Duroselle, Jean Baptiste (1978) - Europa de 1815 a Nuestros Días Vida Política y Relaciones Internacionales (Pp. 29-35)
Short Description
Descripción: ....
Description
DUROSELLE, Jean- B. “Europa de 1815 a nuestros días vida política y relaciones internacionales”, Ed. Labor S.A., Barcelona, 1967; cap. 3 ; Finalmente, las tentativas republicanas, en Venecia, en Roma y en págs. 2935. sometidas limitaron sus ambiciones a la «federalización» del Imperio. Florencia, lanzaron contra ellas a la mayor parte de los moderados, Pensase lo que pensase Mazzini, el republicano romántico, Italia se realizará bajo forma monárquica. Manin, prestigioso republicano de Venecia, que resistió un año frente a los austríacos, se adhirió por espíritu realista a esta idea simple. El problema de la unidad alemana también quedó de lado. Los republicanos, que sólo existían en pequeños grupos en el Sur y en Renania, jugaron un papel insignificante. Pero se entrevieron tres soluciones. La primera era la de llegar a una unión por voluntad popular, independientemente de los soberanos. El «Parlamento de Francfort», elegido por sufragio universal, intentó con honradez esta solución. Su fracaso quedó de manifiesto cuando el rey de Prusia Federico-Guillermo rechazó la corona imperial que le ofrecían. No admitía que su poder tuviera una raíz popular. Quedaban dos soluciones: a) Una unión alrededor de Austria, reforzando así la «Confederación germánica» de 1815. Esto suponía que Prusia quedaría relegada al puesto de brillante segundón. Suponía también la incorporación de todo el Imperio austríaco, con sus poblaciones alógenas, a Alemania. Era la solución de la «gran Alemania» (pese a que algunos de sus partidarios hubieran querido que se incorporase a la Alemania unificada tan sólo la parte germanófona del Imperio —lo que hubiera dislocado la vieja monarquía de los Habsburgo—). b) La otra solución, la de la «pequeña Alemania», consistía en la exclusión de la Alemania unificada de todo el Imperio austríaco, comprendiendo incluso la Austria germanófona. Esta unión se realizaría, pues, bajo Prusia. Un joven reaccionario prusiano, miembro de diversas asambleas elegidas entre 1848 y 1851, y violentamente hostil a la Alemania liberal de Francfort, Otto von Bismarck Schoenhausen, comprendió a la perfección en aquel momento lo que implicaba la oposición entre «gran» y «pequeña Alemania». Como ardiente patriota prusiano y devoto del histórico Estado de los Habsburgo, llegó a la conclusión de que sólo una guerra entre Prusia y Austria permitiría más tarde zanjar el dilema. Era necesario ganar esta guerra, y en consecuencia preparar con tiempo y de modo minucioso al ejército y buscar apoyos diplomáticos. Veremos máa adelante las consecuencias de esta toma de posición. • Para finalizar, las revoluciones de 1848 demostraron que la vieja monarquía de los Habsburgo, conmovida por un momento hasta sus cimientos, seguía siendo sólida. Indudablemente, la guerra contra los húngaros fue dura, y el Imperio necesitó el apoyo ruso para someterles. Pero la experiencia había demostrado que este Estado tan dispar se mantenía firme. Durante mucho tiempo, las poblaciones 28
La victoria de la reacción paralizó el espíritu de independencia durante varias generaciones.
2, Las relaciones internacionales desde 1815 a 1871 ¡ Napoleón III, Cavoiir y Bismarck El fracaso de las revoluciones, ayudado por la prosperidad económica, apaciguó los movimientos populares durante algún tiempo. Los jefes de Estado, al gozar de una libertad de maniobra más amplia, jugaron un papel más personal, más decisivo. Algunos de ellos fueron personalidades excepcionales. Aparte Palmerston, podemos considerar que jugaron los principales papeles Napoleón III y Cavour hasta 1861 y Napoleón III y Bismarck después de 1862. Estos tres nombres han quedado ligados al gran trastorno europeo representado por la formación de la unidad italiana y la formación de la unidad alemana. Personaje misterioso, poco comunicativo, de vastos proyectos, firme en la concepción y lento en la ejecución, Napoleón III fue el primer jefe de Estado de una gran potencia que creyó en el principio de las nacionalidades. Mientras la opinión francesa se mantenía indiferente, incluso hostil (en los medios católicos, que querrían el mantenimiento de los Estados Pontificios), iba a hacer todo lo posible para que se realizase la unidad italiana e incluso la alemana. Pero si esta política fue «gratuita», es decir, independiente de las corrientes profundas que agitaban al país, más gratuita fue aún la posición que ocupó Francia en la guerra de Crimea, nuevo rebrote de la cuestión de Oriente. Sin perder de vista sus ambiciones en los Estrechos, el zar ideó un nuevo método de penetración: hacer que le reconociesen un «protectorado» sobre los cristianos ortodoxos del Imperio otomano, Así encontraría siempre mil pretextos para intervenir en los Balcanes. Proclamó que Turquía era un «hombre enfermo» en cuya herencia había que empezar a pensar. A continuación, con el débil pretexto de los «santos lugares» de Palestina donde católicos y ortodoxos disputaban violentamente, en mayo de 1853 mandó a su ayuda de campo Mentchikov para que reclamase el protectorado ruso sobre los ortodoxos. Inglaterra tenía auténtico interés en el juego. Por ello no es de extrañar que incitase a Turquía a resistir y que, una vez desencadenada la guerra entre rusos y turcos, acabase por intervenir. Por lo contrario, cuesta comprender por qué intervino Napoleón III. Para Francia no fue otra cosa que una simple cuestión de prestigio. Así, pues, se inició una dura guerra en el punto elegido por los ingleses» la única gran base naval rusa en el mar Negro, Sebastopol 29
en Crimea. Alrededor de la ciudad se levantaron trincheras; el puerto fue bloqueado por los navios rusos que habían penetrado en el mar Negro. Los aliados —franceses, ingleses y turcos, a los que pronto se unió un pequeño ejército piamontés— impidieron que las tropas de socorro del zar llegasen hasta la ciudad. Las enfermedades y la violencia de los combates causaron graves pérdidas. En París, donde tenía lugar una Exposición universal, empezaban a inquietarse. La toma de Sebastopol en septiembre de 1855 calmó al fin los espíritus. El zar Nicolás I había muerto, herido por no haber logrado el apoyo de los austríacos, después de haber ayudado a los Habsburgo a dominar la sublevación de los húngaros, y su hijo Alejandro II aceptó una mediación austríaca sostenida en el último momento por Prusia. El Congreso de la Paz se reunió en París en marzo y abril de 1856, Si lo que había buscado era prestigio, Napoleón III lo había logrado. Pareció que se convertía en el arbitro de Europa. En lo referente a las nacionalidades también había ganado, ya que una nueva nación autónoma, prácticamente independiente, Rumania, nacía del Congreso d« París —nueva desmembración del Imperio otomano, que sin embargo había resultado victorioso—. Pero el gran vencedor fue Inglaterra: Rusia quedó excluida de los Balcanes durante un tiempo, y a la garantía de bloqueo de los Estrechos para la flota rusa, que se había conseguido en la Convención de 1841, se añadió una magnífica garantía suplementaria: la neutralización del mar Negro; dicho de otra manera, la flota rusa dejaba de existir. Otro de los grandes vencedores fue Cavour. Por haber mandado, bajo pretextos especiales, un pequeño ejército a Crimea, pasó a ser jefe de gobierno de un pequeño país, admitido en el sacrosanto «Concierto europeo». Era un hecho inusitado. De ello se aprovechó para plantear la «cuestión italiana», con gran descontento de Austria. Cavour maduró su plan, consistente en obtener el apoyo del ejército de Napoleón III contra Austria para liberar el Norte de Italia. No soñaba con unificar todo el país. Y, sin embargo, lo conseguiría. Tenía al pueblo con él. Una «Sociedad nacional», creada en 1857, organizó en todo el país la decisiva campaña de opinión. Lo más extraño de todo es que los acontecimientos se desencadenaron a causa de una tentativa de asesinato perpetrada por el conde Felipe Orsini, republicano italiano, contra Napoleón III, en quien veía el obstáculo para la unificación de su patria. Desde su prisión, antes de ser ejecutado, mandó al emperador una llamada que fue oída. Cavour se movió inmediatamente. En Plombiéres (julio 1858), esbozó con el emperador la alianza ofensiva y defensiva que permitiría a las tropas franco-piamontesas liberar a Italia de los austríacos
r^CERDENA 3
ESTADOS
Bl ncona PONTIFICIOS
Territorio anexionado al Piamonte en 1859. Territorio anexionado al Píamente en marzo de 1860. Anexión a Francia en 1860. Territorios anexionados al Piamonte en verano de 1860. Territorio anexionado a llalla en 1866. Territorio anexionado a Italia en 1870.
PalermoK^fUMesina?/: ::SÍC LIA
MAPA 2. La unidad italiana
31 30
I mediante la anexión al Piamonte de Lombardía y de Venecia. Y, sin Mubargo, nada ocurrió según estaba previsto. Se inició la guerra. Pero después de dos victorias sangrientas, Magenta y Solferino, Napoleón III firmó bruscamente el armisticio. Lombardía había sido conquistada, pero no el Véneto. Cavour, ofendido, dimitió (julio 1859). Sin embargo, no había de tardar en llegar la compensación, Los ducados del Centro y de la Romana se sublevaron contra sus soberanos y reclamaron su anexión al Piamonte. Napoleón III llegó a la conclusión de que dicha anexión era aceptable a cambio de que se concediese a Francia Saboya y Niza. El trueque era ventajoso y Cavour, que estaba de nuevo en el poder, lo convirtió en realidad pese a la indignación de Garibaldi, héroe nacional por excelencia, que era natural de Niza. La indignación de Garibaldi iba a poner fin a la obra de Cavour, Con una tropa de mil «camisas rojas» desembarcó en Sicilia y después en Ñapóles. ¿Iba a crear la república en Italia del Sur? La idea consternó a Napoleón III, que lo era todo menos revolucionario, Con extraordinaria habilidad, Cavour se aprovechó de ello. A condición de actuar inmediatamente, el emperador aceptó el envío de tropas piamontesas al sur de Italia, que, a su paso, ocuparon la mayor parte de los Estados Pontificios, salvo Roma y el campo romano. El rey, que seguía al ejército, se precipitó ante Garibaldi, lo abrazó y lo convenció: Italia del Sur y del Centro quedaban anexionadas al Piamonte. El reino de Italia fue proclamado (23 marzo 1861). Las cosas le habían salido a Cavour mucho mejor de lo que hubiera podido soñar. Tan sólo el Véneto y Roma no habían quedado anexionadas.
Cavour, uno de los grandes hombres de la historia italiana, murió agotado el 6 de junio de 1861. El Véneto sería conquistado en 1866, Roma en 1870. Había nacido una nueva gran potencia. Era, sin duda alguna, el acontecimiento internacional más importante desde 1815. Sin embargo, a partir de 1862 iba a tener lugar otro acontecimiento aún más importante, un acontecimiento de naturaleza semejante: la formación de la unidad alemana alrededor de Prusia, Esta vez el compañero de juego no iba a ser Cavour, sino Bismarck. Bismarck se convirtió en ministro presidente de Prusia en septiembre de 1862. Por su merecida reputación de hombre enérgico, se le consideraba el único personaje capaz de resolver un conflicto grave entre el gobierno y el Landtag prusiano. El gobierno quería aumentar los créditos militares. La asamblea, compuesta en su mayoría por liberales, se negaba. Bismarck tomó la resolución de prescindir del voto en nombre de la prerrogativa real. Como que los libérale^ eran también miembros del Nationalverein, gran asociación patriótica de los partidarios de la «pequeña Alemania», y Bismarck pasaba por^ser un prusiano cerrado, hostil a la unificación, fue, durante varios años, el hombre más detestado del reino. Todas las clases ilustradas le vilipendiaban. Bismarck tenía su plan. Quería excluir a Austria de Alemania ferro et igni. Dos excelentes generales, Von Roon en el ministerio de 32
MAPA 3. La unidad alemana (1862-1871) 33 3. DUKOSELLE: Europa desde 1815.
la Guerra, y Yon Moltke al frente del estado mayor general, le preparaban el mejor ejército del mundo. Bismarck trataba de provocar la ocasión. Necesitó tres guerras para que sus planes se realizasen. La primera fue compleja: la «Guerra de los Ducados», dirigida por Prusia y Austria contra Dinamarca, había tenido como finalidad aparente impedir que el rey de este país se anexionase los ducados del Slesvig, del Holstein y del Lauenburgo, que sólo poseía a título personal. El objetivo real de Bismarck había sido comprometer a Austria y crear un motivo de conflicto. Austria se anexionó el Holstein y Prusia el Slesvig. Después de lo cual Bismarck propuso, ante la estupefacción de los liberales, una amplia reforma de la Constitución germánica basada en la elección de un «Reichstag» por sufragio universal. Como que Austria veía en ello, con razón, el prefacio de un desposeimiento, no aceptó. Entonces Bismarck, con absoluta deliberación, invadió el Holstein, obligando así a Austria a que de manera voluntaria, como siempre lo proclamó, le declarase la guerra. Así pues, la segunda guerra fue la guerra austro-prusiana de 1866. En el terreno diplomático, Bismarck supo maniobrar admirablemente para aislar a Austria. Se aprovechó de la revuelta de los polacos en 1863 para atraerse al zar. Cerró la frontera prusiana a los sublevados mientras que Napoleón III, siempre fiel a la política de las nacionalidades, irritaba al autócrata proponiéndole un congreso europeo para resolver su destino. Bismarck se atrajo después a Napoleón III, en la entrevista de Biarritz (1865), haciéndole algunas promesas cuidadosamente vagas, de compensaciones en caso de que Prusia se engrandeciese. Y, para finalizar, se alió a Italia, que quería conquistar el Véneto. Austria sólo mantenía a su lado a la mayor parte de los pequeños Estados alemanes, lo que significaba otra ventaja para Bismarck que con ello podría aplastarles y anexionarse los del Norte, en particular Hannóver, que separaba las dos partes de Prusia. Después, una vez todo preparado, diplomacia y ejército, se inició la guerra. La victoria de Sadowa (3 julio 1866), decidió la cuestión en favor de Prusia. Austria quedó excluida de Alemania, luego que la vieja Confederación germánica se disolviera. Prusia se engrandeció. Alrededor de ella se constituyó la «Confederación de la Alemania del Norte» con el Reichstag elegido mediante sufragio universal y un «presidente», el rey de Prusia.
al menos la consideraba inevitable para culminar la unificación alemana. Los errores franceses, cuidadosamente aprovechados por Bismarck, condujeron directamente a ella. Francia rechazó la candidatura de un Hohenzollern para el trono de España y el rey Guillermo I aceptó este punto de vista. Pero el duque de Gramont, apasionado e inhábil ministro de Asuntos exteriores, reclamó una promesa por escrito. La negativa del rey, que Bismarck, gracias al sabio empleo de la prensa, convirtió en algo insultante, hizo el efecto, tal como pretendía, de un capote rojo ante el toro galo. Dejándovse llevar por la sinrazón, Francia declaró una guerra en la que la emperatriz veía la salvación de la dinastía por medio de la victoria y la gloria. Mal preparado, dirigido por oficiales más acostumbrados a los golpes de fuerza de Argelia que a la guerra inteligente, el ejército francés fue aplastado en Sedán. El 4 de septiembre, la noticia de que el emperador había sido vencido y hecho prisionero acarreó la caída del régimen. Tanto en el asedio de París como con los ejércitos reclutados apresuradamente en provincias, el «gobierno de la defensa nacional» trató de cambiar la situación. Todo fue en vano: el 28 de enero de 1871 hubo que firmar el armisticio. Mientras tanto, se había proclamado el Imperio alemán en el Salón de los Espejos de Versalles. La anexión de Alsacia y de una parte de Lorena debía cimentar la unidad alemana realizada de este modo.
Hasta entonces Napoleón III estaba satisfecho. Al pensar tanto en las «fronteras naturales» de Francia como en las nacionalidades, y en vista de que ya había tenido éxito en lo concerniente a Saboya, pidió las «compensaciones» que él consideraba que le debían y habían prometido: parte de Kenania, Bélgica o Luxemburgo. Bismarck, con gran habilidad, hizo fracasar sus demandas, hablando con sarcasmo de las «propinas» que Francia mendigaba. Al emperador se le cayeron las vendas de los ojos y se dio cuenta de que había contribuido a que se contituyese al lado de sus fronteras una Prusia poderosa y con un potente ejército, sin que ello le reportase ningún beneficio. La opinión francesa, furiosa e inquieta, entró de lleno en la peligrosa psicosis de la guerra inevitable. Los franceses comprendieron entonces, demasiado tarde, que Prusia era su enemigo hereditario. Bismarck negó más de una vez que él hubiera deseado la tercera guerra, la guerra de 1871 contra Francia. Los textos prueban que 34
35
View more...
Comments