February 2, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
El Consejero Pastoral - Enrique Montalt Alcayde...
© Enrique Montalt Alcayde, 2010 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2010 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com
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Printed in Spain - Impreso en España ISNB: 978-84-330-3561-5
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PRÓLOGO
Desde hace algún tiempo se nota, con más fuerza cada vez, la concepción de la Iglesia como comunidad sanante, lugar donde se aúnan personas y medios para contener, consolar y sanar a las personas que en ella van a buscar ayuda. En esta concepción tiene un lugar privilegiado la relación entre personas, el encuentro entre individuos, pues es ahí donde se dan las condiciones para el intercambio de experiencia, destrezas e intuiciones que conducen a la integración espiritual de los participantes. Cada vez más, el estilo de la sociedad en que vivimos empuja el ser humano al aislamiento emocional, afectivo y espiritual. Pocas personas prestan atención a los problemas personales del otro, excepto aquellos que lo hacen por profesión. Crece cada día más, sobre todo en las grandes ciudades, el número de personas solitarias, que no encuentran con quienes conversar para hablar de sí y de sus problemas. Vivimos en un mundo por demás estresante y exigente. Frecuentemente no tenemos tiempo para las cosas que precisamos hacer y, en el afán de no dejarlas acumular, invadimos nuestro espacio personal de descanso, ocio, etc., y nos sobrecargamos. Cuando nos damos cuenta, tenemos una enorme carga emocional que cargar y soportar, y los síntomas del estrés comienzan a aparecer. A veces, en el mismo ambiente familiar, no tenemos la oportunidad para sentarnos y hablar con alguien sobre nosotros mismos y nuestros problemas personales, pues cada uno está empeñado en dar cuenta de sus tareas y no le sobra tiempo para oír. Y así se acumulan las tensiones, que acaban por repercutir sobre las dimensiones física y psicológica, afectando a las relaciones interpersonales o inclusive nuestra autocomprensión. En este sentido, la Iglesia como comunidad sanante, preocupada por el bienestar
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integral de sus hijos, debe ofrecer espacios donde la persona pueda desahogarse, buscar comprensión, ayuda y consolación, que no es un plus que ofrecemos al Pueblo de Dios, sino que forma parte integral de la misión evangelizadora que nos fue confiada. De ahí surge la figura del pastor consejero, que conoce sus ovejas, se preocupa por ellas, y se dispone a acogerlas en su esencial vulnerabilidad, pero también en sus posibilidades de cambio. A causa de esta preocupación pastoral surgen en las parroquias los centros de escucha, los grupos de autoayuda, de crecimiento personal y los pastores reciben a sus feligreses para el ejercicio de ayuda. Todos estos servicios buscan ofrecer un espacio donde las personas puedan ser escuchadas en aquello que son y que sufren, sin intereses comerciales, sin segundas intenciones, y de forma gratuita. Son servicios de persona a persona, de corazón a corazón, sin preconcepto y sin pretensiones milagrosas o de otro género. Tampoco buscan respuestas mágicas para resolver los problemas que afligen a aquellos que buscan tal ayuda. Solamente pretenden ofrecer un oído atento y amigo capaz de escuchar y de solidarizarse, ofreciendo aliento y consolación. Sin embargo, para ser realmente efectivo, es necesario formación e información sobre cómo estructurarlo. De ahí que el libro de Enrique Montalt viene a cubrir una necesidad sentida por la Iglesia y por la sociedad, propiciándonos un material más que idóneo para implantar ese servicio en nuestras parroquias, y para formarnos en este ministerio. Es un libro que nace sin pretensiones de manual, como memoria de un máster de counselling, pero que se va conformando en un trabajo de rigurosa investigación, que al terminar se transforma en una guía esencial para el ejercicio de la consejería pastoral. Fui testigo de la pasión que Enrique puso en este trabajo, acompañándole como tutor en la memoria y me es grato ver que el fruto de un trabajo exigente y concienzudo vea la luz, sin duda para contribuir positivamente en el ministerio pastoral y ayudar a muchas personas a encontrar en la Iglesia un espacio saludable y sanador. Luís Armando de Jesús Leite dos Santos, Religioso Camilo.
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INTRODUCCIÓN
La relación de ayuda es apasionante porque aterrizamos en las mismas entrañas del ser humano. Este estudio quiere ofrecer a sacerdotes, agentes de pastoral y a mí una muy buena herramienta para atender a personas que vienen a nosotros en busca de ayuda. El título consejero pastoral pretende aplicar el counselling o Relación de ayuda al ámbito pastoral. La motivación personal que me ha llevado a abarcar este tema radica en poder prepararme más y mejor en la relación de ayuda. Son muchas las personas que solicitan una entrevista conmigo y comprendía que no era suficiente tener una buena fe; se hacía preciso una buena y sólida formación en ciencias humanas muy especialmente del counselling. En cuanto a la metodología seguida he tratado de recoger, de entre lo poco publicado, lo más básico sobre el tema, con la intención de exponerlo de una manera legible y clara. El primer capítulo describe la antropología pastoral que contiene cuatro apartados y en ellos se recogen las aportaciones de C. Rogers y R. Carkhuff, como maestros del counselling. El segundo capítulo desarrolla el perfil del consejero pastoral en cuatro apartados: el hombre en busca de valores; los valores del consejero pastoral; las dotes del consejero pastoral; peligros, errores y desviaciones del consejero pastoral. En estos apartados se recogen las actitudes más sobresalientes de un consejero pastoral. El tercer capítulo trata de exponer el nuevo concepto del consejero pastoral a través de siete apartados. El primero qué es el diálogo pastoral. El segundo y tercero los dedico a la integración de objetivos y cuáles son los elementos comunes a la pastoral y al counselling. Los apartados cuarto, cinco y seis muestran las actitudes
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básicas del consejero pastoral. Y el apartado séptimo expone las funciones y tareas del consejero pastoral. El cuarto capítulo trata del counselling en el ámbito pastoral. Este capítulo contiene quince apartados. El primer apartado explica los principios fundamentales del diálogo pastoral, siguiendo la orientación rogeriana. Del apartado segundo al catorce se van exponiendo las características propias del counselling aplicadas al diálogo pastoral. Y el apartado quince desarrolla el diálogo pastoral en la confesión. La conclusión expresa lo que entiendo por consejero pastoral desde la perspectiva del sanador herido de J.M. Nouwen El objeto de esta obra no ha sido otro que intentar aplicar el counselling o relación de ayuda al ámbito pastoral, dirigiéndose tanto al consejero como a la propia entrevista o diálogo pastoral. Agradezco al Centro de Humanización de la Salud dirigido por los religiosos Camilos de Tres Cantos (Madrid), en la persona de su director José Carlos Bermejo, el que haya sido posible la realización de este máster. Quiero agradecer al director de este trabajo, Luis Armando de Jesús Leite Dos Santos, por su inestimable ayuda, mostrada en la orientación de este estudio, en la adquisición de bibliografía, en la corrección de los apuntes y notas. Finalmente, expresar mi gratitud a mi madre y hermanos por su presencia y aliento.
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PRESENTACIÓN
El agente de pastoral, sacerdote o seglar, posee una función única en el amplio campo del asesoramiento. El contacto con niños y ancianos, jóvenes y adultos le sitúa en una posición estratégica para aliviar y sanar a las personas que acuden en busca de paz y también para evitar los problemas cuando empiezan a surgir, y no más tarde cuando ya han arraigado profundamente y resultan mucho mas difíciles de superar. “El hombre es persona. El hombre obra desde su más profunda entraña y no desde el impulso exterior, es responsable por sí y no sólo ejecutor de sus mandatos, tiene dignidad en sí mismo y nunca puede ser pensado como fin para otro. La persona es consistencia y relación; no está encerrada en el silencio del yo. Persona es constitutivamente palabra, comunicación y don. La persona llega a sí misma cuando se descubre llamada por su nombre; cuando se percata del reconocimiento que otro le otorga y del valor que tiene para él; cuando le es encargada una misión en el mundo en cuya realización da cauce a sus dinamismos”.[1] La vida humana no se realiza por sí misma. ¿Cómo se inicia este camino? Evangelizar quiere decir: mostrar este camino –enseñar el arte de vivir. Jesús dice al comenzar su vida pública: “Él me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres” (Lc 4,18); y esto quiere decir: yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; os enseño el camino de la vida, el camino de la felicidad, mejor dicho: Yo soy ese camino. Por este motivo tenemos necesidad de una nueva evangelización. Este arte no es objeto de la ciencia, este arte puede ser comunicado sólo por quien tiene la vida – aquél que es el Evangelio en persona– y es cierto que tenemos que utilizar métodos modernos para hacernos escuchar. Queremos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquél que es la Vida.
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La evangelización es antes que nada el anuncio de un acontecimiento: Jesús de Nazaret. Evangelizar es anunciar que la persona de Jesucristo es el Señor Dios es persona como realidad y relación. Dios es Padre, Hijo y Espíritu. La creación, la encarnación y envío del Espíritu Santo son formas de autodonación de Dios, suscitando el ser, la humanidad de Jesús, la Iglesia. Ese don tiene que ser necesariamente una kénosis. Dios no puede aparecer como Dios, porque no dejaría espacio para el hombre. Su plenitud haría imposible la finitud y su gloria cegaría los ojos humanos. Dios deja espacio a los otros retirándose hacia el silencio, la delicadeza de quien haciendo ser no se impone. La majestad de Dios hay que descubrirla en su pequeñez y su gloria en su humillación. Así es Dios personal, en su vida trinitaria y en su abertura al mundo. Ese amor es la entraña de Cristo y a la vez la entraña del cristianismo. El amor de Cristo aporta al cristiano las siguientes convicciones: • La aceptación gozosa de mi ser como cuerpo y como espíritu. • El perdón de los pecados que no me ha humillado ni envilecido sino rehecho, dándome el sentido de una exigencia absoluta a la vez que la paciencia y la ternura para conmigo mismo. • La devolución de la confianza en mí cuando la había perdido. • El encargo de una misión de su parte, sabiendo que en cada prójimo le encuentro a él y él me sale al encuentro. • La capacidad para saberme superior a mis fuerzas y para reconocer que en la debilidad consentida reside una mayor fortaleza. • La libertad frente a los ídolos y señores de este mundo. • La serenidad ante el futuro; la entrega confiada y filial en manos del Padre para que haga de mí lo que quiera, en vida y en muerte. • El envío a mis hermanos donde tengo que acreditar el amor recibido. • La gloria de ser con ellos Iglesia y de recibir de ellos la condiciones para mi propia perseverancia y felicidad. • El gozo de percibir la existencia como gracia. • La esperanza tranquila en la resurrección de mi carne y la de todos mis hermanos; la vida eterna que se nos anticipa en la fe, esperanza y caridad. Cuando en una sociedad se debilitan los ideales, se pierde la convicción de la
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dimensión moral de la existencia y de esta forma se tambalean los fundamentos, ¿qué puede aportar el hombre creyente? Desde su propia condición de creyente debe colaborar a una reconstrucción del sujeto, cuya dignidad máxima deriva de su condición de hijo de Dios. La aportación más sagrada y urgente, que la Iglesia puede y debe ofrecer a la sociedad hoy es: a) El fortalecimiento de la vida personal (razones para ser): la encarnación de Dios en Cristo implica un fortalecimiento infinito de la autoestima humana. Esa presencia y voz de Dios es el fundamento que hace posible la comunicación y la vida personal. Donde Dios habla puede el hombre responder y con la respuesta se inicia un camino de responsabilidad. El cristianismo puede hacer una aportación máxima a la sociedad civil suscitando sujetos conscientes de la dignidad inmanente de ser hombre y movidos por el gozo de existir al saberse merecedores de una confianza absoluta por parte de Dios, que los ha hecho destinatarios de su palabra y responsables de su mundo. Donde se cree en el Dios hecho hombre, necesariamente se tiene que creer en la dignidad divina del hombre. Si el hombre fue absolutamente sagrado para Dios, cada hombre es absolutamente sagrado para su prójimo. b) Fortalecimiento del orden moral (razones para hacer): estamos en una época en la que prevalecen la inseguridad, el miedo y la desesperanza. Cuando una sociedad se queda sin norte, entonces está en peligro de convertir el placer en la meta fundamental de la vida humana y promoverlo a cualquier precio, sometiendo todos los demás órdenes. Una sociedad así está pudriéndose en la raíz, porque el placer sin el amor, la posesión egoísta sin la solidaridad concreta, desnaturalizan la estructura originaria de la vida personal. Una cultura hedonista termina engendrando una sociedad depresiva. Entendemos por orden moral el universo de realidad objetiva, de ilusión, de proyecto, vocación, responsabilidad y obligación subjetiva a la luz de las cuales la conducta humana se oriente a sí misma y recibe, a la vez que una tarea, una dignidad. El Dios verdadero no es el espía del hombre, sino su compañero de viaje y aventura, con el que va construyendo el mundo y cuya muerte le entristece hasta arrancarle primero las lágrimas y luego su acto de fidelidad máxima para con él: la resurrección para una vida eterna. La Iglesia puede contribuir a una refundamentación de valores, ideales y potencias para la conducta humana. c) Fortalecimiento de la realización comunitaria de la vida humana: razones para convivir. El Vat. II ha redescubierto el cristianismo como comunidad, iglesia, fraternidad. Ha definido a la Iglesia como sacramento de la unión íntima con Dios que él ha hecho posible y de la unidad de todo el género humano, a la que
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estamos convocados y de la que estamos necesitando. Es necesario volver a suscitar minorías de sentido, minorías de acción y minorías de esperanza. ¿Quién ofrecerá ideales, motivaciones y potencias de vida, que nos saquen de la obsesión por el éxito inmediato, por el dinero y el prestigio público, ahora enseñoreados sobre la conciencia ciudadana? ¿Quién tendrá capacidad de persuasión para invitar a ir tras la virtud, a cultivar no sólo destrezas materiales sino hábitos de la verdad, del bien y de la belleza? El objetivo último de la acción pastoral no es sino hacer presente hoy en la vida de las personas esa fuerza salvadora, humanizadora, transformadora que se encierra en la persona y el acontecimiento de Jesucristo Evangelización no es simplemente una forma de hablar sino una forma de vivir: vivir en la escucha y hacerse voz del Padre. La vida entera de Jesucristo fue un camino hacia la cruz. Jesús no ha redimido el mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y con su muerte. La pasión da fuerza a su palabra. El éxito de la evangelización de Pablo no fue el fruto de un gran arte retórico o de prudencia pastoral; la fecundidad fue vinculada al sufrimiento, a la comunión en la pasión con Cristo (1 Cor 2,1). San Agustín comenta el texto de Juan 21,16 en el siguiente modo: “apacienta mis corderos, es decir, sufre por mis corderos”. La acción pastoral es multidimensional, que afecta al fondo del ser de la persona, a las relaciones con Dios y de las personas entre sí; también afecta a las mediaciones organizativas internas de la comunidad de fe y a la sociedad civil. La acción evangelizadora tiene condicionamientos: el orden cultural, la experiencia personal, el orden social y el orden estructural. La evangelización comporta y exige actitudes, por parte del evangelizador: la aceptación incondicional del otro; la tolerancia, la amistad, la paciencia, la capacidad de escuchar, la proximidad humana, la confianza, la sencillez, la gratuidad y la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Una de las tareas pastorales más importantes es la capacidad de acompañamiento. Lo cual supone asumir el evangelio entero, admitir la dificultad como un elemento normal en el camino de la fe, dar serenidad y constancia. Y los rasgos del acompañamiento son la convicción de que nadie puede ser protagonista de la vida de otro; no hay nadie con el que podamos coincidir plenamente, pero tampoco existe ninguno con el que no podamos coincidir en algún aspecto. El mejor servicio es
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desarrollar el propio crecimiento. Ser contemplativos de la presencia de Dios en el corazón de la vida de la humanidad. El acompañamiento siempre es mutuo. Toda esta acción evangelizadora requiere de nuevos métodos y uno de ellos es el counselling. En este trabajo pretendo mostrar la idoneidad de este proceso de relación de ayuda cómo un modo óptimo para realizar una acción pastoral que dé respuesta a las necesidades del hombre de hoy. Estos apuntes pueden ayudar a que el acompañamiento sea uno de los ministerios más necesarios en el momento presente. La terminología empleada es la siguiente. Consejero pastoral: sacerdote o seglar cristiano. Interlocutor o consultante: feligrés o persona que solicita ayuda.
[1] O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Las entrañas del cristianismo, ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1997, p. 627.
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1 ANTROPOLOGÍA PASTORAL
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1.1. Importancia de la teoría La teoría y la práctica no pueden aislarse mutuamente. La práctica se apoya en la teoría. Es inevitable que todo consejero lleve al ejercicio de su profesión determinados principios. Nadie vive sin teoría; todos poseemos creencias que guían nuestros actos. Por consiguiente, los consejeros pastorales deben contar con una base teórica. Es esencial que el consejero pastoral cuente con una explicación teórica de su trabajo. El punto inicial en el desarrollo de una explicación teórica es la actitud del consejero hacia el interlocutor, que es la piedra angular de su filosofía de la vida. El counselling pastoral en cuanto relación es un proceso psicológico que refleja la filosofía de la vida que posee el consejero; dicho de otro modo: no es una técnica, es una forma de existencia, un modo de vivir. El consejero pastoral es eficiente cuando ha construido un puente entre la explicación teórica del counselling y su propia identidad. La teoría no es algo que deja en su centro parroquial al final de la jornada; le sirve de punto de partida para todas sus relaciones. Comprende que actúa con mayor desahogo y tranquilidad con los demás cuando existe un intenso grado de congruencia entre lo que él es como persona y lo que sostiene como teoría bien sea en teología o en cualquier otra ciencia. Aunque puede decirse que está orientado a la teoría, no está atado a ella. La teoría puede representar un obstáculo cuando nos ciega a la esencia única del interlocutor haciendo que le forcemos, imponiéndole con violencia la uniformidad de una idea aplicable a muchos. El consejero pastoral eficiente comprende que la aplicación de la teoría llevada a cabo de ese modo, niega la misma teoría y le hace cerrarse a la percepción del interlocutor. Uno de los problemas del counselling pastoral como estilo de vida es la tendencia de cada consejero partidario de una idea a juzgar negativamente al que sigue la contraria. El consejero pastoral no tiene por qué mostrarse neuróticamente defensivo cuando discute sus puntos de vista teóricos. Cuando el interlocutor manifiesta una falta de madurez emocional en la relación de ayuda, el consejero inicia la búsqueda de las razones de esta carencia. La familia, la educación, etc., son factores que pueden influir en el desarrollo emocional del interlocutor, pero el factor de influencia vital es el consejero en cuanto persona, pues la teoría que practica es esencialmente reflejo de su personalidad. El elemento vital que el consejero aporta a las relaciones de ayuda es él mismo. Apertura a la teoría significa apertura a sí mismo.
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1.2. Psicología humanista existencial Hay personas que frecuentan la iglesia y participan solamente en los actos externos de la religión y nunca saben realmente lo que creen ni por qué creen en ello. Su participación en la iglesia es generalmente de carácter social y el conjunto de sus creencias es un conglomerado de normas, banquetes y flores… Las prácticas religiosas de la persona se hacen confusas si no están basadas en fundamentos serios que sustenten la práctica. La religión que se funda en superficialidades no puede conservar a sus miembros durante un período de tiempo extenso porque las personas exigen algo más que aparato exterior para lograr la convicción interior de la fe. Necesitan un conocimiento que les haga posible realizar las empresas fundamentales de la vida durante largo tiempo. Todos tenemos nuestra teoría de la personalidad que guía la actividad pastoral. “La teoría de la personalidad es un sistema de hipótesis que constituye el marco de referencia para explicar y/o describir el comportamiento y la experiencia del hombre. Y tiene que ver, por supuesto, con una determinada definición de la personalidad”[1]. El consejero pastoral que prescinde de una teoría de la personalidad se mueve y actúa a nivel superficial. El consejero halla esa sustancia en las teorías humanistas cuyos promotores principales son A. Maslow, C. Rogers, R. Carkuff y Egan. Estos autores coinciden en afirmar que el ser humano está motivado, en primer lugar para crecer y realizar sus potencialidades. Ahora bien cualquier teoría no abarca toda la verdad sobre el hombre. El principal fundamento en el que se inspira la psicología humanista existencial es la centralidad de la persona humana unido a un gran respeto por aquello que es humano; una verdadera confianza en la fuerza creativa del individuo; una concepción dinámica de la persona que cuenta con la construcción de la misma y considera al hombre como una unidad psicosomática.[2] La psicología humanista propugna la tesis que afirma: la persona es una entidad única e indivisible. La corriente psicología humanista existencial designa la teoría que preside este trabajo. Esta corriente designa tres niveles de personalidad. a) El primer nivel de la personalidad es el del comportamiento observable de un
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individuo; en la óptica de esta corriente de pensamiento, nunca un comportamiento aislado, ni siquiera una serie de comportamientos típicos, caracterizan al ser humano, sino el significado que éste les confiere. b) El segundo nivel contiene el lugar de esas significaciones e Yves Saint-Arnaud lo llama sí mismo. Es el nivel del pensamiento, el juicio, la actitud, el interés; este segundo nivel del modelo representa las diversas maneras de percibirse a sí mismo el individuo en las diferentes situaciones de su vida, es decir, es el significado subjetivo que un individuo confiere a lo que sucede en él y en su alrededor. c) Y este modelo señala un tercer nivel de la personalidad que Yves Saint-Arnaud lo llama el dinamismo de crecimiento. Y lo describe como “más allá de todo lo que yo pueda decir o pensar de mí mismo, existe una dimensión más profunda. Este nivel es la fuente de los sentimientos, de las pulsiones, de los deseos, de las necesidades; es también el lugar donde hunden sus raíces las aptitudes y las aspiraciones. Es la dimensión de mi personalidad. Es la fuente de energía, lo que constituye el dinamismo de mi personalidad, el fundamento de uno mismo y la raíz más profunda del comportamiento”.[3] En la concepción humanista de la personalidad se encuentran tres factores que desarrollan una acción dinámica en el proceso de desarrollo del individuo: la energía organísmica, la tendencia actualizante y la valoración organísmica. La energía organísmica constituye la zona más profunda y misteriosa de la personalidad; es la fuente de energía de la cual deriva la imagen de sí mismo y que sostiene y orienta al comportamiento. Rogers describe la tendencia actualizante en estos términos: “cada organismo está animado por una tendencia intrínseca a desarrollar todas sus potencialidades y a desarrollarlas de forma que favorezcan su conservación y su enriquecimiento”[4]. Esta visión optimista se traduce en la confianza en la persona, esa confianza proviene de la convicción de que el hombre es capaz de resolver sus propios problemas y actuar su propio plan de vida, porque tiene dentro de sí la energía y el criterio de valoración suficientes para llevar a cabo el desarrollo de sí mismo. Ahora bien, esta tendencia no es absoluta pues hay que tener en cuenta el componente hereditario y las fuerzas ambientales. Esa corriente introduce un tercer elemento al que llama tenacidad personal, por la libertad de decidir la propia conducta. La valoración organísmica representa el sistema regulador y de control, en cuanto orienta la energía psíquica invirtiéndola en comportamientos aptos para orientar a la persona hacia una vida cada vez más plena. Los psicólogos de esta corriente humanista se encuentran divididos en determinar las metas hacia las que el hombre
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tiende y éstas podrían ser de dos grupos: los que profesan el inmanentismo y aquellos que aceptan la trascendencia. Los inmanentistas ponen al hombre como punto de partida y de llegada de todo proceso psíquico. Esta posición es muy explícita en Rogers del cual refiero este fragmento emblemático: “el hombre moderno aunque ya no tiene confianza en la religión, la ciencia, la filosofía, ni ningún otro sistema de opiniones, puede a partir de sus propios valores, encontrar dentro de sí mismo una base de valoración”[5]. Los transcendentalistas afirman que el hombre puede realizarse plenamente sólo si tiende hacia valores y metas que se encuentran fuera de él. Un representante significativo es V. Frankl el cual afirma que “la característica constituyente de la existencia humana es la autotrascendencia, la tendencia hacia algo distinto y fuera de uno mismo”. Mas claramente V. Frankl “afirma que lo que se propone precisamente el análisis de la existencia es llevar al hombre a un terreno en que, por sí mismo y ante sí mismo, por la conciencia de su propia responsabilidad, sea capaz de penetrar él mismo hasta la comprensión de sus deberes propios y peculiares y de descubrir el sentido genuino de su vida, sentido que deja de ser anónimo para convertirse en algo único y irreemplazable”[6].
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1.3. Pensamiento humanista de C. Rogers 1.3.1. Sus descubrimientos Sus descubrimientos constituyen la matriz que ha dado origen a la elaboración de su método terapéutico. Las principales intuiciones de Rogers: 1. Confianza en la propia experiencia. Tiene confianza en la intuición interior. 2. No aceptar como guía las valoraciones de los demás: se pueden escuchar y tener en cuenta las consideraciones, los juicios y las críticas de los demás, pero le corresponde al individuo sopesar el significado y su valor. 3. La experiencia es la máxima autoridad; ésta es más segura que las ideas. 4. Necesidades de descubrir el significado de la experiencia. 5. Tener confianza en los hechos. 6. El hombre está dotado de una fuerza constructiva. Él lleva como prueba su propia experiencia clínica: cuando puedo entender el mundo interior de los demás y cuando llego a aceptarlos como personas, me doy cuenta que ellos empiezan a moverse hacia direcciones que son positivas. Cuanto más se siente comprendido y aceptado el individuo, más tiende a dejar caer las falsas fachadas. Los descubrimientos que aprendió de sus encuentros con sus clientes son: 1. El comportamiento debe reflejar el estado interior. Rogers afirma que el terapeuta no produce ningún efecto constructivo en el cliente si se comporta como si fuera distinto de cómo realmente es. No sirve actuar de manera calmada, segura, benevolente, afectuosa, si interiormente se viven estados de ánimo diferentes a éstos. Es del todo inútil tener en la relación con los demás una fachada con la que no se corresponde mi realidad interior. Este descubrimiento vendrá después traducido por Rogers, en una de las tres actitudes básicas que el terapeuta debe cultivar en sí mismo para resultar eficaz: la autenticidad. 2. Saber escucharse, aceptarse y ser uno mismo. Solamente cuando nos aceptamos como somos, podemos iniciar un camino para cambiar aquello que en nosotros va mal. 3. Comprender al otro sin juzgarlo, pues sus experiencias nos enriquecen, nos ayudan a superar nuestros límites y a convertirnos en seres más responsables, al mismo tiempo nuestra comprensión y aceptación de los estados de ánimo del
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interlocutor le ayudan a aceptar sus propios sentimientos y a superarlos, transformando gratamente la propia vida. 4. Facilitar en el otro la comunicación consigo mismo. 5. Aceptar al otro. Es difícil permitir al otro ser diferentes a nosotros mismos, ser él mismo. Toda persona es como una isla, y estará animada a construir puentes hacia las otras islas solamente cuando se sienta segura de poderlo hacer permaneciendo ella misma. 6. Estar abiertos a la experiencia. Conviene dejarnos guiar por el principio de ser o permanecer aquello que somos, y dejar a los otros ser aquello que son. Para C. Rogers el hombre es intrínsecamente bueno y su psiquismo está dotado de un sistema enérgico propulsor y de orientación que trabaja casi automáticamente para promover la plena realización de la persona. La obra del terapeuta se limita a permitir que estas fuerzas se movilicen. Convencido de la bondad de nacimiento del hombre y de la presencia en él de dinamismos orientados a la autorrealización, Rogers mantiene que para promover el camino hacia la “vida plena” son suficientes las tres disposiciones de base que el terapeuta debe tener hacia el cliente: la empatía, la genuinidad y la aceptación incondicional. 1.3.2. La autenticidad He aquí muchas de las definiciones dadas por Rogers y que recoge Bruno Giordani: “genuinidad en terapia significa que el terapeuta es realmente él mismo durante la relación con su cliente; sin esconderse detrás de una fachada, expresa abiertamente los sentimientos y las posturas que están presentes en él en ese momento. Esto implica una cierta conciencia de uno mismo; es decir, que el terapeuta tenga conciencia de sus propios sentimientos de que se encuentre en grado de vivirlos, y de experimentarlos durante la relación y sea capaz de comunicarlos si estos perduran. El terapeuta se dirige directamente a su cliente en una relación inmediata; él no niega su propia personalidad sino que la expresa”[7]. La autenticidad viene indicada como elemento central de la terapia rogeriana. La autenticidad favorece un diálogo libre y fructuoso, en cuanto que hace posible y eficaz la aplicación de las otras dos actitudes exigidas al terapeuta: La empatía y la consideración positiva. 1.3.3. La consideración positiva
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La primera denominación fue la de aceptación incondicional. Si el terapeuta se muestra indiferente y distanciado, el cliente se sentirá ignorado; si por el contrario el terapeuta es excesivamente afectuoso, el cliente puede reaccionar con una postura de dependencia infantil. La consideración positiva y afectuosa cuando es vivida con sinceridad y madurez por parte del terapeuta, trae consigo para el cliente notables ventajas. Sobretodo, éste se siente con ganas de entrar en su propio mundo interior y tiene de esta manera la posibilidad de explorarse y de conocerse siempre más a fondo. El terapeuta podrá ofrecer apoyo sólo si alimenta confianza en los recursos del cliente y si siente por él un aprecio sincero. 1.3.4. La comprensión empática Con el término comprensión empática se quiere especificar un modo particular de comprender a una persona que puede ponerse en práctica sólo por quien tiene la “capacidad de ponerse verdaderamente en el lugar del otro, de ver el mundo como él lo ve”[8]. El proceso empático significa entrar en el mundo personal del otro y quedarse tan a gusto como en su propia casa. Esto implica ser sensibles, momento a momento, al cambio de los significados experimentados que fluyen en la otra persona. Es ponerse en la piel del otro, sin caer en la identificación. El terapeuta prestará atención a dos componentes del mundo interior del cliente: la percepción subjetiva que él tiene de la realidad, o sea qué significado tiene para él y el otro componente es el afectivo, prestar atención a los sentimientos del cliente expresados a través del lenguaje no verbal. “A juicio de Rogers, estas tres actitudes del terapeuta son las condiciones necesarias y suficientes del proceso terapéutico, a condición, sin embargo, de que sean claramente percibidas por el cliente”[9]. 1.3.5. El principio inspirador. La no directividad El significado y el fin de la no-directividad consisten en tratar al cliente de manera que adquiera una plena confianza en la capacidad de conocerse a sí mismo y de conocer la realidad externa, siempre que le sean dados los medios necesarios para hacerlo. Existen concepciones equivocadas del término “no-directividad”, a saber: hay quien cree que el terapeuta para ser no directivo tiene que evitar ejercer cualquier influencia sobre el cliente; otros querrían equiparar el término de “no-directividad” al de laxismo o “laisser faire”; otra interpretación arbitraria de la no-directividad es la que
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querría que el terapeuta no se involucrara en la situación del cliente. 1.3.6. Técnica en la terapia de inspiración rogeriana La técnica asume en este contexto un puesto secundario, es decir una función instrumental; lo esencial son las actitudes del terapeuta. a. Reformulación. Los verbos “reformular” o “reflejar” significan devolver al cliente el mismo mensaje que había comunicado al terapeuta a través del lenguaje tanto verbal como no-verbal. Las ventajas de esta técnica son: devolviendo con fidelidad al cliente lo que éste ha comunicado, el terapeuta le da una prueba de haberlo escuchado de manera atenta e interesada, como también de haber comprendido correctamente el mensaje. Otra ventaja es la respuesta de reflejar ayuda al cliente a concentrarse sobre la propia experiencia. Esta técnica de la reformulación puede expresarse de diversas maneras: la reiteración, la dilucidación y el reflejo del sentimiento. b. La reiteración es como una reformulación simple y se usa para volver a proponer los contenidos expresados por el cliente. El terapeuta se limita a confirmar al cliente una presencia atenta y un empeño constante por mantenerse en sintonía con él. c. La dilucidación es fruto de una deducción que el terapeuta se siente autorizado a hacer partiendo del mensaje tanto verbal como no verbal que el cliente le está enviando. d. El reflejo del sentimiento consiste en recoger el componente emocional presente de un modo más o menos explícito en la comunicación del cliente y en proponérsela a él a través de una verbalización clara. 1.3.7. Aplicación de la teoría rogeriana al diálogo pastoral Diálogo pastoral designa todo encuentro de un sacerdote de la Iglesia con un consultante que se dirige a él en su calidad de recurso. Tres necesidades tiene el consultante que se van a traducir en tres funciones del terapeuta. a) Necesidad de un interlocutor que le ayude a clarificar: función de facilitación. b) Necesidad de evaluar su propia situación o su problema: función de evaluación. c) Necesidad de encontrar una solución o de establecer una línea de acción: función de orientación.
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Desde un punto de vista psicológico, cabe analizar la relación de consulta a partir de tres elementos básicos: a) La persona del consejero. b) El problema. c) La persona del consultante. Cuando el consejero persigue sus propios objetivos, en cuanto sacerdote y educador de la fe, se produce la llamada relación centrada en el consejero. Cuando el problema del consultante pasa a ser el principal centro de interés del consejero, se da la llamada relación centrada en el problema. Y, en fin, cuando la experiencia viva del consultante y su propia subjetividad retienen toda la atención del consejero, la relación que se establece se califica como centrada en el consultante. En el primer tipo de consulta, el consejero se concibe a sí mismo, no sólo como a una persona que acoge a otra, sino como a un sacerdote en posesión de una misión que debe cumplir e investido de una función particular que debe desempeñar con respecto al interlocutor que tiene ante sí. De los dos, el sacerdote está considerado como alguien que posee una cierta autoridad sobre su interlocutor. Ahora bien, la corriente humanista existencial puede ayudar al consejero autoritario a ser un mejor consejero directivo en el ejercicio de su ministerio, si éste vive la autenticidad y la consideración positiva incondicional. El segundo tipo de consulta pone el acento sobre el problema o la situación que presenta el consultante. El consejero centrado en el problema se pone al servicio de la persona que tiene delante. El término democrático se utiliza para describir la actitud característica del consejero que establece una relación centrada en el problema. La corriente humanista existencial ayuda al consejero a establecer con el consultante una buena relación interpersonal cuando adopta las actitudes básicas ya descritas bajo las expresiones autenticidad y consideración positiva incondicional. Y este tipo de consulta atraviesa tres etapas. En la primera el consejero procura crear un clima de confianza mediante una acogida total del otro; en segundo lugar, el consejero le ayuda a clarificar el problema subrayando los aspectos emotivos que pueden enturbiar la percepción objetiva del mismo, y en tercer lugar, le propone una solución y se abstiene de decidir en lugar del consultante, pero claramente da su opinión. El tercer tipo de consulta pone el acento en el consultante y el consejero se interesa por los elementos subjetivos del consultante. Lo hace mediante la adopción de tres actitudes, consideradas como las condiciones necesarias y suficientes para que se dé un proceso de crecimiento.
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Cuadro sintético de los elementos de la relación de consulta. Los elementos básicos
Tipos de relación
Actitudes del consejero
Técnicas de consulta
Actividades
Consultante
Centrada en el consultante
Empática
Silencio Reformulación Reflejo de sentimientos Información
Actividades de información
Problema
Centrada en el problema
Democrática
Dar seguridad Pregunta exploratoria Análisis interpretativo Consejo-opinión
Actividades de documentación
Consejero
Centrada en el consejero
Autoritaria
Provocación Indagación Evaluación Consejo directivo
Actividades de estructuración
Las seis condiciones necesarias a una consulta pastoral centrada en el consultante son las siguientes: 1. El consejero centrado en el consultante se desprende psicológicamente de las funciones que exigen de su parte actividades de estructuración. 2. En el diálogo pastoral centrado en el consultante, el consejero se adapta al ritmo del consultante sin introducir otros objetivos que los del consultante. 3. En la relación interpersonal centrada en el consultante, sólo el consultante es el experto en lo que atañe a los comportamientos y a las actitudes que él debe adoptar aquí y ahora. 4. En el diálogo pastoral centrado en el consultante, resulta privilegiada la función de facilitación, que se ejerce únicamente a través de unas actividades de información por parte del consejero. 5. En el ejercicio de la función de evaluación, el consultante es el único juez. El consejero contribuye a la evaluación solamente a través de unas actividades de documentación que consisten en responder a la petición de informaciones por parte del consultante. 6. En el ejercicio de la función de orientación, el consejero no toma ninguna iniciativa, dejando al consultante la tarea de determinar sus propios valores, y respondiendo a las peticiones de orientación únicamente mediante unas actividades de documentación o de información
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El consejero centrado en el consultante deja de lado los elementos objetivos a fin de interesarse exclusivamente por la subjetividad del consultante. El postulado que preside la actitud del consejero centrado en el consultante afirma que la persona que se encuentra en su presencia tiene en ella todo lo necesario para evaluar y orientar correctamente su devenir. De ahí que el consejero se limite a establecer una relación de confianza susceptible de infundir en el consultante la seguridad deseada para adentrarse en sí mismo y explotar sus propias virtualidades. El consejero se preocupa pues exclusivamente de establecer una relación susceptible de producir en el consultante un proceso de crecimiento. Lo hace mediante la adopción de tres actitudes, consideradas como las condiciones necesarias y suficientes para que se dé un proceso de crecimiento. Y así el consultante aparece como el responsable de la consulta y el consejero se niega a asumir el papel de experto respecto a la situación concreta en que se encuentra el consultante. Y cualquiera que sea la solución elegida por el consultante, es evidente que el consejero, si permanece de acuerdo consigo mismo y es consecuente con sus postulados, está dispuesto a aceptar como mejor para su interlocutor la solución que éste haya descubierto en el fondo de su propia subjetividad. Seguirá manifestándole la misma consideración positiva incondicional. El diálogo pastoral es semejante, en parte, al diálogo rogeriano, en cuanto que no hace el análisis profesional y sistemático de las motivaciones inconscientes, reprimidas u olvidadas. El consejero pastoral, gracias a su actitud benévola y a la confianza que inspira, mueve al interlocutor a exponer los elementos de su conflicto, que no escapaban totalmente a su conciencia, pero que de otro modo no se hubiera atrevido a exponer. Una vez que el interlocutor ha hecho esta exposición y se ha liberado así, por lo menos en parte, de su angustia y de su confusión de ideas, el consejero pastoral le ayuda a encontrar soluciones en la que la consideración de los valores morales y espirituales tenga su parte conveniente Hay que notar que la ayuda pastoral no consiste únicamente en la aceptación benévola, neutral y liberal de los deseos instintivos reprimidos y olvidados. Es ante todo la aceptación de los afectos y de los sentimientos de dolor y culpabilidad que acompañan siempre a la manifestación de los problemas, con el fin de que el interlocutor pueda discernir los elementos de su problema sin excesiva dificultad y con mayor objetividad y seguridad. Y, especialmente, la ayuda pastoral no es únicamente la neutralidad moral y religiosa. El consejero pastoral interviene de un modo muy positivo en este momento de la terapia. Propone, no la solución, sino los elementos de diverso orden (social, moral y religioso) que ayudan a encontrar una buena solución; o también hace ver las consecuencias buenas y malas de las diversas soluciones posibles. En la primera parte
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del diálogo pastoral el consejero pastoral debe abstenerse completamente de la tentación de intervenir dando explicaciones, emitiendo juicios o proponiendo consejos.
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1.4. El pensamiento de R. Carkhuff 1.4.1. Las coincidencias y sus diferencias con su maestro Rogers Carkhuff comparte con su maestro Rogers muchos de sus inspiraciones. Pero piensa de manera diferente, por ejemplo, niega la presencia de una tendencia actualizante innata y sostiene que el hombre se realiza a sí mismo en proporción a la formación recibida. Por formación, Carkhuff entiende las diferentes experiencias vividas a lo largo de la vida, los modelos mantenidos, los contenidos de verdad y los valores recibidos. Para Carkhuff el dinamismo que promueve el desarrollo no se encuentra en los recursos positivos innatos, sino que depende de la incidencia que una enseñanza positiva tiene sobre la persona. Los objetivos que intenta conseguir Carkhuff en el proceso terapéutico son: comprender lo que se encuentra dentro de mí, es decir la condición fundamental para comprender y entrar en contacto profundo con la experiencia del otro es la de comprender previamente mi experiencia personal, sería la fase de la auto-exploración. Entender lo que me falta: puedo comprender a fondo a una persona en la proporción en la que me doy cuenta de lo que no hay en ella, y para ello es necesario que me de cuenta de lo que falta en mí, sería la fase de la auto-comprensión. Comprender la necesidad de actuar. Expresar juicios de valor: esta propuesta va más allá de Rogers. Y por último no exigir menos de lo que el cliente puede hacer: en la medida en que el cliente se vuelve capaz de implicarse cada vez más a fondo, Carkhuff sugiere pasar a la aceptación positiva y el término que él utiliza es el de respeto. Esta divergencia entre Rogers y Carkhuff en el concepto de la naturaleza humana se traduce en dos tendencias distintas del método terapéutico. Mientras Rogers se limita a pedir al terapeuta las tres disposiciones de base, Carkhuff recurre a otras variables. 1.4.2. Las variables de Carkhuff La primera variable es, para Carkhuff, la concreción. Podemos definirla como la habilidad que permite al cliente ser específico acerca de sus sentimientos o experiencias. Mediante esta variable el consejero ayuda al cliente a centrarse en sus experiencias y no en las de cualquier otra persona. La siguiente variable es la confrontación y se entiende como acción iniciada por el asesor, que pone al asesorado en contacto consigo mismo, mediante la consideración de las discrepancias en él existentes y de la repercusión de éstas en la relación entre
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ambos. Esta variable supone un compromiso auténtico y primario con el crecimiento de la persona y ésta tiene sentido en el marco de una intensa y profunda comprensión de la persona confrontada, es una expresión de la empatía más profunda. Otra variable es la inmediatez que consiste en la habilidad para discutir, directa y abiertamente, con otra persona lo que está ocurriendo en el aquí y ahora de la relación interpersonal entre ambos; y facilita el que el asesor manifieste su intuición sobre lo que el asesorado siente aquí y ahora en la relación para con él. La última variable es la auto-manifestación del consejero en la relación terapéutica y puede considerarse una expresión de la genuinidad. Junto a estas variables, en el asesor se requieren las siguientes destrezas: a) Destreza de la atención se subdivide en atención física y en la escucha; la primera forma parte de las habilidades del asesor que le capacitan para ver y entender la conducta no verbal de la persona del cliente; y la segunda el asesor demuestra al asesorado que está vitalmente interesado en ayudarle. b) Responder al asesorado tratando de comprenderlo y de penetrar en su ángulo de referencia; establecer una relación con él que le facilite su propia auto-exploración. c) Personalización: se trata de ir poniendo juntos los diversos datos que van surgiendo de la auto-exploración del asesorado, de manera que éste vaya viendo la relación de unos con otros y comprenda así la raíz de su propio problema. d) Iniciar: colaborar con el asesorado en la elaboración de los diversos planes de acción: modo de operacionalizar los diversos pasos, apoyar la acción del asesorado reforzándolo, etc. Resumen La hipótesis de C. Rogers: E (empatía) + API (aceptación incondicional) + Cg (concreción) = CT (cambio terapéutico) Nuevas variables: E (empatía) + API (aceptación incondicional) + Cg (concreción) + Cn (confrontación) + In (inmediatez) + Am (auto-manifestación) = CT (cambio terapéutico) Carkhuff señala: E (empatía) + Rp (respeto) + Ge (genuinidad) + Cg + Cn + In + Am = CT
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(cambio terapéutico) 1.4.3. La participación del asesorado Por parte del asesorado se realiza un proceso en tres fases: auto-exploración, autocomprensión y acción. Todo proceso de relación de ayuda no puede iniciarse mientras no haya tenido lugar la auto-exploración del cliente. No puede existir ninguna base de ayuda, mientras éste no haya investigado plenamente sus dificultades pasadas, presentes y futuras. Es necesario comprender dónde se encuentra en relación a dónde quiere o necesita estar dentro de ese mismo mundo. Es necesario la panorámica de dónde estoy y a dónde quiero ir. Es la fase de la auto-comprensión. Una vez que el asesorado se haya auto-explorado y auto-comprendido con la ayuda del asesor tendrá una idea clara “de dónde se encuentra en relación consigo mismo y con su mundo y a dónde quiere o necesita ir”. Esto, sin embargo, no supone que haya llegado allí, ni que tenga fuerza para dar los pasos necesarios que le conducirán a la meta. Es, por tanto, necesario el establecimiento de un tercer estadio en el proceso del asesorado: el de la acción, que estará constituido por una búsqueda explícita de direccionalidad y por su implementación correspondiente. El proceso de ayuda puede dividirse en dos grandes fases: la primera sería la fase de interiorización y la segunda sería la de la direccionalidad constructiva. Durante la primera el asesorado se auto-explora y comprende, mientras que en la segunda se establece y operacionaliza la acción constructiva que lleve a la solución de problemas. El objetivo de la fase primera es el establecimiento de una relación entre asesor y asesorado, que permita la auto-exploración de éste. El asesorado llega con una gran confusión. Es necesario crear un clima de comprensión que facilite la relación interpersonal. Para lograrlo, el asesor debe mostrarse auténtico. En cuanto a la segunda fase, el objetivo está centrado en el logro de la autocomprensión del asesorado. Comienza esta etapa después de que éste haya expresado sus sentimientos y se haya sentido comprendido. Una vez logrado el objetivo de la profunda auto-exploración del asesorado, el asesor debe proporcionarle los medios para el logro de la auto-comprensión. El asesor deberá de esforzarse en que el asesorado traduzca toda su propia comprensión y experiencia, obtenida a través del proceso de ayuda, en una acción auténtica y autónoma.
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“La persona que pide poder hablar va en busca de un apoyo que le permita ver claro a fin de enfrentarse con una impotencia más o menos vivamente sentida. Su angustia hace que se dirija al consejero pastoral en la esperanza de que éste le proporcione una solución. No hay nada que añadir en este proceso: el interlocutor tiene, efectivamente, necesidad de ayuda para recobrarse. Si el consejero espiritual responde procurándole un apoyo exterior o comunicándole enseñanzas objetivas, enajena su libertad y refuerza su sentimiento de impotencia. El sacerdote deja al interlocutor la posibilidad de hablar con toda franqueza de su impotencia y de su angustia. Al expresar al consejero espiritual lo que siente, el interlocutor llega a penetrarse de ello. Toma explícitamente conciencia de su experiencia y es llevado a captar en qué consiste y cómo compromete todas las fibras de su ser. Este proceso vivido puede resumirse en una sola frase: el consejero espiritual deja al interlocutor libre para expresarse a fondo, a fin de que tome conciencia de lo que siente y pueda desde entonces realizar una toma de posición auténtica”.[10] 1.4.4. Las fases de la relación de ayuda y su repercusión en las distintas variables Principios: 1. El terapeuta será tanto más efectivo cuanto más considere la acción del asesor como objetivo final del proceso de ayuda. 2. El terapeuta será más efectivo cuando procure la orientación de la acción en aquella área del asesor que éste comprenda mejor. 3. El terapeuta será más efectivo cuando aumente el nivel de las variables orientadas a la acción, como confrontación y relación al momento, a medida que el asesor se acerca a más altos niveles de comprensión propia y cuando facilita mínimos niveles de acción. 4. El terapeuta será tanto más efectivo cuanto sea capaz de describir las direcciones y los fines, que emergen del proceso de relación de ayuda, en términos operacionales. 5. El terapeuta será tanto más efectivo cuanto sea capaz de operacionalizar paso a paso los medios para alcanzar los fines de la relación de ayuda. 6. El terapeuta será más efectivo cuando emplee la acción constructiva en un área, como un indicio para repetir el ciclo en otra área. 7. El terapeuta será más efectivo cuando considere la acción constructiva en todas las áreas relevantes como base para la terminación del proceso de ayuda.
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Fases de la relación de ayuda: 1. En la fase de pre-ayuda. La meta del asesor es la atención. 2. En la fase primera la meta del asesor es la respuesta que consiste en responder al asesorado tratando de comprenderlo y de penetrar en su ángulo de referencia. Establecer una relación con él que le facilite su propia auto-exploración. Y la meta del asesorado es la autoexploración que consiste en explorar sus experiencias y sentimientos, conocer sus modos de vivir y relacionarse inefectivos o adulterados 3. En la fase segunda la meta del asesor es la personalización. Se trata de ir poniendo juntos los diversos datos que van surgiendo de la autoexploración del asesorado, de manera que éste vaya “viendo” la relación de unos con otros y comprenda así la raíz de su propio problema. Y la meta del asesorado es la autocomprensión que se encuentra en relación a dónde quiere o necesita estar en su propia área problemática, preparándole así para el cambio. 4. En la fase tercera la meta del asesor es la de iniciar que consiste en colaborar con el asesorado en la elaboración de los diversos planes de acción: modo de operacionalizar los diversos pasos, análisis de las diversas alternativas, apoyar la acción del asesorado reforzándola. Y la meta del asesorado es actuar: determinar las diversas alternativas, operacionalizar los pasos, lograr metas intermedias, caminar hacia el cambio efectivo. Presencia de las variables en las fases de relación de ayuda: a) La empatía en su fase primera. Durante los estadios iniciales de la relación de ayuda, el objetivo del asesor ha de ser el lograr una comunicación con el asesorado. Este objetivo podrá lograrse a través de respuestas empáticas intercambiables. El asesorado siente que el asesor está con él. En su fase segunda: El modo más efectivo en esta etapa se realizara a través de respuestas parecidas a las llamadas de reflejo profundo de la terapia centrada en el cliente. Y en la fase tercera, la empatía se concentra en las actividades de la resolución del problema del asesorado, emanadas de su autoexploración y auto-comprensión profundas. En esta etapa el énfasis está situado en la acción. b) El respeto en su fase primera: el énfasis residirá en la incondicionalidad de este respeto que comunica el asesor. “conmigo tiene Ud. la libertad para ser quien es”. El asesorado experimenta la libertad de presentarse como es. Es como la suspensión por parte del asesor de todos los sentimientos nocivos. El respeto así comunicado permitirá al asesorado expresarse libremente. En su fase segunda el
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asesor va conociendo más profundamente al asesorado. Se podría resumir: “Ud. merece mi esfuerzo de comprensión”. En su fase tercera: nuestro mayor conocimiento del asesorado nos lleva a reforzar unos aspectos y a extinguir otros. En esta tercera etapa consideramos el establecimiento de un respecto condicional. La manera de expresar el respeto será a través de una genuina manifestación de los sentimientos positivos o negativos que la conducta del asesorado produce en el asesor. c) La genuinidad en su fase primera supone la ausencia de insinceridad y tapujos por parte del asesor. En la fase segunda consiste en la necesidad de la integración personal del asesor en todas las áreas de su vida, sólo de esta manera podrá ser realmente genuino. En cuanto al terapeuta, si no hay autenticidad en su vida, tampoco la proporcionará en el proceso de ayuda. d) La concreción en su fase primera en esta etapa se pretende que el cliente discuta abierta y directamente sus sentimientos y experiencias de un modo concreto. Para lograr esto el terapeuta utilizará esta concreción en sus expresiones. En su fase segunda la terapia reduce a un mayor esfuerzo en la concreción y anima activamente al cliente a una exploración de sí mismo más abstracta. En su fase tercera la concreción vuelve a tener una importancia crítica en el proceso de ayuda. Ahora debe funcionar activamente para considerar todos los aspectos en los que la emergente direccionalidad debe concentrarse. e) La auto manifestación se introduce en la fase intermedia de la relación de ayuda. Su aplicación debe ser oportuna, es decir, se debe evitar su empleo excesivo. f) La confrontación en su fase primera no debe tener lugar. En su fase segunda: la confrontación durante esta fase debe de tener un carácter tentativo y de preparación para la auténtica confrontación que debería tener lugar en la fase siguiente. En la fase tercera, sí tiene lugar la confrontación. Su objetivo principal es ayudar al asesorado a enfrentarse consigo mismo y cuando sea necesario con los demás, al mismo tiempo que a responsabilizarse de sus decisiones e inconsecuencias. g) La inmediatez en su fase primera no debería emplearse; en la segunda fase podría intentarse y en la tercera fase las personas sanas dicen lo que pretenden decir y comunican lo que pretenden comunicar. El asesor, a través y mediante el empleo de sus destrezas de A (atención), R (respuesta), P personalización) e I (Iniciación) pone en marcha un proceso de E (autoexploración), C (auto-comprensión) y A (acción) en el asesorado, que lleva a éste a un cambio terapéutico, emocional o interpersonal.
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Destrezas del asesor
proceso del asesorado
producto final
A+ R + P+ I
E+C +A
CT
El proceso de ayuda es esencialmente un proceso que conduce a la persona ayudada hacia una nueva conducta. Esto supone un proceso que debe comenzar por la auto-exploración, no solamente personal, de su intimidad, sino también de sí mismo en relación con el mundo que le rodea. Necesita explorar dónde está. La auto-exploración como primera fase del proceso de aprendizaje nos lleva a la auto-comprensión como finalidad. La persona se explora a sí misma y a sus experiencias y seres significativos en orden a comprenderse, es decir, en orden a comprender dónde se encuentra en relación a donde quiere o necesita estar. Finalmente, la auto-comprensión no es real hasta que la persona ha actuado de acuerdo con ella. Es decir, la auto-comprensión tiene que traducirse en una acción que permita al interlocutor el paso de donde se encuentra a dónde quiere realmente encontrarse. El proceso de aprendizaje ha de pasar por las fases de exploración, comprensión y acción. La fase de exploración incluye la atención física, la observación, la escucha y el análisis de las destrezas en las que el cliente se va a comprometer. La fase de comprensión comprende las actividades de asociación, comparación y contraste, clasificación y generalización en orden al logro de una comprensión adecuada de dónde se encuentra el cliente en relación a donde quiere o necesita encontrarse. La fase de acción comprende las actividades de resolución de problemas, toma de decisiones, desarrollo de programas y evaluación de los mismos. La meta final del cliente es la acción. En conjunto, por tanto, las destrezas interpersonales de atención, respuesta, personalización e iniciación constituyen las destrezas de vida que el consejero pastoral necesita para facilitar el movimiento del consultante a través de las fases de aprendizaje. Estas destrezas de vida son las que el consejero necesita para entrar en el ángulo de referencia del consultante y relacionarlo con el programa de aprendizaje. 1.4.5. Validez de este método para el encuentro de ayuda espiritual Inspirándose en el método aquí expuesto, el consejero pastoral podrá orientarse
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para lograr la meta de “ayudar a la persona a ayudarse a sí misma”. Tal concepto se halla contenido en el término counselling. Se trata de un encuentro donde el coloquio no se agota en píos consejos, sino que trata de realizar en la persona un proceso de toma de conciencia que ayude a adoptar una libre y convencida decisión interior. “Conveniencia de que el sacerdote-consejero conozca y adopte un método de coloquio que esté inspirado en una concepción abierta de la persona humana. Sin embargo, se advierte en el campo eclesiástico una actitud de desconfianza hacia la introducción de indicaciones provenientes de las ciencias humanas en el ejercicio de la actividad pastoral. El método que el consejero pastoral intente adoptar debe brotar de una psicología abierta a la dimensión espiritual del hombre, de modo que garantice tanto el respeto de esta dimensión como la transmisión de valores trascendentales. El método inspirado en las líneas de Rogers y elaborado por R. Carkhuff que proponemos goza de esta garantía. El método que intento proponer a aquellos que se ponen a disposición de los hermanos para hacer juntos un camino de conversión y de aproximación a Dios se inspira en la terapia entrada en el cliente, iniciada en los años treinta por C. Rogers. Después de profundización del método rogeriana, he tenido la posibilidad de conocer otro método que, inspirado en los mismos principios, presenta una estructura más elaborada y tiene una incidencia bastante más fuerte que el precedente: el método de R. Carkhuff. Aplicando esta técnica se obtienen muchas ventajas. Sobre todo para demostrar al interlocutor que el consejero pastoral participa en la experiencia que se le expone. Da a la persona la certeza de ser comprendida”.[11] El consejero pastoral que se inspira en esta corriente no se sitúa como experto sino como atento receptor y auditor de todo lo que dice el único experto, o sea, la persona en cuestión. El fin específico del diálogo pastoral no consiste en curar los trastornos de la personalidad, sino en promover un proceso de maduración interior que ayude al individuo a vivir los valores cristianos de una manera cada vez más clara. El diálogo pastoral se mueve en el plano de la fe pastoral. El consejero pastoral debe inspirarse antes que nada en la Palabra de Dios y tener presente la intervención
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divina en la vida del hombre. “¿Confía el padre espiritual en su propia capacidad o, por el contrario, en la gracia que le permite transformarse en instrumento de Dios? Cuando el padre espiritual sólo confía en sí mismo, pone el acento en el estudio intelectual, la investigación y la organización, difícilmente tendrá tiempo para la quietud que supone vaciarse en presencia de Dios. Si, por el contrario, confía en la gracia, pondrá todo el peso de su preparación en el silencioso proceso de vaciarse y persistir en la presencia de Dios. Sentirá que se vuelve más permeable a la Gracia divina y así podrá ser un mejor instrumento en las manos de Dios. No significa esto que deba descuidar su preparación teórica y práctica”.[12] Podemos decir que un diálogo pastoral bien llevado, requiere una experiencia de la presencia de Dios, acompañada de una buena preparación teológica, y de conocimientos de las ciencias humanas, especialmente las que ofrece la psicología humanista existencial. El diálogo pastoral es sobre todo un diálogo en el cual el consejero pastoral se ofrece en promover en el interlocutor un proceso de maduración interior que lo conduzca a vivir los valores cristianos en una forma cada vez más alta. El consejero pastoral, al promover una orientación hacia Dios, se preocupa tanto de sensibilizar la persona a la acción de la gracia y de los dones del Espíritu Santo como de comprometerla en la conquista de las virtudes. Tal promoción debe tener bien presentes los dos polos entre los cuales puede instalarse la Gracia con su acción: Dios y el hombre. a) Dios: todo avance en la caridad es un don de Dios, por la cual es necesario pedirlo en la oración y corresponder a las gracias recibidas a fin de seguir mereciendo otras y prepararse para acogerlas. b) El hombre: el arranque de una colaboración con Dios depende de la libre respuesta a sus dones. Corresponde al consejero pastoral alentar en la persona un camino de interiorización, de clarificación y de compromiso. Interés en introducir el counselling en la actividad pastoral: la existencia de un método de “coloquio de ayuda” ya comprobado satisfactoriamente. V. Frankl señala “que el objetivo de la psicoterapia es la curación del alma y el fin de la religión es, en cambio, la salvación del alma”[13]. “Es evidente que la situación no es como si los fines de la psicoterapia y de la religión estuvieran en el mismo rango del ser, como si tuvieran el mismo rango de valor. Mas bien el rango de la salud del alma es distinto del de la salvación del alma. Es decir que la dimensión en que vive el hombre religioso es superior o, lo que es igual, abarca más que la dimensión en que se desarrolla la psicoterapia. Y la irrupción en la
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dimensión superior no ocurre en su saber, sino en la fe”[14]. Y finalmente señalar que en los seminarios se hace poco o nada para preparar adecuadamente a los futuros sacerdotes a la misión de encuentro personal con los creyentes; los cursos de pastoral y de dirección espiritual están planificados según los esquemas tradicionales. Y entre los mismos sacerdotes hay un desconocimiento de las posibilidades que ofrece el counselling en la consejería pastoral.
[1] M. SZENTMÁRTONI, Manual de psicología pastoral, Ed. Sígueme, Salamanca 2003, p. 13. [2] B. GIORDANI, La relación de ayuda: de Rogers a Carkhuff, Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, p. 5459. [3] YVES SAINT-ARNAUD, La consulta pastoral de orientación rogeriana, Ed. Herder, Barcelona 1972, p. 2425. [4] ROGERS C. y KINGET M.G. Psicoterapia y relaciones humanas, Ed. Alfaguara, Madrid 1967, vol. 1, p. 188. [5] ROGERS, C. La psicoterapia centrada en el cliente, Ed. Paidós, Barcelona 1997, p. 144. [6] V. FRANKL, Psicoanálisis y existencialismo, Ed. Fondo de Cultura Económica, Ed. México 1977, p. 319. [7] B. GIORDANI, La relación… op. cit., Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao 1997, p. 86-88. [8] C. ROGERS, M.G. KINGET, Psicoterapia … op. cit, Ed. Alfaguara, Madrid 1967, vol.1, p. 115-116. [9] IVES SANT-ARNAUD, La consulta … op. cit., Ed. Herder, Barcelona 1972, p. 30. [10] R. HOSTIE, El diálogo servicio pastoral, Ed. Marova, Madrid 1968, p. 59. [11] B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual, Ed. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1992, p. 177 ss. [12] F. JALICS, Ejercicios de contemplación, Ed. Sígueme, Salamanca 2008, p. 115-116. [13] V. FRANKL, Psicoanálisis … op. cit. Ed. Fondo de Cultura Económica, México 1997, p. 308-309. [14] V. FRANKL, Psicoanálisis … op. cit. Ed. Fondo de Cultura Económica, México 1997, p. 309-310.
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2 PERFIL DEL CONSEJERO PASTORAL
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2.1. El hombre en busca valores El ser humano se hace preguntas fundamentales acerca de sí mismo y de su actual y futura existencia. Tales preguntas representan la búsqueda de valores que realiza el hombre y que dan un sentido a su existencia. El consejero pastoral manifiesta una sensibilidad a la existencia de valores en sí mismo. Los valores emanan del conocimiento de nosotros mismos y puesto que el hombre está constantemente empeñado en el proceso de llegar a ser, tiende constantemente a valores más esenciales en el curso de su existencia. La consideración de los valores constituye la auténtica esencia del counselling en la actualidad. Piensa Rollo May que el consejero debe admitir la existencia de sus propios valores personales si ha de ser profesionalmente honrado en sus relaciones con los clientes: “El consejero puede ayudar del mejor modo al cliente para que conozca sus propios valores –aun cuando no es imprescindible que los exprese– reconociendo que él, el consejero, posee valores propios y no juega a ocultarlos, y que no existe razón para que sean más importantes o convenientes que los del cliente”[1]. Cuando el consejero pastoral admite la existencia de valores personales, debe preguntarse si está imponiendo esos valores al interlocutor. La imposición de los valores del consejero pastoral al interlocutor supone una desconfianza en su capacidad para alcanzar personalmente unos valores. Así, el counselling o diálogo pastoral es una relación en la que el consejero pastoral ayuda al interlocutor en el proceso de formación de valores. Resulta claro que el grado en que el consejero pastoral impone sus propios valores al interlocutor está relacionado con el concepto que posee de la naturaleza del hombre. Comprender la naturaleza humana no solo desde los puntos de vista de la psicología, antropología y sociología; debemos ensanchar la perspectiva e intentar comprender al hombre desde la filosofía y la teología. Es necesario tratar de entender la naturaleza humana desde una visión integral del ser humano. El hombre busca valores; es la eterna lucha del hombre; rehuir la cuestión de los valores es ir a una existencia vegetativa en la que realmente no importa el propio crecimiento. La adopción de un concepto tan fatalista de la naturaleza humana la conduciría a un punto muerto, incapaz para crecer, desarrollarse y perfeccionar su existencia; pero, por naturaleza, el hombre se lanza a la búsqueda de valores. La psicología humanista existencial afirma la visión optimista del hombre y la plena confianza en sus recursos. Y los podemos dividir en inmanentistas y en
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transcendentalistas. Los inmanentistas conciben al hombre como punto de llegada y de partida. Los transcendentalistas afirman que hombre puede realizarse plenamente sólo tendiendo hacia metas y valores que están fuera de uno mismo. Ven al hombre lanzado hacia la trascendencia. Frankl declara que la vía más segura para lograr una plena realización de sí es la de trascenderse a sí mismo enderezando nuestra tensión hacia alguien distinto de nosotros. Frankl define la autotrascendencia como la esencia de la existencia humana. El hombre se nos presenta en una dimensión claramente vertical, abierto sobre amplios horizontes, en los cuales los valores del espíritu, los contenidos religiosos, las realidades sobrenaturales parecen ya presentes. Frankl sostiene que el hombre es, antes que nada, un ser llamado a responder a los interrogantes hechos por la vida y a llevar a cabo los significados que la vida le ofrece. “La doctrina de Frankl tiene un valor propedéutico, introductorio a la teología católica; muchas de las ideas de Frankl pueden ser llamadas cristianas; la antropología de Frankl puede plenamente asumirse por un creyente católico.[2] El hombre lleva una vida con sentido solamente cuando se compromete con unos valores o una ética, y la sociedad que ignora determinados valores morales se hará ella misma víctima de un relativismo que concede libre licencia y juzga moral todo comportamiento humano independientemente de su efecto sobre la sociedad. Porque si existe un punto de acuerdo entre los psiquiatras, los psicólogos y otros científicos acerca del hombre contemporáneo es el de que se halla crónicamente alterado por torbellinos, valores inconsecuentes, códigos morales en conflicto, objetivos ambivalentes. El consejero pastoral debe poseer valores morales y éticos si ha de comunicar y mantener una sensata relación de ayuda. El counselling se hace eficaz cuando ayuda al sujeto a tender hacia valores positivos. El consejero pastoral se encuentra en situación inmejorable para acompañar al hombre que ha perdido el sentido de su vida, pues los contenidos de la evangelización son enriquecedores para el ser humano si el método que usa el consejero pastoral es el ofrecido por el counselling.
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2.2. Los valores del consejero pastoral Es indudable que existe un acuerdo en que todos poseemos un sistema personal de valores que influye en nuestro comportamiento. Y el consejero pastoral no puede cumplir su función sin un conocimiento profundo del hombre. Para la mayoría de consejeros existen unos valores que son compartidos. Para muchos, la fe en Dios está en la base de sus conductas éticas, y consideran la tendencia trascendental del hombre hacia Dios como el mayor de los valores. Veamos algunos valores que son comúnmente aceptados por consejeros y que son abiertamente asumidos por los que en la Iglesia ejercen la labor de pastores: 1. El consejero pastoral valora al hombre. Si el consejero pastoral sirve a la Parroquia, debe valorar el ser íntegro de sus feligreses, por el mero hecho de su existencia y además por que esa existencia procede del amor de Dios. Cuando el hombre aprende a valorar el poder, el prestigio, el dinero o la superioridad sobre los demás, encuentra dificultad en valorar nada que no sea él mismo. Pero en el desarrollo de su ser, el hombre debe valorar al hombre y su existencia; valorar las cualidades que encierra la personalidad humana y que sirven de base para su funcionamiento; valorar el conocimiento de la bondad fundamental del ser humano y los valores que obstaculizan y entorpecen la inclinación de la persona al bien. Si el hombre valora al hombre desarrollará una sensibilidad para las dificultades inherentes a la existencia humana; perfeccionará la calidad en su relación con el otro porque se preocupa por el desarrollo del yo humano y la tendencia a una vida con sentido; porque se sitúa en una relación que exalta a la persona cuando intenta perfeccionar su existencia, no bloquea su expresividad y le ayuda a conocerse mejor estableciendo una relación en la que pueda explorar la esencia de su vivir. Como el consejero valora al hombre traza un programa a fin de entablar relaciones de comunicación con personas que desean mejorar su propio modo de conducirse. A menos que el consejero pastoral posea un respeto a la dignidad, valía e integridad de la persona, no puede comunicarse a un nivel de intimidad. El counselling va cambiando desde la atención a las cosas a la atención al hombre. Antes el sacerdote consejero se preocupaba por el nacional catolicismo, por las formas externas y de poder, privilegios, etc. Por fortuna, los consejeros pastorales inician, desde el concilio Vaticano II, una mayor valoración del hombre. Insisten los estudiosos del counselling que uno de los componentes básicos de la valoración que el consejero pastoral hace del hombre se demuestra cuando éste
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respeta los valores de la persona, aunque sean diferentes a los suyos. 2. El consejero pastoral valora la libertad y capacidad del hombre para perfeccionar su propia existencia. “Los sujetos felices de verdad, son libres. Y Jesús es lo más libre que alguien se puede encontrar por ahí. Dice lo que piensa y siente, y lo hace sin complejos, convencido como está de sus certezas y, sobre todo, porque Alguien un día, al comenzar su andadura por los caminos, antes de hacer nada ni merecer nada, le dijo las palabras que dan esa felicidad y seguridad de fondo que todas y todos envidiamos: “tú eres mi Hijo, en ti me complazco” (Mc 1,11). Que es como decir: te reconozco, estoy contigo, te quiero por lo que eres, hagas lo que hagas y pase lo que pase, porque desde ya estoy orgulloso de ti. Es normal, entonces, que Jesús se lance a comunicar esa gratificante experiencia a toda la gente”.[3] Cuando se valora a la persona se experimenta un respeto fundamental hacia la libertad humana para conocer, moldear y determinar una existencia que es básicamente la tendencia hacia un funcionamiento más perfecto. El hombre posee una inclinación interior a desenvolverse en la dirección de una existencia más apta y realizadora. No puede el ser humano soterrar esa inclinación por grande que sea su desaliento o su desesperanza. Es de mucha importancia convencernos existencialmente de que Dios nos ama y vivir apoyados en ese amor (no vivir apoyados en nuestra fama, prestigio, en nuestras cualidades, en la estima de los demás) y vivir en respuesta al amor de Dios. Aunque parezca extraño, creer que uno es amado es la dificultad más sutil del hombre. Nos resulta muy difícil creer que alguien nos quiera por nosotros mismos. ¿Quererme a mí? ¿Por qué van a quererme a mí? Que alguien nos quiera con pleno desinterés. Que alguien se nos quiera dar. Nos parece que tenemos que ser buenos para que Dios nos ame. Si las cosas nos van bien, es que Dios nos ama. Si las cosas nos van mal, es que Dios no nos ama. Afirmamos: Dios me ha abandonado. Eso no se puede decir. Es imposible que Dios nos abandone. Decimos: Dios está enfadado conmigo. Dios nunca se enfada. El que está enfadado consigo mismo soy yo y creo que es Dios. El libre funcionamiento del hombre tiende a la propia perfección, y no está predeterminado. El consejero pastoral que mira al hombre con recelo hallará dificultad en entregarse a una relación de ayuda; la actitud negativa lleva una relación en la que se siente forzado a controlar más que a confiar en las personas. La creación de relación de ayuda exige que el consejero pastoral posea una confianza fundamental en el impulso de la persona humana hacia lo saludable, la plenitud, hacia la realización de todas sus potencialidades.
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Los expertos en counselling afirman que una de las cuestiones más fundamentales con que se enfrenta el consejero pastoral es su capacidad para tener fe en la posibilidad del sujeto para caminar en direcciones mejores y más deseables. Los consejeros pastorales pueden facilitar el surgimiento de la aparición de personalidades competentes, tolerantes y respetuosas, sensibles y amantes frente a la tendencia de nuestra época al desencanto, al consumismo, en la pérdida de identidad personal, en resumen, la pérdida del sentido de la vida. La conversión es un tema fundamental en la evangelización. Recorre toda las Sagradas Escrituras; es la invitación de Jesús al inicio de su vida pública: convertíos. Convertirse significa no vivir como viven todos, no hacer como hacen todos, no sentirse justificados en acciones dudosas, ambiguas, malvadas por el hecho que otros hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar, por lo tanto, el bien. Con otras palabras: buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. Conversión significa salir de la propia suficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia. La conversión es la humildad de confiarse al amor del Otro, amor que se vuelve medida y criterio de mi propia vida. La verdadera personalización es siempre una nueva y más profunda socialización. El yo se abre al tú. Si el estilo de vida extendido en el mundo implica el peligro de la des-personalización, del vivir no mi propia vida, sino la vida de todos los demás, en la conversión debe realizarse un nuevo Nosotros del camino común con Dios. Anunciando la conversión también debemos ofrecer una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea vida, crea comunidad de camino; una conversión puramente individual no tiene consistencia. 3. El consejero pastoral valora la inclinación humana hacia la acción responsable que reconoce el contexto social de su existencia. El libre funcionamiento del hombre no solamente tiende a la propia perfección; reconoce también su responsabilidad para con los demás hombres. Las cualidades de socialización del ser humano realzan su vida porque comprende su existencia, no únicamente en relación a sí mismo, sino en relación a otros. Al principio del counselling la persona piensa primero y ante todo en sí. Conforme se hace más abierto y receptivo se hace más aceptador de otras personas, va adquiriendo una conciencia social; interioriza la idea de que sus valores no pueden imponerse a otros y deben ser compatibles con el bien común. 4. El consejero pastoral valora su autenticidad en el proceso de la
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comunicación. El consejero pastoral es muy parecido a la persona auténtica; la autenticidad del consejero constituye muchas veces la diferencia entre el counselling efectivo y el ineficaz. La persona o es o no es ella misma; o está arraigada en su existencia o es una falsificación; ha encontrado su calidad humana o sigue teatralizando con máscaras su posición. Sólo una persona auténtica puede conseguir el eco de una buena respuesta en la esencia de otra persona. No basta la ciencia. No es bastante la técnica y los medios técnicos. No basta la mera experiencia. Es un arte, y en el fondo del arte se encuentra la capacidad de sintonizar con la onda de los demás. Y esa facultad no la poseen los que han fracasado al hacer las paces con su propia persona. Mientras no se liberen a sí mismo de lo que es inauténtico en ellos, serán impotentes para comunicarse. Los sacerdotes, los catequistas, los maestros que más significaron para mí fueron los que se entregaban en plenitud. Son personas que escasean mucho y valen mucho más de lo que nunca podremos pagarlas. El grado de autenticidad del consejero pastoral está en proporción al grado en que existe para el bienestar y desarrollo de las personas. Cuando se dedica a prácticas particulares de manipulación tal vez esté sirviendo a su propia necesidad de dominar, pero aumenta la dificultad de comunicación que existe entre él y el interlocutor. El consejero pastoral experto debe ser auténtico. Es una cualidad que no puede alcanzarse leyendo los libros convenientes o asociándose con personas convenientes. Es fruto de un profundo y atento proceso de autodescubrimiento. El consejero pastoral que es auténtico refleja esencialmente su actitud básica hacia la humanidad; valora al hombre, y a causa de ese valor emerge una autenticidad exquisita en el proceso de relación y comunicación con los demás. Resumiendo, el counselling es una relación en la que el consejero pastoral procura al interlocutor un ambiente propicio a la comunicación, concediéndole la oportunidad para entregarse al descubrimiento, estudio y síntesis de valores. El consejero pastoral que se esfuerza por escuchar con atención recibe toda la experiencia vivida del interlocutor como indiscutiblemente humanos. El consejero pastoral no tiene por qué exclamar nunca: ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo ha podido cometer tal…? La actitud receptiva del consejero pastoral se abstiene de todo juicio. No condena ni aprueba. Es primordial recibir con serenidad toda la experiencia vivida del interlocutor. De lo contrario, le resulta imposible expresar todo lo que siente y de la
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manera como lo siente. El consejero pastoral evita buscar imponer de oficio la toma de posición y se guardará de querer predecir los resultados. Para promover la toma de posición, el consejero pastoral escucha sin descanso y constata que escuchando con toda su alma y consagrándose por entero a su interlocutor pasa por una experiencia enriquecedora.
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2.3. Dotes del consejero pastoral Según el P. P. de Guibert serían las siguientes: sabiduría, prudencia, experiencia y santidad. 1. Sabiduría. Esta sabiduría ha de abarcar: teología, conocimiento de autores, escuelas de espiritualidad y conocimiento de la psicología y psicopatología. El diálogo pastoral se apropia de los nuevos métodos de la psicología para que así le ayuden al consejero pastoral en la comprensión y en la solución de los diversos problemas. El consejero pastoral así entendido será aquel sacerdote o seglar que, teniendo una formación teórica y práctica en la Teología espiritual y en las ciencias y artes psicológicas puede dar consejos oportunos. 2. Prudencia. El diálogo pastoral no es otra cosa que el ejercicio de la virtud de la prudencia, y el consejero pastoral encarna esta virtud iluminada por el don de consejo que procede del Espíritu Santo. Los consejeros pastorales propiamente no mandan, sino que dan la opinión justificada con argumentos o proponen las diversas soluciones posibles entre las que el interlocutor debe elegir y poner en práctica lo que elige. Allí aparece ya cómo el consejo, así como la prudencia, se apoya en las ciencias especulativas, pero también en el conocimiento práctico y la experiencia adquirida. En el consejero pastoral se requiere el amor y la rectitud de voluntad, de tal manera que comprenda bien la persona del otro y sus problemas y le dispense una cordial acogida. En el interlocutor se requieren el amor y la rectitud de voluntad y que oído el consejo se sienta bien dispuesto a ponerlo en obra. Tal virtud es la “docilidad”. Pero, además, si se trata del consejo cristiano y pastoral, la prudencia se perfecciona con el “don de consejo” como dice Santo Tomás: “el hombre por la prudencia se hace buen consejero para sí o para otro, pero porque la razón humana no puede abarcar todos los posibles contingentes…, necesita en la búsqueda del consejero pastoral ser dirigido por Dios, que abarca todas las cosas, y esto se hace por medio del don de consejo”[4]. 3. Experiencia y santidad. Los consejeros pastorales se ocupan de los problemas de la vida humana contemplados en su contexto biológico, social, personal pero considera estos problemas de la vida humana bajo la luz del cristianismo, que en cierto modo incide siempre en los problemas de la vida y cambia o debe cambiar nuestra
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visión de los mismos El diálogo pastoral se apoya en un vínculo afectivo. El diálogo pastoral que se forma entre el sacerdote y el seglar cristiano no es simplemente una relación entre dos autores, sino la relación en la cual está presente virtualmente una tercera persona, a saber, Cristo, que debe conducir al interlocutor a una relación cada vez más íntima con el mismo Dios. El sacerdote y el seglar cristiano, como consejeros pastorales, viendo las dificultades y resistencias del interlocutor respecto de las exigencias divinas, comprenden su incapacidad para transformar el alma por su sola acción, y movido por la caridad ruega a Dios, para que Él mismo mueva el alma. Este trato íntimo con Dios que frecuenta el consultor pastoral en la relación con el interlocutor transforma profundamente la naturaleza de la relación purificándola y haciéndola más eficaz, puesto que el sacerdote y el seglar cristiano actúa no solamente por sí mismos, sino a través de la acción de Dios. El interlocutor espera que el consejero pastoral le dé consejos congruentes con los imperativos morales y religiosos. Acude a él buscando una seguridad que está en crisis y también para que le suministre los auxilios propiamente religiosos de la oración y de las motivaciones religiosas, como la esperanza y la confianza en Dios, la purificación del alma y los sacramentos. Tendremos en cuenta que, al igual que no son suficientes los medios puramente psicológicos para devolver a los hombres el pleno equilibrio psicológico, tampoco lo son por sí solos los medios sobrenaturales si no se emplean a la vez los medios humanos. Observaremos si los consultantes acuden al sacerdote como a un resorte casi milagroso; aunque Dios puede hacer milagros, se sirve de las causas segundas. Por otra parte, tampoco hay que confiar tanto en los medios psicológicos ni en los medicamentos que se llegue a menospreciar la oración y la ayuda de la gracia. Tratándose, sobre todo, de problemas morales y religiosos, es siempre necesaria la ayuda de la gracia para que el hombre pueda evitar el pecado.
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2.4. Peligros, errores y desviaciones del consejero pastoral 2.4.1. No responder apropiadamente a las demandas del interlocutor Un peligro muy real se le presenta al consejero pastoral. No escucha, sino a medias. Sin tomarse el esfuerzo de reflexionar cree resolverlo todo en un santiamén con darle una respuesta doctrinal. De buena fe da a ello una respuesta general. Margina desde entonces el elemento principal de la cuestión: la experiencia personal del interlocutor. Puede muy bien ser que su respuesta sea completa y exacta; aún así está fuera de la cuestión. Comunica enseñanzas que al interlocutor le traen sin cuidado. La respuesta del consejero pastoral debe ser en todo momento apropiada. ¿Pero cómo podría serlo si no es capaz de comprender el sentido que tiene la demanda de esclarecimiento? Esta demanda no hace referencia a enseñanzas sobre cosas desconocidas o ignoradas. Otro peligro es escuchar con atención y buena disposición el relato de su interlocutor y entonces se pronuncia: ¡yo en su lugar haría esto! Una vez más sus intenciones son excelentes. La respuesta parece corresponder en todo a la cuestión. Pero el giro que le ha dado revela que está fuera de lugar. La expresión “yo en su lugar” indica que el consejero pastoral ha sustituido a su interlocutor. Le comunica una solución que le parece válida según su juicio en conciencia que domina totalmente la situación y que apenas se ha visto afectado por ella. Todas estas respuestas del consejero pastoral se esfuerzan por interpretar las demandas de los interlocutores. Pero se mantienen en el plano de la ayuda exterior: apoyo material, intervención moral, enseñanza objetiva. Todas estas interpretaciones se han revelado falaces: lejos de propiciar el diálogo lo comprometen. Otro error se puede producir en el diálogo pastoral cuando el interlocutor dé por descontado que el consejero pastoral le resolverá su situación. El interlocutor está inclinado a considerar al consejero pastoral como todopoderoso y omnisciente y espera secretamente que él lo sustituya en su esfuerzo. Entonces se llega a una de las situaciones más falsas y por lo tanto se va haciendo insostenible. El interlocutor lo espera todo del consejero pastoral y pone cada vez menos por su parte. Y se llega a un compromiso: el interlocutor hace todo cuanto el consejero pastoral le ordena. Otro peligro es cuando el interlocutor no lo ve claro y pide que le aclaren; expresa su deseo de hablar, se propone descubrir cómo poner en obra lo que sabe y lo que quiere; pero su problema no es de carencia de conocimientos sino de impotencia al no traducir en actos lo que sabe. Entonces el consejero pastoral se esfuerza por proporcionarle conocimientos nuevos o por imponerle otra voluntad que la suya, desconoce el problema real de su interlocutor. El consejero pastoral promete suprimir
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la angustia de su interlocutor resolviendo su problema en su nombre. El interlocutor desamparado se agarra con ambas manos a esta tabla de salvación. El interlocutor constata que la promesa es falaz; la ayuda prodigada queda ineficaz y exaspera su sentimiento de impotencia. Su saber posiblemente ha aumentado, su voluntad se ha tensado más intensamente todavía. Pero como no se ha prestado ninguna atención a su estado personal, su angustia y su impotencia se intensifican a medida que se le presta más ayuda. Se cree que el diálogo es favorecido por ciertas cualidades a las que el consejero pastoral está tentado a recurrir como el ser un conversador agradable o un sabio especializado. Pero todo esto nada tiene que ver con abatimiento, la incertidumbre y la angustia del interlocutor. El sabio está deseoso de comunicar algo profundo. ¿Pero es esto lo que verdaderamente necesita el interlocutor? La demanda del interlocutor dice: “¿puedo hablarle?”. Difiere totalmente de la pregunta: “¿quiere usted hablarme?”. El consejero pastoral cuando acepta que alguien venga a hablarle se pone enteramente a su disposición; se dedica a la demanda del interlocutor a fin de que éste sea, o logre ser verdaderamente él mismo. Es claro que el interlocutor al dirigirse al consejero pastoral no dispone de todas sus posibilidades. Desea hablar de su impotencia y de su angustia. Si el consejero pastoral no acepta desde el primer momento que esta impotencia se exprese vitalmente bajo mil formas –timidez, obstinación, suficiencia, pereza, desánimo, indiferencia, frivolidad, etc.– paraliza a su interlocutor. Tenemos que permitir al interlocutor expresar su impotencia y angustia tal y como la siente. No intentemos hablarle impidiendo que estos sentimientos intervengan en el diálogo. Cuando el consejero pastoral se afana por eliminar del diálogo la impotencia desazonante del interlocutor va derecho al fracaso. Debe aceptar que su interlocutor pueda hablar bien o mal, y es de esperar que la expresión de estos sentimientos sea negativa. Sólo bajo esta condición podrá el consejero pastoral aliviar esta impotencia. Toda persona que expresa el deseo de hablar está buscando realmente un apoyo y un esclarecimiento. Se dirige directamente a un consejero pastoral; y éste debe ayudarle a hacerlo por sí misma; porque si abdica y remite al consejero pastoral que se esfuerce en resolver su situación, no podrá restablecer su equilibrio. Todo apoyo exterior y todo adoctrinamiento objetivo del consejero pastoral quedan extraños a la persona misma del interlocutor y lo enajena cada vez más. El consejero pastoral no tendrá más que única preocupación: que el interlocutor debe estar en el centro de su atención benévola a fin de que se le ponga en condiciones de cumplir con todo por sí mismo.
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2.4.2. La libertad del interlocutor para iniciar el diálogo La demanda dirigida al consejero pastoral es cosa del interlocutor. El diálogo pastoral no se establece más que gracias a la iniciativa personal del interlocutor. El consejero pastoral, que quiere imponer el diálogo, lo hace ipso facto imposible. Por ejemplo, el consejero pastoral observa que algunas personas a quienes dedica una solicitud bondadosa atraviesan una ruda prueba. Constata que tal interlocutor fervoroso se vuelve caprichoso, apático o agresivo; y aquel otro que es alegre y despreocupado se apaga y ensombrece. Entonces lleno de piedad el consejero pastoral no duda en abordarlo. Frecuentemente queda atónito ante el recibimiento dado a su intervención de buena fe. Se le da una negativa rotunda. Según el temperamento y relaciones jerárquicas o amigables mantenidas con el consejero pastoral, la resistencia reviste formas muy diferentes: uno responde con ironía; otro agradece cortésmente asegurando que no hay por qué preocuparse; un tercero se irrita y corta inevitablemente todo contacto; otro se extraña por qué el consejero pastoral se inquieta. Todas estas actitudes expresan de modo irónico, angustioso o evasivo, la respuesta que a veces se lanza crudamente: soy mayorcito para arreglármelas solo. Gracias, pero no se meta en mis cosas: éstas me conciernen a mí y no a usted. El diálogo pastoral no se instaura más que a partir de la adhesión sincera y el compromiso personal del interlocutor. Por el contrario la insistencia del consejero pastoral, aunque muy bien intencionada, constituye siempre un elemento perturbador. El consejero pastoral ha de dejar en entera libertad al interlocutor, es lo que puede permitir decidir por sí mismo y así emprender un diálogo. El diálogo pastoral no es posible sino allí donde el interlocutor, por propia iniciativa y a pesar de ciertas presiones exteriores, toma personalmente la decisión de someter con toda franqueza su problema espinoso o su precaria situación al consejero... El consejero pastoral deja a su interlocutor que se exprese con toda libertad. Esto supone, en contrapartida, que el consejero pastoral también queda libre durante toda la entrevista. Al dar su acuerdo el cuidará en estar libre de toda ocupación y de toda preocupación. Ha prometido estar disponible. Durante la entrevista no debe admitir nunca a otro visitante, ni en su despacho ni en el recibidor; y el móvil desconectado. Si se presenta algún asunto de urgencia, sale él de la sala para despacharlo en el menor tiempo posible. Una vez liquidado el asunto se excusa ante su interlocutor: esperemos que nos dejen ahora en paz. Haciendo esto, el consejero pastoral deja claro que está decidido a cumplir su compromiso: se entrega íntegramente a la dedicación de su interlocutor.
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La decisión libre y personal que está en la base del diálogo debe ser salvaguardada durante toda la duración de las entrevistas. Corresponde al interlocutor decidir si se ha de proseguir el diálogo entablado a propia iniciativa, porque el consejero pastoral le deja en libertad de poner fin al diálogo. El objetivo del consejero es facilitar al interlocutor su entera libertad para que recobre totalmente su autonomía. Y el consultor se ha de disponer a terminar las entrevistas desde el momento en que el interlocutor juzgue que puede él solo llevar el asunto. 2.4.3. Expresiones que desplazan el centro de gravedad del diálogo sacándolo del interlocutor hacia el consejero pastoral Todo diálogo comienza con una exposición en la que el interlocutor refiere su dificultad. No podría ser de otro modo. Por ser el único que vive su malestar desde dentro, es también el único en poder comunicar al consejero pastoral de qué se trata exactamente. Las primeras palabras del consejero pastoral deben manifestar que comprende la demanda del interlocutor y que la respeta de todo corazón. Pero frecuentemente el consejero pastoral comienza la entrevista con las palabras: “¿qué puedo hacer en su favor? ¿En qué puedo ayudarle? ¿Qué espera de mí? ¿En qué puedo serle útil?”. Como vemos las intenciones son excelentes, desgraciadamente todas estas expresiones desplazan el centro de gravedad del diálogo sacándolo del interesado hacia el consejero pastoral, pues éste se ofrece a resolver el problema de su interlocutor. Insinúan que el consejero pastoral se cree estar en condiciones de realizar aquello de que el interlocutor se siente incapaz. El consejero pastoral que está realmente dispuesto a establecer al diálogo, no tiene otra cosa que hacer que expresar su disponibilidad, mediante una sonrisa y disponerse a escuchar lo que el interlocutor quiera decirle.[5] 2.4.4. Los errores del escuchar El consejero pastoral debe estar libre de todo prejuicio que concierna al interlocutor, es decir de todo juicio que el consejero pastoral tenga formado sobre el interesado tanto en bien como en mal. Sobre todo el consejero pastoral debe guardarse de provocar informaciones facilitadas por terceros. Cuando parientes o amigos quieran imponerlas, el consejero pastoral sabrá ponerles un dique señalando con amabilidad que su ayuda será tanto más eficaz cuando menos prevenga y que el interesado puede describir mejor que nadie lo que siente exactamente. Si adopta otra línea de conducta y presta oído gustoso a todo lo que le cuentan, no le será posible escuchar a su interlocutor sin tomar partido.
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Por lo tanto al recibir a su interlocutor el consejero pastoral debe liberarse de toda idea preconcebida. Se abstendrá cuidadosamente de estar al acecho de informaciones. Si se le imponen o si dispone de ellas, hará lo que pueda para recibir a su interlocutor sin ningún esquema previo. Sólo bajo esta condición es como puede dejar hablar a su interlocutor mientras escucha en silencio. Otro error en la capacidad de escuchar es el de no callar. El consejero pastoral oye a su interlocutor. Pero muy a menudo ocurre que cuando el consejero pastoral ha escuchado unos minutos se siente ya inclinado a intervenir con urgencia. Quita la palabra al interlocutor y se esfuerza por plantear preguntas netas y directas para obtener respuestas exactas. Estas intervenciones no hacen más que agravar el mal. Las preguntas del consejero pastoral que se propone clarificarlo todo desde el inicio, imponen al interlocutor una actitud pasiva. ¿Qué es lo puede hacer el consejero pastoral? Pues favorecer la ordenación progresiva de la exposición escuchando sin descanso, en silencio. No disimulamos la dificultad de mantener esta actitud. Callándose, el consejero pastoral permite al interlocutor expresarse tal y como lo hace. A medida que el diálogo avanza y que los diferentes aspectos de la vida van saliendo, la actitud del interlocutor se modifica, revelando al mismo tiempo los numerosos aspectos de su personalidad. El consejero pastoral se calla todo el tiempo que dure la intervención del interlocutor, a fin de dejarle decir lo que lleva dentro. El consejero pastoral calla mientras el interlocutor habla. Ha de callar cuando el interlocutor guarde silencio. Las pausas son de una importancia capital en el diálogo. Si el consejero no respeta este silencio como componentes esenciales del diálogo, impide a su interlocutor reflexionar y concentrarse. Ahora bien, escuchando, el consejero pastoral no está pasivo. Bien al contrario, fija toda su atención en la persona del interlocutor. Su silencio es la condición necesaria para que entre de lleno en la perspectiva de su interlocutor y para mantenerse en ella. La armonía se manifestó de mil modos. El consejero pastoral mira al interlocutor y su mirada atenta le dice claramente que le sigue. Opina con la cabeza, sonríe; todos estos movimientos y todos estos gestos señalan el interés que pone a lo que oye. Esta atención puede inspirar ciertas interjecciones: sí, sí-sí; confirman a lo más que el consejero pastoral comprende y capta lo que el interlocutor acaba de decir. La atención del consejero pastoral se expresa de una manera más explícita todavía con la repetición de la última palabra que resume el tema y tiene un valor de asentimiento no de juicio. Es evidente que el asentimiento no entraña ningún juicio sobre el comportamiento; se refiere únicamente a la actitud y a los sentimientos del interlocutor.
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2.4.5. La resistencia del interlocutor La resistencia del interlocutor es una reacción frecuentísima. Siempre es molesto tener que manifestar la propia conciencia y los estados de ánimo, a menudo celosamente ocultados a los demás. El interlocutor se encierra en sí mismo cuando ve que el consejero pastoral lleva excesivamente la iniciativa y le interroga antes que esté dispuesto a manifestarse. Esta reacción no es, necesariamente, de una decisión consciente; su causa está más bien que no puede soportar esta intrusión ni hacer, de momento, las declaraciones que le pide. Ordinariamente, los interlocutores hablan en los primeros coloquios únicamente de cosas generales y se pueden manifestar sin dificultad. No hablaran de asuntos más profundos, de motivaciones más recónditas o de datos más personales hasta que no hayan visto en el consejero pastoral un hombre bondadoso y discreto. Es necesario que el consejero pastoral responda sólo a las cosas que se le dicen y que se persuada de que sólo la paciencia bondadosa, el vínculo afectivo y la confianza que progresivamente vaya adquiriendo el interlocutor cuando habla de sus problemas podrán conducirle a superar estas resistencias. 2.4.6. Cuando el interlocutor no llega a hablar verdaderamente El consejero pastoral ante ello tiene un recurso. Remite al interlocutor a su experiencia misma. Por ejemplo: Veamos. Ha descrito su situación de un modo objetivo, como si se tratase de un tercero. ¿No querría intentar expresar lo que usted siente verdaderamente?. Otro error es cuando el consejero pastoral cree mostrarse comprensivo sustituyendo la experiencia evocada por su interlocutor, con una experiencia análoga sacada de su propia experiencia. Por ejemplo, el interlocutor relata cuánto ha sufrido a la muerte de un ser querido; el consejero pastoral, enternecido porque esta prueba de su interlocutor le recuerda una experiencia personal, se apresura a tomarle el relevo: ¡Ah, cómo le comprendo! A la edad de trece años perdí a mi padre… El consejero pastoral cree que presta un buen servicio a su interlocutor, evocando una experiencia similar. Con esto pierde completamente de vista que se separa de su interlocutor; porque el hecho es que la experiencia personal del consejero pastoral no tiene nada que ver con el interlocutor. La semejanza de situaciones no crea ningún vínculo vital. La experiencia relatada es y será irremediablemente la de otro. Las experiencias personales a cargo del consejero pastoral no aportan nada. Al contrario, impiden que el interlocutor se exprese y comprometen gravemente el diálogo. En los casos más favorables el interlocutor se muestra comprensivo y escucha atentamente: ¡asume el papel de consejero pastoral!
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Otra forma errónea es oponer o sustituir a la experiencia del interlocutor los juicios, las opiniones o las impresiones del consejero pastoral. A veces éste se esfuerza en escuchar un largo rato. Pero, más frecuentemente todavía, no deja al interlocutor tiempo para expresarse. Apenas se ha tocado el tema cuando se apodera del asunto y corta según su sentimiento. Y otra forma es minimizar el problema planteado por el interesado. El consejero pastoral esta frecuentemente tentado a ver el problema como de una importancia menor. Notemos que su juicio puede ser objetivo. ¿Pero no es esto decir que el problema está aislado de su contexto? Se le separa de la experiencia vivida de la cual ha surgido y que le da ese sentido. Sólo escuchándole es como el consejero pastoral le permite captar a su interlocutor. 2.4.7. El consejero pastoral concesivo Engrana su funcionamiento con miras a satisfacer las exigencias de los superiores más que las de las persona. La complacencia del consejero pastoral toma diferentes formas, la mayoría de las veces mezclada en las responsabilidades administrativas que no tiene tiempo para la relación de ayuda con las personas que luchan con los pesados problemas de la vida. El counselling pastoral necesita personas que se comprometan a conferir al rol del consejero un refinamiento que le haga posible prestar un notable servicio a unas personas. Los consejeros pastorales se inclinan habitualmente a proveer a las personas de información, respuestas, dirección o consejo. Este procedimiento es de escaso valor funcional para las personas, pero forma parte de la estructura de muchas parroquias. El consejero pastoral que manifiesta un profundo conocimiento de la relación entre el counselling y los aspectos preventivos de la salud mental descubre que su trabajo no sólo satisface las necesidades fundamentales de las personas sino que contribuye al bienestar humano. El consejero pastoral considera su función en términos de experiencia terapéutica más que como una relación de información. 2.4.8. El consejero pastoral dogmático Otro obstáculo para el diálogo pastoral por parte del consejero pastoral es mostrar un dogmatismo imperativo y absolutista, que se da en quienes tienen una excesiva seguridad en sus juicios. Suelen tener siempre soluciones preparadas que proponen autoritariamente. Creen hacer un servicio enseñando sus ideas, comunicando sus interpretaciones e imponiendo sus soluciones. Nunca están prestos a escuchar y dan
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sus respuestas con excesiva rapidez. Actuando así, difícilmente puedan llegar a un verdadero conocimiento de los hechos y las circunstancias de las personas. Algunos interlocutores estiman a estos consultores pastorales porque alivian sus preocupaciones, por lo menos de momento, y les liberan de la carga de tener que escoger una solución personal. Pero, por otra parte, esta dominación imperiosa les produce cierta insatisfacción al quitarles la posibilidad de una decisión libre. Este dogmatismo dominador responde también algunas veces a un deseo de poseer y una ansia de dominar que se encuentra en personalidades fuertes.
[1] A. BOY, G.J. PINE, El consejero escolar, un nuevo concepto, Ed. Narcea, Madrid 1976, p. 33. [2] B. GIORDANI, Encuentro … op. cit., Ed. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1992, p. 46. [3] M. NAVARRO, “La fe que sana, madura y libera”, en (C. Domínguez, J.M. Uriarte, M. Navarro) La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?. Ed. Idazt, San Sebastián 2006, p. 120. [4] SANTO TOMÁS DE AQUINO, 2-2, q.52, aa.1 y 2. [5] R. HOSTIE, El diálogo… op. cit., Ed. Marova, Madrid 1968, p. 83-85.
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3 NUEVO CONCEPTO DEL CONSEJERO PASTORAL
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3.1. El diálogo pastoral El diálogo pastoral es el que ejercitan o pueden ejercitar “los pastores” que el Señor quiso instituir cuando, para gobernar su Iglesia, se eligió sucesores que, según el ejemplo del “Buen Pastor” supiesen oír y conducir las ovejas a ellos confiadas, “enseñándoles s conservar todas aquellas cosas” que había encomendado a los apóstoles (Mt 28,20). “Una misma autoridad en virtud de esta misma institución va unida al consejo (“el que a vosotros oye, a Mí me oye”, Lc 10,16), pero, evidentemente, esto no impide el que los futuros sacerdotes estudien las ciencias profanas y, sobre todo, aquellas humanas que tiene una particular conexión con la fe y las normas éticas. No todas las cosas se aprenden por inspiración”.[1]
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3.2. Integración de los objetivos pastorales y vocacionales Insisto en el interés de introducir el counselling en la actividad pastoral: porque existe un método “coloquio de ayuda” ya comprobado satisfactoriamente. Se trata de la adaptación, en el campo de la pastoral, de este método centrado en la persona e iniciado por los psicólogos Carl Rogers y R. Carkhuff en el campo psicoterapéutico. Es verdad que el consejero pastoral persigue un fin bien distinto del pretendido por el terapeuta. Ahora en el campo operativo, los dos coloquios presentan numerosos puntos en común. El terapeuta ayuda al cliente a hacerse un hombre libre, el padre espiritual ayuda al pecador, movido por la gracia, a encontrar al Señor en la verdad. El terapeuta es un testigo benévolo y neutral de lo vivido por el sujeto y lo ayuda a reconocer y asumir la propia realidad humana. El consejero pastoral acoge y escucha a la persona en cuanto tiene un destino único; permanece testigo del Evangelio y lo conduce al Padre a través de Cristo. El fin específico de la dirección espiritual no consiste en curar los trastornos de la personalidad, sino en promover un proceso de maduración interior que ayude al individuo a vivir los valores cristianos de una manera cada vez más clara. El diálogo pastoral se mueve en el plano de la fe. El consejero pastoral debe inspirarse antes que nada en la Palabra de Dios y tener presente la intervención divina en la vida del hombre. “Podemos decir que una dirección espiritual bien llevada, además, de una buena preparación teológica, requiere conocimientos de la ciencias humanas”.[2] La eficacia que el consejero pastoral puede lograr en su misión depende de varios factores: la gracia de Dios, las disposiciones de la persona que pide ayuda, el grado de unión con Dios alcanzado por el consejero pastoral, su experiencia en la guía de almas, la validez del método usado en la conducción de los encuentros. La eficacia del consejero pastoral depende de la capacidad de infundir confianza y energía en los corazones. Esta capacidad es fruto del verdadero amor. Se está desarrollando una conciencia cada vez mayor en sacerdotes y agentes de pastoral que se entregan al proceso de ayudar y trabajan hacia objetivos que giran en torno a uno central: el bienestar y desarrollo integral de la persona; gozar de una buena salud entendida como un modo de vivir; ésta no se reduce a la salud física; la verdadera salud no es un simple bienestar, pues una persona que abusa del alcohol puede sentir bienestar pero ese bienestar no es salud humana. El bienestar no constituye por sí mismo la salud. La auténtica salud humana entraña así mismo una salud social, es decir, unas relaciones positivas con la familia, el entorno profesional y la sociedad.
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La salud humana conlleva una equilibrada relación con la naturaleza. La salud humana es “aquella manera de vivir que es autónoma, es solidaria y es gozosa”[3]. Ser autónomo consiste en no estar mutilado por servidumbres exteriores o interiores. Ser solidario equivale a estar bien integrado en la comunidad humana. Ser dichoso consiste en estar reconciliado con la imagen de mí mismo, asumir mi pasado, afrontar el presente y mirar con esperanza el futuro. La salud humana no es estática, sino dinámica. Es un proceso que tiende a ir desplegándose hasta desarrollar las diferentes potencialidades dormidas en la persona. Es un desarrollo continuo de la persona en todas sus dimensiones y en todos sus dinamismos. “No hay salud humana ni no hay dirección en la vida. El hombre puede enfermar por falta de objetivos. El ser humano necesita un proyecto vital, una escala de prioridades, un sentido para su existencia”.[4] Los sacerdotes como consejeros poseen una visión humana y cristiana del ser humano que le capacita para mostrar el camino hacia un adulto maduro que sea capaz de encontrar sentido a la vida. En el diálogo pastoral el consejero pastoral ayuda a los interlocutores a caminar hacia valores superiores y trascendentes; más allá del utilitarismo y del pragmatismo. Los intentos de ayuda al ser humano son eficaces cuando el sacerdote-consejero muestra una actitud positiva hacia la persona. El consejero pastoral es la personificación de actitudes que hacen posible al ser humano desenvolver sus propios recursos.
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3.3. Elementos comunes y diferenciales a la pastoral y al counselling “Uno y otro se fundan en las ciencias y técnicas psicológicas, y en la experiencia de la vida, en la formación didáctica y práctica para resolver los casos. Uno y otro consejo excluyen los medios reservados a médicos, psiquiatras. Uno y otro consejo se ocupan de los problemas de la vida humana. Ambos consejos se apoyan en un vínculo afectivo que se crea de un modo espontáneo entre el consejero pastoral y el interlocutor”.[5] El elemento básico de la acción pastoral es la capacidad del consejero pastoral de crear un clima de comunicación en el que la persona pueda expresarse libremente, sin temor. Como fruto de este clima cálido, se produce en los seres humanos una reacción positiva que les ayuda a progresar. Evidentemente la situación del sacerdote en el diálogo pastoral no es la misma que la del seglar. Es, en efecto, pastor y juez al mismo tiempo, y como pastor debe conducir y enseñar. Los hombres no acuden a él como a un consejero seglar, sino como a un hombre que tiene potestad para atar y desatar en nombre de la Iglesia; por eso acuden a él más que nada para ser ayudados por quien puede “compadecerse de las enfermedades de los demás”, porque “él mismo está rodeado de debilidad” (Hb 5,29). Acuden a él porque puede aliviarles su sentimiento de culpabilidad perdonándoles los pecados, porque puede iluminarles en los problemas cuya solución no depende solo de la razón, sino también de la luz divina de la revelación y del fin último de la vida y, finalmente, porque puede impetrar la gracia para ellos y con ellos. “El trabajo del sacerdote será explicar que las leyes y los imperativos de la perfección cristiana no son frustraciones, sino exigencias que tienden a procurar al hombre la verdadera felicidad y paz ya en este mundo, reconciliándole con Dios y con los hombres”.[6] Podemos profundizar en las diferencias que hay entre la relación terapéutica y la relación que une al consejero pastoral y a su interlocutor. El fin de la relación entre el consejero pastoral y el interlocutor es la ayuda de un conocedor de la psicología y del arte de aconsejar sin prescindir de los valores morales y religiosos. El interlocutor no busca solo la ayuda psicológica de la ciencia; busca también la de la ciencia religiosa y moral. El interlocutor que acude al consejero pastoral espera y desea que éste pueda ayudarle sin peligro de despreciar los valores religiosos y morales.
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De aquí se deduce que la figura del consejero pastoral (especializado en psicología y teología) presenta diversos aspectos para el interlocutor. En él se busca al psicólogo y al sacerdote, al hombre y al representante de Dios. El consejero pastoral en cuanto sacerdote es ministro que hace las veces de Dios y debe dar a conocer el rostro de Dios. “Otro aspecto importante a tener en cuenta es que el diálogo pastoral no es una relación entre dos personas, sino entre tres: el consejero pastoral, el interlocutor y Dios. Y Dios se hace presente por medio de la persona del consejero pastoral”.[7] El resultado de la relación de ayuda con un consejero pastoral puede sintetizarse en los siguientes puntos: a) El interlocutor asume la responsabilidad; en la entrevista es él quien responde de sí mismo y trata de regir su propia vida. b) El interlocutor es aceptado. En la comunidad cristiana comprueba que se le respeta. Una actitud positiva por parte del consejero pastoral es dar al interlocutor la posibilidad de experimentar un sentimiento de aceptación que le estimula; en el diálogo pastoral es la aceptación incondicional del consejero pastoral lo que facilita un conocimiento más exacto de su yo y un desarrollo emocional más armónico. c) El interlocutor se ve motivado. El entusiasmo y el interés mostrado por el consejero pastoral en las actividades que el interlocutor realiza en su vida, bien sean de tipo pastoral, laboral, familiar y otros, le hace sentir deseos de profundizar más en el saber teológico, filosófico o de cualquier otro tipo de saber y le lleva a comprometerse aún más. d) El interlocutor queda implicado en un proceso de crecimiento; ya que el consejero pastoral no actúa como figura autoritaria ni como moralista, juez o interrogador. e) El interlocutor vive en un clima de seguridad. Cuando el consejero pastoral crea un clima emocionalmente seguro, el interlocutor concede una importancia cada vez mayor a la relación. f) El interlocutor es comprendido. Cuando el interlocutor es comprendido, evoluciona sin vacilaciones. g) El interlocutor se expresa con facilidad. Cuando el interlocutor está en relación de ayuda con un consejero pastoral sabe comunicarse fácil y honradamente; no siente necesidad de colocarse a la defensiva.
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h) El interlocutor se autocontrola. Encuentra en sí recursos para ser dueño de sí mismo porque ha vivido relaciones de ayuda que le ha facilitado el conocimiento de la importancia que tiene ser dueño de su propia vida. i) El interlocutor llega a un conocimiento de “sí”. Como fruto de la relación de ayuda con el consejero pastoral el interlocutor llega a descubrir los fundamentos de sí mismo; a saber, dar significados de sus experiencias y ello es posible porque el consejero pastoral ha creado un clima en el que la participación del interlocutor es mucho más importante que la imposición de unas ideas determinadas por importantes que éstas sean. j) El interlocutor se hace mejor conocedor de las actitudes convenientes, de lo que más conviene para uno mismo. A causa de la calidad de su relación con el consejero pastoral el interlocutor se hace conocedor de las actitudes que favorecen o menoscaban su funcionamiento como persona. k) El interlocutor aprende a valorar. Es decir, se empeña en el proceso de desarrollo, elaboración y síntesis de valores, ordenándolo en una jerarquía que resulte beneficiosa para su funcionamiento. l) El interlocutor responde a la autenticidad; cuando descubre la genuina calidad del consejero pastoral, se entrega como reacción a esa calidad. m) Y por lo tanto, el interlocutor valora la interacción con el consejero pastoral.
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3.4. Su conocimiento de la autenticidad Tanto el consejero pastoral como el interlocutor deben conseguir la autenticidad para que éste alcance una vida más idónea. Por consiguiente, el papel del consejero cuando se relaciona con el interlocutor deberá ser expresión de la autenticidad íntima. Cuando el interlocutor inicia la relación ordinariamente carece de autenticidad porque su yo está oscurecido. El counselling o diálogo pastoral es un proceso de descubrimiento del yo y rechazo de expresiones inauténticas. Los sujetos han aprendido a vivir en un mundo en que se les ha condicionado hacia modelos de respuesta convencionales e inauténticas. El interlocutor rápidamente aprende que sus sentimientos de desacuerdo con el consejero pastoral o de éste con su inmediato superior deben ser sofocados si quiere obtener su “confianza”. Aprende a pronunciar las frases que otros esperan de él más que expresar realmente sus actitudes. Al comienzo del counselling experimenta dificultad porque no ha aprendido a ser él mismo, y no lo ha aprendido porque el ambiente le ha enseñado a encubrir más que a expresar, a engañar más que a ser personalmente honrado. La búsqueda de autenticidad por el interlocutor es característica del cambio que se realiza en el counselling. La autenticidad del consejero pastoral es la cualidad que facilita al interlocutor la adquisición de un concepto de sí mismo mejor y el actuar con mayor grado de claridad y congruencia personal. Por eso, la autenticidad del consejero pastoral es imperativa para que el interlocutor consiga una autenticidad personal integradora, es decir, se sienta impulsado a entregarse a actividades que tienen sentido. La autenticidad es una actitud que el consejero pastoral deberá vivir frente a sí mismo. Esto supone en él capacidad de entrar en su propio mundo interior, aceptándose a sí mismo, sin ceder a la fácil tentación de esconderse detrás de una máscara. La autenticidad consiste en el conocerse a sí mismo tal como se es, en aceptar los aspectos negativos que encuentran en nosotros y en tener la franqueza de presentarnos a los otros a rostro abierto, evitando escondernos detrás de la función. Si el consejero pastoral es auténtico será capaz de establecer una relación plena y genuina consigo mismo, con los demás y también con Dios. Esa libertad se basa, a nivel humano, en una concepción positiva de la naturaleza, y en prospectiva sobrenatural, se convierte en una manifestación de fe en Dios, que es Padre y que acepta a cada uno de nosotros sin imponernos condiciones. Condición fundamental para ser auténticos en las relaciones interpersonales es la de conocerse y aceptarse a sí mismo.
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Estimula a las personas a ser ellas mismas; a tener confianza en sí mismas; les convence de que son dignas de amor. “Un padre espiritual auténtico logrará crear un clima de franqueza y de confianza recíprocas en el coloquio. La persona lo percibirá como un hombre leal y digno de confianza”.[8]
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3.5. Modo de presencia El consejero pastoral que adquiere el sentido de presencia está en condiciones de dedicarse a esa vocación. Puede implicarse en la existencia del interlocutor porque él existe. Existir significa algo más que sentarse esperando que el interlocutor haga una pausa y el consejero pastoral insertar un juicio referente al comportamiento expresado por el interlocutor. Significa ponerse intensamente a tono con los sentimientos del interlocutor: esperanza, deseos, frustraciones, temores, ansiedades. Con demasiada frecuencia el consejero pastoral no logra un sentido de presencia; es cuando ofrece una información procedente de un marco de referencia externo. Cuando describe al consejero eficaz, Maslow indica su sensibilidad al concepto de presencia, exponiendo que “debe ser capaz de escuchar en el sentido de recibir más que en el de tomar, con objeto de oír lo que efectivamente se dice, mejor que lo que espera oír o exige oír. No debe imponerse, sino dejar que las palabras fluyan”.[9] Conseguir el sentido de presencia exige que el consejero pastoral alcance tan alto nivel de comunicación, que suprima sus propios prejuicios, sus propios conceptos relativos al interlocutor para comprender los valores y el concepto de sí mismo que tiene el interlocutor. Es una entrega difícil, porque la vida nos ha condicionado a interesarnos por nosotros mismo más que por otra persona. Tendemos a juzgar y desvalorizar a los demás en lugar de intentar interiorizar el marco de referencia de otros. Para el consejero es imposible comunicarse empáticamente a través del sentido de presencia si al mismo tiempo juzga al individuo. La pérdida de presencia se produce cuando el comportamiento del consejero pastoral en el ejercicio de su tarea va del marco de referencia interno al externo o de evaluación. Para conseguir el sentido de presencia, el consejero pastoral debe trabajar buscando un rol que le libere de la evaluación y le haga posible entregarse con mayor intensidad a los individuos. Esto exige que adopte una postura no evaluativa, interpretativa, en el proceso de relación de ayuda o counselling. La consideración positiva y afectuosa se traduce por una actitud interior, en razón de la cual el consejero pastoral alimenta plena confianza en los recursos de la persona y la siente digna de ser escuchada y amada. Tal disposición exige que el consejero pastoral abandone en el coloquio los criterios objetivos en los cuales inspira su propia conducta para sumergirse en el mundo subjetivo del otro y percibir, según la óptica de éste, los eventuales aspectos negativos que pueden surgir en la conversación. Así el consejero pastoral podrá experimentar que las reacciones de la persona son
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psicológicamente aceptables aunque no sean dignas de aprobación desde un punto de vista moral. Parece que una sincera consideración positiva y afectuosa esté poco ejercida, especialmente en el mundo eclesiástico. Si el consejero pastoral cultiva esta disposición básica, el interlocutor sacará las siguientes ventajas: 1. Autoanálisis. El interlocutor se sentirá animado a entrar en el propio mundo interior. Esto le permite un más hondo conocimiento de sí mimo, y crea un estado de serenidad, desdramatiza los motivos de ansiedad, infunde confianza y aceptación de sí mismo. 2. Superación del estado de ansiedad. Si el consejero pastoral vive estados de ánimo positivos, éstos se comunicarán casi por ósmosis al interlocutor. 3. Aceptación de sí. Podré aceptarme a mí mismo si me encuentro a alguien que demuestre una apreciación sincera por mí; podré alimentar un verdadero amor hacia mí si me siento amado por alguien. 4. La conquista de una sana autonomía personal. La confianza en sí mismo, promovida al contacto con el consejero pastoral, facilita en la persona el proceso de maduración, que se traduce en capacidad de tomar decisiones con sentido de responsabilidad. Es necesario que el consejero pastoral demuestre la propia apreciación y el amor que siente por la persona. Este testimonio despierta en él sentimientos de confianza en las propias capacidades
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3.6. Sensibilidad al progreso del interlocutor El consejero pastoral tiene que prestar atención al interlocutor, escucharle y observarle; esto le exige un esfuerzo para hacer abstracción de sus valores, sentimientos, necesidades. La capacidad de colocarse en el lugar del otro, de ver el mundo como él lo está viendo. Para comprender empáticamente a una persona es necesario entrar en su vida, sentir sus problemas y verbalizarlos. Es necesario que el consejero pastoral tenga presente que al entrar en el mundo del otro, puede verse envuelto en la situación vivida por el consultante. Pues bien, la experiencia terapéutica enseña que es necesario mantener una distancia psicológica del cliente para poder ayudarlo. El consejero pastoral afina su empatía prestando especial atención a dos componentes del mundo interior de los demás: a) El mundo perceptivo de la persona. Saber cómo percibe ella la realidad que nos está describiendo; b) y el componente afectivo, es una limitación el que permanezca en la sombra el lado afectivo en la comunicación y sólo prevalezca el intelectual. 3.6.1. Las actitudes que dificultan la empatía son: a) La directividad. Es el deseo de lograr rápidamente un resultado; la convicción de estar en disposición de dar una explicación segura al problema. b) La actitud egocéntrica. Es el prestar atención a los propios pensamientos. Es evidente que el consejero pastoral no puede captar el estado de ánimo de la otra persona mientras permanezca centrado en sí mismo. c) La rigidez mental. Tal actitud impide un escuchar sereno y una aceptación total de la persona. d) La tendencia a juzgar. Es el ver a las personas según la categoría de buenas/malas. La serena y plena aceptación de todo el mundo interior de la persona produce efectos beneficiosos. e) La afectividad equilibrada. Si el consejero pastoral muestra indiferencia no se puede esperar sino que ésta se mantenga a distancia. Si el padre espiritual vive un exceso d afectividad produce una excesiva dependencia”.
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Si el consejero pastoral es auténtico y posee sentido de presencia, el resultado será el progreso del interlocutor como persona con una actuación más adaptada. Este progreso está relacionado con la satisfacción interior, con el modo de actuación en que por el conocimiento más profundo de sus motivaciones, se entrega a la existencia con un mayor grado de integración personal y confianza en sus acciones y reacciones. El progreso se logra desde dentro como fruto de la relación de ayuda en la que el interlocutor se encara consigo mismo y con los aspectos positivos y negativos de su situación, y buscando en el interior las causas de su conducta. El consejero pastoral ayuda en la búsqueda, sostiene en el esfuerzo, permanece fiel y seguro compañero de viaje, respetuoso de la dirección elegida por la persona y de su ritmo de marcha. El consejero pastoral se sitúa no en calidad de experto que esclarece todas las situaciones, traza los planes de acción, propone o impone soluciones y decisiones, sino que se le confía la tarea de animador de un proceso de descubrimiento y de conquista. La actitud equivocada que el consejero pastoral podría asumir es la de un autoritarismo que deja poco espacio a la colaboración activa, al libre compromiso y a las decisiones autónomas tomadas por la persona con pleno sentido de responsabilidad. El autoritarismo hace imposible un clima de coloquio en el que la persona esté verdaderamente en el centro y en la que el consejero pastoral promueva un proceso que puede y debe surgir del interlocutor. 3.6.2. El interlocutor posee unas expectativas para el diálogo pastoral; y podrían ser las siguientes: a) Ser acogido como persona. En la medida en que el consejero pastoral no se comporte como un “experto”, escondiéndose tras la máscara de la función y no considerando al otro como un caso. b) Ser aceptado tal como uno es. Nadie desea sentirse juzgado por otro. El principio de la aceptación incondicional es válido para el consejero pastoral. “No juzguéis para no ser juzgados”. c) Ser comprendido. La aplicación del método centrado en la persona, en particular la práctica de escuchar y de la comprensión empática, le ofrecen al consejero pastoral una amplia posibilidad de lograr comprender cada vez más a fondo el significado que la persona atribuye a los variados estados de ánimo que se suceden en su mundo interior. d) Ser libre para expresarse y para decidir. Tal expectativa puede quedar frustrada
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si el consejero pastoral es “directivo”. e) Estar seguro del secreto profesional. La máxima confidencialidad es una condición indispensable del diálogo pastoral. 3.6.3. El interlocutor posee unas disposiciones para el diálogo pastoral; y podrían ser las siguientes: a) Una sincera voluntad de cambiar. Por eso acude al consejero pastoral. b) El coraje de encontrarse a sí mismo. Tienen miedo de encontrarse y mirar frente a frente la propia sombra. Es el lado oscuro de la personalidad: se sitúa al margen de la conciencia, pero actúa e interfiere en el dinamismo psíquico de la misma. Es necesario que el interlocutor tenga el coraje de tomar contacto con la propia sombra, la acepte. Hasta que él mismo no desenmascare su propia sombra, se sentirá inducido a proyectar sobre los otros los lados negativos del propio inconsciente. c) Asumir las propias responsabilidades. Le queda el asumir su responsabilidad en el origen de la presente situación o bien en el empeño para afrontar las dificultades que puede encontrar el enderezar su camino. d) Ser uno mismo. Tres son las fuentes de presión de las cuales la persona siente la necesidad de librarse: los modelos impuestos, los esquemas culturales y la dependencia de los otros. e) La toma de conciencia. Al expresarse, el interlocutor comienza a percibir lo que experimenta. Se aplica a decir lo que tiene dentro, lo que lleva en las entrañas. La toma de conciencia se realiza, por tanto, después que el interlocutor ha llegado a expresarse de un modo reflejo sin perder el contacto con su experiencia vivida. La incertidumbre o el desconcierto que han llevado al interlocutor a dirigirse al consejero pastoral se deben frecuentemente al hecho de no poder situarse en relación con el pasado. Es necesario aceptar el pasado. Otros interlocutores ven que todas sus decisiones quedan anuladas por la incertidumbre del futuro. Otros interlocutores ponen el acento en las circunstancias exteriores. Se niegan a afrontar su propia responsabilidad. Ante todo esto, el consejero pastoral escucha sin cansarse. Desde que el interlocutor comienza a aceptar el pasado y el futuro como son en realidad, se opera un cambio radical. Al expresarlos tal y como los siente, este pasado y este futuro se
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revelan a sus ojos como su pasado y su futuro. Aquí aparece de modo relevante lo necesario que es dejar que se exprese libremente el interlocutor. Le es necesario distanciarse del pasado, del porvenir y de sus circunstancias a fin de percibir claramente que no se identifican con su ser íntimo. Pero al mismo tiempo se verifica que están indisolublemente ligadas a su persona, ya que se trata de su pasado, de su porvenir y de sus circunstancias de vida. Esta toma de conciencia le impulsa a asumir libremente su tarea de hombre. El centro de gravedad de la toma de conciencia se encuentra en la persona del interlocutor. El consejero pastoral contribuye escuchando sin cansancio que permite al interlocutor expresarse a fondo y, por ahí, tomar conciencia de su experiencia vivida. 3.6.4. El interlocutor toma posición La interacción de la toma de conciencia y de la experiencia vivida lleva a una toma de posición. A partir de este momento el interlocutor comienza a tomar en sus manos su experiencia. Gracias al diálogo intersubjetivo está en condiciones de reasumir el diálogo intrasubjetivo con las realidades de su vida. Su gratitud se expresa en el hecho mismo de que decide hacer lo que había creído inicialmente imposible: en adelante afrontar sus propias dificultades. Esta decisión es una adquisición del interlocutor mismo. La ha descubierto al expresarse, porque el consejero pastoral no la ha suplantado nunca y se ha contentado dejarle en libertad, de mirar cara a cara sus dificultades y permitirle encontrar el modo de remontarlas personalmente. El consejero pastoral le ha acompañado a lo largo de su viaje interior, escuchándolo con paciencia y atención. Animado por esta presencia, el interlocutor ha encontrado valor para escuchar a su vez lo que estaba expresando y como lo estaba expresando. A medida que se ha dado cuenta de que, gracias a su toma de posición válida, estaba a punto de revivir, ha podido confiar en sí mismo como el consejero pastoral había confiado en él. Vuelve a ser un hombre libre. Cuando el interlocutor se despide del consejero pastoral, no pretende en modo alguno que todo esté resuelto. Pero su tiempo de aprendizaje ha terminado: en adelante puede resolver por sí mismo los problemas que se le presentan.
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3.7. Funciones y tareas del consejero pastoral 3.7.1. Las funciones del consejero pastoral 1. Facilitar. El individuo experimenta necesidad de ayuda externa para esclarecer su propio campo perceptivo. Tiene necesidad de sentirse confirmado por una persona de su entera confianza a fin de encontrar el coraje necesario para explorar su propio mundo interior y descubrir quién es él verdaderamente. El consejero pastoral puede facilitar ese viaje hacia la toma de conciencia de sí, “proyectando” a la persona la imagen que él ha llegado a formarse de ella. Dado que tales personas tienen de sí una imagen muy negativa, el consejero pastoral pondrá los rasgos positivos que él ha ido descubriendo en ella. El consejero pastoral debe intentar promover en la persona una clara y segura conciencia, reflejando los contenidos y sentimientos que surgen en el coloquio, de manera que el individuo los pueda reconocer como propios y descubrir los aspectos nuevos. Es el efecto de la “reformulación” de Rogers y del “responder” de Carkhuff. Esta comunicación facilita en la persona un proceso de revisión y de formación, una imagen de sí más positiva y real. 2. Valorar. La persona mira al consejero pastoral como un “experto”. Está bien que éste aclare el ámbito y el valor de las informaciones objetivas que él transmite; ellas constituyen una guía. La valoración completa y obligatoria proviene de la subjetividad del interlocutor, por lo que el consejero pastoral debe invitarle a buscar en sí mismo la respuesta a su interrogante. Por ejemplo, si uno consulta acerca de si puede recibir la Eucaristía cuando ha cometido determinada falta, el padre espiritual puede recordarle la ley eclesiástica, pero corresponde a la persona en cuestión juzgar si ha actuado o no contra su conciencia. 3. Orientar. Es inevitable que los valores en los que cree el consejero pastoral influyan en la persona, si el consejero pastoral sigue el método rogeriano, es decir asume una actitud empática. En este planteamiento, caracterizado por la confianza en la tendencia actualizante y en el dinamismo sobrenatural presente en el creyente, es la persona del consejero pastoral el que ejerce un influjo en despertar y potenciar determinados valores. El consejero pastoral “verifica y autentifica, de común acuerdo con su
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interlocutor, su camino espiritual: presupone que su interlocutor vive de modo armonioso y equilibrado y que desea ante todo que esta armonía y este equilibrio se mantengan de modo auténtico a través de todas vicisitudes. En todo este proceso del diálogo pastoral, el acento va siempre puesto sobre el discernimiento y la verificación de la operación de la gracia divina. ¿Cómo, por tanto, ayudar al fiel en apuros a fin de que pueda suprimir los elementos que le son obstáculo o pueda adoptar una actitud que elimine sus repercusiones nefastas?”[10]; el interlocutor se dirige al consejero pastoral buscando en él al hombre de Dios. 3.7.2. Las tareas a cumplir 1. Promover el bien de la persona. La persona desea sinceramente mejorar su propia relación con Dios, pero desea también sentirse menos intranquila, menos insegura, menos ansiosa. Si el consejero pastoral no sabe acoger las voces de trasfondo, o pasa por alto el componente humano, brotará un sentido de insatisfacción y de desilusión en el interlocutor, que buscará recurrir a la represión de las necesidades espontáneas o quizá abandone al consejero pastoral (y ésta sería la mejor solución, si no llevara consigo el peligro de que abandone el empeño hacia Dios). El consejero pastoral se halla en situación ventajosa para ayudar a la persona a encontrar el sentido de la vida, la confianza en sí misma y en los demás; la seguridad de quien pone su existencia en las manos de Dios. Estos estados de ánimo promueven la salud psíquica e intensifican la vida con Dios. 2. Acoger con bondad. Expresa la plena disponibilidad y la sincera atención prestada a la persona. La acogida del consejero pastoral evoca simbólicamente la actitud que Dios tiene para cada uno de nosotros. La acogida se extiende hasta la aceptación plena e incondicional del otro. Sólo de este modo se sentirá éste respetado y apreciado y podrá iniciar el camino sintiéndose libre en su personal búsqueda de la verdad y en la elección de modos para traducirla a la práctica en la propia vida. 3. Escuchar con interés. El consejero pastoral no ofrece una simple neutralidad; no se limita a escuchar con empatía cuanto la persona expone. El consejero pastoral está presente como representante de Dios, como mensajero de la Palabra, como intérprete de la voluntad de Dios. El fiel espera de él una ayuda que venga animada por una fuerza que supera el nivel humano.
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La actitud de escucha por parte del consejero pastoral ayuda al fiel, antes que nada, a tener más clara conciencia de sí como creyente, capaz de escuchar la Palabra de Dios. 4. Orientar hacia la verdad. El consejero pastoral tiene la autoridad y el deber de orientar a los hombres hacia Dios. Pero es necesario que se dé cuenta de las trampas que brotan del ejercicio de la autoridad: por ejemplo, la embriaguez de sentirse dueño de la otra persona, la necesidad de recibir el aprecio y de gozar de confianza por parte de los otros, la curiosidad de explorar el mundo íntimo de las personas y el riesgo de proyectar sobre el otro los propios problemas. Para no caer en estas trampas, el consejero pastoral debe vivir cada vez más en profundidad el misterio de la pobreza. El consejero pastoral, aunque se inspire en el método no directivo, puede y debe proponer los valores cristianos. El mensaje es parte integrante de la dirección espiritual. 5. Acrecentar en sí la confianza y transmitirla a los demás. La actitud de confianza es fundamental y convierte en realizable el tipo de coloquio centrado en la persona. Las formas autoritarias no favorecen la confianza; sitúan al interlocutor en un estado de dependencia y pasividad. Cuando el consejero pastoral aconseja y persuade, explica e interpreta, la relación de ayuda pierde el valor más importante: el interlocutor.
[1] G. CRUCHON, la entrevista pastoral, Ed. Razón y Fe,. Madrid 1970, p. 23-24. [2] B. GIORDANI, El encuentro … op. cit., Ed. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1992, p. 53. [3] J.M. URIARTE, “Religión y salud”, en (C. Domínguez, J.M. Uriarte, M. Navarro) La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?. Ed. Idazt, San Sebastián 2006, p. 66. [4] J.M. URIARTE, "Religión y salud”, en (C. Domínguez, J.M. Uriarte, M. Navarro) La fe, ¿fuente de salud o de enfermedad?, San Sebastián 2006, p. 66. [5] G. CRUCHON, La entrevista … op. cit., Ed. Razón y Fe, Madrid 1970, p. 41-53. [6] G. CRUCHON, La entrevista … op. cit., Ed. Razón y Fe, Madrid 1972, p. 95-98. [7] G. CRUCHON, La entrevista … op. cit., Ed. Raón y Fe, Madrid 1970, p. 115-120. [8]. B. GIORDANI, Encuentro … op. cit., Ed. Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1992, p. 121. [9]. A.V. BOY, G.J. PINE, El consejero escolar… op. cit., Ed. Narcea, Madrid 1976, p. 76.
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[10] R. HOSTIE, El diálogo … op. cit. Ed. Marova, Madrid 1968, p. 21-23.
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4 EL COUNSELLING EN EL ÁMBITO PASTORAL LO LLAMAMOS “DIÁLOGO PASTORAL”
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4.1. Principios fundamentales del diálogo pastoral 4.1.1. Principio de aceptación del interlocutor Tratamos con la persona íntima y secreta que esconde problemas en su vida privada, problemas que nadie está obligado a manifestar sino es al médico o al sacerdote. Por eso es un privilegio y al mismo tiempo una carga, el hecho de recibir los secretos más íntimos para que una persona pueda ser ayudada en sus problemas. Y anoto que los secretos cuando se confían al sacerdote son más profundos que los manifestados a los médicos y psicólogos, cuando hay verdadera y plena manifestación de conciencia. Es, por tanto, absolutamente necesario para que una persona pueda con más facilidad manifestar los secretos de su corazón y de su alma, que encuentre a un hombre dispuesto para recibir y aceptar su otra “cara”, esa que por razones muy legítimas no queremos mostrar a los demás y que nos desagrada. El principio de aceptación exige del consejero que reciba y acepte a los demás íntegramente, con un corazón lleno y purificado, y que los acepte en toda su personalidad, con sus cualidades y defectos, conscientes o inconscientes, con su educación y con su ambiente social. 1. La aceptación del otro supone algunas condiciones: Es necesario un gran dominio de las pasiones propias para poder atender al interlocutor con ánimo siempre igual y benévolo. La soberbia, el deseo de dominar, la sensualidad, el egoísmo, la pasión, son otros tantos obstáculos por los que los demás nos ven mal dispuestos para con ellos y se sienten no aceptados. Pero es más necesario aún un profundo conocimiento de sí mismo para discernir las tendencias profundas que alejan a los demás de nuestro consejo. 2. El principio de aceptación recibe del cristianismo una fuerza nueva. ¿Qué hizo Cristo sino recibir y aceptar a los hombres como eran, egoístas, sensuales, soberbios, iracundos, hostiles a Él y amarlos con todos estos defectos?. Dios no puede amar el pecado, pero ama al pecador, porque le ve miserable y tanto más digno de misericordia cuanto mayor es su pecado. Y se podría decir que Cristo ama a los pecadores –por– sus pecados, porque los ve débiles y enfermos, necesitados de amor. Además, como dice la Sagrada Escritura, Cristo asumió nuestras enfermedades y, cargando la cruz, cargó sobre sus hombros nuestros pecados (Is 53,4). No sólo nos
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aceptó a nosotros, sino que con todo amor aceptó también nuestras enfermedades, dando la vida por sus ovejas, como el Buen Pastor. Por tanto, el consejero pastoral debe aceptar a todas las ovejas que encuentre enfermas y oprimidas por el pecado y mostrar siempre una positiva caridad, humana y divina. Como nos dice San Pedro (Hch 10,34), en Dios no hay “acepción de personas”. San Pablo lo explica con otras palabras (Rm 10,12) diciendo “que no hay distinción de judíos y griegos, sino que todos son considerados como hermanos, hijos y amigos”. La aceptación del otro así entendida no es otra cosa que la –caridad– de Dios infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, como dice San Pablo en su pasaje de 1 Co 13, ss “la caridad es benigna…”. 4.1.2. Principio de no emitir juicio El consejero pastoral debe abstenerse completamente de emitir juicios sobre la moralidad de los actos que la ley moral condena. El consejero pastoral con actitud humana y racional ha de escuchar las razones aducidas por el interlocutor. Si el interlocutor le pregunta al consejero pastoral qué opina sobre la moralidad de estos hechos, le hará ver por qué son ilícitos y lo avalará con razones para formar su conciencia. El principio de no emitir juicio es válido como principio: en cuanto debemos tender más bien a formar la conciencia del interlocutor que a emitir un juicio. El principio de no emitir juicio también significa que el consejero pastoral no pretende dar una sentencia condenatoria o absolución del interlocutor, como un juez en el tribunal civil, sino más bien curar las heridas de las que se originan los actos vituperables. El consejero pastoral se preocupa por las heridas y, obrando con benevolencia, no pone su atención en definir la culpabilidad de los actos. Como se ve, es una actitud de intenso cristianismo y humanismo al mismo tiempo. Cristo vino a salvar lo que había perecido y no a condenar. Acogió con bondad a la Samaritana y a María Magdalena; trató con los pecadores, buscó las ovejas perdidas y no para reprenderlas. Cristo sabía, además, que mostrando misericordia con los pecadores, lograría más eficazmente que cambiaran de vida. En cuanto al sacerdote, que según el Derecho Canónico, “debe portarse, al oír confesionescomo juez y como médico al mismo tiempo, tiene que mostrar, ante todo, la misericordia de Dios”.[1]
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El consejero pastoral nunca arguye públicamente a los pecadores. Cuando juzga, juzga el pecado, no condena al pecador, porque conoce su debilidad y sus dificultades. 4.1.3. Principio de individuación del caso o de personalización El consejero pastoral no debe tratar de encasillar al interlocutor en un determinado tipo psicológico, sino más bien como persona. Las clasificaciones abundan, pero ninguna puede medir todo el hombre, porque no se le puede reducir a una sola dimensión (biológica, psicológica). Cuando el interlocutor siente que el consejero pastoral le está dirigiendo según unos conceptos apriorísticos, esto normalmente le humilla. La necesidad de llegar a conocer a la persona, prescindiendo de todo encasillamiento en categorías, se funda en razones filosóficas y religiosas. Afirman los filósofos que todo individuo es inefable. Significa esto que no se le puede reducir a categorías. Aunque haya correlaciones entre algunos elementos de la personalidad y las formas de actuación, estas correlaciones no pasan de ser meras indicaciones estadísticas. La ciencia no puede ir más allá de las generalizaciones, y aunque éstas lleguen a particularizarse, nunca llegarán a ser individuales. Debemos ir hasta el foco que hace a cada uno propiamente inefable. Nunca se podrá entender plenamente el caso de una persona, a no ser que ella misma, voluntariamente y según su capacidad, pueda revelar o descubrir su historia y su intimidad. Las enfermedades psicológicas no se podrán conocer bien mientras no quiera hablar el paciente, ni podrán quedar bien curadas mientras el mismo paciente se niegue a tomar parte en la curación. En psicología, las medicinas no actúan si no actúa la persona. Por todo ello, el principio de individuación exige que tratemos al interlocutor con el mayor respeto, esperando la explicación de sus dificultades y no queriendo darle nuestra explicación. Nuestras explicaciones también podrán tener su valor y ser útiles para confortar su personalidad, pero no serán eficaces si antes no hemos sido introducidos libremente por él en su vida íntima. Es fácil ver que este principio es plenamente compatible con las exigencias cristianas. Más aún, el cristianismo añade nuevas exigencias a este principio. Cristo declaró que como Buen Pastor “conoce a sus ovejas y las llama por su nombre” (Jn 10,3). Quiere entablar un diálogo con cada uno de nosotros, no por la fuerza, sino en
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virtud de la confianza suscitada por el amor que nos ha mostrado. Manifestándoles su amor, consigue que los hombres manifiesten voluntariamente su corazón para así poder Él aliviarlos y sanarlos: “Venid a Mí todos los que estáis cargados, que Yo os aliviaré” (Mt 11,38). Si Cristo dice que este método de diálogo íntimo y lleno de respeto es el camino y el método del Buen pastor, los consejeros pastorales cuando ejercen la cura pastoral han de tratar a sus ovejas porque las conocen como efecto de haberse ellas manifestado voluntariamente. En resumen, conocer y tratar a cada uno según su propia personalidad, éste es el significado de este principio. 4.1.4. Principio de respeto a la libertad del interlocutor, o de autodeterminación En general consiste, en cuanto sea posible, dejar al interlocutor la libertad y la responsabilidad de sus actos. Las razones para justificar este principio son los siguientes: La naturaleza y la dignidad del hombre exigen que se respete la libertad de cada uno. La Carta de los Derechos Humanos no sólo reivindica algunas libertad de orden social y político, sino también la libertad de cultos y de opinión. El interlocutor es una persona capaz de ejercer la libertad; no debemos, por tanto, imponerle nada ni proponerle ninguna decisión, sino dejarle la libertad de escoger y de obrar por sí mismo. Toda educación o reeducación consiste en defender y promover la libertad del niño y del hombre para que lleguen a ser dueños de sus acciones y puedan asumir la responsabilidad completa de sus decisiones. Considera Rogers que la confianza concedida, no ciega sino inteligente, podrá crear un vínculo de amor y de estima entre el consejero pastoral y el interlocutor. Considera Rogers que el interlocutor, al ver en el consejero pastoral un hombre bondadoso, comprensivo, que le acepta tal como es, que no quiere imponerle sus ideas e interpretaciones ni tampoco llevar la pauta del diálogo, un hombre que le muestra una bondadosa atención y comprensión intelectual, expresará sin violencia sus afectos reprimidos y encontrará así una mayor tranquilidad de espíritu; con esta tranquilidad podrá elaborar soluciones más razonables, porque las aspiraciones de la meta y las exigencias del bien moral no estarán ya obcecadas y obstaculizadas por el sentimiento de frustración, sino más bien aumentadas gracias al amor y a la estima encontrados en el consejero pastoral.
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Otra razón para justificar este principio de la libertad es que la decisión que proviene del mismo sujeto, aunque no sea perfecta, tiene mucha mayor eficacia que una solución impuesta o simplemente propuesta por el consejero pastoral. En cambio, una solución nacida de la misma persona del interlocutor se adaptará mucho mejor a su capacidad, porque ahora ve con más tranquilidad y objetividad sus debilidades y capacidades ante los imperativos de la ley moral.
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4.2. Algunos medios técnicos que favorecen el diálogo pastoral Los recursos técnicos son muy útiles al consejero pastoral, porque son fruto de la experiencia científica. El consejero pastoral cuidará el modo de recibir al interlocutor ya que es de gran trascendencia para el posible diálogo pastoral. El interlocutor, sobre todo en la primera entrevista, está temeroso, no sólo porque va a contar las realidades íntimas de su vida, sino también porque aun no conoce al consejero pastoral, y cree que le va a juzgar con igual severidad como le han juzgado los demás hombres. Es necesario salir al encuentro de estos temores, sobre todo cuando se trata de personas tímidas. Es recomendable que el consejero pastoral se levante y salga al encuentro del interlocutor con el rostro afable, mostrando así, en cuanto sea posible, una bondad y disponibilidad reales, una tranquilidad y serenidad de ánimo que hagan surgir también en el interlocutor la tranquilidad y la serenidad. Es conveniente también que sea el consejero pastoral quien inicie la conversación, saludando al consultante con naturalidad e invitándole a tomar asiento. Para dar comienzo a la exposición de los problemas, de ningún modo debe preguntar el consejero pastoral de esta forma o parecida: “¿Qué problema tiene usted? ¿Es algún problema con su mujer?. Este modo de actuar se parece más bien a un interrogatorio. El interlocutor se sentirá ofendido. Si el consejero pastoral quiere ver los problemas del interlocutor como éste los ve, debe esperar a que el mismo interlocutor quiera empezar a exponerlos y observar el camino por el que entra en ellos. Hay que evitar las preguntas demasiado concretas, las explicaciones prematuras y quizás muy lejanas de la realidad, los juicios y condenaciones de una conducta defectuosa, las declaraciones que buscan la “tranquilidad” del interlocutor. Hay que actuar manifestando siempre empatía y participación afectiva, acogiendo todo aquello que el interlocutor, movido por nuestra benévola actitud, quiera y pueda exponer. Nunca irá por delante de él. Algunas veces es el mismo interlocutor quien plantea la cuestión preguntando cómo hay que actuar en su caso. El consejero debe abstenerse de toda respuesta prematura. Aún no conoce todo el caso, y además, el trabajo de encontrar, o al menos buscar y proponer las soluciones, incumbe al interlocutor. Propiciando un ambiente de naturalidad se logrará que el interlocutor proponga al menos algunos elementos de una posible solución o que indique las dificultades para ponerla en práctica. Entonces, el consejero pastoral le hará ver otra vez que comprende y siente su dificultad. Le invitará a aclarar un poco más su
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problema, repitiendo brevemente lo ya ha expuesto. Este modo de proceder, recomendado por Rogers, estriba en saber dar respuestas que demuestren al interlocutor una comprensión y participación afectiva y le inviten a seguir adelante en la exposición de su problema. El consejero pastoral no propone a su interlocutor ninguna interpretación de los hechos, sino que únicamente le presenta un resumen de todo lo que él mismo le va exponiendo. Selecciona los elementos de la narración que le parecen más útiles para hacer luz sobre el problema, atrae su atención en esa dirección, da lugar a nuevas asociaciones y explicaciones. Las respuestas que son sólo explicaciones, interpretaciones, juicios críticos o también aprobaciones, sugerencias y preguntas inoportunas y molestas, impiden esa ulterior exposición del interlocutor. Con frecuencia son suficientes unas breves manifestaciones de atención benévola. La disposición fundamental para favorecer el diálogo pastoral es la confianza recíproca y la capacidad de participar de los sentimientos del interlocutor. Existiendo esa confianza verdadera y recíproca, los consejos que se den no hieren, y la forma en que se den será siempre subjetivamente buena. También son cualidades imprescindibles para el consejero pastoral la comprensión de las situaciones, la prudencia, la habilidad, la ciencia, la experiencia. Si no tuviera estas cualidades, se granjearía una confianza superficial por parte del interlocutor.
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4.3. Condiciones para una buena relación, esencial para el diálogo pastoral Consiste en una relación de recíproca confianza y respeto entre el consejero pastoral y el interlocutor. 4.3.1. Ciencia y formación práctica Es la condición previa en el ejercicio del diálogo. No es suficiente una intuición empírica; tampoco es suficiente una larga experiencia. “Dios no niega su gracia a quien cumple con la parte que le corresponde en el esfuerzo”. La formación teórica y práctica es absolutamente necesaria para obtener la confianza del interlocutor. 4.3.2. El equilibrio psicológico del consejero pastoral La tranquilidad y serenidad de alma de quien sabe dominar sus pasiones y conocer y resolver sus problemas con objetividad, origina también la paz y la tranquilidad en el interlocutor y le permite exponer con más facilidad sus problemas. 4.3.3. La disponibilidad del consejero pastoral Quien está excesivamente aprisionado en problemas propios y trabaja con inquietud y preocupación, no tiene la debida disposición para escuchar. La disponibilidad es absolutamente necesaria en el diálogo. La disponibilidad es esta prontitud de ánimo que nos mueve a ayudar a los demás y a llevar sus sufrimientos, imitando al Buen Pastor, que gozoso carga sobre sus hombros la oveja y al que el mismo S. Pablo nos propone como ejemplo: “acogeos mutuamente. Como Cristo nos acogió a nosotros” (Rm 15,7). 4.3.4. La empatía Una disponibilidad de este género conduce a la empatía, esto es, a la posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de sentir con él. La empatía es una movimiento unilateral hacia el otro; no siempre es recíproco, pero invita a la reciprocidad. Y, sobre todo, es fruto de un amor generoso y espiritual, más que de una atracción sensible. La empatía lleva a la comprensión; pero a una comprensión que no es una inteligencia abstracta de los problemas, sino un conocimiento íntimo y concreto de las personas nacido del amor y de la inteligencia. Es un conocimiento que va más allá de las apariencias y de las manifestaciones de la conducta del otro, hasta llegar a percibir y sentir los afectos profundos y las necesidades del otro. La empatía conduce al interlocutor a clarificar su conciencia, a expresar sus preocupaciones. Y el consejero
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pastoral no descubre solamente las motivaciones reprimidas, sino también las aspiraciones secretas del alma, estimulada por la gracia de Dios. Esta comprensión lleva al conocimiento que rodea de amor a toda la persona, incluyendo su vida pasada, la educación que forjó su carácter y determinó sus reacciones. El interlocutor tiene siempre cierto conocimiento de sí mismo; por eso, después de haberse sincerado con el consejero pastoral puede tomar ya algunas decisiones por sí mismo (como ocurre en el método de Rogers). Estas decisiones positivas y válidas le llevarán a iniciar una conducta más responsable y auténtica, en la que encontrará la felicidad y la posibilidad de comunicarse con los demás y con Dios, porque también Dios le descubrirá su falso y verdadero rostro. 4.3.5. Capacidad de guardar silencio y de mantener los secretos El consejero pastoral debe hablar poco y evitar, en cuanto sea posible, toda curiosidad y todas las preguntas indiscretas. 4.3.6. Promover la iniciativa del interlocutor Hay que facilitar y promover la iniciativa del interlocutor; después de haber estudiado el problema con el consejero pastoral y haber profundizado consigo mismo, a través de la reflexión y terapia progresiva.
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4.4. El “diálogo pastoral” como relación de persona a persona La presencia física de dos personas, consejero pastoral y el interlocutor, crea una intimidad emocional. El diálogo pastoral es una relación humana que exige la presencia física de personas que explayan su yo respectivo y sus experiencias en una proximidad emocional. El mundo del interlocutor es conocido por el consejero pastoral estando allí en un ambiente de sinceridad. El diálogo pastoral es un encuentro donde el interlocutor no es “él”, uno cualquiera, sino “tú”; se transforma en un ser especial a los ojos del consejero pastoral, y hasta donde le es posible, penetra en el mundo real del interesado, participando efectivamente en su mundo. Es una relación singular pues se establece una comunión entre el consejero pastoral y el interlocutor, ambos comparten situaciones y soluciones a los problemas. El diálogo pastoral exige que el consejero pastoral vea al interlocutor como es, sienta como él siente, experimente como él experimenta. Habrán consejeros pastorales que no estén de acuerdo y sostengan que debe mantenerse una distancia. El consejero pastoral que hablamos no vacila en insertarse como persona en la persona del interlocutor. El diálogo pastoral no es una experiencia burocrática. Es una experiencia humana. El carácter humano de esta relación significa que el consejero pastoral y el interlocutor deben estar dispuestos a efectuar su revelación; la revelación de sus alegrías, penas, sentimientos y valores. Cuando el profesional intenta ocultarse ante el interlocutor, acabará contemplándole como objeto. Tanto el consejero pastoral como el interlocutor deben responderse uno al otro con la esencia de su carácter humano. Para el consejero pastoral significa que debe estar en paz consigo mismo antes de ayudar a que los demás consigan esa misma paz. El consejero pastoral que ni se acepta ni se respeta hallará difícil respetar y aceptar a los demás; quien se siente amenazado por sus propios sentimientos es impotente para tratar los sentimientos de los demás. El que es cordial y tranquilo manifiesta su cordialidad y serenidad, y el que valora a la persona comunicará valor al interlocutor. Ser consejero pastoral exige una integridad de vida con uno mismo y con otros; requiere el talento de conocer las propias deficiencias y energías y el efecto que producen en los demás. El carácter humano del consejero pastoral se manifiesta en la relación; debe ser lo que es, no puede negarse a sí mismo y es importante que se conozca bien. No quiere decir esto que pueda poner fin a su estilo personal de vida; en cuanto
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ser humano, posee una identidad única y un modo de ser, expresados en una conducta concreta. Pero debe tratar de no identificar la existencia humana con su modo de actuar y su estilo de ser personal. El consejero pastoral debe ser humano y real. En la relación de ayuda no hay lugar para fachadas. Rogers se sirve del término “congruencia” para describir la presencia de esa condición. La autenticidad consiste en reconocer los sentimientos y actitudes persistentes y vivir lo que experimentamos. La transparencia del yo del consejero pastoral facilita la relación del yo del interlocutor. Vitales para el concepto de relación son los elementos de reciprocidad y compromiso. Existe relación cuando hay interacción mutua de personas e intercambio recíproco de conducta. Dos sujetos, consejero pastoral e interlocutor, forman la esencia de un tercer sujeto, la relación, y ésta les configura a ambos. El comportamiento suscitado por esta conexión produce un impacto recíproco en las conductas del consejero pastoral y del interlocutor. Así la relación representa una corriente circular de experiencia. El sentido circular se inicia desde el principio con la toma de contacto en el diálogo pastoral. Surge de la primera expresión de comunicación del interlocutor o el consejero pastoral y de la consiguiente respuesta respectiva; es un movimiento de ensayo hacia el compromiso interpersonal. El intercambio inicial de afecto es un período de exploración por el cual el consejero pastoral y el interlocutor comienzan a conocerse. A medida que la corriente de experiencia y conducta se hace más intensa y dilatada, las partes interesadas se entregan más profundamente al proceso y se comprometen entre sí en mayor grado. A su vez, una incrementada entrega psicológica acelera e intensifica la reciprocidad de experiencia y comportamiento. Así se desarrolla la relación. Sin reciprocidad y compromiso no existe relación.
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4.5. El diálogo pastoral en cuanto relación en la que el interlocutor busca la ayuda del consejero pastoral o la comunicación con él El diálogo pastoral más eficaz nace de la asociación voluntaria. El interlocutor debe comprender que necesita ayuda y que el consejero pastoral le es útil. La relación se inicia cuando hay un deseo de ayuda o una necesidad de comunicarse. El interlocutor se encuentra en una encrucijada en que la vida se ha hecho ingrata y le mueve a buscar una salida favorable. El diálogo pastoral es voluntario porque se parte de la libertad y dignidad asignadas al consejero y al interlocutor. El mejor modo de facilitar a los interlocutores que libremente solicitan la relación de ayuda es por medio de las relaciones cualitativas. Cuando la relación se caracteriza por la cordialidad, la confianza y la aceptación, el diálogo pastoral es óptimo. Nos parece necesario que los interlocutores consideren el diálogo pastoral más como relación que como procedimiento centrado en los problemas. Porque la relación, además de originarse en la necesidad de ayuda del interlocutor, puede basarse, y con frecuencia así sucede, en la necesidad de comunicarse. Aprender a expresar, exponer la emoción y actuar positivamente es una tarea de crecimiento, merecedora de la atención por parte del consejero. Las personas quieren que se las escuche y entienda, y disfrutan compartiendo los momentos de exaltación y alegría con otros. La necesidad de compartir la definen algunos como representativa de un estado de desequilibrio; que sea así o no, los consejeros pastorales deben acentuar las motivaciones positivas para la relación. Resaltando lo positivo en la relación, el consejero pastoral ayuda al interlocutor a considerar el proceso como una oportunidad para conversar con un consejero pastoral en un ambiente de comprensión, en que la dimensión feliz del yo, se revela y explora. Contactos de esta clase con el consejero pastoral logran que el interlocutor se comprenda a sí mismo de un modo suficiente, le ayudan a sentirse libre para renovar la relación cuando en un futuro se enfrente con problemas.
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4.6. El “diálogo pastoral”, relación caracterizada por el respeto mutuo El diálogo pastoral es eficaz cuando deriva de una concepción del ser humano donde el respeto a la persona es predominante. Significa respetar la individualidad, complejidad, unicidad, derecho a regir la propia vida y elegir los propios valores. Cuando hablamos, actuamos en reconocimiento de la dignidad de la persona a quien hablamos, persona que tiene su valor no determinado por lo que ha hecho, lo que ha dicho, el vestido que lleva, la casa en que habita, la ocupación que desempeña. El valor de cada persona no es producto de cosas externas. ¿Por qué la persona posee un valor intrínseco? El problema de la dignidad es teológico y filosófico. El consejero pastoral afirma que cada persona posee un valor intrínseco porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El consejero pastoral que realmente reconoce la dignidad del interlocutor, manifiesta en sus actos el respeto que siente por la persona. Porque podemos decir, que una convicción que no estamos dispuestos a traducir a la acción, no es convicción. El respeto a los demás sólo puede llevarse a la práctica en tanto en cuanto el respeto es componente integrante de la personalidad del consejero pastoral. Ocurre que la persona cuando respeta su propio valor intrínseco respeta profundamente a los demás. Para valorar a los otros, el consejero pastoral debe primeramente valorarse a sí mismo. La persona que no posee la propia estima no mirará con estima a otros. El grado de una persona que tenga fe en su propia dignidad será el grado de fe en la dignidad ajena. Así lo expone claramente E. Fromm: “… debemos destacar la falacia lógica que implica la noción de que el amor a los demás y el amor a uno mismo se excluyen recíprocamente. Si es una virtud amar al prójimo como a uno mismo, debe ser también –y no un vicio– que me ame a mí mismo, puesto que también yo soy un ser humano. No hay ningún concepto del hombre en el que yo no esté incluido. Una doctrina que proclama tal exclusión demuestra ser intrínsecamente contradictoria. La idea expresada en el bíblico ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ implica el respeto por la propia dignidad y unicidad, el amor y la comprensión del otro individuo. El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser”[2]. Cuando el consejero pastoral valora profundamente al interlocutor, una más honda estima se desarrolla en este último. Cuanto mejor se considera a sí mismo como de valía y persona de dignidad, más se respeta y más respeta al consejero pastoral. A causa de la interacción recíproca entre la conducta del consejero pastoral y el interlocutor, el respeto mutuo se manifestará desde la primera sesión, siempre y cuando el consejero pastoral manifiesta con su comportamiento una completa
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confianza y fe en la capacidad del interlocutor para tomar decisiones, que goza de libertad para moverse en cualquier dirección y que le considera persona de valía. El consejero pastoral no puede comunicar respeto diciendo al interlocutor: “tengo completa fe y confianza en su capacidad para las decisiones”; el mensaje se debe transmitir a niveles de comunicación cognoscitivo y afectivo. El interlocutor manifiesta confianza en sí mismo cuando experimenta la fe del consejero pastoral; empieza a moverse en la dirección elegida cuando experimenta que le es posible; se juzga de valía cuando experimenta que se le valora. La confianza y el respeto son para el consejero pastoral elementos importantes en el desarrollo de relaciones de ayuda positivo y efectivo. La actitud fundamental del consejero pastoral se sitúa indiscutiblemente en un respeto radical por la persona que solicita su ayuda. Este respeto no se refiere de ninguna manera a la posición social, a las capacidades intelectuales, a los talentos innatos o a los conocimientos adquiridos del interlocutor. Está inspirado por el hecho de que toda persona tiene un valor humano tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural. Creado por el Padre, redimido por el Hijo y santificado por el espíritu Santo, todo hombre está llamado a una participación plena de la vida divina. Todo interlocutor es para el consejero espiritual un igual. El consejero pastoral está convencido de que todo hombre ha recibido de Dios las fuerzas que necesita para realizarse de una manera personal. Dios no pide al hombre más que lo que le da. Un tal respeto saca su consistencia de una fe inquebrantable, de una esperanza inconfundible y de un amor incondicional hacia el hombre, creado por Dios a su imagen. Es esto lo que incita al consejero pastoral de purificarse de toda voluntad de dominio y de todo deseo de injerencia. Su única preocupación constante es permitir al interlocutor descubrir y desarrollar lo que lleva virtualmente en sí. Este respeto se extiende al hombre entero. Es decir, engloba todos los aspectos concretos de su situación actual y de su vida pasada. El respeto del consejero pastoral por el hombre que se dirige a él brota del respeto hacia su propia condición de hombre creado y salvado por Dios. El consejero pastoral queda obligado a ser desprendido y desinteresado. En la convicción de que Dios ha confiado a la persona que le habla de su vida, no se arroga el derecho de robarle la orientación de su destino. El consejero pastoral es consciente de su insuficiencia. Sabe por experiencia que, igual que su interlocutor, debe realizar su proyecto de vida. El consejero pastoral es también consciente de su responsabilidad y de sus
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limitaciones. Día a día ve mejor que al fin de cuentas, él es el único responsable de su propio destino. Se guarda, por tanto, de robar a los demás su propia responsabilidad y cargar con ella. Cada vez que una persona le habla, constata que ésta debe crecer en libertad para que pueda de modo auténtico y personal darse al bien con las fuerzas que Dios le ha concedido. El consejero pastoral no tiene el cargo de reducir su libertad. Por el contrario, la promueve con todas sus fuerzas y la deja desarrollarse aún a riesgo de verla pervertida con su uso. Cree que el hombre está bajo la influencia de la gracia divina y espera que coopere libremente, porque lo ama con un amor que le viene de Dios.
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4.7. El “diálogo pastoral”, relación caracterizada por la comunicación efectiva La comunicación efectiva tiene lugar cuando el consejero pastoral escucha lo que el interlocutor desea comunicar y éste escucha lo que el consejero pastoral desea comunicar a su vez. La comunicación entre ambos se expresa por vía afectiva, cognoscitiva, verbal y no verbal. El diálogo pastoral efectivo reclama formas francas de comunicación, y esto es estimulado y facilitado por un clima sin amenazas, permitiendo que cada uno encuentre un eco en el otro. Para despertar eco en otra persona es necesario hallarse razonablemente libre de la influencia de las propias necesidades y ansiedades y conseguir una extremada sensibilidad para captar las sugerencias no verbales y sutiles del tono de voz, postura, movimiento físico, modo de respirar, ademanes, expresión en los ojos. La sensibilidad del consejero pastoral a la combinación complementaria de las manifestaciones no verbales, cognoscitivas y afectivas, abre posibilidades de comunicación. Ese conocimiento y sensibilidad facilita al consejero pastoral vivir directamente la experiencia del interlocutor. Sintonizar la longitud de onda de otra persona significa que el consejero pastoral debe estar libre de las interferencias que residen en él. La apertura a la experiencia hace del consejero pastoral una persona libre de toda amenaza, lo que a su vez le permite la expresión de los sentimientos acerca de sí y de su identificación con las demás personas. Cuanto más positivo es el yo del consejero pastoral, más positivamente se relaciona con la gente. Cuanto más aceptador de sí mismo es, más aceptador de los demás se muestra. El individuo que se siente aceptado y que vive una relación en la que se valora mucho la franqueza, se abre más a las experiencias. Elementos especialmente importantes de la comunicación eficaz es la disponibilidad para escuchar, pero una escucha totalmente libre de intención evaluativa. Escuchar es sumergirse en la corriente de experiencia del interlocutor. Escuchar al interlocutor no es escuchar una emisión de radio ni una lectura, en las que se escucha con el oído mientras se piensa en otra cosa. Escuchar al interlocutor no es escuchar “cortésmente”, “socialmente”, en la espera paciente de que éste termine de hablar para coger al vuelo un punto oportuno. No es un proceso analítico en el que el contenido de la comunicación se fragmente en partículas para examinar su importancia. Escuchar al interlocutor es ponerse en contacto completo, cognoscitivo y emocional con él. Exige una ausencia de egoísmo para no permitir que la propia vida y problemas invadan la relación. No es posible demostrar empatía sin escuchar. Escuchar con corazón tranquilo, con el alma abierta, esperanzada, sin pasión, sin
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deseo, sin prejuicios, sin opinión. El interlocutor necesita la atención del consejero pastoral, y cuando la descubre reconoce que éste atiende, se preocupa, y se interesa. La escucha atenta estimula la revelación del yo y facilita la empatía, otro elemento importante de una comunicación efectiva. Empatía y sensibilidad se entretejen en la escucha. La empatía inserta el espíritu humano en el otro y crea la congruencia emocional entre consejero pastoral e interlocutor. El consejero pastoral manifiesta empatía cuando asume, hasta donde puede, el marco interno de referencia del interlocutor, percibe el mundo como éste lo percibe y a él conforme se ve a sí mismo, cuando deja de lado las percepciones del marco externo de referencia y comunica algo de su comprensión al interlocutor. El grado en que lo consigue depende de su posibilidad para sumergir su ser en el del interlocutor, para transformarse en cierto modo en otro yo de éste.
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4.8. “Diálogo pastoral”, relación caracterizada por la auténtica y completa aceptación del interlocutor Aceptar a una persona significa permitirle ser, para que pueda llegar a ser. Cada ser humano es libre para ser único, diferente, conserva sus valores, y para contemplarse y contemplar la vida sin temor. La aceptación de un individuo consiste en concederle la oportunidad de poseer y expresar sus significados sin temor al ridículo, al ataque; reconocerle el derecho a ver las cosas como las ve. El diálogo pastoral crea un ambiente sereno. Cuando el interlocutor experimenta la aceptación de sí, se siente seguro también para explorar sus significados. Si el consejero pastoral no acepta al interlocutor, imposibilita a éste para que él mismo se acepte. No hay otro modo de experimentar que se nos acepta que intuir la aceptación. El interlocutor aceptado que piensa: “todo está bien siendo yo”; puedo decir lo que quiera, ser negativo, positivo, confuso, hablar, guardar silencio, sin que nadie me juzgue o me predique, puedo ser lo que soy; se relacionará libremente con el consejero pastoral expresando sus percepciones internas. Aceptar al interlocutor es una mirada positiva incondicional para sus experiencias. El consejero pastoral no aprueba ni desaprueba sentimientos, no hace reservas, ni condiciona, evalúa o juzga lo que piensa; le contempla con mirada positiva. Se valora al interlocutor independientemente de las ideas negativas que expresa: hostilidad, envidia, menoscabo del yo. Se le acepta sin condiciones, tanto cuando experimenta sentimientos negativos como positivos. La auténtica aceptación permanece inalterable ante las singularidades de la otra persona. No hay aceptación limitada hasta un punto, hay aceptación aún cuando el interlocutor tome decisiones que el consejero pastoral no aprueba. No depende la aceptación de que el interlocutor actúe o hable de un modo determinado, ni de sus antecedentes económicos, religión, ni que esté a la altura de unos determinados criterios morales o éticos. La aceptación es sin condiciones y constituye un elemento imprescindible para una relación efectiva.
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4.9. “Diálogo pastoral”, relación que se centra en las necesidades, problemas y sentimientos del interlocutor Cuanto más atiende el consejero pastoral a las necesidades, problemas y sentimientos del interlocutor más insiste en el carácter existencial del diálogo pastoral. Le da a entender que sus necesidades y sus preocupaciones son importantes, que sus sentimientos y sus experiencias son de valor. Fijar la atención en el interlocutor y en su marco de referencia hace posible a éste el mejor conocimiento de los recursos internos, facilitándole al mismo tiempo la comprensión de la realidad de su ser en el mundo. Significa comunicarle la convicción de que puede confiar en su propio ser y, sondeando la profundidad del mismo, descubrir nuevos significados y enderezar su comportamiento. El consejero pastoral que se centra en el interlocutor libremente y sin reservas dice, en efecto: “tú eres lo importante; es tu experiencia lo que cuenta y no la de otro cualquiera; tu ser es lo significativo; tu parecer interno lo que es pertinente”. En un ambiente así, el interlocutor comienza a pensar que el aprendizaje más importante es el que brota de dentro, que de sus percepciones, sus experiencias y su situación interna y vital emergen para él las mejores respuestas posibles y el mejor comportamiento. Cuando el interlocutor experimenta el pleno y libre compromiso del consejero pastoral y cuando advierte que no es un agente extraño, sino una persona que pone su confianza en el consejero pastoral, comprende que sus recursos internos y las comunicaciones que emanan de su experiencia conducen a un comportamiento más satisfactorio y conveniente. El consejero pastoral concentrado en el problema del interlocutor no se concentra forzosamente en éste. Hay demasiados consejeros que se preocupan por los problemas y no por las personas. Un problema es una abstracción. Se le puede analizar y hacerle la disección; puede explorarse y discutirse; pero fijarse en un problema es ocuparse de un fragmento; desde nuestro punto de vista, no debemos interesarnos por fragmentos. Problemas, necesidades y sentimientos deben considerarse en relación a la persona total, el interlocutor en cuanto ser. La atención excesiva a un problema indica habitualmente una excesiva atención a cosas externas. El interlocutor puede captar el sentido de su existencia y tender a una actuación más plena solo cuando advierte que el interés primario del consejero pastoral se centra en él y no en su problema. El papel central en la relación debe cederse al interlocutor. El diálogo pastoral existe para el interlocutor y éste debe utilizarlo conforme a sus condiciones. Esto constituye el carácter existencial de la relación de ayuda; pues el hombre no está plenamente condicionado y determinado; el hombre es en último término capaz de auto determinación; el hombre decide lo que debe ser su existencia.
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Hace tiempo que dijo Cervantes: “el hombre puede labrar su fortuna y todo hombre es hijo de sus propias obras”.
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4.10. “Diálogo pastoral”, relación de ayuda Toda relación humana es única. Toda relación difiere en el grado y calidad de entrega emocional de los participantes. La calidad existencial del diálogo pastoral es lo que hace de él una relación única que emerge de una corriente y síntesis de experiencias caracterizadas por la autenticidad, humanidad, empatía, congruencia, franqueza, aceptación, respeto, comprensión, experiencia, comunicación efectiva y enfoque total en el interlocutor, que comienza a ser. El diálogo pastoral no se caracteriza por la admonición, juicio, evaluación, dirección; discusión, prueba, diagnosis, interpretación analítica y autoritarismo. Tal vez una de las cualidades más distintivas y sobresalientes de la relación de ayuda sea la tolerancia. Tolerancia significa libertad para poseer ideas, creencias, valores, facultad para ser uno mismo y perseguir empresas, junto con el empeño de desentrañar el sentido de la vida. La tolerancia es un ambiente creado por una relación que refleja la aceptación, la empatía, el respeto y la comprensión hacia el interlocutor. Éste se siente libre para explorar su capacidad de crecimiento auto-directivo cuando experimenta la tolerancia. Si el interlocutor se lanza a proferir y expresar agrias invectivas contra un grupo, institución o ideal con el que está fuertemente identificado el consejero pastoral, es necesario ser emocionalmente seguro para aceptar esas expresiones y sentimientos sin sermonear ni condenar. Las creencias y valores del consejero pastoral están permanentemente sometidas a prueba por los interlocutores de diferentes opiniones. Pero si el consejero pastoral verdaderamente piensa que existe relación de ayuda para el interlocutor, no se sentirá forzado a defender sus creencias y valores cuando se le ataca. Porque, para que el interlocutor evolucione y comprenda el sentido de sus expresiones, debe sentirse libre para revelar su yo íntimo sin temor a injerencia del consejero pastoral. La mayoría de los interlocutores que inician la relación se han visto condicionados por la sociedad a la ocultación de su yo real. Se les ha enseñado a ocultar sus sentimientos íntimos en las relaciones con los demás. La emergencia del yo auténtico se origina cuando se siente libre para poseer sus propios valores, aceptarlos, cambiarlos o rechazarlos; por consiguiente, la actitud tolerante es un elemento esencial en el diálogo pastoral.
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4.11. “Diálogo pastoral”, relación de desenlace libre en que la responsabilidad estriba primariamente en el interlocutor y no en el consejero pastoral Elegir es ser libre. El hombre define su esencia gracias a las elecciones que realiza y a las acciones que emprende. Aunque habita en un mundo materialmente determinado, gobernado por leyes físicas, el hombre tiene el temible poder de elegir la vida que quiere en ese marco. El núcleo existencial del diálogo pastoral es el reconocimiento de la capacidad del interlocutor para realizar elecciones y emprender la acción sobre la base de esas elecciones. El diálogo pastoral es un proceso de relación por el cual el interlocutor va desarrollando cada vez una mayor libertad. Es una relación que facilita la evolución y el cambio del interlocutor, que le hace posible llegar a ser más libre y plenamente actuante. El diálogo pastoral debe ser una relación de desenlace libre en la que el interlocutor se mueva en cualquier dirección. Es algo que reclama una enorme fe y consecuencia por parte del consejero pastoral, fe en la capacidad del consultante para elegir y consecuencia para conservar esa fe independientemente de la elección que haga el interlocutor. No es raro encontrar personas a quienes se les ha dirigido y controlado hasta tal punto, que dejen que sean otros los que deban elegir en su nombre. Temen lanzarse a la autodeterminación porque es un modo de comportamiento que no han probado. El consejero pastoral conmina su fe al interlocutor no a través de las palabras, sino de la actitud, que insinúa al interesado: “tú eres el que determina tu destino”. En la reciprocidad de la relación de ayuda, la confianza es una vía de dos direcciones, no solo va del consejero pastoral al interlocutor, sino también de éste al primero, indicando que el interesado se siente cómodo respecto a la actitud del consejero pastoral y se relaciona francamente con él porque comprende que confía en su valía como persona. Cuando el interlocutor comprende que se confía en él, comienza a confiar en sí y va conociendo el sentido de sus experiencias. El interlocutor, que es libre para elegir y moverse en cualquier dirección y adquiere confianza, revela un orgullo creciente cuando realiza sus propias decisiones. No hay consejero pastoral omnisciente ni capaz de asumir la responsabilidad de la vida de otra persona. Sin embargo, no faltan los que piensan que poseen todas las respuestas, que conocen el camino recto o que tienen fe en la capacidad del interlocutor para efectuar sus propias decisiones, hasta comprobar que toman decisiones equivocadas. Creen necesario intervenir cuando el consultante hace una elección imprudente. Con sus reflexiones le dan a entender al interlocutor que ha
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tomado una decisión que el consejero pastoral no aprueba. Tan pronto como el consejero pastoral se entremete en la relación y la estructura a su gusto, lesiona la libertad y compromiso del interlocutor y niega el carácter existencial del counselling. El movimiento hacia la libre y plena actuación lo facilita y lo hace posible sólo una relación caracterizada por la aceptación completa del interlocutor como éste es y la fe profunda en su fuerza y potencialidad para la evolución. Cuanto más confía el consejero pastoral en la potencialidad de su interlocutor y en su capacidad de elección, más descubre esa potencialidad y capacidad. La relación de ayuda opera sobre el principio de que el interlocutor es responsable de sí y debe conservar esa responsabilidad. El consejero pastoral facilita la autoevaluación y autodeterminación del interlocutor no tomando decisiones en lugar de éste, sino reconociendo, reflejando y aclarando los sentimientos y actitudes del mismo. Cuando el consejero pastoral se comporta de modo adecuado, el interlocutor se inclina a la aceptación de los propios sentimientos y actitudes, y los percibe como emanados de él y no del consejero pastoral. En el grado en que el consejero pastoral dirige al interlocutor, le aconseja y fomenta una relación de dependencia, en ese mismo grado rebaja a la persona. Lamentablemente, el diálogo pastoral es un proceso que con facilidad se transforma en relación de dependencia.
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4.12. “Diálogo pastoral”, relación en la que se respeta el deseo secreto del interlocutor Respetar y guardar las confidencias del interlocutor es esencial en el diálogo pastoral. La necesidad de mantener secretas las confidencias del interlocutor es evidente. Es esencial que el interlocutor esté completamente tranquilo acerca del carácter confidencial de la relación, en otro caso, se siente incómodo y oculta su yo para que los demás no sepan lo que piensa y siente. Importa que todos los interlocutores sepan que se mantendrá el secreto. Gran parte de la resistencia que manifiestan los interlocutores a la relación de ayuda proviene de la falta de confianza en el consejero pastoral. Son demasiados los que pusieron su alma al desnudo ante consejeros pastorales en lo que parecía una relación confidencial, para descubrir más tarde que lo revelado en un momento de confianza se publicaba ante otros.
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4.13. El “diálogo pastoral” como servicio que exige capacidades y actitudes específicas en el consejero pastoral Los días del consejero pastoral que dice: “ánimo, todo marchará bien”, del incompetente, con jornada parcial, del suministrador de consejos, del consejero de palmaditas en la espalda y del entrevistado de los diez minutos, están contados. El consejero pastoral cuenta con un buen grado de competencia, sensibilidad, comprensión y conocimiento que le hacen único.
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4.14. El “diálogo pastoral” como servicio basado en una explicación racional sustantiva que refleja principios teológicos, filosóficos y psicológicos El diálogo pastoral en cuanto relación psicológica es un proceso que expresa la filosofía de la vida que profesa el consejero pastoral. La actitud del consejero pastoral hacia las personas y su conducta en cualquier relación humana está regida en gran parte por el concepto que posee del hombre y de Dios. El hombre es libre; en cuanto ser libre no está definido ni acabado, constantemente está llegando a ser. En cuanto ser libre, el hombre es responsable de sus actos humanos. Podemos describir al hombre como ser responsable, capaz de autogobierno, autorregulación y autocomprensión, y como ser en proceso de llegar a ser. Se trata de un ser muy complejo en el que se funden elementos complicados para formar un todo unitario constantemente interactuante. La principal función del consejero pastoral consiste en ayudar al interlocutor a solucionar libremente sus propios problemas por medio de sus propios recursos y establecer una relación humana en la que el interlocutor pueda aclarar ante sí, el sentido de sus experiencias y su vida. Los objetivos del diálogo pastoral tienden a ayudar a la persona a conseguir madurez y capacidad de actuar por sí misma, a moverse de forma positiva y constructiva; a liberar en lo íntimo de la persona las fuerzas positivas que favorecen la evolución y a facilitar el autoesclarecimiento y la autocomprensión de modo que descubra el sentido de su existencia. Esto llega a ser realización cuando el consejero pastoral crea relaciones en las que se muestra comprensivo, aceptador, tolerante y auténtico y da pruebas evidentes de afecto por sus semejantes. En conclusión, el diálogo pastoral es afectivo, personal e íntimo, libre. No se contempla al consejero pastoral como profesor; actúa como persona que facilita y crea una relación que posibilita al interlocutor para descubrir valores.
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4.15. El diálogo pastoral en la confesión La culpa es una de las principales causas de los trastornos de conducta de carácter neurótico en razón de la angustia consecuente. La culpa es la consecuencia necesaria e inevitable de todo acto que quiebre el orden inscrito en todo lo creado. La culpa es consecuencia del obrar humano (del mal ejercicio de la libertad). La conducta del culpable tendrá ante sí dos caminos para seguir, a saber: El primer camino consiste en reconocer la culpa, la propia responsabilidad del daño ocasionado, arrepentirse, prometerse no reiterarlo, solicitar a la víctima, si la hubiere el perdón y ofrecer, si cupiere, la reparación del daño. Cumplido todo esto y obtenido el perdón el sentimiento de culpa se extingue y quedan en paz el alma y el cuerpo. En el segundo, el culpable, ya sea por orgullo o soberbia, o pusilanimidad, procura “olvidar” y no reconocer su falta, pero ésta no se extingue mágicamente sino que, inconscientemente se disfraza, se desplaza, se reemplaza, se proyecta, se transfiere, se censura, etc.; pero estos artilugios elusivos del alma descaminada son inútiles para evitar el miedo al castigo que en justicia le corresponde y entonces, en lugar de paz, puede instalarse la angustia neurótica en la conducta privada y social y el sufrimiento somático. Todo pecado implica un acto de soberbia porque es la desobediencia de un mandamiento divino. “El Sacramento es un signo y fuente de Gracia santificante, es decir, lo que ayuda al cristiano en su duro camino hacia la bienaventuranza. La definición de la confesión es la Manifestación de los pecados propios después del bautismo, hecho a un sacerdote autorizado por la Iglesia para que lo absuelva. El dogma es: “la Iglesia recibió de Cristo la potestad de las llaves”. Por lo cual la Confesión es Institución de derecho divino. La Iglesia por medio de sus ministros en el nombre de Jesús otorga el perdón igual como lo hacía Jesús”[3]. En la Confesión deben exponerse a la luz de la razón todas las faltas graves. Luego comunicarlas in voce a otro. Esta “descarga” es una necesidad del alma. En la confesión sacramental se lo hace a un sacerdote consagrado. Este examen de conciencia y luego la confesión ha de estar teñida de contrición, arrepentimiento y verdadero dolor para ser válido. Se comprende también que ese arrepentimiento no podría ser valedero si no le siguiera un firme y sincero propósito de enmienda, es decir, de no reincidencia en la falta.
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“Pero el aspecto psicológico de la confesión se completa en la confesión sacramental con otro aspecto que en el cristianismo adquiere un valor superlativo; es que para el católico la confesión es un acto de amor; amor de parte de ese hijo que arrepentido, busca la reconciliación con su Padre que siempre le espera respetuoso de su sagrada libertad con el perdón generoso para su dolida contrición”.[4] El fin que se pretende en la confesión es el perdón de los pecados y la reconciliación del hombre con Dios, a quien ha ofendido y de quien se ha apartado más o menos gravemente. En el diálogo pastoral lo que se pretende no es el perdón de los pecados, sino la ayuda y el consejo en los trances difíciles de la vida. Estas dificultades afectan siempre a la vida moral y a la conciencia religiosa. Por tanto, el diálogo es esencialmente una consulta y no una acusación o una demanda de absolución. Esta consulta no se dirige a Dios en primer término, sino al consejero pastoral, a quien Dios ha confiado el oficio de dirigir a los fieles para que cumplan sus mandamientos. Sin embargo, no hay una separación perfecta entre la confesión y el consejo sacerdotal. Efectivamente, en la misma fórmula empleada para antes de la confesión, el penitente dice que confiesa sus pecados no solo a Dios, sino también a la Virgen María… a todos los santos y finalmente al sacerdote, que hace las veces de Dios y de la comunidad cristiana. Los fieles, aun siendo conscientes de que su confesión se dirige a Dios, hablan al sacerdote mismo en persona. Y lo hacen así no solo cuando piden la absolución, sino algunas veces también solicita ayuda para hacer una confesión más completa, para discernir los pecados cometidos. De hecho, muy frecuentemente se pretende y se llega a establecer un verdadero diálogo entre el sacerdote y el penitente. El sacramento de la confesión implica la acusación del hombre que “se arrepiente” y que desea por tanto cambiar de conducta. Este “propósito” debe ser firme para que la absolución sea válida. Y es aquí donde frecuentemente la buena voluntad busca en el sacerdote ayuda, consejo y estímulo para tener una mayor confianza en Dios. Los sacerdotes buenos y expertos en el ministerio de la confesión no desperdiciarán ninguna oportunidad en el curso de ella para manifestar la misericordia y la benignidad de Dios. “Concluyendo que no parece que sea preferible reducir siempre la confesión a la mera acusación de los pecados, tras de la cual seguiría solamente la absolución, sin ninguna amonestación. Con este proceder muchos fieles se verían privados del consejo”.[5]
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[1] G. CRUCHON, La entrevista… op. cit., Ed. Razón y Fe, Madrid 1970, p. 121. [2] E. FROMM, El arte de amar, Ed. Paidós, Barcelona 1973, p. 73-74. [3] H. BOSCH, Acerca del valor terapéutico de la confesión sacramental, Ed. Dunken, Buenos Aires 2005, p. 47. [4] H. BOSCH, Acerca … op. cit., Ed. Dunken, Buenos Aires 2005, p. 50. [5] G. CRUCHON, La entrevista … op. cit, Ed. Marova, Madrid 1970, p. 195.
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CONCLUSIÓN
Termino este trabajo parafraseando el libro El sanador herido de H.J.M. Nouwen. Recoge de forma muy óptima las actitudes del consejero pastoral. En primer lugar el consejero pastoral da una prioridad absoluta a lo personal y tiende a retirarse hacia su propia interioridad. En segundo lugar, el consejero pastoral acepta que el valor del hombre depende de lo que hace por sí mismo. Cree que la fe no es la aceptación de tradiciones, sino una actitud que crece dentro de nosotros. Así, el consejero pastoral se convierte en articulador de la vida interior y eso se consigue entrando en el lugar de nuestra propia casa, descubriendo los rincones oscuros lo mismo que los puntos luminosos. El consejero pastoral es quien es capaz de articular su propia experiencia y puede ofrecerse a sí mismo a los otros como fuente de clarificación. El acompañamiento que realiza el consejero pastoral es un encuentro humano profundo en el que un hombre desea poner su fe y sus dudas, su esperanza y su desesperación, su propia luz y su oscuridad a disposición de los que quieren encontrar un camino en medio de su confusión. Acompañar en este contexto es ofrecer los canales por medio de los cuales las personas pueden descubrirse a sí mismas, clarificar sus propias experiencias. La misión más importante del consejero pastoral en el futuro será guiar a su pueblo en el viaje de salida de la tierra de confusión a la “tierra de la esperanza”. Pero, el consejero pastoral debe tener el coraje de ser un explorador del nuevo territorio en sí mismo y articular sus descubrimientos como condición indispensable, para prestar un servicio a esta generación preocupada por su mundo interior. El consejero pastoral es primariamente un hombre de Dios. Tiene que ser capaz de hacer creíble en su propio mundo la compasión de Dios hacia el hombre. La
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compasión nace cuando descubrimos que el que vive a nuestro lado es realmente nuestro prójimo. La misión del consejero pastoral es la de sacar a flote lo mejor que tiene el hombre a través de la compasión. El consejero pastoral como hombre contemplativo, como un hombre de oración es capaz de descubrir en los otros la cara del Mesías. El consejero pastoral le dice al interlocutor: “no dejaré que te marches, estaré aquí mañana aguardándote, y espero que no me decepciones”. “Te esperaré” es una expresión de solidaridad. El principio básico del consejero pastoral según este autor que estamos parafraseando es el siguiente: “Ningún Dios puede salvarnos, salvo el Dios sufriente, y ningún hombre puede guiar a las personas que le han sido encomendadas, salvo el que se siente aplastado por sus pecados”. El consejero pastoral debe cuidar sus propias heridas y está llamado a curar desde sus propias heridas, siempre preparado para curar las de los demás. Es, al mismo tiempo, el consejero pastoral herido y que cura. ¿Cómo tiene lugar la curación? A nuestro autor le gusta usar la palabra hospitalidad y a mí me parece muy buena. El que hospeda se siente en el hogar de su propia casa y crea un lugar libre y sin miedo para el interlocutor. Retirándonos al interior de nosotros mismo con sentido de humildad, creamos el espacio para que el otro sea él mismo y para que pueda abordarnos desde sus propias realidades. El consejero pastoral le regala a su interlocutor amigablemente un espacio donde puedan sentirse libre para llegar, para descansar. Cuando entran en una casa donde realmente se da la hospitalidad, pronto ven que sus heridas deber ser entendidas no como fuente de desesperación y amargura, sino como signos de que tienen que seguir avanzando.
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Relatos para el crecimiento personal.
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103. 104.
T HOM RUTLEDGE.
El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperazanza en el futuro. MARGARET J. WHEATLEY. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes.
P EDRO MORENO, JULIO C.
MARTÍN. (8ª ed.) 105.
El tiempo regalado. La madurez como desafío. IRENE
ESTRADA ENA.
106.
Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos. MANUEL SEGURA MORALES. (12ª ed.)
107.
Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia). KARMELO BIZKARRA. (4ª ed.)
108.
Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán.
MARISA BOSQUED.
109.
Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN Y CARMEN VÁZQUEZ.
110.
La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. JORGE BARRACA
MAIRAL. (2ª ed.) 111.
¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre nosotros. RICHARD J. STENACK.
112.
Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. JOHN
P. SCHUSTER. 113.
Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior.
P H.D. 114.
Y JANET
MICHAEL L. EMMONS,
EMMONS, M.S.
El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas.
111
P AMELA KRISTAN.
115.
Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad.
116.
Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido.
117.
Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia.
A. CÓZAR.
ALEJANDRO ROCAMORA. (2ª ed.) BERNARD GOLDEN, (2ª
ed.) 118.
Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. JUAN
119.
Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada.
120.
La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. BALA JAISON.
121.
CARLOS VICENTE CASADO. ANN WILLIAMSON.
Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad.
LUIS RAIMUNDO
GUERRA. 122.
Psiquiatría para el no iniciado.
RAFA EUBA. (2ª ed.)
123.
El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud.
KARMELO
BIZKARRA. (3ª ed.) 124.
Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino.
ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO. (4ª ed.)
125.
La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. IOSU
CABODEVILLA ERASO. (2ª ed.) 126.
Regreso a la conciencia.
AMADO RAMÍREZ.
127.
Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida.
P ETER BOURQUIN. (7ª ed.)
128.
El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. T HOMAS HOHENSEE.
129.
Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza.
OLGA
CASTANYER. (2ª ed.) 130.
Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes.
LORETTA CORNEJO. (3ª ed.)
131.
¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. JAVIER
132.
Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones.
T IRAPU. (2ª ed.) AMADO RAMÍREZ
VILLAFÁÑEZ. 133.
Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes.
P EDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN,
JUAN GARCÍA Y ROSA VIÑAS. (2ª ed.) 134.
Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. CONXA T RALLERO FLIX Y JORDI OLLER VALLEJO
135.
Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas.
136.
Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer.
DRYDEN
112
T OMEU BARCELÓ WINDY
137.
Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. IGOR LEDOCHOWSKI
138.
Todo lo que aprendí de la paranoia.
139.
Migraña. Una pesadilla cerebral.
140.
Aprendiendo a morir. IGNACIO
141.
La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades.
CAMILLE
ARTURO GOICOECHEA
BERCIANO P ÉREZ HUBERT
MORITZ 142.
Mi salud mental: Un camino práctico.
EMILIO GARRIDO LANDÍVAR
143.
Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales.
ANA MARÍA SCHLÜTER
RODÉS 144.
¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira.
ANITA T IMPE
145.
Herramientas de Coaching personal.
146.
Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy.
147.
Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. JUAN GARCÍA SÁNCHEZ
FRANCISCO YUSTE RAFA EUBA
Y P EPA P ALAZÓN RODRÍGUEZ
148.
El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. ENRIQUE MONTALT ALCAYDE
Serie MAIOR 1.
Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática
2.
La experiencia somática. Formación de un yo personal.
3.
Psicoanálisis y análisis corporal de la relación.
4.
Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ
5.
14 Aprendizajes vitales.
6.
Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ
7.
Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal.
STANLEY KELEMAN. (8ª ed.)
STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)
ANDRÉ LAPIERRE.
AGUSTÍN RAMÍREZ. (3ª ed.)
CARLOS ALEMANY (ED.). (13ª ed.) AGUSTÍN RAMÍREZ. CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J.
(11ª ed.) 8.
Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico.
CAROLYN J.
BRADDOCK. 9.
Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN
MASIÁ CLAVEL
10.
Vivencias desde el Enneagrama.
MAITE MELENDO. (3ª ed.)
11.
Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa.
12.
Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual.
113
DOROTHY MAY. CARLOS
RAFAEL CABARRÚS. (5ª ed.) 13.
Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. (2ª ed.)
14.
La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ
15.
Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones.
MARÍA T ORO.
CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO.
(2ª ed.) 16.
Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17.
Deja que tu cuerpo interprete tus sueños.
18.
Cómo afrontar los desafíos de la vida.
19.
El valor terapéutico del humor.
20.
Aumenta tu creatividad mental en ocho días.
21.
El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ
22.
Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación.
EUGENE T. GENDLIN.
CHRIS L. KLEINKE.
ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (3ª ed.) RON DALRYMPLE, P H.D., F.R.C.
Mª P ORTA T OVAR. BRUCE M.
HYMAN Y CHERRY P EDRICK. 23.
La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método.
24.
El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas.
GEORGE DE LEON.
WALEED A. SALAMEH Y WILLIAM F.
FRY. 25.
El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales.
HOWARD
KASSINOVE Y RAYMOND CHIP T AFRATE. 26.
Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. JOSÉ
L. T RECHERA.
27.
Cuerpo, cultura y educación. JORDI
28.
Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación.
29.
Manual práctico de psicoterapia gestalt.
30.
Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OWEN
31.
Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes. P AUL STALLARD.
32.
Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio.
P LANELLA RIBERA. DONI T AMBLYN.
ÁNGELES MARTÍN. (6ª ed.)
P ABLO
RODRÍGUEZ CORREA. 33.
Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato.
34.
El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia. SONIA VACCARO - CONSUELO BAREA P AYUETA.
114
P EPA HORNO GOICOECHEA. (2ª ed.)
35.
La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia.
OLGA CASTANYER (COORD.); P EPA
HORNO, ANTONIO ESCUDERO E INÉS MONJAS. 36.
El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta.
37.
Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica.
38.
Medicina y terapia de la risa. Manual.
ÁNGELES MARTÍN.
RAMÓN MORA RIPOLL.
115
MIGUEL DEL NOGAL.
Índice Créditos Prólogo Introducción Presentación 1. Antropología pastoral
2 3 6 8 13
1.1. Importancia de la teoría 1.2. Psicología humanista existencial 1.3. Pensamiento humanista de C. Rogers 1.3.1. Sus descubrimientos 1.3.2. La autenticidad 1.3.3. La consideración positiva 1.3.4. La comprensión empática 1.3.5. El principio inspirador. La no directividad 1.3.6. Técnica en la terapia de inspiración rogeriana 1.3.7. Aplicación de la teoría rogeriana al diálogo pastoral 1.4. El pensamiento de R. Carkhuff 1.4.1. Las coincidencias y sus diferencias con su maestro Rogers 1.4.2. Las variables de Carkhuff 1.4.3. La participación del asesorado 1.4.4. Las fases de la relación de ayuda y su repercusión en las distintas variables 1.4.5. Validez de este método para el encuentro de ayuda espiritual
2. Perfil del consejero pastoral 2.1. 2.2. 2.3. 2.4.
14 15 18 18 19 19 20 20 21 21 26 26 26 28 29 32
36
El hombre en busca valores Los valores del consejero pastoral Dotes del consejero pastoral Peligros, errores y desviaciones del consejero pastoral 2.4.1. No responder apropiadamente a las demandas del interlocutor 2.4.2. La libertad del interlocutor para iniciar el diálogo 2.4.3. Expresiones que desplazan el centro de gravedad del diálogo sacándolo del interlocutor hacia el consejero pastoral 2.4.4. Los errores del escuchar 116
37 39 44 46 46 48 49 49
2.4.5. 2.4.6. 2.4.7. 2.4.8.
La resistencia del interlocutor Cuando el interlocutor no llega a hablar verdaderamente El consejero pastoral concesivo El consejero pastoral dogmático
3. Nuevo concepto del consejero pastoral 3.1. 3.2. 3.3. 3.4. 3.5. 3.6.
El diálogo pastoral Integración de los objetivos pastorales y vocacionales Elementos comunes y diferenciales a la pastoral y al counselling Su conocimiento de la autenticidad Modo de presencia Sensibilidad al progreso del interlocutor 3.6.1. Las actitudes que dificultan la empatía son: 3.6.2. El interlocutor posee unas expectativas para el diálogo pastoral; y podrían ser las siguientes: 3.6.3. El interlocutor posee unas disposiciones para el diálogo pastoral; y podrían ser las siguientes: 3.6.4. El interlocutor toma posición 3.7. Funciones y tareas del consejero pastoral 3.7.1. Las funciones del consejero pastoral 3.7.2. Las tareas a cumplir
4. El counselling en el ámbito pastoral lo llamamos "diálogo pastoral" 4.1. Principios fundamentales del diálogo pastoral 4.1.1. Principio de aceptación del interlocutor 4.1.2. Principio de no emitir juicio 4.1.3. Principio de individuación del caso o de personalización 4.1.4. Principio de respeto a la libertad del interlocutor, o de autodeterminación 4.2. Algunos medios técnicos que favorecen el diálogo pastoral 4.3. Condiciones para una buena relación, esencial para el diálogo pastoral 4.3.1. Ciencia y formación práctica 4.3.2. El equilibrio psicológico del consejero pastoral 4.3.3. La disponibilidad del consejero pastoral 4.3.4. La empatía 4.3.5. Capacidad de guardar silencio y de mantener los secretos 4.3.6. Promover la iniciativa del interlocutor 117
51 51 52 52
54 55 56 58 61 63 65 65 66 67 68 69 69 70
73 74 74 75 76 77 79 81 81 81 81 81 82 82
4.4. El “diálogo pastoral” como relación de persona a persona 4.5. El diálogo pastoral en cuanto relación en la que el interlocutor busca la ayuda del consejero pastoral o la comunicación con él 4.6. El “diálogo pastoral”, relación caracterizada por el respeto mutuo 4.7. El “diálogo pastoral”, relación caracterizada por la comunicación efectiva 4.8. “Diálogo pastoral”, relación caracterizada por la auténtica y completa aceptación del interlocutor 4.9. “Diálogo pastoral”, relación que se centra en las necesidades, problemas y sentimientos del interlocutor 4.10. “Diálogo pastoral”, relación de ayuda 4.11. “Diálogo pastoral”, relación de desenlace libre en que la responsabilidad estriba primariamente en el interlocutor y no en el consejero pastoral 4.12. “Diálogo pastoral”, relación en la que se respeta el deseo secreto del interlocutor 4.13. El “diálogo pastoral” como servicio que exige capacidades y actitudes específicas en el consejero pastoral 4.14. El “diálogo pastoral” como servicio basado en una explicación racional sustantiva que refleja principios teológicos, filosóficos y psicológicos 4.15. El diálogo pastoral en la confesión
Conclusión Bibliografía Serendipity
83 85 86 89 91 92 94 95 97 98 99 100
103 105 107
118