El Conductismo. Reflexiones Críticas - Ribes.

March 22, 2019 | Author: José Santos | Category: Philosophy Of Science, Science, Psychology & Cognitive Science, Mind, Theory
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Emilio Ribes...

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EXIONES CRITICAS Emilio Ribes Iñesta

editorialfontanella

E l co n d u c tism o : re flex io n es c rític a s

B re v ia rio s de C o n d u c ta h u m a n a , n.” colección d irig id a por RAMON B AYES JUAN MASANA JO S E TORO

Emilio Ribes Iñesta

EL CONDUCTISMO: REFLEXIONES CRITICAS Prólogo de R am ón B ayés

B a rc e lo n a , 1982

© Emilio Ribes Iñesta, 1982 © de la presente edición E D ITO R IA L FONTANELLA, S.A. Escorial, 50. Barcelona-24. 1982 Primera edición: marzo 1982 Prinled iti Spain - Impreso en España por Gráficas Diamante, Zamora, 83. Barcelona-18. Depósito legal: B. 11049-1982 ISBN: 84-244-0507-2

A Sylvia, catorce años después

PROLOGO

P ersonalm ente, considero que excepto en raras, m uy raras, ocasiones, los prólogos poseen únicam ente una fu n ­ ción de relleno parecida a la de los docum entales y cor­ tos que preceden a la película por la que el espectador se interesa y p o r la que ha pagado su, cada día más, cos­ tosa entrada. S u elo asociarlos — no sin cierta nostalgia— a aquellos plúm beos noticiarios NO-DO que los españo­ les de la pre-democracia nos veíam os obligados a soportar antes de que H um phrey Bogart pudiera entrar en acción. Y sin embargo, a pesar de lo hondo de esta convicción, esta vez no he conseguido librarm e de la obligación de redactar las presentes líneas. Dos son las razones que m e han decidido. Ante todo, la insistencia del autor, con quien m e une una excelente am istad, pero tam bién el hecho de que el libro se publi­ que en España — este prólogo tendría poco sentido si la obra se editase en América Latina, donde la trayectoria de E m ilio R ibes es sobradam ente conocida—. En efecto, en nuestro país, debido sobre todo a la amplia difusión con­ seguida por uno de sus libros (Ribes, 1972) y a algunas conferencias pronunciadas en Barcelona, Madrid y otras poblaciones españolas, se suele encuadrar a Ribes dentro de los estrechos lím ites de la aplicación de las técnicas 7

de modificación de conducta a la educación de niños con retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años, sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica­ mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del presente volumen. De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio­ narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos. De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable­ mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien­ tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música. No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri­ bes, uno de los autores que más están influyendo en el desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó, se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá 38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es­ cribir un libro original sobre modificación de conducta y también el primero en establecer estudios sistemáticos para postgraduados en este campo. De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi­ cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971 y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni­ versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno­ ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean­ do un programa de post-grado que ha tenido gran influen­ cia en la formación de investigadores y analistas conduc8

tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr. Colotla y Ribes, 1981). En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México, para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu­ dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Galindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan de estudios íntegramente estructurado desde una perspec­ tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro­ fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo en la sociedad, considerando los problemas prácticos que debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y conductas que sean representativas de las actividades ter­ minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala, actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro­ llo de un sistema educativo congruente con una práctica científica derivada de la psicología; b) la configuración de un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti­ va conductual, superando las limitaciones inherentes al paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser­ ción social con base en un contexto ideológico preciso y comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló­ pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela­ boración en que se encontraban al finalizar el año 1981. En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi­ nador general de investigación de todo el campus de Iz9

tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa­ lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico­ logía, Odontología y Enfermería. A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento, la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981), en las palabras con que nos introducen a una interesante entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de 1980, el interés primordial por conocer su punto de vista radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro­ funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa­ labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en el presente libro, constituye el principal objetivo de la obra que el lector tiene entre las manos. Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi­ nición de su objeto de estudio y una metodología de aná­ lisis centrada en la observación y el experimento, es decir, en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí­ tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi­ tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu­ dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me contaba—, no define la conducta como lo que el organis­ mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es la interacción del organismo con alguna otra cosa: con­ ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera que a los biólogos les interesan los cambios que tienen lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in­ teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter­ acciones de los organismos con el medio. Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri­ bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo­ mento presente, de un marco teórico que permita situar conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte10

niendo. Es preciso observar los fenóm enos de form a es­ tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo­ ría que nos indique qué es lo que debem os observar y cóm o debem os relacionar lo observado con los datos que ya poseem os. Frente a los que, ju n to a M acquenzie {1911), se esfuer­ zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del conductism o, se alinean otros, com o Ribes, com o Schoenfeld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis sin abandonar las coordenadas m etodológicas conductistas. E l am bicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca­ racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua­ litativam ente, los com portam ientos anim al y hum ano— y que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa­ tisfactorio paradigma actual de condicionam iento; com o nos señala en el ú ltim o párrafo del Capítulo cuarto: si el análisis de la conducta se propone constituirse en una teoría general de la conducta que represente el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se de­ ben ca p ta r las cualidades distintivas de las interac­ ciones conductuales, sin tem or de cuestionar la ex­ trem a sim plicidad y linealidad de nuestros enfoques teóricos actuales. N uestro m ejor reconocim iento a los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe ser exam inar aquellos aspectos que han sido seña­ lados correctam ente, en vez de restringir la signifi­ cación de la p roblem ática de la conducta hum ana a los confines de sus lim itaciones conceptuales. N o quisiéram os fatigar al lector ni encarecer el pre­ cio del libro con nuevas páginas. E stam os plenam ente con­ vencidos de que si nuestros estudiosos, preocupados por encontrar una solución a la crisis que, sin duda alguna, 11

nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha­ cia los trabajos que constituyen la presente obra, de ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im­ pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kantor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim­ bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su promesa de futuro, una innegable y turbadora origina­ lidad. Ramón B ayés

Barcelona, enero de 1982

REFERENCIAS C olotla, V. A. y R ibes, E.: Behavior analysis in Latín Ame­

rica: a historical overview. Spanish-Language Psychology, 1981, 1, 121-136. MacK enzie , B. D.: Behaviourism and the limits of scientific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Humanities Press, 1977. R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli­ cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972. R ibes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior desde una perspectiva conductual: historia de un caso. En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F. López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico­ logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág. R ibes , E., F ernández, C., R ueda, M„ T alento, M. y López, F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología. Un modelo integral. México: Trillas, 1980. R tera, J. y R oca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu­ dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23. S choenfeld , W. N.: Problems in modera behavior theory. Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65.

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A MANERA DE INTRODUCCION Y ADVERTENCIA

Este libro contiene, como su título general lo indica, un conjunto de reflexiones críticas sobre el conductismo. Pero, vale aclarar, son las críticas al conductismo hechas por un conductista. El conductismo, a diferencia de las teorías psicológicas formuladas como un todo acabado, constituye una filosofía de la ciencia psicológica, y como toda filosofía de la ciencia genuina, no es más que la re­ flexión sobre el propio desarrollo teórico y empírico de la disciplina. Como filosofía de la ciencia, el conductismo irrumpió en la escena psicológica dotando a esta discipli­ na de un objeto propio de conocimiento. La conducta, cua­ lesquiera sea la conceptualización que se le haya venido dando a lo largo de este siglo, constituyó el objeto de es­ tudio que le daba especificidad como disciplina científica a la psicología. Y es por ello, que la psicología científica quedó marcada por el conductismo. Aun aquellos que se declaran anticonductistas tienen que aceptar que sus ar­ gumentos giran en torno a la demostración de que la psi­ cología estudia «algo más» que la conducta, y que este «algo más» forzosamente debe tomar en consideración, como indicador empírico inevitable, a la conducta. Cons­ tituyen la gran legión de los conductistas metodológicos, 13

unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía vergonzantes de ella. Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo, mi elección del análisis experimental de la conducta como metodología de la investigación científica, me había per­ mitido superar dicha aproximación general. Es precisa­ mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui­ do mi práctica científica y profesional en los últimos quin­ ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even­ tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro­ fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia. Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen­ tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia­ nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta, qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor­ dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se­ leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio, etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con­ juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada­ mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de­ sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí­ fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues­ tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar esa filosofía que se construye paralelamente con el queha­ cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove14

char el largo recorrido que ha hecho la psicología conductista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas, corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis­ ciplina empírica correspondiente. No obstante, en este volumen no se pretende efectuar un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar­ se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con­ textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador común: la preocupación por determinar con precisión el objeto de estudio de la psicología, las características pa­ radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen­ tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir del concepto de conducta como interacción construida, que permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri­ queza de la conducta humana, conservando el rigor y la solidez que le procura el firme fundamento del análisis experimental de la conducta animal. Aun cuando existen antecedentes inmediatos de este propósito (Ribes, Fernán­ dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los escritos en este volumen, así como el que está en proceso (cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un anátisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po­ siciones previamente expuestas. Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun­ damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsoniano, profundamente anticonductista. No es de extrañar, pues, que el conductismo, especialmente en su versión no metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo, muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en 15

cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conductistas hemos dejado el problema de la ideología a nues­ tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente. Considero, sin embargo, que es el momento de percatar­ se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en la medida en que se articula con ella de manera comple­ ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des­ tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples direcciones, entre el conocimiento científico y el cono­ cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó­ rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma argumentada las implicaciones reales que tiene una cien­ cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico­ lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no será la sorpresa de muchos de que los conductistas no sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba­ ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi­ dual concreta de los hombres en circunstancias históricas particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en esta dirección. El volumen está dividido en tres secciones temáticas generales. Una primera, que aborda algunos problemas epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que trata del examen crítico de la teoría de la conducta con­ temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela­ ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo de articulación del conocimiento científico con lo social. Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans­ curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda de gratitud con aquellos científicos que han influido inad­ vertida o responsablemente en la conformación de mi pen­ samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, William N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso­ 16

nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico­ logía y del quehacer científico, que el alud de informa­ ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria actual. E milio R ibes I ñesta

Naucalpan, México, noviembre de 1981.

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1.

LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO

El exam en de la naturaleza de las leyes del com porta­ m iento no es ajeno a un análisis del objeto de estudio de la Psicología, y de la naturaleza de las explicaciones que este o bjeto im pone. No es necesario a b u n d a r sobre el hecho de que la definición epistem ológica de un objeto teó­ rico d eterm in a no sólo el espectro em pírico del conoci­ m iento científico, sino tam bién el concepto m ism o de le­ galidad de los eventos com prendidos. E n el caso de la Psicología, por la naturaleza peculiar de su proceso constitutivo com o disciplina científica, este p ro b lem a ad q u iere características especiales. Su ubica­ ción com o ciencia n atu ra l o social y la existencia de fe­ nóm enos in ternos o m entales son centrales a esta proble­ m ática. R em ontarnos a A ristóteles com o punto de p a rti­ da, puede ser de utilidad p ara fu n d am en tar la posición que sostenem os. El concepto de alm a justificaba para Aris­ tóteles no sólo la delim itación de un cam po de organiza­ ción de la realidad específica dentro de la «física» de su tiem po, sino tam bién una m etodología teórica y em pírica congruentes con dicha especificidad ontológica y epistémica. De ahí el interés que p re sta al examen del alm a (De 1. Ponencia leída en el In s titu to de Investigaciones Filosóficas de la U niversidad N acional A utónom a de México, 4 D iciem bre 1980. 19

Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles, no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien­ te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino acto que se da como organización de la materia en fun­ ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como facultad que lo potencia: «Las afecciones del alma no son separables de la materia natural de los animales en la medida en que les corresponde tal tipo de afecciones... y que se tra­ ta de un caso distinto al de la línea y la superficie» (De Anima, p. 136). «El alma es necesariamente enti­ dad en cuanto forma específica de un cuerpo natu­ ral que en potencia tiene vida» (p. 168, ibid)... «es el alma, a saber, la entidad definitoria, esto es la esen­ cia de tal tipo de cuerpo» (p. 169, ibid)... «El alma ni se da sin un cuerpo ni es en sí misma un cuerpo. Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo, y de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente, en un determinado tipo de cuerpo» (p. 114, ibid). Es con los patriarcas de la Iglesia y los neoplatónicos, que culminan en el pensamiento agustiniano y to­ mista, que el alma aristotélica sufre la transformación y metamorfosis conceptual sobre la que descansa todo el pensamiento dualista moderno a partir del racionalismo cartesiano. El alma, de acto de la materia, se convierte en sustancia de la cual la materia es accidente, y la ma­ teria adquiere y pierde vida como efecto de su ocupación o abandono por el alma. La transmigración agustiniana del alma y su negación de la fiabilidad del conocimiento sensible, son la forma extrema de este dualismo en lo epistémico: «Pues así como el que sabe poseer un árbol y os da gracias por su uso, aunque ignore cuántos codos tiene de altura o hasta qué anchura se extiende, es mejor que aquél que sabe su medida y contó sus ra­ id

mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV). Con D escartes adquiere c a rta de naturalización cien­ tífica el dualism o. Nos dice «Exam iné aten tam en te lo que era yo, y viendo que podía im aginar que carecía de cuer­ po y que no existía nada en mi ser que estuviera, pero que no podía concebir mi no existencia porque mi m ism o pen­ sam iento de d u d ar de todo constituía la prueba m ás evi­ dente de que yo existía com prendí que yo era una sus­ tancia, cuya n atu raleza o esencia era a su vez el pensa­ m iento, su stancia que no necesita ningún lugar p ara ser ni depende de ninguna cosa m aterial; de suerte que este yo —o lo que es lo m ism o, el alm a— p o r el cual soy lo que soy, es en teram en te distinto del cuerpo y m ás fácil de conocer que él» (Discurso del M étodo, p. 21). La razón, el cogito, com o esencia otorgada por la perfección, Dios, es independiente del cuerpo y lo m aterial. E stos son ex­ plicados p o r las leyes de la m ecánica, de donde surge el concepto de reflejo, al afirm ar que, «...las reglas de la m e­ cánica (que) son las m ism as que las de la naturaleza...» (Discurso del M étodo, p. 30). El dualism o se subraya al decir que, «ningún o tro (error) contribuye tan to a des­ viar los esp íritu s del cam ino recto de la verdad, com o el que sostiene que el alm a de las bestias es de la m ism a naturaleza que la nuestra... En cam bio, cuando se com ­ prende la diferencia que m edia entre una y otra, se en­ tienden m ejo r las razones que prueban que la nuestra, por su naturaleza, es en teram ente independiente del cuer­ po...» (Discurso del M étodo, p. 32) ...«Y aun cuando ten­ go un cuerpo al cual estoy estrecham ente unido, com o por una p arte poseo una clara y d istin ta idea de mí m ism o, en tan to soy solam ente una cosa que piensa y carece de ex­ tensión, y p o r o tra p arte tengo una idea distinta del cuer­ po en tan to es solam ente una cosa extensa y que no pien­ sa es evidente que yo, mi alm a, p o r la cual soy lo que soy, 21

es com pleta y verd aderam ente d istin ta de mi cuerpo, y puede se r o ex istir sin él» (M editaciones M etafísicas, p. 84). No es necesario ab u n d a r en citas adicionales de Des­ cartes p a ra d e ja r sentado con claridad su profunda in­ fluencia en la form alización del dualism o, ontológico y epistém ico, que perm eó la ciencia y cu ltu ra occidental p o sterio r h asta n u estro s días. La «res cógitans» cartesia­ na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una parte, caracterizó un alm a racional, exclusivam ente hum a­ na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en la m edida en que in teractu ab a con la corporeidad m ate­ rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó la «mente», alm a in terna causa de todo com portam iento o acción Por o tra p arte, abrió la posibilidad de explicar o tro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani­ m ales, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la m ecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a mecanicista, com o ha o currido con la teorización frenológica, tradicional y m oderna, que p retende explicar lo psicoló­ gico com o sim ple acción m ecánica de lo biológico, o com o la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa­ se res extensa) en el cerebro. La especificidad de lo psicológico se dio, de este m odo, com o la especificidad de lo inm aterial, lo m enta], la expe­ riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá­ nico-biológico. T res supuestos fundam entales se derivan de este dualism o cartesiano: 1) 2)

3)

I.o m ental se concibe como lo causal interno; La interacción del hom bre y de los organism os con su m edio es reductible a la acción m ecánica, pasi­ va, refleja; Lo m ental, en tanto sustancia p rim aria indepen­ diente de lo m aterial, obedece principios propios.

Aun cuando el dualism o ontológico cartesiano sufrió 22

transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub­ sistió h asta n u estro s días, tan to bajo el influjo del em pi­ rism o como de las corrientes fenom enológicas y raciona­ listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio­ nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin em bargo, tienen un denom inador com ún: se elim ina la interacción con el m edio com o o bjeto de estudio, y se analizan las ac­ ciones producidas com o acto m ediado de una «m áquina» o de una m ente internas, o de su interacción inclusive. Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos, para exam inar la ju stcza de p lan tear siquiera la existen­ cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta a las versiones em anadas del dualism o, o coincidir quizá con K ant en que los fenóm enos de u n a psicología racio­ nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co­ nocim iento científico. N osotros, evidentem ente, postulam os la existencia de un nivel psicológico en el conocim iento científico de la realidad, independiente, pero com plem en­ tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta en un doble criterio. P or una parte, la especificidad del nivel de organización de los eventos; p o r otra, la especifi­ cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos. La conducta com o interacción del organism o to tal y su am biente (físico, biológico y /o social) m odificable en y po r el tran sc u rso de su historia individual, se constitu­ ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin ­ gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de lo social, co n stru id o en lo colectivo. La conducta no es m ovim iento, ni cam bio interno aislado, es m ovim iento y cam bio in tern o copartícipes de una interacción. La conduc­ ta es la interacción. Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro con el dualism o y su crítica. P ara ello, analicem os los su­ puestos de él derivados. La discusión referente a la dife­ 23

rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep­ tible de argumentación empírica, e implica un compromi­ so materialista como punto de partida del conocimiento científico. Sin embargo, este compromiso no impide la dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan­ titativas de la interacción psicofísica. El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner, un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos. Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio de la psicología, a lo observable como actividad del orga­ nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri­ bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis­ mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados. Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re­ lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o internalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in­ dagación empírica. Situemos el caso de la explicación por reducción mecanicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la primera como la acción de este último. Otra, en que, sin 24

pretender identificar la explicación de la conducta con una localización corporal específica, se plantea en térmi­ nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción, bajo el condicionante de un anclaje operacional en las variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo­ delo de «caja negra». c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se ajustan a la explicación por identificación reductiva de lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive­ les superiores de organización de la conducta... En térmi­ nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es animista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él, y que no tiene nada en común con los procesos corpora­ les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce­ rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola­ mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi­ car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con­ ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor­ poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal fisiológico a corporal mental? La teoría de Clark Hull es representativa de la expli­ cación mecánica por reducción a enunciados lógicos for­ mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952) elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me­ diante postulados, teoremas y corolarios característicos de un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen­ 25

trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reducible a térm in o s fisiológicos, no su sten tab an ninguna referibilidad in m ed iata o m ediata a variables em píricas. E s­ tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, com o an ­ clas operacionales que p erm itían la configuración de los teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica­ da p o r la interacción form al cu an titativ a de variables em ­ píricas agrupadas b ajo «conceptos puente» como los de fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in­ hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti­ vo y o tro s m ás. La teoría era refutable m ás en térm inos lógicos que em píricos, p o r el continuo aju ste de las cons­ tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in­ tern a la cau san te de su descrédito últim o, las contradic­ ciones en que cayó no pueden analizarse com o sim ple e rro r m etodológico form al, sino m ás bien com o consecuencia n atu ral de las lim itaciones de su dualism o conceptual re ­ duccionista. La legalidad explicativa in tern a no se restringe a for­ m ulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an­ claje em pírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana­ logía o en ocasiones p o stu ras ab iertam en te m entalistas. Ejem plos de ello lo constituyen algunos ab o rd ajes «cognoscit¡vistas» contem poráneos. P ribram , G alanter y M iller (1960) por ejem plo, form ulan la regulación de la conduc­ ta en térm inos de planes, que se e stru c tu ra n en un siste­ ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric­ tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber­ nético (unidades TOTE). E ste sistem a es análogo a una m áquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no en las propiedades en ú ltim a instancia del sistem a nervio­ so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas com o modelo. La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por isom orfism o. En otros casos, el m odelo em pleado no con­ siste en una entidad m ecánica o lógica, sino que hace re26

ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles pu ram en te sim bólicos de descripción (como lo es la lógi­ ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tra d u ­ cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos a estados m entales internos, vbg., conflicto, in certid u m ­ bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac­ teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h e rra ­ m ientas ad hoc p ara justificar la aplicación de m odelos, que en cu an to predicen variaciones cuantitativas o cuali­ tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro­ feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad, muy dudoso a n u estro m odo de ver. E n cualesquier caso, sin em bargo, para a b o rd ar el p ro ­ blem a de la n aturaleza de las leyes enm arcadas por un estudio científico del com portam iento, consideram os in­ dispensable analizar con profundidad las im plicaciones úl­ tim as de una concepción internalista, m ental, de lo psico­ lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación, con lo interno. El segundo, a la génesis del re p o rte lingüís­ tico sobre lo privado, com o génesis individual o com o gé­ nesis social. El punto relativo a la identificación de lo privado con lo in tern o es crucial para la igualación de las distincio­ nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado, l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en térm inos de la epistem ología tradicional, a la dicotom ía idea-m ateria y presupone de alguna m anera u n a proble­ m ática equivalente a la dualidad m ente-cuerpo. El proble­ ma radica en u b icar a los eventos privados com o eventos objetivos en cuanto a su ocurrencia y re strin g ir al su jeto a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto puede concebirse com o resp u esta p articip an te de un even­ to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es­ 27

tímulo no son públicamente observables. Planteado así el asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi­ dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skinner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y privado no es en absoluto la misma que la existente entre físico y mental. Esta es la razón que hace que el conductismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di­ ferente del conductismo radical (que cercena el último término en el segundo). El resultado es que, mientras el conductista radical en ciertos casos puede tener en consi­ deración los hechos privados (tal vez de manera infe­ rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el operacionista metodológico se ha colocado en una situación en que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con­ sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis­ cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional no considera los procesos a través de los cuales se adquie­ re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que, mientras Boring debe limitarse a una información acerca de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo que podría llamarse Boring-desde-dentro». El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los eventos privados, que participan de una interacción pú­ blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi­ guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen­ cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé­ nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta una génesis individual que se expresa públicamente o se trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que 28

se dé o no una solución dualista al problema representa­ do por los eventos privados. La cuestión rebasa el marco analítico que implica la posibilidad de traducir términos referidos a eventos men­ tales en la forma de enunciados descriptivos de las con­ diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona la existencia misma de dichos procesos internos, y no con­ sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se expresan enunciados de existencia, supere el problema epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados acerca de lo que se conoce. Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des­ de la óptica de cómo una comunidad lingüística define criterios públicos que le permitan responder adecuada­ mente a la presencia de un evento privado. Establece cua­ tro criterios posibles en este sentido: 1) La existencia de acompañamientos públicos del es­ tímulo privado; 2) La emisión de respuestas colaterales públicas al estímulo privado; 3) Origen público de las respuestas privadas; y 4) Que una respuesta adoptada y mantenida en con­ tacto con estímulos públicos pueda ser emitida, a través de la inducción, en respuesta a hechos pri­ vados. Sin embargo, a nuestro modo de ver este planteamien­ to legitima al evento privado en tanto tal, y su identidad l'nctible con eventos y determinaciones internas2. Esto ocu2. La oscilación de S k in n er e n tre dos definiciones de la con­ du ela, un a organocéntrica, re fe rid a a m ovim ientos (1938), y o tra 29

rre en tan to la argum entación gira en to rn o a cóm o una com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis­ tentes com o eventos psicológicos, sin cu estionar si dichos eventos existen en realidad. R epresenta una constante del pensam iento de S kinner al identificar lo físico y fisiológi­ co com o evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun cuando lo psicológico requiere de una dim ensión física subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalm ente, a lo físico. El evento privado p resen ta una doble problem ática. En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex­ plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun­ do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su determ inación psicológica a p a rtir de la posibilidad del lenguaje com o dim ensión social del com portam iento. Las teorías ontológicas y epistem ológicas han considerado el problem a del conocim iento desde la perspectiva del im ­ pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons­ trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co­ m ún d enom inador de este conocim iento es que se re strin ­ ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis com o actividad esencial del conocim iento. No puede haber conocim iento real sensible o racional aislado de la prác­ tica. Aún m ás, nos atreveríam os a decir que el conoci­ m iento es sinónim o de la práctica individual y social del sujeto. No es de ex trañar, p o r consiguiente, que al soslayar la praxis com o proceso de conocim iento, se red u jera al su jeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re­ tad o r de la realidad, con un conocim iento internalizado interactiva, episódica (1957), le lleva a co n fu n d ir en ocasiones lo in tern o com o conducta, con lo priv ad o com o p ro d u cto de la con­ ducta. Es así que en sus últim as o bras (1978), al ex am in ar el p ro ­ blem a de los eventos privados lo hace enm arcándolo en el contexto del "m undo debajo de la piel", sugiriendo la pertin en cia de u n análisis experim ental de fenóm enos m entales trad u cid o s a térm inos conductuales. 30

com o m undo de representaciones, cuyas descripciones ver­ bales se co n stitu ían en la validación racional de la exis­ tencia de las p alab ras y conceptos com o cosas. Su reificación configuró la m ente. Si volvemos a la form ulación de lo psicológico com o interacción del sujeto (u organism o) y su entorno, cabe p reguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los eventos privados. Los eventos privados en tan to eventos del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen exclusivam ente com ponentes p articip an tes de una in ter­ acción que, aun cuando puede ser iniciada p o r el organis­ mo, no im plica que la determ inación allí radique, puesto que a m enos que se p a rta de un paradigm a del entorno vacío, es injustificable suponer la espontaneidad p u ra y su identificación con su propia causalidad. Si, como es «•vidente, se p a rte de la interacción m últiple, perm anente V bidireccional del organism o y su am biente, el evento privado se ve relegado a una fracción de la interacción, mas no a la determ inación de la m ism a. Sólo una con­ cepción lineal de m ediaciones sucesivas de la causalidad, podría im poner, p o r su antelación inm ediata a la in ter­ acción, atrib u to s determ inantes a los eventos internos. Ello requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo privado (igualado con lo interno) o c u rra antes que lo ex­ terno o público, y en consecuencia, se constituya en con­ dición causal de lo observado, es decir, de la acción del organism o com o efecto. Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne­ cesario ab u n d a r sobre lo recién exam inado. El aspecto cení ral se refiere a la existencia m ism a del evento priva­ do com o evento psicológico, previo a la interacción que perm ite designarlo, y p o r consiguiente, otorgarle función de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex­ periencia». El evento privado involucra, p o r definición, su identiflc ación y la posibilidad de in fo rm ar acerca de él. ¿E s sin 31

embargo el evento privado, como evento psicológico, una realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi­ cación, o por el contrario, se constituye en evento en el momento en que es identificable lingüísticamente? Las im­ plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im­ portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen­ cia previa a su identificación significa que lo mental se expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado que anteceden a la referibílidad social de su existencia. Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma­ nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re­ lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri­ vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje primario del análisis psicológico, como ocurrió con la psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti­ vas de Leipzig y Wurzburgo. Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento privado es por definición evento social, y por consiguiente los criterios que lo definen como privado, son original­ mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even­ to privado existe psicológicamente a partir del momento en que el sujeto puede describir su propio comportamien­ to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des­ cripción de su comportamiento, como función referencial, implica un hecho social normado por las características del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales definitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra­ vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y ser referido. La etapa terminal es referir el propio comportamicnto con base en las interacciones que regulan las descripciones semejantes en los demás miembros de la comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el evento privado es el efecto de la evolución de una inter­ acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so32

cialm ente se le conform a de dicho m odo. Lo privado es un aspecto au toreferible de interacciones sociales públicas. P or consiguiente, el análisis de los eventos privados no es ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen­ tido estricto, un caso p a rtic u la r de ellas. El problem a de la legalidad o explicación basada en la relación privadopúblico o interno-externo pierde todo sentido. ¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe b u sca r la psicología? D espués de h ab e r descartado las soluciones m ecanicista y logicista, así com o la analógica y m entalista, se plan tea u n a doble necesidad. La determ inación de lo psicológico com o interacción organism o-am biente, con una especificidad h istórica propia, requiere de explicacio­ nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria­ m ente en dos aspectos: 1)

La m u ltideterm inación, com o interdependencia, de los factores p resentes involucrados en u n a in tera c­ ción com pleja y continua en tre organism o y am ­ biente; 2) La h isto ria interactiva com o d eterm in an te de las m ultideterm inaciones presentes, tanto en lo que toca a interacciones concretas com o en lo relativo a la cualidad genérica de dichas interacciones. F.n el p rim er caso, la explicación y las leyes com po­ nentes deben no sólo d escrib ir el evento, sino las condi­ ciones que lo hacen posible y lo m odulan. La ley no es mía descripción fenom énica, sino que es descripción de i undiciones necesarias para que los com ponentes en in te r­ neción sean suficientes en la conform ación de un evento, t u esle sentido, no consideram os que la psicología re ­ q u i e r a de leyes d istin tas a las de las llam adas ciencias ña­ fitéales. l;,n el segundo caso, la explicación y su legalidad se ven Int m uladas en térm inos del desarrollo de la interacción

de los elem entos involucrados, en tanto, lo psicológico, en lo individual, es definido p o r la posibilidad de u n a histo ­ ria. Las leyes del p rim er caso, son m om entos de las leyes históricas. Dado que la h isto ria de lo individual, aun cuan­ do p articip a necesariam ente de lo biológico, se ve afectada p o r los aspectos colectivos que determ inan su individua­ lidad en lo social, la psicología com parte este segundo tipo de leyes con la ciencia so c ia l3. E xam inar las form as peculiares de estas leyes y expli­ caciones, y su inserción en el discurso científico de la psi­ cología justificaría un trata m ien to ap a rte p o r sí solo. Como señalam iento final, b aste decir que, en sentido estricto, la psicología co n tem poránea carece de enunciados legales genuinos. Creem os que la precisión de su objeto de estu ­ dio y la form ulación de los paradigm as adecuados consti­ tuyen u n p rim e r paso que es indispensable concluir.

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H ebb, Donald: A Textbook of Psychology. Filadelfia: Saunders, 1958. H ull, Clark: Principies of Behavior. Nueva York: Appleton C entury C rofts, 1943. — Essentials of Behavior. Nueva Haven: Yale University Press, 1951. — A Behavior System. Nueva Haven: Yale University Press,, 1952. Miller , G., G alanter, E., y Pribram , K.: Plans and the Structure of Behavior. Nueva York: H olt, R inehart and W inston, 1960. S an Agustín : Confesiones. M adrid: Aguilar, 1948. S kinner , B. F.: The O perational Analysis of Psychological Term s. Psychological Review, 1945, 52, 270-277. — Verbal Behavior. Nueva York: Appleton C entury C rofts, 1957.

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2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y PRACTICAS IDEOLOGICAS

La historia reciente de la psicología ha sido la histo­ ria de la contraposición de múltiples formas de concep­ tos mentalistas ante el intento objetivo de construir una ciencia genuina del comportamiento, y en especial, del comportamiento humano. El conductismo, como la filo­ sofía especial de esta ciencia, se ha constituido, no sólo en la formulación teórica general que respalda este es­ fuerzo por articular una descripción y explicación obje­ tivas de la actividad de los hombres concretos, sino que, como consecuencia de una tradición preñada de dualis­ mo, el propio conductismo ha reflejado en su interior di­ chas contradicciones conceptuales. El dualismo, se ha constituido en la doctrina oficial del comportamiento humano, desde que Descartes forma­ lizó la hipóstasis cristiana del alma aristotélica. Como afir­ ma Ryle (1949), al comentar sobre el dualismo nacido de Descartes, «...con las dudosas excepciones de los idiotas y los infantes en brazos, cada ser humano tiene un cuerpo y una mente». Describiendo esta doctrina oficial prosigue, « los cuerpos humanos están en el espacio y están somelidos a las leyes mecánicas que gobiernan a todos los de­ más cuerpos en el espacio. Los procesos y estados corpo­ rales pueden ser inspeccionados por observadores exter-

nos... pero las mentes no están en el espacio. La actividad de una mente no es testimoniable por otros observadores; su carrera es privada. Sólo yo puedo tener conocimiento directo de los estados y los procesos de mi propia mente. Una persona, por consiguiente, vive a través de dos histo­ rias colaterales, una consistente en lo que pasa en y a su cuerpo; la otra, consistiendo en lo que pasa en y a su mente. La primera es pública, la segunda privada» (p. 11). Esta doctrina es, con toda justeza, denominada por Ryle el mito del fantasma en la máquina. Aun cuando el problema puede abordarse desde la perspectiva de la ló­ gica de las categorías lingüísticas empleadas en la des­ cripción de los eventos y relaciones denominadas cuerpo y mente o materia y espíritu, el problema no se reduce a una cuestión de lógica de la ciencia o epistemología ex­ clusivamente. Ryle, señala que esta doctrina dualista «...es un gran error y un error de tipo especial. Es, a saber, un error categorial. Representa los hechos de la vida mental como si pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o rango de tipos o categorías), cuando en realidad pertenecen a otra. El dogma es por consiguiente un mito filosófico» (p. 16). No sólo eso, sino que al identificar a cada una de las dos instancias de la dualidad con las aproximaciones filosófi­ cas tradicionales, el materialismo y el idealismo, se pre­ tende discutir en el plano de las sustancias lo que cons­ tituye. en esencia, un problema de categorías. Ryle conti­ núa expresando que «...la creencia de que existe una opo­ sición polar entre Mente y Materia es la creencia de que son términos de un mismo tipo lógico... Tanto el Idealis­ mo como el Materialismo son respuestas a una pregunta inapropiada..
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