EL AMOR ES CONTAGIOSO. El Evangelio de La Justicia - Papa Francisco

March 16, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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PAPA FRANCISCO

El amor es contagioso El evangelio de la justicia Editado por ANNA MARIA FOLI

2 MENSAJERO

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447

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Título original: L’amore è contagioso. Il vangelo della giustizia © Libreria Editrice Vaticana, 2014 Città del Vaticano © Edizioni Piemme S.p.A., 2014 Milano www.edizpiemme.it Este libro ha sido negociado a través de Ute Körner Literary Agent, Barcelona. www.uklitag.com Traducción: M. M. Leonetti © Ediciones Mensajero, 2016 Grupo de Comunicación Loyola C. Padre Lojendio, 2 48008 Bilbao – España Tfno.: +34 944 470 358 / Fax: +34 944 472 630 [email protected] / www.gcloyola.com Diseño de cubierta: Vicente Aznar Mengual,

SJ

Edición Digital ISBN: 978-84-271-3939-8

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He aquí un itinerario rico en sugerencias sobre la justicia que permitirán al lector orientar sus deseos, opciones y acción cotidiana en el mundo. Hay un hilo conductor que atraviesa todo el magisterio de Francisco: el tema de la justicia, que, para el Papa, es el otro nombre de la misericordia, del amor. Para el pontífice argentino, todas nuestras acciones tienen consecuencias y hasta el más pequeño fragmento de inmoralidad que haya anidado en las estructuras de la sociedad contiene siempre un potencial de destrucción y de muerte. Pero hay también otra «justicia» a la que Francisco no se cansa de referirse: si vivimos según la ley del «ojo por ojo y diente por diente», nunca saldremos de la espiral del odio. Solo la ley de Jesús –que perdonó a sus asesinos desde lo alto de la cruz– puede salvarnos, anunciando un juicio sobre nuestra vida terrena en el horizonte misterioso del Amor incondicionado: la Misericordia.

JORGE MARIO BERGOGLIO nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. Desde el 13 de marzo de 2013 es obispo de Roma y sucesor número doscientos sesenta y seis del primero de los apóstoles. Tras haber sido creado cardenal en 2001 por el papa Juan Pablo II, fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, cargo que desempeñó de 2005 a 2011. Como cardenal, no dejó nunca de estar cercano al pueblo, frecuentando a pie las villas miseria de Buenos Aires, subiendo el autobús como un ciudadano normal y acogiendo a todos –desde el primer ministro hasta el obrero en paro– en la austera sede de la diócesis. Su pontificado, que ha provocado una sacudida en la Iglesia católica, está poniendo las bases para una reforma dentro y fuera de ella.

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Índice Portada Créditos Primera parte: LA JUSTICIA DEL HOMBRE 1. Solidaridad La cultura de la solidaridad El valor de la solidaridad Solidaridad y compartir La solidaridad crea justicia Nadie está exceptuado de la solidaridad La fraternidad 2. Dignidad La cultura de la vida La dignidad humana es la base de la sociedad La dignidad del trabajo Trabajo y desempleo Dignidad y justicia 3. Acogida Acoger y servir Los conventos, lugares de acogida La cultura del descarte y de la acogida La Iglesia que acoge Acoger al emigrante La acogida cristiana 4. Igualdad Todos somos hijos de Dios La Tierra es de todos Derechos de los nascituri Sacralidad del individuo Los roles en la Iglesia 5. Compartir Al servicio del prójimo La riqueza del compartir Los dones del Señor Compartir con los hermanos La santa Misa La piedad 6. Encuentro La cultura del encuentro 6

Contra la intolerancia El encuentro con Dios El encuentro con Jesús Los medios de comunicación El diálogo 7. Unidad Cristianos y judíos Unidad de la Iglesia La armonía en la Iglesia Unidos en la fe Unidad y diversidad 8. Política Política y bien común La tarea de los políticos El apoyo de la Iglesia La política es un deber Rehabilitar la política El desafío de la diplomacia Centralidad del hombre 9. Cristianos El compromiso del cristiano La cultura cristiana La unión de los cristianos Lo concreto del amor cristiano El celo del cristiano La justicia de los cristianos Segunda parte: LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO 10. Pobreza La cultura del derroche El escándalo del hambre La enseñanza de la pobreza Para eliminar la injusticia El grito de la pobreza La vía de la pobreza Combatir la pobreza 11. Indiferencia La globalización de la indiferencia La habituación al sufrimiento Contra la guerra La tentación de la indiferencia Examen de conciencia La indiferencia de los cristianos 7

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El llanto de los niños La justicia es una responsabilidad humana Marginación Niños y ancianos Combatir la exclusión La mentalidad del «descarte» La privación de amor Antisemitismo Gitanos Corrupción Pecadores y corruptos El pan sucio de la corrupción La doble vida de los corruptos Los cristianos corruptos El lenguaje de la corrupción Las fisuras de la corrupción Dinero O Dios, o el dinero La dictadura de la economía El rico sin nombre La superación del interés individual La cultura del bienestar Riqueza y futuro Violencia La injusticia provoca violencia La violencia en África El diálogo contra la violencia El renacimiento de Caín Guerra y economía La falsa paz del mundo El espíritu de la guerra La violencia de las palabras El drama de la guerra Migraciones Pobreza y migraciones Las migraciones forzosas La Iglesia y los refugiados Un mundo mejor La trata de seres humanos La tragedia de Lampedusa Migraciones en masa Persecuciones 8

El rechazo de la doble vida El ecumenismo del sufrimiento Libertad religiosa Los cristianos perseguidos Llamamiento Diálogo y tolerancia Tercera parte: LA JUSTICIA DE DIOS 18. Amor La certeza del amor de Dios Caridad para con el prójimo El dinamismo del amor La gratuidad del amor La ley del amor El signo del amor de Dios 19. Paz No hay paz sin justicia Por la paz en Siria De la justicia nace la paz La paz de Cristo Instrumentos de paz Paz, armas, migraciones El diálogo crea la paz Mirar a la cruz ¡Shalom, paz, salam! 20. Perdón Dios no se cansa nunca de perdonarnos El don del perdón El Señor olvida La confesión y el perdón La vergüenza de pedir perdón 21. Misericordia La misericordia es vida La misericordia en la Biblia La caricia de la Iglesia La misericordia de la Iglesia La misericordia por la tutela de los derechos Dios no pide nada 22. Esperanza La esperanza en el Reino de Dios El don de la esperanza Esperanza y pobreza Los jóvenes y el futuro 9

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La esperanza del cambio Sembrar la esperanza Alegría La alegría del encuentro La alegría plena de Jesús Compartir la alegría La alegría del cristiano La alegría en la familia Gozo y alegría Fe Fe y justicia La revolución de la fe Fe y caridad Lo concreto de la fe La fe de María Dar testimonio de la fe Fe para compartir Jesús Hacer como Jesús El rechazo de los prejuicios Siguiendo los pasos de Jesús La cruz La invitación de Jesús Jesús con nosotros Jesús y el dolor Jesús y el servicio La senda mostrada por Jesús Biblia La viuda que ruega al juez Las Escrituras indican el camino El buen samaritano El ejemplo de Zaqueo Tomás y las llagas de Jesús La fuerza de la Palabra de Dios Las Bienaventuranzas El cumplimiento de la Ley Iglesia El compromiso de la Iglesia en favor de la justicia La Iglesia contra la pobreza La tarea de la Iglesia No a una Iglesia cerrada La Iglesia portadora de esperanza 10

El papel de la Iglesia Los consagrados Una Iglesia que sorprende

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La negatividad es contagiosa, pero también la positividad es contagiosa; la desesperación es contagiosa, pero también la alegría es contagiosa: no sigáis a las personas negativas, sino seguid irradiando a vuestro alrededor luz y esperanza. Y sabed que la esperanza no decepciona, no decepciona nunca. Llamada telefónica del papa Francisco, 7 de junio de 2014

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P RIMERA

PARTE:

LA JUSTICIA DEL HOMBRE Trabajemos juntos por la justicia y por la paz. Discurso del Papa Francisco en la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, 26 de mayo de 2014

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1. Solidaridad Que todos trabajemos por esa palabra que hoy día no gusta: solidaridad. Discurso, 27 de julio de 2013

La cultura de la solidaridad Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra –esta palabra solidaridad– a menudo olvidada u omitida, porque es incómoda. Casi da la impresión de una palabra rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es esta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia.

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Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que solo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. Discurso en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013

El valor de la solidaridad Es un fenómeno, el del desempleo –de la falta y de la pérdida del trabajo–, que está cundiendo como mancha de aceite en amplias zonas de Occidente y está extendiendo de modo preocupante los confines de la pobreza. Y no existe peor pobreza material, me urge subrayarlo, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. Ahora, este «algo que no funciona» no se refiere solo al sur del mundo, sino a todo el planeta. He aquí entonces la exigencia de «repensar la solidaridad» ya no como simple asistencia con respecto a los más pobres, sino como replanteamiento global de todo el sistema, como búsqueda de caminos para reformarlo y corregirlo de modo coherente con los derechos fundamentales del hombre, de todos los hombres. A esta palabra «solidaridad», no bien vista por el mundo económico –como si fuera una mala palabra–, es necesario volver a dar su merecida ciudadanía social. La solidaridad no es una actitud más, no es una limosna social, sino que es un valor social. Y nos pide su ciudadanía. La crisis actual no es solo económica y financiera, sino que hunde las raíces en una crisis ética y antropológica. Seguir los ídolos del poder, del beneficio, del dinero, por encima del valor de la persona humana, se ha convertido en norma fundamental de funcionamiento y criterio decisivo de organización. Se ha olvidado y se olvida aún hoy que por encima de los asuntos de la lógica y de los parámetros de mercado está el ser humano, y hay algo que se debe al hombre en cuanto hombre, en virtud de su dignidad profunda: ofrecerle la posibilidad de vivir dignamente y participar activamente en el bien común. Debemos volver a la centralidad del hombre, a una visión más ética de la actividad y de las relaciones humanas, sin el temor de perder algo. Discurso, 16

25 de mayo de 2013

Solidaridad y compartir ¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros...», «dar», compartir. ¿Qué comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son precisamente esos panes y esos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud. Y son justamente los discípulos, perplejos ante la incapacidad de sus medios y la pobreza de lo que pueden poner a disposición, quienes acomodan a la gente y distribuyen –confiando en la palabra de Jesús– los panes y los peces que sacian a la multitud. Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra clave de la que no debemos tener miedo es «solidaridad», o sea, saber poner a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo compartiendo, solo en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto. Solidaridad: ¡una palabra malmirada por el espíritu mundano! Esta tarde, de nuevo, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su Cuerpo, él se hace don. Y también nosotros experimentamos la «solidaridad de Dios» con el hombre, una solidaridad que jamás se agota, una solidaridad que no acaba de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte. Jesús también esta tarde se da a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más, se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida también en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos ralentizan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla. Homilía, 30 de mayo de 2013

La solidaridad crea justicia 17

La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada solo a algunos: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas». En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces. Evangelii gaudium, 188-189

Nadie está exceptuado de la solidaridad Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Esta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la 18

justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos». Temo que también estas palabras solo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta. Evangelii gaudium, 201

La fraternidad La fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera. La fraternidad genera paz social, porque crea un equilibrio entre libertad y justicia, entre responsabilidad personal y solidaridad, entre el bien de los individuos y el bien común. Y una comunidad política debe favorecer todo esto con transparencia y responsabilidad. Los ciudadanos deben sentirse representados por los poderes públicos sin menoscabo de su libertad. En cambio, a menudo, entre ciudadano e instituciones, se infiltran intereses de parte que deforman su relación, propiciando la creación de un clima perenne de conflicto. Un auténtico espíritu de fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, hoy tan capilarmente difundidas, como en la formación de las organizaciones criminales, desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala global, que, minando profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de la persona. Estas organizaciones ofenden gravemente a Dios, perjudican a los hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones religiosas. Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 19

1 de enero de 2014

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2. Dignidad En el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. Evangelii gaudium, 192

La cultura de la vida Las cosas tienen un precio y se pueden vender, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio. Muchas veces nos hallamos en situaciones donde vemos que lo que cuesta menos es la vida. Por esto la atención a la vida humana en su totalidad se ha convertido en los últimos años en una auténtica prioridad del Magisterio de la Iglesia, particularmente a la más indefensa, o sea, al discapacitado, al enfermo, al que va a nacer, al niño, al anciano, que es la vida más indefensa. En el ser humano frágil cada uno de nosotros está invitado a reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana experimentó la indiferencia y la soledad a la que a menudo condenamos a los más pobres, tanto en los países en vías de desarrollo como en las sociedades del bienestar. Cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo, tiene el rostro del Señor, que antes aún de nacer, y después recién nacido, experimentó el rechazo del mundo. Y cada anciano –y he hablado del niño: vamos a los ancianos, ¡otro punto!–… Y cada anciano, aunque esté enfermo o al final de sus días, lleva en sí el rostro de Cristo. Sed testigos y difusores de esta «cultura de la vida». Vuestro ser católicos comporta una mayor responsabilidad: ante todo hacia vosotros mismos, por el compromiso de coherencia con la vocación cristiana; y después hacia la cultura contemporánea, para contribuir a reconocer en la vida humana la dimensión trascendente, la impronta de la obra creadora de Dios, desde el primer instante de su

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concepción. Es este un compromiso de nueva evangelización que requiere a menudo ir a contracorriente, pagando en persona. El Señor cuenta también con vosotros para difundir el «evangelio de la vida». No existe una vida humana más sagrada que otra, como no existe una vida humana cualitativamente más significativa que otra. Discurso, 20 de septiembre de 2013

La dignidad humana es la base de la sociedad La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen solo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significado. La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo. Evangelii gaudium, 203

La dignidad del trabajo El trabajo es algo más que ganarse el pan: ¡El trabajo nos da la dignidad! Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona: el hombre y la mujer que trabajan son dignos. En cambio, los que no trabajan no tienen esta dignidad. Pero tantos

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son aquellos que quieren trabajar y no pueden. Esto es un peso para nuestra conciencia, porque cuando la sociedad está organizada de tal modo, que no todos tienen la posibilidad de trabajar, de estar unidos por la dignidad del trabajo, esa sociedad no va bien: ¡no es justa! Va contra el mismo Dios, que ha querido que nuestra dignidad comience desde aquí. También Jesús trabajó mucho en la tierra, en el taller de san José, pero trabajó también incluso en la Cruz. Hizo lo que el Padre le había mandado hacer. Hoy pienso en tantas personas que trabajan y llevan esta dignidad... ¡Demos gracias al Señor! Y seamos conscientes de que la dignidad no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo, aunque la sociedad no permite a todos trabajar. Algunos sistemas sociales, políticos y económicos, en diversas partes del mundo, han basado su organización en la explotación; es decir, han optado por no pagar lo justo y por tratar de lograr el máximo beneficio a toda costa, aprovechándose del trabajo de los demás, sin preocuparse lo más mínimo, por otra parte, de su dignidad. ¡Esto va contra Dios! ¿A qué punto hemos llegado? Al punto de que no somos conscientes de esta dignidad de la persona; esta dignidad del trabajo. Pero hoy la figura de San José, de Jesús, de Dios que trabajan –es este nuestro modelo– nos enseñan el camino para ir hacia la dignidad. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 1 de mayo de 2013

Trabajo y desempleo El trabajo es una realidad esencial para la sociedad, para las familias y para los individuos. El trabajo, en efecto, concierne directamente a la persona, su vida, su libertad y su felicidad. El valor principal del trabajo es el bien de la persona humana, porque la realiza como tal, con sus actitudes y capacidades intelectivas, creativas y manuales. De aquí deriva que el trabajo no tiene solamente una finalidad económica y de ganancia, sino

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sobre todo una finalidad que implica al hombre y su dignidad. La dignidad del hombre está vinculada al trabajo. Si falta el trabajo se lastima esta dignidad. Quien está desocupado o subempleado corre el peligro, en efecto, de ser colocado a los márgenes de la sociedad, de convertirse en una víctima de la exclusión social. Muchas veces sucede que las personas sin trabajo –pienso sobre todo en los numerosos jóvenes actualmente desempleados– caen en el desaliento crónico o, peor, en la apatía. ¿Qué podemos decir ante el gravísimo problema de la desocupación que afecta a diversos países europeos? Es la consecuencia de un sistema económico que ya no es capaz de crear trabajo, porque ha puesto en el centro a un ídolo, ¡que se llama dinero! Por lo tanto, los diversos entes políticos, sociales y económicos están llamados a favorecer un planteamiento distinto, basado en la justicia y en la solidaridad. El trabajo es un bien de todos, que debe estar al alcance de todos. La fase de grave dificultad y desocupación se debe afrontar con los instrumentos de la creatividad y la solidaridad. La creatividad de empresarios y artesanos valientes, que miran al futuro con confianza y esperanza. Y la solidaridad entre todos los componentes de la sociedad, que renuncian a algo, adoptan un estilo de vida más sobrio, para ayudar a quienes se encuentran en una condición de necesidad. Discurso, 20 de marzo de 2014

Dignidad y justicia Un sufrimiento –la falta de trabajo– que te lleva –perdonadme si soy un poco fuerte, pero digo la verdad– a sentirte sin dignidad. Donde no hay trabajo, falta la dignidad. Y esto no es un problema solo de Cerdeña –pero es fuerte aquí–, no es un problema solo de Italia o de algunos países de Europa, es la consecuencia de una elección mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia; un sistema económico que tiene en el centro un ídolo, que se llama dinero.

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Dios ha querido que en el centro del mundo no haya un ídolo, sino que esté el hombre, el hombre y la mujer, que saquen adelante, con su propio trabajo, el mundo. Pero piensa, en un mundo donde los jóvenes –dos generaciones de jóvenes– no tienen trabajo. No tiene futuro este mundo. ¿Por qué? Porque ellos no tienen dignidad. Es difícil tener dignidad sin trabajar. Este es vuestro sufrimiento aquí. Esta es la oración que vosotros de ahí gritabais: «Trabajo», «trabajo», «trabajo». Es una oración necesaria. Trabajo quiere decir dignidad, trabajo quiere decir llevar el pan a casa, trabajo quiere decir amar. Para defender este sistema económico idolátrico se instaura la «cultura del descarte»: se descarta a los abuelos y se descarta a los jóvenes. Y nosotros debemos decir «no» a esta «cultura del descarte». Debemos decir: «¡Queremos un sistema justo! un sistema que nos haga salir a todos adelante». Debemos decir: «Nosotros no queremos este sistema económico globalizado, que nos daña tanto». En el centro debe estar el hombre y la mujer, como Dios quiere, y no el dinero. Discurso, 22 de septiembre de 2013

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3. Acogida El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad son elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana. Homilía en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada mundial de la Juventud, 27 de julio de 2013

Acoger y servir Servir. ¿Qué significa? Servir significa acoger a la persona que llega, con atención; significa inclinarse hacia quien tiene necesidad y tenderle la mano, sin cálculos, sin temor, con ternura y comprensión, como Jesús se inclinó a lavar los pies a los apóstoles. Servir significa trabajar al lado de los más necesitados, establecer con ellos ante todo relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo desarrollado. Intentan no decirla. Solidaridad es casi una mala palabra para ellos. Pero es nuestra palabra. Servir significa reconocer y acoger las peticiones de justicia, de esperanza, y buscar juntos los caminos, los itinerarios concretos de liberación. Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y su sencillez desenmascaran nuestros egoísmos, nuestras falsas seguridades, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, a recibir en nuestra vida su amor, su misericordia de Padre que, con discreción y paciente confianza, se ocupa de nosotros, de todos nosotros. ¿Sirvo solo a mí mismo o sé servir a los demás como Cristo ha venido para servir hasta donar su vida? ¿Miro a los ojos de quienes piden justicia o vuelvo la vista a otro lado para no mirar a los ojos? Discurso, 28

10 de septiembre de 2013

Los conventos, lugares de acogida El Señor llama a vivir con más valentía y generosidad la acogida en las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos. Queridísimos religiosos y religiosas, los conventos vacíos no sirven a la Iglesia para transformarlos en hoteles y ganar dinero. Los conventos vacíos no son vuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados. El Señor llama a vivir con más valor y generosidad la acogida en las comunidades, en las casas, en los conventos vacíos. Cierto, no es algo sencillo: se necesita criterio, responsabilidad, pero se requiere también valor. Hacemos mucho; tal vez estamos llamados a hacer más, acogiendo y compartiendo con decisión lo que la Providencia nos ha dado para servir. Superar la tentación de la mundanidad espiritual para ser cercanos a las personas sencillas y sobre todo a los últimos. Necesitamos comunidades solidarias que vivan el amor de modo concreto. Cada día, aquí y en otros centros, muchas personas, en prevalencia jóvenes, se ponen en fila por una comida caliente. Estas personas nos recuerdan sufrimientos y dramas de la humanidad. Pero esta fila nos dice también que hacer algo, ahora, todos, es posible. Basta con llamar a la puerta e intentar decir: «Yo estoy aquí. ¿Cómo puedo echar una mano?». Discurso, 10 de septiembre de 2013

La cultura del descarte y de la acogida La sociedad, lamentablemente, está contaminada por la cultura del «descarte», que se opone a la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles. En esta Casa, en cambio, veo en acción la cultura de la acogida. Cierto, incluso aquí no será todo perfecto, pero se colabora juntos por la vida digna de personas con graves dificultades. Gracias por este signo de amor que nos ofrecéis: este es el signo de la verdadera civilización, humana y 29

cristiana. Poner en el centro de la atención social y política a las personas más desfavorecidas. A veces, en cambio, las familias se encuentran solas al hacerse cargo de ellas. ¿Qué hacer? Desde este lugar donde se ve el amor concreto, digo a todos: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas ante todo por un profundo amor cristiano, amor a Cristo Crucificado, a la carne de Cristo, obras en las que se unan la profesionalidad, el trabajo cualificado y justamente retribuido, con el voluntariado, un tesoro precioso. Servir con amor y con ternura a las personas que tienen necesidad de tanta ayuda nos hace crecer en humanidad, porque ellas son auténticos recursos de humanidad. San Francisco era un joven rico, tenía ideales de gloria, pero Jesús, en la persona de aquel leproso, le habló en silencio, y le cambió, le hizo comprender lo que verdaderamente vale en la vida: no las riquezas, la fuerza de las armas, la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón. Discurso, 4 de octubre de 2013

La Iglesia que acoge En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola evangélica. Puedes ser como el hijo que ha dejado la casa, que ha tocado el fondo de la lejanía de Dios. Cuando tienes la fuerza de decir: quiero volver a casa, hallarás la puerta abierta, Dios te sale al encuentro porque te espera siempre, Dios te espera siempre, Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es el Señor, así es la ternura de nuestro Padre celestial. El Señor nos quiere parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, quienes se sienten desalentados y perdidos. La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente en la Confesión y en la Eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la 30

caridad, en el amor de Dios hacia todos. Preguntémonos entonces: ¿nos dejamos santificar? ¿Somos una Iglesia que llama y acoge con los brazos abiertos a los pecadores, que da valentía, esperanza, o somos una Iglesia cerrada en sí misma? ¿Somos una Iglesia en la que se vive el amor de Dios, en la que se presta atención al otro, en la que se reza los unos por los otros? Cada cristiano está llamado a la santidad; y la santidad no consiste ante todo en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar actuar a Dios. Es el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción lo que nos permite vivir en la caridad, hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo. Audiencia general, 2 de octubre de 2013

Acoger al emigrante No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo solo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no solo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera. 31

Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 5 de agosto de 2013

La acogida cristiana Los cristianos que piden nunca deben encontrarse las puertas cerradas. Las iglesias no son oficinas en las que hay que presentar documentos y papeles cuando lo que se pide es entrar en la gracia de Dios. No debemos establecer el octavo sacramento, de la aduana pastoral. Tenemos la tentación de apoderarnos, de apropiarnos del Señor. Miremos, por ejemplo, el caso de una madre soltera que va a la iglesia, a una parroquia, pide bautizar al niño y se le dice por parte de un cristiano o de una cristiana: «No, no se puede, tú no estás casada». Mirad a esta chica que tuvo el coraje de llevar su embarazo y no abortar, ¿qué encuentra? Una puerta cerrada. Y lo mismo le sucede a muchos. Este no es un buen celo pastoral. Esto aleja del Señor, no abre las puertas. Y así, cuando nos encontramos en este camino, en esta actitud, no hacemos bien a la gente, al pueblo de Dios, pero Jesús instituyó siete sacramentos y nosotros con esta actitud estamos estableciendo el octavo, el sacramento de aduanas pastorales. Jesús se indigna cuando ve estas cosas. Porque ¿quién sufre por ello? Su pueblo fiel, el pueblo que él tanto ama. Jesús quiere que todos se acerquen a él. Pensemos en el pueblo santo de Dios, la gente sencilla, que quieren acercarse a Jesús. Y pensemos en todos los cristianos de buena voluntad que se equivocan y en lugar de abrir una puerta la cierran. Y pidamos al Señor que todos los que se acercan a la Iglesia encuentren las puertas abiertas para conocer el amor de Jesús. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 32

25 de mayo de 2013

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4. Igualdad Todos somos iguales ante el Padre, ¡todos! Discurso, 22 de septiembre de 2013

Todos somos hijos de Dios San Pablo explica que la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino que son ellos –los apóstoles– los que pertenecen a la comunidad; a la vez que toda la comunidad ¡pertenece a Cristo! De esta pertenencia deriva que en las comunidades cristianas –diócesis, parroquias, asociaciones, movimientos– las diferencias no pueden contradecir el hecho de que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo, somos hijos de Dios. Los que han recibido un ministerio de guía, de predicación, de administrar los sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes especiales, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándola a recorrer con alegría el camino de la santidad. Pero, ¡cuánta necesidad de oración tiene un obispo, un cardenal, un papa, para que pueda ayudar a seguir adelante al pueblo de Dios! Digo «ayudar», es decir, servir al pueblo de Dios. Porque la vocación del obispo, del cardenal y del papa es, justamente, esta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Recen por nosotros para que todos seamos buenos servidores, buenos «servidores» no buenos «patrones». Todos juntos, obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro con coraje profético de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Ángelus, 23 de febrero de 2014

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La Tierra es de todos Lamentablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás». Para hablar adecuadamente de nuestros derechos necesitamos ampliar más la mirada y abrir los oídos al clamor de otros pueblos o de otras regiones del propio país. Necesitamos crecer en una solidaridad que «debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino», así como «cada hombre está llamado a desarrollarse». En cada lugar y circunstancia, los cristianos, alentados por sus Pastores, están llamados a escuchar el clamor de los pobres. Evangelii gaudium, 190-191

Derechos de los nascituri Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que

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siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre». Evangelii gaudium, 213

Sacralidad del individuo Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres! Evangelii gaudium, 274

Los roles en la Iglesia Si leemos el capítulo doce de la primera carta de san Pablo a los Corintios, vemos que en la Iglesia no hay ni grande ni pequeño: cada uno tiene su función, uno ayuda al otro, la mano no puede existir sin la cabeza, etc. Todos somos miembros, y también vuestros medios de comunicación, sean más grandes o más pequeños, son miembros, y armonizados por su vocación de servicio a la Iglesia. Nadie debe sentirse pequeño, demasiado pequeño respecto a otro demasiado grande. Todos somos pequeños ante Dios, con humildad cristiana, pero todos tenemos una función. ¡Todos! Como en la

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Iglesia… Yo haría esta pregunta: ¿Quién es más importante en la Iglesia? ¿El papa o la anciana que todos los días reza el rosario por la Iglesia? Que lo diga Dios, yo no puedo decirlo. Pero la importancia de esta armonía es de cada uno de nosotros, porque la Iglesia es la armonía de la diversidad. El cuerpo de Cristo es esta armonía de la diversidad, y quien realiza la armonía es el Espíritu Santo: Él es el más importante de todos. Es importante: buscar la unidad, y no usar la lógica de que el pez grande se traga al pequeño. Discurso, 22 de marzo de 2014

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5. Compartir Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. Twitter, 26 de abril de 2014

Al servicio del prójimo No se puede servir a dos señores: Dios y la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente. Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas solo para sí, sino que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula solo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las riquezas consigo, porque –lo sabéis– el sudario no

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tiene bolsillos. Es mejor compartir, porque al cielo llevamos solo lo que hemos compartido con los demás. Ángelus, 2 de marzo de 2014

La riqueza del compartir Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: solo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza. Discurso en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013

Los dones del Señor La parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios y su retorno, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25,14-30). Conocemos bien la parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros dos siervos multiplican sus talentos –son monedas antiguas–, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso, el señor juzga su obra: alaba 41

a los dos primeros, y el tercero es expulsado a las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo. Un cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción – nosotros estamos en el tiempo de la acción–, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo. Y en particular hoy, en este período de crisis, es importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro. En la plaza he visto que hay muchos jóvenes: ¿es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes? ¿Dónde están? A vosotros, que estáis en el comienzo del camino de la vida, os pregunto: ¿habéis pensado en los talentos que Dios os ha dado? ¿Habéis pensado en cómo podéis ponerlos al servicio de los demás? ¡No enterréis los talentos! Apostad por ideales grandes, esos ideales que ensanchan el corazón, los ideales de servicio que harán fecundos vuestros talentos. La vida no se nos da para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Audiencia general, 24 de abril de 2013

Compartir con los hermanos ¿Podemos vivir en comunión y en paz, si todos nosotros somos egoístas? No se puede, por esto es necesario el amor que nos une. El más pequeño de nuestros gestos de amor tiene efectos buenos para todos. Por lo tanto, vivir la unidad en la Iglesia y la comunión de la caridad significa no buscar el propio interés, sino compartir los sufrimientos y las alegrías de los hermanos (cf. 1 Cor 12,26), dispuestos a llevar los pesos de los más débiles y pobres. Esta solidaridad fraterna no es una figura retórica, un modo de decir, sino que es parte integrante de la comunión entre los cristianos. Si lo vivimos, somos en el mundo signo, «sacramento» del amor de Dios. Lo somos los unos para los otros y lo 42

somos para todos. No se trata solo de esa caridad menuda que nos podemos ofrecer mutuamente, se trata de algo más profundo: es una comunión que nos hace capaces de entrar en la alegría y en el dolor de los demás para hacerlos sinceramente nuestros. A menudo somos demasiado áridos, indiferentes, distantes y en lugar de transmitir fraternidad, transmitimos malhumor, frialdad y egoísmo. Y con malhumor, frialdad y egoísmo no se puede hacer crecer la Iglesia; la Iglesia crece solo con el amor que viene del Espíritu Santo. Audiencia general, 6 de noviembre de 2013

La santa Misa En la Eucaristía Cristo vive siempre de nuevo el don de sí realizado en la Cruz. Toda su vida es un acto de total entrega de sí por amor; por ello, a él le gustaba estar con los discípulos y con las personas que tenía ocasión de conocer. Esto significaba para él compartir sus deseos, sus problemas, lo que agitaba su alma y su vida. Ahora, nosotros, cuando participamos en la santa misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y extranjeros; acompañados por familiares y solos... ¿Pero la Eucaristía que celebro, me lleva a sentirles a todos, verdaderamente, como hermanos y hermanas? ¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con quien llora? ¿Me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús? Todos nosotros vamos a misa porque amamos a Jesús y queremos compartir, en la Eucaristía, su pasión y su resurrección. ¿Pero amamos, como quiere Jesús, a aquellos hermanos y hermanas más necesitados? Por ejemplo, en Roma en estos días hemos visto muchos malestares sociales o por la lluvia, que causó numerosos daños en barrios enteros, o por la falta de trabajo, consecuencia de la crisis económica en todo el mundo. Me pregunto, y cada uno de nosotros se pregunte: Yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo por ayudar, acercarme, rezar por quienes tienen este problema? ¿O bien, soy un poco indiferente? ¿O tal vez me preocupo de murmurar: “Has visto cómo está vestida aquella, o cómo está vestido aquel”? A veces se hace esto después de

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la misa, y no se debe hacer. Debemos preocuparnos de nuestros hermanos y de nuestras hermanas que pasan necesidad por una enfermedad, por un problema. Audiencia general, 12 de febrero de 2014

La piedad Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad –¡no de pietismo! respecto a quien está a nuestro lado y de aquellos que encontramos cada día. ¿Por qué digo no de pietismo? Porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, poner cara de estampa, aparentar ser como un santo. En piamontés decimos: hacer la «mugna quacia» [1] . Esto no es el don de piedad. El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás con mansedumbre. Audiencia general, 4 de junio de 2014

[1] La expresión designa a una persona aparentemente buena, pero que en realidad no es digna de confianza [Nota de la Traductora].

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6. Encuentro Necesitamos edificar, crear, construir, una cultura del encuentro. Mensaje, 7 de agosto de 2013

La cultura del encuentro Mirando a la realidad de los emigrantes y refugiados, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo mejor, y es el de la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de las migraciones. De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos, de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que se introduzcan nuevos factores de criminalidad. Los medios de comunicación social, en este campo, tienen un papel de gran responsabilidad: a ellos compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría. En esto se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la «cultura del rechazo»– a una actitud que ponga como fundamento la «cultura del encuentro», la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. También los medios de comunicación están llamados a entrar en esta «conversión de las actitudes» y a favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 5 de agosto de 2013 46

Contra la intolerancia He tenido ocasión de reafirmar otras veces, en estas últimas semanas, la condena de la Iglesia hacia toda forma de antisemitismo. Hoy desearía destacar cómo el problema de la intolerancia debe ser afrontado en su conjunto: allí donde se persigue y se margina a una minoría por causa de sus convicciones religiosas o étnicas está en peligro el bien de toda una sociedad y todos debemos sentirnos implicados. Pienso con especial dolor en los sufrimientos, la marginación y las auténticas persecuciones que no pocos cristianos están sufriendo en diversos países del mundo. Unamos nuestras fuerzas para favorecer una cultura del encuentro, del respeto, de la comprensión y del perdón mutuos. Para la construcción de una cultura así desearía destacar, en particular, la importancia de la formación: una formación que no es solo transmisión de conocimientos, sino paso de un testimonio vivido, que presupone el establecimiento de una comunión de vida, de una «alianza» con las jóvenes generaciones, siempre abierta a la verdad. A ellas, en efecto, debemos saber transmitir no solo conocimientos sobre la historia del diálogo judeo-católico, las dificultades afrontadas y los progresos realizados en las últimas décadas: sobre todo debemos ser capaces de transmitir la pasión por el encuentro y el conocimiento del otro, promoviendo una implicación activa y responsable de nuestros jóvenes. En esto, es de gran importancia el compromiso compartido al servicio de la sociedad y de los más débiles. Discurso, 24 de octubre de 2013

El encuentro con Dios Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para encontrarle a él y para abrirnos al encuentro con los demás. Dios, el primero, viene hacia cada uno de nosotros; y esto es maravilloso. Él viene a nuestro encuentro. En la Biblia Dios aparece siempre como Aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es él quien busca al hombre, y generalmente le busca precisamente mientras el hombre atraviesa la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y de huir de él. Dios no espera a buscarle: le busca inmediatamente. Nuestro Padre es un buscador paciente. Él 47

nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos, no se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable del encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando tiene lugar el encuentro, nunca es un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer largo rato con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca tiene prisa para dejarnos. Permanece con nosotros. Como nosotros le anhelamos y le deseamos, así también él tiene deseo de estar con nosotros, porque nosotros pertenecemos a él, somos «propiedad» suya, somos sus creaturas. También él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios está sediento de nosotros. Este es el corazón de Dios. Es hermoso sentir esto. Discurso, 23 de noviembre de 2013

El encuentro con Jesús Podemos preguntarnos: ¿Cuándo encuentro a Jesús? ¿Solo al final? ¡No, no! Lo encontramos todos los días. ¿Pero cómo? En la oración, cuando tú rezas, encuentras a Jesús. Cuando recibes la Comunión, encuentras a Jesús, en los Sacramentos. Cuando llevas a bautizar a tu hijo, te encuentras a Jesús, hallas a Jesús. Pero también después de la Confirmación, toda la vida, es un encuentro con Jesús: en la oración, cuando vamos a misa y cuando realizamos buenas obras, cuando visitamos a los enfermos, cuando ayudamos a un pobre, cuando pensamos en los demás, cuando no somos egoístas, cuando somos amables... en estas cosas encontramos siempre a Jesús. Y el camino de la vida es precisamente este: caminar para encontrar a Jesús. Recordad siempre esto: la vida es un camino. Es un camino. Un camino para encontrar a Jesús. Al final, y siempre. Un camino donde no encontramos a Jesús, no es un camino cristiano. Es propio del cristiano encontrar siempre a Jesús, mirarle, dejarse mirar por Jesús, porque Jesús nos mira con amor, nos ama mucho, nos quiere mucho y nos mira siempre. Encontrar a Jesús es también dejarte mirar por él.

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En el camino, nosotros –todos pecadores, todos, todos somos pecadores– incluso cuando nos equivocamos, cuando cometemos un pecado, cuando pecamos, Jesús viene y nos perdona. Este perdón que recibimos en la Confesión es un encuentro con Jesús. Siempre encontramos a Jesús. Esta es la vida cristiana: caminar, seguir adelante, unidos como hermanos, queriéndose uno a otro. Encontrar a Jesús. ¿Estáis de acuerdo, vosotros, los nueve? ¿Queréis encontrar a Jesús en vuestra vida? ¿Sí? Esto es importante en la vida cristiana. Vosotros, hoy, con el sello del Espíritu Santo, tendréis más fuerza para este camino, para encontrar a Jesús. ¡Sed valientes, no tengáis miedo! La vida es este camino. Y el regalo más hermoso es encontrar a Jesús. ¡Adelante, ánimo! Homilía, 1 de diciembre de 2013

Los medios de comunicación La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no solo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios. Sin embargo, también existen aspectos problemáticos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos–, corren el riesgo de quedar excluidos. Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. 49

Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: solo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales. Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autorreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas. Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 24 de enero de 2014

El diálogo Para dialogar es necesaria, ante todo, la humildad. No hay necesidad de alzar la voz, sino que es necesaria la mansedumbre. Humildad, mansedumbre, hacerse todo a todos son los tres elementos básicos para el diálogo. Pero, aunque no esté escrito en la Biblia, todos sabemos que para hacer estas cosas es necesario tragar mucha quina; debemos hacerlo, porque las paces se hacen así. Las paces se hacen con humildad, con humillación, siempre tratando de ver en el otro la imagen de Dios. Así muchos problemas encuentran solución, con el diálogo en la familia, en las comunidades, en los barrios. Se requiere disponibilidad para reconocer ante el otro: 50

«Escucha, disculpa, creía esto…». La actitud justa es humillarse: es siempre bueno construir un puente, siempre, siempre. Este es el estilo de quien quiere ser cristiano, aunque no es fácil, no es fácil. Para abrirse al diálogo es necesario que no pase mucho tiempo. En efecto, hay que afrontar los problemas lo antes posible, en el momento en que se puede hacer, cuando ha pasado la tormenta. Inmediatamente hay que acercarse al diálogo, porque el tiempo hace crecer el muro, tal como crece la hierba mala, que impide el crecimiento del trigo. Y cuando crecen los muros, es mucho más difícil la reconciliación, mucho más difícil. También en nuestro corazón existe la posibilidad de convertirnos como Berlín, con un muro levantado frente a los demás. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 24 de enero de 2014

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7. Unidad El nombre de Cristo crea comunión y unidad, no división. Audiencia general, 22 de enero de 2014

Cristianos y judíos No se trata solamente de establecer, en un plano humano, relaciones de respeto recíproco: estamos llamados, como cristianos y como judíos, a profundizar en el significado espiritual del vínculo que nos une. Se trata de un vínculo que viene de lo alto, que sobrepasa nuestra voluntad y que mantiene su integridad, a pesar de las dificultades en las relaciones experimentadas en la historia. Por parte católica, ciertamente tenemos la intención de valorar plenamente el sentido de las raíces judías de nuestra fe. Confío, con su ayuda, que también por parte judía se mantenga y, si es posible, aumente el interés por el conocimiento del cristianismo, también en esta bendita tierra en la que reconoce sus orígenes y especialmente entre las jóvenes generaciones. El conocimiento recíproco de nuestro patrimonio espiritual, la valoración de lo que tenemos en común y el respeto en lo que nos separa, podrán marcar la pauta para el futuro desarrollo de nuestras relaciones, que ponemos en las manos de Dios. Juntos podremos dar un gran impulso a la causa de la paz; juntos podremos dar testimonio, en un mundo en rápida transformación, del significado perenne del plan divino de la creación; juntos podremos afrontar con firmeza toda forma de antisemitismo y cualquier otra forma de discriminación. El Señor nos ayude a avanzar con confianza y fortaleza de ánimo en sus caminos. ¡Shalom! Discurso en Jerusalén, 26 de mayo de 2014 53

Unidad de la Iglesia Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad, unidad en los sacramentos, en el ministerio: son como los pilares que sostienen y mantienen junto el único gran edificio de la Iglesia. Allí donde vamos, hasta en la más pequeña parroquia, en el ángulo más perdido de esta tierra, está la única Iglesia; nosotros estamos en casa, estamos en familia, estamos entre hermanos y hermanas. Y esto es un gran don de Dios. La Iglesia es una sola para todos. No existe una Iglesia para los europeos, una para los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para quien vive en Oceanía, no; es la misma en todo lugar. Es como en una familia: se puede estar lejos, distribuidos por el mundo, pero los vínculos profundos que unen a todos los miembros de la familia permanecen sólidos cualquiera que sea la distancia. ¿Hay heridas en esta unidad? ¿Podemos herir esta unidad? Lamentablemente vemos que en el camino de la historia, también ahora, no siempre vivimos la unidad. A veces surgen incomprensiones, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que desearíamos, no manifiesta la caridad, lo que quiere Dios. Somos nosotros quienes creamos laceraciones. Y si miramos las divisiones que aún existen entre los cristianos, católicos, ortodoxos, protestantes... sentimos la fatiga de hacer plenamente visible esta unidad. Dios nos dona la unidad, pero a nosotros frecuentemente nos cuesta vivirla. Es necesario buscar, construir la comunión, educar a la comunión, para superar incomprensiones y divisiones, empezando por la familia, por las realidades eclesiales, en el diálogo ecuménico también. Nuestro mundo necesita unidad, es una época en la que todos necesitamos unidad, tenemos necesidad de reconciliación, de comunión; y la Iglesia es Casa de comunión. Humildad, dulzura, magnanimidad, amor para conservar la unidad. Estos, estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Oigámoslos una vez más. Humildad contra la vanidad, contra la soberbia; humildad, dulzura, magnanimidad, amor para conservar la unidad. Audiencia general, 25 de septiembre de 2013

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La armonía en la Iglesia La Iglesia es católica porque es la «Casa de la armonía» donde unidad y diversidad saben conjugarse juntas para ser riqueza. Pensemos en la imagen de la sinfonía, que quiere decir acorde, y armonía, diversos instrumentos suenan juntos; cada uno mantiene su timbre inconfundible y sus características de sonido armonizan sobre algo en común. Además, está quien guía, el director, y en la sinfonía que se interpreta todos tocan juntos en «armonía», pero no se suprime el timbre de cada instrumento; la peculiaridad de cada uno, más todavía, se valoriza al máximo. Es una bella imagen que nos dice que la Iglesia es como una gran orquesta en la que existe variedad. No somos todos iguales ni debemos ser todos iguales. Todos somos distintos, diferentes, cada uno con las propias cualidades. Y esto es lo bello de la Iglesia: cada uno trae lo suyo, lo que Dios le ha dado, para enriquecer a los demás. Y entre los componentes existe esta diversidad, pero es una diversidad que no entra en conflicto, no se contrapone; es una variedad que se deja fundir en armonía por el Espíritu Santo; es él el verdadero «Maestro», él mismo es armonía. Y aquí preguntémonos: ¿en nuestras comunidades vivimos la armonía o peleamos entre nosotros? En mi comunidad parroquial, en mi movimiento, donde yo formo parte de la Iglesia, ¿hay habladurías? Si hay habladurías no existe armonía, sino lucha. Y este no es la Iglesia. La Iglesia es la armonía de todos: jamás parlotear uno contra otro, ¡jamás pelear! Audiencia general, 9 de octubre de 2013

Unidos en la fe Esta relación entre Jesús y el Padre es la «matriz» del vínculo entre nosotros cristianos: si estamos íntimamente introducidos en esta «matriz», en este horno ardiente de amor, entonces podemos hacernos verdaderamente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de Dios quema nuestros egoísmos, nuestros prejuicios, nuestras divisiones interiores y exteriores. El amor de Dios quema también nuestros pecados. Nuestra fe tiene necesidad del apoyo de los demás, especialmente en los momentos difíciles. Si nosotros estamos unidos la fe se hace fuerte. ¡Qué bello es sostenernos los 55

unos a los otros en la aventura maravillosa de la fe! Digo esto porque la tendencia a cerrarse en lo privado ha influenciado también el ámbito religioso, de forma que muchas veces cuesta pedir la ayuda espiritual de cuantos comparten con nosotros la experiencia cristiana. ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridades, extravíos y hasta dudas en el camino de la fe? Todos hemos experimentado esto, también yo: forma parte del camino de la fe, forma parte de nuestra vida. Todo ello no debe sorprendernos, porque somos seres humanos, marcados por fragilidades y límites; todos somos frágiles, todos tenemos límites. Sin embargo, en estos momentos de dificultad es necesario confiar en la ayuda de Dios, mediante la oración filial, y, al mismo tiempo, es importante hallar el valor y la humildad de abrirse a los demás, para pedir ayuda, para pedir que nos echen una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto y después hemos conseguido salir del problema y encontrar a Dios otra vez! En esta comunión –comunión quiere decir comúnunión– somos una gran familia, donde todos los componentes se ayudan y se sostienen entre sí. Audiencia general, 30 de octubre de 2013

Unidad y diversidad El contexto sociocultural en el cual estáis insertados, a veces está cargado de mediocridad y aburrimiento. ¡No hay que resignarse a la monotonía del vivir cotidiano, sino cultivar proyectos de amplio respiro, ir más allá de lo ordinario: ¡no os dejéis robar el entusiasmo juvenil! Sería un error también dejarse aprisionar por el pensamiento débil y por el pensamiento uniforme, el que homologa, así como por una globalización entendida como homologación. Para superar estos riesgos, el modelo a seguir no es la esfera. El modelo que hay que seguir en la globalización auténtica –que es buena– no es la esfera, en la que se nivela cada relieve y desaparece cada diferencia; el modelo, en cambio, es el poliedro, que incluye una multiplicidad de elementos y respeta la unidad en la variedad. Al defender la unidad, defendemos también la diversidad. Por el contrario, esa unidad no sería humana.

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El pensamiento, de hecho, es fecundo cuando es expresión de una mente abierta, que discierne, siempre iluminada por la verdad, por el bien y por la belleza. Si no os dejáis condicionar por la opinión dominante, sino que permanecéis fieles a los principios éticos y religiosos cristianos, encontraréis la valentía de ir también a contracorriente. En el mundo globalizado, podréis contribuir a salvar la peculiaridad y las características propias, pero tratando de no bajar el nivel ético. Homilía, 30 de noviembre de 2013

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8. Política Pido a quienes tienen responsabilidad política no olvidar dos cosas: la dignidad humana y el bien común. Twitter, 1 de mayo de 2014

Política y bien común El gobernante debe ante todo «amar a su pueblo. Los ancianos judíos dicen a Jesús: merece lo que pide porque ama a nuestro pueblo. Un gobernante que no ama no puede gobernar. Como mucho puede poner un poco de orden, pero no gobernar». Así que cada hombre y cada mujer que asume responsabilidades de gobierno debe hacerse estas dos preguntas: ¿yo amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Y soy humilde para oír las opiniones de los demás a fin de elegir el mejor camino? Si ellos no se hacen estas preguntas, su gobierno no será bueno. Esto significa que ninguno de nosotros puede decir: pero yo no tengo que ver, son ellos quienes gobiernan. No; yo soy responsable de su gobierno y debo hacer lo mejor de mi parte para que ellos gobiernen bien, participando en la política como puedo. La política, dice la doctrina social de la Iglesia, es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común. Y yo no puedo lavarme las manos: cada uno de nosotros debe hacer algo. Pero ya tenemos la costumbre de pensar que de los gobernantes se debe solo parlotear, hablar mal de ellos y de las cosas que no van bien. Tal vez el gobernante es un pecador, como lo era David. Pero yo debo colaborar, con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección: no estoy de acuerdo por esto y por esto. Debemos participar en el bien común. A veces hemos oído decir: un buen católico no se interesa en la política. Pero no es verdad: un buen católico toma parte en política ofreciendo lo mejor de sí para que el gobernante pueda gobernar. 59

Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 16 de septiembre de 2013

La tarea de los políticos ¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad «no es solo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social. Evangelii gaudium, 205

El apoyo de la Iglesia Igual que la solidaridad, también la ética molesta. Se considera contraproducente; demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; una amenaza, porque condena la manipulación y la degradación de la persona. Porque la ética lleva a Dios, que está fuera de las categorías del mercado. Para los agentes financieros, económicos y políticos, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética –una ética no 60

ideologizada, naturalmente– permite, en mi opinión, crear un equilibrio y un orden social más humano. Sería conveniente realizar una reforma financiera que fuera ética y, a su vez, que comportara una reforma económica beneficiosa para todos. Esto requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos. Les exhorto a que afronten este reto, con determinación y visión de futuro, teniendo en cuenta, por supuesto, la especificidad de cada contexto. La Iglesia, por su parte, siempre se esfuerza por el desarrollo integral de las personas. En este sentido, insiste en que el bien común no debe ser un simple añadido, una simple idea secundaria en un programa político. La Iglesia invita a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. Exhorta a los poderes financieros a tener en cuenta la ética y la solidaridad. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire los propios planes? Se formará una nueva mentalidad política y económica que ayudará a transformar la dicotomía absoluta entre la esfera económica y social en una sana convivencia. Discurso, 16 de mayo de 2013

La política es un deber Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros, cristianos, no podemos «jugar a Pilato», lavarnos las manos: no podemos. Tenemos que involucrarnos en la política porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política. Usted me dirá: «¡Pero no es fácil!». Pero tampoco es fácil ser sacerdote. No existen cosas fáciles en la vida. No es fácil, la política se ha ensuciado demasiado; pero me pregunto: se ha ensuciado ¿por qué? ¿Por qué los cristianos no se han involucrado en política con el espíritu evangélico? Con una pregunta que te dejo: es fácil decir «la culpa es de ese». Pero yo, ¿qué hago? ¡Es un deber! Trabajar por el bien común, ¡es un deber de un cristiano! Y muchas veces el camino para trabajar es la política. Hay otros caminos:

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profesor, por ejemplo, es otro camino. Pero la actividad política por el bien común es uno de los caminos. Esto está claro. Discurso, 7 de junio de 2013

Rehabilitar la política El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad. El futuro nos exige también una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor a participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: este es el camino propuesto. Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy. Quien desempeña un papel de guía, permítanme que diga, aquel a quien la vida ha ungido como guía, ha de tener objetivos concretos y buscar los medios específicos para alcanzarlos. Es propio de la dirigencia elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés del bien común; por este camino se va al centro de los males de la sociedad para superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Es nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, esa comprensión de la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando, para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones. Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás y ante el juicio de Dios. Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes, tenemos que buscarlo, tenemos que inserirlo en la misma sociedad. Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria. Discurso en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013 62

El desafío de la diplomacia Lo conoce bien la acción de la diplomacia que, a través de sus protagonistas, sus normas y sus métodos es instrumento concurrente en la construcción del bien común, llamada ante todo a leer los hechos internacionales, que es luego un modo de interpretar la realidad. Esta realidad somos nosotros, la familia humana en movimiento, casi una obra en continua construcción que incluye el lugar y el tiempo en el cual se encarna nuestra historia de mujeres y hombres, de comunidad, de pueblos. La diplomacia es, por lo tanto, un servicio, no una actividad prisionera de intereses particulares de los cuales guerras, conflictos internos y formas diversas de violencia son la lógica, pero amarga, consecuencia; ni instrumento de las exigencias de pocos que excluyen a las mayorías, generan pobreza y marginación, toleran todo tipo de corrupción y producen privilegios e injusticias. La crisis profunda de convicciones, de valores y de ideas ofrece a la actividad diplomática una nueva oportunidad, que es al mismo tiempo un desafío. El desafío de contribuir a realizar entre los diversos pueblos nuevas relaciones verdaderamente justas y solidarias, por lo cual cada nación y todas las personas sean respetadas en su identidad y dignidad, y promovidas en su libertad. No basta con evitar la injusticia, si no se promueve la justicia. Discurso, 10 de noviembre de 2013

Centralidad del hombre Por otra parte, el fin de la economía y la política es precisamente el servicio a la humanidad, comenzando por los más pobres y débiles, dondequiera que se encuentren, incluso en el seno de su madre. Toda teoría o acción económica y política debe emplearse para suministrar a cada habitante de la tierra ese mínimo de bienestar que consienta vivir con dignidad, en la libertad, con la posibilidad de sostener una familia, educar a los hijos, alabar a Dios y desarrollar las propias capacidades humanas. Esta es la cuestión principal. Sin esta visión, toda la actividad económica no tendría sentido.

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En esta línea, los diversos y graves desafíos económicos y políticos que afronta el mundo de hoy requieren un cambio valiente de actitudes, que devuelva a la finalidad (la persona humana) y a los medios (la economía y la política) el lugar que les es propio. El dinero y los demás medios políticos y económicos deben servir y no regir, teniendo presente que la solidaridad gratuita y desinteresada es, de modo aparentemente paradójico, la clave del buen funcionamiento económico global. Carta a David Cameron, 15 de junio de 2013

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9. Cristianos Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Ángelus, 25 de agosto de 2013

El compromiso del cristiano A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonía, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

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Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana. Mensaje, 26 de diciembre de 2013

La cultura cristiana El substrato cristiano de algunos pueblos –sobre todo occidentales– es una realidad viva. Allí encontramos, especialmente en los más necesitados, una reserva moral que guarda valores de auténtico humanismo cristiano. Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa pensar que no hay auténticos valores cristianos donde una gran parte de la población ha recibido el Bautismo y expresa su fe y su solidaridad fraterna de múltiples maneras. Allí hay que reconocer mucho más que unas «semillas del Verbo», ya que se trata de una auténtica fe católica con modos propios de expresión y de pertenencia a la Iglesia. No conviene ignorar la tremenda importancia que tiene una cultura marcada por la fe, porque esa cultura evangelizada, más allá de sus límites, tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes frente a los embates del secularismo actual. Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida. Evangelii gaudium, 68

La unión de los cristianos Asimismo, necesitamos urgentemente una efectiva y decidida cooperación de los cristianos para tutelar en todo el mundo el derecho a expresar públicamente la propia fe y a ser tratados con equidad en la promoción de lo que el cristianismo sigue ofreciendo a la sociedad y a la cultura contemporánea. A este respecto, invitamos a todos los cristianos a promover un auténtico diálogo con el judaísmo, el islam y otras tradiciones religiosas. La 67

indiferencia y el desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a veces, desgraciadamente incluso al conflicto. En un momento histórico marcado por la violencia, la indiferencia y el egoísmo, muchos hombres y mujeres se sienten perdidos. Mediante nuestro testimonio común de la Buena Nueva del Evangelio, podemos ayudar a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir el camino que lleva a la verdad, a la justicia y a la paz. Unidos en nuestras intenciones y recordando el ejemplo del Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, de hace 50 años, pedimos que todos los cristianos, junto con los creyentes de cualquier tradición religiosa y todos los hombres de buena voluntad reconozcan la urgencia del momento, que nos obliga a buscar la reconciliación y la unidad de la familia humana, respetando absolutamente las legítimas diferencias, por el bien de toda la humanidad y de las futuras generaciones. Declaración conjunta con el patriarca Bartolomé I, 25 de mayo de 2014

Lo concreto del amor cristiano El amor verdadero no es el de las telenovelas. No está hecho de ilusiones. El verdadero amor es concreto, se centra en los hechos y no en las palabras; en el dar y no en la búsqueda de beneficios. El amor cristiano tiene siempre una cualidad: lo concreto. El amor cristiano es concreto. Jesús mismo, cuando habla del amor, nos habla de cosas concretas: dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos. Son todas ellas cosas concretas precisamente porque el amor es concreto. Es la concreción cristiana. Cuando no existe lo concreto se acaba por vivir un cristianismo de ilusiones, porque no se comprende bien dónde está el centro del mensaje de Jesús. El amor no llega a ser concreto y se convierte en un amor de ilusiones. Es una ilusión también la que tenían los discípulos cuando, mirando a Jesús, creían que fuese un fantasma, como relata el pasaje evangélico de Marcos (6,45-52). Pero un amor de ilusiones, no concreto, no nos hace bien. 68

El amor está más en las obras que en las palabras. Jesús mismo lo dijo: no los que me dicen «Señor, Señor», los que hablan mucho, entrarán en el Reino de los cielos; sino aquellos que cumplen la voluntad de Dios. Es la invitación, por lo tanto, a ser concretos cumpliendo las obras de Dios. Hay una pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: «Si yo permanezco en Jesús, permanezco en el Señor, permanezco en el amor, ¿qué hago por Dios –no lo que pienso o lo que digo– y qué hago por los demás?». Por lo tanto, «el primer criterio es amar con las obras, no con las palabras». Las palabras, por lo demás, se las lleva el viento: hoy están, mañana ya no están. El segundo criterio de lo concreto es: en el amor es más importante dar que recibir. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 9 de enero de 2014

El celo del cristiano Con su testimonio de la verdad, el cristiano debe incomodar a nuestras estructuras cómodas, incluso a costo de acabar en problemas, porque está animado por una sana locura espiritual por todas las periferias existenciales. Siguiendo el ejemplo de san Pablo, que pasaba de una batalla campal a otra, los creyentes no deben refugiarse en una vida tranquila o en componendas: hoy en la Iglesia hay demasiados cristianos de salón, esos educados, tibios, para quienes siempre está todo bien, pero que no tienen dentro el ardor apostólico. Pablo incomoda: es un hombre que, con su predicación, con su trabajo, con su actitud incomoda porque precisamente anuncia a Jesucristo. Y el anuncio de Jesucristo incomoda a nuestras comodidades, muchas veces a nuestras estructuras cómodas, incluso cristianas. El Señor quiere siempre que vayamos más adelante, más adelante, más adelante. Quiere que no nos refugiemos en una vida tranquila o en las estructuras caducas. El fervor apostólico el celo apostólico se comprende solo en un ambiente de amor: sin el amor no se comprende porque el celo apostólico tiene algo de locura, pero de 69

locura espiritual, de sana locura. Y Pablo tenía esta sana locura. Que el Espíritu Santo nos dé este fervor apostólico a todos nosotros; nos dé también la gracia de incomodar a las cosas que son demasiado tranquilas en la Iglesia; la gracia de seguir adelante hacia las periferias existenciales. La Iglesia necesita mucho de esto. No solo en tierras lejanas, en las Iglesias jóvenes, en los pueblos que aún no conocen a Jesucristo. Sino aquí en la ciudad, precisamente en la ciudad, necesitan este anuncio de Jesucristo. Por lo tanto, pidamos al Espíritu Santo esta gracia del celo apostólico: cristianos con celo apostólico. Y si incomodamos, bendito sea el Señor. Adelante, como dice el Señor a Pablo: «¡Ánimo!». Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 16 de mayo de 2013

La justicia de los cristianos Jesús es el nuevo Moisés que Dios había prometido y anuncia la nueva ley. Son las bienaventuranzas. El sermón de la montaña. Como Moisés en el monte Sinaí había anunciado la ley, así Jesús vino a decir que no viene a disolver la ley anterior, sino a darle cumplimiento, a hacerla avanzar, a hacer que sea más madura, que llegue a su plenitud. Cuando Jesús pronunció este discurso, inicia con una frase: la justicia de ustedes tiene que ser superior a la justicia que están viendo ahora, la de los escribas y fariseos. Y si esta justicia no será superior, perdieron, no van a entrar en el reino de los Cielos. Por ello, quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a las de los demás. Y aquí una precisión: No tiene ventajas superiores. ¡No! Exigencias superiores. Jesús menciona precisamente algunas de ellas, entre las cuales las exigencias de la convivencia, pero luego indica también el tema de la relación negativa hacia los hermanos. Las palabras de Jesús no dejan vía de escape: «Ustedes han oído que se dijo en el pasado: no matarás. Y el que mata debe ser llevado al tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se enoja contra su hermano merece ser condenado, y todo aquel que lo insulta merece ser castigado por el tribunal». Meditación matutina 70

en la capilla de la Casa de Santa Marta, 13 de junio de 2013

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SEGUNDA

PARTE:

LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? Discurso en Jerusalén, 26 de mayo de 2014

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10. Pobreza Para mí, el corazón del Evangelio es de los pobres. Entrevista, 31 de marzo de 2014

La cultura del derroche Esta «cultura del descarte» tiende a convertirse en mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada, si no sirve todavía –como el nasciturus– o si ya no sirve –como el anciano–. Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados. Hace pocos días, en la fiesta de Corpus Christi, leímos el relato del milagro de los panes: Jesús da de comer a la multitud con cinco panes y dos peces. Y la conclusión del pasaje es importante: «Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos» (Lc 9,17). Jesús pide a los discípulos que nada se pierda: ¡nada de descartar! Y está este hecho de los doce cestos: ¿por qué doce? ¿Qué significa? Doce es

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el número de las tribus de Israel; representa simbólicamente a todo el pueblo. Y esto nos dice que cuando el alimento se comparte de modo equitativo, con solidaridad, nadie carece de lo necesario, cada comunidad puede ir al encuentro de las necesidades de los más pobres. Ecología humana y ecología medioambiental caminan juntas. Así que desearía que todos asumiéramos el grave compromiso de respetar y custodiar la creación, de estar atentos a cada persona, de contrarrestar la cultura del desperdicio y del descarte, para promover una cultura de la solidaridad y del encuentro. Audiencia general, 5 de junio de 2013

El escándalo del hambre Es un escándalo que todavía haya hambre y malnutrición en el mundo. No se trata solo de responder a las emergencias inmediatas, sino de afrontar juntos, en todos los ámbitos, un problema que interpela nuestra conciencia personal y social, para lograr una solución justa y duradera. Que nadie se vea obligado a abandonar su tierra y su propio entorno cultural por la falta de los medios esenciales de subsistencia. Paradójicamente, en un momento en que la globalización permite conocer las situaciones de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, parece crecer la tendencia al individualismo y al encerrarse en sí mismos, lo que lleva a una cierta actitud de indiferencia –a nivel personal, de las instituciones y de los Estados– respecto a quien muere de hambre o padece malnutrición, casi como si se tratara de un hecho ineluctable. Pero el hambre y la desnutrición nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si formara parte del sistema. Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. ¿Qué podemos hacer? Creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no solo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global. Pienso que es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las

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decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. Solo cuando se es solidario de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses de parte, también se podrá lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de indigencia determinadas por la carencia de alimentos. Solidaridad que no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes. Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación, 16 de octubre de 2013

La enseñanza de la pobreza La pobreza como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio que enseña a confiar en la Providencia de Dios. Pobreza como indicación a toda la Iglesia que no somos nosotros quienes construimos el reino de Dios, no son los medios humanos los que lo hacen crecer, sino que es ante todo la potencia, la gracia del Señor, que obra a través de nuestra debilidad. «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad», afirma el apóstol de los gentiles (2 Cor 12,9). Pobreza que enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que se expresa también en una sobriedad y alegría de lo esencial, para alertar sobre los ídolos materiales que ofuscan el sentido auténtico de la vida. Pobreza que se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y todos aquellos que están en las periferias existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños. Discurso, 8 de mayo de 2013

Para eliminar la injusticia

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Hay millones de personas que sufren y mueren de hambre: esto, queridos amigos, constituye un verdadero escándalo. Es necesario, pues, encontrar la manera de que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra, no solo para evitar que aumente la diferencia entre los que más tienen y los que tienen que conformarse con las migajas, sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, equidad y respeto a todo ser humano. Se puede y se debe hacer algo más para dar vigor a la acción internacional en favor de los pobres, no solo armados de buena voluntad o, lo que es peor, de promesas que a menudo no se han mantenido. Tampoco se puede seguir aduciendo como excusa, una excusa cotidiana, la crisis global actual, de la que, por otro lado, no se podrá salir completamente hasta que no se consideren las situaciones y condiciones de vida a la luz de la dimensión de la persona humana y de su dignidad. La persona y la dignidad humana corren el riesgo de convertirse en una abstracción ante cuestiones como el uso de la fuerza, la guerra, la desnutrición, la marginación, la violencia, la violación de las libertades fundamentales o la especulación financiera, que en este momento condiciona el precio de los alimentos, tratándolos como cualquier otra mercancía y olvidando su destino primario. Nuestro cometido consiste en proponer de nuevo, en el contexto internacional actual, la persona y la dignidad humana no como un simple reclamo, sino más bien como los pilares sobre los cuales construir reglas compartidas y estructuras que, superando el pragmatismo o el mero dato técnico, sean capaces de eliminar las divisiones y colmar las diferencias existentes. En este sentido, es necesario contraponerse a los intereses económicos miopes y a la lógica del poder de unos pocos, que excluyen a la mayoría de la población mundial y generan pobreza y marginación, causando disgregación en la sociedad, así como combatir esa corrupción que produce privilegios para algunos e injusticias para muchos. Discurso a la 38 Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO), 20 de junio de 2013

El grito de la pobreza 77

Tengo la necesidad de vivir entre la gente, y si viviera solo, tal vez un poco aislado, no me haría bien. Esta pregunta me la hizo un profesor: «Pero ¿por qué usted no va a vivir allí?». Respondí: «Oiga, profesor: por motivos psiquiátricos». Es mi personalidad. Pero el apartamento ese [del palacio pontificio] no es tan lujoso, tranquila... Pero no puedo vivir solo, ¿entiendes? Y además creo que sí: los tiempos nos hablan de mucha pobreza en el mundo, y esto es un escándalo. La pobreza del mundo es un escándalo. En un mundo donde hay tantas, tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos, no se puede entender cómo hay tantos niños hambrientos, que haya tantos niños sin educación, ¡tantos pobres! La pobreza, hoy, es un grito. Todos nosotros tenemos que pensar si podemos ser un poco más pobres: también esto todos lo debemos hacer. Cómo puedo ser un poco más pobre para parecerme mejor a Jesús, que era el Maestro pobre. De esto se trata. Pero no es una cuestión de virtud mía, personal; es solo que yo no puedo vivir solo; y también lo del coche, lo que dices: no tener tantas cosas y ser un poco más pobre. Es esto. Discurso, 7 de junio de 2013

La vía de la pobreza Seguir a Jesús quiere decir ponerle en primer lugar, despojarnos de las muchas cosas que tenemos y que sofocan nuestro corazón, renunciar a nosotros mismos, tomar la cruz y llevarla con Jesús. Despojarnos del yo orgulloso y despegarnos del afán de tener, del dinero, que es un ídolo que posee. Todos estamos llamados a ser pobres, despojarnos de nosotros mismos; y por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos, que les toca. Estoy aquí no para «ser noticia», sino para indicar que este es el camino cristiano, el que recorrió san Francisco. Para todos, también para nuestra sociedad que da signos de cansancio, si queremos salvarnos del naufragio, es necesario seguir el camino de la pobreza, que no es la miseria

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–esta hay que combatirla–, sino saber compartir, ser más solidarios con quien está en necesidad, fiarnos más de Dios y menos de nuestras fuerzas humanas. En este lugar que nos interpela, desearía orar para que cada cristiano, la Iglesia, cada hombre y mujer de buena voluntad, sepa despojarse de lo que no es esencial para ir al encuentro de quien es pobre y pide ser amado. Discurso en Asís, 4 de octubre de 2013

Combatir la pobreza En muchas sociedades experimentamos una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de dependencia patológica. Una pobreza como este solo puede ser superada redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas. Además, si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir, de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada región o en un determinado contexto histórico-cultural. En este sentido, se necesitan también políticas eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las personas –iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales– el acceso a los «capitales», a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas. Finalmente, hay una forma más de promover la fraternidad –y así vencer la pobreza– que debe estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige vivir estilos de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias riquezas, consigue así experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es fundamental para seguir a Jesucristo y ser auténticamente cristianos. 79

Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014

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11. Indiferencia Que el grito de los pobres no nos deje indiferentes. Oración a la Inmaculada, 8 de diciembre de 2013

La globalización de la indiferencia Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: «¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?». Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos «pobrecito», y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne! Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de «sufrir con»: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: «Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no viven». Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también

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en aquellos que en el anonimato toman decisiones socioeconómicas que hacen posibles dramas como este. «¿Quién ha llorado?». ¿Quién ha llorado hoy en el mundo? Homilía en Lampedusa, 8 de julio de 2013

La habituación al sufrimiento Vivir en profundidad el Bautismo –he aquí la segunda invitación– significa también no acostumbrarnos a las situaciones de degradación y de miseria que encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y de nuestros países. Existe el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos y no asombrarnos ante las tristes realidades que nos rodean. Nos acostumbramos a la violencia, como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos acostumbramos a los hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un techo para cobijarse. Nos acostumbramos a los refugiados en busca de libertad y dignidad, que no son acogidos como se debiera. Nos acostumbramos a vivir en una sociedad que pretende dejar de lado a Dios, donde los padres ya no enseñan a los hijos a rezar ni a santiguarse. Yo os pregunto: vuestros hijos, vuestros niños, ¿saben hacer la señal de la cruz? Pensadlo. Vuestros nietos, ¿saben hacer la señal de la cruz? ¿Se lo habéis enseñado? Pensad y responded en vuestro corazón. ¿Saben rezar el Padrenuestro? ¿Saben rezar a la Virgen con el Ave María? Pensad y respondeos. Este habituarse a comportamientos no cristianos y de comodidad nos narcotiza el corazón. La Cuaresma llega a nosotros como tiempo providencial para cambiar de rumbo, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma es para vivirla como tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria mediante el acercamiento a Dios y la adhesión confiada al Evangelio. Audiencia general, 5 de marzo de 2014

Contra la guerra Muchos son los conflictos armados que se producen en medio de la indiferencia general. 83

Sin embargo, mientras haya una cantidad tan grande de armamentos en circulación como hoy en día, siempre se podrán encontrar nuevos pretextos para iniciar las hostilidades. Por eso, hago mío el llamamiento de mis Predecesores a la no proliferación de las armas y al desarme de parte de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico. No podemos dejar de constatar que los acuerdos internacionales y las leyes nacionales, aunque son necesarias y altamente deseables, no son suficientes por sí solas para proteger a la humanidad del riesgo de los conflictos armados. Se necesita una conversión de los corazones que permita a cada uno reconocer en el otro un hermano del que preocuparse, con el que colaborar para construir una vida plena para todos. Este es el espíritu que anima muchas iniciativas de la sociedad civil a favor de la paz, entre las que se encuentran las de las organizaciones religiosas. Espero que el empeño cotidiano de todos siga dando fruto y que se pueda lograr también la efectiva aplicación en el derecho internacional del derecho a la paz, como un derecho humano fundamental, pre-condición necesaria para el ejercicio de todos los otros derechos. Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014

La tentación de la indiferencia «Bienaventurados los pobres de espíritu...»: para vivir esta Bienaventuranza necesitamos la conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la cultura humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres.

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Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre. Pero los pobres –y este es el tercer punto– no solo son personas a las que les podemos dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! Mensaje para la XIX Jornada Mundial de la Juventud, 21 de enero de 2014

Examen de conciencia No es posible permanecer indiferentes, sabiendo que existen seres humanos tratados como mercancías. Pensemos en las adopciones de niños para la extracción de órganos, en las mujeres engañadas y obligadas a prostituirse, en los trabajadores explotados, sin derechos ni voz, etc. ¡Esto es tráfico humano! «A este nivel es necesario un profundo examen de conciencia: ¿cuántas veces, en efecto, toleramos que un ser humano sea considerado como un objeto, expuesto para vender un producto o para satisfacer deseos inmorales? La persona humana nunca se debería ni vender ni comprar como una mercancía. Quien la usa y la explota, incluso indirectamente, se hace cómplice de este abuso» (Discurso a los nuevos embajadores, 12 de diciembre de 2013). Si después pasamos al nivel familiar y entramos en las casas, ¡cuántas veces reina allí el abuso! Padres que esclavizan a sus hijos, hijos que esclavizan a sus padres; cónyuges que, olvidados de su llamada a la donación, se explotan como si fueran un producto para consumir, que se usa y se tira; ancianos sin un lugar, niños y adolescentes sin voz. ¡Cuántos ataques a los valores básicos del tejido social y de la convivencia social misma! Sí, se necesita un profundo examen de conciencia. ¿Cómo se puede anunciar la alegría de la Pascua sin ser solidarios con aquellos a quienes aquí en la tierra se les niega su libertad? Mensaje, 25 de febrero de 2014

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La indiferencia de los cristianos Muchos católicos sin entusiasmo y amargados se repiten a sí mismos: «Yo voy a misa todos los domingos, pero es mejor no comprometerse. Yo tengo fe para mi salvación, pero no siento la necesidad de darla a otro: cada uno en su casa, tranquilo, también porque si «en la vida tú haces algo luego te reprochan: es mejor no implicarse». Precisamente esta es la enfermedad de la acedia de los cristianos, una actitud que es paralizante para el celo apostólico y que hace de los cristianos personas inmóviles, tranquilas, pero no en el buen sentido de la palabra: personas que no se preocupan por salir para anunciar el Evangelio, personas anestesiadas. Y la acedia es tristeza. Es el perfil de cristianos tristes en el fondo a quienes les gusta saborear la tristeza hasta llegar a ser «personas no luminosas y negativas. Y esta es una enfermedad para nosotros cristianos. Tal vez vamos a misa todos los domingos pero también decimos: «Por favor, no molestar». Los cristianos sin celo apostólico no sirven y no hacen bien a la Iglesia. Lamentablemente, hoy son muchos los cristianos egoístas que cometen el pecado de la acedia contra el celo apostólico, contra las ganas de llevar la novedad de Jesús a los demás; esa novedad que me ha sido donada gratuitamente. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 1 de abril de 2014

El llanto de los niños En este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño. Y nos preguntamos: ¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor 86

materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de «perder tiempo» con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas? Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Homilía en Belén, 25 de mayo de 2014

La justicia es una responsabilidad humana Todos somos hijos del único Padre celestial, formamos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común. De aquí se deriva para cada uno la responsabilidad de obrar a fin de que el mundo llegue a ser una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan en su diversidad y se cuidan unos a otros. Estamos llamados también a darnos cuenta de las violencias e injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no pueden dejarnos indiferentes e inmóviles: se necesita del compromiso de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria. Ayer recibí una carta de un señor, tal vez uno de vosotros, quien informándome sobre una tragedia familiar, a continuación enumeraba muchas tragedias y guerras de hoy en el mundo, y me preguntaba: ¿qué sucede en el corazón del hombre, que le lleva a hacer todo esto? Y decía, al final: «Es hora de detenerse». También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia, y buscar la paz. Hermanos y hermanas, hago mías las

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palabras de este hombre: ¿qué sucede en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora de detenerse! Desde todos los rincones de la tierra, los creyentes elevan hoy la oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. En este primer día del año, que el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más firmeza por las sendas de la justicia y de la paz. Y comencemos en casa. Justicia y paz en casa, entre nosotros. Se comienza en casa y luego se sigue adelante, a toda la humanidad. Pero debemos comenzar en casa. Que el Espíritu Santo actúe en nuestro corazón, rompa las cerrazones y las durezas y nos conceda enternecernos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor. Ángelus, 1 de enero de 2014

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12. Marginación Es nuestro deber intentar construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado. Declaración conjunta con el patriarca Bartolomé I, 25 de mayo de 2014

Niños y ancianos Niños y ancianos representan los dos polos de la vida y también los más vulnerables, frecuentemente los más olvidados. Una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro. Y vosotros hacéis la valoración sobre qué hace esta cultura nuestra hoy, ¿no? Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no solo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad. Ocuparse de los pequeños y de los ancianos es una elección de civilización. Y es también el futuro, porque los pequeños, los niños, los jóvenes llevarán adelante esa sociedad con su fuerza, su juventud, y los ancianos la llevarán adelante con su sabiduría, su memoria, que nos deben dar a todos nosotros. La Iglesia que atiende a los niños y a los ancianos se convierte en la madre de las generaciones de los creyentes y, al mismo tiempo, sirve a la sociedad humana para que un espíritu de amor, de familiaridad y de solidaridad ayude a todos a redescubrir la paternidad y la maternidad de Dios. Discurso, 25 de octubre de 2013

Combatir la exclusión 90

Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de «rosca», se pasó de «rosca», porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría haber una especie de eutanasia escondida es decir, no se cuida a los ancianos pero también está una eutanasia cultural. No se los deja hablar, no se los deja actuar. Exclusión de los jóvenes, el porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo y sin empleo es muy alto y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo, o sea esta civilización nos ha llevado a excluir dos puntas que son el futuro nuestro. Entonces los jóvenes tienen que salir, tienen que hacerse valer, los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, a luchar por esos valores, y los viejos abran la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos, transmítannos la sabiduría de los pueblos. Pero sepan, sepan que en este momento ustedes los jóvenes y los ancianos están condenados al mismo destino: exclusión. No se dejen excluir, ¿está claro? Por eso creo que tienen que trabajar. Discurso en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio de 2013

La mentalidad del «descarte» En muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos, representa un ejemplo inquietante. A las guerras hechas de enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas. La globalización, como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y 91

de injusticia revelan no solo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados “inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero do ut des pragmático y egoísta. Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014

La privación de amor En nuestras sociedades se observa el dominio tiránico de una lógica económica que excluye y a veces mata, y de la que hoy muchísimos son víctimas, comenzando por nuestros ancianos. «Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes» (Evangelii gaudium, 53). La situación sociodemográfica del envejecimiento nos muestra claramente esta exclusión de la persona anciana, especialmente si está enferma, con discapacidad, o es vulnerable por cualquier otro motivo. En efecto, se olvida con mucha frecuencia que las relaciones entre los hombres son siempre relaciones de dependencia recíproca, que se manifiesta con grados diversos durante la vida de una persona y emerge mayormente en las situaciones de ancianidad, de enfermedad, de discapacidad, de sufrimiento en general. Esto requiere que, tanto en las relaciones interpersonales como en las comunitarias, se ofrezca la ayuda indispensable para tratar de responder a la necesidad que tiene la persona en ese momento. La falta de salud o la discapacidad no son nunca un buena razón para excluir o, peor aún, para eliminar a una persona; y la privación más grave que sufren las personas ancianas no es el debilitamiento del organismo y la discapacidad que deriva de ello, sino el abandono, la exclusión, la privación del amor. 92

Mensaje, 19 de febrero de 2014

Antisemitismo La Shoah, tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que pertenezca o la religión que profese. Pido a Dios que no suceda nunca más un crimen semejante, del que fueron víctimas en primer lugar los judíos y también muchos cristianos y otras personas. Sin olvidar nunca el pasado, promovamos una educación en la que la exclusión y la confrontación dejen paso a la inclusión y el encuentro, donde no haya lugar para el antisemitismo, en cualquiera de sus formas, ni para manifestaciones de hostilidad, discriminación o intolerancia hacia las personas o los pueblos. Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta tierra y del todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz. Discurso en Belén, 25 de mayo de 2014

Gitanos A menudo los gitanos se encuentran al margen de la sociedad, y a veces se les mira con hostilidad y sospecha –recuerdo muchas veces, aquí en Roma, cuando algunos gitanos subían al autobús y el conductor decía: «¡Atención con las carteras!». Esto es desprecio. Tal vez será verdad, pero es desprecio...–. Están escasamente implicados en las dinámicas políticas, económicas y sociales del territorio. Sabemos que es una realidad 93

compleja, pero ciertamente también el pueblo gitano está llamado a contribuir al bien común, y esto es posible con itinerarios adecuados de corresponsabilidad, en la observancia de los deberes y en la promoción de los derechos de cada uno. Entre las causas que en la sociedad actual provocan situaciones de miseria en una parte de la población, podemos indicar la falta de estructuras educativas para la formación cultural y profesional, el difícil acceso a la atención sanitaria, la discriminación en el mercado del trabajo y la carencia de alojamientos dignos. Si estas llagas del tejido social afectan indistintamente a todos, los grupos más débiles son los que con mayor facilidad se convierten en víctimas de las nuevas formas de esclavitud. Son, en efecto, las personas menos protegidas las que caen en la trampa de la explotación, de la mendicidad forzada y de diversas formas de abuso. Los gitanos están entre los más vulnerables, sobre todo cuando faltan las ayudas para la integración y la promoción de la persona en las diversas dimensiones de la vida civil. Aquí se introduce la solicitud de la Iglesia y vuestra aportación específica. El Evangelio, en efecto, es anuncio de alegría para todos y de modo especial para los más débiles y marginados. A ellos estamos llamados a asegurar nuestra cercanía y nuestra solidaridad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo que les dio testimonio de la predilección del Padre. Es necesario que, junto a esta acción solidaria en favor del pueblo gitano, se cuente con el compromiso de las instituciones locales y nacionales y el apoyo de la comunidad internacional, para señalar proyectos e intervenciones orientadas al mejoramiento de la calidad de vida. Ante las dificultades y las necesidades de los hermanos, todos deben sentirse interpelados a poner la dignidad de cada persona humana en el centro de sus atenciones. Discurso, 5 de junio de 2014

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13. Corrupción El Señor nos libre de deslizarnos por el camino de la corrupción. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 3 de junio de 2013

Pecadores y corruptos Jesús mira al pueblo y se conmueve, porque lo ve como «ovejas sin pastor». Y Jesús va donde los pobres, donde los enfermos, donde todos, las viudas, los leprosos para curarles y les habla con una palabra que provoca admiración en el pueblo, habla distinto de esta clase dirigente que se había alejado del pueblo. Solo se interesa por sus cosas: por su grupo, por su partido, por sus luchas internas. Y el pueblo, ahí... Habían abandonado el rebaño. ¿Y esta gente era pecadora? Como todos, pero estos eran más que pecadores: el corazón de esta gente, de este grupo, con el tiempo se había endurecido tanto, tanto que era imposible escuchar la voz del Señor. Y de pecadores, han resbalado, se han convertido en corruptos. Es tan difícil que un corrupto consiga volver atrás. El pecador sí, porque el Señor es misericordioso y nos acepta a todos. Pero el corrupto está obsesionado con sus cosas, y estos eran corruptos. Y por esto se justificaban, porque Jesús, con su sencillez, pero con la fuerza de Dios, les molestaba. Y paso a paso, terminan por convencerse que debían matar a Jesús, y uno de ellos dijo: «Es mejor que un hombre muera por su pueblo». Estos han errado el camino. Han hecho resistencia a la salvación de amor del Señor y así ha resbalado de la fe, de una teología de fe a una teología del deber: «Tenéis que hacer esto, esto, esto...». Homilía dirigida a los parlamentarios italianos, 96

27 de marzo de 2014

El pan sucio de la corrupción Los administradores corruptos «devotos del dios soborno» cometen un «pecado grave contra la dignidad» y dan de comer «pan sucio» a sus propios hijos: a esta «astucia mundana» se debe responder con la «astucia cristiana» que es «un don del Espíritu Santo». Se comienza con un pequeño soborno, pero es como la droga. Incluso si el primer soborno es pequeño, después viene el otro y el otro: y se termina con la enfermedad de la adicción a los sobornos. Estamos ante un pecado muy grave porque va contra la dignidad. Esa dignidad con la que somos ungidos con el trabajo. No con el soborno, no con esta adicción a la astucia mundana. Cuando leemos en los periódicos o vemos en el televisor a uno que escribe o habla de la corrupción, tal vez pensamos que la corrupción es una palabra. Corrupción es esto: es no ganar el pan con dignidad. Quizás hoy nos hará bien a todos rezar por tantos niños y jóvenes que reciben de sus padres el pan sucio. También estos están hambrientos. Están hambrientos de dignidad. Oremos para que el Señor cambie el corazón de estos devotos del dios soborno, para que comprendan que la dignidad viene del trabajo digno, del trabajo honesto, del trabajo de cada día, y no de estos caminos más fáciles que al final arrebatan todo. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 8 de noviembre de 2013

La doble vida de los corruptos Donde hay engaño no está el Espíritu de Dios. Este es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien hace una doble vida es un corrupto. Quien peca, en cambio, quisiera no pecar, pero es débil y se encuentra en una condición en la que no puede encontrar una 97

solución, pero va al Señor y pide perdón. A este el Señor le quiere, le acompaña, está con él. Y nosotros debemos decir, todos nosotros que estamos aquí: pecadores sí, corruptos no. Los corruptos no saben lo que es la humildad. Jesús los compara con los sepulcros blanqueados: bellos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos putrescentes. Y un cristiano que presume de ser cristiano pero no vive como cristiano es un corrupto. Todos conocemos a alguien que está en esta situación y todos sabemos –agregó– cuánto mal hacen a la Iglesia los cristianos corruptos, los sacerdotes corruptos. ¡Cuánto mal hacen a la Iglesia! No viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad. Una podredumbre barnizada: este es la vida del corrupto. Y Jesús a estos no les llamaba sencillamente pecadores. Sino que les decía «hipócritas». Jesús, recordó una vez más, perdona siempre, no se cansa de perdonar. La única condición que pide es que no se quiera seguir esta doble vida. Pidamos hoy al Señor huir de todo engaño, de reconocernos pecadores. Pecadores sí, corruptos no. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 11 de noviembre de 2013

Los cristianos corruptos Los corruptos, aquellos que eran pecadores como todos nosotros, pero que dieron un paso más: se consolidaron en el pecado y no sienten la necesidad de Dios. O al menos, se creen que no la sienten, porque en el código genético existe esta tendencia hacia Dios. Y como no pueden negarlo, se hacen un dios especial: ellos mismos. He ahí quiénes son los corruptos. Y esto es un peligro también para nosotros: convertirnos en corruptos. Los corruptos están en las comunidades cristianas y hacen mucho mal. Jesús habla a los doctores de la Ley, a los fariseos, que eran corruptos; les dice que son sepulcros blanqueados. En las comunidades cristianas los corruptos son así. Se dice: Ah, es buen cristiano, pertenece a tal cofradía; bueno, es uno de nosotros. Pero nada: existen para ellos mismos. Judas empezó siendo pecador avaro y acabó en la 98

corrupción. La senda de la autonomía es un camino peligroso. Los corruptos son grandes desmemoriados, olvidaron este amor con el que el Señor hizo la viña y los hizo a ellos. Cortaron la relación con este amor y se convirtieron en adoradores de sí mismos. ¡Cuánto mal hacen los corruptos en las comunidades cristianas! Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 3 de junio de 2013

El lenguaje de la corrupción El lenguaje de los corruptos. ¿Cuál es su idioma? Este: el idioma de la hipocresía: no aman la verdad. Se aman solo a sí mismos, y, de este modo, buscan engañar, implicar al otro en su engaño, en su mentira. Tienen el corazón mentiroso; no pueden decir la verdad. Es el mismo lenguaje que usó Satanás después del ayuno en el desierto: tú tienes hambre: puedes transformar esta piedra en pan; y luego: para qué tanto trabajo, tírate desde el templo. Este lenguaje, que parece persuasivo, conduce al error, al engaño. La hipocresía, por lo tanto, es el lenguaje de la corrupción, y no es el lenguaje de la verdad, porque la verdad nunca va sola: va siempre con el amor. No hay verdad sin amor. El amor es la primera verdad. Y si no hay amor no hay verdad. Los hipócritas, en cambio, quieren una verdad esclava de los propios intereses. También en ellos hay una forma de amor; pero es amor a sí mismos, una especie de idolatría narcisista que los lleva a traicionar a los demás y conduce a los abusos de confianza. En cambio, la mansedumbre que Jesús quiere de nosotros no tiene nada, nada que ver con esta adulación, con este modo azucarado de seguir adelante. Nada. La mansedumbre es sencilla, como la de un niño; y un niño no es hipócrita, porque no es corrupto. Cuando Jesús nos dice: que vuestro modo de hablar sea: sí, sí, no, no, con alma de niño, nos dice lo contrario de aquello que dicen los corruptos. Todos nosotros tenemos en realidad una cierta debilidad interior y nos gusta que digan cosas buenas de nosotros. A todos nos gusta, porque al final de cuentas una pizca de vanidad la tenemos todos. Los corruptos lo saben y con su lenguaje buscan debilitarnos.

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Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 4 de junio de 2013

Las fisuras de la corrupción Las bienaventuranzas son el carné de identidad del cristiano. Jesús habla con toda sencillez y hace como una paráfrasis, una glosa de los dos grandes mandamientos: amar al Señor y amar al prójimo. Así, si alguno de nosotros plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. Un sermón muy a contracorriente respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en el mundo. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia» es otra gran afirmación de Jesús dirigida a quienes luchan por la justicia, para que haya justicia en el mundo. La realidad nos muestra cuán fácil es entrar en las pandillas de la corrupción, formar parte de esa política cotidiana del do ut des, donde todo es negocio. Y cuánta gente sufre por estas injusticias. Precisamente ante esto Jesús dice: «Son bienaventurados los que luchan contra estas injusticias». Por último, proclamando bienaventurados a los perseguidos por causa de la justicia, Jesús recuerda cuánta gente es perseguida y ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia. Así pues, este es el programa de vida que nos propone Jesús. Un programa muy sencillo pero muy difícil al mismo tiempo. Y si nosotros quisiéramos algo más Jesús nos da también otras indicaciones, en especial ese protocolo sobre el cual seremos juzgados que se encuentra en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... estuve enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». He aquí el camino para vivir la vida cristiana al nivel de santidad. Por lo demás, los santos no hicieron otra cosa más que vivir las bienaventuranzas y ese protocolo del juicio final. Son pocas palabras, palabras sencillas, pero prácticas para todos, porque el 100

cristianismo es una religión práctica: es para practicarla, para realizarla, no solo para pensarla. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 9 de junio de 2014

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14. Dinero Nunca vi un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 21 de junio de 2013

O Dios, o el dinero Hay que cuidarse de ceder a la tentación de idolatrar el dinero. Hay algo en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación del engaño de muchos deseos absurdos y nocivos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. De hecho, la avaricia es la raíz de todos los males. Y algunos, arrastrados por este deseo, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Es tanto el poder del dinero que hace que te desvíes de la fe pura. Te quita la fe, la debilita y la pierdes. El dinero corrompe. No hay vía de escape. Si eliges este camino del dinero al final serás un corrupto. El dinero tiene esta seducción de llevarte, de hacerte deslizar lentamente en tu perdición. Y por esto Jesús es tan decidido: no puedes servir a Dios y al dinero, no se puede: o el uno o el otro. Y esto no es comunismo, esto es Evangelio puro. Estas cosas son palabra de Jesús. ¿Pero entonces qué pasa con el dinero? El dinero te ofrece un cierto bienestar: te va bien, te sientes un poco importante y después sobreviene la vanidad. Esta vanidad que no sirve, pero te sientes una persona importante. Vanidad, orgullo, riqueza: es de lo que presumen los hombres descritos en el salmo: los que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas. ¿Entonces cuál es la verdad? La verdad es que nadie puede

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rescatarse a sí mismo, ni pagar a Dios su propio precio. Demasiado caro sería el rescate de una vida. Nadie puede salvarse con el dinero, aunque es fuerte la tentación de perseguir la riqueza para sentirse suficientes, la vanidad para sentirse importante y, al final, el orgullo y la soberbia. Los primeros Padres de la Iglesia decían una palabra fuerte: el dinero es el estiércol del diablo. Es así, porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo y nos hace maniáticos de cuestiones ociosas y te aleja de la fe. Corrompe. El apóstol Pablo nos dice en cambio que tendamos a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 20 de septiembre de 2013

La dictadura de la economía La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,15-34) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. Y peor todavía, hoy se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del descarte. Esta deriva se verifica a nivel individual y social. Y, además, se promueve. En este contexto, la solidaridad, que es el tesoro de los pobres, se considera a menudo contraproducente, contraria a la razón financiera y económica. Mientras las ganancias de unos pocos van creciendo exponencialmente, las de la mayoría disminuyen. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los Países de las posibilidades reales

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de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade, una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no tiene límites. Discurso, 16 de mayo de 2013

El rico sin nombre [Todos nosotros corremos] el riesgo de apoltronarnos, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para comer? No era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como hombres. Fíjense que el rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro. Pero intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. «¡Ay de los que se fían de Sión!», decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos. Homilía, 29 de septiembre de 2013

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La superación del interés individual Las graves crisis financieras y económicas –que tienen su origen en el progresivo alejamiento del hombre de Dios y del prójimo, en la búsqueda insaciable de bienes materiales, por un lado, y en el empobrecimiento de las relaciones interpersonales y comunitarias, por otro– han llevado a muchos a buscar el bienestar, la felicidad y la seguridad en el consumo y la ganancia más allá de la lógica de una economía sana. El hecho de que las crisis económicas se sucedan una detrás de otra debería llevarnos a las oportunas revisiones de los modelos de desarrollo económico y a un cambio en los estilos de vida. La crisis actual, con graves consecuencias para la vida de las personas, puede ser, sin embargo, una ocasión propicia para recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la fortaleza. Estas virtudes nos pueden ayudar a superar los momentos difíciles y a redescubrir los vínculos fraternos que nos unen unos a otros, con la profunda confianza de que el hombre tiene necesidad y es capaz de algo más que desarrollar al máximo su interés individual. Sobre todo, estas virtudes son necesarias para construir y mantener una sociedad a medida de la dignidad humana. Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2014

La cultura del bienestar Las riquezas son un impedimento, que no hacen fácil el camino hacia el Reino de Dios. Además, cada uno de nosotros tiene sus riquezas, todo el mundo. Siempre hay, dijo, una riqueza que nos impide caminar cerca de Jesús. Todos debemos hacer un examen de conciencia sobre las que son nuestras riquezas, porque nos impiden acercarnos a Jesús en el camino de la vida. El papa se refirió a dos riquezas culturales: primero, la cultura del bienestar, que nos hace poco valientes, nos hace perezosos, incluso nos vuelve egoístas. El bienestar nos adormece, es una anestesia. Imaginemos un diálogo entre una pareja de esposos: «No, no, no más de un hijo, porque no podemos tomar vacaciones, no podemos ir a tal sitio, no podemos comprar la casa. 106

Es bueno seguir al Señor, pero hasta cierto punto...» Esto es lo que hace el bienestar: todos sabemos bien cómo es el bienestar, pero este nos lleva hacia abajo, nos quita el coraje, aquel coraje fuerte para caminar cerca de Jesús. Esta es la primera riqueza de nuestra cultura actual, la cultura del bienestar. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 27 de mayo de 2013

Riqueza y futuro El capítulo 13 de san Mateo, que relata la explicación de Jesús a los discípulos respecto a la parábola del sembrador. Dice que la semilla que cayó en tierra con espinas se ahogó. Pero, ¿quién la ahoga? Jesús dice: «las riquezas y las preocupaciones del mundo». Se ve que Jesús tenía una idea clara sobre esto. Por lo tanto, las riquezas y las preocupaciones del mundo ahogan la Palabra de Dios. No la dejan crecer. Y la Palabra muere porque no se custodia, se ahoga. En ese caso lo que sirve es la riqueza o la preocupación del mundo, pero no la Palabra de Dios. ¿Qué hacen en nosotros las riquezas y las preocupaciones? Sencillamente nos sacan del tiempo. Sucede esto porque a quien está apegado a las riquezas no le interesa el pasado ni el futuro, tiene todo. La riqueza es un ídolo. Él no tiene necesidad de un pasado, de una promesa, de una elección, de futuro, de nada. Aquello de lo que se preocupa es de lo que puede suceder; por ello corta su relación con el futuro, que para él se convierte en futurible. Pero ciertamente no lo orienta hacia una promesa y por ello permanece confundido, solo. Por ello Jesús nos dice: «O Dios o la riqueza, o el reino de Dios y su justicia o las preocupaciones». Sencillamente nos invita a caminar por la senda de ese don tan grande que nos dio: ser sus elegidos. Con el bautismo somos elegidos en el amor. Recordemos bien: la semilla que cae entre las espinas se ahoga, la ahogan las riquezas y las preocupaciones del mundo: dos elementos que hacen olvidar el pasado y el futuro. De este modo, tenemos un Padre, pero vivimos como si no lo tuviésemos y tenemos un futuro incierto. De este modo también el presente es algo que no funciona. 107

Pero es precisamente por esto que debemos confiar en el Señor, quien dice: «Tranquilos, buscad el reino de Dios, su justicia. Todo lo demás vendrá». Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 22 de junio de 2013

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15. Violencia En cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. Homilía en la vigilia de oración por la paz, 7 de septiembre de 2013

La injusticia provoca violencia Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres, pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas. Evangelii gaudium, 59

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La violencia en África Los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aun cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de verdadera y propia persecución. En grandes áreas de Nigeria no se detiene la violencia y se sigue derramando mucha sangre inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, donde la población sufre a causa de las tensiones que el país atraviesa y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las víctimas y los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de pobreza, y espero que la implicación de la comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica por su parte seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y paz son una prioridad fundamental también en otras partes del continente africano. Me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el positivo restablecimiento de las estructuras democráticas del país, como también a Sudán del Sur, donde, por el contrario, la inestabilidad política del último período ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humanitaria. Discurso, 13 de enero de 2014

El diálogo contra la violencia No podemos nunca resignarnos ante el dolor de pueblos enteros, prisioneros de la guerra, de la miseria, de la explotación. No podemos contemplar indiferentes e impotentes el drama de niños, familias y ancianos golpeados por la violencia. No podemos dejar que el terrorismo encarcele el corazón de pocos violentos para sembrar dolor y muerte en muchos. De modo especial decimos con fuerza, todos, continuamente, que no puede existir justificación religiosa alguna para la violencia. No puede existir justificación religiosa alguna para la violencia, en cualquier modo que la misma se manifieste.

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Es necesario borrar toda forma de violencia motivada religiosamente, y al mismo tiempo vigilar a fin de que el mundo no caiga prisionero de esa violencia contenida en cada proyecto de civilización que se basa en el «no» a Dios. Como responsables de las diversas religiones podemos hacer mucho. La paz es responsabilidad de todos. Rezar por la paz, trabajar por la paz. Un líder religioso es siempre hombre o mujer de paz, porque el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas que representamos. ¿Pero qué podemos hacer? Vuestro encuentro de cada año nos sugiere el camino: la valentía del diálogo. Este valor, este diálogo nos da esperanza. No tiene nada que ver con el optimismo, es otra cosa. ¡Esperanza! En el mundo, en las sociedades, hay poca paz también porque falta el diálogo, le cuesta salir del estrecho horizonte de los propios intereses para abrirse a una confrontación auténtica y sincera. Para la paz se necesita un diálogo tenaz, paciente, fuerte, inteligente, para el cual nada está perdido. El diálogo puede ganar la guerra. El diálogo permite vivir juntas a personas de diferentes generaciones, que a menudo se ignoran; permite vivir juntos a ciudadanos de diversas procedencias étnicas, de diversas convicciones. El diálogo es la vía de la paz. Porque el diálogo favorece el entendimiento, la armonía, la concordia, la paz. Por ello es vital que crezca, que se extienda entre la gente de cada condición y convicción como una red de paz que protege el mundo, y sobre todo protege a los más débiles. Discurso, 30 de septiembre de 2013

El renacimiento de Caín Dios pregunta a la conciencia del hombre: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Y Caín responde: «No sé, ¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Esta pregunta se dirige también a nosotros, y también a nosotros nos hará bien preguntarnos: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano. Ser persona humana significa ser guardianes los unos de los otros. Sin embargo, cuando se rompe la armonía, se produce una metamorfosis: el hermano que deberíamos proteger y amar se convierte en el adversario a combatir, suprimir. ¡Cuánta violencia se genera en ese momento,

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cuántos conflictos, cuántas guerras han jalonado nuestra historia! Basta ver el sufrimiento de tantos hermanos y hermanas. No se trata de algo coyuntural, sino que es verdad: en cada agresión y en cada guerra hacemos renacer a Caín. ¡Todos nosotros! Y también hoy prolongamos esta historia de enfrentamiento entre hermanos, también hoy levantamos la mano contra quien es nuestro hermano. También hoy nos dejamos llevar por los ídolos, por el egoísmo, por nuestros intereses; y esta actitud va a más: hemos perfeccionado nuestras armas, nuestra conciencia se ha adormecido, hemos hecho más sutiles nuestras razones para justificarnos. Como si fuese algo normal, seguimos sembrando destrucción, dolor, muerte. La violencia, la guerra traen solo muerte, hablan de muerte. La violencia y la guerra utilizan el lenguaje de la muerte. Homilía en la vigilia de oración por la paz, 7 de septiembre de 2013

Guerra y economía La economía mundial podrá desarrollarse realmente en la medida en que sea capaz de permitir una vida digna a todos los seres humanos, desde los más ancianos hasta los niños aún en el seno materno, no solo a los ciudadanos de los países miembros del G20, sino a todo habitante de la tierra, hasta quienes se encuentran en las situaciones sociales más difíciles o en los lugares más perdidos. En esta perspectiva, parece claro que en la vida de los pueblos los conflictos armados constituyen siempre la deliberada negación de toda posible concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que requieren muchos años para cicatrizar. Las guerras constituyen el rechazo práctico a comprometerse para alcanzar esas grandes metas económicas y sociales que la comunidad internacional se ha dado, como son, por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Lamentablemente, los muchos conflictos armados que aún hoy afligen el mundo nos presentan, cada día, una dramática imagen de miseria, hambre, enfermedades y muerte. En efecto, sin paz no hay ningún tipo de desarrollo económico. La violencia no lleva jamás a la paz, condición necesaria para tal desarrollo.

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Carta a Putin, 4 de septiembre de 2013

La falsa paz del mundo La paz del mundo ante todo es un poco superficial, es una paz que no llega al fondo del alma. Por ello, es una paz que procura una cierta tranquilidad y también un cierto gozo, pero solo hasta un cierto nivel. Un tipo de paz que ofrece el mundo, por ejemplo, es la paz de las riquezas: «Pero yo estoy en paz porque tengo todo organizado, tengo para vivir durante toda mi vida, no debo preocuparme». Esta idea de paz parte de una convicción: «No te preocupes, no tendrás problemas porque tienes mucho dinero». Pero es el mismo Jesús quien nos recuerda que no debemos confiar en esta paz, porque, con gran realismo, nos dice: Mirad que existen los ladrones, ¿eh? Y los ladrones pueden robar tus riquezas. He aquí por qué no es una paz definitiva la que te da el dinero. Por lo demás, no olvidemos que el metal se oxida. Y basta un bajón de la bolsa y todo el dinero se pierde. Otra paz que da el mundo es la del poder. Y así se llega a pensar: «Yo tengo poder, estoy seguro, ordeno esto, ordeno aquello, soy respetado: estoy en paz». Un tercer tipo de paz que da el mundo es la de la vanidad, que nos hace decirnos a nosotros mismos: «Soy una persona estimada, tengo muchos valores, soy una persona que todo el mundo respeta y cuando voy a las recepciones, todos me saludan». Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 20 de mayo de 2014

El espíritu de la guerra Escandalizarse por los millones de muertos de la primera guerra mundial tiene poco sentido si uno no se escandaliza también por los muertos de las numerosas pequeñas

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guerras de hoy. Y son guerras que hacen morir de hambre a muchísimos niños en los campos de refugiados, mientras que los mercaderes de armas hacen fiesta. En efecto, todos los días encontramos guerras en los diarios. Y leemos que en tal lugar se han dividido en dos y ha habido cinco muertos, en otro lugar ha habido otras víctimas y así d seguido. Hasta tal punto que ya los muertos parecen formar parte de una contabilidad diaria. Y nos hemos acostumbrado a leer estas cosas. Por eso, si tuviéramos la paciencia de enumerar todas las guerras que en este momento hay en el mundo, seguramente llenaríamos varias páginas. Ahora parece que el espíritu de la guerra se ha apoderado de nosotros. Así, se celebran actos para conmemorar el centenario de aquella gran guerra, con muchos millones de muertos, y están todos escandalizados; sin embargo, también hoy sucede lo mismo: en lugar de una gran guerra, hay pequeñas guerras por doquier. Hay pueblos divididos que para conservar su propio interés se matan, se asesinan entre ellos. La pasión nos lleva a la guerra, al espíritu del mundo. Así, habitualmente, frente a un conflicto, nos encontramos en una situación curiosa, que nos impulsa a ir adelante para resolverlo discutiendo, con un lenguaje de guerra. En cambio, debería prevalecer el lenguaje de paz. ¿Y cuáles son las consecuencias? Pensad en los niños hambrientos en los campos de refugiados; pensad solamente en ello. ¡Este es el fruto de la guerra! Y, si queréis, pensad en los grandes salones, en las fiestas que hacen los propietarios de las industrias de armas, los que fabrican armas. Por lo tanto, las consecuencias de la guerra son, por una parte, el niño enfermo, hambriento, en un campo de refugiados, y, por otra, las grandes fiestas y la buena vida que se dan los fabricantes de armas. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 25 de febrero de 2014

La violencia de las palabras Los que viven juzgando al prójimo, hablando mal del prójimo, son hipócritas. Porque no tienen la fuerza, la valentía de mirar los propios defectos. El Señor no dice sobre esto muchas palabras. Después, más adelante dirá: el que en su corazón tiene odio contra el 115

hermano es un homicida. Lo dirá. También el apóstol Juan lo dice muy claramente en su primera carta: quien odia al hermano camina en las tinieblas. Quien juzga a su hermano es un homicida. Por lo tanto, cada vez que juzgamos a nuestros hermanos en nuestro corazón, o peor, cuando lo hablamos con los demás, somos cristianos homicidas. Y esto no lo digo yo, sino que lo dice el Señor. Sobre este punto no hay lugar a matices: si hablas mal del hermano, matas al hermano. Y cada vez que hacemos esto imitamos el gesto de Caín, el primer homicida. Se habla mucho en estos días de las guerras que en el mundo provocan víctimas, sobre todo entre los niños, y obligan a muchos a huir en busca de un refugio. ¿Cómo es posible pensar en tener el derecho a matar hablando mal de los demás, de desencadenar esta guerra cotidiana de las murmuraciones? En efecto, las maledicencias van siempre en la dirección de la criminalidad. No existen maledicencias inocentes. Y esto es Evangelio puro. Por lo tanto, en este tiempo que pedimos tanto la paz, es necesario tal vez un gesto de conversión. Y a los «no» contra todo tipo de arma, decimos «no también a esta arma» que es la maledicencia, porque es mortal. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 13 de septiembre de 2013

El drama de la guerra Nos sentimos profundamente afectados por los dramas y las heridas de nuestro tiempo, especialmente por las que son fruto de los conflictos todavía abiertos en Oriente Medio. Pienso, en primer lugar, en la amada Siria, lacerada por una lucha fratricida que dura ya tres años y que ha cosechado innumerables víctimas, obligando a millones de personas a convertirse en refugiados y a exilarse en otros países. Todos queremos la paz. Pero, viendo este drama de la guerra, viendo estas heridas, viendo tanta gente que ha dejado su patria, que se ha visto obligada a marcharse, me pregunto: ¿quién vende armas a esta gente para hacer la guerra? He aquí la raíz del mal. El odio y la codicia del dinero en la fabricación y en la venta de las armas. Esto nos debe hacer pensar en quién está detrás, el que da a todos aquellos que se encuentran en conflicto las armas para continuar el

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conflicto. Pensemos, y desde nuestro corazón digamos también una palabra para esta pobre gente criminal, para que se convierta. Que cese la violencia y se respete el derecho humanitario, garantizando la necesaria asistencia a la población que sufre. Que nadie se empeñe en que las armas solucionen los problemas y todos vuelvan a la senda de las negociaciones. La solución, de hecho, solo puede venir del diálogo y de la moderación, de la compasión por quien sufre, de la búsqueda de una solución política y del sentido de la responsabilidad hacia los hermanos. Dios convierta a los violentos. Dios convierta a aquellos que tienen proyectos de guerra. Dios convierta a los que fabrican y venden las armas, y fortalezca los corazones y las mentes de los agentes de paz y los recompense con sus bendiciones. Discurso en Betania, 24 de mayo de 2014

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16. Migraciones Oremos para tener un corazón que abrace a los inmigrantes. Twitter, 8 de julio de 2013

Pobreza y migraciones Al mismo tiempo que animamos el progreso hacia un mundo mejor, no podemos dejar de denunciar por desgracia el escándalo de la pobreza en sus diversas dimensiones. Violencia, explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales, tanto de los individuos como de los colectivos, son algunos de los principales elementos de pobreza que se deben superar. Precisamente estos aspectos caracterizan muchas veces los movimientos migratorios, unen migración y pobreza. Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana. La realidad de las migraciones, con las dimensiones que alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 5 de agosto de 2013

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Las migraciones forzosas Otro desafío a la paz que está al alcance de nuestros ojos, y que lamentablemente asume en algunas regiones y en ciertos momentos el carácter de auténtica tragedia humana, es el de las migraciones forzadas. Se trata de un fenómeno muy complejo, y es necesario reconocer que se están realizando esfuerzos considerables por parte de las organizaciones internacionales, los Estados, las fuerzas sociales, así como de las comunidades religiosas y del voluntariado, para tratar de dar respuesta de modo civil y organizado a los aspectos más críticos, a las emergencias, a las situaciones de mayor necesidad. Pero, también aquí, nos damos cuenta de que no nos podemos limitar a resolver las emergencias. Ahora el fenómeno se ha manifestado en toda su amplitud y en su carácter, por decirlo así, epocal. Ha llegado el momento de afrontarlo con una mirada política seria y responsable, que implique a todos los niveles: global, continental, de macro-regiones, de relaciones entre Naciones, incluso a nivel nacional y local. Nosotros podemos observar en este campo experiencias opuestas entre sí. Por una parte, historias estupendas de humanidad, de encuentro, de acogida; personas y familias que han logrado salir de realidades inhumanas y que han vuelto a encontrar la dignidad, la libertad, la seguridad. Por otra parte, lamentablemente, existen historias que nos hacen llorar y avergonzarnos: seres humanos, nuestros hermanos y hermanas, hijos de Dios que, impulsados también ellos por la voluntad de vivir y trabajar en paz, afrontan viajes extenuantes y sufren secuestros, torturas, abusos de todo tipo, para acabar a veces muriendo en el desierto o en el fondo del mar. Discurso, 15 de mayo de 2014

La Iglesia y los refugiados La Iglesia es madre, y su atención materna se manifiesta con particular ternura y cercanía a quien está obligado a escapar de su país y vive entre el desarraigo y la integración. Esta tensión destruye a las personas. La compasión cristiana –este «sufrir con», con-pasión– se expresa ante todo mediante el compromiso de conocer los hechos que impulsan a

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dejar forzadamente la patria, y, donde es necesario, haciéndose intérprete de quien no logra hacer oír el grito de dolor y opresión. Violencia, abusos, lejanía de los afectos familiares, eventos traumáticos, fuga de casa, incertidumbre sobre el futuro en los campos de refugiados. Todos estos elementos deshumanizan y deben impulsar a cada cristiano y a toda la comunidad hacia una atención concreta. Pero hoy, queridos amigos, quiero invitaros a todos a percibir también la luz de la esperanza en los ojos y en el corazón de los refugiados y de las personas forzadamente desarraigadas. Esperanza que se expresa en las expectativas por el futuro, en el anhelo de relaciones de amistad, en el deseo de participar en la sociedad que los acoge, incluso mediante el aprendizaje de la lengua, el acceso al trabajo y la instrucción para los más pequeños. Admiro la valentía de quien espera retomar gradualmente la vida normal, con la esperanza de que la felicidad y el amor vuelvan a alegrar su existencia. ¡Todos podemos y debemos alimentar esta esperanza! Invito sobre todo a los gobernantes y a los legisladores, y a toda la comunidad internacional, a considerar la realidad de las personas forzadamente desarraigadas con iniciativas eficaces y nuevos enfoques, para defender su dignidad, mejorar su calidad de vida y afrontar los desafíos que aparecen en formas modernas de persecución, opresión y esclavitud. Se trata, lo destaco, de personas humanas, que reclaman solidaridad y asistencia, que tienen necesidad de intervenciones urgentes, pero también y sobre todo, de comprensión y de bondad. Dios es bueno, imitemos a Dios. Su condición no puede dejarnos indiferentes. Y nosotros, como Iglesia, recordemos que, curando las heridas de los refugiados, los desplazados y las víctimas de tráficos, ponemos en práctica el mandamiento de la caridad que Jesús nos dejó, cuando se identificó con el extranjero, con quien sufre, con todas las víctimas inocentes de la violencia y la explotación. Discurso, 24 de mayo de 2013

Un mundo mejor

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Desde el punto de vista cristiano, también en los fenómenos migratorios, al igual que en otras realidades humanas, se verifica la tensión entre la belleza de la creación, marcada por la gracia y la redención, y el misterio del pecado. El rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación, el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad y la acogida, a los gestos de fraternidad y de comprensión. Despiertan una gran preocupación sobre todo las situaciones en las que la migración no es solo forzada, sino que se realiza incluso a través de varias modalidades de trata de personas y de reducción a la esclavitud. El «trabajo esclavo» es hoy moneda corriente. Sin embargo, y a pesar de los problemas, los riesgos y las dificultades que se deben afrontar, lo que anima a tantos emigrantes y refugiados es el binomio confianza y esperanza; ellos llevan en el corazón el deseo de un futuro mejor, no solo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas. ¿Qué supone la creación de un «mundo mejor»? Esta expresión no alude ingenuamente a concepciones abstractas o a realidades inalcanzables, sino que orienta más bien a buscar un desarrollo auténtico e integral, a trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos, para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, 5 de agosto de 2013

La trata de seres humanos Hoy deseo afrontar con vosotros una cuestión que me preocupa mucho y que amenaza actualmente la dignidad de las personas: es la trata de personas. Es una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, a quien proviene de situaciones de disgregación familiar y social. En ellos, de modo especial nosotros cristianos, reconocemos el rostro de Jesucristo, quien se identificó con los más pequeños y necesitados. Otros, que no se remiten a una fe religiosa, en nombre de la humanidad común comparten la compasión por su sufrimiento, con el compromiso de liberarles y de aliviar sus heridas. Juntos podemos y debemos comprometernos para 122

que sean liberados y se pueda poner fin a este horrible comercio. Se habla de millones de víctimas del trabajo forzoso, trabajo esclavo, de la trata de personas con el fin de la mano de obra y la explotación sexual. Todo esto no puede continuar: constituye una grave violación de los derechos humanos de las víctimas y una ofensa a su dignidad, además de un desafío para la comunidad mundial. Quienes tienen buena voluntad, quienes se profesan religiosos o no, no pueden permitir que estas mujeres, estos hombres, estos niños sean tratados como objetos, engañados, violentados, con frecuencia vendidos más de una vez, para fines diversos, y al final asesinados o, de cualquier modo, arruinados física y mentalmente, para acabar descartados y abandonados. Es una vergüenza. La trata de personas es un crimen contra la humanidad. Debemos unir las fuerzas para liberar a las víctimas y para detener este crimen cada vez más agresivo, que amenaza, además de las personas, los valores fundamentales de la sociedad y también la seguridad y la justicia internacionales, además de la economía, el tejido familiar y la vida social misma. Sin embargo, es necesaria una toma de responsabilidad común y una más firme voluntad política para lograr vencer en este frente. Responsabilidad hacia quienes cayeron víctimas de la trata, para tutelar sus derechos, para asegurar su incolumidad y la de sus familiares, para impedir que los corruptos y criminales se sustraigan a la justicia y tengan la última palabra sobre las personas. Discurso, 12 de diciembre de 2013

La tragedia de Lampedusa Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor.

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Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios! Y una vez más les doy las gracias a ustedes, habitantes de Lampedusa, por su solidaridad. He escuchado, recientemente, a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes, aquellos que se aprovechan de la pobreza de los otros, esas personas para las que la pobreza de los otros es una fuente de lucro. ¡Cuánto han sufrido! Y algunos no han conseguido llegar. Homilía en Lampedusa, 8 de julio de 2013

Migraciones en masa Otro problema grave, correlativo con el precedente, que nuestro mundo debe afrontar, es el de la inmigración en masa: el notable número de hombres y mujeres obligados a buscar trabajo lejos de su patria ya es motivo de preocupación. No obstante su esperanza de un futuro mejor, encuentran frecuentemente incomprensión y exclusión, por no hablar de cuando experimentan tragedias y desastres. Habiendo afrontado tales sacrificios, estos hombres y mujeres a menudo no logran encontrar un trabajo digno y se convierten en víctimas de cierta «globalización de la indiferencia». Su situación los expone a ulteriores peligros, como el horror de la trata de seres humanos, el trabajo forzado y la reducción a la esclavitud. Es inaceptable que, en nuestro mundo, el trabajo realizado por esclavos se haya convertido en moneda corriente (cf. Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, 5 de agosto de 2013). ¡Esto no puede continuar! La trata de seres humanos es una plaga, un crimen contra la humanidad. Ha llegado la hora de unir las fuerzas y trabajar juntos para liberar a las víctimas de tales tráficos y para erradicar este crimen que nos afecta a todos nosotros, desde cada una de las familias hasta toda la comunidad mundial. Es también la hora de reforzar las formas existentes de cooperación y de establecer nuevos caminos para acrecentar la solidaridad. Esto requiere: un renovado compromiso

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en favor de la dignidad de toda persona; una realización más determinada de los estándares internacionales del trabajo; la planificación de un desarrollo focalizado en la persona humana como protagonista central y principal beneficiaria; una nueva valoración de las responsabilidades de las sociedades multinacionales en los países donde actúan, incluyendo los sectores de la gestión del provecho y de la inversión; y un esfuerzo coordinado para alentar a los Gobiernos a facilitar el desplazamiento de los migrantes en beneficio de todos, eliminando de este modo la trata de seres humanos y las peligrosas condiciones de viaje. Mensaje, 22 de mayo de 2014

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17. Persecuciones La libertad religiosa es un derecho humano fundamental. Discurso en Jordania, 24 de mayo de 2014

El rechazo de la doble vida En nuestra vida oímos también propuestas que no vienen de Jesús, que no vienen de Dios. Se comprende, a veces nuestras debilidades nos llevan por esa senda. O también por aquella otra que más peligrosa todavía: lleguemos a un acuerdo: un poco de Dios y un poco de vosotros. Lleguemos a un acuerdo y así iremos por la vida con una doble vida: un poco la vida de lo que oímos que nos dice Jesús y un poco la vida de lo que oímos que nos dice el mundo, los poderes del mundo y mucho más. Ahora bien, este es un sistema que no funciona. De hecho, el Señor dice en el libro del Apocalipsis: «Esto no funciona, porque así no sois ni malos ni buenos: sois tibios. Os condeno». Guardémonos de esta tentación: si Pedro hubiera dicho a estos sacerdotes: «Hablemos como amigos y establezcamos un status vivendi», tal vez la cosa hubiera ido bien, pero no hubiera sido una opción propia del amor que viene cuando oímos a Jesús. Una opción que trae consigo consecuencias. ¿Qué pasa cuando oímos a Jesús? A veces los que optan por la otra propuesta se enfurecen y la senda acaba en la persecución. En este momento, lo he dicho, tenemos tantas hermanas y tantos hermanos que, por obedecer, oír, escuchar lo que Jesús les pide son perseguidos. Recordemos siempre que estos hermanos y hermanas han puesto la carne en el asador y nos dicen con su vida: «Yo quiero obedecer, ir por el camino que Jesús me dice». Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 11 de abril de 2013

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El ecumenismo del sufrimiento Y no nos olvidamos en nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que, en diversas partes del mundo, sufren a causa de la guerra, de la pobreza, del hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos por su fe en el Señor Resucitado. Cuando cristianos de diversas confesiones sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una particular eficacia no solo en los lugares donde esto se produce, sino, en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia. Aquellos que matan, que persiguen a los cristianos por odio a la fe, no les preguntan si son ortodoxos o si son católicos: son cristianos. La sangre cristiana es la misma. Y cuando la desunión nos haga pesimistas, poco animosos, desconfiados, vayamos todos bajo el mando de la Santa Madre de Dios. Cuando en el alma cristiana hay turbulencias espirituales, solamente bajo el manto de la Santa Madre de Dios encontramos paz. Discurso en Jerusalén, 25 de mayo de 2014

Libertad religiosa El problema de la falta de libertad para practicar la religión no es solo de algunos países asiáticos: de algunos, sí, pero también de otros países del mundo. La libertad religiosa es una cosa que no todos los países tienen. Algunos tienen un control más o menos laxo, tranquilo; otros adoptan medidas que acaban en una verdadera persecución de los creyentes. Hay mártires. Hay mártires hoy, mártires cristianos. Católicos y no católicos, pero mártires. Y en algunos lugares no se puede llevar el crucifijo o no puedes tener la Biblia. No puedes enseñar el catecismo a los niños, ¡hoy! Y yo creo –pero pienso que no estoy equivocado– que en este tiempo hay más mártires que en los primeros tiempos de la Iglesia. Tenemos que acercarnos, en algunos lugares con prudencia, para ayudarlos; tenemos que rezar mucho por estas Iglesias que sufren: sufren mucho. Y también los obispos y la Santa Sede trabajan con discreción para ayudar a estos países, a los 128

cristianos de estos países. Pero no es fácil. Por ejemplo, te cuento una cosa. En un país está prohibido reunirse para rezar: está prohibido. Los cristianos que viven allí quieren celebrar la Eucaristía. Y hay un señor, que trabaja como los demás, que es sacerdote. Y va allí, a la mesa, como si estuvieran tomando el té, y celebran la Eucaristía. Conferencia de prensa, 26 de mayo de 2014

Los cristianos perseguidos En la Iglesia, en efecto, están los perseguidos desde fuera y los perseguidos desde dentro. Los santos mismos han sido perseguidos. En efecto, cuando leemos la vida de los santos nos encontramos ante muchas incomprensiones y persecuciones. Porque, siendo profetas, decían cosas que resultaban demasiado duras. De esta manera también muchos pensadores en la Iglesia fueron perseguidos. La historia nos testimonia que todas las personas que el Espíritu Santo elige para decir la verdad al pueblo de Dios sufren persecuciones. Recordamos la última bienaventuranza de Jesús: bienaventurados vosotros cuando os persigan por mi nombre. He aquí que Jesús es precisamente el modelo, el icono: ha sufrido mucho el Señor, ha sido perseguido; y al actuar así ha asumido todas las persecuciones de su pueblo. Pero aún hoy los cristianos son perseguidos. Y son perseguidos porque a esta sociedad mundana, a esta sociedad tranquila que no quiere problemas, dicen la verdad y anuncian a Jesucristo. De verdad hoy hay mucha persecución. Incluso hoy en algunas partes existe la pena de muerte, existe la prisión por tener el Evangelio en casa, por enseñar el catecismo. Me decía un católico de estos países que ellos no pueden rezar juntos: ¡está prohibido! Solo se puede rezar a solas y en secreto. Si quieren celebrar la Eucaristía organizan una fiesta de cumpleaños, aparentan celebrar el cumpleaños y allí tienen la Eucaristía antes de la fiesta. Y si, como ha sucedido, ven llegar a la policía, enseguida ocultan todo, continúan la fiesta entre alegría y felicidad; luego, cuando los agentes se van, terminan la Eucaristía. Y así es como deben proceder, porque está prohibido rezar juntos.

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Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 4 de abril de 2014

Llamamiento Gran preocupación despiertan las condiciones de vida de los cristianos, que en muchas partes del Oriente Medio sufren de forma particularmente difícil las consecuencias de las tensiones y de los conflictos actuales. Siria, Irak, Egipto, y otras zonas de Tierra Santa, a veces derraman lágrimas. El Obispo de Roma no descansará mientras haya hombres y mujeres, de cualquier religión, ofendidos en su dignidad, privados de lo necesario para la supervivencia, sin futuro, forzados a la condición de desplazados y refugiados. Hoy, junto con los pastores de las Iglesias de Oriente, hacemos un llamamiento para que se respete el derecho de todos a una vida digna y se profese libremente la propia fe. No nos resignemos a pensar el Oriente Medio sin los cristianos, que desde hace dos mil años confiesan allí el nombre de Jesús, insertados como ciudadanos de pleno derecho en la vida social, cultural y religiosa de las naciones a las que pertenecen. El dolor de los más pequeños y de los más débiles, con el silencio de las víctimas, plantean un interrogante insistente: «¿Qué queda de la noche?» (Is 21,11). Sigamos vigilando, como el centinela bíblico, seguros de que no nos faltará la ayuda del Señor. Me dirijo, por ello, a toda la Iglesia para exhortar a la oración, que sabe obtener del corazón misericordioso de Dios la reconciliación y la paz. La oración desarma la ignorancia y genera diálogo allí donde se abrió el conflicto. Si es sincera y perseverante, hará nuestra voz apacible y firme, capaz de hacerse escuchar incluso por los responsables de las naciones. Discurso, 21 de noviembre de 2013

Diálogo y tolerancia

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No faltan en el mundo contextos en los que la convivencia es difícil: a menudo, motivos políticos o económicos se superponen a las diferencias culturales y religiosas, haciendo hincapié también en incomprensiones y errores del pasado: todo esto corre el riesgo de generar desconfianza y miedo. Solo hay un camino para vencer ese miedo, y es el del diálogo, del encuentro caracterizado por la amistad y el respeto. Ese es un camino humano. Dialogar no significa renunciar a la propia identidad cuando se va al encuentro del otro, y tampoco ceder a compromisos sobre la fe y la moral cristiana. Al contrario, la verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa» (ibíd., 251) y, por eso, abierta a comprender las razones del otro, capaz de relaciones humanas respetuosas, convencida de que el encuentro con quien es distinto de nosotros puede ser ocasión de crecimiento en la fraternidad, de enriquecimiento y de testimonio. Por este motivo, diálogo interreligioso y evangelización no se excluyen, sino que se alimentan recíprocamente. No imponemos nada, no usamos ninguna estrategia oculta para atraer fieles, si no que damos ejemplo con alegría y sencillez de lo que creemos y somos. El diálogo constructivo entre personas de diversas tradiciones religiosas sirve también para superar otro miedo, que vemos desgraciadamente en aumento en las sociedades más fuertemente secularizadas: el miedo a las diversas tradiciones religiosas y a la dimensión religiosa en cuanto tal. La religión se ve como algo inútil o incluso peligroso; a veces se pretende que los cristianos renuncien a sus propias convicciones religiosas y morales en el ejercicio de su profesión. Se ha difundido el pensamiento de que la convivencia solo sería posible escondiendo la propia pertenencia religiosa, encontrándonos en una especie de espacio neutro, privado de referencias a la trascendencia. Pero también aquí: ¿cómo sería posible crear verdaderas relaciones, construir una sociedad que sea auténtica casa común, imponiendo dejar de lado lo que cada uno considera ser parte íntima de su propio ser? Discurso, 28 de noviembre de 2013

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T ERCERA

PARTE:

LA JUSTICIA DE DIOS La justicia de Dios se ha revelado en la Cruz. Ángelus, 15 de septiembre de 2013

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18. Amor El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Mensaje, 26 de diciembre de 2013

La certeza del amor de Dios ¿Qué deja la Cruz en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en él. Porque él nunca defrauda a nadie. Solo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida. Pero la Cruz invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de ellos y tenderles la mano. Discurso en Río de Janeiro para la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, 26 de julio de 2013

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Caridad para con el prójimo Esta inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras que conviene considerar y meditar detenidamente para extraer de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades. ¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual en respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios. Por eso mismo «el servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia». Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve. Evangelii gaudium, 179

El dinamismo del amor Caminar desde Cristo significa imitarlo en el salir de sí e ir al encuentro del otro. Este es una experiencia hermosa y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque quien pone a Cristo en el centro de su vida, se descentra. Cuanto más te unes a Jesús y él se convierte en el 135

centro de tu vida, tanto más te hace él salir de ti mismo, te descentra y te abre a los demás. Este es el verdadero dinamismo del amor, este es el movimiento de Dios mismo. Dios es el centro, pero siempre es don de sí, relación, vida que se comunica… Así nos hacemos también nosotros si permanecemos unidos a Cristo; él nos hace entrar en esta dinámica del amor. Donde hay verdadera vida en Cristo, hay apertura al otro, hay salida de sí mismo para ir al encuentro del otro en nombre de Cristo. Y este es la tarea del catequista: salir continuamente de sí por amor, para dar testimonio de Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Esto es importante porque lo hace el Señor: es el mismo Señor quien nos apremia a salir. El amor te atrae y te envía, te atrapa y te entrega a los demás. En esta tensión se mueve el corazón del cristiano, especialmente el corazón del catequista. Discurso, 27 de septiembre de 2013

La gratuidad del amor Jesús no fue indeciso, no fue un «indiferente»: hizo una elección y la llevó adelante hasta el fondo. Eligió hacerse hombre, y como hombre hacerse siervo, hasta la muerte de cruz. Este es el camino del amor: no hay otro. Por ello vemos que la caridad no es un simple asistencialismo, y menos un asistencialismo para tranquilizar las conciencias. No, eso no es amor, eso es negocio, eso es comercio. El amor es gratuito. La caridad, el amor es una opción de vida, es un modo de ser, de vivir, es el camino de la humildad y de la solidaridad. No hay otro camino para este amor: ser humildes y solidarios. Esta palabra, solidaridad, en esta cultura del descarte –lo que no sirve, se tira– para que queden solo los que se sienten justos, los que se sienten puros, los que se sienten limpios. Pobrecitos. Esta palabra, solidaridad, corre el riesgo de que sea suprimida del diccionario, porque es una palabra que molesta, molesta. ¿Por qué? Porque te obliga a mirar al otro y a darte al otro con amor. Es mejor suprimirla del diccionario, porque molesta. Y nosotros, no, nosotros decimos: este es el camino, la humildad y la solidaridad. ¿Por qué? ¿Lo hemos inventado nosotros, sacerdotes? ¡No! Es de Jesús: él lo ha dicho. Y queremos ir por este camino. La humildad de Cristo no es un moralismo, un sentimiento. La humildad de

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Cristo es real, es la elección de ser pequeño, de estar con los pequeños, con los excluidos, de estar entre nosotros, pecadores todos. Atención, ¡no es una ideología! Es un modo de ser y de vivir que parte del amor, parte del corazón de Dios. Discurso, 22 de septiembre de 2013

La ley del amor ¿Cuál es la ley del pueblo de Dios? Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo según el mandamiento nuevo que nos dejó el Señor (cf. Jn 13,34). Un amor, sin embargo, que no es estéril sentimentalismo o algo vago, sino que es reconocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro como verdadero hermano, superando divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van juntas. ¡Cuánto camino debemos recorrer aún para vivir en concreto esta nueva ley, la ley del Espíritu Santo que actúa en nosotros, la ley de la caridad, del amor! Cuando vemos en los periódicos o en la televisión tantas guerras entre cristianos, pero ¿cómo puede suceder esto? En el seno del pueblo de Dios, ¡cuántas guerras! En los barrios, en los lugares de trabajo, ¡cuántas guerras por envidia y celos! Incluso en la familia misma, ¡cuántas guerras internas! Nosotros debemos pedir al Señor que nos haga comprender bien esta ley del amor. Cuán hermoso es amarnos los unos a los otros como hermanos auténticos. ¡Qué hermoso es! Hoy hagamos una cosa: tal vez todos tenemos simpatías y no simpatías; tal vez muchos de nosotros están un poco enfadados con alguien; entonces digamos al Señor: Señor, yo estoy enfadado con este o con esta; te pido por él o por ella. Rezar por aquellos con quienes estamos enfadados es un buen paso en esta ley del amor. ¿Lo hacemos? ¡Hagámoslo hoy! Audiencia general, 12 de junio de 2013

El signo del amor de Dios

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Cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto. El don de ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas. Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad solo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si estas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error. Audiencia general, 21 de mayo de 2014

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19. Paz Todos tenemos el deber [...] de ser instrumentos y constructores de la paz. Regina Coeli en Belén, 25 de mayo de 2014

No hay paz sin justicia La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética. La paz tampoco «se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres». En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia. Evangelii gaudium, 218-219

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Por la paz en Siria Hago un fuerte llamamiento a la paz, un llamamiento que nace de lo más profundo de mí mismo. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta destrucción, cuánto dolor ha ocasionado y ocasiona el uso de las armas en este atormentado país, especialmente entre la población civil inerme! Pensemos: cuántos niños no podrán ver la luz del futuro. Condeno con especial firmeza el uso de las armas químicas. Les digo que todavía tengo fijas en la mente y en el corazón las terribles imágenes de los días pasados. Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia sobre nuestras acciones, del que no se puede escapar. El uso de la violencia nunca trae la paz. ¡La guerra llama a la guerra, la violencia llama a la violencia! ¿Qué podemos hacer nosotros por la paz en el mundo? Como decía el Papa Juan XXIII, a todos corresponde la tarea de establecer un nuevo sistema de relaciones de convivencia basadas en la justicia y en el amor. ¡Que una cadena de compromiso por la paz una a todos los hombres y mujeres de buena voluntad! Es una fuerte y urgente invitación que dirijo a toda la Iglesia Católica, pero que hago extensiva a todos los cristianos de otras confesiones, a los hombres y mujeres de las diversas religiones y también a aquellos hermanos y hermanas no creyentes: la paz es un bien que supera cualquier barrera, porque es un bien de toda la humanidad. Lo repito alto y fuerte: no es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino este: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz. Ángelus, 1 de septiembre de 2013

De la justicia nace la paz ¿Pero cuál es el fundamento de la construcción de la paz? La Pacem in terris lo quiere recordar a todos: este consiste en el origen divino del hombre, de la sociedad y de la autoridad misma, que compromete a los individuos, las familias, los diversos grupos sociales y los Estados a vivir relaciones de justicia y solidaridad. Es tarea entonces de

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todos los hombres construir la paz, a ejemplo de Jesucristo, a través de estos dos caminos: promover y practicar la justicia, con verdad y amor; contribuir, cada uno según sus posibilidades, al desarrollo humano integral, según la lógica de la solidaridad. Mirando nuestra realidad actual, me pregunto si hemos comprendido esta lección de la Pacem in terris. Me pregunto si las palabras justicia y solidaridad están solo en nuestro diccionario o todos trabajamos para que se hagan realidad. La encíclica del beato Juan XXIII nos recuerda claramente que no puede haber verdadera paz y armonía si no trabajamos por una sociedad más justa y solidaria, si no superamos egoísmos, individualismos, intereses de grupo y esto en todos los niveles. Discurso, 3 de octubre de 2013

La paz de Cristo Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. La paz es posible porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente «haciendo la paz mediante la sangre de su cruz» (Col 1,20). Pero si vamos al fondo de estos textos bíblicos, tenemos que llegar a descubrir que el primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la dispersión dialéctica. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social. El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada». Evangelii gaudium, 229-230

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Instrumentos de paz La Iglesia proclama «el evangelio de la paz» (Ef 6,15) y está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en persona (cf. Ef 2,14), la nueva evangelización anima a todo bautizado a ser instrumento de pacificación y testimonio creíble de una vida reconciliada. Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. Evangelii gaudium, 239

Paz, armas, migraciones Paz. Esta palabra resume todos los bienes a los que aspira cada persona y todas las sociedades humanas. También el compromiso con el cual tratamos de promover las relaciones diplomáticas no tiene, en último término, otro fin que este: hacer crecer en la familia humana la paz en el desarrollo y en la justicia. Se trata de una meta nunca alcanzada plenamente, que pide ser buscada nuevamente por parte de cada generación, afrontando los desafíos que cada época plantea. Contemplando los desafíos que en este tiempo nuestro es urgente afrontar para construir un mundo más pacífico, quisiera destacar dos: el comercio de armas y las migraciones forzadas. Todos hablan de paz, todos declaran quererla, pero lamentablemente la proliferación de armamentos de todo tipo conduce en sentido contrario. El comercio de armas tiene el efecto de complicar y alejar la solución de los conflictos, tanto más porque se desarrolla y se pone en práctica en gran parte al margen de la legalidad.

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El fenómeno de las migraciones forzadas está estrechamente vinculado a los conflictos y a las guerras, y, por lo tanto, también al problema de la proliferación de las armas, del que hablaba antes. Son heridas de un mundo que es nuestro mundo, en el cual Dios nos ha puesto para vivir hoy y nos llama a ser responsables de nuestros hermanos y de nuestras hermanas, para que no se viole la dignidad de ningún ser humano. Sería una absurda contradicción hablar de paz, negociar la paz y, al mismo tiempo, promover o permitir el comercio de armas. Podríamos también pensar que sería una actitud en cierto sentido cínica proclamar los derechos humanos y, al mismo tiempo, ignorar o no hacerse cargo de hombres y mujeres que, obligados a dejar su tierra, mueren en el intento o no son acogidos por la solidaridad internacional. Discurso, 15 de mayo de 2014

El diálogo crea la paz Y, ¿cuál es la actitud más profunda que debemos tener para dialogar y no pelear? La mansedumbre, la capacidad de encontrar a las personas, de encontrar las culturas, con paz; la capacidad de hacer preguntas inteligentes: «¿Por qué tú piensas así? ¿Por qué esta cultura hace así?». Escuchar a los demás y luego hablar. Primero escuchar, luego hablar. Todo esto es mansedumbre. Y si tú no piensas como yo –pero sabes… yo pienso de otra manera, tú no me convences–, somos igualmente amigos, yo escuché como piensas tú y tú escuchaste como pienso yo. Y, ¿sabéis una cosa, una cosa importante? Este diálogo es lo que construye la paz. No se puede tener paz sin diálogo. Todas las guerras, todas las luchas, todos los problemas que no se resuelven, con los cuales nos encontramos, se dan por falta de diálogo. Cuando existe un problema, diálogo: esto construye la paz. Y esto es lo que os deseo a vosotros en este viaje de diálogo: que sepáis dialogar; cómo piensa esta cultura, qué bello es esto, esto no me gusta, pero dialogando. Y así se crece. Discurso, 21 de agosto de 2013

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Mirar a la cruz Mi fe cristiana me lleva a mirar a la Cruz. ¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz! Allí se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor, esta noche, que nosotros cristianos y los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son el camino para la paz! Que cada uno mire dentro de su propia conciencia y escuche la palabra que dice: Sal de tus intereses que atrofian tu corazón, supera la indiferencia hacia el otro que hace insensible tu corazón, vence tus razones de muerte y ábrete al diálogo, a la reconciliación; mira el dolor de tu hermano –pienso en los niños, solamente en ellos…–, mira el dolor de tu hermano, y no añadas más dolor, detén tu mano, reconstruye la armonía que se ha roto; y esto no con la confrontación, sino con el encuentro. ¡Que se acabe el sonido de las armas! La guerra significa siempre el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad. Homilía en la vigilia de oración por la paz, 7 de septiembre de 2013

¡Shalom, paz, salam! El mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad. Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar

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en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos. Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo. La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un solo Padre. A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica. Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Invocación por la paz, 8 de junio de 2014

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20. Perdón Dios nos trata como a hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama incluso cuando nos equivocamos. Audiencia general, 10 de abril de 2013

Dios no se cansa nunca de perdonarnos Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías, cuando afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la nieve. Es hermoso, esto de la misericordia. Recuerdo que en 1992, apenas siendo obispo, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se celebró una gran Misa por los enfermos. Fui a confesar durante esa Misa. Y, casi al final de la Misa, me levanté, porque debía ir a confirmar. Se acercó entonces una señora anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: «Abuela –porque así llamamos nosotros a las personas ancianas–: Abuela ¿desea confesarse?» Sí, me dijo. «Pero si usted no tiene pecados…» Y ella me respondió: «Todos tenemos pecados». Pero, quizás el Señor no la perdona... «El Señor perdona todo», me dijo segura. Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora? «Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría». Tuve ganas de preguntarle: Dígame, señora, ¿ha estudiado usted en la Gregoriana? Porque esa es la sabiduría que concede el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. «Y, padre, ¿cuál es el problema?». El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos

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cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus brazos la Misericordia de Dios hecha hombre. Ángelus, 17 de marzo de 2013

El don del perdón Dios nos ama, ama siempre al pecador y con este amor lo atrae hacia sí y lo invita a la conversión. No olvidemos que, a menudo, a los fieles les cuesta trabajo confesarse, sea por motivos prácticos, sea por la dificultad natural de confesar a otro hombre los pecados propios. Por eso es necesario trabajar sobre nosotros mismos, sobre nuestra humanidad, para que no representemos nunca un obstáculo sino para que favorezcamos siempre el acercamiento a la misericordia y al perdón. Pero muchas veces sucede que una persona viene y dice: «No me confieso desde hace muchos años, he tenido este problema, he dejado la confesión porque he encontrado a un sacerdote y me ha dicho esto», y en lo que cuenta la persona se ve la imprudencia, la falta de amor pastoral. Y se alejan, por una mala experiencia en la confesión. Si se tiene esta actitud de padre, que viene de la bondad de Dios, esto no sucederá jamás. Por último, todos conocemos las dificultades que con frecuencia encuentra la confesión. Son muchas las razones, tanto históricas como espirituales. Con todo, sabemos que el Señor quiso hacer este inmenso don a la Iglesia, ofreciendo a los bautizados la seguridad del perdón del Padre. Es esto: es la seguridad del perdón del Padre. Por ello es muy importante que, en todas las diócesis y en las comunidades parroquiales se cuide de manera especial la celebración de este sacramento de perdón y de salvación. Conviene que en cada parroquia los fieles sepan cuándo pueden encontrar a los sacerdotes disponibles: cuando hay fidelidad, los frutos se ven. Esto vale de modo particular para las iglesias confiadas a las comunidades religiosas, que pueden asegurar una presencia constante de confesores. Discurso, 150

28 de marzo de 2014

El Señor olvida Yo veo que muchas veces en la Iglesia, independientemente de este caso, pero también en este caso, se van a buscar «pecados de juventud», por ejemplo, y se publican. No los delitos, ¡eh!, los delitos son otra cosa: el abuso de menores es un delito. No, los pecados. Pero si una persona, laica o sacerdote o religiosa, ha cometido un pecado y después se convierte, el Señor perdona, y cuando el Señor perdona, el Señor olvida y esto para nuestra vida es importante. Cuando vamos a confesarnos y decimos de verdad: «He pecado en esto», el Señor olvida y nosotros no tenemos derecho a no olvidar, porque corremos el riesgo de que el Señor no se olvide de nuestros pecados. Es un peligro este. Esto es importante: una teología del pecado. Muchas veces pienso en san Pedro: cometió uno de los peores pecados, renegar de Cristo, y con este pecado lo hicieron Papa. Tenemos que pensarlo bien. Conferencia de prensa tras el viaje a Río de Janeiro, 28 de julio de 2013

La confesión y el perdón Dios perdona a todo hombre en su soberana misericordia, pero él mismo quiso que quienes pertenecen a Cristo y a la Iglesia reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. A través del ministerio apostólico me alcanza la misericordia de Dios, mis culpas son perdonadas y se me dona la alegría. De este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.

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Muchas personas tal vez no comprenden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros, los cristianos, lo experimentamos. Cierto, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Esto debemos valorarlo; es un don, una atención, una protección y también es la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y digo: «Padre, he hecho esto...». Y él responde: «Yo te perdono; Dios te perdona». En ese momento, yo estoy seguro de que Dios me ha perdonado. Y esto es hermoso, esto es tener la seguridad de que Dios nos perdona siempre, no se cansa de perdonar. Y no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Se puede sentir vergüenza al decir los pecados, pero nuestras madres y nuestras abuelas decían que es mejor ponerse rojo una vez que no amarillo mil veces. Nos ponemos rojos una vez, pero se nos perdonan los pecados y se sigue adelante. También el Papa se confiesa cada quince días, porque incluso el Papa es un pecador. Y el confesor escucha las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón. Audiencia general, 20 de noviembre de 2013

La vergüenza de pedir perdón Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que solo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que solo Jesús puede dar, solo él.

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Uno puede decir: yo me confieso solo con Dios. Sí, tú puedes decir a Dios «perdóname», y decir tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra la Iglesia. Por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia, a los hermanos, en la persona del sacerdote. «Pero padre, yo me avergüenzo...». Incluso la vergüenza es buena, es sano tener un poco de vergüenza, porque avergonzarse es saludable. Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Audiencia general, 19 de febrero de 2014

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21. Misericordia La misericordia verdadera, la que Dios nos dona y nos enseña, pide la justicia. Discurso, 10 de septiembre de 2013

La misericordia es vida La misericordia de Jesús no es solo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio de hoy, en el episodio de la viuda de Naín (Lc 7,11-17). Jesús, con sus discípulos, está llegando precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento que tiene lugar un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una mujer viuda. La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora. Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13). Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico «compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura. Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la vida! Jesús dijo a la viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho muerto y le despertó como de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a él. Tiene un corazón misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, él siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia! Vayamos a Jesús. Ángelus, 155

9 de junio de 2013

La misericordia en la Biblia El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino: «Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio» (2,12-13). En esta misma línea, la literatura sapiencial habla de la limosna como ejercicio concreto de la misericordia con los necesitados: «La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado» (Tob 12,9). Más gráficamente aún lo expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados» (3,30). La misma síntesis aparece recogida en el Nuevo Testamento: «Tened ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Esta verdad penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano. Evangelii gaudium, 193

La caricia de la Iglesia Hoy podemos pensar a la Iglesia como un «hospital de campo». Esto, perdonadme, lo repito, porque lo veo así, lo siento así: un «hospital de campo». Se necesita curar las heridas, muchas heridas. Muchas heridas. Hay mucha gente herida, por los problemas materiales, por los escándalos, incluso en la Iglesia... Gente herida por las falacias del mundo... Nosotros, sacerdotes, debemos estar allí, cerca de esta gente. Misericordia significa ante todo curar las heridas. Cuando uno está herido, necesita en seguida esto, no los análisis, como los valores del colesterol, de la glucemia... Pero está la herida, sana la 156

herida, y luego vemos los análisis. Después se harán los tratamientos especializados, pero antes se deben curar las heridas abiertas. Para mí, en este momento, esto es más importante. Y hay también heridas ocultas, porque hay gente que se aleja para no mostrar las heridas... Me viene a la mente la costumbre, por la ley mosaica, de los leprosos en tiempo de Jesús, que siempre estaban alejados, para no contagiar... Hay gente que se aleja por vergüenza, por esa vergüenza de no mostrar las heridas... Y se alejan tal vez un poco con la cara torcida, en contra de la Iglesia, pero en el fondo, dentro, está la herida... ¡Quieren una caricia! Y vosotros, queridos hermanos –os pregunto–, ¿conocéis las heridas de vuestros feligreses? ¿Las intuís? ¿Estáis cercanos a ellos? Es la única pregunta... Discurso, 6 de marzo de 2014

La misericordia de la Iglesia Creo que este es el tiempo de la misericordia. Este cambio de época, junto a tantos problemas de la Iglesia –como el testimonio impropio de algunos sacerdotes, los problemas de corrupción en la Iglesia, el problema del clericalismo, por poner un ejemplo–, ha dejado a muchos heridos, tantos heridos. Y la Iglesia es Madre: debe ir a curar a los heridos, con misericordia. Si el Señor no se cansa de perdonar, nosotros no tenemos otra elección que esta: lo primero, curar a los heridos. Es mamá, la Iglesia, y debe seguir por el camino de la misericordia. Y tratar con misericordia a todos. Pero, pienso, cuando el hijo pródigo volvió a casa, el papá no le dijo: «Pero, tú, escucha, siéntate, ¿qué has hecho con el dinero?». No, ha hecho fiesta. Después, tal vez, cuando el hijo ha querido hablar, ha hablado. La Iglesia debe hacer lo mismo. Cuando hay alguno…, no solo hay que esperarlo: ¡vayan a buscarlo! Esta es la misericordia. Y creo que esto es un kairós: este tiempo es un kairós de misericordia. Esta primera intuición la tuvo Juan Pablo II cuando comenzó, con Faustina Kowalska, la Divina Misericordia… Él tenía algo, había intuido que era una necesidad de esta época. Conferencia de prensa tras el viaje a Río de Janeiro, 28 de julio de 2013 157

La misericordia por la tutela de los derechos La misericordia verdadera, la que Dios nos dona y nos enseña, pide la justicia, pide que el pobre encuentre el camino para ya no ser tal. Pide –y lo pide a nosotros, Iglesia, a nosotros, ciudad de Roma, a las instituciones–, pide que nadie deba tener ya necesidad de un comedor, de un alojamiento de emergencia, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido el propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona. Servir, acompañar, quiere decir también defender, quiere decir ponerse de lado de quien es más débil. Cuántas veces alzamos la voz para defender nuestros derechos, pero cuántas veces somos indiferentes hacia los derechos de los demás. Cuántas veces no sabemos o no queremos dar voz a la voz de quien –como vosotros– ha sufrido y sufre, de quien ha visto pisotear sus propios derechos, de quien ha vivido tanta violencia que ha sofocado incluso el deseo de tener justicia. Para toda la Iglesia es importante que la acogida del pobre y la promoción de la justicia no se encomienden solo a los «especialistas», sino que sean una atención de toda la pastoral, de la formación de los futuros sacerdotes y religiosos, del empeño normal de todas las parroquias, los movimientos y las agregaciones eclesiales. Discurso, 10 de septiembre de 2013

Dios no pide nada Seguir, acompañar a Cristo, permanecer con él exige un «salir». Salir de sí mismos, de un modo de vivir la fe cansado y rutinario, de la tentación de cerrarse en los propios esquemas que terminan por cerrar el horizonte de la acción creativa de Dios. Dios salió de sí mismo para venir en medio de nosotros, puso su tienda entre nosotros para traernos su misericordia que salva y dona esperanza. Dios piensa siempre con misericordia: no olvidéis esto. Dios piensa siempre con misericordia: ¡es el Padre misericordioso! Dios piensa como el padre que espera el regreso del hijo y va a su encuentro, lo ve venir cuando todavía está lejos… ¿Qué significa esto? Que todos los días iba a ver si el hijo volvía a casa: este es nuestro Padre

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misericordioso. Es el signo de que lo esperaba de corazón en la terraza de su casa. Dios piensa como el samaritano que no pasa cerca del desventurado compadeciéndose o mirando hacia otro lado, sino socorriéndole sin pedir nada a cambio; sin preguntar si era judío, si era pagano, si era samaritano, si era rico, si era pobre: no pregunta nada. No pregunta estas cosas, no pide nada. Va en su ayuda: así es Dios. Dios piensa como el pastor que da su vida para defender y salvar a las ovejas. Audiencia general, 27 de marzo de 2013

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22. Esperanza Fiaos de Cristo. Él es nuestra esperanza. Discurso, 24 de julio de 2013

La esperanza en el Reino de Dios Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es solo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes solo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre; él pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el Reino de los cielos!» (Mt 10,7). Evangelii gaudium, 180

El don de la esperanza En medio de tantos dolores, de tantos problemas que hay aquí, en Roma, hay gente que vive sin esperanza. Cada uno de nosotros puede pensar, en silencio, en las personas que viven sin esperanza, y se hallan inmersas en una profunda tristeza de la que buscan salir creyendo encontrar la felicidad en el alcohol, en las drogas, en el juego, en el poder del 161

dinero, en la sexualidad sin normas... Pero se encuentran más desilusionadas aún, y a veces desahogan su rabia ante la vida con comportamientos violentos e indignos del hombre. ¡Cuántas personas tristes, cuántas personas tristes, sin esperanza! Pensad también en tantos jóvenes que, después de haber experimentado muchas cosas, no encuentran sentido a la vida e intentan el suicidio como solución. ¿Sabéis cuántos suicidios de jóvenes hay hoy en el mundo? ¡La cifra es alta! ¿Por qué? No tienen esperanza. Han experimentado muchas cosas y la sociedad, que es cruel –¡es cruel!–, no te puede dar esperanza. La esperanza es como la gracia: no se puede comprar; es un don de Dios. Y nosotros debemos ofrecer la esperanza cristiana con nuestro testimonio, con nuestra libertad, con nuestra alegría. El regalo que nos hace Dios de la gracia trae la esperanza. Nosotros, que tenemos la alegría de percatarnos de que no somos huérfanos, de que tenemos un Padre, ¿podemos ser indiferentes ante esta ciudad que nos pide, tal vez inconscientemente, sin saberlo, una esperanza que la ayude a contemplar el futuro con mayor confianza y serenidad? Nosotros no podemos ser indiferentes. Pero ¿cómo podemos hacer esto? ¿Cómo podemos ir adelante y ofrecer la esperanza? ¿Yendo por la calle diciendo: «Yo tengo la esperanza»? ¡No! Con vuestro testimonio, con vuestra sonrisa, decir: «Yo creo que tengo un Padre». El anuncio del Evangelio es este: con mi palabra, con mi testimonio decir: «Yo tengo un Padre. No somos huérfanos. Tenemos un Padre», y compartir esta filiación con el Padre y con todos los demás. Discurso, 17 de junio de 2013

Esperanza y pobreza Antes que nada desearía decir algo a todos vosotros, jóvenes: ¡no os dejéis robar la esperanza! Por favor, ¡no os la dejéis robar! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza. ¿Dónde encuentro la esperanza? En Jesús pobre, Jesús que se hizo pobre por nosotros. Y tú has hablado de pobreza. La pobreza nos llama a sembrar esperanza, para tener también yo más esperanza. Esto parece un poco difícil de entender, pero recuerdo que el padre Arrupe, una vez, escribió una carta buena a los centros de investigación social, a los centros sociales de la Compañía. Él hablaba de 162

cómo se debe estudiar el problema social. Pero al final nos decía, decía a todos nosotros: «Mirad, no se puede hablar de pobreza sin tener la experiencia con los pobres». Tú has hablado del hermanamiento con Kenia: la experiencia con los pobres. No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡esta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas. Ir, mirar allí la carne de Jesús. Pero la esperanza no os la dejéis robar por el bienestar, por el espíritu de bienestar que, al final, te lleva a ser nada en la vida. El joven debe apostar por altos ideales: este es el consejo. Pero la esperanza, ¿dónde la encuentro? En la carne de Jesús sufriente y en la verdadera pobreza. Hay un vínculo entre ambas. Discurso, 7 de junio de 2013

Los jóvenes y el futuro Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro. Ustedes... Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? Por vos y por mí. Cada uno, en silencio otra vez, pregúntese si tengo que empezar por mí, por dónde empiezo. Cada uno abra su corazón para que Jesús les diga por dónde empiezo. Discurso en Río de Janeiro, 163

27 de julio de 2013

La esperanza del cambio Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Jóvenes, queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). Hoy digo a todos ustedes: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Discurso en Río de Janeiro, 25 de julio de 2013

Sembrar la esperanza La sociedad italiana hoy tiene mucha necesidad de esperanza, y Cerdeña de modo particular. Quien tiene responsabilidades políticas y civiles tiene la propia tarea, que como ciudadanos hay que sostener de modo activo. Algunos miembros de la comunidad cristiana están llamados a comprometerse en este campo de la política, que es una forma alta de caridad, como decía Pablo VI. Pero como Iglesia tenemos todos una responsabilidad fuerte que es la de sembrar la esperanza con obras de solidaridad, siempre buscando colaborar en el modo mejor con las instituciones públicas, en el respeto de las respectivas competencias. La Caritas es expresión de la comunidad, y la fuerza de la comunidad cristiana es hacer crecer la sociedad desde el interior, como la 164

levadura. Pienso en vuestras iniciativas con los detenidos en las cárceles, pienso en el voluntariado de muchas asociaciones, en la solidaridad con las familias que sufren más a causa de la falta de trabajo. En esto os digo: ¡ánimo! No os dejéis robar la esperanza e id adelante. Que no os la roben. Al contrario: ¡sembrad esperanza! Gracias, queridos amigos. Os bendigo a todos, junto a vuestras familias. Y gracias a todos vosotros. Discurso, 22 de septiembre de 2013

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23. Alegría Todos estamos llamados a experimentar la alegría que brota del encuentro con Jesús, para vencer nuestro egoísmo. Mensaje, 17 de diciembre de 2013

La alegría del encuentro La alegría no es la euforia de un momento: ¡es otra cosa! La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener, ¡no! Nace del encuentro, de la relación con los demás, nace de sentirse aceptado, comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar; y esto no por el interés de un momento, sino porque el otro, la otra, es una persona. La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Es escuchar: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con palabras. Esto es hermoso… Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender. Al llamaros, Dios os dice: «Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo». Jesús, a cada uno de nosotros, nos dice esto. De ahí nace la alegría. La alegría del momento en que Jesús me ha mirado. Comprender y sentir esto es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para él no somos números, sino personas; y sentir que es él quien nos llama. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia. Santo Tomás decía bonum est diffusivum sui –no es un latín muy difícil–, el bien se difunde. Y también la alegría se difunde. No tengáis miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio en el servicio a la Iglesia. Y la alegría, la verdad, es contagiosa; contagia… hace ir adelante. Discurso, 6 de julio de 2013 167

La alegría plena de Jesús La vida a menudo es pesada, muchas veces incluso trágica. Lo hemos oído recientemente… Trabajar cansa; buscar trabajo es duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser querido. Algunos silencios pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor las dificultades son más duras, inaguantables. Pienso en los ancianos solos, en las familias que lo pasan mal porque no reciben ayuda para atender a quien necesita cuidados especiales en la casa. «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados», dice Jesús. Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Y conoce los pesos de nuestra vida. Pero el Señor sabe también que dentro de nosotros hay un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo. ¿Recuerdan? Jesús dijo: «Su alegría llegue a plenitud» (Jn 15,11). Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Se lo dijo a los apóstoles y nos lo repite a nosotros hoy. Esto es lo primero que quería compartir con ustedes esta tarde, y son unas palabras de Jesús: Vengan a mí, familias de todo el mundo –dice Jesús–, y yo les aliviaré, para que su alegría llegue a plenitud. Y estas palabras de Jesús llévenlas a casa, llévenlas en el corazón, compártanlas en familia. Nos invita a ir a él para darnos, para dar a todos la alegría. Discurso, 26 de octubre de 2013

Compartir la alegría Al amanecer, ellas fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encuentran el primer signo: la tumba vacía (cf. Mc 16,1). Sigue luego el encuentro con un Mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el Crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv. 5-6). Las mujeres fueron impulsadas por el amor y saben acoger este anuncio con fe: creen, e inmediatamente lo transmiten, no se lo guardan para sí mismas, lo comunican. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón, no se pueden contener. Esto debería suceder también en nuestra vida. ¡Sintamos la alegría de 168

ser cristianos! Nosotros creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte. Tengamos la valentía de «salir» para llevar esta alegría y esta luz a todos los sitios de nuestra vida. La Resurrección de Cristo es nuestra más grande certeza, es el tesoro más valioso. ¿Cómo no compartir con los demás este tesoro, esta certeza? No es solo para nosotros; es para transmitirla, para darla a los demás, compartirla con los demás. Es precisamente nuestro testimonio. Audiencia general, 3 de abril de 2013

La alegría del cristiano Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3). Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI, aquí, en este Santuario: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro». Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea. Homilía en Río de Janeiro, 24 de julio de 2013

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La alegría en la familia ¿Hay alegría en tu casa? ¿Hay alegría en tu familia? Den ustedes la respuesta. Queridas familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida. En el fondo de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y, sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Solo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad. Homilía, 27 de octubre de 2013

Gozo y alegría La alegría, si nosotros queremos vivirla en todo momento, al final se transforma en ligereza, superficialidad, y esto nos lleva a un estado de carencia de sabiduría cristiana, nos hace un poco tontos, ¿no? Todo es alegría…no. La alegría es otra cosa. La alegría es un don del Señor. Nos colma interiormente. Es como una unción del Espíritu Santo. Y esta alegría está en la seguridad de que Jesús está con nosotros y con el Padre. El otro día dije que Pablo iba a predicar, construía puentes porque estaba seguro de Jesús. El hombre, la mujer alegre, es un hombre seguro, seguro de que Jesús está con nosotros. Pero esta alegría ¿podemos «embotellarla un poco» para tenerla siempre con nosotros?: No, porque si nosotros queremos poseer esta alegría solo para nosotros, al final se estropea, así como nuestro corazón, y al final nuestra cara no transmite esa alegría sino

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la nostalgia, una melancolía que no es sana. A veces estos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella. La alegría no puede quedarse quieta: debe caminar. La alegría es una virtud peregrina. Es un don que camina, que camina por los senderos de la vida, camina con Jesús, predicar, anunciar a Jesús, la alegría, alarga el camino, lo amplía. Es una virtud de los grandes, de los grandes que están por encima de las nimiedades, por encima de las pequeñeces humanas, que no se dejan implicar en las cosas pequeñas internas de la comunidad, de la Iglesia: miran siempre al horizonte. La alegría es una peregrina. San Agustín decía: «Canta y camina». Esta es la alegría del cristiano: el cristiano canta con la alegría, y camina, lleva esta alegría. A veces esta alegría también está un poco escondida por la cruz, pero canta y camina. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 10 de mayo de 2013

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24. Fe Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona Lumen fidei, 54

Fe y justicia [La fe] nos invita a buscar modelos de desarrollo que no se basen solo en la utilidad y el provecho, sino que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común. Cuando la fe se apaga, se corre el riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten con ella, como advertía el poeta T. S. Eliot: «¿Tenéis acaso necesidad de que se os diga que incluso aquellos modestos logros / que os permiten estar orgullosos de una sociedad educada / difícilmente sobrevivirán a la fe que les da sentido?». Si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos solo por el miedo, y la estabilidad estaría comprometida. La Carta a los Hebreos afirma: «Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad» (Hb 11,16). La expresión «no tiene reparo» hace referencia a un reconocimiento público. Indica que Dios, con su intervención concreta, con su presencia entre nosotros, confiesa públicamente su deseo de dar consistencia a las relaciones humanas. ¿Seremos en cambio nosotros los que tendremos reparo en llamar a Dios nuestro Dios? ¿Seremos capaces de no confesarlo como tal en nuestra vida pública, de no proponer la grandeza de la vida común que él hace posible? La fe ilumina la vida en sociedad; poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama, los ilumina con una luz creativa en cada nuevo momento de la historia. Lumen fidei, 55 173

La revolución de la fe «Bota fé – Poné fe». La cruz de la Jornada Mundial de la Juventud ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación por Brasil. ¿Qué significa «Poné fe»? Cuando se prepara un buen plato y ves que falta la sal, «ponés» sal; si falta el aceite, «ponés» aceite… «Poné», es decir, añadir, echar. Lo mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: «Poné fe» y tu vida tendrá un sabor nuevo, la vida tendrá una brújula que te indicará la dirección; «Poné esperanza» y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; «Poné amor» y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo. ¡Poné fe, poné esperanza, poné amor! Todos juntos: «Bote fé», «bote esperanza», «bote amor». Todos tenemos muchas veces la tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que el tener, el dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos sabemos que no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y terminamos empachados pero no alimentados, y es muy triste ver una juventud empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de su fe, y no empacharse de otras cosas. Amigos queridos, la fe es revolucionaria y yo te pregunto a vos, hoy: ¿Estás dispuesto, estás dispuesta a entrar en esta onda de la revolución de la fe? Solo entrando tu vida joven va a tener sentido y así será fecunda. Homilía en Río de Janeiro, 25 de julio de 2013

Fe y caridad Una fe vivida de modo serio suscita comportamientos de caridad auténtica. Tenemos muchos testimonios sencillos de personas que se convierten en apóstoles de caridad en la familia, en la escuela, en la parroquia, en los sitios de trabajo y de encuentro social, en 174

las calles, por todas partes... ¡Han tomado en serio el Evangelio! El verdadero discípulo del Señor se compromete personalmente en un ministerio de la caridad, que tiene como dimensión las multiformes e inagotables pobrezas del hombre. También vosotros, queridos amigos, os sentís enviados a las hermanas y a los hermanos más pobres, frágiles, marginados. Lo hacéis en cuanto bautizados, percibiéndolo una tarea vuestra de fieles laicos, y no como un ministerio excepcional u ocasional, sino fundamental, en el que la Iglesia se identifica, ejercitándolo cotidianamente. Cada día se presentan situaciones que nos interpelan. Cada día, cada uno de nosotros está llamado a ser consolador, a hacerse instrumento humilde pero generoso de la providencia de Dios y de su misericordiosa bondad, de su amor que comprende y compadece, de su consolación que alivia y da valor. Cada día estamos llamados todos a convertirnos en una «caricia de Dios» para aquellos que tal vez han olvidado las primeras caricias, que tal vez jamás en su vida han sentido una caricia. Discurso, 31 de octubre de 2013

Lo concreto de la fe En nuestro tiempo se verifica a menudo una actitud de indiferencia hacia la fe, que ya no se considera importante en la vida del hombre. Nueva evangelización significa despertar en el corazón y en la mente de nuestros contemporáneos la vida de la fe. La fe es un don de Dios, pero es importante que nosotros, cristianos, mostremos que vivimos de modo concreto la fe, a través del amor, la concordia, la alegría, el sufrimiento, porque esto suscita interrogantes, como al inicio del camino de la Iglesia: ¿por qué viven así? ¿Qué es lo que les impulsa? Son interrogantes que conducen al corazón de la evangelización, que es el testimonio de la fe y de la caridad. Lo que necesitamos, especialmente en estos tiempos, son testigos creíbles que con la vida y también con las palabras hagan visible el Evangelio, despierten la atracción por Jesucristo, por la belleza de Dios. Se necesitan cristianos que hagan visible a los hombres de hoy la misericordia de Dios, su ternura hacia cada creatura. Sabemos todos que la crisis de la humanidad contemporánea no es superficial, es profunda. Por esto la nueva evangelización, mientras 175

llama a tener el valor de ir a contracorriente, de convertirse de los ídolos al único Dios verdadero, ha de usar el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras. En medio de la humanidad de hoy, la Iglesia dice: Venid a Jesús, todos vosotros que estáis cansados y oprimidos, y encontraréis descanso para vuestra alma (cf. Mt 11,28-30). Venid a Jesús. Solo él tiene palabras de vida eterna. Discurso, 14 de octubre de 2013

La fe de María Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes: humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz. Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado: la fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio; y cuando llegó la «hora» de Jesús, la hora de la pasión: la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en la noche. María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque la fe nos lleva siempre a la alegría, y ella es la Madre de la alegría: que nos enseña a ir por este camino de la alegría y a vivirla. Este es el punto culminante del camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida como María también en los momentos difíciles, de oscuridad? ¿He sentido la alegría de la fe? Discurso, 12 de octubre de 2013 176

Dar testimonio de la fe La fe es la piedra angular de la experiencia cristiana, porque motiva las elecciones y los actos de nuestra vida cotidiana. De hecho, la fe es la vena inagotable de todas nuestras acciones, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, con los amigos, en los diferentes ambientes sociales. Y esta fe firme, genuina, se ve especialmente en los momentos de dificultad y de prueba. De ahí que el cristiano se deja coger en brazos por Dios, y se aferra a él, con la seguridad de confiarse a un amor fuerte como roca indestructible. En los momentos de sufrimiento si nos abandonamos en Dios con humildad, podemos dar un buen testimonio. Somos testigos de que la fe en Cristo es capaz de calentar los corazones, convirtiéndose realmente en la fuerza motriz de la nueva evangelización. Una fe vivida a fondo y con convicción tiende a abrirse ampliamente al anuncio del Evangelio. Esta fe es la que hace misioneras a nuestras comunidades. Y, en efecto, tenemos necesidad de comunidades cristianas comprometidas en favor de un apostolado valiente, que llegue a las personas en sus medios, incluso en los más difíciles. Hablamos mucho de pobreza, pero no siempre pensamos en los pobres de fe: hay muchos. Son muchas las personas que necesitan un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio a través del cual acoger la cercanía de Jesús. No falte a nadie este signo de amor y de ternura que nace de la fe. Discurso, 25 de noviembre de 2013

Fe para compartir La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar, él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia. Es un don que no se reserva solo a unos pocos, sino que se ofrece a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amados por 177

Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo solo para nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es «adulta», cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las «periferia», especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida. Mensaje, 19 de mayo de 2013

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25. Jesús Aprendamos de Jesús a rezar, a perdonar, a sembrar la paz, y a estar cerca de los necesitados. Twitter, 18 de febrero de 2014

Hacer como Jesús Antes, el acto de fe. Antes de la aceptación de Jesucristo que nos ha re-creado con su sangre estábamos en el camino de la injusticia; después, estamos en el camino de la santificación, pero debemos tomarla en serio. Ello significa hacer obras de justicia. Ante todo adorar a Dios; y después hacer lo que Jesús nos aconseja: ayudar a los demás, dar de comer a los hambrientos, dar agua a los sedientos, visitar a los enfermos, visitar a los presos. Estas obras son las obras que Jesús hizo en su vida, obras de justicia, obras de re-creación. Cuando nosotros damos de comer a un hambriento, re-creamos en él la esperanza y así con los demás. Pero si nosotros aceptamos la fe y después no la vivimos, somos cristianos solo, pero de memoria: sí, sí, he sido bautizado, esta es la fe del bautismo; pero vivo como puedo. Algunas veces decimos: cristianos a mitad de camino, que no consideran seriamente el hecho de ser santificados por la sangre de Cristo. Y si no se toma en serio esta santificación, se pasa a ser como cristianos tibios: sí, sí, no, no, no... Es un poco como decían nuestras mamás, cristianos al agua de rosas: un poco así, un poco de barniz cristiano, un poco de barniz de catequesis, pero dentro no existe una verdadera conversión, no existe esta convicción de Pablo: «Lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él» (Flp 3,8). Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 24 de octubre de 2013 180

El rechazo de los prejuicios [Jesús] supera las barreras de hostilidad que existían entre judíos y samaritanos y rompe los esquemas de prejuicio respecto a las mujeres. La sencilla petición de Jesús es el comienzo de un diálogo franco, mediante el cual él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual, según los esquemas sociales, no habría debido ni siquiera dirigirle la palabra. ¡Pero Jesús lo hace! Jesús no tiene miedo. Jesús cuando ve a una persona va adelante porque ama. Nos ama a todos. No se detiene nunca ante una persona por prejuicios. Jesús la pone ante su situación, sin juzgarla, sino haciendo que se sienta considerada, reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la rutina cotidiana. El Evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su Maestro hablase con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios, por eso no tuvo temor de detenerse con la samaritana: la misericordia es más grande que el prejuicio. ¡Esto tenemos que aprenderlo bien! La misericordia es más grande que el prejuicio, y Jesús es muy misericordioso, ¡mucho! [La Samaritana] encontró otra agua, el agua viva de la misericordia, que salta hasta la vida eterna. ¡Encontró el agua que buscaba desde siempre! Corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba, la condenaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida. Porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, siempre. Es un paso adelante, un paso más cerca de Dios. Y así, cada encuentro con Jesús nos cambia la vida. Siempre, siempre es así. Ángelus, 23 de marzo de 2014

Siguiendo los pasos de Jesús Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a 181

los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2,34). La verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor. Ángelus, 18 de agosto de 2013

La cruz Dios puso en la Cruz de Jesús todo el peso de nuestros pecados, todas las injusticias perpetradas por cada Caín contra su hermano, toda la amargura de la traición de Judas y de Pedro, toda la vanidad de los prepotentes, toda la arrogancia de los falsos amigos. Era una Cruz pesada, como la noche de las personas abandonadas, pesada como la muerte de las personas queridas, pesada porque resume toda la fealdad del mal. Sin embargo, es también una Cruz gloriosa como el alba de una larga noche, porque representa en todo el amor de Dios que es más grande que nuestras iniquidades y nuestras traiciones. En la Cruz vemos la monstruosidad del hombre, cuando se deja guiar por el mal; pero vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios que no nos trata según nuestros pecados, sino según su misericordia. Ante la Cruz de Jesús, vemos casi hasta tocar con las manos la medida en la que somos amados eternamente; ante la Cruz nos sentimos «hijos» y no «cosas» u «objetos». Recordemos a los enfermos, recordemos a todas las personas abandonadas bajo el peso de la Cruz, a fin de que encuentren en la prueba de la Cruz la fuerza de la esperanza, de la esperanza de la resurrección y del amor de Dios. 182

Vía crucis, 18 de abril de 2014

La invitación de Jesús Cautivados por [el] modelo [de Jesús], deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo. Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo. Evangelii gaudium, 269-270-271

Jesús con nosotros Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes víctimas del incendio en la ciudad de Santa María a principios de 183

este año. Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16). Discurso en Río de Janeiro, 26 de julio de 2013

Jesús y el dolor Los motivos del sufrimiento son muchos. Jesús experimentó en este mundo la aflicción y la humillación. Ha recogido los sufrimientos humanos, los ha asumido en su carne, los ha vivido hasta el fondo uno a uno. Ha conocido todo tipo de aflicción, aquellas morales y aquellas físicas: ha experimentado el hambre y el cansancio, la amargura de la incomprensión, ha sido traicionado y abandonado, flagelado y crucificado. Pero diciendo «bienaventurados aquellos que lloran», Jesús no pretende declarar como feliz una condición desfavorable de la vida. El sufrimiento no es un valor en sí mismo, sino una realidad que Jesús nos enseña a vivir con la actitud justa. De hecho, existen formas correctas y formas equivocadas de vivir el dolor y el sufrimiento. Una actitud equivocada es aquella de vivir el dolor de forma pasiva, dejándose llevar con inercia y resignación. También la reacción de la rebelión y del rechazo no es una actitud justa. Jesús nos enseña a vivir el dolor aceptando la realidad de la vida con confianza y

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esperanza, colocando el amor de Dios y del prójimo también en el sufrimiento: el amor transforma cada cosa. Discurso, 17 de mayo de 2014

Jesús y el servicio Cristo ha venido al mundo para traernos la gracia divina, es decir, la posibilidad de participar en su vida. Esto lleva consigo tejer un entramado de relaciones fraternas, basadas en la reciprocidad, en el perdón, en el don total de sí, según la amplitud y la profundidad del amor de Dios, ofrecido a la humanidad por Aquel que, crucificado y resucitado, atrae a todos a sí: «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo les he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán todos que son discípulos míos será que se aman unos a otros» (Jn 13,34-35). Esta es la buena noticia que reclama de cada uno de nosotros un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro, también del más alejado de mí, poniéndonos en marcha por el camino exigente de aquel amor que se entrega y se gasta gratuitamente por el bien de cada hermano y hermana. Cristo se dirige al hombre en su integridad y no desea que nadie se pierda. «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). Lo hace sin forzar, sin obligar a nadie a abrirle las puertas de su corazón y de su mente. «El primero entre ustedes pórtese como el menor, y el que gobierna, como el que sirve» –dice Jesucristo– «yo estoy en medio de ustedes como el que sirve» (Lc 22,26-27). Así pues, toda actividad debe distinguirse por una actitud de servicio a las personas, especialmente a las más lejanas y desconocidas. El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz. Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2014

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La senda mostrada por Jesús Nosotros esperamos que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una victoria divina triunfante. Dios, en cambio, nos muestra una victoria humilde que humanamente parece un fracaso. Podemos decir que Dios vence en el fracaso. El Hijo de Dios, en efecto, se ve en la cruz como un hombre derrotado: sufre, es traicionado, es insultado y, por último, muere. Pero Jesús permite que el mal se ensañe con él y lo carga sobre sí para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte –esa muerte– estaba «escrita». En verdad, no encontramos muchas explicaciones. Se trata de un misterio desconcertante, el misterio de la gran humildad de Dios. Jesús, que eligió pasar por esta senda, nos llama a seguirlo por su mismo camino de humillación. Cuando en ciertos momentos de la vida no encontramos algún camino de salida para nuestras dificultades, cuando precipitamos en la oscuridad más densa, es el momento de nuestra humillación y despojo total, la hora en la que experimentamos que somos frágiles y pecadores. Es precisamente entonces, en ese momento, que no debemos ocultar nuestro fracaso, sino abrirnos confiados a la esperanza en Dios, como hizo Jesús. Audiencia general, 16 de abril de 2014

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26. Biblia La Palabra de Dios es alma de la teología y, a la vez, inspiradora de toda la existencia cristiana. Discurso, 12 de abril de 2013

La viuda que ruega al juez En el Evangelio de hoy Jesús relata una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin cansarnos. La protagonista es una viuda que, a fuerza de suplicar a un juez deshonesto, logra que se le haga justicia en su favor. Y Jesús concluye: si la viuda logró convencer a ese juez, ¿pensáis que Dios no nos escucha a nosotros, si le pedimos con insistencia? La expresión de Jesús es muy fuerte: «Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?» (Lc 18,7). «Clamar día y noche» a Dios. Nos impresiona esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿No conoce él ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene «insistir» con Dios? Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a orar con insistencia no porque no sabe lo que necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, él escucha siempre y conoce todo sobre nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con él a nuestro lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia, también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia. Es así: hay una lucha que conducir cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe.

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Por lo tanto, aprendamos de la viuda del Evangelio a orar siempre, sin cansarnos. ¡Era valiente esta viuda! Sabía luchar por sus hijos. Pienso en muchas mujeres que luchan por su familia, que rezan, que no se cansan nunca. Un recuerdo hoy, de todos nosotros, para estas mujeres que, con su actitud, nos dan un auténtico testimonio de fe, de valor, un modelo de oración. Ángelus, 20 de octubre de 2013

Las Escrituras indican el camino Los aparatos conceptuales están para favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos solo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque «a los defensores de “la ortodoxia” se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las mantienen». La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. A veces somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana». Evangelii gaudium, 194-196

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El buen samaritano No tengas vergüenza de la carne de tu hermano. Al final, seremos juzgados acerca de cómo hemos sabido acercarnos a «toda carne» –esto es Isaías–. No te avergüences de la carne de tu hermano. «Hacernos prójimo», la proximidad, cercanía, hacernos cercanos a la carne del hermano. El sacerdote y el levita que pasaron antes que el buen samaritano no supieron acercarse a esa persona maltratada por los bandidos. Su corazón estaba cerrado. Tal vez el sacerdote miró el reloj y dijo: «Debo ir a la misa, no puedo llegar tarde a misa», y se marchó. ¡Justificaciones! Cuántas veces buscamos justificaciones, para dar vueltas alrededor del problema, de la persona. El otro, el levita, o el doctor de la ley, el abogado, dijo: «No, no puedo porque si hago esto mañana tendré que ir como testigo, perderé tiempo...». ¡Las excusas!... Tenían el corazón cerrado. Pero el corazón cerrado se justifica siempre por lo que no hace. En cambio, el samaritano abrió su corazón, se dejó conmover en las entrañas, y ese movimiento interior se tradujo en acción práctica, en una acción concreta y eficaz para ayudar a esa persona. Al final de los tiempos, será admitido a contemplar la carne glorificada de Cristo solo quien no haya tenido vergüenza de la carne de su hermano herido y excluido. Discurso, 6 de marzo de 2014

El ejemplo de Zaqueo Quisiera recordarles un episodio de hace 2000 años contado por el Evangelio de san Lucas: el encuentro de Jesucristo con el rico publicano Zaqueo, que tomó una decisión radical de compartir y de justicia cuando su conciencia fue despertada por la mirada de Jesús. Este es el espíritu que debería estar en el origen y en el fin de toda acción política y económica. La mirada, muchas veces sin voz, de esa parte de la humanidad descartada, dejada atrás, tiene que remover la conciencia de los operadores políticos y económicos y llevarles a decisiones magnánimas y valientes, que tengan resultados inmediatos, como

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aquella decisión de Zaqueo. ¿Guía este espíritu de solidaridad y compartir todos nuestros pensamientos y acciones? Me pregunto. En concreto, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe llevarnos a compartir, con gratuidad total, los bienes que la providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber antes negado a los demás. El episodio de Jesucristo y de Zaqueo nos enseña que por encima de los sistemas y teorías económicas y sociales, se debe promover siempre una apertura generosa, eficaz y concreta a las necesidades de los demás. Jesús no pide a Zaqueo que cambie de trabajo ni denuncia su actividad comercial, solo lo mueve a poner todo, libremente, pero inmediatamente y sin discusiones, al servicio de los hombres. Por eso, me atrevo a afirmar, siguiendo a mis predecesores, que el progreso económico y social equitativo solo se puede obtener uniendo las capacidades científicas y técnicas con un empeño solidario constante, acompañado de una gratuidad generosa y desinteresada a todos los niveles. Discurso, 9 de mayo de 2014

Tomás y las llagas de Jesús Jesús nos dice esto: «En el camino hemos visto a Tomás». ¿Pero cómo puedo hoy encontrar las llagas de Jesús? Yo no las puedo ver como las ha visto Tomás. Las llagas de Jesús las encuentro haciendo obras de misericordia, dando al cuerpo, al cuerpo y también al alma, pero destaco el cuerpo de tu hermano llagado, porque tiene hambre, porque tiene sed, porque está desnudo, porque es humillado, porque es esclavo, porque está en la cárcel, porque está en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos pide hacer un acto de fe a él por medio de estas llagas». No es suficiente constituir una fundación para ayudar a todos, ni hacer muchas cosas buenas para ayudarles. Todo esto es importante, pero sería solo un comportamiento filantrópico. En cambio, debemos tocar las llagas de Jesús, debemos

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acariciar las llagas de Jesús. Debemos sanar las llagas de Jesús con ternura. Debemos literalmente besar las llagas de Jesús. La vida de san Francisco, cambió cuando abrazó al leproso porque tocó al Dios vivo y vivió en adoración. Lo que Jesús nos pide que hagamos con nuestras obras de misericordia es lo que Tomás había pedido: entrar en las llagas. Precisamente tocando estas llagas, acariciándolas, es posible adorar al Dios vivo en medio de nosotros. Meditación matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta, 3 de julio de 2013

La fuerza de la Palabra de Dios Si nos dejamos interrogar por [la] Palabra [de Dios], si dejamos que ella interpele nuestra conciencia personal y social, si dejamos que ponga en tela de juicio nuestros modos de pensar y de obrar, los criterios, las prioridades y las opciones, entonces las cosas pueden cambiar. La fuerza de esta Palabra pone límites a quien quiera llegar a ser hegemónico prevaricando contra los derechos y la dignidad de los demás. Al mismo tiempo, dona esperanza y consuelo a quien no es capaz de defenderse, a quien no dispone de medios intelectuales y prácticos para afirmar el valor del propio sufrimiento, de los propios derechos, de la propia vida. La doctrina social de la Iglesia, con su visión integral del hombre, como ser personal y social, es vuestra «brújula». Allí se encuentra un fruto especialmente significativo del largo camino del pueblo de Dios en la historia moderna y contemporánea: está la defensa de la libertad religiosa, de la vida en todas sus fases, del derecho al trabajo y al trabajo decente, de la familia, de la educación… Es necesaria una obra de sensibilización y de formación, a fin de que los fieles laicos, en cualquier condición, y especialmente quienes se comprometen en ámbito político, sepan pensar según el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia y obrar coherentemente, dialogando y colaborando con quienes, con sinceridad y honestidad intelectual, comparten, si no es la fe, al menos una visión similar del hombre y de la 192

sociedad y sus consecuencias éticas. No son pocos los no cristianos y los no creyentes convencidos de que la persona humana deba ser siempre un fin y nunca un medio. Discurso, 7 de diciembre de 2013

Las Bienaventuranzas Al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús, si dejamos que él esté en nuestra vida, si compartimos con él las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que solo Dios, amor infinito, puede dar. Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación, la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son considerados «perdedores», débiles. En cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás. Mensaje para la XIX Jornada Mundial de la Juventud, 21 de enero de 2014

El cumplimiento de la Ley Jesús, sin embargo, no quiere cancelar los mandamientos que dio el Señor por medio de Moisés, sino que quiere darles plenitud. E inmediatamente después añade que esta «plenitud» de la Ley requiere una justicia mayor, una observancia más auténtica. Dice, 193

en efecto, a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20). ¿Pero qué significa esta «plenitud» de la Ley? Y esta justicia mayor, ¿en qué consiste? Jesús mismo nos responde con algunos ejemplos. Jesús era práctico, hablaba siempre con ejemplos para hacerse entender. Inicia desde el quinto mandamiento: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”... Pero yo os digo: Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado» (vv. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que incluso las palabras pueden matar. Cuando se dice de una persona que tiene la lengua de serpiente, ¿qué se quiere decir? Que sus palabras matan. Por lo tanto, no solo no hay que atentar contra la vida del prójimo, sino que tampoco hay que derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Ni tampoco hablar mal de él. Llegamos a las habladurías: las habladurías, también, pueden matar, porque matan la fama de las personas. ¡Es tan feo criticar! Al inicio puede parecer algo placentero, incluso divertido, como chupar un caramelo. Pero al final, nos llena el corazón de amargura, y nos envenena también a nosotros. Jesús propone a quien le sigue la perfección del amor: un amor cuya única medida es no tener medida, de ir más allá de todo cálculo. El amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer las paces con el prójimo. Por ello estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de manifestar nuestra devoción al Señor en la oración. A la luz de esta enseñanza, cada precepto revela su pleno significado como exigencia de amor, y todos se unen en el más grande mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo. Ángelus, 16 de febrero de 2014

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27. Iglesia La Iglesia es el pueblo de las bienaventuranzas, la casa de los pobres, de los afligidos, de los excluidos y perseguidos, de quienes tienen hambre y sed de justicia. Discurso, 9 de mayo de 2014

El compromiso de la Iglesia en favor de la justicia Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico». 196

Evangelii gaudium, 183

La Iglesia contra la pobreza Son varios los motivos por los que elegí mi nombre pensando en Francisco de Asís, una personalidad que es bien conocida más allá de los confines de Italia y de Europa, y también entre quienes no profesan la fe católica. Uno de los primeros es el amor que Francisco tenía por los pobres. ¡Cuántos pobres hay todavía en el mundo! Y ¡cuánto sufrimiento afrontan estas personas! Según el ejemplo de Francisco de Asís, la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por la indigencia, y creo que en muchos de vuestros países podéis constatar la generosa obra de aquellos cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados, y que, de este modo, trabajan para construir una sociedad más humana y más justa. Pero hay otra pobreza. Es la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los países considerados más ricos. Es lo que mi Predecesor, el querido y venerado Papa Benedicto XVI, llama la «dictadura del relativismo», que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres. Llego así a una segunda razón de mi nombre. Francisco de Asís nos dice: Esforzaos en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo, si cada uno puede reclamar siempre y solo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás, de todos, a partir ya de la naturaleza, que acomuna a todo ser humano en esta tierra. Discurso, 22 de marzo de 2013

La tarea de la Iglesia La Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas –esto, lo quiero repetir: promoción de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diversas 197

tradiciones religiosas–, lo atestigua también el trabajo valioso que desarrolla el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. También es consciente de la responsabilidad que todos tenemos respecto a este mundo nuestro, respecto a toda la creación, a la que debemos amar y custodiar. Y podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre, débil o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y construir la paz. Pero, sobre todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de lo absoluto, sin permitir que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional, según la cual el hombre se reduce a aquello que produce y a aquello que consume. Esta es una de las insidias más peligrosas para nuestro tiempo. Sabemos cuánta violencia ha causado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y lo divino del horizonte de la humanidad, y nos damos cuenta del valor que tiene el dar testimonio en nuestras sociedades de la originaria apertura a la trascendencia, ínsita en el corazón humano. En esto, sentimos cercanos también a todos esos hombres y mujeres que, aun sin reconocerse en ninguna tradición religiosa, se sienten sin embargo en búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza, esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros valiosos aliados en el compromiso de defender la dignidad del hombre, de construir una convivencia pacífica entre los pueblos y de salvaguardar cuidadosamente la creación. Discurso, 20 de marzo de 2013

No a una Iglesia cerrada La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es solo una organización vacía. Y en esto sed listos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficaces. No; aquello es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y

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lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir. En este momento de crisis no podemos preocuparnos solo de nosotros mismos, encerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentimiento de impotencia ante los problemas. No os encerréis, por favor. Esto es un peligro: nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con quienes pensamos las mismas cosas... pero ¿sabéis qué ocurre? Cuando la Iglesia se cierra, se enferma, se enferma. Pensad en una habitación cerrada durante un año; cuando vas huele a humedad, muchas cosas no marchan. Una Iglesia cerrada es lo mismo: es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. Pero salir. Pero nosotros debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una «cultura del encuentro», una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe, que no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia. Discurso, 18 de mayo de 2013

La Iglesia portadora de esperanza El momento actual está marcado por la crisis económica que le cuesta superar, y que, entre los efectos más dolorosos, tiene el de una insuficiente disponibilidad de trabajo. Es necesario multiplicar los esfuerzos para aliviar las consecuencias y captar y fortalecer todo signo de reactivación. La tarea primaria que corresponde a la Iglesia es la de testimoniar la misericordia de Dios y alentar respuestas generosas de solidaridad para abrir a un futuro de esperanza; porque allí donde crece la esperanza se multiplican también las energías y el compromiso para la construcción de un orden social y civil más humano y más justo, y surgen nuevas potencialidades para un desarrollo sostenible y sano. 199

Están impresas en mi mente las primeras visitas pastorales que he podido realizar en Italia. A Lampedusa, ante todo, donde he podido encontrar de cerca el sufrimiento de quienes, a causa de las guerras o de la miseria, se dirigen hacia la emigración en condiciones a menudo desesperantes; y donde he visto el encomiable testimonio de solidaridad de tantos que se prodigan en la obra de acogida. Recuerdo luego la visita a Cagliari, para rezar ante la Virgen de Bonaria; y la visita a Asís, para venerar al Santo que es patrono de Italia y de quien he tomado el nombre. También en estos lugares he tocado con la mano las heridas que afligen hoy a tanta gente. Discurso, 14 de noviembre de 2013

El papel de la Iglesia Verdad y misericordia: no las separemos. ¡Jamás! Que vuestro anuncio se vea acompañado por la elocuencia de los gestos. ¡Por favor!: la elocuencia de los gestos. Como Pastores, sed sencillos en el estilo de vida, desprendidos, pobres y misericordiosos, para caminar ligero y no interponer nada entre vosotros y los demás. Sed interiormente libres, para poder ser cercanos a la gente, atentos a aprender de ellos el lenguaje, para acercarse a cada uno con caridad, acompañando a las personas a lo largo de las noches de sus soledades, sus inquietudes y sus fracasos: acompañadlas, hasta caldear su corazón y provocarles de este modo que vuelvan a emprender un camino de sentido que restituya dignidad, esperanza y fecundidad a la vida. Entre los «lugares» en los cuales vuestra presencia me parece mayormente necesaria y significativa –y respecto a los cuales un exceso de prudencia condenaría a la irrelevancia– está ante todo la familia. Otro espacio que hoy no se puede abandonar es la sala de espera abarrotada de desocupados: desempleados, beneficiarios del fondo de desempleo, precarios, donde el drama de quien no sabe cómo llevar a casa el pan se encuentra con el de quien no sabe cómo llevar adelante la empresa. Es una emergencia histórica, que interpela la 200

responsabilidad social de todos: como Iglesia, ayudemos a no ceder al catastrofismo y a la resignación, sosteniendo con toda forma de solidaridad creativa la fatiga de quienes con el trabajo se sienten privados incluso de la dignidad. Por último, la barca que se debe calar es el abrazo acogedor a los inmigrantes: huyen de la intolerancia, de la persecución, de la falta de futuro. Que nadie dirija la mirada hacia otro lugar. La caridad, que nos testimonia la generosidad de mucha gente, es nuestro modo de vivir y de interpretar la vida: en virtud de este dinamismo, el Evangelio seguirá difundiéndose por atracción. La necesidad de un nuevo humanismo lo grita una sociedad privada de esperanza, turbada en muchas de sus certezas fundamentales, empobrecida por una crisis que, más que económica, es cultural, moral y espiritual. Discurso a la asamblea de la Conferencia Episcopal Italiana, 19 de mayo de 2014

Los consagrados Las personas consagradas son signo de Dios en los diversos ambientes de vida, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía del compartir con los pequeños y los pobres. La vida consagrada, así entendida y vivida, se presenta a nosotros como realmente es: un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en camino. Hay gran necesidad de estas presencias, que refuerzan y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, de la educación cristiana, de la caridad hacia los más necesitados, de la oración contemplativa; el compromiso de la formación humana, de la formación espiritual de los jóvenes, de las familias; el compromiso por la justicia y la paz en la familia humana. ¿Pero pensamos qué pasaría si no estuviesen las religiosas en los hospitales, las religiosas en las misiones, las religiosas en las escuelas? ¡Pensad en una Iglesia sin las religiosas! No se puede pensar: ellas son este don, esta levadura que lleva adelante el pueblo de Dios. Son grandes estas mujeres que consagran su vida a Dios, que llevan adelante el mensaje de Jesús.

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Ángelus, 2 de febrero de 2014

Una Iglesia que sorprende Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que suscita estupor porque, con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo –la Resurrección de Cristo– con un lenguaje nuevo –el lenguaje universal del amor. Un anuncio nuevo: Cristo está vivo, ha resucitado; un lenguaje nuevo: el lenguaje del amor. Los discípulos están revestidos del poder de lo alto y hablan con valentía –pocos minutos antes eran todos cobardes, pero ahora hablan con valor y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo. Así está llamada a ser siempre la Iglesia: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesús el Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para sanarnos, para perdonarnos. Precisamente para esta misión Jesús resucitado entregó su Espíritu a la Iglesia. Atención: si la Iglesia está viva, debe sorprender siempre. Sorprender es característico de la Iglesia viva. Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma, moribunda, y debe ser ingresada en el sector de cuidados intensivos, ¡cuanto antes! La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado «destilada». No, no se resigna a esto. No quiere ser un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir afuera, al encuentro de la gente, para anunciar el mensaje que se le ha confiado, incluso si ese mensaje molesta o inquieta las conciencias, incluso si ese mensaje trae, tal vez, problemas; y también, a veces, nos conduce al martirio. Ella nace una y universal, con una identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Nosotros, los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres. Regina Coeli, 8 de junio de 2014 202

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Índice Portada Créditos Índice Primera parte: LA JUSTICIA DEL HOMBRE

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1. Solidaridad La cultura de la solidaridad El valor de la solidaridad Solidaridad y compartir La solidaridad crea justicia Nadie está exceptuado de la solidaridad La fraternidad 2. Dignidad La cultura de la vida La dignidad humana es la base de la sociedad La dignidad del trabajo Trabajo y desempleo Dignidad y justicia 3. Acogida Acoger y servir Los conventos, lugares de acogida La cultura del descarte y de la acogida La Iglesia que acoge Acoger al emigrante La acogida cristiana 4. Igualdad Todos somos hijos de Dios La Tierra es de todos Derechos de los nascituri Sacralidad del individuo Los roles en la Iglesia 5. Compartir Al servicio del prójimo

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La riqueza del compartir Los dones del Señor Compartir con los hermanos La santa Misa La piedad Encuentro La cultura del encuentro Contra la intolerancia El encuentro con Dios El encuentro con Jesús Los medios de comunicación El diálogo Unidad Cristianos y judíos Unidad de la Iglesia La armonía en la Iglesia Unidos en la fe Unidad y diversidad Política Política y bien común La tarea de los políticos El apoyo de la Iglesia La política es un deber Rehabilitar la política El desafío de la diplomacia Centralidad del hombre Cristianos El compromiso del cristiano La cultura cristiana La unión de los cristianos Lo concreto del amor cristiano El celo del cristiano La justicia de los cristianos

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Segunda parte: LAS INJUSTICIAS DEL MUNDO 10. Pobreza

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La cultura del derroche El escándalo del hambre La enseñanza de la pobreza Para eliminar la injusticia El grito de la pobreza La vía de la pobreza Combatir la pobreza 11. Indiferencia La globalización de la indiferencia La habituación al sufrimiento Contra la guerra La tentación de la indiferencia Examen de conciencia La indiferencia de los cristianos El llanto de los niños La justicia es una responsabilidad humana 12. Marginación Niños y ancianos Combatir la exclusión La mentalidad del «descarte» La privación de amor Antisemitismo Gitanos 13. Corrupción Pecadores y corruptos El pan sucio de la corrupción La doble vida de los corruptos Los cristianos corruptos El lenguaje de la corrupción Las fisuras de la corrupción 14. Dinero O Dios, o el dinero La dictadura de la economía El rico sin nombre La superación del interés individual

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La cultura del bienestar Riqueza y futuro 15. Violencia La injusticia provoca violencia La violencia en África El diálogo contra la violencia El renacimiento de Caín Guerra y economía La falsa paz del mundo El espíritu de la guerra La violencia de las palabras El drama de la guerra 16. Migraciones Pobreza y migraciones Las migraciones forzosas La Iglesia y los refugiados Un mundo mejor La trata de seres humanos La tragedia de Lampedusa Migraciones en masa 17. Persecuciones El rechazo de la doble vida El ecumenismo del sufrimiento Libertad religiosa Los cristianos perseguidos Llamamiento Diálogo y tolerancia

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Tercera parte: LA JUSTICIA DE DIOS 18. Amor La certeza del amor de Dios Caridad para con el prójimo El dinamismo del amor La gratuidad del amor La ley del amor El signo del amor de Dios

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19. Paz No hay paz sin justicia Por la paz en Siria De la justicia nace la paz La paz de Cristo Instrumentos de paz Paz, armas, migraciones El diálogo crea la paz Mirar a la cruz ¡Shalom, paz, salam! 20. Perdón Dios no se cansa nunca de perdonarnos El don del perdón El Señor olvida La confesión y el perdón La vergüenza de pedir perdón 21. Misericordia La misericordia es vida La misericordia en la Biblia La caricia de la Iglesia La misericordia de la Iglesia La misericordia por la tutela de los derechos Dios no pide nada 22. Esperanza La esperanza en el Reino de Dios El don de la esperanza Esperanza y pobreza Los jóvenes y el futuro La esperanza del cambio Sembrar la esperanza 23. Alegría La alegría del encuentro La alegría plena de Jesús Compartir la alegría La alegría del cristiano

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La alegría en la familia Gozo y alegría Fe Fe y justicia La revolución de la fe Fe y caridad Lo concreto de la fe La fe de María Dar testimonio de la fe Fe para compartir Jesús Hacer como Jesús El rechazo de los prejuicios Siguiendo los pasos de Jesús La cruz La invitación de Jesús Jesús con nosotros Jesús y el dolor Jesús y el servicio La senda mostrada por Jesús Biblia La viuda que ruega al juez Las Escrituras indican el camino El buen samaritano El ejemplo de Zaqueo Tomás y las llagas de Jesús La fuerza de la Palabra de Dios Las Bienaventuranzas El cumplimiento de la Ley Iglesia El compromiso de la Iglesia en favor de la justicia La Iglesia contra la pobreza La tarea de la Iglesia No a una Iglesia cerrada La Iglesia portadora de esperanza

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El papel de la Iglesia Los consagrados Una Iglesia que sorprende

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