El Camino Del Espiritu , Homilias Dominicales Para El Ciclo C - P. Ervens Dario Mengelle

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Contenidos TIEMPO DE ADVIENTO ESPERANZA, ACEDIA, ESPÍRITU EL PROFETA: HOMBRE DEL ESPÍRITU KECHARITOMÉNE: PARAÍSO DE DIOS DISPOSICIONES MORALES DISPOSICIONES ESPIRITUALES TIEMPO DE NAVIDAD EMMANUEL OS HE DADO EJEMPLO COMPREHENDER LA VIDA EN CRISTO ADORACIÓN DE LOS MAGOS TIEMPO DE CUARESMA VIDA ESPIRITUAL: LA ASCÉTICA VIDA ESPIRITUAL: LA MISTICA CONVERTIRSE A LA LIBERTAD ENTRANDO EN SÍ... PASIÓN POR LA VIRTUD SEMANA SANTA EL PECADO EN LA PASIÓN NUEVO TESTAMENTO LA FUERZA DE LA ORACIÓN EL NUEVO ADÁN ¿ESTÁS EN LOS CIELOS? TIEMPO PASCUAL EL DOMINGO EN ESPÍRITU FE LA LEY NUEVA O LA CARIDAD HACIA EL PRÓJIMO CARIDAD HACIA DIOS ESPERANZA FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPERANZA ARDIENTE IMPULSO LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN PAN Y VINO TIEMPO ORDINARIO EL HOMBRE NUEVO SE HIZO LA HORA ESCRITURAS 2

TRADICIÓN MAGISTERIO ORACIÓN: EL ÚNICO CAMINO LITURGIA: EPÍCLESIS FRUTOS FE Y HUMILDAD PRODUCEN CARIDAD JESÚS PROFETA ALABANZAS ES CRISTO DE DIOS EL QUE ES PENITENTE SÍGUEME... SÓLO A DIOS SERVIRÁS (1º mandamiento) DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD DAR VIDA - HEREDAR LA VIDA (cf. 5º mandamiento) LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN EL PADRE NUESTRO: BREVIARIUM TOTIUS EVANGELII ESTUPIDEZ Y ORACIÓN ORAR ¿ES ÚTIL O INÚTIL? FUEGO Y BAUTISMO PRODUCEN DIVISIÓN (10º mandamiento) HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO ¿SER BUENO O SER SANTO? ANDAR EN LA VERDAD (8º Mandamiento) YO SOY EL GUARDIÁN DE MI HERMANO (cf. Gn 4,9) SÉPTIMO MANDAMIENTO ADMINISTRADORES IGLESIA Y FE GLORIFICAR A DIOS ES PROFESAR LA FE LA CONFIANZA FILIAL EN LA ORACIÓN DIOS TODOPODEROSO FIN DEL CAMINO: LA RESURRECCIÓN ESPÍRITU DEL CAMINO: VIVIR EL DÍA FIESTAS DEL TIEMPO ORDINARIO FIN DEL CAMINO MARÍA, ESTRELLA DE ESPERANZA LOS CAMINOS DEL ESPÍRITU

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Advertencia Previa El presente conjunto de sermones ha sido elaborado teniendo en cuenta dos factores principales: el evangelio de cada ciclo y el Catecismo de la Iglesia Católica. El evangelio de cada ciclo da el tema general de predicación para todo el año, o sea Dios Padre y su reino (ciclo A, Mateo), Jesucristo: su misterio y los sacramentos (ciclo B, Marcos), El Espíritu Santo y el camino espiritual (ciclo C, Lucas). Respetando ese tema general y las perícopas que han sido elegidas en particular, se ha tratado de ir profundizando la enseñanza evangélica con el Catecismo de la Iglesia Católica, engarzándolo con el ciclo de lecturas. Es una intención explícita el poder llevar a los fieles el Catecismo en su (casi) tot9alidad en el conjunto de los tres ciclos. Los números que figuran entre paréntesis sin ninguna referencia corresponden al Catecismo. Circunstancias que no viene al caso mencionar han dilatado en exceso este trabajo, como se puede fácilmente apreciar de la sola lectura de los diferentes sermones. Es nuestra esperanza, sin embargo, que aún así, pueda ser de utilidad especialmente para los párrocos y aquellos que predican a una comunidad estable (ya que la fuerza de esto está más bien en el conjunto, que no puede apreciarse sin una cierta continuidad). Cualquier sugerencia, crítica o apreciación que ayuden a mejorar este trabajo será siempre bienvenida.

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TIEMPO DE ADVIENTO

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CatIC 2725-2733

C-Adv-1 Lc 21,25-28.34-36

/ Je 33,4-16 / Sal 25 / 1Te 3,2-13; 4,1-2

ESPERANZA, ACEDIA, ESPÍRITU Ante todo y para comenzar bien, queridos hermanos y hermanas, es conveniente que les desee a todos un buen año nuevo. Quizás alguno se sorprenda por esto que acabo de decir, pero es que hoy es el primer domingo de Adviento y se abre un nuevo año litúrgico. 1 – Adviento = Esperanza Como cada comienzo de año litúrgico, la Iglesia nos lleva a considerar el principio y el fin de nuestro ser cristiano. ¿De qué modo? Dirige nuestra mirada hacia los misterios de la primera y segunda venida de Cristo, aquella en la que creemos, que recordamos para la Navidad, y aquella que esperamos, que es llamada Parusía. A la primera venida, aquella largamente esperada por el pueblo judío y que se cumplió con la Encarnación de Jesús, Verbo de Dios, se refiere la primera lectura (cf.). A la segunda venida, su retorno glorioso al fin de los tiempos, se refiere el evangelio: entonces verán al Hijo del hombre... Y con esta consideración la Iglesia quiere que, considerando con fe la primera venida, no decaiga nuestra esperanza respecto de la segunda venida: “mientras aguardamos con gozosa esperanza la venida de nuestro Salvador Jesucristo”. San Pablo, hablando de una y otra dice: se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres [primera venida] que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el siglo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo (Ti 2,11-13). San Cirilo de Jerusalén: “anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también una segunda, mucho más hermosa que la primera. La primera fue una manifestación de paciencia, la segunda lleva la corona de la realeza divina” (Cateq. 15,1). Por ello este tiempo se llama “Adviento”, palabra que viene de “ad-ventum”, es decir, a la venida, porque se refiere a la venida de Jesús. Es un tiempo en el que se tiene presente, de manera especial, la virtud de la esperanza, virtud por la que aguardamos el cumplimiento de las promesas divinas. 2 – Esperanza versus Acedía Como acabamos de escuchar en el evangelio, Jesús nos advierte para que permanezcamos atentos y no nos dejemos dominar por la disipación, embriaguez y preocupaciones de la vida, es decir, por la superficialidad en el vivir, los placeres presentes, o la excesiva dedicación a las cosas terrenales. “Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a Él, a su Venida, al último día...” (2730).

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Y Él mismo brinda el remedio: Velad y orad. ¿Son dos cosas distintas que se deben hacer? En realidad es un único todo que implica ambas cosas: “se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El combate espiritual de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración” (2725). Son, por lo tanto, dos cosas, que se reclaman mutuamente. Por ello, los problemas que aparecen en la oración son, en realidad, problemas que afectan a todo el ser y el obrar del cristiano. En primer lugar, es necesario rechazar “conceptos erróneos acerca de la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales...” (2726). También “tenemos que hacer frente a mentalidades de este mundo que nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es “amor de la Belleza absoluta” y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero)...” (2727). “Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor...; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad... La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos” (2728). En el ejercicio mismo de la oración se presentan dos dificultades propias (cf. 2754). La distracción (2730) y la sequedad (2731). El remedio está “en la fe, la conversión y la vigilancia del corazón” (cf. 2754). Pero sobre todo es necesario que atendamos a las dos tentaciones más propias de la oración: a) la falta de fe: “esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes... la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: sin mi, no podéis hacer nada” (2732); b) la otra tentación es la acedía o acedia: “los padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón” (2733). A esto último, hemos de prestar más atención, porque es el problema central de nuestro tiempo. La acedia es uno de los pecados capitales, malamente traducido por pereza. Aquí hay que proceder con cuidado. Dice un autor: “no hay probablemente un concepto de la ética que se haya aburguesado tan notoriamente en la conciencia del cristiano medio como el concepto de la acedia” (J. Pieper, las virtudes fundamentales). Cuando nosotros hablamos de pereza, entendemos la dejadez, desaplicación, lo contrario de la diligencia y laboriosidad. Pero esto no es el verdadero pecado capital de la “pereza” o, mejor dicho, acedia. De hecho, una de las formas de la acedia se da en quien trabaja a destajo, en quien es un 9

adicto al trabajo. Con su aparente laboriosidad, lo que hace es llenarse de actividades para no pensar. La acedia es una especie de tristeza que paraliza al hombre, que lo descorazona: la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; pero la tristeza del mundo produce la muerte (2Co 7,10). Es un pecado propiamente contra el tercer mandamiento, que es el que ordena al hombre a “descansar en Dios” (S.Th. 2-2,35,3 ad1). Técnicamente se la define como detestación del bien divino, es “la renuncia malhumorada y triste, estúpidamente egoísta, del hombre a la nobleza que obliga de ser hijos de Dios” (Pieper). Es uno de los pecados más comunes en los cristianos de nuestro tiempo. Con el agravante de que, por ser pecado capital, hace de principio (caput = cabeza, de donde capital) para muchos otros pecados. San Máximo el Confesor: “todas las otras pasiones tocan sólo la parte irascible del alma o la concupiscible o la racional, como el olvido y la ignorancia; la acedia, en cambio, aferrando todas las potencias del alma, excita casi todas las pasiones juntas y, por eso, es la más grave de todas. Dice bien, pues, el Señor, que ha dado el remedio contra ella: con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”. Pero alguno dirá ¿y esto, qué tiene que ver con la liturgia de este día? Tiene mucho que ver, porque la acedia es el principio de la desesperación (S.Th. 2-2,20,3), vicio que ataca la esperanza. Por ello es que Cristo, para que no caigamos en la desesperación, nos insiste en la necesidad de orar. No es casualidad que “la apática tristeza de la acedia sea uno de los rasgos decisivos de la fisonomía íntima de nuestra época” (Pieper). Los diversos tipos de adicciones (drogas, sexo, videos, trabajo, etc.) no son sino síntomas de esa realidad profunda. 3 – Evangelio según san Lucas: el Camino del Espíritu Por ello, en última instancia, lo que Jesús nos dice es que llevemos una vida conforme al Espíritu. San Máximo el Confesor: “Andemos en el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza. Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por los placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia: busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos y del señor del mundo. Abandonemos la carne y las cosas carnales. Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía”. Decíamos al comienzo del sermón que hoy comenzamos un nuevo año litúrgico. Este año corresponde que leamos el evangelio según san Lucas. Y san Lucas presenta toda la vida de Cristo con una óptica singular, como el hombre guiado por el Espíritu Santo. Por 10

ello, tendremos ocasión, a medida que transcurra el año litúrgico y vayamos leyendo el evangelio de san Lucas, de ir observando en el mismo Jesús cómo es esa vida del Espíritu, para poder sacar ejemplo e imitarlo. 4 – Conclusión De momento, queridos hermanos, conservemos en nuestro corazón el consejo de Cristo para ponerlo por obra: Velad y orad en todo momento... San Benito: “ora et labora”.

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CatIC 717-720.904-907

C-Adv-2

Lc 3,1-6 / Bar 5,1-9 / Sal 126 / Fil 1,4-6.8-11

EL PROFETA: HOMBRE DEL ESPÍRITU Dijimos el domingo pasado que los cristianos hemos de llevar una vida conforme al Espíritu y que el evangelio y la liturgia correspondiente a este año litúrgico (llamado ciclo C) nos iban a ir enseñando respecto de ello. El evangelio que acabamos de proclamar nos ofrece un cuadro del tiempo previo a la aparición de Jesús. Sobre todo nos presenta, como se hace cada año en el tiempo de adviento, la figura de Juan Bautista, el que precedió a Jesús. ¿Qué fue san Juan Bautista? 1 – Elías Jesús prodigó grandes elogios a este hombre: yo les aseguro que, entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan... (Lc 7,28). Pero ¿qué fue? La respuesta la tenemos en otras expresiones de los evangelios: a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, preanuncia su padre Zacarías (Lc 1,76) y añade Cristo: ¿qué fueron a ver ustedes al desierto?... ¿a un profeta? Eso sí, yo les aseguro que Juan es más que un profeta. Porque se refiere a Juan esta palabra de Dios: mira que Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino (Mt 11,7-10). Esto que cita Jesucristo era una profecía pronunciada por el profeta Malaquías que, además añade las siguientes palabras: les voy a enviar, también, al profeta Elías... él reconciliará a los padres con los hijos y a los hijos con sus padres, para que, cuando yo llegue, no tenga que maldecir a este país (Mal 4,23-24). Esta profecía la tenían bien presente los judíos; de hecho, cuando aparece Juan Bautista envían desde Jerusalén una delegación que a preguntarle quién era él y entre las preguntas que le hacen una dice así: ¿quién eres? ¿Elías? (Jn 1,21). Y Jesucristo mismo declara cumplida la profecía en Juan Bautista: Los discípulos le preguntaron: ¿cómo dicen los maestros de la Ley que Elías ha de venir primero? Contestó Jesús: Es cierto que Elías ha de venir para restablecer el dominio de Dios. Pero sepan que Elías ya vino, y no lo reconocieron... Entonces, los discípulos comprendieron que Jesús se refería a Juan Bautista (Mt 17,10-13). Y por ello, el ángel que se le apareció a Zacarías para anunciarle el nacimiento de su hijo Juan le había predicho: lo verán caminar delante de Dios con el espíritu y el poder del profeta Elías (Lc 1,17). ¿Qué importancia tuvo Elías para que su figura fuese tan relevante y se lo tuviese en tanta consideración? Elías es considerado el padre de los profetas, fue aquel hombre en quien el Espíritu habitó con tanta intensidad que realizó obras admirables como hacer bajar fuego del cielo para consumir el sacrificio que había preparado o resucitar un muerto. Así lo elogia la Sagrada Escritura recordando de manera sintética sus obras narradas “in extenso” en otra parte (cf. 1Re 17 a 2Re 2): apareció como un fuego el profeta Elías, cuya palabra 12

quemaba como antorcha. Él atrajo sobre ellos el hambre y en su celo los redujo a pocos. Por orden del Señor cerró el cielo, y también hizo bajar tres veces el fuego. Elías ¡qué glorioso fuiste en tus portentos! ¿quién puede jactarse de ser igual a ti? Tú que arrancaste un hombre a la muerte y al sepulcro, por la palabra del Altísimo. Tú que llevaste reyes a la ruina y tiraste al suelo el cetro de los poderosos, que escuchaste reproches en Sinaí, y en el orbe los decretos de castigo; que ungiste reyes que tomaran venganza y profetas para que te sucedieran; que fuiste arrebatado en torbellino de fuego, en el carro con caballos de fuego. Tú fuiste designado en vista de los castigos futuros, para aplacar la divina ira antes que estalle, para que los padres se reconcilien con los hijos y para restablecer las tribus de Israel. ¡Felices aquellos que te vean!... (Si 48,1-12). Este Elías es el que aparece sobre la cima del monte Tabor, junto con Moisés, en el misterio de la transfiguración de Cristo. En Elías habitaba el fuego del Espíritu, el ardor que lo llevaba a sentir el celo propio del amor de Dios. Comunicó ese espíritu a su sucesor Eliseo y fue arrebatado en un carro de fuego. Esto era lo que los judíos tenían presente cuando se hablaba de Elías. 2 – Juan Bautista: él es Elías que debe venir “Juan es Elías que debe venir (Mt 17,10-13): el fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como “precursor”] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1,17)” (718). Además de la explícita referencia de Jesús, hay otros elementos que permiten conectar la figura de Juan con la de Elías: - La descripción de su vestimenta: vestido con un manto de pelo y con una faja de piel ceñida a su cintura (2Re 1,8) – Juan vestía un manto de pelo de camello con un cinturón de cuero (Mt 3,4). - La peculiaridad de vivir en el desierto. - Y, sobre todo, el lugar donde, conforme a la tradición, Juan bautizaba. Este lugar era importante por dos motivos: 1º) porque allí, frente a Jericó, Elías había sido arrebatado al cielo (cf. 2Re 2,4-12); 2º) en ese lugar había un manantial de agua, es decir, aguas que corrían o, como dice la Escritura, manantial de aguas vivas, símbolo del Espíritu Santo (Jn 7,37-39: el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, de pie, decía a toda voz ”venga a mí el que tiene sed; el que crea en mí tendrá de beber, pues la Escritura dice: de él saldrán ríos de agua viva”. Jesús, al decir esto, se refería al Espíritu Santo que luego recibirían los que creyeran en Él). “Juan es más que un profeta. En él, el Espíritu Santo termina el ‘hablar por los profetas’. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías...San Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. Profeta del Altísimo, sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio... En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo... Precediendo a Jesús con el espíritu y el poder de Elías, da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio” (719-720 + 523). 3 – La condición profética del cristiano Es en razón de esto último que la liturgia nos hace considerar la figura del Bautista. No 13

sólo para que, en este tiempo de Adviento, revivamos esa expectativa por el Salvador y nos dispongamos convenientemente para las próximas fiestas navideñas, sino también para que lo imitemos en su tarea de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Porque, en efecto, también nosotros somos profetas: “Cristo... realiza su función profética... no sólo a través de la jerarquía... sino también por medio de los laicos. Él los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra” (904). “Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente” (s. Tomás de Aquino). Aclara el Conc. Vat. II: “este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra” (905). Más aún: “los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su colaboración en la formación catequética, en la enseñanza de las ciencias sagradas, en los medios de comunicación social. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas” (906-7). 4 – Conclusión: el modelo de Juan Por tanto, queridos hermanos, en este tiempo de Adviento, reavivemos nuestra esperanza, como se nos invita en la primera lectura. Y, con la alegría propia del evangelio, seamos cooperadores en el servicio del evangelio (cf. 2ª lect). Difundamos entre todos los hombres el Evangelio, conscientes de que sólo Cristo es el Salvador de los hombres, que sólo Él es la Buena Nueva. Aprendamos del Bautista. Juan es un auténtico modelo para todos nosotros: a) Hombre de oración y silencio, forja en el desierto su temple y prepara su función. La Palabra de Dios es su alimento. Así se prepara a predicarla. b) El objetivo de su mensaje es proclamar la conversión como disposición para recibir la gracia mesiánica. El orgullo, los egoísmos, la hipocresía, la mala voluntad, son obstáculos que cierran el camino del Señor.

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CatIC 702-716.721

C-Inmac. Concepción

Lc 1,26-38 / Gn 3,9-15.20 / Sal 98 / Ef 1,3-6.11-12

KECHARITOMÉNE: PARAÍSO DE DIOS Queridos hermanos, el domingo pasado (1º de Adviento), dijimos que el evangelio que iremos leyendo este año en la liturgia, o sea el de san Lucas, nos permitirá apreciar cómo es la vida del Espíritu en Jesús y de allí sacar ejemplo. 1 – El plan proyectado La solemnidad de este día nos permite adquirir una cierta visión panorámica de esa realidad que después podremos considerar en más detalle. En efecto, la 2ª lectura habla de un designio preestablecido (v. 11), es decir de un proyecto. Como bien sabemos, en razón de nuestra experiencia, todo proyecto implica una preparación y una ejecución. La primera lectura nos traslada al momento primigenio de la historia de la humanidad, a la Creación de todo, incluido el hombre, y al Pecado original. De hecho, los versículos leídos refieren parte de la decisión tomada por Dios luego del pecado. La lectura, sin embargo, hace hincapié en el elemento positivo, o sea el castigo de Satanás y el preanuncio de la derrota definitiva gracias a la mujer y su descendencia. Es por esto que este texto de Génesis 3,15 es conocido como el “protoevangelio”, es decir, el “primer evangelio”, porque ya entonces se proyectaba la misión redentora. El evangelio, por su parte, muestra que ese momento preanunciado ha llegado. Alégrate le dice el ángel a María recogiendo una larga tradición que se había desarrollado a lo largo del AT. Y añade un término cuya traducción es muy difícil: kecharitoméne, que nosotros traducimos “llena de gracia”, pero que en griego tiene un sentido más profundo. Yo quisiera detenerme un momento en considerar la tarea realizada en el AT por el Espíritu Santo como preparación para este momento que nos refiere el evangelio, para que podamos entender mejor qué papel juega el misterio que hoy estamos celebrando y que esta palabra, kecharitoméne, expresa de manera tan profunda. 2 – Tiempo de Promesas Como dijimos, en el mismo momento del Pecado Original, Dios prometió la Redención. El hombre había sido hecho a imagen y semejanza de Dios, pero por el pecado, si bien continúa siendo a imagen de Dios, queda privado de la semejanza (cf. 705). La restauración de esta semejanza exigió una larga preparación. “La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá la imagen y la restaurará en la semejanza con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu que da la Vida” (705). Dios va guiando el camino de la Promesa a través de distintas manifestaciones o 15

Teofanías, en las cuales Dios reitera su compromiso a la vez que va dando elementos para acompañar en ese camino. Entre los elementos que Dios brinda tiene una importancia particular la Ley que Dios concede en el monte Sinaí, que tenía como finalidad conducir hacia Cristo (cf. 707-708). “La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham” (709). Pero el pueblo judío falló, pretendió ser igual que las demás naciones y, a pesar de recibir numerosas advertencias a través de muchos profetas, se empecinó en su actitud y Dios no tuvo más remedio que hacerlos pasar por una experiencia tremenda de la cual sólo por la protección divina pudieron retornar: es la experiencia del Destierro. “El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas es, en realidad, fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación; el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres [anawim] que vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia” (710). Isaías precisamente habla de este “nuevo éxodo” refiriendo la acción de Dios con estas palabras: Yo hago nuevas todas las cosas. E incluso, preanunciando el momento culminante del plan divino, presenta la figura de un misterioso Siervo de Dios que, con su sufrimiento, va a hacer posible la renovación (cf. 711-713). Paralelamente a la acción de este Siervo, hay textos proféticos que refieren el envío del Espíritu Santo: “en los últimos tiempos el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en paz” (715). ¿Adónde va a terminar esa acción preparatoria del Espíritu Santo? En la constitución de un grupo especial llamados los pobres o los humildes (anawim en hebreo). “El pueblo de los pobres, los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo” (716). Esto es lo que tenemos especialmente presente en este tiempo de adviento. 3 – Kecharitoméne ¿Qué tiene que ver lo que venimos diciendo con el misterio que hoy celebramos? Es que precisamente como punto culminante de todo esto está María: “es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos”, dice el catecismo (721). Y añade unas palabras que nos remontan al Paraíso: “por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres”. Dios recupera el Paraíso, es decir el lugar donde puede pasearse dialogando con el hombre. Por eso la Virgen es llamada 16

“Jardín cerrado”, porque es el Paraíso que no fue infectado por el pecado, donde la serpiente no pudo entrar. Imaginemos un hermosísimo jardín con toda clase de flores y frutos y bellos aromas, un auténtico paraíso. Eso es María y eso, tomado en su sentido más literal y profundo, es lo que intenta expresar esa extraña palabra tan difícil de traducir: kecharitoméne. Porque en ella la acción de la gracia divina produjo toda clase de perfecciones en un grado único. Refuerza esto el hecho, más que significativo, de que éste es el único caso en la Biblia en que un ángel se dirige a alguien llamándolo por un título y no por su nombre. El ángel, sensible a las cosas espirituales, sabía a quién y a qué se estaba dirigiendo. Esa palabra es extremadamente reveladora de lo que es la acción de Dios, del fin del plan divino. Nos manifiesta no sólo la santidad de María, sino también la perfección de la acción santificadora de Dios. ¿Qué es lo que nosotros entendemos cuando hablamos de la gracia divina? Muchas veces hay una tendencia a reducir su valor diciendo que elimina el pecado. Esto es verdad pero es media verdad y falta la parte más importante. Nosotros, encandilados por las cosas de este mundo, nos olvidamos que la gracia es la “vida de Dios” con todo lo que esto implica. 4 – Conclusión Queridos hermanos, el misterio que hoy celebramos nos permite advertir, como ningún otro, la maravilla del plan divino. Al mismo tiempo nos recuerda que, en ese plan, yo ocupo en lugar. Hemos visto rápidamente cómo Dios actuó en la historia de la humanidad. Consideremos cómo Dios actúa en nuestra historia personal para ser capaces de responder como María lo hizo.

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CatIC 1805-1809

C-Adv-3

Lc 3,10-18 / Sof 3,14-18a / Is 12 / Fil 4,4-7

DISPOSICIONES MORALES Hemos escuchado en el evangelio que la gente le preguntaba: ¿Qué debemos hacer? La pregunta de la gente había sido motivada por una previa intervención del Bautista que se lee en el v.8: Haced obras dignas de conversión. 1 – Obras de justicia Vale la pena que nos detengamos un poco a observar a qué se refiere concretamente el Precursor. No pretende san Lucas recoger toda la predicación del Bautista; de hecho, más adelante dice (v.18): con otras muchas exhortaciones, indicando que era más amplio lo que decía. Pero los pocos ejemplos que se refieren aquí nos bastan para comprender qué quiere decir san Juan Bautista cuando habla de conversión. Dos son los frutos de conversión que pide: la caridad y la justicia. Vamos a dedicar nuestra atención a esta última, teniendo en cuenta el matiz particular bajo el cual la considera el Bautista. ¿Cuál era la situación del pueblo judío en esa época? Los publicanos eran los cobradores de impuestos, judíos que habían aceptado colaborar con el invasor romano, rechazado por todos. Eran considerados pecadores e impuros, de fama tan baja que se les equiparaba a las mujeres públicas. San Juan Bautista, sin embargo, no les manda abandonar su profesión, sino atenerse a lo que es justo. Algo semejante pasa con los soldados. En estos casos vemos que el Bautista lo que les pide es que cumplan bien, de manera justa, con el deber que les compete según su función social, es decir con el deber que tienen respecto de los demás. Lo que tenemos aquí es una indicación más precisa de lo que escuchamos el domingo pasado: Preparad el camino del Señor: haced rectos sus senderos. Hacer rectos significa hacer justos. Lo que está enseñando el Bautista es la primera condición para recibir a Jesucristo como corresponde. Esa primera condición es cumplir con la justicia. “La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada la virtud de la religión. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo…” (1807). 2 – Apuntalando la justicia 18

El catecismo enseña que junto con la virtud de la justicia, hay otras tres que desempeñan un papel fundamental y señala que “por eso se las llama cardinales; todas las demás se agrupan en torno a ellas”. Cardinales significa que son eje de las demás. ¿Cuáles son? Prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Hemos visto que la justicia implica dar lo que corresponde a los hombres. Pero esta virtud es frecuentemente, diríamos diariamente, puesta a prueba. Y es aquí que somos tentados para cometer injusticia. Las tentaciones que padecemos son básicamente de dos maneras: la primera se da cuando realizar la obra buena, la obra justa, implica tener que afrontar dificultades; la segunda manera se da cuando somos indebidamente atraídos hacia los bienes. Es por eso que son necesarias las virtudes de la Fortaleza y de la Templanza. “La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien… hace capaz de vencer el temor… y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones…” (1808). El máximo ejemplo en esto lo tenemos en los mártires. Pero también hay muchos ejemplos diarios de fortaleza en padres y madres de familia que cumplen con sus cotidianas tareas, en jóvenes que se esfuerzan por realizar sus deberes, etc. Más insidiosa es la tentación que proviene del bien mismo. De hecho, hemos escuchado en el evangelio que el Bautista les dice, tanto a los publicanos como a los soldados, que no sean ambiciosos. Para resistir esta tentación tenemos que cultivar la virtud de la templanza. “La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad…” (1809). La templanza tiene un amplio campo de acción, ya que son varios los instintos que existen en el hombre: instinto de supervivencia, instinto sexual, instinto de querer conocer, etc. Si no son regulados surgen vicios como por ejemplo la búsqueda del mero placer en el comer y beber (embriaguez, glotonería), o el deseo desordenado de conocer (curiosidad, adivinación, etc.), etc. Todo esto lo regula la templanza. Se debe vivir con moderación, justicia y piedad, dice san Pablo (Tito 2,12). Incluso hemos de cuidar que el interés de mantener lo propio no nos lleve a descuidar las necesidades ajenas: el que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene, hemos escuchado en el evangelio. Porque parte de la justicia y la templanza es también reconocer que los bienes son para todos los hombres. Incluso el séptimo mandamiento, no robarás, incluye esto: “prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada…” (2401). 3 – Guiando la justicia Por supuesto que también es necesario saber qué es justo como para poder realizarlo, para poder cumplirlo. De allí que la gente le pregunte al Bautista ¿qué debemos hacer? Bien, concretamente la encargada de determinar que es lo bueno, lo recto, lo justo en 19

cada momento es la virtud de la prudencia. “La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo… La prudencia es la regla recta de la acción… No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación…” (o sea, no es lo que vulgarmente la gente llama prudencia, confundiéndola con la astucia que es, en realidad, una degeneración de la prudencia porque no busca el auténtica bien sino tan solo el propio beneficio). “Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares…”. “Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia” (1806). Este juicio de conciencia, es decir, lo que entendemos que es recto y justo aquí y ahora, es el que nos debe mover a obrar, de tal manera que nunca realicemos algo en contra de lo que nuestra conciencia nos dicta. Por supuesto que es necesario que nos preocupemos por educar la conciencia a través del estudio, la oración y la consulta a personas adecuadas. 4 – Conclusión Para sintetizar, queridos hermanos, el evangelio de hoy nos presenta, a través de la predicación del Bautista, de qué manera hemos de preparar nuestro corazón para la Venida del Señor. Se trata de obrar lo que es justo, para lo cual necesitamos también ser fuertes para vencer las dificultades, ser templados para mantener el recto juicio y ser prudentes para realizar este juicio. Estas son las disposiciones morales que debemos cultivar en orden a disponer nuestro interior para que Dios pueda venir a habitar en Él. Haced rectos sus caminos, predicó el Bautista. Y san Agustín comenta: “Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a Él (lo cual pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza)” (1809).

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CatIC 2650-2660

C-Adv-4

Lc 1,39-45 / Mi 5,1-4a / Sal 80 / Heb 10,5-10

DISPOSICIONES ESPIRITUALES El domingo pasado hemos tenido oportunidad de señalar cómo una parte de nuestra preparación para la venida de Jesús consiste en la realización de la virtud de la justicia. Haced rectos sus caminos predicó el Bautista. Y a esto lo llamamos las disposiciones morales. Pero esto no es lo único que hemos de realizar. El Bautista también decía, citando al profeta, que toda montaña y colina se abaje, o bien se humille. Y en esta expresión tenemos indicadas las disposiciones espirituales, acerca de lo cual veremos ahora. 1 – Sentido del Evangelio El evangelio de hoy viene inmediatamente después del evangelio de la Anunciación, o sea después que María ha concebido a Jesús. Como hemos escuchado en la lectura del evangelio, hay un gran ambiente de alegría en todos estos episodios, y una gran experiencia del Espíritu. Mejor dicho, hay un gran ambiente de alegría porque está el Espíritu Santo presente. Podríamos pensar que se trata de una hermosa escena familiar, el encuentro de las primas, con las experiencias que se narran en el evangelio. Pero hay algo mucho más profundo. El evangelista nos dice que Isabel habló llena del Espíritu Santo. Y hay todavía más. Para entender el significado más profundo de esta escena tenemos que recordar un hecho del AT. En el segundo libro de Samuel, capítulo 6, se narra un episodio también marcado por la alegría: es el traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén, traslado realizado a instancias del rey David. Pues bien, san Lucas, al narrar el evangelio de hoy, lo hace de tal manera que pone en relación este texto con aquel del AT. Veámoslo de manera esquemática: - A la subida del Arca de la Alianza en el AT (vv. 2 y 12) corresponde la subida de María (v. 39). - A las aclamaciones festivas en el AT (v. 15 y 1Cr 1,28) corresponden las aclamaciones de Isabel (43). - Al gozo con que David saltaba y danzaba delante del Arca (v. 16) corresponde el salto de gozo de Juan Bautista en el seno de Isabel (v. 44). - A la pregunta que se hace David (v. 9: ¿cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?) corresponde la expresión de Isabel (v. 43). Este conjunto de elementos nos muestra que lo que quiere mostrar san Lucas es que María, al haber concebido a Jesús, es ahora la nueva morada de Dios: “de este modo se advierte que el Señor, que moraba simbólicamente en el Arca de la Alianza, es el Señor 21

que mora realmente en su madre María” (Giacomo Maria Medica, Alla scuola di Nazareth, Leumann 1983, 76). Y entonces, “la visitación de María a Isabel se convirtió en visita de Dios a su pueblo” (717). Tenemos, así, en este misterio de la Visitación, una indicación de lo que son las disposiciones espirituales: “considera la elección y el significado incluso de cada una de las palabras. Isabel oyó primero la voz, pero Juan sintió primero la gracia: la mujer oyó según el orden de la naturaleza, pero Juan ha subido al ámbito del misterio” (san Ambrosio, In Luc 2,22s). 2 – Disposición y pre-disposición Se trata, en síntesis, de una experiencia vivida en el Espíritu. Nosotros revivimos esa experiencia a través de la oración y de una manera privilegiada en la liturgia, porque “la misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora”; “la oración interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma” (2655). En realidad, “el Espíritu Santo es el agua viva que, en el corazón orante, brota para la vida eterna. El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo…” (2652). ¿Cómo se llega a esa Fuente? Sin duda que un primer elemento es el contacto con la Biblia. Por eso “la Iglesia recomienda insistentemente a todos su fieles… la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo… a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues, como decía san Ambrosio, a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (cf. DV 25; 2653). Pero sobre todo, como hemos señalado, es en la liturgia acompañada de la oración donde llegamos al contacto más íntimo. Por supuesto que, para entrar en ese ambiente como lo hicieron María e Isabel, es necesario contar con las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad: “se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos…” (2656). Entonces, “el Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo [su adviento o venida], nos educa para orar en la esperanza…” (2657). De tal manera que, en definitiva, “la oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como Él nos ha amado.” (2658). Por eso decía san Pablo: la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Ro 5,5). 3 – Aprender a orar ¿Cómo llegar a alcanzar esas disposiciones espirituales que necesitamos para llegar a la Fuente? “Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada 22

día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración… orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los pequeños… es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas” (2659-2660). Con respecto a este esfuerzo para alcanzar esas disposiciones espirituales, sintetizadas en una auténtica oración donde están presente las virtudes teologales, es importante recordar una precisión del catecismo: “la oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario también aprender a orar…” (2650). 4 – Conclusión Precisamente, el evangelio de san Lucas, que es el que será leído a lo largo de todo este año litúrgico, es el que más refiere la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tendremos ocasión de profundizar en este Camino del Espíritu en la medida en que vayamos desarrollando el evangelio. Por hoy, sin embargo, recordemos la antigua expresión de Guigo el Cartujo: “buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (2654). Y así, podremos entrar en el gozo del Señor, como lo hicieron María e Isabel. “Tú ves que María no ha dudado, sino que ha creído y ha obtenido por ello la recompensa e su fe. Bienaventurada tú que has creído… Que en cada uno esté el alma de María para glorificar al Señor, que en cada uno esté el espíritu de María para exultar en Dios… Cada alma recibe al Verbo de Dios en sí, con tal de que, inmaculada e inmune de culpas, sepa custodiar la pureza con valentía” (san Ambrosio, In Luc 2, 26s).

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TIEMPO DE NAVIDAD

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CatIC 464-483

C-Navidad

Mt 1,1-25 / Is 62,1-5 / Sal 88 / He 13,16-17.22-25

EMMANUEL ¡Qué grande es, hermanos, el misterio que hoy celebramos! “También yo proclamaré la fuerza y el poder de este día; aquel que no ha sido engendrado por la carne se encarna; el Verbo toma consistencia; el invisible se hace visible; el intocable se puede tocar; el que es sin tiempo comienza a existir en el tiempo; el Hijo de Dios se hace Hijo del hombre” (S. Gregorio de Nazianzo, Oratio 38). Es el Emmanuel, Dios con nosotros, que nos viene a enseñar cómo vivir. 1 – Verdadero Dios y verdadero hombre “El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban” (464). También hoy se falsea esta verdad y por eso creo que es bueno considerar más atentamente este misterio, adorado primero por la Virgen Madre: “¡Oh carne mía! Yo te contemplo con estupor... niño mío, Dios antes de los siglos” (Romano el Cantor, Carmen X). Hubo quienes negaron la humanidad y hubo quienes negaron la divinidad y hubo quienes afirmaron ambas pero separadas. En un primer momento, los docetas (del gr. dokéo = parecer), contra quienes luchó Juan el Evangelista, afirmaron que la humanidad de Cristo era aparente. Siglos después, los monofisitas afirmaron que la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Pero si en Cristo no hay verdadera naturaleza humana, toda su vida y en especial su sacrificio, son aparentes y no nos redimen realmente de nuestros pecados. Por eso se afirmó en el IV Concilio Ecuménico: “hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo...” (467). Por otra vertiente se negó la divinidad de Jesús de Nazareth. Así Pablo de Samosata afirmó que era hijo de Dios por adopción y no por naturaleza y Arrio dijo que el Hijo de Dios salió de la nada, es decir fue creado. Pero si en Cristo no hay verdadera naturaleza divina, entonces sus méritos no alcanzan el valor infinito necesario para rescatarnos de nuestros pecados y también así la redención no se realiza. Por ello, el primero Concilio 25

Ecuménico de Nicea, colocó en el Credo aquellas palabras que recitamos, a saber que el Hijo de Dios es “engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre” (465). Hubo, en fin, quienes mantuvieron ambas cosas, es decir, la naturaleza humana y la divina, pero yendo más allá y afirmando no sólo dos naturalezas, sino dos personas, de tal manera que la unión entre ambas naturalezas sigue siendo accidental y, por lo tanto, las acciones de un sujeto o de una de las personas no pueden atribuirse estrictamente a la otra (no se da, como se dice en teología, la “comunicación de idiomas”). Es decir, son acciones de Dios o del hombre, pero no del Dios-hombre (acciones teándricas). En consecuencia, tampoco se realiza la redención, porque Dios y el hombre permanecen separados. Por ello, el III Concilio Ecuménico (Efeso, 431), confesó que “el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre”. La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso, María es considerada con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno (466). Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto, no solamente los milagros sino también los sufrimientos y la misma muerte. La Iglesia confiesa que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre: “sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era” (468-469). 2 – ¿Cómo es hombre el Hijo de Dios? En consecuencia, la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, por lo cual se ha de afirmar la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo, sin olvidar, sin embargo que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido, tal que todo lo que es y hace en ella pertenece a uno de la Trinidad. En resumen, el Hijo de Dios comunica a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente los comportamientos divinos de la Trinidad (470). Y es, por ello, el modelo más perfecto que tenemos para nuestro vivir. Posee un alma racional humana con su inteligencia y su voluntad, capaz por lo tanto de conocer y de amar al modo humano. Ese conocimiento humano se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo, progresaba, y adquiría elementos de manera experimental. Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona, en particular lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre, la penetración de los pensamientos secretos del corazón de los hombres y la plenitud de ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (472474). En cuanto a la voluntad, “la Iglesia confesó en el VI Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas sino 26

cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación” (475). Como hombre, también posee un cuerpo, con sus rasgos propios y sus sentimientos. Por ello, se puede pintar la faz humana de Jesús y es legítimo representarlo en imágenes sagradas: “la persona divina del Hijo de Dios ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, venera a la persona representada en ella” (476-477). 3 – El Corazón del Verbo Encarnado La singular condición de Jesús de Nazareth, Dios y hombre a la vez, ha hecho que, durante su vida, su agonía y su pasión, nos haya conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se haya entregado por cada uno de nosotros: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí. Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación, es considerado como el principal indicador y símbolo del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (478). 4 – Conclusión “Nuestro gran Señor, permaneciendo en su naturaleza, nació como niño según la carne, creció en determinados tiempos y se desarrolló según la carne, para que nosotros pequeños en el espíritu, prácticamente una nada, naciéramos espiritualmente y creciéramos según la sucesión y el progreso de las edades espirituales. Así, su progreso corporal es nuestro progreso espiritual; y todas las cosas que Él ha hecho en diversas edades, se realizan en nosotros a través de cada uno de los grados del progreso. Que su nacimiento corporal, entonces, sea el modelo de nuestro nacimiento espiritual, es decir de la santa conversión; la persecución que Él sufrió de parte de Herodes es un símbolo de las tentaciones que sufrimos del diablo al principio de nuestra conversión; su crecimiento en Nazareth, represente nuestro progreso en la virtud” (S. Elredo de Rielvaux, De Iesu duodec. 2).

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CatIC 534.2221-2231.2599

C-Nav-Sag. Familia

Lc 2,41-52 / 1Sam 1,20-22.24-28 / Sal 84 / 1Jn 3,1-2.21-24

OS HE DADO EJEMPLO El hallazgo de Jesús en el Templo, misterio cuya proclamación acabamos de leer, “es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús” (534). De los treinta años que Jesús vivió hasta comenzar su ministerio público no sabemos prácticamente nada, excepto este brevísimo relato. Sin embargo, lo que se nos revela aquí es de mucho fruto para cada uno en particular y para los padres y madres de familia de manera especial. 1 - ¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre? El hecho de que este episodio haya tenido lugar a los doce años no es una mera coincidencia, ya que alrededor de esa edad, en la actualidad a los trece años, existe entre los judíos un rito llamado “bar mitzvah” expresión que significa “hijo del mandamiento”. Conforme a la legislación judía, a esa edad una persona es considerada suficientemente madura para conocer y practicar los mandamientos de Dios, es decir, para ser responsable por la búsqueda y el cumplimiento de la voluntad de Dios. De esta manera, las palabras de Jesús toman, si cabe, un valor mayor. Dice el catecismo: “aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y a favor de ellos” (2599). En las últimas celebraciones que hemos tenido, en particular el último domingo previo a la Navidad, hemos tenido ocasión de remarcar cómo es necesario que aprendamos a adquirir las disposiciones espirituales, las cuales se sintetizan en una auténtica oración (cf. 4º domingo de Adviento). Y en la solemnidad de Navidad hemos señalado que Jesús es el Emmanuel, el Dios que ha querido venir hacia nosotros y permanecer entre nosotros para que nosotros aprendamos cómo hemos de vivir. En esta fiesta de hoy tenemos entonces que Jesús nos comienza a mostrar concretamente esa disposición presente en su corazón. Por eso dice los asuntos de mi Padre. Sin duda que, después de este episodio, la actitud de la Virgen y san José debe haber sido todavía más cuidadosa, si es que era factible. El catecismo mismo nos advierte de la importancia de este misterio: “El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre que conservaba todas las maravillas del Todopoderoso y las meditaba en su corazón. Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su 28

oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años…” (2599). Sin duda que el misterio escapaba también a sus padres: no entendieron lo que les dijo. 2 – ¿Por qué nos has hecho esto? Sin embargo, su proceso de crecimiento, desarrollo y maduración no estaba todavía completo, por lo cual, como nos dice el evangelio, fue a Nazareth y les era obediente y Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia. Con esta actitud nos da otra gran enseñanza, pero esta vez acerca de la conciencia que deben tener los padres en su tarea de educar un hijo. Y es que, aún con doce años y aún siendo Jesús, el Verbo Encarnado, siguen siendo todavía los padres los primeros responsables de la educación. Precisamente por tener una naturaleza humana es necesaria la acción de la Virgen y san José: “El papel de los padres en la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse”, dice el catecismo; y Jesús no quiso sustraerse a esta ley de la naturaleza humana. Por otra parte, Jesús nos enseña qué consideración debemos tener hacia los hijos: “Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas”. Y añade: “han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre en los cielos” (2222). Que José y María cumplían la voluntad de Dios aparece de manifiesto en el evangelio de hoy al señalar que iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de Pascua. La responsabilidad asumida por san José y la Virgen cuando les fue dicho (por separado) de la concepción y nacimiento de Jesús aparece de manifiesto en las palabras de la Virgen: ¿por qué nos has hecho esto? Análogamente, por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, tienen que iniciarlos en los misterios de la fe; desde su más tierna infancia deben asociarlos a la vida de la Iglesia. En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad (cf. 2225-2228). Por supuesto, siempre atentos, como nos lo muestran las palabras de la Virgen, a evitar cualquier extravío; o sea, como lo dice la misma palabra, la pérdida del camino [extra-via: fuera del camino]. 3 – Crecía en sabiduría, edad y gracia Hay un último elemento que no podemos pasar por alto. Hemos escuchado que el evangelio señala que el crecimiento de Jesús era algo armonioso, en todas sus dimensiones, o sea, física, sicológica y espiritualmente: edad, sabiduría y gracia. Y es que la naturaleza humana es de una complejidad cada día más sorprendente, ya que el desarrollo de las diversas capacidades supone un adecuado desenvolvimiento en su momento preciso. Así, por ejemplo, se sabe que una inadecuada nutrición que afecte el desarrollo del cerebro en los primeros años de vida afectará necesariamente el desarrollo intelectual del hijo. De manera semejante, la falta de afecto balanceado va a llevar al niño a desequilibrios que pueden resultar odiosos como el narcisismo. La misma vida espiritual se ve condicionada 29

por lo que uno absorbe de niño: ¿cómo se le puede explicar a alguien que Dios es un Padre si su experiencia en este campo ha sido devastadora quizás por abandono, alcoholismo o lo que sea? Y, si bien es cierto, que la gracia sana y eleva la naturaleza, también es cierto que la gracia supone la naturaleza. De allí que la actividad de los padres en la educación de los hijos debe atender estos aspectos, especialmente en la preocupación por la constitución de un hogar. Escuchemos las profundas apreciaciones del catecismo: “Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos… El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas… En cuanto sea posible, tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos…” (2223-2224.2229). Y, por último, aconsejarlos prudentemente, ayudándolos con consejos juiciosos, en cuanto a la elección de su profesión y estado de vida, cuidando de no presionar indebidamente pero también de no desentenderse olímpicamente (2230). 4 – Conclusión Para concluir, queridos hermanos, recojamos las palabras de Cristo en este día para convertirlas en nuestras propias palabras, dado que también nosotros somos hijos de Dios: debo ocuparme de los asuntos de mi Padre. Por eso dijo san Bernardo: “no hay nada que sea de interés de Dios que no me interese también a mí”. Y en ese interés ocupa un lugar primordial la educación de las personas humanas en todos los ámbitos posibles, pero particularmente en la familia. Aprendamos de María a conservar estas cosas en el corazón.

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CatIC 484-486.512-518

C-Nav-1 Enero

Lc 2,16-21 / Nm 6,22-27 / Sal 67 / Gal4, 4-7

COMPREHENDER Queridos hermanos, en este día son varios los motivos que tenemos para celebrar y reflexionar. En efecto, hoy se celebra la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, al mismo tiempo que la imposición del nombre de Jesús al niño recién nacido y la jornada mundial de oración por la paz. Y todo esto coincide con el inicio de un nuevo año civil. 1 – En el nombre de Jesús Es particularmente significativo que el nuevo año civil coincida con la imposición del nombre de Jesús al pequeño, nacido hace apenas una semana. Para nosotros, cristianos, esto tiene un valor especial que nos lo señala la segunda lectura, tomada de la carta a los Gálatas. Dice san Pablo: al cumplirse la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer…La plenitud de los tiempos, es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. La venida de Jesús inaugura una nueva condición: para que recibiéramos el ser hijos adoptivos. Y la prueba de que somos hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. La plenitud de los tiempos implica entonces esta doble misión, la del Hijo y la del Espíritu. Ya en la Anunciación a María se hace presente esta doble misión: “El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, Él que es el Señor que da la vida, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya. El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María, es Cristo, es decir el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana…” (485-486). Pero esta condición no era algo inmediatamente evidente, sino algo que iría manifestándose progresivamente en el desarrollo de su vida. Esta progresiva manifestación exige, de nuestra parte, una atenta consideración para poder captar la profundidad del misterio que se realiza en la plenitud de los tiempos. 2 – Estupor y atesoramiento El evangelio que hemos escuchado hoy nos muestra las diferentes actitudes ante el misterio. Por un lado podemos ver el estupor, el asombro que aparece en cuantos escuchaban lo que los pastores le narraban; los mismos pastores, al contemplar el hecho, retornaron alabando y glorificando a Dios. Pero quien presenta la actitud más profunda es, sin duda, la Virgen María. San Lucas dice que ella conservaba todas estas cosas en su corazón. Es la segunda vez que escuchamos esto, ya que en el evangelio de la fiesta de la Sagrada Familia hemos escuchado la misma indicación respecto de la Virgen.

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El detalle que trae san Lucas sobre esta actitud de la Virgen tiene algunas connotaciones especialmente profundas. El texto habla de una actitud de la Virgen como de conservar algo (syn-tereo), como si se tratase de custodiar un tesoro, o sea un conjunto de riquezas; pero también señala que no se trata de un simple dejar en depósito, sino de algo más profundo, ya que dice que ella coloca juntas (syn-ballousa) todas estas cosas, o sea como buscando encontrar el diseño profundo de estas realidades que ella contempla, cómo se relacionan entre sí. Y todo eso lo hace en su corazón, es decir en lo más profundo de su ser. Como vemos, la Virgen no se queda simplemente en el asombro, en el estupor, como los demás, sino que añade una disposición de atención y reflexión, convirtiéndose así en el modelo del creyente que, en el asombro, trata de penetrar y relacionar los fragmentos de un todo a la luz de Dios. Sin duda que esta actitud de la Virgen fue una constante a lo largo de toda la vida de su Hijo, ella que tuvo la dicha de poder contemplar día tras día la maravilla de Jesús. A nosotros nos gustaría, muy probablemente, poder conocer más de su vida terrena, tantas cosas que no figuran en los evangelios. A este respecto, el catecismo incluso hace una observación: “respecto a la vida de Cristo, el Símbolo de la Fe no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente de los misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero los artículos de la fe referentes a la Encarnación y a la Pascua de Jesús iluminan toda la vida terrena de Cristo…” (512). En síntesis, lo que tenemos en los evangelios es suficiente para nuestra fe, que es lo que realmente importa en relación a Cristo (cf. 514). Lo que sí es importante es que aprendamos a contemplar a Jesús, porque “desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su Pasión y el sudario de su Resurrección, todo en la vida de Jesús es signo de su misterio… Su humanidad aparece así como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora” (515). 3 – Riqueza del misterio de Cristo ¿Qué consideraría María en esa su profunda contemplación y atesoramiento? El catecismo, de manera muy escueta, nos señala lo que se nos brinda en la vida de Jesús (cf. 516-518): - Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Quien me ve a mí, ve al Padre. - Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. - Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación: todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído… Es decir que, en primer lugar, podemos contemplar a cada paso de Cristo como Él nos revela al Padre, lo que nos enseña acerca del Padre Celestial, cómo nos redime, nos libera 32

de la esclavitud del pecado y de nuestras pasiones desordenadas, y cómo nos reconstituye en nuestra condición primera, restableciendo nuestra unión fundamental con Dios. Pero hay todavía más cosas que podemos considerar, ya que Cristo no vivió sólo para Él, sino que vivió para nosotros y quiere que nosotros vivamos con Él y para Él. Por eso es que Cristo, hombre perfecto, es también nuestro modelo: “con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar; con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones” (520). No sólo es nuestro modelo, sino que, como dijimos, quiere que vivamos en Él y para Él: “estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro” (521). Por eso decía san Juan Eudes: “debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleva a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia…Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que Él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros”. Para que vivamos todo esto es que recibimos en nuestros corazones su propio Espíritu por el que decimos Abbá, Padre (cf. 2ª lectura). 4 – Conclusión Queridos hermanos, comenzamos un nuevo año. Comencémoslo invocando el nombre de Jesús y recibiendo el Espíritu de Jesús. Recojamos la enseñanza que nos brinda la Virgen, cómo ella se dispone, respetuosa del misterio y al mismo tiempo abierta a la luz, atenta a cada palabra y hecho que podían instruirla en su tarea de colaboradora en la obra de su Hijo. Digámosle con san Ildefonso de Toledo: “te ruego, te ruego, santa Virgen, que yo tenga a Jesús por aquel Espíritu por el cual tú lo engendraste; que mi alma acoja a Jesús por aquel Espíritu por el cual tu carne lo concibió, que me sea concedido conocer a Jesús por aquel Espíritu por el cual te fue dado conocer, tener y alumbrar a Jesús” (La virginidad perpetua de María XII).

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CatIC 1691-1698

C-Nav-2

Jn 1,1-14 / Eclo 24,1-2.8-12 / Sal 147 / Ef 1,3-4.5-6.15-16

LA VIDA EN CRISTO Las lecturas de este día nos permiten reflexionar más profundamente sobre los misterios que hemos celebrado recientemente. 1 – Los motivos de la Encarnación Hemos escuchado en el evangelio: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Para qué vino a habitar entre nosotros? Nos responde San Ireneo: “tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” (en 460). Es lo mismo que hemos escuchado en la segunda lectura: Bendito sea Dios... Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo. Y en vistas del enorme don que nos es concedido en Jesús, concluye el apóstol: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria... Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos. Vale la pena saber que cuando san Pablo escribió estas cosas no era precisamente en un momento de tranquilidad ni de triunfos, sino que se encontraba en la cárcel, con lo que eran en ese entonces las cárceles. Y en esas condiciones no vacila en proclamar bendito sea Dios... etc. Ser hijos de Dios. ¡Qué don inapreciable el que nos trajo Jesucristo! Consideremos cómo se enorgullecen tantas personas de su apellido ilustre, famoso. Consideremos nosotros, entonces, cómo hemos de comportarnos para hacer honor al apellido recibido el día de nuestro bautismo: hijos de Dios. 2 – El Hijo nos enseña a ser hijos Precisamente, cada vez que nosotros rezamos el Credo, al proclamar nuestra fe, nos estamos recordando a nosotros mismos y recordando a aquellos que comparten la celebración, que hemos sido creados, redimidos y santificados (cf. 1692). Y “lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por los sacramentos, los cristianos han llegado a ser hijos de Dios” (1692). Como consecuencia de ello, “los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una vida digna del Evangelio de Cristo. Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello” (1692). 34

¿Qué significa llevar una vida digna del Evangelio de Cristo? Significa andar como Él anduvo, conformar los pensamientos, las palabras y las acciones con los sentimientos que tuvo Cristo y siguiendo sus ejemplos (cf. 1694). “La referencia primera y última... será siempre Jesucristo que es el camino, la verdad y la vida. Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que Él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que Él nos ha amado realicen las obras que corresponden a su dignidad” (1698). Mi vida es Cristo (Fil 1, 21). Así nos aconseja san Juan Eudes que hagamos: “Os ruego que penséis que Jesucristo, Nuestro Señor, es vuestra verdadera Cabeza, y que vosotros sois uno de sus miembros. Él es con relación a vosotros lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro, su espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debéis usar de ellos como de cosas que son vuestras, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Vosotros sois de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en vosotros, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él” (en 1698). 3 – La acción del Espíritu Santo ¿Cómo se logra esto? Aquí entra en acción la tercera persona de la Santísima Trinidad, a la cual, como hemos dicho, dedicaremos nuestra atención especialmente este año litúrgico, ya que es ella la que tiene a cargo conducirnos: “Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios, santificados y llamados a ser santos, los cristianos se convierten en el templo del Espíritu Santo. Este Espíritu del Hijo les enseña a orar al Padre y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar para dar los frutos del Espíritu por la caridad operante. Sanando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente mediante una transformación espiritual, nos ilumina y nos fortalece para vivir como hijos de la luz...” (1695). El catecismo llama al Espíritu Santo, “Maestro interior de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida” (1697). Debemos, por lo tanto, cultivar en nuestros corazones las disposiciones necesarias para poder escuchar a este huésped tan especial que viene a habitar en nosotros. Entre todas esas disposiciones, es necesario tener un especial cuidado en cultivar el silencio necesario para escucharlo, silencio externo e interno. 4 – Conclusión Nos recuerda san León Magno: “Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios” (en 1691). Nuestro mundo necesita más que nunca ver a Cristo, oír a Cristo. ¿Cómo es posible que eso se realice? Precisamente a través nuestro. De allí la importancia de que andemos como 35

Él anduvo.

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CatIC 2566-2569.2096-2097

C-Nav-Epifanía

Mt 2,1-12 / Is 60,1-6 / Sal 71 / Ef 3,2-3a.5-6

ADORACIÓN DE LOS MAGOS El misterio que hoy celebramos, queridos hermanos, nos permite avanzar más en la consideración de lo que hemos de hacer para dejarnos guiar en la vida espiritual. Ya hemos dicho que, en el presente litúrgico, las lecturas nos permitirán ir considerando cómo es que el Espíritu Santo nos dirige y qué hemos de hacer nosotros para no oponernos a su acción. Hoy tenemos un ejemplo magnífico para ver esto. 1 – Los personajes Observemos qué actitudes diferentes asumen los distintos personajes que nos refiere el evangelio. Por un lado están los magos quienes, habiendo visto, según declaran, la estrella, se ponen en camino: hemos visto su estrella y hemos venido a adorarlo. Por otra parte, tenemos a Herodes que era en ese momento quien gobernaba el territorio de los judíos. Herodes no era de origen judío, pero había llegado al poder gracias a su astucia y se había mantenido en él sacando de en medio quienquiera que le pareciese peligroso. Sabemos que incluso mandó matar a algunos de sus propios hijos y de sus esposas porque tenía sospechas de que estaban confabulando contra él. Lo mismo intentará hacer con Jesús. O sea, todo su interés respecto de Jesucristo era evitar que le quitase poder temporal. Finalmente, están los sabios de Jerusalén, aquellos que les indican a los magos el lugar donde podrían encontrar al Rey de los Judíos. Hombres cultos, conocedores de las Sagradas Escrituras, capaces de indicar a los demás en dónde podían hallar la Verdad, pero, paradójicamente, ellos no se sienten suficientemente llamados. ¿Hubo quizás orgullo intelectual? Puede ser. El hecho es que ellos no van hacia Jesucristo. 2 – Los Magos de Oriente Detengámonos a considerar aquellos que sí llegaron hasta Jesús y que lo hicieron debiendo vencer varias dificultades, ya que eran extranjeros y no poseían el conocimiento completo para llegar hasta Jesús, por lo cual tuvieron que preguntar. Lo primero que llama la atención es cómo Dios los atrae. Hemos visto su estrella, dicen. Es un simple elemento natural, pero nos muestra cómo Dios busca al hombre. Dice el catecismo: “Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre 37

una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de acciones, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano” (2567). Evidentemente, el encuentro final de los magos con Jesús fue posible, no sólo por la intervención divina, sino también por la fidelidad de los Magos en prestar atención y seguir el llamado divino, expresado a través de la estrella. De hecho, después de haber identificado la estrella y su llamado, los Magos deben todavía realizar un segundo paso que pone de manifiesto su humildad y es el hecho de tener que consultar para conocer concretamente el lugar. Tuvieron la suficiente humildad como para pedir la guía necesaria cuando faltaba la estrella. Aquí vemos cómo Dios no deja de proveer los medios necesarios para encontrarlo si el hombre no renuncia a ese diálogo con Dios. “En su alianza indefectible con todos los seres vivientes, Dios llama siempre a los hombres a orar”; “la oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño, como invocación del nombre divino por Enós, como marcha con Dios. Esta cualidad de la oración es vivida, en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos” (2569). Sin duda que los dones presentados por los magos buscan también expresar esa relación con Dios. Y es que el hombre, habiendo sido llamado por Dios, por la creación, de la nada a la existencia, e incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, conserva el deseo de Aquel que le llama a la existencia. “Todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres” (2566), a tal punto que “la oración está unida a la historia de los hombres; es la relación a Dios en los acontecimientos de la historia humana” (2568). Y la Epifanía es el elogio de la voluntad universal por la cual todos los hombres están llamados a ser uno en Cristo (cf. 2ª lectura). Podemos apreciar, en consecuencia, los pasos seguidos por los Magos que son los pasos de la humanidad: primero la religión natural, luego la revelación dada al pueblo judío y, finalmente, la revelación brindada en Jesús. Los Magos, entonces, nos enseñan que hemos de aprender a ver y a escuchar. ¡Cuántas estrellas se ven en el cielo! Pero ellos vieron la que importaba. ¡Cuántas cosas se escuchan a diario! Pero ellos escucharon a quienes importaba, a los que en ese momento tenían en sus manos la revelación de Dios, los sabios de Jerusalén que supieron interpretarles el Antiguo Testamento. 3 – La Adoración, acción fundamental Cuando llegan a donde está Jesús, vieron al niño con su madre María y postrándose lo adoraron. El gesto que realizan es de un significado enorme. El acto de postración era un gesto que expresaba el total sometimiento a otro. Así, por ejemplo, podemos verlo incluso en bajorrelieves en los cuales se puede apreciar como un rey vencedor apoya su pie sobre la espalda del rey vencido y postrado ante él, dando a entender ese acto de total sumisión.

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Trasladado al ámbito religioso, la postración es el gesto externo que busca expresar de la manera más acabada posible, el acto interior de la adoración: “la adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso… Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo…” (20962097). Los Magos no tienen ninguna vergüenza en reconocer al niño. Ante el propio Herodes dicen: hemos venido a adorarlo. Hecho esto se vuelven porque habían logrado su objetivo, que es mucho más profundo de lo que se percibe a primera vista. El catecismo lo señala con estas palabras: “la adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo”. ¡Casi nada! Pero debe ser un acto que brote desde lo más profundo del corazón humano. Un acto por el cual se reconoce a Dios no sólo como Creador sino también como Redentor, como Salvador. Por eso es que el martirio es el acto supremo de adoración, ya que se acepta la muerte reconociendo en Cristo a quien libera incluso del poder de la muerte. 4 – Conclusión Recojamos, queridos hermanos, la fecunda enseñanza que nos brinda el misterio de la Epifanía que hoy celebramos. Postrémonos, como los Magos, ante el niño que nos presenta la Madre, reconociendo en Él al único capaz de liberar auténtica y genuinamente al hombre, ya que es el único que puede desatar la ligadura profunda del pecado. “Por lo tanto, queridos míos, considerada la inefable abundancia de los dones divinos que se nos han concedido, debemos hacernos cooperadores de la gracia de Dios que obra en nosotros. El reino de Dios no está hecho para quien duerme, como la felicidad eterna no es dada a quien entristece en el ocio y la pereza”, nos exhorta san León Magno (Sermo V sobre Epifanía).

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TIEMPO DE CUARESMA

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CatIC 2846-2849

C-Cuar-1

Lc 4,1-13 / Dt 26,4-10 / Sal 91 / Ro 10,8-13

VIDA ESPIRITUAL: LA ASCÉTICA Las tentaciones y pruebas son parte normal de nuestra vida. ¿Quién de nosotros puede decir que no sufre tentaciones y pruebas? Más aún, es necesario que existan. 1 – Las Tentaciones según la Providencia Divina La primera lectura presenta de manera figurativa (tipológica) lo que tiene lugar con nosotros. Es un hermoso resumen de la historia de la salvación. Ante todo, “coloca en situación” = ¿quién soy yo? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy?. Y luego expresa el misterio: lo que en el pueblo judío se dio de manera más “material” (liberación de la esclavitud física) en nosotros se da de manera espiritual (liberación de la esclavitud espiritual). Y así como el pueblo judío, antes de entrar en la tierra prometida, tuvo que pasar cuarenta años en el desierto para purificarse y recién entonces pudo entrar, así también es necesario que nosotros, en nuestro peregrinar por esta tierra, nos purifiquemos para entrar en el cielo. Eso es lo que nos recuerda la Cuaresma, este período de cuarenta días en los cuales nos preparamos para vivir dignamente la Pascua. “Este número [cuarenta] es el símbolo de esta vida laboriosa, durante la cual conducidos por Cristo nuestro Rey, luchamos contra el diablo. Este número significa la vida temporal” (san Agustín). En este proceso de purificación, es decir de desprendimiento de todo aquello que se opone a una caridad justa y recta, perfecta, las tentaciones tienen un papel primordial. Ellas son ocasión de que uno pueda como “demostrar” cuál es el verdadero interés de nuestro corazón, que es lo que realmente ama, qué cosa prefiere en la elección: “No entrar en la tentación implica una decisión del corazón: Porque donde esté tu tesoro allí también estará tu corazón...” (2848). Y añade Orígenes: “en algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación la manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado” (en 2847). Por eso dice san Agustín “nuestra vida en esta peregrinación no puede existir sin la tentación, porque nuestro provecho se obtiene a través de nuestra tentación. No puede conocerse a sí mismo sino quien es tentado [= probado], ni puede ser coronado si no vence, ni puede vencer si no combate, ni puede combatir si no tiene enemigo y tentaciones” (Enarr in Ps 60). 2 – La guía del Espíritu Santo Ya hemos dicho otras veces que la vida del cristiano es la vida conforme al Espíritu: si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu (Ga 5,25). Observemos en este 41

episodio que acabamos de leer, que es el mismo Espíritu Santo el que guía a Jesús para ser tentado, es decir, para ser probado. En efecto, dice el evangelio que Cristo era conducido por el Espíritu. Esta es justamente la condición de los hijos de Dios: todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Ro 8,14): “El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior en orden a una virtud probada, y la tentación que conduce al pecado y a la muerte... el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es bueno, seductor a la vista, deseable, mientras que, en realidad, su fruto es la muerte” (2847). Las tentaciones que padece Cristo engloban todo tipo de tentación: acabada toda clase de tentación (Lc 4,13), a lo cual comenta san Juan Crisóstomo: “Lucas afirma que las tentaciones fueron consumadas, porque, en efecto, aquellas tres de gula, vanagloria y ambición compendian todas las principales”. En efecto, estas tres clases encierran todos aquellos bienes que, no siendo Dios, pueden cautivar el corazón del hombre. Así tenemos los bienes del cuerpo, los bienes exteriores y los bienes del alma. Es decir, los placeres corporales, las riquezas materiales y la excelencia espiritual. Cristo no niega la bondad de estos bienes, pero nos enseña que ni pueden ocupar el primer lugar ni pueden ser buscados de manera desordenada. Y para mostrarnos cómo hemos de “permanecer fieles a las promesas de nuestro bautismo y resistir a las tentaciones”, qué “medios” hemos de usar, el mismo Cristo quiso ser nuestro modelo. San Agustín: “Si en Él [= Cristo] nosotros somos tentados, en Él vencemos al diablo. Te fijas que Cristo es tentado, ¿y no observas que vence? Reconócete tentado en Él y reconócete vencedor en Él. Hubiera podido apartar al diablo de Él, pero, si no hubiese sido tentado, no te hubiese enseñado cómo vencer siendo tentado” (Enarr in Ps 60). 3 – Las respuestas de Cristo ¿Cómo lo vence? Demos atención a las respuestas de Cristo, ya que las tres respuestas de Cristo son tres reglas para nuestra vida espiritual. - No sólo de pan: reconocer la dimensión espiritual del hombre, tomar conciencia de ello y, por ende, conocer lo que Dios enseña: Sagrada Escritura, escritos de los santos, Magisterio de la Iglesia. Así como hay alimentos que hacen bien y alimentos que hacen mal, también hay doctrinas y enseñanzas que hacen bien y otras que hacen mal. En relación con esto decimos que el Magisterio de la Iglesia es infalible en cuestiones de fe y moral. ¿Qué significa esto? Que jamás el Magisterio de la Iglesia podrá enseñar algo que sea dañino para la salud espiritual de los hombres... - Adorar sólo a Dios: habiendo reconocido la realidad espiritual, en segundo lugar hay que reconocer la primacía de Dios en todas las cosas del universo. Nuestra voluntad y nuestro querer deben tender sólo a Él. “La conversión nos habla de la necesidad de reconocer la primacía de Dios en nuestra vida individual y en el mundo” (Juan Pablo II). - No tentar a Dios: hacer todo lo que debemos hacer y no pedir a Dios cosas extraordinarias para conservar nuestra salud espiritual (vale la pena que indiquemos aquí 42

de dónde extrae nuestro Señor la respuesta que da al demonio: episodio de la fuente de Meribá... Meribá significa “disputa, litigio” ¿por qué ese nombre? Por la actitud del pueblo judío, que realiza una grave falta de respeto a Dios, queriendo sujetarlo a sus pretensiones. ¿El Señor está con nosotros o no? = que Dios muestre que está con nosotros dándonos el agua de modo milagroso). Por eso el Catecismo, entre los medios que menciona para resistir a las tentaciones recuerda: la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración (cf. 2340). Dicho de otro modo: hacer lo que debemos hacer. Notemos, por último, el modo como Cristo actúa frente al demonio: en ningún momento dialoga, como lo hiciera Eva en el Paraíso, sino que responde de manera taxativa: está escrito. Es decir, ya lo ha dicho Dios, es suficiente. 4 – Conclusión [1] Por lo tanto, queridos hermanos, Cristo, hijo de Dios pero también hombre nos muestra cómo hemos de conducirnos para que nuestro peregrinar por este mundo tenga un final feliz. “Ahora subimos a Jerusalén (Mc 10,33). Mediante estas palabras el Señor invita a los discípulos a recorrer junto a Él el camino que partiendo de Galilea conduce hasta el lugar donde se consumará su misión redentora. Este camino a Jerusalén, que los evangelistas presentan como la culminación del itinerario terreno de Jesús, constituye el modelo de vida del cristiano, comprometido a seguir al Maestro en la vía de la Cruz” (Juan Pablo II, Mensaje para la Cuaresma 2001). También nosotros hemos de ser conducidos por el Espíritu Santo y hemos de combatir para llegar a nuestro destino eterno. Para ello rezamos cada día no nos dejes caer en la tentación: “Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate entre la carne y el Espíritu... este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía...” (2846.2849). Si permanecemos fieles a las promesas que hicimos el día de nuestro Bautismo, no hay duda alguna que entraremos en el Cielo. “Vemos al Señor, antes de su muerte, tentado por el demonio y ayunando rigurosamente durante cuarenta días. Le vemos otros cuarenta días, glorioso, comiendo y bebiendo con sus apóstoles. He aquí dos épocas que representan nuestra vida. Vida de tentación y de penitencia la primera que, si se parece a la de Cristo, nos llevará a la segunda vida, la vida gloriosa...” (san Agustín).

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CatIC 2011-2016

C-Cuar-2

Lc 9,28b-36 / Gn 15,5-12.17-18 / Sal 27 / Flp 3,17 – 4,1

VIDA ESPIRITUAL: LA MISTICA En el evangelio del domingo pasado, cuando contemplábamos las tentaciones de Cristo, veíamos el aspecto más visible o tangible de nuestra condición. Las tentaciones son parte normal de nuestra vida, es necesario que existan y que combatamos. Si nos quedásemos sólo con este aspecto de la vida cristiana, tendríamos una visión deformada de lo que es ser hijo de Dios. El evangelio de hoy nos enseña un aspecto mucho más profundo y esencial de nuestra vida espiritual, que es nuestra transformación en Cristo: sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman... a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Ro 8,28-30; en 2012). El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Cristo conducido por el Espíritu. Así también nosotros: los que son guiados por el Espíritu, esos son hijos de Dios (Ro 8,14). 1 – ¿Dónde somos conducidos por el Espíritu? Dice la liturgia: “en la gloriosa transfiguración... has preanunciado nuestra adopción definitiva de hijos” (colecta de la fiesta del 6 de agosto). Esto es algo que comienza a realizarse ya en el bautismo y que alcanzará su culmen en la gloria: Él transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo (2ª lectura); esta transformación presenta un desarrollo continuo y progresivo en esta vida: “el progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama mística, porque participa del misterio de Cristo... Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él...” (2014). “Por el Bautismo de Jesús fue manifestado el misterio de la primera regeneración: nuestro bautismo; la Transfiguración es el sacramento de la segunda regeneración: nuestra propia resurrección” (556). En conclusión, el Espíritu Santo nos lleva a identificarnos con Cristo, transformando nuestra existencia. Esto es tan así que “la caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante Dios” (2011). Por ello así rezaba santa Teresita: “tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor… En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo…”. 2 – ¿Cómo somos transformados por el Espíritu? ¿Cómo realiza esta tarea de transformación el Espíritu Santo? Observemos cómo se 44

realiza el misterio. Dice el evangelio: Cristo se transfiguró mientras oraba. Es decir que esa transfiguración se produjo a través de una acción propiamente espiritual. En nuestro caso, este proceso de transfiguración, que bien podemos llamar cristificación, se realiza fundamentalmente por la acción del Espíritu Santo a través de los sacramentos: “Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo” (556); “esta unión se llama mística, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos, “los santos misterios”...” (2014). O sea que la vida mística, como lo dice la palabra, es la participación en los misterios de Cristo [es pertinente que recordemos aquí que la palabra latina “sacramentum” traduce la palabra griega “mysterion”]. Esto nos muestra la gran importancia que tiene, de nuestra parte, el recibir bien los sacramentos, con las correctas disposiciones, es decir con un espíritu atento, dispuesto, consciente de lo que está realizando, de la mejor manera posible. 3 – Ascética y Mística De allí que esta tarea de “cristificación”, aunque sea sobre todo obra de la gracia de Dios, requiere también de nuestro esfuerzo: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2Tim 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (2015). Así lo comenta un autor contemporáneo: “La obra de ser conducidos a una plena transfiguración de la propia existencia, de florecer al contacto con la presencia transfigurante del Señor y del Espíritu, pide una gran paciencia, como lo permite entrever el esfuerzo exigido para subir la montaña de la Transfiguración, el número restringido de los discípulos privilegiados y el sueño apesadumbrante sobre la cima del Tabor... Si se quiere llegar a la cima de la transfiguración que es la santidad, el hombre tendrá necesidad de una lenta ascesis para decantar, unificar y orientar hacia Dios todas las pasiones y las capacidades que él esconde” (Omelie 318, p.41). Por eso la advertencia de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: os lo repito llorando: hay algunos de vosotros que se comportan como enemigos de la Cruz de Cristo... Su fin es la perdición. 4 – Conclusión “La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo. Pero ella nos recuerda también que es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios...” (556). De hecho, observemos que el tema de conversación de Moisés y Elías con Cristo era su salida de este mundo, o sea la Pasión. Por todo ello, concluye san León Magno: “El ejemplo del Señor invitaba la fe de los creyentes a comprender que, sin llegar a dudar de la felicidad prometida, debemos, sin 45

embargo, en medio de las tentaciones de esta vida, pedir la paciencia antes de la gloria; la felicidad del Reino no puede, en efecto, preceder el tiempo del sufrimiento” (Sermo 38). Por medio de la cruz, somos ciudadanos del cielo.

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CatIC 1730-1748

C-Cuar-3

Lc 13,1-9 / Ex 3,1-8a.13-15 / Sal 103 / 1Co 10,1-6.10-12

CONVERTIRSE A LA LIBERTAD En los domingos anteriores de la Cuaresma hemos visto primero cuál es la condición del hombre en la tierra, condición de fragilidad y pecado, marcada por las tentaciones y pruebas; posteriormente hemos visto cuál es el destino al que está llamado: ser transformado por la gracia en auténticos Cristos o hijos de Dios. Evidentemente el paso de una a otra condición implica un proceso que es lo que llamamos conversión. En estos domingos restantes de cuaresma veremos de analizar ese proceso para advertir mejor cómo hemos de proceder. Vamos a considerar ese cambio que llamamos conversión en tres momentos: la condición del cambio o la posibilidad de cambiar: la libertad, 2) el darse cuenta de qué es lo que hay que cambiar o la conciencia, 3) el elemento eficaz del cambio o sea los hábitos. 1 – Hay conversión si hay libertad En primer lugar ¿es posible cambiar? El evangelio de hoy lo afirma claramente. Dos veces repite Jesús: si no os convertís, todos acabaréis de la misma manera. Y añade una parábola tomada de la tradición sapiencial que nos muestra que debemos dar fruto si no queremos acabar extirpados o desarraigados o arrancados. O sea que se supone que se puede cambiar. Al menos Jesús lo supone. En última instancia de lo que se trata aquí es de la libertad del hombre. Esta condición humana es afirmada por el catecismo siguiendo a la Escritura: “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. Quiso Dios dejar al hombre en manos de su propia decisión, de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección” (1730). ¿Qué es la libertad? “La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo…” (1731). Es en esta condición donde se encuentra la más profunda semejanza con Dios: “El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos” (san Ireneo en 1730). Es en razón de esto que el catecismo afirma de manera clara: “Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la 47

persona humana, especialmente en materia moral y religiosa” (1738). Ahora, en la expresión de Jesucristo hay también una advertencia: si no… pereceréis. ¿Por qué esto? Esto es porque el ejercicio de la libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios, o sea en la medida en que están sujetos a su dominio y control (cf. 1734-1737). 2 – Pero la Libertad puede conducir a la Esclavitud Una advertencia de este tipo nos pone frente a una realidad: es posible usar mal de la libertad. Pero, entonces ¿cómo? ¿No es por la libertad que somos imagen de Dios? ¿Acaso Dios puede obrar mal? Sin duda que no. Pero nosotros sí, porque nuestro conocimiento es limitado y “hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar… Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito” (1732). Cuando Jesús dice si no os convertís no aclara a qué porque en el ambiente en el que se encontraba se entendía claramente y la tradición evangélica es bien explícita. Esa tradición, ese ambiente, sobrentienden la superioridad del espíritu, o sea la búsqueda del bien conforme a la naturaleza espiritual del hombre por encima de todo. Cuando el hombre olvida esta condición, subvirtiendo el orden correspondiente, se aparta de su propio bien y, paradójicamente pierde el ejercicio pleno de su libertad, precisamente porque declina en su condición espiritual, deja de lado, de alguna u otra manera, el ejercicio de la razón y de la voluntad. Este drama está claramente expresado en el catecismo: “La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado… Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina (1739-1740). 3 – Para ser libres nos liberó Cristo De tal manera que nos encontramos en una situación poco menos que paradojal: usando de su libertad el hombre se convierte en esclavo, porque en realidad “no hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado” (1733). Ahora, puesto en esta situación el hombre tiene una sola salida que se llama Jesús de Nazaret. En Él participamos de la verdad que nos hace libres (Jn 8,32). Por Él nos es donado el Espíritu Santo que nos restituye a nuestra condición espiritual. Por eso afirma el Apóstol: donde está el Espíritu, allí está la libertad (2Co 3,17). “La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la 48

oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo” (1742). O sea que, a fin de cuentas, nos encontramos con algo todavía más radical: no sólo la libertad es condición del proceso de conversión, sino que en la medida en que nos convertimos nos hacemos más libres: “En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre…” (1733). O sea que lo que nos propone Cristo al decirnos si no os convertís… es, en realidad, un camino hacia la libertad. 4 – Conclusión Por lo tanto, queridos hermanos, la libertad es presupuesto, condición y consecuencia del proceso de conversión. Lo afirma san Pablo: Para ser libres nos libertó Cristo (Ga 5,1). El resultado final de este proceso está señalado en la figura empleada por Cristo: hay que dar fruto. El fruto es el resultado final del proceso de la planta, es algo deleitable y fecundo. Y esto deben ser las obras de conversión: obras de virtud, o sea deleitables, como lo es toda acción virtuosa, y fecundas, porque llevan a uno mismo y a otros a ejercitar el bien.

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CatIC 1776-1802

C-Cuar-4

Lc 15,1-3.11-32 / Jos 4,19: 5,10-12 / Sal 33 / 2Co 5,17-21

ENTRANDO EN SÍ... Acabamos de escuchar la parábola del Hijo Pródigo, relato considerado por muchos autores como el más sublime de los evangelios, por la profundidad de los sentimientos y la delicadeza de la elaboración. Este relato nos permite avanzar en la consideración de la enseñanza que los evangelios de esta Cuaresma nos brindan. Ya hemos visto que Lucas, en su evangelio, nos muestra a Cristo como el modelo a quien hemos de seguir por el Camino de nuestra vida moral y espiritual. Hoy, la parábola nos permite considerar un elemento capital de esta vida el cual además, como señalamos el domingo pasado, juega un papel fundamental en el proceso de conversión, ya que es quien nos dice qué hemos de cambiar. Se trata de la conciencia. 1 – La Conciencia ¿Cómo aparece este elemento en el evangelio de hoy? Se lo puede observar claramente en el momento que empieza el proceso de retorno del hijo hacia su padre. Ese proceso, antes que realizarse en la acción exterior del viaje de retorno del muchacho, se había realizado en su interior, cuando había entrado en sí, cuando recapacitó. La frase en la cual se expresa esta recapacitación contiene dos momentos: 1) Una advertencia de su situación actual: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!. Se da cuenta de su estado actual, toma conocimiento de él, de que es un estado desgraciado, de desdicha, de miseria. Adquiere ciencia, obra con-ciencia. Pero hasta aquí es sólo conciencia sicológica. 2) Pero no se detiene allí, sino que llega a advertir también la causa de su estado. ¿Por qué estoy así? Se pregunta y reconoce que la causa es él mismo: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Podría hacer como tantos hombres hoy en día, que reniegan contra Dios, haciéndolo causa del mal, o no queriendo reconocer su propia responsabilidad. No. El hijo pródigo, llega a otro conocimiento, obra con-ciencia moral, es decir, se da cuenta del bien y el mal. Este es el elemento al cual queremos referirnos hoy en día: la conciencia. Es el elemento clave de toda la vida moral y espiritual, ya que en razón de nuestra conciencia obramos: “Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas.. Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, 50

puede oír a Dios que le habla” (1777). La conciencia, decía el Conc. Vat. II, “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” ( en 1776). ¿Qué es la conciencia moral? “Es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho...” (1778). “La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad (“sindéresis”), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio” (1780). Es el primer testigo de nuestros actos y la primera que nos reprocha o nos aprueba: “si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta” (1781). Por eso decía un famoso converso del anglicanismo, el cardenal Newman: “la conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” (en 1778). Si yo tuviera que hacer un brindis, dijo en otra ocasión, brindaría por el Papa, ciertamente, pero primero brindaría por la conciencia. 2 – Decidir en conciencia Acabamos de escuchar una frase del catecismo de enorme importancia: “La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio” (1780). Es decir que el grado de conciencia con que obramos grava sobre nuestros actos, a tal punto que el catecismo recuerda un principio clásico de la enseñanza cristiana: “La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo” (1790). Por eso mismo, “el hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. No debe ser obligado a actuar contra su conciencia ni se le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa” (1782). Observemos bien el tenor de las palabras: dice juicio cierto de la conciencia. “El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina. Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la 51

prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones” (1787-1788). Hay reglas que son insoslayables en todos los casos (cf. 1789): - Nunca está permitido hacer el mal para obtener el bien. - La regla de oro: todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros. - La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia... pecáis contra Cristo (1Co 8,12); Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad (Ro 14,21). Pero, aún así, y a pesar de estas reglas, “sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos” (1790). “El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral” (1792). “Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal... En estos casos, la persona es culpable del mal que comete” (1791). “Si, por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado” (1793). “Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores” (1793). 3 – La Formación de la Conciencia Lo que estamos diciendo nos habla de la importancia de “formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral”. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas” (cf. 1783). “La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral”. Son muchos los beneficios de una educación en esto, que es la única verdadera educación: “Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia nacidos de la debilidad de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón” (1784). ¿Cómo hacerlo? “En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración y la pongamos en práctica. Es necesario también examinar nuestra conciencia en relación con la Cruz del 52

Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia” (1785). “La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1794). 4 – Conclusión Decía el Conc. Vat. II: “cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan por adaptarse a las normas objetivas de moralidad” (1794). Esto fue lo que permitió el feliz reencuentro del hijo con su padre.

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CatIC 1749-1775.1803-1805.1810-1813

C-Cuar-5

Jn 8,1-11 / Is 43,16-21 / Sal 126 / Fil 3,8-14

PASIÓN POR LA VIRTUD El evangelio de hoy continúa desarrollando el tema que hace dos domingos venimos analizando. Sin duda que fue un episodio cargado de dramatismo, pero prestemos atención a las palabras conclusivas, a lo que Jesús dice a la mujer: Yo tampoco te condeno; vete y no peques más. No le dice simplemente “puedes ir en paz”. O sea Jesucristo no desconoce ni niega la actitud pecadora de la mujer; más bien es lo contrario. Pero con estas palabras sintetiza lo que hemos dicho en los domingos anteriores: no peques más está diciendo a la mujer que cambie su manera de actuar. Reconoce que ella es libre de no realizar los actos que hacía y está diciendo que ella puede reconocer un acto pecaminoso; o sea refiere implícitamente la libertad y la conciencia y explicita en qué consiste la conversión (si no os convertís todos pereceréis, escuchamos hace dos semanas). En última instancia, entonces, conversión indica actos. ¿Cuándo decimos que alguien es bueno? Cuando sus actos son moralmente buenos (así, por ejemplo, no decimos que alguien hábil para robar es moralmente bueno). O sea que debemos analizar nuestros actos para ver si son buenos y ver qué cambiar. 1 – Moralidad de un acto humano Como todos sabemos hay acciones que realizamos sobre las cuales no tenemos mucho dominio (por ejemplo la digestión). Aquí se trata, por el contrario de aquellos actos cuya ejecución depende de nuestra libertad: “la libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos” (1749). En muchos casos sabemos si un acto es bueno o malo simplemente por costumbre o porque se relaciona de tal manera a nuestra naturaleza que es clara su condición. Pero aún así hay casos en que es dudoso o hay actos que son considerados de diversa manera. ¿Cómo podemos saber si son realmente buenos o malos? Debemos tener en cuenta tres elementos que son: el objeto elegido (la acción que se realiza), el fin que se busca (la intención del que obra) y las circunstancias en que la acción tiene lugar. Muchas veces se suele confundir el objeto elegido con la intención. El objeto elegido es “la materia de un acto humano… especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero” (1751). La intención indica “el objetivo buscado en la acción” (1752). Una misma acción, con un mismo objeto, puede estar inspirada por diversas intenciones: por ejemplo dar dinero a 54

alguien que lo necesita (limosna) puede ser hecho por caridad hacia el prójimo o por vanagloria personal. En este ejemplo el objeto de la acción es el mismo (dar limosna), pero la intención es distinta. Y cabe añadir que la intención mala hace mala la acción cuyo objeto es bueno, aunque no es verdad lo contrario, o sea la intención buena no hace buena una acción cuyo objeto es malo: “el fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo” (1753). A estos dos elementos esenciales se añaden las circunstancias que son los elementos secundarios del acto moral y pueden agravar o disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo la cantidad de lo robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (por ejemplo obrar con miedo o por miedo), pero no hacen buena una acción que de suyo es mala (1754). En síntesis, “el acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias… El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos –como la fornicación—que siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral. Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco…” (1755-1756). 2 – Pasión y Pasiones Sin embargo, parece que en la vida real las cosas no son tan claras como venimos diciendo. El caso que nos presenta el evangelio de hoy nos brinda un buen ejemplo: ¿No podría ser que la adúltera haya realizado esa acción por amor? ¿No es que ella buscaba algo bueno? Tenemos que reconocer que todo sujeto humano, en su actuar, busca el bien, porque “sólo el bien es amado” (1766). Incluso el que ejecuta una acción en sí misma mala o perniciosa (como el que se inyecta droga) lo hace bajo razón de bien. ¿Cómo es posible eso? Debemos tener presente para entender esto que el hombre no es un ser puramente espiritual, en el cual únicamente hay inteligencia y voluntad. También existen en nosotros sentimientos que brotan de la parte corpórea que afectan nuestra manera de obrar: “los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo” (1763). La más fundamental es el amor que surge ante la percepción de un bien. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. Por otra parte, lo que es percibido como malo causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que pueda sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa del mal presente o en la ira que se opone a él. En sí mismas, las pasiones no son ni buenas ni malas, son componentes naturales del psiquismo humano. Pero deben estar reguladas por la razón de tal manera que se ordenen 55

al bien. De hecho, en un hombre, la perfección moral consiste en que no sea movido al bien sólo por su voluntad sino también por su deseo sensible: mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo (cf. 1770). La fuerza de las pasiones, todos lo sabemos, son un elemento muy poderoso en la acción del hombre. De allí que sea importante una buena educación de los sentimientos en los niños, para que esas pasiones se ordenen al bien. Como dice el catecismo “las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios” (1769). 3 – Virtud o no virtud, esa es la cuestión Y aquí llegamos al quid de la cuestión qué significa la conversión en última instancia. Convertirse significa adquirir una disposición para hacer siempre y en todas partes lo que es realmente bueno. Precisamente, “la virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas” (1803). Dicho sencillamente, “el hombre virtuoso es el que practica libremente el bien” (1804). En esa búsqueda del bien tenemos que recordar que hay dos niveles: el bien natural y el bien sobrenatural. Así es que es posible hablar de virtudes que son fruto del trabajo hecho mediante las fuerzas humanas: “las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena” (1804). Esto, sin embargo, no es siempre fácil ni sencillo: “para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral, [pero] el don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para perseverar” (1811). Para ellos hemos de pedir siempre esta gracia, recurrir a los sacramentos y cooperar con el Espíritu Santo, siguiendo sus invitaciones a amar el bien y evitar el mal. Ahora, la gracia de Cristo no sólo nos permite perseverar, sino que incluso nos lleva a obrar en un orden superior: “las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina” (1812). Y son éstas, las virtudes teologales, las que fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano, las que informan y vivifican las virtudes morales. Ellas son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Ellas son la fe, la esperanza y la caridad. 4 – Conclusión Queridos hermanos, la conversión es un proceso que nos lleva a enraizarnos cada vez más profundamente en el bien. Para ello escuchemos a san Pablo: Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digno de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Fil 4,8). Todo eso significa vete y no peques más. 56

Acudamos frecuentemente a los sacramentos para perseverar en el seguimiento de Jesús, cuyo ejemplo de virtud podremos considerar intensamente la próxima semana, cuando revivamos su pasión, fuente a la vez de toda gracia.

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SEMANA SANTA

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CatIC 1846-1876

C- SSta-Ramos

Lc 22,14 – 23,56 / Is 50,4-7 / Sal 22 / Fil 2, 8-9

EL PECADO EN LA PASIÓN Acabamos de escuchar, queridos hermanos, el relato de la Pasión que nos da san Lucas. ¿Por qué Cristo va a la Pasión? “Por nosotros pecadores y por nuestra salvación”, decimos en el Credo. En los últimos domingos hemos estado considerando diversas enseñanzas de Cristo: si no os convertís… decía el mismo Jesús, he pecado… reconocía el Hijo pródigo, vete y no peques más dijo también Jesús. Permanentemente en los evangelios está presente la realidad del pecado: “el evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores… le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (1846). Y es importante que entendamos bien esta realidad para entender la salvación que nos gana Jesús. 1 – El pecado en la Pasión El pecado encierra un misterio y no es fácil desentrañarlo, por ello es mejor primero observarlo en sus efectos. Podríamos hacerlo mirando la situación de la humanidad con tanta guerra, violencia, miseria y tantas otras cosas. Pero en este día es mejor que prestemos atención a lo que la Liturgia nos presenta. “En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad” (1851). Hagamos un veloz repaso de lo que hemos escuchado en la lectura de la Pasión según san Lucas. Lucas es el evangelio que presenta mayor variedad de personajes interviniendo en la Pasión, por eso es útil observar esta variedad. ¿Quiénes están y qué hacen? - Está Pedro quien, después de prometer morir con Cristo, lo niega cobardemente. - Está Judas quien, usando una expresión de afecto, un beso, lo traiciona. - Están los discípulos quienes, dormidos por la tristeza, no rezan. - Está Herodes quien, envuelto en su frivolidad y superficialidad, lo desprecia. - Está Pilato quien, despreocupado de la verdadera justicia, lo entrega a la muerte. - Están los soldados quienes, de manera totalmente innecesaria, lo ultrajan y golpean. - Está la masa del pueblo quien, viéndolo en el tormento de la cruz, se burla de Él. ¿Para qué continuar? Con razón dice el Catecismo: “En la Pasión… es donde [el pecado] manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos…” (1851). 59

2 – Variedad y Esencia del Pecado Como vemos, la variedad de pecados existente es grande. La Escritura incluso contiene varias listas y es posible clasificarlos de diversas maneras (cf. 1852-1853). Pero el Catecismo nos advierte que “conviene valorar los pecados según su gravedad” (1854) y, de esta manera, tenemos dos clases de pecados: aquellos que destruyen la caridad en el corazón del hombre, apartando completamente al hombre de Dios, y aquellos que dejan subsistir la caridad, aunque la ofenden y la hieren. Los primeros son llamados mortales y los segundos veniales. La distinción es importante, como es importante la diferencia entre una simple herida y la muerte. El pecado mortal ataca en nosotros el principio vital que es la caridad y hace necesaria, entonces, una nueva intervención de Dios para restituir ese principio vital y re-donar la vida al alma que la perdió (cf. 1856). Es vida por vida. La vida que nos es re-introducida por Dios es ganada al precio de la vida de Cristo: el sacrificio de Cristo se convierte en la fuente de la que brota inagotable el perdón de nuestros pecados (cf. 1851). ¿Cuándo se produce un pecado mortal? Responde santo Tomás: “cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad (por la que estamos ordenados al fin último), el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal… sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc…” (cf. 1856). Observemos bien algunas palabras: a) una cosa de suyo contraria a la caridad quiere decir que no hay forma de convertir ese acto en algo bueno; b) el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para ser mortal: es como si yo tomara un líquido venenoso para saciar mi sed, la condición misma del líquido me produce la muerte. Para más claridad, se mencionan tres condiciones para que un pecado sea mortal: “es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento.” (1857). ¿Qué es cada una de estas tres cosas? La materia es el hecho en sí (“La materia grave es precisada por los Diez Mandamientos según la respuesta de Jesús al joven rico…”, cf. 1858), el pleno conocimiento es el saber y el deliberado consentimiento es el querer. Dadas estas tres condiciones tenemos un pecado mortal, el cual “entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno…” (1861). Esta última realidad resulta particularmente difícil para algunos, pero hemos de procurar entender las cosas en sus justos términos. Para ello apreciemos la escena de los dos ladrones que nos trae el evangelio de hoy: uno reconoce a Cristo y obtiene inmediatamente la salvación; repito: inmediatamente. El otro rechaza la oferta e insulta a Cristo. “No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo” (1864). La manera más sencilla y cierta de saber 60

que no estamos rechazando la misericordia de Dios es acudir al sacramento de la confesión con frecuencia. 3 – Más por más, más Una característica del pecado que podemos observar en el relato de la Pasión es el efecto “bola de nieve”. Hay una concatenación de elementos, una sucesión que nadie corta. Y sobre esto hemos de estar particularmente atentos porque “el pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse…” (1865). Por eso es que el Catecismo advierte que, si bien el pecado es un acto personal, nosotros tenemos responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos, ya sea participando directa y voluntariamente (como Judas), o bien ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos (como el Sanedrín o todos los que se burlaban de Cristo en la cruz), o bien no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo (como Pilato), o bien protegiendo a los que hacen el mal (cf. 1867). Con estos elementos podemos apreciar mejor la afirmación del catecismo: “el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina…” (1869). 4 – Conclusión: Bendito sea Dios Entonces ¿qué se puede hacer ante esta realidad del pecado? Debemos exclamar con san Pablo: Gracias sean dadas a Dios por nuestro Señor Jesucristo. No nos olvidemos que Cristo quiso ingresar triunfalmente en Jerusalén precisamente cuando estaba por enfrentar la Pasión. Y recordemos también sus palabras: con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros (Lc 22,15). Hacia el final de la Pasión se puede apreciar la alborada de la redención. En efecto, hay varios elementos que nos muestran el efecto benéfico de la sangre de Cristo: está, por supuesto, el buen ladrón que se robó el Paraíso en el último instante de su vida, está José de Arimatea, hombre bueno y justo, estaba Pedro, llorando amargamente su pecado. Pero hay sobre todo un elemento que nos tiene que servir para esta Semana que iniciamos: a la distancia estaban sus amigos y quienes le habían seguido. ¿Y qué hacían? Estaban contemplando (Lc 23,49). Cristo, con su Pasión, no sólo nos libera del pecado, sino que también nos muestra el camino a seguir para evitarlo en el futuro y para hacer que en vez del pecado reine la gracia en nosotros y en la sociedad. De allí que, este año, vamos a dedicar estos días a considerar más detenidamente el ejemplo de Cristo, cómo Él actúa para saber qué debemos hacer nosotros y entonces imitarlo con todo nuestro ser: “en la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando todo el ser incluidos sus dolores, temores y 61

tristezas, como aparece en la agonía y la pasión del Señor” (1769). Que María Santísima, la discípula más perfecta de Jesús, sea nuestra maestra en este seguimiento.

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CatIC 1950-1965

C- SSta-Jueves Santo

Jn 13,1-15/ Ex 12,1-8.11-14 / Sal 116 / 1Co 11,23-26

NUEVO TESTAMENTO Queridos hermanos, como ustedes saben, la misa de hoy, siendo siempre la misma misa, tiene un matiz especial, ya que fue en un día como hoy, un Jueves Santo, cuando la misa fue instituida por Jesús. Y Él lo hizo tan sólo horas antes de morir: sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre… 1 – El lavado de los pies: mandatum Además, en la celebración de esta noche se realiza un rito especial, que es el lavado de los pies, que se llama “mandatum”, palabra latina que significa mandamiento y con la cual se quiere hacer referencia a las palabras que el mismo Jesús dice en esta noche: os doy un mandamiento nuevo… Hemos podido escuchar en la lectura del evangelio la narración de ese gesto, realizado por Jesús, de lavar los pies de sus discípulos y las palabras conclusivas, que en realidad inician el largo Sermón de Despedida de Jesús (cf. Jn 13 – 17). Jesús dice: si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. Yo quisiera considerar esta noche el significado profundo de ese gesto, claramente expresado en las palabras que Jesús pronunciara momentos más tarde cuando dijo: os doy un mandamiento nuevo… Todos sabemos que las acciones realizadas por una persona al momento de la muerte son particularmente significativas y tienen, como ninguna otra, una resonancia perpetua, e incluso eterna. Esa decisión es anticipada muchas veces en una acción que nosotros llamamos “Testamento” o última voluntad, la cual es considerada definitiva y debe ser respetada. Pues bien, de eso se trata aquí: Jesús deja su Testamento. Y lo expresa en forma de mandato para que se entienda claramente qué es lo que Él quiere. Incluso para que se entienda más claramente, el texto griego podría traducirse: os doy una ley nueva… Es lo mismo pero esta perspectiva nos ayuda a nuestra consideración. 2 – La Ley ¿Qué es la Ley? No nos referimos aquí a “las leyes”, sobre todo las leyes humanas, sino a LA Ley: “La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios. Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida…” (1950). Se trata, entonces, de un ordenamiento establecido para asegurar la consecución del bien: “La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder, la sabiduría y la bondad del Creador…” (1951). 63

En este orden establecido por Dios se dan de hecho varias posibilidades que se armonizan entre sí: “las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas entre sí: la ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley revelada (que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica); finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas [aunque estas últimas ya son producto de la acción más predominantemente humana]” (1952). Y concluye el Catecismo: “La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección…” (1953). En relación con lo que Jesús establece, para poder entenderlo profundamente, consideremos breve y rápidamente lo que depende sobre todo de Dios, o sea la ley natural y la ley revelada. Por un lado tenemos la ley natural, o mejor para evitar confusiones, la “ley divina y natural”, ya que ella “expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir, mediante la razón, lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (1954). Esta ley es una participación, en el hombre, de la sabiduría y la bondad del Creador que le confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la verdad y al bien (o sea, la libertad de la que hablamos hace algunas semanas). Dicho sencillamente, “la ley divina y natural muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin… Está expuesta, en sus principales preceptos, en el Decálogo…” (1955). Como está presente en todos los hombres, porque está en su propia naturaleza, esta ley es universal e inmutable, es decir que vale para todos en todos los tiempos, aunque haya aplicaciones particulares que pueden presentar diferencias (cf. 1956-1958). Esta ley es, por lo tanto, el fundamento para todas las decisiones del hombre. 3 – La Ley Revelada Lamentablemente, el estado moral de la humanidad, especialmente después del pecado original y con la acumulación de pecados a lo largo de los siglos, hace que sea muy difícil a los hombres llegar a un conocimiento de la ley natural que sea claro, cierto y sin mezcla de error (cf. 1960). Es por ello que Dios, queriendo el bien de los hombres, inicia un proceso para darle a conocer qué es lo que es realmente bueno para ellos. Ese proceso es lo que llamamos Revelación. Como primer paso de ese proceso, Dios reveló su Ley al pueblo de Israel, a través de un mediador, Moisés. La Ley de Moisés, llamada Torah por los judíos (palabra que significa más bien instrucción) contiene muchas verdades naturalmente accesibles a la razón, pero Dios quiso igualmente revelarlas para que todos estén más seguros. Las prescripciones morales están resumidas en los Diez Mandamientos (cf. 1961-1962). Por eso dijo san Agustín: “Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones”. Pero este era un primer paso que tenía por fin guiar, preparar y disponer para la acción definitiva que sería realizada por Cristo y que es lo que esta noche estamos celebrando. En 64

ese proceso de preparación y disposición, “la Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los Cielos” (1963). O sea que Cristo lleva a la perfección todo este proceso, realizándolo primero en sí mismo, con lo cual nos da ejemplo al mismo tiempo, y poniéndolo como su ley o mandato. “La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí debajo de la ley divina, natural y revelada” (1965). Ahora “toda la Ley evangélica está contenida en el mandamiento nuevo” (cf. 1970). Con todos estos elementos podemos entender mejor algunas frases de las lecturas de hoy. La segunda lectura refiere que Jesús dijo: Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Si nosotros observamos el AT veremos que precisamente cuando Dios establece la Alianza con el pueblo judío en el monte Sinaí es cuando le entrega su Ley (cf. Ex 19 – 23). O sea que hay una relación muy estrecha entre Alianza y Testamento (de hecho, tanto en hebreo como en griego se usa la misma palabra, berîth en hebreo, y en griego diatheke, que significa disposición). Y en el evangelio podemos advertir un nuevo significado en lo que señala san Juan: los amó hasta el fin, o si prefieren hasta concluir, hasta terminar, hasta acabar. 4 – Conclusión Queridos hermanos, Jesús, a la vez que establece la Nueva y Eterna Alianza de los hombres con Dios, también hace entrega del Nuevo y Eterno Testamento, que es el del amor perfecto, el del amor llevado hasta su consumación. Nosotros, a quienes se nos ha dado a conocer estos misterios, tratemos de recoger su herencia y hacerla fructificar viviendo un genuino y auténtico amor a Dios y a los hombres, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley (Ro 13,8).

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CatIC 2598-2606.2746-2751

C-SSta-Viernes Santo

Jn 18,1-19,42 / Is 52,13-53,12 / Sal 31 / Hb 4,14-16; 5,7-9

LA FUERZA DE LA ORACIÓN Queridos hermanos, acabamos de escuchar una vez más el relato de la Pasión de Nuestro Señor. Cuando uno contempla detenidamente lo que fue la Pasión, no puede no preguntarse cómo hizo Jesús para ser capaz de llegar hasta el fin, como fue que acumuló lo que nos legó como Nuevo Testamento, del cual hablamos ayer. La respuesta a esta cuestión está en la segunda lectura: en los días de su vida mortal ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte… Es claro que fue gracias a la profunda oración que pudo llevar adelante la obra de la Redención: “el drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros” (2598). Este es el elemento que quisiera considerar hoy de manera particular, ya que “es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del Maestro de oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprender a orar al Padre” (2601). 1 – La Oración de Jesús durante su vida En varias ocasiones podemos ver que los evangelios nos indican a Jesús en oración y, sin duda alguna, esto es algo que Él hizo desde su más tierna infancia: “El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen también aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración, de ella que conservaba todas las maravillas del Todopoderoso y las meditaba en su corazón. Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo.” Sin embargo, en Jesús hay algo más, “su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: Yo debo estar en las cosas de mi Padre” (2599). De manera especial podemos contemplar a Jesús rezando antes de los decisivos de su misión, como en el momento de su Bautismo y su Transfiguración, y por supuesto antes de la Pasión. Pero además, también lo hace ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus apóstoles, como por ejemplo antes de elegir y de llamar a los Doce, antes de que Pedro lo confiese como el Cristo de Dios, etc. ¿Cuál es el objeto de esta oración? Dice el catecismo: “la oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide que cumpla es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre” (2600). O sea lo mismo que rezó en el huerto de Getsemaní: Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Precisamente una de las dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio lo hace presente. En un momento determinado, Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo 66

bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los pequeños, y entonces dice ¡Sí, Padre!... Esta frase, dice el catecismo, “expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, que fue un eco del Hágase de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al misterio de la voluntad del Padre” (2603). 2 – La Oración Sacerdotal La segunda oración es la que reza antes de la resurrección de Lázaro, prácticamente como un preludio de su Pasión. Dice Jesús: Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado… yo sabía bien que tú siempre me escuchas… Esto nos revela cómo hemos de pedir: antes de que el pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones (cf. 2604). Es esta adhesión la que asegura que su petición será oída, como hemos escuchado en la segunda lectura: fue escuchado por su actitud reverente y, aun siendo Hijo, experimentó la obediencia… Es en razón de estos elementos que tenemos que prestar particular atención a la oración que Jesús rezó por todos sus discípulos la noche del Jueves Santo: “la oración sacerdotal de Jesús ocupa un lugar único en la Economía de la salvación” (2604). Jesús reza esta oración cuando sabe que ha llegado su hora: “su oración, la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación… Al igual que la Pascua de Jesús… permanece siempre actual… Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio…” (2746-2747). Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, de tal manera que, en esta oración, todo está recapitulado en él, todo ha sido re-unido. Y entonces, habiendo unido todo en sí (Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los futuros, su humillación y su Gloria), con todo esto unido en Él, Jesús se entrega enteramente al Padre con una soberana libertad, de tal manera que su oración concentra las grandes peticiones del Padre Nuestro: la santificación del Nombre de Dios, el deseo de su Reino, el cumplimiento de su Voluntad, del Designio de salvación y la liberación del mal (cf. 2749-2750). 3 – La Oración de la Cruz Pero, como ustedes lo advierten claramente, es sobre todo en la cruz donde podemos apreciar “la profundidad insondable de su plegaria filial” (2605). Desde sus palabras iniciales Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen hasta el fuerte grito que emitió cuando expiró. “Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en ese grito del Verbo Encarnado… Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación” (2606). Precisamente, la segunda lectura “la carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la salvación: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, 67

fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (2606). 4 – Conclusión En última instancia, la oración de Jesús manifiesta su condición filial, que es lo que nosotros hemos de aprender a vivir. Y es en su Pasión donde todo esto se manifiesta en el mayor grado imaginable. Por tanto, queridos hermanos, en este día tan sagrado, contemplemos a Nuestro Salvador que ha consumado la obra que ha venido a realizar por amor del Padre y de los hombres. Y, al mismo tiempo, sepamos comprender que también nosotros debemos imitar a Jesús para ser auténticos hijos. Esforcémonos por tener una auténtica oración, de tal manera que también nosotros podamos recibir el Testamento Nuevo y la herencia prometida. Recojamos la exhortación de la segunda lectura: mantengamos firme la fe que profesamos, pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas… Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.

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CatIC 1699-1715

C- SSta-Sábado Santo

Lc 24,1-12 / Ex 14,15-15,1 / Ex 15,2-18 / Ro 6,3-11 / Sal 118

EL NUEVO ADÁN Queridos hermanos, no hace falta que les señale el motivo de tanta celebración y tanta fiesta, de las luces, las flores y todo lo que rodea este día, porque ya ustedes lo conocen bien: estamos celebrando la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Ha resucitado, hemos escuchado del evangelio. ¿Qué consecuencias o implicaciones tiene la resurrección? “La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó” (651). 1 – Lo que Cristo hizo y enseñó (Act 1,1) ¿Qué fue lo que Cristo y hizo y enseñó? El Concilio Vaticano II señaló, entre otros elementos, lo siguiente: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22). Y el catecismo lo reafirma con las siguientes palabras: “En Cristo, imagen del Dios invisible, el hombre ha sido creado a imagen y semejanza del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios” (1701). He aquí claramente indicado qué es lo que Jesús hizo y enseñó: qué es concretamente el hombre y de qué manera llega a su perfección, a lograr lo que verdaderamente es capaz de satisfacerlo en todas sus dimensiones. Para poder entender más adecuadamente esta rápida indicación del catecismo es conveniente que nos detengamos a considerar un poco más atentamente lo que la revelación nos enseña acerca del hombre. 2 – El hombre, imagen de Dios En la primera de las siete lecturas de hoy, del libro del Génesis, se lee la narración de la creación y, de manera particular, la condición del hombre de estar hecho a imagen y semejanza de Dios. En esto radica la más alta dignidad de la persona humana y esto es lo que hace que toda persona humana tenga un valor único y especial. El catecismo llega a afirmar que, en razón de estar dotada de un alma espiritual e inmortal, “la persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (1703). Esta condición espiritual del hombre le brinda perfecciones muy por encima del resto de la creación, a punto tal que “participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino”. Esto se manifiesta de manera particular en que “por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador” y en que, además, “por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero”. Y todo este movimiento de la razón y la 69

voluntad hacen que el hombre encuentre su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (1704). Esto es lo que, con otras palabras, señala el catecismo, cuando dice: “la vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre” (1699). Y este es un elemento decisivo en lo que Cristo enseñó, como ya hemos visto en diversas ocasiones en evangelios pasados. Pero, además, esta altísima vocación, en definitiva llegar a vivir la vida de Dios, se encuentra, por así decirlo, supeditada al hombre: “corresponde al ser humano llegar libremente a esta realización. Por sus actos deliberados, la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral. Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior…” (1700). Y es que, paradójicamente, la libertad, que el hombre posee en virtud de su alma y de sus potencias espirituales, es “signo eminente de la imagen divina” (1705). De manera tal que el mismo “ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana” (1706). 3 – Restauración Y dijimos paradójicamente porque precisamente aquello que es el signo eminente de la imagen divina es lo que fue causa de los misterios que estamos celebrando estos días. “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia. Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error” (1707). Esto, por así decirlo, obligó a Dios a rearmar su plan y a idear una estrategia que le permitiera recuperar a su preciada criatura, estrategia que llevó al mismo Dios a hacerse hombre. Las numerosas lecturas de la liturgia de hoy nos permitieron apreciar algunos elementos de esa maravillosa estrategia, divina estrategia que no ahorró medios, engarzando todos los elementos como en un bordado sobrenatural que permitiera rearmar cuidadosamente el conjunto tan brutalmente destrozado. En esa estrategia el punto capital, o piedra angular, es Cristo mismo quien, por su pasión “nos liberó de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo”, de tal manera que con “su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado” (1708). ¿No es esto motivo más que suficiente para toda la explosión de luz, canto y alegría que hoy experimentamos? Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida… (Lc 15:31). 4 – Conclusión Porque, en definitiva, Cristo nos ha reabierto el camino: “el que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo trasforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien… La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.” (1709). Es lo que Cristo ha vivido, es lo que espera que nosotros hagamos. En síntesis, que “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (1710), como decíamos al comienzo. Conociendo, entonces, la grandeza de 70

nuestra dignidad y de nuestra vocación, esforcémonos por mantenernos en el camino trazado por nuestro Redentor, porque “el que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo” (1715).

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CatIC 1420-1421.2794-2796

C-Pascua-1

Jn 20,1-9 / He 10,34a.37-43 / Sal 118 / Col 3,1-4

¿ESTÁS EN LOS CIELOS? No es necesario, queridos hermanos, que os diga el motivo de tanta celebración. ¿Por qué tantas luces, flores, cantos, etc.? Como dice la primera lectura: vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, etc. Pero es en la segunda lectura donde se nos ofrece un adecuado material para continuar con nuestra reflexión de este año, es decir con nuestra consideración acerca del Camino del Espíritu. 1 – Si habéis resucitado con Cristo Hemos escuchado que san Pablo escribe: si habéis resucitado con Cristo. ¿Cómo se da esto? La celebración litúrgica de anoche tiene como una de sus partes principales “la liturgia bautismal” y, se realicen bautismos o no, todos los que se encuentran presentes realizan la renovación de sus promesas bautismales. De hecho, hay una tradición que se remonta a los orígenes mismos de la Iglesia conforme a la cual el día preferido para incorporar nuevos miembros a la Iglesia era la Vigilia Pascual. E incluso, si son adultos, no sólo se los bautiza sino que también se les administra la confirmación y se les brinda la comunión. De allí que estos tres sacramentos son conocidos como los “sacramentos de la iniciación cristiana”: “por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo” (1420). Es, sin embargo, un hecho que esta vida, en nuestro estado presente, es muy frágil: “esta vida la llevamos en vasos de barro. Actualmente está todavía escondida con Cristo en Dios. Nos hallamos aún en nuestra morada terrena, sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte”. Y, en razón de todo esto, “esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado” (1420). ¿Qué queda, entonces, para quienes han perdido esa vida? ¿Tan sólo esperar angustiosamente la muerte y la eterna condenación? No. “El Señor Jesucristo, médico de nuestra almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo, quiso que su Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos” (1421). Por eso la Iglesia, conociendo la realidad de la debilidad de muchos de sus miembros, y queriendo para nosotros lo mejor, les exige un mínimo de participación a través de algunas normas concretas llamadas preceptos o mandamientos de la Iglesia. El segundo y tercero de ellos están, precisamente, referidos a esta realidad de que venimos hablando. El segundo dice: “confesar los pecados mortales al menos una vez al año y en peligro de 72

muerte y si se ha de comulgar”, con lo cual se recibe el “sacramento de la Reconciliación que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo”. Y el tercero dice: “comulgar por Pascua de Resurrección” (2042). Si habéis resucitado con Cristo… dice el Apóstol. ¿Lo hemos hecho a través de una buena confesión? 2 – Buscad las cosas de arriba Si habéis resucitado con Cristo, sigue diciendo san Pablo, buscad las cosas de arriba. ¿Qué es arriba? Claramente el cielo, donde está Cristo sentado a la diestra del Padre. ¿Qué es el cielo? En el sentido en que nosotros lo usamos en la liturgia, como por ejemplo cuando decimos Padre nuestro, que estás en el cielo, lo consideramos como la morada propia de Dios, como un lugar al cual queremos ir. Dice el catecismo: “el símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es, por tanto, nuestra patria. De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver. En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra, porque el Hijo ha bajado del cielo solo, y nos hace subir allí con Él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión” (2795). Es así, entonces, que, podemos decir, imaginamos el cielo como un lugar allá arriba y al cual debemos tratar de llegar. Pero el catecismo nos da una precisión importante: “esta expresión bíblica no significa un lugar [“el espacio”] sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad…” (2794). Así san Agustín comenta: “con razón, estas palabras Padre nuestro que estás en el cielo hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca”. Y san Cirilo de Jerusalén, por su parte, dice: “el cielo bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea” (cf. 2794). 3 – La Vida en el Espíritu A la luz de estas consideraciones podemos, entonces, HiHijoHHentender más claramente cuál es el sentido de nuestra vida, lo que el catecismo titula con estas palabras: “la vocación del hombre: la vida en el espíritu” (3ª parte, 1ª sección) y de la cual señala tres elementos, diciendo: 1) “La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre”, con lo cual se nos indica que, antes de un comportamiento o conducta o ética, lo que debe darse es esa vida, o sea la oración y los sacramentos, que son los medios por los cuales esa vida es introducida en nosotros. 2) “Está hecha de caridad divina y solidaridad humana”, con lo cual se indican los reales motores o motivaciones de esa vida: no la ambición o el egoísmo o la fama o los placeres por sí mismos, sino lo que Jesús mismo manifestó y realizó. 3) “Es concedida gratuitamente como una salvación”. Alguno podría decir que esa vida 73

es imposible para el hombre. Y nosotros responderíamos que es verdad, pero que nada hay imposible para Dios. Basta simplemente que nosotros abramos el corazón. Por eso dijimos que la oración y los sacramentos son los medios por los cuales esa vida es intro-ducida en nosotros. Pero para ello Dios cuenta con nuestra libre disposición, sin la cual Él no quiere actuar. 4 – Conclusión Resumiendo, “cuando la Iglesia ora diciendo Padre nuestro que estás en el cielo, profesa que somos el Pueblo de Dios sentado en el cielo, en Cristo Jesús,… ocultos con Cristo en Dios, y, al mismo tiempo, gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial” (2796). O, como está en un antiquísimo escrito del siglo II, la “Carta a Diogneto”: “los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo”. Queridos hermanos, a la luz de los misterios que hoy estamos celebrando, recojamos la invitación del Apóstol san Pablo para hacerla realidad en nuestra vida: si habéis resucitado con Cristo buscad las cosas de arriba…

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TIEMPO PASCUAL

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CatIC 2168-2195

C-Pascua-2

Jn 20,19-31 / Hech 5,12-16 / Sal 118 / Ap 1,9…19

EL DOMINGO El domingo pasado, queridos hermanos, siguiendo la lectura de san Pablo, vimos que hemos de vivir en el cielo (que no es lo mismo que vivir en las nubes) y escuchamos las enseñanzas del catecismo que nos indicaban que la auténtica vocación del hombre es, precisamente, la vida en el Espíritu Santo, la cual está como entretejida de caridad divina y solidaridad humana, y que es recibida por donación o gracia de Dios. ¿Cómo hemos de hacer en concreto para alcanzarla? Las lecturas de hoy nos presentan un elemento clave. 1 – Domingo: primer día, octavo día, día del Señor En las tres apariciones de Cristo resucitado que nos mencionan las lecturas de hoy (dos en el evangelio y la tercera en el Apocalipsis, visión en la cual Cristo se manifiesta en todo su esplendor y grandeza) podemos observar una constante: todas tienen lugar el primer día de la semana (cf. Jn 20,19.36) también llamado el día del Señor (cf. Ap 1,10), es decir, domingo (dies Domini). Esta particularidad no pasó desapercibida para los primeros cristianos y así es que los vemos reunirse cada domingo para celebrar el misterio de la Resurrección de Cristo que tuvo lugar el primer día de la semana (cf. Hech 20,7). Evidentemente, no fue por casualidad que este haya sido el día de la Resurrección de Cristo, sino que se debe a que existe una íntima relación entre la Primera Creación y la ReCreación obrada ahora. Ya san Justino (muerto en el 167), recogiendo dicha tradición de los primeros cristianos, expresaba: “celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos”. Por eso enseña el catecismo: “En cuanto es el primer día, el día de la Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el octavo día, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección de Cristo” (2174), “el octavo día en que Cristo, tras su “reposo” del gran Shabbat, inaugura el Día que hace el Señor, el día que no conoce ocaso” (1166). De hecho el 8º día está fuera de la semana, como si dijéramos fuera del tiempo, por lo cual significa la eternidad. De allí que este día también haya llegado a ser nombrado precisamente “domingo”, porque es el “día del Señor” (del latín “dies dominica”; cf. 2174). San Jerónimo: “El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día. Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos 76

con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación” (1166). 2 – Descansar en el Señor “El domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede… Realiza plenamente, en la Pascua de Cristo, la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios…” (2175), con lo cual también nos recuerda nuestro destino: “es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero” (2172). Y para que no descuidemos la importancia de este día, la Iglesia lo subraya colocando como obligación la participación de todo fiel en el misterio central de nuestra fe, o sea en la misa, a no ser que esté excusado por una razón válida (cf. 2042). Por supuesto, se trata de entender las razones profundas que la Iglesia tiene para una exigencia de este tipo. Así, por ejemplo, a nadie medianamente pensante se le ocurre decir que el plan de vacunación que existe en muchos países para niños recién nacidos sea una cosa hecha con el solo ánimo de molestar. Análogamente, porque hay bienes muy grandes en juego, nuestra propia salud espiritual, la Iglesia nos exige la participación en la misa dominical: “la Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana” (2181). Por otra parte, todo hombre, por el solo hecho de ser hombre, está obligado a rendir culto a Dios, ya que le es deudor de un sin número de beneficios, por lo cual debe agradecerle. Ahora Dios, por su parte, ha querido determinar de qué modo concreto quiere que se le den gracias, expresándose a través de su enviado Jesucristo. Este modo concreto es la Misa: haced esto en conmemoración mía. De aquí que este misterio reciba también el nombre de Eucaristía, es decir, “auténtica acción de gracias”, con lo cual se expresa también que, conscientemente separada de ésta, no hay ninguna otra acción verdadera (cf. 2176). Por su lado, ya el AT exhortaba a consagrar a Dios de modo particular un día de la semana, precisamente en reconocimiento de los beneficios recibidos de Él, sobre todo la creación (cf. Ex 20) y la liberación de Egipto (cf. Dt 5). Es, de hecho, el tercero de los mandamientos. Y es que, en realidad, también el tiempo es un don de Dios y es justo que a Él lo retornemos. Por eso, se habla de “consagrar” o “santificar” las fiestas, lo cual implica no sólo el culto divino sino otras tareas: “El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana” (2186). O sea, se busca de vivir la caridad divina y la solidaridad humana (cf. 1699 2º elemento). 3 – La asamblea [= ekklesía] 77

Esta misma condición, caridad divina y solidaridad humana, implica que no se ha de hacer solo, de manera aislada, sino que se ha de participar en la liturgia comunitaria. Ya san Cirilo, obispo de Jerusalén del siglo IV, comentando el evangelio de hoy, enseñaba: “el escritor de este libro escribe con mucho cuidado, no simplemente que Cristo se manifestó a los discípulos, sino que precisa después de ocho días y mientras estaban todos reunidos. ¿Qué cosa quiere insinuar este encontrarse todos en la misma casa, sino que Cristo ha querido manifestarse cuál ha de ser el tiempo de las asambleas [= ecclesía, en griego] que hacemos en su nombre? Se presenta y se detiene un poco con aquellos que se habían reunido por motivo de él, en el octavo día, es decir, en el domingo… Es justísimo, entonces, que hagamos nuestras santas reuniones en las iglesias [= asamblea], en el octavo día” (In Ioan. Ev. 12). No es lo mismo la oración privada que la oración pública de la Iglesia, como enseña san Juan Crisóstomo: “no puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el clamor de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes” (cf. 2179). “La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo” (2182). La carta a los hebreos dice: no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente (10,25; cf. 2178). San Cirilo también añade: “la participación a los misterios es verdadera confesión y conmemoración que el Señor ha muerto y ha resucitado por nuestra causa y en beneficio nuestro, y por lo tanto nos llena de gracia divina”. Y tengamos presente que la participación más auténtica en la Eucaristía es recibiendo al mismo Cristo, presente en el Santísimo Sacramento. 4 – Conclusión En última instancia, el domingo es un día de fiesta (cf. Neh 8,9-10), “este día os es dado para la oración y el descanso” (2178). El descanso propio del día domingo nos hace presente el descanso propio del Señor en su plenitud de vida eterna, plenitud a la que Cristo ya ha entrado por su Resurrección, a la que nos invita a entrar y a la cual ciertamente llegaremos si perseveramos. Y debe ser también un día de descanso en especial para aquellos que más sufren, por lo cual hemos de aliviarles su sufrimiento con caridad cristiana. Entretanto, mientras esperamos con toda paciencia que llegue ese dichoso día en el que entremos en el descanso divino, no nos olvidemos lo que insistentemente hemos repetido durante esta semana: Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos todos en él. Hallelú – Yah!

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CatIC 1136-1139.1153-1186

C-Pascua-3

Jn 21,1-19 / Hech 5,27-32.40b-41 / Sal 30 / Ap 5,11-14

EN ESPÍRITU Las lecturas de este domingo nos permiten advertir un elemento importante en nuestra vida, a la vez que profundizar lo que hemos considerado el domingo pasado. ¿Cuál es ese elemento importante? Se trata de nuestra condición de peregrinos en la tierra y ciudadanos del cielo. Observemos que, en el relato evangélico, Cristo se encuentra en la orilla mientras que los discípulos están en la barca. Este detalle ha sido interpretado desde antiguo como que Jesús está en el cielo (lugar seguro, firme) esperando el arribo de sus discípulos que están trabajando sobre algo inestable como es el mundo presente. Las otras dos lecturas nos presentan separadamente esta misma realidad. En la primera podemos ver a los apóstoles dando testimonio, sufriendo la persecución por Cristo, mientras que la segunda nos presentó la realidad celestial de una solemne celebración. Podemos recordar aquí la frase de san Agustín: “la Iglesia camina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”. 1 – Vivir en espíritu Veamos esta segunda lectura. Los versículos que nos entrega la lectura son versículos que concluyen dos grandes visiones del Apocalipsis: la del trono y la del cordero (cf. cap. 4 y 5), de los cuales posteriormente se dirá que brota un río de vida (cf. 1137). ¿Qué es lo que sucede? Hay un himno que es cantado por una multitud de ángeles y que es respondido ¿por quién? toda criatura del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, o sea el universo entero (cf. 1138). De esa celebración participa, de alguna manera, el vidente, Juan, que está contemplando todo eso. ¿Cómo es posible que participe? Lo hemos escuchado el domingo pasado en la segunda lectura: fui en espíritu (cf. Ap 1,10) decía, lo cual es traducido también en éxtasis. Se trata, de cualquier manera, de una experiencia propia de la vida del espíritu. Respecto de esta experiencia dice el catecismo: “en esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos” (1139). ¿De qué se trata esto? Dice el Papa “La universalidad de la salvación exige, entre otras cosas, que el memorial de la Pascua se celebre sin interrupción en la historia hasta el regreso glorioso de Cristo ¿Quién actualizará la presencia salvífica del Señor Jesús?... el Espíritu Santo” (cateq. del 26/abril/2006). Hemos señalado en domingos anteriores que la vocación del hombre es la vida en el Espíritu y que esa vida es recibida gratuitamente (cf. 1699). ¿Cómo concretamente? Es lo que vemos aquí: a través de la celebración litúrgica que nos pone en comunicación con el misterio de Cristo. ¿Quiénes realizan eso? ¿Quiénes hacen esa celebración para que los hombres lleguen a participar de esa vida? Comúnmente se dice que los sacerdotes, lo cual no es 79

completamente correcto: “la Liturgia es acción del Cristo total”, o sea de toda la comunidad de bautizados, aunque cada uno según su condición, de manera tal que “los que desde ahora la celebran, más allá de los signos, participan ya de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta” (1136). 2 – Participar activamente ¿De qué manera concreta se da la intervención de todos y cada uno en esa celebración? “Una celebración sacramental está tejida de signos y símbolos…” (1145) y, además, “toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta de fe acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto en la tierra buena” (1153). Veamos, por ejemplo, la liturgia de la Palabra, esto que estamos celebrando ahora. No es una lección de clase. Hay signos: el libro, los gestos de veneración (procesión, incienso, luz, beso), el lugar de su anuncio (ambón), la proclamación y las respuestas de la asamblea (aclamaciones: “te alabamos, Señor”; responsorio del salmo; credo…) (1154). Advirtamos que estamos en una acción sacramental por lo cual todo esto tiene un efecto especial: “El Espíritu Santo no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios suscitando la fe, sino que también… hace presente y comunica la obra del Padre realizada por el Hijo amado” (1155). Es tal como si estuviéramos ahora mismo en Tierra Santa escuchando a Jesús en persona. Porque, en última instancia, tanto entonces como ahora, lo que importa es que es una experiencia en Espíritu. Junto con los signos y palabras, también hay otros elementos que ayudan a esta experiencia, y en particular hemos de mencionar dos: el canto y la música y las imágenes sagradas. En cuanto al canto y la música podemos constatar que es algo natural al hombre mismo y que está presente desde muy antiguo, como vemos, por ejemplo, con el caso de los salmos o lo que decía san Pablo: cantad y salmodiad (cf. 1156). Lo que es importante es que el canto realmente ayude a la celebración, para lo cual el catecismo señala tres criterios: “la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración” (1157). Y, por otra parte, las imágenes también juegan su papel: “significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan la nube de testigos que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental” (1161). Decía san Juan Damasceno: “la belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios” (cf. 1162). 3 – Cuándo y Dónde Todos estos elementos, entonces, nos ayudan a participar de manera más profunda en el misterio de Cristo, gracias a la acción del Espíritu. Tenemos, sin embargo, que prestar 80

atención a una condición real de nuestro ser: el hecho de estar sometidos a las condiciones de la vida presente, marcadas por el tiempo y el espacio. De allí que, dada nuestra sujeción a las necesidades de esa vida, la celebración se reserve a determinados momentos y lugares para disponernos mejor y obtener más fruto de ella. ¿Cuándo? “Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor y de la llamada del Espíritu Santo. Este hoy del Dios vivo al que el hombre está llamado a entrar, es la Hora de la Pascua de Jesús, que atraviesa y guía toda la historia” (1165). O sea, la celebración que hacemos se relaciona de una manera especial con esa parte del Misterio de Jesús y de allí que, en la semana, el domingo “es el día por excelencia de la asamblea litúrgica” (1167), como vimos la semana pasada, y, en el año, el Triduo Pascual es como la fuente de la cual “el tiempo nuevo de la Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor… Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la Fiesta de las fiestas…” (1169). San Atanasio la llama “el gran domingo”. A estos elementos centrales tenemos que añadir las celebraciones de los santos, “cuando la Iglesia… proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con Cristo y han sido glorificados con Él”. Y, por último, cabe que mencionemos lo que se conoce como “Liturgia de las Horas” o “Breviario” o también “Oficio Divino” que, “está estructurada de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche” (1174). Las distintas devociones se incorporan en este último elemento (cf. 1178). Como podemos ver, integrando todos los elementos, en realidad todo el tiempo está consagrado a la celebración, aunque, en esta vida presente, dadas las condiciones que tiene, privilegiamos algunos momentos sobre los demás, incluso para que, sicológicamente, podamos advertir mejor lo que hacemos. Algo semejante pasa con la cuestión del espacio. ¿Dónde conviene que celebremos? “El culto en espíritu y en verdad de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres… El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la fuente de agua viva…” (1179). Pero, por nuestra condición, nos es más conveniente disponer de un edificio, que “no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo” (1180). “En esta casa de Dios, la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en ese lugar” (1181). ¿Cuáles son esos signos? El altar, el tabernáculo, la sede o cátedra, el ambón, la pila bautismal, el confesionario, elementos todos que hacen referencia a distintas celebraciones sacramentales, a distintos momentos de la celebración del único Misterio de Cristo. Pero, además, “el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de Dios está en marcha y donde el Padre enjugará toda lágrima de sus ojos…” (1186). 81

4 – Conclusión Esforcémonos, queridos hermanos, en participar dignamente en estos misterios que celebramos. Seamos, como los apóstoles, testigos de estas cosas.

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CatIC 1814-1816.2087-2089

C-Pascua-4

Jn 10,27-30 / Hech 13,14.43-52 / Sal 100 / Ap 7,9.14b-17

FE En el evangelio del domingo pasado Cristo dijo a Pedro: Apacienta mis ovejas. Ante tal orden, Pedro podría haber preguntado: “¿y quiénes son tus ovejas?”. Es importante precisar esto ya que ellas tienen derecho a recibir el pastoreo de Pedro. Además, en tiempos como los nuestros donde reina tanta confusión, es bueno poder determinar quién es propiamente oveja de Cristo. “Considerad en las palabras del Señor también vuestro peligro”, decía san Gregorio Magno, “ved si sois ovejas de Él, ved si lo conocéis, ved si conocéis la luz de la Verdad”. 1 – Oveja de Cristo y Virtudes Teologales En el párrafo del evangelio que hemos leído hoy no se incluyen algunos versículos previos que nos ofrecen un elemento importante para encontrar la respuesta. De modo especial el versículo anterior al del comienzo del evangelio de hoy: vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas… mis ovejas escuchan mi voz (Jn 10,26-27). Como vemos, Jesucristo identifica escuchar, acción propia de la oveja de Cristo, con creer. Escuchar, en lenguaje bíblico, no es simplemente oír sino que indica también la disposición interior de docilidad a lo que se escucha. Escuchar, en la Biblia, quiere decir estar dispuesto a dejarse guiar: ellas me siguen. “Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios” (1814). Para ello la fe sola no es suficiente, para hacer la voluntad de Dios es necesario algo más. Por eso el catecismo añade: “la fe sin obras está muerta: privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su cuerpo” (1815). “Conocéis digo no por la fe, sino por el amor. Conocéis no por la creencia sino por las obras” (san Gregorio Magno). Por lo tanto, para estar plenamente unido a Cristo son necesarias estas tres cosas: fe, esperanza y caridad. Estas tres son llamadas virtudes teologales porque “se refieren directamente a Dios, disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad… son infundidas por Dios”, es decir, son las que primeramente nos permiten vivir la “vida del Espíritu” a la que nos hemos referido en los domingos pasados. Porque son imprescindibles, ya que sin ellas no hay unión plena con Dios, son exigidas por el primer mandamiento: “el primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad” (2086). Detengámonos, entonces, en el análisis de cada una de ellas, que tanta importancia tienen en nuestra existencia como ovejas de Cristo, en la presencia de la vida del Espíritu en nuestras almas. Veamos hoy la primera de ellas, la fe, dejando las otras dos para los próximos domingos. 83

2 – La Fe ¿Qué es la Fe? “La Fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado y que la Santa Iglesia nos propone” (1814). “Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios” (143), “es una adhesión personal del hombre a Dios;… asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado” (150). Si bien, como hemos dicho, la fe sola no basta, sin embargo es absolutamente indispensable, como son indispensables los fundamentos de un edificio para que éste se mantenga en pie. De allí que sea necesario cuidar nuestra fe, preservarla. Así como preservamos nuestra salud corporal, no exponiéndonos inútilmente a cosas que nos podrían enfermar, con mucha más razón hemos de cuidar la fe, para que no nos suceda de quedar excluídos de la vida eterna, como hemos visto en la primera lectura: era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, etc. (He 13,46; cf. Heb 3,7-19). ¿Cómo se cuida la fe? Ante todo evitando cuanto pueda crear dudas, sobre todo si no estamos bien preparados para responder y evitando todo menosprecio de la verdad revelada. El catecismo señala que hay diversas maneras de pecar contra la fe: - La duda voluntaria que descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria, en cambio, es la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Ahora, si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu (cf. 2088). - La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento y aquí tenemos la herejía (que es la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad revelada), la apostasía (que es el rechazo total de la fe cristiana) y el cisma (rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice) (cf. 2089). Pero el mejor modo de cuidarla es profesándola, es decir manifestándola públicamente, viviéndola: “La fe se robustece dándola” (Juan Pablo II). El mismo Cristo nos enseña que es necesario manifestarla para la salvación: aquel que se declare por mi ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10,32-33). 3 – Perseverancia en la fe En la segunda lectura hemos oído que los salvados son los que soportaron la gran tribulación, es decir los que perseveraron. “¿Cómo es que vemos a Judas perecer?”, se pregunta Teófilo, y responde “Porque no perseveró hasta el fin… porque si alguno se separa del rebaño de las ovejas y deja de seguir al Pastor, al punto cae en peligro” (cf. Catena Aurea de santo Tomás). 84

En cierta ocasión, una mujer preguntó al Papa San Gregorio Magno si ella se salvaría o no, a lo cual el santo respondió: “no lo sé, sólo sé que si persevera, Dios es fiel en cumplir sus promesas”. Por eso san Pablo no vacila en sostener con osadía: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: por tu causa somos muertos todo el día, tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro 8,35-39). ¿Cómo hemos de hacer para perseverar en la fe? “la fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe. Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe actuar por la caridad, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia” (162). 4 – Conclusión Pidamos, por lo tanto, queridos hermanos, la gracia de perseverar en la fe. Participemos lo más frecuentemente que podamos, sin dejarnos vencer por el cansancio o el hastío, de la Eucaristía, el misterio de la fe, el sacramento de la fe. De ese modo llegaremos sin duda a obtener aquello que dice Cristo en el evangelio: “ellas me siguen y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano” (Jn 10, 27-28).

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CatIC 1970-1974

C-Pascua-5

Jn 13,31-35 / He 14,21b-27 / Sal 145 / Ap 21,1-5a

LA LEY NUEVA O LA CARIDAD HACIA EL PRÓJIMO Las palabras del evangelio que acabamos de escuchar no son una de tantas enseñanzas que nos ha brindado nuestro Señor. No. Constituyen la expresión más condensada de todo su magisterio, expresado en palabras y en obras: “La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí debajo de la ley divina, natural o revelada... Toda la Ley evangélica está contenida en el mandamiento nuevo de Jesús: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado” (1970). Veamos, entonces, con detenimiento, este pequeño trozo del evangelio de san Juan. 1 – El Contexto En primer lugar, prestemos debida atención a las circunstancias. Circunstancias de tiempo y circunstancias de modo. En cuanto a las circunstancias de tiempo, vale la pena señalar tres elementos: - ¿En qué momento de la vida de Jesús se enseña esto? Es la noche del Jueves Santo, la Última Cena...: es el testamento de Jesús. - ¿En qué momento de la Última Cena? Después del lavatorio de los pies = pureza de corazón = disposición para recibir y entender. - Esperó que se fuera Judas. Es decir que esta enseñanza va sólo a quienes son los verdaderos discípulos: en esto reconocerán que ustedes son mis discípulos. Es elemento distintivo: Les doy un mandamiento nuevo. En cuanto al modo, tenemos tres elementos para notar: - Cristo lo dice y lo reitera dos veces más; o sea, tres veces lo dice en total. Es algo definitivamente establecido. Y con su autoridad: Les doy [Yo] un mandamiento nuevo. - Cristo lo da bajo categoría de mandato: Les doy un mandamiento nuevo. Es ley, está mandado. - Cristo dice que es Nuevo: Les doy un mandamiento nuevo. Estas precisiones no nos deben engañar sobre la auténtica naturaleza de este mandato. Precisa el catecismo al respecto: “La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad, porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición de 86

siervo que ignora lo que hace su señor, a la de amigo de Cristo, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15,15) o también a la condición de hijo heredero” (1972). 2 – La Novedad Si atendemos a las palabras de Cristo, no podemos dejar de percibir una dificultad. En efecto ¿qué tiene de nuevo esta Ley dada por Cristo? Ya la misma ley natural, que se encuentra en toda criatura de Dios, hace que lo semejante ame a lo semejante. Y la antigua Ley revelada (o AT) decía: No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18). ¿Dónde, entonces, está la novedad de lo que dice Jesús? La novedad no está tanto en el mandato mismo, cuanto en la modalidad nueva que adquiere el mandato: ámense los unos a los otros así como yo los he amado. Este como yo es lo que da un sello propio al amor cristiano. ¿Cómo es el amor de Cristo? Lo primero que hay que advertir es que el amor de Cristo es sobrenatural. Más claro esto significa dos cosas: 1) La caridad hacia nosotros del corazón de Cristo tiene su fuente, su motivo y su fin en Dios mismo: Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron: Entonces dije: ¡He aquí que vengo –pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10,5-7). Por eso señala san Juan: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (1Jn 4,7). Cuando la Caridad hacia el prójimo existe en el alma, une a ésta con Dios y lo hace semejante a Él. Tan estrecho es este vínculo que añade san Juan: Hemos recibido de Dios este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,21). 2) La caridad sobrenatural es algo distinto de la filantropía natural. La filantropía natural puede ser digna de elogio, pero no ama al prójimo para llevarlo a Dios ni lo ama como Dios lo ama. La verdadera Caridad es enteramente sobrenatural. El mismo movimiento que arrastra al alma hacia Dios, la inclina también a la generosidad para con los hombres. Por eso si alguno dice “amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1Jn 4,20). Teniendo en cuenta estos dos presupuestos, Santo Tomás indica que las características del amor de Cristo son tres: - Es gratuito: en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,9-10). De la misma manera nosotros hemos de amar primero al prójimo y no esperar a que el prójimo venga a nosotros. El que da pronto da dos veces. - Es eficaz: obras son amores y no meras razones. Lo máximo: nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Entonces, nosotros: Hijos míos, no amemos de palabra ni 87

de boca, sino con obras y de verdad (1Jn 3,18). - Es recto. Esto porque se funda en el bien y porque es ordenada. A) Que es recto quiere decir en primer lugar que es ordenada, es decir respeta el orden. La caridad reconoce una jerarquía: no puedo amar con amor de caridad al demonio; no amo igual a María Santísima que a Judas Iscariote, ni a mi madre (a quien le debo la vida) que a un desconocido que vive en Tailandia. B) La amistad se funda sobre alguna comunicación de tal modo que la amistad o busca semejantes o hace semejantes para encontrar en que comunicar mutuamente. La recta amistad es la que se funda en la semejanza o comunicación en el Bien. Cuanto más perfecto y elevado es el bien sobre el que se funda la amistad, tanto más perfecta y elevada es la amistad misma: para hacer negocios, para hacer deportes, para robar, para evangelizar, etc. Esta jerarquización es importante porque es ella la que nos debe guiar en nuestro accionar: las obras de misericordia espirituales son superiores a las obras de misericordia corporales; la catequesis, la oración son superiores. Debemos tener cuidado con el reduccionismo materialista. 3 – La Práctica – los Consejos Evangélicos Exhortaos mutuamente cada día... para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado (Hb 3,13¸ Ro 15,14; Ga 6,2; 1Te 4,9; 5,11). Esta enseñanza de Jesucristo debe permear toda nuestra existencia, debe ungirla expandiendo el buen olor de Cristo: en la vida familiar (esposo-esposa, padres-hijos), en la vida religiosa, etc. Debemos hacer nuestro lo que dijo san Agustín: amar al prójimo o porque en él está Dios o para que en él esté Dios. Para que esta práctica de la Caridad sea más eficaz, “más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad. Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia... La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno…” (1973-1974). Ya decía San Francisco de Sales: “Dios no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones cristianas, da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor”. 4 – Conclusión El domingo pasado vimos cómo el Buen Pastor se preocupa de sus ovejas. Él nos dejó el modelo que debemos imitar llegando hasta las últimas consecuencias como lo hizo Él 88

subiendo a la Cruz. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios (Hb 13,16).

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CatIC 1822-1829.2093-2094

C-Pascua-6

Jn 14,23-29 / He 15,1-2.22-29 / Sal 67 / Ap 21,10-14.22-23

CARIDAD HACIA DIOS Es bastante habitual, diría que un hecho de experiencia universal, que en algún momento u otro de nuestra vida, experimentemos como una pérdida de fervor espiritual. De hecho, mucha gente buena y que quiere vivir como Dios lo pide, sufre como una sequedad interior. Suelen decir frases como por ejemplo: “no siento nada”, “vengo a misa y estoy seca, distraída, no logro concentrarme, no sé que me pasa”, etc. En el evangelio que acabamos de leer se encuentra la respuesta de Cristo que sirve para tranquilizar las buenas conciencias que sufren por este motivo. Por eso, el Señor dice: no se inquieten ni teman. Lo que nosotros acabamos de escuchar es una pequeña parte del sermón de despedida de Cristo, es decir, del Sermón de la Última Cena. Y más precisamente son las palabras con las que Cristo responde a una pregunta de san Judas Tadeo. Este le había preguntado: Señor, ¿por qué te has de manifestar a nosotros y no al mundo?. En la respuesta a esta pregunta se encuentra la clave que nos permite saber qué hemos de hacer para entrar en familiaridad con Cristo y conservarnos en ella. 1 - ¿Cómo hacerse prójimo de Dios? Para ver cómo Cristo soluciona este problema que se presenta en los buenos cristianos, al que hemos hecho referencia, es necesario que advirtamos, ante todo, un elemento importante, a saber ¿de qué modo nos acercamos a Dios? La aproximación de dos cosas depende de la condición de ellas. Hay una cercanía de tipo corporal, propia de los cuerpos (v.g....). Hay otro tipo de cercanía, de tipo intelectual o mental, propia de las ideas (v.g. mi pensamiento es cercano al de ese autor...). En el caso de Dios ¿qué tipo de aproximación, de acercamiento es posible tener? Dios es un ser puramente espiritual, más espiritual que los mismos ángeles, por lo tanto, es necesario acercarse a él espiritualmente. Y esto lo podemos hacer nosotros porque tenemos un alma espiritual. Un perro, una planta, un animal cualquiera no puede hacerlo porque no posee un alma espiritual. ¿Y cómo se da este acercamiento espiritual? Por pasos espirituales, es decir por los pasos que hacemos con nuestros actos de fe, de esperanza y de caridad: “Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina. Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino... conocido por la fe, esperado y amado por Él mismo” (1812.1840). De estas tres, la que propiamente une a Dios de modo perfecto es la caridad, que “es la 90

virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios” (1822). Por eso san Pablo dice: si no tengo caridad nada soy... nada me aprovecha... Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad... La caridad no acaba nunca (1Co 13; cf. 1825-26). Porque el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios permanece en él (1Jn 4,16). Por todo esto, en otro lugar es llamada por san Pablo vínculo de la perfección (Col 3,14): así como una cadena une las diversas joyas y perlas haciendo de ese grupo un conjunto hermoso, así la caridad reúne todas las virtudes, las articula y las ordena entre sí y las eleva a la perfección sobrenatural del amor divino (cf. 1827). Por lo tanto, queridos hermanos, el modo propio de acercarse a Dios es espiritual y no intelectual ni mucho menos sensible. De allí que no tengamos que preocuparnos demasiado por esa pérdida de “fervor sensible”. Si cumplimos los mandamientos de Cristo, si vivimos la caridad en todos los mandamientos (cf. 1823), si nuestra conciencia no nos reprocha nada grave, aunque nosotros no “sintamos” la caridad, no nos preocupemos. Decíamos que Cristo responde con sus palabras a este problema, porque esta es la piedra de toque para saber si estamos unidos o separados de Dios: si alguno me ama será fiel a mi palabra... el que no me ama no es fiel a mis palabras. “La caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo” (1824). ¿Observas, cumples, eres fiel a lo que Cristo ha enseñando? Entonces amas. “La prueba del amor es la acción... El amor de Dios jamás está ocioso. Si existe, hace cosas grandes; si no hay obras, no hay amor” (san Gregorio M., Hom. 30,1). 2 – Los grados de la Caridad En esta práctica de los mandamientos, en esta observancia de las palabras de Cristo, en esta vida de la Caridad se pueden dar grados. Es decir, uno se puede acercar progresivamente cada vez más a Dios. Santa Teresa de Jesús cuando quiere describir la diversidad de estado de las almas usa la imagen de un castillo en cuyo interior mora Dios, en el centro mismo. Hay quienes están fuera del castillo: son los que están en pecado mortal. Pero, dentro del castillo, hay una gran multitud de habitaciones, y en la medida en que más se acercan al centro, están más iluminadas porque reciben una mayor luminosidad de ese Sol que es Dios, como hemos escuchado en la segunda lectura (Ap. 21,23). Es que la presencia de Dios en esas almas se intensifica cada vez más, como un cristal se hace cada vez más luminoso en la medida en que la luz del sol refleja más intensamente en él. La tradición divide este acercamiento a Dios como en tres grados (cf. S. Tomás S.Th., II-II,24,9). Un primer grado es el de aquel que se dedica principalmente a apartarse del pecado y a resistir los movimientos contrarios a la caridad. Son incipientes (= los que comienzan), quienes buscan de alimentar la caridad para que no se corrompa. Un segundo paso es el de aquellos que buscan aprovechar en el bien. Son los proficientes (= los que van aprovechando), que intentan fortalecer la caridad. El tercer grado es el de aquel que fundamentalmente busca adherirse a Dios y gozar de Él. Son los perfectos. No se trata, claramente, de una clasificación rígida, como grados de una escuela, sino de ver qué es lo que principalmente hacen. 91

De manera muy expresiva lo grafica san Basilio: “O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... y entonces estamos en la disposición de hijos” (1828). O esclavos que actúan por temor, o asalariados que actúan por interés, o hijos que actúan por amor. Son los tres grados posibles. 3 – La medición de la Caridad Queda, sin embargo, una cuestión a la que no hemos respondido. ¿Por qué, si yo trato de cumplir con todo esto, hay momentos en lo que me siento como desinteresado de todo ello? En relación a esto dijo Cristo: La paz os dejo, mi paz os doy. “Aquí la dejo, allí la doy. La dejo a los que siguen, la doy a los que arriban” (san Gregorio M. Hom. 30,1). ¿Por qué esta diferencia? “Respecto de la paz que Él nos ha dejado en este mundo, esa es más nuestra que suya. Él, en sí mismo, no tiene motivo alguno de contienda, porque no tiene en sí mismo absolutamente ningún pecado... Nosotros tenemos una cierta paz cuando, en nuestro íntimo, encontramos alegría en obedecer la ley de Dios: pero esta paz no es completa, en cuanto nos damos cuenta que en nuestro ser hay otra ley, que es [2] opuesta a la ley de nuestra alma (cf. Ro 7,21-23.25 ). Y esta paz reina entre nosotros y en nosotros, cuando creemos al amor recíproco y de este amor nos amamos uno al otro; pero esta paz no es plena, porque no podemos ver uno en el íntimo de los pensamientos del otro, y porque nos formamos una opinión buena o mala de aquello que no está realmente en nosotros. Ahora bien, esta paz, si bien nos ha sido dejada por el Señor, es realmente la nuestra: si no fuese por Él, no tendríamos ni siquiera esta paz, pero no es aquella que tiene Él. Pero, si la conservamos hasta el fin, tal como la hemos recibido, tendremos aquella paz que tiene Él, y en la cual no tendremos, entre nosotros y en nosotros, ningún motivo de contienda, y nada habrá escondido a uno y a otros de cuanto ahora está escondido en nuestros corazones” (san Agustín, In Ioan. 77,3s). Por eso, cuando surja en nuestro corazón esa especie de sequedad, de disgusto por las cosas de Dios, hagamos aquello que nos aconseja san Gregorio M.: “Entrad en vosotros mismos, hermanos, examinaos si realmente amáis a Dios, pero no creáis a vosotros mismos, si no tenéis la prueba de las acciones. Mirad si con la lengua, con el pensamiento, con las acciones amáis verdaderamente a Dios” (Hom 30,1). Examinemos si no nos ha ganado la indiferencia o la ingratitud o la tibieza o la pereza espiritual (cf. 2094). “Qui habet in memoria et servat in vita, qui habet in sermonibus et servat in moribus, qui habet audiendo et servat faciendo, qui habet faciendo et perseverando, ipse est qui diligit me” (san Agustín, cit. por S. Tomás In Ioan. XIV, IV, 1933). 4 – Conclusión “La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos” (san Agustín, cf. 18289). 92

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CatIC 1817-1821.2090-2092

C-Ascensión

Lc 24,46-53 / He 1,1-11 / Sal 47 / Hb 9,24-28.10,19-23 (o Ef 1,17-23)

ESPERANZA Celebramos, queridos hermanos, la fiesta de la Ascensión. La Ascensión es una fiesta de esperanza. Sin duda que llama la atención lo que dice el evangelio acerca de que los apóstoles, luego de haber despedido a Jesús, regresaron con gran alegría. Parecería más bien que debieran estar tristes por el alejamiento del Señor. Pero se comprende perfectamente si pensamos en lo que significa para la humanidad entera la entrada de Cristo en los cielos: “la Ascensión de Cristo es nuestra propia elevación y allí donde nos ha precedido la gloria de la Cabeza, es convocada también la esperanza del Cuerpo” (san León, M. sermo 73). De hecho, cuando santo Tomás se pregunta si no hubiese sido mejor que Cristo permaneciese corporalmente en la tierra, responde que más útil nos es su Ascensión porque, entre otras cosas, se hace posible la esperanza en el cumplimiento de las promesas de Cristo, quien llevando al cielo su naturaleza humana, aseguró que vendrá un día a llevarnos con Él: ...voy a prepararos un lugar, y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14,2-3). 1 – Actualidad de esta virtud La actualidad de esta virtud de la esperanza se hace patente si consideramos la situación actual del hombre, agobiado por la inseguridad y los males de la vida presente. Al respecto apunta Castellani: “todas las necesidades del hombre se reducen psicológicamente a la necesidad de satisfacción y a la necesidad de seguridad, que simplificadas brutalmente dieron la Libido y el Imperium. El hombre necesita satisfacer el hambre, también el hambre sexual, también el hambre de cariño, aprecio y aprobación, y también el deseo de mandar o por lo menos de valer, de ser útil (que se convierte acaso en deseo de obedecer), y también el deseo de trascender sus limitaciones corporales y temporales (realizarse en función de trascendencia), o sea el deseo misterioso de superar la muerte o dominar el miedo a la muerte... Todos estos deseos tiñen todas las cosas de un valor y las convierten en “valores”; y todo hombre se fabrica o por lo menos recibe y acepta una “escala de valores”. Esto en lo que respecta a la necesidad de satisfacción. La necesidad de seguridad está unida con ella y surge de ella: es su aspecto negativo, su otra cara. El hombre es el animal que sabe que ha de morir y que puede morir en cualquier momento, que puede prever y previvir con su fantasía todos los peligros y amenazas que existen, y aún los que no existen; y que siente la inseguridad desde que nace por ser el animal más desvalido y desarmado que existe; de modo que si es una barbaridad 94

decir con Freud que “el primer acto del niño (que es el llanto) es un acto sexual”, no lo es tanto decir con Adler que el primer acto del niño es un grito por la seguridad. Pero hoy no se necesita discurrir mucho acerca de la seguridad y de las torturas de la inseguridad en esta época. Todos las conocemos; y los Gobiernos multiplican los “seguros sociales” para asegurarnos; pero la gente no se tranquiliza porque dicen: “¿Y del Gobierno quién nos asegura?”, y muchos ponen su seguridad en el dinero, y para ganarlo no reparan en medios, y aparecen el agio y la especulación, los inspectores y la cárcel y aumenta la inseguridad general; y se desparrama en todas direcciones, de lo económico a lo político, de lo político a lo religioso, de la vida pública a la familia, de la familia a todas partes. En el fondo del problema proletario está la inseguridad. Yo no digo que ella explique toda la Psicología del proletario, sería pueril, pero es el torcedor más espantoso que hay en el fondo de la pobreza; que no es pobreza ya, porque pobreza con inseguridad es miseria; no es la pobreza que Cristo predicó bienaventurada. La pobreza es el Purgatorio; la miseria es el Infierno...”. (Leonardo Castellani, Psicología humana, 2ª ed. pp. 139-140). Más sintéticamente dice Pieper “La Esperanza del hombre tiende a la última y perfecta satisfacción. Lo que en verdad esperamos es, como muy acertadamente describe Ernst Bloch, la plena existencia: la restauración del hombre, el hogar, el llegar a casa, el reino, “Jerusalén”, una satisfacción absoluta de las necesidades y una bienaventuranza como jamás la hubo”. Y se plantea “¿existe algún objetivo de este tipo con cuya realización alguien pueda prometerse y esperar seriamente aquella última satisfacción, aquella “plena existencia”?” o, como contrapartida “¿es razonable afirmar que todo lo que realizamos, en nuestra vida corporal, carece de valor porque al final tenemos que morir?” (Josef Pieper, “El arte de no desesperar” Mikael 10, 23-24). El catecismo señala que “la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre...” (1818) ¿Qué es la felicidad? Podemos decir que es la plenitud de vida. Los cristianos sabemos que eso es el Paraíso: “El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha” (1024). Fijémonos: estado (no algo pasajero) supremo (nada por encima) y definitivo (no cambia) de dicha (sin tristeza). Pues bien “la virtud de la esperanza... asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (1818). 2 – Naturaleza de la Esperanza y sus contrarios Y ¿a qué se deben todas estas propiedades, individuales y sociales, tan benéficas que encontramos en la esperanza? Se deben a su naturaleza: “la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (1817). Por eso, se nos 95

aconseja en la 2ª lectura: mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa (Hb 10,23), ya que “la esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo” (2090). Ante esta virtud, necesaria para mantenerse en el bien obrar, aparecen dos desviaciones: - La primera de ellas lleva el nombre de presunción. Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto y entonces desprecia la oración y los sacramentos), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito) (cf. 2092). Esta actitud de arrogancia ha estado muy presente en aquellos que pretenden construir el paraíso en la tierra. - La segunda desviación, sin embargo, es la que puede apoderarse más fácilmente del común de los hombres. Pieper muestra como paulatinamente al hombre moderno lo ha ido dominando la desesperación y brinda testimonios como los siguientes: “resultaría muy significativo comprobar la rapidez con que desaparece la palabra ‘progreso’ del lenguaje usual del mundo” (Huizinga); “existe una diferencia entre creer en el bien y creer en la victoria del bien” (Mann); “la posibilidad del apocalipsis es una realidad de nuestra vida” (Oppenheimer). Es que “por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados”. Pecado terrible porque “se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia –porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su Misericordia” (2091). Estas dos actitudes constituyen un pecado contra el primer mandamiento. La actitud correcta es que “cada uno debe esperar con la gracia de Dios, perseverar hasta el fin y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo.” (1821). O, para decirlo con el popular dicho: “a Dios rogando (para obtener su ayuda) y con el mazo dando (poniendo los medios de nuestra parte)”. 3 – Necesidad de la Esperanza La esperanza, en consecuencia, se convierte en una virtud absolutamente necesaria para el cristiano: “protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo”, hemos leído. Por eso, el catecismo la llama “ancla del alma, segura y firme, que penetra a donde entró por nosotros como precursor Jesús (Hb)” y también “arma que nos protege en el combate de la salvación: revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación (1Ts)”. Así, “nos procura el gozo en la prueba misma: con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación (Ro)” (1820). En fin, por la esperanza rezamos, por la esperanza trabajamos, por la esperanza perseveramos, “por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las gracias para merecerla” (1843). De ahí la exhortación de santa Teresa: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el 96

día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin” (en 1821). 4 – Conclusión Por tanto, queridos hermanos, que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, ilumine sus corazones para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos (cf. Ef. 1,17ss). “Uno de los grandes símbolos o imágenes de la esperanza que se repite una y otra vez, mediante el cual los hombres han intentado siempre aclarar la última consumación de su existencia es, por ejemplo, el símbolo del gran banquete. Ya Platón había hablado, en el Fedro, de algo que sucedería más allá del tiempo y en un lugar por encima del cielo. Pero el banquete en comunidad, con el que la cristiandad ya en este mundo histórico reconoce y celebra el comienzo real y el preludio de la vida de felicidad en la Mesa de Dios, ese banquete jamás fue posible que lo soñara Platón.” (Pieper, p. 25).“Levantemos el corazón” y dispongámonos a participar del banquete que nos hace comensales de los santos del cielo, particularmente servido gracias a la Virgen.

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CatIC 2746-2751

C-Pascua-7

Jn 17,20-26 / He 7:55-60 / Sal 97 / Ap 22,12…20

FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPERANZA Hace unos días, queridos hermanos, hemos contemplado el misterio de la Ascensión de Nuestro Señor y decíamos que era una fiesta de esperanza para todos nosotros, creyentes en el Señor. Las lecturas de este día nos permiten ahondar más en ese misterio y contemplar otros elementos. 1 – Fundamento de nuestra esperanza Decíamos entonces que nosotros esperamos llegar allí donde Cristo ya está. Pero, ¿cuál es, en última instancia, la razón o el fundamento que nos hace tener la confianza de que realmente llegaremos? Las lecturas de hoy nos dan la clave. El fundamento es la mediación del mismo Jesucristo. En la primera lectura escuchamos el relato de la visión que tuvo san Esteban poco antes de ser matado, cómo tuvo la gracia de ver a Cristo de pie a la derecha de Dios. La Ascensión de Jesucristo cerró, en cierto sentido, todo un ciclo, iniciado con el misterio de la Encarnación: se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo... se rebajó hasta someterse incluso a la muerte… y por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre... (Fil 2,7-9). De manera más reducida, como lo señalara el mismo Jesucristo, culmina el movimiento iniciado con su Pasión: cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12,32). Levantado = hypsóo en griego; literalmente ex-altado, puesto en alto. “La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no penetró en un Santuario hecho por mano de hombre..., sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro (Hb 9,24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor (Hb 7,25). Como Sumo Sacerdote de los bienes futuros (Hb 9,11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos” (662). Tenemos, entonces, que la Ascensión pone claramente de manifiesto la acción sacerdotal de Cristo. Hemos escuchado Hb 9,11: Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. El término futuro hace pensar en algo que todavía está por darse, pero en realidad se trata de bienes que, de alguna manera, ya recibimos; es mejor entenderlos como bienes “trascendentes”, “permanentes”, “eternos”. La acción intercesora de Cristo ya se hizo presente en su vida terrenal. Hemos escuchado en el evangelio que Jesús rezó diciendo: Padre, te pido no sólo por ellos [los apóstoles] sino por todos los que creerán en mí a través de su palabra. O sea, rezó también por nosotros. Y 98

esto es lo que nos da máxima confianza de alcanzar lo que esperamos. 2 – La oración de la Hora de Jesús ¿Cuándo rezó Jesús diciendo esas palabras? “Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre. Su oración es la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de Jesús… permanece siempre actual…” (2746). Jesús la dice, entonces, momentos antes de marchar hacia la Pasión, cuando ya su voluntad estaba determinada a ir al encuentro de ella y de allí que tenga un valor especial. “La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración ‘sacerdotal’ de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su ‘paso’ [pascua] hacia el Padre donde él es ‘consagrado’ enteramente al Padre” (2747). Es llamada, hemos escuchado, oración sacerdotal. Como en cada misa que celebramos el sacerdote, en razón de su condición, presenta, por así decirlo, “oficialmente” al Padre nuestras ofrendas y peticiones, así también pero en grado mayor, hace Cristo. Y es en grado mayor por dos razones. La primera porque “en esta oración pascual, sacrificial, todo está recapitulado en Él: Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que creerán en Él por su palabra, su humillación y su Gloria” (2748). La segunda razón es que Cristo “es consagrado enteramente al Padre”. Esa consagración entera, integral le da un valor máximo a su oración. “Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrifico, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la ‘Hora de Jesús’ llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne” (2749). Pero hay más porque “nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros, es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha” (2749). No hay lugar, por lo tanto, para la más mínima duda sobre la eficacia de la oración. 3 – En nosotros Esto último que nos enseña el catecismo es digno de ser considerado más atentamente: es el que ora en nosotros. De allí que el catecismo añada que “si nos ponemos a orar en el Santo Nombre de Jesús, podemos recibir en toda su hondura la oración que Él nos enseña: ‘Padre Nuestro’”. Y es que, precisamente, “la oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre, el deseo de su Reino (la Gloria), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación y la liberación del mal” (2750).

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Por eso se entiende que, en el catecismo, inmediatamente después de esto sigue el Padre Nuestro, porque a través de él y visto a la luz de esta oración sacerdotal de Jesús, podemos penetrar en el misterio más hondo, porque “en esta oración Jesús nos revela y nos da el conocimiento indisociable del Padre y del Hijo que es el misterio mismo de la vida de oración” (2751). 4 – Conclusión Para concluir recojamos la exhortación dirigida a todos los cristianos en la carta a los Hebreos: Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por Él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea (= ekklesía), como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día (Hb 10,19-25).

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CatIC 689-693.696.700

C-Pentecostés

Jn 14,14-16.23b-26 / Hech 2,1-11 / Sal 104 / Ro 8,8-17

ARDIENTE IMPULSO Estos últimos domingos hemos estado considerando la parte fundamental de la vida del Espíritu, o sea las virtudes teologales que son las que nos unen directamente a Dios. Hoy la liturgia nos hace dirigir nuestra atención hacia el que es el oculto animador y gestor de todo esto en nuestras almas: el Espíritu Santo. De su importancia no caben dudas después de lo que hemos escuchado en la segunda lectura: El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Las lecturas nos permiten adquirir cierta idea de lo que Él es y hace. 1 – Soplo Observemos la primera lectura que contiene la parte inicial de lo sucedido el día de Pentecostés posterior a la Resurrección de Cristo. Dice el texto del libro de los Hechos que se oyó como un fuerte viento. La palabra que se usa en realidad tiene para nosotros varios significados: “el término Espíritu traduce el término hebreo Ruah, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir… la novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu Divino” (691). Para nosotros la palabra que mejor expresa esa variedad de significados es “soplo”, refiriéndonos no sólo al viento sino también al aliento y la respiración (cf. Gn 2,7: sopló en sus narices aliento de vida). Esa palabra hebrea Ruah fue traducida con el griego pneuma y con el término latino spiritus, manteniendo siempre la variedad de significados. En nuestro lenguaje, siguiendo la tradición teológica cristiana, ha terminado adquiriendo un significado mucho más específico: “Espíritu Santo, tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre el Señor y lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos…”. En realidad, “Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos ‘espíritu’ y ‘santo’” (691). En las Sagradas Escrituras, además de ese nombre propio aparecen otros apelativos usados por san Pablo: Espíritu de la Promesa, Espíritu de Adopción, Espíritu de Cristo, Espíritu del Señor, Espíritu de Dios. San Pedro habla de Espíritu de gloria (cf. 693). 2 – Ardiente La segunda indicación que nos da la primera lectura tiene algo de “contradictorio”, porque en general el soplo es refrescante. Sin embargo lo que se ve son como lenguas de 101

fuego, lo cual tiene una arraigada tradición en el AT y una relación con la tarea que le tocará a los apóstoles: “el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo: - El profeta Elías que surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha, con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. - Juan Bautista, que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías, anuncia a Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y el fuego, Espíritu del cual Jesús dirá He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!... - La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo: no extingáis el Espíritu” (696). Es, de manera más específica, precisamente a través de las virtudes teologales que el Espíritu Santo nos transforma haciéndonos a nosotros más conformes a Jesucristo. San Juan de la Cruz utiliza la imagen del fuego para expresar que así como el fuego trabaja con el leño eliminando primero su humedad e impurezas para luego convertirlo también en llama ardiente, así el Espíritu Santo va actuando en nosotros para eliminar lo que no condice con su santidad y convertirnos en otros Cristos, auténticos cristianos: si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis, dice la segunda lectura. Y añade: todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 3 – Pará-kletós Y de hecho, fue precisamente el Hijo, Jesucristo nuestro Señor, quien, como escuchamos en el evangelio, prometió el envío del Espíritu. En realidad, uno y otro actúan de manera concorde: “Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. Jesús es Cristo, ungido, porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud. Cuando por fin Cristo es glorificado, puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: Él les comunica su Gloria, es decir, el Espíritu santo que lo glorifica” (689-690). Sin embargo, aún actuando de manera conjunta, Cristo se refiere al Espíritu Santo como alguien distinto y lo denomina con una palabra griega difícil de traducir a nuestro idioma: Paráclito, gr. Pará-kletós, “literalmente aquel que es llamado junto a uno, ad-vocatus” (692). Generalmente se lo traduce como Consolador, con la idea de alguien que permanece junto a otro asistiéndolo en todo momento (por eso también ad-vocatus, abogado), asistencia que puede adquirir diferentes maneras: rezando en nosotros y por nosotros, con gemidos inenarrables como dice san Pablo, o bien animando en momentos de desolación, o aconsejando, o instruyendo, etc. Seguramente que muchos de nosotros hemos experimentado esa acción interior. En definitiva, Pará-kletós viene a ser como un “compañero de camino”. 102

Pero, sobre todo es, según una feliz expresión de la tradición espiritual, el “Maestro interior”, ya que, como escuchamos, Él habita en nosotros (cf. 2ª lectura). Es el que hace que la Ley de Cristo sea in-scripta en nuestros corazones. Por esto, otra imagen común que aparece en la Escritura y en la liturgia para designar al Espíritu Santo es la del “Dedo de Dios”: “Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios. Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra por el dedo de Dios, la carta de Cristo entregada a los apóstoles está escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. El himno ‘Veni Creator’ invoca al Espíritu Santo como ‘digitus paternae dexterae’ (dedo de la diestra del Padre)” (700). Y, de hecho, uno de los significados más importantes que tiene la fiesta de Pentecostés entre los judíos es la entrega o donación de la Ley en el monte Sinaí [por eso se lee el salmo 119 en esa fiesta]. En nosotros, en cambio, esa Ley es infusa en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. 4 – Conclusión Como vemos, queridos hermanos, las lecturas de este día nos permiten adquirir una visión amplia y profunda de la acción del Espíritu Santo, la cual, si bien no siempre con la espectacularidad con que se hizo presente en el día de Pentecostés, no ha dejado de estar presente hasta nuestros días, confirmando la misión de Cristo en la Iglesia. En nuestras manos, sin embargo, en razón de nuestra libertad, está el disponer nuestros corazones para que Él pueda actuar más libremente. ¿Cómo? Con la penitencia que elimina los obstáculos que nuestras pasiones desordenadas generan; con la oración constante que nos permite escuchar sus sutiles sugerencias; con una adecuada recepción de los sacramentos. Aprendamos de María Santísima, la discípula más aventajada del Espíritu.

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CatIC 232-237.257-260

C-Santísima Trinidad

Jn 16,12-15 / Prov 8,22-31 / Sal 8 / Ro 5,1-5

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN La solemnidad de este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad, nos permite dar razón de cuanto los evangelios de los últimos cuatro o cinco domingos nos han ido enseñando y entenderlos mejor. Vimos, primero, que para ser oveja de Cristo, para pertenecer a su rebaño era necesaria la fe (4º pascua). Los domingos siguientes nos indicaron la necesidad de la caridad, tanto de la caridad para con el prójimo, amaos los unos a los otros como yo os he amado, como la caridad para con Dios, el que me ama cumple mis mandamientos (5º y 6º pascua). El domingo posterior, fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor, se nos inculcaba la esperanza, ya que viendo a Cristo entrar en los cielos, podemos también nosotros aspirar a ingresar en ellos, ya que la esperanza no quedará defraudada (Ro 5,5). Finalmente, el domingo pasado, consideramos la acción del Espíritu Santo, Soplo, Fuego y Paráclito. Pues bien, todo esto ¿para qué? ¿qué sentido tiene? Es el misterio que hoy celebramos el que nos permite obtener una respuesta satisfactoria. 1 – Centralidad del Misterio Hablando de este misterio, dice el catecismo: “el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe…” (234). ¿Por qué estas afirmaciones tan categóricas y tajantes? Para comprender mejor, es conveniente que retomemos una distinción que hacían los Padres de la Iglesia. Cuando ellos hablaban de Dios distinguían en Él como dos aspectos: a uno lo llamaban Teología y al otro Economía, “designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida…” (cf. 236). Por las obras podemos conocer las diferentes personas: “toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas” (259). Nosotros mismos, si prestamos debida atención al Credo que rezamos, podemos observar que respetamos ese modo de ver atribuyendo a cada una de las personas una determinada obra por la que esa persona se revela de modo especial (cf. 190). Así decimos “Creo en Dios Padre… Creador…; Creo en Dios Hijo… Redentor..; Creo en Dios Espíritu Santo… Santificador…”. 104

Ahora, ¿para qué todo esto? ¿Para qué la bellísima obra de Dios Padre, con su majestuosa creación? ¿Para qué la obra de Dios Hijo, que se hizo hombre y murió de muerte tan dolorosa, no ahorrándole sufrimientos a su Santísima Madre, Corredentora? ¿Para qué la estupenda obra santificadora del Espíritu Santo, hecha a través de la Iglesia? ¿Para qué tantos hospitales… escuelas… misiones… santos que se empeñaron en obras grandiosas… etc. etc.? Todo esto ¿para qué? “El fin último de toda la economía divina es el acceso de las criaturas a la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad…” (260). Es lo que hemos escuchado en la primera lectura: mis delicias están con los hijos de los hombres (Prov 8,31). Lo que Dios quiere es que los hombres participen de esa vida íntima de Dios, que puedan entrar en su morada: “toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos” (234). 2 – La Vida de la Trinidad Para poder lograr esto de entrar en la morada de Dios son necesarias las virtudes teologales, es decir, la fe, la esperanza y la caridad: “las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad… son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna” (1812-1813). Esta vida eterna es la vida de Dios ¿en qué consiste? Los teólogos la definen como la “posesión simultánea, total y perfecta de todos los bienes” (tota, simul et perfecta possessio), es decir la posesión en un mismo y único instante (simul), en el grado máximo posible (perfecta) de todos los bienes (tota) que hacen a la vida. ¿Dónde se encuentra esto? En la Santísima Trinidad, en Dios. Y a participar de ella nos llama Dios mismo. Por eso exclama el salmista: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? También san Pablo, a pesar de estar encarcelado, no puede dejar de exultar viendo esta maravilla y proclama: Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales… dándonos a conocer el misterio de su voluntad (Ef 1). “Este designio… se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia” (257). 3 – Trinidad: Fin del Camino Así, pues, “Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo… El hombre entre… en el gozo de la vida trinitaria” (1721). Y ni siquiera hemos de esperar ir al cielo para comenzar a participar de esa vida: “la gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria…” (1997). Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada (cf. 257). Ya desde nuestro bautismo, hecho en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, “somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna” (265; cf. 232-233). Así se entiende el deseo de san 105

Pablo de ser disuelto para estar con Cristo o aquello de santa Teresa: “muero porque no muero”. “Toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas…” (259). “… desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (260). Por eso este misterio es “la fuente de todos los otros misterios de la fe”. Y observemos cómo la liturgia nos enseña a vivir inmersos en este misterio. Toda la misa, de punta a punta, está como impregnada de este misterio: Señal de la Cruz, Gloria a Dios (porque nos quiere llevar a la vida eterna), Credo, Santo, Doxología (Por Cristo… a Dios Padre… en el Espíritu Santo…), Bendición Final, etc.… Y la beata Isabel de la Trinidad rezaba así: “Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí misma para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino que cada minuto me lleva más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora” (260). 4 – Conclusión Por eso, queridos hermanos, pidamos a María Santísima, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, que nos enseñe a vivir ya desde ahora en este misterio de la Vida íntima de Dios, de la cual hemos de participar por toda la eternidad, si perseveramos en la fe y en la gracia.

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CatIC 1333-1344

C-Corpus Christi

Lc 9,11b-17 / Gn 14,18-20 / Sal 110 / 1Co 11,23-26

PAN Y VINO El domingo pasado, queridos hermanos, vimos que la Santísima Trinidad desea que el hombre participe de su vida íntima, entre en comunión con Ella. El misterio que hoy celebramos, sobre todo por las lecturas que se han leído, nos llevan a considerar la posibilidad de esa comunión durante nuestra existencia terrena, a través del sacrificio que el mismo Jesús instituyó, sacrificio que es también banquete de comunión (cf. 2ª lectura). 1 – El pan y el vino en el AT En la primera lectura hemos escuchado la narración de un episodio muy especial. Resulta que Abraham retornaba exitoso de una campaña militar, con todo el botín y sobre todo con su sobrino Lot a quien había acudido a rescatar de las manos de los que lo habían aprisionado. Cuando retornaba hacia la zona de Hebrón donde estaba instalado, al pasar cerca de la ciudad de Jerusalén, le sale al encuentro un curioso personaje llamado Melquisedec. Su nombre ya es significativo: Malkî-Zedeq significa “mi rey” es “justo”. El Génesis dice que era rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo. Este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo que salió al encuentro de Abraham, cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar, “rey de justicia” y, además, rey de Salem, es decir, “rey de paz”, sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. Mirad ahora cuán grande es éste, a quien el mismo Patriarca Abraham dio el diezmo de entre lo mejor del botín (Hebreos 7,1-4). Su mismo sacrificio, hecho de pan y vino, es de gran valor: “En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo... La Iglesia ve en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote que ofreció pan y vino una prefiguración de su propia ofrenda” (1333). ¿Por qué Jesucristo eligió el pan y el vino para el culto de la Nueva Alianza? Al proceder de esa manera, Cristo no procede de manera caprichosa, sino que tiene en cuenta una larga tradición que Dios, en su preparación al misterio del NT, había establecido en el AT. Varios son los significados que tienen el pan y el vino en el AT y que Jesús, en este nuevo sacrificio, recoge y sintetiza: “En la Antigua Alianza, el pan y el vino - Eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de 107

reconocimiento al Creador: como gesto de agradecimiento y “significando también la bondad de la creación” (cf. 1333). - Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. - El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios. - Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. - El “cáliz de bendición”, al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén” (1334). Como vemos, son muchos los elementos que la tradición judía, la tradición del AT, tenía presente al hablar de pan y vino. La tradición cristiana no los rechaza, sino que los incorpora en una síntesis superior. Es decir, si bien todos esos elementos presentes en el AT continúan teniendo validez, sin embargo, Cristo los eleva todavía más. 2 – El pan y el vino en el NT En efecto, dice el Catecismo: “Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz” (1334). Cristo fue preparando la Eucaristía a través de algunos milagros particularmente asombrosos: “Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía. El signo del agua convertido en vino en Caná anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo convertido en Sangre de Cristo” (1335). Finalmente, al llegar el momento, establece el nuevo rito que había de reemplazar a los sacrificios de animales del AT: “Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino” (1340). 3 – “El pan y el vino” hoy: el altar, elemento distintivo de la Iglesia Jesús no sólo realizó este sacrificio, sino que mandó que se continuase haciendo en su memoria: Haced esto en memoria mía. Es el único recuerdo que deja Jesús de parte suya: no un objeto sino una acción litúrgica. “Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de Él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión...” (1333). “El mandato de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras hasta que venga, no exige 108

solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre. Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones... acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu” (1341-2). Es por este motivo que, en los templos católicos hay un elemento distintivo que uno no va a encontrar en los edificios pertenecientes a otras religiones (con alguna rara excepción). Si uno entra en una mezquita podrá ver el “mihrab”; si entra en una sinagoga, verá (si no está respetuosamente velado) el mueble que contiene los rollos de la Ley (Toráh); si entra en un templo protestante, advertirá la función preponderante de una especie de ambón desde donde se lee y comenta la palabra de Dios. Pero lo que no verá es un altar, es decir, ese elemento que focaliza, que centraliza todo el movimiento de la liturgia, porque en él se re-nueva, se re-presenta el sacrificio de Cristo, porque Él así lo mandó: desde el comienzo “hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia” (1343). Es, como ya señalamos, altar del sacrificio y mesa del banquete. El sacrificio eucarístico es algo tan distintivo de la verdadera Iglesia de Cristo que, cuando Cristo lo anunció, allí mismo se constituyó en causa de rechazo: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo? La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división...” (1336). 4 – Conclusión También nosotros nos enfrentamos a este misterio: “¿También vosotros queréis marcharos?: esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene palabras de vida eterna y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo” (1336). “De celebración en celebración... el pueblo de Dios peregrinante ‘camina por la senda estrecha de la cruz’ hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino” (1344).

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TIEMPO ORDINARIO

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CatIC 683-688

C-1 (Bautismo)

Lc 3,15-16.21-22 / Is, 40,1-5.9-11 / Sal 103 / Tit 2,11-14; 3,4-7

EL HOMBRE NUEVO El domingo pasado recordábamos el gran don que Cristo nos trajo: ser hijos de Dios. En el misterio que hoy celebramos podemos profundizar algo más esa realidad, ya que en el bautismo de Cristo contemplamos nuestro propio bautismo, que es el momento a partir del cual hemos comenzado a ser hijos de Dios. 1 – El misterio de la Paloma Retomemos el relato evangélico. Hemos escuchado la narración del bautismo de Cristo. Y allí oímos que el Espíritu Santo descendió como una paloma. ¿Por qué así? ¿Qué sentido tiene el que haya querido manifestarse precisamente bajo esa figura? Esto tiene una doble referencia: 1) Gn 1,1-2: al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era confusión y caos y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Hay una referencia a la creación (cf. Salmo responsorial). Hoy, como entonces, la tierra es confusión y caos y las tinieblas cubren el mundo; pero también hoy, como entonces, aparece el Espíritu de Dios aleteando sobre las aguas. Aquello fue la creación, esto es la re-creación, la renovación de la creación, que se hace posible gracias al Ungido de Dios, Jesús el Cristo. 2) La segunda referencia aparece en el relato del Diluvio Universal (cf. Gn 8,8 – 9,17). Allí, según nos refiere el relato del Génesis, Noé suelta una paloma, la cual retorna al arca con un ramo de olivo en su pico, indicando que el Diluvio había cesado y que se había restablecido la paz entre los hombres y Dios. Este episodio del diluvio nos muestra un nuevo comienzo. Cuando la maldad había cubierto la tierra, Dios la “reconstituye” a partir del único justo que había quedado, Noé. Así obrará también ahora; a partir del Justo, Jesús, reconstituirá la humanidad. Se trata del misterio de la Redención. Tenemos, por lo tanto, una indicación clara, a través de la forma corporal de la paloma, del papel que le corresponde al Espíritu Santo: “El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra Salvación y hasta su consumación. Pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación redentora del hombre, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, primogénito y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna” (686). En nosotros, ese Designio se realiza individualmente a partir del bautismo: “mediante el 111

bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia” (683). Es lo que escuchamos en la segunda lectura: cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador... haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. 2 – El hombre nuevo El Espíritu Santo, por lo tanto, nos re-nueva, nos hace con-formes a Cristo, con la forma de Cristo. Es decir, que nuestra conducta debe ser la de Cristo. Es oportuno considerar, para comprender mejor esto, los episodios que Lucas nos relata a continuación del bautismo de Cristo, ya que en ellos se nos refieren algunos elementos que nos permitirán comprender mejor esto. Inmediatamente después del bautismo, Lucas nos refiere la genealogía de Jesús, en la cual se remonta hasta Adán. Da una larga lista de nombre que comienza diciendo Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años. Se creía que era hijo de José, hijo de Helí, etc. y concluye diciendo hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios (3,23.38). ¿Por qué esta genealogía, que se remonta hasta los orígenes mismos de la humanidad? ¿Y por qué colocada aquí, luego del bautismo de Cristo y no al comienzo mismo de la vida de Cristo, tal como lo hace san Mateo? Porque de esta manera Lucas nos señala que Jesús es la cabeza de la nueva humanidad, es el que sustituye a Adán quien, por su pecado, ha quedado como cabeza o principio de la vieja humanidad, la pecadora. Ahora, con Jesús, el Cristo, todo se renueva, se re-capitula. Y, porque es distinto, actúa distinto. Precisamente, los episodios que vienen a continuación son los que se encargan de mostrar esa diferencia. Primero, vienen las tentaciones: Jesús, lleno de Espíritu Santo... era conducido por el Espíritu en el desierto (Lc 4,1). Y Jesús vence, mientras que Adán fue vencido. Y, más adelante, cuando supera las tentaciones, dice Lucas: Jesús retornó hacia la Galilea en la dinámica del Espíritu (4,14; cf. 24,49 y He 1,8). E inmediatamente, apenas comienza a actuar, aparece bien patente la incompatibilidad entre el Espíritu que mueve a Jesús y el espíritu impuro: Bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba.... Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio impuro y se puso a gritar a grandes voces: “¿qué tenemos nosotros que ver contigo? (4,31.33). Este episodio se repetirá en otras ocasiones (cf. 8,28). Como vemos, la actuación de Jesús está marcada por el sello del Espíritu Santo. De hecho, en la segunda lectura hemos escuchado cómo hemos de proceder: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestra gran Dios y Salvador, Cristo Jesús (Tito 2,11-12). Con sobriedad, respecto de nosotros mismos, justicia, respecto del prójimo, y piedad, respecto de Dios. San Pablo sintetiza todo esto en una frase: cuantos son conducidos por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios (Ro 8,14). Espíritu, pneuma, es el aliento vital, el hálito, el soplo que mueve, 112

que anima (cf. Salmo Resp.). 3 – Ser conducidos por el Espíritu En consecuencia, queridos hermanos, hemos de dejarnos conducir por el Espíritu Santo. Pero hay un problema, claramente reconocido por el catecismo: el Espíritu “no se revela a sí mismo. El que habló por los profetas nos hace oír el Verbo del Padre. Pero a Él no le oímos... El Espíritu de verdad que nos desvela a Cristo no habla de sí mismo...” (687). ¿Cómo podemos hacer, entonces, para dejarnos conducir por Él? Nos responde el mismo catecismo: “La Iglesia, comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo”. Y señala puntualmente a través de qué medios se da ese conocimiento: - “en las Escrituras que Él ha inspirado; - en la Tradición, de la cual los Padres de la iglesia son testigos siempre actuales; - en el Magisterio de la iglesia, al que Él asiste; - en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu santo nos pone en comunión con Cristo; - en la oración en la cual Él intercede por nosotros; - en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; - en los signos de vida apostólica y misionera; - en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación” (688). 4 – Conclusión Decíamos el domingo pasado (segundo de Navidad) que nuestro mundo necesita, hoy más que nunca, escuchar el mensaje de Cristo y que a nosotros nos compete hacer visible a Jesús con nuestra vida. A partir de hoy podremos ir considerando más profundamente cómo debe ser nuestra vida para que eso sea posible.

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CatIC 721-741

C-2

Jn 2,1-11 / Is 62,1-5 / Sal 95 / 1Co 12,4-11

SE HIZO LA HORA La narración que hemos escuchado nos permite profundizar en el misterio que hemos venido considerando en los últimos domingos. Hemos visto que Cristo nos trae el don de hacernos hijos de Dios y de renovarnos por el Espíritu Santo. Pero hay aspectos muy hondos que no hemos tratado. En la consideración del evangelio que hoy hemos proclamado veremos tres cosas: 1) ¿por qué Cristo hace el primero de sus signos en el ambiente de un banquete de bodas?; 2) ¿a qué viene la frase con la que Jesús responde a la Virgen: todavía no ha llegado mi hora?; 3) ¿qué papel juega la Virgen María en todo esto y por qué Jesús la llama mujer, en vez de madre? 1 – Un banquete de bodas Cristo, como hemos escuchado, se encuentra en un banquete de bodas ¿qué importancia tiene esto? Fijémonos que san Juan no nos da los nombres de los contrayentes, porque en realidad no interesan. Hablamos de bodas, sí, pero ¿de qué bodas? La primera lectura, que es la que se relaciona directamente con el evangelio, nos da la clave: como un joven se casa con una virgen, así te desposará el que te reconstruye; y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios (Is 62,5; cf. Is 61,10-62,3). La imagen del matrimonio y de las bodas es muy usada por los profetas en el AT, para expresar las relaciones que se dan entre Dios y su pueblo. Es la imagen que mejor expresa el grado de intimidad que Dios quiere establecer entre Él y el hombre. Por eso, para expresar la intimidad a la que llama al hombre en su relación con Él, usa esa imagen. De allí que el Catecismo diga, hablando del milagro realizado en Caná, así: “en Caná, la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa” (2618). Por lo tanto, se nos está enseñando el misterio de la Unidad: “la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia... Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo...” (737). No es simple casualidad que se hable de alianza para indicar tanto el pacto matrimonial como el pacto establecido por la sangre de Cristo. Alianza que establece una unión intimísima. La segunda lectura, hemos escuchado, subraya intensamente este aspecto de la unidad en el mismo Espíritu. Bodas, entonces, porque hay unión, o mejor comunión. 2 – La Hora de Jesús

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Ahora, ¿cómo y cuándo se hace posible esa comunión? Dice el catecismo: “toda la misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos, se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías” (727). Cristo significa Ungido, es decir, el que tiene el Espíritu (recordemos la celebración del domingo pasado). ¿Para qué tiene el Espíritu? Para darlo: “Dios es Amor y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor divino lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (733). San Basilio: “Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna” (en 736). Pero, ¿desde qué momento es posible todo ello? Aquí interesa la respuesta de Jesús a su Madre: todavía no ha llegado mi hora ¿qué significa esto? “...llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte de modo que, resucitado de los muertos por la Gloria del Padre, en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo...” (730). “... desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu” (731). En consecuencia, la unión es posible por el misterio pascual de Cristo, cuando ha llegado su hora. Y es posible porque la muerte de Cristo nos ha alcanzado la remisión de nuestros pecados: “Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Él nos da entonces las arras o las primicias de nuestra herencia: la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar como Él nos ha amado. Este amor (la caridad de 1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos recibido una fuerza, la del Espíritu Santo” (734-735). Esta es la vida espiritual: “El Espíritu es nuestra Vida: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más obramos también según el Espíritu” (736). “Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto... el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (736). 3 – María Nos queda el tercer punto: ¿qué papel juega María, en todo esto? Hemos visto que, a pesar de la respuesta dada, Jesús consiente en hacer el milagro, es decir que adelanta su hora y la adelanta de tal modo que, dice el evangelista así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él. ¿Cómo interviene María? “María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos... En ella comienzan a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia” (721). Por esto María es modelo de lo que debe suceder en nosotros. ¿Cómo obró 115

el Espíritu Santo en María? Veamos los grados: - El Espíritu Santo preparó a María con su gracia (722). - En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (723). - En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho hijo de la Virgen... llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones (724). - En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres, objeto del amor benevolente de Dios, y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos (725). Y, por esta acción es que merece el título de mujer: “Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la Mujer, nueva Eva madre de los vivientes...” (726). Jesús llama mujer para mostrar que ella viene a sustituir a Eva, madre común de la humanidad pecadora. En consecuencia, María es el modelo a seguir, tanto en su disposición y preparación previa, como en su accionar para poner en comunión a los hombres con Cristo. 4 – Conclusión “La misión de la iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad” (738). Al despedirnos de la celebración dominical, se les da a los cristianos este encargo: Ite, Missa est, es decir: “Anuncien las maravillas del Señor entre los pueblos” (Salmo Responsorial).

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CatIC 101-141

C-3

Lc 1,1-4; 4,14-21 / Neh 8,2-10 / Sal 19 / 1Co 12,12-30

ESCRITURAS Hace dos domingos, queridos hermanos, cuando celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, vimos que, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, hemos de dejarnos conducir por el Espíritu Santo. Y entonces leímos rápidamente a través de qué medios el Espíritu Santo nos habla. A partir de hoy veremos más profundamente esos medios. El primero de esos medios, dice el Catecismo, son “las Escrituras que Él ha inspirado” (688). ¿De qué se trata? Precisamente en el evangelio y la primera lectura de hoy hemos visto que se realizó la lectura de un texto, de rollos ya que esa era la forma que tenían en aquella época, cuando no se usaban los libros y menos los libros de papel. 1 – Hoy… Hemos escuchado que Jesús dijo: esta Escritura que habéis oído se ha cumplido hoy. Evidentemente lo que Jesús leyó era parte del AT, concretamente del profeta Isaías. Pero Jesús señala que hay un cambio, ya que se da un cumplimiento. Y es que su venida, su Encarnación divide los tiempos. Es lo que nosotros reflejamos cuando hablamos de Nuevo Testamento contrapuesto al Antiguo: “La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento” (Dei Verbum 17). Por esa misma razón es que los evangelios son el corazón de todas las Escrituras, ya que ellos son el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador; o sea en ellos se nos ofrece la verdad definitiva de la Revelación divina (cf. 124-125). Incluso nosotros expresamos esto en la misa a través de varios signos que manifiesta la veneración en que son tenidos: los escuchamos puestos de pie, se los inciensa, su lectura es acompañada de los cirios para señalar que son la luz, y el celebrante, al igual que hace con el altar, los besa luego de leerlos diciendo al mismo tiempo “por las palabras del evangelio sean perdonados mis pecados”. Que los evangelios sean el corazón de las Escrituras, no significa que debamos desechar el resto, en particular el AT. “Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, los libros del AT dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación” (122). No es poco decir que con ellos fueron educados Jesús y la Virgen. E incluso es imposible entender adecuadamente el NT sin el AT. Por eso la Iglesia siempre los ha considerado parte de la Sagrada Escritura, verdadera Palabra de Dios. E incluso ha rechazado ya desde el siglo II una doctrina conocida como Marcionismo, en razón de su fundador Marción, 117

que sostenía que podíamos prescindir completamente del AT (cf. 121 y 123). 2 – …Cristo La posición de la Iglesia ha sido precisamente la opuesta, es decir, ha reconocido siempre una estrecha unidad entre ambas partes de nuestras Biblias: “la Iglesia, ya en los tiempos apóstolicos, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología” (128). ¿Qué es la tipología? La palabra viene del griego typos que significa “modelo” y con ella se quiere designar aquella particular condición, que existe en diferentes elementos del AT, por la cual se reconocen prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado. Un ejemplo, bien conocido por ustedes, es el cordero pascual. La sangre de ese cordero liberó a los judíos, esclavos en Egipto. Los liberó tanto de la esclavitud egipcia cuanto de la muerte a manos del ángel exterminador. Bien, esa sangre es typos de la sangre de Cristo que nos libra de la esclavitud del demonio y del exterminio. Cristo en persona se aplicó el AT a sí mismo, como hemos escuchado en el evangelio de hoy. “Los cristianos, por tanto, leen el AT a la luz de Cristo muerto y resucitado”. Por eso, hermosamente dijo san Agustín: “El Nuevo está escondido en el Antiguo y el Antiguo está manifiesto en el Nuevo” (129). En síntesis, “a través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien Él se dice en plenitud” (102). Hemos de tener cuidado de comprender adecuadamente que “la tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino”, lo cual no se detiene en la época de Cristo, sino que se extiende hasta que, como dijo san Pablo, Dios sea todo en todos (130). Por eso es que Jesús dice Hoy en el evangelio que hemos leído; porque se trata del Hoy divino que trasciende los tiempos, en relación al cual nos dice la carta a los Hebreos: exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado (Heb 3,13). 3 – El Espíritu Santo, Intérprete de la Escritura ¿Cómo es posible que se haya dado esa prefiguración que nosotros llamamos tipología? Sencillamente porque los distintos libros contenidos en las Sagradas Escrituras, no son libros como cualquier otro, sino que poseen una condición especial: son libros “inspirados”. Con esto se quiere decir que han sido escritos por hombres bajo una especial gracia divina, llamada in-spiración, por la cual lo contenido en esos libros lo reconocemos como “Palabra de Dios”: “obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería” (106). Por supuesto que Dios, al obrar de esta manera, respeta las características de cada autor y así, por ejemplo, vemos que Isaías no escribe igual que Jeremías. Por eso es necesario, para entender correctamente las Escrituras, que estemos atentos a lo que los autores humanos quisieron afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos (cf. 109). O sea, por un lado, para descubrir la intención de los autores sagrados, hemos de tener en cuenta las 118

condiciones de su tiempo y cultura. Por otro lado, “dado que la Sagrada Escritura es inspirada… la Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita” (111). Y, respecto de esto, el Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. 112-114). - Primera condición: prestar una gran atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura, ya que es una porque uno es el centro: Jesús. - Segunda condición: leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia: “la Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos” (113). Por eso los mejores intérpretes de la Biblia son los santos. Y también por eso, la “fe cristiana no es una religión del Libro” (108) como el Judaísmo o el Islam o el Protestantismo. - Tercera condición: estar atento a la analogía de la fe, es decir a la armonía y cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el conjunto total de la Revelación. Junto con estos tres criterios brindados por el Concilio Vaticano II, el catecismo nos advierte de la enorme riqueza del texto bíblico: “según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual y este último se subdivide a su vez en sentido alegórico, moral y anagógico” (115). O sea que, en total, hay cuatro sentidos posibles ¿Cómo se entiende esto? El ejemplo clásico es el de Jerusalén. Con este término en la Biblia se designa no sólo la ciudad histórica de Jerusalén donde estaba el Templo, la Morada de Dios (sentido literal), sino también a la Iglesia militante (sentido alegórico) o la Jerusalén celestial o Iglesia triunfante (sentido anagógico) o también al alma justa ya que cada alma es morada de Dios por la gracia (sentido moral). O sea que al leer la Biblia podemos llegar a encontrar múltiples enseñanzas. 4 - Conclusión En conclusión, dice el catecismo: “es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (131). Y por eso, “la Iglesia recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo” (133). De allí que, Hoy, también nosotros hemos de buscar de leer y entender las Escrituras para escuchar que nos dice el Espíritu Santo porque, en última instancia, como dijo san Jerónimo, “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo” (133).

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CatIC 74-83.172-175

C-4

Lc 4,21-30 / Je 1,4-5.17-19 / Sal 71 / 1Co 12,31–13,13

TRADICIÓN Hemos escuchado en la primera lectura y en el evangelio la indicación de una apertura del mensaje de salvación a las naciones gentiles o sea no judías. En la primera lectura se indica proféticamente: yo te he designado profeta para las naciones. En el evangelio, los ejemplos puestos por Jesús, que irritan a sus paisanos de Nazareth, van en la misma línea. En efecto, después del asombro causado por su enseñanza, Jesús refiere dos ejemplos tomados de las Escrituras, en los cuales los beneficiarios de los milagros realizados fueron dos personas de raza no judía. En última instancia, como señalamos, lo que tenemos aquí es una indicación de que el mensaje de salvación será dirigido a todos los hombres sin exclusividades ni excepciones, incluso una viuda pagana o un leproso gentil. 1 – Tradición, de Tradere Es que, como dice san Pablo, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, es decir al conocimiento de Cristo Jesús. Por esto mismo, Cristo sale incólume de la situación de apremio, cuando lo quieren tirar por el barranco, debido a que todavía Él debía cumplir su misión, para que luego el mensaje que Él traía y que tanto maravilló a los nazaretanos, fuese dirigido a todos los hombres. “Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo” (74). Es así que, en continuación de su misión y como parte de ella, Cristo mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta. Los apóstoles, en cumplimiento de ese mandato, transmitieron el evangelio, y lo hicieron de dos maneras: oralmente (con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, etc.) y por escrito (especialmente los escritos inspirados que constituyen el NT). Por supuesto que los apóstoles, en vistas de su propio fin, nombraron sucesores, que son los obispos, porque, como recordó el Concilio Vaticano II: “la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos” (Dei Verbum 8). Y comenta el catecismo al respecto: “Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella” (78). La palabra Tradición viene del verbo latino Tradere, que significa entregar. 2 – Tradición y Escritura

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Tenemos así dos canales de transmisión, la Tradición y la Sagrada Escritura, los cuales están íntimamente unidos y compenetrados, porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin (cf. 80). Ya hemos señalado anteriormente que el Espíritu Santo habla a la Iglesia por diversas vías. El domingo pasado nos referimos a la Sagrada Escritura, la cual es la palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. Esto, sin embargo, por sí solo, no es suficiente, ya que hay dos problemas serios que giran en torno a esos textos. El primero es cuáles son, concretamente, los libros que son inspirados por Dios, o sea cuál es la lista de libros que nos brindan la regla de vida (o sea el canon, palabra griega que designaba una vara para medir). El segundo problema es cómo se deben interpretar correctamente esos textos; la enorme cantidad y diversidad de sectas y grupos protestantes muestra por sí solo que el principio de “sola Escritura” no es suficiente para garantizar la interpretación de los textos. Por eso es que, junto con las Escrituras, está lo que llamamos la Tradición: “la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado”. De manera concreta, respecto de las dos dificultades que hemos señalado, dice el catecismo: “La Tradición Apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos”, el canon de las Escrituras (120). Y, en cuanto a la segunda dificultad, dice: “la Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación” (81). A todo esto habría que agregar el hecho de que, en la antigüedad, era muy escasa la cantidad de personas en condiciones de leer y/o escribir. Y es prudente observar también que Cristo promete enviar el Espíritu Santo, no un libro. Incluso, el sentido primitivo de la palabra evangelio, que era el corriente en el siglo I, era el de un mensaje oral. No se trata de levantar una cosa contra la otra, Escritura contra Tradición, sino de comprender que ambas son partes integrantes de un mismo proceso: “Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos para siempre hasta el fin del mundo” (cf. 80). 3 – La Tradición Apostólica ¿Qué es en concreto la Tradición? “La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo” (83). De hecho, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva. Precisa el catecismo que es preciso distinguir la Tradición de las “tradiciones” (teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales) nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición 121

recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Y señala que “sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia” (83). Porque, como decía san Ireneo de Lyon, “si las lenguas difieren a través el mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las Iglesias establecidas en Germania tienen otra fe u otra Tradición, ni las que están entre los íberos, ni las que están entre los celtas, ni las de Oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en el centro del mundo… La Iglesia, en efecto, aunque dispersa por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de los apóstoles y de sus discípulos la fe… guarda (esta predicación y esta fe) con cuidado, como no habitando más que una sola casa, cree en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón, la predica, la enseña y la transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca” (cf. 174, 173). 4 – Conclusión Así, pues, queridos hermanos, esforcémonos por tener mejor actitud que los nazaretanos, dispuestos a escuchar la enseñanza de Jesús, aunque quizás nos incomode en parte, porque esa enseñanza es fuerza de salvación, es medicina que cura. “Esa fe que hemos recibido de la Iglesia, decía también san Ireneo, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene” (cf. 175).

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CatIC 84-95.2030-2040.2047-2051

C-5

Lc 5,1-11 / Is 6,1-2a.3-8 / Sal 138 / 1Co 15,1-11

MAGISTERIO Cuando leemos los evangelios, vemos que las gentes buscaban a Jesús. Muchas veces lo que buscaban eran sobre todo los milagros, actitud que el mismo Señor, en alguna ocasión, reprochara (cf. Jn 6,26). Pero, en el evangelio que acabamos de escuchar el mismo evangelista, san Lucas, precisa que esta vez no es así. Dice, en efecto: para escuchar la Palabra de Dios. Jesucristo condesciende y, sentado, conforme a la costumbre de los antiguos doctores y maestros, se puso a enseñarles. Eso es lo que el mismo Cristo quiere (cf. Jn 6,27), porque Él sabe bien que la vida de los hombres depende de su Palabra: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10), las palabras que os he dicho son Espíritu y Vida (Jn 6,63). 1 – La voz de Cristo hoy Nosotros, como aquellas multitudes, tenemos necesidad de escuchar la enseñanza del Señor para tener Vida. Pero Jesús no está físicamente presente como lo estaba hace dos mil años. ¿De dónde, entonces, podremos recoger su enseñanza? ¿Dónde podemos encontrarla? Los domingos anteriores hemos tenido ocasión de considerar cuáles son las fuentes de la Revelación: “el depósito sagrado de la fe contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura” (84). Esto solo, sin embargo, no es suficiente. La historia misma da testimonio de la diversidad de interpretaciones posibles, muchas veces inconciliables entre sí y causa de distanciamiento, separación y división. ¿Cuál es entonces, la solución? El evangelio de hoy nos brinda elementos sugerentes que han sido considerados por los Padres de la Iglesia. Veamos. Un primer detalle, en el episodio que narra san Lucas es el lugar desde donde enseñaba Jesucristo: ¿en qué lugar Él había puesto su cátedra desde la cual, sentado, educaba a las multitudes para que tuviesen vida? Lo dice san Lucas: desde la barca que era de Simón, es decir, san Pedro. Esta barca significa la Iglesia: “La nave de Simón es la Iglesia...” (Beda en Catena Aurea); “Desde la cual enseñaba a las turbas, porque enseña a las gentes con la autoridad de la Iglesia” (san Agustín en Catena Aurea). Esto puede sonar un poco forzado a alguno. Sin embargo, si prestamos atención a lo que pasa después vemos que no es tan así. Observemos en particular dos elementos: 1) ¿En razón de qué, Pedro arroja las redes? Él era un avezado pescador, conocedor de su profesión; había fracasado en el trabajo hecho durante toda la noche. A pesar de eso, arrojará nuevamente las redes. Dice en tu palabra echaré las redes. Jesucristo prueba la fe de 123

Pedro y Pedro cree, por lo cual logra un fruto abundante. Y como consecuencia de ello, además, Pedro reconoce, en alguna medida, la divinidad de Cristo ya que lo llama Señor y percibe la santidad: aléjate de mí, Señor, que soy un pecador. 2) Cristo no sólo no se aleja sino que, aprobando la fe de Pedro, le declara su futura misión: serás pescador de hombres. Con su llamada, Jesús no sólo invita a Simón a que lo siga, sino que lo hace ser lo que quiere Cristo (este es el valor del serás). Por lo tanto, Cristo ya anuncia, y de manera pública, qué es lo que será Pedro. Y lo hace de manera específica, ya que solamente a él dice Cristo serás pescador de hombres. Los otros apóstoles, sin embargo, acompañando a Pedro, también han de continuar su tarea de enseñanza. “Esto se refería a san Pedro de una manera especial: porque así como entonces capturaba los peces por medio de sus redes, más adelante habría de capturar los hombres por medio de la palabra” (Beda en Catena Aurea). “Hasta ahora has capturado los peces con las redes, de ahora en más -es decir, en un futuro cercano- capturarás los hombres con la palabra, y con la doctrina salvadora los conducirás sobre el camino de la salvación, porque tú eres llamado al servicio de la Palabra” (Ludolfo il Certosino, Vita Dom. Christi, 1, 29). 2 – El Magisterio de la Iglesia Teniendo en cuenta todos estos elementos (a los cuales podríamos sumar otros que están en otras partes de los evangelios) es que advertimos cuál es la fuente genuina de interpretación del depósito sagrado de la fe: “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma” (85). Conviene aquí mismo, para evitar equívocos, hacer una importante precisión, señalada también por el catecismo: “el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar solamente lo transmitido, pues, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente…” (86). El Magisterio no inventa cosas, sino que, del único depósito de la fe, saca lo que propone como revelado por Dios para ser creído. Esto lo hace básicamente definiendo dogmas, o sea verdades contenidas en la Revelación divina o también verdades que tienen con aquellas un vínculo necesario (cf. 88): “los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro” (89). Esto no significa que la jerarquía de la Iglesia actúa sola. Es todo lo contrario: “todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye y los conduce a la verdad completa” (91), porque el mismo Espíritu de la verdad suscita y sostiene el sentido de la fe. Y gracias a esta asistencia del Espíritu Santo es que tanto la comprensión de las realidades como la de las palabras del depósito de la fe pueden crecer en la vida de la Iglesia. 3 – La Iglesia, extensión de Cristo 124

Pero es verdad que “el cristiano recibe de la Iglesia la Palabra de Dios, que contiene las enseñanzas de la ley de Cristo” (2030), porque, a su vez, “la Iglesia, columna y fundamento de la verdad, recibió de los apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos salva”; y, por este mandato de Cristo, es que “compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales... en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas” (2032). Y así es que “la ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad” (2037). Resumamos. Dado que la Voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad, es necesario que dé a los hombres el modo de conocerla y salvarse. Esto lo hizo primero con Pedro y los apóstoles, columnas y fundamento de la Iglesia: “la elección de pescadores ilustra la actividad de su futura misión a partir de su profesión humana: los hombres, a semejanza de los peces sacados del mar, deben elevarse del mundo hacia un lugar superior, o sea hacia la luz de la residencia de los cielos. Abandonando profesión, patria, casa, nos enseñan, si queremos seguir a Cristo, a no ser retenidos ni por la inquietud de la vida en el mundo ni por el apego a la casa paterna” (S. Hilario de Poitiers, In Matthaeum 3,6). Cuando ellos murieron, de manera natural continuaron su misión aquellos a quienes ellos, a su vez, se lo habían encomendado. “El Romano Pontífice [= Pedro] y los obispos [= los demás apóstoles, los koinonoi de Pedro, en comunión con él] como maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica” (2034; cf. Mt 10,40; Lc 9,48). Así lo comenta san Cirilo: “Hace señas a sus compañeros para que le ayuden: muchos continúan los trabajos de los Apóstoles; en primer lugar aquellos que escribieron los Evangelios, y después los que han sido constituídos en pastores y presidentes de los pueblos y en doctores de la verdadera doctrina” (San Cirilo en Catena Aurea). Cf. 1Co 15,3 (2ª lect). En la primera lectura podemos apreciar que, para cumplir la misión encomendada por Dios, es necesario un mandato especial de parte de Él. En efecto, Isaías no dice “yo voy” sino envíame dando a entender que sin esto su misión será estéril. Por eso la tarea de enseñar a los hombres la Verdad es vista como un ministerio encomendado por Cristo a sus ministros: “Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de entrega a la Iglesia en nombre del Señor” (2039). Y notemos que esta misión es encomendada a hombres que reconocen su condición de pecadores, su indignidad frente al tres veces Santo. “Me encuentro tan pobre, tan incapaz, tan pequeño que tengo tanta vergüenza, y si no supiese que debo encontrar todo en el Evangelio, no osaría comenzar... pero con el S. Evangelio me parece ser más fuerte de cuanto pueda esperar, porque después de todo no soy yo sino Jesucristo que habla...” (B. Antonio Chevrier). 4 - Conclusión

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En síntesis, queridos hermanos, “la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (95).

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CatIC 2709-2719

C-6

Lc 6,17.20-26 / Je 17,5-8 / Sal 1 / 1Co 15,12.16-20

ORACIÓN: EL ÚNICO CAMINO En el evangelio que acabamos de escuchar, oímos que Jesús presenta dos alternativas. Lo que está refiriendo no es algo completamente nuevo, sino que se trata de la doctrina de los dos caminos, algo que existe en muchos movimientos filosóficos y religiosos de la antigüedad. Podríamos decir que es un patrimonio de la humanidad, que surge de aquel principio, universalmente admitido, “hay que hacer el bien y evitar el mal”. 1 – El aporte de Jesús De todas maneras, Jesús introduce algunos elementos que sí son novedosos. Manteniendo la doctrina tradicional, tal como hemos escuchado en el salmo y en la primera lectura, Jesús añade algo que es muy importante. Da una caracterización de los dos caminos, da elementos muy concretos que permiten distinguir o discernir los diferentes caminos. Esto, a su vez, nos sirve como indicador para ver cuáles son las condiciones o disposiciones que hemos de perseguir. ¿Cuáles son esas características? Jesús las indica en las bienaventuranzas: habla de pobreza, de hambre y de llanto. Un elemento muy importante para comprenderlas adecuadamente es advertir que se trata, en primer lugar, de un camino interior, y por lo tanto las condiciones son primordialmente espirituales. Hemos de decir más: es algo específicamente religioso como se trasluce en la cuarta bienaventuranza. Veámosla de manera esquemática: - Pobreza: se trata del desprendimiento del corazón de todos los bienes materiales creados, y que, como consecuencia, lleva a la limosna. - Hambre: es la condición de insatisfacción por una parte y de deseo ardiente por otra, o sea la humildad que lleva a la oración. - Llanto: es algo que surge cuando se siente la pena, el sufrimiento; esta condición, en el plano espiritual, lleva a la penitencia como medio de reparación. - El cuarto elemento es el que nos muestra la dimensión religiosa y más específicamente cristiana de la enseñanza de Jesús: por mí. Obviamente, no se trata de ponerme a elegir cuál camino seguir. Jesús no indica opciones, sino consecuencias, resultados, a los que les irá bien y a los que les irá mal. O sea, es claro cuál senda debo seguir. Más bien, el problema es cómo hacer para seguir el camino que, por otra parte, Jesús recorrió en primer lugar. Esta situación se hace más intensa cuando nos enfrentamos a situaciones inciertas, donde debemos discernir cuál es la senda a seguir. Aquí es donde aparece otro de los medios con que el Espíritu Santo nos 127

habla. 2 – El Espíritu sopla donde quiere En los domingos pasados hemos ido considerando algunas vías por las que el Espíritu Santo nos instruye, a saber, la Escritura y la Tradición interpretados por el Magisterio. Ahora, sin embargo, se trata de algo más personal e interior, por lo cual es necesario entrar en diálogo con Dios. Santa Teresa decía: “no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (2709), y el catecismo subraya: “la oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser. Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, a su semejanza” (2714). Observemos la palabra: conforma, es decir da la misma forma. ¿La misma forma de quién? De Jesús, nuestro modelo, el que primero recorrió el camino: “la contemplación busca al amado de mi alma (Ct 1,7), esto es, a Jesús y en Él, al Padre… la mirada está centrada en el Señor” (2709), “es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y Él me mira’, decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el sagrario” (2715). Centrar la mirada de Jesús de esta manera nos saca de nosotros, de nuestro egoísmo y de creernos el centro del mundo: “esta atención a Él es renuncia a mí. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad…”. Y así aprende aquello que pedía san Ignacio, el ‘conocimiento interno del Señor’ para que más le ame y le siga (cf. 2715). 3 – Condiciones de una verdadera oración Por supuesto, para que sea verdadera contemplación, auténtica oración, debe darse la escucha de la palabra de Dios, escucha que es: obediencia en la fe, acogida incondicional del siervo y, además, adhesión amorosa del hijo, tal como lo hicieron Jesús y la Virgen (cf. 2717). Ahora, para escuchar es necesario el silencio. Es allí donde “el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús” (2717). Y, en razón de la necesidad de ese silencio, es que el catecismo dice: “la entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: ‘recoger’ el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar” (2711). Esto que venimos diciendo, y que es indispensable para seguir a Jesús, no se logra de manera casual y circunstancial, por eso tengamos en cuenta que “la elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y 128

volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro” (2710). Alguno podría decir que, entonces, lo que conviene es hacerse religioso y religioso contemplativo. En cierto sentido es verdad, pero sólo en cierto sentido, ya que, en realidad “se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe” (2710). Y así retornamos al principio: el camino auténtico es un camino que va hacia adentro, que busca en nuestro propio interior el rostro y la voz de aquel que sabemos nos ama: Jesús “es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él” (2709). Este es el principio, o sea el comienzo y la causa: buscar a Jesús; por mí dice Él. 4 – Conclusión En el antiguo testamento hay un episodio extraño. Está en Génesis 32, se trata de una pelea entre el patriarca Jacob y un extraño personaje, pelea que dura toda la noche. Al despuntar el alba, el personaje se quiere retirar, pero Jacob no lo deja ir hasta que no lo bendiga. La situación es extraña porque por un lado es sabido que el que bendice es superior al bendecido (cf. Heb 7,7), pero no puede alejarse sin conceder la bendición. La tradición ha entendido que se trata de una lucha, una pulseada con Dios, en la cual, gracias a la perseverancia, logra finalmente obtener la gracia (cf. 2573). Y esto es una figura de lo que debemos hacer nosotros, o sea perseverar en la oración hasta que finalmente se hace la luz y obtenemos la bendición de Dios. Pero para ello hay que luchar: “la contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro… Es necesario aceptar el velar una hora con Él” (2719). Aprendamos de María que supo mantener firme su corazón en los negros momentos de la crucifixión y muerte de su Hijo.

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CatIC 1104-1109

C-7

Lc 6,27-38 / 1Sam 26,2…23 / Sal 103 / 1Co 15,45-49

LITURGIA: EPÍCLESIS Este evangelio que acabamos de escuchar pertenece al mismo sermón que oímos el domingo pasado y presenta el núcleo de la enseñanza de Jesús. Al igual que el domingo pasado, también en este la enseñanza de Jesús no es algo completamente nuevo. El respeto y el buen trato hacia los demás es algo que está, como decíamos hace una semana, en el patrimonio moral común de la humanidad. E, incluso entre los judíos, el rabino Hillel había sintetizado toda la ley en una expresión: “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero Jesús dice más. 1 – Amarás El evangelio de hoy presenta una primera parte que, además de usar repetidamente la palabra amor, se abre y se cierra con la misma expresión: amad a vuestros enemigos, haced el bien (v. 27 y 35); y en el centro de toda esta parte está la denominada “regla de oro”: lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente (v. 31). Como podemos observar, la expresión de Jesucristo está en forma positiva, es decir es mucho más abierta y amplia que la forma negativa de no hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros. No se trata simplemente de no matar, no robar, etc. sino de hacer positivamente el bien. La expresión de Jesús responde mejor a la naturaleza del amor, ya que de suyo el amor es pro-activo, busca de actuar, de intervenir. “Bonum diffusivum sui” enseña la filosofía: el bien es, de suyo, expansivo. Obrando como Jesús dice entonces imitamos a Dios, el Bien Supremo: seréis hijos del Altísimo. Y, para abundar más hemos de observar cómo Jesús introduce toda esta enseñanza reclamando la atención de los oyentes: a vosotros que escucháis os digo… A continuación de esa primera parte Jesús añade otros elementos como para movernos más a obrar, brinda razones por las cuales nos muestra que nos conviene obrar así. Las razones que pone son dos: imitar al Padre celestial: sed como el Padre, y además porque obrando así nos aseguramos el perdón y un juicio más benigno, al mismo tiempo que la abundancia de las gracias: dad y se os dará. Al igual que el domingo pasado lo que tenemos aquí es una presentación del programa y de la acción de Jesús. Lo que Jesús enseña aquí con la palabra es lo que después va a enseñar con el ejemplo. No por casualidad es san Lucas quien recuerda aquellas palabras de Jesús colgado de la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (23,34). O sea, Cristo nos invita, incluso más, nos exige seguirlo. Pero he aquí el problema, ¿cómo podemos hacer para seguirlo? ¿de dónde sacar las fuerzas para emprender ese camino? 130

2 – La Liturgia: fuente de energía El domingo pasado hablamos de la oración. Y este es uno de los medios para alcanzar luz y fuerzas. Pero hay otro que es la participación en el Misterio de Cristo, o sea la Liturgia. Y esta es otra de las maneras con que el Espíritu Santo interviene. “La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto” (2718). La Liturgia cristiana tiene un carácter especial, ya que no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. “El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio” (1104). Y nosotros necesitamos de esa Efusión del Espíritu Santo para llegar a imitar al Padre como nos pide Jesús y como el nos lo muestra con su ejemplo. El domingo pasado hablamos de con-formarnos a Cristo, adquirir la misma forma, podríamos decir adquirir la misma actitud, los mismos criterios. Esto lo hace el Espíritu Santo: “la finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos. En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia…El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna” (1108). Escuchemos bien: el fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna. O sea, es comunión fraterna porque es comunión con la Trinidad. Evidentemente, para adquirir la misma actitud y las mismas disposiciones de Cristo, es necesario que abandonemos, nos desvistamos de aquellos hábitos y costumbres viciosos y nos revistamos de los hábitos y costumbres de Cristo, que dejemos de ser hombres terrenos como Adán y que seamos hombres celestiales o espirituales como Cristo (cf. 2ª lect.), o sea que se realice en nosotros una auténtica trans-formación. 3 – Epíclesis: invocación que transforma Y aquí hay una relación muy estrecha con la liturgia, ya que en ella se realiza la más maravillosa de las transformaciones: “Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino… en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento…” (san Juan Damasceno en 1106). Para expresar este momento y esta acción existe una palabra técnica: Epíclesis. Es una palabra griega que significa “invocación sobre”. El momento de la Misa en que esto se realiza es cuando el sacerdote extiende sus manos sobre las ofrendas, como cubriéndolas, poniéndolas sobre, como haciendo implícita referencia al misterio de la Encarnación: el Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de 131

nacer será santo… (Lc 1,35). En la Misa “la Epíclesis es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios” (1105). El catecismo insiste en este segundo aspecto: “La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la asamblea con el Misterio de Cristo… La Iglesia pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que se haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad” (1109). Es lo que el celebrante entiende referir cuando dice la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros; o sea que estos elementos, gracia, amor y comunión, permanezcan y den frutos más allá de la celebración eucarística. Por eso es que “junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía” (1106). Es decir que junto con la referencia a las intervenciones salvíficas de Dios en la historia, con el ‘recuerdo’ de lo que Cristo ha hecho por nosotros (que es lo que expresa la palabra anámnesis; cf. 1103), al mismo tiempo imploramos, o mejor dicho ‘invocamos sobre’ las ofrendas y sobre nosotros la acción del Espíritu Santo para que lleguemos a ser como Cristo y cumplir con el mandamiento del amor como Jesús nos enseñó sobre la cruz. 4 – Conclusión Para terminar, quisiera recordarles el ejemplo de santa María Goretti, aquella niña asesinada a los 13 años por un hombre enfermo de la pasión. Cuando se le preguntó, durante su agonía luego de haber recibido varias puñaladas, si perdonaba a su asesino, la respuesta de ella expresa su inocencia y la profunda comprensión del mensaje evangélico. Ella dijo: “certo che perdono Alessandro” = por supuesto que perdono a Alessandro (certo = como diciendo ‘mire la pregunta que me hace, por supuesto que lo perdono’) y añadió “y lo quiero junto a mí en el Paraíso”. El mismo asesino, varias décadas después del episodio, siendo ya anciano y próximo a la muerte, escribió: “el perdón de Marietta me ha salvado”. Que María Santísima que, aceptando la acción del Espíritu Santo sobre ella, dio lugar al amor el Padre y dio el fruto más precioso sobre esta tierra, nos alcance la gracia de disponernos como ella.

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CatIC 1830-1832.2669-2672.2683-2690

C-8

Lc 6,39-45 / Sir 27,4-7 / Sal 92 / 1Co 15,54-58

FRUTOS El evangelio que acabamos de escuchar pertenece al mismo sermón de Jesucristo que venimos siguiendo desde hace dos domingos. Hace dos semanas el texto nos señalaba dos caminos con las características que poseen quienes recorren cada uno: bienaventurados… ay de vosotros… La semana pasada nos fue señalado el objetivo al que debemos apuntar: sed como el Padre celestial. Este de hoy nos señala los elementos que nos son necesarios para recorrer el camino y conseguir el objetivo apuntado. 1 – El Espíritu de Verdad os guiará Jesús emplea aquí un vocabulario tomado de la tradición de los antiguos sabios, de la llamada “literatura sapiencial” y entonces habla de la necesidad de un guía o maestro; luego de la necesidad de ver las cosas en su justa medida: saca primero la viga de tu ojo…; y de la escala que nos permitirá medir si estamos haciendo bien las cosas: cada árbol se conoce por sus frutos… Concretamente ¿quién y cómo nos puede ayudar en esto? El primero y principal que interviene en esta tarea es el Espíritu Santo: El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la verdad completa (Jn 16,13). ¿Cómo realiza esto? Lo hace a través de sus particulares regalos o “dones”: “la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios… Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben…” (1830-1831). Como consecuencia de esa acción del Espíritu Santo en nuestros corazones se hace realidad el objetivo de la vida espiritual que es, como vimos el domingo pasado, ser como el Padre: Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios (Ro 8,14). Y su acción alcanza una consumación en determinadas acciones morales que en razón de su perfección son llamados “frutos del Espíritu Santo”, como el fruto es lo más acabado que brinda el árbol: “Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicia de la gloria eterna” (1832). San Pablo los enumera en su carta a los Gálatas: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (5,22-23). 2 – Ven, Espíritu Santo Evidentemente, en base a lo que hemos dicho, se hace completamente necesario prestar atención, escuchar qué nos dice e invocarlo asiduamente para que no seamos ciegos y para 133

que veamos correctamente. “Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante” (2670). El mismo Jesús “insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad” (2671). Cuatro veces en el “Sermón de la Última Cena” Jesús hace referencia al envío del Espíritu Santo a sus discípulos (cf. Jn 14,16.26; 15,26;16,13) y se lo reitera a los discípulos antes de ascender a los cielos (cf. He 1,4). Por eso dice el catecismo: “el Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos…” (2672). Para comprender perfectamente esta mención del catecismo es necesario que recordemos el profundo significado que tiene la “unción” realizada con el santo crisma en el bautismo, la confirmación y la consagración sacerdotal. Pero como podemos captar quizá mejor lo que significa esa unción en nosotros es volviendo nuestra mirada a Jesús, el Cristo, o sea el Ungido. Ya hemos visto aquellos textos donde san Lucas dice Jesús, lleno de Espíritu santo… era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días… (Lc 4,1-2) y luego dice Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu (4,14). 3 – Carismas y santos Ahora, que el Espíritu Santo sea el primero y principal que interviene, no significa que Él actúe por sí solo. Puede hacerlo cuando quiere, por supuesto, pero en realidad, la manera ordinaria de actuar es a través de otros. Y así es que la Iglesia misma nos invita a reconocer los diversos carismas y la multitud de obras y testigos en los que se halla presente el Espíritu Santo para iluminarnos y conducirnos. Estos son los tres últimos medios mencionados por el catecismo luego de los que ya hemos mencionado en los domingos anteriores (Sagradas Escrituras, Tradición, Magisterio, Liturgia y Oración: cf. 688). Generalmente la combinación del carisma o don particular concedido por el Espíritu Santo a una persona fructifica en alguna manera particular dando lugar a algún ministerio o servicio y, como consecuencia, a alguna forma espiritual. De hecho, el catecismo reconoce que “en la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres puede transmitirse a fin de que sus discípulos participen de ese espíritu… Las diversas espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única Luz del Espíritu Santo” (2684). En esta misma intervención del Espíritu Santo que estamos describiendo existen formas de acción que podríamos llamar más comunes u ordinarias pero a través de las cuales se realiza una eficaz guía si se realiza adecuadamente para lo cual hemos de actuar de manera 134

debida. El catecismo las señala mostrando esa variedad y riqueza. Así es que habla de que “la familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración… Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo” (2685). Luego tenemos que “la catequesis de niños, jóvenes y adultos está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva” (2688). En un ámbito más específico están los grupos de oración y los consagrados a la vida religiosa. Pero especialmente importantes son los ministros ordenados que “son también responsables de la formación en la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo…” (2686) y aquellos que reciben del Espíritu Santo dones de sabiduría, de fe y de discernimiento que los hacen particularmente aptos para orientar y guiar en este camino. Lo que comúnmente se llama “dirección espiritual”, acerca de la cual aconseja san Juan de la Cruz que “el alma que quiere avanzar en la perfección debe mirar en qué manos se pone, porque así como sea el maestro será el discípulo, y cual es el padre tal el hijo”. Y añade que el director “además de ser sabio y discreto, ha de ser experimentado… Si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero espíritu no atinará a encaminar al alma en él…” (2690). 4 – Conclusión Así, pues, queridos hermanos, prestemos atención a considerar atentamente cuál es nuestra guía y cuáles son los frutos que estamos produciendo. No en vano el mismo Jesús continúa este sermón, ya para concluirlo con las siguientes palabras: ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor” y no hacéis lo que digo? Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante. Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa (Lc 6,46-49). En síntesis, “la oración de fe consiste no sólo en decir Señor, Señor, sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre. Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino” (2611). Nos alcance la Virgen una docilidad al Espíritu Santo semejante a la de ella.

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CatIC 2574-2580.2607-2616

C-9

Lc 7,1-10 / 1Re 8,41-43 / Sal 117 / Ga 1,1-2.6-10

FE Y HUMILDAD PRODUCEN CARIDAD El evangelio de hoy, queridos hermanos, nos presenta una situación bastante paradójica si consideramos atentamente las circunstancias en la época de Nuestro Señor. El que se dirige a Él es un centurión romano, o sea al menos de origen pagano, y se dirige a Jesús no de manera directa sino a través de los mismos judíos. Es por eso que la liturgia de hoy nos presenta en la primera lectura una breve parte de la oración rezada por Salomón cuando fue consagrado el Templo de Jerusalén (cf. 1ª lectura). 1 – El Templo de Jerusalén Muy difícilmente podemos nosotros llegar a tener una idea de lo que significaba el Templo de Jerusalén para el pueblo judío. No sólo era ahí el único lugar donde el pueblo judío podía ofrecer sacrificios legítimos a Dios sino que además el Templo constituyó el punto de fusión de varios elementos. El Templo, podríamos decir, constituyó el punto Terminal de un proceso iniciado siglos antes con el Éxodo y la Alianza en el monte Sinaí (cf. 2578). El catecismo comenta “la oración de la Dedicación del Templo se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Éxodo…” (2580). Veamos de profundizar esto para entender mejor el evangelio de hoy. La primera figura que aparece históricamente es Moisés: “cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua, Éxodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión… Dios hablaba con Moisés cara a cara como habla un hombre con su amigo… De esta intimidad con el Dios fiel, lento a la ira y rico en amor, Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha reunido… Es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando se mantiene en la brecha ante Dios para salvar al pueblo…” (2574-2577). Después de Moisés vendrán otras grandes figuras, entre las cuales podemos destacar la del profeta Samuel que dijo: por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto (cf. 2578). Pero la otra gran figura que se destaca en este proceso es la del rey David: “David es, por excelencia, el rey según el corazón de Dios, el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquel cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo…” (2579). La ubicación precisa del Templo de Jerusalén está dada por un episodio de la vida de David (cf. 2Sam 24), y a la vez, en ese Templo estaba el Arca de la Alianza con los demás elementos que se remontaban al período del 136

Éxodo (cf. 1Re 8,3-4). 2 – Humildad y Fe para una oración poderosa Esos grandes personajes son figura, anticipo, de lo que sería la oración del gran y único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Pero en el evangelio de hoy tenemos otra situación que nos presenta otra realidad más cercana a nosotros en cierto aspecto. El que intercede es el centurión y se dirige a Jesús como al Señor del Templo llamándolo precisamente Señor (Kýrie). Es decir que en Jesús está la presencia de Aquél que encontramos en el Templo. En lo que se lee en el evangelio tenemos que la petición va dirigida a Jesús, incluso el centurión afirma el poder imperativo de Jesús. Y es que, en realidad, Jesús no solamente ora al Padre en cuanto Mediador, sino que también enseñó a orar y además escucha la oración. “San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros” (2616). La oración del centurión, sin embargo, se constituye en uno de los modelos más perfectos de las condiciones básicas que debe tener la oración para ser eficaz. Esas condiciones son dos: la humildad y la fe. Por supuesto son condiciones interiores, muchas veces muy difíciles de evaluar con elementos externos. Pero existen algunas condiciones que, aunque no sean infalibles, pueden servir al menos como cierto indicador. El catecismo destaca estos indicadores al señalar de manera específica tres parábolas. Dice así: “San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración: - La primera, “el amigo importuno”, invita a una oración insistente: llamad y se os abrirá. Al que ora así, el Padre del cielo le dará todo lo que necesite, y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones. - La segunda, “la viuda importuna”, está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra? - La tercera parábola, “el fariseo y el publicano”, se refiere a la humildad del corazón que ora. Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador. La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: ¡Kyrie eleison!” (2613). O sea la fe se trasluce de alguna manera en la insistencia y la perseverancia y constancia que nos enseñan las dos primeras parábolas mencionadas. En el episodio de hoy la fe del centurión es reconocida por el mismo Jesús y la humildad se deja ver en su actitud de respecto hacia Jesús. 3 – Oración de Intercesión y Caridad 137

Hay un último elemento que conviene observar. El centurión conocía que, según las severas costumbres de pureza que debían respetar los judíos, Jesús no podía entrar en directa relación con él para no quedar contaminado, ritualmente impuro. Por ello acepta esta humillación y no se presenta en persona ante el Señor. Pero lo más notorio es que el centurión no está aceptando esta humillación porque quiere algo para él al menos directamente, si bien podemos decir que en lo profundo es también por él que pide. Su oración es por el siervo, pero ¿por qué? Un primer motivo está en la concepción social de la época. El centurión era lo que los antiguos llamaban el “paterfamilias”, la cabeza de la familia. O sea él debía velar y mediar por aquellos que estaban a su cargo. Pero hay otra razón. El evangelio dice que era muy querido para él. Y aquí se revela un elemento clave: pide para el otro porque, en razón del amor, había cierta identidad con el esclavo. Esto es el efecto más profundo del amor: hacer uno. Lo cual nos enseña no sólo que recemos por nuestros seres queridos sino que rezando por los demás, aunque no sean tan cercanos a nosotros, podemos alcanzar ese efecto de la caridad que es la unidad y podemos lograr lo que Jesús mismo pidió: Que sean uno, Padre, como Tú y Yo somos Uno (Jn 17). 4 – Conclusión En síntesis, queridos hermanos, el evangelio de hoy nos ofrece la sorprendente figura de un pagano, ¡un pagano!, que obtiene una gracia de Jesús con su actitud. Cuánto nos quiere decir la Iglesia cuando nos hace pronunciar esas mismas palabras momentos antes de aproximarnos al Señor para recibirlo en la Hostia Santa: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Que María Santísima nos obtenga la gracia de decir esas palabras con una fe y una humildad semejantes a la del centurión.

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CatIC 2581-2584

C-10

Lc 7,11-17 / 1Re 17,17-24 / Sal 30 / Ga 1,11-19

JESÚS PROFETA El relato que acabamos de escuchar refiere probablemente uno de los milagros más impactantes de Jesús. De hecho, la gente misma que lo presenció concluyó diciendo Dios ha visitado a su pueblo y considerando a Jesús como un gran profeta. Quisiera que prestemos particular atención a este elemento, en la línea de reflexión que venimos siguiendo. ¿Qué se entiende por profeta? 1 – Elías Profeta: palabra que anima En otra ocasión nos hemos referido a esto y hemos señalado que profeta es “el hombre del Espíritu”. Por otra parte, la primera lectura de hoy nos ofrece una descripción cargada de significado. Dijo la viuda a Elías: Ahora sé que eres realmente un hombre de Dios. La palabra del Señor viene verdaderamente de tu boca [cabe aclarar que etimológicamente uno de los significados de la palabra profeta significa “hablar en lugar de otro”] ¿Qué había hecho Elías para que la viuda concluyera así? Lo hemos oído: había resucitado a su hijo. O sea que tenemos un doble elemento aquí: el profeta dice la Palabra de Dios y el profeta anima, da vida. Veamos un poco mejor qué fueron los profetas en la tradición del pueblo bíblico. Dice el catecismo: “para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar [el domingo pasado hemos hablado del Templo]: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de la proposición, todos estos signos de la santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamamientos y caminos para la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas…” (2581). O sea, debían vivificar el culto, darle un soplo viviente, animarlo, ponerle un alma. Esto lo hizo Elías, el profeta de la primera lectura, el padre de los profetas, al re-animar al niño y con ello re-animó también a la viuda: “Elías enseña a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda” (2583). Pero a Elías le esperaba una misión todavía más dura. No tuvo simplemente que vivificar un culto puramente externo, sino que tuvo que convertir a una porción del pueblo judío a la verdadera fe. A continuación del milagro que hemos oído hoy, en el capítulo siguiente (cf. 1Re 18), se narra una puja entre Elías y los profetas/sacerdotes del culto al ídolo Baal, una especie de competencia, la cual tuvo lugar en el monte Carmelo. En ella cada uno debía preparar una víctima pero en vez de aplicar el fuego para consumir la víctima debía rezar para que el fuego descendiera del cielo. Ganó Elías y mandó matar a 139

los 400 falsos profetas. Pero aquí aparece otro elemento. Dice el catecismo: “En el sacrificio sobre el monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto a la hora de la ofrenda de la tarde…” (2583). 2 – El fuego del Espíritu Aquí encontramos, entonces, un segundo aspecto que se incluye en la condición de profeta: el fuego, uno de los símbolos privilegiados del Espíritu Santo, pero que muestra otro elemento que hace referencia a la condición vivificante. En efecto, entre los elementos que nos permiten determinar si una persona está viva, además del soplo o hálito (que en hebreo, latín y griego es la misma palabra que espíritu), está la temperatura: un cadáver es naturalmente frío mientras que el calor manifiesta que hay una vida interior. Por otra parte, como es sabido, el fuego es una cosa que por su misma naturaleza tiende a transformar todo aquello con lo que alcanza a entrar en contacto, tiende a encenderlo y a que también eso se convierta en fuego. Todo esto hay que aplicarlo analógicamente a la acción del Espíritu Santo a través del profeta. “El fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha (Si 48,1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías, anuncia a Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y el fuego, Espíritu del cual Jesús dirá: He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese ardiendo! En forma de lenguas como de fuego se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. No extingáis el Espíritu” (696). Tenemos, entonces que el profeta es aquel que proclama la palabra de Dios y con ello, al mismo tiempo, dona en alguna medida el Espíritu. 3 – El profeta hombre de oración Ahora, todo esto se da porque hay una condición previa, que el catecismo señala también con referencia a Elías: “Elías es el padre de los profetas, de la raza de los que buscan a Dios, los que van tras su rostro. Su nombre, el Señor es mi Dios [hebreo Eli-Yah: mi Dios (es) Yahwéh], anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el monte Carmelo…” (2582). “En el cara a cara con Dios los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios; es, a veces, un debatirse o una queja, y siempre, una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia” (2584). Hay una búsqueda incesante en el profeta. En el caso de Elías, lo que sucede, justamente después de esa competencia con los falsos profetas, es que debe marchar hacia 140

el monte Sinaí (cf. 1Re 19), “hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo” (2583). Ahora, todo esto que se realizó en Elías alcanzaría una cumbre y una realización inesperada en Jesús, ya que Él es quien, por un lado, dona el Espíritu en toda su plenitud y, por otro lado, es el mismo el rostro de Dios, la imagen de Dios (cf. Hb 1,3). En síntesis, queridos hermanos que si el domingo pasado veíamos que Jesús era el Templo en el cual podemos encontrar al Padre, hoy vemos que además es también Él quien puede hacer de nuestro culto un culto auténtico, vivo, animado. Buscar esto significa tener oración y oración de contemplación tal como la define el catecismo: “la contemplación busca al amado de mi alma. Esto es, a Jesús y en Él, al Padre.” (2709). Encontrando a Jesús toda nuestra vida será re-animada, vivificada. 4 – Conclusión Terminando, recordemos que el modelo de Elías es mencionado incluso por Santiago en su carta para movernos a una auténtica oración: la oración ferviente del justo tiene mucho poder (St 5,16b). Todavía mucho más nos debe mover el ejemplo de Nuestra Señora quien con su ferviente oración hizo posible el milagro de la Encarnación. Que ella nos enseñe tener un culto auténtico, en espíritu y en verdad.

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CatIC 2585-2589

C-11

Lc 7,36 – 8,3 / 2Sam 12,7-10.13 / Sal 32 / Ga 2,16.19-21

ALABANZAS Sin duda que la escena que acabamos de escuchar es una de las más impactantes del evangelio. Tratemos de imaginar por un momento lo ocurrido. Mientras están tranquilamente comiendo entra esta mujer, cosa que en la época era algo poco menos que prohibido, y realiza ese conjunto de acciones. No dice una palabra. Simplemente hace. Pero sus acciones son más que elocuentes. Consideremos este actuar de la mujer a la luz de lo que hemos venido reflexionando en los domingos anteriores. Hemos hablado hace dos domingos del Templo como lugar propio del culto y el domingo pasado sobre los profetas como aquellos que enseñaban el verdadero culto. ¿Qué nos enseña el evangelio de hoy? 1 – Actos de la mujer Para comenzar a entender consideremos lo que hace la mujer. En primer lugar llora tan abundantemente que literalmente lava los pies de Jesús; la forma de comer en aquella época, recostados sobre almohadones y con los pies hacia atrás o hacia afuera facilitó el accionar de la mujer. Luego de llorar, seca los pies con su cabello, gesto bastante osado dadas las costumbres de aquel entonces, pero a ella no le preocupa. A renglón seguido besa los pies de Jesús y finalmente los unge. Es evidente que lo importante no son los gestos o acciones en sí sino el Espíritu que los anima ¿Qué indican estos gestos? Llorar puede ser de alegría o de dolor o, quizás más probable en este caso, ambos. El gesto de secar los pies con el cabello no puede entenderse más que como un gran gesto de humillación que es a la vez de reconocimiento hacia Jesús. El besarlos indica sin duda un gran afecto, es un gesto de comunión en cierto sentido, con acción de gracias implícita. Finalmente derrama el ungüento sobre los pies, gesto que, al menos desde un sentido espiritual, debe entenderse como un acto de culto ya que se trata de algo similar a las libaciones que se hacían al pie del altar como acto de adoración (cf. Sal 132,7: postrémonos ante el estrado de sus pies). En síntesis, lo que tenemos en los distintos actos de la mujer es una expresión de los diferentes sentimientos que surgen en la oración y que hemos de reproducir en nosotros mismos para que nuestra oración sea legítima y, al igual que en el caso de esta mujer, sea aceptada por Jesucristo: tu fe te ha salvado, vete en paz. 2 – Salmos ¿Cómo podríamos tener esos sentimientos? La historia sagrada viene en nuestra ayuda 142

brindándonos el material. En concreto se trata de la parte de la Biblia que conocemos con el nombre de los “salmos”: “Desde David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás…” (2585). Tenemos básicamente tres formas de oración: alabanza, petición por una necesidad y agradecimiento. La clasificación general de los salmos es en esas tres categorías: himnos, lamentaciones y acciones de gracias y todas ellas se hacen presente tanto en una dimensión personal cuanto comunitaria. Por eso dice el catecismo: “las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad viva tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una lamentación o una acción de gracias, de súplica individual o comunitaria… los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista” (2588). “En el Salterio, las palabras del salmista expresan, proclamándolas ante Dios, las obras divinas de salvación”. Esto está expresado en el evangelio de hoy: tu fe te ha salvado. Nosotros debemos tratar de rezarlos apropiándonos del espíritu que los anima, recordando que “… el mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En Él, los salmos no cesan de enseñarnos a orar” (2587). Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo (cf. 2588). En síntesis, “los salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes inseparables: individual y comunitario. Y cuando conmemoran las promesas de Dios ya cumplidas y esperan la venida del Mesías, abarcan todas las dimensiones de la historia” (2596). 3 – Tehillim, o sea Eucaristía Es oportuno que tomemos nota aquí de algunos elementos relacionados con los salmos y nuestra liturgia. En hebreo este libro se llama tehillim, que significa “alabanzas” (cf. 2589) y es un justo título ya que, en última instancia, nuestras peticiones y lamentaciones y acciones de gracias desembocan en el reconocimiento de la grandeza divina, manifestada en su poder, su sabiduría, su bondad y su misericordia. Es también la primera petición del Padre Nuestro (cf. 2762). Este sentimiento es tan claro en los salmos que, incluso de manera anticipada, el salmista da gracias a Dios luego de haber pedido algo. ¡Es tan grande la certeza que tiene el salmista de ser escuchado! Con mucha mayor razón debemos tenerla nosotros después de Jesús: “la oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras, o en silencio” como la de la mujer de hoy (2616). De allí que diga san Ambrosio: “¿Qué hay mejor que un salmo? Por eso, David dice muy bien: ¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella! Y es 143

verdad. Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe” (2589). Paralelamente, sin embargo, en la misma tradición del pueblo judío se fue haciendo más claro con el correr del tiempo que la acción que encierra en sí todos los elementos que hemos mencionado (alabanza, petición y acción de gracias) era el sacrificio de agradecimiento, que en hebreo fue conocido como todáh. En efecto, la acción de gracias supone la recepción de algún beneficio o don y el reconocimiento para con el donante, o sea su alabanza. Por eso es que nuestro acto más excelente de culto es precisamente la Eucaristía o sea auténtica acción de gracias que incluye en sí misma todas las formas de oración: latréutica o alabanza, impetratoria o de petición, eucarística o de acción de gracias [además de ser sacrificio expiatorio o sea que paga por nuestros pecados]. Y de allí es que haya, por otro lado, una unión estrechísima entre la Santa Misa o Eucaristía y lo que se conoce con el nombre de Liturgia de las Horas u Oficio Divino, cuyo componente principal son los salmos. “Los salmos, usados por Cristo en su oración y que en Él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia” (2586). 4 – Conclusión Recojamos, por lo tanto, queridos hermanos, el ejemplo que nos brinda esta mujer con sus gestos y busquemos de reproducir en nuestros corazones los sentimientos que la animaron, teniendo presente que “el Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre… Rezándolos en referencia a Cristo y viendo su cumplimiento en Él, los Salmos son elemento esencial y permanente de la oración de su iglesia” (2587, 2597).

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CatIC 1430-1438

C-12

Lc 9,18-24 / Zac 12,10-11; 13,1 / Sal 63 / Ga 3,26-29

ES CRISTO DE DIOS EL QUE ES PENITENTE Hay que prestar mucha atención al diálogo que hemos leído en el evangelio, porque se esconde una revelación singular, que nos permite continuar profundizando en la enseñanza propia del tercer evangelio, o sea cómo es el “Camino del Espíritu”. Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro, respondiendo, dijo: El Cristo de Dios. Él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran diciéndoles: El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Ahora decía a todos: si [3] alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, y cargue su cruz cada día y sígame . Hay algunas particularidades a destacar. - Primero: la forma en que Jesús los hace callar no es simplemente “no digan nada” o algo semejante, sino diciéndoles El Hijo del hombre debe sufrir... - Segundo: a nosotros nos suena como cosa normal la frase cargue su cruz, pero no lo era para un no cristiano, ya que significaba el castigo de un criminal. La cruz era maldición. Por tanto, Lucas escribe para quien sabe algo de la cruz. En síntesis, Jesús en su enseñanza nos lleva a considerar la relación entre la condición de Ungido (Cristo) y la cruz, sea que la consideremos en Él, sea que la consideremos en nosotros. Estamos frente a una revelación que se nos hace duro aceptar. 1 – La virtud de la penitencia Dice el B. Columba Marmión: “El Cristianismo es la reproducción de la vida de Cristo en el alma [hemos escuchado en la segunda lectura: han quedado revestidos de Cristo]. Ahora bien, la existencia de Cristo ofrece este doble aspecto: se entregó a la muerte por nuestros pecados, resucitó a fin de comunicarnos la vida de la gracia (Ro 4,25) [lo acabamos de escuchar en el evangelio]. El cristiano muere a todo cuanto es pecado, pero para vivir más íntimamente de la vida de Dios; la penitencia, de consiguiente, no es, en principio sino un medio para conseguir la vida.” Y, más adelante, “para que la vida de la gracia se mantenga en nosotros y se desarrolle, hay que mortificar, es decir, reducir a la impotencia, dar la muerte, no a nuestra misma naturaleza, sino a aquello que en nuestra naturaleza es origen de desorden y de pecado: instintos desordenados de los sentidos, desvaríos de la imaginación, perversas inclinaciones. Este es el fundamento de la necesidad de la penitencia: restablecer en nosotros el orden... La penitencia tiene por objeto hacer morir el pecado...”. (Jesucristo, Vida del Alma II-parte A 4). 145

Aquí tenemos el núcleo de la enseñanza que el evangelio nos brinda hoy: “Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores... sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas...” (1430). ¿En qué consiste esa virtud? “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida...” (1431). Evidentemente, la tarea no es fácil porque “el corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo...” Y dice el catecismo: “El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron” (1432) y, a su vez, gracias al Espíritu Santo que es el que “devela el pecado y el Consolador que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y la conversión” (1433). Es la enseñanza de la primera lectura: Derramaré un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán hacia mí. En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por él... Aquel día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza. 2 – Diversas formas de penitencia en la vida cristiana Ahora ¿cómo saber si tengo realmente esa disposición interior, ese ánimo de seguir a Cristo? “Podemos estar seguros de que en verdad pertenecemos a Cristo, si, imitando su ejemplo, nos renunciamos a nosotros mismos y cargamos con nuestra cruz: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a así mismo, tome su cruz y sígame. Aquí está el secreto de esas mortificaciones voluntarias que afligen y desgarran el cuerpo, y de aquellas otras que reprimen los deseos, aun legítimos, del espíritu” (B. C. Marmión, íd.). Para ver en concreto cómo es esta disposición interior en la acción conviene leer detenidamente las palabras del Catecismo: “La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna, que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos y la práctica de la caridad que cubre multitud de pecados” (1434). Todo esto se trasluce necesariamente en la vida cotidiana. ¿Cómo? “La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de 146

la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia” (1435). 3 – Creación y mantenimiento de la virtud de la penitencia Entonces, ¿cómo llegar a obtener esta virtud o disposición tan esencial para la vida cristiana? “La conversión y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrifico de Cristo que nos reconcilió con Dios...” (1436). Respecto de esto, vale la pena observar que esta revelación de Cristo en el evangelio de Lucas está precedida por la ejecución del milagro de la multiplicación de los panes, evidente figura de la Eucaristía. Además, “la lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia...” (1437). Por supuesto que están también los “momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia” cuando toda la Iglesia se dispone con ese espíritu penitencial, es decir, “los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor)” (1438). Precisamente, el cuarto precepto de la Iglesia (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas, contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón” (2043). 4 – Conclusión “Retened, pues, para siempre, esta verdad capital: que nuestra santidad es de un orden esencialmente sobrenatural y que dimana de Dios. Cuanto más se purifique el alma del pecado por la mortificación y el desasimiento, cuanto más se vacíe de sí misma y de la criatura, tanto más poderosa resultará en ella la acción divina... Por eso, en la misma medida en que participemos de los padecimientos de Cristo, podemos alegrarnos, pues cuando se manifieste la gloria de Cristo en el último día, estaremos rebosando de contento (1Pe 4,13)” (B. C. Marmión, íd). Si pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa (2ª lectura). “Es esta virtud nuestra mejor garantía de perseverancia en el camino de la perfección, por ser ella, mirándolo bien, una de las formas más puras del amor” (B. C. Marmión, íd).

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CatIC 2084-2128

C-13

Lc 9,51-62 / 1Re 19,16b.19-21 / Sal 16 / Ga 5,1.13-18

SÍGUEME... SÓLO A DIOS SERVIRÁS (1º mandamiento) Una parte importante del evangelio de san Lucas está dedicada al Camino que recorre Jesús para ir a Jerusalén. En el evangelio de este domingo se lee el comienzo del viaje de Jesús. Como hemos escuchado, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén, vale decir que lo hace con una determinación inalterable. ¿A qué y por qué va? ¿No sabía que moriría allí? Sí que lo sabía, lo hemos escuchado el domingo pasado cuando dijo a los apóstoles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho... ser condenado a muerte y resucitar. Pero, ¿por qué ir tan decididamente? Dice el evangelio de hoy que estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, de su ascensión (literalmente Lucas usa aquí la misma palabra con la que designa la ascensión de Jesús al cielo), es decir del encuentro con Dios. Es, por lo tanto, en esta óptica que debemos comprender este caminar de Jesús, como caminar hacia Dios. Pero es un camino que también nosotros debemos recorrer y por eso en el evangelio se nos insiste reiteradamente en el seguimiento de Jesús: Te seguiré adonde vayas... Sígueme... Te seguiré... Los samaritanos, por el contrario, al no recibir a Jesús, rechazan esa opción y frustran para ellos mismos el proyecto de Dios. Cabe aclarar que, precisamente, los samaritanos habían defeccionado en el culto del verdadero Dios (cf. Jn 4), cuyo único templo estaba en Jerusalén, precisamente donde se dirigía Jesús. Teniendo en cuenta esta actitud de los samaritanos, fundada en su sincretismo religioso y teniendo en cuenta lo que significa el caminar de Jesús, a quien debemos seguir, es útil que consideremos el evangelio a la luz del primer mandamiento. 1 – El Primer mandamiento Normalmente nosotros conocemos solamente la versión abreviada del primer mandamiento, que se estudia en el catecismo: “Adorarás al Señor tu Dios”. En la Biblia este mandamiento tiene una enunciación más larga, diciendo entre otras cosas: “Adorarás al Señor tu Dios y le servirás... no vayáis en pos de otros dioses. La primera llamada y la justa exigencia de Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore” (2084). Para ello es que tenemos las virtudes teologales: “las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, informan y vivifican las virtudes morales. Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión nos dispone a esta actitud” (2095). Esto es lo que no hacen los samaritanos. ¿Qué le debemos a Dios? Todo. Por eso “la adoración es el primer acto de la virtud de la religión: Adorar a Dios es reconocerlo como Dios, como Creador y Salvador, Señor y 148

Dueño de todo lo que existe... Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada de la criatura’, que sólo existe por Dios... La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo”·(2096-2097). Es la advertencia que le hace Jesús al primer seguidor entusiasta, a quien no rechaza, no puede hacerlo porque sólo Él es el Camino. Pero sí le muestra la necesidad de una disposición firme y clara. Así comenta san Agustín este pasaje: “¿Dónde el Señor no tiene lugar? En tu fe. Las zorras tienen cuevas en tu corazón; eres un engañador. Los pájaros tienen nidos en tu corazón; eres soberbio. Eres engañador y soberbio, no me seguirás. ¿Cómo puede un engañador ir detrás de la simplicidad?... Este hombre, si hubiese seguido a Cristo, habría buscado su interés y no el de Jesucristo” (Sermón 100, 1). ¿Cómo haremos para cumplir con esa condición? Primero, por la oración, “condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios” (2098). Por eso, el mismo Jesús dirá más adelante, en este mismo Camino, es preciso orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1). Además, en segundo lugar, ofrecer sacrificios, acerca de lo cual nos advierte san Agustín: “toda acción realizada para unirse a Dios en la santa comunión y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio” y comenta el catecismo: “el único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación. Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios” (20992100). Es lo que Jesús le señala al candidato que se le acerca para seguirlo. Que se disponga al sacrificio, buscando la renuncia total. Es en esta línea que muchos, para obligarse más decididamente, al igual que Jesús, hacen votos y promesas. En algunos casos, como en el bautismo, confirmación, matrimonio y ordenación, se exigen de suyo (2101); en otros, la persona, deliberada y libremente, hace entrega a Dios de un bien, y entonces realiza un voto, el cual implica “un acto de devoción [= entrega] en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una obra buena” (2102). “Muchos hombres y mujeres siguen más de cerca y muestran más claramente el anonadamiento de Cristo, escogiendo la pobreza y renunciando a su voluntad propia... para parecerse más a Cristo obediente” LG 42, en 2103). 2 – No habrá para ti otros dioses delante de mí Jesús había señalado el primer mandamiento al padecer las tentaciones: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto (Lc 4,8). El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Único Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión. Los casos siguientes nos permiten profundizar estos otros aspectos. El segundo, el llamado por Jesús, antepone el cuarto mandamiento al primero, acerca de lo cual comenta san Agustín: “El padre debe ser honrado y Dios debe ser obedecido. El padre debe ser amado, pero Dios Creador debe ser preferido... ¿Quiénes son los muertos que sepultan los muertos?... Ligan, lloran y llevan, y son muertos, porque son infieles” (Sermón 100,2). Y advierte el catecismo: “La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos 149

del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios...” (2113). “Idólatra es el que aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios, la indestructible noción de Dios” , decía Orígenes (2114). El tercer caso también nos señala algo parecido, con lo cual insiste Jesús, ya por tercera vez, en la necesidad de dejar completamente lo que no sirve para el camino, mirar para adelante y no para atrás. Es así que se nos enseña claramente qué está primero y qué hemos de dejar, cuál es el orden de prioridades con que hemos de regular nuestra vida. 3 – ¿Ateos? La actitud de rechazo de Jesús, o mejor dicho, de Dios que se ha revelado en Jesús (hecha con plena conciencia), implica de una manera u otra el ateísmo. “... el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios” (2126). Esta misma visión de la realidad puede revestir formas mucho más sutiles en los mismos “creyentes” y así tenemos el tentar a Dios (es decir poner a prueba a Dios), la adivinación y la magia o hechicería (pretender manipularlo para nuestros intereses), el sacrilegio (o profanación de lo sagrado) y la simonía (comercializar con cosas sagradas) (cf. 2115-22). Finalmente, existe una manera de desentenderse de Dios que es llamada “agnosticismo”, quien postula la existencia de un ser trascendente, pero que “no podría revelarse y del que nadie podría decir nada... equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico” (2127-8). 4 - Conclusión “Incorporados a Cristo por el bautismo, los cristianos están muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, participando así en la vida del Resucitado. Siguiendo a Cristo y en unión con él, los cristianos pueden ser imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor, conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con los sentimientos que tuvo Cristo y siguiendo sus ejemplos” (1694). 2ª lectura: yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios. Señor, Tú eres la parte de mi herencia (salmo).

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CatIC 2044-2046.2471-2474

C-14

Lc 10,1-12.17-20 / Is 66,10-14 / Sal 66 / Ga 6,14-18

DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD En el evangelio que acabamos de proclamar hay varias curiosidades que debemos notar y desentrañar para comprenderlo plenamente. 1 – Curiosidades y envío Ante todo, el número. ¿Qué sentido tiene que sean setenta y dos? Este número no es al azar. En primer lugar, tenemos que, según la tabla que figura en Génesis 10 (en LXX), las naciones derivadas de la descendencia de Noé y que repoblaron la tierra eran 72, de tal manera que ese número muestra la misión universal de la Iglesia a todas las naciones. Además, en segundo lugar, como observa un comentarista, estos 72 más los doce apóstoles, da un resultado de ochenta y cuatro, que equivale a siete veces doce, con lo cual aparece la perfección del número doce, de tal manera que se indica la totalidad o la perfección de los enviados, prefigurando de esta manera los misioneros de todos los tiempos enviados a todos los pueblos y lugares de la tierra. Así se entiende mejor por qué Jesús dice la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. En tercer lugar, el número de 72 hace alusión a los setenta ancianos elegidos por Moisés como ayudantes de él, los cuales, de esta manera, participaban de su misión (cf. Nm 11,16-25; de hecho resulta que hay algunos manuscritos que en vez de 72 hablan sólo de 70). Los signos que realizan los 72 enviados muestran que participan del poder de Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Segunda observación. El domingo pasado vimos cómo nos insistía el evangelio en la necesidad de seguir a Cristo. En el texto que acabamos de proclamar se nos indica lo contrario: los discípulos han de precederlo en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Deben ir delante de Jesús, no seguirlo. Es decir que su función es preparar la llegada de Jesús, como se prepara la recepción de un personaje importante. En relación con esto, hemos de incorporar una tercera observación. El mensaje que han de anunciar es muy sencillo: el Reino de Dios está cerca. Es curioso que recién ahora, en el evangelio de san Lucas, se empieza a hacer esta proclamación. ¿Por qué? Pues porque recién ahora aparece que Jesús se dirige decididamente hacia Jerusalén para instaurar ese Reino. Signo de esa instauración es la constatación que realiza Jesús al final del evangelio de hoy: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. 2 – Testigos 151

Cuarta observación. Los envía de dos en dos. ¿Por qué? Ellos debían anunciar algo, pero ¿era creíble? Quienes escuchaban un anuncio como ese de el Reino de Dios está cerca ¿hasta qué punto debían aceptar lo que se les decía? ¿podían constatar la veracidad de lo que se les proclamaba? Para esto es que Jesús los envía de dos en dos. Según el pensamiento jurídico contemporáneo, era considerado válido el testimonio de al menos dos personas concordantes entre ellas (cf. Dt 19,15; por eso en el proceso contra Jesús querían dos testigos que coincidiesen). Es decir que, más que mensajeros, los enviados son testigos. Como signo de que su mensaje era divino se añaden las obras que realizan: sanen a los enfermos... Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. En relación con el testimonio es muy significativo el comentario que hace san Gregorio Magno: “Nuestro Señor y Salvador, queridos hermanos, a veces nos instruye con las palabras, a veces con los hechos. Sus acciones se vuelven preceptos, cuando tácitamente, con lo que hace, nos indica lo que debemos hacer. Helo aquí que manda a sus discípulos a predicar de dos en dos. Porque son dos los preceptos de la caridad, caridad hacia Dios y caridad hacia el prójimo, y para que haya amor, se necesitan al menos dos personas. El amor que uno tiene por sí mismo, ninguno lo llama caridad; debe ser dirigido a otro, para que se lo llame caridad. El Señor manda los discípulos de dos en dos, para hacernos entender que si uno no tiene amor por los otros, no debe ponerse a predicar” (Hom. 17,1). Vivir la caridad auténticamente ya es manifestar a Cristo. A este respecto señala el catecismo: “la fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. ‘El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios’ (AA 6)” (2044). “Los cristianos... contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres” (2045). “Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, Reino de justicia, de verdad y de paz” (2046). 3 – Las condiciones Últimas observaciones: las condiciones que señala Jesucristo. Yo los envío como ovejas en medio de lobos: la figura muestra la agresividad y la fuerza por un lado y la debilidad e indefensión por el otro. Pero a pesar de todo se los envía. Esa disparidad de fuerzas no es una razón para que los enviados se sientan eximidos de la obligación de llevar el mensaje, ni para que elijan la reclusión en vez de la actividad. Ejemplo preclaro de esto lo encontramos en Cristo quien proclama, ¡ante Pilato!, que había venido para dar testimonio de la verdad. Magníficos son los ejemplos que nos brindan sobre esto los mártires de todos los tiempos y lugares: “el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado... Da testimonio de la verdad de la fe y de la 152

doctrina cristiana...” (2473). Fíjense como habla san Ignacio de Antioquía: “Dejadme ser pasto de las fieras, por ellas me será dado llegar a Dios...” (2473) y san Policarpo: “Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires...” (2474). Y de allí la costumbre de recoger sus reliquias o restos y colocarlos en los altares sobre los que celebra la santa Misa, en donde se ofrece la sangre del Mártir por excelencia. Así también “el cristiano no debe avergonzarse de dar testimonio del Señor. En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar una conciencia limpia ante Dios y ante los hombres. El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio... Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras.” (2471-2). La importancia de esta tarea se vislumbra en las otras indicaciones que da Cristo: no llevéis dinero ni provisiones ni calzado y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Esto indica ante todo la urgencia del envío. San Ambrosio: “No se trata de abolir la recíproca cortesía del saludo, sino de quitar del medio el obstáculo que podría distraer del encargo; en presencia de lo divino, lo humano debe ser puesto temporalmente aparte...” (In Lucam). La llegada del reino es algo que compromete al hombre de tal manera, que toda otra ocupación o preocupación pasa a segundo plano. El reino no es algo que se agrega como un parche o un añadido a nuestra vida, sino que es una realidad que nos transforma totalmente y que transforma también al mundo. En esta línea, hemos de tomar conciencia de lo que dice el evangelio: el que trabaja merece su salario. De allí el quinto precepto de la Iglesia que manda “contribuir al sostenimiento de la Iglesia”: “señala la obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las necesidades materiales de la Iglesia” 2043). Se trata de colaborar con todos los medios para que el mensaje de Jesús se pueda difundir y expandir. 4 – Conclusión Concluyamos, queridos hermanos, con las últimas observaciones, que nos señalan la terrible importancia de nuestra misión de testimonio y la consoladora revelación que hace Jesús al final del evangelio. La importancia de la misión se ve por las consecuencias que produce en quienes no quieren recibir a los enviados de Jesús: les asegura que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad. Sodoma es la ciudad que fue calcinada por fuego del cielo al no querer convertirse y a la cual ni siquiera la intercesión de Abraham logró salvar. Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran que dedicarse a esta tarea es un signo de predestinación de salvación eterna: alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo. Por eso no temamos a los hombres. Tomemos como lema las palabras del mártir san Ignacio de Antioquía: “No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo, es mejor para mí morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar 153

hasta los confines de la tierra” (2474), y dediquémonos con todo nuestro esfuerzo a dar testimonio de Jesús.

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CatIC 2447-49 (cf. 2258-2330)

C-15

Lc 10,25-37 / Dt 30,9-14 / Sal 69 / Co 1,15-20

DAR VIDA - HEREDAR LA VIDA (cf. 5º mandamiento) Acabamos de escuchar la narración de una de las parábolas más comentadas desde la antigüedad, conocida como la parábola del Buen Samaritano. Para comprenderla de manera más adecuada, es necesario que observemos algunos elementos de carácter histórico. 1 – La Parábola del Buen Samaritano En primer lugar, impresiona ver que el sacerdote y el levita pasen de largo, la insensibilidad que manifiestan. Sin embargo, para comprender mejor su actitud es necesario conocer algunos detalles de la vida judía. El sacerdote era un sacerdote judío, es decir, estaba encargado de hacer los sacrificios en el Templo de Jerusalén. Y el levita ¿qué era? Los levitas eran miembros de la tribu de Leví, que tenían a cargo tareas auxiliares en el Templo, disponiendo todo lo necesario para los sacrificios (leña, agua, etc.). Como vemos, ambos tienen que ver con el culto que se daba a Dios en el Templo de Jerusalén. Pues bien, resulta que para poder dar culto a Dios, un culto que fuese aceptable para Dios, era necesario cumplir con ciertas prescripciones. Para usar una comparación que nos atañe, podemos pensar en la necesidad que tenemos nosotros de estar sin pecado mortal para que nuestro culto sea agradable a Dios. Y si no estamos en condiciones, tenemos entonces la confesión para colocarnos nuevamente en las disposiciones adecuadas. De manera semejante, los judíos tenían que cumplir con ciertas disposiciones y, si no las tenían, había sacrificios por los pecados con los cuales readquirían esas disposiciones. Entre las diversas normas, había una prescripción por la cual debían evitar el contacto con los cadáveres (Lv 21; Nm 19,11). Socorrer a la persona malherida significaba para ellos el riesgo de quedar excluidos del culto del Templo, perder la comunión con Dios. El relato de hecho dice que el herido había quedado medio muerto, por lo que se entiende que tenía ya aspecto de cadáver para quien lo veía caído. Ahora podemos entender mejor por qué pasaron de largo. Tanto el sacerdote como el levita atienden más al problema litúrgico y legal. Igualmente, hemos de observar que la enseñanza que nos deja Jesús es que las exigencias de la caridad para con el prójimo son más importantes que las exigencias del culto. De hecho, en la respuesta que da el doctor de la Ley el único que queda justificado es el Samaritano, el que tuvo compasión. Ya los profetas habían señalado esto: misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6). Pero lo más sorprendente en realidad viene después. Porque la persona que auxilia al malherido no es alguien intrascendente. Es un samaritano. ¿Qué era un samaritano? Se 155

llamaba así a los habitantes de la región de Samaría, región que está ubicada entre las regiones de Judea y la de Galilea. Y existía entre los samaritanos y los judíos un odio a muerte (cf. 1Re 17,24-41; Jn 4,20). Hace dos domingos hemos leído que, dirigiéndose Jesús a Jerusalén, envió emisarios delante de él para prepararle alojamiento en un pueblo de Samaría. Pero los samaritanos no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. O sea que, precisamente aquel que uno hubiera esperado que lo dejase abandonado, el que más hubiera deseado aparentemente que el judío malherido muriese, ese es el que lo asiste y ayuda. Y observemos finalmente que al indagar Jesús cómo el doctor de la Ley había recibido la enseñanza, da vuelta la pregunta. El doctor de la ley había preguntado ¿Quién es mi prójimo? Porque la discusión entre los judíos sobre este punto era bastante ardua. La expresión referida por el doctor es de Lv 19,18 (lo referido a Dios es de Dt 6,5). Y se discutía si debía considerarse prójimo solamente a los miembros de la familia, o de la tribu, o si también entran en esa categoría los forasteros que habitaban en tierra judía, etc. Jesús, sin embargo, sin entrar en esa polémica, corrige la perspectiva desde donde debemos considerar la cuestión: ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo…? No se trata de ver quién está próximo a mí, sino a quién me aproximo, de quién me hago próximo yo. No debe ser visto desde un punto de vista estático y a quién convierto en objeto de mi acción, sino más dinámico y haciéndome sujeto de la acción. 2 – Jesús el Buen Samaritano Hasta aquí la parábola referida. Desde muy antiguo se vio en la figura del Buen Samaritano a Cristo que sana la humanidad herida: “Bajo sus múltiples formas –indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte-, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la querido cargar sobre sí e identificarse con los más pequeños de sus hermanos” (2448). Hemos de observar que la enseñanza de Jesús es sobre todo práctica. A lo largo de todo el evangelio de hoy se insiste en el hacer: Maestro, ¿Qué debo hacer…?; Obra así y alcanzarás la vida; Ve y procede tú de la misma manera. Recogiendo este mandato a lo largo de los siglos la Iglesia ha sido causa de un ingente número de obras de misericordia: “…los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos…” (2448). 3 - Obras de misericordia = Dar Vida Nos compete por lo tanto, actuar. ¿Cuáles son las necesidades de nuestro prójimo a las que debemos subvenir? Aquí tenemos una enseñanza más del evangelio. Jesús con el ejemplo de la parábola nos habla de las necesidades corporales del prójimo, pero con el ejemplo de su accionar nos habla de las necesidades espirituales. Porque en el doctor de la 156

ley había una necesidad, pero no física, material, sino espiritual, porque ignoraba la respuesta correcta. “Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestros prójimos en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos.” (2447). ¿Qué debemos hacer por el prójimo? Has respondido exactamente, dijo Jesús. ¿Cuál fue la respuesta? Amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¿Y qué quieres para ti? La respuesta fue la primer pregunta del doctor de la Ley: ¿Qué debo hacer para heredar la Vida eterna? Vida quieres, dona vida. Es importante observar que todo el conjunto de los mandamientos que corresponden a la segunda tabla, los mandamientos referidos al prójimo, giran alrededor de la cuestión de la vida: - Honrar padre y madre: es de quienes procede nuestra vida. - No fornicar y no desear el cónyuge del prójimo: respetar el ámbito propio de la vida, la familia, y su fundamento, el matrimonio. Esto evita muchos desórdenes sociales y personales. - No robar y no codiciar los bienes ajenos: respetar los elementos materiales necesarios para la vida. - No levantar falso testimonio ni mentir: no atentar contra la vida social, parte imprescindible también de la vida del hombre. De manera particular hemos de tener presente el quinto mandamiento: no matar, es decir, respetar la vida propia y ajena en todos sus niveles (físico, psíquico y espiritual): “La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término…” (2258). 4 – Conclusión No podemos extendernos en esto pero podemos sintetizar la enseñanza de este día en decir sencillamente que es nuestro deber, para con toda persona humana, trabajar para brindar aquello que le permita acceder a una vida cada vez más plena, conscientes de que la vida humana implica el triple nivel (físico, psíquico y espiritual), y atentos a no dejarnos atraer por los espejismos y las ideologías que proponen falsas soluciones (como aborto, eutanasia, etc. o rechazo de las fronteras bioéticas).

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CatIC 2697-2724

C-16

Lc 10,38-42 / Gn 18,1-10a / Sal 15 / Co 1,24-28

LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN Sin duda que el primer impulso que uno siente, ante la narración que acabamos de oír es la tentación de querer calificar a Jesucristo de injusto. Porque uno se ve sorprendido de que el Señor no sólo no atiende el reclamo de Marta, sino que además justifica a María. 1 – El episodio evangélico y su significado En realidad, la situación es todavía más paradójica de lo que nosotros podemos apreciar a primera vista. En efecto, hay un elemento que a nosotros no nos llama la atención pero que era poco menos que inaceptable en aquella época. En el evangelio escuchamos que María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Esta expresión indica la actitud propia del discípulo que escucha a su maestro (cf. Lc 5,2; He 13,7.44; 19,10). Por ejemplo, san Pablo cuenta que él aprendió la Ley a los pies de Gamaliel. Lo llamativo, sin embargo, es el hecho de que allí y en esa actitud estuviese María, sencillamente porque los maestros judíos no admitían mujeres como discípulos. Como vemos, entonces, la situación es más sorprendente de lo que uno puede apreciar a primera vista. De allí, por lo tanto, que la expresión de Marta, además de una solicitud de ayuda, también es una manera delicada de señalarle a María que no era ese el lugar en que debía estar. De todos modos, cualquiera sea la interpretación que se quiera dar a la intervención de Marta, lo importante para nosotros es la respuesta de Jesús, que contiene la enseñanza más importante y significativa, en especial para el hombre moderno. ¿Cuál es esa enseñanza? Comenta san Ambrosio: “En el ejemplo de Marta y de María nos es mostrada, en las obras de la primera, la devoción activa, y en aquellas de la segunda, la religiosa atención del alma a la Palabra de Dios; si esta atención es conforme a la fe, ella aventaja a las mismas obras, según cuanto está escrito: María se ha elegido la parte mejor, que no le será quitada… También tú estimula, como María, el deseo de saber: es esta la obra más grande, la más perfecta… Marta no es reprochada por sus buenos servicios: pero María tiene la preferencia” (In Lucam). Esta advertencia es sumamente válida en los tiempos modernos. Es un hecho que cuando nosotros damos importancia a algo (una amistad, una tarea, etc) le dedicamos tiempo, le consagramos tiempo. Pues bien, dejando de lado aquellos que no se interesan en absoluto por la vida espiritual, sucede también con mucha frecuencia que mucha gente buena y trabajadora se ve absorbida de tal manera por su trabajo que termina olvidando a Dios y quedan, de esa manera, reducidos a la condición de esclavos. Porque, en última instancia, ¿qué es lo que distingue al esclavo del hombre libre? Es, sencillamente, el hecho de que toda la existencia del esclavo está determinada por la referencia al trabajo, es decir 158

por la búsqueda de lucro y utilidades del orden material. Y de esa manera, se olvida la condición más noble del hombre que es, precisamente, la de trascender, ir más allá de ese condicionamiento material. Es desde este ángulo que podemos entender la importancia de los preceptos de la Iglesia: “el carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo” (2041). En particular hay que tener en cuenta el primer precepto que obliga a oír misa entera los domingos y fiestas de precepto (2042). En última instancia, se nos insta a la oración: “la oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento [la oración es al alma lo que la respiración al cuerpo]. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo” (2697). Es lo que le pasaba a Marta. Generosa ella en recibirlo al Señor, llegó un momento que había olvidado a quién tenía en la casa. Esto es parecido a una forma bastante común de plantear las cosas: “el trabajo es oración, así que yo rezo mientras trabajo”. Otros, de manera parecida, añaden: “alguien tiene que hacer las cosas”. Sin negar la verdad de estas dos afirmaciones, es necesario también reconocer sus límites: “no se puede orar en todo tiempo si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos” (2697). 2 – La oración y sus expresiones Hay quienes dice: “yo no sé rezar”. Por ello, “la Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas…” (2698). Es una propuesta, porque hemos de tener presente que Dios nos trata de manera personal; aunque también es verdad que hay ciertos elementos comunes para la oración: “El Señor conduce a cada persona por los caminos que él dispone y de la manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación” (2699). Señalemos de manera resumida lo que nos dice el catecismo: a) La oración vocal: “la oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración interior del corazón” (2722). “La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana” (2701). Jesús mismo ha dado ejemplo como cuando bendice al Padre o reza en la agonía de Getsemaní. Responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana, a la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos (2702). Al decir vocal no sólo queremos referirnos a las palabras, sino también a los gestos. Además, “es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana” (2704): canto, posturas, gestos, etc. b) La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por 159

qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide… Habitualmente se hace con la ayuda de algún libro: las Sagradas Escrituras, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos, los escritos de los Padres espirituales… (cf. 2701). La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo: “esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo” (2708). Es una reflexión. c) La oración de contemplación: “no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (S. Teresa). “La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser. Es comunión…” (2713). Es la oración del hijo de Dios: “no se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad” (2710). “La contemplación es mirada de fe… Su mirada purifica el corazón, nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el conocimiento interno del Señor para más amarle y seguirle. La contemplación es escucha de la palabra de Dios… esta escucha es la obediencia de la fe… La contemplación es silencio... Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor” (2715-17). 3 – El recogimiento del corazón Las tres formas de oración “tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón” (2700). Porque las cosas de este mundo nos dispersan: “son muchas cosas, son diversas, porque son de este mundo, son temporales; son cosas buenas, pero transitorias” (san Agustín, Sermón 103). Recoger es juntar lo que se ha dispersado: “Recoger el corazón, recoger todo nuestro ser… habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos…” (2711). “Te buscaba fuera y tú estabas dentro” (san Agustín, Confesiones). Tú, cuando vayas a orar entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,6). Por último, hay que tener presente que a rezar se aprende rezando, por ello hay que perseverar: “la contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro… Es necesario aceptar el velar una hora con él” (2719). Para que esto se efectivice concretamente, “la Iglesia invita a los fieles a una oración regulada”, es decir regular y reglada (2720). 4 – Conclusión En síntesis, “en Marta hay una ocupación que nace de una necesidad, en María hay una dulzura que nace del amor” (San Agustín), “busquemos entonces de tener también nosotros lo que no puede ser quitado, dando a la palabra del Señor una atención diligente, 160

no distraída…” (san Ambrosio). Lc 12,22. Mt 6,33. María conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2,51).

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CatIC 2759-2778

C-17

Lc 11,1-13 / Gn 18,20-32 / Sal 138 / Co 2,12-14

EL PADRE NUESTRO: BREVIARIUM TOTIUS EVANGELII Acabamos de oír cómo los discípulos solicitan a Jesús: Señor, enséñanos a orar. En realidad, al pedirle al Señor ya están rezando. El ejemplo de Jesús ha impactado tanto que, sin querer, han comenzado a rezar y han hecho una petición humildemente, con pocas palabras y con mucha confianza. La enseñanza de Cristo va a subrayar estos mismos elementos: la oración debe ser humilde, confiada y con pocas palabras. “En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental” (2759). ¿Por qué este nombre de oración cristiana fundamental? Dice Tertuliano: “la oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el evangelio...” (2761). Y san Agustín: “recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical” (2762). 1 – Oración del Señor (dominical) Esta oración alcanza todavía un valor mayor si consideramos de quién procede: “la expresión tradicional ‘oración dominical’ [es decir, oración del Señor] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús” (2765). Es una oración verdaderamente única, ya que, por una parte el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado, se trata de una verdadera revelación: nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Por esto, Jesús es Maestro de nuestra oración. Pero además, Jesús es hombre y en su condición de Verbo Encarnado, conoce las necesidades de los hombres y precisamente a través de estas palabras nos las revela. De esta manera Jesús es también Modelo de nuestra oración (cf. 2765). Por ello dice santo Tomás: “la oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad” (2763). Por eso dice el catecismo: “Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en Él” (2764). Por ello no es casual que en el centro mismo del Sermón de la Montaña que trae san Mateo, esté colocado el Padre Nuestro. Es en este contexto donde “se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor” (2763). Todavía más. Jesús es Maestro y Modelo de nuestra oración. Pero todo esto no deja, en cierto sentido, de ser algo externo a nosotros. La acción del Señor va más allá: “Jesús no 162

sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros espíritu y vida. Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (2766). De esta manera, oramos “por Cristo, con Él y en Él” y por ello es también Pontífice, es decir, Mediador de nuestra oración. De este modo el Espíritu del Señor, al igual que a través de la doctrina, también por la oración “da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida”. Por lo cual, al decir las palabras de la oración dominical, damos cabida a una dimensión insospechada, ya que en última instancia, sólo el Padre es quien conoce cuál es la aspiración del Espíritu. De allí que el catecismo concluye: “la oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu” (2766). 2 – Oración de la Iglesia: Padre NUESTRO Al insertarse de este modo y por eso mismo, se entra en una nueva dimensión: la dimensión comunitaria, expresamente señalada al enseñarnos a decir Padre Nuestro: “el Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice ‘Padre mío’ que estás en el cielo, sino Padre nuestro, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia” (San Juan Crisóstomo, en 2768). Es decir, nos insertamos en la Iglesia, cuya cabeza es Cristo y cuya alma es el Espíritu Santo. De allí que, naturalmente, esta oración enseñada por Jesús ha formado parte siempre, de manera inseparable, de la vida de la Iglesia y está arraigada esencialmente en la oración litúrgica. Por eso, dice el catecismo: “este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes, ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor tres veces al día...” (1767), costumbre que la Iglesia mantiene hasta el día de hoy. “La oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de las principales Horas del Oficio Divino y de la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía” (2776; cf. 1769-2772): a) En el Bautismo y la Confirmación, se realiza la entrega de la Oración del Señor que significa el nuevo nacimiento a la vida divina, su condición de hijos de Dios. b) Pero es en la Eucaristía donde revela su sentido pleno y su eficacia. Allí alcanza una riqueza incomparable. Por su ubicación entre la Anáfora (Oración Eucarística) y la liturgia de la Comunión, realiza una doble acción: 1) recapitula todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis; 2) llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar. En realidad, por esta segunda acción, retoma las peticiones presentadas expresando su valor más profundo. Por eso dice el catecismo que “en la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los últimos tiempos, tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor... La Eucaristía y el Padre Nuestro están orientados hacia la venida del Señor”. Es decir que la dimensión comunitaria, si bien iniciada aquí en la tierra, apunta fundamentalmente a su 163

realización final, escatológica. 3 – Oración de Hijos: PADRE Nuestro Un último elemento que importa subrayar de la enseñanza del evangelio de hoy es la confianza osada que el Señor mostró que debe tener la oración. De hecho, Jesús insiste en que insistamos: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá... Incluso el ejemplo del amigo importuno de la parábola, al igual que el de Abraham, nos invitan a esta actitud insistente. Y para que no tengamos temor de ser “pesados” pidiendo a Dios lo que corresponde, nos recuerda la Bondad infinita del Padre celestial: Si vosotros que sois malos... ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!. Todo esto está presente en la misma oración enseñada por Jesús, ya que comenzamos llamándolo Padre. Esta forma de dirigirse a Dios es totalmente inaudita y novedosa. Así lo subraya san Pedro Crisólogo: “la conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: Abbá, Padre... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre esté animado por el Poder de lo alto?” (2777). Así comenta el catecismo esta maravilla que es posible por Jesús, en quien somos hijos (cf. 2ª lect.) y que nos dona sus palabras juntamente con su Espíritu: “Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana: parrhesía, simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado” (2778). 4 – Conclusión Como vemos, queridos hermanos, la oración del Señor contiene una enorme riqueza. Sería muy bueno que cada uno, de manera privada, tomase entre sus manos el Catecismo de la Iglesia Católica y leyese todo lo que allí se contiene sobre ella. No en vano, las palabras del Señor son tajantes: cuando oréis, decid. “Es el corazón de las sagradas escrituras” dice el catecismo. Una manera muy sencilla de rezarlo y saborearlo lo enseña san Ignacio de Loyola. Recomienda él decir una palabra, por ejemplo “Padre”, y luego por espacio de tres o cuatro respiraciones quedarse pensando en ella; luego continuar de la misma manera con la palabra o frase siguiente; y así sucesivamente.

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CatIC 2558-2565

C-18

Lc 12,13-21 / Qo 1,2; 2,21-23 / Sal 90 / Col 3,1-5.9-11

ESTUPIDEZ Y ORACIÓN En su camino hacia Jerusalén continúa el Señor a darnos lecciones de educación cristiana. En los dos domingos anteriores hemos hablado acerca de la oración. Pero uno puede preguntarse ¿por qué la oración? ¿qué sentido tiene? El ejemplo que nos da el evangelio de hoy nos permitirá profundizar en esto. Por un lado, hay una enseñanza suficientemente clara: los bienes materiales no te aseguran la vida. Pero es conveniente que nos adentremos un poco más en la respuesta, fijando nuestra atención en la forma tan dura con que este hombre que había obtenido tan buena cosecha es apostrofado por Dios: ¡Necio!, como si dijéramos: ¡Estúpido!. Considerar esto nos permitirá comprender más profundamente lo que es la oración, su sentido y su importancia. [4] 1 – La necedad ¿Qué quiere decir en la Biblia “ser necio”? llora al muerto, pues la luz le abandonó; llora también al necio porque dejó la inteligencia. Pero llora más suavemente al muerto, porque ya reposa, que la vida del necio es peor que la muerte (Sir 22,11). En la Biblia se habla mucho de la necedad y hay incluso una gran variedad de terminología para referirse a ella: estupidez, estulticia, imbecilidad, fatuidad, necedad. - Estupidez y estulticia significan “inmovilidad”: el estúpido es un ser inmóvil, inactivo, un ser que vegeta. - Fatuidad es parecido: estulticia congénita y radical. Fatuo equivale a hinchado, inflado, y, en este sentido, es sinónimo de vano (hb. hbl) que significa hueco, vacío, inconsistente (como el vano de la puerta o el vaho del aliento en el frío que se ve por un instante y se desvanece). - Imbecilidad significa debilidad, o sea falta de vigor o bien ineptitud para conocer o entender. - Necedad es, sin embargo, la que mejor expresa su oposición a la sabiduría: en latín necedad se dice “in-sipientia” (= no-sapientia). La palabra griega que usa Jesús es áphron (del verbo phróneo = tener entendimiento, buen sentido, ser prudente; a-phron significa la negación de ello). En la Sagrada Escritura la caracterización del necio es una de las más detalladas, precisamente en los libros sapienciales: es jactancioso de su propia necedad (Pro 13,16; Ro 1,22); desparrama necedad a los cuatro vientos (Pro 15,2; Is 32,6); se alimenta de necedad 165

(Pro 15,14; Sir 16,23); se alegra con su necedad (Pro 15,21); es peligroso por su necedad (Pro 17,12; 10,14; 26,10); es pervertido (Pro 19,3); maquina pecados (Pro 24,9); es terco en su necedad (Pro 27,22; Job 11,12; Pro 26,11; 23,9); su necedad lo corrompe totalmente, aunque sea poca (Qo 10,1); es romo para entender, especialmente las cosas de Dios (Sal 92,7; Pro 10,21; Sir 21,14.189; 22,11); es apasionado y muere por su pasión (Job 5,2; Pro 27,3; 29,11); termina por negar a Dios (Sal 14,1; 53,2); es imprudente (Pro 1,32; 18,2); persigue naderías (Pro 12,11); es despreciativo (Pro 11,12); trae tristeza a quienes lo rodean (Pro 17,21); Dios lo rechaza (Sab 1,3); es vociferador, bocón (Sir 8,17; 20,7); es inestable (Sir 27,11); es susceptible (Sir 19,11.12); es desubicado (Sir 20,20); es pesado (Sir 22,13; 21,16; 22,12); no es dócil, no presta atención a quien le enseña (Sir 22,9-10); es sofista en su inteligencia (Sir 33,5); es soberbio (Pro 14,3.16); se arruina con sus propias palabras (Pro 18,6-7). ¿Qué es la necedad? La necedad afecta al conocimiento, pero hay que tener cuidado de no confundirla con vicios parecidos, como el embotamiento (que es incapacidad para penetrar lo íntimo de las cosas, falta del don de entendimiento o inteligencia), o la ignorancia (cierto defecto de la mente en la consideración de las cosas particulares que son las creaturas, falta de ciencia) o la precipitación (que es obrar sin una conveniente deliberación; falta de consejo). La necedad afecta al conocimiento que otorga la sabiduría. La sabiduría es el conocimiento de las cosas divinas. La necedad es su opuesto. No es simple ausencia de juicio (fatuidad o nesciencia) sino presencia de un juicio que falla sobre la causa última de todo, es poner como primer principio de juicio algo que no es Dios. Es error de juicio acerca del fin último. Es error fundamental sobre lo fundamental, entender todo al revés (cf. san Juan de la Cruz, Subida 2, c. 21; 11-12). Es lo que dice san Pablo: el hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios; son para él necedad y no puede entenderlas porque hay que juzgarlas espiritualmente (1Co 2,14). 2 – La sabiduría En última instancia, Jesucristo advierte sobre la necesidad de saber valorar las cosas, de ser sabios. Sta. Teresa: “la sabiduría más acabada/ es que el hombre bien acabe/ que al final de la jornada/ aquél que se salva sabe/ y el que no, no sabe nada”. La segunda lectura nos da una serie de consejos e indicaciones que nos enseñan cómo vivir sabiamente. Dice el apóstol: gustad (es decir, saboread) las cosas que son de arriba (sabiduría viene de sapere = saborear). ¿Qué significa esto que dice el apóstol? Vosotros estáis muertos: un muerto no es capaz de gustar nada; esto quiere decir no gustar, no juzgar según los criterios terrenos, según la prudencia carnal. Por ello, sigue san Pablo: mortificad aquella parte de vosotros que pertenece a la tierra, dad muerte a esas raíces que permanecen y que pueden hacer rebrotar en nosotros aquellos malos sentimientos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos, avaricia. 3 – La Oración 166

Lo que nos dice el apóstol acerca de gustar las cosas que son de arriba se alcanza por la oración. En última instancia, sabio es el que vive conforme al misterio de la fe: el “misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración” (2558); “la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios y en comunión con Él” (2565). San Juan Damasceno: “la oración es la elevación del alma a Dios” (2559). Es decir, que la actitud sapiencial que Cristo reclama en el evangelio se hace posible desde la oración. Ahora bien, “¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón.... Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana” (2562). “El corazón es la morada donde yo estoy... es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro... el lugar de la Alianza” (2563). Estas expresiones del catecismo nos enseñan lo que es la oración y su importancia. Es claro que se refiere a una auténtica oración. Es iluso pretender engañar a Dios. Por eso el catecismo cuestiona: “¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad o desde lo más profundo de un corazón humilde y contrito?... la humildad es la base de la oración. La humildad es un disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios” (2559). Estas últimas palabras nos revelan la necesidad más profunda del hombre y el elemento que da sentido a todo ¿Por qué todo es vanidad? Porque el hombre es un ser de una sed insaciable. Le dice Jesús a la samaritana junto al pozo donde ella había ido a buscar agua: si conocieras el don de Dios, tú le habrías rogado a Él y Él te habría dado agua viva (Jn 4,10). Y el catecismo comenta así estas palabras: “la maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber... La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre... Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Una respuesta a la queja del Dios vivo, a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas (Je 2,13); respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación; respuesta de amor a la sed del Hijo único” (2559-2560). 4 - Conclusión Pidamos la gracia de no dejarnos cegar por las apariencias de este mundo. “Levantemos el corazón”. Vanidad de vanidades, todo vanidad, dijo el sabio predicador [Qohélet significa predicador], que había comprendido la inconsistencia de las cosas de este mundo. La oración auténtica ante todo busca los dones de Dios. Si conocieras el don de Dios, tú le 167

habrías rogado a él y él te habría dado agua viva (Jn 4,10, cf. 2560 y 2561). El don de Dios, el agua viva, es el Espíritu Santo (cf. evang. del domingo pasado), que es el Maestro interior, el que nos enseña la auténtica sabiduría, el que hace que no seamos necios. María Santísima, sede de la Sabiduría, nos alcance esta gracia.

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CatIC 2606-2615.2742-2745.2570-2572

C-19

Lc 12,32-48/ Sab 18,5-9 / Sal 33 / Hb 11,1-2.8-19

ORAR ¿ES ÚTIL O INÚTIL? El evangelio de hoy nos ofrece una enseñanza que continúa la escuchada el domingo pasado. Escuchamos hace una semana el duro reproche que Dios había dado a ese rico que, lleno de bienes materiales, se había despreocupado de la salvación de su alma. Vimos que a través de la oración podemos evitar caer en semejante olvido. Pero como el camino muchas veces se hace largo y no se ve claro el término, fácilmente nuestros corazones olvidan ese destino. De allí la exhortación clara que nos da el evangelio de este domingo: es necesario velar y ser fieles en el servicio al prójimo, manteniendo viva la esperanza del pronto retorno del Señor. Veamos más claramente todo esto. 1 – Vigilancia El catecismo sintetiza el evangelio que acabamos de escuchar en un número: “En Jesús, el Reino de Dios está próximo, llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación” (2612). El primer paso es la “conversión del corazón: la reconciliación con el hermano... el amor a los enemigos... orar al Padre en lo secreto... perdonar desde el fondo del corazón... y la búsqueda del Reino” (2608). En esto último insiste Cristo en el día de hoy: acumulen un tesoro inagotable en el cielo... porque allí donde tengan su tesoro tendrán también su corazón. “Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos” (2609). Es en este clima que Jesús nos muestra la confianza que hemos de tener: no temas, pequeño rebaño, porque el Padre ha querido darles el Reino. Por eso hemos de aprender a pedir con audacia filial (cf. Padre Nuestro), sabiendo que todo es posible para quien cree (cf. 2610). Y junto con esta confianza osada, la oración de fe consiste también en “disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre... voluntad de cooperar con el plan divino” (2311). Finalmente, lo que ya hemos leído: “En Jesús, el Reino de Dios está próximo, llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación” (2612). Vale la pena observar un pequeño detalle litúrgico: el color de los 169

ornamentos del celebrante, durante este tiempo en que no se celebra ningún misterio de Cristo en particular, es verde, color que hace referencia precisamente a la esperanza que sostiene nuestra peregrinación por esta tierra. 2 – Perseverar en el amor La esperanza se alimenta, entonces, en la oración. Enseña san Pablo: “Orad constantemente... siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” y comenta el catecismo: “este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza [que son dos de las tentaciones contra las que nos advierte el evangelio de hoy], el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe: - Orar es siempre posible: el tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros todos los días... Nuestro tiempo está en las manos de Dios” (2742-3). El tiempo que nos concede es para servir, para hacer el bien a los otros, como hemos escuchado en el evangelio: ¿Cuál es el administrado fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración en el momento oportuno? - “Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado. ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser vida nuestra, si nuestro corazón está lejos de Él?” (2744). Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. “Es imposible que el hombre que ora pueda pecar”, dice san Juan Crisóstomo. Y san Alfonso: “quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente”. Felices los servidores a quienes el Señor encuentra velando a su llegada. - “Oración y vida cristiana son inseparables, porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor.” (2745). Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas; son todas indicaciones que nos señalan la prontitud de nuestra voluntad para hacer el bien. Un ejemplo sublime es el que se nos recuerda en la segunda lectura, en la cual se nos señala la figura de Abraham en una síntesis de lo que fue su vida, signada por la fe y obrando en consecuencia: “Cuando Dios lo llama, Abraham se pone en camino... todo su corazón se somete a la Palabra y obedece...” Pero esto era sólo el inicio de las pruebas. Primero, parece que las promesas de Dios no se cumplen, porque no nacía el heredero, y Abraham se queja: “una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse. De este modo surge desde el principio uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en Dios que es fiel” (2570). Una vez nacido el heredero, sin embargo, “como última purificación de su fe, se le pide que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila... pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar a los muertos. Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo... La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud” (2572). 170

3 – “En comunión con su Maestro” Nos queda por profundizar un aspecto. Leímos antes: “En Jesús, el Reino de Dios está próximo, llama a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a Aquel que es y que viene, en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria. En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación” (2612). Nuestra oración no es aislada: “en comunión con su Maestro” dice el catecismo. “Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les devela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto al lado del Padre, con su humanidad glorificada. Lo que es nuevo ahora es pedir en su Nombre... la certeza de ser escuchados se funda en la oración de Jesús” (2614). “Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es otro Paráclito, para que esté siempre con nosotros, el Espíritu de la verdad... En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él.” (cf. 2615). Y esta comunión implica que el corazón “está en consonancia con la compasión del Señor hacia los hombres” (cf. 2571), y a actuar, en consecuencia, como dice el evangelio, como administrador fiel y previsor. 4 – Conclusión Por lo tanto, no estamos solos cuando nos mantenemos en vela, conservando viva la oración y manteniendo activa la esperanza. Recojamos, entonces, la súplica del salmo: Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.

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CatIC 2534-2557

C-20 Lc 12,49-53 / Je 38,4-6.8-10 / Sal 40 / Heb 12,1-4

FUEGO Y BAUTISMO PRODUCEN DIVISIÓN (10º mandamiento) El evangelio que acabamos de escuchar cierra el conjunto de enseñanzas que nosotros hemos seguido desde hace ya dos domingos, que se contienen en Lc 12. Estas enseñanzas habían comenzado con una solicitud que le había hecho una persona: dile a mi hermano que parta conmigo la herencia; a lo cual Jesús respondió ¿quién me ha constituido juez entre vosotros? dando a entender que no era esa su misión. Ahora, luego de haber hablado de cuidarse de la avaricia y de preocuparse más bien de las cosas de Dios, cierra sus enseñanzas. Jesús, entonces, finaliza con estas palabras cuya comprensión, a primera vista, no es tan directa. Habla de Fuego, de Bautismo y de División. La redacción no ayuda a comprender muy bien la relación entre las tres cosas que dice, pero la hay. Primero, indica cuál es el fin de su venida: yo he venido a traer fuego... Segundo, señala la condición sine qua non para que se realice el fin: tengo que sufrir un bautismo. Tercero, la consecuencia de su venida, lo más impresionante: Cristo vino a traer división. 1 – Un Bautismo para prender Fuego Jesús habla de un Bautismo que ha de recibir. ¿Se refiere al bautismo de Juan Bautista? Claramente no, ya que habla en futuro: tengo que recibir. Se trata, según lo refieren unánimemente los intérpretes, de su Pasión. ¿Por qué llamar bautismo a la Pasión de Cristo? El catecismo dice que “bautizar significa sumergir” (cf. 1213); y en el caso de Jesús sucede que, precisamente por su pasión, el fue sumergido en un baño de sangre, se sumergió en la muerte. Pero más importante es lo que dice después: el bautismo es “baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo”, y que “el bautismo es el pórtico de la vida en el Espíritu” (cf. 1214-1216), porque la Pasión fue para Cristo la puerta para una nueva forma de vida: la del hombre resucitado, la del hombre espiritual. En nuestro bautismo la inmersión significa la muerte y la emersión el nacimiento a la nueva condición de vida. Por lo tanto, la Pasión de Cristo merece el título de Bautismo. Por el misterio pascual, entonces, Cristo fue transformado, adquiriendo esa nueva forma de vida. Pero, además, esa Pasión fue la que hizo posible la donación del Espíritu Santo, que es el Fuego del que había hablado que había venido a traer. Lo había profetizado el Bautista: yo os bautizo en agua, pero viene el que es más fuerte que yo... Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego (Lc 3,16). Para que fuese claro que se trataba del Espíritu Santo, descendió de manera manifiesta sobre la Iglesia el día de Pentecostés en forma de fuego (cf. 1287). Y que la Pasión de Cristo fue la condición para que fuese prendido ese fuego, queda claro del hecho de que Jesús dona a los apóstoles el Espíritu Santo recién después de 172

resucitado (cf. Jn 20,22). De todos estos misterios participamos nosotros por el Bautismo: ¿ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, sepultados juntamente con Él por el bautismo en la muerte, para que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida (Ro 6,3-4¸ cf. 1Co 15,45.49). 2 – Fuego que arde purificando y elevando En una singularísima expresión, sintetiza el Catecismo todo esto que hemos dicho: “los fieles de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias; son guiados por el Espíritu y siguen los deseos del Espíritu” (2543). Estas palabras se encuentran donde el catecismo explica el significado del décimo mandamiento. ¿Cuál es la importancia de la acción del Espíritu Santo y qué relación hay con este mandamiento? “El décimo mandamiento se refiere a la intención del corazón” (2534). Cuando explicita un poco más de qué se trata este seguir los deseos del Espíritu Santo, dice: “...aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre” (2541). Es decir, el Espíritu Santo corrige (co-rectum) los deseos del hombre, y es aquí donde hemos de procurar entender por qué se lo asemeja al fuego. Vale la pena que nos detengamos un momento a considerar lo que se dice allí. 1.- Purifica: “aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia” (recordemos que toda esta enseñanza de Jesús comenzó con la advertencia de cuidarse de la codicia, cf. Lc 12,15). Enseña de manera general: “el apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otra persona” (2535). Por ello el mejor modo de evitar pecar en esto es cuidar la rectitud de los deseos, en primer lugar, evitar la codicia, es decir, el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos, el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder, el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales (cf. 2536). Los que más cuidado han de tener en esto: “los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías...; los que desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles... los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos importantes y numerosos...” (2437). En segundo lugar, eliminar la envidia, que “es un pecado capital... pecado diabólico por excelencia” (2539): “de la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (san Gregorio Magno en 2539). De allí que el Concilio Vaticano II señalaba que “todos los cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las 173

riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42 en 2545). 2.- Eleva: “demos una mirada sobre los primeros cristianos: dinero, propiedades, honores mundanos, negocios terrenos, ellos arrojaron todo, para entregarse todos enteros a Dios, para meditar día y noche en las enseñanzas de su palabra. Este es el fuego del Espíritu Santo: Él no tolera que se tenga algún deseo de las cosas de este mundo, en cuanto nos conduce hacia otro amor. Por ello, aquel que antes amaba las cosas terrenas, ahora, incluso si fuese necesario entregar todo cuanto posee, abandonar las alegrías de esta tierra, despreciar la gloria y dar su propia vida, hará todo ello con grandísima facilidad. En efecto, cuando el ardor de este fuego ha entrado en el alma del hombre, él expulsa la indiferencia y la pereza. Este fuego hace al alma que ha invadido más ligera que una pluma y le confiere además la capacidad de despreciar todas las cosas terrenas” (Juan Crisóstomo In Mat. 6,4). “No se trata de fuego que consume los buenos, sino del fuego que excita la buena voluntad... Este fuego divino devora todas las cosas del mundo acumuladas por la voluptuosidad, quema las obras efímeras de la carne y es el mismo que inflamaba los huesos de los profetas, como dice Jeremías: se ha hecho como un fuego ardiente que quema mis huesos (Je 20,9)... Ammaus y Cleopa testimonian que el Señor ha puesto este fuego también en ellos cuando dicen: ¿Acaso no ardía el corazón por el camino, mientras nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32). Ellos han manifestado así con evidencia cuál es la acción de este fuego que ilumina lo íntimo del corazón” (san Ambrosio, In Luc. 7,132). “El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la vida y la bienaventuranza de Dios” (2548). San Juan de la Cruz dice que es como cuando se coloca un leño húmedo al fuego. ¿Qué hace el fuego? Primero, elimina todo lo que no va con él (humedad, etc.) y luego lo enciende, hasta producir una llama viva. Eso hace con nosotros el Espíritu Santo. 3 – El Fuego produce división Esta acción del Espíritu Santo necesariamente genera división. Primero, división en nosotros mismos: “la inadecuación entre el querer y el hacer manifiesta el conflicto entre la ley de Dios, que es la ley de la razón, y la otra ley que me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros (2542). Digo, pues, andad en Espíritu y no satisfagáis el deseo de la carne. Porque la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne... (Ga 5,16-17). “Se ha de buscar un significado más profundo... mientras había en la misma casa un acuerdo indivisible e inseparable a causa de la unión de los vicios, parecía que no había división alguna. Cuando Cristo llevó sobre la tierra el fuego... entonces la carne y el alma... se separan de la antigua compañía del vicio y rompen toda relación con su degenerada descendencia...” (San Ambrosio). Segundo, división respecto de aquellos que no quieren seguir la ley de Dios. Le pasó a Jesús: Fijáos en Aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis de ánimo (2ª lectura). 174

4 - Conclusión Los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia (Ga 5,22). “Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder” (2549). Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

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CatIC 2822-2827.2860 C-21 Lc 13,22-30 / Is 66,18-21 / Sal 117 / Hb 12,5-7.11-13

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO ¡Qué pregunta, queridos hermanos, la que le hicieron a Cristo! ¡Y cómo dejó pagando nuestra curiosidad! ¿son muchos lo que se salvan? Se nos habla de un espectáculo magnífico: vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur... reconducirán todos vuestros hermanos de todos los pueblos... sobre caballos, sobre carros, sobre literas, sobre mulos, sobre dromedarios... Dice Apocalipsis: multitud innumerable (7,9). Pero, ¿estaré yo entre esa multitud? Analicemos en profundidad el texto del evangelio que no sólo nos brinda una enseñanza magistral, sino que conjuntamente nos muestra qué hacer concretamente. 1 – Jesús, el empecinado El evangelio que acabamos de proclamar, dice: Jesús pasaba por ciudades y pueblos, enseñando, mientras estaba en camino hacia Jerusalén. Ya hemos referido varias veces la importancia del “Camino” en el evangelio de Lucas. Esta parte (9,51– 19,27) caracteriza el evangelio de Lucas: está constituido por pocos episodios y muchas enseñanzas. Más que un itinerario geográfico es la perseverancia de Jesús, hasta el fin, en las cosas de Dios. Porque ¿a qué iba Jesús a Jerusalén? Sencillo: a morir. Y, “obstinadamente”, de manera firme y resuelta, Él avanza hacia allí. De esta manera Jesús cumple la voluntad de Dios: “En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas... Sólo Jesús puede decir: yo hago siempre lo que le agrada a Él. En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: no se haga mi voluntad sino la tuya. He aquí por qué Jesús se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios” (2824). 2 – El empecinamiento del cristiano: ser como Jesús Conjuntamente, a la vez que se nos muestra este caminar de Jesús, se nos presenta la propuesta del seguimiento de Jesús: si alguno quiere venir detrás de mí, tome su cruz y sígame (9,23-24). Se trata de que iniciemos una verdadera persecución de Jesús (per-seguir = seguir con denuedo): “Jesús, aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia. ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él!...” (2825). En última instancia, la respuesta de Jesús, a la pregunta de si son muchos los que se salvan, es precisamente lo que Él nos enseñó a rezar: hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Pero ¡que se haga! Para lo cual hemos de conocerla: “por la oración, podemos discernir cuál es la voluntad de Dios y obtener constancia para cumplirla. Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (2826). Fijémonos bien lo que nos dice el catecismo: “constancia para cumplirla”. En 176

esto debemos ser obstinados como Jesús, siguiendo el sabio consejo de san Jerónimo: “un santo no debe estar seguro de sí mismo mientras se encuentra a combatir en esta vida; ni tampoco debe desesperar el que es pecador, porque puede volverse justo en un solo día. Pero tú, esfuérzate para hacer que durante el tiempo de tu vida logres practicar la justicia; y no te fíes de la rectitud en la cual has transcurrido la vida pasada, porque esto te relajaría. Haz como dice el Apóstol: olvido lo pasado y pretendiendo lo que tengo por delante corro hacia la meta para conseguir el premio de mi sublime vocación (Fil 3,13-14)... En efecto, no es suficiente comenzar; la justicia está en llevar a término” (Epist. 148,31-32). Y en esta búsqueda de ser como Jesús, de obstinarnos en cumplir la voluntad de Dios, no nos debemos asombrar tanto por lo que puede presentarse: no te desanimes cuando seas corregido por Dios... es para vuestra corrección que sufrís (2ª lect.). Dice san Juan Crisóstomo: “no debe parecer extraño ni fuera de lugar si, el que va por un camino estrecho (angusto), se siente aplastar (angustia). Es propio de la virtud que esté llena de fatigas, sudores, insidias y peligros. Pero, si este es el camino, después vendrán la corona, el premio y los bienes ocultos, que no tendrán fin. Consuélate, entonces, con este pensamiento, las alegrías y adversidades de esta vida corren conjuntamente con la vida presente y con ella terminan. Ninguna alegría, entonces, infle vanamente tu corazón, pero tampoco ninguna adversidad te deprima. El buen timonel no deja de estar vigilante si el mar está tranquilo, y no se turba cuando la tempestad arrecia” (Epist. 45). Por eso, el evangelio dice literalmente: luchen (agón) por entrar... = esfuércense, agonicen. 3 – La Voluntad de Dios Ahora, es el momento de preguntarse ¿yo realmente cumplo la voluntad de Dios? ¡Qué difícil es responder correctamente esta pregunta!, o mejor dicho ¡cómo nos cuesta comprender las enseñanzas más básicas del evangelio y del catecismo! “La voluntad de nuestro Padre es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad... Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado” (2822). Hay que vivir la caridad fraterna. Y vivirla sabiendo ayudar a todos: levantad las manos caídas y fortaleced las rodillas vacilantes (2ª lect). Esto es indispensable para no escuchar lo que hemos leído en el evangelio: alejaos de mí todos vosotros, obradores de iniquidad. Así comenta un teólogo medieval (Simeón el Nuevo Teólogo, + 1022, Catequesis 27) estas palabras, predicando a sus hermanos religiosos: “Esto, lo sé, es lo que oiré yo en primer lugar, miserable e infeliz, que no he cumplido ni siquiera uno de los mandamientos de mi Dios. Y después de mí, todos aquellos que son insubordinados y desobedientes a los mandamientos de Dios y que dicen con necio cálculo: “con tal de no haber fornicado; porque, en cuanto a jurar, no es nada. Con tal de no haber cometido adulterio, porque, en cuanto a robar una ofrenda o un pedazo de pan ¿qué pecado es?” E incluso más “sería feliz si no fuese tocado por el vicio torpe y sacrílego de la sodomía; pero insultar, envidiar, divertirme y reír, ¿qué clase de pecados son?” Y después están aquellos que, por el hecho de ser puros de las acciones carnales 177

del pecado, se consideran como ángeles de Dios y piensan estúpidamente de sí grandes cosas, mientras no tienen consideración alguna de las virtudes y de las pasiones del alma; más, desprecian todos los otros mandamientos del Señor y no se esfuerzan en absoluto de cumplirlos, rechazando cualquier obra fatigosa, cualquier sufrimiento pedido por un mandamiento de Dios, y pasan su vida entera en la negligencia. ¿En qué ayuda, en efecto, hermanos, estarse alejado de la fornicación y de cualquier otra impureza del cuerpo, para reclamar después para sí la gloria y aspirar a las riquezas? Una cosa mancha el cuerpo, la otra mancha el alma. No sólo: la gloria que viene de los hombres y el deseo que tenemos nos hacen incrédulos, según la expresión del Señor: ¿cómo podéis creer, vosotros que recibís gloria de los hombres y no buscáis la gloria que viene de Dios sólo? ¿De qué sirve permanecer puros de sodomía y después consumirse de envidia, odio y celos contra el prójimo? El odio al hermano, en efecto, convierte en asesino a quien lo tiene en sí: el que odia a su hermano es un asesino (1Jn 3,15). ¿Y qué cosa es no embriagarse de vino, si después se insulta al propio hermano? En ambos casos, en efecto, el divino Apóstol dice que se los excluye del reino de los cielos: no os engañéis: ni fornicadores, ni sodomitas, ni borrachos, ni insultadores, ni rapaces heredarán el reino de Dios (1Co 6,9-10). ¿Cuál es, dímelo, la ventaja del ayuno si no está la mansedumbre? ¿Y cuál es la ventaja de la mansedumbre si termina con la pérdida del alma y la transgresión incluso de un solo mandamiento de Dios? Como deshonra a Dios el que se opone y responde con golpes a quien lo golpea... también el que soporta con longanimidad a alguno que blasfema a Dios peca contra aquel que es blasfemado, en cuanto se complace del que blasfema... ¿Y por qué cuentas sobre tu obediencia, hermano, si después eres esclavo de la gula...? Es imposible que quien es esclavo del vientre se haga siervo de Dios... ¿Y por qué te apoyas en tu fatigar en las obras del cuerpo, cuando olvidas la actividad interior? ¿No sientes aquello que dice Pablo: El ejercicio del cuerpo ayuda de poco, mientras la piedad es útil para todo (1Tim 4,8)? Y ¿qué sirve que uno cumpliese ambas cosas, si después condena los hermanos que están con él o en el mundo? Porque se ha dicho: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados y con la medida con la que midáis seréis medidos (Mt 7,2)”. Por eso, el catecismo, al explicar la tercera petición del Padre Nuestro, hágase tu voluntad, dice: “Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre” (2825). 4 – Conclusión Queridos hermanos, salvar el alma no es un problema, es EL problema. La puerta es estrecha, pero está abierta; no despreciemos la oportunidad que se nos ofrece. La puerta está abierta, pero es estrecha; preocupémonos de cumplir realmente los mandamientos de 178

Dios: “en la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo” (2860).

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CatIC 1803-1841

C-22

Lc 14,1.7-14 / Sir 3,19-21.31.33 / Sal 68 / Hb 12,18-19.22-24a

¿SER BUENO O SER SANTO? El episodio leído se encuentra en la sección del evangelio en la cual Lucas refiere el Camino que Jesús recorre hacia Jerusalén. Mientras recorre ese camino, al mismo tiempo va enseñándonos, de obra y de palabra, para que nosotros lo sigamos también. El episodio de hoy es bastante especial, porque tiene lugar un día muy especial, un sábado, día sagrado, en un lugar muy especial, en casa de uno de los jefes de los fariseos, ese grupo particular de judíos que cumplían escrupulosamente con los preceptos de la Ley, en un momento muy especial, durante una comida de agasajo, cosa que no era tan habitual. La enseñanza que nos brinda Jesús es dada con ocasión de una observación que Él mismo hace: los invitados elegían los primeros lugares. Y dice una parábola en que claramente habla de la humildad. 1 - La parabolé sobre la humildad Una lectura apresurada de la semejanza o parábola de Jesús nos puede hacer errar acerca de su enseñanza. En una primera consideración se podría pensar que la intención de Jesús es dar normas de urbanidad social, cómo portarse bien en sociedad; esto es claramente erróneo. Pero hay una segunda posible interpretación, más sutil, pero también errónea, y que es pensar que la enseñanza de Jesús es un simple recuerdo de una antigua enseñanza sapiencial. En el AT podemos leer expresiones que se asemejan mucho a lo que Jesús dice acá. Pro 25,6-7: no te des importancia ante el rey, no te coloques en el sitio de los grandes, porque es mejor que digan “sube acá”, que ser humillado delante del príncipe, o Ez 21,31: Así dice el Señor... lo humilde será elevado, lo elevado será humillado. Que no se trata de una simple repetición de esta enseñanza sapiencial, se advierte por el hecho de que, al introducir el relato, se nos dice que se trata de una parábola. Además, Cristo no es un simple “sabio” o “maestro” como pueden haberlo sido otros personajes (Buda, Confucio, etc.), sino que es mucho más. De hecho, las mismas palabras de Cristo muestran que su enseñanza apuntan a un objetivo especial, ¿cuáles palabras? 1) en la parábola, Jesús habla de ser invitado a una boda: la imagen del banquete de bodas se refiere principalmente al Reino de los Cielos; 2) al hablar al dueño de casa, Jesús usa imágenes de los profetas que señalaban el “banquete mesiánico” (cf. 12-13); 3) al terminar de hablar, Cristo se refiere al banquete escatológico: en la resurrección de los justos (v. 14), dice Él; 4) las expresiones de recompensa están escritas en “pasivo teológico” = es Dios el agente que humillará, exaltará y recompensará; 5) el verbo “invitar” expresa un llamado, una vocación (gr. kaléo). En definitiva, ¿qué es lo que Cristo quiere enseñar aquí? Jesús está ante un auditorio muy especial, está delante de gente que era correcta, que se portaba bien, que era “buena”.

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[5] Pero Jesús no quiere que nosotros seamos solamente buenos, quiere que seamos santos . Jesucristo quiere que en nuestra vida no nos conformemos con conservar las apariencias externas de justicia, sino que practiquemos la caridad. 2 – Virtudes humanas y virtudes teologales Todo hombre, creyente o no, debe tender a la perfección, es decir, debe practicar la virtud: “la virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien” (1803). “El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien” (1804). Es la actitud que se nos enseña en la segunda parte del evangelio: hacer el bien por amor sin esperar ni exigir nada en cambio. Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta, dice el Apóstol. Pero, entonces, ¿cuál es la diferencia entre un pagano y un cristiano? ¿cuál es la diferencia entre el héroe pagano y el santo cristiano? Es el plano en que se ejercitan las virtudes. El catecismo distingue dos órdenes de virtudes: las virtudes humanas y las virtudes teologales: “las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta... Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama cardinales... La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo... La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido... La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien... la templanza… modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados...” (1804-9). Todo esto se puede encontrar en quien es bueno, cristiano o no, pero hay algo que es propio del cristiano, del santo: “las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano” (1813): fe, esperanza y caridad, pero la mayor de todas es la caridad. ¿Y la humildad? Que si la caridad es la cumbre, la humildad es el punto de partida: lo primero en la adquisición de las virtudes se compara al fundamento, lo primero que se coloca en un edificio; la humildad tiene el primer lugar en cuanto expulsa la soberbia, que resiste a Dios (cf. S.Th. II-II,161,5 ad 2m). Caridad y humildad son inseparables: “no puedo yo entender cómo haya ni pueda haber humildad sin amor, ni amor sin humildad” (s. Teresa, Camino 24,2). Por eso dice san Juan de la Cruz: “todas las visiones, revelaciones y sentimientos del cielo... no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad” (Subida III,9,4) y “el alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente” (Av. espir. 27). Así como la caridad es propia del cristianismo, también la humildad: “El agua de la humildad del corazón no la encontraréis en ningún libro extraño, ni en los epicúreos, ni en los estoicos, ni en los maniqueos, ni en los platónicos. Con frecuencia hallaréis en ellos óptimos preceptos de costumbres y de disciplina. De la humildad no encontraréis nada... 181

Esta sólo procede del manantial de Cristo. De aquel que, con ser tan alto, vino a hacerse humilde. Lección altísima que nos dio humillándose, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. ¿Qué enseñó en toda la vida sino la altísima virtud de la humildad?” (san Agustín, Enarr. in Ps. 31). Y, por eso, entre todas las virtudes, Cristo recomendó especialmente esta: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. 3 – La humildad ¿Cómo hacer? Para practicar la virtud, lo primero es no confundir gato con liebre, porque hay muchas formas falsas de humildad. “Evitemos de dar gloria de humildad a acciones que no son humildes... la modestia puede ser confundida con la indolencia. Pero una cosa es no tener la fuerza de obrar, otra es domar el propio ímpetu, y es totalmente diverso el fruto de una miseria inamovible del de la fortaleza que ejercita su paciencia...” (Pseudo Próspero de Aquitania, Ad Demetriadem 1-6). Frecuentemente se escucha decir “persona de condición humilde” para indicar la pobreza. O se llama humilde a la persona que lo único que quiere es pasar la vida sin muchas dificultades; este es un hombre pasivo, carente de voluntad, indolente. Otros consideran humilde al que no acepta responsabilidades; ese es un vago que no tiene espíritu de servicio, sino de esclavo. Otros se llaman humildes a sí mismos diciéndose indignos, cuando en realidad lo que buscan es que otros se compadezcan y lo ensalcen; este es un hipócrita. Todas estas formas son caricaturas de la humildad. Leamos con atención los evangelios y nada de esto veremos en Nuestro Señor o la Virgen. “Si quieres verdaderamente huir la soberbia y obtener el don dichoso de la humildad no descuides las cosas que podrán ayudarte a conquistarlo, más bien pon por obra todas las cosas que favorecen su crecimiento. El alma en efecto, se adapta a las cosas que ama y toma la semejanza de aquello que hace frecuentemente. Por lo tanto, conserva la figura, la vestimenta, el modo de caminar, la silla, el alimento, el lecho, en una palabra, todo, de forma sobria; incluso la palabra, el movimiento del cuerpo, la conversación, estas cosas deben tender a la sencillez y no a la distinción. Sé bueno y agradable con el hermano, olvida las ofensas de los adversarios; sé humano y benévolo hacia los más repugnantes, lleva ayuda y consuelo a los enfermos, ten consideración por el que es afligido por dolores, adversidades, aflicciones; no desprecies a nadie, sé dulce en la conversación, alegre en las respuestas, honesto en todo, disponible a todos” (Nilo de Ancira, Epist. 3,134, siglo V). “La primera nota de la humildad es la fidelidad a las obligaciones de la vida común, a través de la cual se conquista la benevolencia de Dios y estrecha los vínculos de la vida social. La humildad refuerza la caridad” (Pseudo-Próspero de Aquitania). 4 - Conclusión ¡Queridos hermanos! Fácil es hablar de la humildad, decir que valemos poco, pero, como decía san Francisco de Sales, cómo nos costaría aceptar que los demás tomasen en serio estas palabras y actuasen en consecuencia, tratándonos despectivamente. Maravilloso es el ejemplo de san Vicente de Paul que iba recorriendo casas solicitando limosna para 182

atender a los pobres. En un lugar, lo atendió un hombre que, como respuesta a su pedido, lo escupió en la cara. Ante esto, la reacción de san Vicente fue sencillamente decir: “eso es para mí, ahora deme algo para mis pobres”. Ejemplo de humildad de Cristo en la Eucaristía.

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CatIC 2464-2474

C-23

Lc 14,25-33 / Sab 9,13-18 / Sal 90 / Fm 9b.12-17

ANDAR EN LA VERDAD (8º Mandamiento) Este párrafo del evangelio que acabamos de escuchar está a continuación del que hemos comentado el domingo pasado, en la misma sección del evangelio en la cual Lucas refiere el Camino que Jesús recorre hacia Jerusalén, yendo de manera decidida al encuentro de la Cruz. 1 – Discípulo = testigo de la Verdad de Jesús Evidentemente la enseñanza del evangelio gira alrededor de ciertas condiciones que deben tener los hombres para ser discípulos de Jesús ¿Qué es ser discípulo de Jesús? Dice el catecismo: “Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad. Su ley es verdad... En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud... El que cree en Él, no permanece en las tinieblas. El discípulo de Jesús, permanece en su palabra, para conocer la verdad que hace libre y que santifica. Seguir a Jesús [= ser discípulo] es vivir del Espíritu de verdad, que el Padre envía en su nombre y que conduce a la verdad completa...” (2465-6). “El discípulo de Cristo acepta vivir en la verdad, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. Si decimos que estamos en comunión con Él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad (1Jn 1,6)” (2470). La misión de Cristo fue anunciar a los hombres la Verdad de Dios. Esa tarea de Cristo corresponde hoy al cristiano, discípulo de Cristo: “Ante Pilato, Cristo proclama que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad. El cristiano no debe avergonzarse de dar testimonio del Señor... Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras...” (2471-2). Ser discípulo de Jesús, por lo tanto, es básicamente, “ser testigos del evangelio y de las obligaciones que de él se derivan” (2472). 2 – Ser discípulo de Cristo ¿es un “opcional”? En el evangelio nos encontramos con que una numerosa multitud caminaba con él. Pero, debemos preguntarnos, ¿para qué? ¿con qué interés? ¿qué motivo fundamental, qué perspectiva, es la que había movido a tanta gente a movilizarse detrás del Señor? El “caminar” de esta multitud ¿se corresponde con el “Camino” que recorre Jesús? ¿son discípulos de Jesús? Para evitar falsas ilusiones el Señor muestra la disposición fundamental y esencial que debe tener todo aquel que aspire a seguirlo. Tres veces dice no puede ser mi discípulo. Referir tres veces significa dar una sentencia de manera absoluta y definitiva. Y su enseñanza es clara, basta leer el texto: el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo. 184

En el medio de su enseñanza, sin embargo, coloca dos ejemplos que pueden ser mal entendidos. Jesús advierte que nadie se pone a construir una torre sin antes hacer los cálculos de gastos y que nadie va a la guerra sin hacer una consideración de fuerzas que le den cierta esperanza de triunfo. Alguno podría pensar que, en definitiva, Jesús está dando a entender como que, si no me siento con fuerzas suficientes, puedo optar por no seguirlo. Esto está completamente fuera de la perspectiva de la enseñanza de Jesús. Es verdad que siempre permanece en nuestras manos la libertad de seguir o no a Jesús. Pero también es clara enseñanza evangélica que no seguir a Jesús, de manera consciente, implica cerrarse la [6] entrada al banquete celestial . ¿Por qué es así? Porque el hombre debe buscar la verdad: “todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas..., se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (DH 2 en 2467). Esta exigencia de la dignidad humana lleva a vivir rectamente: “la verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía” (2468). Por ello mismo es que “el octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo” (2464) e, incluso, dice santo Tomás que “los hombres no podrían vivir juntos [=en sociedad] si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad” (2469). Por lo tanto, ser discípulo de Jesús no es algo “optativo” en el sentido de que puedo rechazarlo tranquilamente. Si “en Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud” y todos los hombres tienen la obligación moral de buscar y adherirse a la verdad, la conclusión es clara. Según la claridad de conciencia con que se perciba esto, será el grado de obligación de seguirlo. En esa misma línea está el testimonio del cristiano. La necesidad y obligación de ser veraz, que es natural a cada hombre, se acentúa en el caso del discípulo de Jesús, justamente por ser seguidor de Cristo, porque con su testimonio en definitiva manifiesta donde está la plenitud de la verdad, poseída sólo en parte por quien no conoce a Cristo: “este precepto moral [el 8º mandam.] deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.” (2464). “El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad: todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo...” (2472). Obligados porque así lo exige la dignidad humana y cristiana. Y para ello hay que estar dispuesto a renunciar a todo. 3 – Ser testigo de la verdad es ser mártir 185

Es importante para calibrar el peso de la enseñanza de Jesús recoger algunos elementos del evangelio que hemos leído. Sin duda impresiona lo que enseña el Señor respecto de la familia y amistades: si alguno viene a mí y no odia... Aclaremos que aquí odiar es una expresión de estilo semita que indica que, cuando hay conflicto entre los intereses humanos y los divinos, hemos de preferir claramente los divinos (cf. He 5,29). “...recomienda evitar aquel falso respeto en relación a los propios seres queridos en cuanto estos se muestran como impedimento a la salvación. Por ello, en el caso de que alguno tuviese un padre o un hijo o un hermano impío y de obstáculo para la propia fe y de impedimento en la perspectiva de la vida celestial, no permanezca unido a él ni comparta sus pensamientos, sino que, con razón de la enemistad del espíritu, elimine el parentesco de la carne” (Clemente Alej., Quis dives, 22s). En realidad, es más impresionante la segunda expresión. Cuando Jesús dice de llevar la cruz, está usando una expresión muy fuerte. A nosotros se nos ha hecho costumbre usar esta frase hasta el punto de que la hemos banalizado. Pero, en tiempos de Jesús, los únicos que “llevaban la cruz” eran los malhechores condenados a muerte. Por eso san Pablo: pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres (1Co 4,9), como, en aquella época, los gladiadores o los atletas (cf. san Ignacio de Loyola: ante la corte celestial). Así también se entiende la última expresión que cierra la enseñanza de Jesús: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo. El condenado a muerte lo deja todo. Además, Jesús pronuncia la frase yendo de Camino a Jerusalén a morir crucificado. Para los primeros cristianos la expresión significaba mucho y, sobre todo les recordaba inmediatamente a Cristo, contado entre los malhechores (Lc 22,38). Vale la pena recordar que en el período de las persecuciones romanas, el título de cristiano, es decir discípulo de Cristo (cf. He 11,26) era título de condena. En definitiva, la disposición fundamental, condición previa sine qua non, es la de renuncia absoluta, de antemano, a todo aquello que no sea el querer de Dios. Por eso, el discípulo de Cristo por antonomasia es el mártir: “el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte... el mártir da testimonio de Cristo muerto y resucitado... da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana...”. Esta realidad del testimonio extremo era algo tan valorado que se deseaba el martirio. San Ignacio de Antioquia solicitaba a los cristianos de Roma que no le impidiesen dar su vida por ello: “dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (2473). Y para ello, como lo pide Cristo, renuncia a todos los bienes: “no me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir en Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra” (2474). Y san Policarpo: “te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires [= testigos]... Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico...” (2474). 4 - Conclusión 186

Concluía la primera lectura: así fueron enderezados los senderos del que está sobre la tierra; los hombres fueron amaestrados en lo que te es agradable; ellos fueron salvados por medio de la sabiduría: - Enderezados los senderos del que está sobre la tierra: el Camino del hombre fue corregido, rectificado. - Los hombres fueron amaestrados: a-maestrados: verbo mathetéuo, enseñar, amaestrar (misma raíz del griego mathetés, discípulo). - Fueron salvados por medio de la sabiduría: es decir, Cristo, Sabiduría de Dios.

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CatIC 849-856.2634-2636

C-24

Lc 15,1-32 / Ex 32,7-11.13-14 / Sal 51 / 1Tm 1,12-17

YO SOY EL GUARDIÁN DE MI HERMANO (cf. Gn 4,9) El evangelio del domingo pasado nos enseñaba la obligación y el derecho de ser testigos de la Verdad. El evangelio de este domingo nos permite profundizar este privilegio del cristiano. Podemos preguntarnos si nuestro testimonio ha de ser simplemente pasivo o debe ser activo, es decir, si sencillamente hemos de actuar cuando alguien o algo nos lo solicita, o si nosotros mismos hemos de salir al encuentro de los hombres para proclamar esa verdad. Recordemos que estamos en la parte del evangelio de san Lucas en donde Cristo está recorriendo el Camino hacia Jerusalén, pero que este Camino Él lo realiza no sólo como un itinerario geográfico sino dándonos ejemplo de lo que es caminar, es decir, vivir, conforme a su enseñanza. 1 – El episodio del evangelio El evangelio del domingo pasado concluía con la enseñanza de Jesús acerca de la necesidad de renunciar a todos los bienes para ser discípulo de él. A renglón seguido, el mismo Jesús añadía una frase, que no fue leída, y que engancha con nuestra problemática de hoy. Dice el evangelio: Buena es la sal, mas si también la sal se desvirtúa ¿con qué se la sazonará?... El que tenga oídos para oír que oiga (Lc 14,34-35). A continuación sigue lo que hemos leído hoy, que Jesús trataba con personas que eran pecadores públicos. Esto horrorizaba a los fariseos que no tenían ningún trato con ellos; precisamente la palabra fariseos significa “separados, apartados”. Resumiendo, a la actitud de los fariseos de alejarse de los pecadores, Cristo contrapone la suya de ir al encuentro de ellos, de relacionarse con ellos, de meterse en medio de ellos, precisamente como la sal que para dar gusto se introduce en la comida. Pero, ¿el trato con los pecadores no puede dañar espiritual y moralmente al cristiano? El mismo Jesús advierte que la sal no debe perder su sabor. Es decir, el cristiano no debe perder su condición incluso metido en medio de los pecadores. Santo Tomás, de hecho, se pregunta si todos deben tratar con los pecadores o con personas inmorales o no religiosas. Y contesta que si la virtud del cristiano es tanta que no ha de sufrir pérdida de virtud en ese trato, entonces sí debe hacerlo para ayudar a los pecadores a mejorar; pero si su virtud ha de sufrir desmedro, entonces no, porque empeorará él mismo. Segunda objeción ¿qué derecho tengo yo, cristiano, de ir y meterme en la vida del otro? El domingo pasado ya vimos que el testimonio del cristiano se coloca sencillamente en la misma línea que lleva a todo hombre sincero a investigar y abrazar la verdad. Tercera cuestión ¿qué necesidad tengo de complicarme la vida? Es a esta cuestión a 188

que las parábolas de este día apuntan. En ellas se nos muestra la preocupación por la recuperación de algo perdido: una oveja, una moneda, un hijo. No sólo perdido, sino que el texto griego usa una palabra que significa más bien destruido. Se entiende claramente que Jesús, bajo las figuras de las parábolas, está señalando la acción de Dios por reencontrar lo perdido. Y es aquí donde se encuentra la razón que exige que nos involucremos en esta tarea. “Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero, porque el amor de Cristo nos apremia... En efecto, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad... la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera” (851). Esta tarea involucra a todos los cristianos, a toda la Iglesia. Sin duda que “la tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio... Si ellos [los creyentes] anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre” (856). 2 – Cristo, ejemplo de auténtico hermano mayor En este sentido, es de deplorar la actitud del hermano mayor, el cual, habiendo gozado siempre de los bienes del Padre, se encapricha por el retorno de su hermano. Nuestra actitud, lejos de ser como la de este hermano, debe asemejarse a la de Cristo: “aquel buen pastor, que dio su vida por sus ovejas, busca la extraviada entre montes y colinas... la encuentra y se la pone sobre aquellos mismos hombros sobre los cuales cargó el leño de la cruz...” (S. Gregorio Nacianceno, Sermo 38,13s). Ésta ha de ser nuestra actitud si queremos ser cristianos, discípulos de Cristo, otros Cristo. “La Iglesia peregrinante [es decir, nosotros] es, por su propia naturaleza, misionera... El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor” (850). Por ello, lejos de imitar al hermano mayor de la parábola que se irrita contra el hermano extraviado, hemos de imitar a Jesús, primogénito [= hermano mayor] de toda la creación, verdadero hermano mayor de nosotros (cf. Col 1,15; Heb 2,11-17), Él que “abraza la pobreza de mi carne, para que yo adquiera la riqueza de su divinidad” (S. Gregorio Nac., íd). Un caso singular que exige nuestra disponibilidad y apertura es el de la recuperación de la unidad plena entre los cristianos: “la misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos” (855). La actitud verdaderamente cristiana se logra sobre la base de la consideración del valor de cada persona. Muy poética, pero acertadamente, comenta san Ambrosio: “no es un particular superfluo que aquella mujer se alegre por haber encontrado la dracma. No es de poco valor esta dracma, sobre la cual está representado el soberano. Por esto, la imagen del rey es la riqueza de la Iglesia”. La atención primera se debe dirigir a la consideración 189

cristiana del pecador: él no debe ser condenado, sino salvado, perdonado, integrado en el amor. La oveja perdida no ha perdido las dotes y las cualidades que tenía. La dracma perdida mantiene su valor y su belleza. El errante no deja de ser un hermano y un hijo de Dios. Reflexionemos sobre el caso de san Pablo en la segunda lectura: de blasfemo y perseguidor ha llegado a ser ministro de Cristo. La actuación de Moisés, que hemos escuchado en la primera lectura, nos brinda un ejemplo bien concreto de lo que puede hacer cualquiera de nosotros: “La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular... Interceder, pedir a favor de otro es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca no su propio interés sino el de los demás... La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: por todos los hombres, por todos los constituidos en autoridad, por los perseguidores, por la salvación de los que rechazan el evangelio” (2634-36). 3 – Características infaltables de la misión: perseverancia y paciencia Por último, las parábolas referidas por Cristo nos ilustran acerca del empeño y la paciencia que la tarea misionera, en sus distintos aspectos, requiere de nosotros, como lo requirió de Cristo.. Es necesaria una entrega absoluta, una renuncia total. El pastor no cesa en su búsqueda hasta que encuentra la oveja ni la mujer ceja en su esfuerzo hasta recobrar la moneda. Así, la Iglesia “continúa y desarrolla en el curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección. Es así como la sangre de los mártires es semilla de cristianos” (852). En este empeño constante, es necesario no deprimirse porque los frutos tardan en ser vistos: “el esfuerzo misionero exige entonces la paciencia... en cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos, solamente de forma gradual [el evangelio] los toca y los penetra y de este modo los incorpora a la plenitud católica” (854). 4 - Conclusión “La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser ‘sacramento universal de salvación’, por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres” (849). ¿Puede haber obra más excelente que colaborar con el Buen Pastor en la búsqueda de la oveja perdida, que llevar alegría al cielo por un hijo que retorna? No nos desanimemos, sino que conscientes de la importancia de la tarea misionera, del apostolado, de la catequesis, esforcémonos por colaborar en la obra más maravillosa, en la obra de la redención, siguiendo a Jesús por el Camino hacia la Jerusalén celestial. 190

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CatIC 2407-2436

C-25

Lc 16,1-13 / Am 8,4-7 / Sal 113 / 1Tm 2,1-8

SÉPTIMO MANDAMIENTO El evangelio que acaba de ser proclamado presenta claramente dos partes: la primera, la de la figura del administrador, y la segunda, la aplicación de esa parábola. Jesucristo, cuando refirió la parábola del hijo pródigo que hemos escuchado el domingo pasado, se centró en la figura del Padre. De manera secundaria, sin embargo, aparecían los dos hermanos, los cuales, cada uno a su modo, muestran una cierta ambición y uso indebido de los bienes del Padre. En el evangelio de este domingo y en el del próximo, Jesús da claras instrucciones acerca del uso que compete a las riquezas. Es útil recordar aquí una precisión de san Agustín: “el Señor llama mamona de iniquidad al dinero que poseemos en este mundo, porque mamona quiere decir riquezas, y las de esta clase no lo son sino para los inicuos, que colocan en ellas su esperanza y de ellas esperan su felicidad. Los justos, cuando las poseen, las llaman dinero, pero no riquezas, porque éstos no consideran como tales más que a las del cielo” (Cuestiones sobre los Evangelios 2,34). En la enseñanza de Jesús, además, distingue dos situaciones diversas: la de este domingo toca a bienes poseídos injustamente; la del próximo domingo sobre bienes poseídos lícitamente. 1 – La parábola del administrador El ejemplo referido por Cristo es de mucho impacto en su auditorio. En efecto, una verdad muy marcada el AT y fuertemente presente entre los judíos, era la de que Dios es (o el Señor, Kýrios, como dice el evangelio), el dueño de la tierra prometida y, en consecuencia, de todos los bienes: cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahvé te otorgará su bendición en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas (Dt 15,4). Esto era así al punto tal que no se podía expropiar de manera definitiva un terreno, sino que tan sólo podía ser cedido por un tiempo hasta que tuviese lugar el Jubileo de los cincuenta años: Comprarás a tu prójimo atendiendo al número de años que siguen al jubileo; y según el número de los años de cosecha, él te fijará el precio de venta... porque lo que él te vende es el número de cosechas (Lv 25,15). Lo que recuerda Jesús con la parábola es que somos administradores, no dueños, y que deberemos rendir cuentas a Dios del uso y administración de cuanto tenemos y poseemos: lo que, en fin de cuentas, se exige de los administradores es que sean fieles (1Co 4,2). 2 - Mamona Señalado esto es necesario observar que Jesús habla de riquezas injustas (gr. a-dikías = in-justo = in-icuo, no igual). ¿Por qué injustas? Por dos motivos dicen los santos Padres: 1) por haber sido adquiridas con injusticia; 2) porque inclinan fácilmente al pecado. 192

Detengámonos en el primero, ya que el segundo es más propio de lo que veremos el domingo próximo. En primer lugar, recordemos que hay tres formas de justicia: “la justicia conmutativa, que regula los intercambios entre las personas en el respeto exacto de sus derechos... sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia. La justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades” (2411). En atención a esto podemos ver que hay variadas formas de injusticia: “toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio, pagar salarios injustos, elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas. Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación” (2409). Para no ser excesivamente largo, simplemente enumero algunas cosas del séptimo mandamiento: - Las promesas deben ser cumplidas y los contratos rigurosamente observados en la medida en que el compromiso adquirido es moralmente justo (2410). - Los juegos de azar o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia, pero resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás (2413). - Se proscriben los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos (2414). - Se exige el respeto de la integridad de la creación... El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras (2415; cf. 2417-18: legítimo servirse de los animales para el alimento, confección de vestidos y experimentos médicos y científicos en límites razonables; pero indigno hacerlos sufrir inútilmente o invertir en ellos sumas que deberían remediar la miseria de los hombres; no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos). 3 – Actividad Económica y Doctrina Social

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En definitiva, queridos hermanos, se trata de comprender el fin mismo de las actividades que giran alrededor de las riquezas, o sea, la economía: “el desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la producción están destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos. La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las personas, del hombre entero y de toda la actividad humana...” (2426). Muchos son los temas que giran alrededor de esto: el trabajo humano (2427-8, 2433), el derecho de iniciativa económica (2430), el conflicto de intereses con las responsabilidades del Estado y de las empresas (2430-2), el salario justo (2434), el derecho de huelga (2435). No tenemos tiempo de extendernos sobre cada una de estas cosas, pero sí es bueno saber que todas estas cuestiones forman parte de lo que se llama Doctrina Social de la Iglesia: “La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económica y social, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas... Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas” (2420). Esto es fruto del evangelio: “La Iglesia recibe del Evangelio la plena revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina” (2419). Y una precisión importante: “Esta enseñanza resultará tanto más aceptable para los hombres de buena voluntad cuanto más inspire la conducta de los fieles” (2422): no podéis servir a Dios y al dinero (evang.). La codicia es una idolatría (Col 3,5). 4 - Conclusión Por ello, vivir lo que Cristo nos enseña en el evangelio de hoy “exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad...” (2407). “Leemos en una vida de San Vicente de Paul que su revolución está hecha de dos factores: caridad y pobreza. La pobreza le da la libertad de amar los pobres. El servicio de los pobres es alimentado por la caridad que lo une a Dios. Él, en los pobres, encuentra la solución al problema de la reforma religiosa, por el cual es asediado: yendo a los pobres, llega a Cristo y, en ellos, superando barreras políticas, desarrollos filosóficos y costumbres de casta, encuentra el punto de reunión de las diversas clases. En el servicio de los humildes, Vicente apaga la herejía, la cual, sobre todo y frecuentemente, si no siempre, es un recurso para sustraerse a las obligaciones sociales y a las renuncias económicas que el evangelio exige; y en la pobreza destapa el vicio y suscita conversiones y heroísmos, mientras invierte las concepciones de grandeza, donde el gran mundo es enseñoreado” (cit. por Inos Biffi, Nel Giorno del Signore, p. 272). En nuestros días existe la herejía del materialismo que desconoce los derechos de Dios y las necesidades del espíritu. Es necesario combatirla también con la caridad. 194

Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro. La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado (Tob 12,8-9).

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CatIC 2402-2406.2437-2449

C-26

Lc 16,19-31 / Am 6,1a.4-7 / Sal 146 / 1Tm 6,11-16

ADMINISTRADORES Recordemos que estas enseñanzas de Jesús tienen lugar mientras está en Camino hacia Jerusalén, y que este Camino, más que un viaje geográfico, es un itinerario formativo de los discípulos. El domingo pasado hemos hablado acerca de la actitud que compete al cristiano ante las riquezas. En el evangelio que acabamos de escuchar, se trata el mismo tema, pero señalando más aún, si cabe, la gravedad de la cuestión. En efecto, el domingo pasado había dicho Jesús: haceos amigos con las riquezas injustas, para que cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. Aquí vimos que el rico banqueteador terminó entre las llamas del infierno, con lo cual el Señor reafirma su enseñanza anterior, o sea la conveniencia de la limosna, si no por caridad, al menos por utilidad propia. 1 – La injusticia ¿dónde está? Pero hay que observar un detalle. El domingo pasado, Jesús aconsejaba hacer un uso conveniente de las riquezas injustas. Aquí, sin embargo, no leemos que las riquezas del rico fuesen injustas. ¿Por qué entonces, el tremendo castigo del infierno? ¿Dónde está la injusticia? “¿A quién perjudico, dices, si me retengo lo mío? Pero, dime, ¿qué cosa es tuya? ¿qué cosa has traído tú a la vida?... ¿No has salido desnudo de tu madre? ¿No tornarás desnudo a la tierra? ¿De qué parte te han venido los bienes que tienes?... Si dices que te vienen de Dios, explícanos por qué te los ha dado. ¿Puede ser Dios injusto, dando de manera desigual las cosas necesarias a la vida? ¿Por qué, mientras tú eres rico, el otro es pobre? ¿No es acaso para que tú puedas tener la recompensa del justo y fiel administrador y el otro adquiera el gran premio de la paciencia? Y tú, en cambio, acaparas todo en los insaciables pliegues de la avaricia y mientras privas a tanta gente, crees de no perjudicar a ninguno. ¿Quién es avaro? El que no está contento de lo que basta. ¿Quién es saqueador? El que toma las cosas de los otros. ¿No eres avaro? ¿No eres saqueador? Tú te apropias de lo que has recibido para distribuirlo. ¿Deberá ser llamado ladrón el que despoja a uno que está vestido y no merecerá el mismo título el que, pudiendo vestir un desnudo, no lo viste? Es del hambriento el pan que tú posees; es del desnudo el paño que tienes en los armarios; es del descalzo el zapato que se arruina en tu casa; es del indigente el dinero que tú acaparas. Cuantos son los hombres a los cuales puedes dar, tantos son aquellos a quienes perjudicas” (san Basilio de Cesarea, Hom. 12,7). 2 – Destino Universal de los bienes y Propiedad privada 196

¿Por qué esto es así? “Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos. Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano... La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas...”, pero “debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres. El derecho a la propiedad privada... no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad...”. Por ello, “el hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás...” (2402-4). Y no hay que confundir la justicia con la caridad: “cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia” (S. Gregorio Magno en 2446). Esta enseñanza no se agota en las relaciones personales, sino que alcanza el ámbito internacional: “Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no usurarios, las relaciones comerciales inicuas entre las naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico... Las naciones ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su desarrollo...” (2438-39). Todo esto se encuadra bajo el séptimo mandamiento, no robarás, que “prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres” (2401). En esa gestión “no corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos. La acción social... deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje evangélico y a la enseñanza de la Iglesia” (2442). 3 – Amor de los pobres Ante los ojos de Dios, esta acción goza de un valor particular: “Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo...” (2443). Es una acción que “no abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa” (2444). “Bajo sus múltiples formas – indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte – la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador... También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia...” (2448) Testimonio de esto son las innumerables obras de beneficencia. Porque, además, en el caso particular del cristiano, al destino universal de los bienes, se 197

añaden las enseñanzas de Jesús, que ha dicho que reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres, llegando a identificarse con ellos: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús” (santa Rosa de Lima, en 2449). 4 - Conclusión En síntesis, esta parábola de Jesús es una lección escenificada, impresionante e inolvidable acerca del peligro que encierran las riquezas. Epulón personifica los peligros de la riqueza: avaricia, molicie, dureza de corazón, olvido de los deberes de caridad y de justicia, olvido de la otra vida. “Cuando veis un rico malvado gozar de toda clase de placeres, llorad y compadeced su suerte, porque toda aquella riqueza sirve para acrecentar su castigo” (san Juan Crisóstomo, In Matth. 75,5). ¡Y qué castigo...! El aviso y la parábola de Jesús miraba a los fariseos, hombres avaros e incrédulos (cf. Lc 16,14.27.29), triste ejemplo de orgullosa contumacia. “Pero vosotros, hermanos, conociendo la felicidad de Lázaro y la pena del rico, moveos, buscad intermediarios y obrad de modo tal que los pobres sean vuestro abogados el día del juicio... Las palabras del libro sagrado nos deben disponer a observar los preceptos de la piedad. Si lo buscamos, cada día encontramos un Lázaro; cada día, incluso sin buscarlo, vemos un Lázaro” (san Gregorio Magno, Hom. 40,10). “En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola. En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: cuando dejasteis de hacer con uno de éstos, también conmigo dejasteis de hacerlo” (2463).

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CatIC 156-159.166-184

C-27

Lc 17,5-10 / Hab 1,2-3; 2,2-4 / Sal 95 / 2Tm 1,6-8.13-14

IGLESIA Y FE Los apóstoles, recorriendo con Jesús el Camino hacia Jerusalén, llegados a este punto perciben que no tienen fe o al menos que no es suficiente. Jesús, como hemos visto los domingos anteriores, ha pulverizado una de las convicciones más arraigadas en el mundo judío, e incluso en nuestro mundo por la influencia protestante calvinista: la convicción de que las riquezas facilitan la salvación. De hecho, que los apóstoles no escapaban a esta mentalidad común se ve en el episodio del joven rico. En efecto, después que Cristo dijo que era muy difícil que un rico se salvase, san Mateo añade: al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: “entonces ¿quién podrá salvarse?” (Mt 19,25). El episodio del evangelio de hoy nos lleva a profundizar sobre aquella virtud que es principio y fundamento de toda la vida espiritual: la fe. El evangelio de hoy nos muestra que la fe puede crecer (auméntanos), pero que en última instancia es algo recibido, donado y por eso piden a Jesús que se la aumente; y de allí que las obras que cualquier creyente hace, por grandes que sean, no se pueden atribuir al hombre sino a Dios que da el don: siervos inútiles somos, hemos hecho lo que debíamos. 1 – La fe y la inteligencia Sin duda que alguno puede pensar que para los apóstoles fue fácil creer porque estaban con Jesús. Esta es una afirmación que hay que tomar matizadamente, porque si bien ellos han tenido un mejor conocimiento que nosotros de las verdades de la fe, sin embargo, el motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de la razón natural. Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. Esto no significa que Dios no brinde elementos a nuestra razón para que advirtamos la conveniencia y necesidad de creer. Dice el Catecismo: “para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación. Los milagros de Cristo y de los santos, las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (156). Pero el motivo último del acto de fe es la autoridad de Dios mismo que revela. Por ello “la fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir”, aunque las verdades reveladas puedan parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas (157). Oscuridad no significa 199

contradicción: “a pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero. Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios” (159). De allí que es inaceptable la expresión de Lutero: credo quia absurdum. Pero es verdad que las verdades de fe son oscuras porque están por encima de la razón. Esta misma oscuridad, sin embargo, es lo que nos mueve a intentar comprender más profundamente: “es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado... según el adagio de san Agustín, creo para comprender y comprendo para creer mejor” (158). Y esto es lo que pedían los apóstoles. Dice el Catecismo: “para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones” (158). 2 – Fe personal y fe conjunta No hay duda de que “la fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: el que crea y sea bautizado se salvará, el que no crea se condenará” (183). Ahora ¿cómo se llega a la fe? Aquí hay un punto de divergencia con los protestantes, y es acerca del papel que tiene la Iglesia en la enseñanza de la fe. Por eso es tan distinto el acto de culto nuestro, la Misa, del acto de culto de ellos. Y no digamos nada de las sectas. ¿Cómo se llega a la fe? “La fe es un acto personal: es la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado... Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo... Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (166). Hasta aquí no hay diferencia con el protestantismo. Pero sigue diciendo el catecismo: “Creo: es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. Creemos: es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes” (167). Es la fe de la Iglesia, ya sea profesada personalmente o comunitariamente, es de la Iglesia. 3 – La fe de la Iglesia ¿Cómo es esto? Esto es así porque “la Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también... En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: ¿qué pides a la Iglesia de Dios? Y la respuesta es: la fe” (168). Estas afirmaciones implican sostener que la Iglesia es algo más que la simple reunión o asamblea de los creyentes. La salvación viene sólo de Dios, pero la vida de la fe la recibimos a través de la Iglesia 200

y por eso es madre nuestra: “La Iglesia, que es columna y fundamento de la verdad, guarda fielmente la fe transmitida a los santos de una vez para siempre. Ella es la que guarda la memoria de las palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles. Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe” (171). “Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe... San Ireneo de Lyon, testigo de la fe, declara: La Iglesia, aunque dispersa por el mundo entero hasta los confines de la tierra... guarda (la predicación y la fe) con cuidado... cree en ella de una manera idéntica como no teniendo más que una sola alma y un solo corazón; la predica, la enseña y la transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca. Porque, si las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico” (172-174). Por ello que la petición de los apóstoles a Jesús, auméntanos la fe, se debe entender no sólo distributivamente, es decir referido a cada uno de ellos, sino también conjuntamente, es decir, como Iglesia. De hecho, piden conjuntamente. Concluye san Ireneo: “esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene” (175), porque da la vida eterna: “la fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura” (184). 4 - Conclusión En síntesis: a) “La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los auxilios interiores del Espíritu Santo” (179). b) “Creer es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana” (180). c) “Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la madre de todos los creyentes. Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre (san Cipriano)” (181). Y la Iglesia nos conduce y alimenta principalmente por “el misterio de la fe”, de allí que la participación en el sacrificio eucarístico sea esencial para que nuestra fe crezca y se fortalezca día a día.

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CatIC 185-197

C-28

Lc 17,11-19/ 2Re 5,14-17 / Sal 98 / 2Tim 2,8-13

GLORIFICAR A DIOS ES PROFESAR LA FE El evangelio que acabamos de escuchar es muy rico en enseñanzas. Sin duda que nos enseña a valorar la gratitud y a comprender cuánto importa ser agradecidos por los bienes que Dios nos dona, en particular los de la redención, lo cual subraya Jesucristo al decir al samaritano: tu fe te ha salvado. 1 – Dar gloria a Dios Pero, la gratitud para con Dios tiene otro aspecto incluso más importante que este de agradecer sencillamente a Dios. En efecto, el agradecimiento a Dios puede cerrarse en lo estrictamente personal, en lo privado sin que llegue más allá. Y esto, siendo algo bueno y necesario, es incompleto. Es lo que hicieron los nueve encerrándose en los ritos y satisfechos con el bien privado de ellos. Fijémonos bien en la expresión de Cristo cuando ve al que vuelve: no tornaron a dar gloria a Dios... Cristo dice dar gloria a Dios y esto es más importante incluso que el agradecimiento privado. ¿Qué significa dar gloria a Dios? La gloria es la manifestación externa de una grandeza, es como el esplendor, el brillo de algo. La “gloria” del sol, por ejemplo, es su brillo; la gloria de Dios es el brillo de su grandiosidad. ¿Y cómo se manifiesta? Se manifiesta por las obras. Por eso, dar gloria a Dios es reconocer su grandeza proclamando sus obras. ¿Y esto cómo se hace? Se puede hacer de distintas maneras pero hay una que es central: la profesión de fe. Por eso dice san Pablo: con el corazón se cree para conseguir la justicia y con la boca se confiesa para conseguir la salvación (Ro 10,10). 2 - ¿Qué es la profesión de fe? ¿Qué es la profesión de fe? “Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos. Pero muy pronto, la Iglesia quiso también recoger lo esencial de su fe en resúmenes orgánicos y articulados destinados sobre todo a los candidatos al bautismo” (186). Dice san Cirilo de Jerusalén: “Esta síntesis de la fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe. Y como el grano de mostaza contiene en un grano muy pequeño gran número de ramas, de igual modo este resumen de la fe encierra en pocas palabras todo el conocimiento de la verdadera piedad contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento”. A estas síntesis de 1la fe se les dan distintos nombres: 202

- Se las llama “profesiones de fe” porque resumen la fe que profesan los cristianos. - Se las llama “Credo” por razón de que en ellas la primera palabra es normalmente “Creo”. - Se las denomina igualmente “símbolos de la fe”. ¿Por qué símbolo? “la palabra griega symbolon significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello) que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para verificar la identidad del portador. El “símbolo de la fe” es, pues, un signo de identificación y de comunión entre los creyentes. “Symbolon” significa también recopilación, colección o sumario; el “símbolo de l fe” es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis. ¿Cómo se compone? “El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda persona divina y del misterio de la Redención de los hombres; finalmente de la tercera Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación. Dice san Ireneo: son los tres capítulos de nuestro sello (bautismal)” (190). “Estas tres partes son distintas aunque están ligadas entre sí. Según una comparación empleada con frecuencia por los Padres, las llamamos artículos. De igual modo, en efecto, que en nuestros miembros hay ciertas articulaciones que los distinguen y los separan, así también, en esta profesión de fe, se ha dado con propiedad y razón el nombre de artículos a las verdades que debemos creer en particular y de una manera distinta” (191). ¿Hay un solo símbolo? No, sino que a lo largo de los siglos en respuesta a las necesidades de diferentes épocas, han sido numerosas las profesiones o símbolos de la fe. Los símbolos de las diferentes Iglesias apostólicas y antiguas, el Símbolo Quicumque, llamado de San Atanasio... o el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI. Pero entre todos hay dos que tienen un lugar especial: - El Símbolo de los apóstoles [Credo corto], llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles. Es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma y de aquí su autoridad: “es el símbolo que guarda la Iglesia romana, la que fue sede de Pedro, el primero de los apóstoles, y a la cual él llevó la doctrina común” (san Ambrosio). - El Símbolo llamado de Nicea-Constantinopla [Credo largo] debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los primeros Concilios ecuménicos (años 325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente (cf. 192-196). 3 - ¿Qué significa profesar la fe? Creí, por eso hablé Profesión viene de la palabra latina pro-fateri (de fari, decir) y significa decir, dar testimonio delante de otros. Esto es algo que ya existía en el AT. Es más, la forma puramente privada no era suficiente: cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, es 203

decir, ante el resto de la comunidad, de la “ekklesía”, de la Iglesia. ¿Por qué esto? Porque de esta manera se proclamaba la fidelidad de Dios, su bondad, su misericordia. Y de este modo se daba gloria a Dios, dando testimonio delante de otros. Esto es lo que hacemos nosotros al proclamar la fe. Pro-clamar = recitar en alta voz delante de otros las grandes maravillas de Dios, su misterio íntimo y su obra admirable de la creación, de la redención y de la santificación. Pues bien, imaginémonos ante un protestante o un ateo proclamando el credo. Esto es lo que hizo el samaritano y fue tan alabado por Jesús: se volvió glorificando a Dios en alta voz. Y para que fuese más elocuente añadió el gesto: postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús. Todo en Él era un canto a la gloria de Dios. Y por haber obrado rectamente consiguió algo mucho más grande que lo que habían recibido los diez, consiguió no sólo la curación de su enfermedad, sino algo mayor como es el don de la salvación: tu fe te ha salvado. “Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos” (197). 4 – Conclusión En síntesis, queridos hermanos, ¿cómo se manifiesta la verdadera gratitud para con Dios? Dando a conocer los misterios de Dios, los dones de Dios, en especial los referidos al orden sobrenatural. No en vano la acción de gracias por excelencia, la Eucaristía es llamada “misterio de la fe”, “sacramento de la fe” y es acto, por su misma esencia, comunitario porque es acto de toda la Iglesia. Quien participa de la Eucaristía dominical, por eso mismo da testimonio de Dios y da gloria a Dios; retorna como el samaritano donde está Cristo y allí proclama y profesa la auténtica fe y reconoce los verdaderos dones recibidos de Dios.

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CatIC 2734-2751

C-29

Lc 18,1-8 / Ex 17,8-13 / Sal 121 / 2Ti 3,14-4,2

LA CONFIANZA FILIAL EN LA ORACIÓN Entre los temas que aparecen con más frecuencia en el evangelio de san Lucas, tiene un lugar preferente el de la oración. De muchas formas el evangelista vuelve sobre esta materia: a veces nos propone dichos o discursos del Señor sobre la necesidad de rezar o sobre la eficacia de la oración, otras veces nos muestra figuras orantes (Jesús, María, Zacarías, Isabel, etc.). Ya hemos tenido ocasión, en domingos anteriores, de hablar sobre este tema, pero el evangelio de hoy nos permite considerar un aspecto que no habíamos desarrollado. El evangelista indica claramente cuál es la intención del relato: Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre si n desanimarse. En el relato están mostrados los dos elementos esenciales que debe tener nuestra oración para ser escuchada: la confianza y la perseverancia. Jesús, en el ejemplo que da, muestra cómo la viuda, en última instancia, tenía confianza en que finalmente sería escuchada, de lo contrario no hubiera insistido. 1 – Orar: la confianza filial El catecismo, al referirse a la actitud de confianza que hemos de tener, lo hace considerando nuestra condición de hijos de Dios y, por ello, a la actitud que hemos de tener en la oración la llama confianza filial. Y nos da al respecto algunas enseñanzas muy valiosas para nuestra oración: “La confianza filial se prueba en la tribulación, particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: por qué la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o eficaz” (2734). Veamos la primera cuestión ¿por qué la oración no es escuchada? Hay dos motivos: - Por pedir cosas no convenientes (cf. 2736): por eso el reproche de Santiago: “No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones (4,2-3). Si pedimos con un corazón dividido, adúltero, Dios no puede escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida” (2737). Como un padre no da a su hijo algo que le hace mal, aunque éste se lo pida. El mismo catecismo dice: “he aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente 205

en este modo de orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?” (2735). - Porque Dios prueba nuestra fe: “no te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración (Evagrio Pontico en 2737). Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que Él está dispuesto a darnos” (san Agustín, en 2737). La segunda cuestión ¿cómo hacer para que la oración sea eficaz? Jesucristo, de manera indirecta, en el pasaje evangélico que hemos leído, nos recuerda ante todo la Bondad y la Misericordia del Padre celestial: Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?. Esa Bondad y esa Misericordia han sido abundantemente demostradas a lo largo de la historia: “la revelación de la oración en la Economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo” (2738). Por eso, dice san Pablo: ...el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, más, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman... Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará con Él por gracia todas las cosas? (cf. Ro 8,26-32). Jesucristo dijo: todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá (Jn 15,16). Jesús nos enseña esta “audacia filial: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido” (2610). De allí que concluye el catecismo: “Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741). 2 – Perseverar El segundo elemento referido por Jesús es la perseverancia, necesariamente implicada en la confianza filial: “Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe” (2742): - Orar es posible siempre: el tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está con nosotros, todos los días. “Es posible incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo la cocina” (san Juan Crisóstomo en 2743). Cristo está con nosotros todos los días. - Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado... “Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena 206

ciertamente” (san Alfonso María de Ligorio en 2744). - Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres... “Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua” (Orígenes en 2745). No olvidemos el ejemplo del evangelio, la perseverancia en la oración, porque, como decía san Agustín: “tú sabes qué cosa deseas, Él sabe qué cosa te ayuda” (Serm. 80,2). 3 – El ejemplo de Jesús: la oración de la “hora” de Jesús Sin embargo, el ejemplo más acabado y perfecto de una oración profundamente imbuida de confianza filial y de perseverancia la tenemos en la oración que reza Nuestro Señor al aproximarse el momento de su Pasión. Es la oración que Jesús reza en el Cenáculo momentos antes de partir hacia Getsemaní, donde será apresado. Se encuentra en Jn 17 y la tradición cristiana le ha dado el nombre de oración “sacerdotal” de Jesús: “es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio... en esta oración todo está recapitulado en Él: Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo... La oración sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre, el deseo de su Reino (la Gloria), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de salvación y la liberación del mal” (cf. 2747-2750). Dice el catecismo: “en esta oración Jesús nos revela y nos da el conocimiento indisociable del Padre y del Hijo que es el misterio mismo de la vida de oración” (2751). 4 – Conclusión “San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él en nosotros” (2616). Revistamos nuestra oración de esa confianza que Él poseía, con la certeza de que seremos ciertamente escuchados si pedimos como Él nos enseñó. María Santísima, la Omnipotencia Suplicante, nos alcance la gracia de vivirlo.

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CatIC 198-231

C-30

Lc 18,9-14 / Sir 35,12-14.16-18 / Sal 34 / 2Tim 4,6-8.16-18

DIOS En el evangelio que acabamos de escuchar Jesús pronuncia una parábola cuya finalidad es claramente manifestada por el evangelista: a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. En este sentido está todo muy claro: el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. Pero es de gran valor indagar más profundamente y cuestionarnos por qué Jesús, para dar su enseñanza, en vez de decirlo lisa y llanamente, lo que hace es apelar a una parábola y en la cual la cuestión central es la oración. De hecho, tanto el fariseo como el publicano rezan en silencio, en el secreto interior del corazón de cada uno, allí donde sólo Dios ve y conoce. Lo que Jesús evidencia es la postura de cada orante ante Dios. Y esto es lo que produjo que uno haya salido justificado y el otro no: la postura delante de Dios. El fariseo, en su oración, parece decirle a Dios que él se puede arreglar solo, y que Dios solamente tiene que intervenir para premiarlo; el fariseo no deja lugar a Dios, todo el espacio lo ocupa él. Y por eso Dios lo deja irse tal como había venido: con su soberbia a cuestas. Así es nuestra civilización; ha optado por seguir la actitud del fariseo y así nos va. En la predicación del domingo pasado habíamos leído esta cita del catecismo: “he aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o como Padre de nuestro Señor Jesucristo?” (2735). Por ello queridos hermanos, mi intención en esta predicación es reflexionar acerca de esa palabra tan breve y tan profunda: Dios. 1 – Creo en Dios La primera cuestión que lógicamente se plantea respecto de una realidad, es si esa realidad existe. En el caso de Dios, la mayoría de las personas, si les preguntamos acerca de Dios, diría que cree, sí, que existe. Si uno observa su vida y su comportamiento, más bien debería concluirse que no cree que existe; o mejor dicho, ¿en qué clase de Dios cree? “Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es el Primero y el Último, el Principio y el Fin de todo... Creo en Dios: esta primera afirmación de la profesión de fe es también la más fundamental... Todos los artículos del Credo dependen del primero, así como los mandamientos son explicitaciones del primero” (198-199). La primera pregunta que surge alrededor de esta misteriosa realidad, una vez que hemos aceptado su existencia, se refiere a la cantidad: ¿cuántos dioses hay?. El llamado Credo largo o Símbolo de Nicea-Constantinopla comienza diciendo: “Creo en un solo Dios”: “La 208

confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios” (200). Para nosotros, esta verdad, por poco que reflexionemos, es algo aceptado. Pero, si leemos el AT, podríamos constatar cuánta dificultad hubo para que el pueblo hebreo llegara a vivir esta realidad. De hecho, todos los pueblos que vivían a su alrededor eran politeístas y los mismos hebreos, de manera habitual, cedían a la tentación de rendir culto a dioses extranjeros. Por ello, los profetas insistían reclamando la vuelta hacia el único Dios verdadero: Volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro (Is 45,22; en 201). Incluso fue necesaria la terrible experiencia del Destierro de Babilonia (año 586 a.C.) para lograr que esta verdad sea aceptada de manera plena. En el mundo judío existe una oración conocida como Shemá Israel (= Escucha Israel) que ellos rezan tres veces al día y que comienza precisamente así: “Escucha, Israel, el Señor Nuestro Dios, es un único Dios...” (cf. Dt 6,4). No era este un problema en la época de Cristo, pero vale la pena recordarlo porque, como hemos escuchado, la fe en la existencia del único Dios es fundamental, es decir, está a la base de todo lo demás. 2 - ¿Qué es Dios? En realidad, la cuestión más bien pasa por determinar qué es Dios. Aquí ciertamente que la cuestión se hace más difícil. De hecho, es más sencillo decir lo que Dios no es que lo que Dios es y, por ello, usamos expresiones negativas. Por ejemplo, decimos que “Dios es infinito” = “no-finito”, “no-limitado”; o que “Dios es inmenso” = “sin medida”, inabarcable; o que “Dios es inmutable” = no muda, no cambia. Sin embargo, para subsanar esta dificultad y en la medida en que nos es posible, dada nuestra limitada inteligencia, Dios mismo se ha dado a conocer: “Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida... Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo...” (203). Esta revelación fue progresiva y bajo diversos nombres (cf. libro del Génesis), pero hubo una esencial: “la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, demostró ser la revelación fundamental...” (204). ¿Cómo fue? En ese episodio de la zarza ardiente, Dios usa una expresión cargada de misterio, como para que tomemos conciencia de que incluso así, con la revelación, Dios sigue siendo misterio. Se designa a sí mismo como Yahvéh que ha sido traducido como Yo soy el que soy. “Yo soy el que soy... expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir...” (206). “La revelación del nombre inefable Yo soy el que soy contiene la verdad de que sólo Dios ES... Dios es la plenitud del Ser y de toda perfección, sin origen y sin fin. Mientras todas las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, Él sólo es su ser mismo y es por sí mismo todo lo que es” (213). Cuando se advierte esta realidad, entonces surge espontáneamente la reacción del hombre: “Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante 209

la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro delante de la Santidad Divina (cf. Ex 3). Ante la gloria del Dios tres veces santo, Isaías exclama ¡Ay de mí que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros! (cf. Is 6). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: aléjate de mí, Señor, que soy un pecador...” (208). Por ello es tan aberrante la actitud del fariseo que hemos escuchado en el evangelio; porque la única actitud lógica, la única, es la del publicano. 3 – Ser = Amor y Verdad Si nos quedásemos, sin embargo, sólo en esa dimensión, caeríamos en concepciones erróneas, no cristianas, como es el caso del judaísmo o del islam o del protestantismo tradicional, posturas todas que subrayan con mucha fuerza la trascendencia y grandeza de Dios, pero allí se quedan. Y es que el sentido pleno del nombre Yo soy va mucho más allá, como podemos constatarlo en el mismo libro del Éxodo: “Dios, El que es, se reveló a Israel como el que es rico en amor y fidelidad. Estos dos términos [hésed y émet en hebreo] expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor [hésed]; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad [émet]. Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad (Sal 138,2)...” (214). ¿Qué implican estas afirmaciones? a) Émet, es decir, fiabilidad, fidelidad, verdad: Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas... La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo... Y Dios es también verdadero cuando se revela. Jesús vino al mundo para dar testimonio de la Verdad, es decir del émet de Dios (215-217). Esto es así porque Dios ES. Por eso en el NT podemos escuchar la frase Yo soy la Verdad o, lo que es lo mismo, Yo soy el Amén, el Testigo Fiel (Amén viene de émet) b) Hésed, es decir, benevolencia, bondad, gracia, amor: el Amor de Dios “es comparado al amor de un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada...; llegará hasta el don más precioso: tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único. El amor de Dios es eterno: los montes se correrán y las colinas se moverán pero mi amor de tu lado no se apartará” (219-220). Esto es así porque Dios ES. Por eso en el NT llegamos a escuchar: Dios es Amor. 4 – Conclusión En última instancia, lo que el evangelio nos exige es profesar una auténtica fe en Dios Uno. “Creer realmente en Dios, el Único, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida: - Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios... Por esto Dios debe ser “el primer servido”. 210

- Es vivir en acción de gracias: Si Dios es el único, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de Él. - Es reconocer la unidad y la dignidad de todos los hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios. - Es usar bien de las cosas creadas: la fe en Dios, el Único, nos lleva a usar de todo lo que no es Él en la medida en que nos acerca a Él y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él: “Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a ti” (san Nicolás de Flüe). - Es confiar en Dios en todas las circunstancias: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta” (222-227). “Estamos bien lejos de mentir, enseñando a todo hombre, cualquiera que sea, a tomar conciencia de la propia pequeñez humana en relación a la grandeza de Dios, y a pedir incesantemente lo que falta a nuestra naturaleza a Aquél que es el Único que puede colmar nuestras insuficiencias” (Orígenes, Contra Celso 3,64).

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CatIC 268-278

C-31

Lc 19,1-10 / Sab 11,22 – 12,2 / Sal 145 / 2Tes 1,11-2,2

TODOPODEROSO La primera lectura de hoy nos ofrece la ocasión de continuar con el tema comenzado el domingo pasado. En la parábola del domingo pasado, del fariseo y el publicano, vimos como, en última instancia, en la oración de cada uno, se manifestaba una determinada concepción de Dios, aunque dedicamos nuestra atención sobre todo a la enseñanza que nos brinda el catecismo. Hablamos acerca de Dios refiriéndonos a lo que Dios es en sí mismo, independientemente de lo que no es Él. Es decir, nos concentramos en lo que se llaman los atributos entitativos de Dios y señalamos que Dios es el Ser, lo cual conlleva decir que es Amor y es Verdad. La lectura de hoy nos permite ver otro aspecto de Dios: sus atributos operativos, los que se manifiestan en el obrar de Dios, sintetizados en la idea de la Omnipotencia divina: Sé que eres Todopoderoso; lo que piensas lo puedes realizar (275). 1 – Omnipotencia y Creación Las Sagradas Escrituras confiesan con frecuencia el poder universal de Dios. Es llamado el poderoso de Jacob, el Señor de los ejércitos... Si Dios es Todopoderoso en el cielo y en la tierra, es porque Él los ha hecho. De allí que la idea de la Omnipotencia de Dios es asociada inmediatamente a la Creación: “En el principio, Dios creó el cielo y la tierra. Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como ‘el Creador del cielo y de la tierra”, “de todo lo visible y lo invisible” (279). En consecuencia, nada le es imposible y dispone de su obra según su voluntad: “es el Señor del universo, cuyo orden ha establecido, que le permanece enteramente sometido y disponible; es el Señor de la historia: gobierna los corazones y los acontecimientos según su voluntad: El actuar con inmenso poder siempre está en tu mano, ¿quién podrá resistir la fuerza de tu brazo? (Sab 11,21)” (269). Esta verdad, de tan enormes consecuencias, es frecuentemente reiterada en el AT, en especial en los Salmos: Señor del cosmos [= universo], haciendo referencia preferentemente a la Creación considerada de manera más estática, y Señor de la historia, considerando el desenvolvimiento de los acontecimientos humanos cuyo desarrollo no escapa a las manos de Dios, o sea la Providencia de Dios. Dice el Catecismo: “realizada la Creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza” (301). Es lo que hemos escuchado en la primera lectura: amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses 212

querido? ¿cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (cit. en 301) [toda esta afirmación de la Providencia de Dios es negada [7] por el movimiento deísta inglés (285)] . 2 – Omnipotencia y Misericordia La misma acción providente de Dios es reconocida al rezar el Credo, ya que decimos: “Creo en Dios Padre Todopoderoso”. Acerca de esto comenta el Catecismo: “Dios es el Padre Todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida de nuestras necesidades; por la adopción filial que nos da (Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso, 2Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado perdonando libremente los pecados” (270). Esta última afirmación, particularmente osada, también la hemos escuchado en la primera lectura: Te compadeces de todos porque lo puedes todo. Y el catecismo la subraya: “Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia” (277). Es así que en la parábola leída el domingo pasado, el publicano con su actitud está haciendo un tremendo acto de fe en la omnipotencia de Dios. Y en el evangelio de este domingo, sucede lo mismo con Zaqueo. De hecho, la actitud tomada por éste respecto de sus bienes manifiesta la tremenda potencia de la gracia divina y por eso Jesús puede decir, jugando con su propio nombre: hoy la Salvación de Dios ha llegado a esta casa (Jesús significa “Dios salva” o “Salvación de Dios”). Por ello no vacilemos en acudir a la misericordia de Dios a través de la confesión: arrojémonos en las manos de Dios y no en manos de los hombres; pues cual es su Grandeza es su Bondad (Sir 2,18). En relación con lo que venimos diciendo, hay que advertir un elemento importante. No debemos pensar que, por el hecho de ser omnipotente, Dios actúe de manera despótica, arbitraria y caprichosa. De ninguna manera. La acción omnipotente de Dios, como acción paternal que es, no es algo arbitrario sino que su omnipotencia está guiada por su Sabiduría y su Bondad. Dice santo Tomás: “En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia” (cit. en 272) [esta realidad es negada por toda la corriente voluntarista, que incluye a Lutero, Calvino y todo el protestantismo, quienes afirman que Dios actúa de manera caprichosa, que hace las cosas porque quiere y punto. Por ejemplo, los mandamientos son así por puro antojo de Dios; podría haber sido bueno, si Dios hubiese querido, que en vez de no matar, se hubiese mandado matar]. Y por ello se pregunta el catecismo: “De no ser por nuestra fe en que el amor de Dios es todopoderoso, ¿cómo creer que el Padre nos ha podido crear, el Hijo rescatar, el Espíritu Santo santificar?” (278). 3 – Omnipotencia y Mal: necesidad de la fe Hay, sin embargo, un elemento que pone a prueba esta fe, y es la experiencia del mal y 213

del sufrimiento. A veces, Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Es aquí donde se nos exige de manera especial la obediencia de la fe. Dice el catecismo: “Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (1Co). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre desplegó el vigor de su fuerza y manifestó la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes (Ef)” (272). Es, por lo tanto, la fe algo completamente necesario para aceptar la omnipotencia divina y aceptándola todo lo demás se hace más sencillo: “nada es, pues, más propio para afianzar nuestra Fe y nuestra Esperanza que la convicción profundamente arraigada en nuestras almas de que nada es imposible para Dios. Porque todo lo que (el Creador) propondrá luego a nuestra fe, las cosas más grandes, las más incomprensibles, así como las más elevadas por encima de las leyes ordinarias de la naturaleza, en la medida en que nuestra razón tenga la idea de la omnipotencia divina, las admitirá fácilmente y sin vacilación alguna” (274). Así fue que Abraham llegó a ofrecer a su propio hijo en sacrificio de holocausto, pues creyó que poderoso es Dios para resucitar de entre los muertos (Hb 11,19). 4 – Conclusión “De todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que esa omnipotencia: - es universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo [contra el deísmo]; - es amorosa, porque Dios es nuestro Padre [contra el protestantismo]; - es misteriosa, porque sólo la fe puede descubrirla cuando se manifiesta en la debilidad (2Co 12,9) [contra el racionalismo]” (268). En Zaqueo todo esto se ha verificado. “Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la Omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que nada es imposible para Dios y pudo proclamar las grandezas del Señor: el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es Santo” (273).

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CatIC 988-1004

C-32

Lc 20,27-38/ 2Mac 6,1;7,1-2.9-14 / Sal 17 / 2Tes 2,16-3,5

FIN DEL CAMINO: LA RESURRECCIÓN Jesús se encuentra en Jerusalén en el momento culminante de su misión. Precisamente a Jerusalén estaba orientado todo su Camino. Y llegando al término de su Camino, surge esta cuestión que se refiere al término de nuestro Camino. La pregunta que se suscita es ¿qué sucederá con nosotros cuando muramos? Veamos el evangelio. 1 – El problema de la resurrección ¿Quiénes eran estos que preguntaron a Jesús? Los saduceos eran uno de los grupos político-religiosos que existían en aquella época. En este grupo estaban los miembros de la aristocracia sacerdotal. Eran opuestos a los fariseos y tenían buenas relaciones con los romanos. En cuanto a sus creencias, se puede decir que eran los materialistas o liberales de la época. De hecho, rechazaban la existencia de los ángeles y la esperanza en la vida eterna y la resurrección, y la Providencia de Dios. De la Biblia, ellos sólo aceptaban los cinco primeros libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). El caso que le plantean a Jesús está fundado en una norma legal del AT: la ley del levirato (cf. Dt 25,5ss). Esta ley mandaba que cuando un hombre moría sin dejar descendencia, el hermano tenía obligación de casarse con la viuda para asegurar la descendencia que debía llevar el nombre del difunto: para que el nombre no se extinga en Israel (v. 6). Los fariseos no eran capaces de responder a la objeción planteada por los saduceos porque para los fariseos resucitar significaba retomar la vida terrena con todas sus características, incluidos el matrimonio y la procreación (incluso más: como tener muchos hijos era considerada la bendición mas grande, había algunos que decían que la mujer, después de la resurrección, ¡daría a luz un niño por día!). Evidentemente, una concepción de la resurrección tan materialista conlleva enormes dificultades. Es el mismo problema que va a enfrentar san Pablo cuando predique este misterio en Atenas (cf. He 17). “Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones. San Agustín: “En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne”. Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continua de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?” (996). Muchos errores y resistencias que existen respecto de la doctrina sobre la inmortalidad o la resurrección se deben a esa concepción materialista de la resurrección. 2 – La respuesta de Jesús Jesús, en su respuesta, confirma la postura de los fariseos, pero corrigiendo aquello que 215

había de erróneo: en este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir porque son semejantes a los ángeles… Jesús establece una clara diferencia en las condiciones de vida en uno y otro caso. La vida presente está muy marcada por la dependencia de cosas materiales (fundamentalmente alimento, vestimenta, vivienda y procreación). Pero, la resurrección significa vivir una vida espiritualizada. En el mundo futuro no existirán las necesidades de la vida presente, y, puesto que no habrá más muerte, tampoco habrá necesidad de procrear hijos, y entonces de matrimonio, dado que el matrimonio (y, en consecuencia, el sexo, que es al servicio de la vida) tiene como finalidad principal la generación de nuevas vidas. La respuesta dada por Jesucristo implica varios elementos, que conviene que desglosemos brevemente: - ¿Qué es resucitar? La re-unión del alma con su cuerpo (997). “En la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma” (1016). - ¿Quién resucitará? “Todos los hombres que han muerto: los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación (Jn 5,29)” (998). Cf. 1ª lectura: para ti la resurrección no será para la vida. - ¿Cómo? Esto es lo que nos cuesta entender. “Cristo resucitó con su propio cuerpo: mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora, pero… en cuerpo espiritual… Este como sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe…” (999-1000, 1007). - ¿Cuándo? “Sin duda, en el último día… El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1001). 3 – La Resurrección en la Revelación En el relato evangélico hemos visto que, luego de responder, Jesús contraataca mostrando abiertamente la incredulidad de los saduceos ya que ni siquiera aceptaban las enseñanzas del libro del Éxodo donde se lee la frase citada por el Señor: Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes… En realidad, “la resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquel que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección” (992) y se hace manifiesta en los Macabeos, confesión que hemos escuchado en la primera lectura: El Rey del mundo… nos resucitará a una vida eterna… Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por 216

Él. Pero hay más: “Jesús vincula la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: Yo soy la resurrección y la vida. Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos…” (994). Por otra parte, “si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo… Sepultados con Él en el bautismo, con Él también habéis resucitado por la fe…” (1002). 4 – Conclusión “Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana. Tertuliano: “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella”. San Pablo: ¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó… ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1Co 15)” (991). “Ser testigo de Cristo es ser testigo de su Resurrección, haber comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos. La esperanza cristiana en la resurrección esta totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser en Cristo; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno… El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder… Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (995, 1004).

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CatIC 2828-2837

C-33

Lc 21,5-19 / Mal 3,19-20a / Sal 98 / 2Tes 3,7-12

ESPÍRITU DEL CAMINO: VIVIR EL DÍA Queridos hermanos, vamos aproximándonos al final del año litúrgico y, por lo tanto, al final del Camino que el evangelio de san Lucas nos ha ido presentando a lo largo de este año. La lectura del evangelio, de hecho, está tomada del último discurso de Cristo, aquel en el que entrelaza la referencia a la destrucción de Jerusalén y su Templo con el fin del mundo. 1 – Aquel Día ¿Cuándo sucederá eso? preguntan los discípulos. Y Jesús no lo dice. No lo dice porque no nos sirve. En cambio dice lo que sí nos sirve. Y sobre todo nos enseña a mirar las cosas con más profundidad. Para comprender mejor observemos la 1ª lectura. El profeta Malaquías habla de el Día que viene. En la tradición bíblica aparece este Día entendido como una intervención especial de Dios (cf. Am 5,8ss.; 2Pe 3,10), en el cual, como hemos escuchado, va a actuar Dios purificando el universo (cf. 1ª lectura). ¿Cuándo es ese Día? Amós lo llama el Día de Yahvé, el Día del Señor. Pero ¿cómo se puede entender un Día respecto de Dios? Dicho de otra manera: desde la perspectiva de Dios, ¿qué se entiende por Día? Es claro que Dios no tiene tiempo, está fuera de él. Esto nos obliga a mirar con más profundidad que la que podemos entender a primera vista. Para obtener una respuesta a nivel más profundo, es útil recordar lo que nosotros mismos hemos cantado cuando celebramos la Pascua: Este es el Día que hizo el Señor. No se trata únicamente de un día que habrá de venir, sino del accionar de Dios ya presente para renovar el universo a través de Cristo, acción que se va desarrollando hasta que Dios intervenga para el establecimiento definitivo de los nuevos cielos y la nueva tierra. ¿Cómo hemos de vivir nosotros frente a esta realidad? Con absoluta tranquilidad y confianza. En el evangelio Jesucristo insiste en que mantengamos esta actitud. También lo hemos escuchado en la primera lectura. 2 – Danos En realidad esto que venimos diciendo es lo que está incluido de manera profunda en lo que Cristo nos enseñó a rezar: Danos hoy nuestro pan de cada día. ¿Qué pedimos cuándo decimos estas palabras? Al pronunciar esas palabras ¿qué realidades tenemos presente? Lo primero que hemos de considerar es la Bondad del Padre celestial que nos lleva a decir Danos. Fijémonos que la primera lectura se refiere a los que temen al Señor, o sea aquellos que se esfuerzan en no ofender o lastimar a Dios. Por eso mismo Jesús reasegura 218

en el evangelio que no hay nada que temer. Lo cual no significa un abandono total, un descuido de nuestros deberes (cf. 2ª lectura), sino una sencilla confianza en Dios: “El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre. No nos impone ninguna pasividad, sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios” (2830). Decía san Cipriano de Cartago: “A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios”. Y de allí la antigua expresión “Ora et labora” (san Benito). O aquella otra: “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros” (san Ignacio). A lo cual comenta el catecismo: “Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana” (2834). Es claro que, cuando pedimos el pan, no entendemos solamente el material sino sobre todo el espiritual: “el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía” (2836) Por supuesto que, si vivimos auténticamente nuestra condición de hijos de Dios, no podemos no incluir a los demás hombres. Por eso cuando decimos danos lo reconocemos como Padre de todos los hombres y le pedimos por todos ellos, incluso por los malos para que se conviertan y se regocijen en Dios como nosotros. No podemos entender las palabras de Jesús que hemos escuchado en el evangelio de hoy como un simple “sálvese quien pueda”, olvidando las exigencias de la Caridad (San Pablo, por ejemplo, que padeció tantas persecuciones de sus propios hermanos de raza judía a causa del evangelio, exclama: el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios a favor de ellos es que se salven; cf. Ro 10,1). Además, el hecho de que unos posean unos bienes y otros tengan otros bienes es para que se realice la comunión por la participación (cf. 2833). 3 – Cada día es hoy Pero esa confianza y tranquilidad que el Señor refiere en el evangelio de hoy están expresadas, sobre todo, por la palabra Hoy reforzada por la expresión cada día. Porque “este hoy no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios” (2836). Así lo comenta san Ambrosio: “si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Hoy, es decir, cuando Cristo resucita”. ¿Cómo hacemos para vivir este hoy de Dios? ¿Cómo traducimos la eternidad en nuestro tiempo? Por la re-iteración, la repetición de un mismo acto, la perseverancia a que el Señor 219

nos insta en el evangelio de hoy. Por eso, Jesús reforzó o profundizó la palabra hoy con la expresión cada día, que es el término que sintetiza todo lo que venimos diciendo en nuestra reflexión: “la palabra griega epiousios, sólo se emplea aquí en todo el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de hoy para confirmarnos en una confianza ‘sin reserva’. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia. Tomada al pie de la letra (epiousios: lo más esencial), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, ‘remedio de la inmortalidad’, sin el cual no tenemos la Vida en nosotros. Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este día es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre cada día” (2837). 4 – Conclusión En síntesis, queridos hermanos, aproximándose el fin del año litúrgico, las lecturas nos llevan a considerar el fin de todas las cosas. Ante esta perspectiva, ¿cuál ha de ser nuestra actitud? ¿Desesperación, inquietud, angustia? No. Cristo quiere que confiemos en el Padre celestial. Jesús al enseñarnos a decir danos hoy nuestro pan de cada día nos ha enseñado a tener presente ese momento, a vivir el Día de Yahvé; pero nos enseña a tenerlo presente de tal manera que lo vivamos perseverando en la tranquilidad y confianza de nuestra condición de hijos. Y esta es la cumbre del Camino del Espíritu: que seamos hijos de Dios viviendo como El Hijo de Dios. María Santísima nos guíe en este Camino.

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FIESTAS DEL TIEMPO ORDINARIO

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CatIC 1020-1037

C-34 (Cristo Rey)

Lc 23,35-43 / 2Sam 5,1-3 / Sal 122 / Co 1,12-20

FIN DEL CAMINO Queridos hermanos, con la solemnidad de este día, Cristo Rey, terminamos el año litúrgico y por lo tanto terminamos con nuestra reflexión acerca del Camino del Espíritu. Y no podemos terminar con un texto más lleno de significado. De manera especial el evangelio nos muestra el término o fin de lo que es el camino de todo hombre. 1 – El Fin: la muerte y el juicio particular La escena que nos refiere tiene lugar, como ustedes han advertido, precisamente el momento final de la vida de Nuestro Señor y los dos ladrones crucificados a su lado. Es el momento de la muerte, momento de especial importancia ya que “pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo” (1021). A partir de ese momento el hombre recibe la retribución inmediata como consecuencia de sus obras y de su fe. “… la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento, hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros” (1021). ¿En qué va la diferencia? El catecismo lo señala claramente: “cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo…” (1022). O, como dice san Juan de la Cruz, “al atardecer te examinarán en el amor”. ¿No es ilustrado esto, de una manera dramática, por el episodio que hemos oído? ¿Qué sucede con el otro ladrón, con el que no se dirige a Cristo, con el que no le implora? Es aterrador tan sólo pensarlo. Concluye el catecismo: cada hombre recibe su retribución eterna “bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre”. Cabe aclarar que aquí el catecismo está hablando del juicio particular, al que cada alma es sometida inmediatamente después de la muerte. No se refiere al juicio universal que va a tener lugar luego de la resurrección de los muertos. 2 – El Fin: Cielo o Infierno ¿Qué le dice Jesús al buen ladrón? Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Esta es la definición del cielo: “vivir en el cielo es estar con Cristo. Los elegidos viven en Él, aún más, tienen allí, o mejor, encuentra allí su verdadera identidad, su propio nombre” (1025). Por eso dice san Ambrosio: “pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino”. 222

¿Quiénes pueden aspirar a estar con Cristo? “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es, cara a cara” (1023). No podemos ni remotamente imaginarnos la hermosura de esta experiencia. La Biblia usa distintas imágenes para expresarla: “vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso…” (1027), pero finalmente san Pablo muestra que todas esas imágenes no bastan para dar una idea perfecta de lo que será: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Co 2,9). A pesar de no poder llegar a comprenderlo plenamente, no hay duda de que es lo máximo a lo que podemos aspirar, como lo señala san Cipriano de Cartago: “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha! Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios…, gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, habiendo alcanzado las alegrías de la inmortalidad”. El cielo es, entonces, el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha, la vida perfecta, vivida en comunión con la Santísima Trinidad, la Virgen y todos los ángeles y bienaventurados (cf. 1024). Todo bien, sin mezcla de mal alguno, ni la más mínima pequeña tristeza estará presente. Esto es lo que es prometido por Cristo al buen ladrón: hoy. Evidentemente, un elemento que aparece claramente expresado en el relato evangélico es la libertad de los hombres. Mientras el buen ladrón se acoge a la misericordia de Cristo, el otro ladrón tan solo sigue insultándolo. ¿No es esto algo que deja perplejo e indigna? Sin embargo es la realidad de la libertad. Por eso el catecismo señala que “salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: quien no ama permanece en la muerte… Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger al amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno” (1033). Así como no podemos llegar a comprender la felicidad que significa la visión cara a cara de Dios, tampoco podemos llegar a comprender lo que significa la frustración de perder esa visión para siempre, pero es verdad que “la pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (1035). La dureza de esta realidad no nos debe llevar a cerrar los ojos a ella. “Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creen y convertirse…” (1034). Por otro lado, hemos de recordar que “Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final” (1037). 223

3 – Etapa intermedia: el Purgatorio Puede darse, entonces, el hecho de que alguien cometa un pecado mortal que lo llevaría a condenarse eternamente, pero que se arrepienta. Con ese arrepentimiento que, por supuesto, debe ser sincero (a Dios nadie lo engaña) y además íntegro (es decir comprendiendo todos los pecados mortales), ese tal asegura su entrada al cielo. Pero, dependiendo del grado de arrepentimiento el alma se encuentra en mejor o peor condición para acceder al cielo. Por eso la Iglesia ha sostenido la existencia del Purgatorio: “los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el cielo” (1031). Esta realidad del Purgatorio se ve confirmada por la enseñanza bíblica del segundo libro de los Macabeos, donde se lee que Judas Macabeo mandó hacer un sacrificio expiatorio a favor de los muertos para que quedaran liberados el pecado (12,46). “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”, dice san Juan Crisóstomo. De manera especial lo que más sirve es el ofrecimiento de misas y la aplicación de indulgencias a esas benditas almas. De todas maneras, la realidad del Purgatorio es temporal, no eterna. Se acaba, no dura para siempre. Por eso no se puede comparar el Purgatorio con el Infierno (cf. 1031). 4 – Conclusión Queridos hermanos, hemos llegado al fin del año litúrgico, hemos llegado al final del Camino. Concluímos con un episodio a la vez esperanzador y tremendo. Pero, “las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno… Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!, y pocos son los que la encuentran” (1035). Si reconocemos realmente a Cristo como nuestro Rey, dejándonos guiar por su Espíritu, tal como lo hizo María Santísima, no hemos de temer ningún mal, sino que podremos escuchar gozosos las palabras que la Iglesia dice al alma que está a punto de partir: “alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz… que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor…” (1020). Amén.

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CatIC 966.2617-2619.2673-2679

C-Asunción

Lc 1,39-56 / Ap 11,19a;12,1-6a.10 / Sal 45 / 1Co 15,20-27

MARÍA, ESTRELLA DE ESPERANZA Dijo Juan Pablo II: “María fue llevada al cielo; se alegra el ejército de los ángeles. La liturgia de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada hacia la Virgen... es una invitación a mirar hacia lo alto, a mirar a María glorificada también en su cuerpo, para que recuperemos el auténtico sentido de la existencia y nos animemos nuevamente a caminar con confianza por los caminos de la vida... María nos anima ahora, desde el Paraíso a caminar sin vacilaciones al Reino de Dios” (L’Osservatore Romano 21-08-98, p.1). 1 – La Asunción ¿Por qué María fue elevada al cielo en cuerpo y alma? “... la Virgen Inmaculada... fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (966). Tenemos por lo tanto dos motivos: a) ser conformada más plenamente a su Hijo: es decir, adquirir una disposición o conformación más semejante a Jesucristo en su plenitud, por su participación singular en la Resurrección de su Hijo; b) constituye una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: por ello es una estrella de esperanza en nuestra peregrinación por esta vida, en este Camino que debemos recorrer. Hemos referido varias veces que en el presente ciclo, el evangelio de Lucas nos presenta a Jesús recorriendo el Camino hacia Jerusalén, enseñándonos contemporáneamente como debe ser nuestro caminar para llegar a la Jerusalén celestial, al Reino de Dios. En esta línea de reflexión, se nos presenta hoy a nuestra consideración la figura de la Ssma. Virgen, conforme a lo que enseña el catecismo: “Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre, es pura transparencia de Él: María muestra el Camino, es su Signo...” (2674). Veamos, con relación a ella, cómo se nos refiere la actividad de la Virgen en su caminar hacia el cielo y, en segundo lugar, cómo nos unimos nosotros a Ella. 2 – La oración de la Virgen María Veámosla primero durante su peregrinación terrena: “en la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho llena de gracia responde con la ofrenda de todo su ser: He aquí la 225

esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de Él, ya que Él es todo nuestro”. ¿Cómo alcanza esa disposición plena delante de Dios? Por la oración: “su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación para la concepción de Cristo; en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo” (2617). ¿Cómo actúa para con los hombres? “El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná, la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa” (2618). “Desde el consentimiento dado por la fe en la Anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende definitivamente a los hermanos y hermanas de su Hijo, que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias” (2674). Así la vemos activa en bien de los hombres al inicio y al término de la vida pública de Jesús. Disposición para con Dios e intercesión para con los hombres, María también nos enseña a dar a Dios el culto debido, con su cántico, el Magníficat, que hemos escuchado en el evangelio; “cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la Salvación...” (2619). En síntesis, María aparece profundamente, totalmente comprometida con la acción de Dios en el mundo, co-operando en todo su plan, a lo largo de toda su vida: “coopera de manera única con el designio amoroso del Padre”. 3 – En comunión con la Santa Madre de Dios “A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios... (En) esta oración se alternan habitualmente dos movimientos: uno engrandece al Señor por las maravillas que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos; el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios...” (2675). Pues bien, “este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Avemaría” (2676). Detengámonos un momento a considerar estas palabras, con las cuales nos dirigimos a ella tan frecuentemente, para percibir mejor su significado: - “Dios te salve María (Alégrate, María)”: es Dios mismo quien por mediación de su ángel (anunciador, enviado) saluda a María. Tratamos, con estas palabras, de mirar a María con la mirada que Dios ha puesto sobre ella y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella. - “Llena de gracia, el Señor es contigo”: las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente: María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. María, en quien va a habitar el Señor es el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor (cf. 1ª lectura). 226

- “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”: son las palabras de Isabel que hemos escuchado en el evangelio de hoy. María es bendita entre todas las mujeres porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Así como Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la tierra, de manera semejante, María, por su fe, vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: “Jesús, el fruto bendito de tu vientre”. - Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...”: porque es madre de Dios y madre nuestra podemos confiarle nuestros cuidados y nuestras peticiones. Entonces ella ora por nosotros como oró por sí misma: Hágase en mí según tu palabra. Y nosotros, confiándonos a su oración, aprendemos con ella a abandonarnos en la voluntad de Dios y decimos: Hágase tu voluntad. - “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”: ante la que es Toda Pura nos reconocemos pecadores y nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de nuestras vidas, y “en la hora de nuestra muerte”; que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso. 4 – Conclusión “Cuando le rezamos a María, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres... Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza” (2679).

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CatIC 2639-2643

C-Todos los Santos

Mt 5,1-12a / Ap 7,2-4.9-14 / Sal 24 / 1Jn 3,1-3

LOS CAMINOS DEL ESPÍRITU Queridos hermanos, la solemnidad que estamos celebrando debe llenar nuestra alma de gozo y admiración. ¿Qué consideramos hoy? Sencillamente, las maravillas del Espíritu. 1 – Las maravillas de Dios Precisamente una de las características del evangelio que estamos leyendo este año, el de san Lucas, es la frecuencia con que menciona “la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo” (2640) quien, como hemos señalado varias veces, aparece guiado por el Espíritu. En la primera lectura, tomada del Apocalipsis, hemos escuchado cómo se vive esa admiración y alabanza de Dios. “Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús, la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquel que se sienta en el trono y del Cordero” (2642). 2 – El evangelio del Espíritu Entre uno y otro momento, o sea entre lo hecho en y por Cristo y lo que transcurre en la Jerusalén celestial, se ubica la acción del Espíritu en la Iglesia peregrina. El mismo san Lucas subraya la admiración y la alabanza “respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles”. Esto se ve en el primer núcleo de la Iglesia, la comunidad de Jerusalén (He 2,47), lo hace el tullido curado por Pedro y Juan (3,9), y también la muchedumbre que presenció lo del tullido (4,21) y los gentiles de Pisidia que se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor (cf. 2640). De manera significativa el libro de los Hechos de los Apóstoles es llamado el evangelio del Espíritu Santo. Y hay que advertir que esa acción del Espíritu ha continuado y continúa en la Iglesia. Permítanme leerles un extracto de una prédica de san Alberto Hurtado (Reglas para sentir con la Iglesia) que nos manifiesta esta maravilla: En el siglo IV: “Queremos servir a Dios a nuestro modo. Vamos a construir una columna y encima de la columna una plataforma pequeña... bastante alta para quedar fuera del alcance de las manos, y no tanto que no podamos hablarles... La caridad de los fieles nos dará alimento, ¡oraremos!” [se refiere a los monjes llamados estilitas, que vivían sobre una columna]… De todo el mundo Romano venían a verlos, arreglaban los vicios, predicaban. San Simón Estilita, y con él otros... Otro grupo raro: “Nos vamos al desierto, a los rincones más alejados para toda la vida. Vamos a 228

pelear contra el diablo, a ayunar y a orar... a vivir en una roca” [monjes anacoretas de los primeros siglos]… Nosotros hoy, despedazados al loco ritmo de la vida moderna, recordamos a los Anacoretas con un poco de nostalgia; todos los santos monjes y eremitas, ustedes que hallaron a Dios en la paz: rogad por nosotros. El tiempo de las Cruzadas. La gran amenaza del Islam. Llegan unos religiosos bien curiosos. ¿Para nosotros qué es un religioso? ¿Manso, manos en las mangas, modesto, oye confesiones de beatas, birrete? No tienen birrete sino casco, espada en lugar de Rosario... Religiosos guerreros. Hacían los tres votos de religiosos para pelear mejor. Hacían un cuarto voto: el de los templarios, voto solemne: “no retroceder lo largo de su lanza, cuando solos tenían que enfrentar a tres enemigos”. Vienen otros [mercedarios], tímidos, humildes, pordioseros… Los de la Merced, un voto: ¡quedarse como rehenes para lograr la libertad de los fieles! ¿Qué habríamos hecho nosotros con san Francisco de Asís? ¡Lo habríamos encerrado como loco! ¿No es de loco desnudarse totalmente en el almacén de su padre para probar que nada hay necesario? ¿No era de loco cortar los cabellos de Santa Clara sin permiso de nadie? Cuando el fuego le devoraba el hábito dice: “no lo apagues, es el hermano fuego que tiene hambre”. ¿Qué habríamos hecho nosotros? En el almacén, el obispo le arrojó su manto, símbolo de la Iglesia que lo acepta. Vienen los Cartujos, que no hablan hasta la muerte. Si el superior le manda a predicar, puede decir: ¡No, es contra la Regla! ¡Absurdo, después de 7 años... a predicar! La Iglesia mantuvo la libertad de los Cartujos: quieren mantenerse en silencio, ¡pueden hacerlo! Pozos de ciencia, sin hablar. ¡Nuestro sentido burgués! Vienen los Frailes Predicadores, los Dominicos: le da su bendición a los Predicadores... San Francisco de Asís: una idea: construir un templo con cuatro paredes sin ventanas, un pilar, un techo, un altar, dos velas y un crucifijo. ¡Ah no! Eso es un galpón... Vamos a colgar cuadritos... vamos a poner bancos y cojines... ¡Nada!, dice San Francisco. Gran bendición a su Iglesia y fabulosas indulgencias. Es el recuerdo del Pesebre de Belén. En los primeros tiempos de los jesuitas, hay dos cardenales Farnese y Ludovisi y construyen el Gesù y San Ignacio. El Gesù: columnas torneadas, oro y lapislázuli... La bóveda... 20 años pintando la bóveda: Nubes, santos y bienaventurados. Y San Luis... ángeles mofletudos y barrigones... El altar hasta el techo, con Moisés y Abraham bien barbudos. Nosotros diríamos: “eso es demasiado, falta de gusto, de moderación”. Y la Iglesia bendijo al Gesù y San Ignacio. No es el pesebre, es la gloria tumultuosa de la Resurrección. En la Iglesia se puede rezar de todos modos: vocal, meditación, contemplación, hasta con los pies (es decir, en romería). Los herejes, en cambio: fuera lámpara, fuera imágenes, fuera medallas... Hay pueblos que no quieren besar el anillo, sino que lo olfatean. ¡Bien, pueden 229

hacerlo! Iglesias en estilo chino ¿De dónde sacan que el Gótico es el único estilo? Santa Sofía, San Pedro... …Para pensar conforme a la Iglesia hay que tener el criterio del Espíritu Santo que es ancho. En el Congo ¿podemos pintar ángeles negros? ¡Claro! ¿Y Nuestra Señora negra y Jesús negro? ¡Sí! Ese Jesús chino... ¡admirable! Nuestro Señor, en los límites de su cuerpo mortal, no podía manifestar toda su riqueza divina. En el Congo un Padre compró cuadros de la Bonne Presse. Muestra el infierno, y los negros entusiasmados. No había ningún negro, ¡sólo blancos! ¡Ningún negro en el infierno! Alabemos todo lo que se hace en la Iglesia bajo la bendición del Espíritu Santo. ¡Cuando la Iglesia mantiene una libertad, alabémosla! 3 - Doxología Una muchedumbre inmensa de toda nación, raza, pueblo y lenguas, decía la primera lectura. La consideración de tantas maravillas nos deben llevar a darnos cuenta cuánto más grande es el autor de todas ellas y, en consecuencia a alabarlo. Si nos llena de admiración y nos mueve a alabar a Dios el contemplar las maravillas de la creación, ¿cuánto más no nos debe llenar de admiración la obra realizada por el Espíritu Santo en los corazones de los hombres, especialmente de los santos? Sobre todo, “a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha. De esta ‘maravilla’ de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios” (2641). Porque “la alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros” (2639). 4 – Conclusión Y no hay forma más excelente de hacerlo que uniéndolos a Cristo en la Misa, porque “la Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la ofrenda pura de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre; es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, el sacrificio de alabanza” (2643). María Santísima, la espléndida Reina de todos los Santos, nos alcance la gracia de 230

acompañarlos a ellos por toda la eternidad.

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Índice de las referencias del Catecismo de la Iglesia Católica 74-83.172-175. 187 84-95.2030-2040.2047-2051. 191 101-141. 181 156-159.166-184. 311 185-197. 317 198-231. 327 232-237.257-260. 161 268-278. 333 464-483. 41 484-486.512-518. 53 534.2221-2231.2599. 47 683-688. 173 689-693.696.700. 157 702-716.721. 27 717-720.904-907. 21 721-741. 177 849-856.2634-2636. 295 966.2617-2619.2673-2679. 355 988-1004. 339 1020-1037. 349 1104-1109. 201 1136-1139.1153-1186. 125 1333-1344. 165 1420-1421.2794-2796. 113 1430-1438. 225 1691-1698. 57 1699-1715. 109 1730-1748. 77 1749-1775.1803-1805.1810-1813. 87 1776-1802. 81 1803-1841. 283 1805-1809. 31 1814-1816.2087-2089. 131 1817-1821.2090-2092. 147 1822-1829.2093-2094. 141 1830-1832.2669-2672.2683-2690. 207 1846-1876. 95 1950-1965. 101 1970-1974. 135 2011-2016. 73 2044-2046.2471-2474. 237 2084-2128. 231 2168-2195. 119 2402-2406.2437-2449. 307 2407-2436. 301 2447-49 (cf. 2258-2330) 243 2464-2474. 289 2534-2557. 271 2558-2565. 261 2566-2569.2096-2097. 61

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2574-2580.2607-2616. 213 2581-2584. 217 2585-2589. 221 2598-2606.2746-2751. 105 2606-2615.2742-2745.2570-2572. 267 2639-2643. 359 2650-2660. 35 2697-2724. 249 2709-2719. 197 2725-2733. 15 2734-2751. 321 2746-2751. 153 2759-2778. 255 2822-2827.2860. 277 2828-2837. 343 2846-2849. 67

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Índice Analítico Contenidos. 7 Advertencia Previa. 11

TIEMPO DE ADVIENTO.. 13 ESPERANZA, ACEDIA, ESPÍRITU.. 15 1 – Adviento = Esperanza. 15 2 – Esperanza versus Acedía. 16 3 – Evangelio según san Lucas: el Camino del Espíritu. 18 4 – Conclusión. 19 EL PROFETA: HOMBRE DEL ESPÍRITU.. 21 1 – Elías 21 2 – Juan Bautista: él es Elías que debe venir 23 3 – La condición profética del cristiano. 24 4 – Conclusión: el modelo de Juan. 24 KECHARITOMÉNE: PARAÍSO DE DIOS. 27 1 – El plan proyectado. 27 2 – Tiempo de Promesas 28 3 – Kecharitoméne 29 4 – Conclusión. 30 DISPOSICIONES MORALES. 31 1 – Obras de justicia. 31 2 – Apuntalando la justicia. 32 3 – Guiando la justicia. 33 4 – Conclusión. 34 DISPOSICIONES ESPIRITUALES. 35 1 – Sentido del Evangelio. 35 2 – Disposición y pre-disposición. 36 3 – Aprender a orar 37 4 – Conclusión. 38

TIEMPO DE NAVIDAD.. 39 EMMANUEL.. 41 1 – Verdadero Dios y verdadero hombre 41 2 – ¿Cómo es hombre el Hijo de Dios?. 43 3 – El Corazón del Verbo Encarnado. 44 4 – Conclusión. 44 OS HE DADO EJEMPLO.. 47 1 - ¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?. 47 2 – ¿Por qué nos has hecho esto?. 48 3 – Crecía en sabiduría, edad y gracia. 49 4 – Conclusión. 50 COMPREHENDER.. 53 1 – En el nombre de Jesús 53 2 – Estupor y atesoramiento. 54 3 – Riqueza del misterio de Cristo. 55 4 – Conclusión. 56 LA VIDA EN CRISTO.. 57

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1 – Los motivos de la Encarnación. 57 2 – El Hijo nos enseña a ser hijos 58 3 – La acción del Espíritu Santo. 59 4 – Conclusión. 59 ADORACIÓN DE LOS MAGOS. 61 1 – Los personajes 61 2 – Los Magos de Oriente 62 3 – La Adoración, acción fundamental 63 4 – Conclusión. 64

TIEMPO DE CUARESMA. 65 VIDA ESPIRITUAL: LA ASCÉTICA.. 67 1 – Las Tentaciones según la Providencia Divina. 67 2 – La guía del Espíritu Santo. 68 3 – Las respuestas de Cristo. 69 4 – Conclusión. 70 VIDA ESPIRITUAL: LA MISTICA.. 73 1 – ¿Dónde somos conducidos por el Espíritu?. 73 2 – ¿Cómo somos transformados por el Espíritu?. 74 3 – Ascética y Mística. 75 4 – Conclusión. 75 CONVERTIRSE A LA LIBERTAD.. 77 1 – Hay conversión si hay libertad. 77 2 – Pero la Libertad puede conducir a la Esclavitud. 78 3 – Para ser libres nos liberó Cristo. 79 4 – Conclusión. 80 ENTRANDO EN SÍ... 81 1 – La Conciencia. 81 2 – Decidir en conciencia. 83 3 – La Formación de la Conciencia. 84 4 – Conclusión. 85 PASIÓN POR LA VIRTUD.. 87 1 – Moralidad de un acto humano. 87 2 – Pasión y Pasiones 89 3 – Virtud o no virtud, esa es la cuestión. 90 4 – Conclusión. 91

SEMANA SANTA. 93 EL PECADO EN LA PASIÓN.. 95 1 – El pecado en la Pasión. 95 2 – Variedad y Esencia del Pecado. 96 3 – Más por más, más 98 4 – Conclusión: Bendito sea Dios 98 NUEVO TESTAMENTO.. 101 1 – El lavado de los pies: mandatum.. 101 2 – La Ley. 102 3 – La Ley Revelada. 103 4 – Conclusión. 104 LA FUERZA DE LA ORACIÓN.. 105 1 – La Oración de Jesús durante su vida. 105 2 – La Oración Sacerdotal 106 3 – La Oración de la Cruz. 107 4 – Conclusión. 108

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EL NUEVO ADÁN.. 109 1 – Lo que Cristo hizo y enseñó (Act 1,1) 109 2 – El hombre, imagen de Dios 110 3 – Restauración. 111 4 – Conclusión. 111 ¿ESTÁS EN LOS CIELOS?. 113 1 – Si habéis resucitado con Cristo. 113 2 – Buscad las cosas de arriba. 114 3 – La Vida en el Espíritu. 115 4 – Conclusión. 116

TIEMPO PASCUAL. 117 EL DOMINGO.. 119 1 – Domingo: primer día, octavo día, día del Señor 119 2 – Descansar en el Señor 120 3 – La asamblea [= ekklesía] 122 4 – Conclusión. 123 EN ESPÍRITU.. 125 1 – Vivir en espíritu. 125 2 – Participar activamente 126 3 – Cuándo y Dónde 128 4 – Conclusión. 129 FE.. 131 1 – Oveja de Cristo y Virtudes Teologales 131 2 – La Fe 132 3 – Perseverancia en la fe 133 4 – Conclusión. 134 LA LEY NUEVA O LA CARIDAD HACIA EL PRÓJIMO.. 135 1 – El Contexto. 135 2 – La Novedad. 136 3 – La Práctica – los Consejos Evangélicos 138 4 – Conclusión. 139 CARIDAD HACIA DIOS. 141 1 - ¿Cómo hacerse prójimo de Dios?. 141 2 – Los grados de la Caridad. 143 3 – La medición de la Caridad. 144 4 – Conclusión. 145 ESPERANZA.. 147 1 – Actualidad de esta virtud. 147 2 – Naturaleza de la Esperanza y sus contrarios 149 3 – Necesidad de la Esperanza. 151 4 – Conclusión. 151 FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPERANZA.. 153 1 – Fundamento de nuestra esperanza. 153 2 – La oración de la Hora de Jesús 154 3 – En nosotros 155 4 – Conclusión. 156 ARDIENTE IMPULSO.. 157 1 – Soplo. 157 2 – Ardiente 158 3 – Pará-kletós 159 4 – Conclusión. 160 LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA ECONOMÍA DE LA

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SALVACIÓN.. 161 1 – Centralidad del Misterio. 161 2 – La Vida de la Trinidad. 163 3 – Trinidad: Fin del Camino. 163 4 – Conclusión. 164 PAN Y VINO.. 165 1 – El pan y el vino en el AT.. 165 2 – El pan y el vino en el NT.. 167 3 – “El pan y el vino” hoy: el altar, elemento distintivo de la Iglesia. 167 4 – Conclusión. 168

TIEMPO ORDINARIO.. 171 EL HOMBRE NUEVO.. 173 1 – El misterio de la Paloma. 173 2 – El hombre nuevo. 174 3 – Ser conducidos por el Espíritu. 176 4 – Conclusión. 176 SE HIZO LA HORA.. 177 1 – Un banquete de bodas 177 2 – La Hora de Jesús 178 3 – María. 179 4 – Conclusión. 180 ESCRITURAS. 181 1 – Hoy…... 181 2 – …Cristo. 182 3 – El Espíritu Santo, Intérprete de la Escritura. 183 4 - Conclusión. 185 TRADICIÓN.. 187 1 – Tradición, de Tradere 187 2 – Tradición y Escritura. 188 3 – La Tradición Apostólica. 189 4 – Conclusión. 190 MAGISTERIO.. 191 1 – La voz de Cristo hoy. 191 2 – El Magisterio de la Iglesia. 193 3 – La Iglesia, extensión de Cristo. 194 4 - Conclusión. 195 ORACIÓN: EL ÚNICO CAMINO.. 197 1 – El aporte de Jesús 197 2 – El Espíritu sopla donde quiere 198 3 – Condiciones de una verdadera oración. 199 4 – Conclusión. 200 LITURGIA: EPÍCLESIS. 201 1 – Amarás 201 2 – La Liturgia: fuente de energía. 202 3 – Epíclesis: invocación que transforma. 203 4 – Conclusión. 204 FRUTOS. 207 1 – El Espíritu de Verdad os guiará. 207 2 – Ven, Espíritu Santo. 208 3 – Carismas y santos 209 4 – Conclusión. 210 FE Y HUMILDAD PRODUCEN CARIDAD.. 213

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1 – El Templo de Jerusalén. 213 2 – Humildad y Fe para una oración poderosa. 214 3 – Oración de Intercesión y Caridad. 215 4 – Conclusión. 216 JESÚS PROFETA.. 217 1 – Elías Profeta: palabra que anima. 217 2 – El fuego del Espíritu. 218 3 – El profeta hombre de oración. 219 4 – Conclusión. 220 ALABANZAS. 221 1 – Actos de la mujer 221 2 – Salmos 222 3 – Tehillim, o sea Eucaristía. 223 4 – Conclusión. 224 ES CRISTO DE DIOS EL QUE ES PENITENTE.. 225 1 – La virtud de la penitencia. 226 2 – Diversas formas de penitencia en la vida cristiana. 227 3 – Creación y mantenimiento de la virtud de la penitencia. 228 4 – Conclusión. 228 SÍGUEME... SÓLO A DIOS SERVIRÁS (1º mandamiento) 231 1 – El Primer mandamiento. 232 2 – No habrá para ti otros dioses delante de mí 233 3 – ¿Ateos?. 234 4 - Conclusión. 234 DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD.. 237 1 – Curiosidades y envío. 237 2 – Testigos 238 3 – Las condiciones 239 4 – Conclusión. 241 DAR VIDA - HEREDAR LA VIDA (cf. 5º mandamiento) 243 1 – La Parábola del Buen Samaritano. 243 2 – Jesús el Buen Samaritano. 245 3 - Obras de misericordia = Dar Vida. 245 4 – Conclusión. 247 LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN.. 249 1 – El episodio evangélico y su significado. 249 2 – La oración y sus expresiones 251 3 – El recogimiento del corazón. 252 4 – Conclusión. 253 EL PADRE NUESTRO: BREVIARIUM TOTIUS EVANGELII. 255 1 – Oración del Señor (dominical) 255 2 – Oración de la Iglesia: Padre NUESTRO.. 256 3 – Oración de Hijos: PADRE Nuestro. 258 4 – Conclusión. 259 ESTUPIDEZ Y ORACIÓN.. 261 1 – La necedad. 261 2 – La sabiduría. 263 3 – La Oración. 263 4 - Conclusión. 265 ORAR ¿ES ÚTIL O INÚTIL?. 267 1 – Vigilancia. 267 2 – Perseverar en el amor 268 3 – “En comunión con su Maestro”. 270

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4 – Conclusión. 270 FUEGO Y BAUTISMO PRODUCEN DIVISIÓN (10º mandamiento) 271 1 – Un Bautismo para prender Fuego. 271 2 – Fuego que arde purificando y elevando. 272 3 – El Fuego produce división. 274 4 - Conclusión. 275 HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO.. 277 1 – Jesús, el empecinado. 277 2 – El empecinamiento del cristiano: ser como Jesús 278 3 – La Voluntad de Dios 279 4 – Conclusión. 281 ¿SER BUENO O SER SANTO?. 283 1 - La parabolé sobre la humildad. 283 2 – Virtudes humanas y virtudes teologales 284 3 – La humildad. 286 4 - Conclusión. 287 ANDAR EN LA VERDAD (8º Mandamiento) 289 1 – Discípulo = testigo de la Verdad de Jesús 289 2 – Ser discípulo de Cristo ¿es un “opcional”?. 290 3 – Ser testigo de la verdad es ser mártir 292 4 - Conclusión. 293 YO SOY EL GUARDIÁN DE MI HERMANO (cf. Gn 4,9) 295 1 – El episodio del evangelio. 295 2 – Cristo, ejemplo de auténtico hermano mayor 297 3 – Características infaltables de la misión: perseverancia y paciencia. 298 4 - Conclusión. 299 SÉPTIMO MANDAMIENTO.. 301 1 – La parábola del administrador 301 2 - Mamona. 302 3 – Actividad Económica y Doctrina Social 303 4 - Conclusión. 304 ADMINISTRADORES. 307 1 – La injusticia ¿dónde está?. 307 2 – Destino Universal de los bienes y Propiedad privada. 308 3 – Amor de los pobres 309 4 - Conclusión. 310 IGLESIA Y FE.. 311 1 – La fe y la inteligencia. 311 2 – Fe personal y fe conjunta. 313 3 – La fe de la Iglesia. 313 4 - Conclusión. 314 GLORIFICAR A DIOS ES PROFESAR LA FE.. 317 1 – Dar gloria a Dios 317 2 - ¿Qué es la profesión de fe?. 318 3 - ¿Qué significa profesar la fe? Creí, por eso hablé 319 4 – Conclusión. 320 LA CONFIANZA FILIAL EN LA ORACIÓN.. 321 1 – Orar: la confianza filial 321 2 – Perseverar 323 3 – El ejemplo de Jesús: la oración de la “hora” de Jesús 324 4 – Conclusión. 324

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DIOS. 327 1 – Creo en Dios 328 2 - ¿Qué es Dios?. 329 3 – Ser = Amor y Verdad. 330 4 – Conclusión. 331 TODOPODEROSO.. 333 1 – Omnipotencia y Creación. 333 2 – Omnipotencia y Misericordia. 334 3 – Omnipotencia y Mal: necesidad de la fe 336 4 – Conclusión. 336 FIN DEL CAMINO: LA RESURRECCIÓN.. 339 1 – El problema de la resurrección. 339 2 – La respuesta de Jesús 340 3 – La Resurrección en la Revelación. 341 4 – Conclusión. 342 ESPÍRITU DEL CAMINO: VIVIR EL DÍA.. 343 1 – Aquel Día. 343 2 – Danos 344 3 – Cada día es hoy. 345 4 – Conclusión. 346

FIESTAS DEL TIEMPO ORDINARIO.. 347 FIN DEL CAMINO.. 349 1 – El Fin: la muerte y el juicio particular 349 2 – El Fin: Cielo o Infierno. 350 3 – Etapa intermedia: el Purgatorio. 352 4 – Conclusión. 352 MARÍA, ESTRELLA DE ESPERANZA.. 355 1 – La Asunción. 355 2 – La oración de la Virgen María. 356 3 – En comunión con la Santa Madre de Dios 357 4 – Conclusión. 358 LOS CAMINOS DEL ESPÍRITU.. 359 1 – Las maravillas de Dios 359 2 – El evangelio del Espíritu. 359 3 - Doxología. 362 4 – Conclusión. 363 Índice de las referencias del Catecismo de la Iglesia Católica. 365 Índice Analítico. 367

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IVE Press Nueva York – 2006 [1] cf. Genealogía que presenta Lucas= Cristo como hijo de Adán. La narración de las tentaciones en el evangelio de san Lucas se relaciona con la proclamación de Jesús hijo de Dios en el bautismo (3,2122) y con su genealogía que lo presenta, en línea ascendente, como hijo de Adán. La yuxtaposición lleva a pensar la tentación y caída de Adán en el pecado, conllevando la pena a la muerte; Cristo, nuevo Adán, vence la tentación y su victoria inaugura los tiempos nuevos de la salvación. [2] Descubro, pues esta ley: aún queriendo hacer el bien es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.

[3] [4]

Para advertir la dinámica del diálogo es importante ver el texto griego.

cf. M.A. Fuentes, “Spiritus Vertiginis: el vicio de la necedad”, Gladius 41, Bs. As. 1998.

[5] “La definición puede ser ésta: vida estética es la vida superficial, centrada sobre las facultades inferiores (aísteesis significa “sensación”); vida ética es la centrada sobre la voluntad o el entendimiento práctico; vida religiosa es la centrada sobre la Fe. En otras palabras, la vida “estética” está bajo el signo del placer; la ética bajo el signo del deber, la religiosa bajo el signo del sufrimiento – dice Kirkegord” (L. Castellani, De Kirkegord a Tomás de Aquino (Guadalupe - Bs. As., 1973) 105)

[6]

el episodio del domingo pasado incluye la parábola del banquete que no fue leída y que se entronca directamente con este evangelio de hoy. [7]

El movimiento deísta inglés es el que influyó sobre el Iluminismo francés que es el que siguieron los hombres que se apoderaron del país (= Argentina) desde 1861: Mitre, Avellaneda, Sarmiento, Roca, Juárez Celman, etc. Ellos afirman que Dios es como un relojero o un arquitecto que una vez que ejecutó su obra, desaparece de la escena. Niegan la Providencia de Dios y, en consecuencia, la religión debe quedar encerrada en la sacristía.

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Index TIEMPO DE ADVIENTO ESPERANZA, ACEDIA, ESPÍRITU EL PROFETA: HOMBRE DEL ESPÍRITU KECHARITOMÉNE: PARAÍSO DE DIOS DISPOSICIONES MORALES DISPOSICIONES ESPIRITUALES TIEMPO DE NAVIDAD EMMANUEL OS HE DADO EJEMPLO COMPREHENDER LA VIDA EN CRISTO ADORACIÓN DE LOS MAGOS TIEMPO DE CUARESMA VIDA ESPIRITUAL: LA ASCÉTICA VIDA ESPIRITUAL: LA MISTICA CONVERTIRSE A LA LIBERTAD ENTRANDO EN SÍ... PASIÓN POR LA VIRTUD SEMANA SANTA EL PECADO EN LA PASIÓN NUEVO TESTAMENTO LA FUERZA DE LA ORACIÓN EL NUEVO ADÁN ¿ESTÁS EN LOS CIELOS? TIEMPO PASCUAL EL DOMINGO EN ESPÍRITU FE 244

7 8 12 15 18 21 24 25 28 31 34 37 40 41 44 47 50 54 58 59 63 66 69 72 75 76 79 83

LA LEY NUEVA O LA CARIDAD HACIA EL PRÓJIMO CARIDAD HACIA DIOS ESPERANZA FUNDAMENTO DE NUESTRA ESPERANZA ARDIENTE IMPULSO LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN PAN Y VINO TIEMPO ORDINARIO EL HOMBRE NUEVO SE HIZO LA HORA ESCRITURAS TRADICIÓN MAGISTERIO ORACIÓN: EL ÚNICO CAMINO LITURGIA: EPÍCLESIS FRUTOS FE Y HUMILDAD PRODUCEN CARIDAD JESÚS PROFETA ALABANZAS ES CRISTO DE DIOS EL QUE ES PENITENTE SÍGUEME... SÓLO A DIOS SERVIRÁS (1º mandamiento) DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD DAR VIDA - HEREDAR LA VIDA (cf. 5º mandamiento) LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN EL PADRE NUESTRO: BREVIARIUM TOTIUS EVANGELII ESTUPIDEZ Y ORACIÓN ORAR ¿ES ÚTIL O INÚTIL? FUEGO Y BAUTISMO PRODUCEN DIVISIÓN (10º mandamiento) 245

86 90 94 98 101 104 107 110 111 114 117 120 123 127 130 133 136 139 142 145 148 151 155 158 162 165 169 172

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO ¿SER BUENO O SER SANTO? ANDAR EN LA VERDAD (8º Mandamiento) YO SOY EL GUARDIÁN DE MI HERMANO (cf. Gn 4,9) SÉPTIMO MANDAMIENTO ADMINISTRADORES IGLESIA Y FE GLORIFICAR A DIOS ES PROFESAR LA FE LA CONFIANZA FILIAL EN LA ORACIÓN DIOS TODOPODEROSO FIN DEL CAMINO: LA RESURRECCIÓN ESPÍRITU DEL CAMINO: VIVIR EL DÍA FIESTAS DEL TIEMPO ORDINARIO FIN DEL CAMINO MARÍA, ESTRELLA DE ESPERANZA LOS CAMINOS DEL ESPÍRITU

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176 180 184 188 192 196 199 202 205 208 212 215 218 221 222 225 228

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