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El Arte de la Guerra y la Estrategia De Sun Tzu al Tercer Milenio
Carlos Martín Pérez 2.011
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“Tal vez no te interese la guerra, pero tú le interesas a ella.” Leon Trotsky
Prólogo.
Prólogo ¿Nunca ha tenido Usted que luchar o competir con alguien? No sería muy humano. Aunque usted no sea un profesional de la guerra, el libro que tiene en sus manos le va a ser muy útil porque trata sobre la lucha y el conflicto. Puesto que a lo largo de nuestra existencia todos entramos en conflicto con otras personas, es bueno saber cómo resolverlos. La forma preferible de hacerlo es la negociación, pero no siempre funciona. Llegados a ese punto; o nos rendimos, o entramos en pugna con nuestros semejantes. ¿Le suena? Si elige participar en un conflicto, lo mejor es ganar cuanto antes con el mínimo daño propio y a ser posible, del adversario. De hecho, hemos visto en muchas ocasiones que la situación ideal es convertir en aliado al adversario rápidamente derrotado. Otras especies animales también tienen lo que se pudiera considerar guerras: hormigas y chimpancés entre otros. En este planeta, la vida es lucha. Desde que nace, cualquier ser vivo debe competir: con sus hermanos para conseguir más alimento de su madre, con sus compañeros en su manada para conseguir mejores pastos o mas carne en las piezas cobradas, para aparearse, contra otras manadas para disputar o defender el territorio, los aspirantes a líder de la manada contra éste, y así en cada momento de su vida. El reino vegetal y el mundo microscópico tampoco parecen escapar a esta pauta. Si se da cuenta, bajo el barniz de aparente civilización, el ser humano no se
Prólogo.
distingue demasiado de resto de los animales. ¿Será porque somos más animales de lo que pensamos? La paz es el futuro y la guerra es no tener futuro. Sin embargo, desde que existe el ser humano existe la guerra, y hasta ahora, se va llegando al futuro. Extraña paradoja.
Antigua China. Sun Tzu.
Antigua China Sun Tzu Los trece artículos sobre el arte de la guerra constituyen el más antiguo de los tratados conocidos sobre esta materia, nunca ha sido superado en amplitud y profundidad de conceptos. Puede muy bien considerarse la esencia concentrada de la sabiduría en lo referente a la conducción de la guerra. Buscando entre los teóricos militares del pasado, sólo podría hallarse en Clausewitz al único capaz, en cierto modo, de compararse a Sun Tzu. Este es un resumen del libro El Arte de la Guerra, escrito por el guerrero filósofo Sun Tzu, probablemente en el año 500 a. d. C.; dicha obra, fundamentada sobre la estrategia y la confrontación en una guerra, contiene comentarios de varios estrategas donde expresan conocimientos y habilidades que en dado momento le serán útiles a todo guerrero. Sun Tzu, para el manejo de tropas, expresa que las órdenes deben ser bien explicadas de parte del comandante, pero si ya lo han sido y éstas no son ejecutadas de acuerdo con la ley militar, los oficiales son los culpables, por los que se les debe dar un ejemplo para realizar las órdenes exigidas, no importando los mandatos del Soberano. Las apreciaciones estratégicas juegan un papel muy importante en el arte de la guerra ya que la guerra es un asunto vital para el Estado, por lo que son de gran 5
Antigua China. Sun Tzu.
importancia los factores de la moral, que es la armonía que existe entre los dirigentes y el pueblo; el clima, en el que se deben aprovechar los cambios de estación. Y las dificultades del terreno, para considerar las oportunidades que ofrece de vivir o morir. En el mando se debe contar con inteligencia, justicia, valor y severidad tanto en la toma de decisiones como en la forma de llevar el orden. En disciplina, se entiende la correcta asignación de autoridad y en la distribución de los cargos, la organización y vigilancia en suministros. Al igual que se debe considerar el “engaño” para mostrar al enemigo inferioridad en condiciones para así lograr despistarlo y sorprenderlo en un ataque. La victoria es el principal objetivo de la guerra, por lo que debe ser planificada con anticipación, con esto se crearán mayores posibilidades para triunfar y se reducirá el tiempo de guerra, ya que esto ocasionaría pérdidas tanto en lo moral, fuerza, recursos y empobrecimiento del Estado, así que se deben aprovechar los recursos del oponente para reducir gastos. Al planificar la ofensiva se debe tratar de someter al oponente sin atacarlo y tomar la ciudad sin asediarla, así las tropas estarán frescas y la victoria será completa. También se debe comparar la fuerza del oponente con la propia para tener un correcto desempeño.
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En la formación militar se debe considerar como primer paso el desarrollo de la humanidad y justicia para que sean capaces de planear estrategias victoriosas, así se obtendrá el triunfo porque se aprovechan las condiciones que conducen a sus oponentes a la derrota. A través del espionaje se conocerán los planes del oponente para así saber cuál será la estrategia más eficaz para lograr el éxito. Se deberán descubrir las fuerzas y debilidades tanto de uno mismo como del enemigo para planear donde se deberá atacar y así lograr superioridad. Las maniobras consisten en hacer que un camino tortuoso se convierta en directo, y que los problemas se conviertan en ventajas. Para asegurar éstas se debe contar con equipo adecuado y conocer las condiciones del terreno a través de los guías locales. Para lograr la victoria se debe tomar en cuenta la moral, en la que se encuentra tanto el oponente como la propia, al igual que se debe dominar el factor mental y físico en las que se deben tomar las mejores decisiones. Un comandante que conoce perfectamente las ventajas de las diferentes variables sabrá cómo manejar las tropas y debe estar seguro de sus capacidades para obtener provecho de las circunstancias; no debe seguir ningún procedimiento preestablecido, al igual que debe actuar de acuerdo a las circunstancias; controla su carácter y cuando ve posibilidades, actúa con cautela y rapidez, en caso contrario cierra sus puertas.
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Antigua China. Sun Tzu.
Durante las marchas, la ventaja está en aprovecharse de las configuraciones del terreno y mandar a las tropas con humanidad y benevolencia, si no se toman en cuenta dichas recomendaciones el comandante no será capaz de utilizar el terreno en su provecho.
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Antigua China. Sun Bin.
Sun Bin Sun Bin, descendiente directo del autor de El arte la guerra y escrito un siglo después, se puede considerar una continuación del mismo. Aunque ya se conocían algunos fragmentos, fue en 1972 cuando se encontró el texto de esta obra. Su autor, Sun Bin, " el mutilado ", está considerado también como uno de los más importantes estrategas de la antigua China y fue discípulo del mítico sabio taoísta " El maestro del valle del demonio ", reconocido como el más grande teórico del arte de la estrategia. ¿Qué debo hacer si soy más fuerte y dispongo de más fuerzas que mi enemigo? Esta es la pregunta de una persona inteligente. Cuando tus fuerzas son mayores y más poderosas, pero todavía preguntas como emplearlas, esta es la forma de garantizar la seguridad de tu nación. Cambia el mando por una fuerza auxiliar. Desordena las tropas en filas confusas, para que el adversario se confíe y entonces seguramente entrará en batalla. ¿Qué debo hacer cuando el enemigo es más numeroso y más fuerte que yo? Ordena que la vanguardia sea replegable, asegurándose de esconder la retaguardia, de forma que la vanguardia pueda retirarse con seguridad. Despliega las armas de largo alcance en la línea de frente, las armas cortas atrás, con arqueros móviles para apoyar una presión sostenida. Haz que la fuerza
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Antigua China. Sun Bin.
principal quede inmóvil y espera a ver qué es lo que el enemigo puede hacer. ¿Cómo se debe atacar a los que están desesperados? Espera hasta que encuentren un medio de sobrevivir. ¿Cómo se ataca a fuerzas iguales? Hay que confundirlas y dividirlas. Concentro mis tropas para separar las del enemigo sin que éste se dé cuenta de lo que está sucediendo. Sin embargo si el enemigo no se divide, asiéntate y no te muevas; no luches cuando no haya duda. ¿Hay alguna forma de atacar una fuerza diez veces mayor que la mía? Sí. Ataca cuando no estén preparados, actúa cuando menos se lo esperen. ¿Cómo puedo hacer que mi ejército siga las órdenes de una forma habitual? Sé digno de confianza de una forma habitual. ¿Son puntos críticos las recompensas y los castigos para los guerreros? No. Las recompensas con medios de alentar las tropas, de hacer que los que luchan no se preocupen por la muerte. Los castigos son medios de corregir el desorden haciendo que las tropas respeten la autoridad. Ambos pueden reforzar la oportunidad de victoria, pero no son los elementos cruciales. ¿Son puntos críticos para el arte de guerrear, la planificación, el impulso, la estrategia y el engaño?
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Antigua China. Sun Bin.
No. La planificación es un medio de reunir un gran número de personas. El impulso se utiliza para asegurar que los soldados luchen. La estrategia es un medio de coger desprevenido al enemigo. El engaño es un medio de frustrar la oposición. Todos estos elementos pueden aumentar las posibilidades de ganar, pero no son los elementos más cruciales. Entonces, ¿Qué es lo que es crucial? Evaluar la oposición, imaginar las zonas de peligro, garantizar la vigilancia del terreno..., son los principios generales para los jefes. Garantizar tu ataque allí donde no haya defensa es lo esencial para el arte de la guerra. ¿Para qué son los soldados rasos? Los jefes con conocimientos no esperan el éxito sólo confiando en los soldados rasos. Una milicia no debe confiar en una formación fija; esto es lo que ha sido transmitido por los sabios de la antigüedad. La victoria en la guerra es una forma de preservar las naciones que están a punto de perecer y de perpetuar las sociedades que van a morir; el fracaso en la guerra consiste en perder territorio y en vez amenazada la soberanía. Es por esto por lo que debe examinarse los asuntos militares. Sin embargo, aquellos que disfrutan del militarismo perecerán; y aquellos que ambicionan la victoria sufrirán la desgracia. La guerra no es algo para disfrutar, la victoria no ha de ser un objeto de ambición.
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Actúa sólo cuando estés preparado. Cuando una plaza es pequeña, pero su defensa es firme, eso significa que tiene suministros. Cuando hay pocos soldados, pero el ejército es fuerte, eso significa que tienen un sentimiento del sentido de la lucha. Nadie en el mundo puede ser firme y fuerte si lucha sin suministros o sin el sentimiento del sentido de la lucha. Cuando sabes que los soldados son dignos de confianza, no dejes que otros los atraigan para sí. Lucha sólo cuando estés seguro de ganar, sin dejarlo saber a nadie. La capacidad de desplazar a un ejército en el acto es una forma de estar preparado contra los que son más fuertes. Una fuerza expedicionaria móvil y ligera de tropas especialmente entrenadas se utiliza para oponerse a un ataque relámpago. Los ricos no están forzosamente seguros, los pobres no están necesariamente inseguros, la mayoría no prevalece necesariamente, las minorías no fracasan forzosamente. Lo que determina quién gana y quien pierde, quien está seguro y quien en peligro es su ciencia, su estrategia. Si el número de tus adversarios es mayor, pero eres capaz de dividirlos de forma que no puedan ayudarse unos a otros, existe un modo de ganar. Los gobiernos inteligentes y los generales con conocimiento de la ciencia militar deben prepararse primero; después pueden lograr el éxito antes de
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Antigua China. Sun Bin.
combatir, de forma que no pierden un posible logro exitoso después de luchar. Por ello, cuando los guerreros salen con éxito y vuelven sin ser heridos, entienden el arte la guerra. Aunque un ejército enemigo tenga muchas tropas, un experto puede dividirlas, de forma que no puedan ayudarse entre sí cuando son atacadas. Si tú equipamiento no es eficaz, mientras que el enemigo está bien preparado, tu ejército será aplastado. Los jefes deben ser justos; si no son justos, carecerán de dignidad. Si carecen de dignidad, carecerán de carisma; si carecen de carisma, sus soldados no se enfrentaran a la muerte por ellos. Por esta razón, la justicia es la cabeza del arte la guerra. Los jefes deben ser humanos, si no son humanos, sus fuerzas no son eficaces. Si sus fuerzas no son eficaces no logran nada. Por ello, la humanidad constituye las tripas del arte la guerra. Los jefes deben tener integridad; sin integridad no tienen poder. Si no tienen poder, no pueden obtener lo mejor de sus ejércitos. Por ello, la integridad es la mano del arte la guerra. Cualquiera que tenga forma puede ser definido, y cualquiera que pueda ser definido puede ser vencido.
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Antigua China. Sun Bin.
Cuando las personas obedecen las normas sin recompensa ni castigos, se trata de órdenes que pueden ejecutar. Cuando los de arriba son recompensados y los de abajo son castigados, más incluso si el pueblo no quiere obedecer las órdenes, se trata de órdenes que el pueblo es incapaz de ejecutar. Cuando se practica constantemente el orden para educar a las personas, estás obedecen. Cuando no se practica constantemente el orden para educar a las personas, entonces estás no obedecen. Cuando se practica el orden constantemente, ello significa que es eficaz para el conjunto. Cuando se emplea a las personas de forma coherente con su naturaleza, entonces las órdenes con ejecutadas como una corriente que fluye. No dejes que nada te seduzca, no dejes que nada que altere. Hay que centrarse sólo en lo que es apropiado. Aunque seas sólido, mantente a la defensiva; aunque seas fuerte sé evasivo. Responder a una forma con una forma es franqueza, responder sin forma a la forma es sorpresa. Mira con los ojos de todo el mundo y no habrá nada que no puedas ver. Escucha con los oídos de todo el mundo y no habrá nada que no puedas oír. Piensa con la mente de todo el país y no habrá nada que no puedas conocer.
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Antigua China. Sun Bin.
Hay seis formas de escoger a las personas para ejercer el mando: enriquecerlos y observar si se refrenan de la mala conducta para probar su humanidad. Ennoblecerlos y ver si se contienen de la altanería, para probar su sentido de justicia. Darles responsabilidades para ver si se contienen del comportamiento despótico, para probar su lealtad. Tentarlos para probar su confianza. Ponerlos en peligro y ver si no se asustan, para probar su valor. Abrumarlos y ver si permanecen incansables, para probar como abordan estratégicamente los problemas.
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Antigua China. 36 estrategias chinas.
36 estrategias chinas Estas estrategias fueron escritas en China a lo largo del tiempo por personas muy diferentes: expertos en táctica militar, comerciantes, pícaros, cortesanos, filósofos, poetas, buscavidas, escritores y gente normal y corriente. Se elaboraron, enriquecieron y fueron perfeccionadas a lo largo de cinco mil años de guerras, golpes de estado, intrigas cortesanas y competencia económica. Cualquier persona puede emplearlas para comprender la historia, política, negocios, relaciones humanas y relaciones profesionales. Ofrecen consejos prácticos para cualquier situación: cortejar a una persona, trabajos en ventas y en tecnología, para situaciones desesperadas, momentos de confusión y crisis, de ataque y defensa, enfrentamientos con adversarios y búsqueda de la superioridad sobre los competidores. 1. Rodear un estado para salvar otro Atacar directamente a un enemigo poderoso y unido es una invitación al desastre. Hay que emplear una confrontación indirecta: concentrar fuerzas para golpear en el punto más débil del enemigo, aprovechar sus fallos, resolver un problema mediante la concentración en un aspecto que parece al margen pero que en calidad es la clave o desviar el problema sobre otra circunstancia. 2. Moverse sin ser visto en el océano a plena luz del día. Cuanto más obvia parece una situación, más secretos profundos puede esconder. La gente tiende a ignorar lo que les es familiar y espera que los secretos estén escondidos. Se tiende a descuidar las actividades
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Antigua China. 36 estrategias chinas.
abiertas que esconden estrategias subyacentes. Significa crear un frente que después se rocía con un ambiente de familiaridad y de normalidad. Una vez hecho esto, se puede maniobrar sin ser visto, ya que todo el mundo se acostumbra a ver lo obvio y acostumbrado. 3. Matar con una espada prestada Consiste en utilizar los recursos ajenos en provecho propio. Si otro puede hacerlo por ti, no lo hagas tú y apúntate el éxito. 4. Relajarse mientras el enemigo se agota a sí mismo Hay que forzar a los enemigos a gastar su energía mientras se conserva la propia. Cansar al adversario persiguiendo objetivos inútiles o hacerles venir desde muy lejos, mientras se permanece en el terreno propio. 5. Saquear una casa en llamas Los adversarios que ya tienen problemas son más fáciles de vencer que los que no tienen tales distracciones. Hay que aprovechar totalmente las desgracias del enemigo e incluso aumentarlas para restarles fuerza. 6. Fingir ir hacia el Este mientras se ataca por el Oeste Se crea una falsa impresión para hacer pensar al enemigo que el ataque viene de un lado, cuando en realidad está llegando por otro. El adversario no debe descubrir las intenciones de los falsos movimientos: si no se hace con inteligencia, puede volverse contra uno. Hay que difundir
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información errónea acerca de las intenciones propias. Así se fuerza al enemigo a concentrar sus defensas en otro frente, dejando vulnerable el que a nosotros nos interesa. 7. Crear algo a partir de nada Se crea una falsa idea en la mente del adversario haciendo que la fije como real. Si se es capaz de crear algo a partir de nada, las circunstancias más insignificantes pueden conducir al éxito. La mentira repetida mil veces puede llegar a aceptarse como verdad. Convertir algo pequeño en enorme, creado a partir de actitudes preexistentes para avivar los miedos, aumentar los prejuicios o desviar la percepción de los hechos. Una variante es hacer pensar a los demás que uno no tiene nada cuando en edad se tiene algo. 8. Atravesar el desfiladero en la oscuridad Opone maniobra abierta, predecible y pública, a otras encubiertas, sorpresiva y secreta. Significa atraer la atención sobre una línea de acción y desarrollar otras alternativas. 9. Observar los fuegos que arden al otro lado del río Consiste en dejar que los enemigos se destruyan entre ellos. Hay que aprovechar las contradicciones del adversario. 10. Ocultar la daga tras una sonrisa Significa ganar la confianza del contrincante y actuar solamente cuando ha bajado la guardia.
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11. Sacrificar el ciruelo por el melocotonero A veces hay que hacer sacrificios parciales en aras de la victoria total, hacer concesiones para conseguir el objetivo principal. Exige un cuidadoso cálculo de beneficios parciales y globales, así como ganancias a largo y a corto plazo. 12. Robar un cordero al pasar Hay que aprovechar las oportunidades que surgen. Cualquier error del enemigo debe ser una ventaja propia. 13. Golpear la hierba para asustar la serpiente Si el adversario es cauteloso e insondable, hay que crear cualquier tipo de agitación para observar su reacción. Atacando un blanco secundario, se puede asustar al enemigo para que haga públicos secretos importantes. Se puede hacer creer al enemigo que se le está cercando y así se entregará más fácilmente. Hay que provocar al enemigo y estudiar su respuesta antes de lanzar una verdadera ofensiva. También sirve para probar a las personas y ver cómo son en realidad. 14. Levantar un cadáver de entre los muertos Significa no utilizar lo que todo el mundo utiliza, sino servirse de lo que nadie se sirve. Hacer revivir algo que ha caído en desuso por descuido o dejadez. Encontrar utilidades a cosas que habían sido hasta entonces ignoradas o consideradas inútiles.
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15. Atraer al tigre fuera de las montañas Es mejor hacer salir al enemigo para luchar que adentrarse en territorio peligroso y desconocido para combatirle. Hay que sacarle de su entorno para hacerlo más vulnerable al ataque. Un paso más de esta estrategia es hacer entrar al tigre en las montañas propias. 16. Deshacerse del enemigo permitiéndole escapar Se utiliza para evitar derramamientos de sangre. Funciona mejor que intentar arrinconarle y provocar una lucha desesperada. No se debe presionar demasiado al enemigo. Cualquier asedio debe dejar una escapatoria para que el enemigo no se sienta decidido a luchar hasta la muerte. Una vez que empiece su fuga, se debilitará y será fácil destruirlo. 17. Fabricar un ladrillo para obtener jade Engatusar al adversario con algo de poco valor para obtener un beneficio mayor. El ejemplo más claro es el Caballo de Troya. Una variante en el mundo de las negociaciones es empezar con una pequeña petición para obtener una predisposición favorable a peticiones más amplias. 18. Capturar al cabecilla para prender a los bandidos Una fuerza se deshace cuando se pierde lo que la mantiene unida. Si uno se enfrenta a una oposición masiva, hay que centrarse en sus líderes. 19. Robar la leña debajo de la caldera Este método tiene como objetivo mermar los recursos del enemigo y minar su moral. Tiene doble sentido:
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privar al enemigo de su sostén físico y también del psicológico. 20. Pescar en aguas turbias Hay que utilizar la confusión general en provecho propio. Los tiempos de crisis proporcionan oportunidades excepcionales. No hay que confundirlo con “saquear una casa en llamas”, que significa aprovecharse de las adversidades concretas del enemigo, mientras que “pescar en aguas turbias”, consiste en aprovecharse de una situación general de confusión y de caos. El ideograma chino “crisis” está compuesto de dos caracteres: “peligro” y oportunidad”. 21. Desprenderse del caparazón de la cigarra Significa dejar atrás las falsas apariencias creadas con un fin. La fachada queda intacta, pero la acción se realiza en cualquier parte. 22. Cerrar la puerta para atrapar al ladrón En esencia consiste en cercar al enemigo y cerrar todas las vías de escape. Pero exige algunos requisitos previos: se debe tener al menos una concentración superior de fuerzas en el lugar, o una superioridad absoluta; tiene que haber alguna especie de trampa, ya sea física o psicológica; hay que traer al enemigo con algún engaño y hay que cerrar la trampa en el momento adecuado para que realmente el adversario pueda ser atrapado dentro. Si éste percibe alguna posibilidad de escape, seguirá luchando desesperadamente, pero si sabe que su lucha no tiene sentido, acabará entregándose.
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23. Aliarse con un Estado lejano para atacar al Estado vecino Si uno se alía con enemigos (o simplemente neutrales) distantes, mientras se ataca a los cercanos, se pueden minimizar las dificultades logísticas y consolidar además cada victoria. Hay que recordar que estamos hablando de alianzas, no de paz perpetua. Existen intereses permanentes, pero no amigos eternos. 24. Tomar prestado el derecho de paso para atacar al vecino. Se asegura el uso temporal de los recursos de otro aliado para atacar a un enemigo común. Tras haberlos empleado para vencer al enemigo, se emplean ahora contra el aliado que los facilitó. Se emplea para cuando, si tenemos dos adversarios, uno está amenazado por el otro. Si se interviene en ayuda del primero, se amplía la influencia sobre ambos al mismo tiempo. La clave de la estrategia es la capacidad de pedir prestado un camino de paso. 25. Reemplazar las vigas y los pilares con madera podrida Consiste en robar, sabotear, destruir o eliminar de alguna manera las bases que sostienen al enemigo y sustituirlas por las propias. 26. Mata al pollo para asustar al mono En esta estrategia se trata de usar tácticas para producir miedo, amenazar, asustar o plegar a otros a la sumisión.
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27. Hacerse el tonto sin dejar de ser listo Las personas más inteligentes no dejan ver siempre lo inteligentes que son. Las que son menos listas y piensan que son muy listas, actúan de forma temeraria. Hay que esperar, hacerse el tonto y aprovechar la oportunidad. 28. Retirar la escalera después de haber subido Atraer al enemigo a una trampa y después cortarle la vía de escape: al codicioso, con promesa de ganancia; al inflexible, con argucias; al arrogante, con apariencia de debilidad. También quiere decir sumergir a los propios aliados en una situación de crisis que les obligue a inventar nuevas soluciones al problema. 29. Adornar los árboles con flores falsas Se trata de presentar una apariencia poderosa, incluso si las fuerzas reales son mínimas. Otra variante es que el fuerte se presente como más fuerte para disuadir a los rivales, o más débil para confundirlos. En general, hay que hacer ver que se tienen más fuerzas que las que se poseen. 30. Hacer que el anfitrión y el invitado intercambien sus sitios El invitado puede cambiar de posición con el anfitrión de muchas maneras: aumentando sus fuerzas hasta que se halla suficientemente fuerte para vencer al anfitrión, infiltrándose como amigo y tomando poco a poco el control o penetrando en el territorio después de haber hecho salir al anfitrión.
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31. Utilizar una mujer para tender una trampa a un hombre. En un sentido más amplio, significa ofrecer al adversario cualquier clase de tentación irresistible. 32. Abrir de par en par las puertas de la ciudad vacía Hay que utilizar esta estrategia cuando se está en situación muy vulnerable. Se basa en la propensión de la gente a desconfiar de lo que se reconoce abiertamente. Si no se tiene ningún medio de defensa y se revela abiertamente al enemigo, es probable que sospeche lo contrario. Se afirma no ser más de lo que se es con la esperanza que los demás imaginen que somos mucho más. 33. Dejar que el espía siembre la discordia en su propio campo No existen situaciones en las que los espías no puedan ser empleados. Se aconseja manipular a los agentes enemigos para que sirvan a los objetivos propios. 34. Hacerse daño a sí mismo para ganarse la confianza de enemigo La gente tiende a sentir simpatía por los que padecen calamidades. Hay que aparentar ser víctima de tu propia gente para ganar la simpatía y confianza de los enemigos. 35. Encadenar juntos a los barcos enemigos Cuando dos saltamontes están atados por el mismo hilo, ninguno se puede escapar. Trata de cómo convertir en debilidad la fuerza del enemigo. Se intenta entorpecer al enemigo con su propio peso.
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36. Retirarse Retirarse cuando todo falla es la estrategia definitiva. Pero no significa huir definitivamente. Al enfrentarnos con un enemigo infinitamente superior, se puede rendir, negociar o retirarse. La retirada no significa la derrota total, el compromiso significa una media derrota y la rendición, la derrota total.
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Antigua China. Huai Nan Zi.
Huai Nan Zi En esta obra se presentan una serie de extractos del texto clásico taoísta Los maestros de Hainan, que pertenece a la antigua tradición de Lao Tse y Zhuang Zi. Esta obra fue compilada hace más de dos mil años, y constituye una de las más antiguas y prestigiosas de la filosofía del Tao. Los maestros de Huainan constituyen a su vez una colección de pensamientos acerca de la civilización, la cultura y el gobierno. Es más detallado y explícito que el Tao Te King y que el Zhuang Zi, sus notables predecesores, y abarca la totalidad de las ciencias naturales, sociales y espirituales del taoísmo clásico. Incluye temas tan variados como la conservación del ambiente, el crecimiento personal y la evolución política de las sociedades en una visión comprensiva de la vida humana. Es posible rastrear el origen de este libro hasta el circulo interno de los sabios taoístas de la corte del rey de Huainan, gobernante de un pequeño principado en el vasto imperio de la dinastía china de Han en la segunda centuria antes de Cristo. Este rey era un notable patrono de la cultura, y su corte ya era un centro floreciente cuando surgió en ella un grupo de ocho maestros taoístas que transmitieron estas enseñanzas. Los que recurrían a las armas en los tiempos antiguos no lo hacían para expandir su territorio o lograr riquezas. Lo hacían por la supervivencia y continuidad de las naciones al borde de la destrucción y la extinción, para poner orden en el mundo y para deshacerse de los que dañaban a la gente común.
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Antigua China. Huai Nan Zi.
El uso que los sabios hacen de las armas es como el peinado del cabello o la poda de los retoños: se quitan unos pocos para beneficiar a muchos. No hay daño más grande que matar a gente inocente y soportar dirigentes injustos. No existe peor calamidad que agotar los recursos para satisfacer los deseos de un individuo. Hay necesidades referentes a ropas y alimentos que no alcanzan a satisfacerse. Por lo tanto, cuando las personas viven juntas no lo comparten todo por igual. Si no logran lo que desean, pelean. Cuando pelean, el fuerte aterroriza al débil y el atrevido atropella al tímido. Cuando los voraces y glotones saquearon al mundo, las gentes vivieron en medio de tumultos y no podían estar seguros en sus casas. Hubo sabios que se alzaron, derribaron a violentos y desmedidos, resolvieron el caos del momento, nivelaron lo desparejo, suprimieron la contaminación, clarificaron las turbulencias y dieron seguridad al que corría peligro. Así la humanidad estuvo en condiciones de sobrevivir. Las operaciones militares de los líderes de verdad se considera con filosofía, se planean con estrategia y se sostienen con justicia. No tienen como finalidad destruir lo que existe sino conservar lo que está pereciendo. Por lo tanto, cuando se enteran de que en una nación vecina se oprime el pueblo, alistan ejércitos, marchan a la frontera, y acusan a la otra nación de injusticias y excesos.
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Cuando los ejércitos alcanzan los suburbios, los comandantes dicen a sus tropas: “no derriben árboles, no perturben los cementerios, no incendien cosechas ni destruyan almacenes, no hagan prisioneras a las personas comunes y no roben animales domésticos”. Luego se formula la proclama: “el gobernante de tal y cual país demuestra desprecio por el Cielo y los Espíritus al apresar y ejecutar a inocentes. Este es un criminal ante el cielo, un enemigo ante el pueblo”. La presencia de los ejércitos es para expulsar al injusto y restaurar al virtuoso. Quienes encabezan a los saqueadores del pueblo, en desafío a lo que es natural, mueren y sus bandas son exterminadas. Aquellos que reúnen a sus familias para escuchar razones quedan libres junto con sus familias; aquellos que logran que sus aldeas y ciudades escuchen son recompensados lo mismo que sus aldeas y ciudades; aquellos que logran que sus distritos escuchen, reciben feudos al igual que sus distritos; y aquellos que consiguen que sus estados escuchen, son ennoblecidos en sus estados. La conquista de una nación no se extiende a su población; arranca el liderazgo y cambia el gobierno, hace honor a los caballeros excelentes, reconoce al sabio y al bueno, ayuda a huérfanos y viudas, consuela al pobre y lo trata con misericordia; libera a los presos y recompensa a los que ostentan méritos. Los aldeanos aguardan la llegada de esos ejércitos con las puertas abiertas, les tienen preparados los abastos y la alimentación, preocupados sólo ante la posibilidad
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de que no vengan. Así, cuando el liderazgo se descarría, el pueblo desea la intervención militar tal como desea que llegue la lluvia durante una sequía y como busca saciar la sed. ¿Quién cruzaría sus armas con el ejército movido por la rectitud en tales circunstancias? La pretensión suprema de una acción militar justa consiste en poner fin a su misión sin necesidad de luchar. En cuanto a las acciones militares de las sociedades modernas, aún cuando los dirigentes sean descarriados y desconocedores del camino, toda ellas levantan fortificaciones para su defensa. Cuando se lanzan al ataque no es para frenar el violento y desalojar al destructor; si no para invadir tierras y engrandecer su territorio. Por eso es que se llega a que haya cadáveres dispersos cuya sangre corre a la vista de ellos y los liderazgos eficientes rara vez surgen. es porque siguen sus ideas; los líderes actúan por su propia cuenta. Los que hacen la guerra para ganar tierras no pueden entronizarse como soberanos de esas tierras, y aquellos que hacen la guerra por su propio interés no pueden lograr que sus logros se mantengan. Muchos ayudan a los se lanzan a proyectos para beneficiar a otros; muchos abandonan a los que se lanzan a realizar proyectos para su propio beneficio. Aquellos que cuentan con la ayuda de la mayoría, de seguro serán fuertes aun cuando ellos mismos sean débiles, en tanto que aquellos abandonados por la
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mayoría, con seguridad perecerán sin que importe cuán grandes puedan ser. Cuando los ejércitos pierden el camino son débiles; cuando alcanzan el camino, son fuertes. Cuando los generales pierden el camino, son ineptos; cuando alcanzan el camino, son capaces. En una acción militar acorde con el camino, los carros de guerra no se lanzan al frente, los caballos no se ensillan, los tambores no redoblan, las banderas no se despliegan. Las flechas no se disparan, y las espadas no saborean la sangre. No se modifican los rangos en la corte, los mercaderes no se alejan del mercado y los campesinos no se van de sus campos. Cuando se invoca la justicia con urgencia, las grandes naciones han de convertirse en aliadas y los pequeños estados las seguirán. Todo esto se apoya en la voluntad de las gentes, para librarse de merodeadores y saqueadores. Así aquellos con intereses comunes han de morir juntos; aquellos consentimientos comunes se desarrollarán juntos; aquellos con deseos comunes se esforzaran juntos; aquellas aversiones comunes se ayudarán mutuamente. si procedes de acuerdo con el camino, el pueblo y todo el mundo lucharán en tu favor. Cuando los cazadores persiguen a la presa, unos cabalgan y otros van a pie, todos extreman sus esfuerzos. Nadie los amenaza con el castigo, pero todos se ayudan para cruzar la espesura, porque todos persiguen el mismo interés.
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Cuando atraviesan un río en el mismo bote y caen en medio de un remolino, los hijos de un centenar de familias se ayudarán de inmediato tal como lo hacen las manos derecha e izquierda, sin pensar en recompensa alguna, porque todos se encuentran en el mismo problema. Por lo tanto, las operaciones militares de los líderes sabios son para eliminar la destrucción en el mundo, para que todos los pueblos compartan las ventajas en común. Cuando los hombres sirven en la milicia con el mismo espíritu con que los hijos hacen algo por sus padres o sus hermanos mayores, entonces alcanzan un poderío que semeja a la fuerza de un alud... ¿quién se atrevería a enfrentarlo? Cuando empleas bien las armas, haces que la gente trabaje por su propio beneficio. Cuando empleas mal las armas, haces que la gente trabaje para tu beneficio. Cuando haces que la gente trabaje para su beneficio, pueden emplearse a cualquier persona. Cuando la haces trabajar para tu beneficio encontrarás a muy poca. Todo el mundo sabe cómo se manejan los detalles, pero nadie sabe cómo se trabaja en el cultivo de lo básico. Por atender al cuidado de las ramas se olvidan de las raíces. Así hay muchas cosas que pueden contribuir a que un ejército venza, pero con pocas las que pueden garantizar la victoria. Buenos armamentos y equipos, abundantes abastecimientos y gran cantidad de tropas significan gran ayuda para un ejército, pero allí no queda incluida la victoria.
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La forma de alcanzar determinada victoria se encuentra en tener una infinita sabiduría y un camino infalible. La base de una victoria o una derrota militar está en el gobierno. Si el gobierno conduce al pueblo con propiedad y los que están más abajo adhieren a los más altos, entonces la milicia es fuerte. Si el pueblo supera al gobierno y los que están por debajo se vuelven contra los de arriba, entonces la milicia es débil. Por lo tanto, cuando virtud y justicia bastan para alcanzar a todos, las obras públicas son suficientes para atender a las necesidades urgentes, se escoge lo que basta para ganar el corazón de los inteligentes, y planificación eficiente basta para conocer la disposición de las fuerzas y debilidades... esa es la base de una victoria cierta. Contar con un territorio extenso y una gran población no es suficiente para obtener la fuerza. Contar con duras corazas y armas afiladas no es suficiente para alcanzar la victoria. Contar con muros elevados y hondos fosos no es suficiente para la seguridad absoluta. Contar con órdenes y castigos estrictos no es suficiente para tener autoridad. Aquellos que desarrollen políticas que conduzcan la supervivencia han de sobrevivir aunque sean pequeños; aquellos que lleven a cabo políticas conducentes a la destrucción perecerán aún cuando sean grandes. Un país pequeño que en realidad practique la cultura y la virtud, reina; un gran país militarista, perece. Un ejército que se mantiene entero, va al combate sólo
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cuando ya ha vencido; un ejército condenado a la derrota es aquel que combate primero y luego procura vencer. Cuando las virtudes son parejas, los más prevalecen sobre los menos. Cuando las fuerzas son comparables, el inteligente prevalece sobre el tonto. Cuando un millar de personas piensa igual, domina a un millar de personas porque tiene su poder; cuando diez mil piensan distinto, entonces nadie es útil en realidad. Sólo cuando jefes, soldados, funcionarios y ciudadanos actúan como un mismo cuerpo, están en condiciones de responder al oponente. Por lo tanto, ponte en acción después de haber determinado la estrategia; actúa cuando estén decididas las medidas. Cuando los comandantes no abrigan dudas sobre sus planes, los soldados no piensan en dos formas. No habrá señales de flojedad en la acción ni de vulgaridad en el discurso, no habrá tanteos en las operaciones. La respuesta ante los oponentes habrá de ser rápido; el despliegue será veloz. Así el pueblo constituye el cuerpo de los comandantes y los comandantes son el corazón del pueblo. Si el corazón es sincero, miembros y torso los siguen de cerca. Si se sospecha del corazón, miembros y torso se descontrolan. Si el corazón carece de sinceridad, el cuerpo no regula su poderío. Si los comandantes no sinceran sus necesidades, entonces los soldados no son valientes ni arrojados.
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Lo valioso del camino es su carencia formal. Si careces de forma no pueden reprimirte ni oprimirte; no pueden medirte ni imaginarte. Los habilidosos en la defensa no suprimen a cualquiera, y los habilidosos en el ataque no combaten contra cualquiera. En cuanto a los que comprenden el camino de qué prohibir y qué permitir, qué abrir y qué cerrar, marchan según la corriente de los tiempos y se valen del deseo del pueblo para ganar el mundo. Cuando la cultura sólo influye superficialmente, los efectos del poder son limitados. Cuando la virtud se aplica con liberalidad, el reino de la autoridad se amplía. Cuando el pueblo sigue las órdenes con sinceridad, no habrá razón para temer así se sea pequeño. Cuando el pueblo no sigue las órdenes, aun el grande en número es escaso. Cuando oficiales y soldados son puros y dedicados, cuando selecciona a los buenos y se emplea a los talentosos, cuando se encuentran las personas correctas para ser oficiales, cuando se determina las evaluaciones y se deciden los planes, cuando se entiende qué será lo mortal y qué lo que aliente la vida, cuando se actúa o restringe según el momento adecuado, entonces no habrá oponente que no viva sobresaltado. Por lo tanto, una ciudad podría medirse frente a semejante ataque aun antes de haberse desplegado la máquina bélica; un oponente sería
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vencido en la guerra antes de que ocurriera un solo choque armado. Todo es cuestión de comprender los factores que llevan a una victoria cierta. Por eso, si un ejército ni siquiera ensaya escaramuzas a menos de tener segura la victoria, si no comienza el sitio cuando no tienen la seguridad de tomar la plaza, si combate sólo después de confiar su fuerza y se pone en movimiento sólo después de establecer las directivas, si se agrupa y no se dispersa sin efectividad, entonces cuando va al combate no regresa sin haber cumplido su cometido. La única esperanza es que semejante ejército no se ponga en movimiento, porque si lo hace desafiará a los cielos y conmoverá a la tierra, moverá las montañas más altas y secará los cuatro mares. Fantasmas y espíritus se alejarán; aves y bestias huirán. Contra esto no hay ejército efectivo en el terreno y no hay país que pueda defender sus ciudades. Trata con calma al excitado; contrólate para esperar al perturbado. Sé informal para así dominar al formal; responde al cambio sin artilugios. Entonces, aunque no puedas lograr la victoria sobre tus enemigos, tus enemigos no tendrán cómo lograr la victoria sobre ti. Cuando los oponentes entran en acción antes que tú, entonces puedes advertir su conformación. Cuando ellos están excitados, pero tú en calma, entonces neutraliza su poderío. Todo lo que se ajuste a normas puede ser superado; todo lo que adquiera forma se puede contrarrestar. Por
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eso es que los sabios esconden sus formas disipándolas en la nada y hacen que su mente se deslice en el vacío. Todos los seres de la creación pueden controlarse a través de sus movimientos, por eso los sabios valoran la inmovilidad. Si estás quieto podrás controlar la excitación; y si te contienes podrás controlar las iniciativas. El camino que sigue un buen general para utilizar a sus soldados consiste en unificar sus mentes y sus fuerzas, para que así el osado no pueda lanzarse solo al frente y el débil no pueda retirarse solo. Cuando permanecen quietos son como una montaña, al entrar en movimiento se convierten en huracán, destrozan cuanto se les opone, lo superan todo, se desplazan como un solo cuerpo, nada puede contenerlos ni detenerlos. En consecuencia, muchos enemigos resultan heridos aunque en realidad pocos soldados combatan. Benevolencia, valor, sinceridad e integridad son grandes cualidades humanas, pero es posible despojar al benévolo, incitar al valeroso, engañar al sincero e intrigar en perjuicio de los íntegros. Si los líderes de grupo cuentan con algunas de estas cualidades en forma visible, entonces los demás los superan. Sólo aquellos que se despojan de todas formas son invulnerables. Los sabios se esconden en la inescrutabilidad, y así no pueden observarse sus
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sentimientos. Como operan en la carencia de forma sus líneas no se pueden atravesar. Cuando los mejores generales recurren a las armas, tienen por encima el camino del cielo, las ventajas de la tierra debajo y los corazones de los hombres en medio; entonces lo usan en el momento oportuno, desplegándolos de acuerdo con la situación. Tal la razón de que no tengan tropas debilitadas ni ejércitos vencidos. En cuanto a los generales mediocres, ellos desconocen el camino del cielo que se halla arriba y no saben de las ventajas de la tierra; sólo utilizan impulso y personas. Aunque sus éxitos puedan no resultar absolutos, lograrán victorias la mayor parte de las veces. Cuando se trata de generales inferiores y de cómo usan las armas, oyen mucho pero se confunden ellos mismos. Saben mucho, pero dudan de sí mismos. No son valientes en el terreno y se muestran dubitativas en la acción. Por lo tanto, lo más probable es que otros los capturen. Una buena operación militar ha de tener el ímpetu del agua que desborda de un dique monumental, como el canto rodado que se precipita al fondo de una hondonada. Si el mundo ve la necesidad que mueve tu acción militar, ¿quién osaría combatirte? La manera de combatir del guerrero consiste en mostrarse blando ante los otros pero enfrentarlos con firmeza, mostrarse débil pero superarlos con fuerza,
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retroceder frente a ellos, pero pasar luego al ataque para contrarrestarlos. Cuando el lugar de donde viene no es aquél al que vas y lo que muestras no es lo que planeas, entonces no habrá quién pueda decir qué estás haciendo. Eres como el rayo: nadie puede anticipar dónde golpeará, y nunca cae dos veces en el mismo sitio. En esa forma, tus victorias podrán ser ciento por ciento completas, juntamente con el conocimiento escondido. Cuando nadie conoce tu puerta, eso se llama genialidad suprema. Lo que hace fuertes a los guerreros es su disposición a luchar hasta la muerte. Lo que lleva a la gente a luchar hasta la muerte es la justicia. Lo que hace posible poner en práctica la justicia es su solemne dignidad. Por lo tanto, cuando las personas están unidas por la cultura y emparejadas por el adiestramiento militar, se las considera seguras vencedoras. Cuando se ejercitan la justicia y la dignidad más reverénciales, entonces se habla de fuerza suprema. En otros tiempos, los buenos generales siempre marchaban a la vanguardia. No se protegían con toldos de los rayos del sol y no se vestían de cuero para defenderse del frío; en esa forma experimentaban igual calor y frío que sus soldados. No cabalgaban por los terrenos pedregosos, siempre desmontaban antes de trepar las alturas; así experimentaban los mismos esfuerzos que debían hacer sus soldados. Comían sólo cuando estaba preparada la comida de sus tropas, y sólo cuando bebían después de haberse obtenido el
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agua para sus tropas; así experimentaban el hambre y la sed igual que sus soldados. En la batalla permanecían al alcance del fuego enemigo; así experimentaban los mismos peligros que sus soldados. De modo que las operaciones militares de los buenos generales siempre utilizan acumulada gratitud para atacar acumulada amargura y acumulado amor para atacar al acumulado odio. ¿Cómo no habrían de ganar? Cuando los líderes son merecedores de respeto, la gente está dispuesta a trabajar para ellos. Cuando su virtud es digna de admiración, puede quedar establecida su autoridad. Los que tienen para usar armas deben cultivarla antes en ellos mismos y luego buscarla en otros. Se vuelven primero invencibles y sólo entonces intentan prevalecer. Los generales han de tener tres senderos, cuatro deberes, cinco prácticas y diez clases de seguridad. Los tres senderos son el conocimiento del cielo en lo alto, la familiaridad con la tierra debajo y la percepción de las condiciones humanas en el medio. Los cuatro deberes son hacer segura a la nación sin acrecentar su armamento, conducir sin intereses egoístas, enfrentar dificultades sin miedo a la muerte y resolver las dudas sin tratar de eludir culpas. Las cinco prácticas son ser flexibles y no genuflexos, ser firmes sin rigidez, ser humanos sin resultar vulnerables, ser confiables pero imposibles de engañar y tener un valor que no pueda ser superado. Las diez clases de seguridad es pureza de espíritu que no puedan nublarse, planes de largo alcance que no puedan robarse, firmeza de carácter que no pueda cambiarse, claridad de conocimientos
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que no pueda oscurecerse, no codiciar bienes materiales, no tener adicción alguna, no ser sueltos de lengua, no obligar a otros a seguir el mismo camino, no ser complacidos enseguida y no enojarse fácilmente. Es importante para los guerreros que su estrategia sea insondable, en el sentido que su forma esté oculta. Que la aparición sea inesperada, para que así no haya sido posible preparar una defensa contra ella. Cuando su estrategia es visible, no les queda nada; cuando su forma es perceptible, pueden ser controlados. Por lo tanto, los buenos guerreros esconden esas cosas en el cielo por encima, en la tierra por debajo y entre humanos en el medio. El castigo es la culminación del uso de las armas. Cuando se llega al punto en el que no hay castigo, puede hablarse de culminación de la culminación. Por cierto que es dolorosa la extirpación de una excrecencia y duele ingerir pócimas medicinales: la razón de que sin embargo hagamos tales cosas es que resultan de ayuda para el cuerpo. Desde luego que hace sentir mejor beber agua cuando se tiene sed y nos infunde un sentimiento de satisfacción comer una gran comida cuando se tiene hambre; la razón de que sin embargo no hagamos esas cosas es que resultan perjudiciales para nuestra naturaleza. Es condición humana luchar en procura del máximo beneficio y la mínima pérdida. Por ello es que un general no osa montar un caballo blanco y un fugitivo no se atreve a llevar una antorcha en la noche.
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Cuando aquellos que superan al más débil se encuentran con sus iguales, pelean. Por otra parte, la victoria obtenida cediendo, que proviene del propio interior, tiene fuerza inconmensurable. Por eso únicamente los sabios pueden convertir muchas no victorias en una gran victoria. Un líder militar ha de ver y saber de modo independiente. Ver lo que otros no ven; saber independientemente significa saber lo que otros no saben. Ver lo que otros no ven se denomina perceptividad; saber lo que otros ignoran se llama genio. La perceptividad del genio es lo que convierte a la victoria en una conclusión inevitable. Aquellos para los que es conclusión inevitable la victoria, son los que defienden lo que no puede atacarse y atacan lo que no puede defenderse. Es una cuestión de vaciedad y plenitud. Si hay grietas en las filas, desafecto entre comandantes y oficiales, y las disputas que sostienen no son honestas, cunde el descontento en el espíritu de los soldados. Esto es lo que se llama haberse vaciado. Si el liderazgo es esclarecido y los generales son capaces, entonces todos los rangos están animados del mismo pensamiento y sus voluntades actúan de concierto.
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Antigua China. Las seis enseñanzas secretas de Tai Kung para vencer sin luchar.
Las seis enseñanzas secretas de Tai Kung para vencer sin luchar Un tratado fundamental de estrategia. Su autor, casi un desconocido en occidente, es considerado en China como el padre de la estrategia. Anterior a Sun Tzu y con un planteamiento muy similar, nos enseña cómo vencer sin pelear. Tai Kung vivió en el Siglo XI a. d. C. y es considerado uno de los máximos exponentes de la estrategia militar china. La obra se basa en las ideas de vencer sin luchar, vencer a toda costa sin importar los medios empleados y que el débil pueda vencer al fuerte, indicando la forma y estrategias para conseguirlo. Debes de estar de acuerdo con todo aquello que agrade a tu adversario y satisfacer sus deseos, así acabará volviéndose arrogante. Si finges estar de acuerdo con él, lo podrás eliminar. Aproxímate a las personas de su confianza con el propósito de minar sus capacidades. Cuando los hombres sirven a dos amos, su lealtad termina por desaparecer. Trata como amigos a los subordinados de aquél cuya amistad buscas. Después cómpralos si necesitas que traicionen a su amo. Soborna secretamente a sus subordinados, para establecer una relación estrecha con ellos. Aunque estén presentes en cuerpo a su lado, su mente estará en otro lugar. Cuando se deja de tener subordinados leales, el puesto corre peligro. Aliméntale en los vicios que tenga predisposición, para volverlo más benevolente y poder doblegar su voluntad. Dale presentes generosos, tiéntalo con sexo, drogas, bebidas y lujos. Háblale con deferencia y 42
Antigua China. Las seis enseñanzas secretas de Tai Kung para vencer sin luchar.
escúchale respetuosamente. Obedece sus órdenes y muéstrate sumiso y de acuerdo con él en todo. Que nunca pueda imaginar que estás en conflicto con él, entonces podrás empezar a planificar la traición. Haz que sus subordinados no sean puntuales y no cumplan exactamente con sus obligaciones. Consigue que sean negligentes en su trabajo. Sin embargo, tú los tratarás con amabilidad, abrazándolos para ganar su amistad. Tu adversario seguirá pensando que todo está bien, que estás en armonía con él. Si consigues tratar de forma generosa a sus antiguos y leales cortesanos, podrás más adelante conspirar con ellos en contra de su patrón. Establece alianzas secretas con sus favoritos, pero mantén la distancia con aquellos a quien favorece menos. Para ganar la confianza de sus subordinados, sus colaboradores leales y bien amados, muéstrales secretamente lo que ganarían si se aliasen contigo. Entrega a tu adversario como presente regalos grandiosos y haz planes con él. Si los planes alcanzan el éxito y le proporcionan beneficios, su confianza en ti aumentará, debido a sus beneficios. Así acabará sin remedio siendo usado por ti para conseguir tus propios intereses. Cuando alguien ocupa un puesto que es controlado exteriormente, es inevitablemente derrotado. Hónralo con la adulación. No hagas nada que le cree desasosiego. Muéstrale el respeto debido a una gran persona y confiará en tu obediencia con toda
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Antigua China. Las seis enseñanzas secretas de Tai Kung para vencer sin luchar.
seguridad. Exagera los honores hacia él. Sé el primero en glorificarlo, describiéndolo como un hombre sabio. Sé sumiso, para que de esta forma puedas garantizarte su confianza y así recogerás las informaciones que necesites, para evaluar su verdadera situación. Acepta sus ideas y responde a sus solicitudes como si fueses su hermano gemelo. En el momento en el que hayas aprendido todo lo que necesites saber sobre él, intenta sutilmente apoderarte de su poder. Así cuando llegue el día decisivo, parecerá que fue el destino, quien lo destruyó. Expresa primero un gran respeto por sus más eminentes subordinados y gradualmente ve dándoles presentes valiosos para ganarte la confianza de los más ilustres. Acumula tus propios recursos hasta que sean sustanciales, pero aparenta penuria. Ve atrayendo a los más destacados y confíales la planificación de la gran estrategia. Fortalece su determinación de seguirte, a través de los regalos. Aunque ya sean ricos, hazles igualmente presentes. Con algunos de ellos, tendrás que llevarles hacia una situación en la que no puedan sino seguirte. Cuando se consolide tu “facción”, habrás logrado el objetivo de aislar a tu adversario. Apoya a sus subordinados disgregados con el fin llevarlo al desorden. Cánsalo mediante diversiones. De vez en cuando, permítele que se reafirme en su poder, para hacerlo más arrogante. Entonces, cuando las señales sean propicias, conspira con todo el mundo contra él. Será el momento propicio de atacar.
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Japón feudal. Musashi y el Libro de los Cinco Anillos.
Japón feudal Musashi y el Libro de los Cinco Anillos Su obra no se aplica solo a la estrategia militar, sino a cualquier situación en la cual es necesario usar de la táctica. Los hombres de negocios japoneses usan el "Libro de los Cinco Anillos" como un manual de gestión empresarial, desarrollando campañas de ventas tal y como si fuesen operaciones militares. Y que funcione bien o no, depende simplemente de lo bien que se hayan comprendido los Principios de la Estrategia. Desintegración La desintegración le llega a todas las cosas. Cuando una casa, una persona, o un adversario se derrumba, se desmorona saliendo del ritmo del tiempo. En el arte de la guerra en sentido amplio, también es esencial encontrar el ritmo de los adversarios a medida que lo pierden, y perseguirlos para que no se abra ninguna brecha. Si dejas pasar los momentos vulnerables, existe la posibilidad de un contraataque. En el arte individual de la guerra, también sucede que un adversario pierda el ritmo en el combate y empiece a derrumbarse. Si no aprovechar esta oportunidad, el adversario se recobrará y empezará a presentarte dificultades. Es esencial seguir con atención cualquier pérdida de posición por parte de tu contrincante, para impedirle que se recupere. Mover las sombras "Mover las sombras" es algo que puedes hacer cuando no eres capaz de distinguir lo que tus adversarios están pensando. Cuando no puedes ver el estado de tus 45
Japón feudal. Musashi y el Libro de los Cinco Anillos.
contrincantes, aparenta un poderoso ataque para ver qué hará el enemigo. Parar las sombras "Parar las sombras" es lo que haces cuando puede percibirse las intenciones agresivas del adversario hacia ti. En el arte la guerra en sentido amplio, esto quiere decir detener la acción del enemigo en el mismo punto de su arranque. Si muestras a los contrincantes contundentemente cómo controlas la ventaja, cambiarán sus intenciones paralizados por esta fuerza. Cambia tú también su actitud hacia una mente vacía, y desde ella toma la iniciativa; es desde aquí desde donde puedes ganar. Asimismo, en el arte individual de la guerra, te aprovechas de un ritmo ventajoso para atajar la fuerte determinación de la motivación del contrario; después encuentra la ventaja para ganar en el momento de la pausa y toma la iniciativa. Esto requiere mucha práctica. Contagio En todas partes hay contagio. Incluso el sueño y el bostezo pueden ser contagiosos. También existe el contagio del ritmo temporal. En el arte de la guerra en sentido amplio, cuando los adversarios están agitados y con toda evidencia tienen prisa por actuar, compórtate como si fueras totalmente indiferente, aparentando estar muy relajado y confortable. Si lo haces, los contrarios, influenciados por este estado de ánimo, perderán su entusiasmo inicial. Cuando creas que los contrincantes han "captado" estado de ánimo, vacía tu mente y actúa rápida y firmemente, para ganar la ventaja conquistada. También en el arte individual de la
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guerra, es esencial está relajado en cuerpo y mente, darse cuenta del momento en el que el contrincante se descuida, y tomar con celeridad la iniciativa para ganar. Distraer la atención seduciendo También existe algo llamado " distraer seduciendo " que es parecido al " contagio”. Un estado de ánimo que distraer la atención es el aburrimiento. Otro es la agitación. Otro la pusilanimidad. Dominar cualquiera de ellos requiere práctica. Desconcierto El " desconcierto " sucede de muchas maneras. A veces ocurre con el sentimiento de estar sometido a una gran presión. Otras, porque la presión es desmesurada. Un tercer caso ocurre con el sentimiento de sorpresa ante lo inesperado. En el arte de la guerra a gran escala, es fundamental causar desconcierto. Es esencial atacar resueltamente cuando los enemigos no se lo esperan; después, cuando sus mentes tan agitadas, utiliza este hecho en tu favor para tomar la iniciativa y ganar. En el combate individual, muéstrate primero relajado, y después entra de repente a la carga con fuerza; cuando la mente del contrincante cambie de táctica, es esencial que sigas atentamente lo que hace, no dándole respiro un solo momento, percibiendo la ventaja del momento y juzgando exactamente entonces como ganar. Susto Existe el susto en toda clase de situaciones. Surge así la mente asustada por lo inesperado. Si puedes captar el
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momento del susto, puedes aprovecharte de este para vencer. Adherirse estrechamente “Adherirse estrechamente " significa pegarse a un contrincante, cuando estás luchando a poca distancia y observas que no te está yendo bien. El punto esencial es aprovecharse de las oportunidades de ganar incluso cuando estás luchando codo a codo. Atacar los flancos "Atacar los flancos " significa que cuando empujas algo con fuerza, difícilmente cede por las buenas. En el arte de las grandes batallas, observa a las tropas enemigas; cuando ha avanzado una oleada, ataca el flanco de este potente frente y obtendrás la superioridad. Cuando se derrumba el flanco, todo el mundo tiene la impresión de desmoronamiento. Pero incluso cuando se están desmoronando los flancos, es esencial darse cuenta de cuando cada uno de ellos está presto a derrumbarse, y sentir cómo vencerlos. También en el arte individual de la guerra, cuando infringes una herida a una parte del cuerpo, cada vez que el adversario hace un movimiento agresivo, su cuerpo se debilita poco a poco hasta que está listo para derrumbarse, y entonces es fácil vencerle. Es fundamental estudiar cuidadosamente todo esto para discernir el momento en que puedes ganar. Confundir Confundir a los contrincantes significa actuar de tal manera que les impida mantener la mente en calma. En el arte de las grandes pantallas, significa valorar las
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mentes de los adversarios en el campo de batalla, y servirte del poder de tu conocimiento del arte de la guerra para manipular su atención, confundiendo sus pensamientos acerca de lo que vas a hacer; esto quiere decir encontrar un ritmo que aturda a los enemigos, discerniendo con precisión cuál es el momento de ganarles. También en el arte individual de la guerra, intenta varias maniobras según la oportunidad del momento, haciendo pensar al contrincante que ahora vas a hacer esto, después lo otro, y a continuación algo distinto, hasta que veas que empieza a estar desconcertado, y así ganar a voluntad. Esta es la esencia de la batalla. Aplastar “Aplastar" exige un estado de ánimo de aniquilamiento, como cuando ves débil a un adversario y te creces entonces para vencerle. En el arte de las grandes batallas, estos significa despreciar a los enemigos cuando su número es pequeño; o incluso si son muchos, concentrar tu fuerza en aplastarlos, si estando desmoralizados y debilitados, poniéndolos en situación de inferioridad. Si tú " aplastamiento " es débil, puede volverse contra ti. Tienes que sabe distinguir cuidadosamente cuando estás en pleno control de ti mismo en el momento de atacar para aplastar. También en el arte individual de la guerra, cuando tú contrincante no está tan entrenado como tú, o cuando su ritmo disminuye, o cuando empieza a retroceder, es esencial no dejarle que tome aliento, ni concederle siquiera el tiempo de pestañear: abátele inmediatamente. Lo más importante es no dejarle
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recuperarse. Todo esto ha de ser estudiado cuidadosamente. Cambiar la montaña y el mar “Montaña y mar" significa que es perjudicial hacer lo mismo una otra vez. Puedes repetir algo una vez, pero no hacerlo una tercera. Cuando intentas algo en un adversario, si no funciona la primera vez, no obtendrás ningún beneficio apresurándote en hacerlo de nuevo. Cambia abruptamente tu táctica, haciendo algo completamente diferente. Si esto tampoco funciona, prueba entonces algo distinto. Así pues, la ciencia del arte de la guerra implica la presencia de la mente para " actuar como el mar, cuando el enemigo es como una montaña, y actuar como una montaña, cuando el enemigo es como un mar”. Esto exige una atenta reflexión. Eliminar el corazón Cuando luchas con un enemigo y parece que estás ganando por tu habilidad en esta ciencia, el adversario quizás todavía mantenga la esperanza y, aunque aparentemente derrotado, se niegue a reconocer internamente la derrota. “Eliminar el corazón" se aplica en estos casos. Esto significa cambiar repentinamente de actitud, para hacer que el enemigo vez de mantener esa idea; lo principal en este caso es observar cómo se siente derrotado desde el fondo de su corazón. Puedes " eliminar el corazón " (La Esperanza) de la gente con armas, con tu cuerpo, o con tu mente. Esto no ha de entenderse de una sola manera. Cuando tus enemigos han perdido completamente el corazón (la esperanza), ya no tienes que prestarles atención nunca más. En
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otro caso, mantente alerta. Si los enemigos conservan aún sus ambiciones, difícilmente sucumbirán. Renovarse Cuando luchas con enemigos, si sientes que estás estancado y no progresas, arroja fuera tu estado de ánimo y piensa que estás empezando todo de nuevo. A medida que te hagas con este ritmo, discierne cuando ganar. Esto es "renovarse ".En cualquier ocasión en que sientes que se está produciendo tensión y fricción entre tú y los demás, si cambias tu mente en ese preciso instante, puedes vencer con una clara ventaja. Esto es " renovarse”. En el arte de la guerra a gran escala es esencial entender que significa " renovarse”. Es algo que aparece de repente mediante el poder del conocimiento el arte de la guerra. Esto debe ser atentamente considerado. Grande y pequeño Cuando estás luchando contra algún enemigo y te sientes atrapado en pequeña maniobras, recuerda esta ley del arte de la Guerra: en medio de los detalles, cambia súbitamente a una vasta perspectiva. Cambiar a lo grande o a lo pequeño es una parte voluntaria de la ciencia del arte de la guerra. Es esencial para los guerreros intentar hacerlo también en la conciencia ordinaria de la vida humana. Un jefe que conoce a los soldados “Un jefe que conoce a los soldados " es un método practicado siempre en tiempos de conflicto, tras haber alcanzado la maestría a la que uno aspira: habiendo logrado el poder del conocimiento del arte de la guerra,
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piensa en los adversarios como en tus propios soldados, sabiendo que puedes ordenarles lo que desees y manejarles con libertad. Tú eres el jefe, los adversarios son las tropas. Esto requiere práctica. Ser como un muro de roca “Ser como un muro de roca" ocurre cuando un maestro del arte de la guerra se vuelve de repente como un muro de roca, inaccesible a cualquier cosa y completamente inamovible.
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Japón feudal. Hagakure.
Hagakure Hagakure, que significa "oculto bajo las hojas", es un antiguo breviario de caballería inspirado en el célebre código Bushido. Nos expone la vía del guerrero, cuyos preceptos filosóficos y ética trascendental presentan al Bushi. Bushido es la aceptación total de la vida, vivir incluso cuando ya no tenemos deseos de vivir. Esto se logra sabiendo morir en cada instante de nuestra vida, viviendo el instante, el aquí y ahora, sumido en el eterno presente, en vez de abandonar el campo de batalla cotidiano. Para el Samurái, la vida es un desafío, y la muerte es preferible a una vida indigna o impura. Esta es la noble y espectacular lección del Hagakure. Mantenido en secreto durante siglos, el Hagakure fue el libro de cabecera de Yukio Mishima. He descubierto que la vía del Samurái reside en la muerte. Durante una crisis, cuando existen tantas posibilidades de vida como de muerte, debemos escoger la muerte. No hay en ello nada difícil; sólo hay que armarse de valentía y actuar. Algunos dicen que morir sin haber acabado su misión es morir en vano. Este razonamiento es el que sostienen los mercaderes hinchados de orgullo que merodean por Osaka; no es más que un razonamiento sofisticado a la vez que una imitación caricaturesca de la ética de los Samuráis. Hacer una elección juiciosa en una situación donde las posibilidades de vivir o de morir se equilibran, es casi imposible. Todos preferimos vivir y es muy natural que
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Japón feudal. Hagakure.
el ser humano encuentre siempre buenas razones para continuar viviendo. El que escoge vivir habiendo fracasado en su empeño, será despreciado y será a la vez un cobarde y un fracasado. El que muere después de haber fracasado, muere de una muerte fanática, que puede parecer inútil. Pero en cambio, no será deshonrado. Tal es la vía del Samurái. Para ser un Samurái perfecto es necesario prepararse a la muerte mañana y tarde e incluso durante todo el día. Cuando un Samurái está constantemente dispuesto a morir, ha alcanzado la maestría de la Vía y puede dedicar, sin cesar, la vida entera al servicio de su señor. Tácticas militares En las Notas sobre las Reglas Marciales, está escrito lo siguiente: "Ganar primero, combatir después, lo que dicho en dos palabras es ganar antes. La riqueza del tiempo de paz es permitir la preparación marcial para el tiempo de guerra. Con quinientos aliados, se puede derrotar a una fuerza enemiga de diez mil hombres." Cuando uno intenta tomar el castillo de un enemigo y es necesario retirarse, hay que replegarse, no siguiendo la carretera principal sino las carreteras secundarias. Se debe tender a sus muertos y heridos con el rostro girado hacia el enemigo. Es evidente que el guerrero tiene que estar en vanguardia durante el ataque y en la retaguardia cuando la retirada. Cuando se ataca, no se ha de despreciar esperar el buen momento. Esperando el buen momento no se debe olvidar el ataque.
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Japón feudal. Hagakure.
Entre los principios secretos de Yaygu Tajima No Kami Munemori, hay un proverbio: "No existe táctica militar para un hombre de gran fuerza moral." Instruido por esto, cierto vasallo del Shogun fue a ver al Maestro Yagyu y le pidió que lo aceptara como a su discípulo. El Maestro Yagyu dijo: "Me parece que ya sois alumno de una escuela de Artes Marciales. Decidme el nombre de vuestra escuela antes de iniciar nuestras relaciones de maestro‐discípulo." El hombre contestó: "Yo no he practicado jamás un arte marcial." El Maestro dijo: "¿No habéis jamás aprendido la disciplina de la escuela Tajima Nokami? Tengo la impresión de que sois uno de los maestros del Shogun. El hombre juró que no. El Maestro le preguntó entonces: "¿Tenéis algún tipo de convicción profunda?" El hombre contestó: "De niño tomé conciencia de que el Bushi es un hombre que no debe arrepentirse de su vida. He enterrado este pensamiento en mi corazón durante muchos años y ello se ha vuelto una convicción. Por ello, jamás pienso en la muerte. No tengo ninguna otra concepción fuera de ésta." El Maestro Yagyu quedó muy impresionado y dijo: "Mi intuición no me ha engañado. El principio más profundo de la táctica marcial es el que vos poseéis. Hasta ahora, de cientos de discípulos que he tenido, ninguno ha alcanzado este principio. No es necesario prepararos con el "sable de madera" (boken). Voy a iniciaros inmediatamente." Enseguida le dio un pergamino. Esta historia ha sido relatada por Muragawa Soden. Si alcanzáis demasiado rápido la gloria, la gente se volverá vuestro enemigo y no seréis de ninguna utilidad. Si os eleváis progresivamente en el mundo, las
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personas serán aliados vuestros y seréis felices. A la larga, que hayáis sido rápido o lento, en cuanto hayáis adquirido la comprensión de los otros, nada os amenaza. Se dice que la suerte que os es dada por otros es la más segura. Decisiones Poseemos muy poca sabiduría; sin embargo, tenemos una gran tendencia a referirnos a ella para resolver nuestras dificultades. Debido a que nos preocupamos esencialmente de nosotros mismos, nos desviamos de la Vía del Cielo y nuestras acciones se vuelven malas. A los ojos de los demás, somos despreciables, débiles, limitados y totalmente ineficaces. Cuando nos sentimos incapaces de una competencia verdadera es preferible apelar a alguien más sabio. No estando personalmente implicado, tal vez pueda revelarse como un juez preclaro ‐ya que no tiene un interés propio‐. Estará en medida de aconsejar la elección más juiciosa. Si observamos a un hombre que toma sus resoluciones de esta manera digna de notarse, sabemos que está resuelto, autónomo, digno de fe y enraizado en la realidad. Su sabiduría, alimentada por los consejos de los demás, puede compararse a las raíces de un gran árbol de follaje espeso y denso. Existen límites a la sabiduría del ser humano, arbusto débil, sacudido por el viento.
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Ganar desde el principio Cuando ya era anciano, Tetsuzan hizo un día la reflexión siguiente: "Tenía tendencia a pensar que el combate a manos desnudas difería del Sumo, debido a que no tenía importancia ser tirado al suelo al principio, ya que lo esencial era ganar al final del combate. Recientemente he cambiado de punto de vista. Se me ha ocurrido que si un juez tomaba la decisión de parar el combate en el momento en que uno se encuentra en el suelo, os declararía vencido. Hay que ganar desde el principio para salir victorioso siempre." La Actitud durante la tormenta Existe lo que se llama la actitud durante la tormenta. Cuando uno es sorprendido por una repentina tormenta, se puede o bien correr lo más aprisa posible o bien colocarse rápidamente bajo los aleros de las casas que bordean el camino. De todos modos nos mojaremos. Si uno ya estuviera preparado mentalmente a la idea de estar mojado, se estaría a fin de cuentas muy poco contrariado con la llegada de la lluvia. Se puede aplicar este principio con provecho en todas las situaciones. Levantaos a la octava Es el colmo de la locura para un Samurái perder el control de sí mismo si por desgracia queda reducido al estado de ronin1 o se encuentra enfrentado a algún revés de fortuna del mismo tipo. En el tiempo del Señor Katsushige, los Samuráis tenían una divisa favorita: "Si
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Samurái sin señor feudal
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no habéis sido ronin siete veces, no podréis reivindicar efectivamente el título verdadero de Samurai. Tropezad y caed siete veces, pero levantaos a la octava." Manifiestamente, Hyogo Naritomi había sido, según se dice, siete veces ronin. Un Samurái al servicio de un daimio debe ser como un tentetieso que se levanta cada vez que uno lo inclina. En verdad, sería una excelente idea para el Daimio devolver a sus discípulos la libertad para someter a prueba su fuerza espiritual. El Trato a los Subordinados En un poema a la gloria de Yoshitune, se dice: "Un general debe dirigirse frecuentemente a sus soldados." Las personas que sirven a un amo estarán tanto más dispuestas a consagrar su vida a su servicio cuando su amo le alabe en circunstancias excepcionales, así como en la vida corriente, del tipo: "Me habéis servido muy bien." "Debéis ser muy cuidadoso con esto o lo otro." "Ahora tengo un servidor de primera clase." Estos comentarios atentos son de una gran importancia. Cuando el agua sube... Existe un proverbio que reza: "Cuando el agua sube, el barco también." En otras palabras, frente a las dificultades, las facultades se agudizan. Es cierto que los hombres valientes cultivan seriamente sus talentos cuando las dificultades con las que están enfrentados son importantes. Es un error imperdonable dejarse abatir por las dificultades. Confusión Durante una cacería en un lugar llamado Shiroishi, el amo Katsushige mató a un enorme jabalí. Todos le
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rodeaban admirándolo por la bestia extraordinaria que acababa de abatir. De repente, el jabalí dejado por muerto se levantó y cargó. Los miembros del cortejo del amo, sorprendidos, se asustaron y huyeron. En aquel momento, Matabei Nabeshima, rápido como el rayo, disparó sobre el jabalí y lo alcanzó. El amo Katsushige se cubrió el rostro con su manga y exclamó: "El aire está lleno de polvo." Evidentemente, hizo este gesto para evitar ver la confusión de los aduladores. Un hombre, Hyogo Naritomi, dijo un día: "La verdadera victoria significa la derrota de tu amigo. Ganar a tu aliado significa alcanzar la victoria sobre ti mismo; es la victoria del espíritu sobre el cuerpo." Un Samurái tiene el deber cotidiano e cultivar su espíritu y de ejercitar su cuerpo de tal manera que ninguno ‐entre mil aliados‐ pueda alcanzarlo. Sin esto, será ciertamente incapaz de derrotar a un enemigo. Asir la ocasión Cuando Taku Nagato No kami Yasuyori murió, Koga Yataemon dijo que, al no haber podido devolver a su amo todos los beneficios que le había dado, iba a hacerse el Sepukku2. Kenshin Uesugi hizo un día el comentario siguiente: "Yo no conozco recetas para asegurar la victoria. Lo que yo sé es que hay que asir toda ocasión y no dejarla escapar jamás." Este comentario no carece de interés.
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Suicidio ritual, también conocido como harakiri.
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Grecia y Roma Clásicas. Tucídides. El discurso fúnebre de Pericles.
Grecia y Roma Clásicas Tucídides. El discurso fúnebre de Pericles Tucídides nació aproximadamente 460 a .C. y murió 400 a .C. Participó en la guerra que su obra clásica relata. La guerra del Peloponeso. Este célebre discurso aparece en el Libro II de dicha obra. El Discurso Fúnebre de Pericles, pronunciado el año 431 a .C. en el Cementerio del Cerámico, en Atenas, es uno de los más altos testimonios de cultura y civismo que nos haya legado la Antigüedad. Por de pronto, es mucho más que un mero discurso fúnebre. Las exequias de las víctimas del primer año de la guerra contra Esparta le brindan a Pericles la oportunidad de definir el espíritu profundo de la democracia ateniense, explayándose sobre los valores que presiden la vida de sus conciudadanos y que explican la grandeza alcanzada por su ciudad. El discurso no es, por cierto, trascripción fiel de lo efectivamente dicho por el político y orador ateniense, sino la verosímil recreación de su contemporáneo, el historiador Tucídides, que lo incorporó al relato de sus Historias (II, 35‐46), donde se narran las guerras entre Atenas y los peloponesios. También es claro, por otra parte, que en esta pieza no hay una cabal exactitud histórica en la descripción de Atenas, cuya realidad aparece idealizada. Pero todo esto, en última instancia, es irrelevante para la historia. Al menos, para la historia espiritual. Lo que a ésta le importa, en rigor, no es tanto saber lo que de hecho Atenas fue, sino más bien lo que ella creía ser. 60
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Es preciso que el lector sepa que este discurso fue escrito por Tucídides bastantes años después de que fuera pronunciado y cuando ya Atenas había sido derrotada. Así, más que el discurso fúnebre de Pericles a los caídos durante el primer año de la guerra, éste es el discurso fúnebre de Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada en su derrota, se levantaba ya como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico a los muertos en combate, pues, aparece casi como un pretexto para abordar el elogio de la gloriosa Atenas antigua y hacer la defensa de la eternidad de su patrimonio. El Discurso Fúnebre de Pericles es un texto fundacional. Enclavado en los orígenes mismos de nuestra historia, constituye un originalísimo ejemplo de conciencia ciudadana y un modelo de reflexión política alentada por una optimista confianza en las posibilidades del hombre y en el progreso de la cultura humana. Conservando el tono retórico del original, la traducción que aquí va a leer ha procurado resolver con prudencia la oscuridad de ciertos pasajes de cuestionada interpretación. El discurso fúnebre de Pericles I. La mayor parte de quienes en el pasado han hecho uso de la palabra en esta tribuna, han tenido por costumbre elogiar a aquel que introdujo este discurso en el rito tradicional, pues pensaban que su proferimiento con ocasión del entierro de los caídos en combate era algo hermoso. A mí, en cambio, me habría parecido suficiente que quienes con obras probaron su
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valor, también con obras recibieran su homenaje – como este que veis dispuesto para ellos en sus exequias por el Estado–, y no aventurar en un solo individuo, que tanto puede ser un buen orador como no serlo, la fe en los méritos de muchos. Es difícil, en efecto, hablar adecuadamente sobre un asunto respecto del cual no es segura la apreciación de la verdad, ya que quien escucha, si está bien informado acerca del homenajeado y favorablemente dispuesto hacia él, es muy posible que encuentre que lo que se dice está por debajo de lo que él desea y de lo que él conoce; y si, por el contrario, está mal informado, lo más probable es que, por envidia, cuando oiga hablar de algo que esté por encima de sus propias posibilidades, piense que se está cayendo en una exageración. Porque los elogios que se formulan a los demás se toleran sólo en tanto quien los oye se considera a sí mismo capaz también, en alguna medida, de realizar los actos elogiados; cuando, en cambio, los que escuchan comienzan a sentir envidia de las excelencias de que está siendo alabado, al punto prende en ellos también la incredulidad. Pero, puesto que a los antiguos les pareció que sí estaba bien, debo ahora yo, siguiendo la costumbre establecida, intentar ganarme la voluntad y la aprobación de cada uno de vosotros tanto como me sea posible. II. Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados, pues es justo y, al mismo tiempo, apropiado a una ocasión como la presente, que se les rinda este homenaje de recordación. Habitando siempre ellos mismos esta tierra a través de sucesivas generaciones,
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es mérito suyo el habérnosla legado libre hasta nuestros días. Y si ellos son dignos de alabanza, más aún lo son nuestros padres, quienes, además de lo que recibieron como herencia, ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy. En cuanto a lo que a ese imperio le faltaba, hemos sido nosotros mismos, los que estamos aquí presentes, en particular los que nos encontramos aún en la plenitud de la edad, quienes lo hemos incrementado, al paso que también le hemos dado completa autarquía a la ciudad, tanto para la guerra como para la paz. Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas, como asimismo las ocasiones en que nosotros mismos o nuestros padres repelimos ardorosamente las incursiones hostiles de extranjeros o de griegos, ya que no quiero extenderme tediosamente entre conocedores de tales asuntos. Antes, empero, de abocarme al elogio de estos muertos, quiero señalar en virtud en qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza. No considero inadecuado referirme a asuntos tales en una ocasión como la actual, y creo que será provechoso que toda esta multitud de ciudadanos y extranjeros lo pueda escuchar. III. Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la
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administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia ; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo. Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir. IV. Por otra parte, como descanso de nuestros trabajos, le hemos procurado a nuestro espíritu una serie de recreaciones. No sólo tenemos, en efecto, certámenes públicos y celebraciones religiosas repartidos a lo largo de todo el año, sino que también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar
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material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía. Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos. V. A nuestros enemigos les llevamos ventaja también en cuanto al adiestramiento en las artes de la guerra, ya que mantenemos siempre abiertas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros para impedir que se conozca o se presencie algo que, por no hallarse oculto, bien podría a un enemigo resultarle de provecho observarlo . Y es que, más que en los armamentos y estratagemas, confiamos en la fortaleza de alma con que naturalmente acometemos nuestras empresas. Y en cuanto a la educación, mientras ellos procuran adquirir coraje realizando desde muy jóvenes una ardua ejercitación, nosotros, aunque vivimos más regaladamente, podemos afrontar peligros no menores que ellos. Prueba de esto es que los espartanos no realizan sin la compañía de otros sus expediciones militares contra nuestro territorio, sino junto a todos sus aliados; nosotros, en cambio, aun invadiendo solos tierra enemiga y combatiendo en suelo extraño contra quienes defienden lo suyo, la mayor parte de las veces nos llevamos la victoria sin dificultad. Además, ninguno
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de nuestros enemigos se ha topado jamás en el campo de batalla con todas nuestras fuerzas reunidas, pues simultáneamente debemos atender la manutención de nuestra flota y, en tierra, el envío de nuestra gente a diversos lugares. Sin embargo, cada vez que en algún lugar ellos se trenzan en lucha con una facción de los nuestros y resultan vencedores, se ufanan de habernos rechazado a todos, aunque sólo han vencido a algunos, y si salen derrotados, alegan que lo fueron ante todos nosotros juntos. Pero lo cierto es que, ya que preferimos afrontar los peligros de la guerra con serenidad antes que habiéndonos preparado con arduos ejercicios, ayudados más por la valentía de los caracteres que por la prescrita en ordenanzas, les llevamos la ventaja de que no nos angustiamos de antemano por las penurias futuras, y, cuando nos toca enfrentarlas, no demostramos menos valor que ellos viven en permanente fatiga. Pero no sólo por éstas, sino también por otras cualidades nuestra ciudad merece ser admirada. VI. En efecto, amamos el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos. La riqueza representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con soberbia; y en cuanto a la pobreza, para nadie constituye una vergüenza el reconocerla, sino el no esforzarse por evitarla. Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos
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más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad. Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer. Y esto porque también nos diferenciamos de los demás en que podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; en este aspecto, en cambio, para los otros la audacia es producto de su ignorancia, y la reflexión los vuelve temerosos. Con justicia pueden ser reputados como los de mayor fortaleza espiritual aquellos que, conociendo tanto los padecimientos como los placeres, no por ello retroceden ante los peligros. También por nuestra liberalidad somos muy distintos de la mayoría de los hombres, ya que no es recibiendo beneficios, sino prestándolos, que nos granjeamos amigos. El que hace un beneficio establece lazos de amistad más sólidos, puesto que con sus servicios al beneficiado alimenta la deuda de gratitud de éste. El que debe favores, en cambio, es más desafecto, pues sabe que al retribuir la generosidad de que ha sido objeto, no se hará merecedor de la gratitud, sino que tan sólo estará pagando una deuda. Somos los únicos que, movidos, no por un cálculo de conveniencia, sino por nuestra fe en la liberalidad, no vacilamos en prestar nuestra ayuda a cualquiera.
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VII. Para abreviar, diré que nuestra ciudad, tomada en su conjunto, es norma para toda Grecia, y que, individualmente, un mismo hombre de los nuestros se basta para enfrentar las más diversas situaciones, y lo hace con gracia y con la mayor destreza. Y que estas palabras no son un ocasional alarde retórico, sino la verdad de los hechos, lo demuestra el poderío mismo que nuestra ciudad ha alcanzado gracias a estas cualidades. Ella, en efecto, es la única de las actuales que, puesta a prueba, supera su propia reputación; es la única cuya victoria, el agresor vencido, dada la superioridad de los causantes de su desgracia, acepta con resignación; es la única, en fin, que no les da motivo a sus súbditos para alegar que están inmerecidamente bajo su yugo. Nuestro poderío, pues, es manifiesto para todos, y está ciertamente más que probado. No sólo somos motivo de admiración para nuestros contemporáneos, sino que lo seremos también para los que han de venir después. No necesitamos ni a un Homero que haga nuestro panegírico, ni a ningún otro que venga a darnos momentáneamente en el gusto con sus versos, y cuyas ficciones resulten luego desbaratadas por la verdad de los hechos. Por todos los mares y por todas las tierras se ha abierto camino nuestro coraje, dejando aquí y allá, para bien o para mal, imperecederos recuerdos. Combatiendo por tal ciudad y resistiéndose a perderla es que estos hombres entregamos notablemente sus
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vidas; justo es, por tanto, que cada uno de quienes les hemos sobrevivido anhele también bregar por ella. VIII. La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión. La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformidad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimonio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genuinamente varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida pasada, es justo que sean recordados ante todo por el valor que mostraron combatiendo por su patria, pues al anular lo malo con lo bueno resultaron más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su conducta privada. A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando de su riqueza; a ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de su pobreza y enriquecerse algún día. Tuvieron por más deseable vengarse de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el más hermoso de los riesgos. Optaron por
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correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectativas más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Encomendaron a la esperanza lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al desafío inmediato que tenían por delante, se confiaron a sus propias fuerzas. En ese trance, también más resueltos a resistir y padecer que a salvarse huyendo, evitaron la deshonra e hicieron frente a la situación con sus personas. Al morir, en ese brevísimo instante arbitrado por la fortuna, se hallaban más en la cumbre de la determinación que del temor. IX. Estos hombres, al actuar como actuaron, estuvieron a la altura de su ciudad. Deber de quienes les han sobrevivido, pues, es hacer preces por una mejor suerte en los designios bélicos, y llevarlos a cabo con no menor resolución. No sólo oyendo las palabras que alguien pueda deciros debéis reflexionar sobre el servicio que prestáis –servicio que cualquiera podría detenerse a considerarse ante vosotros, que muy bien lo conocéis por propia experiencia, señalándoos cuántos bienes están comprometidos en el acto de defenderse de los enemigos–; antes bien, debéis pensar en él contemplando en los hechos, cada día, el poderío de nuestra ciudad, y prendándoos de ella. Entonces, cuando la ciudad se os manifieste en todo su esplendor, parad mientes en que éste es el logro de hombres bizarros, conscientes de su deber y pundonorosos en su obrar; de hombres que, si alguna vez fracasaron al intentar algo, jamás pensaron en privar a la ciudad del coraje que los animaba, sino que
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se lo ofrendaron como el más hermoso de sus tributos. Al entregar cada uno de ellos la vida por su comunidad, se hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilustre. Esta, más que el lugar en que yacen sus cuerpos, es donde su fama reposa, para ser una y otra vez recordada, de palabra y de obra, en cada ocasión que se presente. La tumba de los grandes hombres es la tierra entera: de ellos nos habla no sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales; también en suelo extranjero pervive su recuerdo, grabado no en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu de cada hombre. Imitad a éstos ahora vosotros, cifrando la felicidad en la libertad, y la libertad en la valentía, sin inquietaros por los peligros de la guerra. Quienes con más razón pueden ofrendar su vida no son aquellos infortunados que ya nada bueno esperan, sino, por el contrario, quienes corren el riesgo de sufrir un revés de fortuna en lo que les queda por vivir, y para los que, en caso de experimentar una derrota, el cambio sería particularmente grande. Para un hombre que se precia a sí mismo, en efecto, padecer cobardemente la dominación es más penoso que, casi sin darse cuenta, morir animosamente y compartiendo una esperanza. X. Por tal razón es que a vosotros, padres de estos muertos, que estáis aquí presentes, más que
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compadeceros, intentaré consolaros. Puesto que habéis ya pasado por las variadas vicisitudes de la vida, debéis de saber que la buena fortuna consiste en estar destinado al más alto grado de nobleza –ya sea en la muerte, como éstos; ya en el dolor, como vosotros–, y en que el fin de la felicidad que nos ha sido asignada coincida con el fin de nuestra vida. Sé que es difícil que aceptéis esto tratándose de vuestros hijos, de quienes muchas veces os acordaréis al ver a otros gozando de la felicidad de que vosotros mismos una vez gozasteis. El hombre no experimenta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino cuando se le arrebata uno al que ya se había acostumbrado. Pero es preciso que sepáis sobrellevar vuestra situación, incluso con la esperanza de tener otros hijos, si es que estáis aún en edad de procrearlos. En lo personal, los hijos que nazcan representarán para algunos la posibilidad de apartar el recuerdo de los que perdieron; para la ciudad, entretanto, su nacimiento será doblemente provechoso, pues no sólo impedirá que ella se despueble, sino que la hará más segura, ya que nadie puede participar en igualdad de condiciones y equitativamente en las deliberaciones políticas de la comunidad, a menos que, tal como los demás, también él exponga su prole a las consecuencias de sus resoluciones. Y aquellos de vosotros que habéis llegado ya a la ancianidad, tened por ganancia el haber vivido felizmente la mayor parte de vuestra vida, considerad que la que os queda ha de ser breve, y consolaos con la fama alcanzada por éstos vuestros hijos. Lo único que no envejece, en efecto, es el amor a la gloria; y cuando
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la edad ya declina, no es atesorar bienes lo que más deleita, como algunos dicen, sino recibir honores. XI. Y en cuanto a vosotros, hijos o hermanos, aquí presentes, de estas víctimas de la guerra, veo grande el desafío que tenéis por delante, porque solamente aquel que ya no existe suele concertar el elogio de todos; a duras penas podréis conseguir, por sobresalientes que sean vuestros méritos, ser considerados no ya sus iguales, sino incluso sus cercanos émulos. La envidia de los rivales la sufren quienes están vivos; el que, en cambio, ya no representa un obstáculo para nadie, es honrado con generosa benignidad. Y si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también decir algo acerca de las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un breve consejo: grande será vuestra gloria si no desmerecéis vuestra condición natural de mujeres y si conseguís que vuestro nombre ande lo menos posible en boca de los hombres, ni para bien ni para mal. XII. En conformidad con nuestras leyes y costumbres, pues, queda dicho en mi discurso lo que me parecía pertinente. Ahora, en cuanto a los hechos, los hombres a quienes estamos sepultando han recibido ya nuestro homenaje. De la educación de sus hijos, desde este momento hasta su juventud, se hará cargo la ciudad. Tal es la provechosa corona que ella impone a estas víctimas, y a los que ellas dejan, como premio de tan valerosas
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hazañas. Cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía, entonces también posee ella los ciudadanos más valientes. Y ahora, después de haber llorado cada uno a sus deudos, podéis marcharos.
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Flavio Vegecio Renato Vegecio, o Flavio Vegecio Renato (en latín Flavius Vegetius Renatus), fue un escritor del imperio romano del siglo IV. Nada se sabe de su vida excepto la breve definición que da él mismo. Vegecio no se identifica como militar, sino como “vir illustris et comes” (hombre ilustre y comes) términos que, en el latín de la época, le señalan como un personaje cercano al emperador de Roma. El cognomen Renato sugiere que abrazó el cristianismo en la edad adulta. No se conoce la fecha exacta de su vida, salvo por las referencias históricas de su propia obra: en su “Epitoma rei militaris” alude al emperador Graciano como deificado, lo que sitúa la obra como posterior a la muerte de éste en el año 383; una anotación de Flavius Eutropius, un escriba de Constantinopla, sobre uno de sus manuscritos ya publicados, data del año 450. Vegecio dedicó sus obras al emperador reinante en la época, pero no especifica quién era éste exactamente; unos estudiosos sugieren que Teodosio I, la hipótesis más probable, y otros que Valentiniano III. Se conocen dos obras suyas: Epitoma rei militaris, también conocido como De Re Militari, y la menos conocida Digesta Artis Mulomedicinae un tratado de veterinaria sobre las enfermedades de caballos y mulos. Fue la primera de ellas, Epitoma rei militaris (Compendio de técnica militar) la que le dio más fama. La disciplina romana: la causa de su grandeza La victoria en la guerra no depende completamente del número o del simple valor; sólo la destreza y la
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disciplina la asegurarán. Hallaremos que los romanos debieron la conquista del mundo a ninguna otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observancia de la disciplina en sus campamentos y el perseverante cultivo de las otras artes de la guerra. Ningún Estado puede estar feliz ni seguro si es remiso y negligente con la disciplina de sus tropas. Pues no es la profusión de riquezas o el exceso de lujuria lo que pueda inducir a nuestros enemigos a juzgarnos o respetarnos. Esto sólo se conseguirá por el terror a nuestras armas. No cortar, sino dar estocadas con la espada Se les enseñaba, igualmente, a no cortar, sino dar estocadas con sus espadas. Un ataque con los filos, aún los hechos con mucha fuerza, raramente mata, pues las partes vitales del cuerpo están defendidas tanto por los huesos como por la armadura. Por el contrario, una estocada, con que penetre dos pulgadas, es generalmente fatal. Este fue el método de lucha usado principalmente por los romanos. Maniobras Ninguna parte de la instrucción es más esencial en combate que los soldados mantengan sus filas con la mayor exactitud, sin abrirlas o cerrarlas demasiado. Las tropas demasiado cerradas nunca luchan como debieran, y sólo se molestan unas a otras. Si su orden es demasiado abierto y laxo, le dan al enemigo la oportunidad de penetrar. Siempre que ocurre esto y son atacados por la retaguardia, son inevitables la confusión y el desorden general.
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Exhortación sobre las virtudes y el arte de la guerra La necesidad de la disciplina no puede a menudo inculcarse, así como el requisito de la estricta atención en la selección y entrenamiento de nuevas levas. Es también cierto que es mucho menos caro para un Estado entrenar a sus súbditos en las armas que pagar extranjeros. El comienzo de la batalla: un muro de armaduras pesadas La siguiente disposición merece la mayor atención. Al empezar el enfrentamiento, la primera y segunda líneas permanecían inmutables en sus puestos y los triarii en su formación habitual. Las fuerzas ligeras, compuestas como se dijo arriba, avanzaban al frente de las líneas y atacaban al enemigo. Si les podían hacer huir, les perseguían; pero si eran rechazados por el número superior o por el valor, se retiraban tras su infantería pesada, la cual parecía un muro de hierro y renovaban el ataque, lanzando primero sus armas arrojadizas y luego con las espadas. Métodos para prevenir motines en un ejército Un general debe estar atento para descubrir a los soldados turbulentos y sediciosos en el ejército, legiones o auxiliares, caballería o infantería. Debe procurar obtener esa inteligencia no de informadores, sino de los tribunos, sus lugartenientes y los demás oficiales de indudable veracidad. Debe entonces ser prudente para separarles de los demás [fingiendo que les encarga servicios que les agraden o enviándoles de guarnición a ciudades o castillos, pero con tal
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discreción que piensen que los honra o que se crean tratados con preferencia y favor. De la elección del modo de ataque Es esencial conocer el carácter del enemigo y de sus principales jefes; si son impetuosos o prudentes, emprendedores o tímidos, si luchan por principios o como mercenarios y si las naciones a las que se han enfrentado antes eran valerosas o cobardes. Bajo ningún concepto se debe guiar un ejército irresoluto o de poco fiar a la batalla. La diferencia es grande, tanto si las tropas son novatas o veteranas, o si están habituadas a la guerra por servicios recientes como si llevan varios años sin ser empleadas. Pues a los soldados que llevan largo tiempo desacostumbrados a la guerra se les deberá mirar del mismo modo que a los reclutas. Cómo resistir los ataques enemigos Por encima de todo, un general nunca debe intentar alterar sus formaciones o deshacer su orden de batalla durante el combate, pues tal alteración producirá desorden y confusión de inmediato y el enemigo no dejará de aprovecharse de ello. La huída del enemigo no debe ser impedida, sino facilitada Los generales poco avezados en la guerra creen una victoria incompleta a menos que el enemigo esté tan encerrado en su terreno o tan rodeado por el número que no tenga posibilidad de escapar. Pero en tal situación, donde no queda esperanza, el propio miedo
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armará al enemigo y la desesperación le inspirará valor. Cuando los hombres se encuentran inevitablemente perdidos, resuelven morir con sus camaradas y con las armas en las manos. Máximas generales de la guerra Es la naturaleza de la guerra que lo que os resulta beneficioso va en desventaja del enemigo y que, lo que a él sirve, a vosotros os daña. Es, pues, una máxima, no nacer nunca, u omitir hacer, algo que le sirva sino atender siempre a vuestro propio interés. Os perjudicaréis si hacéis lo mismo que él hace en su propio beneficio. Por el mismo motivo, será malo para él imitaros en lo que ejecutáis en vuestro provecho. Cuanto más acostumbradas estén vuestras tropas a las guardias del campamento en lugares de frontera y cuanto más disciplinadas sean, a menos riesgos estarán expuestas en el campo de batalla. Los hombres han de estar suficientemente entrenados antes de llevarlos frente al enemigo. Es mucho mejor derrotar al enemigo por hambre, sorpresa o terror que en batallas campales pues, en última instancia, la fortuna ha tenido a menudo más cuenta que el valor. Tales empeños resultan mejores cuando el enemigo los ignora completamente hasta el instante en que se ejecutan. En la guerra, se depende más a menudo de la casualidad que del valor. Es de mucha utilidad atraerse a los soldados enemigos y estimularles cuando son sinceros en su rendición,
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pues un adversario resulta más debilitado por la deserción que por la muerte. Es mejor tener varios cuerpos en reserva que extender demasiado vuestro frente. Un general no será fácilmente derrotado si tiene una idea clara de sus fuerzas y de las del enemigo. El valor es superior al número. A menudo, vale más la elección del terreno que el valor. Pocos hombres nacen valerosos; muchos lo son por la fuerza de la disciplina. Un ejército se fortalece con el trabajo y se debilita con la inacción. No se han de conducir al combate las tropas sin confianza en la victoria. Lo novedoso y la sorpresa llevan al enemigo al temor, pero lo conocido no le afecta. Quienes persiguen desordenadamente a un enemigo que huye, parece rehusar la victoria que antes había ganado. Un ejército sin suministros de grano y otras provisiones necesarias será vencido sin lucha.
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Un general cuyas tropas sean superiores tanto en número como en valor, luchará en formación de rectángulo oblongo, que es la primera formación. Quien se juzgue inferior debe avanzar su ala derecha oblicuamente contra la izquierda enemiga. Ésta es la segunda formación. Si vuestra ala izquierda es más fuerte, debéis atacar la derecha enemiga conforme a la tercera formación. El general que pueda confiar en la disciplina de sus hombres debe empezar el combate atacando enseguida los flancos enemigos; ésta es la cuarta formación. El que tenga buenas tropas de infantería ligera, la formará delante de su centro y cargará sobre los flancos enemigos enseguida. Ésta es la quinta formación. Quien no pueda fiar en el valor o número de sus tropas, si está obligado a combatir, debe empezar la lucha con su ala derecha y tratar de romper la izquierda enemiga; el resto del ejército permanecerá formada en una línea perpendicular al frente y extendido hacia la retaguardia, como una jabalina. Esta es la sexta formación. Si vuestras fuerzas son pocas y débiles en comparación con el enemigo, debéis usar la séptima formación y cubrir uno de vuestros flancos por una altura, una ciudad, el mar, un río o alguna protección de tal índole.
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Grecia y Roma Clásicas. Flavio Vegecio Renato.
Un general que tiene buena caballería debe elegir el terreno adecuado a ella y emplearla principalmente en el combate. Quien tenga una buena infantería debe escoger la situación más adecuada a ella para servirse de todas sus ventajas. Si en el campamento se introduce algún espía, ordenad a todos vuestros soldados que se introduzcan en sus tiendas y lo aprehenderéis de inmediato. Si veis que el enemigo conoce vuestros planes, cambiadlos inmediatamente. Consultad con muchos las medidas que se hayan de tomar, pero comunicad a pocos los planes que queréis ejecutar y que éstos sean de la mayor fidelidad o, aún mejor, no lo digáis a nadie. El castigo y el miedo son necesarios para mantener el orden de los soldados en el cuartel; pero en el campo de batalla se les estimula más con la esperanza y la recompensa. Los buenos oficiales nunca combaten en batallas campales a menos que se les presente una oportunidad o les obligue la necesidad. Derrotar al enemigo por hambre antes que por la espada es una muestra de habilidad excelente.
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Muchas normas se pueden dar respecto a la caballería. Pero, pues que esta arma ha crecido en perfección desde los antiguos escritos y se han hecho considerables mejoras en sus formaciones y maniobras, en sus armas y en la calidad y manejo de sus caballos, nada se puede obtener de sus escritos. Nunca disciplina actual es bastante. El orden de combate debe ser cuidadosamente ocultado al enemigo, para que no pueda precaverse contra aquél y tomar sus propias medidas.
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Renacimiento. Maquiavelo. Del Arte de la Guerra.
Renacimiento Maquiavelo. Del Arte de la Guerra El libro Del arte de la guerra, redactado por Maquiavelo entorno al 1.520, contiene y desarrolla, siguiendo el típico esquema formal del tratado renacentista dialogado, las reflexiones del gran autor florentino sobre la milicia y la guerra. A lo largo de los siete capítulos en los que está dividido, se van afrontando y desgranando de forma homogénea aspectos como el del reclutamiento, la relación infantería‐caballería y la instrucción y adiestramiento de los soldados, el orden de combate, la moral del combatiente, el reconocimiento y la observación del campo enemigo, el acuartelamiento y el régimen disciplinario y, por último, los sistemas de fortificación y defensa. Aun siendo excesivamente crítico con el arte militar de su tiempo y demasiado idealizador con respecto al antiguo, y pese a la validez puramente especulativa que puede atribuirse a la mayoría de sus propuestas, Del arte de la guerra es una genial exhibición de teorización política y militar que, por su concepción estratégica, se adelantó a su época y, tras el éxito obtenido en su momento, influyó en la tratadística militar posterior. Hay que tener en cuenta que Maquiavelo era un gran admirador y estudioso de la Roma clásica e intentó imitar en todo ese periodo glorioso de la Historia. Por eso, tiene sospechosas coincidencias con Flavio Vegecio Renato y quién sabe si con Sun Tzu…
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Me doy cuenta de que he hablado de muchas cosas que vosotros por vuestra cuenta habéis podido aprender y considerar. Pero lo he hecho, como en su momento os indiqué, para mejor mostraros mediante ellas las características del ejercicio militar, y para complacer, si es que alguno existe, a quienes no han tenido las mismas facilidades que vosotros para aprenderlas. No me queda más que daros algunas reglas generales que sin duda conoceréis perfectamente. Son las siguientes: - Lo que favorece al enemigo nos perjudica a nosotros, y lo que nos favorece a nosotros perjudica al enemigo. - Aquel que durante la guerra esté más atento a conocer los planes del enemigo y emplee más esfuerzo en instruir a sus tropas incurrirá en menos peligros y tendrá más esperanzas de victoria. - Jamás hay que llevar a las tropas al combate sin haber comprobado su moral, constatado que no tienen miedo y verificado que van bien organizadas. No hay que comprometerlas en una acción más que cuando tienen moral de victoria. - Es preferible rendir al enemigo por hambre que con las armas, porque para vencer con éstas cuenta más la fortuna que la capacidad. - El mejor de los proyectos es el que permanece oculto para el enemigo hasta el momento de ejecutarlo. - Nada es más útil en la guerra que saber ver la ocasión y aprovecharla. - La naturaleza produce menos hombres valientes que la educación y el ejercicio.
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En la guerra vale más la disciplina que la impetuosidad. Si algunos enemigos se pasan a las filas propias, resultarán muy útiles si son fieles, porque las filas adversarias se debilitan más con la pérdida de los desertores que con la de os muertos, aunque la palabra desertor resulte poco tranquilizadora para los nuevos amigos y odiosa para los antiguos. Al establecer el orden de combate es mejor situar muchas reservas tras la primera línea que desperdigar a los soldados por hacerla más larga. Difícilmente resulta vencido el que sabe evaluar sus fuerzas y las del enemigo. Más vale que los soldados sean valientes que no que sean muchos, y a veces es mejor la posición que el valor. Las cosas nuevas y repentinas atemorizan a los ejércitos; las conocidas y progresivas les impresionan poco. Por eso conviene que, antes de presentar batalla a un enemigo desconocido, las tropas tomen contacto con él mediante pequeñas escaramuzas. El que persigue desordenadamente al enemigo después de derrotarlo, no busca sino pasar de ganador a perdedor. Quien no se provee de los víveres necesarios, está ya derrotado sin necesidad de combatir. Quien confía más en la caballería que en la infantería, o al contrario, escogerá en consecuencia el campo de batalla. Si durante el día se quiere comprobar si ha entrado algún espía en el sector propio, se ordenará que todos los soldados entren en sus alojamientos.
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Hay que cambiar de planes si se constata que han llegado a conocimiento del enemigo. Hay que aconsejarse con muchos sobre lo que se debe hacer, y con pocos sobre lo que se quiere realmente hacer. En los acuartelamientos se mantendrá la disciplina con el temor y el castigo; en campaña, con la esperanza y las recompensas. Los buenos generales nunca entablan combate sí la necesidad no los obliga o la ocasión no los llama. Hay que evitar que el enemigo conozca nuestro orden de combate; cualquiera que sea éste, debe prever que la primera línea pueda replegarse sobre la segunda y tercera. Si se quiere evitar la desorganización en el combate, una brigada no debe emplearse para otra misión distinta de la que se le tenía asignada. Las incidencias no previstas son difíciles de resolver; las meditadas, fáciles. El eje de la guerra lo constituyen los hombres, las armas, el dinero y el pan; los factores indispensables son los dos primeros, porque con hombres y armas se obtiene dinero y pan, pero con pan y dinero no se consiguen hombres y armas. El no combatiente rico es el premio del soldado pobre. Hay que acostumbrar a los soldados a despreciar la comida delicada y la vestimenta lujosa.
Estas son las generalidades que se me ocurre recordaros. Sé que a lo largo de mi exposición se hubiera podido tratar de muchas otras cosas; por ejemplo, de cómo y según qué modalidades se
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ordenaban las líneas en la antigüedad; qué vestimenta usaban y qué otros tipos de instrucción practicaban, así como otros muchos detalles en los que no he creído necesario entrar, tanto porque podréis informaros por vosotros mismos como porque mi intención no era explicaros cómo fueron los ejércitos de la antigüedad, sino cómo se podría organizar hoy un ejército con más efectividad de la que actualmente constatamos. Por eso no he considerado oportuno traer a colación otros aspectos de la antigüedad más que en la medida
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Siglo XIX y la era Napoleónica. Maquiavelo. Del Arte de la Guerra.
Siglo XIX y la era Napoleónica Artículo “LA NATURALEZA, LA CONDUCTA Y EL PROPÓSITO DE LA GUERRA”, del INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES La Revolución Francesa y Napoleón cambiaron la naturaleza y la forma de conducir la guerra hasta ese entonces. Mientras que en el período 1700‐1789 se desarrollaron guerras limitadas, caracterizadas por ser guerras entre dinastías, con pequeños ejércitos profesionales, con fortificaciones y sitios, que buscaban evitar la batalla, con el comando y control centralizado, en formaciones lineares, avanzando en una columna y con ausencia de persecución, a partir de Napoleón se transformaron en guerras totales, caracterizadas por ser guerras entre naciones, grandes ejércitos en el concepto de “nación en armas”, maniobras estratégicas, batallas decisivas, control descentralizado en Cuerpos y Divisiones, formaciones en orden mixto (lineares y no lineares), columnas paralelas y con la persecución permitida para destruir al enemigo. Cuando la Revolución Francesa se expandió en el territorio de Francia, se transformó en profundos cambios políticos y sociales. Casi de un día para otro, el estado dejó de ser la propiedad privada de un monarca y pasó a ser la propiedad pública de los ciudadanos. De repente los ciudadanos franceses descubrieron que tenían investido un poderoso poder para el bienestar del estado y rápidamente probaron tener la voluntad de hacer enormes esfuerzos para obtener sus intereses nacionales. 89
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No causó sorpresa que el surgimiento de los grandes cambios políticos y sociales que convulsionaron a Francia también trajeran profundos cambios en el carácter y la conducción de las guerras europeas. Los pequeños ejércitos profesionales que habían servido como un instrumento privado del rey francés, se desintegraron rápidamente. Luego, amenazados por las monarquías reaccionarias en Europa e imbuidos con el espíritu de un nacionalismo cívico ferviente, los ciudadanos franceses se reunieron para formar un ejército popular de masas, para defender sus libertades recientemente ganadas. El nuevo ejército de masas surgió junto con la explotación de varias innovaciones que se iniciaron a fines del S XVIII – el sistema divisional, el uso de exploración, una artillería mejorada y ataques en columna – en grandes cantidades y con espíritu marcial, para llevar adelante la guerra en una escala revolucionaria y con un nivel de intensidad. Cuando este estilo de guerra fue subordinado al genio militar de Napoleón Bonaparte, el resultado fue asombroso. Durante 19 años los ejércitos de Napoleón dominaron varias coaliciones de otros poderes europeos mayores. Pero, finalmente estos poderes europeos lo derrotaron por el agotamiento de los recursos franceses y porque adoptaron esos métodos militares, incluyendo en algún grado los cambios políticos y sociales que habían dado poder a Napoleón. En este proceso, los europeos cambiaron la naturaleza y la conducta en la guerra para siempre.
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Los cambios ocurrieron a nivel estratégico. Los medios eran mayores y por lo tanto los fines también lo fueron. Aunque Napoleón nunca desarrolló sus bases teóricas estratégicas o tácticas, se basó en cinco principios: objetivo (el aniquilamiento), masa sobre los flancos y retaguardia del enemigo, desequilibrio físico, corte de líneas de abastecimiento del enemigo y protección de las propias líneas de retirada y de comunicaciones. La naturaleza de las guerras napoleónicas era ofensiva, de aniquilamiento, total, de nacionalismos, nación en armas, ejércitos de conscriptos y derechos del hombre. La conducta consistía en envolvimientos, maniobras y ejércitos de masas. El propósito, expandir el Imperio Francés y propagar sus ideas. Las batallas napoleónicas fueron estudiadas por dos intelectuales: el barón de Jomini y Carl von Clausewitz.
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Clausewitz y la guerra napoleónica Artículo “LA NATURALEZA, LA CONDUCTA Y EL PROPÓSITO DE LA GUERRA”, del INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES. Lo primero a saber es que Clausewitz y su obra cumbre, “De la Guerra”, no sólo es leído por militares. Es una obra que hoy leen científicos políticos, empresarios y economistas, porque en esencia Clausewitz habla del conflicto inherente a la naturaleza humana. Pretende educar la mente del conductor y no trasladarlo a un campo de batalla. Militarmente hablando, Clausewitz fue muy denostado después de la II GM, porque se consideró que Alemania había observado estrictamente sus principios. Vuelve a aparecer luego de la derrota estadounidense en Vietnam, donde el análisis de la causa de la derrota lleva a los pensadores norteamericanos a revisar “De la Guerra” y volverlo a leer, en especial por el apotegma conocido que “la guerra es meramente la continuación de la política por otros medios”. Así, trataron de encontrar una explicación racional a su derrota en Vietnam. Carl von Clausewitz era un prusiano contemporáneo de Jomini, pero su mayor trabajo teórico “De la Guerra”, inicialmente fue mucho menos leído y tomado como referencia, como lo fue “El Arte de la Guerra”. Mientras que Jomini permaneció como un asesor y un teórico militar en actividad hasta su muerte, en 1869, promoviendo y defendiendo su teoría militar,
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Clausewitz murió dos años antes que se publicase “De la Guerra”. La esposa de Clausewitz publicó los borradores inconclusos a requerimiento de sus amigos, como testimonio a la memoria de su esposo. Consecuentemente y por muchos años, la familiaridad con el trabajo de Clausewitz permaneció reducida a un estrecho círculo de estudiantes dentro de Prusia. Aún más, el trabajo de Jomini era mucho más atractivo para la mayoría de los oficiales y los teóricos de la guerra. Lo que Jomini les ofrecía era un libro científico, directo y sistemático para organizar, planear y conducir la guerra. En cambio lo que Clausewitz parecía ofrecer era un tomo complejo y filosófico sobre la naturaleza de la guerra y su dificultad en conducirla, a menos a que se poseyera un genio militar natural para ver a través de las incertidumbres y las ambigüedades que impregnaban a la guerra. Jomini, parecía mucho más práctico y útil para los soldados en la guerra. No obstante que el trabajo de Clausewitz fue un avance en la evolución del pensamiento militar, justamente por ello fue menos atractivo para los Oficiales y los teóricos. Clausewitz no estaba satisfecho con sólo proporcionar un simple manual o lista de control de pasos a seguir para ir a la guerra con éxito. Primero, el no creía que esto podría ser hecho. La guerra era demasiado compleja e impredecible. Pero, lo más importante es que quería probar la naturaleza fundamental de la guerra y su lugar en el espectro de la actividad humana. Esperaba guiar a sus lectores a un mejor entendimiento del carácter esencial de la guerra, antes que dar recetas, de manera que ellos pudieran estar mejor preparados para formular soluciones a los problemas
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singulares que podían enfrentar al llevar a cabo sus propias guerras. Su concepto inicial esencial de guerra, nos permitirá hacer los siguientes enunciados inequívocos: 1) El principio fundamental de la guerra es la destrucción de las fuerzas enemigas. 2) Esta destrucción de fuerzas usualmente puede ser cumplida solo mediante la lucha. 3) Solo los enfrentamientos mayores, que involucren a todas las fuerzas, llevaran a los mayores éxitos. 4) Los éxitos más grandes se obtienen cuando todos los enfrentamientos su funden en una gran batalla. Pero más tarde, Clausewitz se dio cuenta que su concepción inicial de la guerra no se ajustaba a la realidad. La guerra era más que solo enfrentamientos y no siempre implicaba la completa destrucción del enemigo. Destellos de su concepción sofisticada de la guerra comenzaron a emerger en el Libro 6. Desafortunadamente, antes de su muerte Clausewitz sólo pudo corregir el Capítulo 1, del Libro 1. Cuando se lee a Clausewitz, el lector debe darse cuenta que todo lo que está después del Capítulo 1 está en borrador y no ha sido revisado de acuerdo con su teoría de la guerra, que después mejoró. Esta es la causa de la gran confusión sobre Clausewitz y de las muchas contradicciones aparentes en su obra. Para simplificar el estudio de Clausewitz y para intentar clarificar la evolución de su pensamiento de la primera a la segunda teoría de la guerra, hay que leer su
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concepción inicial de “enfrentamiento” y su nota del 10 de Julio de 1827, en la que por primera vez reconoce que su teoría sobre la guerra es errónea, porque no se ajusta a la realidad. Luego hay que leer el Libro 4 y 6, donde su segunda teoría comienza a emerger. Finalizado esto, hay que volver a leer el Capitulo 1, que fue revisado por Clausewitz para encontrar su concepción final. Así se entenderá lo que se conoce como su concepción sobre “la naturaleza dual de la guerra”. La manera de entender la guerra de Clausewitz en todos sus aspectos y su influencia en los grandes pensadores militares y conductores, desde Napoleón, hace que un cuidadoso estudio de “De la guerra” sea esencial para los profesionales de la guerra. Más aún, la línea argumental de muchas partes de “De la guerra” es tan rica, profunda e interpretable, que no existen dos personas que tras leer a Clausewitz obtengan las mismas conclusiones sobre la naturaleza de la guerra. Los estudiantes más serios de Clausewitz han encontrado que cuando más leen, más aprenden. El entendimiento que Clausewitz tenía sobre la naturaleza de la guerra provenía en gran parte de su estudio de la historia militar, especialmente sobre las guerras de Federico el Grande y de Napoleón, así como de sus propias experiencias militares. Una de las cosas más importantes a notar es cómo Clausewitz evoluciona de su concepción inicial sobre la guerra, a su “naturaleza dual de la guerra”. ¿Cómo hubiera reescrito Clausewitz sus restantes capítulos si la vida se lo
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hubiese permitido, después de alcanzar su teoría revisada sobre la naturaleza dual de la guerra? La primera característica de la guerra que Clausewitz discute, es la relación entre medios y fines. Aunque en Estrategia General también se trata de medios y fines, hay que darse cuenta que a nivel Estratégico Militar, los medios son diferentes. Clausewitz define la Estrategia, el objetivo de los enfrentamientos y la importancia del comandante militar en la determinación del éxito estratégico. Luego se concentra en los factores morales en la guerra. Hay que prestar atención a lo que dice sobre “superioridad de los números”, porque allí se va a encontrar las bases que tomó Liddell Hart para describir a Clausewitz como el “Maestro de las Masas” y acusarlo de ser el autor de las matanzas de la I Guerra Mundial. A Clausewitz se lo conoce principalmente por su descripción de lo que llama “niebla” y la “fricción o rozamiento” en la guerra, por su sentencia que “guerra es la continuación de la política por otros medios” y por su concepto de “centro de gravedad”, que se aplica en la actualidad en planeamiento estratégico. Pero las cosas en el mundo tienen su propia dinámica y los acontecimientos generaron su propia estrategia en el siglo XIX. Aspecto político de la guerra La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de
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las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios". La guerra no es sino la continuación de las transacciones políticas, llevando consigo la mezcla de otros medios. Decimos la mezcla de otros medios, para indicar que este comercio político no termina por la intervención de la guerra" Los tres aspectos de la guerra La guerra en relación a sus tendencias dominantes constituye una maravillosa trinidad, compuesta del poder primordial de sus elementos, del odio y la enemistad que pueden mirarse como un ciego impulso de la naturaleza; de la caprichosa influencia de la probabilidad y del azar, que la convierten en una libre actividad del alma; y de la subordinada naturaleza de un instrumento político, por la que recae puramente en el campo del raciocinio" El primero de estos aspectos es más bien propio de los pueblos; el segundo de los generales y sus Ejércitos; y el tercero, de los gobiernos. Estas tres tendencias tienen su raíz en la íntima naturaleza de las cosas, y son, además, de variable magnitud. La teoría que descuidara de una de ellas, o que las quisiera ligar por arbitrarias relaciones, se pondría instantáneamente en tal oposición con la realidad, que tal causa bastaría para anularla.
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El problema consiste en mantener la teoría gravitando entre estas tres tendencias como entre tres polos de atracción. Destrucción del enemigo Al hablar de destrucción de fuerzas enemigas hemos de observar que nada nos obliga a limitar este concepto simplemente a las fuerzas físicas, sino que, por el contrario, deben comprenderse en ellas, necesariamente, las morales, pues que ambas se penetran hasta en sus más pequeñas partes, y por tanto, son en absoluto inseparables. Al hablar de destrucción de fuerzas enemigas hemos de observar que nada nos obliga a limitar este concepto simplemente a las fuerzas físicas, sino que por el contrario, deben comprenderse en ellas, necesariamente, las morales. Las Fuerzas Militares deben ser anuladas, esto es puestas en tal estado que no puedan continuar la lucha. Haremos notar aquí que con la expresión "aniquilamiento de los medios de combate enemigos" nos referimos a la idea expuesta." La Victoria La victoria ‐ finalidad del combate ‐ es entonces consecuencia de la capitulación moral del enemigo y será el resultado de: 1° El incremento de la pérdida física del adversario. [Mediante el combate]
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2° El incremento de la pérdida moral. [Como resultado del combate] 3° La confesión pública manifestada por el abandono del primitivo proyecto. [La capitulación o derrota] La incertidumbre La incertidumbre es la dificultad de ver claramente, constituye una de las más potentes fricciones en la guerra y hace que las cosas aparezcan con visos distintos a lo que habíamos imaginado. Generalmente nos inclinamos más a creer lo malo que lo bueno, a exagerarlo sin visible causa. El azar hace que en la guerra aparezcan sin cesar las cosas de manera distinta a como se las esperaba. La fricción La máquina militar, el ejército y cuanto a él pertenezcan es en el fondo bien sencillo, y parece, por lo tanto, fácil de manejar. Mas reflexionando se ve que ninguna de sus partes está compuesta de una sola pieza; que todas están compuestas de individuos, cada uno de los cuales conserva en todas partes su propia fricción. Objetivo político de la guerra Tan pronto como el despliegue de fuerzas que exija, sea tan grande que no se encuentre equilibrado con la importancia del fin político, debe abandonarse éste y seguir la paz.
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El mismo fin político como motivo originario de la guerra nos dará la medida así para el resultado que pretende alcanzarse por medio del acto guerrero, como para los esfuerzos que deben realizarse. Pero el Objetivo Político no es un tirano, debe adaptarse a la naturaleza de los medios, y por ello puede ser alterado con frecuencia, más siempre debe atenderse a él preferentemente. Ya que los primeros propósitos políticos varían mucho en el curso de la guerra y al final pueden ser completamente distintos, justamente porque están determinados por los resultados y por la probabilidad de los acontecimientos. Cierto que en muchos casos pudieran ser éstas (las fuerzas morales y las pasiones de los combatientes) excitadas en forma tal que sólo con trabajo pudiera apartárselas del camino político. De aquí se desprende cuán desacertados estaríamos en considerar la guerra de los civilizados como la ejecución de un acto meramente racional de los gobiernos, y cada vez más desprovisto de todo apasionamiento, tal que finalmente no serían necesarias las fuerzas físicas, sino sólo sus relaciones: una especie de álgebra de la acción. La defensiva ¿Cuál es la idea fundamental de la defensa? Es la de parar un golpe. ¿Por qué señal se distingue? Se
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distingue porque en ella se espera el golpe que se debe parar. Una guerra en la cual las victorias solamente sirven para parar los golpes y donde no hay ninguna intención de devolverlos, sería tan absurda como una batalla en la cual la defensa más absoluta (la pasividad) prevaleciese en todas las partes y de todas maneras. Pero para que el que se defiende haga también la guerra, debe asestar golpes, es decir dedicarse a la ofensiva. Así la guerra defensiva comprende actos ofensivos que forman parte de una defensiva de un orden más o menos elevado. Contraataque Un rápido y vigoroso cambio hacia la ofensiva ‐ el relámpago de la espada vengadora ‐ es lo que constituye los más brillantes episodios de la defensa. La defensiva no es más que una forma ventajosa de guerra, por medio de la cual se desea procurar la victoria para poder, con ayuda de la preponderancia adquirida, pasar al ataque, es decir a un objeto positivo. El acto de ofensiva consiste siempre en la guerra, y sobre todo en la estrategia, en una alternativa y una combinación continua del ataque y la defensa. En el denominado punto culminante, un rápido y vigoroso cambio hacia la ofensiva ‐ el relámpago de la
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espada vengadora ‐ es lo que constituye los más brillantes episodios de la defensa. Cuando parar en la victoria Según esto, la preponderancia que se posee o adquiere en la guerra es un medio, no el fin, y debe ser sacrificada a este último. Pero es preciso conocer el punto que sirve de límite para no rebasarlo y recoger, en lugar de ventajas nuevas, la vergüenza de un fracaso. Táctica y estrategia Se deduce la existencia de dos acciones completamente distintas: la disposición y conducción de estos combates y el combinarlos entre si para el fin de la guerra. La primera constituye la Táctica, a la segunda la llamamos Estrategia. Para llevar a feliz término toda una guerra o cada una de sus actos más importantes, que denominamos campañas, precisa un profundo criterio en altas razones de Estado. Dirección de la guerra y política obran de consenso, y el general en jefe se hace también estadista. Es cierto que la cuestión política no penetra profundamente en los detalles de la guerra; no se colocan los centinelas, no se conducen las patrullas según las consideraciones políticas. Pero la influencia del elemento político es tanto mayor, cuando se hace el plan de toda la guerra, de la campaña y a menudo también de una batalla.
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Esto es aplicable a los esfuerzos determinados en ambos Estados por el fin político y el objetivo que el mismo confía a la acción guerrera. Algunas veces el mismo fin político puede ser también ese objetivo; por ejemplo la conquista de una provincia. Otras, (el fin político) no es apropiado para indicar el objetivo de una acción guerrera, y en este caso debemos elegir un objetivo que le sea equivalente y que pueda representarlo al hacerse la paz. Cuanto más importante y de mayor entidad sean los motivos de la guerra, cuanto más afectan a los intereses vitales de los pueblos, con mayor empeño se tratará de derribar al adversario, entonces tienden a confundirse objetivo guerrero y fin político y la guerra aparece menos política y más puramente guerrera. Centro de gravedad Es necesario no perder de vista jamás las relaciones predominantes de los Estados beligerantes. Los intereses que con ellos se relacionan formarán un centro de potencia y movimiento que arrastra todo lo demás. Es contra este centro de gravedad contra el que debe ser dirigido el choque colectivo de todas las fuerzas. No obstante, distinguiremos aquí tres cosas, que como objetos generales comprenden todo lo restante y que son: las fuerzas militares, el país y la voluntad del enemigo. Las fuerzas militares enemigas deben ser anuladas, esto es puestas en tal estado que no puedan continuar
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la lucha. El país debe ser conquistado, pues con el se podría formar nuevos elementos de combate. Conseguidos estos dos extremos, la guerra, esto es la tensión hostil y la acción de medios hostiles, no puede creerse hayan cesado mientras la voluntad del enemigo no sea violentada, es decir, sometidos su Gobierno y aliados a firmar la paz o subyugados los pueblos. Así, cuando se trata de un proyecto de guerra, el primer punto de vista tiene por objeto investigar los centros de potencia del enemigo y reducirlos en lo posible a uno solo. Principios de los planes Consiste en reducir la potencia enemiga a un número lo más reducido posible, a uno si se puede, y, en todos los casos reducir a un mínimo el número de choques contra esos centros, y si es posible a uno solo. Los factores morales constituyen la cuestión más importante en la guerra, porque los efectos de las fuerzas físicas están completamente fundidos con los efectos de las fuerzas morales, y no pueden separarse. Ahora, en el combate, toda la actividad, pues tal supone su concepto, se encamina al aniquilamiento del contrario, o mejor dicho, de su capacidad de combatir; la destrucción de las fuerzas en combate es, pues, siempre el medio para conseguir este fin del combate. Conducción de los combates Incurriríamos en gran equivocación si pretendiéramos sacar la consecuencia de que la embestida ciega llevará
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siempre la victoria sobre la comedida habilidad. La torpe acometida contribuiría a la destrucción de las fuerzas propias y no de las contrarias; no podemos en modo alguno referirnos a ella. Es claro que un adversario vivo, valiente y resuelto, no nos dejará el tiempo para ejecutar combinaciones laboriosas de efecto lejano; y sin embargo, sería precisamente contra un tal adversario cuando tendríamos mayor necesidad de ser sostenidos por el arte. Esto parece probar suficientemente la superioridad de los resultados sencillos y directos sobre aquellos que dependen de combinaciones complicadas. Nosotros no pensamos, pues, que el choque simple sea el mejor, sino que la ventaja de las combinaciones debe restringirse según la seguridad que presenten.
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Henri Jomini. Compendio del arte de la guerra Artículo “LA NATURALEZA, LA CONDUCTA Y EL PROPÓSITO DE LA GUERRA”, del INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES. “Si el arte de la guerra consiste en llevar la mayor fuerza posible al punto decisivo del teatro de operaciones, la elección de la línea de operaciones (en su carácter de medio primario para obtener este fin) debe ser vista como fundamental en el diseño de un buen Plan de Campaña” Barón Antoine Henri Jomini No tomó mucho para los estudiosos militares y para los teóricos, el comenzar a analizar las guerras napoleónicas y publicar sus conclusiones y hallazgos. Quien lo hizo primero fue un oficial Suizo, el Barón Antoine Henri Jomini, que llegó al grado de General de Brigada en el ejército de Napoleón y luego, desanimado por no acceder a otro ascenso, en 1813 cambió su fidelidad por Rusia. Jomini comenzó a publicar sus conclusiones sobre las guerras napoleónicas en la década de 1820, pero su trabajo teórico más influyente fue “El Arte de la Guerra”, que fue publicado por primera vez en 1838. Frecuentemente Jomini es proclamado como el padre de la ciencia de la guerra. Como un producto de la Ilustración y la Edad de la Razón, estaba entusiasmado por el enfoque científico para analizar los asuntos humanos. Aplicó conscientemente el método científico, como él lo entendía, a sus estudios sobre la historia 106
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militar. Como resultado de estos estudios descubrió lo que creyó que eran paradigmas comunes de comportamiento en las operaciones militares. Estos modelos de comportamiento los codificó en axiomas y principios para instruir mejor a otros oficiales en cómo organizar, planear y conducir la guerra “moderna”. Posteriormente, tomaron la forma de “principios de conducción”. Si tuviésemos que aplicarlos al día de hoy, se ajustaría a lo que se conoce como “arte operacional”. Jomini expuso por primera vez conceptos de nivel operacional, tales como líneas de abastecimiento, punto estratégico, punto decisivo y maniobra desde una posición central. Antes de Jomini, en el Siglo XVIII, muchos pensadores militares pusieron su atención en describir las formaciones de batalla y como las fuerzas debían ser desplegadas en el campo de batalla. No obstante, Jomini puso su atención en entender cómo eran conducidas las operaciones. En Napoleón veía un hombre cuyo éxito atribuía a su entendimiento para emplear las fuerzas militares en gran escala, cosa que pudo hacer, según Jomini, porque tuvo la visión de planear una campaña militar en tiempo y espacio. En otras palabras, Jomini cambió la atención del siglo XVIII sobre la táctica, hacia lo que él llamó la ciencia de la estrategia. El trabajo de su vida fue una investigación sobre la historia militar, a través del análisis científico sobre esos principios universales que llevaron al éxito a las operaciones estratégicas militares.
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Al levantar su visión de los niveles tácticos hacia los niveles operacionales y estratégicos, Jomini hizo una gran contribución a la evolución del pensamiento militar. Pero al tratar de reducir la teoría de la guerra a una ciencia sistemática de elementos claramente clasificados y gobernados por principios universales inmutables, pudo haber confundido a generaciones de futuros estudiosos sobre la verdadera naturaleza de la guerra.
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Siglo XIX y la era Napoleónica. La revolución en asuntos militares del siglo XIX.
La revolución en asuntos militares del siglo XIX Artículo “LA NATURALEZA, LA CONDUCTA Y EL PROPÓSITO DE LA GUERRA”, del INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES. “La mente militar siempre imagina que la próxima guerra va a tener los mismos planteamientos que la anterior. Esto nunca ha sido el caso y nunca lo será”. Mariscal Ferdinand Foch “La estrategia más brillante es posponer las operaciones hasta que la desintegración moral del enemigo permita asestarle un golpe mortal posible y fácil”. Lenin Como aquí aparece por primera vez la frase “Revolución en Asuntos Militares”, vamos a explicar su significado, pues se le ha atribuido muchos. Frecuentemente esta frase se refiere en el contexto de revoluciones previas: la ramificación político y social de la Revolución Francesa, los cambios tecnológicos a fines del S XIX del ferrocarril, el telégrafo y el ánima rayada de las armas (“rifle” en inglés, de donde viene el término “rifle” ‐por fusil‐ en castellano), los cambios ocurridos entre la I y la II Guerra Mundial como los tanques, aeronaves y submarinos y los cambios producto de la era nuclear. Hoy en el siglo XXI, bajo la frase “Revolución en Asuntos Militares” se entienden dos conceptos: uno de ellos es el adelanto en informática, que permite avances en armas de precisión y en sistemas de computación, comando, 109
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comunicaciones, control, inteligencia e informática (C4I2); otro mira más allá de la tecnología y apunta a los cambios sociales, que tienen la potencialidad de cambiar las razones por las cuales se va a la guerra. Al mismo tiempo que Jomini y Clausewitz estaban debatiendo cómo desarrollar una explicación teórica de la nueva forma de guerra que surgió durante la Revolución Francesa y que fuera explotada tan espectacularmente por Napoleón, las fuerzas ya estaban trabajando para modelar nuevamente la naturaleza y conducta de la guerra. Los avances técnicos, como los cañones y fusiles estriados, la industrialización burguesa, un nacionalismo cívico creciente y virulento, la expansión de las revoluciones burguesas y proletarias, el rápido crecimiento de las comunicaciones modernas, como el telégrafo y el ferrocarril y una continua profesionalización de ejércitos y de sus oficiales, se combinaron para acelerar el paso al cual la guerra estaba cambiando caprichosa y vertiginosamente. La Guerra de Crimea y la Guerra Civil estadounidense probaron seriamente la exactitud de las ideas propuestas por Jomini y Clausewitz. Al final del siglo XIX la Guerra Ruso‐Japonesa mostró como la guerra había avanzado del modelo napoleónico, que era básico, no solo para Jomini y Clausewitz sino también para otros teóricos y prácticos de la guerra, como los Mariscales de Campo rusos Mijhail Kutosov y Alexander V. Suvorov. Nuevos teóricos y prácticos emergieron para poner su propio sello y condimento en la teoría y
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práctica militares: Helmut Von Moltke (El Viejo) en Prusia; Ardant du Picq y Ferdinand Foch en Francia y ejerciendo su influencia a través de Europa, Karl Marx, Friedrich Engels y Lenin. Todos estos hombres trataron de capturar la esencia del sentido de la guerra que ellos veían en sus días y todos hicieron contribuciones valiosas a la evolución del pensamiento militar. Pero las dinámicas de la guerra estaban cambiando tan rápido que ninguno pudo capturar su esencia. Consecuentemente, cuando se desencadenó la Primera Guerra Mundial, al principio del siglo siguiente, sus características y conducción virtualmente sorprendieron a todos. Cuando analicemos este periodo tenemos que ser cuidadosos en trazar paralelismos y conclusiones aplicables al día de hoy. Los ejemplos históricos proveen buenas bases para evaluar teorías, conceptos e hipótesis. Si se usa apropiadamente, la historia puede ser una maestra valiosa para los profesionales de la defensa. Pero los estudiantes deben ser cuidadosos cuando busquen “lecciones aprendidas”. Cada evento histórico es el producto de circunstancias únicas. Luego, el resultado de eventos futuros no pueden predecirse basados en el estudio del pasado. Las “lecciones aprendidas” no deben proporcionar la expectativa que proveerán respuestas para el futuro. El análisis de casos históricos solo puede proveer experiencia, agudizar las facultades críticas e incrementar la comprensión de futuros resultados. En otras palabras, los lectores deben estudiar historia militar para conocer detalles que mejorarán su juicio
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futuro acerca de cuándo y cómo aplicar el componente militar del poder. Además y en este proceso, los ejemplos de historia de guerra deben ser recientes. Los ejemplos de la antigüedad sirven para modelar el propio razonamiento y admirar la creatividad de los antiguos conductores para hallar solución a un problema concreto de aquel entonces. Este ha sido un error común en la mente militar propensa a las “fórmulas” y es a eso a lo que se refería el Mariscal Foch.
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Siglo XX. Liddell Hart, Sun Tzu y la teoría de la aproximación indirecta.
Siglo XX Liddell Hart, Sun Tzu y la teoría de la aproximación indirecta El Capitán Liddell Hart, fue oficial en la Primera Guerra Mundial, quedó incapacitado por la acción de los gases y se dedicó a extraer conclusiones de la absoluta incompetencia de los generales de esa guerra (excepto de los de Oriente). Genial pensador y estratega, fue reconocido como maestro por Rommel, Von Manstein y Guderian. En la Segunda Guerra Mundial fue asesor personal de Churchill para estos temas. Formaba parte del grupo de los consejeros transgeneracionales británicos: T.E. Lawrence, Robert Graves y B.H. Liddell Hart, que eran colegas y sin embargo amigos. En el libro “Estrategia” de Liddell Hart, el autor presenta sus ideas acerca de la “aproximación indirecta”, donde pueden identificarse muchas de las ideas de Sun Tzu. Aunque Liddell Hart no escribió “Estrategia” hasta después de la II Guerra Mundial, desarrolló sus ideas entre guerras. Este fue un periodo de densa transición y muchos militares y otros estrategas buscaban formas que evitasen una repetición del tipo de guerra que había desangrado a Europa entre 1914 y 1918. Liddell Hart se oponía a la “aproximación directa”, porque decía que moverse directamente contra el enemigo le permitía a éste consolidar su equilibrio,
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tanto físico como psicológico. En cambio, la “aproximación indirecta” evitaba que el enemigo incrementase su fuerza relativa y maximizaba las propias capacidades para permitir alcanzar los objetivos que, de otra manera, no serían obtenibles. La teoría de la “aproximación indirecta” tiene cuatro pilares fundamentales: 1) Primero, el propósito de la estrategia es disminuir la posibilidad de resistencia física del enemigo. Logran este propósito el movimiento y la sorpresa. Estos dos aspectos son inseparables. Cuanto mayor sea la ventaja psicológica que la estrategia obtenga para los enfrentamientos tácticos, tanto menor será la voluntad del enemigo para luchar. 2) En segundo lugar, el objetivo de la estrategia es la dislocación, que va a ocasionar que el enemigo se disuelva o se quiebre en el combate. La disolución se opera en dos ámbitos: físico y psíquico. En el ámbito físico, forzando al enemigo a cambiar su dispositivo, separando las fuerzas enemigas, poniendo en peligro sus abastecimientos e interfiriendo sus líneas de comunicaciones. En el ámbito psíquico, motivando preocupación en la mente de los comandantes enemigos y creando rápidamente en ellos la sensación que no hay forma de contrarrestar las propias acciones. 3) Tercero, la paradoja de la concentración y dispersión debe ser superada. La concentración sólo puede ser lograda cuando el enemigo está disperso, porque el concepto de concentración
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debe ser visto sólo en relación con el enemigo. Pero para lograr la dispersión del enemigo, las propias fuerzas deben estar dispersas. Luego, la verdadera concentración es producto de la dispersión, lo que es una paradoja. 4) Finalmente, hay que buscar una línea de avance con objetivos alternativos. Si la misma línea de ataque amenaza dos objetivos posibles, el enemigo va a tener que dispersar sus fuerzas para cubrir a ambos. Mientras el enemigo debe dispersarse para defender esos dos objetivos posibles, la propia fuerza debe en realidad concentrarse en una sola línea de operación, para obtener la superioridad en la concentración. A continuación se hará una síntesis de los principales conceptos de la “aproximación indirecta” de Liddell Hart y que éste tomó de Sun‐Tzu: • • •
•
El objeto principal de cualquier guerra es obtener una paz mejor. Si se desea la paz, hay que entender y comprender la guerra. Hay que someter la voluntad del enemigo con la menor pérdida humana y de la forma más económica posible. La destrucción del ejército enemigo es sólo un medio y no necesariamente inevitable para lograr el objetivo de vencer. El objetivo más importante es el moral. Hay que presionar a los comandantes enemigos, por todos los medios
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posibles, que no son únicamente los materiales. “Lo moral es a lo físico como tres es a uno”, Napoleón. • La aproximación directa al objetivo físico o mental, donde el enemigo espera ser atacado, normalmente produce resultados negativos. • El potencial nacional que da base al potencial militar, peligra cuando se ataca la moral y la estabilidad o equilibrio del mando. Para los lectores que gustan de fórmulas de conducción dentro de los parámetros de la “aproximación indirecta”, se pueden mencionar las siguientes: 1)
determinar un objetivo alcanzable equilibrando sus medios con sus fines 2) no perder de vista el objetivo final 3) hacer lo inesperado por donde no se lo espere 4) explotar puntos débiles físicos y morales 5) planear siempre alternativas y no dar nada por seguro 6) hacer planes flexibles que se ajusten a la realidad y no pretender que la realidad se ajuste a los planes 7) no atacar cuando el enemigo esté alerta 8) no insistir con modos de acción después que han fracasado una vez 9) combinar la defensa móvil con el contraataque 10) procurar la parálisis antes que la destrucción del enemigo
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Pero a este tipo de lectores se les debe recordar que la conducción en la guerra es un arte y una ciencia. Es una actividad libre y creadora que se apoya en bases científicas. Pero es un arte muy particular: se ejerce sobre los seres humanos y no sobre objetos inanimados. Los seres humanos reaccionan ante los estímulos, y reaccionan de modo diferente ante los mismos estímulos, aún en las mismas circunstancias. En esto la guerra se diferencia de las otras artes. Aunque la guerra es contraria a la razón, pues es un medio de llegar a una solución por la fuerza cuando el debate no consigue producir una solución acordada, el desarrollo de la guerra debe ser controlado por la razón si se quieren alcanzar sus objetivos, ya que: 1/ Aunque luchar es un acto físico, su dirección es un proceso mental. Cuanto mejor sea la estrategia, más fácil y menos costoso será conseguir el objetivo. 2/ Por el contrario, cuanta más fuerza se invierte, más aumenta el riesgo de que el equilibrio de la guerra se vuelva en contra; e incluso si se consigue la victoria, menos fuerzas quedarán disponibles para aprovechar la paz. 3/ Cuanto más brutales sean los métodos, más resentidos estarán los enemigos, con lo que, naturalmente, endurecerán la resistencia que se trata de vencer; por lo tanto, cuanto más emparejados en fuerza estén ambos bandos, más inteligente será evitar extremos de violencia que tiendan a consolidar las tropas y el pueblo enemigo tras sus líderes.
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4/ Estas consideraciones se amplían aún más. Cuanto más se intenta aparentar imponer una paz totalmente propia, mediante la conquista, mayores son los obstáculos que surgirán por el camino. 5/ Además, cuando se consigue el objetivo militar, cuanto más se exija del bando vencido, más problemas se producirán y más motivos se brindarán para tratar de invertir la situación a la que se ha llegado mediante la guerra. La fuerza es un círculo vicioso ‐o mejor, una espiral‐ salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado. Así, la guerra, que comienza por negar la razón, viene a reivindicarla a lo largo de todas las fases de la lucha. El instinto de lucha es necesario para conseguir el triunfo en el campo de batalla ‐aunque incluso aquí el combatiente que puede mantener la sangre fría tiene ventaja sobre el hombre que "lo ve todo rojo"‐, pero siempre debe llevarse con las riendas bien tirantes. El hombre de estado que se deja vencer por ese instinto, pierde la cabeza y deja de estar capacitado para regir los destinos de una nación. La victoria, en el verdadero sentido de la palabra, supone que el estado de paz, y del propio pueblo, es mejor tras la guerra que antes de ella. La victoria en este sentido sólo es posible si puede conseguirse un resultado rápido, o si un gran esfuerzo puede estar económicamente proporcionado a los recursos
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nacionales. El fin debe ajustarse a los medios. Si no existen buenas perspectivas para una victoria de este tipo, el hombre de estado inteligente no debe perder la oportunidad de negociar la paz. La paz conseguida por tablas, basada en el reconocimiento de cada bando de la fuerza del bando contrario, es, como mínimo, preferible a la paz conseguida por el agotamiento mutuo, y a menudo ha ofrecido mejores bases para una paz duradera. Es más sensato correr el riesgo de la guerra con tal de preservar la paz que correr el riesgo de agotamiento en la guerra con tal de terminar con la victoria, una conclusión contraria a lo que suele ser habitual, pero avalada por la experiencia. La perseverancia en la guerra sólo está justificada si hay buenas oportunidades de llegar a buen fin, es decir, posibilidades de conseguir una paz que equilibre la suma de desgracias humanas producidas durante la lucha. Profundizando en el estudio de anteriores experiencias, se llega a la conclusión de que las naciones podrían haberse acercado más a su objetivo político si hubieran aprovechado una interrupción de la lucha para discutir un acuerdo que al haber continuado la guerra con el objetivo militar de la "victoria". La historia también revela que en muchos casos podría haberse conseguido una paz beneficiosa si los hombres de estado de las naciones contendientes hubieran mostrado mayor comprensión de los elementos de psicología de sus "sensores" de paz. Con frecuencia su actitud ha sido muy similar a la observada en las típicas
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peleas domésticas: cada una de las partes teme aparentar darse por vencida, por lo que, cuando una de ellas muestra alguna inclinación hacia la conciliación, suele expresarla en un lenguaje demasiado duro, y es probable que la otra tarde en responder, en parte por orgullo u obstinación y en parte por una tendencia a interpretar el gesto como signo de debilidad, cuando es posible que sea signo de una vuelta al sentido común. Así, el momento crucial pasa, y el conflicto continúa con daño para ambos. En raros casos la continuación sirve para nada bueno cuando ambas partes están condenadas a vivir bajo el mismo techo. Esto es aún más aplicable a la guerra moderna que a un conflicto doméstico, pues la industrialización de las naciones han hecho sus destinos inseparables. Es responsabilidad de los hombres de estado no perder nunca de vista las perspectivas de posguerra cuando persiguen el "espejismo de la victoria". En los casos en que ambas partes están demasiado equilibradas para ofrecer una oportunidad razonable de triunfo rápido a cualquiera de ellas, el hombre de estado inteligente aprenderá algo de la psicología de la estrategia. Un principio elemental de estrategia es aquél según el cual si hallas a tu oponente en una posición fuerte, difícil de forzar, debes dejarle una línea de retirada como la forma más rápida de debilitar su resistencia. También debe ser un principio de política, especialmente en la guerra, ofrecer al enemigo una escalera por donde pueda bajar.
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Puede caber la duda sobre si estas conclusiones, basadas en la historia de las guerras entre los llamados estados civilizados, pueden aplicarse a las condiciones inherentes a la renovación del tipo de guerra puramente predatoria librada por los asaltantes bárbaros del Imperio romano, o por la mezcla de guerra religiosa y predatoria desarrollada por los fanáticos seguidores de Mahoma. En tales guerras toda paz negociada suele tener en sí un valor aún menor del normal (la historia demuestra claramente que los estados raras veces se mantienen fieles mutuamente, salvo en la medida en que sus promesas les parezcan compatibles con sus intereses). Pero cuanto menos se ha preocupado una nación de sus obligaciones morales, más tiende a respetar la fuerza física (el poder disuasorio de una fuerza demasiado grande para ser desafiada con impunidad). De la misma forma, en el plano individual todo el mundo sabe que el fanfarrón y el camorrista dudan en atacar a alguien cuya fuerza es parecida a la suya (más que un tipo pacífico en enzarzarse con un atacante más fuerte que él). Es una tontería imaginar que podamos comprar a los tipos agresivos (o en lenguaje moderno, "apaciguarlos"), sean individuos o naciones, ya que el pago de un rescate estimula la exigencia de otro. Pero pueden ser sometidos. Su propia creencia en la fuerza los hace más vulnerables al efecto disuasorio de una fuerza opositora de grandes proporciones. Esto constituye un control adecuado, excepto contra el puro fanatismo, aquél que no está mezclado de "codicia".
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Aunque es difícil llegar a una verdadera paz con los tipos predatorios, es más fácil inducirles a aceptar un estado de alto el fuego, y mucho menos agotador que intentar aplastarlos, ya que están, como todos los tipos de seres humanos, imbuidos del coraje de la desesperación. La experiencia de la historia brinda muchas pruebas de que la caída de los Estados civilizados se produjo, no por los ataques directos de enemigos, sino por su decadencia interna, combinada con las consecuencias del agotamiento bélico. Un estado de incertidumbre es difícil de soportar, y a menudo ha llevado al suicidio a las naciones y a los individuos por su incapacidad para soportarlo. Pero la incertidumbre es mejor que llegar al agotamiento tratando de conseguir el espejismo de la victoria. Además, un alto en las hostilidades permite una recuperación y un desarrollo de las fuerzas, mientras que la necesidad de vigilancia ayuda a mantener una nación "en guardia". Las naciones pacíficas son propensas, sin embargo, a correr peligros innecesarios, ya que cuando surge uno de ellos se sienten más inclinadas que las naciones predatorias a llegar a situaciones extremas. Éstas, sin embargo, al hacer la guerra como medio de ganar, suelen estar más dispuestas a abandonarla cuando encuentran a un oponente demasiado fuerte para ser vencido fácilmente. Es el luchador poco dispuesto, impulsado por la emoción y no por el cálculo, el que suele continuar la lucha hasta el límite más duro y, por ello, no suele conseguir su fin, aunque no llegue a
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perder directamente. El espíritu de barbarie sólo puede debilitarse durante el alto en las hostilidades; la guerra lo fortalece añadiendo leña al fuego.”
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Mao Tse Tung y las teorías de la guerra revolucionaria La II Guerra Mundial carcomió regímenes imperiales a través del mundo, creando la oportunidad a los regímenes coloniales o sin privilegios para liberarse de sus amos. Después de la II Guerra Mundial hubo una ola de “guerras revolucionarias” que pulularon en el ámbito internacional por cerca de tres décadas y que fueron apoyadas por su propio cuerpo de pensamiento militar. La Revolución Comunista China fue una de las primeras y más prominentes de todas las modernas “guerras revolucionarias” y su principal teórico, Mao Tse Tung, ha tenido una enorme influencia en la teoría de la guerra en general y en la teoría de la guerra revolucionaria en particular. No obstante, la guerra revolucionaria fue un fenómeno que tuvo y tiene una historia más amplia y más prolongada que la revolución comunista china y sus sucesores. Mientras que la guerra revolucionaria es hoy ampliamente una connotación de la post‐II Guerra Mundial y se la asocia con los movimientos de guerrilla comunista, esta perspectiva es muy estrecha. En la historia pueden encontrarse varios ejemplos, aún antes de Cristo, sobre guerras revolucionarias y guerra de guerrillas, hasta llegar a los ejemplos de guerrilla urbana de Latinoamérica, en la década de los años 70. A pesar de esta historia larga y variada, el cuerpo doctrinario de la guerra revolucionaria ha sido hasta muy recientemente, relativamente débil. Probablemente esto haya sido debido a la preocupación de la mayor parte de los revolucionarios con su propia
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supervivencia y debido a que cada una de ellas es tan particular como cada una de las situaciones, tan condicionada con sus propias características y circunstancias que generalizar para llegar a una teoría universal, es dificultoso. El éxito de Mao y la coherencia y lógica de su teoría, sumado al surgimiento de la guerra revolucionaria después de la II Guerra Mundial, estimuló el pensamiento de los líderes revolucionarios en el mundo subdesarrollado durante la mayor parte de la segunda mitad del S XX. Cuando lea las doctrinas de la guerra revolucionaria y la guerra de guerrillas, trate de comparar la naturaleza de este tipo particular de lucha y las teorías sobre la naturaleza de la guerra, hasta la II Guerra Mundial inclusive. Principios militares He aquí nuestros principios militares: 1. Asestar golpes primero a las fuerzas enemigas dispersas y aisladas, y luego a las fuerzas enemigas concentradas y poderosas. 2. Tomar primero las ciudades pequeñas y medianas y las vastas zonas rurales, y luego las grandes ciudades. 3. Tener por objetivo principal el aniquilamiento de la fuerza viva del enemigo y no el mantenimiento o conquista de ciudades o territorios. El mantenimiento o conquista de una ciudad o un territorio es el resultado del aniquilamiento de la fuerza
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viva del enemigo, y, a menudo, una ciudad o territorio puede ser mantenido o conquistado en definitiva sólo después de cambiar de manos repetidas veces. 4. En cada batalla, concentrar fuerzas absolutamente superiores (dos, tres, cuatro y en ocasiones hasta cinco o seis veces las fuerzas del enemigo), cercar totalmente las fuerzas enemigas y procurar aniquilarlas por completo, sin dejar que nadie se escape de la red. En circunstancias especiales, usar el método de asestar golpes demoledores al enemigo, esto es, concentrar todas nuestras fuerzas para hacer un ataque frontal y un ataque sobre uno o ambos flancos del enemigo, con el propósito de aniquilar una parte de sus tropas y desbaratar la otra, de modo que nuestro ejército pueda trasladar rápidamente sus fuerzas para aplastar otras tropas enemigas. Hacer lo posible para evitar las batallas de desgaste, en las que lo ganado no compensa lo perdido o sólo resulta equivalente. De este modo, aunque somos inferiores en el conjunto (hablando en términos numéricos), somos absolutamente superiores en cada caso y en cada batalla concreta, y esto nos asegura la victoria en las batallas. Con el tiempo, llegaremos a ser superiores en el conjunto y finalmente liquidaremos a todas las fuerzas enemigas. 5. No dar ninguna batalla sin preparación, ni dar ninguna batalla sin tener la seguridad de ganarla; hacer todos los esfuerzos para estar bien preparados para cada batalla, hacer todo lo posible para que la
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correlación existente entre las condiciones del enemigo y las nuestras nos asegure la victoria. 6. Poner en pleno juego nuestro estilo de lucha: valentía en el combate, espíritu de sacrificio, desprecio a la fatiga y tenacidad en los combates continuos (es decir, entablar combates sucesivos en un corto lapso y sin tomar repose). 7. Esforzarse por aniquilar al enemigo en la guerra de maniobras. Al mismo tiempo, dar importancia a la táctica de ataque a posiciones con el propósito de apoderarse de los puntos fortificados y ciudades en manos del enemigo. 8. Con respecto a la toma de las ciudades, apoderarse resueltamente de todos los puntos fortificados y ciudades débilmente defendidas por el enemigo. Apoderarse, en el momento conveniente y si las circunstancias lo permiten, de todos los puntos fortificados y ciudades que el enemigo defienda con medianas fuerzas. En cuanto a los puntos fortificados y ciudades poderosamente defendidos por el enemigo, tomarlos cuando las condiciones para ello hayan madurado. 9. Reforzar nuestro ejército con todas las armas y la mayor parte de los hombres capturados al enemigo. La fuente principal de los recursos humanos y materiales para nuestro ejército está en el frente. 10. Aprovechar bien el intervalo entre dos campañas para que nuestras tropas descansen, se adiestren y
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consoliden. Los períodos de descanso, adiestramiento y consolidación no deben, en general, ser muy prolongados para no dar, hasta donde sea posible, ningún respiro al enemigo. Estos son los principales métodos que emplea el Ejército Popular de Liberación para derrotar a Chiang Kai‐shek. Han sido forjados por el Ejército Popular de Liberación en largos años de lucha contra los enemigos nacionales y extranjeros, y corresponden completamente a nuestra situación actual. (...) Nuestra estrategia y táctica se basan en la guerra popular y ningún ejército antipopular puede utilizarlas. La situación actual y nuestras tareas. (25 de diciembre de 1947), Obras Escogidas, t. IV Objetivo de la guerra El objetivo de la guerra no es otro que conservar las fuerzas propias y destruir las enemigas (destruir las fuerzas enemigas significa desarmarlas o privarlas de su capacidad para resistir, y no significa aniquilarlas todas físicamente). La defensa tiene como objetivo inmediato conservar las fuerzas propias, pero al mismo tiempo es un media de complementar el ataque o prepararse para pasar al ataque. La retirada pertenece a la categoría de la defensa y es una continuación de ésta, en tanto que la persecución es una continuación del ataque. Hay que señalar que la destrucción de las fuerzas enemigas es el objetivo primario de la guerra y la
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conservación de las fuerzas propias, el secundario, porque sólo se puede conservar eficazmente las fuerzas propias destruyendo las enemigas en gran número. Por lo tanto, el ataque, como media principal para destruir las fuerzas del enemigo, es lo primario, en tanto que la defensa, como media auxiliar para destruir las fuerzas enemigas y como uno de los medios para conservar las fuerzas propias, es lo secundario. Es cierto que en la práctica de la guerra, la defensa desempeña el papel principal en muchas ocasiones, mientras que en las demás lo desempeña el ataque, pero si la guerra se considera en su conjunto, el ataque sigue siendo lo primario. Sobre la guerra prolongada (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. Sorpresa Sin preparación, la superioridad de fuerzas no es superioridad real ni puede haber tampoco iniciativa. Sabiendo esta verdad, una fuerza inferior pero bien preparada, a menudo puede derrotar a una fuerza enemiga superior mediante ataques por sorpresa. Sobre la guerra prolongada. (Mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. Guerra y política La guerra es la continuación de la política. En este sentido, la guerra es política, y es en sí misma una acción política. No ha habido jamás, desde los tiempos
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antiguos, ninguna guerra que no tuviese un carácter político. (...) Pero la guerra tiene sus características peculiares, y en este sentido, no es igual a la política en general. La guerra es la continuación de la política por otros medios. Cuando la política llega a cierta etapa de su desarrollo, más allá de la cual no puede proseguir por los medios habituales, estalla la guerra para barrer el obstáculo del camino. (...) Cuando sea eliminado el obstáculo y conseguido nuestro objetivo político, terminará la guerra. Mientras no se elimine por completo el obstáculo, la guerra tendrá que continuar hasta que se logre totalmente el objetivo. (...) Se puede decir entonces que la política es guerra sin derramamiento de sangre, en tanto que la guerra es política con derramamiento de sangre. Sobre la guerra prolongada (mayo de 1938), Obras Escogidas, t. II. Todos los comunistas tienen que comprender esta verdad: El Poder nace del fusil. Problemas de la guerra y de la estrategia (6 de noviembre de 1938), Obras Escogidas, tomo II. La victoria La victoria de ningún modo debe hacernos relajar la vigilancia. Quienquiera que relaje la vigilancia quedará desarmado políticamente y se verá reducido a una posición pasiva.
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Discurso pronunciado en la Reunión Preparatoria de la Nueva Conferencia Consultiva Política (15 de junio de 1949), Obras Escogidas, t. IV. Luchar, fracasar, volver a luchar, fracasar de nuevo volver otra vez a luchar, y así hasta la victoria Desechar las ilusiones, prepararse para la lucha (14 de agosto de 1949), Obras Escogidas, t. IV. Los mandos y combatientes de ningún modo deben relajar ni en lo más mínimo su voluntad de combate; toda idea que tienda a relajar la voluntad de combate o a subestimar al enemigo, es errónea. Un jefe militar no puede pretender ganar la guerra traspasando los límites impuestos por las condiciones materiales, pero si puede y debe esforzarse para vencer dentro de tales límites. El escenario de acción para un jefe militar está construido sobre las condiciones materiales objetivas, pero en este escenario puede dirigir magnificas acciones de épica grandiosidad. Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China (5 de enero de 1949), Obras Escogidas, t. IV.
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Siglo XX. Paul Kennedy. Auge y caída de las grandes potencias.
Paul Kennedy. Auge y caída de las grandes potencias Extracto del artículo ¿COMO Y PORQUE CAMBIA EL CENTRO DE GRAVEDAD DEL MUNDO? de JOSÉ Mª. PARDO DE SANTAYANA GÓMEZ DE OLEA en “LAS IDEAS ESTRATÉGICAS PARA EL INICIO DEL TERCER MILENIO” IEEE GT. 6/98 Paul Kennedy es sin lugar a duda uno de los pensadores estratégicos más leídos e influyentes de los EEUU. Su obra «Auge y caída de las grandes potencias», no solo le dio a conocer en todo el mundo, sino que fue una referencia obligada tanto para estudiosos de la materia como para profanos. Su libro «Auge y caída de las grandes potencias» está escrito desde la perspectiva historicista de sus primeras obras y refleja una preocupación geopolítica esencial de los EEUU de finales del siglo XX: ¿Cómo evitar que los EEUU, al igual que todas las grandes potencias que le precedieron, terminen cediendo su posición de privilegio? En la obra de Paul Kennedy se trata de conocer la línea estratégica a seguir para no dejar de serlo. La obra no da por sabidas cuestiones básicas para un estudioso de la historia y la estrategia y, por ello, es de interés para un amplio sector de lectores, desde aquellos que se inician en el conocimiento de temas estratégicos hasta aquellos que precisan una información exhaustiva y un análisis profundo. Tal como el autor afirma en la primera frase de la
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introducción: Este libro se ocupa del poder nacional e internacional en el período «moderno», es decir, del después del renacimiento. Procura rastrear y explicar cómo han ascendido y caído las diversas grandes potencias, interrelacionadas, durante los cinco siglos que van desde la formación de las «nuevas monarquías» de Europa occidental hasta el inicio del sistema de Estados global y transoceánico». El estudio se centra en la interacción entre economía y estrategia a medida que los Estados punteros del sistema internacional luchaban por aumentar su riqueza y su poder, por llegar a ser (o por seguir siendo) ricos y fuertes. Por lo general el triunfo o colapso de cualquier gran potencia ha sido la consecuencia de prolongadas luchas de sus fuerzas armadas, pero también de la utilización más o menos eficiente de los recursos económicos productivos del Estado en tiempo de guerra. No obstante, como las relaciones de riqueza y poder militar de los distintos actores del escenario estratégico no permanecen constantes, es además esencial conocer la forma en que la economía de dichos Estados ha ido variando en relación con las otras naciones líderes durante las décadas de paz que precedieron a los períodos de lucha. La obra de Paul Kennedy parte de una afirmación: «En el año 1500 para los habitantes de Europa no era en absoluto evidente que su continente estuviera destinado a dominar gran parte del resto de la Tierra». En el primer capítulo, «El ascenso del mundo occidental», el autor hace una interesante descripción de cada uno de los centros de poder de la época: La
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China de la dinastía Ming, el Imperio otomano y su retoño musulmán de la India, el Imperio mongol, Moscovia, el Japón Tokugawa y una serie de Estados de Europa occidental‐central. Comparadas con las de las otras áreas de actividad cultural y económica, las debilidades relativas de Europa eran más evidentes que sus puntos fuertes. En consonancia con las tesis de William McNiell, P. Kennedy considera que los imperios orientales, por imponentes y organizados que parecieran en relación con Europa, padecían las consecuencias de tener una autoridad centralizada que insistía en la uniformidad de creencias y prácticas, no sólo en lo relacionado con la religión oficial del Estado, sino también en lo relativo a aspectos tales como las actividades comerciales y el desarrollo de armamentos. En Europa las belicosas rivalidades entre sus varios reinos y Ciudades‐Estado estimularon una investigación constante de adelantos militares, que se relacionó de manera fructífera con los avances tecnológicos y comerciales. El segundo capítulo «La puja por el dominio de los Habsburgo, 15191659» trata del intento por parte de uno de los centros de poder europeos de dominar el continente. Durante 140 años el bloque dinástico‐ religioso encabezado por los Habsburgo austríacos y españoles pareció amenazar con convertirse en el poder europeo hegemónico. Los otros Estados europeos importantes se opusieron a los designios estratégicos de los Habsburgo. Pese a los grandes recursos que estos monarcas poseían, se excedieron sin cesar en el transcurso de los repetidos conflictos, por lo
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que los esfuerzos militares llegaron a ser demasiado gravosos para su debilitada base económica. «Sencillamente, los Habsburgo tenían demasiados quehaceres, demasiados enemigos a los que combatir, demasiados frentes que defender. La resolución de las tropas españolas en la batalla no podía compensar el hecho de que estas fuerzas tenían que ser dispersadas en guarniciones en el norte de África, en Sicilia e Italia y en el nuevo mundo así como en los Países Bajos». Las otras grandes potencias europeas también sufrieron mucho en estas guerras prolongadas, pero se las arreglaron mejor para mantener el equilibrio entre sus recursos materiales y su poder militar. La pugna, que fue adquiriendo una dimensión cada vez más generalizada, hay que entenderla además bajo la influencia de la reforma que fracturó la Cristiandad en dos y dio a la confrontación un carácter más intenso e ideológico. «Los otros Estados —Francia, Inglaterra, Suecia e incluso el Imperio otomano— disfrutaron de algunos períodos de paz y recuperación. El destino de los Habsburgo, y más especialmente de España, consistió en tener que salir de una lucha para volverse inmediatamente contra otro enemigo». Para el autor el bloque Habsburgo, con su extensa y compleja composición territorial proporciona uno de los mejores ejemplos históricos de excesiva extensión estratégica, pues el precio de poseer tantos territorios era la existencia de numerosos enemigos.
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El tercer capítulo trata de las luchas que tuvieron lugar entre 1660 y 1815. En este complicado período, que no puede reducirse tan fácilmente a una contienda entre un gran bloque y sus muchos rivales, emergieron de modo insistente cinco grandes Estados: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. Otras grandes potencias anteriores como España, los Países Bajos y Suecia pasaron a segunda fila. Fue una época en la que Francia, primero bajo Luis XIV y después bajo Napoleón, estuvo relativamente cerca de controlar Europa, pero sus esfuerzos siempre tropezaron, al menos en última instancia, con una combinación de las otras grandes potencias. Como a principios del siglo XVIII el coste de los ejércitos regulares y las flotas nacionales habían pasado a ser enormemente elevado, un país que pudiera crear un sistema avanzado de banca y crédito, como fue el caso de Gran Bretaña, disfrutaba de una gran ventaja sobre los rivales financieramente atrasados. El factor de su posición geográfica influyó también en el destino de las potencias. Tanto Gran Bretaña como Rusia mantenían la capacidad de intervenir en las luchas europeas, al tiempo que estaban geográficamente protegidas de ellas. Ambas pudieron expandirse por el mundo extraeuropeo e intervenir en las disputas de las demás potencias lo necesario para mantener el equilibrio continental. La Revolución industrial, al iniciarse en Gran Bretaña en las últimas décadas del siglo XVIII, dio a este Estado los recursos necesarios para poder frenar la ambición napoleónica de dominar Europa, a la vez que potenció
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notablemente su capacidad para la colonización transatlántica. Las guerras napoleónicas concluyeron situando a Gran Bretaña en una posición privilegiada tal como recoge el autor en cita del General prusiano Gneisenau: «Gran Bretaña no tiene que estar a nadie más agradecida que a ese rufián (Napoleón). Pues gracias a los sucesos provocados por él, la grandeza, prosperidad y riqueza de Inglaterra se han elevado a gran altura. Ella es dueña del mar y, ni en este dominio ni en el comercio mundial, tiene ahora un solo rival al que temer». En los tres siguientes capítulos P. Kennedy aborda la interrelación de la economía y la estrategia en la era industrial. A diferencia de lo ocurrido hasta 1815, en los siguientes cien años hubo una notable ausencia de prolongadas guerras de coalición. Dado que la mayor preocupación de las potencias reunidas en el Congreso de Viena era la estabilidad interna, no es de extrañar que el concierto de las potencias generase un equilibrio estratégico de paz y estabilidad. La escena internacional favorable permitió al Imperio Británico alcanzar su máximo como gran potencia y obtener enormes beneficios de su monopolio virtual de la producción industrial a vapor, hasta que durante la segunda mitad del siglo XIX la industrialización fue extendiéndose hacia otras regiones. De este modo se empezó a romper el equilibrio internacional de poder, apartando a las naciones líderes más antiguas y cediendo el lugar a aquellos países que contaban tanto con los recursos como con la organización necesaria
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para explotar los medios más modernos de producción y tecnología. La misma naturaleza de la guerra estaba cambiando, y las pocas grandes guerras de la época llevaron a la derrota a aquellas sociedades que no modernizaron sus sistemas militares y no disponían de la infraestructura industrial de amplia base necesaria para sostener unos ejércitos cada vez mayores y dotados de un armamento cada vez más caro y complejo. A medida que se acercaba el siglo XX el ritmo de cambio tecnológico se fue acelerando con unos índices de crecimiento muy desiguales en unas áreas y otras. El sistema internacional en permanente evolución adquirió un carácter más inestable y complejo. Las ambiciones económicas, la preocupación por el prestigio nacional y el miedo a ser eclipsadas por las demás naciones llevó a los Estados a una frenética búsqueda de mayores dominios coloniales en África Asia y el Pacífico a partir de la década de 1880. El ambiente internacional propició un número creciente de carreras armamentísticas primero en el mar y luego en tierra, así como la creación de alianzas militares sólidas incluso en tiempos de paz. Pero el cambio más significativo fue producido por el formidable crecimiento económico de las nuevas potencias no europeas: EEUU y Japón. Rusia, con su doble dimensión euroasiática, gracias a su enorme tamaño y a pesar de la ineficacia del Estado zarista también estaba aumentando su peso específico. El
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sistema de poder mundial estaba dejando de ser esencialmente eurocéntrico. «Entre las naciones europeas occidentales, tal vez sólo Alemania tenía la potencia necesaria para abrirse paso en la selecta liga de los futuros poderes mundiales». La Primera Guerra Mundial, en un pulso de desgaste, puso a prueba la solidez de los Estados y el acierto de sus alianzas: Austria‐Hungría desapareció, Rusia padeció una revolución, Alemania quedó derrotada y los vencedores Francia, Italia y hasta la propia Gran Bretaña habían sufrido demasiado para alcanzar la victoria. Los grandes beneficiados fueron Japón, que mejoró aún más su posición en el Pacífico y, por supuesto, los EEUU que tras la Gran Guerra se convirtieron en la primera potencia mundial. Ahora bien, el repliegue norteamericano hacia posiciones aislacionistas en cuestiones internacionales después de 1919 y la posición de rechazo y aislamiento del régimen soviético configuraron un sistema internacional atípico donde el potencial económico no estaba en relación con la presencia internacional. Gran Bretaña y Francia seguían en el centro del escenario diplomático y en la década de los 30 su posición empezó a ser discutida por Japón, Italia y sobre todo Alemania. «Sin embargo, en un segundo plano los EEUU seguían siendo, de lejos, la nación industrial más poderosa del mundo, y la Rusia de Stalin estaba transformándose rápidamente en una superpotencia industrial. En
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consecuencia, el dilema de las potencias «medianas» revisionistas era que tenían que expandirse pronto si no querían quedar eclipsadas por los dos gigantes continentales». Francia y Gran Bretaña no podían enfrentarse a Japón y Alemania sin correr el riesgo de debilitarse. El enorme desequilibrio de recursos productivos impedía que las naciones del Eje pudieran imponerse a largo plazo. La Segunda Guerra Mundial confirmó las vulnerabilidades de las potencias de dimensiones menores frente a los dos colosos territoriales. Los éxitos iniciales del Eje produjeron el declive francés y el debilitamiento irreparable de Gran Bretaña. El resultado final fue un mundo bipolarizado donde el equilibrio militar estaba de nuevo de acuerdo con la distribución global de recursos económicos. En los dos últimos capítulos «Economía y Estrategia de hoy y mañana» el autor presenta la Guerra Fría como un modelo de sistema internacional totalmente distinto a los de los siglos anteriores. El papel de las dos potencias hegemónicas pareció reforzarse con la llegada y el posterior desarrollo de las armas nucleares. En el terreno militar ambas potencias mantuvieron un rango radicalmente superior al resto de los Estados hasta la década de los 80 (en que el libro fue escrito). Y de hecho, tanto los EEUU como la URSS interpretaban la dinámica estratégica en términos casi exclusivamente bipolares e incluso maniqueos. La consecuencia del bipolarismo irreconciliable fue una escalada armamentística continua que acentuaba las
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diferencias militares y los esfuerzos económicos de la defensa. «Y sin embargo el proceso de auge y caída de las grandes potencias de diferencias en índices de crecimiento y cambio tecnológico que conducían a cambios en los equilibrios económicos mundiales, los cuales a su vez influían en los equilibrios político y militar no habían cesado». Durante aquellas décadas los balances productivos globales se alteraron a un ritmo mayor que en épocas anteriores. La participación del Tercer Mundo en el producto industrial total y en el PNB se expandió de forma notable. La Comunidad Económica Europea se convirtió en la unidad comercial más grande del mundo. La República Popular China inició un proceso de crecimiento y desarrollo acelerado. El crecimiento económico de la posguerra en Japón fue tan destacado que a principios de los 80 había superado a Rusia en PNB total. «Por el contrario, los índices de crecimiento tanto rusos como estadounidenses se han ido retrasando y su participación en la producción y riqueza globales ha disminuido de manera espectacular desde la década de los 60.... Es evidente que ya existe un mundo multipolar otra vez, aunque sólo se midan los índices económicos». La opción estratégica que Paul Kennedy propone para los EEUU se hace evidente a lo largo de todo el libro; no obstante, él la plantea al final del último capítulo de la siguiente manera; los EEUU deben forzosamente
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someterse a las dos pruebas de que depende la longevidad de una primera potencia: 1) Conservar en el ámbito militar‐estratégico un equilibrio razonable entre las percibidas exigencias de la nación y los medios que posee para atender estos compromisos y 2) como cuestión íntimamente relacionada con la anterior, librar a las bases tecnológicas y económicas de su poder de erosión relativa frente a las pautas siempre cambiantes de la producción mundial. Esta prueba de la capacidad norteamericana será tanto más fuerte cuanto que, como la España imperial de 1600 o el Imperio británico de 1900, los EEUU han heredado toda una serie de compromisos estratégicos contraídos décadas antes cuando su parte en el PNB, la producción manufacturera, los gastos militares y el personal de las fuerzas armadas de todo el mundo era mucho mayor que en el momento de escribirse el libro.
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Alvin Tofler. Las guerras del futuro Extracto del artículo SI QUIERES LA PAZ PREPARA LA ANTIGUERRA de F. JAVIER FRANCO SUANZES en “LAS IDEAS ESTRATÉGICAS PARA EL INICIO DEL TERCER MILENIO” IEEE GT. 6/98 Los escritores estadounidense Alvin y Heidi Toffler, son universalmente conocidos por los estudios emprendidos en el área de la prospectiva. El matrimonio ha publicado distintas obras entre las que se puede citar: El shock del futuro (1970), La tercera ola (1980), El cambio del poder (1990), y Creando una nueva civilización (1995). Ante la proximidad del tercer milenio, el matrimonio Toffler reflexiona con espíritu prospectivo sobre el futuro de la guerra y la «antiguerra», considerada esta última, como la adopción de estrategias que garanticen la vida en paz. En la introducción, los autores fijan la tesis de su obra: «…Nuestro modo de guerrear refleja nuestro modo de ganar dinero, y la manera de combatir contra la guerra debe reflejar la manera de librarla». Para poder explicar su propia tesis, los Toffler recurren a los argumentos de su libro «La tercera ola». Según esa obra la humanidad ha pasado por unas transiciones críticas que han determinado nuevas civilizaciones. El autor designa esas crisis o transformaciones como «olas». La primera ola se caracteriza por el descubrimiento de la agricultura; la civilización correspondiente a esa ola
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se encuentra apegada a la tierra y estaría representada por la azada. La segunda se inició con la revolución industrial. Es la civilización de la producción en serie, de las grandes masas de obreros, de la máquina de vapor, el secularismo, la conscripción masiva y donde las sociedades industriales se encontrarían representadas por la cadena de montaje. La tercera es consecuencia de la aparición de la revolución tecnológica. Es la sociedad del conocimiento, de la alta tecnología, de la informática, de la comunicación, de la educación y el adiestramiento, de la producción selectiva, del ecologismo y donde la capacidad de acceso a la información se convierte en un recurso crucial. Estaría representada por el ordenador. El problema consiste en que a pesar de estar en el siglo XXI y que se podría pensar que avanzamos hacia un mundo sin guerras, lo cierto es que no se vislumbra una situación estable. Las esperanzas y el «júbilo insensato» que el fin de la «guerra fría» introdujo en la panorama mundial, no nos puede hacer caer en la tentación de pensar que estamos libres de conflictos, ni que el mero hecho de vivir en estados democráticos nos va a preservar de los horrores de la guerra. Tampoco podemos pensar que los conflictos quedarán confinados en remotos y pequeños estados sin recursos. Para aportar soluciones que pongan fin a esas guerras futuras, se hace necesario conocer a fondo su génesis. No parece que esas soluciones pasen por las típicas proclamas moralistas de «discursos, oraciones, ni sentadas pacifistas». Tampoco parece que la solución
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sea dar rienda suelta a estados emotivos de llanto y dolor. El verdadero esfuerzo se sitúa en el análisis adecuado de la guerra y la «antiguerra». Los conceptos que tenemos hoy día están obsoletos y anticuados. Hemos analizado los conflictos pasados y pretendemos aportar las soluciones a unas guerras que no serán las que tendremos en el futuro. Los cambios revolucionarios que se han producido en el mundo y que han dado origen a una tercera civilización, van a modelar la nueva guerra de acuerdo a esa civilización y por tanto, no podemos pretender atacar ese conflicto con procedimientos de la segunda ola. Es necesario adoptar acciones revolucionarias en la búsqueda de la paz. Para ello, hay que comprender que las transformaciones que experimentan el poder militar y la tecnología bélica, corren de manera paralela a las transformaciones económicas y sociales. Para evitar el conflicto, será necesario adoptar una estrategia actualizada de la «antiguerra». El tratamiento que hace el matrimonio Toffler sobre los aspectos del conocimiento, resulta especialmente relevante, lo que en el tratamiento global de la guerra y la «antiguerra» no podía permanecer ignorado. Lo que conocemos y lo que se ha escrito sobre el conflicto está obsoleto. Cabría esperar que el próximo enfrentamiento esté más marcado por la disputa económica, debido a que en la nueva sociedad de la tercera ola estos aspectos adquieren una especial
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relevancia, pero sin duda alguna, la guerra geoeconómica no descarta el enfrentamiento militar. Los Toffler justifican esa afirmación al indicar que: «El razonamiento geoeconómico resulta inadecuado por dos razones aún más fundamentales: es demasiado simple y está anticuado. Simple porque trata de explicar el poder mundial sólo en términos de dos factores, el económico y el militar; anticuado, porque desdeña el creciente papel de los conocimientos (ciencia, tecnología, cultura, religión,...) que constituyen hoy en día el meollo de los recursos de toda economía avanzada así como de la eficacia militar». «La humanidad no está penetrando en la era de la geoeconomía sino en la de la geoinformación». Al analizar la guerra, y en un momento en que está finalizando la civilización industrial, un aspecto importante que debe ser considerado es la teoría del conflicto de olas. Los grandes cambios, como son los que se originan con las mutaciones de civilizaciones, provocan importantes fricciones. Para los Toffler, es difícil concebir un cambio masivo de la índole antes indicada, sin que se produzca el conflicto. «Cuando se estrellan las olas de la historia se enfrentan civilizaciones enteras» En la transición de la primera a la segunda ola, se produjeron enfrentamientos entre la sociedad industrializada de la segunda ola y grupos de terratenientes de la primera, con el apoyo en muchos casos de la propia Iglesia. Esos enfrentamientos, que «bisecaron» el mundo, se producían en cada país que
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alcanzaba la industrialización. De esta manera, se establecían dos sociedades: una dominante y avanzada de la segunda ola, y otra dominada y más atrasada, reducida a grupos y espacios confinados de la primera. Así pues, en la teoría del conflicto de olas, los cambios más radicales en los campos estratégico y económico, no se sitúan en un desplazamiento de los centros del poder de una zona geográfica a otra, ni de un grupo étnico a otro, ni de una religión a otra. La transformación más importante queda determinada por la existencia simultánea de tres civilizaciones diferentes, cada una, distinta de la precedente y con grandes posibilidades de fricción. Pasamos a vivir en lo que los autores denominan un mundo «trisecado». Así como la aparición de la segunda ola provocó una división en dos civilizaciones claramente diferenciadas, con la nueva civilización aparece una nueva esfera de actividad. Cada una de esas esferas de actividad o de civilizaciones, proporciona a la humanidad los recursos propios característicos de ellas; así, la civilización de la primera ola proporciona los recursos agrícolas y mineros, la civilización de la segunda ola proporciona la mano de obra barata y la tercera aporta el conocimiento como fuente inagotable de progreso y creación. Esta situación, modifica la estructura de la sociedad, aumentando la heterogeneidad, lo que ocasiona un incremento de tensiones entre la civilización de la tercera ola y las dos precedentes. De la misma manera que en los siglos anteriores las nuevas civilizaciones
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trataron de ejercer su hegemonía sobre la anterior, la nueva sociedad de la tercera ola tratará de establecer su hegemonía mundial. En este marco, es fácil prever alguno de los fenómenos conflictivos que caracterizan una sociedad en profunda transformación. Entre ellos, merece la pena destacar lo que el autor califica de «desbocados nacionalismos actuales», que no es otra cosa que un desfasado reducto de la segunda ola. Para el matrimonio Toffler, el nacionalismo es la ideología de la Nación‐Estado que constituye un producto de la revolución industrial. Cuando la economía y las finanzas mundiales de la tercera ola asumen, día a día, papeles más globales, perforando y ocupando parcelas de soberanía nacional, los nacionalismos de la segunda ola se refugian en los símbolos de su propia identidad. «Mientras que poetas e intelectuales de regiones económicamente atrasadas escriben himnos nacionales, los poetas e intelectuales de los países de la tercera ola cantan las virtudes de un mundo sin fronteras. Las colisiones resultantes, reflejo de las agudas diferencias entre las necesidades de dos civilizaciones radicalmente diferentes, podrían suscitar en los próximos años un derramamiento de sangre de la peor especie». Cada uno de los choques de las olas origina cambios revolucionarios que modifican el comportamiento de la sociedad. Como no podía ser de otra manera, el
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estamento militar se ve caracterizado e influenciado por cada transformación. Con la tercera ola, alcanzan sus límites extremos tres parámetros distintos de la evolución militar: el alcance, la velocidad y la letalidad. Se producen de esta manera cambios espectaculares y fantásticos en la conducción de la guerra. Estamos pues en presencia de una revolución militar que se inicia cuando se da ese choque entre olas o civilizaciones, lo que obliga a cambiar la estrategia, la táctica, las organizaciones, la doctrina y el adiestramiento. Para analizar las características de cada una de las formas de hacer la guerra en las distintas civilizaciones hay que tener en cuenta la tesis de los Toffler según la cual: «A lo largo de la historia, el modo en que los hombres y las mujeres hacen la guerra ha constituido un reflejo del modo en que trabajan». En el método de crear riqueza de la primera ola, caracterizada por la revolución agrícola, el hombre trabaja la tierra con útiles y aperos de labranza manuales y rudimentarios, el desarrollo de su trabajo manual lo realiza mediante la fuerza bruta, la producción es baja y la necesidad de mano de obra esencial. Consecuentemente los ejércitos de la primera ola emplean armas desiguales y primitivas, el combate es cuerpo a cuerpo, la capacidad de destrucción muy limitada y la necesidad de hombres para garantizar el éxito en la lucha son asimismo decisivas.
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En resumen, se puede decir que las guerras de la primera ola se corresponden fielmente con las sociedades agrarias que las originaron. El método de crear riqueza de la segunda ola se caracteriza por la producción en serie, por las grandes masas de obreros, la estandarización, o la división en el trabajo. Todo ello en plena correspondencia con la actividad militar de la destrucción en masa, la movilización y el reclutamiento, la uniformidad, o con las especialidades militares. No cabe duda que con la civilización de la segunda ola, la guerra alcanzó su máximo potencial destructivo y su carácter absoluto al afectar a toda la nación, «descubriendo el terrible potencial destructivo de la industrialización de la muerte». Las guerras de la tercera ola reflejan y reflejarán, como no podía suceder de otra manera, su propia civilización. El método de crear riqueza de esa civilización se caracteriza por los siguientes factores: el conocimiento como factor esencial en la producción; la desmasificación de la producción en serie; la necesidad de mayor cualificación para acceder a los puestos de trabajo, lo que imposibilita el intercambio laboral; la innovación continua para poder competir; el tamaño reducido y diferenciado de los equipos laborales; la desaparición de la uniformidad burocrática; la aparición de nuevas formas de dirección y de «integración sistémica»; la integración mediante redes electrónicas; y por último la gran velocidad y aceleración en todo tipo de transacciones.
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Todos esos parámetros, exponentes de la forma de hacer riqueza de la tercera ola, son también propios de la forma de desarrollar su modo de guerrear específico, que va a tener sus propias características diferenciadoras de la actividad bélica en épocas precedentes. Al igual que en las sociedades avanzadas coexisten economías de la segunda y tercera ola, en las guerras actuales se presentan formatos bélicos que combinan los modos y maneras de civilizaciones anteriores. Entre las características que definen el formato de la tercera ola, la más significativa es que el frente ya no define el lugar donde se desarrolla la batalla principal, porque el combate se ha extendido, se ha alargado en todas las dimensiones: distancia, altura, y tiempo. Ahora el frente se encuentra tanto en la vanguardia como en la retaguardia, y ésta es mucho más profunda. En ella, se incluyen los centros de mando, control y comunicaciones del enemigo, su cadena de apoyo logístico, y su sistema de defensa aérea. En esta nueva forma bélica, el conocimiento es el recurso crucial de la capacidad de destrucción; la iniciativa, la información, la preparación y la motivación en los soldados es más importante que su puro número; los daños serán selectivos disminuyendo los colaterales; las armas inteligentes van a requerir soldados inteligentes; los nuevos sistemas bélicos necesitan menos dotación de personal y disponen de mucha más potencia de fuego; la gran complejidad militar necesita de la integración de sistemas; la
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infraestructura es cada vez más profunda y extensa; y por último, las operaciones se llevarán a cabo con extraordinaria velocidad y aceleración. Cada civilización libra sus contiendas con características diferentes; en la nueva doctrina se pone en tela de juicio el concepto de «masa», los ataques por sorpresa se deberán concentrar en el punto más débil, en vez de tratar de atacar el punto decisivo. Las nuevas operaciones deberán ser capaces de proyectar potencia y fuerzas a gran distancia y se insiste en la necesidad de realizar operaciones combinadas y conjuntas, así como, en la realización de ataques simultáneos sincronizados y controlados en tiempo real. En un ejercicio prospectivo, y todavía dentro de la civilización de la tercera ola, los autores, advierten que se seguirán produciendo cambios tecnológicos importantes que van a modificar los planteamientos de las guerras y las «antiguerras», lo que obligará a nuevos desarrollos mentales de los pensadores de esas guerras y «antiguerras». La guerra total y la destrucción masiva, producto del enfrentamiento nuclear entre las grandes potencias se aleja del horizonte de los conflictos de la tercera ola, sin embargo afloran infinidad de «amenazas autónomas»: luchas separatistas, disputas fronterizas, conflictos étnicos y religiosos, terrorismo... que se extienden por todo el planeta. Lo que a primera vista parecen disputas lejanas o insignificantes para el mundo occidental, adquieren una influencia decisiva en
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cualquier lugar de la tierra ante la existencia de una economía global cada vez más interconectada. En ese escenario surgen múltiples proyectos de tecnología avanzada que van dirigidos hacia «la actividad bélica autónoma», sembrando la duda y la incertidumbre en el ámbito geopolítico y social. Los autores consideran que hay que afrontar esta situación: «Quienes sueñan con un mundo más pacífico deben olvidar las viejas pesadillas del invierno nuclear y empezar a usar ahora mismo su imaginación para pensar en la política, la moral, y las realidades mili tares de la actividad bélica autónoma en el siglo XXI». Las innovaciones tecnológicas pasarán por un aumento de la actividad espacial. El espacio se ha convertido para la guerra en «una cuarta dimensión», ya sea para la detección y vigilancia bélica, como lugar de lanzamiento de armas, o para fines pacíficos en la supervisión de los acuerdos de convenios y tratados. Otras innovaciones que caen en la actividad bélica de la tercera ola, incluyen el empleo de robots con fines militares. Su uso como mano de obra resulta más barato, son inmunes a las armas biológicas y químicas, y sus bajas en el campo de batalla serán mucho más aceptables a los ojos de una sociedad y una opinión pública, que cada vez influyen más en las decisiones de los gobernantes. En este campo de «futuribles» de la tercera ola, aparecen otras opciones como el empleo de micromáquinas, lo que los autores denominan «hormigas robóticas»; o armas biológicas, químicas a
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pesar de su prohibición, y ecológicas con capacidad para producir todo tipo de catástrofes. Pueden aparecer, asimismo, armas incruentas, concebidas para producir el menor número de bajas colaterales. Esta última actividad plantea la reconsideración de la guerra y la diplomacia, y obliga a desarrollar una nueva estrategia para la guerra incruenta. En el mundo complejo que vivimos y ante la diversidad de conflictos, el empleo de armas letales puede empeorar la situación, por ello, las armas incruentas pueden ser de gran utilidad. Se abre un espacio de acción espectacular entre la diplomacia y la guerra: «La no letalidad surge así no como una simple sustitución de la guerra o una prolongación de la paz, sino como algo diferente y radical mente nuevo en la escena internacional; un fenómeno intermedio, una pausa, un campo para la pugna donde la mayoría de los desenlaces se decidirían de un modo incruento». Todas estas innovaciones son un reflejo de la actividad de la tercera ola con su paralelismo en la economía y la civilización de la época. Pero toda esa actividad bélica de la tercera ola, no quedará determinada exclusivamente por los medios materiales. En medio de todos ellos y como un hilo conductor surge como verdadero protagonista «el sistema naciente de creación de riqueza y la sociedad del mañana: el conocimiento». Se hace pues necesario el desarrollo de su estrategia específica. A medida que entramos en la actividad bélica de la tercera ola aparecen intelectuales, que los autores
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denominan «guerreros del saber», dedicados a trabajar en la idea del conocimiento para prevenir o ganar guerras. Las funciones esenciales que completan todo el proceso del conocimiento, que nosotros podríamos denominar inteligencia, incluyen la adquisición, procesamiento, distribución y protección de la información. Las cuatro actividades se hallan interrelacionadas. Los cambios en todos los aspectos de la actividad bélica tienen una repercusión muy directa en esta área del conocimiento y ello exige, sin duda, una drástica adaptación. Cada una de estas funciones tiene su propia correspondencia en el mundo civil. Como síntesis de las ideas renovadoras que sobre ellas tienen los autores, merece la pena destacar: la necesidad de modificar los procedimientos de obtención de información y los servicios que se dedican a ello; la privatización de parte de esos servicios; la importancia de seleccionar la información para evitar la saturación; la exigencia de poner un mayor énfasis en la calidad sobre la cantidad; la conveniencia de no proteger la información salvo la que sea imprescindible. Dentro de la estrategia del conocimiento, los Toffler prestan especial atención a los medios de comunicación, pues según los autores, los combates del mañana se desarrollarán tanto en los campos de batalla como en esos medios de comunicación. La propaganda militar va a actuar a distintos niveles siendo especialmente relevante en el nivel estratégico.
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Dado que la economía de la tercera ola ha desarrollado múltiples canales informativos: internet, TV, vídeos, radio, ordenador, fax,… todos ellos pueden transmitir tanto información como desinformación. Los actuales elementos informativos conforman sistemas interactivos donde se transmite e intercambia todo tipo de ideas y noticias. Por ello, una propaganda mal realizada desde arriba puede ser contrarrestada con una gran diversidad de medios desde abajo. Esa situación, exige la difusión de los mensajes preparados para lograr el máximo efecto hacia el ámbito específico al que van dirigidos. Para los autores, las políticas relativas a la manipulación de los medios de comunicación constituyen un elemento esencial en las estrategias del conocimiento. Desarrollar esa estrategia no implica aplicar criterios dictatoriales sino hacer uso de las mejores ventajas que proporciona la libertad. Su empleo será fundamental en las guerras y las «antiguerras» del futuro. Uno de los efectos de los cambios de la nueva civilización y su forma bélica correspondiente, es la ruptura de los equilibrios militares. Lo que más inquieta a aquellos que se preocupan por la paz y la seguridad es la aparición de cambios y alteraciones rápidos en los poderes establecidos. Tras el fin de la guerra fría y los últimos cambios internacionales, surge un período de duda e incertidumbre, más aún cuando las mentes dirigentes, políticas y militares, de la primera potencia
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del mundo se encuentran sumidas en una gran desorientación. Las políticas de defensa sufren esa desorientación que se ve agravada con los problemas presupuestarios. En un análisis lógico, la estrategia debe determinar el presupuesto militar, la contradicción surge en las circunstancias actuales, donde es el presupuesto el que condiciona la estrategia y además esta circunstancia se agrava ante las presiones políticas locales y las rivalidades y disputas entre los diferentes ejércitos. El resultado final es que el presupuesto no se ajusta a las verdaderas necesidades. Otro factor de riesgo que es necesario analizar, es el de las tecnologías de doble uso. En el período final de la civilización de la segunda ola, los grupos pacifistas influyeron en el desmantelamiento de las industrias bélicas y su transformación en industrias de uso civil. Esas industrias producían armas concebidas específicamente para matar, si bien, también existían algunos artículos de uso dual. Actualmente con la diversificación de productos para atender un mercado desmasificado de la tercera ola, la mayoría de esos productos adquieren la capacidad de doble uso. Los ejércitos de esta última civilización se encuentran inmersos en la misma tecnología civil. El problema se complica, pues la asociación de las destructivas armas de la segunda ola, con las inteligentes y precisas de la tercera, forman una combinación explosiva. Si a la situación estratégica actual superponemos la anterior capacidad de infringir
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daños, el sistema global que se avecina aparece con una «apariencia cada vez más siniestra». Otro riesgo importante es la proliferación nuclear, pues mientras esas armas permanecieron en poder de regímenes estables, resultó posible su control. La desintegración de la URSS y el contrabando nuclear han propiciado una situación bien distinta. Además, con la llegada de la civilización de la tercera ola, la explosión de la información, la globalización y la extensión del conocimiento de tecnologías avanzadas, la capacidad para desarrollar armamento nuclear se extenderá de manera inexorable. El problema más grave de esta situación es que ese armamento puede caer fuera del control de las Naciones‐Estado, lo que hará inútil el concepto de disuasión. Como dice Builder: «No cabe disuadir a un adversario con la represalia atómica sino existe una sociedad definible a la que amenazar, con lo que nos aguarda una asimetría aterradora». Otro factor de riesgo tratado por los Toffler sería la dudosa eficacia sobre la que se apoya el actual entramado de seguridad: el desarrollo económico y la interdependencia que genera el sistema global, no es suficiente para garantizar la paz al complicarse y ramificarse las relaciones entre países, haciéndolas imprevisibles; las organizaciones internacionales que aportaban estabilidad, van a asumir un papel menos eficaz y reducido, en un mundo de la tercera ola controlado por agentes no nacionales; la antigua inviolabilidad de las fronteras, será perforada por una economía que atraviesa los límites nacionales existentes y por la pérdida de soberanía de las
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Naciones‐Estado, tanto por arriba, con organizaciones supranacionales, como por abajo, por grupos nacionalistas y autonomistas. Es también necesario analizar los nuevos puntos de fricción que se multiplican y ensanchan: las recientes ansias secesionistas de minorías ricas en zonas de recursos limitados como Rusia, China, Brasil o India; la aparición de barreras aduaneras y división en bloques comerciales como reacción a una economía cada vez más global; el fanatismo religioso, que se opone al secularismo de la segunda ola y que se apoya en el resurgir de nuevos fervores religiosos producto del desengaño marxista y fracaso socialista. En la próxima década, coexistirán civilizaciones de la primera, segunda y tercera ola, cada una con sus propios intereses y proyectos, lo que puede propiciar el enfrentamiento. Al igual que hemos inventado un forma de guerra de la tercera ola, será pues necesario la invención de una nueva forma de paz. Para desarrollarla los autores proponen una serie de iniciativas en un entorno difícil por la pérdida de influencia de la Nación‐Estado, ante tecnologías de doble uso que hacen inútil el desmantelamiento del complejo industrial‐militar, y con una ONU anclada en el pasado. Es necesario aportar ideas innovadoras. El matrimonio Toffler propone las siguientes iniciativas: la necesidad de establecer estrategias coherentes del conocimiento de la paz; el establecimiento de una fuerza armada apolítica y profesional constituida de
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voluntarios de muchas naciones; el apoyo de información de inteligencia que provenga del interior; la apertura de nuevas áreas informativas como pudieran ser las postura de grupos y personajes políticos, presiones estructurales, y los alicientes o limitaciones en que se fundamentan las tomas de decisiones; el establecimiento de recompensas para aquellos que delaten el contrabando nuclear; el control de las fuentes del conocimiento evitando la fuga de cerebros; o el empleo de propaganda pacifista. Para los autores: «Resulta inexcusable que no se desarrollen estrategias sistemáticas utilizables. La transparencia, la vigilancia, el control de armamentos, el empleo de tecnología de la información, los servicios informáticos, la interdicción de servicios de comunicación, la propaganda, el paso de las armas letales a las de letalidad baja o nula, el adiestramiento y la educación son todos ellos elementos de una forma futura de paz».
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Samuel P. Huntington y el choque de las civilizaciones Extracto del artículo UNA VISIÓN PESIMISTA DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL de VICENTE HUESO GARCÍA en “LAS IDEAS ESTRATÉGICAS PARA EL INICIO DEL TERCER MILENIO” IEEE GT. 6/98 En 1993, Samuel Huntington publicaba en la revista Foreing Affairs un artículo titulado “El choque de las civilizaciones”. Dicho artículo levantó las reacciones y los comentarios más diversos a favor y en contra de las tesis allí vertidas por el autor. Dado el interés suscitado, Huntington decidió escribir el libro para dar una argumentación más completa y documentada a los juicios expresados en aquel artículo. El tema central de su obra es que: «Las identidades culturales, que en su nivel más amplio son las civilizaciones, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la posguerra fría». A juicio del autor, los conflictos en el futuro no tendrán como principal causa raíces ideológicas o económicas, sino más bien culturales. «El choque entre las civilizaciones dominará la política a escala mundial; las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro». A medida que la gente se vaya definiendo por su etnia o religión, Occidente se encontrará más y más enfrentado con las civilizaciones no occidentales que
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rechazarán frontalmente sus más genuinos ideales y valores. Para Huntington, los conflictos que han de venir estarán localizados en las líneas de separación de las diferentes civilizaciones. Para demostrar su tesis, el autor divide el libro en cinco partes. En la primera parte, Huntington quiere llevar al lector a la convicción de que después de la caída del comunismo, y a pesar de la creencia generalmente extendida, no se está produciendo en la sociedad internacional una occidentalización de la misma, ni tampoco ninguna civilización reúne los requisitos básicos para convertirse en universal; más bien la sociedad actual tiene, cada vez más, un carácter multicultural y multipolar. En la segunda parte, analiza cómo se está realizando un cambio de equilibrio de poder entre las civilizaciones y los efectos desestabilizadores que tal proceso tendrá en el orden mundial a largo plazo. En la tercera parte se encuentra la argumentación central de la tesis inicial: el nuevo orden mundial basado en las civilizaciones condiciona las relaciones entre los actores internacionales. Los que comparten afinidades culturales tenderán a una mayor cooperación; por el contrario, la cooperación entre sociedades de civilizaciones distintas será más turbulenta. En el cuarto capítulo, estudia cómo las pretensiones de los estados centrales de occidente en convertir su civilización en universal provocará cada vez más conflictos con otras civilizaciones. Las guerras, a juicio de Huntington, tendrán lugar principalmente en las líneas de fractura (líneas de división) de las civilizaciones. En el quinto y último capítulo, afirma que una nueva guerra mundial sólo se podrá evitar si los
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líderes mundiales aceptan la naturaleza de ese nuevo orden mundial. El desplome del sistema bipolar ha supuesto, según el autor, que las distinciones ideológicas y políticas que unían o separaban a los pueblos hayan perdido sentido; por otro lado, el derribo de las barreras ideológicas ha acelerado el fenómeno de la globalización debido a la técnica, a las comunicaciones, a la producción y al comercio. Todo ello ha contribuido a una crisis de identidad en el mundo como reacción a esa globalización. La gente necesita tener un marco de referencia, una identificación, por eso se vuelven a buscar las raíces religiosas, culturales y familiares. Como Huntington afirma: «Las personas definen su identidad por lo que no son; a medida que el incremento de las comunicaciones, el comercio y los viajes multiplican las interacciones entre civilizaciones, la gente va concediendo cada vez más importancia a su identidad desde el punto de vista de la civilización». La entidad cultural más amplia es la civilización. Aunque todas las civilizaciones se caracterizan por tener en común unos valores, costumbres, instituciones e historia, la religión es la característica definitoria básica de las civilizaciones. Al analizar la conexión entre civilización y religión, Samuel Huntington ofrece unas percepciones importantes sobre el papel de la religión como fuerza cultural en la política (y, en particular, sobre la estrecha conexión entre la democracia y la Cristiandad, especialmente la protestante o evangélica). Las
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democracias más liberales hoy en día se encuentran en los países cristianos; incluso la transición de Corea del Sur a la democracia, señala, siguió a la conversión de gran número de personas a la fe cristiana. De forma similar, las revoluciones democráticas de Latinoamérica en la década de 1980 coincidieron con una reconversión de un importante número de latinoamericanos del catolicismo romano a las religiones evangélicas más individualistas. Posteriormente el autor se pregunta: ¿está el mundo convergiendo hacia una civilización universal? El fracaso de la ideología comunista hacía suponer el final de todo conflicto importante y el comienzo de un mundo relativamente armonioso. Fukuyama sostenía que: «el punto final de la evolución ideológica del género humano y la universalización de la democracia liberal occidental como forma de gobierno humano». Como este autor, otros afirmaban que estábamos siendo testigos, al final del siglo XX, del nacimiento de una civilización universal y ésta no podía ser otra que la civilización Occidental. Huntington es reticente a aceptar la implantación de una civilización única en el mundo y mucho menos a que hipotéticamente pudiera ser la Occidental. Considera que: «Las distintas sociedades compartan ciertos valores básicos, como que el asesinato es malo, y ciertas instituciones básicas, como alguna forma de familia, no significan que se avanza hacia una civilización universal, ya que esas características comunes son propias de la humanidad, de la naturaleza del ser humano. Si el término civilización se eleva y restringe a lo que es común a la humanidad como un todo, o hemos de inventar un
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nuevo término para referirnos a los agrupamientos culturales más amplios, pero inferiores a la humanidad global, o tenemos que dar por sentado que esos vastos agrupamientos de amplitud inferior (civilización, nación, tribu, etc.), a la humanidad se están esfumando». El autor plantea una de las partes más controvertidas de su tesis, demostrar que no se está produciendo una «occidentalización» en la tierra. Para ello subraya la diferencia entre valores culturales, modernidad y formas políticas. Primero, el universalismo es la ideología de Occidente en sus confrontaciones con las culturas no occidentales. «Lo que para Occidente es universalismo para el resto del mundo es imperialismo». Occidente intenta, para mantener su posición preeminente y defender sus intereses, que estos sean los intereses de la comunidad internacional. Ese pretendido universalismo de Occidente tendrá en el futuro menor consistencia porque su civilización ha iniciado el declive, que se manifiesta en varios campos, aunque todavía seguirá siendo la civilización predominante hasta bien entrado el siglo XXI. El espacio dejado por un cuerpo tiende a ser ocupado inmediatamente por otro, la decadencia de Occidente está dando origen al ascenso de otras civilizaciones, fundamentalmente la sínica y la islámica. El autor observa dos procesos aparejados, si bien evolucionan en sentido contrario. El declinar de una civilización significa una menor capacidad para imponer o
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transmitir al resto del mundo su conducta y valores, al tiempo que los que emergen adquieren mayor confianza en los valores e instituciones que los sustentan, provocando un resurgimiento de su cultura, que de forma gráfica denomina, «indigenización». Por tanto, a la vista de este proceso descrito, la «occidentalización» está en franco retroceso, si bien nunca sigue una línea recta, más bien sufre avances y retrocesos, primero por la pérdida paulatina de fuerza de esa civilización, Occidente, y segundo por el auge de las otras, especialmente las situadas en el sureste asiático y el islam. Por otro lado, en opinión de Huntington, modernización no significa necesariamente occidentalización que: «Las sociedades no occidentales se pueden modernizar y se han modernizado de hecho sin abandonar sus propias culturas y sin adoptar indiscriminadamente valores, instituciones y prácticas occidentales». La modernización, por el contrario, desde el punto de vista del autor, fortalece esas culturas y reduce el poder relativo de Occidente. Y agrega que «en muchos aspectos, el mundo se está haciendo más moderno y menos occidental». Pone como ejemplo que, además de Japón, Singapur, Taiwán, Arabia Saudí y, en menor grado Irán, se han convertido en sociedades modernas sin hacerse occidentales. Sin embargo, Japón culturalmente no pertenece al Oeste, y difiere de Singapur, Arabia Saudí y especialmente de Irán por tener un sistema político basado en una democracia liberal. Esto no significa que los occidentales se sientan
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como en casa dentro de la sociedad japonesa y viceversa. Adoptar una determinada forma política, en este caso una democracia liberal, tampoco significa occidentalización, pues por eso no se quebranta su cultura. En sentido contrario, tampoco significa que los norteamericanos, que en la década de los setenta y ochenta, consumieron millones de coches, televisores, cámaras y artilugios electrónicos japoneses se «niponizaron», es más, se volvieron considerablemente más hostiles respecto a Japón. Él observa que el mundo de las civilizaciones desarrolla sus propias estructuras, al igual que existieron durante la guerra fría. Cada civilización suele tener Estados centrales, que son los líderes de dicha civilización, normalmente los más poderosos y culturalmente más fundamentales. El número y papel de los Estados centrales varía de una civilización a otras y puede cambiar con el tiempo. Las civilizaciones sínica, ortodoxa e hindú tienen cada una un Estado central abrumadoramente dominante (China, Rusia y la India respectivamente). Occidente cuenta con Estados Unidos y, en Europa, el núcleo franco‐alemán, con Gran Bretaña como centro adicional de poder a la deriva entre ambos. El islam, Latinoamérica y África carecen de Estados centrales. Esto se debe en parte al imperialismo de las potencias occidentales, que se repartieron África, Oriente Próximo y Medio y, en siglos anteriores y de forma menos decisiva, Latinoamérica. El hecho que una civilización emergente como la islámica no tenga uno o varios Estados centrales, es un factor de inestabilidad, pues como él afirma: «Una conciencia sin cohesión es una fuente de debilidad para
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el islam y fuente de amenaza para otras civilizaciones». Pero esta situación prevalecerá en el futuro, pues no hay ningún Estado musulmán que disponga de la suficiente capacidad de liderazgo para convertirse en Estado central de esa cultura. La identificación cultural también es y será la principal fuente de inestabilidad. Los conflictos serán predominantemente «intercivilizatorios», adaptando dos formas, que según Huntington son: «En el plano particular o micronivel, los conflictos de línea de fractura se producen entre Estados vecinos pertenecientes a civilizaciones diferentes, entre grupos de diferentes civilizaciones dentro de un Estado... En el plano mundial o universal, los conflictos de Estados centrales se producen entre los grandes Estados de diferentes civilizaciones». El primer gran conflicto entre civilizaciones de la posguerra fría ha sido la guerra del Golfo, con anterioridad la guerra soviético‐afgana. Los diferentes conflictos acontecidos en la antigua Yugoslavia también han sido conflictos de línea de fractura. Si bien, las guerras entre diferentes clanes, tribus, grupos étnicos, comunidades religiosas y naciones no son una novedad, ya que han predominado en todas las épocas. Este tipo de guerras tiene en común con las guerras colectivas en general, que son conflictos prolongados; son difíciles de resolver mediante negociaciones y compromisos; son guerras intermitentes con períodos de gran violencia, alternados con otros de baja; y tienden a producir altas cifras de muertos y refugiados. Por el contrario, se diferencian de las guerras
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colectivas, en que las guerras de líneas de fractura se producen casi siempre entre pueblos de religiones diferentes; y en que estas guerras son, por definición, entre grupos que forman parte de entidades culturales mayores, siendo propensas a la internacionalización. Algunas civilizaciones son más propensas al conflicto que otras. En el ámbito local, los musulmanes son, en la última década, la civilización más belicosa con sus vecinos no musulmanes. Aproximadamente de dos terceras a tres cuartas partes de las guerras entre civilizaciones eran entre musulmanes y no musulmanes. Además, los Estados musulmanes han sido muy adictos a recurrir a la violencia en crisis internacionales, empleándola para resolver 76 de 142 crisis en que estuvieron implicados entre 1928 y 1979. Estos datos le llevan a concluir que: «La belicosidad y violencia musulmanas son hechos de finales del siglo XX que ni musulmanes ni no musulmanes pueden negar» Las razones de esta agresividad se sintetizan en razones históricas; en las pautas demográficas seguidas por los países musulmanes que producen presiones políticas, económicas, sociales y en ocasiones conducen a medidas militares en las líneas de fractura del islam; y en la falta de integración, por un lado, de las minorías musulmanes en civilizaciones no musulmanas, y en la falta, por otro lado, de voluntad de los mismos musulmanes en incorporar a las minorías no islámicas residentes en sus territorios. A nivel mundial, los enfrentamientos más intensos tienen lugar entre sociedades musulmanas y asiáticas,
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especialmente la sínica, por una parte, y Occidente, por otra. Aunque las civilizaciones islámica y sínica difieren en puntos fundamentales desde el punto de vista de la religión, la cultura, la estructura social, las tradiciones, la política y los supuestos básicos que se encuentran en las raíces de su forma de vida, sin embargo, ambas consideran que Occidente es el enemigo a batir, pues la civilización occidental intenta exportar su modelo de vida para mantener su imperialismo. La lucha de Occidente para frenar la proliferación de armas, especialmente las de destrucción masiva, es visto por estas civilizaciones como un medio occidental para seguir manteniendo su superioridad militar. La promoción de los valores democráticos y los derechos humanos, dentro de Estados que están teniendo grandes éxitos económicos, son considerados intromisiones en asuntos internos, dirigidos para combatir su expansión económica. Además, el éxito económico aumenta la confianza en los valores propios, especialmente en el caso confucionista, lo que les hace más inmunes a los valores occidentales y produce rechazo, por parte de estas civilizaciones, ante cualquier presión que intente convertirlos al occidentalismo. Finalmente, la emigración hacia los países occidentales está originando grandes desequilibrios étnicos en los Estados más desarrollados del mundo libre. Esta situación es vista por Occidente como un problema de seguridad. La xenofobia de los pueblos hacia los inmigrantes no occidentales junto con las políticas de inmigración restrictiva, crea resentimiento en las civilizaciones que exportan emigrantes, especialmente en la islámica.
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Todas estas razones son las que llevan al autor a deducir que la conflictividad con Occidente aumentará en el futuro, siempre y cuando Occidente no maneje las estrategias apropiadas para minimizar esas diferencias. Una conflagración mundial entre las principales civilizaciones, bajo los auspicios de los Estados centrales, es improbable pero no imposible. Los conflictos serán locales en las líneas de fractura de las civilizaciones, que se podrán ir ampliando según los diferentes Estados apoyen a sus homólogos «civilizatorios». Estos conflictos podrán ser aminorados según la capacidad de comprensión y cooperación de los líderes políticos e intelectuales de las principales civilizaciones del mundo. Huntington termina su tesis afirmando que: «En la época que está surgiendo, los choques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mundial, y un orden internacional basado en las civilizaciones es la protección más segura contra la guerra mundial».
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Siglo XXI. Otra vez China Guerra sin Reglas Ming Zhang es director del Instituto de Investigación de Asia, en Virginia, y asesor del Proyecto de No Proliferación de la Carnegie Endowment for International Peace. Traducción por Alan Hynds Si China se involucrara en una guerra alguna vez en el futuro, ¿debería usar los métodos de guerra occidentales y respetar las "reglas de guerra" de Occidente? La provocativa respuesta de dos funcionarios militares chinos es "no". Es de resaltar que este artículo se escribió en el año 1.999, antes de los sucesos del 11‐S. En la década de los noventa las armas de alta tecnología parecen haber redefinido la forma en que se combatirá en las guerras en el futuro. La Guerra del Golfo contra Irak, en 1991, y la guerra aérea de la OTAN contra Serbia a principios de este año demostraron el poderío de una nueva generación de armamentos y de la teoría occidental. Los métodos de guerra occidentales ‐llamados con frecuencia la "Revolución en Asuntos Militares"‐ parecen haber triunfado. Sin embargo, dos veteranos coroneles de alto nivel de la fuerza aérea china no están tan seguros. A principios de 1996, Qiao Liang y Wang Xianghui participaron en los masivos ejercicios militares chinos que tenían como objetivo intimidar a Taiwán en vísperas de las primeras 172
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elecciones presidenciales en esa isla. A la vez, esos ejercicios motivaron a Estados Unidos a enviar a la zona dos grupos de portaaviones como demostración de su poderío militar. Más tarde, los coroneles se reunieron en un pequeño pueblo de la provincia de Fujian, en el sureste de China, y ponderaron la debilidad militar de este país en comparación con Estados Unidos. ¿Cómo se defendería China contra una nación con ese poderío si alguna vez tuviera la necesidad de hacerlo? El resultado fue un libro escrito conjuntamente, Chao Xian Zhan: Dui Quanqiu Hua Shidai Shangsheng yu Zhanfa de Xiangding (La Guerra Más Allá de las Reglas: Evaluación de la Guerra y de los Métodos de Guerra en la Era de la Globalización), publicado por la editorial Prensa de Artes del Ejército de Liberación Popular en febrero. Su premisa central: Si alguna vez China se ve obligada a defenderse, debería estar preparada para llevar a cabo una "guerra más allá de todas las fronteras y limitaciones". Las reglas de la guerra que existen actualmente, según Qiao y Wang, incluyen un conjunto de leyes y acuerdos internacionales desarrollados durante décadas por las potencias occidentales. En cuanto a los métodos de guerra, existe en gran parte del mundo desarrollado una especie de culto a la alta tecnología y a las nuevas armas, áreas en las que Estados Unidos tiene un claro liderazgo. Pero los autores afirman que lo que es "correcto" para Estados Unidos puede no ser apropiado para China. Los observadores occidentales, quienes
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generalmente no han leído Más Allá de las Reglas porque está publicado en chino, se han enfocado en aspectos tales como la supuesta apología del terrorismo que hacen los autores para el caso de que China se viera en una situación desesperada. Sin embargo, quizá el aspecto más polémico del libro es la crítica‐y el desafío‐que hace a las actuales doctrina y estrategia militares de Estados Unidos. Qiao y Wang comienzan argumentando que, paradójicamente, mientras más armas se inventen y se desplieguen, cada tipo particular de arma jugará un menor papel en un combate real. Ningún tipo particular de arma puede ser decisivo, exceptuando a las armas nucleares, en una guerra "total", la cual es poco probable. Pero según los autores, las armas de tecnología de vanguardia, fabricadas para la defensa nacional, debido a sus costos cada vez más altos, pueden causar en un momento dado el colapso económico de un país. Y argumentan que los Estados Unidos podrían estar siguiendo los pasos de la ex Unión Soviética al sumergirse en la costosa Revolución en Asuntos Militares. Los autores señalan las extraordinarias sumas invertidas en el programa del bombardero furtivo B‐2 y los montos todavía mayores que se están gastando en el programa del caza F‐22. La carga financiera de la defensa nacional es onerosa para Estados Unidos, y todavía más para otros países. Sólo una nación tan rica como Estados Unidos puede costear armas extremadamente caras y usarlas después contra objetivos de bajo costo, dicen los autores. Pero hay
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límites, incluso para Estados Unidos. El derrumbe del imperio soviético no llegó con un fuerte trueno, sino más bien con el sonido que hace algo al desinflarse. Este podría ser el destino de Estados Unidos. De acuerdo con los autores, la fuerza que impulsa a los costosos programas de armas de Estados Unidos, y a sus conceptos estratégicos, es la noción de "cero bajas". Estados Unidos sopesa la importancia de sus objetivos estratégicos contra la posibilidad de que pudiera tener bajas para lograrlos. Este país es cada vez más renuente a arriesgar vidas para lograr sus objetivos, y según los autores esto es un error. Pero un error más serio, añaden, es la percepción de que las disputas internacionales pueden ser resueltas definitivamente, en caso necesario, en el campo de batalla. De modo que Estados Unidos se enfoca en el objetivo de mantener su capacidad de combatir y ganar dos guerras regionales más o menos al mismo tiempo. De hecho, el tipo de guerra de campo de batalla que caracterizó a gran parte del siglo XX no es tan probable en el siglo XXI. Los militares chinos deben evitar esa trampa; no deben arruinarse para pelear guerras en el campo de batalla con armas de alta tecnología. En lugar de eso, China debe estar preparada para pelear con cualquiera de los medios con que cuente en una variedad de frentes. Lo que los autores están estableciendo se resume en la frase común en Occidente de "pensar fuera del marco" (es decir, de forma no convencional).
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Los autores afirman que después de la Guerra del Golfo los militares chinos estaban tan impresionados por el armamento y la estrategia de EE.UU. que aceptaban en gran medida las nuevas definiciones de la guerra establecidas por este país. Pero hacia finales de los noventa comenzaron a tener otras ideas, en parte debido a los enormes gastos implicados en el armamento de alta tecnología. Los autores analizan la Revolución en Asuntos Militares desde su estrategia de defensa hasta su doctrina militar, pasando por la estructura de sus fuerzas. Reconocen que Estados Unidos tiene el liderazgo en cuanto a imaginar nuevos tipos de guerra, lo que incluye a la guerra de la información, la de la precisión, la de fuerzas conjuntas y la acción militar no bélica. Dicen que la acción militar no bélica es particularmente creativa porque apunta al uso de las fuerzas militares en una variedad de funciones, como el mantenimiento de la paz, la ayuda humanitaria y el contraterrorismo. Pero los coroneles insisten en que todavía no hay una "revolución" completa en el pensamiento militar de EE.UU., porque la teoría de este país carece del concepto de la "acción de guerra no militar". Cuando contrastan la "acción de guerra no militar" con la "acción militar no bélica", los autores no sólo están haciendo un juego de palabras; más bien, el término intenta ampliar la definición de la guerra más allá de los límites comúnmente aceptados. La acción militar no debe definir el significado completo de "guerra"; es sólo una dimensión de ella. Según los
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autores, la Revolución en Asuntos Militares de Estados Unidos se aproxima a ser una revolución del pensamiento militar, pero se enfoca demasiado en la tecnología militar. La revolución no se puede detener en el nivel de las nuevas tecnologías, en la reforma de sistemas u otros cambios materiales. Un pensamiento verdaderamente nuevo debe subyacer en el seno de una revolución‐y en eso los chinos no deben ir a la zaga. La seguridad geográfica es un concepto obsoleto, afirman los autores, porque las amenazas a la seguridad nacional podrían provenir no de una invasión transfronteriza sino de las acciones no militares. Las definiciones de seguridad deben incluir actualmente la seguridad geográfica, política, económica, religiosa, cultural, ambiental, de recursos, de información, y del espacio cercano a la Tierra. Los autores reconocen que en principio las leyes internacionales y las reglas de la guerra ponen límites a la forma en que se efectúa la guerra. Este cuerpo de leyes y reglas cubre una amplia gama de aspectos, que va desde el requerimiento de que las fuerzas armadas usen uniforme hasta la prohibición de la matanza indiscriminada de no combatientes, pasando por la prohibición de las armas químicas o biológicas y las minas terrestres. Pero, según los autores, el que un país realmente acepte o no estas reglas que regulan la guerra, depende de si éstas son o no favorables a sus propios intereses nacionales. Los países poderosos usan a veces
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estas reglas para controlar a otras naciones, por ejemplo, mediante la prohibición de las armas químicas y biológicas. Sin embargo, cuando las reglas están en conflicto con los intereses nacionales la mayoría de los países las sacrifican para lograr sus propios objetivos. En esencia, los autores instan a China a sentirse libre de pelear las guerras en cualquier forma posible, sin desechar de antemano medios rechazados por acuerdos y códigos desarrollados durante décadas por las potencias occidentales. La doctrina china debería abrazar el principio de la adición, sugieren los autores, en el que muchos métodos de guerra pueden ‐y deben‐ usarse en conjunto para lograr el desenlace deseado. Con base en esta premisa, delinean las siguientes formas en que se puede definir la guerra: • Militarmente: nuclear, convencional, bioquímica, ecológica, espacial, electrónica, terrorista, y de guerrillas. • Metamilitarmente: diplomática, psicológica, tecnológica, de redes información, de inteligencia, de contrabando, de drogas y simulada (la cual es conocida en Occidente como "disuasión"). • Extramilitarmente: de recursos, de ayuda económica, de sanciones, de medios de información, financiera, comercial, legal, e ideológica. Los autores explican en detalle muchos de estos métodos. Algunos son prácticas comunes de Estados Unidos y otros países, como los embargos comerciales.
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Otros no se practican, como la manipulación de las condiciones ambientales para producir, por ejemplo, lluvias torrenciales sobre un territorio enemigo. Más Allá de las Reglas enfatiza la "guerra asimétrica"‐ por ejemplo, la guerra de guerrillas (principalmente urbana), acciones terroristas y ataques cibernéticos contra las redes de información. La idea es golpear objetivos vulnerables de maneras inesperadas. Los autores afirman que una verdadera revolución en la guerra combinaría acciones convencionales con acciones no bélicas, o acciones militares con acciones no militares. La "guerra" podría incluir una mezcla de aviones furtivos con misiles de crucero junto con ataques bioquímicos, financieros y terroristas. Desde la antigüedad los países han usado instintivamente una variedad de medios para defenderse. La combinación de métodos de guerra es una simple adición, familiar para todos, y produce una "poción de brujo" de estrategias ofensivas y defensivas. Sin embargo, añaden los autores, nunca ningún estratega militar en la historia cultivó sistemáticamente el arte de la "adición" para formular una doctrina militar a priori. Cuando se usaron conjuntamente medios adicionales de guerra en el pasado, por lo general la guerra ya estaba en curso. Los autores dicen que, en teoría, "Más Allá de las Reglas" significa ir más allá de todo‐"pensar fuera del marco". Aunque en realidad es imposible actuar sin ningún límite. De hecho, los militares chinos deberían establecer los objetivos limitados que puedan lograr
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con los medios de que disponen. La delimitación de los objetivos ayuda a definir los medios que se deberán usar para lograrlos. El uso real de las armas nucleares, por ejemplo, no puede servir para objetivos limitados. Su valor reside estrictamente en disuadir a otros de usar armas nucleares. De otra manera, China no debería vacilar‐si tuviera que defenderse‐ en usar tantos medios de guerra como le fuera posible, incluyendo armas que no están "permitidas" por las leyes internacionales y las reglas de guerra, como las químicas y las biológicas. Más Allá de la Reglas ha recibido atención de alto nivel en China. Muchos funcionarios militares chinos lo han elogiado. Sin embargo, cuando un diplomático chino presentó el libro en una conferencia internacional en Rusia, los participantes estadounidenses y europeos se sobresaltaron. Los principales medios de información estadounidenses no se enteraron del libro sino hasta el 8 de agosto último, cuando el Washington Post publicó un artículo al respecto y una entrevista a los autores. Al día siguiente, la cadena Voice of America (La Voz de los Estados Unidos de América) transmitió una discusión acerca del libro. Artículos y comentarios en los medios de información de Occidente han tendido a sugerir que el libro hace una apología del terrorismo y de otros métodos viciosos de guerra. Aunque Más Allá de las Reglas no es política oficial, algunos de los métodos extremos que se recomiendan en él causarán preocupación en el exterior acerca del compromiso de China con la prohibición de las armas químicas y biológicas. Sin embargo, el libro no aboga
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por una política expansionista para China. Los medios que se sugieren en el libro son más agresivos que los considerados dentro de las normas internacionales, pero sólo serían usados para la defensa nacional. El libro es un trabajo fresco que rompe con las rígidas limitaciones de pensamiento características de los militares chinos. Los autores miran con una perspectiva realista los asuntos militares al examinar las leyes y reglas aplicables a la guerra que existen actualmente, y al señalar que se originaron en Occidente. China, dicen, no debería sentirse comprometida con ellas cuando se trate de defender sus intereses. En cuanto a si los autores plantean argumentos legítimos acerca de la Revolución en Asuntos Militares de Estados Unidos, el punto es ciertamente discutible. Pero el libro es una respuesta o un desafío no occidental al pensamiento militar estadounidense, lo que por sí mismo lo hace merecedor de la atención de los expertos occidentales. Más Allá de las Reglas también refleja una tendencia general de China hacia la franqueza. Comparado con estudios pasados efectuados en China acerca de los métodos y la doctrina militares, el libro proporciona opiniones y análisis claros. En el verano pasado, China optó por la transparencia y la disuasión como postura militar cuando declaró que poseía bombas de neutrones. También anunció un lanzamiento de prueba del DF‐31, un misil balístico intercontinental de segunda generación. Además, muchas armas nuevas, desde aviones de caza hasta misiles, fueron exhibidas
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en octubre, en el quincuagésimo aniversario de la revolución. Finalmente, es importante analizar por qué ha aparecido en China un libro que se opone a las reglas internacionales y ha sido bien recibido por muchos funcionarios militares y por el público de este país. En su artículo del 8 de agosto, el Washington Post comentó, correctamente, que "el libro es una importante expresión del sentimiento de falta de poder de China cuando se compara con el poderío de Estados Unidos". ¿Fueron demasiado lejos los autores de Más Allá de las Reglas? ¿O el libro es una forma de sugerir que Estados Unidos ya ha ido demasiado lejos en el camino del predominio militar?
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A modo de conclusión.
A modo de conclusión Extraído de “LA NATURALEZA, LA CONDUCTA Y EL PROPÓSITO DE LA GUERRA”, del INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES. La guerra es un acto de violencia. El uso de la fuerza para obligar al enemigo a someterse a la propia voluntad y las pasiones que eso desata, son las características fundamentales que dan forma a la naturaleza y conducta de la guerra. La guerra es un choque entre voluntades opuestas. Factores humanos antes que materiales predominan en la guerra, que se lleva a cabo no solo sobre objetos inanimados o estáticos, sino contra un enemigo viviente y que actúa con acciones y/o reacciones. Tal y como describe Clausewitz, la “niebla” y la “fricción” o “rozamiento” domina el escenario de la guerra. La incertidumbre y lo no predecible, combinadas con el peligro, la extenuación física y la falibilidad del ser humano, hacen que operaciones aparentemente simples, se transformen inesperadamente en difíciles e intrincadas. La guerra es un instrumento de la política. Los objetivos estratégicos militares, deben permanecer subordinados a la política nacional.
A modo de conclusión.
La guerra implica consideraciones éticas y morales que deben ser parte de todo planeamiento militar y de todas las operaciones militares. Empezar responsablemente una guerra exige tener capacidad para el planeamiento estratégico. Desarrollar una estrategia para la conducta de la guerra, requiere conciliar formas de ver diferentes, que han tenido efecto en algún momento y espacio en la historia y en un conjunto inédito de circunstancias: el ataque contra la defensa, la aproximación directa contra la aproximación indirecta, el aniquilamiento contra el desgaste y contra el dislocamiento; la concentración contra la dispersión; el retraimiento contra la expansión. Por lo tanto, retiene todo su vigor lo que dijo Clausewitz: “el primero, el supremo, el acto de juicio de mayor alcance del hombre de estado y del comandante, tiene que establecer el tipo de guerra en la cual se están embarcando. No equivocarlo ni tratar de cambiarlo por algo que sea extraño a su naturaleza”.
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Las ideas estratégicas para el inicio del Tercer Milenio. Instituto Español de Estudios Estratégicos. Grupo de Trabajo número 6/98 La naturaleza, la conducta y el propósito de la guerra. Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires Guerra sin Reglas http://www.elartedelaestrategia.com/guerra_sin_reglas.html
Índice.
Índice Prólogo ........................................................................... 2 Antigua China Sun Tzu ....................................................................... 5 Sun Bin ........................................................................ 9 36 estrategias chinas ................................................16 Huai Nan Zi ...............................................................26 Las seis enseñanzas secretas de Tai Kung para vencer sin luchar ..................................................................42 Japón feudal Musashi y el Libro de los Cinco Anillos .....................45 Hagakure ..................................................................53 Grecia y Roma Clásicas Tucídides. El discurso fúnebre de Pericles ...............60 Flavio Vegecio Renato ..............................................75 Renacimiento Maquiavelo. Del Arte de la Guerra ...........................84 Siglo XIX y la era Napoleónica Clausewitz y la guerra napoleónica ..........................92
Índice.
Henri Jomini. Compendio del arte de la guerra .... 106 La revolución en asuntos militares del siglo XIX ... 109 Siglo XX Liddell Hart, Sun Tzu y la teoría de la aproximación indirecta ................................................................ 113 Mao Tse Tung y las teorías de la guerra revolucionaria........................................................ 124 Paul Kennedy. Auge y caída de las grandes potencias ............................................................................... 132 Alvin Tofler. Las guerras del futuro ...................... 143 Samuel P. Huntington y el choque de las civilizaciones .......................................................... 161 Siglo XXI. Otra vez China Guerra sin Reglas ................................................... 172 A modo de conclusión .............................................. 183 Bibliografía ................................................................ 185 Índice ......................................................................... 188
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Carlos Martín Pérez