El Buen Ladrón: Misterio de Misericordia - André Daigneault

August 9, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: Barabbas, Pontius Pilate, Jesus, Prayer, Love
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El Buen Ladrón: Misterio de Misericordia - André Daigneault...

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Table of Contents PRÓLOGO Capítulo 1 EL BUEN LADRÓN EN EL EVANGELIO Capítulo 2 EL PENSAMIENTO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA Capítulo 3 EL MISTERIO DE LA CRUZ Capítulo 4 EL MISTERIO DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCIÓN Capítulo 5 UN MODELO DE VERDADERA SANTIDAD Capítulo 6 EL BUEN LADRÓN Y MARÍA, REFUGIO DE PECADORES Capítulo 7 EL BUEN LADRÓN Y SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, UNA MISMA ESPIRITUALIDAD Capítulo 8 EL BUEN LADRÓN Y LA CUESTIÓN LITÚRGICA Capítulo 9 UNA ESPERANZA Anexo 1 VALIOSOS COMENTARIOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA SOBRE EL BUEN LADRÓN Anexo 2 ALGUNOS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DEL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO Anexo 3 OTROS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DE SANTOS Y OTROS AUTORES CATÓLICOS Anexo 4 ORACIONES BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL NOTAS

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EL BUEN LADRÓN Misterio de Misericordia

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ANDRÉ DAIGNEAULT

EL BUEN LADRÓN MISTERIO DE MISERICORDIA

Traducción de Cordélia de Castellane Edición y revisión de Álvaro Cárdenas Delgado

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Calle Playa de Riazor, 12 - 1º, 1.4 28042 Madrid Teléfono: 91 594 09 22 [email protected] www.vozdepapel.com

Título original: Le Bon Larron Traducción: Cordélia de Castellane Edición y revisión de Álvaro Cárdenas Delgado © 1999, Éditions Médiaspaul © 2014, Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente Primera edición: abril de 2014 ISBN: 978-84-96471-75-7 Composición: Francisco J. Arellano Impresión: Cofás, S.A. Impreso en España — Printed in Spain No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

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ÍNDICE

PRÓLOGO Capítulo 1 EL BUEN LADRÓN EN EL EVANGELIO Capítulo 2 EL PENSAMIENTO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA Capítulo 3 EL MISTERIO DE LA CRUZ Capítulo 4 EL MISTERIO DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCIÓN Capítulo 5 UN MODELO DE VERDADERA SANTIDAD Capítulo 6 EL BUEN LADRÓN Y MARÍA, REFUGIO DE PECADORES Capítulo 7 EL BUEN LADRÓN Y SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, UNA MISMA ESPIRITUALIDAD Capítulo 8 EL BUEN LADRÓN Y LA CUESTIÓN LITÚRGICA Capítulo 9 UNA ESPERANZA Anexo 1 VALIOSOS COMENTARIOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA SOBRE EL BUEN LADRÓN Anexo 2 ALGUNOS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DEL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO Anexo 3 OTROS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DE SANTOS Y OTROS AUTORES CATÓLICOS Anexo 4 ORACIONES BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL NOTAS

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PRESENTACIÓN DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Hace dos años Sophi, una buena amiga mía francesa, puso en mis manos la edición canadiense de esta obra que tienes en tus manos, El buen ladrón, del sacerdote canadiense André Daigneault. Mi amiga, que había sido cautivada previamente por sus páginas, me recomendó insistentemente su lectura. Este personaje del Evangelio, tan desconocido y olvidado para la mayoría, no era un desconocido para mí. Otro buen amigo mío, José Ramón, un buen pecador que lucha siempre de nuevo por dejarse amar y perdonar por el Señor, se ha identificado desde que lo conozco con el Ladrón que robó el Paraíso. Mi buen amigo no comprende por qué este personaje excepcional, a quien, a pesar de sus muchas fechorías, extorsiones y crímenes, se le perdonaron todos sus pecados, y que escuchó de los mismos labios del Salvador: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», está prácticamente ausente en la predicación y la espiritualidad de la Iglesia. Él me contagió su interés por este primer santo canonizado, y ni más ni menos que por el mismo Hijo de Dios. Desde el momento en que tuve entre mis manos el presente libro, se afirmó en mí la convicción interior de que no era por casualidad, que algo importante se hallaba escondido en él. Tal convicción se fue confirmando a medida que me adentraba en su lectura. En sus páginas descubrí a un testigo maravilloso del Amor Misericordioso de Cristo y a un audaz ladrón que únicamente con su confianza hizo violencia a las puertas del Paraíso, y así entró en él. La confianza, y únicamente la confianza, fue la puerta por la que accedió a acoger el perdón que el Señor le ofreció, y por la que entró a poseer, de la mano de Cristo, el Paraíso. Como pecador que soy, tres han sido los frutos fundamentales que la meditación sobre el Buen Ladrón a través de la lectura de este libro han producido en mí. El primero, contemplar el genuino método de Dios para salvarnos por medio de su infatigable amor, que busca, encuentra y ofrece su perdón al pecador arrepentido. El segundo, descubrir en el Buen Ladrón a un inigualable maestro en el arte de apropiarse audazmente, por medio del arrepentimiento y de la confianza, de lo que de ningún modo tampoco yo merezco, afirmándome en la esperanza de robar así, también para mí, como lo hizo él, el estar con Cristo para siempre, y recibir de Él la salvación. Y tercero, el haber encontrado entre los moradores del Cielo a un poderoso intercesor como él, que me ayuda a confiar 8

siempre de nuevo en el incansable Amor Misericordioso de Cristo, a dejarme acoger cada día por Él, y a proponer su audaz confianza a todos los que experimentan la fuerza del pecado como un excepcional motivo de esperanza. Hace un año que en una semana de oración al final del verano conocí providencialmente a Cordélia, una mujer francesa a quien ahora acompaño en su camino espiritual, buscadora infatigable de Dios desde pequeña, y al mismo tiempo infatigablemente buscada, siempre de nuevo, por Él. En cuanto la conocí compartí con ella mi deseo de publicar esta obra. Le propuse a ella su traducción, y ella aceptó. En dos meses la tenía realizada. A partir de ese momento trabajamos juntos su revisión. En medio año, aprovechando los pocos ratos libres que me deja el servicio de mi parroquia y el acompañamiento espiritual de las personas que me lo piden, la habíamos concluido. Nos pusimos en contacto con varias editoriales católicas para su publicación, y tras varias decepciones LibrosLibres aceptó providencialmente su publicación. Era un viernes del mes de mayo. Aún recuerdo cómo, habiendo llegado ya a mi parroquia lleno de alegría porque el camino de su publicación estaba despejado, al terminar mi oración de la hora Nona de la Liturgia de las Horas me encontré con estas palabras de su oración final: Señor Jesucristo que, colgado en la cruz, diste al ladrón arrepentido el reino eterno, míranos a nosotros, que, como él, confesamos nuestras culpas, y concédenos poder entrar también, como él, después de la muerte, en el paraíso. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Esta oración, en aquel preciso momento, fue para mí una preciosa confirmación del Cielo, que intensificó aún más mi alegría y mi convicción de que esta aventura en la que me había metido venía de allí. El tiempo actual que vive el mundo y la Iglesia de hoy está marcado por el olvido y el rechazo de Dios, por el menosprecio a toda ley moral —como los Mandamientos— que el hombre no se haya dado a sí mismo, y por las consecuencias dramáticas que esto conlleva de confusión, de división interior, en las familias y en todos los órdenes de la sociedad y, con ello, de falta de paz, de alegría y de enorme sufrimiento. Siendo esto cierto, no lo es menos también que es un tiempo de gracia particular que el Señor nos está ofreciendo, un tiempo marcado por la iniciativa de Dios que sigue llamando a sus hijos, saliendo a su encuentro en todas las formas posibles, suscitando en la Iglesia nuevos caminos, carismas e iniciativas para acercarse a los hombres que sufren y para anunciarles su Amor Misericordioso y la vida que está en Él. La Iglesia ha ido sintiendo cada vez más la urgencia de salir de sus sacristías, de ir al mundo, de salir a la búsqueda de la oveja perdida. El Papa Francisco ha vuelto a recordar este aspecto esencial del ser de la Iglesia: ella no existe para sí misma sino para el mundo, para los hombres, por eso es esencialmente misionera. La Iglesia está llamada a ir al encuentro de todos, y de un modo particular, como también nos lo está recordando el Papa, de tantos de sus hijos que se alejaron de ella y de aquellos que se encuentran en las periferias existenciales, sin haber experimentado aún la alegría de haber sido encontrados y salvados por Jesucristo. Éste es el reto de la Nueva Evangelización. Ya sea por el encuentro con el Amor Misericordioso de Jesucristo, que permite ver la propia vida en una luz nueva, como por la toma de conciencia del mal que ante el sufrimiento que éste provoca tantos hombres realizan, y del que los hombres por sí mismos no pueden escapar, son muchos los que en este tiempo están descendiendo a su 9

yo profundo, descubriendo la luz implacable de la verdad de sí mimos. Estoy convencido de que el Buen Ladrón está llamado a ser, junto con Santa Teresita del Niño Jesús, el santo que ayude a los hombres de hoy a recorrer el camino de la aceptación humilde, gozosa y esperanzada de la Misericordia Divina, librándolos de la tentación de replegarse sobre sí mismos, hundiéndose en su propia angustia y desesperación. Al texto original de esta obra le he incorporado algunas citas que me han parecido oportunas, y que enriquecen la asimilación de su mensaje, así como una preciosa selección de textos, fruto de mi propia investigación, que nos muestran la importancia excepcional del Buen Ladrón para nuestra fe, y que permiten una comprensión más amplia de su misión en la Iglesia, hoy desgraciadamente olvidada para la mayoría. Doy gracias a Dios por haberme concedido entregar a la Iglesia que reza a Dios en español esta obra. Se la ofrezco como un fruto más de este precioso Año de la Fe que hemos concluido. Pocos como el Buen Ladrón, exceptuando a nuestra Madre la Virgen y a San José, puede ser para nosotros, como lo afirman santos Padres de la Iglesia, un ejemplo y un maestro tan admirable de fe. Esta obra viene a llenar el vacío existente en España sobre la persona y la misión del Buen Ladrón. Con ella, espero contribuir a hacer llegar a muchos la figura siempre fascinante del primer santo de la Historia, aquel «ladrón arrepentido» que de generación en generación ha sido desde los orígenes del cristianismo hasta nuestros días un testigo incomparable de la Misericordia, del perdón, y de la salvación de Dios, un ejemplo admirable de aquella audacia de la fe que permite al hombre recibir la salvación, y un motivo de gozosa esperanza para nosotros pecadores, que conscientes del poder del pecado y de nuestra fragilidad humana experimentamos, o anhelamos experimentar, como el Buen Ladrón, el Amor Misericordioso del Corazón de Cristo, y escuchar como él, el día que tengamos que rendir nuestra vida ante el Altísimo, la misma promesa de salvación que él recibió: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Álvaro Cárdenas Delgado 1 de octubre de 2013, festividad de Santa Teresita del Niño Jesús

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PRÓLOGO Quiero, como el Buen Ladrón, comparecer ante Él con las manos vacías. Santa Teresa del Niño Jesús

Dieciocho años antes de ser ordenado sacerdote escribí: Señor, si algún día llegas a hacer de mí un sacerdote, me gustaría ser sacerdote de tu Corazón y de tu Misericordia. La misericordia, el perdón, el amor por los pecadores, la infancia espiritual y mis amigos del cielo: Santa Teresa del Niño Jesús, el Santo Cura de Ars, San Luis María Grignion de Montfort y San Francisco de Asís, el Buen Ladrón y San Benito Labre, todos estos nombres cantan en mi corazón desde hace unos veinte años. ¿Cómo podemos explicar nuestro cariño hacia tal o cual santo? ¿No podría ser que fueran ellos los que nos escogen a nosotros, y no nosotros quienes les escogemos a ellos? Recuerdo que desde los veinte años el Buen Ladrón ya me fascinaba, y que en mi libro Del corazón de la miseria: la misericordia le había dedicado un capítulo. Desde hace mucho tiempo quería escribir un libro sobre él. Guardaba ideas y tomaba notas. Y sucedió que la Providencia, por medio de circunstancias misteriosas, me puso en el camino a un laico francés, Yves Carrer, que llevaba treinta años trabajando para dar a conocer y a amar al Santo Buen Ladrón, y para que se recurriese más a él en la oración. Este hombre vino a Québec y conversamos largamente, le expliqué mi proyecto y me apoyó vivamente, asegurándome que ya había llegado el momento, y que él me ayudaría con su documentación y con sus ideas para realizar este trabajo. ¡Francia y la Nueva Francia unidas por un encuentro providencial para que el Santo Buen Ladrón sea conocido e invocado en la Iglesia! Pero ¿por qué tiene que ser conocido e invocado el Buen Ladrón? Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia Nuestro mundo atraviesa una crisis de esperanza. El Concilio Vaticano II, por su parte, visitado por una solicitud pastoral para la salvación del mundo, respondió a la miseria del hombre exponiendo su mensaje a la luz de la Divina Misericordia. Ya San Pablo había entrevisto la misteriosa convergencia entre el pecado y la gracia que sobreabunda.1 Esta actitud de Jesús siempre buscando a las ovejas perdidas, a las prostitutas y a los hijos pródigos se manifestó del modo más increíble en el Calvario, mientras agonizaba entre los dos bandidos. Esto fue, y sigue siendo desgraciadamente para muchos «justos», una 12

ocasión de escándalo. Se puede decir que el mayor problema del hombre de hoy no es el pecado como tal, sino la desaparición del sentido del pecado, y la huida en el vacío hacia unos paraísos artificiales. Éstos parecen liberar al hombre de unos sentimientos de culpabilidad juzgados nefastos, pero que lo apartan al mismo tiempo de la Divina Misericordia, que sin embargo quiere manifestarse. Como ha sucedido siempre a lo largo de la historia de la Iglesia, «los signos de los tiempos» van confirmando la intuición del Concilio Vaticano II. Ponen a la luz del día a aquellos santos y santas llamados a ser testigos de la Divina Misericordia. A finales de 1997 Santa Teresa del Niño Jesús es proclamada Doctora de la Iglesia. Ella había ofrecido su vida por los más grandes pecadores, por los incrédulos y los ateos. Es más, quiso sentarse en la mesa de los incrédulos y compartir su suerte para obtener para ellos la misericordia. Teresa está a la puerta de nuestro mundo moderno roído por el ateísmo. Y aparece más que nunca como la «doctora» del Amor Misericordioso. Además, el Papa Juan Pablo II beatifica a sor Faustina Kowalska, la gran apóstol, ella también, del Amor Misericordioso, a quien Jesús había revelado: Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia que tengo a las almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. (Diario, 50). Quiero que los pecadores se acerquen a mí sin miedo de ninguna clase, aunque sus almas se encuentren como un cadáver en putrefacción. Aunque humanamente no tuviesen ningún remedio no ocurre lo mismo con Dios. Las llamas de la Misericordia me consumen. Tengo prisa en derramarlas sobre todas las almas. Ningún pecado, aunque sea un abismo de abyección, conseguirá secar el pozo de mi Misericordia porque cada vez que se saca de ella, aumenta. Habla al mundo entero de mi Misericordia (Diario, 1190). Mira Mi Corazón lleno de amor y de misericordia que tengo por los hombres y especialmente por los pecadores (Diario, 1663). Hija Mía, escribe que cuanto más grande es la miseria de un alma tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia e (invita) a todas las almas a confiar en el inconcebible abismo de Mi misericordia, porque deseo salvarlas a todas (Diario, 1182). Diles a las almas pecadoras que no tengan miedo de acercarse a Mí, habla de Mi gran misericordia (Diario, 1396). Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón (Diario, 1521). ¡Es evidente que el mensaje que nos transmite el Buen Ladrón es la Divina Misericordia! En un instante la Misericordia Divina le hace pasar de la mayor abyección a la más alta santidad. Un hecho único en la historia de la salvación que hace de él el primer canonizado, el primero a quien se abrieron las puertas del paraíso. El episodio del Buen Ladrón cambia completamente nuestra escala de valores. Dios no necesita para nada nuestras virtudes naturales, en cambio necesita nuestro vacío y 13

nuestra pobreza para colmarlos de su Misericordia. Le causa horror la autocomplacencia, y espera de nosotros el abandono de un niño. Como un torrente que desborda, su Misericordia quiere derramarse en nuestras pobrezas. Dios se complace en manifestar su fuerza en la debilidad de los más pequeños. A comienzos del siglo XX quiso dar al mundo como modelo a Santa Teresita del Niño Jesús, la «pequeña Teresa». Desgraciadamente, a veces se la ha desfigurado presentado su doctrina como algo infantil y débil. Por eso hay que asociar su espiritualidad a la del Buen Ladrón, porque es la misma. Al escribir estas páginas quisiera solamente dar a conocer y a amar al único santo canonizado directamente por el mismo Jesús, e invitar a todos a invocarlo. La proclamación de Santa Teresa del Niño Jesús como Doctora de la Iglesia2 podría ser la ocasión para hacer descubrir al mundo el «pequeño camino» del santo Buen Ladrón, con su mensaje dirigido a cada uno de nosotros, que también somos ladrones con él. Este camino de la confianza absoluta en la Misericordia de Dios debe volver a conceder al Buen Ladrón el lugar que se merece en la espiritualidad y en la devoción cristiana. Con los avances en los estudios de la Sagrada Escritura, la luz se hará y su hora vendrá. En una época en la que la violencia se desencadena en el mundo es bueno pedir al Buen Ladrón que interceda por todos nosotros, ciegos espirituales, y por todos los pecadores sinceramente arrepentidos. Este mundo herido debe aprender de nuevo a decir con toda verdad: «¡Kyrie eleison!» Santo Buen Ladrón, ruega por nosotros.

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Capítulo 1 EL BUEN LADRÓN EN EL EVANGELIO

El Buen Ladrón tiene un mensaje para todos los hombres y mujeres de hoy que se preguntan: «¿Para qué vivir? ¿Merece la pena seguir viviendo? ¿Qué esperanza tenemos?». El Buen Ladrón nos introduce en el corazón del mensaje evangélico. Nos hace volver al misterio de Jesús crucificado, y nos recuerda que para resucitar y renacer con Él, en la gloria, hemos de ser, de alguna manera, crucificados con Él. Por la contemplación de Cristo en su Pasión, muerte y resurrección, nos conduce hacia una espiritualidad que vuelve a dar todo su lugar al Misterio de la Redención, al misterio del Viernes Santo y de la Pascua, que es el centro y la esencia del cristianismo. Esta es una de las misiones del Buen Ladrón. Una gran aventura El padre Alberto Bessières escribía en 1937: ¡Una gran aventura! ¡Tan grande que el mundo no volverá a conocer otra igual! Un bandido muriendo al lado de Cristo, y canonizado por Él, el primer canonizado del Nuevo Testamento, venerado por el universo cristiano en millares de santuarios en todos los ritos, latino, griego y armenio, glorificado por los Padres de la Iglesia, por los ascetas y los místicos, y el más grande de los apóstoles.3 En esa época, tal admiración por alguien que antes de encontrarse con Cristo había sido un bandido no era compartida por todo el mundo. Desde luego este personaje del Evangelio no era un completo desconocido para los cristianos. Los calvarios, muy a menudo obras de arte maravillosas al mismo tiempo que catequéticas dejadas por nuestros padres, así como las vidrieras o los cuadros de los museos, les recordaban de vez en cuando este episodio de la Pasión de Cristo. Pero ¿quién les prestaba verdaderamente atención? ¿Quién, al final de los años treinta del siglo pasado, meditaba esta página que nos concierne a todos, sin duda una de las más bellas e inspiradoras del Evangelio? El cardenal Gilles Guéraud Saliège, arzobispo de Toulouse, iba a esforzarse en abrir una brecha en ese muro de silencio relativo al santo bandido poniendo inmediatamente las cosas en su sitio: El Buen Ladrón es un gran olvidado. Desde luego el Viernes Santo se hace memoria de 16

él en la Pasión del Salvador, pero ¿a quién se le ocurre invocarle y rezarle como santo? Es verdad que hay una misa y un oficio del Buen Ladrón, pero ¿quién celebra esta misa y reza este oficio? Estamos muy lejos de darle el lugar que los Padres de la Iglesia le reservaron. Al leerles uno se queda uno un poco sorprendido. ¡Tanta elocuencia y tanta admiración por él! Entre todas las virtudes heroicas del Buen Ladrón, el cardenal se fijaba sobre todo en su humildad, y lo señalaba: El Buen Ladrón tuvo el valor de ser humilde y de reconocer sinceramente quién era. Un valor muy poco frecuente y en este caso tan maravillosamente recompensado. Cuando Dios encuentra la humildad en un alma, no puede resistirse más y se precipita sobre ella con el torrente de sus gracias. Y evocaba su misión en la Iglesia: ¡Canonizado por Jesús!: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». El Buen Ladrón es un testigo del Amor Misericordioso. En un siglo en el que se muere por tanta injusticia, y que a pesar de todo es trabajado por una magnifica esperanza, el habla de arrepentimiento y de confianza, mostrando a las almas pecadoras algo de las profundidades del Corazón de Jesús. Os pregunto, amigos lectores, como el cardenal De Saliège: ¿Se os ocurre invocar al Buen Ladrón? ¿Le rezáis como a un santo? Y si no, ¿por qué no lo hacéis? ¿Quiénes son los «ladrones»? ¿Quiénes eran los dos bandidos crucificados con Jesús? San Lucas, el evangelista de la misericordia de Jesús, como escribió Dante, nos habla de ellos. Conducían también a otros dos malhechores que iban a ser ajusticiados con él. Y cuando llegaron al lugar llamado «la Calavera» lo crucificaron allí, a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Lc 23, 32-33). Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándole, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le contestó: «En verdad te digo estarás conmigo hoy en el paraíso» (Lc 23, 38-43). Mateo y Marcos nos ofrecen alguna aportación complementaria, pero no distinguen entre los dos bandidos: Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha, otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban y meneando la cabeza decían: «Tú que destruyes el templo y 17

lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo se Dios, baja ahora de la cruz». Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que le ama, pues dijo: “Soy hijo de Dios”» (Mt 27, 37-44). Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda» (Mc 15, 27). En general, los comentarios que oímos sobre estos dos hombres nos dan la impresión de que sus historias empiezan solamente en la crucifixión. Y por ello no habían visto ni oído nada sobre Jesús antes. La simple lectura del titulus, el cartel situado en el madero vertical, bastaba para decirles in extremis quién era Jesús. Sin embargo, aquí debemos hacernos algunas preguntas. ¿Conocían a Jesús estos dos bandidos antes de ser crucificados? ¿Le habían visto en el pretorio? ¿Habían oído las acusaciones dirigidas contra Él por parte de los jefes de los judíos? ¿Habían oído sus declaraciones ante el Sanedrín? ¿Qué disposiciones podían tener en relación a su persona? Todo esto es lo que deberíamos intentar saber. ¿Quiénes eran estos dos hombres? ¿Salteadores? ¿Guerrilleros zelotes que se oponían a la ocupación romana? ¿Quizás simples bandidos rebeldes? Para algunos autores estos dos hombres no eran sino «criminales de derecho común», simples bandidos: latrones, como leemos en la Vulgata.4 Otros como Joseph Blinzer, uno de los mejores especialistas en la Pasión de Jesús, sostienen la opinión, ampliamente aceptada en la actualidad, de que la palabra griega lestes incluye también el sentido de rebelde, de revolucionario, de «combatiente de la resistencia». «El término «bandidos», lestai, se encuentra en el original griego. Recordemos que lestes es en Juan el término con el cual se designa a Barrabás. Es casi seguro que aquí el término designa a un agitador político, a una especie de guerrillero, un zelote partidario de la liberación de Israel frente a la ocupación romana, y no un mero bandido corriente. Pero como los romanos no reconocían ningún estatus social ni a los artesanos ni a los que se rebelaban contra su dominación, para ellos no eran hostes, «enemigos», sino simples bandidos, delincuentes que había que eliminar, destinados obligatoriamente a la muerte, único castigo ante estas acusaciones. Jesús tomó el lugar que le correspondía al jefe de estos revolucionarios, llamado Barrabás.» 5 Algunos comentaristas intentan conciliar estas dos opiniones divergentes. El Padre Bessières escribe: Los dos crucificados con Jesús son bandidos, ladrones y asesinos a la vez, opuestos al ocupación romana. En tiempo de Jesús muchos como ellos infestaban la Palestina. Sus fechorías se disfrazaban de motivos políticos. El odio hacia el invasor romano se concretaba en sediciones y asesinatos en nombre de la libertad. Las casas de los judíos cuyo patriotismo era juzgado demasiado débil eran saqueadas. Hecha la fechoría, se volvían a la montaña, en donde seguían viviendo de saqueos y robos.6 Monseñor Guy Gaucher se interroga a su vez: 18

¿Quiénes eran éstos? ¿Criminales de derecho común, o enemigos políticos? ¿Bandidos de poca monta operando en la carretera de Jericó a Jerusalén?¿Guerrilleros zelotes, agresores de los soldados de ocupación? ¿O las dos cosas a la vez? ¿Violentos como Barrabás? ¿Resistentes a la ocupación? ¡Qué importa! Escuchando las palabras injuriosas del que increpa a Jesús desde su cruz, comprendemos que no eran precisamente unos santitos.7 La respuesta pública del Buen Ladrón no deja lugar a dudas: «Nosotros en verdad lo estamos justamente porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio éste no ha hecho nada malo» (Lc 23, 41). Con estas simples palabras reconocía la extrema gravedad de sus actos. Su actitud ilustra perfectamente la palabra de San Pablo: «Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia y con los labios se profesa para alcanzar la salvación» (Rom 10, 10). Revueltas en la ciudad, arrestos y encarcelamiento de los sediciosos Podemos representarnos lo que ocurrió de la siguiente manera: unos días antes de la pascua judía una revuelta había estallado en la ciudad bajo la instigación de Barrabás. Pero él no estaba solo, tenía sus cómplices. Además, se había asesinado a alguien. Un destacamento de la guarnición romana que se había traslado al lugar, había arrestado a los rebeldes y los había encarcelado. ¿Qué dicen los evangelistas sobre este punto? Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás» (Mt 27, 16). «Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta» (Mc 15, 7). «Éste había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio» (Lc 23, 19). A pesar de su concisión, estos textos nos ofrecen detalles importantes. Según Marcos, Mateo y Lucas, Barrabás es «un preso famoso». Con este término, los evangelistas están indicando claramente que Barrabás poseía una cierta notoriedad para sus conciudadanos, que era considerado una especie de héroe popular, alguien famoso. Al hablar Lucas de revuelta y Marcos de sedición, nos indican que se trató de un intento de levantamiento popular, de una revuelta en contra de la autoridad establecida, del ocupante romano. Marcos nos dice que Barrabás no fue el autor directo del asesinato que había tenido lugar durante la revuelta. Lo imputa a los rebeldes y a sus cómplices. Según los evangelios sinópticos, una vez arrestados, Barrabás y sus cómplices fueron conducidos a la cárcel, probablemente a un oscuro calabozo de la fortaleza Antonia, lugar de alojamiento de la guarnición romana, en espera de comparecer ante el Procurador imperial bajo la doble acusación de sedición y de asesinato. En el pretorio El pretorio, contrariamente a lo que pudiera pensarse, no era un tribunal, sino el palacio 19

en donde residía el gobernador, que tenía por costumbre acudir a Jerusalén para las fiestas, especialmente para la Pascua. El lugar habitual de residencia del gobernador era Cesarea Marítima, capital de la provincia del mismo nombre, al norte de Palestina, a orillas del mar. Veamos cómo se desarrollaban los procesos judiciales durante la época romana, en tiempos de Jesús. Era costumbre romana realizar varios procesos seguidos, uno tras otro. Se comenzaba al alba, reuniendo en una misma sala a todas las personas que iban a ser juzgadas. De esa sala entraban y salían los que dirigían la acusación. De este modo, es de suponer que los dos bandidos asistieran al proceso de Jesús, ya que fueron juzgados y condenados inmediatamente después que él. Los romanos ejecutaban las sentencias de muerte sin dilación, en el mismo día del proceso.8 Pilato, rodeado de sus asesores e intérpretes, procedía al interrogatorio de los acusados en el auditorium, lugar donde se encontraban también los auditores y la cohorte pretoriana, es decir, la guardia personal del gobernador. En cuanto al tribunal propiamente dicho, estaba situado en un estrado en el exterior del pretorio. Es allí, en el lugar llamado lithostrôt, en hebreo gabbatha, desde donde el procurador, sentado en su sede de justicia, pronunciaba ante el público las sentencias de muerte.9

Lo que los ladrones van a oír en el pretorio El día del proceso los sacerdotes, los escribas y los ancianos, que se han quedado fuera para no contaminarse y poder comer así el cordero pascual (Jn 18, 28), acusan a Jesús de cosas que debieron parecer muy extrañas a nuestros dos inculpados: «Hemos encontrado que éste anda amotinando a nuestra nación, oponiéndose a que se paguen tributos al César y diciendo que él es el Mesías rey» (Lc 23, 2). Los acusadores, indignados, arrojaban furiosos estas palabras al procurador. Perplejo, Pilato escucha... ¡Los ladrones también! ¡Cómo no van a estar atentos al que pasa antes que ellos, también inculpados! La sentencia de éste será sin duda reveladora de la propia suerte que van a correr. Pilato vuelve al pretorio para el interrogatorio. Mateo, Marcos y Lucas se han limitado a señalar la pregunta central del procurador: «¿Eres el rey de los judíos?», y la respuesta de Jesús: «Tú lo dices». Juan, por su parte, incluirá desarrollos que llevan la marca de su teología: Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los Sumos Sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices, para eso he nacido, y para eso he venido al mundo: para dar 20

testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato le dijo: «¿Y qué es la verdad?» (Jn 18, 33-38). Al oír esto los ladrones se quedan perplejos. Descubren que, efectivamente, Jesús es rey, pero no de un reino terreno con el que hubieran podido quizás soñar, sino de un reino que no es de este mundo. ¡Asombroso!10 Pilato comprendió entonces que se encontraba confrontado ante un problema de orden religioso en el que no debía intervenir. En efecto, Roma recomendaba a los gobernadores —mejor dicho, les ordenaba— que respetaran las costumbres y las prácticas religiosas de los pueblos que tenían bajo su autoridad. Pilato debía ajustarse a ello. Persuadido de la inocencia de Jesús, vuelve a la terraza e interpela a los jefes religiosos y al gentío para comunicarles que no encuentra ninguna culpa en ese hombre, ningún motivo de condena, nada realmente que merezca la muerte. Pero ellos insisten acaloradamente diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí» (Lc 23, 5). Al oír hablar de Galilea, Pilato ordena llevar Jesús a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, que estaba también en Jerusalén para la Pascua. Tras haberlo humillado, insultado, ultrajado, golpeado, y haberse burlado de él vistiéndole la capa de soldado, denominada clámide, Herodes y sus guardias lo vuelven a remitir a Pilato. A Pilato sólo le queda un último recurso para intentar liberar a Jesús: el privilegio pascual, que seguramente se le debió recordar. En efecto, era costumbre liberar a un preso por la fiesta de Pascua, el que el pueblo reclamara. Como alto funcionario, Pilato podía liberar a cualquier acusado que no hubiera sido juzgado.11 Pilato les dice: «“Es costumbre entre vosotros que para Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?” Volvieron a gritar: “A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido» (Jn 18, 39-40). Entre los romanos la flagelación era una de las penas que podían sufrir los condenados. Pilato va a ordenar este castigo esperando así conmover a las turbas. Después de este suplicio, Jesús va a ser presentado en un estado digno de lástima: extenuado, cubierto de salivazos y sangre, el rostro magullado, coronado de espinas, y cubierto con un manto escarlata, sosteniendo en la mano derecha una caña. Pero su lastimoso aspecto no tiene efecto sobre el pueblo manipulado, que, enfurecido, grita todavía más. Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios» (Jn 19, 7). El gran tema de conversación ese día En Oriente las informaciones circulan muy deprisa. En ese día de preparación para la Pascua, hay un tema que ocupa el centro de todas las conversaciones: la declaración extraordinaria de Jesús ante el Sanedrín, por la que, libremente y con toda majestad, ha firmado su propia sentencia de muerte. ¿Qué nos dicen los evangelistas? Más Jesús callaba. Entonces el Sumo Sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios». Jesús le dijo: «Tú lo has dicho; y 21

además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo» (Mt 26, 63-64). Volvió de nuevo a interrogarle el Sumo Sacerdote. Pero él seguía callado y no respondía. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo. Pero él callaba sin dar respuesta. De nuevo le pregunto el Sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?» Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo» (Mc 14, 61-62). En cuanto se hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo con los Sumos Sacerdotes y escribas, le hicieron comparecer ante al Sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les dijo: «Si os lo digo, no lo vais a creer, y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy» (Lc 22, 66-70). Estas declaraciones de Jesús ante el Sanedrín reunido bajo la presidencia de Caifás, sumo sacerdote aquel año, no eran en realidad únicamente una afirmación de su mesianismo, como el Cristo, el Mesías anunciado y esperado como liberador de todo el pueblo de Israel, sino también de su filiación divina. Era el mismísimo Hijo de Dios. Y esta afirmación constituía para los judíos una blasfemia digna de muerte. Las palabras que los ladrones pronunciarán desde la cruz estarán relacionadas con las respuestas de Jesús a las preguntas de Pilato. Las tres expresiones que usarán merecen ser destacadas de antemano. Del primer bandido: «¿No eres el Cristo?» Del segundo: «Cuando vengas...», expresión que implica la fe del Buen Ladrón en el retorno glorioso de Cristo; y «con tu reino» o «para inaugurar tu reino», un reino que para el Buen Ladrón que moría crucificado, no cabía pensamiento alguno de que fuera de la tierra. No podía ser otro reino, sino aquel del que había hablado Jesús, diciendo «no es de aquí». Condenados a muerte según el derecho romano A petición del Sanedrín el proceso de Jesús acaba de terminarse con una sentencia de muerte. Mientras se devuelve la libertad a Barrabás, Pilato hace redactar el motivo de la condena: «Jesús el rey de los Judíos». Veamos lo que dice el padre Pierre Benoît, director de la Escuela Bíblica de Jerusalén, en relación con esto: ¡Sorprendente! Los cuatro evangelistas se muestran unánimes respecto a la inscripción de la cruz. Todos dicen lo mismo: «El rey de los Judíos». Durante el proceso nos hemos dado cuenta de que este supuesto motivo de la pretensión de Jesús de considerarse rey, y que los judíos presentaron a los romanos, no fue lo que les molestó. Lo que realmente les resultó intolerable fue la afirmación de ser el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios. Pilato entendió muy bien que esta acusación política no era más que un pretexto, que no se trataba en absoluto de un revolucionario en sentido político. Pero cedió, aceptó este 22

motivo de su condena, y lo hizo inscribir sobre la tablilla, porque era lo único que podía escribir en los archivos y presentar al Emperador: el acusado se autoproclama rey de los judíos. Queda, ahora, juzgar a los dos bandidos, cómplices seguramente de Barrabás. No hubiera sido lógico que Pilato hubiese hecho salir de la cárcel para comparecer ante su tribunal solamente a Barrabás, y que no se hubiese ocupado de sus cómplices, probables autores del asesinato durante la sedición en la ciudad, y que según Marcos estaban en la cárcel con él. Si los dos ladrones hubiesen sido unos malhechores ordinarios de derecho común, hubiesen sido conducidos ante una instancia local para ser juzgados. En previsión de una condena a muerte, era necesario el procedimiento, exequatur, para poder ejecutar la sentencia pronunciada en el juicio. Se necesitaba la aprobación del gobernador, ya que sólo él tenía el poder sobre la vida o la muerte de todos los súbditos de la provincia que estaba bajo su autoridad. En el caso de malhechores comunes la muerte era por lapidación. Según el procedimiento legal romano, la condena a morir clavado en la cruz exigía previamente comparecer ante un jurado competente que juzgaba los crímenes de lesa majestad, es decir aquellos crímenes considerados contra el pueblo romano y su soberanía. Se hacían merecedores de la cruz aquellos criminales peligrosos autores de desórdenes y sediciones que ponían en peligro el orden imperial, y que recibían por parte de los romanos el nombre de latrones, es decir, bandidos. La acusación mantenida contra los dos ladrones condenados con Jesús fue doble: haber participado en un levantamiento popular contra el ocupante romano, y durante esos hechos haber cometido un asesinato. Estos actos no les ofrecían ninguna posibilidad de escapar de este último castigo, y seguramente eran plenamente conscientes de ello. Pilato, que poseía los poderes de un Senador ecuestre, un alto rango en Roma, era la máxima autoridad. Una de sus mayores preocupaciones durante sus diez años como gobernador había sido la persecución de este tipo de bandidos. Sin lugar a dudas, fue él quien pronunció contra ellos la sentencia de muerte tras un rápido proceso realizado inmediatamente después del de Jesús. Probablemente fue un proceso sencillo, sin interrogatorios, limitándose a escuchar de alguno de sus ayudantes los cargos contra los dos bandidos, para concluir firmando la sentencia contra éstos. Seguramente que Pilato hubiese querido quitarse a Barrabás de encima, pues era un peligro real para él y para las tropas de ocupación que él mandaba. Además, la captura y la ejecución de este famoso bandido le hubieran valido la estima y el reconocimiento del emperador, favoreciendo así su ascenso político. De este modo se explica su gran decepción y su nerviosismo, manifestados en su seca respuesta a los jefes de los judíos: «Lo escrito, escrito está». Encontrará la ocasión perfecta para ridiculizarles haciendo acompañar al rey de los judíos por dos bandidos, reconociendo a Jesús como tal por el titulus. La sentencia dirigida por él contra cada uno de los dos reos será: «Irás a la cruz». A partir de este momento los dos condenados tendrán que soportar también el suplicio legal y ritual de la flagelación, cargar el palo horizontal de la cruz, llamado patibulum, llevar colgado al cuello el titulus, y su exposición a pública infamia sobre la cruz, en un lugar frecuentado fuera de las murallas de la ciudad. Y para acabar con su vida, la rotura de piernas llamada crurifragium. 23

La dolorosa flagelación Del mismo modo que había hecho con Jesús, Pilato entregó a los dos bandidos a los soldados verdugos encargados de la ejecución. Según el derecho romano, el que era entregado a los soldados para ser flagelado perdía su condición de ser humano. No era más que un envoltorio vacío que ninguna ley protegía, un cuerpo sobre el cual uno podía hacer libremente lo que se le antojara. Si este terrible suplicio podía llegar a ser en ciertos casos la pena principal, para los dos ladrones era el castigo previo antes de la crucifixión. La flagelación infligida quería intensificar el sufrimiento y también, debido al agotamiento que causaba, acortar la agonía. Al igual que Jesús, los dos ladrones debieron sufrir seguramente la flagelación en el interior del pretorio. Esta flagelación reservada a los esclavos, se ejecutaba con látigos de cuero incrustados de bolas de metal, o de puntas agudas.12 ¿Cuántos golpes fueron? La ley judía prescribía que el número de golpes no podía superar los 39. Pero no era lo mismo para la ley romana, que ignoraba totalmente esta piedad. Cumplido ese ritual, los ladrones cubiertos de sangre fueron conducidos hasta Jesús para formar el doloroso cortejo que en unos instantes tomaría el camino del Gólgota. Un grupo de soldados bajo el mando del centurión, un oficial llamado exactor mortis, estaban allí esperando las órdenes del procurador: «I, lictor, expedí crucem [Ve, lictor, y prepara la cruz]». Los últimos preparativos Quedaba todavía una última formalidad antes de que se diera la orden de emprender la marcha. La costumbre romana era que el condenado llevase sobre la espalda o sobre el pecho desde el tribunal hasta el lugar de ejecución una tablilla llamada titulus donde estaba escrito el motivo de su condena.13 La tablilla estaba pintada en blanco, el texto en rojo o en negro para que se pudiera leer perfectamente lo escrito. El motivo de la condena estaba escrito en tres lenguas: el hebreo o arameo, como lengua local, el latín, lengua administrativa, y el griego, que era la lengua comercial.14 El brazo horizontal de la cruz, o patíbulo, debía de ser llevado por los condenados hasta el lugar de su ejecución. A Jesús y a sus dos compañeros les fue ordenado extender los brazos. A la altura de la nuca, sobre las espaldas laceradas, los soldados depositaron horizontalmente sobre ellas el pesado fardo, les levantaron los brazos hacia él, y con cuerdas ataron fuertemente sus muñecas al leño.

El lamentable cortejo El lamentable cortejo compuesto por Jesús y los dos ladrones acompañados de un piquete de soldados mandados para esta faena por el exactor mortis ya podía ponerse en 24

marcha. Pasando por las callejuelas de Jerusalén, llenas de habitantes, empezó lenta y penosamente el recorrido hacia la nueva muralla construida por Herodes. El montículo rocoso, que en los Evangelios lleva el nombre de Gólgota, estaba más o menos a unos cientos de metros de ella. Los postes estaban ya colocados allí. «Lo seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres» (Lc 23, 27) a lo largo de todo el recorrido. Si algunos mostraron compasión hacia Jesús, no debió suceder lo mismo con sus dos pobres compañeros, que fueron vilipendiados sin piedad. En efecto, según Tito Livio y Cicerón, había una costumbre que autorizaba a la población a acompañar a los condenados que caminaban al suplicio latigándolos. En esta multitud había también «mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él» (Lc 23, 27). ¿Quiénes eran estas mujeres? Algunos nombres vienen a nuestra memoria: María la Magdalena, Juana de Susa, Marta y María de Betania, y las trigateres Ierusalem, señoras piadosas de familias ricas que realizaban el oficio de plañideras oficiales. Éstas formaban una asociación de ayuda a los pobres condenados a la cruz (cruciari), una ayuda moral que mostraban con sus manifestaciones de dolor exterior, como describe el evangelista, y una ayuda material que consistía en la preparación de un brebaje a base de «mirra y vino» (Mc 15, 23), que ejercía un cierto efecto narcótico sobre los condenados que aceptaban tomarlo. En el Gólgota La crucifixión era un suplicio de origen persa que los romanos habían heredado de los cartagineses. Los autores de la época la consideraban como la peor muerte de todas, «la más atroz» 15, «el último de los suplicios», «la más cruel y la más terrible forma de morir» 16, «el suplicio reservado a los esclavos», según Máximo, Valerio, Tácito y Tito Livio, y la más humillante también, ya que la ley no reconocía ningún derecho al condenado. El siniestro lugar llamado Gólgota17 se encontraba fuera de la ciudad, cerca de la puerta de Efraím. Convenía dar al acto la máxima publicidad. Era necesario que fuera al mismo tiempo visible y disuasorio. Por eso la ejecución tenía que tener lugar donde el pueblo pudiera asistir al lúgubre espectáculo. De la indicación ofrecida por Marcos, según la cual «el centurión, que estaba enfrente» (Mc 15, 39), podemos deducir que las cruces no debían de ser muy altas, un poco más del tamaño de un hombre. Los pies de los ajusticiados podían estar más o menos a un metro del suelo. A veces la cruz tenía una especie de sillín que servía para sostener el cuerpo del ajusticiado, pero tenía el inconveniente de prolongar indefinidamente su agonía. No debió de ser ese el caso aquel día en el Gólgota, ya que la fractura de las piernas de los bandidos no hubiera tenido un efecto mortal inmediato. El cuerpo estaba suspendido por los brazos, los cuales tenían que soportar un peso de unos 80 kg, y apoyado sobre los pies, que se sostenían sobre el clavo que los atravesaba.18 Después de eso quedaba una última formalidad, que los soldados sujetaran los titulus con el motivo de su condena sobre la cabeza de los condenados. El problema de los sinópticos 25

Los sinópticos y el evangelista Juan precisan que Jesús había sido crucificado entre dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los evangelistas remitían a sus lectores a un momento histórico del cual tenían conocimiento. Según Mateo y Marcos los bandidos unían sus voces a las injurias y burlas de la gente que pasaba por allí, del sumo sacerdote, de los ancianos y de los soldados: «También los otros crucificados lo insultaban» (Mc 15, 32). Lucas, por su parte, nos informa de que sólo «uno de los ladrones suspendido a la cruz lo insultaba». El evangelista nos aporta hasta las palabras que este ladrón pronunció: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros (Lc 23, 39). Al escuchar estas palabras podemos preguntarnos dónde está realmente la injuria, si es de verdad una injuria o no. Suponemos que sí, porque Lucas las enlaza inmediatamente con los reproches que el Buen Ladrón dirige al otro: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo» (Lc 23, 41). Pero, ¿dónde está la injuria? Más que en el contenido de la pregunta, la injuria estaría en el modo de plantearla, presentándola como una insolente manera de obligarle a actuar, o también por el hecho de que ante el insistente coro de los pérfidos acusadores de Jesús haya terminado por estar de acuerdo con ellos. El padre Lagrange considera las palabras del mal ladrón no como una confesión de fe sino realmente como una «ironía brutal, como si dijera: cuando uno tiene la pretensión de ser el Cristo, se las arregla para salirse de esa situación y para sacar a sus compañeros también». Hay comentaristas que partiendo del texto de la Vulgata han traducido las palabras del Buen Ladrón «neque tu [aunque tú]», por: «Tú no tienes temor de Dios, aunque condenado como nosotros vas a comparecer ante Él». El reproche del Buen Ladrón sería más bien porque el mal ladrón ha agredido a Jesús. El sentido sería: «No tienes temor de Dios y te permites atacarle. El hecho de que él esté bajo la misma condena que nosotros te hace pensar que tienes derecho a ponerlo a nuestra misma altura».19 Puede admitirse que el Buen Ladrón haya pedido fraternalmente a Jesús liberarse de donde está, y con Él a ellos también. Pero pensar que lo ha injuriado parece impensable. Porque si ese hubiese sido el caso, el reproche que dirige a su compañero hubiera estado totalmente fuera de lugar, y sería absurdo. Un cambio así en el modo de pensar de este orgulloso y «endurecido» ladrón, estando tan cerca del momento de su crucifixión, en el que los condenados tenían aún suficientes fuerzas para poder hablar20, hubiese sido perfectamente incoherente y humillante para quien las pronunciase. Por otro lado, suponiendo que se hubiese comprometido unos momentos antes con los miembros del Sanedrín presentes en el lugar, ¿cómo imaginar la posibilidad de que tuviera inmediatamente después tanto aplomo en rechazar la condena de Jesús y la proclamación publica de la inocencia de éste? «Él no ha hecho nada malo», dice. No nos puede extrañar esta preocupación de justicia, convertida de repente un valor sagrado, en un hombre que seguramente poseía un fondo de rectitud. 26

¿Habría sabido descubrir en Jesús cualidades humanas y sobrenaturales inhabituales en sus compatriotas? ¿Habría podido también darse cuenta de la farsa del proceso de Jesús, una triste parodia de la justicia? ¿Habría visto a Pilato dudar sobre lo que debía hacer para salir honrosamente del embrollo? ¿Habría oído varias veces que no encontraba en ese hombre nada que mereciera la muerte? Hubiera sido una lástima no haber sabido nada de las palabras y de las actitudes de los dos condenados, compañeros de Jesús. Colgados durante varias horas de sus cruces ¿no resulta imposible creer que de un modo u otro no hubiesen dicho ni manifestado nada, ningún sentimiento, ninguna reacción? Algunos autores afirman que el Buen Ladrón, no conociendo a Jesús y no siendo teólogo, no pudo hacer semejante profesión de fe. Realmente, ¿cómo pudo emitir un juicio así cuando lo había acompañado probablemente desde el alba, oyendo las acusaciones de los sumos sacerdotes, las preguntas del gobernador y las contestaciones de Jesús? Y durante todo el trayecto hasta el Gólgota ¿cómo no habrían escuchado lo que la gente decía de la asombrosa declaración de Jesús ante el Sanedrín?21 ¡No era teólogo! Pero, ¿es que hace falta ser teólogo para hacer profesión de fe en Cristo? La fe del Buen Ladrón nació del atractivo que la persona y la palabra de Cristo provocó en él. La fe fue para él un don de Dios, una siembra de Su Espíritu. Al inspirar a Lucas su relato respecto a la conversión del Buen Ladrón ¿no podía Dios tener el designio de revelar al mismo tiempo el poder de su gracia, su infinita paciencia, y su insondable misericordia hacia los mayores pecadores? Si San Pablo quiso dar esta misma interpretación a su propia conversión (I Tim 12, 14), podemos ver que la del Buen Ladrón es todavía más maravillosa. Crucifragium, agonía, muerte y sepultura Jesús había muerto a la hora de nona, la novena hora para los romanos, las tres de la tarde. Una delegación del Sanedrín fue enviada a Pilato para pedirle que aplicara la fractura de las piernas a los tres crucificados. Había dos razones para eso. El Deuteronomio ordenaba hacer desaparecer los cadáveres antes de la puesta del sol (Dt 21, 22-23). Por otro lado, era el día de la preparación para la Pascua, y durante el sábado, que empezaba esa noche y que era día de gran solemnidad, los cuerpos no debían de permanecer sobre la cruz (Jn 19, 31). Pero ¿para qué fracturar las piernas? Orígenes, que nació en el año 185, y que conocía perfectamente las costumbres orientales, anota la tradición entre los judíos, quienes para acelerar la muerte de los crucificados pedían que se les diera una lanzada en el corazón por debajo del brazo. Es lo que hizo el soldado con Jesús. La petición del Sanedrín pidiendo aplicar el crurifragium se oponía, pues, a esta tradición. Al anochecer, como era el día de la Preparación, «víspera del sábado» (Mc 15, 42), es decir, un poco antes de las 18 horas, los soldados romanos llegaron con palos y empezaron a fracturar las piernas de los ajusticiados, primero las de uno de ellos, después las del segundo (cfr. Jn 19, 32), ocasionándoles la muerte por asfixia. «Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua» (Jn 19, 3334), es decir, un líquido del pericardio parecido al agua. Juan, que había asistido a todo, da testimonio: «El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que 27

dice verdad, para que también vosotros creáis» (Jn 19, 33). Antes de la puesta del sol, y para respetar el Sabbat, los cuerpos de los dos bandidos fueron enterrados con los instrumentos del suplicio, o bien en el fondo de un pozo que servía de fosa común situada cerca del lugar de la muerte, o bien llevados cerca del valle de las inmundicias, la lúgubre gehena al pie del haceldama o «campo de sangre», adquirido con las monedas de la traición de Judas, cerca de los que les habían precedido en la «vergüenza». Para los judíos la ausencia de sepultura hubiera contaminado a todo Jerusalén, e imposibilitado el cumplimiento de los ritos prescritos en el Templo, las casas, los campamentos, y el lugar donde se hospedaban las caravanas. Además, si el cadáver de un condenado a muerte quedaba suspendido en la cruz después de la puesta del sol, contaminaba no solamente a los vivos, sino también a los difuntos que hubiesen sido enterrados cerca, y también a los crucificados por sentencia legal (cfr. Dt 21, 22). Además, para la mente judía, la sepultura expresaba un sentido humanitario. Su ausencia se consideraba una crueldad excesiva. Después de la revuelta judía de bar Kochba, el emperador Adriano, que murió en el año 134 y quiso borrar para siempre todo vestigio de cristianismo —en plena expansión entonces por todo el imperio—, ordenó sepultar el Calvario con gran cantidad de tierra y de piedras. El montículo rocoso donde tenían lugar todas las ejecuciones fue así transformado en un inmenso terraplén donde el emperador hizo construir un templo a la gloria de Venus y Adonis, y en el lugar preciso donde está ahora el Santo Sepulcro se erigió una estatua a Júpiter. Todo esto provocó el resultado contrario que pretendía el emperador, ya que permitió localizar perfectamente el lugar del Calvario. Más tarde Santa Elena (255-328), madre del emperador Constantino, hizo limpiar el terraplén. Se descubrió entonces el sepulcro de Cristo, y gracias a ciertos signos, la cruz del Buen Ladrón. La emperatriz ordenó que fuera llevada a Constantinopla. Más tarde ofreció una parte de ella a la comunidad cristiana de Chipre. Con el correr de los siglos, fragmentos de la Cruz del Buen Ladrón fueron transportados a Roma desde Jerusalén (en donde se venera el palo horizontal, en la espléndida Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén). También se venera en la Basílica de San Esteban de Bolonia, en la iglesia de San Vitale y Agrícola, y en algunos otros lugares. Los nombres atribuidos a los bandidos Antes de indicar los nombres atribuidos a los dos ladrones crucificados con Jesús hay que recordar la costumbre romana, confirmada por los evangelistas, del titulus. Además, Marcos y Juan nos cuentan que el titulus llevado por Jesús, y claro está, también por los ladrones, incluía no solamente el motivo de la condena sino también su nombre: «Jesús el Nazareno». San Juan nos ofrece interesantes precisiones complementarias: Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas “el rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: soy el rey de los judíos”». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está» (Jn 19, 19-22). 28

Para que todos pudiesen ver el letrero, como precisa Lucas, estaba clavado en el poste vertical encima de la cabeza del condenado. Es muy posible que los nombres de los dos ladrones, aunque no mencionados por los evangelistas, hubiesen sido escritos y fueran conocidos por la gente. Las Actas de Pilato, texto apócrifo anterior al siglo II, daban a los ladrones los nombres de Dimas y Gestas. Los pequeños bolandistas22 hablan de san Dismas el Bueno, el Buen Ladrón, e invocan la famosa leyenda, que vendría de San Anselmo, del encuentro entre Jesús y este bandido cuando José y María huían con Él, en la huida a Egipto.23 Se encuentra en ellas una estrofa latina que viene de la Edad Media: Por razones diferentes tres cuerpos cuelgan del patíbulo: Dysmas de un lado, Gestas del otro, en medio Dios todopoderoso. Dysmas sube al cielo, Gestas baja a los abismos. ¡Que la soberana Potencia nos conserve a nosotros y nuestros bienes! Recita estos versos para no perder por robo lo que te pertenece. Según los lugares y las épocas este libelo habla de otros nombres: Matha y Joca, Lustin y Vissimus... Dismas, Sisme, Dysmas, Dumas, quizás sacados del griego dysme, que significa moribundo... Todas estas variantes no tienen demasiada importancia. En este momento el nombre de Dysmas ya no figura en la lista de los santos porque no descansa sobre ninguna certeza. Aunque figure en las antiguas listas —entre otras la de Baronius—, y haya bastantes santuarios bajo su protección, ha sido suprimido de las listas oficiales de los santos. El nuevo martirologio romano no lo menciona y se contenta con designar como el Buen Ladrón al compañero de Jesús en el suplicio... Admiremos de paso la acción del Espíritu inspirador de la Escritura que no ha querido que fuese encerrado entre los estrechos límites de un nombre sino en el genérico de ladrón y pecador, lo que, en mayor o en menor grado, somos cada uno de nosotros. El Buen Ladrón hoy En este crucial periodo de la historia que estamos viviendo parece que hay una vuelta hacia la Cruz de Cristo. ¿Nos podemos reconocer nosotros bajo los rasgos del Buen Ladrón en la cruz? ¿No nos encontramos acaso como crucificados por el sufrimiento, sea físico o moral? ¿No nos encontramos también nosotros como condenados a muerte? ¿No somos, acaso, también nosotros pecadores como él? Testigo privilegiado del Sacrifico cruento del Calvario, ¿no puede el Buen Ladrón ayudarnos a entender el insondable misterio de la Pascua de Cristo y a vivir mejor nuestra participación en la Eucaristía? Engendrado este primer hijo de la Iglesia en el dolor del Gólgota, ¿no podría hacernos comprender mejor el misterio de la Iglesia? Que su eminente santidad, subrayada con fuerza por los Padres y Doctores de la Iglesia, nos anime a seguir el camino que él mismo recorrió, el más rápido y seguro, el que conduce al Corazón misericordioso de Jesucristo crucificado, Redentor del mundo. 29

Permanezcamos llenos de esperanza pues: Pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado. Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Sino que lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta para anular a lo que cuenta (1 Cor, 23-25. 27-28).

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Pp La conversión posible del mundo moderno ES EL BUEN LADRÓN En nuestras sociedades occidentales vemos muy bien que lo que nos separa de Dios es nuestra negación y rechazo de la muerte, y nuestra voluntad de no sufrir. Somos expertos en esta voluntad de rechazo y de no sufrir. En el fondo, el mundo moderno no niega el paraíso, lo quiere enseguida, pero sin pagar ningún precio. Quiere el paraíso, pero reniega del camino que Cristo trazó para llegar a él. Por eso cambia de paraíso para no tener que tomar el camino. No acepta que el paraíso esté fuera del mundo, lo quiere aquí en la tierra, inmediatamente en la mano, y sobre todo sin ningún sufrimiento. Entonces blasfema, pisotea la llave que le abre la puerta a este camino, y reduce la humanidad a lo que era antes de Cristo, un mundo sin Dios y sin verdadera esperanza. El paraíso terrestre de nuestro mundo moderno no es más que una imitación del paraíso, imitación que lamentablemente se trasforma en infierno. El verdadero perdón en nuestro mundo moderno, que le ofrece el espejo profético de su posible conversión, es el Buen Ladrón, tan cercano a la piedad rusa tradicional. «En verdad, en verdad te lo digo, hoy estarás conmigo en el paraíso». Me parece que Jesús no podía decir más claramente, que desde el momento en el que estamos sobre la cruz, la llave ya está introducida en la cerradura del paraíso. Sólo nos queda como única condición que aceptemos esa cruz. No olvidemos nunca que el único santo canonizado por Jesús es un bandido, un salteador de caminos, un ladrón justamente castigado por sus crímenes, pero que aceptó realmente en su corazón su castigo y su muerte, porque advirtió que la cruz sobre la que estaba clavado era la llave misma del paraíso, cuyo Señor era su compañero de suplicio. R. L. Bruckberger La revelación de Jesucristo, Editorial Grasset

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Capítulo 2 EL PENSAMIENTO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

Cuando miramos los escritos de los Padres de la Iglesia vamos de sorpresa en sorpresa. Su admiración unánime hacia el Buen Ladrón nos hace pensar. ¿Por qué tanta admiración y tantas muestras de interés por el Buen Ladrón? Una búsqueda exhaustiva a través de la patrología nos dejaría ver hasta qué punto su ejemplo ha sido meditado y comentado. Vamos a citar, entre otros, a este Padre de la Iglesia que no ha dudado afirmar en una homilía pascual: ¿Qué rey aceptaría tener a su lado, compartiendo su triunfo, a un criminal fuera de la ley? Que el Rey del Cielo victorioso sobre la muerte entre en su Reino en compañía de un bandido, ¡ésa es la Misericordia dándolo todo!

Los padres del siglo iii Orígenes Orígenes, oriundo de Alejandría, es uno de los más grandes entre los Padres de la Iglesia, teólogo universal y autor de numerosos libros. Su exégesis alegórica quiere hacer pasar del sentido literal de la Escritura al sentido espiritual. Murió hacia el año 250. Así describe Orígenes al Buen Ladrón: Es figura de aquellos que después de haber pecado mucho han creído en Cristo, y han dicho: «Estamos atados con Cristo a la cruz, y configurados en su muerte»; aquellos que se dirigen siempre al Hijo de Dios diciéndole: «Acuérdate de nosotros cuando llegues a tu Reino», e inmediatamente se hallan con Él en el paraíso.24 En el plano dogmático esto significa: ...que es posible a veces obtener ya la justificación necesaria únicamente por haber creído, sin que se haya hecho absolutamente nada. El bandido crucificado con Jesús, 33

justificado por la sola fe sin las obras, es un ejemplo de esto.25 Orígenes aplica al Buen Ladrón estas palabras de San Pablo en su Carta a los Romanos: ¿Dónde está, entonces, el derecho a gloriarse? ¡Queda eliminado! ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? ¡No! Por la ley de la fe. Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la ley (Romanos 3, 27-28). El Buen Ladrón no podía de ninguna manera apoyarse en sus méritos. No le quedaba otro camino que su fe en Cristo, que actuando por el amor le permitió llegar a la justificación y a la santidad. San Cipriano de Cartago Cipriano era un abogado de Cartago, que después de su conversión llegó a ser sacerdote y obispo de esta ciudad. Su santidad, su ciencia y su fortaleza hicieron de él uno de los obispos más importantes de los primeros siglos. Ejerció una gran influencia en toda la Iglesia. Debido a las persecuciones se retiró durante un tiempo fuera de Cartago, pero quiso volver allí para dar testimonio de Cristo. Murió decapitado en presencia de sus fieles el 14 de septiembre de 258. Para él no había duda, el Buen Ladrón había sido bautizado en su sangre, y su sangre era la de un mártir: En la pasión de este ladrón hay que distinguir dos tiempos, dos hombres, dos sangres. La sangre vertida antes de la fe fue la de un ladrón. Después es la de un cristiano. Pero la sangre del ladrón vertida en testimonio de la fe cristiana para afirmar la divinidad del hijo de Dios es la sangre de un mártir.26 Cipriano vuelve sobre esta afirmación en varias ocasiones: Siendo ya amigo de Cristo, su confesión lo hace buen compañero de martirio. El ladrón cambia la cruz por el paraíso, y el castigo por su homicidio lo convierte en mártir.27 Cipriano propone con prioridad el ejemplo del Buen Ladrón al mundo de los que sufren: Los que son bautizados en su sangre y son santificados en su pasión obtienen la perfección y la gracia de la promesa divina. El Señor lo declara al responder al ladrón que cree en Él, y le confiesa en su propia pasión, prometiéndole que estará con Él en el paraíso.28 En el ámbito de la pastoral de los enfermos es importante subrayar estas líneas de la carta de San Cipriano:

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Aquellos que están santificados por la pasión, padeciendo enfermedades, sufrimientos, la vejez, u otras situaciones dolorosas, obtienen la perfección, es decir, ascienden a la santidad y obtienen, como el Buen Ladrón, la gracia de la divina promesa: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».29 Los Padres del siglo iv San Hilario de Poitiers Hilario, obispo de Poitiers, sostuvo una lucha encarnizada en contra de la herejía arriana, que negaba la divinidad de Cristo. El emperador Constancio, que estaba a favor de los arrianos, lo desterró a Asia Menor. Cuando volvió a Poitiers se lanzó de nuevo a defender la verdadera fe y a librar a las Galias de la herejía arriana. Murió en el año 368. El Papa Pío IX lo proclamó Doctor de la Iglesia. Como Orígenes, al hablar del Buen Ladrón aborda el tema de la justificación por la fe: El que se encuentra a su derecha es salvado por la justificación de la fe.30 Y también, como Cipriano, reivindica para el Buen Ladrón el título glorioso de mártir. San Ambrosio de Milán Después de brillantes estudios de derecho, Ambrosio fue nombrado gobernador de la Alta Italia y prefecto de Milán en el 372. En el 374, no estando aún bautizado y preparándose para recibir el bautismo, fue escogido a petición del pueblo como obispo de la ciudad. Bautizado el 30 de noviembre, recibió el sacerdocio y la consagración episcopal el 7 de diciembre siguiente. Apoyado por los emperadores, fue un intrépido defensor de la fe católica en contra de los arrianos. Excelente orador, estuvo por sus sermones en el origen de la conversión de San Agustín. Murió el 4 de abril del 397. Comentando la promesa de Jesús al Buen Ladrón, a propósito del paraíso y de su localización geográfica, San Ambrosio acuña una expresión que sigue teniendo eco en la Iglesia: Es un magnífico testimonio de que hay que trabajar para convertirse. Pero si el perdón se prodigó tan rápidamente al ladrón, fue porque la gracia es más abundante que la oración. El Señor da siempre más de lo que se le pide. Ya que la vida consiste en estar con Cristo, donde está Cristo, está el Reino.31 San Atanasio de Alejandría Atanasio fue escogido por el pueblo como obispo de Alejandría. Durante casi cincuenta años luchará para defender la fe en contra del arrianismo a pesar de haber sufrido en 35

cinco ocasiones el exilio. Murió en 373. Durante un sermón para la Pascua deja estallar su admiración y su afecto hacia el Buen Ladrón, de quien subraya la fe y la caridad, y a quien confiere el título de evangelista: ¡Oh Buen Ladrón más hábil que el primer Adán, que mal aconsejado llevó su mano a la fruta del árbol prohibido, y se tragó, y nos hizo tragar, el veneno de la muerte! Mejor aconsejado habéis tendido la mano hacia el árbol sagrado de la Cruz, y habéis recobrado el cielo y ganado la Vida. ¡Oh, bienaventurado ladrón, que has encontrado el medio de llevarte el más maravilloso de los tesoros! ¡Oh, bienaventurado ladrón, que habéis imitado la traición de Judas, pero que en este caso el traicionado ha sido el demonio! ¡Oh, bienaventurado ladrón, que habéis hecho de la cruz una cátedra elocuente desde donde, con una energía sobrehumana, habéis tomado la defensa de vuestro Redentor! ¡Oh, bienaventurado ladrón, que habéis demostrado a todos el poder de la fe, la eficacia de una confesión bien hecha, y un arrepentimiento sincero.32

San Cirilo de Jerusalén Obispo de Jerusalén, hacia el 350, ejerció su ministerio en esta ciudad durante 36 años, en un periodo difícil y complicado debido a los sucesivos cismas de la herejía de Arrio. Sufrió el exilio durante dieciséis años. En 381 participó en el Concilio de Constantinopla. Murió en 386. Se han conservado 24 catequesis suyas que constituyen un precioso testimonio doctrinal de la Iglesia durante la primera mitad del siglo IV. Es Doctor de la Iglesia. Dice del Buen Ladrón: ¡Oh Ladrón! ¿Qué poder te ha iluminado? ¿Quién te ha enseñado a adorar a un hombre despreciado y crucificado contigo? ¡Oh Luz eterna, que alumbra a los ciegos! Es justo que oigas esa palabra: «¡Ten confianza!» No es que tus obras puedan darte confianza, pero el Rey está allí, y es él quien te da la gracia.33 San Gregorio de Nisa Teólogo espiritual de la Iglesia, obispo de Nisa, en Capadocia. Participó con Gregorio Nacianceno en el Concilio de Constantinopla en 381. Murió en 394. Este hábil y genial ladrón ve un tesoro y se aprovecha sabiamente de la ocasión. Roba el tesoro de la Vida eterna. ¡Admirable y loable uso del arte de robar!34 Los Padres del siglo v San Juan Crisóstomo de Constantinopla

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Obispo de Constantinopla, Juan se distinguió por su predicación, que le hizo recibir el sobrenombre de «Pico de oro», por su bondad hacia los pobres y por su valentía frente a los emperadores. Fue un ardiente defensor de la verdad. Dejó numerosos escritos que le han valido el título de Doctor de la Iglesia. Murió en 407 a consecuencia de los malos tratos recibidos durante sus dos exilios. Crisóstomo fue uno de los más fervientes abogados del Buen Ladrón. Sus escritos sobre este tema han influenciado mucho en la liturgia bizantina, en la que el Ladrón ocupa a partir de entonces un lugar privilegiado, cerca de Cristo Redentor. De Cruce et latron es un espléndido tratado del poder de la Cruz de Cristo, que vuelve a dar a todos el paraíso perdido. A propósito de la misericordia escribió: Cristo escogió para sus últimos perdones cimas de iniquidad para no dejarnos ningún pretexto para la desesperación.35 Ya nadie podrá desesperar de ser salvado al contemplar a un hombre que, cargado con miles de faltas, atraviesa las puertas del Reino. Con una simple palabra, con un solo acto de fe, corre antes que los apóstoles hacia el paraíso para dar a entender que no son las buenas obras las que le han valido este favor, sino que ha sido el amor del Señor hacia el hombre quien lo ha hecho todo. ¿Acaso ayunó? ¿Acaso lloró? ¿Hizo quizá una larga penitencia? ¡En absoluto! Pero encontró la salvación sobre la mismísima cruz. Mirad y ved con qué rapidez va de la cruz al cielo, del suplicio a la salvación.36 El buen ladrón es la prueba evidente de que la misericordia de Dios abre en nosotros el acceso a la salvación. ¡Es el prodigio incomparable de la misericordia divina! ¡Es la misericordia la que lo hizo todo! ¡Y ved con qué rapidez!37 Y hablando de la cruz, afirma: El ladrón, que no había escuchado las profecías, ni visto los milagros, que solamente ve ahora a Cristo clavado en la cruz, no se detiene a mirar el deshonor, ni la ignominia. Ve la divinidad y grita: «¡Acuérdate de mí, en tu reino!» 38 Y es que la Cruz es el símbolo del Reino. Si yo llamo a Cristo «Rey», es porque le veo crucificado. Es tarea real morir por su pueblo. Clavado en la cruz, cubierto de injurias y salivazos, ultrajado y menospreciado, siendo objeto de la mofa universal, es cuando tiene el poder de atraer hacia sí el alma perversa del ladrón. ¡Admirad este poder, estallando desde la cruz, e irradiando hacia todos lados! ¡Hace temblar a la naturaleza, estallar a las rocas, y al alma más endurecida que una piedra, como la del ladrón, la trasforma, haciéndola más blanda que la cera! Desde la cruz el Señor opera dos milagros: abre el cielo al género humano, e introduce en él a un ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» ¿Qué dices? ¿Crucificado prometes el cielo? Sí, y esto lo hago para hacer resplandecer el poder infinito del que disfruto desde la cruz. He querido este milagro, monumento 37

incomparable de mi poder, para revelarlo no sólo en el momento de resucitar a los muertos, sino cuando me colmaban de insultos. Es entonces cuando he querido transformar el alma más endurecida que las rocas, el alma del ladrón. A propósito de la fe del Buen Ladrón, afirma: Considero que el heroísmo de su fe fue mayor que el de los patriarcas, que el de los profetas, que el de Abrahán y de Moisés, que el de Isaías y Ezequiel. Quiero enseñar la superioridad de la fe del Buen Ladrón. Él no vió a Dios más que en la ignominia de la Cruz. Me preguntáis qué hizo tan grande para merecer el paraíso inmediatamente después de su muerte. ¿Queréis que os resuma sus títulos? Cuando Pedro renegaba de su maestro, él lo confesaba sobre la cruz. El primero no puede soportar las amenazas de una pequeña sirvienta y el Ladrón en el patíbulo rodeado de un pueblo que blasfemaba proclama lo que su alma ve con los ojos de la fe: ¡la divinidad del Rey del cielo! Dadme mil servidores fieles a su maestro mientras están en la cumbre de su éxito, y un servidor fiel que en el tiempo de la prueba no le deja, mientras todos los demás le abandonan. Cuando recupere sus bienes ¿considerará mejor a los primeros? ¡No! ¡Desde luego que no! Patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, habéis creído en el Señor, os habéis quedado con Él mientras se veía la luz de su gloria, mientras hacía sus milagros. Pero el Buen Ladrón lo vio únicamente en la ignominia, ¡y le fue fiel!39 A propósito de su conversión afirma: Continuó así su oficio de ladrón. Vio un rico portador de la sabiduría divina, y según su costumbre le robó para quedarse con su despojos. ¿Qué puede haber de más miserable que este ladrón? Y de repente, aquí está el más colmado de los hombres. Conducido a la cruz, a la muerte, todos le acusan, y su vida se termina, una vida que no fue más que crimen. Pero, por haber abierto un instante su alma al temor de Dios, ha sido puesto entre los bienaventurados.40 A propósito de su confesión, San Juan Crisóstomo dice: No dijo «Acuérdate de mí» antes de haberse liberado por una confesión del fardo de sus pecados. El ladrón empieza confesándose. ¡Mira lo grande que es la confesión! Se confesó, y el cielo se abrió. ¡Se confesó y recibió allí una confianza tan grande que se atreve él, el ladrón, a reclamar el Reino!41 A propósito del apostolado que hace el Buen ladrón afirma: El Ladrón discute con el otro ladrón, su compañero. Le dice: «Hasta el momento en que nos han clavado en la cruz nos hemos entendido y hemos ido juntos. Pero desde la cruz he cambiado de camino. Si tú quieres, anda conmigo hacia la Vida. Si no, continúa por tu camino. A propósito de sus títulos (filósofo, médico y profeta): 38

¿Has admirado su filosofía en medio de los suplicios, su filosofía llena de sabiduría y doctrina? El ladrón no solamente no fue escandalizado sino que sacó de la cruz los elementos de una filosofía sublime. Elevándose por encima de las apariencias humanas, levantado hasta el cielo por las alas de la fe, considera la eternidad, reconoce que este crucificado es Dios, y sueña con su Reino. Su filosofía escruta las cosas del futuro. ¿Qué rey entra triunfante en la capital de su reino sentando a su lado a un ladrón público? Pues nuestro Señor lo ha hecho. Al volver a su divina patria se llevó a un ladrón con Él. No fue una vergüenza para el paraíso, sino una gloria... ¡No olvidemos, por favor, a este Buen Ladrón! No nos avergoncemos de recibir como médico a aquel que nuestro Señor no se avergonzó en introducir el primero en el paraíso. El ladrón, antes de pedir algo para él, se esfuerza en convertir a su compañero. El ladrón se ha transformado en profeta.42 Y a propósito de su canonización escribe: No encontrarás a nadie que haya merecido la promesa del paraíso antes que el Ladrón. Ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob, ni Moisés, ni los profetas, ni los apóstoles. Antes que todos estos, encontraras al Ladrón. San Jerónimo Jerónimo nació en Dalmacia hacia el año 340. Tras estudiar en Roma, viajó por las Galias, marchó luego a Siria, donde estudió hebreo, y fue ordenado sacerdote. De vuelta a Roma empezó a traducir la Biblia al latín por orden del Papa Dámaso. En 385 volvió a Palestina, se estableció en Belén, y allí consagró el resto de sus días a esta traducción, designada posteriormente con el nombre de Vulgata. Sus trabajos sobre la Escritura le han valido el título de Doctor de la Iglesia. Murió hacia el 415-425. A propósito del Buen Ladrón escribió: El Ladrón cambia la cruz por el paraíso, y el castigo por sus crímenes lo convierte en mártir.43 San Agustín de Hipona Agustín nació en Tagaste (Norte de África) en 354. Recibió de su madre Santa Mónica una educación cristiana, pero abandonó a Cristo para llevar una vida poco edificante. Su encuentro con San Ambrosio, obispo de Milán, le hizo volver a Dios. Fue bautizado allí, el día de la Pascua de 387. De vuelta a África fue ordenado sacerdote, y a los 41 años elegido obispo de Hipona. Durante sus treinta y seis años de obispo luchará contra las herejías. Ejerció una gran influencia sobre la Iglesia de Occidente. Es probablemente el más famoso de los Doctores de la Iglesia. Su inmensa obra sigue nutriendo el pensamiento cristiano. Murió el 26 de agosto de 430. A propósito de la conversión del Buen Ladrón: 39

Bienaventurado, bienaventurado ladrón que no se quedó con sus habituales robos a lo largo del camino, sino que se hizo con el camino que es Cristo, y en un abrir y cerrar de ojos se enriqueció de la Vida verdadera.44 A propósito de su fe: Pero ¿qué es lo que hizo de grande el ladrón? ¿Queréis que os lo diga? Mientras Pedro negaba allí abajo, él confesaba arriba. Envuelto en una multitud que vocifera, no se inmuta por ello. Los que habían visto al Señor resucitar a los muertos se tambalearon. El ladrón creyó en Él. A una fe así no se le podría añadir nada. En verdad, el Señor jamás encontró una fe así ni en Israel, ni en el mundo entero.45 Creyó de corazón y confesó con sus labios.46 El ladrón no fue crucificado en nombre de Cristo, sino por sus crímenes: no sufrió por haber creído, sino que cree en el momento en el que sufre.47 A propósito del bautismo del Buen Ladrón: Por el poder inefable y la justicia de Dios soberano, al creyente ladrón se le imputó el bautismo. Lo que no podía recibir en su cuerpo ajusticiado le fue contado en su espíritu como si libremente lo hubiera recibido.48 El ladrón recibió ese bautismo, no por padecer por el nombre de Cristo, sino por la fe y la conversión de su corazón. Lo recibió, en atención a sus circunstancias, ante la imposibilidad de celebrar el sacramento.49 Y a propósito de su martirio: Cipriano lo coloca con toda justicia en el número de los mártires. Por haber confesado a Jesús crucificado, tiene los mismos méritos que si hubiese sido crucificado a causa de su fe en Jesús. La grandeza de su martirio se mide en esto: en que creyó en Cristo en el mismo momento en que los futuros mártires le traicionaban.50 A propósito de su canonización: El ladrón es el único hombre que tuvo la seguridad total de su predestinación gloriosa, pues se apoyaba en una promesa de Dios: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.51 San Máximo de Turín Contemporáneo de San Agustín, San Máximo de Turín subraya la fe del Buen Ladrón, y sobre todo su amor por Jesús en la Cruz. Creyó que Cristo crucificado era glorificado, en lugar de creer que era castigado. En esto 40

consiste el modelo de toda salvación: en reconocer la majestad del Salvador como Señor en el momento mismo en que le vemos padecer los sufrimientos de la humillación.52 San León Magno Nació en Roma a finales del siglo IV, y fue Papa con el nombre de León I. En el 451 convoco el Concilio de Calcedonia, que estableció el dogma cristiano de la unidad de la persona de Cristo en la dualidad de las naturalezas: Cristo es a la vez Dios y hombre verdadero. Se conserva un centenar de sermones al pueblo de Roma y unas doscientas cartas doctrinales que le han valido el título de doctor de la Iglesia. Murió en el año 461. A propósito de la fe del Buen Ladrón afirmó: ¿Quién te instruyo? ¿Qué predicación te ha dado esta fe? ¿Qué predicador ha hecho nacer en ti esta caridad?53 El Señor había terminado de resucitar a los muertos y de devolver la vista a los ciegos, y se desconocían los milagros que iban a estallar pronto. Sin embargo, el Buen Ladrón proclama a su compañero de suplicio como Señor y Rey.54 Títulos otorgados al Buen Ladrón Recorriendo los escritos de los Padres y de los Doctores de la Iglesia hemos recogido bastantes títulos que han sido otorgados al Buen Ladrón, los cuales manifiestan una verdadera predilección por parte de éstos hacia él. «Maestro en filosofía», «doctor», «abogado de Jesús», «figura y precursor de todos los elegidos», «príncipe de Dios», «profeta». Estos títulos dicen mucho de lo que piensa San Juan Crisóstomo sobre él. «Doctor en el amor», dice San Agustín; «evangelista», añade San Atanasio de Alejandría. Podríamos seguir con una verdadera letanía. Y qué decir de los títulos que le han dado los santos: «primicia de todos los elegidos», «su representación», «príncipe del Cielo», «consolador de Jesús» y «consolador de María», como afirma San Bernardino de Siena. «Cedro del paraíso y astro resplandeciente del cielo», como le llama San Pedro Damián. Los escritores eclesiásticos no se quedan atrás: «Es un águila celeste de inmensas alas. Su vuelo le lleva hasta el paraíso», como escribió Atanasio, el Sinaíta.55 «Es el portero del paraíso», dice Próculo de Jerusalén. «Primicias de los desesperados», dice Arnoldo de Chartres.56 «Hijo primero nacido de Cristo crucificado, mártir, apóstol, predicador del universo, ya que desde la cátedra de la Cruz predicó a Cristo al universo entero, arcángel del paraíso, serafín», afirma Cornelius Lapide.57 Aunque nos puedan parecer excesivos, estos títulos conferidos al Buen Ladrón tanto por los Padres de la Iglesia, los doctores y los santos, como por los grandes autores espirituales, sitúan maravillosamente el lugar importante, hasta dominante, que supieron reconocerle en la jerarquía de los santos, al lado de Jesucristo crucificado.

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Pp Oración al Santo Buen Ladrón Santo Buen Ladrón, que eres el único santo penitente que ha sido canonizado por el mismo Jesucristo, tú que en el mismo día de tu muerte recibiste la certeza de tener un sitio en el cielo junto a Jesús, por esa confesión sincera llena de arrepentimiento que desde ese confesionario abierto que es la cruz hiciste en el tribunal del Calvario mientras permanecías junto a Él suspendido en la cruz; tú que antes de que el centurión lo atravesara con su lanza, con tu acto de arrepentimiento y de amor has abierto el Corazón de Jesús a la misericordia y al perdón; tú que para darle una palabra de aliento en su suprema agonía has tenido tu cabeza más cerca de Él que la de su querida madre; tú que supiste orar tan bien, enséñame las palabras con que debo dirigirme a Él para obtener su perdón y la gracia de la perseverancia final; tú que ahora estas tan cerca de Él en el cielo como lo estuviste en sus últimos momentos sobre la tierra, intercede por mí ante Él para que no lo abandone nunca, y así, al terminar los días de mi vida en la tierra, pueda escuchar también yo las palabras que Él mismo te dirigió: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» Nihil obstat P AUL LACOULINE, censor de oficio, Imprimatur Grandbois. Québec 20 de noviembre de 1954

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Capítulo 3 EL MISTERIO DE LA CRUZ

«¿Quién es Dios para amarnos así? ¿Quién es ese Dios tan pobre, tan grande, tan vulnerable?», dice una canción. ¿Cómo es posible hablar del Misterio de la Cruz sin referirnos a la pobreza y a la inocencia del Dios crucificado? Mauricio Zundel, hablando del Dios crucificado, escribe: El verdadero Dios es ese Dios que prefiere morir antes que imponer nada. Dios ha preferido ser crucificado antes que robarnos la gloria de poder escoger. Dios puede ser vencido, lo está sobre la Cruz, donde muere de amor por aquellos que eternamente se niegan a amarle. Cualquiera puede matarle, porque no tiene defensa, está desarmado, como el candor de la infancia eterna. Hay en Dios una infancia, una fragilidad infinita. Lo que nos pide es que nos vaciemos de nosotros mismos, porque Él está eternamente vacío de sí mismo.58 ¿Y quién puede, como un niño desarmado, ser más pobre y vacío de sí mismo que el Buen Ladrón? Porque él, crucificado junto al Amor inocente, se entrega a sí mismo con toda su pobreza. En Cristo crucificado se revela la total debilidad del Amor, la vulnerabilidad de Dios, y lo que podríamos llamar su eterna «agonía».59 No es casualidad que Jesús muera como un «malhechor» abriendo la puerta de su paraíso a un ladrón. Al leer estas líneas de Bernanos no podemos dejar de pensar en la vida y muerte del Buen Ladrón: Queremos realmente lo que Él quiere sin saberlo verdaderamente, queremos nuestras penas, nuestro sufrimiento, nuestra soledad, mientras nos imaginamos querer solamente nuestros placeres. Nos imaginamos tener miedo de nuestra muerte y huir de ella cuando realmente queremos esta muerte como Él quiso la suya. De la misma manera que Él se sacrifica sobre cada altar en que se celebra la misa, Él vuelve a morir en cada hombre que agoniza. Queremos todo lo que Él quiere, pero no sabemos que Le deseamos, no nos conocemos, el pecado nos hace vivir en nuestra superficie, sin entrar en nosotros mismos. Solamente entraremos en nosotros para morir, y es allí donde Él nos espera.60 Dios nos espera en la Cruz con los brazos y el Corazón abiertos. A los pies de la Cruz nos resulta imposible dudar del poder de la ternura del Corazón de Dios. Su vida está 44

verdaderamente vinculada a la nuestra hasta la muerte de Cruz. Cuando entendemos el misterio de Jesús crucificado comprendemos que no es Dios quien nos hace morir, sino que es Él quien muere con el culpable para que el culpable resucite con Él. Eso es lo que entendió el Buen Ladrón.61 El Buen Ladrón, un remedio La vuelta a la devoción al Buen Ladrón responde a una necesidad particularmente urgente de los cristianos de hoy, y podría quizás ser un remedio a ciertos errores y desviaciones de nuestro tiempo. Ya que si hay algo que nuestra mentalidad contemporánea rechaza y excluye por encima de todo, es el misterio de la Redención por la Cruz.62 La glorificación por la Cruz El evangelista San Juan, al hablar de la glorificación de Jesús, no lo hace, como podríamos pensar, al hablar de su resurrección o de su ascensión a los cielos, sino al hablar de la crucifixión. En primer lugar, y dicho de otra manera, es en la misma Cruz donde la mirada inspirada de San Juan descubre la Gloria de Dios. En efecto, esta es la respuesta que el Espíritu Santo ofrece a los que ansían la gloria y se escandalizan de la Cruz. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, escribía: La Cruz es el medio que la insondable sabiduría de Dios inventó para la salvación. Dios Padre abre las compuertas de su misericordia a todos los que tienen el valor de abrazar la cruz, y de abrazarle a Él, clavado en ella. Es el Espíritu Santo quien puede hacernos descubrir en la Cruz la manifestación de la Gloria. Eternamente, y para gloria del Altísimo, la Cruz traerá la prueba resplandeciente del Amor más grande: el amor del Padre que «tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único» (Juan 3, 16), y del amor del Hijo que «se entregó a sí mismo» por sus hermanos. El árbol de la Cruz es el primer lugar en donde el Hijo ha sido exaltado antes de sentarse en el trono del Reino que ha de venir: «Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré todo hacia mi» (Jn 12, 32). La Cruz, fuente inagotable de gracias El Buen Ladrón nos ofrece una clase magistral para llevarnos a ver en la Cruz de Jesucristo la fuente inagotable de gracias y de santidad en la que sumergir y compensar sobreabundantemente la malicia de todos los vicios y de todos los crímenes; la fuente capaz de transformar también en un instante al mayor criminal en un gran santo. Éste es el misterio mismo de la Redención, que es el fundamento de todo el cristianismo. Jean Daujat se pregunta: ¿Qué ocurrió para que el Buen Ladrón, en un instante, fuera verdaderamente transformado de un gran criminal en un gran santo, mientras que para nosotros la misma fuente infinita de gracias y de santidad requiere tantos años para transformarnos poco a 45

poco y santificarnos? El Buen Ladrón se hallaba totalmente menospreciado, abandonado, y repudiado por los hombres. Era, como todas las demás criaturas, la pobreza espiritual absoluta. Por eso podía decir ante la cruz de Jesús: «¡Oh Cruz, mi única esperanza!». Nunca la palabra «única» tuvo un sentido más propio, riguroso y absoluto. Él, que no tenía nada de valor en sí mismo que pudiera presentar, lo esperó todo del puro don y de la generosidad gratuita del Salvador. Sólo, y únicamente de la cruz de Jesús, lo podía recibir todo, y por eso será glorificado eternamente en todos los lugares donde se glorifique la Cruz de Jesús. El Buen Ladrón, sin esperar ya nada de los hombres ni de este mundo, puso su única esperanza en la sola Cruz de Jesús, dejando a un lado todo lo demás.63 Nuestro mundo actual no quiere la Cruz, no predica la Cruz, y por eso tiene necesidad de esta lección del Buen Ladrón, de este «pequeño camino» de pobreza absoluta del Buen Ladrón. Misterio de debilidad El misterio de la Cruz es el amor y la inocencia inermes y vulnerables, en una humildad y pobreza absolutas. ¿No es la Cruz de Cristo el escándalo del amor? ¿No nos hemos acostumbrado demasiado a esta locura de amor, y a su debilidad? La Cruz no es un esfuerzo de voluntad, o una especie de moral estoica, es debilidad y pobreza. Esta pobreza transfigurada es la que se le revela al Buen Ladrón en el Calvario. Bernard Bro decía: La cruz no es un misterio de fuerza sino de impotencia, no es un misterio de heroísmo, sino de amor. No consiste en sufrir con valentía sino en tener miedo a sufrir, no consiste en saltar un obstáculo sino en ser aplastado por él, tampoco en ser grande y generoso sino en ser pequeño y ridículo a los propios ojos, tampoco en demostrar virtud sino en ver toda su virtud desarbolada y convertida en polvo. Y todo esto aceptarlo por amor. Y aceptar por amor es no tener ninguna fuerza. La fuerza no sirve para nada, hace falta el amor. Es entonces, y no únicamente por voluntad o apretando los dientes, como se puede llegar a ello. Porque si uno es capaz de apretar los dientes es que uno es fuerte, y mientras uno es fuerte y tiene esta fuerza, no sabe uno todavía lo que es la Cruz. No se trata de ser fuerte en la prueba sino de ser lo suficientemente humilde e inerme para que el amor triunfe en nuestra vida.64 Cristo atrae todo hacia Él «Nadie puede venir a mí», había dicho Jesús, «si el Padre que me ha enviado no lo atrae» (Jn 6, 44). Es en la Cruz cuando Él atrae todo hacia sí (cfr. Jn 12, 32). Es entonces cuando nos revela el verdadero rostro del Padre de la Misericordia. Es entonces, estando crucificado con los brazos extendidos en la cruz, cuando sus palabras dirigidas a Felipe adquieren su significado más profundo y radical: «Quien me ha visto ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Viendo a Jesús crucificado «vemos» al Padre. En la inocencia 46

del Crucificado vemos el verdadero rostro del Padre que nos atrae hacia Sí. Así lo afirma Juan Pablo II: Es en Jesús crucificado en donde hemos de ver, como dice Pablo en la Carta a los Corintios (I Cor, 15), la viva imagen del Padre, el icono perfecto del Dios invisible, la revelación de la misericordia. En el misterio pascual Cristo revela al hombre el rostro del Padre, revelando plenamente, al mismo tiempo, el hombre a sí mismo.65 El Padre, por Jesús crucificado, quiere revelar su rostro a todos los ladrones del mundo para ofrecerles su misericordia y su perdón. OFRECER SUS SUFRIMIENTOS Y HERIDAS Para tener parte en la cruz de Jesucristo se debe, como Él, aceptar y ofrecer por amor todo lo que las circunstancias de nuestra vida han permitido, y todo lo que la Providencia, que solamente quiere nuestra santificación y nuestro mayor bien, permite: sufrimientos, heridas, abandonos, renuncias, sacrificios y humillaciones, así como los fracasos que acontecen en nuestras vidas, incluyendo nuestra infancia más o menos herida.66 Todo puede servir para nuestra santificación. Y como no hay otra fuente de santificación que Jesucristo crucificado, no hay otra vía de santidad que el camino de la cruz, este pequeño camino del Buen Ladrón clavado a la cruz, como Jesús. Los que se apartan del camino de la cruz se apartan de la santidad cerrándose a su única fuente, que es Jesús crucificado. La Iglesia necesita volver a encontrar la fecundidad de la Cruz. Si no, nuestra pastoral no será más que un humanismo mundano, y nuestras actividades y obras. «Si hablara las lenguas de los hombres y de los Ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que suena o un címbalo que aturde» (1 Cor 13, 1). Así no realizaremos ningún bien verdadero, y a veces, posiblemente, más mal que bien. En una época en la que al mundo le gustaría tener un nuevo cristianismo sin cruz, Dios saldrá en busca de los ladrones para transformarlos. El filósofo cristiano Jacques Maritain, en su libro El campesino del Garona, habla de la muerte de un asesino: Cuando uno se encuentra con un pecador, debe sentir un gran respeto, el mismo que ante un condenado a muerte, que puede resucitar y tener un lugar mejor que nosotros junto a Jesús en el paraíso. Al escribir estas líneas tengo ante los ojos el diario de Jacques Fesch, nacido el domingo de Ramos, el 6 de abril de 1930, y ejecutado al alba del 1 de octubre de 1957. Había vuelto a encontrar a Dios en la cárcel. En sus últimas cartas escribe: «Los clavos en mis manos son reales, y son clavos aceptados. Entiendo mejor toda la pureza de Cristo en contraste con mi abyección. Porque acepto de todo corazón la voluntad del Padre, recibo gozo sobre gozo» (16 de agosto). «La ejecución tendrá lugar mañana por la mañana alrededor de las cuatro. Que la voluntad del Señor se haga en todo... Jesús está cerca de mí, me atrae cada vez más a Él y solamente puedo adorarle en el silencio, deseando morir de amor... ¡Espero el amor! 47

¡Dentro de 5 horas veré a Jesús! Me atrae suavemente a Él dándome una paz que no es de este mundo.» Y un poco más tarde anota: «La paz se ha ido para dejar sitio a la angustia. Tengo el corazón que salta en mi pecho. ¡Virgen Santa, ten compasión de mí!». Y después: «Estoy más tranquilo que antes. Jesús me ha prometido llevarme enseguida al Paraíso. Moriré cristianamente. Soy feliz. Adiós» (Noche del 30 de septiembre al 1 de octubre, sesenta aniversario de la muerte de santa Teresa del Niño Jesús).67 El Concilio Vaticano II habla también de la Cruz y de su misterio. Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar a los hombres los frutos de la salvación [...]. No fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo [...]. La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación [...]. La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Cor 11, 26).68 ¿Qué pastoral habla hoy en día de la Cruz de Cristo? Hay que explicar a los cristianos el sentido de la vida cristiana a la luz de la cruz. El discípulo de Cristo se halla confrontado en todo momento a la seducción de los placeres del mundo, a su sed de poder y de riquezas, y con la resistencia de su propia carne, condenado a una lucha sin cuartel para salvaguardar en él la vida de Cristo. Su peregrinación en este mundo no será nunca un lugar de descanso. En el desarraigo de nuestra época caracterizada por la exaltación unilateral de un humanismo naturalista tenemos miedo a menudo de hablar del «mundo» en el sentido que le da San Juan, es decir como dominado por el príncipe de las tinieblas, el irreductible enemigo de Dios. Para el mundo que Cristo rechazó y venció, la predicación de la cruz es un absurdo y un escándalo. ESCOGER EL CAMINO DE LA

CRUZ

Nada podría destruir mejor la esencia del cristianismo que imaginarlo sin la cruz. Un mundo en el que en lugar de contar sólo con ella, contásemos sobre todo con el éxito individual, estaríamos entonces entre aquellos de los que habla San Pablo: «Hay muchos, y lo digo llorando, que se conducen como enemigos de la cruz de Cristo, están orientados hacia su perdición» (Flp 3, 18). No olvidemos que en las tentaciones del desierto el maligno propuso a Jesús darle todos los poderes de este mundo: «Te daré el poder sobre todos los reinos de este mundo y todas sus glorias, ya que todo esto me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero» (Lc 4, 6). Y Jesús lo rechazó, escogiendo el camino de la cruz. A los ojos de la fe no hay más camino hacia la resurrección que el camino de la cruz. ¡Cómo no acordarse de la magnífica palabra de Paul Evdokimov!: «Todo gran amor está necesariamente crucificado». Como lo hace ver Olivier Clément: 48

Sólo el aniquilamiento incomprensible de una Persona divina sobre la cruz puede convencer al hombre del amor loco que Dios tiene hacia él. Crucificado el Viviente llega a ser el Dios más abajado, y así llega a estar presente en lo más profundo de la desesperación más profunda del hombre, y en su oscuridad más infernal.69 La locura de Dios de la que habla San Pablo (1 Cor, 18-25) es la locura del Amor que se manifiesta por la cruz.70 UN CRISTO NUEVO A veces se tiene la impresión de que el mundo quiere otro evangelio, un Cristo modificado, un Dios fuerte. Y Dios viene a nosotros como un niño débil, pobre, y como un crucificado sin defensa. Miremos con fe y amor a este Jesús en la cruz con quien el Buen Ladrón se encontró en la debilidad y el rechazo radical. ¿Qué tipo de Iglesia quiere el mundo? Una que predicara la misericordia, pero una falsa misericordia, no la verdadera. Una Iglesia que se bajara de la cruz y no anunciara más el escándalo y la locura de la predicación. Una Iglesia que sacrificaría la verdad para atraer a un número mayor de fieles.71 ¿No debería la Iglesia, por el contrario, pasar por el aniquilamiento del crucificado antes del nuevo Pentecostés de amor anunciado por los últimos Papas? Solo Dios lo sabe, y no hay que jugar a ser profeta. Sin embargo el Calvario era, aparentemente, el fracaso de la misión de Cristo y el triunfo del mundo. Los apóstoles habían huido, todos alrededor de Jesús crucificado se burlaban de Él. El Buen Ladrón, un malhechor, un bandido, fue el único en tomar la defensa de Jesús. Reconoció su realeza. De hecho, el Reino de Cristo está precisamente aquí, en este aniquilamiento radical, en esta burla, en esta ironía mundana y sarcástica de los sumos sacerdotes y de los fariseos. La Iglesia, en realidad, no hace más que entrar en comunión con este misterio de aniquilamiento cada vez que, atreviéndose a anunciar la verdad de la salvación a través de la cruz, sufre la ironía del mundo. ¿UN CRISTIANISMO SIN CRUZ? ¿No son acaso los pobres, y los mismos pecadores con el reconocimiento y la confesión de sus pecados, quienes entienden mejor el misterio de la cruz? El abismo de la miseria llama al abismo de la Misericordia. El abismo de los pecados llama a la plenitud de las gracias. ¡Cuántos indigentes, marginados, presos, ex drogadictos, entienden el Evangelio mucho mejor que los sabios y que los justos! Desde el momento en que, como el santo Buen Ladrón, hemos puesto nuestra confianza en el valor infinito de la cruz de Jesucristo, aceptando ser crucificados también con Él, dejamos de pertenecer ya a este mundo, y en poco tiempo podemos alcanzar la santidad. El Buen Ladrón aceptó sus sufrimientos y así nos enseña el camino, el «pequeño camino del abandono» que lleva a la santidad de los pobres. ¡Cuántos presos, heridos por la vida, drogadictos y alcohólicos podrían caminar rápidamente hacia la santidad si aprendiesen a ofrecer sus cruces por amor! No podemos ser liberados del pecado y de sus consecuencias si no morimos y resucitamos en 49

Jesucristo, y esto ocurre solamente si tomamos, de hecho, parte en su cruz, para estar con Él también en su resurrección, y recibir de Él la vida del hombre nuevo. P ABLO PREDICA

A

CRISTO CRUCIFICADO

San Pablo escribía a los Corintios: «Los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los griegos» (1 Cor 1, 22-23). Dios no realizó la salvación haciendo uso de medios poderosos fundados sobre el prestigio y la fuerza. Al contrario, lo hizo a través de medios que humanamente resultan inadecuados: por el aniquilamiento, por la locura de la ignominiosa muerte en la cruz de su Hijo. Hay que leer el principio de la primera epístola a los Corintios (1 Cor 17, 31). Ya que Dios quiso salvar a los hombres con la locura de la cruz, la salvación no les puede llegar más que por la predicación de esta locura, que no se apoya sobre discursos sabios, ni razonamientos sagaces de los sabios o de los inteligentes a los ojos del mundo, ni sobre la ostentación de poderosos y prestigiosos poderes, ni sobre el señuelo de una vida fácil y confortable. ¡No! ¡Al contrario! Recurrirá intencionadamente a medios pobres y menospreciados, y pondrá el acento sobre lo que según los criterios humanos es locura, sobre «el Evangelio de las Bienaventuranzas».72 San Pablo sabe que en la cruz de Cristo está nuestra salvación: «Es a través de la locura de la predicación de la cruz como Dios quiso salvar los que crean» (1 Cor 17, 31). Conforme a lo que acaba de decir, San Pablo constata que la mayoría de los primeros cristianos no eran sabios ni poderosos, sino pobres, marginados y débiles, y que a través de esta debilidad y abyección, Dios se complace en derrotar la sabiduría y el poder del mundo como lo hizo en su Cristo. Es precisamente en esta debilidad y en este sufrimiento humano, a ejemplo de Cristo crucificado, el Cordero inocente, como se manifiesta la fuerza del Espíritu (1 Cor 1, 26-29).

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Pp EL INOCENTE RECONOCIDO POR EL PECADOR Jesús es el inocente abandonado por todos. Ha sido puesto entre los malhechores y recita sobre la cruz el salmo por excelencia de los pobres, el salmo 22. Ha venido al mundo solamente para desvelarnos el misterio de su Padre, y de su amor misericordioso. Es esta debilidad de Jesús la que debemos recibir en la fe si queremos abrirnos a la vida divina. Cristo en la cruz es el Cordero de Dios, es decir el inocente, el Siervo del que habla Isaías, que toma sobre sí todos los pecados del mundo, otorgando así el perdón de los pecados (cf. Jn 20, 22-23). Es entonces, en el mismo momento en que se desencadena la ironía de los jefes de los sacerdotes reclamando un signo decisivo, cuando se desvela el misterio de Jesús y de su Misericordia. En el momento en que una burla generalizada se abate sobre Él y le envuelve, el Buen Ladrón reconoce solemnemente su inocencia. En la atrocidad de su suplicio, Jesús es consciente de abrir el acceso al reino del perdón y de la reconciliación, al reino de la Misericordia divina: «Hoy mismo estarás...». De esta manera, el signo de la Misericordia divina en el corazón mismo de la Pasión es el Buen Ladrón que, arrepentido, ha visto la gloria del Resucitado. M. J. LE GUILLOU, El Inocente, Le Cerf, 1998

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Capítulo 4 EL MISTERIO DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCIÓN

La vida de Jesús termina. Es el final. Muchos se han cruzado en su camino, unos amigos, otros enemigos. Éste es su último encuentro, el encuentro con un ladrón, con un malhechor en el más pleno sentido de la palabra. Llegados a las puertas de la muerte sólo queda un último diálogo, muy breve, entre estos dos hombres. «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino», le dice el ladrón. «Hoy estarás conmigo en el paraíso», responde Jesús (Lc 23, 30-41). ¡Apenas cinco segundos de conversación! Poquísimo tiempo. Pero aquello que se dice en el momento de la muerte contiene muchas veces toda una vida, y los que oyen o leen estas palabras las deben meditar durante tiempo para llegar a penetrar el sentido profundo que encierran. De todos modos, es mucho decir que se pueda captar todo su sentido. Puede uno pensar que el «yo» del Buen Ladrón, del que él quiere que Jesús se acuerde, no es el mismo de sus actos, sino más bien el yo íntimo que ha guardado su dignidad a pesar de sus actos criminales, su yo humano creado a imagen de Dios. Con su grito hacia Jesús, el Buen Ladrón desvela espontáneamente su dignidad de ser humano. Pero la conciencia que pueda tener de su dignidad personal no puede llevar a hacerle esperar que la ley y la justicia terrena reconozcan esta dignidad que se esconde tras la imagen criminal que sus actos ha construido. Sin embargo, esta esperanza de ver reconocida en su cuerpo y en su alma su dignidad personal es la que le ha debido de llevar, en gran parte, a lanzar a Jesús esta última petición: «Acuérdate de mí en tu reino». Y Jesús, sin lugar a dudas, ha reconocido esta sed y este hambre de justicia del Buen Ladrón contestándole: «En verdad, en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». El «paraíso» es la palabra en la que desemboca este corto diálogo entre el Buen Ladrón y Jesús de Nazaret. En las lenguas del antiguo Oriente, la palabra «paraíso» expresa propiamente un «jardín». En aquellos tiempos, el jardín era la imagen de la felicidad humana, de aquella felicidad que disfrutaba el ser humano en el origen, la felicidad del paraíso. En el contexto de la Biblia se trata del Edén, del paraíso terrenal. Este jardín del Edén en la condición actual de hombre es el paraíso perdido, es decir, ese estado de felicidad paradisíaca que dejó de existir. En el momento de la muerte Jesús promete al Buen Ladrón la felicidad del paraíso. De este modo, le revela que el paraíso no se ha perdido para siempre en el trasfondo de la historia humana, sepultado bajo las fantásticas historias de las viejas mitologías, sino que al final de su existencia terrena aguarda a todos los desconsolados de este mundo que se abren a la Misericordia, a todos 53

los que lamentablemente han fracasado en esta vida, a los pobres y pecadores. El reencuentro con la felicidad del paraíso es claramente el destino maravilloso que aguarda a los que han sido excluidos de la felicidad en este mundo. Es la enseñanza de Jesús en el Sermón de la montaña: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de los cielos» (Lc 6, 20). Para entender esto bien hay que volver a leer la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). El rico no está incluido en la bienaventuranza del Sermón de la Montaña. Con toda su riqueza, este hombre ha cerrado su corazón a Dios y a los otros. Abriéndose a la compasión y al amor hubiera tejido lazos eternos. Pero prefirió la riqueza al amor, el tener al ser, y cavó a su alrededor un abismo. Sencillamente, no vio el desamparo del pobre. El texto no dice que fuera malo, que hubiera matado a nadie, ni que hubiera robado, o hubiera hecho daño. No es un rico malo en el sentido habitual de la moral, únicamente se olvidó, en medio de sus fiestas, de una cosa: no vio al pobre a su puerta, o quizás no lo quiso tener en cuenta. En la parábola contada por Lucas, el rico que acaba de morir se queja a Abrahán porque sufre en el lugar de los muertos mientras que el pobre Lázaro, ese menos que nada, ese pobre miserable que ha pasado su vida pidiendo a la puerta del rico, es feliz en el paraíso. Jesús pone en boca de Abrahán esta respuesta: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y que Lázaro, al contrario, tuvo males; ahora, pues, él está aquí consolado y tú atormentado» (Lc 16, 25). El rico pide entonces que avise a sus hermanos, que están aún en la tierra, del destino que tras la muerte les espera. Jesús concluye la parábola dejando entrever que avisarles no serviría de nada, pues aunque resucitase a un muerto para prevenirles, ellos no se enterarían. En realidad, los ricos no esperan el paraíso porque lo tienen ya. «Hay de vosotros los ricos, que ya tenéis vuestro consuelo» (Lc 6, 34). Esto es lo que se llama una paradoja evangélica. Este pobre tiene un nombre bien definido: El’azar, que significa «Dios socorre» o «Dios ayuda». Representa a quien pone su confianza en el Señor y no en la riqueza. Según el Magníficat: «Dios colma de bienes los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías» (Lc 1, 53). La misión de Jesús es la de ser enviado a llevar esa buena noticia a los pobres. El pobre, no teniendo nada sobre lo que poder apoyarse, está abierto a la fe y a la esperanza. Privado de las cosas de la tierra, se vuelve hacia su Padre. Está ya listo para entrar en el Reino, tiene sed de justicia y pone toda su esperanza en el que «colma de bienes a los hambrientos». Y del mismo modo que el rico no era malo, Lázaro no está lleno de virtudes, sufre, es pobre, y tiene sed. Al final la parábola da la razón a El’azar. Ha puesto en Dios su esperanza, está disponible y preparado para cualquier cosa, listo para entrar en cualquier momento en el Reino de Dios. Ha merecido el primer lugar, recostarse sobre el seno de Abrahán, en el festín del Reino, como lo hizo también San Juan, recostado sobre el pecho de Jesús, durante la última Cena (cfr. Jn 13, 25). Siguiendo la lógica de esta paradoja, la enseñanza de Jesús nos lleva a comparar al Buen Ladrón con el joven rico del Evangelio. El perdón le está asegurado al Buen Ladrón. Aunque probablemente haya violado muchos de los mandamientos, el paraíso le está asegurado, mientras que el joven rico que observaba fielmente la ley se aparta de Jesús profundamente triste. ¡Justamente por ser rico! Refiriéndose a él, Jesús dirá: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios» (Mt 19, 24). Siguiendo fielmente su pensamiento, Jesús revela que en el juicio final muchos 54

recibirán en herencia el Reino preparado desde la fundación del mundo sin que nunca hubiesen pensado tener derecho a él (cfr. Mt 25, 34-40). Lo que en aquel momento pesará en la balanza será el bien que se haya hecho o dejado de hacer a esos pequeños con los que Jesús se identifica. ¿Quiénes son esos pequeños? Aquellos que tienen hambre y sed, los que no tienen casa, los que están desnudos, presos o enfermos, y todos los necesitados de amor, los faltos de ternura y también los pobres de virtudes naturales. En realidad ¡todos los desdichados de este mundo, entre los cuales se encontraba en su época el Buen Ladrón! En cuanto a los pobres, la enseñanza del Evangelio es clara: el Reino les pertenece. Cuando Jesús prometía al Buen Ladrón que estaría ese mismo día con Él en el paraíso, no lo hacía en vano. El Buen Ladrón se había dirigido a Él como a un Rey, como a alguien poseedor de un reino. Era consciente de que el reino de Jesús no estaba en este mundo en el que él había fracasado, por eso esperaba que Jesús se acordase de él cuando llegase a su reino. Y de ahí su petición: «Cuando llegues a tu reino». El dialogo entre Jesús y el ladrón está relacionado esencialmente con la muerte corporal. En relación a este punto, el hombre actual o bien se olvida de su fin último o se lanza sin reflexionar demasiado discurriendo con tintes imaginarios, en ocasiones delirantes, respecto a lo que llamamos «el más allá». No vamos a empezar a refutar todos estos mitos, solamente queremos hacer notar que lo imaginario es todavía y siempre algo visible, y eso pertenece al mundo corporal, al mundo presente. Lo que es invisible es inaccesible al cuerpo y a la imaginación del hombre. El paraíso del que habla Jesús es invisible; el Reino con el que vendrá Jesús es invisible. La esperanza sobrenatural aquí abajo es la única «prueba de lo que no se ve» (Heb 11, 15), la prueba de la existencia invisible del paraíso y del Reino de los cielos. El paraíso no será nunca un nirvana, un estado de bienestar, de apatía, al que por nuestras propias fuerzas podremos llegar al final de un largo camino, y que nos liberará aquí abajo del dolor a través de reencarnaciones sucesivas después de la muerte.73 Nuestros actos no nos acompañan necesariamente, no causan obligatoriamente nuestra salvación o nuestra condenación: no hay karma, tampoco samsara, reencarnaciones u otras vidas terrestres para mejorarnos o perdernos más. Cuando uno se está muriendo, cada una de las palabras cuenta. No se adornan. Ya no hay entonación, únicamente un soplo, el último soplo. Es el momento de la verdad. No queda nada. Ni la buena vida que nos ha parecido llevar, ni la mala, ni los bienes, ni la reputación, ni las virtudes, ni la maldad. Ya no hay tiempo para hacer examen de conciencia, ni conciencia suficiente para hacer un examen de ella. No queda más que la esperanza desnuda: «¡Acuérdate de mí...!» ¡De mí! Ya no tengo nombre, ni importancia aquí abajo. Nada más que yo, yo solo, a punto de atravesar por el ojo de la aguja de la muerte: «¡Acuérdate de mí!» Toda la esperanza está en este grito, esperanza que es «la prueba de lo que no se ve». Y cuando se tiene la prueba ya no hay necesidad de demostración, ni de doctrina, ni de predicación: se tiene la prueba, ¡y punto! El Buen Ladrón espera, tiene la prueba de que el Reino de los cielos existe. Aquel que en el momento de morir mantiene la esperanza tiene esta prueba. Se tiene la prueba de lo que no se ve: «Entendemos que los mundos han sido formados por la palabra de Dios, todo lo visible proviniendo de lo invisible» (Heb 11, 3). Ya no se trata de frases sino de la realidad misma. No queda más que suplicar «Acuérdate de mí...». Eso es lo único que importa. Se trata de una llamada espontánea por parte del Buen Ladrón. Probablemente, en ese momento no se consideraba bueno ni malo. Tenía la prueba de la existencia del 55

Reino y gritaba como el náufrago que por fin ve acercarse una barca: «¡Sálvame!».74 Quien se está ahogando no piensa que, como él no vale nada, no merece la pena que alguien se moleste en salvarlo. Él es más importante que todos los actos que haya podido hacer en su existencia, sean buenos o malos. Si el Buen Ladrón no hubiese tenido esta esperanza, jamás hubiera pedido socorro, se habría muerto, y lo habrían enterrado como al rico de la parábola. Al mirar al joven rico marcharse, los discípulos estupefactos habían preguntado a Jesús: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» Él, mirándoles, les había contestado: «Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mt 19, 25-26). ¿Qué debemos entender? Que ningún ser humano se puede salvar por sí mismo. Sólo Dios le salva. No es la virtud adquirida la que nos salva, ni tampoco el mérito acumulado por nuestros actos. En el momento de la muerte lo único que nos queda es la esperanza en Dios. En el umbral de la muerte lo que emergió a los labios del Buen Ladrón fue su condición de criatura, de pecador, que ha perdido el paraíso y que quiere volver allí. Esto aclara la respuesta tan precisa de Jesús: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.» Las obras del Buen Ladrón no habían sido muy buenas. Las nuestras tampoco lo son, de modo que también nosotros hemos perdido el paraíso. ¡Pero Dios no lo ha perdido! Si Jesús puede asegurar al Buen Ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», es porque Dios nunca ha dejado de ver lo que ha hecho, «y vio que todo lo que había hecho era muy bueno» (Gén 1, 31). La esperanza en Dios se halla en la seguridad de que Dios siempre ve a su criatura, a pesar de todos sus pecados, como «muy buena». Aparta de su mirada el pecado de los hombres y los contempla como Él mismo los creó: «Muy buenos». En este sentido, el paraíso existe desde siempre en Dios. Este Reino preparado por el Padre desde la fundación del mundo es, precisamente, el tema principal de la predicación de Jesús (cfr. Mt 25, 34). Si hubiese que atribuir a la intercesión del Buen Ladrón una gracia especial para nuestro tiempo sería la de la esperanza en Dios. La esperanza en Dios es también la fuente de la libertad de los hijos de Dios. Es de Él de quien «la creación espera con impaciencia su manifestación» (Rom 8, 19). En efecto, la esperanza, por su misma naturaleza, sitúa a los bienes de este mundo en el sitio que les corresponde. Algunos, en esperanza, serán liberados de la desesperación y de las supersticiones; otros lo serán del amor al dinero, que es «la raíz de todos los males» (1 Tim 6, 10); y para todos nosotros, esperar significa ser liberados del espíritu del miedo y de su esclavitud, que nos impide gritar: «Abba, Padre» (Rom 8, 15). Es así como se manifestaran los hijos de Dios. LE LLAMARE POR SU NOMBRE... En el correr de los interminables minutos de sus suplicios, se estableció entre Jesús y uno de los ladrones una vivificante intimidad que, como nos cuenta Lucas, desembocó en un dialogo increíble entre ellos (cfr. Lc 23, 42-43). Es una de las pocas veces en el Evangelio que alguien llama a Jesús por su nombre de pila. Los que le llamaban, incluso sus discípulos, le llamaban Señor o Maestro. El Buen Ladrón, con su simplicidad, no se complicó las cosas y le llamó Jesús. Podemos pensar que esta familiaridad revela un encuentro sin palabras en el fondo de un corazón que el amor de Cristo había conquistado y transformado. 56

¡Transformarse en santo en el último momento de su vida a pesar de una vida de pecados! ¿Puede ser eso posible? ¡Claro! El ladrón es un ejemplo de ello. El Buen Ladrón es el retrato de un hombre que va a morir. Es el único agonizante del que la Escritura no cuenta su camino hacia la santidad por la reconciliación y la penitencia. Nosotros, que también estamos condenados a morir, tenemos la gran suerte de poder poner nuestros pasos en los suyos, de poder renovar su acto de fe en Cristo, su apuesta por la Vida con Él, y de poder esperar oír, cuando nos llegue nuestra última hora, la inefable promesa que él recibió, el primero de todos, en la tarde del Viernes Santo. En el oficio del día del Viernes Santo, la liturgia nos invita a dirigir a Cristo Redentor esta audaz y confiada oración, merecedora de ser conocida por todos: Señor Jesús tú que al malhechor que reconoció sus faltas le has hecho pasar de la cruz a tu Reino, te suplicamos, al confesar nuestros pecados, que en el momento de nuestra muerte nos abras las puertas de tu paraíso. ¡Qué hermosa oración! Deberíamos dársela a conocer a nuestros enfermos, a los cancerosos en fase terminal, a los enfermos de sida, y a todos los que se acercan a la muerte. ¿No es acaso el deseo más ardiente de Jesús para con cada uno de nosotros poder renovar la promesa que hizo al Buen Ladrón? ICONO DEL QUE VA

A MORIR

¡Existen actualmente tantas personas que mueren solas, angustiadas, y que por falta de sacerdotes no tienen a nadie que les prepare para a aceptar su cruz y para morir! No tienen siempre la oportunidad de recibir los sacramentos. ¿Quién les hablará de la Misericordia? ¿Quién se atreverá a darles esperanza, hablándoles del Buen Ladrón? En este momento en el que existen tantas presiones de todas clases para legalizar la eutanasia y donde tantas preguntas alrededor de la muerte quedan sin respuesta para muchos, parece más urgente que nunca dirigir nuestra mirada hacia el santo agonizante del Gólgota. En el momento de nuestra muerte nuestra situación será idéntica a la suya: «Estamos atados con Cristo a la cruz y configurados a su muerte».75 Nuestras cruces, como la del Buen Ladrón, pueden estar unidas a la cruz de Jesús. Jesús, que durante su agonía nos ha visto como vio a su compañero de suplicio, nos oye como lo oyó a él, nos ha perdonado como le perdonó también a él, nos santifica como lo santificó a él, si nos dejamos purificar, transformar y recrear por su Amor Misericordioso, como se dejó él. En efecto, en relación a las preguntas que nos hacemos relativas a la muerte, ¿dónde encontrar una respuesta más clara y nítida, más consoladora y llena de esperanza, que en la promesa de Jesús al Buen Ladrón? Como dijo San Ambrosio en una frase suya que ha tenido resonancia en la Iglesia: «La vida consiste en estar con Cristo. ¡Donde esta Cristo, ahí está el Reino!» Además, si queremos beneficiarnos personalmente de la intercesión del Buen Ladrón, y gracias a ella morir como él, ¿cómo no desear la celebración de su memoria litúrgica en nuestras iglesias y capillas, y su acogida en el calendario universal? ¿Por qué no pedir que se celebren misas en su honor, y particularmente el 12 de octubre, que es el día en que su celebración figura en el calendario de Jerusalén? 57

EL BUEN LADRÓN,

PATRÓN DE LA BUENA MUERTE

El Buen Ladrón representa un modelo de santidad auténtica y universal, pero se dirige en primer lugar a aquellas personas que están pasando por alguna prueba y, sabiéndolo o no, están asociados por ella a la pasión y a la muerte de Cristo. Se dirige a todos los que han sido o están siendo abandonados, rechazados y juzgados. Es también un modelo para todos aquellos que, habiéndose alejado de la Iglesia hace veinte, treinta o cuarenta años, tienen miedo de ser condenados, y no se atreven a creer en la posibilidad del perdón de Dios. ¿No puede ser también el Buen Ladrón un modelo para los enfermos de sida que mueren en una dramática soledad, abandonados a veces por sus mismas familias, y crucificados a los ojos del mundo? ¡Cuánta esperanza encierran las palabras del Evangelio del Buen Ladrón! Ese Cristo misericordioso presente en su agonía está a nuestro lado cuando estamos también nosotros en la cruz. Tenemos la posibilidad de vivir en primera persona la excepcional historia del Buen Ladrón y de proclamar a través de nuestra muerte la Misericordia de Dios. Por eso existen voces en la Iglesia que se levantan para pedir que el santo Buen Ladrón sea reconocido por la Iglesia junto a San José como patrón de la buena muerte. No creo que podamos dudar de que el Buen Ladrón se ocupa de esta tarea, con solícito amor fraternal, al lado de los agonizantes. Aquellos que cargan con un peso sobre su conciencia, y no se atreven a creer en el perdón y en la misericordia de Dios, no tienen mejor testigo de ello que «este ladrón de paraíso», como lo llamaba cariñosamente Santa Teresa del Niño Jesús. El Buen Ladrón no puede rehusar la gracia de una buena muerte a quien se la pide con fe para él o para otros. Marta Robin decía: Entre la muerte aparente y la muerte real hay siempre un momento en el que Dios ofrece su Misericordia y su perdón divino. Pero el hombre sigue siendo libre... Y Santa Catalina de Siena afirmó que lo que decide la suerte de cada hombre es el último acto de confianza que hace o rehúsa hacer, y que en el último momento de la vida Dios ofrece a cada hombre la gracia de hacer un acto de confianza total en Él. Creo que en el momento de la muerte la gracia opera verdaderos milagros en los corazones de los hombres. Cuando Dios visita a sus hijos en el cuerpo a cuerpo del último combate, en la agonía o incluso entre la muerte clínica y la muerte real, en ese momento que sólo Él conoce, y que es sin duda el secreto de Getsemaní y de la bajada a los infiernos (1 Pe 3, 19-20), pone a la libertad al borde de una beatitud inenarrable.76 ¿No sería ésa la hora del Buen Ladrón, la hora de la esperanza en la infinita Misericordia? ¡En el último momento de nuestra vida pueden ocurrir maravillas! He aquí una cita de un gran teólogo, el cardenal Journet: 58

Pienso que las conversiones milagrosas son muy numerosas, y que a causa de los méritos y oraciones de los santos y de los amigos de Dios, muchos grandes pecadores se han convertido en el último instante de sus vidas... En el último momento, seres que han vivido lejos de Dios podrían llegar a Él sin que nadie lo sepa.77 Recuerdo a un hombre que me confió que oraba al santo Buen Ladrón por un miembro de su familia, que no estaba bautizado y se decía agnóstico. Pues bien, tuvo la inmensa alegría de ver a esta persona en el lecho de su muerte tocada repentinamente por la gracia, pidiendo ella misma el bautismo, y muriendo santamente, como el Buen Ladrón. ¿Se nos ocurre rezar al Buen Ladrón por los moribundos y por aquellos que parecen haber rechazado a Dios y la fe desde hace mucho? ¿No nos faltan fe y esperanza? ¿No sabemos, acaso, que para ser salvados y santificados basta aceptar en el último momento el amor Misericordioso que se nos ofrece, ya que es Dios quien por pura gracia nos salva? Y el amor puede salvar al hombre incluso en el último instante de una mala vida —si en ese instante el hombre ha encontrado la luz del amor—, quizá porque en el fondo creyó siempre que Dios es amor.78 El Buen Ladrón es el santo del último momento en el que Dios es capaz de reparar toda una vida. Hemos de pedirle con fe la gracia de una buena muerte, y no solo de una buena, sino de una santa muerte, y la gracia de las gracias que es entrar de golpe en el paraíso como él. «El fuego del amor santifica más que el del purgatorio», decía Santa Teresa del Niño Jesús. Y añadía: «Quiero, como el Buen Ladrón, comparecer ante Dios con las manos vacías». El Buen Ladrón es el patrón de la buena muerte para los pobres pecadores como nosotros. Quizás simplemente tenga que representar un papel complementario junto a san José, sobre todo para los grandes pecadores, a fin de que no desesperen en el momento de su muerte y tengan la gracia del arrepentimiento.

HACER DE NUESTRA

MUERTE UN HIMNO A LA

MISERICORDIA

La muerte es el término natural de los días de nuestra vida «que se va en humo» (Sal 102), que es «como una sombra que pasa» (Sal 144). La muerte es ineludible y universal. Si «nuestros días son como una sombra que pasa, y nuestra muerte es sin retorno, pues el sello está puesto, y no vuelve nadie» (Sab 2, 5), «nuestro hombre exterior se va en ruinas» (2 Co 4, 16), y «la figura de este mundo se termina» (1 Co 7, 31).79 «De la misma forma que hemos entrado en la vida, saldremos todos de ella» (Sab 7, 6). Nadie conoce la hora de su muerte. El hombre, como la bestia, cuando llega el término vuelve a la tierra. Ése es el lenguaje que oiremos siempre. 59

La muerte sigue siendo un sufrimiento físico, moral, afectivo y espiritual. Ante ella estamos confrontados a las mismas preguntas. Es un drama, un fracaso, una degradación, pero la muerte no es la nada80. Es un dormirse, la espera de un misterio que debemos descifrar, la vuelta de nuestro ser a la santidad de Dios.81 Solamente Cristo tiene la llave de la muerte. Aceptó su propia muerte. Después de la angustia, del sudor y de la sangre fue deliberadamente a su encuentro: «Nadie me quita la vida, yo la doy libremente». Ofreció su muerte, y la vivió intensamente. El que estaba presente en la agonía de su compañero de crucifixión lo está ahora con nosotros en el momento de nuestra cruz. Nunca estamos solos. En el momento de la cruz se nos ofrece la posibilidad de vivir la historia del Buen Ladrón, y de hacer de nuestra propia muerte un himno a la Misericordia divina. Podemos hacer de nuestra muerte, unida a la muerte de Cristo, un don, una ofrenda, un himno de amor y de confianza, una liturgia... Santa Teresita del Niño Jesús decía: «No muero, entro en la Vida». La muerte es una entrada en la Vida, no es el final sino el comienzo de nuestro futuro. Con Cristo hemos pasado de la muerte a la vida, y a la Vida eterna: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la Gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante, sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado (Rom 6, 4-7). «En la muerte podemos ser semejantes a Cristo, conocerle a Él, y por el poder de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, hacernos semejantes con su muerte» (Fil 3, 1). «Estoy crucificado con Cristo, y ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi» (Gal 2, 19-20). Vivir en Cristo, muriendo como Él, como el Buen Ladrón, para morir juntos y vivir así eternamente cara a cara con Él. Porque ahora vemos como en un espejo, como enigma, pero entonces será cara a cara. Ahora conozco de manera parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (1 Cor 13-12). El Buen Ladrón es el santo de los últimos tiempos y de nuestros últimos instantes. ¿No será acaso nuestro mutismo respecto a él una consecuencia de la idea farisaica que nos hacemos de Dios? Y es que el Buen Ladrón se halla en las antípodas de nuestra mentalidad de personas honestas. Revoluciona las estrechas ideas que nos hacemos del misterio de la redención. El hombre exalta la riqueza, el Ladrón encarna la pobreza total. Para testimoniar su infinita misericordia Cristo redentor escoge un «pozo de iniquidad», una «brasa del infierno», como dicen los Padres de la Iglesia. ¡Lo escoge y lo canoniza! Este pobre de todo, que la justicia humana clava en el leño de la infamia y de la maldición, ¡es el escogido por Jesús crucificado como primicia de los elegidos! ¡Sí, la vida es más fuerte que la muerte! «Oh muerte, ¿dónde está tu victoria?» (1 Cor 15-55). 60

El silencio que rodea este caso de santidad priva de un ejemplo de conversión in extremis a miles de hombres, de mujeres y niños que mueren cada día. Es un ejemplo capaz de suscitar en ellos, en la hora en la que caen sobre ellos, y a veces de una manera terrible, las tinieblas de la muerte, la esperanza suprema del Amor que perdona. Hay una multitud de personas que sufren clavadas en cruces implacables, que se debaten dolorosamente en las tinieblas sofocantes de un mundo mecánico, sin corazón. ¡Sus gritos desgarran el universo! ¿Los oímos? Esperan que alguien venga a darles una última razón de esperanza, esperan un modelo que haya sido salvado en medio del sufrimiento, en el que ellos se puedan reconocer. Esperan que alguien venga a decirles: «¿Por qué desesperáis, si yo he tenido esperanza? ¡Nada es imposible para la Misericordia infinita de Dios!» ¡Ojalá no cerremos las puertas de nuestro corazón al grito de Jesús crucificado que llama a la humanidad entera a venir a beber en la fuente inagotable que brota de su Corazón!82 ¡Oh, locura de la Sabiduría increada que se goza en hacer estallar su poder salvando al hombre de las situaciones más desesperadas! ¿Cómo no sumergirse en la meditación de este misterioso designo de la Misericordia? ¿No es allí, más que en ningún otro lugar, en donde podemos volver a encontrar un alma de niño y un corazón de pobre, en donde podemos encontrar, en una palabra, la sal del Evangelio? El episodio evangélico del Buen Ladrón nos ofrece un cambio total de nuestra jerarquía de valores. Dios no tiene ninguna necesidad de nuestros títulos de gloria, quiere nuestras manos vacías. ¡Y todo esto se cumple en el momento supremo de la Pascua de Cristo, acercándonos y aceptando al Salvador crucificado, que es la verdadera encarnación del misterio de la Misericordia! Es sumamente urgente que prestemos atención a este último testigo de la Misericordia de Jesucristo crucificado. Esta Misericordia se ha manifestado a través de Él el Vienes Santo, y seguirá manifestándose todavía en los que se abren a ella, habitados por la esperanza invencible de Quien se dejó crucificar por amor. Cada una de las palabras de Jesucristo, el Verbo de Dios, tienen un peso de eternidad. Las palabras de Jesús al Buen Ladrón han sido pronunciadas para nuestra salvación, y Cristo las confirmó con una promesa solemne. «En verdad», para que su Misericordia hacia los pecadores arrepentidos sea manifestada al mundo entero. ¿No menospreciaríamos la Palabra de Dios dejando en la sombra el inmenso poder de este gran hecho evangélico? Si el Buen Ladrón no hubiese recibido una misión precisa para la Iglesia y para el mundo, si su ejemplo de verdadera penitencia y de arrepentimiento no fuera para todos, ¿lo hubiese relatado el evangelista? Podemos glorificar a Dios por nuestra muerte como lo hizo el Buen Ladrón. Ese momento de nuestra muerte puede también llegar a ser el supremo momento de nuestro apostolado83, ya que ... en efecto, ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco nadie muere por sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos por el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor (Rom 4, 7-8). Con el Buen Ladrón podemos cantar: «¡No he de morir, viviré para cantar las hazañas del Señor!» (Sal 118). 61

Podemos terminar leyendo estas palabras del libro de Romano Guardini Sobre el fin último: La muerte es el último acto de la vida humana, pero de toda vuestra vida este último acto es el más esencial. Este final banal de toda vida humana determina todo lo que le ha precedido. Como afirma el proverbio: «Todo está bien cuando termina bien». En sentido general quiere decir que si el final termina bien, aunque de milagro, el todo se encuentra justificado. En un sentido profundo quiere decir que si el final concluye bien es en virtud del dinamismo profundo del conjunto, que si un final es recto, el todo es perfecto porque recibe del conjunto su valor definitivo. Solamente las últimas notas de una melodía le confieren su significación total, solamente el final de un drama pone a la luz la personalidad del héroe. Así es también como la muerte conduce la vida del hombre a su término. Pp P ERDER TODO ES GANAR TODO Es en su muerte cuando Jesús bajó a los infiernos, y es en esa misma muerte cuando es glorificado. Es allí donde se encuentra con los hombres en sus muertes y les concede morir con Él, llevándoles hacia el Padre. Para poderse encontrar con Él en su resurrección, y resucitar con Él, antes hay que poder morir también con Él. La muerte es para todo hombre una etapa decisiva de su realización. ¿Qué ocurre en la muerte? La tradición católica habla de un juicio particular que Jesucristo realiza en el momento de la muerte. Conviene corregir la noción de justicia divina tal como es percibida por muchos espíritus. Dios ejerce la justicia no castigando sino comunicando su justicia, es decir su santidad, a quien se abre a ella. Hay que decirlo: la justicia divina se ejerce en todo hombre que acoge la justicia que está en Cristo (Rom 3, 23-26), resucitado para nuestra justificación (Rom 4, 25). Tranquilícese el corazón que teme a la muerte. En el momento de la muerte, Cristo viene al encuentro de todo hombre con una presencia de llamada. Jesús lo prometió: «El que odia su vida (el que acepta morir abandonándose) la conservará» y «donde esté yo, allí estará también mi servidor» (Jn 12, 25). San Ignacio de Antioquia aspiraba a una muerte que le iba a sumergir en Cristo. La muerte es el encuentro con Cristo. Los primeros cristianos se preguntaban por el destino de los hombres anteriores a Cristo; pero la mayoría de los hombres de hoy siguen siendo hombres anteriores a Jesucristo, porque no lo conocen. El Evangelio no les toca, no se encuentran con Cristo en sus vidas, y por esta razón no pueden tener fe en Él. Sin embargo, Jesús no hubiera muerto por todos si no se hubiese ofrecido por todos, para que pudiesen unirse a Él en Su muerte redentora. Ya que Jesús vino para salvar a los pecadores (Lc 5, 32), el hombre debe en el momento de la muerte entregarse a las manos del Padre y abandonarse a la inmensidad de su amor que Él le ofrece. La muerte es cristiana cuando es una pérdida total, y cuando es aceptada. Pero perder todo es ganar todo, ya que es imposible dar todo sin recibir todo. Morir de amor es la suprema bienaventuranza, la suprema felicidad. FRANÇOIS XAVIER DURRWELL 62

Cristo el hombre y la muerte

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Capítulo 5 UN MODELO DE VERDADERA SANTIDAD

«Todos estamos llamados a la santidad», como nos recuerda el Concilio Vaticano II.84 Esta afirmación resulta incomprensible para los que tienen una concepción errónea de la santidad. La santidad no es el producto de nuestras buenas disposiciones, ni de nuestra generosidad natural, o de nuestras pretendidas virtudes. Pensar que podemos santificarnos a nosotros mismos por medio de grandes acciones, aunque estas sean apostólicas, y atribuirnos a nosotros su mérito, es simplemente una muestra de orgullo. Una afirmación fundamental de la fe cristiana enseñada particularmente por San Pablo, y que no deberíamos olvidar nunca, es que en el orden sobrenatural no podemos absolutamente nada por nosotros mismos. Ni nuestras técnicas, ni nuestros esfuerzos o métodos, nos sirven. Todo es obra del «don» de la gracia de Dios, que únicamente podemos recibir de Él como mendigos.85 En el siglo IV, San Agustín aportó esta idea al Concilio de Cartago en su controversia contra de la herejía de Pelagio, quien sostenía que por nosotros mismos, y sin la ayuda de la gracia, éramos capaces de hacer algo en orden a nuestra salvación. Eso es pelagianismo, y lo es también el creer, aunque lo sea la mayor parte de las veces inconscientemente, que por nuestros esfuerzos podemos llegar a la santidad. El cardenal Daneels afirmaba hablando del semipelagianismo: Todo esto es totalmente anticristiano y antievangélico. Y el verdadero drama de la Iglesia de hoy es la negación del dogma de la necesidad absoluta de la gracia. Nos haría falta un nuevo san Agustín ligeramente retocado. Él es quien en los primeros tiempos de la Iglesia la salvó de la gran tentación de negar prácticamente la afirmación de Jesús: «Sin mí no podéis hacer nada».86 A veces se confunde la santidad con la perfección exterior y con la virtud natural. Decía Bossuet, hablando de las monjas jansenistas de Port Royal, que daban una imagen de fortaleza y de heroísmo en las virtudes: «Sí, son virtuosas como ángeles, pero orgullosas como demonios.» La verdadera santidad no se identifica necesariamente con la virtud. Dios no quiere justos que se justifiquen solos. La santidad no es tampoco la perfección moral. Puede uno tener una relativa perfección simplemente humana por el hecho de una buena herencia genética, por una cierta fuerza de carácter, o por una buena educación familiar, y al mismo tiempo estar muy lejos de la santidad. 65

Santa Isabel de la Trinidad decía: Me parece que el alma más culpable es la que tiene más razones para esperar, y este acto que hace para olvidarse y echarse en brazos de Dios le glorifica y le alegra más que todos los exámenes de conciencia y vueltas sobre sí misma que la hacen continuar atada a sus enfermedades. Y el teólogo Hans Urs von Balthasar comentaba: No es el mirar nuestra miseria lo que nos alcanza la purificación, sino el mirar a Aquel que es la total pureza y santidad. La presencia del Redentor, y por Él de la redención y purificación del alma, pide únicamente una simple mirada hacia Él. Por este acto de olvido de sí misma, el alma recibe el perdón de sus pecados. Este acto le hace reconocer al mismo tiempo su falta y la gracia divina.87 Muchas veces tenemos la tendencia a creer que podemos adquirir la santidad por nuestros propios méritos o por nuestras obras, y olvidar la todopoderosa acción de la gracia. En realidad, es Dios quien nos hace santos. La santidad no es otra cosa sino acoger libremente el amor gratuito ofrecido por Cristo, que nos recrea y que puede transformarnos en un instante, haciendo de nosotros personas capaces de amar y de entregar nuestra vida como Él. Esta transformación se realizó en el Buen Ladrón de modo extraordinariamente rápido. Para otros en cambio requerirá más tiempo. Pero los obreros de la última hora reciben lo mismo que los de la primera, aunque a los de la primera hora les irrite tanto. Santa Teresa del Niño Jesús lo entendió muy bien. No tenemos más que releer su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso del 9 de junio de 1895, o esta declaración de los Novissima Verba: «¡Yo no tengo obras!... Pues bien, Él me dará según Sus obras».88 Hay una estrecha relación entre la miseria y la misericordia. Si la santidad es morir a uno mismo, la experiencia de nuestra debilidad y su aceptación amorosa son seguramente, y de modo radical, la mejor manera de conducirnos a la muerte de nuestro yo. Ésta es la enseñanza que nos regala el Buen Ladrón. Él no tiene nada más que su pobreza y que la aceptación de su miseria, el reconocimiento de su condición de pecador, renunciando totalmente a la búsqueda de su propia grandeza. Como afirmaba F. X. Durrwell: Los santos han sentido por instinto la proximidad que hay entre la debilidad de su pecado y el poder santificador de Dios. «¡Oh mi Dios! Soy feliz de sentirme débil e imperfecta, y mi corazón queda lleno de gozo», decía Santa Teresa del Niño Jesús.89 Hay que decirlo claramente: quien redujera el cristianismo a una buena moral lo vaciaría de todo su verdadero significado. El cardenal Daniélou afirmaba hace ya varios años: Realmente Buda da buenos consejos. Se dice que el cristianismo se sintetiza en el amor al prójimo. Pero no se ha tenido que esperar al cristianismo para amar al prójimo. Sería un fariseísmo pretender tener el monopolio del amor al prójimo, porque también hay 66

amor al prójimo en el budismo y en todas las religiones. En consecuencia, no es eso lo que constituye el cristianismo. Al contrario, lo que lo constituye al cristianismo es reconocer que no amamos a nuestro prójimo, y que como no le amamos necesitamos ser liberados del mal. Esto es la salvación cristiana, la salvación dada por Cristo. La redención es el hecho de que necesitamos ser salvados del mal porque sabemos por experiencia que somos incapaces personalmente de vencer el mal, de vencerlo en nosotros y de vencerlo en los demás. Quiero decir, que la fe es lo esencial del cristianismo.90 El Buen Ladrón es también una respuesta a todos los errores de la New Age, como pretensión de perfeccionarnos a nosotros mismos por nuestras propias fuerzas interiores, y a la tentación que insidia al hombre desde el principio, recogida en el libro del Génesis, y que no es otra sino la de querer llegar a ser Dios por nuestro propio poder.91 El Buen Ladrón nos propone la vuelta a la santidad evangélica y abre su puerta a los más pobres, a los más débiles, y a los más heridos. LA

EPIFANÍA DE LA

MISERICORDIA

El mensaje lleno de luz divina que emerge del episodio del Buen Ladrón es que la Misericordia de Dios, si uno cree en ella y la dejar actuar, no tiene medida, es absolutamente gratuita y de una eficacia omnipotente. Se ofrece a todos sin excluir a nadie, y a los mayores pecadores con prioridad. Se ofrece sin tardar, esperando solamente, ¡oh divina impaciencia de un Dios de infinita paciencia!, que se le permita derramarse. Para quien cree en ella, hace nacer una esperanza sin límites, una audacia extraordinaria, capaz de soportar con paciencia y fortaleza los mayores sufrimientos. Toda la revelación cristiana no es más que este mensaje, que es el corazón del Evangelio: ¡Dios es Amor! Y como todos los hombres están perdidos y son pecadores, el Amor divino es ternura y misericordia para con todos y cada uno de nosotros. Hemos dejado caer en el olvido al que Cristo canonizó durante el sacrificio de la Cruz el Viernes Santo. ¿No será esto una afrenta hecha a su Misericordia? ¿Podríamos oponer nuestra pobre visión humana de las cosas al consejo de la Sabiduría de Dios? Aquel que Cristo no desdeñó como compañero de eternidad, ¿podría ser acaso indigno de nuestra veneración? EL BUEN LADRÓN,

UN EJEMPLO ACTUAL

El Papa Juan Pablo II enseñó: Reconocer el propio pecado, es más —yendo aún más a fondo en la consideración de la propia personalidad—, reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el principio indispensable para volver a Dios. Es la experiencia ejemplar de David, quien «tras haber cometido el mal a los ojos del Señor», al ser reprendido por el profeta Natán, exclama: «Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces [...]. En la condición concreta del hombre 67

pecador, [...] no puede existir conversión sin el reconocimiento del propio pecado.92 El Buen Ladrón reconoce que es pecador. Ve en su crucifixión un castigo merecido, con razón, por sus crímenes. ¡Qué humildad! Dice: «Es justicia para nosotros». No intenta justificarse. No dice: «Comprendan que con mis heridas es normal haber hecho lo que he hecho». También podría haber dicho: «Aunque soy ladrón no he hecho otra cosa que seguir mi conciencia. ¿Por qué me vais a reprochar la vida que he llevado?» No echó la culpa a la sociedad, ni a los que le rodeaban. No, el Buen Ladrón no razonó así. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, confesó simplemente que era pecador. Al ver a Jesús crucificado entiende su culpabilidad, se persuade de la inocencia de Jesús, que es la total debilidad del amor. El Buen Ladrón es santo, porque al renunciar sin más a justificarse, sus pecados le son perdonados. Dios hace justicia haciendo Misericordia. Aquí está la gran revelación. A quien confiesa su pecado y abre su corazón a Jesús salvador, Dios le justifica. Cuando San Pablo utiliza la palabra «justicia» no es para evocar un castigo, sino la justicia de Dios con la cual hace al hombre justo. Es el mismo Apóstol que explica así su concepción de la «justicia de Dios»: Mas, cuando se manifestó la bondad de Dios en nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros sino según su misericordia por medio del baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo (Tt 3, 4-5). Decir que «la justicia de Dios se ha manifestado», equivale a decir que la bondad de Dios, su amor, su misericordia, se han manifestado. Dios es siempre el que ama y justifica primero. El hombre debe ser siempre el que cree, el que se deja justificar gratuitamente por Dios. El Buen Ladrón tuvo esperanza, esperó solamente su gracia. Quien no tenía nada de valor que presentar al Salvador, no podía más que esperar todo de la cruz de Jesús. El pequeño camino de la pobreza espiritual del Buen Ladrón debe hacer de nosotros esos mendigos que, no teniendo nada, lo esperan todo de la pura generosidad de Cristo Redentor, ¡nuestra única esperanza! Un Padre del siglo IV escribía estas palabras extraordinariamente actuales: Cada hombre empieza a vivir en el momento en el que Cristo se inmoló por él. Pero Cristo se inmola por él en el momento mismo en el que reconoce la gracia y se hace consciente de la vida que esta inmolación le da. Al igual que lo fue para el Buen Ladrón, ese momento, si lo queremos, puede ser ahora. También nosotros después de una confesión podemos volver a casa justificados como el publicano del templo (cfr. Lc 18, 14). Le bastó reconocer sus pecados diciendo con toda sinceridad: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador. La primera etapa de la obra del Espíritu Santo en el corazón de un hombre consiste en convencerle de que es un pecador que necesita un Salvador, para que crea en la salvación por Jesús crucificado y resucitado (cfr. Jn 16, 8): «Y cuando venga dejara convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena...» Si no fuésemos pecadores no necesitaríamos ser salvados. Jesús no hubiese tenido que morir por nosotros. Confesar nuestro pecado nos pone en el camino de la salvación. Como 68

hizo el santo Buen Ladrón, es necesario confesar: «Él no ha hecho el mal». Así, reconociendo cada vez mejor la santidad de Dios, reconoceremos mejor la profundidad del pecado que está en nosotros. El Buen Ladrón, gracias a una luz que solamente podía venir del Espíritu Santo, reconoció en su fuero interno que la muerte de Cristo era para él, el pecador. Así fue como quedó invadido por la esperanza y creyó en la salvación por medio de la cruz. El Buen Ladrón realizó la experiencia de la «justificación». Creyó que Jesucristo, el inocente que moría en la cruz, moría para él en esa cruz, sufriendo en su cuerpo el castigo debido por sus crímenes.93 LA

ORACIÓN DEL

BUEN LADRÓN

El Buen Ladrón no solamente creyó en la muerte salvadora de Jesús, sino que se dirigió a Él con una sincera oración: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a inaugurar tu reino» (Lc 23, 42). Esta oración tiene un eco en la Carta de San Pablo a los Romanos, donde leemos: «Quien invoque el nombre del Señor será salvado» (Rom 10, 13). Habiendo confesado su pecado, e invocado a Cristo, fue salvado, transformado, y santificado. La humildad del Buen Ladrón nos conmueve. Le dice a Jesús: «Acuérdate de mí». El Buen Ladrón debía pensar seguramente que un pecador, un hombre miserable e indigno como él no podía pretender la salvación. Pero la esperanza en la Misericordia le inundó. Si Jesús quisiera acordarse de él, ¡todo sería posible! Pronunció esta oración, que no era perfecta, pero que venía de un corazón de niño. La respuesta de Jesús fue clarísima. El Buen Ladrón fue escuchado y colmado con la mayor medida posible. «Amén, en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Cuando San Lucas utiliza la palabra «hoy» lo hace con una intención determinada: anunciar la novedad de la llegada de Jesús como Salvador (cfr. Lc 2, 11; 4, 21; 19, 5-9). Con el Buen Ladrón, sin embargo, Jesús añade «conmigo», revelándole así su condición de discípulo. LA

CRUZ, FUENTE DE SALVACIÓN

El Buen Ladrón nos enseña lo que puede hacer la cruz de Cristo, esta locura y sabiduría de Dios. Al contemplar al Buen Ladrón ¿cómo podríamos desesperar y temer? Si nos reconocemos pecadores, necesitados de la salvación, toda nuestra vida de cristianos, que por la fe se dirige a Jesucristo crucificado, se trasformará en un perpetuo Magníficat, en un canto de agradecimiento, de reconocimiento y de esperanza. Si un hombre se reconoce pecador, confiesa su pecado y pide perdón desde el fondo de su corazón, aunque haya cometido las peores bajezas, puede ser trasformado en un santo como lo fue el Buen Ladrón, ya que el peor de los crímenes es nada ante la infinita santidad de Cristo Redentor. El peor de los criminales que confía sus pecados a la Misericordia de Dios, y se entrega completamente a su Amor Misericordioso, puede llegar a ser santo.

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EL SALVADOR DE LOS PECADORES El Evangelio es la Buena Noticia de la Misericordia para los pobres y los pecadores que se reconocen como tales. En el Evangelio de Lucas Jesús es, hasta su muerte, el Salvador de los pecadores. Todo lo que en sus parábolas ha dicho sobre los que están perdidos, y sobre los que por causa de otros se hallan perdidos, o la acogida llena de Misericordia que tiene con Zaqueo, todo esto está ratificado, por así decirlo, por la promesa de salvación hecha al Buen Ladrón en su última hora. ¡Qué esperanza tan grande nos da el pensar que el Buen Ladrón ha sido justificado de golpe por el mismo Jesús! El Buen Ladrón arrepentido llega a ser realmente santo y estará con Jesús en el Paraíso. San Pablo dice: «Yo quisiera estar con Cristo» (Flp 1, 23). ¡Pues el Buen Ladrón llegó allí antes que San Pablo! Es por excelencia el santo de la Misericordia infinita y un modelo para nosotros, pobres pecadores. BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN CONCIENCIA DE SER PECADO

Nuestro mundo moderno no quiere oír hablar del pecado.94 Algunos cristianos dicen que todo esto es demasiado negativo y que siendo el Evangelio una Buena Noticia, no hemos de hablar del pecado. Arnold Ulein, en su trabajo magistral La actualidad de la función profética, contesta a este argumento con toda claridad. Es evidente y totalmente exacto definir que el papel del predicador de la fe y del Evangelio consiste en proclamar la Buena Noticia. Pero la cuestión aquí es realmente la siguiente: ¿Se hallan los hombres a quienes se habla en búsqueda de una buena nueva? ¿Existen personas interesadas en este negocio? Porque si la Buena Nueva no llega a su destino, es simplemente porque no hay nadie que quiera ser liberado de su miserable situación. La oferta existe, pero no hay demanda. Y a falta de interesados nadie encuentra la gracia: sólo quien se da cuenta que vive en un estado de servidumbre puede ser desatado y liberado. Sólo quien es consciente de su necesidad de perdón puede querer aceptar, con un sentimiento de alivio, y con agradecimiento, la reconciliación que se le ofrece. Pero no hay mucha gente que desee la remisión de sus faltas. Y hay una buena razón para ello: que no quieren en absoluto reconocerlas.95 Reconocer sinceramente y sin rodeos que uno ha pecado es la única condición exigida para obtener el perdón de Dios. Como dice el Libro de los Proverbios: «Quien esconde sus faltas no llegará lejos, quien renuncia a ellas obtendrá misericordia» (Prov 28, 13). El salmo 32 es todavía más claro: Mientras callé se consumían mis huesos rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco como en los calores del verano. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito, propuse «confesaré al Señor mi culpa» y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Al reconocer su propia culpabilidad y la justicia de Dios, el pecador deja de lamentarse en contra de su suerte, da gloria a Dios, y se confía a su Misericordia como lo hizo el 70

Buen Ladrón. LA

SANTIDAD DEL

BUEN LADRÓN

El Buen Ladrón nos presenta un modelo de santidad real, auténtica y universal. Pero hay dos preguntas que se nos presentan: 1. ¿Qué hizo el Buen Ladrón para llegar a ser santo en tan poco tiempo? Todo empezó por dos miradas que se cruzaron. La mirada compasiva de Jesús, que en un primer momento suscita en el corazón del Ladrón respeto y simpatía, y al filo de los interminables momentos de sufrimiento, una real e íntima amistad, y una unión que le va a hacer pasar en un instante todas las etapas de la reconciliación penitencial: el reconocimiento y la confesión de sus faltas, la fe en la Misericordia de Dios, la contrición, la reparación, la petición de consejo, la acogida del perdón de Cristo, y por último el testimonio del amor de Jesús que se ha experimentado, y el compartirlo con los demás. 2. ¿Por qué canoniza Jesús a este hombre que hasta ese momento no había cometido más que malas acciones en lugar de ser un hombre justo, honesto, con un pasado lleno de buenas acciones y méritos? Debemos maravillarnos ante la extraordinaria psicología de Jesús y la exquisita delicadeza de su Corazón. Imaginemos por un instante lo que hubiera ocurrido si hubiese escogido y canonizado a un hombre de bien, víctima como Él de una injusta acusación religiosa y política. Naturalmente hubiéramos explicado esa canonización por la santidad y las obras de ese justo. No hubiéramos tenido esta página luminosa y consoladora en la que con un brillo sin igual Cristo revela la insondable Misericordia de Dios. Hubiéramos ignorado que Dios escoge la debilidad para confundir al poder y hubiéramos seguido pesando con nuestras balanzas la inconmensurable grandeza de la gracia. En el Antiguo Testamento el libro del Levítico nos habla del mandamiento de Dios: «Seréis santos porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo». Pero ¿cómo responder a esto? Poniendo en práctica los dos polos, las dos dimensiones, las dos joyas de este mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con todo tu corazón, y con todo tu espíritu» (Dt 6, 5), y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 19, 16). A su vez, Jesús nos recuerda esta exigencia que se nos había olvidado, dejando a una élite espiritual la tarea de responder a ella, contentándonos mientras con ser como somos. Éste es el mensaje que nos ofrece el Buen Ladrón: el amor no se impone, no puede haber amor sin libertad. Porque somos libres podemos acoger el don que Dios nos hace de sí mismo, pero también, igualmente, rechazarlo. El otro ladrón, como testimonian los evangelios, estando en la misma situación y teniendo la misma libertad, no supo acoger igual la gracia que le era ofrecida. El Buen Ladrón muestra exactamente los diferentes papeles que intervienen en la obra de la santidad. Cristo es el primer actor. Su amor libremente aceptado nos transforma y nos recrea. Los méritos vienen después, con el tiempo que nos es dado, porque cuando uno ama se conforma a la voluntad del amado. 71

Para terminar, el Buen Ladrón nos hace entender que la santidad, precisamente porque es amor, puede economizar el tiempo, pues «el amor —como nos dice Santa Teresa de Lisieux— no necesita tiempo para hacer su obra en un alma». Es la adorable pedagogía de Jesús, que en su ternura escoge a un ladrón con un particular pasado terrible para enseñarnos que es su amor el que lo hace todo, desde el momento en que en un acto de fe nos abandonamos a Él como somos, y en el punto exacto en que nos encontramos. ¡Es simple! Todo descansa en el total abandono de nuestra persona, en nuestra entrega confiada al Amor Misericordioso de Cristo que nos invita a tomar el camino «exprés» abierto por su compañero de crucifixión. LAS VIRTUDES TEOLOGALES La gracia de la justificación, que Cristo por su pasión en la cruz otorgó al Buen Ladrón, le dio las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. 1. La fe heroica del Buen Ladrón La fe del Buen Ladrón como respuesta al amor de Dios nació de su encuentro con Jesús, que le marcó interiormente para que fuese su testigo. Los Padres de la Iglesia calificaron de heroica la fe del compañero de crucifixión de Jesús. San Juan Crisóstomo resume muy bien la opinión común de los Padres al afirmar que su fe ha sido más grande que la de los patriarcas, que la de los profetas, que la de Abrahán y Moisés, y que la de Isaías, Ezequiel y otros. Pues confesó a Cristo estando clavado en la cruz, contemplándolo en su ignominia, mientras todos ellos, con los apóstoles y los mártires, creyeron en él y le siguieron porque le vieron en los momentos de su gloria y mientras veían sus milagros. Todos los Padres de la Iglesia se maravillaron de ver al Buen Ladrón confesar públicamente su fe en Cristo y seguirle, a pesar de todo lo que hubiera debido disuadirle: en primer lugar, el rechazo con que se encontró, tanto por parte de las autoridades eclesiásticas y políticas, como por su pueblo; en segundo lugar, la incredulidad general consecuencia del aparente fracaso de su misión; y finalmente, su ignominiosa muerte sobre la cruz. Gracias al Evangelio de Lucas, el Ladrón sigue proclamando su fe ante todas las naciones de la tierra, hasta la consumación de los siglos. Su fe ha sido una gracia, un don de Dios, una virtud sobrenatural, pero también un acto de su inteligencia y de su voluntad que cooperaban con la gracia divina. El Buen Ladrón se unió personalmente, por una adhesión libre, a la verdad que Dios le revelaba. Abandonado por todos, despreciado, dejado de lado, y condenado a una muerte infame, entregó toda su fe a Cristo, puso en Él toda su confianza, y creyó en su promesa. Finalmente, concluyó su acto de fe con una oración. 2. Su esperanza El Buen Ladrón descansó únicamente en Cristo. Ancla del alma (cfr. Heb 6, 19), protección en el combate (cfr. 1 Tes 5, 8), motivo de gozo hasta y sobre todo en las pruebas (cfr. Rom 12, 12), la esperanza no le habrá 72

defraudado (cfr. Rom 5, 5). Por la esperanza, virtud teologal que nace y termina en Dios, el Buen Ladrón, después de haber oído la promesa de Jesús, habrá liberado su corazón de todas las cosas. Ya que no esperaba nada de lo que el mundo hubiera podido darle, vivió solamente en espera confiada de la visión beatífica, y en el deseo de participar en el Reino anunciado por Jesús. Durante las largas horas de su agonía se encontraba tan desprovisto de todo apoyo humano que solamente podía mirar hacia Aquel que por su lado había anteriormente anunciado: «Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 20-33). El Buen Ladrón «esperó contra de toda esperanza» (Rom 4, 18) que se uniría con Jesús después de su muerte. Dios derramó en su corazón el Espíritu Santo, la gracia que le permitía esperar la vuelta de Cristo, quien «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado por todos los que hayan creído» (2 Tes 1, 10). Por eso, hay que proclamar con San Ambrosio: Nadie hay que pueda considerarse excluido de la piedad de Dios, ya que el ladrón fue recibido. 3. La caridad La fe obra por la caridad, que es el alma de la santidad y del apostolado, y sin la cual no hay perfección. La virtud teologal de la caridad, fruto del Espíritu Santo, es la reina de las virtudes. Podemos aplicar al Buen Ladrón este punto del Catecismo de la Iglesia Católica: «El que cree en Cristo es hijo de Dios. Esta adopción filial le trasforma. En la unión con su Salvador el discípulo llega a la perfección de la caridad, la santidad» (CIC, n.º 1709). Podemos ver la insistencia de los Padres y Doctores de la Iglesia en dar al Buen Ladrón el título de mártir. Primero, por el testimonio que rindió a la Verdad en un momento en que parecía casi completamente abandonada por todos (casi más que ahora). Segundo, por haber sido bautizado en su propia sangre y en su muerte, padeciendo con espíritu de fe y de caridad. Este testimonio y este sufrimiento, vividos en la fe, le condujeron inmediatamente después de su muerte, como había anunciado Jesús, a la Bienaventuranza eterna. LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO Y LAS VIRTUDES MORALES El Buen Ladrón pudo vivir realmente las virtudes teologales gracias a los dones del Espíritu Santo, entre los cuales se hayan los dones del temor de Dios y de la fortaleza; y gracias también a unas virtudes morales, en particular la justicia y la humildad. El temor El Buen Ladrón en la cruz reprendía a su compañero diciéndole: «¿Es que no tienes temor de Dios, tú que sufres el mismo castigo?». No se trata aquí del temor servil que puede tener el esclavo ante su amo. Desde el punto de vista bíblico la expresión «temor de Dios» significa el profundo respeto que el hombre ha de tener hacia el misterio de Dios y hacia todo lo que evoca su Nombre. 73

El asombro precede muchas veces al temor. El Buen Ladrón, como contemplamos en el relato de Lucas, se llena de asombro ante el comportamiento de Jesús, ante el perdón que suplica a su Padre para sus acusadores, para sus jueces y sus verdugos, y para el gentío que lo insulta y lo abuchea. Ante la presencia de Jesús se siente invadido por el sentimiento de su incomparable santidad. Por eso pide a su compañero que guarde cordura y sensatez como señal de respeto hacia Dios, cuya presencia presiente en este «justo» que sufre y que agoniza tan cerca de ellos, que son o fueron malhechores. Al mismo tiempo, este reproche es como una búsqueda de una mayor proximidad con Dios: «Para nosotros es justicia, pagamos por nuestros actos, pero él no ha hecho nada malo» (Lc 23, 43). El Buen Ladrón tuvo la honestidad de no confundir su situación con la de Jesús. Ellos son culpables, Él es inocente. Ellos sabían muy bien lo que arriesgaban y el castigo al que se exponían con los crímenes y los robos que cometían, pero Él no merecía de ninguna manera ser puesto a su misma altura. La fortaleza Este comportamiento exigía también el don de fortaleza. El Buen Ladrón no tenía nada con lo que poder justificarse, y sin embargo Jesús lo ungió con su Espíritu revistiéndole de la fuerza de lo alto para que fuera su testigo. Dio prueba de fortaleza no cediendo ni a la violencia ni a la cobardía, que es otra forma de violencia, y que son, una y otra, dos actitudes exactamente contrarias a la fortaleza. El valor del Buen Ladrón rayaba en la audacia, y ha puesto de manifiesto que la santidad nada tiene que ver con el temperamento. Las autoridades religiosas que habían reclamado y obtenido la condena de Jesús le llenaban de injurias y con ironía le animaban a bajarse de la cruz, para que, como ellos decían, pudiesen «creer». Es ante estos altivos y malvados personajes ante quienes el ladrón se lanza a asumir y a realizar la defensa de Jesús y a proclamar su inocencia. La fuerza del Espíritu le ha hecho capaz de vencer el miedo, de enfrentarse a la radical oposición contra Jesús y a la opinión general que prevaleció aquel día. Se halló dispuesto a renunciar y a sacrificarse para defender la justa causa de Cristo. En fin, el don del Espíritu Santo, y especialmente el de fortaleza le hicieron compasivo. Ejemplo de humildad Expresar la verdad sobre uno mismo, lo que uno de verdad es, reconociendo sus faltas en público, requiere una gran humildad. El Buen Ladrón cumplió las condiciones para entrar en el Reino: se humilló (Mt 23, 2); llegó a hacerse pequeño «como un niño» (Mt 18, 3-4). Porque era humilde pudo dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37) y desde su cruz sigue mostrando a Cristo a los pobres. Porque se humilló, él también ha sido elevado (Lc 18, 9-14). Recibió el don de la humildad, que es el fundamento mismo de la oración, la gracia de una relación de alianza, establecida por Dios en el fondo de nuestro corazón. La humilde confianza le puso en comunión con Dios, con Cristo y con los demás. 74

CANONIZADO POR JESÚS El 16 de noviembre de 1988 el Papa Juan Pablo II no dudó en emplear a propósito del Buen Ladrón el término de santo, y la expresión «la primera canonización de la historia». Jesús promete al bandido arrepentido y convertido el paraíso para este mismo día. Se trata de un perdón integral: el que había cometido crímenes y robos —pecados— llega a ser santo en el último momento de su vida. Se diría que en este texto de Lucas está registrada la primera canonización de la historia, realizada por Jesús. Y el Santo Padre subrayaba la importancia que daba a estas afirmaciones diciendo en el principio de su alocución: Todo lo que Jesús enseñaba y hacía durante su vida mortal llega a la cima de la verdad y de la santidad sobre la Cruz. Las palabras que Jesús pronuncia entonces constituyen su supremo y definitivo mensaje.96 La palabra de Jesús: «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43) es una afirmación solemne («en verdad»), es como una palabra pronunciada ex cathedra desde su pulpito de Mesías crucificado, jefe de la Iglesia entera que va a nacer de su costado abierto.97 En su libro Dismas, el Buen Ladrón, el Padre Bessière se interrogaba con razón: No puede ser que Dios, en el momento más solemne del mundo, que es el de la Pasión, haya exaltado en vano esta gran figura, colocando al ladrón penitente y apóstol a la derecha de Cristo en la cima del Calvario, e introduciéndole el primero en el cielo, sobre los pasos del Redentor, la noche del Viernes Santo. No son necesarias muchas reflexiones para reconocer en esto un gran designio de la Providencia.98 En su Carta al Buen Ladrón, primer cliente del paraíso, el cardenal Etchegaray escribía el 19 de marzo de 1978: ¿Quién podría inventar semejantes palabras, más allá de todo lo que nosotros pudiéramos esperar, y pronunciarlas en tono solemne y amistoso con esa segura tranquilidad? Esta palabra nos prohíbe desesperar de nadie... la palabra de Dios es siempre creadora y eficaz. El amor de Dios trastoca las etapas que creemos deber prepararle. En un instante puede hacernos franquear el abismo, y así hace todavía más maravillosa la Redención que la Creación. Aquel que asistió al sacrificio de Cristo en la cruz, siendo asociado a su sufrimiento redentor y recibiendo de su boca la promesa del Reino eterno, merece que su ejemplo sea puesto a plena luz para proclamar y celebrar la gloria de Dios, y exaltar su Misericordia. Que su ejemplo de santidad pueda ser acogido hoy como lo fue en otros tiempos en Occidente, y como continúa siéndolo todavía en Oriente. El Buen Ladrón, junto con santa Teresa del Niño Jesús, podría llegar a ser el «santo 75

del tercer milenio», el icono del Amor Misericordioso de Dios que preparará el nuevo Pentecostés de amor que esperamos. Todos estamos llamados a la santidad, pero esta magnífica afirmación del Concilio Vaticano II corre fuertemente el riesgo de caer en el olvido, si en la enseñanza y en la pastoral de la Iglesia no se toma suficientemente en consideración el testimonio del único santo que el mismo Cristo, en persona, quiso canonizar para cumplir el gran designio de la Misericordia. Su Amor Misericordioso, acogido libremente, es quien nos transforma y nos recrea. El don de Dios es totalmente gratuito e inmerecido. El Buen Ladrón nos vuelve a llevar a la cruz, al Calvario, y nos vuelve a decir que es verdaderamente «por Él, con Él y en Él» como llegamos a la santidad. ¡Bienaventurado ladrón, santo Buen Ladrón!, aquel que correspondiendo a la gracia ha ofrecido a su Señor y Salvador la ocasión de añadir a su testamento una página en la que hacer estallar su Misericordia infinita, y que a lo largo de los siglos ha atraído hacia ella un cortejo innumerable de convertidos, iluminando tantas agonías, reconfortando tantos corazones desesperados o rotos, que ha arrancado al abismo tantos pobres miserables, y que ha suscitado tantísimos santos99. Es un modelo de santidad ofrecido a todos. Hemos entrado en el tiempo de la gran Misericordia. Estas gracias que parecían reservadas a las «almas grandes» van a ser derramadas sobre las más pequeñas. Tendremos entre los santos a niños débiles, y a corazones vulnerables y heridos. La Iglesia, en su misterio, vivirá quizás una agonía y una crucifixión, pero el nuevo Pentecostés de amor estallará a través de la pequeñez y de la pobreza. Para nuestros hermanos de Oriente, los grandes maestros de la oración en el Evangelio son el Buen Ladrón y el Publicano. El Buen Ladrón, porque Jesús accedió a su petición conduciéndolo al paraíso, y el Publicano, porque Jesús, al hablar de su petición «Señor, ten piedad de mí que soy un pecador», respondió a los que le escuchaban: «En verdad os digo que este último volvió a su casa justificado y el otro no, pues todo el que se ensalza será humillado y todo el que se humilla será ensalzado» (Lc 18, 13-14). La santidad de Dios es el poder de su amor dirigido a los débiles, a los pobres, a los enfermos y a los pecadores. El grito del Buen Ladrón, «Jesús acuérdate de mí», es el mismo que el de la oración del publicano, «Señor, ten piedad de mí que soy un pecador». La santidad es la apertura al amor. Amar no es en primer lugar ser un héroe, es dejarse seducir por el amor, ofrecerse y recibir el don de Dios. No se construye el amor, no se fabrica el amor, se lo recibe en un corazón humilde y pobre. El santo Buen Ladrón nos enseña que las puertas de la santidad están abiertas a los pobres y a los pequeños. Él realiza esta palabra de San Pablo: «Lo que es débil, absurdo y pequeño, todo lo que se desprecia en el mundo, eso es lo que Dios ha escogido para confundir la sabiduría de los inteligentes» (1 Cor 1, 27). El Buen Ladrón es un santo al que se debería rezar e invocar. A través de él, escuchamos un mensaje divino, universal, y de asombrosa actualidad. En primer lugar la revelación extraordinaria de la Misericordia, la esperanza de la salvación, y también la llamada a la santidad para todos, incluido los más heridos, los más pobres, también aquellos que han vivido durante años lejos de Dios y de la práctica religiosa, los excluidos y los pecadores. Rezar al Buen Ladrón —decía el cardenal Saliège— es hacer un acto de humildad, es situarse en el verdadero sitio que nos corresponde, en el lugar del pecador. 76

LA

SANTIDAD DE LAS MANOS VACÍAS

Aquellos que han sido heridos por la vida, los que no han sido adecuadamente amados, los encarcelados y los presos de sus pasiones, los desgraciados, los desalentados y los pecadores, tienen un hermano en este santo ladrón. La espiritualidad del Buen Ladrón nos recuerda que somos capaces de todos los vicios y crímenes, nos enseña a ponernos en el lugar del último pecador y a abrir todo nuestro ser a la gracia de Dios que nos da la santidad. El Buen Ladrón nos vuelve a decir que ante Dios debemos estar como el más pobre que no tiene nada que dar, y que solamente puede recibir. El Buen Ladrón nos enseña el más puro modelo evangélico de la salvación cristiana. ¡Qué golpe para nuestra autosuficiencia y nuestro orgullo, el pensar que el ser más pobre y echado a perder, a quien podríamos considerar un desecho humano, puede llegar también a ser santo si se abre completamente, como un puro vacío, a la acción de la gracia redentora! El modelo evangélico del Buen Ladrón ofrece a todo hombre y a toda mujer un mensaje de esperanza y un medio fácil para llegar a ser santo. ¿Y cuál es este medio? Apropiarnos por la fe, la esperanza y la caridad de los méritos infinitos de Jesús, de su vida, de su muerte y de su resurrección; reconocer que las Sagradas Llagas de Jesús y su Preciosa Sangre son las únicas puertas de entrada al cielo, y que éstas se encuentran siempre abiertas para aquellos pobres que, humildemente agradecidos, reconocen no tener nada que ofrecer para pagar su entrada por ellas. APRENDER A

ROBAR

El Buen Ladrón, este santo ladrón, puede enseñarnos a robar. ¿Y qué es robar? Es coger lo que no nos pertenece. No tenemos derecho a robar las cosas materiales y terrenas, porque nos las podemos proporcionar con nuestro trabajo y nuestra habilidad. Pero como es absolutamente imposible para al hombre procurarse el cielo por sus propios medios y esfuerzos, o por sus obras, no le queda más que un medio para llegar un día a poseerlo: robarlo. ¿Cómo robar el cielo? Simplemente reconociendo que no podemos de ninguna manera salvarnos, santificarnos y ser divinizados por nuestros medios. No podemos ganar ni comprar este tesoro con la moneda de nuestros méritos: «En la tarde de esta vida compareceré delante de ti con las manos vacías»,100 dijo Santa Teresa del Niño Jesús. Rodolfo el Cartujo, en su Vida de Jesucristo, después de haber anotado los elogios prodigados por los Padres de la Iglesia al Buen Ladrón, transcribía esta preciosa oración de Beda el Venerable: Señor, te lo suplico, concédeme en primer lugar reconocerte como lo hizo el Buen Ladrón, y reconociéndote, reconocerme pecador y glorificarte a Ti, que inocente sufriste por los pecadores. Señor, concédeme, te lo suplico, desear, pedir y obtener lo que el ladrón te pedía: «Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino. Amén». La justicia evangélica es Misericordia. ¡Extraña justicia, ya contada en la parábola de los obreros de la última hora; esta justicia que llena de indignación a los que habiendo 77

trabajado todo el día ven que los obreros de la última hora cobran igual que ellos! Protestan y se escandalizan. El santo Buen Ladrón es la manifestación suprema de la justicia de Dios porque su justicia es Misericordia para con los pecadores.

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Pp LA

SALVACIÓN ES OFRECIDA A LOS POBRES

«Finalmente lo esencial es la fe, que es, como dice San Pablo, la cosa más esencial, porque al final es Jesucristo el que salva. No se salva uno por su experiencia interior. La salvación no es algo que nos damos a nosotros mismos. El problema no es encontrar el mejor maestro que nos inicie en los métodos de interioridad. Como dice San Pablo, todos han pecado y necesitan de la gracia de Dios; y esto vale igual, tanto para el más interiorizado de los sabios como para el más vulgar y exteriorizado de los pecadores, porque lo único que salva es la gracia y no la interioridad. Algunos dicen: «Poco importa el dogma en el que creéis, lo importante es que seáis hombres interiores». Sin embargo, nosotros afirmamos exactamente todo lo contrario. ¡Lo esencial es que Jesucristo traiga la salvación! Y eso es en realidad lo único que salva. Desde luego, hemos de intentar lo más posible ser hombres interiores, haciendo todo lo que uno puede. Pero la grandeza de la afirmación cristiana es que la salvación es ofrecida a los pobres, es decir, que la salvación no es el patrimonio de una pequeña élite, sino de todos aquellos que han creído en Jesucristo. La Misericordia de Jesucristo consiste en que la salvación no es algo reservado a unos pocos místicos, ni tampoco resulta de una técnica de interiorización. ¡Y esto es lo asombroso! CARDENAL DANIÉLOU Mitos paganos, misterios cristianos

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Capítulo 6 EL BUEN LADRÓN Y MARÍA, REFUGIO DE PECADORES

El evangelista Lucas es el único que cuenta la historia del Buen Ladrón. ¿Cómo y por quién la conoció? Como él mismo escribe en el prólogo de su Evangelio, antes de escribir quiso informarse de todo desde el principio, preguntando a los «testigos oculares» y a los servidores de la Palabra (cfr. Lc 1, 1-2). Entre los testigos oculares a quien él se refiere debemos en primer lugar pensar en María. Ella, según la costumbre, como madre del condenado, fue autorizada a acercarse a la Cruz de Jesús. Por eso pudo ver el cambio que se operó en el corazón del Ladrón. Nos lo recordaba Juan Pablo ii: María ha sido llamada de manera especial a acercar a los hombres al amor que Él había venido a revelar. Amor cuya manifestación más concreta es en favor de los que sufren, de los pobres, de los presos, de los ciegos, de los oprimidos y de todos los pecadores.101 María, la llena de gracia, es la Compasiva, la Madre de la Misericordia. Podemos pensar que Lucas, el autor de estos textos reveladores de la Anunciación, de la Visitación, y de la Presentación de Jesús en el Templo, se refiere explícitamente al testimonio y a las confidencias de María, que guardaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51). Además, gracias al texto de Lucas podemos contemplar a María al pie de la cruz, cerca de los dos ladrones, en pleno ejercicio de su mediación maternal. A través de los ojos de María, el Padre Faber ha contemplado la agonía de los dos ladrones: La aflicción ensancha los grandes corazones... María había adoptado a los dos ladrones, necesitaba hijos. Era consciente del valor de cada uno de ellos, de la misma manera que conocemos el valor de un amigo en el momento en el que lo vamos a perder. Su rostro, en ese momento de la agonía, nos muestra su valor y nos conmueve más que cuando estaba lleno de vida. María, al pie de la cruz, luchó en su oración por estos dos malhechores. María, hija de la gracia María es hija de la gracia. ¿Qué hizo para tener el privilegio de dar al Verbo su 81

humanidad? ¿Qué había pedido o sufrido para venir al mundo Inmaculada? Se lo debía solamente a la gracia y no a ningún mérito. María podía decir con toda verdad las palabras de San Pablo: «Lo que soy, lo soy por la gracia de Dios» (1 Cor 15, 10). Esta gracia de Dios que colmó a María es una «gracia que le viene de Cristo», la «gracia de Dios dada por Jesucristo» (1 Cor 1, 4). María, y la Iglesia lo declara en el dogma de la Inmaculada Concepción, ha sido preservada del pecado «en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador». En el Magníficat, María exclama: «Mi alma exalta al Señor... Porque el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí». Es a Dios, a su gracia, a quien María atribuye la maravilla realizada en ella. No se adjudica ningún mérito. El Padre Perrin, O. P. decía: María es hija de la gracia, y parece gritar más que Pablo: «Lo que soy lo soy por la gracia de su amor; su amor lo ha hecho todo en mí». María no ama como la pecadora, a quien se le ha perdonado mucho, sino que ama de una manera única, porque se le ha dado todo. Este privilegio no le hace salirse de la Misericordia. Demuestra que de todo su ser, y desde el primer instante, la Virgen María es enteramente llena de gracia y favorecida. Todo lo que la gracia es en María nos anuncia lo que puede hacer para nuestra salvación en nosotros.102 El Padre Raniero Cantalamessa, en su libro María, un espejo para la Iglesia, afirma: En la cultura tecnológica en medio de la cual vivimos, asistimos a la eliminación de la idea misma de la gracia de Dios en la vida humana. Es el pelagianismo radical de la mentalidad moderna. La gracia empezó a perder esta extraordinaria densidad de sentido que tiene en el Nuevo Testamento el día en que a causa del error pelagiano se quiso hablar de ella como de una ayuda necesaria a la voluntad del hombre.103 María Magdalena y el Buen Ladrón María al pie de la cruz veía a María Magdalena y captaba lo que la sangre de Jesús estaba significando para ella. Mientras María Magdalena podía decir: «Oh, preciosa sangre que me purifica de mis pecados», la Virgen María, viendo brotar la sangre de su Hijo podía exclamar: «Oh, preciosa sangre que me ha preservado de todo pecado». María es la criatura que ha experimentado más que nadie la Misericordia, y al mismo tiempo la que ha hecho posible la revelación de la Misericordia, por el sacrificio y la participación de su propio corazón en ella. Nadie ha experimentado como ella, la Madre del Crucificado, el misterio de la Cruz, el conmovedor encuentro de la trascendente justicia divina con el amor, ese «beso» dado por la misericordia a la justicia. Por eso, María es la que conoce más a fondo el misterio de la Misericordia Divina. Ella conoce su valor, y es consciente de lo grande que es. En ese sentido la llamamos Madre de Misericordia.104 Con lágrimas de fuego 82

Si el Evangelio nos narra que un día «Jesús lloró» (Jn 11, 35), podemos pensar sin equivocarnos que la Madre dolorosa también lloró. Santa Catalina de Siena afirma que no existen únicamente las lágrimas de los ojos sino también las lágrimas del corazón, o del deseo, y a las que ella llama «lágrimas de fuego». María, al pie de la cruz, vertía lágrimas de fuego intercediendo por la salvación de los pecadores. «Las lágrimas de fuego —precisa Santa Catalina— son el Espíritu Santo que llora en nosotros.» Lo que animaba a Jesús, en medio de la traición y del abandono, mientras agonizaba en la Cruz rodeado de sus perseguidores, era el amor a los pecadores, que expresaba en el perdón a sus enemigos. No se puede dudar de que María transmitió a San Lucas el triunfo de la Misericordia que nos revela el episodio del Buen Ladrón. Podríamos razonablemente pensar que María hubiese muerto al mismo tiempo que su Hijo, y que fuese la primera en entrar en el Paraíso. Pero no, es un malhechor, un bandido, el «primero de los elegidos». Dios ha querido en su inefable sabiduría que el papel de María, Madre de Misericordia, sea el de enseñarnos lo que la gracia puede hacer en favor nuestro hasta el último instante de nuestra vida. María, nuestra madre, es la Madre del Buen Ladrón. Ella, seguramente, desea que este primer hijo que entró en el cielo con su Hijo sea reconocido por toda la Iglesia como el patrón privilegiado de los desesperados y los excluidos, de los abandonados y de los pecadores que se hallan agobiados bajo el peso de sus culpas. María se adentró más que nadie, más que ninguna otra persona, en la perspectiva de la Misericordia que domina todo el plan de la Creación. Ella misma nació Inmaculada por pura misericordia, y no querrá nunca otra cosa que ser la perfecta dispensadora de la infinita Misericordia de Dios. De este modo, casi es su nombre propio, el que le da la Iglesia cuando la llama «Madre de Misericordia». De allí la predilección que manifiesta siempre hacia los más pobres, los heridos de la vida, los pequeños, y de manera muy particular los pecadores alcanzados por la peor de las miserias, que es el pecado. Al igual que su Hijo, no tiene más preocupación que la salvación de todos. De ahí el título de «Refugio de los pecadores» que le da la Iglesia. María, la compasiva, y el Buen Ladrón En el Calvario se estableció una relación entre Jesús, el Buen Ladrón y María, que llena de compasión, mirando a su Hijo, lo ofrecía y se ofrecía ella misma para la salvación del mundo. De pie ante la Cruz del Salvador, «de pie» realmente también ante la cruz del Buen Ladrón, María acababa de recibir a los dos ladrones, al mismo tiempo que a Juan y a todos nosotros, como a sus propios hijos. María sólo puede orar por los ladrones, ofrecer su corazón sufriente, y ofrecer a su Hijo Jesús, el Inocente. Y se podría decir que la «Madre de Misericordia», que está allí orando y suplicando, se halla como «a la puertas del infierno» para la salvación de los «más necesitados de la Misericordia». ¿Es una casualidad que el evangelista Lucas sea el único que ha contado el episodio del Buen Ladrón? La que le contó los pormenores de la infancia de Jesús ¿le habrá contado la historia de este Ladrón que miró hacia el Salvador con toda su pobreza y en quien la Misericordia entró a raudales de una sola vez? ¿No deberían estar asociados María, Refugio de los pecadores, y el Buen Ladrón? 83

El nuevo Pentecostés de amor ¿No será que estos santos, los apóstoles de la cruz de los que habla San Luis María Grignion de Montfort, están siendo preparados por el santo de los comienzos, por el Buen Ladrón?105 El Padre Monier afirmaba al hablar de la consagración como la veía Grignion de Montfort: «Si entregáis todos vuestros méritos, es evidente que llegaréis al cielo con las manos vacías, no tendréis nada para defenderos». Seréis verdaderos pobres como el Buen Ladrón. San Luis María Grignion de Montfort hablaba de estos santos que vendrían y a través de los cuales la Iglesia experimentaría una gran renovación: Serán pequeños y pobres según el juicio del mundo, y sin valor a los ojos de todos, rebajados y oprimidos como el talón respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá en abundancia, grandes y elevados en santidad ante Dios; superiores a cualquier otra criatura por su celo ardiente; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino que, con la humildad de su talón y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo.106 Marta Robin anunció este nuevo Pentecostés de amor que abrasará al mundo. El padre Georges Finet, iniciador de los hogares de Caridad, dijo un día: María, que dio su Hijo al mundo una primera vez, el día de Pentecostés lo hará estallar en el mundo con un nuevo Pentecostés de amor. En ese momento la Virgen no será ya una fuente de grandes gracias, porque la palabra fuente ya no será suficiente, será una efusión de torrentes de gracias, que caerán sobre el mundo entero. En los tiempos que vienen la Iglesia será totalmente restaurada después de haber pasado por la Cruz. La Cruz hará estallar el nuevo Pentecostés de amor, un nuevo Pentecostés de amor que cubrirá el mundo entero. ¿Cómo lo hará el Espíritu Santo? No tenemos ni idea, pero desde luego lo hará a través de los apóstoles de los últimos tiempos.107 Hemos de mantener la esperanza, y a pesar de las apariencias creer que el Espíritu Santo sigue como siempre en su Iglesia, y que la Cruz anuncia siempre la resurrección. En sus escritos, San Juan de la Cruz habla de la noche del espíritu. El Papa Juan Pablo ii, el 29 de noviembre 1989, se atrevía a decir que los cristianos deben ahora «ser los testigos de la noche oscura del espíritu que vive nuestro tiempo». El Papa no duda en establecer un paralelismo entre la noche oscura de San Juan de la Cruz y la oscuridad que caracteriza nuestro tiempo. Se podría hablar de una noche oscura que pesa sobre la humanidad, y quizás sobre una parte de la Iglesia. Vivimos en un mundo donde Dios parece estar ausente.108 En el Calvario, en el momento de la noche y de las tinieblas, el Buen Ladrón se vuelve hacia Jesús, el Salvador, y recibe la promesa del paraíso. En ese momento empieza a anunciar, a través de su vida y de su muerte, la primera de las bienaventuranzas: «¡Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de los cielos!» 84

Cuando nuestros medios para actuar son pobres, cuando experimentamos el peso de la debilidad, cuando ya no podemos nada personalmente, es entonces cuando se despliega el «Poder de Dios». A pesar de la oscuridad reinante, debemos, como niños, guardar siempre la esperanza. En el camino mariano, a través de la pequeñez, del pequeño camino del Buen Ladrón y de Santa Teresa del Niño Jesús, el Espíritu Santo obrará con poder. Dios irá a buscar a los pobres San Luis María Grignion de Montfort anunció un gran renacimiento. Tenía la firme esperanza de que vendrían sacerdotes ardientes, sacerdotes de la Misericordia, que por María, por la cruz, y por los medios pobres, participarían en esa gran renovación de la Iglesia. El mismo San Luis María afirma: «¿Cómo serán estos siervos, esclavos de María? Serán fuego encendido, ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino».109 ¿Veremos pronto a estos apóstoles de la Misericordia, formados a imagen del Buen Ladrón? Como él, habrán vivido de cerca la desesperación, habrán sido purificados por las pruebas y ridiculizados por el mundo, convertidos de golpe por la gracia de Jesucristo, y no teniendo nada más para presentar ante Él que su pobreza, pondrán en Jesucristo, por medio de María, toda su esperanza. «Es el orgullo el que nos impide ser santos», decía el santo Cura de Ars. María, al pie de la cruz, se convierte en Madre compasiva, en la Madre de los pobres y de los pecadores. Ella prepara a los santos de mañana. Tendremos sorpresas. Dios no ve las cosas como las vemos nosotros: «Dios escoge lo que es débil, lo que es pobre» (1 Cor 1, 27). Hace ya varios años Jean Daujat escribió estas palabras, que me atrevo a llamar proféticas: Si los cristianos llegasen a ser un día los más exitosos, los más admirados de los hombres, colmados de talentos y virtudes naturales, si floreciesen en ellos los mayores logros, Dios se retiraría totalmente de ellos y se iría a otra parte en busca de los pobres, de los enfermos, de los torcidos, de los imbéciles, de todos los desechos de la humanidad, y es allí donde, por la omnipotencia de la Cruz de Jesucristo, haría santos de todos ellos, y transformaría la faz de la tierra. Y el día en que los buenos cristianos, como el fariseo del Evangelio, se encuentren orgullosos de su moral y de sus virtudes y no se vean ya como pobres pecadores necesitados de la fuerza de Dios, entonces ese día, os lo aseguro, Dios irá a buscar a los delincuentes y a las prostitutas, y por el poder omnipotente de la Cruz de Jesucristo los transformará en santos y renovará la faz de la tierra, para que estalle a la vista de todos. Que quien se glorifica a sí mismo está perdido, y que sólo hay salvación y santidad en el valor infinito y en el triunfo eterno de la Cruz de Jesucristo, nuestra única esperanza.110 Cada vez que la Iglesia nos invita a mirar a Jesús crucificado a través de los ojos de la Virgen María es para llevarnos a la conversión. María, la «omnipotencia suplicante», como nos recuerda la Iglesia, nos muestra un modelo de santidad accesible a todos. La santidad del Buen Ladrón es la santidad de la verdadera Iglesia de los pobres, de los 85

humildes, de los desesperados, de los menos valorados, de esos «ladrones» que somos todos en el momento de morir. María nos hace descubrir la santidad del Buen Ladrón como un faro de esperanza en la noche de nuestro mundo. Dios, por María, quiere escoger a los pequeños y a los pobres, para consumirlos en el fuego del Amor Misericordioso. Esta parte de la oración que repetimos en el Santo Rosario, en la que decimos: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», se cumplió, en primer lugar, en el momento de la conversión y de la santificación de este malhechor que llegó a ser el Buen Ladrón. El gran poeta Paul Claudel, meditando sobre el Buen Ladrón, decía sorprendido y conmovido: Hoy estarás conmigo en el paraíso». ¡Hoy! Así, de golpe, ¡no solamente queda absuelto de sus crímenes, sino además santificado! El asesino, el ladrón, el impúdico, el convicto, el bandido profesional, es ya un santo. Bastó una mirada entre los parpados sangrientos del invitado de la derecha para hacer nacer este cataclismo penitencial, esta resurrección unida a la agonía, esta irresistible explosión de eternidad. «Hoy estarás conmigo en el paraíso». ¡Ya está! Así, la profecía de que los publicanos nos precederían en el reino de los cielos se ha cumplido punto por punto. En este inmenso lugar que es el Paraíso, no hay nadie en este momento más que él. Él solo. No ha llegado todavía nadie más. El trono de la Inmaculada está vacío. Está allí, en el Paraíso, todavía oliendo a alcohol y a productos personales, él, el primer fruto. Para esto ha servido la sangre de un Dios.111 El camino de la santidad será para todos el camino de la nada, del vacío, porque es el camino de María, la pobre por excelencia, es el camino del arrepentimiento representado por este Ladrón crucificado cerca de Jesucristo. En el fondo, un hombre es santo en la medida en que percibe la distancia que le separa de Dios. Los más santos son a menudo los que se sienten más pecadores. Eso es lo que nos enseña el Buen Ladrón. Silvano, monje del monte Athos, decía: «He visto el infierno y el paraíso, y están ya presentes aquí abajo». Que Jesús, por María, refugio de los pecadores, nos haga descubrir el pequeño camino del Buen Ladrón. Que nos haga vivir esta pobreza absoluta, este arrancamiento de nosotros mismos para que nos ofrezcamos como el Ladrón, con las manos vacías y el corazón contrito, al Amor infinito.

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Pp MARÍA , MADRE DE LOS ABANDONADOS María está toda ella con Jesús, vuelta hacia los que Jesús salva, hacia toda la humanidad. Toda la humanidad, es decir todos los pecadores. María los adopta en su corazón, no queda ninguno fuera de él. Y es así porque ella vivió el misterio de la cruz, y lo vivió con una intensidad única. Gracias al misterio de su Inmaculada Concepción, María llego a ser la Madre de los más miserables, de los más abandonados. María es la que lleva, con Jesús, toda la iniquidad y toda la miseria del mundo. María tiene este privilegio único de no ser más que Misericordia. María recibió de Dios esta gracia, que le permite no tener nunca aversión hacia los mayores pecadores, y arroparlos. María ha recibido de Dios esta gracia única de ser «Refugio de los pecadores». María, en su Misericordia para con los pecadores, les arropa con la Misericordia de Cristo, con la Misericordia del Padre. Une en su corazón, con un amor de elección, de predilección, a todos los más abandonados, los más rechazados. Es su papel de Madre, y de Refugio de los pecadores. María, en su corazón, no distingue entre los que son escogidos porque han sido preservados y los escogidos porque son los más pobres y abandonados. En su corazón todos tienen un mismo lugar: son amados. La maternidad divina de María une en un mismo misterio su maternidad hacia Juan y su maternidad hacia los mayores pecadores, que son los más abandonados. Los une en el mismo amor. MARIE DOMINIQUE P HILIPPE, OP La estrella de la mañana, Editorial Fayard

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Capítulo 7 EL BUEN LADRÓN Y SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, UNA MISMA ESPIRITUALIDAD

Se habla siempre del camino de la infancia a propósito de Teresa, y se insiste sobre el encanto de la infancia. ¿Pero se podría hablar de la misma manera del camino del Buen Ladrón?112 Esta afirmación en boca de Celina —y sabemos que siempre estuvo en perfecta comunión espiritual con su hermana Teresa— merece un profundo estudio. Lo que nos permite estar de acuerdo con las palabras de Celina es la conclusión que se saca de las palabras que el Buen Ladrón dirige a Jesús: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». ¡Qué humildad! ¡Qué fe en el Amor Misericordioso de Jesús! Teresa es por excelencia la Doctora de la Misericordia, de la confianza y del abandono en Dios. El Buen Ladrón por lo que él fue, y por lo que sabemos del final de su vida, nos trae el mismo mensaje, un mensaje de salvación y de vida. El acercamiento que hace Celina entre la santa de Lisieux y el santo del Calvario me parece una intuición genial que valdría la pena explotar al máximo. Lo que se debería hacer es señalar en santa Teresa del Niño Jesús todos los pasajes donde ella habla explícitamente del Buen Ladrón, y quizás también otros significativos, analizar estos textos y hacer una síntesis coherente de todo esto. ¡Sí, esto valdría la pena!113 La Huida a Egipto114, donde Santa Teresita exalta la Misericordia del Dios escondido, representa uno de los pocos textos de sus obras donde habla explícitamente del Buen Ladrón, o más exactamente del futuro Buen Ladrón. El camino de infancia es ofrecido tanto al Buen Ladrón como a los Santos Inocentes. María, verdadera Madre de Misericordia, conoce bien el corazón dividido de los hombres. Sin embargo, ten confianza en la Misericordia infinita del Buen Dios, que es lo bastante grande como para borrar los peores crímenes, cuando encuentra un corazón de madre que pone en ella toda su confianza.115 Es un aspecto capital del pequeño camino sobre el que Teresita insistirá con fuerza en el momento de su muerte, y con el que concluye su último manuscrito: 89

Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto por el arrepentimiento, a arrojarme en los brazos de Jesús, porque sé muy bien cuánto ama al hijo pródigo que vuelve a Él.116 Como afirmó Celina, Teresita siguió el mismo caminito que el Buen Ladrón. Como él, no cuenta más que con el Amor Misericordioso de Jesús. Para llegar a la cima del amor, no cuenta con sus esfuerzos personales. Éstos están allí únicamente para mostrarle su deseo de amarle y para atraer su socorro. Como él, no cuenta para nada con sus obras o méritos, ya que piensa llegar al cielo con las manos vacías. Al entrar en el Carmelo en 1894, Celina trajo con ella un librito donde había anotado los textos del Antiguo Testamento, textos que Teresita no había tenido la oportunidad de conocer y que van a ser determinantes para la elaboración de su doctrina espiritual. En efecto encuentra allí el famoso texto: «Si alguien es pequeño, que venga a mi» (Prov 9, 4). Este pasaje resonará en ella como una verdadera «palabra substancial».117 Lo mismo ocurre también con esta otra: «Yo haré derivar hacia ella, como un río la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Sus niños de pecho serán llevados en brazos, y acariciados sobre las rodillas» (Is 66, 12). A partir de ese momento firmará «la pequeña Teresa», dando a este término un sentido espiritual muy fuerte. Para que el camino de la infancia espiritual adquiera una dimensión universal, para que no les quede ninguna duda a aquellos a quienes la miseria moral mantiene encadenados, es necesario asociar la discípula contemporánea del Amor Misericordioso con el santo Ladrón. En efecto, Teresita estaba ya tan cerca de Dios que algunas personas podrían dar de lado su enseñanza si no estuviera confirmada por este bandido en quien Dios manifestó con poder su Misericordia. La misma Teresita era plenamente consciente de esta objeción, por eso decía: Alguien podría creer que si tengo una confianza tan grande en Dios es porque no he pecado. Madre mía, di muy claro que, aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida.118 Todo su pensamiento y sus deducciones personales alrededor de la gratuidad del Amor Misericordioso encuentran su mejor ilustración en el ejemplo del Buen Ladrón. De ahí que rubrique con audacia: Mis protectores en el cielo, y mis preferidos, son los que lo han robado, como los Santos Inocentes y el Buen Ladrón. Los grandes santos lo han ganado por sus obras, pero yo quiero imitar a los ladrones, quiero obtenerlo por astucia, una astucia de amor que me abrirá la entrada a mí y a los pobres pecadores. El Espíritu Santo me anima a ello, puesto que dice en los Proverbios: «Oh pequeñín, ven, aprende de mí la astucia (Prov 1-4).119 A pesar de que en los escritos de Teresita se menciona poco al Buen Ladrón, se puede constatar que están salpicados de muchas palabras significativas sobre el gran proyecto del Amor Misericordioso. Teresita tenía en mente las almas pequeñas que siguen el camino de la infancia espiritual, y no apartó a los grandes pecadores de esta audaz esperanza. El 21 de junio de 1897 escribía al padre Bellière: 90

Usted ama a San Agustín y a Santa Magdalena, esas almas a las que se les ha perdonado muchos pecados porque amaron mucho. También yo les amo, amo su arrepentimiento, y sobre todo... ¡su amorosa audacia! Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del Corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese Corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle las maravillas de su intimidad divina y a llevarla hasta las más altas cumbres de la contemplación. Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del Corazón de Jesús, le confieso que Él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero, sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas con una confianza enteramente filial en la hoguera devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre?120 ¡Cómo me gustaría haceros comprender la ternura del Corazón de Jesús.121 ¡Qué poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso de Jesús!... Es cierto que para gozar de estos tesoros hay que humillarse, reconocer la propia nada, y eso es lo que muchas almas no quieren hacer.122 El Buen Ladrón se humilló, se reconoció un gran pecador. Miró a Jesús y se encontró con su mirada llena de ternura y de Misericordia. Y, como añade Santa Teresita: Cuando Jesús mira a un alma le da inmediatamente su parecido divino, pero es preciso que esa alma no deje de fijar solamente en Él su mirada.123 En 1897, no pudiendo ya escribir a causa de su debilidad, pide a la madre Inés completar su manuscrito con la historia de la pecadora muerta de amor: Las almas comprenderán enseguida, pues es un ejemplo palpable de lo que quiero decir.124 Como Teresa, el Buen Ladrón entendió que no se trata de otra cosa más que de conquistar a Jesús por el corazón, y obtuvo ser «presa de su Amor» y estar sumergido «por toda la eternidad en el ardiente abismo de ese Amor al que él se ofreció como víctima.» 125 En el fondo de las cartas de Teresa se puede ver la silueta del Buen Ladrón: Celina, me parece que Dios no tiene necesidad de muchos años para hacer su obra de amor en un alma. Un rayo de su Corazón puede, en un instante, hacer que su flor se abra para la eternidad.126 Me parece que el amor puede suplir a una larga vida... Jesús no mira al tiempo, pues en el cielo el tiempo ya no existe. No debe mirar más que el amor.127 91

Recuerdo con frecuencia que aquel a quien más se le ha perdonado debe amar más; por eso procuro que mi vida sea un acto de amor, y no me preocupo en absoluto por ser un alma pequeña, al contrario, me alegro de serlo. Y ése es el motivo por el que me atrevo a esperar que «mi destierro será breve». Pero no es porque esté preparada, creo que nunca lo estaré si el Señor no se digna, él mismo, transformarme. Él puede hacerlo en un instante, y después de todas las gracias de que me ha colmado, espero también ésta de su misericordia infinita.128 La miseria reconocida es un punto de apoyo, un ascensor para elevarse hasta el Corazón de Dios, para obligarle a derramar los torrentes de su Misericordia. Teresa quiere revelarnos que lo que en nosotros es más miserable, más débil, menos amable, sea en el plano que sea, físico, psíquico o espiritual, es probablemente nuestro mayor tesoro para atraer y abrir el Corazón de Dios. Si queremos mirar de nuevo el parecido entre Teresita y el Buen Ladrón bajo el reconocimiento de nuestra propia miseria y de la confianza total en el amor, no podemos tampoco dejar de pensar en estos pasajes esenciales de los escritos de Teresita.129 Estoy convencida de que, si por un imposible, encontrases un alma más débil y más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de gracias todavía mayores, con tal de que ella se abandonase con confianza total a Tu Misericordia infinita.130 Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma. Lo que Le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su Misericordia... Éste es mi único tesoro. ¿Por qué, madrina querida, este tesoro no va a ser también el tuyo? [...] La confianza, y nada más que la confianza puede conducirnos al Amor...131 Jamás se tiene demasiada confianza en Dios. Se obtiene de Él todo cuanto se espera.132 Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues él conoce nuestra materia, se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles...133 Hemos de recordar que si no aparece textualmente el nombre del Buen Ladrón en la enseñanza de Teresita, es porque en el siglo XIX éste había casi desaparecido, por así decirlo, de la memoria del Occidente cristiano. Teresa, sin embargo, se había entusiasmado por Pranzini. ¡Había orado, había pedido un signo de su conversión, y lo había obtenido! Hay que releer lo que cuenta en su Manuscrito autobiográfico respecto a su muerte: Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas...! Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los 92

noventa y nueve justos que no necesitan convertirse...134 ¡Cómo no iba a tener Teresita en su pensamiento al Buen Ladrón al escribir estas líneas! En su Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, Teresita decía: En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuentas de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia justicia, y recibir de tu amor la posesión eterna de ti mismo. [...] A tus ojos el tiempo no es nada, y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de ti...135 Quiero ser santa. Pero siento mi impotencia, por eso te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad.136 Ésta es la cima de la infancia espiritual: la del Buen Ladrón. El Acto de Ofrenda de Santa Teresita podría estar firmado por el Buen Ladrón. Habiéndolo vivido sobre su patíbulo, ¿no lo proclamó, acaso, a la hora de la muerte? Toda la obra de Teresa se debería escrutar. Pero el hecho más emotivo quizás, el más puro, se encuentra en la nueva respuesta de Teresa a su madrina: Al verdadero pobre de espíritu, ¿quién lo encontrará? Hay que buscarlo muy lejos, dice el salmista... No dice que había que buscarle entre las grandes almas, sino muy lejos, es decir en la bajeza, en la nada... [...] Cómo quisiera comprender lo que yo siento. ¡La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor! [...]. Sí, siento que Jesús [...] quiere darnos gratuitamente su cielo.137 EL AMOR QUIERE EXPANDIRSE... El camino del Buen Ladrón es el pequeño camino, el camino más rápido hacia la Misericordia. Se trata del ofrecimiento de nuestra debilidad, que debe abrirse al fuego del Amor Misericordioso. Santa Teresa del Niño Jesús, siguiendo los pasos del Buen Ladrón, descubre que Dios tiene sed de encontrar corazones pobres que deseen recibir su Amor, tal y como Él quiere darlo. Amar a Dios es abrir el corazón para recibir su Amor, a fin de ser abrasados por Él. Dios, el mendigo de amor, está como un pobre a la puerta de nuestro corazón. Olivier Clément nos hace esta preciosa invitación: «Abrid la puerta de vuestro corazón al mendigo de amor que llama. ¿No sería el mayor don que podríamos hacer a Dios? ¿No sería recibir ese amor y beber en su fuente? San Gregorio de Nisa decía: “Dios es esa fuente que tiene sed de ser bebida”». Es interesante leer el testimonio dado por otra de las hermana de Teresita, sor Inés, durante el Proceso Apostólico a propósito del Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso. Viendo hasta qué punto el amor de Dios era desconocido en la tierra, se sintió inspirada a ofrecerse a este amor misericordioso. Entendía con ello ofrecer a Dios su corazón como un abismo, un abismo que ella hubiera deseado hacer infinito, capaz de contener todas 93

las llamas de la caridad divina rechazada por la mayoría de los hombres, con el deseo de verse consumida por esas llamas, hasta morir.138 A su vez, sor Genoveva afirmaba durante el proceso: En esta ofrenda, sor Teresa pide a Dios que le confíe a ella el amor que desea derramar en el mundo, y que las criaturas rehúsan recibir.139 ¿UN ACTO PARA

UNA ÉLITE, O PARA LOS POBRES?

Tenemos que asociar el Buen Ladrón a Teresita para poder presentar este Acto de Ofrenda y hacerlo accesible a los heridos, a los pobres, a los pequeños y hasta a los mismos pecadores. El pequeño camino de Teresa es también el pequeño camino del Buen Ladrón. Por eso este Acto de Ofrenda no está reservado a una élite espiritual o moral, al contrario. De ahí que Teresita no espere a que las almas no tengan defectos para entregarlas al Amor Misericordioso, abrasador y transformante de Dios; al contrario, las entrega a este Amor porque están llenas de miseria y se sienten incapaces por ellas mismas de corregirse. La única condición que Teresa pone para que este Acto de Ofrenda sea eficaz, es la misma, y la única, que Dios puso a la fecundidad de la redención: la pobreza del corazón, la verdadera humildad, el reconocimiento de tu condición de pecador, y el total abandono confiado a su Amor Misericordioso.140 Esto es exactamente lo que hizo el Buen Ladrón. Es algo totalmente ajeno al espíritu de Teresa el que algunos directores espirituales presenten este acto como algo muy especial, reservado a una «élite espiritual». Están, sin saberlo, totalmente fuera del espíritu de Teresa. Teresa había dicho: «Todo lo que hago, incluido el Acto de Ofrenda, quiero que todas las almas pequeñas puedan hacerlo.» 141 Esta alma pequeña, débil e imperfecta, ¿no es acaso, en primer lugar, la del Buen Ladrón, ese «ladrón del Paraíso», como lo llamó Teresa? Ella, que hubiese querido vivir en un refugio para antiguas prostitutas, no habría querido de ninguna manera que su espiritualidad fuera dirigida a una élite o a grandes almas generosas. Dirá: Si no hubiese sido admitida en el Carmelo, habría ingresado en una Casa de Arrepentidas, para vivir allí desconocida y despreciada entre las pobres penitentes. Mi dicha hubiera sido pasar por una de ellas, hacerme apóstol de mis compañeras diciéndoles lo que pienso acerca de la Misericordia de Dios.142 Teresita es verdaderamente el antifariseísmo, lo mismo, por cierto, que el Buen Ladrón. En vez de decir: «Te doy gracias por no ser como los demás hombres», ella quería pasar a los ojos de todos como una antigua prostituta. Desgraciadamente y contrariamente al Buen Ladrón y a santa Teresita del Niño Jesús, muchos cristianos se creen ricos de méritos y de virtudes como el fariseo del Evangelio, y se creen capaces de progresar en su vida espiritual simplemente por sus esfuerzos o sus virtudes naturales. El Apocalipsis les contesta: «Dices: “Me he enriquecido y soy rico, no necesito nada”, 94

y no sabes que eres desdichado y miserable, pobre y ciego y desnudo» (Ap 3, 17). El padre Louis Sankalé comenta: Pensemos también en el Buen Ladrón, este hombre que falló en todo, excepto en su último segundo, y que entra en el Paraíso antes que todo el mundo (Lc 23, 43). ¡Es la verdad para él, es la verdad para Teresa, es la verdad para todos nosotros!143 En un instante, el Buen Ladrón tuvo una intuición fulgurante: entendió que la santidad no era solamente el fruto de los esfuerzos personales, sino una gracia dada por Dios. En Jesús crucificado reconoció la personificación del Amor que se abaja hasta ofrecernos su vida para rescatarnos y comunicarnos el don de su Espíritu, haciéndonos así capaces de amar como Él, en la verdad. Al descubrir a Jesús, y confiar a su Misericordia su difícil pasado, el Ladrón apostó todo por Él, le escogió en el último minuto de su vida, y confesó a voz en grito su realeza. Proclamó la grandeza de su Señor. En el mismo instante, en una paz serena, Jesús le honra con su confianza. ¡Precisamente él, que se creía indigno, es el primero en entrar con Jesús inmediatamente en el paraíso! En él no hay rastro de fariseísmo ni de autocomplacencia... Él ha llegado a ser uno de esos pequeños a quienes el Padre da gratuitamente su reino. En efecto, ¿cómo dudar de la santidad in extremis de este pecador, que se vio envuelto en las circunstancias dramáticas que envolvieron el doloroso y supremo sacrificio de la Redención? ¡Y qué consuelo más grande debió recibir Jesús en sus atroces sufrimientos viendo que su muerte, casi inmediata, empezaba ya a dar fruto! ¡Y qué fruto! En ese instante, la Virgen María debió presentir y entender las maravillas que Dios prepara para los que se humillan y se dejan invadir por el Amor, aunque no sea más que en el último segundo. El reconocimiento que Santa Teresa del Niño Jesús acaba de recibir144, favorecerá enormemente que este pequeño camino suyo de la confianza en la Misericordia de Dios se dé a conocer, y ello ayudará también a volver a dar al Buen Ladrón el lugar que le corresponde en la espiritualidad cristiana. La espiritualidad vivida tanto por Santa Teresita como por el Buen Ladrón descansa sobre cuatro elementos esenciales: la humildad, el sentido de la pequeñez que es connatural a los pobres, la confianza y el abandono. Si miramos al Buen Ladrón entenderemos que Dios es solo Amor y Misericordia. La presentación de esta estrecha relación entre Teresita y el Buen Ladrón aparece como un gran plan de Dios para nuestro tiempo, como un gran designio de su Misericordia. La enseñanza de Teresita es reforzada por la conducta del Buen Ladrón, en quien Dios manifestó con esplendor su infinita Misericordia. Es desde luego la figura más significativa de la gratuidad y de la universalidad de la salvación que Cristo Redentor ofrece a todos. CONCLUSIÓN La magnífica enseñanza del pequeño camino se dirige a todos los pecadores, así como a los pobres y heridos de nuestro mundo. Si Teresita del Niño Jesús nos hace descubrir la paternidad de Dios y de su Misericordia, el Buen Ladrón es la figura más significativa de 95

la gratuidad y de la universalidad de la salvación que Cristo Redentor nos ofrece. Santo Buen Ladrón, ¡ruega por nosotros, pobres pecadores!

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Pp ALGUIEN QUE CONFIESA

SU MISERIA

Para que Jesús pueda hacer misericordia, tiene que haber un miserable, un mendigo, un pobre, alguien que reconozca su miseria, su debilidad, y que la ponga a sus pies... o la deposite en su Corazón. Y la misericordia de Dios, la misericordia de Cristo, es asombrosa: ¡Resucita los muertos! Todo puede ser perdonado [...]. Hoy en día, el demonio intenta hacer creer al hombre que él puede salvarse y que no necesita de Cristo. En la primera venida de Cristo no queda lugar para Él en Belén [...]. Ahora es más grave, porque Cristo ya no tiene lugar para Él como Salvador [...]. La gran tentación de hoy en día y, por consiguiente la nuestra, es creer que podemos descubrir métodos que nos permitan salvarnos a nosotros mismos. Esto es terrible, porque el hombre ya no se reconoce pecador, y entonces ya no quiere recibir la Misericordia del Espíritu Santo y de Cristo. Frecuentemente nos encontramos ante esta tentación y no nos damos cuenta; nos dejamos embaucar, aceptando que alguien distinto de Cristo pueda salvarnos. P. MARIE DOMINIQUE P HILIPPE, OP El Acto de Ofrenda Editorial Palabra, págs. 12-16

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Capítulo 8 EL BUEN LADRÓN Y LA CUESTIÓN LITÚRGICA

El Concilio Vaticano II recomienda extender a la Iglesia universal únicamente «las fiestas conmemorativas de importancia universal» (SC, 111). Nos parece que hay pocos santos a los que esta recomendación conciliar se pueda aplicar mejor que el caso del Buen Ladrón. Por eso es sorprendente que el único canonizado del Evangelio tenga solamente una misa votiva.145 Realmente se puede afirmar que el último testigo de la Misericordia Divina es un santo para todos los hombres y para todos los tiempos, y quizás especialmente para el nuestro. Su ejemplo no puede ser sino beneficioso para cada uno de nosotros. Su presencia en el Calvario debe ayudarnos a entender mejor el insondable misterio de la Pascua de Cristo, y a vivir mejor nuestra participación en la Eucaristía. Su fe, su paciencia en el sufrimiento, su aceptación de la cruz por amor de Dios, son otros frutos personales que nos procura el Buen Ladrón. Cuando el peso de nuestras miserias engendra en nosotros desesperación, él sabrá volver a darnos plena confianza en la Misericordia Divina. Pero además de estos motivos personales que serían fáciles de enumerar, existen otros con una motivación universal que recomiendan la difusión, tan amplia como sea posible, del culto al Buen Ladrón. Se puede pensar en primer lugar en los diversos aspectos de la actual misión universal de la Iglesia, después, también, en la importancia ecuménica de su culto, y por fin en la dimensión escatológica, tan poco conocida, del mensaje evangélico. Por último, si uno quiere beneficiarse personalmente de la intercesión del Buen Ladrón, y gracias a su intercesión seguir su ejemplo, ¿cómo no aspirar a que su memoria litúrgica sea celebrada en toda la Iglesia? CULTO Y DEVOCIÓN AL BUEN LADRÓN Enraizados en la tradición de los Padres de la Iglesia, este culto y esta devoción tienen una larga historia que vamos a recorrer por encima. En primer lugar, los escritos de los Padres de la Iglesia nos llevan de sorpresa en sorpresa. Tienen respecto a este Ladrón que se ganó sus simpatías una incansable elocuencia y una admiración unánime. En relación con esto escribió el Padre Bessières: Insaciables en ofrecernos detalles de él, inagotables en sus elogios, le han prodigado una ternura privilegiada.

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¿Por qué tanto afecto e interés por él? La tradición que los Santos Padres de la Iglesia nos han legado manifiesta claramente lo bien fundamentada que está la devoción hacia aquel que San Juan Crisóstomo llama «la figura y el precursor de todos los elegidos.» 146 La Iglesia, fiel a sus enseñanzas, lo ha rodeado durante siglos de una gran veneración. En primer lugar en Oriente, donde el Buen Ladrón, sin ser nombrado explícitamente, es mencionado ya en el siglo IX y X en el Martirologio de Constantinopla. La introducción que se lee al comienzo de la Misa en honor al Buen Ladrón, y que se encuentra al principio del «Propio de Jerusalén», indica que ya desde el siglo X su culto existía en Jerusalén. En las Iglesias cristianas de Siria y de Irak (antigua Mesopotamia) su fiesta se celebra el sábado de la semana de Pascua. Los griegos, por su parte, lo conmemoran el 23 de marzo. Y para los latinos, el nuevo martirologio ha mantenido la mención al Buen Ladrón el 25 de marzo, fecha que desde la más alta antigüedad es considerada como el día de la muerte de Cristo.147 A lo largo de la Edad Media se extendió enormemente la popularidad del Buen Ladrón. Su culto litúrgico fue propagándose progresivamente. Muchas diócesis solemnizaron su fiesta, como está atestiguado por San Pedro Canisio, que viajó por Bélgica, Alemania, Suiza, Austria e Italia y dio fe de que su fiesta se celebraba en la antigua catedral de Brujas y también en la mayoría de las iglesias. En el siglo XVI la Orden de Nuestra Señora de la Merced para la redención de los cautivos obtuvo del papa Sixto V la aprobación de su oficio del Buen Ladrón. En el XVIII la Congregación de los Píos Obreros de Italia obtiene el mismo favor. Esta congregación escoge al Buen Ladrón como patrón de sus misiones. Los Oblatos de María, los Servidores de María y los Clérigos regulares de San Cayetano de Thiene (llamados también teatinos) recitaban el oficio del Buen Ladrón. El Buen Ladrón era también muy popular en algunas regiones de España, en Inglaterra, y sobre todo en la Italia meridional. Desde el Concilio Vaticano II el Buen Ladrón vuelve poco a poco a la luz, siendo celebrado actualmente el 12 de octubre en el Patriarcado de Jerusalén, desde el 16 de junio de 1971, según una vieja tradición que viene del siglo X, testimoniada por el Calendario Georgiano Palestino. Desde el 27 de septiembre de 1976, su memoria fue añadida al calendario de la diócesis de Lyon, y seguidamente al de la diócesis de Saint Flour desde el 20 de noviembre de 1981. Desde el 27 de julio de 1982 ha sido incluida en el libro de las misas votivas de Tierra Santa. También es celebrada en Jordania y en Chipre. En 1985 la Congregación para el Culto Divino aprobó para Francia una misa del Buen Ladrón para la Capellanía General Penitenciaria. Hay una emotiva devoción popular que se está extendiendo en diversas partes del mundo, particularmente en Oriente y en la América hispana. Cuando los sacerdotes tienen hoy esta posibilidad, responden en nombre de Cristo Redentor, y a ejemplo suyo, a la petición de su compañero de crucifixión, acordándose ellos mismos de él, celebrando la misa votiva de la Pasión de Cristo. ¿No es, acaso, la celebración de esta memoria del Buen Ladrón un modo de proclamar la Misericordia Divina y de invocarla sobre todos nosotros? ¿Y no es también un modo de dar testimonio de la esperanza que nos sostiene? LO QUE PENSARON LOS P APAS 100

Las citas de las homilías del Papa San León Magno, que hemos presentado anteriormente, atestiguan cómo se maravillaba este Papa del don de la fe otorgada al Buen Ladrón. Lo mismo pasa con San Gregorio Magno, Papa y Doctor de la Iglesia, y con nuestros Papas contemporáneos. Pío XII vio en la omnipotente Misericordia de Jesús asegurada a su compañero de crucifixión la gracia de una conversión inmediata y la promesa de una rápida beatificación implícita en su respuesta: Casi la primera indulgencia plenaria concedida por Cristo en persona.148 Resulta que siguiendo una fascinante evolución histórica, en el espacio de cuatro o cinco siglos la Iglesia de Jesús, bajo la moción del Espíritu Santo, quiso derramar sobre todos los bautizados bien dispuestos, aunque les faltase un sacerdote, la gracia de la indulgencia plenaria en la hora de la muerte. La Iglesia ha otorgado esta indulgencia a aquellos fieles que, estando en peligro de muerte y hallándose bien dispuestos, se encontraran imposibilitados para recurrir a un sacerdote, con la sola condición de haber recitado durante su vida, de manera habitual, alguna de las oraciones con las que se implora esta indulgencia.149 Pablo VI quiso además evocar por su nombre al Buen Ladrón en su proclamación del Credo del 30 de junio de 1968: Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Jesucristo —tanto las que todavía deben ser purificadas con el fuego del purgatorio, como las que son recibidas por Jesús en el Paraíso en el instante en que se separan del cuerpo, como el Buen Ladrón—, constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida por completo el día de la Resurrección, en que estas almas se unirán con sus cuerpos.150 EL BUEN LADRÓN,

LA

CRUZ Y LA SANTA MISA

Ya que estamos abordando el tema de la liturgia, quiero hacer notar que el Buen Ladrón asistió a la muerte de Jesús en la Cruz, y que fue trasformado por ella. ¿Pero somos conscientes de que cada vez que asistimos al Sacrificio Eucarístico estamos tan realmente presentes ante él como lo estuvo el Buen Ladrón? En su profesión de fe del 30 de junio de 1968, con la que el Papa Pablo VI quería responder a los errores introducidos por ciertos teólogos sobre la Misa, dijo claramente: Creemos que la Misa, celebrada por un sacerdote representando a la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento del orden y ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros del Cuerpo Místico, es realmente el Sacrificio del Calvario, presente sacramentalmente sobre nuestros altares.151 Lo esencial de la Misa está constituido por la consagración, ya que la consagración de la Eucaristía por medio del Sacramento, y por consiguiente en la fe, nos hace asistir y participar del mismo Sacrificio Redentor de Jesucristo. Un sacramento es un signo que 101

realiza lo que significa: la consagración de la Eucaristía actualiza el Sacrificio de la Cruz. Estamos allí tan realmente presentes como lo estuvieron la Virgen María, el Apóstol San Juan, y el Buen Ladrón. El Sacrificio de la Misa no es una inmolación diferente a la de la Cruz. Es la misma inmolación de la Cruz bajo la modalidad sacramental representada por el sacramento. ¿Se enseña esto todavía a nuestros cristianos? ¿Son conscientes de la inmensa diferencia que existe entre una simple liturgia de la Palabra y la Santa Misa, de que no hay nada que pueda remplazar al Sacrificio Eucarístico? Todo esto no es una antigua doctrina pasada de moda, es una doctrina actual, presente en cada una de las cuatro plegarias eucarísticas. La Misa tiene el mismo valor infinito que la Cruz como fuente de gracias y de santidad, ya que no es otra cosa que la misma Cruz, que se realiza en ese momento bajo la forma de un sacramento. Es por eso que la Misa debería ser el fundamento de nuestra vida cristiana. Ella es infinitamente superior a cualquier otra práctica de piedad, y a cualquier otra acción u obra. Si no la considerásemos de esta manera pondríamos nuestras obras por encima de la Cruz de Jesucristo. El santo Cura de Ars decía: Todas las obras buenas juntas no son nada en comparación con el Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, y la Misa es la obra de Dios: el martirio no es nada en comparación con ella, porque es el sacrificio que el hombre hace de su vida a Dios, pero la Misa es el Sacrificio que Dios hace, para el hombre, de su Cuerpo y de su Sangre. LA EUCARISTÍA ,

SACRIFICIO

Todo misionero que llegaba a un nuevo país, comenzaba levantando una cruz y celebrando ante ella el Sacrificio de la Misa. De este modo expresaba que este Sacrificio era el centro de cada uno de sus propios sacrificios, que habría de ofrecer para la edificación de la Iglesia en ese lugar. Porque todo en la vida cristiana es un único hecho que nace del Misterio de la Cruz: Cristo y los cristianos, el Gólgota histórico y la celebración del Sacrificio Eucarístico, la ofrenda de las especies sagradas y la de las vidas sacrificadas. Todo gira en torno a la Cruz. En estos últimos años, en la presentación de la celebración del Sacramento de la Eucaristía se ha insistido mucho en la dimensión del compartir una comida, pero quizás se ha olvidado decir que participar en la celebración de la Eucaristía es compartir una comida marcada por un sacrificio misteriosamente representado ante nosotros, y que participar en Él significa participar en su Misterio de inmolación dolorosa en vistas a la salvación. Juan Pablo II afirmaba: La Eucaristía es sobre todo un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo sacrificio de la nueva alianza.152 Por su lado, Pablo VI decía: Por el misterio eucarístico se representa de manera admirable el sacrificio de la Cruz consumado de una vez para siempre en el Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el perdón de los pecados que diariamente cometemos.153 102

Y el Concilio Vaticano II afirmaba: Nuestro Salvador en la última Cena, la noche en que fue entregado instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre para perpetuar el Sacrificio de la Cruz a lo largo de los siglos hasta que Él vuelva.154 La cruz del Buen Ladrón, representando sobre el Calvario a la humanidad terriblemente herida por el pecado, debe ser asociada a la de Jesús. El Buen Ladrón y su muerte en la cruz son una urgente invitación a un abandono total en la Misericordia Divina. El ejemplo del Buen Ladrón, que fue el primero en participar directamente en esta Misericordia Divina, reviste por este hecho una importancia universal. Su recuerdo sólo puede ser beneficioso para cada uno de nosotros. Su presencia en el Sacrificio del Calvario tiene que ayudarnos a captar mejor el insondable Misterio de la Pascua de Cristo y a vivir mejor nuestra participación en el Sacrificio Eucarístico. No hay más que un Sacrificio digno de Dios, que sea al mismo tiempo Salvador y Redentor para el mundo: el Sacrificio de la Cruz. Por eso, no hay nada más grande que la Santa Misa. Este tema lo ha desarrollado con precisión Jacques Maritain: Por medio del signo sacrificial, la omnipotencia divina nos hace presente el Sacrificio de la Cruz eternamente conservado en el cielo... En el momento más solemne de la Misa estamos realmente presentes ante el Sacrificio de la Cruz, tal como fue en el pasado; pero si es así, lo es por un efecto milagroso de un signo ritual que se ha realizado sobre el altar y que tiene una eficacia existencial. Estamos realmente, físicamente, presentes ante este mismo Sacrificio de la Cruz tal como está conservado en el cielo... Por la virtud del signo sacrificial un cierto momento de nuestro tiempo participa milagrosamente de la eternidad divina para fundirse en un cierto tiempo pasado conservado en ella.155 Hacer entender que la Misa actualiza el Sacrificio de la Cruz es invitar a los pecadores, a los ladrones, a las prostitutas y todos los malhechores a venir a ofrecerse y a ofrecer la Divina Victima, y a recibir sus gracias innumerables, entre ellas la de la conversión —que recibió el Buen Ladrón—, y eso sin tener necesariamente que comulgar —como las recibió también el Buen Ladrón—.156 ¿ESTABAS TÚ ALLÍ? «¿Estabas tú allí cuando crucificaron a mi Señor? [Where you there when they crucified, my Lord?]», canta un bellísimo espiritual negro. Y prosigue: «A veces este pensamiento me hace temblar, ¡temblar!» Pidamos al Buen Ladrón que nos conceda contemplar con una nueva mirada al que hemos crucificado con nuestros pecados. Pidámosle la gracia de mirar a Jesús en la Cruz con fe, con arrepentimiento y con confianza. «Ave, oh crux, spes unica!», «¡Salve, oh Cruz, esperanza única!», dice el himno del tiempo de la Pasión.

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DE LA

CRUZ AL NUEVO

P ENTECOSTÉS

La vuelta a la devoción al Buen Ladrón podría hacernos volver a descubrir el Misterio y la eficacia sobrenatural de la Cruz. Tenemos que entender que el Buen Ladrón no es un santo de tres al cuarto, un afortunado de última hora, sino que ha sido totalmente trasformado por la gracia. ¡Un gran santo! ¡Un verdadero santo! Un santo como Santa Teresa del Niño Jesús, o como San Vicente de Paúl. Lo escribía Jean Daujat: Hay que afirmar, contrariamente a Lutero, que esta infinita santidad de la cruz de Jesucristo, sin la cual somos irremediablemente pecadores, no nos mantiene pecadores, dejándonos solamente un título jurídico que nos atribuye la salvación, sino que ésta nos es realmente comunicada para que dejemos de ser pecadores y vengamos a ser verdaderamente y realmente santos, por Jesucristo, y en Él.157 En 1933 el Señor revelaba a Marta Robin158 que la Iglesia recobraría su juventud y que habría una nueva primavera, un Nuevo Pentecostés de amor, pero le pidió que le ofreciera su vida. Durante cincuenta años Marta vivió la Pasión en la discreción y el anonadamiento. Después de la derrota de los pueblos llegara este nuevo Pentecostés de amor. ¡Pero no nos olvidemos de que antes de la Resurrección de Cristo y de Pentecostés, tuvieron lugar la Pasión, la Cruz y el silencio de la tumba, el gran silencio del Sábado Santo! Si la Iglesia no es otra cosa que «Jesús derramado y comunicado», como dice Bossuet, ella también debe unirse a la pasión redentora del Hijo de Dios, crucificado antes de este nuevo Pentecostés de amor.159 Sobre el Calvario, mientras el Buen Ladrón reconoce sus faltas y recibe la promesa de su salvación, las tinieblas envuelven Jerusalén. Barrabás es liberado. Los príncipes de los sacerdotes, los doctores, los teólogos, triunfan. Humanamente, es la derrota. Los apóstoles han huido, solamente María, la Madre de Jesús, conserva toda la fe de la Iglesia en su Corazón dolorido e inmaculado. Es la hora del Buen Ladrón, precediendo las tinieblas del Sábado Santo y la resurrección de la mañana de Pascua, anunciando la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Creo que por la intercesión del Buen Ladrón tendremos conversiones sorprendentes, porque «Dios irá a escoger lo que es necedad y locura para confundir a los sabios» (1 Cor 1, 27). EL BUEN LADRÓN Y LA

UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

¿Estaríamos de acuerdo en Occidente para conceder al Buen Ladrón el lugar que le dan las cristiandades de tradición bizantina, sobre todo la rusa, donde el pueblo cristiano se reconoce en la conmovedora figura de aquel miserable don nadie, de Dostoievski, que tiene fe? El Buen Ladrón puede, en efecto, ser el arca de la alianza entre las Iglesias hermanas 104

de Occidente y de Oriente, ya que en estas últimas goza de una inmensa popularidad. Estamos maravillados del lugar central que los diferentes ritos de Oriente, bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio, maronita o caldeo, le han reservado al lado de Cristo Redentor. Vamos a intentar descubrirlo, en primer lugar, en la liturgia bizantina, donde el recuerdo del Buen Ladrón está presente por todas partes. EL BUEN LADRÓN EN LA

LITURGIA BIZANTINA

Cada día: A la hora del Oficio de Nona, en el momento en el que Cristo prometió el paraíso al Ladrón, se leen dos troparios y la oración de San Basilio el Grande que le evoca. 1.º Tropario: «Viendo al autor de la vida colgado de una cruz, el ladrón exclamó: «Si no fuera Dios encarnado el que con nosotros está crucificado, ni el sol hubiera escondido sus rayos, ni la tierra estremecida se hubiese tambaleado. Pero tú que has soportado todo, acuérdate de mí, Señor Jesús, en tu reino».» 2.º Tropario: «Entre los dos ladrones se encontraba tu cruz, balanza de justicia... Y aligerado de sus faltas, el Buen Ladrón fue llevado al conocimiento de Dios.» Y la oración de San Basilio el Grande dice: Oh Maestro y Señor Jesucristo, nuestro Dios lento a la cólera, al ver nuestras faltas nos has llevado hasta aquel preciso instante en el que, colgado del madero vivificante, has abierto al Buen Ladrón la entrada del paraíso y destruido la muerte por tu muerte. Ten piedad de nosotros, tus indignos y pecadores siervos, pues hemos pecado y no somos dignos ni de levantar los ojos ni de mirar hacia lo alto del cielo. Hemos abandonado los caminos de la justicia y hemos caminado según la voluntad de nuestro corazón. Pero imploramos tu increíble bondad. Sálvanos, Señor, según tu gran misericordia y sálvanos a causa de tu santo nombre, ya que nuestros días han corrido en la vanidad. Arráncanos de la mano del Adversario, borra nuestros pecados y mortifica nuestros pensamientos carnales; de esta manera, abandonando al hombre viejo, nos revestiremos del nuevo y viviremos para Ti, Señor y defensor nuestro. Entonces, siguiendo tus preceptos, llegaremos al descanso eterno, a la mansión de todos los bienaventurados. Porque Tú eres la felicidad verdadera y el gozo de los que te aman, ¡oh Cristo, nuestro Dios! Y te damos gracias a Ti, a tu Padre sin principio, a tu Espíritu tan Santo, bueno y vivificante, siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Cada domingo: Las bienaventuranzas se cantan antes de las lecturas, y su canto está enmarcado por el versículo: «¡En tu reino, Señor, acuérdate de nosotros!» Le acompañan ocho troparios: A causa del árbol prohibido Adán fue exilado del paraíso, pero debido al árbol de la cruz el ladrón entró en él. Uno, probando su fruto, desprecia el mandamiento del Creador; el otro, compartiendo la crucifixión, confiesa la divinidad: «Acuérdate de mí en tu reino. 105

Todos los años en el Oficio del Viernes Santo: Ese día es expresamente el día litúrgico de la fiesta del Buen Ladrón, según lo menciona el Synaxario, el martirologio que se lee en maitines, y que le menciona. El santo y gran Viernes celebramos los santos sufrimientos que Nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo padeció por nuestra salvación: los escupitajos, las bofetadas, la flagelación, los insultos, las burlas, el manto de púrpura, la caña, la esponja, el vinagre, los clavos, la lanza, y sobre todo la cruz y la muerte que aceptó libremente para salvarnos. Añadimos aquí la memoria de la confesión por la cual el Buen Ladrón, crucificado con Él, encontró la salvación sobre la cruz. Verbo de Dios, vivo hoy sobre la cruz, aceptas que la muerte tome al Dios de la Vida. La llave del Buen Ladrón abre el paraíso: «¡Señor, acuérdate de mí en tu Reino!» DURANTE LOS MAITINES: Es la primera parte del oficio que se reza antes de comenzar el día. Las bienaventuranzas se cantan solemnemente en ellas con algunos troparios intercalados. Bienaventurados los mansos... Tropario: A causa del árbol prohibido Adán fue desterrado del paraíso, pero debido al árbol de la cruz el ladrón entró en él. Uno, probando su fruto, desprecia el mandamiento del Creador; el otro, compartiendo la crucifixión, confiesa la divinidad: «Acuérdate de mí en tu Reino». Bienaventurados los hambrientos... Tropario: Los impíos compraron a los discípulos al Hambriento de Justicia, presentándolo al juicio de Pilato como un criminal, al tiempo que gritaban «¡Crucifica a Aquel que dio el maná a nuestros padres en el desierto!». Y nosotros imitemos al Buen Ladrón gritando como él: «Señor, acuérdate de nosotros en tu Reino.» Bienaventurados los misericordiosos... Tropario: Un pueblo injusto, sublevado contra Dios, se dirige a Pilato y le grita con furia: «¡Crucifícalo, crucifica al Cristo misericordioso! Y libera más bien a Barrabás.» Y nosotros imitemos al sabio Buen Ladrón gritando como él: «Señor, acuérdate de nosotros en tu Reino». Bienaventurados los perseguidos... Tropario: ¡Oh Cristo! Toda la creación tiembla al verte crucificado. Los cimientos de la tierra se estremecen de temor, los astros pierden su claridad, el velo del Templo se rasga en dos, los montes tiemblan, se quiebran las rocas; y nosotros, los fieles, te gritamos con el Buen Ladrón: «¡Acuérdate de nosotros en tu Reino!» 106

Conservemos el gozo y la alegría... Tropario: Señor, que exaltado sobre la cruz has aniquilado el poder de la muerte borrando el protocolo escrito contra nosotros, danos el arrepentimiento del Buen Ladrón y da a tus fieles siervos, ¡oh Cristo, nuestro Dios!, poder gritarte como él: «Señor, acuérdate de nosotros en tu Reino» Uno de los evangelios siguientes es el de Lucas 23, 32-49. Después se lee el Synaxario, citado más arriba, y al final el tropario del Exapostilaria: Tropario: Señor, tú que has dejado que el Buen Ladrón gane en el último momento tu Reino, y lo has juzgado digno del paraíso, por el Árbol de la cruz ilumíname, Señor, y sálvame. En la Hora Sexta: El Evangelio de Lucas 23, 32-49 forma parte del oficio celebrado a esa hora, las doce del mediodía: Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron dos lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado: que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban también de él los soldados que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». En la hora de Nona: Es la última parte del oficio celebrado después de la novena hora, las tres de la tarde. El oficio de nona es más solemne que en los días corrientes. Después de los salmos particulares de ese día se utiliza el mismo tropario que el de los otros días de la semana: Viendo al autor de la vida colgado de una cruz, el ladrón exclamó: «Si no fuera Dios encarnado el que con nosotros está crucificado, ni el sol hubiera escondido sus rayos, ni la tierra estremecida se hubiese tambaleado... Pero tú que has soportado todo, acuérdate de mí, Señor Jesús, en tu reino». A continuación, las bienaventuranzas enmarcadas por la oración del Buen Ladrón: «En tu reino acuérdate de nosotros, Señor». Y por último, la oración de San Basilio. En estos extractos del extraordinario oficio del Viernes Santo de la liturgia bizantina, tenemos el diálogo de la Iglesia con su Salvador a lo largo de la Pasión. El Buen Ladrón está presente desde la contemplación del momento de la crucifixión hasta la recapitulación final. Todos estos textos demuestran lo vivo que está el Buen Ladrón en la tradición 107

oriental, y el modo tan natural de presentarlo, ya que su recuerdo está asociado inseparablemente al de Cristo en la Cruz. Es una de las maravillas del oficio bizantino, el cual parece verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo. Para hacernos una idea más justa del culto y de la devoción hacia el Buen Ladrón en las iglesias de Oriente, nos sería útil profundizar en su iconografía. La barra transversal típica de la cruz bizantina significa, por ejemplo, la balanza de la justicia inclinándose hacia el Buen Ladrón. Podemos también tomar otro ejemplo: el de la liturgia siriaca. Como en las demás liturgias orientales, este rito quiere hacer memoria del Buen Ladrón y asociarlo a Cristo Redentor en la conmovedora oración que eleva hacia él. Se dirige directamente al Buen Ladrón, a quien llama «Flor primera del árbol de la cruz...», «Fruto del madero del Gólgota...» Tropario del Viernes Santo: ¡Hoy, Viernes, has juzgado al Ladrón digno del Paraíso! ¡Oh, Señor, ilumínanos, y sálvanos por el madero de la Cruz! Responso: Señor, has tomado como compañero de camino a un ladrón con sus manos manchadas de sangre. Cuéntanos con él, tú que eres bueno y amigo de los hombres. El ladrón sobre la Cruz no dice más que una palabra, pero por su gran fe fue salvado. Fue el primero en abrir las puertas del Paraíso y entrar en él. Tú, que has recibido su arrepentimiento, ¡gloria a Ti, Señor! Adán fue exilado del Paraíso porque menospreció la orden del Creador, pero el ladrón crucificado con Cristo confesó al Dios escondido diciendo: «Acuérdate de mí, Señor, cuando vengas con tu reino.» Sedro: ¡Gloria a Ti! ¡Gloria a Ti, Cristo, nuestro Dios! Tú que te has hecho semejante a nosotros en todo menos en el pecado, te crucifican entre dos bandidos, y el universo se conmociona. El día desaparece y el cielo se oscurece, el velo del templo se rasga y se quiebran las piedras. Ayer dabas tu Cuerpo en comida a tus discípulos, hoy te ven morir desde lejos. Pedro, el primero de los apóstoles, ha huido, como también Andrés. Y Juan, que se recostó sobre tu costado, no impidió al soldado atravesarte el corazón con su lanza. Lázaro, a quien has llamado a la vida, no está ahí, y el ciego a quien has abierto los ojos, no te ha llorado; el cojo que puede ya andar gracias a Ti no corrió hacia Ti, solamente un bandido crucificado a tu lado te confiesa y te llama «Mi rey». ¡Oh, Ladrón, primera flor del árbol de la Cruz, eres el primer fruto del Árbol del Gólgota! Al ver a Cristo suspendido en la cruz has exclamado: «¡Si no fuera el Dios encarnado, el sol no hubiese escondido sus rayos! Pero Tú que sostienes todas las cosas acuérdate de mí en tu Reino». ¡Oh, Ladrón, toma la Cruz de tu Salvador y anda hacia el Edén! Toma la Cruz sobre tus espaldas y marcha hacia los querubines. Reconocerán el signo de la vida. Toma la 108

Cruz de tu Señor y canta un cántico nuevo, porque hoy entrarás en el gozo de tu Señor. Hoy a los pies de la Cruz es juzgada toda la humanidad en la persona de dos malhechores, ya que el primero confiesa sus pecados, mientras que el segundo se transforma en el acusador de Dios hacia los hombres y calumniador de los hombres hacia Dios. Por todo esto, Señor, te suplicamos con el Buen Ladrón: ¡Acuérdate también de nosotros en tu Reino! Tú, que cubierto de oprobios has cambiado el corazón del Ladrón, cambia también nuestro corazón y ábrenos la puerta del Paraíso, porque es una gloria para tu Reino que sus puertas estén abiertas a las prostitutas y a los pecadores... Por eso con todos los rescatados te alabamos, así como a tu Padre, y a tu Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. En esta hora del ecumenismo es bueno recordar esta larga tradición de las Iglesias orientales que, según declaró el Papa Juan Pablo II en Tours, son portadoras de una gran luz para todos. Esta tradición la han heredado de los Padres de la Iglesia, que son nuestros Padres en la fe, y que han sabido dar al Buen Ladrón un amor de predilección. En lo que se refiere al rito romano, parece difícil insertar hoy en su liturgia del Viernes Santo la mención a quien fue canonizado por Cristo. El texto, inspirado en el Vaticano II, está centrado en la persona de Cristo. Por eso no encontraremos en la liturgia latina del Viernes Santo nada sobre el Buen Ladrón, a diferencia de lo que ocurre en las liturgias orientales, especialmente en la bizantina. La liturgia latina reserva este día al recuerdo único de los sufrimientos de Jesús, por eso es necesario compensar esta ausencia con una fiesta particular dedicada al Buen Ladrón, como es el caso del 15 de septiembre, fiesta dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. El rito ambrosiano merece una mención especial. En él también se recuerda mucho al Buen Ladrón, sobre todo en el Jueves Santo y en la Pascua. Lo hace con los acentos conmovedores de San Ambrosio, dirigiendo a Cristo esta oración vibrante: Non tibi dabo osculum sicut et Juda sed sicut latro confitento te, dicern: «Memento mei domine in regno tuo» [No te daré el beso de Judas, pero como soy también ladrón, confío en ti y te digo: «Acuérdate de mí, en tu reino»]. Siempre a propósito de la dimensión ecuménica del Buen Ladrón, conviene citar aquí el testimonio de un pastor protestante que decía a un abad cisterciense que el único personaje a quien los protestantes —tan unidos a las Sagradas Escrituras— estarían de acuerdo en reconocer el derecho a una devoción, es el Buen Ladrón, porque —decía— es el único caso de canonización hecha por el mismo Jesucristo, y además ha sido recogida en el Nuevo Testamento.

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Pp Misa del Buen ladrón Antífona de entrada Uno de los malhechores, suspendido en la cruz, decía a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando vengas como rey». Oración colecta Dios de poder y de misericordia, tu que justificas a los pecadores, te suplicamos humildemente, por la amorosa mirada de tu Hijo que atrajo al Buen Ladrón: llámanos a la verdadera penitencia y danos esa gloria eterna cuya promesa él recibió. Por Jesucristo nuestro Señor. Primera lectura (Llamada a la conversión): Lectura del Libro de Isaías (1, 16. 18) Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a obrar bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces y discutiremos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como escarlata quedarán blancos como la nieve, aunque sean rojos como la púrpura, quedaran como lana. Salmo 31, 1-2.ª 5. 10b-11 Dichoso el que esta absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Mientras callé se consumían mis huesos rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco. Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo los de corazón sincero. Aclamación del Aleluya Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino (Lc 23, 42).

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Evangelio: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándole, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros en verdad lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso.» Oración sobre las ofrendas Te suplicamos, Señor, que esta víctima nos purifique de todos nuestros pecados, ya que en el altar de la cruz ella nos libró del pecado del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor. Antífona de la comunión En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). Oración después de la comunión Que esta comunión en tus misterios, Señor Jesús, nos conduzca a aquella felicidad que has prometido en tu misericordia al Buen Ladrón, mientras estabas suspendido en la cruz. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Misa del Buen Ladrón del Oficio propio del rito de Lyon (Celebración: 12 de octubre o entre semana, fuera de las fiestas de primera clase).

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Capítulo 9 UNA ESPERANZA

No somos capaces de vislumbrar exactamente cuales serán las necesidades de la Iglesia y del mundo de aquí a unos años. Sin embargo, podemos intentar tomar al Buen Ladrón como modelo de santidad para nuestro tiempo. Algunas reflexiones Nuestro mundo, fascinado por el progreso de las ciencias y de la técnica, está dominado por la preocupación de la eficacia, de la rentabilidad, del consumismo, de la permisividad, del disfrute fácil e inmediato. Los ídolos del dinero, la droga, el sexo, etc., proliferan. Es un mundo anclado en la tierra, en la vida presente, que oculta la muerte y sobre todo el mundo que está por venir. El Buen Ladrón, por su suplicio, por su oración, por su esperanza, y por la promesa de Jesús que escuchó su petición, hace levantar los ojos hacia el mundo futuro y tomar conciencia de la proximidad del reino de Dios. El Buen Ladrón puede llegar a ser el santo del Tercer milenio porque está asociado a Santa Teresa del Niño Jesús para enseñar y propagar el «pequeño camino» al que Dios quiere introducirnos, camino evangélico, camino de santidad para todos los hombres, incluyendo a los más pobres. La proclamación de Santa Teresa del Niño Jesús como Doctora de la Iglesia parece significativa. ¿No será esta proclamación una invitación que Dios hace a la humanidad para que avance por el camino de la infancia espiritual vivida por Teresa y por el Buen ladrón? Si la espiritualidad de Santa Teresita, como lo recordó su hermana Celina160, fuera la misma del Buen Ladrón, tendríamos razón para pensar que ambos están asociados a una misión en la Iglesia, que se prolongará y desarrollará en los tiempos venideros. El caminito de Teresa del Niño Jesús podría llegar a ser el pequeño camino de santidad de los pobres y de los pecadores arrepentidos. El Buen Ladrón es asociado a Teresita porque nos traduce, por su ser mismo y por lo que sabemos del fin de su vida, toda la espiritualidad del pequeño camino: – Definición de la santidad según el corazón de Dios: la santidad no es otra cosa que el amor. No confundamos la perfección con la santidad. – En consecuencia, todos estamos llamados a ella, ya que siendo Dios Amor hemos 113

sido hechos por el amor y para el amor. La santidad, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, es nuestra vocación, nuestro primer deber de estado. – Cristo es el primer actor de la santidad. Es su amor acogido el que nos trasforma, recreándonos. Los méritos vienen después, en función del tiempo que nos es dado. Están ahí únicamente para mostrarle a Dios que le amamos. La santidad puede economizar el tiempo: «Dios no necesita tiempo para hacer su obra en un alma».161 – La asociación Santa Teresa del Niño Jesús-Buen Ladrón aporta al camino de la infancia espiritual una dimensión de vocación universal. – Esta asociación entre ambos es deseada por Dios en orden al Pentecostés de Amor Misericordioso, que preparará la Civilización del Amor que Juan Pablo II deseó y pidió con todas sus fuerzas. – El Buen Ladrón es el antídoto tanto del pelagianismo que hace depender la santidad y la salvación de los méritos personales, como del fariseísmo de los que se creen «justos». – Los poderes ocultos de este mundo proclaman hoy, con insolencia, su desmesurado orgullo. Proclaman la muerte de Dios, gracias a una propaganda en la sombra que condiciona a los espíritus: el bien se transforma en mal y el mal en bien, se ridiculiza la virtud, y cada uno se erige en juez de su propia conciencia. El hombre se deifica a sí mismo. Las consecuencias están ahí. Es probable que Dios, para contrarrestar este orgullo demoníaco, suscite, como afirma Santa Teresita, legiones de «almas pequeñas». Vamos a ver la realización de aquello que San Pablo escribió en su Primera Carta a los Corintios: Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aun más ha escogido a la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Para que, como está escrito: el que se gloríe, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1, 27-31). «Mis santos preferidos son los Santos Inocentes y el Buen Ladrón». ¡Qué intuición la de Teresa del Niño Jesús! Los Santos Inocentes representan los millones de niños por nacer que son exterminados. El Buen Ladrón es el representante de los que sufren, y sobre los cuales se cierne la amenaza de otra plaga: la eutanasia. ¡Qué oportuna devoción para luchar contra las dos plagas de nuestra sociedad: el aborto y la eutanasia! La espiritualidad del Buen Ladrón, su muerte, y la promesa de Jesús de llevarle «hoy mismo» al paraíso parece ser una respuesta actual a la doctrina de la reencarnación, cada vez más extendida entre muchos cristianos. Cristo no afirma: «cuando hayas vivido tu karma vendrás al paraíso». Tampoco dice: «Después de varias reencarnaciones en diferentes cuerpos estarás conmigo en el paraíso». Cristo dice: «¡Hoy mismo!». Para los que creen en la reencarnación, el cuerpo no tiene mucho valor. El alma, por su parte, es un principio que cambia de modo de ser según cada nuevo modo de existencia, y cuyo destino final está en hacerse uno con el gran Todo. Así, «se pone en entredicho la unidad de la persona humana en tanto que es sujeto único e irremplazable ante Dios» (Bernard Sesboué, SJ). Según esta doctrina es el hombre quien realiza el esfuerzo para obtener la salvación y elevarse al nirvana, es el hombre quien se eleva 114

hacia Dios, y no Dios quien se abaja hacia el hombre para elevarlo; es el hombre el que se salva a sí mismo con sus méritos y con sus esfuerzos. Justamente lo contrario al Evangelio.162 Las palabras de Jesús al Buen Ladrón son la afirmación de la unidad y del valor irreemplazable de la persona que se juega su destino eterno en su única existencia terrestre y que está llamada a la salvación en su totalidad: con su cuerpo y con su alma. La actitud del Buen Ladrón nos enseña que es Jesús quien salva, «que es Dios el que busca al hombre, quien va a su encuentro, y quiere, por su misericordia y su amor, crear una comunión con el hombre» (Bernard Sesboué, SJ).163 El Buen Ladrón responde a las preguntas existenciales que nos hacemos todos, y que se pregunta el hombre moderno. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? El Buen Ladrón se las hizo como nosotros, y para nosotros. Hay en nosotros un instinto poderoso que nos empuja a rehusar la muerte. Al Buen Ladrón le pasó también lo mismo que nos pasa a todos. Podemos adivinar lo que debió de ser para él la promesa de Jesús: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». Al estudiar la muerte del Buen Ladrón, y la promesa de Jesús, podemos concluir que reencontrar la devoción al Buen Ladrón puede ayudar a la Iglesia y a los cristianos a poner un dique a la marea cada vez más creciente de la doctrina de la reencarnación y de las otras doctrinas paralelas traídas por el movimiento de la Nueva Era. Resulta paradójico contemplar cómo en nuestro tiempo se está produciendo una pérdida masiva de la fe en una vida después de la muerte, y un rechazo a toda resurrección, y al mismo tiempo, y entre cristianos, la aceptación de doctrinas ambiguas como la reencarnación, y otras ideas paralelas en circulación. El Buen Ladrón puede llegar a ser un mensajero de la esperanza cristiana haciéndonos mirar con fe la muerte y la Cruz de Cristo, que es el modo como todo cristiano debe mirarlas. El Buen Ladrón puede ser considerado como el primero de todos los excluidos, de todos los rechazados y apartados de nuestras sociedades, que son abandonados y humillados. Juan Pablo II ha recordado frecuentemente que la Iglesia ha de estar en primera línea de compromiso en favor de ellos.164 Entre los excluidos están en primer lugar los enfermos de sida, abandonados a veces por sus propias familias, excluidos y despreciados, muriendo muchas veces solos, como parias. ¿Quién mejor que el Buen Ladrón podría ser para ellos un modelo, sobre todo en el momento de su agonía y de su muerte? Los presos pertenecen al mundo de la exclusión. El Buen Ladrón, que fue uno de ellos, se halla seguramente en buen lugar para entenderles, amarles, y suscitar iniciativas pastorales para su servicio. El Buen Ladrón es el protector de los presos y de los condenados a muerte. Conoció y vivió su condición hasta el extremo. Como ellos, fue arrestado, encarcelado, padeció malos tratos y privaciones, soportó la tortura física y moral. Fue encadenado y arrastrado ante un tribunal para ser juzgado, seguramente de forma rápida. Oyó caer sobre él la terrible sentencia condenatoria: la crucifixión. Teniendo que hacer un penoso camino hacia el patíbulo en medio de un gentío hostil, tuvo que soportar burlas y recibir toda clase de objetos lanzados contra él. Conoció la angustia de la espera, el tormento de los preparativos, los dolores horribles de una muerte que duró horas. Y sin duda ninguna se 115

debió de interrogar sobre su futuro eterno, él, proscrito y destinado a la gehena por la buena conciencia colectiva. Ya que ha compartido su condición, podemos reconocer en él un amigo de los condenados a muerte, su confidente y su abogado, así como un poderoso intercesor para ellos cerca de Dios. Por fin, si escuchamos bien lo que dice a su compañero de maldades y a Jesús, entenderemos rápido que su intervención, orientada a la vez hacia el culpable y hacia el inocente, hace de él el patrono de todos los encarcelados sin excepción. Al dirigirse a su compañero de fechorías le insta a reconocer honradamente sus errores y a confiar en Dios. Es una invitación al arrepentimiento y a la reconciliación. Valiente defensor de Jesús frente a sus cínicos acusadores, proclama sin miedo su inocencia. Por eso el Buen Ladrón no puede más que suscitar iniciativas en favor de los excluidos. En relación con los presos, los cristianos no deberían nunca olvidar las palabras de Jesús: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 36). Desde 1981 un gran movimiento se ha desarrollado en Francia y se extiende fuera de sus fronteras. Se trata de la Fraternidad carcelaria Buen Ladrón165, que ahora constituye una asociación de fieles. Este movimiento reúne cristianos deseosos de ofrecer a los presos y a sus familias un acompañamiento fraterno y eficaz durante la detención, y ayudar a los excarcelados para facilitar su reinserción en la sociedad. La originalidad y el dinamismo de esta fraternidad descansan en la convicción de que sólo el anuncio de la Palabra de Dios, y su libre acogida por el preso, pueden curarle en profundidad y hacerle volver a confiar en la vida. El Buen Ladrón debería ser presentado a los presos, a los que se prostituyen, a los sin techo, a los indignados, a los drogadictos, a los violadores, a los desarraigados, como un amigo en quien pueden confiar y a quien se pueden dirigir con confianza en la oración para obtener la gracia de este mismo encuentro que él hizo con la Misericordia.

EL REDESCUBRIMIENTO DE LA DEVOCIÓN AL BUEN LADRÓN DARÁ A LA IGLESIA Y AL MUNDO EL VERDADERO SENTIDO DE LA BUENA NUEVA DE LA MISERICORDIA Toda la revelación cristiana, toda la fe cristiana, está resumida y contenida en esta verdad: «Dios es Amor» (1 Jn 4, 8). Y en relación con nosotros, que somos pecadores, este amor se trasforma en perdón y misericordia. He aquí lo que la historia del Buen Ladrón nos manifiesta en particular: – El perdón de Dios es incondicional y no exige para ser dado ninguna «expiación», ninguna «reparación». No exige ninguna vuelta atrás. No exige ningún «purgatorio». Cierto es que el Buen Ladrón sufrió horriblemente y murió en unas condiciones terroríficas. Es probable que su sufrimiento y su manera de morir favorecieran su conversión y su fe; puede ser que sin este sufrimiento, y esta muerte, no hubiera llamado al Salvador suplicando su Misericordia. Pero su sufrimiento y su muerte no aparecen en absoluto en el Evangelio como un castigo divino por su pecado, aparecen solamente 116

como la consecuencia natural del mal que cometió, y causados por la justicia humana. – El perdón de Dios es totalmente gratuito. Recibirlo depende solamente de la fe que abre al hombre a la gracia. Basta creer en la Misericordia Divina, que le es concedida al pecador en la medida en que éste la quiera recibir. – El perdón de Dios es inmediato. No se hace esperar. En cuanto el pecador recibe la gracia del perdón, éste le es inmediatamente dado. Es como si el Salvador esperase esta apertura para precipitarse con sus brazos y su Corazón abiertos para darle su perdón. Dios anhela hacer Misericordia, y espera, respetando totalmente la libertad del hombre, poderle perdonar con una paciencia infinita y con una impaciencia ardiente, como demuestra la respuesta inmediata de Jesús. Porque Dios es un apasionado del hombre y de su salvación. – El perdón de Dios es extraordinariamente poderoso. Opera una recreación radical, particularmente manifiesta en el caso del Buen Ladrón, que pasó en un instante de la más profunda esclavitud del pecado a la más alta santidad. – El perdón de Dios sobrepasa sin medida todo lo que el hombre puede esperar o imaginar. ¿Cómo hubiera podido imaginar el Buen Ladrón que él, el primero, tuviera acceso al Paraíso «hoy mismo», habiendo estado cerrado para todas las generaciones humanas posteriores al pecado original? Y el Paraíso que Jesús le promete es mucho más que el reino que podía imaginar. «Conmigo», le dice Jesús. ¡Maravillosa intimidad divina! Volver a descubrir la devoción al Buen Ladrón nos hará sin duda percibir de manera clara y explícita toda esta enseñanza, y muchas otras, sobre la Misericordia del Salvador. Y nos lo hará percibir de manera viva y eficaz, alentadora y estimulante. ¿CÓMO PUEDE LLEGAR A

SER EL

BUEN LADRÓN EL SANTO

DE LA ESPERANZA PARA TODOS, INCLUIDOS LOS GRANDES PECADORES, LOS ALEJADOS, Y LOS MARGINADOS?

Para que el Buen Ladrón llegue a ser el santo de todos éstos, es necesario, en primer lugar, que sea el santo de los sacerdotes y de los apóstoles que Dios les manda. Estos sacerdotes santos del pequeño camino del Buen Ladrón están a nuestras puertas. Serán sacerdotes de la Misericordia, sacerdotes con corazón de niño, quienes, como decía San Luis María Grignion de Montfort, vendrán con la pobreza de sus medios a hacer maravillas en medio de los pobres y de los pequeños. El mundo y la Iglesia necesitan a estos sacerdotes con corazón misericordioso, estos sacerdotes de fuego anunciados por Grignion de Montort. Creo verlos ya levantarse y venir. Estos sacerdotes de la Misericordia, formados por María, tomarán a Jesús por modelo perdonando al Buen Ladrón, a la samaritana, a la mujer adúltera, escrutarán y profundizarán el episodio de este santo Ladrón a quien Jesús promete su Paraíso, meditarán las parábolas del hijo prodigo y de la oveja perdida. Llenos de misericordia se inclinarán con ternura sobre los más miserables espiritualmente, sobre todo sobre los excluidos y los heridos de la vida, los faltos de amor, los abandonados, y todos los pobres de pan y de luz. Estos sacerdotes de la Misericordia, estos padres de los hijos pródigos y de los ladrones de nuestro mundo, tendrán una particular predilección hacia los jóvenes, en búsqueda de la verdad y del amor. Enseñaran sin equívocos las exigencias del Evangelio, pero predicarán el total 117

poder de la gracia derramándose en la debilidad, y se mostrarán llenos de bondad para con los miserables. Serán sacerdotes con corazón de niño, suscitando apóstoles de fuego en medio de los pequeños y de los pobres. Serán padres con corazón misericordioso, pero sin paternalismos. Serán evangelizadores, predicadores ardientes, confesores y adoradores. Renovarán el sacerdocio ministerial por la simplicidad de su corazón de niño. Atraerán a los pecadores que se acercarán a ellos para oírles, y escandalizarán a veces a algunos fariseos por no ser ni de derechas ni de izquierdas, sino del único centro del Corazón Misericordioso de Jesús.

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Pp HISTORIA

DE UNA CONVERSIÓN

Este hecho, contado por una religiosa de Nueva York, fue relatado por el periódico L’Univers: En un barrio de la ciudad muere un joven de unos veinte años, agotado por una vida de excesos. Es tan mal hijo como mal cristiano, y sólo tiene desde hace mucho tiempo palabras duras y desagradables para su madre. Ésta, llorando, le suplica que vuelva a Dios y se convierta antes de morir. El joven le contesta únicamente injuriándola. Desesperada esta mujer, corre a la iglesia vecina en la que el sacerdote que celebra la Misa se encuentra en el momento de la elevación. Fijos los ojos sobre la hostia, la madre, sustituyendo a su hijo, repite con fe la invocación del Buen Ladrón: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Cuando termina la Misa, vuelve a la cabecera de su hijo. Él la acoge dirigiéndose a su madre con dos palabras que ella no había oído desde hacía muchos años: «¡Madre mía!» Y después, enseñándole el crucifijo colgado en la pared, le dice: «Mamá, el Cristo me ha mirado, lo he visto, y he oído que me decía: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». La madre, corriendo, llama al sacerdote, el joven se confiesa llorando, recibe los últimos sacramentos y muere en paz.

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Anexo 1 VALIOSOS COMENTARIOS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA SOBRE EL BUEN LADRÓN166

LA

CONFESIÓN DEL

LADRÓN ARREPENTIDO

«Este no hizo nada que fuera detestable». ¡Qué confesión tan hermosa! ¡Qué pensamientos tan sabios y qué razonamientos tan excelentes! Él fue el confesor de la gloria del Salvador y el acusador de la soberbia de los que le crucificaron... Contemplemos, pues, esta hermosa confesión de fe. Dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Lo ves crucificado y lo llamas rey; soportando ignominia y sufrimiento, y viniendo con gloria divina. Lo ves alzado, rodeado por el grupo de los judíos, la malvada caterva de fariseos y el pelotón de legionarios de Pilato; todos se burlaron de Él y ninguno lo confesaba. San Cirilo de Alejandría Comentario al Evangelio de Lucas, 153

EL LADRÓN LO CONFIESA

CUANDO EL DISCÍPULO LO ENTREGA

El buen ladrón mereció el paraíso porque pensó que la cruz de Cristo no era escándalo sino poder. Así dice el mismo Apóstol: «A los judíos que son llamados les predicamos a Cristo, poder y sabiduría de Dios». Por eso, sin duda, el Señor le confiere el Paraíso, porque sobre el patíbulo de la Cruz confiesa a aquel que Judas Iscariote había vendido en el monte de los Olivos. ¡Oh maravilla! El ladrón confiesa a aquel a quien el discípulo había negado. ¡Oh maravilla, repito: el ladrón alaba, mientras sufre, al que Judas había traicionado mientras le besaba! Uno vende el afecto de la paz; el otro alaba las heridas de 120

la cruz. Por eso dice: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». San Máximo de Turín Sermón 74 ABIERTO POR LA

FE DEL

LADRÓN EL CAMINO AL PARAÍSO

El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que pudo ser abierto por la fe de un ladrón. San León Magno Sermón 15, sobre la Pasión DESDE EL TRONO DE LA CRUZ RECIBE LA

FE SU RECOMPENSA

Después de esas burlas sacrílegas que acompañaron a su mansedumbre hasta el lugar del suplicio en el que crucificaron con Él a dos ladrones en patíbulos colocados a uno y otro lado, uno de ellos... dijo: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Su misma fe recibió una respuesta, pues Jesús le dice: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Tal promesa sobrepasa la condición humana, pues es promulgada no tanto desde el árbol de la cruz, cuando desde un trono de poder. Desde esta altura recibe la fe su recompensa, a un mismo tiempo que se destruye la deuda de la transgresión humana. San León Magno Sermón 74, 3 NINGUNA

CULPA DEBE QUEBRAR EN NOSOTROS LA FUERZA

DE LA ESPERANZA

Sean cuales sean y cuantas sean nuestras culpas, no debe quebrarse en nosotros la fuerza de la esperanza. Nos da una gran confianza en el perdón el buen ladrón, el cual no era bueno sino ladrón, y que es digno de veneración no en cuanto ladrón, que lo fue por su crueldad, sino porque reconoció a Cristo. ¡Meditad, pues, meditad, las inefables entrañas de misericordia de nuestro Dios! El ladrón capturado con sus manos manchadas de sangre, en el lugar donde acechaba su emboscada, y que fue colgado en el patíbulo de la cruz, allí confesó, allí fue sanado, y allí mereció oír: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). ¿Qué significa esto? ¿Quién podrá apreciar y explicar debidamente la inmensa bondad de Dios? En el lugar mismo del castigo por el delito, este ladrón recibió el premio de la virtud. El Señor Todopoderoso ha permitido que sus elegidos caigan algunas veces en ciertas faltas, para dar la esperanza del perdón a quienes yacen oprimidos bajo el peso de sus culpas. Si se convierten a Él de todo corazón, Él, que abre las puertas de la misericordia a los gemidos de la penitencia, les abrirá las puertas de la patria celestial. 121

SAN GREGORIO MAGNO Homilía 20, sobre los Evangelios, 15 SI ESTÁS CRUCIFICADO CON CRISTO, COMO UN LADRÓN, EN TU DIOS COMO LO HIZO EL BUEN LADRÓN

CONFÍA

Si estás crucificado con él, como un ladrón, confía en tu Dios, como el Buen Ladrón. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser justo. Adora al que por ti fue crucificado. Incluso, si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con tu muerte la salvación. Entra en el Paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias. San Gregorio Nacianceno Sermón 45 EL BUEN LADRÓN VE A JESÚS COMO REY EN QUE DA

LA VIDA

POR SUS SÚBDITOS

«Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». No tuvo la audacia de decir «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» antes de haber depuesto, por la confesión, la carga de sus pecados. ¿Te das cuenta de lo importante que es la confesión? Se confesó y abrió el paraíso. Se confesó y le entró tal confianza que, de ladrón, pasó a pedir el reino. ¿Ves cuántos beneficios nos reporta la cruz? ¿Pides el reino? Y, ¿qué es lo que ves que te lo sugiera? Ante ti tienes los clavos y la cruz. Sí, pero esa misma cruz —dice— es el símbolo del reino. Por eso lo llamo rey, porque lo veo crucificado: ya que es propio de un rey morir por sus súbditos. Lo dijo Él mismo: «El buen pastor da la vida por las ovejas»; luego el buen rey da la vida por sus súbditos. Y como quiera que realmente dio su vida, por eso lo llamo rey: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. San Juan Crisóstomo Obispo de Constantinopla y Doctor de la Iglesia Homilía sobre la cruz y el ladrón, 1, 3-4, PG 49, 403-404 EL LADRÓN FUE MÁS ALLÁ

DE LAS APARIENCIAS

Me dirás: «¿Qué hizo de extraordinario este ladrón para merecer, después de la cruz, el paraíso?» Y te respondo: mientras, desde el suelo, Pedro negaba al Maestro, él, en lo alto de la cruz, lo proclamaba «Señor». [...]. El discípulo no supo aguantar la amenaza de una criada; el ladrón, ante todo un pueblo que lo circundaba, gritaba y ofendía, no se intimidó, no se detuvo en la apariencia vil de un crucificado, superó todo con los ojos de la fe, reconoció al Rey del Cielo y con ánimo inclinado ante él dijo: «Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino». Por favor, no subestimemos a este ladrón y no tengamos 122

vergüenza de tomar como maestro a aquel a quien el Señor no tuvo vergüenza de introducir, delante de todos, en el paraíso; no tengamos vergüenza de tomar como maestro a aquel que, ante toda la creación, fue considerado digno de la convivencia y la felicidad celestial. Pero reflexionemos atentamente, sobre todo, para que podamos percibir el poder de la cruz. San Juan Crisóstomo De cruce et latrone, i 2s: PG 49, 401ss El Paraíso abierto «hoy» por la Cruz de Jesús El Paraíso, cerrado durante miles de años, ha sido abierto «hoy» por la cruz. Porque hoy Dios ha introducido en el paraíso al buen ladrón. Se realizan dos milagros: abre el paraíso para que entre un ladrón. Hoy, Dios nos ha devuelto a nuestra vieja patria, hoy nos ha reunido en la ciudad de nuestro origen, hoy ha abierto su casa a la humanidad entera. «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43) «¿Qué dices, Señor, aquí? Estás crucificado, clavado ¿y prometes el paraíso?» «Sí, para que aprendas cuál es mi poder en la cruz». Porque no fue resucitando a un muerto, dominando la tempestad del mar, echando demonios, sino crucificado, clavado, cubierto de salivazos e insultos, burlado y ultrajado, como ha podido cambiar la situación espiritual del ladrón, para que veas los dos aspectos de su poder. Hizo estremecer a toda la creación, hendió las rocas, y atrajo hacia sí al ladrón, más duro que una piedra... Seguro que ningún rey permitiría nunca que un ladrón u otro malhechor se sentase con él a la hora de la solemne entrada en una ciudad. Pero Cristo lo ha hecho: cuando entra en su santa morada lleva consigo al ladrón. Actuando así no menosprecia el paraíso, no lo deshonra por la presencia de un ladrón. Bien al contrario, honra el paraíso, porque es una gloria para el paraíso tener un amo que pueda convertir a un ladrón en un ser digno de gustar sus delicias. Lo mismo cuando conduce al reino de los cielos a los publicanos y prostitutas, no es un desprecio sino un honor, ya que muestra que el amo del reino de los cielos es poderoso como para hacer dignos de tales dones y honores a los publicanos y prostitutas. San Juan Crisóstomo Obispo de Constantinopla y Doctor de la Iglesia Homilía 1.ª sobre la cruz y el buen ladrón, para el Viernes Santo, 2; PG 49, 401

CRISTO ABRE EL PARAÍSO AL LADRÓN Al principio creó Dios al hombre, que era una imagen del Padre y del Hijo. Así dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». También quiso que el ladrón 123

entrara en el Paraíso, e inmediatamente pronunció una palabra e introdujo al ladrón allí. Cristo no necesitaba pedirlo con oraciones, aunque después de Adán había impedido que todos entraran allí. Efectivamente, puso una espada llameante para guardar el Paraíso; pero Cristo abrió el Paraíso con su propia autoridad e introdujo al ladrón. San Juan Crisóstomo Contra anomeos 9, 2 A LOS QUE PROFESAN SU FE, COMO EL BUEN LADRÓN, SE LES DA ACCESO AL P ARAÍSO Lo mismo que al que profesó su fe se le abrieron las puertas del Paraíso, cuando Jesús dijo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso», así también a todos los que creen y profesan su fe les ha confiado el acceso de entrada que había sido cerrado por el pecado de Adán. Orígenes Homilías sobre el Levítico, 9, 5 LA HUMANIDAD ENTRA

DE NUEVO EN EL

P ARAÍSO

¡Oh Redentor!, seguimos tus palabras, con que, triunfando de la negra muerte, al ladrón, de la cruz tu compañero, ordenas caminar tras tus pisadas. He aquí que ya a los fieles queda abierta la clara vía del ancho Paraíso y al bosque aquel al fin entrar se puede, que al hombre arrebatara la serpiente. Allí, Guía buenísimo, yo ruego, ordena que te sea consagrada tu sierva, el alma, en el lugar de origen que errante y desterrada antes dejara. Prudencio Himno para los funerales de un difunto, 157-168 En un instante es destruida la culpabilidad de una larga serie de crímenes ¿Quién proclamará el poder que supone un cambio tan admirable? En un breve instante es destruida la culpabilidad de una larga serie de crímenes. En medio de los crueles tormentos de la agonía, el que estaba fijado al patíbulo pasó a Cristo, y a quien la 124

impiedad personal le infirió la pena, la gracia de Cristo le da el premio. San León Magno Sermón 55 La cruz de Cristo es la llave del Paraíso Aquella espada de fuego blandida sin cesar mantenía cerrado el paraíso. Nadie podía entrar en él, porque Cristo lo había cerrado. Fue el buen ladrón el primero que entró con Él. Pues la grandeza de su fe fue merecedora de tan gran recompensa. Ciertamente no creyó en el Reino al ver a Cristo en su gloria. Sí, lo diré sin temor alguno: no lo vió yendo de un lado a otro a su libre albedrío, sino en una cruz, bebiendo vinagre y coronado de espinas; lo vio clavado en una cruz pidiendo auxilio: «Dios mío, Dios mío, vuelve hacia mi tus ojos. ¿Por qué me has abandonado?»... La cruz de Cristo es la llave del paraíso. La cruz de Cristo abre el Paraíso. ¿No dijo acaso que el Reino de los Cielos sufre violencia, y que son los esforzados quienes de él se apoderan? No hay intervalo entre ambas cosas: la cruz y, al punto, el Paraíso. Cuanto más grandes sean los padecimientos, mayor será la recompensa. San Jerónimo Sobre Lázaro y el rico EL CONSUELO QUE EL LADRÓN TRAE A

LOS PECADORES

Al interior de mis oídos llegó una palabra que me embelesó, conforme se dice en la Escritura en lo relativo al ladrón, y me consoló en medio de mis faltas. El que se mostró compasivo con el ladrón me llevará al Paraíso, cuyo nombre, cuando lo escucho, me llena de alegría, mi espíritu estalla cuando trato de contemplarlo. SAN EFRÉN DE NÍSIBI Himno sobre el paraíso, 8, 1 RECONOCIÓ COMO SEÑOR AL COMPAÑERO DE CRUZ Y, VIOLENTÓ EL REINO DE LOS CIELOS

CREYENDO,

Dios se deleita con nuestra justicia, no con nuestros tormentos. Y en el momento del juicio del Dios omnipotente y veraz no se nos preguntará lo que cada uno ha sufrido, sino la causa por la cual sufrió. No es por la pena del Señor, sino por su causa, que podemos persignarnos con su Cruz. Si eso se debiera a la pena, la pena idéntica de los ladrones obtendría el mismo efecto. En un mismo lugar estaban tres crucificados, en medio estaba el Señor, que fue contado entre los malhechores (Is 53, 12). A su lado le pusieron dos ladrones, pero su causa no era la misma. Estaban junto al Crucificado, pero los separaba una gran distancia. A ellos, los crucificaron sus crímenes; al Señor, los nuestros. 125

En un determinado momento, en uno de ellos se manifestó hasta qué punto tiene valor no el tormento de crucificado sino la piedad de confesor. En medio del dolor, el ladrón obtuvo lo que Pedro, lleno de temor, había perdido. Reconoció su crimen, subió a la cruz, cambio su causa y compró el paraíso. Quien, sufriendo la misma condena, no despreció a Cristo, mereció cambiar su causa. Los judíos despreciaron a Aquel que hacía milagros; él creyó en quien colgaba de un madero. Reconoció como Señor al compañero de cruz y, creyendo, violentó el Reino de los Cielos. Cuando vacilaba la fe de los apóstoles, el ladrón creyó en Cristo. Por eso, con justicia, mereció escuchar: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso.» SAN AGUSTÍN DE HIPONA Sermón 285, 2 EL LADRÓN ESPERABA

SU SALVACIÓN PARA EL FUTURO,

PERO ÉSTA NO SE HIZO TARDAR

«Con el corazón se cree para la justicia y con la boca se hace la profesión que aporta la salvación» (Rom 10, 10). Así fue hallado aquel ladrón que pendía en la cruz. Reconoció al Señor, precisamente en la cruz. Algunos no lo reconocieron cuando hacía milagros, pero él lo reconoció estando en la cruz: clavados todos sus miembros, sujetas sus manos con clavos, los pies taladrados, todo el cuerpo adherido al madero, sin miembro alguno libre. Sólo la lengua y el corazón: en su corazón creyó, y con la lengua hizo profesión de fe. Le dijo: Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu reino. Esperaba su salvación para el futuro y estaba contento de recibirla tras un largo plazo de tiempo. La esperaba para largo, pero el día no se hizo esperar. Él dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», a lo que el Señor respondió: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». «Hoy —dijo— estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 42-43). El paraíso tiene árboles de felicidad: hoy estás conmigo en el madero de la cruz, hoy estarás conmigo en el árbol de la salvación. SAN AGUSTÍN DE HIPONA Comentario al salmo 39, 15 QUE SEAMOS DIGNOS DE ENTRAR EN LA ADONDE LLEVASTE AL BUEN LADRÓN

POSESIÓN DE AQUEL

REINO

Dulcísimo Jesús mío, que para redimir al mundo quisiste nacer, ser circuncidado, desechado por los judíos, entregado con el beso de Judas, atado con cordeles, llevado al suplicio, como inocente cordero; presentado ante Anás, Caifás, Pilato y Herodes; escupido y acusado con falsos testigos; abofeteado, cargado de oprobios, desgarrado con azotes, coronado de espinas, golpeado con la caña, cubierto el rostro con una púrpura por burla; desnudado afrentosamente, clavado en la cruz y levantado en ella, puesto entre ladrones, como uno de ellos, dándote a beber hiel y vinagre y herido el costado con la lanza. Por los muchos y acerbísimos dolores que sufriste por nosotros, libra, Señor, a las almas del Purgatorio de las penas en que están; llévalas a descansar a tu Santísima 126

Gloria; y sálvanos, por los méritos de tu Sagrada Pasión y de tu muerte en cruz, de las penas del infierno, para que seamos dignos de entrar en la posesión de aquel Reino, a donde llevaste al Buen Ladrón, que contigo fue crucificado. Tú que vives y reinas con el padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. SAN AGUSTÍN DE HIPONA

127

128

Anexo 2 ALGUNOS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DEL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II, BENEDICTO XVI Y FRANCISCO

Desde lo alto de la cruz resonó la palabra «perdón» 1. Todo lo que Jesús enseñó e hizo durante su vida mortal, en la cruz llega al culmen de la verdad y la santidad. Las palabras que Jesús pronunció entonces constituyen su mensaje supremo y definitivo y, al mismo tiempo, la confirmación de una vida santa, concluida con el don total de Sí mismo, en obediencia al Padre, por la salvación del mundo. Aquellas palabras, recogidas por su Madre y los discípulos presentes en el Calvario, fueron trasmitidas a las primeras comunidades cristianas y a todas las generaciones futuras para que iluminaran el significado de la obra redentora de Jesús e inspiraran a sus seguidores durante su vida y en el momento de la muerte. Meditemos también nosotros esas palabras, como lo han hecho tantos cristianos, en todas las épocas. 2. El primer descubrimiento que hacemos al releerlas es que se encuentra en ellas un mensaje de perdón. «Padre perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34): según la narración de Lucas, ésta es la primera palabra pronunciada por Jesús en la cruz. Preguntémonos inmediatamente: ¿No es, quizá la palabra que necesitábamos oír pronunciar sobre nosotros? Pero en aquel ambiente, tras aquellos acontecimientos, ante aquellos hombres reos por haber pedido su condena y haberse ensañado tanto contra Él, ¿quién habría imaginado que saldría de los labios de Jesús aquella palabra? Con todo, el Evangelio nos da esta certeza: ¡Desde lo alto de la cruz resonó la palabra «perdón»! 3. Veamos los aspectos fundamentales de aquel mensaje de perdón. Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón del Padre para los que lo han entregado a la muerte, y por tanto también para todos nosotros. Él es signo de la sinceridad total del perdón de Cristo y del amor que deriva. Es un hecho nuevo en la historia, incluso en la de la Alianza. En el Antiguo Testamento leemos muchos textos de los salmistas que pedían la venganza o el castigo del Señor para sus enemigos: textos que en la oración cristiana, también la litúrgica, se repiten no sin sentir la necesidad de interpretarlos adecuándolos a la enseñanza y ejemplo de Jesús, que amó también a los enemigos. Lo mismo puede decirse de ciertas expresiones del Profeta Jeremías (11, 20; 20, 12; 15, 15) y de los mártires judíos en el Libro de los Macabeos (cf. 2 Mac 7, 9. 14, 17. 19). Jesús cambia esa posición ante Dios y pronuncia otras palabras muy distintas. Había recordado a quien le reprochaba su trato frecuente con «pecadores», que ya en el Antiguo 129

Testamento, según la palabra inspirada, Dios «quiere misericordia» (cf. Mt 9, 13). 4. Nótese además que Jesús perdona inmediatamente, aunque la hostilidad de los adversarios continúa manifestándose. El perdón es su única respuesta a la hostilidad de aquéllos. Su perdón se dirige a todos los que, humanamente hablando, son responsables de su muerte, no sólo a los ejecutores, los soldados, sino a todos aquellos, cercanos y lejanos, conocidos y desconocidos, que están en el origen del comportamiento que ha llevado a su condena y crucifixión. Por todos ellos pide perdón y así los defiende ante el Padre, de manera que el Apóstol Juan, tras haber recomendado a los cristianos que no pequen, puede añadir: «Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1 Jn 2, 1-2). En esta línea se sitúa también el Apóstol Pedro que, en su discurso al pueblo de Jerusalén, extiende a todos la acusación de «ignorancia» (Act 3, 17; cf. Lc 23, 34) y la oferta del perdón (Act 3, 19). Para todos nosotros es consolador saber que, según la Carta a los Hebreos, Cristo crucificado, Sacerdote eterno, permanece siempre como el que intercede en favor de los pecadores que se acercan a Dios a través de Él (cf. Heb 7, 25). Él es el Intercesor, y también el Abogado, el «Paráclito» (cf. 1 Jn 2, 1), que en la cruz, en lugar de denunciar la culpabilidad de los que lo crucifican, la atenúa diciendo que no se dan cuenta de lo que hacen. Es benevolencia de juicio; pero también la conformidad con la verdad real, la que sólo Él puede ver en aquellos adversarios suyos y en todos los pecadores: muchos pueden ser menos culpables de lo que parezca o se piense, y precisamente por esto Jesús enseñó a «no juzgar» (cf. Mt 7, 1): ahora, en el Calvario se hace intercesor y defensor de los pecadores ante el Padre. 5. Este perdón desde la cruz es la imagen y el principio de aquel perdón que Cristo quiso traer a toda la humanidad mediante su sacrificio. Para merecer este perdón y positivamente, la gracia que purifica y da la vida divina, Jesús hizo la ofrenda heroica de Sí mismo por toda la humanidad. Todos los hombres, cada uno en la concreción de su propio yo, de su bien y mal, están, pues, comprendidos potencialmente e incluso se diría que intencionalmente en la oración de Jesús al Padre: «Perdónalos». También vale para nosotros aquella petición de clemencia y como de comprensión celestial: «Porque no saben lo que hacen». Quizá ningún pecador escapa a esa ausencia de conocimiento y, por tanto, al alcance de aquella impetración de perdón que brota del corazón tiernísimo de Cristo que muere en la cruz. Sin embargo, esto no debe empujar a nadie a no tomar en serio la riqueza de la bondad, de la tolerancia y de la paciencia de Dios hasta no reconocer que tal bondad le invita a la conversión (cf. Rom 2, 4). Con la dureza de su corazón impenitente acumularía cólera sobre sí para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (cf. Rom 2, 5). No obstante, también Cristo al morir pidió por él perdón al Padre, aunque fuera necesario un milagro para su conversión. ¡Tampoco él, en efecto, sabe lo que hace!» JUAN P ABLO II Audiencia General, miércoles 16 de noviembre de 1988 EL MALHECHOR PROFESA SU FE EN EL REDENTOR, ACEPTA SU MUERTE COMO JUSTA PENA AL MAL REALIZADO Y PONE EN ÉL TODA SU ESPERANZA

6. Ya en el ámbito de las primeras comunidades cristianas, el mensaje del perdón fue 130

acogido y seguido por los primeros mártires de la fe que repitieron la oración de Jesús al Padre casi con sus mismas palabras. [...] Constituía la aplicación de la enseñanza del Maestro, que les había recomendado: «Rezad por los que os persigan» (Mt 5, 44). A la enseñanza, Jesús añadió el ejemplo en el momento supremo de su vida, y sus primeros seguidores siguieron este ejemplo perdonando y pidiendo el perdón divino para sus perseguidores. 7. Pero tenían presente también otro hecho concreto sucedido en el Calvario y que se integra en el mensaje de la cruz como mensaje de perdón. Dice Jesús a un malhechor crucificado con Él: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Es un hecho impresionante, en el que vemos en acción todas las dimensiones de la obra salvífica, que se concreta en el perdón. Aquel malhechor había reconocido su culpabilidad, amonestando a su cómplice y compañero de suplicio, que se mofaba de Jesús: «Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos»; y había pedido a Jesús poder participar en el reino que Él había anunciado: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Consideraba injusta la condena de Jesús: «No ha hecho nada malo». No compartía pues las imprecaciones de su compañero de condena («Sálvate a ti y a nosotros», Lc 23, 39) y de los demás que, como los jefes del pueblo, decían: «A otros salvó, que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Elegido» (Lc 23, 35), ni los insultos de los soldados: «Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate» (Lc 23, 37). El malhechor, por tanto, pidiendo a Jesús que se acordara de él, profesa su fe en el Redentor; en el momento de morir, no sólo acepta su muerte como justa pena al mal realizado, sino que se dirige a Jesús para decirle que pone en Él toda su esperanza. Ésta es la explicación más obvia de aquel episodio narrado por Lucas, en el que el elemento psicológico ―es decir, la transformación de los sentimientos del malhechor―, teniendo como causa inmediata la impresión recibida del ejemplo de Jesús inocente que sufre y muere perdonando, tiene, sin embargo, su verdadera raíz misteriosa en la gracia del Redentor, que «convierte» a este hombre y le otorga el perdón divino. La respuesta de Jesús, en efecto, es inmediata. Promete el paraíso, en su compañía, para ese mismo día al bandido arrepentido y «convertido». Se trata pues de un perdón integral: el que había cometido crímenes y robos ―y por tanto pecados― se convierte en santo en el último momento de su vida. JUAN P ABLO II Audiencia General, miércoles 16 de noviembre de 1988 LOS HOMBRES PUEDEN OBTENER,

INCLUSO EN EL ÚLTIMO INSTANTE,

EL PERDÓN DE TODAS LAS CULPAS DE TODA UNA VIDA MALVADA , SI SE RINDEN A LA

GRACIA

DEL

REDENTOR

Se diría que en ese texto de Lucas está documentada la primera canonización de la historia, realizada por Jesús en favor de un malhechor que se dirige a Él en aquel momento dramático. Esto muestra que los hombres pueden obtener, gracias a la cruz de Cristo, el perdón de todas las culpas y también de toda una vida malvada; que pueden obtenerlo también en el último instante, si se rinden a la gracia del Redentor que los convierte y salva. 131

Las palabras de Jesús al ladrón arrepentido contienen también la promesa de la felicidad perfecta: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». El sacrificio redentor obtiene, en efecto, para los hombres la bienaventuranza eterna. Es un don de salvación proporcionado ciertamente al valor del sacrificio, a pesar de la desproporción que parece existir entre la sencilla petición del malhechor y la grandeza de la recompensa. La superación de esta desproporción la realiza el sacrificio de Cristo, que ha merecido la bienaventuranza celestial con el valor infinito de su vida y de su muerte. El episodio que narra Lucas nos recuerda que «el paraíso» se ofrece a toda la humanidad, a todo hombre que, como el malhechor arrepentido, se abre a la gracia y pone su esperanza en Cristo. Un momento de conversión auténtica, un «momento de gracia» que, podemos decir con Santo Tomás, «vale más que todo el universo» (I-II, q. 113, a. 9, ad 2), puede pues saldar las deudas de toda una vida, puede realizar en el hombre ―en cualquier hombre― lo que Jesús asegura a su compañero de suplicio: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». JUAN P ABLO II Audiencia General, miércoles 16 de noviembre de 1988 HAGAMOS NUESTRA

LA ORACIÓN DEL

BUEN LADRÓN

En el Calvario, Jesús tuvo un compañero de pasión bastante singular: un ladrón. Para ese desventurado, el camino de la cruz se transformó infaliblemente en el camino del paraíso (cf. Lc 23, 43), el camino de la verdad y de la vida, el camino del Reino. Hoy lo recordamos como el «buen ladrón». En esta circunstancia solemne, en la que estamos reunidos alrededor del altar de Cristo para inaugurar un Sínodo que tiene ante sí todo un continente con sus problemas y sus esperanzas, podemos hacer nuestra la oración del «buen ladrón»: Jesús, acuérdate de mí, acuérdate de nosotros, acuérdate de los pueblos a los que los pastores aquí reunidos dan diariamente el pan vivo y verdadero de tu Evangelio a lo largo y a lo ancho de espacios ilimitados, por mar y por tierra. Mientras pedimos que venga tu reino, nos damos cuenta de que tu promesa se convierte en realidad: después de haberte seguido, venimos a ti, a tu reino, atraídos por ti, elevado en la cruz (cf. Jn 12, 32); a ti, elevado sobre la historia y en el centro de ella, alfa y omega, principio y fin (cf. Ap 22, 13), Señor del tiempo y de los siglos. A ti nos dirigimos con las palabras de un antiguo himno: «Por tu muerte dolorosa, Rey de eterna gloria, has obtenido para los pueblos la vida eterna; por eso el mundo entero te llama Rey de los hombres. ¡Reina sobre nosotros, Cristo Señor!». Amén. JUAN P ABLO II Homilía, domingo 22 de noviembre de 1998, Solemnidad de Jesucristo Rey del universo LA

REINO DE DIOS EN SU REINO

INVITACIÓN A CONVERTIRSE PARA ENTRAR EN EL

CONCLUYE CON UNA CONVERSIÓN Y UNA ENTRADA

132

El encuentro con Cristo cambia la existencia de una persona, como enseña el caso de Zaqueo, que hemos escuchado al inicio. Lo mismo sucedió a los pecadores y pecadoras que se cruzaron con Jesús a lo largo de su camino. En la cruz hay un acto supremo de perdón y esperanza dado al malhechor que lleva a cabo su metanoia cuando llega a la última frontera entre la vida y la muerte y dice a su compañero: «Nosotros recibimos lo que hemos merecido con nuestras obras» (cf. Lc 23, 41). Cuando este malhechor implora: «Acuérdate de mí cuando entres en tu reino», Jesús le responde: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 42-43). Así, la misión terrena de Cristo, que comenzó con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y una entrada en su reino. JUAN P ABLO II Audiencia General, miércoles 30 de agosto de 2000 LA

PROMESA DE UNA NUEVA VIDA : FRUTO DE LA PASIÓN Y MUERTE DE

CRISTO

En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento. Él sabe que el hombre, más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor; tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo. «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Así responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino» (Lc 23, 42). La promesa de una nueva vida. Éste es el fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el hombre. JUAN P ABLO II Via Crucis, Viernes Santo del Año Jubilar 2000 DOS ACTITUDES OPUESTAS ANTE JESUCRISTO CRUCIFICADO En el Calvario se confrontan dos actitudes opuestas. Algunos personajes que están al pie de la cruz, y también uno de los dos ladrones, se dirigen con desprecio al Crucificado: «Si eres tú el Cristo, el Rey Mesías —dicen—, sálvate a ti mismo, bajando del patíbulo». Jesús, en cambio, revela su gloria permaneciendo allí, en la cruz, como Cordero inmolado. Con él se solidariza inesperadamente el otro ladrón, que confiesa implícitamente la realeza del justo inocente e implora: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). San Cirilo de Alejandría comenta: «Lo ves crucificado y lo llamas rey. Crees que el que soporta la burla y el sufrimiento llegará a la gloria divina» (Comentario a San Lucas, homilía 153). Según el evangelista San Juan, la gloria divina ya está presente, aunque escondida por la desfiguración de la cruz. Pero también en el lenguaje de San Lucas el futuro se anticipa al presente cuando Jesús promete al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). San Ambrosio observa: «Éste rogaba que el Señor se acordara de él cuando llegara a su reino, pero el Señor le respondió: «En verdad, en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso». La vida es estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino» 133

(Exposición sobre el evangelio según San Lucas 10, 121). Así, la acusación: «Este es el rey de los judíos», escrita en un letrero clavado sobre la cabeza de Jesús, se convierte en la proclamación de la verdad. San Ambrosio afirma también: «Justamente la inscripción está sobre la cruz, porque el Señor Jesús, aunque estuviera en la cruz, resplandecía desde lo alto de la cruz con una majestad real» (ib., 10, 113). BENEDICTO XVI Homilía, domingo 25 de noviembre de 2007, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

LA

FE DEL

BUEN LADRÓN,

SU QUERER ESTAR CON JESÚS,

LE ASEGURA LA SALVACIÓN

En el Evangelio se ve que todos piden a Jesús que baje de la cruz. Lo escarnecen, pero es también un modo de disculparse, como si dijeran: no es culpa nuestra si tú estás ahí en la cruz; es sólo culpa tuya porque, si tú fueras realmente el Hijo de Dios, el Rey de los judíos, no estarías ahí, sino que te salvarías bajando de ese patíbulo infame. Por tanto, si te quedas ahí, quiere decir que tú estás equivocado y nosotros tenemos razón. El drama que tiene lugar al pie de la cruz de Jesús es un drama universal; atañe a todos los hombres frente a Dios que se revela por lo que es, es decir, Amor. En Jesús crucificado la divinidad queda desfigurada, despojada de toda gloria visible, pero está presente y es real. Sólo la fe sabe reconocerla: la fe de María, que une en su corazón también esta última tesela del mosaico de la vida de su Hijo; ella aún no ve todo, pero sigue confiando en Dios, repitiendo una vez más con el mismo abandono: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38). Y luego está la fe del buen ladrón: una fe apenas esbozada, pero suficiente para asegurarle la salvación: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Es decisivo el «conmigo». Sí, esto es lo que lo salva. Ciertamente, el buen ladrón está en la cruz como Jesús, pero sobre todo está en la cruz con Jesús. Y, a diferencia del otro malhechor, y de todos los demás que los escarnecen, no pide a Jesús que baje de la cruz ni que lo bajen. Dice, en cambio: «Acuérdate de mí cuando entres en tu reino». Lo ve en la cruz, desfigurado, irreconocible y, aun así, se encomienda a él como a un rey, es más, como al Rey. El buen ladrón cree en lo que está escrito en la tabla encima de la cabeza de Jesús: «El rey de los judíos»; lo cree, y se encomienda. Por esto ya está, en seguida, en el «hoy» de Dios, en el paraíso, porque el paraíso es estar con Jesús, estar con Dios. BENEDICTO XVI Homilía, domingo 21 de noviembre de 2010, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

EL BUEN LADRÓN SE ABRE A

LA VERDAD, LLEGA A LA FE,

134

IMPLORA ESTAR CON JESÚS, Y RECIBE INMEDIATAMENTE EL PERDÓN Y LA ALEGRÍA DE ENTRAR EN EL

REINO DE LOS CIELOS

El Evangelio de San Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del «primogénito de toda la creación» (Col 1, 15) y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse de la muerte (cf. Lc 23, 35-37). Sin embargo, precisamente «en la cruz, Jesús se encuentra a la «altura» de Dios, que es Amor. Allí se le puede «reconocer». (...) Jesús nos da la «vida» porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404, 409). De hecho, mientras que el Señor parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora «al rey de los judíos»: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino» (Lc 23, 42). De quien «existe antes de todas las cosas y en él todas subsisten» (Col 1, 17) el llamado «buen ladrón» recibe inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio comenta que «es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición; de hecho, el Señor —dice san Ambrosio— siempre concede más de lo que se le pide. (...) La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino» (Expositio Evangelii secundum Lucam X, 121: ccl 14, 379). BENEDICTO XVI Ángelus, domingo 21 de noviembre de 2010, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo

LA

ORACIÓN SINCERA , INCLUSO DESPUÉS DE UNA VIDA EQUIVOCADA ,

ENCUENTRA LOS BRAZOS ABIERTOS DEL EL REGRESO DEL

P ADRE BUENO QUE ESPERA

HIJO

En nuestra escuela de oración, el miércoles pasado hablé sobre la oración de Jesús en la cruz tomada del Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Ahora quiero continuar con la meditación sobre la oración de Jesús en la cruz, en la inminencia de la muerte. Quiero detenerme hoy en la narración que encontramos en el Evangelio de San Lucas. El evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz, dos de las cuales —la primera y la tercera— son oraciones dirigidas explícitamente al Padre. La segunda, en cambio, está constituida por la promesa hecha al así llamado buen ladrón, crucificado con él. En efecto, respondiendo a la oración del ladrón, Jesús lo tranquiliza: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). En el relato de San Lucas se entrecruzan muy sugestivamente las dos oraciones que Jesús moribundo dirige al Padre y la acogida de la petición que le dirige a él el pecador arrepentido. Jesús invoca al Padre y al mismo tiempo escucha la oración de este hombre al que a menudo se llama 135

latro poenitens, «el ladrón arrepentido» [...]. La segunda palabra de Jesús en la cruz transmitida por San Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con él. El buen ladrón, ante Jesús, entra en sí mismo y se arrepiente, se da cuenta de que se encuentra ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la petición; en efecto dice: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Jesús es consciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de que abre nuevamente al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de que la bondad de Dios puede tocarnos incluso en el último instante de la vida, y la oración sincera, incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera el regreso del hijo. BENEDICTO XVI Audiencia General, miércoles 15 de febrero de 2012 NUESTRA ESPERANZA DESCANSA EN EL AMOR DE DIOS QUE RESPLANDECE EN LA CRUZ DE CRISTO La fe nos dice que la verdadera inmortalidad a la que aspiramos no es una idea, un concepto, sino una relación de comunión plena con el Dios vivo: es estar en sus manos, en su amor, y transformarnos en Él en una sola cosa con todos los hermanos y hermanas que Él ha creado y redimido, con toda la creación. Nuestra esperanza entonces descansa en el amor de Dios que resplandece en la Cruz de Cristo y que hace que resuenen en el corazón las palabras de Jesús al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Ésta es la vida que alcanza su plenitud: la vida en Dios; una vida que ahora sólo podemos entrever como se vislumbra el cielo sereno a través de la bruma. BENEDICTO XVI Homilía, sábado3 de noviembre de 2012 EL BUEN LADRÓN,

IMAGEN DE LA ESPERANZA , DE LA CERTEZA

DE QUE LA MISERICORDIA DE

DIOS PUEDE LLEGARNOS TAMBIÉN

EN EL ÚLTIMO INSTANTE, INCLUSO DESPUÉS DE UNA VIDA EQUIVOCADA

El tercer grupo de los que se mofan lo forman quienes fueron crucificados con Él, y que Mateo y Marcos caracterizan con la misma palabra léstés [bandido], con la que Juan describe a Barrabás (cf. Mt 27, 38; Mc 15, 27; in 18, 40). Queda claro así que se les califica como combatientes de la resistencia, a los cuales, para criminalizarlos, los romanos dieron simplemente el apelativo de «bandidos». Son crucificados junto con Jesús porque se les había declarado culpables del mismo crimen: resistencia contra el poder romano. En Jesús, sin embargo, el tipo de delito es diferente al de los otros dos, que tal vez habían participado con Barrabás en su insurrección. Pilato sabe muy bien que Jesús no había pensado en algo como eso y, por ello, en la inscripción para la cruz define el 136

«delito» de manera singular: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos» (Jn 19, 19). Hasta aquel momento Jesús había evitado el título de Mesías o de rey, o bien lo había puesto inmediatamente en relación con su Pasión (cf. Mc 8, 27-31), para impedir interpretaciones erróneas. Ahora, el título de rey puede aparecer delante de todos. En las tres grandes lenguas de entonces, Jesús es proclamado rey públicamente. Es comprensible que los miembros del Sanedrín se vieran contrariados por este título, con el que Pilato quiere seguramente expresar también su cinismo contra las autoridades judías y, aunque con retraso, vengarse de ellos. Pero esta inscripción, que equivale a una proclamación como rey, está ahora ante la historia del mundo. Jesús ha sido «elevado». La cruz es su trono desde el que atrae el mundo hacia sí. Desde este lugar de la extrema entrega de sí, desde este lugar de un amor verdaderamente divino, Él domina como el verdadero rey, domina a su modo; de una manera que ni Pilato ni los miembros del Sanedrín habían podido entender. Pero a las burlas no se unen los dos crucificados con Él. Uno de ellos intuye el misterio de Jesús. Sabe y ve que el «delito» de Jesús era de un tipo completamente diferente; que Jesús no era un violento. Y ahora se da cuenta de que este hombre crucificado a su lado hace realmente visible el rostro de Dios, es el Hijo de Dios. Y, entonces, le implora: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Cómo haya imaginado exactamente el buen ladrón la entrada de Jesús en su reino y, por tanto, en qué sentido haya pedido que Jesús se acordara de él, no lo sabemos. Pero, obviamente, ha entendido precisamente en la cruz que este hombre sin poder alguno es el verdadero rey: aquel que Israel estaba esperando, y junto al cual no quiere estar solamente ahora en la cruz, sino también en la gloria. La respuesta de Jesús va más allá de la petición. En lugar de un futuro indeterminado habla de un «hoy»: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). También estas palabras están llenas de misterio, pero nos enseñan ciertamente una cosa: Jesús sabía que entraba directamente en comunión con el Padre, que podía prometer el paraíso ya para «hoy». Sabía que reconduciría al hombre al paraíso del cual había sido privado: a esa comunión con Dios en la cual reside la verdadera salvación del hombre. Así, en la historia de la espiritualidad cristiana, el buen ladrón se ha convertido en la imagen de la esperanza, en la certeza consoladora de que la misericordia de Dios puede llegarnos también en el último instante; la certeza de que, incluso después de una vida equivocada, la plegaria que implora su bondad no es vana. «Tú que escuchaste al ladrón, también a mí me diste esperanza», reza, por ejemplo, el Dies irae. JOSEPH RATZINGER-BENEDICTO XVI Jesús de Nazaret. De la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Ediciones Encuentro, 2011, págs. 246-249 JESÚS,

CENTRO DE NUESTRA VIDA HASTA EN LOS MOMENTOS

MÁS OSCUROS, COMO LE SUCEDIÓ AL

BUEN LADRÓN

Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al 137

buen ladrón en el Evangelio de hoy. Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio —«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»— aquel hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43), su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de atender una petición como ésa. Hoy todos podemos pensar en nuestra historia, nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: «Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino.» ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas veces. «Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reino.» La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino. FRANCISCO Homilía en la Clausura del Año de la fe Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, domingo 24 de noviembre de 2013

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Anexo 3 OTROS TEXTOS SOBRE EL BUEN LADRÓN DE SANTOS Y OTROS AUTORES CATÓLICOS

LA

CRUCIFIXIÓN DE LOS DOS LADRONES

Mientras clavaban al Señor, los ladrones, todavía con las manos atadas al travesaño que llevaban al cogote, estaban tendidos de espaldas en el lado oriental del Calvario, junto al camino, vigilados por una guardia. Los ladrones eran dos, sospechosos del asesinato de una mujer judía que viajaba con sus hijos de Jerusalén a Jope. Y los habían capturado en un castillo de aquella comarca donde Pilatos solía alojarse en maniobras, y donde los ladrones se presentaron como ricos comerciantes. Habían estado presos mucho tiempo hasta la pruebas y el juicio. He olvidado los detalles. El que llamamos ladrón de la izquierda era de más edad y un gran criminal, y fue el corruptor y maestro del que se convirtió. Comúnmente se les llama Dimas y Gestas, pero he olvidado sus verdaderos nombres; y por eso les llamaré Dimas, al bueno, y Gestas, al malo. Los dos formaban parte de aquella banda de ladrones junto a la frontera egipcia, en cuya guarida se hospedó una noche la Sagrada Familia, con el Niño Jesús, durante su huida a Egipto. Dimas era aquel niño leproso que su madre lavó por consejo de María en el agua donde había bañado al niño Jesús, y se curó instantáneamente. La misericordia y la protección que entonces dio su madre a la Sagrada Familia frente a sus propios compañeros fueron premiadas con aquella prefiguración de purificación que ahora se completaba en la crucifixión, cuando le purificó la sangre de Cristo. Dimas estaba completamente pervertido y no conocía a Jesús, pero no era malo, y le había emocionado la paciencia del Salvador. Mientras yacían tumbados habló de Jesús a su compinche. Dijo: —Se portan horriblemente con el Galileo; lo que ha hecho con su nueva ley tiene que ser una calamidad mucho peor que lo nuestro, pero tiene mucha paciencia y un gran poder sobre todas las personas. A lo que replicó Gestas: —¿Qué clase de poder tiene? Si es tan poderoso como dicen nos podría ayudar a todos. Hablaron así o algo parecido. Cuando los sayones hincaron la cruz, vinieron y los arrastraron, diciéndoles que ahora les tocaba a ellos.

—En la lista, ahora, estáis vosotros. Los desataron de los travesaños con mucha prisa, pues el sol se estaba turbando, y 140

había un movimiento en toda la naturaleza, como si se acercara tormenta. Los sayones arrimaron escaleras a los troncos de las cruces de los dos ladrones que ya estaban hincadas, y fijaron los curvados travesaños, medio encajados con una espiga en lo alto del tronco. Junto a la cruz de cada ladrón pusieron dos escaleras y un verdugo se subió a cada una. Mientras tanto, dieron de beber a los ladrones vinagre de mirra. Les quitaron sus malos jugones abiertos, y los izaron por los brazos con unas cuerdas que echaron por encima de los brazos de la cruz, subiéndolos a golpes y a palos a los tarugos que ya estaban encajados en los agujeros perforados en el tronco de cada cruz. Los travesaños y los troncos tenían atados unas cuerdas, creo que de esparto trenzado. Retorcieron los brazos de los ladrones encima del travesaño curvado y envolvieron con cuerdas sus muñecas y codos, así como sus rodillas y tobillos, y luego retorcieron muy fuerte unos palos que habían metido en las cuerdas hasta que sangraron los músculos y crujieron los huesos. Los ladrones prorrumpieron en gritos terribles, y el buen ladrón, Dimas, dijo cuando le subían: «Nos hubierais tratado como al pobre galileo y ya no necesitaríais subirnos». [...] Las cruces de los ladrones eran más zafias y estaban hincadas en el borde de la prominencia del terreno a derecha e izquierda de la cruz de Jesús y separada de ellas de modo que pudiera pasar un hombre. Las cruces de los ladrones se miraban un poco y eran más bajas. Los ladrones rezaban e insultaban a Jesús, que habló a Dimas. El aspecto de los ladrones en la cruz era horrible, especialmente el de la izquierda, un malvado borracho, rabioso, lleno de insultos y escarnios. Colgaban retorcidos, hinchados y encordados. Tenían las caras pardas y azules, los labios marrones de la bebida y de la sangre a presión, sus ojos hinchados se les querían saltar. Gritaban y aullaban horriblemente bajo las cuerdas. [...] Cuando Jesús colgaba tan miserablemente durante su desmayo, Gestas, el ladrón de la izquierda dijo: «Su demonio lo ha abandonado». Entonces un soldado puso en la punta de un palo una esponja con vinagre y la puso delante de la cara a Jesús, que pareció chupar un poco. Los escarnios proseguían. El soldado le dijo: —Si eres el Rey de los judíos, sálvate tú mismo. Todo eso pasó durante el relevo de la primera tropa por la de Abenadar. Jesús levantó un poco la cabeza y dijo: —Padre mío, perdónales porque no saben lo que hacen. Gestas le gritó: —Si tú eres el Cristo, sálvate y sálvanos. Dimas, el buen ladrón, estaba profundamente conmovido de lo que Jesús rezaba por sus enemigos. Cuando María oyó la voz de su niño, se precipitó en el círculo y los que estaban con ella no pudieron contenerla. Juan, Salomé y María Cleofás la siguieron y el capitán no las rechazó. En este momento Dimas, el buen ladrón, recibió por la oración de Jesús un rayo de iluminación interior y supo interiormente que Jesús y su madre ya lo habían ayudado cuando era niño, y alzó su voz alta y fuerte para decir aproximadamente lo siguiente: —¿Cómo es posible que lo insultéis mientras que Él pide por vosotros? Se ha callado, sufre con paciencia y pide por vosotros. ¡Es un profeta, es nuestro Rey, es el Hijo de Dios! Al oír esta inesperada reprensión en boca de un miserable asesino que estaba en la cruz, se originó un tumulto entre los que insultaban, buscaron piedras para apedrear a Dimas en la cruz, pero el centurión Abenadar no lo permitió; hizo que se dispersaran y 141

restableció el orden y la calma. Mientras tanto, la Santísima Virgen se sintió completamente confortada por la oración de Jesús. Gestas seguía gritando a Jesús: —Si tú eres el Cristo, ayúdate y ayúdanos. Dimas le dijo: —¿No tienes temor de Dios, tú que estás condenado al mismo suplicio? Pero nosotros estamos en este suplicio con razón y recibimos el pago de nuestros hechos. Pero este no ha hecho nada injusto. Piensa y convierte tu alma en esta última hora. Dimas estaba completamente iluminado y tocado de la gracia, y confesó su culpa a Jesús diciendo: —Señor, si me condenas me pasará lo que me merezco, pero apiádate de mí. Jesús le dijo: —Tus sentirás mi misericordia. Entonces Dimas recibió la gracia de tener un profundo arrepentimiento durante un cuarto de hora. Todo lo que acabo de contar sucedió simultáneamente, o muy seguido, entre las doce y las doce y media, justo pocos minutos después de izar la cruz. Pero muy pronto, en el alma de los espectadores cambió todo, pues mientras hablaba el buen ladrón se produjo un gran signo en la naturaleza que empavoreció [...]. Cerca y lejos, muchos se arrodillaron y pidieron perdón a Jesús, que en medio de sus dolores, volvió hacia ellos sus ojos. Durante la oscuridad cada vez mayor todos miraban al cielo, y la cruz estaba abandonada de todos, excepto de la madre de Jesús y sus amigas más próximas. Dimas, que había estado sumido en un profundo arrepentimiento, volvió su cabeza a Jesús con humilde esperanza, y le dijo: —Señor, déjame llegar a un lugar donde tú me salves, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Entonces le dijo Jesús: —En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso [...]. Entonces Jesús dijo: —¡Todo está consumado! —levantó la cabeza y gritó en alta voz—: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! —Fue un grito dulce y fuerte que penetró cielo y tierra. Luego desplomó su cabeza, entregó su espíritu [...]. Entonces llegaron seis sayones con escalas, azadas y cuerdas, y con porras de hierro triangulares para romper las piernas. Cuando los sayones entraron en el círculo de la visión se acercaron a la cruz, y los parientes de Jesús se retiraron un poco. A la Santísima Virgen le entró una nueva y desgarradora angustia, pues temía que los sayones todavía quisieran ultrajar más el cuerpo de Jesús, pues subieron a lo alto de la cruz, golpearon el santo cuerpo de Jesús y afirmaban que sólo se hacía el muerto; pero como lo sintieron completamente frío y rígido y Juan se dirigió a los soldados a petición de las mujeres, dejaron por el momento el cuerpo, aunque no parecían convencidos de que estuviera muerto. Entonces subieron a las escaleras apoyadas a las cruces de los ladrones y dos sayones destrozaron a cada uno con sus mazas cortantes los huesos largos del brazo por arriba y por debajo del codo, más un tercer golpe en la tibia. Como Gestas dio un terrible aullido, le dieron tres golpes más en el pecho con las mazas. Dimas gimió y murió en el suplicio, y fue el primer muerto que volvió a ver a su Salvador. 142

BEATA ANA CATALINA EMMERICH, mística alemana167 La amarga Pasión de Cristo, Voz de Papel Madrid, 2012, págs. 213-241 UN MALHECHOR,

UN HOMBRE DEGRADADO, UN MARGINAL

Ha pasado a la historia como «el buen ladrón». Pero la realidad es muy distinta. De bueno no tenía nada. Era un «malhechor» con todas las de la ley. Había sido condenado a muerte con el suplicio cruel e ignominioso de la cruz. Y él mismo confiesa que ese castigo lo ha merecido con sus propios hechos (Lc 23, 39-43). No sabemos más de él que lo poco que nos cuentan estos escasos versículos. Tampoco sabemos qué tipo de delitos había cometido. En cualquier caso debían ser lo suficientemente graves como para merecer una condena semejante. Menos aún conocemos de su interior. Quizá alguien pueda suponer que era realmente un buen hombre y que había llegado a esa situación por las circunstancias, por la falta de cariño en su infancia, por dejarse arrastrar por malas compañías... Todo es posible. A mí, sin embargo, me parece que difícilmente una persona llega tan bajo sin haber realizado una serie de opciones personales. Que hayan sido más o menos conscientes, influidas por las circunstancias más o menos favorables... todo eso es secundario. Lo cierto es que este hombre ha llegado a un estado personal de deterioro lamentable. Nos encontramos ante un hombre degradado. Sus opciones personales y sus acciones delictivas le han ido degradando progresivamente. Poco a poco ha entrado en un callejón sin salida. Ha optado por la huida hacia adelante, a la desesperada. Es la desesperación la que lleva a un hombre a cometer delitos particularmente graves. Cuando ya no espera nada y todo da igual, es capaz de cualquier cosa. No hay que idealizar a este personaje. Es uno de aquellos «tipos» de los que casi todo el mundo se apartaría por considerarle peligroso. Uno de aquellos a quienes la sociedad burguesa biempensante y acomodada procura cuidadosamente poner al margen; eso sí, con guante blanco y con todas las garantías legales. Es un marginal, inadmisible en un mundo civilizado, rechazable por todos los conceptos». JULIO ALONSO AMPUERO Personajes Bíblicos, Fundación Gratis Date, Pamplona 2009, págs. 8-9 «T AMBIÉN MIS DELITOS PUEDEN SER PERDONADOS» Pues bien, a ese hombre es a quien vemos que Jesús se dirige desde la cruz con unas palabras categóricas: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo es posible que este malhechor sea admitido inmediatamente junto a Cristo en su Reino? Tanto él como su compañero sabían que Jesús había sido condenado por proclamarse Mesías y Rey. El motivo de la condena constaba en un letrero sobre la cabeza del reo. El otro condenado insulta a Jesús. Sus palabras expresan cinismo y desesperación. Quizá la vida y la gente le han tratado duramente y ahora está condenado a muerte y clavado en 143

una cruz. Lo ha perdido todo y se encuentra lleno de rabia y de resentimiento. «¿No eres tú el Cristo? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros». También nuestro personaje lo ha perdido todo. La sensación de absurdo y sinsentido y la tentación de la desesperación le acosan con insistencia. Pero en las últimas horas de su vida sucede algo inesperado para él. No puede apartar su mirada de ese hombre que ha sido crucificado junto a él. Y no porque le intrigue la figura de ese Jesús de Nazaret, predicador itinerante y condenado por «revolucionario». Lo que le subyuga es su rostro: no hay en él el más leve signo de amargura o de odio, no se le ve desgarrado o abatido... Sufre, sí, indeciblemente; pero emana serenidad y confianza, irradia bondad y ternura... ¡Jamás ha visto una cosa igual! Del mismo modo que el centurión —testigo de muchas ejecuciones—, viendo el modo de morir de Jesús, exclamará: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39), así también este malhechor —en medio de sus propios terribles dolores—, viendo el modo de sufrir de Jesús, se siente conquistado por ese rostro. A medida que pasan las horas experimenta su corazón anegado de confianza. No sabe por qué, pero en su interior se instala la certeza de que la muerte de ese hombre tiene que ver con él. Él sabe que ha merecido su condena. Pero ese hombre... Necesariamente un hombre que sufre así ha de ser inocente. Y proclama con energía: «Este nada malo ha hecho». No cesa de mirar a ese hombre que acepta sin acritud todo tipo de insultos e injurias inmerecidos y que ha sido capaz de perdonar a sus asesinos. Y en su corazón surge una nueva certeza: «También mis delitos pueden ser perdonados». Lo que la justicia humana no ha logrado, podrá hacerlo ese Jesús. Y la confianza de su corazón estalla en sus labios: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». JULIO ALONSO AMPUERO Personajes Bíblicos, Fundación Gratis Date, Pamplona 2009, págs. 9-10

JESÚS LE MIRA EL P ARAÍSO

CON INFINITA TERNURA Y AMOR Y LE ASEGURA

Ahora es Jesús quien le mira a él con infinita ternura y amor: «Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso». A diferencia de sus jueces humanos, la mirada de Jesús parece decirle algo similar a lo que un día dijo a una mujer a punto de ser apedreada por delito incontestable de adulterio: «Yo no te condeno...» (Jn 8, 11). A este pobre malhechor despreciado de todos, Jesús no lo da por perdido; Él es el Buen Pastor que busca a la oveja perdida (Lc 15, 4-7); y ha venido precisamente para eso: «A buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Han bastado pocas horas para que este hombre degradado se regenere, para que este malhechor pase del crimen a la santidad. Ahora es un hombre nuevo. A pesar del dolor físico, una alegría desconocida inunda su alma. Un alegría que es eco del gozo de ese hombre crucificado junto a él —y por él— que dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido (Lc 15, 9). Sí, ese malhechor tenía en realidad un valor inestimable y la sangre del Hijo de Dios lo ha demostrado. «¡Ha sido comprado 144

a buen precio!» (1 Cor 6, 20). Hasta los dolores físicos parecen ahora más leves. Ante sus ojos se abre el horizonte sin límites de la eternidad. Todo su ser rebosa agradecimiento. Podría repetir con el viejo Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2, 29-30). Mira de nuevo al Nazareno. Como él, se abandona lleno de confianza entre las manos del Dios de las misericordias: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). JULIO ALONSO AMPUERO Personajes Bílicos, Fundación Gratis Date, Pamplona 2009, pág. 10 DIMAS ANTE LA PRETENSIÓN DE JESÚS DE PROCLAMARSE DIOS. ¿AQUELLO ERA EL HIJO DE DIOS? Aquella mañana del viernes corrió como la pólvora la noticia más desconcertante: — ¡Ha blasfemado! Y no de cualquier manera. Aquella era una blasfemia oída; impensable. Se había atrevido a proclamarse Dios. ¿Quién podía tolerarlo? Esta acusación, con excesivos testigos para que nadie pudiera dudar de ella, corría por las calles de la ciudad; al mismo tiempo que Jesús, como una piltrafa humana, era exhibido atado de manos, y llevado y traído de una parte a otra. Y enmudecieron todas las bocas que hasta la víspera aún se atrevían a manifestar sus dudas. Ahora la duda ya no era posible. El ambiente de la cárcel debía ser muy semejante al de la calle. Las palabras del otro ladrón en la cruz: — «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros», no hacen más que expresar la opinión común de aquellos momentos. La noción que tenían de la divinidad, tanto los hebreos como los demás pueblos, tenía como fundamento principal el temor. «El temor de Dios es el principio de la Sabiduría», se lee bastantes veces en el Antiguo Testamento. Dios se manifiesta siempre como mano fuerte y brazo extendido. Cualquier otra forma de manifestarse no podía tomarse como válida. Dimas seguramente se hallaba sumergido dentro de esta corriente general. Cuando... de repente se encuentra frente a Él, allí delante, a dos pasos. Debió de ser en alguno de los intervalos del juicio de Pilato. Sucio, maltrecho, atado de manos, rostro tumefacto, con asquerosas salivas en las barbas,... ¿Aquello era el Hijo de Dios? Mientras Dimas miraba aquello, seguramente que iba moviendo la cabeza de manera muy significativa. Hasta el momento en que aquello miró a Dimas. Y las miradas se encontraron. No hay ningún motivo para suponer que Jesús no mirase con la misma mirada a todos los que en aquellas horas entraron en contacto con Él. Buscaba —dice el profeta— quien se apiadara de Él, y no lo encontró. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, pág. 85

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DIMAS, CAUTIVADO POR UNA MIRADA . NUNCA HABÍA ENCONTRADO OTRA IGUAL Por una reacción psicológica muy natural y espontánea, los que hasta entonces habían defendido (más o menos) la causa de Jesús, debían ser los que ahora se sentían más defraudados, y los más exagerados en sus improperios. Los otros, los que siempre le habían sido contrarios, debían estar rebosantes de satisfacción. Y las miradas de Jesús no encontraban eco en aquellos ojos demasiado turbios que no sabían ver más allá de la corteza. Pero Dimas, como profesional, sabía que los tesoros siempre se ocultan donde menos puede suponerse, y que bajo una pila de estiércol había encontrado más de una vez una montón de oro. Aquella mirada... Los ojos tumefactos eran como los de cualquier otro hombre en semejante situación; pero la mirada... ¿Qué había en aquella mirada? Dimas no hubiera podido explicarlo (ni nadie), pero vio una luz nunca vista. Aquel hombre no era un hombre como los demás... Así como el Hombre-Dios había decepcionado a todos los que buscaban en Él una superación a todos los héroes humanos, ahora sacudió a Dimas al descubrir una dulzura y una compasión infinitas en una mirada que, humanamente, tenía que estar embrutecida por el rencor, el miedo, el odio, la ferocidad... Aquello no era posible, pero no podía negarlo; lo tenía delante. En su experiencia de los hombres nunca se había encontrado con nada semejante. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 85-86 SU SORPRESA ANTE ALGO INESPERADO. COMIENZO DE LA CONVERSIÓN DEL LADRÓN Los mismos hechos provocaron reacciones muy diferentes entre los que las presenciaron. ¿De qué pudo depender que Dimas sacara unas consecuencias totalmente opuestas a las que sacaron los demás? Creo que una de las razones puede ser la sorpresa. Dimas seguramente había hablado y había oído hablar de Jesús, como uno de tantos temas de conversación., sin darle demasiada importancia, ni tomar partido a favor ni en contra. No podemos olvidar que la conversión viene siempre provocada por el contacto con Cristo; éste y no otro, es siempre el punto de partida. [...] Creo, pues, que la primera sensación que Dimas experimentó fue la sorpresa que provoca lo insólito, lo inesperado, lo inimaginable. Que le obligó a formularse (seguramente que sin palabras) esta afirmación: — Este hombre es diferente de todos los demás. Cuando alguien, delante de Cristo, hace esta afirmación plenamente convencido, ya ha dado el primer paso en el camino de su verdadera conversión. Esto todavía no es la conversión, pero es su principio indispensable. 146

GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 86-87 DIMAS ANTE LA

ACUSACIÓN DE BLASFEMIA CONTRA

JESÚS

Dimas había sido condenado a muerte y él lo sabía. [...] Ello ha de provocar un trastorno total en las perspectivas habituales del vivir ordinario. Todas las preocupaciones anteriores deben ceder el lugar a una especie de obsesión: me matarán..., esto se acaba..., estoy perdido... ¿qué puedo hacer?... La sacudida que experimentó Dimas al mirar la mirada de Jesús se lo hizo olvidar todo. Aquello no lo había visto nunca ni podía sospecharlo. Escrutaba en su memoria para encontrar algo que se pareciera a aquello, pero no encontraba nada. ¿Qué clase de hombre podía ser aquel? El caso era que la principal acusación de que le hacían objeto era de blasfemo, y Dimas tenía cierta experiencia de esto por haberlas oído de todas clases, y seguramente también por haber lanzado más de una. Pero aquella mirada no tenía nada que ver con las que había captado en los ojos de los blasfemos, y expresaba un estado de ánimo muy diferente del que Dimas sentía en su interior cuando blasfemaba. Todo aquello era demasiado extraño; lo tenía ante sus ojos, y su única sensación era de asombro. Cierto, ciertísimo, que Jesús no era un hombre como los demás. De eso estaba segurísimo, sin que nadie se lo hubiera tenido que explicar. Pero... ¿qué clase de hombre era? Ahora recordaba que la blasfemia de que acusaban a Jesús era tan extraña que ni la había oído nunca, ni nunca la hubiera podido imaginar. Que todo un Emperador de Roma se hiciera adorar, ya lo había oído decir, y no le parecía demasiado extraño. Pero que un infeliz judío del pueblo hubiese dicho: — Dios y yo somos la misma cosa, le hizo reír de buena gana cuando lo supo; y le hizo exclamar: — ¡Está loco! Este pensamiento se fue consolidando cuando lo vio en «la fila», y por el trato que todos le daban. Hasta el momento en que le miró a los ojos y recibió dentro de él aquella mirada... Aquella mirada que separó netamente su vida en dos: antes y después. Dos vidas que nada tendrían que ver la una con la otra. Aquel hombre no estaba loco. No podía estar loco. Dimas lo sabía segurísimamente, sin poder dar explicaciones, que no hacían falta porque lo había visto. Había visto aquella mirada y no precisaba nada más. Pero una cosa era que no fuese un loco, y otra que fuese Dios. Y no un dios cualquiera, como los de la mitología griega y romana, que todos habían sido hombres, pero que en seguida se veían que eran unos dioses de poco más o menos, sino el Dios de los hebreos, que era un Dios muy por encima de los dioses de los alrededores. Un Dios único, que había hecho el cielo y la tierra, que premiaba a los buenos y castigaba a los malos... ¿este Dios podía ser una misma cosa con Jesús? Un hombre que mañana es y mañana no es, con todas las taras y debilidades que lleva encima por fuerte que sea, y el Dios altísimo de Israel, creador de todas las maravillas que existen, cuyo poder, sabiduría, y perfección no tienen límites, ¿podían ser una misma cosa? ¿Puede un hombre ser Dios? La cabeza le decía que no, que no, y que no. Pero su corazón llevaba la estocada de una mirada que se lo había traspasado. 147

GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 88-90 DIMAS, TESTIGO DEL DIOS DEL CALVARIO, ENCUENTRA EL TESORO ESCONDIDO DONDE LOS DEMÁS NO VEN NADA

El primer paso de Dimas hacia la Conversión fue el afirmar que Jesús no era un hombre como los demás; lo que le hizo abandonar su actitud de indiferencia y sustituirla por una de atención concentrada. Se daba cuenta de que allí pasaba algo muy importante; tan importante que todo quedaba atrás. Incluso la pena de muerte que habían dictado contra él. Esta situación duraría desde el momento de la primera mirada hasta después que Pilato presentó el Ecce Hommo al pueblo, y éste reclamó la sangre de Jesús para que expiara su blasfemia, condenándolo decididamente a la cruz. Desde este momento los acontecimientos se desarrollaron a gran velocidad. Bruscamente echaron mano a los otros dos condenados, y todos al Calvario. Pero Dimas solo tenía los ojos para Jesús; de lo suyo ni se acordaba. Y seguía viendo lo mismo: una figura humana deshecha, sucia, escarnecida, maltratada, llena de heridas y de sangre, agotada... No puede imaginarse a un hombre más abatido ni en mayor abyección, tanto en sí mismo como en los improperios de la jauría furiosa que le rodeaba. Pero llevaba dentro una majestad y un poder de Amor tan nunca visto, que había que rendirse a Él, necesariamente. Esta fue la razón experimental de Dimas, que no vio ninguna de las maravillas sobrecogedoras que se contaban del Dios del Sinaí, pero que fue testigo del prodigio único, y sin repetición posible, del Dios del Calvario. El gran milagro del Amor Absoluto que se da a sí mismo por los que ama, hasta extremos inconcebibles. Dimas, que encontraba tesoros ocultos donde los demás no sospechaban nada y pasaban de largo, descubrió que en aquel ser humano envilecido y aplastado, habitaba el mismo Dios. Era verdad: Jesús y el Padre eran una sola cosa. Esto no era ninguna blasfemia. ¡No! No solamente era la mayor verdad que se había proclamado desde el principio del mundo, sino que era la Gran Verdad, ya que todas las demás son solamente consecuencia de ésta. Lo más seguro es que los verdugos empezaron su tarea con Jesús. Mientras Dimas aguardaba su turno, pudo ver nuevamente aquella mirada única, diferente y trastornadora que le manifestaba, con el fulgor de la evidencia, primero la realidad, después el deslumbramiento, y finalmente la infinitud del Dios del Amor. Total: el único Dios desconocido, y el único Dios posible. La boca de Jesús pronunció entonces aquellas palabras desconcertantes que ningún hombre (que no fuera más que hombre) no hubiera podido proferir nunca: — Padre perdónalos... Después de las tres palabras de Jesús, la seguridad de que se hallaba delante de Dios, del Dios auténtico, se hizo absoluta. Había descubierto el gran tesoro escondido, el tesoro de los tesoros. En esto se consumó la conversión de Dimas, y en esto se ha consumado después todas las conversiones que ha habido y que habrá hasta el fin del mundo. Ya que el 148

convertido es siempre y únicamente aquel que está tan seguro de que el Crucificado es Dios, que su alegría máxima sería dar la vida como testimonio de su seguridad total y absoluta. Todo lo del mundo es incierto, y puede ocurrir de una manera o de otra, la única afirmación absolutamente cierta es ésta: aquella piltrafa humana clavada en una cruz en el Calvario es el mismo Dios. Por esta afirmación es por la única puerta que se entra en el mundo de la verdad y de la luz. El que la rehúsa sigue viviendo (si esto es vivir) en una caverna mucho más oscura y tenebrosa que la del mito de Platón. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 90-91 DIMAS RECONOCE A CRISTO, DA TESTIMONIO DE ÉL ANTE TODOS, Y RECIBE LA PROMESA DEL P ARAÍSO Sus perspicaces ojos de ladrón de tesoros ocultos descubrieron el gran tesoro del Amor de Dios, escondido debajo y detrás de la impotencia y del oprobio. Y sin pensar que robaba, llenó con dicho tesoro, no ya sus bolsillos y sus alforjas, sino todo su ser. Y cuanto más tenía, más amor le daba a Jesús; y cuanto más le daba, más tenía. Esta espiral mística, que es toda la vida del «fiel», crecía en Dimas a una velocidad vertiginosa. Se comprende que fuese así, pues en esto también fue Dimas un caso único. Cualquier otro cristiano, después del Calvario, tiene que ir practicando el amor a Cristo en la persona de «los otros», en los que Le vemos presente por la fe en Sus palabras: Lo que hagáis, o dejéis de hacer, a un necesitado, a Mí me lo hacéis, o me lo negáis. El Mandamiento Nuevo (que es el único Mandamiento en el Reino del Amor) tiende a establecer entre unos hombres y otros una imagen de aquella unidad substancial que hay entre el Padre y el Hijo, como pedía Jesús en la última Cena. Y todos vamos elaborando (o deberíamos ir elaborando) este Cuerpo Místico con nuestra unión con Cristo a través de «los otros», en los que la fe nos hace ver a Cristo necesitado... de lo que sea. Solamente Dimas no necesitó de la fe para ver a Cristo en el otro, porque el otro era el mismo Cristo abatido en persona. Tenía bastante con mirar para ver. Y el Espíritu de Amor le invadía por momentos. Con la vista fija en Jesús, veía como la luz de aquellos ojos se extendía a todo su rostro; y ya no solamente al rostro, sino que de las mismas heridas salía un resplandor nunca soñado. Después vio (no sabía cómo podía ser aquello, pero lo veía, claramente), una doble corriente que iba de Jesús hacia él y le inundaba de una paz, de un gozo, y de una felicidad desconocidas y siempre nuevas, junto con otra corriente que iba de él a Jesús en la que había todos: todos los pecados y maldades que había ido almacenando durante su vida azarosa (los veía todos con toda claridad, aún en sus detalles más minúsculos) que iban saliendo de él, sucios, asquerosos y repelentes, hacia aquella luz cegadora, como si fuera un horno universal, y se quemaban, se fundían en él, y no quedaba nada. Y ya no era él sólo, no. Hacia todos los puntos del horizonte, y del pasado y del futuro, iba aquel fuego que tenía por foco el Corazón de Cristo, y venía como un mar inmenso, formado por todas las asquerosidades, traiciones, blasfemias, infamias, robos, mentiras... de todos 149

los que le reconocían como Dios y querían seguirle. Y aquel fuego tan luminoso, y tan sin medida, lo fundía y lo purificaba todo; y aquello tan infecto se trasmutaba en aguas vivas que salían de aquella cruz única, y regaban y embellecían toda la tierra y todos los tiempos. Todo esto lo veía con una claridad inmensa. Sentía en él el gozo y la paz inefables, junto con el dolor agudísimo de sus heridas todo a un tiempo, con una lucidez inimaginable. Fue entonces cuando oyó las palabras del otro miserable, que no tenía ojos más que para sí mismo, y no veía nada de la maravilla infinita que se realizaba junto a él. Y se produjo el diálogo conciso, preciso, definitivo, que escuchó la Santísima Virgen y que nos ha transmitido San Lucas. Quiero reproducirlo una vez más: «¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros. Pero el otro, tomando la palabra, le reprendía diciendo: — ¿Ni tú, que estás sufriendo el mismo suplicio, temes a Dios? Y nosotros justamente, porque recibimos el digno castigo de nuestras obras, pero éste ningún mal ha hecho. Y decía: — Jesús, acuérdate de mí cuando entres a tu Reino. Y le dijo: — En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.» [...] Y escuchó las palabras que Jesús le dirigía. Palabras sencillas y grandiosas; palabras que serían repugnantes en la boca de un hombre-hombre, pero que dichas por el Hombre-Dios inflamaron a Dimas y siguen inflamando a todos los que queremos acercarnos a la Cruz de Cristo, anhelando poderlo hacer con los sentimientos del corazón del Buen Ladrón. Sí. Pasaría de la muerte a la vida. Hoy mismo. ¡Seguro; segurísimo! Mientras tanto era feliz contemplando aquel inmenso faro que se había alumbrado allí en el Calvario, y que, para siempre, sería la guía, capaz de llevar a buen puerto a los náufragos humanos... que somos todos. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 103-104 SAN DIMAS, MODELO DE NUESTRA MUERTE MÍSTICA Y SAN JOSÉ, MODELO DE NUESTRA MUERTE FÍSICA

CON JESÚS

Existe otro Santo, entre los que veneramos en la Iglesia de Cristo, que también murió con Jesús, aunque no conocemos ningún detalle de cómo ni cuándo ocurrió tal hecho. Se trata de San José, que murió con Jesús y con la Virgen a su lado. Por esto se nos propone como patrón de la Buena Muerte. Yo no sé si se ha meditado sobre San José más o menos tiempo que sobre San Dimas; lo que sé es que su figura me aparece con una grandiosidad tal, que no puedo referirme a él en sólo unas cuantas líneas. [...] Lo que quiero destacar es la diferencia que hay entre el morir con Cristo, entre San Dimas y San José, que no es menester que me extienda en ponerla de manifiesto, pues está demasiado potente. Y destacar mi creencia de que la muerte de Dimas, que murió con Jesús mientras Jesús moría, es nuestro modelo para nuestra muerte mística bautismal mientras nosotros seguimos viviendo físicamente; y San José es nuestro modelo en nuestra muerte física, asistidos por Jesús, por María, y por el mismo José. 150

GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, pág. 109 LA

CANONIZACIÓN DE

SAN DIMAS

También en esto fue único el caso de Dimas, y sin repetición posible. Tanto por lo que se refiere al «proceso» como a la persona del definidor. Cuando un Papa proclama urbi et orbe que un fiel difunto queda incluido en el catálogo de los Santos que la Iglesia venera, es el mismo Cristo quien, por boca de su Vicario, afirma que aquel justo se halla en la presencia de Dios en el Paraíso Celestial. El proceso acostumbra a ser largo y laborioso, y son muy escasos los santos que han sido canonizados pocos años después de su muerte. Y son excepcionalísimas las canonizaciones al estilo de Santa María Goretti, a la que pudieron asistir su madre y su verdugo. En el proceso pueden distinguirse dos partes principales: en la una se trata de esclarecer qué ha hecho el siervo para glorificar a su Señor (virtudes y heroísmo), y en la otra hay que constatar con rigor extremo, qué ha hecho el Señor para glorificar a su siervo (milagros). Esto es grosso modo y no son estas páginas lugar a propósito para matizarlo. En orden a las tres virtudes, se pone una atención principal sobre las tres virtudes específicas del cristianismo, que son: espíritu de Pobreza, espíritu de Humildad, y espíritu de Sacrificio, como expresión triple de un solo espíritu de Amor, que es espíritu de Comunión. Cuando este espíritu único y triple impera, todas las demás virtudes florecen, necesariamente. Algunos santos han sido «fieles» desde su más tierna infancia; en los demás hay que desglosar su proceso en dos etapas: antes y después de la conversión, y la segunda es la que cuenta en los procesos de canonización. En la vida de San Agustín, por ejemplo, si nos fijamos en los primeros treinta años, poca cosa veremos edificante, antes todo lo contrario, y si conviene tenerlos en cuenta, es para hacer resaltar el contraste con los años posteriores. Lo mismo puede decirse de San Pablo, y demás santos «convertidos». No importa que la primera fase haya durado mucho tiempo y haya sido muy escabrosa, si ha habido conversión de vida. Jesús nos dejó enunciada una verdad que parece cuesta mucho de asimilar, cuando dijo que había más gozo en el Cielo por la llegada de un solo pecador que había hecho penitencia, que por noventa y nueve que se habían mantenido fieles. Y para que nadie desesperase, ahí está el primer pecador lavado con la Sangre de Cristo, cuya mala vida duró (posiblemente) unos cuarenta años, y cuya Vida de Santo no duró más tiempo del que se emplea en dormir normalmente durante una noche. El Acta del Proceso y de la Canonización es la que «firmó» San Lucas». [...] No hace falta más para estar segurísimos de que está en el Paraíso Celestial. Y por esto mismo, también estamos seguros de que si se le abriese un «proceso» con toda la meticulosidad y rigor que imponen los Cánones de la Santa Madre Iglesia, aparecería netamente la práctica heroica de las tres virtudes básicas del cristianismo durante las pocas horas que duró su Vida de Santo. 151

GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, pág. 110

EL ESPÍRITU DE POBREZA ,

EN GRADO HEROICO, DEL BUEN LADRÓN

Empecemos por el «Espíritu de Pobreza». Lo más contrario que hay a este espíritu es la tendencia a hacer pasar al propio bolsillo (físico o metafísico) los bienes que están en los bolsillos ajenos, tanto si los métodos que se siguen son legales como si son ilegales. Me parece que Nuestro Señor no tiene demasiado en cuenta las legalidades y las ilegalidades que definen a los que mandan. Y no me cabe duda alguna de que, antes de su conversión, Dimas fue un caso clarísimo de ausencia de espíritu de Pobreza. Pero ¿qué es el espíritu de Pobreza? Si partimos de que es una de las tres dimensiones del Espíritu de Amor que (desde Pentecostés para acá) se nos infunde en el Bautismo para que pueda realizarse la comunión de los hombres entre sí, a base de la comunión de todos y cada uno con Cristo, para entrar en la comunión de la Trinidad Beatísima, podemos decir que el espíritu de Pobreza es el espíritu de Comunión manifestándose de mí hacia los demás, y me inclina a compartir todo lo que tengo (en el orden físico, en el metafísico, y en el sobrenatural), con los que carecen de ello, o tienen menos que yo. Y se comprende que el tener este espíritu no depende de tener muchos, o pocos, bienes; sean de la clase que sean. De la misma manera que el espíritu de adulterio no se mide únicamente por los adulterios que se cometen... así también el espíritu de Pobreza no se mide únicamente por la cantidad de bienes que uno comparte con los necesitados de ellos, sino por la intensidad del deseo de compartir las insuficiencias ajenas. La escena de la viuda echando la monedita en el «cepillo» del Templo ilustra perfectamente la diferencia que va entre la realidad y ciertas apariencias. [...] Si el espíritu de Pobreza nos inclina a comunicar a los otros lo que necesitan, porque la fe nos dice que ellos son el mismo Cristo necesitado que lo recibe en ellos de nuestras manos, en el caso de Dimas no era cosa de fe el ver a Cristo necesitado en el otro, porque el otro era el mismísimo Cristo. Y parece que Dimas no tenía nada de nada, y el otro era el mismo Dios. ¿Cómo podía manifestarse el espíritu de Pobreza, si Dimas no tenía nada, material ni bienes de cultura, ni virtudes, ni siquiera su vida, ya que esta no le pertenecía, y sus minutos estaban contados? Todo esto es ciertísimo, y no es menester buscar por esta parte pues seguramente no encontraríamos nada. Dimas tenía únicamente un corazón que todavía seguía latiendo en su pecho. Un corazón nuevo, flamante, un corazón de carne que había sustituido su corazón de piedra cuando esta se fundió en el fuego universal de aquella mirada del Señor. Y empezó a amarle de una manera desconocida y grandiosa, sintiendo una compasión inmensa, doliéndole mucho más la afrenta que se hacía a Jesús que la justicia que se hacía con él. ¿No es nada dar esto? ¿No es lo más grande que se puede dar? Es que, si no se da esto por delante, todo lo demás que se dé ¿podrá considerarse como don de sí mismo? 152

Y Jesús se encontraba, precisamente, carente de esto. Él, el Dios Omnipotente. Tenía sed de ser amado y sed de ser com-padecido, que viene a ser la misma cosa. No con una compasión epidérmica y sensiblera, sino una com-pasión verdadera, que exige compartir el dolor y la injusticia del otro, hasta el punto de anteponerlo al propio dolor y a la propia injusticia. Este fue el grado heroico del espíritu de Pobreza de Dimas, que Jesús aceptó, no hecho a Él en la persona de sus «pequeños», sino en su propia persona viviente y agonizante, caída por amor en la máxima necesidad y abyección. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 111-113 EL ESPÍRITU DE HUMILDAD,

EN GRADO HEROICO, DEL BUEN LADRÓN

El espíritu de Humildad es la segunda dimensión del Espíritu de Amor, manifestándose de los demás hacia mí, inclinándome a complacerme ante la profusión de bienes de toda clase que Dios ha otorgado a los demás, aceptando con gratitud todo lo que los demás puedan comunicarme, especialmente bienes sobrenaturales, después bienes de orden cultural e intelectual, y finalmente bienes materiales. Este espíritu es todo lo contrario del espíritu de soberbia, que tiende a sobre-valorizar todas mis cualidades y a no hacer caso de mis defectos, al mismo tiempo que solamente se fija en los valores ajenos y desvaloriza totalmente sus cualidades. [...] El espíritu de humildad se puso de manifiesto en Dimas cuando descubrió y aceptó, en aquella apariencia de derrota, de impotencia y aniquilamiento, no solamente unos dones espléndidos de Dios, sino al mismo Dios. Lo aceptó íntegramente, sin la menor restricción. Este espíritu de humildad es el que iba más escaso entre los espectadores del suplicio de Jesús, y por esto no podían creer en Él. Y porque sigue siendo tan escaso sobre la tierra el mundo va como va. Este fue el grado heroico de la humildad del Buen Ladrón. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 111-113 EL ESPÍRITU DE SACRIFICIO,

EN GRADO HEROICO, DEL BUEN LADRÓN

El espíritu de Sacrificio es la tercera dimensión del Espíritu de Amor, y nos inclina a renunciar a nuestros propios criterios por convenientes y ajustados que nos parezcan, cuando difieren de los criterios evangélicos por una parte, o cuando difieren de los criterios de «los otros», cuando laboramos todos juntos en las tareas del Reino de Dios y su justicia. Dios ha de reinar en mí, y no solamente he de renunciar a «lo malo» (que esto no entra en la zona del sacrificio sino de la ley). Sino a las cosas mías que me 153

parecen buenas, justas y honradas, cuando Cristo pide otra cosa. Cristo ha de reinar también en la sociedad y en las estructuras, y esto exige el sacrificio constante de los criterios particulares en el ara del criterio común, por la fe que tenemos de que cuando dos o más nos reunimos en su nombre, Cristo está en medio de nosotros, y únicamente podrá hacerse Su voluntad y no la nuestra, en el caso de que todos renunciemos a la propia voluntad después de haberla expuesto con todo el ardor y con toda la decisión. La oración suprema de: «¡Hágase tu voluntad y no la mía!», solamente puede pronunciarla aquel que tiene alguna voluntad; y no una voluntad cualquiera, arbitraria, desproporcionada,... sino una voluntad en la que ha puesto todo lo mejor de su ser. Es la víctima que ofrecemos en el altar de Dios, que para que sea aceptada no ha de tener taras, ni manchas, y ser lo más dura y sin mácula posible. [...] El espíritu de Sacrificio se hizo bien patente al manifestar Dimas la adhesión consciente y plena a los criterios de los demás que aun perjudicándole y llevándole al patíbulo, tendían al Reino de Dios y su justicia. Dimas aceptó la muerte infamante que le imponían los hombres como bien merecida. ¿No es heroico esto? Dimas no dio la vida por Cristo, pero aceptó la muerte por el amor de Cristo, y creo que esto puede considerarse como algo bastante parecido al martirio. Todo esto se desprende de manera evidente de la cortísima «Acta» de que disponemos, y no creo que sea menester insistir más en cuanto a virtudes heroicas. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 111-113 ¿UN SANTO QUE NO HA

HECHO NINGÚN MILAGRO?

Pero ¿y los milagros? ¿Dónde están los milagros de San Dimas? Porque hablar de un Santo sin milagros parece un contrasentido. [...] Los milagros que Dios obra son para glorificar delante de los hombres a aquellos fieles que delante de los hombres han glorificado a Dios, y constituyen algo así como la marca y la firma que Dios pone a sus vidas. Siendo así, ya se comprende que en el caso de Dimas no hacía falta ningún milagro que manifestara que aquel era un predilecto de Dios, pues el mismo Dios lo manifestó con su boca, y el Evangelio da fe de ello. Estamos seguros de que todos los santos que veneramos gozan de la presencia de Dios; pero de Dimas tenemos seguridad especial, ya que fue canonizado por el mismo Dios en persona. Quizás en las circunstancias de esa canonización pueda verse el milagro evidente. Porque la regla invariable, desde siempre, es que no se puede canonizar a nadie mientras vive. Es posible que el recuerdo de Judas tenga algo que ver con esto. Y he aquí que el mismo Cristo, en el primer caso de canonización salta por encima de la regla que su Espíritu ha dictado a su Iglesia. Para mi uso particular me complace ver aquí un milagro portentoso y único, realizado por Jesús en honor del único santo del Cielo que murió con Él en sentido estricto y categórico, glorificándolo antes de morir a la faz del mundo, mientras que Él quiso esperar al tercer día para glorificarse a Sí mismo, ante el pequeño número de los que habían de ser sus testigos. 154

GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 113-114 DIMAS MUESTRA

HASTA DÓNDE SE PUEDE LLEGAR

CUANDO SE RECONOCE LA PROPIA MISERIA

Todos los Santos que la Iglesia propone a nuestra veneración nos transmiten algún mensaje parcial de la santidad total que reside en Jesucristo. La Santísima Virgen ocupa un lugar especialísimo que destaca desorbitadamente sobre todos los demás Santos de Dios. Para mí, personalmente, el gran soporte para mi miserable vida de cristiano es el mirar a Jesús en la Cruz, que también me mira; y el escuchar a la Virgen María, de pie junto a la Cruz, que me dice: — Para que tú pudieras ser hijo mío di la vida a este Hijo de mis entrañas que ahora ofrezco al Padre. Y tú, ¿no querrás ser mi hijo, viendo lo que por ti hago y las ansias que tengo de que me aceptes por Madre? ¿Qué más pude hacer para merecer tu amor? Y fijarme en Dimas, el bienaventurado, que me muestra hasta dónde se puede llegar cuando se reconoce la propia miseria; sin dejar de fijarme en Judas, que habiendo sido elevado a las alturas máximas de la amistad con Jesús, cayó en el abismo por haber querido hacer pasar sus criterios por delante y por encima de los criterios del Señor; que casi siempre son impenetrables, y siempre son deslumbradores y sublimes. Siempre. GUILLERMO ROVIROSA El primer santo cristiano, La voz de los sin voz, Movimiento Cultural Cristiano, Madrid 1991, págs. 119-120 EN EL BUEN LADRÓN JESÚS LLEVA A PLENITUD LA OBRA DEL P ADRE: REVELAR Y COMUNICAR SU PREDILECCIÓN HACIA LOS PECADORES

El relato del buen ladrón adquiere todo su significado sólo si lo referimos al «mensaje» que preside y anima el entero evangelio de Lucas, del «cantor de la misericordia divina», como le gustaba llamarlo Dante. Y el mensaje puede ser resumido así: Jesús, la misericordia del Padre hecha carne, «ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). En la cruz, en la última hora de su vida, Jesús continúa la obra que el Padre le ha confiado: la de revelar y comunicar a todos, indistintamente, el amor misericordioso y salvífico de Dios. Es más, aquí, con el buen ladrón Jesús lleva a cumplimiento esta obra; en cierto sentido, la lleva a su cumbre. Por eso, el episodio que nos aprestamos a meditar, aunque viene en poquísimos versículos, no es en modo alguno marginal o secundario en el conjunto del Evangelio de Lucas. Al contrario, ocupa un puesto central en el relato de la Pasión: «En cierto sentido, este episodio se convierte en el punto culminante y central del cuadro lucano de la crucifixión de Jesús...; y manifiesta por última vez la misericordia salvífica de Jesús hacia el deshecho de la humanidad» (J. A Fitzmayer, Luca teologo, Brescia 1991, 166). [...] La actitud de Jesús ante el buen ladrón puede considerarse la síntesis y la 155

consumación de su misión de amor de predilección hacia los pecadores, hacia «quien se ha perdido». Nuestro pasaje se convierte así en «un pequeño evangelio» en el interior del «gran Evangelio» de Lucas sobre Jesús, salvador misericordioso. DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, págs. 13 y 14 EL ANONIMATO DEL BUEN LADRÓN Quizá no carece de significado el hecho de que el Evangelio haya elegido el anonimato. ¿No permite a cada uno de nosotros poder reencontrase, a su manera —¡Dios lo quiera! — en el «buen ladrón», para recorrer como y con él el camino de la conversión y de la reconciliación? Comenta el jesuita Michel Ledrus: «Este hombre permanece sin nombre propio porque su conversión personal es típica de todas las conversiones auténticas. Hasta el fin de los tiempos los predestinados a la salvación reconocerán en estos pocos versículos de Lucas el compendio de su historia, la feliz aventura de su experiencia cristiana» (Alla scuola del «ladrone» penitente, Roma 1992, 37). DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, pág. 23 LA DE

PETICIÓN DEL

BUEN LADRÓN: CONFESIÓN DE LA

REALEZA

CRISTO

«Acuérdate de mí». El buen ladrón no limosnea otra cosa que un recuerdo: consérvame en la memoria de tu corazón, «¡no te olvides de mí!» Y ¿no es ésta la súplica del que ama y está a punto de separase del amado? ¿Pero qué significa en nuestro caso el «recuerdo»? ¿Puede acaso bastar un puro llamamiento a la memoria? ¿O no exige más bien algo que tienda a traducirse en un hecho, en un evento concreto? Sí, es propiamente esto último el sentido que la Biblia atribuye al recuerdo, como aparece —por ejemplo— en la plegaria que el antiguo orante de Israel dirigía al Señor en una situación de muerte, o que todo el pueblo elevaba en el templo diciendo: «Acuérdate de nosotros, Señor, por amor de tu pueblo, visítanos con tu salvación» (Salmo 105, 4). Debemos entonces preguntarnos: ¿Qué cosa expresa propiamente la plegaria del malhechor arrepentido? ¿Cuál es el contenido concreto del «recuerdo» implorado de Jesús? La del buen ladrón es una plegaria que dice no sólo una gran esperanza, sino también una gran certeza. El neoconverso ha comprendido, de cuanto ha sucedido en su presencia en el Calvario, que Jesús tendrá en la otra vida un futuro de gloria, así como ha comprendido, de la inscripción del cartel fijado en la cruz, que será investido de realeza. Ahora él reconoce que Jesús es rey e intuye, a la vez, la naturaleza de este reino: es un reino de misericordia, tanto que él puede confiarse a Jesús, a aquel hombre que está muriendo allí, «con él», en la cruz. Y permanece a la espera de su venida al fin de los tiempos, cuando Jesús se manifestará a todos como el Rey y Salvador. Permanece a la 156

espera sin sombra alguna de duda: «Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Está seguro de estar junto al Rey. ¿No estamos así ante una confesión de fe en Cristo Rey? DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, págs. 43-44 LA

FE CIEGA DEL

BUEN LADRÓN

En un momento de extravío general no hay más que un bandido que tiene fe en Cristo. Los enemigos triunfan, los discípulos y los apóstoles han desaparecido; sólo este anónimo condenado confiesa la mesianidad de Jesús, a pesar de verlo colgado de la cruz, vencido y humillado. Un tan alto ejemplo de fe no nos es dado verlo más que raramente o nunca en los Evangelios. Todos los que han declarado públicamente la mesianidad de Jesús lo han hecho siempre con ocasión de algún milagro, nunca en circunstancias tan infaustas. Reconocer al Mesías, que va a tomar posesión del reino a través de la muerte en cruz, es fe ciega, de la que los Evangelios no recuerdan otro ejemplo. O. DA SPINETOLI Luca, Asís 1982, pág. 714 JESÚS RESPONDE INMEDIATAMENTE AL BUEN LADRÓN: PARTIRÁN JUNTOS HACIA SU REINO A la plegaria del buen ladrón Jesús ofrece una respuesta: pronta, breve pero solemne y sorprendente. [...] La respuesta se abre con una fórmula que compromete la palabra dada, porque está cargada con todo el peso de la propia autoridad, dignidad y credibilidad: «En verdad te digo...», Amén, según el término arameo pronunciado por Jesús [...]. Estamos ante un juramento por parte de Jesús. ¡Y qué juramento! En cierto sentido es único: «Ningún hombre —escribe Trilling— había recibido por parte de Jesús esta garantía estrictamente personal de vivir con él en el paraíso. Pero es precisamente ahora cuando esto sucede, en la hora en la que toda la obra de Jesús llega a su consumación». El buen ladrón había pedido un recuerdo diciendo «cuando estés en tu reino». Jesús le responde: «Hoy estarás conmigo», como si dijera: «No tendré necesidad de recordar, es ahora. No tendré que resituarte en mi espíritu, ni será necesario buscarte en alguna parte: yo te llevo conmigo, partimos juntos» (R. Bernard). DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, pág. 46 LA

ESPERANZADORA PROMESA DE JESÚS,

AYUDÓ AL

BUEN LADRÓN A « ACEPTAR»

«ESTARÁS CONMIGO», SU CRUEL MUERTE

157

Del buen ladrón, después de la respuesta de Jesús: «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso», Lucas ya no dice nada. En cambio el evangelista Juan nos habla y nos cuenta lo de las «piernas quebradas», a continuación de la petición que los judíos dirigieron a Pilatos para que los cuerpos de los dos malhechores crucificados con Jesús no permanecieran en cruz durante el sábado: «Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas al primero y después al otro que había sido crucificado junto a él» (Jn 19, 32). Así llegamos a enterarnos de la muerte del ladrón: le han sido quebradas las piernas, como le ha sucedido también a su compañero. La conversión, por tanto, no le ha conferido ningún privilegio, ninguna excepción aquí abajo. Pensamos, sin embargo, que la palabra cierta de Jesús «estarás conmigo» lo haya ayudado a «aceptar» esta cruel muerte acelerada con una actitud interior nueva: precisamente gracias a esta muerte, él estaría reunido con Cristo. DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, pág. 50 EL BUEN LADRÓN, PRIMER TESTIGO DEL CORAZÓN ABIERTO DE JESÚS A Jesús, él también muerto, no le fueron quebradas las piernas, «sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34). Hay quien piensa —pero sobre este punto el Evangelio calla absolutamente— que el buen ladrón asistió a la abertura del costado de Cristo: «Fue el primero, con San Juan, en notar el derramamiento de la sangre y del agua —símbolo de la purificación bautismal—; la sangre derramada por Jesús le había aportado la purificación bautismal, mediante la mezcla de su sangre con la de Jesús. Fue el primero en contemplar el costado abierto de Jesús con el sentimiento de haberle atravesado él mismo (Jn 19, 37); el primero en morir a la vida presente con una última mirada al crucificado» (M. Ledrus, o. c., 144).» DIONIGI T ETTAMANZI Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, págs. 50-51 EL BUEN LADRÓN,

LLAMADA DIRIGIDA A TODOS A EXPULSAR TODA

ANGUSTIA Y DESESPERACIÓN POR LOS PECADOS COMETIDOS

El mysterium pietatis del amor misericordioso de Dios es más grande que el mysterium iniquitatis, o sea, que el pecado del hombre y del mundo. La aventura espiritual del buen ladrón es un claro e indiscutible testimonio de ello; su brevísima plegaria «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino» proclama que su corazón está ya totalmente invadido por una confianza sin límites en Él y en su perdón. El buen ladrón se convierte así en una llamada dirigida a todos, indistintamente, para que expulsen toda angustia y venzan toda desesperación por los pecados cometidos. Si Jesús en la cruz ha perdonado al ladrón, ¿a qué otro pecador no perdonará, él que ha implorado: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen»?» DIONIGI T ETTAMANZI 158

Cardenal arzobispo de Milán El buen ladrón, Edicep, Valencia 2006, págs. 63-64 EL HIJO PRÓDIGO Y EL BUEN LADRÓN ¡Oh dichosa humildad de los penitentes! ¡Oh bienaventurada confianza de los que se reconocen culpables! ¡Qué poder tienes ante el Todopoderoso! ¡Con qué facilidad vences al Invencible, y qué pronto cambias al Juez temible en Padre piadosísimo! La simple confesión bastó al ladrón para perdonarlo en la cruz, a éste la simple disposición de confesarse. Siempre se adelanta la misericordia. Se había adelantado a la voluntad de la confesión, inspirándola. Se adelantó a la misma confesión perdonando lo que iba a confesar: «Cuando aún estaba lejos, su padre le vio y, conmovido por la misericordia, yendo a su encuentro se echó a su cuello y lo besó» (seguramente con muchos besos y no a flor de labios, sino con toda su fuerza). Parece que el padre tenía más prisa en dar el perdón al hijo que el hijo en recibirlo. GUERRICO, MONJE CISTERCIENSE No me amó de bromas, Robert Thomas, Monte Carmelo, Burgos, 2009, págs. 119-120 JESÚS, ENTRE DOS CRIMINALES, SE HACE UN MALHECHOR: «NO TE AVERGONZASTE DE LLAMARNOS HERMANOS» Jesús está entre dos criminales. Esto es impresionante. Esto indica la condescendencia del Señor. Es admirable el amor que nos ha tenido a nosotros. La Iglesia canta en su liturgia esta palabra: «Tú, para salvar a los hombres, no tuviste horror al vientre de una virgen». Es la humillación de la Encarnación. No te echaste atrás, aceptaste entrar en el vientre de una virgen. Pero más adelante la Carta a los Hebreos nos dice: «No te avergonzaste de llamarnos hermanos». Esto es impresionante. Es el amor impresionante del Señor. No se avergüenza de llamarnos hermanos. Nosotros, cuando en nuestra familia hay algo que desdice, tenemos mucho reparo en decir que esa persona que vive en la prostitución es mi hermana; lo disimulamos; o que ese criminal es mi hermano. Jesucristo no se avergüenza de llamarnos hermanos, y se le llena la boca diciendo que es hermano nuestro. Y cuando llega el momento de la Cruz le ponen esos criminales y Él no se avergüenza de decir: son mis hermanos, soy vuestro hermano, soy uno de vosotros (Gen 45, 4). Esto es lo tremendo del significado de la Cruz. Cuando decimos que se ha hecho uno con nosotros decimos que se ha hecho uno con los criminales, se ha metido en esa línea, ha tomado esa naturaleza, es hermano nuestro, no sólo hermano sino responsable nuestro. [...] Isaías había dicho expresamente: «Será contado entre los malhechores» (Is 53, 12). Ahora, al decir «será contado entre los malhechores», en ese momento vemos que son realmente ladrones los crucificados entre los que se encuentra. Pero creo que podemos decir que se ha hecho «uno de nosotros», o lo que es lo mismo, «se ha contado entre los pecadores». «A quien no conocía pecado, por nosotros lo hizo pecado», lo ha puesto entre nosotros, uno de nosotros. [...] Decir, pues, que Cristo se ha hecho hombre es decir que se ha hecho malhechor, se ha hecho uno de los pecadores, uno de nosotros. Por tanto la Encarnación culmina en la Cruz entre malhechores, es 159

como una expresión viva de la realidad del estado de la humanidad. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 112-114 LOS DOS LADRONES SOMOS NOSOTROS La presencia de los dos crucificados no es una añadidura arbitraria que uno podría suprimir. No es una añadidura caprichosa, anecdótica. Esos dos nos representan a nosotros, a la humanidad. En esos dos estamos representados todos los hombres necesitados de redención, y Cristo está crucificado en medio de nosotros. Esos somos nosotros, los hombres no redimidos, los hombres cargados con las consecuencias del pecado original, somos pecadores, somos criminales (usemos esa palabra: «Criminales», que nos asusta, que tiene un significado penal en el cual yo no voy a entrar, pero realmente somos criminales), malhechores, hemos hecho mal, malhechores. Los dos crucificados condenados a muerte significan la humanidad, la cual como efecto del pecado original es también crucificada. Ésta es nuestra vida. Tenemos muchos trabajos, preocupaciones, sufrimientos, y como término la muerte; vamos hacia ella. La muerte está trabajando en nosotros, no sólo nos viene de fuera, la llevamos dentro. Empezar a vivir es empezar a morir. Comenzar a vivir una vida mortal es empezar a vivir la condena a muerte. Vamos acercándonos hacia esa muerte implacablemente. Esto no es para entristecer nuestra vida, no es para estar pensando siempre que vamos a morir, pero es real y es verdadero. Somos crucificados, condenados a muerte. Cada uno de los hombres estamos condenados a la muerte, pero entre tanto vivimos crucificados por nuestra situación: consecuencia del pecado original y de nuestros pecados personales. Por eso decía que proclamar que el Verbo se ha hecho carne es proclamar en el fondo que se ha hecho crucificado, condenado a muerte; porque ha asumido nuestra naturaleza con las penalidades derivadas del pecado original. Esto es lo que se realiza de manera fuerte en el Calvario, y así viene a resultar el momento supremo de la Encarnación. La Encarnación es como un camino hacia la Cruz y el Calvario. El Verbo se ha hecho crucificado y condenado a muerte. Por tanto en el Calvario es bueno comprender que nuestro lugar es de crucificados con Cristo. También tú estás unido a Cristo en el mismo suplicio, en las mismas consecuencias del pecado original y personal, sufriendo una cruz que para ti es castigo de tus pecados, es castigo necesario. La diferencia está en que, siendo Jesús inocente, ha tomado libremente sobre sí la condición pecadora, que es consecuencia y castigo del pecado del hombre, y lo ha hecho, ha querido tomar esa condición en un misterio de amor. [...] Por tanto, todos somos condenados a muerte. Creo que seríamos más humildes si lo viéramos con convencimiento. Simplemente considerarme así, condenado a muerte. Y nos ayudaría también aprender de Cristo a ofrecer deliberadamente nuestra muerte a Dios. Aceptarlo. Es por eso que la Iglesia bendice tanto el acto de aceptación de la muerte. A la manera de Cristo, no sólo quiero ofrecer actos de mi vida, sino que acepto mi mortalidad, la acepto como consecuencia del pecado, uniendo esa aceptación a la aceptación de Cristo. 160

LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S. J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 116-117 EN LA CRUZ SE REALIZA EL JUICIO DEL MUNDO Jesús está en medio de la humanidad crucificada, se ha hecho uno de nosotros. Pero en el Evangelio se recalca que uno está a la derecha y el otro a la izquierda. Podría alguien pensar que es un modo de hablar normal que lo diga así. No, podía haber dicho simplemente que con Él fueron crucificados otros dos. Pero cuando recalcan así, «a un lado», «al otro lado», esto suele tener un significado en los Evangelios, que bajo la inspiración del Espíritu Santo han sabido recoger muchos elementos que tienen resonancias en el conjunto del Misterio de la Redención. Ese «a un lado» y «al otro lado» recuerda el juicio final, donde se pondrán los unos «a la derecha» y los otros «a la izquierda», y Jesús en el medio. Quiere decir que en el momento de la cruz se está realizando el juicio del mundo. Ese crucificado, juzgado y condenado por los hombres es el juez supremo, que como tal se declaró ante el Sanedrín, que va a distribuir a la humanidad a su derecha y a su izquierda. Y lo que va a situar a cada hombre a la derecha o a la izquierda es la actitud del hombre frente a la cruz de Cristo. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S. J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 117-118 LOS DOS LADRONES,

AL COMIENZO, BLASFEMABAN CONTRA

ÉL

Lo que le salva al hombre es, no su ser humano más o menos ordenado, sino la riqueza divina en él; esa riqueza divina que le hace más profundamente humano. El relato evangélico dice expresamente (Mt, 23, 44; Mc 13, 32) que los dos ladrones, al comienzo, blasfemaban contra Él. Cuando el hombre se encuentra aprisionado por su sufrimiento, mientras no es redimido por Cristo, blasfema contra Dios desde el sufrimiento. Ésa es la postura normal del hombre. No lo soporta. No lo entiende. Generalmente, si no hay una gracia de Dios, es ocasión de rebelión contra Dios. Blasfemaban contra Él. Todos hemos insultado a Jesús antes de que Él nos hubiera conseguido el don de la actitud interior redentora. ¡Cuántas veces cada uno de nosotros ha insultado a grandes gritos al Salvador, a Cristo, a Dios! ¿Por qué el Señor permite estos sufrimientos, esta situación en mi vida, este momento de humillación? Y si no hemos ido más adelante en nuestra rebelión es por la gracia de Dios que nos ha envuelto. De modo que también el que llamamos buen ladrón, el ladrón que se convierte, fue crucificado con ánimo impío, con ánimo rebelde, como su compañero y como todo el pueblo que rodeaba al Señor. Con ellos blasfemaba contra Jesús. La blasfemia que proferían era una blasfemia pretendida: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos: si tú eres el Mesías, si tú eres el Salvador, sálvate a ti y sálvanos a nosotros». Aquí está el gran drama de nuestra vida. Hablamos de que nos cuesta morir, de que lo costoso para nosotros es renunciar a la vida egoísta, pensando que renunciar a la vida egoísta es morir del todo, aunque de hecho es abrirse a la vida verdadera del amor. Concebimos una forma de salvación. Lo que nos está pasando hoy con las teologías de la liberación que presentan una teoría de la salvación, salvación de los daños materiales, salvación de los males de la vida temporal. Y entonces la blasfemia es ésta: «Si tú eres Hijo de Dios, si tú 161

eres el Salvador, sálvame de esta vida temporal, que es la que yo quiero salvar, que es la que para mí vale únicamente». Y como ven que el que se dice Salvador está muriendo, y que ellos que están junto a Él están muriendo perdiendo la vida temporal, blasfeman contra Él y le dicen: «¡Tú, qué Salvador! ¡Si eres Salvador, sálvate a ti». «Ha salvado a otros y él no se puede salvar», dirán los que están ahí: «Si tú eres el Salvador, sálvanos también a nosotros». Es, pues, una blasfemia pretendida, es la que muchas veces tiende a brotar de nuestros labios cuando nos rebelamos contra Cristo porque nos domina el amor de la vida terrena. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 120-121 LOS DOS LADRONES NOS REPRESENTAN A

NOSOTROS SEGÚN

HAYAMOS ACEPTADO LA CRUZ O NOS REBELEMOS ANTE ELLA

Los dos ladrones nos representan a nosotros, crucificados a la derecha o a la izquierda de Cristo; según que hayamos aprendido a llevar la cruz, o según sigamos rebelándonos ante ella, estaremos a la derecha o a la izquierda. Es que el dolor, la mortalidad, es el instrumento preferido a través del cual el demonio intenta conseguir que el hombre se rebele contra Dios; por otra parte, es el instrumento preferido por Dios para salvar al hombre. Por eso, cuando uno encuentra a una persona sufriente en el lecho del dolor, debemos recordar que esa persona se encuentra en el campo de batalla entre el demonio, que le tienta a rebelarse, y la gracia de Dios que le mueve a someterse al amor de Dios. En esa lucha tenemos que ayudarle, y eso se puede hacer con la gracia de Dios, con un inmenso respeto; no con palabras autosuficientes, pero llevándolo por la contemplación de Cristo crucificado. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 122-123 EL BUEN LADRÓN VENCE EL TEMOR A LA CONDENACIÓN CONTEMPLANDO A CRISTO CRUCIFICADO Y ESCUCHANDO SU ORACIÓN AL P ADRE IMPLORANDO PARA SUS ASESINOS EL PERDÓN Al ladrón la muerte se le echa encima; faltan pocas horas para su muerte, pero ya no la teme. Antes, todo su afán era salvar la vida temporal. Ahora no. La actitud de Cristo le ha transformado. Pero al mismo tiempo, probablemente, siente dentro de sí temor delante de Dios, porque pensaría —Jesús lo había dicho al llegar al Calvario—: «Si en el árbol verde se hace esto, en el seco ¿qué se hará?». Después de esta muerte, de este suplicio de la Cruz, ¿cuál será la condenación divina cuando me presente ante Dios? Teme y trata de protegerse de la ira de Dios. Éste suele ser el proceso de la conversión. Mirando a la Cruz, se le quita el temor de perder la vida temporal, pero... ¿y luego? ¿Dónde me refugio, si ya no tengo tiempo, si la vida se me ha ido de entre las manos, si ya no me queda nada? Sigue contemplando a Cristo crucificado con su actitud de recogimiento, mientras van 162

transformándose sus sentimientos interiores, y puede observar algo que él entiende muy bien, que Jesús, en lugar de prorrumpir en blasfemias y lamentos contra ellos, sigue ofreciendo su oblación en silencio. Hasta que del Corazón de Cristo se levanta irresistible hasta el corazón del Padre un grito de perdón que sofoca el eco de todos los insultos que la multitud lanzaba contra Él: «¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!» Es impresionante; es la expresión del objetivo de la Redención. Amor y confianza filiales inconmovibles. Es el amor del Señor, la mansedumbre. Se olvida de sí para acordarse de los que le están atormentando. Desde el lecho del dolor, desde el patíbulo de la Cruz, lo dice de veras: «Porque no saben lo que hacen». Jesús quiere que sólo se escuche su voz, toma sobre sí libremente el castigo de la humanidad, y hace bajar sobre sus compañeros de dolor la suprema invitación de la gracia. Pone en práctica lo que Él había dicho: «Bendecid a los que os maldicen, orad por vuestro calumniadores». Y la Virgen se une a esta oración del Señor. Esta palabra debió de entrar hasta el fondo del corazón del buen ladrón, que estaba ya tocado por la gracia. Cuando estaba en las luchas interiores del temor de la justicia de Dios, oye esa palabra, en medio de aquella reverencia con que Jesús está ofreciendo su sacrificio, y le entró hasta el fondo del corazón, puesto que estaba ya dispuesto. Al escucharlo pensaría: «Si hasta el pecado de los verdugos que le están crucificando puede ser perdonado, ¿no podrá ser perdonado también todo mi pecado, toda mi vida perdida, criminal? ¿No podrían también mis pecados ser cubiertos por esa voz potente de la oración de Jesús? LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, pág. 125 LA

MANSEDUMBE Y LA HUMILDAD DE JESÚS ABREN AL

BUEN LADRÓN AL PERDÓN DE DIOS

Lo que intuye y comprende el ladrón es la mansedumbre y la humildad del Corazón de Cristo. ¡Padre, perdónalos! Fijémonos que es la expresión de la cruz. La cruz es ese grito al Padre: «¡Padre, perdónalos!» La cruz es reflejo de lo que es la acción de nuestros pecados sobre Cristo, pero al mismo tiempo es el grito: «¡Padre, perdónalos!» La luz de la fe comenzaba a romper las tinieblas de su ignorancia. En Cristo, Dios se le presenta en este momento como Salvador que perdona. La verdadera salvación. Era importante aceptar esta primera luz, a la que luego seguirían otras en el camino de la conversión. El ladrón se rinde a esta luz. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, pág. 126 EN EL BUEN LADRÓN LA

REBELIÓN CEDE A LA SUMISIÓN.

LA

PRIMERA CONVERSIÓN DE JESÚS ES

LA MÁS BRILLANTE

Hasta este momento los dos habían caminado juntos como compañeros en el camino del pecado, ahora los va a separar un abismo, como al rico Epulón y a Lázaro. Ese abismo es una respuesta diversa a la gracia de Dios. Y Cristo está en medio. Él se propone y se revela a todo hombre, y cada hombre tiene que responder a esa invitación de la gracia, y 163

esto le colocará a la derecha o a la izquierda. En el buen ladrón, la rebelión cede el paso a la sumisión. Es el signo de la verdadera conversión: cuando la actitud endurecida, rebelde, da paso a la postura sumisa y blanda. Con esto ya está abierto el camino al reconocimiento de sus pecados. Apenas el corazón se reblandece, no puede menos de reconocer sus pecados, sus flaquezas. Hasta entonces no lo había hecho; ahora lo proclama y dice: «¿Ni tú, estando en el mismo suplicio, temes al Señor? Nosotros padecemos lo que hemos merecido. Dios, que permite este castigo y esta muerte, es justo». Ha cambiado todo. Es el cambio que viene del corazón. Ha cambiado todo. Su postura es totalmente distinta: su postura ante el dolor, su postura ante su compañero, su postura ante los que están allí presentes, su postura ante Cristo. Todo ha cambiado. Es un mundo nuevo, una creación nueva. [...] Pero no sólo eso, la transmite a su compañero. Un ladrón se hace ahora apóstol. Qué consuelo para Cristo, que poco antes había visto cómo un apóstol se había vuelto ladrón. Jesús crucificado ha comenzado la predicación del Misterio de la Cruz y la primera conversión es la más brillante. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 126-127 LA ADMIRACIÓN DEL MISTERIO DEL DOLOR DE CRISTO POR PARTE DEL BUEN LADRÓN Primero reconoce su pecado, reconoce la justicia de Dios; luego se hace apóstol, trata de transmitir, no reprimiendo sino caritativamente, con amor; por fin se queda como admirando el misterio del dolor de Cristo, y contemplándole sin entenderlo del todo, exclama: «Pero éste, ¿qué mal ha hecho?» «¿Por qué el sufrimiento del inocente?» Mi sufrimiento no es el problema, mi sufrimiento no es el misterio. Si fuéramos sinceros con nosotros mismos no nos preguntaríamos tanto por el misterio de mi sufrimiento, pues yo sé que lo merezco; es justo el Señor. Pero éste, Cristo en la cruz, ¿qué mal ha hecho? ¿Cuál es el sentido del sufrimiento de Cristo en la Cruz? Él no lo pregunta curiosamente, lo admira. La admiración es la mejor postura ante el misterio. Cuando uno raciocina y arguye, muchas veces se coloca en una falta de respeto al misterio del Señor. «Éste, ¿qué mal ha hecho?» Es el asombro ante el misterio del amor de Cristo. El inocente toma sobre sí nuestra condición humana, y se hace pecado para conseguirnos la reconciliación con Dios. ¿Por qué Jesucristo ha sufrido tanto por nosotros? Ésta es la pregunta que no trata de buscar los motivos, sino de expresar la admiración [...]. ¿Cómo el Señor me ha amado tanto? LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 127-128 MARAVILLOSA ORACIÓN DE CONFIANZA DEL BUEN LADRÓN

Y DE AMOR

Entonces, dirigiéndose a Jesús le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Oración maravillosa. ¡Jesús! El ladrón usa esa palabra, que en el fondo es simplemente el nombre en el cual sólo podemos encontrar la salvación; no hay otro 164

nombre. Es curioso; la Virgen no le llamaba simplemente Jesús; San Juan y los Apóstoles no le llamaban Jesús, le llamaban Maestro, Señor. Y este hombre, encallecido en el crimen y en el pecado, llega a tal familiaridad que le llama simplemente «Jesús», por su nombre; «Jesús, amigo, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Nada más. Oración preciosa que indica una fe maravillosa: «Cuando vengas en tu reino». Cree en el Reino de Cristo cuando lo ve morir. Lo está viendo morir y, sin embargo, cree que verdaderamente Él es el Rey; cree lo que los mismos Apóstoles ponían en duda, y se abandona a Él: «Acuérdate de mí». Qué oración tan maravillosa de confianza, de amor. Toda una vida de pecado queda aniquilada ante ese amor lleno de confianza: «Jesús, acuérdate de mí; no olvides y soy feliz; no te pido más, no me olvides. Es como la persona que despide a su amigo que sale de viaje: «No me olvides, acuérdate de mí», y ya está; ahí lo deja todo; sin dramas, sin espectáculos, sin tragedias, habiendo visto que toda la vida se le había ido ya y no tiene más que pocos momentos de vida. Y, sin embargo, con esa sencillez tan maravillosa le dice: «Jesús, no me olvides, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, págs. 128-129 LA

INTELIGENCIA DE LA CRUZ DEL

BUEN LADRÓN

El ladrón está clavado en la cruz y se siente liberado. Cuánto amor, cuánta inteligencia del misterio de la cruz. ¿Cómo ha llegado a tanto? Siempre me conmueve en este momento un texto de San Agustín. San Agustín, al contemplar este momento queda como admirado, y hablando oratoriamente con el ladrón le dice: «¿Pero dónde has aprendido tanto misterio de la Cruz? ¿Dónde has aprendido tal interpretación de las Escrituras? ¿Es que te has dedicado a estudiar, a penetrar en el sentido de las Escrituras?» Y pone en labios del ladrón esta respuesta: «No, yo no he estudiado las Escrituras, no tengo inteligencia de los Sagrados Libros, pero Él me ha mirado, y en esa mirada lo he entendido todo». Ésa sería la gran gracia: la mirada nueva. Nuestra mirada será nueva si a nuestro mirar hacia Él contemplativamente como en la Eucaristía, Él nos mira a nosotros en el corazón y nos ilumina el sentido de nuestra vida, nos ilumina el sentido de nuestro pecado, nos ilumina el sentido de su amor, de su misericordia, y nos hace repetir con el ladrón: «Jesús, acuérdate de mí, no me olvides cuando vengas en tu Reino». LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, pág. 129 «HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN MI P ARAÍSO, DE MI CORAZÓN»

QUE ES EL AMOR

Jesús le dice: «Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso». «Hoy mismo». Es la generosidad de la respuesta del Señor. Y Él nos dice también a nosotros, cuando nosotros vamos hacia Él: «Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso del encuentro eucarístico. 165

Hoy mismo; derramaré sobre ti los torrentes de la gracia de la salvación». No hay que esperar tiempo con el Señor. Y luego, con esa fuente de salvación dentro de tu corazón, podrás realizar las obras que yo te encargaré. Después irás desarrollando tu vida, pero desde el principio tienes abierto el Paraíso, que es el amor de mi Corazón». LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Misterio del dolor, Edapor, Madrid 1985, pág. 129 «SI HASTA EL PECADO DE LOS VERDUGOS PUEDE SER PERDONADO, ¿NO PODRÁ SER PERDONADA MI VIDA CRIMINAL?» Todos somos crucificados, condenados a muerte. Nosotros podemos estar a la derecha o a la izquierda según nuestra postura de corazón ante Cristo crucificado. El buen ladrón fue crucificado con ánimo malhechor y al principio blasfemaba, como su compañero, contra aquel falso Mesías Salvador que no era capaz de salvar su vida temporal ni la de ellos. Todos tendemos a hablar mal de Dios cuando no nos conserva la vida temporal y el bienestar. Jesús, contemplado ahora en su oración silenciosa, empieza a disipar las tinieblas de la ignorancia de Dios y aquel ladrón deja de proferir blasfemias y comienza a levantar el pensamiento hacia Dios. ¿Cómo no elevar el pensamiento hacia Dios cuando se tiene ante los ojos a Cristo crucificado? Y entonces se escucha el grito fuerte de Jesús: «Padre, perdónales». Esa palabra de perdón debió de llegar al fondo del corazón ya dispuesto y debió de pensar: «Si hasta el pecado de los verdugos puede ser perdonado, ¿no podrá ser perdonada mi vida criminal?». Dios ahora se le presenta como verdadero Salvador ofreciendo el perdón, no sólo la vida temporal. Dios viene a su encuentro para perdonarle y ofrecerle su sangre para el perdón de sus pecados». LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Sermón de las Siete Palabras, Viernes Santo de 2007, Catedral Primada de Toledo Revista Agua Viva, Cuadernillo 4, pág. 5 EL LADRÓN HA COMPRENDIDO LA MISERICORDIA DE DIOS. UNA VIDA CRIMINAL PULVERIZADA POR LA CONTRICIÓN Y LA

CONFIANZA

Conquistado por esa actitud religiosa de Jesús, se rinde a la luz, la rebelión en él cede el paso a la sumisión, que es el gran signo de la conversión, y se abre al reconocimiento de sus pecados y proclama dirigiéndose a su compañero: «Cómo, ¿ni siquiera tú temes a Dios estando como estás en el mismo suplicio? Y nosotros padecemos por lo que hemos merecido». Y continúa: «Pero éste, ¿qué mal ha hecho?». Hermanos, no es nuestra cruz el misterio. La hemos merecido. La cruz de Cristo es el verdadero misterio. ¿Por qué Jesús sufre así? ¿Por qué ha sufrido tanto por mí? ¿Qué mal ha hecho? ¿Por qué está Jesús así? Es el misterio del amor que, inocente, se hace pecado para obtener la salvación y la reconciliación con Dios. Y entonces se refugia en el Corazón de Jesucristo. 166

En un fresco del claustro de la catedral de Vic, Sert ha presentado bellamente este momento como un coloquio íntimo del ladrón pegado al oído de Jesús. «Jesús —le dice —, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino». Oración preciosa, llena de confianza y humildad. Viendo a Jesús crucificado ha comprendido la misericordia de Dios. Toda una vida criminal queda pulverizada por la grandeza de esa contrición y de esa confianza. ¡Cuánto amor, cuánta inteligencia del misterio de la cruz! Ha perdido la vida en crímenes, le quedan pocas horas de vida. Cree, confía y se abandona. No le pide nada en concreto. Le está viendo morir y cree en su reino. ¡Qué consuelo para Jesús en la dispersión de sus apóstoles! Si un apóstol se había vuelto ladrón, ahora un ladrón se ha vuelto apóstol». LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S.J. Sermón de las Siete Palabras, Viernes Santo de 2007, Catedral Primada de Toledo Revista Agua Viva, Cuadernillo 4, págs. 5-6 ACEPTACIÓN DEL SUFRIMIENTO POR PARTE DEL BUEN LADRÓN: «NOS LO HEMOS MERECIDO CON NUESTROS HECHOS» Magnífica lógica la de este ladrón; «Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos». El que es consciente de lo que ha merecido con su pecado no es fácil que se crea con derecho a quejarse de Dios por las adversidades que le puedan sobrevenir: Cristo fue incomprendido, calumniado, escupido, flagelado, condenado; cargó con la cruz, cayó bajo su peso, fue clavado en ella, se burlaron de Él cuando estaba en este suplicio; murió de muerte espantosa. Si los sufrimientos que nos deparase la vida fueran esos mismos, ni siquiera entonces tendríamos derecho a quejarnos, porque serían el tributo de nuestra condición de pecadores. «Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos». En cambio Cristo, inocente, lo acepta todo por amor: «Éste nada malo ha hecho», le advierte el buen ladrón a su compañero de suplicio. No se trata de que Dios se justifique ante nosotros cuando no entendemos una situación, un acontecimiento, las exigencias de su palabra o de su providencia. Somos nosotros los que nos tenemos que justificar ante Él, reconociendo que hemos pecado y aquello que merecen nuestros pecados. Sólo la actitud humilde como la de este hombre nos abre a la misericordia de Dios. Entonces, con una gran confianza, como si la comunión de dolor y de suplicio en que se encontraban le aproximase más al Señor, le dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino» (Lc 23, 42). JOSÉ DELICADO BAEZA Arzobispo de Valladolid El Corazón de Jesús de Nazaret, EGDA, Madrid 1978, págs. 105-106 ACOGER A

CRISTO O RECHAZARLE.

SALVACIÓN ETERNA

O CONDENACIÓN ETERNA

Y Jesús, que a nadie había respondido, dedicó su segunda palabra al ladrón, 167

confortándole con esta promesa: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.» «Yo te aseguro», dice San Agustín: he aquí la fórmula del juramento divino. «Hoy»: el que da pronto, da dos veces. Tiene prisa Cristo y da más de lo que se le pide: sólo pidió un recuerdo. En el mismo día iban a triunfar dos hombres. La vida no se acaba con la muerte. Entonces comienza otro modo de vivir. Será el Paraíso, la casa del Padre, según la promesa de Cristo a los suyos, o el estado de condenación definitiva, el infierno, como le llamó Jesús también, para los que se obstinan en su pecado y se cierran en su egoísmo. Aunque la sensibilidad cultural de nuestro tiempo se resiste a admitir estas realidades, no está fuera de lugar el recordar este riesgo. Decía Lacordaire: «¿Habría venido un Dios aquí abajo por vosotros, habría tomado vuestra naturaleza, hablado vuestra lengua, curado vuestras heridas, resucitado vuestros muertos; habría sido Él mismo muerto por vosotros sobre la cruz, para que después de todo eso penséis que os es lícito blasfemar y reír, caminar sin temor alguno a desposaros con todas las disoluciones? Oh, no, desengañaos, el amor no es un juego; no se es amado impunemente por un Dios... hasta la muerte. No es la justicia la que carece de misericordia; es el Amor quien os condena. El Amor —lo hemos experimentado en demasía— es vida o muerte, y si se trata del amor de Dios es la vida eterna o la muerte eterna. JOSÉ DELICADO BAEZA Arzobispo de Valladolid El Corazón de Jesús de Nazaret, EGDA, Madrid 1978, págs. 106-107 «COMO PERDONASTE A MARÍA MAGADLENA Y OÍSTE AL LADRÓN, A MÍ TAMBIÉN ME DISTE ESPERANZA » Pero Jesús muere para que todos vayamos al Paraíso, aunque hayamos llevado una vida de pecados, si queremos recibir su amor. Dice una secuencia de la misa de difuntos: «Tú que perdonaste a María Magdalena y oíste al ladrón, a mí también me diste esperanza.» «¿Merezco yo la Misericordia?», decía un converso —García Morente—. Y reflexionó: la justicia se merece, pero difiere de la misericordia; la misericordia es tanto más misericordia cuanto menos se merece. Lo que importa es aceptarla, creer en ella, esperar: «Nosotros hemos conocido y creído que Dios nos ama, dice el Apóstol San Juan. De eso se trata: Dios me manda esperar, y me prohíbe el desánimo. Es preciso creer en el amor de Dios. JOSÉ DELICADO BAEZA Arzobispo de Valladolid El Corazón de Jesús de Nazaret, EGDA, Madrid 1978, pág. 107 «LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS» «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Un ladrón con toda su historia a la espalda hasta los precisos momentos en que va a ir con Jesús al Paraíso, porque tuvo un sincero y fulgurante arrepentimiento, es decir, porque por fin se decidió a creer en el amor de Dios y a aceptarlo. Así se cumple lo que Jesús había dicho: «Los últimos serán los primeros». Se puede uno imaginar la vergüenza que sentiría aquel bandido al entrar en la compañía de los santos: los patriarcas, los profetas, los mártires, aquellos colosos de la confianza en 168

Dios de todos los tiempos. Jamás se había encontrado en tan buena compañía. JOSÉ DELICADO BAEZA Arzobispo de Valladolid El Corazón de Jesús de Nazaret, EGDA, Madrid 1978, pág. 107 VALIDEZ UNIVERSAL DEL PERDÓN AL BUEN LADRÓN. ¡NO POSPONER LA CONVERSIÓN! Conviene tener en cuenta lo que dice San Agustín: «Los hechos del Evangelio no son particulares, sino generales», es decir, este caso del perdón no es una rara excepción, sino un ejemplo de validez universal si se verifican esas condiciones. Entonces, para nosotros, ¿así de fácil? Si al final de nuestra vida, tras un camino de pecado, nos arrepentimos, ¿nos salvaríamos? Si se diese esa circunstancia, sí. Pero ¿quién nos podría asegurar que, despreciando ahora conscientemente la gracia, rehusando convertirnos, no se endurecería nuestro corazón y se obscurecería nuestra mente para hacernos insensibles en esos momentos? Más bien nos previene la Biblia, la Palabra de Dios, frente a esa posibilidad a que nos abocaría nuestra impenitencia presente, y por eso nos exhorta a la conversión y a la penitencia actuales. [...] Cualquiera que desee de verdad ser perdonado (eso sí, no importa la calidad o el número de los delitos, ni el momento en que se encuentra la persona) tiene que afrontar el camino de la vida en una dirección distinta a la del pecado. Convertirse es renunciar a aquello que aparta de Dios, a nuestro egoísmo. Tres niveles de conversión: no se trata sólo de las prácticas religiosas, ni siquiera de la superación de un aspecto moral, sino de estar dispuesto a seguir a Cristo, el Justo. Cuando esto se toma en serio se ve la necesidad de su fuerza. Probad a ser justos siempre y en todo: en el trabajo, en los negocios, en las diversiones, en la vida de relación, en la intimidad más profunda de los proyectos y deseos; decidámonos a defender siempre la justicia, a decir siempre la verdad, a tomar en serio el trabajo por un mundo mejor, a mortificar nuestro egoísmo decididamente... ¡Así de difícil! Para el hombre, ¡imposible! Pero no para Dios. Por eso está Cristo en la cruz y nos dirige a nosotros esas palabras de perdón, amistad y promesa. Con ellos nos llega su gracia y su fuerza salvadora. «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Aceptemos nosotros también este amor ofrecido, sin mérito de nuestra parte, con verdadero ánimo de conversión. JOSÉ DELICADO BAEZA Arzobispo de Valladolid El Corazón de Jesús de Nazaret, EGDA, Madrid 1978, pág. 109 EL BUEN LADRÓN, OBRERO DE LA ÚLTIMA HORA , RECIBE, EL PRIMERO, SU PREMIO: ES PERDONADO, ¡PARA ESTAR CON CRISTO! Y Jesús le contesta: «En verdad hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». Es un nuevo matiz de la redención. No debemos verlo solamente como actos sucesivos, sino como la revelación de aspectos de la redención. La redención es perdón, sí, pero para estar con Cristo. Es el amor que acoge al hijo pródigo, que recibe al malhechor que está pagando en el patíbulo lo que ha merecido por su vida de crímenes. Por la redención de Cristo 169

somos admitidos a la unión con el Señor, y esa unión con Cristo es el paraíso. Jesucristo no se deja vencer en generosidad. No sólo le dice que tendrá alguna parte en los bienes eternos, sino que entrará en el reino. Y hoy mismo, el buen ladrón, obrero de la última hora, recibe el primero su premio. Ese paraíso lo ha merecido recorriendo con carrera veloz un camino que ordinariamente requiere años enteros de fidelidad a la gracia. Ya colgado más en la cruz de Cristo que en la suya, la cruz del ladrón se convierte en cruz con Cristo. Y esa palabra nos la dirige también a nosotros: Si tú contemplas y sabes escuchar su palabra de perdón, te dejas penetrar por la oblación de Cristo, si le dices de veras: «Jesús, ¡acuérdate de mí!»; Él te dirá: «Hoy estarás conmigo, porque has creído en mi amor, has creído en la revelación de amor a través de la entrega de mi vida por ti». LUIS MARÍA MENDIZÁBAL, S. J. Sermón de las Siete Palabras, Viernes Santo de 2007, Catedral Primada de Toledo Revista Agua Viva, Cuadernillo 4, pág. 6 JESÚS,

HECHO UNO CON LOS MALHECHORES PARA HACER

DEL PECADOR CONDENADO UN HIJO DE

DIOS

Junto a Él, crucifican a dos salteadores, uno a la derecha, otro a la izquierda (Mt, 27-38). Jesús es considerado como un ladrón más. Intentan quitar todo protagonismo, no dando importancia a lo que se estaba produciendo en ese momento. Es la argucia humana. No saben que se están cumpliendo las Escrituras. Jesús, entre malhechores, se ha hecho uno con ellos. Él se ha hecho pecado entre los pecadores. Ha llegado hasta aquí para hacer del pecador condenado un hijo de Dios redimido. El lugar que nos correspondía a nosotros lo ha ocupado Jesús. Se ha colocado en el último lugar, donde sólo hay oscuridad y muerte. Pero así se ha convertido en nuestro Juez. La humanidad ante la cruz de Cristo es juzgada. Su respuesta de amor será siempre: «Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). Si nos dejamos hacer por Dios, y nos dejamos perdonar, nuestro juicio será un juicio de misericordia.»» FRANCISCO CERRO CHAVES Mes de Ejercicios, Ejercicios Espirituales de San Ignacio a la luz del Corazón de Cristo Monte Carmelo, Burgos 2008, págs. 269-270 EL LADRÓN SE REFUGIA

EN EL CORAZÓN DEL

SEÑOR Y DE PECADOR SE CONVIERTE EN APÓSTOL

«Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 42): Jesús intercede, se ofrece, pide perdón. Es un grito de victoria, el bien vence al mal. Es la bondad y la belleza del perdón que brilla en medio del pecado. «Acuérdate de mí, cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). El ladrón se refugia en el Corazón del Señor. La cruz de Cristo para él ha sido la luz de su conversión. De malhechor, se ha convertido en apóstol. «Hoy estarás conmigo en el paraíso», será la respuesta de Jesús. La redención es comunión con el Señor, participación en la vida 170

divina. FRANCISCO CERRO CHAVES Mes de Ejercicios, Ejercicios Espirituales de San Ignacio a la luz del Corazón de Cristo Monte Carmelo, Burgos 2008, pág. 270 EL PECADOR NO PUEDE ESPERAR OTRA COSA QUE EL CASTIGO, PERO JESÚS, CON SU PALABRA , ABRE EL CIELO AL PECADOR El Señor habla a un hombre crucificado junto a Él, a uno de los hombres por los que ha venido a la tierra, a un pecador en medio de su castigo. El castigo ya ha comenzado, y el pecador no puede esperar otra cosa que el castigo. Su última hora ha sonado, pero coincide con la última hora del Señor. El pecador no ha aportado nada para la gracia de esta coincidencia, toda la gracia del encuentro de ambas horas proviene del Señor. Él se acercó espontáneamente a esta hora, el delincuente acude forzadamente a ella. Del Señor proviene la gracia de su presencia, y también la explícita gracia sacramental de su palabra que ahora suena y le abre el cielo al pecador. Este cielo que el Señor abre en ese momento es su propio cielo, el cielo del Padre y del Espíritu Santo, morada de la que los injustos, en verdad, casi no tienen idea, pues si pudieran creer en ella, la verían reservada para los justos y ningún título legal podría abrirles el acceso. El cielo es el mundo de Dios y de sus santos, un mundo eternamente separado de los pecadores. El pecador estaba ocupado hasta ahora por completo con el más acá, al que ha llenado con su culpa, su injusticia, su rechazo de la voluntad divina. Ahora eso ha concluido. Y la muerte en medio de dolores, que le parece el pago justo por sus acciones, puede ser la línea final o el preludio del merecido castigo de Dios que ahora viene. La entrada en un mundo horrible, donde el pecador encontrará amontonado todo lo que testimonia contra él y exige su castigo. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, pág. 387 LA

PROMESA DEL

SEÑOR LIMPIA

TODO EL PASADO DEL PECADOR

En medio de esta situación cae la promesa del Señor y limpia todo lo que ha existido, no sólo para el tiempo, sino para la eternidad que está viniendo. Y esa cancelación no es algo meramente negativo, algo que transforma lo existente en inexistente, sino algo infinitamente positivo, el regalo perfecto del Señor, el sacramento de la muerte, que en el momento en que en Él genera su fuerza sacramental, se hace sacramento de vida eterna, se produce como un segundo bautismo. Ese segundo bautismo es el sacramento de la extremaunción. Él asume exactamente el lugar que el bautismo hubiera podido haber ocupado, si el hombre hubiera permanecido en su inocencia. La unción es también puro regalo, y regala a su vez pureza, la gracia, todo el inaccesible mundo propio del Señor, 171

que ahora precisamente muere en su pureza infinita, para encontrar en el cielo al Padre y al Espíritu Santo de un modo nuevo, para siempre. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, pág. 388 EL CIELO QUE JESÚS LE PROMETE NO ES UN CIELO ESPECIAL CON CONDICIONES PARA EX-PECADORES El concepto de cielo que el Señor ahora emplea no está delimitado bajo ningún aspecto. Él no alude con ello a un cielo especial para ex pecadores, con condiciones especiales adecuadas a su pasado, condiciones que quizá fueran así previstas por Dios mismo o también creadas por los efectos del pecado, porque los pecadores sólo quieren vivir en medio de limitaciones, de convenciones espacio-temporales dadas por ellos mismos. Nada de todo eso. Más bien el cielo es el ámbito ilimitado de Dios, un mundo sin medidas humanas, y dondequiera algo de él fuera medido, el resultado sería: eternidad, infinitud, carencia de límites. Pero esa infinitud no es algo vacío y descolorido, tiene colores resplandecientes debido a que el Hijo, que ahora muere, permanecerá allí junto con el pecador moribundo. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, pág. 388 «HOY ESTARÁS CONMIGO»: ESTAR JUNTOS, UNIDAD REGALADA POR EL SEÑOR Todo el peso cae sobre este estar juntos, sobre la unidad de la gracia regalada por el Señor. Es una palabra incondicionada que es dicha a partir del dolor extremo. Una palabra más allá de toda medida y toda obligación, que de alguna manera recuerda a la palabra dada al joven rico: «¡Ve, vende todo, da el dinero a los pobres, y ven, sígueme». El pecador está privado de todo, pende de la cruz con su vida desnuda, y que se escurre, carente para él de todo valor y sentido. En esa pobreza extrema le es prometido un seguimiento incondicionado, sí, el repentino: ¡Hoy! Y toda la desmesura que yace en el concepto de seguimiento es llevada, obrada, regalada por el Señor. Para ello hay espacio en su cruz, en su sufrimiento. En verdad, no se trata más del joven rico sino del pecador. No se trata más de: «Si tú quieres hacer más», sino del hacer más del Señor mismo. De su representación vicaria perfecta, en la que el Señor se pone en el lugar del pecador de tal modo que llega a sufrir eficazmente por él. Y, a su vez, el pecador no puede darle más su vida terrena sin valor, ella ya terminó. Pero el Señor le regala la vida perfecta del cielo. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan 172

Provincia de Santa Fe, 2004, págs. 388-389 EL HOY DE LA

MUERTE ES EL HOY DE LA VIDA : ¡ESTARÁS CONMIGO!

Y en caso de que el pecador quiera comenzar un diálogo y preguntar: ¿qué me es posible todavía Señor, qué puedo hacer todavía?, e intentara juntar sus magros méritos, que chocan contra sus regios pecados, entonces el Señor le podría contestar siempre lo mismo: «Hoy tú estarás conmigo en el paraíso». Ese hoy de la muerte es el hoy de la vida. Y estar junto al Señor significa que sólo lo que es del Señor tiene valor: su sufrimiento, su vida, su promesa, que se cumple continuamente. Y todo esto regalado y compartido con el pecador, puesto en sus manos. En la cruz, la donación del Señor va tan lejos que Él confía su misión al buen ladrón, no para que el pecador continúe la obra del Señor donde Él se la entrega, sino para que el pecador reciba una participación plena en la obra del Señor, realizada por Él hasta el fin. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, págs. 388-389 «HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL P ARAÍSO»:

SACRAMENTO DEL MORIR

Y ahora se muestra de qué modo esa palabra de promesa es sacramento del morir, fundado por el Señor para su Iglesia insuficiente e imperfecta, en la cual toma todo lo que de alguna manera le es confesado, los grandes y los pequeños pecados y todos los que se ubican entre ambos. Pero el Señor no es vencido frente a ese resultado, no es puesto en apuros. En esa palabra Él manifiesta que posee la plena soberanía sobre su cristiandad claudicante, que en ésta y en cada uno de sus miembros puede actuar con su gracia infinita y asumir en su cielo cada vida por Él destinada. Reconoce al buen ladrón como aquel para quien Él sufre, para quien ha abierto un acceso al paraíso. Conoce al hombre desde hace tiempo. El Señor habla con el buen ladrón para que éste también lo reconozca, para que la Iglesia conozca la voz de su Señor y Redentor, para que ella note qué regalo yace en el sacramento y sepa que administra algo que la supera por completo, pues significa una irrupción del cielo sobre la tierra. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, págs. 389-390

EL BUEN LADRÓN,

TRABAJADOR DE LA ÚLTIMA HORA ,

173

POSEE EL FRUTO DE LA MISIÓN DEL

SEÑOR: SÓLO NECESITA

AFERRARSE A SU PROMESA HECHA DESDE LA CRUZ

El buen ladrón puede ya morir; posee de un modo irrevocable el fruto de la misión del Señor, junto con Él encontrará al Padre y al Espíritu, llegará al cielo. Necesita, únicamente, aferrarse a la palabra que le fue prometida sólo a él y a la vez a todos, palabra que se lleva a sí misma, que es su propia plenitud. A partir de entonces todos los conceptos sobre lo que es justo o injusto se demuestran totalmente insuficientes. Por sobre ello permanece lo único necesario: el encuentro con el Señor. Como encuentro verdaderamente vivo, éste contiene todo lo que para los hombres puede ser objeto de esperanza, de amor y de fe. El buen ladrón pertenece a aquellos trabajadores de la última hora. Y sin embargo, él llegará primero, pues el Señor lo toma consigo. El encuentro se ha transformado en un acompañamiento. Ese cruzarse de ambos en la cruz, que debía aumentar la ignominia del Señor —ajusticiado con delincuentes como un delincuente vulgar—, esta última humillación muestra a la vez también el fruto de ser humillado. Este fruto está tan lleno de vida que a su vez aferra de inmediato al otro y en él se demuestra fecundo. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, pág. 390 FECUNDIDAD INFINITA DEL SACRAMENTO DE LA ACTUALIZACIÓN DE LA PROMESA DE LA CRUZ

EXTREMAUNCIÓN168 .

Visto objetivamente, este sacramento —y por cierto todo sacramento— es un fruto del cielo en la tierra. Pero cuando el Señor lo regala en una palabra tan clara, tan potentemente cercana como lo es la palabra de la cruz, entonces su fecundidad se hace de inmediato infinita. Esta fecundidad permanece objetiva y en el interior de esa objetividad puede ser entregada en manos de la Iglesia. Cuando el sacerdote confiere el sacramento de la extremaunción, cuando pronuncia las promesas contenidas en las oraciones de la Iglesia, cuando representando al Señor pronuncia las mismas palabras que Él pronunció en la cruz, entonces es consciente —y también el que muere debe serlo— de que toda gracia se cumple. No queda ningún lugar en el hombre que no sea ocupado por la gracia sacramental. Ella tiene la fuerza de penetrar en todo, de incautarse de todo, para que se cumpla la promesa de la cruz. No existe ninguna condición, ninguna objeción, ninguna limitación, ningún titubeo: el hoy de la cruz desemboca en el hoy del cielo. ADRIENNE VON SPEYR La Confesión, La Santa Misa, Palabras de la Cruz y Sacramentos, Obras Completas, Fundación San Juan Provincia de Santa Fe, 2004, pág. 391

174

CON UNA

PALABRA ROBÓ EL CORAZÓN A

CRISTO

He repetido muchas veces aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido! Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz... Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrieron las puertas del Cielo. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER Via Crucis, Rialp, Madrid 1981, pág. 77 EL CLAMOR HUMILDE DEL HOMBRE ARREPENTIDO LOGRA QUE SE ABRAN LAS PUERTAS DEL CIELO Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una conquista difícil: nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par. Uno de los ladrones que fueron crucificados con Jesús le suplica: «Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino». Y Jesús le respondió: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso». SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER Es Cristo que pasa, 180 ANTES DE MORIR, JESÚS VE ABRIRSE LAS PUERTAS DEL REINO TAMBIÉN PARA EL ÚLTIMO DE LOS CRIMINALES

Cuando Jesús murió sobre la Cruz, aquellos que lo habían condenado creían haber triunfado; pensaban que este «asunto» llegaba a su término. Pero es lo contrario lo que sucedió. Justo antes de morir, Jesús ha visto abrirse las puertas del Reino. Al fin, la comunión se hacía posible entre Dios y los hombres, aun para el último de los criminales. Jesús, Él, «el corazón puro», veía que el buen ladrón iba a ser también un hijo muy amado: «En verdad, te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). La comunión es a la vez el resultado de la obra redentora de Cristo (al fin, los hijos reencuentran el amor de su Padre) y todo el trabajo que nos queda a hacer en el fondo de nosotros mismos para obtener la paz interior y, alrededor de nosotros, para realizarla en el mundo, como los «artesanos de paz». CARDENAL P HILIPPE BARBARIN Arzobispo de Lyon y Primado de las Galias (Francia) Memoria y Sacrificio, 17 de junio de 2008 EL ÚLTIMO ACTO DE LIBERTAD SELLA NUESTRO DESTINO ETERNO: O MORIMOS EN EL AMOR, O RECHAZANDO EL AMOR 175

«El último acto de libertad es tan importante en aquella hora, que sella nuestro destino eterno. En ese momento ya no hay más que dos posibilidades: o bien morimos en el amor, o bien morimos rechazando el amor. En esa decisión se jugará nuestra bienaventuranza eterna o nuestra condenación eterna» (Jean-Miguel Garrigues, À l’heure de notre mort). No tiene usted otra alternativa. O bien morir rindiendo homenaje al misterio, o bien morir encastillado en su propio ego. O bien un tránsito que lo abra a usted al infinito, o bien un deceso que lo encierre en sí mismo para siempre. Martirio o suicidio, una vez más. Y no hablo de aquellos a los que habitualmente atribuimos esos términos: ésos ya se han muerto del todo. Hablo de lo que escapa a la mirada ordinaria. El cura de Ars tuvo la revelación de uno que se había tirado por un puente, pero que se había arrepentido a mitad de la caída. Se había suicidado ante los hombres, y sin embargo era mártir ante Dios. Todo había cambiado una décima de segundo antes del impacto. FABRICE HADJADJ Tenga usted éxito en su muerte, Nuevo Inicio, Granada 2011, págs. 410-411 EL PRIMER HOMBRE EN ENTRAR EN EL PARAÍSO ES EL ÚLTIMO DE LOS HOMBRES, EL TRABAJADOR DE LA ÚLTIMA HORA En el Evangelio según San Lucas tenemos la historia del primer hombre que entra en el paraíso. Ahora bien, ese primer hombre es el último de los hombres. Es un asesino, un ladrón, pero como reconoce que su castigo es justo y mendiga al Crucificado que se acuerde de él cuando llegue a su Reino, el criminal se transforma en testigo in extremis y Jesús le responde: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Una parábola anunciaba ya esta recuperación que tendría lugar en los hechos. La parábola de los obreros enviados a la viña le pone a usted de manifiesto que, a pesar de su obstinada perversidad, de su invariable mezquindad, de su pusilanimidad sin remedio, puede usted recibir la palma en la ultimísima hora exactamente igual que los que trabajaron desde el alba. A los que murmuraban contra esta injusticia, replica el Señor: «Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno? Así, los últimos serán primeros, y los primeros últimos» (Mt 20, 1-16). Porque no hay aquí ninguna injusticia. No sólo porque los que trabajaron desde el alba obtuvieron lo convenido, sino también porque aquellos que llegaron al final del trayecto no lo tuvieron tan fácil. ¿Hay algo más duro que comenzar a última hora lo que debía ser la obra de una vida entera? Más vale ser de los madrugadores, se lo digo yo, y no escaquearse de la tarea. [...] Si la conversión es penosa durante la vida, lo es más aún a la hora de la muerte. Reconocer que usted se ha equivocado hasta el final, acoger la extrema humillación de haber echado a perder su existencia de cabo a rabo, hundirse en una angustia tanto más intensa cuanto más hubiera intentado usted ignorarla hasta este momento, no sucumbir a la tentación del cóctel lítico ni de la anestesia general, en fin, hundirse en esa soledad radical sin haberse preparado, sin haber practicado con constancia la oración, sin haber adquirido la virtud del grito de la súplica desgarradora, y del cara a cara anticipado con el abismo, todo eso es terrible. 176

Usted no tendría ya más que el mérito de soportarlo. Pero para soportarlo, le hace falta a usted nada menos que una fe que traslade montañas, una esperanza que perfore las tinieblas, una caridad que abrase al mundo. ¿Cómo improvisar esa perfecta sinfonía cuando ni siquiera aprendió usted solfeo? Ahora bien, Dios se lo concede, a poco que usted deje estallar el viejo odre de su suficiencia. Desde que el Verbo se hizo carne y gritó en la cruz por usted: «¿Por qué me has abandonado?», Él reconoce en su voz insignificante de falsete miserable todos los armónicos de su Palabra, el timbre mismo de su Hijo, a poco que usted responda sí, o incluso que no diga que no, al final de su último suspiro». FABRICE HADJADJ Tenga usted éxito en su muerte, Nuevo Inicio, Granada 2011, págs. 411-412 EL BUEN LADRÓN NOS LLAMA A CONFESAR NUESTRAS CULPAS PARA EXPERIMENTAR, COMO ÉL, LA ALEGRÍA DEL PERDÓN DIVINO Entre los personajes de la Pasión con los que podemos identificarnos me doy cuenta de que he omitido uno, el que más espera que se siga su ejemplo: el buen ladrón. El buen ladrón hace una confesión completa de su pecado; le dice a su compañero que insulta a Jesús: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo» (Lc 23, 40 s). El buen ladrón se muestra aquí como un excelente teólogo. Solamente Dios, de hecho, sufre absolutamente siendo inocente; cualquier otra persona que sufre debe decir: «Yo sufro justamente», porque, aunque no sea responsable de la acción que se le imputa, nunca está enteramente libre de culpa. Solamente el dolor de los niños inocentes se asemeja al de Dios y por eso es tan misterioso y tan sagrado. ¡Cuántos delitos atroces, en los últimos tiempos, han quedado sin un culpable! ¡Cuántos casos sin resolver! El buen ladrón hace un llamamiento a los responsables: haced como yo, salid al descubierto, confesad vuestra culpa; experimentaréis también vosotros la alegría que yo sentí cuando escuché las palabras de Jesús: «¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!» (Lc 23, 43). ¡Cuántos reos confesos pueden confirmar que eso mismo les sucedió a ellos! Pasaron del infierno al paraíso el día que tuvieron el valor de arrepentirse y confesar su culpa. También yo he conocido alguno. El paraíso prometido es la paz de la conciencia, la posibilidad de mirarse en el espejo o mirar a los propios hijos sin tener que despreciarse. No llevéis con vosotros a la tumba vuestro secreto; os procuraría una condena mucho más temible que la humana. Nuestro pueblo no es despiadado con quien se ha equivocado, si reconoce el mal realizado, sinceramente, no sólo por conveniencia. Por el contrario, está dispuesto a apiadarse y a acompañar al arrepentido en su camino de redención (que en todo caso se vuelve más breve). «Dios perdona muchas cosas, por una obra buena», dice Lucía en Los Novios de Alessandro Manzoni, al hombre que la había raptado. Más aún, debemos decir: él perdona muchas cosas por un acto de arrepentimiento. Lo prometió solemnemente: «Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán 177

como lana» (Is 1, 18). RANIERO CANTALAMESSA , O.F.M. CAP., Predicador de la Casa Pontificia Homilía del Viernes Santo, 6 de abril de 2012, Basílica de San Pedro EL BUEN LADRÓN,

PATRONO DEL SACRAMENTO

DE LA RECONCILIACIÓN

El Buen Ladrón también es patrono del Sacramento de la Reconciliación. Su «confesión» se produjo en la cruz, reconoció su culpa cuando dijo: «Y nosotros con razón porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos» (Lc 23, 41). Lo que ocurrió posteriormente en el alma de aquel ladrón será siempre un secreto para nosotros, pero por las consecuencias podemos imaginar que tuvo lugar el gran milagro de la gracia. Aquel hombre debió estar sumamente arrepentido y considerarse el peor de todos, ya que era un bandido, alguien condenado por quienes lo rodeaban. La crucifixión significaba no sólo la muerte física, sino también la privación de todos los derechos del condenado. El Buen Ladrón iba a morir a la vista de la gente duramente atormentado, pero lo aceptaba. Con su afirmación «Nosotros con razón» sufrimos, dijo: «Sí, yo me lo merezco». Eso quiere decir que descendió hasta el fondo de su pecaminosidad y tuvo un profundo arrepentimiento. Es seguro que fue esa actitud de arrepentimiento y de profunda humildad la que hizo que su corazón estuviera dispuesto a acoger de Dios el don de la fe. Pues qué enorme tenía que ser su fe, si en aquel moribundo apaleado, y al que se le había escupido y ridiculizado que tenía a su lado, reconoció al Rey: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (Lc 23, 42). Nuestra conversión es tan difícil porque en nuestros corazones hay poco arrepentimiento, y si tenemos poco arrepentimiento nuestra fe será también muy superficial. T ADEUSZ DAJCZER Meditaciones sobre la fe, San Pablo, Madrid 1994, págs. 94-95 EL DESEO DE REGRESAR, LA HUMILDAD Y LA CONFIANZA , SALVARON AL BUEN LADRÓN PARA TODA LA ETERNIDAD Cuando el Buen Ladrón colgaba de la cruz junto al Salvador, probablemente era consciente de que había malgastado toda su vida y de que era el peor. De hecho, él mismo reconoció que sufría justamente y vio este sufrimiento como la consecuencia de sus pecados. A pesar de todo, decidió hacer un profundo acto de confianza en Cristo: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu reino» (Lc 23, 42). ¿Acaso estas palabras no nos recuerdan la actitud del hijo pródigo?: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Ésta es, precisamente, la actitud que Dios espera de ti. Tal vez conocerás este último fondo de tu miseria sólo en el momento de la muerte. Y entonces Dios esperará la decisión más importante de tu vida: que quieras regresar. Esto salvará tu vida para toda la eternidad. 178

Los incesantes regresos tras tus continuas infidelidades han de prepararte para ese momento. Al permitir que caigas, Dios siempre quiere que crezcas en humildad y que descubras que Él se inclina con amor sobre la miseria más profunda. Precisamente así te prepara para el último momento de tu vida, para esa última prueba que finalmente te llegará algún día. SLAWOMIR BIELA Abandonarse al amor, San Pablo, Madrid 2002, pág. 137 EL BUEN LADRÓN,

PATRÓN DE LOS RECLUSOS COMO ÉL:

TODO RECLUSO PUEDE LLEGAR A SER UN GRAN SANTO

La oración de un recluso tiene un gran valor a los ojos de Aquel que se alegra más «por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lc 15, 7). A los ojos de Dios, el sufrimiento de un recluso que se convierte tiene un gran valor. Las palabras de Jesús al Buen Ladrón son testimonio de ello. A semejanza del Buen Ladrón, todo recluso puede llegar a ser un gran santo. No tiene que avergonzarse de estar en la cárcel; de que ahí precisamente conoce el amor de Dios y ahí se santifica. El Buen Ladrón es su patrón. Debería pedirle la gracia de aceptar como él la condena a prisión, y creer como él en el amor de Cristo que perdona. El Buen Ladrón reconoció que la sentencia dictada contra él era justa, no se rebeló contra un castigo tan espantoso. Quiso enmendar el mal que había cometido. SLAWOMIR BIELA Abandonarse al amor, San Pablo, Madrid 2002, pág. 144 LA

POBREZA DE ESPÍRITU QUE SALVA AL QUE PARECÍA

IRREMEDIABLEMENTE PERDIDO169

Tú crees en proporción a la pobreza de tu espíritu. La palabra «pobre» en la Biblia no siempre significa pobre en el sentido material. Pobre de espíritu era, por ejemplo, el Rey David, a pesar de que ocupaba el puesto más encumbrado de su sociedad. El hombre pobre de espíritu es aquel que ha sido despojado de la seguridad en sí mismo, es alguien que sabe que sus fuerzas no serán suficientes. El hombre que es así espera recibirlo todo de Dios, y, por consiguiente, no echa raíces en la vida temporal. Si en lo que concierne a tus posibilidades naturales te sientes fuerte, tu fe no se puede desarrollar ni profundizar. De ahí que debas sentirte débil, que debas convencerte de que hay cosas que no puedes. Ésta será una llamada a la fe. Tu debilidad, tu impotencia y tu incapacidad se convertirán en una especie de fisura por la que se irá filtrando la gracia de la fe hasta tu corazón. Dios, a través de nuestras heridas, nos otorga la gracia de la profundización en la fe. Charles Péguy, un gran converso de nuestro tiempo, escribió: «Se encuentran increíbles luces de la gracia que logran llegar hasta las almas malévolas, e incluso depravadas. Y se ve salvado aquel que parecía irremisiblemente perdido. Pero no se 179

habrá visto jamás que algo se pudiera filtrar por una superficie cubierta de barniz, o pudiera pasar a través de una capa impermeable, o se reblandeciera lo que era muy duro. De eso provienen las muchas incongruencias que observamos en la eficacia de las gracias que con frecuencia no surten efecto en las almas de la llamada gente honesta, segura de sí misma, mientras que conquista victorias sorprendentes con las almas de los mayores pecadores». Ocurre así porque los honestos, los que son adultos en el sentido evangélico, carecen de defectos, no se sienten heridos, son fuertes, poderosos y autosuficientes, son adultos. «Su pellejo moral permanece incesantemente intacto —escribe Péguy—, se transforma en una especie de blindaje sin rasguño. Ellos no tienen esa abertura que solo puede ser provocada por alguna terrible herida, por algún tormento no olvidado, por algún rencor no superado, por alguna opinión mal dada, por alguna inquietud mortal, por alguna amargura oculta, por algo que se derrumbó y ha quedado escondido, por alguna cicatriz que no se cierra. Ellos no tienen esa apertura para la gracia, y esto se puede considerar un pecado. Como no tienen heridas, no son vulnerables, como nada les falta, tampoco pueden recibir aquello que es todo. El mismo amor de Dios no puede curar al que no tiene heridas. Precisamente porque el hombre yacía en el suelo, el samaritano lo levantó. Sencillamente, el que no ha caído jamás podrá ser levantado, y el que no se ha visto anegado por el sudor jamás podrá ser secado. Los llamados honestos, los adultos, son impenetrables para la gracia.» Es posible que en tu vida haya también algo de esa terrible herida que no cicatriza, es posible que haya algo de esa angustia no olvidada, alguna sensación de injusticia no vencida, algún desasosiego, alguna amargura oculta de las que hay tantas en las cosas del mundo, un algo que se ha derrumbado. Entonces es posible que pienses que todo está acabado. Pero en realidad es lo contrario. Todo eso ha de ser para ti canal de gracia. Dios tiene que permitir tantas heridas y dificultades para que te sientas débil, y con esa debilidad te abras a la gracia. Si alguna vez te sientes especialmente dolido, no olvides que este es un dolor bendito, que hace sitio para la gracia en tu blindaje de adulto y de honesto. Todo eso es una oportunidad que se te ofrece para que profundices tu fe. Tu debilidad hace que a través de la fe pueda vivir en ti el poder de Dios. Dios, al acercarse a ti, tiene que hacerte más débil para que lo necesites, y para que al creer y confiar en Él, cada vez más, busques su apoyo. Tiene que empequeñecerte, porque eres demasiado grande, y las heridas empequeñecen. De ahí que toda herida sea para ti una oportunidad de irte convirtiendo en el niño del Evangelio (cf. Mt, 18, 3). A veces hacen falta muchas heridas para hacerse niño, para avanzar por el «pequeño camino». T ADEUSZ DAJCZER Meditaciones sobre la fe, San Pablo, Madrid 1999, págs. 61-63 DIOS, ENAMORADO DE LOS LADRONES Dios concentra su atención de una forma especial sobre los grandes pecadores porque ellos son lo que más necesitan su Misericordia. Puede decirse que Él está enamorado de los ladrones. Precisamente fueron unos ladrones quienes le acompañaron en su Pasión y muerte. El Hijo de Dios quiso ser crucificado en compañía de grandes pecadores y en compañía de criminales rechazados por los hombres y sentenciados a muerte. La forma en la que Jesús ve a estas personas permanecerá para nosotros como un misterio. Sin embargo, es seguro que, con una mirada llena de amor, los mira «buenos 180

ladrones» potenciales. Es seguro que pone su esperanza en cada uno de ellos, que en ellos ve futuros santos. Antes de convertirse, el Buen Ladrón tuvo contacto con este amor especial del Redentor, amor que hizo nacer en él la esperanza de la salvación. Pues Jesús lo miró a través del prisma de la obra de la Redención que se realizaba en ese momento. Entonces también obtuvo para el Buen Ladrón la gracia de la salvación y de la santificación: Él mismo saldó la cuenta de sus pecados. Y cuando el ladrón se convirtió, lo declaró santo. Cuando Cristo dice: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40), espera también de nosotros que miremos con amor a toda persona, también a aquellos a quienes nosotros, a causa de que pensamos en forma humana, estamos dispuestos a criticar y a juzgar. Sin embargo, por nosotros mismos no somos capaces de mirar así a aquellos cuyas fechorías, desde un punto de vista humano, de alguna manera exigen ser criticadas, censuradas, condenadas. Al sucumbir a la forma humana de pensar, por lo común censuramos con facilidad a estas personas. Al tener contacto con un delincuente, con un criminal, con una persona de lo más vil de la sociedad, casi por reflejo sucumbimos a la tentación de juzgarla de forma severa y negativa. Y así le quitamos el derecho a convertirse, a santificarse, a la vida de felicidad eterna con Dios. Sólo nos solidarizamos con facilidad con las personas que han sido agraviadas, y en ellas somos capaces de percibir a Cristo afrentado. En cambio, con frecuencia nos es totalmente imposible ver a Cristo en aquel que comete una violación, un acto de violencia, una injusticia. Claro, por nosotros mismos no somos capaces de ver a Cristo incluso en los agraviados, y mucho menos en aquellos que hacen daño. Las palabras de Cristo: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5) no dejan duda alguna de que sin apertura a Él la transformación de nuestros corazones no será posible. Para mirar con plena esperanza a toda persona como a un futuro santo es necesaria la apertura a la gracia, a la actuación de Dios en nosotros. Nuestra comunión con María puede ser el camino para mirar así. En nuestra oración de abandono deberíamos, pues, agradecerle con confianza a la Virgen María, porque ella misma en nosotros, con nosotros y a través de nosotros espera que lleguen a la santidad aquellos en quienes sólo vemos pecadores empedernidos, criminales o ladrones. Al ver el mal de los demás, deberíamos tomar conciencia de nuestros propios robos, porque hay algo de ladrón en cada hombre. Sin embargo, no hay robo tan grande que pudiera quitarle al hombre el derecho a la conversión. Si permitiéramos a María que en nosotros y por nosotros mire a todos con amor, fe y esperanza, entonces, a través de ella, obtendríamos de Cristo la conversión incluso de los más grandes pecadores, y así, al realizar una obra de misericordia, nosotros mismos nos abriríamos a la Misericordia de Dios y aproximaríamos nuestra propia conversión. Por medio de nuestra apertura de María en nosotros, con nosotros y a través de nosotros, irá naciendo en nuestro interior la esperanza sobrenatural en que Dios también se inclinará sobre nosotros, que somos ladrones todavía no convertidos, quienes mirando en forma humana, no tienen perspectiva alguna de conquistar el cielo, y que sólo por misericordia de Dios pueden alcanzarlo, tal y como lo alcanzó el Buen Ladrón. Por consiguiente, no hay que tener miedo de la propia vileza, sólo hay que verla, tal como la vileza de los demás, con los ojos de María. Cuando al abrirnos a la comunión de vida con María le permitimos a Ella que en nosotros, por nosotros y a través de nosotros ame a Cristo en cada persona, 181

independientemente de lo grande que sea su mal, entonces nos volveremos instrumentos de la Misericordia de Dios. Entonces le permitiremos a la Madre de la Misericordia derramar el Amor Misericordioso de Dios sobre la Iglesia y sobre el mundo. Y así, anunciando al mundo el amor de Dios por medio del amor de María, podemos convertirnos en instrumentos de la Nueva Evangelización. MOVIMIENTO DE LAS FAMILIAS DE NAZARET La comunión de vida con María hacia la reconciliación con Dios y con los demás Folleto 23, México 1999, pág. 69-74

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Anexo 4 ORACIONES

HIMNO AL BUEN LADRÓN Hic est verus dies Dei Éste es el verdadero día de Dios, radiante de santa luz, en el que la Sagrada Sangre de Cristo ha limpiado los vergonzosos crímenes del mundo. Es el día que devolvió la fe a los extraviados, e iluminó con la vista a los ciegos, el perdón concedido al ladrón liberó a todos del peso del temor. El ladrón, cambiando la cruz en premio, con un súbito acto de fe ganó al mismo Señor Jesús, y, hecho justo con paso más veloz, llegó el primero al reino de Dios. Hasta los ángeles se sorprenden de este hecho extraordinario, viendo al reo, castigado en el cuerpo crucificado, obtener la vida bienaventurada, estrechándose a Cristo. ¡Misterio admirable!, La carne de Cristo lava la corrupción del mundo y cancela los pecados de todos, purificando los vicios de la carne. No hay nada más sublime que este misterio: la culpa busca el perdón, el amor libera del miedo. La muerte de Cristo vuelve a dar una vida nueva. La muerte picó también su propio anzuelo, 184

y quedó cogida en sus propios lazos: si Cristo, vida de todos, muere, de todos resurge la vida. Aunque la muerte se difunde entre todos los hombres, todos los muertos resurgirán: la muerte atravesada por su mismo aguijón, reconozca gimiendo que ella sola ha perecido. Himno de la liturgia ambrosiana para el día de Pascua SÚPLICA

AL

SEÑOR CON EL BUEN LADRÓN

El perfume de la cruz Pueda yo sentir, oh Salvador mío, la fuerza y el perfume que proviene de tu cruz, así como lo sentía aquel ladrón que te decía: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Quizá aquel ladrón te había visto anteriormente devolver la vista a los ciegos o resucitar a los muertos, y no te había adorado. Pero en aquel momento, viéndote colgado de la cruz, te adora diciendo: «Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino». Tu cruz ha logrado hacer en él lo que no habían conseguido hacer tus milagros. Éste te conoció más verdaderamente y más perfectamente mientras colgabas de la cruz que cuando enseñabas en el Templo o cuando realizabas milagros. ¡Cuán grande es la fuerza de tu Cruz, cuán grande es tu gloria colgado de un madero! Este ladrón, apenas vio tu leño, inmediatamente conoció tu Reino; y cuando te vio colgado de la cruz comprendió que Tú reinabas allí. ¡Qué sublime perfume salía de la cruz! Un perfume que vencía todo el mal olor de la incredulidad. Justamente te llamaba su Señor, él que era consciente de ser tu siervo, pues con sus ojos veía el precio con que el entero universo era plenamente redimido. Pero ¿qué respondiste, oh Jesús bueno y dulcísimo, qué respondiste al ladrón que en la cruz te suplicaba? «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» ¿Qué significaban estas palabras, oh Rey deseable? Estás sujeto con clavos y prometes el paraíso. Cuelgas de la cruz y dices al ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» Y desde el momento que dices estas palabras al ladrón, oh Deseo de las almas, ¿dónde está el paraíso? Sin duda, eres Tú el paraíso, Tú que con tanta confianza prometes: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.» Creo, oh Señor, creo firmemente que donde tú quieres, y donde tú estás, ahí está el paraíso; y que estar en el paraíso es estar en comunión contigo. El ladrón, convertido en venerable confesor de la fe y mártir glorioso, permaneció contigo por todo aquel día, por todo aquel hoy, y después por toda la eternidad. ¡Qué hermoso es estar contigo! ¡Y qué dichosos son los que permanecen contigo! Están verdaderamente en el paraíso, están verdaderamente en el Reino aquellos que están contigo en virtud de la fe y del amor. Tu cruz, oh Señor, promete el paraíso y da el paraíso. Por eso adoro humildemente tu cruz. Te adoro a Ti en la cruz y a la cruz en Ti. Adoro la cruz a causa de Aquel que cuelga de la cruz. Adoro a Aquel que el ladrón adoraba, y le suplico como él le suplicaba: 185

«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino». Reconoce en mí, Señor, esta plegaria, como la reconociste en el ladrón. Acoge esta plegaria de tu siervo, como la acogiste de aquel siervo tuyo. Acuérdate de mí desde tu Reino, como te acordaste de él desde la cruz. Te ruego, oh Señor, di a tu siervo, di a mi alma: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», de manera que yo, confortado por tu deseada promesa, pueda perseverar en la fe en Ti y en el Amor por Ti, oh Redentor mío, Mediador entre Dios y los hombres, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, Dios, por los siglos de los siglos. Amén. SAN ANSELMO DE AOSTA , OBISPO (1033-1109) Oración 53, De sancta cruce et de beata Virgine et bono latrone170 CON TU PROMESA , SEÑOR, ALCANZAS EL PRIMER TRIUNFO DE TU AMOR: ROBAS EL CORAZÓN DEL LADRÓN Y DE TANTOS OTROS MORIBUNDOS

Crucificado Amor mío, mientras oro contigo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene mi mirada fija en Ti, pero el corazón se rompe viéndote tanto sufrir... Tú deliras de amor y de dolor y las llamas que abrasan tu Corazón se elevan tanto que están en acto de devorarte, reduciéndote a cenizas. Tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, y Tú, queriendo desahogarlo, mirando al ladrón que está a tu derecha, se lo robas al infierno, con tu gracia le tocas el corazón y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce y te confiesa como Dios, y lleno de contrición te dice: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en el Reino». Y Tú no vacilas en responderle: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Y haces de él el primer triunfo de tu amor. Pero veo que en tu amor no solamente le robas el corazón, sino también a tantos moribundos. ¡Ah, Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos, y usas todos los artificios y estratagemas divinas para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti!... Pero también aquí tu amor se ve obstaculizado... ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas, cuántas desesperaciones! Y es tan grande tu dolor que de nuevo te reduce al silencio... Quiero reparar, oh Jesús mío, por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia en el momento de la muerte... Dulce amor mío, inspírales a todos fe y confianza ilimitada en Ti, especialmente a aquellos que se encuentran en las angustias de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya, concédeles luz, fuerza y ayuda para poder morir santamente y volar de la tierra al cielo. En tu santísimo Cuerpo, en tu Sangre, en tus llagas contienes a todas las almas, a todas, oh Jesús, así pues, por los méritos de tu Preciosísima Sangre, no permitas que ninguna sola alma se pierda. Que tu sangre aún hoy las grite a todas, juntamente con tu palabra: «Hoy estaréis conmigo en el paraíso». LUISA P ICCARRETA I, mística italiana171 Contemplación de la segunda hora de agonía Las Horas de la Pasión, Editorial Arca de la Alianza, Madrid, 2006, págs. 191-192

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P LEGARIA

AL

BUEN LADRÓN

Heme aquí, Señor, ante Ti. Te contemplo colgado de la cruz entre dos ladrones, y te ruego: aunque mis pecados fueran más numerosos y graves que el mal realizado por el Buen Ladrón, que no desespere nunca porque ¡tu Cruz es mi esperanza! Como el Buen Ladrón, acepto, oh Señor, el justo castigo por el mal que he hecho, soportando por tu amor las privaciones y sufrimientos de mi vida. Con corazón contrito te confieso, Dios santo, justo, y misericordioso, toda mi culpa. Y confieso tu inocencia de Cordero inmolado, fuente de purificación y de gracia para mí y para el mundo. Con gran confianza y pleno abandono en tu amor, te imploro, Señor, como el Buen Ladrón: «Jesús, ¡acuérdate de mí!» Haz que participando ahora en tu dolorosa pasión, pueda un día gozar contigo en la gloria inmortal de tu Reino. Repíteme, también a mí, te lo ruego con todo el corazón, tu consoladora palabra: «Hoy estarás conmigo en el paraíso», para que pueda cantar eternamente tu Misericordia. Así sea172. JESÚS, ¡ACUÉRDATE DE MÍ CUANDO LLEGUES A

TU

REINO!

Meditación «Nuestro destino se resume 187

en el destino de los dos malhechores, ellos no nos son extraños, son nosotros. Nuestra elección se reduce o al de la derecha o al de la izquierda. El ladrón de la izquierda propone a Jesús la última tentación: «Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo» Pero mientras Jesús calla, el otro ladrón, dirigiéndose al primero, le dice: «Nosotros los hombres matamos y somos matados, la muerte se inscribe en el fondo de nuestro ser. Pero en Jesús, en quien ningún mal existe, no se da la fatalidad de la muerte, sino sólo la muerte por amor. Y el bandido, paralizado por los clavos, conserva la última libertad de la fe y grita: «Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» Ha presentido que el Reino ya no va a venir, ¡está aquí!, es Jesús en su sacrificio de amor. ¡Está aquí!, es Jesús, aliento único de vida con el Padre. En Él la tierra del dolor se convierte en el Paraíso. Entonces, dirigiéndose al ladrón, dice: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso.» Oración Jesús, cada uno de nosotros es simultáneamente el malhechor que blasfema y el malhechor que cree. Señor, tengo fe, acude en ayuda de mi falta de fe. Estoy clavado en la muerte, sólo me resta gritar: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino!» Jesús, no sé nada, no comprendo nada 188

en este mundo de horror. Pero Tú vienes a mí con los brazos abiertos, el Corazón abierto, tu sola presencia es mi paraíso. «Acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino». Gloria y alabanza a ti, que acoges no a los sanos, sino a los enfermos, Tú que tienes como extraño amigo a un desalmado, perteneciente al círculo de la justicia humana. Desciendes a los infiernos y liberas a aquellos que se creían condenados y te gritan: «Acuérdate de nosotros, Señor, cuando llegues a tu reino». BARTOLOMEOS I, Patriarca de Constantinopla En el Via Crucis en el Coliseo de Roma del año 1994 T Ú HOY ACOGES EN TU REINO, GRATUITAMENTE Y POR SIEMPRE, AL BUEN LADRÓN, AL HOMICIDA QUE SE ABRE A LA FE Meditación Blasfemias, burlas, injurias de los que pasan: «¡Sálvate a ti mismo!». ¿Por qué este perverso placer de divertirse a costa del débil indefenso? Hasta uno de los condenados se une a ese placer pese a las exiguas fuerzas que le quedan. El reino de las tinieblas está trabajando a pleno día, empeñado en salvaguardar su poder. Pero Tú, el Cordero de Dios, con el Corazón herido de un dolor inmenso, permaneces totalmente abandonado a la voluntad del Padre. Tú frenas la espiral de la violencia rehusando entrar en ella y no permitiendo a los otros encerrarse en su ceguera. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Sí, Tú perdonas, 189

Tú hoy acoges en tu Reino, gratuitamente y por siempre, al buen ladrón, al homicida que se abre a la fe; y el centurión, el pagano, queda atónito. Oración En tu Reino sin fronteras, ¡acuérdate también de nosotros, Señor! SOR MINKE (Suiza), de la Iglesia reformada En el Via Crucis en el Coliseo de Roma del año 1995 ROBAS EL CORAZÓN DEL BUEN LADRÓN Y DE TANTOS OTROS MORIBUNDOS

Sé, Señor, que eres tan bueno que te dejaste crucificar por la salvación de todos los hombres, de todos, y moriste en la cruz también por los príncipes de los sacerdotes, y por los soldados que te burlaron y te lastimaron, y por los que te escupieron, y por los sacrílegos y los homicidas, y por los adúlteros y los defraudadores de los pobres, y por los que te ignoran voluntariamente, y por los que convierten su vida en una mentira, y por los que inducen a otros al pecado, y por los codiciosos que hacen del dinero su dios. Podía decir, Jesús, con Luis de la Palma, que lo que hasta ti había sido un instrumento informal y deshonroso se convertía en árbol de vida y escalera de gracia. Una honda alegría te llenaba al extender tus brazos en la cruz, para que supieran todos que así tendrías siempre los brazos para los pecadores: abiertos. Y me da pena que haya tantos que no quieran recibir el beneficio de tu perdón; y también me da pena que yo sea tan poco generoso, que te niegue constantemente esas pequeñas cosas que me pides, y que, pienso, son como negar alivio a un enfermo ayudándole a cambiar de postura, o rehusar una moneda al pobre que, humillado, extiende su mano acuciado por la necesidad. Perdóname, Señor, porque tampoco yo sé lo que me hago cuando no doy importancia a esas faltas de amor, siendo así que Tú me demostraste el tuyo perdonándome ya antes de que te ofendiera [...]. Tuviste despierta la atención para escuchar la defensa que aquel ladrón hizo de tu inocencia. No deja de ser notable que no encontraras apoyo en ninguno de los que se habían beneficiado de tu bondad y de tus milagros, y lo recibieras de un ladrón convicto y confeso que no te conocía, que jamás te había visto, y que debía estar padeciendo lo indecible. ¿Qué sería lo que hizo que aquel reo cambiara de actitud? Papini, en su Historia de Cristo, después de observar cómo todos estaban pendientes de Jesús mientras nadie paraba la atención en ellos, dice que, «cuando oyó tus palabras, las de un compañero crucificado —Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen—, se calló de pronto. Aquella oración era tan nueva para él, le producía sentimientos tan extraños a su espíritu y a toda su vida, que le recordó de improviso aquella edad, la más 190

olvidada, la primera, cuando él era también inocente y pensaba que había un Dios al que se le podía pedir paz como los pobres piden pan en la puerta de los señores». O tal vez fuera el silencio de Jesús, lleno de dignidad, sin una mala mirada siquiera, sin una queja, lo que por el contraste tan llamativo le hizo primero callar, y luego reflexionar. Y hay aquí, Jesús, una gran lección para nosotros, tan orgullosos y pagados de nosotros mismos, que a duras penas reconocemos nuestras culpas (antes bien, tendemos a disculparlas y a quitarlas importancia), y tan cobardes que no es muy frecuente que nos arriesguemos a comprometernos con el bien y la verdad por si nos trae, no ya perjuicios, sino tan solo incomodidades. Un acto de humildad reconociendo sus pecados y la justicia de su condena; un acto de fe en tu inocencia y en que verdaderamente eras el rey de los judíos; y una súplica: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Fue suficiente: en un momento, una vida entera de culpas, de apartamiento de Dios y de la ley, fue borrada, más aún, desapareció. «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Jesús, tu no le conseguiste nada terreno, ni quedar libre de su suplicio, ni mitigar sus dolores, ni tan siquiera la compasión de algún anónimo espectador. También es verdad que tampoco el reo te había pedido nada temporal: sólo —y no era poco— que te acordaras de él cuando estuvieras en tu reino. El primer hombre canonizado en vida y por ti mismo, y esto en apenas unos instantes: «El premio», escribió San Ambrosio, «fue mucho más grande que la petición; en realidad, el Señor siempre da más de lo que se le pide» (Trac. Super Ev. S. Luc 10, 121). Así es, Jesús, y está demostrado por la experiencia. Por la mía, al menos. Ten piedad de mí, Jesús, y ayúdame. Quizá mi vida no es la de aquel ladrón que en su corta o larga existencia no se ocupó de otra cosa que la de vivir a salto de mata, sin acordarse de que había una ley divina hecha para reglar su vida y agradar a Dios, pero me considero muy inferior a él. No tengo su humildad para reconocer y confesar no grandes crímenes, lo que quizá no fuera tan difícil, sino esos actos de egoísmo, de tacañería, de amor propio; esas mezquindades que muestran mi mediocridad. Me cuesta, Señor, decir, lo que me rebaja, lo que me parece que me rebaja a los ojos de los demás, tan poseído estoy de ocupar con todo derecho la cima de un pedestal. ¡Si me concedieras el don de la humildad para confesar esas pequeñas compensaciones que parecen tan inocentes, esos hábitos que me pueden, y reconocer y decir que no tengo agallas para romperlos! [...] Para que pudiéramos abrir nuestra alma instituiste el Sacramento de la confesión, cuyo efecto, como en el de aquel crucificado, es la limpieza de una vida por sucia que sea: porque es un acto de humildad el reconocer nuestras culpas, grandes o pequeñas; porque es también un acto de fe en que eres el Hijo de Dios vivo y puedes perdonar los pecados a través del ministerio del sacerdote que en aquel momento actúa como si fueras Tú, pues dice: «Yo te absuelvo», y porque es también una oración: la súplica para que te compadezcas de nosotros pecadores. Y yo, Señor, lo tengo en tan poco aprecio, que no me importa ni molesta en mi conciencia, no ya días, sino semanas. ¡Qué poco afán de purificación tengo! Quizá por mi compunción mínima, mi ceguera grande, y mi vanidad o mi soberbia enorme. Perdón, Jesús; acuérdate también de mí, ahora que ya estás en tu reino». FEDERICO SUÁREZ La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo 191

RIALP, Colección Patmos, Madrid, 1999, págs. 160-166 ORACIÓN AL BUEN LADRÓN Oh bienaventurado ladrón, que recibiste la gracia de compartir los sufrimientos de mi Salvador. Junto a Jesús clavado en su cruz estabas tú, donde hubiera querido estar yo: pecador arrepentido, y compasivo. Tu cabeza inclinada hacia el divino crucificado es también la imagen de la mía. La mayoría de los hombres han amado a Cristo en sus milagros y en su gloria. Pero tú le has amado en su abandono, en sus dolores, en su agonía. Obtenme a mí, que también soy ladrón, que a la hora de mi muerte reciba piedad, y ternura, y que los últimos latidos de mi pobre corazón sean como el tuyo, en unión de amor con el de Cristo Jesús muriendo por nosotros. Amén. FELIX ANTOINE SAVARD Sacerdote, 1977

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Pp Venid vosotros también Entonces Cristo os dirá: «Venid vosotros también, venid los borrachos, venid los débiles, venid los perdidos». Y dirá: «Seres viles, que sois a imagen de la bestia y que lleváis su impronta. Venid de todos modos, vosotros también». Y los sabios y los prudentes dirán: «¿Señor, por qué los acoges?» Y el dirá: «Si los acojo con los sabios, si los acojo con los prudentes, es porque ninguno se ha sentido digno». Y nos abrirá los brazos, y caeremos a sus pies. En ese momento estallaremos en llanto, y entenderemos todo. ¡Sí, entenderemos todo! Fiodor Dostoievski

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BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL

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ANEXO 1 La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento 3, Evangelio según San Lucas, obra preparada por Arthur A. Just Jr., Ciudad Nueva, Madrid 2006. Dionigi Tetamanzi, Cardenal, Arzobispo de Milán, El buen ladrón, EDICEP, Valencia 2006.

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NOTAS

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Notas [←1] Prólogo Rom 5, 20. [←2] La primera edición de esta obra, en su original francés, apareció poco después del nombramiento de Santa Teresa de Lisieux como Doctora de la Iglesia. (N. de la T.) [←3] Capítulo 1 El Buen Ladrón, San Dismas, Ediciones Spes, obra con prefacio del Cardenal J.-G. Saliège. [←4] Traducción latina de la Biblia por San Jerónimo, aprobada por el Concilio de Trento. [←5] Vittorio Messori, ¿Padeció bajo Poncio Pilato?, Rialp, Madrid, 1994. [←6] Op. Cit. [←7] Un condenado a muerte se escapó... al paraíso (Lc 23, 35, 43). [←8] Vittorio Messori, ¿Padeció bajo Poncio Pilato? [←9] Jean Marie Varant, Le procès de Jesus. [←10] Pilato no entendió que se trataba de un reino espiritual. Tampoco buscó entender («¿Que es la verdad?»). Comprendió solamente que Jesús era inocente, probablemente un iluminado, o un miembro de una secta judía. Seguramente que el Buen Ladrón no lo entendió mejor, pero las palabras de Jesús hicieron mella en su espíritu. Estas consideraciones quieren tener en cuenta los datos de los evangelios, pero también queremos explicar cómo se desarrollaban estos procesos en el mundo romano de aquella época. Ni el evangelio de Juan, ni los sinópticos, nos ofrecen explícitamente estos detalles, porque su intención es ofrecernos elementos de fe, y no una crónica periodística de lo que ocurrió. [←11] En Marcos el gentío viene al pretorio para pedir la gracia de un preso, pero sin pensar en Jesús. Pilato aprovecha esta demanda para proponer la gracia de la liberación para Jesús, y escabullirse así de un caso tan incómodo como comprometido, pero su maniobra va a ser desbaratada por los sacerdotes, que le proponen el nombre de Barrabás. [←12] Para un ciudadano romano el látigo se componía de ramas de fresno o de cepas de viña, para un soldado era un bastón rígido, para el esclavo el flagelum. El termino sede 203

(patio) utilizado por Marcos indica que la flagelación de Jesús, y probablemente la de los ladrones, tuvo lugar en el interior mismo del palacio real. [←13] Suetonio, Vida de Calígula; Eusebio, Historia Eclesiástica, 5, 1-4. [←14] Descubrimientos arqueológicos recientes confirman el trilingüismo anotado por Juan. [←15] Séneca, Carta 101, a Lucilo. [←16] Cicerón en Verrem 2 (5, 168-169). [←17] Gólgota en hebreo, Gulgaltha en arameo, Calvarium en latín. Los arqueólogos sitúan ahora este lugar dentro de la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. [←18] El talón derecho estaba colocado encima del talón izquierdo, atravesado por un clavo que servía de apoyo para que el crucificado pudiera apoyarse en él y respirar. Esto está confirmado por la Sábana Santa de Turín, cuya autenticidad ha sido de nuevo confirmada por los estudios más recientes. [←19] G. Lagrange, L’Evangile selon Saint Luc, citado por Dom Dubois en el Dictionnaire du Catholicisme, pág. 589-591. [←20] Experiencias médicas recientes corroboran un cierto número de fuentes extrabíblicas que hacen hablar a los crucificados. [←21] «El mal ladrón interpela a Jesús como Cristo (v. 39), el Buen Ladrón lo reconoce como rey (v. 42). Son los dos títulos, religioso y político, sobre el que giró el proceso de Jesús. Ante los judíos, en primer lugar, y después ante Pilato» (Biblia de Jerusalén, 1954, Lc 23, 35). [←22] Los bolandistas fueron, y son, un grupo de estudiosos eclesiásticos dedicados a editar las Actas de los Santos (Acta Sanctorum), una gran colección hagiográfica formada por 68 volúmenes, comenzada durante los primeros años del siglo XVII y continuada hasta nuestros días. Se llaman bolandistas por considerarse continuadores de la obra de Bolland, el editor del primer volumen. [←23] Bolandistas, Acta Sanctorum, Tomo III, edición de 1888. [←24] Capítulo 2 Orígenes, Comentario al Evangelio de San Mateo, 2. [←25] Orígenes, Comentarios a la Epístola a los Romanos, 3, 3, 27-28. [←26] San Cipriano, La Cena del Señor. 204

[←27] San Cipriano, Carta 58, I. [←28] San Cipriano, Carta a los judíos, 73, 22. [←29] San Hilario de Poitiers, Sobre la cena del Señor, Carta 58, 1. [←30] San Hilario de Poitiers, Exégesis alegórica del Evangelio según San Mateo 33, 5. [←31] San Ambrosio de Milán, Comentario al Evangelio según San Lucas, 10, 121. [←32] San Atanasio de Alejandría, Sermón para la Pascua. [←33] San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13. [←34] San Gregorio de Nisa, Catequesis sobre los cuarenta mártires. [←35] San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la Cananea. [←36] San Juan Crisóstomo, Comentario al Génesis, 7. [←37] Ibid. [←38] Ibid. [←39] San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el ciego de nacimiento. [←40] San Juan Crisóstomo, Homilía para la Pascua. [←41] San Juan Crisóstomo, Comentario al salmo 137. [←42] San Juan Crisóstomo, Comentario al Génesis, 7. [←43] San Jerónimo, Carta 13 a Paulino. [←44] San Agustín, Sermón 45. [←45] San Agustín, Sermón 44, 155. [←46] San Agustín, Enarraciones a los salmos, Salmo 35, 15; 34, 14. [←47] Ibid. [←48] San Agustín, Sobre diversas cuestiones, 83. [←49] San Agustín, Sobre el Bautismo, contra donatistas. [←50] 205

San Agustín, Sobre el alma y su origen. San Agustín se refiere a la primacía del testimonio del Buen Ladrón sobre el de los Apóstoles y los discípulos de Jesús, que primero le abandonaron, y sólo más tarde le confesaron con su martirio. [←51] San Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan. [←52] San Máximo de Turín, Sermón 74, 2, P. 314. [←53] San León Magno, Sermón 11, Sobre la Pasión del Señor. [←54] San León Magno, Sermón 2, Sobre la Pasión del Señor. [←55] Theophilo Raynaud S.J., Métamorphose du Bon Larron, devenu apôtre. [←56] Bibl. Max. T. 13. [←57] Commentaires de Luc 23. [←58] Capítulo 3 Mauricio Zundel, L’Humble Presence. [←59] Respecto a esta total debilidad del Amor de Dios, siempre inerme ante su criatura, que nos ha sido revelado en Jesucristo, nos enseña Benedicto XVI: «En Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza este ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 12). [←60] Bernanos, Agenda 1948, 21, 23 y 24 de enero. [←61] «El suyo es amor que no retrocede ante nada de lo que en él mismo exige la justicia. Y por esto al Hijo, “a quien no conoció el pecado le hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios”. Si “trató como pecado” a Aquel que estaba absolutamente sin pecado alguno, lo hizo para revelar el amor que es siempre más grande que todo lo creado, el amor que es Él mismo, porque “Dios es amor”. Y sobre todo, el amor es más grande que el pecado, que la debilidad, que la “vanidad de la creación”, más fuerte que la muerte; es amor siempre dispuesto a aliviar y a perdonar, siempre dispuesto a ir al encuentro del hijo pródigo, siempre a la búsqueda de la “manifestación de los hijos de Dios”, que están llamados a la gloria. Esta revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo» (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 9). 206

[←62] «Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizá ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido, de la soledad, es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella, y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Benedicto XVI, Spe Salvi, 37). [←63] Idées modernes, réponses chrétiennes, Editorial Tequi, 1985. [←64] Bernard Bro, La Gloire et le Mendiant, Editions du Cerf, 1974. [←65] Juan Pablo II, Carta al prepósito general de los pasionistas para el III Centenario del nacimiento de San Pablo de la Cruz, 14 de septiembre de 1994. [←66] En relación a este «aceptar» y «ofrecer por amor» nuestra vida junto con la ofrenda de Cristo, enseña el último Concilio que «los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo» (Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5). Sólo así, como enseña San Pablo, nuestra vida se transforma en un culto espiritual agradable a Dios: «Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable» (Rom 12, 1). Y Benedicto XVI profundiza esta enseñanza: «El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10, 31). El cristiano está llamado a expresar en cada acto de su vida el verdadero culto a Dios. De aquí toma forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible, día a día, la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rom 8, 29). [...] El culto agradable a Dios se convierte así en un nuevo modo de vivir todas las circunstancias de la existencia, en la que cada detalle queda exaltado al ser vivido dentro de la relación con Cristo y como ofrenda a Dios» (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 71). [←67] El sobrecogedor diario que Jaques Fesch escribió en la prisión, del que están entresacadas estas citas, ha sido publicado en español con el título: Dentro de cinco horas veré a Jesús (Ediciones Palabra). [←68] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 8. [←69] Le Visage intérieur, Stock, pág. 280. [←70] «En el Calvario Jesús se vio despojado de todo. La cruz es la expresión de la locura del amor de Dios. El despojamiento a que se vio sometido Jesús llegó aquí al colmo. [...] Pero es precisamente gracias a esa locura y a esa pobreza como Jesús te trae la 207

redención, te trae la fe. El silencio de Dios, su impotencia y su “fracaso”, son para el mundo, que desearía un Dios lleno de poder visible, un escándalo. La cruz fue, y sigue siendo, un escándalo para aquellos que no creen; pero para aquellos que creen, es el poder supremo» (T. Dajczer, Meditaciones sobre la fe, San Pablo, Madrid 2009, pág. 66-67). [←71] Esta renuncia a la verdad, como nos enseña la Iglesia en su Catecismo, será la tentación que asolará a la Iglesia en la última prueba que la aguarda: «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19, 20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1 Ts 5, 2-3; 2 Jn 7; 1 Jn 2, 18-22)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 675). [←72] «Según algunos autores, los medios temporales de los que dispone la Iglesia para realizar su misión espiritual pueden agruparse en dos categorías: medios ricos y medios pobres. Los medios ricos son aquellos que pueden ser observados y medidos por la estadística. Al ser medios pertenecientes a este mundo, exigen, de por sí, la condición de un éxito palpable, visible. Forman parte de esos medios, por ejemplo, las organizaciones, las reuniones, las procesiones, la arquitectura y el decorado de las iglesias, los medios audiovisuales, los medios de comunicación social, etc. Un rasgo característico de los medios ricos es la influencia que ejercen sobre el amor propio, a través de la visibilidad de sus efectos y de los resultados, y del triunfalismo que pueden generar. Por el contrario, los medios pobres están marcados por la señal de la cruz, y expresan una de las más profundas verdades evangélicas: “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12, 24). En estos medios se puede observar una paradoja propia del dinamismo de la fe: cuanto más pobres, despojados, insignificantes y menos visibles sean los medios utilizados, tanto mayor es su eficacia. Al contrario de lo que ocurre con los medios ricos, los pobres no están supeditados a la condición de conseguir un éxito palpable y no contienen en sí la menor necesidad de un triunfo temporal. [...] Jesús, en su actuación salvadora, elige los medios pobres y humildes. [...] Con el uso de los medios pobres salva al mundo» (T. Dajczer, Meditaciones sobre la fe, San Pablo, Madrid 2009, págs. 159-160). [←73] Capítulo 4 No es el hombre quien puede liberarse totalmente del sufrimiento. Necesita a Dios: «Debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que —lo vemos— es una fuente continua de sufrimiento. 208

Esto sólo podría hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este poder que «quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29) está presente en el mundo. Con la fe en la existencia de este poder ha surgido en la historia la esperanza de la salvación del mundo» (Benedicto XVI, Spe Salvi, 36). [←74] «Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme cuando se trata de una necesidad o una expectativa que supera la capacidad humana de esperar, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo» (Benedicto XVI, Spe Salvi, 32). [←75] Comentario de Orígenes, pionero de la exégesis alegórica, a Lucas 23, 42-43. [←76] Juan Miguel Garrigues, Dios sin idea del mal, EUNSA, Pamplona, 2000, pág. 202. [←77] Cardenal Journet, Entretiens sur la grâce, DDB, 1961. [←78] Jacques Maritain, Diario de Raissa, Estela, Barcelona, 1966, pág. 318. [←79] «Sólo somos huéspedes en la tierra. El Señor, que se convirtió Él mismo en huésped y caminante, nos llama a abrirnos a los que sufren, los olvidados, los presos, los perseguidos: Él es en todos ellos. [...]. Nosotros somos caminantes y peregrinos. Así debemos comprender la tierra, nuestra vida y, por tanto, tratarnos de ese modo entre nosotros. Somos huéspedes en esta tierra. Esto nos recuerda [...] que la tierra no es lo último, que caminamos hacia un mundo nuevo, y que tampoco las cosas de la tierra son lo último y lo decisivo. [...]. Quien se aferra con uñas y dientes al mundo, quien ve en esta tierra el único cielo, convierte la tierra en un infierno, porque hace de ella lo que ella no puede ser» (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Miremos al traspasado, Fundación San Juan, Provincia de Santa Fe 2007, págs. 137-138). [←80] «Todo lo que en el hombre se rehúsa a morir es indigno de vivir» (Gustave Thibon, L’Échelle de Jacob). [←81] «Cuanto más lo pienso, más encuentro que la muerte, por la gran intuición y la gran novedad del Todo Nuevo, es una liberación y un alivio... Sería terrible sentirse irremediablemente confinado sobre la faz superficial y experimental del cosmos» (Teilhard de Chardin). [←82] «La revolución del Corazón abierto —enseña Ratzinger— es el contenido mismo del misterio pascual. El corazón salva, sí, pero salva en cuanto se dona, se derrocha. Así, en el Corazón de Jesús nos es dado el centro del cristianismo. En Él todo ha sido dicho, la novedad verdadera y realmente revolucionaria que sucede en el Nuevo Testamento. Ese Corazón llama, habla a nuestro corazón. Nos invita a salir del intento vano de autoconservación y a encontrar la plenitud del amor en el amar junto con Él, en el donarnos a Él y con Él» (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Miremos al traspasado, Fundación 209

San Juan, Provincia de Santa Fe 2007, pág. 88). [←83] Citado por F. X Durrwell en: Christ, l’homme et la mort, Médiaspaul, París, 1991. [←84] Capítulo 5 Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 45. [←85] «San Agustín —afirmaba Joseph Ratzinger— decía que el hombre es un mendigo de Dios, y sigue siendo verdad. Y profundizando en esta verdad se pregunta: ¿Por qué nos escondemos detrás de una autarquía inexistente? ¿Por qué nos escondemos detrás de la grave máscara de la autosuficiencia, con lo cual ocultamos y reprimimos lo más propio de nuestro ser, esa necesidad fundamental que tiene el hombre de poder exclamar, hablar, suplicar? Esto constituye la represión fundamental de nuestra década y el núcleo de muchas neurosis [...]. Un mendigo que se comporta como si fuera un rico, que es altanero y orgulloso, es una figura tonta y ridícula. Un hombre que actúa como si no necesitase los dones de Dios, no lo es menos» (Joseph Ratzinger, La Palabra en la Iglesia, Sígueme, Salamanca 1976, pág. 102-103). [←86] Entrevista al cardenal Daneels sobre Santa Teresa del Niño Jesús, en la revista 30 días, n.º 57, mayo de 1997. [←87] Hans Urs von Balthasar, Elisabeth de la Trinité et sa mission spirituelle, Editorial del Seuil. [←88] Novissima Verba, 9 de mayo de 1897. [←89] E. X. Durrwell, Dans le Christ Rédempteur, Editorial Xavier Mappus, París, 1960. [←90] Cardenal Danielou, Mythes païens, mystère chétien, Editorial Fayard, París, 1996. [←91] Respecto a esta pretensión orgullosa de perfeccionarnos a nosotros mismos por nuestras propias fuerzas, escribe Ratzinger: «La fe cristiana afirma [...] que el hombre vuelve profundamente a sí mismo no por lo que hace, sino por lo que recibe. Tiene que esperar el don del amor, y el amor sólo puede recibirlo como don; no podemos «hacerlo» nosotros solos sin los demás, tenemos que esperarlo, dejar que se nos dé. El hombre sólo deviene plenamente hombre cuando es amado, cuando se deja amar [...]. El hombre para salvarse depende de un don. Si se niega a recibirlo, se destruye a sí mismo» (Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 2005, C. II, excurso 6, 222-223). [←92] Reconciliatio et poenitentia, 13. [←93] «La cruz de Cristo —enseña Juan Pablo II— es un reto a todo aquel que esté en el espíritu de estas palabras de Juan, apóstol y evangelista: “La sangre de Su Hijo Jesús nos 210

purifica de todo pecado. Si decimos ‘No hemos pecado’ nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (I Jn 1, 7-8). La cruz de Cristo nunca deja de ser un reto misericordioso, aunque severo, a todo aquel que admita y confiese sus propias culpas para, de esta manera, llegar a vivir en la verdad» (Juan Pablo II, Audiencia general del 28 de septiembre de 1988). Y respecto al sacrificio de la cruz que Jesús ofreció por nuestros pecados, enseña Juan Pablo II: «Jesús llevó nuestros pecados a la cruz, mientras que nuestros pecados llevaron a la cruz a Jesús. “Él fue triturado por nuestras culpas” (cf. Is 53, 5). Cuando David quiso saber quién era el culpable del crimen que Natán acababa de contarle, el profeta dijo: “Tú eres ese hombre” (Sam 12, 7). Recibimos la misma respuesta de la Palabra de Dios cuando preguntamos quién mató a Jesús: “¡Tú eres ese hombre!” El proceso y la pasión de Jesús continúan en el mundo de hoy y los renueva cada persona que, cayendo en el pecado, sigue gritando: “¡A ése no, a Barrabás! ¡Crucifícale!”» (Juan Pablo II, Homilía del Domingo de Ramos de 1999). [←94] «La pérdida del sentido del pecado es [...] —dice Juan Pablo II— una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios, pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria» (Juan Pablo II, Reconciliatio et poenitentia, 18). Esta exclusión de Dios de la vida del hombre, «por un gesto de rivalidad hacia Él, por la engañosa pretensión de ser “como Él”», tentación eminentemente actual, tiene también su expresión comunitaria y social: «Los hombres han pretendido edificar una ciudad, reunirse en un conjunto social, ser fuertes y poderosos sin Dios, o incluso contra Dios. En la narración de Babel la exclusión de Dios no aparece en clave de contraste con Él, sino como olvido e indiferencia ante Él: como si Dios no mereciese ningún interés en el ámbito del proyecto operativo y asociativo del hombre» (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 14). [←95] Arnold Ulein, Editorial Desclée de Brouwer, París, 1966, pág. 26. [←96] Osservatore Romano, edic. francesa, noviembre 1988. [←97] La canonización es la inscripción oficial de alguien por parte de la Iglesia en el catálogo de los santos. La afirmación de Jesús no es una «canonización» en el sentido propio del término. Y sin embargo no sólo no dice menos, dice mucho más. Podemos decir con completa seguridad que en aquel momento tan extremo el Hijo de Dios habló únicamente de lo que para Él era lo más importante. [←98] Albert Bessière, S.J., Le Bon Larron, Editorial Spes, París, 1938. [←99] El último podría ser Jacques Fesch, un joven condenado a la pena capital y ejecutado el 1 de octubre de 1957 después de haber tenido una conversión fulgurante en la cárcel de La Santé, en París. El diario de sus últimos días ha sido publicado bajo el título: Dentro de cinco horas veré a Jesús. El cardenal de París, Jean-Marie Lustiger, inició la apertura del proceso preliminar para su beatificación. [←100] 211

Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, Oración 6, 9 de junio de 1895. [←101] Capítulo 6 Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 9. «La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación»: Redemptoris Mater, 1. [←102] María Madre de Cristo y de los cristianos, Desclée de Brouwer, París, 1966. [←103] Raniero Cantalamessa, María, espejo de la Iglesia, EDICEP, Valencia 1988. [←104] Juan Pablo II, Dives in misericordia, 9. [←105] «Así como por María vino Dios al mundo la vez primera en humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia lo espera, para reinar en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? ¿Cómo y cuándo? ¿Quién lo sabe? Pero yo sé bien que Dios, cuyos pensamientos se apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en el tiempo y en el modo menos esperado de los hombres, aún de los más sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto muy oscura [...]. Al final de los tiempos, y tal vez más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes santos, hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María por los cuales la Divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo su Hijo sobre el corrompido mundo; y por medio de esta devoción a la Santísima Virgen, [...] estos grandes personajes saldrán con todo» (San Luis María Grignion de Montfort, El Secreto de María, 57). [←106] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 54. [←107] Marta Robin, 15 de diciembre de 1975. [←108] W. Sténissen, La nuit comme le jour illumine, Editorial du Moustier, 1990. [←109] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera devoción, 56. [←110] Citado en La faiblesse transfigurée, Editorial Le Renouveau, Charlesbourg, 1996. [←111] Paul Claudel, Un poète regarde la croix, págs. 114-115. [←112] Capítulo 7 Palabras de sor Genoveva, Celina, hermana de Teresa, citadas por el Padre Molinié en El coraje de tener miedo, Paulinas, Madrid, 1979. [←113] Se trata de un comentario fechado el 20 de mayo de 1993 de Dom Claude Richard, 212

abad del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Timadeuc. [←114] Cfr. Teresa de Lisieux, Recreaciones Piadosas, 6. [←115] La huida a Egipto, recogida en Las ocho recreaciones piadosas de Teresa, RP 6, 1 Or. [←116] Historia de un alma, Manuscrito C, 36v. [←117] Son palabras de revelación que el Señor dirige interiormente a un alma y que dejan impreso en ella lo que dice, de tal modo que imprime substancialmente en el alma aquello que aquella palabra significa. No las dice Dios al alma para que ella las ponga por obra, sino para obrarlas Él en ella (cfr. San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, Libro II, Cap. 31). [←118] Novissima Verba, 11 de julio de 1897. [←119] Consejos y recuerdos, cap. II, 34. [←120] Ibid. [←121] Carta 258, dirigida al padre Bellière, del 18 de julio de 1897. [←122] Carta 261, dirigida al padre Bellière, del 26 de julio de 1897. [←123] Carta 134, dirigida a Celina, del 26 de abril de 1892. [←124] Últimas conversaciones, 11 de julio de 1897. Se trata de una historia extraída de la Vida de los Padres del desierto de Oriente, que impresionó a Teresita y que su hermana Celina recogió en sus Consejos y recuerdos, cap. II, 50: «Inmediatamente después de mi entrada en el Carmelo, había pedido permiso para leer la historia de los Padres del desierto. Había sacado de ella algunas notas, entre las cuales ésta, que impresionó a mi querida hermanita hasta tal punto que sintió no haberla introducido en su autobiografía, y recomendó con insistencia que se le añadiese: «Una pecadora, llamada Paesia, asolaba la comarca con sus escándalos. Un Padre del desierto, Juan el Naín, fue a buscarla, y como la exhortase a la penitencia de sus pecados, ella le dijo: “Padre mío: ¿hay todavía posibilidad de penitencia para mí?” “Sí, dijo el Santo; os lo aseguro”. “Llevadme a donde creáis conveniente para hacerla”, le respondió ella. Se levantó en seguida, y le siguió sin decir nada en su casa, sin siquiera decir una palabra a nadie. Como hubiesen entrado en el desierto y se acercase la noche, Juan hizo un montón de arena en forma de almohada, lo señaló con el signo de la cruz, y dijo a Paesia que se acostase. Luego, él se colocó más lejos para dormir también, después de haber orado. Pero, habiéndose despertado a media noche, vio un rayo de luz que descendía del cielo sobre Paesia y que servía como de camino a muchos ángeles que llevaban su alma al cielo. Sorprendido de esta visión, fue hacia Paesia, a quien empujó con el pie para ver si estaba muerta, y vio que había entregado su alma a Dios. Al mismo tiempo, oyó una voz milagrosa que le decía: “Su penitencia de una hora ha sido más agradable a Dios que la que otros hacen durante largo 213

tiempo, pues éstos no la hacen con tanto fervor como aquélla”». [←125] Historia de un alma, Manuscrito B, cap. IX, 5v.º. [←126] Carta 124, a Celina, 20 de octubre de 1890. [←127] Carta 114, a Sor Inés de Jesús, 3 de septiembre de 1890. [←128] Carta 224, al padre Bellière, del 25 de abril de 1897. [←129] Carta 224, al padre Bellière, 25 de abril de 1897. [←130] Historia de un alma, Manuscrito B, 5v. [←131] Carta 197, a sor María del Sagrado Corazón, 17 de septiembre de 1896. [←132] Historia de una alma, Manuscrito A, cap. XII (Apéndice). O, como aparece en otras versiones: «Tanto se alcanza de Dios cuanto de Él se espera» (Procesos de beatificación y canonización, Proceso Ordinario, Madre Inés de Jesús, Monte Carmelo, Burgos 1996, pág. 67). Expresión tomada de San Juan de la Cruz, Noche Oscura, II, 21, 8. [←133] Carta 226, al Padre Roulland, 9 de mayo de 1897. [←134] Historia de una alma, Manuscrito A, cap. V, 46r.º. [←135] Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, Oración 6, 9 de junio de 1895. [←136] Ibid. [←137] Carta 197, a sor María del Sagrado Corazón, del 17 de septiembre de 1896. [←138] Proceso de beatificación y canonización, Interrogatorio a Inés de Jesús, 30. [←139] Proceso de beatificación y canonización, Interrogatorio a sor Genoveva de la Santa Faz, 31. Hablando con el Señor, Santa Teresita le dice: «¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu Corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti...» (Historia de un alma, Manuscrito VIII, 84r.ª). [←140] «Teresa [...] se atrevía a proponer el Acto de Ofrenda a la Legión de “almas pequeñas”. [...] Ella invitaba a la Misericordia del Corazón de Dios, a su condescendencia paternal a favor de las almas débiles, cuya miseria ponía ella a la vista de Dios para excitar su compasión. Su fórmula era ésta: Para que el amor quede plenamente satisfecho es necesario que se abaje hasta la nada. En Dios Teresa gusta de contemplar ante todo el amor, que ella se apropia. Sabe que lo que satisface al amor es abajarse hasta la nada... “para trasformar en fuego esta nada”» (Nota al Acto de Ofrenda 214

al Amor Misericordioso). [←141] «¡Ah, si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud!» (Carta 196, a sor María del Sagrado Corazón, del 13 (?) de septiembre de 1896). [←142] Proceso de beatificación y canonización, Interrogatorio a sor María de la Trinidad y de la Santa Faz, 21 (Virtudes anejas, la humildad). [←143] Extracto de un pequeño libro: Teresa, dinos tu secreto, Editorial Le Sarment. [←144] Referencia a la declaración de Juan Pablo II concediendo a Santa Teresa de Lisieux el título de Doctora de la Iglesia. (N. de la T.) [←145] Capítulo 8 La edición en español no la tiene. (N. de la T.) [←146] Salmo 4. [←147] Pedro de Natalibus fue el primer compilador que mencionó al Buen Ladrón en su Catálogo III, publicado en 1372. Lo llama Dismas. Baronius lo incluirá igualmente en el martirologio romano pero sin atribuirle un nombre, y dándole el título de «confesor de la fe», situando su fiesta el 25 de marzo, fecha que antiguamente era la atribuida a la muerte de Cristo (Cf. San Dismas, en Diccionario del Catolicismo, tomo III, col. 886, Letouzey et Ané, por Dom Jacques Dubois). Estudios recientes proponen el 14 o el 15 de nisán como fecha de la muerte de Cristo, muy probablemente el 7 de abril del año 30 de nuestra era. [←148] 5 de diciembre 1954. [←149] Norma 18 que acompaña a la Constitución Apostólica Indulgenciam doctrina, de Pablo VI. [←150] Credo del Pueblo de Dios, n. 28 [←151] Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, ha abordado este Misterio del Sacrificio de Cristo perpetuado en el Sacramento de la Eucaristía. «En ella —nos enseña— está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos (Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Sacrosantum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, 47). [...] Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y de la resurrección de su Señor, se hace realmente 215

presente este acontecimiento central de la salvación y «se realiza la obra de nuestra redención» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre La Iglesia, 3). Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él como si hubiéramos estado presentes» (Ecclesia de Eucharistia, 11). [←152] Dominicae Cenae, Misterio y culto de la Santa Eucaristía, 9. [←153] Mysterium fidei, 4. [←154] Lumen Gentium, 7. [←155] Approches sans entraves, Jacques Maritain. [←156] El Buen Ladrón participó plenamente en el Sacrificio de Cristo, pero no lo hizo sacramentalmente sino existencialmente. Esto puede ser muy útil y valioso también para tantos fieles cristianos que no pudiendo acceder por algún impedimento a la comunión eucarística, pueden sin embargo entrar en comunión con Él y con su Sacrificio Redentor de modo espiritual, en la forma que ha sido designada por la Iglesia como «comunión espiritual». Es el caso, por ejemplo, de tantos fieles cristianos que habiendo recibido el sacramento del matrimonio, están hoy divorciados y vueltos a casar. [←157] La Grace et nous, chrétiens, Editorial Fayard. [←158] Marta Robin (1902-1981), fue una campesina mística francesa que durante treinta años vivió exclusivamente de la Sagrada Eucaristía, sin tomar alimento alguno ni ninguna bebida. Fue, al estilo del Padre Pío, una de esas personas verdaderamente extraordinarias y desconcertantes de nuestra época. Alguien así como la beata Catalina Emmerich. Como ella, Marta también tuvo visiones de la Pasión. A los treinta y cuatro años quedó ciega. No podía dormir. Además, revivió cada viernes, durante cincuenta años, los sufrimientos y los estigmas de Cristo. Tenía también el don de leer las conciencias, y aunque no tenía estudios respondía admirablemente a muchos puntos y cuestiones teológicas, imposibles de conocer sin estudios especiales. Fue visitada por innumerables representantes de la Iglesia y por intelectuales, ministros, políticos, médicos, jueces, empresarios e incontables campesinos y personas sencillas que acudían a ella en busca de consejo, de una palabra de esperanza, o simplemente de consuelo. Se calcula que más de cien mil personas pudieron hablar con Marta a lo largo de su vida. Se caracterizó por un sentido común muy propio de su sencillez campesina. En sus diálogos con sus visitantes iba siempre a «lo interior» y a lo esencial, hablando de las cosas sencillas de la vida en el campo. Fundó los Foyers de Charité, los Hogares de Caridad, casas de retiro espiritual que se han extendido por 70 países. Ayudó a miles de personas a través de retiros espirituales y enviando paquetes de ayuda a los encarcelados y a las misiones. En español se ha publicado el Retrato de Marta Robin, de Jean Guitton (Editorial Monte Carmelo). [←159] Respecto a este unirse la Iglesia a su Señor en los diferentes misterios de su vida, dice San Juan Eudes: «Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consuma y complete en 216

nosotros y en toda su Iglesia. Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico [...]. El Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida pública, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del Bautismo y de la Sagrada Eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios. Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con Èl y en Él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con Él y en Él, una vida gloriosa y eterna, en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos en ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados. Según esto, los misterios de Cristo no estarán completados hasta el final de aquel tiempo que Él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo» (San Juan Eudes, Parte 3, 4; Opera Omnia 1, 310-312). [←160] Capítulo 9 Sor Genoveva, en el Carmelo de Lisieux. [←161] «A tus ojos el tiempo no es nada, y un sólo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de ti...» (Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, Oración 6, 9 de junio de 1895). [←162] Respecto a esta pretensión de que el hombre puede alcanzar la salvación y realizarse por sus fuerzas, enseña Benedicto XVI, hablando de la conversión: «Convertirse no es un esfuerzo para realizarse uno mismo, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción, y es demasiado poco para nosotros. Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste, precisamente, en no considerarse creadores de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos. La conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador; que dependemos del amor. En realidad, no se trata de dependencia sino de libertad» (Benedicto XVI, Audiencia General del 21 de febrero de 2007, Miércoles de Ceniza). [←163] En relación a este carácter gratuito de la salvación, escribe Joseph Ratzinger: «No es el hombre quien se acerca a Dios y le ofrece un don que restablece el equilibrio, sino que es Dios quien se acerca a los hombres para dispensarles un don. El derecho violado se restablece por la iniciativa del amor, que con su misericordia creadora justifica al impío y da vida a los muertos. Su justicia es gracia, es justicia activa que endereza al que está encorvado, que lo arregla, que lo pone derecho. [...] La expresión esencial del culto 217

cristiano se llama con razón eucaristía, acción de gracias. En este culto no se ofrecen a Dios obras del hombre; consiste más bien en que el hombre acepta el don. No glorificamos a Dios cuando creemos que le ofrecemos algo (¡como si eso no fuera suyo!), sino cuando aceptamos lo que Él nos da, y lo reconocemos como único Señor. Lo adoramos cuando abandonamos la ficción de que somos autónomos y contrincantes suyos, siendo así que sólo podemos ser en Él y desde Él. El sacrificio cristiano no consiste en que le damos a Dios algo que no podría tener sin nosotros, sino en que recibimos lo que nos da, en que le dejamos que nos dé algo. El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios haga algo en nosotros» (Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 2005, C II, 2b, págs. 236-237). [←164] También el Papa Francisco ha insistido reiteradamente en este punto al hablar de la «cultura del descarte» que ignora por indiferencia, o excluye de modo antihumano, a millones de hombres que no se consideran útiles para la sociedad utilitarista y materialista de hoy: los niños por nacer, los niños no queridos, los ancianos, las mujeres en situación de exclusión, maltrato y violencia, los inmigrantes, los enfermos crónicos y terminales, los pobres, los sin techo... (cfr. Francisco, Evangelii gaudium, 186-192; 209-214). [←165] Asociación católica de fieles fundada en Francia para acompañar, ayudar, y colaborar en su reinserción a los presos, y acoger y acompañar a sus familias en ese proceso, desde una vivencia de la fe, de la esperanza cristiana y del amor fraterno con ellos. [←166] Anexo 1 Puede encontrarse una selección de textos en torno al Buen Ladrón en La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento 3, Evangelio según San Lucas, obra preparada por Arthur A. Just Jr., Ciudad Nueva, Madrid 2006. También en El buen ladrón, de Dionigi Tettamanzi, cardenal arzobispo de Milán, EDICEP, Valencia 2006. [←167] Anexo 3 Ana Catalina de Emmerich (1774-1824) nació en el seno de una familia humilde del norte de Alemania. A los veintiocho años, después de haber trabajado como costurera y sirvienta, ingresó en un convento de agustinas. A los treinta y nueve años enferma. Alma víctima, ofreció sus enormes sufrimientos reviviendo la Pasión de Nuestro Señor. Dios le concedió muchos dones místicos, entre ellos, visiones, los estigmas de Cristo, locuciones y éxtasis. A lo largo de toda su vida tuvo visiones del presente, del pasado y del futuro. Desde el momento en que quedó postrada en la cama, el poeta alemán Clemente Brentano la visitó diariamente y transcribió las visiones que Catalina tuvo de la Pasión de Jesucristo. En los últimos años de su vida se alimentaba únicamente de la Sagrada Eucaristía. Por sus virtudes heroicas, y por la importancia de su testimonio, Juan Pablo II la declaró Venerable, y fue beatificada el 3 de Octubre de 2004. 218

[←168] Sacramento de la extremaunción, llamado, a partir del Concilio Vaticano II, Sacramento de la Unción de los enfermos. [←169] Aunque este texto no habla directamente del Buen Ladrón, expresa muy bien la pobreza espiritual que le abrió al don de la conversión, y es una maravillosa llamada a aceptar las heridas, decepciones y fracasos que nos hacen débiles, y que al contrario de lo que solemos pensar, nos abren a la fe y nos disponen para acoger, como el Buen Ladrón, el don de la conversión. Anexo 4 [←170] Recogida en la Meditación del Cardenal Dionigi Tettamanzi, El buen ladrón, Meditación, EDICEP, 2006, págs. 119-121. [←171] Luisa Piccarreta nació en el sur de Italia en 1865. Durante 64 años estuvo en cama, sentada en la misma posición, hasta para dormir, sin que los doctores pudieran diagnosticar ninguna enfermedad, y sin que nunca se le formaran úlceras. Únicamente enferma de amor, y como víctima reparadora por los pecados de la humanidad. Vivió en todo momento la Divina Voluntad. Tuvo éxtasis prácticamente todas las noches. El Señor se la llevaba y le hablaba. Vivió siempre en obediencia a la Iglesia, en la misma época que el Padre Pío, y en la misma región de Italia, donde la llamaban «Luisa la Santa». Por obediencia a sus confesores, comenzó a escribir su diario espiritual. En él cuenta lo que le decía Jesús en los éxtasis. Habiendo ido a la escuela sólo hasta la primaria, escribió 36 volúmenes de una gran sencillez y profundidad teológica. Su vida y sus escritos están orientados a vivir en y de la Divina Voluntad, modo como vendrá a nosotros y al mundo el Reino de Dios. Murió en olor de santidad en 1947. A su entierro acudieron miles de personas. Se encuentra en proceso de beatificación. [←172] Recogida en la Meditación del Cardenal Dionigi Tettamanzi, El buen ladrón, Meditación, EDICEP, 2006, págs. 81-82.

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