El Analfabeto Emocional (Spanish - Ismael Cala)

November 11, 2017 | Author: Elba Lezcano | Category: Kabbalah, Plato, Love, Emotions, Self-Improvement
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Descripción: El Analfabeto Emocional (Spanish - Ismael Cala)...

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Si el pesimismo y la inseguridad nos impidieron un ascenso personal o profesional, si el tráfico cotidiano saca nuestro monstruo interno de furia, si los celos nos dominan en las relaciones, y la impaciencia y la culpa son moneda corriente con nuestros hijos… es tiempo de actuar. Con El analfabeto emocional, Ismael Cala nos propone huir de la victimización, dejando atrás

miedos y creencias limitantes. Así tomaremos nuestras propias decisiones, teniendo en cuenta diferentes formas de pensamiento para vivir a pleno; sin modos reactivos ni frustraciones. “Entre más uno cultiva la inteligencia emocional, más desarrolla su propia confianza y transparencia, sobre la base de una intuición innata”.

El día en que aprendí a leer (de verdad) La inteligencia emocional no es lo contrario de la inteligencia, no es el triunfo del corazón sobre la cabeza. Es la única intersección de ambas. DAVID R. CARUSO

D

urante mucho tiempo he sido un analfabeto emocional, a pesar de haber estudiado dos

carreras universitarias, de haber tomado varios cursos profesionales y de contar con una sólida educación familiar. En casa, mi madre y mi abuela me inculcaron

valores

humanos

profundos,

fundamentales para sobrevivir en un mundo difícil — y muchas veces cruel—, pero no consiguieron llegar más allá. Sencillamente, porque desconocían ese “más allá”, que no tiene nada que ver con la muerte. El nuestro era un hogar humilde, como la gran mayoría de los del pueblo donde nací y crecí. Mi abuela Annea era una mujer excepcional, con un carácter fuerte y convicciones muy firmes. Pese a haber perdido el equilibrio emocional desde muy joven, debido a la muerte de un hijo, Annea trabajó todo lo que pudo para sembrar en mí ciertos valores que provenían del sentido común y del cariño. Vivo inmensamente agradecido por haber contado con su apoyo y guía. Sobre todo, porque aquella era una sociedad complicada: la familia influía menos que el Estado cubano en la educación general de los niños y jóvenes. A pesar de las largas ausencias de mi padre, aquellas dos mujeres —madre y abuela—

echaron sobre sus hombros la formación de nuestros valores. No hay que olvidar que en la Cuba comunista

la

religión

estaba

proscrita;

la

espiritualidad laica era innombrable en un país declarado oficialmente “materialista”. Por tanto, huérfanos de cualquier visión alternativa sobre el ser humano, solo nos quedaba la familia: un reducto en el cual se hablaban temas que no debíamos mencionar en otros lugares. El panorama que describo no significa que las sociedades con libertad religiosa absoluta, o que permitan un mayor papel de la familia en la educación, hayan solucionado el problema de la inteligencia emocional. No, porque en estas aparecen otros fenómenos que lo impiden. MODULANDO MIS EMOCIONES Desde

los

quince

inconscientemente— emociones

sobre un

años, empezó

mi a

abuela

—casi

modular

mis

tema

tan

complejo

como

la

muerte.

Entonces,

repetía

a

menudo que se moriría ese año; me obligaba a prepararme

para

cuando no estuviera. A esa

edad,

yo

no

imaginaba mi vida sin ella pero, si lo analizo en la distancia, aquella angustia empezó a formar en mí una actitud frente a la muerte; una emoción perturbadora que me obligó a reflexionar, hasta conseguir las ideas que defiendo hoy. Sin embargo, mi abuela Annea, mi primera “maestra” de vida, cayó en la trampa emocional de convertirse en víctima, y nunca mitigó el dolor que le causó la pérdida de su hijo. Quiso vivir mientras estuve a su lado, en el hogar familiar, pero abandonó

toda esperanza el día en que decidí construir mi propia vida. ¿Cuál habría sido su reacción si hubiese estado preparada emocionalmente para un momento inevitable? ¿Qué lecciones nos dejan la soledad autoinducida, la dependencia excesiva hacia los demás y las heridas eternamente abiertas? Como

he

contado en alguna otra

ocasión,

familia marcada

ha

mi

estado por

el

suicidio. Mi padre intentó quitarse la vida varias veces; yo tenía seis años cuando mi abuelo se ahorcó; mi tía Araceli tomó la misma decisión un tiempo después. Y todo esto ocurría en una fase compleja de mi formación como

individuo. Algo andaba mal, y yo lo sabía, aunque me resultaba difícil entender por qué poseíamos una herencia genética tan cruel. Con mi abuela aprendí una condición emocional imprescindible: hay que huir de la victimización. Sin embargo, las soluciones no son cuestión de días, sino de un aprendizaje permanente. Hay quienes desprecian la literatura inspiracional, casi siempre sin conocerla a fondo. Sobran en este mundo quienes afirman saberlo todo, absolutamente todo. Ilusamente, creen que no necesitan aprender nada

más.

Muchas

veces

los

observo

en

conferencias, cursos y otras actividades. Llegan con ideas preconcebidas, colocan su estatus económico por encima de todo —como un puñetazo sobre la mesa—, esperando la rendición total de los demás e intentando medir la felicidad en millones. Quienes se comportan de tal modo tampoco se muestran muy

dispuestos a compartir. Conciben el mundo desde su refugio de cristal, como si las posesiones materiales alcanzadas fuesen suficientes para apertrechar el espíritu. Presento estas observaciones desde el mayor respeto, con el ánimo de llamar la atención y siguiendo el sentido común. No me considero un maestro ni un gurú. Simplemente, he vivido y estoy aquí para contarlo. Puedo dar fe de mi transformación espiritual, de cómo he debido convertirme en un gladiador de la mente. No sé dónde estaría ahora mismo si me hubiera conformado con la inercia de eso que llaman destino. Ni la situación económica de mi círculo familiar, ni la realidad del país donde nací, ni las barreras con que uno se tropieza en cualquier lugar del planeta consiguieron hacerme desfallecer. Pero, reitero, la batalla por la subsistencia no termina nunca. DESDE LA INFANCIA

Escribo este libro porque considero que el camino a la espiritualidad, a la libertad personal y a la inteligencia emocional debería comenzar en la infancia, para que familiares y maestros ayuden a reafirmar el potencial de niños y adolescentes. Hay muchos seres humanos rendidos a la frustración porque su voz fue silenciada en esas etapas tan complejas y determinantes del ser humano. El estímulo temprano permite un tiempo de maduración imprescindible para lograr el equilibrio de la autoestima; pero, si no fue posible que esto sucediera en las mejores condiciones, aún estamos a tiempo. El aprendizaje es eterno. En la adultez podemos reparar algunos daños del pasado, con dedicación y paciencia. Pero el “milagro” solo se hará realidad si entendemos en qué tramo del camino estamos, si llegamos a comprender que el problema existe y, por

supuesto,

si

nos

proponemos

crecer

para

solucionarlo. Como ya se ha visto, una instrucción escolar de calidad no es suficiente para formar seres humanos equilibrados. Es, sin dudas, una excelente base. Aprecio con satisfacción cómo mejoran los datos sobre alfabetismo educacional en el mundo, pero temo que no avanzamos mucho. A la par que progresamos en índices educativos y celebramos que un número mayor de personas tiene acceso a la educación, cuestionamos el modelo que excluye del sistema a la inteligencia emocional. Sencillamente, la vida es un todo, y como tal ha de abordarse. Formar hombres y mujeres no es únicamente instruir a ingenieros, carpinteros, médicos o comerciales. Eso es educarlos en una profesión u oficio. Para vivir, que es lo que hacemos la mayoría de los humanos antes, durante y después de trabajar, son necesarias más herramientas. Porque la vida es única e

irrepetible, porque miles de personas convivirán con nosotros a través de los años, desde la escuela hasta el hogar de ancianos; porque, en resumen, la Humanidad necesita nuestro talento profesional, pero también pide a gritos otro modelo de convivencia. Según datos de la UNESCO, en 2015 había en el mundo 757 millones de analfabetos; dos tercios de ellos, mujeres. No sorprende a nadie que la mayor concentración de población analfabeta se ubique en países muy pobres, como Níger, Benín, Burkina Faso, Afganistán, República Centroafricana, Haití y otros. En el caso de América Latina, la tasa de analfabetismo se redujo un 26%. La UNESCO considera que, si bien no se han alcanzado los objetivos en un 100%, sí ha habido un avance significativo. ¿Podemos decir lo mismo sobre el analfabetismo emocional en el mundo? Más allá de

alguna encuesta, los datos son confusos y, probablemente,

ningún

organismo

oficial esté

interesado en medirlos con regularidad. Quizá los consideren menos relevantes o incluso difíciles de cuantificar; pero por más subjetivos que sean, cualquiera puede darse cuenta de la situación emocional a su alrededor, ya sea en casa, en el trabajo o en la escuela. POR UNA ALFABETIZACIÓN INTEGRAL La UNESCO también repara en el papel de las nuevas tecnologías en la promoción de la alfabetización. Cita los

teléfonos

celulares

y

las

tabletas

como

herramientas que generan un mayor reconocimiento de la importancia del proceso. Esto es excelente, porque de la tecnología debemos y podemos conseguir muchos beneficios, más allá de sus funciones puramente convencionales. Vivimos en un mundo hiperconectado, donde los

emoticones

sustituyen a los “te quiero” en la comunicación interpersonal. El avance tecnológico es un factor positivo

para “aterrizar” la enseñanza de la

inteligencia emocional y lograr propósitos en la vida. En estos tiempos es inevitable tomar conciencia de lo práctico y beneficioso que es dominar la tecnología, siempre con cuidado de no convertirnos en sus esclavos. Vivir acorde con los tiempos es saber aprovechar los adelantos en aras de la felicidad espiritual. Los artilugios que aparecen cada día no son malos ni buenos en sí mismos, sino que dependen del uso que les demos. En una tableta podemos leer libros, diseñar edificios, comunicarnos con los demás; pero también albergar juegos violentos, hackear al vecino o enviar emails malignos. Por otra parte, vivir atados a los gadgets como si fueran lo único que existe en la Tierra, tiende a distorsionarlo todo y conspira contra la propia

esencia humana, contra nuestra riqueza interior. Una educación integral, que incluya la inteligencia emocional, también sería capaz de modular estos fenómenos, para que el equilibrio sea fuente de vida entre nosotros. Una alfabetización integral es una posible solución a muchos de los problemas que hoy agobian al mundo. Recuerdo con bastante nitidez

el

día

en

que

“oficialmente” aprendí a leer. En el primer año de la escuela primaria, un poco antes de finalizar celebraba

el la

curso,

se

denominada

Fiesta de la Lectura. Se suponía que, a esas alturas, todos los niños ya podíamos leer textos breves. A pesar de mi timidez, siempre leí bastante bien. En esa edad, más que leer enlazábamos una palabra con

otra, sin conseguir interpretar demasiado el texto que teníamos delante de nuestros ojos. ¿Leíamos? Sí. ¿Entendíamos? Depende. También es cierto que leyendo, estudiando, aunque sea letra a letra, comienzas a sacar tus propias conclusiones. El paso por

la

radio,

a

partir

de

los

ocho

años,

indudablemente iluminó mi mundo onírico a través de los cuentos infantiles que dramatizábamos. Ya no se trataba

solamente

de

leer,

sino

también

de

representar, interpretar. Aquí contaban los matices y las emociones de cada historia. Y todo muy bien explicado por esa maravillosa maestra que fue Nilda G. Alemán. Nosotros, recién salidos del cascarón, pero ya de pie frente a un micrófono, debíamos entender las historias y transmitirlas a través de la magia de la radio. Tales enseñanzas me dejaron una profunda huella, posibilitaron un acercamiento particular a las emociones a través de la actuación y

la locución. El símil del primer curso escolar sirve para ilustrar el panorama de la inteligencia emocional. No basta con tener ojos, oídos, boca, nariz y manos para interpretar la realidad a través

de las

percepciones.

caminé

En

varias

ocasiones

supuestamente hacia adelante, pero con orejeras que impedían comprender la magnitud de la vida a mi alrededor. No es fácil saber cuándo o cómo suprimir aquello que perturba tu entendimiento, si lentamente o de cuajo; muchas veces es complicado decidir si toca hacer una pausa, evaluar la situación o retomar el viaje. Esa especie de “iluminación” no suele ocurrir como un hecho fortuito, alejado de nuestras intenciones. Si conseguimos asirnos de la suficiente inteligencia emocional, podremos apartar la orejera y decidir un trayecto propio, con todos los matices al alcance de nuestra vista. Para ello, debemos valernos de una serie de herramientas y edificar una cultura de

las emociones. Da igual si tenemos cinco años o cincuenta. No vale la pena lamentarnos por lo que no fue y ya nunca será. Aún podemos actuar. Y, sobre todo, contribuir a que otros seres humanos, que ahora transitan por su etapa más fértil, puedan contar más tempranamente con una mejor educación emocional. En ambos casos, estaríamos en presencia de la alfabetización total. Cada noche, cuando entrevisto a personalidades en mi programa Cala, en CNN en Español, puedo percibir perfectamente cuáles

ideas,

mensajes

o

actuaciones

se

corresponden con un ser humano inteligente, emocionalmente hablando. Estoy convencido de que muchos televidentes también pueden establecer las diferencias. Ojalá se multipliquen, de un lado y de otro, enlazando sentimientos, energía y vocación de servicio. ¡Hagámoslo posible!

Capítulo I El emocionante camino hacia la felicidad

Entendiendo las emociones La vida emocional es como un gran río que fluye dentro de nosotros. MAHARISHI SADASHIVA ISHAM amás olvidaré la triste historia de mi colega Alejandro, quien asesinó a su esposa Martha después de varios ataques de celos totalmente injustificados. Aún está en prisión. Quienes lo conocimos nos preguntamos cómo pudo cometer aquel crimen, si Alejandro nunca demostró una personalidad violenta o agresiva. Pronto nos dimos cuenta de que él no compartía todas sus inseguridades, que terminaron en los celos, en una codependencia enfermiza que desencadenó una ira descontrolada.

J

No hay más que ver las estadísticas que se divulgan en todos los países sobre los llamados “crímenes pasionales”, que demuestran el desequilibrio emocional de quienes los ejecutan. Esta es una asignatura compleja. Quien la deje pendiente puede enfrentarse a repercusiones muy serias. Entre más años pasan, más difícil es aprender a manejarnos con nuestras parejas, hijos y con los demás seres con los que interactuamos diariamente. La mayoría de los emails y mensajes que recibo, a través de redes sociales y otras vías, se centran en problemas parecidos a los narrados anteriormente. No solo sobre conflictos de pareja, sino también sobre los problemas del entorno que a cada cual le ha tocado vivir. Cada día compruebo la alta incidencia de la economía, la política y otros temas en la realidad de la gente. No es fácil para nadie responder a priori sobre problemas particulares en escenarios determinados, porque una parte de ellos no depende del afectado, sino de entes que lo superan. En poder y magnitud. Sin embargo, el cambio que viene desde dentro es capaz de producir olas de transformaciones. Muchas veces estamos focalizados en todo, fundamentalmente en lo exterior, en todo lo que está

alrededor, excepto en nosotros. El político norteamericano Nicholas Murray Butler decía: “Hay tres grupos de personas: los que hacen que las cosas pasen; los que miran las cosas que pasan y los que se preguntan qué pasó”. Aunque el hilo común de muchas cartas es la situación política, no debemos centrar el tema en esa cuestión, porque la trasciende completamente. El camino es la creación de autoconciencia, que no es la colectiva, sino la que empieza por uno mismo. Dejar de responsabilizar a los otros, que es lo que hacemos casi todos los días, cuando reclamamos que nuestros gobiernos e instituciones sean mejores. Eso no está mal. Pero hay que priorizar el reclamo hacia nosotros mismos: tenemos que ser mejores, porque el cambio social comienza con el cambio interno de cada individuo, con una introspección. A veces hablamos de la iluminación y miramos hacia arriba, buscando a Dios o cualquier otra cosa; pero el viaje debe ser hacia el interior, sin que eso signifique renunciar a nuestras creencias. ¿Cómo hacer ese viaje? Pues empezando por admitir elementos básicos. El eminente psicólogo Guy Winch nos coloca frente al espejo al afirmar que sabemos cómo practicar la higiene dental desde los

cinco años, pero nadie enseña a los niños sobre higiene emocional. En una de sus conferencias en TED, Winch nos llama a la reflexión al comparar actitudes muy comunes: “¿Cómo es que pasamos más tiempo cuidando nuestros dientes que nuestras mentes?”, pregunta. Y repara en que a veces decimos: “Oh, ¿estás deprimido? Quítatelo de encima, todo está en tu cabeza”. A continuación, advierte que a nadie se le ocurriría decirle lo mismo a alguien con una pierna rota: “Oh, simplemente sal a caminar, todo está en tu pierna”. Las necesidades no satisfechas de la niñez, como explicaba el maestro ishaya Maharishi Sadashiva Isham, continúan manifestándose en nuestras relaciones adultas. “Como no hemos tenido la habilidad para comunicar nuestros deseos con claridad, todavía acarreamos una carga de deseos no cumplidos de nuestro pasado”. Maharishi consideraba que el intento de llenar el “vacío emocional” puede conducir a patrones adictivos o compulsivos como el consumo de drogas, alcohol, tabaco, comida, o a enfermedades; a relaciones positivas o negativas, o al desarrollo de la conciencia. En

este

sentido, el maestro ishaya describía la vida emocional de un modo completamente clarificador: “Es como un gran río que fluye dentro de nosotros”. Y advertía que cuando intentamos levantar una represa en un río, el agua ya no se mueve libremente, sino que se estanca o busca otros medios para fluir. “Así como la rotura de la represa puede causar gran daño, del mismo modo la represión de sentimientos hace que nuestras emociones se conviertan en una fuerza amenazadora y destructiva”.

Emociones, filosofía y espiritualidad

Los seres humanos somos criaturas emocionales. Sin embargo, aunque las emociones se nos asignen por mandato divino, no es aconsejable dejarse arrastrar por la energía que desencadenan. Sustentar decisiones sobre arranques emocionales tiene poco de aconsejable y mucho de temerario. Dios nos crea con emociones, pero de nosotros depende someterlas, manejarlas correctamente y guiar toda su fuerza a favor de lo más positivo y hermoso de la vida. Desde las edades más tempranas de la humanidad, filósofos, líderes espirituales y libros sagrados se dieron a la tarea de analizar el porqué de las emociones y sus influencias. Fueron muchos los que pretendieron descifrar su “misterio” y alertar sobre sus consecuencias. Las emociones ejercen autoridad sobre las tres esferas que distinguen la existencia del ser humano: la material, la mental y la espiritual, y moldean en muchas ocasiones el nivel de paz y el bienestar de nuestra existencia. En lo corporal, son capaces de desatar reacciones químicas internas, que inciden directamente sobre la salud física y mental; mientras que en lo espiritual son capaces de dejar huellas imperecederas. Sobre todo, las negativas, que

pueden arruinar las intenciones de lograr la felicidad.

La filosofía griega —profunda y eterna, colmada de eruditos— insistió durante siglos en la necesidad de atemperar los arranques emocionales. Sin embargo carecía de habilidades para tomar conciencia real de las emociones, propias o ajenas, y utilizarlas a favor del crecimiento personal y del desarrollo social, aprovechando su caudal de energías. Esta filosofía intentó desentrañar la manera correcta de encajar las emociones humanas en el centro de la realidad; también llamaba a su control y hacía esfuerzos por demostrar cómo despojarlas del carácter agresivo y poco armonioso que las distingue en su estado más primitivo. La capacidad

para controlar las emociones, buenas o malas, ya probaba en aquel entonces el nivel de razón en un ser humano.

Pioneros: Platón y Aristóteles En una fecha tan lejana como el siglo V antes de Cristo, el maestro y filósofo idealista griego Platón, afirma en su obra La República que “las emociones pueden afectar la razón, cuando se manifiestan en exceso”. Aconseja que las personas más experimentadas, los ancianos, “enseñen a los más jóvenes a descubrir el placer sin exageración”. Él comprendía que las emociones exacerbadas no armonizan con la realidad. Como filósofo dualista, Platón asegura que el ser humano es un compuesto de cuerpo y alma, y considera al alma como el ser verdadero: el principio vital, la fuente del conocimiento. La divide en tres partes, cada una de ellas con funciones diferentes: la racional, fuente de la inteligencia; la irascible, fuente de pasiones y emociones, y la apetitiva, contenedora de los apetitos, deseos e instintos humanos. La armonía y la justicia, afirma Platón, se alcanzan cuando se logra que las tres partes caminen en la misma dirección guiadas por la razón, en búsqueda

de lo verdadero y lo positivo. Cuando el hombre no armoniza estas tres partes —sigue diciendo— se convierte en esclavo de una, la cual marcará sus rasgos psicológicos. Ya en esa lejana fecha, este gran filósofo asegura que la relación “razónemoción-deseo” define las características psicológicas del ser humano, su manera de actuar en la vida y delinea la espiritualidad. Por supuesto, la razón juega el papel dominante. Aristóteles, algo más joven y discípulo de Platón, se distancia en varios aspectos del pensamiento de su maestro; pero igualmente le otorga a las emociones un sitio significativo cuando evalúa el comportamiento humano. Según Aristóteles, “las emociones pueden transformar al individuo hasta tal punto, que este corre el riesgo de quedarse con el juicio afectado”. Asegura además que “las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas a favor de una buena convivencia”, por supuesto, gracias a la razón y al pensamiento lógico, los encargados de su control. Aristóteles hace énfasis en las emociones negativas como el enojo y el miedo. Me llena de admiración

una

frase

suya,

pronunciada hace más de dos mil trescientos años, pero que por su lucidez y profundidad, mantiene una vigencia extraordinaria: “Enojarse es fácil, cualquiera puede hacerlo; pero enojarse con la persona correcta, con la intensidad correcta, en el momento correcto, de la forma correcta y por el motivo correcto, eso no es fácil en absoluto”. Estas palabras me recuerdan una anécdota de la que fui protagonista. El día de mi cumpleaños me antojé de hacerme mi propio regalo. ¡Hay ocasiones en la vida que ameritan demostrar cuánto se quiere uno mismo! Era un regalo costoso, un equipo electrónico de última generación. Hice los trámites por Internet y, aceptando la sugerencia de la joven que me atendió, me comprometí a recogerlo al día siguiente, o sea, el mismo de mi cumpleaños, a la una en punto de la tarde. Quien me atendió confirmó un par de veces: “Venga a la una, le tendremos todo listo”. Planifiqué mi tiempo. Además de mi cumpleaños, era fin de semana y tenía otros compromisos. Ya había recibido varias invitaciones. No obstante, decidí tomarme unos minutos y buscar mi propio regalo. ¡Darme ese gusto! Llegué a la tienda el día y hora convenidos pero, para mi asombro

y disgusto, el equipo aún no estaba empacado. “Permanece en el almacén”, me dijo la empleada. Comencé a sentir frustración, no lo niego, y hasta cierto enojo, de lo cual, por suerte, me percaté inmediatamente. La joven, al parecer, también percibió mi malestar, sonrió y me sugirió que recorriera el establecimiento. Lo hizo con el claro propósito de ganar unos minutos. ¡Minutos que iba a perder yo! Su sonrisa me pareció cargada de sarcasmo. Recorrí la tienda, no tenía otra alternativa. Al cuarto de hora regresé al mostrador y aún, nada. Estaba a punto de dar riendas sueltas a mi frustración, combinada ya con un mayor nivel de

enojo, pero no lo hice. Controlé ambas emociones en el último instante. La joven me dijo que iría al almacén y se marchó. Allí me quedé, en medio del bullicio del inmenso mercado, con mi frustración e ira contenidas. En ese instante sonó mi celular. Un gran amigo me llamó para decirme que su esposa había dado a luz una niña, que todo había salido bien —era un parto de riesgo—. Me contó de la recién nacida, me dijo su nombre y me invitó a celebrarlo esa misma noche. Me contagió su felicidad. Conversamos más de diez minutos. Durante todo ese tiempo, no me pasó por la cabeza el equipo electrónico, ni la tardanza, ni la joven dependienta. Cuando finalicé la comunicación, la vi llegar sonriente, se me acercó y me pidió que pasara por el mostrador para recoger el equipo. Cuando llegué, me percaté de que no solo estaba mi moderno aparato, muy bien empaquetado, sino que también me esperaba, sobre un carrito eléctrico, un señor dispuesto a llevarme la carga hasta el auto. Sonriente, ella me volvió a pedir disculpas y me entregó un bono con un 15% de descuento, para mi próxima compra en la tienda. Su gesto me conmovió,

volvió a sonreírme, noté que su sonrisa nada tenía de sarcástica. Todo lo contrario, era amplia, sincera y expresiva. Es un hecho rutinario, pero deja a las claras lo bello y beneficioso que es controlar las emociones, sobre todo las dañinas. Si relaciono lo sucedido con la frase aristotélica, arribo a varias conclusiones. Quizá me hubiera enfadado por el motivo correcto. Es cierto, perdí más de media hora en un día tan especial y comprometido para mí. Pero, ¿me hubiera enfadado con la persona correcta? ¿La joven dependienta era la verdadera culpable? ¡No lo sé! ¿Lo hubiera hecho en la forma y la intensidad correctas? ¡Tampoco lo sé! Cuando nos domina el enojo, no tenemos muy en cuenta la forma en que actuamos ni la intensidad de lo que decimos y hacemos. ¿Era el momento correcto para enojarme? ¡No! Era el día de mi cumpleaños, no tenía por qué contaminar mi espíritu con residuos nocivos de un enojo inútil. ¡Gané mucho controlando mi ira! Si me hubiese dejado dominar por las emociones destructivas, doy por sentado que no hubiera disfrutado de tanta atención ni de las hermosas sonrisas de la joven y el señor que, muy

cortésmente, me ayudó a trasladar el equipo hasta el auto. Y el bono del 15% de descuento brillaría por su ausencia.

He comprado otras veces en la misma tienda, pero no he utilizado el bono. Lo guardo en un lugar visible, para que me recuerde siempre cuánto de útil y hermoso encierra el hecho de poder controlar las emociones, sobre todo las que hacen daño, y

cuántas cosas bellas y estimulantes nos regala la vida cuando no agredimos a los demás. Aristóteles nos alerta de que “las emociones pueden ser educadas y a la vez utilizadas a favor de una buena convivencia”. ¡Cuánta claridad de pensamiento, hace más de dos mil trescientos años!

Emociones, pasiones y religión El gran maestro Sócrates también realiza una profunda reflexión en torno al amor y las emociones en el tratado El banquete, de Platón. De igual manera, el Estoicismo, una escuela filosófica griega creada trescientos años antes de Cristo, dedica especial atención a las emociones humanas. Los estoicos atribuyen la responsabilidad de los problemas del hombre precisamente a las emociones, “porque son causantes de juicios desacertados”. Séneca, otro grande de la filosofía antigua, condena la emoción porque, según dice, “puede convertir la razón en esclava”. No se requiere un análisis muy profundo para concluir que las emociones fueron uno de los objetivos primarios de la antigua filosofía griega. Estas cargaban sobre sus espaldas casi la total responsabilidad por todo lo negativo que exhala el comportamiento humano.

En la Edad Media, etapa marcada por los preceptos de la Iglesia Católica en Occidente, la filosofía enfrenta como nunca la dicotomía almapasión. Según la Iglesia, el descontrol de las pasiones lleva al pecado y por ende al infierno. Prácticamente, emociones positivas como el gozo no tienen cabida. Por lo general, durante esta etapa las emociones son identificadas como “pasiones”. Era un término peyorativo, más adecuado a los intereses del clero, porque se consideraba que tanto las emociones —como las pasiones— eran el producto de un estado irracional en el ser humano, y debían ser combatidas por la razón. Por supuesto, la razón estaba en manos de la Iglesia. Ya en la Edad Moderna, entre los años 1596 y 1650 desarrolla su trabajo René Descartes, quien escribe una obra clásica, Las pasiones del alma, en la que proyecta una visión dualística del ser humano, al que divide en cuerpo y mente. Considera las emociones como sensaciones y las llama también “pasiones”, al parecer, arrastrando el punto de vista medieval. Según su criterio, “las pasiones tienen lugar en la mente como pensamientos y en el cuerpo como percepciones”. Les concede el mismo espacio que a la razón, o sea, a la mente.

¿Cuál es el principal efecto de las pasiones? “Es preciso observar —apunta Descartes— que el principal efecto de todas las pasiones en los hombres es incitar y disponer su alma a querer hacer las cosas para las cuales preparan al cuerpo. Por ejemplo, el miedo incita a huir; el valor, a luchar”. Otros filósofos trascendentes por su obra, posteriores o contemporáneos a Descartes, como Spinoza, Kant y Nietzsche, también trabajaron profundamente las emociones y sentimientos, e hicieron centro de su pensamiento toda la subjetividad de los seres humanos. Todas las personas nos distinguimos por ser sujetos pensantes, aunque no tengamos la grandeza de Platón, Aristóteles o Descartes. A la par de pensantes, somos también seres emocionales y emocionables. Los grandes filósofos, los líderes espirituales y los libros sagrados de las religiones más profesadas, así lo confirman. Los pensamientos nos acompañan todo el tiempo, crean y proyectan ideas, nos fraguan como creaciones inteligentes; sin embargo, son grandes consumidores de energías. Constantemente pensamos y quemamos energías. Las emociones, por el contrario, son fuentes vitales de energías, capaces de cargar y recargar una y otra

vez el intelecto y nuestro accionar. Más que consumir fuerzas como el pensamiento, las emociones las reproducen y nos empujan por la vida. Lo interesante viene dado en que es totalmente descabellado intentar evitar el pensamiento, por muy consumidor de energía que sea, pues abandonaríamos el más preciado de nuestros dones: la inteligencia racional. La razón es la encargada de maniatar y guiar todas las acciones que se desprenden de los impulsos emocionales. En la medida en que ejerce dominio sobre esos impulsos, somos mejores o peores seres humanos, armonizamos más o menos con la realidad que nos rodea. Pero es aquí, en medio de esta acción de control emocional que ejerce la razón, donde la emoción revela su verdadera importancia y donde la razón deja al descubierto su debilidad. Es aquí donde la

energía que desprenden los impulsos emocionales brota, se hace sentir y se convierte en algo útil e imprescindible —tanto como el pensamiento— para nuestro andar por la vida. Sucede lo que llamo “el ciclo de la perfección humana”. El pensamiento consume energía, guía los impulsos emocionales en medio de la realidad; es cierto, pero estos impulsos emocionales recargan al pensamiento de la misma energía vital que necesita, para que este siga ejerciendo su dominio racional sobre las emociones y así continuar su labor de guía y moderador.

Es una maniobra de acción y reacción. Una depende de la otra, ni la emoción ni la razón tienen la preponderancia; el balance entre ambas es ineludible

y de él depende que seamos o no mejores seres humanos. En sus manos también está el crecimiento o el enrarecimiento de nuestra espiritualidad. Nada tiene de loable que la balanza se mueva hacia uno u otro lado, porque si responder a las pasiones es malo,la razón exacerbada no lo es menos, pues tiende al exceso de valoración y al inmovilismo.

Hasta en los libros sagrados… Gracias a esa inevitable relación entre lo material, lo emocional y lo espiritual es que a través de los siglos las emociones han sido tema de interés, no solo para especialistas de la salud corporal y mental, en especial psiquiatras y psicólogos, sino también para los más prestigiosos líderes espirituales. Además, se les dedica espacios señalados en los más importantes libros sagrados que sustentan la religiosidad universal, entre ellos el Corán y la Biblia. Las emociones, además, forman parte esencial de doctrinas como las de la Kabbalah judía. Por lo general, todos los textos coinciden en que las emociones están vinculadas a la esencia más profunda del ser humano y rigen, de una u otra manera, nuestra espiritualidad. Estos libros vinculan las emociones con la acción conjunta de la mente y el

corazón, intentan determinar los niveles de felicidad o infelicidad, así como las relaciones ásperas o armoniosas con nuestros semejantes y, sobre todo, con Dios. El Corán, libro sagrado de la religión musulmana, hace un sugestivo enfoque de la salud, dentro del cual incluye las emociones. “Así como la vida religiosa es inseparable de la vida secular, la salud física, la emocional y la espiritual no pueden separarse”, expresa. Asegura que “cuando una de esas tres partes está lesionada o enferma, las otras dos también sufren”. Refiriéndose a las emociones, el Corán dicta: “Cuando una persona no está bien emocionalmente, no es capaz de cuidar de sí misma de forma apropiada, por cuanto tendrá su mente distraída de las realidades de la vida”. El profeta Mahoma, a quien, según los seguidores del Islam, el Corán le fue dictado por el propio Dios (Allah), dijo que “el creyente fuerte es mejor que el creyente débil ante los ojos de Dios”. El principal significado de la palabra “fuerte” está relacionado con la fe y el carácter, pero también con la salud. “Nuestros cuerpos son un préstamo que nos hace Dios y somos responsables de su cuidado. Si bien la salud física y emocional es importante, la salud

espiritual necesita ser la primera prioridad en nuestras vidas”. Por ser un libro sagrado que rige las normas de conducta de la religión más profesada del planeta, la espiritualidad se yergue como el aspecto más importante, el esencial, para disfrutar de la protección de Dios (Allah). Pero, a la vez, le concede a la salud emocional el mismo espacio que le otorga a la física. Nos hace responsables de nuestro propio cuidado, porque vivimos en un cuerpo que es un préstamo de Dios. Las emociones y la espiritualidad son inseparables en el Islam. Rumi fue un poeta musulmán erudito del siglo XIII. Su obra, traducida a numerosos idiomas, se caracteriza por intentar alcanzar la paz, la felicidad y la armonía a través de la palabra. En su hermosa manera de “decir”, Rumi rechaza emociones dañinas como el odio y la discordia. En su poema “La casa de huéspedes”, se refiere a las emociones y a la necesidad que tenemos de ellas. Sin embargo, apunta que, a la vez que las dejamos entrar, debemos permitir que se retiren, como sucede con los huéspedes. Nunca convertirlas en parte de

nosotros mismos. Es una forma profunda y estéticamente bella de reflejar cómo hemos de enfrentar las emociones, seamos musulmanes o no. Su obra trasciende fronteras geográficas, religiosas y filosóficas. Dice el poema “La casa de huéspedes”:

E

sto de ser un ser humano

es como administrar una casa de huéspedes. Cada día una nueva visita, una alegría, una tristeza, una decepción, una maldad, alguna felicidad momentánea que llega como un visitante inesperado. Dales la bienvenida y acógelos a todos ellos, incluso si son un grupo penoso que desvalija completamente tu casa. Trata a cada huésped honorablemente pues podría estar haciendo espacio para una nueva

delicia. El pensamiento oscuro, lo vergonzante, lo malvado, recíbelos en tu puerta sonriendo e invítalos a entrar. Agradece a todos los que vengan pues se puede decir de ellos que han sido enviados como guías del más allá. Yalal ad-Din Muhammad Rumi Es cierto lo que escribe Rumi en su hermoso poema. Los seres humanos somos como una casa de huéspedes de emociones. Estas deben entrar y salir. Les otorga un carácter celestial cuando afirma que han sido enviadas (las emociones-huéspedes) “como guías del más allá”; quizá las considera una prueba divina, destinada a evaluar nuestro comportamiento aquí en la Tierra. Rumi disfruta en su obra el misterio de las emociones.

En los tiempos de Abraham Pasamos a otro texto sagrado, la Kabbalah, base de la Torah, que rige los caminos del judaísmo. Nos

asombramos por la manera profunda y práctica como enfoca las emociones. No me considero un cabalístico; sin embargo, reconozco sus puntos de vista, destinados en lo esencial a explicar la realidad y la ley general que rige la naturaleza. La Kabbalah es una tradición mística judía, un antiguo sistema de conocimientos sobre el alma humana que algunos califican como una “tecnología espiritual primaria”, destinada a mostrar el camino del conocimiento y de la creación. Hay quienes le señalan características esotéricas y envuelven sus palabras en un halo de misterio. Según sus seguidores, la sabiduría de la Kabbalah es la más antigua de todas, pues se remonta a los tiempos de Abraham, el patriarca de la religión hebrea, tres mil ochocientos años atrás. Abraham era un beduino de una tribu en Babilonia. De él se dice que descubrió la existencia de la divinidad, o sea, una realidad fuera de este mundo. Luego escribió un libro sobre la creación que, podría decirse, son las primeras escrituras sobre la Kabbalah. Siglos después, Moisés —un gran cabalista— escribe la Torah, el texto base del judaísmo.

Hablo de textos escritos hace miles de años, pero que ya penetran en el mundo del intelecto y las emociones del ser humano. La Kabbalah tiene la certeza de dividir a los humanos en seres intelectuales y emocionales. Dios les asigna un cuerpo y un alma, y esta tiene que buscar la forma de poder interactuar con ese cuerpo. Para ello, Dios crea diez fuerzas —intelectuales unas y emocionales otras —, que determinan la personalidad, según el resultado de la relación alma-cuerpo. Trabajar por mantener balanceadas esas fuerzas es el objetivo, pero nadie es perfecto. Unos desarrollan más una, y así se define si su personalidad es más emocional que racional, o viceversa. “El intelecto —según la Kabbalah — es el progenitor de las emociones”. Si queremos cambiar, modificar o controlar las emociones, hay que utilizar

el intelecto. De acuerdo con nuestra capacidad intelectual, así son los sentimientos. Cuando pensamos, o como dicen los cabalistas, cuando tenemos la cabeza amplia, somos seres menos impresionables y menos revelamos nuestras emociones, porque estas se rigen por la mente. “Todo lo que sentimos y hacemos ya lo pensamos antes, aun cuando afirmemos que es una acción impulsiva”, es otro precepto interesante de la Kabbalah. Las emociones, los impulsos y la entrega tienen que ver con el corazón, pero el intelecto está por encima de cualquier emoción, según esta teoría. Todas las emociones parten de un pensamiento, porque no existe una acción sin un pensamiento previo. “Las personas que se enojan muy fácilmente demuestran que intelectualmente son pequeñas, y una persona con reacciones impulsivas puras está loca, porque es incapaz de imponer su intelecto”. “Los seres humanos no deben escuchar su corazón, no han de obedecer sus impulsos, deben escuchar la cabeza, por lo tanto, lo primero que una persona debe evaluar no son sus sentimientos, sino su razonamiento”, propone la Kabbalah.

Según la escritura de Abraham, la raíz de todo mal está en el pensamiento, y se desarrolla cuando los sentimientos y las emociones gobiernan ese pensamiento. Entonces, el resultado de nuestra acción será negativo. El pensamiento para los cabalistas es igual a la conciencia. Cuando pensamos debidamente, dirigimos las emociones y las acciones. Esta es la única manera de asumir el control verdadero, y por tanto nuestra realidad será de luz verdadera. La Kabbalah también aconseja: “Cuando se nos presente una situación complicada, no reaccionemos, no nos enojemos de inmediato, antes hagamos una pausa, observemos nuestros sentimientos y pensamientos; es bueno preguntarse en ese momento: ¿de dónde vienen estos impulsos? La respuesta nos permitirá actuar”.

Dicotomía entre el bien y el mal La vida es un experimento permanente de emociones. Por esa razón estas han suscitado siempre el interés de grandes pensadores, idealistas o no. Las emociones han sido y son en la actualidad objeto de profundos análisis dirigidos, fundamentalmente, a conocer el motivo que las origina, así como sus

consecuencias negativas o positivas, según la carga que llevan implícita. También se muestra un interés permanente en la necesidad del ser humano de controlar sus emociones, sin tener en cuenta si son buenas o dañinas. Ninguna emoción o sentimiento en exceso, aunque aparente ser positivo, es saludable. Una emoción fuerte dura segundos, explota en un abrir y cerrar de ojos cuando no se gerencia desde la fluidez de su identidad. Revienta en pleno rostro y es capaz de provocar consecuencias que pueden extenderse por largos períodos de tiempo y, en algunos casos, hasta toda la vida. Sin embargo, una emoción bien utilizada ilumina el espíritu; no lo opaca, lo expone a la luz. Son sentimientos innatos de la naturaleza humana que enriquecen o empobrecen la vida, tú decides

hasta dónde. En el cristianismo las emociones van aparejadas con la vida misma, constituyen una manera de vivir la eterna dicotomía entre el bien y el mal, el gran “ser o no ser” de la existencia humana. Las emociones nos preparan para actuar como seres apasionados, enamorados de creencias y convicciones, pero a la vez pueden arrastrarnos al pecado, a cometer grandes errores, herir a los demás y, por supuesto, carecer de bienestar. Es por todo esto la necesidad que tiene cada creyente de conocer sus puntos débiles como ser humano, seleccionar apropiadamente sus pensamientos y actitudes, orar y pedirle a Dios cuando es preciso. El amor, el gozo, la confianza, la bondad, la empatía, la felicidad, el agradecimiento y el perdón son emociones positivas, según el cristianismo. El miedo, el abandono, la tristeza, la ira, el remordimiento, el disgusto y el odio serían negativas. Cabe destacar que una emoción tan fuerte como la ira forma parte de los llamados “siete pecados capitales”. No se les llama capitales por la gravedad que encierran en sí mismos, sino por las consecuencias que pueden provocar. La ira descontrolada tiende a manifestarse a través de

ofensas, violencia, desacato y otras acciones insanas, que pueden provocar daños en los demás, incluso la muerte. Los cristianos suelen estimular el disfrute de emociones confortables, cargadas de bienestar, paz y felicidad, a través de la práctica religiosa, las oraciones y la lectura de la Biblia, su libro sagrado. Engrandecen el espíritu leyendo sus salmos, proverbios, historias de personajes y todo tipo de mensajes que se concentran en sus páginas. Cuando lo hacen, fluyen las emociones en positivo. La Biblia también contiene varias historias cuyos personajes siguieron sus impulsos emocionales, con malos resultados para ellos y para los demás. Uno es Sansón, cuya vida está llena de emociones negativas muy fuertes. El libro de los “Jueces” narra que Sansón se encuentra con una joven filistea y, lleno de pasión, sin saber siquiera su nombre, decide casarse con ella. De ahí en adelante, su vida se convierte en un hervidero de emociones nocivas: el enojo, la violencia, el deseo sexual, la infidelidad, el capricho. Si nos detenemos y analizamos fríamente su manera de actuar, Sansón es un conglomerado de emociones y sentimientos en negativo; pero, precisamente por ello, es un personaje aleccionador.

“Alégrate con los alegres y llora con los que lloran”, sugiere la Biblia. Su mensaje reafirma que nuestro regocijo, bienestar y estabilidad emocional no dependen de las circunstancias, sino de nuestra relación con Dios.

Elena de White, escritora cristiana estadounidense, deja bien definido que “la verdadera grandeza de un hombre se mide por el poder de las

emociones que él domina, y no por las que lo dominan a él”. Tal afirmación nos concierne a todos, pues la vida es un constante ir y venir de emociones. Debemos estar preparados para enfrentarlas y sacarles provecho. Sin emociones no hay vida y, si la hay, no vale la pena vivirla.

Frutos del amor “Un ser humano sin emociones es como un leño seco”, asegura Sri Sri Ravi Shankar, gurú indio y líder humanitario. En realidad, una persona que no sienta o padezca el rigor emocional —lo autogestione o no — es un ente vacío, una creación inexpresiva. Las emociones exteriorizan el “yo” más interno y descubren quiénes somos realmente, porque traspasan el aspecto físico y diseñan la más auténtica identidad. Somos seres pensantes, pero ningún razonamiento —ni sus resultados— puede ser lúcido en medio de un sentimiento emocional fuera de control. Emociones y pensamientos necesitan compensarse entre sí. Una emoción no nos domina si el pensamiento es fuerte y está preparado para someterla y utilizarla, a favor de las conclusiones que se derivan de su razonamiento. Grandes filósofos,

libros sagrados, líderes espirituales y pensadores de todo tipo lo confirman. También nos demuestran que las emociones, según la fuerza que despliegan a la hora de enfrentar el pensamiento, determinan nuestro andar por este mundo. Sri Sri Ravi Shankar hace una afirmación que para algunos pudiera parecer atrevida, pero nos pone a pensar. Cuando la escuchamos por primera vez puede parecernos contradictoria, incluso irracional, pero tras la explicación de este gran gurú contemporáneo, nos damos cuenta de que nada tiene de descabellada. Afirma Shankar: “El amor es responsable de todas nuestras emociones negativas. Si no hubiese amor en este planeta, no hubiese ningún problema tampoco. Nunca nadie se pondría celoso, nunca nadie sentiría avaricia, nadie se enojaría por nada. El enojo, la envidia, los celos, todas las emociones negativas que experimentamos, son frutos del amor”. Dicho así, sin una profunda reflexión a posteriori, es cierto que parece una locura. Pero te sugiero que, ante todo, analicemos el concepto tan amplio que este gurú tiene del término amor. Cuando lo hacemos, comprendemos que su aseveración nada tiene de

desacertada. Para Shankar, el amor es una emoción, pero a la vez es más que eso. Es la base de toda existencia, “el amor —la más sublime de las emociones— va mas allá del ‘yo te quiero’ o ‘no puedo vivir sin ti’. No hay amor en la vida o por la vida, porque la vida es amor”. Propongo una pregunta: ¿podemos vivir sin sentir amor por alguien o por algo? ¡Imposible! Entonces, si todo es amor, cuando amas la perfección, te enoja la imperfección; cuando amas a otra persona, surgen los celos; cuando el apego extremo te hace sentir amor por las cosas materiales, brotan la avaricia y la envidia. Dondequiera que haya energía de atracción hay amor, y donde hay repulsión también hay amor, solo que del lado opuesto. “Las emociones integran nuestro yo más profundo, aunque sus causas provengan del exterior”. Define también Shankar que “todas las emociones negativas no son más que formas distorsionadas de amor”. “La ira es por amor, porque si amas lo perfecto, te enojas ante lo que, según tu punto de vista, consideras imperfecto”. “La codicia es por amor, porque amas a un objeto material mucho más que a la vida”.

¿Qué es el odio?, pregunta Shankar. Y responde: “Odio es amor al revés, como el miedo también es amor, pero al revés”. Los seres humanos, cuando disfrutamos de estabilidad e inteligencia emocional, encontramos la felicidad dentro de lo más profundo de nuestro ser, allí mismo donde nacen las emociones. “Si hueles una fragancia muy rica, automáticamente los ojos se te cierran; si saboreas algo muy rico, también cierras los ojos y dices: ¡Ay, qué sabroso! Escuchando una buena música, los ojos se te vuelven a cerrar. ¿Por qué? Porque la fuente de la alegría está dentro. Vivimos falsamente pegados a todo lo del exterior, sostenemos la falsa idea de que el mundo nos dará una gran alegría; sin embargo, nosotros mismos podemos lograrlo porque

la felicidad está en lo más profundo de nuestro ser”. ¡Allí mismo, donde surgen las emociones!

Desde dentro El Dalai Lama, tibetano de nacimiento y formación, es uno de los líderes espirituales más influyentes. Coincide con Ravi Shankar en que las emociones surgen dentro de lo más profundo del yo interno, y las define como estados mentales. Por ese motivo, los procedimientos que utilizamos para manejarlas también deben brotar desde lo más profundo de nuestro ser. No hay otra manera de hacerlo, jamás pueden utilizarse “técnicas externas”, dice el Dalai Lama, para controlar las emociones. Como estados mentales que son, definen la forma en que sentimos y actuamos, y dicen mucho sobre quiénes somos. Sin embargo, las emociones no son estados naturales de la mente. En el libro Emociones Destructivas, escrito por Daniel Goleman a raíz de un diálogo con el Dalai Lama, el monje tibetano afirma que “la posibilidad de la iluminación se basa en la idea de que las emociones oscurecedoras no forman parte intrínseca de la naturaleza esencial de la mente”. Desde el punto de vista budista, afirma el Dalai

Lama: “las emociones destructivas interrumpen de inmediato la calma, la quietud y el equilibrio de la mente, mientras que las emociones constructivas no solo no perturban el equilibrio ni la sensación de bienestar, sino que, muy al contrario, los favorecen”. Cuando las emociones se salen de control, la evaluación que podamos hacer de la realidad que nos rodea se enrarece, provocando que la mente no trabaje a tope o lo haga erróneamente, porque padece una carga emotiva que le impide razonar plenamente. “La mente es como un lingote de oro — dice el Dalai Lama—, no cambia su naturaleza por más siglos que pase enterrado en el fango. Todo lo que se precisa para poner de relieve su esencia es ir eliminando las diferentes capas que se han depositado sobre él. Por lo tanto, todo lo que se necesita para alcanzar la budeidad es un proceso de purificación y de acumulación gradual de cualidades positivas y de sabiduría”. Con la purificación, que no es más que el control emocional descrito en términos espirituales budistas, se logra alcanzar un estado de conciencia absoluta, que no da pie a la aparición de emociones oscuras y destructivas. Sin embargo, existen emociones en positivo que pueden ser apoyadas y profundizadas por la

inteligencia humana. El Dalai Lama pone como ejemplo la compasión, “un sentimiento alentado por la reflexión en torno a la necesidad de enfrentar el sufrimiento”. Este monje tibetano deja para la posteridad otra de sus enseñanzas, muy profunda y hermosa: “La sabiduría es una flecha, la mente serena es el arco que la dispara”. Las emociones aflictivas son enemigas eternas de la sabiduría y la principal fuente de sufrimiento en los seres humanos. Una vez desatadas, sin el control mental requerido, destruyen la paz interior, afectan la salud y las relaciones con los demás. “Todas las acciones negativas, como matar, especular y engañar —asegura el Dalai Lama— vienen de las emociones aflictivas. Por esa razón, ese estado emocional es nuestro enemigo, destruye la paz y la fortuna. Un enemigo exterior quizás un día pueda ser peligroso para nosotros, pero quizás al día siguiente pueda ser beneficioso; sin embargo, el enemigo interior siempre es destructivo y estará presente siempre dondequiera que vayamos”. Del enemigo externo quizá podamos defendernos y hasta escaparnos, pero el interior va dondequiera

que vayamos, incluso cuando meditamos. Ese es el punto, dice Dalai Lama. Debemos darnos cuenta de ese enemigo que llevamos dentro, y tomar el cuerpo, la mente y el corazón, hacerlos cómplices a los tres, y tratar de eliminar ese peligro. Según el budismo, nuestro ser humano es precioso por su inteligencia, por lo maleable que es, por los cambios que hace. Es precioso no solo por las emociones, sino también por la inteligencia y el razonamiento. Admito que he luchado durante años por intentar percibir a tiempo cuando una emoción —buena o mala— comienza a afectarme. No aseguro que siempre la puedo dominar, pero estudio cómo identificarla, usarla, dejarla fluir; intento llevar a la práctica el magisterio del Dalai Lama. Mientras más fuerte es nuestro sistema inmunológico emocional, estaremos en mejores condiciones de hacer frente a

la ira, el apego o los celos, en los momentos en los que estas emociones no nos aporten nada en positivo. El solo hecho de percatarnos de los primeros signos que indican que vamos a ser víctima de una emoción fuerte, ya nos prepara para trabajar su llegada o, al menos, para gerenciarla con la mente serena y un estado de conciencia superior, si definitivamente hace su aparición. Y, si dejamos de ser unos analfabetos emocionales, incluso estamos en disposición de utilizar su caudal energético a nuestro favor. O sea, sacarle partido a esa emoción, por muy negativas que sean sus intenciones.

Emociones: ¿expresarlas o no? Otro líder espiritual que brilló con luz propia en el siglo XX fue Osho. Nació en la India y murió hace ya varios años. Sus criterios lo convierten, hasta cierto punto, en una personalidad polémica. Sin embargo, tuvo una enorme cantidad de seguidores durante su vida y se han multiplicado después de su muerte. Osho tiene una obra muy extensa, de una profundidad fuera de lo común, y a veces algo compleja de asimilar para algunos. La vida de Osho se convierte en un vía crucis,

sobre todo cuando lo aqueja la enfermedad que provoca su muerte a los cincuenta y ocho años. No obstante, su armonía interna nunca desapareció. Escribió un libro titulado Las emociones. Libres del miedo, los celos y la ira, donde nos conduce hasta las raíces del tema: aprendemos cómo se desarrollan, la manera de lograr la calma interior y la sabiduría, incluso en situaciones difíciles. Osho afirma que “las reacciones emocionales que nos dominan provocan estados de ánimo negativos que nos atormentan, nos colman de problemas y sufrimos consecuencias negativas que perjudican directamente nuestro bienestar”. Plantea una disyuntiva, en medio de la cual muchas veces nos vemos envueltos los seres humanos: ¿qué hacer con nuestras emociones? Si dejamos que se expresen, dice Osho, podemos lastimar a otros, pero si no las expresamos, nos lastimamos nosotros mismos. Nos aconseja una fórmula para eliminar la emoción, sin agredir y sin dañarnos nosotros mismos: la percepción.

“Si se cobra conciencia de una emoción específica y debido a esa toma de conciencia la emoción se desvanece, es negativa, pero si al cobrar dicha conciencia nos identificamos con esa emoción, si se extiende y se convierte en nuestro propio ser, entonces, es positiva. La conciencia trabaja de forma diferente en ambos casos”, dice Osho. “Si se trata de una emoción venenosa, quedamos aliviados de ella a través de la percepción. Si es buena, feliz, extática,

nos volvemos uno con ella, porque la percepción la profundiza”. En resumen: si algo se profundiza mediante la percepción, es algo bueno. En cambio, si la percepción lo disuelve, es algo malo. “Aquello incapaz de permanecer en la conciencia es pecado, y lo que crece en la conciencia es virtud. La virtud y el pecado no son conceptos sociales, son realizaciones interiores. Les digo que incluso las emociones negativas son buenas, si son reales; y si son reales, poco a poco su misma realidad las transforma. Se vuelven más y más positivas, y llega un momento en que todo lo positivo y lo negativo desaparecen. Simplemente permanecemos auténticos: no sabemos lo que es bueno ni lo que es malo, no sabemos lo que es positivo ni lo que es negativo. Simplemente somos auténticos. Cuando somos auténticos, nuestras emociones son parte de nosotros mismos, las disolvemos según sus intenciones”. Profundas y geniales las conclusiones de Osho. En Occidente también hay importantes líderes espirituales modernos. Uno de los más influyentes es Wayne Dyer, fallecido en 2015. Su obra es de una trascendencia extraordinaria, sobre todo el libro Tus zonas erróneas. Uno de sus capítulos está dedicado

a las emociones, pero Dyer enfatiza las que él denomina emociones inútiles: la culpabilidad y la preocupación. ¿Por qué las considera así? ¿Por qué las califica como un par de grandes despilfarros o de dos zonas erróneas? Según Dyer, la culpabilidad provoca que desperdicies momentos presentes, por estar inmovilizado debido a un comportamiento pasado; mientras que la preocupación es el mecanismo que te mantiene inmovilizado, pero al contrario, por alguna razón que está en el futuro y que a menudo es algo sobre lo que no tienes ningún control. Es como sentirse culpable de algo que aún no ha sucedido. “Aunque una está dirigida al futuro y la otra al pasado, ambas sirven al mismo propósito inútil de mantenerte inquieto o inmóvil en tu momento presente”. Asegura también Dyer: “Hay dos días en la semana que nunca me preocupan. Dos días despreocupados, mantenidos religiosamente libres de temores. Uno de esos días es ayer… y el otro día que no me preocupa es mañana”. Esa es la única manera de evitar lo que él califica como “emociones inútiles”. “Aprende a vivir ahora, en el presente, y a no desperdiciar tus momentos actuales en

pensamientos inmovilizantes sobre el pasado o el futuro. No hay otro momento en el que sea posible vivir más que el presente, el ahora, y todas tus preocupaciones y culpas tan inútiles se producen en el exclusivo momento presente”.

Sentir el cuerpo desde dentro Otro importante líder occidental es Ekhart Tolle, alemán de nacimiento, pero con nacionalidad canadiense. Tolle es considerado por The New York Times como el autor de textos espirituales más leído de Estados Unidos, especialmente por su best seller El poder del ahora. Él defiende la teoría de que la mente no es solamente el pensamiento, sino también las emociones, así como todos los patrones de reacción inconscientes de tipo mental-emocional. Le da forma a una idea muy original, relacionada con las emociones, que dice: “La emoción surge en el punto en que se encuentran la mente y el cuerpo. Es la reacción del cuerpo a su mente o un reflejo de la mente en el cuerpo”. Así lo ejemplifica: “Un pensamiento de ataque o un pensamiento hostil creará un aumento de energía en el cuerpo, al que llamamos cólera. El cuerpo se alista a luchar. El

pensamiento que amenaza, física o psicológicamente, hace que el cuerpo se contraiga y adopte el aspecto físico de lo que llamamos miedo. La investigación ha mostrado que las emociones fuertes producen cambios en la bioquímica del cuerpo; estos cambios bioquímicos representan el aspecto físico o material de la emoción”. “Cuanto más identificados estemos con el pensamiento, con sus gustos y sus odios, sus juicios e interpretaciones, es decir, cuanto menos presente esté como conciencia que observa, afirma Tolle, más fuerte será la carga de energía emocional, seamos conscientes de ello o no. Si usted no puede sentir sus emociones, si está desconectado de ellas, eventualmente las experimentará en un nivel puramente físico, como un problema o síntoma físico… Un patrón emocional inconsciente puede, incluso, manifestarse como un evento externo que aparentemente le sucede a usted. Por ejemplo, he observado que la gente que lleva dentro mucha ira sin ser consciente de ella y sin expresarla, tiene más posibilidad de ser atacada, verbal o incluso físicamente, por otras personas iracundas, a menudo sin razón aparente. Tienen una fuerte emanación de ira que ciertas personas reciben subliminalmente, y

que dispara su propia ira latente”. Tolle cree que si tenemos dificultad para sentir las emociones, empecemos por concentrar nuestra atención en el campo de energía interior del cuerpo. Sentir el cuerpo desde dentro, para ponernos en contacto con nuestras emociones. “Usted dice que una emoción es el reflejo de la mente en el cuerpo. Pero a veces hay un conflicto entre ambos: la mente dice no, mientras la emoción dice sí, o al contrario (…) Si hay un conflicto aparente entre ellos, el pensamiento será la mentira, la emoción será la verdad. No la verdad última sobre quién es usted, pero sí la verdad relativa de su estado mental en ese momento”, añade. Durante una de sus tantas conferencias por el mundo, alguien le pidió un consejo para no dejarse abrumar por las emociones. En este caso, por el enojo, aunque podría aplicarse a otras emociones, sobre todo las que consideramos negativas. Tolle respondió: “Cuando el enojo llega, su campo energético de inmediato ocupa la mente y los pensamientos que surgen son un reflejo de ese enojo. El enojo provoca que tengamos toda una serie de pensamientos negativos. Cuando surge esta emoción, se debe tratar de tomar conciencia de que

esos pensamientos emanan de ella. No es fácil, porque a veces surge de repente, pero es necesario reconocer que son pensamientos surgidos de esta emoción. No son pensamientos verdaderos, solo reflejan el campo energético del enojo. La cuestión consiste, y lo sugiero como un experimento, en tratar de mantenernos como observadores, como testigos de esos pensamientos producidos por el campo energético del enojo. Cuando digo testigo, es solo para tomar conciencia de esa energía, para no identificarnos al máximo con ella; es decir, estoy consciente, siento esta energía dentro de mí, pero, más allá de verbalizar, hay que verla y observarla”. Mi maestro Deepak Chopra, otro de los grandes líderes espirituales de la actualidad, nos sugiere que antes de liberarnos del rigor de las emociones negativas, debemos identificarlas y hacernos responsables de ellas. Sus puntos de vista también apelan a la conciencia y a la identificación de la

emoción. “Ante todo, hay que sentir el cuerpo. ¿Qué es la emoción? La emoción es un sentimiento, por eso es una sensación del cuerpo. Cuando identificamos y le prestamos atención a esa sensación del cuerpo, rompemos su vínculo con el pensamiento y de inmediato se libera la emoción negativa. Hay otro proceso que es hacerse responsable cada uno de sus propias emociones, porque, si pensamos que nuestras emociones son responsabilidad de alguien más, entonces sería esa otra persona la que tendría que cambiar para que nos sintiéramos mejor, y eso podría llevar un largo tiempo”.

He realizado un pequeño recorrido a través del tiempo para ilustrar la manera en que hombres iluminados han dedicado su talento al análisis de las emociones. Ellos han intentado descifrar ese misterio que las envuelve, “misterio” intacto aún en la actualidad, a pesar del desarrollo científico y técnico, que adquiere hoy más que nunca dimensiones increíbles. No podemos vivir sin experimentar emociones. Somos seres destinados a crearlas,

estamos diseñados corporal, mental y espiritualmente para hacerlo. Las emociones, buenas o malas, se disfrutan o se padecen, pero no podemos evitarlas, cuando más observarlas, moderarlas y gestionarlas a favor de la vida. Son hijas de la propia vida, por eso se justifica el eterno interés del ser humano por estudiarlas y desentrañarlas. No olvidemos que las emociones, aunque sean pequeñas, como asegura Vincent Van Gogh, un alienado capaz de interpretarlas, “son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta”.

El gran mérito de Daniel Goleman Los psicólogos, muchas veces incomprendidos por la sociedad, han desempeñado un papel relevante en los estudios sobre inteligencia emocional, empezando por el ya mencionado Aristóteles, a quienes muchos consideran padre de la psicología. En su libro Acerca del alma, el gran filósofo griego afirma que “todo ser que vive y posee alma ha de poseer necesariamente alma nutritiva desde que es engendrado hasta que muere”. Y en la Retórica analiza las emociones en jóvenes, viejos y maduros. Sobre los jóvenes, dice que son temperamentales,

vehementes, inclinados a la ira, confiados, esperanzados. Y los mayores, en su opinión, todo lo contrario, porque han vivido muchos años, se han equivocado y han sido engañados más veces. Sobre los maduros, asegura que son un modo intermedio, libre de los excesos de los anteriores. Para el genio, el cuerpo llega a su madurez entre los treinta y treinta y cinco años, y el alma, a los cuarenta y nueve años. Aunque polémica, resulta interesante su explicación. Lo más importante es la preocupación, desde aquellos tiempos, por la vida emocional de las personas. A veces, algunos me preguntan: “¿Por qué te has movido desde el periodismo hasta el área del desarrollo humano y la transformación personal?”. Y la verdad es que me sorprendo, pues creo que ambos mundos están muy interconectados. En primer lugar, como demuestra la historia, el estudio de las emociones está presente en grandes pensadores como Aristóteles, Heráclito, Platón e incluso Darwin. En segundo lugar, la ciencia moderna se ha ocupado de investigar en profundidad la inteligencia emocional, empezando por el pionero en este campo, Daniel Goleman. De acuerdo con los investigadores Beatriz García, Enrique Jurado y Adelina Ruano, la inteligencia

emocional en el campo de la psicología se remonta al movimiento de los test de inteligencia. Ellos nos remiten a Edward Thorndike, de la Universidad de Columbia, “uno de los primeros que identificó el aspecto de la inteligencia emocional que denominó inteligencia social, y que definió como la ‘habilidad para comprender y dirigir a los hombres y mujeres, muchachos y muchachas y actuar sabiamente en las relaciones humanas’”. Consideran que el concepto de inteligencia emocional que conocemos actualmente fue esbozado por primera vez en 1990, con las publicaciones científicas de John Mayer, Peter Salovey y Di Paolo. Sin embargo, el libro La inteligencia emocional, de Daniel Goleman, fue el que mayor trascendencia alcanzó en todo el mundo. Según Goleman, inteligencia emocional es el conjunto de habilidades que contribuyen al buen funcionamiento y al éxito. El título de su best seller —La inteligencia emocional. Por qué es más importante que el cociente intelectual— es toda una declaración de principios. Goleman se refiere a dos tipos: a)

Inteligencia

emocional

intrapersonal,

entendida como la habilidad para comunicarse eficazmente con uno mismo y para manejar en forma óptima las propias emociones. Por ejemplo, la autoconciencia emocional, la autorregulación y la automotivación. b)

Inteligencia emocional interpersonal, entendida como la habilidad para comprender y manejar eficazmente las emociones ajenas. Por ejemplo, la empatía y las habilidades sociales.

En mi opinión, Goleman ha sido el investigador que más ha aportado en materia de inteligencia emocional. Tiene además un gran mérito: a partir de sus estudios, muchas más personas e instituciones se han tomado con mayor seriedad la influencia de las emociones en nuestras vidas. Hay una definición que me parece relevante. Dice que las emociones son “impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida”. Además, nos remite a la raíz de la palabra “emoción”, que es “motere”, el verbo latino “mover”. Al final, los orígenes de las palabras siempre nos ofrecen pistas del porqué de las cosas. La psicóloga Elia Roca Villanueva, del Hospital

Clínico Universitario de Valencia (España), cree que la inteligencia emocional, la autoestima sana y las habilidades sociales pueden considerarse conceptos afines. Lo resume expresando que, a pesar de sus diferencias, referidas al mayor énfasis de cada uno en ciertos aspectos de la realidad a la que se refiere, “todos ellos pueden verse como ‘diferentes mapas de un mismo territorio’, el territorio común de las actitudes deseables hacia uno mismo y hacia los demás”. Las emociones son trascendentales en nuestras vidas, porque regulan las conductas personales y las relaciones con los demás. De su correcta administración dependen el éxito, la salud y el bienestar, de manera general. Son tan importantes, que las organizaciones vinculadas a la medicina, como la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), incluyen su estudio en los programas de ayuda sobre la enfermedad. A este tema nos dedicaremos más adelante. Un concepto explicado por María Elena López y María Fernanda González expone que emoción es “un estado de alerta comportamental, que varía desde el sueño profundo hasta la actividad intensa”, “un estado fisiológico (o corporal)” y, al mismo

tiempo, una experiencia (algo que sentimos) y una expresión (algo que mostramos en nuestra postura y en nuestra expresión facial). O “una fuerza motivadora que determina las cosas por las cuales luchamos o las que tratamos de evitar”. ¡Cuántos significados para un solo término! Al llegar a este punto, seguramente ya tienes una idea general sobre las emociones. Pues te invito a seguir, porque vamos a visualizar situaciones prácticas, además de conocer varias definiciones. Goleman recuerda que la inteligencia emocional sirve para motivarse y persistir frente a las decepciones, controlar los impulsos, regular el humor, mostrar empatía y abrigar esperanzas, entre otras ventajas.

¿Una cuestión química?

Las emociones resultan de la actividad del sistema nervioso, al igual que los movimientos voluntarios, explica Ángel García Villalón, catedrático de Fisiología de la Universidad Autónoma de Madrid. Añade que las emociones proporcionan el “color” al comportamiento, y son necesarias para la supervivencia del individuo. Lo demuestra de la siguiente manera: por ejemplo, la rabia o la agresividad permiten al sujeto enfrentarse con un enemigo. Pero, si el sistema nervioso juzga que el enemigo es demasiado peligroso, sustituye la rabia por miedo, para que pueda escapar. García Villalón considera que la emoción tiene dos componentes: la sensación subjetiva que sentimos en nuestro interior y la manifestación externa. “Primeramente, el sistema nervioso debe determinar cuál es la emoción adecuada en cada caso. Esto lo realiza, al menos en parte, una estructura llamada amígdala cerebral. La corteza cerebral envía una copia de la información sensorial que recibe a la amígdala, y esta decide si el estímulo es amenazador, y si se debe responder a él con agresividad o miedo”. La amígdala citada por el catedrático envía entonces señales a otros lugares del cerebro para poner en marcha los distintos componentes de estas

emociones. Por un lado, envía señales a la corteza cerebral para desencadenar la emoción subjetiva interna, y por otro lado desencadena la expresión externa de la misma. Es decir, si vamos por la calle y vemos un león recién escapado del zoológico, nuestro corazón se acelera, cambia la respiración, sudamos en frío, se nos hace un nudo en el estómago. ¿Por qué? García Villalón dice que es la respuesta del hipotálamo para enfrentar la amenaza: el aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria permite aportar más oxígeno a los músculos, por si tenemos que salir corriendo y poder huir. Cuando la amenaza del león respiramos normal nuevamente.

ha

cesado,

¿Cuáles son los diferentes tipos de emociones? Los investigadores Eduard Punset y Rafael Bisquerra, y el estudio de diseño PalauGea han creado el proyecto “Universo de Emociones”. Ellos afirman que existen hasta 543 emociones. El resultado es un mapa gráfico para comprender el mecanismo complejo que mueve nuestro yo interno. Un punto de partida para empezar a gestionar nuestros sentimientos, afirman.

El mapa visual se refiere a seis emociones principales. Tres se sitúan en la parte superior: alegría, amor y felicidad; y otras tres se sitúan en la parte inferior: miedo, ira y tristeza. En el estado superior se sitúa la felicidad, la emoción positiva más excelsa en nuestro estado de ánimo. Por oposición, en el polo negativo (que no significa que sea malo), el miedo se sitúa en el triángulo inferior, e incluso debajo del mismo sale un apéndice, la ansiedad. Punset y Bisquerra apuntan que las emociones no son algo tangible ni estático, sino que están en continuo movimiento: “De forma muy similar a lo que sucede en el universo, las emociones cambian, crecen, oscilan, viajan y se relacionan entre ellas. En ocasiones son casi imperceptibles, pero están ahí en un estado latente, y otras veces explotan. Las emociones son las que determinan nuestro estado

anímico; las que hacen que seamos seres humanos únicos e irrepetibles”. Pero este no es el único mapa de las emociones. ¿Es posible visualizarlas, asignarles colores o sentirlas en determinadas zonas del cuerpo? Sí, podemos hacernos una idea gráfica de casi todo, para representar cómo actuamos los seres humanos. Un estudio de la Universidad Aalto, en Finlandia, argumenta que las emociones pueden reflejarse en el cuerpo humano, es decir que pueden materializarse. Según sus investigadores, las emociones más frecuentes liberan sensaciones intensas. Por ejemplo, la ansiedad puede ser experimentada como un dolor en el pecho, mientras que el enamoramiento puede desencadenar cálidas y placenteras sensaciones en todo el cuerpo. Más de 700 personas de Finlandia, Suecia y Taiwán colaboraron en el citado estudio. Los participantes lograron establecer colores y zonas para la ira, el miedo, el disgusto, la felicidad, la tristeza, la sorpresa, la ansiedad, el amor, la depresión y la envidia, entre otras fuertes emociones. La felicidad, por su parte, se registró en tonos rojizos y amarillos, prácticamente en todo el cuerpo, mientras

que la depresión apareció en negro, centrada en el tórax. ¿Y el amor? ¿Qué pasó con el amor? Pues fue indicado en color fuego desde la cadera hasta la cabeza. La envidia, esa fea emoción que deberíamos erradicar para siempre, aparece con una carga rojiza en el pecho y en la cabeza. ¿Sorprende la relación entre emociones, regiones corporales y colores? Posiblemente este mapa constate algo que ya preveíamos. ¿Qué enseñanzas podemos extraer de un mapa así? En primer lugar, corroborar la universalidad de las emociones y su relación con los códigos de la vida diaria. Otra conclusión importante es conocer a fondo qué sentimos, cómo lo manifestamos y en cuáles circunstancias. La tipología de las emociones es amplísima. Siempre dependerá de los distintos enfoques de los investigadores, pero también de cada uno de nosotros. El estudio “Universo de Emociones”, por ejemplo, sitúa como punto de partida a la alegría, el amor, la felicidad, el miedo, la ira y la tristeza, pero coloca emociones derivadas alrededor de cada una. Como la lista es casi interminable, intentaré resumirla:

Alegría

Felicidad

Placer • júbilo • ilusión • optimismo • entusiasmo • euforia • contentura • diversión • humor • éxito • moral alta

Bienestar • armonía • equilibrio • plenitud • tranquilidad • paz interior • relajación • serenidad •

placidez • gozo • satisfacción

Amor

Aceptación • deseo • respeto • admiración • enamoramiento • ternura • cariño • amabilidad • afecto • empatía • cordialidad • solidaridad • gratitud • interés • compasión

Tristeza

Amargura • decepción • depresión • disgusto • desconsuelo • pesar • pena • duelo • dolor • sufrimiento • aburrimiento • pesimismo • desaliento • melancolía • nostalgia • soledad

Ira

Agresividad • tensión • resentimiento • frialdad • fastidio • malhumor • antipatía • envidia • celos • impotencia • indignación • rabia • enfado • furia • rencor • odio • hostilidad

Temor • horror •

Miedo

terror • pánico • pavor • susto • alarma • fobia • vulnerabilidad • espanto Fuente: Universo de Emociones

Los procesos emocionales están comprobados neurológicamente. Existe otra parte, la espiritual, relacionada con cómo cultivamos la paz y la quietud. Los humanos debemos unir ambos mundos para potenciar una espiritualidad sana. Y la espiritualidad, a diferencia de la religión, no es mirar a un Dios que está fuera, sino buscar lo divino dentro de nosotros. Los que creemos en la creación de Dios, pensamos que esa divinidad interior también es parte de la gran obra maestra. Para otros, que únicamente conciben teorías científicas, las especies llegaron a evolucionar tanto que consiguieron algo mágico en el caso del ser humano. Un genio como Albert Einstein dijo: “La mente intuitiva es un regalo

sagrado, y la mente racional es un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y se olvida del regalo”. Según este criterio, el paradigma luce al revés. La sociedad nos obliga a pensar que lo racional es el regalo divino y que lo intuitivo es el esclavo fiel. Por eso, apabullamos nuestras emociones. Durante mucho tiempo nos enseñaron a pensar que la lógica debería ser lo primario, por encima de nuestra intuición. Cuando estamos en contacto con las emociones, las podemos escuchar y gerenciar. Potenciamos eso que viene desde dentro, que son las corazonadas, presentimientos, premoniciones o instintos. Son expresiones difíciles de verbalizar o explicar, pero ahí están. Yo les llamo el GPS emocional o espiritual, relacionado con las emociones y situaciones de nuestra vida. Mucha gente lo ha perdido, porque no aprendió a confiar en su intuición. Entonces, una de las ventajas de superar el analfabetismo emocional es dar más cabida a ese susurro, a la voz de la intuición que todos tenemos, pero que pocos somos capaces de escuchar a la hora de adoptar las principales decisiones. Estos temas no son para gurús, sino para todos. Por ejemplo, hay

empresarios que toman decisiones, pero muchas no están basadas en toda la evidencia e información que necesitan, porque no la tienen en ese momento. Es decir, a veces solo tenemos acceso a datos parciales, a fragmentos, y hay que apelar a la intuición. Entonces, esta última es parte importantísima en el liderazgo personal de nuestras vidas. Debemos dejar que la intuición florezca, al igual que nosotros, como los seres racionales o emocionales que somos. Es una herramienta indispensable que, muchas veces, desestimamos.

Un paseo por las emociones básicas La alegría La alegría está en la lucha, en el esfuerzo, en el sufrimiento que supone la lucha, y no en la victoria misma. MAHATMA GANDHI La alegría es algo que se construye. Ciertamente, varios estudios se refieren a nuestra predisposición genética para ser más o menos optimistas. Científicos de las universidades de Minnesota y Londres han

abordado el factor genético y la “heredabilidad” del carácter y la alegría. Sin embargo, en cuanto al panorama emocional del individuo, las investigaciones consultadas no atribuyen más del 50% a la herencia. Esto quiere decir que la alegría también puede edificarse. Si deseamos ser alegres, y quizá —genéticamente— tenemos una predisposición a la depresión, como es mi caso, entonces debemos ir a la acción. Hay que romper el estigma de las enfermedades cerebrales, a las que llamamos mentales, que muchas veces están ocasionadas no solo por asuntos de la mente, sino por el órgano del cerebro, como en el caso de mi padre. La sonrisa es a menudo el símbolo de la alegría, porque viene del alma. Desde muy joven, muchas personas elogiaban mi sonrisa. Por eso, un día, pensando en que escuchar y sonreír resultaba atractivo para la audiencia, decidí estudiar ambos mundos a conciencia. En otra ocasión, cuando uní varios puntos de mi vida, a través de fotografías de niñez y adolescencia, reparé en que no tenía sonrisa. ¡No había alegría en mi vida! Esa situación respondía a un entorno que no era del todo positivo. Veía la vida no desde un punto de vista optimista, sino

como una víctima. Entonces llegó un momento, entre los catorce y quince años, que empecé a entender que si la alegría no había llegado a mi vida como algo genético, yo tenía que empezar a construirla. En su teoría sobre la respuesta facial, Charles Darwin indica que el acto mismo de sonreír nos hace sentir mejor, en vez de considerar la sonrisa como un mero resultado de sentirse bien. Es decir, la sonrisa no la podemos ver únicamente como resultado de la felicidad, sino también como origen o principio de la

misma. A través de la sonrisa podemos generar felicidad y cambiar el estado de ánimo en el camino hacia la alegría. El conferencista Ron Gutman considera que “la sonrisa estimula el sistema de recompensa del cerebro, en formas que ni el chocolate —un inductor de placer muy conocido— puede igualar”. Citando a investigadores británicos, afirma que una sonrisa puede generar el mismo nivel de estimulación cerebral que dos mil barras de chocolate o el de un regalo de 25.000 dólares. Hoy día, yo practico la generación de sonrisa y felicidad. Hay momentos en los que me miro al espejo, y sé y reconozco que no estoy alegre; pero también entiendo que se trata de una emoción y un sentimiento que puedo construir. Entonces empiezo a esbozar una transformación, que comienza siendo una mueca horrible, pero unos minutos después termino con una sonrisa plena salida del alma. Todas las categorías que describen la alegría son parte de la inteligencia emocional. Mucha gente cree que venimos al mundo con el “chip de la alegría” incorporado, pero realmente la tenemos que construir; igual que la felicidad. Si no lo hacemos,

vamos a exhibir momentos de euforia, pero no felicidad plena y armónica.

La alegría es un estado mental caracterizado por sentimientos de amor, placer y satisfacción, explica Carla Valencia. Otros la definen como una emoción que se logra a través de la fidelidad hacia un propósito valioso (Helen Keller). O aseguran que la verdadera alegría reside dentro de uno mismo, por lo que no debemos perder el tiempo buscando fuera de nosotros. “Recuerde que no existe alegría en el tener o en el obtener algo, sino en el dar. Comparta, sonría, abrace a los demás”, decía el escritor Og Mandino. Para el sabio Aristóteles, la alegría es el significado y el propósito de la vida, el sentido de la existencia humana.

Está claro que ser alegres no es reír a carcajadas todo el día y ante todas las situaciones. Ese es un reduccionismo que no podemos permitirnos. Es indiscutible que la alegría permite que seamos más creativos y competentes en nuestras actividades profesionales y personales, con una mayor disposición para servir y compartir con los demás.

El más perfecto don de la naturaleza Una vez, el actor Harrison Ford dijo que la alegría es algo que deberíamos aprender. El escritor Fiodor Dostoievski creía que los seres humanos nos complacemos en enumerar nuestros pesares, pero no nuestras alegrías; y el genio Albert Einstein dijo que la “alegría de ver y entender” es el más perfecto don de la naturaleza. Y todos tienen muchísima razón. Me viene a la mente ahora la extraordinaria película chilena No, dirigida por Pablo Larraín y protagonizada por el mexicano Gael García Bernal. No cuenta una particular historia sobre el plebiscito al que fueron convocados los chilenos en 1988. Los partidarios del “no” a Augusto Pinochet, que contaban por primera vez con algunos minutos en televisión, debían decidir cuáles mensajes emitir.

Después de evaluar muchas alternativas, los críticos de la dictadura decidieron nombrar la campaña “Chile, la alegría ya viene”. Y el logo resultó ser un arcoíris. “¿Un arcoíris? Esto es una burla”, se queja uno de los personajes. Como todos sabemos, Pinochet fue derrotado con una campaña opositora sin mensajes negativos. “La creatividad es un elemento fundamental que puede cambiar las cosas. Cuando las cosas se estancan es cuando hay falta de creatividad”, dijo García Bernal en una entrevista entonces. Personalmente, considero que la caída de Pinochet se debió a una suma de factores y a la naturaleza intrínseca de su régimen, pero resulta indiscutible el trabajo emocional de los publicistas de la campaña del “no”. La alegría prometida, como contrapartida a la grisura excluyente, movilizó a muchos chilenos hacia el fin de una era. La psicóloga y psico-oncóloga Nuria Javaloyes considera que la función de la alegría es ayudarnos a ser más creativos. A la vez, dice, tiene mucho que ver con la existencia de la especie humana. Se activa de forma general en todo el cuerpo, lo que provoca que no podamos estar quietos. Su canal de expresión más espontáneo son los niños, pues al no estar

socializados o “domesticados” —término que me encanta utilizar— expresan la alegría en estado puro. Javaloyes indica, en una entrevista con EFE, que “cuando un niño está contento, se pone a bailar o reír, sin importarle lo que piensen los que están a su alrededor”. Personalmente he comprobado cómo las emociones modulan nuestras acciones. En mi larga carrera profesional, que empecé a los ocho años, he enfrentado diversos tropiezos y vacilaciones, como cualquier ser humano. Siempre recuerdo la alegría que me proporcionaba el trabajo, incluso siendo un adolescente. La alegría es vital, aunque a veces cuesta apropiarse de una buena dosis de ella. Crear y conectar siempre me provocó una inmensa alegría: poder comunicarme a través de la radio y la televisión, crear nuevos programas, inventar proyectos, buscar el porqué de las cosas… Pero, incluso una emoción considerada positiva puede acarrearnos problemas serios. Siempre estuve atento a la ilusión creada por el trabajo. Y, sin poner todas las piezas sobre la balanza, mi cuerpo y mi mente volaban. Desde la infancia, y hasta finalizar la Universidad, trabajé sin honorarios, a pesar de noches enteras dedicadas a la radio. Para

mí era simplemente un placer, pura pasión y divertimento creativo. Creía no necesitar el dinero e incluso habría pagado por aquella oportunidad. Pero, aparte del público, que se manifestaba de forma inmejorable, no contaba con demasiados estímulos. En aquel momento, y en ausencia de otras vías de inspiración, me entregué por completo al trabajo. Ni vacaciones, ni relaciones, ni autosuperación personal. Nada. Solo estudio y trabajo. Y en esas condiciones llegaba rápidamente el aburrimiento. La alegría era una especie de droga, que solo nacía con “lo nuevo” e inexplorado. Y lo nuevo solo era posible con el cambio constante, muchas veces irracional. Esto provocaba una gran inestabilidad, porque necesitaba frecuentemente abandonar una actividad y empezar otra. Cada aspiración para alcanzar la alegría siempre encontraba respuesta en la movilidad laboral. El cambio incesante, algunas veces injustificado, suele atribuirse a la edad. Los jóvenes se aburren fácilmente, o no reciben suficientes estímulos como para echar raíces en un puesto. En mi caso, sucedían ambas cosas. La comodidad me aniquilaba. Quizás esto me provocaba “el cambio por el cambio”. Personalmente, ahora no lo necesito, porque puedo

controlar emocionalmente mis destinos en función de aspectos objetivos y subjetivos. Ser presentador de televisión, escritor, columnista y conferencista, cada labor en su justa medida, genera una excelente complementariedad. Estoy estimulado. Mi alegría no depende de un solo factor. He conseguido diversificar mis fuentes de inspiración. Estoy alegre de caer y poder levantarme, una y otra vez, sin que eso signifique el fin de todo. La profesional es solo una de las áreas donde estudio mis emociones, pero el reto va a cada zona de nuestra vida: desde la familia hasta la pareja, amistades y relaciones en general. Por supuesto, repitiendo que la relación más importante es la que sostenemos con nuestro yo interior.

Los seres humanos podemos hallar nuestro lugar y la forma de materializar los sueños, aunque esto depende de muchos factores. El más importante es la decisión irrevocable de ser uno mismo, de llevar las ideas hasta las últimas consecuencias y de saber cuál es el tiempo de permanecer en un puesto o de marchar en busca de otros aires, con justificaciones coherentes. Algo nada fácil, pero tampoco imposible. Debo advertir también sobre una variante de la envidia, a veces travestida en forma de alegría. “Sentir envidia es humano, sentir schadenfreude es demoníaco”, alertaba Arthur Shopenhauer. El proyecto “Universo de Emociones” explica que schadenfreude (schaden = daño y freude = gozo, alegría) es una palabra alemana que se pronuncia shadenfroide. Se trata de una especie de alegría maliciosa, por el fracaso de otra persona o grupo. Más o menos sería: “Su fracaso no me afecta a mí, personalmente, pero me gusta”. Mis tempranos éxitos me adentraron en un ambiente de celos profesionales y envidias. En este mundo existe una clara tendencia a competir, a querer superar al vecino o al compañero de trabajo. La envidia es una emoción endemoniada, de la cual pude librarme después de largos años de combate.

Recuerdo cuando, conscientemente, dejé de compararme con los demás. En la universidad me di cuenta de que cada persona tenía una identidad y un camino único. Entonces comprendí lo injusto de colocar mi equilibrio a merced de los demás. A partir de ahí, solo busqué comparaciones saludables. El éxito ajeno se convirtió solo en materia de estudio, investigación y celebración. Logré aplaudir el triunfo de los otros y analizar los mecanismos que permiten alcanzar ciertas metas y ser mejores personas. Te invito a potenciar las emociones más sanas: seamos alegres de espíritu, pero mantengamos lejos la alegría maliciosa.

¡Contagia! ¡Expande el virus de la alegría! En este repaso por las emociones básicas, quiero invitarte al mejor contagio que conozco: el del virus de la alegría. Si ríes orgánicamente, ¡qué maravilla! Potencia este bien de la Humanidad e,

inmediatamente, contágialo a los demás. Es muy importante aprender a gerenciar las emociones, porque está psicológicamente comprobado que una emoción no se queda en ti, sino que afecta a la gente a tu alrededor. Asimismo, todos resultamos afectados por las emociones de los demás. Algunos investigadores han infiltrado personas, por ejemplo, en salas de espera de aeropuertos, para crear algún tipo de ansiedad. Su estrategia ha consistido en hacer ruido con el pie, moverse de un lado a otro. Entonces se ha visto cómo, por contagio, gente completamente tranquila empieza también a mover el pie, a caminar y a desesperarse. Desde luego, este es un experimento que busca demostrar el contagio de la ansiedad, para fines científicos. Pero no estoy invocando ese tipo de contaminación. Es solo un ejemplo de cómo se extienden estos fenómenos. Con la risa sucede lo mismo que con la alegría. Por supuesto, este experimento sí me fascina. Algunos estudios indican que podrías comenzar a reír si alguien tiene un ataque de risa a tu lado, aunque no sepas de qué se ríe. Igual pasa con los bostezos, aunque en este caso no se trata de una emoción. El llanto sí expresa un sentimiento. Si

vemos a alguien llorando, inmediatamente abrigamos compasión y empatía. Incluso podemos empezar a llorar y a sentirnos tristes. Entonces, atención, porque la enseñanza no solamente se queda en ti. A través de la inteligencia emocional vas a poder ser más empático. Y la empatía es la clave de la convivencia humana. ¡Riamos! ¡Contagiemos el virus de la alegría!

El amor Dios es la plenitud del cielo, el amor es la plenitud del hombre. VÍCTOR HUGO Consciente o inconscientemente, siempre sentimos la necesidad de que los demás nos tengan en cuenta. La opinión del otro nos influye de muchas maneras posibles. Es el caso del amor, una emoción muy potente, de la cual los seres humanos dependemos casi toda la vida. Muchos abrimos nuestro corazón y ofrecemos lo mejor cuando estamos enamorados. El mundo

adquiere otro color, la sangre parece que fluye más de prisa, todo es nuevo y diferente. Sin embargo, frente al desamor, los seres humanos perdemos la brújula e incluso caminamos hacia un precipicio. Recuerdo el caso de Roxana, una compañera de estudios que saltó desde un puente porque su novio la había dejado por otra. Muchos hemos escuchado historias trágicas como esta. El desamor es inevitable, al igual que pasar el duelo por la separación o pérdida de un ser amado. El duelo, como se sabe, forma parte del “tratamiento”; pero es cierto que nuestra fortaleza emocional se pone a prueba. ¿Podemos sobrellevar mejor una situación como esta? Claro que sí. Y por ello es sumamente importante el estudio de las emociones. Del mapa de las emociones elaborado por la finlandesa Universidad Aalto, se desprenden datos interesantes. Mencionamos que la felicidad, por ejemplo, se registra en tonos rojizos y amarillos, prácticamente en todo el cuerpo, mientras que el amor es indicado en color fuego desde la cadera hasta la cabeza. Sin embargo, la envida aparece con una carga rojiza en el pecho y en la cabeza. Es decir, afecta a una parte muy puntual del cuerpo humano. Afortunadamente.

Daniel Goleman explica que la ternura y la satisfacción sexual activan el sistema nervioso parasimpático. Esto es lo contrario a la respuesta de lucha o huida, que se manifiesta frente al miedo o la ira. Según este criterio, la reacción parasimpática origina reacciones en todo el cuerpo y proporciona calma y satisfacción, un estado ideal para la convivencia. Diversas instituciones científicas plantean el uso de escáneres cerebrales para descubrir el significado del amor. Investigadores chinos y norteamericanos utilizaron la técnica en cien individuos para elaborar el “mapa del amor y el desamor”, según la revista Frontiers in Human Neuroscience. Este estudio proporciona la primera evidencia empírica de alteraciones relacionadas con el amor en la arquitectura funcional subyacente del cerebro. Sus resultados indican que cuando una persona se enamora, tiende a una mayor actividad cerebral en el “centro de recompensa”, probablemente porque está experimentando una gran cantidad de placer. En declaraciones a The Huffington Post, la doctora Anna Zilverstand, coautora del estudio, expresa que la actividad cerebral de los enamorados sugiere que “se sienten más premiados, están más emocionales y

atentos, muestran una mayor motivación y están más comprometidos en la interacción social”. Mientras tanto, después de una ruptura, disminuye la actividad en el centro de recompensa del cerebro, lo que indica una disminución del placer. Los investigadores consideran que podrían derivarse implicaciones importantes para el tratamiento de trastornos del estado de ánimo. Sobre todo, para entender cómo funcionan las emociones en el cerebro y estar más preparados para contrarrestar sus manifestaciones negativas. Sinceramente, espero que la ciencia nos ayude a entender mejor el universo emocional de los seres humanos, aunque sin derivar hacia exageraciones indeseadas. Hay quienes temen que dichas investigaciones puedan ser usadas para revelar los verdaderos sentimientos de una persona, y eso significaría entrar en un mundo perverso. Como dijo mi gran amiga, la psicóloga chilena Pilar Sordo, el amor es una decisión, más que un sentimiento. El enamoramiento es diferente al amor. El amor es aceptación, deseo, respeto, admiración, ternura, cariño, amabilidad, afecto, empatía, cordialidad, solidaridad, gratitud, interés,

compasión... Todas estas cosas juntas son el cóctel del amor. Hay otros amores, que lógicamente trascienden a la pareja. La Madre Teresa de Calcuta consideraba que los seres humanos padecían “hambre de un amor compasivo, que es mucho mayor y constituye la única respuesta a la soledad y a la tremenda pobreza”. En su opinión, recogida por Desmond Doig, en países como Inglaterra, Estados Unidos y Australia “no hay hambre de pan. Pero allí la gente padece una terrible soledad, una terrible desesperación, un terrible odio, una sensación de falta de cariño, de ayuda y de esperanza. Han olvidado cómo se sonríe, han olvidado la belleza que encierra el roce humano. Y están olvidando lo que es el amor humano”.

La felicidad ¿Cuál es el hombre feliz? El que tiene un cuerpo sano, un espíritu despierto y una naturaleza apacible. TALES DE MILETO ¿Existe la felicidad? Esta es, quizá, la pregunta que más nos hacemos durante toda la vida. El segundo interrogante sería: ¿qué es la felicidad? El tema, hay que decirlo, ha movido siempre el interés de psicólogos, filósofos, religiosos, literatos y hasta de políticos. No pocos han dedicado parte de su vida a intentar definir el concepto. Moisés Ruiz González considera que las emociones ejercen una poderosa influencia sobre la memoria, el pensamiento y la percepción. Dice que si nuestras emociones van hacia el lado de la felicidad, todo nos resulta más agradable y ahuyentamos la sensación de fatiga. Pablo Fernández-Berrocal y Natalio Extremera se preguntan: ¿sirve para algo ser feliz? Y a

continuación exponen que las personas felices son más sanas, física y psicológicamente; afrontan mejor el estrés e, incluso, viven más tiempo. Apuntan que, socialmente, las personas felices tienen más amigos, están más satisfechas con sus relaciones, son más cooperativas, están dispuestas a ayudar a otras personas y además, tienen menos probabilidades de divorciarse. Considero que uno puede alcanzar grandes dosis de felicidad en la vida, pero el concepto de felicidad que yo manejo no excluye el dolor ni las pérdidas. Mi idea es justamente poder encontrar goce, paz y quietud, incluso en aquellas circunstancias en las que la vida no sigue nuestro plan. Porque la gran frustración de todos los seres humanos es querer crear un mapa y que la vida siempre responda a ese diseño. Y, en realidad, el mapa no es el territorio. Debemos crearlo porque necesitamos una ruta, y nos gusta la certeza sobre el camino a seguir. Pero siempre que llevamos un mapa al territorio nos damos cuenta de que, por muy preciso que sea, no es el territorio. No encaja del todo.

Al hablar de este tema hay que recurrir al libro En busca de la felicidad, que escribió mi amigo Chris Gardner y luego se convirtió en una película, protagonizada por Will Smith. A Chris lo conocí en el evento “Circuito de ganadores, Costa Rica Go”, y luego lo entrevisté en Cala, en CNN en Español. El filme cuenta su propia vida: un hombre que lo pierde todo, se convierte en un indigente sin casa, con un niño pequeño bajo su responsabilidad. Esa fue la historia de Chris. Su gran etapa de aprendizaje y crecimiento. ¿Cuál es el mensaje de En busca de la felicidad? Básicamente, que no podemos renunciar a nuestros sueños, por más difícil que nos parezca el camino.

Algunas ideas presentes en los diálogos del filme merecen enmarcarse y ser consultadas, sin complejos, cada vez que pensemos que no hay salida: “No permitas que nadie diga que eres incapaz de hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño, debes conservarlo. Si quieres algo, sal a buscarlo, y punto. ¿Sabes?, la gente que no logra conseguir sus sueños suele decirles a los demás que tampoco cumplirán los suyos”. “Cuando se atisba un rato de felicidad, siempre hay alguien que quiere destruirla”. “Señor, no muevas esa montaña. Dame fuerza para

escalarla” (fragmento de una canción interpretada por un coro de góspel). “Y fue en aquella ocasión en la que empecé a pensar en Thomas Jefferson escribiendo la Declaración de la Independencia, en aquel apartado que hablaba acerca de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y pensé en cómo supo poner la palabra ‘buscar’ ahí en medio, como si nadie realmente pudiera alcanzar la felicidad. ¿Significa que la felicidad es algo que estamos destinados a buscar, pero que nunca

encontraremos?”. En la vida real, en el libro y en la película, Chris Gardner cayó hasta lo más profundo del abismo, luchó, se levantó sobre sus propias cenizas y creó un imperio. Todo eso mientras cuidaba a su pequeño hijo. Pero que nadie se confunda con el final de la película. El verdadero éxito de Chris no fue convertirse en millonario —sin dudas, un gran logro—, sino impedir que las circunstancias terminaran aplastándolo, a él y a sus sueños. Su gran triunfo fue creer

absolutamente en sus potencialidades, no desfallecer, gestionar adecuadamente la alegría, la tristeza, el miedo y la ira y —muy importante— prepararse para la vida. Porque, salvo muy raras excepciones, las victorias no caen del cielo. Un caso distinto, pero enlazado por la tenacidad y el deseo de vivir plenamente, es el del venezolano Maickel Melamed, a quien siempre cito como ejemplo de virtuosismo emocional. ¿Alguien puede decir que Maickel, ese gran ser humano, no es feliz? Nacido en 1975, y tempranamente sentenciado a morir por distrofia muscular generalizada, es el vivo ejemplo de la felicidad construida peldaño a peldaño, sobre una base física con serias limitaciones de origen. El parto fue muy complicado, porque su cuello estaba aprisionado por el cordón umbilical. Los médicos lo habían condenado, primero a la muerte casi inmediata, y luego a vivir atado a una silla. Pese a sus dificultades motoras, ya ha corrido cinco maratones. Lógicamente, por su condición física él se toma gran cantidad de horas. Su última hazaña conocida fue en el Maratón de Boston, cuando arribó a la meta tras 20 horas de camino. Recuerdo que lo entrevisté en mi programa y no pude aguantar

las lágrimas de emoción, por lo que su ejemplo significa para todos los que dicen que “no se puede”.

Maickel Melamed es una mente brillante. Ha convertido los obstáculos en oportunidades para inspirar y crecer. Todo está en la actitud, porque muchos creen que la felicidad va a estar predeterminada. Este tema es místico y espiritual, pues se habla de felicidad como un concepto del entorno, pero en realidad viene desde adentro. Se trata de prepararnos para la vida, de no vivir en piloto automático ni reaccionando ante las circunstancias, sino manifestando realidades desde nuestro interior.

Siempre algo que hacer

Todos podemos formular una definición sobre la felicidad, aunque me atrevería a exigir una condición: que favorezca también a los demás, porque no vivimos solos en este mundo. Desde mi punto de vista, la felicidad es un estado emocional que disfrutamos los seres humanos en condiciones de paz interior y satisfacción personal. Sin embargo, siempre nos preguntamos si existe la felicidad completa. Paulo Coelho ha dicho que, después de convivir con todo tipo de personas: ricas, pobres, poderosas y acomodadas, en todos los ojos que se cruzaban con los suyos siempre le pareció que faltaba algo. Sigmund Freud, el famoso psicoanalista, afirmó que “la búsqueda de la felicidad sería algo utópico pues, para que exista, no puede depender del mundo real, donde la persona puede tener experiencias como el fracaso. Por lo que lo máximo que el ser humano podría lograr sería una felicidad parcial”. Dos talentos extraordinarios, de diferentes épocas y profesiones, plantean que la felicidad completa no existe. Y coincido en parte con ellos, porque soy enemigo de la comodidad, de la estadía en una cima determinada que te va dejando sin opciones: o bajas o te quedas ahí. No creces. Si en esta vida

tuviéramos la posibilidad de convertirnos en seres completamente felices, todo el tiempo, ¿con qué propósitos lucharíamos? ¿Cómo seguiríamos batallando por nosotros y por los demás? Conseguimos un sueño y nos sentimos felices. ¡Excelente! Disfrutamos el momento de éxito, pero de inmediato debemos prepararnos para ascender a un nivel superior. “La dicha consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”, decía el teólogo escocés Thomas Chalmers. Conozco a varias personas con resistencia absoluta hacia la felicidad. Quizás ellas no sepan que padecen esta “enfermedad”, pero es evidente que reúnen todos los síntomas. Uno, específicamente, es un profesional de prestigio que consiguió salir de Cuba por vías bastante azarosas y hace algunos años vive en Europa. Técnicamente hablando, logró cultivar una mente prodigiosa, siempre halló trabajos bien remunerados y nunca le faltó nada. Esto último, desde el punto de vista material. Tampoco le escaseaban los buenos amigos ni el amor. Sin embargo, vivía un desequilibrio crónico, una especie de inadaptabilidad a todo. No resistía vivir más en Cuba, pero tampoco en los otros países donde se

radicó. ¿Por qué alguien que lo tiene todo, o casi todo, genera tales resistencias hacia la felicidad? Un día me lo encontré en París. Parecía feliz, al menos exteriormente. Acaba de salir de un grave problema médico. Deseo firmemente que la fortaleza emanada de su recuperación sirva para indicarle un camino. A veces, basta con darnos cuenta del problema para concientizarnos e intentar repararlo. Otras, lo aconsejable es la visita a un profesional de la psicología. Porque sabotear nuestra felicidad es la peor actitud que podemos desarrollar. Muchas veces, las causas de tal guerra contra nosotros mismos provienen de nuestro interior y son ajenas a cualquier fenómeno del entorno. No influyen el nivel socioeconómico, ni la situación política, ni los amigos, ni los colegas de trabajo, ni nada exterior. El problema está muy dentro, y nunca va a resolverse si no aceptamos que existe, si no actuamos para encontrar la razón profunda de nuestra batalla contra la felicidad. Hay en la mayoría de nosotros una resistencia a los finales felices. Aunque creemos que los anticipamos, en realidad estamos siempre dando lugar a la posibilidad del peor de los escenarios.

Una película reciente refleja de manera excepcional este problema en las sociedades occidentales. Se titula Héctor y el secreto de la felicidad y trata sobre un psiquiatra británico que lleva una vida muy acomodada, al igual que la mayoría de sus pacientes. Pero todos, incluyéndolo a él, sienten que sus almas están vacías. Entonces, se pregunta por qué los seres humanos no somos capaces de apreciar lo que tenemos. Héctor decide viajar por todo el mundo y averiguar qué hace feliz a la gente. Algunas de las verdades que va descubriendo en su peregrinaje son:



La felicidad es que te quieran tal y como eres



Mucha gente ve la felicidad solo en el futuro



El miedo es un impedimento para la felicidad

• •

Evitar la infelicidad no da la felicidad

La felicidad es una buena caminata entre hermosas montañas desconocidas



El error es creer que la felicidad es el objetivo

• •

La felicidad es sentirse útil

El secreto de la felicidad consiste en hacer felices a los demás



Una buena manera de estropear la propia felicidad es hacer comparaciones



Para que la felicidad surja, hay que saber escuchar a los demás

¡Cuánta sabiduría, contada de una manera divertida, reflexiva y directa! Héctor viajó por China y África para buscar respuestas a sus dudas, pero existen muchos otros viajes (internos) para entender el camino del éxito y la felicidad. Por ejemplo, el libro Las tres claves de la felicidad, de la psicóloga María Jesús Álava, sugiere algunos pilares: “Perdónate bien, quiérete mejor y toma las riendas de tu vida”. Estoy totalmente de acuerdo con las tres afirmaciones, porque resumen un punto de vista en el que confío. Todas ellas han estado presentes en mi vida y he podido observar cómo inciden en los demás. El libro muestra los resultados de un interesante estudio: la mayoría de los encuestados (45,6%) dice que lo más importante para la felicidad es “quererse a uno mismo”. Hace algún tiempo, daba la impresión de que no teníamos muy claro lo de querernos lo suficiente. O que, por lo menos, no lo admitíamos en

público, quizá porque estaba mal visto centrar la cuestión en nosotros mismos. Me gustaría aclarar que dicha posición no retrata una visión individualista, sino la necesidad de ordenar primero nuestra casa, para después crear caminos, autopistas y todo cuanto nos propongamos en las relaciones interpersonales. Según el catecismo de la Iglesia Católica, los Diez Mandamientos se resumen en dos: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Tal idea es recurrente en las prioridades de muchos: “después de Dios, nosotros”, “como a ti mismo”, “amarnos bien para amar mejor”. Los cabalistas, por su parte, dicen que la idea de “amar al prójimo como a ti mismo” no se refiere al trato con los demás. Significa, según ellos, “tratar el alma, la parte eterna, la fuente del hombre”. Creen que si lo practicamos así, “desaparecerán todos los problemas, dolores y sufrimientos del mundo”. Más allá de las diversas interpretaciones sobre la cantidad de amor que debemos profesarnos, es evidente que los seres humanos ahora entendemos mejor tales beneficios. La segunda clave de la felicidad, según la

encuesta, es “sentirse querido” por otras personas (17,2%) y la tercera, “tener el control” sobre nuestra vida (17%). Solo el 2% de los encuestados cree que, para ser felices, lo fundamental es “saber perdonarse”. Otro tabú, sin dudas, que debería analizarse más. Perdóname que me extienda en el tema de la felicidad, pero siento que vale la pena abordarlo desde diferentes puntos de vista, incluyendo el de la gratitud. Un proverbio chino dice: “Cuando bebas agua, recuerda la fuente”. La gratitud está muy relacionada con la felicidad. Según el monje católico benedictino David SteindlRast, “es la gratitud la que nos hace felices”. “Un mundo agradecido es un mundo de gente alegre”, asegura Steindl-Rast. ¡Cuánto bienestar y mutua alegría genera un gesto de agradecimiento o la palabra “gracias”, pronunciada con sinceridad, a quien nos brinda su apoyo material o espiritual sin esperar nada a cambio! No dudemos en hacer público nuestro agradecimiento y utilizar para ello hasta las redes sociales. Otro grande, el médico Deepak Chopra, sostiene que la verdadera abundancia es la experiencia en la

que se satisfacen fácilmente nuestras necesidades, y nuestros deseos se cumplen espontáneamente. Coincido con el maestro en que vivimos la verdadera abundancia al sentir gozo, salud, felicidad, sentido de propósito y vitalidad en cada momento de nuestra existencia.

A Chopra lo conocí en una “Cumbre del Éxito”, en Venezuela. Juntos hemos trabajado en varios retos de meditación de 21 días. Para mí ha sido un honor prestar mi voz y mis sentimientos en la versión dirigida al público hispano. Justamente, en el primer reto, bajo el nombre de “Creando Abundancia”, el maestro habla de la ley del karma, que nos recuerda sembrar conscientemente las semillas de abundancia

y atenderlas con el máximo de bondad y cuidado. “Pronto disfrutará de los plenos frutos de sus decisiones basadas en el amor”, afirma. Deepak pide que pongamos atención en nuestro corazón y nos preguntemos: “¿Traerá esta decisión realización y felicidad, tanto a mí como a quienes están afectados por ella?”. Y dice que hagamos esto todas las veces que enfrentemos una decisión que vaya a impactarnos a nosotros, o a quienes nos rodean. Cierro, de momento, el análisis sobre la felicidad con una gran verdad en boca de Chopra: “Hay algunas personas que viven preocupadas porque no tienen lo suficiente de ciertas cosas, que creen necesarias para su felicidad y seguridad. Lo más probable es que su cuerpo multiplique estos sentimientos, enviándoles mensajes de molestia en forma de ansiedad, preocupación o estrés. Sin embargo, esto no tiene por qué ser así. Si aprendemos a confiar en la inteligencia del universo y a practicar una vida sin inquietudes, podremos vivir sin temores, sin preocupaciones y sin concentrarnos en las carencias que tengamos. Así podremos esperar únicamente lo mejor, y vivir nuestra vida en un lugar de verdadero gozo”.

El miedo El propósito del miedo es mejorar tu conciencia, pero no detener tu progreso. STEVE MARABOLI Esta emoción, como las restantes, presenta varias aristas. A veces nos paraliza, nos detiene, nos impide avanzar e incluso ver más allá de nuestras fronteras artificiales. Pero el miedo también es positivo, porque nos previene acerca de posibles peligros. Pienso ahora mismo en un evento y dos situaciones. Por ejemplo, conozco algunas personas con un irrefrenable miedo a volar en aviones. ¿Es una actitud justificada? Depende. Si la aviación es, estadísticamente, el sistema de transporte más seguro del mundo, ¿por qué despierta más temores que el resto? La raíz del miedo a volar, en mi opinión, radica en la incredulidad. Tantos años después de los primeros aviones, aún nos preguntamos cómo es posible que despeguen y se sostengan en el aire, con centenares de personas y maletas encima. ¡Es un milagro de la

ciencia! Está comprobado que funciona, pero quienes lo aborrecen se niegan rotundamente a asimilarlo. Y muchos, como yo mismo, nos asombramos una y otra vez ante el milagro de volar. El miedo a morir se entiende, pero es bajísimo el porcentaje de personas que resultan víctimas de accidentes aéreos. Las carreteras son, por goleada, el espacio donde más gente muere actualmente. Punto y aparte es el caso de algunas personas que no quieren volar luego de haber tenido una experiencia turbulenta en un avión. En tal situación, el miedo, el trauma y la fobia tienen una raíz vivencial que puede ser trabajada directamente. Daniel Goleman define el miedo como “una aversión irracional hacia un peligro esperado”, porque cuando lo sentimos, “estamos anticipando algo que va a suceder y debemos prepararnos para enfrentarlo”. El experto en inteligencia emocional cree que el primer paso para superarlo es identificarlo y luego, tomar responsabilidad y reconocer que lo sentimos. A veces me pregunto qué sería de mi vida personal y de mi carrera si hubiese estado entre quienes evitan subirse a un avión. Un apreciado

amigo, que por fin ha conseguido limitar su aversión, me dice que la clave está en la información. “A qué te refieres”, le pregunto. “A la información sobre el proceso de volar. Mientras más me informo en webs especializadas, preguntando a amigos de la aeronáutica y leyendo, menos miedo tengo a los aviones. No hice ningún curso con una aerolínea, pero llegué a entender el complejo proceso de seguridad que rodea a un vuelo comercial”, me dijo.

Es decir, identificó el problema y luego se propuso combatirlo. Uno no debe quedarse en la epidermis de las cosas, en el fatalismo de “tengo miedo, entonces no vuelo”. Porque, hoy día, no tomar aviones es prácticamente renunciar a entender el mundo. Sin pretender convertirnos en ingenieros aeronáuticos, podemos conocer las bases del “milagro” e iniciar un plan para transformar la situación.

Hay muchos otros miedos, quizá más subjetivos, pero igual de paralizantes. No es lo mismo temer a un león fugado del zoológico —una actitud irreprochable, desde el instinto de supervivencia— que al “qué dirán”, al fracaso, al rechazo, a la soledad o a hacer el ridículo. John F. Kennedy decía que “no deberíamos permitir que nuestros miedos nos impidan perseguir nuestras esperanzas”. ¡Cuánta razón! Ser valiente no es lograr la ausencia total de miedo, sino enfrentarlo y superarlo. Una de las noches que más miedo he tenido en mi vida —casi evacúo en los pantalones— fue cuando tuve que hacer guardia con un fusil AKM. En Cuba, en mi etapa de estudiante, todos los universitarios debíamos internarnos 45 días en una unidad militar, antes de terminar la carrera. A mí me tocó hacer guardia en la cochiquera, el corral de los cerdos. Y mi mayor miedo era tener que usar el fusil. No temía a los ruidos, que eran constantes, pero era difícil diferenciar si los cerdos se movían o si alguien se acercaba a robar. Aquella era la posta más importante, porque los cerdos representaban una mina de dinero, en pleno año 1992, en una de las mayores crisis económicas de Cuba. Los jefes ponían énfasis en que era la misión más importante, y no

podíamos dormirnos en la guardia. Viví toda la noche en un ataque de pánico. Aunque ya había hecho prácticas de tiro al blanco, mi mayor temor era disparar a alguien. Aquel miedo me paralizó. No lo inventé en mi mente; sin embargo, yo suponía y anticipaba lo que nunca pasó. No se acercó nadie a robar, pero el temor surgía como un instinto básico de supervivencia, además de la presión social del momento. El miedo aparece por el cerebro de reptil que aún tenemos los seres humanos. El cerebro reptiliano —o primitivo— es responsable de la supervivencia. Ante una amenaza, como explica Jesús Yanes en su libro El control del estrés y el mecanismo del miedo, nuestra mente consciente pasa a un segundo plano, porque lo más importante es salvar la vida. Muchas investigaciones sobre el tema exponen que el cerebro tiene un estímulo de lucha o huida. Se llama fight or flight, “luchas o vuelas”. Se trata de enfrentarte o escapar. La función del miedo es hacernos tomar una reacción instintiva rápida. Todos los animales la poseemos. Mi propia vida dio un giro, de la noche a la mañana, cuando me di cuenta de que el miedo era un

aliado y no un enemigo. Aún sigo teniendo miedo pero, como siempre digo en mis conferencias, valiente no es el que tiene ausencia de temor. La verdadera valentía está en identificar, enfrentar y gerenciar tus miedos, para que estos no gerencien tu vida. El miedo a perder el control de la mente sigue siendo fundamental en mi vida, porque no le temo a la muerte. Tampoco tengo el miedo número uno y más común en el mundo. ¿Cuál es? Hablar en público. Hay otros que me gustaría señalar, porque están presentes en la vida de mucha gente, y son los miedos sociales: al rechazo, al fracaso, al “qué dirán”… Estos se resumen en lo que los seres humanos llamamos “miedo al ridículo”. Jesús Yanes indica que el cerebro ha venido reaccionando sobre la supervivencia desde hace millones de años. Y, aunque ahora cambian los escenarios y protagonistas, la “mecánica cerebral” sigue siendo la misma: “Los bosques prehistóricos o las llanuras se han cambiado por las ciudades (…) Ahora los depredadores que amenazan nuestra vida tienen unos nombres diferentes: jefe, trabajo, hipoteca, problemas de pareja, terrorismo, fracaso escolar, atasco, miedo a la muerte”.

Todos los días uso, en positivo, el miedo a perder el control de mi mente. Es una especie de recordatorio de que debo cultivar la mente, el espíritu y el cuerpo para mi propio bienestar. Debo mantener el equilibrio y dedicar tiempo a la meditación. Ese miedo me mantiene en alerta positiva. No me paraliza, porque mis proyectos siguen adelante. Al contrario, ha logrado potenciarme tanto que todo lo que escojo y filtro, para colocar en mi mente, tiene una función nutritiva. Por ejemplo, solo leo novelas que alguien me haya recomendado. Solo consulto libros con mensajes de inteligencia sustancial para mi mente. Además de entretenerme, estos nutren mi alma, mi cuerpo o mi mente de manera positiva. No leo por leer. Por eso mis textos intentan ser lo que denomino “lectura con propósito, lectura con intención”. No son materiales para la distracción. Para vencer los miedos que nos frenan, hay que reconocerlos y ser conscientes de nuestras debilidades. Hagámonos siempre una pregunta liberadora: si no tuviera miedo, ¿qué haría? Goleman sugiere que lo más importante es reconocer si nuestros miedos son justificados o imaginarios. ¡Deberías empezar a hacer una lista con ellos! ¡Toma papel y lápiz ya!

La ira El que domina su cólera, domina a su peor enemigo. CONFUCIO Siempre fui un niño tímido y, por tanto, nada agresivo. Sin embargo, hay situaciones que te transforman, y puedes pasar en segundos de la tranquilidad más absoluta a la ira total. Cómo controlar la ira ha sido una pregunta que probablemente nos hemos hecho todos los seres humanos. O, por lo menos, todos los seres humanos conscientes del papel de las emociones en nuestras vidas; mejor dicho, conscientes de superar el analfabetismo emocional, en donde muchos adultos pululan. A los catorce años, cuando estudiaba en una escuela-internado, recuerdo que el bullying era asfixiante. Hasta que un día estallé y me enfrenté a todos. Ese ataque de ira me hizo comprender que aquel no era mi lugar, que debía asegurarme un cambio, lo más inmediato posible, y así sucedió.

Afortunadamente, la ira tomó caminos de catarsis, pero no de acciones negativas. Porque recuerdo perfectamente que pensé en lo peor si no me trasladaban de aquel terrible lugar. Gracias a Dios, mi madre acudió a mi reclamo y me permitió cambiarme de escuela, acción que agradeceré toda la vida. La Asociación Española contra el Cáncer considera que algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas, mientras que otras pueden adquirirse. La ira, por ejemplo, está incluida entre las que se aprenden por “experiencia directa”. El enfado parece ser el estado de ánimo más persistente y difícil de controlar, de acuerdo con Goleman. En su opinión, “el enfado es la más seductora de las emociones negativas, porque el monólogo interno que lo

alienta proporciona argumentos convincentes para justificar el hecho de poder descargarlo sobre alguien”. La ira no es mala ni buena, pero se asocia con momentos en los que no la gestionamos bien. Esto se traduce en actos que traen graves consecuencias para uno mismo, como la agresividad. Sin embargo, la ira también puede ser utilizada en nuestro beneficio. Por ejemplo, en el caso de los movimientos sociales pacíficos en varias partes del mundo. Cuando alguien se enfada por un problema, cuando alcanza un nivel de tensión insoportable, puede utilizar su ira para luchar por lo que considera una causa justa. Tenemos el caso de los “indignados”, en España; el Movimiento Ocuppy Wall Street, en Estados Unidos, o la Primavera Árabe. Todos son diferentes, pero unidos por la irritación individual y colectiva. Justamente, la educación emocional y una apropiada gestión de la ira posibilitarían que los estallidos se produzcan bajo condiciones responsables de moderación, proporcionalidad y rechazo de la violencia. No siempre sucede así, y los ejemplos sobran. Nuestros informativos están llenos de resultados trágicos como consecuencia de la rabia. Solo situaciones muy

excepcionales justificarían el uso de la fuerza, como en la Segunda Guerra Mundial, cuando la ira del mundo se tradujo en una ofensiva imprescindible contra el totalitarismo nazi.

Experiencias angustiosas ¿Podemos controlar la ira? Sí, pero a veces no lo conseguimos por diferentes motivos. En una de mis visitas a Buenos Aires, mientras participaba como invitado en el programa “Intratables”, perdí el control al responder a una acusación infundada de un panelista. Entonces le espeté: “Estás hablando mierda”, una frase que ni siquiera uso en privado. Al día siguiente, el tema estaba en todos los periódicos, quizá porque la gente no esperaba una reacción tan inusual en mí. Fue una discusión que yo no provoqué. El panelista puso en juego mi credibilidad y la de la empresa de noticias en la que trabajo, sin aportar prueba alguna. Después pensé: “¿Por qué caí en eso?”. Mi ira fue muy celebrada en varios medios argentinos, porque, según algunos, puse “en su lugar” al personaje. Sin embargo, con toda sinceridad, aquel Ismael no es el que yo pretendo ser. Mi amiga Mirtha Legrand me dijo luego en su

programa que no me preocupara demasiado, que “no era para tanto”; pero de aquel incidente saqué muchas lecciones para hoy y mañana. Por ejemplo, que a veces es mejor suspender un evento si no estamos en condiciones físicas de afrontarlo. Quedar bien, no generar problemas a los demás o corresponder con una generosa invitación es lo que se espera de cualquiera; pero, lo que casi nadie sabe es que esa noche estuve enfermo, con una fiebre muy alta. No cancelé mi participación por generosidad, pero la salud terminó pasándome factura frente a un provocador profesional, de los tantos que existen en esta vida, a los que les pagan por atacar, agredir y crear conflictos en busca de rating. También recuerdo mi angustiosa entrevista con el presidente boliviano Evo Morales en La Paz. Después de la cancelación de la cita, de dimes y diretes, el gobernante se sentó frente a las cámaras, casi con ira y desgano, para responder a mis preguntas. Con Morales me tuve que tragar la lengua. La gente me decía: ¿Por qué no le respondiste?, pero en ese momento mi deber era escucharle. Varias veces me atacó, pero tomé la decisión de dejarlo hablar tranquilamente, sin darme

por aludido. Hasta que dijo que yo “me había escapado” de Cuba, como si de un delincuente se tratara, y que “representaba al imperialismo”. Entonces me vi obligado a responderle. Con mucha calma, pero con firmeza. Siempre lo digo: aquella fue la peor entrevista de mi carrera. Por el tono, por el mal ambiente y por las enrarecidas emociones que asomaron ese día. Poco positivo se consigue en tales circunstancias. Sin embargo, son esas las lecciones que mayor aprendizaje nos dejan en nuestra carrera por ser dueños de nuestras emociones, en vez de sus esclavos sumisos.

No alimentes el fuego de la ira Esto me lleva a retomar la gran pregunta: ¿podemos controlar la ira? El filósofo y pedagogo Manuel Segura Morales dice que es posible si nos esforzamos para calmarnos al principio del proceso, no cuando llega a su punto máximo. Sugiere además buscar ambientes para calmarnos, donde no haya nuevos estímulos para la ira: el campo, la playa, un parque… O hacer ejercicio físico relajante, no violento. En cambio, desaconseja golpear una almohada o técnicas similares, porque en su opinión

esto aumenta la ira y la agresividad. Goleman afirma que los pensamientos hostiles que alimentan al enfado nos proporcionan una posible idea para calmarlo. En primer lugar, dice, debemos tratar de socavar las convicciones que lo alimentan. “Cuantas más vueltas demos a los motivos que nos llevan al enojo, más buenas razones y más justificaciones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que solo podrá extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente”. Goleman cita una investigación de Diane Tice, que apunta a “volver a encuadrar la situación en un marco más positivo” como uno de los remedios más poderosos para acabar con el enfado. En la opinión de Isabel M. Vega, la rabia tiene como cómplice a la pasión, por eso los rabiosos suelen ser impulsivos, intensos y drásticos. Esta autora considera que la ira es “la más seductora de las emociones negativas”, pues tonifica y proporciona energía. “El problema es que las respuestas gatilladas por la rabia, generalmente resultan tan desproporcionadas en relación con el estímulo, que desencadenan una serie de

consecuencias negativas percibidas como injustas por los demás”.

La tristeza Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias. MIGUEL DE CERVANTES A pesar de su connotación negativa, la tristeza cumple un papel relevante en el mapa de nuestras emociones. Fue lo primero que pensé al ver la película Inside out (Intensa-Mente, en América Latina, o Del revés, en España), una excelente producción sobre el papel de la ira, la alegría, la tristeza, el miedo y la repulsión en nuestras vidas. Al final del filme, la tristeza ayuda a la protagonista a resolver el gran conflicto que padece. Es cierto que se trata de un viaje de dos —alegría y tristeza—, pero la película aporta mucho cuando expone el papel positivo de la tristeza en una situación determinada.

Este enfoque me fascina, porque presenta a las emociones como un sistema. En las peores crisis son capaces de articularse y aportar soluciones, juntas y por separado. Fue maravilloso que una multinacional como Disney Pixar se arriesgara a hacer una película sobre inteligencia emocional. Este filme debería ser exhibido en todas las escuelas, por la brillantez de los personajes que representan a las emociones básicas. Ellos nos hicieron saber que nuestra vida y nuestra mente están regidas por las emociones. Según Goleman, la principal función de la tristeza es ayudarnos a asimilar una pérdida irreparable (como la muerte de un ser querido o un gran desengaño). “La tristeza provoca la disminución de la energía y del entusiasmo por las actividades vitales —especialmente las diversiones y los placeres— y, cuanto más se profundiza y se acerca a la depresión, más se enlentece el metabolismo corporal. Este encierro introspectivo nos brinda así la oportunidad de llorar una pérdida o una esperanza frustrada, sopesar sus consecuencias y planificar, cuando la energía retorna, un nuevo comienzo”. La psicóloga Nuria Javaloyes define la tristeza

como una emoción que nos ayuda a reparar las pérdidas, porque es un sentimiento necesario para vivir y afrontar aquello que nos viene de frente. Según esta definición, su canal de expresión es el llanto, pues en esta situación tendemos a escribir o a realizar actividades que nos ayudan a desahogarnos. Miguel L. Martín Jorge considera por su parte que la tristeza da lugar a conductas de protección y facilita la cohesión social. ¿Existen varios tipos de tristeza? Más bien me inclino a pensar que existen muchos modos de enfocar dicha emoción. Como todo en la vida, si no alcanzamos el equilibro en las situaciones donde la tristeza aparece, podemos salir adelante o autodestruirnos. Anteriormente he comentado el caso de mi abuela Annea, quien nunca superó el dolor por la pérdida de un hijo. Su empeño por vivir fue significativo mientras estuvo a cargo de mi crianza, pero se disipó cuando decidí hacer mi propia vida y mudarme a un apartamento con Eva, mi novia de entonces. Mi abuela se encontraba en una emboscada mental. Mi vida no podía quedar en aquel pueblito cerca de Santiago de Cuba, del que mi familia no

había querido salir. Ella no aceptaba mi partida. Al mudarme a la capital del país, mi abuela entró en una fuerte crisis emocional y se dejó abatir por la tristeza. Una vez, recibí en La Habana una llamada de urgencia porque ella había sido ingresada en una sala de psiquiatría. Cuando pregunté a mi madre qué le pasaba, respondió: “Se muere de tristeza porque no estás aquí”. Viajé tan pronto pude y la visité, pero aquel gesto fue insuficiente para ella. La tristeza marcó casi toda su vida, incluyendo sus últimos días.

El inevitable duelo En la primavera de 2015 viví un momento de gran tristeza al conocer la muerte de mi amigo Ado Sanz Milá. Él trabajaba en Cuba en la radio, la televisión y en otras tantas actividades como locutor y director de programas. La muerte se lo llevó con solo cuarenta y nueve años. Su madre, su hermana, su esposa y sus dos hijos quedaron desolados por la inesperada partida. Fueron días difíciles para todos, incluyendo a los que estábamos a miles de kilómetros de distancia. Mi primera reacción fue de incertidumbre. ¿Quién había muerto? ¿El padre —ya muy mayor y de similar nombre— o el hijo? Al enterarme de todos los

detalles, no pude menos que preguntarme cómo y por qué un hombre tan joven moría tan pronto. Ado y yo trabajamos juntos en innumerables proyectos en la emisora CMKC, de Santiago de Cuba. Teníamos dos estilos profesionales completamente diferentes, y creo que eso hizo que llegáramos a complementarnos muy bien. Nos conocíamos desde la adolescencia y nuestras familias, especialmente nuestras madres, han mantenido una muy estrecha relación. Así que conocer la noticia de su muerte me produjo una extraña sensación, un sentimiento arrasador de tristeza. Pero, frente a lo inevitable, a lo que sucedió y no tiene marcha atrás, solo restan el duelo y la reflexión. Y es ahí donde la tristeza crea condiciones para ambos momentos, porque es evidente que los seres humanos actuamos ante acontecimientos similares marcados por esta emoción. Y uno se pregunta si es feliz, si ha vivido conforme a sus más puras creencias y sentimientos, si ha sabido aprovechar el tiempo, si no se ha quedado corto o si se extralimita en el trabajo… En fin, la tristeza por la pérdida nos pone contra las cuerdas, nos aboca a un repaso instantáneo de toda nuestra vida, en

cuestión de minutos; pero no para arrojar la toalla ni para abatirnos en una disquisición eterna e improductiva. Toda pérdida, para que pueda ser superada, debe ser puesta en un lugar en el tiempo; a partir de allí, se pasa a vivir el duelo, un proceso muy personal, hasta llegar a la celebración del regalo del adiós. Un regalo que nos permitirá celebrar en memoria los aportes de esa persona a nuestras vidas. Si hay dolor es porque hubo pérdida, y en la pérdida, de manera implícita, está el valor que esa persona dejó en nuestra vida. He ahí donde la inteligencia emocional convierte en virtud a la tristeza: duelo, recogimiento, reflexión, nuevas metas… Hay seres humanos que solo reparan en la fugacidad de nuestra existencia al ver morir a alguien cercano. La tristeza les sirve para reaccionar ante su propia vida. Para muchos, siempre es un duelo. Y es verdad

que cuando hay partidas, desprendimientos o separaciones, repito, hay que pasar el duelo, pues forma parte de la cultura y las costumbres del género humano. Pero, ¿qué tan saludable es quedarnos estancados en el duelo? Si se perpetúa, produce una tristeza generalizada que puede derivar en una depresión destructiva. La tristeza puede inmovilizarte, a diferencia de otras emociones más explosivas o de alta vibración.

Cuando el sistema se apaga En nuestro evento “En Cuerpo y Alma 2015”, celebrado en Punta Cana, la psicóloga Estrella Flores-Carretero explicó muy certeramente por qué ocurre esto: la tristeza es una emoción muy distinta a las demás. Sucede cuando el sistema se apaga. El S.A.R.A. (Sistema Activador Reticular Ascendente) es como la primera centralita que codifica y después planifica cuál es el nivel de activación que debe tener nuestro cerebro en cada momento. Este pierde su capacidad para estimular el sistema global. La neurotransmisión deja de existir cuanto mayor es el nivel de tristeza. Es como si se desactivaran las estructuras neurológicas, creando un paro en el sistema.

Hace unos años, aparecieron en la prensa mundial titulares como: “Un británico, incapaz de sentir tristeza tras sufrir una embolia cerebral”, “El hombre condenado a sonreír de por vida” o “Infarto deja a abuelo en estado de perpetua felicidad”. Se referían a Malcolm Myatt, un camionero de sesenta y ocho años que pasó diecinueve semanas en el hospital tras sufrir un ictus y perder la sensación en su lado izquierdo. Según el diario británico The Telegraph, que reportó el caso, el accidente le había afectado el lóbulo frontal de su cerebro, que controla las emociones. Para Myatt, la pérdida de la tristeza de su repertorio emocional fue algo positivo: “Nunca estoy deprimido. Estar triste no ayudaría en nada. Sin duda, prefiero estar feliz todo el tiempo”. No fueron pocos quienes se preguntaron si verdaderamente estábamos ante una ventaja, debido al papel de la tristeza en la regulación de nuestra existencia. Los médicos del caso repararon en que algunos pierden la capacidad de detectar la emoción en la cara de otros, o pueden llegar a ser menos emocionales en sí mismos, menos sensibles a noticias felices o tristes, más apáticos y menos empáticos. Es excelente que el señor Myatt intente

reconvertir su enfermedad cerebral en algo positivo, pero la tristeza no debe ser extirpada de nuestras vidas, sino adecuadamente gestionada.

De mi libreta de apuntes 1. Dedica al menos diez minutos cada día para meditar. Busca en ismaelcala.com todo lo relacionado con principios y técnicas meditativas. 2. Después de conocer cada una de las emociones, reflexiona sobre cómo se manifiestan en la vida cotidiana a tu alrededor. 3. Identifica estos rasgos emocionales en tus familiares, amigos y personas cercanas. Y luego valóralos en ti mismo, con la mayor autocrítica posible. 4. Hazte cinco preguntas. Si las respondes de manera afirmativa, posiblemente vas bien encaminado por la senda de la felicidad: ¿Realmente sabes qué quieres en la vida? ¿Tienes definido tu camino? ¿Luchas por recorrerlo en aras de tus sueños y expectativas? ¿Amas o luchas por amar? ¿Estás dispuesto a cambiar si es necesario para hacer

realidad tus sueños? 5. Para superar la tristeza, planifica distracciones como leer, ir al cine o practicar deportes. Intenta cambiar de actividad. 6. En casos muy complejos, como las enfermedades, los expertos aconsejan compararse con otras personas en peor situación. 7. Colaborar en causas y otros proyectos humanos es una actividad verdaderamente reparadora. Por muy mal que estemos, siempre hay personas que necesitan nuestra ayuda. 8. Identifica tus miedos. Haz una lista y explica cada causa que te venga a la mente. 9. Haz una lista de los ataques de ira que recuerdes. Identifica en qué situación se produjeron y cuáles fueron los resultados finales. 10. ¿Te consideras capaz de cambiar tu vida después de conocer mejor las emociones?

Capítulo II La escuela de las emociones

Educación integral Todo aprendizaje tiene una base emocional. PLATÓN ué gran decisión hubiese sido que en las escuelas, además de aprender matemáticas, idiomas, ciencias y humanidades, todos hubiésemos sido educados emocionalmente! Empezando por Alejandro, el amigo que asesinó a su esposa por causa de unos celos incontrolables. Inteligente, educado y hasta amable son adjetivos que podrían calificar su conducta, pero ninguno aporta elementos reales sobre su coeficiente emocional. Incluso en la cárcel, Alejandro ha continuado estudiando. Su condena es extensa, tiene mucho tiempo para superarse; sin embargo, dudo de que en el sistema penal pueda cursar la “carrera” que él más necesita.

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No faltan quienes piden una formación educativa con tales características, sobre todo en las edades

escolares, pero lo cierto es que la resistencia permanece. El propio Daniel Goleman repite incesantemente que la inteligencia académica “no ofrece prácticamente ninguna preparación para los trastornos u oportunidades que acarrea la vida”; sin embargo, nuestras escuelas se centran en las habilidades académicas e ignoran la inteligencia emocional, pese a saberse que un coeficiente intelectual “no es garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad en la vida”. Goleman afirma que, de todas las especies, el ser humano es el que más tarda en alcanzar la madurez cerebral. Según un estudio del hospital catalán Sant Joan de Déu, “hacer consciente el bienestar y la felicidad es uno de los objetivos de la educación emocional”. La institución avala los efectos positivos de la inteligencia emocional en muchos aspectos de la vida; por ejemplo, dice que contribuye a “una disminución de ansiedad, estrés, indisciplina, comportamientos de riesgo y conflictos”, acompañada de “un aumento de la tolerancia a la frustración, resiliencia y, en último término, del bienestar emocional”. La afirmación inicial de este capítulo encuentra algún eco en las investigaciones del centro médico, a

través de lo que se denomina “prevención inespecífica”. Esto significa, por ejemplo, que un individuo con competencias emocionales está más preparado para no implicarse en el consumo de drogas y en comportamientos de riesgo. Los expertos llegaron a dos conclusiones relevantes al respecto: a Es imprescindible adquirir competencias emocionales por parte de niños y adolescentes, de cara al desarrollo personal y profesional. b En temas de educación emocional, hay que empezar lo antes posible. La pedagoga Ana María Maqueo apunta que la educación emocional constituye el vínculo entre los sentimientos y los impulsos morales, lo que posibilitaría la capacidad de regular aquellas acciones que están a merced de los impulsos. Y créeme que son muchas las acciones que desarrollamos a golpe de impulsos.

Pongámonos en marcha Siempre pienso en el internado donde estudié a los catorce años. Entre aquellas paredes, el bullying era lo habitual. Se trataba, según las autoridades, de un colegio muy especial, con estudiantes seleccionados por su rendimiento intelectual y sus habilidades sociales. Sin embargo, más allá de la capacidad académica, la realidad era otra: guerras entre grupos, bromas deshumanizantes, robos y todo lo negativo que alguien pueda imaginar. No sé si es posible eliminar totalmente el bullying, porque la naturaleza humana es demasiado compleja; pero sí estoy convencido de cuánto podríamos avanzar si al menos descruzáramos los brazos y nos pusiéramos en marcha para educar emocionalmente a las nuevas generaciones. Como explican María Elena López y María Fernanda González, los niños son los seres con menos prevenciones y prejuicios frente a las emociones, por lo que suelen expresarlas con mayor fluidez. Recientemente leí un mensaje en redes sociales que refleja claramente esta opinión. Un padre pregunta a su hijo “si hay muchos extranjeros en su clase”. Entonces el pequeño responde con

toda naturalidad: “No, solo hay niños”. ¿En qué momento de nuestras vidas perdemos esa espontaneidad, ese concepto de igualdad entre los seres humanos, por encima de cualquier otra consideración? “Somos los adultos quienes imponemos controles en la educación, que en muchas ocasiones se tornan contraproducentes, debido a que les enseñamos a negarlas o a no reconocerlas (se refieren a las emociones), disminuyendo su autoconocimiento emocional”, afirman López y González. Y recomiendan enseñar a niños y adolescentes a reconocer sus propias emociones, a manejarlas y darles un adecuado curso a su expresión. En una investigación sobre proyectos emocionales en el aula, el profesor Jonathan Cohen pregunta a los padres: “Cuando su hijo crezca, ¿qué clase de persona quiere usted que sea?”. Y afirma que la educación emocional y social implica el aprendizaje de habilidades, conocimientos y valores que aumentan nuestra capacidad de “leer” en nosotros mismos y en los demás, para resolver problemas con creatividad y flexibilidad. Cuando escucho la pregunta de Cohen, pienso en

mis sobrinos, en los hijos de mis amigos y en todos los infantes que hoy se forman para vivir y servir en la sociedad. Mis cinco sobrinos son adorables y han sido educados en el bien por sus padres y abuelos. Una permanece en Cuba, luchando contra las carencias materiales y emocionales de mi país natal; los otros cuatro viven en Miami, con una vida materialmente más desahogada, pero expuestos a los mismos problemas emocionales que en cualquier otro lugar.

Por un lado, mucha gente en Cuba está demasiado afectada por la cultura de la supervivencia, donde da la impresión de que “todo

vale”. Pero, la cultura de la sobreabundancia material, del derroche y la comodidad, es también preocupante, desde el punto de vista educativo. Creo profundamente en la política del esfuerzo, del premio y del estímulo. No se forman valores desde una supuesta superioridad material, sino desde la igualdad. He visto, por el contrario, a mucha gente sonreír donde menos recursos materiales tiene a su disposición; mientras otros van de caras largas y hombros caídos en países de altos niveles de desarrollo económico. La educación emocional es trascendente en el desarrollo integral de los más pequeños. La respuesta de aquel niño sobre el número de extranjeros en su aula constituye un claro ejemplo de cómo la escuela es una fase decisiva para el progreso cognitivo y emocional de los menores. Para ellos, casi siempre todo es sano y normal, hasta que los adultos decidimos inculcarles nuestras propias dudas, temores, pensamientos tóxicos y divisiones artificiales. Es cierto que siempre podemos remediar algunas actitudes no aprendidas —o mal aprendidas— en ese período, pero muchos pedagogos creen que determinados valores y comportamientos sociales

deben fijarse en edades tempranas. Estoy totalmente de acuerdo, sobre todo si se trata de actitudes positivas, tendientes a la convivencia, al entendimiento y al equilibrio. Por eso confío en que los sistemas educativos consigan dar la vuelta a la tortilla y empiecen, masivamente, a promover el estudio y dominio de las emociones.

¿Sanciones o educación? Tuve la suerte de contar con una maestra ejemplar, desde todo punto de vista. Curiosamente, no pertenecía al ámbito de la educación reglada, sino al de los medios de comunicación. Nilda G. Alemán, que afortunadamente aún vive, supo moldear no solo mis conocimientos técnicos, sino también emociones imprescindibles para el trabajo de un actor o locutor. La recuerdo con mucho cariño, colocando una pequeña cama plegable en su casa, para que yo me quedara los fines de semana y pudiera repasar los personajes a interpretar en el programa radial y participar en actividades culturales. Allí estuve yo por los pasillos de su casa, siempre con un guion en las manos, leyendo y aprendiendo. Naturalmente, la escuela fue muy importante en mi vida, lo que siempre demostré con calificaciones

altas; pero no deja de sorprenderme el tercer factor que delineó mi existencia, además de la familia y el colegio. Y con esta reflexión quiero llegar a un punto: ¿acaso no es posible integrar el estudio de las emociones al sistema educativo? Un tercer factor — como encontrar un guía personal adecuado— siempre resulta demasiado selectivo, y puede ser fruto del azar o de otras causas. En la mayoría de los países los sistemas educativos intentan ser universales. Es cierto que podemos toparnos con un maestro insuficiente, o con una escuela de escasos recursos, pero los estándares de las materias y objetivos educativos son básicamente los mismos en comunidades afines. Muchos pensadores han pedido la generalización del estudio de las emociones en el sistema escolar. Uno de ellos es Alejandro Castro Santander, autor del libro Analfabetismo emocional, a quien felicito por sus interesantes ideas en el campo de la prevención de la violencia. Él considera que “muchas de las violencias cotidianas tienen su origen en la dificultad para comunicar a los demás una idea, un punto de vista, un estado de ánimo”; sin embargo, las autoridades escolares insisten en los reglamentos disciplinarios y en las sanciones para mejorar el clima

en los establecimientos educativos. Vuelvo a mis catorce años, y recuerdo las exigentes “normas” y los castigos previstos en el ordenamiento escolar. La severidad era máxima, las sanciones estaban previstas con lujo de detalles, pero el resultado era desastroso. Aclaro que siempre he sido un ciudadano respetuoso de las leyes y creo en las normas de convivencia entre los seres humanos. Los códigos y reglamentos son muy importantes, pero la prevención social también. Porque aquellas fieras a las que teníamos que enfrentarnos se sabían el castigo de memoria, pero no eran capaces de demostrar compasión o empatía por sus compañeros. Y así sucede en casi todas partes. Castro Santander afirma que el perfil del nuevo ciudadano del siglo XXI debe ser el de una persona con capacidad para adaptarse a grandes cambios, “autónomo pero no individualista, con espíritu cooperativo, defensor de una pluralidad de valores y de opciones morales”. También dice que debe ser de pensamiento abierto, para comprender la complejidad del mundo, así como “entender, aceptar y vivir consigo mismo y con los demás”.

No hay dudas de que si tales características son promovidas desde las escuelas, y todos nos esforzamos en la parte que nos corresponde, los habitantes de este convulso y estresado mundo podremos disfrutar de la convivencia y la paz. Con nosotros mismos y con los demás. A través de experimentos y de una extensa bibliografía, la ciencia ha explicado las características de los alumnos inteligentes. Alejandro Castro Santander las expone así:

• • • •

Buen nivel de autoestima

Aprenden más y mejor

Presentan menos problemas de conducta

Se sienten bien consigo mismos

• • • • •

Son positivos y optimistas

Entienden los sentimientos de los demás

Superan sin dificultad las frustraciones

Superan bien los conflictos

Son más felices, saludables y exitosos

La “competencia social”, referida a los comportamientos y conductas de niños y adolescentes, ha sido estudiada por Noelia López de Dicastillo Rupérez, de la Universidad de Navarra. La experta concluye que los vínculos interpersonales deben contemplarse a la luz de una educación en valores cívicos y morales. Y resume: “La competencia

social facilitaría la participación en la familia, en la escuela y en la sociedad democrática”. También “estimularía la convivencia, el establecimiento de unas relaciones pacíficas, no agresivas y, además, no utilitaristas sino solidarias”. Muchas veces, ni para los padres es fácil lidiar con determinadas actitudes de sus hijos. En Ciudad de México tengo una gran amiga que temía regañar a su pequeño, de solo diez años de edad, debido a su nivel de agresividad. No había paz en aquel hogar, pero tampoco en la escuela ni en el barrio. Aquel niño era incapaz de comunicarse con normalidad con el resto. Sus habilidades sociales, de acuerdo con los criterios que marca la Asociación Americana sobre Discapacidad Intelectual, no le permitían controlar sus impulsos, interactuar correctamente, reconocer los principales sentimientos, colaborar con los demás y forjar amistades en su entorno. Aquella familia sufría mucho, porque nadie es capaz de ser feliz en esas circunstancias. De esto hace ya mucho tiempo. Lo último que supe de ellos fue que consiguieron poner al niño bajo tratamiento especializado. Ojalá él haya podido avanzar en cuestiones tan importantes como la empatía y la asertividad.

Su caso nos muestra una realidad. En cuestiones emocionales, casi siempre actuamos reactivamente; es decir, con vistas a solucionar problemas que ya nos han reventado en las narices. Por ello he concebido este libro, para reparar en nuestras potencialidades. No como remedio a una enfermedad, sino como plan formativo para el bienestar. López de Dicastillo advierte que las actividades en torno a la competencia social no deberían ser solamente para “corregir” problemas de inadaptación por defecto, como la inhibición o la timidez, o por exceso, como la agresividad, sino para “fomentar comportamientos cooperativos, prosociales y altruistas”. Insisto en la relevancia de esta última cuestión, en tanto los enfoques suelen centrarse en los problemas

existentes, y no en prevenir las malas conductas, o en formar actitudes positivas.

Las raíces de la violencia Desde que mis sobrinos llegaron a Estados Unidos, todos en edad escolar, he estado pendiente de su inserción integral. Cuando les pregunto sobre el colegio, casi siempre recibo las mismas respuestas: en inglés avanzamos muchísimo, y en matemáticas, también. Para un niño que ha vivido unos pocos años en otro país, la adaptación resulta más fácil que para un adulto. Pero no hay que descuidar el impacto de elementos nuevos como la lengua, las costumbres y hasta el clima. Y en esas circunstancias, la educación emocional es doblemente necesaria. Estados Unidos es un país de grandes genios, en todos los sectores. En parte, esa fabulosa producción científica e intelectual es consecuencia de un sistema educativo potente, y de un concepto muy enraizado sobre el esfuerzo y la igualdad de oportunidades. Son muchos los factores. Me pregunto si todas estas fortalezas no serían mayores —y socialmente más equilibradas— con la completa integración de la instrucción emocional en el sistema educativo.

También me alarman los niveles de violencia en las escuelas y universidades de Estados Unidos, desde los casos más incruentos hasta los más graves. Muchas veces, el debate se ha centrado entre dos posiciones: “armas no” y “armas sí”, pero el factor humano debería presidir cualquier análisis. Desde luego, es imprescindible un mayor control de armas, para evitar que nuestras calles y centros escolares se conviertan en un escenario de guerra. Pero, ¿por qué un joven es capaz de disparar a mansalva contra sus compañeros de clase o sus profesores? He ahí el auténtico problema a enfrentar. Ante el tema, aparecen soluciones falsas que no van a la raíz de la cuestión. En medio de la escritura de este libro leí que el estado de Texas permitiría armas de fuego en las instalaciones universitarias. El argumento de las autoridades es que los estudiantes podrían defenderse o incluso aniquilar a cualquiera que intentara una matanza, como las que han ocurrido en las últimas décadas. En el lado opuesto, según recogió la BBC, más de ochocientos profesores de la Universidad de Texas firmaron una carta de rechazo a la ley que permitirá el porte de armas en el centro educacional.

Mientras el debate sigue enfocado en las armas y sus consecuencias, la consultora Gallup asegura que la cantidad de norteamericanos que exige mayores controles armamentísticos es del 47%. La cifra podría parecer alta, pero no lo es tanto, si se compara con el 79% conseguido en 1990.

¡Sí, se puede! Ante estos escenarios, mi equipo y yo nos dimos a la tarea de investigar los países o regiones que han decidido insertar los estudios de inteligencia emocional en sus sistemas educativos. No es un dato exhaustivo, sino solo un botón de muestra de los principales esfuerzos por enseñar a gestionar los impulsos, la importancia de la empatía y otras habilidades sociales que resultan determinantes en la formación de la conducta de un ciudadano. En el propio Estados Unidos, la Collaborative for Academic, Social and Emotional Learning (CASEL), con apoyo del Departamento de Educación, lanzó un estudio en las escuelas públicas de Chicago para evaluar el impacto del aprendizaje social y emocional en el aula. Además, CASEL encontró que muchos estados de la Unión han establecido estándares de aprendizaje, desde

preescolar hasta secundaria, que hacen hincapié en la competencia social y emocional. Una norma federal —la Ley de Aprendizaje Emocional— se presentó en 2015 con el apoyo de ambos partidos.

El representante Tim Ryan, citado por CASEL, afirmó al defender la ley: “Las competencias sociales y emocionales no son ‘habilidades blandas’, sino la base de todas las habilidades. Si queremos una

sociedad tolerante y compasiva, tenemos que enseñar las habilidades que crean esa sociedad”. ¡Cuánta razón y sentido común! En el año 2010, la Institución Educativa SEK y la Fundación Redes para la Ciencia presentaron en España un proyecto para la aplicación de un proyecto de gestión emocional, también en alianza con CASEL y la Universidad Camilo José Cela. El rector de ese centro universitario, Rafael Cortés Elvira, dijo entonces que era “increíble que nuestro sistema no esté apostando por la educación en emociones, indispensable en el desarrollo futuro de los jóvenes en un mundo en constante cambio”. ¿Cómo estos colegios españoles abordaron la cuestión? El programa académico se basó en varios ejes:

• •

Crear el escenario (autoconocimiento)

Fomentar la cooperación (buena y mala

escucha, clima escolar positivo)

• •

La comunicación (escucha activa)

Identificar y comunicar sentimientos, enfrentarse a la ira



Fomentar la resiliencia interior (relajación muscular, la atención plena)

• •

Resolución creativa de conflictos

La paz y el conflicto

Según la Institución Educativa SEK, en los colegios que integran el aprendizaje social y emocional en su vida diaria, “los estudiantes se sienten más felices y más motivados para aprender,

los adultos se sienten más satisfechos de su trabajo y los logros académicos de los estudiantes aumentan”.

Aprender a ser felices En Islas Canarias, otra región de España, se creó en 2014 la asignatura Educación Emocional y para la Creatividad, diseñada para primaria (primera enseñanza), al amparo de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa, de ámbito nacional. Según las autoridades, la materia promueve, desde un enfoque educativo, el desarrollo emocional y creativo del alumnado, asumiéndolo desde una perspectiva integradora y transversal. La asignatura, obligatoria y evaluable, tiene como principal finalidad el bienestar personal y social del individuo. “Supone una oportunidad única para el profesorado de educar niños y niñas para que aprendan a ser felices, y tengan mayor éxito en las escuelas”. A raíz de su implementación, el diario español El Mundo recogió algunos testimonios sobre la experiencia: “Los alumnos de siete años del colegio público Tinguaro de Vecindario (Gran Canaria) llevan dos semanas aprendiendo sobre el miedo. Sentados en el suelo del aula formando un círculo, los

veinticinco chicos y chicas de 2 B hablan de monstruos, de arañas y de otras cosas que les hacen temblar”. La clase, según el periódico, intenta que los niños revelen, proyecten o reconozcan sus sentimientos, de que los observen y los modelen como si fueran plastilina o masilla, de que aprendan a ver dentro de sí mismos. La premisa de los profesores, Virginia Santana y David García, se basaba en que es más fácil entender y manejar una emoción si esta se visibiliza. La iniciativa canaria no ha estado exenta de elogios y críticas. Estas últimas, enfocadas en el miedo paralizante que padecen muchos seres humanos. A veces, las personas ni siquiera saben que tienen un problema, porque se niegan a reconocerlo. Como expresara William Blake, “si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre como es, infinito. Pues el hombre se ha cerrado sobre sí mismo hasta ver todas las cosas por las estrechas rendijas de su caverna”. Escojo algunas ideas expresadas por los lectores, en la nota de ese mismo periódico, que demuestran clamorosamente por qué estamos tan mal,

emocionalmente hablando, y cuál debería ser el camino. Prepárate para leer:



“Todo esto es cosa de mujeres, que tienen en sus manos el 80% del sistema educativo y lo conforman a su medida (…) Las cuestiones emocionales debemos aprender a resolverlas solitos…”.



“…Unas horas para que los niños no hagan nada en la escuela”.



“¡Qué

barbaridad!

Hasta

pretender

mecanizar a los niños en el mundo emocional. Las emociones son espontáneas, no hay que enseñarlas”.



“Distintos mecanismos para un mismo fin: domesticar las mentes del ciudadano, adocenarlo, someterlo y forzarle a aceptar

su destrucción”. Afortunadamente, la mayoría se mostraba a favor de la idea:



“Me parece estupendo. Menos agresividad y más felicidad. Menos frustración y más generosidad. Más personalidad y menos gregarismo”.



“Todos tenemos limitaciones, los padres también. En el mundo de las emociones solemos ser unos ignorantes (…) Unas nociones sobre emociones, que son las que nos impulsan en nuestras vidas, no nos sobran a nadie”.



“La inteligencia emocional en estos años de competitividad, paro alarmante y globalización debería ser de obligado cumplimiento desde la enseñanza”.

En América Latina también hay casos reseñables de su aplicación. El informe “Educación Emocional y Social. Análisis Internacional 2015”, de la Fundación Botín, recoge el caso de México, con destaque para la complejidad de su escenario social. Entre las iniciativas mexicanas aparece el proyecto “Amistad para siempre”, cuyo reto consiste en “modificar los paradigmas: dejar de centrarse en intervenciones reactivas y desconectadas para hacer hincapié en la importancia de la prevención y fomentar la resiliencia”. También tenemos el proyecto de “Escuelas Seguras” y la introducción de planes de estudio en la educación primaria y secundaria, con cursos de habilidades emocionales y sociales mediante las asignaturas de Ética y Educación Cívica, “para fomentar compromisos y puntos de vista éticos relacionados con el desarrollo personal y social del alumnado”. En la Península de Yucatán, por ejemplo, se han desarrollado investigaciones sobre la educación emocional y social tradicional de las comunidades mayas. Estas afirman que “los jóvenes mayas presentan la tasa más baja del país en violencia escolar. Sin embargo, tienen una de las más altas de México en suicidios”.

En Argentina, según el informe 2013 de la propia Fundación Botín, sobresalen proyectos tales como el Programa de Educación Emocional en el Washington School, concebido como “un espacio participativo, abierto a la reflexión, la creatividad y la aceptación de la diversidad”. Esta escuela —privada, mixta, bilingüe y laica— ha desarrollado un Programa de Educación Emocional que integra pensamientos de teóricos relevantes, resultados de programas educativos e investigaciones en este campo de diferentes partes del mundo. En la jornada escolar se desarrollan actividades para aprender a gestionar la vida, mejorar la autoconciencia, la confianza en uno mismo, dominar las emociones y los impulsos perturbadores, aumentar la empatía y la colaboración. El objetivo es el desarrollo de competencias emocionales y sociales a través de una metodología participativa, activa, que suscita la reflexión, el diálogo y la comunicación. Otro proyecto argentino lleva el nombre de “Sin afecto no se aprende ni se crece”, en la provincia de Entre Ríos, diseñado para fortalecer los recursos afectivos, cognitivos y lingüísticos. Se basa en tres pilares fundamentales: los niños, los padres y los docentes, en zonas de alta vulnerabilidad

psicosocial. Entre otros, también debe mencionarse el programa “Clima Emocional Positivo en el Aula”, para formar a maestras y otros profesionales en temas de educación emocional y social. Experiencias similares podemos encontrar en Austria. Belinda Heys, experta de la Fundación Botín, dijo al diario ABC que desde 2009 allí se comenzó a impartir el programa Happiness en centros educativos. El proyecto consiste en dotar a los niños de las herramientas para que ganen confianza en sí mismos y aprendan a ser más felices. “Si la felicidad es una actitud de la mente, hay fórmulas y actividades para mejorarla”, asegura Heys. Happiness incluye seis módulos diferentes: bienestar emocional, logros personales, nutrición y salud física, cuerpo, movimiento y ejercicio, cuerpo como modo de expresión y el yo y la responsabilidad social como modo de ayudar a los demás. “Todo se enseña de manera muy práctica y, para ello, primero deben fijarse en un aspecto, después actuar y posteriormente reflexionar. De esta manera aprenden que si no nos fijamos en nuestras emociones, no podremos gestionarlas”, explica Heys. Y terminamos este breve recorrido por Dinamarca.

El informe “Educación Emocional y Social. Análisis Internacional 2015” recoge que durante casi dos siglos el sistema educativo danés ha tenido como meta alcanzar la excelencia, tanto en el sentido académico como en el personal. Dicha “concepción dual” fue introducida en 1816 por la “Escuela para la vida”, de N. F. S. Grundtvig. El ideal histórico de la escuela danesa ha sido siempre que “solo tiene sentido que un hombre aprenda a ser hombre si también recibe formación para desarrollarse en el contexto social existente”. El reporte añade que la “competencia relacional” es una de las tres principales asignaturas impartidas a los estudiantes de magisterio. En Dinamarca, sin embargo, no existen planes de estudios obligatorios

para el desarrollo de las competencias emocionales y sociales. Según las investigaciones citadas, la opinión general que prevalece es que la educación emocional y social debería impregnar las relaciones entre profesores y alumnos en todos los niveles. No obstante, el considerado “mejor sistema educativo de Europa” está ahora mismo en medio de un debate sobre su futuro, en el que se invoca con frecuencia el espíritu transformador de Grundtvig, su padre fundador.

Razonar y aprender Espero que este capítulo te ayude a ilustrar rápidamente cómo operan algunas experiencias en diversas partes del mundo. La educación es una de mis obsesiones, por su importancia en la formación de valores para enfrentar la vida, desde todo punto de vista. Por muchos años padecí un sistema educativo con demasiado énfasis en la propaganda política, que no enseñaba nada en materia de inteligencia emocional. En la escuela primaria, desde cuarto grado, crecí repitiendo la consigna “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”. La coreé

demasiado tiempo, sin saber exactamente quién era el Che, ni tampoco qué significaba ser comunista, de izquierdas, derechas o liberal. Es lógico que un niño de esa edad no lo entienda, por lo que resulta contraproducente una educación tan politizada, un adoctrinamiento como ese. De ahí que los poemas que aún conservo de esos años formativos primarios, sean de temas políticos y no de lo que un niño de cualquier lugar del mundo tendría como fuente creativa en su imaginación. No solo sucede en Cuba, sino en muchos otros países, incluso en algunos democráticos, donde la educación se plantea como una batalla ideológica para sembrar ideas uniformes. En este punto me pregunto nuevamente: ¿qué habría sido de nuestra generación si hubiésemos aprovechado aquel preciado tiempo en aprender sobre las emociones, en vez de repetir lemas sobre polémicas figuras políticas? Y que conste: no creo en soluciones mágicas, pero sí en la sedimentación del esfuerzo, en el grano de arena diario y en el perfeccionamiento de nuestros sistemas de enseñanza. Solo recogeremos lo que seamos capaces de sembrar. Todo ello sin olvidar el papel de la familia, porque a veces entregamos toda la

responsabilidad a la escuela, omitiendo nuestros deberes como tutores de vida. Como explica la profesora Esther García Navarro, si hay un entorno donde es imprescindible que se dé el desarrollo de competencias emocionales, es el de las familias, porque “los fuertes lazos emocionales entre padres e hijos hacen necesario que unos y otros puedan aprender a ser emocionalmente inteligentes, con el objetivo de conseguir vivir todos con mayor bienestar”.

García Navarro recuerda a Sócrates (“conócete a ti mismo”) para indicar que el desarrollo de las competencias emocionales comienza por uno mismo. Es evidente que los padres son “modelos de comportamiento para sus hijos”. La experta propone que los adultos conectemos varias veces al día con nosotros mismos, para detectar qué estamos sintiendo en esos momentos. Sugiere la siguiente guía, que me parece adecuada para todos:

• • •

¿Cómo me siento?

¿Por qué me siento así?

¿Cómo estoy manifestando lo que estoy sintiendo?

• •

¿Esta emoción me ayuda ahora mismo?

¿Qué

estrategia

puedo

aplicar para

mantenerla? O bien: ¿qué puedo hacer para cambiarla y sentirme mejor? El siguiente paso, explica la profesora, es ayudar a nuestros hijos a detectar cómo se sienten, a conectar con ellos mismos desde temprano.

Podemos resumir el capítulo citando una entrevista a Daniel Goleman en la red educativa Tiching.com. El maestro de la inteligencia emocional considera que los mejores cursos sobre el tema son los que se desarrollan “desde muy pequeños y hasta que los estudiantes están listos para ir a la universidad”. Su teoría apunta a “estrategias de involucración de los estudiantes y las familias, aunque también sirven de ayuda a los profesores para que incorporen estas habilidades”. A la pregunta de si los programas de alfabetización social y emocional estaban obteniendo tan buenos resultados, por qué no se incluían en los planes de estudios, Goleman responde: “El mundo académico ha estado siempre centrado en las capacidades intelectuales y de razonamiento y las emociones se consideran una interferencia, algo que

no resulta útil para la comprensión de los contenidos académicos. Pero son igualmente importantes”. “No incidir en las emociones es una percepción anticuada, ya que cuanto mejor entendemos cómo funciona el cerebro, obtenemos más información que corrobora que el estado de nuestras emociones es, en realidad, el que determina la capacidad para razonar y aprender. Por lo tanto, son indispensables para el aprendizaje de los estudiantes”, asegura.

De mi libreta de apuntes 1. Identifica cuáles son las principales emociones que prevalecen en tus hijos, sobrinos, vecinos, alumnos u otros niños y adolescentes de tu entorno. 2. Ponte frente a un espejo, junto a tus hijos, e imita diferentes rostros relacionados con las principales emociones. Ponles cara a todas. Identifícalas y repasa cuáles has sentido ese día y por qué. 3. Utiliza las películas citadas anteriormente para sembrar el mensaje de las emociones en los más pequeños de la casa. Ayúdalos a comprender quiénes son los personajes, cuáles

son sus características y por qué tienen problemas. 4. Pregunta en el colegio de tus hijos sobre los planes de enseñanza en materia de inteligencia emocional. Habla con los maestros. Interésate por las notas de tus hijos en ciencias y humanidades, pero también por cómo gestionan las emociones en clase, cómo reaccionan a los problemas y cuál es su nivel de empatía. 5. Si no es viable el plan escolar, por ausencia de asignaturas o por falta de voluntad institucional para implementarlas, toma el control de la educación emocional de tus hijos y familiares. Empieza por las películas, los dibujos animados y los ejemplos de la cotidianidad; pero también hay abundante bibliografía sobre el tema. La biblioteca siempre será una excelente opción.

Capítulo III Salud emocional

Tristezas que matan, alegrías que sanan No olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin darnos cuenta. VINCENT VAN GOGH uál es la relación entre las emociones y la salud? Esta es una de las grandes preguntas que muchos se hacen cada día. En este capítulo intentaremos explicarlo con la ayuda de destacados expertos.

¿Q

¿Podríamos decir que Alejandro, encarcelado por matar a su esposa Martha, es una especie de

“enfermo emocional”? Los celos pueden llegar a ser una enfermedad, como indican destacados investigadores. El psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin se refiere al “síndrome de Otelo” como un delirio mediante el cual una persona está firmemente convencida de que su pareja le es infiel. ¿Sería este el problema de Alejandro? “La persona está obsesionada con la idea de la infidelidad y muestra una serie de conductas que se manifiestan tratando de buscar pruebas que lo demuestren, por ejemplo, entrando en el ordenador o mirando el teléfono móvil de su pareja. También puede mostrarse violenta o humillar al otro (…) Cuando se llega al extremo del homicidio es que existe otro tipo de personalidad patológica de base, como la paranoia o un delirio celotípico”, dijo el experto argentino a la BBC. Ghedin considera que los celos no son necesariamente patológicos, pero forman parte del capital de emociones de toda persona. “Se consideran síntomas de un trastorno psiquiátrico solo cuando dominan al sujeto e interfieren notoriamente en su vida de relación y en el resto de sus ocupaciones”.

Siempre me pregunto: ¿se habría evitado el trágico desenlace entre Alejandro y Martha si él hubiese sido una persona emocionalmente alfabetizada? La salud mental suele ser la primera víctima del mal manejo de nuestras emociones; pero todo el cuerpo —incluyendo los órganos— es capaz de reaccionar ante las complejidades relacionadas con la alegría, la felicidad, la ira, el miedo, la tristeza y la alegría. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en torno a ciento cincuenta millones de personas padecen esquizofrenia en el mundo. Otras estadísticas del organismo indican que más de noventa millones sufren trastornos derivados del consumo de alcohol o

drogas, y unas ochocientas mil se suicidan cada año. Toda preocupación es poca frente a tal escenario. Para el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COPM), los seres humanos podemos sentir agobio, ansiedad y tristeza ante grandes problemas como los económicos y los divorcios, y ante los “estresores cotidianos”, léase sobrecarga familiar, discusiones y exámenes, entre otros. En estos complejos escenarios, nuestro cuerpo reacciona y se produce la “respuesta de estrés”, que a la larga puede causar alteraciones como herpes, problemas intestinales, cefaleas y resfriados, y malos hábitos como fumar, beber o dejar de hacer ejercicio. No obstante, según el COPM, “no son los acontecimientos estresantes en sí los que nos producen problemas, sino la valoración y el afrontamiento que hacemos de ellos. No todas las personas se toman igual lo que les sucede”. Un estudio médico elaborado por el hospital Sant Joan de Déu, asegura que la emoción es un motor que todos llevamos dentro. “Una energía codificada en ciertos circuitos neuronales localizados en zonas profundas de nuestro cerebro que nos mueve y nos empuja ‘a vivir’, a querer estar vivos en interacción constante con el mundo y con nosotros mismos”.

La chispa de Dios Mientras escribía este libro supe de la muerte del doctor Wayne Dyer, un gurú de la transformación personal, la espiritualidad y autor de libros best sellers imprescindibles. Dyer, como ya mencioné anteriormente, fue un convencido del poder de las emociones. En 2009 anunció que padecía leucemia y, años más tarde, que se había curado. Según dijo, basó su recuperación en “cambiar nuestro concepto de nosotros mismos”. Dice que abandonó cualquier pensamiento limitante, al estilo de “estoy deprimido”, “me siento débil” o “estoy enfermo”. En lo sucesivo, sus mantras fueron: “Estoy bien, soy salud perfecta, soy salud divina, soy sanación, soy feliz”. Dyer decía que había una “chispa de Dios” dentro de cada persona. Más allá del resultado final y de las controversias al respecto, es indiscutible que un adecuado manejo de las emociones puede hacer la diferencia en el transcurso de una enfermedad. No polemizo aquí sobre si el gran Wayne Dyer se curó por su actitud emocional frente a la leucemia. No me corresponde, porque no soy médico, ni dispongo de todos los datos del caso. Simplemente hablo de actitudes ante

la vida, de procedimientos para elevar la autoestima y de que aprovechemos cada minuto de nuestra valiosa existencia.

El cáncer es una enfermedad desgarradora, tanto para los afectados como para sus familiares. Muchas veces, su tratamiento requiere técnicas muy agresivas, que causan dolores severos, daños colaterales y hasta depresión. Por ello, las organizaciones médicas valoran en alto grado el dominio de las emociones, para ayudar a los enfermos a sobreponerse ante los tratamientos. Es un magnífico ejemplo de inteligencia emocional para solucionar problemas por los que cualquier ser humano puede transitar.

El Dr. Eddie Armas, eminente médico y un ser humano admirable, considera que es lógico que los enfermos de cáncer se preocupen por el futuro. “A muchos les preocupa la forma en que se ven y se sienten, y que el cáncer pueda regresar, pero saber qué esperar después del tratamiento, puede ayudar a los sobrevivientes y a sus familias a programar el seguimiento, hacer cambios en su estilo de vida, mantener la esperanza y tomar decisiones”, me explica el doctor. Después del tratamiento, lo más importante es cambiar el estilo de vida y la alimentación. El Dr. Armas recomienda a sus pacientes consumir alimentos adecuados para una buena salud, enfatizando en aquellos que provienen de fuentes vegetales. Pero, además, mantener una vida activa, con ejercicios físicos por lo menos tres veces por semana. Caminar, nadar o montar bicicleta, para mejorar el estado de ánimo y reducir la ansiedad y la depresión tras el tratamiento. Es decir, una mezcla de consejos estrictamente médicos y nutricionales con otros emocionales, referidos al espíritu, al control de los estados de ánimo. Más adelante reseñaré toda mi conversación con Eddie Armas. Rogelia Perea Quesada, en su libro Promoción y

educación para la salud, insiste en que las emociones son fundamentales para el estado de la salud, bienestar y calidad de vida de las personas, incidiendo en la aparición y alteración de la enfermedad y en la recuperación de la misma. Para la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), una emoción es un proceso que se activa cuando el organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio, con el fin de poner en marcha los recursos a su alcance para controlar la situación. Mejor resumido, imposible. La organización recuerda que las emociones o sentimientos son parte de nuestra vida y nos proporcionan energía para resolver un problema o realizar una actividad nueva. “En definitiva, actúan como resortes que nos impulsan a actuar para conseguir nuestros deseos y satisfacer nuestras necesidades”. Es evidente la importancia de las emociones en este campo. En cuanto a la relación entre emoción y salud, Beatriz García, Enrique Jurado y Adelina Ruano afirman que reacciones emocionales desagradables, tales como ansiedad, ira, tristeza o depresión, presentan correlatos fisiológicos: “Son el resultado de complejos mecanismos que, bajo la influencia del sistema nervioso, afectan a las secreciones

glandulares, los órganos, los tejidos, los músculos y la sangre, ocasionando trastornos cardiovasculares, digestivos y los derivados de un mal funcionamiento del sistema inmunológico”. Ellos aseguran que la inteligencia emocional tiene implicaciones en nuestra manera de afrontar muchos de los problemas cotidianos con que nos encontramos.

Cuerpo y mente: una unión para siempre La ira es una emoción destructiva para la salud mental, según destacados especialistas. Por ejemplo, el maestro Deepak Chopra asegura que la ira arruina relaciones, intimida a los compañeros de trabajo y genera sentimientos negativos. Sin embargo, nos dice Chopra, llega el momento en que muchas personas enojadas entienden que deben cambiar de táctica. “Comienzan a ver lo negativo que el enojo es en realidad. Cuando se le compara con su supuesta utilidad, enojarse resulta exagerado, poco práctico y nada saludable. Es exagerado porque tu enojo no hace que los demás cambien, sin importar qué tanto creas que deben hacerlo. Es poco práctico porque la ira de una persona es diminuta en comparación con los males y las injusticias del mundo. No es saludable porque el

malestar que sientes después de un estado de estrés es dañino para cada célula de tu cuerpo”. Una clase magistral. Chopra, además, propone que te hagas una serie de preguntas: ¿estás enojado? ¿Qué tanto depende tu enojo de ti mismo? ¿Te has puesto a analizarlo y lo has visto como la emoción negativa que es? El maestro dice que los psicólogos aconsejan que evalúes el nivel y tomes las medidas pertinentes para lidiar con los problemas que se presenten. “Pero la terapia para el manejo del enojo parece servir de poco; te enseña a estar más consciente de tu enojo, pero no es útil cuando este decide estallar. Se trata de una fuerza demasiado primaria para vencerla con control racional”. Chopra asegura que las tradiciones de sabiduría del mundo “adoptan una táctica distinta” y nos enseñan dos cosas importantes: “Tu enojo únicamente tiene que ver contigo. Nunca lo enfrentarás sino hasta que vayas hacia adentro para analizarte”. Y que una vez que vayas hacia tu interior, verás que el enojo no es parte de tu verdadero yo. “Sé tu verdadero yo y se resolverá el enojo”. Para hallar otras opiniones sobre el tema, hablé

con el Dr. Eddie Armas, en una sesión de trabajo únicamente dedicada a la salud y las emociones. Me fui a su consulta, en la ciudad de Miami, donde atiende a centenares de personas, incluyendo a varias celebridades. Armas ejerce la medicina desde hace muchos años y admite su interés por las llamadas “enfermedades psíquico-somáticas”, es decir, las que presentan una parte psíquica o mental, y otra orgánica. La lista de enfermedades matizadas por las emociones depara otras sorpresas. La irritabilidad, el enojo o la ira afectan directamente al hígado, explica el doctor. “Hay un dicho muy simpático, que decía mi abuelita: que cuando uno estaba disgustado, no debía comer, porque nos afectaba. Y realmente es así, porque el hígado secreta algunas enzimas que ayudan a la digestión. Si estamos muy bravos o muy tristes, deberíamos esperar y comer cuando estemos más relajados o contentos, cuando hayamos solucionado los problemas”. En medio del interesante diálogo, Eddie me presenta a una amiga que accedió a contarnos su caso. Melissa, llamémosle así, fue intervenida hace unos años del bazo. Ella vivía “en modo iracundo”, prácticamente todo el día. Según su testimonio,

estaba permanentemente instalada en la angustia, la ira y la amargura. Más allá de las causas médicas, que las había, el doctor cree que estos son pensamientos negativos que inciden directamente en el cuerpo, y uno de los órganos más afectados es el bazo: “Son cosas que realmente nos atormentan. Tenemos que sacar estos pensamientos negativos, porque actúan directamente sobre las enfermedades”. Y en un punto importante, Melissa reconoce los consejos del Dr. Armas, para ahora y para siempre. “Me advirtió de que ese genio, esa ira gratuita, me podían convertir en una persona deprimida. No fue fácil aprender a sentir, soltar y sonreír. A veces, mantener el rencor dentro nos afecta a nosotros mismos, y no a la persona a la que le tenemos rencor u odio”. Entonces asiento con la cabeza y sonrío, porque

siempre queda demostrada la importancia del perdón, como una forma de exorcismo personal. “Hay que tratar de vivir felices, de perdonar las cosas malas del pasado. No podemos vivir ciegamente con el pasado, porque esto afecta directamente nuestra salud”, remata Eddie. No sé por qué, pero entonces me vino a la mente el peligro que representa salir a la calle, tomar el automóvil o manejar una maquinaria en medio de una crisis de ira o disgusto. Y Eddie apuntala la idea recordando un caso con esas características. “A veces, cuando tenemos un susto, una conmoción, una caída o un accidente automovilístico, se afectan directamente los riñones y el corazón. Debemos tener siempre mucho cuidado con estas emociones, que inciden en nuestro sistema orgánico”. En este sentido, el doctor Chopra recuerda que hace tan solo unas décadas, la medicina convencional consideraba al cuerpo humano como una máquina, cuyas partes quebrarían y enfermarían, inevitablemente, hasta que ya no fuera posible repararla.

“La investigación científica actual está llegando a

una comprensión radicalmente diferente: mientras el cuerpo humano aparentemente está constituido por materia, en realidad es un campo de energía e inteligencia conectado a la mente. Ahora sabemos que lo que era considerado como una experiencia ‘normal’ de envejecimiento —un descenso progresivo hacia la incapacidad física y mental— es en gran parte una respuesta condicionada. La mente influye en cada célula del cuerpo y, por consiguiente, el envejecimiento es fluido y cambiante. Puede acelerarse, retardarse e incluso revertirse a sí mismo”, explica. Deepak cree que al tomar decisiones conscientes en nuestro comportamiento y aquello en lo que enfocamos la atención, podemos transformar las experiencias de nuestro cuerpo para disminuir la edad biológica. Para ello propone caminos prácticos para conectar con nuestra reserva interna de energía ilimitada, creatividad, vitalidad y amor. Eddie Armas aporta su visión al respecto, a partir de que siempre ha compartido esa dualidad con sus pacientes, con muy buenos resultados. “A veces pensamos que la salud es no tener enfermedades. Según la OMS, la salud es un estado de completo bienestar, ya sea físico, mental o social, y no

solamente la ausencia de algunas enfermedades o afecciones orgánicas. Teniendo en cuenta esto, los médicos debemos siempre ver la parte mental unida a la parte orgánica”, explica. ¿Nuestras emociones pueden beneficiar o perjudicar a las enfermedades que estamos atravesando?, inquiero. “Existe una conexión muy fuerte, indestructible y muy directa entre el cuerpo y la mente. Siempre hemos hablado de las enfermedades psicosomáticas, pero muchas veces no hablamos realmente de qué son”. Lo primero, insiste el doctor, es entender y aceptar la unión inseparable entre cuerpo y mente. Las emociones siempre tienen una respuesta en nuestro organismo, y un ejemplo es la tristeza. “A veces, la tristeza, cuando aparece por un disgusto personal, familiar o laboral, nos afecta directamente. A muchos nos da gripe y algunas manifestaciones pulmonares… O sea, se refleja en el sistema respiratorio y en el corazón. A veces, cuando sentimos tristeza, nos tocamos el pecho y decimos: ‘¡Ay, siento como un malestar, una tristeza en mi corazón!’. Y, por supuesto, la tristeza es una de las emociones más fuertes”.

Mientras me enseña su extensa biblioteca, Armas menciona otra emoción potente: el miedo. “Cuando tenemos miedo por un trabajo nuevo o por una enfermedad, y estamos pendientes y temerosos, esto se asocia directamente con los riñones. Incluso, muchas veces un niño, por miedo hacia alguien que lo maltrata, puede sufrir una relajación de esfínteres y se hace pipí… Son cosas que están manifestadas por estas emociones”.

Oda a la alegría Hacemos una pausa para el café, en una terraza con vistas al ajetreo de la ciudad. Un grupo de turistas jóvenes (al parecer mexicanos, a juzgar por sus banderas) se dispone a tomar un autobús. Por más que corren, no llegan a tiempo y terminan lanzándose a la hierba a pura carcajada. ¿Los viste?, pregunto al Dr. Armas. Mira cómo se ríen de sus problemas… ¡Qué maravillosa manera de calmarse! Si no puedes controlar algo, reír y aceptarlo es mejor que dar un puñetazo en la pared. Pienso que sucede igual en los temas de salud. “Es la alegría, Ismael. Siempre digo a mis pacientes que es algo que jamás debe faltar para enfrentar la vida. Podemos padecer problemas de

salud, personales o económicos, pero definitivamente debemos sonreír, tratar de buscar una solución a estos problemas, porque realmente la alegría nos beneficia. Es como un bálsamo para nuestro corazón, para nuestros sentimientos; mejora muchas enfermedades. Cuando tenemos alguna enfermedad, pero somos alegres, sabemos que nos vamos a curar, que vamos a hacer cambios en nuestra vida. Logramos realmente mejorar nuestro estado de salud con esa sonrisa, con esa alegría que nos nace desde adentro”. Dejamos la vista, el café y retornamos a la biblioteca. Le pido a Melissa que siga un poco más con nosotros, porque me apasionan las conversaciones directas con los protagonistas. Sería bueno

mencionar otros ejemplos, para que las personas entiendan mejor lo que estamos hablando, solicito al anfitrión. “Cuando nos sentimos nerviosos o ansiosos, debido a situaciones personales, sociales, laborales o sentimentales, automáticamente se afectan algunos órganos. Por ejemplo, el estómago. A veces, estamos tristes y padecemos malas digestiones. Podemos tener diarreas, constipación, estreñimiento, malestar abdominal, dolor de cabeza, náuseas y vómitos… Todo esto, definitivamente, debíamos evitarlo”. Con esta explicación me viene a la mente un artículo de la profesora Esther García Navarro sobre los beneficios de las emociones positivas en situaciones de enfermedad. Algunos son:

• •

Disminución del dolor

Reducción de la presión sanguínea



Disminución de los niveles de adrenalina asociados a la ansiedad

• •

Promoción de la calma

Potenciación de las funciones del sistema inmunitario

El Dr. Armas está básicamente de acuerdo. Aprovecho para preguntarle un poco más sobre el estrés, un fenómeno que nos afecta a todos, y su relación con la salud emocional: “Estamos constantemente exigiendo muchas responsabilidades, porque tenemos fecha para cumplirlas. El estrés es nuestro enemigo más poderoso en los tiempos actuales: puede ser causa de gastritis y úlceras gástricas, diarreas, constipación, náuseas, disminución o aumento del apetito”. Cuando habla de comida, caigo en cuenta de la

hora. Conversar con gente inteligente y talentosa, no tiene precio; parece que el tiempo no transcurre, aunque el estómago avisa. Prefiero controlarme y esperar. De paso, aprovecho para preguntar al doctor sobre la ansiedad y los alimentos, en un contexto emocional. “Muchas personas aumentan de peso por la ansiedad de comer, están tan estresadas que les da por comer chocolates, galletas o alimentos que tienen un contenido calórico exagerado. Esto nos lleva a malas digestiones, aumento de peso, dolores de cabeza, subidas de presión, taquicardia, palpitaciones; incluso, en casos severos, el estrés podría producir hasta un infarto de miocardio”. ¿Cómo enfocarlo entonces? Armas considera que se ha demostrado que la felicidad, la risa y el relajamiento aumentan nuestra salud y energía, controlan la hipertensión y la diabetes, mejoran nuestras relaciones personales, familiares, sentimentales y laborales. “Definitivamente, la alegría, la risa, mejoran la calidad de nuestras vidas, y por eso tenemos que luchar siempre para solucionar nuestros problemas, para no ahogarnos, como se dice, en un vaso de agua”. No hay una receta única para conseguir tales equilibrios. Estoy de acuerdo con el doctor en que

nunca debemos compararnos con otras personas, porque somos únicos e irrepetibles. “Tal vez a mí me gusta ir al cine para relajarme, y a ti a la playa. O sea, somos totalmente diferentes, debemos reconocer nuestros defectos y problemas y tratar de mejorarlos, porque todos somos capaces de mejorar”. Melissa, que no se ha perdido ni un minuto la disertación, interviene nuevamente para recordar la operación de su bazo, en una época sin alegrías y dominada por la ira y la tristeza. Ella no solo perdió ese órgano del cuerpo, sino también al amor de toda su vida, porque parte del problema provenía de unos celos enfermizos. “Con el tiempo fue que pude visualizar todo lo que había perdido. Es increíble que nos encerremos así, en las cuatro paredes de la mente, en medio de pensamientos tóxicos y emociones negativas. Porque al final terminamos enfermándonos, como en mi caso. Y si no lo paramos a tiempo, también contaminamos toda nuestra vida, a nuestros seres más queridos; nos convertimos en la mofeta de la sociedad”, explica Melissa. Armas le responde: “A veces tenemos celos y nos hacemos una película de que está pasando algo,

y realmente todo es producto de la imaginación. Debemos erradicar los celos, las envidias, los miedos. Es algo que debemos siempre tener presente para una vida mucho más placentera”.

La carga emocional En los procesos somáticos u orgánicos, el doctor pide considerar las cuestiones psíquicas, sociales, familiares y culturales. En su opinión, todos tenemos diferentes descendencias y pensamientos, y por ello debemos actuar como un ente individual, en función de costumbres, religiones y otros factores. ¿Y qué sucede cuando bajan nuestras defensas? ¿También entran en juego las emociones?, pregunto. “El estado de ánimo también puede causar muchos trastornos inmunológicos. Por ejemplo, cuando estamos tristes o deprimidos, podemos presentar con mucha más frecuencia la gripe o el catarro común. La tristeza y la depresión nos bajan las defensas. A veces no nos sentimos bien, estamos cansados, no sabemos lo que pasa y vamos al médico. Nos hacemos exámenes minuciosos, con resultados negativos. En resumen, en ese momento, lo que nos afecta está solo en nuestra mente”, aclara.

Deepak Chopra acude a la meditación —una herramienta simple y poderosa— que “nos lleva a un estado de relajación profunda que disuelve la fatiga y el estrés acumulado que aceleran el proceso de envejecimiento”. Puedo dar fe de ello, porque he participado, hasta el momento, en tres retos de meditación online y gratuitos de 21 días junto al maestro. Y cientos de miles de personas se han unido a nosotros para convertir en hábito la meditación.

“Durante la meditación, la respiración se vuelve más lenta, la presión arterial y ritmo cardíaco disminuyen, al igual que los niveles de la hormona del estrés. Por su misma naturaleza, la meditación

calma la mente y cuando la mente está en un estado de conciencia relajada, el cuerpo se relaja también”, añade Chopra. De acuerdo con las investigaciones que cita, los meditadores habituales tienen menor tendencia a la hipertensión, enfermedades del corazón, ansiedad y a otras afecciones relacionadas con el estrés, que aceleran el proceso de envejecimiento. Además, añade, nuevos estudios han encontrado que la meditación “restaura” literalmente el cerebro. En sus casi treinta años de carrera, el doctor Armas ha constatado entre sus pacientes la estrecha vinculación entre emociones y salud. Un ejemplo es el de Asunción, una señora muy cercana a él, que padecía fiebre reumática pero caminaba sin problemas. Ella recibió una emoción muy fuerte —la noticia de que su hijo estaba preso—, y entonces se quedó totalmente discapacitada. Fue llevada rápidamente a los mejores neurólogos, se le hicieron todos los estudios radiológicos posibles, con alta tecnología, pero todos los exámenes resultaron negativos. Después fue remitida a psicólogos y psiquiatras, quienes detectaron que su parálisis de seis meses se

produjo, lamentablemente, por su situación mental. “Se deprimió tanto, sufrió tanto el efecto de su hijo preso, que se quedó sin caminar. Incluso, usaba una silla para impedidos físicos, porque realmente no podía andar. Después de muchos estudios y terapia psicológica, y gracias a Dios, la señora volvió a caminar”. Propongo otra pausa, y aprovecho para leer al Dr. Armas fragmentos de otro artículo de Deepak Chopra. El maestro de la meditación y también médico afirma que el aislamiento y la soledad crean las condiciones para un rápido envejecimiento. “Los ataques del corazón y la tasa de mortalidad se incrementan en aquellos hombres que han enviudado recientemente o que han sido despedidos de su empleo sin previo aviso. La carga emocional de los vínculos sociales es inmensa; sin embargo, en algunos países, incluyendo Estados Unidos, nos hemos dirigido en la dirección opuesta por décadas”, indica. Para Deepak, la solución es permanecer “conectado y abierto a nuevas relaciones a lo largo de la vida. Resistirse al impulso de permanecer en semi-aislamiento, porque asumes que la sociedad

espera eso de ti. La pérdida de amigos o pareja es una parte inevitable del envejecimiento, y mucha gente no puede encontrar un reemplazo o carece de la motivación para ello. Por ‘reemplazo’ no quiero decir una nueva pareja y familia (aunque es una posibilidad), sino vínculos emocionales que signifiquen algo para ti y le den significado a tu existencia”. Chopra nos recuerda que “ninguna cantidad de lectura o de televisión sustituye el contacto humano que abriga el amor y el cuidado”.

El doctor Armas me expone otro ejemplo que también lo motivó en su carrera. Entre los tratamientos que ofrece su clínica está la medicina antienvejecimiento, para mantener el peso ideal y controlar los niveles de vitaminas y antioxidantes. Una vez, tuvo una paciente muy bella, una mujer joven de veintitantos años. “En el primer año de matrimonio, ella se protegió, usaba anticonceptivos porque era muy joven. Después, comenzó a aumentar

de peso. Vino a mi oficina y me dijo: ‘Mire, doctor, estoy muy preocupada. Tengo cuarenta libras de más en mi cuerpo, me siento fea. Creo que mi esposo me está engañando, estoy muy triste, creo que me voy a separar’. Aunque no es mi especialidad, los llamé a los dos para reunirme y después los mandamos a terapia de familia”. Le puso un tratamiento para bajar de peso. Hacía cuatro años que no se cuidaba, había ido incluso a médicos para hacerse estudios, y resultaba que los dos eran fértiles. “Una vez me dijo: ‘No, yo no estoy deprimida, no tengo problemas. Lo único es que me siento mal porque estoy gorda, me veo fea’. A los seis meses, tras el tratamiento, la señora había perdido treinta libras. Le hicimos un cambio en el estilo de vida, con dietas y ejercicios. Afortunadamente, salió embarazada”. El doctor Armas considera que su obesidad exógena no era demasiado grande, pero en su mente, ella misma se había inhibido, y no lograba tener hijos. “Estoy convencido de que no había salido embarazada porque mentalmente no estaba preparada para ello”, me dijo. Armas cree —y concuerdo con él— que la mente tiene un poder impresionante sobre nuestras vidas y

enfermedades. Por eso insiste en mantener un equilibrio, un estado de bienestar físico, mental y social, y no pensar que solo hay salud en ausencia de enfermedades. En este momento, no puedo evitar pensar en mi querida abuela Annea, que prácticamente se despidió del mundo sin tener una enfermedad seria, solo porque no quería vivir lejos de su nieto más cercano.

De mi libreta de apuntes 1. Cuidar el cuerpo, como soporte material de nuestra existencia, es fundamental para la salud; pero también lo es comprender e identificar las emociones. Acércate a ambos mundos a la vez, para vivir saludablemente. 2. Aprender a identificar la magnitud de las cosas. Unas son muy importantes y trascendentes para nuestro proyecto de vida; otras, menos. Emocionalmente, te conviene saber cuáles son tus prioridades para llevar una vida saludable. A veces es importante dejar pasar temas menores, que no nos aportan nada. 3. Activa las

emociones

positivas

para

enfrentar los problemas y circunstancias de la vida. 4. Practica la meditación para equilibrar tu mente, alimentar tu espíritu, enviar energía sanadora a tu cuerpo y mantener a raya los pensamientos limitantes. Tu salud integral lo agradecerá. 5. Expresa correctamente tus emociones, no te guardes los sentimientos y aprende a perdonar. Mantén sana tu mente. 6. Relaciónate con personas que sean importantes y positivas para ti y organiza actividades y labores compartidas. 7. Agradece las bendiciones recibidas y comparte otras con los demás. Recuerda que el verdadero éxito es el que celebramos con otros, no en solitario.

Capítulo IV Rompiendo ataduras, mirando al futuro

Practicando la alfabetización La diferencia esencial entre emoción y razón es que la emoción lleva a la acción, mientras que la razón lleva a conclusiones. DONALD CALNE espués de constatar las enseñanzas que nos han dejado clásicos de la filosofía, expertos en psicología y psiquiatría, pedagogos, médicos, inspiradores y otros estudiosos sobre las emociones, me gustaría compartir algunos ejercicios, dinámicas y tests diseñados por prestigiosas instituciones y personalidades. Mi recomendación es que los pongas en práctica para identificar tu situación emocional y buscar soluciones inmediatas.

D

4,1 Conócete y mejora aquello que no quieres en tu vida Fuente: Estrella Flores-Carretero, doctora en Psicología. www.estrellaflorescarretero.com Solo puedes conseguir aquello que puedes llegar a imaginar en tu mente. Pero antes, debes saber algo de ti. Debes imaginar lo que quieres, los cambios que pretendes y que tu cerebro pueda ponerse en marcha. Si lo ves y no lo puedes imaginar, para ti no existe. Te sugiero un ejercicio que te ayudará a conocerte un poco más, a saber cómo eres y a trabajar tus emociones. Podrás sacar una conclusión para ti mismo/a. Tómate tu tiempo.

Analizando tus emociones básicas: Puntúa de 1 A 10 en función de la fuerza que crees que tiene en ti la cotidianidad. Para valorarla, busca en tu cabeza situaciones reales vividas. Así se

ajustará más a la realidad: 1. Rabia 2. Miedo 3. Adversión 4. Culpa 5. Tristeza 6. Alegría 7. Curiosidad 8. Seguridad Ordénalas en función de tu valoración: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

7. 8. Toma una de esas emociones y busca en tu imaginación un recuerdo vivido donde se dio. Escríbelo. Después imagina y vuelve a escribir la situación opuesta, pero desde un punto de vista positivo. Ahora cuestiónate: 1. ¿Lo haces de forma intencionada aunque parezca mecánica? 2. ¿Te has planteado hacerlo de otra manera? 3. ¿Podrías cambiarlo? ¿Cómo? 4. ¿La fuente de esa emoción es tuya o de las demás personas? 5. ¿Qué alternativas tienes al cambio? 6. ¿Qué dos objetivos te vas a marcar para conseguirlo? 7. ¿Cómo imaginas que lo podrías hacer?

8. ¿Sabrás cambiar el “debo” por “quiero”? Conclusión personal:

4.2 Dos ejercicios para gestionar las emociones en niños y adolescentes Fuente: Asociación Española contra el cáncer. (www.aecc.es) 1. Desarrollar actividades alternativas: hay muchas cosas que podemos hacer cuando nos encontramos ante una emoción intensa. Lo importante es determinar cuáles de ellas son las adecuadas para cada niño y para cada situación. Algunas formas de controlarse:

• •

Alejarte del lugar

No volver hasta estar tranquilo

• • • • • • •

Respirar profundamente

Pensar en otra cosa

Contar hasta diez

Pasear

Hablar con un compañero

Escuchar música

Leer

• • • • •

Jugar

Hablar con tus amigos

Imaginarte que estás en otro lugar

Ver la televisión

Recordar la letra de una canción

2. Técnica del semáforo: el objetivo es que el niño aprenda a asociar los colores con las emociones y la conducta. El semáforo de las emociones: Rojo: pararse. Cuando sentimos mucha rabia nos ponemos muy nerviosos, queremos gritar y patalear...

¡Alto! Es el momento de detenernos. Es como si fueras el conductor de un automóvil que se encuentra con el semáforo con luz roja. Amarillo: pensar. Ahora es el momento de pararse a pensar. Tenemos que averiguar cuál es el problema y lo que estamos sintiendo. Cuando el semáforo está en naranja, los conductores piensan, buscan soluciones y se preparan para salir. Verde: solucionarlo. Vía libre para los vehículos. Ahora, es el momento de circular de nuevo. Es la hora de elegir la mejor solución y ponerla en marcha.

4.3 Exterior e interior Fuente: Claes Solborg Pedersen, ejercicios propuestos en el “Informe Fundación Botín 2015: Educación Emocional y Social. Análisis Internacional”. www.fundacionbotin.org/educacioncontenidos/educacion-emocional-y-social-analisisinternacional.html)

Cuerpo: presta atención sistemáticamente a todas las partes de tu cuerpo. Respiración: limítate a observar cómo respiras. Presta atención al proceso de inspiración-pausa-espiración. Fíjate en cómo el estómago cambia de tamaño al inspirar y espirar.

Corazón: ponte la mano en el corazón. Piensa en alguien a quien tú quieras mucho, como tu mejor amigo, tus padres, tu hermano o hermana. Deja que el sentimiento de amor se vaya extendiendo por todo tu cuerpo. Después, levántate y empieza a caminar lenta y tranquilamente alrededor del aula. Siente tu cuerpo y tu respiración al cruzarte en silencio y uno a uno con tus compañeros. Mírales a los ojos y asiente brevemente con la cabeza. Cuando hayas saludado a todos de este modo, siéntate y espera a que los demás hayan terminado. Conciencia: los niños tienden a quedarse fascinados cuando se les dice: “intenta observar qué está sucediendo en tu interior. Después, piensa en algo, siéntelo y sigue este pensamiento hasta que desaparezca. Y justo entonces, cuando haya desaparecido y todavía no te haya venido un nuevo pensamiento a la mente, observarás que se crea un pequeño espacio, tan diminuto, que casi no podrás percibirlo. Si te relajas, notarás que la pausa se prolonga, se alarga”. (Las personas adultas solemos pensar que no

puede existir ningún espacio entre un pensamiento y el siguiente, pero los niños carecen de tales prejuicios y simplemente buscarán ese espacio). Se precisa valor para sentir las pausas, pues nuestra cultura nos enseña que son sinónimo de holgazanería; que deberíamos trabajar más, estudiar más, hacer más, terminar más rápido. Creatividad: haz algo que normalmente se considere creativo, como dibujar, cantar o bailar. Dile a tus hijos o a ti mismo: “¿Te has fijado en que en estos momentos estamos haciendo algo que nunca habíamos hecho antes?”.

4.4 Ejercicio práctico de comprensión emocional Fuente: Davide Antognazza. “Informe Fundación Botín 2015: Educación Emocional y Social. Análisis Internacional”. www.fundacionbotin.org/educacion-contenidos/ educacion-emocional-y-social-analisisinternacional.html)

Dirigido a comprender las emociones, identificar sus causas y cómo pueden afectar nuestros pensamientos. Se propone a los niños la realización de un sencillo ejercicio: rellenar el siguiente cuadro en función de las emociones básicas, según el criterio de Paul Ekman. Se incluyen las posibles respuestas, a modo de ejemplo:

Emoción

Reacción física

¿Qué me ha hecho sentir esto?

Tristeza

Lentitud

Pérdida

Felicidad Energía

Pérdida

Ganancia

Cierta

Ira

de control injusticia

Miedo

Vacilación Peligro

4.5 ¿Quién soy? Fuente: Entidad capacitadora Gerza. www.gerza.com

Eres mucho más que un nombre, un sexo, un oficio, una profesión, una etiqueta. Hazte esta pregunta y escucha, observa lo que sientes. ¿Quién eres? El cuestionario se contesta de forma individual. ¿Quién soy?

• •

Soy

Me identifico con

Si pudiera pedir un deseo, sería:



Me siento feliz cuando:



Me siento triste cuando:



Me enojo cuando:



Me siento muy importante cuando:



Una pregunta que tengo sobre la vida es:



La fantasía que más me gustaría tener es:



Un pensamiento que aún sigo teniendo es:



Cuando me enojo, me siento:



Cuando estoy triste, me siento:



Cuando tengo miedo, me siento:



Me da miedo cuando:



Algo que quiero, pero que me da miedo pedir es:



Me siento valiente cuando:



Me sentí valiente cuando:



Amo a:



Me veo a mí mismo(a) como:



Algo que hago bien es:



Estoy preocupado(a) por:



Más que nada me gustaría:



Si fuera anciano(a):



Si fuera niño(a):



Lo mejor de ser yo es:

Ahora podrás escribir un breve párrafo sobre ¿quién soy?

4.6 ¿Qué tan feliz es tu familia? Fuente: Tamara Lechner, The Chopra Center. (www.choprameditacion.com)

Si tu rutina implica que tu familia corra de la escuela a las clases de baile, de ahí al fútbol y por último a dormir, sin tiempo suficiente para conectar, sentirse en equilibrio o divertirse, es momento de cambiar. El primer paso para aumentar la felicidad es ver más allá de los patrones acostumbrados y así darte cuenta de que puede haber mejores maneras de hacer las cosas. En ocasiones, el solo hecho de terminar todas las actividades del día nos hace sentir exitosos. Sin embargo, el éxito no debería medirse a partir de las tareas realizadas. Lo que debería impulsarte es qué tan feliz te sientes cuando has cumplido con esas tareas. El test está diseñado para que puedas ver con

claridad dónde buscar el equilibrio que tú y tu familia necesitan, de manera que puedan hacerle espacio a mayor alegría en sus vidas. Contesta “falso” o “verdadero” a los enunciados de cada sección para descubrir las áreas de tu vida a las que les haría bien un cambio. a) Alegría Si contestaste más veces “verdadero” que “falso” en la sección uno, estás en el camino correcto hacia una familia equilibrada. Para seguir avanzando, puedes promover las conversaciones abiertas entre los miembros de la familia sobre las cosas que los afectan a todos. Pregúntales qué les gustaría que incluyera el menú, adónde desearían ir de vacaciones y cómo les gustaría pasar el tiempo libre. Si obtuviste 50/50 en esta sección, vas por buen camino, pero hay margen para mejorar. Tómate un rato para organizar los horarios de todos y dale prioridad a poder pasar más tiempo juntos. Si la mayoría de tus respuestas fueron “falso”, elige una prioridad y trabaja en ella. Si no pasan suficiente tiempo juntos, puedes planear noches de

juegos en familia entre semana o caminatas familiares durante los fines de semana. Si requieres trabajar en la organización, saca un calendario y anota las actividades semanales para que todos sepan qué esperar. b) Salud



Mis hijos hacen ejercicio/practican algún deporte diario

• • •

Mi pareja hace ejercicio todos los días

Yo me ejercito con regularidad

Cocinamos en casa con más frecuencia de lo que comemos fuera

• •

No compramos alimentos precocinados

Seguimos una dieta intencionalmente nutritiva



Los refrescos de dieta no son parte de nuestra lista de compras

Si la mayoría de tus respuestas son “verdadero”, tú y tu familia están cumpliendo el objetivo de la salud física. Verifica siempre que ningún miembro de la familia esté bajo demasiada presión. Mantener la felicidad requiere equilibrio. Si obtuviste 50/50 en esta sección, quizá debas convertirte en espía de la salud. Muchas mamás dan prioridad a la salud de sus hijos y se olvidan de la propia. Otras utilizan las pantallas como niñera o recurren a la comida rápida como una manera de lidiar con la sobrecarga de actividades.

Si contestaste más “falso” en esta sección, a tu familia le vendría bien cambiar de hábitos de salud. Ejercitarse con regularidad y seguir costumbres y rutinas alimenticias saludables es importante para el bienestar general, lo que tiene un impacto directo sobre el ánimo y la resistencia emocional. Repasa los resultados del test y utiliza tus respuestas como una guía para los pasos que tomarás. Si necesitas mejorar todas las áreas, comienza hoy mismo dando prioridad a la felicidad.

EPÍLOGO ti, querido lector/a, van mis primeros agradecimientos por haber llegado hasta aquí. Debo advertir que este no es el final, sino posiblemente el principio de un proceso de aprendizaje que dura toda la vida.

A

Admito que escribí este libro, porque en los últimos veinticinco años he evolucionado hasta alcanzar una transformación personal y profesional acelerada y exponencial. Y cuando analicé mis hábitos, creencias y estudios profesionales, reparé en que sentí demasiados miedos y creencias limitantes en mis primeros años, porque la mayoría no hemos contado con un sistema de educación que incluya en su currículum la inteligencia emocional. Y que además nos enseñara a actuar, teniendo en cuenta diferentes formas de pensamiento para vivir realmente a pleno, y no frustrados o en modo reactivo.

Literalmente, escribí estas páginas porque siento que durante muchos años fui un analfabeto emocional. Ninguna institución, gobierno u ONG realmente me ayudó a despertar en los temas de conciencia emocional. Entonces, muchas veces me pregunté: ¿por qué estoy deprimido?, ¿por qué estoy triste?, ¿por qué reacciono con tanta violencia a la violencia?, ¿por qué mis emociones y reacciones están a merced de lo que los demás me lancen? Me tocó construir una historia de salvación personal, debido a la herencia familiar que ya he mencionado anteriormente. Queriendo salvar mi mente, realmente salvé mi destino. Edifiqué la vida que nunca pensé tener, porque no sabía que los seres humanos somos capaces, a través del pensamiento y la gerencia emocional, de ir transformando las circunstancias, por muy negativas

que parezcan. Tenemos la capacidad de colocar un pensamiento reflexivo o global, como aprendí de John C. Maxwell. Luego tuve el placer de poner en práctica mis conocimientos en el curso “11 secretos para transformar patrones de pensamiento”, que desarrollé junto al maestro a través de CalaMaxwell.com. Antes mi visión era de luz corta. Al escribir este libro sentí prácticamente lo mismo que con El poder de escuchar. Fue un proceso de catarsis para compartir con otros, para afirmar: “no te quejes más”. E, incluso, decir: “si estás invirtiendo dinero en tu educación, analiza dónde lo estas poniendo, porque quizá no necesites otro postgrado técnico más de tu especialización. A lo mejor, invertir en las habilidades blandas relacionadas con la comunicación y la gerencia emocional, te va a abrir muchísimas más puertas y caminos”. Este proyecto nació de una necesidad propia, porque quería poner en orden una serie de conceptos, fuentes bibliográficas y opiniones de líderes muy importantes en mi crecimiento personal. He querido trasladar esta valiosa información a todas las personas que en los últimos años han empezado

a conocerme a través de mis publicaciones, pero también a las que antes me han seguido por televisión. Escribí este libro para continuar aprendiendo, pero también para añadir valor a mis lectores. Finalizarlo me ha resultado vital para escalar a otro nivel, me ha invitado a pensar en los próximos objetivos que deseo conquistar. También lo escribí porque es parte de mi filosofía: he creado el método CALA de vida, que significa: C, de constante; A, de aprendizaje; L, de liderazgo; y, A acción. El método CALA de vida representa un “constante aprendizaje para el liderazgo en acción”. Espero que cada palabra de estas páginas te haya ayudado en el largo camino para dejar atrás el analfabetismo emocional, para salir del rebaño y tomar tus propias decisiones. También deseo que haya sido útil a quienes aún consideran que sus destinos ya están escritos y que no pueden hacer nada más por rediseñar sus vidas. En estas páginas, con gran respeto y seriedad, he insistido en los llamados “parásitos de la fe”, que son personas muy co-dependientes de Dios. Algunos van a la iglesia a pedir a Dios que haga

milagros, sin entender que Dios nos concedió elementos trascendentales, como la fuerza de voluntad, el libre albedrío y la intuición, para que sean nuestras brújulas y cada cual desarrolle su crecimiento interior. Descubrir nuestras emociones es una ciencia que también tiene mucho de magia. Entre más uno cultiva la inteligencia emocional, más desarrolla su propia confianza y transparencia, sobre la base de una intuición innata. Y muchas personas han cometido el error de erradicar su propia intuición, pues no la han cultivado. Se han negado a escuchar su voz interior, entre tanto ruido mental y creencias adquiridas y escuchadas de otros, y entre condicionamientos sociales que han roto su verdadera identidad y libertad. Entonces, dedicarme a este libro ha sido una especie de canto a la libertad personal. A la verdadera libertad del ser humano, que es su capacidad de elegir su actitud frente a todo lo que le va a suceder en la vida, frente a cuestiones que no podemos adivinar. De niño y adolescente siempre tuve tendencia a la depresión, a ver contínuamente lo peor en cada

escenario. Por eso creo firmemente en la transformación personal. No nací genéticamente predestinado a la alegría y al optimismo, pero mi meta, para no ser un analfabeto emocional, consistió en buscar en la ciencia y en expertos de la psicología positiva, que es la rama que no estudia a los enfermos, sino a la gente sana. Con la investigación exhaustiva para este proyecto, hemos querido unir dos puntos que algunas personas creen que están separados: la ciencia con el desarrollo humano, la espiritualidad de la creación y la elevación de conciencia. Hemos combinado lo que en inglés se denomina mindfulness, un término al que la gente no teme porque no menciona la “meditación”. Hay personas que aún incluyen la meditación en una categoría religiosa, cuando no lo es, y confunden espiritualidad con religión. Es difícil encontrar una traducción literal de mindfulness en español, pero sí puede entenderse como elevación de conciencia. Investigando para este libro nos hemos dado cuenta de que los científicos, gurús y expertos en educación y pedagogía ya hablan de mindfulness. Ahora entienden que nuestros sistemas de educación primaria deben introducirlo para enseñar a

los niños a pensar, a identificar y gestionar sus emociones. Y no solo a enfrentar problemas con una única solución, sino a desarrollar un pensamiento creativo y reflexivo, y a encontrar otras vías. Aún nos falta saber muchísimo sobre estos temas. Por ello seguiremos investigando y pronto pondremos a tu disposición un nuevo libro, El líder emocional. Para su escritura me basaré en la experiencia propia como facilitador, comunicador, entrevistador, conferencista; en todos mis intercambios con personas que hacen la diferencia con su liderazgo. Todo líder emocional debe ser parte de una generación de conciencia. No solo de un cambio con propósitos políticos o económicos, sino de una generación que contribuya a

transformar el destino de la humanidad. Solo una visión así evitará que colapsemos como sociedad y que nos aniquilemos los unos a los otros. Espero haber aportado aunque sea un granito de arena en tu realidad como ser emocional. Esta historia apenas comienza a escribirse. Ya eres parte de la misma y tienes derecho a protagonizarla, desde el autoconocimiento, la superación personal y la transformación.

Agradecimientos Quiero enviar un mensaje de infinita gratitud, allá donde estén, a mis maestros y profesores; a mi familia, por inculcarme desde pequeño los mejores valores humanos, a pesar de los graves problemas que enfrentábamos. A los amigos y compañeros que me han acompañado en los buenos y los malos momentos de la vida. A V&R Editoras, por entender que el tema de la inteligencia emocional merece la pena abordarse, ahora y siempre. A CNN en Español y a todo el equipo de Cala Enterprises Corporation. Para la investigación y redacción de este libro conté, como siempre, con el talento y el compromiso de muchos de nuestros profesionales en la Dirección de Contenidos Creativos de Cala Enterprises. Sin ellos no pudiera ni siquiera llegar a acometer la tarea de emprender y multiplicar, potenciar, mejorar mis ideas. Gracias Michel D. Suárez, Elsa Tadea y Bruno Torres Sr., por haber dedicado energía, tiempo y,

sobre todo, compromiso con la excelencia de aglutinar lo más útil, relevante y trascendente sobre inteligencia emocional, dentro de un inagotable manantial de fuentes de donde beber. También agradezco especialmente a las siguientes instituciones y personalidades que han estudiado, investigado y puesto en práctica sus experiencias en materia de inteligencia emocional. El conocimiento colectivo es uno de los mayores bienes de la humanidad. ¡Gracias por compartirlo y contribuir a un mundo mejor! Daniel Goleman Fundación Botín Eduard Punset Proyecto Universo de Emociones Asociación Española contra el Cáncer Eddie Armas M.D. Deepak Chopra M.D. y The Chopra Center Gerza Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid Red Educativa Tiching.com

Universidad Aalto Hospital Sant Joan de Déu Estrella Flores-Carretero Collaborative for Academic, Social and Emotional Learning (CASEL) TED Pilar Sordo Alejandro Castro Santander

Edición: Cristina Alemany Colaboración editorial: Carolina Genovese Coordinación de diseño: Marianela Acuña Diseño: Daniela Coduto Armado de ebook: Tomas Caramella Ilustraciones: Celeste Aires © 2016 Ismael Cala © 2016 V&R Editoras • www.vreditoras.com Todos los derechos reservados. Prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos, las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma, sin previa autorización escrita de las editoras. Argentina: San Martín 969 piso 10 (C1004AAS)

Buenos Aires Tel./Fax: (54-11) 5352-9444 y rotativas e-mail: [email protected] México: Dakota 274, Colonia Nápoles CP 03810 - Del. Benito Juárez, México D. F. Tel./Fax: (5255) 5220-6620/6621 e-mail: [email protected] ISBN: 978-987-747-100-7 Marzo de 2016 Cala, Ismael El analfabeto emocional / Ismael Cala ; ilustrado por Celeste Aires. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : V&R, 2016. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-747-100-7 1. Autoayuda. 2. Superación Personal. I. Aires, Celeste, ilus. II. Título. CDD 158.1

Tu opinión es importante Escríbenos un e-mail a [email protected] con el título de este libro en el “Asunto”. Conócenos mejor en: www.vreditoras.com

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