El Chico de La Piel de Cerdo y Otros Relatos Que Jamás Deberías Leer - Raiza Revelles

November 21, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download El Chico de La Piel de Cerdo y Otros Relatos Que Jamás Deberías Leer - Raiza Revelles...

Description

 

Índice

 

 

 

 

 

 

 A mi hermana hermana Renata, por por haber sido  mi primera lectora lectora cuando éramos niñas. niñas. Y a mi mamá, por haberme contagiado el gusto por lo oscuro y aterrador.

 

¿Alguna vez vez has sentido que la idea de una aventura aventura está sobrevalorada? sobrevalor ada? Tal vez lo has sentido cuando tus ami amigos gos deciden invitarte de de esta la noche antes del examen nal de Tri Trigonometría. gonometría. O cuando has visto personas saltar con paracaídas por televisión y  eso, en vez vez de despertar tu interés, simplemente hhace ace que tu estómago dé una vuelta como si fuera un hot cake sob sobre re la sartén. Todos dicen dicen querer una, pero en verdad, ¿qué tan importante importante es una aventura aventura para una buena vida? Una aventura  aventura  no te da estabilidad,, no te garantiza salud y, estabilidad y, mucho menos, un buen buen historial crediticio. Y todos sabemos lo importante que es eso hoy en día. Simplemente, como muchas otras cosas, la idea de que las personas necesitan experimentar algo extraño, novedoso o intenso, es algo que nos ha vendido Hollywood durante años con sus programas y películas irreales. Una vida sencilla y rutinaria es lo que la gente necesita para ser verdaderamente feliz.

 

 Y justo eso estaba pensando Oriel Davidoff mientras tomaba tranquilamente su café de las mañanas, sin azúcar y sin crema. Simple, sin aditivos, aditivos, tal cual debe de be tomarse el café. Todo indicaba que sería un lunes cualquiera. Despertó a la hora en que siempre lo hacía, a las 6:15 a.m. exactas, y encendió la radio para escuchar la repetición de la conferencia del presidente Nixon de la semana anterior sobre la situación económica del país. Se dio un baño rápido, sin olvidarse de usar el jabón que el dermatólogo le indicó para su piel sensible y se puso las gotas que empezó a usar desde que se dio cuenta de que sus ojos se resecaban por estar tanto tiempo bajo el ventilador en la ocina. Lo único que sería distinto en esa semana es que su supervisor regresaría a la ocina después de haber estado trabajando varios meses en otro estado del país, pero eso era algo perfectamente común. Salió a recoger el periódico que ya estaba esperándolo en la entrada de su casa y aprovechó para saludar a la señora Tasha, quien estaba en ropa deportiva saltando la cuerda. Desde que se divorció, Tasha había hecho una dieta tras otra y se ejercitaba todas las mañanas; sin embargo, Oriel no había notado cambio alguno en ella desde el día en que empezó con este estilo de vida. Y eso había sido hacía seis años. Oriel regresó a su casa y comió sin prisa las claras de tres huevos  y una pieza de pan tostado. Todo sin sal, por supuesto, porque debía cuidar su consumo de sodio. Alzó su taza y la acercó para inhalar profundamente. Delicioso. Nada como ese olor del café antes de empezar ocialmente sus tareas del día. Subió de vuelta a su habitación y se puso unos pantalones de  vestir color mandarina y una camisa blanca de botones. Ambas cosas las había planchado la noche anterior, después de encargarse de pulir bien sus zapatos. El olor a menta y detergente seguía muy  presente en la ropa y Oriel pasó las manos por encima de su atuendo para asegurarse de que no tuviera ninguna arruga, pelusa o hilo fuera de lugar. Se jó en el espejo, todo parecía estar en orden.

 

Caminó hacia su vestidor y tomó un pequeño peine de dientes alados, el cual pasó por su cabello y meticulosamente por su bigote. Hoy lucía de un tono marrón vibrante, bastante rojizo, del cual estaba muy orgulloso. Retocaba el color cada tres días para cubrir sus canas prematuras y hasta ahora nadie parecía notar que se teñía el cabello. cabello. Última revisión. Todo parecía estar en orden… excepto por un pequeño detalle. Entrecerró los ojos para asegurarse de que estuviera viendo bien y  se acercó más al espejo. Efectivamente. Había algo fuera de lugar, lugar, después de todo. Saliendo de su fosa nasal derecha había un vello largo y negro. Intentó rascarse la nariz para ver si se acomodaba solo hacia adentro, pero no se movía. Se alejó un poco más del espejo para decidir si era muy notorio o si solo estaba, como le repetía su madre, dándole importacia a algo que nadie, más que él, notaba. Pero sí, sí podía notar ese vello a una corta distancia. Se veía, de hecho, bastante grueso, y Oriel se preguntaba cómo es que no lo había notado antes. Ni hablar, tendría que encargarse de él antes de ir a trabajar. Encontró rápidamente en uno de sus cajones una pinza delgada para la ceja y tomó aire antes de acercarla a su nariz. La verdad es que pocas veces había tenido que quitarse vellos de esta manera, pero cuando lo hizo no había sido nada placentero. El dolor duraba un segundo, sí, pero era incómodo y Oriel evitaba todo tipo de incomodidad. Bien, era el momento de hacerlo, no podía permitirse llegar tarde. Tomó la pinza y la acercó lentamente a su nariz. Aguantó la respiración y atrapó el molesto vello. Solo un pequeño jalón y listo. Cerró los ojos y tiró con fuerza. Pero nada. El vello se quedó ahí. Oriel pasó la lengua por sus dientes frontales mientras

 

observaba la situación confundido. Ni siquiera había sentido la punzada de dolor, lo que signicaba que tal vez no había agarrado el vello como creyó. Tal vez su vista estaba empeorando. Sacó los lentes del estuche gris que llevaba siempre en su maletín y se los puso. Ahora que podía ver el vello de forma mucho más clara, se daba cuenta de que estaba más largo de lo que había creído; no era común para él tener vellos de ese tamaño en la nariz. ¿Sería una señal de que estaba envejeciendo? Había escuchado que ese tipo de cosas podían llegar a pasar… Poniendo especial atención, acercó la pinza nuevamente a su nariz. Iba a usar más fuerza esta vez, así que debía prepararse para el dolor. Contó hasta tres en su mente con lentitud y jaló tan fuerte como pudo pu do.. Oriel se quedó tieso tieso.. La pinza en su mano no sostenía un vello nasal extremadamente largo, no. Era algo mucho más inesperado que hizo que su piel se erizara al instante. instan te. Retorciéndose, y cubierta de una capa de moco, estaba una cucaracha de antenas largas. Era pequeña y con la mitad del cuerpo pintada de un tono mostaza. Oriel se preguntaba horrorizado cómo pudo estar todo ese rato adentro de su nariz sin que él lo notara. La cucaracha movió las antenas y Oriel, espantado, sacudió la mano, por lo que el bicho salió volando hasta el otro lado de la habitación. La cucaracha se perdió en algún punto entre la cama y  el buró junto a ella. Oriel se sentía impactado y asqueado. Volvió a mirarse en el espejo y con el dedo pulgar separó la fosa nasal tanto como pudo para ver si había algo más. Inclinó la cabeza hacia arriba hasta que el cuello le dolió, pero por más que buscó no vio nada. Tomó un cotonete y hurgó en ambos lados de la nariz, tratando de encontrar algo, pero no parecía haber otra cucaracha. Seguramente ya no había más, seguramente se trataba de un mero accidente. Estas cosas pasan, la gente se come arañas mientras duerme y no signica que se despierte llena de animales.

 

Intentó relajarse con las respiraciones que le recomendaba su terapeuta, pero la noción de que un bicho había estado dentro de su nariz dejando todo tipo de suciedad lo alteraba muchísimo. Corrió al baño y se lavó la cara una vez más con todos los productos que tenía para el cuidado de la piel. Lavó y desinfectó las pinzas que usó para sacar la cucaracha y se hizo una limpieza rápida de nariz con uno de esos espráis que venden para la congestión nasal. No era lo ideal, en realidad preferiría poder usar agua con sal, pero el reloj en su muñeca marcaba las ocho de la mañana, por lo que tenía que salir de su casa en ese momento o no llegaría a tiempo a la ocina. Salió del baño sintiéndose fresco, oliendo a jabón y un poco más tranquilo. Pasó la mirada por el piso de su habitación tratando de encontrar la cucaracha, pero no tuvo suerte. Seguro ya estaba escondida en algún hueco. Al regresar del trabajo tendría que rociar algo para deshacerse de ella. Salió de casa y se subió a su Datsun amarillo. El interior olía a una mezcla de canela y plástico. Condujo hacia el centro de la ciudad con las ventanas abajo, dejando que la cálida brisa de verano le tocara la piel. No era algo que hiciera seguido, pero cuando se sentía tan tenso como ese día, esto parecía ayudarle a calmar los nervios. «Big Yellow Taxi  »»  de Joni Mitchell sonaba en la radio y  Oriel movía ligeramente la cabeza al ritmo de la música mientras mantenía la vista en las calles frente a él. El sol ya se posaba alto en el cielo y todo estaba cubierto por un tinte amarillento. Dio un rápido vistazo al reloj; a la velocidad que iba, tenía todavía quince minutos para llegar. Odiaba llegar tarde, no lo había hecho desde hacía un año, cuando luego de un incidente con su supervisor no pudo salir de casa a tiempo, debido a una úlcera estomacal que no le permitía despegarse del inodoro por temor a manchar todo con los contenidos de su estómago. Lo que había ocurrido para dejarlo en ese estado era algo en lo que no le gustaba pensar. Era casi como si lo guardara en secreto incluso para sí 

 

mismo. A veces le venían breves recuerdos en momentos al azar y  tenía que hacer lo que fuera para sacarlos de su mente, por miedo a que ocurriera otro episodio como el de aquel día. Tenía una expresión compungida cuando nalmente llegó al edicio color crema de su trabajo. Oriel trabajaba en el corporativo de Wesbanco, un  holding  bancario de buena reputación en el que llevaba laborando ya dos años en el área de las inversiones. Encontró lugar cerca de la puerta de entrada y se bajó con su maletín en la mano derecha. Wesbanco estaba cerca de un restaurante de comida rápida y el aire olía levemente a pollo frito. Oriel se rascó la nariz al sentir una leve comezón y tuvo que cerrar la mano izquierda, enterrándose las uñas con fuerza para tratar de no caer en paranoia. ¿Qué tal si había otro bicho? ¿Qué tal si la comezón que sentía era porque sus antenas estaban rozándole la nariz por dentro? Decidió no perder más tiempo y, sin importarle nada, corrió hasta su cubículo. Hizo todo lo que pudo para no lanzar su maletín  y se sentó con calma. Respiró profundo profun do.. Inhaló. Exhaló. Inhaló de nuevo nuevo,, más profundo. Exhaló con fuerza. Todo estaba bien, cosas así pasaban. Por supuesto que sí. No tenía por qué pensarlo tanto. V Volvió olvió a sentir comezón come zón y se rascó con tanta fuerza que se hirió. —¿Todo en orden? Levantó la cabeza y se topó con su supervisor, Vasyl, con la frente arrugada por la preocupación. Su cabello negro y ondulado estaba tan bien peinado como siempre y traía puestos unos lentes tipo aviador. —Sí, todo bien —dijo Oriel entre dientes. Sentía sus adentros como si acabara de tragar una enorme cantidad de cemento. Odiaba

 

interactuar con otras personas cuando se sentía así de vulnerable, especialmente odiaba sentirse así frente a su supervisor. —¿Estás seguro? Oriel se quitó los lentes para limpiarlos. Ahora que no los tenía puestos, sus ojos se veían más pequeños, pero más verdes. —Te ves preocupado. —Solo no tuve la mejor mañana de todas. No es nada. —Oriel pasó saliva—. Bienvenido de vuelta, jefe. —Gracias. Es bueno estar en casa. Los dos se quedaron mirándose en una pausa incómoda, sin saber cómo continuar o qué decir. Vasyl lo había visto en su peor y  más bajo momento, y él sabía que por eso estaba ahí queriendo apoyarlo,, pero eso solo hacía qu apoyarlo quee Oriel se sintiera peor. peor.  Vasyl  V asyl se encorvó un poco, como tratando que los demás no escucharan lo que iba a decir. Olía a loción para después de afeitarse y a una fragancia amaderada. Su cuello brillaba con una capa muy ligera de sudor sudor.. —Está bien si necesitas tomarte un descanso. Sé lo mucho que te exiges. —De verdad no es necesario. No te preocupes. —Le ofreció una diminuta sonrisa blanca, para tratar de verse más amable.  Vasyl  V asyl colocó su mano sobre el hombro de Oriel y esto le hizo dar un salto de inmediato. Se movió con tanta brusquedad que su silla chocó contra el escritorio y tumbó un lapicero. —Lo siento. —La cara de Vasyl estaba toda roja, y dio unos pasos hacia atrás—. No quise… —Se humedeció los labios—. Perdona.  Y Oriel corrió. Subió al baño de hombres en el segundo piso, que casi siempre estaba vacío. Era excesivo, pero no quería toparse con nadie. Se acercó al lavabo y se miró en el espejo. Se repetía una y otra vez que estaba exagerando. Que no era para tanto. Que su terapeuta y  él estaban lidiando con sus ataques, que solo tenía que respirar y 

 

centrarse. Pero únicamente le llegaban imágenes intermitentes del año anterior cuando Vasyl fue a visitarlo con una botella de vodka un martes por la noche. Le venían los recuerdos de una mano rozando su brazo, otra mano tomando su rodilla y el fuerte olor a alcohol que hacía que su estómago se enroscara. Pero entonces lo notó. Otro vello largo saliendo de su nariz. Su pecho se contrajo. Acercó su mano lentamente, esperando que en el trayecto todo desapareciera y simplemente fuera uno de sus episodios. Pero sostuvo el vello entre sus dedos índice y pulgar y todo seguía igual. Era real, no estaba alucinándolo. Sentía la garganta seca y llena de aserrín, y las rodillas le temblaban. Apretó y relajó los dedos de los pies dentro de sus zapatos. Sin respirar, respirar, tomó valor y jaló con fuerza. El corazón le dio un salto. Era otra de esas cucarachas, pero esta vez se veía mucho peor. En realidad, eran dos cucarachas, pero por alguna malformación estaban unidas por la parte trasera y esto las hacía parecer una sola. Tenían el cuerpo grueso y las patas pequeñas, y estaban tratando de moverse para subirse a su mano o para que soltara la antena que tenía atrapada. Era una imagen horrible y la cara de Oriel se torció en una expresión de asco. ¿Cómo era posible que esas cosas estuvieran dentro de él? ¿Cuántas más se alojaban ahí? ¿Cómo podría sacarlas? ¿Podrían entrar a su cerebro? «¡Oh, cielos! Por favor que no puedan entrar a mi cerebro». Lanzó el bicho lejos y para este momento, por más que respiraba, sentía que no estaba recibiendo suciente aire. Se estaba ahogando. Denitivamente, se estaba ahogando. No podía respirar. Sentía la parte trasera de su camisa completamente empapada de sudor. Sintió una muy ligera comezón en la nariz y con terror volteó hacia el espejo para ver otra cucaracha saliendo de su nariz

 

rápidamente y tratando de subir hacia su frente. Gritó y con la palma de la mano apartó la cucaracha con la fuerza suciente para que chocara contra el espejo. El cuerpo de Oriel temblaba con tanta fuerza que le costaba trabajo mantenerse de pie. El baño estaba volviéndose una mezcla de luces y colores, todo se veía como si estuviera derritiéndose. Sentía el cuerpo apretado, gomoso y caliente, muy caliente. Se sostuvo de algo, no sabía qué era para este momento, y vomitó hacia el espejo que estaba frente a él. Todo quedó cubierto de las claras de huevo y el café del desayuno. Empezó a jadear por el esfuerzo y  sudaba tanto que sus manos estaban complemente húmedas y  resbalosas.  Vomitó  V omitó de nuevo nuevo.. Se tocó el estómago mientras seguía dando arcadas. El baño apestaba a ácido estomacal. Pero entonces todo empeoró. No podía creerlo. Simplemente no podía ser. Todo estaba lleno de bichos. ¡Todo! Estaban caminando entre sus jugos gástricos. No había tantos hacía unos momentos. ¿De dónde salieron? Lo pensó unos segundos. No, eso no podía ser. Todo lo que llega al estómago se muere, no podían haber sobrevivido ahí dentro. Su cuerpo tuvo un espasmo más por el puro y completo asco que sentía. Volvió a vomitar, pero como ya no tenía más comida en el estómago, claramente pudo ver cómo de entre el líquido viscoso salían montones de cucarachas. Oriel gritó con toda la fuerza que le quedaba. Después de lo que le parecieron eternidades, entraron dos de sus compañeros haciendo chocar la puerta contra la pared. Uno de ellos lo ayudó a salir del baño, el otro llamó a una ambulancia. En algún momento alguien le dio algo de agua, pero prácticamente toda resbaló por su barbilla. Se sentía con la cabeza llena de algodón y como si le hubieran quitado todos los huesos del

 

cuerpo. No se había dado cuenta antes de lo intensas que eran las luces dentro de la ocina, pero en este momento les hacían daño a sus ojos.

 

Escuchó a una compañera mencionar que debían fumigar el baño, otra decía que tal vez Oriel necesitaba una Coca-Cola para que le subiera el azúcar. A lo lejos podía escuchar a alguien teclear en una máquina de escribir con muchísima fuerza. Cerró los ojos preguntándose cómo podían trabajar con tanto ruido.

En su sueño volvió a esa noche en la que Vasyl fue a visitarlo. No llamó antes, simplemente timbró a las diez de la noche y le preguntó a Oriellossi muebles podía pasar. los sueños nunca pueden ser realistas, todos de laComo casa estaban otando. Tal vez era una proyección de su subconsciente o algo así. Proyectaba en vida real esa sensación burbujeante que Vasyl le provocaba ppor or dentro. Oriel lo dejó pasar y pusieron a los Beatles en el tocadiscos. Estaban bebiendo en el sillón otante, usando nubes color lavanda como portavasos. Vasyl Vasyl traía ropa informal: unos pantalones pantalone s grises y  una camisa de rayas. rayas. No recordaba de qué platicaban, pero oía a Vasyl reír como nunca atrás se le hicieron pequeñas arrugasantes. en losEchó ojos. la Sucabeza cabellohacia estaba todoy revuelto y su piel se veía dorada. —Me agradas —le dijo Vasyl, con los labios mojados por el alcohol. Se acercó un poco y Oriel lo hizo también. —Tú también me agradas —respondió con una sonrisa tonta. En un momento el techo estaba hecho de agua y la sala ya no se hallaba en su casa sino en el jardín, pero lo que se mantenía el a lo que en verdad sucedió fue que Vasyl y Oriel se besaban. El beso era suave y lento, sin prisa alguna. Vasyl le rozó la pierna con una

 

de sus manos y Oriel agarró con fuerza su camisa. Pero después, nada. Oriel entró en pánico y le pidió que se fuera  y luego el techo de agua cayó sobre su cabeza y lo hizo despertar. despertar.

Abrió los ojos para toparse con la luz de lo que parecía una lámpara, que casi lo dejaba ciego. —Buenos días, señor Davidoff. —Escuchó una voz desconocida, pero seguía sin poder ver nada por la luz—. Nos tenía muy  preocupados —dijo el desconocido. —¿En dónde estoy? —preguntó con voz le rasposa la luz se alejó. Sentía gruesa la lengua y su garganta parecíacuando una lija. —En el hospital St. Astius —respondió la voz—. Soy el doctor Becker. —Una pausa—. Es una suerte que haya llegado en este momento. Nunca había visto una situación como esta en todos mis años de práctica. Sus ojos se ajustaron a la luz y pudo ver al doctor Becker, de nariz aguileña y cabello rubio, anotando algo. —¿Qué es lo que tengo? —preguntó, tratando de retomar la compostura. Notó que traíahabía puesta una inconsciente. bata de hospital y se preguntaba cuánto tiempo estado Se sentía lleno de tierra y quería bañarse para quitarse esa sensación. —La realidad es que no lo sabemos. —Cambió su peso de un pie al otro—. Le realizamos un lavado de estómago ayer cuando llegó y con toda franqueza le digo que lo que menos esperaba era sacar insectos vivos de su tracto digestivo. —Presionó dos veces la parte superior de su pluma para que hiciera un suave «clic»—. Y en una cantidad considerable. —También están en mi nariz —dijo con un escalofrío. ¿Cómo

 

había sucedido esto? l tenía su casa en las condiciones más pulcras posibles, rara vez veía una hormiga, mucho menos una cantidad tan grande de cucarachas. —Es la primera vez que me topo con algo así —insistió el doctor —. Ya mandamos algunos de los insectos al laboratorio para que sean analizados, pero necesitaremos hacer más pruebas para ver en qué otras partes de su cuerpo se alojan. Oriel asintió con la cabeza, aún sintiéndose desorientado. Todo estaba pasando muy rápido. El día anterior estaba saludando a su  vecina como todos los días y al siguiente era un caso médico extraordinario. —Lo mejor es que empecemos con las pruebas esta tarde —dijo el doctor. Oriel volvió a asentir, sintiéndose como muñeco de trapo —. ¿Hay alguien a quien quiera que llamemos? ¿Algún familiar? Oriel pensó en sus padres. Ambos vivían en Toronto y  ocasionalmente lo llamaban para asegurarse de que estuviera bien y  para tratar de persuadirlo de volver a casa con ellos. Sin embargo, su madre sufría de hipertensión y su padre era terrible guardando secretos, así que lo mejor era no avisarles hasta que hubiera salido de la situación. —No, muchas gracias —respondió con un hilo de voz. Iba a enfrentar esto solo, como todas las otras cosas en su vida.

Los siguientes días pasaron de manera borrosa entre pruebas de sangre, rayos X, exámenes, documentos que q ue debía rmar rmar,, pastillas y  sopa de verduras. Oriel se sentía como puré de manzana sobre la cama del hospital. Los doctores no tenían respuestas para él, solo había algo

 

claro: los bichos no n o dejaban de d e aparecer aparecer.. No eran cucarachas como en un inicio había pensado, pero tampoco tenían idea de qué eran. No se había registrado un caso como ese en toda la historia. Era totalmente lo opuesto a la losofía de vida que él tenía. Lo que menos quería era ser sobresaliente en algo. Solo deseaba una existencia sencilla, cómoda y libre de estrés, perderse entre la gente. Pero al parecer la vida tenía otros planes para él. Oriel ahora vivía en un constante estado de alerta. Si sentía la más ligera comezón en la nariz, tenía miedo de volver a ver esos bichos nauseabundos salir de su cuerpo. Escuchó que tocaron a la puerta y una enfermera entró para decirle que tenía una visita. Oriel no tenía ánimos para ver a nadie, pero aun así aceptó que la persona pasara. Una pequeña parte de él  ya sabía de quién se trataba, aunque no quisiera aceptarlo, aceptarlo, y   justamente, después de unos momentos, entró Vasyl con un globo azul en la mano. El globo tenía escrito «Mejórate pronto» en letras plateadas. —Hola —dijo Vasyl. Parecía venir del trabajo porque traía puesto un traje azul marino y una corbata. —Hola. —Oriel se frotó el brazo derecho. —Te traje un globo. —Vasyl sonrió y dejó el globo junto a la cama. —Gracias —respondió Oriel. Hubo una pausa larga e incómoda. Oriel cruzó y descruzó los brazos. Unos niños pasaron riéndose en el pasillo de afuera. —No quiero que las cosas sigan así entre nosotros —dijo Vasyl rompiendo el silencio—. Me importas y… —Apretó los labios—. Tú sabes que me importas y no me agrada que estés aquí pasando por todo esto y yo no pueda acompañarte. —No quiero hablar de eso aquí, es un tema privado. —Oriel levantó el vaso de agua que estaba junto al globo y le dio un trago. —Nadie nos está escuchando. —Vasyl frunció el ceño—. Y qué

 

importa si alguien nos escucha. ¿Qué tiene de malo decirte que me importas? —Vasyl —Vasyl venía de Boston y, y, aunque disfrazaba muy bien su acento, cuando se enojaba se le notaba más—. Pasé un año tratando de dejar todo atrás, pero regresé por ti. —Bajó la mirada a sus mocasines. —Yo no quiero vivir así. Yo quiero vivir bien —dijo Oriel, haciendo los hombros hacia atrás. Otra pausa. Oriel podía sentir algo vibrando dentro de él y en ese momento no sabía si era nerviosismo o los huéspedes que estaban habitándole el cuerpo. Vasyl pareció querer hablar varias  veces, pero no se decidía. Oriel le dio otro trago a su vaso de agua. Toda la habitación olía a la loción de su jefe. —Mi madre siempre decía que… —Vasyl se aclaró la garganta—. Mi madre siempre decía que a veces guardamos nuestros temores en cajas bajo llave cuando no queremos enfrentarlos porque nos da miedo que nos muerdan y nos coman. Pero luego escapan y nos comen de todos modos. Oriel no sabía qué responder a eso. Toda su vida estaba llena de cajas bajo llave llave.. —A mí no me importas. Yo no soy uno de esos —dijo, poniendo especial énfasis en esos. El corazón no se rompe de forma literal, pero sí se le puede quebrar a alguien un poco de su espíritu. Y eso fue lo que vio Oriel en los ojos de Vasyl en ese momento: un espíritu que acababa de ser agrietado agrietad o. —Entiendo. Respeto tu decisión —dijo con voz pesada—. Ya no te molestaré más, Oriel. Lo lamento.  Y salió de la habitación dejando en el aire el olor a su loción.

 

Pocas horas antes de que empezaran los exámenes de ese día, Oriel sintió algo debajo de la piel. Comenzó como un ligero cosquilleo en la pierna y pensó que simplemente se le había adormecido. Movió la pierna un poco, dobló y estiró la rodilla para tratar de mejorar la circulación. Por un momento sí pareció ayudar, pero luego la sensación se transrió a uno de sus brazos, y aunque intentó hacer lo mismo, cerrando y abriendo la mano, sabía que esto podía signicar algo más peligroso, como problemas cardiacos. Estaba por llamar a la enfermera cuando la sensación avanzó hacia el cuello y  entonces se dio cuenta de que no tenía relación con su torrente sanguíneo. Puso una mano sobre su cuello y entonces lo sintió. Algo se movió por debajo de su piel. Todo su cuerpo se tensó como si fuera un resorte antes de saltar saltar.. Repentinamente sentía frío y calor al mismo tiempo y su respiración se aceleró. La bola bajo su piel comenzó a subir y Oriel presionó su mano contra esta, tratando de aplastar al bicho que estaba debajo antes de que llegara a su cara. Pareció funcionar. Se detuvo, pero no quitó su mano de ahí; hasta que lentamente volvió a percibir movimiento. Empezó a temblar cuando sintió que dos bichos escalaban por su mandíbula. Intentó aplastarlos de nuevo, pero entonces, por el otro lado de su cuello, algo más estaba subiendo. Gritó mientras sentía cómo poco a poco más animales caminaban por dentro de su cara. Tal vez eran unos diez o quizá veinte. Se movían por debajo de su frente, de sus pómulos, de su barbilla. Oriel quería arrancarse la cara y justo eso hacía cuando empezó a enterrarse las uñas en las mejillas, tratando de extirpar esos malditos insectos. Arañó y arañó hasta que sus manos y las cobijas quedaron llenas de sangre. Logró arrancarse un pedazo de piel de la sien y otro pedazo de encima del labio. Estaba tratando de escarbar cuanto pudiera para sacarlos, pero por más que se golpeaba la cara para aplastarlos y por más que transformaba su piel en tiras, cada vez parecía haber más bichos.

 

 Vio un bulto avanzar ppor or su brazo derecho y saltó de inmediato enterrándose los dientes con fuerza. Se arrancó un trozo y la sangre resbalaba profusamente. Introdujo sus dedos entre los tendones, sin importarle el daño permanente que se podría causar y logró sacar una de esas malditas cucarachas. Esta era más grande y gorda que las que habían salido de su nariz y su estómago hacía unos días,  y con odio la apretó hasta que explotó en su mano. Se sintió satisfecho por unos segundos pero volvió a sentir movimiento dentro de su palma. Confundido, abrió la mano solo para ver cómo sobre el cadáver del bicho ahora había dos nuevos. —¡Aléjense de mí, malditos! —exclamó—. ¡Déjenme en paz! Los enfermeros entraron y lo detuvieron rmemente, pero Oriel luchaba con todas sus fuerzas. —¡Están bajo mi piel! —aulló—. ¡Quítenmelos! ¡Quítenmelos! Sintió el pinchazo de una jeringa y después todo se apagó. Cuando despertó, los doctores le informaron lo que ya temía. El laboratorio no había logrado determinar qué tipo de insectos eran, pero lo que sí sabían era que Oriel estaba completamente infestado. Todos sus órganos internos, incluyendo su cerebro, estaban llenos de estos bichos. Tuvo una oleada de ansiedad en todo el cuerpo. Casi podía sentir a los bastardos caminando adentro de su cráneo. Su piel pulsaba por el dolor de las heridas y ya no tenía la fuerza para mirarse al espejo y ver cómo había quedado su rostro después de lo que acababa de pasar. pasar. De momento, no tenían una solución, solo le comentaron que desafortunadamente todos los bichos debían ser contenidos y no exterminados, ya que, cada vez que uno moría, aparecían otros. Los médicos no le encontraban sentido a esa forma de multiplicarse, pero estaba siendo un verdadero problema, ya que otros cinco pacientes habían sido infestados, así como algunos miembros del equipo médico m édico.. Oriel se quedó sentado en su cama viendo el globo azul que le

 

había llevado Vasyl, quien no había vuelto a visitarlo, ni a llamarle, ni a enviarle una carta. Dentro de todo estaba bien con eso: no quería arrastrarlo a esa  vida en el hospital y mucho menos contagiarlo de estos bichos. Pero Pero aun si este resultado hubiera sido inevitable, se imaginaba que pudo haber vivido un camino más feliz. Oriel sostenía que él no era una persona a la que le gustara la idea de una vida extrema tomando riesgos. Pero tal vez pudo haber encontrado aventura en pequeños momentos de valentía. Y quizás eso lo hubiera hecho sentir más completo. Los días fueron pasando y poco a poco las cosas más sencillas le iban pareciendo difíciles. Ya no podía comer: todo el tiempo se sentía lleno por los bichos en el estómago, por lo que debía alimentarse por vía intravenosa. Los insectos se alteraron en una ocasión y un grupo de ellos le perforó uno de los ojos en sus intentos de salir. Oriel ahora usaba un parche para cubrirlo. Tan seguido como se podía, los doctores le realizaban operaciones para tratar de sacarle de los órganos cuantos insectos pudieran. En dónde estaban colocando todos estos bichos, Oriel no tenía idea y realmente no le interesaba. Por ahora eso estaba prolongando su vida mientras lograban encontrar una solución permanente. Oriel no tenía expectativa alguna. Estaba bien si los tratamientos funcionaban y también si no lo hacían. Solo había un pensamiento que lo incomodaba por las noches y era el hecho de que, por más llaves y cajas que usó, al nal se lo comerían.

 

Por el pueblo pueblo corrían rumores de que su abuela era aamiga miga de las brujas. Decían Decían que cumplía con encargos que le daban daban y  y las asistía en sus hechizos. hechizos. Un hombre hombre le dijo que la había visto comprar hierbas hierbas extrañas en el mercado. mercado. Una señora le contó que la espió espió mientras acomodabaa velas en un círculo en el bosque. Y los veladores acomodab v eladores del pueblo comentaban comentaban que por las noches salía de la  la   casita que compartía con su nieta, para encontrarse en los cruces de cruces  de caminos con los clientes clientes de sus amigas. Pero nadie pensaba que su abuela fuera una bruja también porque había vivido toda su vida en el pueblo y no había transformado a nadie en sapo o echado una maldición ni una sola  vez. En todos los años que la abuela había estado ahí, se había comportado como una persona perfectamente ordinaria.

 

Sin embargo, decían que todo cambió cuando la abuela quiso ser madre. Pasó su juventud tratando de lograrlo, pero su deseo nunca se cumplió. Cuando su cabello se volvió gris, la vieron ponerse un buen par de botas y partir hacia el bosque con una canasta. Estuvo ahí un par de días y, cuando regresó, lo hizo con una niña pequeña a la que presentó como su nieta. Zavia no les creía ni una palabra. Su abuela no hacía nada fuera de lo común en casa. Le leía historias de princesas, le enseñaba a tejer y horneaban juntas galletas de vainilla. Cosas completamente ordinarias. Al menos la gente del pueblo que se creía todos esos tontos rumores no las rechazaba. Al contrario, constantemente buscaban estar en buenos términos con ellas para que su abuela les pidiera favores a las brujas. —Los vecinos nos trajeron pay de arándano —comentó Zavia dejando el pastel sobre la mesa de la sala. Su abuela solo le dio una mirada al regalo antes de seguir tejiendo en su silla. Movía las agujas y el estambre con dedos temblorosos por la artritis. La abuela estaba tejiendo mucho últimamente porque decía que, por su edad, Zavia pronto crecería y luego la ropa que tenía ya no iba a quedarle. —Tíralo —le dijo su abuela. Los pliegues a los lados de sus ojos eran más profundos cuando los entrecerraba. —¿Por qué siempre tiramos lo que nos regalan? —le preguntó con curiosidad. La abuela no le permitía probar un solo bocado de los postres o comidas, ni usar los adornos que le traían y tampoco hablar con los que llegaban pidiendo un favor. —Los regalos deshonestos vienen con un anzuelo. El sedal es invisible, pero créeme que hay alguien esperando del otro lado con la caña de pescar lista. La abuela siempre hablaba así de los demás: esperaba lo peor de todos. Especialmente de las personas que querían algo de las

 

brujas. Pero Zavia no creía en las brujas y sabía que la abuela no estaba involucrada con nada mágico, mágico, así que no lo pensó tanto cuando una pequeña niña tocó la puerta de su casa para ofrecerle girasoles de su jardín.

 

—Los mandan mamá y papá —dijo la pequeña, que lucía dos coletas y vestido color canario—. Para Para tu abuela y para ti. —Sonrió. —¿Qué están buscando? —preguntó Zavia, con curiosidad. Su abuela había salido a comprar más estambre y no había nadie que la regañara si hablaba mucho con esta niña. —No me lo dijeron. —La niña se encogió de hombros hombros.. Contrario a lo que su abuela le hubiera dicho, dicho, Zavia decidió salir a jugar con su nueva amiga. Se llamaba Dada, tenía ojos azules y la piel casi tan oscura como ella. Era algo bajita para su edad y tenía pestañas largas. —¿Nunca has jugado a las escondidas? —le preguntó Dada. Zavia negó con la cabeza. —¡Pero —¡P ero todos saben jugar a las escondidas! e scondidas! —Mi abuela nunca me deja jugar con otros niños —confesó Zavia, pateando la tierra bajo su zapato—. Dice que es peligroso y  que algo malo puede pasar. —Pero ¿qué podría pasar? —A Dada se le hicieron hoyuelos en las mejillas al sonreír. —No lo sé —contestó Zavia—, pero mi abuela dice que no debo hablarles a los que quieren favores porque me toparé con cosas malas. —Pero yo no quiero favores. —Tus padres sí. —Zavia torció la boca. —Pero yo no. —Dada plantó un pie en el piso rmemente. Empezaron a jugar y Zavia aprendió que le gustaba mucho jugar a las escondidas. Era un juego muy fácil, pero también le parecía muy divertido. De no ser porque su abuela la regañaría, le

 

encantaría poder jugar a esto con Dada todos los días. Era su turno de buscar y Zavia contaba con la frente pegada al tronco de un árbol. —Lista o no, allá voy —exclamó, corriendo para encontrar a Dada. Mientras corría no se percató de una pequeña piedra que estaba sobre el pasto, la cual la hizo resbalar, y Zavia voló por unos segundos. Cayó con fuerza y se raspó la rodilla. Se incorporó, sintiéndose un poco desorientada por la sacudida. —¿Estás bien? —le preguntó Dada, saliendo de su escondite y  precipitándose hacia ella—. Zavia… Tu pierna. —Las cejas de su amiga se levantaron muy alto por la sorpresa. Zavia estaba confundida porque no sentía dolor, ¿qué tan mal podría estar ese raspón? Bajó la mirada e inhaló con fuerza. Del raspón en su rodilla se asomaba un montón de algodón blanco.. Metió los dedos y lo quitó, pensando que se le había pegado blanco del piso, pero para su sorpresa solo había más algodón debajo. Empezó a sacar más y más, pero el algodón seguía y seguía saliendo. Abrió un poco más la herida y a sus oídos llegó el ruido de tela descosiéndose. Ese no era el sonido de la piel cuando se hería. Además, no sentía nada, era como si no fuera su pierna. De pronto vio a su abuela caminando hacia ella muy enfadada, con su canasta llena de las compras del día. —¿Qué estás haciendo aquí, Zavia? —La cara de la abuela estaba fruncida por el enojo, sus manos apretaban tanto la canasta que Zavia pensó que se rompería—. ¡Regresa a casa ahora mismo! — ordenó. Zavia se levantó y corrió a casa sin despedirse de su nueva amiga. Probablemente era la última vez que se verían. Mientras regresaba no podía dejar de pensar en que los estambres que traía su abuela en la canasta tenían el color de su cabello y otros tenían el color de su piel.

 

 Y mientras dejaba un rastro de algodón detrás de ella al correr, correr, se dio cuenta de que lo que dijo su abuela resultó cierto. Pero también lo que decían los rumores que corrían en el pueblo.

 

Lo primero que primero que debes recordar, y lo más importante, es que Ellen no mató a I ván.  ván. Sin importar importar lo que hayas escuchado, lo que te hay aann dicho, lo que pensaste, pensaste, o cualquier otra cosa que te venga a la mente, Ellen no lo mató… mató… Ella simplemente se quedó con el cadáver cadáver..  Y tal vez vez primero quisiste juzgarla, pero buscando dentro de ti, escarbando   hasta llegar a ese lugar donde eres crudo escarbando crudo y honesto, sabes que tal vez tú harías lo mismo. Después de tantos años invertidos en una relación, lo más justo es que te permitan quedarte con el cuerpo.  Y exactamente eso fue lo que pensó cuando, después de que Iván se desplomara en el pasillo, lo tomó por los tobillos y 

 

lentamente, muy lentamente, lo arrastró dentro de su departamento. Rápido se aseguró de ponerle el cerrojo a la puerta y cerró todas las cortinas. El departamento que rentaba en un suburbio de la ciudad estaba en el primer piso y eso signicaba que la gente podía fácilmente verla desde afuera. Encendió las luces de la sala y  comenzó a mordisquearse el labio inferior, arrancándose la piel muerta. Por el respeto a la relación que tuvieron, de ninguna forma podía deshacerse de él. Sería como tirar joyas o arte. Ese tipo de cosas simplemente no se hacen y estaba bastante segura de que ella no era la única que se sentía de esa manera. Qué horrible dejar que esos ojos grises de Iván se deshicieran. Qué horrible dejar que se cayera la carne de esos preciosos brazos tatuados con los que la abrazaba cuando ella tenía miedo o veían documentales de misterio  juntos. En verdad, qué desperdicio permitir que se cayera ese cabello castaño por el que ella pasó sus manos tantas veces antes. Como pudo, lo jaló hasta el sillón guinda que estaba frente al televisor y lo recostó. Se sentó en el piso y se quedó mirándolo un rato. Iván tenía la boca abierta y los ojos jos en el techo, casi parecía querer quejarse. Ella sintió que sus adentros se trenzaban por el golpe de tristeza. Todo había pasado tan rápido que no parecía justo. Una parte de ella se culpaba por su muerte. Sabía que no debía hacerlo porque, recordemos, ella no lo mató, pero no podía evitar preguntarse si, de no haberse visto ese día, hubiera pasado algo diferente. Estaba tratando de contener el llanto, porque llorar es como tratar de quitar un hilo que se está asomando en la tela. Solo requiere un pequeño tirón y entonces todo comienza a deshilacharse. Y a nadie le gusta g usta sentirse deshilachado. Poco a poco la piel morena de Iván comenzaba a verse más pálida y Ellen trataba de convencerse a sí misma de que era porque tenía frío y no porque estaba… «muerto», le dijo su cerebro, pero el

 

centro de su ser no quería dejar que la palabra se asentara en ella. Quiso decirle que no al universo. Sacudirse la cabeza y regresar a su mundo de siempre, un mundo en el que Iván no estaba muerto  y pronto la llamaría para avisarle que la visitaría para que salieran al cine o simplemente a conducir por la ciudad de noche como a ella le encantaba. Pero eso no n o iba a pasar… Estaba aquí. Esto era real.  Y si hay algo constante en esta vida es que la realidad no es algo que tú escojas. Puedes intentar moldearla y es posible que se doble, pero nunca vas a poder romperla. —No me dejes sola. —Le tomó la muñeca y le dio un leve apretón. Pero Pero Iván no iba a responderle. respond erle. Se quedó sentada unos momentos, mordiéndose las uñas. Debía estar bien consciente de que absolutamente nadie se podía enterar de esto, lo cual hacía que varias preguntas le revolvieran los pensamientos. ¿La familia de Iván buscaría hablar con ella? ¿Los amigos de Ellen entenderían la situación? ¿Traería problemas a su  vida? Se puso de pie y caminó hasta su habitación para recoger su cabello platinado en una coleta. Lo primero que debía hacer era bañar a Iván. No sabía dónde había escuchado o leído esta información, pero tenía sentido. Y tendría que salir de compras rápido porque para bañarlo necesitaría usar guantes en caso de que saliera mucha sangre o uidos de su cuerpo, y no tenía ni un par en casa. Para cuando salió de su departamento, ya había tenido que espantarle a Iván un par de moscas que se habían metido quién sabe cómo a la casa. Esperaba que ninguna le dejara huevecillos mientras ella estaba fuera. El invierno ya había comenzado y la ciudad la recibía con aire fresco y olor a galletas de calabaza. Había llovido durante la mañana

 

 y,  y, mientras pasaba por varios charcos del estacionamiento del edicio, pensó que debió haberse puesto un par de botas para lluvia. Abrió la puerta de su Toyota azul y se deslizó en el asiento del conductor. Se quedó ahí unos segundos. La señora Abigail del piso de arriba salió tomada del brazo de su nieto, vistiendo un suéter de lana color beige. En cuanto vio a Ellen levantó la mano y la saludó con una sonrisa. Ellen le regresó el saludo. Todo parecía estar en orden. Escuchó la música de un carrito de helados que pasaba. Era increíble poder comprobar cómo es que en ocasiones más que rostros las personas tienen antifaces. Sus vecinos no se imaginaban lo que había sucedido a unos metros de ellos. No sabían que había un hombre muerto en su sofá. Esperó a que Abigail y su nieto cruzaran en la esquina y  encendió el motor de su auto. Para ser media tarde, había muy poca gente en la tienda. Veía a los empleados con sus chalecos azules acomodar la fruta y mover cajas llenas de latas de aquí para allá. Sonaba música de elevador y  había una niñita vestida de Santa Claus gritándole a su madre que quería un dragón para Navidad. Los tenis de Ellen sonaban al caminar y metió las manos en los bolsillos de su abrigo de mohair. Recorrió el pasillo de productos para el cuidado de la piel y se detuvo un momento para pasar los dedos por una mascarilla en bote redondo. Recordó a Iván. Él era muy vanidoso y acionado a cuidarse bastante la piel y el cabello. Las comisuras de sus labios se levantaron cuando recordó la primera vez que lo vio. Estaba tan radiante, tan ligero y libre de carga que Ellen no pudo evitar quererlo para ella. Se conocieron por amigos en común y empezaron a platicar todas las noches por Facebook. De manera inesperada empezaron a conectar y  nalmente se reunieron en una cafetería conocida junto al olor de mantequilla y moca. Hubo algo en los ojos de Iván que la atrapó.

 

Eran unos ojos presentes, anclados, que le prestaban verdadera atención. Las personas se han vuelto tan malas escuchando que comienzas a acostumbrarte a miradas vagas cuando les hablas. Pero no Iván. Él estaba despierto, estaba alerta y absorbía lo que le decían. Eso la dejó completamente enganchada y sedienta de más. Ellen tenía que confesarse que siempre había tenido problemas para entregarse verdaderamente a un gran amor. Había caminado durante toda su vida con una especie de freno de mano mental, sin involucrarse realmente con nadie y disfrutando de la seguridad con la que podía moverse gracias a esto mientras todos a los que conocía se quebraban por problemas emocionales. Pero una vez que dejó entrar a Iván a su vida, no pudo evitar la gran caída. Todos tenemos una gran caída en la vida, a veces lo sabes mientras estás cayendo y a veces te das cuenta hasta que tu cráneo explota contra el pavimento. De cualquier forma, el sentimiento es tan adictivo como fastidioso y tan doloroso como satisfactorio. Es todo lo que te dicen y a la vez no. Completamente delicioso.  Y completamente horrible, también. Eso ahora la había dejado con un cadáver en casa esperándola. Ellen llegó a la caja registradora con los guantes en la mano y  tomó varias mentas para tratar de que todo se viera menos sospechoso. La cajera de lentes no dijo nada, ni siquiera pareció reaccionar al cobrarle. Ellen pagó y regresó a casa para hacer lo que tenía que hacer. Entró tratando de hacer el menor ruido posible, como si fuera a hurtar en su propia casa. Se quitó los tenis sucios y mojados, y los dejó junto a la entrada. Se desenredó la bufanda y la colgó en el perchero. Caminó un poco más y llegó hasta Iván. Por el tiempo que le había tomado ir y volver de la tienda, él ya estaba tieso debido al rigor mortis. La piel se le veía más blanquecina que hacía un rato, y sin tener que darle vuelta, ya sabía que la sangre estaba estancada y su espalda, llena de marcas rojas. Acercó una tina de metal con mucha agua, jabón y 

 

desinfectante. Iba a ser muy difícil mover a su novio hacia el baño y  luego regresarlo, así que tendría que bañarlo en la sala. Esto no tenía por qué ser extraño, se hacía con los enfermos todo el tiempo; podía verse como algo perfectamente común. Le quitó con cuidado la camisa de botones. Sumergió una esponja en el agua y comenzó a pasarla con delicadeza, primero por la cara y después por su pecho. Después de lo que pareció una eternidad, logró terminar de bañarlo y volver a vestirlo. Buscó algo que pudiera guiarla en internet, y al parecer lo que debía hacer era quitarle lo tieso de las extremidades masajeándolas. Cualquiera pensaría que encontrar instrucciones sobre qué hacer con un cadáver sería difícil y que necesitaría adentrarse en páginas peligrosas, pero sorprendentemente no. Encontró toda la información que necesitaba mucho más fácil de lo que esperaba. Si Ellen hubiera entregado el cuerpo de Iván a una funeraria, lo siguiente que harían sería cerrarle los ojos con pegamento y coserle bien la quijada, hasta podrían dejarle una placentera sonrisa si ella quisiera, para que pareciera que estaba soñando algo lindo. Pero claro, después tendrían que sacarle la sangre y drenar de los órganos todo líquido y gas. Si realizaba todo el proceso, ¿en verdad seguiría siendo él? Si le quitaba la sangre y los órganos, estaría dejando una cáscara. Se  vería como Iván, sí, pero no sería él por completo; solo estaría teniendo poco más que una fotografía. No iba a permitir que se lo llevaran. Ella se encargaría de hacerle compañía y de cuidarlo.  Y así lo hizo durante los siguientes meses. En general todo uía sin problema alguno. Ellen salía en las mañanas a su trabajo, iba al gimnasio en su hora libre, tomaba mucho café, y después regresaba directo a casa. Sus interacciones con amigos o familia eran casi inexistentes. No era que no les hablara: si ellos le escribían, ella respondía con gusto. Pero trataba siempre de mantener distancia por miedo a que

 

quisieran compartir mucho de su vida y se dieran cuenta de lo que estaba ocultando en casa. Entró a su departamento y vio la parte trasera de la cabeza de Iván mientras él estaba sentado en el sofá. La televisión estaba encendida y había una chica con ropa deportiva promocionando una máquina para hacer abdominales. —Ya llegué, amor —dijo Ellen sonriendo. Se quitó su bolso pesado y lo dejó junto a la puerta—. ¿Cómo estuvo tu día? — preguntó caminando hacia el sofá. Iván estaba rígido con la vista ja en el televisor. Sus ojos se habían vuelto más claros; una membrana los cubría y les daba un aspecto lechoso. Su piel se veía marmoleada y Ellen batallaba mucho para quitarle el hedor. Precisamente por el problema del mal olor, llenaba la casa de aromatizantes, lo que hacía que el departamento oliera a una mezcla de lavanda, fresa, vainilla y  putrefacción. Un problema constante con un cadáver es que después de la primera liberación de uidos por los oricios, vienen más. Ellen ya había tenido que limpiar tres veces algunas de las cosas más asquerosas que había visto en toda su vida. —¿Qué estás viendo? —preguntó ella desplomándose junto a su

 

novio en el sofá. l no contestó—. Está muy aburrido, ¿no? Tomó el control remoto y cambió el canal. Los brazaletes que llevaba en la mano izquierda sonaron por el movimiento. —Me dijeron en el trabajo que hay una nueva película de terror en Netix. ¿Quieres verla? La boca de Iván se quedó, como de costumbre, entreabierta. La chica del televisor estaba mostrando imágenes del antes y el después de clientes que usaron su producto. —¿Sabes qué? Voy a recalentar la comida china de ayer y vemos la peli, va a ser increíble. —Se levantó y fue hacia la cocina. En el camino se quitó los zapatos y los aventó sin importarle en dónde cayeran. A Iván le encantaría esa película. Según escuchó, se trataba de una droga nueva que se popularizó y después comenzó a transformar a las personas en zombis comecerebros. Iván era acionado a leer sobre drogas extrañas. Él no consumía ninguna, pero le parecía un tema de lo más interesante. Ellen abrió el refrigerador y sacó los cartones blancos con comida. —¿Vas —¿V as a querer tallarines o pollo? —Levantó la voz. Puso una sartén y prendió la estufa; odiaba calentar las cosas en el microondas. —Voy —V oy a mezclarlo todo, ¿está bien? —Un último intento. Nada. —Muy bien, entonces serán tallarines con pollo —dijo. La comida empezó a hacer un sonido burbujeante al tocar la sartén caliente. Ellen sacó una espátula del primer cajón y empezó a moverlo todo para calentarlo, mientras tarareaba una canción que había escuchado en la radio de camino a casa. Era de una cantante muy popular, pero simplemente no podía recordar el nombre de ella ni el de la canción. Después de unos minutos de estar moviendo la comida, apagó el fuego y sirvió todo en dos platos. Se sirvió más, considerando que Iván casi no comía, pero le gustaba la idea de normalidad, aunque

 

fuera falsa. Regresó al sofá con los platos y los cubiertos en las manos. El infomercial había cambiado y ahora un hombre canoso promocionaba un nuevo rodillo para pintar la casa. —Voy a poner la película que te dije. —Colocó los platos sobre la mesita de centro, tomó el control y puso la aplicación de Netix, que ya estaba conectada a la televisión. La película empezó y Ellen acercó su plato para meterse un montón de tallarines a la boca. Moría de hambre, no había podido comer durante el día porque había tenido muchos pendientes. Sus adentros de inmediato se calentaron mientras la comida bajaba por su esófago. Un compañero del trabajo, llamado Andrei o algo parecido, le había ofrecido de su almuerzo, pero Ellen lo rechazó. —¿Tienes hambre? —le preguntó a su novio mientras la película pasaba por la parte aburrida de la presentación de los personajes—. Te ayudo. —Dejó su cena sobre la mesa y tomó el segundo plato acercándose a Iván—. Dime si está muy caliente. —Tomó un montón de tallarines con el tenedor y les sopló para tratar de enfriarlos un poco—. Ten —dijo acercándole el tenedor a la boca. Los tallarines hicieron un sonido mojado al chocar con la piel. Metió el tenedor tanto como pudo y con ayuda de su dedo quitó los tallarines del cubierto y los dejó caer sobre su novio. Como la boca de Iván seguía abierta, los tallarines le cayeron en las piernas y  la salsa se resbaló por su barbilla. Pero Ellen no iba a rendirse, estaba decidida a tener una noche normal cenando con su novio frente al televisor. Tomó más comida y quiso metérsela a la boca. Le agarró la quijada e intentó cerrarla con tanta fuerza como pudo. —Vamos… —dijo entre dientes. La salsa rojiza le había dejado toda la barbilla manchada y, siendo realistas, Ellen sabía que de todas maneras tendría que sacarle los tallarines de la boca porque solo se echarían a perder y todo se llenaría de gusanos.

 

Hubo un sonido pequeño y sutil, luego la mandíbula cedió y se cerró. Ellen sonrió complacida y se alejó para tomar más comida. Sin embargo, en cuanto sus manos soltaron la cara de su novio, la mandíbula se abrió de una forma antinatural. Genial, lo que faltaba: la quijada estaba rota. —Lo siento —dijo Ellen enfocándose en las hileras de dientes de Iván, que ahora estaban chuecas. Como la boca estaba más abierta, se podía percibir un olor bastante amargo proveniente de sus entrañas—. Muy bien —dijo en un suspiro—. No más cenas para ti. Apagó el televisor justo cuando un zombi de la película había atrapado a un ocial de policía que estaba corriendo por un centro comercial. Después de quitarle a Iván toda la comida y limpiarlo tan bien como pudo, le dirigió una mirada. La piel se veía cada vez más gris y poco a poco dejaba de parecerse a sí mismo, en especial ahora que estaba tan hinchado y  tenía la mandíbula mal. Ellen no podía dejarlo así, simplemente no. Corrió al baño por una venda. Lo único que se le ocurrió fue hacer las cosas a la antigua y amarró la venda desde la punta de su cabeza, pasando por debajo de su barbilla, y de regreso. La apretó lo suciente y la boca quedó cerrada. Después de meses de estar lidiando con la muerte de su novio y  de estar en compañía del cadáver, nalmente se permitió llorar. Y  justo como temía, fueron llantos profundos y fuertes. De esos que hacen que te duela el pecho y ruegas por que todo pare. Ellen solía sentirse segura con él. Sabía que podía abrir su cabeza y verter todo y él iba a entenderla y conectarse con ella, porque, de alguna forma loca, mágica, increíble e inesperada, ella había encontrado a alguien con quien embonaba de forma casi perfecta. Por primera vez en toda su vida no tenía miedo de compartir con alguien todo lo que era: todo lo que sentía, todo lo que pensaba, todo lo que dudaba, todo lo que añoraba y lo que

 

ocultaba. Esa es una conexión humana que siempre te cuentan en historias, en novelas, en poemas y en canciones, pero que en la vida real nadie encuentra. Tal vez ni siquiera existe. Excepto con ellos. No sabía qué había hecho en una vida pasada para merecérselo. O qué tendría que pagar, después de esta. Pero se encontraron, y si hubiera una palabra que ella usaría para describirlo, sería  hogar.  Y ahora todo estaba muerto y gris y pudriéndose sobre el sofá. Incluyéndola a ella. Ellen se sentía como si la hubieran abierto y le hubieran sacado con una cuchara todo lo que tenía. No solo estaba vacía, sino raspada por dentro. —Perdóname —dijo, y se levantó para irse a dormir.

Algo no estaba bien. Su cuerpo se despertó en modo de alarma y  con todos los vellos erizados. El corazón estaba martillándole la caja torácica como nunca lo había sentido. Todo estaba oscuro y apenas podía distinguir la silueta de sus manos. Revisó el reloj en la pared y los números en verde neón indicaban de madrugada. Todavía faltaban muchas horas para tener que que ireraa trabajar. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Había tenido una pesadilla? Pasaron unos momentos y ella permaneció ahí sentada. Había cierta tensión en el ambiente, cierta promesa de que algo estaba por ocurrir y un sentido primitivo en su interior trataba de advertirle. Giró la cabeza y notó algo de lo más peculiar. La puerta de su habitación estaba abierta. Ellen fue golpeada por la confusión. Ella siempre cerraba la puerta, si estaba abierta no podía dormir. Inclinó la cabeza hacia un

 

lado, buscando una respuesta, pero… Algo le agarró el pie. Dio un salto, el corazón se le subió a la garganta. Se acercó hacia la orilla de la cama para asomarse. El terror y la adrenalina estaban recorriéndole el cuerpo con fuerza. Estiró la cabeza intentando ver. ver. No había nada. Exhaló con aliento quebradizo. No se lo estaba imaginando, había sentido claramente cómo alguien la había agarrado con bastante fuerza. Fue solo un segundo, pero estaba segura. Escuchaba cómo sus dientes chocaban entre ellos por lo mucho que le temblaba la mandíbula. No sabía qué estaba buscando, no sabía si alguien se había metido su departamento, pero sabía queladebía de ahí.deCon cuidadoabajó de la cama y caminó hacia puertasalir tratando no hacer ruido. ruido. De nuevo, una mano la tomó del tobillo y tiró de manera tan repentina que la hizo caer caer.. El codo de Ellen conectó directamente contra el piso y por un momento su visión se llenó de estrellas por el dolor. Dio una fuerte patada a su agresor y logró soltarse para empezar a correr. —Mi… amor. —Escuchó una voz decir en un gemido—. Mi… amor No.—repitió No podíacon ser.dicultad. Pero, aunque sonara rasposa y gutural, reconocería esa voz en cualquier lugar. —No… —dijo Ellen—, no puede ser… Iván estaba arrastrándose hacia ella con los ojos nublados y la nariz desprendida hacia la izquierda por la patada de Ellen. Una de sus manos estaba permanentemente estirada hacia ella mientras usaba la otra para darse impulso. Estaba saliva. horrorizada. Quiso gritar, pero se estaba ahogando con su propia

 

Corrió hacia la sala y encendió la luz, esperando que todo fuera una alucinación, que esto no estuviera pasando realmente y solo signicara que se estaba volviendo loca. —Mi… amor. —Iván salió del cuarto como un enorme gusano. Sus movimientos ya no eran tan lentos, estaba ganando fuerza y   velocidad.

 

Ellen estaba petricada. No sabía qué hacer, no sabía a dónde correr.. ¿Qué quería hacerle? ¿Qué quería? correr qu ería? Ellen se movió hacia la cocina buscando algo para defenderse. Sus dedos estaban torpes y acelerados. Iván seguía acercándose Podía escucharlo arrastrarse por el suelo. Cada vez más cerca. Cada Cada vez vez más más cerca. cerca. Tomó uno de sus cuchillos de cocina más grandes y se dio la  vuelta para enfrentar a su novio novio.. Él se detuvo y solo so lo la observó con ojos blancos, ausentes. Ellen se mordió el interior de las mejillas hasta que sangraron. Poco a poco, con el sonido de huesos crujiendo, Iván comenzó a incorporarse. Primero una rodilla, luego la otra. Ellen apretó el cuchillo entre sus manos y le apuntó con él. Estaba pidiendo con todas sus fuerzasfuertes que lospara huesos se quebraran, sucientemente sostenerlo. Pero noque fuenoasí.fueran Poco loa poco, sin dejar de mirarla, logró erguirse. Su cabeza se movía con ligeros espasmos y su cuello estaba doblado de una forma que se  veía incómoda y antinatural. —Mi… amor… —jadeó. —No te acerques. —Ellen levantó aún más el cuchillo, pero Iván no estaba intimidado. Empezó a avanzar hacia ella arrastrando los pasos. Ellen vio la puerta principal de su departamento. Si lograba

 

correr lo sucientemente ráp rápido ido,, tal vez podría huir. huir. Quiso intentarlo, pero cuando se movió hacia la puerta, Iván se abalanzó sobre ella. El cuchillo se enterró en el pecho de Iván, pero pareció no hacerle absolutamente nada. Él trató de suejetarle la cara, mientras Ellen esquivaba manos. Arrojó sacarle el cuchillo delsus pecho y movió el brazo con fuerza, esperando hacerle daño. Logró cortarle un par de dedos, pero de nuevo Iván no se inmutó y siguió tratando de agarrar su cara. Su olor era rancio, amargo y completamente nauseabundo. Ellen estaba perdiendo fuerzas e Iván nalmente logró ponerle los esqueléticos pulgares contra los ojos. Ella tenía los párpados cerrados con fuerza intentando evitar el daño. Iván empezó a presionar con todas sus fuerzas para hundirle los ojos a Ellen. Ella pateaba y gritaba con todas sus fuerzas, pero no lograba quitárselo de encima. Finalmente, con un último empuje, enterró el cuchillo en el cuello de Iván. Se detuvo. Ellen sacó el cuchillo y volvió a enterrarlo para asegurarse de que había funcionado. Iván se colapsó sobre ella y Ellen usó todo lo que le quedaba de fuerza para quitárselo de encima. —Lo sientoPerdóname —le dijo—volvió con laa cara amarillento—. decir.cubierta de un líquido Arrojó el cuchillo hacia un lado, el cual hizo un sonido metálico cuando chocó contra uno de los gabinetes. Iván estaba inmóvil. Ellen cerró los ojos y se tumbó junto a él sin importarle ya nada más.

 

Abrió el los refrigerador sentócomo en elpiyama piso dey la traía puestos shorts quey se usaba suscocina. muslosSolo estaban expuestos al frío del d el suelo. El refrigerador estaba lleno de latas de refresco, sobras de comida, condimentos que nunca usaba y, por supuesto, la cabeza de Iván. La piel lucía completamente marchita y la venda que le sujetaba la quijada se veía marrón por lo sucia que estaba. En realidad, ya ni siquiera se parecía a Iván. Solo le quedaba, como Ellen temió en un principio, una simple cáscara vacía. Debía sin aque nadie lo notara. Todos desaparecerla los meses, poco poco, logró deshacerse del cuerpo de Iván parte por parte. Pero dejar una cabeza le parecía que representaba un mayor riesgo. El refrigerador despedía un repulsivo olor ácido parecido al de la leche podrida. Tendría que limpiarlo todo minuciosamente, o incluso conseguir uno nuevo, de cualquier modo, este llevaba fallando desde hacía bastante tiempo. Se vistió con ropa vieja que no usaba desde la clase de deportes en la el preparatoria, esperó a que hiciera de noche se dirigió hacia terreno abandonado en laseparte trasera de su yedicio de departamentos. Estaba lleno de plantas y césped sin cortar. Dos años atrás hubo una iniciativa para arreglarlo y dejar que los inquilinos se lo turnaran para hacer reuniones, pero el casero rechazó la petición. Pasó por encima del alambre que marcaba el límite y avanzó hacia el centro del terreno. En la mano llevaba una bolsa de basura negra con aceite, encendedor y lo que quedaba de su novio. Había varias llantas ponchadas dejadas descuidadamente por

 

todo el terreno. Sentía en la piel diferentes picaduras, no sabía bien si eran de mosquitos, de hormigas, de arañas o de las mismas plantas que le provocaban algún tipo de alergia. Dejó la bolsa en el suelo y se acercó a una de las llantas para jalarla. Sus manos se ensuciaron tierray yeldeencendedor otro líquidoyespeso Sacó el de aceite dejó lay negro. cabeza dentro de la bolsa. La colocó debajo de la llanta y se quedó quieta un momento. La ciudad era muy ruidosa para una noche de martes. A lo lejos escuchaba cláxones y en alguna calle cercana podía distinguir a dos señoras gritarse entre ellas acerca de unos cupones de descuento. —Ya es hora —le dijo a Iván en voz baja. Se pasó la lengua por la parte trasera de los dientes sintiendo una emoción burbujeante en el estómago. es tómago. Una mezcla de nnerviosismo erviosismo y anticipación—. an ticipación—. T Tee voy  amovió extrañar mucho. —Su se quebró, peropor noencima lloró. Su se en automático paravoz esparcir el aceite de mano la bolsa. Se agachó con el encendedor y puso la ama junto a la bolsa. Poco a poco la lumbre agarró fuerza. El fuego estaba devorando momentos, viajes, primeras veces, planes incompletos. Se iba la primera vez que se dijeron un te amo  y las promesas de ser un equipo contra todo. Se iba esa vez que Iván, de forma tímida, le propuso que comenzaran a ahorrar para comprar una casa y mudarse juntos. Se  para siempre haremos iremos. ibaniban los las se tomaron iban los  mañana   y  mañana Se veces que, se de la mano, los besos, los abrazos, los secretos, los chistes que solo entendían entre ellos. Todo iba a ser devorado. Ahora solo esperaba que el hule de la llanta disfrazara el olor a carne quemada. Se quedó ahí un rato observando el fuego, antes de regresar a su departamento.

 

El aire despedía olor a había limónquedado y a césped recién cortado. Se sentía un másdelicioso ligera, e incluso con una de sus amigas para comer el n de semana. Usaba un vestido corto y suelto color naranja, y llevaba el cabello en una coleta alta. Todo iba bien. Era la calma que había llegado una vez que la burbuja reventó. Justo así se sentía, como si una burbuja tóxica e infecciosa hubiera estado inándose en su pecho desde la muerte de su novio  y nalmente hubiera explotado y ella hubiera logrado limpiar el desastre.  Y sea lo que sea que te hayan dicho dicho,, lo siguiente fue mera casualidad. Ellen paseaba por el centro comercial con cierto rebote alegre al caminar. Dio un respiro.  Y lo vio justo ahí, sentado en el área de comida con una chica de cabello corto. Ambos tenían una malteada en las manos y reían mientras veían algo en el teléfono de ella. Ivány se veía tan muyradiante bien. Secomo veía la másprimera sano, su mejor color estaba vezpiel quetenía lo vio. El corazón de Ellen se arrugó. Pensó en acercarse y saludar, desearle que le fuera bien en su  vida, tal vez contarle que le habían dado un aumento en el trabajo y  que las cosas estaban funcionando. Pero se contuvo. Lo mejor era mantener la distancia y dejar que las cosas siguieran su curso tal como estaban pasando. Se dio la vuelta y siguió caminando por otro lado. Después de todo, Ellen había escuchado que él estaba hablando muy mal de

 

ella últimamente. Lo mejor era dejarlo de lado, ya lo había cortado en pedazos y quemado detrás de su casa, no era seguro seguir alimentando cocodrilos.

 

Después de de dos años de ardua preparación, teníamos teníamos todo listo para la misión misión en la Luna. La nave fue nave fue construida con una nueva tecnología que que estábamos probando, con un diseño elegante y perfectamente esf érico érico que se  volvía tornasol tornasol cuando era tocado por la luz. Había estado estado en varias misiones antes, pero una  vez que mis compañeross y yo subimos a la nave, empecé a temblar de compañero temblar de emoción como cuando era un novato. novato. Salir al espacio siempre se sentía como la primera vez. Además, hacía bastante tiempo que no visitábamos la Luna y no podía esperar para volver a verla. Nos pusimos nuestros trajes y en la base, nuestros amigos se despidieron de nosotros. Emprendimos el viaje prometiendo

 

contarles cada detalle al volver. Después de unos cuantos días, descendimos en la Luna sin complicaciones. Al bajar de la nave, di unos cuantos saltos por mera diversión, permitiéndome jugar con la diferencia gravitacional. Pero toda la ligereza en el ambiente se apagó cuando me di  vuelta y noté que no estábamos estábamos solos ahí. —¡Control, tenemos un objeto volador no identicado! —alerté. —Explíquese, capitán. —La voz de mi antiguo maestro resonó en el comunicador. Nunca se molestaba en usar el tipo de comunicación con la que se nos entrena. Mis compañeros seguían esperando e sperando instrucciones. —Es una nave alienígena, señor —respondí. El temor poco a poco me iba atravesando. Nunca pensé pasar por esto en toda mi carrera. —¿Está seguro de que no es una de las nuestras, capitán? —Armativo, señor. Me parece que los tripulantes están bajando de la nave; repito: algo está bajando de la nave. nave. —Salga de ahí, capitán. No establezca contacto. Sabía que debía darme la vuelta y regresar al vehículo, pero no podía quitarme la comezón que me provocaba la curiosidad. Jamás en mi vida esperé ver seres de otro planeta. —Capitán, Silencio. repito: salga de ahí. —¿Capitán? Los tripulantes bajaron con sus cascos grandes y redondos. Por sus trajes se notaba que tenían dos brazos que terminaban en extraños tentáculos pequeños. También parecían tener solo dos piernas. —¡Humanos!  —exclamé en el comunicador completamente atemorizado. Mi que maestro me gritó nuevamente y evitara a toda costa los humanos me tocaran.que No regresara podía creer que fueran

 

reales, siempre pensé que eran una teoría conspirativa de gente paranoica. Subí a nuestra nave y regresamos a la base. Esa fue la última vez que vi la hermosa supercie roja de la Luna.

 

Hadassah se mudó a una casa increíble en una muy buena buena zona de la ciudad. Compró Compr ó nuevos muebles, pintó las paredes y colocó colocó cuarzos en lugares especícos especícos para poder llenar todo de buenas buenas energías e intenciones. intencione s. Lo único que le causaba un poco de problema problema era que el antiguo  antiguo  dueño de la casa había dejado atrás muchas mu chas de sus pertenencias. pertenenc ias. Había ropa colgada en algunos armarios, armario s, una vajilla completa en la cocina y hasta una enorme colección de películas  viejas, en f ormato ormato  VHS  VHS,, en el sótano. Uno de los armarios contenía varias cajas llenas de las pertenencias de los miembros de la familia del dueño. Al menos eso es lo que Hadassah asumía por mera lógica. No era una familia muy  grande y en las cajas tenían tan pocas cosas que Hadassah supuso que se les había hecho más fácil dejarlas atrás que batallar acomodándolas en el camión de la mudanza. Había cinco nombres

 

escritos con marcador negro al frente de cada una. La primera decía «Dolores»; la segunda, «Alejandro»; la tercera, «Gloria»; la cuarta, «René», y la última, «Edna». Ninguna tenía nada interesante, solo algo de ropa, alguna mochila, tal vez unos anteojos. Nada fuera de lo común. llamativo que enaunque cada una había un parLo deúnico zapatos, todos que conencontró diseños fue simples, se  veían de muy buena calidad. Las cajas de Gloria y de Edna tenían unas botas; la de René, unos mocasines. Cada caja tenía su propio par.  A Hadassah se le ocurrió entonces hacer una venta de garage para deshacerse de las cosas del antiguo al mismo tiempodueño ganar yalgo de dinero para ayudarse con los gastos de la casa.  Acomodó todas las cosas en el jardín frontal  y colocó una cartulina con letras grandes que decía: «Se vende». Entre muebles,y  películas, pinturas  vajillas,, puso las cajas con  vajillas los zapatos. Se decidió a vender solo cuatro de las cajas, porque las botas que se probó estaban tan cómodas, que decidió dejárselas puestas y quedárselas para ella. Poco a poco las personas se acercaron y fueron llevándose las cosas que estaban en venta. Los zapatos fueron un éxito. Parecían hechos a mano y, y, como no se veía la marca por ninguna parte, todos asumieron que eran un diseño la medida. Gracias eso logró venderlos bastante caros yexclusivo en menosa de un día, lo cual laahizo

 

sentirse muy orgullosa.  Varios  V arios días después de la venta, Hadassah volvió a ponerse sus nuevas botas para seguir trabajando en la casa. Se preguntaba ahora si tal vez debió haber enviado los zapatos a ser valuados por un conocedor; quizá podía haber ganado mucho más de lo que obtuvo. El timbre de la casa la sacó de sus pensamientos, pero cuando abrió la puerta, lo último que esperaba ver era a la policía en la entrada de su casa.  Al parecer, parecer, uno de los compradores había encontrado un dedo adentro de una de las cajas con los zapatos. Llamó a las autoridades  y de inmediato comenzaron a analizar el contenido de la caja, incluyendo los zapatos. El resultado de las pruebas del laboratorio fueLos muyzapatos claro. estaban hechos de piel humana. Hadassah cooperó con la policía en cada paso y  afortunadamente logró demostrar que no era culpable de nada. Descubrió también que los nombres en las cajas no eran de la familia del antiguo dueño, sino de personas que hasta hacía poco estaban desaparecidas. Recuperaron todos los zapatos para seguir con la investigación e iniciar la búsqueda de a quien ahora habían apodado el Zapatero en los noticieros. Solo hubo un par que la policía nunca recibió: las botas favoritas de Hadassah. Ella sabía que estaba mal y que debía entregarlas como todos los otros pares de zapatos. Pero qué podía decir, Edna se sentía muy cómoda en sus pies.

 

Esta era la primera la primera vez que Gaspar regresaba a casa de de sus  sus padres desde que tenía doce años y abordó un avión rumbo a Canadá para estudiar en en el extranjero. Los amaba, pero no tenía empacho e mpacho en admitir que que estar lejos de casa lo aliviaba. Prime Primero, ro, como a cualquier niño, le asustaba un poco la idea. Pero después después empezó a  ver las ven ventajas. tajas. No escuchaba a sus padres pelear tod todoo el tiempo, no tenía que que competir contra su hermana Matilda en rendimiento escolar, y, sobre todo, no tenía que dormir en la habitación que le había tocado en el ático, la cual era fría y goteaba un poco. No era como si no hubiera visto a su familia en todo ese tiempo: todas las  vacaciones de verano y Año Nuevo iban ib an a visitarlo. visitarlo. A veces incluso se quedaban uno o dos meses con él. Pero este año era la

 

excepción. Su papá había enfermado y no les sería posible viajar, así que le habían pedido a Gaspar que regresara a casa para Navidad. Había pasado cinco años sin volver a su ciudad natal, pero todo se veíadeprácticamente Lostan árboles de mimbre seguían ahí, losy  autos los residentesigual. estaban brillantes como de costumbre, hasta podría jurar que el aire olía a torrejas recién hechas. Sin duda alguna, era como si jamás se hubiera ido. Suspiró. El taxi se estacionó frente a la casa de su familia. Era marrón, con grandes ventanas y muchas ores plantadas en varias macetas  junto a la puerta de entrada. —¿Necesita ayuda con su equipaje? —preguntó el conductor, ayudándole abrir la cajuela. —No es anecesario, gracias. —Sonrió y sacó su mochila y su maleta blanca. No había traído mucho porque no esperaba quedarse más tiempo del necesario. Le pagó al conductor y fue a tocar el timbre de la casa. Escuchó movimiento adentro y alguien bajando las escaleras muy aprisa. —¡Gaspar! —exclamó Matilda. Saltó para abrazarlo y se colgó de su cuello—. Tardaste mucho —reclamó. —El vuelo se atrasó, escribí a mamá. —Le dio una ligera palmada en la espalda a sulehermana. Matilda insistió en ayudarlo con su mochila, mientras él subía la maleta por las escaleras. Fuera de las esferas, los renos y los cascabeles por la temporada, la casa no había cambiado nada en años. Los candiles eran los mismos, el manchón en la alfombra del primer piso seguía en el mismo lugar y los mismos muebles estaban acomodados en los mismos sitios desde hacía años. Ni siquiera habían agregado nuevas fotografías a las paredes. En los portarretratos estaban las mismas de Gaspar Matilda sonriendo sin unos cuantos dientes, caras de cuando iban eny segundo

 

grado de primaria. Era extraño ver a una Matilda paliducha y con el cabello rubio oscuro como el de su hermano, porque llevaba muchos años tiñéndoselo de negro. El segundo piso tenía solo dos puertas, una negra que daba a la habitación de sus padres de compartieron color menta que el cuarto de Matilda. Durante un par ydeotra años eseera cuarto cuando eran muy pequeños. Pero después su madre leyó que les hacía bien a los gemelos tener su propio espacio para desarrollar su personalidad, así que remodelaron el ático y lo acondicionaron para convertirlo en la habitación de Gaspar. Detrás de la puerta negra podía escuchar a su padre toser con fuerza. Era una tos seca, del tipo que te deja la garganta adolorida. Gaspar quiso abrir la puerta, pero Matilda lo detuvo. —Acaba de quedarse dormido. Hoy fue un día difícil la cabeza—, pero en la noche estará como si nada. —Le—negó sonrió.con El  de su nariz reejaba la luz del lugar lugar..  piercing  de No insistió y caminaron hacia las escaleras al nal del pasillo que daban hacia el ático. Originalmente, para poder subir había que jalar una cuerda en el techo que hacía bajar las escaleras, y  aunque esto le encantaba a Gaspar, sus padres pensaron que podría accidentarse, así que las cambiaron por unas más tradicionales. Él subió primero para jalar la maleta, mientras Matilda la empujaba desde abajo. No era unapor maleta grande,física. ni tanLograron pesada, pero los gemelos no destacaban su fuerza subirla por la abertura cuadrada en el techo que funcionaba como puerta a su cuarto. Estar ahí otra vez después de tanto tiempo era raro porque todo estaba exactamente como lo dejó. Sintió como si solo hubiera salido a jugar videojuegos a casa de sus amigos, en vez de haberse ido cinco años a otro país. El papel tapiz de rayas celestes y beige que lo había acompañado toda la vida permanecía intacto, sus pósters de Bumblebee y Ryuk seguían colgadosque y le había dio gusto ver que también las calcomanías de dinosaurios pegado

 

cuando tenía siete años seguían en la pared. De no ser porque todo estaba limpio y olía a aromatizante de naranja, pensaría que nadie había entrado ahí en años. Pero, claro, esto no era posible. Seguramente la madre había hurgado entre sus cosas desde el primer otra día que fue,noinvestigando si yno decidido irse por alguna razónseque fuera estudiar verhabía el mundo. De hecho, ¿dónde estaba su madre? Esperaba que estuviera en la puerta, lista para recibirlo y ayudarlo a desempacar. Gaspar sabía que lo amaba, claro, y él la amaba a ella también, pero a veces… era demasiado. —¿Y mamá? —le preguntó a Matilda. Ella estaba sentada en el suelo viéndolo acomodar sus cosas mientras que, con sus uñas largas, se hacía agujeros grandes en las medias de red que traía puestas. —En su grupo de estudio —respondió su hermana—. Está aprendiendo sobre la cábala. Gaspar asintió con la cabeza y siguió acomodando sus cosas. Puso sobre su escritorio algunos de los libros que había llevado.  El   sutil arte de que te importe un carajo estaba hasta arriba. Su alcancía de Godzilla y el pequeño busto de Marco Aurelio hecho de resina seguían siendo los únicos adornos que tenía ahí además de su lapicera. Esa era su área para dibujar y le gustaba tener el espacio tan libre El como Puso suciente la ropa que en elcomún, clóset plegable. áticosenopudiera. tenía espacio paratraía un clóset así que esto era lo que usaba desde pequeño. En realidad, no tenía mucha ropa, de modo que estaba bien; imaginaba que Matilda tendría mucho más problema si la situación fuera al revés. Conectó su laptop cerca de la cama y le pidió a su hermana que se tapara los ojos mientras él se cambiaba los jeans y se ponía su sudadera suelta favorita color berenjena. Mientras se acomodaba los pantalones, una moneda saltó de su bolsillo y rodó debajo de la cama. Sus hombrossesedijo tensaron. «Tranquilo», «T ranquilo», a sí mismo. «No hay nada ahí».

 

Al parecer eso era algo que también seguía en él después de todos estos años, el miedo a mirar debajo de su cama. Se puso de rodillas y dio un par de respiros antes de pegar la cabeza al piso y  atreverse a deslizar la mano debajo de la cama. «No hay nada ahí», la en estaba su cabeza eramente, su padre, vecesque queera lo quevozveía en su que repitiéndole se lo estaba muchas imaginando, un niño creativo y eso era común en ellos. Pero aun así no dejaba de asustarle. —¿Ya puedo ver? La voz de su hermana lo sacó de sus pensamientos. —Sí, perdón —contestó rápido. Sonrió por lo estúpido que se sentía. Seguramente se hallaba cansado por el viaje y no estaba pensando bien las cosas. ¿Qué hombre de diecisiete años sigue teniendo mirar debajo de suparcama? una tontería. Colocómiedo cerca adel clóset el único extraEra de zapatos que llevaba, puso a cargar el teléfono junto a su laptop y con eso terminó de desempacar. Matilda se puso de pie y sacudió la parte trasera de su falda. —Todavía falta para que llegue mamá. ¿Quieres descansar un rato? Al parecer, Matilda asumía que la respuesta sería que sí, porque ya estaba dirigiéndose a lascansado escaleras. la verdad, sí estaba algo por Y, el  viaje, pero tomar una siesta sig signicaba nicaba quedarse solo en su cuarto y, aunque  ya se había dicho a sí mismo que era algo estúpido a su edad, no se sentía cómodo quedándose ahí. —En realidad estaba pensando que podríamos jugar un juego en la sala. — Subió tiempos.y bajó el cierre de su sudadera—. Como en los viejos

 

—¿Qué tal Yahtzee? —sugirió —sug irió Matilda. —¿Me está usted retando, señorita? —Gaspar arqueó una ceja—. ¿A mí? ¿El campeón supremo su premo de las noches de Y Yahtzee? ahtzee? —No eras tan bueno. —Su hermana le dio un leve golpe  juguetón en el brazo. —Me ofendes, Matilda. —Gaspar colocó una mano en su pecho de forma dramática—. No me dejas más opción que aceptar el duelo y derrotarte. derro tarte. —Ya veremos. Los gemelos corrieron hacia las escaleras.

Gaspar no podría decir en qué momento empezaron a suceder las cosas extrañas en su cuarto porque no recordaba un momento en el que este miedo no estuviera dentro de él. Había unas cuantas reglas, impuestas por él mismo, que jamás debía romper. La lamparita de noche debía encenderse antes de apagar la luz del cuarto. Porque nunca, bajo ninguna circunstancia, debía quedarse el ático completamente a oscuras. Cuando empezaran a escucharse ruidos, no debía abrir los ojos por más que quisiera. Si los ruidos eran muy escalofriantes, podía cubrirse la cabeza con las cobijas, o llamar a sus papás, pero los ojos se quedaban cerrados. Y, por último, lo más importante: nunca, sin importar qué pasara, debía ver bajo la cama. No todas las noches se escuchaban cosas y, siempre y cuando se apegara a sus reglas, había incluso una o dos semanas en las que todo estaba tranquilo tran quilo.. Pero esa noche, en su primer día como alumno de tercer grado de primaria, sería una de las que más recordaría.

 

Gaspar sabía que algo iba a pasar desde que, después de bañarse, encontró su lapicera tirada, y sus plumas y colores regados. Sintió como si hubieran tomado su estómago entre dos enormes manos y hubieran presionado. Eso no había sido culpa suya, cuidaba materiales dibujo porque tan mamá decía que eran muy mucho caros y sus no podían estarderemplazándolos seguido. Además, recordaba haber dejado bien acomodada esa lapicera antes de bajar a bañarse en la regadera del primer piso. «Ya eres un niño grande», se dijo a sí mismo, «los niños grandes no tienen miedo».  Avanzó hasta su lámpara de noche y la encendió antes de que sus padres subieran a apagarle las luces. Recogió la lapicera y se sentó en su escritorio a terminar la tarea de Matemáticas. Sus pies no tocaban el piso, así que le gustaba mecer las piernas estudiaba. Ese día le habían dejado mucha tarea, pues mientras estaban aprendiendo a dividir y a Gaspar le costaba un poco de trabajo. Usaba su lapicero favorito del increíble Hulk mientras anotaba y  borraba respuestas en su libreta de rayas azules. Podía escuchar a sus padres peleando sobre quién sabe qué, pero debían de estar gritando bastante fuerte porque sus voces resonaban hasta el ático. Odiaba cuando sus papás peleaban, especialmente en días en los que necesitaba concentrarse. Las matemáticas no eran su fuerte, pero era el empezarían primer lugara de la clase y tanto sus compañeros comoMatilda sus maestros compararlos si Gaspar se atrasaba. Por ello necesitaba tranquilidad, pero sus papás no lo ayudaban. Entonces, cuando estaba anotando uno de los resultados, un sonido detrás de él lo alteró. En la esquina donde tenía acomodados varios de sus juguetes parecía que algo se movía. Se asomó y vio cómo de entre los peluches y las cubetas llenas de plastilina salió caminando un pequeño robot de juguete que le habían regalado dos cumpleaños atrás. Gaspar pasó saliva. Lashabía baterías de ese robot se habían agotado hacía mucho y no se acordado de remplazarlas. No

 

era posible que ese robot estuviera funcionando. «Los niños grandes no tienen miedo» ,  se recordó. El robot siguió caminando con movimientos lentos y haciendo rechinidos. Si el brazo derecho se movía, hacía avanzar la pierna izquierda; si se movía el brazo izquierdo, la pierna derecha dabacon un los paso. no sabía qué hacer, solamente estaba quieto, ojosGaspar bien abiertos, agarrándose con fuerza de la silla como si fuera un escudo. Esto era tan parte de su vida, que ya ni siquiera debería asustarlo. Pero ahí estaba otra vez el terror abrazándolo con fuerza. El robot caminó hasta su cama, dio un par de vueltas en círculos pequeños y después se metió debajo de esta. Gaspar sabía que no  volvería a ver ese pequeño robot. No importaba si al día siguiente le pedía a su mamá que lo buscara, el juguete ya no estaría ahí. Le había pasado muchas después veces antes, con dejaba crayones, calcetines y juguetes, con primero zapatos que muyluego cercacon de su cama, hasta que nalmente empezó a hacer él mismo experimentos en donde tomaba algún objeto de su casa y lo empujaba con una escoba hacia la oscuridad bajo su cama. Todo desaparecía. —Ya son las diez, hora de dormir —dijo su padre asomándose desde las escaleras con un vaso de agua en la mano. Su nariz estaba roja e hinchada. termino la tarea de que Matepodría —contestó Gaspar. La —Pero verdad todavía es que no había avanzado tanto terminar los últimos dos problemas en la mañana antes de irse a la escuela, pero sabía que la cosa debajo de la cama estaba despierta y lo que menos quería era apagar las luces. —Reglas son reglas, hijo —respondió su padre arrastrando las palabras. Su cabello negro se estaba cayendo mucho en la parte de atrás. Gaspar no sabía si era normal o si debía a todo el alcohol que tomaba antes y después de gritarle a mamá. Noy dijo nadaa sentirse y guardónervioso. sus cosas en la mochila. Se metió a la cama empezó

 

—Buenas noches. —Su padre dejó el vaso en el buró junto a la cama y le dio un beso en la cabeza. —Papá —le tomó el brazo antes de que se alejara—, ¿podemos dejar las luces encendidas? —Su padre hizo una mueca. —Por favor,no tengo —Gaspar, haymucho nada miedo. —declaró su padre. Se inclinó con dicultad y levantó la parte del cobertor que colgaba para poder asomarse—. Nada. No hay nada ahí abajo. Gaspar se resignó, sabía que lo que sea que viviera ahí, era algo que sus papás p apás no po podían dían ver. ver. Su padre apagó la luz y bajó las escaleras. Gaspar recargó la cabeza en la almohada y se quedó mirando el techo. La lamparita de noche proyectaba diferentes estrellas y lunas giratorias.con Tenía las manosrogando entrelazadas sobre su abdomen y estaba  jugando sus pulgares, por que le diera sueño rápido. Cerró los ojos y empezaba a quedarse dormido cuando sintió una brisa muy ligera acariciarle el cabello. Apretó aún más los ojos. No había ventanas ahí arriba y el aire acondicionado estaba apagado. Empezó a sentir la corriente eléctrica del miedo entumeciéndole el cuerpo. Escuchó el metal de los ganchos del clóset moverse. Algo se cayó. y jaló las hastaruidos su barbilla. Se Gaspar aferró acomenzó ellas cona temblar toda la fuerza quesábanas tenía. Oyó en su escritorio. Su lapicera parecía estar siendo sacudida y luego percibió el sonido de papel, como si alguien estuviera curioseando entre sus dibujos. Esto despertó su interés, así que, con mucha cautela, abrió uno de sus ojos. Solo uno y muy poquito. No podía ver mucho, pero cuando logró enfocar bien el área del escritorio, sintió como si acabaran de lanzarlo a un lago congelado. Había alguien ahí, dándole la espalda. era alguien, bien era algo. un pájaro con plumasNonegras y alasmásextendidas, peroParecía lo más

 

impresionante era que parecía no tener piernas. Su cuerpo emplumado se alargaba como el de un gusano y terminaba debajo de la cama. Si se ponía a pensarlo, las cosas extrañas nunca sucedían fuera de su cuarto, ¡tal vez todo ese tiempo esta cosa había estado pegada a su resollar. cama! . El susto lo hizo resollar Se quedó petricado. La cosa lo escuchó. Lo sabía porque soltó su libreta de dibujo. Estaba dándose la vuelta cuando Gaspar se tapó hasta la cabeza con los ojos bien cerrados. «Gaspar», sintió al enorme pájaro pararse junto a él. Su voz era un rechinido que le hacía doler los dientes, como arrastrar un tenedor sobre un plato de porcelana. «No tengas miedo, Gaspar», había una segunda voz ahora, hablando junto al rechinido. Era voz la voz de esta su hermana «Te queremos, Gaspar», una más, sonaba Matilda. parecida a la de su padre. pad re. «Gaspar», repetía el coro de voces. «Míranos, Gaspar, no te asustes». «Nosotros te vamos a cuidar bien», ahora escuchó la voz de su madre y fue entonces cuando empezó a gritar tanto como sus pulmones se lo permitieron. Gritó hasta que las luces se encendieron y sus padres le preguntaban si esa estaba bien. Después de noche no volvió a romper ninguna de sus reglas.

—¿No extrañas estar acá? —preguntó Matilda. Gaspar levantó la mirada de la hoja con los puntajes y miró a su hermana. Pusieron el juego en la mesa de café de la sala y se

 

sentaron con las piernas cruzadas sobre la alfombra color hueso. —A veces —respondió. Metió los dados de vuelta al cubilete y lo agitó. —Eso no sonó sincero. —Matilda sonrió mordisqueando la tapa de su pluma—.—musitó ¿No piensas volver Movió alguna su vez?muñeca y los dados —Mmm... Gaspar. cayeron sobre el tablero. «Yahtzee», pensó, pero solo anotó los puntos en la hoja—. ¿Tú no has pensado en irte? —A veces —contestó ella imitándolo—. ¿Pero después quién va a cuidar a mamá y papá? —Estaba mirando el árbol de Navidad en la esquina de la sala. Este año lo habían decorado con esferas y  listones dorados. —Lo de papá no es tan grave. Mamá dice que los doctores le dan buen pronóstico —agregó hermano. —Yo —Y o sé, no hablo de eso. esoel. —Hizo una pausa—. Bueno, no solo de eso.

 

Gaspar la miró confundido. Uno de los adornos de su madre reproducía un villancico navideño. —Creo que algunas personas no están enfermas en el cuerpo, sino en el alma. Y no es fácil curar el alma —explicó Matilda—. Por esoÉl creo que mis me necesitan aquí.loPara asintió conpapás la cabeza. Sí entendía queayudarlos. su hermana quería decir, pero al mismo tiempo sentía que ella se estaba encadenando a este lugar. No por gusto propio, sino por un sentido de autosacricio que sus padres estaban más que listos para aceptar. Eso hacía que le doliera un poco la cabeza. Los cascabeles pegados sobre la puerta sonaron cuando la puerta de entrada se abrió. —¿Gaspar? —escuchó. Mamá Se pusoestaba de pieeny casa. salió para encontrarse con ella en el recibidor. —¡Te extrañamos mucho, hijo! —Lo abrazó hasta sacarle el aire  y luego le agarró la cara con sus manos de uñas largas y bien cuidadas. Llevaba puesto un suéter grueso y rojo, botas de lluvia y  una boina sobre el cabello castaño claro. Olía mucho al perfume de madreselva y vainilla que llevaba usando toda la vida. —Yo también, mamá. —Se apartó un poco—. ¿Cómo han estado las cosas? Su madre arrugó nariz.sigue con lo mismo y ahora el hígado le —No tan bien. Tulapadre está fallando. —Su cara se contrajo como si acabara de probar un limón, probablemente trataba de no llorar. llorar. Gaspar cambió su peso de un pie a otro, nunca sabía qué decir en esas situaciones. Quería mucho a su padre y le dolía que estuviera enfermo, pero por alguna razón se sentía como si este fuera el momento de sufrir de su madre y que él debía consolarla, en vez de lidiar con sus propios sentimientos. —Todo va a estar mamá —leella—. dijo. Pero, —Esperemos que bien, sí —respondió Pero, bueno, bueno, no vamos a

 

ponernos tristes. Ya casi es Navidad y es época de estar contentos. —Sonrió y caminó hacia las escaleras. —Pidan una pizza, voy a ver cómo está su padre. Los gemelos fueron a la sala a recoger el juego de mesa y limpiar todo.

Gaspar había estado investigando por internet acerca de distintas escuelas en el extranjero a las que podría asistir. Había una que le convencía en Canadá, que tenía dormitorios y podía recibirlo cuando entrara a la secundaria. En ese momento Gaspar estaba por terminar el sexto grado, así que podría irse a ese país durante el  verano.. P  verano Pero ero,, por más que estuvo pensándolo, p ensándolo, no tenía el valor para decírselo a sus padres. Su mamá seguramente se pondría histérica y  no iba a permitirle irse lejos de ella, y su padre lo llamaría malagradecido y derrochador por hacerlo gastar dinero que la familia no tenía. Estaba investigando en su teléfono, recostado en la sala cuando escuchó a sus padres discutiendo en la cocina. Papá había llegado tarde otra vez y mamá le había reclamado. A partir de ahí el problema fue creciendo y creciendo hasta terminar en insultos muy  personales. Escuchó platos que se quebraban y saltó en su asiento. Su mamá salió de la cocina con los ojos rojos y las mejillas húmedas. Se miraron unos segundos. Gaspar sabía que a ella no le gustaba que la vieran llorar, así que, sin hacer preguntas, regresó a su teléfono y siguió con lo suyo como si no acabara de pasar algo. Su mamá tampoco habló y solo subió a su cuarto y cerró la puerta de golpe.

 

Ese día no tenía tarea, así que encendió su lamparita de noche más temprano y pensó que tal vez podría quedarse dormido antes de que sus papás subieran a apagarle las luces. Esas noches eran las más tranquilas, porque, a menos de que fuera un ruido extremadamente fuerte, ignorar todo lo quecama sucedía ático. Bebió el agua que podía siempre tenía junto a su y se en fue ela dormir. Lo despertó la voz de su madre gritando. Entre sueños se incorporó. —Yaa escuché, ma —dijo medio dormido. Se movió hacia la orilla —Y  y bajó un pie tras otro, poniéndolos rmemente en el piso. Sintió que algo frotaba sus tobillos. Reaccionó de golpe y  regresó a su cama, abrazándose las rodillas. Todavía Todavía estaba alterado, alterado, cosa pues había sentido las plumas intentando tocarlo. Había caído,claramente rompió su propia regla.de Noesa debía abrir los ojos mientras las luces estaban apagadas y él estaba solo, pero mucho menos debía bajar de la cama. La sangre le golpeaba en los oídos.

 

«Gaspar», escuchó la voz de su madre saliendo de la cama. «Míranos». La criatura se deslizó por debajo de la cama, sus plumas rozando el piso. La cosa estaba por levantarse y verlo cuando Gaspar saltó y  se echó a correr hacia lasleescaleras. Resbaló y cayóuunnalrayo segundo piso  justo sobre su cod codo o, que lanzó hasta el cerebro del dolor do lor más puro que hubiera sentido en toda la vida. Sus padres y Matilda se despertaron y corrieron a ayudarlo. Gaspar se enroscaba y gritaba del dolor. Era un dolor loso y  asxiante. Al día siguiente, Gaspar les exigió que lo dejaran irse a estudiar a Canadá. Y no había vuelto a casa desde entonces.

Su padre bajó hasta que todos acabaron de cenar y estaban bebiendo café en la mesa del comedor. Había subido mucho de peso desde la última vez que lo vio y se había dejado la barba. Traía puesta una bata verde de baño encima de su piyama. —¿Cómo van los estudios? —le preg preguntó untó a Gaspar. Gaspar. —Bien, papá. Todo en orden. —Bajó los ojos a su taza. Casi no le gustaba tomar café, pero a veces lo hacía si este tenía suciente leche y azúcar. —Eso espero. No quiero estar tirando el dinero a la basura y esa escuela no es barata. —En los últimos años, cada vez que veía a su papá parecía estar enojado y buscaba pelea con quien fuera. —Acaba de llegar y ya lo estás haciendo sentir incómodo —lo regañó su madre, dándole una palmada en la mano—. Después no querrá quedarse aquí. No quería quedarse de todos modos. Planeaba regresar y seguir

 

con sus estudios allá. Pero no dijo nada. Su madre pareció leerle el pensamiento porque dijo: —¿Y cuándo vuelves, hijo? —Le dio un sorbo a su café—. Ya estuviste allá muchos años, creo que es hora de que regreses a casa. Su madre miraba con Comenzó emoción a ypensar Gaspar problemas paralodecir que no. quetenía habermuchos vuelto no había sido la mejor idea. ¿Qué tal si ahora no lo dejaban irse de nuevo? —Te va a dar estabilidad y te aseguro que te vas a sentir mucho más tranquilo aquí con tu familia que en un país en donde no tienes a nadie —continuó su madre. Gaspar se masajeó las sienes, sentía que una migraña estaba aproximándose. Junto a él estaba Matilda con los ojos perdidos en el teléfono. —Voy —V oy a pensarlo —dijo — dijo derrotado. Pero no quería pensarlo. Cuando subió al ático para dormir comenzó a ponerse nervioso. Era tonto e infantil y hasta le daba miedo admitirlo ante sí mismo, pero en verdad no quería apagar las luces para dormir. Se miró en el espejo del cuarto y repentinamente el reejo que  vio no tenía diecisiete años, sino doce. Su cabello estaba más corto, su cuerpo se veía ligeramente desproporcionado y su cara apenas comenzaba a tener Gaspar miedo sacudióa launcabeza. No. Y Yaa noque era un niño, no tenía por acné. qué tenerle ser inexistente su mente había creado. Era casi un adulto y debía comportarse como tal. Se puso la piyama y cuando estaba por encender la lamparita de noche que usaba cuando era niño, se detuvo. Era ridículo, no necesitaba dormir con eso a su edad. No iba a encenderla y a seguir ese ciclo en donde nada en esa ciudad ni en esa casa cambiaba. Él no era el mismo, él había cambiado, madurado y crecido, y no iba a seguir estúpidas reglas imaginarias. Apagó lasnada. luces del ático y se en la cama No pasó Se quedó enmetió la oscuridad cona dormir. todo quieto. El

 

único sonido ocasional era el de los perros de los vecinos ladrando. Se sentía tonto por haber estado preocupado en un inicio, era obvio que no iba a pasar nada. De pronto, algo cerca de su escritorio se cayó. Una olaimaginación», de ansiedad subió porcon su espalda. «Es tu se dijo los ojos cerrados. «Todo está bien». Pero algo comenzó a jalarle la cobija. Primero fue sutil y él siguió repitiéndose que estaba imaginándolo, pero la tela siguió bajando. Agarró la cobija con fuerza. Seguro solo estaba resbalándose de la cama; eso podía pasar, pasar, no sería nada raro. Entonces, la cobija le fue arrancada de las manos con una fuerza impresionante y fue lanzada lejos. Gaspar no pudo evitarlo y abrió los ojos por la sorpresa. Encima él, viéndolo directamente, cosa que vivíay  debajo de sudecama. Tal como la recordaba,estaba tenía la el cuerpo largo grueso como el de un gusano, pero estaba cubierta de plumas y  tenía alas como una enorme ave. Sin embargo, lo más escalofriante era la cara. Era humana, pero al mismo tiempo no. Como un dibujo exagerado de lo que una cara humana debía ser ser.. Tenía Tenía enormes ojos negros, cejas arqueadas hacia arriba y una sonrisa gigantesca que iba desde un extremo hasta el otro de la cara. Gaspar sintió como si un fuego frío lo hubiera envuelto en un segundo. «Gaspar», no aunque había escuchado ese rechinido pequeño. Pero, la cosa estaba hablando, desde la bocaque no era se movía. «No nos dejes». Otra vez las voces de su familia empezaron a llegar a sus oídos. Rodó hacia la orilla y cayó de la cama. Empezó a correr pero la cosa era más rápida y lo abrazó con sus alas. «No tengas miedo», dijo. «Los niños grandes no tienen miedo».  Y lo jaló hacia abajo de la cama. Gaspar comenzó a gritar, pero nadie llegó. Tal como lo pensó de niño, cuerpo del gusano estabalopegado a la base de laque cama, justo debajoeldel colchón. Las náuseas invadieron al saber su cama

 

todo este tiempo había sido… eso. La cosa siguió abrazándolo con fuerza y Gaspar sintió como si algo lo absorbiera, o como si estuviera cayendo por un agujero a lo desconocido. «Los niños nohacia tienenunmiedo», volvió ade decirle. Gaspar hizograndes la cabeza lado, tratando evitar que fuera absorbida mientras seguía esperando a que su familia llegara a ayudarlo.. ¿Dónde estaban todos? ¿P ayudarlo ¿Por or qué no lo escuchaban? «No nos dejes», las voces dijeron en coro. Intentó empujar al gusano lejos de él, pero todo lo que consiguió fue que sus manos terminaran absorbidas. Primero sintió como si hubieran sido cubiertas de pegajosa miel, y después desaparecieron. Ya no las sentía. Intentó jalarlas de vuelta, pero parecía que habían quedado lacompletamente de él. «No nos dejes, Gaspar», voz de Matildadesconectadas salió de la cosa y él empezó a llorar por la desesperación. «No tengas miedo», repitieron en coro. «No tengas miedo». Sus piernas ya no estaban, por más que quisiera ya no podría huir. Seguía intentando estirar el cuello hasta donde pudiera para proteger su cabeza. «Quédate, Gaspar», escuchó la voz de d e su madre. Perdió las ganas de pelear pelear.. Nadie lo escuchó. Dejóendecasa. oponerse y se dejó llevar por completo por la cosa. Ya estaba

 

Misha era la la chica más bella y querida de toda la escuela. escuela. Tenía el cabello el cabello del color de deliciosa miel, la piel de vainilla, de vainilla, los ojos de chocolate chocolate y una voz agradable y azucarada. Todos amaban amaban a Misha y querían estar cerca de ella. ella. Incluso su rival para reina reina del baile, Dinara, no podía negar que la la admiraba.  admiraba. Sin embargo, embargo, para decepción de Dinara, se dio cuenta cuen ta de que la  voz de Misha Misha dejaba de sonar igual de azucarada grita gritando ndo desde la  jaula. Y pa para ra rematarlo todo, cuando se lo arrancó pa para ra ponérselo ella misma, su misma, su lindo cabello olía a sangre en vez de miel miel..

 

Mi mamá siempre siempre me ha dicho que sea educada, incluso incluso con las personas que que me hacen mal. Que sea paciente, que dig a «por favor»  y «gracias», y «gracias»,  y que nunca me olvide de causar una buena buena impresión. Mi mamá siempre siempre me da buenos consejos y me dice  dice  que si una puerta se queda queda abierta, debo cerrarla; que si algo est á fuera de su lugar, debo acomodarlo, debo acomodarlo, y que, para ahorrar energía, de debo bo apagar la luz después de después de un rato.  Yo  Y o siempre siem pre intento seguir los consejos de mamá. Incluso In cluso el otro día intenté invitar a un amigo a la esta de té que hice en el comedor. Acomodé las sillas, me puse mi mejor vestido y le sonreí  desde la mesa con tanta amabilidad como pude. Pero mi amigo es de lo más grosero y solamente, como cada vez que nos vemos, me encerró en un círculo de sal mientras rezaba y me ordenaba que me

 

fuera. Algunas personas simplemente no tienen mamás que les enseñen buenos modales.

 

No estaba seguro de por qué mamá seguía dejando las noticias n oticias todo el día, si siempre siempre decían lo mismo. díauniversitaria día    proyectaron con en la pantallateñido holográca la f ootografía tografía de unaEse chica el cabello de verde. Su nombre era Anabella Anabella Ivanov y al parecer uno de sus profesores llaa asesinó de una forma  forma  bastante brutal. Intenté escuchar lo que sucedió, sucedió, pero después de que de que la reportera mencionó que a Anabella le l e sacaron el ojo con una una cuchara mientras estaba viva, decidí irme ddee la sala. Una araña de tensión me recorrió el cuerpo con la imagen de Anabella aún en mi cabeza. Sabía que en algún momento esto debería dejar de impactarme, pero mi corazón todavía no se adormecía lo suciente. los días había noticias como hacia esta. Todos los días alguien eraTodos torturado o asesinado. La violencia

 

los animales estaba descontrolada al punto de que ya nadie se arriesgaba a sacar a sus mascotas de casa por miedo a que ofendieran a algún vecino y terminaran muertos. Los niños estaban dejando de asistir a la escuela poco a poco, ya fuera por terror de los padres o porque ya no creían laslaaulas se estaban quedando vacías. Asílohabía sidonecesario, desde quepero dieron noticia mundialmente: el n de los tiempos, del que tanto nos habían hablado por años, estaba por llegar llegar.. Salí de la casa y respiré. Mi calle estaba tapizada por las mismas casas iguales. Todas pequeñas cúpulas para familias pequeñas, todas de color blanco, todas deteriorándose. Caminé instintivamente hacia la casa de mi amigo Ignat para pedirle ayuda con una de las asignaturas virtuales que llevamos en la universidad. Éramos los pocos decidimos continuar con nuestros estudios, de a pesar de todo.que Ignat se mantenía con esperanza; creía que podríamos superar todo lo que había estado ocurriendo y que debíamos seguir preparándonos para el futuro. Yo, por otro lado, solo necesitaba algo que hacer mientras nos llegaba la hora. Mientras avanzaba no podía evitar prestar atención a las cúpulas de nuestra zona. Cada vez había menos personas viviendo en estas casas y era muy fácil saber quiénes seguían ahí y quiénes se habían ido simplemente por las puertas. Las de los que seguían peleando estaban llenas de candados gruesos y metálicos, mientras abarrotadas que las casasy deshabitadas permanecían vulnerables y… quietas. Justamente a unos pasos de la casa de Ignat había una cúpula que fue abandonada hace poco. Creo que fue de las sorpresas más grandes para mí porque era alguien a quien conocía. Conviví con Klara, la pelirroja pecosa hija de la familia que solía vivir ahí, desde que éramos bebés. Y aunque nunca fuimos particularmente cercanos, sí estaba acostumbrado a nuestras conversaciones vanas sobre clima cada vezdeque para ir a casa de Ignat. Creo nuncaelme di cuenta quepasaba ella se estaba volviendo parte deque mi

 

rutina, hasta que supe que decidió irse hace catorce días junto con toda su familia. Los que tomaban esa decisión procedían siempre con la mayor cautela para evitar cualquier tipo de problema con los  vecinos. Algunos usaban métodos más callados que otros, pero nadie supoy laloencontraron de Klara hasta habían recostada pasado ocho días completos junto aque sus padres en la sala, con la pantalla holográca encendida y en un avanzado estado de descomposición. No sé por qué, si en verdad no la conocía muy bien, mi estómago siempre se apretaba al pensar en lo de Klara, y era en esos momentos cuando prefería regresar la vista al frente y no ahondar mucho en ese sentimiento. Después de todo, hoy en día, qué más da. Todos nos iremo iremoss tarde o temprano. dijo Ignat a modo de saludo  vio —Ya entrarte alesperaba jardín. T—me raía ropa deportiva y estaba paradocuando sobre me un tapete de yoga. Metí las manos a los bolsillos y ngí una risa. El sol ya se estaba ocultando y el aire olía a humedad. —En cuanto recibí la noticación de que teníamos tarea para el  viernes, me dije: «T «Tomek omek no tarda en venir». —Sonrió —Son rió y su nariz se arrugó. La única manera en la que puedo describir la apariencia de Ignat es… amable. Como un cachorro. Su cabello es del color de la arena, piel está tienesimilares ojos redondos y grandes ycolor café. Susupadre y subronceada madre sonymuy a él físicamente, son los únicos que parecen estar cuerdos aún entre todas las personas con las que convivo convivo.. Me invitó a pasar a su casa y fuimos directo a su cuarto. La casa es de las más grandes en nuestra zona porque su madre tiene un puesto relativamente alto en el gobierno. Tienen dos salas comunes  y un comedor entero, y aunque el cuarto de Ignat es un poco más pequeño que el mío, todo en su casa tiene mucho mejor aspecto. Se sentó frente escritorio y yo meamarillento senté so sobre bredela las cama. T Todo odo estaba pintado poraelsutono ligeramente luces de

 

noche. La casa estaba tan silenciosa que pude escuchar un gato maullando a lo lejos. —¿Y tus padres? —pregunté mientras me quitaba los zapatos. Ignat tomó su tablet y la cara se le iluminó con el azul de la pantalla. —Trabajando hasta tarde. Llevan en juntas importantes toda la semana. —Hizo una pausa, pasó los dedos un par de veces sobre la tablet—. En especial mamá, ya sabes. —Es sobre… —Torcí los labios y respiré hondo sin querer continuar. —¿Sobre qué más va a ser? No vamos a darnos por vencidos. — Me miró a los ojos y no pude evitar la irritación que sentí subir por la garganta. —Pero para qué seguirse engañando. Ya casi queda comida, ni energía, ni recursos, ni nada. —El cabello de no Klara apareció en mi cabeza. Pateé uno de mis zapatos con fuerza y azotó contra la pared. —Están trabajando en un plan de contingencia —me aseguró—. Hay varias opciones que no se han explorado para… —Ya no quiero hablar de esto. Cambiemos de tema. —Me tiré sobre la cama y giré para darle la espalda. —Tomek… —La voz de Ignat era suave. qué ibaque a saber él de sitodo estolossi días en suhabía casa comida podía utilizar todaPero la energía quisiera, todos en su mesa, si no temía por la vida de sus padres cada vez que ellos salían a trabajar. Sentía mi garganta seca, como llena de algodón, y la frustración estaba derramándose por todas mis entrañas. —Ya dije que no quiero seguir hablando de esto —respondí  secamente. —Ya lo sé. —Suspiró—. Solo no quiero que te pierdas. La desesperación le hace eso a la gente. Me levanté al n le di la cara. —No estoyydesesperado —le respondí. Me humedecí el labio

 

inferior con la lengua—. Estoy hueco. Hubo una pausa. Raspé mis dientes superiores contra los inferiores varias veces. Todavía podía escuchar al gato maullar. —Se supone que un no debo nada, decirte pero… —Ignat hacia el piso—. Sí tienen plan. decir No puedo detalles miró porque ni siquiera yo los tengo, pero sí hay una oopción. pción. Van Van a dar el aviso este n de semana. Mi corazón dio un pequeño salto. —¿Qué? —pregunté incrédulo—. ¿De qué se trata? Él negó con la cabeza. —No sé mucho, solo sé que hay una forma de que no todo termine. —Frunció el ceño—. Cuando menos no para todos. Por eso es por loEl que mamá estado trabajando tanto últimamente. anuncio queysepapá dará han este n de semana es bastante importante. —¿A qué te reeres con «no para todos»? —Me acerqué un poco más a él. Mis ojos estaban clavados sobre los suyos con total atención. —Seguimos siendo demasiados —dijo con la mirada más triste que le había visto hasta entonces. Estaba por preguntar más, pero Ignat prácticamente me lanzó la tablet en la puedo cara. se —Ya —Y a no seguir guir hablando de esto. —Pero… —No. Es en serio. —Hizo un gesto hacia la tablet—. Además, tenemos que empezar con la tarea del viernes. Es bastante material. —Sonrió, pero su postura no se relajó y supe que en verdad no iba a aceptar que siguiera preguntándole. Asentí con la cabeza y cedí. Después de todo, solo faltaban unos días para el n de semana.

 

Para cuando regresé a casa, toda la calle estaba a oscuras. La única casa que tenía energía hasta esta hora era la de Ignat. Abrí el candado que ya estaba puesto en la puerta y cerré todo tras de mí  con el cuidado más minucioso. No teníamos nada de valor que pudiera interesarles a los demás, ni siquiera teníamos mucha comida, pero en tiempos de escasez, todos tienen colmillos, y es mejor no arriesgarse. —¿Por qué tardaste tanto? —preguntó mamá con voz acelerada. Levantó su teléfono para tener algo de luz. Mamá y yo tenemos el mismo cuerpo delgado y larguirucho y  cabello negro, pero sus ojos son oscuros, mientras que los míos son  verdes. Ambos tenemos la cara ligeramente cuadrada y una nariz algo chata. —Estaba trabajando con Ignat —le respondí. —¿No tienes idea de lo que pudo pasarte? ¿No has estado escuchando los reportes? —Su boca se movía rápido y hacía con las manos ademanes exagerados. —Claro que los he estado escuchando, pero qué más queda. — Me encogí de hombros. —Una vida digna, Tomek, eso queda. —Hizo una mueca y  escupió hacia el piso. La luz en su teléfono se atenuaba y sabía que era porque la batería se estaba acabando. —Mamá, por favor, ¿qué vida es esta? Ya no queda nada. Apagó el teléfono y dio unos respiros. Mamá no estaba llevando las cosas bien. Todos los días salía a diferentes zonas alejadas en busca de latas de comida o ropa que pudiera encontrar por ahí. Cada día regresaba con menos cosas, pero más heridas en el cuerpo  y otras tantas en la mente. Hace mucho le dije que dejara de

 

intentarlo, pero temía que, si no tenía algo a lo cual aferrarse, perdería por completo la razón. —Una muerte digna, entonces, Tomek. Cuando menos, tengamos eso. Me quedé callado. tenía una respuesta aquello. —Buenas noches,Nomamá —fue todo lopara que dije antes de encaminarme a mi cuarto y recostarme sobre la cama. Miré hacia lo que antes era mi ventana, pero ahora era un cuadro abarrotado con madera y clavos oxidados. Mi cuarto olía como un refrigerador sucio. Un poco a agua estancada, un poco a sobras de comida, un poco a algo rancio que no puedes realmente identicar. Me cubrí la cabeza con las cobijas y me permití dormir una noche más.

Los días siguieron con el mismo pegajoso, pesado y lento avance de miel servida sobre pan. Todo lo que esperaba era la llegada del n de semana para escuchar la noticia de la que me había contado Ignat. Caminé hacia la sala y me senté. Encendí la pantalla holográca  y en automático mis ojos fueron asaltados por brillantes colores anaranjados, amarillos y rojos. Letras gigantescas moviéndose por toda la pantalla como nunca antes había visto. NO TE PUEDES PERDER ESTA OPORTUNID OPORTUNIDAD AD. Decían las enormes letras. LA EXPERIENCIA MÁS IMPORT IMPORTANTE ANTE DE TU VIDA. Todos los colores parpadeaban y me acerqué un poco más, queriendo saber de qué se trataba todo eso. Apareció el escudo de

 

la nación y un montón de letras blancas fueron quedando sobre él. Una voz femenina y azucarada leía lo que estaba escrito. «Únete al proyecto para explorar el espacio y el nuevo planeta que se convertirá en el hogar de la humanidad». Mis cejas se alzaron. Podía sentir cuerdas delatensión por todo mi cuerpo, desdedelgadas mis tobillos hasta cabeza.amarrándose Era una mezcla de nerviosismo con algo más, algo que no había experimentado en años. «¡Inscríbete al Proyecto de Colonización Alpha y gana el anillo de Medea! Con él podrás partir con toda tu familia en una de nuestras distintas naves destinadas a crear un nuevo hogar para el futuro de la raza humana. Sé parte de la historia, obtén el anillo de Medea». La cómo información seguía dando detalles sobre participar. Era apareciendo, bastante sencillo, solodiferentes debías enviar un mensaje desde tu el teléfono con todos tus datos, información médica y número de familiares que quisieras que te acompañaran en esta misión. El Proyecto de Colonización tardaría décadas en brindar frutos, ya que llegar al planeta de destino tomaría años, y  además, después de llegar a él, tenían que asegurarse de que fuera habitable, que se pudiera cultivar plantas, que se pudieran criar animales… No sería una tarea rápida ni fácil, pero cuando menos, era un futuro. Teníamos días para enviar laAinformación se requería antes de que ocho se cerrara la dinámica. pesar de queque el número de personas que podían ser seleccionadas era de poco menos de la mitad de los que quedábamos en la nación, no había lugar para todos. Y eso era algo que estaba haciendo a mi cerebro  vibrar de angustia. La mitad restante muy probablemente se quedaría a morir. No había ya nada en este planeta. Absolutamente nada. No tengo demasiada información sobre cómo lo estaban llevando las otras naciones, pero la nuestra se consumía cada vez más rápido. íbamostiempo. a soportar décadasopción. hasta tener un lugar a dónde ir. No No ir. teníamos No teníamos

 

El anuncio terminó y de inmediato se reinició sin perder un solo segundo. Tal Tal vez estarían pasándolo tod todoo el día. Tomé mi teléfono y tan rápido como pude empecé a ingresar toda la información que pedían. La pantalla holográca compartía un código de usuario debía enviar un mensaje antes de recibir un enlace ocial alenque donde debía responder preguntas sobre mi persona y sobre mi mamá. Debía enviar reportes médicos, químicos y mi evaluación psicológica más reciente, la cual afortunadamente había sido hacía menos de quince días, de lo contrario habría tenido que a actualizarla. Mi pulgar tembló durante un par de latidos hasta que por n presioné el botón para enviar todo. Sentí el estómago en la garganta. ¿Qué estaba haciendo? ¿En  verdad que yoquería podría tener laa mí oportunidad de salir del planeta?creía ¿En verdad engañarme mismo de esta manera? Me quedé sentado viendo el teléfono en la misma pantalla que decía: «Gracias. Tu información ha sido recibida». Afuera se escuchaban las voces de mis vecinos discutiendo sobre quién había tomado las tijeras de podar del otro. Mordisqueé un par de veces mi lengua. El ambiente se cubría por la neblina invisible de la posibilidad. Era de lo más peligroso. La posibilidad abre puertas a sentimientos que en mi posición no podía darme el intriga o, incluso, esperanza. estoy seguro delujo quédeestener, peor: como no tener esperanza y avanzar vacíoNoo recibirla de la nada y temer perderla. Los siguientes días de espera fueron los más brutales para mí. Hubo una disminución considerable en la temperatura toda la semana y se nos aconsejó no salir de casa en absoluto. Pero eso signicaba que mi madre también estaría encerrada conmigo y no podría salir a su cacería diaria, lo cual la haría sentirse inútil y estar malhumorada. No quedábamos muchas apersonas nación, mucho menos en las áreas cercanas nuestra en casa.nuestra Pero las raciones que

 

entregaba el gobierno eran tan escasas que cada uno de nosotros solamente podía consumir una barra de proteína al día. Mamá optó por comer cada dos días, siempre esperando lo peor. Estábamos sentados en la pequeña mesa del comedor junto a la sala. Este era uno deyesos días en los una que botella mamá no había permitido a sí misma comer compartíamos de se agua. —Mamá —dije antes de darle una mordida a la barra que tenía en la mano—, si pudieras salir de aquí, ¿lo harías? Mamá me miró y esa noche las luces hacían que sus pómulos sobresalieran y su cara se viera más pálida y ojerosa. —¿De la casa? —me preguntó. Su voz sonaba rasposa y lenta, el claro cansancio se le derramaba por todos lados. —No —dije encogiéndome de hombros—. Hablo de lo del anillo de Medea. Mamá entrecerró los ojos y asintió lentamente con la cabeza, considerando la respuesta que me daría. Empezó a enterrarse las uñas en la palma de la mano mientras pensaba y su pie no dejaba de moverse. —Creo que a todos nos gustaría tener una segunda oportunidad. —Su mirada se perdió en la botella de agua frente a nosotros. —Entonces, ¿sí? —Ese revoloteo interno regresó a mí. Esa curiosa forma de sentir que estaba empezando a cubrir mis adentros y me —respondió ponía feliz y triste al mismo tiempo. —Sí, claro mamá—. Pero creo que, aunque algunos están hechos para miles de oportunidades y reinicios, otros solo estamos hechos para correr. —Torció los labios—. Esa es la vida de nosotros, hijo, nos ha tocado correr. Sentí que me pinchaban el pecho y que todos los sentimientos burbujeantes que había comenzado a cultivar estaban por salir disparados. El pie de mamá no había dejado de moverse y afuera la noche estaba en completo silencio. —Envié nuestra información para proyecto de colonización —dije—. No sé siser eso considerados te molesta. en el

 

La expresión en la cara de mamá era de completa sorpresa, como aquella vez cuando yo tenía doce años y logré intercambiar mi bicicleta por una canasta de pan y mermelada para celebrar el cumpleaños de mamá. Su cara se suavizó justo como aquella vez y  pareció varios arrugas en unosEsto cuantos respiros. —Noperder imaginé queaños lo de harías —dijo—. no era algo que esperara. La sinceridad en su voz era casi palpable y acerqué una mano para tomarle el antebrazo que tenía recargado sobre la mesa. —Quiero creer —le dije. —Yo también quiero. —Su voz se quebró. —Mañana se comunicarán con los seleccionados. No lo harán público por obvias razones, pero enviarán los anillos a las personas afortunadas. Mamá asintió y me sonrió. —Creamos con mucha fuerza, entonces. Creamos para que se haga posible. —Pasó —Pasó saliva—. Quiero Qu iero que podamos vivir. vivir. —Sí, mamá —contesté, sintiendo una tormenta en la parte trasera de la garganta y los ojos. —Vamos a vivir.

No recibimos ningún paquete. No recibimos ningún mensaje. No recibimos nada. El día de las respuestas llegó y se fue y todas las esperanzas que puse en esta oportunidad estaban siendo evisceradas. «¿Por qué me rechazaron? ¿En qué fallé? ¿De qué forma no fui suciente para ser elegido?».

 

Encendí y apagué el teléfono varias veces, pero no hizo ninguna diferencia. No había ningún mensaje perdido en el sistema, simplemente no iba a ocurrir ocurrir.. Caminé con furia reprimida hacia la casa de Ignat, esperando que vez él supiera habían sido seleccionados o quétalfactores tomabanalgo en sobre cuentaquiénes para eso. Estaba muy enojado con todos y con todo. Estaba enojado con el mundo por estar como estaba, con los humanos antes de mí por ser como fueron y por condenarme antes de que naciera, con el cielo por estar nublado, con el aire por estar tan seco y conmigo mismo por no querer dejar ir este sentimiento a pesar de todo. Me paré frente a la casa de Ignat y le envié un mensaje avisándole que ya había llegado. Las ventanas dejaban salir la luz anaranjada siempre su casa.con Podía escuchar deque manera muy estaba tenue lapresente voz de sudentro madredehablando él. A esa distancia no podía distinguir si estaban discutiendo, pero si  yo podía escuchar su voz, denitivamente su volumen era alto. alto. Una pausa. Su madre dejó de hablar. hablar. «Yaa salgo», re «Y recibí cibí como mensaje segund segundos os después. Guardé el teléfono en mi bolsillo y pasado un momento Ignat ya estaba abriendo la puerta. Su apariencia era desarreglada y su posturaleestaba encorvada con un pesodespeinado sobre los yhombros que nunca había visto. Su cabello estaba lo vi pasarse los dedos rápidamente por sus rizos, tratando de arreglarlos. Miró tras él como considerando algo, pero optó por cerrar la puerta y  caminar hacia mí; supuse que no me invitaría a entrar. —¿Todo —¿T odo en orden? —me dijo como saludo. —Igual que siempre —contesté secamente. Lo miré de pies a cabeza y noté cómo trataba de esconder sus manos dentro de la sudadera. Algo no estaba bien—. ¿Tú cómo estás? Bufó. —Se nota, ¿no? —Se rascó la cabeza de manera brusca.

 

—¿Qué pasa? —Arqueé una ceja. —Camina conmigo, ¿sí? —dijo mirando hacia todos lados menos hacia mí. Asentí con la cabeza y nos movimos hacia el nal de la calle. Su quijada estaba tiesa y susteojos cada vez más rojos. —¿Recuerdas lo que conté la otra noche? —soltó con desdén. —Sí, claro, era lo del proyecto de colonización, ¿cierto? —Sí. —Lo dejó así y después no continuó. No presioné. Quería decírmelo, de lo contrario no estaríamos haciendo eso, así que podía esperar un poco más. Nos detuvimos cuando las casas terminaron. Las últimas de la calle estaban desiertas. Las ventanas estaban rotas y no tenían puertas. Seguramente fueron algunas de las primeras familias que decidieron Se quedóirse. quieto con una expresión que no le había visto antes. Separé los labios, estaba por decirle algo, pero se desplomó para sentarse sobre la hierba y se abrazó las rodillas contra el pecho. —¿Qué está pasando? —Me senté junto a él. —Esto. —Metió la mano a su bolsillo y sacó un pequeño anillo de color ocre. Sencillo, sin adorno alguno, solo una banda de metal que llamaba poco la atención.  Y a pesar de todo, mi centro se movió. Sabía perfectamente lo que Ignat tenía en la mano. Sentí viva que ylasesangre me hervía, comode si la hubieran remplazado por ama esparciera por debajo mi piel. —Es el anillo de Medea —dije con voz rasposa, y no sé cómo es que Ignat no se daba cuenta de que algo estaba por suceder. El fuego se transformaba en hambre. Hambre cruda que aprieta el estómago y te toma por completo. —Es una estupidez, T Tomek omek —me dijo. Mi vista estaba ja sobre el anillo en su mano. Nada importaba, era mi poder vía para un amañana. quería darle mamá. Era lo que la vida me debía, lo que yo

 

—Se me permite ir con mi familia, pero mis padres piensan quedarse. Tú te vas a quedar. —Se limpió los ojos con el dorso de las manos—. Esto no es lo que me prometieron. Mi cabeza bombeaba sangre a gran velocidad y sus palabras se ahogaban en mis laoídos. Quería arrancarle mano Solo y huiraumentaba con el anillo.el hambre, el frenesí. Ignat seguía hablando. Decía cosas como injusticia y no tener ninguna otra opción y tal vez escuché algo sobre soledad, pero mi mente ya no era mía y mi cuerpo ahora estaba torciéndose de una forma que no sabía que era posible. La esperanza es peligrosa, la esperanza desató esta hambre. Hambre de consumir con sumir y mutilar y morder y vivir vivir.. No sé cómo volví a casa, no recuerdo nada después de esos momentos dehabía la conversación, pero cuandosobre mi mamá me preguntó esa noche si recibido una respuesta nuestra salida, le respondí con seguridad: —Sí recibimos el anillo de Medea. Ahogó un grito. grito. —Nos vamos en tres días.  Y me fui a dormir. dormir.

Ignat me envió varios mensajes esa noche y al día siguiente pero no respondí ninguno. Lo odiaba. Lo odiaba con una potencia sorprendente. Aquí  estaba él de nuevo con una mejor oportunidad de vida que yo, ¿y  por qué? ¿Qué lo hacía mejor que yo? Él nunca había pasado hambre, nunca había visto a sus padres deshacerse para obtener sobras de la vida. Él siempre caía de pie,

 

siempre tenía un respaldo suave en el cual recargarse.  No era justo, justo, no era justo justo,, no era justo. justo.  Hambre..  Hambre  Hambre..  Hambre  Hambre..  Hambre

Sabía lo que iba a hacer, sabía que no iba a permitir que la vida me diera estas fuerzas y ganas de vivir, y después de probar estas sensaciones me las quitara de las manos. Mamá dijo que nací para correr y eso es justo lo que iba a hacer. Iba a correr, a cazar y a comer. Iba a romper a Ignat en mil pedazos e iba a tomar su lugar. Un lugar que yo merecía más que él por miles de razones. Esperé a que anocheciera como la bestia en la que me había convertido y me encaminé hacia la de Ignat. «¿Estás en casa?», le pregunté encasa un mensaje. «Sí», respondió de inmediato. «¿Tus «¿T us padres también están en casa?». «No. Ellos ya no van a volver. Van a esperar en la base de lanzamiento». Eso solo lo haría más complicado cuando me hiciera pasar por Ignat. Hubiera preferido acabar con todos la misma noche y  librarme de los problemas, pero tendría que cruzar la segunda parte del nave.puente cuando llegara a él. Lo más importante era llegar a la Di algunos respiros temblorosos y pasé los dedos por el tubo de metal que había arrancado de la casa de Klara en la mañana. Pensé que era mejor que termináramos con todo esto juntos, de cierta manera, aunque a ella no la conociera bien y aun así pudiera hacer que mi estómago saltara. «Estoy afuera. ¿Puedo pasar?». Por un momento fugaz sentí miedo. No. No yo. Tomek. Sí, Tomek tenía miedo de mí. Tenía miedo de esto que estaba dentro de él y acababa de despertar. despertar .

 

Ignat había sido un buen amigo por años, siempre tratando de darle sentido a las cosas, ánimos a los días pesados y brindando apoyo en los momentos complejos. Mi estómago rugió. La puerta se abrió e Ignat me miró con ojos hinchados e irritados. Entré a su casa. Había dejado entrar a la bestia. Tomek seguía teniendo miedo, pero poco a poco se le iba apagando por el hambre.  Hambre.  Hambre.  Hambre..  Hambre  Hambre..  Hambre

Algo se iluminó encajando. en la mirada de Ignat. Como si una pieza estuviera nalmente —Tomek —dijo con dolor casi palpable en su voz—, yo no quiero que te pierdas.  Hambre.  Hambre.  Hambre..  Hambre  Hambre..  Hambre

—Tú nos vas a ayudar —dije y ya no me contuve. Lo tomé del cabello con fuerza y lo lancé contra el piso—. Esa es una muerte digna a hablar. más que para mirarme sorprendido, cuando No —volví pudo reaccionar,  yo ya había levantado el tubo de metal. Lo golpeé con fuerza en la cabeza de nuevo, solo que esta vez le quebré la nariz, causándole una hemorragia. El piso se había manchado de sangre y ahí sabía que ya no había marcha atrás. Seguí golpeándolo mientras el líquido rojo manchaba todo como una enorme fuente. Mi hambre se estaba calmando.  Volví  V olví a la normalidad cuando todo quedó en silencio. silencio. estaba se tirado en una extraña contorsión. La parte superior de Ignat su cuerpo hallaba girada hacia arriba mientras que sus

 

piernas yacían acomodadas hacia un lado y sus brazos estaban torcidos de una manera antinatural. Su nariz ya no existía; el tabique estaba triturado, el cartílago expuesto y su rostro se encontraba repleto de sangre. Sus ojos permanecían completamente abiertos. Tomé el anillo de Medea y su teléfono para poder acceder a la información que necesitaba. Me levanté y caminé de regreso a mi casa para limpiarme.

Mamá y yo llegamos con algunas dicultades hasta el punto de lanzamiento. Conocía bien a Ignat; estábamos logrando pasar por los ltros sin mucho problema. Al parecer tener el anillo y que fuera genuino era lo único que importaba. Le preguntamos a un ocial de barba rubia hacia dónde debíamos dirigirnos y de forma muy amable nos acompañó hasta una gran estructura de metal con una puerta gigantesca. Había una la enorme para poder entrar y cada vez llegaban más  y más personas, tod todas as portando anillos de Medea y manteniéndose cerca de sus familias tomándose de las manos. Una vez que el orden se estableció en la la, dos ociales iban caminando junto a nosotros para revisar el anillo con un dispositivo delgado para escanear. Cada persona portadora del anillo debía decir en voz alta su nombre y apellido para que los registraran en el sistema. Según se rumoraba en la la, si recibías el anillo estabas forzado a asistir al Proyecto de Colonización. Sin excepciones. Si no asistías, iban a buscarte y te llevaban en formas bastante brutales, comentaron algunos. Traté de mezclarme entre los seleccionados, de verme como uno más de ellos. Despertaba mi

 

interés que muchas de estas personas eran ancianos y otras se veían roídas por la pobreza. Me pregunté cuáles serían sus ocupaciones una vez que iniciáramos el experimento, tal vez tenían habilidades para las ciencias o la ingeniería. Quise preguntárselo a uno de ellos, pero noociales se me permitió. Los llegaron hasta mí y mi mamá, y después de revisar el anillo en mi mano, dije en voz clara el nombre de mi amigo: —Ignat Kuznetsov. Mamá me miró e inhaló con fuerza. Escuché un sonido extraño y luego el de unos tacones moviéndose. Fue entonces cuando me di cuenta de que detrás de los ociales todo este tiempo había estado caminando la madre de Ignat. Mi estómago se puso frío, como si acabara de comerme un enorme bloque de hielo.notar que sus labios temblaban. Su nariz Me observó y pude estaba teniendo una contracción nerviosa. —¿Todo —¿T odo en orden? o rden? —le preg preguntó untó uno de los ociales. Hubo una pausa. Todo estaba congelado. El favor que nos había hecho Ignat no había signicado nada. Cómo pude ser tan estúpido. Respiré lento y no le quité la mirada de encima. —Todo en enlaorden avanzando la. —respondió ella para mi sorpresa y siguió —Muy bien, avancen —dijo uno de los ociales. Algo estaba mal. Algo estaba muy mal. Intenté irme, pero las puertas se abrieron y la la comenzó a avanzar con rapidez. Todos empujándonos, dejando que el mar de piel humana nos llevara a donde quisiera. —¡Mamá! —grité, pero no podía verla. Se había perdido entre las caras desconocidas descono cidas y el olor o lor a sudor sudor.. —Mamá, Nada. tenemos que irnos. Algo está mal.

 

Entré a la estructura de metal y fui empujado al centro de la gente. Trataba de irme, pero no podía moverme. Me faltaba el aire y  por ninguna parte veía la cara de mi mamá. Todos hablaban al mismo tiempo, pero no entendía nada de lo que de mípara un callarlo. bebé lloraba con fuerza y su madre hacíadecían. lo mejorCerca que podía Quise pasar entre la gente, pero varios codos y hombros me regresaron a mi lugar. Tropecé y choqué con el pecho de un hombre, el cual me lanzó lejos de él hacia otra persona. Algo no estaba bien, todos los vellos de mi cuerpo se erizaron. Estaba hiperventilando. Una luz nos iluminó desde arriba y me cubrí la cara tratando de protegerme los ojos. «Bienvenidos todos los ganadores de confundida. Medea», una «De voz retumbó por todo el lugar y la gentedelseanillo miraba acuerdo a las estadísticas que nos enviaron, ustedes fueron seleccionados para permitirles a sus hermanos continuar reparando lo que está roto y manteniendo en marcha los grandes planes de nuestra amada nación». La gente empezó a murmurar murmurar.. Estaba por tragarme mi propia lengua. Esto no era lo que nos prometieron. Esto no era. «Les damos las gracias su sacricio. No será en vano». El aire se volvió pesadopor y espeso y comencé a toser.  Yaa no íbamos a seguir corriendo.  Y

 

El cielo ho y es gris. El cielo hoy cielo hoy es gris, pero también lo es el asfalto, las la s aves y los edicios que que puedeesver la ventana de suTodo ha habitación. bitación. cielo es gris, gri s, elélasfalto gris,desde su habitación es gris. Todo es  es gris. El  Y él no siente sus dedos.  Y no es porque sus manos estén temblando y se ssientan ientan frías. No. Simplemente Simplemente es que hace tiempo que tiene los brazos adormecidos. adormecid os. Al principio se asustó bastante, pero con el tiempo se acostumbró. Cuando llevas enfermo tanto tiempo, las cosas terminan por perder la chispa de sorpresa. Puede mover sus dedos sin ningún problema; de hecho, comienza a hacerlo para probárselo a sí mismo. no puede sentirlos. Tampoco puede sentir sus piernas, pero Pero esas dejaron de funcionarle hace mucho.

 

El cielo hoy es gris y él está sentado en una silla de ruedas mirando por la ventana. Disfruta ver pasar a la gente; le gustaría saber a dónde van, pero no puede abrir la ventana para preguntarles. Se ven tristes y casi tan grises como todo lo demás. Un hombre en particular capta su atención. Lo ve pasar todos los días por la calle frente a su habitación. Tiene el cabello corto, negro, peinado hacia atrás. Lleva puesto un traje que se ve muy viejo. No es un traje elegante, tal vez lo usa para ir a trabajar. Su ropa está mojada, ¿habrá llovido? Él no se acuerda de la última vez que vio llover. Todos los días en el hospital para él pasan igual. Grises, aburridos, sin lluvia ni sol. Sin ánimo ni tristeza. Simplemente pasan. El hombre del traje está por dar la vuelta en la esquina de enfrente, lo que signica que va a perderlo de vista como todos los días. Camina cabizbajo, como si llevara una carga muy pesada sobre los hombros; arrastra un poco los pies también.  Y listo. listo. Dio la vuelta en la esquina. Se fue. Él quiere preguntarle a dónde va. A dónde se dirige todos los días que lo ve pasar frente al hospital. Tal vez mañana lo haga, tal  vez mañana por n pueda abrir la ventana con sus dedos que no puede sentir y alzar la voz y preguntarle cuál es su historia. Sí, justo eso.. Mañana lo hará. Mañana va a cambiar todo. eso Pero hoy no. Hoy el día es más gris que lo normal y su lengua está más tiesa que de costumbre. La siente pesada, seca, rasposa. Como si hubiera tragado mucha arena. Pero no es una sensación incómoda; tampoco es una sensación placentera, simplemente es. Todo a su alrededor simplemente es, simplemente pasa, simplemente está. Su cena de ayer sigue junto a la cama. Pero no va a tocarla porque no tiene hambre. —¿Luis? —Escucha que lo llaman desde la puerta. La enfermera entra sin pedir permiso y se dirige hacia su silla de ruedas. —Hola —responde él con voz queda—. ¿Ya llegaron mamá y  papá? —Él sabe que ya llegaron, pero debe hacer la pregunta de

 

todas maneras. Debe hacerlo. —Sí —contesta la enfermera sonriéndole y frotando su espalda para confortarlo. Casi no puede sentirla, es como si lo tocara a través de una capa de plástico—. No estés nervioso —dice ella. —No lo estoy. —Luis niega con la cabeza—. Me voy a poner bien, ¿verdad? —No lo hará, él lo sabe. El doctor ayer repasó con él  y sus padres los riesgos de la cirugía; su estado de salud actual, su peso, todo. Cada detalle fue repasado, y tanto él como sus padres decidieron seguir con esto. —Claro que sí. —La enfermera sonríe. El bordado en su uniforme dice «Amelia». Luis ya la conoce bastante bien, lleva mucho tiempo cuidándolo. Amelia le pone la mano sobre la cabeza  y lo observa por unos segundos sin decir nada. Casi lo mira con tristeza, como si supiera que algo malo fuera a pasar. —Cuando me cure y vuelva a crecerme el cabello, lo voy a dejármelo bien largo —dice Luis quitándole la mano de su cabeza a Amelia—. Como Axl Rose. —¿En serio? —Ella sonríe. Ya sabe que Luis se siente inseguro por no tener cabello, dice que su cabeza tiene una forma extraña—. ¿No van a regañarte en la escuela? —No me importa —responde Luis—. Ya me dije que si me pongo bien, voy a hacer todo lo que siempre quise hacer. Todo. —Muy bien —arma Amelia. Platican unos momentos más. De nada en realidad: de los amigos, de la tarea, de la niña que le gusta.Luis no tiene ánimos de hablar, no tienen nada nuevo para contarse, pero aun así platican hasta que llega el doctor con los papás detrás de él. —¿Listo para la cirugía, campeón? —pregunta el doctor del bigote raro. Nunca le ha caído bien a Luis. —Estoy listo. Su mamá lo empuja hasta la sala de operaciones y le cuenta en el camino cómo han estado sus mascotas desde la última vez que las  vio. Los peces están bien, llevaron dos nuevos a la pecera para  vio.

 

recibir a Luis cuando regrese. Los conejos lo extrañan mucho. Parece que Lo Lola, la, su dálmata, está esperando cachorritos. —Vas a estar bien, Luis —le dice su mamá, persignándolo antes de irse—. Te quiero mucho. —Yoo también te quiero, mamá —responde Luis. —Y Pero esa no es su mamá y tampoco es el doctor que está supervisando la anestesia. Son solo sombras de algo que ya ocurrió, sombras que regresan siempre. Y cuando Luis comienza a quedarse dormido, sabe que va a despertar para vivir el mismo día una vez más. El mismo día una y otra vez, con el cielo gris y el asfalto gris y  las paredes grises. Todo de nuevo. Luis sabe que nunca despertó de esa cirugía, pero no sabe cómo cambiar lo que ocurre. Ha intentado decir cosas diferentes más de mil veces, pero ninguna palabra sale de su boca. Solo puede decir y  hacer lo que ya dijo e hizo. Siempre el mismo guion que vuelve a empezar al día siguiente. Todos los días igual, sintiendo el cuerpo adormecido y viendo a las mismas personas pasar frente a él en la calle. Todas tan muertas como él. Luis sabe que el hombre del traje murió también y quiere hablarle. Quiere preguntarle qué le ocurrió, por qué su ropa está mojada, a dónde se dirige, qué sabe de todo esto. Pero nunca logra hacerlo… Si tan solo pudiera cambiar algo, por más pequeño que fuera, sabría que es posible salir de esto. Ese es su último pensamiento antes de que se lo trague el sueño inducido por la anestesia. Luis despierta en su silla de ruedas frente a la ventana de su habitación. El cielo hoy hoy,, como todos los días, es gris.

 

A nales de de los años noventa se popularizó un juego juego de fantasía  El camino hacia Irkalla.

llamado El juego tenía juego tenía ambientación medieval y era famoso porque tenía distintos nales nales según las decisiones que tomaras. La ttecnología ecnología no estaba tan a vanzada en ese entonces, y la compañía que desarrolló el juego no tenía mucho presupuesto, así que solo hab había ía tres nales posibles. Pero Pero eso era más que suciente para mí. Dur Durante ante los nes de semana pasaba horas consiguiendo todas las joyas de la corona y  terminando misiones hasta poder desbloquear por completo el reino y despertar a la princesa. Ella era mi personaje favorito; me gustaba porque se parecía mí, con cabelloa rubio los ojos grises. Cuando salía un a poco jugar acon mis su amigos, vecesy me

 

gustaba ngir que era la princesa de Irkalla y trataba de vestirme como ella. Mientras más crecía la popularidad del juego, también lo hacían los rumores acerca de él. Algunos decían que si completabas el  juego siete veces seguidas sin utilizar tu escudo, en la pantalla aparecería una felicitación y se desbloquearía un nal adicional secreto. Otro rumor armaba que si caminabas hasta la Taberna del Olvido y comprabas el té de jazmín antes de adquirir tu primera espada, lograrías tener vidas ilimitadas. Un tercer rumor muy  famoso aseguraba que si hablabas con el encargado de la tienda de pociones y después corrías hasta tu barco en menos de un minuto, tu traje cambiaría de color color.. Y así ha había bía cientos más. El internet estaba en una etapa muy primitiva en ese entonces, así que no había una forma fácil de preguntarles a otros jugadores si esto era cierto o no. Algunos de los rumores más famosos incluso eran publicados en una revista de videojuegos que yo solía comprar sin falta cada vez que acompañaba a mi mamá al supermercado. En cuanto la revista publicaba un nuevo rumor o misterio acerca del  juego, yo corría a mi consola para probarlo. Algunas veces intentaba por días enteros, pero al nal nunca lograba obtener todas estas cosas secretas e increíbles que me prometían.  Yoo tenía un rumor favorito  Y favorito,, el que más deseaba que fuera cierto. cierto. Mis amigos lo llamaban «el Jardín de Irkalla». No era tanto un misterio o una búsqueda para conseguir algo secreto, sino más bien una forma de provocar un fallo en el juego para tener acceso a un área restringida. En una partida normal, cuando llegabas al castillo de Irkalla y  despertabas a la princesa, se te daba un tiempo para explorar el lugar libremente con tu héroe tridimensional el lugar. Era un castillo pequeño; los grácos en ese entonces no eran increíbles, pero para mí siempre resultaba emocionante. Detrás del trono de la princesa había una puerta permanentemente abierta que daba hacia un jardín, el cual tenía un estanque, ores y hasta unos

 

caballos. Había un corazón otante que en el juego se utilizaba para recargar energía, pero si intentabas pasar al jardín una fuerza invisible te detenía cuantas veces lo intentaras. Me parece que originalmente los desarrolladores sí habían tenido intención de que fuera parte del juego, porque si lograba mover la cámara del juego hacia el ángulo correcto, podía ver algunos personajes simulando una conversación y la inconfundible fachada de las tiendas que estaban a lo largo del juego donde yo compraba armas y equipo. Siempre pensé que seguramente esa tienda tendría artículos especiales para mi héroe. Tal vez un bolso para cargar más oro, tal vez un arco con echas especiales, o tal vez hasta una espada más poderosa. En verdad moría por ver qué había ahí. Así que cuando escuché el rumor del «jardín de Irkalla», quise hacer todo al pie de la letra para lograr entrar a ese sitio. Los pasos por seguir eran ridículos y largos. Debía correr desde el castillo hasta la aldea aguamarina treinta y dos veces, luego presionar el botón A quince veces, vencer al guardián del reloj sin recargar energía y después de terminar el juego presionar una vez más el botón A, pero ahora doscientas veces. Esto haría que el juego se congelara y lo único que quedaba era apagar y volver a encender la consola. Cuando volviera a encenderla, el personaje seguiría en la sala del trono. Si veías escrito «Error de código» y el héroe avanzaba más lento, signicaba que lo habías logrado y ya podías entrar al  jardín de Irkalla. Eso sí, el juego estaría arruinado y todo lo demás desaparecería por el fallo, pero valdría la pena. Lo intenté muchas veces. Jugué por días, semanas y hasta meses, pero era imposible vencer al guardián del reloj sin recargar energía.  Y por más que lo intenté, nunca logré llegar a ese jardín. Con el tiempo el juego fue perdiendo popularidad y los rumores acerca de él dejaron de publicarse en las revistas especializadas. La compañía que lo creó sacó dos juegos más, pero no tuvieron el mismo éxito. Tristemente, se declararon en bancarrota y poco a

 

poco todo lo relacionado con la consola y  El camino hacia  fuee hacia Irkalla fu desapareciendo. Los años pasaron y yo también me olvidé del juego. Seguí con mi vida, estudié una carrera completamente alejada del mundo de los videojuegos y hasta me casé. Un n de semana mi madre me pidió que la ayudara a armar un librero que quería acomodar en la sala, así que manejé hasta su casa.

 

Se nos acabó el pegamento industrial que estábamos usando y  para ese momento ya era tarde y todas las ferreterías estaban cerradas. —Creo que debemos tener más en la bodega —dijo mamá. Así que me dirigí al pequeño cuarto debajo de la escalera. Abrí  la puerta y comencé a buscar entre juguetes viejos, adornos de Navidad y los abrigos de invierno que ocupaban demasiado espacio en el armario. Todo olía a lluvia y madera. Entre las cosas descubrí  mi antigua consola e inmediatamente me abrazó la nostalgia. Busqué un poco más y encontré la caja de  El camino hacia Irkalla. El arte en la portada seguía pareciéndome increíble. La princesa tenía los ojos cerrados y en sus manos sostenía la espada legendaria con la que se vencía a la oscuridad. Una sonrisa comenzó a levantar las comisuras de mis labios. —Mamá —dije saliendo de la bodega—, ¿te molesta si la conecto? —Alcé la consola para mostrarle de qué hablaba. Mis pantalones estaban llenos de polvo y la nariz me ardía con la promesa de un ataque de alergia. Las cejas de mamá casi le tocan el nacimiento del cabello por la sorpresa. —Creí que se la habíamos regalado a tu primo Nadim. — Parpadeó. —No, mamá. —Negué con la cabeza—. Recuerda que lo que yo quería era vendérsela a Nadim, pero no le alcanzó el dinero.

 

Mi madre torció los labios. —Hubiera sido mejor regalársela en vez de dejarla ahí  empolvándose. —Se cruzó de brazos—. Yo no te crie para ser egoísta, Shadi. Puse los ojos en blanco. La consola era clásica y no quedaban muchas en buenas condiciones, no iba a regalársela a mi primo así  como así. Con un paño mojado comencé a limpiarla cuidadosamente hasta quitarle toda la tierra y el polvo. Se veía bastante bien y los cables parecían estar completos, pero eso no signicaba que todavía funcionara. Solo quedaba probarla. Después de armar el librero con mamá, conecté la consola a la televisión y metí el cartucho del juego. Nada. Le cayó una cucharada de decepción a mi estómago. Me puse de pie una vez más, ajusté los cables y después saqué el cartucho para revisarlo. Todo parecía estar en orden. Apliqué la vieja técnica que usaba cuando era niña y soplé a lo largo del cartucho para que funcionara. Volví a meter el juego y encendí la consola una vez más. La icónica música de  El camino hacia Irkalla  empezó a sonar y  sentí en el corazón unos pequeños jalones de felicidad. Hacía muchos años que no jugaba. Comencé una nueva partida y, aunque me tomó unos minutos  volver a acostumbrarme a costumbrarme a los controles, me alegró darme cuenta de que todavía recordaba algunos trucos y no había perdido por completo mi habilidad. Mi mamá ya se había ido a dormir y le avisé a mi esposo que me quedaría esa noche porque no quería conducir de regreso tan tarde. La sala estaba oscura y la única iluminación era la luz azulada que salía de la pantalla mientras yo jugaba. De pronto hubo una pequeña chispa en mi cerebro. Un recuerdo que estaba regresando a mi mente. La chispa se fue haciendo cada vez más grande y nalmente recordé algo que había enterrado hacía mucho. El rumor sobre el jardín de Irkalla.

 

Sabía muy bien que era ridículo porque gracias al internet ya todos esos misterios habían quedado más que desmentidos. Pero no perdía nada n ada con inten intentar tar,, por los viejos tiempos. Traté de recordar los pasos, pero todo era vago, así que tomé mi celular y comencé a buscarlos. Por lo regular al escribir la pregunta te salen de inmediato sugerencias relevantes con la respuesta, pero extrañamente esta vez no. No me aparecía nada sobre el jardín de Irkalla. Esto era muy extraño, ¿acaso mis amigos de aquella época lo habían inventado? No podía ser ser.. Había ido a la casa de varios de mis amigos a jugar y ellos también pasaban horas intentando desbloquear el jardín. ¿Por qué gastarían tanto tiempo en algo que sabían que era una broma? No. Denitivamente era un rumor real, alguien debía haberlo comentado en internet. Busqué durante horas, pero no me aparecía nada acerca de esto. Finalmente llegué a un foro de internet con un diseño de página bastante anticuado y cuya última entrada era de 2006. La publicación decía: «¿Alguien ya desmintió el rumor del jardín de Irkalla? Quiero golpearle la cara al que lo inventó, gasté un año entero de mi vida intentando lograrlo». Por suerte, al nal de su queja el usuario anotaba cada paso para refrescarles la memoria a los otros visitantes del foro. Solo había tres respuestas a la publicación y dos de ellas decían que nunca habían escuchado sobre ese rumor, así que tampoco sabían si alguien ya lo había desmentido. La última publicación era un poco más extraña, decía en letras mayúsculas: NO INTENTES ENTRAR AL JARDÍN,, CAUSARÁS UN ERROR EN EL CÓDIGO DEL JUEGO . JARDÍN Arqueé una ceja. Era obvio que iba a causar un error en el código del juego, de eso se trataba todo. Tal vez a esa persona no le dijeron, desde el inicio, que si probaba lo del rumor, el juego se dañaba de manera irreparable. Eso me dejó pensando. ¿Y si esa persona logró completar todos los pasos y logró entrar al jardín?

 

Quizá por eso estaba tratando de advertirles a los otros usuarios… Una parte de mí sabía que estaba siendo infantil y que, en realidad, sin hackear el juego no podría entrar al jardín de Irkalla, pero qué más daba, quería intentarlo. Tomé el control contro l de nuevo y retomé mi partida. Llegué al punto donde debía pelear con el guardián del reloj sin recargar energía. Me quedaba muy poca vida y todavía no le hacía suciente daño. Este paso era imposible, en verdad no había manera de vencer al guardián así, el juego no estaba diseñado para ello. Estaba por comer una hoja mágica para recargar energía, cuando en un impulso decidí  probar un combo de ataque más. El héroe dio un giro en el aire y  cayó con la espada hacia abajo, dándole un golpe certero al guardián del reloj. Me congelé. En verdad no esperaba lograrlo. Me quedé atónita viendo la pantalla mientras el guardián se colapsaba y sonaba la música de  victoria. Por años había soñado con lograr eso. Ninguno de mis amigos de aquella época lo había hecho. En verdad eso no parecía real. Era ya de madrugada y al día siguiente tenía trabajo, pero no me importaba. Debía seguir. seguir. Eran las cinco de la mañana cuando al n logré terminar el juego. Sentía inado el pecho por la emoción. Cada vez estaba más cerca de completar todos los pasos y 

 

descubrir por mí misma si el rumor era real. Me sudaban las manos, dejando una leve capa húmeda sobre el control. Hice una mueca de asco y me las froté en el pantalón para secarlas. Presioné el botón A con rapidez, acercándome a la orilla del sillón. Cuando llegué al número doscientos, sentía los ligamentos del dedo pulgar tensos y adoloridos. Paré un momento para tomar aire y me derretí en el asiento. Mis ojos estaban pegados a la pantalla. Me ardían un poco por el cansancio y sentía las bolsas que se estaban formando debajo de ellos como si estuvieran llenas de piedras. Para mi completo y total asombro, el juego sí se congeló. El héroe que yo manejaba se quedó en el aire a mitad de un salto. Esto era justo lo que dijeron que pasaría, era demasiado inverosímil para mí. Una pequeña parte egocéntrica en mi mente se preguntaba si estaba siendo la primera persona que lograba completar todos los pasos de este rumor. Pero la parte realista que usaba para enfrentarme al día a día me decía que esto era imposible. Seguramente alguien ya había logrado esto desde inicios de 2000. Me levanté con las rodillas ojas y las arañas del nerviosismo recorriéndome la espalda. Apagué la consola. Respiré. El reloj marcaba las seis de la mañana y sentía sen tía la cara hinchada por no dormir d ormir.. Pasé Pasé una mano por mi piel, la sentía como si estuviera llena de cera por no haberme desmaquillado durante tantas horas. Pensé en subir a lavarme la cara antes de seguir con eso, pero temía que si esperaba, de alguna forma ya no funcionaría funcion aría lo del ru rumor mor.. Una ligera inquietud me estaba masajeando la cabeza. La advertencia en el foro volvía a mi mente con las letras mayúsculas y  negras: «NO INTENTES ENTRAR AL JARDÍN, CAUSARÁS UN ERROR EN EL CÓDIGO DEL JUEGO». La inquietud rápidamente estaba madurando para convertirse en una preocupación. Por alguna razón sentía que había algo ahí.

 

No tenía un nombre para eso ni sabía cómo describirlo, pero me dejaba en la boca un sabor a cobre y desazón. Encendí la consola de nuevo  y me quedé en cuclillas frente al televisor, esperando ver qué pasaba. Mis adentros se enrollaron como si fueran una serpiente. Estaba de vuelta directamente en el salón del trono. No había aparecido el nombre del juego, ni el menú para seleccionar mi partida como debería de ser. Sentí un revoloteo en el pecho. ¡Tal vez sí  había funcionado! Corrí al sillón y me senté apretando el control, mi pie derecho estaba dando mente brinquitos. No aparecía «Error de código» escrito en ninguna parte, pero seguí avanzando hacia la entrada del jardín. El juego empezó a parpadear y la música cambió a una mucho más sombría. Parecía como si la hubieran puesto al revés. La princesa en el juego estaba apareciendo y desapareciendo en diferentes lugares de la sala del trono hasta que al n apareció frente al héroe, obstruyéndome el paso. Intenté hacer que se moviera, pero no lo lograba. La princesa alzó la cabeza y parecía verme a mí directamente. Estuvo así varios segundos hasta que por n desapareció. Sentí que mis pies empezaron a temblar, pero después me di cuenta de que en realidad no eran mis pies sino el piso. Me levanté al instante y dejé caer el control. Las paredes de la casa también

 

comenzaron a sacudirse. —¡Shadi! —gritó mamá bajando las escaleras—. ¡La casa se está cayendo! Cuando giré para ver a mi mamá, frente a mis ojos apareció escrito en letras grandes: «ERROR DE CÓDIGO». Fue solo un segundo, un parpadeo. P Pero ero lo había visto visto.. Intenté ir hacia mamá, pero mis movimientos eran lentos y con pequeños espasmos. Era como si estuviera intentando moverme en un mar de miel que comenzaba a endurecerse. Sentía que iban a explotarme las venas de la cabeza por la desesperación que sentía. El techo comenzó a desintegrarse por trozos. Primero se cuadriculaba y después desaparecía en diminutos fragmentos. Mamá estaba intentando llegar a mí, pero sus movimientos también eran lentos. Una de las paredes de la casa desapareció por completo, pude ver entonces que afuera ocurría lo mismo. Las calles, los árboles, incluso las aves, todo estaba comenzando a desintegrarse. Aterrada vi cómo el hombro de mi madre se volvió gris y poco a poco lo mismo fue ocurriendo por el resto de su cuerpo. Intenté gritarle, pero ningún sonido salía de mi boca y no estaba segura de si mi corazón estaba acelerado o si ya se había detenido. Cuando mi mamá quedó completamente gris, se cubrió de líneas, como cuando un artista hace un boceto, y después se evaporó.  Vi a todo el mundo comenzar a deshacerse y entonces me di cuenta de que, aunque el rumor de El camino hacia Irkalla decía que se causaría un fallo en el juego, nunca se especicó en cuál.

 

Era una cálida cálida noche de domingo durante el verano ddee 1954. Mis amigos y yo y  yo habíamos decidido salir a explorar uno de los de los lugares supuestamente supuestam ente más embrujados cerca de nuestro pueblo. pueblo. Era una especie de tradición de tradición antes de entrar al último año de ppreparatoria, reparatoria, como un rito rito de iniciación. Dimitri nos ofreció llevarnos en llevarnos  en su auto para no tener tener que irnos caminando. Me puse puse una de mis faldas informales y llegué ju junto nto con mi amiga Yui a casa de Dimitri, como acordamos. La casa estaba en uno de los sectores más adinerados de la ciudad y era seguramente una de las más grandes de la zona. Era color crema, de estilo georgiano, con un bonito jardín delantero. El garage estaba abierto  y desde donde estábamos podíamos ver el Hudson Hornet rojo en

el que nos iríamos.

 

Dimitri estaba recargado en la cajuela con una chaqueta de cuero y las llaves en la mano derecha. Vestía unos pantalones de mezclilla oscura y zapatos negros. —¿Cómo me veo? —me preguntó Yui en voz baja, pasando los dedos por su cabello negro. Ella era una chica muy bonita de ascendencia japonesa. Su padre tenía un muy buen trabajo en una compañía de bienes raíces y su madre preparaba el mejor pastel de chocolate que yo haya probado en mi vida. Nos conocimos en primer grado cuando, por coincidencia, ambas decidimos escondernos bajo las gradas de la escuela para evitar a los niños abusivos de la clase. A Yui la molestaban por sus anteojos tan grandes y a mí por mi cabello color calabaza. A partir de ese día, mientras compartíamos lo que llevábamos para el almuerzo, alejadas del resto de los alumnos, decidimos ser mejores amigas para siempre. —Perfecta. —Le sonreí y caminamos por el jardín hacia el garage. A Yui le gustaba mucho Dimitri y siempre trataba de llamar su atención. En realidad, a todas las chicas de la escuela les atraía, por sus hombros fuertes y su quijada marcada, pero a Yui le gustaba desde antes, cuando era un niño torpe, demasiado delgado  y con frenos incómodos en los dientes. d ientes. Si me lo preguntaran, diría que los ojos marrones de Dimitri eran lindos, pero Yui vio su potencial desde antes. —¿Listas, señoritas? —preguntó él cuando lo alcanzamos. —¿Tú  estás listo? —Revisé el manicure de mis manos tratando de parecer desinteresada, pero la realidad era que me aterraba la idea de lo que estábamos a punto de hacer. La tradición era ir a las afueras y adentrarnos unos cuantos pasos en el bosque hasta encontrar los restos de lo que había sido uno de los circos más grotescos en el país. Se había quemado hacía muchos años; el reto era entrar en lo que quedaba de la carpa y regresar con un objeto que probara que estuvimos ahí.

Efrem dice que no es la gran cosa

Dimitri se encogió de

 

hombros— y que no vieron nada raro. —Se pellizcó el puente de la nariz y frunció el ceño. —Pues Efrem no es la persona más conable que conocemos — dije en tono burlón, levantando la barbilla y torciendo los labios. Efrem era el hermano mayor de Dimitri y era precisamente la razón por la cual yo estaba ahí esa noche arriesgando el pellejo. Él siempre había sido uno de los chicos que más me molestaban por mi cabello y mis pecas, y al ser un año mayor, por alguna razón los de mi clase buscaban seguirle el juego y quedar bien con él. Él acababa de graduarse y nalmente se iría del pueblo para asistir a la universidad, pero antes de que se fuera, yo quería mostrarle que era mejor que él. Mi plan era regresar con el objeto más increíble que pudiera encontrar en el circo y probarle a Efrem, y a todos sus idiotas amigos, que ya no era una niña pequeña de la que pudieran reírse. —¡Agnia! —me regañó Yui, pero a Dimitri no pareció importarle. Por el calor de la noche, me arremangué un poco más la blusa que llevaba. El clima estaba haciendo que mi espalda se sintiera pegajosa. Las luces en todas las casas estaban apagadas y alrededor se escuchaba el canto de los grillos. Todos volteamos hacia la calle cuando escuchamos el sonido de una bicicleta acercándose. Con la cara roja y pedaleando con fuerza, por n llegó el último miembro de nuestro grupo de expedición esta noche, nuestro amigo Pavel. Tiró la bicicleta hacia un lado como si fuera un pedazo de chatarra y tropezándose llegó hasta nosotros. Se tomó unos momentos inclinado con las manos sobre sus rodillas mientras intentaba recuperar el aliento. Pavel traía todavía puesto el uniforme de la heladería en la que trabajaba. Con sus pantalones y camisa de rayas azules y rosas. —Vine tan rápido como pude —nos dijo incorporándose.

Las facciones y el cuerpo de Pavel todavía no maduraban. Era

 

uno de los alumnos más bajos de la clase y sus mejillas se veían adorables y redondas. A pesar de todo, hacía lo posible por verse mayor, incluso se cortaba el cabello rubio tan corto como el de un soldado, aunque tal vez eso estaba más relacionado con el hecho de que su papá estaba en la milicia, y no tanto con dejar de verse como un niño. —Y aun así llegaste tarde. —Dimitri puso los ojos en blanco—.  Vamos.  V amos. T Todos odos los demás ya deben estar ahí. Subimos al auto y nos pusimos en marcha. Tomé el asiento de adelante porque tiendo a marearme cuando voy en el de atrás. Bajé la ventana para dejar que el aire me refrescara la piel. Poco a poco las casas se iban alejando y entramos a la carretera. El aire comenzó a oler a humedad y me preocupaba que, si llovía, se cancelarían las actividades de la noche. Revisé el reloj y decía que eran las diez de la noche. Para este momento, mis padres ya estaban yendo a dormir. Para asegurarme de que no me descubrieran, le prometí a Carissa, mi hermana, que le compraría hamburguesas y papas fritas a ella y a su novio si me cubría con mamá y papá. Esperaba que cumpliera con su palabra, o probablemente la policía ya estaría buscándome. Papá era profesor de Biología en nuestra escuela y esperaba el mejor comportamiento de sus hijas para no sentirse avergonzado con sus colegas. Pero a  veces podía ser un poco asxiante. —¿Creen que vengan muchos de nuestra clase? —preguntó Yui desde el asiento de atrás. Su perfume de rosas llenaba todo el auto. Era un olor un poco talcoso, pero agradable. —Yo creo que sí —contestó Pavel—. Este es nuestro último  verano antes de convertirnos en adultos. Debe despedirse en grande. No giré para verlo, pero en su voz podía adivinar que sonreía. —Para despedirlo en grande debiste haber ido a la esta de Cristina la semana pasada —dijo Dimitri poniendo los ojos en

blanco . Estas cosas no son reales. Son para asustar a los niños.

 

—No lo sé —dijo  Yui—.  Y ui—. ¿Recu ¿Recuerdan erdan esa chica que desapareció hace tres años? —Lo último lo dijo más bajo, como si no quisiera que la chica escuchara. —Cuando la encontraron le habían cortado el brazo, del codo para abajo. — Hizo una pausa—. Y también tenía

mordidas en el abdomen…  Volteé  V olteé para darle la mano, sabía que a Yui le asustaban muchísimo esas cosas y solamente estaba ahí porque se preocupaba por mí. De otro modo no habría asistido. Ni siquiera por el hecho de que le encantaba Dimitri. —Tenla en tu gloria, Señor. —Pavel se persignó. —Esa historia está maquillada, lo hacen para vender mejor la noticia. Yo escuché que no era real y  estuvieron manejando el mismo caso inventado por varios lugares del país —dijo Dimitri, girando sin dicultad por una curva. El camino se

estaba poniendo cada

 

 vez más oscuro, oscuro, así que encendió las luces para poder ver. ver. —Sí es real —le dije a Dimitri—. Escuché que la chica tenía apenas dieciséis y la policía la encontró justo por esta zona. Fedora Belkin era su nombre. Vagamente recuerdo haber visto su cara en unos carteles pegados en el parque que decían «¿Me has  visto?». —De igual forma, eso no prueba que Billy exista —me respondió Dimitri con los ojos en la carretera y apretando fuertemente el  volante. —¿Quién es Billy? —preguntó Pavel confundido. —¿Cómo que quién es Billy? —Dimitri se burló—. ¿Pues de quién crees que se trata todo esto, idiota? A Pavel Pavel se le sonrojaron las orejas y se humedeció los labios. —Es que en mi otra escuela no le decíamos por su nombre, no sabía que tenía ten ía uno. —Sonrió apenado. —Pues ya lo sabes. De nada. Ahora eres menos estúpido. —¿Por qué lo tratas así? —le reclamé—. Llevas con esta actitud toda la noche. —Pues si te molesta mi actitud, no tienes por qué estar en mi auto. Puedes ir y volver tú sola. Anda, ahí está la puerta. —¡Chicos! —Se acercó Yui—. Todos estamos nerviosos, no digamos cosas de las que después podemos arrepentirnos. Exhalé y me crucé de brazos, viendo por la ventana. Llegamos al punto de reunión y ya había otros tres autos estacionados con varios compañeros de clase junto a ellos. Estaban riendo, bebiendo y fumando. Algunos incluso bailaban sin música, solo dando vueltas y vueltas mientras las faldas de las chicas se mecían con el movimiento movimiento.. —¡Dimitri! —exclamó Ulrik, el líder del equipo de atletismo. Se acercó y lo saludó con un complicado movimiento de manos como lo hacían otros compañeros de clase. No sabía si era una especie de saludo secreto entre amigos, o si era una cosa de hombres que la

 verdad no me interesaba aprender. aprender.

 

Nos dirigió una mirada al resto de nosotros y no se molestó en saludarnos. Ridículo Ridícu lo.. Luego tomó una linterna y nos pidió a todos los de la clase que nos acomodáramos en media luna alrededor de él. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás con mucha vaselina y la barbilla partida. El grupo tardó un poco en callarse y prestar atención, pero cuando nalmente lo hizo, Ulrik se puso la linterna apuntando hacia arriba para que su cara se iluminara de manera escalofriante. —Amigos, esta noche dejaremos de ser niños y nos convertiremos en adultos. Hubo risas, algunos hicieron bromas sucias y otros empezaron a hacer muecas intentando asustar a las chicas. —Hoy cumplimos la tradición de explorar el territorio del Chico de la Piel de Cerdo  —dijo esto último con voz rasposa—. Como lo han hecho muchos antes de mí, primero voy a narrarles la leyenda.  Yui  Y ui me tomó to mó la mano y le di un leve apretón para hacerla sentir más segura. El cielo estaba empezando a iluminarse por la luz blanca de los rayos. Empecé a preocuparme, debí haber empacado ropa para la lluvia. Si llovía mucho, el lodazal iba a hacer muy  difícil caminar. —Hace muchos años existió el Fantástico Espectáculo de Kyaro. Un circo con todo tipo de cosas interesantes. Había hombres que tragaban fuego y encantadores de serpientes. Había animales traídos de tierras lejanas y una mujer con dos cabezas… Todos lo escuchábamos, imaginando aquella época. Mis padres me habían llevado a los circos ambulantes que pasaban por el pueblo, pero nunca me habían gustado del todo. Había algo en ellos que siempre me puso incómoda. —… Pero había una atracción que era la más extraña de todas. —La inexión en su voz nos tenía a todos capturados, aunque ya hubiésemos escuchado la leyenda antes—: ¡Era el Chico de la Piel de Cerdo! —Empezó a moverse entre nosotros de manera

dramática—. La criatura más extraña que se había visto jamás.

 

Tenía la cabeza de un puerco, pero caminaba como un humano. Nadie sabe de dónde vino. Algunos dicen que su madre comió mucho tocino cuando estaba embarazada y cuando vio lo que engendró, lo regaló al circo. Otros dicen que su padre tenía encuentros prohibidos en granjas, si saben a lo que me reero. — Guiñó el ojo derecho y hubo un sonido colectivo de asco entre nosotros—. Su nombre era Billy y su talento era que podía comer cualquier cosa. «El Chico de la Piel de Cerdo come como un cerdo», decían al anunciar su acto. —Todos comenzamos a ponernos nerviosos al saber lo siguiente de la historia—. Le daban  jabón, monedas, cajas de madera, aceite y dicen que hasta metal. Billy podía comerlo todo y nunca se enfermaba. La gente que asistía al circo llevaba con ella todo tipo de cosas para ver a Billy  devorarlas. El cielo comenzó a tronar, alcé la mirada hacia él. La tormenta se estaba acercando. Hubo movimiento detrás de mí entre los árboles y me giré rápido, pero al parecer no había nada. Malditos nervios, ya me estaban haciendo imaginar cosas. —Pero entonces llegó la Gran Depresión y la gente dejó de ir al circo. El dueño estaba desesperado y poco a poco fue subiendo el riesgo en los actos tratando de mantener a la gente interesada. Muchos de los artistas se fueron a buscar trabajo a otros lugares, pero los que se quedaban tenían que atravesar cosas cada vez más extrañas y peligrosas. Incluso Billy. —Ulrik hizo una pequeña pausa. Los truenos seguían golpeando el cielo con fuerza. Una delgada espina dorsal de luz iluminó las nubes—. El Chico de la Piel de Cerdo tenía que comer cosas cada vez más repugnantes. El acto comenzó a volverse más cruel. Primero le dieron de comer ratas vivas, pero esto no fue suciente para hacer que la gente fuera a ver el  show. El dueño del circo hizo entonces lo que nadie debe hacer jamás: comenzó a darle a Billy… carne humana.  Vi a Pavel persignarse otra vez. Yui estaba prácticamente

aferrada a mi brazo y temblando de miedo. Dimitri no se veía

 

impresionado en absoluto y varias veces lo vi poner los ojos en blanco ante nuestras reacciones. —Empezaron poco a poco. Primero se la daban en lete, pero la gente no creía que en verdad fuera carne humana, así que empezaron a darle todo crudo. Ojos, lenguas, orejas y en una ocasión hasta una pierna completa. Pero dicen que lo que más le gustaba comer a Billy eran los brazos. —Tomó el brazo de Tina, una de las chicas más bonitas de la clase, e hizo como si fuera a morderlo. Tina lo empujó con una sonrisa. Toda la clase soltó una risita nerviosa aprovechando el pequeño descanso. Me hacía sentir mejor el hecho de que claramente no era la única que se estaba asustando con todo esto e sto.. —Billy poco a poco empezó a enloquecer y en una de sus presentaciones nalmente todo cayó. Le habían servido su platillo de siempre, esta vez lo habían acomodado como una comida en  varios tiempos. Cuando Cuand o le sirvieron la cabeza se dio cuenta de que era una de las artistas del circo. Una extraña chica de tres orejas. Después de verla, se abalanzó sobre el dueño y comenzó a comerlo  vivo.. Destruyó todo lo que vio dentro de la carpa y fue Billy quien  vivo ocasionó el incendio que al nal acabó con el circo. Los espectadores que lograron salir cuentan historias distintas. Algunos dicen que Billy murió en el incendio. Pero otros… —Hubo una pausa—. Otros creen que Billy todavía está rondando el circo,  viviendo entre los árboles y aguardando por su próxima p róxima comida. Como si hubiera sido a propósito, un trueno retumbó con fuerza  justo cuando Ulrik terminó el relato. relato. Pequeñas gotas frías empezaron a caer sobre nosotros. —Bueno, chicos, ya saben qué hacer. —Ulrik levantó una caja llena de linternas—. No hay para todos así que divídanse como quieran. Suerte en la expedición y nos vemos mañana en el estacionamiento de la escuela para ver lo que consiguieron.

 Yui,  Y ui, Dimitri, P Pavel avel y yo tomamos una linterna. Y nos adentramos

 

en el bosque para tratar de encontrar la carpa del circo. Dimitri iba a la cabeza de nuestro grupo con Yui detrás de él. —Deberíamos estar durmiendo, no arriesgándonos con estas cosas —tartamudeó — tartamudeó Pavel. —No va a pasar nada —dijo Dimitri—. Efrem dice que hay un deshuesadero abandonado por aquí. Solo tenemos que tomar algo que se vea muy viejo y volver a casa. —¿Qué? —exclamé sorprendida—. ¿Quieres que hagamos trampa? —No es trampa si todos lo hacen. Nadie realmente va a buscar el circo, Agnia. —Metió una de sus manos dentro del bolsillo de su chamarra—. Solo ngen que lo hacen, se asustan un poco, se divierten y regresan a casa. Es lo que todos hacen. Me quedé completamente anonadada. Me sentía estafada. Llevaba todo el verano reuniendo valor para poder hacer esto y  probarles a los chicos fuertes de la escuela que podía ser igual que ellos. ¿Y ahora me decían que en realidad todo era una farsa? —Pues yo sí pienso ir. —Me detuve y Pavel casi choca conmigo. —No —sentenció Dimitri—. Nadie irá al circo. Agarraremos un pedazo de chatarra y regresaremos a casa. —No eres mi padre, no puedes decirme qué hacer hacer.. —Solo tenemos una linterna y no pienso dártela. Nos miramos unos cuantos momentos, retándonos. La lluvia estaba aplastando mi cabello y haciendo que la ropa se me pegara de manera incómoda. —Quédatela. —Me di la vuelta y fui hacia la dirección opuesta. Escuché un grito ahogado y después Yui estaba junto a mí. Habíamos caminado solo unos cuantos pasos cuando escuchamos: —¡Ugh! Está bien. —Y después Dimitri y Pavel estaban de nuevo con nosotras. No sabíamos hacia dónde estábamos caminando y la lluvia

cobraba fuerza, pero imaginábamos que, si seguíamos hacia el

 

frente, encontraríamos algo. No podía estar tan oculto dentro del bosque, porque la idea era que los asistentes pudieran encontrarlo con facilidad. Hubo un revoloteo entre las ramas. Por el rabillo del ojo creí  haber visto algo moverse junto a nosotros. —¿Escucharon eso? —preguntó Pavel. —Son ruidos normales del bosque —contestó Dimitri. Debo decir que aunque sí estaba dispuesta a hacer esto por lo que quería probarles a los otros tanto como a mí misma, la presencia de mis amigos era reconfortante. El cielo se iluminó y todo el bosque se bañó de luz blanca durante un parpadeo. El trueno que siguió nos hizo saltar de miedo. Para este punto la lluvia caía con fuerza; Dimitri se quitó la chamarra y nos la dio a Yui y a mí para que la usáramos como paraguas. Pasamos un árbol de tronco enorme y nos quedamos quietos por la sorpresa. Ahí estaba la carpa del circo del que habíamos escuchado tantas veces desde que éramos pequeños y el cual me había causado mis primeras pesadillas cuando era pequeña. Tenía que ser el mismo. La carpa estaba vieja, caída en algunas partes, con los colores deslavados, pero en pie. —No puede ser… —dijo Yui, con las manos alzadas, sosteniendo un lado de la chamara de Dimitri sobre su cabeza—. Es real. Nos miramos como preguntándonos si estábamos pensando lo mismo,, si nnos mismo os atreveríamos a hacerlo. Otro trueno nos sacudió. No teníamos opción, corrimos hacia la carpa para protegernos de la lluvia. —Siento que estoy soñando —dijo Pavel cuando estuvimos dentro. Era como entrar a otro mundo. Con la luz de la linterna pude  ver que algunas algun as sillas seguían ahí, otras eran prácticamente cenizas,

pero a pesar del fuego, estaba bastante conservado. Podía

 

imaginarme cómo había sido todo tiempo atrás. El olor del cacahuate, las personas entrando con emoción y expectativa, esperando ser sorprendidas. Podía imaginarme a los payasos haciendo reír a la gente y a los trapecistas desaando la gravedad. Sin embargo, cuando caminamos hacia el centro del escenario, una imagen más oscura vino a mi cabeza. Si el circo era real, ¿sería también real la leyenda? ¿Había habido un chico mitad cerdo que comía humanos? Mi estómago se quejó con náusea. —Creo que es buena idea esperar aquí a que pase la lluvia — dije.  Yui  Y ui probó la resistencia de las sillas que antes usaban los espectadores. Sacudió una y después le puso presión con la rodilla en vez de sentarse. La silla aguantó. —Podemos usar estos asientos —dijo después de su experimento.

 

Todos estuvimos de acuerdo y nos sentamos a esperar. Mi mirada empezó a moverse por el lugar tratando de encontrar algún objeto que fuera fácil de llevar como prueba de que nosotros sí  estuvimos ahí. Era un poco difícil con tan poca luz, pero mis ojos ya se estaban adaptando a la oscuridad. De repente vi a mis amigos tensarse, era como ver a un animal prepararse para atacar, o más bien, para ser atacado. Volteé y de inmediato noté la razón. Alguien caminaba hacia nosotros. Sus pasos eran pesados y lentos. Yui tomó la linterna y rápidamente la dirigió hacia la sombra. —Tranquilos, solo soy yo. —Ulrik alzó las manos tratando de proteger sus ojos de la luz. —Dios mío, Ulrik —se quejó Dimitri—, pensé que… —Vamos —interrumpió Ulrik—, no me digas que pensaste que era Billy. Amigo, es solo una historia. Las cejas de Dimitri formaron una perfecta V, pero no le dijo nada. Solo volvió a sentarse.

—Si no crees en esto, entonces ¿qué estás haciendo aquí? —

 

preguntó Yui. Su labial rojo se había corrido un poco en los extremos de su boca. —Lo mismo que ustedes. —Se cruzó de brazos—. Esperar a que pase la lluvia. —¿Dónde están los demás? —preguntó Pavel—. ¿No deberías estar con tu grupo? Ulrik se encogió de hombros. —No lo sé, gordito, los perdí. —No me digas gordito, por favor. —Pavel siempre era respetuoso, incluso cuando los demás no lo eran con él. —¿O qué? —Ulrik se acercó y le pegó en la nuca a Pavel—. ¿Qué  vas a hacerme, gordito? —Otro golpe en la nuca. —No quiero pelear pelear.. —Pavel —Pavel intentó protegerse la cabeza. —¡Ooou!… El gordito no n o quiere pelear. pelear. —Déjalo,, Ulrik —dije—. Nosotros —Déjalo Noso tros no estamos molestándote. —Debería darte vergüenza, gordito. —Movió las manos y le pellizcó el abdomen a Pavel—. Pavel—. Una mujer tiene que defenderte. Sentí que la sangre me hervía. Dimitri intentó apartarlo. Yo quería darle una bofetada por su comentario. —Es una broma, relájense. Se toman todo muy personal. — Ulrik se carcajeó y avanzó hacia el centro del escenario—. Damas y  caballeros, ahora tenemos el espectáculo de Ulrik el Magníco. — Hizo la voz más grave y acomodó un puño como si trajera un micrófono. Empezó a tararear una canción fuera de tono y luego se paró de manos. Iba a hacerle un comentario sobre su sentido del humor, pero mi voz quedó atorada en mi garganta. Alguien más acababa de entrar a la carpa por la entrada trasera. Ulrik notó que dejamos de prestarle atención y se dio vuelta para  ver al intruso. intruso. —¿Quién anda ahí? —demandó. Silencio.

La silueta se veía amorfa. Permaneció en la entrada, como si

 

estuviera observándonos. Había un sonido muy leve otando en el aire, un guarrido que estaba poco a poco metiéndose a mis oídos como pequeñas agujas. Sentí como si acabara de tragarme un hielo gigantesco que me cayó directamente en el estómago. La gura se quedó quieta. —¿Quién anda ahí? —repitió Ulrik. La lluvia seguía rebotando sobre la carpa, sonando como arroz crudo que caía en el suelo. Poco a poco un cosquilleo me fue subiendo desde los pies hasta la cabeza. «Tienes que salir de aquí, tienes que irte», era lo que me decía esa sensación. Este no era uno de nuestros compañeros, algo en mí lo sabía. Sentí como si la lengua se me hubiera enrollado hacia la garganta. El lugar pareció ponerse más frío en un parpadeo. Sin advertencia alguna, la gura se abalanzó hacia nosotros a gran velocidad. Mi pecho se apretó, el aire quedó atrapado entre mis costillas. ¡Era él! Era real. Estaba ahí. Era enorme. Jamás me lo imaginé de este tamaño; era probablemente el doble de alto que nosotros, y sobre él estaba su famosa cabeza de cerdo. Con manos temblorosas me atreví a apuntarle con la linterna, intentando asustarlo. Algo salía de su boca y resbalaba por su barbilla. Entrecerré los ojos tratando de ver mejor y me di cuenta entonces de que parecía ser mucha saliva. La cabeza de cerdo se  veía gris y podrida. Le faltaba una oreja y los vellos que la cubrían tenían una capa de moho. Desde un par de agujeros desiguales, se asomaba un par de ojos humanos, uno negro, pero el otro era amarillento y se veía como si no tuviera iris ni pupila. Quise moverme, pero mis pies parecían haber echado raíces en

el suelo del circo. Todos estábamos quietos. El monstruo frente a

 

nosotros parecía evaluar a cada uno mientras se relamía los labios entre gruñidos. Ulrik corrió y Billy se lanzó sobre él. Lo tomó de la camisa y lo  jaló. —¡Ayúdenme! —¡A yúdenme! — —rogó rogó Ulrik—. ¡Por ¡Por favor…! Billy lo tenía sometido en el suelo. Ulrik nos miró estirando la mano hacia nosotros, esperando que lo salváramos de la bestia, pero por más que quise ayudar, lo único que mi cuerpo hacía era temblar. Billy le abrió el estómago. Los gritos que lanzaba Ulrik mientras Billy le sacaba y comía sus órganos me perseguirían por el resto de mi vida. Él sacaba y sacaba sus intestinos como si fueran una tira de salchichas y luego se los comía con apetito ero. La sangre resbalaba por sus brazos libremente. Vi a nuestro compañero retorcerse del dolor y poner los ojos en blanco. Lo siguiente que supe fue que alguien me había tomado de la mano y estábamos corriendo. Sentía que veía todo como si no fuera  yo,, como  yo co mo si s i alguien más moviera mi cuerpo cu erpo mientras yo otaba. otab a. No sabía si ya había dejado de llover, porque no sentía nada. Me caí un par de veces, pero alguien seguía tirando de mi mano, haciendo que mi cuerpo siguiera en movimiento. Regresé a la realidad por el sonido de un grito fuerte y cargado de terror puro. Me di cuenta entonces de que el grito había provenido de mí. Habíamos llegado a un claro en el bosque y entre el lodo y el pasto estaban los cadáveres de otros tres de nuestros compañeros. A dos les faltaba un antebrazo. Justo como a Fedora hacía tres años. Estaba Tina, con el cuello desgarrado y sin un ojo. Estaba Feliks, Feliks, con las piernas mordisqu mordisqueadas, eadas, y alguien más a quien no pudimos reconocer porque le habían arrancado casi toda la cara. —Tenemos que llegar al auto —dijo Dimitri. Su voz sonaba deshilachada y débil. Su mirada ahora se veía igual que cuando era ese pequeño niño con enormes frenos hacía tantos años.

 Yui  Y ui estaba llorando y Pavel agarraba con fuerza el crucijo que

 

tenía en el cuello. La tormenta había parado y la luna se había  vuelto un foco enorme en el cielo. Me sentí culpable de haber insistido en ir a la carpa de circo. Debíamos haber ido al deshuesadero como los demás, debíamos haber tomado cualquier pedazo de chatarra y volver a casa. Tal vez en ese momento ya estaría en mi cama, con mi piyama favorita, durmiendo. A salvo. salvo. Con vida. Escuchamos un ruido y nos movimos tan rápido como pudimos para ocultarnos entre los árboles. Billy apareció arrastrando un hacha. Traía puestos unos pantalones que para este momento no eran más que retazos de tela colgando de su cuerpo. No usaba camisa, por lo que podíamos ver su piel llena de úlceras, pus y  descomposición. Tenía marcas gruesas de costuras negras por varias zonas de su cuerpo. Había una grande en el cuello, y otra en los hombros. Tenía una en la muñeca de su brazo humano, pero la más grande estaba en el codo del brazo con pezuña de puerco. Se acercó con gruñidos a uno de los cadáveres. Alzó el hacha y cortó uno de los antebrazos del cuerpo sin cara.  Yui  Y ui se cu cubrió brió los ojos, pero lo que a mí me mantenía intrigada era que no parecía que fuese a comerlo. ¿Para qué lo quería? ¿Qué iba a hacer con él? Lo tomó y lo puso contra uno de sus brazos. El que tenía la costura más gruesa. Parecía medirlo. Los engranes de mi mente comenzaron a moverse. Tal  vez no era que preriera comer brazos, sino que estaba buscando uno que le quedara para poder

tener otro brazo humano…

 

Dimitri nos hizo una señal pidiendo que guardáramos silencio y  lo siguiéramos. Yui negaba con la cabeza mientras le salían algunas lágrimas. Pavel Pavel se movió, pero fu fuee torpe y resbaló. Me encogí de miedo. Billy pareció escuchar el sonido. Soltó el antebrazo y giró hacia nosotros. Lentamente ladeó la cabeza, con la mirada hacia nuestra dirección. Sentí como si mi estómago se cayera. ¿Nos estaba  viendo? ¿Sabía en dónde estábamos? No sabía si era más seguro quedarnos en donde estábamos o salir corriendo. Una vez más me odié por habernos arrastrado a esto, nadie había muerto antes porque fuimos los únicos lo sucientemente estúpidos como para buscar a Billy. Sus ojos vieron directo hacia los míos. Me di cuenta de que mis piernas estaban temblando y él me sonrió con dientes pequeños y  alados. Era una sonrisa siniestra, con carne humana atorada en las encías. Un pensamiento macabro vino a mí: me preguntaba si dolería mucho cuando inevitablemente me comiera. ¿Lo sentiría? ¿Mi cuerpo me protegería y se apagaría antes de que ocurriera lo peor? Billy avanzó hacia nosotros y corrimos con la poca energía que nos quedaba. Trataba de recordar lo que nuestro profesor de educación física nos decía sobre inhalar por la nariz y exhalar por la boca, pero aun así sentía la garganta y los pulmones arder. Dimitri fue hacia el claro y tomó el hacha que Billy había dejado olvidada; este intentó lanzarse contra él, pero Dimitri movió el arma, haciéndolo retroceder retroceder.. Seguimos corriendo con la criatura tras de nosotros. Pude sentir ramas y plantas espinosas cortándome la piel. Billy nos pisaba los talones haciendo sonidos guturales que me helaban la sangre. No sé cómo logramos llegar al auto. Mi corazón dio un brinco. Tal vez sí íbamos a lograrlo, tal vez sí íbamos a sobrevivir. A mi cuerpo le llegó una oleada de alivio tan repentina que las rodillas

me fallaron por unos momentos. Dimitri tomó sus llaves e intentó

 

abrir la puerta, pero como sus manos estaban temblando, no lograba introducirlas. —Rápido —apresuró Yui mirando hacia el bosque en estado de alerta. —Listo. —Dimitri logró abrir la puerta del auto y todos nos metimos. El hacha de alguna forma terminó en mi regazo y me aferré a ella como si mi vida dependiera de ello. El carro estaba tardando en arrancar cuando un grito bestial resonó entre los árboles. Billy salió del bosque y se lanzó hacia nuestro auto. Se subió al cofre y nos observó con las manos contra el cristal. —¡Avanza! —gritó Pavel. —Eso intento, no enciende —respondió Dimitri. Billy apretó un puño y golpeó con fuerza. Una pequeña araña empezó a formarse en el parabrisas. —Vamos, vamos —dijo Dimitri, pero el auto simplemente no avanzaba. Billy volvió a golpear el cristal, la araña crecía cada vez más. Pavel empezó a rezar en el asiento trasero y Yui lloraba con mucho dolor. Billy siguió golpeando con su mano humana, su puño comenzaba a hincharse y estaba dejando una enorme mancha de sangre. El vidrio nalmente cedió y miles de pequeños trozos cayeron sobre mi falda. Billy agarró un pedazo del cristal roto. Mi mirada estaba clavada sobre él mientras lo levantaba hacia nosotros, queriendo mostrárnoslo, y después se lo metió a la boca y empezó a masticarlo. Tragó y después nos sonrió con la boca ensangrentada. Bajó del auto y, sin quitarnos los ojos de encima, hizo una reverencia y se fue.

Nos quedamos ahí, quietos y asustados, por un largo rato.

 

Pero Billy jamás volvió.

El auto de Dimitri simplemente no arrancó, así que tomamos el hacha y decidimos caminar de regreso, cuando al n amaneció. Estábamos húmedos, cubiertos de fango y apestábamos a terror. Estaba vagamente consciente de que en algún momento de la noche había perdido un zapato, pero no tenía la suciente fuerza para que me importara. Mi vista estaba perdida en la carretera, mis extremidades hallabanenrígidas y temblorosas. cerebro estabaseenvuelto una capa de gelatina. Me parecía que mi Ninguno de los cuatro hablaba, solo seguíamos caminando hacia el frente, esperando poder llegar a casa. ¿Seguíamos vivos? ¿Esto estaba pasando en verdad? No sé cuánto tiempo pasamos caminando, pero cuando nos encontró una patrulla, el sol estaba enorme y brillante sobre nuestras cabezas. Llegó una ambulancia y Dimitri gritaba e intentaba pelear con el hacha contra los paramédicos. Yui estaba sentada conque la mirada desenfocada y nolosrespondía ninguna de las preguntas le hacían. Pavel tenía ojos cerrados y estaba recostado dentro de la ambulancia. La imagen era muy graciosa y una risa burbujeó en mi pecho. Empezó como una risita, pero creció hasta ser una carcajada. Los detectives dirigieron su atención hacia mí. —¿Está bien, señorita? Pero es que ellos no entendían. De verdad era muy divertido todo eso. La noche anterior había salido a buscar algo para probar que era tan valiente como mis compañeros y al día siguiente ya no

tenía compañeros. Estaban muertos. A todos se los había comido el

 

Chico de la Piel de Cerdo. Me apreté el estómago mientras reía y  lágrimas resbalaban libremente por mis ojos. —Perdió la cabeza —murmuró alguien, pero esto solo hizo que me riera con más fuerza. No había perdido la cabeza, la traía puesta. ¿No podían ver eso? Solo había perdido un zapato, mi cabeza estaba donde siempre. Qué cosas tan extrañas estaban diciendo. —Muy bien, señorita, ¿qué le parece si nos acompaña? —dijo un enfermero, cubriéndome con una manta—, le aseguro que se sentirá mejor. —Fue Billy —le dije al enfermero—. No tienen que hacernos más preguntas. Fue Billy. —Le sonreí—. Preparó una presentación especial para nosotros. Expliqué lo que ocurrió, pero nadie me creyó, solo me dieron muchas pastillas que hicieron que me diera sueño. Al nal, conrmaron que los alumnos de los que les hablé estaban desaparecidos, pero, aunque fueron a desmantelar el circo y  buscaron por meses, nunca pudieron encontrar los cadáveres de Ulrik y los demás. dem ás. A veces me pregunto qué será de Billy ahora que el circo se ha ido. ¿A dónde puede ir una criatura como él? ¿En dónde podría esconderse? A veces pienso que quizá en este momento está viviendo en lugares muy profundos que solo son ocupados por bestias y donde no son bien recibidos los humanos. Ese es el pensamiento que me tranquiliza cuando me despierto en las noches, completamente aterrada y bañada en sudor, con imágenes de todo lo que ocurrió aquella noche de verano. Cuando escucho ruidos extraños y creo  verlo en los espejos, imagino justamente eso: que Billy está escondido muy, muy lejos de mí. Y que ya no puede alcanzarme. ¿Por qué lo haría? Ya no había más circo, ya no había más espectáculo, ni espectadores a los cuales entretener. Finalmente, el Chico de la Piel de Cerdo podía desprenderse de todos los horrores

que debía cometer noche tras noche esperando que la gente

 

comprara una entrada para su show. Por n podía ser libre. Espero, algún día, poder serlo yo también.

 

 󰁁

 󰁒

 󰁁

󰁳

e



󰁰

󰁬

a

󰁳





󰁯

󰁳



󰁰

󰁩

󰁫



󰁬

b

f

󰁵

󰁲

b

󰁯

󰁳



a

a

󰁲

󰁱



󰁵

󰁅

d



󰁳

,

󰁌

a

󰁲

󰁩

e

󰁌

c

e

󰁯

󰁅

󰁯

󰁭

󰁴

󰁲

󰁖

󰁮

󰁩

󰁳

󰁴

󰁩

e

󰁲

h

󰁅

󰁒 

󰁁 

a

󰁲

󰁯

󰁯

󰁚

h

󰁯

b

󰁬

󰁉

󰁯

󰁶

e

󰁬

e



󰁬



a

󰁬

a

f



a

e

󰁰

󰁩

c



󰁯

e

a

󰁮

󰁩

c

d

a

󰁩

󰁰





󰁬

c

󰁩



a



󰁵

c

󰁮

󰁩

d

d

󰁮

󰁩

󰁵

󰁳



󰁯

󰁲

󰁮

a

a

󰁲

󰁰

e

󰁮

 

󰁰



󰁩

󰁵

󰁵

 



󰁬

c





󰁮

E



󰁳

 

e

󰁺

d

e

 



e



e

󰁓

a

󰁳

󰁲

󰁴

󰁩

a

󰁮



ó

a

󰁳

.



 



󰁰

󰁲

󰁯

󰁭



e

󰁩

󰁲

a

a

󰁵

󰁴

󰁮



d

a



e

a

a

󰁳

󰁩

d

á





󰁯

󰁳



󰁩

󰁳



󰁮





󰁲

a

a

í

󰁳

a

c

󰁵

a

a

󰁰

󰁴

C

󰁰

󰁲    

󰁴

󰁯

󰁮

.

󰁵

󰁯

󰁸

󰁩

f

í



󰁴

󰁮



󰁳

e

󰁳

e

a

󰁴

󰁵

á

󰁮

󰁮

󰁳

󰁡

󰁭

󰁯



f

󰁬



c

ó



e

󰁳



󰁶

e

󰁥

󰁲

󰁹

󰁬

d

󰁩

b

󰁳



󰁤

󰁵

󰁯

󰁶

󰁹

󰁡

󰁴

e

e



󰁣

󰁵

d

󰁳

󰁮

󰁲

󰁯

󰁩

,

󰁬

󰁹

󰁶

󰁯



󰁥





c

e

b

󰁣

󰁮

a

d

󰁮



󰁮

e

d

e

e

󰁯



a





c

é

󰁲

󰁬

󰁯

M

󰁭



󰁯

󰁯

󰁭

󰁩

a

󰁬

c

󰁸

e

c

󰁬

󰁴

c

.



󰁵

󰁭

a



󰁮

󰁲

󰁹

D

a

,

󰁺

󰁴



e

󰁲

e

󰁰

󰁯

󰁩

󰁲

󰁳



ó

c

󰁰

󰁳





a

󰁵

󰁯

󰁬

a

󰁳

󰁵

é

b

e

󰁬

󰁴

󰁳

󰁲



f



󰁲

a

󰁬



e



e

󰁴

󰁮

e

󰁳

󰁭

d

e

󰁯

d

ó

e

e

󰁮



󰁬

e

󰁯

e

a

󰁳

 

󰁲

d

󰁮



e

e



󰁭

ñ

󰁴

d

 

e

󰁯

 

 

 

e

 

 

 

 

 

 

 

©



D

2

󰁩

I

󰁬

0

󰁳

󰁥

󰁵

󰁴

󰁥

©

󰁲



B



a

󰁥



,

󰁬





󰁺



󰁥

󰁳

󰁬

󰁩

󰁯

󰁥

a



󰁲

󰁶

󰁲

󰁤

:

󰁮



󰁬

 

󰁮

󰁯

 

󰁥

󰁲

󰁴

󰁥

a

󰁳





󰁹

A

󰁲



󰁰

󰁴

󰁯

󰁥



󰁲

󰁴

&



a

󰁤

D

a

󰁮

󰁬



󰁥

P

󰁴

a

L



A

M

󰁥

N

󰁸

E

󰁩

T

c

a

A

󰁶

P

󰁥

󰁩

C



P

.

󰁷

P

󰁩

S



1

󰁭

󰁩

S

N

󰁰

󰁬

󰁲



󰁥



󰁲

󰁳

󰁥

󰁭





a

󰁮



󰁥

󰁥

󰁥

󰁲

󰁯

c



ó

ó

󰁴

󰁲



󰁥

b



󰁥

󰁬

󰁬

󰁯



-

7

-

󰁯

󰁲

󰁥

󰁥

󰁲

󰁩

a



5

-

5

󰁥

󰁮

a

󰁵

c

󰁭



󰁳

c

L

a

L

󰁥

S

D

󰁲

󰁩



󰁩

󰁹

󰁩



󰁥

󰁴

󰁮



󰁦



F

󰁮

󰁥

󰁲

󰁯

󰁥

󰁲

󰁥

c

c

󰁤

a

󰁥

c

󰁥

󰁳

󰁨

󰁩

󰁯

󰁬

c

󰁤

󰁥



󰁩

󰁲

󰁴

󰁤



󰁴

󰁮

󰁬





󰁳

ó

a

a

󰁳

󰁯



󰁦



󰁤

󰁴



󰁴

󰁬

󰁥





󰁲

󰁯

󰁴

󰁳



󰁥

󰁲

󰁨

󰁥

ñ



󰁯

B



󰁥

/

󰁲



󰁥

©



󰁮

󰁩

E

c

󰁭

󰁥



󰁭

a

M

󰁥

󰁮

󰁤

󰁩

󰁵

󰁮

󰁥

a

󰁬

 



P

 

󰁥

ñ

a

 

 

 

 



󰁴

󰁯



󰁴

󰁰

󰁩

󰁰

.

A

.



󰁤

󰁥



C

.

V

.

 

 

1

󰁬

 

󰁵

 

 

 

 



1

 ,

H

󰁩

󰁤

a

󰁬

󰁧

󰁯

 

 

 

 

󰁮

󰁯

󰁯

b

é

ó

󰁩



󰁩

󰁴

󰁳

󰁹

󰁮

:

a



󰁧

󰁯

󰁯

󰁴

a

󰁩



c

󰁯

󰁥

󰁲

:

󰁸



,

󰁰

󰁨



󰁯

󰁤

󰁥

:

S

.

󰁨



󰁬

󰁥



󰁳

󰁴

 .

󰁶

󰁮

󰁥

󰁭

󰁯

󰁯

󰁴

 

󰁩



󰁥

󰁶

󰁩

󰁰



b

󰁥

a

󰁥

c

󰁳

.



b

c

󰁥

󰁥

󰁭

󰁲

󰁬

󰁲

󰁩

󰁴

a

󰁥

󰁲

󰁬

󰁲

󰁤



ó



󰁥



󰁤

󰁩

2

󰁥



c

0

󰁤

󰁥

󰁮

2



󰁥

󰁯

2

󰁳

,

󰁴



0

 

0

 

2

󰁥



󰁬

󰁭

0

󰁩

󰁥

 

 

b

c

 

󰁲

á

 

󰁯



󰁮

󰁩

󰁮

󰁩

c

󰁯



,

󰁳

󰁵





󰁰

󰁩

󰁯

󰁮

c

󰁲



󰁯

󰁦

󰁯

󰁲

󰁰

󰁴

󰁯

󰁯

󰁲

c

󰁯

a

c

󰁰

󰁩

󰁩

ó

a

,

󰁮





󰁰

a

󰁯



󰁲

󰁵



󰁮

󰁧



󰁲

󰁳

a

󰁩

b

󰁳

a

󰁴

󰁥

c

󰁭

󰁩

a

ó



󰁮



󰁩

󰁵

󰁮



󰁦

󰁯

󰁯

󰁴

󰁲

󰁭

󰁲

󰁯

á

󰁳



󰁴

󰁩

󰁭

c

󰁯

é

,

󰁴

󰁯



󰁮

󰁤

󰁩

󰁯



󰁳

󰁳

,

󰁵





󰁳

󰁴

󰁩

󰁲

󰁮

a



󰁮

󰁥

󰁳

󰁬



󰁭

󰁰

󰁩

󰁥

󰁳

󰁲

󰁩

󰁭

ó

󰁮

󰁩



󰁳

󰁯

󰁥



󰁮



󰁰

󰁲

c

󰁥

󰁵

󰁶

a

󰁩

󰁬

󰁯

󰁱



󰁵

󰁹

󰁩



󰁰

󰁥

󰁯

󰁲

 

 

󰁲

 

 

 



c

󰁳



R

1

󰁥

 

M

 

󰁤

󰁬

󰁥

󰁯

󰁲

󰁨

󰁤

󰁥

c

a

,



󰁤

󰁥

󰁩

󰁲

󰁳



󰁲

󰁰

󰁯

󰁥

󰁯

󰁥

c

󰁵

a

󰁬

D

󰁯

A

󰁵

󰁤

󰁥

󰁯

󰁥

󰁩

󰁥



c

󰁥

󰁵

󰁯

,

.

.

󰁧

c

 

󰁣 󰁥

󰁳

©

 󰁸

󰁮

4

󰁤

󰁲

󰁩

󰁯

-

󰁭

󰁩

󰁭

󰁴



2

󰁯

󰁥

a

ú

M

󰁸

.

0

󰁳

󰁮



é

󰁭

2

󰁰

󰁵

M

4

󰁲

󰁫

,

󰁭

2

7

󰁩

󰁮

󰁯

󰁲

7

󰁰

󰁱



c

󰁲

ó

󰁥

.

a

󰁩

󰁤

󰁦

7

󰁳

c

󰁳

󰁭



a

c



󰁮

0

a

󰁵

󰁲

󰁩

a

󰁥

󰁤

0

-



c

󰁩



7

M

S

a

-

󰁮

0

󰁩

󰁯

󰁬

7

󰁩

6

󰁥



󰁤

󰁮

0

c

-

󰁭

󰁰

󰁩

󰁴

V

󰁵

󰁥

6

󰁩

󰁮



󰁩

󰁤

-

8

󰁥

󰁯

C

a

󰁩

󰁤

7

󰁤

c



󰁴

8



󰁰



,

󰁤

󰁩

󰁮

󰁥

7

9

󰁳

a

0

a

a

:

󰁥

󰁬

6

9

󰁲

N

󰁲

󰁯

a

:

󰁭

󰁯

󰁯

P

5

󰁥

B

P



1

N

󰁲

I

a

,

.

B

P

󰁤

2

󰁷

󰁲

I

󰁩

󰁯

.

 󰁷

󰁦

󰁮

󰁳



 M

 A

󰁩

:

 

a

a

 

a

󰁩

󰁬

󰁩

󰁳

󰁬

󰁲

P

󰁲

󰁥

P

󰁳



󰁯

󰁬

󰁥

󰁯

a

󰁴

󰁬

󰁴

󰁤

󰁩

󰁩

󰁥

a

󰁩

a

󰁯

󰁥

󰁶

󰁤

󰁥

󰁴



R

󰁴

󰁤

󰁥

󰁤

󰁬



󰁲

󰁳

󰁲

E

󰁥

a

󰁯

󰁥





󰁳

󰁩

󰁰

󰁮

󰁳

0

󰁥

a

󰁯

󰁯

2

󰁯

R

󰁥

󰁩

󰁨



󰁤

c

c

0

󰁪

,

󰁯

󰁲

2

a

0

ñ

󰁳

D

2

󰁳

/

󰁥

c

/

󰁳



a



󰁥

󰁵

󰁮

󰁷

󰁭

A

󰁴

󰁥

󰁷

a

󰁷

󰁮

c

󰁯

󰁲

󰁲



.

c

󰁩



a

󰁬

󰁥

󰁯

󰁹

󰁧

󰁭

󰁮



a

A

ú

󰁮

󰁰

󰁤

󰁲



󰁲

󰁯

󰁴

󰁦

󰁯

󰁲

.

󰁳



a

󰁯



4

󰁧

󰁲

󰁰

󰁵

2

󰁭

󰁧

󰁥

4

󰁥

.

󰁭

󰁤



󰁥

󰁹

󰁮



󰁴

󰁸

󰁩

󰁯

)



󰁳



.

󰁳

󰁧

󰁤

 

󰁥

󰁲

󰁵



󰁩

󰁥

󰁥



c

󰁯

󰁮

󰁮

󰁥

󰁴

󰁳

󰁴

󰁳

󰁥

a

󰁴

󰁳



󰁩



󰁯

󰁴

󰁵

󰁤

b

󰁥

󰁲

󰁴

󰁬

a

󰁩



󰁶

a

C





ó

󰁤

󰁩

󰁤

󰁥

󰁤

󰁲

󰁩

í

󰁪

a



󰁧

󰁤

󰁯

󰁳

󰁥



󰁥

󰁬

P



a

󰁩

󰁴

󰁥

󰁬

󰁯

󰁮



C



a

c

󰁬

󰁥

󰁯

)

M

󰁮

󰁴

.

󰁲

a



󰁬

a



󰁰

󰁲

󰁯

󰁰

󰁩

󰁥

󰁤

a

󰁤



󰁩

󰁮

󰁴

󰁥

󰁬

󰁥

c

󰁴

󰁵

a

󰁬



(

A

󰁲

󰁴

󰁳

.



2

2

9



󰁹



󰁳

󰁩

󰁧

󰁵

󰁩

󰁥

󰁮

󰁴

󰁥

󰁳



󰁤

󰁥



󰁬

a

 

 

P

󰁲

󰁯



(

C

󰁥

󰁮

󰁴

󰁲

󰁯



M

󰁥

󰁸

󰁩

c

a

󰁮

󰁯



󰁤

󰁥



P

󰁲

󰁯

󰁴

󰁥

c

c

󰁩

ó

󰁮



󰁹



F

󰁯

󰁭

󰁥

󰁮

󰁴

󰁯



󰁤

󰁥



󰁬

󰁯

󰁳

 

 

 

 

 

 

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF