El Beso de Lamourette - Darnton (Fragmentos)

August 27, 2017 | Author: Joan Manuel López | Category: The Times
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Directorio, com o si nunca hubiera existido el interludio term idoriano. Una vez que la guillotina despacha a Robespierre, el jacobinism o deja de existir y podem os regodearnos con las clases altas con sus p antalo­ nes entallados y sus vestidos transparentes. Espero no so n ar dem agógico si sugiero que la Revolución involu­ cró a toda la nación francesa. Fue un levantam iento del pueblo llano en contra de una aristocracia explotadora, u n a m onarquía absoluta y una Iglesia oscurantista. Lanzó a los pobres en contra de los ricos, al cam pesino en contra del señor, al burgués en contra del noble. Divisio­ nes y contradicciones cruzaron esas líneas de oposición. Pero los revo­ lucionarios estaban unidos p o r un com prom iso com ún hacia los dere­ chos del h o m b re y el ideal de la libertad, la igualdad, la fratern id ad . Por mi parte, en cu en tro válidas y estrem ecedoras tales aspiraciones, un a p arte crucial de la historia “com o sucedió en realidad”. Su escritor nunca las m enciona. En vez de preocuparse p o r las di­ ferencias e n tre izq uierda y derecha, revolución y co n trarrev o lu ció n -asu n to s de vida o m uerte p ara los revolucionarios-, confunde todo en el últim o plano. La Revolución aparece sólo com o una "tom a descrip­ tiva, ángulo en picado” y u n a "m ultitud ruge, fuera de cuadro". Es la revolución que su a u to r pudo h ab er leído en Historia de dos ciudades y que creyó poder traslad ar al idiom a de Dallas y Colegio de animales. Es una revolución de telenovela, llena de sexo y violencia, que no quiere decir nada. Por g rande que fue el esfuerzo p o r olvidar mi saco de tweed, veo que a fin de cuentas sueno com o un profesional. Como historiador, es­ toy con los que ven la h isto ria com o u n a co n stru cció n im aginativa, algo que requiere ser pensado p o r com pleto y reelaborado sin cesar. Pero no considero que pueda tran sfo rm arse en lo que se nos o cu rra. No podem os ignorar los hechos o evitarnos el problem a de exhum ar­ los, tan sólo porque escucham os que todo es "discurso". La historia se puede em peorar en lugar de m ejorarla, y la peor de todas las versiones, al m enos p ara u n a nación de espectadores de televisión, acaso sea la historia com o docudram a. Atentam ente, Robert D am ton

V. EL PERIODISMO: IMPRIMIMOS TODAS LAS NOTICIAS QUE QUEPAN* Q u i e n s e m e t a con la historia social de las ideas está destinado a acu­ d ir a las ciencias sociales en busca de inspiración, o p o r lo m enos de atajos. E n lo que a m í respecta, siem pre que me atasco al investigar los orígenes ideológicos de la Revolución Francesa, con frecuencia vuelvo la vista hacia la sociología, la antropología y la ciencia política, y m e esfu erzo p o r echarle un vistazo a algo sem ejan te a u n estrech o de Anián que m e lleve hacia el pasado. Pero nunca he dado con él.

* E ste ensayo se publicó en Daedalus, prim avera de 1975, pp. 175-194. M ucho le debe a las charlas con R obert M erton, q u ien fue m i com p añ ero en el C enter for Advanced Study in the B ehavioral S cien ces en Stanford, C alifornia, durante 1973-1974. Mi her­ m ano John, quien se unió a The Times luego de m i salida, y quien ascendió del rango de redactor al de editor de m etropolitanas, realizó una útil lectura crítica de este ensayo; pero n o se lo debe hacer responsable de nada de lo que aquí se dice. N o in c lu í bib liografía porque este e n sayo no preten d e ser un e stu d io so c io ló g ic o form al. De h echo, lo escribí antes de leer la literatura so c io ló g ic a sobre el period ism o, y m ás a d elan te, al abordarla, en c o n tr é que varios e stu d io so s h ab ían rea liza d o e stu ­ d io s co m p leto s e inteligen tes sobre algu n os de los tem as que yo traté de enten d er por m e d io de la in tro sp ecció n . S in em bargo, b u en a parte del trabajo se r elacion a con el p roblem a de cóm o es que los reporteros, q u ien es están com p rom etid os con un ocupacion al eth os de objetividad, se las arreglan con las ten d en cias p olíticas de su s p eriód i­ cos. De esta form a, la línea de análisis va del estud io clásico de Warren Breed, "Social Control in the N ew sroom : A F unctional Analysis", en Social Forces, núm . 33, m ayo de 1955, pp. 326-335, a trabajos m ás recientes com o: W alter Gieber, "Two C om m unicators o f the News: A Study o f the R oles o f Sou rces and Reporters", en Social Forces, num . 39, octu b re de 1960, pp. 76-83, y "News Is W hat N ew sp ap erm en M ake It”, en People, S o ­ ciety, a n d M ass C om m u n ication , ed. de L. A. D exter y D. M. W hite, N ueva York, 1964, pp. 173-180; R. W. Stark, "Policy and the Pros: An Organizational Analysis o f a M etropo­ lita n N e w sp a p e r ”, en Berkeley Jo u rn a l o f Sociology, n ú m . 7, 1962, pp. 11-31; D. R. Bow ers, "A Report on Activity by Publishers in Directing N ew sroom Decisions", en Jour­ n alism Quarterly, núm . 44, prim avera de 1967, pp. 43-52; R. C. Flegel y S. H. Chaffee, "Influence o f E ditors, R eaders, and P erson al O pinions on Reporters", en Jou rn alism Quarterly, núm . 48, invierno de 1971, pp. 645-651; Gaye Tuchm an, "Objectivity as Stra­ tegic Ritual: An E xam ination o f N e w sm en s N otion s o f O bjectivity”, en Am erican Jour­ nal o f Sociology, núm . 77, enero de 1972, pp. 660-679, y "Making N ew s by D oing Work: R ou tin izin g the U nexpected”, en Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973, pp. 110-131, y Lee S igelm an , "R eporting the N ews: An O rgan ization al A n alysis”, en 73

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La falta, lo sé, se e n c u en tra en la p o b reza de mi ingenio; pero a veces sospecho que los científicos sociales viven en un m undo que no está al alcance de los m ortales, un m undo organizado en perfectos pa­ trones de conducta, poblado de gente ideal y gobernado p o r coeficien­ tes de correlación que sólo excluyen las desviaciones m ás frecuentes. Un m undo así n u n ca se podrá u n ir al d esorden de la historia. Ni si­ quiera es capaz de e n c o n tra r un anclaje en el p resen te - o eso fue lo que m e pareció luego de un intento por circunnavegar la literatura con una de las ciencias sociales de m ayor vitalidad, la teoría de la com uni­ cación-. Encallé m ientras leía "Newsmen's Fantasies, Audiences, and

Am erican Journal o f Sociology, núm . 79, ju lio de 1973, pp. 132-149. N o obstante su im ­ p ortan cia, el prob lem a de la ten d en cia p o lític a no in cid e d irecta m en te en la m ayor parte de la escritura p eriod ística, salvo en el caso de reporteros que hacen coberturas políticas; sin em bargo, las notas en general abordan asp ectos cruciales de la sociedad y la cultura. E ncontré p o co s an álisis de los asp ectos sociocu ltu rales de la escritura perio­ d ística y m e pareció que los estu d ios ulteriores podrían beneficiarse siguiend o el e n fo ­ que m ás am p lio y de o r ie n ta c ió n h istórica que d esarrolló H elen M acG ill H ugh es en N ew s a n d the H um an Interest Story, Chicago, 1940. U no de tales estud ios, escrito tras la pu blicación original de este ensayo, es el de M ichael Schu dson, D iscovering the N ews: A Social H istory o f Am erican Newspapers, N ueva York, 1978. La sociología de la escritura periodística podría em plear las ideas y las técnicas desa­ rrolladas en la sociología del trabajo. E ncontré que los estud ios inspirados por R obert E. Park, un periodista transform ado en sociólogo, y Everett C. H ughes, un su cesor de Park en la "escuela Chicago" de so cio lo g ía , eran su m am en te ú tiles para analizar m i propia experiencia. V éanse en esp ecial Everett C. H ugh es, Men a n d Their Work, G lencoe ( i l ), 1958, y The Sociological Eye: Selected Papers, Chicago y Nueva York, 1971; el núm ero de The Am erican Journal o f Sociology dedicado a la "sociología del trabajo", vol. 57, núm . 5, m arzo de 1952; Robert M erton, G eorge R eader y Patricia K endall (eds.), The Stu den tP hysician: Introductory S tu d ies in the Sociology o f M edical E ducation, Cam bridge ( m a ), 1957, y John Van M aanen, "O bservations on the M aking o f a P o lic em e n ”, en H um an Organization, núm . 32, invierno de 1973, pp. 407-419. Las obras en la floreciente literatura dedicada a la cultura pop ular con las que m e sie n to en gran d eud a son: R obert M androu, De la cu ltu re p o p u la ire au x xvne et x v m e siècles, París, 1964; J. P. Seguin, Nouvelles à .sensation: Canards du XIXe siècle, Paris, 1959; Marc Soriano, Les Contes de Perrault, culture savan te et tradition populaire, Paris, 1968 [trad, esp.: Los cuentos de Perrault. Erudición y tradiciones populares, B uenos Aires, S i­ glo xxi, 1975]; E. P. T hom pson, The M aking o f the English W orking Class, 2a ed., N ueva York, 1966 [trad, esp.: La form ación de la clase obrera en Inglaterra, trad, de Elena Grau, B arcelon a, Crítica, 1989], y R ichard D. Altick, The English C om m on Reader: A S ocial H istory o f the M ass Reading Public, Chicago, 1957. Para ejem plos de estudios sobre can­ c io n es infantiles y folclore, véanse lo n a y Peter Opie, The O xford D ictionary o f Nursery Rhym es, Oxford, 1966, y Paul Delarue, The Borzoi Book o f French Folk Tales, Nueva York, 1956, que incluye versiones prim itivas de cuentos "para n iñ o s”. R ecom iend o en particu­ lar "Where are you going m y pretty m aid?” y "Little Red R iding Hood".

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New sw riting" [Las fantasías, los públicos y los escritos noticiosos de los periodistas], escrito p o r Ithiel de Sola Pool e Irw in S hulm an, en Public O pinión Quarterly, verano de 1959. El ensayo provocó ciertas reflexiones sobre mi experiencia previa com o reportero en un perió ­ dico, las cuales ofrezco con la esperanza de proporcionar alguna pers­ pectiva sobre lo que ah o ra parece co b ra r form a com o u n a disciplina aparte, la sociología de los m edios. Pool y Shulm an se propusieron entender el proceso de la com unica­ ción tal com o ocurre en la escritura de las noticias. Les dieron a cuatro grupos de estudiantes de periodism o hechos extraídos de artículos pe­ riodísticos, algunos de los cuales eran portadores de buenas noticias y otros, de m alas. Cada estudiante reunió los hechos en su propia versión de los artículos y luego hizo una lista de las personas que le vinieron a la m ente al volver a p en sar sobre lo escrito. El resultado fue u n a lista de “personas imagen", que podrían tom arse com o la representación de la concepción interna que los estudiantes de periodism o tenían de sus lec­ tores. Los investigadores entrevistaron entonces a los estudiantes con el fin de clasificar a estos lectores im aginarios en dos grupos, el “crítico" y el "de apoyo”. Por últim o, revisaron la precisión de los artículos; com o era de preverse, em ergió una correlación: los estudiantes con “personas im agen” de apoyo transm itieron las buenas noticias con m ayor preci­ sión que las malas, m ientras que aquellos con "personas imagen" críti­ cas transm itieron con m ayor precisión las m alas noticias. Pool y S hulm an habían dado con una fórm ula para m edir el factor de d isto rsió n en la redacción periodística. Al parecer, h a b ía n d escu ­ bierto las leyes que desde la som bra gobiernan el m isterioso proceso de red u cir a artículos los hechos del día, leyes susceptibles de ser ex­ presadas con precisión m atem ática. Y este trabajo se am olda m uy bien al creciente debate sobre “retroalim entación" y "ruido” y otras v aria­ bles que son centrales p a ra la teoría de la com unicación, ah o ra que una nueva generación ha abandonado el m odelo que prevaleció en los inocentes días en que la com unicación se entendía com o un proceso unilateral de im plante de m ensajes en los receptores. Ahora hem os p a ­ sado al nivel de las "imágenes". La lógica parecía inexpugnable. Pero cuando m e puse a p en sar en mi propio trab ajo en The New York Times, recordé que la única “per­ sona im agen” con la que yo m e había topado era una niña de 12 años. Los reporteros en la sala de redacción creían que los editores espera­

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ban que ellos dirigieran sus notas a esta criatu ra im aginaria. Algunos creían que aparecía en The Style Book o f The New York Times, aunque ella sólo existía en n u e stra cabeza. "¿Por qué de 12 años?”, m e solía preguntar a m í m ism o. "¿Por qué una niña?” "¿Cuáles son sus opinio­ nes sobre la erradicación de los barrios pobres en el su r del Bronx?” Pero sabía que ella no era m ás que u n a figura del folclore de la calle 43, y que funcionaba sencillam ente com o un recordatorio de que los textos debían ser lim pios y claros. N unca escribíam os p ara las "personas im agen” conjuradas por la ciencia social. Escribíam os p ara nosotros m ism os. N uestro "grupo de referencia” prim ario, com o podría llam árselo en la teoría de la com uni­ cación, estaba disperso a nuestro alrededor en la sala de redacción, o el "nido de víboras", com o le decíam os. Sabíam os que nadie se lanzaría sobre nuestras notas con la m ism a avidez que nuestros colegas, pues los reporteros son los lectores m ás voraces, y tienen que revalidar su estatus todos los días cuando se exponen por escrito antes sus pares.

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e s t r u c t u r a d e la s a l a d e r e d a c c i ó n

Los elem entos estructurales en la sala de redacción, tal y com o lo in ­ dica su form ato, tienen que ver con un sistem a de estatus. El editor en jefe gobierna desde el in te rio r de una oficina; y los editores m enores controlán "grupos de m esas" -la m esa de internacionales, la m esa de nacionales, la m esa de m etro p o litan as- en un extrem o de la sala, ex­ trem o que se destaca por la distinta orientación del m obiliario y por­ que está cercado por un tabique bajo. En el extrem o opuesto, las hileras de las m esas de los reporteros m iran a los editores desde el otro lado del tabique. Las mesas se dividen en cuatro secciones. En la prim era, unas cuantas hileras de reporteros estrella, encabezados por lum inarias como H om er Bigart, Peter Kihss y M cCandlish Phillips. Luego, tres hi­ leras de correctores de estilo, quienes se sientan ju n to a las estrellas en el frente de la sala para estar cerca de los puestos de m ando a las h o ­ ras de cierre. Después viene la zona de los veteranos de m ediana edad, quienes ya son conocidos y a los que se les puede confiar cualquier ar­ tículo. Y p o r últim o, una ho rd a de jóvenes rep o rtero s al fondo de la sala, en la que los más jóvenes por lo general ocupan los lugares m ás distantes. La función determ in a ciertos sitios: deportes, m arítim as,

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"cultura" y "sociedad" tienen sus propias esquinas; y los correctores de pruebas se sientan de m anera accesible a un lado. Pero p ara la m irada de un iniciado, las líneas generales del sistem a de estatus se destacan con la claridad del título principal de ta p a .1 El ojo m ás experto en la sala de m etropolitanas pertenece al editor de m etropolitanas. Desde su ubicación de m áxim a visibilidad, puede supervisar a todo su equipo y poner a cada cual en su sitio, pues sólo él conoce el valor exacto de todos. El "em pleado de planta" sólo sabe que ocupa un sitio indeterm inado en u n a de las cuatro secciones. De ahí que trate de seguir la trayectoria de su carrera observando la variable clave en el funcionam iento de la m esa de m etropolitanas: el encargo. El reportero que logra seguir recibiendo buenos encargos d u ran te va­ rias sem an as está d estinado a a scen d er a u n a m esa m ás próxim a al extrem o de la sala que ocupa el editor, en tan to que quien echa a per­ d e r artícu lo s c o n sta n tem e n te p e rm a n e c e rá esta n c ad o en el m ism o puesto o será exiliado a Brooklyn o a "sociedad" o a la “guarida de lado oeste” - u n a ronda policial hoy extinta y reem plazada, funcionalm ente, por Nueva Jersey-. El periódico del día m u estra quién ha recibido los m ejores encargos. Es un m apa que los reporteros ap renden a leer y a c o m p a ra r con su propio m ap a m en ta l de la sala de m etro p o lita n a s p ara saber dónde están y hacia dónde se dirigen. Pero una vez que se ha aprendido a leer el sistem a de estatus, hay que apren d er a escribir. ¿Cómo saber que se ha hecho un buen trabajo con u n a nota? C uando era un novato en The Times, em pecé u n a se­ m an a con un "perfil" o "el hom bre del día” que m ereció un elogio del asistente del editor de m etropolitanas y, p a ra el día siguiente, un codi­ ciado encargo fuera de la ciudad. La m itad del cuerpo policíaco de un pequeño pueblo h ab ía sido a rre sta d a p o r quedarse con bienes ro b a ­ dos, y m e topé con un policía que estaba dispuesto a hablar, de m anera que la nota llegó a la “second front", la p rim era página de la segunda sección, que es bastante leída. Al tercer día, fui a cu b rir las celebracio­ nes del centenario de la Universidad de Cornell. Mi ego quedó satisfe­ cho (volví a Nueva York en un avión privado que norm alm ente usaba el presidente de la universidad), pero no así mi editor: entregué sete­ 1 La d isp o sic ió n y el personal de la sala de red acción han cam biado por com p leto desde que dejé The Times en 1964, y desde luego que bu en a parte de esta descripción no se ajusta a otros periódicos, los cuales cuentan con su propia organización y su propio ethos.

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cientas cincuenta palabras, las cuales se red u je ro n a quinientas. Luego estuve dos días en u n a convención de u rb a n is ta s en West Point. Una vez m ás, mi ego crecía a m edida que los u rb a n ista s se peleaban por lograr que sus nom bres salieran en The Times, pero por mi vida que no logré en co n trar nada in te resa n te que decir so b re ellos. E ntregué q u i­ nientas palabras, las cuales ni siquiera llegaron a publicarse. D urante la siguiente sem ana no escribí m ás que obituarios. Los encargos, los cortes y la ubicación o "movilidad" de los artícu ­ los pertenecen, por lo tanto, a un sistem a de estím ulos positivos y ne­ gativos. Las notas firm adas se dan con facilidad en The Times, a dife­ rencia de lo que sucede en m uchos periódicos, p o r lo que los reporteros se sienten bien cuando sus notas tran sitan sin cam bios de la m esa de redacción a una b u en a u b icació n en el periódico, esto es, cerca del principio y en la parte su p erio r del doblez. A diario, cada corresponsal extranjero recibe un “fronting”, un cable en el que se le dice cuáles no ­ tas llegaron a la prim era plana y cuáles fueron a las páginas interiores. Los elogios asim ism o tienen un peso, en especial si provienen de p er­ sonas con prestigio, com o el editor nocturno de m etropolitanas, las es­ trellas o los reporteros m ás talentosos del propio territorio. El editor de m etropolitanas y el editor en jefe dispensan palm adas en la espalda, notas de felicitación ocasionales y alm uerzos; y cada mes, el periódico entrega prem ios en efectivo p o r las m ejores notas. El propio estatus evoluciona conform e crecen los estím ulos. Con el tiem po, un novato puede llegar a ser un veterano o bien em barcarse en m ás exóticos cana­ les de ascenso al obtener un encargo nacional o internacional. E ntre los veteranos existe asim ism o una triste colección de personas en decaden­ cia, corresponsales extranjeros a quienes se los envió a casa a p astar o am argados sujetos am biciosos que no lograron llegar a ser editores. M uchas veces oí decir que escribir artículos era cosa de jóvenes, que a los 40 ya habías dejado atrás tu m ejor m omento, y que a m edida que te haces viejo todos los artículos em piezan a parecer iguales. Los reporteros escriben, como es natural, para complacer a los edito­ res, que m anipulan el sistem a de recom pensas en el extremo opuesto de la sala de redacción; pero no hay un m odo seguro de obtener estímulos por m edio de la escritura del m ejor artículo posible. En los encargos de rutina, una voz en el sistem a de altoparlantes ("Jones, preséntese a la m esa de metropolitanas") rem ite al reportero al editor responsable, quien explica el encargo: "El Kiwanis Club de Brooklyn realiza su comida anual,

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en la que anunciará los resultados de la colecta de caridad de este año y al ganador de su prem io del Hom bre del Año. Es probable que merezca m e­ dia colum na, pues en fechas recientes no hem os sacado nad a sobre Brooklyn, y allí las colectas son muy im portantes". El editor trata de ob­ tener el m ejor esfuerzo de parte de Jones inflando el valor de la asigna­ ción, y siem bra algunas pistas sobre lo que él piensa que es “el artículo". Tal vez hasta una potencial frase de arranque esté sonando en la cabeza de Jones al to m ar el m etro a Brooklyn: “Este año, la colecta de caridad en Brooklyn produjo una cantidad récord de $.... , anunció el día de ayer el Kiwanis Club en su com ida anual". Jones llega, entrevista al presi­ dente del club, se aguanta un mediocre plato de pollo y varios discursos, y se entera de que la colecta produjo unos desalentadores $300.000 y que el club nom bró como el hom bre del año a un florista con cierta concien­ cia cívica. “¿Y qué pasó?", le pregunta a Jones el editor nocturno de m e­ tropolitanas a su regreso. Jones es lo suficientem ente inteligente como p ara no tra tar de engañar al editor nocturno de m etropolitanas con un no-acontecim iento com o éste, pero quiere m ostrar algo de su día de tra­ bajo; por lo que explica el carácter nada espectacular de la colecta, aña­ diendo que el florista parecía ser un personaje interesante. "En ese caso, comienza con el florista. Doscientas palabras", dice el editor de m etropo­ litanas. Jones se va al fondo de la sala y empieza su nota: Anthony Izzo, un florista que ha hecho crecer árboles en Brooklyn durante una década, recibió ayer el premio del Hombre del Año que otorga anual­ mente el Kiwanis Club de Brooklyn por su empeño en embellecer las calles de la ciudad. El club anunció asimismo que su colecta anual reunió $300.000, ligeramente menos que el total del año anterior, lo que el presidente del club, Michael Calise, atribuyó a la elevada tasa de desempleo en la zona. La nota ocupa apenas un cuarto de colum na al final de la segunda sec­ ción del periódico. N adie se la com enta a Jones al día siguiente. No recibe cartas de Brooklyn. Y se siente bastante insatisfecho con toda la experiencia, so b re to d o p o rq u e S m ith, q u ien se sien ta a su lado al fondo de la sala de m etropolitanas, salió en la p o rtad a de la segunda sección con u n artículo de color sobre la basura. Pero Jones se co n ­ suela con la esp eran za de que hoy conseguirá que lo envíen a c u b rir algo m ejor y con el pensam iento de que la alusión al árbol que crece en Brooklyn fue un buen detalle, el cual tal vez el editor de m etropoli­

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tanas ha notado y que sin duda le gustó a Sm ith. Pero Jones sabe tam ­ bién que el artículo no hizo subir sus acciones con el editor responsa­ ble de los encargos, quien lo había pensado de otra m anera, o con el e d ito r n o ctu rn o de m etroplitanas, quien no tuvo m ás tiem po que los dos o tres m inutos que le dedicó, ni tam poco con los otros editores, que debieron percibirlo en toda su pobreza. E n el caso de un encargo im portante, com o una nota de varias co­ lum nas, el editor noctu rn o de m etropolitanas podría acercarse hasta el escritorio de Jones y d iscutir el artículo con él en una especie de in­ tercam b io conspirativo an te un océano de m iradas. Jones se co m u ­ nica con una docena de fuentes diversas y escribe u n a nota que difiere considerablem ente de lo que el editor tenía en m ente. El editor, quien recibe u n a copia carbónica de todo lo que se envía a la m esa de redac­ ción, rechaza el texto y m anda traer a Jones p o r el sistem a de altopar­ lantes. Tras p arlam en tar en territo rio ajeno, Jones se las arregla para regresar a su escritorio a través del océano de m iradas y vuelve a em ­ pezar. E n algún m om ento concluye u n a versión que representa la ne­ gociación entre la idea que tenía el ed ito r y sus propias im presiones, pero él sabe que habría obtenido m ás puntos si las im presiones hubie­ ran estado m ás cerca de la m arca im aginada originalm ente p o r el edi­ tor. Y no le gustó ca m in ar p o r la cu erd a floja entre su escritorio y el editor de m etropolitanas ante u n a m u ltitu d de reporteros a la espera de que su prestigio se desplom ara. Com o to d o el m u n d o , la s e n sib ilid a d a la p re sió n p ro v en ie n te del g ru p o de p a re s es d is tin ta en c a d a re p o rte ro , pero d u d o que a m u ch o s de ellos -e n especial, en las filas de los n o v a to s - les guste que los llam en a la m esa de m e tro p o lita n a s. A prenden a fugarse al baño o a esconderse d etrás de los bebederos cu an d o la m irad a h a m ­ b rie n ta del ed ito r recorre el terreno. C uando la fatal llam ada se da a través del sistem a de a lto p a rla n te s -"Jo n e s, preséntese a la m esa de m etropolitanas"-, Jones puede sen tir que sus colegas piensan cuando pasa ju n to a ellos: "Espero que lo envíen a cu b rir una to n tería o que le den algo bueno y lo eche a perder". El resu ltad o ahí e stará p a ra que todos lo puedan apreciar en el periódico del día siguiente. A veces, los editores tra ta n de sa ca r el m ejor em peño de su gente e n fren tán d o la e n tre sí y defen d ien d o valores com o la co m p etitiv id ad y el a b rirse paso a los em pujones. “¿Viste cóm o m anejó Sm ith el artículo sobre la basura?", le dirá el editor de m etropolitanas a Jones. “Ése es el tipo de

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trab ajo que tiene que h a c er el h om bre que va a o c u p a r la siguiente vacante en la oficina de Chicago. D eberías ser m ás agresivo.” Dos días después, Jones tal vez haya superado a Sm ith. La inm ediatez y la irre­ gularidad del estím ulo en el proceso de encargo-publicación significa que nadie, salvo unas pocas estrellas, puede estar seguro de su estatus en la sala de redacción. La in seguridad cró n ica pro d u ce resen tim ien to . M ientras pelean entre ellos por la aprobación de los editores, los reporteros desarrollan u n a e n o rm e h o stilid a d h a c ia los h o m b res que o c u p a n el extrem o opuesto de la sala de redacción, y se llega a desarrollar cierta solidari­ dad en el grupo de pares com o contrapeso a la com petitividad. Los re­ porteros se sienten unidos p o r un sentim iento de "ellos” contra "noso­ tros”, el cual expresan con sarcasm os y chistes privados. (Me acuerdo de una reunión clandestina en el baño de hom bres en la que un repor­ tero parodió las técnicas u rin arias entre "ellos”.) Un gran núm ero de reporteros, en especial entre los veteranos am argados, desprecia a los editores, quienes en su m ayoría son ex rep o rtero s, p o r haberse ven­ dido a la adm inistración y h a b e r perdido contacto con la realidad m a­ terial que sólo p ueden a p re c ia r los honestos "hom bres de la calle”. E sta ideología an tiad m in istrativ a crea u n a b a rre ra al cortejo abierto de editores y lleva a que algunos reporteros piensen que sólo escriben para sí y para sus pares. El sentim iento de solidaridad en contra de "ellos" se expresa con m ayor fuerza en el tabú reporteril contra "entubar" o distorsionar una n o ta p ara am old arla a las ideas preconcebidas del editor. Al parecer, los editores se piensan com o "hom bres de ideas" que ponen al repor­ tero sobre la p ista de u n a nota y que esperan que él se encargue de rastrearla y de traerla en form a publicable. Para los reporteros, los edi­ tores m an ip u lan la realidad y a las personas. P ara ellos, un ed ito r es alguien que está m ás interesado en m ejorar su posición en su propia je ra rq u ía p o r m edio de ideas brillan tes y h aciendo que su gente es­ criba de acuerdo con ellas. El poder del editor sobre el reportero, com o el del periódico sobre el editor, en efecto produce desviaciones en la escritura de las noticias, com o lo han enfatizado los estudios sobre el “control social en la sala de redacción". Pero el h o rro r de los reporte­ ros a “e n tu b ar” actúa com o influyente contrapeso. En una ocasión, por ejem plo, a un asistente del editor de m etropolitanas de The Times se le ocurrió un artículo sobre la contam inación a p a rtir de su hijo, quien se

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h a b ía quejado de que un helado se le ensució tanto m ientras cam inaba p o r la calle que lo tuvo que tira r a la basura. El rep o rtero arm ó obe­ d ie n te m e n te la nota en to rn o a la anécdota, agregando a m an e ra de detalle literario que el innom inado niño no le acertó al tacho de basura y siguió cam inando. El editor no borró este toque final. E staba encan­ ta d 0 con la nota, la cual presum iblem ente m ejoró su estatus ante los o tro s editores y el del reportero ante él. Pero la nota hizo que la rep u ­ t a c i ó n del reportero se d esplom ara entre sus pares, y sirvió com o un freno contra la práctica de "entubar” del otro lado del tabique. Los propios patrones de calidad en el grupo de pares ponen a los reporteros en contra de los correctores de estilo. Éstos tienden a ser de u n a h o rn ad a d istin ta e n tre los periodistas. Serenos, intensos, acaso m ás excéntricos y m ás cultos que la m ayoría de los reporteros, se los coloca en el papel de defensores del lenguaje. Ellos se rigen con el manLlal -The Style Book o f The New York Tim es- y tienen su propia jerar­ q u í a : ésta va de los m iem bros en lo m ás bajo del escalafón al corrector en jefe, apodado “slot m an" - p o r la posición que ocupa sentado en la a b e rtu ra de la h e rra d u ra fo rm ad a p o r la m esa de red a c c ió n -, quien adjudica los textos a los diferentes correctores de estilo, a la oficina abierta, en donde tiene lugar el pulido final de cada edición, y, por úl­ tim o, al segundo del ed ito r en jefe, quien en mi época era T heodore g ernstein, un hom bre de m ucho poder y prestigio. Al parecer, los co­ l e c to r e s de estilo se consideran ciudadanos de segunda en la sala de redacción: todos los días, según ellos, salvan a los reporteros de docenas de errores factuales y gram aticales; sin em bargo, los reporteros los denigran. “Aquí de lo que se tra ta es de colar algo de color o de interpr etación m ás allá de la línea de los zom bis sin sentido del hum or", m e explicaba un reportero. Los correctores de estilo dan la im presión de considerar las notas com o segm entos en un flujo constante de “tex­ tos", los cuales piden a gritos ser hom ogeneizados, m ien tras que los reporteros consideran cada pieza com o propia. Los toques personales _las citas o las observaciones b rilla n tes- satisfacen la idea que del ofi­ cio tiene el reportero y provocan el instinto de tach ar con un lápiz azul del co rrecto r de estilo. Las frases iniciales de las notas pro d u cen los daños m ás grandes en la lucha sin fin del reportero con sus editores y correctores. Aquél puede a trib u ir los cortes y una pobre ubicación de sus notas a la presión de las circu n stan cias; pero m odificarle la p ri­ o r a oración es un desafío a su olfato para la noticia, la inefable cualidad

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que lo acredita com o un “profesional”. Invertir el orden de los dos pri­ m eros párrafos de un reportero es herir su identidad profesional. A tal grado se ofenderá con los cam bios m ás pequeños en sus prim eras fra­ ses que a du ras penas n o tará algo m ás en el resto de la nota. Y una frase inicial verdaderam ente m ala puede d a ñ a r la c a rrera de u n a per­ sona. En una ocasión, un am igo m ío em pezó una nota con un com en­ tario sobre un recién nacido que se había quem ado "hasta casi parecer u n a fritu ra irreconocible". Fue el "casi" lo que enfureció p articu lar­ m ente a los editores. El com ienzo le costó diez años en el puesto más bajo en la sala de redacción, o eso creimos. Los reporteros se organizan en subgrupos, lo que asim ism o atenúa la com petitividad y la inseguridad e influye en la m an era de escribir. Los grupos de reporteros se form an según las edades, el estilo de vida o la form ación cultural (City College versus H arvard en la década de 1960 en The Times). Algunos alm uerzan juntos, se invitan a to m ar algo en ciertos bares o intercam bian visitas fam iliares. El reportero va de­ sarrollando u n a confianza en su subgrupo. Lo consulta m ientras tra ­ baja en sus notas y presta atención a sus conversaciones profesionales. Un reportero en mi grupo tuvo que escribir u n a nota de últim o m inuto sobre u n a m odificación confusa en los incom prensibles program as de asistencia social de la ciudad. Cuatro o cinco de nosotros revisam os su m aterial, con el ánim o de tra ta r de entender algo en lo que allí había, hasta que alguno com entó: "Es una operación corporativa". Esa fue la frase inicial de la nota y la idea alrededor de la cual se organizó todo el artículo. La m ayoría de los artículos se desarrollan alred ed o r de una idea central de lo que constituye "la no ta”, la cual puede surgir de los contactos del rep o rtero con sus aliados en la sala de m etro p o litan as así com o de su conversación con los editores. Del m ism o m odo que, en el proceso de com unicación, en el extrem o del recep to r los m ensajes tra n sita n por "dos p asos”, o por m uchos, en su form ación atraviesan diversos pasos. Si el com unicador es un reportero de m etropolitanas, filtra sus ideas a través de grupos de referencia y de papeles asignados en la sala de m etropolitanas antes de darlos a conocer al "público”. Un últim o factor com plica la adaptación del escritor al m edio: la historia institucional. Las pocas variaciones en la estructura de poder de u n periódico afectan el m odo en que escriben los reporteros, aun cuando la tro p a no sepa exactam ente lo que sucede en tre editores y ejecutivos. M uchos periódicos se dividen en ducados sem iautónom os

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gobernados por los editores de m etropolitanas, el editor de internacio­ nales y el editor de nacionales. Cada uno tiene a su m ando grupos de editores asisten tes y le debe lealtad al e d ito r en jefe, quien a su vez com parte el poder con otros ejecutivos, com o el gerente com ercial, y se som ete an te el soberano suprem o, el ed ito r del periódico. En The Times, cada uno de los editores dom ina u n a cierta parte del periódico, de m odo que en un ejem plar con n núm ero de colum nas, el editor de m etro p o litan as puede e sp era r ten er d om inio sobre jc núm ero de co­ lum nas, el de internacionales sobre y núm ero de colum nas, y así suce­ sivam ente. Desde luego que las proporciones varían a diario según la relevancia de los acontecim ientos, pero, a la larga, las determ ina la pe­ ric ia de c ad a p o ten ta d o p a ra d efen d er y ex ten d er su dom inio. Los cam bios en la territorialidad suelen darse en la “ju n ta de las cuatro de la tarde" en la oficina del editor en jefe, en donde cobra form a el perió­ dico del día. Aquí, cada uno de los editores sintetiza la producción de su equipo y, día tras día, realiza una defensa de la cobertura realizada en su área. Un editor de m etropolitanas vigoroso puede conseguir más espacio p a ra los reporteros en la sala de m etropolitanas e inspirarles un nuevo sentido del valor noticioso de sus tem as. Las n o ticias m etro p o lita n a s e x p e rim e n taro n un fuerte resu rg i­ m iento en la época en la que estuve en The Times debido a la influencia de un nuevo ed ito r de m etro p o litan as, A. M. R osenthal. Antes de su trabajo editorial, las notas sobre la ciudad de Nueva York tendían a ser am plias, confiables, convencionales y aburridas. R osenthal quería es­ critos m ás vivos, m ás originales, y quería que su gente fuera agresiva. De ahí que los m ejores encargos se los diera a los reporteros que m ás se am oldaban a sus propios patrones, sin que im portara su lugar en la sala de m etropolitanas. E sta política encolerizó a los veteranos, quie­ nes hab ían aprendido a escribir según las viejas reglas y creían en el principio establecido según el cual uno se ganaba los m ejores encargos después de años de buen servicio. Se quejaron de la frivolidad, los co­ loquialismos, la superficialidad y el espíritu estudiantil. Algunos renun­ ciaron, otros lograron darle m ás brillo a sus escritos y m uchos se retira­ ron a u n m undo de am arg u ra privada o co m p a rtid a en su grupo de pares. La m ayoría de los novatos respondieron con una agresividad exu­ berante. Se dio una alianza entre ellos y Rosenthal, un m uchacho de los barrios bajos del Bronx y egresado del City College que, a base de agre­ sividad, se había abierto cam ino hasta los puestos altos de The Times.

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Las cualidades que h ab ían hecho triu n fa r a R osenthal -ta le n to , em ­ puje, en tu sia sm o - se volvieron entonces la clave del éxito en la m esa de m etropolitanas. Claro que tales cualidades habían sido reconocidas en el viejo sistem a de antigüedad (de otro m odo, el propio R osenthal nunca h abría tenido u n a carre ra tan espectacular), pero el nuevo edi­ tor modificó el equilibrio entre las norm as: el énfasis en la agresividad a expensas de la antigüedad im plicó que en la determ inación del esta­ tus los logros pesaran m ás que la adscripción. La institucionalización de este nuevo sistem a de valores creó m ás confusión y dolor de lo que es capaz de transm itir la term inología socio­ lógica. Al alterar las rutas de ascenso establecidas, Rosenthal no se alejó del todo de los veteranos. No interfirió con las estrellas y no se ganó a todos los novatos. En cam bio, p o r todos lados p rodujo an sied ad en torno al estatus, quizás incluso p a ra sí m ism o, pues p arecía so rp ren ­ dido ante la hostilidad que provocaba en personas que habían sido am i­ gas suyas, y probablem ente estaba preocupado por su propio lugar en­ tre los otros editores y ejecutivos. Sus prim eros m eses com o ed ito r significaron una etapa ardua de transición en la sala de m etropolitanas. M ientras cam biaban las reglas del juego, nadie sabía en qué sitio es­ taba parado, pues la posición de cada uno parecía fluctuar tan errática­ m ente com o la asignación de encargos. Un reportero podía h ilar d u ­ rante una sem ana una serie de buenos encargos, m ientras a su alrededor caía una lluvia m ortal de obituarios; aunque tam bién, de la noche a la m añana, podían m andarlo a la página de los obituarios o al "furgón de cola” (la últim a sección de noticias en el periódico del dom ingo). De ahí el c a rá c te r tem ible de los llam ados por el altavoz. Con el tiem po, sin em bargo, se estableció un nuevo sistem a de estatus según las nuevas n o rm as. Apoyados p o r au m e n to s y ascensos, los b rilla n tes jóvenes agresivos le im pusieron su tono a la sala de redacción y pasaron a car­ gos de m ayor prestigio. Para entonces, varios de ellos se habían vuelto estrellas. También hubo cam bios en las filas de los ejecutivos. El perió­ dico incorporó nuevos editores de internacionales, m etro p o litan as y nacionales, un jefe de la oficina en W ashington y, por últim o, un nuevo editor en jefe: A. M. Rosenthal. Los rum ores atribuyeron estos cam bios a m aquinaciones de tipo personal, pero en su estilo brutal y descarado The Times en realidad se reinventò a sí m ism o al darle el poder a una generación que ya estaba lista y ansiosa por reem plazar a quienes ha­ bían tenido su m om ento du ran te la Segunda G uerra M undial. La evo­

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lución institucional -la redistribución del poder, la alteración de los pa­ peles y la m odificación de las n o rm as- tuvo una influencia im portante en el m odo en el que escribíam os las noticias, aun cuando sólo éram os conscientes a m edias de las fuerzas que operaban.

LOS GRUPOS DE REFERENCIA SECUNDARIOS Y EL PÚBLICO

C ualesquiera que sean sus "im ágenes” y sus "fantasías” sublim inales, los periodistas tienen m uy poco contacto con el público en general y casi no reciben retroalim entación de él. La com unicación entre los pe­ riódicos es m ucho m enos íntim a que la que se da entre las publicacio­ nes especializadas, cuyos escrito res y lectores p e rten ecen al m ism o grupo profesional. He recibido m uchas m ás respuestas a los artículos publicados en revistas académ icas con m uy pocos lectores que a las notas en la p rim era plan a en The Times, que debieron ser leídas p o r m edio m illón de personas. Incluso los reporteros que son m uy conoci­ dos no reciben m ás de dos o tres cartas de sus lectores a la sem ana, y m uy pocos reporteros son realm ente fam osos. El público rara vez lee los créditos, y no tiene form a de saber que Sm ith reem plazó a Jones en la cobertura del ayuntam iento. Puede ser equívoco hab lar del “público” com o si se tra tara de una en tid ad significante, del m ism o m odo que es inadecuado, según los estudios sobre la difusión, concebir a un auditorio "masivo” de indivi­ duos atom izados e indiferenciados. La a d m in istra c ió n de The Times asum e que sus lectores son grupos heterogéneos de am as de casa, abo­ gados, educadores, judíos, gente de los suburbios y dem ás. Calcula que ciertos grupos leerán ciertas partes del periódico y no que un hipoté­ tico lector general leerá todo. De ahí que estim ule la especialización entre los reporteros. C ontrata a un m édico p ara c u b rir las noticias de m edicina; envía a estudiar leyes du ran te un año a un futuro reportero de la S uprem a Corte; y c o n stan tem en te abre nuevas secciones com o publicidad, a rq u itectu ra y m úsica folclórica. Una sociología de la es­ critura de noticias seria debería h acer un seguim iento de la evolución de las áreas de co bertura y el desarrollo de las especializaciones. Asi­ m ism o, podría sacar provecho de la investigación de m ercado que h a ­ cen los m ism os periódicos, los cuales con tratan especialistas p ara di­ señar sofisticadas estrategias con el fin de increm entar su circulación.

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La tendencia hacia la especialización en el in terio r de los periódi­ cos estim u la a los rep o rtero s a escrib ir p a ra públicos específicos. El ayuntam iento se dio cuenta cuando Sm ith reem plazó a Jones, y Sm ith esperaba que el ayuntam iento leyera sus notas con cuidado. C uando Tom W icker c u b ría la Casa B lanca con Kennedy, no sólo sab ía que K ennedy leía sus n o tas con a te n c ió n , sin o ex a cta m e n te c u á n d o y dónde las leía. Según m e contaron, el corresponsal del Pentágono sa­ bía que M acN am ara leía a diario las notas sobre defensa entre las 7 y las 8 de la m añana, m ientras el chofer lo llevaba a su oficina. Esos re­ p o rtero s deb iero n ten e r im ágenes vividas de K ennedy y de M acN a­ m ara frunciendo el ceño o sonriendo ante sus prosas en determ inados m om entos y lugares, y tal vez esas im ágenes tuvieran un efecto m ayor en sus escritos que cualquier idea, por vaga que fuera, del gran público. Para un reportero con una área de cobertura fija, la “m añana siguiente” em pieza a existir, en térm inos psicológicos, al com ienzo de la tarde, cuando entrega una síntesis de la nota que está por escribir, ya que él sabe que deberá ver a sus fuentes de noticias al día siguiente y que ellas pueden lesionar sus esfuerzos p o r cubrir las siguientes notas si las per­ ju d ica con la que escribe el día de hoy. Un rep o rtero con u n encargo m ás general sufre m enos p o r tem or a las represalias, pues desarrolla un m enor núm ero de relaciones estables con los sujetos de sus notas. Tuve la im p re sió n de que los p e rio d ista s e ra n m uy sensibles al riesgo de volverse cautivos de sus inform antes y de caer en la autocen­ sura. Las fuentes convencionales de noticias, sobre todo en el gobierno, m e parecieron sofisticadas en su tom a-y-daca con los reporteros. Los voceros de prensa y las personas encargadas de las relaciones públicas son con frecuencia ex reporteros, los cuales adoptan u n tono de "esta­ m os todos en lo m ism o" y tra ta n de parecer francos o incluso irreve­ rentes en sus com entarios extraoficiales. Es así com o logran influir en el “ángulo" o en el “sesgo” de una nota - la form a en la que se la m aneja y la im presión general que c re a - m ás que en su sustancia, que con fre­ cuencia está m ás allá de su control. T ratan de influir en el rep o rtero antes de que la “n o ta ” haya cobrado form a en su cabeza, cuando aún está en la etapa en que elige u n a concepción central organizadora. Si su prim era frase dice "El descenso en el desem pleo...” en lugar de "El ascenso en la inflación...", h ab rán logrado su com etido. Algunos voce­ ros de prensa acum ulan grandes notas y las obsequian a los reporteros que escrib en favorablem ente; pero esa e stra te g ia se puede revertir,

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pues los reporteros son sensibles al favoritism o, y, en mi experiencia, tienden a a ctu ar m ás de m anera grupal que a com petir entre ellos. La m anipulación ab ierta acaso sea m enos eficaz que el establecim iento de u n a cierta fam iliaridad am istosa du ran te un largo período de con­ tacto diario. Luego de m ás o m enos un año en una m ism a área de co­ bertu ra los reporteros tienden, sin darse cuenta, a ad o p tar el punto de vista de la gente sobre la que escriben. D esarrollan u n a sim p atía por las com plejidades del trabajo del alcalde, las presiones sobre los jefes de policía y la falta de m argen de m aniobra en el área de bienestar so­ cial. El titu lar de la oficina de The Times en Londres en la época en que trabajé allí era vehem entem ente probritánico, m ientras que el titu la r de París era profrancés. E scribían uno en contra del otro al inform ar sobre las negociaciones británicas en el M ercado Com ún. The Times es tan cauto con la tendencia entre sus corresponsales extranjeros a de­ sa rro lla r cierta predisposición en favor de los países en los que viven que los cam bia de sitio cada tres años. En un nivel m ás hum ilde, los veteranos reporteros de policiales que dom inan las salas de prensa en casi todos los departam entos de policía desarrollan u n a relación sim ­ biótica con la fuerza. En N ew ark había cuatro viejos reporteros duros que llevaban m ás tiem po en las com isarías que la m ayor p arte de los policías. C onocían a todos los que tuvieran im p o rtan cia en sus filas: bebían con los policías, jugaban a las cartas con los policías y ad o p ta­ b an la visión del crim en de los policías. N unca escrib iero n sobre la brutalidad policial. Una sociología de la escritura de noticias debería an alizar la sim ­ biosis así como los antagonism os que se desarrollan entre un reportero y sus fuentes, y debería considerar el hecho de que tales fuentes consti­ tuyen un elem ento im portante del “público” del reportero. El texto pe­ riodístico inform ativo se m ueve en circuitos cerrados: está escrito para y sobre la m ism a gente, y a veces está escrito en un código privado. Al term in ar una nota escrita por Jam es Reston, que m enciona la "preocu­ pación” entre las "fuentes m ás calificadas” sobre la situación en Medio Oriente, el iniciado sabe que el presidente confió sus preocupaciones a “Scotty” en u n a entrevista. Se solía decir que el corresponsal de de­ fensa del M anchester Guardian escribía en una clave que sólo e n te n ­ dían el m inistro de Defensa y su círculo, al m ism o tiem po que el m en­ saje ostensible de los artículos iba dirigido al público en general. La sensación de pertenecer a un grupo de íntim os con las personas que

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aparecen en sus artículos -la tendencia hacia la com prensión y la sim ­ biosis- crea una especie de conservadurism o entre los reporteros. Con frecuencia, se escucha que los periodistas tienden a ser liberales o de­ m ócratas. Como votantes, acaso pertenezcan en efecto a la izquierda; pero com o reporteros, p o r lo general m e p areciero n tan hostiles a la ideología, tan suspicaces frente a las abstracciones, tan cínicos ante los principios, tan sensibles a lo concreto y a lo com plejo que, por lo tanto, estab an en condiciones de entender, si no de condonar, el statu quo. Parecían burlarse de los predicadores y de los m aestros y tener siem pre a la m ano peyorativos com o “do-gooders”* y “eggheads”.** H asta que al­ gún psicólogo social no desarrolle una m anera de h acer un inventario del siste m a de valores de estas p erso n as, m e inclino a no e sta r de acuerdo con la com ún aseveración de que el periodism o sufre de una tendencia liberal o izquierdista. Sin em bargo, no debe deducirse de lo a n te rio r que la p ren sa favorezca de m anera consciente al "establishment". El “shoe leather man'*** y el “flatfoot”,**** el corresponsal diplo­ m ático y el m inistro extranjero están unidos por las naturalezas de sus trabajos, e inevitablem ente desarrollan puntos de vista com unes. E n tre los p ro d u cto res-co n su m id o res de noticias que integran el círculo íntim o del público del rep o rtero tam b ién hay rep o rtero s de otros periódicos, que constituyen su m ás am plio grupo de referencia ocupacional. Él sabe que la com petencia les dará a sus notas un cuida­ doso seguim iento, aunque, p aradójicam ente, nad a puede ser m enos com petitivo que un grupo de reporteros sobre la m ism a nota. El novato puede llegar a la escena con la instrucción sobre agresividad de su edi­ tor sonándole en las orejas, pero en breve ap renderá que el m ayor de todos los pecados es robarle la prim icia a un com petidor, y que el cas­ tigo puede ser el ostracism o en el encargo siguiente. Si trab aja desde una sala de prensa fuera de su periódico, tal vez quede com pletam ente absorbido en un grupo de pares de diversos periódicos. E ntonces el "ellos” se refiere a las m esas de m etropolitanas de todos los periódicos y servicios de noticias en la ciudad, que invaden el reposo y la seguridad de los hom bres en su área de cobertura. Bajo esas condiciones, el no * Se aplica con sentido despectivo a la persona bien intencion ada pero poco práctica o idealista. [N. de T.] ** Se aplica con sentido desp ectivo a los intelectuales. [N. de T.] *** En la jerga periodística, el reportero que busca la noticia en las calles. [N. de T.] **** En lenguaje coloquial, agente de policía. [N. de T.]

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c o m p a rtir inform ación es un crim en tal que algunos reporteros "fil­ tra n ” exclusivas a los colegas en su propio periódico, para que la nota parezca venir de “ellos” y no altere las relaciones en la sala de prensa. E n algunas salas de prensa, alguien hace todo el trabajo de cam po, o investigación, m ientras los dem ás juegan a las cartas. Una vez que reu ­ nió los hechos, se los dicta al grupo, y cada cual escribe su propia ver­ sión de la nota o la dicta p o r teléfono a algunos de los correctores de estilo de la sala de m etropolitanas. Si a alguno lo presionan desde su sección puede, p o r acuerdo tácito, realizar algunas llam adas telefóni­ cas m ás p a ra conseguir declaraciones exclusivas, “color” y “ángulos”, pero se lo condenaría si hiciera tal cosa por iniciativa propia. Un repor­ tero agresivo que trabaje p o r su cuenta puede hacer que los dem ás se vuelvan agresivos y, con toda seguridad, acabará con el juego de cartas, que es u n a institución seria en m uchas salas de prensa. En la vieja gua­ rida de prensa (hoy destruida) detrás de la delegación de la policía en M anhattan, el pozo llegaba con frecuencia a los 50 dólares, y a su alre­ dedor se ju n ta b a un gran núm ero de jugadores, incluidos diversos es­ pecím enes de la policía y del ham pa. En los m om entos críticos, el poli­ cía que se hubiera levantado de la m esa iba a to m ar las llam adas de las m esas de m etropolitanas. Los reporteros suprim ían notas p ara evitar que el juego se interrum piera. El grupo era lo suficientem ente unido para evitar que “ellos” descubrieran las noticias, salvo en el caso de las grandes notas, las cuales a m en azab an la seguridad de cualquiera de los reporteros al despertar el apetito por los "ángulos” y las "exclusivas” entre sus editores. Con el fin de protegerse, los reporteros com partían las frases iniciales de sus notas así com o los detalles. Luego de una con­ ferencia de prensa, se reunían, filtraban im presiones y discutían entre ellos cuál era la "nota", hasta llegar a un consenso y ser capaces de h a ­ cer variantes en la m ism a frase inicial: "Y bueno, ¿qué piensas?". "No lo sé.” "No hay tantas cosas nuevas, ¿o sí?” "No, eso de acab ar con la co­ rrupción ya lo había dicho antes." “Tal vez lo de hacer que la policía sea una fuerza civil...” "Sí, eso, una fuerza civil..." La com petitividad tam bién ha bajado a causa del índice de desgaste entre los periódicos. Los reporteros que trabajan en ciudades en las que sólo existe un periódico no necesitan m ás que adelantarse a los servi­ cios de las agencias y de la televisión, que representan diferentes géne­ ros inform ativos y no plantean una com petencia verdadera. Pero si tra ­ bajan en una agencia grande, serán leídos por los reporteros que cubren

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las m ism as notas para los periódicos en otras ciudades. Ellos saben que el m odo en el que esos colegas juzguen su trabajo determ inará su lugar en la jerarquía de estatus de los periodistas acreditados en el lugar. La reputación profesional es un fin en sí m ism o p ara un gran núm ero de reporteros, pero tam bién conduce a ofertas de trabajo. Con frecuencia, el reclutam iento tiene lugar p o r m edio de los reporteros que aprenden a respetarse unos a otros trab ajan d o juntos, del m ism o m odo en que los ascensos son el resultado de las im presiones creadas en el interior del periódico de un reportero. 77ze Times cuenta con u n sistem a de esta­ bilidad laboral: una vez que alguien "ingresó a la planta", puede que­ darse ahí de por vida, pero m uchos de los que se han pasado años en el periódico nunca logran salir de las filas de los veteranos de la sala de m etropolitanas. Por lo tanto, el profesionalism o es un ingrediente im ­ portante en el periodism o escrito: las notas establecen un estatus, y los reporteros escriben para im presionar a sus pares. Los reporteros tam bién obtienen algo de retroalim entación de los am igos y de la fam ilia, quienes buscan sus n otas firm adas y ofrecen com entarios com o éstos: “Estuvo bien la nota sobre Kew Gardens. La sem ana p asada estuve allí, y el lugar en serio se está yendo al dem o­ n io ”. O: "¿R ealm ente Joe N am ath es tan insoportable com o suena?". Los co m en tario s de este tipo pesan m enos que las reacciones de los colegas en el m edio, pero les dan a los reporteros una idea tranquiliza­ dora de que sí se entendió la idea. "M am á” tal vez no sea u n a lectora crítica, pero tranquiliza. Sin ella, p u b licar u n a n o ta puede ser com o ► arro jar u n a piedra a un pozo sin fondo: esperas y esperas, pero nunca ^ oyes el golpe. Asim ism o, los rep o rtero s pueden esp era r alguna reac- __ ción de ciertos segm entos especiales del público: algunos lectores en Kew G ardens o algunos jugadores de fútbol. B uena p arte de esta re ­ troalim entación suele ser negativa, pero los reporteros aprenden a p a ­ sa r por alto el descontento entre los grupos de intereses especiales. Lo que les cuesta trabajo im aginar es el efecto de sus notas sobre el p ú ­ blico "m asivo”, que probablem ente no sea en m odo alguno "m asivo”, sino u n a colección heterogénea de grupos e individuos. E n resum en, yo creo que Pool y S hulm an se equivocan al asu m ir que la escritura de las noticias está determ inada por la im agen que tiene el reportero del público en general. Tal vez los periodistas tengan alguna im agen de eso —aunque lo dud o —, pero escriben teniendo en m ente toda u n a serie de grupos de referencia: sus correctores de estilo, sus di-

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versos editores, sus diversos grupos de colegas en la m esa de m etropoli­ tanas, las fuentes y los sujetos de sus artículos, los reporteros de otros periódicos, sus amigos y fam iliares y los grupos de intereses especiales. Cuál de ellos va p rim ero puede variar de un escrito r a otro y de una nota a otra. Pueden im poner exigencias com petitivas y contradictorias en un reportero. Acaso encuentre imposible conciliar la idea de "la nota” que ha recibido del editor que se encarga de asignar las coberturas, la del editor de m etropolitanas, la del editor nocturno de m etropolitanas, la del corrector de pruebas y la de sus colegas. La m ayor p a rte de las veces, el reportero trata de m inim izar el "ruido” y salir del paso.

L a SOCIALIZACIÓN OCUPACIONAL

Aunque algunos reporteros logren apren d er a escribir en las escuelas de periodism o, en donde Pool y Shulm an seleccionaron los tem as para el grupo de estudiantes en su experim ento, casi todos -in c lu id o s m u ­ chos egresados de la carrera de periodism o- aprenden a escribir noti­ cias trabajando en un periódico. Adquieren las actitudes, los valores y el ethos profesionales m ientras trabajan com o m ensajeros en la sala de m etro p o litan as, y ap ren d en a p ercib ir las noticias y a co m u n icarlas m ientras se van "fogueando"com o reporteros novatos. Al ver salir el hum o de la m áquina de escribir de H om er Bigart ya cerca de la hora del cierre, al llevar su nota recién concluida a los edi­ tores y al leerla en las frías letras im presas al día siguiente, el m ensa­ jero de la redacción interioriza las norm as del oficio. Adquiere el tono de la sala de redacción escuchando. Poco a poco, aprende a so n ar m ás com o un neoyorquino, a h a b la r m ás fuerte, a em plear la jerga de los rep o rtero s y a in cre m e n tar la proporción de p alab ro tas en su habla. Estas técnicas facilitan la com unicación con los colegas y con las fuen­ tes de inform ación. Es difícil, por ejemplo, sacar algo de una conversa­ ción telefónica con un teniente de la policía si uno no sabe cóm o acer­ c a r la boca al au ric u la r y g rita r obscenidades. M ientras d o m in a este estilo, el m ensajero llena su cabeza de valores sin darse cu en ta. Re­ cuerdo claram ente el disgusto en la expresión de un redactor al leer el envío de un corresponsal en el Congo que contenía algunas frases his­ téricas a propósito de las balas que pasaban zum bando por su cuarto de hotel. De nada servía p erd er el control. Otro corresponsal, que h a ­

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bía sido testigo de algunos enfrentam ientos brutales durante la revolu­ ción argelina, m e im presionó con una nota sobre una lagartija que se había atorado en las aspas de su ventilador en la oficina de Argelia. No m encionó la m asacre de argelinos, pero tenía m ucho que decir sobre la dificultad de escribir bajo el rocío de una lagartija descuartizada. No hace falta escuchar a escondidas a los reporteros para captar la esencia de su habla. Ellos hablan sobre sí m ism os, no sobre los personajes de sus notas, del m ism o m odo que los profesores de historia hablan sobre profesores de historia y no sobre Federico II. Con unas pocas sem anas a cargo de llevar las notas, uno aprende cóm o fue que Mike B erger en­ trevistó a Clare Booth Luce, cóm o fue que Abe Rosenthal anatom izó a Polonia y cóm o fue que David H alberstam escribió en co n tra de los herm anos Diem en Vietnam del Sur. De hecho, el habla de The Times está institucionalizada y aparece com o Times Talk, una publicación de la casa en la que los reporteros describen su trabajo. Así que si uno siente tim idez de acercarse a Tom Wicker, todavía se puede leer su ver­ sión sobre cóm o cubrió el asesinato del presidente Kennedy. Al igual que otros oficios, hacer periodism o tiene su propia m itolo­ gía. M uchas veces he escuchado la historia de cóm o Jam ie M acDonald cubrió un bom bardeo sobre Alem ania desde la to rreta de un bom bar­ dero de la F uerza Aérea Real ( r a f ), y cóm o su esposa Kitty, la m ayor o p erad o ra de teléfonos de todos los tiem pos, puso a Mike Berger, el m ejor reportero de la ciudad, en contacto con el gobernador de Nueva York estableciendo un enlace radial hasta un yate en m edio del Atlán­ tico, donde el g o b ern ad o r tra ta b a de p erm an ecer incom unicado. La sala de redacción tard a rá en olvidar el día en el que Edw in L. Jam es asum ió sus labores com o editor en jefe. Llegó con su legendario abrigo de piel, tom ó su sitio en el juego de cartas que se realizaba siem pre de­ trás de las m esas de corrección de estilo, lim pió a todos, y luego se unió a "ellos” en el otro extrem o de la sala, donde a p a rtir de ese día reinó con la m ayor autoridad. Los reporteros se sienten obligados a alcanzar los p arám etros establecidos en el pasado, aunque saben que se deben ver pequeños en com paración con sus m íticos titanes. No im porta que Gay Tálese nunca pueda escribir sobre Nueva York tan bien com o Mike B erger o que Abe R osenthal n u n ca pueda d irigir la jefatu ra editorial con la inteligencia y el encanto de Edw in L. Jam es. El culto a los m uer­ tos da m ás vida a los vivos. E scribíam os p ara B erger y p ara Jam es así com o para los m iem bros vivientes de la sala de m etropolitanas.

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Asimismo, el habla de los rep o rtero s tiene que ver con las co n d i­ ciones de su trabajo: los problem as de la com unicación p o r teléfono y telégrafo en los países en vías de desarrollo, la censura en Israel y en la URSS, las cuentas de gastos. (Yo e ra tan obtuso en lo que concernía a g u ard ar los com probantes de gastos en Londres que ni siquiera llegaba a entender las historias clásicas sobre el corresponsal canadiense que pedía un trineo de perros o la del corresponsal africano que invitaba a los reporteros a p asar fines de sem ana en su villa y luego les daba fal­ sas cuentas de hotel para que las llenaran con el costo de sus gastos. Me tu v iero n que explicar que m is m iserables gastos e sta b a n re d u ­ ciendo el nivel de vida de toda la oficina.) Un reportero de la m esa de m e tro p o lita n a s m e co n tó que tuvo su m o m en to de m ay o r orgullo cuando lo enviaron a cubrir un incendio y descubrió que era una falsa alarm a y volvió con una nota sobre las falsas alarm as. Sentía que ha­ bía tran sfo rm ad o lo trivial en "noticia” encontrándole un nuevo "án­ gulo”. Otro reportero contaba que dejó de ser novato y se hizo veterano cuando cubría la guerra civil en el Congo. Logró com unicarse con Lon­ dres a una hora inusitadam ente tem prana, cuando a ú n no acababa de revisar sus notas. Sabiendo que no era posible posponer la com unica­ ción y que cada m inuto era terriblem ente caro, escribió su artículo a toda velocidad d irectam ente sobre la m áquina del teletipo. Algunos reporteros com entaban que no se sin tiero n com pletam ente profesio­ nales hasta que com pletaron un año corrigiendo estilo en el tu rn o de la noche, tarea que dem anda una gran velocidad y claridad en la escri­ tura. Otros decían que alcanzaron la confianza ab so lu ta luego de cu­ b rir exitosam ente una gran nota que había surgido ju sto al cierre. De m anera paulatina, los reporteros desarrollan u n a sensación de dom inio sobre su oficio, de ser capaces de escrib ir u n a colum na en u n a h o ra sobre cualquier cosa por m ás difíciles que resulten las cir­ cunstancias. El equipo de Londres le tenía un respeto enorm e a la ca­ pacidad de Drew M iddleton de dictar un encabezado nuevo p ara una nota inm ediatam ente después de que lo desp ertaran a la m itad de la noche y le inform aran sobre un nuevo acontecim iento im portante. El no lograr llegar al cierre se tiene por algo abom inablem ente no profe­ sional. Alguien a quien tuve cerca en la sala de m etropolitanas había dejado p asar varios cierres. Hacia las 4 de la tarde, cuando tenía una gran nota, llenaba a escondidas un vaso de papel con bourbon que te­ nía en una botella oculta en el fondo del cajón del escritorio y se lo to­

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m aba de un trago. Los m ensajeros lo sabían m uy bien. De un solo vis­ tazo alcanzaban a ver las agonías de docenas de sujetos ante el cierre. Su trabajo los obliga virtualm ente a la socialización anticipadora entre ellos, ya que no tienen un lugar fijo sino que m erodean por la sala de m e­ tropolitanas, trabajando con los editores y con los correctores de estilo así com o con los rep o rtero s. En breve a p ren d en a leer el sistem a de estatus, y no les cuesta trabajo elegir m odelos de identidad positivos y negativos. Al escuchar conversaciones de trabajo y observar patrones de conducta, asim ilan un ethos: im perturbabilidad, precisión, rapidez, astucia, rudeza, desenvoltura y agresividad. Los reporteros dan la im ­ presión de ser un tan to cínicos en cuanto a los tem as de sus notas y sentim entales en cuanto a sí m ism os. Se refieren al “shoe-leather man" com o si fuera la única persona honesta e inteligente en un m undo lleno de bribones e im béciles. M ientras todos a su alred ed o r m an ip u lan y falsifican la realidad, él se hace a un lado y la consigna. R ecuerdo la m anera en que un rep o rtero introdujo la figura del periodista en una anécdota sobre políticos, publicistas y hom bres de las relaciones públi­ cas: "...y luego ahí estaba este tipo vestido de im perm eable". N unca llegué a ver un im perm eable en The Times. Los rep o rtero s tendían a vestirse en Brook B rothers, lo que podía ser una señal de am bivalencia en cu an to al "establishm ent" que sim u lab an despreciar. Pero ten ían una im agen de sí m ism os vestidos de im perm eable. De hecho, poseían todo un repertorio de im ágenes estilizadas que m oldeaban la m anera en que cubrían las noticias, y adquirían ese peculiar esquem a m ental durante su form ación en el trabajo.

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s t a n d a r iz a c ió n y e s t e r e o t i p o s

Aunque el m ensajero puede llegar a ser rep o rtero p o r m edio de una serie de ritos de pasaje, lo norm al es que se som eta a un proceso de entrenam iento en la jefatura de la policía. Al concluir su "probation”,* com o se lo conoce en The Times, se supone que ya es capaz de enfren­ tar cualquier cosa, pues la nota policial se considera una form a arque* En el sistem a judicial, su sp en sión del ju icio a prueba. En este caso, un período de prueba durante el cual el "aprendiz", irónicam ente, se desem peña en una jefatura de p o­ licía. [N. de T.]

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típ ica de "n o ticia”, y si el rep o rtero logró sobrevivir a la je fa tu ra de policía, entonces ya está listo p ara la Casa Blanca, un paralelism o, por cierto, que sugiere algo del espíritu con el que los reporteros se aproxi­ m an a su m aterial. Me enviaron a la jefatura de policía en Newark, Nueva Jersey, en el verano de 1959, cuando trabajaba p a ra el Newark Star Ledger. En mi prim er día de trabajo, un reportero veterano me llevó a h acer u n reco­ rrido p o r el lugar, el cual llegó a su clím ax en la sección de fotografía. Dado que un fotógrafo de la policía tom a una foto a todos los cadáve­ res que aparecen en Newark, la policía ha formado una colección fabu­ losa de im ágenes de cadáveres despanzurrados y en descom posición (los cuerpos m ás im presionantes son los de las personas ahogadas), y les encanta m ostrarla a los novatos. Los fotógrafos de prensa form an sus propias colecciones, a veces con ayuda de la policía, la cual hace que las p ro stitu tas detenidas posen p a ra ellos. Al volver a la sala de prensa, un fotógrafo del Mirror me obsequió una de sus fotos obscenas de archivo policial y m e m ostró su colección casera de fotos de m uje­ res, en la que estaba su fiancée. Una reportera me preguntó entonces si yo era virgen, lo que provocó u n a ronda de carcajadas entre los ho m ­ bres que estaban jugando al poker. Ella estaba sentada en su silla con los pies sobre la m esa y la falda p o r las caderas, y en un in stante mi rostro pasó del verde al rojo. Una vez concluida la iniciación, continuó la p artid a de poker y se m e envió a h acer el trabajo de cam po p ara to­ dos. Eso se refería a ju n ta r las "hojas de denuncia", o síntesis inform a­ tivas de todos los actos de la policía, en u n a oficina que estaba en el piso superior. Los reporteros dependían de la radio de la policía y de los inform es de los am igos en la fuerza que les inform aban sobre los asuntos im portantes, pero u sab an las hojas de denuncia p ara b u sc ar sucesos fuera de lo com ún con un valor noticioso potencial. Cada hora o algo así llevaba a la sala de prensa un m ontón de denuncias y las leía en voz alta ante la m esa de poker, anunciando aquello que m e parecía u n a nota en potencia. Al poco tiem po m e di cuenta de que no había nacido con un buen olfato para la noticia, pues cuando olía algo perio­ dísticam ente valioso, los veteranos m e decían que eso no era una nota, m ientras que con frecuencia ellos elegían asuntos que a m í no me p are­ cían relevantes. Yo sabía, desde luego, que no hay noticia que sea buena noticia, y que sólo algo espantoso p o día llegar a ser en realidad u n a “b u e n a ” nota. Pero m e tom ó algún tiem po el no em ocionarm e con un

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“d. o. a." (dead on arrival [llegó m uerto], u n a ano tació n que con fre­ cuencia se refiere a los ataques cardíacos) o con un “corte'' (una p uña­ lada, p o r lo general asociada a robos m enores o a pleitos fam iliares, que e ra n tan n u m ero so s que p e rio d ístic a m e n te sig n ific a b an poca cosa). En u n a ocasión, creí to p arm e con una d en u n cia esp ectacu lar -cre o que incluía asesinato, violación e incesto-, y fui directam ente al escuadrón de hom icidios p a ra cerciorarm e. Luego de leer la d e n u n ­ cia, el detective m e m iró con m olestia. “Chico, ¿no ves que es 'negro'? Ésa no es una no ta.” Luego de los nom bres de la víctim a y del sospe­ choso había una letra “N” m ayúscula. Yo no sabía que las atrocidades entre los negros no con stitu ían u n a "noticia". C uanto m ás alto fuera el estatus de la víctim a, m ayor era la nota: ese principio me quedó claro cuando New ark tuvo la suerte de hacerse de la m ayor nota policial del verano. Una bella y rica quinceañera de­ sap areció m isterio sa m en te en el a e ro p u e rto de N ew ark, y de inm e­ diato la sala de prensa se llenó de reporteros estelares provenientes de todo el Este, quienes p resentaron sus notas com o n e w a r k a l a c a z a d e LA JOVEN PERDIDA, DESAPARECE FIANCÉE EN PLENO DÍA y PADRE LLORA A HE­ REDERA s e c u e s t r a d a . N osotros no habíam os conseguido que nuestras secciones publicaran algo m ás que un p árrafo sobre los m ás notorios asaltos y violaciones, pero aceptarían lo que fuera sobre la m uchacha extraviada. Un colega y yo produjim os u n a larga nota sobre sus ú l t i ­ m o s p a s o s , que era nada m ás que u n a descripción del plano del aero­ p u e rto con algunas especulaciones sobre el ru m b o que podía h ab er tom ado la joven, pero resultó que las “colum nas laterales” (notas dedi­ cadas a los aspectos secundarios de un acontecim iento) sobre los ú lti­ m os pasos aco m p añ an con frecuencia a las notas sobre secuestros y desapariciones. No hicim os m ás que apoyarnos en el repertorio trad i­ cional de los géneros. Fue com o h acer galletas con un m olde de galle­ tas antiguo. Las notas grandes se desarrollan en esquem as especiales y tienen un sabor arcaico, com o si se tra tara de m etam orfosis o de notas prim i­ genias que han estado perdidas en la noche de los tiem pos. Lo prim ero que hace un reportero en la m esa de m etro p o litan as luego de recibir un encargo es buscar m ateriales relevantes entre las- historias archiva­ das en la "morgue". Por lo tanto, la m ano m uerta del pasado se encarga de m oldear su percepción del presente. C uando acaba con la m orgue, realiza unas cuantas llam adas telefónicas y tal vez algunas entrevistas

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o pesquisas fu era d e la oficina. (Me di cuenta de que los reporteros gas­ tab a n m uy p o co las s u e la s de sus zapatos, pero que, en cambio, sus cuentas de teléfono e r a n enorm es.) Pero la nueva inform ación que ob­ tiene debe c ab er en las categorías que el reportero heredó de sus prede­ cesores. De a h í q u e e n su form a m uchos artículos son notablem ente sem ejantes, ya sea q u e tra ten sobre "noticias fidedignas” o sean "artícu­ los de fondo” m ás estilizados. Los historiadores del periodism o en Es­ tados Unidos -sa lv o H e le n MacGill H ughes, u n a socióloga- parecen h ab er pasado p o r a lto los determ inantes culturales de largo alcance de las "noticias". S in e m b a rg o , los historiadores franceses sí han obser­ vado algunos casos n o tab les de continuidad en su propia tradición pe­ riodística. Una de e sas historias versa sobre un caso de confusión de identidad en el que u n p ad re y una m adre m atan a su propio hijo. Se publicó por p rim e ra vez en un prim itivo pliego de noticias parisino en 1618. Luego pasó p o r u n a serie de reencarnaciones: apareció en Toulouse en 1848, en A ngoulém e en 1881 y, finalm ente, en un periódico argelino, de donde A lbert Camus tomó la nota y la reelaboró en un es­ tilo existencialista p a ra El extranjero y El m alentendido.2 Sin bien los n om bres, las fechas y los lugares no son los m ism os, la form a de la nota es inconfundiblem ente la m ism a a lo largo de los tres siglos. Desde luego que se ría absurdo sugerir que las fantasías de los pe­ riodistas viven bajo el acoso de m itos prim itivos com o los que imagi­ n aro n Jung y L évi-Strauss, pero la escritura de las noticias está muy influida por los estereotipos y los prejuicios de lo que debe ser "la nota". Es imposible org an izar la experiencia sin categorías preestablecidas de lo que constituye u n a “noticia”. Existe una epistem ología de los fait divers [nota roja]. T ransform ar una hoja de denuncia en un artículo re­ quiere tener entrenados la percepción y el m anejo de imágenes, clisés, “ángulos", "sesgos” y escenarios estandarizados, todo lo cual provocará la respuesta convencional en la m ente de los editores y de los lectores. Un e scrito r a stu to im pone u n m olde viejo en u n a m ateria nueva de m odo que p ro d u zc a alguna tensión (¿el sujeto se ad ecu ará al p red i­ cado?), y luego la resuelve apoyándose en lo que es familiar. De ahí la satisfacción de Jones con su frase inicial. Él com enzó entregando una im agen estandarizada, el árbol que crece en Brooklyn, pero cuando el

2 j p Se«uin N o u velles à se n sa tio n : Canards du XIXe siècle, P ans, 1959, pp. 187-190.

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lector em pezaba a preguntarse qué rum bo tom aría, Jones pasó rápida­ m ente al acontecim iento del día: el prem io al hom bre del año. "Un flo­ rista es prem iado por hacer crecer árboles en Brooklyn”, piensa el lec­ tor. "¡Qué agradable!” Es lo agradable de la adecuación lo que produce la sensación de satisfacción, com o el b ien estar que sucede a la lucha por m eter el pie en una bota estrecha. El truco no funcionará si el escri­ tor se aleja dem asiado del repertorio conceptual que com parte con su público y de las técnicas para usarlo que aprendió de sus predecesores. La ten d en cia al uso de estereo tip o s no significaba que la m edia docena de rep o rtero s en la je fa tu ra de policía de N ew ark escrib iera exactam ente lo m ism o, aunque n uestros textos eran m uy sim ilares y com partíam os toda n u e stra inform ación. Algunos rep o rtero s favore­ cían ciertos enfoques. Una de las dos m ujeres que por lo regular esta­ ban en la sala de prensa cada tan to se com unicaba p o r teléfono a las oficinas distritales de la policía preguntándoles: "¿Ha habido ú ltim a ­ m ente alguna fiesta sexual de adolescentes?”. Como era la experta re ­ conocida en la m ateria, ella escribía las notas de sexo entre adolescen­ tes que los dem ás no tocábam os. Del m ism o m odo, un especialista en incendios entre los reporteros de M anhattan -u n hom bre extraño con u n a pata de palo y revólver al cin to - escribía m ás noticias de incendios que cualquier otro. P erm anecer com o un "regular" en la sala de prensa de la policía tal vez dem ande algún tipo de congruencia entre el tem ­ peram ento y el tem a, y tam bién cierta dureza. Aprendí a ser bastante indiferente a los "cortes" y a los "saltadores” (los suicidas que se a rro ­ jan desde los edificios), pero nunca logré reponerm e de la im presión ante la habilidad de los reporteros p ara obtener notas de "reacción” al notificarles a los padres sobre la m uerte de sus hijos: "‘Siem pre fue un niño tan bueno', exclamó la señora M acN aughton, su cuerpo sacudido por el llanto”. Cuando necesitaba citas com o la anterior, solía inventar­ las, com o lo hacían algunos de los otros, u n a tendencia que tam bién aportaba algo a la estandarización pues sabíam os lo que debían haber dicho la “m adre acongojada” y el "padre desolado”, y posiblem ente los escucháram os decir lo que nosotros teníam os en la m ente m ás que lo que estaba en las suyas. Las notas de "color” o las notas de fondo deja­ ban un espacio m ayor a la im provisación, pero tam bién ellas caían en patrones convencionales. Las historias de anim ales, por ejem plo, eran m uy bien recibidas en la m esa de m etropolitanas. Hice u n a sobre los caballos del cuerpo de policía y, después de que fue publicada, me en­

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teré de que m i periódico ya había sacado m ás o m enos la m ism a histo­ ria, por lo m enos dos veces en los últim os diez años. Al te rm in a r m i verano en Newark, h ab ía escrito un gran núm ero de notas, pero en n in g u n a de ellas se m e h ab ía dado crédito. Un día, sin ten er nada m ejor que hacer, me puse a ver una hoja de denuncia sobre un chico al que le habían robado su bicicleta en un parque. Sa­ bía que m i m esa no la to m aría, pero de todos m odos escribí cu atro párrafos sobre eso, con el fin de practicar mi escritura, y se los m ostré a uno de los regulares en u n a pausa del juego de poker. No se puede escrib ir ese tipo de n o tas com o si se tra ta ra de u n co m u n icad o de prensa, m e explicó. Y en un m inuto o algo así escribió *a m áquina una versión co m p letam en te distin ta, inventando los detalles que n ecesi­ taba. E ra m ás o m enos así: Billy siempre depositaba los 25 centavos de su asignación semanal en una alcancía. Quería comprarse una bicicleta. Por fin llegó el gran día. Eligió una reluciente Schwinn de color rojo y la sacó para dar una vuelta por el parque. Todos los días a lo largo de una semana recorrió con orgullo la misma ruta. Pero ayer tres maleantes le salieron al paso en la mitad del par­ que. Lo tiraron de la bicicleta y escaparon con ella. Golpeado y sangrando, Billy caminó con dificultad hasta su casa en busca de su padre, George F. Wagner, en el 43 de la calle Elm. "Hijo, no te preocupes", le dijo. "Yo te voy a comprar una bicicleta nueva y podrás usarla para repartir periódicos y ga­ nar el dinero para pagarme." Billy tiene la esperanza de empezar a trabajar pronto. Pero nunca más volverá a andar en bicicleta por el parque. Le hablé por teléfono al señor W agner con un nuevo grupo de pregun­ tas: ¿Le daba u n a asignación a Billy? ¿Billy g u ardaba sus ahorros en una alcancía? ¿De qué color era la bicicleta? ¿Qué fue lo que le dijo el señor W agner a Billy después del robo? En breve, tuve los detalles sufi­ cientes para llenar la nota en su nuevo esquem a. La volví a escribir en el nuevo estilo y al día siguiente apareció en u n recuadro especial, en la m itad superior de la prim era página y con mi firma. La nota produjo una buena respuesta, sobre todo en la calle Elm, donde los vecinos orga­ nizaron una colecta para u n a nueva bicicleta, según m e contó el señor W agner m ás adelante. El com isionado de parques se m olestó y habló por teléfono p ara explicar lo bien que se patrullaban los parques y que se estaban tom ando nuevas m edidas para proteger a los ciudadanos en

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la zona de la calle Elm. Me sorprendió descubrir que yo había tocado varias fibras al m anipular sentim ientos e imágenes conocidos: el niño y su bicicleta, la alcancía de sus ahorros, los desalm ados m aleantes, el padre comprensivo. La nota sonaba curiosam ente anticuada. Salvo por la bicicleta, el asunto pudo haber sucedido a m ediados del siglo xix. Varios años después, m ientras investigaba sobre la cultura popular en F rancia e Inglaterra al com ienzo de su historia m oderna, m e topé con historias que tenían un parecido im presionante con las que había­ m os escrito jn la sala de p ren sa de la jefa tu ra de policía en New ark. Los chapbooks, las baladas en pliegos sueltos y los penny dreadfuls in­ gleses, y los canards, las images d'Epinal y la bibliothéque bleue* fran ­ ceses b rindan los m ism os m otivos, que tam bién aparecen en la litera­ tu ra infantil y que tal vez deriven de las tradiciones orales antiguas. Alguna canción infantil o u n a ilustración de M am á Oca pudieron h a ­ ber perm anecido en un rincón sem iconsciente de mi m ente m ientras escribía la historia de Billy y los m aleantes. Yo tenía una muñequita la guardaba en mi bolsillo y le daba maíz y yerbita; vino un orgulloso mendigo y dijo que la quería y se robó mi muñequita. [I had a little moppet I kept it in my pocket And fed it on corn and hay; Then carne a proud beggar And said he would have her, And stole my little moppet away.]

* C hapbooks abarca diversas form as de libros eco n ó m ico s de b olsillo, populares en Inglaterra entre los siglos xvi y xix; penny dreadfuls eran pu blicaciones sem anales en se­ rie, de tono violento, im presas en papel de periódico, que se vendían por un penique en el siglo x d c ; canards eran panfletos en los que se im prim ían rum ores y chism es, m edias verdades o m entiras, así com o historias fantásticas, durante el siglo x v i i ; im ages d'Epinal eran grabados de m adera m uy pop ulares en el sig lo x ix con tem as trad icion ales y de historia m ilitar y bibliothéque bleu eran p u b licacion es populares entre los siglos x v i i y xix im presas en papel de m ala calidad y con tapas azules. [N. de T.]

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E n su versión original, las canciones infantiles solían e sta r pensadas p a ra adultos. Cuando los periodistas em pezaron a escrib ir sus h isto ­ rias p ara un público “popular", lo hacían com o si se estuvieran com u­ nicando con niños, o “le peuple, ce grand enfant", com o dice el francés. De ahí el carácter condescendiente, sentim ental y m oralista del perio­ dism o popular. Sin em bargo, sería erróneo concebir la difusión cu ltu ­ ral sólo com o un proceso de “filtración hacia abajo", pues las corrien­ tes descienden desde la elite del m ism o m odo en que su b en desde el pueblo llano. Los Cuentos de m am á Oca de Perrault, La flauta mágica de M ozart y el Entierro en O m ans de Courbet ilustran el juego dialéc­ tico en tre la "alta” y la "baja" cu ltu ra en tres géneros d u ran te tres si­ glos. Desde luego que no sospechábam os que los determ inantes cultu­ rales e stab an m oldeando la m an e ra en la que escribíam os sobre los crím enes en New ark, pero no nos sen táb am o s en fre n te de n u estras m áquinas de escribir con n u estras m entes com o u n a tabula rasa. De­ bido a nuestra tendencia a ver acontecim ientos inm ediatos en lugar de procesos de largo plazo, no veíam os el elem ento arcaico en el p erio ­ dism o. Pero nuestra m ism a concepción de la "noticia" era el resultado de form as antiguas de n a rra r “historias”. Los artículos de los tabloides y las noticias sobre crím enes acaso sean m ás estilizados que los textos que aparecen en The New York Times, aunque me topé con u n a buena dosis de estandarización y estereotipos en las notas de la oficina londinense de The Times, cuando trabajé allí entre 1963 y 1964. Como había pasado m ás tiempo en Inglaterra que los otros corresponsales en la oficina, m e creía m ejor capacitado que ellos p ara ofrecer u n a im agen m ás veraz del país; pero m is colaboraciones eran tan estilizadas com o las de ellos. Teníamos que tra b a ja r dentro de las convenciones del oficio. Cuando cubríam os notas diplom áticas, los voceros de prensa de Relaciones Exteriores nos daban una versión ofi­ cial, u n a explicación off-the-record y un análisis de fondo de cuanto necesitábam os saber. La inform ación venía tan cu idadosam ente em ­ p a c ad a que era difícil desenvolverla y aco m o d arla de o tra m anera; com o resultado, las notas diplom áticas sonaban m uy parecidas. Al es­ cribir notas de "color”, era casi im posible escapar a los clisés estadouni­ denses sobre Inglaterra. La m esa de internacionales devoraba todo lo que tuviera que ver con la fam ilia real, s ir W inston C hurchill, cockneys, pubs, los Ascot y Oxford. Cuando Churchill estaba achacoso, es­ cribí u n a nota sobre la m u ltitu d que se reu n ía frente a su ventana y

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cité a un hom bre que había alcanzado a verlo brevem ente y comentó: "Blimey [por Dios] es h e rm o so ”. La co m binación cockney-Churchill resultaba irresistible.* The Times la sacó en la prim era plana, y la reco­ gieron una docena de periódicos, los servicios de cable y las revistas de noticias. Pocos corresponsales extranjeros h ab lan la lengua del país que están cubriendo. Pero esa desventaja no les m olesta porque, si tie­ nen olfato p ara las noticias, no precisan lengua ni oídos; es m ás lo que le agregan a los acontecim ientos que cubren que lo que sacan de ellos. En consecuencia, escribíam os sobre la Inglaterra de Dickens, y nues­ tros colegas en París re tra ta b a n la F ran cia de V ictor Hugo, con una pizca de M aurice Chevalier. Tras dejar Londres, volví a la sala de redacción de The Times. Una de m is prim eras n otas tra ta b a de u n "m aniaco hom icid a” que había dispersado las extrem idades de sus víctim as debajo de los um brales de varias puertas del West Side. La escribí com o si estuviera redactando un viejo canard: “Un hom m e de 60 ans coupé en morceaux. [...] Détails horribles!!!”.3 Al concluir la nota, m e llamó la atención uno de los grafitis garabateados en las paredes de la sala de prensa de la jefatura de la policía de M anhattan: "Im prim im os todas las noticias que quepan".** El escritor quiso decir que sólo si hay espacio es posible incluir artícu­ los en el periódico, pero tal vez estuviera expresando una verdad m ás profunda: las notas de los periódicos deben adecuarse a las preconcepciones culturales de lo que es una noticia. Sin em bargo, 8 m illones de personas viven todos los días su vida en la ciudad de Nueva York, y me sentía rebasado por la disparidad entre su experiencia y las historias que leían en The Times. El encuentro de u n a persona con dos periódicos a duras penas ofrece el m aterial suficiente p a ra co n stru ir u n a sociología de la escritura de noticias. No m e atrev ería a p ro n u n cia rm e sobre el significado de la experiencia de otro reportero, pues nunca pasé de la fase de novato y no trabajé en periódicos que califiquen com o periodism o "am arillista” * Se refiere a la interjección "Blimey", deform ación de cockney de G od blind me [Que D ios m e ciegue] en una frase que alude a Churchill. [N. de T.] 3 J. P. Seguin, op. cit., p. 173. ** En inglés, "All the new s that fits w e print". El térm ino "fits" en el contexto de esta frase puede significar tanto "ser la m edida correcta” co m o tam bién "ser ad ecu ad o”, tal com o lo aclara el autor en la frase siguiente. [N. de T.]

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o "de calidad". Los estilos de periodism o varían según el tiem po, el lu­ g ar y el carácter de cada periódico. La form a en la que el periodism o se escribe en E stados Unidos es distinta de la de Europa, y así ha sido a lo largo de la historia de este país. Es probable que B enjam ín Franklin no se preocupara p o r el ethos ocupacional cuando escribía u n a nota, acom odaba los tipos, tirab a las planchas, d istrib u ía los ejem plares y ju n tab a los ingresos de The Pennsylvania Gazette. Pero desde la época de Franklin, los periodistas se h a n visto involucrados en com plejas re­ laciones profesionales, en la sala de prensa, en la oficina y en la calle. Con la especialización y la p rofesionalización, h a n respondido cada vez m ás a la influencia de su g ru p o de pares profesionales, la cual ex­ cede p o r m ucho la de cualesquiera im ágenes que ellos tengan del p ú ­ blico en general. Al h acer énfasis en esta influencia, no p reten d o m in im izar otras. Los sociólogos, los especialistas en ciencia política y los expertos en com unicación han producido u n a am plia litera tu ra sobre los efectos de los intereses económ icos y so b re las inclinaciones políticas en el periodism o. Me parece, sin em b arg o , que no h a n logrado e n te n d e r cóm o tra b a ja n los rep o rtero s. El e n to rn o del trab ajo le da form a al contenido de las noticias y, asim ism o, las notas tom an form a bajo la influencia de las técnicas narrativas heredadas. Esos dos elem entos de la escritura de las noticias pueden parecer contradictorios, pero se dan sim ultáneam ente cuando el rep o rtero se “form a", cuando es m ás vul­ nerable y m aleable. Al p asar p o r esta experiencia form ativa, se fam ilia­ riza con las noticias, com o un b ien que se confecciona en la sala de prensa y com o una m anera de ver el m undo que de algún m odo llegó a The New York Times proveniente de M amá Oca.

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VI. LA EDICIÓN: UNA ESTRATEGIA I)E SUPERVIVENCIA PARA AUTORES ACADÉMICOS* I J s t e d ES u n a u t o r i n é d i t o , desconocido, y acaba de term in ar u n a tesis m>bre la política u rb an a en el m edio oeste de Estados Unidos; o consi­ guió una cátedra perm anente en la década de 1960 pero no ha publi• lulo ningún trabajo, aunque sus am igos le aseguran que alguna editoi n i u n iv e rsita ria dev o rará su m a n u sc rito so b re la e s tru c tu ra de la m etáfora en Jane Austen; o es un veterano del salón de conferencias y «Hiiere sa c a r su curso sobre "B izancio entre O riente y O ccidente" en lo n n a de libro. ¿Qué es lo que hace? C iertam ente tiene problem as, ya ■lite los tiem pos adversos en la educación superior y en el terreno edii. ríodo de cuatro años en el consejo editorial de Princeton University Press. Dado que lim pié mis archivos -q u e no eran propiam ente “arch i­ vos", sino siete carpetas de cartó n llenas de dictám enes de lectores y de las actas de las reuniones del consejo-, puedo ofrecer una descripi ión del proceso editorial a la p e rso n a a quien m ás afecta pero que tam bién es la que m enos sabe so b re él, a saber: el a u to r académ ico. I’i inceton sigue algunos procedim ientos que no existen en otras editoi lales, pero su experiencia es absolutam ente típica de las m ejores edi­ toriales universitarias. De m odo que u n inform e sobre la m anera en la (|iie se aceptan los m anuscritos en Princeton será de alguna ayuda para los autores que tra ten con editoriales en algún lugar del m undo de la publicación erudita.

* Este ensayo se publicó en The American Scholar, núm . 52, 1983, pp. 533-537. Describe rl proceso de edición académ ica tal y com o lo observé desde el consejo editorial de Princelon University Press desde 1978 hasta 1982. Desde entonces, los procedim ientos editoria­ les lian cam biado un tanto; el núm ero de m anuscritos que se envían y de libros publicados lia seguido increm entándose, y el carácter de las m onografías continúa siendo el m ism o. I .os títulos que se citan aquí, los cuales ilustran este aterrador monografism o, provienen de las obras que se enviaron a la im prenta durante los cuatro años que estuve en su consejo. 105

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E n prim er lugar, mi querido autor, usted debe saber que las proba­ bilidades están en contra suya. Me las im agino de nueve a uno o diez a uno, calculando el núm ero de m anuscritos que se entregan en relación con los que se aceptan. A p e sar de los tiem pos difíciles que han gol­ peado a la vida académ ica, o a cau sa de ellos, las entregas se in cre­ m en ta n casi anualm ente. E n el año fiscal de 1972, el prim ero p ara el que contam os con inform ación, P rinceton University Press recibió 740 m anuscritos. En 1981, recibió 1.129: un increm ento del 52%. E n 1972 aceptó 83 m anuscritos. En 1981, aceptó 118: un increm ento del 42%. En retrospectiva, el m odelo se ve claro: la presión de las entregas a u ­ m entó de m anera uniform e a lo largo de la década de 1970, se disparó e n tre 1976 y 1977, y rom pió la m arca de los m il en 1980. P rinceton University Press respondió al diluvio de m anuscritos increm entando el flujo de libros, de m odo que ah o ra planea aceptar unos 120 al año, si lo perm iten las condiciones financieras. E ste es u n trabajo enorm e tan to p a ra el consejo editorial, que en cad a ju n ta e n fre n ta decisiones m ás d u ras, com o p a ra los editores, quienes deben arreglárselas con las sucesivas oleadas de m anuscritos y em itir un núm ero creciente de respuestas negativas a u n a población cada vez m ayor de autores desencantados. Desde el punto de vista del autor, el proceso se ve a u n m ás feo. E n un año d eterm inado, su m a­ nuscrito será uno entre los 1.100 que Princeton University Press consi­ derará, y usted tiene la esperanza de que sea uno de los 120 que acep­ ten p ara su publicación. P ara que eso suceda, el m anuscrito tiene que lib ra r una serie de obstáculos. Debe llam ar la atención del editor, ga­ narse la aceptación de dos o a veces de tres lectores, q u ed ar incluido en el corte p relim in ar que se realiza en la reu n ió n previa del consejo editorial y sobrevivir a la ú ltim a selección en la reu n ió n m ensual del consejo editorial, en la que cuatro profesores elegirán u n a docena de m anuscritos entre un total de 15 a 19. No hay un cupo fijo, pero siem ­ p re hay perdedores, y cada año hay m ás en tan to la co m petencia se vuelve m ás dura. ¿Cóm o ganar? D espués de revisar m is carp etas de cartón, he dado con una respuesta: u n a infalible estrategia de supervi­ vencia p ara los autores en seis sencillas estratagem as. I. No hay que entregar un libro. Hay que entregar u n a serie. En Prince­ to n rech azam o s los libros p o r centenas, pero h a sta donde sé n u n ca hem os rechazado series, y en la época en la que estuve en el consejo

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publicam os m edia docena. O tras editoriales hacen lo m ism o, en espei ial en las ciencias n atu rales, donde es m ás fuerte la tendencia a las series. Si usted es sim plem ente un h u m an ista, p o d ría p ro p o n er una serie sobre la condición h u m an a y deslizar luego com o p rim e r volu­ men su m onografía sobre Jane Austen o sobre la política u rbana en el medio oeste de Estados Unidos. II. Si tiene que proponer un libro, que sea un libro sobre las aves. Nunca rechazam os las guías de cam po y hemos aceptado libros sobre aves de cualquier lugar de la Tierra: Colombia, África Occidental, Rusia, China, Australia... No puede perder, al m enos no con Princeton. Hay otros te­ mas que son irresistibles p ara otras editoriales. Usted puede p robar ca­ tálogos sobre casas de cam po en Yale y recetarios de cocina en Harvard. III. Si no puede e la b o rar u n a guía sobre aves, elija alguno de los si­ guientes tem as: W illiam Blake; S am uel B eckett; la n o bleza de casi t ualquier provincia de F rancia entre los siglos xvi y xvm; u n a nueva teoría de la justicia; una traducción de cualquier cosa en japonés, pero preferentem ente poesía, que se "vincule” y se localice en algún punto del período com prendido entre el año 2000 a. C. y 1960, aunque cual­ quier otro período sirve. IV. Tácticas. No basta ú n icam en te elegir el tem a adecuado. H ay que abordarlo de la m anera adecuada, y las técnicas varían según el campo. Por ejemplo: Política. El lector de P rinceton University Press debe po d er decir en su dictam en: "Este estudio com bina una investigación profunda de datos em píricos con u n a contribución im portante a la teoría". Yo reco­ m iendo en especial la industria m inera en Perú y la teoría de la depen­ dencia, o el cobre boliviano y la m odernización, en una adecuada ver­ sión revisionista. Letras. Usted tiene que dem ostrar que conoce todo sobre la últim a teoría de crítica literaria proveniente de París y de New H aven y que no cree en ella. Historia del arte. Que sea esotérica. Los vitrales del siglo xm sirven, pero tienen que ser de B orgoña, no de París ni de C hartres. Siem pre lim e la posibilidad de ofrecer u n catalogue raisonné de alguna colec­ ción, aunque creo que hem os agotado al M etropolitan M useum of Art.

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Historia. Diga que es antropología. Antropología. Diga que es historia. Historia y antropología. Use el recurso del m acrocosm os-m icrocosmos. En historia, debe ser capaz de contem plar el universo en un grano de arena, digamos: Springfield, M assachusetts, en el siglo x v i i i . E n a n ­ tropología, debe lograr co n stru ir un universo sim bólico a p a rtir de un rito de pasaje, digamos: un funeral en Java. V. He aquí algunos principios tácticos que hay que seguir, cualquiera sea el cam po del que se trate: Sea interdisciplinario. Mezcle cam pos; esto lo hace parecer m ás in­ novador. E stá perm itido hasta m ezclar m etáforas p ara dem o strar que usted se encuentra en el filo de las fronteras del conocim iento. Im ite a la esposa de un catedrático de Princeton que, d u ran te u n a recepción que la universidad ofrecía a los m iem bros del In stitu te for Advanced Study, com entó a un dignatario visitante: "Es todo un detalle de u ste ­ des, los del Instituto, venir aquí e inter-fertilizam os". Sea atrevido, o mejor, aparéntelo. Diga, en efecto: “Éste es un libro único. Los reto a que se atrevan a publicarlo". Y luego escriba algo co­ m ún y corriente. Cuando estaba en el consejo editorial, m e oprim ía el h o rrip ila n te m onografism o, la ten d en cia a escrib ir m ás y m ás sobre m enos y m enos, a ah o g ar los tem as en erudición, y a red u c ir la p ro ­ porción entre las ideas y las notas a pie de página h a sta el pu n to de fuga. Así que propuse u n a cuota de osadía. íbam os a m edir el riesgo que corríam os en nuestro program a norm al de ediciones abriendo una m edia docena de brechas p a ra los libros no ortodoxos. Pensé que hasta nos podíam os p erm itir co rrer el riesgo de uno o dos libros por editor, con un m ínim o de objeciones de p arte del consejo editorial, de m odo que los editores co n taran con cierta libertad. El resultado fue que si­ guieron llegando las m ism as m onografías, pero en c o m p añ ía de un nuevo argum ento: "Es un libro atrevido; lo van a criticar, pero va a a clarar las cosas”. Esto nos hizo sen tir m ejor a todos. Sea revisionista. Siem pre es bueno d e rrib ar alguna tesis "clásica". Pero tenga cuidado de e n tra r al ciclo en el m om ento exacto, porque la revisión de una revisión lo podría h acer volver a parecer dogm ático. Sea impertinente, un poco riada más. Un m anuscrito que no es sólo atrevido sino tam bién risqué quizá se destaque entre los otros 1.119. Esta estratagem a se recom ienda en especial p ara los índices de conte­

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nido, que son lo que en todo caso alcanzará a leer la m ayor p arte de los m iem bros del consejo. Un ejem plo reciente: "Inversión de la se­ cuencia sexual”, "Situaciones de conflicto p ara la relación entre sexos”, "H erm afroditas cruzados". Este m anuscrito sí lo aceptam os, sin rubor alguno, p a ra n u e stra serie sobre biología de poblaciones. Toda ella trata de aves y abejas, aunque tiene tam b ién u n a sección sobre hála­ nos. N unca m e había puesto a considerar la vida sexual de los bálanos hasta que ingresé al consejo editorial. VI. Escoja el título adecuado. Aquí prevalecen dos principios: la alite­ ración y los dos puntos. La aliteración se da por lo regular en el título principal. Tiene que ser breve, sugerente, poético si es posible, y tan li­ terario que el lector se pueda form ar tan sólo u n a idea vaga del conte­ nido del libro. Luego vienen los dos puntos, seguidos de un subtítulo que dice de qué se tra ta el libro. He aquí algunos ejem plos extraídos de las listas de "M anuscritos entregados” que Princeton University Press recibe casi cada sem ana (tengo que a d m itir que de estos casos elegi­ mos m uy pocos para su publicación): La pausa del péndulo: Portugal entre la revolución y la contrarre­ volución Nótese la prevalencia de la P y el m antenim iento de la aliteración desde el título hasta el subtítulo. Esto es lo que yo llam o el P eter Piper Prin­ cipie. Así: Peligro, pestilencia y perfidia: La fundación del Lucknow colonial, 1856-1877 Pashás, peregrinos y grupos provincianos: El dom inio otom ano en Damasco, 1807-1858 Promesa punitiva: Prisiones en la Francia del siglo xix Pinturas y penitencias: El arte al servicio de la persecución criminal durante el renacimiento florentino ¿Por qué este dom inio de la letra p? No lo sé, a m enos que Peter Piper se haya apoderado del inconsciente colectivo desde la cuna. Pero se aceptan variantes. Se pueden hacer aliteraciones en el subtítulo:

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lio

Las mujeres en la agricultura: Producción y proletarización campesi­ nas en tres regiones de los Andes Y puede u sar otras letras. La en calor:

m

es m uy buena; hace que el lector entre

La m usa mediada: Las traducciones al inglés de Ovidio, 1560-1700 Metáforas de masculinidad: Sexo y estatus en el folclore andaluz La

l

tam bién puede ten er un efecto lúdico, lírico:

Lechos, lazos y linca: Las biografías de los trovadores Tam bién se recom ienda el em pleo de la

r

.

Da rapidez al revisor:

Retórica, Royce y romanticismo: El impacto del idealismo en las teo­ rías del discurso del siglo xix Este últim o título ilustra otro imperativo: ir de lo m ás grande a lo m ás pequeño. Un título debe funcionar com o un em budo. Absorbe al lector al an u n ciarle algo grande en el título principal, luego lo com prim e a través del subtítulo hasta hacerlo desem bocar en u n a m onografía: Reforma, represión y revolución: Radicalismo y lealtad en el noroeste de Inglaterra, 1789-1803 Clase, conflicto y control: Cultura e ideología en dos barrios de Kingston, Jamaica Personalidad y política: Patrones ocultos en el mecenazgo artístico al final de los M edid Alcohol y alboroto: La reforma de la templanza en Cincinnati desde el renacimiento washingtoniano hasta el w c t u Tierra y trabajo: La dependencia económ ica y el orden social en Springfield, Massachusetts, 1636-1703 El círculo íntim o irlandés: La fabricación de pizarra en Illinois bajo la gobernación de Daley Ni granizo ni nieve ni sábado: La controversia sobre el correo dom i­ nical, 1810-1830 Fantasía y fetichismo: Una historia del corsé y otras form as de m o ­ delado corporal en Occidente

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A m anera de refinam iento, se puede a ñ a d ir u n a construcción usando "de... a ...”. Esto da u n a idea de dirección y parece ser especialm ente electivo cuando se alitera con la letra C: De las concesiones a la confrontación: La política de la com unidad m aharen Maharashtra De la costumbre al capital: La novela inglesa y la revolución industrial Del clan a la clase: La relación de la estructura social con el cambio económico y demográfico de San Pablo, Brasil, 1554-1850 En ocasiones, aunque sólo con la m ayor de las cautelas, está perm itido ap a rtarse de la aliteración. Pero p a ra hacerlo hay que ten er m otivos sum am ente fuertes, com o la necesidad de im p re sio n a r al lector con una descarga de poesía: Ramas que se bifurcan: Traducciones medievales inéditas de Ezra Pound La eterna m añana serena: Sim bolism o arquetípico prim itivo en la poesía de Theodore Roethke El toque poético queda m ucho m ejor con los tem as literarios: Acordes extraños, follajes lucientes: Maestría y locura en John R uskin Pero se puede u sa r en la historia del arte: La armadura de luz: Los vitrales en el occidente de Francia, 1250-1325 Y es apto p ara cualquier tem a que sea lo suficientem ente profundo: El secreto del crisantemo negro: Charles Olson y su uso de los escri­ tos de C. G. Jung El efecto poético tam bién se puede lograr por m edio del uso evocativo del artículo indeterm inado: Un tejido complejo: El proceso de escritura en Una sem ana en los ríos Concord y M errim ack de Thoreau con el texto del prim er borrador Un juicio ligero: Sátira y sociedad en la Alemania de Guillermina

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Si se está a favor del artículo determ inado, entonces m ás vale que per­ sista con la aliteración: Los sirvientes del Sultán: La transform ación de la adm inistración provincial otomana, 1550-1650 El luchador licencioso: Un estudio de la convención dramática isabelina y la decadencia de la representación figurativa Pero una im agen lo suficientem ente intensa puede liberarlo de la nece­ sidad de aliterar. De hecho, esto puede c o n ju ra r a toda una civiliza­ ción, en especial si la im agen evoca algún territo rio en el hem isferio oriental: Patos m andarines y mariposas: La ficción popular en las ciudades chinas de principios del siglo xx El oso en la tierra de la calma m atutina: La política soviética hacia Corea, 1964-1968 La pagoda, el cráneo y el samurái Este últim o título es un ejem plo raro del triunfo de la poesía sobre los dos puntos. Pero nunca hay que p rescin d ir de un subtítulo, a m enos que se tenga la absoluta seguridad del poder de la poesía, com o en: El tañido de las trompetas en la noche desierta Sigo sin saber de qué se tratab a este libro, ni tam poco cuál era el tem a de otro m anuscrito sin subtítulo que recibim os recientem ente: Princi­ palmente el caos. Parece tener algo que ver con la física. Una ú ltim a clase de excepciones se vincula con los m ovim ientos no ortodoxos, en los cuales se tom a p o r sorpresa al lector en lugar de cautivarlo con im ágenes y sonidos. Con la estratagem a del título abarcador, se supone que d e p o sita rá al lector en algún lugar, p o r lo que puede h acer a u n lado la aliteración: M arxismo y dominación: Una teoría de la liberación sexual, política y tecnológica neohegeliana, fem inista y psicoanalítica Psicoestética, psicologismo, psicología: Una investigación fenom enológica de sus relaciones

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Usted puede incluso tra ta r de apelar al sentido del h u m o r del lector: E n las rocas: Geología de Gran Bretaña Telar con vista: Vincent van Gogh “A Son Métier” La vida en prosa: Lecturas de las primeras novelas francesas Y, p o r últim o, usted puede tra ta r de darle al lecto r en m edio de los ojos: El im perativo fálico: A nálisis y crítica de las prioridades sexuales m asculinas Ciertamente: Una refutación del escepticismo D ebería concluir con ese tono positivo. Pero al e n u m e rar las e stra te ­ gias que tienen a la m ano los autores académ icos, tengo que confesar cierto escepticism o acerca de cualquier certidum bre relacionada con el negocio editorial, así com o mi adm iración secreta p o r dos profeso­ res. El prim ero es un físico que le puso a su libro Apuntes de conferen­ cia sobre Ciencias Astrofísicas 522; el segundo, un biólogo que tituló el suyo H ábitos de anidam iento de los escarabajos. N inguno de los dos, m e apena decirlo, llegó a im prim irse.

Maestra de escuelá republicana, 1793.

VII. ¿QUÉ ES LA HISTORIA DEL LIBRO?* l i v r e ” en F rancia, “Geschichte des B uchw esens” en Ale­ m ania, "history o fb o o k s ” o bien “o f the book" en los países angloparlantes: su nom bre varía de un lugar a otro, pero en todas partes se la reconoce com o u n a relevante nueva disciplina. T am bién p o d ría lla­ m ársela h istoria social y cultural de la com unicación por m edio de la im prenta, si el título no fuera poco atractivo, pues su objetivo es en ­ tender la form a en que las ideas se han transm itido por m edio de los caracteres im presos y cóm o la difusión de la palabra im presa ha afec­ tado el pensam iento y la conducta de la hu m an id ad en el tran scu rso de los últim os quinientos años. Algunos historiadores del libro llevan sus indagaciones a la etapa previa a la invención del tipo móvil. Va­ rios estudiosos de los im presos se c o n c en tra n en los periódicos, en los pliegos sueltos y en otras form as adem ás de los libros. El cam po se pu ed e ex ten d er y a m p lia r de m u ch as m an eras; pero so b re todo tiene que ver con los libros desde el tiem po de G utenberg, un área de investigación que en los últim os años se ha desarrollado ta n rá p id a ­ m ente que p arece que lo g ra rá u n lu g ar al lado de cam pos com o la historia de la ciencia y la h istoria del arte en el canon de las discipli­ nas del conocim iento. Pase lo que pase con la h isto ria del libro en el futuro, su pasado m u estra cóm o u n a ram a del conocim iento puede a d q u irir u n a iden ti­ dad académ ica propia. Surgió de la convergencia de varias disciplinas en un conjunto de problem as com unes, todos ligados al proceso de la com unicación. Inicialm ente, los problem as asum ieron la form a de p re­ guntas concretas en ram as del saber sin ninguna relación entre ellas: ¿C uáles fu ero n los textos orig in ales de S h ak esp eare? ¿Cuál fue la causa de la Revolución Francesa? ¿Cuál es la conexión que existe en-

“I I i s t o i r e DU

* Este ensayo se publicó originalm ente en Daedalus, verano de 1982, pp. 65-83. P os­ teriorm ente, intenté desarrollar sus tem as en un ensayo sobre la historia de la lectura (véase el capítulo ix) y en "Histoire du livre-G eschichte des Buchw esens: An Agenda for Com parative History", en Publishing History, núm . 22, 1987, pp. 33-41. 117

I.A PALABRA IM PRESA

Ire la cu ltu ra y la estratificación social? Al ocuparse de estas pregim tas, los esp ecialistas e n c o n tra ro n que sus cam in o s se cru z a b a n en una tierra de nadie localizada en la intersección de media docena di* cam pos de estudio. D ecidieron c o n stitu ir un cam po de investigación propio, e invitar a h istoriadores, estudiosos de la literatura, sociólo­ gos, bibliotecarios y a todos aquellos que d esearan com prender al li bro com o u n a fuerza en la h isto ria. La h isto ria del libro com enzó ;i te n e r sus p ro p ia s revistas especializad as, sus centros de investiga ción, sus congresos y sus c irc u ito s de conferencias. R eunió ta n to a los veteranos de la trib u com o a jóvenes osados.* Y aunque todavía no lia ad optado contraseñas o saludos secretos o su propia población de doctores, sus adh eren tes se p ueden reco n o cer por un brillo en la mil .»da. Pertenecen a una causa com ún, uno de los pocos sectores de l.r. ricm las hum anas donde existe u n ánim o de expansión y ráfagas de nuevas ideas. • A decir verdad, la historia de la historia del libro no comenzó ayer. Si> i ('m onta a la erudición del R enacim iento, si no más allá; y com enzó i>yright), a n alizaro n el contenido de las bibliotecas privadas y ra s ­ trearon c o rrien tes ideológicas en géneros ignorados com o la biblioiln\jue bleue (prim itivos libros en rústica). Los libros raros y las bellas ediciones no les in te resa ro n ; se c o n c en tra ro n , en cam bio, en los li­ bros m ás com unes y corrientes porque querían d escu b rir la experien« ¡a literaria de los lectores com unes y corrientes. P re se n ta ro n fenó­ m enos conocidos, com o la C o ntrarreform a y la Ilustración, bajo una luz nada conocida al m o stra r h a sta qué p u n to la c u ltu ra tradicional superó a la vanguardia en el su sten to literario de la sociedad entera. Si bien no form aron u n conjunto de conclusiones definitivas, dem os­ tra ro n la relevancia de p la n te a r nuevas p re g u n ta s, u tiliz a r nuevos m étodos y beber de nuevas fu en tes.1 El ejem plo de estos nuevos historiadores del libro se extendió por E uropa y Estados Unidos, reforzando las tradiciones locales, com o los estudios sobre la recepción en Alemania y la historia de la im prenta en Inglaterra. Reunidos p o r u n a vocación com ún y anim ados p o r su en tu ­ siasm o p o r las ideas nuevas, los historiadores del libro em pezaron a conocerse, p rim ero en cafés, luego en conferencias. C rearon nuevas revistas: Publishing History, Bibliography Newsletter, Nouvelles du livre ancien, Revue française d ’histoire du livre (nueva serie), Buchhandelsgeschichte y Wolfenbiitteler Notizen zur Buchgeschichte. F undaron nue­ vos centros: el In stitu t d'E tu d e du Livre en París, el A rbeitskreis für Geschichte des Buchw esens en W olfenbüttel, el C enter for the Book en

1 Para ejemplos de este trabajo, véanse, además de los libros mencionados en el en­ sayo, Henri-Jean Martin, Livre, p o u vo irs et société à Paris au XVIIe siècle (1598-1701), 2 vols., Ginebra, 1969; Jean Quéniart, L'Imprimerie et la librairie à Rouen au XVIIIe siècle, Pa­ ris, 1969; René Moulinas, L'Imprimerie, la librairie et la presse à Avignon au xvm e siècle, Grenoble, 1974, y Frédéric Barbier, Trois cents ans de librairie et d'im prim erie: Berger-Levrault, 1676-1830, Ginebra, 1979, en la serie Histoire et civilisation du livre, la cual incluye varias monografías escritas con criterios muy semejantes. La mayor parte de los trabajos franceses ha aparecido en forma de artículos en la Revue française d ’h istoire du livre. Para una revisión del campo realizada por dos de sus más importantes contribuyentes, véase Roger Chartier y Daniel Roche, "Le livre, un changement de perspective”, en Faire de l ’histoire, París, 1974, ni, pp. 115-136, y "L’Histoire quantitative du livre", en Revue française d ’h istoire du livre, núm. 16, 1977, pp. 3-27. Para valoraciones afines realizadas por dos compañeros de ruta estadounidenses, véanse Robert Damton, "Reading, Writing, and Publishing in Eighteenth-Centuiy France: A Case Study in the Sociology of Literature”, en Daedalus, invierno de 1971, pp. 214-256, y Raymond Bim, "Livre et Société After Ten Years: Formation of a Discipline”, en Studies on Voltaire an d the Eighteenth-Century, núm. 151, 1976, pp. 287-312.

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L.A PALABRA IM PR ESA

la Library of Congress. Coloquios especiales -q u e se han celebrado, en­ tre otros, en Ginebra, París, Boston, Worcester, W olfenbüttel y Atenas, p o r no c ita r m ás que algunos de la década de 1970- disem inaron sus investigaciones a escala internacional. E n el breve lapso de dos déca­ das, la historia del libro se volvió un cam po de estudios rico y variado. De hecho, resultó tan rico que actualm ente m ás que un cam po p a­ rece u n bosque tropical. El explorador apenas puede avanzar. A cada paso se enreda en u n a m araña exuberante de artículos en revistas es­ pecializadas y pierde el n im b o en los entrecruzam ientos de las disci­ plinas: la bibliografía analítica a p u n ta en tal dirección; la sociología del conocim iento, en tal otra; m ientras que la historia, las letras y la litera tu ra co m p arad a delim itan territo rio s que se superponen. El in­ v e stig a d o r es a co sad o p o r las reiv in d ic a cio n e s de la novedad - “la nouvelle bibliographie matériele”, "la nueva historia literaria"-, y lo con­ funden m etodologías que com piten entre sí, que lo ponen a confrontar ediciones, com pilar estadísticas, descifrar las leyes de propiedad inte­ lectual, abrirse paso entre resm as de m anuscritos, jad e a r m anejando la barra de una im prenta com ún reconstruida y psicoanalizar los pro­ cesos m entales de los lectores. La h isto ria del libro está ta n llena de disciplinas auxiliares que ya no es posible distinguir su contorno gene­ ral. ¿Cóm o puede el h isto riad o r del libro descuidar la h isto ria de las bibliotecas, de la publicación, del papel, de la im prenta, de la lectura? Pero ¿cóm o puede d o m in ar sus tecnologías, sobre todo cuando éstas se presentan en im portantes m arcos extranjeros tales com o Geschichte der Appellstruktur y Bibliométrie bibliologique? Esto es suficiente para que uno desee retirarse a una biblioteca de libros raros y estim ar m ar­ cas de agua. P ara to m ar cierta distancia de los desbordam ientos interdiscipli­ narios y observar el tem a en su conjunto, podría ser útil p ro p o n er un m odelo general para analizar el m odo en que los libros nacen y se es­ p arcen p o r la sociedad. Es cierto que desde de la invención del tipo móvil las condiciones han variado de u n lugar a otro y de una época a otra, p o r lo que sería vano esperar que la biografía de cualquier libro se apegue a un solo m odelo. Pero los libros im presos siguen m ás o m e­ nos el m ism o ciclo de vida. Éste puede describirse com o un circuito de com unicación que va del au to r al lector pasando p o r el editor (si el li­ brero no desem peña este papel), el im presor, el distribuidor, el librero y el lector. El lector com pleta el circuito porque influye sobre el a u to r

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lanto antes com o después del acto de com posición. Los m ism os auto­ res son lectores. Al leer y asociarse a otros lectores y escritores, form an las nociones de género y estilo, así com o u n a idea general de la em ­ presa literaria, lo que afecta sus textos, ya sea que com pongan sonetos a la m anera de Shakespeare o que redacten instrucciones p ara ensam ­ blar un equipo de radio. Un escritor puede responder en sus escritos a las críticas de su obra o a n tic ip a r las reacciones que su texto provo­ cará. Se dirige a lectores im plícitos y recibe los com entarios de críticos explícitos. Así se cierra el circuito. Transm ite m ensajes, tran sfo rm án ­ dolos en el cam ino, cuando pasan del pensam iento a la escritura, a los textos im presos y regresan de nuevo al pensam iento. La historia del li­ bro a ta ñ e a cada fase de este proceso y a éste com o un todo, en el transcurso de sus variaciones en el espacio y en el tiem po y en todas sus relaciones con los otro s sistem as -eco n ó m ico , social, político y c u ltu ral- del m undo circundante. Se tra ta de u n a em presa enorm e. P ara m an te n er su tare a dentro de p roporciones m anejables, los h isto riad o res del libro p o r lo gene­ ral sep aran un segm ento del circuito de com unicación y lo analizan según los p ro ce d im ie n to s de u n a sola disciplina: la im p resió n , p o r ejem plo, la cual estudian p o r m edio de la bibliografía analítica. Pero las partes sólo tienen significación plena si están unidas al todo, y es indispensable ten er u n a visión de co njunto del libro en tan to m edio de com unicación si se quiere evitar que su h isto ria se fragm ente en especializaciones esotéricas, separadas u nas de otras p o r técnicas es­ pecíficas y p o r u n a incom prensión m u tu a. El m odelo que aparece en la figura vn. 1 ofrece u n a m an era de visualizar todo el proceso de co­ m unicación. Con ajustes m enores, se debe po d er a p licar a todos los períodos de la h isto ria del libro im preso (los m an u scrito s y las ilus­ traciones serán objeto de o tro estudio), pero p referiría d iscutirlo en rela ció n con la época que m ejo r conozco, el siglo xvm , y seguirlo fase p o r fase, m o stran d o cóm o cada u n a de éstas se en cu en tra unida a (1) otras actividades que u n a p erso n a d eterm in ad a está llevando a cabo en un punto d eterm in ad o del circuito, (2) otras personas ub ica­ das en el m ism o m o m en to en otros circuitos, (3) o tra s perso n as en otros puntos del m ism o circuito y (4) otros elem entos de la sociedad. Las tre s p rim e ra s c o n s id e ra c io n e s se re fie re n d ire c ta m e n te a la tra n sm isió n de un texto, m ie n tra s que la c u a rta c o n ciern e a las in ­ fluencias externas, que p ueden variar h asta el infinito. En aras de la

F ig u ra

v n . 1.

El circuito de la comunicación

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M'iu illez, reduje la últim a a las tres categorías generales en el centro *1*1 diagram a. Los m odelos se las arreglan p ara expulsar a los seres hum anos de l.i historia. P ara darle algo de vida a este m odelo y m o strar cóm o co­ in a sentido en un caso concreto, lo aplicaré a la historia de la publicai ión de Questions sur l'Encyclopédie de Voltaire, u n a im portante obra de la Ilu stració n que influyó en la vida de un gran n úm ero de perso­ nas del libro del siglo xviii. Se puede e stu d ia r el circuito de la tra n s­ m isión de esta obra en cualquier punto: en la fase de su com posición, por ejem plo, cuando Voltaire redacta su texto y organiza su difusión con el fin de p rom over su ca m p a ñ a c o n tra la in to lera n c ia religiosa, como sus biógrafos lo han m ostrado; o bien en la fase de la im presión, cuando el análisis bibliográfico perm ite establecer la m ultiplicación de las ediciones; o hasta en la fase de su introducción en las bibliotecas, donde, según los estudios estadísticos de los historiadores literarios, las obras de Voltaire ocupan un espacio im presionante.2 No obstante, quisiera to m ar en consideración el vínculo m enos fam iliar del proceso de difusión: el papel del librero, teniendo com o ejem plo a Isaac-Pierre Rigaud de Montpellier, p ara exam inarlo por m edio de las cuatro consi­ deraciones antes m encionadas.3

1. El 16 de agosto de 1770, Rigaud hizo un pedido de trein ta ejem plares de la edición en octavo en nueve volúm enes de Questions sur l'En­ cyclopédie, que la Société typographique de N euchâtel ( s t n ) había co­ m enzado a im p rim ir poco tiem po antes en el principado prusiano de N euchâtel en el lado suizo de la frontera franco-suiza. Por lo general,

2 Como ejemplos de este enfoque, véanse Théodore Besterman, Voltaire, Nueva York, 1969, pp. 433-434; Daniel Momet, "Les Enseignements des bibliothèques privées (17501780)", en Revue d ’histoire littéraire de la France, núm. 17, 1910, pp. 449-492, y los estu­ dios bibliográficos que ahora se preparan bajo la dirección de The Voltaire Foundation, que reemplazarán a la superada bibliografía de Georges Bengesco. 3 El siguiente relato se basa en las 99 cartas en el expediente de Rigaud que se en­ cuentra en los archivos de la Société typographique de Neuchâtel, Bibliothèque de la vi­ lle de Neuchâtel, Suiza (en adelante, s t n ), más algún otro material relevante procedente de los enormes archivos de la s t n .

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Rigaud prefería leer al m enos algunas páginas de un nuevo libro antes de hacer una solicitud, pero consideró que las Questions... representa ban un negocio tan bueno que se arriesgó a proveer su depósito de un buen núm ero de ejem plares sin h a b e r visto antes la obra. Rigaud no tenía ninguna sim patía personal por Voltaire. Al contrario, deploraba la ten d e n c ia de este philosophe a re to c a r sin c e sa r sus libros, a ñ a ­ diendo y enm endando pasajes al m ism o tiem po que cooperaba con las ediciones piratas, a espaldas de los editores originales. Tales prácticas provocaban quejas de los clientes, quienes o b jetaban la recepción de* textos inferiores, o insuficientem ente audaces. "Es extraño que al final de su carrera, M onsieur de Voltaire no p u ed a todavía abstenerse de en g añ ar a los libreros", se quejaba R igaud con la s t n . "Esto no sería nada si todos estos ardides, fraudes y supercherías no recayeran m ás que en su autor. Pero desgraciadam ente se acusa de ello com únm ente a los im presores, y aun m ás a los libreros m inoristas".4 Voltaire les ha­ cía la vida difícil a los libreros, pero vendía bien. La m ayor parte de los otros libros del negocio de Rigaud no tenía nada de volteriano. Sus catálogos de ventas m u estra n que en cierto m odo se especializó en libros de m edicina, que eran siem pre m uy soli­ citados en M ontpellier, gracias a la fam osa facultad de m edicina de la universidad. Rigaud tenía tam bién una discreta sección de libros pro­ testantes porque M ontpellier se en co n trab a en territorio hugonote. Y cuando las autoridades hacían la vista gorda, m etía unas cuantas re ­ m esas de volúm enes p ro hibidos.5 Pero p o r lo general abastecía a sus lectores con libros de todo tipo, que sacaba de un inventario por valor de p o r lo m enos 45 mil libras tom esas, el m ayor de M ontpellier y pro­ bablem ente de todo Languedoc, según un inform e del subdélégué del intendente.6 La m anera en la que Rigaud hacía sus pedidos a la st n da una idea del carácter de su em presa. A diferencia de otros grandes com ercian­ tes provincianos, quienes especulaban con una centena de ejem plares de un solo libro, o au n m ás, cuando o lfateaban un best seller, él rara 4 Rigaud a la s t n , 27 de julio de 1771. 5 El esquema en los pedidos de Rigaud se ve en sus cartas a la s t n y en los "Livres de Commission” de la s t n , en donde la s t n registraba los pedidos. Rigaud incluyó catálogos de sus principales stocks en sus cartas del 29 de junio de 1774 y del 23 de mayo de 1777. 6 Madeleine Ventre, L’Im prim erie et la librairie en Languedoc au dernier siècle de VAn­ cien Régime, París y La Haya, 1958, p. 227.

¿(JIJÉ E S LA H ISTO RIA DEL LIBRO?

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ve/, en carg ab a m ás de m edia docena de u n a sola obra. Leía m uchí\¡m o, co n su ltab a a sus clientes, efectuaba sondeos aprovechando su correspondencia com ercial y estudiaba los catálogos que le enviaban la s t n y sus otros proveedores (en 1785, el catálogo de la s t n incluía 750 títulos). Entonces escogía una decena de títulos y encargaba justo los ejem plares suficientes para p rep arar un cajón de 50 libras, el peso m ínim o req u erid o p ara un envío al precio m ás bajo cob rad o por los conductores de carretas. Si los libros se vendían bien, volvía a efectuar un pedido; pero generalm ente se lim itaba a órdenes m uy pequeñas, y hacía cuatro o cinco al año. Así, conservaba su capital, m inim izaba los riesgos y form aba u n a reserva tan im portante y variada que su noy,o ció se volvió un centro distribuidor para todo tipo de dem anda litera ria en la región. El esquem a de los pedidos de Rigaud, que se destaca claram ente en los libros de cuentas de la s t n , m u estra que a sus clientes les olie cía un poco de todo: libros de viajes, historias, novelas, obras religio­ sas y ocasionales tra ta d o s científicos o filosóficos del m om ento. I .n lugar de seguir sus propias preferencias, parecía tra n sm itir m uy exac­ tam en te la d em an d a y vivir conform e a las reglas p revalecientes de pru d en cia en el com ercio del libro, que otro de los clientes de la st n resum ió así: “El m ejor libro p ara un librero es un libro que vende”.7 Teniendo en cu e n ta su cautelosa m an e ra de h a c er negocios, que R i­ gaud d ecid iera e n c arg a r p o r a n tic ip a d o tre in ta juegos de los nueve volúm enes de Questions sur l’Encyclopédie resulta especialm ente inte­ resante. Rigaud no h a b ría invertido tan to dinero en u n a sola ob ra si no hubiera estado seguro de la dem anda, y sus últim os pedidos m ues­ tra n que había calculado correctam ente. El 19 de junio de 1772, poco después de rec ib ir el últim o e m b arq u e del últim o volum en, R igaud encargó o tra docena de juegos; y dos años después pidió otro s dos, aunque p ara entonces la st n ya había agotado sus reservas. H abía im ­ preso u n a edición de 2.500 ejem plares, casi el doble de su tirad a h ab i­ tual, y los libreros se hab ían m atado en el apuro p o r conseguirlo. De suerte que el pedido de Rigaud no fue u n a aberración. E xpresaba una corriente de volterianism o que se había extendido a lo largo y a lo a n ­ cho del público lector del Antiguo Régim en.

7 B. André a la

stn ,

22 de agosto de 1784.

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gaud. ¿Por qué la st n no trabajaba m ás rápido? ¿No se daba cuenta de que lo hacía perder clientes en beneficio de sus com petidores? Si ellos no eran capaces de ofrecerle entregas m ás rápidas a m ás bajo precio, en adelante Rigaud se vería obligado a dirigirse a Cramer. Cuando los volúm enes uno a tres llegaron finalm ente de Neuchátel, los volúm enes cuatro a seis de G inebra ya estaban a la venta en las casas de otros li­ breros. R igaud com paró los textos, palab ra por palabra, y com probó que la edición de la s t n no incluía el m aterial adicional que ellos de­ bían rec ib ir de form a secreta de p a rte de Voltaire. E ntonces, ¿cóm o podía h a c er valer la ventaja de las "adiciones y c o rreccio n es” en su cam p añ a pub licitaria? Llovieron las recrim in acio n es en tre M ontpellier y N euchátel, y m o straro n que Rigaud estaba dispuesto a explotar h a sta la ú ltim a pulgada de la m en o r v entaja que p u d iera co n seg u ir sobre sus com petidores. Es m ás, revelaron asim ism o que Questions sur l'Encyclopédie se estaba vendiendo en todo M ontpellier aunque su c ircu lació n e stab a legalm ente p ro h ib id a en F rancia. Lejos de e sta r confinada al com ercio clandestino de personajes m arginales com o “la m adre de los estudiantes", la ob ra de V oltaire se convirtió en un ar­ tículo m uy apreciado en la carrera p o r la obtención de ganancias en el corazón m ism o del com ercio establecido del libro. M ientras ciertos com erciantes com o Rigaud sacaran las uñas a propósito de los envíos de estos libros, V oltaire po d ía e s ta r seguro de que estab a log ran d o p ro p a g a r sus ideas a través de las p rin cip ales líneas del sistem a de com unicación de Francia.

3. El papel de Voltaire y de C ram er en el proceso de difusión plantea el problem a de cóm o se inserta la operación de Rigaud en las otras e ta­ pas del ciclo de vida de Questions sur l’Encyclopédie. Rigaud sabía que no h ab ía conseguido u n a p rim era edición: la s t n h abía enviado u n a circular a sus principales clientes en la que les explicaba que rep ro d u ­ ciría el texto de Cramer, pero con correcciones y adiciones su m in istra­ das p o r el propio autor, p o r lo que su versión sería m ejor que la origi­ nal. Uno de los directores de la s t n había ido a ver a Voltaire a Ferney en abril de 1770 y h a b ía regresado con la pro m esa de que reto c aría las hojas im presas que iba a rec ib ir de C ram er y las enviaría a Neu-

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cliatel para una edición p ira ta .12 M uchas veces Voltaire em pleó argui ias de este tipo. Le perm itían m ejorar la calidad y a u m e n tar la canti­ dad de sus libros, lo que servía a su principal propósito, que no era el di- hacer dinero, pues no vendía su prosa a los im presores, sino propa­ gar la Ilustración. Sin em bargo, el tem a de la ganancia financiera m an­ tenía en m ovim iento al resto del sistem a. Así que cuando C ram er supo que la s tn preten d ía invadir su m ercado, protestó ante Voltaire; este ni lim o retiró la prom esa que había hecho a la stn , y la s tn se vio obli­ gada a acep tar u n a versión diferente del texto, que recibió de Femey, pero sólo con adiciones y correcciones m ínim as.13 De hecho, este con­ tratiem po no perjudicó sus ventas, pues el m ercado tenía espacio de sobra p ara ab so rb er ediciones, no sólo la de la STN sino tam bién una que M arc M ichel Rey realizó en A m sterdam , y pro b ab lem en te otras. Los libreros tenían su lista de proveedores, y escogían en función de las ventajas adicionales que podían obtener en m ateria de precios, ca­ lidad, rapidez y confiabilidad en las entregas. R igaud tra ta b a regular­ m ente con los editores de París, Lyon, R uán, Aviñón y G inebra. Los ponía a com petir entre sí, y a veces pedía el m ism o libro a tres o cuatro tie ellos p a ra asegurarse de recibirlo antes que sus com petidores. Al trabajar varios circuitos a la vez, aum entaba su m argen de m aniobra. I'ero en el caso de Questions sur l’Encyclopéáie, superaron su habilidad de m an io b ra y se vio obligado a recibir su m ercancía p o r la tortuosa ruta de Voltaire-Cramer-Voltaire-STN. Esa ru ta no hacía m ás que llevar el m anuscrito del au to r al im pre­ sor. Para que las hojas im presas llegaran a Rigaud en M ontpellier pro­ venientes de la stn debían seguir uno de los itinerarios m ás complejos del circuito del libro. E xistían dos. Uno iba de N euchátel a G inebra, Turin, Niza (que todavía no era francesa) y M arsella. Tenía la ventaja de evitar el territo rio francés -y, p o r lo tanto, el peligro de confisca­ ción-, pero su p o n ía rodeos y gastos enorm es. Los libros deb ían e n ­ viarse a través de los Alpes y p a sar por todo un ejército de interm edia­ rios antes de llegar al depósito de Rigaud: tra n sp o rtista s, barqueros, carreteros, cuidadores de depósitos, capitanes de navio y estibadores. Los m ejores tran sp o rtistas suizos afirm aban que eran capaces de h a ­ cer llegar un cajón a Niza en un m es por 13 libras tom esas, 8 sous, por 12s t n a Gosse y Pinet, libreros de La Haya, 19 de abril de 1770. 13s t n a Voltaire, 15 de septiembre de 1770.

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cada 100 libras de peso, pero sus estim aciones resu ltaro n m uy bajas. La ru ta directa N euchátel-M ontpellier p o r Lyon y la ribera del Ródano era rápida, barata y fácil, pero peligrosa. Al ingresar a Francia, los ca jones debían ser sellados e inspeccionados por el grem io de libreros y por el inspector real del libro en Lyon; luego, reexpedidos e inspeccio­ nados una vez m ás en M ontpellier.14 Siem pre prudente, Rigaud pidió a la st n que enviara los prim eros volúmenes de Questions sur l’Encyclopédie por la ru ta larga, pues sabía que su agente de Marsella, Joseph Coulomb, era de fiar p ara introducir los libros en Francia sin contratiem pos. Éstos salieron el 9 de diciembre de 1771, pero no llegaron sino después de m arzo, cuando los com petido­ res de Rigaud ya estaban vendiendo los tres prim eros volúm enes de la edición de Cramer. El segundo y el tercer volumen llegaron en julio, pero sobrecargados de gastos de transporte y estropeados por una m anipula­ ción brutal. “Parece que estam os a cinco o seis mil leguas de distancia", se quejó Rigaud, añadiendo que lam entaba no haber pasado su pedido a Cramer, cuyos envíos ya iban por el tom o seis.15 Para entonces, la st n ya estaba tan preocupada por la pérdida de clientes en todo el sur de Fran­ cia que lanzó una operación de contrabando en Lyon. Su hom bre, un li­ brero m arginal llamado Joseph-Louis Berthoud, hizo pasar el cuarto y el quinto volumen frente a las narices de los inspectores del ram o, pero su negocio quebró; y para em peorar las cosas, el gobierno francés decretó un im puesto de 60 libras tornesas por cada 100 libras en todas las im ­ portaciones de libros. La stn volvió a la ruta de los Alpes, ofreciendo lle­ var los envíos hasta Niza por 15 libras tornesas cada 100 libras de peso, si Rigaud asum ía el resto de los gastos, incluidos los derechos de impor­ tación. A Rigaud le pareció que estos derechos significaban un golpe tan duro p ara el comercio internacional que suspendió todos sus pedidos a los proveedores extranjeros. La nueva política arancelaria hacía que el camuflaje de libros ilícitos como obras legales y su pasaje por los canales comerciales norm ales alcanzara precios prohibitivos. En diciem bre, Jacques Deandreis, el agente de la st n en Niza, reci­ bió un em b arq u e del sexto volum en de Questions sur l’Encyclopédie

14 Este relato se basa en la correspondencia de la s t n con intermediarios a lo largo de las rutas, sobre todo los transportistas Nicole y Galliard, de Nyon, y Secrétan y De la Serve, de Ouchy. 15 Rigaud a la s t n , 28 de agosto de 1771.

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ilr .l¡nado a Rigaud p o r el puerto de Séte, supuestam ente cerrado a la im portación de libros. Al c o m p ren d er que p rácticam en te h ab ía desliilíelo el com ercio del libro extranjero, el gobierno francés bajó la tai ila a 26 libras tornesas p o r cada 100 libras de peso. Rigaud propuso • (im partir gastos con sus proveedores: él pagaría u n a tercera parte si t ilos aceptaban asum ir las otras dos. Esta proposición le convenía a la m n ; pero en la prim avera de 1772, Rigaud decidió que la ru ta de Niza i*i a dem asiado onerosa bajo cualquier circunstancia. Tras escuchar sulu ientes quejas de sus otros clientes p ara llegar a la m ism a conclusión, la st n envió a uno de sus directores a la ciudad de Lyon y persuadió a un com erciante leonés confiable, J.-M. B arret, p a ra que recibiera sus em barques p o r m edio de la corporación local y los enviara a sus clien­ tes de provincia. Gracias a este convenio, los tres últim os volúm enes de Questions sur l'Encyclopédie llegaron a Rigaud en el curso del verano. Un esfuerzo co n tin u o y gastos considerables hab ían sido necesa­ rios para que todo el pedido llegara a M ontpellier, y Rigaud y la STN no d ejaro n de re a ju s ta r sus ru ta s de apro v isio n am ien to u n a vez te rm i­ n a d a esta tra n sa c c ió n . Com o las p resio n e s económ icas y po líticas cam b iab an sin cesar, se vieron obligados a rea ju sta r constantem ente sus arreglos en el com plejo m undo de los interm ediarios, quienes enla­ zaban a las im prentas con las librerías y, a fin de cuentas, d eterm in a­ ban el género de literatura que llegaba a los lectores franceses. No es posible establecer la m anera en la que los lectores asim ila­ ron sus libros. El análisis bibliográfico de todos los ejem plares localizables indicaría qué variedades del texto fueron accesibles. Un estudio de los archivos notariales de M ontpellier po d ría d a r una idea del n ú ­ m ero de ejem plares que fueron legados en herencia, y los catálogos de las subastas p o d rían p e rm itir evaluar la can tid ad de volúm enes con­ servados en las bibliotecas privadas. Pero debido al estado actual de la docum entación, ignoram os la identidad de los lectores de Voltaire o cóm o resp o n d iero n a su texto. La lectu ra a ú n sigue siendo la etapa m ás difícil de estudiar en el circuito que siguen los libros.

4. Todas las etapas se vieron afectadas por las condiciones sociales, eco­ nóm icas, políticas e intelectuales de la época; pero p ara Rigaud, estas

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influencias generales se hicieron sentir dentro de un contexto local. I I vendía libros en u n a ciudad de 31 m il habitantes. A p esar de su prós­ pera industria textil, M ontpellier era esencialm ente un anticuado con tro religioso y adm inistrativo, m uy bien dotado de instituciones cultu rales, incluidas una universidad, u n a academ ia de ciencias, 12 logias m asónicas y 16 com unidades m onásticas. Y com o era la sede de los E stados Provinciales de Languedoc y una intendencia, y contaba tam ­ bién con un conjunto de cortes, la ciudad tenía u n a fuerte población de abogados y funcionarios reales. Si eran com o sus hom ólogos en otros centros provinciales,16 es probable que rep re sen ta ra n u n a fuente de clientes p ara Rigaud y que se interesaran en la literatura de la Ilustra­ ción. En su correspondencia, Rigaud no llegó a hacer alusión al m edio social de sus clientes, pero señaló que reclam aban las obras de Voltaire, R ousseau y Raynal. Se suscribieron m asivam ente a la Encyclopédie, e incluso encargaron tratados ateos com o Sistema de la naturaleza y Fi­ losofía de la naturaleza. M ontpellier no era u n p áram o intelectual, y era un terreno propicio p ara los libros. “El com ercio del libro está m uy extendido en esta ciudad", escribió un observador en 1768. “Los libre­ ros han tenido bien surtidos sus locales desde que los habitantes desa­ rrollaron el gusto por las bibliotecas.”17 Estas condiciones favorables aún existían cuando Rigaud encargó sus Questions sur VEncyclopédie. Pero a principios de la década de 1770 com enzó u n a época difícil; y en la de 1780, com o la m ayoría de los li­ breros, R igaud se quejó de u n severo descenso en su ram o. Según la a c ep ta d a relación de C. E. L abrousse, toda la econom ía francesa se contrajo en esos añ o s.18 En efecto, las finanzas del E stado cayeron en picada; de ahí el d esastro so ara n c e l so b re el libro de 1771, que fue parte del inútil em peño de Terray por reducir el déficit acum ulado du-

16 Robert Darnton, The B usiness o f Enlightenm ent: A P ublishing H istory o f the E ncy­ clopédie 1775-1800, Cambridge ( m a ), 1979, pp. 273-299 [trad, esp.: El negocio de la Ilus­ tración . H istoria ed ito ria l de la E ncyclopédie, 1775-1800, trad, de M árgara Averbach y Kenya Bello, México, Fondo de Cultura Económica, 2006], 17 Anónimo, "État et description de la ville de Montpellier, fait en 1768", en M ontpel­ lier en 1768 et en 1836 d'après deux m a n u scrits inédits, ed. de J. Berthelé, Montpellier, 1909, p. 55. La fuente principal del relato es esta rica descripción contem poránea de Montpellier. 18 C. E. Labrousse, La Crise de l ’écon om ie française à la fin de VAncien R égim e et au débu t de la Révolution, Paris, 1944.

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i .mli* la G uerra de los Siete Años. Asimismo, el gobierno intentó impeilu la introducción de libros piratas y prohibidos, prim ero, por m edio . It - un trabajo policíaco m ás severo entre 1771 y 1774, y luego, por una reform a general del com ercio del libro en 1777. Al final de cuentas, es!;is políticas a rru in a ro n el com ercio de R igaud con la STN y con las otras casas editoriales que hab ían crecido en las fronteras francesas durante los prósperos años de m ediados del siglo. Los editores extran­ jeros producían tan to ediciones originales que no pasaban la censura francesa com o ediciones piratas de los libros que publicaban los edito­ res parisinos. Como los parisinos habían logrado un m onopolio virtual sobre la in dustria legal del libro, sus rivales en las provincias form aron alianzas con las casas extranjeras y h acían la vista gorda cuando los envíos del exterior llegaban p ara su revisión en las cám aras sindicales (chambres syndicales ) de provincia. Bajo Luis XIV, el gobierno se sirvió del grem io p arisin o p a ra rep rim ir el com ercio clandestino de libros, pero esta vigilancia se relajó cada vez m ás bajo Luis XV, hasta que dio com ienzo un nuevo p e río d o de severidad con la caída del m in istro Choiseul (diciem bre de 1770). Así, las relaciones de Rigaud con la stn se in sertaron perfectam ente en un esquem a político y económ ico que había dom inado el com ercio del libro desde com ienzos del siglo xvm y que em pezó a esfum arse al m ism o tiem po en que los prim eros cajones con las Questions sur VEncyclopédie se en c o n trab a n en cam ino entre N euchâtel y M ontpellier. P odrían a p a re c er otros p atro n es en o tras investigaciones, ya que no hace falta aplicar el m odelo de la m ism a m anera y ni siquiera aplicar alguno. No pretendo que la historia del libro deba escribirse conform e a u n a fórm ula estándar, sino que trato de m o strar que sus elem entos inconexos se p ueden a g ru p a r en un solo esquem a conceptual. O tros histo riad o res del libro pueden p referir patro n es diferentes. Algunos, com o M adeleine Ventre, pueden concentrarse en el com ercio del libro en la región de L anguedoc o en la bib lio g rafía general de V oltaire, com o lo han hecho Giles Barber, Jérôm e Vercruysse y otros, o incluso en el patrón general de la producción del libro en el siglo xvm francés, a la m an era de F rançois F uret y R obert E stiv als.19 Pero m ás allá de 19 Madeleine Ventre, L'Imprimerie et la librairie en Languedoc..., op. cit.] François Fu­ ret, “La 'librairie' du royaume de France au xvme siècle", en François Furet et a i, Livre et

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cóm o definan su tema, sólo obtendrán una plena significación si lo re­ lacionan con todos los elem entos que conform aron un circuito desti nado a la transm isión de textos. Para m ayor claridad, regresaré una ve/ m ás sobre el circuito m odelo, señalando las cuestiones que ya han sido exam inadas con éxito o que parecen propicias para la investigación.

I. A u t o r e s

A p e sa r de la p ro life rac ió n de b iografías de g ran d es e scrito res, las condiciones fundam entales de la au to ría siguen siendo oscuras en la m ayor p arte de las etapas de la historia. ¿En qué m om ento los escri­ tores se lib eraro n del m ecenazgo de la acau d alad a nobleza y del E s­ tad o p a ra vivir de su plum a? ¿Cuál era la n atu raleza de u n a carre ra literaria y cóm o se seguía? ¿Cómo lidiaban los escritores con editores, im presores, libreros, críticos y e n tre sí? H asta que no se co n teste a estas preguntas no com prenderem os cabalm ente el proceso de tra n s­ m isión de los textos. V oltaire pud o c o n c e rta r alian zas secretas con editores piratas porque p a ra vivir no dependía de su plum a. Un siglo después, Zola proclam ó que la independencia de un escrito r provenía de vender su pro sa al m ejor postor.20 ¿Cóm o se dio esta tra n sfo rm a ­ ción? El tra b a jo de Jo h n L ough em p ieza a p ro p o rc io n a r u n a re s ­ puesta, pero se puede rea liz a r u n a investigación m ás sistem ática so­ bre la evolución de la república de las letras en F rancia gracias a los inform es de la policía, los alm an aq u es literario s y las b ib liografías {La France littéraire da los nom bres y publicaciones de 1.187 autores en 1757 y 3.089 en 1784). E n A lem ania, la situ ació n es m ás o scu ra debido a la frag m en tació n de los E stad o s alem anes an tes de 1871. P ero los in v estig ad o res a le m an e s c o m ie n za n a a b re v a r en fuentes co m o Das Gelehrte Teutschland, que m en c io n a a 4 m il a u to re s en 1779, y a establecer los lazos en tre autores, editores y lectores en los

so ciété dans la France du xviue siècle, París y La Haya, 1965, vol. 1, pp. 3-32, y Robert Estivals, La S ta tistiq u e bibliograph iqu e de la France so u s la m onarchie au x v m e siècle,

París y La Haya, 1965. La obra bibliográfica será publicada bajo los auspicios de The Voltaire Foundation. 20 John Lough, Writer an d Public in France: From the Middle Ages to the Present Day, Oxford, 1978, p. 303.

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estudios regionales y m onográficos.21 M arino Berengo m ostró que en Italia se puede llegar a num erosos conocim ientos sobre las relaciones autor-editor.22 A. S. Collins sigue ofreciendo u n a excelente relación sobre la a u to ría en In g laterra, aunque haya que po n erla al día y ex­ tenderla m ás alia del siglo x v i i i .23

II. E d it o r e s El papel clave de los editores com ienza a precisarse con m ayor clari­ dad gracias a los artículos que aparecen en Journal o f Publishing History y m o n o g rafías com o The World of Aldus M anutius, de M artin Lowry; Charles Dickens and His Publishers, de R obert Patten, y Entre­

preneurs o f Ideology. Neoconservative Publishers in Getmany, 1890-1933, de Gary Stark. Pero la evolución del ed ito r com o u n a figura diferen­ ciada, en contraste con el m aestro librero y el impresor, aún necesita de un estudio sistem ático. Los historiadores apenas han com enzado a abre­ var en los docum entos de los editores, aunque éstos son la m ás rica de todas las fuentes p ara la historia del libro. Los archivos de Cotta Verlag en M arbach, por ejem plo, contienen al m enos 150 mil piezas; sin em ­ bargo, sólo han sido exam inadas con relación a Goethe, Schiller y otros escritores célebres. F u tu ras investigaciones con seguridad obtendrán m ucha inform ación concerniente al libro com o fuerza en la Alemania del siglo xix. ¿Cómo celebraban los editores los contratos con los auto­ res? ¿Establecían alianzas con los libreros? ¿Negociaban con las autori­ dades políticas? ¿Cómo adm inistraban sus finanzas, aprovisionam ien­ tos, rem esas y publicidad? Las respuestas a estas preguntas llevarán a la 21 Para estudios y selecciones de investigaciones alemanas recientes, véase Helmuth Kiesel y Paul Münch, G esellschaft u n d L iteratur im 18. Jahrhundert. Voraussetzung un d Entstehung des literarischen M arkets in Deutschland, Munich, 1977; Aufklärung, A bsolu­ tism u s u n d Bürgertum in D eutschland, ed. de Franklin Kopitzsch, Munich, 1976, y Her­ bert G. Göpfert, Vom A utor zu m Leser, Munich, 1978. 22 Marino Berengo, Intelletuali e librai nella M ilano della R estaurazione, Turin, 1980. Sin embargo, en términos generales, la versión francesa de la histoire du livre ha tenido una recepción menos entusiasta en Italia que en Alemania: véase Furio Diaz, "Método quantitative e storia delle idee", en R ivista storica italiana, núm. 78, 1966, pp. 932-947. 23 A. S. Collins, A uthorship in the Days o f Johnson, Londres, 1927, y The Profession o f Leiters (1780-1832), Londres, 1928. Para trabajos más recientes, véase John Feather, "John Nourse and His Authors", en Studies in Bibliography, núm. 34, 1981, pp. 205-226.

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historia del libro a lo profundo del cam po de la historia social, ecom » m ica y política, en beneficio de todos. El Project for H istorical B iobibliography de N ew castle en Tyur y el In stitu t de L ittérature et de Techniques Artistiques de M asse en Qui déos ilustran sobre las orientaciones que ha tom ado ya tal trabajo i11 terdisciplinario. El grupo de Burdeos tra ta de seguir los libros por d is ­ tin to s siste m a s de d istrib u c ió n a fin de d e s c u b rir la e x p erien cia literaria de diversos grupos en la F rancia contem poránea.24 Los inves­ tigadores de New castle han estudiado el proceso de difusión p o r m e­ dio del análisis cuantitativo de las listas de suscripción, que m ucho se usaron en las cam pañas de ventas de los editores ingleses desde p rin ­ cipios del siglo xvii h a sta principios del siglo xix.25 Un trab ajo p a re ­ cido se podría hacer con los catálogos y los prospectos de los editores, reunidos en centros de investigación com o la N ew berry Library. Todo el tem a de la publicidad de los libros requiere de una investigación. La presentación de una obra -la estrategia de atracción, los valores invo­ cados en el fraseo- en todas las form as de publicidad, desde los a n u n ­ cios en las revistas hasta los carteles, puede decim os m ucho sobre las actitudes con respecto a los libros y sobre el contexto de su uso. Los h isto ria d o res estad o u n id en ses em plean los avisos en los periódicos p ara u b ica r la difusión de la palab ra im presa en los puntos distantes de la sociedad colonial.26 La consulta de los docum entos de los edito­ res p e rm itió re a liz a r in cu rsio n es m ás p ro fu n d as en los siglos xix y xx.27 Pero, p o r desgracia, los editores suelen tra ta r sus archivos com o basura. Aunque de vez en cuando salven la carta de algún escritor co­

24 Robert Escarpit, Le littéraire et le social. E lém ents p o u r une sociologie de la littéra­ ture, Paris, 1970 [trad. esp.: H acia una sociología del hecho literario, trad. de Luis Anto­ nio Gil López, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1974]. 25 Peter John Wallis, The Social Index: A N ew Technique for M easuring Social Trends, Newcastle en Tyne, 1978. 26 William Gilmore está completando en la actualidad un amplio proyecto de investi­ gación sobre la difusión de los libros en Nueva Inglaterra. Sobre los aspectos políticos y económicos de la prensa colonial, véase Stephen Botein, ‘"Meer Mechanics' and an Open Press: The Business and Political Strategies of Colonial American Printers", en Perspecti­ ves in Am erican History, núm. 9, 1975, pp. 127-225, y The Press a n d the Am erican R évolu­ tion, ed. de Bernard Bailyn y John B. Hench, Worcester ( m a ), 1980, que contiene amplias referencias al trabajo sobre la historia temprana del libro en Estados Unidos. 27 Para una visión general del trabajo reciente sobre la historia de los libros en Estados Unidos, véase Hellmut Lehmann-Haupt, The Book in America, ed. rev., Nueva York, 1952.

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nocido, tiran los libros de cuentas y la correspondencia com ercial, que .olí generalm ente las fuentes de inform aciones m ás valiosas p ara el historiador del libro. El C enter for the Book de la Library of Congress cslá preparando una guía de los archivos de los editores. Si estas fuenic's se preservan y se estu d ian , p e rm itirá n ver la h isto ria de E stados I luidos desde una nueva perspectiva.

III. IMPRESORES El taller de la im prenta es la fase m ás conocida de la producción y di­ fusión de libros porque ha sido un privilegiado objeto de estudio en el cam po de la bibliografía analítica, cuyo propósito, según la definición de R. B. M cK errow y Philip Gaskell, es “dilucidar la transm isión de los textos explicando el proceso de la producción de los libros”.28 Los bi­ bliógrafos han hecho valiosos aportes a la crítica textual, sobre todo en el conocim iento de Shakespeare, por m edio de la elaboración de infe­ rencias que se rem ontan de la estructura del libro al proceso de su im ­ presión, y, de ahí, a un texto original, com o los m anuscritos perdidos de Shakespeare. D. F. M cKenzie criticó recientem ente esa línea de ra ­ z o n a m ien to .29 Pero a u n q u e no p u e d a n rec o n stitu ir u n S hakespeare prim igenio, los bibliógrafos son capaces de dem ostrar la existencia de distintas ediciones de un texto y las diferentes etapas de u n a edición, u n a habilidad indispensable en los estudios de difusión. Sus técnicas tam bién perm iten descifrar los inform es de los im presores y abren una fase archivística nueva en la historia de la im prenta. Gracias a los tra ­ bajos de M cKenzie, León Voet, R aym ond de Roover y Jacques Rychner, hoy tenem os u n a idea m ás clara de la form a en la que operaron las im prentas durante todo el período de la im presión m anual (1500 a 1800 a p ro x im ad am en te).30 H ay que e m p ren d er otros trab ajo s sobre

28 Philip Gaskell, A N ew In tro d u ctio n to Bibliography, Nueva York y Oxford, 1972, prefacio. La obra de Gaskell ofrece una excelente visión general del tema. 29 D. F. McKenzie, "Printers of the Mind: Some Notes on Bibliographical Theories and Printing House Practices", en Stu dies in Bibliography, núm. 22, 1969, pp. 1-75. 30 D. F. McKenzie, The Cam bridge U n iversity Press 1696-1712, 2 vols., Cambridge, 1966; León Voet, The Golden Com passes, 2 vols., Ámsterdam, 1969 y 1972; Raymond de Roover, "The Business Organization of the Plantin Press in the Setting of SiexteenthCentury Antwerp", en De gulden passer, núm. 24, 1956, pp. 104-120; Jacques Rychner, "A

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períodos m ás recientes, y se pueden plantear nuevas preguntas: ¿cómo los im presores calculaban los gastos y organizaban la producción, so­ bre todo después del auge de la im presión de folletos y circulares y del periodism o? ¿Cómo cam b iaro n los presupuestos de los libros con la intro d u cció n del papel fabricado m ecánicam ente, en la p rim e ra dé­ cada del siglo xix, y del linotipo, en el curso de la década de 1880? ¿Cómo afectaron los cam bios tecnológicos la organización del trabajo? ¿Qué papel desem peñaron en la historia del trabajo los oficiales jo rn a ­ leros de im prenta, u n a fracción extraordinariam ente articulada y m ili­ tan te de la clase trabajadora? La bibliografía analítica puede parecer herm ética al lego, pero podría ofrecer una gran contribución a la his­ toria social y literaria, sobre todo si se com plem enta con u n a lectura de los m anuales y las autobiografías de los im presores, com enzando p or las de Thom as Platter, Thom as Gent, N. E. R estif de la B retonne, Benjam ín Franklin y Charles M anby Sm ith.

IV. T r a n spo rtista s Poco se sabe sobre la m anera en la que los libros llegaban a las libre­ rías provenientes del taller del im presor. La carreta, la barcaza, el n a­ vio m ercan te, la oficina de co rreo s y el fe rro c a rril acaso h ay an in ­ fluido en la h istoria de la literatu ra m ucho m ás de lo que se sospecha. Aunque las facilidades de tran sp o rte hayan afectado poco a este ram o en los grandes centros de publicación com o Londres y París, a veces d eterm in aro n el flujo y el reflujo de los negocios en las áreas a p a rta ­ das. Antes del siglo xix, los libros se enviaban g eneralm ente en plie­ gos, p ara que el cliente los en cu ad ern ara a su gusto y según sus posi­ bilidades económ icas. Viajaban en grandes bultos, envueltos en papel grueso, y la lluvia y la fricción de las cuerdas los estropeaban con fa­ cilidad. C om parados con bienes com o los textiles, su valor intrínseco e ra bajo, pero los gastos de envío e ra n altos, debido al tam a ñ o y el peso de los pliegos. P o r eso, con frecuencia, el envío influía m ucho en

L’Ombre des Lumières: coup d’oeil sur la m ain-d’œuvre de quelques im prim eries du xvine siècle", en Stu dies on Voltaire a n d the Eighteenth Century, num. 155, 1976, pp. 19251955, y "Running a Printing House in Eighteenth-Century Switzerland: the Workshop of the Société typographique de Neuchâtel", en The Library, 6a serie, 1, 1979, pp. 1-24.

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el precio total de un libro y ocupaba un lugar destacado en la e stra te ­ gia de com ercialización de los editores. En m uchas partes de E uropa, los im presores no co n tab an con que sus envíos llegaran a los libreros en agosto y septiem bre porque en esta época los tran sp o rtistas a b a n ­ don ab an la ru ta p ara a te n d e r el trabajo en el cam po. El com ercio del Báltico solía detenerse después de octubre porque el hielo cubría los puertos. Las rutas se a b rían o se c errab an en función de las presiones de la guerra, de la política, e incluso de las tasas de seguro. Una can ­ tid ad im p o n e n te de lite ra tu ra no o rto d o x a ha viajado c la n d e s tin a ­ m ente desde el siglo xvi hasta el presente, de m odo que su influencia ha variado en la m edida de la eficacia del contrabando. Y otros géne­ ros, com o los chapbooks y los penny dreadfuls, circu laro n p o r siste­ m as de d istrib u c ió n especiales, que re q u ie re n un estudio m ás p ro ­ fundo, au n q u e los h isto ria d o res del libro h an com enzado a a lla n a r parte del terren o .31

V. L ib r e r o s

G racias a algunos estudios clásicos -H . S. B ennett sobre los inicios de la Inglaterra m oderna, L. C. W roth sobre E stados Unidos d u ran te la colonia, H.-J. M artin sobre la Francia del siglo xvii y Johann Gold­ friedrich sobre A lem ania-, es posible rec o n stru ir un p an o ram a de la evolución del com ercio del lib ro .32 Pero qu ed a p o r rea liz a r u n gran trab ajo en lo que concierne al librero com o agente cultural, el inter­ m ediario entre la oferta y la dem anda en su punto de encuentro clave. Aún no sabem os m ucho sobre el m undo social e intelectual de h o m ­ bres com o Rigaud, sobre sus valores y sus gustos y sobre el lugar que

31 Por ejemplo, véase J.-P. Belin, Le Com m erce des livres proh ibés à Paris de 1750 à 1789, Paris, 1913; Jean-Jacques Darmon, Le Colportage de librairie en France so u s le se­ con d em pire, Paris, 1972, y Reinhart Siegert, A ufklärung u n d Volkslektüre exem plarisch dargestellt an R udolph Zacharias Becker u n d seinem 'N oth-und H ülfsbüchlein' m it einer Bibliographie zu m G esam tthem a, Francfort del Meno, 1978. 32 H. S. Bennett, English Books and Readers 1475 to 1577, Cambridge, 1952, y English Books an d Readers 1558-1603, Cambridge, 1965; L. C. Wroth, The Colonial Printer, Port­ land, 1938; Henri-Jean Martin, Livre, p o u v o irs et so c iété à Paris au xvn e siècle (15981701), 2 vols., Ginebra, 1969, y Johann Goldfriedrich y Friedrich Kapp, G eschichte des deutschen Buchhandels, 4 vols., Leipzig, 1886-1913.

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ocupaban en sus com unidades. Tam bién operaban en el seno de redes com erciales que se d esarro llab an y se fractu rab an com o las alianzas en el m un d o diplom ático. ¿Qué leyes regían el ascenso y la caída de los im perios com erciales de la edición? Una com paración de historias n a c io n a le s re v e la ría a lg u n a s te n d e n c ia s g en erales, tale s com o la fuerza centrípeta de los grandes centros com o Londres, París, F ranc­ fort y Leipzig, que a traían a las casas provinciales hacia sus órbitas, y la fuerza centrífuga que ten d ía a favorecer las alianzas e n tre los co­ m erciantes de provincia y los proveedores de enclaves independientes com o Lieja, Bouillon, N euchátel, G inebra, Aviñón. Pero las co m p ara­ ciones son difíciles porque el com ercio operaba a través de institucio­ nes diferentes en los d istin to s países, los cuales g e n e ra ro n diversas clases de archivos. Los inform es de la L ondon S ta tio n e r’s Company, de la C om m unauté des L ibraires et Im prim eurs de París y las ferias del libro de Leipzig y F ráncfort tuvieron gran influencia en los diver­ sos cursos que la historia del libro ha tom ado en Inglaterra, F rancia y Alem ania.33 Sin em bargo, los libros se vendían por todas partes com o artículos de consum o. Un estudio económ ico m ás osado de los libros ab riría nuevas perspectivas a la h isto ria de la literatura. Jam es B arnes, John Tebbel y Frédéric B arbier han dem ostrado la im portancia del elem ento económ ico en el com ercio del libro en Inglaterra, E stados Unidos y F rancia d u ran te el siglo xix.34 Pero se podría realizar un trabajo m a­ yor; por ejemplo, sobre los m ecanism os de crédito y las técnicas de ne­ gociación de las letras de cam bio, sobre la defensa contra las suspen­ siones de pago y sobre el intercam bio de hojas im presas en lugar de pago en especie. El com ercio del libro, al igual que otros del R enaci­ m iento y de diferentes épocas del inicio de los tiem pos m odernos, fue un juego de engaños, pero nosotros seguim os sin conocer sus reglas.

33 Compárense Cyprian Blagden, The Stationer's Company, A History, 1403-1959, Cam­ bridge, 1960; Henri-Jean Martin, Livre, pou voirs et société..., op. cit., y Rudolf Jentzsch, Der d eutsch-lateinische B ücherm arket nach den Leipziger O sterm esskatalogen von 1740, 1770 un d 1800 in seiner Gliederung u n d Wandlung, Leipzig, 1912. 34 James Barnes, Free Trade in Books: A Stu dy o f the London Book Trade Since 1800, Oxford, 1964; John Tebbel, A H istory o f Book P ublishing in the U nited States, 3 vols., Nueva York, 1972-1978, y Frédéric Barbier, Trois cen ts ans de librairie et d'im prim erie, op. cit.

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VI. L e c t o r e s A pesar de una ab u ndante literatura sobre su psicología, su fenom eno­ logía, su textología y su sociología, la lectura sigue siendo una activi­ dad m isteriosa. ¿Cómo com prenden los lectores el sentido de los sig­ nos que cubren la página im presa? ¿Cuáles son los efectos sociales de esa experiencia? Y ¿cóm o ha evolucionado? Ciertos especialistas de las letras com o W ayne Booth, Stanley Fish, W olfgang Iser, W alter Ong y Jo n ath an Culler h an hecho de la lectura u n tem a central de la crítica textual porque entienden la literatura com o una actividad, la interpre­ tación del significado en el seno de un sistem a de com unicación, en lugar de com o u n c an o n de textos.35 El h isto ria d o r del libro podría servirse de sus nociones del público ficticio, de los lectores im plícitos y de las com unidades de interpretación. Pero tal vez encuentre que sus observaciones están un poco lim itadas en el tiem po. Aunque los críti­ cos saben conducirse en la historia literaria -e n particu lar la de la In­ glaterra del siglo xvii-, parecen asum ir que los textos afectan siem pre del m ism o m odo la sensibilidad de los lectores. Sin em bargo, el u n i­ verso de un burgués londinense del siglo xvn es diferente al de un pro­ fesor estadounidense del siglo xx. La lectura m ism a ha cam biado de una época a otra. Se leía en voz alta y en grupos, o en secreto y con una intensidad inim aginable hoy en día. Cario G inzburg m ostró todo el sentido que un m o lin ero del siglo xvi fue capaz de inyectar a un texto y M argaret Spufford dem ostró que obreros au n m ás hum ildes llegaron a d om inar la palabra im presa en la época de la Areopagitica.36 35 Véase, por ejemplo, Wolfgang Iser, The Im plied Reader: Patterns o f C om m unication in Prose Fiction from B unyan to Beckett, Baltimore, 1974; Stanley Fish, Self-Consum ing Artifacts: The Experience o f Seventeenth-Century Literature, Berkeley y Los Ángeles, 1972, e Is There a Text in This Class? The A u th ority o f In terpretive C om m u n ities, Cambridge ( m a ), 1980; Walter Ong, "The W riters Audience Is Always a Fiction", p m la (Publication o f the Modern Language A ssociation o f Am erica), num. 90, 1975, pp. 9-21. Para una muestra de otras variaciones sobre estos temas, véase Susan R. Suleiman e Inge Crosman, The R eader in the Text: E ssays on Audience an d Interpretation, Princeton, Princeton Univer­ sity Press, 1980. 36 Carlo Ginzburg, The Cheese an d the Worms: The C osm os o f a Sixteenth-Century M i­ ller, trad, dc Anne y John Tedeschi, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980 [trad, esp.: El qu eso y los gu san os. El c o sm o s según un m olinero del siglo xvi, trad, de Francisco Martín, 3a ed., Barcelona, Muchnik, 1981]; Margaret Spufford, "First Steps in Literacy: The Reading and Writing Experiences of the Humblest Seventeenth-Century Spiritual Autobiographers”, en Social History, num. 4, 1979, pp. 407-435.

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En toda la E uropa de principios de los tiem pos m odernos, de las íil.r. de M ontaigne a las de M enocchio, los lectores le dieron sentido a los libros; no sólo los descifraron. La lectura era una pasión m ucho antes de la “Lesewut" y de la "Wertherfieber" de la época ro m án tica; y aun está im pregnada de Sturm und Drang, a pesar de la m oda de la lectui .1 rápida y de la concepción m ecanicista de la lectura en tan to codifica­ ción y decodificación de m ensajes. Pero los textos determ inan la reacción de los lectores, p o r m ás ac • tivos que ellos sean. Com o observa W alter Ong, las prim eras páginas de Los cuentos de Canterbury y de Adiós a las amias crean un m arco y sitú a n al lector en un papel, que no puede evadir m ás allá de cuáles sean sus sentim ientos sobre las peregrinaciones y las guerras civiles.37 De hecho, la tipografía, com o el estilo y la sintaxis, determ inan las m a­ n eras en las que los textos p o rta n significados. M cKenzie dem ostró que el Congreve subido de tono y descontrolado de las prim eras edi­ ciones en cu arto se convirtió en el decoroso a u to r neoclásico de las Works de 1709 gracias al diseño del libro m ás que a causa de la elim i­ nación de las partes censurables.38 La historia de la lectura deberá to­ m a r en cu en ta las lim itaciones que los textos im ponen a los lectores ta n to com o las libertades que los lectores se tom an con el texto. La tensión entre estas tendencias data de la época en que los hom bres se confrontaron con los libros, y produjo efectos extraordinarios, com o la lectu ra que L utero hizo de los Salmos, R ousseau de El misántropo y K ierkegaard del sacrificio de Isaac. Si bien es posible re c a p tu ra r las grandes relecturas del pasado, la experiencia interior de los lectores com unes y corrientes siem pre se nos puede escapar. Pero al m enos deberíam os ser capaces de reco n stru ir gran parte del contexto social de la lectura. El debate relativo a la lec­ tura en silencio durante la Edad Media ha arrojado u n a abundante evi­ dencia sobre los hábitos de lectura,39 y los estudios sobre las sociedades de lectura en Alemania, donde proliferaron en un grado extraordinario durante los siglos xvm y XIX, han m ostrado la im portancia de la lectura 37 Walter Ong, "The Writer’s Audience Is Always a Fiction”, op. cit. 38 D. F. McKenzie, "Typography and Meaning: The Case of William Congreve”, en W olfenbütteler Schriften zu r G eschichte des Buchw esens, Hamburgo, Dr. Ernst Hauswedell, 1981, iv, pp. 81-125. 39 Véase Paul Saenger, "Silent Reading: Its Impact on Late Medieval Script and Society”, en Viator, núm. 13, 1982, pp. 367-414.

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n i el desarrollo de un estilo cultural burgués diferenciado.40 Asimismo, los especialistas alem anes han realizado grandes aportes a la historia • le las bibliotecas y a los estudios sobre la recepción de todo tipo.41 Si­ guiendo una idea de Rolf Engelsing, a m enudo sostienen que los hábils de lectura se transform aron a fines del siglo xvm. Antes de esta “Lescrevolution”, los lectores tendían a tra b a ja r laboriosam ente sobre un pequeño n ú m ero de textos, especialm ente la B iblia, u n a y o tra vez. I .uego recorrían todo tipo de m ateriales en busca de diversión m ás que i i sión porque el obispo de Saint-Claude se interesó especialm ente en el caso, y entre los libros iba la novela utópica de Mercier, El año 2440, que* no dejaba bien parada a la Iglesia. Guillon pagó la debida compensación, a razón de unas 240 libras tornesas -m á s o m enos el salario de m edio año de un trabajador de la st n - y serm oneó a la st n sobre su buena Ir como com erciante: “Digo que soy honesto y derecho. [...] Me contraria­ ría el haberles hecho perd er siquiera u n centavo”. E ntonces subió su cuota al 20% del valor. No se sabe lo que les sucedió a los cargadores.16 Las dificultades no term inaban en el m om ento en el que los libros lle­ gaban a los establecim ientos de los m inoristas, pues los libreros tenían que venderlos y pagar sus cuentas a la s t n , que a su vez em pleaba el dinero p ara rem u n erar a los im presores, los papeleros y los autores de las siguientes obras en la línea de producción. Al librero se lo podría c o n sid e rar com o el in te rm e d ia rio m ás im p o rta n te de todo este sis­ tem a, pues operaba en el área crucial en la que la oferta se encontraba con la dem anda. Los libreros eran de m uchas variedades. Algunos constituían pila­ res de la sociedad, otros vivían de su ingenio en el lado oscuro de la ley. Tengo cierta debilidad por estos últim os, cuya m anera de h acer nego­ cios puede verse en el caso de Nicholas Gerlache. Gerlache em pezó en la vida com o curtidor. La curtiduría lo llevó a la encuadernación; la encuadernación, a la venta de libros; la venta, al contrabando, y el contrabando, a la cárcel. E n su ficha policíaca, ap a ­ rece com o el dirigente de u n a banda de co ntrabandistas que operaba en la frontera nororiental de Francia: "H abita el albañal del Parnaso, vive a costa de su inm undicia, y alienta el en jam b re de insectos que cubren el área de la frontera y que am enazan con expandirse por todo el reino”. (La policía del Antiguo Régim en favorecía una form a de ex­ presión m ás literaria que la de sus sucesores en el siglo xx.)17 Tras su liberación en 1767, G erlache pro m etió ir p o r el buen ca­ m ino. Volvió a la curtiduría en M etz y los inform es de los espías de la policía in d icab an que se alejó de los "libros m alos”, com o los llam a16 Guillon a la s t n , 4 de octubre de 1773 y 1” de octubre de 1774. 17 Joseph d’Hémery a A.-R.-J.-G. Gabriel de Sartine, teniente general de la Policía, informe sin firma fechado el 11 de julio de 1765, Bibliothèque Nationale, Ms. fr. 22096.

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km . (Para los profesionales del ram o, eran "libros filosóficos”.) P ara 1770, iba en ascenso. G erlache h ab ía cortejado y co n q u istad o a u n a |oven que le dio u n a dote de 2.400 libras tornesas - u n a b u en a sum a para una novia en las filas superiores de las clases b a ja s- y u n a sim pá­ tica su eg ra.18 La joven pareja decidió m o n ta r u n a pequeña lib re ría y taller de encuadernación. La m adre de la novia adelantó 800 libras p ara las pie­ les y la dote se fue en el m obiliario, la renta y el equipo de encuadem ai ión. El acervo de la librería provino de J. L. Boubers, un editor y m a­ yorista de B ruselas que se especializaba en “libros filosóficos" y que entonces cooperaba con la STN en u n a edición del notable Sistema de la naturaleza de D'Holbach. En este punto, G erlache apareció en la correspondencia en Neuchátel. E n sus cartas luce com o un serio joven m uy tra b a ja d o r deci­ dido a iniciar un negocio y h acer algo con su vida. S oy d e u n a fa m ilia q u e h a a tra v e s a d o tie m p o s d ifíc iles y q u e a h o r a n o tie n e n a d a . M e vi o b lig a d o a a p re n d e r el oficio de c u rtid o r; p e ro lleno de a r d o r p o r el co m ercio , c o n g u sto a b a n d o n é m i p ro fe sió n p a r a a c e p ta r la o fe rta qu e m e hizo M. B o u b e rs. [...] Y a h o ra he p u e s to en m i n eg o cio los cien lu ises q u e re c ib í al c a sa rm e co n la p e rso n a q u e soy feliz d e p o se e r y q u e p a re c e h a b e r n ac id o p a ra el tra b a jo y el c o m e rc io .19

Hay que reconocer el hecho de que Gerlache trataba de im presionar a un proveedor y de obtener algún crédito. Pero la STN hizo algunas pes­ quisas entre los com erciantes locales y ellos lo describieron com o “un joven que trabaja duro y que es de una conducta correcta". P or 803 li­ bras, G erlache com pró u n a lettre de maîtrise, que le daba el derecho a p articip ar en el com ercio del libro bajo la supervisión del grem io en la cercan a Nancy. E stableció líneas de abastecim iento con la s t n y con la Société typographique de Sarrebruck así com o con Boubers en B ru­ selas. Com pró un caballo y una carreta, y se puso a vender libros en los alrededores m ien tras su esposa cu id ab a la tienda en M etz. Tam bién fundó un club de lectura (icabinet littéraire), en el que la gente de la ciu­ dad, en p a rticu la r los soldados de un destacam ento local, podían leer 18 Bonin a D'Hémery, 28 de junio de 1767, ibid. 19 Gerlache a la s t n , 19 de junio de 1772.

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cualquier cosa en la tienda por 3 libras m ensuales -p o c o m ás que el salario diario de un carpintero calificado-.20 Gerlache llevaba un cargam ento general de libros, pero al parecer se especializaba en la variedad de libros “malos", o "filosóficos", que cinco años antes lo habían m etido en problem as con la policía. Sus cartas indi­ can que su clientela estaba ansiosa por la fruta m ás prohibida: el ateísmo {Sistema de la naturaleza, Tratado de los tres impostores), la pornografía {Teresa filósofa) y el escándalo político {Le Gazetier cuirassé). La correspondencia de Gerlache perm ite seguir la suerte del pequeño negocio mes a mes. El prim er año fue particularm ente duro, puesto que llevó tiem po form ar u n a clientela. Pero el club de lectura trajo un flujo prom etedor de clientes durante el segundo año, aunque Gerlache se viera obligado a estar lejos de casa en expediciones de venta prolongadas y di­ fíciles. Asimismo, realizó algo de contrabando para Boubers, quien, se­ gún resultó, prefería que Gerlache le llevara libros en lugar de venderlos al m enudeo. Las relaciones con Bruselas se agriaron y el sum inistro del noroeste se secó. Pero Gerlache afianzó su alianza con la Société typographique de Sarrebruck. Para junio de 1772, su club de lectura ya había crecido hasta los 150 m iem bros, y él calculaba que la tienda le producía 2.400 libras al año, lo suficiente para alim entar a una familia. Los Gerlache se p reparaban para acom odar a u n recién nacido en los altos de la tienda. Pero cuando m adam e Gerlache se acercaba al tér­ m ino de su em barazo, su m adre cayó peligrosam ente enferm a. "Me en­ cuentro en u n m om ento crítico", escribió Gerlache a la s t n . "Mi suegra está a punto de m orir y mi esposa de d ar a luz, y me tem o que la m uerte de su m adre le cause un serio daño." La m adre y el bebé salieron ade­ lante, pero la suegra m urió. E sta últim a dejó 6.000 libras, y Gerlache em pezó a hacer pedidos en cantidades mayores, pagando por m edio de letras de cam bio con vencim iento a los doce o dieciocho m eses.21 G erlache sobrepasó en breve sus capacidades. C uando en 1773 el destacam ento de soldados en el cual se encontraban algunos de sus m e­ jores clientes fue transferido, Gerlache entendió que no iba a poder pa­ gar algunas de las letras. Suplicó una prórroga, ju rando que “preferiría m orir a perm itir que u n a sola de mis letras quedara sin saldarse".22 20 C. C. Duvez a la s t n , 29 de octubre de 1773. 21 Gerlache a la s t n , 6 de julio de 1772. 22 Ibid., 13 de agosto de 1772.

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Pero unos meses después tenía la espalda contra la pared y luchaba por su vida. El tono de las cartas cam bió. Si alguno de sus acreedores tra tab a de hundirlo, les advirtió, “prenderé fuego a todo lo que tengo para im pedir que la ley lo em bargue”. Le suplicó a la stn que le enviara libros m ás audaces "en el género del Sistema social" -u n tratado radical escrito p o r el barón D 'H olbach- para así poder capitalizar la dem anda de libros prohibidos. Pero cuando la st n se dio cuenta de que Gerlache estaba asum iendo riesgos m ayores, se negó a am pliar su crédito. En octubre de 1774, su proveedor en Saarbrücken quebró: un desastre, in­ form ó Gerlache, que "me hunde en una situación desesperada". Arregló la separación legal de su rm ijer p ara que sus acreedores no p udieran reclam ar lo que le pertenecía a ella. Y en noviem bre desapareció, de­ jando atrás a su m ujer y a su hijo.23 No hay un librero al que sea posible tom ar para tipificar el género, pero he encontrado num erosas carreras que concluyeron igual que la de G erlache. Pascot de Burdeos: "ha h u id o ”; Brotes de Anduze: "fugi­ tivo”; Boyer de Marsella: "ya no existe aquí, huyó para América”; Planquais de Saint-M aixant: "se dice que se enroló en el ejército”; Blondel de Bolbec: "huyó, fue citado ante la justicia p o r el pregonero de la ciudad dándole a un tam bor”; la viuda Reguilliat de Lyon: en quiebra y escon­ diéndose para “m antener a mi persona en algún lugar, seguro evitando de esta form a los horrores de la prisión"; el em pleado de Boisserand en Roanne: desaparecido con la caja del dinero, “de tal m anera que m e es im posible arrestarlo". Luego el propio Boisserand: “se fue del pueblo porque no pudo pagar sus deudas. [...] Su pobre m ujer me pide que so­ licite vuestra piedad [...] porque él trabajó duro y vivió m iserablem ente toda su vida y dejó varias criaturas incapaces de valerse por sí mismas"; Jarfau t de Melun: "Este librero desapareció hace tres años, se enroló para ir a las colonias, dice la gente. Su m ujer y sus hijos, quienes viven de la caridad aquí, no han recibido ninguna noticia de él. Tal vez haya m uerto. [...] Lo único cierto es que la esposa de Jarfaut y sus cinco hijos viven en la pobreza m ás espantosa".24

23 Ibid., 5 de enero de 1773, 2 de enero de 1774 y 13 de octubre de 1774. 24 Rocques a la s t n , 24 de julio de 1779 (sobre Pascot); Batilliot a la s t n , 26 de enero de 1781 (sobre Brotes); Favarger a la s t n , 15 de agosto de 1778 (sobre Boyer); ibid., 28 de oc­ tubre de 1778 (sobre Planquais); Grand Lefebvre a la s t n , 4 de junio de 1781 (sobre Blon­ del); Veuve Reguilliat a la s t n , 5 de julio de 1771; Boisserand a la s t n , 31 de mayo de 1777;

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Claro que num erosos libreros perm anecieron "sólidos", p ara em ­ p lea r uno de sus térm inos predilectos. Pero m e im p resio n a cuántos quebraron. Antes de la responsabilidad lim itada y de la revolución in­ dustrial, el capitalism o acusaba una alta tasa de bajas entre los em pre­ sarios. Los grandes hom bres de negocios y los pequeños com erciantes con frecuencia se jugaban todo lo que tenían; y cuando perdían, lo per­ d ían todo. La últim a carta en m uchos de los expedientes en N euchátel proviene de u n a esposa a b a n d o n ad a o de un am igo de la fam ilia, y cierra con la frase que en el siglo xvm se refería al abandono de cual­ quier esperanza: “Dejó sus llaves debajo de la p u erta”.25

Estos breves vistazos a las vidas de los interm ediarios literarios ¿m odi­ fican la im agen que tenem os de la literatura? No puedo so sten er que las obras de Voltaire y de R ousseau adquieran u n nuevo significado si uno sabe quién las vendía; pero al conocer a Ostervald, Bosset, Morel, B onnem ain, Favarger, G uillon y Gerlache, es posible sen tir los libros com o artefactos del siglo xvm. Es crucial, desde luego, estudiar las edi­ ciones originales. Al com prenderlas en toda su m aterialidad, se puede c ap tar algo de la experiencia de la literatura de hace dos siglos. Acaso suene a m isticism o, pero acaso tam bién disperse algo de la m istificación que se instaló con la visión de la historia literaria a p artir del g ran hom bre, del gran libro. Los grandes libros p e rten ecen a un can o n de clásicos seleccionados de m anera retrospectiva en el tra n s­ curso de los años por los profesionales que se hicieron cargo de la lite­ ra tu ra , esto es, p o r los críticos y los profesores univ ersitario s cuyos sucesores ahora se dedican a deconstruirlo. Es posible que este tipo de litera tu ra nunca existiera m ás que en la im aginación de los profesio­ nales y de sus alum nos. Para los franceses del siglo xvm, la literatura - o la república de las letras, com o h a b ría n dicho ello s- incluía cie rta m en te a V oltaire y a R ousseau. Pero asim ism o in cluía a P id a n sa t de M airo b ert, M oufle d’Angerville y a u n a m ultitud de escritores que han desaparecido de la

Chatelus a la s t n , 20 de febrero de 1781 (sobre Boisserand), y Perrenod a la s t n , 21 de abril de 1781 (sobre Jarfaut). 25 Revol a la s t n , 16 de febrero de 1782, informando sobre la desaparición de un li­ brero de Falaise de nombre Gaillard.

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histo ria literaria. Sus ob ras estuvieron en los estantes del siglo xvm imito a Cándido y El contrato social. Una lista de best sellers del Anti­ cuo R égim en d eb ería in clu ir El año 2440, Teresa filósofa y m uchos oíros “libros m alos". ¿Cuán m alos eran? Hoy se leen m uy bien. Y lo que resulta m ás im portante: abren la posibilidad de releer la historia literaria. Y si se los estudiara en conexión con el sistem a p ara producir y d ifundir la palabra im presa, nos podrían obligar a rep en sar nuestra noción de la literatura m ism a.

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