El Carácter Chicha en La Cultura Peruana Contemporánea

July 3, 2021 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EL CARÁCTER CHICHA EN LA CULTURA PERUANA CONTEMPORÁNEA ¿LITERATURA DE LA MISERIA O MISERIA DE LA LITERATURA? LITERATURA? Por Javier Garvich

¿Existe una cultura chicha en el Perú? Perú? ¿O este es un término vano y denigrativo que no explora a fondo la cultura peruana contemporánea? contemporánea? ¿Hay en verdad el desarrollo de una cultura urbano-migrante popular  masiva y mayoritaria en este país? ¿O lo chicha es un invento conceptual de la intelectualidad criolla, más ceñida al exotismo de aquella? ¿Hablamos de una sola matriz cultural o de múltiples manifestaciones diferenciadas? ¿Y qué papel tiene la literatura en todo ello? En este ensayo intentaremos proponer un modelo de caracterización cultural que nos pueda ayudar a entender la producción y el consumo de las grandes masas de las ciudades del Perú. Y de qué manera la literatura se inserta en todo ello.

I Pasión, caída y reivindicación del concepto chicha A comienzo comienzo de la década de los ochenta, un nuevo género musical empezó a hacerse oír. Era una mezcla de huayno serrano y cumbia tropical a la cual llamaron chicha. Muy rápidamente se hizo de un inmenso auditorio en los sectores urbano populares del país, nacieron a su alrededor nuevas cadenas radiales, el nuevo sonido penetró en la televisión, alcanzó al cine y hasta tuvo repercusión internacional. Pero la chicha trascendió de la mera música: Representó a un nuevo sujeto social: A los jóvenes descendientes de las migraciones, ya establecidos en el cinturón de barrios, pueblos jóvenes y asentamientos humanos que rodeaban Lima. Muy pronto el término chicha se adaptó para referirse a los gustos culturales y elecciones estéticas de este segmento social (vestimenta, comida, costumbres). Pero el término chicha, si bien pudo nacer en los sectores populares que los caracterizó, muy pronto fue abordada y resemantizada por los agentes culturales hegemónicos. El término chicha fue adquiriendo un tono denigratorio e incluso hasta racista. “Chicha” se asociaba con el mal gusto, la huachafería, lo chirriante, lo grotesco. Pero sobretodo “chicha” era el término con que los sectores criollos postcoloniales utilizaban para reírse del protagonismo de este sector emergente refocilándose en su supuesta torpeza estética. La

resemantización del término “chicha” y su posterior difusión por lo circuitos culturales ha hecho que esta palabra, que bien pudiera ser un sonoro emblema de los nuevos procesos culturales del Perú, mantenga una carga negativa que la hace inabordable no solo para buena cantidad de intelectuales y artistas, sino por muchos de los protagonistas que creen que el uso de la l a palabra “chicha” ya, de por sí, caricaturiza y deforma un producto cultural. Y es que lo chicha está vinculado a la ola de periódicos sensacionalistas que produjo el servicio de inteligencia del fujimorismo. Lo chicha está vinculado a los tristes personajes que rondaban en los programas de Laura Bozzo y sus imitadores, lo chicha eran las nuevas ofertas alimenticias pródigas en mezclar  sabores dispares (la mazamorra con el arroz con leche, los combos compuestos por papas a la huancaína, cebiche y tallarines). Chicha era no sólo la nueva industria de reproducir CDs y DVDs sin permiso del autor (actividad también llamada piratería audiovisual) sino también los ambientes donde estos productos se distribuyen y consumen. Chicha es la estética chocante de los afiches que promocionaban antes la música chicha, luego la tecnocumbia y ahora los conciertos de Dina Páucar o Sonia Morales: Colores violentos, fosforescente, tipos de letras desproporcionadas. Chicha es la manera de hablar en las radios radios chichas: Estridente, Estridente, atropellada, repetitiva. Chichas Chichas fueron (y son) muchos políticos que, haciendo gala de su incultura, medraron en el fangal del fujimorismo. Chichas son esas vedettes semianalfabetas que se blanquean con tintes y siliconas. Chicha es lo l o deliberadamente informal hasta la delincuencia, la combinación llamativa por lo exagerada y lo antiestética. Las connotaciones negativas de lo chicha son infinitas y, lo peor de todo, las hemos internalizado y las percibimos ya como normales. Sin embargo, pese a esos referentes peyorativos. Sigo considerando la chicha como término positivo e incluso acertado como categoría de un proceso cultural. Lo chicha es también t ambién la emergente burguesía de matriz provinciana cuyo accionar incluso traspasa las fronteras. Chicha también es la voluntad de modernidad de los descendientes de los migrantes, su permeabilidad a la innovación, su búsqueda de satisfacer y potenciar el consumo interno. Chicha han sido muchas iniciativas ciudadanas realizadas frente a la omisión del Estado y sus instituciones (las medidas extremas y ejemplarizantes que se toman en los asentamientos humanos contra la impunidad de la delincuencia). Chicha es la búsqueda experimental de nuevas estéticas, de nuevos gustos, de nuevos productos que no buscan copiar modelos anteriores pero tampoco negarlos (el nuevo porno de consumo popular, popular, el desarrollo de una subindustria independiente de DVDs que va desde la reproducción de recitales cómicos callejeros hasta la elaboración espúrea y a retazos de documentales de corte histórico y político) Chicha son los caminos plurales –aunque muy contradictorios- por donde recorren las disciplinas y los oficios que han sido reapropiados por estos nuevos sujetos (véase el abanico simultáneo y yuxtapuestos de diversos subgéneros de la música andina moderna) Chicha es también los aportes inéditos que se dan a la cultura cultura contemporánea: Sean los motivos y colores estéticos del pintor Christian Bendayán, sea los nuevos discursos cinematográficos (novísimos, bizarros, ¿fundacionales?) del nuevo cine andino ( el melodrama post-hindú de El Huerfanito, Huerfanito, la construcción de un Jarjachas). Chicha es la cine de terror trash terror trash peruano en El regreso de los Jarjachas).

aparición de una prensa informal pero que busca conectar con el consumo de sus pares: Sea la publicación de folletería f olletería explicativa de gestiones legales imprescindibles aunque lejanas, sea el boom de la prensa de medicina natural, sea la aparición de secciones y titulares en los periódicos que abordan directamente el tema de la emigración y búsqueda de trabajo en el extranjero. Por último, el término de chicha es una hermosa metáfora de la chicha misma: Es un producto nuestro, de elaboración artesanal y consumo masivo. Como la bebida andina, forma parte de la tradición pero ha persistido con éxito en la construcción de nuestra oriunda modernidad (la chicha es una bebida con mucha presencia en fiestas populares, es un recurso habitual para conseguir  dinero extra en alguna actividad pro-fondos, busca asentarse en otros mercados embotellándose y ofreciéndose en ferias y supermercados). Y, sobretodo, la chicha es fermentación. Y representa la maceración de diversas generaciones de pobladores, de experiencias, de aprendizajes. Los increíbles caminos de la cultura chicha son producto de décadas de desarrollo continuo, una avenida furiosa de múltiples carriles, cada uno enredándose y desenredándose con los demás y construidas en un proceso discontinuo, a veces casi caótico, pero ininterrumpido.

II Para entender mejor la cultura chicha Como contrapeso a los reiterados lamentos del pensamiento de izquierda acerca de la “postración” de los l os trabajadores y campesinos ante el orden establecido y etcétera etcétera; hace unos quince años surgió en los ambientes académicos una nueva visión al afirmarse la cultura chicha como una expresión de progreso y optimismo. El sujeto chicha era un triunfador, un auténtico selfmade-men salido de las barriadas de Comas. El cholo moderno que acumulaba capital, se elevaba socialmente y estaba cambiando el paisaje urbano y la composición social del país. El sujeto chicha había traído a Lima nuevas formas de hacer empresa (aplicando una concepción vertical, autoritaria y orgánica de la familia extensa como dinamizador productivo, apoyándose en las relaciones de parentesco para expandir el mercado laboral), había creado una nueva clase media en inéditos espacios geográficos, las vías de la política ya no le estaban vetadas y, por el contrario, el sujeto chicha ha potenciado un profundo cambio (más bien, una profunda involución) de nuestra clase política. El sujeto chicha como consumidor masivo consolidó las estructuras comérciales de crédito y atrajo hacia sí costumbres de ocio y consumo impensables impensables hace solo quince años (la instalación de megacentros comerciales en los conos, idénticos a los de sectores hegemónicos de la ciudad). Su asertividad y flexibilidad de criterio, ejercitados repetidas veces en los lances diarios de empresa; le permitieron ser  más pragmático, prudente y aideológico en su conducta política. El sujeto chicha iba para convertirse en un nuevo modelo de conducta a seguir ¿No eran Los Añaños Añaños el perfecto ejemplo que una pequeña familia andina –aún las

sumidas en el infierno de la guerra interna- pudiera despegar hasta convertirse en una poderosa transnacional? ¿Quién en su sano juicio llegaría a pensar que un Marcial Ayaypoma Ayaypoma -quien, además del nombre, nombre, hacía gala de su inteligencia supina- presidiría a sus anchas el Congreso, un espacio tradicional criollo? Sin embargo, algo fallaba en esa exaltación del cholo moderno y en la reificación de la ética capitalista en las historias privadas de los migrantes. Y era la constatación que la pobreza de los barrios populares se mantenía y que  junto a sólidas casas de tres y cuatro pisos, se erigían filas de barracas construida de material más que precario y cubiertas, en el mejor de los casos, con una oxidada calamina. Como de noche todos los gatos son pardos, quizá para muchos científicos sociales limeños, el proceso chicha fuera visto como un movimiento orgánico, continuo y homogéneo; cuando quizá lo que ha sucedido es un desarrollo diferenciado y paralelo, desigual y salpicado, que se mueve a sacudones y embrollos, y cuyos sitios de partida y llegada son diversos y desordenados. Porque lo chicha implica al exitoso ejecutivo que produce conciertos de combis. tecnocumbias como al joven que se recursea como cobrador de combis. Chichas pueden ser los hijos de una bodeguera que asisten a un modesto pero ordenado colegio privado en Pamplona Alta y chichas son los escolares que, mal desayunados, salen de sus cuchitriles de madera y esteras en las alturas de la misma zona para mataperrear en los desvencijados colegios públicos. ¿Podemos poner en un mismo saco la experiencia de los migrantes que fundaron Comas o Ciudad de Dios con sus nietos reggaetoneros que manejan mototaxis en los últimos asentamientos humanos? ¿El desarrollo urbano de los pueblos jóvenes en Lima ha sido el mismo –mutatis –mutatis mutandi - que en Arequipa, Trujillo o Iquitos? Es más ¿La evolución histórica de los conos limeños y de las conurbaciones de Ate y Huaycán tienen más elementos en común o más signos difierenciadores? ¿Hay alguna ruptura radical entre las migraciones clásicas de los sesentas sesentas y setentas; y las protagonizadas años años después por  nuestra guerra interna? Todas estas preguntas las digo para hacer énfasis en la tremenda diversidad del sujeto chicha en la cultura peruana y no encasillarla en estereotipos televisivos o, peor aún, desbarrancar el término hacia sus connotaciones peyorativas descritas ya líneas arriba. Ahora bien, tampoco quisiera caer en una malagua conceptual inmanejable e inútil. Ergo, propondría una l ista de señales de identidad básica del sujeto chicha: -Ser hijo o nieto de migrantes del campo a la ciudad. -Nacer y vivir prolongado tiempo en pueblos jóvenes, asentamientos humanos y extrarradios de la ciudad. -Formarse en un entorno cultural de matriz andina. -Trabajar en oficios definitivamente urbanos. -Haber pertenecido hasta el final de su adolescencia, por lo menos, en los niveles socioeconómicos socioeconómicos C y D.

Esta sería la base –bastante ancha, hay que decirlo- del sujeto chicha y su producción cultural. De allí diversas circunstancias y entornos le dan esa variedad trepidante que tiene el sujeto chicha que implica consumir  simultáneamente varios discursos, estéticas y tendencias. Por referirnos solamente a la música, podemos mencionar a adolescentes de Ventanilla que cumbia, bailan reggaeton los fines de semana ven por la tele Las vírgenes de la cumbia, y el domingo representan una danza tradicional cuzqueña para un concurso de danzas en su colegio. Por tanto, hablaremos de lo chicha como de ese proceso de interpelación, interpretación y reapropiación que los migrantes pobres del mundo andino en las grandes y caóticas urbes urbes peruanas hacen con los productos occidentales occidentales e incluso híbridos. Un proceso plural, de múltiples rebotes, que hace la cultura chicha mucho más compleja y sugerente.

III La lectura desde la cultura chicha ¿Se lee en el entorno chicha? ¿Cómo está la situación de los lectores en los sectores populares urbanos? ¿Qué peso tiene el libro en los sujetos chicha? Si bien estamos alcanzando tasas de escolaridad próximas al cien por ciento, estamos en el último puesto en comprensión de lectura en todo el continente. El libro es un agente externo, lejano, caro, impuesto, un auténtico extraterrestre en un planeta gobernado por  la escasez, la extrema pobreza y la violencia primaria. Es difícil hablar de fomento a la lectura y expansión del libro en un entorno de ruina de la infraestructura educativa, telebasura galopante, pandillaje cotidiano y anomia social. Pero las condiciones materiales de extrema pobreza y alta precariedad educativa no son las únicas razones para hablar del poco peso de la ciudad letrada en los riscos y arenales de la ciudad real. Hay más. Buena parte de la cultura –no sólo la chicha, no sólo la peruana, incluso la mundial- se ha transformado en función de las la s nuevas tecnologías y la globalización brutal. Ha producido una cultura del espectáculo, profundamente audiovisual y multimedia. La palabra escrita está arrinconada, a la defensiva. Cuando hablamos de literatura, aún en los términos más puerilmente comerciales, nos referimos a una expresión cultural minoritaria. Pero aún más. En el Perú, todavía hoy, hoy, tenemos una característica que ha impulsado buena parte de nuestra cultura: La oralidad. Fue el principal soporte comunicativo de las civilizaciones precolombinas, oralmente depositamos y transmitimos todo el conocimiento andino, la oralidad fue t ambién recordatorio de sufrimientos y celebración excepcional, lo oral en se hizo canto, se convirtieron en décimas de pie quebrada, en ampulosos discursos políticos, Ricardo Palma la embalsó magistralmente en esa fuente que son las Tradiciones Peruanas, se convirtió en replana popular, en consignas repetidas

en cárceles, en refranero transgeneracional, en el único canal informativo fiable dentro de un país cuyos cu yos gobiernos siempre contaban mentiras.

La cultura chicha es una cultura oral por excelencia, todos los espacios cotidianos donde se mueve (la combi, la radio, el vecindario, el lugar de trabajo, las pollerías, el mercado barrial, los canchones reconvertidos en auditorios musicales) son intensamente orales. La palabra escrita parece estar  circunscrita a los carteles que anuncian los conciertos, los titulares de los periódicos sensacionalistas y determinados documentos de instituciones municipales de obligatoria lectura. Sin embargo, tampoco hay que caer en el estereotipo de un sujeto chicha bruto, que trata el libro con la misma extrañeza e irritación que mostró Atahualpa al cura Valverde. Valverde. El sujeto chicha también lee y –más allá de la vitalidad de la prensa mal llamada chicha- tenemos la profusión de periódicos de tiraje nacional (que significa profusión de distintas corrientes de lectores) como la aparición de boletines de información regional y local, la energía de la piratería editorial que no sólo llena las librerías ambulantes de bestsellers, sino también de un canon literario universal como respuesta a la (insólita pero real) demanda que exigen los profesores de esa asignatura colegial tan bizarra llamada “comunicación integral” (Junto al inefable Coehlo podemos ver en calles y plazas públicas una surtida colección de clásicos de la literatura como Romeo y Julieta, Julieta, Los tres mosqueteros, mosqueteros, Oliver Twist , La Madre, Madre, etc). La necesidad de sobrevivir en la gestión y trámites con los organismos públicos ha producido gacetas y semanarios informales que reproducen códigos, procedimientos y reglamentos que necesitan conocer quien quiera quiera ser chofer  de un microbús o formar una empresa de carpintería. La prensa política no ha desaparecido –periódicamente –periódicamente aparecen y desaparecen nuevos títulos- y la lectura de titulares en los kioscos ya es un ritual cotidiano ejercido masivamente. masivamente. El sujeto chicha chi cha lee cuando lo considera necesario y útil.

IV Chicha y literatura. Por un maridaje necesario. ¿Existe el personaje chicha en la literatura peruana contemporánea? ¿Hemos tenido una literatura que hablara de la cotidianidad de los pueblos jóvenes? En una sugestiva y provocadora ponencia que el conocido crítico y docente Dorian Espezúa ofreció en Huanuco, se destacó la ausencia del sujeto chicha en la literatura peruana actual. Incluso otros críticos como Fernando Ampuero Ampuero o Iván Thays sugieren que el camino de la literatura de provincias debiera conectar  cultural y empresarialmente con esos amplios sectores urbano-marginales a imagen y semejanza de Dina Páucar.

El hecho que el personaje chicha haya sido tan poco tratado en la literatura actual no debe solamente al elitismo intrínseco y falsamente cosmopolita de los llamados escritores criollos. Hay que reconocer que el sujeto chicha no ha llamado la atención del resto de los escritores peruanos, incluyendo a muchos

que se consideran “artistas del pueblo”. Sin embargo, aún dentro de quienes escriben historias ambientadas en pueblos jóvenes, el carácter chicha brilla por  su ausencia. Por mencionar algunos nombres: Uno piensa en el célebre cuento Los gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro, la estupenda narrativa de Cronwell Jara (Montacerdos (Montacerdos,, para mencionar un título mítico) y las historias que crea Daniel Alarcón desde los Estados Unidos (y escritas originalmente en inglés) y advierte que, más que un eco de la cultura chicha, lo que hay allí es la descripción de la pobreza y sus secuelas, la denuncia de la injusticia y la degradación a que son sometidos buena parte de peruanos. En suma, una literatura de la miseria, no solo física, sino moral, existencial. La cosa se complica cuando sabemos que muchos escritores jóvenes, teóricamente integrantes del sujeto chicha, prefieren otros derroteros literarios (la temática andina o histórica) y no ven atractivo alguno a rebuscar en los chichódromos o en las pollerías de barrio. Parecería que hay un rechazo tácito entre las altas letras y la cultura chicha. Es decir, los modelos tradicionales de hacer y publicar literatura van por un camino y las dinámicas propias de la cultura chicha siguen otro completamente distinto. Y, al parecer, no parece haber esperanza en que alguna vez ambos camino se toquen. Ahora bien, uno sí puede encontrar literatura encontrar literatura chicha: En los cancioneros de las cumbias, en el estilo de muchas columnas de los periódicos informales, en las parrafadas de las radios AM de los conos y, me atrevo a decir, en los guiones de programas y series de televisión producidas por algunos canales. Discursos que, casi siempre, evidencia un estilo ampuloso de decir conceptos manidos, un refocilamiento en la sordidez, una conducta ovejuna frente al verdadero poder (fuerzas armadas, grandes empresario, Iglesia), un sensacionalismo congénito, una fervorosa redundancia en el uso de la jerga y poco interés en el manejo adecuado (y no digamos creativo) de la palabra. Pareciera ser solo miseria de la literatura. ¿Hay alguna manera de salvar esta grieta? Quizá compitiendo en los espacios de consumo cultural del sujeto chicha. Los kioscos, las ondas, las lozas deportivas donde el sujeto chicha prodigue su ocio. Pero también aprendiendo se. ¿Y qué tiene la cultura chicha?: Las de esa cultura y no desdeñarla per desdeñarla per se. combinaciones atrevidas, los nuevos espacios de ocio, las lógicas de su estética, sus motivaciones simbólicas, etc. Son expresiones culturales que no tienen que sernos ajenas. Sinceramente, no considero un inconveniente en colocar a la cultura chicha como parte integrante de la cultura popular. Incluso temo que habríamos hablar  de lo chicha como la fracción más importante de la cultura popular ¿Y qué? ¿Podíamos esperar algo mejor después de la victoria de las fuerzas armadas en nuestra guerra interna, la imposición del fujimorismo en todo el país, el debilitamiento de las instituciones sindicales, la imposición del silencio bajo castigo a las organizaciones populares de izquierda y la hegemonía global del neoliberalismo? Las limitaciones y miserias de la cultura chicha, como la de sus

contribuciones y logros, son el reflejo del tortuoso proceso social que vivió el país en los últimos quince años. Prefiero ver el vaso medio lleno a medio medio vacío. Veamos, Veamos, pues, en la cultura chicha un ejemplo más de la creatividad popular, de su vitalidad simbólica, de su persistencia en aceptar nuevos productos culturales sin perder los propios, su negativa en copiar directamente y su atrevimiento en apropiarse de elementos externos. Eso hace la persistencia de géneros musicales propios, ajenos al menú global de las grandes discográficas. Y su oferta estética ya ha alcanzado a los artistas plásticos que ven en lo chicha un nuevo referente de peruanidad. ¿Por qué los escritores no han de hacer lo mismo? No pido a los escritores de mi país que se dediquen a llenar sus páginas de asesinatos, pornografía y jerga. Lo chicha no solo es eso. En estas páginas hemos visto la policromía orgánica de la cultura chicha, su evidente gancho popular, popular, su contribución al carácter de la cultura y sociedad peruanas ¿No son títulos suficientes para abordarlos desde la literatura? Hace casi ochenta años, los intelectuales y artistas peruanos descubrieron las potencialidades estéticas y creadoras de la herencia andina y bebieron de ellas para renovar radicalmente la cultura en el Perú. El Indigenismo fue un poderoso revulsivo que peruanizó nuestro arte y lo salvó de consumirse en la imitación patética de los productos occidentales. Salvando las distancias, nada mejor que sumergirse en las enrarecidas aguas de la cultura popular urbana contemporánea –y más aún, en los remolinos de la cultura chicha- para encontrar nuevas formas, actitudes, éticas y expectativas que enriquezcan nuestro arte y nos fortalezcan en la dura tarea de llevar el arete y la cultura a todos, absolutamente, a todos los peruanos.

Lima, septiembre 2006 

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