( eBook SPA) Michael S. Neiberg - La Gran Guerra 1914-1918

March 7, 2017 | Author: Vte Vteggsa | Category: N/A
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Michael S. Neiberg

La Gran Guerra Una historia global (1914-1918)

PAIDÓS Barcelona • Buenos Aires • México

Título original: Fighting the Great War Publicado en inglés, en 2005, por Harvard University Press, Cambridge, Ma., EE.UU. Traducción de Martín Rodrísniez-Courel Ginzo Cubierta de Joan Batallé

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © 2005 by the President and Fellows of Harvard College © 2006 de la traducción, Martín Rodríguez-Courel Ginzo © 2006 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona http://www.paidos.com ISBN: 84-493-1890-4 Depósito legal: B. 6.753/2006 Impreso en A & M Gráfic, S. L. 08130 Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain

A Dennis Showalter

Sumario

Agradecimientos...................................................................... Lista de abreviaturas ............................................................... Introducción: un intercambio de telegramas.........................

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1. Una desilusión cruel: la invasión alemana y el milagro del Marne 25 2. Sueltos como fieras salvajes: la guerra en Europa oriental 49 3. El territorio de la muerte: el estancamiento del frente occidental 75 4. Enviados a la muerte: Gallípoli y los frentes orientales. 101 5. Los nudos gordianos: la neutralidad norteamericana y las guerras por el imperio.................................................................... 127 6. Francia desangrada: la agonía de Verdún......................... 151 7. Una guerra contra la civilización: las ofensivas de Chantilly y el Somme........................................................................ 175 8. La expulsión del demonio: el desmoronamiento del Este 199 9. Salvación y sacrificio: la entrada de los norteamericanos, la cresta de Vimy y el Chemin des Dames....................... 223 10. Unos pocos kilómetros de barro líquido: la batalla de Passendale 245 11. Una guerra como no conocíamos: la amenaza de los U-booten y la guerra en África.......................................................... 269 12. El turno de Jerry: las ofensivas de Ludendorff................ 293 13. A cien días de la victoria: de Amiens al Meuse-Argonne 317 Conclusión: un armisticio a cualquier precio ..................... Lista de ilustraciones............................................................... Cronología de los principales acontecimientos..................... Personalidades.......................................................................... Fuentes principales ................................................................ índice analítico y de nombres.................................................

341 349 353 357 361 363

Agradecimientos

Empecé la etapa de escritura de este libro poco después de dos estimulantes experiencias intelectuales. En junio de 2003 asistí a la II Conferencia Europea de Estudios sobre la Primera Guerra Mundial, celebrada en la Maison Fran-caise de Oxford. Pierre Purseigle organizó y dio cobijo a la conferencia más estimulante, intelectualmente hablando, de cuantas haya asistido jamás. Como él y Jenny Macleod habían hecho en Lyon en 2001, Pierre reunió a un increíble elenco de eruditos de todas las disciplinas y nacionalidades. Tengo que agradecer a Pierre y a Jenny, y a todos los asistentes a esa conferencia —incluidos Nicolás Ginsburger, Adrián Gregory, Keith Grieves, Heather Jones, Jen-nifer Keen, Gary Sheffield, Dennis Showalter, Len Smith, Hew Strachan, Jeffrey Verhey y Vanda Wilcox—, que compartieran sus ideas conmigo. Poco tiempo después de la conferencia, Dennis Showalter y yo recorrimos en coche el frente occidental, empezando en Ypres y terminando en el cementerio norteamericano de Bony, en la Línea Hindenburg. Desde que lo conocí en 1998, Dennis ha sido para mí un maestro, un estudioso, un colega y un amigo ejemplar. Aceptó con generosidad leer este manuscrito y poner a mi disposición su erudición inigualable. Por todo lo que ha hecho por mí y por toda una generación de estudiantes de la Universidad de Colorado, de la Academia del Aire de Estados Unidos y de la Academia Militar de Estados Unidos, le dedico este libro con el mayor de los respetos. Hubo varios otros estudiosos de la Primera Guerra Mundial que me ayudaron a elaborar este libro, y, entre ellos, mis colegas John Abbatiello, Bill Astore y Mark Grotelueschen, con quienes he compartido el placer de enseñar y trabajar. Robert Bruce y yo hace mucho tiempo que mantenemos correspondencia a través del correo electrónico, gracias a lo cual he llegado a comprender mejor algunos matices sutiles de la guerra. William Philpott y Martin Alexander actuaron como magníficas cajas de resonancia mías durante nuestra estancia conjunta en París. También he de hacer extensivo mi agradecimiento a Emmanuel Auzais, Virginie Peccavy y Hugues y Joélle de Sacy, del Ejército del Aire francés; a Bobby O. Bell de la American Battle Monuments Commis-sion; y a Laurent Henninger y a André Rakoto, por su amistad y generosa

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hospitalidad durante mis estancias en Francia. Entre otros amigos que me ayudaron a lo largo del camino están Jeremy Black, Lisa Budreau, Jeannie Heidler, John Jennings, Michelle Moyd, Betsy Muenger y John Shy. Gracias también a Debbie Oliner, por su trabajo cartográfico, y a la familia Rolfe por compartir una casa y un perro en Gran Bretaña y por proporcionarme algunas de las fotos. El personal del Liddell Hart Centre for Military Archives, del Imperial War Museum y del Service Historique de PArmée de Terre de Vincennes fueron de una ayuda sin tacha, y agradezco profundamente el permiso de estas instituciones para citar su material. Me siento especialmente agradecido a Sabine Ebbols, del LHCMA, y a Stephen Walton y a Tony Richard, del IWM. Elwood White, John Beardsley y Marie Nelson me proporcionaron la misma ayuda maravillosa que siempre he recibido de la Biblioteca McDermott de la Academia del Aire. Este libro no habría sido posible sin el apoyo de Kathleen McDermott, de la Harvard University Press, y de mis colegas de la Academia del Aire de Estados Unidos, incluido el director de mi departamento, el coronel Mark Wells, y el subdirector, el teniente coronel Vanee Skarstedt. Holger Herwig y Edward M. Coffman son autores de eficaces informes que mejoraron el libro; si subsiste algún error, la responsabilidad es mía. Y como siempre, el mayor agradecimiento va para mi familia. A mi esposa, Barbara, y a mis dos hijas, Claire y Maya, que soportaron con alegría las visitas a los campos de batalla y a los archivos, aunque me parece que París fue sólo un sacrificio menor. Mi familia, Larry, Phyllis y Elyssa Neiberg, y mi familia política, John, Sue, Brian Michele yjustin Lockley me han dado su apoyo incondicional en todos mis empeños. Gracias a todos.

Lista de abreviaturas

Abreviaturas utilizadas en las notas: IWM

Imperial War Museum, Londres.

LHCMA Liddell Hart Center for Military Archives, Kings College, Londres. SHAT

Service Historique de l'Armée de Terre, Cháteau de

Vincennes.

Introducción Un intercambio de telegramas

íLl 29 de julio de 1914 el zar Nicolás II de Rusia envió un telegrama a su primo, el kaiser Guillermo II de Alemania, pidiéndole ayuda: En este momento tan grave, apelo a ti para que me ayudes. Se ha declarado una guerra innoble a un país débil. La indignación en Rusia, que comparto por completo, es inmensa. Preveo que muy pronto la presión a la que me veo sometido acabará abrumándome y me veré obligado a tomar medidas extremas que conducirán a la guerra. Con la única intención de evitar una calamidad de tal magnitud como sería una guerra europea, te suplico que, en nombre de nuestra antigua amistad, hagas cuanto esté en tus manos para impedir que tus aliados vayan demasiado lejos. Este telegrama fue el primero de una serie de diez que los dos monarcas europeos se intercambiaron durante los tensos días entre el 29 de julio y el 1 de agosto. La crisis de la que hablaban los dos hombres no era consecuencia del asesinato en Sarajevo, el 28 de julio, del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando, sino del ultimátum lanzado por Austria-Hungría a Serbia el 23 de julio. En Europa fueron pocos los que pensaron en ese momento que el asesinato conduciría a la guerra. Las ideas políticas del archiduque no eran bien vistas en la corte vienesa, y las monarquías europeas habían desairado con frecuencia a Francisco Fernando a causa de su matrimonio con una mujer de condición social inferior. Aunque ella murió también a manos del mismo asesino y dejaba tres hijos de corta edad, la monarquía austríaca se negó a colocar su cuerpo al lado del de su marido en la cripta de la familia real. Ninguno de los principales militares ni de las figuras políticas europeas consideraron que el asesinato fuera un acontecimiento lo bastante relevante para asistir al funeral o cancelar sus vacaciones estivales. Al principio, el Imperio austrohúngaro minimizó su significado; el propio emperador ni siquiera asistió al funeral de su sobrino. El clima de indiferencia pareció hacerse patente en todo el continente. El general ruso Alexei Brusilov, a la sazón de vacaciones en Alemania, observó que la gente del balneario donde veraneaba

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«se había mostrado indiferente» a los acontecimientos de Sarajevo.' Durante un tiempo, pareció que Europa podría sobrevivir a otra crisis más; o que, si tenía que estallar la guerra, ésta podría constreñirse a los Balcanes. Sin embargo, el ultimátum cambió la situación en Europa de manera espectacular. La resolución establecía unas condiciones de gran severidad contra Serbia, un país que, según creía la mayoría de los austrohúngaros, había precipitado el asesinato. Entre ellas, se incluía la exigencia de que se permitiera participar a los oficiales austrohúngaros en la investigación serbia del asesinato. Las condiciones eran una bofetada en pleno rostro tanto para Serbia como para Rusia, la autoerigida protectora de aquélla. Con la esperanza de que Serbia rechazaría las condiciones y, por tanto, les daría la excusa para la guerra, los austrohúngaros habían empezado a movilizarse aun antes de que hubiera vencido el plazo fijado para que los serbios respondieran. Brusilov consideró que el ultimátum había cambiado lo suficiente la situación para obligarle a poner fin a sus vacaciones antes de lo previsto y volver a su unidad. Al pasar por Berlín, se encontró con manifestaciones multitudinarias que pedían la guerra contra Rusia. La tensión siguió en aumento cuando las multitudes serbias y bosnias quemaron banderas austrohúngaras, y en Viena la muchedumbre hizo otro tanto con las serbias. En esta última ciudad, una turba cifrada en unas mil personas intentó asaltar la legación serbia. Como medida precautoria, la Royal Navy (Armada Británica), que por casualidad realizaba unas prácticas programadas de movilización, se hizo a la mar el 29 de julio. La crisis internacional repercutió incluso en Nueva York. El 30 de julio la Bolsa registró su primer cierre no programado en cuarenta años. El mismo día, Gran Bretaña interrumpió sus conexiones telegráficas con Alemania, y el gobierno alemán exigió a Rusia que expusiera sus intenciones antes de veinticuatro horas. La situación ya había alcanzado un punto de suficiente tensión para que los estadistas y militares de toda Europa cambiaran sus planes y volvieran al trabajo a toda prisa. Las tropas Rieron acuarteladas, se cancelaron los permisos, y se advirtió a los reservistas que no se alejaran de sus hogares. Podía ocurrir cualquier cosa. El asesinato del archiduque Francisco Fernando y el subsiguiente ultimátum austrohúngaro no tenían por qué haber provocado la guerra. La serenidad había prevalecido durante dos incidentes acaecidos en Marruecos (1905 y 1911), en la anexión de Bosnia por Austria-Hungría en 1908, y en las dos guerras de los Balcanes (1912-1913). Cualquiera de estas crisis podía haber conducido a una guerra generalizada, pero todo había discurrido pacíficamente. En 1914, sin embargo, tanto alemanes como austrohúngaros habían deci1. Alexei Brusilov, A Soldia's Notebook, I914-191S (1930), Westport, Connecticut, Green->.-.>ÍH¡ Pri-ss, 1V7I, pág. 4.

introducción

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dido que la guerra convenía más a sus intereses que la paz. El año anterior, el embajador francés en Alemania, Jules Cambon, había advertido de un cambio en la actitud alemana. El diplomático informó a su gobierno de que «a Guillermo II se le ha convencido de que la guerra con Francia es inevitable, y que ésta habrá de llegar un día u otro... [El jefe del Estado Mayor] el general [Hel-muth von] Moltke se ha expresado en idénticos términos que su soberano. También ha declarado que la guerra es necesaria e inevitable».2 En 1914 Alemania y Austria-Hungría tenían decidido que el momento de aquella guerra que consideraban inevitable ya había llegado. Ambos países temían la modernización en marcha del ejército ruso, cuya culminación estaba prevista para 1917. Si se garantizaba el apoyo de Alemania, Austria-Hungría pensaba que la guerra podía incrementar su influencia en los Balcanes y terminar con la amenaza paneslava representada por Serbia. Por su parte, Alemania confiaba en reducir a uno de sus principales rivales continentales, con toda probabilidad Francia, a una condición de mediocridad; pero esta última había realizado también reformas militares recientes. La más destacable, aprobada en 1913 en respuesta a la segunda crisis marroquí, ampliaba el período de prestación del servicio militar obligatorio de dos a tres años. Una vez aplicada en su totalidad, la ley de los tres años prometía aumentar el número de soldados franceses en activo en casi un tercio. Por consiguiente, los oficiales alemanes ya habían dado todo su apoyo a sus aliados austrohúngaros el 5 de julio, aun cuando semejante actitud implicaba la amenaza de guerra con Rusia. Incluso mientras los soberanos de Rusia y Alemania buscaban una forma de evitar la guerra a través de su correspondencia telegráfica, los militares de sus países se estaban preparando para el conflicto armado. El kaiser Guillermo se reunió con su general de mayor rango, Helmuth von Moltke, sobrino del legendario general que había conducido los ejércitos prusianos a brillantes victorias sobre Dinamarca, Austria y Francia entre 1864 y 1871. El kaiser pidió a Moltke que se preparara ante la contingencia de una guerra con Rusia. Moltke informó al kaiser de que no era posible una contienda sólo con Rusia, toda vez que los planes de guerra alemanes exigían primero enfrentarse con Francia, a fin de eliminar al principal aliado de aquélla. El plan requería también un ataque a través de Bélgica para amenazar los flancos de las defensas francesas, lo que supondría una amenaza de guerra con Gran Bretaña, a la que preocupaba mantener limpio de barcos alemanes el litoral británico del canal de la Mancha. Las aspiraciones globales de Alemania y la torpe diplomacia del kaiser habían colocado a Moltke y a sus predecesores en la difícil posición de tener que 2. Cambon, citado en Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World War, vol. 1, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 101.

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Los reservistas alemanes se dirigen al frente en 1914 entre las aclamaciones de la multitud. Los planes de guerra alemanes se apoyaban en la utilización de las reservas en las operaciones ofensivas, a fin de colocar el mayor número posible de hombres en Bélgica y Francia durante las primeras semanas del conflicto. {National Archives)

encarar una guerra de múltiples frentes en inferioridad numérica, tanto por tierra como por mar. Los enfrentamientos bélicos previos de prusianos y alemanes se habían visto favorecidos por los objetivos limitados de sus generales y las rápidas victorias. Bajo el reinado de Guillermo II, Alemania se había hecho poderosa, pero sus ambiciones habían sobrepasado su poder. La firma en 1907 de la Triple Entente (Rusia, Francia y Gran Bretaña) había unido a los tres rivales más poderosos de Alemania. Por tanto, Moltke daba por sentado que la guerra con uno significaba la guerra con todos. Por consiguiente, le dijo al kaiser que él no podía preparar una guerra sólo con Rusia, ni siquiera podía desviar el grueso de las tropas germanas hacia el este para combatir con los rusos primero. Si Alemania iba a ir a la guerra, tendría que empezar por combatir en Bélgica y en Francia. El kaiser le respondió, diciéndole: «Tu tío me habría dado una respuesta diferente». La reprimenda llevó a Moltke a confiar a su esposa que se había sentido «un hombre deshecho y he vertido lágrimas de desesperación... Mi confianza e independencia han sido destruidos».1 Con 3. Moltke, citado en Robert Asprey, Tbe First Battle oftbe Mame, Filadelfía, Lippincourt, 2,pág. 34.

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La situación de París —objetivo de las operaciones alemanas en 1914— la hacía en buena medida indefendible. Los estrategas franceses, confiando en asumir la ofensiva, habían preparado la defensa de la capital de manera inadecuada. (United States Air Forcé Academy McDermott Library. Colecciones especiales) ,fn ,\, semejante estado de ánimo, Moltke partió hacia el campo de batalla al mando de los ejércitos alemanes. ■ En Rusia, el primo del kaiser se enfrentaba a un dilema parecido. El zar había ordenado a sus generales que preparasen sólo la movilización de los cuatro distritos militares que tenían frontera con el Imperio austrohúngaro. Nicolás II confiaba en que el optimismo que se desprendía de los telegramas del kaiser pudiera conducir a las negociaciones o, en el peor de los casos, a una guerra sólo entre Austria-Hungría y Rusia. El ministro de la Guerra ruso, Alexander Sazonov, no tardó en hacer añicos esas ilusiones. Advirtió al zar de que una movilización parcial crearía un peligroso estado de confusión. Rusia necesitaba tiempo para organizarse a lo largo y ancho de su enorme territorio y, en comparación con Alemania, sus activos ferroviarios eran limitados. Si Rusia no ordenaba una acción total, no tardaría en encontrar indefendibles sus fronteras con Alemania. El zar se avino a regañadientes, y el 30 de julio ordenó una movilización general. Aunque ninguno de los dos comprendió del todo las consecuencias de sus acciones, el zar y el kaiser habían dado los primeros pasos hacia su propia desaparición. En contraste directo con su triunfal historia militar, Alemania es-

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taba a punto de embarcarse en una guerra general contra la fuerza conjunta de tres enemigos poderosos. Sus únicos aliados eran el tambaleante Imperio austrohúngaro, que se abocaba a su extinción, y una nada fiable Italia, que no tardó en cambiar de bando. El alto mando alemán sabía que cuanto más durase la contienda, más se inclinarían las posibilidades de victoria del bando enemigo. Tendrían que ganar la guerra en Bélgica y Francia con rapidez o se arriesgarían a no ganar nada. En noviembre de 1918 tanto Nicolás como Guillermo habían pagado cara la guerra que iniciaron. En marzo de 1917 la revolución y la derrota militar condujeron a Nicolás a abdicar del trono; los bolcheviques lo asesinarían, junto con su familia, en julio del 1918. El reinado de Guillermo se prolongó sólo algunos meses más. El 10 de noviembre de 1918, pocas horas antes de que el nuevo gobierno alemán firmara el armisticio que ponía fin a la guerra que él había comenzado, Guillermo abdicó del trono y partió al exilio en Holanda. Los monarcas de Austria-Hungría y del Imperio otomano correrían suertes parecidas. Los vencedores de la Primera Guerra Mundial fueron los estados democráticos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Estos países, aunque aquejados de sus propias deficiencias estructurales, dependían menos de la autoridad de anticuados regímenes monárquicos. Fueron, por tanto, capaces de modificar o cambiar de gobierno cuando las situaciones lo exigieron, sin tener, al mismo tiempo, que desembarazarse de sistemas enteros. En consecuencia, no sufrieron revoluciones y pudieron formar gobiernos capaces de trabajar con los generales en aras de la victoria. Cuando falló un sistema de organización, crearon otro, hasta que terminaron por encontrar la fórmula del éxito. Por irónico que parezca, ninguno de los tres vencedores más poderosos de la Primera Guerra Mundial había buscado el conflicto en 1914. El gobierno francés, deseoso de evitar la guerra a menos que su territorio fuera amenazado, ordenó a sus unidades que se retiraran casi diez kilómetros de la frontera germana y que se quedaran allí salvo que Alemania invadiera realmente Francia. Aunque algunos nacionalistas franceses creían que la guerra con Alemania podía vengar la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871 y recuperar las provincias que se le habían arrebatado a su país tras aquel conflicto, lo cierto es que Francia había descartado hacía tiempo una guerra ofensiva para conseguir tales objetivos. Francia defendería sus fronteras, pero no iniciaría ningún conflicto bélico por su cuenta. Si la guerra iba a ser tan corta como predecían la mayoría de los expertos, el activo militar más importante de Gran Bretaña, su poderosa armada, tendría una participación escasa. Su pequeño ejército profesional no estaba diseñado para librar una gran guerra en el continente, y eso a pesar de la creación en 1907 de una Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) para facilitar su rápido

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En agosto de 1914 los oficiales británicos condujeron a su pequeño ejército contra el grueso del avance alemán en Francia y Bélgica; en la acción sufrieron un gran número de bajas. En 1916 un periodista comentó que el Ejército británico de antes de la guerra no era más que un «recuerdo heroico». (© Corbis) ¡.

despliegue. Los alemanes desdeñaban al Ejército británico y no hicieron ningún intento por hundir los transportes que trasladaron las tropas británicas a Francia y a Bélgica. Mejor era, creían Moltke y sus colegas, destruir la armada británica una vez llegara al continente, si es que el gobierno británico se atrevía en realidad a enviarla. Ni Gran Bretaña ni Francia acabaron de comprender en 1914 cuáles eran sus objetivos bélicos ni la forma de ejecutarlos. En ese mismo año, Brusilov creía que Francia estaba «muy lejos de estar preparada» para la guerra.4 La descripción que hace Douglas Porch del Ejército francés como «incapaz de 4. Brusilov, op. cit,, pág. 1.

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El teniente Benjamín Foulois (izquierda) y un instructor de Wright Aviation guían el único avión que poseía el Ejército norteamericano en 1910. Al cabo de una década, estos modestos inicios habían dado paso a una nueva forma de hacer la guerra, y Foulois se había convertido en el jefe del Servicio Aéreo de la Fuerza Expedicionaria Norteamericana. (United States Air Forcé Academy McDermott Library. Colecciones especiales)

decidir en qué época histórica vivía», podría aplicarse también a Gran Bretaña. * Las unidades de élite del Ejército francés fueron a la guerra en 1914 luciendo uniformes de llamativos colores, más propios de sus colonias africanas que de la moderna guerra de acero. Los británicos, por su parte, seguían comandados por héroes coloniales con una escasa comprensión de las complejidades de la política del continente, como era el caso del secretario de Estado para la Guerra, Horario Kitchener, y de sir William Robertson, que hablaba seis dialectos hindis, pero ni francés ni alemán. El Ejército británico no había combatido en el continente desde la guerra de Crimea de 1854-1856. Tanto británicos como franceses pagaron un precio muy alto por las elevadas curvas de aprendizaje que sufrieron desde 1914 a 1917. Hacia finales de 1917, sin embargo, aquella curva de aprendizaje casi se había completado. Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos habían desarrollado unas estructuras industriales, políticas y militares que les ayudaron a sobrellevar la crisis de 1918. La victoria fue fruto de la combinación del perfecciona5. Douglas Porch, Marcb to the Mame: 'i'be Frencb Army, ISH1914, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, pág. VII. , ¡ ■

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miento en la destreza militar y de la evolución de un sistema de apoyo administrativo, económico y social que condujo al éxito en el campo de batalla. Se había avanzado mucho desde agosto de 1914, cuando el general Henry Wilson hizo su comentario acerca de la reunión en la que la máxima autoridad británica se había decidido por la guerra. La describió como «una reunión histórica de unos hombres que, en su mayoría, ignoraban por completo lo que estaban tratando».6 En 1917-1918 su descripción ya no encajaba con los máximos dirigentes civiles y militares de las potencias aliadas.7 Unos dirigentes que supervisaban unos enormes aparatos militares, con la infraestructura para mantenerlos. Como consecuencia de la creación aliada de un sistema conjunto civil y militar, en noviembre de 1918 el mariscal francés Ferdinand Foch condujo a los representantes del nuevo gobierno alemán hasta un claro en el bosque cerca de Compiégne. Allí, en un vagón de ferrocarril, el gobierno alemán se rindió, poniendo fin así a la guerra en cuyo desencadenamiento había desempeñado un papel tan significativo.

14. Wilson, citado en Asprey, op. cit., pág. 40. 15. La Triple Entente hace referencia al acuerdo diplomático entre Gran Bretaña, Francia y Rusia. En septiembre de 1914 estos países firmaron el Pacto de Londres, en virtud del cual e cieaba la Alianza de la Entente. A partir de entonces, estas naciones y las que lucharon a su lado fue ron conocidas como los aliados. -■.

Capítulo 1 Una desilusión cruel La invasión alemana y el milagro del Mame

El soldado francés no ha perdido ninguna de las cualidades militares de su estirpe; conserva todo su valor y ardor atacante, pero estas mismas cualidades han de ser dirigidas con prudencia sobre el moderno campo de batalla o conducirán a un rápido desgaste de fuerzas. Boletín de operaciones francés del cuartel general del general Joffre a los jefes de las unidades, 21 de septiembre de 1914* Dado que los planes de guerra alemanes asumían que el enfrentamiento con uno de los miembros de la Triple Entente implicaba la guerra con todos ellos, las primeras operaciones de importancia que realizaron los alemanes se dirigieron hacia el oeste, contra Bélgica y Francia, dos países involucrados sólo de manera indirecta en la crisis precipitada por el ultimátum austrohúngaro. Para Alemania, el único delito de Bélgica era su desafortunada posición geográfica, y las condiciones de la Triple Entente obligaban a Francia a movilizarse sólo en el caso de una movilización alemana, y a atacar si Alemania atacaba a Rusia. Francia no tenía que haberse visto involucrada en absoluto en la crisis de julio. Aunque resulte irónico, el inicio de la guerra por parte de Rusia —el principal problema diplomático de los alemanes durante dicha crisis— supuso únicamente una preocupación secundaria para Alemania; mientras siete ejércitos alemanes se dirigieron hacia el oeste, sólo el octavo se encaminó hacia el este. Combatir según lo previsto Los planes de guerra alemanes siguen siendo objeto de una intensa controversia histórica, aunque los estudiosos han alcanzado un consenso general sobre tres puntos. Primero, que los alemanes asumieron la necesidad de derrotar a * El epígrafe está extraído del Boletín de Operaciones de 21 de septiembre de 1914 «Opéra-tions du 2 au 25 aoüt 1914», SHAT fondos BUAT 6N9, caja 8, exp. 5.

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Francia antes que a Rusia porque suponían que aquélla se movilizaría con más rapidez que ésta. Segundo, que Alemania asumió que tenía que flanquear las fortificaciones francesas violando la neutralidad de Bélgica siempre que fuera para derrotar a Francia con la suficiente rapidez para volver al este y enfrentarse a los rusos. Tercero, que Alemania supuso o que Gran Bretaña no lucharía por la neutralidad belga (con la memorable alusión del kaiser al tratado de 1839 como «un pedazo de papel»), o que, si lo hiciera, los alemanes derrotarían a la pequeña Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) en cualquier parte del continente. Para los estrategas alemanes, la posible intervención del Ejército británico no suponía, por tanto, un desafío de importancia. Para conseguir este ataque relámpago sobre Bélgica y Francia, el 2 de agosto los alemanes empezaron a desplegar siete de sus ocho ejércitos hacia el oeste. Las unidades responsables del principal avance a través de Bélgica fueron el I y II Ejército, con 320.000 y 260.000 hombres, respectivamente. Dos ejércitos más, el III y el IV, prestaban su apoyo atravesando Luxemburgo y el sur de Bélgica, mientras que al V, VI y VII se les encomendó la defensa de Alsacia y Lorena. Moltke estableció su cuartel general en Luxemburgo, que resultó hallarse demasiado lejos de sus ejércitos para ejercer un control real sobre ellos, y demasiado lejos de Berlín para conservar una comprensión cabal de la situación general. Aunque la acción violaba un tratado firmado por Alemania, un ataque a través de la neutral Bélgica ofrecía diversas ventajas de importancia. La línea más poderosa de fortificaciones de Francia discurría a lo largo de la frontera alemana, desde Verdún a Toul y desde Epinal a Belfort. A excepción de Mau-beuge, los fuertes existentes en el noroeste de Francia se hallaban en un estado de deterioro general, puesto que los franceses habían concentrado su gasto militar en armas ofensivas. Además, las fuerzas francesas se concentraban a lo largo de la frontera con Alsacia y Lorena. Si los alemanes eran capaces de moverse con rapidez, los ejércitos franceses podrían estar demasiado lejos de París para evitar que los alemanes tomaran o rodearan la capital. Bélgica parecía propicia para la ocupación. Tenía una fuerza militar pequeña, que ascendía a 117.000 hombres, una cifra que no era ni la mitad de la del II Ejército alemán. Carecía, además, de muchas de las armas de guerra modernas, y la preparación de su Estado Mayor y de sus servicios auxiliares se situaba muy por debajo de los niveles de sus vecinos más poderosos. Celosa de su neutralidad, Bélgica no había mantenido negociaciones de importancia antes de la guerra ni con Francia ni con Gran Bretaña. Algunos alemanes habían esperado, incluso, que los belgas tal vez permitieran a los ejércitos alemanes atravesar libremente su país, en lugar de intentar resistirse. En contra de tales expectativas, y pese a la abrumadora desigualdad a la que se enfrentaban, los belgas se prepararon para resistir. Sus esperanzas resulta-

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ron ser una serie de ciudades fortificadas que protegían los principales ríos, carreteras y líneas ferroviarias del país. Entre las más fuertes se encontraba Lie-ja, con doce fuertes independientes, 400 piezas de artillería y capacidad para mantener a una guarnición de 20.000 hombres. Namur, al sudoeste de Lieja, tenía nueve fuertes que, según creían los comandantes belgas, podrían resistir durante nueve meses sin refuerzos. Tanto Lieja como Namur se levantaban en la línea de avance del II Ejército alemán. La más impresionante de todas las fortificaciones belgas se erigía más al norte y protegía a la ciudad portuaria de Amberes. Sus defensas estaban integradas por más de 43 km de líneas exteriores, 17 fuertes independientes y casi 13 km de murallas interiores. Los alemanes no pretendían asediar las fortificaciones belgas; lo que planeaban era arrasarlas con artillería moderna fabricada con ese propósito. Los obuses de 280 mm alemanes podían disparar sus proyectiles hasta una distancia de casi 10 km, un alcance que sobrepasaba con creces la capacidad de respuesta de los cañones de las fortalezas belgas. Los proyectiles de estos obuses pesaban 336 kg y viajaban a una velocidad de 345 m/s, produciendo una energía de choque de más de seis mil toneladas. Una batería alemana experta podía disparar hasta veinte proyectiles por minuto.

Soldados alemanes en su avance a través de Bélgica. Las prisas excesivas y el miedo pro vocado por [as acciones de los partisanos pusieron nerviosos a los jóvenes soldados ale manes, lo que llevó a cometer atrocidades y represalias contra la población civil belga. (Library ofCongress) " ■ ■ ' .,.M \ ._/-,, ' ■ ,-, j .\r y i \t\ w

cas para protegerlas del fuego de artillería enemigo. El sistema de trincheras típico adoptaba una disposición en zigzag, tanto para evitar los ataques con fuego directo desde los flancos como para crear zonas de fuego entrelazadas mediante las cuales se pudiera cubrir cualquier punto dado por más de una ametralladora, rifle o pieza de artillería. De esta manera, el terreno entre dos sistemas de trincheras, conocido como «tierra de nadie», podía ser observado de manera permanente, y se podía batir cualquier punto por múltiples armas al mismo tiempo. Las defensas de primera línea incluían a menudo hasta tres líneas paralelas de trincheras diferentes, conectadas por trincheras de comunicaciones que discurrían, por lo general, en perpendicular al frente. La guerra de trincheras no fue una innovación del frente occidental, ni la mayoría de los europeos desconocían por completo de qué se trataba. Tanto la guerra civil norteamericana, en sus últimas etapas, como la guerra ruso-japonesa habían sido testigos de extensos sistemas estáticos de trincheras de

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campaña. Este último conflicto en especial hizo presa en las mentes de los oficiales más clarividentes de la Gran Guerra, algunos de los cuales habían sido observadores de su desarrollo. La mayoría de los mandos de alto rango, sin embargo, creían que la guerra de trincheras era una aberración pasajera, y no la condición normal del combate. Para los hombres, las trincheras a principios de 1915 no eran todavía los lugares miserables, embarrados y llenos de ratas y piojos que llegarían a convertirse, con el tiempo, en símbolo de la guerra. En 1914 y a principios de 1915, las trincheras ofrecían una protección vital contra las ametralladoras, la artillería y los elementos. Un soldado alemán observaba en las primeras semanas de la guerra que la vida en las trincheras era «más agradable que una larga marcha; uno se acostumbra a esa existencia, siempre y cuando los cuerpos de los hombres y de los caballos no huelan demasiado mal».1 A comienzos de 1915 las trincheras no se asociaban aún a la paralización indefinida. Incluso en la guerra ruso-japonesa, donde se imponía a menudo la potencia de fuego defensiva, determinaron que la infantería tomara con frecuencia las trincheras y obras de campaña del enemigo, si bien es cierto que con grandes pérdidas. Por lo tanto, en los primeros días de la guerra de trincheras en el frente occidental, muchos oficiales vieron éstas como un problema por superar, aunque, sin duda, no como una dificultad insalvable. Una vez se hubieran neutralizado o evitado las trincheras del enemigo, esperaban volver de lleno a la guerra de maniobra. Durante todo el conflicto, los planes operacionales exigieron una y otra vez la concentración de la caballería para explotar cualquier brecha que la artillería y la infantería abrieran en el sistema de trincheras del enemigo. Pero la realidad fue que en el frente occidental la caballería desempeñó sólo un papel de persecución significativo en muy contadas ocasiones, aunque la exigencia permanente de su preparación da fe de la perseverancia en la creencia de que podían romperse los sistemas de trincheras. Así pues, uno no debería criticar a los generales del frente occidental sin valorar primero en toda su extensión los problemas a los que se enfrentaban. Pocos generales aliados podían confiar en conservar sus puestos por mucho tiempo, si se empeñaban en seguir como abogados inexorables de la guerra defensiva. Los ciudadanos y gobernantes de las naciones aliadas esperaban de sus mentes militares, a la mayoría de las cuales seguían teniendo en gran estima, que encontraran una solución a la paralización y liberaran las regiones ocupadas. La guerra de trincheras colocó a aquellos hombres en un terreno intelectual que cada vez les era menos familiar. Muchos no consiguieron efec1. Fragmentos del diario de un soldado alemán, CLX Regimiento de Infantería, VIII Cuerpo, encontrado en una trinchera cerca de Souain, SHAT 19N159, caja 1, exp. 6, anotación del 9 de septiembre de 1914.

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tuar los cambios necesarios, y fueron numerosos los generales ineptos que mantuvieron sus puestos durante mucho más tiempo del que deberían. Que siguieran al mando a pesar de sus defectos fue, a menudo, cuestión de que no hubiera nadie con mejores soluciones evidentes que ocupara sus puestos. En los últimos tiempos, los historiadores se han esforzado en demoler el estereotipo tradicional del general insensible, a salvo detrás de las líneas, que ignoraba alegremente las cifras de bajas que se le presentaban.2 Como en cualquier conflicto bélico, la Primera Guerra Mundial tuvo su cuota de generales eficaces y de generales ineptos. Aquellos que triunfaron tuvieron a menudo que volver a aprender todo lo que creían que sabían sobre la guerra moderna. Los pocos cuyas experiencias formativas habían sido adquiridas en las guerras de la unificación alemana (1864-1871) se encontraron tratando con tecnologías, doctrinas y escalas operacionales completamente nuevas. En cuanto a los que eran demasiado jóvenes para haber combatido en aquellas guerras, muchos se habían hecho famosos en operaciones coloniales en África o Asia, una preparación apenas adecuada para el frente occidental. Varios habían alcanzado el rango de general sin haber oído siquiera un disparo en combate. El comandante francés Joseph Joffre era uno de aquellos generales cuyas experiencias en Madagascar e Indochina habían configurado su punto de vista. Su plan de librar una guerra de estratagemas en 1914 había conducido a su ejército al callejón sin salida en el que se encontraba al finalizar el año. Nada proclive a quedarse sentado ociosamente mientras el enemigo ocupaba una buena franja del territorio de su país, Joffre buscó un lugar en el frente en el que una ofensiva tuviera todas las posibilidades de cambiar la situación a favor de Francia. El mayor peligro para su patria, creía Joffre, residía en el saliente gigante que, extendiéndose desde Arras a Craonne, sobresalía hacia Com-piégne y llegaba, en su extremo más septentrional, a 10 km escasos de París. El frente de este saliente se situaba entre las ciudades de Noyon, en el lado alemán de la línea, y Soisson, en el lado aliado. La ofensiva de Champaña y Neuve Chapelle El 20 de diciembre de 1914 Joffre ordenó una serie de ataques contra el saliente con la esperanza de lograr una penetración. Los ataques por el norte se dirigieron contra Noyon, mientras que los del sur presionaron la línea entre 2. Véase especialmente Gary Sheffield, Porgotten Victory: The First Wold War, Myth and Reali-tics, Londres, Headline, 2001, y Brian Bond, The Unquiet Western Front, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.

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Un avión Spad II francés patrulla el frente occidental. Adviértase que el artillero apunta su ametralladora por detrás del avión. En 1916 los alemanes presentaron una ametralladora provista de un mecanismo que evitaba el disparo cuando la pala de la hélice estaba en la línea de mira. Tal dispositivo permitía a los pilotos disparar a través del círculo descrito por la hélice, dando origen así al verdadero caza. (United States Air Forcé Academy McDermott Library. Colecciones especiales)

Reims y Verdún. Estos ataques, que no pasaron de ser unos avances mal coordinados contra unas posiciones fuertemente defendidas, recordaron más a las frustraciones de la batalla de las Fronteras que a la fluidez de la del Marne. Su fracaso demostró que los asaltos frontales no sólo ocasionaban unas bajas tremendas a las desprotegidas unidades de infantería, sino también que no tenían muchas posibilidades de abrir brecha alguna en las líneas enemigas. El 8 de enero los alemanes aprendieron una lección parecida al intentar lograr su propia ruptura en una ofensiva lanzada contra Soissons. Aunque consiguieron hacerse con algunas pequeñas cabezas de puente al sur del río Aisne y conservar Soissons hasta septiembre, no lograron penetrar más de lo que lo habían logrado los franceses. Una vez más, el desventurado kaiser había sido invitado por su Estado Mayor para que se acercara al frente y fuera testigo de la toma de un objetivo importante, esta vez la ciudad de Reims, en Champaña. De nuevo, tuvo que asistir al fracaso de las tropas alemanes para culminar su misión. Tanto en el ataque francés como el contraataque alemán

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la defensa había mantenido la supremacía, subrayando la desventaja táctica en que las armas modernas colocaban a los atacantes. En la carta que un soldado francés escribió a un amigo en febrero de 1915, se pone de relieve el impacto que estaba teniendo la guerra sobre la naturaleza y los combatientes: Cuando llegamos aquí en el mes de noviembre, esta llanura era magnífica, sus campos rebosaban de remolacha hasta donde la vista alcanzaba, había granjas prósperas diseminadas por doquier y abundaba el trigo. Ahora, es la tierra de la muerte. Todos sus campos están reventados, pisoteados, las granjas han sido quemadas y arruinadas y es otro el cultivo que crece: pequeños montículos coronados por una cruz o tan sólo por una botella puesta del revés, en la que alguien ha colocado los papeles del hombre que yace allí. La muerte me ha rozado muchas veces con sus alas cuando me arrastro a toda prisa por las trincheras o los senderos para evitar la metralla de las granadas o las ráfagas de las ametralladoras.3 Quien escribió esto fue uno de los afortunados. Sobrevivió a la guerra. La ofensiva de Champaña demostró sin ningún género de duda las dificultades que planteaban los ataques. «La existencia del frente sigue impidiendo realizar cualquier maniobra», concluía un estudio interno francés sobre la campaña. «Sólo siguen siendo posibles los ataques frontales. Prepararlos y llevarlos a cabo requiere un trabajo rudimentario.» La potencia de fuego, sobre todo de las ametralladoras, convertía casi cualquier avance en un suicidio. «Mientras siga en acción una sola ametralladora [después de la fase de artillería]», finalizaba el mismo estudio, «las bajas pueden ser considerables.» 4 Las grandes cargas napoleónicas que los generales habían estudiado en clase, y que emulaban en los simulacros de combate, sencillamente no funcionaban en la era de las armas automáticas. De ahí en adelante, la guerra asistiría a los enérgicos esfuerzos por todos los lados, en especial por el de los aliados, para neutralizar o eludir aquella potencia de fuego. Mientras este proceso de cambio doctrinal daba comienzo, otros reformaban los ejércitos, que se convirtieron en instrumentos de experimentación de los generales. En agosto de 1914 el secretario de Estado de la Guerra británico, Horado Kitchener, había hecho un llamamiento en petición de volunta rios para los Nuevos Ejércitos, los hombres que sustituirían a los soldados profesionales de la BEE Kitchener y el gobierno británico confiaban en alis34. Jean-Pierre Guéno e Yvcs Lapluine (comps.), Paroles de Poilus: Lettres et Carnets du Front, 1914-1918, París, Librio y Radio Franco, !998, pág. 90. 35. Grand Quartier General [Cuartel General] Army of tlie East, «The war of February to Angust, 1915», SHAT Fondos BUAT 6N9, págs. 2 y 10.

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tar a 100.000 hombres, pero, en su lugar, y en menos de cinco meses, en Gran Bretaña se incorporaron a filas 1.186.000 hombres. Al finalizar 1915, 2.466.719 británicos se habían alistado en el servicio militar como voluntarios, a los cuales se unieron 458.000 más procedentes de Canadá y 332.000 australianos.5 Dado que Gran Bretaña no tenía un servicio militar generalizado antes de la guerra, pocos de aquellos hombres conocían siquiera los detalles más elementales de la vida militar; muchos no sabían ni disparar un rifle. Lo que a estos hombres les faltaba de experiencia, les sobraba de fría determinación. El periodista Philip Gibbs describió la actitud de aquellos soldados como de menos militar que resignada. Pocos de los hombres a los que entrevistó Gibbs afirmaron comprender la concatenación de acontecimientos diplomáticos que había conducido a Gran Bretaña a la guerra, y algunos mostraron casi tanta desconfianza hacia Francia como hacia los alemanes. Sin embargo, a un profundo nivel personal comprendían que su país estaba en peligro y que los había llamado a filas. La idea de que el Imperio británico estaba en peligro fue, advirtió Gibbs, el «verdadero llamamiento» que llevó a aquellos hombres a alistarse. Gibbs resumía la actitud de éstos con la frase: «Detesto la idea, pero hay que hacerlo».6 Aun cuando no combatieron mucho hasta el otoño, la mera creación de los Nuevos Ejércitos cambió de manera radical el sistema militar británico. Las guerras de Gran Bretaña habían sido, por tradición, responsabilidad de los profesionales voluntarios, que siempre se habían mantenido distanciados de la sociedad británica. En ese momento, el ejército era una fuerza enorme de ciudadanos con íntimas conexiones con la sociedad en general. Como tal, la ciudadanía exigía cambios en la naturaleza de las operaciones del ejército. En 1914 Kitchener había conseguido mantener alejados del ejército a los periodistas, pero casi no había un británico que no tuviera un amigo o un pariente en los Nuevos Ejércitos, y querían estar informados de las actividades de aquellos a los que amaban. En consecuencia, en marzo de 1915 el Ejército británico acreditó a regañadientes a sus primeros cinco corresponsales de guerra. Aunque Gibbs señaló que en la consideración del cuartel general británico los periodistas «apenas estaban por encima de los espías», los generales no tuvieron más remedio que aceptar este vínculo entre el ejército y la sociedad que lo sustentaba.7 Mientras los Nuevos Ejércitos se entrenaban y preparaban, los profesionales lo intentaron una vez más. Los británicos cubrieron las bajas sufridas por la BEF en 1914 trasladando soldados desde la India, lo que proporcionó 36. Sheffield, op.cit., pág. 43. 37. Philip Gibbs, Now It Can Be Told, Nueva York, Harper, 1920, pág. 69. 38. Ibid., pág. 13.

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por un tiempo los refuerzos necesarios mientras los nuevos reclutas terminaban su entrenamiento. Con estos refuerzos, el I Ejército de Douglas Haig elaboró un plan meticuloso para apoderarse de los alrededores de la ciudad de Neuve Chapelle. El Estado Mayor de Haig levantó una detallada cartografía de la zona para que fuera estudiada por los oficiales y la complementaron con precisas fotografías aéreas de la topografía y de las defensas alemanas. Los preparativos británicos impresionaron tanto a Joffre, que éste ordenó que el plan se trasladara y distribuyera entre los integrantes de su propio Estado Mayor como modelo para seguir. De hecho, la calidad de los preparativos británicos debería arrumbar el repetido estereotipo de que los oficiales de la Primera Guerra Mundial eran de una incompetencia manifiesta. El plan de Haig preveía realizar una penetración no por la fuerza bruta, como había hecho Joffre en Champaña, sino mediante toda la astucia que permitían las operaciones militares en 1915. Haig planeaba hacer de la virtud necesidad, limitando su descarga de artillería previa al ataque a sólo treinta y cinco minutos. Un bombardeo breve daría a los alemanes un tiempo limitado para reforzar el sector; en cualquier caso, la escasez de munición de artillería de alta potencia impedía que la descarga fuera mucho más larga. A fin de ocultar sus verdaderas intenciones, Haig proyectó varios ataques de diversión al norte y al sur de Neuve Chapelle. Por su parte, la aviación británica limpiaría el cielo de pilotos enemigos, garantizando que los alemanes no pudieran observar los movimientos británicos. El ataque principal se iba a producir en un estrecho frente de unos dos kilómetros y sería llevado a cabo por un gran contingente de 45,000 hombres con caballería de reserva. Al ocultar la verdadera intención de su plan, Haig confiaba en concentrar sus fuerzas en una parte pequeña del frente, algo que le permitiría conseguir una superioridad numérica local en el punto de ataque. Una vez atravesaran Neuve Chapelle, sus hombres se dirigirían hacia el sudoeste, cruzando por la pared meridional de una elevación del terreno conocida como la colina de Aubert. La fuerza de la operación de Neuve Chapelle residía en sus objetivos. Haig no pretendía aplastar el frente del saliente con la intención de matar todos los alemanes que pudiera, antes confiaba en que su penetración amenazara y acabara cortando la línea ferroviaria que discurría de norte a sur al este de Neuve Chapelle. Toda la posición alemana en ese sector dependía de los suministros que llegaban por aquella línea ferroviaria. Al cortar las comunicaciones alemanas con los centros de abastecimiento de Lille y Douai, Haig esperaba obligar a una retirada general de su enemigo sin sufrir grandes bajas. El plan funcionó casi por completo, gracias, en buena medida, a que el I Ejército británico seguía teniendo una dotación bastante nutrida de profesionales, los cuales podían entender semejante serie de preparativos cuidadosamente elaborados y, por tanto, complejos. Aunque limitada a sólo treinta y

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Los globos de reconocimiento como éste podían controlar los movimientos de las unidades enemigas y al mismo tiempo corregir la precisión del fuego artillero. Pronto se convirtieron en objetivos de los cazas enemigos. {NationalArchives) cinco minutos, la descarga de la artiilería británica fue intensa. En esa algo más de media hora, los británicos dispararon más proyectiles de artillería que los que utilizaron en toda la guerra Bóer, en una demostración de hasta qué punto la guerra moderna había llegado a depender de la industria. A las 7.30 de la mañana del 10 de marzo de 1915, la infantería británica empezó a avanzar en la confianza de que la artillería hubiera destruido las alambradas de espino que los alemanes habían desplegado delante de ellos, e impedido los intentos de éstos de reforzar el sector de Neuve Chapelle. li, Al principio todas las señales indicaban que Haig y su Estado Mayor habían elaborado una obra maestra. Tal y como Haig había esperado, sus preparativos pillaron completamente por sorpresa a los defensores alemanes, obligándolos a una retirada precipitada. La ciudad de Neuve Chapelle cayó en manos británicas en sólo treinta minutos, un logro notable para esta guerra desde cualquier punto de vista. En la parte oriental de la ciudad, las unidades alemanas, cogidas por sorpresa y en inferioridad numérica, se retiraron más aprisa de lo que los británicos podían perseguirlas. ; Sin embargo, a pesar de este éxito madrugador, la batalla degeneró enseguida. El refinamiento del plan para Neuve Chapelle no tardó en volverse en su contra. La relativa escasez de proyectiles de artillería había conducido a Haig y a su Estado Mayor a centralizar su utilización en el cuartel general del I Ejército, de manera que los comandantes locales no podían redirigir el fuego

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hacia donde lo necesitaban. Por otro lado, la carencia de radios de campaña obligó a diseñar un plan demasiado rígido, que fijaba unos objetivos para cada jefe de unidad, pero que no les dejaba ir más allá sin las instrucciones de los superiores del cuartel general. En muchos lugares las unidades británicas avanzaron tan deprisa, que tuvieron que esperar a que cesaran sus descargas de artillería preestablecidas antes de seguir avanzando. En otras zonas no encontraron ninguna oposición, pero no pudieron recibir la autorización de avanzar con la suficiente rapidez para explotar las oportunidades que se abrían ante ellos. La demora británica dio tiempo a los alemanes a reaccionar, y a las 17.30 de la tarde, después de trasladar hombres, artillería y ametralladoras al sector de Neuve Chapelle, consiguieron detener el avance británico a mitad de camino entre Neuve Chapelle y la colina de Aubert. En ese momento, las fuerzas británicas quedaron expuestas en un área sin trincheras, lo que las dejó sin posibilidad de defensa contra los contraataques alemanes del 11 y el 12 de marzo. Tales ataques obligaron a los británicos a retirarse hasta casi la línea inicial de partida. A cambio de 13.000 bajas (de las cuales, aproximadamente 4.000 fueron hindúes), los británicos habían estado a punto de conseguir sus objetivos, pero, en lugar de ello, todas sus ganancias se redujeron a una franja insignificante de terreno de apenas 1 km de fondo y 3 km de largo. Las bajas de los alemanes, alrededor de 15.000, fueron ligeramente más elevadas. Para los británicos, Neuve Chapelle fue, por igual, una «victoria gloriosa» y un «fiasco sangriento».8 La ofensiva había demostrado lo que se podía lograr con unos preparativos cuidadosos, aunque también la rapidez con que un éxito podía degenerar en fracaso. Neuve Chapelle ayudó a acabar con la ilusión de que la guerra podría concluir tras una gran batalla como Sadowa, Sedán o Waterloo; la guerra, empezaron a creer muchos, no acabaría pronto. Después de la batalla, uno de los generales del Estado Mayor de Haig concluyó que «me temo que Gran Bretaña tendrá que acostumbrarse a pérdidas mucho mayores que las de Neuve Chapelle, antes de que consigamos aplastar al Ejército alemán».9 Por sutil que fuera el plan de Neuve Chapelle, no se había traducido en la victoria que había buscado Haig. No obstante, éste y su Estado Mayor llegaron a la conclusión, no sin justificación, de que su plan no había fracasado. «Valoramos la operación como un éxito», recordaba uno de sus artífices, «y estábamos convencidos de que habríamos logrado nuestro objetivo de no haber sido por la mala suerte y unos 39. Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World War, vol. 2, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 283. 40. El general John Charteris citado en Martin Gilbert, The First World War: A Complete His tory, Nueva York, Henry Holt, 1994, pág. 133 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004).

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pocos errores.»1" La culpa de no haber conseguido más en Neuve Chapelle, adujeron muchos oficiales del Estado Mayor, se había debido al suministro inadecuado de proyectiles de artillería. Semejante análisis ignoraba la centra--lización de su artillería por parte de Haig una vez iniciada la fase de infantería, pero hacía hincapié en un problema de abastecimiento. En scSlo tres días, los británicos habían disparado a lo largo de un frente estrecho una sexta parte de sus reservas totales de munición artillera. A principios de mayo, la industria británica había suministrado únicamente dos millones de proyectiles de los seis millones prometidos para reemplazar a los utilizados en los primeros meses de la guerra. Sir John French manifestó a Charles Repington, el influyente corresponsal de guerra del londinense Times, su frustración hacia los políticos británicos, a quienes culpaba de la escasez y baja calidad de los proyectiles que había recibido la BEE Repington publicó las acusaciones, acuñando la expresión «crisis de proyectiles», la cual contribuyó a generar una crisis de confianza en el gobierno británico. 10. General sir Henry de Beauvoir de Lisie, «My Narrative ot" the Great Germán War», 1910, LHCMA, Colección de Lisie, Parte I, pág. 59.

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El estancamiento y el comienzo de la guerra química Más al norte, en Flandes, los británicos estaban convencidos de que tenían la situación bien dominada. Lo acontecido en 1915 hasta ese momento parecía demostrar que los alemanes seguirían a la defensiva en todo el frente occidental. Los británicos aprovecharon esta aparente inactividad para mejorar su posición y, a tal fin, triplicaron el número de soldados que tenían en el área de Ypres y tomaron el cercano Cerro 60 (llamado así porque se elevaba hasta sesenta metros de altura), una de las escasas elevaciones del terreno de Flandes. Estos preparativos fortalecieron el saliente de Ypres, aunque Horace Smith-Dorrien siguió considerando una imprudencia basar allí las defensas británicas. El saliente se proyectaba hacia el interior de las líneas alemanes formando una «C» invertida especialmente bien definida, lo que, en consecuencia, la exponía a los ataques desde el norte, el este y el sur. Smith-Dorrien propuso retirarse hasta detrás del canal de Ypres, que discurría por la retaguardia del II Ejército británico, y enderezar así la línea para dar a los alemanes menos opciones de ataque. Sir John, que seguía enfadado con Smith-Dorrien por su desobediencia en Le Cateau el verano anterior, se negó a considerar la idea. En la creencia de que los alemanes seguirían a la defensiva en Flandes, Foch invirtió buena parte de marzo y principios de abril en planificar un ataque contra la cresta de Vimy, una cadena de colinas situada en el norte de Arras, desde la que los alemanes podían observar todos los movimientos de los aliados en la zona. Las fuerzas alemanas habían utilizado también esas montañas para bombardear Arras, lo que se saldó con la práctica destrucción de las dos magníficas plazas de la población. Si los aliados eran capaces de aliviar la presión sobre la ciudad, podrían utilizarla como una base fiable de comunicaciones y abastecimiento para las operaciones contra el este. Foch llegó a obsesionarse con tomar la cresta de Vimy y la cercana cadena montañosa de Notre Dame de Lorette; esta pretensión hizo que ignorara las amenazas existentes en otros sectores. La concentración de los aliados en Arras se reveló costosa. Pronto empezaron a recibirse pruebas de que quizá los alemanes no fueran a quedarse de brazos cruzados en Flandes. Durante una incursión a pequeña escala a las trincheras alemanas, los soldados franceses habían capturado a un soldado enemigo que llevaba una máscara antigás rudimentaria. Otros prisioneros habían informado a los interrogadores franceses que las máscaras estaban pensadas para proteger a las fuerzas alemanas de los gases venenosos que éstas habían estado concentrando en la zona de Ypres. En un asalto a las trincheras realizado por ios británicos se descubrieron incluso unos cilindros que los alemanes planea-

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ban utilizar para lanzar el gas. Pese a todo, los cuarteles generales británico y francés emitieron sólo vagas advertencias de la posibilidad de que se utilizaran armas químicas en el sector de Ypres. Es probable que los mandos aliados interpretaran la información considerando que lo del gas era una añagaza. Las armas químicas contravenían las leyes internacionales sobre la guerra, y aunque todas las grandes potencias tenían algunos arsenales químicos, los británicos y los franceses no habían planeado utilizarlas y es probable que dieran por sentado que los alemanes no utilizarían las suyas por humanidad. Desde un punto de vista operacional, el único sistema de liberar el gas implicaba soltarlo de los cilindros dentro de sus propias líneas y confiar en un viento favorable que lo transportara. Los alemanes tenían la desventaja de estar en el este, lo que les situaba de cara a los vientos, generalmente predominantes, del oeste.11 Por la razón que fuera, los aliados se equivocaron de manera estrepitosa al juzgar las intenciones de los alemanes respecto a las nuevas armas. Su error les costó miles de bajas y a punto estuvo de costarles también todo el sector de Ypres. El comandante alemán Erich von Falkenhayn tenía tres objetivos en su ofensiva. En primer lugar, esperaba reducir la penetración del saliente de Ypres en sus líneas, que representaba un obstáculo para sus vías de comunicación. Además, pretendía alejar la atención del traslado al este de cuatro de sus cuerpos para unirse a la gran ofensiva oriental alemana en Gorlice-Tarnów. Y, por último, quería infligir un gran número de bajas al Ejército británico que defendía Ypres. Falkenhayn, al igual que muchos miembros de la élite alemana, consideraba a los británicos como el enemigo más implacable de Alemania en la lid imperialista y del comercio internacional. En palabras del canciller Bernhard von Bülow, Falkenhayn acusaba a los británicos de negarle a Alemania una posición destacada en el mundo. Al igual que el plan de Haig para Neuve Chapelle, los preparativos de Falkenhayn para lo que acabaría conociéndose como la segunda batalla de Ypres pusieron de relieve cierta destreza, pero también tuvieron algunos defectos. Falkenhayn decidió alcanzar el decisivo elemento sorpresa no acumulando grandes reservas en el sector de Ypres. En consecuencia, los aviones de reconocimiento británicos y franceses que sobrevolaban las líneas enemigas no advirtieron ninguna actividad inusitada. El general alemán esperaba utilizar el gas de manera coordinada con un intenso bombardeo de artillería, a fin de abrir brechas en las líneas enemigas. Cuanta mayor conmoción y pánico provocara la novedad de la guerra química, más posibilidades tendrían los alemanes de desguarnecer y explotar la posición del enemigo. 11. Por lo general, la situación de los alemanes en el levante se reveló como una gran ventaja: los ataques aliados al amanecer avanzaban en línea recta hacia el resplandor de la salida del sol.

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El ataque se inició con una descarga convencional de fuego artillero el 22 de abril de 1915. Más tarde ese mismo día, cuando los vientos empezaron a soplar del este, los soldados alemanes abrieron 5.000 botes de gas cloro. La nube verde provocó que una unidad territorial africana francesa se dejara llevar por el pánico y abriera una brecha de más de 6 km en las líneas aliadas al norte de Ypres. Los alemanes avanzaron con prudencia, ya que no querían meterse en la nube de gas y porque temían que un cambio en la dirección del viento hiciera retroceder el gas sobre ellos. Aun así, al cabo de veinticuatro horas habían tomado el tercio septentrional del saliente y se establecían sólo a unos 5 km de la propia Ypres. El plan de Falkenhayn, al igual que el de Haig, albergaba la simiente de su propio fracaso. La decisión alemana de no acumular reservas en el sector de Ypres había conseguido la sorpresa buscada; la falta de ellas, sin embargo, limitó la fuerza de Falkenhayn para aprovecharse de la brecha provocada por el ga>. Los soldados británicos aprendieron enseguida a improvisar máscaras antigás provisionales, empapando trozos de tela en cualquier líquido que tuvieran a mano. La I División canadiense, que contaba entre sus generales de brigada con el vendedor de pisos fracasado Arthur Currie, se desplegó por el norte de Ypres y retrasó el avance alemán. Currie fue nombrado jefe del Cuerpo canadienses en junio de 1917 y logró conducirlo a victorias espectaculares. Bajo su mando, el Cuerpo de canadienses se convirtió, a juicio de Dennis Sho-walter, en «la gran unidad de combate más perfecta de la historia moderna, en relación a sus circunstancias».12 Foch y sir John ordenaron contraataques que se saldaron con un gran número de bajas, si bien consiguieron disminuir el ímpetu de los ataques alemanes. Nuevos ataques en mayo permitieron a los alemanes apoderarse del tercio oriental del saliente, aunque la ciudad permaneció en manos aliadas. La segunda batalla de Ypres fue una victoria para los aliados sólo en la medida en que lograron mantener su posición, pero había sido un combate cruento (aproximadamente 15.000 bajas por cada bando), y el lamentable fracaso de los aliados en prepararse para la nube de gas requería una cabeza de turco. Como era lógico, sir John ofreció la de SmithDorrien, al que se le informó de su destitución por telegrama. Para ocupar su puesto, sir John, cuyos propios días estaban contados, ascendió a Herbert Plumer. A pesar de su corpulencia y un aspecto a todas luces nada militar, Plumer tenía una mente astuta y era un estratega. Desde entonces, casi todos los observadores del Ejército británico se han deshecho en elo12. Dennis Showalter, «Mastering the Western Front: Germán, British and French Approa-ches», comunicación presentada en la II ('(inferencia Europea sobre los estudios de la Primera Guerra Mundial, Universidad de Oxford, Inglaterra, 23 de junio de 2003.

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Los ataques con gas, como éste observado desde el aire, dependían de que las condiciones climatológicas fueran favorables. La imprevisibilidad de los vientos limitaba la utilidad y letalidad del gas, pese a lo cual siguió provocando tremendos sufrimientos. (NationalArchives)

gios hacia él y Tim Harrington, su talentoso jefe del Estado Mayor. Incluso Philip Gibbs, que se pasó gran parte de la guerra como periodista observando y criticando el funcionamiento interno del generalato británico, consideraba que formaban un equipo magnífico. El ascenso de Plumer compensó en parte la injusticia cometida con Smith-Dorrien. Ni Plumer ni la mayoría de los oficiales británicos percibieron la trágica ironía implícita en el casi éxito de Neuve Chapelle: la de que la acción había sido lo bastante satisfactoria para conducir a más ataques frontales contra posiciones enemigas preparadas. Esta lección planteaba el menor de los retos para el pensamiento militar tradicional y, por lo tanto, se convirtió en la interpretación habitual entre los generales aliados de mayor rango. Los más agresivos entre ellos querían repetir el plan operacional de Neuve Chapelle, con algunas modificaciones en cuanto a la envergadura de la preparación artillera, en otro punto de la línea. Terminada la segunda batalla de Ypres, Foch volvió a centrar su punto de mira sobre la cresta de Vimy. Como en Neuve Chapelle, los Estados Mayores aliados pretendían interrumpir las líneas laterales de abastecimiento alemanas que discurrían parale-

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las al frente occidental. Sin esas líneas de suministros, confiaban los aliados, tal vez los alemanes se vieran obligados a retirarse a campo abierto, donde la caballería podía perseguirlos. En esta ocasión, británicos y franceses planificaron coordinar dos ofensivas más o menos simultáneas y aproximadamente en la misma área general, con la intención de impedir la capacidad de los alemanes para concentrar los refuerzos. Mientras Foch y los franceses atacaban las colinas de Vimy, los británicos atacarían de nuevo en las cercanías de Neuve Chapelle, esta vez frente a la ciudad de Festubert. Los británicos introdujeron otra modificación en su doctrina. Después de haber comprobado la dificultad que entrañaban las acciones ofensivas, desarrollaron el concepto de los ataques de «morder y resistir». La idea implicaba apoderarse de un trozo de terreno de fácil defensa e incitar entonces al enemigo al contraataque; si éste mordía el anzuelo, tan ingeniosa táctica le traspasaba la carga del ataque. Aunque fueron muchos los oficiales que trabajaron en la idea, es al general Henry Rawlinson a quien hay que reconocerle su paternidad. Rawlinson, otro de los generales a los que despreciaba sir John, había mandado uno de los cuerpos que intervinieron en Neuve Chapelle. De esta manera, Festubert supuso una oportunidad para que los británicos empezaran a cambiar su doctrina militar. En Festubert, Rawlinson comandó un cuerpo bajo el mando global de Haig. Aunque los dos hombres mantenían desacuerdos, ambos compartían hasta ese momento el mismo desdén por las dotes de mando de sir John, lo que les había acercado profesionalmente. Tras concluir que el revés de Neuve Chapelle había sido consecuencia de la deficiente artillería, Haig y Rawlinson no estaban dispuestos a cometer dos veces el mismo error. Sin embargo, siguieron enfrentados al mismo problema de la escasez de proyectiles, sobre todo de los de alto explosivo, necesarios para dañar las trincheras y alambradas alemanas. En su lugar, los británicos disponían de una cantidad desproporcionada de granadas de metralla, efectivas para matar a los hombres a la intemperie, pero inútiles para hacerlo en las trincheras y en los refugios subterráneos. Para el ataque de Festubert, los británicos contaron nada más que con 71 cañones de más de 120 mm de calibre; y el 92 % de los proyectiles que dispararon fueron granadas de metralla.13 La escasez de munición limitó la preparación artillera del ataque a sólo cuarenta minutos, apenas una mejoría respecto al que habían utilizado en Neuve Chapelle. El 9 de mayo de 1915 asistió al avance de los ejércitos francés y británico contra sus respectivos objetivos. (Casualmente fue también el día en que 13. C. R. M. F. Truttwell, A History ofthe Great War, 19141918, Oxford, Clarendon Press, 1934, pág. 158. Otras fuentes sitúan el porcentaje de proyectiles con metralla en el 75 %, pero la ¡dea general ..le la excesiva dependencia de los británicos en la metralla sigue siendo cierta.

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los primeros hombres de los Nuevos Ejércitos embarcaron hacia Francia.) Los británicos no tardaron demasiado en descubrir que sus escasas reservas de proyectiles eran nada más que una parte del problema. Muchas de las piezas de artillería habían disparado más proyectiles en los primeros meses de la guerra que lo que estaban diseñadas para disparar a lo largo de su vida útil; en consecuencia, los tubos de muchas de ellas estaban combados y disparaban los proyectiles sin ninguna precisión. A esto vino a sumarse que mucha munición no estalló porque era defectuosa. Un informe de la época aseguró que los soldados habían visto muchos proyectiles llenos de serrín, y no de explosivos, aunque es posible que esta historia fuera sólo un rumor de campo de batalla, alentado para desviar las culpas por las derrotas de 1915 hacia los saboteadores o los que especulaban con la guerra. Como consecuencia de la mala calidad del apoyo artillero, el avance de la infantería fue incapaz de repetir el éxito inicial de Neuve Chapelle. Además, los alemanes, que habían aprendido de su experiencia, se habían atrincherado a más profundidad para protegerse de la artillería enemiga. Los británicos y los soldados hindúes avanzaron en una formación tan apretada, que los mandos alemanes dieron la orden de «disparar hasta que los cañones [de las ametralladoras] revienten». Durante la batalla, Rawlinson preguntó al jefe de una brigada la razón de que sus hombres no avanzaran. El general contestó: «Porque yacen fuera de combate en tierra de nadie, señor, y la mayoría no volverá a levantarse». Los informes del reconocimiento aéreo, que informaron de que los alemanes estaban reforzando el sector, indujeron a Haig a suspender la batalla. El Ejército británico sufrió casi 12.000 bajas en un día. Y los beneficios que compensaran aquel sacrificio eran nulos.14 Más al sur, cerca de Arras, a los franceses les había ido aún peor, a pesar de disponer de unas reservas más abundantes de munición artillera. Tras renunciar al elemento sorpresa, Foch ordenó un bombardeo artillero de seis días, durante los cuales los artilleros franceses dispararon más de 300.000 proyectiles contra las posiciones alemanas. Foch predijo con seguridad que la artillería cortaría las alambradas alemanas, permitiendo así que la infantería rompiera las líneas enemigas. También le dijo a Joffre que el éxito de su operación de la cresta de Vimy acabaría con la guerra en el frente occidental en tres meses. Los franceses hicieron algunos avances, tomando temporalmente una de las tres colinas principales de la cadena de Vimy y consiguiendo ascender por la ladera de otra cercana. El 15 de mayo las fuerzas de Foch habían movido la línea casi 5 km, pero el coste humano fue tremendo. El fracaso británico en Festubert permitió a los alemanes trasladar refuerzos hasta las colinas de 14. El general de brigada Oxley, citado en Gilbert, op. cit., pág. 160.

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Al contrario que sus homólogos de la metrópoli, que lucían brillantes colores, los soldados africanos del Ejército francés fueron a la guerra ataviados con uniformes caqui. Concebida para la guerra de África, esta indumentaria demostró ser muy adecuada para el fíente occidental. (© Bettmann/Corbis) ,.,.. .,

Vimy, lo que fortaleció enormemente la línea. De todos modos, Foch creyó que la línea alemana estaba a punto de romperse y ordenó otro ataque. El general francés siguió con la ofensiva hasta junio, aunque cada vez con menos ganas. En total, Francia sufrió unas espantosas 102.Üüü bajas, mientras que las que infligió a su enemigo no llegaron ni a la mitad de esa cifra. Con todas las partes escasas de munición y de reservas humanas, el verano transcurrió en una tranquilidad relativa. Ambos bandos necesitaban rea-provisionarse de munición y de repuestos ferroviarios, aunque también de ideas. Aunque los planes para 1915 representaron avances significativos respecto a los enfoques más que rudimentarios de 1914, no habían conseguido los resultados prometidos. Los generales aliados, que hasta ese momento habían conseguido librarse de que se los cuestionara en serio por la manera de dirigir la guerra, empezaron a ser objeto de un examen cada vez más minucioso. Tanto sir John como Joffre y Foch perdieron el halo de competencia que los había acompañado durante los primeros desastres. Por su parte, los generales culpaban de todo a la insuficiente artillería. En otoño de 1915 la producción diaria de proyectiles en Gran Bretaña era únicamente de 22.000 unidades; los alemanes estaban produciendo más de diez veces esa canti-

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dad.13 La «crisis de los proyectiles» se convirtió con rapidez en el tema de conversación más importante de los Estados Mayores de los cuarteles generales aliados y de sus capitales. Los problemas de los proyectiles y de la artillería afectaron también a Francia. El puntal del Ejército francés había sido su pieza de artillería de campaña de 75 mm, un arma ágil y precisa de tiro rápido, que se ajustaba a la perfección a la doctrina ofensiva francesa previa a la guerra. Sus proyectiles de trayectoria rasante de 75 mm, sin embargo, no podían dañar las defensas profundas de las líneas alemanas. En enero de 1915 Francia tenía sólo diecisiete cañones que disparasen proyectiles de más de 155 mm. Joffre y sus generales echaron las culpas de sus primeros fracasos en 1915 a la falta de cañones de gran calibre, aunque los políticos señalaron con acierto que el mismo Joffre había apoyado la dependencia de Francia del cañón de 75 mm en los años anteriores a la contienda. El reiterado argumento de Joffre de que la falta de municiones le había impedido ganar la guerra con rapidez se tornó poco convincente. El primer ministro francés, Rene Viviani, comentó al presidente Raymond Poincaré que Joffre «quiere hacernos creer que el fracaso de su ofensiva es culpa nuestra. Cuando empezó la ofensiva [de Champaña] conocía a la perfección las municiones de las que disponíamos. Lo que quiere es culpar al gobierno de los errores que él mismo ha cometido».16 El estado de tensión que se suscitó a raíz de la crisis de los proyectiles contribuyó a la remodelación de los gobiernos de Francia y Gran Bretaña. El 9 de mayo los británicos formaron un gobierno de coalición, y un mes más tarde se creó un Ministerio de Municiones. Al frente de éste se colocó al ministro de Economía, David Lloyd George, antiguo opositor a la guerra Bóer. Como medida provisional, el dinámico Lloyd George aumentó de manera espectacular los encargos de proyectiles a las fábricas de Estados Unidos, y empezó a reorganizar la industria del país, para lo cual se apoyó en la mano de obra femenina a fin de sustituir a los hombres que habían partido para el frente. Al iniciarse la guerra, prácticamente todos los órganos legislativos electos dieron muestras públicas de solidaridad para ayudar a sus gobiernos a actuar con más dinamismo. Las treguas no sólo eliminaron los debates partidistas, sino que retiraron de hecho a los parlamentos de los procesos decisorios durante los primeros años de la guerra. La autoridad de los ejecutivos empezó también a disminuir, en buena medida a causa de que eran pocos los respon15. Albert Palazzo, Seeking Victory on the Western Vrant: The British Army and Chemical Warfare in World War I, Lincoln, University ofNebraska Press, 2000, pág. 55. Los franceses estaban pro duciendo 100.000 por día. 16. Citado en Pierre Miquel, Les Poiliis: La Frunce Sacrífiée, París, Plon, 2000, p%s 20°-21ft.

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La marcha al frente de los trabajadores fabriles, junto con la cada vez mayor necesidad de municiones, provocó profundos cambios en la población activa durante la guerra. Todos los bandos pasaron a confiar en la mano de obra femenina para la fabricación de munición, como muestra esta factoría británica. (National Archives)

sables políticos que entendieran el intrincado funcionamiento del ejército. Ni el primer ministro británico, Herbert Asquith (primer ministro de 1908 a 1916), ni el presidente francés, Raymond Poíncaré, llegaron a comprender a fondo los cambios económicos, sociales y políticos que se estaban produciendo a su alrededor. El primer ministro, Rene Viviani, apenas si desempeñó algún papel en la toma de decisiones de alto nivel y acabó dimitiendo a favor del ministro de Asuntos Exteriores, Aristide Briand, en octubre de 1915. Los estados monárquicos sufrieron aun con mayor intensidad el creciente vacío de autoridad. El kaiser Guillermo II creía que sabía mucho más sobre el ejército de lo que en realidad alcanzaban sus conocimientos. La costumbre del Estado Mayor General en los años anteriores a la guerra de amañar los simulacros de combate, de manera que ganara siempre el bando del kaiser, no ayudó a que el monarca entendiera el ejército tal cual era, que en nada se parecía a lo que él deseaba que fuera. Ya desde el proceso de movilización, los limitados conocimientos del kaiser condujeron a su creciente marginación. Una vez que el propio Reichstag [cámara baja del Parlamento] dejó patente su propia írrelevancia, el ejército tomó cartas en el asunto. En consecuencia, a medida que la guerra se fue alargando, el ejército empezó, por fuerza, a asumir más y más responsabilidades en la dirección política y económica de la guerra.

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Las batallas de Artois y Loos En los primeros días de otoño los aliados creyeron que estaban listos para volver a atacar. Su plan requería llevar a cabo la mayor operación realizada hasta el momento. El ataque principal se lanzaría contra el saliente de Noyon, en Champaña, e intervendrían 35 divisiones de infantería francesas, que sumaban un total de 500.000 hombres. A modo de maniobra de diversión, Foch reanudaría sus ataques en las cercanías de la cresta de Vimy, mientras que los británicos atacarían justo al norte, cerca de la trascendental ciudad minera de Lens. Los aliados confiaban en que sus ataques contra este sector hicieran creer a los alemanes que el área de la cresta de Vimy-Lens volvía a ser el objetivo principal y, de esta manera, tal vez podrían dejar la región de Champaña con una defensa menos sólida. Haig y varios generales más de la Fuerza Expedicionaria Británica se opusieron al plan, arguyendo que, si los ataques de esa naturaleza habían fracasado en la misma región durante la primavera, sólo podían volver a fracasar, y que esto redundaría en el fortalecimiento de las posiciones alemanas y en la disminución de las reservas artilleras de los aliados. Muchas de sus baterías artilleras contaban sólo con la mitad de las asignaciones de proyectiles autorizadas, y los británicos seguían dependiendo en exceso de las granadas de metralla. No obstante, Joffre insistió en que los británicos lanzaran su ofensiva para apoyar la suya en Champaña y, de paso, aliviar un tanto a los rusos, que se encontraban entonces en una situación desesperada. No sería la última vez en la guerra que un ejército lanzaba una ofensiva que no había escogido con el fin de ayudar a un aliado en apuros. Pese a sus reservas, sir John y sus generales decidieron que no les quedaba más remedio que atacar. Lanzar la ofensiva con la artillería que disponían, sin embargo, sería dejar a la infantería sin el adecuado apoyo de fuegos, lo que condenaría a su ejército a una carnicería segura. Asimismo, la ofensiva vería la primera aparición a gran escala en combate de los Nuevos Ejércitos. Los británicos no esperaban demasiada sofisticación táctica de estos hombres, razón de más para que un apoyo adecuado adquiriese una trascendencia mayor. A fin de hacer lo imposible y de vengarse de la segunda batalla de Ypres, los británicos recurrieron a un gas asfixiante; la sorpresa del gas, confiaban, proporcionaría a la infantería la cobertura que la deficiente artillería no podía darle. Las ofensivas coordinadas de los aliados empezaron el 25 de septiembre. En la batalla de Loos, los británicos utilizaron por primera vez gas venenoso. Tal y como habían hecho los alemanes en Ypres, la mayor parte del gas que lanzaron los británicos iba contenido en botellas de gas a presión. Allí donde las condiciones fueron favorables, el gas obligó a los alemanes a abandonar sus posiciones; los cambios del viento y las dificultades técnicas, sin embargo,

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Este soldado, en una fotografía a todas luces preparada, posa con una máscara antigás mientras pela patatas. En un letal juego del ratón y el gato, los ejércitos compitieron en el desarrollo de mejores máscaras antigás, al tiempo que sacaban nuevos gases capaces de penetrar las máscaras del enemigo. {National Archives)

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condujeron a un considerable número de bajas propias. La consecuencia de que los británicos hubieran utilizado el gas en lugar de los ataques artilleros a gran escala, fue que los sistemas de alambradas y trincheras de los alemanes apenas resultaron dañados. Los británicos sufrieron más de 60.000 bajas en Loos, más del doble de las que infligieron. Los británicos no volvieron a utilizar botellas de gas a presión. Los dos bandos se dieron cuenta del efecto devastador que el gas venenoso producía en aquellos que se exponían a él; además, los hombres que no morían por el gas, se dejaban llevar a menudo por el pánico y salían huyendo. Así que ambos lados empezaron a investigar en la guerra química, desarrollando lanzagases capaces de enviar el gas a largas distancias que redujeran el riesgo de exponer a las propias tropas a sus efectos. También empezaron un mortífero juego del ratón y el gato, en una carrera por producir gases que fueran capaces de penetrar las máscaras antigás existentes. Cuando un bando mejoraba sus máscaras antigás para hacer frente al desafío, el juego volvía a empezar. La ofensiva de Joffre en Champaña no dependió tanto del gas embotellado a presión como la de Loos, pero también fracasó. El Ejército francés había preparado el terreno con lo que, en ese momento, constituyó la mayor concentración de fuego artillero de la historia. Al eximir del servicio militar a los trabajadores fabriles, la industria francesa había aumentado la producción de cañones pesados e incrementado la de proyectiles, pasando de las 3.000 unidades diarias de munición pesada en diciembre de 1914 a 52.000 unidades diarias un año después. En consecuencia, Joffre dispuso de abundantes reservas para las más de 900 piezas de artillería pesada y los 1.600 cañones de campaña que batieron las líneas del frente alemán. En un alarde de confianza, Joffre congregó a sus divisiones de caballería para aprovechar las brechas que esperaba abriría la artillería. Los alemanes reaccionaron retrocediendo hasta su segunda y tercera línea de trincheras, unos 10 km hacia su retaguardia. De hecho, entregaron su primera línea, pero, al retirarse, convirtieron gran parte del bombardeo francés en algo verdaderamente inútil. Cuando las tropas francesas avanzaron, vieron un cartel en la abandonada primera línea de trincheras alemanas que rezaba así (en francés): «Terreno en venta, pero a un alto precio».17 Los franceses consiguieron abrir brechas en algunos puntos de las líneas alemanas, pero la abundante lluvia dificultó que tanto la infantería como la artillería se movieran con rapidez. De este modo, las fuerzas francesas tuvieron que avanzar sobre un terreno que su propio bombardeo había contribuido a embarrar y a accidentar. En conclusión, las ofensivas de septiembre, entre ellas el segundo intento fallido de Foch en la cresta de Vimy, habían resultado 17. Cruttwell, op. át., pág. 167.

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un desastre. El número total de bajas ascendió a 100.000 franceses, 60.000 británicos y 65.000 alemanes. Las repercusiones de estas bajas fueron de gran calado, y la de mayor rango acabó siendo la de sir John French. Uno de sus subordinados, Haig, había estado intrigando desde hacía tiempo para que destituyeran al que otrora fuera su amigo. Lady Haig tenía una estrecha amistad con la familia real, y el propio Haig había mantenido, por invitación regia, una correspondencia personal con el rey Jorge V. En diversas cartas dirigidas a éste, al primer ministro Asquith y a Kitchener, Haig se había quejado de la manera de French de dirigir la guerra. Por otro lado, las críticas públicas de sir John sobre la incapacidad del gobierno para proporcionarle la cantidad y calidad adecuadas de proyectiles no contribuyeron a afianzarle en su posición, y tampoco le ayudó el que Joffre y el gobierno francés ya no confiaran en él. En consecuencia, el 17 de diciembre el gobierno le quitó el mando de la Fuerza Expedicionaria Británica y lo nombró comandante en jefe de las fuerzas del Reino Unido. En mayo de 1918, después de que estallara la guerra civil que asolaba la isla, recibió el nada envidiable nombramiento de virrey de Irlanda. Para sustituirlo, el gobierno nombró a Haig, la misma persona cuyas intrigas habían provocado en parte la destitución de sir John. Graduado con las máximas calificaciones en Sandhurst [Real Academia Militar] e hijo de un rico destilador escocés, Haig era un militar en el sentido más amplio de la palabra. Figura controvertida entonces, sigue siéndolo todavía en la actualidad. Pocos generales han inspirado alguna vez tanta lealtad de los que los rodeaban y tanta repulsa de periodistas, políticos y muchos historiadores. Haig se cohibía tanto en presencia de los políticos británicos, que Lloyd George llegó a pensar que era un burro. Atento y creativo en ocasiones, Haig podía ser también frío, distante y arrogante. Sus virtudes más destacadas en diciembre de 1915 fueron su mayor capacidad (comparado con sir John) para trabajar con Joffre y su fe absoluta en la eventualidad de una victoria británica. Joffre sobrevivió a 1915, pero no sin ciertas dificultades. Pese a las enormes bajas y a los mínimos beneficios del año, seguía gozando de la aceptación de los hombres del Ejército francés. Por supuesto, y como sucedía en todos los ejércitos, pocos eran los soldados que veían alguna vez a su comandante. Joffre pasaba la mayor parte del tiempo en el suntuoso castillo de Chantilly, disfrutando de los manjares y de las artistas del cercano París. De todas maneras, sus hombres seguían refiriéndose a él como «papá» y, en la medida en que pensaran en él, en líneas generales creían que era un comandante todo lo bueno que podían esperar. El mayor problema de Joffre tenía que ver con sus malas relaciones con los políticos franceses. El creía que la guerra era una competencia exclusiva de los militares y reaccionaba con enojo ante la mera sugerencia de que el minis-

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tro de la Guerra, el primer ministro, la Asamblea Legislativa o, incluso, el presidente, tuvieran autoridad para cuestionar sus criterios. Durante el exilio de cuatro meses del gobierno francés en Burdeos, Joffre había creado una «Zona de los ejércitos» en el nordeste de Francia, que dirigía de forma dictatorial. Prohibió la entrada en la zona a muchos políticos influyentes y, en una ocasión, amenazó al presidente Poincaré con encarcelarlo si se apartaba del orden del día que Joffre y su Estado Mayor habían fijado para él. Y también intentó destituir al genera] Maurice Sarrail, favorito de la mayor parte de los políticos izquierdistas de Francia. En venganza, en octubre de 1915, el Parlamento obligó a dimitir a Alexandre Millerand, un firme partidario de Joffre, como ministro de la Guerra, sustituyéndolo por el ancestral enemigo de éste, Joseph Gallieni, el héroe del Marne. Las derrotas en el campo de batalla de Joffre y sus intentos de situarse por encima del gobierno francés debilitaron su posición, pero su popularidad entre los soldados y en el frente interior le libró del destino de sir John durante otro año. No obstante, los días de Joffre también estaban contados. Durante el invierno de 1915 a 1916 se amontonaron las pruebas de que se estaba produciendo una importante concentración de fuerzas alemanas cerca de Verdún, Joffre desechó la posibilidad de un ataque alemán allí y reaccionó con furia ante las acusaciones de que no estaba prestando la suficiente atención a la zona. Su especial susceptibilidad a estas acusaciones provenía del hecho de haber despojado de su artillería pesada al anillo de poderosas fortalezas de Verdún, a fin de proporcionar una mayor potencia de fuego a su fracasada ofensiva de Champaña. Sin embargo, los detractores de Joffre tenían razón: los alemanes estaban planeando una ofensiva en Verdún para 1916. Y ésta se convertiría en la más larga, sangrienta e importante de la guerra.

Capítulo 4 Enviados a la muerte Gallípoli y los frentes orientales

¿Qué diablos hemos venido a hacer aquí? Un soldado francés en Salónica, 1915* Las frustraciones del frente oriental obligaron a los generales y a los políticos a buscar otros lugares para forzar un desenlace. Los acontecimientos de 1915 habían convertido el frente de más de 700 km de Francia y Bélgica en una línea de fortalezas subterráneas prácticamente inexpugnable. Incluso los planes más cuidadosos, como los elaborados para Neuve Chapelle, no habían producido más que éxitos efímeros. Sin embargo, la mayoría de los generales del frente occidental seguían insistiendo en que la guerra se ganaría o perdería sólo en Francia. Los políticos aliados, muchos de los cuales se sentían cada vez más frustrados con lo que consideraban fracasos de sus oficiales de mayor graduación, no estaban de acuerdo y empezaron a mirar a otros lugares. Como era lógico, la mayoría de los políticos y generales franceses insistieron en que el frente occidental siguiera siendo el principal centro de atención aliado. De todos modos, incluso muchos franceses llegaron a reconocer el valor de buscar una acción decisiva en otro emplazamiento. Por su parte, cuanta menor era la amenaza directa sobre los británicos, más impacientes se mostraban éstos por experimentar. Su ejército se iba haciendo cada vez más fuerte, a medida que los Nuevos Ejércitos se entrenaban y aprendían a combatir, mientras que su activo militar más importante, la dominante Royal Navy, esperaba más o menos inactivo. Aunque la marina británica tenía encomendado el bloqueo a Alemania y la protección de las rutas de navegación, muchos de sus jefes de mayor rango se mostraban anhelantes por hacer mucho más. En consecuencia, el gran plan británico para una operación en el este en 1915 provino del Almirantazgo, y no del ejército. El primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill, creía que la Royal Navy podía lograr un gran éxito * El epígrafe está extraído de una cita en Dennis Showalter, «Salónika», en Robert Cowley (comp.), The Great Wiir: Perspectivas on the First World War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 235.

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contra el Imperio otomano a un coste limitado. El plan, en el que tenía depositadas grandes esperanzas, consistía en hacer cruzar a toda prisa el estrecho de los Dardanelos a un escuadrón de la Marina y amenazar Constantinopla. Churchill confiaba en que la presencia de la Royal Navy pudiera dar pie a un gran número de transformaciones: eliminando las amenazas otomanas contra el canal de Suez; abriendo una ruta directa de navegación en aguas calientes hacia Rusia; incitando a Bulgaria, Rumania y/o Grecia a unirse a los aliados; provocando una revuelta entre las minorías griega, kurda, armenia y árabe del Imperio otomano y, presionando, en fin, a un gobierno turco que Churchill consideraba lo bastante débil para rendirse. Al igual que muchos dirigentes con puestos de responsabilidad aliados, Churchill subestimaba en exceso la resolución del Imperio otomano. En honor a la verdad, desde la perspectiva de 1914, el Imperio otomano, conocido como el «enfermo de Europa», parecía no poder competir con el Imperio británico. Durante los últimos cincuenta años había experimentado un declive en picado. Una derrota militar ante Rusia en 1878 le obligó a reconocer la independencia de Montenegro, Serbia, Rumania y Bulgaria; a su vez, Rusia se había quedado también con las estratégicas regiones caucásicas de Ardahan, Kars, Batum y Bayazidn. La debilidad del Estado otomano le había impedido evitar la anexión de Bosnia por Austria-Hungría en 1908, la anexión italiana de Libia y de las islas del Dodecaneso y la influencia cada vez mayor de Gran Bretaña en Egipto y Persia, estos dos últimos todavía protectorados otomanos sólo nominalmente. Las derrotas militares de los otomanos condujeron a la ascensión de los Jóvenes Turcos, un grupo de reformadores nacionalistas que aspiraban a restaurar la gloria perdida de Turquía. Este grupo tomó el poder en 1908, pero sus reformas no contuvieron la oleada de frustración de los turcos. En 1912 y 1913 el Imperio otomano luchó contra Bulgaria, Serbia, Grecia y Montenegro, unidas sin mucha rigidez en lo que se llamó la «Liga de los Balcanes». Los turcos perdieron la primera Guerra de los Balcanes y tuvieron que ceder todos sus territorios europeos, excepto la península de Gallípoli y el área que rodeaba justo la capital, Constantinopla. Las luchas intestinas entre los miembros de la Liga de los Balcanes condujeron a la segunda Guerra de los Balcanes en 1913, en la que las fuerzas turcas recuperaron la importante ciudad de Adrianópolis.1 Las guerras de los Balcanes supusieron un altísimo coste para todas las partes beligerantes, pero el que más sufrió fue el Imperio otomano. Se calcula que 1. The Balkan Wars, 1912-1913: Pirhuk tn the First World War, de Richard Hall (Londres, Routledge, 2000), es una introducción excelente a estas trascendentales guerras, a menudo poco esuuüadav

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éste perdió 100.000 hombres entre las dos guerras, muchos por enfermedad, y el Ejército otomano perdió también enormes reservas de equipamiento militar. En consecuencia, en 1914, los turcos apenas llegaban a las 280 piezas de artillería pesada, 200 ametralladoras y 200.000 rifles. Los cuerpos de administración e intendencia otomanos estaban muy por debajo de los niveles occidentales y sus líneas de comunicación internas eran tan primitivas, que el transporte rápido de hombres y suministros a lo ancho del vasto imperio se convirtió en algo casi imposible. 2 Además, el desguarnecido Imperio otomano tenía que proteger varias zonas estratégicas, que incluían su frontera europea contra una invasión búlgara o griega; la costa del mar Negro y las regiones del Cáucaso contra los rusos; la península de Gallípoli, que protegía los accesos a Constan-tinopla; y las regiones de Persia-Mesopotamia y de Arabia-Suez contra los británicos. Así las cosas, cabría perdonar a Churchill por creer que el Imperio otomano no podría resistir un ataque decidido de los británicos. Sin embargo, a pesar de sus deficiencias evidentes, aquél seguía teniendo una fuerza considerable. Tras el final de la segunda Guerra de los Balcanes, los Jóvenes Turcos iniciaron un agresivo plan de reformas, entre las que se contó la sustitución de 1.300 oficiales. Varios hombres de talento, entre los que destacaba por su importancia Mustafá Kemal, ascendieron a puestos de alta responsabilidad. Y lo más importante de todo fue que en ese momento el ejército tenía un núcleo de hombres endurecidos por el combate, muchos de los cuales habían combatido con eficacia en las guerras de los Balcanes cuando se les había dado la oportunidad de hacerlo, sobre todo cuando luchaban cerca de su país. Los otomanos respondieron a sus deficiencias militares acercándose cada vez más a Alemania. Los dos países compartían la misma desconfianza hacia los rusos y el deseo de incrementar su influencia en los Balcanes. En verano de 1914 una misión militar alemana de setenta oficiales, soldados rasos y técnicos expertos llegaron a Turquía para ayudar a la modernización del Ejército otomano. Los oficiales elaboraron para éste el plan de movilización de 1914, y tres coroneles germanos asumieron el mando de sendas divisiones de infantería otomanas. El general Otto Liman von Sanders estaba el mando de la misión y no tardó en asumir un papel decisivo en el desarrollo de la estrategia, operaciones y tácticas otomanas. Las relaciones entre los otomanos y Alemania condujeron a la firma de un tratado secreto el 2 de agosto de 1914, cuando las tropas alemanas entraron en Bélgica. El tratado (escrito en el idioma diplomático europeo, el francés) garantizaba que ambos firmantes acudirían en ayuda recíproca si Rusia atacaba 2. Edward Erickson, Ordered to Die: A History oftbe Ottoman Army in the First lío/Id [ÍM, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001, pág. 8. f/J

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En los Balcanes, la Primera Guerra Mundial se convirtió a menudo en una prolongación de los odios tradicionales de la región y de las situaciones que las guerras de los Balcanes dejaron sin resolver. Estos búlgaros combatieron del lado de los Imperios centrales como irregulares. (© Colección Hidton-Deutscb/Carbis)

a alguno de los dos. Turquía aceptaba también mantener la neutralidad en la guerra entre Austria-Hungría y Serbia. Al mismo tiempo, se produjo un aumento en la tensión con los británicos a consecuencia de la decisión de Churchill de incautarse dos modernos acorazados que se estaban terminando de construir en astilleros británicos por encargo de los otomanos. Éstos habían contado con ambos barcos para mejorar la posición de su marina con respecto a la de los griegos y los rusos. A mayor abundamiento, los navios se habían financiado en parte por suscripción pública, lo que hizo que la decisión de Churchill pareciera una bofetada en pleno rostro al pueblo otomano. Por su parte, los alemanes sacaron un considerable provecho político de la situación al enviar dos de sus propios acorazados a Constantinopla y ponerlos bajo el mando otomano. Tras esquivar a los barcos de la Royal Navy encargados de seguirlos, el Goeben y el Breslau atravesaron el estrecho de Messina después de bombardear posiciones francesas en Argelia. Los dos barcos llegaron a Turquía el 10 de agosto de 1914 e influyeron poderosamente en el deseo de los Jóvenes Turcos de alejarse de la Entente y acercarse a Alemania. El paso

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más directo hacia la guerra entre los aliados y el Imperio otomano se produjo el 1 de octubre, cuando este último cerró los Dardanelos a la navegación internacional, una medida que cortaba la única conexión por aguas calientes entre Rusia y sus aliados occidentales. El bombardeo naval otomano sobre posiciones rusas en el mar Negro incrementó la tensión. El 5 de noviembre el Imperio otomano ya estaba en guerra con Gran Bretaña, Francia y Rusia. El plan de Churchill de 1915 de cruzar a toda prisa el estrecho concitó la mayor concentración de poderío naval que se hubiera producido jamás en el mar Mediterráneo. La armada británica y francesa contaba con el flamante acorazado de la clase Dreadnought, además de un crucero de combate, 16 acorazados anteriores a la clase Dreadnought, 20 destructores y 35 dragaminas. Para la defensa del estrecho, el Ejército turco disponía de 11 fuertes, 72 piezas de artillería, 10 campos de minas compuestos de 373 minas y una gruesa red subacuática para detener a los submarinos. Los viejos fuertes exteriores apenas suponían un desafío, si se comparaban con los fuertes del estrecho, un paso de apenas un kilómetro y medio de ancho. Para complementar estos fuertes, los alemanes enviaron unas baterías de obuses de 150 mm —cuyo fuego de gran ángulo se reveló mortífero para los barcos y cuya movilidad dificultó a los británicos su localización y destrucción—, además de 500 especialistas en defensa costera. Los turcos habían colocado a su veterano III Cuerpo en la región de Gallípoli. Esta unidad era la única del Ejército turco que había sobrevivido intacta a las guerras de los Balcanes y la única, también, que en agosto de 1914 había cumplido a tiempo con todos sus objetivos de movilización.' La flota aliada se proponía destruir los fuertes y atravesar a toda máquina el estrecho para evitar así un combate prolongado con los veteranos soldados del III Cuerpo. Mediante sus modernos cañones navales, los almirantes aliados tenían planeado destruir primero los fuertes turcos y, luego, proteger la mayor vulnerabilidad de los dragaminas cuando éstos cruzaran por la angostura. La flota se aproximó a la península de Gallípoli el 19 de febrero de 1915. Al cabo de una semana, los británicos habían neutralizado los fuertes que protegían la entrada a los Dardanelos, lo que llevó a un confiado marinero británico a escribir a sus padres que «si quisierais venir a verme, me encantará reunirme con vosotros en Constantinopla».4 Quien escribió todo esto no podía saber que se encontraba en el mejor momento de la campaña británica en los Dardanelos. Sólo dos semanas después de enviar esta carta, el marinero vio cómo tres viejos acorazados aliados chocaban con sendas minas, y lo peor era que los aliados no podían descartar la posibilidad, mucho más peligrosa (y que resultó ser falsa), de que los submarinos alemanes estuvieran en la zona. No 41. Ibid., págs. 76-77. 42. W. L. Berridge a sus padres, 4 de marzo de 1915, IWM P73.

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queriendo arriesgarse a sufrir unas pérdidas navales mayores, la flota aliada dio marcha atrás. Los aliados se encontraron, por lo tanto, en un aprieto nada envidiable. Los acorazados no podían seguir adelante a causa del peligro que entrañaban las minas, pero no habían inferido suficiente daño a los fuertes y a los manejables obuses para permitir que los dragaminas avanzaran con seguridad. Estaban convencidos, además, de que habían invertido demasiado capital moral para abandonar la operación en una fase tan temprana. El almirante mayor de la mar, sir John Jackie Fisher, que solía decir que la moderación en la guerra era una imbecilidad, abogó por el despliegue del ejército en la península de Gallípoli, a fin de eliminar los fuertes mediante un ataque terrestre. En un principio. Kitchener se opuso a enviar al ejército, aunque acabó por ceder. Como jefe de la operación se nombró a Ian Hamilton, un viejo protegido de Kitchener, que conocía bien el Mediterráneo oriental (había nacido en la isla de Corfú) y era veterano de guerras en zonas tan diferentes como Afganistán, Sudáfrica y Burma. Inteligente, encantador y elocuente, Hamilton se antojó la elección perfecta. Mientras los británicos y los franceses reunían un ejército de 75.000 hombres para enviar a Gallípoli, los turcos no permanecieron ociosos. El Imperio otomano había planeado la defensa de la península contra Grecia durante las guerras de los Balcanes, y en 1914 la había designado como una de las cuatro zonas de fortificación fundamentales (junto con Adrianópolis, el Bosforo y Erzurum). Liman von Sanders asumió el control de un reorganizado V Ejército, con tres comandantes de cuerpo alemanes bajo su mando, cada uno con base en sendas zonas probables de desembarco aliado: Bulair, en el cuello de la península; Kum Kale, en la parte asiática de la entrada; y Seddel Bahir, en la otra orilla del estrecho, en el lado europeo. Junto con los refuerzos, los otomanos recibieron equipos de trabajo para construir carreteras, plantar minas y mejorar las defensas marítimas de la península; por su parte, los soldados otomanos cavaron trincheras en todas las elevaciones de terreno importantes. El alto mando otomano-germano planeaba una defensa superficial de la costa a fin de evitar el fuego de desgaste de los acorazados británicos, para contraatacar luego con fuerzas situadas de tres a cinco kilómetros por detrás de las líneas. Tras obligar a retirarse a la poderosa Royal Navy y con la responsabilidad de estar defendiendo a su patria, la moral de los turcos era alta. La moral de los británicos, también. No queriendo debilitar el frente occidental, Kitchener confió en los voluntarios del Cuerpo de Ejército australiano y neozelandés (Anzac) para que pecharan con la responsabilidad. Como se estaban entrenando en ese momento en Egipto, donde los agentes otomanos vigilaban de cerca todos sus movimientos, la elección parecía natural. Kitche-iier escogió a William Birdwood, otro protegido suyo, para que comandara al

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La campaña de Gallípoli, 1915.

Anzac. Birdwood, un sedicente «general de soldados», no puso gran empeño en aplicar la disciplina británica al pie de la letra a los individualistas integran tes del Anzac; en consecuencia, Birdie se hizo muy popular entre sus hombres, la mayoría de los cuales se enorgullecía de no ser profesionales. Al igual que sus enemigos turcos, los hombres del Anzac eran duros, resueltos y estaban ansiosos por entrar en combate. *í* '4!;-;

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Gallípoli y Salónica El tan esperado desembarco aliado se produjo el 25 de abril de 1915 en seis lugares distintos para confundir a los otomanos y ralentizar el envío de refuerzos. Las tropas francesas desembarcaron en el lado asiático con la intención de distraer la atención de los turcos. El alto mando otomano-germano había supuesto que el ataque principal se produciría en Bulair, sin embargo, el grueso de las fuerzas lo hizo en la punta de la península, en el cabo Helles, y en mitad de su costa occidental, en un lugar que no tardaría en ser rebautizado como la cala del Anzac. La operación empezó de forma poco propicia; en lugar de desembarcar en un terreno llano en Gaba Tepe, los Anzac lo hicieron, por error, más al norte, frente a la importante elevación de terreno de Chunuk Bair. Pese a todo, las turcos opusieron sólo una ligera resistencia; las fuerzas allí establecidas, que no esperaban un desembarco de importancia en su sector, disponían de pocos suministros y se quedaron enseguida sin municiones. Cabe pensar que los Anzac hubieran tomado la loma de Chunuk Bair de no mediar la intervención de uno de los hombres más notables de la guerra, el teniente coronel Mustafá Kemal, que estaba al mando de la XIX División de Infantería turca. Kemal llegó a Chunuk Bair en el momento preciso en que sus hombres empezaban a huir. Kemal se hizo con la situación, diciéndoles que, si no tenían balas, lucharían con las bayonetas. Pero antes de comunicarles que se iban a quedar y luchar, envió un correo al cuartel general del V Ejército informando de la situación. Cuando uno de los soldados se quejó de que no tenían fuerzas para atacar, Kemal le replicó: «No os ordeno que ataquéis, os ordeno que muráis. Para cuando nos hayan matado a todos, ya estarán aquí otras unidades y mandos que ocuparán nuestro lugar».1 Los otomanos defendieron sus líneas en Chunuk Bair, al igual que en los demás frentes. El V Ejército turco había conservado el control de todo el terreno elevado y había acorralado a los aliados en cinco pequeñas cabezas de playa. Dos ofensivas británicas, el 28 de abril y el 6 de mayo, fracasaron por igual, dejando a la península de Gallípoli bloqueada en el mismo punto muerto de trincheras que se suponían tenían que haber paliado. Los problemas de abastecimiento se multiplicaron, y el agua potable tuvo que ser transportada, incluso, desde lugares tan alejados como Egipto. El Ejército otomano intentó sus propias ofensivas en mayo, junio y julio, pero se encontró con que carecía de la fuerza suficiente para expulsar a los británicos de sus cabezas de playa. Ambos bandos siguieron combatiendo durante el verano bajo un sol abrasador, cada vez más castigados por las enfermedades y las privaciones. c. Kemal, citado en Andrew Mango, Ataturk, Londres, John Murray, 1999, pág. 146.

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Judío, entrenado en las milicias civiles e ingeniero de profesión, John Monash era un intruso en el mundo militar que estuvo al mando de la IV Brigada de Infantería australiana en Gallípoli. Tras diversos ascensos, en 1918 asumió el mando del Cuerpo de Ejército australiano, desde el cual, y gracias a sus ideas innovadoras sobre la guerra, contribuyó a la victoria aliada. (Aitstralian IVar Memorial, negativo n° A01241)

-Ti El 6 de agosto los británicos emprendieron un intento de romper el estancamiento. Tras concentrar un desembarco en la bahía de Suvla, justo al norte de la cala de los Anzac, dirigieron dos importantes operaciones de diversión en otros emplazamientos. Pero, cuando las lanchas de desembarco volvieron a dejar a las tropas en las playas equivocadas, cundió el desconcierto. Hasta que recibieron refuerzos, menos de 1.500 turcos consiguieron resistir ante 20.000 soldados británicos desorientados. Otra carga heroica de los hombres de Kemal la tarde del 10 de agosto hizo retroceder a la ofensiva y los otomanos volvieron a tomar todo el terreno elevado que habían perdido por la mañana.

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Él heroísmo de Mustafá Kemal (el cuarto por la izquierda) en Gallípoli lo catapultó a un ascenso meteórico. Después de la guerra se convirtió en el primer presidente del Estado moderno de Turquía y ordenó la construcción de un monumento en la península de Gallípoü en memoria del heroísmo de los australianos, sus antiguos enemigos. {Australia» War Memoriaí, negativo n° P01141.001)

El fracaso de los desembarcos en la bahía de Suvla acabó definitivamente con cualquier esperanza de los aliados de vencer en Gallípoli, a pesar de los nuevos ataques que lanzaron durante todo el mes.ñ En septiembre Bulgaria se unió a los Imperios centrales, lo que permitió a los otomanos trasladar las fuerzas que tenían en Tracia a Gallípoli, consolidando aún más su posición en la península y abriendo líneas de comunicación más directas con Alemania. Los generales aliados se sentían defraudados ante la falta de éxito, lo que condujo al general Alexander Godley a comentar que todo lo que habían reportado los esfuerzos aliados eran dos hectáreas de pastizales. Los británicos no habían previsto tener que abastecer a ocho divisiones en Gallípoli durante todo el invierno, así que cuando, en noviembre, una tormenta de nieve azotó la península, más de 10.000 hombres sufrieron síntomas de congelación. A raíz de esto, un corresponsal de guerra australiano, Keith Murdoch, envió una dura crítica a la prensa británica, además de a los primeros ministros de Gran Bretaña y Australia, H. H. Asquith y William Hughes, respectivamente, sobre la forma en que los británicos estaban llevando la campaña. 6. Tim Travers, «Gallipolí», en Robert Cowley (comp.), The Great. War: Perspectives on the Fh-st Wold War, Nueva York, Random House, 2003, pág;. 191.

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La campaña de Gallípoli se había terminado para estos soldados turcos capturados por las fuerzas británicas en 1915, aunque los problemas de estrategia tácticos y de intendencia se sumaron para condenar al fracaso los esfuerzos británicos de obligar a rendirse al «en fermo» de Europa. (National Archives) , ■■ ,,•?■)

Para resolver la controversia, el gobierno británico envió al general Charles Monro a Gallípoli con la orden de que le proporcionara una valoración de la situación. Monro fue el primer general en visitar la bahía de Suvla, la cala del Anzac y el cabo Helle en el mismo día, y eso a pesar de los escasos 24 km que separaban las posiciones, claro indicio de los problemas existentes entre los mandos británicos. Lo que vio Monro fue a unos hombres cansados y desmoralizados, escasos de munición y sin el equipamiento necesario para combatir en invierno. Escuchó una vez más un plan del almirante Roger Keyes para atravesar el estrecho rápidamente, pero su consejo a Kitchener fue que se cancelara toda la operación de Gallípoli antes de final de año. Más tarde, Chur-chill denigraría a Monro con la famosa imputación de que eí general «llegó, vio y capituló», pero éste no había tenido muchas alternativas. En diciembre de 1915 los británicos evacuaron a casi 83.000 hombres sin una sola baja, aunque los turcos tardaron casi dos años en retirar todo el equipamiento pesado que los británicos habían dejado tras ellos. Los 259 días de campaña habían costado 250.000 bajas a los británicos, 47.000 bajas a los franceses y alrededor de unas 251.000 bajas a los turcos. Ante la insistencia del

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Partido Conservador, Churchill había tenido que dejar el cargo de ministro de Marina en mayo y aceptar un puesto secundario; en noviembre abandonó el gobierno totalmente en protesta por la decisión de evacuar Gallípoli. Más tarde, Churchill prestó servicio como comandante del VI Batallón de los Reales Fusileros Escoceses en el frente occidental. Su aventura de Gallípoli le costó muchos aliados políticos y su puesto al frente del Almirantazgo, aunque se recuperó de la adversidad y, en 1917, era nombrado ministro de Municiones. Su carrera en el gobierno distaba mucho de haber llegado a su fin. La desafección de Francia con la operación de Churchill en los Dardanelos condujo a la decisión del gobierno de retirar sus tropas del escenario de operaciones en octubre. Al mismo tiempo, Serbia se enfrentaba a un nuevo ataque triple de los Imperios centrales desde Bulgaria, Alemania y AustriaHungría. Bulgaria encaraba una escasez casi insuperable de toda clase de per trechos para la guerra moderna, pero tenía un ejército numeroso y experi mentado y que estaba deseoso de vengar lo que sus mandos consideraban el pérfido comportamiento de Serbia durante la segunda Guerra de los Balcanes. SÍ sus aliados no encontraban una manera de ayudarlos, los serbios se enfren taban a la aniquilación de su ejército. Los gobiernos aliados decidieron enton ces trasladar una división de infantería británica y otra francesa a la ciudad portuaria griega de Salónica. Desde allí, esperaban poder abastecer a los ser bios a través de una única vía ferroviaria. .,...-. ■

Los soldados australianos de Gallípoli no habían previsto la tormenta de nieve que azotó la península al final de la campaña; sus oficiales de intendencia, tampoco. Las noticias sobre los

padecimientos de la campaña difundidas por los periodistas australianos contribuyeron a la decisión británica de abandonar la operación. (Australian War memorial, negativo a° P00046.040)

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El primer problema de este plan radicaba en la reacción del gobierno griego. El primer ministro, Eleutherios Venizelos, consideraba que los aliados eran la mejor opción para favorecer los intereses expansionistas griegos a expensas de Bulgaria y Turquía. Por lo tanto, invitó a los aliados a desembarcar en Salónica con la esperanza de que, a cambio, Gran Bretaña y Francia pudieran ayudarlo a apoderarse de las islas del Egeo, Macedonia y Esmirna. Con posterioridad, estas ambiciones complicarían las relaciones de los aliados con Grecia y conducirían a una guerra entre ésta y Turquía, aunque en 1915 Venizelos ofrecía a los aliados una manera de resolver la neutralidad técnica de Grecia. Venizelos, sin embargo, no consiguió que el rey Constantino de Grecia autorizara su decisión. El rey, que se había graduado en la Academia de la Guerra prusiana y estaba casado con la hermana del kaiser, compartía las ansias expansionistas de Venizelos, pero no los medios que había escogido el primer ministro para satisfacerlas, dada la evidente influencia conyugal en su acusada germanofilia. Constantino confiaba en mantener neutral a Grecia y consideraba los desembarcos aliados como una invasión que violaba tal neutralidad. Los aliados, por lo tanto, estarían operando en un país cuyo jefe de Gobierno estaba de su lado, pero no así el jefe de Estado. Constantino obligó a dimitir a Venizelos como primer ministro, con lo cual éste se marchó a Salónica y formó un gobierno griego disidente que no tardó en ser reconocido por británicos y franceses. El segundo problema estribaba en el jefe de la expedición a Salónica, el general francés Maurice Sarrail. Éste había tenido un buen comportamiento durante los primeros días de la guerra, cuando, como jefe del III Ejército, había mantenido sus posiciones en el bosque de Argonne y Verdún. Sarrail era tan competente como la mayoría de los generales de la guerra y bastante mejor que muchos; sin embargo, sus intrigas políticas le habían hecho impopular entre sus compañeros del generalato. Republicano vociferante y francmasón, sus íntimas relaciones con los políticos socialistas le habían llevado a ascender con mucha más rapidez que buena parte de sus iguales. La mayoría de los generales franceses lo consideraban poco más que un político con uniforme; la mayor parte de sus soldados pensaban que se sentía más atraído por las batallas de alcoba que por las otras. Las intrigas de Sarrail determinaron que Joffre lo cesara como jefe del III Ejército en el verano de 1915. Los aliados políticos de Sarrail valoraron la destitución como una medida nefanda que tan sólo buscaba eliminar a unos de los críticos y rivales de Joffre. El primer ministro francés, Aristide Briand, decidió devolver el mando de una unidad a Sarrail, al que consideraba más fiable políticamente que Joffre. Así que, en octubre, lo envió a Salónica al mando del denominado, no sin grandilocuencia, Ejército de Oriente, una fuerza que, a finales de año, ascendía a 150.000 hombres. Briand complicó aún más

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la situación al nombrar a Joffre comandante en jefe de todas las fuerzas francesas (y no sólo de las del frente occidental), responsabilizando así a éste del éxito de Sarrail. Por consiguiente, Joffre tenía a sus órdenes a un hombre del que desconfiaba tanto, que lo había cesado, y Sarrail, a un superior contra el que había intrigado para que fuera destituido del cargo. Antes, incluso, de que las fuerzas de Salónica entraran en combate, todos los augurios apuntaban en la dirección equivocada. Y el primer invierno demostró que los augurios no estaban equivocados. La fuerza llegó a Salónica con demasiada lentitud para completar su misión inicial de proporcionar ayuda a los serbios. Acosado por tres ejércitos y los guerrilleros albaneses, el Ejército serbio recorrió 320 km hasta la costa adriá-tica con apenas comida y medicamentos. Desde allí, los barcos aliados trasladaron a seis divisiones serbias hasta la isla de Corfú, para, en abril de 1916, llevarlas hasta Salónica, donde se unieron a cuatro (que pronto aumentarían a nueve) divisiones francesas, cinco británicas, una italiana y una brigada rusa. Todas aquellas fuerzas se establecieron allí, sin ninguna misión evidente, y rodeadas de soldados griegos, muchos de los cuales apoyaban a su rey y mostraban una evidente simpatía por los Imperios centrales. Al principio, la fuerza de Salónica sólo entró en combate en contadas ocasiones, limitadas sus posibilidades como estaban por la insuficiencia de los suministros de Sarrail y los problemas de la alianza. La fuerza multinacional a la que se enfrentaba prefirió no atacar, contentándose, en cambio, con permitir que la guarnición aliada se convirtiera en lo que los alemanes denominaron el «mayor campo de internamiento de la guerra». La inactividad no tardó en abocar a los soldados al alcohol y a las prostitutas, lo que provocó que las enfermedades venéreas se sumaran al tifus, el cólera y la malaria como causas de la sobresaturación de los hospitales de Salónica. Tampoco tardaron mucho los hombres en empezar a hablar con nostalgia del frente occidental, que, aunque mucho más peligroso, tenía el propósito más elevado de defender a Francia, y, al menos, permitía la regularidad en el correo y las ocasionales visitas al hogar.7 Las divisiones aliadas entraron por fin en combate en agosto de 1916, cuando las fuerzas búlgaras atacaron sus posiciones para cubrir la invasión alemana de Rumania. Pese a mantener las posiciones, un contraataque de Sarrail acabó en fracaso. En 1917 el aspecto militar seguía estancado, aunque el político asistió a unos acontecimientos espectaculares. Los aliados amenazaron con marchar sobre Atenas si Constantino no cesaba en sus actividades pro germanas. En junio, se obligó a abdicar al rey, que se exilió a Suiza, donde permaneció hasta el 7. Dennis Showalter, «Salonika», en Rober Cowley (conip.), The Great War: Perspectivas on The First Wnrld War, Nueva York, Random House, 2003, pág. 235.

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final de la guerra. Su marcha allanó el camino para que Grecia entrara en la guerra del lado aliado. Venizelos volvió a Atenas y ordenó la movilización general del Ejército griego. En el ínterin, la situación militar no hizo sino deteriorarse, lo que provocó que el primer ministro francés, George Clemenceau, se refiriese con sorna a la guarnición aliada como «los jardineros de Salónica». En diciembre de 1917 Clemenceau sustituyó a Sarrail, y para ocupar su puesto se decidió al final por el general más próximo al polo opuesto del destituido que tenía el ejército francés, Louis Félix Marie Francois Eranchet d'Esperey, apodado Frankie el desesperado. Católico, realista y enérgico, Fran-chet d'Esperey había revitalizado al V Ejército francés después de reemplazar al general Charles Lanrezac en 1914. A pesar de todas las evidencias a lo largo de la guerra, se mantuvo como firme defensor de la ofensiva y llevaba tiempo apoyando la reanudación de los ataques en Salónica. En ese momento, tenía su oportunidad, si bien es cierto que con una fuerza que hasta el momento no conocía otra cosa que el fracaso. Sin inmutarse ante las condiciones que se encontró en Salónica, Franchet d'Esperey les dijo a sus hombres que esperaba de ellos una «energía feroz» y adoptó la insólita medida de poner a dos divisiones de infantería francesa bajo mando serbio.8 Valiéndose de los lanzallamas y de la caballería, las fuerzas aliadas se centraron en los atribulados búlgaros, cuya situación era tan desesperada que muchos de ellos carecían de ropa y calzado. El 18 de septiembre de 1918 el ataque aliado abrió una brecha en el frente y obligó a los búlgaros a una retirada precipitada. Al cabo de dos semanas, se firmaba un armisticio que ponía fin a la lucha en Salónica. Aunque la campaña terminó con una nota alta, la experiencia de Salónica les había costado a los aliados mucho más de lo que habían ganado. Es posible que Sarrail no hubiera podido resumir mejor las frustraciones de Salónica que cuando comentó a Clemenceau: «Desde que he comprobado cómo funcionan las alianzas, he perdido algo de mi admiración por Napoleón». Gorlice-Tarnów y la gran retirada de Polonia Al mismo tiempo que tenía lugar la aventura británica y francesa en Gallípoli, el Ejército alemán planeó su propia ofensiva oriental. Los máximos dirigentes alemanes se habían vuelto tan pesimistas en cuanto a las perspectivas de conseguir un desenlace en el frente occidental como muchos de sus homólogos franceses y británicos. Por el contrario, ellos ya habían conseguido tres grandes victorias en el este, en Tannenberg, en los Lagos de Masuria y en Lódz; y 8. Ibid.,pág.242.

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tenían un mando sólido y seguro de sí mismo, encabezado por el dinámico equipo formado por Hindenburg y Ludendorff. Además, los espacios relativamente abiertos del este se acomodaban mucho mejor a la doctrina y preparación del Ejército alemán que el estancamiento occidental. A mayor abundamiento, la ofensiva oriental prometía proporcionar el socorro necesario al tambaleante aliado austrohúngaro de Alemania. Holger Herwig calcula que las batallas de 1914 habían costado al Ejército austrohúngaro 190.000 muertos, 50.000 heridos y 278.000 prisioneros de guerra. Estas cifras incluyen el 75 % de los capitanes y tenientes de antes de la guerra. 9 Los fracasos del Ejército austrohúngaro llevaron a un aumento de las tensiones con Alemania, lo que dio lugar a que el kaiser comentara que la cordillera de los Cárpatos no valía los huesos de un simple granadero pomerano. La inminencia de la entrada de Italia en la guerra del lado aliado hizo que la situación de los austrohúngaros se agravara aún más. Los intentos germanos de convencer a Austria-Hungría para que aplacara a los italianos con algunas concesiones territoriales no hicieron sino tensar las relaciones. Alemania ofreció entonces a Italia territorio austríaco en Trentino y Gradisca, la ribera occidental del río Izonso, mano libre en Albania y la conversión de Trieste en puerto franco. La indignación de los austríacos ante las ofertas de territorio austríaco a una nación que en 1914 había incumplido los compromisos adquiridos en su alianza, aumentó cuando Italia aceptó unas condiciones incluso más generosas de Gran Bretaña y Erancia. Italia no tardó en convertirse en el enemigo capaz de concitar el odio de todas las minorías del imperio. Pese a la despectiva valoración que el kaiser había hecho de los Cárpatos y de las crecientes tensiones entre Alemania y AustriaHungría, los alemanes no podían permitirse perder a su aliado más importante. A fin de proporcionar una ayuda inmediata, decidieron continuar con un ataque en el este de Cracovia, entre las ciudades de Gorlice y Tarnów. En caso de tener éxito, el ataque salvaría la posición austrohúngara en los Cárpatos y terminaría con la amenaza rusa a Hungría y Silesia. Una ofensiva llevada a cabo en enero por los alemanes en dirección a Varsovia atrajo la atención de los rusos hacia el norte, al igual que una segunda batalla en los Lagos de Masuria en febrero. Falkenhayn llegó al este para supervisar los preparativos de la nueva ofensiva. Ordenó que el VIII Ejército de Hindenburg mantuviera la presión sobre los rusos en el norte de Varsovia y creó un nuevo XI Ejército, a cuyo frente designó a Mackensen. El XI Ejército estaba integrado por una gran cantidad de tropas trasladadas desde el oeste, un movimiento que la segunda batalla de Ypres había logrado ocultar con éxito. Sin la menor confianza en los austría9. Holger Herwig, The First World War: Gcrmany and AustriaHungary, 1914-1918, Londres, F.dward Ainold, 1997, págs. 119 y 137.

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eos, Falkenhayn traspasó también el control del IV Ejército austrohúngaro, situado a la izquierda de Mackensen, al cuartel general del XI Ejército. A Con-rad no le quedó más opción que consentirlo. Enfrente de esta acumulación de tropas estaban los rusos, ajenos en buena medida al ataque que se avecinaba y en un estado lastimoso. Uno de cada tres soldados rusos carecía de un rifle en condiciones, y aquellos de los que disponían procedían de fuentes diferentes y utilizaban varios calibres distintos, lo que complicaba sobremanera la manufactura y suministro de munición. El sitio de Przemysl continuó hasta el 22 de marzo, ocupando la atención de los rusos y proporcionando una engañosa inyección de moral cuando la ciudad cayó finalmente. Poco después, el zar efectuó una visita de Estado a Galitzia, lo que no hizo sino distraer aun más la atención de los oficiales del Estado Mayor. El 2 de mayo de 1915 los alemanes empezaron la ofensiva de Gorlice-Tar-nów con una descarga de artillería que duró cuatro horas. Por primera vez en la guerra, complementaron el fuego artillero con bombardeos de la aviación contra las líneas de comunicación rusas. El XI Ejército concentró sus ataques en una zona de 45 km de longitud situada entre las dos ciudades y consiguió abrir una brecha en el mediocre X Cuerpo ruso. La rápida caída de esta unidad creó los flancos que los comandantes de la Primera Guerra Mundial buscaban con tanta impaciencia. Rodeados por los alemanes y sin reservas disponibles para taponar las brechas, la unidad matriz del X Cuerpo, el III Ejército, optó por una retirada en masa. La derrota que se cernía sobre los rusos condujo enseguida al caos, a la confusión y a las malas decisiones. La retirada ordenada en algunas zonas devino en desbandada en otras. Al cabo de dos semanas, los alemanes habían disparado más de dos millones de proyectiles de artillería, avanzado más de 150 km y capturado a 153.000 rusos y 128 cañones de campaña. El gran número de prisioneros daba fe del creciente hastío por la guerra entre los soldados rusos y su cada vez mayor alejamiento del régimen y de sus propios oficiales. En general, el cuerpo de oficiales rusos reaccionó mal a la crisis y no tardaron en perder el control de la situación dentro de sus propias unidades. Como consecuencia de la caída del III Ejército, toda la cara meridional del saliente polaco cayó en manos de los alemanes. Los sistemas de abastecimiento y refuerzos rusos se vinieron abajo por completo, dejando sin comida, municiones y suministros médicos a muchas unidades. Las fuerzas alemanas y austrohúngaras retomaron Przemysl el 3 de junio y Lvov (de nuevo rebautizada Lemberg) el 22 de junio, y un día después cruzaron el río Dniéster. Detrás de estas líneas se levantaba una sucesión de fortalezas rusas obsoletas que no pudieron resistir la oleada alemana. Para complicar aún más la situación, los alemanes iniciaron una ofensiva general con ocho ejércitos a lo largo de los más de 1.100 km del frente oriental.

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El frente oriental, 1915.

Las fuerzas alemanas habían alcanzado los suburbios occidentales de Varsovia hacia finales de julio. Cuando otro contingente alemán se desvió hacia el norte para cortar la retirada a los defensores rusos de la ciudad, más de 350.000 habitantes salieron huyendo hacia el este. Las líneas rusas contenían múltiples brechas de fácil aprovechamiento por las fuerzas enemigas que avanzaban, así como una crítica escasez de munición de artillería que hacía imposible una defensa activa de la ciudad. El 5 de agosto los rusos se retiraron a la orilla oriental del río Vístula y destruyeron los puentes de toda la ciudad para cubrir su retirada. Dos días después, los últimos soldados rusos abandonaban de forma voluntaria Varsovia. Al hacerlo, renunciaron a un importante símbolo de Rusia en Europa oriental, pero habían salvado al Ejército ruso de ser rodeado.

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En respuesta a la deteriorada situación existente a lo largo de todas sus líneas, el Estado Mayor ruso ordenó a regañadientes la evacuación de todo el saliente polaco. La retirada desplazó las líneas casi 800 km hacia el este en beneficio de Alemania. Brest-Litovsk cayó el 25 de agosto, y Vilna, el 19 de septiembre. Por fin, el oportunismo del kaiser le sirvió de algo cuando presenció la caída de la fortaleza rusa de Novogeorgievsk, en el noroeste de Varsovia, junto con sus 700 piezas de artillería. Los ejércitos rusos, sin embargo, habían sobrevivido, y eso a pesar de que las bajas se estimaron en más de dos millones de hombres, la mitad de los cuales fueron hechos prisioneros. Las unidades rusas establecieron una línea recta (sin salientes expuestos) que discurría desde Riga, en el norte, hasta Chernovtsi, al sur. Al final, los resultados del ataque de Gorlice-Tarnów habían sobrepasado las fantasías más desbocadas de Falkenhayn. Sin embargo, y a pesar de su gran éxito, Falkenhayn no se dejó llevar en absoluto por el entusiasmo. Entre sus aspiraciones no se encontraba repetir el error de Napoleón de perseguir a los rusos hasta el interior de su país. En ese momento, la extensión de las líneas de suministro y la proximidad del invierno hacían que el dilema de la guerra en dos frentes se hiciera más acusado. Falkenhayn se dio cuenta de que los rusos lucharían con más valor en suelo ruso que del que habían hecho gala en Polonia, y que el frágil sistema de suministros rusos saldría beneficiado por las distancias más cortas que tenía que cubrir en ese momento. Falkenhayn había infligido un golpe terrible a los rusos, pero éstos habían sobrevivido, lo que significaba que Alemania sería incapaz de dedicar en 1916 tantos recursos al frente occidental como él tenía previsto. De hecho, a finales de septiembre los rusos habían reaccionado con una agresiva sucesión de acciones que se tradujeron en la construcción de un cin-turón defensivo de cuatro escalones alrededor de Riga, la reorganización de las reservas de hombres que les quedaban, la realización de nuevas levas obligatorias y el fortalecimiento del puerto libre de hielos de Murmansk, al que dotaron incluso de nuevas conexiones ferroviarias y por trineo para conectarlo con los centros de suministros rusos. De esta manera, conservaban una ventana abierta a los convoyes de suministros procedentes del oeste. A los mandos militares ineficaces, como el jefe del frente sudoccidental, Nikolai Ivanov, se les asignaron nuevos destinos o fueron destituidos, y los competentes, como Alexei Brusilov, fueron ascendidos. El 1 de septiembre, el zar anunció, para el asombro de muchos, que había asignado a su tío, el gran duque Nicolás, al escenario del Cáucaso;10 a partir de 10. Norman Stone, The Eastern Front, 1914-1917, Londres, Penguin, 1975, pág. 187.

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ese momento, el zar en persona mandaría a los ejércitos rusos. Brusilov consideró la noticia como «de lo más dolorosa e incluso deprimente». El gran duque, a pesar de todos sus defectos, era muy querido en el ejército; y, no obstante el desastre de Gorlice-Tarnów, le correspondía gran parte del mérito de haber evitado que el Ejército ruso fuera víctima de una maniobra envolvente. El zar, según Brusilov, «no sabía literalmente nada de cuestiones militares».11 Por lo tanto, tendría que confiar en buena medida en su competente, aunque fiscalizador, jefe del Estado Mayor, Mijail Alekseev. La asunción del mando por parte del zar estableció una relación directa entre el éxito de la guerra y el prestigio del régimen; no habría nadie más a quien culpar si el destino bélico ruso no mejoraba con rapidez. Los Imperios centrales reformaron también su sistema de Estado Mayor. El gran éxito de Gorlice-Tarnów había sido consecuencia del sistema de Estado Alayor alemán, un hecho que los alemanes recalcaban con insistencia a sus aliados austrohúngaros. Falkenhayn consideraba que el triunfo de Gorlice-Tarnów se había producido a pesar de, y no gracias a, la ayuda de los austro-húngaros. En su opinión, el Estado Mayor general austrohúngaro no era más que un grupo de «pueriles soñadores militares» y los austríacos, un pueblo «endemoniado»;12 así las cosas, se las ingenió para incrementar el dominio de Alemania sobre los austríacos. En junio, Mackensen y el Estado Mayor general alemán asumieron el control del II Ejército austríaco. En septiembre ya no existía en la práctica un Ejército austrohúngaro independiente. Los oficiales del Estado Mayor alemanes tomaban la mayor parte de las decisiones fundamentales y reorganizaron el sistema austríaco a lo largo de sus propias líneas. Conrad permanecía a oscuras sobre las decisiones de sus homólogos alemanes (Falkenhayn ni siquiera se molestó en informarle de la gran ofensiva que estaba planeando entonces para Verdún), pero él tenía que coordinar todos sus planes con los oficiales alemanes. Aunque Gorlice-Tarnów había sido un éxito tremendo, significó también el fin de Austria-Hungría como gran potencia. Pocos austríacos se percataron entonces de la ironía de que se hubiera producido la brusca decadencia de su imperio a pesar de la consecución de dos de sus más importantes objetivos desde 1914: el fin de una Serbia independiente y la humillación de Rusia.

11. Alexei Brusilov, A Soldier's Notvbook, 1914-1918 (1930), Westport, Connecticut, Greenwood Press, 1971, págs. 170-171. 12, Kalkenhayn, citado en Herwig, op. at., pág. 148.

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El frente turco, 1915-1918.

HiiP.IV La campaña del Cáucaso

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Turquía tuvo también su frente oriental. La cordillera del Cáucaso representaba un antiguo punto de convergencia de cristianos y musulmanes, que, como tales, habían estado combatiendo a lo largo de los siglos. En 1701 los turcos otomanos consiguieron una victoria crucial en la zona sobre los bizantinos, en la ciudad de Manzikert. En 1878 el Imperio otomano había perdido algunas partes importantes del Cáucaso en beneficio de Rusia. Su rápida reconquista se convirtió enseguida en un objetivo primordial para las fuerzas otomanas, sobre todo para su ministro de la Guerra, Enver Bajá, un ambicioso líder del movimiento de los Jóvenes Turcos y el político más influyente del país. Enver aspiraba a crear un gran Imperio panturco en el este que compensara las pérdidas otomanas en los Balcanes. Sin embargo, el Cáucaso no se presta a victoriosas campañas militares. Las temperaturas pueden caer hasta los 50 grados bajo cero, y las nieves invernales suelen alcanzar el metro de altura o incluso superarlo. Las comunicaciones

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ferroviarias y por carretera hacia el Cáucaso desde la Turquía central y occidental eran escasas, además de primitivas. A pesar de todo, Enver planeó una gran ofensiva para destruir las unidades rusas en la zona y recuperar la cordillera para el Imperio otomano, pero los rusos le ganaron por la mano, al lanzar una eficaz ofensiva contra la fortaleza otomana de Erzurum. Enver, que había desempeñado un papel trascendental en la recuperación de Adrianópo-lis durante la segunda Guerra de los Balcanes, se trasladó al este para dirigir personalmente a las fuerzas otomanas. Una vez allí, planeó un ataque contra la ciudad de Sarikamish que guardaba evidentes reminiscencias con el de Tannenberg: mientras un cuerpo inmovilizaba a los rusos, otros dos los rodearían y les cortarían la retirada. La batalla subsiguiente estableció la pauta para el resto de la guerra en el Cáucaso. Cuando los otomanos iniciaron el avance el 22 de diciembre de 1914, las temperaturas habían caído hasta los 26 grados bajo cero, y los más de treinta centímetros de nieve ralentizaron su ataque. Los rusos contraatacaron e hicieron retroceder a los otomanos, cuyas fuerzas perdieron a casi un tercio de sus hombres, muchos por congelación. Un brote de tifus vino a sumarse a las penurias de los contendientes. La inquietud creciente entre las fuerzas otomanas, al temer tanto un contraataque masivo de los rusos como una rebelión entre la población local armenia, hizo que no tardaran en utilizar el pretexto del descubrimiento de armamento de fabricación rusa en los hogares armenios para implantar una brutal política de represión. En abril de 1915 Enver anunció la detención de importantes líderes armenios y el traslado forzoso de toda la población armenia del Cáucaso hasta Siria y Mesopotamia. Se suponía que los jefes locales tenían que asumir la responsabilidad del bienestar de los armenios durante el éxodo, pero fueron pocos los que se molestaron en procurárselo; el resultado inevitable fue el exterminio de la comunidad armenia de Turquía. Privados de comida, agua, medicinas y ropa apropiada, cientos de miles de hombres, mujeres y niños encontraron la muerte. Los periodistas y observadores extranjeros documentaron todo el trágico proceso, como los malos tratos intencionados infligidos a los armenios por los mismos oficiales locales encargados de cuidarlos. Los gobiernos aliados, a la sazón en guerra contra los otomanos en Gallípoli, no pudieron hacer mucho; y los alemanes, por su parte, optaron por no presionar a sus aliados. Hasta qué punto los turcos habían planeado exterminar (y no trasladar) a los armenios sigue siendo hoy día objeto de un acalorado debate; aunque, ya fuera por dolo, ya por indiferencia, el resultado final fue el mismo. Los combates en el Cáucaso se prolongaron a lo largo de 1915, y durante ese año los rusos dominaron la situación. Cuando cesó la amenaza británica sobre Gallípoli, los turcos pudieron reubicar sus fuerzas y suministros, por lo que a mediados de 1916 casi la mitad de todas sus fuerzas estaban en el

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Unos huérfanos armenios abandonaban Turquía en barcazas rumbo a Grecia. Cientos de miles de armenios murieron al ser obligados a abandonar sus hogares, sin que los oficiales otomanos encargados de su cuidado se preocuparan lo más mínimo por su bienestar. {Library of Congreso)

Cáucaso." A consecuencia de la victoria de Gallípoli, los otomanos tenían la moral bastante alta, aunque estaban combatiendo al mismo tiempo en Meso-potamia, el Sinaí, Galitzia, Rumania, Macedonia, Persia y Arabia. Sólo el Imperio británico enviaba a sus hombres a combatir a tantos lugares y tan apartados.14 Pero a Turquía se le siguieron acumulando los problemas, sobre todo cuando la frágil red de transportes del imperio empezó a desmoronarse bajo el peso de tantos despliegues a lo largo y ancho de un territorio tan vasto. Incluso con la mitad del ejército estacionado allí, la región del Cáucaso seguía siendo demasiado grande para llevar a cabo una defensa minuciosa. En consecuencia, el ejército otomano se limitó a controlar las principales carreteras y estableció sus posiciones alrededor de la antigua fortaleza de Erzurum. El complejo defensivo albergaba a más de 40.000 hombres y 2 3 5 piezas de artillería pesada y estaba integrado por veinte fuertes y puestos de avanzadas independientes. Con la confianza de que Erzurum resistiría de manera indefinida, Enver no se dio prisa en enviar refuerzos hasta allí. En febrero de 1916 los rusos dejaron anonadados a los turcos al efectuar un ataque de cinco ejes con13. UlricoTrampener, «Turkey's War», en HewStrachan (comp.), Tbe Oxford Ittustrated History ofthe First World War, Oxford, Oxford University Press, 1998, pág. 85. 14- Erickson, op. dt., pág. 119. ni

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tra la fortaleza, que tardó sólo cinco días en caer. Los otomanos perdieron 15.000 hombres y prácticamente toda la artillería que tenían en la región del Cáucaso. La pérdida de Erzurum sumió en el desconcierto a los jefes militares otomanos, cuya incapacidad para trasladar con rapidez hombres a la región condujo a la pérdida de más posiciones estratégicas. Al llegar el verano, las bajas acumuladas por los otomanos durante 1916 superaban los 100.000 hombres. Enver reaccionó nombrando a Mustafá Kemal comandante del II Ejército con la responsabilidad de invertir la marcha de los acontecimientos en el Cáucaso. La buena estrella de Kemal continuó cuando un invierno de una insólita crudeza detuvo la actividad de los rusos hasta 1917. Para cuando mejoró el tiempo, la situación política rusa había sufrido tal deterioro, que sus tropas ya no representaron ninguna amenaza para las turcas. En el ínterin, los otomanos siguieron con sus reformas y reorganización, y, en enero de 1918 Enver consideró que las condiciones eran favorables para lanzar una nueva ofensiva en la región. La desintegración de la Marina rusa a raíz de la revolución bolchevique permitió a los otomanos trasladar hombres y suministros por el mar Negro, superando así las deficiencias de sus sistemas de comunicaciones por tren y carretera. Con la única oposición de un pequeño ejército de armenios rusos, los otomanos se movieron con rapidez; en marzo ya habían retomado Erzurum y en abril penetraron en Persia por el nordeste del país. Aunque resulte irónico, los alemanes contemplaron el éxito de sus aliados turcos con inquietud, ya que temían que el avance turco hacia el interior de Rusia pudiera conducir a esta última a invalidar el recién firmado tratado de Brest-Litovsk y a entrar en la guerra de nuevo. En consecuencia, hicieron de intermediarios en un insólito acuerdo para crear un estado independiente de Georgia bajo protección alemana. Los otomanos se enfurecieron, pero decidieron no desafiar el nuevo arreglo y, en su lugar, marcharon sobre el centro petrolero de Bakú, en el mar Caspio. Los británicos enviaron una pequeña fuerza desde Mesopotamia para defender la ciudad, aunque la evacuaron sabiamente en septiembre. De esta manera, y aun cuando la guerra estaba teniendo un desenlace negativo para Turquía en Palestina, acabó con un férreo control del Ejército otomano sobre el Cáucaso. Como en el caso de Austria, los otomanos habían perdido la guerra a pesar de lograr los objetivos fundamentales que se habían fijado con anterioridad al conflicto. En la Conferencia de Paz de París, el presidente norteamericano Woodrow Wilson rechazó un plan británico para que Estados Unidos asumiera el control del mandato para la creación de un estado armenio ampliado, que habría incluido a Erzurum como su centro y a un tercio de la costa meridional del mar Negro. Sin un patrocinador internacional, el estado armenio tenía pocas posibilidades de sobrevivir. El nuevo estado

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de Turquía, con su presidente a la cabeza, el héroe de Gallípoli, Mustafá Kemal, firmó un acuerdo con la Unión Soviética en 1922, en virtud del cual se reconocía la incorporación a esta última de la mayor parte de Transcauca-sia, así como la división de Armenia entre ambos firmantes. La falta de certidumbre sobre cómo resolver los antiguos odios de la región, llevó al diplomático británico lord Curzon a sugerir humorísticamente en la Conferencia de Paz de París que la mejor solución era «dejarlos que se degollaran unos a otros». La seca respuesta del ministro de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, le dejó sin habla: «Estoy completamente de acuerdo con eso».11 Armenia y el Cáucaso estaban demasiado lejos y demasiado empobrecidos para merecer la atención permanente de las potencias victoriosas.

15. Citado en Margaret Macmillan, Peacemakers, Londres, John Murray, 2001, pág. 454.

Capítulo 5 Los nudos gordianos La neutralidad norteamericana y las guerras por el imperio

Exigimos que los alemanes no sigan haciendo la guerra como salvajes sedientos de sangre; que cesen de perseguir el logro de sus fines mediante el asesinato de los no combatientes y los neutrales. Editorial del New York Times después del hundimiento del Lustttinw por los alemanes* rLntre el año 1900 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, la Royal Navy británica llevó a cabo una revolución espectacular en materia naval. Ya soberanos incuestionables de los mares, en 1906 los británicos botaron el HMS Dreadnought. Rápido, ágil, con un gran blindaje y grandes cañones montados en torretas giratorias, el nuevo acorazado podía destruir cualquier barco de la época sin necesidad de situarse dentro del alcance de los cañones enemigos. El Dreadnought dejaba obsoletos a todos los acorazados existentes. La Royal Navy, a la que le gustaba afirmar que las costas enemigas eran las fronteras británicas, disponía en ese momento de un arma sin parangón en el mundo. Como era de esperar, el Dreadnought inspiró a los imitadores. Alemania aprobó un enorme programa de construcción naval que, pese a su elevadísimo coste, no le permitió equipararse, ni siquiera de lejos, a la Marina británica. El kaiser sentía una envidia infantil por el poderío naval de su primo el rey Jorge V, y destinó imprudentemente unos fondos desproporcionados para conseguir una «flota de lujo», cuya fuerza fue siempre más disuasoria que ofensiva y más simbólica que efectiva. El Parlamento británico contrarrestó con creces la amenaza alemana al subvencionar un «modelo de doble potencia», que garantizaba a Gran Bretaña mantener más tonelaje de guerra que las dos siguientes potencias navales juntas. El primer lord del Almirantazgo, Winston Chur-chill, resaltó la importancia de los acorazados de la clase Dreadnought en el * El epígrafe está extraído de una cita en Francis Halsey, The Literary Digest History ofthe World Wat; vol. 9, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1919, pág. 257.

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La «flota de lujo» alemana, a la que vemos en Kid, L-II 1914, exigió unos recursos enormes para su construcción y mantenimiento, aunque nunca consiguió igualarse a la Royal Navy británica. Las dos marinas sólo mantuvieron un gran enfrentamiento, la inconclusa batalla dejutlandia de 1916. (National Archives)

planteamiento británico con su inimitable estilo: «El Almirantazgo pidió seis, el gobierno propuso cuatro y nosotros aceptamos ocho».1 La geografía ha servido siempre a los intereses de la Royal Navy, y en su rivalidad naval con Alemania lo hizo de una manera excepcionalmente favorable. Alemania tenía una costa estrecha con sólo dos salidas hacia Gran Bretaña: el acceso oriental, que implicaba un largo recorrido entre Dinamarca y Suecia para penetrar en el mar del Norte por el sur de Noruega; y el acceso occidental, que incluía unas pocas rutas estrechas a través de los bajíos arenosos de la bahía de Helgoland. En consecuencia, la Royal Navy podía controlar cualquier actividad a gran escala de la Marina alemana. Para conectar los dos accesos, los germanos habían construido el canal Kaiser Guillermo en Kiel. La obra, terminada poco antes del inicio de la guerra para permitir el paso de los descomunales Dreadnought alemanes, no resolvió, sin embargo, el dilema estratégico esencial de Alemania.

1. ChurchilJ, citado en Geoffrey Parker, The Cambridge lUustratedHistory ofWarfare, Cambridge, Cambridge University Press. 1W5, pág. 258.

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La guerra en el mar y los derechos de los neutrales Los británicos tenían suficientes barcos de guerra para dividir la Royal Navy en dos flotas. La Flota de Aguas Jurisdiccionales, como su nombre implica, tenía la responsabilidad de la vigilancia de la costa británica. A la Gran Flota se le encomendó la tarea de contener a los alemanes y de asegurar las rutas navales que alimentaban y suministraban a las islas nacionales. En total, en 1914 los británicos sobrepasaban en potencia de fuego a los alemanes en 11 Dreadnought, 18 acorazados de clases anteriores a ésta, 61 cruceros, 157 destructores y 48 submarinos. La superioridad en la construcción naval de los británicos significaba que seguirían dejando atrás a sus rivales durante la guerra. Los británicos tenían, además, la ventaja de su alianza con las Marinas francesa, rusa e (después de 1915) italiana. Pero la oportunidad y las circunstancias ayudaron también a los británicos. Al estallar la crisis de julio, la Royal Navy llevaba a cabo unas prácticas de movilización. Éstas tenían como objetivo comprobar cuánto tardaban los reservistas en presentarse a sus puestos de servicio y el nivel en el desempeño de sus funciones. En consecuencia, la Royal Navy estaba movilizada aun antes de que se requiriesen sus servicios. Los reservistas estaban en sus puestos, y muchos de los problemas derivados de preparar a la Marina para la guerra ya se habían resuelto. Churchill decidió con prudencia no adelantar el fin del ejercicio, que estaba programado para finales de julio, y, en su lugar, mantuvo a los reservistas en sus barcos e hizo que se desplegaron por el mar del Norte coincidiendo con la declaración de hostilidades, lo que dio a Gran Bretaña una ventaja inicial fundamental. No obstante este dominio, la Royal Navy fue prudente y permaneció a la defensiva. Casi las dos terceras partes de los alimentos necesarios para el mantenimiento de los británicos procedía de ultramar, y la responsabilidad del imperio alcanzaba a todos los rincones del globo. La Royal Navy tenía también que desplegar y suministrar tropas a cuatros continentes. En otro orden de cosas, las costas orientales de Inglaterra y Escocia no contaban con unas defensas sólidas, y las bases allí establecidas no estaban debidamente equipadas para la guerra antisubmarina; por lo tanto, una gran derrota naval dejaría a las islas nacionales en una situación de vulnerabilidad peligrosa. En diciembre de 1917 los estrategas británicos aún seguían sin estar dispuestos a eliminar la posibilidad de un desembarco anfibio alemán en las islas.2 Por esta razón, Churchill describió al almirante jefe de la Gran Flota, sir John Jellicoe, como el único hombre capaz de perder la guerra en una sola tarde. Jellicoe tenía la responsa2. C. R. ÍM. E. Crutwell, A Histoiy ofthe Great War, 19141918, Oxford, Clarendon Press, 1934, pág. 68.

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bilidad de utilizar la poderosa Royal Navy para destruir la Flota de Altamar alemana sin sufrir pérdidas que colocasen a Gran Bretaña en peligro. La suya no era una posición envidiable. De resultas de todas estas limitaciones, Jellicoe y los almirantes de la Royal Navy se decidieron por una estrategia de ataque mediante defensa. Las principales prioridades de la Marina siguieron siendo la defensa de las islas nacionales y el control permanente de las rutas de navegación. Al mismo tiempo, la Royal Navy impuso un bloqueo de superficie a Alemania para privarla de los productos alimenticios y bienes de equipo del exterior; el Almirantazgo desplegaría a la Gran Flota de manera que obligara a permanecer en puerto a la flota alemana. Los británicos no picarían el anzuelo de atacar a los alemanes en sus puertos o cerca de sus defensas exteriores. En su lugar, la Royal Navy, tal y como escribió un historiador, «buscaría combatir sólo cuando dispusiera de una fuerza abrumadoramente superior y las circunstancias fueran exactamente las adecuadas».3 Una flota alemana confinada a perpetuidad en sus puertos nacionales, razonaba el Almirantazgo, era casi tan buena como una flota alemana destruida en combate. Una de las ventajas fundamentales de Alemania radicaba en sus submarinos; sólo éstos podían escapar de manera regular de los puertos alemanes sin ser observados por la Armada británica. Aunque los británicos tenían más, los consideraban más apropiados para la defensa costera y, en consecuencia, 65 de los 78 submarinos de que disponían fueron asignados a la Flota de Aguas Jurisdiccionales. Además, la Royal Navy buscaba hacer la guerra mediante el bloqueo de superficie, que estaba reconocido por las leyes internacionales y era un elemento tradicional en la manera de luchar de los británicos. Para ser legal, un bloqueo tenía que ser efectivo, declarado, visible y respetuoso con los derechos de los barcos neutrales. Los submarinos, claro estaba, no podían seguir estas leyes, por lo que su utilización para realizar el bloqueo era técnicamente ilegal. Al poseer una flota de superficie enorme y ejercer un control férreo sobre el mar del Norte, los británicos se podían permitir el lujo de respetar las leyes del bloqueo y seguir siendo efectivos. Sólo en 1915, la Royal Navy interceptó 3.098 barcos que se dirigían a puertos alemanes, y sus responsables aseguraron, es probable que con exactitud, que ni un solo barco de superficie había atravesado el estrecho de Dover sin permiso británico.4 Alemania no se encontraba en una situación tan ventajosa. Por lo tanto, los submarinos se convirtieron en la manera más lógica de atacar las líneas de suministro británicas. Los submarinos se podían acercar en silencio, atacar con 43. Hew Strachan, The First World War, vol. 1, To Arms, Oxford, Oxford University Press, 2001, pág. 393 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2004). 44. Crutwell, op. cit., pág. 188.

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El almirante John Jellicoe se convirtió en jefe de la Gran Flota al estallar la guerra. Aunque tildado por algunos de demasiado prudente, se le adjudicó gran parte del mérito por la victoria menor de Jutlandia; sin embargo fue destituido más tarde por su incapacidad para neutralizar la amenaza de los U-booteri alemanes. {Imperial War Mttseitm, Q67791)

rapidez y huir sin peligro. Sin embargo, eran vulnerables al fuego enemigo si se les detectaba y no podían respetar las leyes de la guerra en lo relacionado con los hundimientos, apresamientos y trato a las tripulaciones. Además, los capitanes de los submarinos disponían de mucho menos tiempo para decidir si el barco que tenían a la vista pertenecía a un enemigo beligerante o a un país neutral. Las apariencias solían ser engañosas. La práctica británica de hacer ondear una bandera norteamericana en sus mercantes para engañar a los submarinos alemanes, se convirtió en algo tan corriente que el presidente Woo-drow Wilson presentó una queja formal. El tardío despliegue de mercantes británicos con cañones ocultos y personal militar en ropa de paisano (los llamados barcos Q) contribuyó a aumentar la confusión de los capitanes de los submarinos. Cuanto más tiempo permanecía un submarino en la superficie, mayor era su período de desventaja. t* Al principio, los alemanes autorizaron a sus submarinos para que atacaran únicamente a los barcos de guerra. Durante los primeros meses de la guerra, hundieron cuatro cruceros y un acorazado anterior a la clase Dreadnought, y dieron así amplias muestras del potencial de la guerra submarina contra los buques mercantes desarmados. Otros acontecimientos madrugadores sugirie-

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ron que, no obstante las desventajas, los alemanes tal vez pudieran obtener importantes ventajas marítimas. La rápida y audaz travesía del Goeben y el Bres-lau hasta aguas turcas había sido una importantísima inyección de moral para los alemanes y una humillación para la Armada británica. Los cruceros alemanes empezaron a acosar a los navios británicos en Sumatra, Zanzíbar, Madras y Brasil. En noviembre los alemanes consiguieron hundir dos cruceros británicos más en las costas de Chile durante la batalla de Coronel. El almirante mayor de la mar John Jackie Fisher y la Royal Navy respondieron con la clase de acción agresiva que Gran Bretaña esperaba de ellos. Fisher envió rápidamente a Sudamérica una escuadra, que llegó a las islas Malvinas sólo tres semanas después de haber partido de Portsmouth. Una vez allí, dieron caza a los cruceros alemanes, hundieron a cuatro de ellos y terminaron de hecho con la amenaza germana a las líneas de convoyes británicos en Sudamérica y el Pacífico oriental. Sin que lo supieran los alemanes, los rusos habían proporcionado a Gran Bretaña un juego de códigos del enemigo común, después de obtenerlos de un barco alemán que había naufragado en el mar Báltico. A raíz de esto, los británicos crearon un departamento secreto, denominado la Habitación 40, encargado de descifrar los códigos alemanes y de adivinar las actividades de su Marina. En enero de 1915 la Habitación 40 produjo su primera victoria importante. Una escuadra de cruceros alemana se adentró en el mar del Norte para limpiar la zona de patrullas británicas y sembrar de minas sus rutas de acceso. Gracias a la Habitación 40, los británicos siguieron los movimientos de la escuadra desde Whitehall y, mediante comunicaciones de radio, pudieron dirigir los barcos de guerra británicos hacia los navios alemanes que navegaban hacia ellos. Gracias a sus Dreadnought, los británicos ganaron el enfrentamiento subsiguiente, conocido como la batalla de Dogger Bank. Los Dreadnought británicos resultaron tan devastadores, que los alemanes apodaron a sus acorazados de clases anteriores como «barcos de cinco minutos», en referencia a su previsible período de supervivencia en combate. Los alemanes perdieron el crucero Blücher (al que, irónicamente, habían bautizado así en honor del mariscal de campo prusiano que combatió en Waterloo al lado de los británicos contra Napoleón) y a 950 marineros de su tripulación. Los británicos no perdieron ningún barco y sólo a 15 marineros. A raíz de esto, la flota de superficie germana se recluyó tras sus defensas durante el resto del año. En la otra punta del mundo, en el Pacífico occidental, la Marina alemana sufrió repetidas derrotas. Japón, a la sazón aliado de Gran Bretaña en virtud de un tratado naval firmado en 1902, declaró la guerra a Alemania en agosto de 1914. Antes de que terminara el año, los japoneses recibieron la promesa de Gran Bretaña de que podrían anexionarse cualquier colonia alemana al norte del ecuador que conquistaran. Japón derrotó enseguida a las fuerzas

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Los británicos dependían de su preponderancia en el mar para ganar la guerra económica. Un equipo de rodaje británico filmó el hundimiento del crucero Blücher en 1915, en donde murieron ahogados 950 alemanes. Este fotograma de aquella película se grabó en las cajetillas de cigarrillos de muchos oficiales de la Armada británica. (NationalArchives) -v. navales alemanas y desembarcó tropas en la península china de Shandong y en las islas Marshall, Carolinas y Marianas, además de en las Palau. Las fuerzas australianas y neozelandesas tomaron la Nueva Guinea alemana, el archipiélago Bismark, las islas Salomón y la Samoa alemana. Sin esas bases del Pacífico, a los alemanes no les quedaba ninguna esperanza de poder inhabilitar las rutas marítimas de los británicos en aquellas aguas ni sus trascendentales enlaces con la India y Australia. Por lo tanto, si Alemania iba a utilizar su Marina para obstaculizar el comercio británico, tendría que confiar más en sus submarinos. El 4 de febrero de 1915 Alemania anunció una guerra submarina ilimitada (GSI) al declarar las aguas que rodeaban Gran Bretaña como zona de guerra. Los alemanes señalaron que la GSI habría de ser «de una atrocidad máxima» y que tendría como objetivo todo tipo de embarcaciones, incluidas las de los países neutra-

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les;5 en consecuencia, la Marina informó a los capitanes de sus submarinos que no se les pediría responsabilidades por el hundimiento de ningún barco neutral. La protesta de Estados Unidos no se hizo esperar, manifestando que tenía derecho a comerciar con cualquier país que quisiera y que sus ciudadanos tenían derecho a viajar en cualquier barco, fuera cual fuese su nacionalidad. El presidente Wilson advirtió a Alemania que la haría responsable por cualquier pérdida de propiedades o vidas norteamericanas. La GSI y el bloqueo de superficie británico, por tanto, plantearon una serie de delicadas cuestiones de neutralidad y legalidad. La neutralidad admitía más de una definición, e igual podía significar un impacto similar sobre la guerra para todos los contendientes, que ningún impacto en absoluto, que la libertad de comerciar con todos y con cada uno de los contendientes. Los norteamericanos insistieron con firmeza en esta última definición. En la práctica, las empresas norteamericanas comerciaban con mucha más frecuencia con Gran Bretaña y Francia que con los Imperios centrales, lo que llevó a argumentar a los alemanes que en realidad Estados Unidos no era neutral, puesto que sus políticas beneficiaban financieramente a los aliados. Gran Bretaña respondió a los intentos alemanes de comerciar con Estados Unidos obligando a los barcos norteamericanos a fondear en los puertos británicos para inspeccionarlos. Si descubrían cualquier artículo de contrabando con destino a Alemania, se incautaban de los bienes y cancelaba cualquier futuro contrato gubernamental con el fabricante de los artículos. Semejante política irritó a los empresarios norteamericanos, aunque, de acuerdo con las leyes internacionales, la actuación era legal. Británicos y norteamericanos disentían también en la definición de lo que eran bienes de contrabando. Los segundos insistían en que el algodón y los alimentos no podían ser calificados de tales, aunque los primeros tenían un punto de vista más restrictivo e incluían ambos productos. Los británicos apresaban también los barcos que se dirigían a Holanda, un país neutral a través del cual Alemania esperaba recibir gran parte de sus mercancías. Así las cosas, Estados Unidos tenía motivos de quejas con ambos bandos por la guerra económica que se estaba librando en alta mar. Tal y como los alemanes veían la situación, la «neutralidad» norteamericana beneficiaba en semejante medida a los aliados, que convertía a los norteamericanos prácticamente en beligerantes. A pesar del aislacionismo, a muchos alemanes les irritaba lo que consideraban una política exterior permisiva hacia Gran Bretaña por parte de Estados Unidos. Una tira cómica de propaganda 5. El subsecretario de Asuntos Navales alemán, Alfred üallin, citado en B. J. C. McKercher, «Fconomic Warfare», en Hew Strachan (comp.), The Oxford Illustrated History ofthe First World ¡fe, Oxford, Oxford University Press, 1998, pág. 381.

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alemana de la época satirizaba el comportamiento norteamericano mostrando a dos matones británicos robando al Tío Sam en la esquina de una calle. Los delincuentes decían: «¡Alto, Tío Sam! Llevas encima artículos de contrabando. Así que no tenemos más remedio que quitarte todo lo que necesitamos». Una vez que los ladrones se habían marchado, el Tío Sam decía: «Por suerte, me han dejado la pluma. ¡Así podré escribir una enérgica protesta!».6 Dada la insistencia de los norteamericanos en interpretar su neutralidad con la máxima flexibilidad, la escalada en la conflictividad con Alemania era absolutamente inevitable. Las distinciones entre submarinos y barcos de superficie también se revelaron trascendentales. Los primeros no admitían escoltas y carecían de espacio para almacenar artículos de contrabando o resguardar a la tripulación de un barco; sólo podían hundir un barco o dejarlo pasar. El 7 de mayo de 1915 los alemanes hundieron el barco de pasaje Lusita-nia cerca de la costa irlandesa, en el que murieron 1.198 personas, entre ellas 128 norteamericanos. Wilson sabía que el navio transportaba artículos de contrabando, pero la pérdida de vidas humanas le obligó a pasar por alto el cargamento. La insensible reacción de Alemania, que acuñó una medalla conmemorativa y continuó con la GSI aun cuando el mar seguía arrojando cadáveres a la costa irlandesa, sirvió sólo para avivar la ira de los norteamericanos, que tampoco aceptaron el argumento alemán de que no eran responsables del destino fatal de los pasajeros del Lusitania, toda vez que su gobierno había insertado anuncios en los periódicos advirtiendo del peligro de navegar por el Atlántico. Pero, aunque Estados Unidos no intervino en la guerra a causa del Lusitania, el incidente provocó suficiente presión diplomática y económica sobre Alemania para obligarla a reconsiderar la utilización de la GSI. El 19 de agosto los submarinos alemanes torpedearon el barco de pasaje británico Arabic, en cuyo hundimiento perdieron la vida otros tres norteamericanos. La retórica de Estados Unidos se volvió ya más belicosa. El crítico más acérrimo y rival del presidente Wilson, el ex presidente Theodore Roosevelt, empezó a apoyar con contundencia la preparación de Norteamérica. «Es casi seguro que lo que les ocurrió a Amberes y a Bruselas —escribió— le ocurrirá algún día a Nueva York, a San Francisco y puede que también a muchas otras ciudades del interior.»7 Roosevelt no tardó en convertirse en uno de los líderes de un movimiento favorable a la preparación que no encontró muchos valedores en la Administración Wilson, pero que contó con un considerable apoyo económi45. «America and Britain», Archive de la Grande Guerre, serie 1, París, E. Chrion, 1919, pág. 381. 46. Roosevelt, citado en Martin Cíilbert, The First World War: A complete History, Nueva York, Henry Holt, 1994, pág. 158 (trad. cast.: La Primera Guerra Mundial, Madrid, La Esfera de los Li bros, 2004).

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«Nuestro amigo mutuo»: esta caricatura describe la frustración norteamericana respecto a las políticas navales tanto de británicos como de alemanes. Sin embargo, el hundimiento del Liisitartia provocó que muchos estadounidenses criticaran la política germánica porque parecía tener como objetivo a las personas y no sólo al comercio. (Library ofCongress) ■ -'■■'*... TI -Ib" : . , . , ' ■ "

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>;■ Los franceses dejaron de confiar en su pieza de artillería ligera de 75 mm. Su lugar fue ocupado por cañones más grandes, como este Schneider de 155 mm, que hizo su aparición mediada la contienda. (United States Air Forcé Academy McDermott Library. Colecciones especiales) - .

nejar prensas hidráulicas por todo el recorrido para reparar los neumáticos. En dos semanas, la Voie Sacrée transportó a 190.000 hombres, 22.500 toneladas de munición y 2.500 toneladas de alimentos y otros suministros. Hacia el 1 de mayo, la carretera había permitido a Pétain hacer entrar y salir del sector de Verdún a 40 divisiones de infantería. Aquélla fue una asombrosa proeza logística, que permitió a los franceses disparar más de cinco millones de proyectiles de artillería en las primeras siete semanas de la batalla.1' Esta imponente cantidad de proyectiles y el traslado de tantos soldados franceses convirtieron la región en un sangriento combate de boxeo entre dos ejércitos casi parejos. En mayo los franceses iniciaron el cruento proceso de recuperar todo el terreno que habían perdido. Sin embargo, en lugar de atacar con rifles y bayonetas, como ocurriera en 1914, lo hicieron con unas cantidades ingentes de artillería. Aunque no siempre consiguieron sus objetivos inmediatos, los millones de proyectiles disparados por los franceses causaron unas bajas a los alemanes que Falkenhayn no hubiera imaginado jamás. El comandante en jefe alemán había contado con matar a los franceses en una proporción de cinco a dos, y, de hecho, a finales de junio, había infligido unas 12. Véase Roben Bruce, «To the Limits of Their Strength: The French Army and the Logis-tics r>f Attririon at the Battle of Verdun, 21 Febmary-18 Dccember 1916», Anny History, n" 45, verano de 199H, págs. 9-21.

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terroríficas 275.000 bajas al enemigo; pero las 240.000 bajas de los alemanes indicaban que éstos no lo habían pasado mejor. La «picadora de carne» en que se convirtió Verdún desgastó a los dos ejércitos. El intenso combate continuó día tras día, sin apenas respiro, y las unidades de refuerzos de ambos bandos podían ver, oír y oler la batalla a kilómetros de distancia mientras se acercaban al frente. La política de Pétain de hacer rotar a los hombres mantuvo la cordura de la tropa, aunque la conciencia del inminente retorno al combate contribuyó a la aparición de un síndrome mental que los médicos enseguida denominaron «neurosis de guerra». Los hombres sin heridas físicas se volvían insensibles, aturdidos por la fatiga y la presencia constante de la muerte. «A menudo, era más exacto referirse a aquellos hombres como condenados a muerte — recordaba un oficial francés— pues eran muchos los que tenían la inteligencia embotada y la cara amarillenta. Devorados por la sed, ya no tenían ni fuerzas para hablar. Les dije que con toda seguridad seríamos relevados aquella noche. La noticia los dejó indiferentes, lo único que deseaban era un litro de agua.»13 En un intento de retomar Fort Douaumont, los franceses dispararon en una semana 6,3 millones de kilos de proyectiles sobre un área de apenas 60 hectáreas, lo que vino a representar no menos de 120.000 proyectiles de artillería. Aun así, el fuerte resistió, pues los corredores subterráneos servían de refugio a sus defensores. Robert Bruce señala la «trágica ironía» de que las poderosas defensas de Douaumont, diseñadas para proteger a los franceses, sirvieran entonces al Ejército alemán para refugiarse de los cañones franceses.14 Douaumont siguió en manos de los alemanes todo el verano; la fortaleza adquirió el mismo significado simbólico para la resistencia alemana que había tenido una vez para el poderío francés. No obstante el dominio de Douaumont, el gran plan de Falkenhayn había fracasado sin paliativos. El Ejército alemán no tomó Verdún ni infligió la clase de bajas fáciles a los franceses que aquél había previsto. Ya en marzo, el príncipe heredero había informado a su padre de su creciente pesimismo acerca de la campaña de Verdún, movido, sin duda, por la conciencia de que iba a tratarse de una sangrienta batalla de desgaste, y no de una conquista gloriosa. La frustración del príncipe heredero fue en aumento, al igual que su distancia-miento, y la mayor parte del tiempo se la pasó persiguiendo a las francesas de detrás de las líneas, mientras sus hombres morían a miles. Descontento por el desarrollo de la campaña, el kaiser relevó a Falkenhayn en agosto y lo envió al este a luchar contra los rumanos. Para sustituirlo recurrió al equipo de Hindenburg y Ludendorff, que de esta manera pasaron a es55. Citado en Miquel, op. cit., pág. 287. 56. Bruce, op. cit., pág. 18.

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tar ya al mando de todas las operaciones del Ejército alemán. A Hindenburg la cabeza le dictaba que la mejor medida era abandonar las posiciones alemanas en Verdún y poner fin a la campaña; su corazón, no obstante, le decía que allí habían muerto demasiados alemanes para retirarse de manera voluntaria. Sentimentalmente, para Hindenburg el honor de Alemania estaba en juego, aun cuando la campaña hubiera perdido todo valor estratégico. De este modo, la matanza de Verdún continuó. La habilidad de Pétain para salvar a Verdún en febrero le reportó el ascenso, en mayo, a comandante del Grupo de Ejércitos del Centro. Su puesto como jefe del II Ejército (que formaba parte del Grupo de Ejércitos del Centro) lo ocupó el agresivo Robert Nivelle. Al igual que Pétain, Nivelle había empezado la guerra como coronel. Su hábil utilización de la artillería había contribuido a la victoria aliada en el Marne, lo que le llevó a ascender con rapidez. En Verdún, Nivelle perfeccionó dos complejas tácticas de artillería que le hicieron muy popular entre sus superiores y el primer ministro, Aristide Briand. La primera, llamada bombardeo de «engaño», interrumpía el fuego artillero el tiempo suficiente para permitir a los alemanes devolver el fuego y revelar así sus posiciones, a las que los cañones pesados de Neville silenciaban acto seguido. La segunda, conocida como «barrera móvil», consistía en establecer una cortina de fuego que precedía a la infantería de manera acompasada. Si se hacía de manera correcta, una barrera móvil silenciaba las ametralladoras enemigas, permitiendo que la infantería avanzara hasta sus objetivos. Nivelle colaboró estrechamente durante todo el verano con Charles Man-gin, alias el Carnicero, en el desarrollo de un plan para reconquistar Douau-mont. Este último se había ganado a pulso el sobrenombre. Herido tres veces antes de la guerra durante el servicio colonial en África, era bien conocida la temeridad con que arriesgaba la vida de sus hombres. De algún modo, el tiempo pasado en África le había convencido de que los africanos tenían un umbral de resistencia al dolor mayor que el de los europeos, y, allí donde era posible, utilizaba a los soldados africanos para la primera oleada de un ataque. Se decía que, después de la guerra, era el único general francés que podía pararse en la esquina de una calle de París con su uniforme de gala sin que se le acercara un solo veterano a estrecharle la mano. Cabe decir en su descargo, que Mangin no pedía a sus hombres nada que no hiciera él mismo. Con 50 años, dirigía las cargas personalmente y rara vez atacaba hasta no haber preparado cada detalle con meticulosidad. En octubre Mangin tuvo el gran apoyo artillero que necesitaba para realizar otra carga contra Douaumont. Entonces Francia contaba con 300 piezas de artillería de más de 155 mm y había introducido los nuevos y gigantescos cañones de 400 mm. El 24 de octubre Nivelle realizó su mejor bombardeo de engaño hasta ese momento, destruyendo las piezas de artillería alemanas

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El apacible pueblo de Vaux estaba situado en las líneas del frente de varias de las principales ofensivas, incluida la de Verdún. La II División americana tomó finalmente la ciudad para los aliados en julio de 1918. (United States Air Forcé Acsdemy McDermott Libraty. Colecciones especiales) situadas frente a la división de Mangin; luego, su barrera móvil protegió el avance de las tropas de Mangin hacia Douaumont. Los meses de bombardeo artillero habían transmutado las obras exteriores del ftierte de uno de los edificios más sólidos del mundo en un montón de hormigón destrozado y arrancado de la tierra. Aun así, seguía siendo un efectivo refugio subterráneo y un grandísimo símbolo para ambos bandos. Alrededor de las 16.30 horas de aquella tarde, los soldados franceses que se encontraban cerca del fuerte de Souville observaron cómo tres soldados vestidos con uniformes franceses ascendían a lo alto del montón de escombros que una vez había sido Douaumont y agitaban los brazos al aire. El fuerte volvía a ser francés. Las tropas de apoyo movieron la línea algo más de 3 km a favor de Francia. Una semana después, retomaron Fort Vaux, y con él se acabó de recuperar en realidad todo lo ganado por Alemania desde el verano.15 15. Hume, op. cit-, pág. 316.

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Cuando los dos ejércitos se agotaron por fin en diciembre, las líneas estaban situadas casi en el mismo sitio que en febrero. Un cálculo aproximado cifró el número de muertos y desaparecidos en 162.000 franceses y 142.000 alemanes. La mayor parte de los desaparecidos fueron víctimas de una artillería tan poderosa, que resultó imposible identificarlos con suficiente precisión para enterrarlos en sus propias tumbas. Los restos anónimos de alrededor de 130.000 víctimas de Verdún yacen en la actualidad en un enorme osario cerca de Douaumont. Verdún se convirtió así en la batalla de desgaste prevista por Falkenhayn; sin embargo, contrariamente a lo que él había planeado, la batalla desgastó a ambos lados por igual. El colosal combate decidió los destinos de los Ejércitos alemán y francés a lo largo de 1917 y 1918 y mucho más allá. Provocó también la destitución de Joffre, a quien se le reprochó su falta de atención a Verdún en 1915 y se le hizo responsable de las enormes bajas de 1916. Para suavizar la transición, el gobierno resucitó el grado de mariscal, que estaba en desuso desde 1871, y convirtió a Joffre en el primer hombre de la Tercera República en ostentar el rango. Su lugar fue ocupado por Robert Nivelle, que prometió a los políticos franceses y británicos que podía repetir su fructífera fórmula de Verdún en todo el frente occidental. Las repercusiones de la sangría de Verdún fueron más allá de los dos ejércitos directamente implicados y tuvo también un importante efecto sobre los Ejércitos británico, ruso, italiano, austrohúngaro y rumano. Verdún se convirtió en sinónimo de sacrificio, de muerte y de batallas que desafiaban las definiciones tradicionales de victoria y derrota. El recuerdo de la batalla de un veterano francés resume con precisión el estado de los Ejércitos francés y alemán a principios de 1917: «Esperábamos la llegada del momento fatal sumidos en una especie de estupor... en medio de un tumulto enloquecido. Todo el Ejército francés pasó por esta experiencia».16 En la mente de muchos, tanto en el bando alemán como en el francés, permaneció la incógnita de si aquel ejército podría sobrevivir a 1917. La guerra en la tercera dimensión Entre otras características destacables de Verdún, se cuenta la de haber señalado el nacimiento del concepto moderno de la guerra aérea. Al iniciarse la contienda, fueron varios los generales que manifestaron su desprecio hacia la aviación, a la que consideraban poco más que un entretenimiento de las clases altas, impresión a la que habían contribuido las abundantes y lucrativas com16 Citado en Miquel. op. at., pág. 292.

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peticiones de velocidad y autonomía [tiempo de vuelo] de antes de la guerra. Sin embargo, cuando la caballería perdió su tradicional papel de reconocimiento en el campo de batalla, los aviones se convirtieron en el recambio lógico. La participación de los aviones en el descubrimiento del desvío hacia el sur de Kluck antes de la batalla del Mame, fortaleció los argumentos de sus partidarios de que los aviones podrían revelarse como un factor decisivo en la guerra. En los espacios abiertos del frente oriental no tardaron en erigirse en unos instrumentos trascendentales, y tanto Ludendorff como Joffre se contaron entre los más importantes conversos iniciales. La importancia de la aviación condujo a un incremento enorme del gasto que buscaba aumentar tanto la cantidad como la calidad de los aparatos. En 1914 los beligerantes apenas tenían más de 800 aviones entre todos. Sin embargo, a lo largo de la guerra se construyeron casi 150.000 aparatos. Los motores aumentaron su potencia y el fuselaje se hizo más largo y resistente. Para ocuparse de estos aviones, las grandes potencias adiestraron a miles de pilotos, mecánicos, observadores y demás personal de apoyo, y se produjo un aumento descomunal de la aviación en todos los países beligerantes. El Real Cuerpo de Aviación británico pasó de 2.000 personas en 1914 a 291.000 en 1918, momento en el cual se había convertido en la primera fuerza aérea independiente del mundo. Pero la aviación adquirió enseguida una complejidad que hizo necesaria la especialización en tres áreas: la observación, la persecución y el bombardeo. Los observadores no sólo localizaban e informaban de los movimientos del enemigo, sino que también ayudaban a dirigir el fuego de la artillería; al desarrollarse los sistemas de comunicación con los artilleros, los pilotos pudieron ayudar a corregir las imprecisiones de tiro. En consecuencia, permitieron una utilización más sistemática del «fuego indirecto», un procedimiento en el que el artillero no ve en realidad sus objetivos. Al utilizar a los observadores aerotransportados como sus ojos, la artillería podía ocultarse y proteger, por ende, sus baterías del fuego enemigo. Pero semejante sistema dependía del dominio del aire. Los aviones de persecución (o cazas) tuvieron un desarrollo precoz, con la misión especializada de eliminar del cielo a los aviones de observación enemigos y de despejar el camino a los observadores propios. El invento del diseñador aeronáutico holandés Anthony Fokker de un mecanismo que evitaba el disparo de la ametralladora cuando la pala de la hélice estaba en la línea de mira, permitió a los alemanes sincronizar el motor del avión y el arma. Por primera vez, el piloto podía disparar «a través» de las palas de la hélice, lo que le permitía volar y mantener apuntado el cañón al mismo tiempo. Hasta que los aliados perfeccionaron un sistema parecido, el «azote de los Fokker» concedió a los alemanes una ventaja decisiva en el aire.

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Al principio de la contienda, la misión de la aviación consistía en localizar a la artillería y en observar los movimientos del enemigo. En 1916 las tácticas modernas para los aviones de combate ya se habían perfeccionado, y en 1918 los aviadores habían previsto o practicado todos los papeles de las fuerzas aéreas modernas a excepción del repostaje en vuelo. (Cortesía de Andrew y Herbert William Rolfe)

Ya en 1915 los aviones habían adquirido la suficiente fortaleza como para permitir una tercera misión: el bombardeo aéreo. En mayo aviones británicos dirigieron su ataque contra una fábrica alemana de gas venenoso, sobre la que lanzaron 87 bombas con resultados diversos. Hacia el final de la guerra, los bombardeos aéreos de objetivos tanto militares como civiles se habían convertido en algo habitual. Los bombarderos alemanes Gotha tenían el alcance (distancia de vuelo) para llegar a Londres y capacidad para transportar 450 kg de bombas. Las incursiones aéreas llevadas a cabo por ios bombarderos y los dirigibles (zepelines) mataron a 1.400 civiles británicos. Aunque de aparición demasiado tardía para entrar en combate, el Handley Pager V/1500 británico tenía un alcance de 965 km y capacidad para transportar casi 3.375 kg de bombas. Si la guerra hubiera continuado durante 1919, los británicos habrían tenido 36 V/l 500 listos para entrar en combate y otros en camino. Verdún asistió a los primeros esfuerzos coordinados de conectar la eficacia de las fuerzas aéreas a la suerte de las tropas terrestres. Los aviones de reconocimiento alemanes, protegidos por los aviones de persecución, fotografiaron cada centímetro del saliente de Verdún antes de atacar. Una vez iniciada la batalla, los bombarderos alemanes complementaron a la artillería atacando

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puentes, zonas de concentración y baterías enemigas. Cabe reseñar que no atacaron nunca la Voie Sacrée, dado que Falkenhayn no quería destruir los medios que permitían a Francia continuar alimentando a los hombres dentro del matadero que él había diseñado. Los franceses respondieron a la amenaza aérea alemana creando escuadrones de cazas que actuaban en equipo, lo que les permitía concentrar la potencia de fuego para obligar a los aviones enemigos a alejarse del frente. Entre estos escuadrones había una unidad de voluntarios norteamericanos, la escuadrilla Lafayette, cuya impresionante hoja de servicios en combate contribuyó a la fama de los estadounidenses que combatieron del lado francés.17 En marzo de 1916 Francia había ganado la guerra aérea sobre Verdún. La aparición del Nieuport II, un aparato ágil con una velocidad punta de casi 160 km/h, dio a los pilotos franceses una ventaja tecnológica hasta la aparición del Albatross III alemán a principios de 1917. Pese a los avances tecnológicos, la aviación siguió siendo un cuerpo apto sólo para los más audaces, puesto que la esperanza de vida de un piloto era aún más corta que la del encargado de una ametralladora. Solamente en accidentes de entrenamiento, Francia perdió a 2.000 pilotos. Aquellos que fueron capaces de dominar la nueva tecnología se convirtieron en héroes populares. Hombres como el francés Georges Guymener (54 derribos), los alemanes Oswald Boeicke (40 derribos) y el barón Von Richthofen (16 derribos) y el británico Albert Ball (44 derribos) innovaron, todos, el arte de la guerra aérea; los cuatro murieron en combate antes de finalizar la guerra. La potencia aérea se había convertido ya en 1917 en algo fundamental para el triunfo de cualquier operación. A principios de aquel año, Pétain le había dicho al nuevo ministro de la Guerra, Paul Painlevé: «La aviación ha adquirido una importancia trascendental; se ha convertido en uno de los factores indispensables del éxito... Se hace necesario dominar el aire».18 El general no tenía que convencer a Painlevé. Matemático y científico de gran talento, Painlevé ya era uno de los más grandes expertos en aviación del mundo, y en su condición de primer pasajero europeo de Wilbur Wright, había establecido un récord de autonomía de vuelo de una hora y diez minutos. Después de eso, pasó a impartir el primer curso de ingeniería aeronáutica de Francia. Bajo su dirección, Francia se situó a la cabeza de la aviación militar, un componente que resultó fundamental para el triunfo final aliado.

57. Véase Paul Ferguson y Michael Neiberg, «America's F.xpatriate Aviators», Military Ilistory Quarterly, vol. 14, n" 4, verano de 2002, págs. 58-63. 58. Pétain, citado en John Morrow, The Great War in the Air, Washington, DC, Smithsonian Press, 1993, pág. 199.

Capítulo 7 Una guerra contra la civilización Las ofensivas de Chantilly y el Somme

Iban cantando, alegres, una melodía del musichall, mientras se dirigían hacia el resplandor de todos aquellos proyectiles allá en la lontananza, en donde habitaba la muerte. Los observé pasar... a todos aquellos chicarrones de un regimiento del norte de Inglaterra, y algo de su espíritu pareció desprenderse de la oscura masa de sus cuerpos en movimiento y estremecer el aire. Se acercaban a aquellos lugares sin titubear, sin mirar atrás y cantando. Qué hombres tan buenos y maravillosos. PlIILIP GlliBS, The Historie First ofjuly* Al igual que Falkenhayn, Joffre y los demás generales aliados reflexionaron sobre el significado de los acontecimientos de 1915. Joffre llegó a la conclusión de que el éxito de Alemania se había debido en buena parte a dos factores. Primero, que Alemania le había sacado partido a las líneas interiores, lo que implicaba que podían mover las fuerzas entre los frentes por medio de la excelente red ferroviaria de que disponían de una manera a todas luces vedada a los aliados. De esta forma, los alemanes habían podido concentrar las fuerzas para ofensivas como la de Gorlice-Tarnów. Segundo, que los Imperios centrales no se habían enfrentado nunca a una campaña conjunta de todos los ejércitos aliados al mismo tiempo; se habían dado el lujo de enfrentarse a un solo enemigo cada vez. La reunión de Chantilly Joffre no podía hacer mucho para cambiar la geografía de Europa, aunque sí para intentar coordinar las ofensivas aliadas. En consecuencia, en diciembre de 1915 su cuartel general de Chantilly acogió una reunión de alto nivel a la * El epígrafe está extraído de Philip Gibbs, The Rattles ofthe Somme, Nueva York, George H. Doran, 1917, pág. 26.

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que asistieron los máximos responsables de los ejércitos y gobiernos de Gran Bretaña, Rusia, Italia y Serbia. Joffre propuso que a mediados del verano de 1916 los aliados estuvieran preparados para dirigir unas ofensivas simultáneas contra múltiples frentes, lo que impediría la capacidad alemana de trasladar fuerzas y ejercería presión sobre los Imperios centrales desde todos los frentes. Según él, al llegar el verano se darían tres condiciones que no sólo harían posible tal estrategia, sino que también garantizarían el éxito. Primero, los Nuevos Ejércitos británicos estarían por fin listos para un combate a gran escala; segundo, la industria francesa habría entregado ya suficientes piezas de artillería pesada, las cuales él consideraba vitales para el éxito; tercero, Rusia se habría recuperado lo suficiente de los desastres de 1915 para reanudar la ofensiva. En un segundo plano, el abandono de campañas secundarias como la de Gallípoli y Salónica podría proporcionar más hombres para las ofensivas previstas por Joffre. En teoría, Chantilly representó un paso fundamental para que los aliados afrontaran la guerra como una sola entidad; sin embargo, se quedó corta en lo tocante a crear una estructura de mando unificado o incluso un mecanismo permanente de discusión estratégica. Al igual que todos los intentos aliados, el acuerdo de Chantilly supuso una serie de compromisos. Rusia aceptaba llevar a cabo una ofensiva conjunta en 1916 con todos sus aliados, sólo si Joffre se avenía a mantener abierto el frente de Salónica. Este aceptó a regañadientes, lo que suponía que las fuerzas establecidas en Grecia permanecerían allí en lugar de trasladarse a los escenarios previstos por Joffre como zonas de combate prioritarias para 1916. Los británicos también lo obligaron a aceptar que algunas de las tropas evacuadas de Gallípoli fueran enviadas a Egipto y no a Francia. Joffre y los generales presentes en Chantilly confiaban en poder esperar hasta mitad del verano para lanzar sus grandes ofensivas, lo que implicaba que los alemanes tendrían que obligarlos a permanecer a la defensiva. Como hemos visto, no lo hicieron, y Verdún puso en entredicho todas las conclusiones alcanzadas en Chantilly. El Ejército francés, a la sazón en una posición desesperada, no estaba para encabezar las ofensivas del verano. A partir de entonces, las ofensivas de Chantilly tenían que alejar los recursos alemanes de Verdún, dando así a los franceses la oportunidad de sobrevivir. Falkenhayn había contado con que los británicos lanzaran una ofensiva para ayudar a los franceses en Verdún, y confió en que atacando Verdún a principios de 1916 forzaría a los primeros a atacar de manera prematura, antes de que sus Nuevos Ejércitos y el apoyo artillero estuvieran a punto. Entonces, sus fuerzas podrían destruir a los inexpertos británicos mientras avanzaban. Los alemanes tendrían la ventaja del terreno elevado y de las posiciones defensivas bien preparadas en cualquier frente donde atacaran los británicos.

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Haig no mordió el anzuelo e insistió ante un Joffre cada vez más fogoso que él tenía que esperar hasta mitad del verano para lanzar su ofensiva. Cuando finalmente lo hizo el 1 de julio, durante los primeros días la predicción de Falken-hayn se cumplió en términos generales. La primera ofensiva de Chantilly llegó en marzo de 1916 y provino de Lui-gi Cadorna y los italianos. A fin de ayudar a su aliado francés, Cadorna inició la quinta batalla del Isonzo con varias semanas de antelación sobre lo previsto, antes de que el deshielo primaveral hubiera derretido las nieves alpinas. A Cadorna le preocupaba bastante menos la suerte de los franceses que la que correrían los italianos si los alemanes alcanzaban la victoria en el frente occidental y podían, por consiguiente, concentrar fuerzas adicionales contra Italia. A pesar de las terribles condiciones climatológicas y de la decreciente moral de su ejército, Cadorna se sintió insólitamente confiado. Conservaba una ventaja de 250 batallones de infantería, ventaja que en piezas de artillería era de 933 unidades.1 Por lo tanto, no le preocupó ni la altura de la nieve ni las complicaciones implícitas en el adelantamiento de una ofensiva unas cuantas semanas. Cadorna siguió mostrando también una alegre despreocupación acerca de la solidez de las posiciones austrohúngaras en todo el terreno elevado. Desde esas posiciones, Boroevic y su Estado Mayor habían podido controlar la concentración de hombres y material para la ofensiva de los italianos, así que, cuando éstos empezaron el bombardeo preparatorio, los austrohúngaros alejaron a sus hombres de las posiciones del frente. Los proyectiles italianos cayeron durante cuarenta y ocho horas sobre la primera línea, dañando las trincheras y las posiciones; la mayoría de los soldados, sin embargo, se habían alejado de allí. Envuelto por la niebla y la nieve, y sin unos objetivos reales más allá de dirigirse a la ciudad de Gorizia, el Ejército italiano avanzó con lentitud e incertidumbre. Al cabo de cinco días, Cadorna decidió que ya había hecho suficiente para cumplir con el espíritu del acuerdo de Chantilly y suspendió el combate. La batalla le costó a cada bando miles de bajas sin sentido y no tuvo ninguna repercusión sobre la lucha en Verdún. El 19 de marzo Boroevic contraatacó y recuperó parte del terreno elevado ganado por los italianos. Los austrohúngaros tuvieron buen cuidado de limitar sus objetivos y los recursos que asignaban, y la operación fue un éxito completo. Con sólo 259 bajas, los austrohúngaros hicieron prisioneros a 600 italianos e infligieron un número igual de muertos y heridos. Los últimos fracasos del Isonzo disminuyeron el prestigio de Cadorna a ojos de los políticos italianos, aunque el general siguió insistiendo en que él respondía exclusivamente 1. John Schintller, Isonzo: The Vorgotten Sacrífice oftbe (ireat IVar, Westport, Connecticut, Praeger, 2001, pág. 139.

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Unos soldados heridos del frente del Lsonzo esperan a que se les traslade a un hospital de campaña. Millares de soldados de todos los ejércitos murieron sin necesidad por heridas de escasa consideración a causa de la ausencia de condiciones higiénicas y de la atención sanitaria adecuadas. (United States Air Forcé Academy McDermott Lihrary. Colecciones especiales)

ante el comandante en jete nominal de los italianos, el rey Víctor Manuel III. El rey era un hombre triste, aunque de personalidad valerosa, que visitaba el frente a menudo y, en ocasiones, bajo el fuego enemigo. Aunque se dio cuenta de los problemas existentes en el cuartel general de Cadorna, mantuvo una fe injustificada en que el general aprendería de sus errores y solucionaría los pro blemas. ;#'"■ Contrariamente a lo que pudiera esperarse, Conrad y el Estado Mayor austríaco habían llegado a sentirse tan decepcionados por el estancamiento del lsonzo como el propio Cadorna. Presionado para que demostrara a los alemanes su valía como aliado, Conrad llevaba preparando su propia ofensiva desde hacía tiempo. Su planteamiento confiaba en aprovecharse de la concentración italiana en el valle del lsonzo para atacar la llanura de Asiago desde el Tirol meridional. De tener éxito, el Ejército austrohúngaro podría amenazar Ve-rona, Padua y Vicenza y, tal vez, incluso dividir la Italia septentrional en dos zonas indefendibles. Conrad argumentaba que, creándoles un segundo frente a los italianos, podría reducir al mínimo la presión desde el lsonzo y hacerle estirar tanto sus líneas a Italia, que se haría factible conseguir una penetración

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decisiva en uno de los frentes. Falkenhayn mostró su desacuerdo con el plan, pero permitió que Conrad siguiera adelante mientras utilizara sólo a soldados austrohúngaros; los alemanes, ocupados con Verdún, no participarían. La gran ofensiva austríaca contra la llanura de Asiago empezó el 15 de mayo de 1916 y pilló a Cadorna completamente desprevenido. Dos ejércitos austrohúngaros arrollaron al I Ejército italiano, haciendo miles de prisioneros y tomando importantes zonas de terreno elevado. En un principio, Cadorna pensó que la ofensiva era un cebo. Una ventisca de primavera a final de mes hizo que la ofensiva se estancara y dio un respiro al Estado Mayor general italiano, dando tiempo a Cadorna para darse cuenta de la gravedad de la situación y reforzar el sector con ocho divisiones, constituidas en un nuevo V Ejército. Los italianos habían sufrido 148.000 bajas y perdido varias posiciones estratégicas clave, aunque habían conservado sus posiciones secundarias y habían causado 100.000 bajas a los austríacos, que estaban al límite de sus reservas humanas. Por suerte para Italia, la situación estratégica volvió a cambiar a principios de junio, cuando los rusos lanzaron su ofensiva de Chantilly bajo el mando de su general más imponente, Alexei Brusilov. Las ofensivas de Brusilov La atención de los austrohúngaros en la ofensiva de Asiago los llevó a malin-terpretar diversos indicios de importancia que avisaban de un inminente ataque desde el frente sudoccidental de los rusos, comandados desde marzo de 1916 por Alexei Brusilov. Aristócrata y oficial de caballería de familia de militares, Brusilov poseyó el raro don de comprender que las tácticas del siglo XÍX eran inadecuadas para el siglo XX. Al igual que Ferdinand Foch, Brusilov se dispuso enseguida a olvidar todo en lo que había creído una vez. Antes de que la mayoría de los rusos hicieran la transición, Brusilov ya había decidido que las ametralladoras, la artillería y un cuidadoso trabajo de Estado Mayor habían sustituido al heroísmo individual, al caballo y a la bayoneta. Como jefe del VIII Ejército había disfrutado de algún éxito moderado y tenía fama de ser el jefe militar más brillante del Ejército ruso. A partir de los informes de inteligencia, que incluían los del reconocimiento aéreo, Brusilov se hizo una imagen razonablemente precisa de las intenciones de los austríacos. Y así, adivinó de manera acertada que Italia se había convertido en una obsesión para Conrad y su Estado Mayor, una idea que se vio reforzada por la ofensiva de Asiago. Se habían trasladado seis divisiones de infantería austrohúngaras hasta el frente de Asiago, dejando el de Galitzia con unas fuerzas insuficientes. Brusilov sabía también que en su frente sudoccidental las fuerzas austríacas se componían de una sólida y rígida línea de van-

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guardia, con apenas elasticidad defensiva en la retaguardia. Si era capaz de romper el frente, tal vez pudiera infligir una derrota a los austríacos, parecida a la que los alemanes habían inferido a los rusos en Gorlice-Tarnów. Brusilov poseía también el raro don entre los militares rusos de la sutileza. No tenía ninguna intención de librar la batalla subsiguiente avanzando a base de grandes cargas de artillería y de hombres; de todas las maneras, la escasez de municiones de los rusos impedía semejante planteamiento. En su lugar, Brusilov adiestró con esmero a sus hombres para que se infdtraran en las líneas enemigas y rodearan a los defensores austríacos, a los que capturarían vivos, con la esperanza, además, de reducir las propias bajas. Hizo construir centros de instrucción cuidadosamente proyectados detrás de las líneas y, lo que era más importante, ocultó los elementos claves de su plan a los parásitos de la corte del zar, entre los que, sospechaba Brusilov, se contaban muchos simpatizantes de los alemanes. En un principio, Mijail Alekseev y el zar se opusieron al plan de Brusilov, argumentando que Rusia carecía de la fuerza para llevar a cabo una gran ofensiva además de los señuelos a gran escala que tenía planeados Brusilov. Ambos eran partidarios de concentrar al máximo todos los esfuerzos rusos en un área pequeña. Brusilov insistió, llegando incluso a amenazar con la dimisión si Alekseev introducía alguna modificación de importancia en su plan. La amenaza que suponía para Italia la ofensiva de Asiago, y para los franceses, la de Verdún, obligaba a tomar una decisión: el zar, finalmente, aprobó la ofensiva de Brusilov. Los rusos creían que no tenían tiempo que perder y, por consiguiente, la ofensiva fue programada para el 4 de junio. Brusilov planeó que el principal ataque se llevara a cabo cerca de las ciudades de Lutsk y Kowel; el control de esta última cortaría la línea ferroviaria que discurría de norte a sur y que abastecía Lemberg. En caso de tener éxito, la ofensiva tal vez permitiera incluso un renovado ataque contra Cracovia y Var-sovia. La antigua unidad de Brusilov, el VIII Ejército, encabezaría el ataque bajo el mando de un protegido suyo, Alexei Kaledin. Enfrente de éste se situaba el IV Ejército austrohúngaro, al mando del archiduque José Fernando, ahijado del kaiser Guillermo. Al igual que muchos aristócratas, éste debía el puesto exclusivamente a su condición de noble, pero, al contrario que muchos aristócratas, se negó a compensar su ignorancia escuchando los consejos de los profesionales que lo rodeaban. Su inclinación por la caza y la presencia femenina en el cuartel general, antes que por las operaciones diarias de su ejército, dejaba incluso a sus hombres sin un jefe nominal. El absoluto desprecio del archiduque por los rusos hizo que los juzgara incapaces de romper sus defensas. El archiduque recibió el cruel regalo el 4 de junio, el día que cumplía 44 años. Los artilleros rusos hicieron de su necesidad de munición virtud, mediante un intenso, preciso y breve bombardeo «huracanado». El fuego de las

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piezas pesadas se dirigió contra las baterías artilleras austrohúngaras, que los aviones rusos habían localizado y señalado, mientras que los cañones más ligeros atacaron las alambradas enemigas. Como Brusilov había predicho, los soldados austrohúngaros de la línea del frente buscaron protección contra el fuego artillero en sus profundos refugios subterráneos, lo que les incapacitó para hacer frente al avance de los rusos; cuando éstos rebasaron sus posiciones y los rodearon, fueron hechos prisioneros a miles. Checos, rutenios y serbios, descontentos con la guerra y hartos del mando austrohúngaro, fueron los primeros en rendirse, aunque todos los grupos étnicos padecieron por igual el peso de la apisonadora rusa. Al terminar el día, Brusilov había conseguido la penetración con la que la mayor parte de los mandos de la Primera Guerra Mundial sólo habían soñado; la brecha abierta en las líneas austríacas tenía una anchura de 32 km y una profundidad de 8 km. Conrad se negó a creer los informes que llegaban a su cuartel general, porque no creía capaces de semejante éxito a los rusos. Aunque se hubieran producido pérdidas, afirmó, los contraataques no tardarían en recuperar lo perdido. «A lo sumo —le dijo a un oficial del Estado Mayor —, perderemos unos cuantos cientos de metros de tierra.» Ni él ni José Fernando consideraron que la crisis fuera tan grave como para justificar que abandonaran la comida de cumpleaños organizada en honor del archiduque.2 A los pocos días, sin embargo, Conrad se dio cuenta de su error. Sin ninguna defensa sólida detrás de la primera línea de trincheras, los hombres de Brusilov avanzaron con rapidez y, en sólo tres días, habían hecho prisioneros a más de 200.000 desmoralizados austríacos. El IV Ejército austríaco casi había dejado de existir en la práctica, después de que sus 110.000 hombres hubieran quedado reducidos a sólo 18.000 combatientes. El 8 de junio Conrad viajó a Berlín en busca de ayuda. No sin torpeza, pidió a Falkenhayn que trasladara algunas fuerzas alemanas a Asiago y las pusiera bajo mando austríaco, porque, argumentó, la ofensiva de Asiago estaba teniendo éxito, mientras que la de Verdún, no. Falkenhayn le amonestó con tanta dureza por su incompetencia para prevenir el ataque ruso, que, más tarde, Conrad le dijo a su Estado Mayor que preferiría que le dieran «diez bofetadas en pleno rostro», antes que volver a pedirle ayuda a los alemanes.3 A pesar de su enfado con Conrad, Falkenhayn se dio cuenta de la realidad de la situación en los Cárpatos y, consiguientemente, trasladó cuatro divisiones de infantería desde Francia y cinco más de la reserva general. Pero también le dijo a Conrad que desistiera de su ofensiva en Asiago y trasladara cua59. Conrad, citado en Holger Herwig, 'The First World War: Germany and Austria-Hungary, 1914-191S, Londres, Edward Arnold, 1997, pág. 209. 60. Conrad, citado en Ibid., pág. 211.

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tro divisiones desde aquel sector a los Cárpatos. Las nuevas fuerzas alemanas y austríacas fueron puestas al mando del general alemán Hans von Seeckt, enviado por Falkenhayn para asumir el control de todas las fuerzas de los Imperios centrales en el este. Conrad se sintió profundamente humillado por la reprimenda de Falkenhayn, aunque los refuerzos alemanes impidieron a Bru-silov cruzar los Cárpatos y, casi con toda seguridad, salvaron al Imperio austrohúngaro del desmoronamiento total. La primera fase de la ofensiva de Brusilov había producido unos resultados espectaculares, aun cuando fueran a costa de unos desmoralizados austríacos sin ninguna preparación. La segunda fase dependía de las acciones del comandante del frente del Ejército occidental ruso, Alexei Evert. El avance de Brusilov había sido tan espectacular, que sus fuerzas habían sobrepasado a sus líneas de abastecimiento y originado un saliente sin protección. Pese a haber infligido un elevado número de bajas, también las habían sufrido y estaban cansados, así que Brusilov ordenó a su ejército que se detuviera y descansara hasta el 9 de junio. Evert iba a entretener a las fuerzas austríacas y a cubrir el flanco septentrional de Brusilov avanzando con tropas de refresco y suministros. Él también estaba bien aprovisionado para el ataque, ya que poseía las dos terceras partes de las piezas de artillería del Ejército ruso y más de un millón de hombres. Lo previsto era que tlvert tenía que iniciar su ataque el mismo día que Brusilov se detuvo. En algunas variantes del plan de Brusilov, el Estado Mayor ruso había previsto que el ataque de Evert fuera el principal, y el de Brusilov, una maniobra de diversión previa; aquél tenía que atacar en el supuesto de que la ofensiva tuviera que contener su ímpetu. Pero Evert aseguró que sus fuerzas no estaban preparadas, quejándose de que su ejército no estaba bien abastecido de proyectiles, algo que no era cierto. La natural cautela de Evert había aumentado después de la derrota sufrida por sus soldados en Gorlice-Tarnów, donde, separados de los demás ejércitos rusos, habían tenido que combatir en una acción de retirada durante casi 500 km. Evert no deseaba participar en otra ofensiva en 1916 y siguió inventando excusas para su inactividad. Brusilov se quejó airadamente de él, y le dijo a Alkeseev que, si Evert no seguía el plan, «convertiría en derrota lo que había sido una victoria». Los hombres de Brusilov empezaron a referirse a Evert como traidor, recalcando con desprecio las resonancias germánicas de su apellido.4 Sin un ataque de apoyo en el norte y escaso de suministros y refuerzos como estaba, Brusilov no podía avanzar, y su unidad más septentrional, el VIII Ejército, no podía reanudar la ofensiva ante el riesgo de exponer un flanco. En consecuencia, Kaledin orde4. Brusilov, citado en Norman Stone, The Eastern Fronr, 19141917, Londres, Pengiiin, 1975, . 257.

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nó que se detuviera y empezara a prepararse para un contraataque enemigo. A Brusilov le enfureció la decisión, pero tuvo que consentirla.5 El 20 de junio los alemanes habían culminado una impresionante proeza logística al aumentar en diez divisiones de infantería las fuerzas que se enfrentaban a Brusilov. Bajo supervisión alemana, los austríacos habían levantado unas líneas defensivas sólidas, además de restablecer la disciplina y prepararse para el siguiente movimiento de los rusos. Alekseev ordenó imprudentemente a Brusilov que reanudara la ofensiva contra esas nuevas fuerzas el 28 de julio. Las nuevas divisiones de los Imperios centrales, a menudo al mando de los alemanes hasta el nivel de compañía, repelieron el ataque y causaron bajas notables a los rusos. Brusilov lo volvió a intentar en una sangrienta ofensiva que se prolongó del 7 de agosto al 20 de septiembre. Las fuerzas rusas se acercaron a los Cárpatos, pero estaban agotadas. La ofensiva decayó en octubre, cuando al grupo de ejércitos de Brusilov se le acabaron los suministros y los refuerzos. El grupo de ejércitos occidentales de Evert no atacaron nunca con el ímpetu suficiente para alejar a las fuerzas alemanas y austríacas. La ofensiva de Brusilov asestó un golpe tremendo a un Estado Mayor general austrohúngaro incompetente que comandaba a un ejército desmoralizado. Sin embargo, no había conseguido su objetivo principal, la eliminación de la guerra del Imperio austrohúngaro. Los traslados de tropas alemanas ocasionaron que Rusia no pudiera confiar en tener una superioridad numérica suficiente en el frente oriental para reanudar la ofensiva en un futuro próximo. Incluso Brusilov comprendió que «avanzar unos pocos kilómetros más o menos no tendría una importancia especial para la causa común».6 Alekseev y el zar consideraron que la ofensiva de Brusilov había sido un fracaso, aunque si hubieran responsabilizado a Evert, tal vez habrían estado más acertados. Austria-Hungría siguió en la guerra, pero la ofensiva la había destruido como instrumento con capacidad de ataque. Los cálculos aproximados varían, pero es posible que en el transcurso de la campaña murieran, resultaran heridos o fueran hechos prisioneros un millón y medio de los dos millones doscientos mil hombres que componían el Ejército austrohúngaro. Rusia sufrió también enormes pérdidas, que ascendieron a casi un millón de hombres. Y estas bajas tan abrumadoras provocaron un importante incremento en los niveles de deserción e indisciplina en ambos bandos. Brusilov, al igual que tantos otros, culpó al atraso irremediable del régimen zarista de la incapacidad para explotar las ganancias iniciales de la campaña, y empezó a creer que sólo 61. Alexei Brusilov, A Soldier's Notebook, 1914-1918(1930), Westport, Connecticut, Greenwood Press, 1971, pág. 243. 62. Ibid., pág. 257.

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una revolución podría deponer al zar y darle a Rusia una oportunidad para modernizar su campaña militar antes de que fuera demasiado tarde. El desastre de 1916 significó también el fin del mando para Conrad. El emperador Francisco José seguía profesándole un gran aprecio, pero éste murió en diciembre de 1916, a los 86 años de edad; y cuando su sucesor, el emperador Carlos, ocupó el trono, uno de sus primeros actos militares fue destituir a Conrad, al que envió a comandar los debilitados ejércitos del Tirol meridional, donde desempeñó un papel menor en los últimos años de la guerra. En cuanto a los alemanes, la ofensiva de Brusilov los había obligado a asumir aún más responsabilidad en el frente oriental, aunque tal hecho no tuvo una gran repercusión en su campaña en Verdún. El esfuerzo al que Alemania se estaba viendo sometida era cada vez mayor. El bloqueo seguía menguando tanto la salud económica del Estado como —y esto era lo más importante— el suministro de alimentos del pueblo alemán. Un estudio terminado en 1928 calculó que el valor calórico de la ración diaria de los alemanes había caído de las 3.000 calorías en la primavera de 1915 a sólo 800 calorías en febrero de 1917. El hambre y las privaciones «se convirtieron en el factor insoportable de la vida en el frente interior», tanto en Alemania como en Austria-Hungría.7 El terrible invierno de 1916-1917 fue tan frío y difícil, que lo acabaron apodando el «invierno de los nabos», por ser esta hortaliza la única fuente alimenticia entre los suministros disponibles. El kaiser y su familia se fueron desconectando cada vez más, lo que explicaría el comportamiento juerguista del príncipe heredero en Verdún. El mismo kaiser apenas comprendía la nueva manera de hacer la guerra, y en una visita al frente oriental en 1916, se pasó buena parte del tiempo sermoneando sobre un irritante proyecto para suministrar armas al Japón, si este país declaraba la guerra a Estados Unidos.8 Sus declaraciones nada realista sobre la guerra fueron avergonzando de manera progresiva a aquellos que más preparados estaban de su entorno. El sistema alemán se estaba deshaciendo. Dos años de preparación, diez minutos para su destrucción: los Nuevos Ejércitos en el Somme Al mismo tiempo que contenían las ofensivas de Brusilov, los alemanes tuvieron que enfrentarse a una nueva crisis. El 1 de julio los británicos iniciaron, junto con los franceses, su mayor campaña bélica hasta el momento desde am63. Roger Chickering, Imperial Germiwy and the Great War, 1914-191H, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, págs. 142-143. 64. Herwig, op. cit., pág. 215.

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El frente occidental, 1916-1917.

has orillas del río Somme, al sur, hasta el río Ancre, al norte. En un principio, Joffre había concebido el ataque contra el Somme como el más importante del frente occidental desde la conferencia de Chantilly. Dado que el río representaba el punto de encuentro aproximado del Ejército francés y del británico, participarían las dos fuerzas. Desde su primera concepción, los generales aliados diseñaron la del Somme como la «batalla de la coalición par excellence»? En un principio, Joffre había previsto utilizar 40 divisiones de veteranos franceses para asumir el peso principal del ataque, mientras que los inexpertos Nuevos Ejércitos avanzarían hacia el norte. La gravedad de la situación en Verdún cambió las previsiones de manera espectacular. Joffre encaró el desafío de Verdún trasladando a un número creciente de unidades francesas al sector y, aunque seguía deseando que Francia desempeñara un papel en el Somme, Verdún obligó a que la parte de la ofensiva que recaía sobre los franceses disminuyera de 40 a 16 divisiones. En con9. William Philputt, «Why the British Were Really on the Somme: A Reply to Elizaberh Greenhalgh», Warin Histary, x\ ), 2002, pág. 446-471, cita en pág. 447. O{

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secuencia, la parte de frente que quedaba establecida en el sector francés se redujo también de casi 34 km a sólo unos 13 km. Por lo tanto, los entusiastas pero inéditos Nuevos Ejércitos británicos se adueñaron progresivamente de la campaña. Sir Douglas Haig asumió el nuevo papel al comprender a la perfección que Gran Bretaña tenía que aliviar parte de la presión que suponía Ver-dún, si se quería que el Ejército francés siguiera siendo una fuerza de combate viable. El comandante del II Ejército alemán, Fritz von Below, esperaba que se produjera un ataque en su sector y, como la mayoría de los generales alemanes, suponía que británicos y franceses intentarían llevar a cabo una operación en algún lugar del frente occidental para aliviar a Verdún. Su instinto le decía que los británicos tenían a su sector en mente, y el reconocimiento aéreo no tardó en confirmar sus sospechas. Falkenhayn, sin embargo, pensaba en una operación cerca de Arras o, más probablemente, en Alsacia. En consecuencia, ño envió al II Ejército los refuerzos ni suministros solicitados por Below, y complicó aún más la posición de este último al decirle que el II Ejército debía conservar su terreno en caso de ser atacado y que cualquier territorio perdido tendría que reconquistarse a la mayor rapidez posible. El terreno del Somme no invitaba a un ataque fácil por parte de los aliados. Los alemanes ocupaban el terreno elevado desde el Ancre al Somme desde 1914. Habían convertido los pueblos y granjas de la región en sólidos reductos, y colocado numerosas ametralladoras en la mayor parte de las espesas zonas boscosas. El suelo calcáreo de la región permitía la construcción de refugios subterráneos profundos y el emplazamiento bajo tierra de potentes nidos de ametralladoras. Algunos de aquellos refugios estaban excavados a más de 9 m de profundidad y solían estar reforzados con sólidas vigas de maderas y hormigón. Un periodista británico que presenció la campaña vio refugios alemanes con los muros revestidos de madera, electricidad, bodegas, muebles y, en un caso, hasta un piano.10 Los alemanes habían ocupado esas posiciones durante dos años y se consideraban sus dueños. No tenían intención de rendirlas sin luchar. Below reforzó su posición creando hasta siete líneas defensivas superpuestas. Los refugios subterráneos y los reductos independientes se comunicaban entre sí por corredores subterráneos, y algunos estaban conectados al cuartel general por líneas telefónicas enterradas. Nuevos rollos de alambre de espino, en algunos lugares de casi un metro de grosor, protegían muchos puntos fortificados. Las defensas se extendían desde el frente unos 8 km hacia la retaguardia. Below situó seis divisiones de infantería en las defensas de vanguardia para evitar una penetración de los aliados y mantuvo cinco más en reserva, ÍO. Philip Gibbs, The Battles ofthe Somme, Nueva York, George H. Doran, 1917, pág. 43.

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Durante la guerra, los ejércitos beligerantes consumían los de artillería a una velocidad asombrosa. En esta fábrica de munición se almacenan los destinados a satisfacer el apetito insaciable de las piezas de artillería británicas. {National Archives) las cuales podían o bien tapar brechas en el frente, o bien contraatacar, en el caso de que los aliados tomaran algunas posiciones. Los británicos y los franceses se dieron perfecta cuenta de la solidez de la posición alemana. Más tarde, Winston Churchill diría de la región del Som-me que era «sin duda, la posición más sólida y mejor defendida del mundo».11 Haig tendría que atacar aquellas formidables posiciones con unos soldados bi-soños, sin ninguna experiencia en la guerra moderna y sin mandos suficientes. Sólo quedaban 150 oficiales de la antigua BEF, que en julio de 1916 no era más que un «recuerdo heroico».12 También los franceses comprendieron el reto que tenían delante. Ferdinand Foch, jefe absoluto de las fuerzas de la batalla, calificó su tarea de «imposible»; pero, al considerar la crisis de Verdún, creyó que sus hombres debían intentar lo imposible al precio que fuera. «Hemos hecho todo para conseguir evitar el desastre [en Verdún] —-dijo en mayo—, pero no hemos hecho nada para conseguir la victoria.»13 65. Winston Churchill, Tbe World Crisis, vol. í, Nueva York, Scribner's, 1931, pág. 171. 66. Gibbs, op. «>., pág. XI. 67. Foch, citado en Jean Autin, Focb, París, Perrin, 1987, pág. 179.

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La solución, creía Haig, radicaba en la utilización de las enormes baterías de artillería que los franceses y británicos habían estado construyendo y montando desde hacía más de un año. Al parecer, había reservas ilimitadas de munición artillera amontonadas por doquier; la crisis de los proyectiles parecía haber tocado a su fin. En ese momento, el fuego de la artillería podría preparar el terreno de manera adecuada para la infantería. Los británicos planeaban despejar el camino de la suya aniquilando las posiciones alemanas con siete días de fuego artillero. Entonces, los inexpertos hombres de los Nuevos Ejércitos deberían ser capaces de atravesar prácticamente paseando la tierra de nadie y ocupar las posiciones alemanas. A partir de ahí, los soldados mantendrían las posiciones alemanas que quedaran en pie o cavarían unas nuevas y repelerían los inevitables contraataques del enemigo. Para hacerlo, iban pertrechados con un pesado equipo de suministros, que incluía abundante munición, comida, herramientas para el atrincheramiento, alambre de espino y granadas. El pesado equipo, que superaba con creces los 27 kg de peso, ralentizaría la marcha de los soldados en el momento del asalto, pero los generales británicos creyeron que enviar al frente a sus inexpertos hombres sin los suministros adecuados los haría vulnerables a los ataques subsiguientes de los alemanes. El bombardeo de la artillería, que empezó el 24 de junio, impresionó (o aterrorizó) a los que lo presenciaron. Más de 1.500 cañones pesados efectuaron 1.627.824 disparos sobre un frente de apenas 16 km de longitud. En la mañana del 1 de julio, la descarga aumentó de intensidad, lo que llevó a un testigo presencial a comentar: «Se estaba haciendo volar por los aires al enemigo con un huracán de fuego. En lo más hondo de mi corazón sentía compasión por los pobres diablos que estaban allí, pese a lo cual me embargó una extraña y espantosa euforia porque aquello era obra de nuestros cañones y porque era el día de Inglaterra».14 Las fuerzas británicas atacaron a los alemanes también desde abajo, al detonar siete minas que habían colocado bajo las posiciones enemigas a través de unos túneles excavados en el suelo calcáreo del Somme. Las dos más grandes contenían 24 toneladas de explosivos cada una y, al explotar, provocaron sendos cráteres de casi 100 m de ancho. Después de la detonación de las minas, los cañones británicos cambiaron a objetivos de la segunda línea alemana, y la infantería inició su avance. Muchos soldados británicos dedujeron con bastante lógica que nada podía haber sobrevivido a una semana de bombardeo artillero de aquella magnitud. Setenta mil soldados saltaron fuera de sus trincheras e iniciaron un lento avance hacia las líneas alemanas presumiblemente vacías. En un punto del frente, el capitán Wilfred Nevill dio a cada una de sus cuatro secciones sendos balones de fut!4. (íibbs, op. cit., pág. 30.

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bol, en los que había escrito las siguientes palabras: «Gran copa de Europa. Final. Los de Surrey Oriental contra los bávaros. El partido empieza a cero». Y ofreció un premio en metálico para la sección que llevara su balón más lejos.15 Nevill y sus hombres no imaginaron jamás el horror que les aguardaba. Lo que no sabía la infantería es que una cuarta parte de los proyectiles aliados eran defectuosos y no habían estallado, y que dos tercios de los mismos todavía contenían metralla.16 Si los alemanes hubieran estado en las trincheras, la metralla podría haber sido más efectiva; sin embargo, sus profundos refugios y reductos sólo podían ser destruidos por un impacto directo de los proyectiles detonantes, de los que los británicos seguían estando mal abastecidos. La atención de los aliados en los cañones pesados también condujo a una producción insuficiente de proyectiles de gas, que, de haber estado disponibles en el Somme, podrían haber liberado gas venenoso en el interior de los refugios, y causado numerosas bajas.17 Haig agravó el problema al ordenar que el bombardeo tuviera una profundidad de unos 2,5 km, la extensión de la posición alemana que confiaba tomar el primer día. En consecuencia, y tal y como escribió Gary Sheffield, «el apoyo de la artillería resultó fatalmente poco profundo».18 Los proyectiles de metralla impidieron que los alemanes suministraran agua y comida a muchos de sus hombres, algunos de los cuales se vieron privados de ambos durante una semana. Un buen número de éstos, algunos aturdidos por el ruido y medio enloquecidos por vivir durante una semana bajo tierra, se rindieron a los primeros soldados británicos que ios encontraron. Sin embargo, al bombardeo sobrevivieron suficientes alemanes como para convertir el avance británico en cualquier cosa menos en un paseo. Los supervivientes volvieron a apuntar sus ametralladoras y empezaron a disparar a las lentas hileras de soldados que tenían delante. En la mayor parte de los sitios, los sobrecargados soldados británicos tuvieron que avanzar sobre una tierra de nadie perforada por los proyectiles que, en muchos sectores, ascendía en pendiente durante 200 o 400 m. Las bajas británicas fueron espeluznantes. Philip Gibbs, que fue testigo de lo ocurrido, equipara de manera reiterada el efecto de las ametralladoras al de las guadañas. El intenso bombardeo británico demolió muchos de los pueblos y granjas fortificados, pero había dejado montones de escombros, los cuales fueron aprovechados por los alemanes para ocultar más ametralladoras. Algunas unidades británicas que consiguieron avanzar 68. Uno de los balones, no se sabe cómo, ha llegado hasta nuestros días y se puede ver en el National Army Museum, en los cuarteles de Chelsea, Londres. 69. Gary Sheffield, l'orgotten Victory: The First World Wai; Myths and Realities, Londres, Headiine, 2001, pág. 137. 70. Véase Albert Palazzo, Seekinq Victory on the Western Front: The British Ar?ny and Chemical Warfare in World War /, Lincoln, University of Nebraska Press, 2000, pág. 93. 71. Gary Sheffield, The Somme, Londres, Cassell, 2003, pág. 40.

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dejaron sus flancos desguarnecidos contra el fuego de enfilada, a derecha e izquierda, de los alemanes; otras fueron abatidas desde la retaguardia, después de haber sobrepasado reductos de los que salieron los alemanes escondidos. Pese a todo, el primer día se produjeron algunos éxitos, y así una división del Ulster tomó un importante reducto, mientras otros soldados se apoderaban de la llamada, con propiedad, Trinchera Crucifijo. Una vez allí, las tropas británicas lanzaron un cohete rojo para indicar que la trinchera estaba ya en manos británicas y que los artilleros debían hacer avanzar su fuego de apoyo. Por desgracia, una batería alemana vio también la señal e, intuyendo su significado, disparó sin piedad contra la posición. Como en tantos otros sitios aquel 1 de julio, los éxitos británicos se revelaron efímeros. Sólo en la primera hora, los británicos habían sufrido unas asombrosas 30.000 bajas; o lo que es lo mismo, 500 hombres muertos, heridos o hechos prisioneros por segundo. El comandante del IV Ejército, sir Henry Rawlin-son, que había sido jefe de un cuerpo en Neuve Chapelle y Loos, no acababa de comprender lo que estaba sucediendo a todo lo ancho del amplio frente. Defensor como era de que se limitaran los objetivos, había mostrado desde el principio su desacuerdo con el plan de Haig para la ofensiva, pues no creía que las fuerzas británicas pudieran confiar en lograr la penetración que este último sí veía posible. En ese momento, en las primeras horas de la batalla, continuaba enviando hombres al frente, y la guadaña seguía con su mortífera labor. Los británicos tomaron algunas partes de la primera línea alemana, pero sus logros palidecieron a la luz del coste humano. El 1 de julio de 1916 sigue siendo el día más sangriento de la historia del Ejército británico. De los más de 100.000 hombres enviados a luchar ese día, 57.470 engrosaron la lista de bajas; de éstos, 19.240, entre ellos el capitán Nevill, resultaron muertos. El combate continuó durante los días siguientes, mientras los británicos iban tomando lenta conciencia de la magnitud de las pérdidas del primer día. Tras el contraataque alemán el 5 de julio, en el que sufrieron unas pérdidas enormes, sobrevino una pausa relativa que permitió que ambos bandos se volvieran a atrincherar y se reorganizaran. Alientras, hacia el sur, los ataques franceses tuvieron mejores resultados, lo que dejó a Joffre «con una sonrisa radiante». 19 El Grupo de Ejércitos del Norte, al mando de Foch, formado con veteranos del frente occidental, combatió con unas tácticas diferentes a las de sus homólogos británicos. Desde Verdún, los franceses habían aprendido el valor de avanzar en grupos pequeños en lugar de en línea, hombro con hombro; también se beneficiaron de unas posiciones alemanas más débiles y de un fuego artillero galo más poderoso, intenso y preciso. Los franceses alcanzaron todos sus objetivos el primer día, hicieron i '■). íbi;i, pág. 65.

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Joseph Joffre (izquierda), Douglas Haig (centro) y Ferdinand Foch (derecha) en una reunión durante la campaña del Sointne. Haig y Foch eran veteranos de algunas de las batallas más importantes del frente occidental. El primero apoyó en 1918 el nombramiento del segundo como generalísimo de las fuerzas aliadas. Aunque ambos aprendieron a trabajar juntos, su relación personal nunca fue cordial. {Australian War Memorial. Negativo n° 1 H08416)

prisioneros a 4.000 alemanes y ni siquiera tuvieron que llamar a las reservas.20 Por desgracia, el ataque francés era sólo un movimiento secundario de la ofensiva mayor de los británicos en el norte. Tanto los británicos como los franceses emplearon todo el mes de julio para reforzar el sector del Somme. Ante las limitadas reservas de la infantería y las existencias cada vez más reducidas de munición artillera, Haig redujo la zona de ofensiva del Somme de 27 km a los 10 km más meridionales del frente; los 17 km más septentrionales pasaron a formar parte de la reserva, con una misión puramente defensiva. Esta interrupción en el ataque británico dio tiempo a los alemanes para reforzar y crear nuevas líneas de defensa; el 9 de julio las nuevas baterías artilleras ofrecían ya una resistencia mayor contra los ataques tanto de británicos como de franceses. El 10 de julio estos últimos llegaron a la conclusión de que el frente alemán era más sólido que al principio de la campaña. 20. Ministre de la Guerre, Les Années Fravi;aises dam la Grande Guare, serie 4, vol. 2, París, Imprimerie Natinnalc, 1V33, pág. 23Í.

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A fin de salir de aquel estancamiento, los británicos siguieron apelando al esfuerzo de todo el imperio. Las nacionalidades y regiones que lo integraban no tardaron en conocer aquellos lugares del campo de batalla del Somme donde sus hombres estaban combatiendo y muriendo. En la actualidad, muchas de esas zonas están ocupadas a perpetuidad por esas nacionalidades; allí han erigido monumentos, y han construido cementerios prácticamente en cada rincón de esa parte de Francia. Así, Delville Wood quedará unida para siempre a Sudáfrica; Thiépval, al Ulster; Beaumont Hamel, a Terranova y Escocia, y Poziéres, a Australia. Aunque se suele asociar a las fuerzas australianas con Gallípoli, éstas perdieron en el Somme más hombres en seis semanas, que en ocho meses en los Dardanelos.21 El 14 de julio, el día de la fiesta nacional de Francia, los hombres del Imperio británico volvieron a atacar. Rawlinson preparó y supervisó un audaz e imaginativo ataque nocturno. En lugar de efectuar la ofensiva a lo largo de todo el frente, los británicos se concentraron en un sector de unos 6 km. Cada posición de esta parte de la segunda línea alemana recibió el quíntuplo de proyectiles que el 1 de julio. El apoyo artillero ascendió a 297 kg de proyectiles por cada metro de frente alemán, y las tropas británicas consiguieron tomar grandes porciones de la segunda línea alemana con un coste relativamente bajo. Un prisionero de guerra alemán explicó a Gibbs que, aunque los alemanes habían evitado la penetración de las fuerzas británicas, el «ejército de aficionados» de estas últimas les habían asestado un golpe terrible. «Los británicos —le dijo a Gibbs —, son más fuertes de lo que creíamos.» 22 Sin embargo, los británicos habían tomado sólo unos cuantos cientos de metros de las dos primeras líneas alemanas; detrás había por lo menos dos líneas más, a las que los germanos fortalecían a diario con tropas de refuerzo. El calor del verano ralentizó, aunque no detuvo, las operaciones, sobre todo a causa de la dificultad de conseguir abastecer con suficiente agua potable a los hombres de vanguardia. Esta calma relativa dio a Haig la oportunidad de volver a evaluar el combate. Tras resistirse a las peticiones francesas de reanudar la batalla como una ofensiva conjunta franco-británica, prefirió seguir con los ataques locales, donde las fuerzas británicas contaban con ventajas temporales. A mitad de agosto, informó a Joffre por escrito de que «las fuerzas de las que dispongo no me permiten lanzar un ataque a lo largo de un gran frente».2' Consiguientemente, los franceses cancelaron los planes para una ofensiva conjunta y se limitaron a las operaciones de apoyo a los británicos. 72. Sheffiekl, op. dt., pág. 101. 73. Gibbs, op. cit., pág. 148. 74. Haig a Joffre, 6 de agosto de 1916, Ministére r--í: n Ai. -"jmi;q ■ : . ii"" ' i - i í . ; : ■ ■'..'' viembre de 1917 y marzo de 1918 tuvieron que revisarse a la baja, quedando reducidas a 33 divisiones. Una política de ocupación más indulgente en el este habría liberado a muchas más tropas, pero semejante política no habría sido consecuente con los objetivos expansionistas alemanes. El resultado fue que los alemanes siguieron sin ser capaces de resolver su dilema de los dos frentes.20 ■■ La situación en Ucrania mostró más claramente la realidad de esos problemas. El hecho de que los bolcheviques no estuvieran dispuestos a apoyar los deseos independentistas de los ucranianos condujo a una guerra civil en la región y al establecimientos de varios gobiernos rivales al mismo tiempo. En febrero de 1918 los alemanes reconocieron a uno de ellos a cambio de que les proporcionara grano y minerales durante casi seis meses, así como de liberar a los ucranianos que se encontraban en los campos de prisioneros de los Imperios centrales. La reacción de los bolcheviques consistió en invadir Ucrania, :

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20. Tim Travers, «Reply to John Hussey: The Movement of Germán Divisions to the Western Front, Winter 1917-1918», Warin Histoiy, val. 5, n" 3, 1998, pág. Í68. El debate en War'm History entre Travers, Hussey y Giordon Fong demuestra que el tema sigue siendo controvertido. Las estimaciones de Travers parecen las más razonables de las tres.

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ocupando Kiev y persiguiendo al gobierno patrocinado por los alemanes. En marzo Alemania y Austria respondieron con su propia invasión, no tanto por su preocupación hacia los ucranianos como por su deseo de garantizar el flujo de los suministros prometidos. La ofensiva funcionó, pero los campesinos ucranianos, temiendo que otro ejército atravesara sus campos en un futuro próximo, se mostraron reacios a volver a sus granjas. Los alemanes decidieron entonces eliminar al intermediario y disolvieron al mismo gobierno en cuya formación había desempeñado un papel tan decisivo. El mariscal de campo Hermann von Eichhorn y su asistente, Wilhelm Groener, declararon la ley marcial y colocaron un nuevo gobierno marioneta presidido por un antiguo general de los cosacos zaristas, Pavlo Skoropadsky. Los alemanes y sus aliados ucranianos intentaron restaurar el orden, pero el conservadurismo social de Skoropadsky, el antirrepubli-canismo del gobierno y la evidente dependencia de los alemanes socavaron tales esfuerzos y condujeron a más violencia. Los agitadores bolcheviques se aprovecharon del descontento de los ucranianos con Skoropadsky, argumentando que el futuro de Ucrania radicaba en una relación renovada con el nuevo régimen de Rusia. Tal opción no era del agrado de la mayoría de los ucranianos, pero los fracasos manifiestos del gobierno de Skoropadsky seguían acumulándose. El descontento con los ocupantes alemanes también fue en aumento y culminó el 30 de julio con el asesinato de Eichhorn a manos de un nacionalista ucraniano. La agitación en Ucrania obligó a los alemanes a dedicar más recursos de los que les habría gustado. Los Imperios centrales tenían destacados allí un total de 650.000 soldados, que consumían más comida que la que Ucrania exportaba a Alemania. Por lo tanto, los trastornos en Ucrania impidieron a los alemanes, tanto directa como indirectamente, recoger la tremenda cosecha que habían esperado; de manera aproximada, se podría cifrar que sólo llegaron a ver una décima parte del grano que habían previsto.21 Pero los sufrimientos de Ucrania tampoco habían acabado. La república se convirtió en un campo de batalla de importancia entre las fuerzas Rojas y Blancas en el transcurso de la guerra civil rusa y fue escenario de una hambruna terrible en los años de en-treguerras. No obstante la duradera agitación en el este, los alemanes habían disfrutado allí de una sucesión notable de victorias; también habían probado un sistema táctico nuevo que había producido unos resultados devastadores. Su tarea en aquel momento consistía en ajustar tal sistema a las condiciones de los frentes restantes, en especial en Italia y en el frente occidental. Además, supieron que tendrían que ganar la guerra con rapidez, puesto que unas cantidades enor21. Hewig, op. cit., pág. 386.

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mes de descansados y entusiastas soldados norteamericanos estaban empezando a llegar a Francia. Por suerte para Alemania, 1917 había sido un año terrible para los aliados en el frente occidental, lo que daba a los alemanes el respiro que necesitaban para volver a adaptarse y prepararse para lo que sabían sería el año decisivo.

Capítulo 9 Salvación y sacrificio La entrada de los norteamericanos, la cresta de Vimy y el Chemin des Dames El general Nivelle está convencido de que puede, y que obtendrá, un resultado decisivo. ¿Debería uno preguntarle en qué basa su confianza? Yo lo hice, no porque no lo creyera capaz del éxito que todos deseábamos, sino porque ya habíamos oído el mismo lenguaje con anterioridad a otras ofensivas que no obtuvieron ningún éxito particular. [Me respondió que] ya es posible emplear otros métodos. Informe del diplomático británico lord George Curzon sobre una reunión celebrada en Londres el 15 de enero de 1917* El general francés Roben Nivelle, un raro protestante francés, de padre medio italiano y madre inglesa, había seguido una carrera militar aceptable, aunque nada espectacular, antes de la guerra. Ascendido a coronel en 1914, había obtenido el mando de un regimiento de artillería, pero se encaminaba hacia el retiro cuando la guerra provocó la prolongación de su carrera. A lo largo de sus treinta y nueve años de servicio, Nivelle no había gozado de demasiadas simpatías entre sus iguales a causa de su supuesto prejuicio anticatólico, un rasgo conflictivo cuando tantos oficiales de alto rango franceses, como Foch y Castelnau, eran católicos devotos. Su fama como uno de los mejores jinetes del ejército le fue de notable utilidad en la plaza de armas, aunque no tardó en hacerse evidente que sus habilidades ecuestres no eran necesarias en el campo de batalla moderno. Sin embargo, sus buenas dotes de mando en combate durante los primeros meses de la guerra lo llevaron a una rápida promoción en el escalafón. Sus baterías de artillería en el VI Ejército habían desempeñado un papel trascendental en la batalla del Mame durante 1914; sus superiores, impresionados por la creativa utilización táctica de las piezas de artillería de campaña de la que hizo gala, lo ascendieron a general de división en 1915. En Verdún, Nivelle se con* Citado en Pierre Miquel, Le Chemin des Dames: Enquíte sur la Plus Effroyable Hecatofnbe de la Grande Guerre, París, Perrin, 1997, pág. 95.

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virtió en un apellido familiar, al conseguir recuperar posiciones fundamentales como los fuertes de Douaumont y Vaux con un coste relativamente bajo. El talento, la habilidad y el innovador concepto con que había desempeñado cada uno de sus nuevos cometidos respaldaron su afirmación de que había descubierto una fórmula nueva para combatir en la guerra moderna. Tal cualidad le permitió sobresalir junto a comandantes de mayor rango como Foch, Franchet d'Esperey y Castelau, que carecían de ideas nuevas. A mayor abundamiento, la confianza de Nivelle presentaba un acusado contraste con la prudencia extrema de generales como Fayolle y Pétain. Nivelle era el único que afirmaba poder ganar la guerra con rapidez y a un coste relativamente bajo. Nivelle prometía también mejorar las relaciones del Ejército francés con sus aliados británicos. El hecho de tener una madre británica, permitía a Nivelle comprender las costumbres sociales de las islas y hablar un inglés fluido y castizo; que su abuelo materno hubiera combatido como oficial bajo el mando del legendario duque de Wellington, no hizo sino granjearle aún más el aprecio de los oficiales y políticos británicos. (En aras de la armonía aliada, era mejor no pensar demasiado en la ironía de que Wellington hubiera sido el responsable de la derrota de la Francia napoleónica en Waterloo en 1815.) El oficial de enlace del Ejército británico con el cuartel general francés pensaba que Nivelle era «inteligente, convincente y tranquilo». David Lloyd George, a la sazón primer ministro británico, lo consideraba el militar más brillante del Ejército francés: «¡He aquí, por fin —exclamó en una ocasión—, un general cuyos planteamientos puedo comprender!».1 Lloyd George veía también en Nivelle una oportunidad de menoscabar la autoridad de su propio comandante, Douglas Haig. El primer ministro no había apoyado nunca a Haig, pero tenía la sensación de que los lazos del mariscal de campo con la familia real y con los políticos conservadores, de quienes dependía el gobierno de coalición que presidía, hacían imposible su destitución. La sangría del Somme convenció a Lloyd George de que Haig era un «burro», cuya falta de imaginación a la hora de planificar provocaba la pérdida innecesaria de soldados británicos.2 El mandatario británico había humillado públicamente a Haig al viajar hasta Francia y reunirse con Foch para preguntarle las razones de que las fuerzas francesas hubieran avanzado en el Somme más que las británicas (Foch se había negado a responder). Si a Lloyd George no le quedaba más remedio que mantener a Haig como comandante de las fuerzas británicas, al menos podía subordinarle colocándolo por debajo 1.Lloyd George, citado en C. R. M. K. Crutwell, A History ofthe Great War, 1914-191X, Oxford, Clarendon Press, 1934, pág. 398. 2,James Marshall Cornwall, Ilai% as Milttary Commamter, Nueva York, Grane, Russell and Í;«.. 1973, pág. 84.

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de un mando conjunto aliado a las órdenes de Nivelle. «Nivelle ha demostrado en Verdún ser un hombre con mayúsculas —le dijo Lloyd George a su secretario particular—, y cuando uno tiene a todo un hombre frente a otro que no ha demostrado su valía, pues bien, apoya al hombre con mayúsculas.»3 Aunque dispuesto a coordinar sus acciones con los aliados franceses e, incluso, a aceptar que éstos marcaran la estrategia general, Haig insistió en mantener el control absoluto sobre las operaciones británicos. Lloyd George tendió una trampa a Haig en la conferencia de Calais, celebrada el 26 de febrero de 1917. Lloyd George planeó utilizar la conferencia —concebida, en un principio, para la prosaica aunque importante función de coordinar la logística ferroviaria— para darle a Nivelle el control sobre todas las operaciones aliadas en el frente occidental. El primer ministro británico había preparado ya un informe en el que le otorgaba a Nivelle el control sobre las operaciones, suministros y administración de los británicos desde el 1 de marzo. Antes de partir para Calais, había conseguido en secreto la aprobación del plan por el consejo de ministros, aunque, a ese respecto, había mantenido al jefe del Estado Mayor general del imperio, el general William Robertson, completamente a oscuras. Nada más comenzar la conferencia, Lloyd George se deshizo a toda prisa de los expertos ferroviarios; entonces, él y Nivelle presentaron el plan conjunto al unísono, dejando a Haig sin más autoridad que la de ejecutar las órdenes de Nivelle. Haig, al que nunca le había fascinado Nivelle, reaccionó con horror; él y Robertson, que detestaban por igual a Lloyd George, se quedaron atónitos. Después de concluir la reunión, Haig se quejó del plan de Lloyd George de subordinarlo a Nivelle en una carta personal al rey Jorge V. Este prometió apoyarlo, pero le dijo que bajo ningún concepto podía crear una crisis de autoridad dimitiendo como había amenazado hacer. Robertson intervino, y obtuvo el consentimiento de Lloyd George de mantener en vigor las condiciones sólo mientras durase la ofensiva prevista para la primavera. En la práctica, Nivelle rara vez insistió en supervisar las operaciones británicas, siempre y cuando éstas se ajustaran a su visión estratégica general. A Nivelle, su comportamiento político le fue más útil con los políticos franceses que con los generales británicos. En agradecimiento por la confianza inicial depositada en él, creó una atmósfera de transparencia en el cuartel general francés, que, a tal fin, trasladó desde el palaciego castillo de Chantilly de Joffre a unas dependencias más pequeñas y menos majestuosas cerca del frente de Beauvais. Al contrario que aquél, que en una ocasión había amenazado con detener a los políticos que aparecieran por sus instalaciones sin pre3. Lloyd George, citado en A. J. P. Taylor (comp.), Lloyd George: A Diary by Frunces Stevenson, Nueva York, Harper and Row, 1971, pág. 139.

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vio aviso, Nivelle les daba la bienvenida y les acompañaba personalmente en una visita guiada por el cuartel general, mostrando una sagacidad política y un carisma del que Joffre, a todas luces, carecía. Nivelle tenía también un don especial para los símbolos y el lenguaje, y en una de sus reformas lingüísticas más espectaculares, cambió el nombre del GAR, acrónimo del Groupe d'Armées de Reserve [Grupo de Ejércitos de Reserva], por el del más agresivo y sonoro de Groupe d'Armées de Rupture [Grupo de Ejércitos de Ruptura]. Nivelle aspiraba a destruir todo el saliente de 112 km de longitud que, sobresaliendo hacia el oeste, se introducía en las líneas aliadas desde Arras a Craonne. Con esa idea, pidió a los británicos que atacaran la curva septentrional del saliente poco antes de que las fuerzas francesas atacaran la meridional, de manera que el doble ataque impidiera que los alemanes se concentraran en uno de los dos. Mediante los métodos que aseguraba haber perfeccionado en Verdún, conseguiría «una ruptura [de las líneas alemanas] en un plazo de veinticuatro a cuarenta y ocho horas con el impacto de un ataque rápido». De esta manera, Nivelle esperaba forzar al enemigo a retirarse de todo el saliente. Su Estado Mayor se pasó los primeros meses de 1917 entrenando a los hombres en los nuevos métodos, reuniendo los suministros necesarios, construyendo carreteras e inculcando en las fuerzas francesas un espíritu de «violencia, brutalidad y rapidez».4 Como muestra de su confianza, el gobierno asignó nuevos destinos a diversos generales en los que Nivelle no confiaba mucho. Así, a Foch, el antiguo comandante del Grupo de Ejércitos del Norte, le encomendó la ímproba tarea de preparar un plan de guerra para el supuesto, harto improbable, de una violación de la neutralidad suiza por parte de los alemanes. Marie-Emille Fayolle, que contaba con las simpatías de la tropa porque no ordenaba ataques innecesarios, fue ascendido y se le dio el mando del Grupo de Ejércitos del Centro, la antigua unidad de Nivelle en Verdún. En realidad, Nivelle quería a Fayolle en el sector de Verdún porque no preveía que se produjera ningún ataque allí; por lo tanto, Fayolle empezó 1917 en una relativa inactividad. Por una feliz coincidencia, el gobierno francés decidió enviar a Joffre a una gira de conferencias por Estados Unidos; por lo tanto, el antiguo comandante en jefe no estaría por allí en medio, husmeando por encima del hombro de su sustituto. Nivelle creía que la clave para romper el frente occidental radicaba en una sierra que se levantaba entre los ríos Aisne y Ailette. Por allí discurría un camino rural panorámico conocido como Chemin des Dames (el Camino de las damas), llamado así en honor de las hijas de Luis XV, para quienes la zona ha4. Nivelle, citado en Allain Bernede, «Les F raneáis a l'Assaut du Chemin des Dames, 16 avril 1917», 14-18: Le Magazine de la Grande Querré, n° 3, agosto-septiembre de 2001, págs. 6-15, cita en pág. *. l

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bía sido un lugar predilecto para pasear a caballo y organizar comidas campestres. Allí, la línea del frente discurría de oeste a este, siguiendo el río, y no de norte a sur, como en la mayor parte del frente occidental. Nivelle confiaba en que, debido a que la región había permanecido en calma durante gran parte de la guerra, las defensas alemanas en la zona fueran insuficientes para oponer resistencia a los hombres entrenados para ejecutar sus nuevos métodos. Pero, igual que el magnífico paisaje que se veía desde el camino había ofrecido a las hijas de Luis XV un agradable paseo a caballo, también proporcionaba a los defensores alemanes una cofa perfecta —a 600 m de altura sobre las llanuras de abajo— desde la que observar los movimientos franceses. Los alemanes, además, habían defendido la región desde 1914 y conocían cada grieta y ladera a la perfección. Los alemanes habían empezado ya a socavar los principios del plan de Nivelle al retirarse a un poderoso y equipado conjunto de defensas al que conocían como Línea Sigfrido, y los aliados, como Línea Hindenburg. En algunos lugares, la retirada hacia la Línea Hindenburg obligó a los alemanes a ceder hasta 64 km, pero al fortalecer la línea y retirarse a unas defensas más sólidas, liberaron hasta 13 divisiones de infantería de sus obligaciones de defensa estática. A medida que se iban retirando, los alemanes destruyeron todo cuanto encontraron a su paso, envenenando los pozos de agua, arrasando los edificios, poniendo bombas trampas y dinamitando los puentes. En febrero de 1917 las fuerzas australianas entraron en la ciudad de Bapaume, importante objetivo de la ofensiva del Somme, sin disparar un solo tiro; la ciudad era una completa ruina. La construcción de la Línea Hindenburg, en su mayor parte realizada por prisioneros de guerra obligados a trabajos forzados, supuso que, al evacuar gran parte del saliente de forma voluntaria, los alemanes habían eliminado las justificaciones estratégicas de la ofensiva de Nivelle. Este anunció que su ofensiva seguiría adelante a pesar de todo de acuerdo con lo previsto, aun cuando eso significaba que entonces las fuerzas aliadas tendrían que atacar unas posiciones mucho más fuertes. Nivelle creía que sus 49 divisiones de infantería y las 5.300 piezas de artillería, en combinación con sus nuevas tácticas, se revelarían suficientes para superar las defensas tanto de las mismas colinas del Chemin des Dames como las de la Línea Hindenburg que se levantaban detrás. Huber Lyautey, un héroe de las operaciones coloniales francesas nombrado ministro de la Guerra en diciembre de 1916, consideró que el plan era temerario e imprudente. Lyautey no había participado en la decisión de otorgarle el mando a Nivelle y no se sentía tan atraído por la personalidad del militar como el resto de los políticos franceses. Después de haber sido informado acerca del plan de Nivelle, se refirió a él de manera despectiva denominándolo «un plan para el ejército de la duquesa de Gerolstein», en referencia.

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nada halagüeña, a una ópera cómica de 1867 de Jacques Offenbach. 3 Lyautey consideró sustituir a Nivelle, pero se dio de bruces contra una dura oposición por parte de los poderosos miembros del Parlamento francés. En parte para protestar por la ofensiva sin hacer públicas sus objeciones, Lyautey dimitió como ministro de la Guerra en marzo de 1917 y regresó a su puesto de gobernador general de Marruecos. La dimisión de Lyautey contribuyó a la caída del gobierno de Briand. El nuevo gobierno contaba entre sus miembros con el matemático y experto en aeronáutica Paul Painlevé como ministro de la Guerra. Este era el séptimo ministro de la Guerra desde 1914 y el primer civil en ocupar el cargo en ese tiempo. Painlevé transmitió a Nivelle sus preocupaciones acerca de la operación e informó al general de la ineficacia de su Estado Mayor a la hora de mantener el secreto. Varios elementos del plan, incluida la fecha de inicio, eran ya del dominio público en círculos parisinos en los que normalmente no se tenía acceso a esa clase de información; además, en Londres habían aparecido al menos diez copias del plan.6 Y eso que Painlevé ignoraba que los detalles del plan eran también del dominio alemán. En dos incursiones separadas contra las trincheras francesas, los alemanes habían conseguido apoderarse de varias copias íntegras del mismo; copias que, de manera inexplicable, se habían entregado a los oficiales de los refugios del frente. Nivelle siguió expresando su optimismo, y Painlevé, no queriendo provocar una crisis política de importancia apenas ocupado el cargo, cedió. Painlevé no tardó en enterarse de que muchos generales franceses, entre ellos algunos de los que tenían la responsabilidad de dirigir los ataques, no compartían la confianza de Nivelle. Podría decirse que la oposición de Pétain formaba parte del acostumbrado pesimismo del general y de la desconfianza que sentía hacia cualquier cosa que contara con el apoyo de los políticos, pero no así de la del agresivo Franchet d'Esperey y la del muy respetado Joseph Mi-cheler. El 4 de abril Painlevé se reunió con Nivelle para hacerlo partícipe de estas dudas y pedirle al general que recortara la ofensiva y sus objetivos. A sólo cinco días de iniciarse la fase artillera preliminar de la ofensiva británica, Nivelle protestó furiosamente y amenazó con dimitir si el gobierno imponía cambios a su plan. «Mi único temor —le dijo a Painlevé—, es el desalojo del enemigo. Cuantos más alemanes haya, mayor será la victoria.» El ministro volvió a transigir, pero le pidió a Nivelle que aceptara detener la ofensiva si no 85. Lyautey, citado en Anthony Clayton, Paths ofGlory: The French Army, 1914-1918, Londres, Cassell, 2003, pág. 125. En La grande Duchesse de Gerobteiti, la protagonista asciende al soldado Fritz, su último amante, a mariscal de campo. La opereta es una sátira del ejército y de su mecanis mo de toma de decisiones. 86. Cmttwell, op. cit., pág. 409.

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se producía la incursión en el Chemin des Dames antes de las cuarenta y ocho horas. Nivelle le dio su palabra de que así lo haría. «No tengo intención de reanudar la batalla del Somme», dijo Nivelle.' Dos días después de la reunión, el 6 de abril de 1917, el Congreso de Estados Unidos aprobaba por abrumadora mayoría la petición del presidente Wilson de declarar la guerra a Alemania en respuesta a la reanudación de la guerra submarina ilimitada. Aunque a los estadounidenses les llevaría tiempo hacer sentir su presencia, la noticia recorrió Francia como una oleada de emociones. Para celebrar el acontecimiento, el primer ministro Alexandre Ribot pidió la convocatoria de una sesión especial de la Cámara de Diputados. Cuando se celebró, varios de los escaños aparecieron vacíos, porque los hombres que los ocupaban normalmente habían partido para servir en el ejército; en otros había coronas de flores que conmemoraban las muertes en combate de aquellos (como Emil Driant) que los habían ocupado antaño. Cuando Ribot pronunció por primera vez la palabra «Norteamérica», los diputados «se levantaron al unísono» y se volvieron hacia el embajador de aquel país, William Graves Sharp, haciéndole reverencias con la cabeza y aclamándolo. En el ejército, los sentimientos no fueron menos intensos. Nivelle envió una carta al jefe del Estado Mayor norteamericano, el general Hugh Scott, que decía así: El Ejército francés ha oído con la emoción más profunda las nobles y conmovedoras palabras dirigidas por el presidente Wilson al Congreso. Su alegría es inmensa al enterarse de que el Congreso ha declarado la guerra a Alemania. Nuestro ejército mantiene fresco el recuerdo de la fraternidad militar sellada hace más de un siglo por Lafayette y Rochambeau en suelo, estadounidense, y que se hará aún más firme sobre los campos de batalla de Europa.8 Según Robert Bruce, Estados Unidos «significaba para Francia algo más que un mero aliado nuevo; simbolizaba la salvación». 9 A muchos franceses, la entrada de Estados Unidos les pareció un buen presagio para la ofensiva que estaban a punto de comenzar. El plan de Nivelle requería que los británicos iniciaran la ofensiva de primavera con un ataque cerca de la ciudad de Arras. La clave para Arras y la lla87. Nivelle, citado en Bernede, op. cit., págs. 11-12. 88. Nivelle, citado en Robert Bruce, A Fruternity of Arrns: America y Frunce in the Great War, Lawrence, University Press of Kansas, 2003, págs. 32-34. Los oficiales franceses marqués de La fayette y conde Jean Baptiste de Rochambeua habían ayudado a los norteamericanos a ganar la guerra de la independencia contra Gran Bretaña. 89. Ibid.

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Unos soldados de la Real Artillería de Campaña británica mueven a mano una pieza durante la preparación del asalto a la cresta de Vimy de abril de 1917. La artillería de campaña tenía encomendada la destrucción de las alambradas enemigas y el apoyo artillero directo durante la ofensiva. (Imperial War Mitseum, propiedad de la Corona, p. 396)

mira de Douaí, situada al este, radicaba en la cresta de Vimy, una elevación de terreno con una cima de 100 hectáreas, y que en la actualidad posee a perpetuidad el Estado canadiense. El evidente valor estratégico de la cresta de Vimy la convirtió en un importante premio para los alemanes durante la carrera hacia e! mar. Más tarde, llegó a ser el escenario de tres batallas entre 1915 y 1916. En 1915 los franceses perdieron a casi 150.000 hombres en un intento inútil de retomarla; en 1916 el sector de Arras cayó en manos británicas como consecuencia de un acortamiento del frente francés, pensado para liberar más unidades que combatieran en Verdún y en el Somrne. Una ofensiva de los alemanes en mayo de aquel año recuperó Vimy para vergüenza de los generales británicos, que habían prometido conservarla. Aunque I Iaig seguía descontento por el acuerdo sobre el ejercicio del mando durante la primavera, se dio cuenta del valor de retomar tanto Arras como la cresta de Vimy, y asignó la tarca de apoderarse de esta última a uno de sus protegidos, el general Henry S. Horne, que estaba al mando del I Ejército británico. Para tomar un objetivo tan poderoso como la cresta de Vimy, Horne recurrió a su mejor unidad, el Cuerpo de canadienses, que estaba combatiendo casi como una fuerza independiente a las órdenes de Ottawa, aunque co-

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mandada por un británico, el general Julián Byng. Veterano de la guerra Bóer, de la primera batalla de Ypres y de Gallípoli, Byng tenia cuatro divisiones de unos soldados canadienses que se habían ganado la fama de una eficacia y cohesión en el combate insuperables. El ataque contra la cresta de Vimy demostró la creciente complejidad de las operaciones militares británicas. El Real Cuerpo de Aviación británico consiguió primero la superioridad en el aire, lo que permitió a la artillería una meticulosa localización de los objetivos y una considerable mejora en la precisión de la descarga. Los artilleros británicos concentraron un cañón pesado por cada 21 m de frente enemigo, en contraposición al cañón por cada 57 m del Somme.10 En la preparación artillera de una semana hubo menos proyectiles defectuosos y más de alto explosivo, lo que permitió que la artillería neutralizase un porcentaje mucho mayor de baterías enemigas que en cualquier otro momento de la guerra hasta entonces; también cortó las alambradas alemanas con mucha más efectividad que en el Somme. Asimismo, el trabajo del Estado Mayor experimentó una mejoría notable, en clara demostración de lo bien que los británicos habían asimilado las lecciones del Somme y de lo mucho que habían aprendido en los meses transcurridos. La preocupación alemana por el esperado ataque francés en las cercanías del Chemin des Dames abrió posibilidades de éxito para los británicos. Al redirigir sus fuerzas hacia el sector del río Aisne, los alemanes dejaron el de Arras débilmente protegido; en consecuencia, los británicos disfrutaron de la ventaja de disponer de cuatro divisiones de infantería más que los alemanes, aparte de su ya considerable superioridad en piezas de artillería. Por otro lado, el bombardeo artillero británico obligó a los mandos del VI Ejército alemán a retrasar tanto sus reservas que, en la práctica, no podían contraatacar. El ataque de la infantería empezó el domingo de Pascua 9 de abril, tras una cuidadosa preparación por parte de Byng y su Estado Mayor. El bombardeo con proyectiles de gas clavó a los alemanes en sus posiciones y mató a muchos de sus desprotegidos caballos, impidiendo así el reabastecimiento de munición y de otros suministros a los hombres del frente. Una barrera móvil de artillería protegió el avance de la infantería, cobertura que se vio reforzada por la intervención de 48 carros de combate, pese a que muchas de estas máquinas seguían aquejadas de diferentes problemas mecánicos. Los canadienses atacaron la cresta y consiguieron unos resultados notables para una operación prevista en un principio como de diversión. Después de la primera hora, tomaron la línea alemana precedente, que estaba situada pocos metros más allá de la tierra de nadie. 10. Gary Sheffield, Forgottefí Victo/y: The First World Win; Myths and Realities, Londres, Head-line, 2001, págs. 162-163.

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Los canadienses, tras lograr sobrepasar en su avance tres líneas alemanas situadas en la cumbre de Vimy, hicieron prisioneros a 9.000 alemanes y recuperaron toda la cresta, donde hoy se levanta uno de los monumentos más grandes del frente occidental. El III Ejército británico llevó a cabo su ataque más cerca de Arras e hizo prisioneros a otros 4.000 alemanes. En total, entre las dos unidades se apoderaron de 200 piezas pesadas de artillería y consiguieron mover la línea casi 5 km. Sin embargo, no se logró ninguna penetración. Aunque las líneas alemanas se mostraron vulnerables a los ataques iniciales, conservaron no obstante la fuerza suficiente para repeler una carga de caballería y evitar una incursión completa de los británicos. El mal tiempo del 2 de abril lentificó a estos últimos y dio a Ludendorff la oportunidad de encarar una situación que consideraba crítica. La toma de la cresta de Vimy supuso para los británicos la mayor ganancia territorial en un día hasta esa fecha. Había sido un ataque heroico y bien planeado, pero no condujo a mayores conquistas. Los alemanes fueron capaces de estabilizar sus líneas sin retirar hombres del sector del Chemin des Dames, y el impulso de las ofensivas británicas decreció enseguida. Los intentos aliados de apoderarse de los centros de comunicaciones de Douai y Cambrai fracasaron. Sin embargo, las fuerzas británicas voluntarias habían demostrado una destreza que impresionó a los alemanes. El príncipe heredero de Baviera, Rupprecht, al mando de todas las operaciones alemanas al norte del río Oise, confesó en su diario: «¿Tiene alguna utilidad proseguir con la guerra en tales circunstancias?».'' Para que el éxito británico en Arras tuviera una repercusión mayor sobre la guerra, Nivelle tendría que conseguir una victoria similar. A medida que se acercaba el 16 de abril, día escogido para el inicio de la ofensiva, la moral de los franceses aumentaba. Los norteamericanos se habían unido a la guerra, y los canadienses habían logrado una de las victorias más espectaculares del frente occidental al retomar la cresta de Vimy. Tal vez la inercia hubiera cambiado, y el ataque francés contra el Chemin des Dames se convirtiera, de hecho, en la última ofensiva de la guerra. «Una fiebre épica se ha apoderado de todos nosotro —señalaba un soldado francés—. Oficiales y soldados se niegan a marcharse para no perderse la gran ofensiva.»1: Un general de división francés, llevado de su fe en el triunfo, había contratado a una banda de música para que interpretara La Marsellesa cuando su unidad entrara triunfante en la ciudad que tenían señalada como objetivo principal para el primer día. Nivelle y sus partidarios creían que las circunstancias rara vez habían favorecido tanto a un general en toda la historia de la guerra. 90. Rupprecht, citado en Cruttwell, op. itt., pág. 405. 91. Otado en Bernéde, op. cit., pág. 12.

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Al igual que su homólogo australiano John Monash, el canadiense Arthur Currit; fue ascendiendo de rango a pesar de no ajustarse al ideal británico del militar. En un premeditado intento por potenciar este distanciamiento, se negó a dejarse crecer el bigote que ludan sus iguales británicos. (Australia/i War memorial, negativo n" H06979)

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Pero no todos los indicios eran positivos. Un avión alemán había sobrevolado las líneas alemanas, dejando caer una nota que decía: «¿Cuándo van a empezar su ataque?».11 Una mezcla de nieve, lluvia y niebla convirtió el terreno en una ciénaga de barro frío. El mal tiempo puso fuera de servicio a los 500 aviones y 40 globos de observación de la flota francesa, la mayor que habían conseguido reunir hasta la fecha. Por si fuera poco, la maniobra de diversión de la cresta de Vimy no había conseguido —como era la esperanza de Nivelle— que los alemanes retiraran fuerzas del Chemin des Dames. Y como golpe final, un sargento de uno de los ejércitos franceses que llevaba una copia completa del último plan a su regimiento, fue hecho prisionero de guerra a consecuencia de una incursión de trincheras alemana. Por lo tanto, no había ni que hablar de factor sorpresa. Al enterarse del plan aliado por adelantado, los alemanes no sólo supieron cuándo atacarían los franceses, sino también cómo detenerlos. Los pilotos ale13. Citado en ibid., pág. 12.

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manes habían visto lo suficiente antes de que cerrara la niebla para proporcionar a su Estado Mayor una imagen precisa de la disposición de las fuerzas francesas. Las tropas alemanas procedieron entonces a reforzar los emplazamientos de hormigón en los que tenían instaladas las ametralladoras con campos de fuego cerrado, afianzaron también las cuevas de caliza naturales en las que tenían previsto protegerse de la artillería francesa y, asimismo, trasladaron más hombres al sector desde la reserva general, multiplicando por cinco el número de fuerzas en el Aisne. Mientras que en febrero los alemanes habían tenido sólo 9 divisiones en el sector para enfrentarse a 44 divisiones francesas, en abril disponían de 43. Muchas de estas divisiones estaban especialmente entrenadas para realizar contraofensivas, una muestra de la confianza de los alemanes en su capacidad para repeler el ataque. Aun así, Nivelle no perdía el optimismo, y modificó su famoso grito de Verdún: «On les aura» («Los atraparemos») por «On les a» («Ya los tenemos»). Él y el agresivo general Charles Mangin confiaron la primera oleada del ataque a los veteranos de las unidades que habían demostrado su valía en Verdún y, entre ellas, incluyeron a las tropas coloniales preferidas de Mangin. Para mantenerse a la par de la barrera móvil de la artillería, aquellos hombres tendrían que avanzar cuesta arriba, en un terreno enlodado y a un paso de cien metros cada tres minutos para cruzar un frente completo de unos 24 km. El VI Ejército de Mangin formaba la parte más occidental del ataque y era el responsable de la toma de la posición individual más poderosa de la línea, el fuerte de Malmaison. En el centro se situaba el X Ejército del general Denis Duchéne. Graduado en la Academia Militar de St. Cyr, Duchéne pertenecía a la vieja escuela para la que la ofensiva era el único medio de conducirse en la guerra. La parte más oriental del frente pertenecía al V Ejército, que estaba bajo el mando de un general de caballería cuya falta de familiaridad con la infantería y la artillería había hecho que sus subordinados no confiaran en él. El día del ataque amaneció con unas condiciones climatológicas aún peores. El tiempo nublado y nevoso volvió a dejar a la aviación francesa fuera de servicio, lo que significaba que los artilleros tenían que disparar contra las últimas posiciones conocidas de sus objetivos, circunstancia que los alemanes aprovecharon trasladando muchos de sus cañones. De este modo, el fuego de la artillería francesa ni podía hacer impacto en sus objetivos ni corregir su fuego a partir de la información proporcionada por los pilotos. La lluvia helada hizo sufrir de manera especial a los soldados franceses; la mayoría llevaba varios días sin dormir. Aun así, abandonaron las trincheras con una moral bastante alta; una batalla más, y el frente occidental tal vez acabaría rompiéndose de una vez. El gran optimismo que había arrastrado a tantos soldados franceses ayuda a explicar la desilusión subsiguiente. Su ataque no tardó en desvanecerse ante

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En contra de las optimistas proclamaciones de Nivel le, los atnques franceses de 1917 en Champaña acabaron en unos cruentos desastres, que condujeron al amotinamiento generalizado y a la sustitución de Nivelle por Henri Philippe Pétain. (National Archives)

el intenso fuego de ametralladora alemán. «Los regimientos se vieron atrapa dos, casi de inmediato, bajo el fuego de innumerables ametralladoras, protegi das de los bombardeos por casamatas de hormigón y cuevas naturales», infor mó un general.14 , /JTr-,*,. : ,-Tfí ..¡] ,-'(,'■ Bajo semejante fuego, la infantería no podía esperar avanzar al paso que se le había fijado, lo que ocasionó que la barrera móvil de la artillería se moviera demasiado deprisa hacia delante y no pudiera ofrecer una protección significativa. Los alemanes tuvieron tiempo más que de sobra para apuntar sus armas y seleccionar el blanco entre los grupos de soldados franceses que avanzaban lentamente hacia ellos. El servicio médico francés, al recibir un número de heridos varias veces superior a aquel para el que se le había dicho que se preparase, se vio desbordado enseguida, lo que se vino a sumar al sufrimiento. Hacia el mediodía, muchas unidades francesas se encontraron con la dificultad adicional de rechazar los contraataques que formaban parte del plan de los alemanes. El único logro francés de la primera jornada provino de las bajas sufridas por los alemanes a consecuencia de aquellos contraataques, y de los prisioneros que, como en el Somme, se habían refugiado de la artillería en sus *' 14. Citado en Pierre Miguel, Le Cbemin des Domes: Enquite Sur la Plus EJfr&yable Hecatombe de ¡a Grande Guerre, París, Perrin. 1.

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que sea prudente con la munición.» Campbell regló sus cañones y se dispuso a disparar los limitados proyectiles de que disponía, pero, antes de que pudiera hacerlo, recibió la orden de retirarse: su unidad se encontraba en peligro inminente de ser rodeada y aislada. Campbell disponía del tiempo justo para destruir sus cañones, aunque tuvo que abandonar más de 2.000 proyectiles. «Hoy es el turno de Jerry», le dijo uno de sus hombres. «A nosotros nos volverá a tocar mañana.»3 Ese «mañana» tardaría bastante en llegar. La confusión remante en la unidad de Campbell se reprodujo por toda la línea del V Ejército. Ludendorff se había dirigido contra éste como parte de una gran operación, bajo el nombre clave de Michael, que tenía como objetivo dividir en dos al III y V Ejércitos y, tras cortar sus comunicaciones y vías de retirada y destruirlos, seguir avanzando para atacar al I y II Ejércitos británicos por la retaguardia. Los alemanes habían reunido 42 divisiones para llevar a cabo el ataque, encabezadas por los hombres del XVII Ejército, integrado en su mayor parte por veteranos de Ca-poretto. Los planes preveían utilizar las mismas tácticas de tropas de asalto ejecutadas en Italia y en Rusia un año antes. La artillería, por su parte, dirigiría su fuego contra los centros de suministros y los nudos de comunicaciones, mientras las tropas de élite rodearían los puntos fortificados del enemigo para aislar sus unidades desde la retaguardia. Sólo entonces avanzarían las unidades de infantería convencionales y atacarían a la aislada línea del frente del enemigo. La rapidez, la pericia y la sorpresa se impondrían. La concentración demostró ser otro aspecto clave. Ludendorff tenía sus buenas razones para haber escogido al V Ejército. El comandante de éste, Hu-bert Gough, el hombre que había encabezado el amotinamiento de Curragh y que tan mal había dirigido la ofensiva de Passendale, no había conseguido implantar un sistema elástico de defensa escalonada. Su ejército tenía sólo 11 divisiones para cubrir un frente de 67 km. Gough consideró que carecía de las reservas para desarrollar una defensa escalonada, por lo que, ante la penetración alemana, al V Ejército no le quedó más opción que retirar aquellas unidades que seguían siendo capaces de moverse. Opción que no alcanzó a miles de soldados británicos, que no tuvieron más salida que la rendición cuando sus unidades fueron aisladas y rodeadas. Los alemanes se encontraron con que el vecino del V Ejército, el III Ejército del general Julián Byng, que se había hecho famoso por su actuación en la cresta de Vimy, iba a ser un enemigo más correoso. Con un área más reducida para cubrir, Byng implantó un sistema de defensa mucho más sofisticado. Aun así, su ejército sufrió enormes bajas, pero cedió menos terreno. Ludendorff decidió reforzar su éxito y recondujo algunas unidades destinadas a realizar 3. ¡bid., págs. 21, 22 y 35.

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operaciones contra el III Ejército, enviándoias en su lugar a infligir tanto daño como pudieran al tambaleante V Ejército. Si los alemanes eran capaces de destruir a este último, Ludendorff calculó que podrían obligar al desprotegido III Ejército a retirarse, aun cuando éste sufriera menos bajas que las que él había previsto. Haig había confiado en que el comandante en jefe del Ejército francés, Henri Philippe Pétain, hiciera frente a la emergencia enviando al norte las tropas francesas bajo su mando. En vez de eso, Pétain, temiendo un ataque en su propio frente, mantuvo a las unidades en sus puestos, lo que significó que el flanco meridional (o derecho) del V Ejército no recibió ningún apoyo de sus vecinos aliados franceses. En consecuencia, las enormes bajas del V Ejército y su inevitable retirada tuvieron el obligado correlato de la retirada ordenada del III Ejército. Los alemanes se adentraron con rapidez en la zona evacuada por los británicos y se aprovecharon de las oportunidades que se abrían ante ellos. A principios de abril, la ofensiva alemana había llegado hasta Mont-didier, y retomado toda el área del río Somme, con un coste para los británicos de 170.000 bajas (entre ellos los 21.000 prisioneros de guerra del primer día), 1.000 cañones pesados y unos dos millones de botellas de whisky, una pérdida que, más tarde, proporcionaría a los británicos un inesperado beneficio de una importancia fundamental.4 El ataque alemán había cogido inexplicablemente por sorpresa a Haig y a su cuartel general. Menos de una semana antes del ataque, este último había comunicado al V Ejército que no esperaba un ataque «en serio» en el sector del Somme, y el Estado Mayor de aquél había autorizado la concesión de permisos a más de 88.000 hombres, causa de algunas de las ausencias percibidas por Campbell.5 Las tremendas bajas de 1917 habían obligado a Haig a reducir el tamaño de sus divisiones de infantería de doce a nueve batallones. El desgaste a partir del cual Haig había elaborado su estrategia había recortado en las dos direcciones, dejando al Ejército británico demasiado debilitado para defender el frente con la fuerza necesaria para rechazar una ofensiva alemana. La falta de preparación de los británicos tuvo unas consecuencias tremendas cuando el V y III Ejército británicos se trasladaron hacia el oeste y abandonaron todas sus defensas de vanguardia y la mayor parte del armamento. La retirada a través del terreno de las batallas del Somme que habían ganado a un precio tan alto dos años antes, resultó especialmente desmoralizadora. El periodista Philip Gibbs, que viajaba entonces con el V Ejército, recordaba que la 122.Tim Travers, How the War Was Won: Command and Technology in the Britisb Ai~my on the Wes tern Frimt, 1917-1918, Londres, Routledge, 1992, pág. 89; y C. M. R. F. Cruttwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press, 1934, pág. 152. 123.Cruttwell, op. cit., pág. 502; y Travers, op. cit., pág. 89.

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pérdida de las posiciones del Somme «le helaba a uno el corazón», aunque también dejó constancia de que no cundió el pánico. 6 La situación era una de las peores a las que se habían enfrentado los aliados desde 1914. «Parecía —recordaba Campbell—, como si tuviéramos que seguir retirándonos eternamente; no conseguía verle un final.»7 Los alemanes habían logrado una enorme victoria local con una rapidez de movimientos que no se veía en el oeste desde 1914. Todo parecía indicar que Ludendorff había diseñado otra obra maestra, al exportar a Francia las tácticas que tan bien habían funcionado en Rusia e Italia. Los británicos habían sido su objetivo principal y, en ese momento, dos de sus ejércitos se retiraban de manera precipitada. De acuerdo con las previsiones alemanas, una vez que los británicos hubieran sido derrotados, los franceses no tendrían más opción que seguirlos fuera de la guerra. Los norteamericanos, que entonces tenían únicamente tres divisiones de infantería en el frente, en la zona relativamente tranquila del sur de Verdún, deberían retirarse a través del Atlántico, dejando a Alemania como dueña de Europa. Pletórico de confianza, el kaiser predijo una victoria total y absoluta y comunicó a su séquito que, cuando la delegación inglesa fuera a pedir la paz, «habrán de arrodillarse ante la superioridad alemana, porque de lo que se trata aquí es de una victoria de la monarquía sobre la democracia». Para celebrarlo, Guillermo II decretó que se cerraran los colegios e impuso a Hindenburg la Cruz de Hierro con rayos de oro, condecoración otorgada por última vez un siglo antes al mariscal de campo Blücher por, ironías del destino, ayudar a los ingleses a librar al continente de Napoleón.8 Aunque maltrechos, los británicos estaban muy lejos de considerar el ponerse de rodillas ante el kaiser. Siguieron retirándose, pero, tanto en los niveles más altos como en los más bajos del ejército, los mandos se hicieron con el control de la situación y evitaron que la retirada se convirtiera en una desbandada. Los hombres que habían perdido el contacto consiguieron llegar a las unidades más cercanas y se reagruparon. En algunos casos, las unidades británicas lograron llevar a cabo contraataques locales que desequilibraron a los alemanes. Algunos puntos clave, como la cresta de Vimy, situada en el extremo más septentrional de la ofensiva alemana, permanecieron en manos británicas, proporcionando unos lugares razonablemente seguros para el reagru-pamiento y reacondicionamiento. En consecuencia, el ataque alemán hizo retroceder a los ejércitos británicos casi 64 km, aunque no consiguió inutilizarlos como unidades ofensivas. 124.Philip Gibbs, Ater It Can Be Tole!, Nueva York, Harpers, 1920, pág. 498. 125.Campbell, op. cit., pág. 41. 8. Guillermo II, citado en Holger Herwig, The First World War: Germuny and Austriu-Hunx, 1914- ¡91S, Londres, Edward Arnold, 1997. pág. 406.

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Este descomunal carro de combate alemán de 1918 da una impresión falsa acerca del poderío del arma acorazada de Alemania. La eficacia de los aliados en la construcción de carros de combate y en el desarrollo de una doctrina para su utilización les proporcionó una ventaja formidable durante los últimos meses de la guerra. {Imperial War Mriseum, propiedad de la Corona, 83/23/1)

Gough perdió su puesto como comandante del V Ejército el 28 de marzo, víctima por igual de unas malas circunstancias y de unas decisiones aún peores. Pese a todo, culpó de su derrota al hecho de que las unidades francesas situadas al sur no hubieran extendido sus posiciones hacia el norte, lo cual le habría permitido acortar el frente que debía cubrir su V Ejército. Pétain había visto el peligro que amenazaba a Gough, pero, temiendo que sus propias posiciones sufrieran un ataque, había decidido la prioridad de proteger los accesos a París sobre la petición de Haig de mantener el contacto entre las líneas francesas y británicas. Esta situación puso de relieve un problema cada vez más relevante. La ausencia de un único comandante en el frente occidental generó la aparición de líneas de dislocación que los alemanes explotaron a su conveniencia, y creó además la contingencia de la retirada de las unidades británicas en dirección norte, hacia el canal de la Mancha, y la de las francesas hacia el sur, a fin de proteger París. De retirarse los dos ejércitos en direcciones opuestas, se abriría una brecha enorme, y los flancos de ambos quedarían desprotegidos frente a los ataques de los alemanes. Todos los generales del frente occidental eran conscientes del peligro, pero sólo los franceses habían propuesto un remedio. Su solución, la de nombrar un único jefe para el frente occidental, había encontrado la tenaz oposición de británicos e italianos. Dado que el Ejército francés era el que controlaba la

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mayor porción de frente y el que tenía un ejército más numeroso, un comandante único tendría que ser, por fuerza, francés. Haig y sus colegas tenían bien presente el recuerdo del experimento de Nivelle el año anterior, algo que el propio Clemenceau admitió como un «argumento muy poderoso» para oponerse al mando conjunto.9 El director de Operaciones Militares del Departamento de Guerra británico, el general Frederick Maurice, amigo íntimo tanto de Haig como de Robertson, reflejó el sentimiento general de sus compatriotas cuando se refirió a la idea llamándola «basura» y escribió que el mando conjunto no era «más que un intento por parte de los franceses de hacerse con el control, el cual ven ahora que se les escapa de las manos».10 Lloyd George se había opuesto también a la idea en un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes en diciembre, y el influyente político italiano Giorgio Sonni-no describió el mando conjunto como «la herida más profunda jamás inferida al honor y el orgullo italiano».11 La espeluznante penetración alemana en el Somme cambió de manera espectacular la oposición británica al mando conjunto. El peligro de la inexistencia de una cooperación franco-británica pesó más que los problemas de organización y de orgullo nacional derivados del mando único. El 26 de marzo, el Consejo Supremo de la Guerra celebró una reunión de emergencia en la ciudad de Doullens, una localidad situada lo bastante cerca del combate como para que los participantes oyeran el ruido del fuego de la artillería. La situación apenas podía haber sido más grave. La víspera, el gobierno francés había iniciado los preparativos para evacuar Burdeos por segunda vez durante la guerra. Esa semana también, los alemanes habían acercado lo suficiente sus líneas a París como para empezar bombardeos aleatorios de intimidación sobre la capital con el «cañón de París». Esta gigantesca pieza de artillería de 210 mm y un tubo de más de 39 m, podía disparar un proyectil hasta casi 120 km. Demasiado impreciso para dirigir su fuego contra puntos concretos del interior de París, su única misión consistía en amedrentar e infundir el pánico entre la población. Aunque no lo consiguió, al final mató a 256 civiles e hirió a otros 620 habitantes. Un solo proyectil del cañón de París mató a 70 parisinos que se encontraban en una iglesia celebrando la liturgia del Viernes Santo, lo que provocó nuevas acusaciones de «brutalidad alemana».12 Doullens había albergado otrora el cuartel general de Foch, cuando éste había intentado fusionar las operaciones de británicos, belgas y franceses du9. Clemenceau, citado en general Mordacq, l.e Ministére Clemenceau: Journal d'un temoin, París, Plon, 1936, pág. 126. 126. Frederick Maurice a Sydney Clive, 18 de agosto de 1917, LHCMA, documentos Clive,1/1/1. 127. Sonnino, citado en Mordacq, l.e Ministére Clemenceau, pág. 125, n. 1. 128. Herwig, op. cit., pág. 145.

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rante las campañas de Ypres e Yser en 1914. Él y Clemenceau habían supuesto que los británicos cambiarían de forma de pensar acerca de un mando conjunto, si los franceses prometían el traslado de tropas de reserva al norte para detener la crisis inmediata provocada por el desmoronamiento del V Ejército. En un principio, Clemenceau se mostró partidario de encomendarle la tarea a Pétain, pero el general francés llegó a Doullens mostrando su pesimismo acerca de la capacidad de los aliados para ganar la guerra. En lugar de concentrarse en la forma de reorganizar las defensas aliadas, Pétain instó a Clemenceau a que considerase la evacuación de París. Haig, que ya había llegado a la conclusión de que el éxito inicial de los alemanes había convertido a Pétain en alguien «en quien no se podía confiar», daba a Amiens, el lugar de confluencia de los ejércitos francés y británico, mucha más importancia que a París.13 Haig ya tenía decidido apoyar al combativo Foch para el puesto de comandante en jefe, porque sabía por experiencia que el francés lucharía. Foch tenía muchos partidarios dentro del Ejército británico, entre ellos su íntimo amigo Henry Wilson, jefe del Estado Mayor General imperial en el momento de celebrarse la reunión de Doullens. Puede que la reputación de Foch en el seno del Ejército británico hubiera sido entonces aún mayor que la que tenía dentro de su propio ejército. El general británico Beauvoir de Lisie recordaba haberse reunido con Foch en 1916, cuando éste se encontraba «en malas relaciones [con el actual gobierno francés], pero aún en esa época, lo veíamos como al mejor militar del Ejército francés».14 A la mayoría de los generales británicos en el momento de celebrarse la reunión de Doullens les parecía que Foch era la mejor elección para dirigir los ejércitos aliados. Por su parte, Foch prometió repetir su actuación de 1914 y unificar las diferentes operaciones aliadas en un todo coherente. Sus promesas de luchar por Amiens («Yo lucharía delante de Amiens; lucharía dentro de Amiens; lucharía detrás de Amiens», les dijo a los asistentes a la conferencia) y de no retirar a los ejércitos franceses hacia París condujeron a que Haig y Lloyd Geor-ge cejaran en su oposición al mando conjunto y apoyaran a Foch para el cargo. Haig ayudó a elaborar el borrador del memorándum definitivo, el cual encomendaba a Foch «la coordinación de la acción de los ejércitos aliados en el frente occidental».15 Haig permaneció como comandante en jefe de las fuerzas británicas, y Pétain como el de las francesas, pero a partir de ese momento Foch estaba en posición de dirigir las operaciones de ambos. Sin perder tiem129. Haig, citado en Philip Warner, F'ield Marshal Earl Haig, Londres, Cassell, 1991, pág. 254. 130. Teniente general sir Henry de Beauvoir de Lisie, «My Narrrative of the Great Germán War», vol. 2, 1919, LHCMA, documentos de Lisie, pág. 5. 131. Memorándum de 26 de marzo de 1918, citado en Michael Neiberg, Foch: Supreme Allied Commander in the Great War, Dulles, Virginia, Brassey's, 2003, pág. 63.

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Las ofensivas de Ludendorff, 1918.

po, asumió el control de las fuerzas que Pétain había reservado para defender París y las trasladó al norte para ayudar a cerrar las brechas en las líneas británicas. Foch dejaba claro así que los ejércitos aliados no escogerían entre defender París o los puertos del canal de la Mancha, sino que lucharían por ambos objetivos. «Luché por ellos [los puertos del canal de la Mancha] en 1914 —le dijo al oficial de enlace británico con su cuartel general—, y lo volveré a hacer. »](l El nombramiento de Foch no resolvió de inmediato los problemas y mutuos recelos que habían ido surgiendo entre los franceses y los británicos. Sólo cuatro días después de Doullens, Haig le dijo a un colega que creía que «es una puñeta tener que combatir al lado de los franceses, y ahora ocurrirá lo mismo que en 1914, que salieron corriendo».17 Pétain, por su parte, seguía mostrándose renuente a trasladar las tropas francesas fuera de su sector para ir 132. Foch, citado en general sir Charles Grant, «Notes from a Diary, March 29th to Augtist, 1**18»» anotación del V de abril, LHCMA. documentos Grant, 3/1. 133. Haig, citado en ibid., anotación del í J de marzo.

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a ayudar a los tambaleantes británicos. Sin embargo, la creación de un mando conjunto y su concreción en la persona de! imperturbable Foch había producido unos beneficios tan evidentes que, el 3 de abril, los aliados, en esta ocasión con la incorporación de los norteamericanos, ampliaron los poderes de Foch, otorgándole «la dirección estratégica de las operaciones militares» o, lo que era lo mismo, confiriéndole la potestad de efectuar contraataques cuando él juzgara oportuno.18 Dos días después, Ludendorff dio por concluida la primera fase de su operación. Dado el estancamiento general del frente occidental durante cuatro años, la capacidad de Alemania para adelantar sus líneas más de 80 km en dos semanas aturdió a los mandos militares aliados. Los británicos habían sufrido alrededor de 178.000 bajas, y los franceses, 70.000 bajas, eso por no hablar de la cantidad incalculable de piezas de artillería, carros de combate y munición caídas en manos alemanas. Pero los aliados no fueron presas del pánico ni se desmoronaron, gracias, en parte, a la tranquilidad mostrada por Foch en el manejo de la situación general. De hecho, el plan de la gran ofensiva de Ludendorff ya había fracasado. Lo cierto es que había carecido de una estrategia global desde el principio, sabido como es que Ludenforff anunció que su única intención había sido la de «abrir un agujero [en el frente aliado]. En cuanto al resto, ya veremos».19 Tras haber conseguido abrir una brecha considerable, Ludendorff se encontró ante una encrucijada. Había infligido un número enorme de bajas, peros las propias ascendieron a más de 239.000 soldados, muchos de los cuales eran integrantes de las fuerzas de élite; a ese respecto, el 21 de marzo de 1918 había resultado el día más caro para los alemanes desde el principio de la guerra. Incluso con todas las posibilidades a su favor, los alemanes se encontraron con que el ataque había sido muy oneroso. Y, lo que era aún peor para ellos, no habían conseguido doblegar la voluntad de franceses y británicos y la ofensiva había provocado que los norteamericanos prometieran trasladar más hombres a Europa y con más rapidez. Además, los soldados alemanes, rompiendo la disciplina, saquearon las ciudades francesas, y se comieron y bebieron las provisiones abandonadas por británicos y franceses. En comparación con las raciones propias, por lo general más exiguas, los aliados parecían contar con unos suministros ilimitados, lo que llevó a muchos alemanes a dudar de las afirmaciones de sus comandantes relativas a que la campaña de los U-booten estaba asfixiando a Gran Bretaña. Los dos millones de botellas de whisky abandonados por los británicos se revelaron como unas valiosas armas cuando los sedientos soldados alemanes se 134. 135.

Neiberg, op. cit., pág. 65. Ludendorff, citado en Ilerwig, op. cit., pág. 400.

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detuvieron para beber hasta saciarse, dando pie a lo que el comandante de un grupo de ejércitos alemanes denominó unas «repulsivas escenas de embriaguez».20 Un oficial médico británico observó que el poderoso Ejército alemán había sido derrotado por «algo que Ludendorff y los oficiales de su Estado Mayor no habían previsto», a saber, «la abundancia de bebidas espiritosas es-

Otra guerra de los cien años El propio Ludendorff comprendió que, pese a sus conquistas territoriales, su fabuloso plan global tal vez no pudiera producir los resultados deseados. Había subordinado la estrategia global a la superioridad táctica perfeccionada por el Ejército alemán con las unidades de infantería de élite y de artillería. Ludendorff se dio cuenta de que la unidad más elitista del Ejército alemán, el XVII Ejército de Oskar von Hutier, «había sufrido demasiadas bajas» durante los dos primeros días de la ofensiva para que siguiera como formación principal en futuros ataques. También comprendió que su éxito táctico no había arrojado unos resultados acordes con ganar la guerra. «Desde el punto de vista estratégico —observó—, no habíamos conseguido lo que los acontecimientos del 23, 24 y 25 [de marzo] nos habían animado a esperar.»22 A pesar de las decepciones de los primeros días, en esa coyuntura Ludendorff no podía ponerse a la defensiva. Su misión global, la de ganar la guerra antes de que pudiera aparecer un gran contingente de tropas norteamericanas, no había cambiado. Por tanto, el 9 de abril lanzó su segunda gran ofensiva, esta vez en Flandes. Una vez más se centró en los británicos, en la que llegó a conocerse como la batalla de Lys para éstos, y como Operación Georgette para los alemanes. Ludendorff iba en pos de un área defendida por dos divisiones enviadas al frente occidental por el «aliado más antiguo» de Gran Bretaña, Portugal. El ataque alemán sorprendió a los infortunados portugueses mientras estaban siendo relevados; la línea de su sector se desmoronó y desapareció en pocas horas. El empeño británico entonces de responsabilizar del contratiempo a la inferioridad numérica de los portugueses, aporta sólo una explicación parcial. Los alemanes se infiltraron también en la línea británica cerca de Ypres y se 136.Príncipe heredero Rupprecht, citado en Herwig, op. cit., pág. 410. 137.Oficial médico Stephen Westman, citado en Malcolm Brown, The Imperial War Museum Bookofl918: YearofVictory, Londres, Pan Books. 1998, pág. 101. 138.Ludendorff, citado en Everad Wyrall, «The History of de 62nd (West Riding) División, i'. 14-!9¡9«, vol. 1, sin fecha, págs. 148-149, LHCMA, documentos Leonard Humphreys. 1

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apoderaron de la mayor parte del terreno al sur de la ciudad, entre otros la colina Kemmel, de gran importancia estratégica, y de la sierra de Messines, que la tenía también, aunque simbólica. Esta penetración amenazó al puerto principal más cercano del canal de la Mancha, Dunkerque, situado a sólo 35 km de aquel frente de movilidad recién adquirida. La Operación Georgette, por tanto, planteó una seria amenaza a las líneas de suministros de la Fuerza Expedicionaria Británica. Aunque los mandos británicos reorganizaron a sus hombres y establecieron nuevas líneas de defensa, la estructura del mando conjunto proporcionó una ayuda inmediata. Foch envió diez divisiones de las tropas francesas al frente de Flandes que tan bien conocía y ordenó a Pétain que se hiciera cargo de 120 km más de frente occidental, a fin de permitir que los británicos concentraran sus operaciones. Haig y su Estado Mayor habían sido pillados por sorpresa una vez más. Habían esperado una nueva ofensiva alemana más al sur, en el sector de Arras y de la cresta de Vimy, subestimando así el peligro que corría el sector de Lys, en parte por haber supuesto que el valle de Lys no se secaría hasta mayo, como había sido el caso en los años anteriores. Sin embargo, el invierno relativamente seco de 19171918 había ocasionado que en marzo el suelo de la región estuviera firme, un hecho al que era del todo ajeno el Estado Mayor de Haig. Por ende, su cuartel general no había ordenado la creación de una defensa elástica escalonada en la zona. Algunos mandos militares locales habían tomado por su cuenta y riesgo la iniciativa de ordenar tales defensas y, donde existían, ofrecieron por lo general una mayor resistencia a los alemanes.23 Haig intentó unir a los hombres con su bando del 11 de abril «Con el agua al cuello» y que, en parte, decía así: «No tenemos más alternativa que combatir. Cada posición deber ser defendida hasta el último hombre: no puede haber retirada. Con el agua al cuello como estamos y con el convencimiento de la justicia de nuestra causa, debemos luchar hasta el fin. La seguridad de nuestros hogares y la libertad de la humanidad dependen por igual de la conducta de todos nosotros en este crítico momento».24 El bando era una declaración excepcional de un hombre nada dado por lo general a la elocuencia pública; y reflejaba la urgencia de la situación. Sin embargo, para muchos de sus hombres, el bando de Haig sugería desesperación e incluso pánico, y abundaba en los miedos de que la situación pudiera ser aún peor de lo que muchos se atrevían a temer. La mayoría de los soldados, observó el comandante de un cuerpo, habían estado «con el agua al cuello desde marzo, y no necesitaban que se lo dijeran», sobre todo por un ge139.Véase Travers, op. cit., págs. 93-99. 140.Haig, citado en Warner, op. cit., pág. 257.

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neral instalado con relativa comodidad detrás de las líneas.2í La mayoría de los hombres, que luchaban por sus vidas y las de sus camaradas, tardaron varios días incluso en enterarse del bando. Pat Campbell observó lacónicamente que «nunca se lo vi leer a ninguno de nuestros hombres».26 Inspirados o no por Haig, los soldados combatieron con creciente decisión, contuvieron la ofensiva de Lys y conservaron tanto el mismo Ypres como el decisivo enlace ferroviario de Hazebrouck, situado al sudoeste. Más al sur, los alemanes intensificaron sus esfuerzos para apoderarse de Amiens. La ciudad se levantaba a orillas del río Somme y controlaba una conexión ferroviaria trascendental. También era el punto de confluencia de los Ejércitos francés y británico y, por ende, estuvo siempre en el centro del pensamiento alemán. El 24 de abril los germanos concentraron sus magros activos mecanizados (sobre todo, modelos capturados a los británicos) y tomaron la ciudad de Viller-Bretonneux, una población situada sólo 16 km al este de Amiens. Hindenburg dijo que la ciudad tenía que conservarse «a toda costa, ya que desde sus cerros podemos controlar Amiens».27 Sin embargo, las tropas australianas retomaron la ciudad al día siguiente gracias a un decidido ataque sorpresa sin apoyo artillero. Este hecho representó uno de los grandes logros de la guerra, e hizo que un oficial británico que presenció el ataque lleno de admiración dijera, refiriéndose a los australianos, que «estoy encantado de que estén de nuestro lado.»28 Para los alemanes, la pérdida de Villers-Breton-neux acabó con el ímpetu de la Operación Georgette. El 29 de abril Luden-dorff suspendió la segunda parte de su gran ofensiva sin que, una vez más, hubiera conseguido abrir una brecha entre los Ejércitos de Francia y de Gran Bretaña. No obstante la pérdida de terreno, los británicos habían mantenido sus líneas. Gracias a los refuerzos de Foch, podrían asegurar los puertos del canal de la Mancha, y algunos oficiales empezaron a hablar con optimismo incluso de reanudar la ofensiva en un futuro cercano. El cuartel general de Haig archivó los planes de emergencia para demoler Calais e inundar la región situada al oeste de Dunkerque. Los dos primeros ataques alemanes de 1918 habían sido tremendamente costosos, pero no habían alterado de manera apreciable la estrategia de la guerra. Muchos soldados británicos tuvieron la impresión de que los alemanes tenían la fuerza para infligir grandes daños, pero no tanto como para forzar el desenlace de la guerra. Por su parte, los británicos podían seguir resistiendo, aunque estaban incapacitados para lanzar un golpe decisivo 141.General Alexander Godley, citado en Brown, op. cit., pág. 97. 142.Campbell, op. cit., pág. 65. 27.Hindenburg, citado en John Termine, To Win a War, Londres, Cassell, 1978, pág. 65. '8. ("irado en Brown, op. cit., pág. 105

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Esta foto aérea muestra Queant, un punto fortificado de la Linea Hindenburg. Adviér tanse los tres cinturones de alambradas entrelazados (de izquierda a derecha en primer plano) pensados para proteger a las fuerzas alemanas destacadas en la ciudad. {Cortesía de Andrewy Herbert Wiüiam Rolfe) ..,-■

por sí solos. «Supongo —le dijo un oficial a Campbell—, que esto acabará siendo otra Guerra de los Cien Años.»29 El coste humano de los dos primeros ataques de Ludendorff fue espantoso. El Ejército alemán sufrió 257.176 bajas en abril, además de las 235.544 padecidas en marzo. Alemania era, lisa y llanamente, incapaz de sustituir una pérdida de efectivos a esa escala. El Ejército alemán empezó a experimentar unos índices de deserción más elevados, y algunas unidades informaron de que no podían asegurar que sus hombres obedecieran las órdenes en el futuro. El cuartel general del VI Ejército advirtió sin ambages a Ludendorff que «los hombres no atacarán».10 Aun así, Ludendorff siguió adelante y desvió su atención hacia el sur, a Champaña, donde confiaba en infligir una gran derrota a los franceses que impeliera a los británicos a estirar sus líneas para acudir en ayuda de aquéllos. Después de ocuparse de Francia, Ludendorff planeaba atacar una vez más al extendido Ejército británico en Flandes. 143.Campbell, op. cit., pág. f>7. 144. «>., pág. 414. ■

Citado en Herwig, o/>. -. :

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Ludendorff lanzó su tercera ofensiva, con el nombre clave de Blücher, a finales de mayo. Su objetivo era el sector, de infausta memoria, del Chemin des Dames, donde las fuerzas francesas se encontraban encajonadas entre la sierra y el río Aisne. El comandante francés, Denis Ausguste Duchéne, había estado al mando de un cuerpo en aquel sector durante los fallidos intentos de los franceses de tomar la sierra en abril de 1917. En ese momento, en su calidad de comandante del VI Ejército, Pétain le había instado a establecer una defensa escalonada. Duchéne se había resistido, arguyendo que el terreno del sector del Chemin des Dames no permitía una defensa de tales características. Tres divisiones británicas, terriblemente maltratadas en las dos primeras ofensivas alemanas, habían bajado hasta aquel sector para lo que sus hombres confiaban sería un período de descanso. Los jefes de las tres divisiones habían comprobado en sus propias carnes los peligros de una defensa adelantada como la que tenía Duchéne. Cuando plantearon sus preocupaciones y le pidieron a éste que considerase la creación de una defensa elástica, Duchéne los despachó con un nada elástico: «J'ai dit». («No tengo más que decir.») La densa formación de las defensas del VI Ejército de Duchéne proporcionó un cúmulo de objetivos a la experimentada artillería alemana, que abrió su fuego más mortífero de toda la guerra la mañana del domingo 26 de mayo. Ludendorff había concentrado en el sector la asombrosa cantidad de 1.100 baterías artilleras y dos millones de proyectiles de artillería. Y lo que fue aún más increíble, es que los alemanes dispararon casi toda la dotación de proyectiles en menos de cinco horas, aniquilando las defensas de los franceses y sumiendo a sus fuerzas en el estupor. Treinta y seis divisiones de infantería alemanas, de las que 27 eran veteranas de las operaciones de primavera, avanzaron contra 24 divisiones aliadas diezmadas y aturdidas que estaban cubriendo el sector entre La Fére y Reims. En los días siguientes, los alemanes avanzaron hasta 64 km, cortaron las líneas ferroviarias francesas y llegaron a menos de 100 km de París. Los alemanes se habían anotado otro éxito táctico monumental, aunque éste no los había acercado más a la victoria final. Los franceses habían conservado las ciudades clave de Reims, CháteauThierry y Epernay, y contenido así el daño. Además, el terreno sobre el que habían avanzado los alemanes ofrecía pocos recursos, ya que ese mismo territorio lo habían arrasado en su retirada hacia la Línea Hindenburg. Por consiguiente, las fuerzas alemanas, en ese momento a 144 km de sus cabezas de línea ferroviarias, operaban sin un suministro regular de comida, agua y municiones. El único objetivo estratégico de esa región, París, se situaba a todas luces fuera de la capacidad del Ejército alemán para tomarla o, cuando menos, amenazarla con gravedad. Sin embargo, Ludendorff estaban tan entusiasmado con su éxito, que lo reforzó y retiró recursos de ios objetivos estratégicos originales de sus ofensivas, a saber, Flandes y

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Amiens. Esta decisión debilitó al Ejército alemán en la zona de mayor importancia estratégica, lo que motivó que Foch le dijera al oficial de enlace británico con su cuartel general: «Me pregunto si Ludendorff conoce su oficio».31 Todo lo que reportaron los esfuerzos en el sur del Ejército alemán fueron dos salientes peligrosamente expuestos y un ejército agotado para defenderlos. El 4 de junio Ludendorff tuvo que interrumpir la ofensiva para reorganizar y decidir su siguiente movimiento. «¡Y un cuerno retirada! Si acabamos de llegar» Foch podía permitirse ser un caballero ante su adversario a pesar del rosario de éxitos tácticos de este último, porque sabía que él tenía un arma que Ludendorff no podía confiar en igualar. El Ejército norteamericano, bajo el mando de su extraordinario comandante, el general John Pershing, estaba por fin listo para entrar en combate. Profesional consumado, con fama de trabajador incansable y de mantenerse tozudamente fiel a sus creencias, Pershing había sido muy madrugador ya desde su nombramiento como primer capitán durante sus días de cadete en West Point. Su matrimonio con la hija del inveterado jefe del Comité de Asuntos Militares del Senado y el patrocinio del presidente Theodore Roosevelt proporcionaron a Pershing los contactos políticos necesarios en el Partido Republicano, aunque siempre tuvo cuidado de mantenerse por encima de las políticas partidistas. A pesar de su fracaso en encontrar y detener a Pancho Villa, su sagacidad política durante la operación había hecho que se ganara también la admiración de la Administración demócrata de Wilson, lo que le convirtió en la elección evidente para mandar las fuerzas norteamericanas destacadas a Europa. Pershing era también un excelente juez del talento militar. Entre sus primeros nombramientos para ocupar puestos en Francia estuvo el del futuro general de cinco estrellas George Marshall y el del brillante y enigmático George Patton. Casi un año después de entrar en la guerra, Estados Unidos había resuelto por fin la infinidad de problemas que implicaba el despertarse de su sueño aislacionista para entrar en la refriega. Uno de los más serios entre esos problemas consistió en la determinación de la relación exacta entre Estados Unidos y sus aliados. Norteamérica se había negado a firmar el tratado de Londres, que constituía la base legal de la alianza, prefiriendo autodenominarse «potencia asociada». El presidente Wilson había dejado bien claro que no veía que los objetivos bélicos de su país fueran del todo análogos a los de Francia, 31. Foch, citado en general sir Charles Grant, «Some Notes Made at Marshal Foch's Head-quarters, Augiist to Novemher 1918», LHCMA, documentos Grant, 3/2, pág. 5.

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El jefe de las Fuerzas Expedicionarias Norteamericanas (AEF), John J. Pershing (derecha) se resistió obstinadamente a ver a su ejército bajo el mando de los comandantes europeos. Con él aparece Benjamín Foulois, que llegó ;i ser general de brigada y jefe de las fuerzas aéreas de la AEF. {United States Air Forcé Academy McDertnott Library. Colecciones especiales)

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Bretaña e Italia. El y Pershing habían aclarado también que los norteamericanos lucharían sólo como una entidad independiente y claramente diferenciada en cuanto a su nacionalidad. Ambos hombres se resistieron con firmeza a los planes europeos de «fusionar» el Ejército norteamericano, a nivel de batallón o compañía, en las divisiones británicas y francesas. La inexperiencia norteamericana, la ausencia de una doctrina adecuada y la escasez de material de guerra moderno ofrecían un tremendo contraste con su resistencia por principio a la fusión, aunque Pershing se mantuvo firme.32 Al final, la controversia de la fusión produjo más ruido que nueces. Los norteamericanos habían acordado desde un principio que, si surgía la necesidad de afrontar una emergencia, aceptarían una fusión temporal y limitada. «No deseamos perder la identidad de nuestras fuerzas —escribía el secretario de la Guerra, Newton Baker, a Pershing en diciembre de 1917—, aunque consideramos que es de una importancia menor que el hecho de que las fuerzas a su mando se enfrenten a cualquier situación crítica con la mayor eficacia posible.»33 En el punto álgido de la crisis, a finales de marzo de 1918, Pershing había ido a visitar a Foch para hacerle una oferta extraordinaria que contrastaba sobremanera con la resistencia norteamericana a la fusión. Pershing, en su vacilante francés, le dijo al nuevo comandante en jefe que «el pueblo norteamericano consideraría un gran honor que nuestras tropas combatieran en la presente batalla... Infantería, artillería, aviación, todo lo que tenemos es suyo; utilícelo como desee».34 Por su parte, los europeos accedieron a la creación de un ejército norteamericano independiente a las órdenes de mandos norteamericanos, aunque no, como Clemenceau le dijo a Pershing, «mientras el destino de mi patria estuviera en juego a cada momento en los campos de batalla, los cuales ya se han bebido la mejor sangre de Francia».35 Foch y Pétain habían sugerido que un ejército norteamericano independiente tenía sentido desde el punto de vista operacional, ya que cabía esperar que los soldados norteamericanos combatieran mejor si lo hacían a las órdenes de oficiales de su país. Sin embargo, la emergencia provocada por la ofensiva alemana tenía que ser detenida por todos los medios necesarios antes de que se pudiera crear un ejército norteamericano independiente. Así las cosas, las dos partes convinieron en la inclusión temporal de las divisiones norteamericanas (bajo el mando de oficiales nor145.Sobre la doctrina, véase Mark Grotelueschen, Doctrine Under Trini: American Artillery Employment iv World War I, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 2001. 146.Baker, citado en Robert Bruce, A Fraternity ofArms: America and Frunce in the Great War, Lawrence, University Press of Kansas, 2003, pág. 151. 147.Pershing, citado en John S. D. Eisenhower y Joanne Thompson Eisenhower, Yanks: The Epic Story oj the American Army in World War /, Nueva York, Free Press, 2001, pág. 114. 148.Clemenceau, citado en Bruce, op. cit., pág. 150.

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Unos carros ligeros norteamericanos en pleno avance. Compárense estos carros de combate con el mamotreto alemán de ía página 299. (National Archives)

teamericanos) en los cuerpos y ejércitos franceses hasta que hubiera pasado la crisis inmediata. Norteamericanos, británicos y franceses se pusieron de acuerdo también en lo concerniente a un sistema para transportar y equipar a los primeros lo más deprisa posible. El 2 de mayo Foch negoció un acuerdo con Pershing en virtud del cual los norteamericanos aceptaban enviar a Europa sólo tropas de infantería y así potenciar al máximo el número de infantes disponibles para enfrentarse a las ofensivas alemanas. Los británicos aceptaron proporcionar los barcos necesarios para transportar a la mitad de los norteamericanos, garantizando que casi 500.000 de ellos estarían en Europa en julio, y que otro medio millón más cruzaría el Atlántico al terminar el año. Al final, los norteamericanos sobrepasaron esas expectativas y desembarcaron a 300.000 hombres por mes. En virtud de las condiciones de un acuerdo anterior, los franceses proporcionarían las municiones necesarias a cambio del acero y las materias primas de los estadounidenses. Francia se convirtió en el proveedor de armas más importante del Ejército norteamericano, al que terminó entregando 3.532 piezas de artillería de campaña, 40.884 armas automáticas, 227 carros de combate y 4.847 aviones.if> Sin estas armas, a los norteamericanos les habría resultado harto difícil realizar alguna ofensiva. i . . _ . 36 J7W..pág. 105. . ■;■ ,

El turno de Jerry 313 La íntima amistad personal que se estableció entre Pershing y Pétain fortaleció la conexión entre las Fuerzas Expedicionarias Norteamericanas (AEF) y el Ejército francés. A finales de mayo, los dos ejércitos cooperaron en la primera gran operación de combate en la que intervino la AEF, cuyo escenario fue la ciudad de Cantigny. Una fuerza conjunta franco-norteamericana tomó la ciudad, tras lo cual la defendió contra seis intentonas diferentes de los alemanes. Los norteamericanos cometieron errores tácticos, pero demostraron la clase de ímpetu que pronto les haría famosos tanto entre los aliados como entre los alemanes. Tal vez hubieran sido patosos y dependientes de los franceses en muchas operaciones de apoyo, pero su inmadurez en el campo de batalla se resolvería con la práctica. Cuando franceses, británicos y alemanes los vieron en directo, fueron pocos los que dudaron de que estuvieran hechos «de la pasta» que exigía combatir en el frente occidental. Su número (por término medio, llegaba una división a Europa cada día) y su aspecto saludable y bien alimentado llevaron a sus aliados a verlos como a unos hombres «espléndidos», poseedores de la moral y el espíritu más elevados.37 Es casi imposible subestimar el efecto psicológico que tuvo la mera aparición de tantos refuerzos vigorosos. Los norteamericanos demostraron enseguida ser un arma de combate formidable en la guerra contra Alemania. Así, tuvieron una intervención decisiva al cortar dos aproximaciones de los alemanes a París. Los norteamericanos habían cubierto una brecha cerca de un coto de caza llamado el bosque de Belleau, que los alemanes conservaban con un gran número de fuerzas. Según cuenta la leyenda del Cuerpo de Infantería de Marina, un ataque perpretado por los alemanes el 2 de junio obligó a retirarse a las unidades francesas, cuyos oficiales instaron a los norteamericanos a que lo hicieran también a posiciones más sólidas. Según parece, un oficial del Cuerpo de Marines, el capital Lloyd Williams, respondió: «¡Y un cuerno retirada! Si acabamos de llegar». Al igual que todos los dichos ingeniosos de la historia, puede que éste sea apócrifo, pero su persistencia a lo largo del tiempo refleja el ardor y el espíritu con que los norteamericanos combatieron en el bosque de Belleau y en todas partes. El 5 de junio los norteamericanos lanzaron un ataque contra el bosque como parte de un avance general del XXI Cuerpo francés. Siguieron casi tres semanas de sangriento combate antes de que el jefe de los marines pudiera comunicar por señales que «el bosque ya es por completo del Cuerpo de Marines de Estados Unidos». El inmenso cementerio contiguo al bosque, ahora rebautizado oficialmente como el Bosque de la Brigada de Marines, se levanta como prueba de las enormes pérdidas sufridas por las fuerzas estadounidenses 37. Informe de la misión británica a las ARF, citado en Grant, «Notes from a Diary», anotación del 24 de junio. '¿ •"■■•"*«;,

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Los soldados norteamericanos, como estos que utilizan una ametralladora ligera, sorprendieron por igual a aliados y enemigos por su entusiasmo, temeridad e idealismo. La realidad de la guerra fue determinante para que los mandos norteamericanos abandonaran sus ideas preconcebidas y aprendieran de los franceses y los británicos. (National Archives)

para detener el avance alemán. Los marines perdieron a 4.600 hombres, casi la mitad de los soldados que intervinieron en combate. La victoria en el bosque de Belleau, sin embargo, detuvo a los alemanes en lo que fue su máximo acercamiento a París, a sólo 56 km de distancia; no volverían a acercarse tanto en lo que quedaba de guerra. A pocos kilómetros del bosque de Belleau, los norteamericanos tuvieron la destacada actuación de detener un nuevo ataque alemán, esta vez en la ciudad de Chateau-Thierry, a orillas del Marne. Mientras sus cantaradas repelían los ataques en el bosque de Belleau, los hombres de la II y la III División norteamericanas privaban a los alemanes de la posibilidad de cruzar el Marne en Chateau-Thierry. Otras unidades norteamericanas participaron también en la batalla. Su insignia se puede ver en la actualidad en el gran monumento erigido en la ciudad, dedicado a «la amistad y cooperación entre los Ejércitos francés y norteamericano». Un regimiento estadounidense defendió un meandro del río con tanta fiereza, que se ganó el sobrenombre de la «Roca del Marne». La enérgica presencia de las AEF en el campo de batalla sirvió como prueba concluyente de que la estrategia de Ludendorff había sido un vil fracaso. «Vosotros, los norteamericanos —decía un oficial francés a mediados de junio—, sois nuestra esperanza, nuestra fuerza, nuestra

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vida.»í8 Incluso la derrota de los británicos que con tanto ahínco había perseguido Ludendorff, no impediría a los norteamericanos llegar en masa y combatir con más pericia a cada mes que pasaban en Francia. A pesar de que las bajas de junio sobrepasaron los 200.000 hombres, Ludendorff se decidió por lanzar una cuarta ofensiva. Tenía la esperanza de tomar Reims y luego avanzar contra París. El Ejército alemán, sacudido por el derrotismo, las deserciones y la misteriosa enfermedad que pronto se conocería como gripe española, no podría repetir sus éxitos anteriores. El desastre de Duchéne en el Chemin des Dames condujo a los aliados a redoblar sus esfuerzos para crear unas defensas elásticas; éstos, por fin, habían visto lo suficiente de los alemanes para saber ya cómo contrarrestar sus tácticas. Los desertores germanos (muchos de ellos alsacianos) proporcionaron a los franceses el momento y el lugar exactos del ataque. En consecuencia, los avances alemanes fueron insignificantes, y el kaiser observó con frustración cómo sus hombres volvían a fracasar en la toma de Reims. Ludendorff reaccionó culpando a los oficiales de su Estado Mayor y proclamando su esperanza de derrotar a los franceses en un futuro cercano y continuar luego con su persecución de los británicos, hasta la India si se hacía preciso.39 La quinta ofensiva de Ludendorff, esta vez sobre el Marne al este de Reims, no sorprendió a nadie. Los desertores alemanes, los informes de la inteligencia francesa y la propia intuición de Foch habían permitido a los aliados adivinar el plan de Ludendorff. Foch había dispuesto un recibimiento nada amable a los alemanes para el que reunió infantería, aviación y blindados de los cuatro países, incluidas seis divisiones norteamericanas bajo el mando del VI Ejército francés. En la segunda batalla del Marne (del 15 al 18 de julio), las bajas alemanas incluyeron a 30.000 desmoralizados prisioneros. La victoria aliada acabó de una vez por todas con cualquier esperanza germana de tomar París y obligó a Ludendorff a cancelar su sexta ofensiva, prevista para ser lanzada contra los británicos en Flandes. El 24 de julio Foch anunció a los generales aliados que había llegado el momento de «abandonar nuestra actitud generalmente defensiva, impuesta por nuestra inferioridad numérica global hasta el momento, y de pasar a la ofensiva», a fin de presionar a los alemanes diariamente a lo largo de todo el frente y «no darles tiempo para que recompongan sus unidades».40 La última apuesta de Alemania había fracasado, y los ejércitos aliados estaban preparados para reanudar la ofensiva. La fase final de la guerra había empezado. 149.Citado en Robert Zieger, Ammat's Great War, Lanham, Maryland, Rowan anit Littlefield, 2000, pág. 97. 150.Herwig, np. cit., pág. 417. 151.Ministere de la Guerre, Les Armécs Franfacisesdnns la Grande Gnerrc, serie 7, vol. 1, París, Imprimerie Nationale, 1928, pág. 266.

Capítulo 13 A cien días de la victoria De Amiens al Meuse-Argonne

En particular, los oficiales [alemanes capturados] nos informan de la debilidad de sus fuerzas, de la juventud de los reclutas y de la influencia de la entrada de los norteamericanos. Se sienten deprimidos por sus enormes bajas, la mala calidad de ia comida y la crisis interna de Alemania. Están preocupados y empiezan a dudar del poder alemán... El alemán está empezando a comprender que no puede ganar, pero no está preparado para renunciar y puede que siga resistiendo. Informe del cuartel general francés sobre la moral del Ejército alemán, 4 de septiembre de 1918* 1 ras la victoria en la segunda batalla del Marne, los ejércitos aliados empezaron su propia ofensiva general, en la que el avance de los soldados fue mejor de lo que habían esperado los generales al mando. El Ejército alemán opuso poca resistencia más allá de una retaguardia decidida, prefiriendo, en su lugar, trasladarse hacia el este a posiciones más defendibles. El impedimento más serio a los movimientos aliados fueron las políticas de tierra quemada de los alemanes, conforme a las cuales hundían los puentes, arrasaban los pueblos y minaban las carreteras. La mera visión del territorio francés destruido con tanto descaro por su enemigo revitalizó el deseo del Ejército francés de hacer que Alemania pagara por sus crímenes. Los hombres del LXXVII Regimiento de Infantería francés recordaban sus sentimientos al atravesar los pueblos damnificados en agosto de 1918: Los pueblos destruidos y saqueados mostraban el vandalismo de los alemanes, en su furia por haber sido obligados a retirarse, hasta con la última silla, la última ventana rota, [yj el último suelo levantado. Había depósitos de bombas de gas (con las espoletas reguladas para que liberasen el gas después * El epígrafe está extraído del Grand Quartier General, Second Burean, «Le morale de l'ar-mée allemande», 4 de septiembre de 1918, en el Ministére de la Guerre, Les Armées Franfaises dans la Grande Guerre, serie 7, vol. 1, París, Imprimerie Nationale, 1928, apéndice 960.

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La Gran Guerra de que los alemanes se largaran) escondidos en los bosques, cadáveres de caballos muertos por los alemanes en su retirada hacia el Marne, frutales arrancados de cuajo, [y] trigales cortados antes de madurar. Aquel espectáculo tan bien planeado no hizo más que aumentar nuestro odio hacia los boches.1

En la consideración de los hombres del LXXV1I Regimiento, aquellas acciones deliberadas de los alemanes caían fuera de los límites de la guerra. La destrucción del ganado y de las cosechas en el verano de 1918 suponía la amenaza de un invierno muy difícil para los granjeros y aldeanos del este de Francia. En opinión de los franceses, los alemanes debían ser castigados por lo que habían hecho. En su persecución de los alemanes, el LXXVII Regimiento contó con la ayuda de una bien saludada novedad, el transporte motorizado. Allí donde los ingenieros franceses podían reconstruir los puentes y garantizar la seguridad de las carreteras frente a las minas, el regimiento viajaba en camiones, un cambio positivo para cualquier infante. Esta innovación puso de relieve la importancia de la mecanización en el empeño bélico de los aliados. La utilización de los carros de combate en la segunda batalla del Marne se había mostrado como un factor decisivo trascendental, al permitir avanzar a los aliados con una potencia de tuego móvil a fin de abrir brechas para su explotación por la infantería. La aviación desempeñó también un papel importante. Estos logros fueron, en parte, producto de las reformas económicas supervisadas por civiles en los primeros años de la guerra. El británico sir Eric Geedes, entre otros, reformó el sistema burocrático británico a fin de permitir que en Gran Bretaña se produjeran los suministros adecuados, se enviaran a los diferentes escenarios de la guerra y fueran utilizados por las unidades que los necesitaran. Geedes aportó su experiencia en la gestión ferroviaria a la resolución de los problemas de la dedicación temporal de la red ferroviaria británica, esencialmente civil, a fines militares. Finalmente, llegó a ser ministro de Marina, donde utilizó sus habilidades para resolver también los problemas de la Armada británica. Las reformas económicas y políticas de los aliados en 1915 y 1916, junto con la cooperación, ya sin trabas, de la industria norteamericana a partir de abril de 1917, empezaron a cambiar la cara de la guerra moderna, en gran medida a favor de los aliados. A pesar de estos logros, ninguno de los principales líderes aliados pensó que la victoria a mediados de julio en la segunda batalla del Marne ni la rápida persecución a que se sometió a los alemanes a final del mes, conducirían a la derrota de Alemania en 1918. Los más optimistas entre ellos preveían que 1. Historique du 77° Régiment iVhijiwterie, Nancy, BergerLevrault, sin fecha, SHAT, 2ólVl"34. !i° 72. caja 16, pág, 66.

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La modernización de la guerra no alcanzó a todas las partes del campo de batalla. Todos los ejércitos siguieron confiando en la fuerza humana y animal para trasladar los suministros. (Natimal Archives) ■~-!'""iL: -: la victoria se produciría tras una descomunal campaña en la primavera de 1919 dirigida por nuevas divisiones norteamericanas y encabezada por miles de carros de combate, camiones y aviones. Los líderes más pesimistas, incluido Lloyd George, empezaron a prever la continuación de la guerra en 1920. El premier británico ya había escuchado en el pasado demasiadas predicciones optimistas de una victoria fácil, así que en el verano de 1918 no estaba dispuesto a seguir contando con ellas; llegado el caso, quería estar preparado para dirigir a Gran Bretaña en una prolongación de la contienda. Quizá fuera mucho más probable, por el contrario, que los líderes alemanes pensaran que la guerra podría terminar, de manera desfavorable para ellos, hacia final de año. Desde un punto de vista operacional, creían que podían superar el contratiempo sufrido en el Marne, pero la derrota sólo puso de relieve la quiebra de la estrategia alemana. Después de la segunda batalla del Mame, y el fracaso de sus ofensivas de la primavera, Alemania no tenía ninguna alternativa estratégica evidente y ningún plan de repuesto. Los aliados de Alemania, además, requerían una ayuda descomunal sólo para no derrumbarse. Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio otomano se encontraban todos al límite de sus capacidades operacionales. Eran pocos los alemanes que esperaban recibir la suficiente ayuda de ellos en las semanas y meses que se avecina-

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ban. Cuando sus aliados empezaran a derrumbarse, los alemanes sabían que las potencias enemigas tendrían las manos libres para desviar aún más activos hacia el frente occidental o a operaciones pensadas para atacarlos desde otras direcciones. Estas últimas incluían planes elaborados por Lloyd George y Fienry Wilson dirigidos a iniciar operaciones a gran escala en los Balcanes. El triunfo de los aliados en tales escenarios podría tener importantes consecuencias. Incluso era posible que, si percibían la debilidad alemana, Rusia y Ruma-nía volvieran a entrar en la guerra, poniendo así en peligro las conquistas en el este, que los alemanes confiaban en conservar después de la guerra aun cuando perdieran ésta en el frente occidental. Desde el punto de vista material, la posición de los alemanes no daba pie a albergar ninguna esperanza. La aparición de los norteamericanos, junto con la fuerza económica de Gran Bretaña y Francia, inclinó la balanza en el frente occidental del lado de los aliados por primera vez en la guerra. En el verano de 1918 Alemania se enfrentaba a una diferencia de efectivos en el frente occidental de 3.576.900 soldados alemanes frente a 4.002.104 de los aliados, inclusión hecha de los 786.489 norteamericanos establecidos en Europa el 1 de agosto; a lo largo del verano, éstos aumentaron su número en casi 30.000 hombres por día. En consecuencia, el contingente aliado seguiría creciendo mientras el alemán descendería. Las divisiones norteamericanas, además, eran el doble de grandes que las alemanas, lo que proporcionaba una garra y resistencia mayores en el campo de batalla. Por si fuera poco, numerosas unidades alemanas no estaban en condiciones de combatir. Agotadas por los enfrentamientos de la primavera, necesitaban varias semanas o meses para reponerse antes de poder reanudar las operaciones ofensivas. El reabastecimiento de estas unidades no sería una tarea fácil, ya que Alemania se enfrentaba a unas diferencias insuperables en carros de combate (5.646 aliados frente a 10 alemanes), ametralladoras (37.541 de los aliados por 20.000 de los alemanes) y reservas de gasolina. 2 Además, los aliados tenían la capacidad de añadir una gran cantidad de modelos recientes de toda clase de armas de la guerra moderna a lo largo de 1918 y, si fuera preciso, de 1919. Por el contrario, los alemanes tendrían que confiar en las menguadas reservas de su cada vez más obsoleto armamento, en especial en lo tocante a carros de combate y aviones. A pesar de las tremendas bajas sufridas por los aliados en la primera mitad de 1918, Foch quería aprovechar sus ventajas con la mayor rapidez posible. En consecuencia, tras haber rechazado las últimas ofensivas alemanas de la primavera, ordenó a las tropas aliadas que asumieran la ofensiva. El sector del Mar2. Ministére de la Guerre, Les Arméis Vrangúses dans la Grande Guerre, París, lmprimerie Nationale, 1928, serie 7, vol. 1, apéndice SV7, tabla 1.

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La crisis de 1918 obligó a los norteamericanos a enviar tropas lo más rápidamente posible, a menudo sin suministros. Muchas unidades estadounidenses dependieron de los suministros franceses y británicos, como es el caso de la pieza de artillería de 75 mm francesa que aparece en la toto. (National Archives)

ne ofrecía una oportunidad tentadora, debido a que el avance de los alemanes allí había dejado a éstos con un saliente que se introducía de manera notable en las líneas aliadas, lo que les dejaba desprotegidos por tres lados. La punta occidental del saliente, que representaba el máximo avance alemán, estaba situada en la ciudad de Cháteau-Thierry, junto al río Mame; el centro del saliente, en la llanura de Tardenois, unos 16 km al este. Pétain confiaba en atacar el saliente mediante una doble ofensiva, contra la entrada septentrional, una, y contra la meridional, la otra, de manera que las dos se encontraran en Tardenois. El objetivo final, de acuerdo con las órdenes de Pétain, no era sólo «perseguir [a los alemanes] desde la bolsa de Chateau-Thierry, sino cortarles la retirada hacia el norte y capturar al grueso de sus fuerzas».3 Para la operación, Pétain tenía a su disposición 18 divisiones de infantería francesas, tres norteamericanas y dos británicas. Los alemanes, percatándose del peligro, abandonaron todo el saliente de Chateau-Thierry entre el 20 y el 11 de julio. La necesidad de reacondicionarse y de sustituir las bajas había reducido las reservas disponibles, que pasaron de 62 divisiones el 17 de julio a 3. Pétain a los comandantes del ejército, 20 de julio de 1918, /A/rf., pág- 91.

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Avances aliados, 15 julio-ll noviembre 191S.

42 divisiones sólo una semana después. El cuartel general alemán había reducido también el tamaño de los batallones en cien hombres, un indicio más de la grave disminución de los efectivos alemanes. Asimismo, sabía que no podía resistir un ataque aliado contra el saliente de Cháteau-Thierry ni permitirse las catastróficas bajas que habrían sufrido en caso de aislar el saliente los aliados. La reocupación aliada del saliente de Cháteau-Thierry tuvo diversas repercusiones de importancia. Eliminada ia amenaza contra París, las dos divisiones británicas eran libres ya de volver bajo el mando británico en las cercanías de Amiens, a fin de apoyar las ofensivas en aquel sector. Así que fueron sustituidas por tres divisiones norteamericanas descansadas, lo que elevó el número total de estadounidenses en el sector a seis divisiones con el doble de efectivos, suficiente para desembocar en el hito de la creación del T Ejército norteamericano, aprobado por el Consejo Supremo de la Guerra el 25 de julio y ejecutado el 10 de agosto. Juntos, norteamericanos y franceses, persiguieron a los alemanes que se retiraban del sector del Mame desde el 15 de julio hasta el 5 de agosto, con eí saldo final de 29.000 alemanes hechos prisioneros

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y la captura de 612 piezas de artillería y 3.330 ametralladoras. De paso, recuperaron 177 cañones y 393 ametralladoras francesas perdidas durante la primavera. En total, la fuerza conjunta se apoderó de más de seis millones de balas para armas de bajo calibre y de casi un millón de proyectiles de artillería.4 Alemania no se podía permitir esas pérdidas. Tras el fracaso alemán en tomar Cháteau-Thierry y en avanzar contra París, Ludendorff se fue alejando cada vez más de la realidad de la guerra y de su propio Estado Mayor, y se negó a interpretar las señales de un ejército que había llegado a la extenuación más absoluta, en particular, y sobre todo, los altos índices de deserción, la propensión de los alemanes a rendirse y los crecientes casos de hombres que se negaban a obedecer a sus oficiales. Negó que la gripe española estuviera afectando a los soldados y tampoco aceptó la realidad de que sus ofensivas hubieran acabado con la mayoría de los soldados de élite alemanes, dejando al ejército con cientos de miles de reservistas mal adiestrados para enfrentarse a los decididos ataques aliados que él sabía eran inminentes. Sin una estrategia ni medios para cambiar la suerte de Alemania, anhelaba una victoria alemana que no era capaz de lograr. 5 La tensión alcanzó a toda la estructura del mando alemán. El asistente de Hindenburg sufrió una crisis nerviosa y varios otros oficiales perdieron la fe en Ludendorff y en sus grandiosos planes. En el lado aliado, la fe en los mandos y la confianza en la posibilidad de la victoria iban en aumento. Foch, Haigy Pétain comprendieron, sin excepción, la necesidad de presionar a los alemanes antes de que éstos pudieran recuperarse y reorganizarse. Sabían lo cansadas que estaban sus propias fuerzas, pero creían que el tiempo que se perdiera en julio y agosto podía tener repercusiones de gran trascendencia. Pétain siguió siendo el más prudente de los tres y argumentó que sus hombres necesitaban más descanso antes de dirigirse al este. Foch lo empujó a seguir adelante, diciéndole el 23 de julio que «es importante retomar el control de las operaciones con energía y sin dilación».6 Haig no tardó en instar a sus tropas a realizar un esfuerzo parecido y les dijo que «los riesgos que hace un mes habría sido un crimen correr, deberían contraerse ahora como responsabilidad».7 Si se movían con rapidez y presionaban en todos los frentes, los aliados podían darle la vuelta a la guerra y, tal vez, incluso ganarla antes de que llegara el invierno. 152.Ibid., pág. 370. 153.Holger Herwig, The First World War: Germany and Austria-Hungmy, 1914-1918, Londres, Edward Arnold, 1997, pág. 419. 154.Ferdinand Foch, The Memoirs ofMarshalFoch, Carden City, NY, Doubleday, 1931, pág. 366. 155.Haig, citado en Malcolm Brown, The Imperial War Museum Book of 1918: Year ofVictory, Londres, Pan Books, 1998, pág. 205.

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El día aciago y el avance hacia la Línea Hindenburg Los alemanes habían sufrido a primeros de julio un revés bélico aparentemente menor al perder frente a las fuerzas australianas y norteamericanas un pueblo sin ninguna importancia llamado Le Hamel. La batalla de este nombre, de la que apenas tuvieron noticia la mayoría de los hombres del frente occidental, tuvo dos repercusiones de importancia para el combate en el futuro. La primera fue su originalidad e improvisación. El genio oculto detrás de la batalla, un general judío del Ejército australiano de nombre John Monash, utilizó su acostumbrado esmero en los preparativos para trazar una victoria «de libro».8 Monash combinó las operaciones de infantería, blindadas y aéreas con una fluidez de la que nadie había sido capaz hasta ese momento. En Le Hamel, los carros apoyaron los avances de la infantería con mucha más eficiencia de la que habían hecho gala en Cambrai o en la segunda batalla del Marne, lo que permitió que se superaran los importantes problemas de comunicaciones que habían limitado con anterioridad la cooperación entre los carros y la infantería. Monash y los jefes de su aviación dispusieron incluso que los pilotos de las Reales Fuerzas Aéreas [RAF] británicas lanzaran municiones a los hombres que estaban luchando en la batalla, ofreciendo el reabastecimiento desde el aire. La segunda innovación supuso la incorporación de los norteamericanos. Monash integró a dos regimientos estadounidenses en la batalla bajo el control global de la veterana IV División de Infantería australiana. Pershing había pedido que sus fuerzas no fueran incluidas en la batalla porque no estaban bajo el mando global norteamericano, pero después de una intensa discusión, Haig y Foch rechazaron sus objeciones en aras de asegurar que los australianos tuvieran la fuerza suficiente para ganar la batalla. Los entusiastas norteamericanos combatieron extremadamente bien (el 4 de julio, nada menos) e impresionaron a sus aliados australianos. Sin embargo, Pershing siguió irritado por su falta de control sobre las unidades norteamericanas y juró que se aseguraría de que «no volviera a ocurrir nada semejante».9 La furiosa reacción del comandante norteamericano aguó lo que, por lo demás, fue una eficaz utilización de las unidades norteamericanas en el campo de batalla. Pese a todo, la indignación de Pershing no evitó que se desarrollara una sólida relación de comunicación entre los australianos y los norteamericanos, la cual proporcionaría grandes beneficios en el transcurso del año. Con la ayuda de los norteamericanos, la obra maestra de Monash funcionó como él había previsto. La parte más importante del enfrentamiento acabó en poco más de hora y media, y los soldados aliados tomaron todos sus objetivos 8,John Terrain, To Win a War: 1918, the Year ofVictory, Londres, Cassell, 1978, pág. 89. 9.Pershing, citado en ibid.

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fin. Los soldados norteamericanos combatieron en Le Hamel al lado de sus camaradas australianos. A pesar de la exigencia de Pershing de que sus unidades tuvieran independencia absoluta, los norteamericanos dependieron en gran medida de las dotes de mando de los experimentados diggers [excavadores] australianos. (Australian War Memorial, negativo n° E02690) i con unas bajas asombrosamente leves. También hicieron prisioneros a más de 1.500 soldados alemanes, muchos de ellos ilesos, lo que indicaba la creciente predisposición de los alemanes a rendirse a la primera oportunidad. Los australianos que lucharon en Le Hamel percibieron la diferencia en la capacidad ofensiva germana, y llegaron a la conclusión de que el Ejército alemán «no era ya el formidable enemigo en defensa que había sido en 1916 y 1917». 10 Por lo tanto, Monash sugirió que la unidad matriz del Cuerpo australiano, el IV Ejército británico, debería aprovechar el impulso conseguido por la victoria en Le Hamel. Monash defendió que se probara su nuevo plan de operaciones combinadas a una escala mucho mayor y que se dirigiera contra un objetivo mucho más importante estratégicamente. Monash desempeñó un papel clave en el desarrollo de la batalla subsiguiente, encaminada a asegurar las líneas laterales de comunicación que discurrían por el este de Amiens. Tales líneas eran las vías de suministro de la malü. General de división sir Archibald Montgomery, The Stojy oftbe Fourtb Army in the Buttles oftbe Hundred Days, sin fecha, LHCMA, Documentos Arehibald Leslie, pág. 6-7.

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yor parte de las unidades alemanas establecidas en las regiones de Picardía y Artois. El plan confiaba en pillar a los alemanes por sorpresa, por lo que no habría ningún bombardeo preparatorio de una gran batería artillera que delatara el ataque; en su lugar, los británicos planeaban realizar una gran concentración de carros de combate que proporcionara una potencia de fuego local. Foch ordenó que se ocultaran todos los detalles del plan a quien no necesitara conocerlos, entre ellos varios miembros clave de los ministerios de la Guerra aliados. Los comandantes aliados cambiaban de manera permanente el lugar de las conferencias y de las reuniones, de manera que nunca se les viera juntos dos veces en el cuartel general del mismo ejército o cuerpo. Para garantizar el secreto acerca del lugar del ataque, los británicos restringieron sus movimientos a las horas nocturnas e hicieron que los aviones los sobrevolaran para ocultar el ruido de los motores de los carros. Los soldados encontraron un papelito en sus registros de salarios que rezaba: «Manten la boca cerrada», para recordarles que no hablaran de la operación cuando estuvieran en las zonas de descanso; los postes indicadores de las carreteras que iban y venían de las zonas avanzadas contenían el mismo mensaje. Los radiotelegrafistas británicos realizaron también transmisiones falsas que sugerían la inminencia de un ataque británico en Flandes; supieron que el señuelo había funcionado cuando los alemanes enviaron refuerzos a Flandes en lugar de al sector de Amiens. El esmero en los preparativos tuvo su compensación; el ataque británico del 8 de agosto cogió casi completamente por sorpresa a los alemanes. La acción fue encabezada por el IV Ejército británico, bajo el mando de su muy respetado comandante, el general Henry Rawlinson. Éste se había hecho cargo del destrozado V Ejército de Gough a finales de marzo, le cambió la denominación, lo reorganizó y le devolvió la confianza en sí mismo. Su papel como ejército principal en la ofensiva de Amiens demostró que se había recuperado de las bajas sufridas en la primavera. Los fiables cuerpos de canadienses y australianos, también bajo el mando del V Ejército, añadieron la autoridad de la veteranía y a algunos de los mejores soldados de los ejércitos aliados. Los canadienses, además, llevaban sin intervenir en la sangrienta lucha desde marzo y abril, así que estaban frescos. Por su parte, los australianos aportaron la experiencia adquirida en Le Hamel y desempeñaron un papel decisivo en Amiens, donde ocuparon la parte central del frente. Rawlinson contaba con un total de 14 divisiones de infantería, 2.000 piezas de artillería y 450 carros de combate, la mayor concentración acorazada hasta el momento para una batalla. Entre los carros se contaban 342 unidades de los nuevos modelos pesados Mark V, que, en palabras del historiador del IV Ejército, eran «fáciles de manejar y capaces de girar y de darse la vuelta con una rapidez que un año antes habría sido impensable». Los nuevos carros eran tam-

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bien menos vulnerables al fuego rasante, lo que permitía hacerlos avanzar más. A este arsenal, los británicos sumaron 800 aviones, algunos de los cuales se destinaron a apoyar el avance de los carros. En las semanas previas a la batalla, las fotografías aéreas habían localizado y señalado todas las defensas alemanas, haciendo «fácilmente perceptibles» para los carros de combate y la aviación de apoyo los puntos fortificados de los alemanes. La planificación se había hecho con tanta meticulosidad, y el secreto en el que se llevó a cabo la concentración de las fuerzas había sido tan eficiente, que más tarde se decía que «en realidad, la batalla de Amiens se ganó antes de que empezara el ataque».11 Para los hombres de los ejércitos aliados que encabezaron la ofensiva fue «maravilloso encontrarse una vez más en la confusión de un avance», después de meses de retiradas. 12 La sorpresa casi absoluta y los cuidadosos preparativos del IV Ejército, que apenas dejaron algo al azar, convirtieron el avance en el más exitoso de la guerra en el frente occidental. A la 1.30 de la mañana del 8 de agosto, los canadienses se habían apoderado de las dos primeras líneas de defensa alemanas; al terminar el día, habían avanzado unos extraordinarios 13 km en algunos lugares, abriendo brechas que permitieron el uso de la caba llería para atacar las líneas de comunicación de las unidades alemanas que se retiraban. El I Ejército francés, operando bajo control británico para garanti zar la unidad del mando, también tuvo éxito e hizo prisioneros a hombres de once divisiones alemanas diferentes. El balance final de Amiens demostró dos cuestiones. Primero, que los alemanes habían sufrido lo que su propia monografía oficial sobre la batalla denominó «la mayor derrota del Ejército alemán desde el comienzo de la guerra».1' En un solo día, los alemanes habían perdido una media de más de 9 km a lo largo de toda la línea de ataque y a 28.000 hombres, la inmensa ma yoría de los cuales prefirió rendirse antes que luchar. Ludendorff se refirió a aquel 8 de agosto como «el día aciago» del Ejército alemán y concluyó que Alemania ya no podía confiar en ganar la guerra. Una semana después, el kai ser autorizó al ministro de Asuntos Exteriores para que se dirigiera a la fami lia real de Holanda con la esperanza de que el gobierno holandés pudiera ser vir de compasivo intermediario en las negociaciones de un armisticio con los aliados. En segundo lugar, Amiens demostró que los aliados habían conseguido dominar el arte de la batalla de laboratorio. La actuación combinada de la aviación y las unidades acorazadas con la infantería proporcionó el cúmulo de po-

156.Ihid., págs. 15,23 y 30. 157.Gordon liassell, citado en Brown, op. cit., pág. 204. 158.Citado en Terraine, op. cit., pág. 114.

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Esta foto muestra el momento en que un bombardero suelta su carga sobre las posiciones de unos objetivos que aparecen numeradas sobre la fotografía. Los bombardeos estratégicos planteaban problemas de precisión e identificación de los verdaderos objetivos, aunque hacia el final de la guerra se convirtieron en una parte fundamental de los planes aliados. {United States Air Forcé Academy McDennott Library. Colecciones especiales)

tencia de fuego necesario para superar las defensas enemigas. Las sofisticadas técnicas de artillería, tales como la locaÜzación por los fogonazos o la localiza-ción acústica, permitieron a los artilleros ubicar las baterías alemanas con precisión considerable. Mediante la utilización de estas nuevas tácticas, el fuego de contrabatería aliado pudo destruir con eficacia la artillería enemiga y eliminar así unas de las principales amenazas para el avance de la infantería. En Amiens, las tácticas burdas de 1916 y 1917 habían dado paso a un estilo mecánico de la guerra que permitió a los aliados mover a los hombres con más rapidez, apoyar sus avances con un fuego artillero preciso y aplastante y continuar las operaciones detrás de las líneas enemigas. Los alemanes no tenían respuesta para esta nueva forma de guerra. Incapaces de conservar las cercanías de Amiens, se retiraron al terreno elevado que rodeaba San Quintín y Pé-ronne, lo que les llevó de nuevo a la línea de las batallas del Somme en 1916. Esta retirada colocó a los alemanes a lo largo de parte del mismo terreno que habían defendido tan bien en una ocasión. Puede que el terreno hubiera

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sido el mismo de dos años antes, pero los ejércitos ya no lo eran. Los inexpertos y mal pertrechados Nuevos Ejércitos Británicos que combatieron en 1916 con un material insuficiente habían sido sustituidos ya por unidades veteranas bien provistas de armamento moderno e integradas por hombres instruidos debidamente en las técnicas que necesitaban aplicar. Por el contrario, los alemanes se encontraban cansados, y algunas de sus divisiones contaban nada más que con la cuarta parte de los efectivos que habían tenido en la primavera. En 1918 no podían confiar en rechazar a los británicos en los terrenos elevados que rodeaban el río Somme con el mismo tesón que habían empleado dos años antes. Los alemanes conservaban sólo una cabeza de puente al oeste del Somme, en la ciudad de Péronne. Ludendorff preveía mantener la ciudad temporalmente, mientras sus fuerzas establecían nuevas líneas defensivas al este del Somme, pero al oeste de la línea de defensas conocida como Línea Hinden-burg, que discurría de manera intermitente en dirección sur-sudeste desde Lille hasta Metz. Dos factores complicaban su plan. El primero era que de las 44 divisiones de reserva alemanas, sólo 19 estaban clasificadas como «frescas». Quince de las divisiones de reserva estaban en plena reconstitución, lo que significaba que estaban volviendo a ser formadas con los supervivientes de otras unidades; y once estaban «cansadas» o, lo que era lo mismo, no eran capaces de realizar ninguna operación ofensiva, y sólo, y eso en caso de emergencia, podrían llevar a cabo operaciones de defensa.14 El segundo problema de los alemanes estribaba en que los aliados no tenían intención de concederles ningún tiempo para descansar y reacondicio-narse. Foch le había dicho ya a los comandantes aliados que «no den respiro al enemigo» después de una ofensiva y «respondan a la situación del momento» dirigiendo ataques locales.15 Para cumplir estos objetivos, Foch sacó al VI Ejército francés de la reserva y lo añadió al cúmulo de unidades disponibles para atacar; sacó también a otras seis divisiones de infantería francesas y las asignó al Grupo de Ejércitos del Centro. A las unidades francesas se les comunicó que no debían esperar refuerzos antes de «un lapso imposible de determinar», pero las actuaciones de Foch dieron a los franceses la máxima capacidad para presionar a los alemanes a lo largo de todo el frente occidental.16 A fin de añadir contundencia al ataque británico, Foch trasladó también seis brigadas de artillería pesada del I Ejército francés a Flandes para ayudar a los británicos. 159. «Repartition des divisions allemandes sur le front occidental á la date du 31 aoüt 1918» 1 de septiembre de 1918, en Les Armées Frarifaises, serie 7, vol. 1, apéndice 922. 160. Foch a los ejércitos aliados, 31 de agosto de 1918, ibtd., anexo n° 898. 161. Ibid.,pig.277.

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Una vez más, los australianos encabezaron la ejecución de las órdenes de Foch. En la noche del 30 de agosto, antes de que los alemanes pudieran asegurar sus defensas alrededor de Péronne, los australianos cortaron las líneas ferroviarias al sur de la ciudad; sin un enlace ferroviario, los alemanes no podrían reabastecer a una guarnición suficiente dentro de Péronne. A la noche siguiente, las tropas británicas procedieron a un acercamiento a los cerros de San Quintín, «un auténtico bastión», como escribió el historiador del IV Ejército, «cuya toma nos permitiría enfilar las posiciones del enemigo [...] y amenazar la seguridad de toda su línea». 17 Las tropas australianas dirigieron el ataque una vez más y tomaron los cerros a pesar de la diversidad de obstáculos, tanto naturales como artificiales. En lugar de librar otra batalla que él sabía no podía ganar, Ludendorff ordenó a las fuerzas alemanas que abandonaron las posiciones del Somme, que se retiraran hasta la Línea Hindenburg y se preparasen para resistir allí. En ese momento, las divisiones alemanas capaces de «fectuar operaciones ofensivas ascendían sólo a nueve. Más al sur, los aliados emprendieron la tarea de eliminar otro saliente, éste situado justo al sur de Verdún y con base en los alrededores de la ciudad de Saint-Mihiel. Ya desde el principio de la guerra, este saliente había controlado los accesos a los importantísimos yacimientos de hierro de Briey y al decisivo centro ferroviario de Metz. La responsabilidad del ataque para tomar SaintMihiel recayó sobre los norteamericanos, a quienes Pétain había prestado cuatro divisiones de infantería francesas en una demostración de «la inmensa fe que tenía en las aptitudes militares de la AEF y en las dotes de mando de Pers-hing y los comandantes de su cuerpo». La decisión de Pétain, consecuencia de la íntima amistad que había entablado con Pershing, fue un ejemplo de fusión a la inversa: las unidades francesas se pusieron a las órdenes del mando global norteamericano. El I Ejército de éstos que atacó SaintMihiel contó entre sus fuerzas y pertrechos con 110.000 soldados, 3.100 piezas de artillería y la dotación de 113 carros de combate de los franceses.18 Los norteamericanos también tuvieron bajo su mando a toda la flota aérea aliada, la mayor de toda la guerra, que integraba a 1.400 aviones de las cuatro fuerzas aéreas. Con este arsenal, el 12 de septiembre de 1918 los norteamericanos atacaron al mismo tiempo las caras meridional y occidental del saliente de Saint-Mihiel. Los alemanes se habían dado cuenta del peligro que amenazaba el saliente y, tal y como habían hecho en Cháteau-Thierry, decidieron evacuarlo en lugar de luchar. El ataque aliado sorprendió a los alemanes en las primeras etapas de la retirada, pese a lo cual perdieron 16.000 hombres, que fueron he162. Montgomery, op. cit., pág. 107. 163. Robert Bruce, A frateniity of'Arms: América and Frunce in the Grcut War, Lawrence, Univcrsm Press of Kansas, 2003, págs. 258 y 262.

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En 1918 la ciudad de San Quintín constituyó un centro de resistencia fundamental contra la Línea Hindenburg. Estas ruinas testifican la intensidad de los enfrentamientos que tuvieron lugar allí. (National Archives) ti chos prisioneros, y más de 460 cañones pesados. Al anochecer del 13 de septiembre, el I Ejército norteamericano había recuperado más de 518 knr de territorio francés, de resultas de lo cual se abrieron las carreteras que conducían a Sedán y Metz, se acabó con la amenaza meridional contra Verdún y los norteamericanos adquirieron una inmensa confianza en sí mismos. Sin pérdida de tiempo, empezaron el difícil proceso de planear una operación de continuación hacia el norte de Saint-Mihiel, en el sector del Meuse-Argonne. Pocos generales de ambos bandos se atrevían ya a cuestionar el valor de los norteamericanos en el esfuerzo bélico global de los aliados. El ataque contra el saliente de Saint-Mihiel era el último de una serie de ofensivas limitadas previstas por Foch en su memorándum del 24 de julio. Después de la victoria lograda allí, Foch ordenó un ataque con todo, encaminado a presionar a los alemanes con la máxima fuerza; a esas alturas, ya estaba seguro de que los aliados podían ganar la guerra en 1918. Para conseguirlo, el general francés creía que había que cortar la línea férrea lateral que unía Am-beres con Metz y que abastecía a las fuerzas alemanas en Francia, situar a las fuerzas aliadas a ambos lados del río Rin y desgastar a los alemanes hasta que no pudieran ofrecer una resistencia significativa. El obstáculo más importante

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para todos estos objetivos era la Línea Hindenburg. Foch era consciente de que, a menos que los aliados rompieran aquella línea antes de la llegada del invierno, su esperanza de ganar la guerra en 1918 se haría trizas. «Inicien inmediatamente las negociaciones de paz» El 11 de septiembre de 1918 las fuerzas aliadas ya habían eliminado la mayoría de los obstáculos que protegían los accesos a la Línea Hindenburg, inclusión hecha de los valles de los ríos Somme, Oise, Aisne y Vesle. Las unidades francesas y británicas habían establecido contacto en los cerros situados justo al oeste de la línea. Un clima excelente permitió el rápido movimiento de tropas y suministros, además de frecuentes vuelos de reconocimiento. Dichos vuelos, en combinación con ciertos documentos capturados a los alemanes, proporcionaron a los aliados información fiable acerca de los puntos fuertes y débiles de las defensas de la línea. El 18 de septiembre los australianos tomaron un importante terreno elevado situado enfrente de la Línea Hindenburg y al este de la ciudad de San Quintín. En la acción, consiguieron adelantar la línea unos 5 km a lo largo de 6 km de frente, capturando a 4.243 soldados alemanes, 87 piezas de artillería y 300 ametralladoras. Sin embargo, la línea en sí permaneció intacta. De acuerdo con los alemanes que la idearon —y que la construyeron a costa del trabajo de prisioneros de guerra rusos—, había sido diseñada para permitir «las condiciones más favorables para una defensa tenaz llevada a cabo por una guarnición mínima». 19 Estaba compuesta por unos densos cinturones de alambre de espino, sólidos nidos de ametralladora de hormigón armado y una sofisticada red de trincheras que, en algunos lugares, llegaba a alcanzar un fondo de casi 1.900 m. En el sector australiano-norteamericano, este conjunto de defensas se veía incrementado por la presencia del túnel-canal de San Quintín, de casi 6,5 km de longitud, que se extendía por detrás de las defensas principales de la Línea Hindenburg. Una vez vaciado de agua, se convirtió en un espacioso bunker subterráneo que proporcionaba refugio incluso contra los bombardeos más violentos de la artillería. El túnel era un lugar ideal para que los alemanes situaran sus almacenes. En cuanto se mejoró, dotándolo de ventilación, calefacción, electricidad y corredores que lo conectaban con las trincheras, el túnel también proporcionó una ubicación perfecta para los barracones. La acusada pendiente del canal y las zanjas contracarro de los alemanes convirtieron el suelo en un terreno difícil para los carros aliados, lo que dejó a muchas unidades sin el apoyo blindando al que ya se habían acostumbrado. Los carros de l'>. C'irado en Montgomery, op. cit., pág. 148.

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combate, por lo tanto, sólo se utilizaron para aplastar las alambradas del lado derecho del canal. La tarea de romper la línea en San Quintín volvió a recaer sobre Monash y sus australianos. El II Cuerpo norteamericano, compuesto de la XXVII División de Nueva York y la XXX de Tennesse y las dos Carolinas, fue puesto bajo mando australiano durante la operación. Dada la inexperiencia de muchos de los oficiales norteamericanos, Monash asignó a un oficial o suboficial a cada una de las compañías norteamericanas. Puesto que la artillería británica no podía atravesar el túnel, Monash planeó atacar las entradas de éste con gas y granadas de alto explosivo a fin de inmovilizar a los soldados alemanes en su interior. Entonces, los norteamericanos avanzarían y tomarían los objetivos iniciales, y una vez que los tuvieran en sus manos, los australianos los seguirían hasta la segunda línea en una especie de «juego de pídola». La poderosa artillería británica empezó su trabajo el 26 de septiembre. Los británicos habían concentrado una pieza de artillería por cada tres metros de frente, el doble de lo que habían dispuesto en el Somme el 1 de julio de 1916. Desde el 26 de septiembre hasta el 4 de octubre, los británicos dispararon 1.300.000 proyectiles, entre los de alto explosivo y los de gas. La fuerza salvaje del bombardeo obligó a muchos alemanes a buscar sitios cada vez más profundos donde esconderse, lo que neutralizó su efectividad para resistirse al asalto subsiguiente. En la noche del 28 de septiembre los hombres de las dos divisiones norteamericanas ocuparon sus posiciones, recibieron los víveres y escribieron a sus casas, algunos por última vez. Como hicieron en campañas anteriores, los norteamericanos combatieron con un entusiasmo que compensó su inexperiencia. Durante el primer día de la fase terrestre, el 29 de septiembre, la XXVII División abrió una brecha de 6 km de profundidad por diez de largo en las defensas alemanas y cruzaron al lado izquierdo del canal. En algunas partes del sector del ataque, la poca experiencia de los norteamericanos se reveló costosa. Algunas unidades no consiguieron acabar con todos los puestos de ametralladoras alemanes antes de sobrepasarlos; esta incapacidad para «limpiarlos» provocó que una unidad, el CVII Regimiento de la XXVII División, presentara el mayor porcentaje de bajas de un regimiento norteamericano durante la guerra. Sin embargo, a la mañana del segundo día, la entrada meridional al túnel de San Quintín y el punto fortificado septentrional conocido como el «Montículo» estaban en manos aliadas. La V División australiana saltó entonces por encima de los norteamericanos y prosiguió el ataque. El combate terrestre en este sector continuó durante varios días más, hasta que, el 4 de octubre, los alemanes ordenaron una retirada general. La línea Hindenburg, que Ludendorff había esperado retrasara a los aliados durante todo el invierno, había caído en sólo unos días. La decisión de retirarse del

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sector de la Línea Hindenburg dejó a los aliados, como observa un historiador, en un área «sin líneas de defensa preparadas» por delante de ellos. El terreno, «muy apropiado para el empleo de la caballería y los carros de combate», ofrecía la clase de posibilidades para la persecución que los generales del frente occidental habían estado buscando durante cuatro años.20 Más al sur, los norteamericanos habían lanzado una ofensiva simultánea en el sector del Meuse-Argonne, al noroeste de Verdún. De tener éxito, una ofensiva en este sector cortaría lo que quedaba de las líneas férreas que se ocupaban de las fuerzas alemanas en el frente occidental y podría partir a éstas en dos. Dada la importancia del sector, los alemanes no tenían ninguna intención de rendirse de manera voluntaria, como habían hecho en los sectores de Chá-teauThierry y Saint-Mihiel. Además, sus defensas se afianzaban en el oeste en los densos bosques de Argonne, en el centro, en los cerros de Montfaucon, y al este, en el río Mosa. Para reforzar estas defensas naturales los alemanes habían construido tres sólidos cinturones de trincheras, defendidas por nidos de ametralladoras y posiciones de artillería que se apoyaban unas a otras; en conjunto, constituían una de las más formidables disposiciones defensivas del frente occidental. El I Ejército norteamericano atacó el sector de Meuse-Argonne el 26 de septiembre con 2.700 piezas de artillería y 19 divisiones, 6 de las cuales eran francesas. Su nada envidiable tarea en el MeaseArgonne se vio entorpecida por una deficiente red de carreteras, que complicó sobremanera el abastecimiento y los movimientos. La batalla por el sector de Meuse-Argonne devino en una tremenda campaña de desgaste que los norteamericanos se podían permitir, pero no así los alemanes. Al final, el combate, que continuó hasta la firma del armisticio, vio la intervención de 22 divisiones norteamericanas, 4 millones de proyectiles de artillería, 324 carros de combate y 840 aviones. En la primera semana de ofensiva, los norteamericanos consiguieron penetrar casi 13 km y tomaron los prominentes cerros de Montfaucon. Tras acercarse a la tercera línea defensiva alemana —que, en realidad, era una prolongación de la Línea Hindenburg—, se estancaron allí temporalmente hasta el 4 de octubre, pero, a pesar de sus deficiencias logísticas y tácticas, la ofensiva de Meuse-Argonne ya había servido a sus propósitos. El avance norteamericano había demostrado que los alemanes, ante la superioridad numérica y material de los aliados, ni siquiera eran capaces de conservar un territorio que, como el del Meuse-Argonne, era ideal para la defensa. Al darse cuenta de la desesperada situación militar en la que se encontraban, los alemanes empezaron a buscar una solución diplomática. El 1 de octubre, la orden que Ludendorff remitió al Ministerio de Asuntos Exteriores fue 20. Ibid., pág. 192.

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Esta vista aérea de las trincheras del frente del Meuse-Argonne en 1918 muestra el característico dibujo en zigzag de las redes de trincheras. Los norteamericanos confiaban en atravesar con rapidez este sector para evitar que el atrincheramiento alemán adquiriese una gran profundidad, pero los problemas de abastecimiento frustraron sus planes. (United States Air Forcé Academy McDermott Libraiy. Colecciones especiales)

la de que «inicien inmediatamente las negociaciones de paz». Ludendorff comunicó a los diplomáticos que «las tropas siguen resistiendo, pero nadie puede predecir qué ocurrirá mañana [...] El frente se puede romper en cualquier momento».21 Como la mayoría de los integrantes de la cúpula militar alemana, Ludendorff confiaba en negociar con los menos vengativos norteamericanos. Los Catorce puntos de Woodrow Wilson parecían dar pie a albergar la esperanza de conseguir una paz con cierto honor. Aunque Ludendorff no se había molestado en leer por sí mismo el texto real de los Catorce puntos, confiaba en que el llamamiento del presidente a las autodeterminaciones nacionales podría permitir que Alemania conservara las partes germanopa rían tes de Alsacia-Lorena y los territorios del este que estaban entonces bajo el control militar alemán. Los Catorce puntos, que Wdson había hecho públicos por primera vez en un discurso presidencial pronunciado el 8 de enero de 1918, en realidad no 21. Ludendorff, citado en Mathias Erzberger, «La Débacle Militaire de l'AlIemagne», Archives de la Grande Gtterre, n" 12, 1922, págs. 385-416, cita en la pág. 394.

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daban pie a albergar tales esperanzas. El punto 8 especificaba que «el agravio inferido a Francia por parte de Prusia en 1871 en el asunto de Alsacia-Lorena [...] debería corregirse», y el punto 6 exigía a los alemanes que evacuaran todo el territorio ruso. El verdadero valor diplomático de los Catorce puntos radicaba para Alemania en el desacuerdo que provocó entre los norteamericanos y sus aliados europeos. Los británicos estaban molestos por el tono anticolonialista del punto 5, la eliminación de las barreras económicas que pedía el punto 3 y la «libertad de navegación» exigida por el punto 2. En concreto, estos dos últimos puntos suponían una amenaza para las mismísimas piedras angulares del Imperio británico. Clemenceau, que desconfiaba del idealismo de Wilson y al que le molestaba la arrogancia de este último, había sido más rotundo. Nada más leer el texto, declaró: «El propio Dios se contentó con diez».22 El 6 de octubre el nuevo canciller alemán, el príncipe Max de Badén, solicitó a Wilson que se encargara de conseguir un armisticio y de organizar las negociaciones de paz sobre la base de los principios del documento. Wilson contestó diciendo que necesitaba garantías por parte de los alemanes de que estaban realmente dispuestos a aceptar los Catorce puntos como punto de partida para las negociaciones. La respuesta norteamericana enfureció por igual a Clemenceau y a Lloyd George, que se quedaron estupefactos ante el hecho de que Wilson entrara en conversaciones bilaterales con los alemanes; ambos dirigentes temían también que Wilson pudiera pactar un armisticio que fuera en contra de sus intereses. Dada la dependencia económica, humana y de recursos de Francia y Gran Bretaña respecto a Estados Unidos, ambas naciones podrían llegar a encontrarse en la tesitura de que no les quedara más remedio que aceptar un armisticio que Wilson negociara sin su participación. El tono político de la respuesta de Wilson, sin embargo, fue recibido con agrado en Berlín, donde el gobierno se aferró a ella como «una persona que se ahoga se agarraría a un cabo de salvamento».2' El 12 de octubre el príncipe Max envió a Wilson un mensaje cuidadosamente redactado para no comprometerse a nada, pero que exponía bien a las claras el deseo de Alemania de alcanzar la paz sobre la base de los Catorce puntos. En el mismo se expresaba la voluntad de los alemanes de abandonar indeterminados territorios ocupados y ponía de relieve que el canciller, y no el kaiser (con quien Wilson se había negado a tratar), era el jefe del Gobierno alemán. El cuartel general del Ejército alemán había aprobado el texto del mensaje, lo que da una idea de lo grave que consideraban era la situación. Casi 164.Clemenceau, citado en Margaret MacMillan, Peacemarh: The Varis Conference of 1919 and ls Attem.pt to End War, Londres, John Murray, 2001, pág. 41. 165.Herwig, op. át., pág. 426.

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Durante la mayor parte de la guerra, el nordeste de Francia permaneció bajo el riguroso gobierno de los militares alemanes. Estos campesinos franceses dan la bienvenida a sus liberadores después de cuatro años de ocupación. {National Archives)

al mismo tiempo que Wilson recibía la segunda nota alemana, le llegó la noticia de que un V-boot alemán había hundido al buque de pasajeros Leinster, acción en la que murieron 200 personas. El hundimiento, además de la presión ejercida sobre él por Lloyd George y Clemenceau, llevó a Wilson a adoptar un talante menos conciliador. En su respuesta a la segunda nota exigió el fin inmediato de la guerra submarina y la inmediata evacuación de todos los territorios ocupados por Alemania desde 1914. El texto daba a entender también que, a menos que el kaiser abdicara, Alemania no podía albergar esperanzas de que se iniciaran las negociaciones. El contraste del tono entre la primera y la segunda nota de Wilson provocó el pánico en Berlín, donde los oficiales alemanes supieron que ya no podrían valerse de la moderación de Wilson para evitar la severidad de franceses y bri tánicos. , ' . ' , El desmoronamiento, largamente previsto, de los aliados alemanes también había empezado. El 24 de octubre un revitalizado Ejército italiano atacó a los austrohtingaros en Vittorio Véneto. El 3 de noviembre habían hecho prisioneros a 80.000 soldados austro húngaros, y se habían apoderado de 1.600 piezas de artillería de las dos mil que le quedaban a Austria-Hungría. El 26 de

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octubre el conde Mihály Károlyi proclamó la independencia de Hungría; Checoeslovaquia, Eslovenia, Bosnia y Croacia siguieron su ejemplo. Por su parte, Bulgaria se rindió a los aliados el 29 de octubre, y el Imperio otomano lo hizo un día después. El mismo Estado alemán empezó a desintegrarse cuando las condiciones del frente interior empezaron a hacerse desesperadas y el Ejército fue incapaz ya de seguir ocultando la gravedad de la situación militar. El motín de 600 marineros en Kiel el 29 de octubre fue seguido por un amotinamiento general el 4 de noviembre, en el que participaron 100.000 marineros de diez puertos. Los amotinados se hicieron con el mando de los barcos, asumieron el gobierno de las ciudades y exigieron el fin de la guerra. El inconfundible cariz pro bolchevique de los motines —como lo demostró la creación el 7 de noviembre de un «Estado libre de Baviera» bajo el mando del socialista Kart Eisner— provocó que varios miembros de la nobleza alemana huyeran del país, al temer el estallido de un bolchevismo de corte soviético que el ejército no estaba en posición de sofocar. Como tampoco podía detener a la apisonadora aliada. El único factor que lentificaba a los ejércitos aliados era la incapacidad de éstos para proporcionar alimentos y munición a las unidades, que se movían tan deprisa que habían dejado atrás los centros ferroviarios designados para su reabastecimiento. Las unidades alemanas, por el contrario, se veían cada vez más acosadas por la enfermedad, la malnutrición, la falta de munición y una crisis de desmoralización que no dejaba lugar a dudas acerca del desenlace de la guerra. En la carta encontrada en el cuerpo de un oficial alemán en la última semana de la guerra, éste describía a su unidad: Los hombres, que han llevado las mismas ropas sucias, rotas y llenas de piojos durante cuatro semanas, ven ahora sus cuerpos llenos de roña, y se encuentran sumidos en un estado de depresión a causa de la permanente amenaza de los cañones enemigos y de la diaria expectativa de que se produzca un ataque. De llegar el caso, los soldados apenas se encuentran en condiciones de cumplir con las tareas asignadas.24 Los alemanes tenían ante sí una elección descarnada: o aceptaban un armisticio en las condiciones que los aliados quisieran ofrecerles y evitaban así la invasión de la propia Alemania, a la que estaban instando Pershing y otros, o seguían luchando. La inutilidad absoluta de sostener un conflicto armado, junto con la perspectiva angustiosa de una marcha triunfal de los aliados a través de Berlín, determinó que los alemanes enviaran el 7 de noviembre una 24. Citado en Montgomery, op. rít,, pág. 261, n" 3.

A cien días de ¡a victoria

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radioseñal a París indicando su predisposición a discutir las condiciones del armisticio. Foch había sostenido con energía que los aliados debían firmar un armisticio tan pronto como los alemanes aceptaran las condiciones que él les planteara. Seguir luchando para lograr el gesto simbólico de invadir Alemania se le antojaba innecesario. «Yo no estoy haciendo la guerra por la guerra», le dijo a Edward House. «Si consigo, por medio del armisticio, las condiciones que deseamos imponer a Alemania, me doy por satisfecho. Una vez conseguido este objetivo, nadie tiene derecho a derramar una gota de sangre más.»23 Nada más recibir la señal alemana, Foch reiteró a Clemenceau su convicción de que un armisticio era un asunto puramente militar y que, por tanto, caía en el ámbito de sus competencias, y no en el de las del primer ministro francés. Este aceptó a regañadientes y dejó que Foch se encargara de los preparativos para el armisticio. El comandante en jefe aliado reunió a su Estado Mayor, les dio instrucciones precisas para que se las entregaran a los alemanes a través de las líneas aliadas y advirtió a los comandantes de su ejército que tuvieran cuidado con los trucos de aquéllos. Con la victoria tan cerca de la mano, Foch no dejó nada al azar.

25. Foch, op. cit., pág. 463.

Conclusión Un armisticio a cualquier precio

A las 8.10 de la noche del 7 de noviembre de 1918, cinco automóviles que circulaban por la Route Nationale 2 se acercaron a la línea vigilada por la III Compañía del XVII Regimiento de Infantería francés. En el primer coche ondeaba una gran bandera blanca y, procedente de alguna parte de la caravana, los soldados franceses oyeron el estridente toque de «alto el fuego» lanzado por una corneta. La llegada de los cinco grandes coches alemanes se había convenido para las 8.30 de esa mañana, casi doce horas antes, pero el mal estado de las carreteras del sector y las enormes cantidades de soldados alemanes en retirada habían provocado unos retrasos inevitables. Gran parte de éstos eran resultado de la actividad de los equipos de demolición alemanes, que había derribado árboles y minado encrucijadas con la esperanza de entorpecer la persecución de los aliados. En cada barricada, los conductores alemanes habían tenido que convencer a los comandantes locales de que limpiaran las carreteras y les indicaran un camino libre de minas. La llegada de la legación alemana indujo a pensar a los hombres de la III Compañía que tal vez fueran ciertos los rumores de un armisticio inminente. Los soldados observaron cómo un hombre grande, ataviado con el uniforme de general alemán, salía del segundo coche y se disculpaba por su tardanza ante el capitán al mando de la compañía. El general procedió entonces a hacer las presentaciones, pero el oficial, sin dejarlo terminar, le dijo: «General, no tengo autoridad para recibirlo oficialmente. Por favor, súbase a ese coche y sígame». El general, pues, se subió a un coche conducido por un cabo francés y el convoy desapareció.1 El general era Detlef von Winterfeldt, el oficial de enlace entre el cuartel general del Ejército alemán y la cancillería. Antes de la guerra, había formado parte, como agregado militar, de la misión militar alemana enviada a Francia; en consecuencia, parecía una elección lógica para que asumiera la imponente responsabilidad de ser el militar de alto rango del equipo alemán enviado a firmar el armisticio. Desde mediados de septiembre, y siendo conocedor del pe1. Diario de marchas del CLXXI Regimiento de Infantería, SHAT, 26N708, caja 708, exp. 11.

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simismo reinante en los cuarteles generales alemanes más importantes, había abogado por la firma de un armisticio. Von Winterfeldt había confiado en que una postrera victoria en el campo de batalla pudiera crear las condiciones para conseguir un armisticio favorable para Alemania; él y otros muchos oficiales confiaban en que tal armisticio tal vez permitiera a Alemania mantener el control de sus conquistas en el este, y que dejara el destino de AlsaciaLorena al albur de un plebiscito. El estado deplorable del Ejército alemán, con algunas divisiones reducidas ya a menos de 500 hombres sanos, había dado al traste con tales expectativas. En ese momento, Winterfeldt, sentado en un coche conducido por un soldado francés, sin saber a ciencia cierta dónde se encontraba, se dirigía al encuentro del mariscal Foch para negociar un armisticio. Tras él, en otro coche, iba el jefe de la misión alemana, Mathias Erzberger, una figura clave del Centro Católico Alemán, formación que se había hecho cargo del nuevo gobierno alemán. Ni el kaiser, que estaba preparando la abdicación, ni Ludendorff, que había huido a Suecia después de dimitir, estaban presentes para asumir la responsabilidad de poner fin a la guerra que con tanta ferocidad habían llevado a cabo. La tarea recayó, en su lugar, sobre Erzberger, que el 5 de noviembre había sido nombrado jefe de la misión del armisticio por el consejo de ministros; más tarde, Erzberger recordaría que el gobierno no le había dado ni documentos oficiales ni órdenes. «A pesar de mis deseos —escribió poco después de la guerra—, no me dieron más instrucciones que la general de firmar un armisticio a cualquier precio.»2 Sentado en un coche, en algún lugar de Francia, se dirigía también hacia un destino desconocido. Erzberger y su legación llegaron por fin al claro de un bosque cerca de Compiégne, donde Foch y la legación aliada los estaban esperando en un vagón de ferrocarril de la época del Segundo Imperio. Foch, que esperaba una embajada alemana de más alto nivel, exigió a aquellas caras desconocidas que tenía delante que se presentaran; también les pidió que le mostraran las credenciales que los facultaban para hablar en nombre del gobierno alemán. Nada más ver a Winterfeldt, Foch exigió al oficial alemán que se quitara la Cruz de Oficial de la Legión de Honor francesa, con la que había sido condecorado antes de la guerra. A continuación, Foch les dijo a los legados alemanes que él no había acudido a negociar, sino a entregarles las condiciones mediante las cuales podrían conseguir un armisticio. Acto seguido, el jefe de su Estado Mayor, Máxime Weygand, les leyó en voz alta las condiciones. Las condiciones incluían la total evacuación por los alemanes de Bélgica, Francia (con la inclusión de Alsacia y Lorena) y Luxemburgo en el plazo de 2- Mathias Erzberger, «La Débácle Militaire de l'Allemagne», Archives de la Grande Guerre, "." 12, ¡922, págs. 385-416, cita en la pág. 399.

Conclusión

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Los londinenses celebran la noticia del armisticio en noviembre ele 19 18. Los perspicaces líderes de ambos bandos sabían que el armisticio sólo detendría las hostilidades, y que la creación de una paz duradera exigiría un hercúleo esfuerzo diplomático que igualase el efectuado en materia militar por los aliados en 1918. {Nutiona! Archives)

quince días a partir de la firma del armisticio; la creación de tres cabezas de puente militares aliadas a ambos lados del Rin en Coblenza, Maguncia y Co lonia; la entrega e internamiento de la flota de guerra alemana; la entrega de 5.000 cañones pesados, 30.000 ametralladoras, 5.000 locomotoras, 150.000 vagones de ferrocarril y 150 submarinos como garantía de que los alemanes no utilizaran el armisticio como un respiro antes de reanudar la ofensiva. Foch les dijo entonces a los alemanes que las condiciones eran inalterables, que los combates y el bloqueo británico continuarían hasta que Alemania las aceptara y que el plazo de vigencia de tales condiciones expiraba a las setenta y dos ho ras. Luego les hizo retirarse. ^ J : *■*** Erzberger envió las condiciones del armisticio al gobierno alemán por medio de un radiotelegrama. Después de la guerra, los oficiales alemanes expresaron con total insinceridad que se habían sorprendido por la, a su juicio, dureza de las condiciones presentadas por Foch. Sin embargo, en noviembre de 1918 sabían que no tenían elección. Aquel invierno sólo auguraba más sufrimiento a causa del bloqueo aliado y más agitación política, incluso la posibilidad de una revolución. Los norteamericanos continuarían llegando en gran

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Los hombres encargados de lograr la paz se reúnen en París. De izquierda a derecha: David Lloyd George, de Gran Bretaña; Vittorio Orlando, de Italia; Georges Clemenceau, de Francia, y Woodrow Wilson, de Estados Unidos. (National Archives)

des contingentes, y si iba a haber una campaña militar en 1919, los aliados la llevarían a cabo con unas cantidades de carros de combate y aviones que, con toda probabilidad, los alemanes no podían confiar en igualar. El 10 de noviembre, Hindenburg contestó a Erzberger en un telegrama cifrado, en el que le pedía que mejorase las condiciones de Foch, sobre todo en lo tocante a permitir que Alemania siguiera conservando más ametralladoras, a fin de sofocar la rebelión bolchevique que estaba teniendo lugar en algunas ciudades alemanas. «Si no puede conseguir estos objetivos — concluía Hindenburg—, debe firmar en cualquier caso.»3 Poco después, llegó otro telegrama, éste sin codificar. En él se informaba a Erzberger de la abdicación del kaiser y de su posterior exilio a Holanda. A pesar de este acontecimiento, el telegrama comunicaba a Erzberger que seguía conservando la potestad para negociar y firmar un armisticio. Aunque Hindenburg era el autor del texto, el telegrama iba firmado por el Rekhskanzler Schluss. El oficial francés que recibió el telegrama exigió saber quién era el canciller Schluss (los aliados no conocían a ningún político llamado así) y en " ■ . i i. 3. íbid., pág. 410.

>'- ■■ - ■

Conclusión 345

El emir Faisal intervino en la Conferencia de Paz de París con su asesor personal y aliado en tiempos de guerra, el coronel británico T. E. Lawrence, en la foto, a la izquierda de Faisal. A pesar de los deseos de ambos hombres, Arabia no consiguió la plena indepen dencia después de la guerra. {© Corbis)

virtud de qué legitimidad autorizaba a Erzberger a continuar con las negociaciones. Erzberger explicó al oficial francés que scbhiss significaba «conclusión» en alemán y que sólo indicaba el final del telegrama. A las 2.15 de la mañana del 11 de noviembre, Erzberger tomó asiento fren te a Foch y le pidió que se modificara la cantidad de ametralladoras y de avio nes de las condiciones. Foch aceptó modificar sólo detalles insignificantes, y a las 5.12 horas Erzberger se avino a firmar. El armisticio entraría en efecto casi seis horas después, a las once horas del día once del mes once. La guerra había terminado. Foch telegrafió a Clemenceau para informarle de que los alemanes habían firmado y que él emprendía viaje a París para presentar el armisticio al gobierno francés. A las 8 de la mañana, Clemenceau telegrafiaba a los jefes de los otros gobiernos aliados para informarles de la firma. «Todavía no conoz co los detalles de las deliberaciones con los representantes plenipotenciarios alemanes», les decía. «Tan pronto haya sido informado, los pondré en su co nocimiento.»4 '

4. Clemenceau a David Lloyd George, VUtorio Orlando, Edward House y «Bélgica> noviembre de 1918, 0800, SHAT, Fondos Clemenceau, 6N70, exp. 1.

II de

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Unos alemanes destruyen hélices de avión en cumplimiento de la prohibición establecida por el tratado de Versalles de que Alemania poseyera una fuerza aérea propia. La cantidad de hélices da testimonio de la importancia alcanzada por la aviación durante el último año de la guerra. {© Colección Htilton-Deutscb/Corbis)

Habían transcurrido 1.597 días desde que el archiduque Francisco Fernando llegó a Sarajevo en visita de Estado oficial. Los acontecimientos de aquellos días habían transformado Europa para siempre y, con ella, el mundo. Las dinastías de los HohenzoIIern, Romanov, Habsburgo y Vahdeddin (otomana) habían desaparecido. Su lugar fue ocupado por el bolchevismo, el autoritarismo, el inicio de los fascismos y las democracias frágiles. La infraestructura de Europa estaba sumida en el caos, y la economía del continente se encontraba en un estado precario. Lo peor de todo, tal vez, es que las cicatrices emocionales causadas por tanta muerte y destrucción podrían no curarse, porque los europeos estaban poco preparados para comprender y asimilar semejante trauma. El armisticio no implicaba nada más que el fin de las hostilidades, no una paz definitiva. Muchos observadores inteligentes comprendieron que el fin de la matanza no había contribuido en absoluto a llevar una paz definitiva al continente europeo. Pocos eran los que esperaban que el armisticio o un tratado definitivo de paz restableciera el orden durante un lapso de tiempo significativo; antes siquiera de que se convocara la Conferencia de Paz, ya se había acu-

Conclusión

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nado el término «Primera Guerra Mundial», señal inequívoca de las expectativas de muchos de que no podía estar muy lejos una Segunda Guerra Mundial. Ludendorff y otros derechistas alemanes habían empezado ya a propagar el mito de que la derrota alemana no se había producido en el campo de batalla, sino que era obra de los enemigos internos, en especial de los socialistas y los judíos. La firma del armisticio, por tanto, contribuyó poco a mitigar los odios de Europa; tan sólo supuso un respiro relativo en la volátil historia del continente entre 1914 y 1945. La siguiente generación de jóvenes varones de Rusia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia tendría que volver a luchar para contener la agresión alemana. Los líderes de aquellos hombres serían, casi sin excepción, veteranos de la Primera Guerra Mundial. Cabe concluir que no habría sido necesaria la Segunda Guerra Mundial de no ser por las frustraciones derivadas de aquélla; sin embargo, es un error considerar a la Primera Guerra Mundial como un conflicto bélico inútil y sin sentido, preludio de la lucha aún más titánica que tuvo lugar veinte años después. Con mayor motivo, es importante también no permitir que los heroicos logros aliados de la Segunda Guerra Mundial se difuminen al compararlos con los de la Primera Guerra Mundial.

Lista de ilustraciones

MAPAS El frente occidental, 1914......................................................... El frente oriental, 1914............................................................. El frente occidental, 1915 ....................................................... La campaña de Gallípoli, 1915 ................................................ El frente oriental, 1915 ........................................................... El frente turco, 1915-1918 ..................................................... El frente italiano, 1915-1918 ................................................. El frente occidental, 1916-1917 ..................................,........... Las ofensivas de Ludendorff, 1918........................................... Avances aliados, 15 julio-] 1 noviembre 1918..........................

40 57 85 107 118 121 155 185 302 322

IMÁGENES Los alemanes se dirigen al frente, 1914 ................................... París, 1914 .............................................................................. Oficiales británicos, 1914 ...................................................... Benjamín Foulois y un instructor de Wright Aviation, 1910 . Soldados alemanes en Bélgica.................................................. Cartel de Edith Cavell............................................................... Niños refugiados franceses ...................................................... Iglesia francesa transformada en hospital................................. E. R. Heaton ........................................................................... Soldados franceses atrincherados cerca de Reims ................... Soldados alemanes en Prusia oriental, 1914............................. El conde Franz Conrad von Hótzendorf................................... Soldados austrohúngaros ejecutando a unos serbios................ Radomir Putnik......................................................................... Cartel «Save Serbia»................................................................ Cosacos rusos en Lemberg, 1915 ...........................................

18 19 21 22 27 30 33 37 43 47 53 60 62 64 66 70

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Diagrama de un sistema ideal de trincheras .......................... El avión francés Spad II............................................................ Globo de reconocimiento.......................................................... Ataque con gases visto desde el aire ...................................... Soldados africanos del Ejército francés ................................. Operadas en una fábrica de munición británica ..................... Soldado con máscara de gas ................................................... Irregulares búlgaros ............................................................... John Monash ........................................................................... Mustafá Kemal ...................................................................... Prisioneros turcos, Gallípoli...................................................... Soldados australianos en la nieve, Gallípoli............................. Huérfanos armenios abandonando Turquía ............................ La «flota de lujo» alemana, 1914 ............................................ John Jellicoe ........................................................................... El hundimiento del Blücher, 1915 ......................................... Caricatura: «Nuestro amigo mutuo» ..................................... Tripulación de un U-boote alemán............................................ Soldados australianos a camello, Libia..................................... Tropas de alta montaña italianas en el frente del Isonzo........... Un remoto puesto de avanzada en los Alpes Julianos ............. Lanzallamas ............................................................................ Prisioneros franceses saliendo escoltados de Verdún................ Una pieza de artillería Schneider de 155 mm ........................ El tranquilo pueblo de Vaux .................................................... Avión en patrulla aérea ........................................................... Soldados heridos en el frente del Isonzo ................................ Fábrica de munición ............................................................... Joffre, Haig y Foch en el Somme ............................................. Carro de combate británico aplasta una alambrada................... Certificado de registro de sepultura.......................................... Soldados alemán, búlgaro y turco en Rumania ...................... Alexei Brusilov......................................................................,. El zar Nicolás II a caballo ........................................................ Guardias Rojos bolcheviques ................................................. Alexander Kerensky.................................................................. León Trotsky en Brest-Litovsk.................................................. Soldados moviendo la artillería, cresta de Vimy, 1917 .......... Arthur Currie............................................................................. Ataque francés, Champaña, 1917 ............................................ Artilleros antiaéreos británicos..................................................

76 79 83 89 92 94 96 104 109 110 111 112 123 128 131 133 136 139 144 154 156 163 165 166 169 172 178 187 191 195 196 204 206 209 211 214 219 230 233 235 241

Lista de ilustraciones

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Soldados italianos en el frente del Isonzo................................. ...................................................................................................243 William Rorbertson y Ferdinand Foch...................................... ...................................................................................................247 Aeródromo aliado en construcción............................................ ...................................................................................................251 El saliente de Ypres ................................................................ ...................................................................................................254 El alto mando alemán ............................................................. ...................................................................................................256 Soldados alemanes heridos, frente occidental, 1917 ............... ...................................................................................................258 Artillería movida por raíles ..................................................... ...................................................................................................260 Retirada de tropas italianas, Caporetto, 1917 ......................... ...................................................................................................263 Un U-boote ............................................................................... ...................................................................................................277 David Beatty ........................................................................... ...................................................................................................279 Soldados norteamericanos vigilando la aparición de submarinos alemanes................................................................................. ...............................................................................................281 Soldados británicos durante el Levantamiento de Pascua......... ...................................................................................................286 Comandos bóers, 1914 ........................................................... ...................................................................................................287 Soldados británicos conducen fuera de Togolandia a los alemanes, 1915 .................................................................................... ...............................................................................................288 Oficiales alemanes adiestrando a la milicia local, Nueva Guinea ...................................................................................................291 Las ruinas de Arras....................................................,.............. ...................................................................................295 Carro de combate alemán, 1918................................................ ...................................................................................................299 Queant, en la Línea Hindenburg .............................................. ...................................................................................................307 John. J. Pershing con Benjamín Foulois.................................... ...................................................................................................310 Avance de carros de combate ligeros norteamericanos ......... ...................................................................................................312 Soldados norteamericanos con ametralladoras ligeras ........... ...................................................................................................314 Fuerza bruta en el frente............................................................ ...................................................................................................319 Soldados norteamericanos con una pieza de artillería francesa ...................................................................................................321 Norteamericanos y australianos en Le Hamel........................... ...................................................................................................325 Un bombardero suelta su carga................................................. ...................................................................................................328 San Quintín, Línea Hindeburg, 1918........................................ ...................................................................................................331

Vista aérea de las trincheras, frente del Meuse-Argonne, 1918 ...................................................................................................335 Campesinos franceses dan la bienvenida a sus liberadores .... ...................................................................................................337 Los londinenses celebran el armisticio, noviembre de 1918..... ...................................................................................................343 Lloyd George, Orlando, Clemenceau y Wilson en Versalles.... ...................................................................................................344 El emir Faisal y T. E. Lawrence en la Conferencia de Paz de París . . . 345 Alemanes destruyendo hélices de aviones después de la guerra ...................................................................................................346

Cronología de los principales acontecimientos

1914 28de junio 23 de julio 4 de agosto 6 a 24 de agosto 8 de agosto 20de agosto 26 a 30 de agosto 4 a 10 de septiembre 7 a 14 de septiembre 17 de sept. a 18 de oct. 17 de oct. a 24 de nov. 10 de dic. a 25 de mayo

Asesinato del archiduque Francisco Fernando Austria entrega el ultimátum a Serbia Invasión alemana de Bélgica Las batallas de las Fronteras Invasión británica de Togolandia y África Oriental Batalla de Gumbinnen Batalla de Tannenberg Primera batalla del Marne Batalla de los Lagos de Masuria La carrera hacia el mar Primera batalla de Ypres/Batalla del Yser Ofensiva francesa en Champaña

1915

Campaña de los Dardanelos/Gallípoli Batalla de Neuve Chapelle Segunda batalla de Ypres Ofensiva de GorliceTamów Hundimiento del Lusitania por los alemanes Entrada de Italia en la guerra Primera batalla del Isonzo Conquista británica del África sudoccidental alemana Los alemanes toman Varsovia Batallas de Artois y Loos Desembarco de las tropas aliadas en Salónica

19 de feb. a 20 de dic. 8 a 15 de marzo 22 de abril a 25 de mayo 2 a 13 de mayo 7 de mayo 2 3 de mayo 29de junio a 7 de julio 9 de julio 5 de agosto 21de sept. a 6 de nov. 3 a 5 de octubre

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La Gran Guerra

1916 18 de enero 21 de feb. a 15 de dic. 29 de abril 31 de mayo a 1 de junio 4 de junio a 11 de agosto 6 de junio 1 de julio a 18 de nov. 27 de agosto 4 de septiembre 15 de septiembre 28 de noviembre 1917 I de febrero I1 de marzo 15de marzo 6 de abril 9 de abril 16de abril 1 a 18 de julio 31 de julio a 10 de nov. 1 a 5 de septiembre 24 de oct. a 10 de nov. 16 de noviembre 20de nov. a 4 de dic. 9 de diciembre 1918 8 de enero 3 de marzo 21de marzo 26 de marzo 2 a 24 de junio 15 de julio a 4 de agosto 8 a 12 de agosto

Los aliados toman Camerún Batalla de Verdún Rendición de la guarnición británica en Kut Batalla de Jutlandia Ofensiva de Brusilov Comienzo de la revuelta árabe Batalla del Somme Entrada de Rumania en la guerra Los aliados toman Dar es Salaam Aparición de los primeros carros de combate (Somme) Primer ataque aéreo sobre Londres

Los alemanes reanudan el GSI Los británicos toman Bagdad Abdicación del zar Nicolás II Estados Unidos entra en la guerra Los canadienses toman la cresta de Vimy Inicio de la ofensiva de Nivelle Ofensiva de Kerenski Tercera batalla de Ypres (Passendale) Los alemanes toman Riga Batalla de Caporetto Formación del gobierno bolchevique en Rusia Batalla de Cambrai Los británicos toman Jerusalén

Anuncio de los Catorce puntos de Wilson Firma del tratado de Brest-Litovsk Inicio de las ofensivas alemanas de primavera Foch es nombrado comandante en jefe aliado Batallas de Cháteau-Thierry y del bosque de Belleau Segunda batalla del Marne Batalla de Amiens

Cronología de los principales acontecimientos 12 a 16 de septiembre Toma de St. Mihiel por los norteamericanos 26 de sept. a 11 de nov. Batalla de Meuse-Argonne 3 de octubre Ruptura de la Línea Hindenburg 30 de octubre Rendición del Imperio otomano y de AustriaHungría 11 de noviembre Se firma el armisticio con Alemania

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Personalidades

Alberto I Alekseev, Mijail Allenby, Edmund Asquith, Herbert H. Baker, Newton Beatty, David Bernstorff, Johann Bethmann Hollweg, Theobald von Birdwood, William Bohm-Ermolli, Eduard Boroevic, Svetozar Botha, Louis Bruchmüller, Georg Brusilov, Alexei Byng, Julián Cadorna, Luigi Capello, Luigi Casement, Roger Castelnau, Edouard Noel de Cavell, Edith Churchill, Winston Clemenceau, Georges Conrad von Hótzendorf, Franz Currie, Arthur Diaz, Armando Driant, Emile Duchéne, Denis Auguste Enver Bajá

Rey de Bélgica General ruso Mariscal de campo británico Primer ministro británico Político norteamericano Almirante británico Diplomático alemán Canciller alemán General británico General austrohúngaro Mariscal de campo austrohúngaro General sudafricano Coronel alemán General ruso General británico General italiano General italiano Nacionalista irlandés General francés Enfermera británica Político británico Primer ministro francés General austríaco General canadiense General italiano Soldado y diputado francés General francés General y estadista otomano

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Erzberger, Matthias Faisal, Emir Falkenhayn, Erich von Foch, Ferdinand Fokker, Anthony Franchet d'Esperey, Louis Francois, Hermann von Franciso Fernando Francisco José I Frenen, John Gallieni, Joseph Gibbs, Philip Goltz, Colmar von der Gough, Hubert Grey, Edward Guillermo II Guillermo, príncipe heredero Haig, Douglas Hamilton, Ian Harrington, Charles Hindenburg, Paul von Hipper, Franz von Floffrnann, Max Holtzendorff. Henning von Hughes, William Hutier, Oskar von Jellicoe, John Joffre, Joseph Kemal, Mustafá Kerensky, Alexander Kitchener, Horatio Kluck, Alexander von Kornilov, Lavr Lanrezac, Charles Lawrence, T. E. Lenin, Vladimir LettowVorbeck, Paul von Liman von Sanders, Otto I.íoyd George, David

Político alemán Príncipe árabe General alemán Mariscal francés Diseñador aeronáutico holandés General francés General alemán Archiduque austríaco asesinado Emperador austrohúngaro Mariscal de campo británico General francés Periodista británico Mariscal de campo alemán/otomano General británico Estadista británico Kaiser alemán General alemán Mariscal de campo británico General británico General británico Mariscal de campo alemán Almirante alemán General alemán Almirante alemán Primer ministro australiano General alemán Almirante británico Mariscal francés General y estadista otomano Político ruso Mariscal de campo británico General alemán General ruso General francés Militar británico Revolucionario ruso General alemán General alemán Primer ministro británico

Personalidades 359 Ludendorff, Erich Mackensen, August von Mangin, Charles Max de Badén, príncipe Mitchell, William Billy Moltke, Helmuth von Monash, John Nicolás II Nikolai Nilolaevich Nivelle, Robert Painlevé, Paul Pershing, John Pétain, Henri Philippe Plumer, Herbert Poincaré, Raymond Princip, Gavrilo Putnik, Radomir Rawlinson, Henry Rennenkampf, Pavel Robertson, William Samsonov, Alexander Sarrail, Maurice Scheer, Reinhard Sims, William Skoropadsky, Pavlo Smith-Dorrien, Horace Smuts, Jan Swinton, Ernest Townshend, Charles Trotsky, León Venizelos, Eleutherios Wilson, Henry Wilson, Woodrow Zhilinski, Yakov

General alemán Mariscal de campo alemán General francés Estadista alemán General norteamericano General alemán General australiano Zar de Rusia Duque ruso, jefe del ejército General francés Político francés General norteamericano Mariscal francés General británico Presidente francés Asesino serbio Mariscal de campo serbio General británico General ruso Mariscal de campo británico General ruso General francés Almirante alemán Almirante norteamericano Estadista ucraniano General británico General sudafricano Creador del carro de combate británico General británico Revolucionario ruso Primer ministro griego Mariscal de campo británico Presidente norteamericano General ruso

Fuentes principales

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La Gran Guerra

SERVICE HISTORIQUE DE L'ARMÉE DE TERRE, CHÁTEAU DE VINCENNES Fonds 2o D. I. (24N102) Fonds 1 Io D. I. (24N210) Fonds BUAT (6N9) Fonds Cabinet du Ministére (5N66) Fonds Clemenceau (6N55) Fonds Clemenceau (6N70) Fonds Gouvernement Mili taire de Paris (23N2O) Fonds IVo Armée (19N731) Fonds IXo Armée (19N1539) Histoire du 171° R. I. (26N1736) Historique du 65° R. I. (26N1734) Historique du 77° R. I. (26N1734) Historique Sommaire du 64° R. I. (26N1734) Journal des Marches, 171° R. I. (26N708) Le Io Régiment de Marche de Zouaves dans la Grande Guerre (26N1742)

índice analítico y de nombres

AEF (véase Fuerza Expedicionaria Americana) África, guerra en, 284-292 aire, guerra en el, 170-173, 195-196, 231, 240-241, 249, 253, 261, 266-267, 324-325,327,330-331 Alberto 1, rey de Bélgica, 45 Alemania, 15-19, 33, 50-52, 68; y la crisis de julio, 15-20; y los planes de guerra, 23-26; invasión de Bélgica, 25-31; relaciones con Austria y Hungría, 62-63, 116117, 120, 181-182, 244, 259-261; relaciones con el Imperio otomano, 102-106, 108, 110, 123125; y la masacre armenia, 122123; marina de, 127-142, 276281; e Italia, 152; y Verdún, 158170; y Rumania, 200-204; y sus objetivos en la guerra, 205, 208210, 217-218; y la Revolución rusa, 208-210, 216-221; gobierno de, 269-271; e Irlanda, 283-284, 292-294; y África, 284292; y los Catorce Puntos, 335337; colapso de, 338-339, 343345; el armisticio, 341-347 Alexseev, Mijail, 120, 180, 182-184, 199, 202 Alsacia y Lorena, 26, 33-36, 239, 272, 315, 336, 342 Allenby, Edmund, 148-149, 252 Amberes, 27, 44-45 Amiens, batalla de, 322, 325-329 Anzac (Ejércitos australiano y neozelandés), 106-108, 112-113

Arabia, 103, 145-148 armenios, 102, 122-125 Asquith, Herbert, 94, 98, 110, 272 Australia, 81, 132-134, 149, 192, 227, 306, 324-327, 333-334; yGallípoli, 106-113 Baker, Newton, 311 Balcanes, guerras de los, 16-17, 59, 62-65, 102-103, 105-106, 122,201203 Balfour, Arthur, 125 Balfour, Declaración de, 146-147 Beatty, David, 139-140, 279-280 BEF {véase Fuerza Expedicionaria Británica) Bélgica, 18-21, 25, 33, 204, 239, 342; invasión alemana de, 25-30, 34, 41 Below, Fritz von, 186, 194 Below, Ottovon, 244, 261 Belleau, batalla del bosque de, 313-314 Berlín, 16, 26, 68, 181, 250, 285, 336-338; conferencia de (sobre África), 285 Bernstorff, Johann von, 137 Bethmann Hollweg, Theobald von, 29, 141-142,208-209,270 Birdwood, William, 107 Bliss, Tasker Howard, 276 Bóhm-Ermolli, Eduard, 211-212 bolcheviques, 124, 209-210, 212, 216-220, 239, 338, 344-346 Boroevic, Svetozar, 154-156, 177, 259 bosniana, crisis, 16-17, 59-61, 102 Botha, Louis, 288-290 Bratianu, Ion, 200-202 Brest-Litovsk, tratado de, 124, 217-218, . cs - í

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La Gran Guerra

Briand, Aristide, 94, 113, 168, 228 Brittain, Vera, 249 Bruchmüller, Georg, 213-215 Brusilov, Alexei, 15, 50, 68, 7071, 120, 179-184, 205-206, 208, 211-213 Brusilov, ofensiva, 179-184, 201 Bucarest, tratado de, 203-204, 218 Bulgaria, 102103, 111-115, 199,202-203 Bülow, Karl von, 41-42 Byng, Julián, 231, 265-266, 296 Cambrai, batalla de, 264-267, 324 Campbell, Pat, 293-296, 297, 306-307 Canadá, 81, 88, 230-232, 326-327 Capello, Luigi, 243, 261-262 Caporetto, batalla de, 259, 261-264, 274, 296 Cadorna, Luigi, 152153, 155-157, 177179,241-244,259,261-262 Carlos, emperador, 184 Carrera hacia el mar. la, 44-45, 75 Casement, Roger, 283-284 Castelnau, Edouard Noel de, 36, 164-165, 223-224 Catorce puntos, los (de Woodrow Wilson), 335-336 Cáucaso, 102, 121-125 Cavell, Edith, 29 Champagne, ofensiva de,78-81, 82, 93, 99, 160-161 Chantilly, conferencia de, 175-177 Charteris, John, 254-255, 267-268 CháteauThierry, batalla de, 308-309, 314,321-323,330-331,334 Chemin des Dames, 226-229, 231-241, 245,252-253,307-308,315 China, 133 Churchill, Winston, 45, 101, 103-104, 111-112, 127-129, 139, 187, 194, 267,273 Clemenceau, Georges, 115, 271-274, 300301,311,336-337,339,345346, Conrad von Hotzendorf, Franz, 60-65, 67, 117, 154, 178-179, 181182, 184

«Con el agua al cuello», bando, 305 Consejo Supremo de la Guerra, 274-276, 278, 300, 322 Constantino, rey de Grecia, 113-114 Cracovia, 68, 70, 154, 180 crisis marroquíes, 16-17, 272 Curragh, incidente, 251, 282, 296 Currie, Arthur, 88, 233 Curzon, George, 125, 223 Diaz, Armando, 263-264 Dogger Bank, batalla de, 132-133 Dreadnought, HMS, 127 Driant, Emil, 161, 163,229 Duchéne, Denis, 234, 308, 315 Egipto, 102-103, 142-143 Elles, Hugh, 264-265 EnverPasha, 121-123 Erzberger, Mathias, 342-345 Erzurum, 122, 124 Estados Unidos de América (véase también Fuerza Expedicionaria Americana [AEF]), 20, 22, 93, 124, 184, 199, 217,275-276, 360; y la neutralidad, 131137;ysu entrada en la guerra, 228-230,232,267268 Eugen, archiduque, 67 Evert, Alexei, 182-183 Faisal, emir, 147-148, 345 Falkenhayn, Ench von, 42, 4445, 87, 117, 119, 137, 149, 173-175, 177-179, 181-182, 186, 194, 203; y Verdún, 158-165, 167-168, 170 Ferdinand, rey de Rumania, 201 Festubert, batalla de, 90-91, 252 Fisher,John>ctó>, 106, 132, 139 Foch, Ferdinand, 23, 36-38, 41, 45, 86, 88-90, 92, 95, 97, 179, 223-224, 226, 247, 255, 262-263, 274-276, 305-306,309,311,315, 320,323-324, 326, 329, 331332; y la campaña de Somme, 187, 190-191; como comandante general de los aliados,

índice analítico y de nombres 365 300-303; y las negociaciones del armisticio, 339, 341-345 Fokker, Anthony, 171 franc tireurs, 28 Francia, 26, 30, 4748; y la crisis de julio, 16-22; y la planificación de la guerra, 34; y Gallípoli, 106-108, 111-112, 115; y Salónica, 111-115; e Italia, 152-153; y la Revolución rusa, 210-217; gobierno de, 270275; y los Catorce Puntos, 335336 Francisco Fernando, archiduque, 15-16, 48,59-60,63,281,346 Francisco José, emperador, 59, 63, 184 franco-prusiana, guerra, 20, 28, 36, 159, 272,295 Francois, Hermann von, 54-56, 58 Franchet d'Esperey, Louis, 115, 224, 228 French, John, 3032, 38-39, 42, 45, 85, 8890, 92, 95, 143, 252, 282; destitución de, 98-99 Frontier, batallas de, 34-36, 7879 Fuerza Expedicionaria Americana (AEF), 308-315, 319-323, 324-325, 330-331, 333-336 Fuerza Expedicionaria Británica (BEF), 20-22, 26, 30-33, 38-39, 41, 45-46, 81, 187 FullerJ.F.C, 265-267 Gallieni, Joseph, 38-39, 41, 99, 161-162 Gallípoli, 102-112, 115, 122-123, 201 Gibbs, Philip, 81, 89, 175, 189, 192194, 198,248,252,255,297 Goltz, Colmar von der, 144145 Gorlice-Tarnów, batalla de, 87, 115-120, 155-156, 175, 180, 182,202 Gough, Hubert, 251-254, 256, 282, 296,

299, 326 Gran Bretaña, 26, 29-30, 124125; y la crisis de julio, 16, 18-20; marina de (Royal Navy), 16, 101-102, 104106, 127-134, 135-141, 246, 258-259, 277-281; reclutamiento en, 80-81; y

Gallípoli, 101-112, 115; y Salónica, 111-115; y el Oriente Medio, 142-150; e Italia, 152-153, 242-243; y Verdún, 158; y la conferencia de Chantilly, 175-177; y Rumania, 201204; y la Revolución rusa, 210-211, 216-217; gobierno de,269-275;yel servicio militar obligatorio, 283-284; y África, 284-292; y los Catorce Puntos, 335 {véase también Fuerza Expedicionaria Británica) Grecia, 102-103, 106, 113-115 guerra submarina abierta (US W) {véase submarinos) Guillermo, príncipe heredero de Alemania, 41, 151, 159, 167, 184 Guillermo II, emperador de Alemania {también kaiser), 15, 17-20, 31,40-41, 50,58,79,94-95, 116, 119, 127, 138, 140-143, 158159, 180, 184,200-201, 203, 206, 217, 256, 269-270, 272,285,315,337,342,344

Gumbinnen, batalla de, 54-55 Habitación 40, 132, 138 Haig, Douglas, 31-32, 41, 8185, 87, 90-91, 94-95, 177, 229-230, 239, 242, 264-268, 274-275, 282-283, 297-299, 305-306, 323, 324; y su promoción a comandante de la BEF, 98-99; y Somme, 186-188, 189-194, 195-197; y la ofensiva de Nivelle, 224-225, 236-237; y la tercera batalla de Ypres, 245259; y el mando conjunto, 299-303 Hamilton, Ian, 106 Harlington, Charles, 89, 248250, 255 Hasek, Jaroslav, 59 Hentsch, Richard, 42 Hindenburg, línea de, 227-228, 307-309, 323,328330,332-336 Hindenburg, Paul von, 54-56, 71-72, 116, 167-168, 203, 208, 215, 217, 255-256, 269-270,298,321,323,344 Hipper, Franz von, 138-140

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La Gran Guerra

Hoffman, Max, 55-56, 212213, 218 Holanda, 134,327,344 Hóltzendorff, Henningvon, 141, 281 House, Edward, 276 Hussein, emir Abdullah, 146-147, 150 Hutier, Oskar von, 213-215, 304 Imperio austrohúngaro, 25, 51, 58-73, 102, 103-104, 111112, 210-215, 24-1242; y la crisis de julio, 1517, 20-21; y sus relaciones con Alemania, 62-63, 115117, 181-182,244, 259-261; e Italia, 152-158, 176-180; y Rumania, 179-184; y la ofensiva de Brusilov, 199204; colapso del, 337-338 Imperio otomano, 20, 52, 59, 113, 142, 202-203; entrada en la guerra, 101-104; y Gallípoli, 102-112; relaciones con Alemania, 103-106, 108, 123125;yelCáucaso, 120-125; y Oriente Medio, 142-150; colapso del, 337-338 India, 81,84, 91, 142, 144,283 influencia, 315, 323 Irlanda, 97-98, 256-257, 271, 281-282 Isonzo, batalla de, 154-158, 176-180, 241-244, 259, 261264 Italia, 20, 63, 102, 116, 151158, 177-179, 199,241-244 Ivanov, Nikolai, 68, 119 Jadar, batalla del, 63 Japón, 132, 184 Jellicoejohn, 129-131, 139140,277, 279-281 Joffre, Joseph, 34-36, 37-39, 41-45, 78, 82, 91-93, 95-97, 97-99, 113, 171, 175-176, 225-226, 271; y Verdún, 158, 160-165; sustitución de, 170; y la campaña de Somme, 185, 190, 192-194 Jorge V, rey, 31, 98, 127, 225, 252 José Fernando, archiduque, 180-181 '''.•enes Turcos, 102-104, 146

judíos, 51, 69, 146-147, 149150, 204, 206, 347 Jutlandia, batalla de, 137-140 kaiser {véase Gullermo II, emperador de Alemania) Kaledin, Alexei, 180, 182 Kemal, Mustafá, 103, 108-109, 124-125, 149 Kerensky, Alexander, 208-211, 213-214, 216 Kiggell, Lancelot, 255-256, 267 Kitchener, Horacio, 22, 3839, 80-81, 98, 106-107, 111, 142-143, 146 Kluck, Alexander von, 32, 38, 41-42 Kornilov, Lavr, 213,216-217 Lafayette, escuadrilla, 173 Lanrezac, Charles, 30-33, 38, 115 Lawrence, T. E., 147, 362 LeCateau, 31-32, 86 Lemberg/Lvov, 68-70, 117, 180, 211 Lenin, Vladimir, 210, 217-219, 283 Lettow-Vorbeck, Paul von, 290-291 Lieja, 27-28, 34, 54 Liman von Sanders, Otto, 103, 106 Lloyd George, David, 93, 98, 148-149, 242, 266-269, 271275, 300-301, 319-320, 336; y la ofensiva de Nivelle, 224-225, 236; y la tercera batalla de Ypres, 246, 248 Lódz, 115 Londres, 172, 195, 228, 242243, 249, 282-283 Loos, batalla de, 97, 190 Lorette, Notre Dame de, 86 Lovaina, 29 Ludendorff, Erich, 28, 54-56, 72, 116, 167, 171,203,208,217,232,239, 255-256, 269-270, 296-298, 303-304, 306-309,314315,323,327-330, 333, 335, 342, 347 Ludendorff, ofensivas de, 293309, 319-320

Lusitanta, 127, 135-137

índice analítico y de nombres 367 Mackensen, August von, 72, 116-117, 120, 202 Mangin, Charles, 168, 234, 236 Manoury, Michel, 41 Mame, primera batalla de, 25, 38-42, 55, 71-72, 78-79, 160, 165-166, 168, 170-171,223 Mame, segunda batalla de, 314-320, 324 Masurian, Lagos de, 58, 71, 125 Max de Badén, príncipe, 336 McMahon, Henry, 142, 146, 250 Mesopotamia, 143-146, 148 Messines, cresta de, 248-252, 305 Meuse-Argonne, 331, 334 Moltke, Helmuth von, 17-19, 26, 41-44, 48, 54-55 Monash, John, 109, 233, 324325, 333 Monro, Charles, 111 Mons, batalla de, 31-32,36,55 Montenegro, 63, 102 Morhange, batalla de, 35-36 Murray, Archibald, 143, 148 Namur, 27-28, 34 Neuve Chapelle, batalla de, 8285, 87, 89-91, 101, 190 Nevill, Wilfred, 188-190 Nicolás II, zar de Rusia, 15, 18-20, 50, 119-120, 180, 183184,205-209,217 Nikolai, gran duque, 52-53, 119-120 Nivelle, ofensiva de (véase Chemin des Dames) Nivelle, Robert, 168, 170, 223-229, 232234,236,241,257, 300 Notre Dame de Lorette (véase Lorette, Notre Dame de) Nueva Zelanda, 133 Nuevos Ejércitos, 80-81, 91, 95, 158, 176, 184-186, 188,329 Painlevé, Paul, 173,228,236 Palestina, 143, 147-150 París, 19, 26, 32, 38-42, 55, 78, 98, 159, 164-165, 168,227228,253,272,

299, 300-302, 308, 314, 315, 320-327, 339, 360-362 París, conferencia de paz, 124125, 345-346 París, el cañón de, 300 Passendale (véase Ypres, tercera batalla de) Pau, Paul-Marie, 35, 38 Pershingjohn, 309-315, 124, 330-331, 338 Pétain, Henri-Philippe, 165168, 173, 224, 228, 248, 274-275, 297, 299, 301-302, 305,308, 311-313,321, 323, 330-331; como comandante en jefe del Ejército francés, 236-237; y los motines del Ejército francés, 236-241,323,330331 Plan 19,51-52 Plan XVII, 34 Plumer, Herbert, 88-89, 248252, 255, 257-258, 262-263 Poincaré, Raymond, °3-94, 99, 236 Polonia, 62, 69-73, 117-119, 201, 204-205, 209-210,215 Portugal, 304 Potiorek, Oskar von, 63, 65, 67 Prittwitz, Max von, 53-54 Przemysl, 68, 70, 117 Putnik, Radomir, 63-65, 67 Rawlinson, Henry, 90-91, 190, 192, 252, 326 Rennenkampf, Pavel, 52-58, 7273 Repington, Charles, 85 Riga, batalla de, 213-216, 261 Robertson, William, 22, 225, 242, 246, 253,264,267,275,300 Roosevelt, Theodore, 135, 309 Royal Navy (véase Gran Bretaña, marina de) Rumania, 102, 114, 199-205, 215 Rupprecht, príncipe de Baviera, 45, 232 Rusia, 25, 34, 49-58, 61-62, 67-73, 199; y Gallípoli, 102-103; y el Cáucaso, 122-125; e Italia, 152-153, 155-156;

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y la conferencia de Chantilly, 175-176; y Rumania, 199-200, 201-203; la revolución en, 205221 ruso-japonesa, guerra, 50, 52-53, 68, 76-77

Triple Entente, 18,25 Trotsky, León, 216-218

Saint-Mihiel, 330-331,334 Salónica, 112-115, 176,202,261 Samsonov, Alexander, 53, 5456, 58 Sarikamish, 122 Sarrail, Maurice, 99, 113-115, 160 Sazonov, Alexander, 19, 200 Scheer, Reinhard, 137-141 Seeckt, Hans von, 182 Serbia, 15, 59-67, 104, 112, 114-115, 152 Sims, William, 246, 277-280 Smith-Dorrien, Horace, 31-32, 86, 88-89 Smuts, Jan, 289-290 Somme, batalla de, 161, 184198, 224, 227, 229-231, 238, 245, 249, 265268, 287, 329,333 submarinos, 130138, 140-142, 228-229, 245-246, 258-259, 276-281, 336-337 Sudáfrica, 192, 284289 Sukhomlinov, V. A., 52-53 Swinton, Ernest, 194 SykesPicot, acuerdo secreto de, 147, 150

Varsovia, 58, 69, 71-72, 116119, 180 Venizelos, Eleutherios, 113-115 Verdún, 26, 79, 99, 120, 151, 158-173, 176177, 179, 181, 184-186, 187, 190, 193, 197, 202, 223-224, 226, 230, 237-238, 240,293,330-331 Vimy, cresta de, 86, 89, 91, 95, 97, 230233,236,265,296,29 8,305 Vittorio Véneto, batalla de, 337 Viviani, Rene, 93-94

Tannenberg, batalla de, 55-59, 72, 122, 212 tanques, 194-197, 264-267 Tarnów, 68 (véase también Gorlice-Tarnów) Townshend, Charles, 144-145

Ucrania, 218-220

Wilhelm, príncipe heredero de Alemania {véase Guillermo, príncipe heredero de Alemania) Wilhelm II, emperador de Alemania (véase Guillermo II, emperador de Alemania) Wilson, Henry, 23, 275-276, 282, 301, 320 Wilson, Woodrow, 124, 131, 135138,229, 275,309,335-337 Winterfeldt, Hans von, 341-342 Ypres, primera batalla de, 4546 Ypres, segunda batalla de, 8689, 202, 245 Ypres, tercera batalla de, 245261, 264, 265-268 Yser, batalla de, 45-46 Zhilinsky, Yakov, 52, 56-58

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