Edad de La Razón, La - Primera Parte - Paine

March 8, 2017 | Author: heinlein1 | Category: N/A
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La Edad de la Razón: Inicio de una Investigación de la Verdadera y Fabulosa Teología (The Age of Re...

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Thomas Paine

L A E DA D DE L A RA Z ÓN P r i me r a P a r te

Título Original: T he Age Of Rea son - Being An Investiga tion Of T rue And Fa bul ous T heol ogy (1794)

Thomas Paine

ÍN D ICE

Estudi o I n troductori o

6

I . La Profe si ón De Fe De l Autor

54

I I . De Mi si on e s Y Re ve la ci on e s

58

I I I . Ace rca De La Pe rson a De Je sús C ri sto Y S u Hi stori a 64 I V. De La s Ba se s De La C ri sti a n da d

69

V. Exa m e n De ta lla do De La s An te ri ore s Ba se s 73 VI . De La Ve rda de ra T e ología

76

VI I . Exa m i n a n do El An ti guo T e s ta m e n to

78

VI I I . De l N ue vo T e sta m e n to

93

I X. Aque llo En Lo Que C on si ste Un a Ve rda de ra Re ve la ci ón 106 X. En Lo C on ce rn i e n te A Di os, Y La s Luce s Proye cta da s Por La Bi bli a S obre Su Exi ste n ci a Y Atri butos 110 XI . De La T e ología De Ve rda de ra T e ología

Los C ri sti a n os, Y La 117

XI I . Los Efe ctos De l C ri sti a n i sm o Educa ci ón ; Re form a s Propue sta s

En La 128

XI I I . C om pa ra ci ón De l I de a s Re li gi osa s N a tura le za

C ri sti a n i sm o C on La s I n spi ra da s Por La 143

XI V. S i ste m a De l Un i ve rso XV. Ve n ta ja s De La Exi ste n ci a Mun dos En C a da S i ste m a S ola r

156 De

Much os 163

XVI . Apli ca ci ón De Lo An te ri or Al S i ste m a De Los C ri sti a n os 166 XVI I . De Los Me di os T i e m po, Y C a si En ga ñ a r A La Ge n te Re ca pi tula ci ón

Uti li za dos En T odo El Un i ve rsa lm e n te , Pa ra 170 187

ESTUDIO INTRODUCTOR I O La Edad de la Razón: Inicio de una Inv estigación de la Verdadera y Fabulosa Teología (The Age of Reason: Being an Inv estigation of True and Fabulous Theology) es un tratado deísta, escrito por el radical inglés y revolucionario americano del siglo XVIII Thomas Paine, que critica a la religión institucionalizada y niega la infalibilidad bíblica. Publicado en tres partes en 1794, 1795 y 1807, gozó de gran éxito en los Estados Unidos, donde causó un resurgimiento deísta de corta duración; sin embargo, el público británico lo recibió con hostilidad por temor al crecimiento del radicalismo político debido a la Revolución francesa. La Edad de la Razón contiene argumentos deístas comunes; por ejemplo, pone de relieve la corrupción de la Iglesia cristiana y critica su empeño en adquirir poder político. Paine aboga por la razón en lugar de la revelación, lo que le conduce a rechazar los milagros y a ver la Biblia como una simple obra literaria y no como un texto inspirado por la divinidad. La Edad de la Razón no es un texto ateo, pues promueve la religión natura l y aboga por un Dios creador. La mayoría de los argumentos de Paine eran conocidos desde hacía mucho tiempo por las

élites educadas, pero su presentación en un llamativo e irreverente estilo hacía atractivo y accesible el deísmo para la masa del público. El libro, además, era de bajo coste, por lo que era accesible a un gran número de compradores. Temiendo la propagación de lo que se veía como ideas potencialmente revolucionarias, el gobierno británico comenzó a perseguir a los impresores y libreros que intentaban publicarlo y distribuirlo. La Edad de la Razón sólo produjo un breve resurgimiento del deísmo en América; sin embargo, las ideas de Paine inspiraron y guiaron a muchos librepensadores británicos del siglo XIX y su estilo retórico ha pervivido incluso hasta comienzos del siglo XXI en los textos de escritores modernos como Christopher Hitchens o en las películas de Michae l Moore. 1. Conte xto His tórico 1.1. Conte xto inte le ctual: e l de ís mo británico de l s iglo XVIII El libro de Thomas Paine seguía la tradición del deísmo británico de inicios del siglo XVIII. Estos deístas, aunque mantenían posiciones individuales distintas, compartían un conjunto de hipótesis y argumentos que Paine articuló en La Edad de la Razón. La posición más importante que vinculaba a los defensores del

deísmo descritos anteriormente era su llamada a la «inv estigación racional libre» en todos los temas y, especialmente, en los religiosos. Sosteniendo que el cristianismo primitivo se había fundado sobre la libertad de conciencia, reivindicaban la tolerancia religiosa y el fin de la persecución por motivos de religión, exigiendo de igual modo que el debate se apoyara en la razón y en la racionalidad. Abrazaban una visión newtoniana del mundo, es decir, creían que todas las cosas del universo, hasta el mismo Dios, debían obedecer las leyes de la naturaleza. Los seguidores de esta postura religiosa argumentaban que, sin un concepto de ley natural, las explicaciones acerca de los procesos de la naturaleza descenderían al nivel de la irracionalidad. Esta creencia en la ley natural les condujo a su escepticismo hacia los milagros; puesto que los milagros necesitan ser observados para ser validados, los deístas rechazaban la parte de la Biblia donde se cuentan los milagros y sostenían que tales evidencias no eran suficientes ni necesarias para demostrar la existencia de Dios. En la misma línea, los escritos de estos autores insistían en que Dios era solamente la causa prima o el primer motor y no una deidad que interfiriese en la vida

cotidiana de los individuos. De este modo, rechazaban la afirmación de que sólo había una «verdad» religiosa revelada o una única fe verdadera; la religión sólo podía ser «sencilla, ev idente, ordinaria y univ ersal» si es que tenía que ser el producto lógico de un Dios benévolo. Hacían, pues, una distinción entre las «religiones rev eladas» (que rechazaban), como el cristianismo, y la «religión natural», un conjunto de creencias universales derivadas del mundo natural que demostraban la existencia de Dios (que ellos aceptaban; razón por la cual no eran ateos). 1 Mientras algunos deístas aceptaban la revelación, la mayoría sostenía que la restricción de la revelación a pequeños grupos, o incluso a una sola persona, limitaba su poder explicativo. Además, muchos consideraban que las revelaciones cristianas, en particular, eran contradictorias e irreconciliables. Según estos escritores, la revelación podía reforzar las pruebas de la existencia de Dios, ya evidente en el mundo natural, pero con más frecuencia fomentaba la superstición entre las masas. La mayoría de ellos sostenía que los sacerdotes 1

Herrick, 26-29; véase también Claeys, 178-179; Kuklick, xiii.

habían corrompido deliberadamente el cristianismo en su propio beneficio, mediante la promoción y la aceptación de los milagros, rituales innecesarios y doctrinas ilógicas y peligrosas (esas acusaciones por lo general se referían al priestcraft , algo así como «clero», un término peyorativo usado por los deístas para denunciar «intrigas sacerdotales»). La peor de estas doctrinas era la del pecado original con la que, según ellos, los líderes religiosos habían esclavizado a la población humana al convencer a las personas de que precisaban la ayuda del sacerdote para superar su naturaleza pecaminosa. Los deístas, por tanto, se consideraban a sí mismos como inte lec tua les libertad or es . 2 1.2. Conte xto político : la re volució n france s a Cuando en 1794 se publicó la primera parte de La Edad de la Razón, muchos ciudadanos británicos y franceses se habían desilusionado de la Revolución francesa. El reinado del Terror había comenzado, Luis XVI y María Antonieta habían sido juzgados y ejecutados y Gran Bretaña estaba en guerra con Francia. Los pocos británicos radicales que todavía apoyaban la Revolución francesa y sus ideales 2

Herrick, 30-39; véase también Claeys, 178-179.

eran vistos con profunda sospecha por sus compatriotas. La Edad de la Razón pertenece a esta etapa posterior y más radical de la reforma política británica, que abrazaba abiertamente el republicanismo y el ateísmo y que ejemplifican textos como el de La Justicia Política de William Godwin (1793). A mediados de la década las voces moderadas habían desaparecido: En 1791 había muerto Richard Price, el clérigo disidente cuyo sermón sobre la libertad política había inspirado las Reflex iones sobre la Rev olución Francesa (1790) de Edmund Burke, y Joseph Priestley se vio obligado a huir a América después de que la multitud quemas e su casa y su igles ia . 3 El gobierno conservador, liderado por William Pitt, respondió a esa creciente radicalización procesando a varios reformistas por libelo sedicioso y traición a la patria, en los famosos juicios por traición de 1794. Después de los juicios y del ataque a Jorge III, los conservadores lograron aprobar la Ley de Reuniones Sediciosas y a la Ley de Prácticas Desleales (también conocidas como las «dos 3

Butler, Marilyn. Romantics, Rebels and Rea ctionaries: English Literature and its Ba ck ground 1760 -1 8 3 0. Oxford: Oxford University P ress (1981), 49; Bindman, 118.

actas»). Estas actas prohibían el derecho de reunión para los grupos radicales, como La Sociedad de Correspondientes de Londres (LCS) y alentaron las denuncias contra los radicales por declaraciones «calumniosas y sediciosas». Por miedo a las persecuciones, y desencantados con la revolución francesa, muchos reformistas dejaron la causa. La LCS, que anteriormente había unificado a disidentes religiosos y políticos reformistas, se fracturó cuando Francis Place y otros dirigentes ayudaron a Paine a publicar La Edad de la Razón; los miembros más religiosos de la sociedad se retiraron en señal de protesta y la LCS perdió alrededor de una quinta parte de sus mie mb ros . 4 2. His toria de la Publica c ió n En diciembre de 1792, la segunda parte de Los Derechos del Hombre de Paine fue declarada sediciosa en Gran Bretaña y se vio forzado a huir a Francia con el fin de evitar su detención. Consternado por el giro de la revolución francesa hacia el laicismo y el ateísmo, compuso la primera parte de La Edad de la Razón entre 1792 y 1793:

4

Thompson, 148; Claeys, 190.

Ha sido mi intención, desde hace varios años, publicar mis pensamientos sobre la religión... Los acontecimientos que tienen lugar en Francia, como la abolición total de todas las órdenes nacionales de sacerdocio y de todo lo perteneciente a sistemas coercitivos de religión y a artículos de fe coercitivos, no sólo ha precipitado mi decisión, sino que también hace sumamente necesaria una obra de este tipo, a fin de que el naufragio general de la superstición, los falsos sistemas de gobierno y la falsa teología no nos haga perder de vista el sentido moral, los sentimientos humanitarios y la verdadera teología . 5 Aunque Paine escribió el libro para los franceses, se lo dedicó a sus «amigos ciudadanos de los Estados Unidos de América», aludiendo a su vínculo con los revolucionarios america nos . 6 No se sabe con certeza cuándo escribió Paine la primera parte. Según los estudiosos Edward Davidson y William Scheick, Thomas Paine probablemente redactó el primer borrador a 5 6

La Edad de la Razón (1794): pp. 49-50. Davidson y Scheick, 103-106.

finales de 1793 7 , pero según su biógrafo David Hawke, habría sido a principios de 1793 8 . Tampoco está claro si la edición francesa de la primera parte se publicó en 1793 9 . François Lanthenas, que tradujo La Edad de la Razón al francés en 1794, escribió que fue publicada por primera vez en Francia en 1793, pero no se ha podido identificar categóricamente ningún libro que se ajuste a esta descripción10. Joel Barlow publicó la primera edición en inglés de la primera parte en 1794, en Londres, vendiéndola a sólo tres peniques . Entre tanto los jacobinos, una poderosa facción revolucionaria de Francia, consideraron que Paine era demasiado moderado y lo encarcelaron. Estuvo preso durante diez meses y fue condenado a la guillotina. Logró escapar de la muerte por casualidad, ya que el signo de su ejecución no estaba bien colocado en la puerta de su celda 11 . Cuando James Monroe garantizó su puesta en libertad en 1794, comenzó inmediatamente a trabajar en la 7

Davidson y Scheick, 103-106. Davidson y Scheick, 103-106. 9 Davidson y Scheick, 103-106. 10 P ara una discusión sobre la posible traducción del texto francés de 1793, véase Gimbel (1957). 11 Kuklick, xix-xxi. 8

segunda parte de La Edad de la Razón, a pesar de su frágil salud. La segunda parte fue publicada por primera vez en Londres por H.D. Symonds, en una edición clandestina, en octubre de 1795. Al año siguiente, Daniel Isaac Eaton publicó la primera y segunda parte y las vendió al precio de un chelín y seis peniques. Eaton posteriormente se vio obligado a huir a los Estados Unidos tras haber sido declarado culpable de difamación sediciosa por la 12 publicación de otras obras radicales . El propio Paine financió el envío de 15.000 ejemplares de su obra a los Estados Unidos. Más tarde, Francis Place y Thomas Williams colaboraron en una edición que vendió cerca de 2.000 copias. Williams también publicó su propia edición, pero el gobierno británico lo incriminó y confisc ó los panfle to s. 13 A finales de la década de 1790, Thomas Paine viajó de Francia a los Estados Unidos, donde escribió la tercera parte de la obra: Un ex amen de los pasajes del Nuev o Testamento, citando las profecías relativ as a Jesucristo del Antiguo Testamento. Temiendo represalias desagradables e incluso violentas, Thomas 12 13

Smith, p. 108. Claeys, pp. 187s.

Jefferson convenció a Paine de no publicar la tercera parte en 1802. Cinco años después, Paine decidió hacerlo a pesar de saber la reacció n que causaría. 14 Tras la condena de un año de trabajos forzados a Thomas Williams por haber publicado La Edad de la Razón en 1797, ninguna edición se vendió abiertamente en Gran Bretaña hasta 1818, cuando Richard Carlile la incluyó en una edición de la obra completa de Paine. El precio era de un chelín y seis peniques, y la primera impresión de 1.000 ejemplares se vendió en un mes. Inmediatamente, publicó una segunda edición de 3.000 ejemplares. Al igual que Williams, Carlile fue perseguido por libelo sedicioso y blasfemo. En Gran Bretaña, las persecuciones en torno a La Edad de la Razón duraron treinta años desde la primera edición, afectando a numerosos editores y más de un centenar de libre ro s. 15 3. Es truct ura Y Argume ntos Princ ipa le s La Edad de la Razón se divide en tres partes. En la primera parte, Paine esboza un resumen 14

Davidson y Scheick, 103-106. Bronowski, Julius. William Blak e and the Age of Revo lution . Londres: Routledge & Kegan P aul (1965), 81; Claeys, 190; Wiener, 108s. 15

de sus principales argumentos y su personal profesión de fe. En las partes II y III analiza secciones específicas de la Biblia para demostrar que ésta no es la palabra revelada de Dios. 3.1. Cre do Al comienzo de la primera parte de La Edad de la Razón, Paine expone su personal profes ió n de fe, a imitac ió n del credo cristia no : Creo en un solo Dios, uno solo, y espero la felicidad más allá de esta vida. Creo en la igualdad entre hombres y creo que los deberes religiosos consisten en hacer la justicia, amar la caridad, y esforzarse en hacer feliz al prójimo. Sin embargo, a fin de que no se pueda pensar que creo en otras muchas cosas aparte de éstas, yo, en el curso de esta obra, también expongo las cosas en las que no creo, y mis razones para no creerla s. Yo no creo en la fe profesada por la Iglesia judía, la Iglesia romana, la Iglesia griega, la Iglesia turca, la Iglesia protestante, ni ninguna otra Iglesia de la que tenga conocimiento. Mi propia mente es mi propia Igles ia . Todas las Iglesias de las instituciones nacionales, judía, cristiana o turca, no me

parecen más que inventos humanos establecidos para aterrorizar y esclavizar la humanidad, y monopolizar el poder y para su beneficio. No tengo la intención de decir que condeno a los que creen lo contrario, pues tienen el mismo derecho a sus creencias como yo a las mías. Sin embargo, es necesario para la felicidad del hombre el ser mentalmente fiel a sí mismo. La infidelidad no se basa en las creencias, o la falta de ellas, consiste en profesar una fe que no se tiene. 16 La exposición de Paine resume muchos de los temas principales del resto del texto: una firme creencia en un Dios creador, su escepticismo con respecto a la mayoría de las pretensiones sobrenaturales (aquí la vida futura; más adelante en el texto, los milagros); la convicción de que las virtudes deben derivar de la consideración por los demás en lugar de en uno mismo; la animosidad contra las instituciones religiosas corruptas y un énfasis en el derecho de concie nc ia del indiv id uo . 17 16

P aine, Th e Age of Reason (1794), p. 50. Walter Woll expone en su libro sobre P aine que hay «semej anzas evidentes» entre la profesió n de fe de P aine y la de su amigo Benjamin Franklin; Woll, 138, nota 1. 17

3.2. La razón y la re ve lación Paine inicia La Edad de la Razón enfrentándose a la revelación. La revelación, afirma, sólo puede ser verificada por cada uno de los destinatarios del mensaje y, por tanto, es una débil evidencia de la existencia de Dios. Paine rechaza profecías y milagros, escribiendo que «es una rev elación para la primera persona y rumores para todos los demás y, por tanto, no están obligados a creerla»18. Asimismo, indica que las revelaciones cristianas parecen haber cambiado a lo largo del tiempo para adaptarse a las cambiantes circunstancias políticas. Al instar a sus lectores a usar la razón en lugar de depender de la revelación, Paine sostiene que la única prueba fiable, invariable y universal de la existencia de Dios es el mundo natural. «La Biblia de los deístas», dice, no debe ser una invención humana como la Biblia, sino más bien una invención divina: «la Creación»19. Paine lleva este argumento más lejos aun, manteniendo que deben aplicarse a la Biblia las mismas reglas de la lógica y las normas de las pruebas que rigen 18

P aine, The Age of Reason (1794), p. 52. Vers. francesa: Le Siècle de la Raison, trad. Ayache et Pén icaud (2003), 35. 19 P aine, Th e Age of Reason (1794), p. 185.

el análisis de textos laicos. En la Parte II de La edad de la razón, hará exactamente eso, mostrando muchas contradicciones de la Biblia. 20 3.2.1. El anális is de la Biblia Paine pone en tela de juicio el carácter santo de la Biblia, analizándola como cualquier otro libro. Por ejemplo, en su análisis del Libro de los Proverbios, sostiene que estas palabras son «en sutileza, [...] inferiores a los prov erbios españoles, y no mucho más prudentes y concisos que los del americano Frank lin»21. Describe la Biblia como una «fabulosa mitología». Paine se pregunta si fue realmente revelada a sus escritores y pone en duda que los escritores originales puedan ser conocidos; así, rechaza la idea de que Moisés escribiera el Pentateuco. Utilizando métodos que no eran habituales en los estudios bíblicos del siglo XIX, Paine analiza la coherencia interna de la Biblia y pone en duda su exactitud histórica, y

20

Smylie, 207-209; Claeys, 181s; Davidson y Scheick, 70s. 21 P aine, The age of reason (1794), 60s, véase también Davidson y Scheick, 49 y Fruchtman, 3s, 28s.

concluye que no fue inspirada por Dios 22. Sostiene que el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento deben ser falsos, porque presentan un Dios tiránico. «La historia del mal» que narra la Biblia convence a Paine de que es simplemente una nueva colección de mitos escritos por seres humanos y no la palabra de Dios revelada. Los argumentos de Paine contra la Biblia a menudo restan fuerza a sus propias obras anteriores, las cuales dependen, en gran medida, de citar las Escrituras. Como escribe David Wilson, especialista en la obra de Paine: «Paine sacrifica a menudo la coherencia lógica en fav or de la controv ersia inmediata». 23 3.3. La re ligió n y e l Es tado Paine también se ocupa de las instituciones religiosas y culpa a los sacerdotes por su ansia de poder y riqueza y a la Iglesia por su oposición a la investigación científica. Según él, la historia del cristianismo se caracteriza por la corrupción y la opresión24 . Paine critica las tiránicas acciones de la Iglesia, como había criticado a los gobiernos en Los derechos del 22

Smylie, 207-209; Claeys, 181s; Davidson Scheick, 64s, 72s. 23 Wilson, xv. 24 Smylie, 207-209; Claeys, 181; Davidson Scheick, 79-82.

y y

hombre y El sentido común, argumentando que «la teoría cristiana es poco más que la idolatría de los antiguos adoradores de mitos, acomodada al poder y sus beneficios»25. Este tipo de ataques distingue el libro de Paine de otros libros deístas, que tienen menos interés en impugnar a la política social y a las jerarquías 26 . Sostiene asimismo que la Iglesia y el Estado son una única institución corrupta que no actúa a favor de los intereses del pueblo: ambos deben ser radicalmente modific ado s. Poco tiempo después de publicarse en América mi folleto titulado El Sentido Común, he visto que los posibles excesos de una revolución que afecte al sistema de gobierno, conducirán a una revolución del sistema religioso. La relación adúltera entre la Iglesia y el Estado, dondequiera ha tenido lugar, [...] ha prohibido de manera tan eficaz, mediante sanciones y castigos, cualquier discusión acerca de los principios de la religión, que, hasta que el sistema de gobierno no sea cambiado; 25

P aine, The Age of Rason (1794), p. 53. Vers. francesa: Le Siècle de la Raison , trad. Ayache et P énicaud (2003), 37s. 26 Hawke, 292-294.

estas cuestiones no podrán ser tratadas de manera leal y abierta ante el mundo, sin embargo, si esto llegara a suceder, debe generar una revolución en la organización de la religión. Se desenmascararían las invenciones humanas y el poder sacerdotal (Priestcraft) y el hombre regresaría a la creencia pura, sin mezcla, sin adulteración, en un solo Dios, y en nada más. 27 Como ha escrito Jon Mee, un especialista en radicalismo británico: «Paine creía que una rev olución en la religión era el corolario natural, incluso el prerrequisito, de una rev olución política totalmente ex itosa»28. Paine presenta una visión, en palabras de Davidson y Scheick, de «una era de libertad intelectual en que la razón triunfaría sobre la superstición, en que las libertades naturales de la humanidad reemplazarían el poder sacerdotal y la realeza, que eran efectos secundarios tanto de tontas leyendas gestionadas políticamente como de supersticiones religiosas»29 . Esta es la visión que los especialistas han llamado 27 28 29

Jon Mee, 162. Davidson y Scheick, 18s. Davidson y Scheick, 18s.

«milenarismo laico» de Paine, que aparece en todas sus obras: él termina Los derechos del hombre, por ejemplo, con la declaración: «Desde lo que v emos ahora, ninguna reforma en el mundo político debe ser considerada poco probable. Es una edad de rev oluciones, en la que todo se puede intentar»30. Paine «transformaba la v isión protestante milenarista de la autoridad de Cristo sobre la Tierra en una imagen secular de la utopía», haciendo hincapié en las posibilidades de «progreso» y «perfectibilidad humana» que la humanidad podía alcanza r, sin la ayuda de Dios. 31 3.4. De uda inte le ctua l de Paine Aunque a Paine le gustaba decir que había leído muy poco, sus libros desmienten esta declaración32 . La Edad de la Razón tiene sus raíces intelectuales en la tradición de David Hume, Spinoza y Voltaire. Dado que Hume ya había realizado varios de los mismos «ataques morales contra el cristianismo» que Paine popularizó en su libro, los expertos han llegado a la conclusión de que, probablemente, Paine leyera las obras sobre religión de Hume o, al 30

Citado en Foner, 216, véase también Fruchtman, 157s; Harrison, 80. 31 Foner, 91; Fruchtman, 157s; Claeys, 183. 32 Robbins, 135-142.

menos, hubiera oído hablar de ellas en el círculo de Joseph Johnson33. Paine habría sido especialmente atraído por la descripción de Hume de la religión como «una positiv a fuente del mal en la sociedad» que «conducía a los hombres a la div isión en facciones, a ser ambiciosos e intolerantes»34. De mayor influencia aún en Paine fue el Tratado Teológico-Político de Spinoza (1678). Paine habría recibido las ideas de Spinoza a través de las obras de otros deístas del siglo XVIII, entre ellos Conyers Middleton35. A Paine muy probablemente le era familiar el ingenio burlesco de Voltaire y otras obras de ―filó so fos ‖ deístas france se s. Aunque estas grandes tradiciones filosóficas ejercen claras influencias en La Edad de la Razón, Paine tiene su mayor deuda intelectual con los deístas ingleses de principios del siglo XVIII, como Peter Annet 36. John Toland 33

Robbins, 135-142. Hole, 69. 35 Robbins, 140s; Davidson y Scheick, 58. 36 Annet es considerado el precursor directo de P aine en lo referente a la argumentación deísta, la defensa de la libertad de expresión, la investigación religiosa y sobre las «reformas sociales». Annet se preocupaba, como P aine, del 34

reivindicó el uso de la razón en la interpretación de las Escrituras, Matthew Tindal argumentó contra la revelación, Middleton describió la Biblia como una mitología y puso en tela de juicio la existencia de los milagros; Thomas Morgan había discutido las pretensiones del Antiguo Testamento, Thomas Woolston cuestionó la credibilidad de los milagros y Thomas Chubb argumentó que el cristianismo carecía de moralidad. Todos estos argumentos aparecen en el libro de Paine, aunque de manera menos coherente . 37 4. El Es tilo La característica más distintiva de La Edad de la Razón, al igual que todas las obras de Paine, es su estilo lingüístico. El historiador Eric Foner sostiene que las obras de Paine «forjan un nuev o lenguaje político» destinado a acercar la política al pueblo, utilizando «un estilo claro, sencillo y directo»38 . Paine ha creado «una nuev a v isión, una imagen utópica de una sociedad igualitaria y republicana» y su

precio de estos folletos polémicos y religiosos (Herrick 130-134). 37 Smylie , 209; Davidson y Scheick, 60. 38 Foner, xvi.

lenguaje refleja estos ideales 39. Dio origen a expresiones como «derechos humanos», «la edad de la razón» y «los tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres» (the times that try men’s souls) 40 . Foner también sostiene que, en el libro de Paine, «el deísmo aportó un nuev o tono agresiv o y ex plícitamente anticristiano»41 . Lo hizo mediante el uso de un lenguaje «v ulgar» (esto es, «bajo» o «popular»), un tono irreverente, incluso una retóric a religio sa. En una carta dirigida a Elihu Palmer, uno de sus más fieles seguidores en los Estados Unidos, Paine describe parte de su filosofía retóric a : La forma de escribir insinuante y amenazadora que fue utilizada antiguamente en asuntos de este tipo [religión] producía escepticismo, pero no convicción. Es necesario ser audaces. Con algunas personas puede razonarse para que comprendan; a otras hay que conmocionarlas para lo mismo. Di algo

39 40 41

Foner, xvi. Foner, xv. Foner, xv.

audaz que las haga titubear, y ellos comenza rá n a pensar. 42 La retórica de Paine tenía un gran atractivo, su estilo incisivo era «capaz de construir puentes entre las culturas de la clase trabajadora y clase media» y convertirse en citas comunes 43 . Parte de lo que hace que el estilo de Paine sea tan memorable es su uso efectivo de la repetición y las preguntas retóricas, además de la profusión de «anécdotas, ironía, parodia, sátira, confusión encubierta, temas populares, el v ocabulario específico, y... las apelaciones al sentido común»44 . El estilo coloquial de Paine arrastra al lector a entrar en el texto. Su uso del pronombre «nosotros» transmite la «ilusión de que él y los lectores comparten el trabajo de construir el argumento»45 . A través de este énfasis en la presencia del lector y dejar las imágenes y los argumentos a la mitad, anima a sus lectores de Paine a completarlos de forma indepe nd ie nte. 46 4.1. Le nguaje vulgar 42 43 44 45 46

Citado en Clark, 317. Kuklick, xi-xii. Davidson and Scheick, 100-101. Smith, 53-54. Smith, p. 56.

El elemento más característico del estilo de Paine en La Edad de la Razón es su v ulgaridad. En el siglo XVIII la «v ulgaridad» se asociaba a las clases medias y bajas, y no con la obscenidad; así, cuando Paine celebra su estilo «v ulgar» y sus críticos lo atacan, la controversia es sobre la accesibilidad, y no sobre blasfemias. Por ejemplo, Paine describe La Caída de la siguie nte manera : Los mitólogos cristianos, después de haber confinado a Satanás en un hoyo, se vieron obligados a dejarlo escapar para poder continuar la fábula. A continuación, es introducido en el Jardín del Edén, con forma de serpiente, y de ese modo entabla una conversación coloquial con Eva, quien no se sorprende al oír hablar a una serpiente, y el tema de esta charla es persuadirla a comer una manzana, y el comer esa manzana condena a toda la humanidad. Después de este triunfo de Satanás sobre toda la Creación, uno habría esperado que los mitólogos de la Iglesia habrían tenido la amabilidad de enviarlo de nuevo a una fosa, o, en caso de no hacerlo, que hubieran puesto una montaña sobre él (porque dicen que su fe puede mover montañas), o [que le pusieran a él]

bajo una montaña, como habían hecho los mitólogos pasados, para evitar tenerlo de nuevo entre las mujeres y causar más daño. Pero en lugar de ello lo dejaron en libertad, sin ni siquiera obligarlo a dar su palabra de honor. El secreto de esto es que no podían hacer nada sin él, y después de haberse tomado la molestia de crearlo, le sobornaron para que permaneciera. Ellos le prometieron que serían suyos TODOS los Judíos, a TODOS los turcos de antemano, junto a nueve décimas partes del mundo y añadiendo a Mahoma en la oferta. Después de esto, ¿quién puede poner en duda el don de la mitología cristiana? Tras haber organizado una insurrección y una batalla en el cielo, en la que ninguno de los combatientes podría caer muerto o herido —pusieron a Satanás en el hoyo, le dejaron salir otra vez, le dieron el triunfo sobre toda la creación, condenaron a toda la humanidad por comer una manzana—, los mitologistas cristianos unieron los dos extremos de su fábula. Entonces, presentan a este virtuoso y amable hombre, Jesucristo, para que sea a la vez Dios y hombre, y también el Hijo de Dios, engendrado celestialmente, a fin de

que se le sacrifique, porque dicen que Eva, en su deseo, había comido una manza na. 47 El tono irreverente que Paine combinó con ese estilo vulgar distinguió su obra de la de sus predecesores. Quitó el «deísmo de las manos de la aristocracia y de los intelectuales y se lo dio al pueblo». 48 La apelación retórica de Paine al «pueblo» atrajo casi tanta crítica como su ridiculización de la Biblia. El obispo Richard Watson, obligado a abordar a esta nueva audiencia en su influyente respuesta a Paine, An Apology for the Bible, escribe : «Yo, intencionadamente, escribo estas líneas y las siguientes en una forma popular, con la esperanza de que también ellas puedan tener la suerte de ser leídas cuidadosamente por esta clase de lectores, para quienes su trabajo parece particularmente calculado, y que son los más susceptibles de ser dañados por él»49. Pero no sólo era el estilo lo que interesaba a Watson y a otros, sino también el bajo precio del libro de Paine. En un juicio por sedición a principios de los años 1790, el fiscal general 47

P aine, Th e Age of Reason (1794), 56. Foner, «Introducción», The Age of (1794), 35; véase también Kramnick, 399. 49 Watson, 3. 48

Reason

trató de prohibir a Thomas Cooper que publicase su respuesta a las Reflex iones sobre la Rev olución de Francia de Burke, argumentando que «aunque no hubiese que adoptar ninguna ex cepción con este panfleto estando en manos de las clases superiores, el gobierno, sin embargo, no permitiría que aparezca a un precio que asegurase su circulación entre el pueblo»50. Preocupaciones similares condujeron a la persecución de quienes imprimían, publicaban y distribuían La Edad de la Razón. 4.2. Tono irre ve re nte El estilo de Paine no sólo era «vulgar», también era irreverente. Por ejemplo, Paine describe a Salomón como un libertino, que «fue ingenioso, pomposo, disoluto y, al final, melancólico», que «v iv ió rápido y murió, cansado del mundo, a la edad de cincuenta y ocho años»51 . Si bien muchos deístas británicos anteriores habían utilizado un estilo ridiculizante para atacar a la Biblia y el cristianismo, la de ellos era una perspicacia Citado en Leslie Chard, ―Book seller to pu b lisher: Joseph Johnson and the English book tra d e, 1760 –1 8 1 0‖. The Library (5th series) 32 (1977), 147. 51 P aine, Th e Age of Reason (1794), p. 136. 50

refinada, en vez del nítido humor que Paine empleaba. Fueron los tempranos deístas mediocres, y no los de la élite educada, los que iniciaron el estilo ridiculizante que haría 52 famoso a Paine. Era ese tono «ridiculizante» de Paine el que más molestó a los miembros del clero. Como lo expresa John Redwood, un estudioso del deísmo: «La Edad de la Razón tal v ez podría llamarse más elocuente y adecuadamente La Edad del Ridículo, porque era el ridículo, no la razón, el que ponía en peligro a la Iglesia»53 Significativamente, en su Apology, Watson amonesta directamente a Paine por su tono escarnece do r : No deseo atribuir malos designios, deliberada maldad, a usted o a cualquier hombre. No puedo evitar pensar que usted piensa que tiene la verdad de su lado, y que está prestando un servicio a la humanidad esforzándose en erradicar lo que estima como superstición. Aquello de lo que le culpo es esto: que usted ha tratado de disminuir la autoridad de la

52 53

Redwood, 196. Watson, 34.

Biblia por medio del ridículo, más que por la razón. 4.3. Influe nc ias re ligios as La educación cuáquera de Paine lo predispuso a un pensamiento deísta al mismo tiempo que a un posicionamiento firme dentro de la tradición religiosa de los disidentes ingleses. Paine reconoció que él estaba en deuda con su formación cuáquera por su escepticismo, pero la estima de los cuáqueros por la franqueza, un valor expresado tanto explícita como implícitamente en La Edad de la Razón, influyeron en su escritura incluso más. Como afirmó el historiador E.P. Thompson, «Paine ridiculizó la autoridad de la Biblia con argumentos que el minero o la campesina podían comprender»54. Su descripción de la historia de la concepción virginal desmitifica el lenguaje bíblico, y argumenta que María fue sólo una infeliz mujer desafortunada: «es la historia de una jov en prometida en matrimonio, y durante este compromiso, hablando en un lenguaje sencillo, es perv ertida por un fantasma»55 . Los relatos cuáqueros de 54

Thompson, p. 98. P aine, The Age of Reason (1794), p. 156; ver también Claeys, pp. 102-103. 55

conversiones también influyeron en el estilo del libro de Paine. Davidson y Scheick sostienen que su «declaración introductoria de propósito, ardiente sentido de inspiración interior, ex presión declarada de conciencia, e intención ev angélica de instruir a otros», recuerdan las confesiones personales de los cuáquero s estadounide ns es . 56 Paine saca partido de mucha retórica religiosa aparte de la relacionada con el cuaquerismo en La Edad de la Razón. La más importante es el lenguaje milenarista que atraía a los lectores de clases más bajas. Afirmando que el verdadero lenguaje religioso es universal, Paine utiliza elementos de la tradición retórica cristiana para minar a las jerarquías religiosas que se perpetúan57 . La calidad de la escritura sermonal de Paine es uno de sus rasgos más reconocibles. Sacvan Bercovitch, una estudiosa del sermón, sostiene que los escritos de Paine a menudo se asemejan a las lamentaciones del ―sermón político‖ o jeremiada. Sostiene que Paine se vale de la tradición puritana en la que «la teología está v inculada a la política y la política al progreso 56 57

Davidson and Scheick, p. 99. Smith, p. 183; Fruchtman, p. 4; p. 157.

del reino de Dios»58. Una razón por la que el estilo de escritura de Paine era así, pudo haber sido porque durante algún tiempo fuese predicador metodista, aunque este hecho no se ha podido verifica r. 59 5. Re ce pción y Le gado La Edad de la Razón provocó una reacción hostil de la mayoría de los lectores y críticos, aunque la intensidad de la hostilidad variaba en cada localidad. Hubo cuatro factores principales que provocaron esa animosidad: Paine negaba que la Biblia fuese un texto sagrado e inspirado por Dios; sostenía que el cristianismo era una invención humana; su capacidad de dirigir a un gran número de lectores asustaba a los poderosos; y su manera irreverente y satírica escribir sobre el cristianismo y la Biblia ofendía a muchos creyentes . 60 61 5.1. Gran Bre taña La Edad de la Razón de Paine encendió la ira de los británicos lo suficiente como para no 58

Bercovitch, Sacvan. The American Jeremiad . Madison: University of Wisconsin P ress (1978), xiv; véase también Fruchtman, xi. 59 Davidson y Scheick, p. 28. 60 Davidson and Scheick, 18s. 61 Smylie , 210; Claeys, 185s.

sólo iniciar una serie de acciones judiciales de parte del gobierno, sino también una guerra de panfletos. Alrededor de cincuenta respuestas desfavorables aparecieron ya entre 1795 y 1799 y todavía en 1812 se publicaban refutaciones. Muchas de ellas respondían específicamente al ataque de Paine a la Biblia en la Parte II (cuando Thomas Williams fue procesado por imprimir la Parte II, resultó evidente que su circulación había superado con creces la de la Parte I) 62 . Aunque los críticos respondían al análisis de Paine de la Biblia, normalmente no abordaban sus argumentos concretos. En lugar de ello, abogaban por una lectura literal de la Biblia, citando la larga historia de la Biblia como prueba de su autoridad. También publicaban ataques ad hominem contra Paine, describiéndole «como un enemigo del buen pensamiento y de la moralidad de la gente decente e ilustrada»63. Disidentes como Joseph Priestley, que habían hecho suyos los argumentos de los Derechos del Hombre, se alejaban de los presentados en la obra de Paine. Incluso la revista liberal Analytical Rev iew se mostró escéptica frente a las aseveraciones de 62 63

Claeys, 187s; Davidson y Scheick, 88. Davidson y Scheick, 89. Davidson y Scheick, 89.

Paine y se distanció del libro. El deísmo de Paine era simplemente demasiado radical para estos reformistas más moderados, que temían «mancharse » con la brocha del extre mis mo. 64 A pesar del aluvión de respuestas antagónicas al libro de Paine, algunos estudiosos han sostenido que la obra deísta de Constantin Volney Las Ruinas (The Ruins) (aparecieron traducciones de extractos del original francés en la prensa radical, como en los periódicos Pig’s Meat de Thomas Spence y Politics for the People de Daniel Isaac Eaton) fue en realidad más influyente que La Edad de la Razón 65 . Según David Bindman, The Ruins «en Inglaterra alcanzó una popularidad comparable a los propios Derechos del Hombre»66 . Sin embargo, un ministro se quejó de que «la corrupción prov ocada por la propagación de una tan perniciosa publicación [La Edad de la Razón] era infinitamente superior a la que pudieran generar el sufragio limitado y de los parlamentos septeniales» (otras causas popular es de reforma) . 67 64 65 66 67

Claeys, 184s; 189. Mee, 138. Bindman, 129. Citado en Claeys, 185.

No fue sino hasta el juicio en 1818 de Richard Carlile por publicar el texto de Paine cuando éste se convirtió en «la anti-Biblia de todos los agitadores infieles de clase baja del siglo XIX»68 . Aunque el libro se había estado vendiendo bien antes del juicio, una vez Carlile fue detenido y acusado, 4.000 copias se vendieron en pocos meses 69 . En el juicio propiamente dicho, que enloqueció a los medios de comunicación, Carlile leyó la totalidad de la obra de Paine en el expediente judicial, asegurando así una difusión todavía mayor. Entre 1818 y 1822, Carlile dijo haber «puesto en circulación cerca de 20.000 ejemplares de La Edad de la Razón»70. Al igual que en los años 1790, era el idioma lo que más irritaba a las autoridades en 1818. Como señala Joss Marsh en su estudio de la blasfemia en el siglo XIX, «en estos juicios, se reconfiguró el inglés llano como algo ‗abusiv o‘ y ‗escandaloso‘ en sí mismo. La lucha de La Edad de la Razón casi marcó la hora en la que las palabras ‗llano‘, ‗basto‘, ‗común‘ y ‗v ulgar‘ adquirieron un sentido peyorativ o»71 . Carlile fue juzgado 68 69 70 71

Marsh, Marsh, Citado Marsh,

61. 67. en Marsh, 71. 74.

culpable de blasfemia y condenado a un año de prisión, pero en vez de eso pasó seis años en ella, porque se negó a las «condiciones legales» en relac ió n a su libera c ió n 72 . La nueva retórica de Paine vino a dominar el periodismo radical popular decimonónico, en particular el de los librepensadores, los cartistas y owenistas. Su legado se puede ver en el periódico radical The Black Dwarf [«El Enano Negro»] de Thomas Wooler, numerosos periódicos y revistas de Richard Carlile, las obras radicales de William Cobbett, las revistas de Henry Hetherington The Penny Papers y The Poor Man’s Guardian, las obras del cartista William Lovett, los periódicos y libros sobre el owenismo de George Holyoake y el New Reformer de Charles Bradlaugh73 . Un siglo después de la publicación de La Edad de la Razón, todavía se empleaba la retórica de Paine: la Bible Handbook (Manual de la Biblia de George Foote (1888) «... sistemáticamente maneja los capítulos y sus v ersículos para ex traer ‗contradicciones‘, ‗absurdos‘, ‗atrocidades‘ y ‗obscenidades‘ ex actamente al

72 73

Wiener, 108-9. Thompson, 94; Wilson, cap. 4.

estilo de La Edad de la Razón de Paine»74 . El periódico The Freethink er (fundado en 1881) sostenía, como Paine, que los «absurdos de la fe» podían ser «asesinados con la risa»75. En Gran Bretaña, esta tradición de librepensamiento fue la que continuó el legado de Paine. Ya en el siglo XX, el filósofo inglés Bertrand Russe ll escrib ió sobre la obra: Dicho libro escandalizó a sus contemporáneos, incluso a muchos que estaban de acuerdo con su política. En la actualidad, aparte de algunos pasajes de mal gusto, en él hay poca cosa que no apoye la mayoría de los sacerdotes de esta época (...) Se ha olvidado aún más completamente que los hombres como Paine son los que consiguieron, haciendo frente a la persecución, la moderación del dogma de que ahora disfr uta mo s. 76 5.2. Francia A pesar de haberse escrito para los franceses, La Edad de la Razón tuvo muy poco impacto, si 74

Marsh, 172. Citado en Marsh, 137. 76 Russell, Bertrand: artículo «El destino de Thomas P aine» (1934) en Por qué no soy cristiano . Ed. Edhasa. Barcelona, 2007, p. 182-184. 75

es que tuvo alguno, en la Francia revolucionaria. Paine escribió que «el pueblo de Francia estaba yendo de cabeza hacia el ateísmo y yo había traducido la obra a su lengua para detenerles en esa carrera y adherirles al primer artículo de fe (...) de todo ser humano que tenga alguna fe en absoluto: creo en Dios» (subrayado de Paine) 77. Los argumentos de Paine ya eran comunes y accesibles en Francia; en cierto sentido, ya habían sido rechazado s. 78 Estando aún en Francia, Paine formó la Iglesia de la Teofilantropía con otras cinco familias; esta religión civil sostenía como dogma central que el hombre debía adorar la sabiduría y benevolencia de Dios e imitar en lo posible dichos atributos divinos. La Iglesia carecía de sacerdotes y ministros y el sermón bíblico tradicional era sustituido por lecturas científicas u homilías sobre las enseñanzas de los filósofos. Celebraba cuatro festividades, en honor de san Vicente de Paúl, George Washington, Sócrates y Rousseau79. Samuel Adams articuló los objetivos de esta iglesia al 77 78 79

Citado en Claeys, 180. Davidson y Sheick, 88; Claeys, 177. Woll, 149; Claeys, 183s.

escribir que Paine tenía por mira «renov ar la época inculcando en las mentes jóv enes el temor y amor de la deidad y la filantropía univ ersal»80 . La Iglesia, sin embargo, cerró en 1801, cuando Napoleón firmó un concordato con el Vatica no . 81 5.3. Los Es tados Unidos En los Estados Unidos, La Edad de la Razón inicialmente dio origen a una especie de «renacimiento» deísta, pero el libro luego fue brutalmente atacado y no tardó en ser olvidado. Paine llegó a ser injuriado de tal modo que, todavía más de cien años después, llego a ser vilipendiado como un «sucio ateo» por 82 Theodore Rooseve lt . A finales del siglo XVIII, América estaba madura para los argumentos de Paine. El Primer Gran Despertar, al demoler la «hegemonía calv inista, había creado un clima de ambiv alencia teológica y especulativ a»83 que dio la bienvenida al deísmo. Ethan Allen publicó The Oracles of Reason (Los Oráculos de la Razón) (1784), el primer libro americano en defensa del deísmo, pero éste siguió siendo 80 81 82 83

Citado en Harrison, 80. Claeys, 34. Foner, 270. Walters, 31.

ante todo una filosofía de la élite educada. Hombres como Benjamin Franklin y Thomas Jefferson adoptaron sus principios, a la vez que argumentaban que la religión servía para el propósito útil del «control social»84. No fue sino hasta la publicación de la obra de Paine, más entretenida y popular, cuando el deísmo alcanzó a las clases medias y bajas americanas. El público fue receptivo, en parte, porque aprobaba los ideales seculares de la Revolución francesa 85 . La Edad de la Razón mereció diecisiete ediciones y vendió miles de copias en los Estados Unidos 86 . Elihu Palmer, «un ministro renegado ciego», y el más leal seguidor de Paine en América, promovió esa nueva forma de pensamiento religioso por todo el país. Palmer publicó la obra que se convertiría en «la biblia del deísmo americano», Los Principios de la Naturaleza 87, estableció sociedades deístas desde el estado de Maine hasta el de Georgia, construyó ―Templos de la Razón‖ por todo el país, y fundó dos periódicos deístas para los que finalmente 84 85 86 87

Walters, 8; Kuklick, xiii; xxii. Walters, 27; 35-36. Foner, 256; véase también Claeys, 191. Walters, 192.

Paine escribió diecisiete ensayos 88. Foner escribe que «La Edad de la Razón se conv irtió en el libro deísta más popular jamás escrito... Antes de Paine, había sido posible ser a la v ez cristiano y deísta; ahora, tal perspectiv a religiosa se había v uelto prácticamente 89 insostenible» . Paine presentó a las masas el deísmo y, al igual que en Gran Bretaña, las élites educadas temieron las consecuencias que podría tener ese material en manos de tantas personas. Su temor contribuyó a impulsar una reacció n que no se hizo esperar. 90 Casi inmediatamente después de este surgimiento deísta, comenzó el Segundo Gran Despertar. George Spater explica que «la repulsa que se sentía hacia La Edad de la Razón de Paine y hacia otras muestras de pensamiento antirreligioso, era tan grande que una gran contrarrev olución se había puesto en marcha en América antes de terminar el siglo XVIII». Para 1796, todos los estudiantes de Harvard recibían una copia de la refutación del obispo Watson del libro de Paine 91 . En 1815, Parson Weems, uno de los primeros novelistas 88 89 90 91

Walters, 10. Foner, 247. Foner, 256. Spater, 10; véase también Claeys, 191s.

y moralistas de América, publicó La Venganza de Dios Contra el Adulterio (God’s Rev enge Against Adultery), donde uno de los principales protagonistas «debía su temprana caída a la lectura de La Edad de la Razón, de Paine»92. El texto «libertino» de Paine condujo al joven a «audaces calumnias contra la Biblia», incluso hasta el punto de que «tiró a un lado la v ieja Biblia familiar de su padre y, como guía segura hacia los placeres, tomó ¡LA EDAD DE LA RAZÓN!»93 Paine no pudo publicar la tercera parte del libro en Estados Unidos hasta 1807, debido a la profunda antipatía que había despertado. Aclamado sólo unos pocos años antes como héroe de la Revolución Americana, Paine ahora era vapuleado por la prensa y se le llamaba «el carroñero de su facción», «pícaro gallina y sínico [sic]» (lilly-liv ered sinical [sic] rogue), un «repugnante reptil», una «archibestia semihumana», «un objeto de disgusto, de horror, de aborrecimiento absoluto para todo hombre decente, salv o el Presidente de los Estados Unidos Thomas Jefferson»94. En 92

Citado en Samuels, 184. Citado en Samuels, 184. 94 Citado en Foner, «Introduction», The Age of Rea son (1974), 40; véase también Claeys, 192. 93

octubre de 1805, John Adams escribió a su amigo Benjamin Waterhouse, un médico y científic o : Admito que usted deba llamar a ésta la Edad de la Frivolidad como lo hace, y no tendría objeciones si usted la hubiese llamado la Edad de la Locura, el Vicio, el Frenesí, la Brutalidad, los Demonios, Buonaparte [sic], Tom Paine, o la Edad del Sellado del Pozo Sin Fondo, o cualquier cosa menos La Edad de la Razón. No sé si algún hombre en el mundo ha tenido más influencia sobre sus habitantes o sus asuntos en los últimos treinta años que Tom Paine. No puede haber sátira más severa de la edad. Por tal chucho entre cerdo y cachorro, engendrado por un jabalí salvaje en una loba perra, nunca antes en ninguna edad del mundo se ha sufrido la poltronería de la humanidad pasando a través de semejante carrera de malicia. Lláme la entonce s La Edad de Paine. 95 Adams veía La Edad de la Razón de Thomas Paine no como la encarnación de la Ilustración,

95

Citado en Hawke, 7.

sino como una «traición» contra ella 96. A pesar de todos estos ataques, Paine nunca vaciló en su creencia. Cuando se estaba muriendo, una mujer vino a visitarle, afirmando que Dios le había dado instrucciones para salvar su alma. Paine la desdeñó en el mismo tono que había utiliza do en su libro : ¡Quite, quite!, eso no es cierto. Usted no fue enviada con este tipo de mensaje impertinente.... Bah, Él no habría enviado a una tonta y fea vieja como usted con Su mensaje. 97 La Edad de la Razón fue ignorado en gran medida después de 1820, excepto por algunos grupos radicales en Gran Bretaña y de librepensadores en América, entre ellos Robert G. Ingersoll98 y el abolicionista Moncure Daniel Conway, que editó sus obras y escribió la primera biografía de Paine, reseñada

96

Gaustad, Edwin S.: Neither King nor Prelate: Relig ion and the New Nation, 1776 -1 8 2 6. Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans P ublishing Co. (1993), 89. 97 Citado en Hawke, 390. 98 Schwartz, Thomas D. «Mark Twain and Robert Ingersoll: The Freethought Connection», en: American Literature 48.2 (1976): 183-84.

favorablemente por The New York Times 99. No fue hasta la publicación por parte de Charles Darwin de El Origen de las Especies en 1859, y el abandono a gran escala de la lectura literal de la Biblia que causó en Gran Bretaña, cuando muchas de las ideas de Paine pudieron afianzarse 100. Sin embargo, el texto de Paine sigue siendo publicado hoy, una de las pocas obras religiosas del siglo XVIII que se hallan todavía disponibles 101. Su mensaje resuena todavía, como evidencia la afirmación de Christopher Hitchens de que «si los derechos del hombre han de sostenerse en un tiempo oscuro, necesitaremos una edad de la razón». Su libro de 2006 sobre Los derechos del hombre termina con la afirmación de que «en un momento... en que tanto los derechos como la razón son el blanco de ataques abiertos y encubiertos de v arios tipos, la v ida y los escritos de Thomas Paine siempre serán parte del arsenal de que necesitaremos depender»102 . 99

Reseña: Conway's Life of Thomas P aine . The New York Times. 19 de junio de 1892. Enlace consultado el 13 de octubre de 2007. 100 Woll, 197. 101 Claeys, 193. 102 Citado en in Barrell, John: «The positions he takes», London Reviews Of Books, 28.23 (30 de

El estilo retórico único de Paine también sigue vivo en la cultura americana; se encarna, por ejemplo, en la persona y las películas de Michael Moore, que ha sido llamado «el nuev o Thomas Paine». 103 BIBLIOGRAFÍ A Bin d man , Dav id . « " M y o wn min d is my o wn ch u rch " : Blake, Pain e an d the Fren ch Rev o lu t io n .» Refl ect i o n s o f Revo l u t i o n : Ima g es o f Ro ma n t i ci sm. Ed . A lis o n Yarrin g t o n an d Kelv in Ev eres t . Lo n d res : Ro u t led g e, 1993. Caro n , Nat h alie. Th o ma s Pa i n e co n t re l 'i mp o st u re d es p rêt res. Paris : L'Harmat t an , 1999. Claey s , Greg o ry . Th o ma s Pa i n e: S o ci a l a n d p o l i t i ca l t h o u g h t . Bo s t o n : Un win Hy man , 1989. Clark, Harry Hay d e n . « Th o mas Pain e‘s Th eo ries o f Rh et o ric.» Tra n sa ct i o n s o f t h e Wi sco n si n Aca d emy o f S ci en ces, Art s, a n d Let t ers 28 (1933 ) : 307-3 9 .

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CAP ÍTUL O I L A P ROFESIÓN DE FE DEL AUTOR Ha sido mi inte nción, por varios años ya, publicar mis ide as sobre Re ligión; e stoy muy conscie nte de las dificultade s que significan ate nde r e l te ma, y de sde e sa conside ración, la he re se rvado a un pe riodo más avanzado de la vida. Era mi inte nción que e sto fue ra lo último que ofre cie ra a mis conciudadanos de todas las nacione s, y e sto e n un mome nto e n e l que la pure za de l motivo que me induce a e llo no admitie ra cue stionamie nto alguno, inclusive de aque llos que pue dan no aprobar e l trabajo. Las circunstancias que ahora ocurre n e n Francia, de la abolición de todo orde n nacional de sace rdocio, y de todo aque llo que forme parte de siste mas compulsivos de re ligión y obje tos compulsivos de fe , no solame nte ha pre cipitado mi inte nción, si no que pre se nta un trabajo de e sta naturale za como algo e xtre madame nte ne ce sario, no se a que , e n los e scombros de la supe rstición, de falsos siste mas de gobie rno y falsa te ología, pe rdamos de

vista la moralidad, la humanidad y la ve rdade ra te ología. Así como varios de mis cole gas y otros conciudadanos de Francia, me han dado e l e je mplo de e xpre sar su voluntaria e individual profe sión de fe , igualme nte quie ro hace r la mía, y lo hago con toda la franque za y since ridad con la que la me nte de l hombre se comunica consigo mismo. Yo cre o e n un Dios y no más; y te ngo la e spe ranza de la fe licidad de spué s de e sta vida. Cre o e n la igualdad de l hombre , y cre o que los de be re s re ligiosos consiste n e n hace r justicia, amar la mise ricordia y e sforzarse por hace r fe liz a nue stro prójimo. Pe ro, para que no se suponga que yo cre o e n muchas otras cosas ade más de é stas, voy, durante e l progre so de e ste trabajo, a de clarar las cosas e n las que no cre o, y mis razone s para no cre e r e n e llas. No cre o e n e l cre do profe sado por la Igle sia Judía, por la Igle sia Romana, por la Igle sia Grie ga, por la Igle sia Turca, por la Igle sia Prote stante , ni por

cualquie r otra Igle sia que conozca. Mi propia me nte e s mi propia Igle sia. Todas las institucione s e cle siásticas nacionale s, ya se an Judías, Cristianas o Turcas, me pare ce n nada me nos que inve ncione s humanas cre adas para horrorizar y e sclavizar a la humanidad, y monopolizar e l pode r y e l lucro. Por e sta de claración no es mi inte nción conde nar a aque llos que cre e n lo contrario; e llos tie ne n e l mismo de re cho a sus cre e ncias como yo a las mías. Pe ro e s ne ce sario para la fe licidad de l hombre , que é l se a me ntalme nte fie l a sí mismo. La infide lidad no consiste e n cre e r o e n no cre e r, consiste e n afirmar cre e r lo que no se cre e . Es imposible calcular e l daño moral, por así de cirlo, que la me ntira me ntal ha producido e n la socie dad. Cuando un hombre ha corrompido y prostituido tanto la castidad de su me nte , como para suscribir sus cre e ncias profe sionale s con algo e n lo que é l no cre e , se ha pre parado para come te r cualquie r otro crime n. Ha tomado e l oficio de l sace rdote por la razón de l be ne ficio, y, e n orde n de e star calificado

para e se oficio, é l e mpie za con un pe rjurio. ¿Pode mos conce bir algo más de structivo para la moral que e sto? Tan pronto como publiqué e l panfle to Common Sense en Amé rica, vi la cre cie nte probabilidad de que una re volución e n e l siste ma de gobie rno fue ra se guida por una re volución e n e l siste ma re ligioso. La adúlte ra cone xión e ntre Estado e Igle sia, donde quie ra que pase , ya se a Judía, Cristiana o Turca, e fe ctivame nte ha prohibido, por pe nalidade s y pe nas, toda discusión sobre los cre dos e stable cidos, y sobre los prime ros principios de la re ligión, por lo que hasta que e l siste ma de gobie rno se a cambiado, e sos te mas no pue de n se r traídos abie rtame nte ante e l mundo; pe ro que cuando se a que e sto se lle ve a cabo, se rá se guido por una re volución e n e l siste ma de re ligión. Inve ncione s humanas y artificios sace rdotale s se rían de te ctadas; y e l hombre re gre saría a la pura y no adulte rada cre e ncia e n un Dios y no más.

CAP ÍTUL O II DE M ISIONES Y REVEL ACIONES Toda Igle sia nacional o re ligión se ha e stable cido pre te ndie ndo alguna misión e spe cial de Dios, comunicada a cie rtos individuos. Los Judíos tie ne n su Moisé s; los Cristianos su Je sús Cristo, sus apóstole s y santos; y los Turcos su Mahoma; como si e l camino a Dios no e stuvie ra igualme nte abie rto a todo hombre . Cada una de e sas Igle sias mue stra de te rminados libros, a los cuale s llama Re ve lación o Palabra de Dios. Los Judíos dice n que su Palabra de Dios se la dio Dios a Moisé s cara a cara; los Cristianos dice n que su Palabra de Dios vino por inspiración divina; y los Turcos dice n que su Palabra de Dios (e l Korán) fue traída por un ánge l de l paraíso. Cada una de e sas Igle sias acusa a la otra de incre dulidad, y yo, por mi propia parte , no le cre o a ninguna de e llas. Como es ne ce sario fijar ide as corre ctas a las palabras, ante s de proce de r ade lante e n e l te ma, voy a ofre ce r algunas obse rvacione s sobre la

palabra Re ve lación cuando é sta e s aplicada a la re ligión, é sta significa algo comunicado inme diatame nte por Dios al hombre . Nadie va a ne gar o disputar e l pode r de l Todo Pode roso de hace r dicha comunicación si así le place . Pe ro admitie ndo, por e l bie n de l caso, que algo le ha sido re ve lado a cie rta pe rsona, y no re ve lado a alguna otra pe rsona, e llo e s re ve lación sólo para e sa pe rsona. Cuando é l da cue nta a una se gunda pe rsona, una se gunda a una te rce ra, una te rce ra a una cuarta y así e n ade lante , e llo de ja de se r una re ve lación para todas e sas pe rsonas. Es re ve lación para la prime ra pe rsona únicame nte y rumore s para cualquie r otro, y, conse cue nte me nte , e llos no e stán obligados a cre e rlo. Es una contradicción e n té rminos ide ológicos llamar a algo una revela ción cuando lo conoce mos de se gunda mano, así se a ve rbalme nte o e n e scritos. Una re ve lación e stá ne ce sariame nte limitada a la prime ra comunicación. De spué s de e sto, e s sólo e l re lato de algo que una pe rsona afirma le fue re ve lado; y

aunque é l se sie nta obligado a cre e rlo, no pue de se r de mi incumbe ncia cre e rlo de la misma mane ra, ya que no fue una re ve lación he cha a mi pe rsona, y yo sólo te ngo su palabra al re spe cto de que é sta le fue re ve lada a é l. Cuando Moisé s le dijo a los hijos de Israe l que había re cibido de manos de Dios dos table tas con los mandamie ntos, e llos no e staban obligados a cre e rle , porque no te nían otra autoridad más para cre e rlo que e l mismo Moisé s afirmándolo; y yo no te ngo otra autoridad para e llo que algún historiador afirmándolo así, ya que los mandamie ntos no cargan ninguna e vide ncia inte rna de divinidad con e llos. Ellos contie ne n algunos bue nos pre ce ptos morale s así como podría procurarlos cualquie r hombre calificado para le gislar, sin te ne r que re currir a una inte rve nción sobre natural. 104 104

Nota de l Autor: Es necesario, sin embargo, exceptuar la declaración que dice que Dios ―ca stiga a los hij os por los pecados del padre ‖ Esto es contrario a todo principio de justicia moral.

Cuando me dice n que e l Korán fue e scrito e n e l Paraíso y e ntre gado a Mahoma por un ánge l, e l he cho se ace rca al mismo tipo de e vide ncia por te rce ra pe rsona y autoridad de se gunda mano que e l ante rior. Yo no vi al ánge l y por lo mismo te ngo e l de re cho a no cre e rlo. De cualquie r forma, no e s difícil e xplicar e l cré dito que se le dio a la historia de que Je sús Cristo e ra e l Hijo de Dios. Él nació e n una é poca cuando la mitología pagana te nía forma y re putación e n e l mundo, y e sa mitología habría pre parado a la ge nte para cre e r e n una historia tal. Casi cualquie ra de los hombre s e xtraordinarios que habían vivido bajo la mitología pagana te nía la re putación de se r hijos de alguno de sus diose s. No e ra nada nue vo e n e sos tie mpos cre e r que un hombre había sido e nge ndrado ce le stialme nte ; las re lacione s de diose s con muje re s e ran e ntonce s una cue stión de opinión familiar. Su Júpite r, de acue rdo con sus te stimonios, había cohabitado con cie ntos; e ntonce s la historia no te nía nade de nue vo ni de maravilloso ni de

obsce no; e ra algo ade cuado a las opinione s que pre vale cían e ntre la ge nte llamada Ge ntile s o mitólogos, y e ra sólo e sa ge nte quié n así lo cre ía. Los Judíos, quie ne s habían conse rvado e strictame nte la cre e n cia e n un solo Dios, y no más, y quie ne s sie mpre habían re chazado la mitología pagana, quie ne s nunca acre ditaron la historia. Es curioso obse rvar como la te oría de lo que e s llamado la Igle sia Católica, surgió de la cola de la mitología pagana. Una incorporación dire cta tuvo ocasión e n la prime ra instancia al hace r que e l re putado fundador fue ra ce le stialme nte e nge ndrado. La trinidad de diose s que siguió e ntonce s, no e ra otra cosa que una re ducción de la ante rior pluralidad, que e ra de alre de dor de ve inte o tre inta mil. La e statua de María suce dió a la e statua de Diana en Éfe so. La de ificación de hé roe s cambió a la canonización de santos. Los Mitólogos te nían diose s para todo; los Mitólogos Cristianos te nían santos para todo. La Igle sia se vio atiborrada de unos como e l pante ón había sido con los otros; y Roma e ra e l lugar para ambos. La te oría

Cristiana e s poco me nos que la idolatría de los antiguos mitólogos, acomodada a los propósitos de pode r y be ne ficios; y sin e mbargo pe rmane ce para la razón y la filosofía abolir e l anfibio fraude .

CAP ÍTUL O III ACERCA DE L A P ERSONA DE JESÚS CRISTO Y SU HISTORIA Nada de lo que se diga aquí pue de aplicarse , incluso con la falta de re spe to más distante , con la ve rdade ra pe rsona de Je sús Cristo. Él fue un hombre afable y virtuoso. La moral que él pre dicaba y practicaba e ra de l tipo más be ne vole nte ; y aunque siste mas morale s similare s habían sido pre dicados por Confucio y por otros filósofos Grie gos muchos años ante s, ahora por los Cuáque ros y por muchos hombre s bue nos e n todas las é pocas, e lla no ha sido supe rada por nadie . Je sús Cristo no dio cue nta alguna de su pe rsona, de su nacimie nto, sus pare nte scos o nada más. Ni una líne a de lo que se le llama e l Nue vo Te stame nto e s de su e scritura. Su historia e s un conjunto de l trabajo de otra ge nte ; y e n cuanto a la historia de su re surre cción y su asce nsión, e ra la contraparte ne ce saria a la historia de su nacimie nto. Sus historiadore s, habie ndo traído lo al mundo e n una forma

sobre natural, e staban obligados a lle várse lo de nue vo en la misma mane ra, o habrían de rribado la prime ra parte de la historia. La de sdichada circunstancia e n la que e sta parte final fue contada, supe ra a cualquie ra de las ante riore s. La prime ra parte , aque lla de la conce pción milagrosa, no fue nada admitido públicame nte ; y por lo tanto los re latore s de e sta parte de la historia te nían e sto a su ve ntaja, que aunque no fue ran acre ditados, no podían se r de te ctados. No se e spe raba que e llos lo probaran, porque no e ra una de e sas cosas que ne ce sitaran de prue ba, y e ra imposible que la pe rsona de quié n se de cía e sto pudie ra probarlo. Pe ro la re surre cción de la tumba por una pe rsona mue rta, y su asce nsión por e l aire , e s una cosa muy dife re nte , e n lo re lativo a la e vide ncia que e sto admite , contra la invisible conce pción de un niño e n la matriz. La re surre cción y la asce nsión, suponie ndo que hubie ran ocurrido, admite n de mostración pública y ocular, como la asce nsión de un globo o la de l sol a me dio día, por lo me nos

para todo Je rusalé n. Algo que e s re que rido para todos cre e r, ne ce sita que la prue ba y la e vide ncia de e llo se a para todos igual y unive rsal; y como la visibilidad pública de é ste último re lato e ra la única e vide ncia que podría sancionar la parte ante rior, la totalidad cae a tie rra, porque nunca fue proporcionada e sta e vide ncia. En lugar de e sto, un pe que ño núme ro de pe rsonas, no más de ocho o nue ve , son introducidos como re pre se ntante s para todo e l mundo, para de cir que e llos lo vie ron, y todo e l re sto de l mundo e s llamado a cre e r e n e llo. Pe ro pare ce que Tomás no cre yó e n la re surre cción; y, como e llos dice n, no lo cre e ría sin te ne r una de mostración ocular y manual por sí mismo. Así e s que yo tampoco; y la razón e s igualme nte válida para mí, y para cualquie r otra pe rsona como lo fue para Tomás. En vano son los inte ntos por ocultar o disfrazar e sta cue stión. La historia, hasta donde se re laciona con lo sobre natural, tie ne todas las marcas de fraude e imposición e stampadas e n la fre nte . Es imposible para nosotros sabe r

quié ne s fue ron los autore s, así como se nos ase gura que los libros que dan cue nta de e llo fue ron e scritos por la ge nte cuyos nombre s lle van. La e vide ncia que te ne mos que me jor ha sobre vivido con re spe cto a e stas cue stione s son los Judíos. Ellos son re gularme nte de sce ndie nte s de la ge nte que vivió e n los tie mpos e n los que dice n habe r ocurrido e sta re surre cción y asce nsión, y e llos dice n que “no es verda d”. Hace mucho me ha pare cido una inconsiste ncia citar a los judíos como prue ba de la ve racidad de la historia. Es lo mismo que si alguie n dije ra, voy a probar la ve racidad de lo que te he dicho al pre se ntarte a la ge nte que dice que e s falso. Que una pe rsona como Je sús Cristo e xistió, y que fue crucificado, que e ra e l modo de e je cución de la é poca, son re lacione s históricas e strictas de ntro de los límite s de probabilidad. Él pre dicaba la más e xce le nte moral y la e quidad de l hombre ; pe ro pre dicaba tambié n e n contra de la corrupción y la avaricia de los sace rdote s Judíos, y trajo sobre sí mismo e l odio y la ve nganza de todo e l

sace rdocio. La acusación que aque llos sace rdote s traje ron e n su contra fue aque lla de se dición y conspiración e n contra de l gobie rno Romano, al cual los judíos e ran súbditos y a quie n tributaban; y no e s improbable que Je sús Cristo haya conte mplado libe rar a la nación Judía de l cautive rio Romano. De cualquie r forma, e ntre los dos, e ste re formador virtuoso y re volucionario pe rdió la vida. 105

105

Nota de l Editor (Conway): La obra Francesa dice aquí: ―De cualquier manera, por una u otra de esta s suposiciones, este ref ormador virtuoso, este revo lucionario, muy poco imitado, muy olvid ado, mu y incomprendido, perdió la vida ‖.

CAP ÍTUL O IV DE L AS BASES DE L A CRISTIANDAD Es sobre e sta simple narrativa de he chos, junto con otro caso al que voy a hace r me nción, que los mitólogos Cristianos, llamándose a e llos mismos Igle sia Cristiana, han e dificado su fábula, la que por absurda y e xtravagante no ha sido supe rada por nada que se e ncue ntre e n la mitología de los antiguos. La antigua mitología nos dice que la raza de Gigante s hizo la gue rra contra Júpite r, y que uno de e llos lanzó cie n rocas contra é l e n un solo lanzamie nto, que Júpite r lo ve nció con e strue ndo, y lo confinó de spué s al Monte Etna; y que cada ve z que e l Gigante da una vue lta, e l Monte Etna e scupe fue go. Es fácil de ve r aquí que la situación de la montaña, e sto e s sie ndo un volcán, sugirió la ide a de la fábula; y que la fábula e stá he cha para ajustarse con e sta circunstancia . Los mitólogos Cristianos dice n que su Satán hizo la gue rra contra e l Todo Pode roso, quié n lo ve nció y lo confinó de spué s, no bajo una montaña, sino e n un pozo. Aquí e s fácil ve r que de la

prime ra fábula surgió la ide a de la se gunda; ya que la fábula de Júpite r y los Gigante s aconte ció cie ntos de años ante s de la de Satán. Hasta ahora los antiguos y los mitólogos Cristianos difie re n muy poco los unos de los otros. Pe ro los se gundos se las inge niaron para lle var e l asunto mucho más le jos. Ellos han logrado cone ctar la fabulosa parte de la historia de Je sús Cristo con la fábula originaria de l Monte Etna; y, e n pos de orde nar todas las parte s, han tomado para su ayuda las tradicione s Judías, porque la mitología Cristiana e stá inte grada e n parte por la antigua mitología y e n parte por las tradicione s Judías. Los mitólogos Cristianos, tras habe r confinado a Satán e n un pozo, fue ron obligados a de jarlo salir de nue vo para trae r la se cue la de la fábula. De spué s e s introducido al jardín de l Edé n e n la forma de una víbora, o una se rpie nte , y e n e sa forma e s que e ntabla una conve rsación familiar con Eva, quié n no se sorpre nde e n forma alguna al oír hablar a una víbora; y e l asunto de e ste tete-a -ta te e s, que é l la pe rsuade de

come r una manzana, y e l he cho de come r e sa manzana conde na a todo e l gé ne ro humano. De spué s de otorgarle e ste triunfo a Satán sobre toda la cre ación, uno supondría que los mitólogos de la Igle sia hubie ran sido lo suficie nte me nte amable s para e nviarlo de vue lta al pozo, o, de no hace r e sto, que le hubie ran pue sto una montaña e ncima, (ya que e llos dice n que la fe mue ve montañas) o lo hubie ran pue sto de bajo de una montaña, como lo habían he cho los ante riore s mitólogos, para pre ve nir que él anduvie ra de vue lta e ntre las muje re s, hacie ndo trave suras. Pe ro e n lugar de e sto e llos lo de jan se r, sin siquie ra condicionarle la libe rtad. El se cre to para e sto e s que e llos no podían se guir sin é l; y de spué s de l trabajo para cre arlo, lo sobornaron para que se que dara. Le prome tie ron TODOS los Judíos, TODOS los Turcos por anticipación, nue ve dé cimas parte s de l mundo ade más, y Mahoma e n e l trato. De spué s de e sto, ¿quié n pue de dudar de la ge ne rosidad de La Mitología Cristiana?

Habie ndo cre ado una insurre cción y batalla e n e l paraíso, e n la que ninguno de los combatie nte s podía se r he rido o mue rto –pongan a Satán e n un pozo– dé je nlo salir de vue lta –de nle un triunfo sobre toda la cre ación – conde ne n a toda la humanidad por la inge sta de una manzana, ahí los mitólogos cristianos juntan los dos e xtre mos de la fábula. Ellos re pre se ntan e ste afable y virtuoso hombre , Je sús Cristo, e n se r al mismo tie mpo ambos, Dios y h ombre , y tambié n e l Hijo de Dios, e nge ndrado ce le stialme nte , de stinado a se r sacrificado, porque dice n que Eva e n su añoranza 106 comió una manzana.

106

Nota de l Editor: La obra Francesa ―ced iendo a un desenf renado apetito ‖.

dice:

CAP ÍTUL O V EXAM EN DETAL L ADO DE L AS ANTERIORES BASES Hacie ndo a un lado cualquie r cosa que incite a la risa por su absurdidad, o a impre cación por su profanidad, y confinándonos me rame nte al e xame n de las parte s, e s imposible conce bir una historia más de rogatoria al Todo Pode roso, más inconsiste nte con su sabiduría y más contradictoria con su pode r, que e sta historia. En orde n de hace r para e lla un cimie nto en dónde construir, los inve ntore s e staban bajo la ne ce sidad de darle al se r que e llos llaman Satán un pode r tan grandioso, si no supe rior, al que le atribuye n al Todo Pode roso. No sólo le han dado e l pode r de libe rarse por sí mismo de l pozo, de spué s de lo que e llos llaman su Caída, sino que hicie ron cre ce r de spué s e se pode r a la infinidad. Ante rior a su caída e llos lo re pre se ntan tan sólo como un ánge l de limitada e xiste ncia, casi como e llos re pre se ntan al re sto. De spué s de su caída, é l se convie rte , por cue nta de e llos, e n omnipre se nte . Él e xiste e n todo

lugar, y al mismo tie mpo. Él ocupa e l total de la inme nsidad de l e spacio. No conte ntos con e sta de ificación de Satán, lo re pre se ntan como ve ncie ndo por e stratage mas, e n la forma de un animal de la cre ación, todo e l pode r y la sabiduría de l Todo Pode roso. Lo re pre se ntan habie ndo obligado al Todo Pode roso a la ne ce sidad de re ndir e l total de la cre ación para gobe rnar y some te r a e ste Satán, o capitular para su re de nción vinie ndo a la Tie rra y e xhibié ndose sobre una cruz e n forma de hombre . Si los inve ntore s de e sta historia la hubie ran contado de la mane ra contraria, e sto e s, si hubie ran re pre se ntado al Todo Pode roso obligando a Satán a e xhibirse sobre una cruz e n la forma de una víbora, como castigo por sus nue vas trasgre sione s, la historia hubie ra sido me nos absurda, me nos contradictoria. Pe ro e n lugar de e sto hace n triunfar al transgre sor y hace n fallar al Todo Pode roso. Que muchos hombre s de bie n hayan cre ído e sta e xtraña fábula, y que hayan vivido muy bue nas vidas bajo e sta

cre e ncia (porque la cre dulidad no e s ningún crime n) e s de lo que no te ngo ninguna duda. En prime r lugar, fue ron e ducados para cre e rla, y hubie ran cre ído cualquie r cosa de la misma mane ra. Tambié n hay muchos que han sido tan e motivame nte e mbe le sados por la ide a que Dios e xpre só su infinito amor al hombre sacrificándose a sí mismo, que la ve he me ncia de la ide a ha prohibido y le s ha disuadido de e xaminar lo absurdo y profano de la historia. Lo más innatural pue de lle gar se r lo más posible de conve rtirse e n e l obje to de fune sta admiración. 107

107

Nota de l Editor: La obra en Francés dice: ―cieg a y‖ antes de ―f unesta ‖.

CAP ÍTUL O VI DE L A VERDADERA TEOL OGÍA Pe ro si nue stro de se o son obje tos para gratitud y admiración, ¿no se nos pre se ntan e stos ante nue stros ojos a cada hora? ¿Acaso no ve mos una justa cre ación pre parada para re cibirnos e n e l instante e n que nace mos –un mundo pre parado a nue stras manos, que no nos costó nada? ¿Somos nosotros los que e nce nde mos e l sol; los que hace mos cae r la lluvia y lle namos la Tie rra con abundancia? Ya se a dormidos o de spie rtos, la vasta maquinaria de l unive rso sigue ade lante . ¿Acaso e stas cosas, y las be ndicione s que e llas indican e n un futuro, no significan nada para nosotros? ¿Pue de n nue stros burdos se ntimie ntos se r e stimulados por ningún otro obje to más que la trage dia y e l suicidio? ¿O se ha vue lto tan intole rable e l pe simista orgullo de l hombre , que nada lo alie nta más que e l sacrificio de l Cre ador? Sé que e sta osada inve stigación va a alarmar a muchos, pe ro e staría pagando un gran cumplido a su cre dulidad abste ne rme e n tal caso. Los tie mpos y e l

te ma de mandan que se haga. La sospe cha de que la te oría de lo que se llama igle sia Cristiana e s fabulosa, se ha e xte ndido por todos los paíse s; y se rá un consue lo para hombre s asombrados bajo tal sospe cha, y dudando sobre qué cre e r y qué no cre e r, pode r ve r la mate ria libre me nte inve stigada. Por lo mismo paso ahora a la e xaminar los libros llamados e l Antiguo y e l Nue vo Te stame nto.

CAP ÍTUL O VII EXAM INANDO EL ANTIGUO TESTAM ENTO Estos libros, e mpe zando con Gé ne sis y te rminando con Re ve lacione s, (que , por cie rto, e s un libro de ace rtijos que re quie re una re ve lación para e xplicarlo) son, nos han dicho, la palabra de Dios. Es, por e so, lo propio para nosotros sabe r quié n nos lo dijo, para así sabe r que cré dito darle al re porte . La re spue sta a e sta pre gunta e s, que nadie pue de de cir, e xce pto que nos lo digamos los unos a los otros. Como quie ra que se a, e l caso pare ce se r e l siguie nte : Cuando los mitólogos de la Igle sia e stable cie ron su siste ma, re copilaron todos los e scritos que pudie ron e ncontrar, y los mane jaron como quisie ron. En conjunto, e s una cue stión de ince rtidumbre para nosotros sabe r si los e scritos que apare ce n bajo e l nombre de l Antiguo y Nue vo Te stame nto, e xiste n e n e l mismo e stado e n e l que los re copiladore s dice n habe rlos e ncontrado; o si los alte raron, adicionaron, abre viaron o arre glaron.

Como quie ra que se a, e llos de cidie ron por me dio de l voto cuále s de los libros de l conjunto que habían inte grado, de be rían de se r LA PALABRA DE DIOS, y cuále s no. Ellos re chazaron varios; votaron a otros como dudosos, aque llos libros llamados Apócrif os; y aque llos libros que lograron la mayoría de los votos, fue ron votados se r la palabra de Dios. Si su voto hubie ra sido otro, toda la ge nte que de sde e ntonce s se llaman a sí mismos Cristianos, hubie ran cre ído e n otras cosas; ya que la cre e ncia e n una cosa vie ne de l voto de la otra. No sabe mos nada de la ge nte que hizo todo e sto. Ellos se ide ntifican a sí mismos bajo e l nombre ge né rico de Igle sia; y e sto e s todo lo que sabe mos de l asunto. Al no te ne r otra e vide ncia externa o autoridad para cre e r que e stos libros son la palabra de Dios, más que lo ante s me ncionado, que no pre se nta e vide ncia ni autoridad alguna, a continuación, e xamino la e vide ncia interna conte nida e n los propios libros. En la parte ante rior de e ste e nsayo, he hablado sobre la re ve lación. Ahora me e xtie ndo más allá con e se te ma, con

e l propósito de aplicarlo a los libros e n cue stión. Re ve lación e s una comunicación de algo, mismo que la pe rsona a quié n le e s comunicada no conocía ante s. Ya que si yo he he cho algo o he visto hace rlo ante s, aque llo no ne ce sita una re ve lación que me diga que yo lo he he cho o lo he visto, ni me posibilita para contarlo o e scribirlo. El té rmino revela ción, por lo mismo, no pue de se r aplicado a nada he cho sobre la Tie rra de lo que e l hombre mismo se a actor o te stigo; y conse cue nte me nte toda la parte histórica y ane cdótica de la Biblia, que e s casi su totalidad, no e stá de ntro de l significado o compre nsión de la palabra re ve lación, y, e ntonce s, no e s la palabra de Dios. Cuando Sansón huyó con los poste s de la pue rta a Gaza, si e s que alguna ve z lo hizo, (y si lo hizo o no, no e s nada que nos importe ) o cuando visitó a Dalila, o atrapó sus zorros, o hizo cualquie r otra cosa, ¿Qué tie ne que ve r una re ve lación con todas e stas cosas? Si é stos fue ran he chos, é l podría dar

cue nta de e llos por sí mismo; o su se cre tario, si te nía alguno, pudo e scribirlos, si e ran dignas de se r contadas o e scritas; y si e ran ficcione s, una re ve lación no podría hace rlas ve rdad; y ya se a ve rdad o no, nosotros no somos ni me jore s ni más sabios por sabe rlo. Cuando conte mplamos la inme nsidad de e se Se r, quié n dirige y gobie rna la incompre nsible TOTALIDAD, de la que e l mayor conocimie nto e n la pe rspe ctiva de l hombre pue de de scubrir tan solo una parte , nos de be ría de dar ve rgüe nza llamar tale s triste s historias la palabra de Dios. En cuanto al he cho de la cre ación, con la que e l libro de l Gé ne sis e mpie za, tie ne toda la aparie ncia de se r una tradición e ntre los Israe litas ante rior a su lle gada a Egipto; y tras su salida de e se país, la colocaron a la cabe za de su historia, sin de cir, ya que lo más se guro e s que no lo supie ran, cómo lle garon a e lla. La forma e n la que la historia e mpie za, indica que e s una tradición , Comie nza abruptame nte . Nadie e stá hablando. Nadie e scucha. Está dirigida a na die. No tie ne ni prime ra ni se gunda

o te rce ra pe rsona. Tie ne todo crite rio para se r una tradición. No hay narrador. Moisé s no la hace suya al pre se ntarla con la formalidad que usa e n otras ocasione s, como aque llas e n las que dice , “El Señor ha bló a Moisés, diciendo”. El porqué se le ha llamado la ve rsión Mosáica de la cre ación, no lo concibo. Moisé s, cre o yo, juzgaba bastante bie n e sos te mas como para pone r su nombre a e sta historia. Fue e ducado e ntre los Egipcios, que e ran un pue blo tan hábil e n las cie ncias, y particularme nte e n la astronomía, como cualquie r otro pue blo e n su día; y e l sile ncio y la pre caución que Moisé s obse rva, al no aute ntificar la ve rsión, e s una bue na contrae vide ncia de que é l ni la contó ni la cre ía. El caso e s, que cualquie r nación o pue blo ha sido cre adore s de l mundo, y los Israe litas te nían todo e l de re cho de continuar la costumbre de cre ar e l mundo como e l re sto; y Moisé s, que no e ra un Israe lita, tal ve z de cidió contrade cir la tradición. La ve rsión, como quie ra que se a, e s inofe nsiva; y

e sto e s más de lo que se pue de de cir de muchas otras parte s de la Biblia. Sie mpre que le e mos las historias obsce nas, e l voluptuoso libe rtinaje , las crue le s y tortuosas e je cucione s, e l implacable re ncor, con la que más de la mitad de la Biblia 108 e stá lle na, se ría más cohe re nte que la llamáramos la pa la bra de demonio, que la Palabra de Dios. Es una historia de maldad, que ha se rvido para corrompe r y brutalizar a la humanidad, y por mi propia parte , since rame nte la de te sto, como de te sto todo lo que e s crue l. Ape nas nos e ncontramos algo, e xce ptuando algunas frase s, que no me re zca nue stro aborre cimie nto o nue stro de spre cio, hasta que lle gamos a las parte s misce láne as de la Biblia. En las anónimas publicacione s de los Sa lmos y el Libro de Job, particularme nte en el se gundo, e ncontramos e n gran me dida e l e le vado se ntimie nto e xpre sado e l pode r y la 108

Nota de l Editor: Es de tener en mente que por la palabra ―Biblia‖ P aine se refiere únicamente al Antiguo Testamento.

bondad de l Todo Pode roso; pe ro no ocupan un rango mayor a otras composicione s con e l mismo te ma, tanto ante riore s a e sos tie mpos como hasta ahora. Los Proverbios que dice n se r de Salomón, aunque más probable me nte se an una re copilación, (porque de scubre n una sabiduría de la vida que su situación e n la vida le e xcluía de te ne rla) son una instructiva tabla é tica. Son infe riore s e n e ntusiasmo a los prove rbios de los e spañole s, y ni más sabios o e conómicos que aque llos de l Ame ricano Franklin. Todas las parte s re stante s de la Biblia, ge ne ralme nte conocidas por e l nombre de Los Prof eta s, son los trabajos de los poe tas Judíos y pre dicadore s itine rante s, quie ne s me zclaban poe sía, ané cdotas y de voción juntas –y e sos trabajos todavía re tie ne n e l aire y e stilo poé tico, aunque e n traducción – 109. La 109

Nota de l Autor: Al haber muchos lectores que no reconocen una composición poética a menos que esté rimada, es para información de ellos que agrego esta nota.

poe sía consiste principalme nte de dos cosas: imagine ría y composición. La composición poé tica difie re de la de la prosa e n la mane ra e n que me zcla sílabas largas y cortas conjuntame nte . Saque n una sílaba larga de una líne a poé tica, e introduzcan una corta e n su lugar, o pongan una sílaba larga donde quie ra que haya una corta, y e sa líne a pe rde rá su armonía poé tica. Esto te ndrá un e fe cto e n una líne a como si e quivocáramos e l lugar de una nota e n una canción. La imagine ría e n e stos libros llamados Los Prof eta s, se ajusta conjuntame nte con la poe sía. Es ficticia, y fre cue nte me nte e xtravagante , e inadmisible e n cualquie r otro tipo de e scritura dife re nte a la poe sía. Para e je mplificar que e stas e scrituras e stán compue stas e n núme ros poé ticos, voy a tomar die z sílabas, como las e ncontramos e n e l libro, y hace r una líne a de l mismo núme ro de sílabas, (mé trica he roica) que rime n con la última palabra. Entonce s se ve rá que la composición de e se libro e stá e n mé trica poé tica. El prime r e je mplo que proporcionaré e s de Isaías:

Oíd, cielos, y escucha tu, Tierra , Dios mismo es quien pide por ella Otro e je mplo que acotaré e s de l lame nto de Je re mías, al que agre garé otras dos líne as por e l propósito de continuar con la figura, y de mostrando la inte nción de l poe ta. ¡Oh, si mi ca beza se hiciese a gua s, y mis ojos f uentes de lá grima s; sin pa sa r la lluvia por la s f ra gua s del olvido en luces cá ustica s. 110 No hay, a lo largo de l libro llamado La Biblia, ninguna palabra que nos de scriba lo que conoce mos como poe ta, ni alguna palabra que de scriba lo que conoce mos como poe sía. El caso e s, que la palabra prof eta , que con e l tie mpo ha asociado una nue va ide a, e ra la palabra 110

Nota de l Traductor: Los anteriores versos fueron improvisados durante la traducción y tratan de ejemplificar la intención del autor. Los versos originales dicen: " Hear, O ye heavens, and give ear, O earth / 'T is God himself that calls attention f orth . Y en el caso de Jeremías: " O, that mine head were wa ters and mine eyes / Were f ountains f lowing lik e liq u id sk ies? / Then would I give the mighty f lood relea se / And weep a deluge f or the human race.

e n La Biblia para poeta , y la palabra “profe tizar” significaba e l arte de hace r poe sía. Tambié n significaba e l arte de e je cutar poe sía al son de algún instrume nto musical. Le e mos ace rca de profe tizar con pipas y cue rnos, ace rca de profe tizar con arpas y salte rios, con platillos y con cualquie r otro instrume nto musical e ntonce s de moda. Si ahora habláramos de profe tizar con una flauta, o con una pipa y tambor, la e xpre sión no te ndría ningún se ntido, o pare ce ría ridícula, y para algunos conte nciosa, porque he mos cambiado e l significado de la palabra. Nos dice n que Saúl e stando e ntre los profe tas, tambié n é l profe tizaba; pe ro no nos dice n lo que profe tizaban, ni lo que é l profe tizaba. El caso e s que no había nada que de cir; ya que e stos profe tas e ran una compañía de músicos y poe tas, y Saúl se incorporó al concie rto, y a e sto le llamaban profe tizar. El re lato de e sta situación que se da e n e l libro llamado Sa muel, e s que Saúl se e ncontró a una compañía de

profe tas; ¡a una compañía comple ta de e llos! Bajando con un salte rio, una tabla, una pipa y un arpa, y que e llos profe tizaron, y que é l profe tizó con e llos. Pe ro de spué s pare ce , que Saúl profe tizó mal, e sto e s, que e je cutó mal su parte ; ya que se dice que un “espíritu ma ligno de Dios 111 ca yó sobre Sa úl, y él prof etizó”. Ahora, si no hubie ra ningún otro pasaje e n e l libro llamado la Biblia, que é ste , para de mostrarnos que he mos pe rdido e l significado original de la palabra prof ecía , y é ste sustituido por otro e n su lugar, é ste por sí mismo se ría suficie nte ; ya que e s imposible usar y aplicar la palabra prof ecía , e n e l lugar que aquí se usa y se aplica, si le dié ramos e l se ntido que e n tie mpos poste riore s le he mos impue sto a la 111

Nota de l Autor: Así como, hombres que se autoproclaman divino y comentadores gustan de formular enigmas unos con otros, dejo a ellos replicar el significado de la primera parte de esta frase, aquella de un espíritu maligno de Dios. Yo me quedo con mi texto. Sigo al significado de la palabra profecía.

palabra. La mane ra e n la que se usa aquí, la se para de cualquie r significado re ligioso, e infie re que un hombre podría se r un poe ta, o podría profe tizar, así como ahora podría se r un poe ta o un músico, sin ningún re spe cto a la moralidad o inmoralidad de su pe rsona. La palabra e ra originalme nte un té rmino cie ntífico, promiscuame nte aplicada a la poe sía y a la música, e irre stricta a cualquie r te ma e n re fe re ncia a la poe sía o la música. De borah y Barak son llamados profe tas, no porque pre dije ran nada, sino porque compusie ron un poe ma o una canción que lle va sus nombre s, ce le brando un acto pasado. David e stá catalogado e ntre los profe tas, ya que e ra un músico, y e s re putado de se r (aunque posible me nte de forma e rróne a) e l autor de los Sa lmos. Pe ro Abraham, Isaac y Jacobo no son llamados profe tas; no pare ce , por ninguna re lación que te ne mos, que e llos cantaban o e je cutaban música o hacían poe sía. Nos hablan de los prof eta s mayore s y me nore s. Tambié n podrían hablarnos

de l mayor y me nor Dios; ya que no pue de habe r grados en profe tizar consiste nte con e l se ntido mode rno de la palabra. Pe ro hay grados e n poe sía, y por lo mismo la frase e s consiste nte al caso, cuando por e lla e nte nde mos a los poeta s mayore s y me nore s. De spué s de e sto, e s conjuntame nte inne ce sario hace r alguna obse rvación ace rca de lo que e stos hombre s, e stilísticame nte , e scribie ron. El hacha cae a la raíz, e vide nciando que e l significado original de la palabra ha sido e quivocado, y conse cue nte me nte toda de ducción he cha a partir de e stos libros, e l de voto re spe to que se le s ha dado, y los laboriosos come ntarios que se han e scrito ace rca de e llos, bajo e se significado e rróne o, e s indigno disputar ace rca de e llos. De cualquie r forma, e n muchas cosas, los e scritos de los poe tas Judíos, me re ce n un me jor de stino a aqué l de habe r sido asociados, como lo son ahora, con la basura que los acompaña, bajo e l nombre de la Palabra de Dios. Si nos pe rmitimos conce bir ide as corre ctas de las cosas, de be ríamos

ne ce sariame nte fijar la ide a, no sólo de la inmutabilidad, sino de la total imposibilidad de que cualquie r cambio e sté ocurrie ndo, por cualquie r me dio o accide nte , al cual honre mos con e l nombre de la Palabra de Dios; ergo la Palabra de Dios no pue de e xistir e n ningún le nguaje e scrito o humano. El continuo y progre sivo cambio al que son suje tos los significados de las palabras, e l de se o de un le nguaje unive rsal que pre se nta la ne ce sidad de traducción, los e rrore s a los que e stas traduccione s son suje tas, los e rrore s de los copistas y e ditore s, junto con la posibilidad de la alte ración inte ncional, son por sí mismas e vide ncias de que e l le nguaje humano, ya se a e scrito o hablado, no pue de se r e l ve hículo de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios e xiste e n otras cosas. Si acaso e l libro llamado La Biblia supe rara e n pure za de ide as y e xpre sión a todos los libros que e xiste n e n e l mundo, yo lo tomaría como mi re gla de fe , como si fue ra La Palabra de Dios; porque la posibilidad sin duda e xistiría que se me e stuvie ra imponie ndo. Pe ro

cuando ve o a lo largo de la mayor parte de e ste libro ape nas nada más que una historia de los más burdos vicios, y una cole cción de los cue ntos más míse ros y de spre ciable s, no pue do de shonrar a mi Cre ador llamándolos por Su nombre .

CAP ÍTUL O VIII DEL NUEVO TESTAM ENTO Hasta aquí con La Biblia; ahora continuo con e l libro llamado e l Nue vo Te stame nto. ¡El nue vo Te stame nto! Esto e s, la “nue va” Voluntad, como si fue ran posible s dos voluntade s de l Cre ador. Si hubie ra sido e l obje to o la inte nción de Je sús Cristo e stable ce r una nue va re ligión, indudable me nte habría e scrito e l siste ma por sí mismo, o hubie ra visto que é ste fue ra e scrito durante su tie mpo de vida. Pe ro no e xiste ninguna publicación aute ntificada a su nombre . Todos los libros llamados el Nuevo Testa mento fue ron e scritos de spué s de su mue rte . Él e ra Judío por nacimie nto y por profe sión; y e ra e l hijo de Dios e n la misma forma que cualquie r otra pe rsona lo e s; ya que e l Cre ado e s e l Padre para Todos. Los prime ros cuatro libros, llamados Ma teo, Ma rcos, Luca s y Jua n, no re latan la historia de la vida de Je sús Cristo, sólo tratan ané cdotas sue ltas sobre é l. Al pare ce r, por lo que dice n é stos libros, e l total de l tie mpo que se de dicó a

pre dicador no fue ron más de die ciocho me se s; y únicame nte fue durante e ste corto pe riodo de tie mpo que e stos hombre s lo conocie ron. Ellos hace n me nción de Je sús a la e dad de doce años, se ntado, afirman, e ntre los doctore s Judíos pre guntando y conte stando pre guntas. Como e sto ocurrió varios años ante s de que lo conocie ran, lo más probable e s que la ané cdota lle gara a e llos por me dio de sus padre s. Y a partir de e sa é poca no hay cue nta alguna de é l por alre de dor de die cisé is años. Dónde vivió, o e n qué se e mple ó durante e ste inte rvalo, nadie lo sabe . Lo más probable e s que e stuvie ra trabajando e n e l oficio de su padre , que e ra e l de carpinte ro. Al pare ce r no te nía ninguna e ducación e scolar, y probable me nte , no sabía e scribir, ya que sus padre s e ran e xtre madame nte pobre s, como pare ce por e l he cho de no habe r podido pagar por una cama cuando é l nació. 112 112

Nota de l Editor: Uno de los pocos indicios rastreables de que P aine no tenía una Biblia a mano al escribir la P arte I. No hay ninguna

Es de alguna mane ra curioso que las tre s pe rsonas cuyos nombre s son los más unive rsalme nte re gistrados tuvie ran tan oscuro orige n. Moisé s fue re cogido; Je sús Cristo nació e n un e stablo; y Mahoma e ra un arrie ro. El prime ro y e l último de e sos hombre s fue ron fundadore s de siste mas re ligiosos distintos; pe ro Je sús Cristo no fundó ningún siste ma nue vo. Él llamó a los hombre s a practicar virtude s morale s y la cre e ncia e n un solo Dios. El gran rasgo e n su carácte r e s la filantropía. La forma e n la que fue apre he ndido mue stra que no e ra tan conocido e n aque lla é poca; y tambié n mue stra que las re unione s que te nía con sus se guidore s e ran e n se cre to; y que había suspe ndido o había de jado de pre dicar públicame nte . Judas no podía traicionarlo de ninguna otra forma más que dando información sobre su ubicación y se ñalándolo ante los oficiale s que fue ron a arre starlo; y la indicación de que la familia era pobre, mas el hecho opuesto puede inferirse.

razón para e mple ar y pagar a Judas para hace r e sto podrían infe rirse únicame nte por las causas ante s me ncionadas, aque llas de no se r muy conocido y de vivir e scondido. La ide a de su ocultamie nto, no sólo concue rda muy mal con su re putada divinidad, sino que asocia con e llo algo de pusilanimidad, y e l se r traicionado, e n otras palabras, sie ndo apre he ndido de bido a la información dada por uno de sus se guidore s, mue stra que é l no pre te ndía se r apre he ndido y conse cue nte me nte , que no pre te ndía se r crucificado. Los mitólogos Cristianos nos dice n que Cristo murió por los pe cados de l mundo, y que vino con e l propósito de morir. ¿No habría dado lo mismo que murie ra por una fie bre o por una virue la, por ve je z o por cualquie r otra cosa? La se nte ncia de claratoria que , se dice , se impuso a Adán, e n caso de que haya comido la manzana, no fue que se gurame nte se ría crucificado, si no que se gurame nte moriría. La se nte ncia fue de mue rte y no de l modo de morir. La

crucifixión, e ntonce s, o cualquie r otra forma de morir, no formaba parte alguna de la se nte ncia que Adán habría de sufrir, y conse cue nte me nte , incluso de ntro de su misma táctica, no podría se r parte de la se nte ncia que Cristo habría de sufrir e n lugar de Adán. Una fie bre habría re sultado tan bue na como una cruz, si hubie ra habido ocasión para cualquie ra de e llas. Esta se nte ncia a mue rte , la cual nos dice n, fue impue sta sobre Adán, de bió significar muerte na tura l, e sto e s, de jar de vivir, o de bió significar lo que e stos mitólogos llaman conde nación, y conse cue nte me nte , e l acto de morir e n lo re fe re nte a Je sús Cristo, de bió aplicarse , de acue rdo con su siste ma, pre vinie ndo que una u otra de e stas dos cosas le suce die ra a Adán y a nosotros. Que e llo no e vite nue stras mue rte s e s e vide nte , porque todos morimos; y si sus re latos de longe vidad fue ran cie rtos, el hombre mue re más rápidame nte de sde la crucifixión que ante s: y con re spe cto a la se gunda e xplicación, (incluye ndo en e lla la mue rte natural de Je sús Cristo como un

sustituto de la mue rte e te rna o conde nación de toda la humanidad) e so re pre se nta impe rtine nte me nte al Cre ador re vocando la se nte ncia, por una obje ción y un jue go de palabras alre de dor de la palabra muerte. El autor de las obje cione s, San Pablo, si e s que é l e scribió los libros que lle van su nombre , ha avanzado e sta obje ción cre ando otra obje ción sobre la palabra Adán. Él hace que e xistan dos Adane s; aqué l que de he cho pe ca y por fue rza sufre ; y e l otro que por fue rza pe ca y de he cho sufre . Una re ligión así lle na de obje cione s, subte rfugios y jue gos de palabras, tie ne la te nde ncia de instruir a sus profe sore s e n la práctica de e stas arte s. Ellos adquie re n e l hábito sin e star consie nte s de la causa. Si Je sús Cristo fue e l se r que e stos mitólogos nos dice n que fue , y que vino a e ste mundo a sufrir, que e s una palabra que e n ocasione s usan e n lugar de “morir”, e l único sufrimie nto que pudo habe r soportado habría sido e l de “vivir”. Su e xiste ncia aquí fue un e stado de e xilio de l paraíso, y e l camino de vue lta a su e stado original e ra e l de

morir. A la larga, todo e n e ste e xtraño siste ma e s lo contrario a lo que pre te nde se r. Es lo contrario a la ve rdad, y e stoy tan cansado de e xaminar sus inconsiste ncias y absurdos, que me apre suro a su conclusión, e n orde n de proce de r hacia algo me jor. Qué tanto, o qué parte s de los libros llamados e l Nue vo Te stame nto, fue ron e scritas por aque llas pe rsonas de quie ne s lle van e l nombre , e s algo de lo que hoy no pode mos sabe r nada, ni e stamos se guros e n qué le nguaje fue ron originalme nte e scritos. Las cue stione s que ahora contie ne n pue de n se r clasificadas e n dos gé ne ros: a nécdota y correspondencia epistola r. Los cuatro libros ya me ncionados, Ma teo, Ma rcos, Luca s y Jua n, son e n conjunto ane cdóticos. Re latan los e ve ntos de spué s de que ocurrie ron, Narran lo que Je sús Cristo hizo y dijo, y lo que otros le hicie ron y dije ron; y e n algunas instancias re latan e l mismo e ve nto de mane ra dife re nte . Re ve lación e stá ne ce sariame nte fue ra de conte xto con re spe cto a e sos libros; no solame nte

por las dife re ncias e ntre los autore s, si no porque e l té rmino re ve lación no se pue de aplicar e n re lación a re latar he chos por las pe rsonas que los ate stiguaron, ni la narración o re gistro de ningún discurso o conve rsación por aque llos que la e scucharon, El libro llamado los Hechos de los Apóstoles (un trabajo anónimo) pe rte ne ce tambié n a la parte ane cdótica. Todas las parte s re stante s de l Nue vo Te stame nto, a e xce pción de l libro de e nigmas, llamado Revela ciones, son una cole cción de cartas bajo e l nombre de epístola s; y la falsificación de cartas ha sido una práctica tan común e n e l mundo, que la probabilidad e s al me nos la misma, sobre si e llas son ge nuinas o falsificadas. De cualquie r mane ra, una cosa e s mucho me nos ine quívoca, y e sto e s, que de las cue stione s conte nidas e n e sos libros, junto con la asiste ncia de otras vie jas historias, la Igle sia ha montado un siste ma de re ligión muy contradictorio con e l carácte r de la pe rsona cuyo nombre lle va. Ha montado una re ligión de pompa e ingre sos

pre te ndie ndo imitar a una pe rsona cuya vida fue la humildad y la pobre za. La inve nción de un purgatorio, y su libe ración de l mismo me diante la oración, trajo dine ro a la Igle sia; la ve nta de pe rdone s e indulge ncias, son una le y de ganancias, sin lle var e se nombre o portar e sa aparie ncia. Pe ro e l caso e s, sin e mbargo, que e sas cosas de rivan su orige n de l pode r de la crucifixión, y de ahí se de dujo la te oría, que e ra, que una pe rsona pue de ocupar e l lugar de otra, y pue de lle var acabo se rvicios me ritorios por é l. La probabilidad, e ntonce s, e s, que e l total de la te oría o doctrina de lo que llamamos redención (de la que se dice fue lograda por e l acto de una pe rsona e n e l lugar de otra) fue fabricada originalme nte con e l propósito de trae r ade lante y construir sobre e lla todas e sas re de ncione s se cundarias; y que los pasaje s de los libros sobre los que se construye la ide a de la re de nción, han sido fabricados para e se propósito. ¿Porqué habre mos de darle cré dito a e sta Igle sia, cuando nos dice que e sos libros son ge nuinos e n todas sus parte s,

más de lo que le damos cré dito por todo lo de más que nos ha dicho; o por los milagros que dice ha actuado? Que e lla pudo fabricar e scritos e s una ce rte za, porque podía e scribir, y la composición de los e scritos e n cue stión e s de l tipo que cualquie ra podría hace r; y que de he cho e lla las haya fabricado e s no me nos inconsiste nte con la probabilidad de aque lla que afirma, como lo ha he cho, de que e lla podía obrar y obró milagros. Como, a tan larga distancia de tie mpo, no se pue de mostrar ningun a e vide ncia e xte rna que prue be , ya se a que la Igle sia fabricó la doctrina llamada de la re de nción o no, (ya que dicha e vide ncia, ya se a a favor o e n contra, se ría suje ta a la misma sospe cha de habe r sido fabricada) e l caso pue de se r re fe rido únicame nte a la e vide ncia inte rna que e l asunto acarre a e n sí mismo; y e sto pe rmite una fue rte pre sunción de habe r sido e sto una fabricación. Ya que la e vide ncia inte rna e s que la te oría o doctrina de la re de nción tie ne por base s una justicia

mone taria, y no aque lla de la justicia moral. Si yo de bo dine ro a alguie n y no pue do pagarle , y é l me ame naza con lle varme a prisión, otra pe rsona pue de adquirir la de uda para é l, y pagarla e n mi lugar, Pe ro si yo he come tido un crime n, cualquie r circunstancia e n e l caso cambia. La justicia moral no pue de tomar al inoce nte por e l culpable aún si e l inoce nte se ofre cie ra por sí mismo. Supone r que la justicia actuara así, e s de struir e l principio de su e xiste ncia, que e s e l obje to e n sí. Entonce s no e s más justicia. Es ve nganza indiscriminada. De je n a alguie n cre e r e sto, y é l vivirá más consiste nte me nte y moralme nte , que con cualquie r otro siste ma. Esto e s, e nse ñándole a conte mplarse a sí mismo como un forajido, un paria, un me ndigo, como un e nfe rmo, como alguie n e chado como si fue ra un de se cho, a una inme nsa distancia de su Cre ador, y a quié n de be ace rcarse arrastrándose y ave rgonzándose ante criaturas inte rme diarias, e s que é l concibe ya se a un de spe ctivo de spre cio por todo

aque llo bajo e l nombre de re ligión, o se vue lve indife re nte , o se convie rte e n lo que é l llama devoto. En e l último de los casos, consume su vida e n lame ntos, o la influe ncia de é l. Sus oracione s son re proche s. Su humildad e s ingratitud. Se autode nomina un gusano, y a la tie rra fé rtil un de se cho; y todas las be ndicione s de la vida pasan a se r vanidade s mal agrade cidas. De spre cia e l me jor re galo de Dios al hombre , e l REGALO DE LA RAZÓN; y habié ndose e sforzado para imprimir sobre sí mismo una cre e ncia e n un siste ma contra e l que la razón se re vue lve , é l, malagrade cidame nte , lo llama razón humana, como si e l hombre pudie ra darse a é l mismo la razón. Aun, con toda e sta e xtraña aparie ncia de humildad, y e ste de spre cio por la razón humana, se ave ntura e n la más audaz pre sunción. Éncue ntra fallas e n todo. Su e goísmo nunca e s satisfe cho; su ingratitud no tie ne fin. Toma para sí impone r lo que e l Todo Pode roso ha de hace r, incluso con e l gobie rno de l unive rso. Re za dictatorialme nte . Cuando hay sol, ora por lluvia, y

cuando hay lluvia, ora por sol. Sigue la misma ide a e n todo por lo que re za; porque ¿cuál e s e l propósito de todas sus ple garias más que un inte nto por hace r cambiar de ide a al Todo Pode roso, y hace rlo actuar e n contra de lo que hace ? Es como si dije ra “tú no eres ta n sa bio como yo”.

CAP ÍTUL O IX AQUEL L O EN L O QUE CONSISTE UNA VERDADERA REVEL ACIÓN Pe ro algunos tal ve z digan ¿No ha bremos de tener pa la bra de Dios, ninguna revela ción? Y yo conte sto sí. Te ne mos una Palabra de Dios; y e xiste una re ve lación. LA PALABRA DE DIOS ES LA CREACIÓN QUE CONTEMPLAMOS: Y e s e n e sta palabra, que ninguna inve nción humana pue de falsificar o alte rar, como Dios le habla unive rsalme nte al hombre . El le nguaje humano e s local y mutable , y por lo mismo e s incapaz de se r usado como me dio para una información inmutable y unive rsal. La ide a de que Dios e nvió a Je sús Cristo a publicar, como dice n, las bue nas nue vas a todas las nacione s, de un confín de l mundo al otro, e s sólo consiste nte con la ignorancia de aque llos que nada sabe n de lo e xte nso de l mundo, y quie ne s cre e n, como lo hacían aque llos salvadore s de l mundo, y continuaron cre yé ndolo por muchos siglos, (e incluso contradicie ndo los de scubrimie ntos de filósofos y

e xpe rime ntados nave gante s) que la Tie rra e ra tan plana como una tabla, y que e l hombre podía caminar al fin de e lla. Pe ro ¿cómo iba a dar a conoce r algo a todas las nacione s? Él podía hablar un solo le nguaje , que e ra e l He bre o, y e n e l mundo e xistían varios cie ntos de le nguaje s. Ape nas un par de nacione s hablaban el mismo le nguaje , o e nte ndían algún otro; y e n cuanto a las traduccione s, todo hombre que conoce algo sobre le nguaje s, sabe que e s imposible traducir de una le ngua a otra, no únicame nte sin pe rde r una gran parte de l original, sino fre cue nte me nte e quivocando e l se ntido; y ade más de e sto, e l arte de la impre nta e ra totalme nte de sconocido los tie mpos e n los que Je sús vivió. Es sie mpre ne ce sario que los me dios que han de alcanzar un fin se an iguale s al cumplimie nto de e se fin, o e l fin no pue de alcanzarse . Es e n e sto que la dife re ncia e ntre pode r y sabiduría finitos o infinitos se de scubre n. El hombre falla e n alcanzar sus fine s, por la inhabilidad de l pode r para el

propósito; y fre cue nte me nte de l de se o de sabiduría para aplicar e l pode r corre ctame nte . Pe ro e s imposible para e l pode r y la sabiduría infinitos fallar como e l hombre falla. Los me dios que utiliza son sie mpre iguale s al fin: pe ro e l le nguaje humano, más e spe cialme nte al no habe r un le nguaje unive rsal, e s incapaz de se r utilizado como me dio para información inmutable e uniforme ; y por e sto no e s e l me dio que Dios usa para manife starse unive rsalme nte al hombre . Es únicame nte e n LA CREACIÓN que nue stras ide as y conce ptos de la palabra de Dios se pue de n unir. La Cre ación habla un le nguaje unive rsal, inde pe ndie nte al hablar humano o los le nguaje s humanos, tan múltiple s y variados como e stos pue dan se r. Es un e te rno original, que todo hombre pue de le e r. No pue de se r falsificado, no se pue de pe rde r; no se pue de alte rar; no se pue de suprimir. No de pe nde de la voluntad de l hombre si se ha de publicar o no; se publica a sí mismo de un confín de la Tie rra al otro. Pre dica a todas las nacione s y a todos los

mundos; y e sta palabra de Dios re ve la al hombre todo lo que e s ne ce sario para e l hombre sabe r de Dios. ¿De se amos conte mplar su pode r? Lo ve mos e n la inme nsidad de la Cre ación. ¿De se amos conte mplar su sabiduría? La ve mos e n e l inmutable orde n e n e l que el incompre nsible Absoluto es gobe rnado. ¿De se amos conte mplar su ge ne rosidad? La ve mos en la abundancia que lle na la Tie rra. ¿De se amos conte mplar su mise ricordia? La ve mos e n su voluntad de no re te ne r e sta abundancia incluso a los malagrade cidos. En fin, ¿que re mos sabe r lo que Dios e s? No busque mos e n un libro llamado La Escritura, que pue de producirla cualquie r humano, más si e n la e scritura llamada La Cre ación.

CAP ÍTUL O X EN L O CONCER NIENTE A DIOS, Y L AS L UCES P ROYECTADAS P OR L A BIBL IA SOBRE SU EXISTENCIA Y ATRIBUTOS La única ide a que e l hombre pue de fijar al nombre de Dios, e s aque lla de una prime ra causa, la causa de todas las cosas. E, incompre nsible me nte difícil como e s para e l hombre conce bir lo que la prime ra causa e s, e l hombre lle ga a e lla a partir de sdoblar la dificultad mayor de no cre e rla. Es inde scriptible me nte difícil conce bir que e l e spacio pue da no te ne r fin; pe ro e s más difícil conce bir un fin. Es difícil más allá de l pode r de l hombre conce bir una duración e te rna de lo que llamamos tie mpo; pe ro e s mayorme nte imposible conce bir un tie mpo cuando no habrá más tie mpo. De igual forma de razonar, todo aque llo que conte mplamos lle va e n e lla la e vide ncia inte rna de que e llo no se hizo por sí mismo. Cada hombre e s una e vide ncia a sí mismo, que é l no fue cre ado por sí mismo; tampoco su padre se pudo cre ar solo, ni su abue lo, ni nadie de su raza; ni cualquie r árbol,

planta o animal se cre an por sí mismos; y e s la convicción que cre ce de e sta e vide ncia, que nos lle va ade lante , por ne ce sidad, a la cre e ncia de una prime ra causa e te rname nte e xiste nte , de una naturale za totalme nte dife re nte a cualquie r e xiste ncia mate rial que nosotros conozcamos, y por cuyo pode r e xiste n todas las cosas; y a e sta prime ra causa, e l hombre la llama Dios. Es únicame nte por e l e je rcicio de la razón, que e l hombre pue de de scubrir a Dios. Quíte nle e sa razón, y é l se ría incapaz de e nte nde r nada; y e n e se caso se ría hasta tan consiste nte le e rle e se libro llamado La Biblia a un caballo como a un hombre . Entonce s ¿cómo e s posible que e sa ge nte pre te nda re chazar la razón? Prácticame nte las únicas parte s de l libro llamado La Biblia, que nos e xpre san alguna ide a de Dios, son algunos capítulos e n Job, y e l Salmo 19; No re cue rdo ningún otro. Esas parte s son composicione s re alme nte de ístas; ya que tratan a La De idad a travé s de sus obras. Ellos toman al libro de Cre ación como la palabra de Dios; e llos no se

re fie re n a ningún otro libro; y todas las infe re ncias que hace n las toman de e se volume n. Inse rto e n e ste lugar e l Salmo 19, como parafrase ado al ve rso inglé s por Addison. No re cue rdo la prosa, y mie ntras e scribo e sto no te ngo la oportunidad de ve rlo. El espacioso fir ma me nto infinito, Con todo el cielo etéreo azul, Y paraísos en lentejue la , un marco lumino so , Su gran procla ma c ió n origina l. El inca ns ab le sol, día a día, Muestra el poder de su Creador, Y public a a cada tierra El trabajo de una mano Toda Poderosa, Y cada noche a la atenta tierra Repite la histor ia de su nacimie nto; Mientra s todas las estrellas que arden a su alrededor , Y todos los planeta s, en turno, Confir ma n las notic ias al girar, Y esparcen la verdad de polo a polo. Lo que, aunque en solemne sile nc io todas Se mueve n alrededor de esta obscura y terrena bola Lo que, aunque sin voz ni sonido, Entre sus radiantes órbitas hallar á n,

Al oído de la razón todas se regocija n, Y adelante excla ma n en glor io sa voz, Por siempr e cantan mientra s brilla n, LA MANO QUE NOS HIZO ES DIVINA. ¿Qué otra cosa de se a e l hombre sabe r, más que la mano o pode r que hizo e stas cosas es divina, es omnipote nte ? Pe rmítanle cre e r e sto, con la fue rza que e s imposible de re pe le r si é l le pe rmite actuar a su razón, y e l dominio de su vida moral le se guirá. Las alusione s e n Job tie ne n todas la misma te nde ncia que e ste Salmo; aque lla de de ducir o probar una ve r dad que de otra mane ra se ría de sconocida, a partir de otras ve rdade s ya conocidas. No re cue rdo lo suficie nte de los pasaje s de Job para inse rtarlos corre ctame nte , pe ro hay uno que re cue rdo que e s aplicable al te ma al que ahora me re fie ro. “¿Descubrirá s busca ndo los secretos de Dios? ¿Podrá s encontra r al Todo Poderoso a la perf ección?” No sé cómo hayan apuntado e ste pasaje los impre sore s, ya que no te ngo una Biblia; pe ro é ste contie ne dos

pre guntas distintas que me re ce n re spue stas distintas. Prime ro, ¿Descubrirá s busca ndo los secretos de Dios? Si. Porque , e n prime r lugar, yo sé que no me hice sólo, y sin e mbargo te ngo una e xiste ncia; y buscando e n la naturale za de otras cosas, e ncue ntro que ningun a otra cosa se pudo hace r por sí misma, y sin e mbargo e xiste n millone s de otras cosas; e s por e sto, que yo sé , como una conclusión positiva re sultando de e sta búsque da, que hay un pode r supe rior a todas e stas cosas, y e se pode r e s Dios. Se gundo, ¿Podrá s encontra r a l Todo Poderoso a la perf ección? No. No sólo porque e l pode r y la sabiduría que Él ha manife stado e n la e structura de la Cre ación que yo conte mplo me e s incompre nsible ; pe ro porque hasta e sta manife stación, grandiosa como e s, probable me nte no e s más que una pe que ña mue stra de aque lla inme nsidad de pode r y sabiduría, por la que millone s de otros mundos, invisible s para mí por su distancia, fue ron cre ados y continúan e xistie ndo.

Es e vide nte que ambas pre guntas fue ron pue stas a la razón de la pe rsona a quie n supue stame nte fue ron dirigidas; y e s sólo admitie ndo que la prime ra pre gunta fue ra conte stada afirmativame nte , que la se gunda podría continuar. Hubie ra sido inne ce sario, y hasta absurdo, habe r pue sto la se gunda pre gunta, más complicada que la prime ra, si la prime ra pre gunta hubie ra sido conte stada ne gativame nte . Las dos pre guntas tie ne n obje tos distintos; la prime ra se re fie re a la e xiste ncia de Dios, la se gunda a sus atributos. La razón pue de de scubrir la prime ra, pe ro que da infinitame nte corta de de scubrir la totalidad de la se gunda. No re cue rdo un solo pasaje e n todos los e scritos adscritos a los hombre s llamados apóstole s, que e xpre se alguna ide a de lo que e s Dios. Esos e scritos son principalme nte controve rsiale s; y la obscuridad de l te ma sobre e l que tratan, e l de un hombre murie ndo e n agonía sobre una cruz, concue rda me jor con e l obscuro ge nio de un monje e n una ce lda, por quie n no e s imposible que fue ran e scritos, que a cualquie r

hombre re spirando e l aire abie rto de la Cre ación. El único pasaje que se me ocurre , que te nga alguna re fe re ncia al trabajo de Dios, por e l que solame nte se pue de conoce s su pode r y sabiduría, se dice fue dicho por Je sús Cristo, como un re me dio contra e l cuidado re ce loso. “Contemplen los lirios del ca mpo, que no tra ba ja n, ni hila n”. Esto, de cualquie r mane ra, por mucho e s infe rior a las alusione s e n Job y e n e l Salmo 19; pe ro e s similar e n ide a, y la mode stia de la image n corre sponde a la mode stia de l hombre .

CAP ÍTUL O XI DE L A TEOL OGÍA DE L OS CRISTIANOS, Y L A VERDADERA TEOL OGÍA En lo que concie rne al siste ma de fe de l Cristianismo, me pare ce como una e spe cie de ate ísmo; algo como una re ligiosa ne gación de Dios. Profe sa cre e r e n un hombre e n lugar de cre e r e n Dios. Es un compue sto he cho principalme nte de hombre -ísmo con poco de ísmo, y e stá tan ce rca de l ate ísmo como el cre púsculo lo e stá de la oscuridad. Introduce un opaco cue rpo e ntre e l hombre y su Cre ador, a quie n llama re de ntor, como la luna introduce su opaca silue ta e ntre la Tie rra y e l sol, y e lla produce por e ste me dio un e clipse de luz re ligioso o no re ligioso. Ha pue sto toda la órbita de la razón e n las sombras. El e fe cto de e sta oscuridad ha sido e l de pone r todo de cabe za, y re pre se ntándola al re vé s; y e ntre las re volucione s que mágicame nte ha producido, ha cre ado una re volución e n la Te ología.

Aque llo que ahora se llama filosofía natural, agrupando todo e l círculo de la cie ncia, de l cual la astronomía ocupa la posición principal, e s e l e studio de las obras de Dios, y de l pode r y la sabiduría de Dios e n sus obras, y e s la ve rdade ra Te ología. En cuanto a la Te ología que ahora se e studia e n su lugar, e s e l e studio de las opinione s humanas y de las fantasías humanas conce rnie ndo a Dios. No e s e l e studio de Dios mismo por me dio de sus obras, sino e n las obras y e scritos he chos por e l hombre ; y no se e ncue ntra e ntre los me nore s daños que e l siste ma Cristiano ha traído sobre e l mundo, tambié n e l habe r abandonado e l pre cioso y original siste ma de Te ología, como un he rmoso inoce nte , e l agotar y re prochar, e l hace r e spacio a la vie ja supe rstición. El Libro de Job y e l Salmo 19, los cuale s hasta la Igle sia admite se r más antiguos que e l orde n cronológico que ocupan e n e l libro llamado La Biblia, son oracione s te ológicas conforme al siste ma original de te ología. La e vide ncia inte rna de e stas oracione s

prue ba hasta una de mostración que e l e studio y la conte mplación de las obras de cre ación, y e l pode r y sabiduría de dios re ve lada y manife stada e n aque llas obras, formaba una gran parte de la de voción re ligiosa de los tie mpos e n que fue ron e scritas; y fue e ste de voto e studio y conte mplación lo que guió al de scubrimie nto de los principios sobre lo que ahora llamamos Cie ncias se e stable cie ron; y e s al de scubrimie nto de e sos principios que casi todas las Arte s que contribuye n a posibilitar la vida humana, de be n su e xiste ncia. Cada arte principal tie ne algo de de cie ncia por padre , aunque la pe rsona que me cánicame nte e je cuta e l trabajo, no sie mpre y muy rara ve z, pe rcibe la cone xión. Es un fraude de l siste ma Cristiano llamar a las cie ncias “inve ntos humanos”; e s sólo su aplicación la que e s humana. Cada cie ncia tie ne como base s y siste ma de principios fijos e inalte rable s como aque llos por los que e l unive rso e s re gulado y gobe rnado. El hombre no pue de ha cer principios, é l sólo pue de descubrirlos.

Por e je mplo: Toda pe rsona que ve un almanaque obse rva una cue nta sobre cuándo va a ocurrir un e clipse , y obse rva tambié n que nunca falla e n ocurrir se gún la cue nta ahí anotada. Esto mue stra que e l hombre conoce las le ye s por las cuale s se mue ve n los cue rpos ce le ste s. Mas se ría algo pe or que ignorante , que alguna Igle sia e n e l mundo afirmara que e sas le ye s son una inve nción humana. Tambié n se ría ignorancia, o algo pe or, de cir que los principios cie ntíficos, con cuya ayuda e l hombre e s capaz de calcular y pre de cir cuándo ocurrirá un e clipse , son inve ncione s humanas. El hombre no pue de inve ntar nada que se a e te rno e inmutable ; y e l principio cie ntífico que e mple a para e ste propósito de be , y e s, ne ce sariame nte , tan e te rno e inmutable como las le ye s por las que los cue rpos ce le ste s se mue ve n, o no podrían se r usadas como lo son para ace rtar la hora cuándo y la forma cómo, un e clipse ha de ocurrir. Los principios cie ntíficos que e mple a e l hombre para adquirir conocimie nto anticipado de un e clipse , o de cualquie r

cosa re lativa al movimie nto de los cue rpos ce le ste s, son conte nidos principalme nte e n e sa parte de la cie ncia que e s llamada trigonome tría, o las propie dade s de un triángulo, e l cual, cuando aplicadas al e studio de los cue rpos ce le ste s, es llamada astronomía; cuando aplicada a dirigir e l curso de una nave e n e l océ ano, e s llamada nave gación; cuando aplicada a la construcción de figuras dibujadas con re gla y compás, se la llama ge ome tría; cuando aplicada a la construcción de planos de e dificios, se le llama arquite ctura; cuando aplicada a la me dición de cualquie r porción de la supe rficie de la tie rra, se le llama topografía. En fin, e s e l alma de la cie ncia. Es una ve rdad e te rna: contie ne la de mostración mate mática de la que habla e l hombre , y la totalidad de sus usos e s de sconocida. Pue de de cirse , que e l hombre pue de hace r o dibujar un triángulo, y por lo mismo un triángulo e s un inve nto humano. Pe ro e l triángulo, cuando dibujado, no e s más que la image n de l principio: e s

una de line ación para e l ojo, y por lo tanto para la me nte , de un principio que de otra mane ra se ría impe rce ptible . El triángulo no hace al principio, tanto como una ve la lle va a una habitación que e staba a oscuras, hace las sillas y me sas que ante riorme nte e ran invisible s, Todas las propie dade s de un triángulo e xiste n inde pe ndie nte s a la figura, y e xiste n ante riorme nte a que cualquie r triángulo fue ra dibujado o pe nsado por e l hombre , El hombre no tuvo más que ve r e n la formación de e sos principios o propie dade s, que lo que tuvo que ve r e n hace r las le ye s por las cuale s los cue rpos ce le ste s se mue ve n; y e ntonce s e l uno de be rá te ne r e l mismo orige n divino que e l otro. De la misma mane ra, pue de de cirse , e n la que e l hombre pue de hace r un triángulo, así tambié n, pue de de cirse , pue de hace r un instrume nto me cánico llamado la palanca. Pe ro e l principio por e l que la palanca actúa, e s algo distinto de l instrume nto, y e xistiría si e l instrume nto no e xistie ra; se adhie re al instrume nto de spué s de que é ste e s he cho; e l instrume nto, e ntonce s, no

pue de actuar de otra mane ra a la que de he cho actúa; tampoco pue de n todos los e sfue rzos de inve nción humana hace rlo actuar de otra mane ra. Aque llo que , e n todos los casos similare s, e l hombre llama e l e fe cto, no e s otra cosa más que el principios mismo re pre se ntado pe rce ptible me nte a los se ntidos. Como, e ntonce s, e l hombre no pue de hace r principios, ¿De dónde é l ganó conocimie nto de e llos, así como para se r capaz de aplicarlos, no sólo a cosas e n la tie rra, mas para de te rminar e l movimie nto de de los cue rpos tan inme nsame nte distante s de é l como lo e stán todos los cue rpos ce le ste s? ¿De dónde , me pre gunto, pudo é l adquirir tal conocimie nto, más que de l e studio de la ve rdade ra te ología? Es la e structura de l unive rso la que le ha e nse ñado e ste conocimie nto al hombre . Esa e structura e s una e te rna e xhibición de todo principio sobre e l cual se funda toda parte de la cie ncia mate mática. La de sce nde ncia de e sta cie ncia e s la me cánica; ya que la me cánica no e s otra cosa más que los principios de la cie ncia aplicada

prácticame nte . El hombre que proporciona las distintas parte s de un molino usa los mismos principios cie ntíficos como si tuvie ra e l pode r de construir un unive rso, pe ro como no pue de dar a la mate ria e sa cualidad por la que todas las parte s que compone s la inme nsa maquina de l unive rso tie ne n influe ncia una con la otra, y actúan e n un movimie nto unísono juntas, sin ningún contacto apare nte , y al que e l hombre ha dado e l nombre de atracción, gravitación y re pulsión, é l suministra e n lugar de e sa cualidad con la humilde imitación de die nte s y e ngrane s. Todas las parte s de l microcosmos de l hombre de be n tocarse visible me nte . Pe ro e l podría ganar conocimie nto de e sa cualidad, como para se r capaz de aplicarla en la práctica, e ntonce s podríamos de cir que otro libro canón ico de la palabra de Dios se habría de scubie rto. Si e l hombre pudie ra alte rar las propie dade s de la palanca, e ntonce s así tambié n podría alte rar las propie dade s de l triángulo: ya que una palanca (re firié ndonos a e sa clase de palanca

llamada “ste e l-yard”, por cue stión de la e xplicación) forma, cuando en movimie nto, un triángulo. La líne a de la que de scie nde (un punto de e sa líne a e stando e n e l fulcro), la líne a a donde de scie nde , y la cue rda de l arco, e l cual de scribe e l final de la palanca e n e l aire , son los tre s lados de un triángulo. El otro brazo de la palanca de scribe un triángulo tambié n; y los lados corre spondie nte s de e sos dos triángulos, calculados cie ntíficame nte , o me didos ge omé tricame nte , –y tambié n los se nos, tange nte s y se cante s ge ne rados por los ángulos, y ge omé tricame nte me didos–, tie ne n las mismas proporcione s e ntre cada uno como lo tie ne n los dife re nte s pe sos que habrán de balance arse uno a otro e n la palanca, de jando e l pe so de la misma fue ra de l caso. El pode r que dos rue das de dife re nte s magnitude s tie ne n e ntre cada una e s e n la misma proporción a aque l de los radios de las dos rue das pe gados uno al otro y conve rtidos e n e sa e spe cie de palanca ante riorme nte de scrita, suspe ndida e n e l punto donde los dos

radios se juntan, ya que las dos rue das, cie ntíficame nte conside radas, no son otra cosa más que dos círculos ge ne rados por e l movimie nto de la palanca compue sta. Es de l e studio de la ve rdade ra Te ología que se de riva nue stro conocimie nto cie ntífico; y e s de e se conocimie nto de donde se han originado las arte s. El profe sor Todo Pode roso, al mostrar los principios de la cie ncia e n la e structura de l unive rso, ha invitado al hombre a e studia y a imitarlo. Es como si e l dije ra a los habitante s de e ste globo que llamamos nue stro, “he hecho una Tierra pa ra que la ha bite el hombre, y he hecho visibles los cielos estrella dos, pa ra enseña rle la s ciencia s y la s a rtes, Ahora puede proveer su propio conf ort, Y APRENDER DE MI MUNIFICENCIA A TODO, PARA QUE SEAN BUENOS LOS UNOS CON LOS OTROS”. ¿Qué uso podría e sto te ne r, a me nos que se a para e nse ñarle algo al hombre , que su ojo e stá dotado con e l pode r para conte mplar, a una distancia incompre nsible , una inme nsidad de

mundos re volvié ndose e n e l océ ano de l e spacio? ¿O cuál e s la utilidad de que e sta inme nsidad de mundos se a visible para e l hombre ? ¿Qué tie ne que ve r e l hombre con las Plé yade s, con Orión, Con Sirio, con la e stre lla que é l llama la e stre lla de l norte , con los globos e n movimie nto que é l ha llamado Saturno, Júpite r, Marte , Ve nus y Me rcurio, si ninguna utilidad ve ndrá de la posibilidad de ve rlos? Una vista me nos pode rosa hubie ra sido suficie nte para e l hombre , si la inme nsidad que ahora pose e le hubie ra sido dada sólo para de spe rdiciarla, de tal mane ra, e n un inme nso de sie rto de e spacio puntualme nte brillando. Es sólo por la conte mplación de lo que é l llama los cielos estrella dos, como e l libro y e scue la de cie ncia, que de scubre cualquie r utilidad e n e l he cho que le se an visible s, o cualquie r ve ntaja que re sulte de su inme nsa visión. Pe ro cuando conte mpla e l suje to bajo e sta luz, e ncue ntra un motivo adicional para de cir que nada fue he cho e n vano; ya que e n vano se ría e ste pode r de visión si no le e nse ñara nada al hombre .

CAP ÍTUL O XII L OS EFECTOS DEL CRISTIANISM O EN L A EDUCACIÓN; REFORM AS P ROP UESTAS Así como e l siste ma de fe de l Cristianismo ha he cho una re volución e n la te ología, tambié n ha he cho una re volución e n e l e stado de l apre ndizaje . Aque llo que ahora es llamado apre ndizaje , no lo e ra originalme nte . El apre ndizaje no consiste , así como ahora lo hace n consistir las e scue las, e n e l conocimie nto de le nguaje s, si no e n e l conocimie nto de cosas a las que e l le nguaje da nombre s. Los Grie gos e ran ge nte culta, pe ro apre nde r con e llos no consistía e n hablar Grie go, nada más que e n un Romano hablar Latín, o un Francé s hablar Francé s, o un Inglé s hablar Inglé s. Por lo que sabe mos de los Grie gos, no pare ce que e llos supie ran o e studiaran algún otro le nguaje al suyo, y e sta e ra una razón para que e llos se hicie ran tan cultos; e so le s ganaba más tie mpo para aplicarse a me jore s e studios. Las e scue las de los Grie gos e ran e scue las de cie ncia y filosofía, y no

de le nguaje s, para que e l conocimie nto que los Grie gos pose ían pudie ra darse a conoce r e ntonce s a otras nacione s traducie ndo los libros de cie ncia y filosofía Grie gos a las le nguas de orige n de cada nación. El e studio, e ntonce s, de l le nguaje Grie go (y de la misma mane ra para e l Latín) no e ra más que e l arduo y e xce sivame nte duro trabajo de un lingüista; y e l le nguaje así obte nido, no e ra otro más que e l me dio, o por así llamarlo las he rramie ntas, e mple adas para obte ne r los conocimie ntos que te nían los Grie gos. No formaba parte de l apre ndizaje e n sí; y e ra tan distinto de e llo como para se r e xce sivame nte probable que las pe rsonas que habían e studiado bie n e l grie go para traducir e sos trabajos, como por e je mplo los Ele me ntos de Euclide s, no e nte ndían ninguno de los conocimie ntos conte nidos e n la obra. Como ahora no hay nada nue vo que apre nde r de los le nguaje s mue rtos, todos los libros útile s ya han sido traducidos, los le nguaje s se han vue lto inútile s, y e l tie mpo que se utiliza e n su

e nse ñanza y apre ndizaje es un de spe rdicio. En tanto e l e studio de le nguaje s pue da contribuir al progre so y comunicación de l conocimie nto (ya que e ste no tie ne nada que ve r con la cre ación de l conocimie nto) e s sólo e n los le nguaje s vivie nte s que se e ncontrará nue vo conocimie nto; y con ce rte za, que e n ge ne ral, un jove n va a apre nde r más de un le nguaje vivo e n un año, que de uno mue rto e n sie te ; y e n raras ocasione s e l mae stro sabe mucho más. La dificultad de apre nde d le nguaje s mue rtos no surge de ninguna dificultad de compre nsión intrínse ca al le nguaje , mas e n su calidad de le nguaje mue rto, y la pronunciación se ha pe rdido por comple to. Se ría lo mismo con cualquie r otro le nguaje cuando é ste lle gue a morir. El me jor lingüista Grie go que ahora e xista, no e ntie nde e l Grie go tan bie n como un plome ro Grie go lo hacía, o un le che ro Grie go; y lo mismo para e l Latín, comparado con un plome ro o le che ro de los Romanos; y con re spe cto a la pronunciación y modismo, no re spe cto a las vacas que orde ñó. Por e sto se ría ve ntajoso para e l

e stado de l apre ndizaje , la abolición de l e studio de las le nguas mue rtas, y hace r que e l apre ndizaje consista, como lo hacía originalme nte , e n e l conocimie nto cie ntífico. La apología que e n algunas ocasione s se hace para continuar e nse ñando le nguas mue rtas e s que son e nse ñadas e n un tie mpo cuando un niño no e s capaz de e je rce r ninguna otra facultad me ntal más que la de la me moria. Pe ro e sto e s e rróne o de l todo. La me nte humana tie ne una disposición natural al conocimie nto cie ntífico, y a las cosas con é l cone ctadas. El prime r y favorito e ntre te nimie nto de un niño, incluso ante s de que é l e mpie ce a jugar, e s aqué l de imitar las obras de l hombre . Construye casas con palos o cartas, nave ga e l pe que ño océ ano de un tazón de agua con un bote de pape l; de tie ne e l corre r de un arroyo, construye algo que é l llama un molino; y se inte re sa e n la sue rte de sus obras con un cuidado que ase me ja al afe cto. De spué s é l va a la e scue la, donde su ge nialidad es ase sinada por e l barre no de l e studio de

una le ngua mue rta, y e l filósofo se pie rde e n e l lingüista. Pe ro la apología he cha para la continuación de la e nse ñanza de le nguas mue rtas, no pue de se r la causa de inicio para re ducir e l apre ndizaje a la e stre cha y humilde e sfe ra de la lingüística; por e sto de be mos buscar la causa e n otro lugar. En todas las búsque das de e ste tipo, la me jor e vide ncia que se pue de producir, e s la e vide ncia inte rna que e l he cho acarre a en sí mismo, y las e vide ncias circunstanciale s que se le une n; de las cuale s ambas, e n e ste caso, no son difícile s de de scubrir. De jando e ntonce s de lado, a mane ra de conside ración, la indignación ofre cida a la justicia moral de Dios, al supone rlo hace r al inoce nte sufrir por e l culpable , y tambié n a la moralidad y a la floja y baja inge nuidad de supone rlo cambiándose a sí mismo e n la forma de un hombre , e n orde n de hace r una e xcusa a sí mismo por no e je cutar su supue sta se nte ncia sobre Adán; de jando, re pito, e sas cosas de lado a mane ra de conside ración, e s cie rto que

aque llo llamado e l siste ma cristiano de fe , incluye ndo e n é l e l caprichoso re lato de la cre ación –la e xtraña historia de Eva, la se rpie nte , y la manzana– la anfibia ide a de un hombre -dios –la corpóre a ide a de la mue rte de un dios– la mitológica ide a de una familia de diose s, y e l siste ma cristiano de la aritmé tica, donde tre s son uno, y uno e s tre s, son todas irre conciliable s, no sólo al divino re galo de la razón, que Dios ha dado al hombre , sino tambié n con e l conocimie nto que e l hombre gana de l pode r y la sabiduría de Dios y la ayuda de las cie ncias, y por e studiar la e structura de l unive rso que Dios ha he cho. Los instaladore s, de fe nsore s, y los se guidore s de l siste ma Cristiano de fe , no podían más que pre ve r e l continuo y progre sivo conocimie nto que e l hombre habría ganado con la ayuda de la cie ncia, de l pode r y sabiduría de Dios, manife stada en la e structura de l unive rso, y e n todas las obras de la cre ación, que e sto militaría e n contra, y cue stionaría la ve racidad de su siste ma de fe ; y por e so se convirtió e n una

ne ce sidad para su propósito re ducir e l apre ndizaje a un tamaño me nos pe ligroso para su proye cto, y e so lo e fe ctuaron re stringie ndo la ide a de l apre ndizaje al e studio de las le nguas mue rtas. Ellos no sólo re chazaron e l e studio de la cie ncia e n las e scue las cristianas, tambié n lo pe rsiguie ron; y e s sólo alre de dor de los últimos dos siglos que e l e studio ha re vivido. Ape nas e n 1610, Galile o, un Flore ntino, de scubrió e introdujo e l uso de los te le scopios, y al aplicarlos para obse rvar los movimie ntos y aparie ncias de los cue rpos ce le ste s, trajo me dios adicionale s para e stable ce r la ve rdade ra e structura de l unive rso. En lugar de se r re conocido por e sos de scubrimie ntos, fue se nte nciado a re nunciar a e llos, o las opinione s que re sultaran de e llos, como una he re jía conde nable . Y ante riorme nte a e sos tie mpos, Virgilio fue conde nado a la hogue ra por hablar de las antípodas, o e n otras palabras, afirmar que la Tie rra e ra un globo, y habitable e n todo lugar donde hubie ra

tie rra; aún así, la ve rdad de e sto e s ahora bie n conocida para contarse . 113 113

Nota de l Editor: No puedo descubrir la fuente de esta afirmac ión concerniente al antiguo autor cuyo nombre irlandés Feirghill era latinizado a Virgilio. El Museo Británico posee una copia de la obra (Decalogiunt) la cual fue el pretexto del cargo de herejía hecho por Bonifacio, Arzobispo de Mayence, contra Virgilio, Abbot – obispo de Salzburgo–. Éstos eran líderes de los rivales partidos "Británico" y "Romano", y el campeón Británico contra -acusó a Bonifacio por prácticas irreligiosas. Bonifacio tuvo que expresar un "arrepentimiento ", pero de cualquier manera persiguió a su rival. El P apa Zacarías II, decidió que si su supuesta "doctrina, en contra de Dios y su a lma, que debaj o de la Tierra hay otro mu ndo, otro s hombres, o sol y luna, f uera reconocida por Virg ilio ", éste sería excomulgado por un Concilio y condenado con sanciones canónicas. Lo que sea que haya sido la suerte involucrada con una condena "canonicis sa nctionibus", en plena mitad del siglo octavo, no cayó sobre Virgilio. Su acusador, Bonifacio, fue martirizado, 755, y es probable que Virgilio armonizó sus antípodas con ortodoxia. El gravamen de la herejía parece haber sido la sugerencia de la existencia de hombres ajenos a la prole de Adán. Virgilio fue nombrado Obispo de Salzburgo en 768. Cargó consigo hasta su muerte, 789, el curioso título de "Geómetra y

Si la cre e ncia e n e rrore s no inmorale s no causó daño, no se ría parte de la obligación moral de l hombre e l opone rse y re move rlos. No había daño moral e n la cre e ncia de que la Tie rra e ra tan plana como una zanja, tanto como había virtud moral e n cre e r que e ra re donda como un globo; tampoco había ningún mal moral e n cre e r que e l Cre ador no había he cho ningún otro mundo más que e ste , tanto como había virtud moral e n cre e r que é l había he cho millone s, y que e l e spacio infinito e stá lle no con mundos. Pe ro cuando un siste ma re ligioso e stá he cho para cre ce r a partir de un supue sto siste ma de cre ación que e s falso, y por lo mismo se une a é ste de una mane ra casi inse parable , e l caso asume un te rre no e nte rame nte dife re nte . Es e ntonce s que los e rrore s, no moralme nte malos, que dan lle nos con los mismos daños como si e llos So litario " o "Caminante Solitario " (Solivagus). Una sospecha de herejía quedó unida a su memoria hasta 1233, cuando fue levantada por Gregorio IX, para santificarlo junto a su acusador, San Bonifacio.

fue ran e l daño. Es e ntonce s cuando la ve rdad, aunque de otra mane ra indife re nte e n sí, se convie rte e n algo e se ncial, tornándose e n e l crite rio que confirma como e vide ncia corre spondie nte , o nie ga por e vide ncia contradictoria, la re alidad de la re ligión e n sí misma. En vista de e ste caso e s que e s de be r moral de l hombre obte ne r toda posible e vide ncia proporcionada por la e structura de los cie los, o cualquie r otra parte de la cre ación, con re spe cto a los siste mas de re ligión. Pe ro e sto, los que apoyan y son partidarios de l siste ma cristiano, como te mie ndo e l re sultado, ince sable me nte se han opue sta y no solo han re chazado las cie ncias, si no que han pe rse guido a sus profe sore s. Si Ne wton o De scarte s hubie ran vivido hace tre scie ntos o cuatrocie ntos años, y hubie ran lle vado sus e studios como lo hicie ron, lo más probable e s que no hubie ran vivido para te rminarlos; y si al mismo tie mpo Franklin hubie ra atraído rayos de las nube s, hubie ra sido con e l pe ligro de morir por e llo e n e l fue go.

En tie mpos re cie nte s ha de caído toda la culpa sobre los Godos y los Vándalos, pe ro, por muy indispue stos que e sté n los partisanos de l siste ma Cristiano a cre e rlo o a ace ptarlo, e s cie rto de cualquie r mane ra, que la e ra de la ignorancia come nzó con e l siste ma Cristiano. Había más conocimie nto e n e l mundo ante rior a e se pe riodo, que e n e l poste rior por muchos siglos; y e n cuanto al conocimie nto re ligioso, e l siste ma Cristiano, como ya lo he dicho, fue solame nte otra e spe cie de mitología, y la mitología a la que suce día, e ra una corrupción de un antiguo siste ma de te ísmo. 114 114

Nota de l Autor: Es imposible para nosotros por ahora saber en qué momento comenzó la mitología pagana empezó; pero una certeza, a partir de la evidencia interna que ella conlleva, que ella no comenzó en el mismo estado o condición con la que finalizó. Todos los dioses de esa mitología, exceptuando a Saturno, fueron una invención moderna. El supuesto reinado de Saturno fue anterior a aquello que se llama la mitología pagana, y fue a la larga una especie de teísmo que admitía la creencia de un solo Dios. Se supone que Saturno habría abdicado el gobierno a favor de sus

Es de bido a e ste largo inte rre gno de la cie ncia, y por ninguna otra causa, e s que ahora te ne mos que volte ar atrás, a tres hijos e hija, Júpiter, P lutón, Neptuno y Juno; después de esto, cientos de otros dioses y semidioses fueron creados imaginariamente, y el calendario de dioses creció tan rápido como el calendario de santos y el calendario de cortes han crecido desde entonces. Todas las corrupciones que han tenido lugar, en teología y religión, se han producido al admitir aquello que el hombre llama "religión revelada". Los mitologistas tendían más a la religión revelada de lo que lo hacen los cristianos. Ellos tenían sus oráculos y sus sacerdotes, quienes supuestamente recibían y entregaban la palabra de Dios verbalmente en casi todas las ocasiones. Desde entonces todas las corrupciones desde Moloch a el moderno predestinarianismo, y los sacrificios humanos de los paganos al cristiano sacrificio del Creador, han sido producidos al admitir aquello llamado religión revelada, los medios más efectivos para prevenir todos los males e imposiciones similares, es no admitir ninguna otra revelación más que aquella que se manifieste en el libro de La Creación, y contemplar la Creación como la única y real palabra de Dios que alguna vez existió y existirá; y cualquier otra cosa llamada la palabra de Dios son cuentos e imposic iones.

travé s de un vasto abismo de muchos cie ntos de años, a los re spe table s pe rsonaje s que llamamos los Antiguos. Si la progre sión de l conocimie nto hubie ra continuado proporcionalme nte con la cantidad de conocimie nto que e xistía, e se abismo hubie ra sido lle nado con pe rsonaje s cre cie ndo supe riore s e n conocimie nto uno de l otro; y aque llos Antiguos que ahora admiramos tanto, hubie ran apare cido re spe table me nte e n e l fondo de la e sce na. Pe ro e l siste ma cristiano lo de spe rdició todo; y si tomamos nue stra posición ace rca de l principio de l siglo die cisé is, volte amos a ve r a travé s de e se largo abismo, a los tie mpos de los Antiguos, como a travé s de un vasto y are noso de sie rto, donde ni un arbusto pare ce inte rce ptar la visión hacia las fé rtile s colinas que le sigue n. Es una inconsiste ncia pobre me nte posibilitada para se r cre íble , que cualquie r cosa e xistie ra, bajo e l nombre de una re ligión, que tuvie ra por irre ligioso e studiar y conte mplar la e structura de l unive rso que Dios ha cre ado. Pe ro e l he cho e stá muy bie n e stable cido como para se r de ne gado. El

e ve nto que sirvió más que cualquie r otro para rompe r e l prime r e slabón de e sta larga cade na de ignorancia de spótica, e s aqué l conocido como e l nombre de La Re forma de Lute ro. De aqué l tie mpo, aunque no pare cía h abe r sido ninguna inte nción de Lute ro, o de aque llos que son llamados los Re formistas, las Cie ncias come nzaron a re vivir, y La Libe ralidad, su asociada natural, come nzó a apare ce r. Esto fue e l único be ne ficio público que trajo La Re forma; ya que , con re spe cto al bie n re ligioso, bie n pudo no habe r ocurrido. La mitología continuó igual; y la multiplicidad de Papas Nacionale s cre ció a partir de la de bacle de l Papa de l Cristianismo.

CAP ÍTUL O XIII COM P ARACIÓN DEL CRISTIANISM O CON L AS IDEAS REL IGIOSAS INSP IRADAS P OR L A NATURAL EZA Habie ndo así mostrado, de la e vide ncia inte rna de las cosas, la causa que produjo un cambio e n e l e stado de l apre ndizaje , y e l motivo para sustituir e l e studio de las cie ncias con e l de las le nguas mue rtas, proce do, e n adición a las obse rvacione s he chas e n la parte ante rior de e ste trabajo, a comparar, o bie n para confrontar, la e vide ncia de que la e structura de l unive rso proporciona, contra e l siste ma cristiano de re ligión. Pe ro como no pue do e mpe zar e sta parte de me jor mane ra más que re firié ndome a las ide as que se me ocurrie ron e n una te mprana parte de mi vida, y que e n parte dudo que no se le hayan ocurrido a casi cualquie r otra pe rsona e n un mome nto u otro, voy a afirmar lo que e ran e sas ide as, y sumar en ade lante cualquie r otra cue stión que surja a partir de e se te ma, aportando al total, a mane ra de pre facio, una bre ve introducción.

Sie ndo mi padre cuáque ro de profe sión, fue mi bue na fortuna habe r te nido una e xtre madame nte bue na e ducación moral, y una tole rable cantidad de apre ndizaje útil. Aunque asistí a la e scue la de gramática, no apre ndí e l Latín, no por no habe r te nido ninguna inclinación a apre nde r le nguaje s, más por la obje ción que tie ne n los cuáque ros e n contra de los libros e n los que se e nse ña e l le nguaje . Pe ro e sto no me pre vino de conoce r los te mas de todos los libros e n Latín usados e n la e scue la. La inclinación natural de mi me nte e ra hacia la cie ncia. Te nía algún ángulo, y cre o que algún tale nto por la poe sía; pe ro e sto lo re primía más de lo que lo motivaba, por e ncaminarse de masiado al te rre no de la imaginación. Tan pronto como pude hace rlo, compré un par de globos, y asistí a las le cturas filosóficas de Martín y Fe rguson, y de spué s conocí al Dr. Be vis, de la socie dad llamada la Socie dad Re al, que e ntonce s vivía e n e l Te mplo, y un e xce le nte astrónomo.

No te nía ninguna disposición para lo que e ra llamado política. Eso pre se ntaba a mi me nte ninguna otra ide a más de la que e stá conte ndía e n la palabra jockeyship. Cuando, e ntonce s, e nfoqué mis pe nsamie ntos hacia cue stione s de gobie rno, tuve que formar un siste ma propio, que concordara con los principios morale s y filosóficos e n los que yo había sido e ducado. Yo vi, o por lo me nos yo pe nsaba que ve ía, una vasta e sce na que se abría al mundo e n los asuntos de Amé rica; y me pare cía, que a me nos que los Ame ricanos cambiaran e l plan que pe rse guían, con re spe cto al gobie rno de Inglate rra, y se de clararan inde pe ndie nte s, e llos no sólo se involucrarían e n una multiplicidad de nue vas dificultade s, sino que tambié n acabarían con e l prospe cto que se le e staba ofre cie ndo a la humanidad a travé s de sus me dios. Fue de sde e stos motivos que publiqué la obra conocida por e l nombre de Sentido Común, la cual e s e l prime r trabajo que publiqué , y hasta dónde pue do juzgarme , cre o que nunca hubie ra sido conocido e n e l mundo como autor e n cualquie r te ma, si

no hubie ra sido por los asuntos de Amé rica. Escribí Sentido Común al final de l año de 1775, y lo publiqué e l prime ro de e ne ro de 1776. La Inde pe nde ncia se de claró e l cuatro de julio siguie nte . 115

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Nota de l Editor: El panfleto Sentido Comú n fue anunciado, como ―recién publicado ‖, el 10 de enero de 1776. Su petición para los Oficiales de Impuestos, escrita antes de salir de Inglaterra, fue impresa, mas no publicada hasta 1793. A pesar de su reiterada afirmación de que Sentido Común fue el primer trabajo que alguna vez publicó, la noción de que él era "Junius" todavía encuentra algunos creyentes. Un comentario indirecto de nuestro P aine-Junius puede encontrarse en la P arte 2 de esta obra donde P aine dice que un hombre capaz de escribir Homero ―no habría tirado su propia f ama al d ársela a otro ‖. Es probable que P aine haya suscrito las Cartas de Junius a Thomas Hollis. Su amigo F. Lanthenas, en su traducción de La Edad de la Razón (1794) anuncia su traducción de las Ca rtas de Junius al Inglés (Thomas Hollis). Esto lo pudo hacer difícilmente sin consultarlo con P aine. Desafortunadamente esta traducción de Junius no se puede encontrar en la Biblioteca Nacional del Museo Británico, y no se puede decir si contiene algú n intento por identif icar a Junius.

Cualquie r pe rsona, que ha he cho obse rvacione s e n e l e stado y progre so de la humanidad, al obse rvar su propio, no pue de más que habe r obse rvado, que hay dos clase s distintas de lo que se llama Pe nsamie ntos; aque llos que producimos nosotros mismos por la re fle xión y e l acto de pe nsar, y aque llos que se pre cipitan de ntro de la me nte e spontáne ame nte . Sie mpre he te nido como re gla tratar e sos visitante s voluntarios con civilidad, tomando e l cuidado de e xaminarlos, tan bie n como fui capaz, si e ran dignos de tomarse e n cue nta; y e s de e llos que he adquirido casi todo e l conocimie nto que te ngo. En cuanto al apre ndizaje que adquie re cualquie r pe rsona de la e ducación e scolar, e so sirve únicame nte , como un pe que ño capital, para ubicarlo e n e l camino para e mpe zar a apre nde r por sí mismo e n ade lante . Toda pe rsona con apre ndizaje al final e s su propio mae stro; la razón para e sto e s, que los principios, sie ndo de una cualidad distinta a las circunstancias, no pue de n se r impre sas e n la me moria; su lugar de re side ncia me ntal e s e l e nte ndimie nto, y

nunca son tan durade ras como cuando inician por conce pción. Y hasta aquí con la parte de introducción. De sde e l tie mpo e n que fui capaz de conce bir una ide a, y actuar sobre e lla re fle xionando, yo, o dudaba de la ve rdad de l siste ma cristiano, o pe nsaba que e ra un asunto e xtraño; rara ve z sabía que cuál de las dos e ra: pe ro bie n re cue rdo, cuando alre de dor de los sie te u ocho años de e dad, e scuchando un se rmón le ído por un conocido mío, quié n e ra un gran de voto de la Igle sia, sobre e l te ma de lo que e s llamado Re de nción por la mue rte de l Hijo de Dios. De spué s de que te rminó e l se rmón, fui al jardín, y e staba bajando por los e scalone s de l jardín (ya que re cue rdo pe rfe ctame nte e l lugar) me re pugnó e l re cue rdo de lo que acababa de e scuchar, pe nsé para mí que e so hacía actuar a Dios Todo Pode roso como un hombre apasionado, que mató a su hijo, cuando no pudo ve ngarse a sí mismo de ninguna otra mane ra; y como e staba se guro que un hombre que hicie ra e so se ría ahorcado, no podía ve r por qué propósito pre dicaban e sos

se rmone s. Este no e ra la clase de pe nsamie ntos que conlle vaban alguna lige re za infantil; para mí e ra una re fle xión se ria, surgie ndo de la ide a que yo te nía de que Dios e ra de masiado bue no para hace r se me jante acto, y ade más muy sabio como para e star ante la ne ce sidad de hace r algo como e so. Cre o e n lo mismo hasta e ste mome nto; y ahora cre o de mayor mane ra, que cualquie r siste ma re ligioso que te nga e n é l cualquie r cosa que alarme la me nte de un niño, no pue de se r un siste ma ve rdade ro. Pare ce ría como si los padre s de profe sión cristiana se ave rgonzaran e n de cirle a sus hijos cualquie r cosa ace rca de los principios de su re ligión. Ellos los instruye n e n moral algunas ve ce s, y le s hablan de la bondad de lo que e llos llaman Provide ncia; ya que la mitología Cristiana tie ne cinco de idade s: e stá Dios e l Padre , Dios e l Hijo, Dios e l Espíritu Santo, e l Dios Provide ncia, y la Diosa Naturale za. Pe ro la historia cristiana de Dios e l Padre matando a su hijo, o e mple ando ge nte para hace rlo, (ya que e se e s e l le nguaje llano de la

historia) no pue de se r contada por un padre a su hijo; y de cirle que e sto fue he cho para hace r fe liz y me jor a la humanidad, e s e mpe orar la historia todavía más, como si la humanidad pudie ra me jorar con e l ase sinato como e je mplo; y de cirle que todo e sto e s un miste rio, e s sólo hace r una e xcusa por lo incre íble de todo e sto. ¡Qué dife re nte e s e sto a la simple y pura profe sión de l De ísmo! El ve rdade ro de ísta tie ne una sola De idad; y su re ligión consiste en conte mplar e l pode r, la sabiduría y la be nignidad de la De idad e n sus obras, y e n su e sfue rzo por imitarlo e n toda cue stión moral, cie ntífica y me cánica. La re ligión que se aproxima más que todas las otras al ve rdade ro De ísmo, e n la parte moral y be nigna, e s aque lla profe sada por los cuáque ros: pe ro se han contraído mucho a sí mismos al de jar las obras de Dios fue ra de su siste ma. Aunque yo re ve re ncio su filantropía, no pue do e vitar sonre ír a la pre sunción, que si e l gusto de un cuáque ro hubie ra sido consultado e n la cre ación, ¡qué sile nciosa y de scolorida

hubie ra sido la cre ación! Ninguna flor hubie ra flore cido con ale gría, ni se le hubie ra pe rmitido cantar a ninguna ave . Abandonando e stas re fle xione s, proce do a otros asuntos. De spué s de hace rme un mae stro e n e l uso de los globos, y e n e l orre ry 116, y conce bí la ide a de la infinidad de l e spacio, y de la e te rna divisibilidad de la mate ria, y obtuve , al me nos, un conocimie nto ge ne ral de lo que se llamaba la filosofía natural, e mpe cé a comparar, o, como he dicho ante riorme nte , a confrontar, la 116

Nota de l Autor: Como este libro puede caer en las manos de personas que no saben lo que es un orrery, es para su información que agrego esta nota, ya que el nombre no da idea de la utilidad de la cosa. El orrery obtiene su nombre de la persona que lo inventó. Es una maquinaria de reloj, representando el Universo en miniatura: y en el cuál la revolución de la Tierra alrededor de sí misma y alrededor del Sol, la revolución de la Luna alrededor de la Tierra, la revolución de los planetas en torno al Sol. Sus distancias relativas al Sol, como el centro del sistema, las distancias relativas de los unos con los otros, y sus diferentes magnitudes, están representadas como realmente existen en lo que nosotros llamamos los cielos.

e vide ncia inte rna de e sas cosas ante riorme nte me ncionadas con el siste ma cristiano de fe . Aunque no e s un artículo dire cto de l siste ma cristiano que e ste mundo que habitamos se a e l total de la cre ación habitable , más e stá tan comprome tido con e llo, a partir de lo que e s llamado la ve rsión Mosáica de la cre ación, la historia de Eva y la manzana, y la contraparte de e sa historia, la mue rte de l Hijo de Dios, que cre e r lo contrario, e sto e s, cre e r que Dios cre ó una pluralidad de mundos, tan nume rosos al me nos como lo que llamamos e stre llas, re pre se nta al siste ma cristiano pe que ño y a la ve z ridículo; y lo e sparce e n la me nte como plumas e n e l aire . Las dos cre e ncias no pue de n soste ne rse juntas e n una misma me nte ; y aqué l que pie nse que cre e e n ambas, ha me ditado muy poco e n cualquie ra de las dos. Aunque la cre e ncia e n una pluralidad de mundos e ra familiar para los antiguos, e s sólo de ntro de los últimos tre s siglos que la e xte nsión y las dime nsione s de e ste globo que habitamos han sido e stable cidas. Varias

nave s, siguie ndo la e xte nsión de l océ ano, han nave gado alre de dor de l mundo, así como un hombre podría caminar e n un círculo, y re gre sar por e l lado contrario al punto de partida. Las dime nsione s circulare s de nue stro mundo, e n su parte más ancha, así como un hombre me diría la parte más ancha de la circunfe re ncia de una manzana, o una pe lota, es sólo ve inticinco mil y ve inte millas ingle sas, conside rando se se nta y nue ve millas y me dia como un grado e cuatorial, y pue de nave garse a su alre de dor e n un e spacio aproximado de tre s años. 117 Un mundo de e sta dime nsión, a prime ra vista, nos pare ce se r e norme ; pe ro si lo comparamos con la inme nsidad de e spacio e n e l que e stá suspe ndido, como una burbuja o un globo e n e l aire , e s infinitame nte me nor e n proporción que e l grano más pe que ño 117

Nota de l Autor: Dejando que un barco navegue, en promedio, tres millas en una hora, navegaría totalmente alrededor del mundo en menos de un año, si pudiera navegar en un círculo directo, pero está obliga do a seguir el curso del océano.

de are na lo e s al tamaño de l plane ta, o la partícula más fina de rocía al total de l océ ano, y por lo mismo e s muy pe que ño; y como se mostrará a continuación, e s sólo uno e n un siste ma de plane tas, de los que e stá compue sto la cre ación unive rsal. No e s difícil te ne r una lige ra ide a de la inme nsidad de l e spacio e n e l que e ste y los otros mundo e stán suspe ndidos, si se guimos una progre sión de ide as. Cuando pe nsamos e n e l tamaño o dime nsione s de , una habitación, nue stras ide as se limitan a las pare de s, y ahí se de tie ne n. Pe ro cuando nue stro ojo, o nue stra imaginación se lanza al e spacio, e sto e s, cuando mira hacia arriba a lo que llamamos e l aire libre , no pode mos conce bir ninguna de las pare de s o límite s que podría te ne r; y por e l inte ré s de darle de scan so a nue stras ide as nosotros supone mos un límite , la pre gunta se re nue va inme diatame nte , e inquie re , ¿qué hay de trás de e se límite ? Y de la misma mane ra, ¿qué hay de spué s de la siguie nte fronte ra? Y así hasta que la imaginación fatigada re gre sa y dice , no

hay un final. Cie rtame nte , e ntonce s, e l Cre ador no e staba corto de e spacio al no hace r e ste mundo más grande de lo que e s; y nosotros te ne mos que buscar la razón e n algo más. Si hace mos un e studio de nue stro propio mundo, o e n lugar de e sto, de aqué l que e l Cre ador nos ha dado para usar como nue stra porción en el inme nso siste ma de la cre ación, nos e ncontramos que toda parte de é l, la tie rra, las aguas, y e l aire que lo rode a, e stá lle na, y e stá atiborrada con vida, de sde los animale s más grande s que conoce mos hasta el inse cto más pe que ño que e l ojo pue da ve r a simple vista, y de ahí a otros todavía más pe que ños, y totalme nte invisible s sin la ayuda de un microscopio. Cada árbol, cada planta, cada hoja, sirve no sólo como una habitación, más como un mundo para algunas nume rosas razas, hasta que la e xiste ncia humana se vue lve tan e xtre madame nte re finada, que la raíz de una hoja de pasto se rviría de comida para mile s. Si, e ntonce s, no hay lugar de nue stra Tie rra que no e sté ocupado, ¿por qué

habría de supone rse que la inme nsidad de l e spacio e s un vacío de snudo, te ndido e n un e te rno de spe rdicio? No hay e spacio para millone s de mundos tan grande s o más grande s que e l nue stro, y cada uno de e llos apartado millone s de millas de l otro. Habie ndo lle gado a e ste punto, si lle vamos nue stras ide as sólo un pe nsamie nto más ade lante , ve re mos, tal ve z, la ve rdade ra razón, o al me nos una muy bue na razón para nue stra fe licidad, porqué e l Cre ador, e n lugar de hace r un mundo inme nso, e xte ndié ndose sobre una inme nsa cantidad de e spacio, ha pre fe rido dividir tal cantidad de mate ria e n varios mundos distintos y se parados, a los cuale s llamamos plane tas, y de los cuale s nue stra tie rra e s uno. Pe ro ante s de e xplicar mis ide as sobre e ste te ma, e s ne ce sario (no por e l inte ré s de aque llos que ya lo se pan, más si por e l de aque llos que no) mostrar lo que e s e l siste ma de l unive rso.

CAP ÍTUL O XIV SISTEM A DEL UNIVERSO Aque lla parte de l unive rso llamada e l siste ma solar (que rie ndo de cir el siste ma de mundos al que pe rte ne ce nue stra tie rra, y de l que e l Sol e s e l ce ntro) consiste , ade más de l Sol, de se is distintos orbe s, o plane tas, o mundos, ade más de cue rpos se cundarios llamados saté lite s, o lunas, de las cuale s nue stra Tie rra tie ne una que la acompaña en su anual re volución alre de dor de l Sol, de la misma mane ra en que otros saté lite s o lunas, acompañan a los plane tas o mundos a los que varias pe rte ne ce n, como pue de apre ciarse con la ayuda de un te le scopio. El Sol e s e l ce ntro alre de dor de l cual se re vue lve n aque llos se is mundos o plane tas a distancias dife re nte s, y e n círculos concé ntricos unos de los otros. Cada mundo se mantie ne constante me nte en casi la misma e xte nsión alre de dor de l Sol, y continúa al mismo tie mpo girando alre de dor de sí mismo, e n casi una posición ve rtical, como una tapa gira alre de dor de sí

misma cuando se le da vue ltas e n e l sue lo, y se inclina un poco hacia un lado. Es e sta inclinación de la Tie rra (23.5 grados) lo que ocasiona e l ve rano y e l invie rno, y las distintas duracione s de los días y las noche s. Si la Tie rra girara sobre sí misma en una posición pe rpe ndicular al plano o nive l de l círculo por e l que se mue ve e n torno al Sol, como una tapa gira e n e l piso, los días y las noche s se rían sie mpre de la misma duración, doce horas e l día y doce horas la noche , y la e stación se ría uniforme me nte la misma a lo largo de l año. Cada ve z que un plane ta (nue stra Tie rra por e je mplo) gira e n torno a sí misma, produce lo que llamamos e l día y la noche ; y cada ve z que gira totalme nte alre de dor de l Sol, produce lo que llamamos un año, conse cue nte me nte nue stro mundo gira tre scie ntos se se nta y cinco ve ce s sobre sí misma, mie ntras da una vue lta e n torno al Sol. Los nombre s que los antiguos die ron a e sos se is mundos, y los mismos con

los que los llamamos ahora, son Me rcurio, Ve nus, e ste mundo que llamamos nue stro, Marte , Júpite r, y Saturno. Ellos se ve n más grande s al ojo que las e stre llas, al e star millone s de millas más ce rca de nue stra Tie rra que cualquie r otra e stre lla. El plane ta Ve nus e s aqué l que llamamos la e stre lla de la tarde , y algunas ve ce s la e stre lla de la mañana, ya que e lla sue le ocultarse de spué s o salir ante s que e l Sol, que e n cualquie ra de los casos nunca e s un tie mpo mayor a tre s horas. Con e l Sol, como lo me ncioné ante s, sie ndo e l ce ntro, e l plane ta o mundo más ce rcano al Sol e s Me rcurio; su distancia de l sol e s de tre inta y cuatro millone s de millas, y se mue ve alre de dor e n un círculo sie mpre a la misma distancia de l Sol, como una tapa de be ría de girar alre de dor de un camino por e l que un caballo camina e n un molino. El se gundo mundo e s Ve nus; e stá a cincue nta y sie te millone s de millas de distancia de l Sol, y conse cue nte me nte se mue ve alre de dor e n un círculo mucho más grande que e l de Me rcurio. El te rce r mundo e s e ste

que habitamos, y e l cual e stá a oche nta y ocho millone s de millas de distancia de l Sol, y conse cue nte me nte se mue ve alre de dor de un círculo mayor al de Ve nus. El cuarto mundo e s Marte ; e stá a cie nto tre inta y cuatro millone s de millas y conse cue nte me nte se mue ve alre de dor e n un círculo mayor a aqué l de la Tie rra. El quinto e s Júpite r; e stá a quinie ntas cincue nta y sie te millone s de millas, y conse cue nte me nte se mue ve alre de dor e n un círculo mayor a aqué l de Marte . El se xto mundo e s Saturno, e stá a se te cie ntas se se nta y tre s millone s de millas, y conse cue nte me n te se mue ve alre de dor e n un círculo que rode a a los círculos u órbitas de todos los otros mundos o plane tas. El e spacio, e ntonce s, e n e l aire , o e n la inme nsidad de l e spacio, que ocupa nue stro siste ma solar para que todos los mundos de se mpe ñe n sus re volucione s e n torno al Sol, e s de la e xte nsión e n una líne a re cta de l total de l diáme tro de la órbita o círculo e n e l cuál Saturno se mue ve alre de dor de l Sol, que sie ndo e l doble de su distancia al Sol, e s de mil quinie ntos ve intisé is

millone s de millas; y su e xte nsión circular e s de casi cinco mil millone s; Y su conte nido global e s de casi tre s mil quinie ntos millone s multiplicado por tre s mil quinie ntos millone s de millas cuadradas. 118 118

Nota de l Autor: Si se preguntara, ¿cómo puede saber el hombre estas cosas? Tengo una simple respuesta para dar, que es, que el hombre sabe cómo calcular un eclipse, y también sabe como calcular al minuto la hora cuando el planeta Venus, al hacer sus revoluciones alrededor del Sol, se alineará entre la Tierra y el Sol, y aparecerá a nosotros del tamaño de un gran chícharo entre la cara del Sol. Esto sucede no más de dos veces en alrededor de cien años, a la distancia de alrededor de ocho años una de otra, y ha sucedido dos veces en nuestro tiempo, ambas de las cuales fueron pronosticadas por cálculos, También se puede saber cuándo van a volver a suceder en los pró ximos mil años, o a cualquier otra porción de tiempo. P or lo mismo, el hombre no pudo haber sido capaz de hacer estas cosas si no hubiera entendido el sistema solar, y la manera en la que las revoluciones de los distintos planetas o mundos son efectuadas, el hecho de calcular un eclipse, o un tránsito de Venus, es una prueba que apunta a que el conocimiento existe; y para algunos miles, o incluso algunos millones de millas, más o menos,

Pe ro e sto, tan inme nso como e s, e s sólo un siste ma de mundos. Más allá de e sto, a una vasta distancia de ntro de l e spacio, más allá de cualquie r pode r de cálculo, e stán las e stre llas llamadas e stre llas fijas. Se le s llama fijas, porque no tie ne n un movimie nto rotatorio, como lo tie ne n los se is mundos o plane tas que he de scrito. Estas e stre llas fijas sie mpre e stán a la misma distancia una de otra, y sie mpre e n e l mismo lugar, como lo hace e l Sol e n e l ce ntro de nue stro siste ma. La probabilidad, e ntonce s, e s que cada una de e stas e stre llas fijas se a tambié n un Sol, alre de dor de l cual hay otro siste ma de plane tas, aunque muy re moto para de scubrirlo nosotros, e fe ctuando sus re volucione s, como nue stro siste ma de mundos lo hace alre de dor de nue stro Sol ce ntral. Por e sta se ncilla progre sión de ide as, la inme nsidad de l e spacio nos pare ce rá e star lle na con siste mas de mundos; y que ninguna parte de l e spacio se tie nde al de spe rdicio, tanto no hace ninguna diferencia sensible en distancias tan inmensas.

como ninguna parte de nue stro globo de tie rra y agua se de ja sin ocupar. Habié ndonos e sforzado e n e xpre sar, e n una mane ra familiar y se ncilla, alguna ida de la e structura de l unive rso, re gre so a e xplicar lo que ante riorme nte aludí, principalme nte , los grande s be ne ficios para e l hombre como conse cue ncia de la voluntad de l Cre ador al hace r una pluralidad de mundos, como lo e s nue stro propio siste ma, consiste nte de un Sol ce ntral y se is mundos, ade más de los saté lite s, pre fe re nte me nte a aqué l de cre ar sólo un mundo de vasta e xte nsión.

CAP ÍTUL O XV VENTAJAS DE L A EXISTENCIA DE M UCHOS M UNDOS EN CADA SISTEM A SOL AR Es una ide a que nunca he pe rdido de vista, la de que todo nue stro conocimie nto cie ntífico se de riva de re volucione s (e xhibidas a nue stros ojos y de ahí a nue stro e nte ndimie nto) que aque llos plane tas o mundos que compone n nue stro siste ma hace n e n sus circuitos alre de dor de l Sol. Si e ntonce s la cantidad de mate ria que contie ne n e stos se is mundos fue ran me zclados en un solo globo, la conse cue ncia para nosotros hubie ra sido, o que no hubie ra e xistido ningún movimie nto de re volución, o no hubie ra habido suficie nte de é l como para darnos las ide as y conocimie nto de la cie ncia que ahora te ne mos; y e s a partir de las cie ncias que se de rivan todas las arte s me cánicas que contribuye n tanto a nue stra fe licidad y confort te rre nal. Como e ntonce s e l Cre ador no hizo nada e n vano, así tambié n se de be cre e r que la e structura de l unive rso ha sido organizada de la mane ra más ve ntajosa

y be né fica para e l hombre ; y como ve mos, y se ntimos a partir de la e xpe rie ncia, los be ne ficios que obte ne mos de la e structura de l unive rso, formada como e stá, y cuyos be ne ficios no hubié ramos te nido la oportunidad de gozar si la e structura, tan le jos como se re lacione con nue stro siste ma, hubie ra sido la de un globo solitario, pode mos de scubrir al me nos una razón de porqué una pluralidad de mundos ha sido cre ado, y e sa rallón re clama la de vota gratitud de l hombre , así como su admiración. Pe ro no es para nosotros, los habitante s de e ste globo, únicame nte , a quie ne s e stán limitados los be ne ficios e xiste nte s a partir de la pluralidad de mundos. Los habitante s de cada uno de los mundos de los que e stá compue sto nue stro siste ma, gozan las mismas oportunidade s de conocimie nto que nosotros. Ellos obse rvan e l movimie nto de re volución de nue stra tie rra, como nosotros obse rvamos la suya. Todos los plane tas se re vue lve n a la vista de los otros; y, e ntonce s, la misma e scue la

unive rsal de la cie ncia se pre se nta por sí misma a todos. Tampoco e l conocimie nto se de tie ne ahí. El siste ma de mundos próximo a nosotros e xhibe , e n sus re volucione s, los mismos principios y e scue la de cie ncia, a los habitante s de su siste ma, como nue stro siste ma lo hace para nosotros, y de la misma mane ra a lo largo de la inme nsidad de l e spacio. Nue stras ide as, no sólo de l absoluto pode r de l Cre ador, más tambié n de su sabiduría y su be ne fice ncia, aume ntan e n proporción como conte mplamos la e xte nsión y la e structura de l unive rso. La solitaria ide a de un mundo solitario, rolando o e n de scanso e n e l inme nso océ ano de l e spacio, da lugar a la animada ide a de una socie dad de mundos, tan fe lizme nte re lacionados como para administrar, aún por su movimie nto, instrucción para el hombre . Ve mos nue stra tie rra lle na con abundancia; pe ro nos olvidamos de conside rar qué tanto de e sa abundancia se de be al conocimie nto cie ntífico que ha de sdoblado la vasta maquinaria de l unive rso.

CAP ÍTUL O XVI AP L ICACIÓN DE L O ANTERIOR AL SISTEM A DE L OS CRISTIANOS Pe ro, e n me dio de e stas re fle xione s, ¿qué habre mos de pe nsar de l siste ma cristiano de fe que se forma a partir de la ide a de un solo mundo, y aque lla no mayor e xte nsión, a como se mue stra ante riorme nte , de ve inticinco mil millas? Una e xte nsión que un hombre , caminando a razón de tre s millas por hora durante doce horas al día, si pudie ra continuar e n una dire cción circular, caminaría alre de dor e n su totalidad e n me nos de dos años. ¡Ay! ¿Qué e s e sto para e l impone nte océ ano de e spacio, y para e l totalme nte impone nte pode r de l Cre ador? ¿De dónde e ntonce s pudo surgir la solitaria y e xtraña pre sunción de que e l Todo Pode roso, que tuvo millone s de mundos igualme nte de pe ndie nte s de su prote cción, hubie ra re nunciado el cuidado de todo e l re sto, y hubie ra ve nido a morir e n e l nue stro, porque , así dice n, un hombre y una muje r comie ron una manzana? Y, e n la otra mano, ¿he mos de supone r que todos los

mundos e n la infinita cre ación tuvie ron una Eva, una manzana, una se rpie nte y un re de ntor? En e se caso, la pe rsona irre ve re nte me nte llamada e l Hijo de Dios, y e n ocasione s Dios mismo, no hubie ra te nido nada más que hace r que viajar de mundo e n mundo, e n una infinita suce sión de mue rte con ape nas un bre ve inte rvalo de vida. Ha sido por re chazar la e vide ncia, que la palabra, o las obras de Dios e n la cre ación, alcanza para que nue stros se ntidos, y la acción de nue stra razón sobre e sa e vide ncia, que muchos salvaje s y caprichosos siste mas de fe y re ligión se hayan fabricado y se hayan pue sto en marcha. Pue de n habe r muchos siste mas de re ligión que más allá de se r moralme nte malos pue de n se r e n muchos re spe ctos moralme nte bue nos; pe ro sólo UNO pue de se r cie rto; y aqué l ne ce sariame nte de be , como sie mpre de be rá, se r e n todas las cosas consiste nte con la e te rna palabra de Dios que conte mplamos e n sus obras. Pe ro tan e xtraña e s la construcción de l siste ma cristiano de fe , que toda e vide ncia que los cie los aportan al

hombre , lo contradice dire ctame nte o lo re pre se nta como un absurdo. Es posible cre e r, y yo sie mpre sie nto place r e n animarme a cre e rlo, que ha habido hombre s e n e l mundo que se conve ncie ron a sí mismos de que lo que llamamos un fraude piadoso, al me nos bajo circunstancias particulare s, pue de producir algún bie n. Pe ro e l fraude una ve z e stable cido, no se pue de e xplicar poste riorme nte ; ya que e s con un fraude piadoso como con una mala acción, que se e nge ndra una calamitosa ne ce sidad de se guir ade lante . La ge nte quié n originalme nte pre dicó e l siste ma cristiano de fe , y e n alguna me dida lo combinaron con la moral pre dicada por Je sús Cristo, pudie ron pe rsuadirse a sí mismos que e ra me jor que la mitología pagana que e ntonce s pre vale cía. De los prime ros pre dicadore s e l fraude continuó a los se gundos, y a los te rce ros, hasta que la ide a de se r un fraude piadoso se pe rdió e n la cre e ncia de se r ve rdade ra; y e sa cre e ncia nue vame nte se motivó por e l inte ré s de aque llos que se ganaban la vida pre dicándola.

Pe ro tal cre e ncia, por tale s me dios, inte rpre tada ge ne ralme nte por el laicado, e s próxima a se r imposible de acre ditar la continua pe rse cución lle vada a cabo por la Igle sia, por varios cie ntos de años, e n contra de las cie ncias, y e n contra de los profe sore s de las cie ncias, si la Igle sia no tuvie ra algún re gistro o tradición que no fue ra originalme nte otra que un fraude piadoso, o no pre vie ran que no podría mante ne rse e n contra de la e vide ncia que la e structura de l unive rso aportaba.

CAP ÍTUL O XVII DE L OS M EDIOS UTIL IZADOS EN TODO EL TIEM P O, Y CASI UNIVERSAL M ENTE, P ARA ENGAÑAR A L A GENTE Habie ndo así mostrado las irre conciliable s inconsiste ncias e ntre la re al palabra de Dios que e xiste e n e l unive rso, y aque lla que e s llamada la palabra de Dios, como se nos mue stra e n un libro impre so que cualquie r hombre pudo hace r, proce do a hablar de los tre s principale s me dios que se han utilizado e n todas las e ras, y tal ve z e n todos los paíse s, para impone rse sobre la humanidad. Estos tre s me dios son e l Miste rio, e l Milagro y la Profe cía. Los dos prime ros son incompatible s con la ve rdade ra re ligión, y de l te rce ro de be ría sospe charse sie mpre . Con re spe cto al Miste rio, todo lo que obse rvamos e s, e n un se ntido, un miste rio para nosotros. Nue stra propia e xiste ncia e s un miste rio: la totalidad de l mundo ve ge tal e s un miste rio. No pode mos dar cue nta de cómo una be llota, cuando colocada e n la tie rra, se

hace de sarrollar a sí misma y se convie rte e n un roble . No sabe mos cómo e s que la se milla que se mbramos se de sdobla y se multiplica a sí misma, y nos re porta tal abundante inte ré s por tan pe que ño capital. El he cho como quie ra que se a, tan distinto de la causa que lo ope ra, no e s un miste rio, porque lo ve mos; y sabe mos tambié n los me dios que habre mos de usar, que no e s otro más que colocar la se milla e n la tie rra. Sabe mos, por e so, tanto como e s ne ce sario para nosotros sabe r; y e sa parte de la ope ración que no conoce mos, y la que si lo hicié ramos, no podríamos re alizar, e l Cre ador la toma por sí mismo y la re aliza por nosotros. Estamos, e ntonce s, me jor que si nos hubie ran contado e l se cre to, y nos de jaran a hace rlo por nosotros mismos. Pe ro aunque toda criatura cre ada e s, e n e ste se ntido, un miste rio, la palabra misterio no se pue de aplicar a la ve rdad moral, tanto como la oscuridad se pue de aplicar a la luz. El Dios e n e l que cre e mos e s un Dios de ve rdad moral, y no un Dios de miste rio y oscuridad. El

miste rio antagoniza con la ve rdad. Es una nie bla de inve nción humana que obscure ce la ve rdad, y la re pre se nta distorsionada. La ve rdad nunca se e nvue lve a sí misma e n un miste rio; y e l miste rio en el que en cualquie r mome nto e sté e nvue lto, e s obre de su antagonista, y nunca de sí misma. La Re ligión, e ntonce s, sie ndo la cre e ncia de un Dios, y la práctica de la ve rdad moral, no pue de e star cone ctada con e l miste rio. La cre e ncia de un Dios, tan ale jada de te ne r algo de miste rio e n e lla, e s de todas las cre e ncias la más se ncilla, porque surge ante nosotros, como se obse rvó ante riorme nte , a partir de la ne ce sidad. Y la práctica de la ve rdad moral, o e n otras palabras, una imitación práctica de la bondad moral de Dios, no e s otra más que nue stro actuar hacia los otros como Él actúa bondadosame nte hacia todos. No pode mos se rvir a Dios e n la mane ra e n que se rvimos a aque llos que no pue de n subsistir sin tal se rvicio; y, por e llo, la única ide a que pode mos te ne r sobre se rvir a Dios, e s aque lla de contribuir a la fe licidad de la cre ación vivie nte que

Dios ha he cho. Esto no pue de re alizarse re tirándonos de la socie dad de l mundo, y pasar una vida re cluida e n una de voción e goísta. La misma naturale za y dise ño de la re ligión, si así pue do e xpre sarlo, prue ba hasta la de mostración que de be se r libre de cualquie r forma de miste rio, y sin incumbe ncia con cualquie r cosa que se a miste riosa. La Re ligión, conside rada como un de be r, e s de incumbe ncia sobre toda alma vivie nte por igual, y, por e so, de be e star a nive l con la compre nsión y e nte ndimie nto de todos. El hombre no apre nde sobre re ligión como apre nde los se cre tos y miste rios de un oficio. Él apre nde la te oría de la re ligión por re fle xión. Ello surge a partir de la acción de su propia me nte sobre las cosas que ve , o sobre aque llo que pue da oír o le e r, y la práctica se une e n ade lante . Cuando e l hombre , ya se a por política o por un fraude piadoso, articula siste mas de re ligión incompatible s con la palabra o las obras de Dios e n la cre ación, y no sólo por e ncima si no re pugnante s a la compre nsión humana,

e staban bajo la ne ce sidad de inve ntar o adoptar una palabra que de be ría de se rvir como un límite a todas las pre guntas, inte rrogatorios y e spe culacione s. La palabra miste rio e ra la re spue sta a e ste propósito, y así ha pasado que la re ligión, que e s e n sí misma sin miste rio, ha sido corrompida a una nie bla de miste rios. Como e l miste rio conte staba todos los propósitos ge ne rale s, el Milagro continuó como un auxiliar ocasional. El prime ro sirvió para de sconce rtar a la me nte , y e l se gundo para e nre dar los se ntidos. El uno fue e l idioma, y e l otro la pre stidigitación. Pe ro ante s de se guir ade lante e n e ste te ma, se rá corre cto inte rrogar lo que se ha de e nte nde r por mila gro. En e l mismo se ntido e n que se pue de de cir que todo e s un miste rio, tambié n se pue de de cir que todo e s un milagro, y que ninguna cosa e s un mayor milagro que la otra. El e le fante , aunque más grande , no e s un milagro más grande que e l ratón: ni una montaña e s mayor milagro que un átomo. Para un pode r todo pode roso no e s más difícil hace r

una cosa que la otra, y no e s más difícil hace r un millón de mundos que hace r uno. Toda cosa, por e so, e s un milagro, e n un se ntido; aunque , e n e l otro se ntido, no hay tal cosa como un milagro. Es un milagro cuando e s comparado a nue stro pode r, y a nue stra compre nsión. No es un milagro comparado al pode r que lo actúa. Pe ro como nada en e sta de scripción comunica la ide a que se re laciona a la palabra milagro, e s ne ce sario lle var e l inte rrogatorio más ade lante . La humanidad h a conce bido para sí misma cie rtas le ye s, por las cuale s afirman que la naturale za e stá supue sta a actuar; y que un milagro e s algo contradictorio a la ope ración y e l e fe cto de aque llas le ye s. Pe ro a me nos que conozcamos la totalidad de aque llas le ye s, y de lo que comúnme nte se conoce como los pode re s de la naturale za, no somos capace s de juzgar si algo que nos pare zca incre íble o milagroso, e sté de ntro, más allá, o se a contrario a su pode r natural de actuar. La asce nsión de un hombre a varias millas de altura e n e l aire , hubie ra

te nido e n e lla todo lo que constituye la ide a de un milagro, si no fue ra conocido que se pue de ge ne rar una e spe cie de aire varias ve ce s más lige ro que e l aire atmosfé rico común, y aún pose e la suficie nte e lasticidad para pre ve nir que e l globo, e n e l cual e se aire lige ro e stá conte nido, de se r comprimido por e l aire común que lo rode a. De la misma mane ra, e xtrae r luce s y chispas de fue go de l cue rpo humano, tan visible s como las producidas por e l golpe de un me tal contra un pe de rnal, y causando que e l ace ro o e l hie rro se mue van sin ningún age nte visible , tambié n darían la ide a de un milagro, si no tuvié ramos conocimie nto de la e le ctricidad y e l magne tismo; así tambié n pasaría con muchos otros e xpe rime ntos e n filosofía natural, para aque llos que no conoce n e l te ma. Re staurar a la vida a pe rsonas que pare ce n mue rtas como se practica con pe rsonas ahogadas, tambié n se ría un milagro, si no se supie ra que la animación pue de se r suspe ndida sin que se a e xtinta. Ade más de e sto, hay actuacione s por jue gos de manos, y por pe rsonas

actuando e n concie rto, que tie ne n una aparie ncia milagrosa, las cuale s, cuando conocidas, no se pie nsa nada de e llas. Y, ade más de e stas, hay e ngaños me cánicos y ópticos. Ahora hay una e xhibición e n París de fantasmas y e spe ctros, que , aunque no se impone n sobre los e spe ctadore s como un he cho, tie ne una aparie ncia incre íble . Como, e ntonce s, no conoce mos la totalidad a la que e l arte o la naturale za pue de n lle gar, no hay un crite rio para de te rminar lo que e s un milagro; y la humanidad, al darle cré dito a las aparie ncias, bajo la ide a de que son milagros, e s suje to de se r abusada continuame nte . Como, e ntonce s, las aparie ncias son tan capace s de e ngañar, y las cosas que no son re ale s tie ne n un fue rte pare cido con cosas que lo son, nada pue de se r más inconsiste nte que supone r que e l Todo Pode roso hubie ra usado me dios, como aque llos que son llamados mila gros, que hubie ran suje tado a la pe rsona que los re alizó a la sospe cha de se r un impostor, y a la pe rsona que los re lató a se r sospe chosa de me ntir, y por

lo mismo sospe char de la te oría que inte ntaban apoyar como una inve nción fabulosa. De todos los modos de e vide ncia que alguna ve z se inve ntaron para obte ne r cre dibilidad para algún siste ma u opinión a la que se le ha dado e l nombre de re ligión, aqué l de milagro, tan e xitosa como haya sido la imposición, e s la más inconsiste nte . Ya que , e n prime r lugar, sie mpre que se ha re currido a e sta re pre se ntación, con e l propósito de procurar e sa cre e ncia (ya que un milagro, bajo cualquie r ide a de la palabra, e s una re pre se ntación) e llo implica una de bilidad o una pobre za e n la doctrina que se pre dica. Y, e n se gundo lugar, e stá de gradando al Todo Pode roso al pape l de un hombre e spe ctáculo, hacie ndo trucos para e ntre te ne r y hace r a la ge nte ve r y dudar. Tambié n e s e l tipo de e vide ncia más e quivocado que se pue de e mple ar; ya que la cre e ncia no ha de de pe nde r sobre aque llo llamado milagro, si no sobre e l cré dito de aqué l que lo re porta, quié n dice habe rlo visto; y, por e so, e l he cho, si fue ra cie rto, no te ndría me jor

oportunidad de se r cre ído a que si fue ra una me ntira. Supongamos que yo dije ra, que cuando me se nté a e scribir e ste libro, una mano se pre se ntó a sí misma e n e l aire , tomó la pluma y e scribió cada palabra que aquí e stá e scrita; ¿alguie n me lo cre e ría? Se gurame nte no. ¿Me lo cre e rían un poco más si aque llo hubie ra sido un he cho? Se gurame nte no. Por e llo un ve rdade ro milagro, si suce die ra, se ría suje to a la misma sue rte que una me ntira, la inconsiste ncia aume nta al supone r que e l Todo Pode roso hicie ra uso de me dios que no re spondie ran al propósito por e l cual fue ron pe nsados, aún si fue ran re ale s. Si he mos de supone r que un milagro se a algo totalme nte fue ra de l curso de lo que llamamos na tura leza , que e lla tuvie ra que salir de e se curso para lograrlo, y nosotros ve mos un re lato de tal milagro he cho por una pe rsona quié n dice habe rlo visto, surge una pre gunta e n la me nte muy fácil de de cidir, la que e s, ¿Es más probable que la naturale za salga de su curso, o que un hombre diga una me ntira? Nunca

he mos visto, e n nue stro tie mpo, a la naturale za salir de su curso; pe ro te ne mos bue nas razone s para cre e r que millone s de me ntiras se han dicho e n e l mismo tie mpo; e s, por e so, por lo me nos millone s a uno, la probabilidad de que e l re porte ro de l milagro e sté dicie ndo una me ntira. La historia de la balle na tragándose a Jonás, aunque una balle na e s lo suficie nte me nte grande para hace rlo, borde a e norme me nte lo maravilloso; pe ro se habría aproximado más a la ide a de milagro, si Jonás se hubie ra tragado a la balle na. En e sto, que podría se rvir para todos los casos de milagros, e l asunto se de cidiría a sí mismo de l modo de scrito ante riorme nte , básicame nte , ¿Es más probable que un hombre se hubie ra tragado una balle na, o que hubie ra dicho una me ntira? Pe ro supongamos que Jonás re alme nte se hubie ra tragado una balle na, y hubie ra ido con e lla e n su barriga a Nínive , y para conve nce r a la ge nte la hubie ra arrojado en su pre se ncia, de la comple ta talla y tamaño de una balle na, ¿e llos no habrían cre ído

que é l e ra e l diablo e n lugar de un profe ta? O si la balle na hubie ra lle vado a Jonás a Nínive , y lo hubie ra arrojado de la misma pública mane ra, ¿e llos no hubie ran cre ído que la balle na fue ra e l diablo, y Jonás uno de sus diablillos? La más e xtraordinaria de todas las cosas llamadas mila gros, re latadas e n e l Nue vo Te stame nto, e s aque lla de l diablo volando le jos con Je sús Cristo, y lle vándolo a la cima de una montaña; y a la punta de l pináculo más alto de l te mplo, y mostrándole y prome tié ndole todos los re inos de l mundo. ¿Cómo pasó que é l no de scubrió Amé rica? ¿o e s que e s sólo e n los re inos que su alte za tie ne algún inte ré s? Te ngo mucho re spe to por e l carácte r moral de Cristo para cre e r que é l mismo contó e sta balle na de milagro: así como tampoco e s fácil acre ditar por qué propósito pudo habe r sido fabricado, a me nos que fue ra para some te r a los conoce dore s de milagros, así como algunas ve ce s se practica sobre los conoce dore s de las mone das de la Re ina Ana, y los cole ccionistas de re liquias y antigüe dade s; o re pre se ntar la cre e ncia

de milagros ridículos, al e xage rar milagros, como Don Quijote e xage raba la corte sía; o para ave rgonzar la cre e ncia e n milagros, al hace r dudoso por qué pode r, ya se a de Dios o de l diablo, se re alizó cualquie r cosa llamada un milagro. Se re quie re , de cualquie r mane ra, una gran cantidad de fe e n e l diablo para cre e r e ste milagro. De sde cualquie r punto de vista e n e l que aque llas cosas llamadas milagros se pue dan colocar y conside rar, su re alidad e s improbable , y su e xiste ncia inne ce saria. Ellos no h ubie ran, como se obse rvó ante riorme nte , re spondido ningún propósito útil, aún si fue ran re ale s; ya que e s más difícil obte ne r la cre e ncia e n un milagro, que e n un principio e vide nte me nte moral, sin ningún milagro. Un principio moral habla unive rsalme nte por sí mismo. Un milagro pue de se r sólo una cosa de l mome nto, y pre se nciado sólo por unos pocos; de spué s de e sto re quie re una transfe re ncia de fe de Dios al hombre para cre e r un milagro basado e n un re porte humano. Entonce s, e n lugar de admitir los re citale s de milagros como

e vide ncia de algún siste ma de re ligión como cie rtos, e llos de be rían se r conside rados como síntomas de que dichos siste mas son fabulosos. Es ne ce sario para e l total y re cto carácte r de la ve rdad que hay que re chazar la mule tilla; y e s consiste nte con e l carácte r de la fábula buscar la ayuda de aque llo que la ve rdad re chaza. Es tanto de l Miste rio y e l Milagro. Como e l Miste rio y e l Milagro tomaron cue nta de l pasado y e l pre se nte , la Profe cía tomó cuanta de l futuro, y re donde ó los tie mpos de la fe . No e ra suficie nte sabe r lo que se había he cho, había que sabe r lo que se habría de hace r. El supue sto profe ta e ra e l supue sto historiador de los tie mpos por ve nir; y si pasara que , al tirar con un largo arco de unos mile s de años, atinara a unos mile s de millas de una marca, la inge nuidad de la poste ridad lo conve rtiría e n un ce rte ro blanco; y si pasara que e stuvie ra dire ctame nte e quivocado, e ra sólo para supone r, como e n e l caso de Jonás y Nínive , que Dios se había arre pe ntido y había cambiado de pare ce r. ¡Qué clase de

tonto hace n de l hombre los siste mas fabulosos! Se ha mostrado, e n una ante rior parte de e sta obra, que e l se ntido original de las palabras prof eta y prof etiza r se ha cambiado, y que un profe ta, e n e l se ntido ahora aplicado a la palabra, e s una cre atura que transmite inve ncione s; y e s de bido a e ste cambio e n e l significado de las palabras, que los vue los y me táforas de los poe tas Judíos, y las frase s y e xpre sione s ahora re pre se ntadas oscuras al nosotros ignorar las circunstancias locale s a las que se aplicaban e n e l tie mpo que fue ron usadas, han sido e rguidas e n profe cías, y se han torcido en e xplicacione s a voluntad y la caprichosa pre sunción de se ctarios, e xpositore s y come ntaristas. Cualquie r cosa ininte ligible e ra algo profé tico, y cualquie r cosa insignificante e ra típica. Cualquie r me tida de pata hubie ra se rvido para una profe cía; y cualquie r harapo por un tipo. Si por un profe ta he mos de supone r a un hombre a quie n e l Todo Pode roso comunicó algún e ve nto que te ndría

lugar e n e l futuro, aún si hubie ran tale s hombre s, o no los hubie ran. Si los hubie ra, e s consiste nte cre e r que e l e ve nto comunicado se ría transmitido e n té rminos compre nsible s, y no re latados e n tal sue lta y oscura mane ra que salie ran de la compre nsión de aque llos que lo e scucharan, y tan e quívocos como para ajustarse a casi cualquie r circunstancia que pudie ra ocurrir de spué s. Es conce bir muy irre ve re nte me nte al Todo Pode roso, e l supone r que tratara de e sta mane ra tan jocosa a la humanidad; aún así todas las cosas llamadas prof ecía s e n e l libro llamado la Biblia cae n bajo e sta de scripción. Pe ro pasa con la Profe cía como pasa con e l Milagro. No podría cumplir con su propósito aún si fue ra re al. Aque llos a quie ne s habría de de círse le s una profe cía no podrían afirmar si e l hombre profe tizó o mintió, o si e lla habría sido re ve lada a é l, o si fue una pre sunción suya, y si la cosa que é l profe tizó, o pre te ndió profe tizar, habría de suce de r, o algo por e l e stilo, e ntre la multitud de cosas que e stán pasando todos los días,

nadie podía sabe r si é l lo sabía con anticipación, o si lo adivinó, o si fue algo accide ntal. Un profe ta, e ntonce s, e s un pe rsonaje inútil e inne ce sario; y e l lado se guro de l caso e s cuidarse de se r manipulados, quitándole e l cré dito a tale s re lacione s. Sobre todo, Miste rio, Milagro y Profe cía, hay apé ndice s que pe rte ne ce n a la fábula y no a la ve rdade ra re ligión. Son los me dios por los cuale s tantos ¡Helos a quí! y ¡Helos a llá ! han se parado al mundo, y se ha he cho un oficio de la re ligión. El é xito de un impostor dio ánimo al otro, el acallar de la concie ncia de hace r algo de bie n al continuar con un fraude piadoso los prote gió de l re mordimie nto.

RECAP ITUL ACIÓN Habie ndo e xte ndido e l te ma a una mayor distancia de la que originalme nte pre te ndía, lo voy a lle var a un cie rre abstraye ndo un sumario de l total. Primero. Que la ide a o la cre e ncia de una palabra de Dios e xistie ndo impre sa, o e n e scritura, o e n discurso, e s inconsiste nte e n sí misma por las razone s ya dispue stas. Estas razone s, e ntre muchas otras, son la ne ce sidad de un le nguaje unive rsal; la mutabilidad de l le nguaje ; los e rrore s a los que las traduccione s e stán suje tas, la posibilidad de suprimir totalme nte tal palabra; la probabilidad de alte rarla, o de fabricarla totalme nte , e impone rla al mundo. Segundo. Que la Cre ación que conte mplamos e s la re al y e te rna palabra de Dios, e n la que no pode mos se r e ngañados. Ella proclama su pode r, de mue stra su sabiduría, manifie sta su bondad y be ne vole ncia. Tercero. Que e l de be r moral de l hombre consiste e n imitar la bondad moral y be ne vole ncia que Dios manife stó e n la cre ación hacia sus

cre aturas. Que ve r como lo hace mos a diario la bondad de Dios hacia todo hombre , e s un e je mplo que llama a todo hombre a practicar lo mismo hacia los otros; y. conse cue nte me nte , que toda pe rse cución y ve nganza e ntre los hombre s, y toda crue ldad hacia los animale s, e s una violación de l de be r moral. No me pre ocupo ace rca de la mane ra de una futura e xiste ncia. Me conte nto con cre e r, hasta la convicción positiva, que e l pode r que me dio la e xiste n cia e s capaz de continuarla, e n cualquie r forma y mane ra que le plazca, ya se a con o sin e ste cue rpo; y me pare ce más probable continuar e xistie ndo de aquí e n ade lante a habe r e xistido, como ahora lo hago, ante s de que iniciara tal e xiste ncia. Es cie rto que , e n un punto, todas las nacione s de la Tie rra y todas las re ligione s concue rdan. Todas cre e n e n un Dios. Las cosas e n las que no concue rdan son las re dundancias ane xas a e sa cre e ncia; y por e so, aún si una re ligión unive rsal pre vale cie ra, e lla no va a e star cre ye ndo nada nue vo, si

no que va a e star de se chando las re dundancias, y cre ye ndo como el hombre lo hacía al principio 119. Adán, si alguna ve z hubo tal hombre , fue cre ado como De ísta; pe ro e ntre tanto, que cada hombre siga, como tie ne e l de re cho a hace rlo, la re ligión y e l culto que é l pre fie ra.

Nota de l Editor: ―En la inf ancia del mundo ‖, de acuerdo con la primera versión (Francés); y la estricta traducción del último enunciado es: ―el Deísmo era la religión de Adán, suponiéndolo un ser no imaginario; pero de cualquier ma nera deb erá dej arse a todo hombre, como es su derecho, la religión y el culto que ellos pref ieran ‖. 119

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