hacer lo que no está en ella. Tenemos un ejemplo en el instrumento con el cual se extrae el vino del tonel. Sabed pues, como conclusión, que los astros no engendran las aguas ni las fuentes, sino que todas vienen del centro de la mar, al cual retornan otra vez y así continúan un movimiento perpetuo. Porque si esto no fuese así, no se engendraría nada ni dentro ni fuera de la tierra: por el contrario, todo caería en ruina. Alguno objetará: “las aguas del mar son saladas, y las de las fuentes son dulces”. Yo respondo que esto sucede porque al pasar el agua en una extensión de varias leguas por los poros de la tierra, en lugares estrechos y llenos de arena fina, se endulza y pierde su salinidad; y a este ejemplo se han inventado las cisternas. También la tierra tiene por algunos lugares los poros más anchos, por los cuales pasa el agua salada, de donde vienen las minas de sal y las fuentes saladas, como en Halle, en Alemania. También en otros lugares son estrechados por el calor, de forma que la sal permanece entre las arenas, pero el agua pasa por otros sitios y sale por otros poros, como en Polonia, Wielichie y Bochnie. Igualmente, también, cuando las aguas pasan por lugares cálidos y sulfurosos, se calientan, y de ahí vienen los baños; porque en las entrañas de la tierra, se encuentran lugares en los que la Naturaleza destila una mena sulfurada, de la cual separa el agua, cuando el fuego central la ha encendido. El agua pues, corriendo por estos lugares ardientes, se calienta más o menos, según que pase más cerca o más lejos; y así se eleva a la superficie de la tierra reteniendo un sabor de azufre, como si fuera un caldo de carne o de hierbas que se hacen hervir dentro. La misma cosa sucede cuando el agua, al pasar por lugares minerales, aluminosos u otros,

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Nueva Luz Química retiene su sabor. El Creador de este gran Todo, es pues este destilador que tiene en su mano el destilatorio, a ejemplo del cual han inventado los filósofos todas sus destilaciones. Lo cual Dios todopoderoso y misericordioso, ha inspirado sin duda él mismo al alma de los hombres, y el cual podrá (cuando le plazca) apagar el fuego central o romper el vaso, y entonces el mundo acabará. Pero como su infinita bondad no tiene más que lo mejor, exaltará algún día su muy santa Majestad; elevará este fuego purísimo que está en el firmamento por encima de las aguas celestes y dará un grado más fuerte al fuego central. De esta manera todas las aguas se resolverán en aire, y la tierra se calcinará, de forma que el fuego, después de haber consumido todo lo que sea impuro, sutilizará las aguas que habrá hecho circular por el aire, y las devolverá a la tierra purificada. Y así (si está permitido filosofar de esta forma), Dios hará un mundo más noble que éste. Que todos los inquisidores de esta Ciencia sepan que la tierra y el agua no forman más que un globo, y que unidas entre sí lo hacen todo, porque son los dos elementos palpables, en los que los otros dos están escondidos y realizan su operación. El fuego impide que el agua sumerja o disuelva la tierra. El aire impide que el fuego se apague, y el agua impide que la tierra se queme. Fiemos encontrado adecuado describir todas estas cosas, a fin de dar a conocer al estudioso en qué consisten los fundamentos de los elementos y cómo han observado los filósofos sus acciones contrarias, uniendo el fuego con la tierra y el aire con el agua, mientras que cuando han querido hacer una cosa noble, ha hecho cocer el fuego en el agua, considerando que allí hay sangre, puesto que uno es más puro que el otro, lo mismo que las lágrimas son más puras que la orina. Que te sea suficiente pues, lo que hemos dicho que el elemento del agua es el esperma y el menstruo del mundo y el verdadero receptáculo de la semilla.

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Capítulo IV – Sobre el elemento Aire

El aire es un elemento entero, muy digno en su cualidad. Exteriormente es ligero, volátil e invisible; y en su interior es pesado, visible y fijo. Es cálido y húmedo, y el fuego lo tempera. Es más noble que la tierra y el agua. Es volátil, pero se puede fijar; y cuando está fijo, vuelve a todos los cuerpos penetrables. Los espíritus vitales de los animales, están creados de su sustancia purísima. La parte menos pura fue elevada hacia arriba, para constituir la esfera del aire. La parte más grosera que quedó ha permanecido en el agua y circula con ella, lo mismo que el fuego circula con la tierra, porque son amigos. Es un elemento muy digno (como hemos dicho) y constituye el verdadero lugar de la semilla de todas las cosas; y así como hay una semilla imaginada en el hombre, igualmente la Naturaleza se ha formado una semilla en el aire; la cual, después de un movimiento circular, es arrojada en su esperma, que es el agua. Este elemento tiene una fuerza muy característica para distribuir cada especie de semilla en sus matrices convenientes, por medio de la esperma y menstruo del mundo. Contiene también el espíritu vital de toda criatura; el cual vive por todas partes, lo penetra todo y da la semilla a los otros elementos, igual que el hombre hace con las mujeres. El aire es el que nutre a los otros elementos, quien los impregna y quien los conserva. Y la experiencia diaria nos enseña que no sólo viven por medio del aire los minerales, vegetales y animales, sino también los otros elementos. Porque vemos que todas las aguas se pudren y se vuelven cenagosas si no reciben un nuevo aire. El fuego se apaga también si no tiene aire. De ahí viene que los alquimistas saben distribuir su fuego al aire por grados; que miden al aire mediante sus registros y que hacen su fuego más grande o más pequeño siguiendo la mayor o menor cantidad de aire que le dan. Los poros de la tierra también están conservados por el aire; y en fin, toda la máquina de mundo se mantiene por medio del aire. El hombre, como los otros animales, mucre si se le priva del aire y en el mundo no crecería nada sin la fuerza y la virtud del aire, que penetra, altera y atrae hacia sí el demento multiplicativo. En este elemento, la semilla es imaginada por la virtud del fuego, y esta semilla comprime el menstruo del mundo por esta fuerza oculta, lo mismo que el calor espiritual hace salir por los poros de la tierra la esperma con la semilla de los árboles y las hierbas; y a medida que salen, el aire los comprime en proporción y lo congela gota a gota. Y así, de día en día, los árboles crecen y se hacen más grandes, al congelarse una gota sobre otra (como hemos mostrado en nuestro libro de los doce tratados). En este elemento están enteras todas las cosas por la imaginación del fuego. También está lleno de una virtud divina, porque el espíritu del Señor (que antes de la Creación del mundo era llevado sobre las aguas, según el testimonio de la Santa Escritura), está encerrado allí, y ha volado sobre las plumas de los

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Nueva Luz Química vientos. Si el espíritu del Señor está encerrado en el aire (como lo está en efecto), ¿quién podrá dudar de que Dios le haya dejado algo de su divino poder? Porque este monarca tiene la costumbre de enriquecer con adornos sus domicilios; y así también le ha dado por adorno sus domicilios; y así también le ha dado por adorno a este elemento el espíritu vital de todas las criaturas, porque en él está la semilla de todas las cosas que hay dispersas aquí y allá. Y, como hemos dicho antes, este soberano obrero ha incluido desde la creación del mundo una fuerza magnética en el aire, sin la cual no se podría extraer la menor parte del alimento, y así la semilla permanecería en pequeña cantidad sin poder crecer ni multiplicarse. Pero lo mismo que la piedra Imán atrae a sí al hierro, a pesar de su dureza (al ejemplo del Polo Ártico que atrae hacia sí las aguas, como hemos mostrado al tratar del elemento agua), igualmente el aire por su imán vegetativo que está contenido en la semilla, atrae hacia sí su alimento del menstruo del mundo, que es el agua. Todas estas cosas se hacen por medio del aire, porque es el conductor de las aguas y su fuerza o poder magnético, el cual Dios ha encerrado en él, está escondida en todas las especies de semillas, para atraer el húmedo radical; y esta virtud o poder que se encuentra en toda semilla, es siempre las doscientas ochentava parte de la semilla, como hemos dicho en el terreno de los doce tratados. Así pues, si alguien quiere plantar los árboles, que mire siempre que el punto atractivo se vuelva hacia Septentrión; y así jamás perderá su trabajo. Porque al igual que el Polo Ártico atrae hacia sí las aguas, igualmente el punto vertical atrae hacia sí la semilla, y todo punto atractivo se parece al polo. Tenemos un ejemplo atractivo en la madera, cuyo punto atractivo tiende siempre a su punto vertical, el cual tampoco deja de atraerlo. Que se talle un bastón de madera, de forma que sea por todas partes de igual grosor. Si quieres saber cuál era su parte superior antes de que fuera cortado de su árbol, sumérgelo en una vasija llena de agua que sea más ancha que la longitud de esta madera, y verás que la parte superior saldrá siempre fuera del agua antes que la parte inferior; porque la Naturaleza no puede fallar en sus obras. Pero hablaremos más ampliamente de estas cosas en nuestra Harmonía, donde trataremos de la fuerza magnética (aunque aquella puede ser fácilmente considerada como de nuestro Imán, por aquel a quien sea conocida la naturaleza de los metales). En cuanto al presente, nos bastará haber dicho que el aire es un elemento muy digno, en el cual está la semilla y el espíritu vital, o el domicilio del alma de toda criatura.

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Capítulo V – Sobre el elemento Fuego

El fuego es el más puro y digno de todos los elementos, lleno de una untuosidad corrosiva. Es penetrante, digiriente, corroyente y muy adherente. Exteriormente es visible, pero en su interior es invisible y muy fijo. Es cálido y seco, y la tierra lo tempera. Hemos dicho al tratar del elemento agua, que en la creación del mundo la sustancia purísima del fuego, ha sido elevada en primer lugar hacia arriba, para rodear el Trono de la Divina Majestad, cuando las aguas, de las que ha sido compuesto el Cielo, fueron congeladas. Que los ángeles han sido creados de la sustancia del fuego menos pura que esta primera, y que las luminarias y las estrellas han sido creadas de la sustancia del fuego menos pura que la segunda, pero mezclada con la purísima sustancia del aire. La sustancia del fuego todavía menos pura que la tercera, ha sido exaltada en su esfera para terminar y sostener los Cielos. La parte más impura y untuosa, que llamamos fuego de Gehena, ha quedado en el centro de la tierra, donde la ha encerrado el Soberano Creador por su Sabiduría, para continuar la operación del movimiento. Todos estos fuegos están verdaderamente divididos, pero no dejan de tener una natural simpatía los unos con los otros. Este elemento es el más tranquilo de todos y se parece a un carro que rueda cuando es arrastrado y permanece inmóvil si no se tira de él. Está imperceptiblemente en todas las cosas del mundo. Las facultades vitales e intelectuales que son distribuidas en la primera infusión de la vida humana se encuentran en él, y las llamamos alma razonable, que distingue al hombre de los animales y lo vuelve semejante a Dios. Este alma, hecha de la parte más pura del fuego elemental ha sido infusa divinamente en el espíritu vital; y por ella el hombre, tras la creación de todas las cosas, ha sido hecho como un mundo en particular, o como un compendio de este gran Todo. Dios el Creador, ha puesto su sede y su majestad en este elemento del fuego, como en el más puro y tranquilo sujeto que sea gobernado por la única Sabiduría inmensa y divina. Por ello Dios detesta toda clase de impureza, y nada inmundo, descompuesto o sucio, puede aproximarse a él. De donde se deduce que ninguno puede ver ni aproximarse a Dios naturalmente, porque el fuego purísimo que rodea la Divinidad, y que es la sede misma de la Majestad del Altísimo, ha sido elevado a un grado de calor tan alto, que ningún ojo puede penetrarlo, a causa de que el fuego no puede sufrir que ninguna cosa compuesta se aproxime a él; porque el fuego es la muerte y la separación de todos los compuestos. Hemos dicho que este elemento era un sujeto tranquilo (lo que también es verdad), ya que de otra mañera Dios no podría estar en reposo (cosa que sería absurdo sólo el pensarla), porque es muy cierto que está en una tranquilidad perfecta e incluso más de lo que el espíritu humano podría imaginarse. Los guijarros nos sirven de ejemplo de que el fuego esté en reposo, pues en

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Nueva Luz Química ellos hay un fuego que sin embargo no aparece a nuestros ojos, y del que no se puede sentir el calor, hasta que sea excitado y encendido por algún movimiento. Igualmente también, este purísimo fuego que rodea la santísima Majestad del Creador, no tiene ningún movimiento, si no es excitado por la propia voluntad del Altísimo; porque entonces este fuego va a donde el Señor quiere hacerlo ir, y cuando se mueve, se hace un movimiento terrible y vehemente. Imaginaos por ejemplo, cuando algún monarca de este mundo está en su sede majestuosa; ¡qué silencio hay alrededor de él! ¡Qué gran reposo! Y aunque algunos de sus cortesanos se muevan, sin embargo este movimiento particular no es más que muy poco o algo considerable. Pero cuando el monarca comienza a moverse para ir de un lugar a otro, entonces toda la asamblea se remueve universalmente, de tal manera que se oye un gran ruido. ¿Qué no debería creerse con mayor razón del Monarca de los Monarcas, del Rey de Reyes, y del Creador de todas las cosas (a ejemplo del cual se han establecido sobre la Tierra los príncipes de este asunto), que por su autoridad da el movimiento a todo lo que ha creado? ¿Qué movimiento? ¿Qué temblor cuando toda la armada celeste que lo rodea se mueve alrededor de él? Pero algunos burlones quizás preguntarán: Cómo, señor Filósofo, ¿sabéis esto a pesar de que todas las cosas celestes están escondidas al entendimiento humano? Le contestaremos que todas estas cosas son conocidas por los filósofos, e incluso que la incompresible Sabiduría de Dios les ha inspirado que todo había sido creado al ejemplo de la Naturaleza, la cual nos da una fiel representación de todos estos secretos por sus operaciones diarias, en tanto que no se hace nada sobre la Tierra que no sea naturalmente; de tal manera que todas las invenciones de los hombres, e incluso todos los artificios que existen hoy, o sean practicados en el porvenir, no provienen más que de los fundamentos de la Naturaleza. El Creador todopoderoso ha querido manifestar al hombre todas las cosas naturales; y esta es la razón por la que también nos ha querido mostrar las cosas celestes que han sido hechas naturalmente, a fin de que por este medio el hombre pueda conocer mejor su absoluto poder y su incomprensible Sabiduría; la cual los filósofos pueden ver en la luz de la Naturaleza como en un espejo. Pero ellos, si han tenido esta Ciencia en gran consideración y la han buscado con tanto trabajo, no ha sido por el deseo de poseer el oro ni la plata, sino que han sido llevados a ello por los dos motivos que hemos dicho; es decir, para tener un conocimiento amplio, no sólo de todas las cosas naturales, sino también del poder de su Creador. Y si después de haber llegado al fin que deseaban, no han hablado de esta Ciencia más que por figuras, e incluso muy poco, es porque no han querido esclarecer a los ignorantes los misterios divinos que nos conducen al perfecto conocimiento de las acciones de la Naturaleza. Así pues, si te puedes conocer a ti mismo y no tienes el entendimiento demasiado grosero, comprenderás fácilmente como estás hecho a la semejanza del gran mundo, e incluso a la imagen de tu Dios. Tienes en tu cuerpo la anatomía de todo el Universo; porque tienes en el lugar más alto de tu cuerpo la quintaesencia de los cuatro elementos, extraída de espermas confusamente mezcladas en la matriz y como apretada más allá en la piel. En lugar del fuego

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Nueva Luz Química tienes una sangre muy pura, en la que reside el alma en forma de un rey, por medio del espíritu vital. En lugar de la tierra tienes el corazón, en el que está el fuego central que opera continuamente y conserva en su ser la máquina de este microcosmo; la boca te sirve de Polo Ártico y el vientre de Polo Antártico; y así los otros miembros que tienen todos una correspondencia con los cuerpos celestes; de lo cual trataremos algún día más ampliamente en nuestra Harmonía, en el capítulo de la Astronomía, donde hemos descrito que la Astronomía es un arte fácil y natural, como los aspectos de los planetas y de las estrellas causan efectos, y porque por medio de esos aspectos se pronostican lluvias y otros accidentes, lo que sería demasiado largo de contar en este lugar. Y todas estas cosas ligadas y encadenadas entre sí, dan naturalmente un conocimiento más amplio de la Divinidad. Hemos querido remarcar lo que los antiguos han omitido, tanto a fin de que el diligente escrutador de estos secretos comprendiese más claramente el incomprensible poder del Altísimo, como para que también lo amase y adorase con más ardor. Que el inquisidor de esta Ciencia sepa pues, que el alma del hombre tiene en este microcosmos el lugar de Dios su creador, y le sirve como Rey; y está situada en el espíritu vital en una sangre muy pura. Esta alma gobierna el espíritu, y el espíritu gobierna al cuerpo. Cuando el alma ha concebido alguna cosa, el espíritu sabe cuál es esta concepción, la cual hace entender a los miembros del cuerpo, que obedientes, esperan con ardor las órdenes del alma para ponerlas en ejecución y cumplir su voluntad. Porque el cuerpo, por sí mismo, no sabe nada, y todo lo que hay de fuerza o de movimiento en el cuerpo, lo hace el espíritu. Si conoces las voluntades del alma, no las ejecuta más que por medio del espíritu; de forma que el cuerpo no es al espíritu más como un instrumento en las manos de un artista. Estas son las operaciones que el alma razonable realiza en el cuerpo, y mediante las cuales el hombre se diferencia de los brutos. Pero hace otras más grandes y más nobles cuando está separada de él, porque estando fuera del cuerpo, es absolutamente independiente y maestra de sus acciones. Y es en esto en lo que el hombre se diferencia de las otras bestias, a causa de que estas no tienen más que un espíritu y no un alma participante de la Divinidad. Igualmente también, nuestro Señor y Creador de todas las cosas, opera en este mundo lo que sabe que le es necesario; y como sus operaciones se extienden por todas las partes del mundo, es necesario creer que él está también por todos lados; pero también está fuera del mundo, porque su inmensa Sabiduría hace operaciones fuera del mundo y forma concepciones tan altas y elevadas que todos los hombres juntos no podrían comprenderlas. Y aquellos son los secretos sobrenaturales de Dios solo. De ello tenemos un ejemplo en el alma, que estando separada de su cuerpo, concibe cosas muy profundas y muy elevadas, y es en estos semejante a Dios, el cual fuera de su mundo opera sobrenaturalmente, aunque, a decir verdad, las acciones del alma fuera de su cuerpo, en comparación con las de Dios fuera del mundo, no sean más que como una candela encendida respecto a la luz del Sol en pleno medio día, porque el alma no ejecute más que en idea las

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Nueva Luz Química cosas que se imagina; pero Dios da un ser real a todas las cosas en el mismo momento que las concibe. Cuando el alma del hombre se imagina estar en Roma o en otro lugar, está allí en un abrir y cerrar de ojos, pero solamente en espíritu; pero Dios que es todopoderoso, ejecuta esencialmente lo que ha concebido. Dios no está encerrado en el mundo más que como el alma lo está en el cuerpo. Él tiene su absoluto poder separado del mundo, como el alma de cada cuerpo tiene un poder absoluto separado de él; y mediante este poder absoluto puede hacer cosas tan elevadas que el cuerpo no podría comprender. Así pues, ella puede mucho sobre nuestro cuerpo, porque de otra manera nuestra filosofía sería vana. Aprende pues a conocer a Dios, a partir de lo que se te ha dicho antes, y sabrás la diferencia que hay entre el Creador y las criaturas: después podrás concebir por ti mismo cosas todavía más grandes y más elevadas, puesto que te hemos abierto la puerta. Pero a fin de no engrosar esta obra, volvamos a nuestro propósito. Hemos dicho ya que el fuego es un elemento muy tranquilo y que está excitado por un movimiento, pero únicamente los hombres sabios conocen la manera de excitarlo. A los filósofos les es necesario conocer todas las generaciones y todas las corrupciones; pero aunque vean al descubierto la creación del Cielo y la composición y la mezcla de todas las cosas, y lo sepan todo, sin embargo no pueden hacerlo todo. Sabemos bien la composición del hombre en todas sus cualidades, pero no podemos infundir un alma, porque este misterio pertenece sólo a Dios, que lo sobrepasa todo por estos infinitos misterios sobrenaturales, y como estas cosas están fuera de la Naturaleza, no están en su disposición. La Naturaleza no puede operar más que si antes se le suministra una materia: el Creador le da la primera materia y los filósofos le dan la segunda. Pero en la obra filosófica, la Naturaleza debe excitar el fuego, se hace por la voluntad de un sutil artista que dispone la Naturaleza: porque el fuego purifica naturalmente toda clase de impureza. Todo cuerpo compuesto se disuelve por el fuego. Y así como el agua lava y purifica todas las cosas imperfectas que no son fijas igualmente también, el fuego purifica todas las cosas fijas y las lleva a la perfección. Y así como el agua une los cuerpos disueltos, igualmente el fuego separa todos los cuerpos unidos; y purga muy bien todo lo que participa de su naturaleza y propiedad, aumentándolo no en cantidad, sino en virtud. Este elemento obra ocultamente por medios maravillosos, tanto contra los otros elementos, como contra todas las otras cosas. Porque así como el alma razonable ha sido hecha de este fuego purísimo, igualmente el alma vegetativa ha sido hecha del fuego elemental que gobierna la Naturaleza. Este elemento obra de la siguiente manera sobre el centro de cada cosa: la Naturaleza da el movimiento, y éste excita el aire; el aire excita al fuego; y el fuego separa, purga, digiere y colorea y hace madurar toda clase de semilla; la cual, estando madura, es empujada (por medio de la esperma) en matrices que son puras o impuras, más o menos cálidas, secas o

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Nueva Luz Química húmedas; y según la disposición del lugar o de la matriz, se producen diversas cosas en la tierra, como hemos escrito en el libro de los doce tratados, donde, al hacer mención de las matrices, hemos dicho que existen tantas como lugares hay. Dios el Creador ha hecho y ordenado todas las cosas de este mundo; de forma que una es contraria a la otra, pero de tal manera, sin embargo, que la muerte de una es la vida de otra: lo que uno produce, el otro lo consume, y de este sujeto destruido se produce naturalmente alguna cosa más noble; de forma que por estas continuas destrucciones y regeneraciones se conserva la igualdad de los elementos. Y también es de esta manera como la separación de las partes de todos los cuerpos compuestos, y particularmente de los vivos, causa su muerte natural. Por ello es naturalmente necesario que el hombre muera, porque al estar compuesto de los cuatro elementos, está sujeto a la separación, puesto que las partes de todo cuerpo compuesto se separan naturalmente una de otra. Pero esta separación de la composición humana solamente se debería hacer en el día del Juicio Final; porque el hombre (según la Escritura y los teólogos) había sido creado inmortal en el Paraíso terrestre. Sin embargo ningún filósofo, hasta el presente, ha sabido dar todavía razones suficientes para probar esta inmortalidad, cuyo conocimiento es conveniente a los inquisidores de esta Ciencia, a fin de que puedan saber cómo se hacen naturalmente estas cosas y cómo pueden ser entendidas naturalmente. Es muy cierto y nadie lo duda, que todo compuesto está sujeto a corrupción y que puede separarse (separación que en el reino animal se llama muerte); pero hacer ver que el hombre, aunque compuesto de los cuatro elementos, puede ser naturalmente inmortal, es una cosa muy difícil de creer y que incluso parece sobrepasar las fuerzas de la Naturaleza. Sin embargo Dios ha inspirado desde hace mucho tiempo a los hombres de bien y a los filósofos verdaderos, la forma en que esta inmortalidad podía estar naturalmente en el Hombre, y que te haremos comprender de esta manera. Dios había creado el Paraíso terrestre de los verdaderos elementos, no elementados, sino purísimos, temperados y unidos entre sí en su mayor perfección; de manera que como eran incorruptibles, todo lo que provenía de ellos, igual y muy perfectamente unido, debía ser inmortal; porque esta igualdad y perfectísima conjunción no puede sufrir la desunión y la separación. El hombre había sido creado de estos elementos incorruptibles unidos entre sí por una justa igualdad, de tal manera que no podía ser corrompido; por él había sido destinado para la inmortalidad, porque Dios, sin duda, no había creado este Paraíso más que para la morada exclusiva de los hombres. Hablaremos de ello más ampliamente en nuestro Tratado de la Harmonía, donde describiremos el lugar donde está situado. Pero después que el hombre, por su pecado de desobediencia, hubo transgredido los mandatos de Dios, fue desterrado del Paraíso terrestre y Dios lo reenvió a este mundo corruptible y elementado que había creado solamente para las bestias, en el cual, al no poder vivir sin alimento, fue condenado a nutrirse de los elementos elementados corruptibles, que infectaron los puros elementos de los cuales había sido creado; y así cayó poco a poco en la corrupción, hasta que al predominar una cualidad sobre la otra, fue corrompido el compuesto entero, ha sido atacado por diversas

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Nueva Luz Química enfermedades y al final han seguido la separación y la muerte. Y después, los hijos de los primeros hombres, han estado más próximos de la corrupción y de la muerte, porque no habían sido creados en el Paraíso terrestre y habían sido engendrados en este mundo compuesto de elementos elementados corrompidos, y a partir de una semilla corruptible; porque la semilla producida a partir de los alimentos corruptibles, no podía ser de larga duración e incorruptible. Y así, cuanto más alejados se encuentran los hombres del tiempo de este destierro del Paraíso terrestre, tanto más se aproximan a la corrupción y a la muerte, de donde se deriva, que nuestra vida es más corta que la de los antiguos, y llegará al punto en que no podrá procrear más a su semejante a causa de su brevedad. Sin embargo hay lugares que tiene el aire más puro y donde las constelaciones son tan favorables que impiden que la Naturaleza se corrompa tan pronto y hacen también que los hombres vivan más naturalmente; pero los intemperados acortan su vida por su mal régimen de vida. La experiencia nos enseña también que los hijos de padres valetudinarios no son de vida larga. Pero si el hombre hubiese permanecido en el Paraíso terrestre, lugar conveniente a su naturaleza, donde los elementos incorruptibles son todos vírgenes, habría sido inmortal por toda la eternidad. Porque es cierto que el sujeto que proviene de la igual conmixtión de los elementos purificados, debe ser incorruptible. Y tal debe ser la Piedra Filosofal, cuya confección (según los antiguos filósofos) ha sido comparada con la creación del hombre. Pero los filósofos modernos, tomando todas estas cosas al pie de la letra, no se proponen como ejemplo más que la corrompida generación de las cosas de este siglo, que no son producidas más que de elementos corruptibles, en lugar de tomar aquellas que son hechas de elementos incorruptibles. Esta inmortalidad del hombre ha sido la principal causa de que los filósofos hayan buscado esta Piedra; porque supieron que había sido creada de los elementos más puros y perfectos. Y meditando sobre esta creación, que han reconocido como natural, comenzaron a buscar cuidadosamente si era posible tener estos elementos incorruptibles o si se podía encontrar en algún sujeto en el que estuviesen unidos e infusos: entonces Dios les inspiró que la composición de tales elementos estaba en el oro; porque es imposible que exista en los animales; puesto que se alimentan de elementos corrompidos. Tampoco es posible que exista en los animales; puesto que se alimentan de alimentos corrompidos. Tampoco es posible que esté en los vegetales, porque se nota en ellos la desigualdad de los elementos. Pero como toda cosa creada tiende a su multiplicación, los filósofos se han propuesto experimentar esta propiedad de la Naturaleza en el reino mineral; y habiéndola encontrado, han descubierto un número infinito de secretos naturales, de los que han hablado muy poco, porque han juzgado que sólo a Dios correspondía revelarlos. De ahí pues conocer cómo los elementos corrompidos caen en un sujeto, y cómo se separan cuando uno sobrepasa a otro. Y como entonces la putrefacción se hace por la primera separación, y la separación de lo puro y lo impuro se hace por la putrefacción; si sucede que se haga una nueva conjunción por la virtud del fuego céntrico, entonces el sujeto adquiere una

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Nueva Luz Química forma más noble que la primera. Porque en este primer estado, habiendo sido corrompido lo sutil por lo grosero, el sujeto no ha podido ser purificado ni mejorado más que por la putrefacción; y esto no puede ser hecho más que por la fuerza de los cuatro elementos que se encuentran en todos los cuerpos compuestos. Porque cuando el compuesto debe desunirse, se resuelve en agua; y cuando los elementos están así mezclados confusamente, el fuego que está en potencia en cada uno de los otros elementos, como en la tierra y el aire, unen juntos sus fuerzas, y por mutuo concurso, sobrepasan el poder del agua, la cual digieren, cuecen, y en fin, congelan; y por este medio de la Naturaleza ayuda a la Naturaleza. Porque si el fuego central escondido (que está privado de vida) es el vencedor, obra sobre lo que es más puro y más próximo a su Naturaleza y se junta con ello; y es de esta manera como sobremonta a su contrario y separa lo puro de lo impuro: de donde se engendra una nueva forma mucho más noble que la primera, si se la ayuda aún. Algunas veces incluso, por la industria de un hábil artista, se hace de todo ello una cosa inmortal, principalmente en el reino mineral. De manera que todas las cosas se hacen y son llevadas a un ser perfecto solamente por el fuego administrado bien y dulcemente, si me has entendido. Así pues, en este tratado tienes el origen de los elementos, su naturaleza y su operación, sucintamente descritos: lo que basta en este lugar para nuestra intención. Porque de esta manera, si queremos hacer la descripción de cada elemento tal y como es, nacería un gran volumen, lo que no es necesario para nuestra causa. Pero volveremos a poner todas estas cosas en nuestro Tratado de la Harmonía donde con la ayuda de Dios, sí estamos todavía con vida, explicaremos más ampliamente las cosas naturales.

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Capítulo VI – Sobre los tres Principios de todas las cosas

Después de haber descrito estos cuatro elementos, es necesario hablar de los tres principios de las cosas, y mostrar cómo han sido producidos inmediatamente a partir de dichos elementos, lo que se ha hecho de la siguiente manera. Después que Dios constituyó la Naturaleza para regir toda la monarquía del mundo, ella comenzó a distribuir lugares y dignidades a cada cosa, según sus méritos. En primer lugar constituyó los cuatro elementos, príncipes del mundo, y a fin de que fuese cumplida la voluntad del Altísimo (de la cual depende toda la Naturaleza), ordenó que cada uno de esos cuatro elementos actuara incesantemente sobre el otro. El fuego comenzó pues, a actuar contra el aire, y de esta acción se produjo el Azufre; el aire comenzó a actuar parejamente contra el agua, y esta acción produjo el Mercurio; el agua también comenzó a actuar contra la tierra, y la Sal fue el producto de esta acción. Pero la tierra, al no encontrar ningún otro elemento contra el que pudiese actuar, tampoco pudo producir nada; aunque retuvo en su seno lo que habían producido los otros tres elementos. Esta es la razón por la que no hay más que tres principios, y que la tierra permanece como la matriz y la nodriza de los otros elementos. Se produjeron (como hemos dicho) tres principios; lo cual no ha sido considerado tan exactamente por los antiguos filósofos, que solamente han hecho mención de dos acciones de los elementos. ¿Pero quién podría juzgar que no hubiesen conocido los tres, y que nos hayan querido esconder industriosamente uno de ellos; ya que no han escrito más que para los hijos de la Ciencia, y que han dicho que el Azufre y el Mercurio eran la materia de los metales, e incluso de la Piedra de los Filósofos, y que estos dos principios nos bastan? Aquel que quiera buscar esta santa Ciencia, debe saber necesariamente los accidentes, y conocer el accidente mismo, a fin que comprenda a qué sujeto o a qué elemento se propone llegar, a fin que proceda con medios convenientes, si desea cumplir el número cuaternario. Porque así como los cuatro elementos han producido lo tres principios, igualmente, disminuyendo, es necesario que estos tres se produzcan dos, a saber, el macho y la hembra, y que de estos dos se produzca uno que sea incorruptible, en el cual no deben estar anárquicos estos cuatro elementos; es decir, que deben de ser igualmente poderosos y perfectamente digeridos y purificados; y así el cuadrado responderá al cuadrángulo. Y aquella es esa quintaesencia tan necesaria al artista, separada de los elementos y exenta de toda su contrariedad. Y así, en cada compuesto físico, considerarás a estos tres principios como un cuerpo, un espíritu y un alma escondida; y si después de haberlos separado y bien purgado,

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Nueva Luz Química unes entre sí estos tres principios, imitando a la Naturaleza sin duda, te darán un fruto muy puro. Porque aunque el alma sea extraída de un lugar muy noble, sin embargo no podría llegar a donde ella tiende, más que por medio de su espíritu, que es el lugar y el domicilio del alma; la cual si quieres que entre en un lugar determinado, es necesario lavarla primeramente de todo pecado y también que el lugar sea purificado; a fin de que el alma pueda ser glorificada en él y no pueda separarse jamás. Ahora tienes pues, el origen de los tres principios, de los cuales, imitando a la Naturaleza, debes producir el Mercurio de los Filósofos y su primera materia, y relacionar con los principios de todas las cosas naturales, y particularmente de los metales. Porque es imposible que sin estos principios lleves nada a la perfección por medio del Arte, puesto que la misma Naturaleza no puede hacer ni producir nada sin ellos. Estos tres principios están en todas las cosas, y sin ellos no se hace nada en el mundo, ni jamás se hará nada naturalmente. Pero como hemos escrito antes que los antiguos filósofos sólo han hecho mención de dos principios, a fin de que el inquisidor de la Ciencia no se equivoque, es necesario que sepa que aunque no hayan hablado más que del Azufre y del Mercurio, sin embargo sin la Sal jamás habrían podido llegar a la perfección de esta obra; puesto que ella es la clave y el principio de esta divina Ciencia. Ella es la que abre las puertas de la Justicia, y quien tiene las llaves para abrir las prisiones en las que está encerrado el Azufre, como declararé más ampliamente algún día al escribir sobre la Sal, en nuestro tercer tratado de los principios. Ahora volvamos a nuestro propósito. Estos tres principios nos son absolutamente necesarios, debido a que son la materia próxima: porque hay dos materias de los metales; una más próxima y otra más alejada. La más próxima son el Azufre y el Mercurio, y la más alejada son los cuatro elementos, con los cuales sólo corresponde a Dios crear las cosas. Deja pues los elementos, porque no harás nada de ellos, y no podrías producir más que estos tres principios, en vista de que la misma Naturaleza no puede producir otra cosa. Y si de los cuatro elementos no puedes producir más que los tres principios, ¿por qué te diviertes en una labor tan vana, como buscar o querer hacer lo que la Naturaleza ha engendrado ya? ¿No es mejor caminar tres mil leguas, en lugar de cuatro mil? Así pues, que te baste tener los tres principios, de los cuales la Naturaleza produce todas las cosas en la Tierra y sobre la Tierra, los cuales también encontrarás enteramente en todas las cosas. De su debida separación y conjunción, la Naturaleza produce los metales en el reino mineral, así como las piedras. En el reino vegetal los árboles, las hierbas y otras cosas; y en el reino animal, el cuerpo, el espíritu, y el alma: lo que cuadra muy bien con la obra de los filósofos. El cuerpo es la tierra; el espíritu es el agua; y el alma es el fuego o el Azufre del oro. El espíritu aumenta la cantidad del cuerpo, y el fuego aumenta su virtud. Pero como con respecto al peso hay más espíritu que fuego, el espíritu se exalta, oprime al fuego y lo atrae hacia sí, de manera que cada uno de estos dos se aumenta en virtud, y la tierra, que era el medio entre ellos, crece en peso.

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Nueva Luz Química Que todo inquisidor del Arte determine pues en su espíritu cuál de los tres principios busca, y que lo socorra a fin de que pueda vencer a su contrario; y poco después que añada su peso al peso de la Naturaleza, a fin de que el Arte palie el defecto de la Naturaleza: y de esta manera el principio que busca sobremontará a su contrario. Hemos dicho en el capítulo del elemento de la tierra, que ella no es más que el receptáculo de los otros elementos; es decir el sujeto en el cual el fuego y el agua se combaten por la intervención del aire. Si en este combate el agua sobremonta al fuego, produce cosas de poca duración y corruptibles; pero si el fuego sobremonta al agua, produce cosas perpetuas e incorruptibles. Considera pues, lo que te es necesario. Sabe aún, que el fuego y el agua están en cada cosa, pero ni el fuego ni el agua producen nada, porque no hacen más que disputar y combatir entre sí a ver quién de los dos tendrá más rapidez y virtud: lo cual no podrían hacer por sí mismos si no fuesen excitados por un calor extrínseco que el movimiento de las virtudes celestes enciende en el centro de la tierra. Y sin este calor, el fuego y el agua no harían nada jamás y cada uno de ellos permanecería siempre en su término y en su peso. Pero después que la Naturaleza los ha unido en un sujeto y en una proporción conveniente y debida, entonces los excita por un calor extrínseco; y así el fuego y el agua comienzan a combatir uno contra el otro, y cada uno de ellos llama a su semejante en su ayuda, y de esta forma suben y crecen hasta que la tierra no pueda subir más con ellos. Mientras que están los dos retenidos en la tierra, se sutilizan; porque la tierra es el sujeto en el que el fuego y el agua suben sin cesar. Y producen esta acción por medio de los poros terrestres que el aire les ha abierto y preparado. Y de esta sutilización del fuego y del agua nacen flores y frutos, en los que los dos se han hecho amigos, como se pueden ver en los árboles. Porque cuanto más sutilizados y purificados son al subir, tanto más excelentes son los frutos que producen; principalmente si cuando el fuego y el agua acaban su operación, son igualmente poderosas sus fuerzas unidas entre sí. Habiendo pues purificado las cosas de las que quieres servirte, haz que el fuego y el agua se vuelvan amigos (lo que harán fácilmente en su tierra, que había subido con ellos); entonces acabarás tu obra antes que la Naturaleza, si sabes bien como conjuntar el agua con el fuego, no como habían estado antes, sino como lo requiere la Naturaleza y como es necesario, porque en todos los compuestos, la Naturaleza pone menos de fuego que de los otros elementos. Siempre hay menos fuego, pero la Naturaleza según su poder, añade un fuego extrínseco para excitar el interno, según la mayor o menor cantidad que es necesaria para cada cosa; y esto, por un mayor o menor espacio de tiempo. Y según esta operación, si el fuego intrínseco sobremonta o es sobremontado por los otros elementos, aparecen cosas perfectas o imperfectas, ya sea en minerales o en vegetales. En verdad el fuego extrínseco no entra esencialmente en la composición de la cosa, sino solamente en virtud, porque el fuego intrínseco material contiene en sí todo lo que le es necesario, con tal de que tenga solamente el

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Nueva Luz Química alimento; y el fuego extrínseco se lo proporciona, lo mismo que la madera mantiene el fuego elemental, y según la mayor o menor cantidad de alimento, crece y se multiplica. Sin embargo es necesario tener cuidado de que el fuego extrínseco no sea demasiado grande; porque sofocaría al intrínseco; lo mismo que un hombre que comiese más de lo que puede, sería pronto sofocado: una gran llama devora a un fuego pequeño. El fuego extrínseco debe ser multiplicativo, alimenticio y no devorante: porque de esta manera las cosas llegan a su perfección. La decocción pues, es la perfección de todas las cosas; y así la Naturaleza añade la virtud al peso y perfecciona su obra. Pero a causa de que es difícil añadir algo al compuesto, puesto que ello requiere un largo trabajo, te aconsejo quitar tanto como sea necesario y la Naturaleza requiera de lo superfluo: mézclalo a las superfluidades quitadas; la Naturaleza te mostrará después lo que has buscado. Incluso conocerás si la Naturaleza ha unido bien o mal los elementos, puesto que todos los elementos no subsisten más que por su conjunción. Pero muchos artistas siembran paja en vez del grano del trigo, otros siembran los dos, muchos rechazan lo que los filósofos aman, y algunos comienzan y acaban al mismo tiempo: lo que no sucede más que por su inconstancia. Profesan un Arte difícil y buscan un trabajo fácil. Rechazan las buenas materias y siembran las malas. Y así como los buenos autores esconden esta Ciencia al comienzo de sus libros, igualmente los artistas rechazan la verdadera materia al comienzo de su trabajo. Decimos que este Arte no es más que las virtudes de los elementos mezcladas igualmente entre sí; es decir, una igualdad natural de lo cálido, de lo frío, de lo seco y de lo húmedo. Una conjunción del macho y de la hembra; habiendo dicha hembra engendrado a este macho; es decir, una conjunción del fuego y de la humedad radical de los metales, considerando que el Mercurio de los Filósofos tiene en sí su propio Azufre que es tanto mejor cuanto más lo ha cocido y depurado la Naturaleza. Podrás perfeccionar todas estas cosas del Mercurio, si sabes añadir tu peso al peso de la Naturaleza, doblando el Mercurio y triplicando el Azufre, pues así se volverá bueno en poco tiempo, después mejor, y, en fin, buenísimo, aunque no haya más que un solo Azufre aparente y dos Mercurios de una misma raíz, ni demasiado crudos ni demasiado cocidos, pero sin embargo purgados y disueltos, si me has entendido. No es necesario que declare por escrito la materia del Mercurio de los Filósofos, ni la materia de su Azufre. Hasta el presente nadie ha podido jamás, ni podrá en el porvenir, declararla más abiertamente y más claramente de lo que la han descrito y nombrado los antiguos filósofos, si no quiere ser anatema del Arte; porque es nombrada tan comúnmente, que ni siquiera se le hace caso. Esto hace que los inquisidores de esta Ciencia se inclinen más a la búsqueda de sutilidades diversas y vanas, que a permanecer en la simplicidad de la Naturaleza. Sin embargo no decimos que el Mercurio de los Filósofos sea algo común, ni que esté designado con claridad por su propio nombre, sino que han designado sensiblemente la materia de la cual los filósofos extraen su Mercurio y su Azufre; porque el Mercurio de los Filósofos no se encuentra en la tierra de por sí, sino que se extrae por artificio del Azufre y del Mercurio ligados

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Nueva Luz Química entre ellos. No se muestra porque está desnudo, pero sin embargo la Naturaleza lo ha ataviado maravillosamente. Para concluir repetimos que el Azufre y el Mercurio (unidos sin embargo entre sí), son la mina de nuestra plata viva, la cual tiene el poder de disolver los metales, de mortificarlos y de vivificarlos. He recibido este poder del Azufre agrio que es de la misma naturaleza que ella. Pero a fin que puedas comprender mejor, escucha la diferencia que hay entre nuestra plata viva y la del vulgo. La plata viva vulgar no disuelve el oro ni la plata y no se mezcla con ellos inseparablemente; pero nuestra plata viva, disuelve el oro y la plata, y si se mezcla una vez con ellos, no se los puede separar jamás, lo mismo que el agua mezclada con el agua. El Mercurio vulgar tiene en sí un mal combustible que lo ennegrece; nuestro Mercurio tiene un buen Azufre incombustible, fijo, muy blanco y rojo. El mercurio vulgar es frío y húmedo; el nuestro es caliente y húmedo. El mercurio vulgar ennegrece y mancha los cuerpos; nuestra plata viva los blanquea hasta volverlos claros como el cristal. Y, precipitando el mercurio vulgar, se lo convierte en un polvo color limón y en un mal azufre; al contrario que nuestra plata viva que se convierte por medio del calor en un Azufre muy blanco, fijo y fusible. El mercurio vulgar se vuelve tanto más fusible cuanto más se le cuece; pero cuanta más cocción se le da a nuestra plata viva, más se espesa y se coagula. Todas estas circunstancias te pueden enseñar cuanta diferencia hay entre el mercurio vulgar y la plata viva de los filósofos. Si todavía no me entiendes, te esforzarás en vano: no esperes jamás que hombre viviente alguno te descubra las cosas más claramente de lo que acabo de hacerlo. Pero hablemos ahora de las virtudes de nuestra plata viva. Tiene una virtud y una fuerza tan eficaces, que en sí misma basta para ti y para ella; es decir, que no tienes necesidad más que de ella sola, sin ninguna adición de cosa extraña, puesto que sólo por su decocción natural, se disuelve y se congela por sí misma. Pero los filósofos, en la cocción para acortar el tiempo, le añaden su azufre bien digerido y bien maduro, haciendo así su operación. Habríamos podido citar fácilmente a los filósofos que confirman nuestro discurso; pero como nuestros escritos son más claros que los suyos, no tienen necesidad de su aprobación: aquel que los entienda, también nos entenderá a nosotros. Así pues, si quieres seguir nuestra opinión te aconsejamos (antes de aplicarte a este arte) que aprendas primeramente a retener tu lengua. Después que te dediques a buscar la naturaleza de los minerales, de los metales y vegetales, porque nuestro Mercurio se encuentra en todo sujeto y el Mercurio de los Filósofos se puede extraer de cualquier cosa, aunque se lo encuentre más próximamente en un sujeto que en otro. Tened también como cierto, que esta Ciencia no consiste en el azar y en una invención fortuita y casual; sino que está apoyada sobre un conocimiento real, y en el mundo no hay más que esta única materia, por medio de la cual se prepara el Mercurio de los Filósofos (la piedra de

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Nueva Luz Química los Filósofos). Verdaderamente está en todas las cosas, pero la vida del hombre no sería lo suficientemente larga como para hacer su extracción. Pero sí a pesar de todo trabajas sin el conocimiento de las cosas naturales, principalmente en el reino mineral, te parecerás a un ciego que camina por costumbre. La labor de aquel que trabaje de esta manera es por completo fortuita y casual; e incluso (como sucede a menudo), aunque trabaje por azar sobre la verdadera materia de nuestra plata viva, sin embargo cesa de operar en el mismo punto en que debería comenzar. Porque lo mismo que la ha encontrado por casualidad, también la pierda fortuitamente, ya que no tiene un fundamento sobre el que pueda apoyar su intención. Por ello esta Ciencia es un auténtico don del Dios Altísimo y no puede ser conocida más que muy difícilmente, por revelación divina o por una demostración que nos haga un amigo. Porque todos no podemos ser Geber ni Lullios; y aunque Lullio fuese de un espíritu muy sutil, sin embargo si Arnaldo no le hubiese dado el conocimiento del Arte, ciertamente se habría parecido a los otros que la buscaban con tantas dificultades. Y el mismo Arnaldo confiesa haberla aprendido de otro amigo suyo. Es fácil escribir a aquel a quien la misma Naturaleza dicta. Y como dice en un proverbio común: es más fácil añadir a lo que ya ha sido inventado. Todo Arte y toda Ciencia es fácil a los maestros, pero a los discípulos que no hacen más que comenzar no les sucede lo mismo; y para adquirirla necesitan mucho tiempo, muchas vasijas, grandes gastos, un trabajo diario, junto con grandes meditaciones; pero todas las cosas son fáciles y ligeras para aquel que ya las sabe. Para concluir decimos que esta Ciencia es sólo un don de Dios, y aquel que tenga un verdadero conocimiento de ella debe rogarle incesantemente, a fin de que se digne a bendecir este Arte con sus santas gracias. Porque sin la bendición divina es por completo inútil, como hemos experimentado nosotros mismos al sufrir grandísimos peligros por esta Ciencia, y al haber recibido más infortunio e incomodidades que utilidad; pero es normal que los hombres se vuelvan sabios un poco demasiado tarde. Los juicios de Dios son abismos. Sin embargo en todos nuestros infortunios siempre hemos admirado la providencia divina, porque nuestro soberano creador nos ha concedido siempre tal protección que ninguno de nuestros enemigos ha podido oprimirnos jamás. Siempre hemos tenido nuestro ángel guardián, que nos ha sido enviado de Dios para conservar este Arca, en la que él ha querido encerrar un tesoro tan grande, y que protege hasta el presente. Hemos oído decir que nuestros enemigos han caído en los lagos que ellos mismos habían preparado; los que habían atentado contra nuestra vida, han sido privados de la suya, los que se han apoderado de nuestros bienes han perdido los propios, e incluso algunos de ellos han sido desterrados de sus reinos. Sabemos que algunos de los que han detractado contra nuestro honor han muerto en la vergüenza y en la infamia. Así de protegidos hemos estado bajo la guardia del Creador de todas las cosas, puesto que desde la cuna nos ha conservado siempre bajo la sombra de sus alas y nos ha inspirado un espíritu de inteligencia de las cosas naturales, por lo cual sea alabado y glorificado por infinitos siglos de los siglos.

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Nueva Luz Química Hemos recibido tantos beneficios del Altísimo nuestro Creador, que no podemos escribirlos y que ni siquiera imaginarlos. Apenas existe algún mortal a quien esta bondad infinita haya acordado más gracias y ni siquiera tantas como a nosotros. Quiera Dios, como reconocimiento, que tengamos bastante fuerza, bastante entendimiento y elocuencia para darle las gracias que le debemos; porque confesamos no tener tanto mérito por nosotros mismos, sino que creemos que toda nuestra felicidad proviene que hemos esperado, esperamos y esperaremos siempre en él. Porque sabes que nadie entre los mortales puede ayudamos, y solamente de Dios, nuestro Creador, debemos esperar el auxilio; porque en vano pondremos nuestra confianza en la personalidad de príncipes que son hombres mortales como nosotros (según el Salmista): todos ellos han recibido de Dios el espíritu de vida, y si éste es quitado, el resto no es más que polvo. Pero en cambio es extremadamente seguro poner nuestra esperanza en Dios, nuestro Señor, del cual, como de una fuente de bondad, todos los bienes proceden con abundancia. Así pues, tú que deseas llegar al fin de esta santa Ciencia, pon toda tu esperanza en Dios tu Creador rezándole incesantemente y cree firmemente que no te abandonará: porque si conoce que tu corazón es franco y sincero y que has fundado toda tu esperanza en él, te dará un medio muy fácil y te mostrará la vía que debes mantener para gozar de la dicha que deseas tan ardientemente. El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios: ruégale, pero no obstante trabaja. En verdad Dios da el entendimiento, pero es necesario que tú sepas usarlo; porque así como el buen entendimiento y la buena ocasión son dones de Dios, igualmente lo son también los perdones por la pena de nuestros pecados. Pero, para volver a nuestro propósito, decimos que la plata viva es la primera materia de esta obra, y que efectivamente no hay ninguna otra cosa, puesto que todo lo que se añade ha tomado su origen de ella. Hemos dicho en algún lugar que todas las cosas del mundo se hacen y son engendradas de los tres principios; pero purgamos algunos de sus accidentes, y estando bien puras las unimos de nuevo. Añadiendo lo que debemos añadir, realizamos lo que le falta; e imitando la Naturaleza, cocemos hasta el último grado de perfección lo que la Naturaleza no ha podido acabar a causa de diversos accidentes, por lo que ella ha acabado donde el Arte debe comenzar. Por ello, si quieres imitar a la Naturaleza, hazlo en las cosas en las que ella opera, y no te enojes que nuestros escritos parezcan contradecirse en algunos lugares; es necesario que sea así por temor de que el Arte sea demasiado divulgado. Pero respecto a ti, recoge las cosas que concuerdan con la Naturaleza, toma la rosa y deja las espinas. Si pretendes hacer algún metal, toma un metal como fundamento material, porque de un perro no se engendra más que otro perro, y de un metal, otro metal. Debes tener por cierto que si no tomas el húmedo radical del metal perfectamente separado, no harás nada jamás: trabajarás la tierra en vano si no tienes un grano de trigo para sembrar. No hay más que un solo Arte, una sola materia y una sola operación. Si quieres producir un metal, lo fermentarás con un metal; pero si quieres producir un árbol, es necesario que la semilla de otro árbol, de la misma

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Nueva Luz Química especie que el que tú quieres producir, te sirva de fermento o de levadura para esta producción. Como ya te he dicho, no hay más que una sola operación, fuera de la cual no hay ninguna otra que sea verdadera. Se equivocan todos aquellos que dicen que fuera de esta única vía y de esta única materia natural, hay alguna otra particular que sea cierta; porque no se puede tener ninguna rama si no es cogida del tronco del árbol. Es una cosa imposible, e incluso una empresa loca querer hacer venir antes la rama, que el árbol de donde debe salir. Es más fácil hacer la Piedra, que ningún pequeño y simple particular que sea útil y sostenga las pruebas como el natural. Sin embargo hay muchos que se jactan de poder hacer una Luna fija, pero harían mejor si fijasen el plomo o el estaño; a mi juicio es lo mismo porque estas cosas no resisten al examen de fuego mientras que están en su propia naturaleza. La Luna en su naturaleza es bastante fija y no tiene necesidad de ninguna fijación sofística: pero como hay tantas cabezas como opiniones, dejamos a cada uno la suya. Que aquel que no quiera seguir nuestro consejo e imitar a la Naturaleza, permanezca en su error. En verdad se pueden hacer bien particulares cuando se tiene un árbol, cuyos retoños pueden injertarse en otros muchos árboles, lo mismo que con un agua se pueden hervir diversas clases de carnes, según la diversidad de las cuales el caldo tendrá diferente sabor, y no obstante no será hecho más que de una misma agua y de un mismo principio. Así pues concluimos que no hay más que una única Naturaleza, tanto de los metales como de las otras cosas, pero su operación es diversa. También hay, según Hermes, una materia universal. Así todas las cosas han tomado su origen de una sola cosa. Sin embargo hay muchos artistas que trabajan cada uno con su fantasía: buscan una nueva materia; por eso también encuentran una nueva nadería recientemente inventada, porque interpretan los escritos de los Filósofos según el sentido literal y no miran la posibilidad de la Naturaleza. Pero esta clase de gentes son compañeros de aquellos de los que hemos hablado en nuestro diálogo del mercurio y del alquimista, que vuelven a su casa sin haber acabado nada: buscan el fin de la obra, no sólo sin ningún instrumento mediador, sino también sin ningún principio. Y ello se debe a que se esfuerzan por llegar a este Arte sin haber aprendido los verdaderos fundamentos, ya sea por la meditación de las obras de la Naturaleza, ya sea por la lectura de los libros de los filósofos. Se entretienen con recetas sofísticas de diversos corredores callejeros, aunque hay que tener en cuenta también, que en el presente los libros de los filósofos han podido ser alterados y corrompidos en diversos lugares por los envidiosos que han añadido o disminuido según su capricho y fantasía. Después, como no han conseguido nada, han recurrido a las sofisticaciones y hacen una infinidad de pruebas vanas, blanqueando, rubificando y fijando la Luna y extrayendo el alma del oro: lo que ya hemos sostenido que no se puede hacer, en nuestro prefacio a los doce tratados. No queremos negar, sino que por el contrario creemos que es absolutamente necesario extraer el alma metálica, no

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Nueva Luz Química para emplearla en operaciones sofísticas, sino en la obra de los filósofos. Dicha alma, habiendo sido extraída y bien purgada, debe ser unida a su cuerpo de nuevo, a fin de que se haga una nueva resurrección del cuerpo glorificado. Jamás nos hemos propuesto poder multiplicar el trigo sin un grano de trigo; pero sabe también que es muy falso que este alma extraída pueda teñir cualquier otro metal por un medio sofístico, y todos aquellos que se vanaglorian de este trabajo son falsarios y mentirosos. Pero hablaremos más ampliamente de estas operaciones en nuestro tercer tratado de la Sal, puesto que aquí no es el lugar de extenderse sobre este tema.

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Capítulo VII – Sobre el Azufre

Los filósofos han atribuido con razón el primer grado de honor al Azufre, como al más digno de los tres principios, en cuya preparación está escondida toda la Ciencia. Hay tres clases de Azufre que es necesario elegir entre todas las otras cosas. El primero es un Azufre tiñiente o colorante, el segundo un Azufre congelador del Mercurio, y el tercero un Azufre esencial que lleva a la madurez, y del cual en verdad que deberíamos hablar seriamente. Pero como ya hemos acabado uno de los principios por un diálogo estamos obligados a terminar también los otros de la misma manera, para que no parezca que injuriamos a uno más que al otro. El Azufre es el más maduro de los tres principios, y el Mercurio no puede congelarse más que por el Azufre; de forma que toda nuestra operación en este Arte no debe ser más que aprender a extraer el Azufre del cuerpo de los metales, por medio del cual nuestra plata viva se congela en oro y en plata en las entrañas de la tierra. En esta obra el Azufre nos sirve de macho, ésta es la razón por la cual él pasa como el más noble, y el Mercurio toma el lugar de su hembra. De la composición y de la acción de estos dos son engendrados los Mercurios de los Filósofos. Hemos descrito en el diálogo del mercurio con el alquimista, la asamblea que hicieron los alquimistas para consultar entre sí de qué materia y en qué forma era necesario hacer la Piedra de los Filósofos. También hemos dicho cómo fueron sorprendidos por una gran tempestad que los obligó a separarse sin haber concluido nada, y cómo se dispersaron casi por todo el Universo. Porque esta gran tempestad y este viento impetuoso soplaron tan fuertemente a la cabeza de algunos de ellos y alejó de tal manera unos de otros, que desde entonces no han podido reunirse. Por eso sucede que cada uno se imagina todavía diversas quimeras y quiere hacer la Piedra siguiendo su capricho y su fantasía. Pero entre todos los de esta congregación, que estaba compuesta de toda clase de gentes de diversas naciones y de diferentes condiciones, había un alquimista del que vamos a hablar en este tratado. Era un buen hombre, pero que no podía acabar nada. Era de esos que se proponen encontrar fortuitamente la Piedra Filosofal. También era compañero de ese filósofo que había disputado con el mercurio. Él hablaba de esta manera: si hubiese tenido la suerte de conversar con mercurio, lo habría acosado con pocas palabras y le habría sacado todos los secretos más escondidos. Mi camarada fue un gran loco (se decía) al no haber sabido proceder con él. En cuanto a mí, el mercurio jamás me ha gustado, y ni siquiera creo que contenga nada bueno; pero apruebo por completo al Azufre, porque en nuestra asamblea disputamos muy bien, y creo que si la tempestad no nos hubiese separado y no hubiese roto nuestra conversación, al final habríamos concluido que esta era la primera materia, porque acostumbro a concebir cosas

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Nueva Luz Química sin importancia y mi cabeza no está llena más que de profundas imaginaciones. Y se confirmó de tal manera en esta opinión que tomó la resolución de trabajar sobre el Azufre. Comenzó pues a destilarlo, sublimarlo, calcinarlo, fijarlo, a extraer de él el aceite mediante la campana: lo mismo lo tomó solo que lo mezcló con cristales, con cáscara de huevo e hizo otras muchas pruebas. Y después de haber empleado mucho tiempo y dinero sin haber podido encontrar nada jamás que respondiese a su búsqueda, el pobre miserable se entristeció mucho y pasó varias noches sin dormir. Algunas veces salió solo fuera de la ciudad, a fin de poder soñar más cómodamente e imaginarse alguna materia segura para conseguir su trabajo. Un día que se paseaba y que estaba sumergido de tal manera en sus especulaciones, que casi se hallaba en éxtasis, llegó hasta cierto bosque muy verde y muy abundante en todas las cosas, y en el que existían minas minerales y metálicas y una gran cantidad de pájaros y animales de todas clases; los árboles, las hierbas y los frutos se encontraban allí en abundancia. Había varios acueductos, porque en estos lugares no se podía obtener agua si no era conducida allí desde diferentes lugares, mediante la destreza de muchos artistas y por medio de diversos instrumentos y canales. La mejor, la principal y la más clara era la que se extraía de los rayos de la Luna; y esta excelente agua estaba reservada para la ninfa de estos bosques. En este mismo lugar se veían carneros y toros que paseaban. También habían dos jóvenes pastores, que el alquimista interrogó de esta manera: ¿a quién pertenece este bosque? Es el jardín y el bosque de nuestra ninfa Venus, respondieron ellos. Este lugar era muy agradable para el alquimista, se paseaba de acá para allá, pero soñaba siempre en su Azufre. En fin, habiéndose cansado a fuerza de paseos, este miserable se sentó bajo un árbol al lado del canal: allí comenzó a lamentarse amargamente y a deplorar el tiempo, la pena y los grandes gestos que había empleado locamente sin ningún fruto (porque no era malo, y no engañaba más que a sí mismo). Habló de esta manera: ¿Qué quiere decir esto? Todos los filósofos dicen que es una cosa común, vii y fácil; y yo, que soy un hombre docto, no puedo comprender qué es esta miserable Piedra. Y quejándose así, comenzó a injuriar al Azufre, a causa de que le había hecho gastar en vano tantos bienes, consumir tanto tiempo y emplear tanto esfuerzo. El Azufre también estaba en este bosque, pero el alquimista no lo sabía. Mientras se lamentaba oyó algo así como la voz de un viejo que le decía: Amigo mío, ¿por qué maldices al Azufre? El alquimista mirando a todas partes alrededor de él y no viendo a nadie se asustó. Esta voz le dijo de nuevo: Amigo mío, ¿por qué te entristeces? El alquimista, recuperando su coraje, dijo: Señor, lo mismo que el que tiene hambre no sueña más que con el pan, igualmente yo no tengo otro pensamiento que la Piedra de los Filósofos.

La Voz

¿Y por qué maldices al Azufre?

El alquimista

Señor, he ercido que era la primera materia de la Piedra Filosofal, y esta es la razón por la que he trabajado sobre él durante varios años; he

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Nueva Luz Química gastado mucho y no he podido encontrar esta Piedra.

La Voz

Amigo mío, tengo bien sabido que el Azufre es el verdadero y principal sujeto de la Piedra de los Filósofos, pero en cuanto a ti, no te conozco y no puedo comprender nada tu trabajo ni tu deseo. Está equivocado al maldecir al Azufre, porque al estar aprisionado no puede serle favorable a todo el mundo, puesto que está en una prisión oscura, con los pies atados, y no sale más que allá a donde los guardias lo quieren llevar.

El alquimista

¿Y por qué está aprisionado?

La Voz

Porque querría obedecer a todos los alquimistas y hacer todo lo que ellos quisieran, contra la voluntad de su madre que le había ordenado no obedecer más que a los que la conocieran a ella. Por ello lo hizo meter en prisión y ordenó que se le atasen los pies, y le puso guardias para que no pudiese ir a ninguna parte sin su conocimiento y voluntad.

El alquimista

¡Oh miserable!, esta es la causa de que no me haya podido socorrer; verdaderamente su madre le hace un gran daño. ¿Pero cuándo saldrá de estas prisiones?

La Voz

Amigo mío, el Azufre de los Filósofos no puede salir más que tras un largo tiempo y con grandísimos trabajos.

El alquimista

Señor, ¿y quiénes lo guardan?

La Voz

Amigo mío, sus guardias son del mismo género que él, pero tiranos.

El alquimista

¿Pero quién sois y cómo os llamáis?

La Voz

Soy el juez y el carcelero de estas prisiones, y mi nombre es Saturno.

El alquimista

¿Entonces el Azufre está detenido en vuestras prisiones?

La Voz

Verdaderamente el Azufre está detenido en mis prisiones, pero tiene otros guardias.

El alquimista

¿Y qué hace en sus prisiones?

La Voz

Todo lo que sus guardias quieren.

El alquimista

¿Pero qué sabe hacer?

La Voz

Es un artesano que hace mil obras diferentes. Es el corazón de todas las cosas: sabe mejorar los metales, corregir los minerales; da el entendimiento a los animales, sabe producir toda clase de flores de las hierbas y los árboles; domina sobre todas las cosas. Él es quien corrompe el aire y luego lo purifica; es el autor de todos los olores del mundo y el pintor de todos los colores.

El alquimista

¿De qué materia hace las flores?

La Voz

Sus guardias le suministran los vasos y la materia: el Azufre la digiere, y, según la diversidad de la digestión que hace, y según los pesos, produce diversas flores y distintos olores.

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El alquimista

Señor, ¿es viejo?

La Voz

Amigo mío, sabe que el Azufre es la virtud de cada cosa: es el último nacido, pero el más viejo de todos, el más fuerte y el más digno; es un niño obediente.

El alquimista

Señor, ¿cómo se le conoce?

La Voz

De formas admirables. Se hace conocer en los animales por su razón, en los metales por su color y en los vegetales por su olor: sin él su madre no puede hacer nada.

El alquimista

¿Es heredero, o tiene hermanos?

La Voz

Amigo mío, su madre sólo tiene un hijo de esta naturaleza. Sus otros hermanos están asociados con malvados, tiene una hermana que ama y por la que es amado recíprocamente, porque es como su madre.

El alquimista

Señor, ¿tiene en todas partes y por todos los lugares una misma forma?

La Voz

En cuanto a su naturaleza, siempre es una y de la misma forma; pero se diversifica en las prisiones: sin embargo su corazón siempre es puro, pero sus vestidos están manchados.

El alquimista

¿Ha sido libre alguna vez?

La Voz

Sí, ciertamente ha sido muy libre, principalmente durante el vivir de esos hombres sabios que tenían gran amistad con su madre.

El alquimista

¿Y quiénes han sido?

La Voz

Hay una infinidad. Hermes, que era una misma cosa con su madre, ha sido de ellos. Después lo han sido diversos reyes, príncipes y muchos otros sabios, como lo cran en aquellos tiempos Aristóteles, Avicena y otros que han liberado el Azufre: porque todos ellos han sabido desatar los lazos que tenían atado el Azufre.

El alquimista

Señor, ¿qué les ha dado por haberlo puesto en libertad?

La Voz

Les ha dado tres reinos. Porque cuando alguien sabe disolverlo y liberarlo de su prisión, sojuzga a sus guardias (que mantenían el gobierno de su reino), los ata y los somete a aquel que lo ha liberado, y le da también la posesión de su reino. Pero lo que es más grande, es que en su reino hay un espejo en el cual se ve todo el mundo. Cualquiera que mire en este espejo, puede ver y aprender las tres partes de la sapiencia de todo el mundo, y de esta manera se volverá muy sabio en estos tres reinos, como lo han sido Aristóteles, Avicena y muchos otros, que al igual que sus predecesores han visto en este espejo cómo ha sido creado al mundo. Por su medio han aprendido las influencias de los cuerpos celestes sobre las inferiores y de qué manera la Naturaleza compone las cosas mediante los pesos del fuego; también

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Nueva Luz Química han aprendido los movimientos del Sol y de la Luna; pero principalmente ese movimiento universal por el que es gobernada su madre. Por él han conocido los grados de calor, de frío, de humedad y de sequedad, y las virtudes de las hierbas y de todas las otras cosas, en razón de lo cual han llegado a ser muy buenos médicos. Y ciertamente un médico no puede llegar a ser hábil y sólido en su arte, si no ha aprendido, no de los libros de Galeno y Avicena, sino de la fuente de la Naturaleza, la razón por la cual esta hierba es tal o tal otra, porque es cálida o seca, o húmeda en tal grado: de allá es de donde los antiguos han extraído su conocimiento. Han considerado diligentemente todas las cosas y les han dejado por escrito a sus sucesores, a fin de atraer a los hombres de más altas meditaciones y enseñarles a liberar el Azufre y disolver sus lazos. Pero los hombres de este siglo han tomado sus escritos como un fundamento final y no quieren llevar su búsqueda a otros lugares; se contentan con decir que Aristóteles o Galeno lo han escrito también.

El alquimista

¡Pero qué decís señor! ¿Se puede conocer una hierba sin el herbero?

La Voz

Los antiguos filósofos han extraído todas sus recetas de la fuente misma de la Naturaleza.

El alquimista

Señor, ¿cómo es esto?

La Voz

Sabed que todas las cosas que están en la Tierra y sobre la Tierra son engendradas y producidas por los tres principios; pero algunas veces por dos, a los cuales es siempre adherente el tercero. Aquel que conozca los tres principios y sus pesos, así como que la Naturaleza los ha unido; ese podrá conocer fácilmente también los grados de fuego en cada sujeto, y si ha sido bien, mal o mediocremente cocido: porque aquellos que conocen los tres principios también conocen todos los vegetales.

El alquimista

¿Y cómo es esto?

La Voz

Por la vista, por el gusto y por el olfato, porque en estos tres sentidos están determinados los tres principios de las cosas, y el grado de su decocción.

El alquimista

Señor, dicen que el Azufre es una medicina.

La Voz

Es la medicina y el médico mismo, y como agradecimiento da su sangre, que es una medicina para aquel que lo libera de su prisión.

El alquimista

Señor, ¿cuánto puede vivir aquel que posee esta Medicina Universal?

La Voz

Hasta el término de la muerte, sin embargo es necesario usarla sabiamente, porque varios sabios han muerto antes del término de su vida por el uso de esta Medicina.

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El Cosmopolita

Nueva Luz Química

El alquimista

¿Qué decís señor? ¿Es un veneno?

La Voz

¿No sabéis que un gran fuego consume a otro pequeño? Varios de estos filósofos, habiendo aprendido este Arte por medio de las enseñanzas que les habían sido dadas por otros, no han buscado por sí mismos con suficiente profundidad la virtud de esta Medicina. Creyeron que cuanto más poderosa y sutil era, más adecuada sería para dar la salud; y que si un grano de ella penetra una gran cantidad de metal, con mayor razón se insinuaría por todas las partes del cuerpo humano.

El alquimista

Señor, ¿cómo se la debe usar?

La Voz

Cuanto más sutil, menos se debe tomar, por miedo de que extinga el calor natural: es necesario usarla tan discretamente que alimente y corrobore nuestro calor y no que lo sobrepase.

El alquimista

Señor, yo sé hacer muy bien esa Medicina.

La Voz

Eres muy afortunado si sabes hacerla, porque la sangre del Azufre es esa virtud y sequedad intrínseca que convierte y congela la plata viva y todos los otros metales en oro puro, y que da la salud al cuerpo humano.

El alquimista

Sé hacer el aceite de Azufre que se hace con cristales calcinados y también sé sublimar otro mediante la campana.

La Voz

Verdaderamente eres también uno de los Filósofos de esta hermosa asamblea, porque interpretas muy bien mis palabras, lo mismo (si no me equivoco) que las de todos los filósofos.

El alquimista

Señor, ¿no es este aceite la sangre del Azufre?

La Voz

¡Oh amigo mío!, sólo aquellos que saben liberar el Azufre de sus prisiones pueden extraer su sangre.

El alquimista

Señor, ¿puede el Azufre hacer algo con los metales?

La Voz

Te he dicho que sabe hacerlo todo; sin embargo tiene todavía más poder sobre los metales que sobre ninguna otra cosa. Pero a causa de que sus guardias saben que podría salir fácilmente, lo guardan estrechamente en fortísimas prisiones, de forma que no puede respirar, porque temen que llegue al palacio del Rey.

El alquimista

Señor, ¿el Azufre está aprisionado estrechamente de esta forma en todos los metales?

La Voz

Está aprisionado en todos los metales, pero de diferente manera; no está encerrado tan estrechamente en unos como en otros.

El alquimista

Señor, ¿y por qué está retenido en los metales con tanta tiranía?

La Voz

Porque si llegase a su palacio real, no temería más a sus guardias. Porque entonces podría mirar por todas las ventanas con libertad y hacerse ver por todos, porque estaría en su propio reino, aunque no

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El Cosmopolita

Nueva Luz Química estuviese aún en el estado más poderoso al que desea llegar.

El alquimista

Señor, ¿qué come?

La Voz

El viento en su carne; cuando está libre come viento cocido, y cuando está en prisión, está condenado a comerlo crudo.

El alquimista

Señor, ¿se podría reconciliar la enemistad que hay entre él y sus guardias?

La Voz

Sí, si alguien fuese lo bastante prudente para ello.

El alquimista

¿Por qué no les habla él y los pone de acuerdo?

La Voz

No sabría hacerlo por sí mismo, porque sin contenerse entra en cólera y en furia contra ellos.

El alquimista

¿Por qué no se interpone un tercero para mediar la paz?

La Voz

Aquel que consiga esta paz entre ellos, será en verdad el más feliz de todos los hombres y digno de memoria eterna. Pero ello no puede suceder más que por la mediación de un hombre muy sabio, que entendiera a la madre del Azufre y tratara con ella. Porque si fuesen amigos una vez, el uno ya no impediría al otro, sino que al estar juntas y unidas sus fuerzas, producirían cosas inmortales. Ciertamente aquel que hiciera esta reconciliación, sería recomendable a toda la posteridad y su nombre debería ser consagrado a la eternidad.

El alquimista

Señor, yo acabaré con las diferencias que hay entre ellos, y liberaré fácilmente al Azufre de su prisión, porque soy un hombre muy docto y muy sabio, e incluso soy un buen practicante, principalmente cuando es cuestión de tratar algún acuerdo.

La Voz

Amigo mío, bien veo que eres bastante grande y que tienes una gran cabeza; pero no sé si podrás hacer lo que dices.

El alquimista

Señor, quizás ignoráis el saber de los alquimistas. Siempre salen victoriosos en materia de acuerdos, y en verdad que no tengo el último lugar entre ellos. Con tal de que los enemigos del Azufre quieran oírme para mediar esta paz, podéis estar seguro que perderán su causa. Señor, creedme, los alquimistas saben hacer acuerdos. El Azufre será pronto liberado de su prisión, solamente si sus enemigos quieren tratar conmigo.

La Voz

Vuestro espíritu me agrada y comprendo que sois hombre de reputación.

El alquimista

Señor, decidme entonces si este es el verdadero Azufre de los Filósofos.

La Voz

Verdaderamente lo que me mostráis es Azufre, pero es a vos a quien le corresponde saber si es el Azufre de los Filósofos, porque ya os he hablado bastante de él.

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El alquimista

Señor, si encontrase sus prisiones, ¿podría hacerlo salir?

La Voz

Si lo sabéis, podréis hacerlo fácilmente, porque es más fácil liberarlo que encontrarlo.

El alquimista

Señor, os ruego que me digáis aún: silo encontrase, ¿podría hacer de él la Piedra de los Filósofos?

La Voz

¡Oh amigo mío, no es a mí a quien le corresponde adivinarlo!, pero pensad en ello vos mismo. No obstante os diré que si conocéis a su madre y la seguís, después de haber liberado el Azufre, incontinente la Piedra se hará.

El alquimista

Señor, ¿en qué sujeto se encuentra este Azufre?

La Voz

Tened como cierto que este Azufre está dotado de porque se encuentra en los metales, en las hierbas, los árboles, los animales, las piedras, las menas, etc.

El alquimista

¿Y quién diablos lo podrá encontrar estando escondido entre tantas cosas y tan diversos sujetos? Decidme, ¿cuál es la materia de la que los filósofos extraen su Azufre?

La Voz

Amigo mío, queréis saber demasiado; sin embargo para contentaros, sabed que el Azufre está por todas partes y en todos los sujetos. No obstante hay algunos palacios en donde acostumbra dar audiencia a los filósofos: pero los filósofos lo adoran cuando nada en su propia mar y juega con Vulcano, y se acercan a él cuando lo ven cubierto con unas ropas muy pobres para que no lo reconozcan.

El alquimista

Señor, no es eso para mí eso de buscarlo en el mar, puesto que está escondido aquí más próximamente.

La Voz

Te he dicho que sus guardias lo han puesto en prisiones muy oscuras a fin de que no puedas verlo, porque está en un único sujeto. Pero si no lo has encontrado en tu casa, a duras penas lo encontrarás en los bosques. Sin embargo, a fin de que no pierdas la esperanza en la búsqueda que haces, te juro santamente que es muy perfecto en el oro y en la plata, pero que es muy fácil en la plata viva.

El alquimista

Señor, yo haría de buena gana la Piedra Filosofal.

La Voz

He aquí un buen deseo; también el Azufre querría ser liberado.

Y así se fue Saturno. El alquimista cansado, fue sorprendido por un profundo sueño durante el cual se le apareció esta visión. Vio en este bosque una fuente llena de agua, alrededor de la que paseaban la Sal y el Azufre, discutiendo uno contra el otro hasta que al fin comenzaron a batirse. La Sal asestó un golpe incurable al Azufre, y en lugar de sangre salió de esta herida un agua blanca como la leche, que aumentó hasta transformarse en un gran río. Entonces se vio

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Nueva Luz Química salir de este bosque a Diana virgen, muy bella, que comenzó a lavarse en este río. Un príncipe que era un hombre muy fuerte y más grande que todos sus servidores, la vio al pasar por este lugar y admiró su belleza: y a causa de que ella era de la misma naturaleza que él, fue apresado por su amor; lo mismo que ella al verlo ardió recíprocamente de amor por él. Por eso cayendo desfallecida se ahogó. Al darse cuenta de ello el príncipe, ordenó a sus servidores que fueran a socorrerla, pero todos temieron acercarse a este río. El príncipe, dirigiéndoles la palabra les dijo: ¿por qué no socorréis a esta virgen Diana? Ellos le respondieron: Señor, es cierto que este río es pequeño y como desecado, pero es muy peligroso, porque una vez quisimos atravesarlo sin que lo supierais y a duras penas pudimos evitar la muerte eterna. También sabemos que algunos de nuestros predecesores han muerto en este lugar. Entonces, este príncipe, habiéndose quitado su grueso manto, completamente armado como estaba, se arrojó al río para socorrer a la bellísima Diana. La tendió la mano, que ella tomó, y queriéndose salvar por este medio, atrajo al príncipe hacia ella, de forma que se ahogaron los dos. Poco tiempo después sus almas salieron del río, revolotearon por los alrededores y se alegraron diciendo: “Esta inmersión nos ha sido favorable, porque sin ella no hubiésemos podido salir de nuestros cuerpos infectos. El alquimista interrogó a estas almas y les preguntó: ¿Entonces volveréis algún día a vuestros cuerpos? Las almas les respondieron: Sí, pero no en cuerpos tan sucios; esto se hará cuando sean purificados y cuando este río sea desecado por el calor del sol, y que también esta provincia haya sido examinada muy a menudo por el aire.

El alquimista

¿Y qué haréis mientras tanto?

Las almas

No dejaremos de revolotear sobre el río, hasta que estas nubes y tempestades cesen.

Sin embargo, el alquimista, hallándose dormido todavía tuvo un agradable sueño sobre su Azufre: le pareció ver llegar a este lugar a otros muchos alquimistas, que también buscaban Azufre; y habiendo encontrado en la fuente el cadáver o el cuerpo muerto del Azufre que la Sal había matado, lo repartieron entre ellos, por lo que nuestro alquimista tomó también su parte, y así cada uno volvió a su casa. Desde entonces comenzaron a trabajar sobre este Azufre y no han cesado hasta ahora. Saturno vino al encuentro de este alquimista y le preguntó: Y bien amigo mío, ¿cómo van tus trabajos?

El alquimista

¡Oh, señor!, he visto una infinidad de cosas admirables, que apenas creería mi mujer. Ya he encontrado el Azufre. Os ruego, señor que me ayudéis y hagamos esta Piedra.

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Saturno

Amigo mío, te ayudaré gustosamente. Prepárame pues plata viva y el Azufre, y dame un vaso de vidrio.

El alquimista

Señor, no discutáis nada con el mercurio, porque es un bribón que se ha burlado de mi compañero y de muchos otros que se han ocupado de él.

Saturno

Sabe que los filósofos no han hecho jamás nada sin plata viva, en el reino de la cual el Azufre ya es rey; e igualmente yo tampoco sabría hacer nada sin ella.

El alquimista

Señor, hagamos la Piedra del Azufre sólo.

Saturno

Muy bien, amigo mío, pero verás lo que sucederá.

Así pues tomaron el Azufre que el alquimista había encontrado y lo hicieron todo siguiendo la voluntad del alquimista. Comenzaron a trabajar sobre este Azufre, lo trataron de mil formas diferentes y lo pusieron en hornos admirables que el alquimista tenía en gran número. Pero el final de sus trabajos solo eran pequeñas cerillas azufradas que los viejos venden públicamente para encender fuego. Recomenzaron de nuevo a sublimar el Azufre y a calcinarlo al gusto del alquimista, pero hicieran lo que hicieran, siempre les sucedió como antes al final de sus trabajos, porque todo lo que el alquimista quería hacer de este Azufre, no se convertía más que en cerillas. Dijo a Saturno: Señor, bien veo que por querer seguir mi fantasía no haremos jamás algo que tenga valor, por eso os ruego que trabajéis solo a vuestro gusto y como vos sabéis. Entonces Saturno le dijo: mira lo que hago y aprende. Tomó dos platas vivas de diversa sustancia pero de una misma raíz, que Saturno lavó con su orina, y las llamó los Azufres de los Azufres. Luego mezcló el fijo con el volátil y tras haber hecho una composición, los puso en un vaso limpio, y por temor de que el Azufre se escapase, le puso un guardia. Luego lo puso así en un baño de fuego muy lento, como requería la materia y acabó muy bien su obra. Así bien, hicieron la Piedra de los Filósofos, porque de una buena materia resulta una buena cosa. Os dejo que constatéis lo contento que estaba nuestro alquimista, puesto que (para acabar), tomó la Piedra con el vidrio, y admirando el color que era rojo como la sangre, arrebatado por una alegría extrema, comenzó a saltar con tanta fuerza, que el vaso donde estaba la Piedra se cayó al suelo y se rompió, y al mismo tiempo Saturno desapareció. Y habiéndose despertado el alquimista, no encontró nada entre sus manos, más que las cerillas que había hecho con su Azufre, porque la Piedra se volatilizó, y todavía vuela en la actualidad, en razón de la cual, se la llama volátil. De forma que el pobre alquimista no ha aprendido gracias a su visión, más que a hacer cerillas azufradas; y queriendo adquirir la Piedra de los Filósofos, operó tan bien que al final adquirió una piedra en los riñones, para curar de la cual, quiso llegar a ser médico. Tras haber desistido de buscar la Piedra, pasó su vida como acostumbran a hacerlo todos los otros químicos, que en su mayor parte se convierten en médicos o smegmatistas, es decir, jaboneros. Y esto es lo que les pasa ordinariamente a todos aquellos que comienzan a trabajar

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Nueva Luz Química en este Arte sin ningún fundamento, excepto lo que han oído decir o que han aprendido fortuitamente mediante recetas que les han sido dadas y por razonamientos dialécticos. Otros, al no haber conseguido nada en sus operaciones, dicen: “Somos sabios y hemos aprendido que cada cosa se multiplica por medio de su semilla: si hubiese alguna verdad en esta Ciencia, habríamos llegado al mismo fin que todos los otros.” Y así, para esconder su vergüenza, y para no pasar por gente indigna y terca, como en realidad son, la reprueban. Si no han alcanzado el fin que se habían propuesto y que habían deseado tanto, no es porque la Ciencia no sea verdadera; sino porque tienen el cerebro demasiado chiflado y el juicio demasiado chiflado y el juicio demasiado débil para comprender un misterio tan elevado. Esta Ciencia no es apropiada para esa clase de gentes, y les hace ver siempre que no están más que al comienzo cuando creen que están al final. En cuanto a nosotros, confesamos que este Arte no es en absoluto para aquellos que son indignos de él, porque jamás llegarán al final; pero aseguramos a los amantes de la virtud, a los verdaderos inquisidores y a todos los hijos de la Ciencia, que la trasmutación metálica es una cosa verdadera y muy auténtica, como hemos hecho ver por experiencia a diversas personas de alta y baja condición, y que bien merecían ver efectivamente la prueba de esta verdad. No es que hayamos hecho esta medicina por nosotros mismos, sino que un íntimo amigo nos la ha dado, pero sin embargo es muy cierta. Hemos instruido suficientemente a los inquisidores de esta Ciencia, para hacer su búsqueda. Si nuestros escritos no les gustan, que recurran a los de otros autores que encontrarán menos sólidos. Sin embargo que lo hagan con precaución y que consideren silo que leen es o no posible a la Naturaleza, a fin de que no emprendan nada que esté en contra del poder de la Naturaleza, porque si piensan hacer otra cosa, se encontrarán equivocados. Si estuviera escrito en los cuadernos de los filósofos que el fuego no quema, no sería necesario prestarle crédito, porque es algo que está en contra de la Naturaleza. Por el contrario, si se encontrara escrito que el fuego calienta y deseca, es necesario creerlo, porque ello se realiza naturalmente, y la Naturaleza está siempre de acuerdo con un buen juicio, no hay nada difícil en la Naturaleza, y toda verdad es simple. Que aprendan también a conocer qué cosas hay en la Naturaleza que tengan más conformidad y proximidad entre sí, lo que podrán aprender fácilmente con nuestros escritos, más que con ningún otro; por lo menos tal es nuestra creencia, porque estimamos haber dicho suficiente, hasta que llegue quizás otro después de nosotros, que escriba enteramente la manera de hacer esta Piedra, como si quisiera hacer un queso con la crema de leche; lo cual no nos es permitido hacer. Pero a fin de no escribir solamente para aquellos que comienzan y que digamos algo en vuestro favor; vosotros que ya habéis pasado por tantas penas y trabajos, ¿habéis visto esta región en la que el marido ha desposado a su mujer y cuyas bodas fueron hechas en la casa de la Naturaleza? ¿Habéis comprendido cómo el vulgo ha visto este Azufre tan bien como vosotros mismos que os habéis molestado tanto en buscarlo? Si queréis que hasta las mismas

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Nueva Luz Química viejas ejerzan vuestra Filosofía, mostrad la dealbación de estos Azufres y decid abiertamente al pueblo común: Venid y ved; el agua ya se divisa y el Azufre ha salido de ella, se volverá blanco y coagulará las aguas. Quemad pues el Azufre extraído del Azufre incombustible, lavado, blanqueadlo y rubificadlo, hasta que el Azufre sea hecho Mercurio y el Mercurio sea hecho Azufre: después enriquecedlo con el alma del oro. Porque si no extraéis el Azufre del Azufre por sublimación y el Mercurio del Mercurio, aún no habéis encontrado este agua que es la quintaesencia destilada y creada del Azufre y del Mercurio. No subirá aquel que no ha descendido. Muchos pierden en la preparación lo que es más importante en el Arte; porque nuestro Mercurio es aguzado por el Azufre, de otra manera no nos serviría de nada. El príncipe es miserable sin su pueblo, lo mismo que el alquimista sin el Azufre y el Mercurio. He dicho, si me habéis comprendido. El alquimista, habiendo vuelto a su casa, deploraba la Piedra que habían perdido y se entristecía particularmente por no haber preguntado a Saturno qué era esa sal que se le había aparecido en su sueño, puesto que hay tantas clases de sales. Después dijo el resto a su mujer.

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Conclusión

Todo inquisidor de este Arte debe, en primer lugar, examinar con un juicio sano y maduro la creación de los cuatro elementos, sus virtudes y sus acciones; porque si ignora su origen y su naturaleza, no llegará jamás al conocimiento de los principios, y menos todavía podrá llegar a buen fin, porque todo fin está determinado por su principio. Aquel que conoce bien lo que comienza, también conocerá lo que acabará. El origen de los elementos es el Caos, del que Dios, autor de todas las cosas, los ha creado y separado; lo cual no corresponde más que a él. De los elementos la Naturaleza ha producido los principios de las cosas, lo que no corresponde más que a la Naturaleza, por la voluntad de Dios. De los principios, la Naturaleza ha producido después los minerales y todas las otras cosas. Y en fin, de estos mismos principios, el artista, imitando la Naturaleza, puede hacer muchas cosas maravillosas. Porque de estos principios, que son la Sal, el Azufre y el Mercurio, la Naturaleza produce los minerales, los metales y toda clase de cosas. No produce los metales simples e inmediatamente a partir de los elementos, sino mediante los principios que le sirven de medio y de mediadores entre los elementos y los metales. Así pues, si la Naturaleza no puede producir nada de los cuatro elementos sin los tres principios, mucho menos podrá hacerlo el Arte. Y no hay que guardar una posición mediadora sólo en este ejemplo, sino también en todos los procederes naturales. Por eso hemos descrito bastante ampliamente en este tratado la Naturaleza de los elementos, sus acciones y sus operaciones, así como el origen de los principios, y hemos hablado más claramente que ninguno de los filósofos que nos han precedido, a fin de que el buen inquisidor de esta Ciencia pueda considerar fácilmente en qué grado está la Piedra distante de los metales, y los metales de los elementos. Porque hay mucha diferencia entre el oro y el agua, pero es menor entre el agua y el mercurio, porque la casa del oro es el mercurio, y la casa del mercurio es el agua. Pero el Azufre es el que coagula al Mercurio; por lo cual, si la preparación de este Azufre es muy difícil, la invención lo es todavía más, puesto que todo el secreto de este Arte consiste en el Azufre de los Filósofos, que también está contenido en las entrañas del Mercurio. Algún día daremos en nuestro tercer tratado sobre la Sal, la preparación de este Azufre, sin la cual nos es inútil. Y ello porque no tratamos en este lugar sobre la práctica del Azufre, ni sobre la manera de servimos de él, sino solamente de su origen y de su virtud. Sin embargo no hemos escrito este tratado para retomar a los antiguos filósofos, sino más bien para confirmar todo lo que ellos han dicho, añadiendo solamente a sus escritos lo que ellos han omitido. Porque todos los filósofos, cualesquiera que sean, son hombres como los otros y no han podido tratar exactamente sobre todas las cosas, lo mismo que un solo hombre no puede

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Nueva Luz Química abarcar toda clase de cosas. Algunos de estos grandes personajes han sido confundidos por milagros de tal manera que se han apartado de la vía de la Naturaleza y no han juzgado bien sus efectos. Así leemos en Alberto el Grande, filósofo muy sutil, que cuenta que en su tiempo se encontró en un sepulcro granos de oro entre los dientes de un hombre muerto. No pudo encontrar bien la razón cierta de este milagro, puesto que atribuyó este efecto a una fuerza mineral que creía estar en el hombre, habiendo fundamentado su opinión sobre este decir de Morien: “Y esta materia ¡Oh rey!, se extrae de vuestro cuerpo.” Pero esto es un gran error, y no sucede como pensó Alberto el Grande, porque Morien quiso entender estas cosas filosóficamente. Tanto la virtud mineral como la animal permanecen cada una en su reino, siguiendo la división y la distinción que hemos hecho de todas las cosas en nuestro pequeño libro sobre los doce tratados; porque cada uno de estos reinos se conserva y se multiplica en sí mismo, sin pedir prestada ninguna cosa extraña ni que sea tomada de otro reino. Es cierto que en el reino animal hay un Mercurio que sirve como materia y un Azufre que tiene como misión la forma o la virtud: pero son materia y virtud y no minerales. Si no hubiese en el hombre una virtud o una fuerza sulfurosa, la sangre, que es su Mercurio no se coagularía y no se convertiría en carne y en huesos. Igualmente, si no hubiese en el reino vegetal, tampoco habría virtud sulfurosa vegetativa, y el agua o el Mercurio no se convertiría en hierba o en árboles. Es necesario comprender lo mismo en el reino mineral, en el cual el Mercurio mineral no se coagularía jamás sin la virtud del Azufre mineral. En realidad ni estos tres reinos ni estos tres Azufres difieren en virtud, puesto que cada Azufre tiene el poder de coagular su Mercurio y cada Mercurio puede ser coagulado por su Azufre; y ello no puede hacerse por ningún Azufre o Mercurio extraños, es decir, de otro reino. Si se pregunta la razón por la que han sido encontrados o producidos granos de oro en los dientes de un hombre muerto, ello es que durante su vida, por orden del médico había tomado mercurio, o bien se había servido de él por untura, turbith o cualquier otro modo. La naturaleza del mercurio es tal que sube a la boca de aquel que lo usa y provoca allí úlceras, por las cuales se evacúa junto con su flema. Habiendo muerto el enfermo mientras se le trataba, el mercurio no encontró salida y permaneció en la boca entre los dientes, sirviendo el cadáver de vaso natural al mercurio, de tal manera que habiendo sido encerrado por un largo espacio de tiempo, y habiendo sido purificado por la flema corrosiva del cuerpo humano, por medio del calor natural de la putrefacción, acabó congelándose en oro por la virtud de su propio Azufre. Pero esos granos de oro no habrían sido encontrados jamás en el cadáver, si antes de su muerte no se hubiera servido del mercurio mineral. Tenemos un ejemplo muy verídico en la Naturaleza, que en las entrañas de la tierra, produce oro sólo del mercurio, así como la plata y todos los otros metales, siguiendo la disposición del lugar o de la matriz en la que entra el mercurio; porque él tiene en sí su propio Azufre que lo coagula y convierte en oro, si no es impedido por algún accidente como la falta de calor o que

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Nueva Luz Química no está bien encerrado. No es la virtud del Azufre animal la que congela y convierte al Mercurio animal en oro. Ella no puede más que convertir al Mercurio animal en carne y en huesos; porque si dicha virtud se encontrase en el hombre, esta conversión se haría en todos los cuerpos, lo cual no sucede. Estos milagros y accidentes que suceden y otros muchos semejantes, al no ser bien considerados por los que escriben sobre ellos, hacen caer en el error a los que los leen. Pero el buen inquisidor de esta Ciencia debe referir siempre todas las cosas a la posibilidad de la Naturaleza, y si encuentra por escrito algo que no concuerda con ella, es necesario que lo deje. A los diligentes estudiosos de este Arte les basta con haber aprendido en este lugar el origen de estos principios; porque cuando los principios son ignorados, el fin es siempre dudoso. No hemos hablado enigmáticamente en este tratado a los que buscan la Ciencia, sino lo más claramente que nos ha sido posible y tanto como nos ha sido permitido hacerlo. Si por la lectura de esta obrita, Dios ilumina el entendimiento de alguien, éste sabrá cuan deudores son los herederos de esta Ciencia a sus predecesores; puesto que ella se adquiere siempre por espíritus del mismo temple que los de aquellos que la habían poseído anteriormente. Así pues, tras haber hecho una demostración muy clara, la remitimos al seno del Dios Altísimo, y recomendamos a todos los buenos lectores en conjunto, a su gracia y a su inmensa misericordia. Por lo cual sea alabado y glorificado por infinitos siglos de los siglos.

Fin del presente tratado del Azufre

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Al lector

Amigo lector; te ruego que no intentes averiguar quién es el autor de este tratadito, ni busques la razón por la que ha sido escrito. No es necesario que sepas más que yo soy yo mismo. Asegúrate únicamente que el autor de esta obrita posee perfectamente la Piedra de los Filósofos, y que él la ha hecho. Y como teníamos una sincera y mutua benevolencia del uno hacia el otro, le pedí como prueba de su amistad que me explicase los tres primeros principios, que son el Mercurio, el Azufre y la Sal. También le rogué que me dijese si era necesario buscar la Piedra en los que vemos y son comunes, o si había otros. Me lo reveló con palabras muy claras y en un estile simple y sin complicaciones. Tras concederme esto, y después de haber escrito a escondidas lo que pudo en estos trataditos, me convencí de que al hacerlos imprimir, aunque contra la voluntad de autor, que está completamente fuera de toda ambición, me estarían agradecidos los verdaderos amantes de la Filosofía. Porque no dudo que tras leerlos y considerarlos muy exactamente, reconocerán mejor los impostores y perderán menos tiempo, dinero, honor y reputación Toma pues (amigo lector) la intención que tenemos de servirte; por toda tu esperanza en Dios, adóralo con todo tu corazón y reveréncialo con temor. Guarda el silencio con cuidado, ama al prójimo con benevolencia, y Dios te concederá todas las cosas.

“El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios”

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Capítulo I – “Sobre la cualidad y condición de la Sal de la Naturaleza”

La Sal es el tercer Principio de todas las cosas, del cual no han hablado los antiguos filósofos. Pero sin embargo nos ha sido explicado y señalado como con la punta del dedo por I. Isaac Holandés, Basilio Valentín y Theophrasto Paracelso. No es que exista entre los principios alguno que sea el primero y otro que sea el último, pues tiene un mismo origen y un comienzo idéntico; sino que seguimos el orden de nuestro Padre, que le ha dado el primer rango al Mercurio, el segundo al Azufre y el tercero a la Sal. Esta última es principalmente un tercer ser, que da el comienzo a los minerales, que contiene en sí los otros dos Principios, a saber, el Mercurio y el Azufre, y que en su nacimiento no tiene por madre más que la impresión de Saturno, que la restringe y vuelve compacta, formándose de ella el cuerpo de todos los metales. Hay tres clases de sales. La primera es una sal central que el espíritu del mundo engendra sin ninguna discontinuidad en el centro de los Elementos mediante la influencia de los astros, y que está gobernada por los rayos del sol y de la luna en nuestra mar filosófica. La segunda es una sal espermática que es el domicilio de la semilla invisible, y que en el seno de un dulce calor natural, mediante la putrefacción, proporciona su propia forma y virtud vegetativa, a fin de que esta semilla invisible y muy volátil no sea disipada y destruida enteramente por un exceso de calor externo o por algún otro accidente contrario y violento; porque si ello sucediera ya no sería capaz de producir nada. La tercera sal es la última materia de todas las cosas, que se encuentra en ellas incluso después de su destrucción. Esta triple sal nació desde el primer momento de la creación, cuando Dios dijo: “Sea”, y su existencia fue sacada de la nada, por cuanto que el primer Caos del mundo no era más que cierta oscuridad grasa y salada, o una nube del abismo, que ha sido concentrada y creada de las cosas invisibles por la palabra de Dios, y es sacada mediante la fuerza de su voz como un ser que debía servir de primera materia y dar la vida a cada cosa y que aún existe actualmente. No es ni seco, ni húmedo, ni grosero, ni sutil, ni luminoso, ni tenebroso, ni cálido, ni frío, ni duro, ni blando, sino únicamente un caos mezclado, del cual han sido producidas y separadas todas las cosas. Pero en este punto pasaremos estas cosas en silencio y trataremos únicamente de nuestra Sal, que es el tercer principio de los minerales, e incluso el comienzo de nuestra obra filosófica. Si el lector desea sacar provecho de lo que se dice en mi discurso y comprender mi pensamiento, ante todo es necesario que lea los escritos de otros filósofos verdaderos con

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Nueva Luz Química mucha atención, y principalmente los de Sendivogius, que hemos nombrado antes, a fin de que mediante su lectura conozca los fundamentos de la generación y los primeros principios de los metales, que proceden todos de una misma raíz. Porque aquel que conoce exactamente la generación de los metales, tampoco ignora el medio de mejorarlos y transmutarlos. Y así, después de haber conocido nuestra fuente de sal, se le darán aquí el resto de las instrucciones que son necesarias, para que habiendo rogado a Dios devotamente, pueda mediante su gracia y bendición, adquirir esta preciosa sal blanca como la nieve, y que pueda preparar con ella la tintura filosófica, que es el más grande y el don más noble que Dios haya concedido jamás en esta vida a los sabios filósofos.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Rogad a Dios que os dé su sabiduría, su clemencia y su gracia, por medio de los cuales se puede adquirir este arte. No apliquéis vuestro espíritu a otras cosas, más que a este Hylech de los filósofos. En la fuente de la sal de nuestro sol y luna, encontraréis el tesoro de los hijos del sol.

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Capítulo II – “Dónde es necesario buscar nuestra Sal”

Debido a que nuestro Azoth es la semilla de todos los metales y a que ha sido establecido y compuesto por la Naturaleza en un mismo temperamento e igual proporción de los elementos, únicamente debemos buscar en él, esperando encontrar la poderosa virtud de una fuerza maravillosa que no sabríamos hallar en ninguna otra cosa del mundo; porque en toda la universidad de la Naturaleza no hay más que una sola cosa por la cual se descubre la verdad de nuestro arte, en la cual consiste enteramente y sin la cual no podría existir. Es una piedra y no es piedra: es llamada piedra por semejanza, ya que en primer lugar, cuando es extraída fuera de las cavernas de la tierra, su mena es verdaderamente una piedra. Es una materia dura y seca que puede triturarse igual que una piedra. En segundo lugar, porque después de la destrucción de su forma (que no es más que un azufre maloliente que hay que quitar antes) y de la división de sus partes, que habían sido compuestas y unidas entre sí por la Naturaleza, hay que reducirla en una esencia única y digerirla dulcemente según la Naturaleza, hasta convertirla en una piedra incombustible resistente al fuego y fusible como la cera. Así pues, si sabéis lo que buscáis, también conocéis lo que es nuestra Piedra. Es necesario que poseáis la semilla de un sujeto de la misma naturaleza que aquel que queráis engendrar. El testimonio de todos los filósofos y la razón misma, nos demuestran sensiblemente que esta tintura metálica no es más que el oro extremadamente digerido; es decir, reducido y llevado a su perfección más completa. Porque si esta tintura aurífica se extrajese de otra cosa que no fuese la sustancia del oro, ocurriría necesariamente que debería teñir todas las otras cosas, lo mismo que acostumbra a teñir los metales; y eso es algo que no hace. Únicamente el mercurio metálico, gracias a la virtud que tiene de teñir y de perfeccionar, puede llegar a convertirse en oro o plata, pero anteriormente había sido oro a plata en potencia. Y ello sucede cuando se toma exclusivamente el único mercurio de los metales, bajo la forma de una esperma cruda y todavía no madura (que es llamada hermafrodita, a causa de que en su propio vientre contiene su macho y su hembra; es decir, su agente y su paciente. Dirigiendo esta hermafrodita hasta una blancura pura y fija, se convierte en plata, y siendo elevado hasta la rojez, se convierte en Oro). Porque únicamente lo que hay en él de homogéneo y de la misma naturaleza se madura y se coagula por la cocción, de lo cual tenéis una señal muy segura cuando llega a un grado supremo de rojez y toda la masa resiste la llama más fuerte, sin que arroje ni siquiera un poco de humo o de vapor, ni pierda nada de peso. Después de esto es necesario disolverla por un nuevo menstruo del mundo de forma que esta porción muy fija fluya por doquier y sea recibida

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Nueva Luz Química en su vientre, en el que este azufre fijo se reducirá a una solubilidad y fluidez mucho más fáciles. Paralelamente el azufre volátil se madurará con rapidez mediante un grandísimo calor magnético del azufre fijo, etc. Porque una naturaleza mercurial no quiere abandonar a la otra y entonces se verá que este rojo o blanco que hemos mencionado antes, o más bien que el antimonio maduro, fijo y perfecto, se congelará con el frío y se liquidará muy fácilmente al calor como la cera, y será muy fácilmente soluble en cualquier licor, y así mismo se expandirá por todas las partes de este sujeto coloreándolo totalmente, lo mismo que un poco de azafrán tiñe mucha agua. Así pues, esta fija licuabilidad, arrojaba sobre los metales fundidos, al reducirse en forma de agua debido al gran calor, penetrará hasta la menor parte de aquellos; y esta agua fija retendrá un doble calor de fuego y azufre obrará tan fuertemente que el mercurio imperfecto no podrá resistirlo de ninguna manera y en el espacio de casi media hora, se oirá cierto ruido o crepitación que será el signo evidente de que el mercurio ha sido sobrepasado, y que ha desplazado hacia fuera lo que tenía en su interior, y que todo se ha convertido en metal perfecto. Así pues, aquel que haya tenido en alguna ocasión cualquier tintura, ya sea filosófica o particular, no la ha podido extraer más que de este único principio. Como dice ese gran filósofo nativo de la Alsacia superior, nuestro compatriota alemán Basilio Valentín, que vivió en mi patria hace aproximadamente cincuenta años, en su libro titulado: “El carro triunfal del antimonio”, en el que al tratar de las diversas tinturas que se pueden extraer de este mismo principio, escribe: “La piedra de fuego (hecha de antimonio) no tiñe universalmente como hace la Piedra de los Filósofos, que se prepara de la esencia del sol, e incluso menos que todas las otras piedras, porque la naturaleza no le ha dado tanta virtud para este efecto. Únicamente tiñe en particular, a saber, el estaño, el plomo, y la luna en sol. No hablo del hierro o del cobre, si no es en tanto que se puede extraer de ellos la piedra de antimonio por separación y que una parte de ella no podría trasmutar más de cinco partes, a causa de que permanece fija en la copela y en el antimonio mismo, en la incuartación y en todas las otras pruebas; allá, donde por el contrario, esta verdadera y antiquísima Piedra de los Filósofos, puede producir efectos infinitos. Igualmente en su argumento y multiplicación, la piedra de fuego no puede exaltarse más allá, pero sin embargo el oro es en sí puro y fijo. Por otra parte, el lector debe remarcar todavía que se encuentran piedras de diferente especie que tiñen en particular: porque yo llamo piedra a todo polvo y tiñiente, pero unos tiñen más eficazmente y en mayor rango entre todos. En segundo lugar vienen las tinturas del Sol y de la Luna al rojo y al blanco. Después la tintura del vitriolo y de Venus y la tintura de Marte, cada una de las cuales contiene en sí la tintura del Sol, a condición de que sean previamente llevadas hasta una fijación perseverante. Después la tintura de Júpiter y de Saturno, que sirven para coagular el mercurio. Y por último la tintura del mismo Mercurio. He aquí pues la diferenciación y las diversas clases de piedras y de tinturas. No obstante todas son engendradas de una misma semilla, de una misma madre y de una

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Nueva Luz Química misma fuente, de la que también ha sido producida la verdadera obra universal fuera de la cual no se puede encontrar tintura metálica y me refiero incluso a todas las cosas que se puedan nombrar. Respecto a las otras piedras, cualesquiera que sean, tanto las nobles como las no nobles y viles, no me conciernen y ni siquiera pretendo hablar ni escribir sobre ellas, porque no tienen virtudes más que para la medicina. Tampoco haré mención de piedras animales y vegetales, porque sólo sirven para preparar medicamentos y no podrían realizar ninguna obra metálica, ni siquiera para producir la menor cualidad de sí. La virtud y el poder de todas las piedras, tanto minerales, como vegetales y animales, se encuentran acumulados juntos en la Piedra de los Filósofos. Las sales de las cosas no tienen ninguna virtud para teñir, pero son las claves que sirven para la preparación de las piedras, que por otra parte no pueden nada por sí mismas: ello no concierne más que a las sales de los metales y de los minerales. Ahora diré alguna cosa: si quieres comprender bien, te daré a conocer la diferencia que hay entre las sales de los metales, que no deben ser omitidos ni rechazados en lo que concierne a las tinturas, porque, en la composición, no podríamos pasarnos sin ellos, ya que contienen este gran tesoro de donde extrae su origen toda fijación, con su dureza y su verdadero y único fundamento.” Aquí acaban los términos de Basilio Valentín. Toda la verdad filosófica consiste pues en la raíz que hemos indicado; y aquel que conozca bien este principio, es decir, que lo que está arriba se gobierna enteramente como lo que está abajo, y viceversa, ese conoce también el uso y la operación de la llave filosófica, la cual, por su amargura póntica, calcina y reincruda todas las cosas. Pero no obstante, por esta reincrudación de los cuerpos perfectos, no se encontrará más que esta misma esperma, que se puede tener ya completamente preparada por la naturaleza, sin que sea necesario reducir el cuerpo compacto, sino más bien esta esperma completamente blanda e inmadura, tal como la naturaleza nos la da, y que a continuación podrá ser llevada a su madurez. Aplicaos pues enteramente a este primitivo sujeto metálico, al que la naturaleza ha dado verdaderamente una forma de metal, aunque lo haya dejado todavía crudo, no maduro, imperfecto e inacabado en la blanda montaña, de la que podréis más fácilmente cavar una fosa y extraer nuestra pura agua póntica, que la fuente rodea, la cual, con exclusión de toda otra agua, está dispuesta por su naturaleza a convertirse en pasta con su propia harina y su fermento solar, para cocerse después en ambrosía. Y aunque nuestra piedra se encuentre del mismo género en los siete metales, según los decires de los filósofos, que aseguran que los pobres (es decir, los cinco metales imperfectos) la poseen igual que los ricos (es decir, los dos metales perfectos), sin embargo la mejor de todas las piedras se encuentra en la nueva morada de Saturno, que no ha sido tocada jamás. Es decir, de aquel cuyo hijo se presenta, no sin gran misterio, a los ojos de todo el mundo día y noche, y del cual el mundo se sirve viéndolo, aunque jamás haya podido atraer la mirada de ninguna manera, a fin de que se viera o al menos se creyera que este gran secreto está encerrado en dicho hijo de Saturno, como

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Nueva Luz Química todos los filósofos afirman y juran, y que es el gabinete de sus secretos, y que contiene en sí el espíritu del sol en sus intestinos y en sus propias entrañas. Por el presente no sabríamos describir más claramente nuestro huevo vitriolado, con tal de que se conozcan a algunos de los hijos de Saturno, a saber: “El antimonio triunfante, el bismuto o estaño de hielo fusible a la candela, el cobalto ennegrecible más que el plomo y el hierro, el plomo que hace las pruebas, las “plomites” (materia llamada así) que sirve a los pintores, el zinc colorante y que parece admirable, en tanto que se muestre diversamente casi bajo la forma del mercurio: una materia metálica que se puede calcinar y vitriolizar por el aire, etc.” Aunque este sereno Vulcano inevitable, cocinero del género humano, procreado de negros padres, a saber, del negro guijarro y del negro acero, pueda y tenga la virtud de preparar los remedios más excelentes de cada una de las materias anteriormente mencionadas, sin embargo nuestro mercurio volátil es muy diferente de todas estas cosas.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Es una piedra y no es piedra en la que consiste todo el arte; la naturaleza la ha hecho así, pero aún no la ha llevado a la perfección. No la encontraréis sobre la tierra, porque allí no crece: solamente crece en las cavernas de las montañas. Todo este arte depende de ella: porque aquel que tiene el vapor de esta cosa tiene el esplendor dorado del león rojo. El mercurio puro es claro: y quien conoce el azufre rojo que está en él, tiene en su poder todo el fundamento.

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Capítulo III – “Sobre la Disolución”

Puesto que se aproxima el tiempo en el cual esta cuarta monarquía vendrá para reinar hacia el septentrión, la cual será pronto seguida de la calcinación del mundo, vendrá a propósito comenzar a descubrir claramente a todos en general la calcinación o solución filosófica (que es la princesa soberana en esta monarquía química). Una vez adquirido su conocimiento, no será difícil en el porvenir que muchos traten del arte de hacer oro y de obtener en poco tiempo todos los tesoros más escondidos de la naturaleza. Lo que será el único medio de desterrar de todos los rincones del mundo este hambre insaciable que los hombres tienen por el oro, que arrastra desgraciadamente el corazón de casi todos aquellos que habitan sobre la tierra, y de derribar (para la gloria de Dios) la estatua del becerro de oro que los grandes y pequeños de este siglo adoran. Pero como todas estas cosas, lo mismo que una infinidad de otros secretos escondidos, no pertenecen más que a un buen artista Elías, le expondremos presentemente lo que Paracelso ya ha dicho antes: a saber, que la tercera parte del mundo morirá por la espada, el otro tercio por la peste y el hambre, de forma que apenas quedará una tercera parte. Que todos los órdenes (es decir, de esa bestia de siete cabezas) serán destruidos y enteramente quitados del mundo. Y entonces (según dice) todas las cosas volverán a su lugar primitivo y gozaremos del siglo de oro: el hombre recobrará su sano juicio y vivirá de acuerdo con las tradiciones, etc. Pero aunque todas estas cosas estén en el poder de aquel que Dios ha destinado para estas maravillas, sin embargo dejamos por escrito todo lo que puede ser útil a aquellos que buscan este arte y decimos, siguiendo la opinión de todos los filósofos, que la verdadera disolución es la llave de todo este arte. Hay tres clases de disoluciones, la primera es la disolución del cuerpo crudo, la segunda de la tierra filosófica y la tercera es la que se hace en la multiplicación. Pero en tanto que lo que ya haya sido calcinado se disuelve más fácilmente que lo que no lo ha sido, es imprescindible que la calcinación y la destrucción de la impureza sulfurosa y del hedor combustible precedan antes de todo. Después es necesario también separar todas las aguas de los menstruos de los que nos hayamos podido servir como ayuda de este arte, a fin de que no permanezca nada extraño ni de otra naturaleza. Hay que tomar la precaución de que un calor externo demasiado grande u otro accidente peligroso no destruya o haga exhalar quizás, la virtud interior generativa y multiplicativa de nuestra Piedra, como nos advierten los filósofos en la Turba diciendo: “Precaveos principalmente en la purificación de la piedra y tened cuidado de que la virtud activa no sea quemada o sofocada, porque ninguna semilla puede crecer ni multiplicarse cuando su fuerza generativa le ha sido arrebatada por algún fuego externo. Teniendo pues la esperma o la semilla, entonces podréis perfeccionar felizmente vuestra obra

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Nueva Luz Química mediante una dulce cocción. Porque primeramente tomamos el esperma de nuestra magnesia; una vez extraída, la podrimos, estando podrida la disolvemos, estando disuelta la dividimos en partes, estando dividida la purificamos, estando purificada la unimos, y así acabamos nuestra obra”. Lo mismo nos enseña con estas palabras el autor del antiquísimo duelo, o diálogo de la Piedra con el oro y el mercurio vulgares: “Por el Dios todopoderoso y por la salud de mi alma, os indico y os descubro, ¡Oh amantes de este excelentísimo arte!, por un movimiento puro de fidelidad y de compasión ante vuestra larga búsqueda, que toda nuestra obra no se hace más que de una sola cosa y se perfecciona en sí misma, no teniendo necesidad más que de la disolución y de la congelación; lo cual se debe hacer sin adición de ninguna cosa extraña. Porque lo mismo que el hielo en un vaso seco puesto sobre el fuego, se cambia en agua por el calor, igualmente nuestra Piedra no necesita más que la ayuda del artista, que se obtiene por medio de sus operaciones manuales y por la acción del fuego natural. Porque aunque estuviese escondida eternamente en la tierra, allí no podría perfeccionarse en nada; es necesario ayudarla, pero sin embargo no añadiéndole algo extraño y contrario a su naturaleza, sino más bien gobernándola de la misma manera que Dios hace nacer frutos de la tierra para alimentarnos. Así son los trigos, que es necesario trillar y llevar al molino para poder hacer el pan. Lo mismo sucede en nuestra obra: Dios nos ha creado este bronce, que únicamente tomamos, destruimos su cuerpo crudo y graso, extraemos el buen núcleo que hay en su interior, rechazamos lo superfluo y preparamos una medicina de lo que era un veneno”. Así pues, podéis daros cuenta de que no sabríais hacer nada sin la disolución: porque cuando esta piedra saturnina haya contraído el agua mercurial y la tenga congelada en sus lazos, es necesario que mediante un calor pequeño se pudra por sí misma y se resuelva en su primer humor. Para que su espíritu invisible, incomprensible y tiñiente, que es el fuego puro del oro, encerrado y aprisionado en las profundidades de una sal congelada, sea puesto en el exterior, aun de que su cuerpo grosero se sutilice mediante la regeneración y sea conjuntado y unido indivisiblemente con su espíritu.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Disolved pues vuestra Piedra de forma conveniente y no de una manera sofística, sino más bien siguiendo el pensamiento de los sabios, sin añadirle ningún corrosivo, porque no existe ninguna otra agua

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Nueva Luz Química que pueda disolver nuestra Piedra excepto una fuentecita muy pura y clara que viene a correr por sí misma y que es el humor propio para disolverla. Pero está escondida caso para todo el mundo. Se calienta tanto por sí misma que es la causa de que nuestra Piedra sude lágrimas: no necesita más que un lento calor externo, que es lo que debéis recordar principalmente. Pero es necesario que os descubra otra cosa: si no veis humo negro por encima y blancura por debajo, vuestra obra no ha sido bien hecha y os habréis equivocado en la disolución de la piedra, lo cual conoceréis sobre todo por dicho signo. Pero si procedéis como es necesario, veréis una nube oscura, que sin tardar se irá al fondo, cuando el espíritu tome color blanco.

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Capítulo IV – “Cómo nuestra Sal está dividida en Cuatro Elementos, según la opinión de los Filósofos”

Debido a que nuestra piedra es húmeda y fría exteriormente y a que su calor interno es un aceite seco, o un azufre y una tintura viva con la cual se debe conjuntar y unir naturalmente la quintaescencia, es necesario que separéis una de otra todas estas cualidades contrarias y que las pongáis de acuerdo entre sí: lo cual será nuestra separación, que se llama en la “escalera filosófica”, la separación o depuración del vapor acuoso y líquido de las negras heces, la volatilización de las partes raras, la extracción de las partes conjuntantes, la producción de los principios, la disyunción de la homogeneidad; lo cual se debe hacer con baños propios y convenientes, etc. Pero antes es necesario digerir los elementos con su propio estiércol; porque sin la putrefacción el espíritu no podría separarse del cuerpo, y únicamente es él el que sutiliza y causa la volatilidad. Y cuando vuestra materia está suficientemente digerida, de tal manera que pueda ser separada, se vuelve más clara mediante esta separación, y la plata viva toma forma de agua clara. Dividid pues la Piedra y los cuatro elementos en dos partes distintas, a saber, en una parte que sea volátil y otra que sea fija. Lo que es volátil es agua y aire, y lo que es fijo es tierra y fuego. De estos cuatro elementos, solamente aparecen sensiblemente a nuestros ojos la tierra y el agua, pero no el fuego ni el aire. Y aquellas son las dos sustancias mercuriales, o el doble mercurio de Trevisano, al que los filósofos en la Turba han dado los nombres que siguen:

1- El Volátil

1- El fijo

2- La plata viva

2- El azufre

3- Lo superior

3- Lo inferior

4- La tierra

4- El agua

5- La mujer

5- El hombre

6- La reina

6- El rey

7- La mujer blanca

7- El servidor

8- La hermana

8- El hermano

9- Bella

9- Gabricio

10- El azufre volátil

10- El azufre fijo

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Nueva Luz Química 11- El buitre

11- El galápago

12- EL vivo

12- El muerto

13- El agua de vida

13- El negro más negro que el negro

14- El frío húmedo

14- El calor seco

15- El alma o espíritu

15- El cuerpo

16- La cola del dragón

16- El dragón devorando su cola

17- El cielo

17- La tierra

18- Su sudor

18- Su ceniza

19- El vinagre muy agrio

19- El bronce o el azufre

20- El humo blanco

20- El humo negro

21- Las nubes negras

21- El cuerpo de donde salen estas nubes

22- etc.

En la parte superior, volátil y espíritu, reside la vida de la tierra muerta; y en la parte inferior, terrestre y fija, está contenido el fermento que alimenta y fija la Piedra. Dichas dos partes son de una misma raíz, y ambas se deben conjuntar entre sí en forma de agua. Tomad pues la tierra, y calcinadla en estiércol de caballo, tibio y húmedo, hasta que se vuelva blanca y aparezca grasa. Es a partir de este azufre incombustible que por una mayor digestión se puede hacer un azufre rojo, porque no podría pasar de la negrura a la rojez más que por el intermedio del blanco. Y cuando la blancura aparezca en el vaso, sin duda que la rojez está escondida allí. Por ello no debéis tirar vuestra materia, sino solamente cocerla y digerirla hasta que se vuelva roja.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

El oro de los sabios no es de ninguna manera el oro vulgar, sino cierta agua clara y pura sobre la cual es llevado el espíritu del Señor; y de allí toma y recibe la vida toda clase de ser. Por ello nuestro oro es vuelto enteramente espiritual: por medio del espíritu que pasa por el alambique, su tierra permanece negra, la cual sin embargo no aparecía antes y ahora se disuelve por sí misma y se vuelve igualmente un agua espesa,

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Nueva Luz Química que desea una vida más noble a fin de que pueda reunirse consigo misma. Porque a causa de la sed que tiene se disuelve y desintegra, lo cual le es muy provechoso; porque si no se convirtiese en agua y aceite, su espíritu y su alma no podrían unirse ni mezclarse con ella, como sucede entonces, de forma que de ellos no se hace más que una sola cosa, que se eleva en una perfección completa y cuyas partes están unidas entre sí tan fuertemente que ya no pueden ser separadas más.

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Capítulo V – “Sobre la preparación de Diana más blanca que la nieve”

Los filósofos no han llamado sin razón a nuestra sal “el lugar de la sabiduría”, porque está completamente llena de raras virtudes y de maravillas divinas. De ella es principalmente de donde se pueden extraer todos los colores del mundo. Es blanca, de una blancura de nieve en su exterior, pero interiormente contiene una rojez como la de la sangre. Incluso está llena de un sabor dulcísimo, de una vida vivificante y de una tintura celeste, aunque estas cosas no se encuentren entre las propiedades de la sal, que no da más que una acrimonia y no es más que el lazo de su coagulación. Pero su calor interior es puro, un puro fuego esencial, la luz de la naturaleza y un aceite muy bello y transparente con una dulzura tan grande que ningún azúcar ni miel puede igualarlo, cuando está completamente separado y despojado de sus otras propiedades. En cuanto al espíritu invisible que permanece en nuestra sal, a causa de la fuerza de su penetración es semejante al rayo, que golpea fuertemente y que nada puede resistir. De todas estas partes de la sal unidas entre sí y fijadas en un ser resistente contra el fuego, resulta una tintura tan poderosa que penetra todos los cuerpos en un abrir y cerrar de ojos, a la manera de un rayo muy vehemente, y arroja incontinente todo lo que es contrario a la vida. Y es así que los metales imperfectos son teñidos o trasmutados en el sol; porque desde el comienzo son oro en potencia, habiendo extraído su origen de la única esencia del sol. Pero por la ira y la maldición de Dios, han sido comprimidos por siete clases diferentes de lepra y de enfermedades. Si no hubiesen sido oro anteriormente, nuestra tintura jamás habría podido reducirlos a él; de la misma manera que el hombre no se convierte en oro ni aunque trague una pulgarada de nuestra tintura, que tiene el poder de arrojar del cuerpo humano todas las enfermedades. También se ve por la exacta anatomía de los metales que en su interior participan del oro, y que su exterior está rodeado de muerte y maldición. Porque primeramente se observa que estos metales contienen una materia corruptible, dura y grosera o tierra maldita; es decir, una sustancia grasa, pétrea, impura y terrestre que traen desde la mina. En segundo lugar un agua pestilente y capaz de dar la muerte. En tercer lugar una tierra mortificada que se encuentra en dicha agua pestilente; y en fin, una cualidad venenosa, mortal y furibunda. Pero cuando los metales se liberan de todas estas impurezas malditas y. de su heterogeneidad, entonces se encuentra en ellos la noble esencia del oro, es decir, nuestra sal bendita tan alabada por los filósofos, que nos hablan de ella tan a menudo y nos la recomiendan en estos términos:

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Nueva Luz Química “Extraed la sal de los metales sin ninguna corrosión ni violencia, y esta sal os producirá la piedra blanca y la roja. Todo el secreto consiste en la sal, de la cual se hace nuestro perfecto Elixir.” Ahora se comprenderá cuán difícil es encontrar un medio para hacer y obtener esta sal; puesto que hasta hoy, esta ciencia no ha sido desvelada completamente a todos, y que en el presente apenas se encuentra uno entre mil que sepa qué opinión se debe de tener respecto al decir sorprendente de los filósofos acerca de esta única y misma materia, que no es más que el oro verdadero y natural, aunque sin embargo muy vil y arrojado a los caminos, en los que se puede encontrar. Es de gran precio de un valor inestimable, y sin embargo no es más que estiércol; es un fuego que quema más fuertemente que ningún otro fuego y sin embargo es frío; es un agua que lava muy limpiamente y sin embargo es seca; es un martillo de acero que golpea hasta sobre los átomos impalpables y sin embargo es como agua blanda; es una llama que lo convierte todo en cenizas y sin embargo es húmeda; es una nieve que es completamente nieve y sin embargo se puede cocer y espesarse por completo; es un pájaro que vuela sobre la cumbre de las montañas y sin embargo es un pez; es una virgen que no ha sido tocada y que sin embargo da a luz y abunda en leche; son los rayos del sol y de la luna y el fuego del azufre y sin embargo florece cuando se le quema y da abundancia de frutos; es una madre que da a luz, y sin embargo no es más que un hombre; e igualmente por el contrario es un macho y no obstante hace las veces de mujer; es un metal muy pesado y sin embargo es pluma o como el alumbre de pluma; es también una pluma que lleva el viento y sin embargo más pesada que los metales; es también un veneno más mortal que el mismo basilisco y sin embargo cura todo tipo de enfermedad, etc. Todas estas contradicciones y otras semejantes, que sin embargo son los nombres mismos de nuestra Piedra, ciegan de tal manera a los que ignoran cómo puede entenderse todo esto, que hay una infinidad que niegan absolutamente que esta cosa exista, aunque por otra parte crean tener el espíritu mejor dotado del mundo. Ellos apelan más bien a un único Aristóteles que a un número infinito de autores famosos, que desde hace varios siglos han confirmado todas estas cosas, tanto por las pruebas que han hecho como por los escritos que nos han dejado, jurando que cuanto nos dicen es la verdad y que de ser de otra manera tendrían que dar cuentas en el gran día del Juicio. Pero todo esto no sirve de nada, puesto que aquellos que poseen la Ciencia, son siempre despreciados. Sin embargo ello no se hace sin un justo juicio de Dios, que cuanto más pone este don precioso en algún vaso, tanto más permite que se le considere como una locura, a fin de que aquellos que son indignos de él, lo desprecien y lo arrojen para su propia pérdida y para su propio daño. Pero los hijos de la ciencia guardan con temor este depósito secreto de la Providencia, considerando que las parábolas, tanto de las sagradas escrituras como las de todos los sabios, significan algo muy distinto de lo que ofrece el sentido literal. Por ello, siguiendo la recomendación del salmista, meditan día y noche sobre su materia y buscan esta preciosa Piedra con cuidado y con trabajo, hasta que la encuentran gracias a

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Nueva Luz Química sus oraciones y sus labores. Si Dios (como es indudable), no da a conocer esta admirable Piedra a los hombres de mala voluntad, a causa de que es un pequeño dibujo de la santa y celeste piedra angular (aunque no sea más que terrestre), ¿qué opinión deberíamos tener nosotros acerca de esta auténtica e inestimable piedra que todos los ángeles y arcángeles adoran? Que no haya ningún hombre que piense adquirirla sin trabajo, después que habiendo sido regenerado, haga profesión de la fe, que la publique de palabra, que no conciba ninguna duda ni la refute, para que pueda entrar por la puerta estrecha del paraíso con todos los santos personajes del antiguo y nuevo Testamento. En cuanto a nosotros, sabemos muy ciertamente que toda la teología y la filosofía son vanas sin este aceite incombustible. Porque lo mismo que los cinco metales imperfectos mueren en el examen del fuego si no son teñidos y llevados a la perfección por medio de este aceite incombustible (que los filósofos llaman su Piedra), igualmente las cinco vírgenes locas, que no tenían el verdadero aceite en sus lámparas a la llegada de su rey y esposo, morirán indudablemente. “Porque el rey (como se ve en S. Mateo, caps. 25.41.42.43) apartará a su izquierda a los que no tienen aceite de caridad y de misericordia y les dirá: Alejaos de mí, malditos, id al fuego eterno que está preparado para el Diablo y sus ángeles... Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui extranjero y no me alojasteis, estuve desnudo y no me cubristeis, estuve enfermo y prisionero y no me visitasteis”. Por el contrario, todos aquellos que se esfuerzan sin conocer los maravillosos secretos de Dios y piden con gran celo al Padre de las luces que los ilumine, recibirán al fin el Espíritu de la Sabiduría divina, que los lleva a la verdad y los une por su fe viva con el león vencedor de la tribu de Judá, que es el único que desata y abre el libro de la regeneración, sellado por siete sellos en cada uno de los fieles. De manera que en él nace este cordero que fue sacrificado desde el comienzo, que es el señor de señores y que liga al viejo Adam a la cruz de su humildad y su dulzura, reengendrando un nuevo hombre por la semilla del verbo divino. Igualmente vemos una representación fiel de esta regeneración en la obra de los filósofos, en la que solamente hay este león verde que cierra y abre los siete sellos indisolubles de los siete espíritus metálicos, y que atormenta los cuerpos hasta que los perfecciona enteramente mediante la larga y firme paciencia del artista. Porque aquel se parece también a este cordero por el cual, y no por otros, serán abiertos los siete sellos de la naturaleza. ¡Oh hijo de la luz!, siempre victorioso por la virtud del cordero divino. Todas las cosas creadas por Dios servirán para vuestra dicha temporal y eterna, según la promesa que tenemos de la propia boca de nuestro señor Jesucristo, por la que quiso remarcar estas dieciséis bienaventuranzas, y que reiteró en S. Mateo cap. 5 y Apocalipsis cap. 2 y 21 en estos términos:

1- “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”

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Nueva Luz Química Aquel que venza le daré de comer del Árbol de la Vida, que está en el Paraíso de mi Dios. 2- “Bienaventurados los tristes porque serán consolados.” Aquel que venza no será ofendido por la muerte segunda. 3- “Bienaventurados los bondadosos, porque habitarán la tierra por derecho de herencia.” Al que venza le daré de comer el maná escondido, y también le daré un guijarro blanco, y en el guijarro un nuevo nombre escrito, que no conoce nadie, excepto el que lo recibe. 4- “Bienaventurados lo que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.” Al que haya vencido y guardado mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones. El las gobernará con una verga de hierro y serán rotas como vasos de alfarero, como yo mismo he recibido también de mi Padre. Y le daré la Estrella de la Mañana. 5- “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia.” Aquel que venza será vestido de ropas blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre ante mi Padre y ante sus ángeles. 6- “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios.” Aquel que venza lo convertiré en una columna del templo de mi Dios, del que jamás será arrojado. Sobre él escribiré el nombre de mi Dios, el nombre de la ciudad de mi Dios, que es la nueva Jerusalén que desciende del cielo desde mi Dios, y mi nuevo nombre. 7- “Bienaventurados los que procuran la paz, porque serán llamados hijos de Dios.” Al que venza lo sentaré conmigo en mi trono; al igual que yo, que habiendo vencido también, estoy sentado con mi Padre en su trono. 8- “Bienaventurados los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.” El vencedor obtendrá todas las cosas por derecho de herencia, yo seré su Dios y él será mi hijo.”

Retomemos pues, hermanos míos, por la gracia de nuestro Dios misericordioso, un espíritu trabajador para luchar en un duro combate; porque aquel que no haya combatido duramente no será coronado, ya que Dios no nos concede sus dones temporales más que a fuerza de sudores y de trabajo, según el testimonio universal de todos los filósofos y de Hermes mismo, que asegura que para adquirir esta bendita Diana y esta luna blanca como la leche, sufrió

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Nueva Luz Química numerosos trabajos de espíritu, lo que cada cual puede conjeturar. Porque debido a que nuestra sal es al comienzo terrestre, pesado, rudo, impuro, caótico, pegajoso, viscoso y un cuerpo con la forma de un agua nebulosa, es necesario disolverla, separarla de su impureza, de todos sus accidentes terrestres y acuosos y de su sombra espesa y grosera. Y sobre todo sublimarla extremadamente, a fin de que esta sal cristalina de los metales, exenta de todas las heces, purgada de toda su negrura, de su putrefacción y de su lepra, se vuelva Purísima y soberanamente clarificada, blanca como la nieve, fusible y fluyendo como la cera.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

La sal es la única y verdadera clave; sin la sal nuestro arte no podría subsistir. Y aunque esta sal (os lo advierto) no tenga apariencia de sal al principio, sin embargo es verdaderamente una sal, que sin duda aparece completamente negra y pestilente en su comienzo pero en la operación y mediante el trabajo, tendrá la apariencia de sangre coagulada, después se volverá completamente blanca y clara disolviéndose y fermentándose a sí misma.

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Capítulo VI – “Sobre el matrimonio del servidor rojo con la mujer blanca”

Hay muchos que creen saber la manera de hacer la tintura de los filósofos: pero cuando llegan a la práctica con nuestro servidor rojo, apenas se creería cuan pequeño es el número de ellos que lo consiguen, y cuan pocos se encuentran en el mundo que merezcan el nombre de verdaderos filósofos. Porque ¿dónde se puede encontrar un libro que dé suficiente instrucción sobre este tema?, si todo los filósofos lo han envuelto en silencio y lo han querido esconder expresamente, lo mismo que nuestro bien amado padre que lo ha dicho en forma de revelación a los inquisidores de este arte, a los cuales no ha dejado casi nada tan excelente como estas pocas palabras: “Una sola cosa mezclada con un agua filosófica.” Y no se debe dudar que esta cosa no haya dado muchas penas a algunos filósofos, antes de pasar este bosque para comenzar su primera operación. De ellos tenemos un ejemplo considerable en el autor del “arca abierta”, comúnmente llamado el discípulo del gran y pequeño campesino (que posee los manuscritos de su difunto, venerable y digno preceptor, y que ha tenido un conocimiento perfecto del arte filosófico hace ya treinta años); el cual nos cuenta lo que le sucedió a su maestro en este punto, es decir, en su primera operación, en la que no pudo al primer intento, por ningún medio o industria, conseguir que los azufres se mezclasen entre sí e hiciesen coito, porque el sol nadaba siempre por encima de la luna. Ello le causó un gran disgusto y fue la causa de que emprendiese de nuevo diverso viajes penosos y difíciles, con el fin de iluminarse sobre este punto por alguien que fuese quizás poseedor de la Piedra. Todo lo dicho sucedió según su deseo, de manera que no se encuentra a nadie que haya sobrepasado su experiencia, porque conocía efectivamente la vía más próxima y breve de esta obra, puesto que en el espacio de treinta días acababa el secreto de la Piedra, mientras que los otro filósofos están obligados a tener su materia en gestión primero durante siete meses y luego durante diez meses continuados. Esto lo hemos querido advertir a los que se imaginan y se creen grandes filósofos, y que no han puesto jamás la mano en las operaciones, a fin de que consideren en sí mismos si les falta alguna cosa; porque a menudo sucede que ante este pasaje, los artistas presuntuosos están obligados a confesar su ignorancia y su temeridad. Incluso se encuentran algunos entre los más grandes doctores y las personas de mayor saber, que se persuaden que nuestro servidor rojo digerido se debe extraer del oro común por medio de un agua mercurial. Dicho error ha sido denunciado por el sapientísimo autor del “antiguo duelo químico” en un discurso que ha compuesto en el que hace hablar a la Piedra de esta manera:

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Nueva Luz Química “Algunos se han apartado tanto de mí, que aunque hayan sabido extraer mi espíritu tiñiente, que han mezclado con los otros metales y minerales, tras muchos trabajos no les he concedido más que el goce de alguna pequeña porción de mi virtud, para mejorar con ella los metales que me son más próximos y aliados. Pero si estos filósofos hubiesen buscado mi propia mujer y me hubiesen unido con ella, yo habría producido mil veces más tintura, etc.” En lo que concierne a nuestra conjunción, existen dos formas diferentes de hacerla, de las cuales una es húmeda y la otra seca. El sol a tres partes de su agua y su mujer a nueve, o el sol en dos partes y su mujer en siete. E igual que la semilla del hombre es infundida de golpe en la matriz de la mujer, que se cierra en un momento hasta el parto, igualmente en nuestra obra unimos dos aguas, el azufre del oro y el alma y el cuerpo de su mercurio, el sol y la luna, el marido y la mujer, dos semillas, dos platas vivas, y de estos dos hacemos nuestro Mercurio vivo, y de este Mercurio la Piedra de los Filósofos.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Después que la tierra está bien preparada para beber su humedad, tomad juntos el espíritu, el alma y la vida, y dádselos a la tierra. Porque, ¿qué es la tierra sin semilla? Es un cuerpo sin alma. Os daréis cuenta y observaréis que el Mercurio es devuelto a su madre de la cual ha tomado su origen; arrojadlo sobre ella y os será útil: la semilla disolverá la tierra, y la tierra coagulará la semilla.

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Capítulo VII – “Sobre los grados del fuego”

En la cocción de nuestra sal, el calor externo de la primera operación se llama elixación y se hace en la humedad; pero la tibieza de la segunda operación se perfecciona en la sequedad y es llamada asación. Los filósofos nos han designado estos dos fuegos de esta manera: “Es necesario cocer nuestra Piedra por elixación y asación”. Nuestra bendita obra precisa ser regulada conforme a las cuatro estaciones del año. Y así como la primera parte, que es el invierno, es fría y húmeda, la segunda, que es la primavera, es tibia y húmeda, la tercera, que es el verano, es cálida y seca, y la cuarta que es el otoño, está destinada para recoger los frutos. De la misma manera, el primer régimen del fuego debe ser semejante al de una gallina que empolla sus huevos para hacer eclosionar sus pollitos, o como el calor del estómago que cuece y digiere las carnes que sirven de alimento al cuerpo, o como el calor del sol cuando está en el signo de Aries; y esta tibieza dura hasta la negrura, e incluso hasta que la materia se vuelva blanca. Si no respetáis este régimen y vuestra materia es calentada demasiado, no veréis la desecada cabeza de cuervo, sino desgraciadamente una rojez prematura y pasajera semejante a la de la adormidera salvaje, o bien un aceite rosa que sobrenadará. Si por el contrario vuestra materia ha comenzado a sublimar, es necesario retirar vuestro compuesto, disolverlo e imbibirlo con nuestra leche virginal, y comenzar otra vez vuestra digestión con mayores precauciones, hasta que tal defecto no vuelva a aparecer. Y cuando veáis la blancura, aumentaréis el fuego hasta la completa desecación de la Piedra, con un calor que debe imitar al del sol cuando pasa de Tauro a Géminis. Tras la desecación todavía es necesario aumentar prudentemente vuestro fuego, hasta la perfecta rojez de vuestra materia, con un calor semejante al del sol en el signo de Leo.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Cuidaos mucho de las advertencias que os he dado para el régimen de vuestro dulce fuego y así podréis esperar toda clase de prosperidades y participar algún día de este tesoro. Pero es necesario que conozcáis antes el fuego vaporoso, según el pensamiento de los sabios, porque este fuego no es elemental, o material o de algún otro modo parecido,

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Nueva Luz Química sino más bien un agua seca extraída del mercurio: este fuego es sobrenatural, esencial, celeste y puro, y en él se unen el sol y la luna. Gobernad este fuego por el régimen de un fuego exterior, y conducid vuestra obra hasta el final.

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Capítulo VIII – “Sobre la virtud admirable de nuestra Piedra salada y acuosa”

Aquel que haya recibido tantas gracias del Padre de las Luces, como para obtener en esta vida el don inestimable de la Piedra Filosofal, puede estar seguro no sólo de que posee un tesoro tan valioso que el mundo entero y sus monarcas no podrían pagar jamás, sino también de que tiene una marca muy evidente del amor que Dios le profesa y de la promesa que la sabiduría divina ha hecho en su favor, concediéndole para siempre una eterna morada con ella y la perfecta unión de un matrimonio celeste; la cual deseamos con todo nuestro corazón, para todos los cristianos, porque éste es el centro de todos los tesoros, siguiendo el testimonio de Salomón en Sab. 7, donde dice: “He preferido la sabiduría a la realeza y he despreciado todas las riquezas en comparación con ella. No he puesto en paralelo con ella ninguna piedra preciosa; porque todo el oro no es más que arena vil a su lado, y la plata no es más que barro. La he amado por encima de la salud y belleza del cuerpo y la he elegido como mi luz, porque sus rayos no se apagan jamás. Su posesión me ha dado todos los bienes imaginables y he encontrado que tenía en su mano infinitas riquezas, etc.” En cuanto a nuestra Piedra Filosofal, permite observar cómodamente todas estas maravillas: primeramente el sagrado misterio de la Santísima Trinidad, la obra de la creación, de la redención, de la regeneración y el estado futuro de la felicidad eterna. En segundo lugar nuestra Piedra arroja y cura cualquier tipo de enfermedad, y conserva a cada cual el espíritu del hombre, apagándose como una candela, se desvanece dulcemente y pasa a las manos de Dios. En tercer lugar, tiñe y cambia todos los metales en plata y oro mejores que los que la naturaleza tiene costumbre de producir; y por su medio, las piedras y los cristales más viles pueden transformarse en piedras preciosas. Pero cuando nuestra intención es transformar los metales en oro, es necesario que sean fermentados antes con oro muy bueno y puro, porque de otra manera los metales imperfectos no podrían soportar su enorme y soberana sutilidad, y más bien habría pérdida y perjuicio en la proyección. También es necesario purificar los metales imperfectos e impuros si se quiere extraer provecho de ellos. Una dracma de oro basta para la fermentación al rojo y una dracma de plata basta para la fermentación al blanco; y no merece la pena comprar oro y plata para hacer esta fermentación, porque con una cantidad pequeñísima, se puede después aumentar cada vez más la tintura, de manera que se podrían cargar barcos enteros del metal precioso que procediera de esta confección. Porque si esta medicina es multiplicada y disuelta y coagulada de nuevo por el agua de su mercurio blanco o

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Nueva Luz Química rojo, a partir de la cual ha sido preparada, su virtud tiñiente aumentará cada vez diez grados de perfección, y se podrá recomenzar tantas veces como se quiera. El “Rosario” dice: “Aquel que haya acabado una vez este arte, aunque viviera mil millares de años y tuviera que alimentar cada día cuatro mil hombres, sin embargo no tendría ninguna necesidad.” El autor de la “Aurora naciente” dice: “Ella es la hija de los sabios, que tiene en su poder la autoridad, el honor, la virtud y el imperio, que tiene sobre su cabeza la corona floreciente del reino, rodeada de los rayos de siete brillantes estrellas. Y como la esposa adornada para su marido, lleva escrito sobre sus vestidos en letras doradas, griegas, bárbaras y latinas: “Soy la única hija de los sabios, por completo desconocida para los locos”. ¡Oh feliz ciencia, oh feliz sabio!, porque aquel que la conoce posee un tesoro incomparable, ya que es rico ante Dios y honrado por los hombres, pero no por usura, por fraude, ni por malos comercios, ni por la opresión de los pobres, como los ricos de este mundo se vanaglorian de enriquecerse, sino por medio de su industria y por el trabajo de sus propias manos”. Por ello los filósofos concluyen, no sin razón, que es necesario explicar los dos enigmas siguientes de la tintura blanca o roja, o de su Urim y Thumin.

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

LA LUNA Aquí ha nacido una divina y augusta emperatriz; los maestros, de común acuerdo, la llaman su hija. Se multiplica por sí misma y produce gran número de hijos puros, inmortales y sin mancha. Esta reina odia la muerte y la pobreza, sobrepasa por su excelencia al oro, la plata y las piedras preciosas. Tiene más poder que cualquier otro remedio. No hay nada en el mundo que se le pueda comparar, por lo cual damos gracias a Dios que está en los Cielos.

EL SOL Aquí ha nacido un emperador lleno de honores, jamás podrá nacer otro más grande que él, ni por el arte ni por la naturaleza,

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Nueva Luz Química entre todas las criaturas creadas. Los filósofos lo llaman su hijo, que tiene el poder y la fuerza de producir diversos efectos Le da al hombre todo lo que desea de él. Le otorga una salud perseverante, el oro, la plata y las piedras preciosas, la fuerza y una bella y sincera juventud. Destruye la cólera, la tristeza, la pobreza y todas las languideces. ¡Oh, tres veces feliz aquel que haya obtenido de Dios semejante gracia!

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Recapitulación

Querido hermano e hijo inquisidor de este arte, retomemos desde el comienzo las cosas que te son principalmente necesarias, si deseas que tu búsqueda esté ayudada y seguida por un buen éxito. En primer lugar y antes que nada, debes imprimir fuertemente en tu memoria, que sin la misericordia de Dios eres completamente desgraciado y más miserable que el mismo Diablo, en cuyo poder están todos los condenados; ya que poseyendo un alma inmortal, quieras o no debes vivir toda una eternidad, ya sea con Dios entre los santos en una dicha inconcebible, o con Satán entre los condenados, en tormentos que no se pueden expresar. Por ello adora a Dios con todo tu corazón, a fin de que quiera salvarte para toda la eternidad. Emplea todas tus fuerzas para seguir sus santos mandamientos, que son la regla de tu vida, según nos ha enseñado el Salvador con estas palabras: “Buscad primeramente el reino de Dios, y las demás cosas os serán dadas”. De esta manera imitaréis a los sabios, nuestros predecesores, y observaréis el método del que se ha servido para ponerse en gracia cerca de este temible Señor (ante el cual Daniel el profeta, ha visto mil millones de asistentes y un gran número de miradas que le servían). Igualmente, el sapientísimo Salomón nos indica con fidelidad el camino que siguió para obtener la verdadera sabiduría, mediante esta doctrina, que es la mejor, y que debemos imitar completamente: “He sido un niño dotado de buenas cualidades (dice él), y como había recibido una buena educación, me encontré con haber alcanzado la edad de la adolescencia en una vida sin crimen y sin reproche. Pero después que reconocí que tenía todavía menos disposiciones que ningún otro hombre para llegar a ser virtuoso, si Dios no me concedía dicha gracia (y que el mismo conocimiento de la procedencia de este don ya era sabiduría), me dirigí al Señor, le rogué y le dije con todo mi corazón: Oh Dios de mis padres y Señor de misericordia!, que habéis hecho todas las cosas mediante vuestra palabra y que con vuestra sabiduría habéis constituido al hombre para dominar sobre todas las criaturas que habéis hecho, para disponer toda la tierra en justicia, y para juzgar en equidad de corazón: concededme, os lo ruego, la sabiduría que rodea sin cesar el trono de vuestra majestad divina, y no me arrojéis del número de vuestros hijos, porque soy vuestro servidor e hijo de vuestro sirviente; soy un hombre débil y de poca duración, e incluso de inteligencia demasiado incapaz de juicios y leyes, etc.”. De esta manera tú también podrás agradar a Dios, con tal de que aquel sea tu principal estudio. Poco después, te será lícito e incluso conveniente que sueñes con el medio de mantenerte honestamente durante esta vida, de manera que vivas no solo sin ser una carga

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Nueva Luz Química para tu prójimo, sino incluso que ayudes a los pobres, según la ocasión que se presente. Todo lo cual es dado muy fácilmente por el arte de los filósofos, a aquellos a los que Dios permite que sea conocida esta ciencia, como una de sus gracias particulares. Pero no acostumbra a hacerlo, a menos que sea inducido por fervientes oraciones y por la santidad de vida de aquel que pide este insigne favor, y tampoco quiere conceder inmediatamente el conocimiento de este arte a nadie, sino siempre por disposiciones medias, a saber, por las enseñanzas y por el trabajo de las manos, al cual da completamente su bendición si es invocado sinceramente. Pero por el contrario, si no se le reza, para los efectos, ya sea poniendo obstáculos a las cosas comenzadas, ya sea permitiendo que acaben con un mal acontecimiento. Por otra parte, para adquirir esta ciencia, es necesario estudiar, leer y meditar, a fin de que puedas conocer la vía de la naturaleza, que necesariamente debe seguir el arte. El estudio y la lectura deben dirigirse hacia los buenos y verdaderos autores que han experimentado en efecto la verdad de esta ciencia, comunicándola a la posteridad y de los que se tiene la certeza de creer en su arte; porque han sido hombres de conciencia y alejados de todas las mentiras, aunque por diversas razones hablan oscuramente. En cuanto a ti, debes completar lo que ellos han envuelto en la oscuridad, con las operaciones de la naturaleza, y tener en cuenta de qué semilla se sirve para producir y engendrar cada cosa. Por ejemplo, éste o aquel árbol, no se hacen de cualquier cosa, sino sólo a partir de una semilla o de una raíz que sea de su mismo género. Lo mismo sucede en el arte de los filósofos; que parejamente tiene una determinación cierta y segura, porque lo único que tiñe en oro o en plata es el género mercurial metálico, perseverante al fuego, y que teñida con un color muy perfecto y siendo capaz de comunicar su tintura, limpia y separa del metal todas las cosas que no son de su naturaleza. Por lo tanto se deduce que la tintura es del género mercurial metálico destinado para la perfección del oro; y que es necesario extraer su origen, su raíz y su virtud seminal del mismo sujeto del cual son producidos los cuerpos metálicos vulgares, que sufren y que se extienden bajo el martillo. En este lugar te describo claramente la materia del arte, y si todavía no comprendes, debes aplicarte cuidadosamente a la lectura de los autores hasta que todas estas cosas se te hayan vuelto familiares. Después de haber adquirido un firme y sólido fundamento sobre la doctrina de los verdaderos y legítimos poseedores de la Piedra, es necesario llegar a las operaciones manuales, y a una debida preparación de la materia, que requiere que todas las heces y superfluidades sean quitadas por nuestra sublimación, a fin de que adquiera una esencia cristalina, salada, acuosa, espirituosa y oleaginosa, que sin adición de ninguna cosa heterogénea ni de diferente naturaleza, y sin ninguna disminución ni pérdida de su virtud seminal generativa y multiplicativa, debe ser llevada hasta un temperamento igual de húmedo y de seco, es decir, del volátil y del fijo, y siguiendo el proceder de la naturaleza, elevar esta misma esencia por medio de nuestro arte hasta una completa perfección, a fin de que se vuelva una medicina muy fija que pueda disolverse lo mismo en cualquier humor que en todo calor ligero. Además debe

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Nueva Luz Química ser potable, pero no obstante de forma que no se evapore como hacen ordinariamente los remedios vulgares, que faltan siempre de esta principal virtud que deben de tener para remediar. En consecuencia, al ser imperfectos, o bien son elevados por el calor, o no lo son. En el primer caso se trata de aguas sutiles destiladas, es decir, de espíritus tan ligeros y fáciles de elevar, que mediante el calor del cuerpo (el cual aumentan hasta producir temblor) son sublimados inmediatamente y llevados hacia arriba, subiendo a la cabeza y buscando una salida (lo mismo que el espíritu de vino acostumbra a hacer en los que están borrachos), y al no poderse hacer la evaporación debido a que el cráneo está cerrado, se esfuerzan por salir impetuosamente, de la misma manera suele ocurrir en la destilación artificial, cuando en ocasiones los espíritus reunidos y vueltos poderosos, rompen el vaso que los contiene. Si los remedios vulgares no se pueden elevar, seguramente son sales privadas de todo jugo de vida a causa de un fuego muy violento, y son de muy poco remedio en una enfermedad languidecente. Porque lo mismo que una lámpara ardiente se alimenta de aceite y de grasa, que una vez consumidos se apaga, igualmente la mecha que mantiene la vida se sustenta de un bálsamo de vida suculento y aceitoso, y se despabila mediante los remedios más excelentes, como se hace comúnmente en una candela con un despabilador. Y como nuestra medicina está compuesta con toda seguridad del sol y de sus rayos, se puede conjeturar cuan superior es su virtud respecto a todos los otros medicamentos, puesto que en toda la naturaleza el sol es el único que enciende y conserva la vida, y sin sol todas las cosas se congelarían y nada crecería en este mundo. Los rayos del sol hacen reverdecer y crecer todas las cosas y dando vida a todos los cuerpos sublunares, los hace crecer, vegetar, mover y multiplicarse, gracias a su irradiación vivificante. Pero esta virtud solar es mil veces más fuerte, más eficaz y más saludable en su verdadero hijo, que es el sujeto de los filósofos; porque allí donde se engendra, es necesario que los rayos del sol, la luna y las estrellas y de todas las virtudes de la naturaleza, se hayan acumulado en este lugar magnético por el espacio de varios siglos, y se encuentren como encerrados juntos en un vaso muy cerrado y apretado, por lo que al serles impedido salir, reprimidos y estrechados, se cambian en este admirable sujeto y engendran de sí mismos el oro vulgar; todo lo cual enseña bastante cuan lleno de virtud está su origen, puesto que triunfa enteramente de cualquier violencia de fuego, de manera que no se encuentra en todo el mundo nada de mayor perfección que nuestro sujeto. Si se lo encontrase en su último estado de perfección, hecho y compuesto por la naturaleza, si fuese fusible como la cera o la manteca, y su rojez, diafanidad y claridad apareciesen en el exterior; esta sería realmente nuestra bendita Piedra, y en caso contrario no lo sería. No obstante, tomándola desde su primer principio, se la puede llevar a la más alta perfección que exista por medio de este soberano arte filosófico, explicado fundamentalmente en los libros de los antiguos sabios.

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DIÁLOGO QUE DESCUBRE MÁS AMPLIAMENTE LA PREPARACIÓN DE LA PIEDRA FILOSOFAL

Por los tratados precedentes habéis visto que la asamblea de alquimistas y destiladores que discutían grandemente sobre la Piedra de los Filósofos, fue interrumpida por una tempestad imprevista, se dispersaron y dividieron en muchas provincias diferentes sin haber tomado ninguna determinación cierta. Ello ha dado lugar a un número infinito de sofisticaciones y procederes equívocos y erróneos, porque, habiendo impedido esta desdichada tempestad una decisión final de todos los beligerantes, cada uno de ellos permaneció en la opinión imaginaria que había figurado, la cual siguió después en sus operaciones. Una parte de estos doctores químicos que habían asistido a la asamblea, habían leído los escritos de verdaderos filósofos, que nos proponen que tanto el mercurio, como el azufre, como la sal, son la materia de su Piedra. Pero como estos sofisticadores han entendido mal el pensamiento de los antiguos y han creído que la plata viva, el azufre y la sal vulgares eran las cosas que había que tomar para la confección de la Piedra, tras haber sido dispersados a muchos lugares de la tierra, han hecho intentos de todas las maneras imaginables. Alguno entre ellos remarcó en Geber esta máxima digna de consideración: “Los antiguos, hablando de la sal, han concluido que era el jabón de los sabios, la llave que cierra y abre, y que cierra de nuevo y nadie abre; sin la cual, según dicen, ningún hombre en este mundo podría llegar a la perfección de esta obra, es decir, si no sabe calcinar la sal después de haberla preparado, llamándose entonces sal fusible”. De la misma manera leyó en otro autor: “Aquel que conoce la sal y su disolución, sabe el secreto escondido de los antiguos sabios”. Este alquimista se persuadió por estas palabras de que era necesario trabajar sobre la sal común, de la que aprendió a preparar un espíritu sutil, con el cual disolvía el oro del vulgo, extrayendo su color cetrino y su tintura, que se afanaba en juntar y unir a los metales imperfectos a fin de que por este medio se cambiasen en oro; pero todos estos trabajos no tuvieron ningún éxito a pesar de los esfuerzos que realizó. Ello ya debería haberlo sabido por el mismo Geber, cuando dice: “Ningún cuerpo imperfecto se puede perfeccionar por la mezcla con los cuerpos que la naturaleza ha vuelto simplemente perfectos, porque en el primer grado de su perfección solamente han adquirido una forma simple para ellos, por la cual están perfeccionados por la naturaleza, y como muertos no tienen ninguna perfección superflua que puedan comunicar a los otros, y ello por dos razones: la primera porque el mezclarlos con la imperfección ellos mismos se vuelven imperfectos, puesto que no tienen más perfección que la que necesitan para sí mismos; y la última, a causa de que por esta vía sus principios no pueden mezclarse íntimamente y en todas las partes más pequeñas, ya que los cuerpos no se penetran unos a otros, etc.” Después de esto, otra sentencia de Hermes cayó en el pensamiento de nuestro artista, a saber, que “la sal de los metales es la Piedra de los Filósofos”. Así pues, concluyó que la sal del vulgo no debía ser la cosa de la que los filósofos entendían hablar, sino que era necesario extraerla de los metales. Por ello se puso a calcinar los metales con un fuego violento, a disolverlos en aguas fuertes, a corroerlos,

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Nueva Luz Química destruirlos y preparar las sales. Para su propósito inventaba muchas maneras de disolver los metales para hacerlos fundir fácilmente, y otras infinitas operaciones vanas y superfluas, pero jamás pudo por todos estos medios llegar al fin de su deseo. Ello le hacía dudar aún respecto a las sales y las materias de las que hemos hablado, de manera que no cesaba de mirar en los libros de unos y otros filósofos. Los ojeaba siempre esperando encontrar algún paisaje formal refiriéndose a la materia e hizo tanto que descubrió este axioma: “Nuestra Piedra es sal, nuestra sal es una tierra y esta tierra es virgen”. Parándose a sopesar profundamente estas palabras, de repente le pareció que su espíritu era iluminado y comenzó a reconocer que sus trabajos precedentes no habían resultado según su deseo, a causa de que hasta el presente había faltado de esta sal virginal, y que no se podría obtener esta sal virgen sobre la tierra ni sobre su superficie universal, porque está cubierta de hierbas, flores y plantas cuyas raíces, por medio de sus fibras, atraerían y succionarían la sal virgen de donde toman su crecimiento, y así esta sal estaría privada de su virginidad y se encontraría impregnada. Se sorprendió de su primera estupidez y por no haber podido comprender antes estas cosas en los libros de los filósofos que hablan de ellas claramente, como en Morienus que dice: “Nuestra agua crece en las montañas y en los valles”. En Aristóteles: “Nuestra agua es seca”. En Datyn: “Nuestra agua se encuentra en los viejos establos, los retretes y las cloacas pestilentes”. En Alphidius: “Nuestra Piedra se encuentra en todas las cosas que están en el mundo y por todas partes, se encuentra arrojada en el camino y Dios no le ha dado un alto precio de compra a fin de que tanto los pobres como los ricos puedan tenerla”. ¡Vaya! (pensaba para sí), ¿y no está esta sal señalada manifiestamente en todos estos lugares? Es verdaderamente la Piedra y el agua seca que se puede encontrar en todas las cosas, y en las cloacas mismas; en tanto que todos los cuerpos están compuestos de ella, se alimentan de ella y se aumentan por su medio, por sus corrupciones se resuelven en ella, y además una gran cantidad de esta sal grasa causa la fertilidad. Los más ignorantes labradores conocen esto mejor que nosotros que somos doctos; puesto que para rehacer los lugares estériles a causa de la sequedad, se sirven de un estiércol podrido y de una sal grasa e hinchada, considerando muy bien que una tierra magra no puede ser fértil. La naturaleza también ha descubierto a algunos que la aridez de una tierra sin humor se podía mejorar igualmente por una sal de cenizas. Por todo esto en algunos lugares los labradores toman cuero que cortan en trozos, lo queman y arrojan las cenizas sobre tierras magras para darles la fertilidad, como se hace en Denbighshire que es una provincia de Inglaterra. Y además todavía tenemos un antiguo testimonio de este uso en Virgilio. Todo esto nos lo han declarado los filósofos cuando escriben que su sujeto es la fuerza de toda fuerza, y esta es, a decir verdad, la sal de la tierra, que se muestra así. Porque ¿dónde se encontraría jamás una fuerza y una virtud más espantosas que en la sal de la tierra, a saber, el nitro, que es un rayo a cuya impetuosidad nada puede resistir? Nuestro alquimista, por esta consideración y otras semejantes creía haber alcanzado ya el fin de la verdad y se alegraba grandemente en sí mismo porque entre mil millones era el único que había llegado a un conocimiento tan alto y elevado. Despreciaba ya a los más sabios e incluso

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Nueva Luz Química casi a todos los hombres, porque estaban siempre sumergidos en el cenagal de la ignorancia y no se había elevado como él hasta la cumbre más fina de la filosofía, y que no se había enriquecido por sí mismo, puesto que había una infinidad de tesoros escondidos en la sal virgen de los filósofos. Después se le metió en la cabeza que para adquirir esta sal de virginidad, cavaría hasta una profundidad que estuviera por debajo del nivel de las raíces, en algún lugar de tierra grasa, a fin de extraer una tierra virgen que no hubiese sido impregnada todavía; haciendo una mala adaptación de esta máxima: “para obtener el agua viva de la sal de nitro, es necesario cavar profundamente en una fosa hasta las rodillas”. No se contenté con perseguir esta locura mediante su trabajo, sino que incluso la volvió pública por un discurso que hizo imprimir, en el que sostenía que este era el verdadero pensamiento de todos los filósofos. Tanto se obstinó en esta opinión vana e imaginaria, que gasté toda su fortuna, de manera que se vio reducido a una gran pobreza y abrumado por dolores y penas, deplorando la pérdida irreparable de su dinero, de su tiempo y de sus esfuerzos. Este agobio fue acompañado de cuidados enojosos, de angustia, de inquietud y de insomnio, que aumentaban de día en día. En fin se decidió a volver al lugar donde había estado antes de cavar profundamente esta tierra que había creído ser la tierra filosófica, y continuó vomitando injurias e imprecaciones, hasta que fue sorprendido por el sueño, del que había sido privado algún día por tanta pena y tristeza. Estando sumergido en este profundo sueño, vio aparecer una gran tropa de hombres irradiando luz, uno de los cuales se aproximó a él y le habló de esta manera: Amigo mío, ¿por qué vomitáis tantas injurias, maldiciones y execraciones contra los filósofos que reposan en Dios? Este alquimista, muy asustado, respondió temblando: Señor, he leído en parte sus libros, en los que he visto que no se podían imaginar alabanzas que no diesen a su Piedra, la cual elevan hasta los cielos. Ello ha excitado en mí un deseo extremo de poner manos a la obra, y he operado en todas las cosas según sus escritos y sus preceptos, a fin de participar de su Piedra; pero reconozco que sus palabras me han equivocado, ya que por este medio he perdido todos mis bienes.

La visión

Estáis equivocado, e injustamente los acusáis de impostura, porque todos los que veis aquí son gente muy feliz, no han escrito jamás una sola mentira, por el contrario no nos han dejado más que la pura verdad, aunque con palabras misteriosas y ocultas, a fin de que tan grandes misterios no fuesen conocidos por los indignos, porque de otra manera aparecerían grandes males y desórdenes en el mundo. No debéis interpretar sus escritos a la letra, sino según la operación y la posibilidad de la naturaleza. No deberíais emprender las operaciones manuales más que después de haber establecido un sólido fundamento por vuestras fervientes plegarias a Dios, por una lectura asidua y un estudio infatigable; y deberíais daros cuenta en qué están de acuerdo todos los

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Nueva Luz Química filósofos, a saber, en una sola cosa, que no es más que sal, azufre y mercurio filosófico.

El alquimista

¿Cómo se podría imaginar que la sal, el azufre y el mercurio no pueden ser más que una sola y misma cosa, si son tres cosas distintas?

La visión

Ahora demostráis que tenéis el cerebro duro y no entendéis nada. Los filósofos no tienen más que una cosa, que contiene cuerpo, alma y espíritu; la llaman sal, azufre y mercurio, los cuales se encuentran los tres en una misma sustancia, y este sujeto es su sal.

El alquimista

¿Dónde se puede obtener esta sal?

La visión

Se extrae de la oscura prisión de los metales; con ella podéis hacer operaciones admirables y ver toda clase de colores, así como trasmutar todos los metales viles en oro; pero antes es necesario que este sujeto sea vuelto fijo.

El alquimista

Hace mucho tiempo que me rompo el espíritu para trabajar en estas operaciones, sin haber podido encontrar jamás nada semejante.

La visión

Siempre habéis buscado en los metales que están muertos y que no tienen en ellos la virtud de la sal filosófica, de la misma manera que no podríais hacer que el pan cocido os sirva de semilla, ni podríais engendrar un pollo de un huevo cocido. Pero si deseáis hacer una generación, es necesario que os sirváis de una semilla pura, viva y sin haber sido estropeada; y puesto que los metales del vulgo están muertos, ¿por qué buscáis una materia viviente entre los muertos?

El alquimista

¿El oro y la plata no pueden ser vivificados de nuevo por medio de la disolución?

La visión

El oro y la plata de los filósofos son la vida misma y no tienen necesidad de ser vivificados; incluso se los puede tener por nada, pero el oro y la plata vulgares se venden muy caramente, están muertos y permanecen siempre muertos.

El alquimista

¿De qué manera se puede tener este oro vivo?

La visión

Por la disolución.

El alquimista

¿Cómo se hace esta disolución?

La visión

Se hace en sí mismo y por sí misma, sin añadir ninguna cosa extraña, porque la disolución del cuerpo se hace en su propia sangre.

El alquimista

¿Todo el cuerpo se cambia completamente en agua?

La visión

En verdad se cambia todo, pero el viento también lleva en su vientre al hijo fijo del sol, el cual es este pez sin huesos que nada en nuestra mar filosófica.

El alquimista

¿Las demás aguas no tienen la misma propiedad?

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La visión

Este agua filosófica no es un agua de nubes o de alguna fuente común: sino un agua salada, una goma blanca y un agua permanente que una vez unida a su cuerpo, no lo abandona jamás, y cuando ha sido digerida durante el espacio de tiempo necesario, ya no se los puede volver a separar. Este agua es incluso la sustancia real de la vida en la Naturaleza, que ha sido atraída por el imán del oro, y que se puede resolver en un agua clara por la industria del artista: lo cual no podría hacer ninguna otra agua del mundo.

El alquimista

¿Da frutos este agua?

La visión

Puesto que este agua es el árbol metálico, se pueden injertar en ella un pequeño retoño o un pequeño ramo solar, que si llega a crecer, hace que mediante su olor todos los metales imperfectos se vuelvan semejantes a él.

El alquimista

¿Cómo se procede con ella?

La visión

Es necesario cocerla mediante una digestión continua que se hace primeramente en la humedad y después en la sequedad.

El alquimista

¿Y es siempre una misma cosa?

La visión

En la primera operación es necesario separar el cuerpo, el alma y el espíritu, y unirlos de nuevo entre sí: si el sol se ha unido a la luna, entonces el alma se separa por sí sola de su cuerpo y a continuación vuelve por sí sola a él.

El alquimista

¿Se pueden separar el cuerpo, el alma y el espíritu?

La visión

No pongáis en juego más que el agua y la tierra hojaldrada. El espíritu no lo veréis porque nada siempre sobre el agua.

El alquimista

¿Qué entendéis por esta tierra hojaldrada?

La visión

¿No habéis leído que en nuestra mar filosófica aparece cierta islita? Es necesario poner en polvo esta tierra y luego se volverá como un agua espesa mezclada con aceite, y aquella es nuestra tierra hojaldrada, que debemos unir con su agua en justo peso.

El alquimista

¿Cuál es el justo peso?

La visión

El peso del agua debe ser plural y el de la tierra hojaldrada blanca o roja debe ser singular.

El alquimista

¡Oh señor!, vuestro discurso en este comienzo me parece demasiado oscuro.

La visión

No me sirvo de otros términos y de otros nombres que aquellos que los filósofos han inventado y que nos han dejado por escrito. Y toda esta tropa de personas bienaventuradas que veis han sido verdaderos filósofos durante su vida. Una parte de ellos eran grandes príncipes y los

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Nueva Luz Química otros reyes o monarcas poderosos, que no han tenido vergüenza de poner manos a la obra, para buscar mediante sus trabajos y sudores los secretos de la naturaleza, de los cuales nos han escrito la verdad. Leed pues diligentemente sus libros y no los injuriéis más en adelante; pero lijaos en sus muy doctas tradiciones y máximas, huid de todas las sofisticaciones y de todos los alquimistas equívocos, y en fin gozaréis del espejo escondido de la naturaleza.

La visión, una vez concluido este discurso se desvaneció en un instante, y el alquimista al despertarse inmediatamente, no sabía cómo debía juzgar al considerar lo que había pasado, pero como le habían quedado en la memoria todas las palabras de la visión, se fue rápidamente a su habitación para ponerlas por escrito. Después leyó con atención los libros de los filósofos y reconoció mediante su lectura las groseras faltas pasadas y sus primeras locuras. Habiendo descubierto así cada vez más el verdadero fundamento, para conservar su recuerdo lo puso en rimas alemanas como sigue:

DISCURSO TRADUCIDO DEL VERSO

Se encuentra una cosa en este mundo que está por todas partes y en todo lugar. No es ni tierra, ni fuego, ni aire, ni agua, y sin embargo no falta de ninguna de estas cosas; aunque puede convertirse en fuego, aire, agua y tierra, porque contiene toda la naturaleza en sí, pura y sinceramente. Se vuelve blanca y roja, es caliente y fría. Es húmeda y seca y se diversifica de todas las maneras posibles. Solamente la ha conocido la asamblea de los sabios y la llama su sal. Es extraída de su tierra, y ha hecho perderse a gran cantidad de locos; porque la tierra común no vale aquí para nada, ni tampoco la sal vulgar, sino más bien la sal del mundo, que contiene en sí toda la vida. De ella se hace esta medicina, que os garantizará de toda enfermedad.

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Nueva Luz Química As pues, si deseáis el Elixir de los Filósofos, sin duda alguna esta cosa debe ser metálica, pues la naturaleza la ha hecho y reducido a una forma metálica, que se llama nuestra magnesia, de la cual se extrae nuestra sal. Cuando tengáis esta cosa, preparadla bien para vuestro uso y extraeréis de esta sal clara su corazón, que es muy dulce. Haced salir también su alma roja y su aceite dulce y excelente llamado la sangre del azufre y el soberano bien en esta obra. Estas dos sustancias os podrán engendrar el soberano tesoro del mundo. Ahora sigue cómo debéis preparar estas dos sustancias; ello es por medio de vuestra sal de tierra, pero no oso escribirlo abiertamente, porque Dios quiere que permanezca escondido y es algo que de ninguna manera debe darse a los puercos, lo mismo que un alimento hecho de perlas preciosas. Sin embargo aprended de mí, con gran fidelidad, que en esta obra no debe entrar nada extraño. Así como el hielo, por el calor del fuego, se convierte en su primera agua, también es necesario que esta Piedra se convierta en agua por sí misma. No tiene necesidad más que de un baño dulce y moderado, en el que se disuelve sola, por medio de la putrefacción. Separad de ella el agua y reducid la tierra a un aceite rojo, que es este alma color de púrpura. Y cuando hayáis obtenido estas dos sustancias, ligadlas dulcemente entre sí y ponedla en el huevo de los filósofos cerrado herméticamente. Lo colocaréis sobre un atanor

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Nueva Luz Química que conduciréis según la exigencia y la costumbre de todos los sabios, administrándole un fuego muy lento, como el que la gallina da a sus huevos para hacer nacer los pollitos. Entonces el agua, mediante un gran esfuerzo, atraerá hacia sí todo el azufre, de forma que no aparezca nada más de él, aunque sin embargo esto no puede durar demasiado tiempo, porque mediante el calor y la sequedad se esforzará por volverse a manifestar de nuevo, lo cual, por el contrario, la fría luna tratará de impedir. Y es aquí que comienza un gran combate entre estas dos sustancias, durante el cual ambas suben hacia arriba elevándose por admirables medios, pero el viento las obliga a bajar abajo, y sin embargo no dejan de volar otra vez hacia arriba y después que han continuado largo tiempo estos movimientos y circulaciones, permanecen por fin estables abajo y se liquidan con certeza en su primer caos muy profundamente. Luego todas estas sustancias se ennegrecen como el hollín en la chimenea; lo cual se llama la cabeza de cuervo, que no es una pequeña señal de la gracia de Dios. Cuando todo esto haya sucedido, veréis en breve colores de todas clases; el rojo, el amarillo, el azul y los otros, aunque no obstante pronto desaparecerán todos, y después veréis cada vez más que todas las cosas se volverán verdes, como hojas o hierba. Y al fin la luz de la luna se hará ver, por lo cual es necesario aumentar entonces el calor y dejarlo en este grado, con lo cual la materia se volverá blanca como un hombre canoso, cuya tez envejecida se parece al hielo, también blanqueará casi como la plata. Gobernad vuestro fuego con mucho cuidado y enseguida veréis en vuestro vaso que vuestra materia se volverá completamente blanca como la nieve, y entonces vuestro Elixir está acabado para la obra al blanco, y con el tiempo se volverá rojo permanente;

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Nueva Luz Química a razón de lo cual aumentad vuestro fuego otra vez, y se volverá amarillo por completo o de color de limón. Pero al final se volverá rojo como un rubí. Entonces dad gracias a Dios nuestro Señor, porque habéis encontrado un tesoro tan grande que no hay nada en el mundo que se puede comparar con su excelencia. Esta Piedra roja tiñe en oro puro el estaño, el bronce, el hierro, la plata y el plomo y cualquier otro cuerpo metálico. También opera y produce otras muchas maravillas. Por medio podréis curar todas las enfermedades que padecen los hombres, y hacerlos vivir hasta el término prefijado de su vida. Por ello dad gracias a Dios con todo vuestro corazón, y mediante ella dad gustoso socorro y ayuda a vuestro prójimo. Emplead y usad esta Piedra para gloria del altísimo, para que nos haga la gracia de recibimos en su reino de los Cielos.

Tenga gloria, honor y virtud para siempre el Santo, Santo, Santo, Sabaoth, Dios todopoderoso, que es el único sabio y eterno, rey de reyes y señor de señores, que está rodeado de una luz inaccesible, que es el único que tiene la inmortalidad, que ha impedido la violencia de la muerte y que ha producido y puesto en luz un espíritu imperecedero. Así sea.

Fin del tratado “Nueva Luz Química”

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