E l Amor Que Nos Devuelve La Identidad

March 12, 2018 | Author: Jean Gregory Zamora Medina | Category: Forgiveness, Love, Eucharist, Jesus, God
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Sebastián Escudero

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Prólogo

Era una noche más como cualquier otra, sin embargo no podía dormirme dando vueltas en mi cama. Todavía me sonaban en mi corazón las palabras de aquella canción que había escuchado hacía unas escasas horas: “Cuánto he esperado este momento…fue por ti fue porque te amo…”. Sabía que no se trataba de un insomnio normal. Me levanté para mirarme en el espejo del baño, y al contemplar mi rostro, supe que acababa de nacer de nuevo. Era la primera vez en mi vida que entendía mi verdadera identidad. No pude resistir las lágrimas…tenía quince años…mi vida acababa de cambiar para siempre.

Identidad oculta Tenemos una identidad que muchas veces desconocemos, somos amados desde antes de existir, y desde que nacemos somos campeones; basta con observar que es un solo espermatozoide, entre millones y millones que compiten por llegar a fecundar un óvulo, el que logra la victoria. En

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ocasiones pueden llegar a ser hasta 900 millones de espermatozoides los que luchan por llegar primeros, pero sin embargo es uno sólo el que lo logra. Esto hace que seamos únicos desde el mismo instante de la concepción, y además, campeones desde los mismos genes. Los cristianos podemos experimentar un plus sobre ese valor, pues desde el bautismo entramos a formar parte de la familia divina, el Padre nos ve y ama como a su mismo Hijo. Jesús por su parte nos demuestra cada día su inmenso Amor en su sacrificio de la cruz; el Espíritu Santo es el encargado de revelarle este Amor del Padre y del Hijo a nuestro corazón (Rom 5, 5). Además de eso, los cristianos católicos podemos comulgar diariamente con el mismo Jesús que se nos ofrece como alimento en cada Eucaristía; y como si fuera poco la Santísima Mamá María nos hace saber que nos ama tiernamente. Junto a estas realidades espirituales, también contamos con el amor que nos brindan nuestros seres queridos, algunos de los cuales, sin dudarlo, entregarían su vida por nosotros. En definitiva, ¡SOMOS AMADOS! Sin embargo, son miles de millones en el mundo entero los que por distintos factores viven como si no fueran amados, mendigando cariño, compitiendo para demostrar cuánto valen, suplicando una oportunidad para sentirse alguien…ignorantes de quiénes son verdaderamente. Han perdido su identidad en el duro camino de la vida. Se han convertido progresivamente en hijos pródigos de un Padre que está esperando para devolvernos toda la

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felicidad, la alegría, la paz, el amor, el cariño , la autoestima…la identidad que el diablo nos robó. Yo he sido un hijo pródigo en muchas ocasiones, y hasta el día de hoy sigo sintiéndome perdido en distintas circunstancias personales. Pero quisiera comenzar este libro testimoniándote acerca de lo que yo considero como el encuentro decisivo de mi vida. He contado este testimonio a miles y miles de personas a lo largo de trece años predicando la Palabra de Dios, recorriendo centenares de kilómetros en distintos escenarios: en las montañas perdidas de algún poblado, en grandes escenarios, en los colegios donde doy clases, en capillas, en parroquias, en salones pequeños e inmensos, en radio emisoras pequeñas y en radios que salen para todo el país, en la televisión, etc. Lo he contado con la misma pasión siempre, aunque mi prédica sea para una sola persona o para cientos; y cada vez que lo hago siento la misma emoción, como si lo contara por primera y única vez. Hoy tengo la magnífica posibilidad de dejarlo por escrito en este segundo libro que el Señor me permite escribir. Cuando terminé de escribir ENFRENTANDO LA TORMENTA supe que de lo siguiente que tenía que escribir era acerca del Amor de Dios...y que tenía que dejar por escrito para las próximas generaciones este encuentro decisivo.

Encuentro decisivo Crecí toda mi infancia soportando los maltratos de mi padre, de mis compañeros de colegio, de mis vecinos, que cada día de mi vida de algún modo u

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otro me hacían sentir que estaba por error en este mundo, que no debía existir, que era lo mismo que estuviera o que no estuviera en esta vida; al menos así lo sentía yo. Cuando tenía nueve años mi padre falleció por un tercer infarto que no pudo resistir. Unos meses después yo dejaba el colegio a causa de las burlas que me hacían mis compañeritos de colegio por hacerme pis encima mientras daba una lección oral. Para ese entonces yo me consideraba a mí mismo como un monstruo horrible; tenía una montaña de complejos que me hacían sentirme una criatura discriminada. No recuerdo una sola persona que me llamara por mi nombre de pila, todos tenían un apodo para nombrarme: para la gran mayoría era “el huesadas” (por mi flaqueza extrema), y el resto de los apodos fueron cambiando con los años de acuerdo a la acentuación de algunos de mis defectos: “oreja”, “naso”, “perudo”, “peraca”, “alfajor mal pegado”, “oscuro”, “rulito”, “ratita”, etc.etc. Entre los numerosos traumas que padecía, uno de los que más sufría era al hablar en público, pues comenzaba a tartamudear a causa del miedo que me provocaba la exposición pública. No podía mirar a nadie a los ojos. Como consecuencia de todo esto, más otras situaciones personales, en menos de un año intenté suicidarme tres veces. Tomé veneno para ratas y cucarachas, e intenté cortarme las venas, pero era tan fracasado que ni siquiera pude quitarme la vida. Mi mamá decidió ponerme bajo tratamiento psicológico de dos mujeres especialistas que me hacían hacer

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dibujos. Yo dibujaba todo el tiempo monstruos aplastando a pequeñas criaturitas. A los once años mi madre se sentó a conversar conmigo; uno de los motivos de la cita era para explicarme que debía salir a trabajar con mi hermano para poder subsistir; la idea era acompañar a mi hermano a repartir sobres por toda la ciudad. Pero el principal motivo, que marcaría rotundamente mi vida, era otro. No te podría repetir una a una las palabras de aquella charla con mi mamá, pero recuerdo que salí corriendo a tirarme debajo de mi cama (mi refugio preferido) a llorar amargamente; dentro mío se me cruzaban imágenes de mis padres intentando abortarme cuando era un inocente feto, de una especialista diagnosticando un tratamiento especial para un niño que probablemente no tendría una inserción intelectual y social adecuada en el futuro, de un individuo rotulado inevitablemente para el fracaso. Y como ya había intentado quitarme la vida inútilmente, y convencido de que mi mañana estaba determinado, me entregué a una vida oscura y perdida. Satanás estaba muy atento para ofrecerme todas las medicinas para mi alma herida, y yo acepté trabajar para él aceptando todas sus condiciones. Comencé a juntarme con los peores del barrio, con gente mayor que formaba parte de una barra brava de fútbol de mi ciudad, con los drogadictos, borrachos, ladrones y depravados sexuales. Y allí aprendí a hacer cosas que jamás debería haber hecho. Cuatro años después de llevar esta vida tan vacía, parecía una persona de treinta años por todas

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las experiencias horribles vividas con gente más grande que yo; pero apenas era un muchachito de 15 años. No obstante, lo peor que me sucedía estaba dentro de mi corazón; tenía un odio que me hacía agarrarme a pelear con cualquiera que se riera de mí. Y detrás de esas mil máscaras que usaba se escondía un niño terriblemente herido, con una montaña de complejos, necesitado de amor, que sólo buscaba lo que buscan todos los adolescentes a esa edad: ser feliz. Solo que yo buscaba en lugares equivocados. Una de esas noches, más precisamente el jueves 5 de octubre del año 1995, a diez días de cumplir mis dieciséis años de vida, accedí a una invitación que una mujer me había hecho de ir a una reunión de oración. Mi imagen de Dios estaba muy distorsionada; yo creía que Dios era como mi papá, violento, castigador, que me odiaba y por eso permitía todo lo que me sucedió en la vida. A los cinco minutos de entrar en aquella capilla quise salir corriendo. Eran cerca de 40 mujeres carismáticas bailando, cantando, aplaudiendo, tocándote mientras cantaban una canción que decía: “Al hermano que toque bendito será”. Yo tenía el pelo largo, usaba arito y tatuajes; me vestía con pantalones desflecados y usaba una enorme cantidad de pulseras y cadenas que me convertían en un ridículo. Sin embargo, esas mujeres me trataban con un cariño que yo desconocía. Y al tomar asiento estaba la trampa del Espíritu Santo esperándome. Me gusta suponer que esos minutos fueron de temblor en el infierno y de suspenso gozoso en el Cielo. Estaba al borde del momento más decisivo de toda mi vida.

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Un señor con guitarra en mano comenzó a cantar canciones del Amor de Dios. Una de ellas decía “Dios te ama a ti…mucho más de lo que puedas imaginar…mucho más que a la tierra…mucho más que al mar…mucho más que a la estrella…te ama a ti”. Las mujeres me señalaban con el dedo cantándome la canción, mientras yo planeaba la manera de escapar desapercibidamente de ese lugar. Me sugirieron cerrar los ojos. Me convencí que al fin y al cabo ya no tenía nada que perder, así que decidí cerrar los ojos, qué más da, eran solo cinco minutos más en mi búsqueda desesperada por hallar la paz que los placeres no me brindaban. El hombre de la guitarra comenzó a cantar una canción de Martín Valverde llamada Nadie te ama como yo que dice: Cuánto he esperado este momento Cuánto he esperado que estuvieras aquí Cuánto he esperado que me hablaras Cuánto he esperado que vinieras a mí. Yo sé bien lo que has vivido Yo sé bien cuánto has llorado Yo sé bien lo que has sufrido Pues de tu lado no me he ido PUES NADIE TE AMA COMO YO MIRA LA CRUZ ESA ES MI MÁS GRANDE PRUEBA NADIE TE AMA COMO YO… FUE POR TI FUE PORQUE TE AMO NADIE TE AMA COMO YO

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Yo comencé a llorar como un niño al escuchar esta canción. No entendía lo que estaba sucediendo, pero era la primera vez en mi vida que me sentía amado de esa manera. Sentí una especie de abrazo que jamás pude explicar bien, pero era tan real, tan especial. Era el abrazo de mi Papá, era el toque de mi Jesús, era la Presencia sanadora del dulce Espíritu Santo…era Dios que entraba en mi vida para plantar una bandera para siempre. Si bien la conversión no fue de la noche a la mañana, aquella noche mi vida cambió radicalmente. Me supe necesitado por Dios para ayudar a miles de personas a tener esta experiencia que alumbró mi oscuridad. Y acepté. Y me enamoré perdidamente del Dios que me había salvado la vida revelándome mi verdadera identidad. Descubrí mi vocación misionera. Fui sanado por el Señor de mis miles de complejos y empecé a cumplir uno a uno todos mis sueños, en contra de cualquier diagnóstico del pasado o maldición recibida desde niño. Empecé a predicar, en contra de mis crisis de tartamudez; a cantar para el Señor; a estudiar la Biblia, recibiéndome en mi carrera de Teología con la medalla de oro al mejor promedio de todas las carreras del Instituto; a escribir; a ser feliz y disfrutar de la vida en abundancia que el Señor me tenía preparada. Se quién soy y cuánto valgo. Hace un tiempo este Dios hermoso al que me consagré me pidió que pusiera por escrito todo lo que había aprendido acerca de este Amor que conocí, no en teorías, sino en la experiencia personal, y que lo puedo experimentar cada día de mi vida. Así nació

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este libro, que no dudo que será de mucha bendición para tu vida. Mi oración es que al leer cada párrafo de esta obra, seas alcanzado por ese Amor que transforma la vida de las personas…

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Julio de 2008

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Introducción

En el año 2000, a causa de una crisis que tuve, de la cual hablaré más adelante, y que me llevó a alejarme de Dios, una religiosa amiga me prestó el libro del brillante Henri Nouwen titulado “El regreso del hijo pródigo”1. No creo que un libro, después de la Biblia haya influenciado tanto mi vida como este libro. Desde que lo leí, quedé prendado con esta preciosa parábola que narró Jesús y que se encuentra en el Evangelio de San Lucas, capítulo 15, de los versículos 11 al 32. Una parábola que es mal llamada “La parábola del hijo pródigo”, pues el personaje central es, como veremos, el padre de los dos hijos pródigos que se alejan de su amor; por lo cual sería más correcto llamarla “La parábola del padre misericordioso”. Al meterme en el texto, entiendo que yo formo parte de esa especie de novela romántica. Nouwen me enseñó a descubrirme como el hijo menor que se pierde en un país lejano, pero que al regresar a su hogar descubre quién era verdaderamente. No obstante, también me 1

NOUWEN, Henri J.M. The Return of the Pródigal Son. Ed. Bantam Doubleday Dell Publishing Group, Inc. Traducción en castellano, Madrid, 1999. 24a edición.

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enseñó a verme como el hijo mayor, tan cerca de su padre, pero a la misma vez tan perdido en el celo, en el rechazo, en el puritanismo, en la soberbia. Y sin embargo, la gran conclusión de Nouwen es que debemos anhelar convertirnos en el Padre, imitar su compasión, su desprendimiento, su misericordia…su perfección. Desde el año 2000, en que el Señor me motivó a dedicarme a tiempo completo a la predicación del Evangelio, esta cita bíblica se ha convertido en la principal a la hora de dar el anuncio evangélico. De más de 100 mensajes que el Señor me ha inspirado en todos estos años para compartir con mis hermanos, la parábola del padre misericordioso es la que ocupa el primer lugar. Predicándola prácticamente cada semana de mi vida en un lugar distinto durante cerca de siete años, he ido adquiriendo un conocimiento cada vez más enriquecedor del texto bíblico. Y eso, sumado a las revelaciones que he ido teniendo en estos años, ya sea en mi meditación o estudio bíblico, o en mi oración personal, o en la escucha de la predicación de la Palabra de una gran gama de predicadores de todo el mundo, o de la lectura de libros de numerosos maestros de espiritualidad, han ido aumentando mi conocimiento y profundidad acerca del Amor misericordioso de Dios. Razón por la cual decidí volcar lo que he aprendido y dejarlo por escrito para las próximas generaciones.

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Soy consciente de que me falta demasiado por experimentar y saber acerca de Dios; San Agustín dice que moriríamos en el acto si sintiéramos todo el Amor que Dios nos tiene, porque no estamos preparados para recibir tanto amor. También soy consciente de que cada uno de los errores de los hijos de la parábola, son mis propios errores, que he cometido, cometo a diario y estoy por comenzar a cometer seguramente. Por eso la narración de casi todo el libro está hecha en tercera persona del singular. Este segundo libro mantiene el estilo del anterior, ENFRENTANDO LA TORMENTA, con enseñanzas que tienen un fuerte contenido bíblico, matizadas con testimonios personales y elementos psicológicos y espirituales. No es un libro de teología, sino de espiritualidad; pero dicha espiritualidad está enmarcada por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Son las prédicas que he realizado oralmente en cientos de eventos, pero ahora puestas por escrito. Trato de utilizar un lenguaje sencillo que haga fácil la lectura del mismo a nivel universal. Y al igual que el anterior libro, está dividido en dos partes: Perdiendo Identidad y Recuperando Identidad. En la primera parte reflexiono acerca del hijo menor (Lc 15, 11-16) en su alejamiento progresivo de la presencia de su padre que lo hace llegar a la locura de mendigar la comida de los cerdos. Para ello utilizo la figura de una pelea de boxeo con el diablo, el cual nos va golpeando progresivamente hasta hacernos perder la identidad; desde los golpes

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del odio hasta los golpes de andar arrastrados pidiendo que nos quieran. La segunda parte es sin dudas la más emocionante e impactante; es la reflexión del retorno del hijo menor a la casa de su padre, donde es recibido sorpresiva y amorosamente por un padre cuyo amor desconocía. Pero también es la reflexión del recibimiento del hijo mayor, con el que tantos se sentirán identificados. Y finalizo, al igual que mi maestro Nouwen, invitando a imitar la manera de bendecir del Padre. Te pido que me acompañes a recorrer esta apasionante historia de amor que jamás ha podido ni podrá ser superada ni por los mejores cineastas o novelistas de todos los tiempos. Y si eres de los que necesitan de rezar una oración antes de leer un libro, te dejo el estribillo de una canción franciscana llamada “El Trovador”, que está compuesta como si la cantara el mismo Francisco de Asís, y que da a entender lo que sugiere la imagen de la tapa del libro: Yo quiero ser Evangelio viviente, abandonarme en tus brazos Señor, ser como un niño que juega o se duerme, mientras su padre lo envuelve en su amor.

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Primera Parte

“Perdiendo identidad” “Había un hombre que tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: “Dame la parte de la herencia que me corresponde.” Y el padre repartió sus bienes entre los dos. El hijo menor juntó todos sus bienes, y unos días después se marchó a un país lejano. Allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada. Cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad. Fue a buscar trabajo y se puso al servicio de un habitante del lugar que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo” Lc 15, 11-16

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En boxeo se entrena uno para impactar al contrincante de modo tal que este no pueda levantarse del piso, al menos por más de diez segundos. Pasados estos diez segundos, la corona, el título o simplemente el triunfo de la pelea es de uno. Por lo tanto, el gran desafío, la meta final de este deporte es conseguir el knockout, término que en inglés significa fuera de combate. De dejar fuera de combate al contrincante se trata el boxeo. Para ello es imprescindible dar golpes fuertes y en lugares estratégicos de la cara. Ningún boxeador se entrena para dar golpecillos a su adversario. Se entrena para golpear duro. Y no es lo mismo dar un golpe en la mejilla que en la sien, en un pómulo que en el mentón. Los golpes fuertes y bien ubicados pueden desvanecer al contrincante por unos segundos de modo tal que no se pueda levantar del ring antes de que el árbitro haya contado los diez segundos convencionales. En ocasiones, los boxeadores que permanecen en el suelo, sufren un lapso de amnesia temporal, en el cual pierden conciencia de quienes son. De la misma manera, en la vida espiritual, estamos sometidos involuntariamente a una pelea similar al boxeo. Y nuestro adversario, el diablo, está entrenado en el infierno para golpearnos con duros golpes en lugares estratégicos que él sabe bien que nos pueden dejar sin conocimiento. De esa manera, nuestro más radical enemigo, puede lograr uno de sus principales objetivos: hacernos olvidar nuestra identidad.

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Algo similar es lo que sucede en esta parábola del padre misericordioso, más conocida como la parábola del hijo pródigo: comienza a recibir duros golpes que de a poco le van haciendo olvidar quién era y de dónde venía. Poco a poco, los golpes van provocando en él una amnesia temporal que le hacen vivir como un NN, un desconocido…olvidándose que es el hijo de un padre amoroso al cual le sobran las bendiciones. Acompáñame en esta fabulosa historia de amor.

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El cementerio del corazón

El primer tipo de golpes lo vislumbramos en la frase del hijo menor: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. ¿No te llama la atención semejante pedido? ¿No te suena algo raro, algo extraño el reclamo? No se trata de un reclamo de alimento, de cuidado, de afecto; se trata de un reclamo absurdo, se está reclamando nada más y nada menos que una herencia. Pero lo absurdo es que el reclamo es a alguien que aún vive. ¿No se supone que la herencia es algo que se obtiene una vez fallecido el que deja la herencia? De hecho, heredar implica justamente esto, obtener bienes de alguien que ha fallecido. Lo que la parábola nos está dando a entender es algo verdaderamente trágico y que no podemos dejar pasar desapercibido: el hijo menor está considerando

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al padre como si estuviese muerto.2 En algún lugar de su corazón su padre ha fallecido; en algún momento “X” de la historia personal de este muchacho, y por alguna curiosa y desconocida razón, su papá ha muerto en su corazón. El primer golpe del hijo pródigo tiene que ver precisamente con esto: tener un cementerio en el corazón.

Golpe al corazón Recuerda que el gran objetivo del diablo en esta pelea decisiva que tiene en nuestra contra es hacernos perder la identidad. Y qué mejor que empezar con golpes pectorales, golpes claves que nos descoloquen en el cuadrilátero de nuestras vidas. Uno de estos primeros y horribles golpes se llama: odio. Como profesor de Nivel Medio3 que soy, me toca semanalmente estar frente a frente con cientos de adolescentes, cada uno de los cuales tienen a su vez cientos de historias personales, crisis, angustias, depresiones, etc. Y he descubierto que uno de las causas más recurrentes de sus crisis es la relación con sus padres. La adolescencia es una etapa muy especial en la escalada hacia la madurez. En la búsqueda de su propia identidad, el adolescente necesita desprenderse necesariamente de esa dependencia 2

Cf. Kenneth E. Bailey, Poet and peasant and Through Peasant Eyes: A Literary-cultural Approach to the parables, Grand Rapids, Minch., William B. Eerdmans, 1983, pág. 161-162. Citado en NOUWEN, Henry J.M. “The Return of de Pródigal Son”, Op. Cit. 3 También conocida como enseñanza Secundaria, que abarca las edades promedios de doce a dieciocho años.

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que como niño tenía de sus progenitores. Esa es la razón por la cual la gran mayoría de los adolescentes toma una distancia de sus padres, que en muchos casos no es comprendida por estos. Tengo la posibilidad de conversar con tantos padres de alumnos míos que están desesperados porque su hijito ya no es el de antes, “ha cambiado mucho profesor, ¿Qué es lo que le puede estar sucediendo?”- me suelen decir preocupados. Y yo tengo para ellos siempre la misma respuesta: “Es un adolescente”. Tan simple y a la vez tan complejo como eso. Los papás no deben inquietarse tanto por estos cambios en sus hijos adolescentes, es un tránsito el que están viviendo, un paso de la niñez a la juventud. Niñez de la cual necesitan sí o sí desprenderse para demostrar que ya son “maduros”. Por lo tanto, actitudes como la indiferencia, la distancia, el rechazo, aunque duelan, muchas veces son necesarias para su crecimiento. El problema es cuando surge el odio en las relaciones filiales; y entonces esto se convierte en algo patológico; y es precisamente esto lo que cada vez más a menudo se constata en la realidad, que en muchos casos el adolescente odia a su/s padre/s. Y entonces, el gesto permanente de rechazo, o el reclamo de querer vivir solo ya no es algo natural, sino que es la evidencia de algo que ha sucedido hace ya un tiempo: hay un cementerio en el corazón. Son numerosos los casos de personas que odian a sus padres, al punto de no querer saber más nada de ellos. Cada tanto uno escucha frases como:

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“Para mí mi papá está muerto”, “Mi papá ya no existe para mí”, “Yo no tengo madre/padre”. La raíz de semejante odio se puede deber a demasiados factores: desilusión, abandono del hogar, descuido del primer hogar por dedicarse a formar otro, maltrato, agresión verbal y física, etc. etc. El tener que soportar estas situaciones durante un prolongado tiempo hace que empecemos a odiar a quien quizás en un momento de nuestras vidas fue nuestro súper héroe. Ahora bien, el odio no llega aún a ser lo peor, pues el odio lleva aparejado en sí mismo el pensar permanentemente en la otra persona; hay un cierto vínculo que mantiene a la persona viva en el corazón de uno. Y a veces, como dice el dicho: “Del odio al amor hay un solo paso”. La tragedia en realidad comienza cuando se pasa del odio a la indiferencia. Hay un momento en que se hace un quiebre en el corazón. Y entonces comienza el duelo, y uno deja de considerar al otro como un ser vivo. Digo que es una tragedia porque el rencor es como un veneno que nos vamos tomando nosotros pensando que le va a matar al otro, pero lentamente nos va matando a nosotros la alegría, la paz, la felicidad. El rencor es la raíz de tanta amargura que solemos arrastrar por años en nuestras vidas. Y uno reconoce el rencor y la muerte en el corazón del otro por el olor. Te estarás preguntando qué significará esto, ¿no? Déjame colocar un breve ejemplo: si uno tuviese un muerto en el baúl de su auto, durante los dos primeros días no se notaría por

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fuera, pues aún el cadáver no se ha descompuesto. Pero a partir del tercer día ya podría uno percibir algo raro por el olor feo que comenzaría a emanar desde el baúl. El mal olor sería una evidencia concreta de que hay un cadáver. Algo similar sucede (y discúlpame si estoy suscitando en ti el deseo de vomitar) con esos perritos que son atropellados en la ruta, cuyos cadáveres quedan arrojados a la orilla del asfalto; a los días empieza a despedir un olor nauseabundo por el cual uno reconoce fácilmente la presencia de un perro muerto en algún sitio. De igual modo, metafóricamente hablando, nosotros despedimos un olor muy desagradable cada vez que dejamos morir personas en nuestro corazón. Y este mal olor se reconoce en expresiones tales como: - Cambiar el semblante cuando se nombra a esa persona - Hablar mal de esa persona - No querer asistir a los lugares donde te encontrarías con esa persona - Eliminar todo tipo de recuerdos y cosas materiales que te recuerden a esa persona Y otras cosas semejantes son los indicadores claves de que algo anda mal por dentro. Inclusive el ambiente cambia cuando una persona tiene un odio que se convirtió en muerte; como si se destilara una especie de intoxicación ambiental que hace que de pronto una reunión se torne tensa, oscura. Esto es lo que vivió en un momento el hijo pródigo. Su reclamo de herencia era simplemente la señal de algo más profundo: tenía un cementerio en

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el corazón. Y entre los nombres de las lápidas se encontraba lamentablemente el de su padre. Este fue el primero de los golpes que le dio Satanás en el camino hacia la pérdida de identidad. Su astucia consistió precisamente en borrar del mapa personal su historia familiar, pues haciéndole olvidar de dónde venía era fácil hacerle olvidar hacia dónde debía ir. Tú y yo debemos cuidarnos también de este plan de nuestro enemigo personal en su búsqueda desesperada y obsesiva por conseguir nuestro knockout. Debemos cuidarnos de no dejar morir a nadie en nuestro corazón. No hay paz en el alma cuando tenemos algún muerto en el corazón.

El taller del perdón Y si vos que estás leyendo este libro, a esta altura del relato, al comienzo de esta fabulosa parábola del padre misericordioso, te sientes identificado/a, y sabes que tienes a varias personas en tu cementerio personal, quiero que sepas algo: Dios ya lo sabía, y por eso me hizo escribirte estas líneas, para decirte algo que no te va a gustar mucho, pero que es conveniente que lo pongas en práctica para ser feliz: perdona. Sé muy bien lo difícil que es hacerlo. En mis clases, cuando toco este tema del perdón, el 90 % de los alumnos me levanta su mano preguntándome con una especie de desesperación en sus rostros: “¿Cómo se hace Profe? Primero que todo creo que es necesario que entendamos que el perdón es una decisión y no un

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sentimiento como a veces pensamos. Solemos dejarnos llevar por nuestros impulsos sentimentales en esta área; y, como no sentimos ganas de perdonar al que nos dañó, no lo hacemos. Pero perdonar es uno de los actos de la voluntad humana que más nos revelan nuestra condición de hijos de Dios. Hijos libres, y no esclavos de sus instintos. Perdonar nos libera, nos sana, nos devuelve la paz. Pruébalo y verás. Cuando perdonamos a alguien dándole la posibilidad de que resucite en nuestro corazón sentimos el alivio semejante a sacarnos de nuestras espaldas una mochila cargada de decenas de kilos. Ahora bien, hay otras cuestiones que me parece necesario aclarar. La primera tiene que ver con entender que sin la gracia de Dios es prácticamente imposible perdonar bien al que nos ofendió. Necesitamos tener la vida de Dios en nuestra vida para semejante gesto de grandeza; y eso es precisamente la gracia: la vida de Dios en nuestras vidas capacitándonos a dar esos pasos que solos no podríamos dar. Por eso debemos pedir la asistencia y la sanación interior del Espíritu Santo en nuestras vidas si queremos realmente poder perdonar a alguien; más aún cuando se trata de un daño grande el provocado. Pero tampoco es que Dios va a hacer todo, por algo nos creó libres. Debemos dar nosotros el primer paso, la decisión de perdonar. La segunda cuestión que precisa aclaración es que hay dos tipos de perdones: el exterior y el interior. El perdón exterior es el brindar el perdón a alguien cara a cara, ya sea con gestos o con palabras; demostrarle al otro que le perdonamos. El perdón

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interior es perdonar a la persona en mi interior, en mi corazón, independientemente de que le haya expresado frente a frente tal perdón. El perdón exterior no se debe dar así nomás, de buenas a primeras. Es necesario el arrepentimiento del ofensor, y la expresión (aunque sea mínima) de arrepentimiento por su parte. De lo contrario no estaríamos educando a la persona para que cambie su mal proceder. Por eso Jesús indica: “Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo” (Lc 17, 3b). Se está refiriendo al perdón exterior. Pero, en cambio, el perdón interior es independiente del arrepentimiento del sujeto que te ofendió. No depende de él o de los demás, sino de uno mismo. Y como cristianos tenemos el deber de perdonar a los demás interiormente. De allí que Jesús pueda decir desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Cuando Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces hay que perdonar las ofensas de un hermano, Él le indica: “No te digo siete, sino setenta y siete veces” (Mt 18, 21). Es decir, de acuerdo al sentido de la numerología en Israel: SIEMPRE. Siempre debemos perdonar al que nos ofende. Pero aquí se está refiriendo al perdón interior, que se convertirá en exterior cuando sea conveniente, y siempre y cuando lo sea.4

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“Muchas personas son renuentes a mostrar misericordia porque no entienden la diferencia entre confianza y perdón. Perdonar es soltar las riendas del pasado. La confianza tiene que ver con el comportamiento en el futuro. El perdón debe ser de inmediato, lo pida o no quien ofendió. La confianza se reconstruye con el tiempo. Esta requiere llevar un registro. Si una persona nos lastima repetidas veces, Dios nos manda perdonarla al instante, pero no espera que confiemos en ella de inmediato.” (WARREN, Rick. PURPOSE DRIVEN. Editorial VIDA, Lake Forest, E.E.U.U., 2003.18th day)

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Pero el perdón interior es uno de los mandamientos más difíciles que nos dejó el Señor. ¿Cómo perdonar una violación, un asesinato de un ser querido, una traición de quien supuestamente te amaba? ¿Cómo se puede perdonar el maltrato de alguien que te arruinó la vida? ¿Cómo se hace para ofrecerle la paz en el corazón al que te robó, al que te secuestró, al que te hizo un daño irreversible? ¿Cómo se hace? Sin dudas es una de las tareas más difíciles del cristianismo. Y es muy difícil, pero no imposible; si Jesús lo manda es porque podemos hacerlo. Él pasó por esa prueba de tener que perdonar a aquellos que le escupían, que le arrancaban la barba, que le laceraban el cuerpo a latigazos, que se le burlaban cruelmente, que le atravesaban sus manos y pies con clavos. Y lo hizo para demostrarnos que se puede, que no es una utopía el perdón. Si has llegado a esta altura del libro y aún no lo cerraste ni lo arrojaste por la ventana, déjame decirte algo que Dios me pide que te diga: perdona, por favor, perdona. Es una cuestión vital; resucita a tus muertos, dales el perdón interior. Sé que quizás para ti no se lo merecen, porque los consideras personas desagradables. Pero es tu alma la que necesita paz. Quizás tú digas: “Yo sí tengo paz”. Si tienes un cementerio en el corazón te aseguro que no la tienes. Y yo quisiera guiarte para que examines si en la lista que te doy a continuación te sientes identificado/a con algunos de los casos.

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La lista de todos tus muertos Quizás tengas que perdonar a tu papá, al que enterraste por tantos posibles motivos: por haber abandonado el hogar por irse con otra mujer más joven que tu madre, por haberse olvidado de fechas que eran importantes para tu vida, por haberte maltratado tanto a golpes o a insultos, por haber abusado aquella vez de vos por haber destruido la vida de tu mamá por haberse borrado al enterarse de que tu mamá estaba embarazada de vos, por haber hecho toda la vida diferencias entre vos y tu/s hermano/s. Y por tantos otros motivos que han hecho surcos en tu alma a lo largo de los años. Perdónalo; en el Nombre de Jesús, perdónalo. Quizás te hizo tanto daño por el simple hecho de su historia personal que le incapacitó para ser ese padre que debió ser. Ofrécele la paz en tu corazón. Quizás tengas que perdonar a tu mamá, a la que enterraste por tantos posibles motivos: por haber abandonado el hogar por irse con otro hombre más joven que tu papá, por haberte dado en adopción aquella noche en que desesperada y sola no encontró otra solución,

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por haberte maltratado tanto a golpes o a insultos, por haberte desilusionado tantas veces de mil formas, por intrometerse tanto en tu vida y en la de tu pareja, por haber hecho toda la vida diferencias entre vos y tu/s hermano/s. Y por tantos otros motivos que han ido levantando una lápida en tu alma a lo largo de los años. Perdónala; en el Nombre de Jesús, perdónala. Quizás no fue la madre que hubieras anhelado tener, pero es la madre que Dios permitió y eligió que tuvieras. Ofrécele la paz en tu corazón. Quizás tengas que perdonar a tu hermano/a de sangre, al que enterraste por tantos posibles motivos: por haberte traicionado con la persona que tanto amabas, por haberse burlado toda la vida de tu forma de ser, comparándose con vos, por haberte provocado ese accidente que hoy te ha incapacitado para tantas cosas, creándote un complejo de inferioridad por haberse robado siempre el cariño de tus padres por tratarte siempre mal y agarrársela con vos cada vez que estaba mal. Y por tantos otros motivos que han hecho que lo veas como a un desconocido a lo largo de los años. Perdónalo/a; en el Nombre de Jesús, perdónalo/a. Quizás, detrás de aquel monstruo se encuentra una

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persona con mil crisis a la que nunca conociste en profundidad, y que siempre te ha amado con un amor que no supo demostrar. Ofrécele la paz en tu corazón. Quizás tengas que perdonar a tantas personas que te hicieron daño a lo largo del camino y que tal vez ni te has dado cuenta que están allí, en algún rincón del corazón con una linda lápida que dice QEPD (Que En Paz Descanses): A aquel familiar que te manoseó, o que traicionó el honor de la familia. A tu ex esposo/a a quien, luego de aquella infidelidad, o de aquella reacción violenta no quisiste saber más nada de él/ella. A ese novio o esa novia que jugó con tus sentimientos y te usó haciéndote sentir un trapo de piso. A aquel jefe, profesor o líder que se burló de ti, humillándote, no dándote la posibilidad que tanto anhelabas. Y a todos los que de mil maneras te robaron, te mataron, le hicieron daño a tus seres queridos, te mintieron, te estafaron, te endeudaron…te destrozaron la vida. A todos tus muertos, por favor, en el Nombre precioso de Jesús: Perdónalos, ofréceles la paz en tu corazón. Pero, finalmente tengo que guiarte a que perdones y resucites a dos personas que también necesitan de tu perdón:

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A vos mismo. Perdónate todos los pecados que cometiste. Luego de tu arrepentimiento, Dios no sólo te perdonó, sino que se ha olvidado inclusive de que te perdonó. El que aún no se ha perdonado eres tú. Y vivís con un permanente sentimiento de culpa; y te ves a ti mismo como alguien horrible, como un fracasado, como un pecador. Resucítate a ti mismo. Abrázate a ti mismo en un gesto de reconciliación con tu persona. ¿Por qué piensas que no te puedes haber equivocado así? Deja ya de flagelarte, de condenarte por aquel acto del pasado. Tu pasado no puede hipotecar tu presente ni anular tu futuro. Por favor, en el Nombre de Jesús, perdónate a ti mismo. Ofrécete la paz en tu corazón. Y a la última persona que te voy a suplicar que perdones es nada más y nada menos que a Dios. Se que te suena raro, y dirás: “¿Yo perdonar a Dios?”. Claro que sí. También Dios puede estar viviendo en el panteón privado de tu corazón, con una inscripción en la lápida que dice: “Dios, el que me quitó lo mejor de mi vida”. Muchas veces guardamos un rencor oculto a Dios porque pensamos: que no quiso impedir aquel trágico accidente; que no fue capaz de sanar esa enfermedad mortal que se terminó llevando a mi ser querido; que es un ser sumamente injusto al permitir que tantas personas buenas tengan que sufrir la miseria y el dolor, mientras que la gran mayoría de los delincuentes disfrutan de una vida cómoda y placentera; que jamás ha escuchado uno sólo de mis ruegos;

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que es una gran estafa eso de que es un gran amigo, porque no estuvo presente cuando más lo necesité… Por ello quiero pedirte encarecida y finalmente que le perdones también a Dios. Él es sabio y bueno a pesar de todo; y un día entenderemos la razón de ser de tanto sufrimiento. Entonces de seguro le daremos gracias eternamente por permitir tantas tormentas en nuestras vidas5. Perdónalo a Dios. Ofrécele la paz en tu corazón. El hijo pródigo de esta maravillosa parábola recibió un golpe decisivo en su camino hacia la perdición: el odio y la muerte en el corazón. Luego de ello le será fácil, e inclusive agradable el marcharse del hogar. Todo lo que tuvo que vivir después fue sólo una consecuencia de este primer golpe. Tú no tienes que dejar que el diablo te de ese primer golpe, no permitas que haya tumbas en tu interior. Los panteones son lugares oscuros y desagradables. Han sido considerados como los lugares más tristes del mundo, en una encuesta a nivel mundial. A nadie se le ocurriría hacer una fiesta en un cementerio. Jamás invitaría a mi mujer diciéndole: “Mi amor, ¿quisieras que esta noche vayamos a festejar nuestro aniversario a la lápida 15 del cementerio San Vicente?”.

5

Cf. ESCUDERO, Sebastián. ENFRENTANDO LA TORMENTA. Ed. Mensajeros de Jesús. Cba, Arg. 2007

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Por eso es que debemos resucitar urgente a todas las personas que están ocultas en aquel lugar horrible de nuestro ser llamado el cementerio del corazón.

2.

El país lejano

El segundo golpe que recibió el hijo pródigo lo encontramos en la frase: “El hijo menor juntó todos sus bienes, y unos días después se marchó a un país lejano” El hijo desea fervorosamente romper todo vínculo con su padre. Y un mal día decide mandarse a mudar de su hogar. ¿Rumbo a qué sitio?: “a un sitio alejado en donde no reciba información sobre aquel al que considera como un anciano estúpido”. Y el amor del padre, a quien el corazón se le está destrozando bruscamente, no puede impedirle que se marche. Iría en contra de su libertad.6 A nivel espiritual, sucede lo mismo cuando un día, cansados de seguir la voluntad de Dios, enojados con Él, luego de enterrarlo en nuestro cementerio del corazón, decidimos juntar nuestras cosas y huir de su amor, de su presencia. Y Dios, que nos creó libres, respeta nuestra decisión, pues ha decidido desde la eternidad no 6

Cuando Jesús remarca que el padre repartió la herencia entre los dos hermanos y le dejó la puerta abierta para que se marchara del hogar está mostrándonos el valor que tiene para Dios el precioso don de la libertad con que nos creó. Y en esa misma libertad se juega también la posibilidad de ser feliz o de elegir una vida de infelicidad: “Te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Deut 30, 19) Notemos que esta sugerencia que nos hace a elegir la vida no es una manipulación, pues en ese caso estaría considerándonos unos títeres suyos; se trata del afán que tiene por vernos felices. Pero nos creó con la capacidad de elegir lo contrario. Y aún así, la libertad que nos otorgó seguirá siendo un bien mayor que cualquier opción que escojamos.

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tener marionetas humanas que respondan como un robot a su voluntad. Quiso sujetos libres que lo eligieran por su propia decisión. Pero esa libertad, estaba sujeta a la trágica posibilidad de que un día ese hijo amado se marche de sus brazos, y elija un país lejano en lugar del hogar que se le ofrece. El segundo golpe de Satanás es un poderoso golpe en la sien, lo suficientemente fuerte como para empezar a lograr una amnesia, una progresiva pérdida de la identidad. Un país lejano es un lugar donde uno no es reconocido, ni amado, ni esperado. Donde eres simplemente un extranjero, un extraño transeúnte a quien hay que mirar con una cierta desconfianza; donde nadie conoce tu historia, donde se valoran tus talentos sólo interesadamente; donde se habla con otros códigos, donde se vive otra cultura, donde tienes que ganarte el aprecio de la gente; donde tienes que vivir luchando para ser “alguien”. Me toca viajar semanalmente a predicar a distintos sitios, y tengo la convicción que un día el Señor me llevará a anunciar su luz a los lugares más recónditos del planeta. Pero también sé que en ningún lugar estaría tan cómodo como en mi hogar. Y no cambiaría el cálido ambiente de mi hogar ni por los mejores palacios del mundo entero. Es que el hogar es único. En el hogar uno puede sacar lo peor y lo mejor de uno, y saber que a pesar de todo te van a seguir amando de la misma manera, porque te aceptan así, como sos. En el hogar uno se puede sacar los zapatos y caminar descalzo sin miedo

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a que te discriminen por tu falta de formalidad. En tu hogar no eres uno más, eres el “amado”, el querido, el que tiene un lugar importante, el que es imprescindible, por el simple hecho de ser único. Uno puede ser uno más quizás en la fábrica, en el colegio, en la universidad, etc. Pero en el hogar uno no es uno más; en el propio hogar uno tiene un nombre y un apellido, y hasta un sobrenombre cariñoso. En el hogar hay fragancias que te hablan de pertenencia. En el hogar, esa persona que te ama te habla con esa “vocecita” especial, esa voz dulce que te hace sentir tan cómodo, tan niño, tan amado, tan inocente…es un código que sólo vos y esa persona conocen. Recuerdo que hasta los veinticuatro años, en que tuve que despedir a mi mami rumbo a su verdadero Hogar celestial, escuché su vocecita hablándome como cuando era un niño; y no me avergonzaba para nada el hecho de ser ya maduro y que ella me siguiera hablando de esa manera. Por el contrario, era nuestro lenguaje preferido. De hecho, hasta el día de hoy extraño horrores escuchar “esa voz”, ese sonido, ese amor que me devuelve la identidad. Mientras escribo estas líneas una lágrima está rodando por mis mejillas del sólo hecho de estar recordando aquella vocecita dulce de mi mamá esperándome en su cocina con esos ricos mates. Nos queda pendiente un abrazo en la eternidad, y tengo la convicción que ella me hablará aquel día con esa vocecita tierna con la que siempre me habló en la intimidad. Es que no existe lugar más cómodo que el HOGAR.

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Golpe letal Hasta que un día nos golpea Satanás invitándonos a recoger todas nuestras pertenencias y marcharnos del único lugar en el que somos amados. Y el primer efecto de este segundo golpe letal es la sordera. Ciertos golpes en la sien pueden provocar pérdidas de audición temporaria; y luego uno siente como un ligero zumbido interior que te no te permite escuchar adecuadamente. No escuchar bien no parecería a simple vista una señal de peligro para un boxeador, pues cosa seria de considerar sería más bien perder la vista. Pero no es para preocuparse el no poder oír bien mientras uno está luchando. Y esto es verdad hasta cierto grado. No llega a ser demasiado preocupante perder por un momento la audición, es verdad. Aparentemente, inclusive, puede llegar a ser conveniente silenciar las voces externas para estar más concentrado en la pelea. El problema es que entre las voces externas están las de aquellos que te alientan a permanecer de pie, a golpear más duro, a volver a levantarte cuando te has caído. Y no escuchar el aliento de los demás, en ocasiones, puede ser la derrota inminente de tu combate. Pero hay algo peor aún que el hecho de perder por un momento la audición: el hecho de empezar a escuchar un zumbido interior que te molesta y te irrita, que te desconcierta y te mantiene desenfocado de tu pelea, que te provoca dolor y mareo. En definitiva, es el síntoma de que acabas de recibir un

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golpe letal que en pocos minutos te conducirá irremediablemente a la lona. En la vida del hijo pródigo de la parábola, este golpe tiene un nombre: marcharse de su hogar a un país lejano. De pronto, se alejó de esa voz tierna que le decía cada día de mil maneras distintas que era amado, que era valioso, que era predilecto, que era especial, único. Y esa sordera lo fue llevando a buscar esa voz en otras cosas y en otras casas. Pero peor aún, de la sordera fue conducido al zumbido maldito que le comenzó a susurrar que ya no valía nada, que si quería que lo amaran debería ganarse el aplauso de la gente, que si quería el cariño de alguien tendría que pagarle a una prostituta, que si quería ser feliz debía refugiarse en los placeres que provocan las adicciones…empezó a escuchar las voces que lo más tarde lo iban a conducir al chiquero, al vacío, a la soledad, a la perdición total. Vos y yo a menudo y sin darnos cuenta recibimos de estos golpes llamados abandono del hogar, llamados sordera espiritual, llamados zumbidos infernales.

La sordera espiritual Nos alejamos del hogar cada vez que dejamos de escuchar la voz de Dios que nos dice que nos ama predilectamente, que somos sus preferidos, que a su lado, y sólo a su lado seremos plenamente felices. Entonces, al no escuchar esa voz nos perdemos bien lejos de ese AMOR. Y empezamos a recibir

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invitaciones para hospedarnos en otros lugares que nos quieren hacer creer que van a saciarnos. Es entonces cuando queremos empezar a tapar los vacíos que tenemos en el alma al haber abandonado el verdadero hogar. Y nos aferramos a los placeres de este mundo: empezamos a tomar desmedidamente, a drogarnos, a buscar nuevas experiencias emocionales de todo tipo, a darle rienda suelta al libertinaje sexual. Compulsivamente comienza la búsqueda desesperada por llenar un vacío que jamás se llena de esa manera. Y al no encontrar la plenitud ansiada en este sitio uno corre desesperado al otro, tratando de descubrir la clave de la autorrealización. A otros menos tendenciosos no les atrae tanto el apetito sexual, ni la droga, ni el alcohol, ni el llevar una vida alocada. Pero tratarán de igual modo de tapar el gran “vacío existencial”. Y lo harán con recursos sutiles como es el hecho de TENER. Solemos pensar que el sólo hecho de tener más nos dará la felicidad tan ansiada. Entonces corremos a llenar nuestras casas de artefactos, y nos compramos el último modelo de celular, y la mejor ropa, y los adornos más bonitos para la casa, y un auto cero kilómetro, y etc. etc. Y resulta que detrás de esas comodidades, la señora plenitud aún tampoco se encuentra. El vacío permanece a pesar de tener todas las necesidades materiales satisfechas. Entonces pensamos que se trata de tener títulos. –“¡Claro! ¡De eso se trata!”- gritamos contentos pensando que esa es la solución. Y el título nos otorga prestigio, poder, derechos, privilegios, orgullo y otros beneficios más. Pero ninguno se llama plenitud.

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-¿Cómo es posible? Y entonces ¿Dónde encontraré la felicidad?- nos repetimos una y otra vez angustiados. Y desde el corazón se escucha una vocecita suave que nos dice: “YO SOY TU PLENITUD”. Pero vos y yo estamos sordos como para oírla. Entonces continuamos la odisea hacia la plenitud. Y empezamos a ver la plenitud en términos de “algún día”. Nos decimos a nosotros mismos: “Seré pleno cuando conozca al amor de mi vida” Pero conocemos al amor de nuestra vida y la plenitud no llegó. Entonces decimos: “Seré pleno cuando me case con el amor de mi vida” Pero nos casamos con el amor de nuestra vida y la plenitud no llega. Entonces decimos: “Seré pleno cuando tenga un hijo, claro que sí” Pero tenemos el hijo soñado y la plenitud no llega. Entonces decimos: “Seré pleno cuando vea a mi hijo realizado” Pero un día vemos a nuestros hijos realizados y la plenitud no llega. Entonces se nos va la vida y nos damos cuenta que jamás fuimos plenos. Es que buscamos en lugares equivocados. San Agustín llevó una vida desordenada y alocada hasta pasados los treinta años de vida. Él fue un hijo pródigo de su Padre Dios buscando en lugares equivocados lo que sólo en un lugar podría hallar. Buscó en el placer del sexo, en la falsa seducción de las sectas, etc. Y años después de haber

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encontrado la verdadera felicidad, siendo ya un santo Obispo de Hipona, al norte de África, escribe uno de sus más impactantes libros: “Las Confesiones”, donde relata el largo itinerario de su búsqueda de saciedad que lo llevó a los brazos de Dios. Al comienzo del mismo se encuentra una frase lapidaria, que a mi modo de ver, sintetiza en gran manera las decenas de capítulos de la obra: “Hemos sido creados para ti Señor y nuestro corazón permanece inquieto mientras no descansa en ti”7 Esta frase pasó a la posteridad sin sufrir desgaste alguno con el correr de los siglos convirtiéndose en una de las frases más citadas de los Padres de la Iglesia. Quizás el motivo de su trascendencia tenga que ver con la profunda verdad que revela: que Dios, nuestro creador, ha decidido crearnos con un vacío que sólo Él puede llenar. Más adelante, en la obra del santo de Hipona se encuentra otro fragmento de poderoso impacto, en el cual, a través del estilo poético que caracteriza el libro, se puede ver claramente cómo él mismo vivió en su propia experiencia personal esta verdad de la inquietud que provoca el hecho de no tener a Dios en su vida: “¡Tarde te amé, belleza tan antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te andaba buscando. Me lanzaba todo deforme entre las hermosuras que tú creaste. 7

San Agustín. Las Confesiones. Libro I, cap.1, 1.

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Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste, y más tarde me gritaste, hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté de tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste, y con tu tacto me encendiste en tu paz.”8 Uno de mis mensajes preferidos a la hora de predicarles a los adolescentes y jóvenes sobre el tema de la felicidad se titula: “Felicidad versus Plena felicidad”. Siempre explico que no es lo mismo ser felices que ser plenamente felices. La palabra plenitud tiene que ver con estar saciado, estar satisfecho, tener quietud en el alma, paz. Ahora, esta plenitud sólo se encuentra en los brazos de Jesús, por eso Él nos dice en las Escrituras: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en plenitud” Jn 10, 10b A la mujer samaritana le dice: “El que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed” ( Jn 4, 14) 8

Ibíd. Libro X, Cap. XXVII

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Sólo Él puede saciar las necesidades más profundas de nuestro ser. Es cierto que cualquier famoso al que uno le preguntara si es feliz nos respondería: “por supuesto que lo soy”. Pero sólo teniendo a Jesús podemos ser plenamente felices; la paz abundante no se encuentra ni en el placer, ni en el tener, ni en las comodidades de la vida, ni en el acumular títulos, ni en la fama, ni en los planes e ilusiones para el futuro, ni en alguna persona siquiera. La paz abundante de la plenitud se encuentra en una vida de comunión con Dios. El salmo 16, 11 dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo, delicias para siempre a tu lado” Ese tipo de gozo se encuentra en el hogar, se encuentra en la oración, se encuentra cuando estamos haciendo la voluntad de Dios para nuestras vidas; se encuentra cuando le servimos a Dios en la persona de los que más lo necesitan; se encuentra cuando morimos a nuestro yo para entregarnos a los demás por amor de Dios. Ese tipo de gozo es el que le arrebató el diablo al hijo pródigo de la parábola en ese segundo golpe que le dio en la sien. De pronto se encontró en el país lejano sordo a la voz de su verdadera paz, de su auténtica felicidad. Y corrió desesperado en el sentido contrario: en lugar de volver a su hogar, perdió la brújula, comenzó a perder la identidad; y se dirigió hacia otro lado en busca de ese “amor” que le devolviera la tranquilidad. Pero jamás lo hallaría allí.

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La gran mayoría de las prostitutas, drogadictos, alcohólicos y viciosos han recibido este golpe maestro del demonio. Y quizás se les vaya la vida corriendo en el sentido contrario a lo que están buscando. Ellos buscan la paz, la quietud, la verdadera felicidad, alguna experiencia que los plenifique y que los deje saciados. Pero probablemente estén sordos a causa del impacto del golpe como para escuchar la voz que resuena dulcemente en su interior: YO SOY TU PLENITUD.

Zumbidos infernales La otra consecuencia drástica de este segundo golpe infernal es peor que la anterior. Una cosa horrible es perder la audición y otra cosa peor aún es escuchar voces gritándonos interiormente. Y es más grave todavía si las voces que escuchamos vienen del seno del mismísimo infierno. Esto es lo que vivió el hijo pródigo al marcharse de su casa; de pronto empezó a sentir voces dentro suyo que le susurraban sutilmente que iba por buen camino, que si quería ser feliz debía elegir el placer, el tener, los títulos…todo aquello que hablábamos anteriormente. Y le animaba diciéndole: “Adelante, ¡Vas bien! Ese es el camino” Y a cada paso le zumbaba de nuevo en el oído gritándole: “Disfruta de la vida de esta forma” “Con el dinero que tienes puedes ser plenamente feliz, no necesitas nada más” El mismo Jesús experimentó estos zumbidos en su interior. Cuentan los Evangelios que mientras Jesús recibía el bautismo de Juan en el río Jordán, el

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cielo se abrió y descendió el Espíritu Santo sobre Él, y al mismo tiempo se oyó la voz del Padre diciendo: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt 3, 17). Este cuadro trinitario es una imagen del Hogar de Jesús, de su Comunidad de Amor, de los brazos en los cuales hallaba su verdadera “identidad”. Pero inmediatamente dice la Palabra de Dios que Jesús es conducido por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado por el diablo. Y luego de cuarenta días y cuarenta noches sintió hambre. Entonces se apareció el oportunista tentador. Y comenzaron los zumbidos: “Si eres el Hijo de Dios…” Fíjate en la astucia del enemigo: le quiere hacer dudar acerca de su verdadera identidad; quiere hacerle olvidar la voz que había escuchado en el Jordán hacía un poco más de un mes atrás. “Ordena…arrójate desde aquí…haz esto, haz aquello…”. Le pide que dé una demostración de su valor, de su poder; le quiere hacer creer que su valía radica en el hecho de hacer algo, de utilizar sus talentos; le invita a impresionar a los demás con su poder divino; le quiere hacer sacar provecho del poder que acaba de recibir. “Convierte a las piedras en pan”. Le quiere hacer cambiar el orden de las cosas; le invita a mudarse en medio de las crisis, a que elija lo más fácil, a que se deje llevar por sus instintos, que se deje gobernar por sus necesidades. “Póstrate delante de mí y adórame”. Y esta última tentación que nombra Mateo da una evidencia

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de que el que tiene un problema de autoestima baja y de inseguridad en realidad es el mismo Satanás. Necesita a toda costa sentirse superior a Jesús, lo quiere ver aunque sólo sea por una vez en la historia por debajo de él. Es él el que tiene una necesidad de que le hagan reverencia para levantarle el ego. Pero Jesús no se doblegó ante ninguna tentación, ante ninguno de sus zumbidos infernales. Y la clave fue que Él sabía muy bien quién era. Cuando uno sabe muy bien de su valía no tiene necesidad de andar haciendo demostraciones por allí; no necesita andar mendigando el aplauso, ni las caricias, ni los elogios. A Jesús no le hacía falta usar su poder para impresionar a los demás; tampoco perdió el tiempo demostrándole al diablo que sí era el Hijo de Dios; simplemente porque no le hacía falta demostrar nada, Él sabía muy bien quién era. Jesús sabía que no debía moverse de su lugar, que si confiaba en su padre, Él se ocuparía de abastecerle sus necesidades. Y así fue: los mismos ángeles vinieron a servirle en el desierto. A Jesús le tiene que haber dado lástima la falta de identidad del diablo, que necesitaba por cualquier medio posible compararse con Jesús y sentirse superior. Yo puedo imaginarme a Jesús mirándolo con pena, y diciéndole con voz triste: “¡Pobre diablito, pobre!”. El zumbido del diablo no fue lo suficientemente poderoso como para borrar la voz de Dios diciendo: “Este es mi Hijo muy Amado, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

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Ahora bien, que el diablo no pueda con Jesús no quiere decir que no pueda con nosotros. Y como él sabe que a nosotros quizás sí pueda hacernos caer, varias veces al día viene a nuestros desiertos personales y nos tienta con las mismas tentaciones que a Jesús: “Si eres inteligente debes demostrárselo a todos sacándote excelentes notas” “Si eres macho no se te ocurra llorar” “Si eres bueno demuéstralo llevando una conducta intachable” “Si eres una persona que merezca ser querida demuéstralo haciendo todo perfecto” “Si eres realmente una persona feliz no puedes jamás mostrarte triste ni amargado” “Si eres una persona alegre debes vivir con esa sonrisa en la cara” “Si eres un hijo de Dios no pueden existir tragedias en tu vida, por lo tanto no cuentes a nadie tus fracasos” “Si eres una persona importante demuéstralo hablando de tu éxitos” “Si eres una persona talentosa demuéstralo ganándote el aplauso de la gente haciendo lo que sabes hacer” “Si eres…si eres…si eres” Es esa la eterna tentación del diablo. Él sabe lo que tú vales, pero su trabajo consiste en hacer que vos no lo sepas, que lo pongas en duda, que lo olvides. Entonces te quiere hacer creer que empezarás a ser alguien cuando.

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Es su tentación más antigua, la que le hizo a Eva en el Edén; y es tan poco creativo el pobre que no ha podido cambiar el estilo. También a Eva le dijo “Si realmente quieres ser como Dios debes comer del árbol …” Eva ya era como Dios, había sido creada a imagen y semejanza de Dios, ya disfrutaba de su amor, de su paternidad, de sus cuidados, era libre y tenía razonamiento, era la máxima creación que Dios había puesto sobre la Tierra, tenía autoridad sobre todo lo creado. Pero el astuto le hizo creer que tenía que “hacer algo” para llegar a serlo. Y vos y yo también le creemos a veces sus mentiras, y es entonces cuando comenzamos a buscar desesperadamente impresionar a los demás, pensando que así lograremos ser realmente importantes. Y empezamos a llamar la atención compulsivamente haciéndonos los payasos o los sufridos. Estamos inseguros de quiénes realmente somos y buscamos el aplauso, el título, el éxito, la aprobación, el reconocimiento…como prueba de nuestro valor. Soñamos con ser exitosos, famosos, ovacionados…cuando en realidad ya lo somos, inclusive desde antes de existir. El éxito, la buena conducta, el hacer bien las cosas, el hecho de destacarse en algo, etc. no son cosas que me “hagan ser alguien”, sino que son, en todo caso, evidencias de que “ya lo soy”. Y cuando uno conoce su identidad, como Jesús, no necesita demostrársela a nadie, porque se está bien seguro de quién es y cuánto vale. Cuando sabemos lo que valemos, si por alguna razón no tenemos éxito, ni nos salen bien las cosas, ni tenemos las miradas, ni los aplausos de los demás,

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no caemos en la depresión ni en la angustia, ni en la baja autoestima, porque sabemos quiénes somos más allá de las circunstancias de la vida. Ahora bien, qué tragedia es vivir impresionando a los demás. Descubro esta tentación en mi vida como una de las más fuertes y recurrentes. Cada tanto me descubro tratando de impresionar a los demás demostrándoles mis dones. Entonces, comienzo a cantar pensando que a alguien le estaré impresionando. Y lo mismo pasa en algunas ocasiones cuando predico, cuando juego al fútbol, cuando le cuento a alguien sobre mis grabaciones musicales, sobre mi libro, sobre mi agenda repleta de presentaciones, conciertos y recitales; cuando oro en público, cuando hago un dibujo, cuando cuento alguna anécdota, cuando pronuncio frases en inglés…Es increíble la cantidad de veces que caigo en la cuenta que estoy tratando de impresionar a los demás. Y es en esos momentos, cuando estoy actuando así, cuando descubro en mi propia vida una triste verdad: que me he ido del corazón de Dios a un “país lejano”, y que estoy “malgastando los talentos” que Dios me dio.

3.

Malgastando los talentos

El tercer golpe que recibe el hijo pródigo lo encontramos en la frase que coloca el evangelista: “…allí malgastó su dinero llevando una vida desordenada”.

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Recordamos que hasta ahora el diablo le había acertado dos golpes muy impactantes al hijo menor de la parábola: en el pecho y en la sien. El siguiente golpe será un golpe en el rostro, más precisamente en el tabique, pero tan fuerte que lo dejará tirado por primera vez en el piso casi sin fuerzas para continuar luchando. Este tercer golpe es el comienzo del fin. Acompáñame para que veamos juntos esta parte interesante de la pelea. Como consecuencia de la sordera espiritual y de los zumbidos infernales el hijo pródigo comenzó a malgastar su herencia, sus bienes, su dinero. El dinero no es malo en sí mismo; lo que hacemos con él es lo que lleva consigo un valor. Podemos usar el dinero para comprar medicamentos para alguien que los necesite, y entonces estaríamos dándole un correcto uso. Pero también podemos utilizarlo para comprar armas para atacar a alguien, y entonces estaríamos malgastándolo. Esto mismo es lo que hizo el joven pródigo: malgastar el dinero que había recibido de su padre, en prostitutas (Cf. Lc 15, 30). Y esto mismo es lo que vos y yo solemos hacer cuando dejamos de escuchar la dulce voz celestial diciéndonos: “eres mi hijo muy amado, en quien tengo puesta toda mi predilección” y le prestamos demasiada importancia a la voz del diablo que nos grita que ya estamos jugados, que no nos queda otra salida que refugiarnos en los placeres. Nuestra herencia no consiste precisamente en dinero, sino más bien en dones, habilidades y talentos que nuestro Creador nos otorgó para que le demos un correcto uso. Pero nosotros a veces preferimos usarlos para otros fines.

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Pozos agrietados Dice el Señor: “Doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos agrietados que no retendrán el agua” (Jer 2, 13). He aquí la gran tragedia del hijo pródigo: abandonar su hogar y buscar la felicidad en sitios equivocados que sólo le dejan más vacío aún en su corazón. Su gran error había sido huir así de su hogar; pero ahora cae en un segundo y tremendo error: cavar un pozo agrietado a través del cual se desperdiciará la fortuna que le había entregado su padre. Vos y yo también solemos hacernos equivocadamente pozos agrietados por los cuales vamos malgastando los talentos que el Señor nos regaló para su gloria, para el servicio de nuestro prójimo y para que se cumpla su propósito de felicidad en nuestras vidas. A veces preferimos malgastar nuestros talentos. Malgastamos nuestros talentos cada vez que buscamos impresionar a los demás demostrando lo que sabemos hacer. Esa búsqueda compulsiva que tenemos a veces de ser aplaudidos, de tener éxito, poder, de ser famosos, de escuchar que pronuncian nuestro nombre. Y a veces para conseguirlo somos capaces de recurrir a lo que sea: exageradas mentiras, soborno, manipulación, degradación del otro, etc. Ciertamente todos los seres humanos llevamos en nuestra naturaleza la necesidad de ser

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reconocidos, más aún, es una de las más básicas necesidades del hombre. El problema es cuando hacemos pasar nuestra valía por el reconocimiento recibido de los demás. Es un verdadero infierno hacer depender nuestro valor de lo que los demás opinan de nosotros, e inclusive de nuestro propio punto de vista. Es como si fuéramos una gran pizarra blanca sobre la que los demás van colocando su opinión acerca de lo que valemos; y siempre se encontrarán bien variadas las opiniones, desde el que adulándote te considere quizás como a un dios, hasta el que te catalogue de un ser miserable y estúpido que no merece existir. Imagínate por un instante que infierno sería vivir dependiendo de los demás para ser feliz. Por momentos tendríamos picos de felicidad y de pronto caeríamos en el abismo de la depresión. Seríamos como un barco sin timón que anda a la merced de las olas del mar y del viento. ¡Qué cosa más horrible! Ni siquiera la opinión de nuestros seres más queridos debe ser el parámetro de cuánto valemos. También entre nuestros parientes, amigos y compañeros se encuentran opiniones bien dispares acerca de nosotros. Nuestros padres, un día cansados de nosotros pueden llegar a insultarnos duramente; nuestro cónyuge un día que se levantó cruzado puede decir de nosotros palabras hirientes y tener una opinión horrible de nuestra persona; nuestros amigos un buen día pueden opinar que somos un desastre y hacernos sentir poco valiosos. Trato a diario con tantos adolescentes cuyo estado de ánimo depende de la opinión de los demás.

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Si el chico o la chica que les gusta los miró con cariño es motivo más que suficiente para tener una jornada brillante, feliz. Ahora bien, al día siguiente el mismo sujeto le es indiferente sin darse cuenta, y eso es un motivo más que suficiente para sentir que su vida ya no tiene sentido. Te parecerá exagerado, pero es así. En su necesidad de reconocimiento los adolescentes suelen invertir horas y horas en su computadora o en un cyber esperando que del otro lado de la pantalla alguien le califique la última foto que subió al metroflog de sexy. Y gran parte de sus amarguras son productos de cuestiones referidas a su falta de autoestima personal. No obstante, los adolescentes no son los únicos que viven pendientes de los demás; no lo son en absoluto. También conozco personas con más de veinte años de matrimonio que su gozo depende del trato que le dé su esposa o su esposo. Imagínate que tragedia tan grande es esta; más aún, es una verdadera esclavitud. Y de allí vienen frases como: “Vos no me hacés feliz” que son reproches de alguien que ha puesto una expectativa errónea en el otro. Evidentemente el otro no te puede hacer feliz, y no tiene por qué hacerlo; pues no existe ningún sujeto en este planeta, por más perfecto que sea, que pueda satisfacer todas y cada una de tus necesidades. La felicidad no la encontraremos jamás en lo que recibimos de los otros, la felicidad tiene más que ver con una toma de conciencia de quiénes somos, de cuánto valemos, de cuál es nuestro lugar en este mundo. Y en todo caso, la Palabra de Dios nos enseña que “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20, 35)

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Este valor tampoco nos viene dado de lo que nosotros pensamos de nosotros mismos. De hecho, también nosotros tenemos un pésimo criterio a la hora de valorarnos. Podemos pasar fácilmente de sentirnos el tapón del océano a deprimirnos en el más profundo valle de lágrimas; de creernos superiores a los demás a sentirnos una rata al compararnos con el primero que se nos cruza. Los seres humanos, a causa del pecado original, llevamos en nuestra naturaleza una herida en la autoestima personal. Estamos inclinados interiormente a considerarnos menos que los demás, a pensar que no valemos mucho, que no podremos lograr nuestros desafíos, que no merecemos ser felices, que no somos tan lindos como nos describe el que nos ama tanto. A lo largo de nuestras vidas hemos ido acumulando una serie de complejos de inferioridad de todo tipo: desde sentirnos feos, gordos, flacos, petizos, enanos…hasta aquellos complejos de inferioridad material por sentirnos que no tenemos una buena condición económica, o de inferioridad intelectual, por sentir que somos ignorantes, o de inferioridad de salud por sentirnos tan enfermos al lado de la gente sana. En una ocasión un alumno me hizo una pregunta muy interesante luego de una de mis clases sobre este tema de lo mucho que valemos. Me dijo: “Profe, ¿No nos está induciendo a ser soberbios con lo que nos enseña?” Y recuerdo que yo le respondí con mucho cariño: “Quizás sí, pero con lo que les predico solo llegarán a ser normales. Lo que pasa que la balanza está muy despareja. Sólo intento poner un poco de equilibrio en sus vidas” Nunca supe si me

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habrá entendido lo que quise decirle, pero lo que se es que realmente nunca me siento culpable de predicar enérgicamente acerca de que somos muy importantes, pues todos los seres humanos, aún los más sanos en su autoimagen, tienen un monstruo interior que les vive susurrando que no son lo suficientemente valiosos. Por eso, si antes decíamos que era una tragedia depender de la opinión de los demás, ahora te quiero comentar que depender de uno mismo para descubrir el verdadero valor es un imposible. Jamás podremos decirnos nosotros a nosotros mismos quiénes somos ni cuánto valemos. No lo conseguirá ningún ejercicio de control mental, ni de estudio de metafísicas del ser individual, ni eneagramas, ni talleres de autoconocimiento, ni terapia psicológica alguna.9

La opinión que vale la pena Es que el único que puede decirnos quiénes somos realmente es aquel que nos creó. Si yo tuviera una computadora en mi casa con una tecla que desconozco para qué sirve, ¿qué me aconsejarías que 9

“Yo creo ciertamente que lo que lleva a millones de personas a los terapeutas, a los consejeros, a los psiquiatras y a los psicólogos, es que no saben quiénes son. Quieren hablar con alguien que les entienda, alguien que no les haga sentirse culpables. No han sido afirmados por sus padres o sus compañeros, y como resultado, se sienten profundamente fracasados. Piensan que tienen algún tipo de problema mental, social o psicológico, mientras que lo único que realmente necesitan es amor y aceptación incondicional. Jesús ofrece lo que el mundo busca, pero Satanás ha guardado muy bien el secreto. La Iglesia en muchos casos ha magnificado las leyes y los reglamentos en vez de propiciar una relación personal con el Padre a través de Jesucristo su Hijo.” (MEYER, Joyce. How to Succeed at Being Yourself. Ed. Unilit. Miami, U.S.A. 2000. Capítulo 7)

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hiciera? Exacto, eso mismo, ¿no?: averiguarlo en el manual de instrucciones. Por la sencilla razón de que el que fabricó esa computadora ha dejado por escrito cuál es el valor de cada pieza y para qué sirve. De la misma manera, si queremos averiguar para qué sirve nuestra vida, quiénes somos, cuánto valemos…debemos recurrir al manual de instrucciones del que nos creó: Dios. Y ese manual se llama BIBLIA, PALABRA DE DIOS, SAGRADA ESCRITURA. En la Biblia encontraremos todo aquello que Dios opina de nosotros; y esta es la única opinión que realmente vale la pena atender como criterio para saber de nuestro valor. Y tendría que escribir una enciclopedia en vez de un libro si quisiera poner todo lo que la Biblia dice acerca de nuestra valía. Pero déjame colocarte un solo pasaje bíblico que a mi modo de verlo, sintetiza en gran manera la opinión fundada que Dios tiene acerca de ti y de mí: “Así te habla Yavé, el que te ha creado…el que te ha formado… No temas, porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú eres mío… Porque tú vales mucho a mis ojos… Porque te amo y eres importante para mí. No temas pues, ya que yo estoy contigo” Is 43, 1-5 Esta es una de las miles y miles de citas bíblicas que nos hablan del Amor maravilloso de Dios; sin embargo, la considero personalmente como una de las citas magnas de las Escrituras. En ella Dios nos

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responde algunas de las cuestiones más importantes de nuestra existencia: de dónde venimos, quiénes somos, a quién pertenecemos, cuánto valemos. Pero no sólo eso, también nos habla de protección, de cariño, de reconocimiento, de compañía…de todas esas cosas que vos y yo solemos andar buscando en tantos países lejanos. A veces son las crisis las que nos susurran que no valemos nada; en otras ocasiones son los escasos frutos que vemos de nuestras acciones las que nos hacen vernos como unos fracasados. Es lo que le pasó al gran Juan el Bautista quien estando en la cárcel comenzó a dudar si habrá estado haciendo bien las cosas. Empezó a ver que los frutos eran espantosos; por anunciar al Mesías le estaban por cortar la cabeza, “¿será Él el Mesías? ¿No me habré equivocado? ¿No habrá sido en vano todo lo que hice? Realmente soy un pobre profeta y digno de lástima.” Y es entonces cuando decide mandar unos discípulos a preguntarle si era él el que debía venir o teníamos que esperar otro (Cf. Mt 11, 2-3). Y luego que los discípulos le preguntan a Jesús, este comienza a dar su opinión acerca de Juan, y entre tantas cosas termina diciendo: “Entre los hijos de mujer no se ha manifestado una más grande que Juan el Bautista…” (Mt 11, 11) Qué paradójico, ¿no? Mientras Juan en la cárcel pensaba de sí mismo que no valía nada, Jesús, Dios, pensaba de él que era el más grande. No importa lo que opines de ti mismo, lo que importa es cómo Dios te ve, y Dios te ve como a su preferido, su predilecto, el más grande, el más hermoso.

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4.

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Escasez y necesidad

El cuarto golpe es un golpe bajo, y está representado en la frase: “Cuando ya había gastado todo, sobrevino en aquella región una escasez grande y comenzó a pasar necesidad” (Lc 15, 14). La necesidad y la escasez eran materias que aún no conocía el hijo pródigo; de hecho era un muchacho acostumbrado a la abundancia. Él no sabía lo que era pasar hambre o tener frío, pues la parábola da a entender que su padre era un hacendado poderoso, con sirvientes a su disposición, algo así como un…REY. Y si suponemos o imaginamos eso, no podemos menos que afirmar que su hijo era nada más y nada menos que un…PRÍNCIPE. Un príncipe no sabe de ningún tipo de escasez, lo tiene todo, e inclusive lo tiene en el momento mismo en que lo desea. Pero, a causa de decisiones mal tomadas se encuentra en un momento con una desgracia que no había calculado: se le acabaron los bienes. Y como consecuencia de ello empezó a tener lógicamente hambre, frío y lo peor de todo…soledad. Cada vez que me meto en esta fascinante historia que nos narra Jesús en estilo de parábola me pregunto qué haría yo en este preciso instante del relato. Y siempre concluyo en lo mismo: creo que no dudaría en emprender allí mismo el retorno a mi hogar. Supongo que me diría a mi mismo algo así como: “Ya es suficiente Seba, hasta aquí llegamos. Ya lo gastaste todo, disfrutaste todos los placeres que quisiste y comprobaste que podés vivir fuera de

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tu hogar. Pero ahora qué sentido tiene quedarse aquí en un país extranjero donde no te conoce nadie, donde nadie te valora, donde te estás muriendo de hambre y donde no tenés abrigo, ni techo, ni cobija donde descansar. Suficiente aventura hasta aquí, sos un príncipe…vuelve a casa” Pero hay algo que le impide al hijo pródigo pensar así: los golpes recibidos le han hecho perder su identidad. A esta altura de la novela este hijo ya no recuerda bien quién es. El demonio ha conseguido momentáneamente una victoria sobre su presa. Los golpes recibidos le bloquearon su autoconocimiento personal. Y esa es la razón por la cual no puede ni quiere regresar a su hogar. Se ha acostumbrado a vivir en el país lejano y cree que ese es su lugar. De estos dos golpes quisiera hablarte en este capítulo: del golpe de la carencia afectiva que nos hace vivir una pésima existencia, y del golpe del acostumbramiento a vivir en un sitio al que no pertenecemos. La carencia afectiva Otro golpe del diablo se llama carencia afectiva. Cuando nos vamos de nuestro hogar nos vamos vaciando de a poco de esos afectos que mantienen vivo nuestro corazón. Llamo afectos a todos los estímulos de amor y de cariño que hacen que los seres humanos crezcamos sanos y fuertes psicológicamente. Afectos pueden ser tantos gestos: una sonrisa, un abrazo, un beso, una caricia, una palmada en la espalda, un piropo, un apretón de

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mano, un agradecimiento, un gesto de caballerosidad, un guiño de ojo, un acomodarte la ropa o quitar de tu rostro una pestaña, etc. etc. En cierta ocasión escuché que los seres humanos necesitamos de al menos siete afectos al día para estar sanos psicológicamente. No se si será cierto o no, si será una cifra de un estudio serio o no, pero creo firmemente que necesitamos ser reconocidos, ser amados, ser aceptados, ser saludados…y lo necesitamos a diario. Simplemente por el hecho de que Dios nos creó como seres afectivos; somos seres sensibles que necesitamos de los afectos. Cuando los afectos nos comienzan a faltar, algo anda mal dentro de nosotros, comienza a haber frustraciones y tristezas, fruto de no sentirnos queridos. Pensemos por ejemplo en lo mal que nos sentimos cuando estamos en un lugar donde no nos registran, donde nuestra existencia pasa desapercibida. Pongamos un ejemplo más gráfico aún: es tu primer día de trabajo en esa fábrica, en esa institución, en lo que sea. De pronto llegas y nadie te saluda. Tu nuevo jefe te da un par de órdenes acerca de tu función y tú comienzas a hacer aquello por lo cual a fin de mes recibirás un sueldo acordado. A media jornada ves que todos tus compañeros de trabajo están tomando un café, pero a ti ni te invitaron. Te tratan simplemente como a un número más, eres un NN. Déjame preguntarte algo ¿Cómo te sentirías en un caso así? Claro que sí, horrible. Porque somos seres afectivos. Necesitamos el afecto para ser felices, para realizarnos como personas. Está comprobado que la falta de afecto que recibe una criatura desde el vientre materno hace que

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tenga en su porvenir un desorden afectivo que lo llevará a buscar desmedidamente la atención, el cariño, el cuidado de los demás. En algunos casos la carencia afectiva puede convertir a la persona en un ser insensible, que sumado a distintos tipos de factores lo pueden llevar a uno a la delincuencia, a la prostitución, al homicidio, etc. En el caso del hijo pródigo del que venimos hablando no podemos suponer a ciencia cierta que haya tenido una infancia de carencia afectiva; por el contrario, el desenlace de la historia nos hace suponer que su padre tenía abundancia de afectos para sus hijos. Pero ese afecto lo fue dejando de sentir a medida que pasaba el tiempo en aquel país lejano. Y poco a poco se fue convirtiendo en un desordenado afectivo que tenía necesidad de aquel cariño que había decidido rechazar abruptamente. Esta es la gran necesidad y escasez del hijo pródigo, no tanto la necesidad material de alimentarse y de tener un techo bajo el cual vivir, sino más bien esta otra de poder sentirse persona, sentirse único, sentirse amado, respetado, valorado.

Se nos nota Vos y yo, en muchas ocasiones nos instalamos a vivir en el país de la necesidad y de la escasez de afectos. Y se nos nota nuestra carencia. Se nos nota cuando vivimos trepados del cuello de las personas, pegoteados como si quisiéramos exprimir de los demás todo el cariño que nos está faltando. Veo a diario estas escenas en los colegios donde soy profesor. Es una imagen reiterativa la de adolescentes que se aferran a cualquier brazo, a

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cualquier mano que les de seguridad. Lo que más me impresiona es ver que son las señoritas las que más expresan esta carencia afectiva, y no tanto por aquella premisa de que las mujeres son más afectivas (lo cual no dudo de que así sea), sino más bien por lo contrario, porque son las que más carencia tienen de afecto, y por ello lo demandan tanto de los demás. Quizás me puedas preguntar si acaso está mal el reclamar afecto. Y yo diría que depende en la forma en la que lo hacemos. Porque creo que así como hay una gula de comida, también hay una gula de afectos en la que vivimos empecinados en exprimirle al otro todo el afecto que no tengo. También se nos nota nuestra carencia cada vez que nos ilusionamos a la simple mirada cariñosa de alguien, o al simple gesto de cariño. En esos casos no somos libres para recibir ese afecto, pues estamos pendientes de robarle todo el afecto que nos pueda dar la otra persona. Me ha pasado repetidas veces en mi adolescencia el terminar llorando en un rincón por malentender el cariño de amistad de una señorita. Cada gesto que me daban me hacía volar pensando que esa persona era mi salvación; la salvación a mis desordenes afectivos. Y soñaba con tener alguien que me brindara todo ese afecto que necesitaba. Qué horrible vivir así, se sufre mucho. Y hasta creo que así como existe tanta gente muriéndose de hambre en el mundo, hay muchos más muriéndose por la falta de afecto a nuestro alrededor. Se nos nota cuando nos aferramos al amor de una persona con todas las fuerzas de nuestro ser. Y como desconocemos que ese AMOR también existe

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(y más perfecto) en otro sitio, enterramos un ancla para no perder al otro. Cuántos casos existen de jóvenes que se dejan de cuidar en las relaciones sexuales con sus novios para poder quedar embarazadas y de ese modo poder tener la gran excusa para apresar a su pareja. En otros casos no tan drásticos, se recurre a distintos tipos de manipulación con tal de mantener al otro a mi lado. Frases como “no puedo vivir sin vos” son un indicador de que algo anda mal; de que hemos dado el otro un puesto que no corresponde, y que a la corta o a la larga terminará destruyendo nuestro mundo interior. Inclusive se dan casos en que uno se deja humillar, deja que le griten, que le engañen, que le maltraten en la pareja sin decir nada…por miedo a perder a la pareja. Pero no es tanto perder al sujeto real en sí, sino por miedo a perder al único que me brinda ese aunque sea mínimo refugio a mi vacío afectivo. De pronto uno piensa que el otro es el océano mesiánico que necesitamos. Pero puedo imaginarme a Dios mirándonos con ternura pensando que si realmente supiéramos dónde vivir nos daríamos cuenta que el afecto de mi pareja es como un vasito de agua al lado del mar que Él tiene para ofrecernos. Se nos nota cuando no nos animamos a corregir a alguien por miedo a que deje de querernos. Cuántas veces renunciamos a decir la verdad por miedo a que nos dejen de lado. Cuántas veces nos ponemos máscaras para agradar a los demás: la máscara de la cortesía, de la simpatía, de la bondad, de la sumisión, etc. Todo con tal de no perder el afecto de los demás,

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con tal de que no nos dejen de lado. El tema es que si nos dejan de lado no tenemos a dónde ir. Bah, eso es lo que pensamos. Esa es la desgracia del hijo pródigo, tenía que aceptar lo que le ofrecieran de trabajo, aún el horrible oficio de cuidar cerdos, como veremos más adelante, pues si no “¿A dónde iré?” se decía a sí mismo. Cuántas caretas nos colocamos para agradar a los demás. Somos de una manera en nuestro hogar, de otra en el colegio, de otra en el trabajo, de otra cuando salimos a bailar, de otra en la iglesia…es que si no nos van a dejar de querer. Y entonces nos convertimos en esclavos de la aprobación, y los demás pasan a tener el control de quién debemos ser. Vivimos tratando de agradar a los demás. Invertimos miles de horas en tratar de que nos quieran, que nos digan que somos lindos, que nos aplaudan, que nos coloquen en un plano superior. Cuando uno tiene desordenes afectivos vive la gran parte de su tiempo con máscaras. Algunos usan la máscara de payasos, tratando de ser el centro de atención de todo el mundo, comportándose como el bufón que todos quieren ver “actuando”, siempre actuando. Otros usan la máscara de la lástima. Son los que viven llorando por los rincones, reclamando la atención de todos los que lo rodean. En ambos casos, payaso o lástima, el denominador es el mismo: no se quién soy, no se cuánto valgo, no tengo afectos, entonces necesito robar a toda costa su atención, sus cuidados, sus aplausos o sus abrazos, sus risas o sus palabras de consuelo. Tengo escasez y necesidad. En ocasiones el odio que nos tenemos a nosotros mismos, a nuestra forma de ser, es tan grande, que

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pasamos la mayor parte de nuestro tiempo tratando de ser como otros, imitando a los demás. Rick Warren enseña que “no podemos glorificar ni agradar a Dios cuando escondemos nuestras aptitudes o intentamos ser distintos de lo que somos. Sólo puedes agradar a Dios si eres tú mismo. Cada vez que rechazas una parte de tu persona, desprecias la sabiduría y soberanía de Dios al crearte”.10 Y por último, se nos nota cuando no nos animamos a amar a los demás por miedo a que nos hagan daño, a que nos roben lo poco de afecto que nos queda. A veces, como producto de una mala experiencia del pasado, uno decide en algún lugar secreto del corazón no volver a amar a nadie más, porque no se está dispuesto a volver a sufrir de la manera en que se sufrió al entregarse todo a la otra persona. Y como consecuencia de esto dejamos de dar afecto y solo nos limitamos a recibir amor, cuidado, cariño, comprensión. Y como siempre se encuentra a algún altruista (desordenado también afectivamente) que está dispuesto a entregar todo sin esperar nada a cambio, comienzan esas parejas en las que uno siempre da y el otro siempre recibe. Lo que estas parejas seguramente desconocen es que ese tipo de relación tiene las horas contadas, porque el amor de pareja se construye siempre de a dos. Es un inmenso engaño aquella frase tan de novela: “Mi amor es suficiente para los dos”. Simplemente es una mentira. 10

WARREN, Rick. Op. Cit. 9th day.

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En casos como estos ambos salen dañados; sin embargo, contra la lógica de la suposición, la parte que más dañada sale es la que decidió sólo recibir. Porque cuando el afecto recibido no lo damos a los demás lo vamos perdiendo de nuestras vidas. Es como esos pozos agrietados de los que hablábamos anteriormente. Y uno va vaciándose progresivamente por no querer amar. Y no se quiere amar para no sufrir, para no volver a ser rechazado. Ahora bien, cuando uno tiene ordenado su corazón por estar en el hogar donde se es amado, uno no tiene miedo a amar, uno es libre para amar, porque está afirmado sobre un amor verdadero. Como le sobran afectos, jamás tiene miedo de perder, por eso lo entrega todo. Y al entregarlo todo lo termina ganando todo. No es otra cosa que esto lo que nos enseña tan majestuosamente el Señor en el Evangelio: “El que quiere salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí la hallará” (Mt 16, 25). “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo, pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). El poder de la costumbre Y llegamos así a uno de los golpes más cruciales de la pelea: la costumbre. La costumbre es uno de los principales aliados de Satanás para derrotarnos. La gran mayoría de sus victorias las consigue por medio del acostumbramiento. Su táctica astuta consiste en lograr que la gente se acostumbre a lo malo, y entonces así consigue tenerla esclavizada.

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Veamos un ejemplo: un adolescente siente ganas de fumar, pero lo tiene que hacer a escondidas porque si se enteran sus padres lo matan. Pasado un tiempo el adolescente es descubierto por su madre, quien le reprende severamente. Tiempo después, como sus padres vieron que su hijo no puede dejar de fumar le piden que si fuma no lo haga en su presencia. Tiempo después el hijo adolescente le pide un cigarrillo a su papá y fuma delante de él. Tiempo después el adolescente les pide a sus padres que si van al kiosco le compren una etiqueta de cigarrillos. Y tiempo después el padre le pide a su hijo que le convide un cigarrillo. ¿Qué es lo que sucedió en este ejemplo? ¿Qué fue lo que hizo que aquellos padres represores cambiaran tanto su actitud con respecto al hábito de su hijo? ¿Sabes cómo se llama lo que sucedió? Se llama el poder de la costumbre. Estos padres se fueron acostumbrando a ver fumar a su hijo, y a medida que fue pasando el tiempo se fue haciendo cada vez más normal dicho hecho. De la misma manera suceden con los valores que se nos han ido perdiendo. Pensemos por ejemplo en la virginidad, considerada hoy una enfermedad para la gran mayoría. ¿Por qué? Porque es normal que un joven tenga relaciones apenas cumplió una determinada edad. “Si todos lo hacen es porque es normal” dicen tantos jóvenes esclavos de esta trampa tan dañina del enemigo. No tengo ninguna duda de que en solo algunos años los homosexuales se besarán en medio de la plaza y nadie se escandalizará por ello…por el poder de la costumbre. De la misma manera que hoy no nos escandalizamos de una mala

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palabra dicha en la televisión como hace diez años atrás. Nos hemos acostumbrado a ese lenguaje. Y una vez que nos acostumbramos Satanás despliega su gran cadena de bronce, coloca en ella un candado y luego se dedica a descansar. Misión cumplida se dice asimismo con una sonrisa sarcástica en su rostro. Nos quiere acostumbrar a un hábito, como la droga, el alcohol, la masturbación, la fornicación, la pornografía, etc. Nos quiere acostumbrar al maltrato, al rencor, a la violencia, a la falta de sueños, a la pereza, a la soberbia…a miles de cosas. Pero quisiera detenerme en una costumbre que hace a la historia del hijo pródigo que estamos viendo juntos: la costumbre de fracasar.

De fracaso en fracaso El hijo pródigo también cayó en la trampa de la costumbre. Se acostumbró al país lejano, se acostumbró a llorar sin tener a nadie que lo abrace, se acostumbró a vivir sin amor, se acostumbró a tener hambre y frío, a pasar necesidad, a sufrir. Más adelante se acostumbrará a vivir en un inmundo chiquero, se acostumbrará al olor de los cerdos. Y esa es la razón por la que no quería volver. Estaba cómodo…se había acostumbrado. Vos y yo también solemos acostumbrarnos a ser los últimos, los peores, los que siempre fracasan, el

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objeto de burla de medio mundo, los infelices…y preferimos seguir allí antes que emprender el regreso al hogar. Porque nos hemos acostumbrado a vivir así, a ser tratados así. Existen programadores internos que pueden dominar nuestras vidas. Algunos de ellos tienen la inscripción “fracasarás”. Se trata del caso de los fracasados… “Esas personas que cuando te las encuentras en la calle y les preguntas cómo andan te dicen frases como: “Y…luchándola”, “Y…hay que decir bien, ¿no?”, “y…acá ando, tirando para no aflojar”…y frases de ese estilo, que te dan ganas de darle el pésame cuando los saludas. Lo peor sin embargo no son las palabras que te dicen, sino la cara de topo con fiebre que traen. Hay algo que no pueden esconder en su mirada: vienen del monte del fracaso. Su comentario acerca de cómo anda de los próximos segundos seguramente será que perdió: lo están por despedir del trabajo, le dijo que “no” la chica con la que estaba por salir, está al borde del divorcio, lo acaban de bochar en esa materia que tantas horas de estudio le llevó. Si se trata de oportunidades, nunca le pega una; siempre llega tarde. Y pasa a ser espectador de cómo se robaron a la persona de su vida; como otro obtuvo ese empleo tan ansiado, cómo los demás triunfan en su matrimonio, vida profesional, deportes, etc. Simplemente se trata de un patrón de conducta bien inscripto en su mente: eres un fracasado y no tienes salida viejo.” 11

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ESCUDERO, Sebastián. CON MENTE DE ÚNICOS. Cambia tu programación. Artículo 1. Ed. Mensajeros de Jesús. Cba, Arg. Septiembre de 2007. Pág. 7-8

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Si te sientes identificado con este tipo de personas, espero que entiendas claramente que se trata de un gigantesco engaño. No tienes por qué quedarte instalado en ese país lejano de esclavitud y vacío. No es tu lugar, ¡no lo es! Tu lugar es en los brazos de Dios y no sentado cada día frente a esa pantalla de la pornografía, o viviendo bajo la mirada burlesca de tus compañeros, o perdiendo en todo lo que emprendes, o destruyendo todo lo que tocas. No eres un fracasado por haber repetido mil veces un mismo patrón de conducta, ¡no lo eres! Eres el hijo de Dios, estás destinado a ganar, a triunfar. Inténtalo de nuevo, párate, levántate, regresa a tu hogar…Dios te está esperando con los brazos abiertos. No llegues a la conclusión inevitable de que siempre serás así, de que siempre perderás, de que siempre te tratarán mal en tu familia y en la sociedad. En definitiva…por favor…NO TE ACOSTUMBRES al país lejano.

5.

Envidiando a los cerdos

Y llegamos así al principio del final. Hemos visto hasta aquí prácticamente una pelea muy despareja en la que uno de los contrincantes ha atacado violentamente a golpes de puño a un inexperto sujeto que sólo se ha dejado golpear sin poner defensas. La victoria del enemigo es prácticamente un hecho. Pero aún falta un golpe…el GOLPE MORTAL, el último golpe.

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El golpe mortal El último golpe está expresado en la frase: “Fue a buscar trabajo y se puso al servicio de un habitante del lugar que lo envió a su campo a cuidar cerdos. Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero nadie le daba algo” (Lc 15, 16) Recordemos que hasta este momento de la pelea el hijo pródigo ha recibido cuatro tipos de golpes impactantes: en el pecho, en la sien, en el rostro y un golpe antirreglamentario en las zonas bajas. El último golpe es en el mentón. La crisis de aquel país lejano, lejos de hacerle volver a su hogar, donde abundaba el alimento, el afecto, el vestido, el honor…lo hace instalarse más aún en una búsqueda absurda que lo llevará a la peor parte de esta novela: el chiquero. Como lógica consecuencia de la necesidad y escasez que estaba viviendo, el hijo pródigo tiene que salir a buscar trabajo. Esta es otra materia que desconocía absolutamente. Recordemos que estamos suponiendo figurativamente que se trata de un príncipe. En su hogar, junto a su padre, el rey, no sabía lo que era trabajar. Estaba más bien acostumbrado a emitir el sonido de un chasquido con sus dedos y tener a la servidumbre de su padre a sus pies atendiendo cada una de sus necesidades. El trabajo era algo que ignoraba por completo. Pero la realidad que le tocaba vivir le obligaba a buscar trabajo necesariamente. Caso contrario se

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convertiría prontamente en alimento de los buitres. Ahora bien, ¿qué clase de trabajo se le puede ofrecer a un sujeto que lo único que sabe hacer es dar órdenes? ¿Qué trabajo darle a un inexperto en toda clase de trabajo? Aunque Jesús no lo nombre en la parábola, me gusta suponer que fue rechazado en muchos empleos que buscó. Me lo imagino ir bajando de pretensiones a medida que iba tomando conciencia de que carecía de un currículum. Podría haberse presentado simplemente como el hijo de un rey, y quizás se hubiese ganado un puesto de honor. Pero no olvidemos que a esta altura de la pelea el muchacho se había olvidado por completo de su identidad a causa de los golpes recibidos. Finalmente termina aceptando la única oferta de trabajo que había para su nivel: cuidar cerdos. No podemos comprender el alcance de semejante humillación si no entendemos lo que significa para un judío (más aún, un judío de la época de Jesús) un cerdo. El cerdo era considerado un animal impuro, abominable, endemoniado. Comer cerdo para un judío era ofender gravemente a su Dios, era una imperdonable traición a la religión de sus padres; más aún, era preferible perder la vida antes que cometer semejante falta. Esta es la razón por la cual los colonizadores griegos de la época de los macabeos utilizarían el cerdo a modo de anatema, para hacerlos renunciar a su identidad religiosa (Cf. 2 Mac 6 y 7). Tocar a un cerdo era cosa que merecía realizar una serie de ritos de purificación (Cf. Lev 11, 7-8.24). Ahora bien, el trabajo que se le encomienda al hijo pródigo consiste en no sólo tocar a los cerdos, sino más aún en limpiarlos íntegramente, velar por

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ellos…alimentarlos. Lo que está enseñando figurativamente Jesús en esta parábola es que el joven había llegado al grado máximo de impureza y perdición. Había llegado a perder tanto su identidad que no tuvo reparo en inmiscuirse con esos animales impuros. Al fin y al cabo ya estaba perdido. Trabajar cuidando cerdos es un golpe mortal en pos de la pérdida completa de su identidad. Sin embargo aún quedan dos golpes más duros aún. La parábola afirma algo sumamente curioso: “Hubiera deseado llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos”. ¡¡Oh my God!! Esto sí que es un golpe duro. Estamos ante una afirmación sin precedentes en toda las Escrituras: un sujeto que tiene envidia del alimento de los cerdos. ¡Qué tragedia más grande! Predico acerca de esta parábola desde hace más de 10 años por todo lo que tiene que ver con mi historia personal, pero recién hace un año atrás me tomé el trabajo de analizar personalmente a estos animales tan curiosos como lo son los cerdos. En un momento libre que tenía mientras realizábamos una misión popular en el pueblo de San Jerónimo, en medio de la región montañosa de Los Gigantes, en la provincia de Córdoba, me dediqué a observar por unos minutos a un cerdo para ver si eran verdad todas las cosas que sobre ellos siempre predicaba. Lo primero que me llamó la atención fue el sitio que elegía para descansar. En el paisaje se contemplaban verdes pastizales, arena, pedregal y un charco de barro pantanoso con olor podrido. ¿Qué sitio de los cuatro pudo haber elegido el cerdo para tirarse a descansar? El barro.

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Con mucho cuidado me tomé el atrevimiento de lavarlo arrojándole agua desde una manguera. El cerdo no puso resistencia, cosa que me llamó la atención. Pero apenas solté la manguera se sacudió, fue de nuevo al barro y comenzó a revolcarse bien revolcado. En sus ojos podía ver como si me estuviese diciendo: “¡Tomá para vos! ¿A mí me vas a lavar? Vaya, vaya” La otra prueba que necesitaba realizar era corroborar acerca de su alimentación. Parecía un investigador de esos programas de documentales sobre la vida animal, sólo me faltaba la cámara. Le pregunté a la dueña del cerdo con qué comida solía alimentarlo. Y me respondió que ella solía tirarle maíz, pero que come lo que uno le tire, sea lo que sea. Uno puede arrojarle el tacho de basura con comida vencida hace dos semanas, con cáscaras de todo tipo, con papeles sucios, con hierba, etc. y el cerdo lo comerá sin hacer discernimiento de comida. De hecho, un perro puede discernir lo que come, pero un cerdo no. Es más, descubrí que come tripartitamente: una parte con la boca, otra con la nariz y otra con los ojos. Esta es la razón por la cual la afirmación de Jesús me resulta tan llamativa; ¿Cómo puede este joven de la parábola desear la comida inmunda de los cerdos? Supongo que hay que tener demasiada hambre. Sin embargo todavía eso no era lo peor. A continuación Jesús llega al colmo de la locura al decir algo tremendamente trágico: “…pero nadie le daba algo” ¿Cómo? ¿Qué está diciendo Jesús? He aquí el golpe más fuerte de todos los golpes que recibió el

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hijo pródigo, es el último…el golpe en el mentón que lo dejará tirado en el ring. Una cosa es tener ganas de comer la comida de los cerdos y otra cosa mucho peor aún es que no le quieran convidar de la misma. Horror, sufrimiento, desesperación, dolor, tristeza, angustia, soledad, abatimiento, crisis, desierto, amargura…cuántas palabras se quedan cortas para reflejar lo que estaba viviendo este joven pródigo. Puedo imaginármelo arrodillado al frente de los cerdos mendigándoles aunque sea un bocado de su alimento. Y allí arrodillado lo puedo ver llorando de amargura, porque acaba de entender de golpe que ya no solo no lo tienen en cuenta, sino que ni siquiera lo consideran un ser humano. Lo tratan como inferior a la peor de las bestias de su época. Su obstinación por huir de su hogar lo llevó a ese punto: envidiar a los cerdos.

Mendigando en un chiquero ¿Cuán identificado te sentís en este momento de la historia del muchachito que se fue de su casa a un país lejano? Cuántas veces vos y yo solemos ir tan lejos en nuestra terquedad que terminamos arrodillados en cualquier chiquero. A veces solemos conformarnos con cualquier abrazo, con cualquier caricia, con cualquier piropo, con cualquier afecto. Sin darnos cuenta nos arrodillamos interiormente ante alguien al que mendigamos que nos proteja, que nos escuche, que

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nos mire, que nos preste atención, que nos visite, que nos de una nueva oportunidad, que nos perdone, que nos ayude. La Biblia nos enseña en infinidad de pasajes que debemos arrodillarnos únicamente ante Dios, que no hay que mendigar…porque somos hijos de Dios; y si nuestro Dios es cierto que es Rey, entonces vos y yo somos sus Príncipes o Princesas. Nada más y nada menos. Se nos ofrece gratis un océano entero de agua fresca, dulce y cristalina para beber, pero vos y yo somos tan necios que preferimos arrodillarnos a suplicar que nos conviden un vasito de agua sucia. Recuerdo una de las ocasiones en que más patentemente me descubrí mendigando en un chiquero. Al comienzo del libro te abrí mi corazón acerca de mi experiencia de ser un pródigo del Amor de Dios. Ahora necesito hablarte de la segunda vez en que emprendí mi retirada del hogar, y quizás esta fue más impactante que la primera, pues ya conocía bien a mi Padre…o al menos eso es lo que hasta ese entonces creía. Tenía yo dieciocho años, hacía tres que conocía el Amor de ese Dios que nos devuelve la identidad. Su amor me había sanado mi montaña de heridas de autoestima y de complejos de todo tipo que tenía. Con el correr de los años fui creyendo que era capaz de estar de novio con una chica linda, porque al fin y al cabo el Señor me había enseñado que yo no era un monstruo, como en otras épocas pensaba. Así fue que conquisté con mi encanto seductor (ja, es broma claro) a una linda señorita que no podía menos que fijarse en esta belleza de creación (esto no es broma, ja). Era mi primer noviazgo o intento del mismo.

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Pasados un año y medio de relación las cosas fueron cambiando un poco en ambos. Mientras yo estaba cada vez más abocado a mi pasión por Dios y su reino, ella por el contrario, cada vez se alejaba más de Dios. Yo la notaba cada vez más rara, su felicidad estaba puesta en salir a boliches, juntarse con sus amigas, conocer personas nuevas…y todas esas cosas que uno vive al máximo en su último año de su secundaria pensando que se va a arrepentir toda su vida si no vive a “full” esta etapa tan venturosa. De pronto, un mal día me descubrí fuera de sus planes, de su alegría, de sus intereses. Y tuve que escuchar esa famosa frase que uno odia con todas las fuerzas de su corazón quizás por ser una de las mentiras más rebuscadas que existen en las parejas: “Creo que necesito un tiempo…es un tiempo nada más. No tiene que ver con vos, sino conmigo” Uno quizás no lo dice mintiendo, cree estar siendo sincero. Pero en el 99, 9% de los casos, el tiempo termina siendo un “para siempre” y el “no tiene que ver contigo” se convierte en una especie de burla cuando a los días la ves caminando con otro de la mano. Eso fue al menos lo que a este servidor le tocó vivir a los veinte años, con una consecuencia algo traumática. Verla con otro y con tanta indiferencia hacia mi persona me provocó un impacto terrible en el alma. Y entonces comenzaron los malditos golpes del enemigo que estaba al acecho de atacarme. El primer golpe, el del pecho, me hizo guardarle una especie de rencor al Dios al cual yo había servido durante estos años con fidelidad y que pudiendo haber frenado el curso de los acontecimientos

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permitió que yo tenga que vivir esa angustia tan horrible. Me sentí tan desilusionado de Dios. Mis oraciones empezaron a ser de quejas, semejantes a esta: “Haber Señor, explícame algo ¿Cómo es la cosa, yo me dedico a servirte a toda hora y como paga me retribuyes con esto? ¿Qué clase de Dios eres? Así no vale la pena ser cristiano…si por tu culpa la perdí. Por ser un estúpido metido en la Iglesia me cambió por otro tipo más alegre y que la acompaña en todas las diversiones que ella quiere. Claro, qué va a querer estar al lado de alguien tan aburrido, que vive en las cosas de Dios” Y el segundo golpe fue inminente: “¡Basta de ser este tipo de cristiano comprometido! ¡Me cansé! Me voy” Y como era de suponerse empaqué mis talentos y me fui al país lejano. A medida que más corría huyendo de esa dulce voz que me decía cuán amado soy, más me dejaba seducir por esos zumbidos infernales que me alentaban a recuperar mi dignidad estropeada a cualquier precio. Así fue que llegó el tercer golpe: comencé a malgastar los talentos que Dios me había dado para servirle a mis hermanos. Empecé a utilizar la música y el canto como una herramienta de seducción cantándole en forma de serenata todas las canciones que hacía sólo unos días juraba que jamás cantaría. A toda costa necesitaba que ella me viera más atractivo que aquel muchachito del que se había enamorado perdidamente. Cambié mi manera de vestir, empecé a obsesionarme por la ropa de marca que nunca me había interesado usar. El plan consistía en impresionar, aún a costa de volver a fumar, a tomar, a ser el “rebelde ganador” que ella necesitaba ver.

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El cuarto golpe llegó cuando luego de tres semanas seguidas sin dormir ni comer bien, golpeando mañana y tarde la puerta de la casa de mi ex – novia, un día fui visitado por las indeseables visitantes nocturnas: la escasez y la necesidad. Allí estaban a la puerta de mi corazón recordándome que ya estaba acabado, que no tenía nada más remedio que recurrir al tan odiado…CHIQUERO. Y así fue que llegó el golpe fatal, el definitivo. No creo haberme humillado en toda mi vida en la forma en la que lo hice aquella tarde de octubre de 1999. Entré a la casa de esta jovencita decidido a todo. Ella estaba con su amado conversando mientras fumaba, acerca de las aventuras que habían realizado juntos el fin de semana. Yo permanecía en el sillón vecino contemplando la escena; obviamente que era absolutamente ignorado por ambos. La planta del patio de su casa era tenida más en cuenta que yo en ese momento. Al cabo de un prolongado tiempo me miró. Yo me sentía como esos perritos muertos de hambre que están mirando desesperados la mano de sus dueños para que le conviden las migajas de lo que están comiendo. Y en tono de mando me pidió que le fuera a comprar cigarrillos. Yo no sólo accedí al pedido, sino que se lo pagué yo…todo con tal de que me quiera aunque sea un poquito. Y allí estaba, arrodillado ante quien no podía de ninguna manera satisfacerme. Le supliqué que me escuche un segundo, pero ella solo me gritó a la cara que me odiaba y que no quería volver a verme más en su vida. Quedé tirado en la vereda de su casa, inmóvil, sin ganas de seguir viviendo. Me sentía un inútil, me comparé tanto con ese muchacho seductor,

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que me veía a mi mismo como un gusano, un fracasado, un perdedor. Hoy día sé que nunca amé a aquella jovencita como creí amarla; lo que me movió a toda esa locura no fue el amor sino el orgullo personal, fue la idea de recuperar a la persona que me hacía sentirme tan admirado y envidiado…a mi trofeo. No sufría por perderla sino por perder yo. Todas mis fuerzas estuvieron puestas en sentirme amado por quien creí que podía satisfacer todas mis necesidades. Tendrás que seguirme acompañando hasta el final del libro para saber cómo terminó esta historia, pero lo narrado hasta aquí es más que suficiente para ilustrar las veces en que vos y yo solemos arrodillarnos ante las personas a suplicarles que nos amen, que nos perdonen, que nos miren, que nos escuchen, que nos visiten, que nos respondan ese mensaje, que nos den una migaja de su cariño. Y una voz en nuestro interior nos dice suavemente: “Vuelve al hogar, no tienes que mendigar que te quieran, eres mi predilecta, mi amada/o…vales demasiado para que vivas allí…en ese chiquero”. Sin embargo, esa voz, en ocasiones suele ser tapada con otra voz más fuerte que nos invita a quedarnos a vivir mendigando en ese chiquero…la voz de los cerdos.

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6.

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No escuches la voz de los cerdos

Una vez que nos instalamos en el chiquero Satanás vuelve a hablarnos fuertemente, pero ya no se trata de un zumbido infernal como hablábamos en el capítulo 2, donde la voz era una voz interior que nos inducía a buscar en el país lejano lo que solo Dios nos puede dar. En el chiquero se escucha la voz de los cerdos; se trata de una voz muy poderosa que nos invita a quedarnos en ese sitio oscuro y macabro. Nos grita que ese es nuestro lugar, que merecemos que se nos trate mal, que merecemos que nos griten, que se abusen de nosotros, que se nos burlen, que nos critiquen, que nos manoseen, que nos sean infieles, que nos hagan daño. Nosotros le hemos dado esa autoridad para hablarnos así desde el momento en que nos postramos ante ellos, pues de algún modo, si les hemos llegado a mendigar alimento es porque los consideramos superiores a nosotros.

Inferior a los animales Cuántas veces vos y yo nos consideramos a nosotros mismos como una miserable criatura, como un animal, peor aún…como un insecto. Transcribo a

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continuación un fragmento de uno de mis artículos acerca de la autoestima12: Como producto de una autoestima baja y herida, los fracasados tienen comúnmente una imagen de sí mismo bastante negativa. Probablemente si le preguntas cómo se ve a sí mismo te dirá cosas como esta: - “Como una larva” - “Como un tarado/a” - “Horrible” - “Soy un monstruo, lo se” Y si le preguntas maliciosamente: - ¿Sabes que eres feo/a, no? De seguro te responderá convencido/a algo así: - Por supuesto. Lo soy. Yo soy sincero/a. Y realmente son sinceros, eso es lo que realmente piensan de sí mismos. Y probablemente sean personas objetivamente bellas, pero alguna serie de complejas vivencias le han hecho convencer de que no lo son. En la Biblia hay varios testimonios de personas que se sentían de esta manera. Me detendré a analizar sólo dos ejemplos: Sentirse como langosta “La tierra que fuimos a explorar mata a la gente que vive en ella, y todos los hombres que viven allá eran enormes. (…) Al lado de ellos nos sentíamos langostas, y así nos miraban ellos también” Num 13, 32b.33b Este es el comentario que le hicieron a Moisés los jefes de las tribus de Israel que fueron enviados a inspeccionar la tierra prometida. Fíjate qué estima tan pobre que tenían de sí mismos: se sentían langostas. Ahora, este pasaje nos muestra un principio más:

12

ESCUDERO, Sebastián. CON MENTE DE ÚNICOS. Artículo 2: “Heridos en la autoestima” Ed. Mensajeros de Jesús. Cba, Arg. Marzo de 2008.

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“Actuamos conforme a lo que pensamos que somos, y la gente nos trata como creemos que merecemos ser tratados”13 O dicho de otra manera: “La gente nos ve como nosotros nos vemos a nosotros mismos” Es decir, si te ves a ti mismo como una pobre persona, así te verán los demás. Si piensas que eres tonto/a, así mismo te verán los demás, y te tratarán como a un tonto/a porque tú mismo te consideras eso. Así es el alcance de lo psicológico. Una prostituta y una religiosa tienen la misma dignidad, pues ambas son personas. Pero a la primera la tratan comúnmente como a un pedazo de carne con quien uno se puede sacar el placer sexual, y a la segunda la respetan y la reverencian como a quien está consagrada a lo sagrado. ¿Por qué crees tú que esto es así? Porque la prostituta piensa que es un pedazo de carne que merece ser tratada como tal, y la religiosa se considera la esposa de Dios, separada para lo sagrado, y cree que merece ser respetada como tal. Por esta razón los hombres de la tierra prometida veían a los exploradores como a langostas, porque ellos se veían a sí mismos así. Sólo dos de ellos no se veían ni se sentían como langostas: Josué y Caleb,14 que les alentaban diciendo: “Subamos y conquistemos ese país, que somos capaces de más (…) No le teman a la población de ese país porque nos los serviremos en bandeja” Num 13, 30; 14, 9 Y, ¡oh casualidad! Estos dos fueron los únicos de aquellos exploradores que entraron a la tierra prometida (Cf. Num 14, 18). Y Josué lo hizo nada más y nada menos que como sucesor de Moisés. Y dice la Biblia que aquellos mismos hombres que por los exploradores eran considerados como gigantes, años después terminaron teniéndole miedo a Josué (Cf. Jos2, 24). ¿Por qué? Porque no se veía asimismo como langosta, sino como vencedor. 13

Cf. MATTHEWS, Andrew. BEING HAPPY. Media Master Publishers-Selector, México D.F., 1991. Cf. ESCUDERO, Sebastián. LIDERAZGO: De conducirlos a la tierra prometida se trata. Artículo III: La planificación y visión de l líder. Ed. Mensajeros de Jesús, Junio de 2007. Pág. 5-6 14

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Sentirse como perro muerto “¿Quién es tu servidor para que te hayas fijado en un perro muerto como yo?” 2 Sam 9, 8 Estas palabras están en la boca de Mipibaal, hijo de Jonatán, a quien el rey David quiso favorecer en consideración a su padre, que era su mejor amigo, y que había fallecido en la guerra, junto a su padre, el rey Saúl. Mipibaal era tullido desde los cinco años a causa de habérsele caído de los brazos a su nodriza, mientras esta intentaba huir de las tropas de David (Cf. 2 Sam 4, 4). Ya de grande, el rey David se entera de que Mipibaal vivía y decide bendecirlo obsequiándole todas las tierras de su abuelo Saúl e invitándole a comer a su mesa, la mesa real, todos los días de su vida. La propuesta, en definitiva, era considerarlo como a uno de sus hijos, es decir, como a un príncipe. Pero como podemos observar en el relato, Mipibaal estaba muy lejos de sentirse merecedor de semejante honor. Por el contrario, se sentía como un perro muerto. Él tenía sangre de príncipe antes de que viniera a visitarlo David, pues era el nieto del rey Saúl, antecesor de David en el trono. Pero fíjate cómo puede dañar la imagen que tenemos de nosotros mismos el tener una mutilación, un defecto, una discapacidad, etc. El joven se termina viendo no sólo como un perro, lo cual ya es bastante duro, sino más aún, como un perro muerto; se considera asimismo como alguien insignificante para la sociedad. La gran mayoría de las personas que han sido marcados por una cierta discapacidad, sea física o psíquica, se ven asimismo como personas que no valen demasiado. Y por eso les cuesta recibir el mar de bendiciones que Dios quiere regalarles, porque no se sienten dignos. Creen que nacieron para vivir todas sus vidas infelices, mereciendo sufrir, mendigando la compasión de todo el mundo.

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Y producto de una pésima imagen de nosotros mismos solemos responderle a Dios “¿Quién, yo?” cuando Él nos encomienda una misión. ¿Nunca te pasó recibir un elogio, un ascenso, una llamada, una convocatoria especial a realizar algo importante, y responder ¿Quién, yo? asombrado de que habiendo tantos mejor que vos te hubiesen elegido a vos? En la Palabra de Dios encontramos numerosas ocasiones en que los grandes hombres de Dios le han dicho al Señor algo semejante cuando les pedía o les encomendaba una gran obra. Te nombro sólo algunos casos: MOISÉS15 - ¿Quién, yo? ¿Quién soy yo para ir donde Faraón y sacar de Egipto a los israelitas? (Ex 3, 11 parafr.) - ¿Quién, yo? Mira Señor que yo nunca tuve facilidad para hablar…mi boca y mi lengua no me obedecen. (Ex 4, 10 parafr.)

- ¿Quién, yo? Por favor Señor, ¿Por qué no mandas a otro? Yo no sirvo para nada. (Ex 4, 14 parafr.)

GEDEÓN “¿Quién, yo? Disculpe Señor, ¿cómo puedo yo salvar a Israel? Mi familia es la más humilde de mi tribu y yo soy el último de la familia de mi padre” Jue 6, 15 (parafraseado)16

SAÚL 15

En el caso de Moisés, se encuentra un paralelismo con la historia del hijo pródigo. También Moisés, siendo el nieto adoptivo del Faraón de Egipto, con todos los derechos de un príncipe, un día, motivado por el odio (cementerio en el corazón), se marcha a un país lejano (Madián) y se pone al servicio de su suegro, quien lo envía al desierto (chiquero) a cuidar sus ovejas (cerdos). Y el poder de la costumbre es tan fuerte en su vida, que cuando Dios lo convoca para liberar a su pueblo esclavo en Egipto, le responderá “¿Quién soy yo para ir donde Faraón?”; el diablo le había hecho olvidar su IDENTIDAD (Cf. Ex 1-4) 16

Cf. ESCUDERO, Sebastián. Prédicas Motivacionales. Serie dos. Ed. Mensajeros de Jesús. 2006. Prédica N° 3 “El último de los últimos”.

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“¿Quién, yo? Yo soy de la tribu de Benjamín, la más pequeña de Israel. Y mi familia es la más pequeña de Benjamín. ¿Por qué me dices estas cosas a mí? 1 Sam 9, 21 JEREMÍAS “¿Quién, yo? ¿Cómo voy a ir yo que soy un muchacho?” Jer 1, 6 (parafraseado) ISAÍAS “¿Quién, yo? ¡Es imposible! Soy un hombre de labios impuros y habito en un pueblo de labios impuros. No puedo ir yo” Is 6, 5 (parafraseado) PEDRO “¿Quién, yo? De ninguna manera; apártate de mí que soy un pecador” Lc 5, 8 (parafraseado)

Nuestra visión pesimista de nosotros mismos que nos lleva a decirle al Señor ¿Quién, yo? cuando nos convoca para algo grande. Es consecuencia de una voz que nos hemos acostumbrado a escuchar mañana, siesta, tarde y noche: la voz de los cerdos. Esa voz nos quiere hacer creer que no valemos nada, que no somos importantes. Y el mayor problema es que esa voz suele ser demasiado poderosa como para que pase desapercibida.

El poder de la maldición A veces confundimos algunos términos; pensamos que una maldición es cuando te colocan un sapo con agujas debajo de la cama. Eso se llama

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brujería. La maldición es otra cosa. Es muy fácil entender qué significa desde la etimología de la palabra. Maldecir viene del latín mal-decire y significa exactamente eso: decir mal. Como verás no hay que realizar un curso teológico para entenderlo. Maldecir es pronunciar mal una palabra sobre algo o sobre alguien. Cada vez que nos burlamos de alguien, que lo insultamos, que le criticamos ofensivamente, que lo herimos con nuestra palabra, que le decimos una palabra de desaliento, estamos maldiciendo. Y vivimos en una sociedad que exacerba la maldición y la promociona. En mi país al menos, los medios de comunicación que más rating tienen son los referidos a programas de chimentos, de críticas, de ironía del accionar político y popular. Y eso a la larga va creando una sociedad que es altamente agresiva verbalmente. A diario escucho maldiciones en los colegios donde doy clases, de adolescentes burlándose de las actitudes o defectos de sus compañeros. Inclusive noto una especie de sarcasmo en la risa de algunos de ellos al hacerlo, sin darse cuenta, quizás, que el otro se ríe de orgullo de sus cargadas, pero que por dentro suyo va creciendo un monstruo de complejos que el día de mañana le puede anular su futuro. Sé de lo que te hablo, sé de llorar día y noche por sentirte tan inferior a los demás. Sé del poder que tiene la maldición. Mis compañeritos de aquel tiempo ni llegaron a sospechar que tuve tres intentos de suicidio por causa, entre otras cosas, de sus burlas que me taladraban el cerebro progresivamente.

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Es muy fuerte el alcance de las palabras (Cf. Stgo 3) Tienen un alcance mortal en ocasiones. A veces pensamos que el quinto mandamiento está referido a simplemente no matar físicamente. Pero Jesús va mucho más allá en el Evangelio cuando le da cabida al poder de la palabra: “Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados: “No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio.” Pero yo les digo: Si alguno se enoja contra su hermano es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano merece ser llevado al Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser arrojado al fuego del infierno” (Mt 5, 21-22) Podría contarte de tantos complejos que en mi niñez, y aún más adelante me marcaron un porvenir doloroso, pero hay una situación que me sirve de graficación de lo que estamos hablando. Tenía yo aproximadamente unos cuatro o cinco años cuando una tarde me acerqué a mi papá a pedirle que me deje ayudarlo a arreglar su auto. Pero mi papá, por alguna curiosa razón, siempre me rechazaba. Por el contrario, le pedía siempre ayuda a mi hermano mayor, el único hermano de sangre que tengo. Así fue aquella tarde, y yo rabioso de la furia y de los celos, enojado de ser siempre rechazado, me subí a la parte delantera del vehículo, donde está ubicado el motor. Ellos estaban arreglando no se qué en la parte trasera, hasta que se dieron cuenta que el Sebita se había mandado una macana: jugando con la pinza, se me había caído dentro de la entrada del aceite del motor. Los que saben de mecánica entienden lo trágico del caso.

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Mi papá primero me miró con esa mirada que me provocaba pánico, y luego me maldijo con insultos y patadas en el trasero. Sin embargo, las palabras que me acompañaron por más de catorce años fueron las palabras: “¡Sos un inútil!”. Mi papá no debe haber sospechado jamás el alcance de aquél enojo entendible que tuvo. Pero en lo que a mi respecta, los próximos años de mi vida los pasaría pensando convencidamente de que era incapaz de arreglar cualquier cosa, me supe un inútil. Cada vez que tenía que realizar una simple tarea como la de cambiar un foco de luz o volver a colocar la cadena de la bici que se me salió, tenía la sensación de que habría una tremenda explosión nuclear. Era el poder de la maldición, el poder de la voz de los cerdos. No llamo cerdos a las personas, sino a la maldición que conllevan ciertas afirmaciones que pueden hacer un verdadero daño. Por eso quiero terminar esta primera parte del libro invitándote a que no escuches la voz de los cerdos. No hagas caso de esas palabras que alguna vez te dijeron intentando desanimarte. No eres rebelde como quizás una o varias veces te repitieron inclusive los que más te quieren. No eres tonta ni tonto, no eres ignorante, no eres feo/a. No hagas caso de esas voces. Dicen que en cierta ocasión se encontraban varias ranitas caminando por un bosque, cuando de repente dos de ellas se cayeron en un pozo profundo. Sus compañeras desde arriba les alentaban a hacer lo imposible por subir, y estas, trataban de todas las maneras posibles intentar salir de ese terrible pozo. Pero avanzaban las horas y no encontraban la forma de escalar. Entonces las ranas de arriba, al ver que se

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acercaba la noche, y pensando que ya era inútil que sus dos amiguitas se sigan sacrificando, comenzaron a gritarle palabras de desaliento: “Renuncien chicas, renuncien…no se puede! Vamos a recordarlas siempre…no se cansen en vano!!” Una de ellas, haciendo caso de los gritos de sus compañeras se desalentó y se tiró al suelo para morir. Se acostó y comenzó a tirarse tierra encima. La otra ranita siguió intentando un poco más, consiguió hacerse una especie de ventosas en los pies con el barro y lograba ir trepando de a poco. Mientras tanto, sus compañeras arriba le gritaban con mayor insistencia palabras de desaliento. Pasadas unas horas, la ranita obstinada logró salir del pozo, para el asombro y el estupor de sus compañeras. “¿Cómo puede ser posible hermanita, te estuvimos gritando durante horas que no podrías salir y lo hiciste lo mismo?” - le dijeron las ranitas conmovidas. Pero la ranita le contestó: “¿Cómo? ¿Ustedes estaban gritándome que no se puede? ¡Yo pensé que me estaban alentando¡ Lo que pasa es que soy medio sorda de ambos oídos”. No escuches la voz de los cerdos. Dicen que en la entrada de la NASA se encuentra una imagen de una abeja con una inscripción arriba que dice: Las abejas no han sido diseñadas por Dios aerodinámicamente para volar…lo bueno es que ellas no lo saben. No escuches la voz de los cerdos. No dependas de lo que otros opinan que puedes lograr en la vida. En el valle de Ela había miles y miles de guerreros acobardados por los gritos, insultos e

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invitaciones a combatir de un gigante de tres metros llamado Goliat. El que le terminó cortando la cabeza fue un adolescente que pasaba por el lugar y escuchó más bien otra voz: “Si alguien mata a ese hombre que así insulta a Israel, el rey lo colmará de riquezas, le dará a su hija por esposa y dará títulos a la familia de su padre” (1 Sam 17, 25). Su nombre era David, y hoy es recordado como el rey más glorioso que jamás haya conocido la historia judía. No escuches la voz de los cerdos. Aprende a seleccionar lo que escuches. Selecciona tus juntas, tus amistades, tus consejeros, los programas televisivos y radiales que escuches. Jesús dice que debemos tener muy en cuenta lo que escuchamos: “Presten atención a lo que escuchan, porque se añadirá a ustedes lo que oyen” (Mc 4, 24)17 Debemos aprender de Jesús que no perdía el tiempo conversando con los cerdos. Lo vemos guardar silencio frente a las estupideces que le preguntaban Pilato y Herodes (Cf. Jn 19, 19; Mt 26, 63). Jesús no perdía el tiempo contestando a los críticos. Una vez escuché el testimonio acerca de un pastor evangélico que al terminar un sermón recibió un e-mail de una señora que con un prolongado discurso le criticaba uno a uno cada punto de su prédica. Entre otras cosas le dijo que además de un hereje era un endemoniado. Y este hombre de Dios se tomó el trabajo de responder una a una sus críticas. Al cabo de dos horas al frente de la computadora cayó en la cuenta de que jamás en su vida había invertido siquiera veinte miserables minutos para 17

Traducción adaptada de la versión REINA VALERA.

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escribirle una carta de amor a los seres que él amaba y que a él lo amaban, como su madre, su esposa, sus hijos, y en cambio, hacía dos horas que estaba invirtiendo tiempo en responderle a una crítica que simplemente lo odiaba. No escuches la voz de los cerdos. Los críticos, aún cuando surjan del seno de nuestra propia familia pueden ser verdaderos instrumentos inconscientes del infierno que buscan desalentarnos, hacer que claudiquemos, que renunciemos a nuestros empleos, a nuestros sueños, a nuestros propósitos. Hace unos instantes, mientras escribo estas líneas, acabo de escuchar en la sacristía de una Iglesia a uno de los líderes de la misma, que se quejaba de cómo había cantado yo en la misa. Lo que le molestaba era que yo cantara tan “fuerte” una canción tan dulce como “Pon tus manos” durante la comunión. Y venía hasta mi casa pensando en el auto cuántas personas abandonan sus servicios en lo que sea por escuchar todo el tiempo comentarios como estos. Cuántas veces el poder de la maldición es más fuerte que las ganas de continuar en esta comunidad, en esta Iglesia, en este trabajo, en esta actividad. Cuántas permanentes críticas a la manera en la que hacemos las cosas nos hacen perder el entusiasmo con el que empezamos una causa. No escuches la voz de los cerdos. Ese es el mensaje final de esta primera parte del libro. Si por alguna razón te has identificado con este hijo pródigo de la parábola en cada una de los temas deprimentes que hemos venido mencionando, te suplico que vuelvas a los brazos a los que perteneces. No escribí esta primera parte del libro para deprimirte, en

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absoluto es así. La escribí para invitarte a que no te quedes en el país lejano de la escasez y la necesidad, en el país de los chiqueros donde los cerdos te maldicen. Vuelve a tu hogar. A esta altura estás parado al borde de la mejor parte de la mayor novela de amor jamás contada en la historia. Cuando el diablo se pensaba que la pelea era suya algo sucedió en ese ring…el hijo que estaba perdido, que había perdido su identidad está a punto de tomar la decisión más importante de su vida: RECUPERAR SU IDENTIDAD. Acompáñame por favor a ver juntos la segunda parte de esta historia, créelo, lo mejor está por comenzar.

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Segunda parte

“Recuperando la identidad” “Finalmente recapacitó y se dijo: “¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Tengo que hacer algo: Volveré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados.” Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse en su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: “Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero su padre dijo a sus servidores: “¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzaron la fiesta” Lc 15, 17-24

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El árbitro está contando los segundos finales de la pelea: “Uno…dos…tres…cuatro…” Todo parece estar acabado. El jovencito ni siquiera ha intentado defenderse en esta lucha tan despareja. En la esquina del ring el diablo sonríe en complicidad con sus demonios que no dejan de ovacionarlo dándolo por ganador ya de antemano. Desde todas las gradas se levanta un clamor infernal de victoria. El fin de la pelea es inminente; el triunfo de Satanás parece inevitable. “…ocho…nueve…y…” Y de repente sucede el milagro imprevisto, algo que no imaginaban de ningún modo el diablo y sus demonios. El hijo pródigo se levanta poderosamente del suelo; parece ser el despertar de un gigante. De pronto, el joven que no había hecho más que defenderse de su adversario, se para firme sobre las tablas del ring y lo mira al diablo con mirada de fuego. Mientras el diablo nervioso se rasca la barba, se alista para continuar le pelea. Pero al mirar a los ojos a aquel joven vagabundo con olor a cerdo descubre algo en su mirada que lo hace temblar de miedo: “Ya recuerdo quién soy: SOY EL PRÍNCIPE, EL HIJO DE DIOS”. Entonces el diablo comienza a retroceder, y el joven le arrincona contra la esquina tirándole trompadas poderosas…en el pecho…en la sien…en el tabique…en el mentón. Y sucede lo increíble, el diablo, el gran tentador, cae derrotado al ring. “uno…dos…tres…cuatro…cinco…seis…siete…ocho…. nueve…y…DIEZ…¡KNOCKOUT!”

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Desde el cielo se escucha un ruido de fiesta, hay un gozo indescriptible en las alturas, los ángeles no cesan de bailar. Los demonios no entienden nada. ¿Qué sucedió? ¿Cómo es posible? La respuesta está escrita en el premio que recibirá el joven pródigo. Entonces el jurado saca el título del ganador. Le levanta el puño de campeón al muchacho y le entrega el tan soñado premio. Es una placa de honor con la siguiente inscripción en oro: “EL AMOR que nos devuelve la identidad”. De repente los demonios huyen despavoridos; acaban de entender que la pelea no la ganó ese muchachito; no pueden soportar la idea de que su jefe haya sido derrotado una vez más… por el AMOR DE DIOS.

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1.

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Cierto que soy príncipe

“Finalmente recapacitó y se dijo: “¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Tengo que hacer algo: Volveré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados. Se levantó, pues, y se fue donde su padre.”

De pronto, el último golpe que había recibido el hijo pródigo le produce el efecto contrario, le hace tomar conciencia de que no puede seguir en ese sitio, que ya es suficiente, que ya está bien de humillaciones y sufrimiento. Y puedo imaginarme como en una película al muchacho llorando en un rincón del chiquero mientras los cerdos almuerzan dichosos. Es entonces cuando le asalta un poderoso recuerdo…le vienen a la memoria aquellas mañanas radiantes en que se sentaba a la mesa a comer como un príncipe en la casa de su padre, el rey tierno que tiene pan y afectos en abundancia. Yo he estado en numerosas ocasiones sentado llorando así como ese joven de la parábola. En una de esas ocasiones tomé mi guitarra y compuse la canción que más marcó mi ministerio en todos estos años. Es la canción principal que utilizo para predicar; en mi sitio web18 la podés escuchar completa; la encontrarás traducida al inglés, y mientras escribo este libro la estoy traduciendo al 18

www.sebastianescudero.com

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portugués y al italiano con ayuda de expertos; es la canción con la cual hice el primer video clip de mi vida. Después de leer este libro entenderás por qué es tan importante para mí esta canción. Te la presento:

CIERTO QUE SOY PRÍNCIPE A veces siento, cuando estoy en el chiquero alimentando a los cerdos siento mucha hambre y frío soledad y un gran vacío siento, que ya no tengo ganas de seguir viviendo. Pero de pronto, me sorprende un pensamiento que me da fuerzas y aliento: Pienso, qué es lo que hago aquísufriendo si a ti te sobran los afectos y entonces me levanto y digo… CIERTO, CÓ MO PUDE OLVIDAR ESO QUE SOY EL HIJO DE UN REY TIERNO CIERTO QUE YO SOY TU PREDILECTO Y QUE A TUS OJOS YO SOY EL MEJOR CIERTO QUE SOY PRÍNCIPE CIERTO, QUE EN TU CASA HAY ALIMENTO QUE SOY EL HIJO DE LA BENDICIÓ N CIERTO, QUE YO SOY TU PREDILECTO Y QUE A TUS OJOS YO SOY EL MEJOR CIERTO QUE SOY PRÍNCIPE Sebastián Escudero

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El Amor que nos devuelve la identidad- 97 MMJ producciones. 2006 Álbum: “Soy tu guardián”

En el fondo está el resorte La expresión finalmente que coloca Lucas, es muy significativa. Existen ocasiones en que reaccionamos luego de golpearnos la cabeza contra la pared. Los hombres somos a veces tan necios que no nos damos cuenta de las cosas hasta no golpearnos duramente con la realidad. Cuántos casos conocemos de gente que descubre lo mal que está recién cuando se dio cuenta que perdió su familia y su trabajo por ese vicio, por esa infidelidad, por esa actitud. Cuánta gente que se deja maltratar toda la vida por el otro hasta que un día, finalmente, reacciona a causa de un violento sacudón que le da la vida. Pero lo maravilloso de este finalmente de la parábola es la enseñanza esperanzadora que nos deja. En el fondo hay un resorte que nos puede hacer llegar más lejos aún de lo que estábamos antes. Y detrás de ello está Dios, que pudiendo impedir que lleguemos hasta el fondo deja a nuestra libertad la elección de llegar hasta las últimas consecuencias; quizás lo permite por ser el inventor de este principio, en el fondo está el resorte. Él sabe de lo duro que somos de corazón, por eso ha ideado este plan de dejarnos golpear para que reaccionemos y lleguemos a lugares que jamás hemos imaginado. Esto es lo que vivió el joven de la parábola. Quizás muchos se preguntan por qué razón el padre

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no salió a buscarlo a ese país lejano, o por qué si lo amaba tanto no le mandó con sus servidores una canasta de alimentos. Quizás sea porque sabía bien que su hijo debía darse cuenta solo de lo mal que estaba. Y no se daría cuenta hasta no llegar hasta las últimas consecuencias, envidiar a los cerdos. Llevarle comida o ir a buscarlo lo podría haber perpetuado en ese chiquero. Debía esperar su regreso, aún con el corazón destrozado cada día hasta que eso sucediera. Tiene que ver, en definitiva, con el respeto a la libertad de su hijo de volver libremente; debía elegir por sí mismo volver; al fin ya al cabo, esta libertad era el único retazo de dignidad que le quedaba al hijo pródigo en su estadía en aquel país lejano. Esa libertad lo llevaría hasta el resorte. Y el final de la historia nos demuestra la verdad de este principio, el resorte impulsó al joven no sólo a volver a su hogar, sino a encontrarse con un padre al que jamás había conocido bien; alcanzó una gloria mayor que la que tenía antes que partir; descubrió el amor que nunca antes había experimentado, y que, después de venir de un chiquero se valora aún más. Quizás vos que estás leyendo este libro estás viviendo la tragedia de ver cómo se está golpeando un ser querido al ir por ese mal camino. Entrégale la causa a Dios, Él es especialista en resortes al final de las situaciones. Confía en Él; si el diablo es poderoso, Dios es TODOPODEROSO para cambiar esa situación de lamento en fiesta.

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El discurso para un desconocido Luego de recordar quién era, el hijo pródigo toma papel y tinta y comienza a elaborar un discurso para que su padre lo acepte. Tantos años en el país lejano de la escasez y la necesidad habían provocado en él una mentalidad de esclavo, de mendigo. Se había acostumbrado a pedir por favor una oportunidad, a tener que hacer cosas para que lo quieran. Y lo mismo quiere hacer con su padre, el plan consiste en decirle palabras lo suficientemente convincentes como para que lo vuelva a aceptar en su palacio, ya nunca más como hijo, pero “al menos” como empleado suyo. Al fin y al cabo, ya se había acostumbrado a mendigar las migajas más absurdas que se puedan mendigar, como lo eran las algarrobas de los cerdos. ¿Qué más da mendigarle una migaja a quien tantas veces me llevó en sus brazos jugando con mi pelo mientras me paseaba por aquel magnífico palacio? Ya no había nada más que perder, pues de hecho no tenía más salida…el próximo paso se llamaba muerte. Entonces empieza a escribir cómo sería el discurso: “Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados.”

Jesús da a entender algo en este discurso: el muchacho no tiene idea de quién es su padre. Este discurso que preparó revela la ignorancia que había en él acerca de su progenitor. Pensaba que su padre ya se habría olvidado de él; que el paso de los años habría endurecido el corazón de aquel rey; que seguramente le habrían llegado las noticias de su mal

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comportamiento entre prostitutas; que jamás le perdonaría el haberlo tratado como si estuviese muerto. Todos los años que había pasado al lado de su padre no fueron suficientes para llegar a conocerlo personalmente, conocer su corazón, su AMOR. De la misma manera nos pasa a veces a los cristianos que creemos conocer bien a Dios, pero ciertos comportamientos nuestros nos revelan que no es así. Somos ignorantes como el hijo pródigo cada vez que cumplimos con ciertos ritos (procesiones, misas, novenas, rosarios, etc.) por miedo a que Dios nos castigue; por miedo a que deje de querernos. No conocemos el Amor de Dios, y por eso queremos satisfacerle con sacrificios. Cuántos cristianos tenemos una larga trayectoria en la Iglesia y le servimos con devoción y sinceridad, pero estamos vaciados de conocimiento de Dios. El Señor nos grita en su Palabra: “Me gusta más el amor que los sacrificios, y el conocimiento de Dios más que víctimas consumidas por el fuego” (Os 6, 6). Cuántas prácticas nuestras revelan esa falta de conocimiento de Dios. “Si no toco esa imagen me va a ir mal” “Si no rezo esa oración me va a ir mal” “Si no hago la oración a esa hora exacta que prometí me va a odiar Dios” “Si no le prendo la velita a todos y cada una de las imágenes me puede suceder una desgracia”… El conocimiento de Dios es lo que está a punto de experimentar el joven pródigo. El Dios que vos y yo necesitamos conocer tiene un abrazo que solo se puede experimentar, no se lo puede aprender leyendo libros, ni viendo películas, ni

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escuchando testimonios de otros, ni realizando grandes sacrificios. El Santo Padre Benedicto XVI lo expresa con claridad en su primera encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva”19 Esta es la gran cuestión, no es suficiente querer volver al hogar, es necesario pasar del campo de las palabras y de las ideas al campo de la acción. Es necesario levantarse y volver al hogar. El retorno al hogar “Se levantó, pues, y se fue donde su padre.”

No es suficiente tener un buen pensamiento, una buena idea, es necesario llevarla a cabo, pasar de la idea a la acción, de la teoría a la práctica. Esto mismo es lo que hizo el joven de la parábola; un día, finalmente, después de tanto tiempo de vagar en ese país lejano, decide regresar. Y todo comienza con una pequeña acción: LEVANTARSE. La expresión “Se levantó…” tiene una profunda significancia en esta preciosa novela de amor. Tiene que ver con dejar de estar arrodillado en ese chiquero; tiene que ver con ponerse de pie y saberse superior que esas criaturas sin raciocinio; tiene que ver con recuperar la autoestima tan dañada que tenía. Existen tantas ocasiones en nuestras vidas en 19

BENEDICTO XVI, encíclica Deus Caritas Est; 2006. Punto 1, introducción.

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que necesitamos levantarnos de ese sitio en el que por tanto tiempo hemos permanecido arrodillados, tirados, abatidos, derrotados. ¿Cuáles serán las situaciones que en este preciso instante, mientras lees esta página del libro, necesitas dejar de lado para volver a ponerte de pie? Quizás necesites acabar con un hábito oculto que te está abofeteando en la intimidad, un maldito monstruo crónico que te tiene esclavizado hace años y no te deja vivir en paz. Algunos de estos hábitos tienen nombres propios y suelen generar una obsesiva dependencia compulsiva, se les llama masturbación, pornografía, drogadicción, alcoholismo, fornicación, adulterio, etc. LEVÁNTATE…vuelve a tu hogar…tu Papá te está esperando. Quizás tengas que renunciar a una relación que te está haciendo daño, que te menoscaba la dignidad. Quizás a lo que debas renunciar es a esa postura que tienes frente a tu pareja, o a tus amigos, o compañeros; postura de sumisión absoluta, de dejar que te griten, que te denigren, que te humillen públicamente, que te agredan física y verbalmente, etc. LEVÁNTATE…vuelve a tu hogar…tu Papá te está esperando.

Hoy es el día Quizás tengas que dejar de lado esa vida sin Dios que estás llevando desde hace ya un tiempo. De seguro hoy es el día más propicio para que empaques

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tus maletas de Cerdos City donde tan cómodo te instalaste a vivir un día. Hoy es el día.20 Hoy es el día de volver a buscar el rostro de Dios en la intimidad de la oración personal. Hoy es el día de volver a esos minutos diarios de oración que tanta gracia te dieron en su momento. Hoy es el día de recuperar el hábito maravilloso de recibir a Jesús en la Eucaristía, de volver a celebrar la Misa, de volver a confesarte…de volver a tu hogar. Hoy es el día de volver a leer la Palabra de Dios, de limpiarle las telarañas a tu Biblia, de desempolvarla y volver a escuchar a Dios como lo hacías antes. Hoy es el día para volver a tu comunidad de donde jamás te debieras haber marchado; pues has comprobado que sin una cobertura espiritual somos presas fáciles del enemigo, y además, somos un simple fosforito aislado, pudiendo ser una llamarada al estar unidos a los demás leños. Jesucristo te necesita; necesita de tus talentos, esos talentos que has estado malgastando para presumir, para que te quieran, para que te aplaudan, para satisfacer tus propios placeres y egoísmos. Eres muy útil para la

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Muchas veces demoramos nuestro regreso a Dios, sin darnos cuenta que vivir con una pobre imagen de nosotros mismos, con una permanente inseguridad, con tantas carencias afectivas, nos dañan en varias áreas de nuestras vidas; no nos permiten relacionarnos correctamente con los demás, pues todo lo vemos a través de nuestras heridas; no podemos recibir ningún comentario nuestro sin que nos exaspere, vivimos en permanente contienda con los demás, no podemos tener relaciones personales pacíficas, sino que siempre estamos histéricos y demandando más del otro, poniendo sobre su vida una expectativa demasiada alta para poder satisfacer. En el caso de relaciones amorosas, es fácil que todo termine en una gran crisis, pues pretendemos que el otro sea todo lo que hemos perdido en nuestra vida: padre, madre, amigo/a, guía espiritual, etc. Pero además, vivir así, sin el Amor de Dios, afecta nuestro futuro, porque no podremos llegar a ser todo lo que podríamos llegar a ser con esa carga de heridas emocionales y esa falta de estima personal; lamentablemente nuestro destino, nuestros sueños, se verán opacados de seguir viviendo así.

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edificación del Reino, Jesús y tu comunidad te necesitan. Vuelve a tu hogar…hoy es el día.

2.

Cuánto he esperado este momento “Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión…” Lc 15, 20b

De los más de treinta y cinco mil versículos que contiene la Palabra de Dios, éste, el 20b de Lucas 15 es el más sublime a mi modo de ver. Este es el versículo magno de toda la Biblia para mí; si me dieran a elegir un solo versículo de todas las Sagradas Escrituras para predicar el resto de mi vida elegiría este sin dudarlo un solo segundo. Y tal vez te suene muy subjetiva mi opinión, pero me es menester aclararlo antes de comenzar este segundo capítulo de la segunda parte, para que entiendas la importancia que le doy a esta parte del libro que vas a comenzar a leer. Los próximos dos capítulos son la razón de ser de todo este libro; son los capítulos claves, esenciales, los capítulos centrales que no puedes dejar de leer. Acompáñame un poco más y lo comprobarás. La noche del 5 de octubre de 1995 cuando me abracé con el Señor, aquella canción de Martín Valverde “Nadie te ama como yo” me impactó desde el primer verso de la canción: “Cuánto he esperado este momento…” De entrada nomás, el saber que

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Alguien me estaba esperando ya era para mí tan desconcertante. Esa es la espera que vivió el padre del hijo pródigo y que vive nuestro Padre del cielo cada vez que nos alejamos de su Presencia. De esta espera quisiera compartirte en este capítulo. Asomado desde el balcón “Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión…”

El hijo pródigo decide volver, se levanta de un salto del chiquero y regresa al hogar. ¿Cuántas cosas le estarían dando vuelta por la cabeza en ese eterno viaje de retorno a su hogar? Lo único que llevaba apretado entre sus dedos era el discurso que había preparado para que su padre lo recibiera como trabajador. Puedo imaginarme al hijo temblando cada vez más a medida que se va acercando a la casa de su padre; y no es un temblor de frío solamente, sino sobretodo de miedo, de terror de que su padre lo rechace, lo reprenda, lo castigue.21

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Este tipo de miedo es algo que no existía cuando el muchacho estaba en su hogar, fue algo que aprendió a tener en el país lejano, en el chiquero. Lejos de Dios acumulamos miedo tras miedo; es incalculable la cantidad de miedos que nos mete Satanás para destruir nuestra imagen divina: miedo a sufrir, miedo a ser felices, miedo a no agradar a los demás, miedo a que no me acepten como soy, miedo a que me olviden, miedo a que me traicionen, miedo a que me abandonen, miedo al qué dirán, miedo a no triunfar, miedo a no aprobar ese examen; miedo a la enfermedad, a la muerte, a la soledad, a la rutina, al fracaso, a la pobreza, a la desilusión, al pecado, al castigo, al rechazo, etc. Vos y yo vivimos en ocasiones con esos miedos; hoy es un día excelente para destruirlos en la Presencia amorosa de Dios; de un Dios que no nos quiere ver con miedos, sino con libertad: “No vuelvan al miedo, ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abbá!, o sea ¡Papá!” (Rom 8, 15; Cf. 2 Tim 1, 7)

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Hacía unos años que se había marchado sin saludar y dando un portazo vehemente sobre las espaldas de quien toda su vida lo había amado profundamente. Me gusta suponer algunas de las preguntas que en esos kilómetros próximos a la casa de su padre se habría estado haciendo el joven pródigo: “¿Qué reacción tendrá mi padre cuando uno de sus criados entre a su recinto a avisarle que volví?” “¿Podrá perdonarme todo el mal que le he hecho?” “¿Se acordará de mí todavía?” “¿Aceptará mi propuesta de trabajar como el peor pago de sus sirvientes? ¿Y si me expulsa a las patadas? Pero de pronto sucede lo absolutamente inesperado. Jesús nombra un detalle maravilloso: “Estaba aún lejos cuando su padre lo vio”. Esto significa que lo estaba esperando; que mañana, siesta, tarde y noche se asomaba repetidas veces con los ojos llorosos a mirar desde su balcón si regresaba su hijo, su bebé, su amado…su chiquito que hacía tanto tiempo se había alejado de sus brazos. Cuentan sus criados que lo encontraron más de mil veces asomado desde ese balcón con la mirada perdida en el horizonte. Y una tarde, una bendita tarde sucede el milagro más glorioso. Me gusta imaginar para cuando sea director de cine que se trata de un atardecer rojizo, como el de la tapa del libro. De pronto, se vuelven a cruzar a lo lejos las miradas. Vamos a analizarlo desde las dos miradas.

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El hijo no puede creer lo que ven sus ojos, se le empiezan a romper los esquemas; Él creía que su padre estaría en su recámara hamacándose en su reposera, pero lo ve de pie allí, en el mismo lugar donde estaba parado cuando lo vio partir de casa. De pronto, se le escapa una lágrima que corre por sus congeladas mejillas. “No puede ser…me estaba esperando” Se dice asimismo mientras se seca las lágrimas que corren por su rostro. Cuánto hacía que alguien no lo estaba esperando; cuánto tiempo de esperar que los cerdos aunque sea lo miraran sin conseguirlo. En ese cruce de miradas a lo lejos, el hijo acaba de descubrir una verdad que cambiará para siempre su idea acerca del amor; acaba de descubrir que su padre no había dejado de esperar su regreso; en el abrazo que recibirá posteriormente descubrirá que la pasión con que lo abraza es un indicador de cuánta ansiedad tenía su padre de este reencuentro. Sus esquemas comienzan a desmoronarse…no es el padre que pensaba encontrar. El padre, ¿Qué decir del padre? Solo quien ha perdido a un hijo debe comprender bien lo que el padre habrá experimentado dentro de él en ese instante en que lo ve volver a su hijo. No había podido volver a sonreír auténticamente desde que su hijito se marchó; nunca más pudo volver a descansar bien, dando vueltas en su cama con la foto de su bebé entre sus manos; no pudo volver a comer en paz, sus entrañas se le removían pensando dónde estaría revolcado su hijo sufriendo el frío y el hambre en un país lejano. Su vida de seguro habrá seguido igual, pero por dentro la angustia lo tenía paralizado.

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Pero ese atardecer, como lo había hecho millones de veces ya, se asoma a ver en el horizonte si su hijo quizás regrese a su hogar. Y de repente logra divisar su figura sombreada delante del ocultamiento del sol. Soñó mil veces este momento; no es un momento cualquiera, se trata de su bebé, al que vio nacer, al que le cambió cientos de veces los pañales, al que cuidó durante tantos años, con el que jugó a todos los juegos que conocía para verlo reír, al que vio creces y convertirse en un jovencito. Es su bebé que viene del cementerio del corazón, del país lejano, de la necesidad y de la escasez, del hambre, del frío, de mendigarle a los cerdos, de ser humillado y maltratado. Por fuera no es el mismo hijo que se marchó del hogar. El que se marchó se fue con una mirada altanera y soberbia, con la arrogancia de quien cree poder llevarse el mundo por delante, con el puño cerrado por el odio. El que regresa viene semiencorvado, con la frente baja, con hambre, con frío, con olor a cerdo, con las manos abiertas de quien ha aprendido a mendigar porque lo perdió todo. Pero los ojos de padre le permiten ver al mismo de siempre…es su hijo, su hijo amado. ¿Cómo describir lo que está viviendo en ese momento? Las lágrimas que corren por sus mejillas no son solo un momento romántico, son el producto de un impacto, un impacto de felicidad, de gozo, porque su hijo ha regresado. Solo un padre sabe que a un hijo es imposible no perdonarlo cuando ha caído, no extrañarlo horrores cuando se aleja, no recibirlo cuando regresa, no

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amarlo con locura en todo momento, pase lo que pase, haga lo que haga.

Con Amor eterno “De lejos Yahvé se le apareció: “Con amor eterno te he amado, por eso prolongaré mi cariño hacia ti” Jer 31, 3 Puedo entender que en esta parábola Jesús nos está enseñando y poniendo al descubierto el corazón de su Padre, que nos ama con un Amor eterno. Para entender la noción eternidad es necesario que partamos de la noción de tiempo. Aristóteles brinda acerca del tiempo una definición que será acuñada en siglos posteriores por los grandes teólogos escolásticos como Santo Tomás de Aquino: “El tiempo es la medida del movimiento según un antes y un después”. Sin necesidad de hacer grandes razonamientos filosóficos, ni de meterme en grandes cuestiones metafísicas, y para no perder el hilo conductor del mensaje, podemos deducir fácilmente que el movimiento es un accidente propio de los seres físicos. Es decir, hay movimiento en los seres que son de naturaleza física. Y de allí que el tiempo sea la medida del movimiento. Por lo tanto, hay tiempo en los seres físicos, como vos y yo. Ahora bien, Dios es espíritu (Jn 4, 24b), y por lo tanto no tiene movimiento. Sin movimiento no podemos hablar de tiempo. Si no hay tiempo en Dios

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¿Qué hay entonces? Eternidad. Esta sencilla deducción de sentido común puede parecerle una ofensa a los grandes filósofos y sabios lectores de esta humilde obra, pero no es mi intención hacer de este libro un manual de metafísica. Créanme que se de lo complejo y extenso que es este tipo de temas; si alguien desea indagar más a fondo puede averiguar en infinidad de manuales filosóficos y teológicos. Todo este análisis es simplemente para llegar a la conclusión de que en Dios no hay cambio (Cf. Mal 3, 6), Él es eterno, y como consecuencia de esto podemos afirmar sin duda a equivocarnos que su amor es eterno. Dicho de otro modo: nos ama desde antes de que existamos, nos ama ahora y nos va a amar para toda la eternidad, hagamos lo que hagamos. ¿Qué aplicación o importancia puede tener esta afirmación en nuestra vida? Bueno, esta verdad que te transmito en apenas unas cuantas palabras ha salvado literalmente mi vida y he visto con mis propios ojos lo que hizo en la vida de cientos y cientos de personas a las que les he anunciado esta enseñanza desde hace más de diez años benditos. Permíteme exponer con un poco más de precisión lo que quiero decir con la frase Con Amor eterno.

Desde antes de existir Crecí toda mi infancia escuchando a mis padres gritándose con odio. Muchas noches planeé el asesinato de mi papá mientras escuchaba como le pegaba a mi mamá en la cocina. Pero me acobardaba,

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entonces me tapaba las orejas con la almohada y me quedaba acostado llorando en mi cama hasta que pasara la tormenta. A medida que fueron pasando los años fui recibiendo alguna que otra información acerca de nuestro origen. La pregunta ¿De dónde venimos? que todo niño se suele hacer en algún momento me fue respondida de muchas maneras; desde la cigüeña parisina hasta la maldita película condicionada que me contó un gordito compañero de tercer grado el día de mi cumpleaños. Pero fue un video que me mostraron a los diez años lo que me hizo deducir lo peor. El video mostraba en dibujos animados a un varón (papá) y una mujer (mamá) teniendo relaciones sexuales. Y en un momento determinado el video mostraba una explosión de corazoncitos. La maestra interrumpió en ese momento explicando que se trataba de la explosión del amor; y que como consecuencia de ese amor nacimos cada uno de nosotros. En la cara de cada uno de mis compañeritos seguramente había una nota de alegría por esta explicación tan hermosa y tan distinta a la de la cigüeña que les habrían contado alguna vez acerca de nuestro origen; pero mi rostro estaba opacado y triste, mi semblante fue de dolor luego de ver aquel video. Es que era la primera vez en mi vida que deducía que yo no puedo haber sido jamás el fruto de una explosión de amor. Ellos mismos, mis propios padres me contaron que se habían casado por obligación, y yo con mis propios ojos los vi agredirse cada día de mi vida durante nueve horribles años. ¿A quién van a venir a decirle que es el fruto de una explosión de amor?

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Y así fue que comenzaron mis tortuosos pensamientos sobre mi posible origen. “¿Será que mi papá violó a mi mamá el día que me concibieron?” Me preguntaba una y otra vez debajo de mi cama. Y estos pensamientos se me inclinaban cada vez más a medida que descubría cosas del pasado; una de ellas, la peor quizás es saber que me intentaron abortar y que mi padre le pegaba a mi mamá cuando estaba embarazada de mí. Todo me daba a entender una y otra vez lo mismo: “No soy querido desde el nacimiento. Estoy en este mundo por error, por equivocación, no debería haber nacido, al fin y al cabo no soy aceptado desde que estaba en el vientre, no valgo la pena.” 22Y hoy, mirando el pasado puedo entender que mis tres intentos de suicidio estuvieron relacionados con esto. Pero a los quince años conocí al Verdadero Dios, y este atributo divino que nos hace afirmar que nos ama eternamente fue el gran bálsamo de sanidad para mis numerosas heridas. De a poco entendí que desde antes de que mis padres existieran siquiera Dios ya me conocía, ya había pensado en mi, ya me amaba con pasión y locura. La intervención de mis padres solo vino a llevar a cabo el plan de Dios premeditado de que yo exista y que escriba un día este libro. Es esto lo que da a entender cuando coloca expresiones como estas:

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Quisiera dejar claro a esta altura de mi testimonio personal, que de ninguna manera las cosas fueron tal cual como yo las dramaticé desde niño; he tenido dos padres que me preceden en la mansión celestial, a los cuales les debo la honra inclusive el día de hoy mientras escribo este libro. Los amo a ambos profundamente y anhelo el día en que pueda volver a abrazarlos en las praderas eternas; mi victimización del relato es solo para mostrar el daño que me hacía pensar como pensaba. Pero les debo a ambos no solo la vida, sino el cuidado y ternura infinita que me han ofrecido cada día de mi vida a su lado. Cuando los vuelva a ver la única palabra que quiero susurrarles por largo tiempo es la palabra GRACIAS.

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“Antes de formarte en el seno de tu madre ya te conocía; antes de que tu nacieras yo te consagré y te destiné a ser profeta de las naciones” Jer 1, 5 “Yahvé me llamó desde el vientre de mi madre, conoció mi nombre desde antes que naciera” Is 49, 1b “Eres tú quien me tejió en el seno de mi madre…mi embrión vieron tus ojos, todos mis días ya estaban escritos en tu libro y contados antes que existiera uno de ellos” Sal 139, 13.16 Quizás vos que estás leyendo estas páginas estás sintiéndote identificado en algunos aspectos, tal vez llegó a vos este libro, y piensas “¡Oh casualidad!” Justamente vos venís de una vida horrible. Quizás te enteraste algún día gris que tus verdaderos padres no eran los que te criaron, sino que fuiste adoptado. Y tal vez saber eso te hizo pensar por mucho tiempo que mereciste ser abandonado por tus progenitores porque no vales la pena. Si algo así han sido tus pensamientos estos años quiero decirte algo que puede cambiar literalmente el rumbo de tu vida: Antes de que existas ya eras amado; Dios te ama desde la eternidad; si existes es porque Dios planeó cada parte de tu ser; más aún, te vio en su mente y luego decidió que existas. No eres fruto de un error, ni de un accidente, ni de una casualidad, ni del destino. Has sido pensado desde siempre. No se si logras vislumbrar la dimensión de lo que te estoy diciendo, tienes un club de fans en el Cielo desde antes de tu nacimiento biológico; Dios, el Creador del cielo y de la tierra te está aplaudiendo

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como a su obra más bella desde siempre. Y ya que vamos a acentuar cosas las acentuemos bien: no tienes ningún motivo para estar triste, tu Padre celestial ha sacado una platea vip para sentarse a verte vivir porque te admira tal y cual como eres. ¿Qué tal eh? Este es el momento en que cuando estoy predicando todo el mundo al unísono suelta un aplauso de gozo hacia el Cielo. Y te recuerdo una cita más por si te queda alguna duda; fue la primera cita que me quedó impresa en el alma al leer la Biblia, y pudo más que el año entero de terapia que hice en mi niñez: “¿Puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti. Mira como te tengo grabada en la palma de mis manos y jamás dejé de pensar en tus murallas” Is 49, 15-16

Nunca voy a dejar de amarte Ahora bien, cuando decíamos que Dios nos ama eternamente decíamos que nos ama desde siempre, pero también para siempre. Y precisamente de esto quiero hablarte ahora, del alcance que este Amor eterno de Dios puede tener en nuestras vidas. El Dios que vos y yo confesamos como Omnipotente, Todopoderoso, en realidad hay algo

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que no puede hacer. ¡NO PUEDE DEJAR DE AMARNOS! Y esto es un misterio increíble que siempre me ha impresionado; el Dios majestuoso ha decidido libremente anteponer su Amor por nosotros a su poder divino. Increíble y curiosamente, Dios no cambia su parecer y su Amor por nosotros. Hagamos lo que hagamos nos seguirá amando igual, ni más ni menos. No podemos hacer nada para que nos ame un poquito más o un poquito menos de lo que nos ama ahora. Simplemente no puede cambiar su manera de amarnos; y este no poder está subordinado a su no querer dejar de hacerlo, y eso es lo que hace tan asombroso este tipo de amor. Lo encontramos en la Palabra de Dios afirmando lo que estamos comentando: “¿Cómo podré dejarte abandonado, fraín (acá puedes colocar tu nombre)? ¿Cómo no te voy a rescatar, Israel? ¿Cómo podría yo abandonarte como a Adma o tratarte igual que a Seboím? Mi corazón se conmueve y se remueven mis entrañas. No puedo dejarme llevar por mi indignación y destruir a Efraín, pues soy Dios y no hombre” Os 11, 8-9 Esta última afirmación bíblica, soy Dios y no hombre es la explicación de un Amor sublime que escapa a nuestro modo de entender las cosas. Nuestro amor humano siempre puede crecer e inclusive disminuir hasta desaparecer. Tal es la razón por la cual una madre puede olvidar a un hijo (aún cuando parezca esto imposible), y por la cual los esposos que se aman apasionadamente deben cuidar ese amor como a una planta de riego diario, pues lleva en sí mismo, junto a la promesa de felicidad eterna, la amenaza de ruptura por descuido. Todos

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nuestros amores pueden cambiar, el de amistad, el de hermandad, etc. Pero el Amor de Dios, fuente de todos los demás amores, es inmutable, no está sujeto a ningún tipo de variación…por eso es el único Amor que merece la pena llamarse auténticamente eterno. Y entonces es un poco más comprensible la razón de ser de su perdón cada vez que como el hijo pródigo volvemos a sus brazos; no podemos entender su perdón sin conocer su misericordia, y no podemos conocer su misericordia hasta que no nos adentramos un poco en su corazón.23 Y cuando entendemos el tipo de Amor que nos tiene entendemos simplemente que no podremos entender jamás por qué nos ama; parece un juego de palabras, pero es así. Sólo podemos limitarnos a afirmar que si nos perdona es porque nos ama apasionadamente, y nos ama no sabemos por qué, pues no tiene ningún motivo…pero nos ama…eso sí sabemos. Eso es lo que nos enseña nuestro Santo Padre cuando afirma: “…El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia”24 Esta expresión de Benedicto XVI es demasiado fuerte para dejarla pasar desapercibida. No es cualquier teologuito el que está comparando el Amor de Dios con el amor apasionado de los hombres, expresado de manera privilegiada en el amor de los esposos, pero que también se manifiesta en el amor 23

Y el tipo de perdón que Dios nos ofrece es muy superior al nuestro, pues parece ser que cuando Dios perdona no solo nos perdona, sino que incluso se olvida de que nos perdonó. De otra manera no se explica cómo es posible que Dios hablara tantas maravillas de David (Cf. 1 Re 3, 14; 2 Cron 7, 17; Sal 78, 72) luego de haber cometido semejante adulterio y homicidio (Cf. 2 Sam 11). 24 BENEDICTO XVI, Op. Cit. Punto 10

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de los padres por sus hijos. El verdadero amor de pasión es tan poderoso que llega inclusive a justificar al otro cuando nos ha perjudicado. Es lo que se constata del testimonio de una madre al comprender en su corazón a su hijo que está en la cárcel por cometer un delito; o la de los esposos cuando su pareja le ha traicionado (Cf. Os 3, 1-3). Claro que la disposición a seguir juntos en muchos se puede ver dañada por un tiempo, pero el verdadero amor permanece a pesar de los vientos. Parece ser realmente cierta aquella expresión popular de que “El amor es ciego”. Y si no lo es se hace…porque “El amor es paciente y muestra comprensión…no se deja llevar por la ira y olvida lo malo…perdura a pesar de todo, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará.” 1 Cor 13, 4.5b.7-8ª Estamos hablando de un amor sin lógica y sin final…un Amor eterno. Ese es el Amor que nos devuelve la identidad, ese es el Amor que experimentó el hijo pródigo, tuvo que perderse para comprobar en aquella tarde que su papá lo amaba de la misma manera, que no había cambiado, y que no podría por nada cambiar. Echemos una mirada de meditación a algunos pasajes bíblicos que confirman lo que estamos compartiendo: “Los cerros podrán correrse y bambolearse las lomas; mas yo no retiraré mi amor, y mi alianza de amor contigo no cambiará-dice Yahvé que se compadece de ti” Is 54, 10

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“¿No es Efraín (coloca tu nombre aquí) para mi un hijo predilecto, o un niño mimado, para que después de cada amenaza piense en él, y por él se conmuevan mis entrañas y se desborde mi ternura?” Jer 31, 20 “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?...Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” Rom 8, 35.38-39 Creo que la primera vez que vivencié este tipo de Amor para siempre en una experiencia personal, fue a los 16 años. Hacía algunos meses que había conocido al Dios que me amaba desde antes de existir, pero aún me faltaba conocer que también me seguirá amando siempre, pese a mis miserias. Luego de mi conversión la propuesta de Jesús de vivir una vida de santidad la asumí con valor, y decidí cambiar toda esa forma de vida desordenada que llevaba desde hacía varios años. Empecé a vivir una vida de santidad en su Presencia; era el amor del principio. Pero a los pocos meses, y como es normal que suceda en estos casos, volví a cometer una gran falta. Fui mi primera caída luego de conocerlo. Como todavía estaba falto de conocimiento de Dios, me desesperé por haber pecado así. Caí en un

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pozo de depresión que me duró varios días. Tenía la idea de que Dios no me querría volver a querer, que no volvería a disfrutar de esos abrazos tan reales que solía experimentar a diario. Además estaba herido en mi orgullo y en mi narcisismo por haber fallado. Me volvió a surgir la imagen de mi papá de sangre, y comencé a pensar qué tipo de castigo sufriría por mi maldad. En otras palabras, pensé que hasta allí había llegado mi romance con el Señor; inclusive abandoné por unos días mi lectura diaria de la Biblia y mis apasionantes oraciones personales. Uno de esos días, le comencé a escribir una canción al Señor, una canción de perdón y de lamento que quiero compartirte:

Yo se que una vez más te he ofendido pero esta vez merezco tu castigo ya se que nunca vas a perdonarme pero lo que más duele es saber que ya no volverás a amarme Eso es lo que pensaba entonces. Pero con el correr de los años el Señor me permitió conocer más de su verdadero Amor, y le fui dando forma a esa canción que se convirtió en una de mis canciones preferidas para predicar acerca del Amor eterno de Dios. En la segunda parte de la canción cantaría Dios, en la figura del padre del hijo pródigo, y respondiendo al pensamiento de la primera estrofa:

Porque no haces silencio un instante y escucha lo que tengo que contarte

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no he podido dormir desde que te marchaste cómo se te ocurre pensar que ya no voy a amarte NUNCA VOY A DEJAR DE AMARTE NO LO HARÉ NI SIQUIERA UN INSTANTE Y AUNQUE TE ALEJES DE MI PARA SIEMPRE NUNCA TE DEJARÉ DE AMAR SIEMPRE ESTARÉ AQUÍPARA PERDONARTE NO DEJARÉ DE ABRAZARTE Y BESARTE ME CANSARÉ DE MIRARTE DE FRENTE NUNCA TE DEJARÉ DE AMAR Sebastián Escudero MMJ producciones. 2006 Álbum: “Soy tu guardián”

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Sólo en tus brazos “Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse en su cuello y lo besó. Entonces el hijo le habló: “Padre, he pecado contra Dios y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero su padre dijo a sus servidores: “¡Rápido! Traigan el mejor vestido y pónganselo. Colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.” Y comenzaron la fiesta” Lc 15, 20b-23

Al comenzar el capítulo anterior expliqué que estos dos capítulos, a mi modo subjetivo de verlo, son los más importantes del libro. Si bien considero que todo el libro es digno de ser leído de punta a punta, pongo un énfasis especial en este tema tan crucial como lo es el del encuentro del hijo pródigo con su padre, que en definitiva es nuestro encuentro personal con nuestro Papi Dios. Hace unas pocas semanas le di forma a una canción que resume en gran manera lo que quiero transmitir en este capítulo. Quizás pienses que soy cansador colocando tantas canciones, además de que uno no las puede escuchar a través de un libro; pero las coloco porque siempre he puesto mis canciones al

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servicio de la Palabra, y eso es lo que entiendo que las letras de mis canciones hacen en mis escritos. SÓ LO EN TUS BRAZOS Después de tanto tiempo de buscar quien soy y cuánto valgo de verdad después de tanto tiempo de mendigar a esos cerdos que me hacen envidiar Después de tanto tiempo de vagar hoy a tus brazos he venido a parar, y es tanta mi felicidad que tengo ganas de llorar PORQUE SÓLO EN TUS BRAZOS TENGO IDENTIDAD PORQUE SÓLO EN TUS BRAZOS PUEDO HALLAR LA PAZ Y ESA TRSITEZA HORRIBLE YA NO VOLVERÁ PORQUE TUS BRAZOS SIEMPRE ME PROTEGERÁN PORQUE TU MANO NUNCA, NUNCA, NUNCA SOLTARÁS Y puedo ser feliz porque tu estás conmigo Y es en tus brazos donde siempre, siempre, siempre quiero estar Sebastián Escudero MMJ producciones. 2008

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En el chiquero el hijo pródigo había recordado quién era, pero sólo en los brazos de su padre comprobará cuál es su verdadera identidad. Sus esquemas mentales acerca del conocimiento que creía tener de su padre se romperán; entonces aprenderá a reposar en los brazos más tiernos que existen; y luego de eso recibirá los símbolos que le devolverán su verdadera identidad.

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Esquemas rotos En el primer capítulo de esta segunda parte comenté acerca de la falta de conocimiento que el hijo tenía de su padre, manifestado en el discurso que prepara para un desconocido. Su idea de su padre era tan distinta a la realidad. Pensaba que iba a tener que esperar un par de días hasta que su padre se dignara a atenderlo, y resulta que lo estaba esperando en el mismo balcón donde lo vio despedirse de su hogar. Puedo imaginarme que el joven se acerca temblando, pensando que quizás su papá simplemente “de casualidad” estaba asomado al balcón. Pero de pronto lo ve correr hacia él desesperadamente; más aún, si mal no recuerda, jamás lo había visto correr de ese modo. Entonces lo primero que hace es quedarse duro del miedo, pensando que tal vez viene furioso a cobrarse una por una todas las ofensas que le había provocado. Los pensamientos se le comienzan a cruzar por la mente pensando que tal vez tiene escondido un palo en su espalda, un bate de béisbol o un palo de amasar, para reventárselo en la cabeza. Se le ocurre la idea de salir corriendo y huir del castigo venidero, pero está demasiado cansado como para seguir corriendo; que más da, a esta altura ya no le importa sufrir un poco más, al fin y al cabo, el dolor de un palo no sería nada al lado del dolor de mendigar en un chiquero. Entonces prefiere quedarse en ese lugar, esperando lo peor. Pero al llegar donde él, su padre se le echa encima entre lágrimas y muecas de alegría, y lo cubre

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de abrazos y besos25. El muchacho no entiende nada. Y como ha pasado tanto tiempo sufriendo la ausencia de cariño, prefiere hacer de cuenta que no es real lo que está sucediendo; es muy fuerte como para ser real, prefiere no ilusionarse; y todavía hay voces de los cerdos diciéndole que no merece ser amado así, que no se atreva a dejarse amar así. Entonces elige seguir con el plan que había ideado en el chiquero; saca un papel arrugado donde tenía su discurso y le dice: -Padre, he pecado contra Dios y contra ti, no mer… -Shhhht –Interrumpe el padre poniéndole el pulgar sobre sus labios –No digas nada por favor, no quiero que me digas nada, solo déjame abrazarte hijo -Pero papá, quiero pedirte perdón, porque te he ofen… -Shhhht – Vuelve a decirle suavemente el padre. Antes de que te arrepintieras ya te había perdonado, mi amor. Es entonces cuando el joven comienza a lagrimear, sus mejillas comienzan a humedecerse ante ese abrazo, ante esa mirada, ante ese amor. Sus esquemas empiezan a destruirse. - No merezco tanto amor papá, trátame como a uno de t… - Shhhht. Grita el padre mientras lo ve a su hijito desvanecerse entre sus brazos. Entonces, con todas las fuerzas de su alma les grita a sus servidores: 25

Esta imagen bíblica de ternura en el reencuentro estaba ya prefigurada en el Antiguo Testamento en la figura de José con sus hermanos (Cf. Gen 45, 1-3.14-15) y con su padre (Gen 46, 29-30).

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-¡Rápido! Traigan el mejor vestido que encuentren y pónganselo; colóquenle un anillo en el dedo y traigan calzado para sus pies. Traigan el ternero gordo y mátenlo; comamos y hagamos fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado. Se acababan de romper todos los esquemas de aquel muchacho. Estaba por primera vez en su vida conociendo a su papá.

El conocimiento de Dios “Como las aguas cubren el mar, así será llena la tierra del conocimiento de Yahvé” Is 11, 9b

De la misma manera que le sucedió al hijo menor, nos suele suceder a nosotros respecto de la ignorancia que muchas veces tenemos del verdadero Dios. Cuántas veces tenemos terror de Dios en lugar de temor de Dios; llevamos en nosotros la imagen de una autoridad que nos castigó, que nos maltrató, que nos humilló, etc. Y pensamos que Dios es así, como mi papá, como ese profesor, como mi jefe, como fulano, como mengano…y no nos acercamos a Dios por miedo a que nos castigue, a que no nos quiera ni ver. Frases como “cuando yo vaya a misa se van a caer los santos” denotan que no conocemos a Dios. Y este conocimiento de Dios no se encuentra en los libros, ni en los muchos estudios, sino, como dice nuestro Santo Padre, en una “experiencia”; y yo agregaría más aún, en un abrazo. Es cuando podemos percibir afectiva, emocional, racional y

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sentimentalmente el Amor que Dios nos tiene cuando podemos decir que hemos empezado a conocer a Dios. Al Dios que sale corriendo a nuestro encuentro. Ese correr del que habla Jesús en la parábola es un esquema que Dios quiere romper también en nuestra mente. Solemos tener un estereotipo religioso de Dios, lo encasillamos en imágenes infantiles que nos hemos hecho de Él en la niñez. Y nos lo imaginamos como un anciano bonachón.26 Una de las imágenes más tradicionales que deben aflorar en la imaginación de los cristianos cuando pensamos cómo será Dios Padre es seguramente la del “anciano bonachón”. Una especie de Papá Noel con bata blanca que desde su trono de Gloria nos mira con cariño y nos espera para abrazarnos tierna y muy pausadamente. Debo confesar que esa es la imagen que a mí personalmente me acompañó durante más de la mitad de mi vida. Pero un día llegó a mí la siguiente cita bíblica: “¡Yahvé, tu Dios está en medio de ti, el héroe que te salva! El saltará de gozo al verte a ti y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta.” Sof 3, 17 Y entendí que esa imagen de Dios era muy lejana de la que yo tenía en mi imaginación. Por supuesto que no pienso que Dios tenga forma humana alguna, pues es espíritu. Pero nos es muy necesario a los hombres hacernos una imagen de cómo es Él para entender mejor nuestra relación con Él. Esta cita bíblica nos ayuda a hacernos una idea aproximada. En primer lugar es un héroe; un hombre vigoroso y valiente que es capaz de hacer frente a tus enemigos y vencerlos. 26

Transcribo a continuación un fragmento de mi segundo artículo referido a la Sagrada Eucaristía. ESCUDERO, Sebastián. El manjar de los manjares. Art. 2: Conceptos erróneos. Ed. Mensajeros de Jesús, Cba, Arg. Febrero de 2007. Pág. 7

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Por otro lado notemos que el texto nombra tres verbos particulares: saltará, danzará y lanzará gritos de alegría. Ciertamente no son expresiones propias de una persona estática o que el peso de los años le ha paralizado su cuerpo. Al contrario, el texto nos brinda un dato muy importante: “…como lo haces tu en el día de la Fiesta”. La Fiesta se puede referir a varias celebraciones que se daban en aquella época en el pueblo judío; pero alude específicamente a la Fiesta de Bodas, en la cual el novio y sus compañeros para manifestar su alegría debían danzar, saltar y gritar de júbilo alrededor de la novia. Eso mismo es lo que dice el texto que hace Dios alrededor nuestro: salta, danza y grita de gozo por el amor que te tiene. ¡Qué maravilla, no! No importa la imagen que tengas de Dios; pero se cual fuere se trata de una persona sumamente apasionada por vos; con el enamoramiento propio de los novios que están llenos de gozo por amarse como se aman.

Pero además de vigor, la imagen del padre corriendo hacia el hijo habla de un padre que sale apasionado a cubrir la vergüenza que podía estar sintiendo su hijo al tener que atravesar en esas condiciones el umbral de su casa. No lo dejó llegar así, pero no porque le diera pena su estado, sino para proteger su desnudez, para evitarle el seguir humillándose. Puedo imaginármelo tapando su cuerpito desnutrido. Es que Él no es como esas personas que suelen disfrutar de nuestras caídas, que se gozan en nuestras fallas, que se ríen de nuestras penas, que se burlan de nuestras debilidades. Dios no es así; por el contrario, llora nuestro malestar y se desespera para devolvernos nuestra dignidad, nuestra identidad. Ya en el Antiguo Testamento se reveló de esta manera: “…nadie tuvo compasión de ti, nadie te cuidó, ni siquiera por piedad…estabas desnuda, no tenías nada. Entonces pasé cerca de ti y te vi; era el tiempo de los

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amores, eché sobre ti mi manto, cubrí tu desnudez y te hice un juramento…te bañé con agua, lavé tu sangre y te perfumé con aceite. Te vestí con ropajes bordados, con calzado de cuero fino…” Ez 16, 5.7-10

Por último, también nosotros solemos negarnos a ser amados, a ser queridos, a recibir elogios, a ser abrazados con ternura. Cuántas veces también nosotros, como el hijo pródigo, nos acostumbramos tanto el chiquero que pensamos que no merecemos ser amados así; y entonces nos auto condenamos y levantamos una muralla para que no nos quieran así, para que no nos amen tanto. En definitiva, nos rehusamos a ser felices porque escuchamos las voces de los cerdos mintiéndonos que no merecemos serlo. Y todo en definitiva por desconocer el tipo de papi que tenemos. Quisiera invitarte a que en este preciso instante, mientras lees este párrafo, estés donde estés, cierres por un momento los ojos y le pidas a Dios que te muestre su rostro, que te dé de su conocimiento, de su amor. Él está buscando gente que le conozca (Cf. Jn 4, 23-24; Os 4, 1), y que como San Pablo, pueda decir: “Todo lo considero al presente como basura en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo…Quiero conocerlo…” (Flp 3, 8.10ª)

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De algarrobas a becerros “Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacia mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho; me incliné a ellos para darles de comer” Os 11, 4

Los servidores del padre, obedeciendo las órdenes recibidas, corren a buscar vestido, anillo y sandalias para el joven. Mientras tanto, un par de cocineros empiezan a preparar el ternero gordo, el becerro que se separaba para las grandes ocasiones. Cada una de estas prendas y agasajo son simbólicos; y cada una de ellas terminó de romper definitivamente todos los esquemas del muchacho: - El mejor vestido: significa que el padre le devolvía nuevamente la dignidad de hijo. Es la ropa más decente; la que sólo pueden usar los hijos; en la suposición de que habláramos del hijo de un rey, estamos hablando de ropa de príncipe, con capa incluida. En su esquema mental se había imaginado ser uno más de los servidores de su padre; pero termina vistiendo ropa que aquellos sirvientes ni con diez sueldos podrían comprar. - El anillo: es signo de autoridad; de que se le devolvía el gobierno que siempre había ejercido en su hogar. Además es símbolo de una alianza de amor que su padre establecía con él (Cf. Jer 32, 40-41). Se rompe el esquema que el joven tenía de ser “uno más” de sus trabajadores; acaba de quedar claro que

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se trata del “hijo”, del “preferido”, “el predilecto” (Cf. Mc 1, 11).27 - Las sandalias: son símbolo de libertad. Las sandalias eran usadas por las personas libres, distinto de los esclavos y siervos que andaban descalzos. Este joven pródigo venía descalzo, como consecuencia de la esclavitud de la que venía. Se rompe el esquema de compartir el sector de los demás jornaleros; recibe el calzado para que camine libremente por su hogar, tiene entrada a la presencia de su padre cuando quiera…este es su lugar. - El becerro gordo: es el signo de la alegría que provoca su retorno, y el recordatorio de que en su hogar se come muy bien. Se terminan de romper todos sus esquemas, vino a buscar desesperadamente una simple migaja, y su padre lo recibe con el mejor de los manjares. Después de tantos años mendigando en un chiquero, ahora es libre de decidir qué prefiere: las algarrobas de los cerdos o el becerro gordo de su padre.

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La palabra predilección es una palabra griega compuesta que significa pre (antes)- dilecto (querido, amado), y quiere decir: amado antes que a cualquier otra cosa. Ese es el tipo de Amor que Dios nos tiene, un Amor de predilección; nos considera la más importante de todas sus obras; inclusive, como veremos más adelante llegará al colmo de la locura cuando el Padre en el Calvario nos ponga por encima de su propio Hijo. Pero esto llega a tener impacto en nuestras vidas cuando entendemos que este Amor de Dios, además de ser de predilección es personal, es decir, “nos ama a cada uno como si fuéramos la única persona en la tierra” (WARREN, Rick; Op. Cit.9th day). “El Dios único en el que cree Israel…ama personalmente. Su amor, además, es un amor de predilección: entre todos los pueblos él escoge a Israel y lo ama” (BENEDICTO XVI, Op. Cit. Punto 9)

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Puedes descansar en mí PUEDES DESCANSAR EN MI Sé que estás cansada Sé que estás herida Sé que estás golpeada De tanto llorar Sé que estás cansado Sé que estás herido Sé que estás golpeado De tanto luchar Aquíestán mis aguas Aquíestán mis brazos Aquíestán mis hombros Puedes descansar PUEDES DESCANSAR (2) PUEDES DESCANSAR EN MÍMI AMOR PUEDES DESCANSAR Sebastián Escudero MMJ producciones. 2008 ALBUM: Si te atreves a creerle

El joven volvió por interés, porque se estaba muriendo de hambre, pero allí, desvanecido en el regazo de su padre acaba de descubrir quién era y cuánto valía. 28 28

Quizás recién aquí comenzó un verdadero proceso de conversión en el joven pródigo; es que el verdadero arrepentimiento debe brotar del dolor de ofender a quien tanto nos ama. En esos brazos estaba comenzando su auténtico retorno a su hogar. Sólo cuando hemos descubierto cuánto nos ama Dios podemos tener un arrepentimiento genuino; y dicho arrepentimiento genuino nos conduce a los cristianos católicos a acudir prontamente al sacramento de la Reconciliación. De hecho, la Iglesia siempre ha visto en esta parábola una imagen del proceso de conversión que se lleva a cabo en este glorioso sacramento que nos dejó Jesús (Cf. C.I.C. 1439). Si eres un creyente católico y estás leyendo esta obra literaria, es mi oración que al terminar de leerla, o mientras la vas leyendo, seas movido por el Espíritu Santo para acercarte a la Confesión; entre tantos beneficios que recibirás al hacerlo, te nombro algunos que nos son indispensables para ser felices en este mundo: Paz con Dios, reconciliación con la Iglesia, armonía interior, sanación de las heridas del alma, gracia para guardarnos de no continuar pecando (C.I.C. 14681470). ¿Te parece poco? La reconciliación no basta que sea hecha sólo con Dios, también nuestras faltas dañan al Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. ¡Ánimo! El Señor te está esperando con los brazos abiertos.

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Fueron muchos años de soledad, de buscar en lugares equivocados, de correr, de llorar, de soportar humillaciones, de mendigar. Y allí, en esos brazos, sólo en esos brazos encuentra esa paz que tanto necesitaba. Se le habían acabado los argumentos para rechazar el amor que se le ofrecía; su discurso estaba ahora en el suelo, pisoteado por su padre; sólo restaba hacer una sola cosa antes de empezar esa gran fiesta…DESCANSAR EN SUS BRAZOS. Entre muchas imágenes que la Biblia nos ofrece acerca de Dios, me encanta aquella de pastor que tan bien expresada se encuentra en el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar; en verdes pastos me hace reposar. A las aguas de descanso me conduce y reconforta mi alma” Sal 23, 1-3 Qué preciosa y tierna imagen esta de la oveja que es conducida por el Señor a una pradera de verdes prados, en contraste con el inmundo chiquero del que viene el hijo, donde todo era barro, mal olor, podredumbre. Y también habla el salmo de aguas de reposo, un remanso de descanso, de aguas cristalinas y puras, una vertiente de vida, en contraste de aquellos ríos turbulentos que viene de atravesar el joven. Ríos que en su momento se convirtieron en mares, cuyas olas lo conducían a donde ellas querían. Mares de crisis, de fracasos, de tristeza, de miedo, de soledad…que lo hacían al hijo pródigo vagar de brazo en brazo, de vicio en vicio, de lugar en lugar golpeando puertas para encontrar alguien que le quiera, que le acompañe, que le consuele. Y por último, el salmo habla de reconfortar el alma. Y es eso precisamente lo que tanto anhelaba el muchacho

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extraviado, sanar sus heridas, volver a ser feliz, volver a ser libre…nacer de nuevo. La portada del libro sugiere esta idea de una manera asombrosa; es la imagen de un padre jugando con su hijo a orillas de un mar reposado al atardecer. No puedo al ver esta imagen, no pensar en este pastor que el salmo sugiere como alguien interesado en hacer descansar a su oveja de tanto andar. Puedo descubrir en esa postal del padre jugando con su hijo, al Dios del Cielo cuyo deleite es que descansemos en sus brazos como un niño descansa al ser arrojado por los brazos de su papá al espacio interminablemente. Si observas el rostro del niño puedes ver que está feliz de la vida en esos brazos. Y si observas su cuerpito verás que tiene una postura de quietud; la idea del juego es la de simplemente quedarse quieto mientras su padre lo impulsa hacia las alturas y lo recibe nuevamente con cariño. Fíjate que en el rostro de ese niño no hay rastros de preocupación alguna. No teme golpearse al caer, no teme que su padre lo suelte…es la confianza psicológica de los niños que saben que sus padres no lo van a abandonar porque se saben amado por ellos. Quizás por eso el Señor nos manda a que seamos como niños (Cf. Mc 10, 15). Un niño sabe disfrutar con simpleza de los brazos de sus padres. Esta es la experiencia que necesitaba tener el hijo pródigo, experimentar este tipo de amor que desconocía y volver a sentirse un niño en sus brazos. Y es de seguro la experiencia que estás necesitando vos que estás leyendo este libro…descansar en Él.

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Solemos vivir una vida acelerada y desenfrenada; los índices de gente que padece stress es cada vez mayor cada año. Necesitamos parar un rato, descansar en verdes praderas, en aguas de reposo. Vivimos una vida cargada de ruidos, saturados de ocupaciones. Nuestras mentes están repletas de imágenes de tantas pantallas que nos abruman, la del televisor, la del celular, la de la computadora. Los que no son adictos del trabajo son adictos de jugar, e inclusive están los que se cansan de no hacer nada. Y así se nos pasa la vida a las corridas; no tenemos tiempo de sentarnos tranquilos a tomar unos mates con nuestros seres queridos, o a jugar con nuestros hijos. Y es Dios el más relegado en esta forma que tenemos de vivir. No tenemos tiempo para encontrar en el silencio a Dios; no buscamos el tiempo para hacer caso de lo que nos indica Jesús: “entra a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6, 6). Ni siquiera separamos cinco miserables minutos para sentarnos a meditar la Palabra de Dios; mucho menos aún para hacernos una escapada hasta la capilla para celebrar la Eucaristía. Andamos con mil cosas en la cabeza. Inclusive entre los más devotos cristianos suele suceder que nos aferramos al servicio de Dios y terminamos descuidando al Dios al que servimos. Hace un tiempo aprendí que cuando Satanás no nos pueda detener nos va a sobre activar. Cuántos líderes hay con un corazón como el de Marta, tan preocupada por hacer cosas por Jesús, pero se olvidan que Dios prefiere que dejemos que Él haga cosas por nosotros. Entonces, cada dos por tres

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tenemos que recibir el llamado de atención del Señor diciéndonos: “Marta, Marta (Fabricio, Fabricio; Claudia, Claudia…) te turbas y preocupas tanto, te pierdes en mil cosas, sin embargo una sola es necesaria…descansar en mí” (Cf. Lc 10, 41-42). Les pasó a los mismos apóstoles (Cf. Mc 6, 31), cuánto más nos puede pasar a nosotros. Debemos aprender a depositar nuestras cargas en el Señor; es Él mismo el que nos incita a que lo hagamos: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11, 28-30). Separa un tiempo diariamente para estar en su Presencia sanadora. Dicen que las gacelas en el África cuando son perseguidas por los leones suelen arrojarse al primer remanso de agua que encuentran en el camino. Por dos motivos, para relajarse de tanto correr y porque el agua lava su cuerpo transpirado, que despide un olor que hace que su enemigo, el león, lo ubique fácilmente. De la misma manera, cuando nos sumergimos en la Presencia de Dios en la oración, en la meditación bíblica o en la comunión eucarística, vos y yo no solo descansamos de nuestras fatigas, sino que además nos resguardamos de los ataques incisivos del diablo. Por eso, puedes descansar en Él confiadamente, “el Dios eterno es tu refugio, te protegen sus brazos para siempre” (Deut 32, 27)

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El otro pródigo “El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercaba a la casa, oyó la orquesta y el baile. Llamó a uno de los servidores y le preguntó qué significaba todo aquello. El le respondió: “Tu hermano ha regresado a casa y tu padre mandó a matar el ternero gordo por haberlo recobrado sano y salvo.” El hijo mayor se enojó y no quiso entrar. Su padre salió a suplicarle. Pero él le contestó: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y a mi nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. Pero ahora que vuelve ese hijo tuyo que se ha gastado tu dinero con prostitutas, haces matar para él el ternero gordo.” El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero había que hacer fiesta y alegrarse, puesto que tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.” Lc 15, 25-32

Acá no acaba esta fascinante historia de amor. El genial y brillante Jesús no podrá ser superado jamás en elaboración de guión; ni las mentes más brillantes de Hollywood podrían relatar de tal manera una historia de amor como la que narró el Señor. Y cuando los discípulos pensaban que así acabaría la historia, la parábola, Jesús introduce en la escena al segundo hijo pródigo: el hermano mayor. Y los

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versículos posteriores demostrarán que ha sido y es un error llamar a esta parábola “la parábola del hijo pródigo”; es más correcto llamarla “la parábola del padre misericordioso”. A partir de ahora entenderemos que es el padre el que está en el centro de la escena como el personaje central de la narración, y no el hijo menor como muchas veces pensamos. Fijémonos que cuando Jesús hace entrar en escena al mayor, comienza diciendo: “El hijo mayor estaba en el campo…” y no dice: “El hermano mayor estaba en el campo…” Porque el padre es el personaje desde el cual se lee toda la parábola, y no el hijo menor. Más aún, si hiciéramos una consulta popular acerca de cuál de los dos hijos es aquél con el que uno se identifica más, seguramente las cifras darían resultados bastante parejos. A mí me sorprende cómo en todos los lugares donde viajo a predicar sobre esta parábola, la gente se siente más identificada con el hermano mayor de la parábola que con el menor. Y esto se entiende de algún modo cuando empezamos a indagar un poco en el corazón de este personaje tan especial del relato evangélico. Acompáñame a conocerlo, y de paso te invito a que te identifiques un poco con él. El hijo mayor Mientras adentro del hogar se celebra un gran banquete, una fiesta magnífica con orquestas y bailes incluidos, al mejor estilo de las fiestas de boda o los festejos de cumpleaños de 15 para las señoritas, en el rostro del padre parece haber algo que le impide que

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su gozo sea completo. Todo es motivo de júbilo en el ambiente, pero algo hace que el padre esté preocupado. Es que falta alguien en esta fiesta, alguien muy importante, la otra parte de su corazón: su hijo mayor. Puedo imaginarme al padre volver a salir al balcón como lo estuvo haciendo a cada instante durante tantos años; y alcanzo a leer en su mirada la misma nostalgia de retorno que ha tenido en todo este tiempo. - ¿Qué es lo que le pasa al patrón? Anheló tanto el regreso de su hijo, y ahora que volvió sigue asomado al balcón, ¿qué diablos le sucede?comentan entre ellos los servidores mientras reparten las bandejas para el brindis. Lo que desconocen es que aún queda un pródigo, el hijo mayor, que quizás estaba más perdido aún que su hermano menor. Ya caída la noche, el hermano mayor cansado de una jornada dura de trabajo decide dejar las tareas del campo de su padre para volver a su hogar a bañarse y descansar un poco. Pero como a los cien metros de llegar a casa escucha el ruido de una impetuosa fiesta. No entiende nada, es un día de semana como cualquier otro, no es el cumpleaños suyo ni el de su padre; tampoco es un día solemne, “¿Qué significa entonces todo ese alboroto?” se pregunta entonces con un asombro desmedido. Y es entonces cuando uno de los servidores que estaba en la entrada le cuenta lo inesperado, lo que no quería volver a escuchar jamás: “Tu hermano ha vuelto”. Puedo imaginar inclusive la música de suspenso, más bien de tragedia, que le colocaría yo a esta escena si fuera director de cine. Fue como si le

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arrojasen un balde de agua helada. Y el odio que le tenía esclavizado le llevó a pegar media vuelta y alejarse de la fiesta. Estamos ante otro hijo que le da la espalda al único lugar donde podía ser plenamente feliz, su hogar. Su padre estaba observándolo desde el balcón, y nuevamente, como lo había hecho hace un par de horas, sale corriendo con sus ojos llenos de lágrimas en busca del otro hijo que se le había perdido sin alejarse de su hogar. Y al encontrarlo también lo abraza fuertemente, y con la ternura más grande de su alma le pide que entre a participar de aquella fiesta. Pero en los labios de este muchacho sólo hay dolor, heridas, odio, resentimiento, amargura, celos, rechazo. Y en los versículos restantes podemos descubrir cómo el hijo mayor venía de estar tan perdido como su otro hijo, con la única diferencia que este se quedó en su casa. El menor se perdió en el país lejano, el mayor en su propio hogar; y ambos fueron encontrados en el mismo sitio…en los brazos de su padre. Perdido en su propio hogar El mismo recorrido que hizo el hijo menor, de manera paralela lo realizó aquel hijo mayor en su alejamiento de su padre. También el mayor tenía un cementerio en el corazón. Lo demuestran una a una sus actitudes de distancia, de rechazo. Y en sus labios está expresado

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en sus palabras: “…y ahora que vuelve ese hijo tuyo”. Entre las lápidas de su corazón estaba una inscripción con el nombre de su hermano. Nosotros somos el hermano mayor cada vez que separamos el cumplimiento del amor, las obras de la misericordia. Y la palabra declara que seremos juzgados por el amor que hayamos dado (Cf. Mt 25, 31-46), no tanto por la cantidad de misas que hayamos asistido, o por haber cumplido todos los mandamientos al pie de la letra. El profeta Isaías pronunció extensos discursos en contra de las numerosas prácticas que realizaban los judíos (sacrificios, rituales, oraciones, ceremonias, procesiones, ayuno, etc.) pero sin corazón, sin amor al prójimo (Cf. Is 1, 11-17; 58, 1-14). Jesús retomará las enseñanzas de Oseas para dirigirla a los fariseos de su tiempo: “Me gusta más la misericordia que las ofrendas” (Mt 9, 13b; Os 6, 6). Y no olvidemos que esta parábola del padre misericordioso fue relatada por Jesús en alusión a la falta de amor a los pecadores que veía en los fariseos (Cf. Lc 15, 1-3). Pablo dirá que sin amor, carecen de sentido todos los dones, los milagros, la fe, la sabiduría y los sacrificios realizados (Cf. 1 Cor 13, 1-8). Y más cercana a nuestros días, la apóstol de la caridad, la madre Teresa de Calcuta, nos enseña que “en el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este amor debe resultar del sacrificio y ha de sentirse hasta que duela”. De allí que el reproche que se le puede hacer al hijo mayor no es por haber trabajado tantos años sin

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desobedecer ni una sola de sus órdenes, sino más bien por no haber acompañado su trabajo con el amor. Se puede apreciar que el servicio a su padre estaba marcado por un cierto interés en los beneficios que podría obtener de ello; le movía más bien la recompensa de su padre que el amor que le tenía. El verdadero amor es desinteresado, como dice San Pablo: “No busca su propio interés” (1 Cor 13, 5). Cuántas veces vos y yo servimos a Dios por amor a la recompensa y no a su persona; buscamos los milagros de Dios y no al Dios de los milagros; obedecemos más bien por miedo al infierno que por temor de ofender a nuestro Padre amado. Y me viene a la memoria, como testimonio de amor desinteresado, el ejemplo de Francisco de Sales, que en una ocasión se tuvo por condenado y escribió a Dios una carta pidiéndole que le dejara servirle incluso en el mismo infierno.29 También el hijo mayor aunque no se marchó al país lejano, se quedó en su hogar malgastando sus talentos; todo lo que hacía lo hacía para impresionar a su padre, creía que tenía que hacer cosas para que lo quieran. Lo mismo solemos hacer nosotros cuando tratamos de ser aprobados por todo el que represente autoridad, sea un padre, un profesor, un jefe; más aún si ya nos hemos formado una imagen ante ellos. Nos llegamos a obsesionar con agradarle a esa persona, no nos permitimos fallarle, llevamos en nosotros la presión del pibe “10”, del que siempre debe ser perfecto. Esto se suele agudizar en los casos de aquellos hermanos mayores de una familia. En algunos casos trágicos, uno se termina 29

Cf. Texto en HAMON, M. Vie de Saint Francois de Sales, Paris, 1922, pág. 56ss.

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inmolando por cumplir la expectativa que los padres tienen respecto de su profesión, de la persona con quien debe casarse, etc. Todo con tal de no decepcionar a los padres. Eso, trasladado al área espiritual, trae como consecuencia una mezcla de fanatismo, fariseismo y puritanismo que nos hace ser observadores estrictos de la Ley divina sin permitirnos fallar por nada del mundo. Es el gran drama de vivir legalistamente, pues uno no puede sentirse satisfecho a menos que haya cumplido todas las leyes; muchas de ellas nos las autoinfligimos; y como consecuencia, vivimos viendo culpa donde no lo hay. Es el tremendo infierno en el que viven los escrupulosos legalistas.30 En realidad no estamos preocupados por fallarle a Dios tanto como de mantener intacta esa autoimagen narcisista que hemos construido falsamente. Y digo falsamente porque detrás de esas máscaras que solemos usar, se esconde un monstruo lleno de miserias que no se acepta de tal manera y que elige mejor vivir con esa careta de la santidad.31 Y la peor desgracia que nos puede suceder cuando somos así es creernos superiores que los demás. La trampa del orgullo y de la soberbia.32 30

Para los que somos cristianos comprometidos esto puede agravarse más aún; pensemos en la montaña de culpa y condenación que solemos tener a diario en cosas que no son de extrema importancia, Ej.: leer una revista que no es cristiana, ver una novela que dan en la televisión, darme un gusto en la compra del supermercado, quedarme haciendo un poco de fiaca en la cama antes de levantarme, etc. etc. Son escrúpulos que sólo evidencian que aún no hemos experimentado el Amor de Dios que nos hace realmente libres. 31 Y es en esos casos cuando el Señor nos dirige las mismas palabras que le dirigió a la Iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú piensas: “Soy rico, tengo de todo, nada me falta”. Y sin embargo eres un infeliz, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3, 15-17) 32 Este es el gran riesgo del que tiene gran cantidad de posesiones, conocimientos o logros conseguidos. Es entonces cuando el Señor tiene que advertirnos con severidad: “No sea que cuando comas y quedes satisfecho, cuando hayas construido casas cómodas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus ganados,

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Esto es lo que les pasaba a los fariseos del tiempo de Jesús, por lo cual se merecieron palabras de elogios de parte del Señor tales como “hipócritas”, “Torpes y ciegos”, “sepulcros blanqueados”, “serpientes”, “raza de víboras”, “estúpidos” (Cf. Mt 23, 13-36; Lc 11, 37-54). “Muy confiado en su justicia (méritos), el fariseo se construye un tipo de santidad basado en reglas, ayunos o limosnas, y espera que Dios recompense sus méritos. No quiere deber nada a Dios, y por eso no quiere pecar, para no tener que ser perdonado. Y allí está precisamente el error del fariseo; porque por muy honrados e instruidos que podamos ser, sólo lograremos encontrar a Dios descubriendo nuestra debilidad. Sólo después de experimentar la misericordia de Dios comenzamos a amarlo verdadera y humildemente (Cf. Lc 7, 36-50)33. El fariseo conoce todo lo que se refiere a Dios, pero desconoce la pobreza, que es la que permite acoger a Dios, y desconoce la felicidad que procede de su perdón. Se da cuenta que tiene las mismas debilidades que los demás, a pesar de ser muy practicante, pero no tiene el medio de superarlas, porque no sabe pedir humildemente ayuda a Dios (Cf. Lc 18, 9-17)34. No le queda, pues, otro recurso que salvar las apariencias con una conducta exterior irreprochable, y llega así a ser un hipócrita.”35

Me pregunto cuántas veces vos y yo seremos fariseos con el martillo en la mano para hundir a todos los pecadores que no son “como yo”.

cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten tus bienes de toda clase, tu corazón se ponga orgulloso” (Deut 8, 12-14) 33 El fariseo y la mujer pecadora 34 El fariseo y el publicano 35 BIBLIA LATINOAMERICANA. Comentario a Mc 8, 11. Ed. San Pablo/Verbo Divino. 49ª edición; edición revisada 1995

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Y por último, también el hijo mayor pasó las materias de la escasez y la necesidad, envidiando y escuchando a los cerdos. A pesar de tener a diario la mejor comida, el mayor cariño de su padre, de caminar por el palacio lujoso como un príncipe, también este joven andaba arrastrado pidiendo a gritos que lo quieran. Lo demuestran sus celos y rivalidad contra su hermano; el odio manifestado en su contra no es sino el producto de toda una vida comparándose con él, envidiando el cariño y el perdón que siempre le otorgaba su padre.36 La envidia es el peor de los pecados capitales, porque todos los demás llevan en sí mismo el placer y el deleite de cometer ese acto (pensemos por ejemplo en la gula, la ira, la lujuria, la pereza…). En cambio, la envidia es el único de los siete pecados capitales que produce tristeza. Y esto se agrava aún cuando entendemos que la tristeza es provocada a causa del bien ajeno. Tristeza por el bien ajeno, tal es la gris definición que podríamos dar de la envidia. Ese era uno de los pecados que se había plantado en la puerta del hijo mayor. Y también se suele plantar en nuestra propia puerta haciendo nuestra vida tan amarga. Somos como el hijo mayor cada vez que nos comparamos con los demás; cada vez que al escuchar que alaban, admiran o le dan un trofeo a alguien nos ponemos a pensar por qué razón no nos la dan a 36

La envidia del mayor parece inexplicable a simple vista, pues ya desde el versículo 12b: “Y el padre repartió la herencia entre los dos” se muestra una superioridad de este respecto de su hermano. Según la ley mosaica (Cf. Deut 21, 17), al hijo mayor le correspondía doble parte de la herencia. Por lo tanto, no sólo había heredado el doble que su hermano, sino que encima no se había alejado del hogar; tenía todos los motivos para ser feliz…pero no lo era. En esto hace el mismo recorrido que su hermano cuando consideraba a los cerdos como superiores a él, teniendo motivos de sobra para considerarse infinitamente superior a ellos.

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nosotros. A diario me doy cuenta que soy víctima de esta horrible manera de vivir cuando al escuchar en el stereo de mi auto una canción de algún cantante conocido me pongo a pensar por qué no pondrán una mía; o si me entero que algún predicador está recorriendo el mundo entero evangelizando, no puedo no sentir una oculta amargura pensando por qué razón Dios no me levantará a mí para predicar así. Somos como el hijo mayor cada vez que competimos con los demás por ser los mejores, los más inteligentes, los más hábiles, los más bonitos, los más amables…y hacemos depender nuestra alegría o tristeza de esta lucha por sobresalir.37 Somos como el hijo mayor cada vez que vivimos con celos enfermizos, tratando de atar a los demás, siendo obsesivos posesivos que sufrimos tanto de inseguridad, que vivimos una vida paranoica pensando que en cualquier momento nos cambiarán por otro/a. Somos como el hijo mayor cada vez que surgen dentro nuestro sentimientos de autocompasión y lástima de quiénes somos; reprochamos y nos quejamos de la cara que tenemos, de nuestro cuerpo, de la historia que nos tocó vivir, de nuestra condición social, etc. Es decir, cada vez que vivimos acomplejados de quiénes somos; y en algunos casos disfrazamos esos complejos con la máscara del “fanfarrón”, del que grita, da órdenes, lidera, aparenta ser un soberbio, pero que en realidad es un 37

Cuando sabemos del Amor de Dios por nosotros crecemos en seguridad y entendemos nuestro propósito en este mundo; por lo cual no sólo que no nos deprimimos ante el triunfo de los demás, sino que más bien nos alegramos de sus habilidades, de su éxito. Gustamos de quiénes somos y de cuál es el lugar que debemos ocupar, por lo tanto no hay contienda con nadie.

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pobre minusválido del alma intentando cubrir su complejo de inferioridad. 38 En otros casos disfrazamos ese monstruo del complejo y de la inferioridad tras la máscara de la risa; cuántas veces nos reímos para no pasar vergüenza cuando pronuncian esa palabra que tanto odiamos: “gordita/o”, “enana/o”, etc. Y por fuera nos reímos como si no pasara nada, pero por dentro ese monstruo nos quita en ocasiones hasta las ganas de vivir; esa sola burla es suficiente para oscurecer nuestro día. Es horrible vivir como el hijo mayor.

Encontrado en sus brazos Jesús deja bien en claro que el padre salió a buscar también a su hijo mayor con la misma pasión con la que le salió al encuentro del menor. Y lo encontrará en el mismo sitio que encontró al hijo menor: en sus brazos. Y con un amor que también rompe todos los esquemas del mayor, le responde a sus quejas con tres verdades que cambiarían de seguro la vida de este joven para siempre: 1- “Hijo mío”… 2-“Tú estás siempre conmigo”… 3-“Todo lo mío es tuyo” 38

Soberbia y autocompasión son dos cosas que Dios detesta, pues ambas nos hacen estar pendientes de nosotros mismos, ambas tienen la misma raíz: el egoísmo. No debiéramos pasar tanto tiempo meditando en lo que hemos hecho bien ni en lo que hemos hecho mal, sino en Jesucristo; la falta de enfoque puede hacer que nos hundamos en alguno de estos dos mares: la soberbia o la autocompasión, ambas son pecados. (Cf. Mt 14, 30; ESCUDERO, Sebastián. ENFRENTANDO LA TORMENTA. Op. Cit.. Pág. 6265)

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La primera verdad nos habla de filiación, la segunda de comunión, y la tercera de pertenencia.39 Filiación, comunión y pertenencia El hijo mayor se había quedado en casa, pero no era consciente de quién era realmente, de cuánto valía, de cuán amado era. Al hacerle pleito a su padre por un simple becerro gordo podemos ver que no había comprendido que lo que él tenía era infinitamente superior a un ternero bien alimentado…él era nada más y nada menos que “el hijo” del rey. No entender su filiación era la raíz de todos sus celos, odios, envidias, comparaciones, inseguridades. La comunión que tenía con su padre era la mayor recompensa que podía esperar. 40Pertenecer a su familia era todo lo que necesitaba para ser feliz. El problema es que estaba ciego, no se daba cuenta que todo lo que necesitaba para ser feliz estaba en casa; pero él, al igual que San Agustín41, buscaba afuera lo que se encontraba dentro.

5.

El hijo de Dios

A veces nosotros también desconocemos lo que la Palabra de Dios y la Iglesia quieren decirnos cuando nos enseñan que somos los hijos de Dios. Y si 39

Podemos descubrir en estas tres declaraciones un cuadro trinitario: la filiación referida al Padre, la comunión referida al Espíritu Santo y la pertenencia a Jesucristo, el Hijo de Dios. (Cf. 2 Cor 13, 14: “El amor de Dios, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes”) 40 Esta es la mayor de las herencias que Dios nos puede dar a los hombres; esta es la herencia que nos tiene reservada en la Vida Eterna: “Esa será la herencia del vencedor: Yo seré Dios para él y él será hijo para mí” (Ap 21, 7) Ninguna cosa mayor podemos anhelar, pues no existe privilegio semejante. 41 Cf. Primera parte, Capítulo 2: El país lejano.

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entendemos quizás teológicamente el tema de la filiación divina, en muchos de nosotros falta la experiencia de sabernos cada uno de nosotros “el hijo” y no solo “un hijo” más de Dios.

Un cambio de artículo Nuestras vidas cambian poderosamente cuando logramos entender el alcance de esta afirmación, que “soy el hijo de Dios”. Si antepusiéramos a nuestro apellido el nombre Dios, quizás lograríamos empezar a convencernos de esta verdad; es decir, si empezáramos a pensar de nosotros que nos llamamos por ejemplo Juan Dios Pérez; Daniela Dios González, etc. nuestra vida tomaría otro rumbo en muchas cuestiones. Por ejemplo, ¿cómo podría andar mendigando cualquier cariño si soy consciente de que soy “el” hijo de Dios? ¿Cómo voy a andar con miedo si mi papá es nada más y nada menos que Dios? ¿Cómo vivir una vida miserable si mi Padre es el creador del cielo y de la tierra? ¿Cómo voy a dejar que me manoseen, se burlen de mí, me maltraten, me griten… si soy “la” hija, “el” hijo de Dios? De hecho, te invito a que luego de leer este libro puedas enderezar tu cabeza y alzar tu frente con dignidad, y que al próximo que te quiera humillar o maltratar puedas decirle con orgullo a la cara algo así como: “Oye, ¿Qué te pasa? ¿No sabes con quién te estás metiendo, no sabés quién soy? Soy “el” hijo de Dios. Si, escuchaste bien, de Dios, no de un gran presidente, ni de un gran deportista o cantante, o de cualquier poderoso de esta Tierra…del

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Todopoderoso…de Dios. ¡Cuidado con meterte conmigo o te las verás con mi Papá!” Lo que estamos diciendo no es solo un modo figurado de hablar, es una verdad de fe; los que hemos sido bautizados y que hemos aceptado la fe en el Hijo de Dios, participamos de la misma filiación divina que participa Jesús. Cuando el Padre nos mira, nos mira tan hijos suyos como lo ve a Jesús. Esto debe parecer una herejía a muchos lectores que ya deben estar queriendo rasgarse las vestiduras; pero es lo que declara la Biblia y lo que siempre ha enseñado nuestra santa Madre Iglesia. Veamos, sólo a modo de demostración, algunos pasajes bíblicos y magisteriales: “Pero a todos los que lo recibieron y le creyeron les dio capacidad para ser hijos de Dios” Jn 1, 12 Dios hizo cargar con nuestro pecado al que no cometió pecado, para que así nosotros participáramos en él de la justicia y perfección de Dios” 2 Cor 5, 21 “Ustedes ahora son hijos, por lo cual Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abba!, o sea: ¡Papá! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y siendo hijo, Dios te da la herencia” Gal 4, 6-7 (Cf. Rom 8, 14-17) “Nos ha concedido lo más grande y precioso que se puede ofrecer: ustedes llegan a ser partícipes de la naturaleza divina” 2 Pe 1, 4

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“Miren qué amor tan singular nos ha tenido el Padre, que no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que realmente lo somos” 1 Jn 3, 1 “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios”42 “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”43 “El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito “una nueva creación” (2 Cor 5, 17), un hijo adoptivo de Dios que ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina, miembro de Cristo, coheredero con Él y templo del Espíritu Santo”44 “Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina…Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados”45

No cabe duda entonces que eres “el”, “la” hija de Dios. Hace poco vi la película de dibujos animados Kung Fu Panda, una encantadora película que trata del esfuerzo que realiza Po, un oso panda un poco obeso, por convertirse en un gran luchador de Kung Fu. Hacia el final de la película, su enemigo, el leopardo Tai Lung burlándose de él le señala con el dedo y le dice: “Tú no puedes vencerme a mí, pues eres un panda panzón” Pero Po, el panda, le agarra el dedo y mirándole con orgullo a los ojos le dice: “No soy “un” panda panzón, soy “el” panda panzón”, y logra vencerlo. Recuerdo que con mis hermanos de la banda y de la comunidad con quienes fuimos esa 42

SAN IRENEO DE LYON, Adversus haereses, 3, 19, 1. CIC 460 SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA, De incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B; CIC 460 44 CIC 1261 45 SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA, Epistolae ad Seriaponem, 1, 24: PG 26, 585B; CIC 1988 43

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noche al cine, nos miramos inmediatamente al ver esta escena, pues es lo que siempre predico cuando hablo de este tema de la filiación divina. Qué maravilloso lo que puede hacer simplemente el cambiar un artículo dentro de una frase.

No tienes que vivir así Cuando pienso en el hijo mayor, no puedo dejar de pensar en la cantidad de personas que viven una vida miserable, ignorantes de quiénes son y de cuánto valen. Solemos dedicar una inmensa cantidad de tiempo de nuestro día seduciendo a la gente para que nos acepten, quizás a causa de tantos rechazos que hemos tenido en el ayer. Y esa manera de vivir tratando de agradar a todo el mundo la trasladamos también al área espiritual; y es cuando Dios también entra a formar parte de las personas a las que tenemos que convencer para que nos “acepte”. Cuántas veces pensamos que Dios no nos puede aceptar en su Presencia porque somos tan impuros, tan débiles, tan pequeños, tan pecadores, con tantos defectos. Lo que deberíamos entender es lo que nos enseña San Pablo en la carta a los efesios: “…habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el

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amado” (Ef 1, 5-6)46. Ser aceptos en el Amado quiere decir que Dios nos acepta a nosotros como lo acepta a su Hijo Amado; la sangre de Jesús nos consiguió que Dios nos acepte en su Presencia; y más aún, que Dios Padre nos ame con la misma pasión con la que ama a su Hijo. Aunque nos parezca una locura, es así. C.H. Spurgeon decía comentando este texto bíblico: “Somos los objetos de la complacencia divina; más aún, del gozo divino. ¡Cuán maravilloso es que nosotros: gusanos, mortales, pecadores, seamos los objetos del amor divino!...Tus pecados te atormentan, pero Dios ha echado tus pecados a sus espaldas, y tú quedas así acepto en el Justo…El demonio te tienta; ten coraje, él no te puede destruir, pues tú eres acepto en el que ha quebrado la cabeza de Satán. Conoce con plena seguridad tu gloriosa posición”47 Por esa razón es que no tienes que vivir así, porque eres aceptado y amado como el Amado; eso es muy grande, muy inmerecido, muy sublime. Y te voy a decir algo más aún como para que te estalle el corazón de ternura y la cabeza por semejante comentario. Hubo un momento X en la historia en el que el Padre tuvo que elegir entre vos y su Hijo y te eligió a vos; tenía la foto tuya y la de Jesús, su Hijo desde toda la eternidad, y eligió la tuya en contra de su Hijo. Déjame explicarte cuando fue este momento tan impactante. Recuerdo que cuando era niño jugábamos con unos amiguitos a salvar la vida de uno en lugar de la 46

Versión de Casiodoro de REINA (1569), revisada por Cipriano de VALERA (1602). Revisión de 1960; Sociedad Bíblica Argentina. 47 SPURGEON, Charles H. LECTURAS MATUTINAS, Ed. CLIE, Barcelona, 1984, pág. 273.

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del otro. Te preguntaban: “Si Pablo y Fernando se estuviesen ahogando en el mar, y tuvieses tiempo de salvar a uno de los dos, ¿A quién de los dos rescatarías?” Y vos tenías que responder teniendo al frente a los dos, a Pablo y a Fernando mirándote con fuego en sus miradas, sabiendo que después de tu respuesta uno de los dos te podría odiar para siempre en su corazón. ¿Qué entretenido juego, no te parece? Bueno, algo así fue lo que tiene que haber vivido Dios Padre cuando uno trata de recrearse en la mente los sucesos previos a la pasión de su Hijo. Puedo imaginarme, como me gusta hacerlo siempre, que el diablo en la noche en que Jesús se debatía en lágrimas de sangre en el Getsemaní, se llegó hasta el trono de Dios Padre con dos fotos en sus manos, la tuya y la de Jesús. Y le dijo al Padre en un tono amenazante: “Es el momento de elegir… (Pronunció tu nombre)…o Jesús. Elige cuál de los dos pagará el precio. Y ojo con lo que vas a decir. Si me entregas a (tu nombre) lo pierdes para toda la eternidad. Si me entregas a tu Hijito, me tendrás que dejar que lo triture sin meterte para nada. Le destrozaré haciéndole pagar la culpa de todos los hombres, desde Adán y Eva hasta el último que pise la faz de la Tierra al final de los tiempos. Lo verás colgado de una cruz, madero de maldición, como si fuera un perro, con su cuerpo y su rostro desfigurado de tantos golpes, con el cráneo atravesado por una corona de espinas, con las manos y los pies atravesados por enormes clavos; Él te gritará que no lo abandones por favor, pero tú le negarás tu Presencia. Tendrás que soportar que se le burlen los

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hombres, los mismos hombres por los cuales está sufriendo, y no podrás intervenir en su ayuda. Le harás sufrir aquello que eternamente rechazaste; y luego de eso lo verás morir en soledad. Y como si eso fuera poco lo verás ir al mismísimo infierno a contemplar todo el mal en su propia persona. Tú mientras tanto te quedarás mirando. Ahora elige, ¿a quién de los dos rescatarás?” Y el Padre tomó con cariño tu foto, la apretó entre sus manos, y dijo entre sollozos: “…A él/ella elijo”. Y el diablo se alejó de su Presencia de regreso al Getsemaní, mientras que por primera vez el Cielo estaba de luto y los ángeles tenían que consolar al mismísimo Dios que temblaba de dolor arrodillado al lado de su trono. El Génesis nos relata que en una ocasión Dios le reclamó a Abraham que le ofreciera en sacrificio a su hijo Isaac, el hijo de la promesa, que le había nacido cuando tenía alrededor de 100 años.48 Y en obediencia, Abraham lo llevó a un monte para sacrificarlo. Pero cuando estaba con el cuchillo en mano para degollar a su propio hijo, el Ángel de Dios lo detuvo para que no lo haga; Dios no podría jamás dejar que un hijo suyo sufriera semejante dolor. Sin embargo Él mismo no pudo detener en esa hora fatal la muerte de su Hijo. ¿No te parece demasiado Amor? ¿Cómo entonces es que vos yo dudamos de cuánto valemos? ¡Dios te eligió por encima de su propio Hijo! Y si te parece una simple imagen metafórica lee lo que declara la Palabra: “…Si ni siquiera perdonó a su 48

Cf. Gen 22

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propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Rom 8, 32). Por esa razón es que no podemos seguir viviendo así. Valemos demasiado para andar caminando arrastrados. Y visto esto desde la óptica de Jesús, tenemos más motivo aún para sabernos valiosos. San Pedro nos recuerda: “No olviden que han sido rescatados…pero no con un rescate material de oro o de plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha ni defecto” (1 Pe 1, 18-19). Y San Pablo lo confirma: “Ustedes han sido comprados a un precio muy alto” (1 Cor 6, 20). Cuando pensamos seriamente que el sacrificio de Jesús fue porque me ama apasionadamente nuestra vida no puede seguir siendo la misma. 49 Recuerdo como si fuera ayer la noche en que aquella canción de Valverde entraba a mi corazón con las palabras de Jesús: “Mira la cruz…fue por ti…fue porque te amo”. Fueron tantos años pensando que no valía nada para nadie, y de pronto resulta ser que nada más y nada menos que el Hijo de Dios me estaba demostrando lo que le costé. Esa noche me propuse nunca más volver a dejar que me domine el monstruo de la autoestima baja, de los complejos de inferioridad, de vivir una vida vacía. Había aprendido a valorar lo que le costé al Señor. Años después una película me hizo reflexionar más aún en esta verdad, la película “Rescatando al soldado Ryan”, dirigida por el brillante Steven Spielberg y representada por Matt Damon y por el 49

En definitiva, teológicamente hablando, el Padre y el Hijo comparten la misma naturaleza, por lo cual, en ambos el sacrificio tiene un mismo denominador: MORIR. Lo maravilloso es que ambos prefieren morir a vivir una eternidad sin ti.

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genial Tom Hanks. La historia trata de una madre que pierde a tres de sus cuatro hijos que envió a la segunda guerra mundial, y el único que le queda vivo está expuesto a perder la vida en el medio del campo de batalla. Esto hace que el ejército estadounidense, para compensar un poco tanto dolor de esa madre, envíe una expedición de soldados preparados para que liberen con vida al cuarto hijo de esta sufrida mujer, el soldado James Ryan. Era una misión de muerte, que costó la vida de todo un pelotón de grandes soldados, y entre ellos la del teniente (Tom Haks), quien, antes de morir, mira a los ojos al soldado Ryan (Matt Damon) y le dice: “Sólo te pido que vivas una vida digna del precio que has costado”. Mi pregunta hacia ti es si estás viviendo una vida digna de lo que has costado. Él no se bajó de esa cruz pudiendo hacerlo, porque te ama, porque consideró que valía la pena pagar el precio que pagó por vos. Cada vez que te veas seducido con el engaño satánico de que no eres nadie, por favor te pido que mires esa cruz…contempla sus manos, su cuerpo destrozado, su humillación, su dolor…y recuérdalo bien: fue por ti, porque te ama, razón más que suficiente para no seguir viviendo así FUE POR AMOR A TÍ No quiero ya vivir así No quiero ya seguir así Mendigando que me quieran Que me acepten como soy No tienes que vivir así No tienes que seguir así

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Mendigando que te quieran Que te acepten como sos Acaso no sabes de mí Lo que he pagado yo por ti Acaso no has visto los clavos Mi cuerpo roto fue por ti FUE POR TI FUE POR AMOR A TI FUE POR AMARTE ASÍ SI DUDAS DE CUÁNTO VALES MÍRAME AQUÍ

Sebastián Escudero MMJ producciones. 2008 ALBUM: Si te atreves a creerle

6.

El poder de la bendición

Llegamos así al último capítulo del libro, de esta apasionante historia de amor que nos relató Jesús mismo, la fuente de todo amor. Y como toda linda novela, termina con un final feliz; un final que queda abierto; uno puede preguntarse ¿”En qué habrá terminado todo? ¿Se habrán reconciliado los hermanos? ¿Habrá entrado el hijo mayor a la fiesta? ¿Habrá triunfado el amor del padre frente al rechazo de sus dos hijos?” Y tantas cosas más. Lo cierto es que se trata de una parábola, y lo más importante en las parábolas es lo que nos quieren transmitir; y no cabe ninguna duda que lo que Jesús nos ha querido comunicar con semejante relato es

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que Dios nos ama a todos por igual con un amor incomparable, y que sus manos y sus labios están allí para recibir a todos sus hijos perdidos y bendecirlos.50

Dios de bendición Ambos hijos son bendecidos por el padre; al primero que sale a recibir le bendice con sus besos y abrazos, y luego con los símbolos con los que decide condecorarlo; al segundo lo sale a buscar recordándole su filiación, su comunión y su pertenencia. Es lo que no cesa de hacer Dios con nosotros, sus hijos, cada día de nuestras vidas, bendecirnos. “En latín, bendecir se dice benedicere, que literalmente quiere decir: decir cosas buenas. El Padre quiere decir, más que con su voz con su contacto, cosas buenas de sus hijos. No quiere castigarles. Ya han recibido demasiados castigos con sus caprichos. El Padre quiere simplemente que sepan que el amor que han estado buscando por las vías más variadas ha estado, está, y siempre estará allí para ellos. El Padre quiere decir más con sus manos que con su boca: “Tú eres mi amado, en ti descansa mi favor””51 Este tipo de Amor, de bendición, tiene poder; puede transformar nuestras vidas para siempre; 50

Más aún, pareciese que Dios no puede hacer otra cosa sino bendecirnos. Esto es lo que da a entender el episodio bíblico de Balac, rey de Moab, quien le pide al profeta Balaam que maldiga al pueblo de Israel, pero este no puede hacerlo, simplemente porque Dios no puede dejar de bendecir al pueblo que escogió. Y no sólo eso, sino que no ve pecado en él, lo cual es imposible, pues baste con solo leer algunas cuantas páginas de la Biblia para darse cuenta que pueblo más cabeza dura que el pueblo judío no existe. Sin embargo nos encontramos ante un Dios de Pactos, que no retira su Alianza de Amor con sus hijos (Cf. Num 23, 19-21), y que sólo desea bendecirlos. 51 NOUWEN, Henri J.M. The return of the pródigal son. Op. Cit. Pág. 105

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puede devolvernos la identidad que hemos ido perdiendo progresivamente. Es verdad que el diablo puede golpearnos, pero el golpe de Dios es infinitamente más fuerte, y se llama bendición. He sabido de esa bendición en tantos momentos de mi vida. Como cuento en la introducción, después de tantos años bajo la esclavitud de la maldición, un día el Creador me bendijo, dijo de mí todo lo que soy, cuánto valgo, y creyó en mí, en que podía estudiar, que podía ser alguien en la vida, en que podía convertir algún día en un predicador, en un músico, en un profesor, en un escritor, en un buen esposo, en una persona de influencia. Y el milagro sucede cuando uno se deja bendecir y actúa en consecuencia de esa bendición. Años después volví a recibir la misma bendición luego de haberme alejado de sus brazos por varios meses. Después de aquella experiencia horrible que comenté en el capítulo 5 de la primera parte acerca de esa jovencita ante la que me arrodillé con insistencia para que volviera conmigo, quedé destruido en la autoestima, en las ganas de vivir, de soñar, de volver a apostar por las cosas de Dios. Y recuerdo que en uno de esos días me invitaron a una supuesta “Misa para jóvenes” en la catedral de mi ciudad. Se trataba de una nueva trampa del Señor. Llegué y de inmediato entendí que no se trataba de una misa, sino de un Seminario de Vida de la Renovación Carismática. Y era el primer día del mismo, por lo cual se daba el primer tema de los cinco de un Seminario de Vida, ¿sabes cuál era el título del primer tema? “El Amor de Dios”. Y después de cinco años de mi primer encuentro con el Señor

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me volvió a pasar lo mismo, sólo habían cambiado las circunstancias. Aquellos jóvenes predicadores me hablaron de la parábola del hijo pródigo, de un Padre celestial que me estaba esperando; cantaron increíblemente la canción “Nadie te ama como yo”, y fue entonces que no soporté la emoción y comencé a llorar. Supe que me había estado esperando en el mismo lugar para abrazarme como siempre. También cantaron una canción del padre Eduardo Meana que se llama Alianza, cuyo estribillo comienza diciendo: “¿Por qué no vuelves hijo mío, si está en mis brazos tu lugar?” Fue un retorno inesperado; pero esta vez tenía algo especial, ya no era suficiente volver a su hogar…ahora me estaba pidiendo que sea como Él, que me convierta en un padre de muchos pródigos que necesitaban volver a sus brazos. Entonces entendí que me necesitaba para coordinar mi comunidad misionera. Acepté el desafío de ser el líder de mi comunidad, y al cabo de unos pocos meses me encontraba pastoreando a más de 60 personas. Toda mi vida dio un cambio radical luego de aquel segundo retorno a sus brazos; le hice a Dios una promesa que he cumplido cuidadosamente hasta el día de hoy: que nunca más volvería a vivir como un mendigo del afecto de los demás; que jamás volvería a humillarme ante algún ser humano.52 Desde entonces han sido tantas las tareas y ministerios que me ha confiado mi Padre; el pastoreo de una comunidad se convirtió en ser el pastoreo de 52

Humildad es muy distinto de humillación; la primera es suscitada por Dios, la segunda es fomentada por el diablo, que quiere vernos tan postrados como él. Estamos llamados por vocación a reproducir la imagen de Jesús, y no encontramos ningún dato en los Evangelios de un Jesús que se humille. Nuestro estándar y modelo debe ser Jesús; humillarnos es un pecado contra nuestra dignidad de hijos de Dios.

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todas las comunidades MMJ de Córdoba; se me confió el pastoreo de más de 400 alumnos; y el poder ser de influencia a través de los Cds, libros, predicaciones y de la página Web a gente de todo el país y del mundo entero. Estoy parado en el sueño de todo lo que anhelé ser en mi vida. Y todo se lo debo a la bendición que Dios puso sobre este pequeño hijo pródigo cuando me pidió que de bendecido me convierta en alguien que sea instrumento de bendición. Instrumento de bendición

El extenso relato de Jesús al narrar esta parábola no tenía otra intención sino la de mostrarnos el corazón de su Padre, pues “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt 11, 27).53 Pero este mostrarnos el corazón del Padre no es para quedarnos toda la vida en el hogar como hijos, sino para ser progresivamente como ese Padre, que es capaz de amar sin esperar nada a cambio, con la paciencia de quien está dispuesto a pagar el precio que sea necesario por tanto amor. Sólo así la dicha del Padre será plena, cuando nosotros hayamos empezado a imitar su corazón. Jesús no pronunció esta parábola para hacer sentir a los pecadores que pueden jugar con Dios, total los va a perdonar siempre; ni para atacar a los fariseos haciéndolos sentir como el 53

El catecismo de la Iglesia Católica afirma, refiriéndose a la parábola del padre misericordioso, que “Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del Amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y belleza” (C.I.C. 1439).

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hermano mayor; el énfasis de Jesús no estaba puesto en ninguno de los dos hijos, sino en el Padre. Como lo enseña Nouwen en su monumental obra: “Si el único significado de la parábola fuera que la gente peca pero que Dios perdona, yo podría muy fácilmente empezar a pensar en mis pecados como una buenísima ocasión para que Dios me muestre su perdón. En una interpretación así no habría un verdadero reto. Me resignaría a que soy débil y estaría esperando a que Dios cerrara finalmente sus ojos a mis pecados y me dejara entrar en casa, hubiera hecho lo que hubiera hecho. Pero este mensaje tan sentimental y romántico no es el mensaje del Evangelio.”54 El gran reto consiste en dejar de ser cristianos ovejas que viven reclamando de los demás: “Ayudame, consolame, comprendeme, escuchame, etc.” y nos convirtamos en pastores de los demás. Dios está buscando personas con corazón de pastor (Cf. Ez 34; Lc 5, 10). Jesús predicó esta parábola para que comprendiéramos que nuestra verdadera identidad está escondida en la identidad del Padre, pues por ello es que nos gloriamos de ser su imagen y semejanza. En esto consiste precisamente nuestra mayor dignidad, en poder ser como es Dios; y estamos llamados por vocación a ser justamente eso: “Por su parte sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo.” (Mt 5, 43). Ser perfectos entonces está relacionado con aprender a perdonar en lugar de guardar rencor, amar en lugar de esperar ser amado (como enseña la 54

NOUWEN, Henri J.M. The return of the pródigal son. Op. Cit. Pág. 133

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oración del santo de Asís), dar sin esperar nada a cambio (Cf. Lc 6, 35-38)…en definitiva, se trata de ser un instrumento de bendición. Somos instrumentos de bendición cada vez que con nuestros labios hablamos bien de los demás, que en lugar de criticar elegimos elogiar, que en lugar de burlarnos elegimos destacar las virtudes, que en lugar de renegar elegimos agradecer. Todo esto es bendecir; y tenemos en nuestros labios el poder de cambiar la vida de alguien para siempre. Porque así como en la primera parte veíamos que la maldición tiene poder, también la bendición tiene poder para transformar nuestras vidas, de la misma manera que en el cuento de Rapunzel la doncella es salvada de la vida de bruja que llevaba por las palabras de amor de su enamorado. Así también nosotros, si queremos ser como el Padre debemos aprender a dar piropos, a destacar los talentos de los demás, a pronunciar palabras de aliento sobre los demás.55 Y así como en la primera parte comenté que mi papá me había maldecido con aquel grito de ¡Inútil! por los cuales pasé catorce años en una caverna de terror de arreglar cualquier tipo de cosa, no puedo de dejar de nombrar también el día en que mi mismo padre me dio una de las más grandes bendiciones de toda mi vida. El día que nos volvamos a encontrar en el Cielo lo primero que quiero hacer cuando nos 55

Si deseamos que nuestro cónyuge corrija actitudes, que nuestros hijos sean mejores, que nuestros alumnos sean aplicados, que nuestros empleados sean más eficaces, deberíamos decirles en presente aquello que nos encantaría que fueran en el futuro; de esa manera suscitaríamos en el otro una intensa motivación de alcanzar lo que aún no es. Ej. Si deseamos que nuestros hijos sean más estudiosos debemos admirar su inteligencia. De esa manera imitamos a Dios, que “llama a las cosas que no son como si fueran” (Rom 4, 17b). Y de modo contrario funciona la maldición; podemos poner un techo en el otro al recalcarle todo el tiempo sus defectos. Ej. La madre que llama a su hijo permanentemente rebelde está logrando que se lo crea y actúe en consecuencia a esa declaración.

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volvamos a ver es decirle “¡GRACIAS!” por aquella bendición. Tenía yo no más de cinco años de vida cuando recuerdo que en una de las fiestas de fin de año donde se juntaban todos los familiares de mis padres (apenas unos cincuenta más o menos), mi papá hizo cortar la música que sonaba y me subió a una mesa. Estaba yo paradito allí sin entender nada, pensé que me iba a reprender en público por algo que había hecho durante la cena. Pero para desconcierto mío, pegó un grito con esa voz de león que tenía: “¡Atención todo el mundo! Ahora mi hijo Sebastián Escudero va a cantar una canción para todos ustedes.” Y me miró para que empezara a cantar. No te puedes imaginar de seguro lo que yo sentí en ese momento. Desde siempre yo había sido hiper-archimega-ultra-super tímido. Sólo había cantado en mi casa y a escondidas de mi familia. Yo pensaba “¿Cómo es que mi papá me había escuchado? ¿O se estará burlando de mí para humillarme en público?” Lo cierto es que estaba yo allí, parado ante una multitud de personas que esperaban un cantor digno de semejante silencio. Para peor de todo la única canción que conocía era una parte de una melodía del cantante de cuarteto ya veterano Sebastián, que se titulaba “Chiquilina”. Lo único que sabía cantar era: “Chiquilina…chiquilina…chiquilina ¿Dónde vas?” Puedes imaginar lo que era para mí ese momento crítico de mi vida. Y al lado mío mi papá mirándome con esos ojos de fuego que me atravesaban de punta a punta. No podía decir que no, al menos no a mi papá. Así que tomé coraje y empecé a cantar con orgullo la única parte de una canción

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que sabía ladrar bien. “Chiquilina…chiquilina…” Y después de un par de veces que repetí eso me callé, y sucedió el milagro inesperado. Todo el mundo se puso de pie y empezó a ovacionarme con vítores y aplausos. Mi papá me abrazó con orgullo y el muy caradura se puso a pasar una gorra para que le dieran dinero por mi espectáculo. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Hace poco presenté mi quinto Cd llamado “Si te atreves a creerle” en un teatrino ubicado en el centro de mi ciudad que estaba completo en sus tres gradas de gente que había ido a ver cantar a un tal Sebastián Escudero. La bendición de mi padre lleva más de 23 años acompañándome. No es otra cosa que el poder de la bendición.

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Epílogo “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor” 1 Jn 4, 16 La historia del padre misericordioso es nuestra propia historia de amor, de ese Amor que hemos buscado en tantos lugares equivocados. Sus brazos nos devuelven la identidad que hemos ido perdiendo progresivamente a medida que nos alejábamos del hogar; y en el momento en que decidimos volver están allí diciéndonos Bienvenido a casa mi amor…te estuve esperando. Entonces podemos hacer nuestra la oración del salmista: “Tú Señor, eres un Dios tierno y misericordioso, lento para enojarte y lleno de amor y fidelidad” (Sal 86, 15; Ex 34, 6). El gran desafío será el de dejarnos amar por Dios, lo cual no es para nada fácil; pero en el hecho de conseguirlo está en juego nuestra felicidad y la de los que nos rodean, pues sólo “cuando estamos llenos del amor de Dios podemos empezar a amarnos a nosotros mismos; podemos comenzar a retribuirle

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su amor y a concederlo a otras personas… ¡No podemos dar lo que no tenemos!”.56 Es mi mayor anhelo que al terminar de leer este libro, si no lo has hecho antes, puedas tomarte un tiempo para escuchar esa dulce voz en tu corazón mientras le oras a tu Padre celestial. No te aseguro que escuches una voz audible, pero sí podrás escuchar una voz interior que te dará la bienvenida a sus brazos; y allí podrás volver cada día y a cada instante para mantener intacta tu verdadera identidad. Quizás te puedas preguntar “¿Cómo se hace para orar de tal modo que podamos escuchar esa voz?” Y la verdad es que no hay secretos, simplemente la sentirás al leer la Biblia, al meditar en silencio acerca de su Amor, al contemplar un paisaje, al quedarte absorto ante la belleza de un bebé, al llorar de felicidad por estar cumpliendo tus sueños, al sentir la brisa de un amanecer acariciando tu rostro, al recibir el abrazo de un amigo, al disfrutar de las caricias de quien te ama, etc. La sentirás. Y aunque no lo sientas lo sabrás. Y cuando lo sepas te convencerás; y cuando te convenzas vivirás como viven los hijos de Dios: Sin rencores que te envenenen el alma; con tanto amor recibido que podrás amar sin esperar ser amado. Vivirás sintiendo el perdón de Dios cada día, y será tanta su Misericordia, que te será imposible no perdonar a los que te ofendan. Los insultos, las burlas, las críticas y las maldiciones te resbalarán; no podrán entrar en tu corazón, porque tendrás un filtro espiritual que te 56

MEYER, Joyce. How to Succeed at Being Yourself. Op. Cit. Cap. 1: The acceptance.

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hará inmune. Y los halagos y alabanzas que recibas no te harán inflamar de orgullo, porque no te hará falta, ya sabes bien quién eres; no dependerás de la opinión de los demás. Disfrutarás de los bienes materiales sin necesidad de idolatrarlos; y ni la pobreza ni la riqueza cambiarán tu carácter, porque con o sin bienes siempre te sabrás el hijo de Dios. Podrás tener sin necesidad de depender (Cf. Fil 4, 12-13). Habrás comprendido que la verdadera paz no se encuentra ni en los placeres ni en las personas, sino en ese Amor que sobrepasa todo entendimiento (Cf. Ef 3, 18-19). Y ese Amor llenará tanto tu vida que te permitirá: disfrutar sin enviciarte, abrazar sin depender, acariciar sin poseer, entregarte sin miedo a perder, corregir sin miedo a que te dejen de lado, alegrar a los demás sin presumir, mostrar tus debilidades sin miedo a quedarte solo, soltar en lugar de apresar, ser famoso sin necesidad de que te aplaudan, usar tus talentos sin buscar impresionar, jugar sin competir, cuidar sin celar, amar aunque no seas amado. Y todo esto será posible solamente porque existe un Amor que “nos amó primero” (1 Jn 4, 10) y que un bendito atardecer pegó un salto desde el balcón para salir a abrazarnos al final del camino; un Amor que nos permite jugar en sus brazos como niños eternamente felices…un Amor más fuerte que el odio y que la muerte…

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