El Arte de Lo Obvio, El Aprendizaje de La Práctica de La Psicoterapia

May 6, 2017 | Author: sonlop2 | Category: N/A
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Psicoterapia...

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El arte de lo obvio

Drakontos Dircciorcs:

Joscp Fontana y Gon/.aio Pontón

El arte de lo obvio El aprendizaje de la práctica de la psicoterapia Bruno Bettelheim y

Alvin A Rosenfeld

Quedan ngurosainenle piohihái.'i.s, sin la aulori/.acíón cserila de los lilnlarcs del C(i/nrií;lii, bajo las sanciones csíablecklas por las leyes, la reproducción lolal o parcial ile eslii obra por cn¡ilt|iiicr medio o procedimiento, coniprcmlidos la reprogralía y el Iralaniienlo ¡nlonnalico, y la disii'ihiición de ejemplares tic ella ineilianle :il(|iiilüro prcslamo públicos. Tílulo original: 'Mil: ART()l'"Ml"í¡ OHVIOll.S. DliVIil.OI'INC! INSKillT I'OK l'.SYCIKrrilliRAI'Y AND ItVIiKYDAY l.lh'l: All'rcd A. Knopl, NUOVÜ York l'radiicción caslellana de MARTA I. (¡HASTAVINO Diseño tic la colección y cubierla: HNRIC SATUf: (!) 1993: Hric Bellelheim y Alvin A Rosenlekl '!"' IW4 de la Irailucciói) caslellana pura lispaña y América: CRÍTICA (drijalbo Comerciül, S.A.), Anigó, .185, 0X013 Barcelona ISBN: X4-7423-636-3 Depósilo legal: I!. I I.I8I-IW4 Impreso en ¡ispaña IW4. ¡IIIROI'H, S.A., Recaredo, 2, 08005 Barcelona

A nuestras amadas esposas, en memoria de Trude Weinfeld Bettelheim, en honor de Dorothy Levine Rosenfeld, y con gratitud a nuestros estudiantes V a nuestros mejores maestros, nuestros pacientes

Prefacio

JT ! ste libro presenta un enfoque del aprendizaje de la práctica de JCJ la psicoterapia, pero refleja también una colaboración que se inició después de incorporarme a la División de Psiquiatría infantil de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, y trasladarme, en 1977, al área de la bahía de San Francisco, donde Bruno Bettelheim se había retirado al jubilarse. Tuve el privilegio de trabajar en estrecha relación con él y de llegar a ser su amigo a pesar de nuestra diferencia de edad: cuando nos conocimos, él tenía setenta y cuatro años, y yo treinta y dos. Poco después de haber llegado a Stanford, invité a Bettelheim a que impartiéramos juntos un seminario semanal de psicoterapia para terapeutas en formación o en período de prácticas. Pasamos mucho tiempo juntos, analizando en privado lo que había sucedido en la sesión de la semana, y hablando de mis pacientes y de nuestras preocupaciones. Cuando me fui de Stanford, nuestra colaboración continuó y se profundizó nuestra amistad. Durante toda mi vida no podré olvidar el tiempo que pasamos juntos. A lo largo de toda su carrera, Bruno Bettelheim dirigió centenares de sesiones de enseñanza individual centradas en la psicoterapia. En los seis años que pasamos juntos en Stanford, dirigimos bastante más de un centenar de sesiones en un seminario semanal abierto a los estudiantes de psiquiatría de niños y de adultos, de psicología y de trabajo social. También asistieron, de cuando en cuando, otros médicos residentes en la comunidad. Las sesiones eran movidas, estimulaban a pensar, no faltaba en ellas el sentido

10 El arte de lo obvio del humor, y en ocasiones se daba un intercambio de ideas tenso, incluso crispado, y sin embargo vital, centrado en los problemas que para Bellelheim eran motivo de honda preocupación. Desde el comienzo, estimulamos a los participantes a que trajeran al seminario casos particularmente difíciles, para los cuales necesitaran una ayuda que no pudieran conseguir en otra parte. Para, mí estuvo claro desde nuestro primerísimo seminario que. Bettelheim era un maestro brillante y un virtuoso de la psicoterapia. Cuando ensayé con mis pacientes algunas de sus ideas y de sus técnicas, comprobé que eran mucho más eficaces que mis cuidadosamente pensados métodos propios. Pero la coherencia de su enfoque no se ponía inmediatamente de manifiesto, y me llevó cierto tiempo captar cuáles eran la actitud, y la forma de pensamiento subyacentes en él. Cuando entendí con más claridad su enfoque, me di cuenta de su singularidad y, después de un par de años, me encontré con que estaba incorporándolo al mío propio. Aunque Bettelheim escribió muchos libros extraordinarios, siento que ninguno de ellos está cerca de presentar el tipo de libre intercambio de ideas sobre la forma de tratar con un paciente psicoterapéutico de la cual pude tener experiencia en. aquellos seminarios. Durante el tiempo que traté a Bettelheim, llegué a pensar que su manera de enseñar psicoterapia a los estudiantes debía ser compartida con otros, en forma de libro. El propósito de éste sería presentar las ideas de Bettelheim y las mías como un instrumento útil para psicoterapeutas y estudiantes de psicoterapia. Como las intuiciones de Bettelheim eran de carácter tan universal, tuve además la. sensación de que interesarían a un público más amplio. Aunque el propio Bettelheim se mostró dispuesto a dejarme intentar el proyecto, lo hizo con sumo escepticismo. Se había decepcionado con el fracaso de su libro de 1962, Dialogues with Mothers, que no había interesado a un espectro de gente tan amplio como él había esperado, y atribuía el fracaso, en gran parte, a su forma. Si no recuerdo mal, dijo que el último libro de diálogos que se había ganado a los lectores había sido el de Platón. Y él sentía que ningún libro podía, ni remotamente, captar el espíritu de un seminario ni enseñar como podía hacerlo un seminario. Había que reducir a lo esencial aquello que afloraba en las sesiones: aclararlo, reelaborarlo, completarlo, hacerlo más conciso.

Prefacio 11 Yo quería transformar el. material en algo que tuviera tanta vida sobre el papel como la había tenido en la realidad; quería dar una impresión exacta de lo que era acudir durante varios años a los seminarios de Bruno Bettelheim. Desde el comienzo me di cuenta de que a la mayoría de los lectores se les haría tedioso abrirse paso entre transcripciones literales de los seminarios, y decidí que el libro no debería, en modo alguno, proponerse la presentación de un registro factualmente exacto de las sesiones que habían tenido lugar. Por lo tanto, seleccioné parles tomadas de muchas sesiones diferentes que trataban del mismo tema, o de temas ajines, y luego fui uniéndolas con un entramado narrativo que le diera, unidad a la obra. Por aquel entonces yo me había trasladado a la ciudad de Nueva York, y Bettelheim y yo vivíamos a. un. continente de distancia. Cuando le envié el resultado de mis primeros esfuerzos, para su propia sorpresa y deleite, empezó a ver que el proyecto podría funcionar. Con el generoso apoyo de la Fundación Rockefeller, Bettelheim y yo trabajamos juntos, en agosto de 1985, en. Villa Serballoni, el centro de estudios de la fundación, en Bellagio, en el lago de Como, en Italia. Ensayamos diversas maneras de presentar este material, pero finalmente nos conformamos con que los seminarios reconstituidos hicieran que algunas ideas complejas, y en ocasiones sutiles, fueran mucho más accesibles para el lector. Durante ese mes, en nuestros esfuerzos de colaboración, reflexionamos más en profundidad sobre aquellas ideas, y como resultado de ello el material se amplió y adquirió unas resonancias y una profundidad nuevas, que no siempre se habrían puesto de manifiesto en los seminarios, con el ritmo rápido y con frecuencia rico en digresiones que de hecho los había caracterizado. En la presentación del trabajo psicoterapéutico, la protección de la confidencialidad del paciente es una necesidad obvia. Y puesto que, como era característico en el enfoque de Bettelheim, aquellas sesiones se centraban con frecuencia no solamente en las dificultades emocionales del paciente, sino también en las limitaciones del terapeuta teníamos que respetar el derecho a la privacidad, de los estudiantes de psicoterapia, que habían sido abiertos y sinceros al hablar de sí. mismos y de los límites de su conocimiento y de su experiencia en conversaciones que, en ocasiones, resultaron incó-

12 El arte de lo obvio modas. Por esta razón, las personas que en el libro hemos sentado alrededor de la mesa del seminario son personajes creados a partir de más de cuarenta profesionales que concurrieron a los seminarios durante esos seis años, y de estudiantes que hemos conocido en otros lugares. Saúl Wasserman es la única excepción; él trabajó conmigo en algunos aspectos del capítulo titulado «Sacos de arena y salvavidas», releyó y revisó múltiples borradores, y figura en el texto con su nombre real. Al hablar de determinados pacientes, sintetizamos materiales extraídos de varios casos con dificultades similares y a partir de ellos creamos casos de estudio. Muchos de los detalles que incluimos provienen de casos reales del seminario, aunque algunos fueron tomados de casos que hemos visto en otras partes. Cualquier material que hubiera permitido la identificación ha sido alterado para garantizar el anonimato. Lo que se mantiene es una descripción de un problema clínico que padecen numerosas personas, como podría ser un niño demasiado agresivo para que los padres puedan con él, una muchacha que se ha vuelto anoréxica, o un anciano que está deprimido, ansioso y asustado. También nos hemos apartado de los seminarios tal como fueron en otro sentido importante. En las sesiones, Bettelheim era la voz predominante, y mi participación se subordinaba a la suya. Pero al escribir y reescribir, fui yo quien hizo la mayor parte del trabajo. Como resultado, nuestros debates sobre la mejor forma de organizar y presentar este material terminaron por llevarnos a la decisión de escindir el papel de líder del seminario de forma más equitativa entre Bettelheim y yo, dado que esto nos pareció que mantenía con más vivacidad el fluir de las ideas y reflejaba con más precisión las aportaciones que cada uno de nosotros habíamos hecho a la forma final del libro. Como son tantas las ideas que compartíamos, en algunas ocasiones pusimos en mi boca palabras que él había dicho, en tanto que otras que yo pronuncié o escribí se oyen de labios de él. Aparte de algunas correcciones finales, Bettelheim leyó y aprobó como suyas la mayor parte de las afirmaciones que se le atribuyen en el libro. Cuando ya estaba demasiado débil para escribir, dictaba los cambios. Analizamos el penúltimo borrador tres semanas antes de su muerte, y nos pusimos de acuerdo sobre la orien-

P refací o 13 tac ion que debería seguir cualquier revisión posterior. Después de su muerte, introduje cambios de acuerdo con las líneas que habíamos convenido, con la ayuda —que él había dispuesto— de quien durante toda su vida fue su editora personal, Joyce Jack, quien ya había revisado sus últimos siete libros. Sin embargo, en la versión final me encontré con que en ocasiones yo deseaba introducir material nuevo o modificar sustancialmente el existente. Como, naturalmente, Bettelheim no tendría oportunidad de revisar esos últimos cambios, al hacerlos le atribuí únicamente afirmaciones que eran citas literales de él, y me adjudiqué todo el resto del material nuevo. Esto vale particularmente para el capítulo 4, que necesitó una importante corrección final. En general, a mi juicio, el punto de vista expresado en este libro representa con precisión la posición final de Bruno Bettelheim y sus puntos de vista en lo referente a psicoterapia, y también los míos, sobre los que él influyó tan profundamente. Al impartir otros seminarios desde que terminó mi colaboración con Bettelheim, me ha sorprendido la frecuencia con que descubro cómo surgen espontáneamente puntos idénticos a los que tratamos en uno u otro capítulo de este libro. Eso me ha estimulado a pensar que los seminarios expuestos en este libro tienen cierto valor «prototípico» y, por consiguiente, que son útiles como instrumento didáctico. Los problemas que aquí se analizan aparecen reiteradamente en psicoterapia, y creo que el enfoque que defendimos es, hoy por hoy, tan novedoso y útil como lo era cuando se celebraron los seminarios. La psicoterapia es un campo donde predomina el individualismo, sean cuales fueren las creencias teóricas del terapeuta. Cada terapeuta ensaya, adapta y modifica las ideas o posturas de otras personas y las entreteje con sus propios puntos fuertes y débiles para, de tal manera, hacer suya esta «profesión imposible». Y hoy se practican muchas psicoterapias diferentes con técnicas y objetivos diferentes. Este libro no pretende, en modo alguno, presentar un enfoque amplio y completo de la psicoterapia. En conjunto, sus capítulos intentan que el lector capte la forma en que Bruno Bettelheim abordaba al paciente y la actitud que él sugería para un psicoterapeuta, si el objetivo de éste era ayudar al paciente a «reestructurar su personalidad de modo que pudiera vivir más cómo-

14 El arle de. lo obvio clámente consigo misino». Espero que el libro transmita al lector una apreciación del trabajo que puede hacer un psicoterapeuta, desde esta perspectiva psicoanalílica. Varios participantes en el seminario han observado que sólo mucho después de haberlo oído reflexionaron sobre algún comentario formulado por el doctor Beltelheim. Espero que también el lector compruebe que sus comentarios le estimulan a pensar críticamente. En ocasiones, hizo afirmaciones que, sólo tiempo después de su muerte, entendí que habría sido muy beneficioso elaborarlas. He dejado algunos de aquellos comentarios en el texto para que el lector pueda reflexionar por sí mismo y preguntarse qué más habría dicho Bruno Bettelheim si la conversación hubiera continuado. Me gustaría agradecer a la Fundación Spencer la concesión de una subvención que nos permitió cubrir las primeras etapas del proyecto. La Fundación Rockefeller, la señora Susan Garfield, administradora de su Bellagio Cenler Office, y Jo Ardovino, anfllriona del Bellagio Cenler durante nuestra estancia allí, merecen nuestro agradecimiento por su cálida hospitalidad. Y también quiero agradecer a. la Jewish Child Care Association de Nueva York, que me haya dado la oportunidad de seguir trabajando en este libro mientras atendía a las necesidades de la institución y de sus niños. Varias personas nos ayudaron a preparar este material hasta darle su forma final. Agradezco a Joyce Jack tanto su amistad y su devoción a Bettelheim como la fundamental ayuda que me prestó para, dejar este manuscrito en condiciones de ser publicado. Durante el tiempo que colaboramos, ¡legué a valorar no menos su persona que sus habilidades. El agente de Bruno Bettelheim, Theron Raines, y mi agente, Jane Dystel, nos ayudaron a conseguir la atención de Knopf para el manuscrito. Y allí me encontré en las manos, extraordinariamente hábiles, de Bobine Bristol y Joan Keener, cuya sinceridad, encanto, habilidad y franqueza contribuyeron a trabar una segunda relación laboral, igualmente grata y fecunda. Me considero afortunado al haber recibido de Bettelheim el don de trabajar con tres editores de tanto talento. A lo largo de los años, y en todas las etapas de este proceso, mi querido amigo Peler Winn me ayudó con sus sugerencias y su apoyo constante. También otro amigo querido, Robert Kavet —éste

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desde ¡a infancia—, aportó muchos comentarios útiles. Alice Coopei; Claire Levine y Karen Roekard colaboraron en los primeros borradores. Saúl Wassernuin nos ayudó a preparar el capítulo que se refiere, en parle, a su presentación. Como yo difería de Beltelheim en cuanto a la etiología del autismo, quise consultar a un experto a quien conocía bien, a quien respetaba y en cuya franqueza podía confiar. Quisiera agradecer a la doctora Bryna Siegel, del Centro Médico de la Universidad de. California en San Francisco, el. haberse encargado de esa misión, ayudándome a entender las divergencias entre los puntos de vista de Bettelheim y del doctor Daniel Berenson (seudónimo) en lo tocante al autismo y a la diferencia, entre los niños aulislas a quienes Bettelheim trataba en la Escuela Orlogénica* y aquellos a quienes actualmente se diagnostica como autistas. Mis colegas y amigos, los doctores John Backinan, David Port, John Sladler y C. Barr Taylor, hicieron muchas sugerencias útiles sobre el texto del manuscrito final. He leu Abrahamson fue una dedicada y estupenda secretaria en las etapas iniciales de este proyecto, lo mismo que Margare! Forman, mucho más adelante. Muchos de los estudiantes que participaron en el seminario se sintieron profundamente influidos por él. Como me dijo por teléfono, muy recientemente, uno de ellos: «No pasa un día en mi vida sin que me acuerde de Bruno Beltelheim en mi trabajo clínico». Quisiera agradecer, nombrándolos, a varios estudiantes que fueron especialmente cordiales con Bettelheim o conmigo: Karen Axelsson, Neil Brast, Tintinen Cermak, Mairin Doherty, Graehem Emslie, Peler Finkelstein, Miriam (Micki) Friedland, Peler Keefe, Kim Norman, Healher Ogílvie y Alan Rapaporl, y agradezco a los muchos otros que asistieron a estas sesiones el haber hecho tan estimulante el seminario y su participación en la elaboración de este libro. Finalmente, me gustaría dar las gracias a mi pacienlísima familia. Mi mujer, Dorothy, me ha ayudado a lo largo de los muchos años que fueron necesarios para completar este proyecto. Y a mis maravillosos hijos Lisa. Claire y Samuel Aaron, que han tenido con * Inslilución, con sede en Chicago, dedicada al iniUimienlo-dc niños con trastornos psicológicos graves. (W. de la I.)

16 El arle ele lo obvio demasiada frecuencia un padre que estaba más pendiente del procesador de textos que de ellos. Antes de la muerte de Bettelheim, él y yo bosquejamos una introducción, en la que precisábamos cuáles eran nuestros propósitos con este libro: «Hemos intentado hacer una selección sensata con la enorme cantidad de material que afloró en estas sesiones. Naturalmente, lo que ... presenta este volumen no es en modo alguno un curso completo sobre la enseñanza de la psicoterapia psicoanalítica. Pero abrigamos la esperanza de que esta pequeña selección transmita el espíritu de lo que intentamos lograr y de lo que es un determinado enfoque del paciente en psicoterapia». ALVIN

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A ROSENFELD, doctor en medicina

Mi trabajo con Bruno Bettelheim: una visión personal

E

n 1977 me convertí en el nuevo director de Formación en Psiquiatría Infantil en la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, con el cometido de organizar un buen programa para la preparación de futuros profesionales capaces de diagnosticar y tratar niños perturbados. La posibilidad que yo contemplaba era un programa capaz de integrar la riqueza de la investigación psiquiátrica en Stanford con los enfoques psicodinámicos que tan importantes me habían parecido durante mi formación y después siendo profesor de psiquiatría infantil en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Para mí estaba claro que, en una psicoterapia de orientación psicoanalítica, para los psiquiatras en formación sería beneficioso contar con un maestro avanzado en años, rico en la sabiduría y la experiencia acumuladas que sólo pueden proporcionar una vida entera de práctica, y de reflexión sobre esa práctica. Entonces, me pareció obvio que Bruno Bettelheim, que en 1973, jubilado, se había retirado a Portóla Valley, no muy lejos de Stanford, sería una elección excelente para colaborar en la enseñanza del enfoque psicodinámico. Sus numerosos artículos y libros eran bien conocidos; sus logros intelectuales, legendarios, e inequívoco su compromiso con una perspectiva psicoanalítica. - Ührnil.HHiM

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Cuando el doctor B. (como le llamaban generalmente tanto sus colegas como los estudiantes) y yo nos conocimos en 1977, hablamos de mis antecedentes y de mis planes para el programa, y de su deseo de participar más en la enseñanza. Me di cuenta de que en los temas clínicos y en las cuestiones referidas a la formación, nuestros intereses coincidían. Él aceptó de buena gana mi invitación a impartir un seminario, por más que yo no dispusiera de dinero para pagarle. Por las tres horas semanales que le dedicaba, su recompensa era una taza de café recién hecho. Pero mi elección de Bettelheim estaba llena de riesgos. Tenía la reputación de ser un hombre difícil, e incluso fastidioso. Además, los dos defendíamos puntos de vista diferentes sobre el papel de Estados Unidos en Vietnam, un asunto que tenía, para ambos, verdadera importancia personal. Desde 1965 yo había estado enérgicamente en contra de nuestra participación, en tanto que la prensa había citado sin reticencias a Bettelheim y sus acusaciones de «neonazis» a los antibelicistas; además, culpaba a los padres de éstos de no haberles enseñado «a temer». Fue aquella una guerra dolorosa, que enfrentó a padres e hijos, y parecía como si cualquiera que adoptase un punto de vista opuesto al propio, especialmente si proclamaba con tanta fuerza su opinión, fuese un enemigo natural. El doctor Bettelheim era una opción arriesgada por otra razón. Su cqnocJiTÜe^^ señados.»._sino en muchos años.de experiencia acumu_lada_y_ en su capacidad subjetiva de entender la vida interior de niños y adultos. Aunque algunos profesores muy mayores de la universidad y del Instituto Hoover (un think tank* situado en el campus de Stanford) respetaban profundamente a Bettelheim, el profesorado psiquiátrico lo consideraba «poco científico». Lo habían aceptado como profesor visitante, pero le daban poco para hacer. Muchos miembros del cuerpo de profesores, de orientación psiquiátrica, no se mostraban benévolos con su orientación psicoanalítica; a otros no les gustaban sus modales autoritarios ni su tendencia a expresarse enérgicamente, en particular cuando proclamaba sus profundas du* Un insticulo de investigación u otra organización de eruditos y científicos, especialmente si el gobierno la emplea para resolver problemas o predecir acontecimientos en las áreas militar y social. (N. de la I.)

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das sobre métodos que, como el estadístico y el bioquímico, ya habían aportado al departamento tanto renombre y tantos fondos para investigación. En nuestras conversaciones iniciales, sin embargo, descubrí que Bettelheim tenía una visión útil de mis intereses académicos e intelectuales. A comienzos de los años setenta, cuando yo pertenecía a la Facultad de Medicina de Harvard, me contaba entre el grupo de investigadores y médicos que por primera vez identificaron y dieron a conocer el hecho de que los abusos sexuales padecidos en la niñez eran un importante factor que predisponía a los problemas psiquiátricos. Con otros colegas, realicé estudios y publiqué artículos que describían maneras de abordar a los pacientes que habían sido objeto de incesto y de abuso sexual. Describí el contexto familiar en el cual se da el incesto y redacté un documento sobre el abuso sexual para la American Academy of Child Psychiatry, que fue al Congreso y que la American Medical Association publicó en el Journal ofthe American Medical Association {JAMA), su principal publicación. Mi investigación continuó después de mi llegada a Stanford. Publiqué artículos que analizaban la relación entre el desarrollo sexual normal y la sobreestimulación y el incesto en publicaciones tales como The Journal of the American Academy of Child Psychiatry, The American Journal of Psychiatry y el JAMA. Bettelheim me instó a que pensara más en profundidad en los descubrimientos que había hecho mi grupo de investigación en un gran estudio, dirigido por mí, sobre la evolución sexual en familias típicas acomodadas y su relación con una evolución sexual aberrante. Bettelheim me ayudó a pesar de su oposición al enfoque estadístico que yo usaba en esos estudios. Aunque admiraba la ciencia, dudaba de que los métodos útiles para las ciencias físicas pudieran medir y elucidar lo interior del hombre: sus impulsos, necesidades y pasiones. «Todos esos estudios cientíj|lcos_son..ijoytSlilQSJ^.,c£ea.r certidumbre allí donde Freud creía que no lajiabía —decía—. Creo que esta contradicción básica es insalvable.» Hablaba despectivamente de los que confían solamente en los datos objetivos: «Este recelo hacia los enfoques subjetivos, incluso hacia la introspección, explica la orientación fisiológica de buena parte de la psicología académica norteamericana. La fisiología es

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mensurable y cuantificable, mientras.que. la manera adecuada de amar a otra perso.na..es muy difícil, de. encontrar». En una ocasión presenté a Bettelheim al hoy difunto Roben Sears, un notable exponente de la psicología evolutiva, aproximadamente de la edad de Bettelheim. Sears había sido de los primeros en usar los métodos estadísticos en el estudio de la evolución infantil. En su conversación, Sears dijo que el problema de la aplicación de la estadística al estudio de la vida emocional de los niños era que los investigadores no sabían cómo «puntuar el afecto», es decir, asignar un valor numérico a lo que estaba sintiendo una persona. Bettelheim se mostró en desacuerdo. Ninguna persona puede mjedirjos_senümiento.s.de.otra, dijo. Es simplemente imposible saber, y no hablemos de medir, qué es lo que sucede dentro de otra persona. No es así, insistió Sears. Como otros fenómenos, las emociones se pueden medir, pero es un trabajo que hay que hacer con sumo cuidado. Y allí quedó trazado el límite de la cortesía entre aquellos dos hombres sinceros, aquellos pensadores brillantes. Bettelheim me atraía por otra razón que hacía que algunos miembros del profesorado desconfiaran de él. Yo consideraba significativa la perspectiva del psicoanálisis porque es una ciencia v adémáV un arte, que posee la belleza intrínseca y la utilidad de ambos. Ninguno de los dos es una manera de conocer evidentemente superior. ¿Acaso la manera que tenía Monet de entender el color era menos válida que la de las gentes que pueden decimos cuál es el contenido espectral de un matiz? Yo quería, además, que él me ayudara a pulir y afinar mejor mis propias habilidades psicoterapéuticas. Tenía ciertas reservas sobre la forma en que me comunicaba con un niño a quien estaba tratando, y sentía que me faltaba establecer con él alguna conexión, decisiva pero muy sutil. Le dije que deseaba que me ayudara con los problemas que tenía con ese niño. —Intentémoslo durante algunas semanas para ver qué pasa —me respondió. ¡Era un maestro excelente! En nuestras conversaciones consiguió poner el dedo exactamente en la llaga. Me señaló maneras de entender al niño y de profundizar en esa conversación continuada que es una terapia de plazos prolongados. Bettelheim era capaz de seleccionar un detalle minúsculo y aparentemente sin importancia

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que yo había mencionado por casualidad, y me ayudaba a ver que si lo recordaba era porque en ese detalle el niño me estaba diciendo algo importantísimo. Bettelheim tenía un agudo sentido de lo que necesitaba un paciente concreto en un momento determinado. En nuestro trabajo durante el primer año que nos vimos me sugirió ocasionalmente una intervención que me pareció temeraria. La primera vez que lo hizo, le dije: —Si yo fuera Bruno Bettelheim, eso podría funcionar, pero no lo soy. —Inténtelo —me respondió con tranquila convicción. Hice lo que me sugirió, y funcionó. Mi relación con el niño se profundizó y mejoró. Bettelheim me enseñó a escuchar con más cuidado a los niños, a oír lo que dicen, a conjeturar lo que se oculta detrás y a comunicar con más precisión sobre la base conjunta de lo que se entiende y lo que se conjetura. Me ayudó a ser menos intelectual y más juguetón en la terapia. Años después, me dijo: —Para los adultos es difícil aprender a hablar con" los niños. ¿Por qué? La única manera de hablar con ellos es sumergirse en su posición. Pero, como nuestra condición de adultos es una adquisición tan reciente, tenemos que protegerla a toda costa. Y en otra ocasión en que alguien le preguntó por qué hacemos de la niñez el mito de la despreocupación y vemos a los niños corno exponentes de bondad y dulzura, respondió: • —Tenemos esa imagen de la infancia porque todos queremos íhaber pasado por una época en que lo teníamos todo tan bien. Pero es una ilusión, un engaño. Para empezar, nunca lo tuvimos tan bien. ... Pero hay otra razón para que el mito [que tiene el adulto] de la inocencia de la niñez muera tan lentamente. Es por nuestra pro.pia hostilidad en la infancia, que estamos tratando de negar. En realidad, tiene que ver con nuestra incapacidad para aceptar todos los pensamientos hostiles y agresivos que nosotros mismos teníamos en la infancia, que nos impide ver todo eso en los niños y, por así decirlo, protege nuestra amnesia... " Aunque yo llegué a apreciarlo y a considerar nuestra amistad como un tesoro, el doctor B. no era un hombre abiertamente cálido y afectuoso, sino más bien reservado en sus relaciones. Generalmente, llamaba a las personas por su nombre profesional, y en pú-

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El arle de lo obvio Introducción

blico mantenía siempre un porte formal y pulcro. Excepto en sus dos últimos años, después de dos ataques, siempre fue muy celoso de su vida privada. En ocasiones podía «vanagloriarse», pero en su hogar trataba a todo el mundo como a un huésped de honor, con una cortesía y una hospitalidad impecables. Bajo la superficie, percibía yo un calor tímido y travieso, que se reflejaba en el fugaz resplandor que a veces aparecía en sus ojos y en el brillo provocativo de sus comentarios ocasionales. Tenía un estupendo sentido del humor y en ocasiones, en forma impredecible, compartía alguna anécdota de su niñez. Un amigo mío deseaba que su mujer dejara de amamantar a su hijo de seis meses. Para reforzar su posición pidió a Bettelheim que le ayudara a resolver la situación, con la esperanza de que el doctor B. fuera un apóstol de una crianza infantil estricta y le proporcionara serias admoniciones psicoanalíticas para transmitir a su desorientada esposa. Bettelheim sonrió y le dijo que, cuando él nació, sus padres fueron a las provincias austríacas a contratar a una chica de dieciséis años para que fuera su nodriza. Todos pasaron por alto el hecho de que a esa edad ella ya había cometido «delitos sexuales» y de que necesariamente estaba abandonando a su propio hijo. La buena chica, continuó con una mirada de picardía, lo había amamantado hasta que tuvo cuatro años, de modo que él no veía cuál era exactamente el problema. Mi amigo optó por no compartir aquella conversación con su mujer. La brillantez_de_BeUeIheim era un don, extraño y difícij ,de describir. "Y_ de lo que se trataba "era de deslac^^'rLHP-C^lTyBS. Ú9,S^e nq.h.a-y~u.a_§ís|ernaJe coordenadas aceptadas.poi"eonsenso,.uriiyersaJ, como la tabla de los elementos en química. Es un campo en donde las discrepancias surgen fácilmente, incluso en relación con los supuestos básicos. Cuando Bettelheim hablaba de un problema clínico, planteaba con frecuencia cuestiones difíciles de responder. Muchas veces, para quienes ya estaban establecidos en el campo, la confrontación con su ignorancia personal era inquietante. Por ejemplo, Saúl Wasserman, que dirigía una importante unidad de pacientes internos de psiquiatría infantil en el tiempo en que se abordó el caso que se estudia en el capítulo 2, al releerlo comentó: «Qué difícil es creer lo tontos que éramos. Hoy llevaría ese caso de forma tan diferente...».

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Era fácil sentir las preguntas de Bettelheim como un acoso o una humillación; después de todo, él sabía con qué propósito las hacía, pero quería que uno se diera cuenta por sí solo. Por ejemplo, podía observar en ti una actitud de la que no eras consciente, pero que impedía establecer una relación de empatia con el niño a quien tratabas. Lo más frecuente era que estuvieras conduciéndote de una manera que reflejaba alguna actitud de tus padres que te había dolido de niño, pero a la que habías tenido que adaptarte, interiorizándola. Entonces, cuando él hacía hincapié en eso, tu reacción era de enojo o de ponerte a la defensiva. Muchos participantes en el seminario usaban de manera constructiva esa dolorosa confrontación consigo mismos y con sus respectivas infancias. Más de uno comentó que lo que había sacado de ese seminario y aprendido de Bettelheim había cambiado la orientación de su vida o había influido profundamente en su carrera profesional. Pero no todos los que asistieron al seminario sentían lo mismo. Yo, debido a mis antecedentes y a mi formación, tiendo a tener un estilo didáctico mucho menos centrado en la confrontación, y a brindar en cambio más apoyo del que ofrecía Bettelheim. Él, por el contrario, era el producto de una rigurosa educación clásica europea, y había enseñado durante muchos años en la Universidad de Chicago, que era igualmente famosa por el rigor de sus métodos de enseñanza. Podía ser muy áspero cuando despojaba a un_estu¿¡,ante,.de.lQ,que,,étJÜaraaba «falsos supuestos^reíerentes al psicoanálisis. (Puede ser que en los seminarios que aquí presentamos aparezca en menor medida esa brusquedad, ya que nuestro propósito no es efectuar un retrato biográfico, sino presentar nuestras ideas con la mayor claridad posible.) A varios estudiantes les molestaba su rigor y su estilo agresivo, y dejaron de acudir a los seminarios. Desde entonces, algunos de ellos han llegado a ser excelentes psicoterapeutas. Estoy convencido de que si se hubieran quedado, o si el estilo didáctico de Bettelheim hubiera sido diferente, ellos habrían ganado muchísimo y el seminario se habría enriquecido con su participación. Hubo una occisión en que, después de que a un estudiante le hubiera parecido especialmente difícil de aceptar la crítica de Bettelheim, algunos de los concurrentes le reprocharon su insensibilidad.

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En respuesta, y fue la primera y única vez que le oí hacer aquello, Bettelheim explicó sus razones: / —Cuando enseño el pensamiento psicoanalítico, y especialí mente en psicoterapia, me esfuerzo por ser duro durante ías prime! ras sesiones, para que un promedio del quince al veinte por ciento 1 de los estudiantes dejen la clase. Estoy convencido de que es mejor para ellos, y para mí también. Llegar a ser psicoanalista impone considerables esfuerzos personales, y si uno no puede afrontarlos, es mejor que no entre en ese campo... La primera exigencia para convertirse en psicoanalista es someterse a un análisis perso. nal. Al hacerlo, uno experimenta muchas veces lo doloroso y per! turbador que es el proceso: una experiencia personal absolutamen[ te necesaria para que, más adelante, uno sea capaz de sentir empa/ tía con el sufrimiento que experimenta el o la paciente cuando está ¡sometido al proceso del psicoanálisis. »Pero como la mayoría de mis alumnos no se han psicoanalizado, tienen que aprender hasta qué punto la adquisición de diversos insights* psicoanalíticos puede ser perturbadora para el individuo. Cuanto antes aprendan que pueden tropezar en su camino con vivencias que los perturben, mejor, de manera que, si esas primeras pruebas son demasiado para ellos, puedan abandonar el trabajo antes de haber sufrido demasiado daño. Esta es también la razón de que yo nunca haya enseñado asignaturas obligatorias: quería facilitar a mis estudiantes la posibilidad de dejar la clase o el seminario en el momento que quisieran. »Y por eso también, antes de acceder a la petición del doctor Rosenfeld de que diéramos este seminario, insistí en que la asistencia fuera completamente voluntaria, y en que no hubiera ni la menor consecuencia adversa para ningún estudiante que optara por no acudir a él, o que después de algunas sesiones decidiera abandonarlo. »Es que, simplemente, el psicoanálisis no es fácil. No fue hecho para que lo fuera. Freud no esperaba que el psicoanálisis fuera para todo el mundo. Es algo que sólo sirve para los que quieren hacerlo y pueden asumir todo lo que el proceso y los insights del psico* Término utilizado en psicoanálisis para referirse a la intuición que tiene el paciente de algunos aspectos de su personalidad. (N. del e.)

Introducción

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análisis exigen de un individuo. La aceptación del psicoanálisis a partir de supuestos falsos no es buena ni para el psicoanálisis ni para la persona. Si alguien no quiere hacerlo, nada lo beneficiará más que abandonarlo, con la oportunidad simultánea de poder enojarse con alguien, en este caso conmigo. Después de una experiencia tal, un estudiante así sostendrá la tesis de que fue mi «mezquindad» y no su propia angustia lo que le movió a abandonarlo. Es mucho mejor que esas personas piensen que tienen razón para estar enojadas conmigo y no que piensen que no fueron capaces de asumir el dolor inherente en el psicoanálisis o que consideren que es un proceso fácil para todo el mundo. Así, en un sentido más profundo, lo que en la vivencia de ellos es mi «mezquindad» es algo destinado a protegerlos. Y funciona: ellos se enfadan conmigo, y yo puedo asumir su enojo sin pensar de ellos nada negativo. La experiencia en el seminario era muy diferente si comprendías que, cuando te presentabas, las preguntas de Bettelheim, estaban destinadas; a. hacerte.pensar en ajgo, i i ^ pudieras ..descubrirlo por ti .oiismo, tomando conciencia de una actitud que te restaba eficacia como terapeuta. Entonces tu experiencia te provocaba ansiedad y además era productiva. Si te esforzabas por comprender lo que él te estaba mostrando de ti mismo, te dabas cuenta de que la intensidad de tu reacción confirmaba que él había tocado algo importante, y entonces te esforzabas más. Recuerdo haberle oído decir: «Yo no puedo enseñaros a hacer psicoterapia. Eso, sólo vosotros podéis hacerlo. Yo sólo puedo -enseñaros la,manera.de,pensar ejiJapsicQtejrapia».
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