Duroselle, J-B. & Renouvin, P. (2000) - Introducción a la historia de las Relaciones internacionales.pdf

July 27, 2019 | Author: Potorusú Anqa | Category: Clima, Estado (Forma de gobierno), Relaciones internacionales, Política internacional, Política
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a la historia délas relaciones internacionales Fierre Renouvín y Jean Baptiste Duroselle

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SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Comentarios y sugerencias: [email protected]

PIERRE RENOUVIN ~~ ~;~~~ JEAN-BAPTI STE DUROSELLE

Traducción de ABDIEL MACÍAS ARVIZU

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Introdu cción a la histori a de las relacio nes internacionales

m FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Cuarta edición en francés, Primera edición en español de la cuarta edición en francés,

1991 2000

PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN Esta nueva edición, publicada mucho después de que se agotaran las otras, había sido solicitada con frecuencia. La casa editora Armand Colin ha accedido a publicarla y nosotros le expresamos toda nuestra gratitud. . De acuerdo con los herederos de mi querido y eminente maestro Pierre Renouvin, esta cuarta edición se conforma con reproducir escntpulosamente las precedentes. Este libro marcó un "momento" en la investigación histórica francesa y nos ha parecido útil para el lector conservar esta impresión. Sólo hemos agregado un suplemento bibliográfico a continuación de la bibliografía original. J. B. D.

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor

Título original: Introduction al'histoire des relations internationales D. R. © 1970, 1995, Armand Colin Éditeur, París Publicado por Armand Colin Éditeur, 103 boulevard Saint-Michel, 75240 París Cedex OS ISBN 2-200-37249-3

D. R. © 2000, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-16-5893-0 Impreso en México

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INTRODUCCIÓN El estudio de las relaciones internacionales se ocupa sobre todo de analizar y de explicar los tratos entre las· comunidades políticas organizadas dentro de un territorio, es decir, entre los Estados. En efecto, debe tener en consideración los vínculos establecidos entre los pueblos y entre los individuos que componen estos pueblos: el intercambio de productos y de servicios, las comunicaciones de ideas, el juego de las influencias recíprocas entre las formas de civilización, las manifestaciones de simpatías o de antipatías. Pero reconoce que rara vez estas relaciones pueden disociarse de las que se han establecido entre los Estados: a menudo, los gobiernos no dejan el paso libre a estos contactos entre los pueblos; les imponen regulaciones o limitaciones, ya sea que se trate del movimiento de las mercancías o de los capitales, de los movimientos migratorios o incluso de la circulación de las ideas; también pueden, por otros medios, orientar las corrientes sentimentales. Estas intervenciones no sólo tienen el resultado más frecuente de restringir o de atenuar las relaciones establecidas por las iniciativas individuales, sino también modifican su naturaleza. Si fueran autónomas, estas relaciones entre los individuos podrían constituir en ocasiones un factor de solidaridad; en todo caso, los antagonismos entre los intereses individuales no acarrearían, la mayor parte de las veces, consecuencias políticas directas. Reguladas por los Estados, se convierten en un elemento de negociación o de conflictos entre los gobiernos. Por tanto, es la acción de los Estados la que se encuentra "en el centro de las relaciones internacionales". Y éste es el contexto general en el que nos ubicamos.' En estas relaciones la historia diplomática estudia las iniciativas o los gestos de los gobiernos, sus decisiones y, en la medida en que puede hacerlo, sus intenciones. Este estudio es indispensable, pero está muy lejos de aportar los elementos de una explicación. Para comprender la acción diplomática, hay que tratar de percibir las influencias que han orientado su curso. Las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, las características de la mentalidad colectiva, las grandes corrientes sentimentales nos muestran las fuerzas profundas que han formado el marco de las relaciones entre los grupos humanos y que, en gran medida, han determinado su 1

Y es también el que adoptó Raymond Aran, Paix et guerre entre nations, p. 17. 9

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INTRODUCCIÓN

naturaleza. En sus decisiones o en sus proyectos, el estadista no puede ignorarlas; ha experimentado su influencia y está obligado a admitir los límites que le imponen a su acción. Sin embargo, cuando posee dones intelectuales, una firmeza de carácter o un temperamento que lo lleven a franquear estos límites, puede tratar de modificar el juego de estas fuerzas y utilizarlas para sus propios fines. Le compete, por la política económica, mejorar el aprovechamiento de los recursos naturales; trata de influir en las condiciones demográficas; se esfuerza, mediante la prensa y la escuela, en orientar las tendencias de la mentalidad colectiva; a veces, no vacila en tomar las iniciativas que provocan en la opinión pública un arranque pasional. Estudiar las relaciones inter:q.acionales sin tomar en cuenta. como se debe las concepciones personales, los métodos, las reacciones sentimentales del estadista ~quivale a ignorar un importante factor, a veces esencial. Tales son las líneas generales de esta obra. Por una parte, estudiamos cómo se ha manifestado la influencia de las fuerzas profundas en las relaciones internacionales desde hace poco más de un siglo, es decir, desde que tuvieron lugar las grandes transformaciones econón1icas, los grandes movimientos demográficos, y desde que se afirmaron con un vigor singular las formas del sentimiento nacional. Con base, además de los resultados ya adquiridos por la investigación histórica, en nuestras investigaciones personales, hemos intentado mostrar con ejemplos el juego de estas fuerzas, señalar las dificultades de interpretación y estimar el alcance de estas influencias. , Por otra parte, hemos examinado mediante análisis comparados qué papel han tenido, en ciertas ocasiones, la personalidad y las ideas del estadista. ¿Qué concepción se ha formado del interés nacional? ¿Cómo su carácter y su temperamento explican su política? ¿En qué condiciones debe tomar sus decisiones? Además, hay que tratar de comprender por medio de qué procesos concretos las fuerzas profundas determinan los actos del estadista y, recíprocamente, cómo es que éste trata de modificarlas. En uno y otro caso, lo que más nos importó fue sugerir un método de acercamiento al mismo tiempo que esclarecer los resultados adquiridos en este dominio de la investigación y las lagunas que subsisten. Quisiéramos que esta obra sirviera como punto de apoyo a los investigadores dedicados al estudio histórico de las relaciones internacionales. Es éste el punto de vista que hemos querido adoptar, porque así podremos disponer de una base documental que nos habría hecho falta si hubiéramos querido extender nuestro objetivo a los aspectos más contemporáneos. En cuanto a este plan general, todavía es conveniente dar algunas explicaciones.

INTRODUCCIÓN

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¿Era necesario dedicar un capítulo al estudio de la opinión pública? Desde luego, a menudo las manifestaciones de la opinión influyen en las decisiones de los estadistas; pero estas manifestaciones no son sino el reflejo de las condiciones demográficas, de los intereses económicos o financieros y de las tendencias de la psicología colectiva. ¿Había que conceder un lugar, en el estudio histórico de las influencias, a la situación de los armamentos? No cabe duda de que un Estado, cuando ha tenido una superioridad en armamento, que corría el riesgo de ser temporal, pudo sentir la tentación de sacar provecho de ello y emprender una acción de fuerza. Pero esta superioridad era inseparable del estado de las técnicas, de los recursos económicos, financieros y demográficos; estaba vinculada al vigor del sentimiento nacional; dependía también de la voluntad de los gobiernos o de la autoridad que, en cada Estado, concedían al poder militar los textos constitucionales o las tradiciones. Por tanto, la política de los armamentos no ha ejercido una influencia autónoma. En este contexto, nuestro libro asume un conjunto de preocupaciones que no es nuevo. Con frecuencia, la historiografía estadunidense2 se ha concentrado en estos problemas, y más recientemente en Francia se despejó el camino con los trabajos de Raymond Aron. Pero, en la mayor parte de los casos, el objeto principal de estos estudios ha sido establecer las bases de una "ciencia de las relaciones internacionales", estudiar problemas de filosofía política o discutir las teorías relativas a los vínculos entre el crecimiento demográfico y la guerra, a las fuentes del imperialismo, a los factores del sentimiento nacional: sólo se ha apelado a los ejemplos históricos para proveer un punto de apoyo para estas reflexiones teóricas. Claro está, no menospreciamos el interés de estas investigaciones, sino que al buscar en la historia un elemento complementario para conceptos ya elaborados, creemos más prudente observar el pasado a fin de establecer los testimonios que permitan el estudio de los documentos; en efecto, así podríamos proveer materiales o temas de reflexión para los teóricos de las relaciones internacionales, pero hemos llevado a cabo nuestras investigaciones sin dejamos dirigir por estas preocupaciones. Nuestro propósito, aun limitado de esta manera, no deja de ser muy ambicioso. El estudio de las fuerzas profundas implica tratar cuestiones tan amplias que no es posible dominarlas todas. Algunas, por ejemplo las formas del sentimiento nacional o las relaciones entre los nacionalismos y el sentimiento religioso, no han sido todavía tema de un sólido examen crítico. En muchos puntos, no podemos ir más allá de un bos2

Véanse, en la bibliografía, las obras citadas en el apartado "Generalidades".

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INTRODUCCIÓN

quejo. El demógrafo, el economista y el especialista en la psicología colectiva encontrarán tal vez lagunas en nuestra información; podrán estimar que la elección de ciertos ejemplos es arbitraria; tendrán la oportunidad de discutir ciertas interpretaciones. El estudio de la acción del estadista podrá prestarse a otros reproches, pues no puede tener otra ambición que mostrar comportamientos de individuos, cuyo valor como ejemplo siempre es posible impugnar. Por tanto, no cabe duda de que este intento de síntesis dará pie a objeciones. Nosotros pensamos que había que correr este riesgo, inevitable desde el momento en que queríamos presentar una visión de conjunto. Y tal vez lo agravamos al procurar escribir una obra relativamente corta y al aceptar los inconvenientes que en ocasiones implica un esfuerzo de concisión. Al menos, esperamos poder lograr dos resultados: establecer un marco de investigación, pero también plantear cuestiones, subrayar lagunas en la información histórica y, de tal modo, sugerir los cauces de las nuevas investigaciones.



PRIMERA PARTE

LAS FUERZAS PROFUNDAS por PIERRE

RE.NOUVIN



I. LOS FACTORES GEOGRÁFICOS LA VIDA de los grupos humanos está sujeta a la influencia del clima, el relieve, la hidrografía, la calidad de los suelos y la naturaleza del subsuelo, que determinan las características de la vegetación y las condiciones de los recursos minerales; también depende de las facilidades de circulación, más grandes por la vía acuática que por la terrestre. Por tanto, se ve afectada profundamente por el medio físico, que constituye, entre estos gn1pos humanos, un importante factor de diferenciación. A fines del siglo X1X, la iniciativa de Ratzel abrió el camino al estudio de estas cuestiones. Retomada muchas veces desde entonces, nunca ha alcanzado la misma amplitud y la misma riqueza de observación, pero ha aportado complementos importantes a la obra de aquél. 1 Por esto, la historia de las sociedades humanas, trátese de sociedades primitivas o de sociedades organizadas en el marco de un Estado, no puede nunca olvidar el examen de las condiciones geográficas; el alcance de esta "geohistoria" ha sido puesto a la luz recientemente. 2 El estudio de las relaciones internacionales, aplicado a las relaciones entre los pueblos o entre los Estados, debe tomar muy en cuenta estas influencias del medio físico, que casi siempre son apreciables en el comportamiento de los pueblos, en los contactos comerciales o políticos y en el poderío respectivo de los Estados. Sin embargo, cuando tratamos de precisar la medida y las modalidades de estas influencias, pareciera que han estado sometidas constantemente a la acción del hombre, quien ha procurado acotarlas: los grupos humanos han tratado de escapar a las limitaciones que imponían las condiciones naturales. ¿En qué medida lo han logrado? Tal es la cuestión dominante.

1. LAS CUALIDADES Y LOS RECURSOS

DEL TERRITORIO

El Estado, en la forma en que lo conocemos, se asocia a un territorio sobre el cual ejerce un "control". La noción de Estado, dice Ratzel, es inseparable de la de territorio. 1 El más reciente y más importante de estos estudios es el de J. Gottmann, La politique extérieure des États et leur géographie, París, 1952. 2 Por Fernand Braudel, en su gran obra La Méditerranée et le monde méditerranéen ii l'époque de Philippe 11, París, 1949.

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En este marco territorial, ¿cuáles son los elementos geográficos que, según las observaciones hechas por los geógrafos y los historiadores , pueden incrementar o disminuir el poderío del Estado? a) El papel del clima captó muy poco la atención de Ratzel; sin embargo, es muy importante. La temperatura ejerce una influencia no sólo sobre la salud sino también sobre los modos de vida y sobre el temperamento del hombre. En donde son excesivos, el calor o el frío han obstaculizado el desarrollo de las actividades humanas. Las zonas árticas siempre han sido "repulsivas", desde el punto de vista biológico. En la zona ecuatorial, demasiado cálida y húmeda, mengua la disposición del hombre para el trabajo y, en consecuencia, es difíciP que se formen grupos humanos densos. Fuera4 de estas zonas extremas, las observaciones realizadas por los biólogos en los establecimientos industriales han mostrado que la actividad óptima del obrero se consigue en las regiones donde las temperaturas son "medianas" (Gran Bretaña, Francia, norte de los Estados Unidos) y que es mucho menor en la región napolitana o en el delta del Nilo. Es en las zonas de clima templado donde se han desarrollado los grandes Estados modernos. 5 Siempre ha sido esencial el régimen de lluvias, 6 porque tiene una influencia directa sobre la vida vegetal; es sobre todo "por el intermedio del mundo botánico", subrayaba Luden Febvre, como el clima ejerce su acción. En las zonas áridas, donde la vegetación siempre es pobre y precaria, los asentamientos humanos no son importantes ni estables: las bases de la vida económica son frágiles. En las zonas cálidas y muy húmedas pueden verse obstaculizado s por el exceso de la vegetación (la selva ecuatorial) o por las enfermedades causadas por las condiciones climáticas (paludismo, enfermedad del sueño). Incluso en las regiones que escapan a estos excesos, las formas de la vegetación influyen en las actividades económicas y en la vida de las sociedades humanas. El Estado cuyo territorio puede proveer a su población los recursos alimentarios suficientes para satisfacer sus necesidades es menos dependiente de Estados extranjeros; le resulta más fácil tratar de aislarse desde el punto de vista económico y, en consecuencia, desde el punto de vista político. 7 La abundancia de recursos forestales Al estudiar la adaptación del hombre a las temperaturas extremas, Maximilien Sorre observó que las investigaciones biológicas eran todavía insuficientes a este respecto. 4 Sharp, p. 43, obra citada en la bibliografía. 5 Ratzel ya había notado que en el Imperio chino el origen del poderío del Estado fue la China del norte. 6 P. George, pp. 40-51, obra citada en la bibliografía. 7 Véase más adelante la cuestión de la autarquía, p. 78.

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ha dado a ciertos Estados una gran ventaja en el dominio marítimo, en la época en que la madera era el material de las constmccione s navales, y en las zonas limítrofes la densidad de los bosques ha formado Lm escudo protector que ha constituido por largo tiempo un elemento de seguridad. Los Estados productores de algodón cmdo asumieron una función importante en la vida económica del mundo cuando la industria textil cobró auge. Son muchísimos los ejemplos que nos vienen a la mente. ¿Es estable esta influencia de las condiciones climáticas? Sin duda cabe señalar que los cambios en el régimen de las lluvias o en la distribución de las zonas térmicas han influido en el pasado; por ejemplo, es posible que las migraciones demográficas del Asia central fueran causadas por la desecación. Ahora bien, estas modificacione s han sido muy lentas; 8 sin embargo, esta relativa estabilidad no debe hacernos atribuir al clima un papel determinante , pues en una misma zona climática puede haber diversos modos de organización de la vida y de dispersión o acumulación de los asentamientos humanos. En efecto, las experiencias del pasado no ofrecen un elemento de explicación válido para el presente; 9 las relaciones entre el clima y la vida de las sociedades humanas tuvieron hasta el siglo xvm 10 un carácter de urgencia, porque estas sociedades, exclusivamen te agrícolas, estaban "dominadas por el problema siempre difícil de la subsistencia". Este lazo de dependencia es mucho menor hoy. Hace ya 40 años Luden Febvre señaló que la influencia de la temperatura y de las lluvias sobre la vida de las sociedades humanas no tenía "nada de estricto, nada de rígido, nada de mecánico" y que no podía estudiarse seriamente mientras no se adelantaran las observaciones relativas a las formas de clima. Esta observación casi no ha perdido nada de su valor. b) La influencia del relieve es importante, claro está, en el dominio de los recursos alimentarios, ya que la altitud y la orientación de las vertientes modifican las condiciones climáticas. Dicha influencia también incide en aspectos esenciales de la vida social y política del Estado: densidad demográfica, mezcla de las poblaciones, trazo de las fronteras. ¿La densidad demográfica? En Europa, las regiones montañosas han sido por mucho tiempo, y lo son aún en ciertas partes de Asia o de África, "zonas de refugio"; las planicies susceptibles de"inundarse fue8 Es difícil estudiar la incidencia en el pasado de las fluctuaciones meteorológicas en la vida económica, a falta de documentación sólida: la propia explicación climática de las grandes crisis agrícolas no es más que una hipótesis que aún no ha sido demostrada. 9 P. George, p. 51, obra citada en la bibliografía. 10 E. Le Roy-Ladurie, "Histoire et Climat", en Annales, enero de 1959, pp. 3-34, que critica la tesis de G. Utterstrtim, "Clima tic Fluctuation and Population Problems in Modern History", en Scand. Be. I-Iist. Review, 1955, núm. l.

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ron poco pobladas hasta que se constn,¡yeron diques. A este respecto, el papel del relieve ha variado con el tiempo: las comunidades montañesas partieron a las planicies en busca de condiciones de vida más fáciles, cuando los progresos de la organización social instauraron una seguridad que hacía superflua la "zona de refugio" o cuando los avances de la técnica atenuaron el peligro de las inundaciones. Los geógrafos han señalado que en la Europa contemporánea los "países de avanzada" de las regiones montañosas, donde la producción es abundante y la circulación más factible, se han convertido en zonas de "acumulación". Por tanto, la significación relativa de la montaña y de la planicie es, según la observación de Pierre George, "un hecho de civilización mucho más que un hecho físico". ¿La mezcla de las poblaciones? A menudo ha sido limitada por los obstáculos que oponía el relieve a la circulación de los hombres y de las mercancías. Las diferencias culturales y económicas entre los grupos humanos han perdurado mucho más tiempo en las regiones donde la topografía establecía una división territorial, mientras que tendieron a desaparecer en las zonas donde la circulación era fácil. Pero hay que evitar las generalizaciones: si bien el paso de Belfort -la "puerta de Borgoña"- marcó un límite lingüístico, el paso de Gorizia-Liubliana fue una zona de contacto entre italianos, alemanes y eslavos, y el del Brennero ha sido traspuesto en muchas ocasiones desde la Edad Media por pobladores de lengua alemana que penetraron en el valle alto del Adigio. Por tanto, un "paso" puede ser una vía de invasión. Más imprudente sería querer establecer una relación entre las formas del relieve y los tipos de sociedades humanas: la meseta, que, según Élisée Reclus, habría tenido un papel esencial en la historia de la humanidad, en reali11 dad no desempeñó ese papel más que en tal latitud y en tal medio; la montaña favoreció, aquí y allá -Andorra y Aosta, por ejemplo-, la formación de una sociedad característica, pero sólo cuando el macizo no era cruzado por alguna vía de paso. ¿Cómo podríamos llegar a concluir un "determinismo" geográfico? Sin embargo, es exacto decir que a menudo el relieve montañoso preservó la independencia de un pueblo: la neutralidad de Suiza fue respetada durante las grandes guerras europeas en el curso del último siglo; Abisinia escapó a la penetración del Islam y hasta 1935 pudo resistir la expansión colonial europea. No es menos cierto que la división territorial impuesta por el relieve favoreció la formación y la prolongada supervivencia de Estados separados en los valles, de una misma zona montañosa, por ejemplo en Indochina; pero la eficacia de esta división territorial fue 11

Véanse sobre este punto las observaciones de Luden Febvre, p. 233.

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bastante desigual, según las formas del relieve: las cimas redondeadas de Noruega no tuvieron las mismas incidencias que las escarpaduras del Carso. Por último, las penínsulas, cuando el relieve establece una barrera entre ellas y el continente -como es el caso de Italia y de Grecia-, han tenido la tendencia a concretar su unidad política; 12 por lo demás, hay que convenir en que esta vocación se manifestó con mucha lentitud. En resumen, todas estas observaciones confluyen en una misma confirmación: las formas del relieve, en la medida en que han sido un serio obstáculo a la circulación, han ejercido una influencia en los caracteres de los grupos humanos. ¿La determinación de las fronteras políticas? Aquí, el papel del relieve ha sido importante. Tal vez el trazo de estas líneas de demarcación territorial depende de la voluntad de los Estados vecinos, y en consecuencia de sus presiones mutuas. Es la expresión del equilibrio de fuerzas más que de elementos geográficos. Pero, en la historia de los conflictos entre los grupos humanos, la montaña o incluso la presencia de una simple escarpadura (por ejemplo, las "riberas del Masa") obstaculizó o retardó la acción ofensiva de los ejércitos hasta la época, muy reciente, en que la aparición de las fuerzas aéreas transformó los aspectos estratégicos y tácticos. Cuando la frontera está trazada en una región cuyo acceso es difícil, resulta más fácil de vigilar o de defender. A este respecto, la altihld media del macizo no es el factor esencial; lo que importa sobre todo es la altitud de los pasos: la frontera pirenaica siempre ha sido un obstáculo más serio que los Alpes. En consecuencia, el Estado que quiere conservar contra su vecino una posibilidad de acción ofensiva tiene gran interés ensostener, más allá del paso donde se halla la frontera "natural", un bastión sobre la vertiente opuesta para hacer de él, llegado el caso, una base de operaciones. Ciertamente, esta consideración inspiró la actitud del Estado mayor austriaco cuando se empeñó, después de su derrota de 1866, en conservar el Tirol meridional (alto Adigio) cuando perdió Venecia; en efecto, este bastión le fue de gran ayuda en el otoño de 1917 cuando tuvo lugar la batalla de Caporetto. Por otra parte, ¿no debemos observar también permanencias significativas en las relaciones entre el relieve y las líneas limítrofes políticas. El desfiladero del Elba en Spandau marcó la frontera entre Sajonia y Bohemia, luego entre Alemania y Austria y por último entre Alemania y Checoslovaquia. Sin embargo, debe quedarnos claro que la noción de "frontera natural", incluso cuando ejerce una atracción notable en la mentalidad colectiva, rara vez encuentra una aplicación estricta. Luego de estas observaciones, que se aplican sobre todo al papel de la 12

F. Braudel, op. cit., p. 131.

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gener al entre monta ña, ¿no es conve niente sopes ar tambi én el equili brio La Blach e de Vidal que las en los maciz os y las planic ies? Las págin as en gran eron influy ia Franc en evocó la armon ía de los perfiles del relieve france afos geógr y s iadore medid a en las interp retaci ones de los histor insisti han nes alema istas ses. Por su parte, los histor iadore s y los ensay nos huma os mient asenta de do a menu do en la parce lación de las zonas de capaz l" centra r "hoga un en su territo rio nacion al y en la ausen cia de laparce la o ¿acas Pero a. conve rtirse en un centro de atracc ión polític ncia de un ción de las planic ies litoral es obstac ulizó la prolon gada existe sistem a moná rquico en el archip iélago japon és? el domie) Por su parte, la influencia de la hidrografía se manif iesta en r un cmza para to ejérci nio estraté gico: las dificu ltades que enfren ta un tenihan nosa panta río cuyos puent es han sido destm idos o una región guerra s mundo un papel notab le en las opera ciones milita res de las dos vida econó la en én diales.13 Esta influe ncia puede manif estars e tambi los grand es pues ca, mica o social y, en conse cuenc ia, en la vida políti 14 Pero sobre as. ríos son una vía de penet ración de las influe ncias extern son los agua de s todo el trazad o de la red fluvial y el régim en de las.vía os. que han impue sto su influe ncia en la vida de los Estad ha establ eEl curso parale lo de los grand es ríos de Alema nia del norte la uniado retras cido una "comp artime ntació n" que proba bleme nte ha cuenla en dad polític a, mient ras que en Franc ia la zona de conflu encias una de iento ca parisi na ha sido una condi ción favora ble para el crecim duda sin gas: capita l políti ca. Siber ia se presta a obser vacio nes análo tiva venid a consig uió su unida d desde el siglo XVI, pero por una inicia nto favora del exterior. La existe ncia de un gran eje fluvial es un eleme huma no ble para la forma ción y la exten sión de un Estad o: el grupo alto, cuyos establ ecido en el valle bajo quiere domin ar tambi én el valle del valle ocupa ntes puede n modif icar el régim en de las aguas . El señor con la condi alto trata de asegu rarse el "contr ol" del valle bajo, el cual, da hacia el ción de que el río sea naveg able, es la vía de acceso más cómo o más fuerte mund o exteri or. La ocupa ción total de un río por el Estad los princi de "uno es, Brunh Jean decía como que posee ya una parte es, os atribu ir pios de la geogr afía política". Sin embar go, ¿qué valor debem primo ra este princi pio? Desde luego, el río adqui ere una impor tancia de un ol contr el bajo queda o cuand micas dial en las relaci ones econó vida la donde o, Egipt de caso el aparte solo Estad o. Pero si ponem os curso el en aguas las de en régim del a del delta depen de en gran medid Géographie et la guerre, Sobre este punto, es import ante el estudio de R. Villate, La l. Mundia Guerra a primer la de ocupa se que 1927, París, el papel del Elba en 14 Véanse, por ejemplo, las observaciones de Jacques Pirenne sobre la historia aleman a.

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EL SENTIMIENTO NACIONAL

que la unidad o el parentesco lingüístico: las divergencias entre flamencos y holandeses, entre croatas y serbios, entre eslovacos y checos, entre búlgaros y serbios son prueba de ello. Pero hay muchos otros casos que contradicen lo anterior. Basta con considerar que la unidad alemana se logró a pesar de las divergencias religiosas y, por otro lado, que la fe luterana común no fue suficiente para impedir el divorcio entre noruegos y suecos. En Asia, el sentimiento religioso ha ejercido una influencia muy desigual: parece no haber tenido ningún papel en la formación del sentimiento nacional en China. En los países islamizados, a menudo favoreció el nacimiento y el desarrollo de la conciencia nacional: tal fue el caso, en 1919, de Indonesia. Pero en India, donde los musulmanes eran minoritarios, estorbó el movimiento nacional y acabó por imponer la división. En cambio, las observaciones más recientes han mostrado el activo papel de los monjes budistas en los movimientos nacionales en Birmania, Ceilán y Vietnam del Sur. Más aún, Japón dio el ejemplo de una estrecha asociación entre el sentimiento religioso -el sintoísmo, en este caso- y el sentimiento nacional; pero las manifestaciones de dicho sentimiento nacional fueron anteriores al "renacimiento" del sintoísmo, que sólo fue un instrumento para la propaganda nacionalista. 7 ¿Las condiciones económicas? La solidaridad que se establece entre los intereses materiales de los productores o de los comerciantes en una región del mundo ha sido, ciertamente, un elemento favorable para el desarrollo del sentimiento nacional. En el siglo XIX, la existencia del Zollverein contribuyó al éxito del movimiento nacional alemán: la unión aduanal ayudó a preparar la unión política. Pero ¿tiene esta observación un valor general? La historia misma del Zollverein muestra que la solidaridad establecida desde 1850 entre los Estados alemanes del Sur y Prusia, en el marco de la unión aduana}, no impidió que estos socios tomaran las armas para enfrentarse en 1866. Después de 1865, los daneses del Slesvig del Norte conservaron un sentimiento nacional danés, a pesar de las ventajas económicas que les daba su integración a la Confederación de Alemania del Norte y luego al Imperio alemán. Después de 1871, en Alsacia-Lorena la participación en la prosperidad del Reich alemán tal vez favoreció durante unos 20 años las tendencias de los "autonomistas" a expensas de las de los "protestatarios"; pero, a fin de cuentas, no obstaculizó la supervivencia del sentimiento nacional francés, cuyas manifestaciones se revigorizaron entre 1911 y 1914. ¿Y qué parte pueden tener los intereses económicos en la reivindicación nacional noruega o en el movimiento nacionalista flamenco?

¿Las disparidades sociales? En las regiones donde el campesinado se encontraba sometido, como consecuencia de las circunstancias históricas, a la dominación económica de grandes propietarios procedentes de otra región, que pertenecían a otro grupo lingüístico y que eran apoyados por el poder político, la solidaridad de intereses que existía entre tales campesinos -granjeros o colonos- en sus relaciones con los grandes propietarios fue tal vez una condición para favorecer el desarrollo de una conciencia nacional. Las quejas contra la carga de las imposiciones y contra el ejercicio de los derechos ligados al régimen de la gran propiedad subían mucho de tono y podían encontrar una especie de "justificación" suplementaria cuando se dirigían a un "extranjero". Todavía hay que señalar que este factor no tuvo aplicación práctica durante mucho tiempo y, en ciertos casos, durante siglos. Por tanto, no es la oposición social la que originó la toma de conciencia nacional. Tan sólo proporcionó un terreno propicio para las semillas arrojadas por otras iniciativas y por el efecto de otros impulsos. En cuanto al movimiento obrero y al desarrollo de las ideas socialistas, deberían haber atenuado en todas partes, según la lógica de esta doctrina, las manifestaciones del sentimiento nacional y poner en el pri-\ mer plano la solidaridad de clase. En realidad, en las partes de Europá donde la "cuestión de las nacionalidades" se planteaba con intensidad, en Austria-Hungría sobre todo, muchas veces parece que esta mutación no se efectuó; a este respecto, la historia del sindicalismo en Austria deja ver rasgos característicos. Sin embargo, el estudio de los vínculos entre socialismo y nacionalidades no ha recibido todavía toda la atención que merece. 8 Por tanto, de todos estos factores ninguno es indiferente, pero ninguno puede aportar una explicación que tenga un valor general. Esta incertidumbre es predominante en todo el problema de los vínculos entre la nación y el Estado, que es el centro de interés para el historiador de las relaciones internacionales.

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Véanse, infra, pp. 239-240.

l. LA NACIÓN Y EL ESTADO

EN EUROPA

En Europa, desde fines del siglo xvm, la filosofía política de Herder, Burke Y Bentham había tratado de descubrir cuáles eran los elementos de dife-

renciación entre los grupos humanos y de determinar los signos en los que era posible reconocer la pertenencia de uno de esos grupos a una 8 El Congreso Internacional de Ciencias Históricas de 1965 puso esta cuestión a la orden del día. Jacques Droz preparó un informe sobre este tema.

EL SENTIMIENT O NACIONAL

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"nación". Para empezar, las interpretaci ones se señalaron por fuertes divergencias , que no dejaron de afirmarse en el curso del siglo XIX, de Fichte y Schlegel a Mazzini, de Stuart Mili a Fustel de Coulanges y a Renan. Para unos, numerosos sobre todo en los medios intelectuale s alemanes, la nación es un ser vivo que crece "gracias a la acción inconsciente de una fuerza superior": esta fuerza es el"genio nacional", el Volkgeist. ¿Cómo reconocer su existencia? Al observar ciertos signos exteriores: la comunidad de lengua, la fidelidad a las costumbres , el culto de tradiciones antiguas. 9 La observació n permite reconocer dichos signos fácilmente. Para afirmar que los grupos humanos pertenecen a una misma "nacionalid ad" y que forman entonces una "nación", no es preciso ir más allá de tales caracteres comunes. Poco importa que esos grupos no tengan conciencia de su solidaridad ni que manifiesten el deseo de vivir en común: los signos exteriores constituyen el criterio indiscutible . Para los otros, la pertenencia a una nación es un "hecho de conciencia". Ciertament e, la comunidad de lenguas, la memoria histórica y las tradiciones pueden ser elementos eficaces en la formación del sentimiento nacional, pero no son indicios seguros. El elemento esencial es la voluntad de vivir en común, independie ntemente del origen. "La patria", dice Mazzini, "es ante todo la conciencia de la patria". En 1870, Fuste} de Coulanges, en su Lettre ouverte a Mommsen, no agrega casi nada a la fórmula mazziniana : "No es la raza ni la lengua lo que hace la nacionalidad[ ... ] La patria es aquello que se ama". En 1882, Ernest Renan retomó el mismo tema, pero ampliándol o: "Lo que constituye una nación no es hablar la misma lengua o pertenecer a un mismo grupo etnográfico; es haber hecho grandes cosas en el pasado y querer hacerlas todavía en el futuro". 10 Entre los adeptos de esta tesis, Émile Boutroux dio la definición más precisa del sentimiento nacional: "La voluntad que tienen [ciertos] hombres de vivir juntos, de cultivar los mismos recuerdos, de perseguir los mismos fines". Esta doctrina adoptó de la filosofía política del siglo XVIII el principio de la "libre determinac ión" de los pueblos, entendiendo por ésta el derecho de cada pueblo a escoger su futuro político. Sin embargo, estas interpretac iones divergentes tuvieron un punto común: afirmaron el deseo de dar al Estado una base nacional, la voluntad de hacer, lo más posible, de modo que el Estado coincidiera con la nación; es decir, agrupa a todas las poblacione s de igual nacionalida d y sólo a ellas. Tal es el proyecto que expresó, en el siglo XIX, ·el "principio de las nacionalida des". Algunos doctrinarios agregan: el parentesco racial. Qu'est-ce qu'une nation?, conferencia presentada en la Sorbona y reproducida en Discours et conférences, París, 1887. 9

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Pero en la aplicación de este principio fueron flagrantes las dificultades cada vez que los argumentos históricos o los antecedente s lingüísticos entraban en contradicci ón con las manifestaci ones de la mentalidad colectiva. La tesis de la "nacionalid ad inconscient e" permitió a los apóstoles de la unidad alemana ignorar las manifestaci ones de los sentimientos particulare s en Hannover, Baviera y Sajonia y también reivindicar Alsacia-Lorena. La tesis del "acto de conciencia" consolidó la posición moral de los patriotas italianos con respecto a las dinastías o los soberanos y alimentó la protesta francesa contra el Tratado de Francfort. Casi siempre, las doctrinas fueron formuladas en el momento mismo en que se esperaba de ellas un apoyo a una actitud política; por tanto, estaban ligadas a la esperanza de obtener resultados prácticos o al deseo de justificar reivindicac iones. Ello reduce singularme nte su alcance desde el punto de vista del jurista o del teórico de la ciencia política. Sin embargo, el historiador se da cuenta de que el sentimient o nacional, a pesar de estas debilidades doctrinales , ha exhibido una vitalidad indiscutibl e y que ha sido en las relaciones internacion ales un fermento de actividad particularm ente vigoroso. Esta "cuestión de las nacionalida des" cobró dos formas que a menudo fueron complementarias: por un lado, liberar a los grupos nacionales que estaban sometidos, en el Estado del que formaban parte, al dominio de un gobierno cuyos miembros pertenecían a otra nacionalida d, y dar así a las "minorías nacionales" la posibilidad de formar un Estado independiente; por el otro, reunir en un solo Estado a las poblaciones de la misma nacionalida d que se encontraba n hasta entonces sometidas a soberanías diversas, ya sea en calidad de Estados independie ntes, ya sea como "minorías nacionales". Entre 1815 y 1848, el movimient o de las nacionalid ades empezó a manifestars e en dos formas: preludios de los movimiento s italiano y alemán, protestas de gn1pos nacionales contra una dominación extranjera, en el caso de Bélgica en 1830 y de Polonia en 1831. ' En 1848 y 1849 fueron las tentativas unitarias las que figuraron en primer plano en los Estados alemanes, en los Estados italianos y en los principado s rumanos; sin embargo, no fueron posibles más que por la crisis del poderío austriaco, que era causada directamen te por las aspiraciones de las "minorías nacionales" . Durante las dos décadas siguientes, las fuerzas de disociación continuaro n manifestán dose en Austria, Polonia e Irlanda, pero fueron eclipsadas por el éxito de los movimientos unitarios en Italia y Alemania y por el bosquejo de la unidad rumana: el "principio de las nacionalida des" transformó , en 20 años, el mapa político de Europa. Después de 1871 y durante medio siglo, los movimientos protestatari os

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de las "minorías nacionales" tuvieron el mayor auge: eslavos meridionales, checos, eslovacos, polacos, rutenos, serbios e italianos en el Imperio austro-húngaro; búlgaros, griegos, serbios y kutzo-valacos en la Macedonia sometida hasta 1912 al Imperio ruso; otra vez polacos, daneses y alsaciano-loreneses en el nuevo Imperio alemán; irlandeses del Reino Unido; noruegos en el Estado sueco hasta 1908; catalanes y vascos en España; sin contar, en Bélgica, con el movimiento nacionalista flamenco que apelaba a los mismos principios en el informe de una comisión de investigación publicado en 1858, aunque no puede colocarse sin exageración bajo la misma rúbrica. En los primeros años del siglo x:x, alrededor de 60 millones de personas -una quinta parte de la población del continenteparticiparon -o se supone que participaron- en dichos movimientos, que no dejaron indiferente a ningún Estado europeo, con la excepción de Suiza, Portugal y los Países Bajos. Algunos de esos Estados temían que las minorías protestatarias actuaran en su territorio; los otros contaban, en su provecho, con el éxito de un irredentismo. Austria-Hungría, donde las tres quintas partes de la población pertenecían a dichos grupos nacionales "minoritarios", sentía amenazada su propia existencia. La primera Guerra Mundial ofreció a los protestatarios una oportunidad favorable y la política de cada una de las coaliciones se afanó en apoyar dichos movimientos nacionales en la medida en que debilitaron al adversario. En este juego es evidente que los Estados de la Entente tenían la ventaja, pues el principal peligro para Austria-Hungría era el movimiento de las nacionalidades. Los armisticios de 1918 propiciaron el éxito de las reivindicaciones de las nacionalidades, apoyadas en los Catorce Puntos del presidente Wilson. En la Conferencia de la Paz, los "expertos" y los estadistas tuvieron que reconocer que la aplicación rigurosa del principio de las nacionalidades era, muchas veces, imposible debido a lo entremezclado de las poblaciones: si bien era fácil comprobar la existencia de una frontera lingüística entre alemanes e italianos en el Alto Adigio y entre alemanes y daneses en el Slesvig septentrional, ¿cómo trazar entre nacionalidades diversas, en las zonas de contacto entre polacos y lituanos, en la región de los Sudetes, en los confines septentrionales y meridionales de Silesia en torno a Kattowitz o de Teschen, en Transilvania, en Dalmacia, la "línea de demarcación claramente reconocible", mencionada en el octavo punto del mensaje de Wilson? En realidad, los tratados de paz de 1919-1920 dieron amplias satisfacciones a las reivindicaciones de las nacionalidades en todo el centro del continente europeo, de Polonia a Alsacia-Lorena y del Slesvig al Adriático, pero sólo en la medida en que los Estados vencedores y los grupos nacionales que protegían se hallaran en condiciones de obtener un beneficio. Al término de tal arreglo de la paz, 30 millones de hombres, que

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antes de 1914 habían pertenecido a esas "minorías nacionales", adquirieron el derecho de disponer de su suerte. Pero no podía ser sino una solución parcial, pues los tratados de paz no tocaron la cuestión de las nacionalidades en el Reino Unido, uno de los vencedores, o en España, que no intervino en el conflicto, y porque el trazo de las nuevas fronteras, sobre todo en la Europa danubiana y balcánica, creó nuevas minorías nacionales al incorporar varios grupos nacionales a Estados en los que dichos grupos se sentían extranjeros. Los protestatarios eran todavía unos 30 millones, es decir, la mitad de los que fueron en 1914. 11 Pero entre las nuevas "minorías nacionales" había varios grupos de poblaciones, magiares en Checoslovaquia, alemanes del Tirol meridional y de Posnania, que antes de 1914 habían ejercido una preponderancia política y que, en consecuencia, soportaban con más dificultad su situación. En realidad, en los años inmediatamente posteriores a la conclusión de los tratados de paz, dichas protestas y los litigios que resultaron de ellas mantuvieron activos en Europa numerosos centros de conflicto: en Memel, VIlna, Teschen, Fiume, así como en Besarabia, Macedonia o Posnania; el derecho de las nacionalidades seguía en el centro de la controversia. · Ahora bien, los tratados de paz de 1919-1920 otorgaron un estatuto de protección a las "minorías nacionales", al menos en los Estados cuyo nacimiento había sido consagrado por esos tratados. Los promotores de ese estatuto quisieron reducir las ocasiones de dificultades y de conflic, tos en las cuestiones irritantes que en todo momento planteaban la organización de la enseñanza y el uso de la lengua nacional. Por tanto, garantizaron al grupo minoritario una autonomía "cultural", a veces administrativa, pero evitaron concederle garantías políticas que habrían sido peligrosas para la soberanía de los Estados sometidos a ese régimen. ¿Podía, sin embargo, ser eficaz esta limitación? Los gobiernos de los Estados "nuevos" o "rejuvenecidos", en los cuales se aplicaba el estatuto de protección de las minorías, temieron que la autonomía cultural diera lugar a una propaganda separatista. Por ello, la cuestión de las nacionalidades fue hasta 1939 tanto la causa como el motivo de litigios, cuya importancia no hace falta subrayar aquí. No obstante, entre 1920 y 1939 el derecho de "libre determina' ción de los pueblos" no se puso en aplicación, después de la eliminación de los "puntos reservados" de la declaración de 1922, más que en cuatro ocasiones: Irlanda (Eire), Irak, Arabia Saudita y Egipto. Al estudiar las características de estos movimientos, como fueron apa11 Cf. Ervald Ammende, Die Nationalitiiten in den Staaten Europas, Viena, 1931; y W. Winkler, Statistisches Hanclbuch cler europiiischen Nationalitiiten, Viena, 1932.

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reciendo en la historia de las relaciones internacionales en el curso de los últimos 100 años, es necesario distinguir por un lado la formación de las unidades nacionales y, por el otro, la acción de las "minorías nacionales" en el seno de un Estado. En la formación de las unidades nacionales predominó una preocupación esencial: inculcar el deseo de vivir en comím, en un mismo Estado, a poblaciones que presentaban características comunes en el dominio lingüístico y que tenían un patrimonio común de memoria histórica, pero que debían fidelidad a entidades políticas diferentes. Por tanto, de lo que se trataba era de mantener y difundir una forma de pensar nacional. ¿Cuáles eran los obstáculos? El apego a las tradiciones, la fuerza de los lazos personales urdidos en el seno de los Estados existentes, el temor a los cambios que una fusión entre los Estados acarrearía con las situaciones adquiridas o los intereses económicos pero, sobre todo, a la presencia de los soberanos, la fidelidad de los súbditos con la dinastía y el deseo de los funcionarios administrativos de conservar un estado de cosas que los beneficiaba. Para triunfar sobre estos sentimientos nacionales, la condición necesaria era organizar una propaganda destinada a que las poblaciones cobraran conciencia de su parentesco y a mostrarles las ventajas de pertenecer a un gran Estado. Dicha propaganda insistía más en las perspectivas políticas que en los intereses económicos; se empeñaba sobre todo en mostrar que la formación de la unidad daría paso al poderío. En Alemania, los temas desarrollados por los pensadores y los escritores políticos fueron difundidos por la enseñanza universitaria; los estudiantes y, en consecuencia, los miembros de las profesiones liberales y los funcionarios fueron los mejores agentes de dicha propaganda. Los profesionales de la política no tomaron la dirección sino más tarde, con la creación de la gran "central" de la propaganda unitaria: el Nationalverein. En Italia, donde la enseñanza universitaria estaba lejos de contar con la misma autoridad y las mismas posibilidades, la acción fue encabezada primero por las sociedades secretas y luego por las sociedades literarias, que aseguraron la difusión de las obras de los escritores políticos. La fundación en 1857 de la Sociedad Nacional no fue más que el remate de una obra que había comenzado hacía más de 30 años. En Rumania los directivos fueron los hijos de los grandes terratenientes que habían estudiado en las universidades de Europa occidental. De entrada, los medios económicos no tuvieron un papel activo en estas iniciativas: fue en 1835, 20 años después de la publicación de las primeras grandes obras literarias o filosóficas de inspiración "patriótica" y 15 años después del movimiento de la Burschenschaft, cuando los hombres de negocios renanos comenzaron a interesarse en el programa unitario. Hasta 1845, después

de 30 años de esfuerzos realizados por las sociedades secretas y de llamamientos hechos por los escritores políticos, no aparecieron los primeros rasgos de un programa económico en el movimiento unitario italiano. Pero no sólo fueron las actividades de algunos pensadores o de algunas agrupaciones de hombres de acción las que dieron a tales movimientos su fisonomía. Casi en todas partes los soberanos y los gobiernos tuvieron un papel importante, ya sea porque los favorecieron en la medida en que contaban con ser los beneficiarios, o bien porque lograron resistir iniciativas peligrosas para sus intereses. En realidad, la ofensiva dispuso de una organización bastante superior a la defensiva y manifestó un mayor dinamismo. Federico Guillermo IV, Guillermo I, Bismarck, Carlos Alberto, Víctor Manuel, Cavour y por último Couza predominaron en la historia de esos movimientos unitarios por sus actos y sus decisiones políticas, pero sobre todo por el impulso que dieron a los esfuerzos emprendidos para transformar la mentalidad colectiva. Casi en todas partes el movimiento de protesta de las "minorías nacionales" presentó rasgos comunes: las más de las veces se manifestó por una lucha cotidiana entablada entre las poblaciones minoritarias y la administración a propósito de la lengua de relación en la enseñanza o de los incidentes que provocaba, en la vida administrativa o judicial, el empleo de una lengua oficial diferente de la hablada por los habitantes. Sin embargo, aparte de estas analogías, el análisis histórico discierne aspectos diversos: A principios del siglo XIX, en el caso de los movimientos nacionales polaco e irlandés, las poblaciones minoritarias se hallaban sometidas a un dominio extranjero directo de tan corto tiempo que no hubiera sido posible una asimilación y habían mantenido intacta su conciencia nacional: los hombres de una misma generación habían visto el tercer reparto del Estado polaco (1795) y la desaparición, en 1831, del estatuto de autonomía de la Polonia rusa; Irlanda había gozado de su autonomía entre 1782 y 1800. Las heridas seguían abiertas y las protestas eran espontáneas. Por tanto, de entrada, esas minorías estaban listas para escuchar una consigna política. Después de 1871 ocurrió lo mismo con los alsaciano-lorenenses. En la parte europea del Imperio otomano, el caso de las minorías nacionales fue singular. Los griegos, bíllgaros y serbios, como eran cristianos, no tenían derecho a las deferencias que la administración otomana concedía a las poblaciones islamizadas, por ejemplo a los albaneses, sino que tenían un estatuto de inferioridad y sufrían esta dominación extranjera: por tanto, esos gn1pos tenían respecto de los turcos una conciencia nacional. Pero este sentimiento nacional también se manifesta-

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ba en el seno mismo de esas poblaciones cristianas y oponía entre sí a griegos, búlgaros y serbios, a pesar de la solidaridad que en ciertas ocasiones los unía contra los turcos. Sin embargo, estos grupos nacionales no siempre se fundaban en la comunidad lingüística. La originalidad que presentaba el movimiento de las nacionalidades en esta región de Europa era el papel especialmente activo del sentimiento religioso o, más exactamente, de las organizaciones eclesiásticas: las Iglesias ortodoxas griega y serbia, a las cuales vino a agregarse la Iglesia ortodoxa búlgara después de la creación del Exarcado (1871), estaban muy "politizadas" e imprimían toda su fuerza de atracción o de propaganda al servicio del despertar o del resurgimiento de la conciencia nacional; casi siempre eran eclesiásticos los que formaban los agentes y los mandos de los movimientos protestatarios. Y esta acción no sólo se enfrentaba a la dominación otomana: en realidad, las tres Iglesias se disputaban los fieles en territorio otomano. Su rivalidad se incrementó a medida que se agravó la decadencia del poderío turco, pues estuvieron estrechamente ligadas a los nuevos Estados balcánicos formados a expensas del Imperio otomano. En la liberac:ión y repartición de Macedonia, que se convirtió después de 1880 en el objetivo político de Grecia, Bulgaria y Serbia, cada uno de los tres Estados contó con la propaganda de su Iglesia para asegurarse de obtener una ventaja. Por eso, a principios del siglo xx, los observadores extranjeros 12 se desconcertaron cuando vieron la forma que asumía la idea de "nacionalidad" en los Balcanes: en muchos casos, la pertenencia a una Iglesia se había convertido, en la formación del sentimiento nacional, en un factor más importante que la comunidad de la lengua; por ejemplo, ciertos grupos de poblaciones de lengua serbia se declaraban búlgaros porque eran fieles del Exarcado. A principios del siglo XIX, en la mayor parte de Europa central y occidental, las "minorías nacionales" eran pasivas. Sólo despertaron entre 1830 y 1870. Las formas de tal despertar se han estudiado con amplitud. ¿Cuáles fueron sus rasgos esenciales? Al principio, la acción de los intelectuales fue decisiva: reanimaron la memoria histórica y mostraron la persistencia de las tradiciones comunes; comprendieron y explicaron la importancia de la comunidad lingüística; supieron reconocer y expresar sentimientos que dormitaban y les dieron fuerza. Del movimiento nacional alemán al movimiento nacional checo, italiano, croata, noruego o flamenco siempre son los nombres de filósofos, hombres de letras e historiadores de la lengua, de 12

En particular, la investigación Carnegíe de 1913.

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la literatura y del derecho, más que de doctrinarios políticos, los que marcan la primera etapa. En los medios cultivados, la difusión de esas ideas se efectuó mediante la enseñanza superior y secundaria, las obras literarias e históricas. En medios más amplios tuvo lugar mediante la prensa cotidiana o periódica y a través de las asociaciones de propaganda, como la Unión Sagrada en Flandes y la Sociedad para el Progreso de la Educación del Pueblo en Noruega. En dicha propaganda casi siempre tuvieron un sitio importante el recuerdo de las grandes horas del pasado, la evocación de las glorias nacionales y el culto de las tradiciones populares. Los checos pusieron el acento en la "defenestración" de Praga; los eslavos meridionales, en el Imperio de Duchán; los italianos, en la supremacía de la Roma antigua; los alemanes, en el papel del pensamiento germánico en la Reforma. Incluso entre las poblaciones más reacias -los eslovacos de la Hungría septentrional, los rutenos de la Galitzia austriaca-, la evocación del pasado fue un elemento activo del desper, tar nacional. Sin embargo, tales formas de propaganda casi no llegaban a las masas campesinas, entre las cuales había muchos analfabetos. Pero tenían un gran eco entre los semintelectuales y los burgueses. ¿Favorecieron la difusión de esta propaganda los intereses económicos y las disparidades sociales? En general, los promotores intelectuales no insistieron en este aspecto de la cuestión. Incluso algunos, por ejemplo Mazzini, declararon que era despreciable. Sin embargo, la acción de tales factores fue cierta, si bien muy desigual. En los países checos, la burguesía industrial y comerciante pensaba que el régimen del Estado austriaco, de no permanecer en manos de los alemanes, se ocuparía mejor de los intereses de los checos en la solución de los detalles cotidianos de la vida económica; en España, el movimiento nacional catalán fue sostenido por los medios económicos de Barcelona, cuyos puntos de vista en materia de política aduana] se oponían a los que prevalecían en Madrid. ' En ocasiones, esta acción de las fuerzas económicas y sociales se ejercía en sentido inverso, cuando los productores estaban conscientes de las ventajas que les daba pertenecer a un gran conjunto económico en el que podían encontrar un mercado más vasto. Los húngaros, aun cuando se quejaban del régimen dualista establecido en 1867, no podían llegar hasta el separatismo sin perder el mercado austriaco, indispensable para sus exportaciones agrícolas. Los nacionalistas flamencos no podían olvidar los lazos que establecían los intereses económicos entre las poblaciones belgas. Como ya vimos en el caso de Alsacia-Lorena, el éxito de los "autonomistas" después de 1890 a expensas de los "protestatarios" tuvo que ver con las perspeCtivas propiciadas por el rápido crecimiento de la economía alemana.

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Para acabar, la lucha social entre el campesinado perteneciente al grupo "minoritario" y los grandes terratenientes "implantados" alimentó en ciertas regiones—en Irlanda, Transilvania, Istria y los países balcánicos— la reivindicación nacional, pero no fue lo que ocasionó el despertar del movimiento. Dicha lucha apareció como un refuerzo cuando otras iniciativas habían abierto el camino.13 Sólo en Noruega la iniciativa del campesinado parece haber sido más importante. En este país, que a pesar de su subordinación a Suecia hasta 1905 poseía la mayor autonomía, la población no se había quejado de una coacción lingüística y no había visto perjudicados sus intereses económicos. No fueron las "clases superiores" —funcionarios y burguesía comerciante— los artesanos del despertar nacional. Los promotores14 —Henrik Wergeland sobre todo— fueron intelectuales que se dirigieron a la clase campesina porque ésta había escapado, más que la población urbana, a las influencias danesas y suecas y porque era, según ellos, la imagen de la "permanencia nacional". Es el tema al cual Bjornson dio un gran brillo en sus Cuentos campesinos. Pero en ellos se trataba de un campesinado de pequeños propietarios, muy diferente del mundo campesino de Europa central: esos pequeños propietarios, cuando se opusieron a las "clases superiores", estaban separados de ellas más por un estado de ánimo que por intereses. Por tanto, a pesar de las analogías, el despertar de un sentimiento nacional presentó, en uno y otro grupos, características bien diferenciadas; pero en ocasiones el estudio de tales factores fue oscurecido por los prejuicios o por las simpatías: los historiadores que pertenecían a las "minorías" tendieron inconscientemente a reconstruir el pasado en función de los éxitos obtenidos tiempo después. Llegaron a convencerse de que el movimiento nacional había sido profundo y espontáneo, aun cuando ciertos indicios permitían ponerlo en duda. Para tratar de reconstituir lo más exactamente posible lo que podía ser, en tal época, el sentimiento nacional de vina población, habría que emprender en muchos casos nuevos estudios críticos, aleatorios y difíciles. En la evolución de las relaciones internacionales, el movimiento de las nacionalidades fue entonces tanto una fuerza de asociación, cuando tuvo como finalidad realizar la unión entre grupos nacionales, como vina fuerza de disociación que socavó la estructura de ciertos Estados. Fuerza de asociación. Basta considerar la transformación qvie sufrió el mapa político de Eviropa entre 1850 y 1871,-cuando se constituyeron la vmidad italiana y la alemana. La parcelación política del "haz central" del continente había sido vina circunstancia permanente de las rela-

ciones internacionales, avín en tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico. La presencia de dos grandes Estados nuevos*^ uno con costas en el Mar del Norte y el Báltico y el otro en el corazón del Mediterráneo, obligó a casi todos los demás Estados a modificar las bases de svi política exterior. Los hechos consumados permitían presagiar repercvisiones: la unidad italiana sería incompleta mientras Austria-Hungría conservara la soberanía sobre el valle alto del Adigio, sobre Trieste y Gorizia y sobre los centros de población italiana en la costa dálmata. El Imperio alemán de 1871 no concretó el ideal de la Gran Alemania, que había sido el de ciertos hombres de 1848. Tal vez el movimiento irredentista italiano fue frenado, casi constantemente, por la política del gobierno de Roma, pero era fundamental para el movimiento de opinión que llevó en 1915 a Italia a entrar en la guerra europea. También tal vez, entre 1871 y 1914, la Anschluss de los alemanes de Austria al Reich fue desaprobada por Bismarck y no encontró en la propia Austria sino vina resonancia temporal en la propaganda de Lvieger; pero a poco de la gran conmoción de 1914 resurgieron estas preocvipaciones. Fuerza de disociación. El movimiento de las nacionalidades condujo a la parcelación de ciertos Estados —los Países Bajos en 1831, Suecia en 1905—. Fue un factor inicial del abandono del Imperio otomano de casi todos sus territorios eviropeos en 1912-1913, luego de la dislocación de Austria-Hungría a fines de 1918 y, por último, de la formación de los nvievos Estados del Báltico. Los resultados de mayor dimensión fueron los que aportaron al mapa político del continente modificaciones esenciales o importantes. - Pero avmque no se haya logrado el éxito, la amenaza que la protesta de las minorías nacionales hacía pesar sobre las decisiones de política exterior en varios grandes Estados fue un factor en la política internacional cviyo alcance no debemos subestimar. Entre 1871 y 1914, quizás Alemania no tenía nada qvie temer en lo inmediato de la protesta de los daneses del Slesvig septentrional, de los polacos de Prvisia occidental y de Posnania e incluso de los alsaciano-lorenenses: esas "minorías" no representaban más qvie vina parte muy escasa de la población del imperio. Pero en Gran Bretaña, la cuestión de Irlanda debilitó varias veces la posición internacional del gobierno: Salisbury lo señalaba en 1887 y Edward Grey en la primavera de 1914. En el Imperio otomano, dvirante 30 años la protesta de las nacionalidades cristianas balcánicas, antes de convertirse en la causa de las guerras de 1912-1913, fue una fuente permanente de agitaciones qvie favorecieron los propósitos de la política de las grandes potencias o que ocasionaron rivalidades entre sus intereses: insurrecciones de Bosnia-Herzegovina y de Bulgaria en 1875-1876, movimiento rumeliota de 1885, insurrección cretense de 1879, golpes de

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Véase, supra, p. 175. Simón, Réveil national et culture populaire en Scandinavie, París, 1960.

14 Véase Erica

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mano realizados de 1899 a 1902 por la Organización Revolucionaria Macedónica. La cuestión polaca, a pesar del aplastamiento del movimiento nacional polaco en 1831 y en 1863, mantuvo un peso constante hasta la primera Guerra Mundial en la política exterior de la Rusia zarista e incluso en los planes estratégicos del Estado mayor ruso que, llamado a manejar las operaciones en caso de guerra ruso-alemana en las regiones de población polaca, no podía confiar en los reservistas locales recluitados para defender el territorio del imperio y se sentía obligado a transportar a esos polacos a las regiones del interior para amalgamarlos con los elementos rusos. En Austria-Hungría —el Estado "multinacional" por excelencia— el peso de esta situación fue más importante: en sus decisiones, el ministro común de Asuntos Extranjeros de la doble monarquía muchas veces se vio estorbado por la preocupación de no enfrentar demasiado directamente los sentimientos de las "minorías nacionales";15 lo estuvo constantemente por un sentimiento de precariedad cuya causa esencial eran los conflictos entre las nacionalidades. En 1913, cuando acababa de asumir la cartera de Asuntos Extranjeros, Czernin subrayaba esta fuente profunda de dificultades con términos significativos. Para apreciar el alcance práctico de esta protesta de las "minorías nacionales" en la política internacional, hay que tener en cuenta los objetivos de tales movimientos y las perspectivas que se les abrieron. ¿Es la independencia o simplemente la autonomía el objetivo que busca la protesta de la nacionalidad subyugada? Muchas veces, la respuesta depende de la política que ejerce el gobierno del Estado al cual está sometida la "minoría": para dar vina satisfacción parcial a los movimientos nacionales, ¿está dispuesto el Estado a reformar su estructura, a transformar el Estado unitario en un Estado federal o incluso en una Confederación de Estados, es decir, a abandonar las garantías que le otorga la cohesión administrativa? Si los jefes del grupo minoritario no tienen ninguna esperanza de obtener la autonomía, están más decididos a adoptar la reivindicación de la independencia. Pero la amplitud de dicha reivindicación depende también de las circunstancias de la geografía humana y de la geografía política. Tal grupo minoritario, que sufre la atracción de un Estado nacional ya formado al cual desea incorporarse, se inclina a reivindicar el derecho de secesión y, por tanto, la independencia, mientras que tal otro, cuyo sentimiento nacional no es menos vivaz, se conforma con demandar la autonomía a falta de un "hogar exterior" al cual pudiera integrarse, porque se siente

demasiado débil para formar un Estado independiente: los serbios de Hungría meridional pretendían en 1910-1912 la independencia para incorporarse al Estado serbio, mientras que los checos, cuya conciencia nacional no es ciertamente menor, se conformaron con reivindicar su autonomía. Por tanto, fue la existencia de "centros de atracción" la que hizo virulento el problema de las nacionalidades en la Europa danubiana y balcánica. Los pequeños Estados nacionales formados en el siglo xix en los Balcanes tuvieron un papel político cuya importancia no guardaba una medida común con su fuerza real, simplemente porque podían, tanto por la propaganda como por el apoyo dado a organizaciones clandestinas, mantener centros de agitación entre las "minorías nacionales" en el Imperio otomano o en Austria-Hungría. Y, por supuesto, los gobiernos de esos grandes Estados "multinacionales" se vieron obligados, antes de 1914, a vigilar o incluso a tratar de destruir la acción de tales centros exteriores. ¿Es necesario recordar que los movimientos de las nacionalidades provocaron directamente la multiplicación de las controversias internacionales y la proliferación de los litigios? Esta consecuencia era inevitable habida cuenta de la mezcolanza de los grupos nacionales en una buena parte de Europa central y suroriental: ¿cómo tratar de hacer coincidir nación y Estado cuando en una misma región hay poblaciones en las que aun con sentimientos nacionales diferentes están inextricablemente mezcladas? Antes de 1914 los observadores de la vida política no vieron esta dificultad o, al menos, no se detuvieron en ella, tal vez porque en el fondo no creían que la protesta de las "minorías nacionales" pudiera conducir a un intento de aplicación práctica del principio de las nacionalidades. Sin embargo, se impuso en 1919 cuando los autores de los tratados de paz tuvieron que tener en cuenta los Catorce Puntos wilsonianos: basta con leer los recuerdos de los expertos estadunidenses en la Conferencia de Paz para enterarnos de su sorpresa y de su perplejidad ante realidades que no habían supuesto. La historia de los litigios de 1919-1920 —Vilna, Teschen, Fiume, Macedonia— da testimonio de esta problemática. • Para concluir, los métodos adoptados después de 1919 para tratar de aplacar esta causa permanente cíe perturbaciones dieron paso a otras dificultades. Establecer un estatuto de protección en provecho de las minorías nacionales,16 aun cuando dicho estatuto no se impusiera en todos los Estados que tenían en su territorio grupos alógenos, y confiar tal protección a la Sociedad de Naciones era, en principio, tanto como

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15 Cf. las observaciones de lord Acton en The History ofFreedom and Other Essays, en el capítulo "Nationality", Londres, 1905.

16 Véase,

supra, p. 179.

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establecer una garantía de paz. En realidad, el funcionamiento de ese régimen estuvo lejos de asegurar la paz: atenidos a la aplicación estricta del estatuto, los grupos minoritarios multiplicaron sus demandas, contando con la resonancia que daría a sus quejas el tribunal de Ginebra; los Estados vencidos —y Alemania sobre todo cuando entró en la Sociedad de Naciones— aprovecharon todas las ocasiones para estimular las protestas, porque en ello veían el medio para quebrantar los tratados de paz. Entre 1919 y 1939 la explotación política del "derecho de las nacionalidades" se convirtió en las relaciones internacionales en un trato consuetudinario, mucho más de lo que había sido antes de 1914, cuando los gobiernos dudaban más en intervenir en los asuntos exteriores de los otros Estados. En todas sus implicaciones, el movimiento de las nacionalidades en Europa generó modificaciones territoriales y, en consecuencia, trastornos profundos en la relación de las fuerzas políticas o económicas entre los Estados.

En consecuencia, los elementos esenciales de la formación de una nación no existían antes de la Guerra de Independencia. Los trabajos de los historiadores estadunidenses17 mostraron cómo se afirmó en el curso de esta guerra un sentimiento común; la Declaración de Derechos fue su primera expresión. Pero fue sólo después de la formación de la Unión cuando los antiguos colonos cobraron conciencia de su vocación y de su misión: "fundar un mundo nuevo y mejor", manteniéndose al abrigo de las vanas complicaciones de la política europea. Por tanto, la originalidad del experimento político y social tiene en este caso el primerísimo plano. Todavía hubo que esperarla segunda guerra contra Gran Bretaña, en 1812, para que se manifestara verdaderamente un espíritu "unitario". La extensión territorial de los Estados Unidos hacia el oeste entre 1820 y 1850 contribuyó a reforzar ese sentimiento nacional, pues los nuevos territorios fueron poblados por ciudadanos que, procedentes de todas las partes de la Unión, olvidaron sus particularidades y adoptaron una mentalidad común. En el curso de este periodo es posible observar las primeras manifestaciones de un "nacionalismo cultural", que insistía en las diferencias entre la civilización intelectual de los Estados Unidos y la de Eviropa. Pero, al mismo tiempo, este sentimiento nacional estaba amenazado por el antagonismo entre las "secciones" y por el nacimiento de un "nacionalismo surista", cuyo peligro ya era visible 20 años antes de la Guerra de Secesión. No fue sino en 1867, después de la derrota militar surista, cuando Charles Sumner declaró que los Estados Unidos formaban "una nación".18 La solidaridad, aun titubeante y vacilante, que se manifestó entre las antiguas colonias inglesas de América del Norte en cuanto se logró la independencia jamás existió entre las antiguas colonias españolas. En virtud de las disparidades geográficas, de las condiciones en que se manejó la lucha armada y de las rivalidades personales entre los jefes de la insurrección, el área de colonización española se fraccionó en 18 Estados, los cuales afirmaron entre sí sus personalidades a pesar del parentesco que subsistía entre las clases dirigentes de las jóvenes repúblicas. No es exagerado decir que en América Latina la existencia del Estado independiente "alimentó" el sentimiento nacional. Pero durante la última parte del siglo xix, en varios Estados del continente americano, los movimientos migratorios importantes que procedían de Europa amenazaron la cohesión nacional: el aflujo de poblaciones que no tenían nada en común con los colonos del siglo xvm y que a menudo poseían un sentimiento nacional propio corría el riesgo de volverse la causa de trastornos profundos.

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2. LA NACIÓN Y EL ESTADO FUERA DE EUROPA ¿Qué formas adoptó el principio de las nacionalidades —definido por el pensamiento europeo— cuando fue traspuesto fuera de Europa? Desde luego, es importante distinguir entre el caso de las poblaciones que pertenecían a Estados independientes o que formaban comunidades políticas completamente autónomas y el caso, muy diferente, de las poblaciones sometidas a una dominación colonial. En los Estados independientes

Trátese de la formación del sentimiento nacional o de las relaciones entre la nación y el Estado, la comparación con Europa nos permite percibir más diferencias que analogías. En América, la insurrección de los colonos de cepa europea contra las metrópolis fue fundamental para la formación de la mayor parte de los Estados independientes. Las colonias inglesas que se asociaron a poco de haber obtenido su independencia para formar los Estados Unidos no tenían vina unidad de población: al lado de los nativos constituían una mayoría de ingleses, pero había también holandeses y franceses. No tenían una unidad religiosa: allí convivían anglicanos, puritanos, calvinistas y hasta católicos. El apego al territorio no podía tener un papel activo desde el momento en que esa tierra no era la de sus antepasados.

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En particular los de H. Kohn. Los estudios de Merle Curti son especialmente interesantes en este respecto.

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Los Estados Unidos superaron este problema porque el elemento anglosajón era vigoroso y numeroso y porque las autoridades públicas realizaron, a través de la escuela, un gran esfuerzo de asimilación, mantenido por la prensa y las iniciativas de asociaciones patrióticas: durante toda la segunda mitad del siglo xrx los recién llegados adoptaron fácilmente los modos de pensamiento y los modos de vida del pueblo estadunidense. No obstante, en los primeros años del siglo xx el funcionamiento del "crisol" comenzó a dar signos de flaqueza y la asimilación se volvió penosa. Esta amenaza que se cernía sobre el sentimiento nacional se resintió en los medios oficiales estadunidenses en vísperas de la primera Guerra Mundial.19 Tal amenaza se expresó públicamente el 16 de agosto de 1914 en el mensaje del presidente Wilson al pueblo estadunidense, cuando la guerra acababa de comenzar. Es muy probable que ésta haya sido una de las causas que condujeron en 1921 a la modificación de la política de inmigración. En cambio, se manifestó el riesgo de "sumersión" en Brasil, donde la inmigración española e italiana introdujo nuevos elementos en la ya existente portuguesa, y en Argentina, donde la inmigración italiana después de 1880 fue mucho más considerable que la inmigración española. ¿Padeció por ello el sentimiento nacional? En realidad, parece que el crecimiento de este sentimiento fue muy desigual:20 en Honduras, Nicaragua y Paraguay se expresó sólo en el seno de "la élite" social o intelectual; en Bolivia, Venezuela y Brasil encontró además un terreno favorable en la clase media urbana; en México, Chile y Uruguay despertó un eco en medios más amplios. Argentina enfrentaba dificultades especiales (en 1914 la proporción de los habitantes "nacidos en el extranjero" era de 30% en relación con el total del país y llegaba a 75% en Buenos Aires), pero es quizá la que mejor logró realizar "la integración nacional": muy pronto los inmigrados aprendieron a gritar "¡viva la patria!"; el pueblo argentino se convenció de la "grandeza" de la nación y manifestó su confianza en su destino. En efecto, estas diferencias están ligadas a las disparidades entre el desarrollo económico y social: en Argentina 80% de los hombres se empleaban en los sectores secundario y terciario y en las categorías superiores del sector primario de la vida económica; en Honduras la proporción era de 16%. En los países donde persistió con toda su fuerza el tradicionalismo de los grupos sociales el sentimiento nacional tardó más en arraigarse. Sin embargo, fueron sobre todo los resultados de la educación los que permiten explicar este fenómeno. En todos estos 10 Véase, supra, p. 59, y los trabajos de la Comisión de Inmigración mencionada en la bibliografía del capítulo. 20 Si se juzga de acuerdo con los esbozos más recientes, en particular el de K. Silvert.

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Estados las fiestas militares y las ceremonias patrióticas tenían como objetivo despertar la conciencia nacional, y de ello se ocupó la prensa; pero la orientación de la enseñanza histórica es un medio de acción particularmente eficaz. Ahora bien, en Argentina esta enseñanza puso el acento en el culto de los "grandes hombres" de la Guerra de Independencia y en el esfuerzo de organización del Estado posterior al fin de esta guerra; insistió en los principios liberales en que se fundó la Constitución de 1853; procuró expandir la convicción de que había una concepción "argentina" de la vida política, diferente de la que prevalecía en otras partes de América Latina, e inculcó en el alumno el orgullo de pertenecer a ese Estado.21 Los debates del Congreso Nacionalista de los Trabajadores organizados por la Liga Patriótica Argentina son significativos a este respecto.22 Cuando se trató de definir la "nación argentina", fueron los conceptos de "cultura" y de "progreso" los que retuvo en 1923 el presidente de la liga: Argentina posee, decía, una civilización original en sus aspectos morales y sociales y ha creado "un tipo de sociedad política". Por tanto, como afirmó uno de los ponentes, es en todos los sentidos una nación, pero una nación "en formación". El sentimiento nacional, señalaba otro,23 se basa en el territorio, en la solidaridad de los ciudadanos, en la conciencia de las tradiciones comunes. En la formación de ese sentimiento era esencial el papel de la enseñanza: el estudio geográfico del territorio, la instrucción cívica, pero sobre todo la enseñanza de la historia. Para un pueblo joven, "en gran parte constituido por elementos inmigrados, no asimilados", dicha enseñanza era "un factor irremplazable de unidad", porque la historia puede y debe definir lo que es "el espíritu argentino" y mostrar "las conquistas espirituales que se han realizado". En suma, no se trataba de enfocar el sentimiento nacional como una manifestación espontánea: donde había que poner el acento era en la educación, organizada y orientada por los poderes públicos. El caso de Canadá, que sin llegar a la independencia pasó del estatuto de colonia al de dominio y que de tal modo adquirió la mayor parte de los atributos de un Estado, presentó dificultades aún mayores desde el punto de vista del mantenimiento de la cohesión nacional. Al principio, la supervivencia de un sentimiento nacional entre los canadienses franceses (que formaban 30.9% de la población en 1940) y la oposición entre éstos y los conquistadores ingleses fueron los rasgos 21 Tal es la mentalidad de que es testimonio —por ejemplo— José P. Otero en Nuestro nacionalismo, Buenos Aires, 1920. 22 Biblioteca de la Liga Patriótica Argentina, Congreso Nacionalista de Trabajadores, Buenos Aires, 1923-1925. 23 M. Torrez Ibáñez, La educación nacionalista, Liga Patriótica Argentina, IV Congreso, p. 220. Véase también el informe de G. Correa Luna en el V Congreso, p. 343.

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dominantes. No obstante, ese contraste se atenuó cuando el estatuto federal de 1867 dio al elemento francés las garantías necesarias para su autonomía cultural y administrativa. Y se ha llegado a ver a la cabeza del gobierno federal a un canadiense francés, Wilfrid Laurier, quien proclamaba la necesidad de una unión moral de todos los canadienses y que era seguido por la mayoría de los habitantes de la provincia de Quebec. Pero el grupo nacionalista manifestó con vigor su oposición al gobierno federal durante la primera Guerra Mundial, a propósito de las leyes escolares y sobre todo de la aplicación del servicio militar obligatorio. ¿Por qué ir a defender la civilización francesa en Europa, decía Henri Bourassa, cuando los canadienses ingleses trataban, mediante la escuela, de "destruir la civilización francesa en América"? En octubre de 1919, la publicación de una carta pastoral del papa Benedicto XV, que recomendaba a los canadienses franceses no recurrir a "métodos ilegítimos", atenuó por un tiempo esta oposición. Pero reapareció entre 1921 y 1925 bajo dos formas, cuyo carácter muestran claramente los estudios recientes.24 La forma tradicional se expresaba en la propaganda del padre Groulx: proteger la integridad del "tipo étnico" de las fuerzas "morales y sociales" de la población francesa y salvaguardar la originalidad de su cultura y la vitalidad del sentimiento religioso católico fueron los temas que desarrollaba el periódico L'Action Frangaise; éstos se emparentaron entonces con los que alimentaron el sentimiento nacional en Europa. La otra corriente de pensamiento, la de Édouard Monpetit, invocaba los intereses materiales: la implantación en Montreal e incluso en Quebec de grandes empresas, que estaban en manos de los ingleses o de los estadunidenses, tendía a relegar a los canadienses franceses a los puestos medios o subalternos de la actividad industrial o comercial. El movimiento nacional pretendía defender la "independencia económica" del Canadá francés. Entre 1929 y 1933, durante la crisis económica mundial, estas ideas encontraron vina audiencia bastante amplia. Sin embargo, el primer ministro de la provincia de Quebec se negó a aceptar esta doctrina de aislamiento, ya que en el gobierno federal tenía aún entre sus miembros a varios canadienses franceses. No fue sino hasta 1950 cuando la protesta nacional se afirmó con más vehemencia. Entre estos nacionalistas, unos, al declararse convencidos de que la Confederación Canadiense no podría resistir por largo tiempo el juego de las fuerzas centrífugas, manifestaron su resolución de no hacer nada para apresurar esta disgregación; pero los otros, los "neonacionalistas", no titubearon en adoptar fines separatistas, aunque sin lograr definir cuáles podrían ser las bases de existencia de un Canadá francés si llegaba a obtener la independencia.

Al mismo tiempo, a fines del siglo xix y principios del xx la inmigración se convirtió en una amenaza directa para la cohesión del dominio cuando el oeste canadiense se pobló con un aflujo de elementos eslavos y escandinavos. En 1910, estos recién llegados formaban cerca de un tercio de la población de Canadá. En un país donde se encuentran yuxtapuestas poblaciones con lengua, raza, religión y formas de civilización intelectual diferentes, ¿es posible discernir la existencia de un sentimiento nacional? ¿Hay una nación canadiense? ¿Tienen los canadienses el sentimiento de formar un pueblo distinto? ¿Tienen conciencia de su individualidad? Esta cuestión se planteó a menudo en la última mitad del siglo. Son significativos los términos con que los observadores canadienses formulan su respuesta. La vida en común, bajo un gobierno común, estableció una "simpatía", como dice uno de ellos,23 entre poblaciones que se adhirieron a las instituciones, en el marco de las cuales se desarrolló su existencia, y una "lealtad territorial", es decir, el deseo de salvaguardar la independencia del territorio con respecto a los otros Estados. Por tanto, fueron condiciones políticas las que dibujaron los rasgos de dicho esbozo. El sentimiento nacional así definido, nos dice el mismo autor, "varía con los individuos, los grupos locales o las ocasiones". No puede haber otra ambición que la de "cultivar los intereses mutuos" y la de atenuar las disparidades. Por tanto, hay que reconocer que la "nación canadiense no es indestructible", porque no puede tener raíces en el pasado. Tal es la diferencia profunda con el concepto europeo de "nación". En Asia, el sentimiento nacional se manifestó primero en Japón en el siglo xix. Las condiciones mismas de la vida del país, desde que en 1637 el gobierno de los shogunes había decidido prohibir, con excepción de algtmas derogaciones, los contactos con los extranjeros, llevaron tal vez al pueblo japonés a sentirse profundamente diferente de los otros pueblos, y las tradiciones religiosas del sintoísmo26 lo habían convencido de que tenía derechos y dones particulares. Sin embargo, a pesar de la presencia imperial y de la autoridad religiosa del soberano, i'a parcelación feudal contrarrestaba el desarrollo del sentimiento nacional. La noción de un interés común subsistía entre los nobles y los intelectuales, pero los campesinos no conocían más que al señor feudal, el daimio, único objeto de su lealtad. En 1854, cuando el Japón feudal se vio obligado a abrirse a las influencias extranjeras, se afirmó un ímpetu xenófobo. ¿Presentaba este movimiento los caracteres de un movimiento nacional? Todavía no, porque los daimio y sus clanes no habían realizado aún una unidad de acción contra la amenaza exterior. Al parecer, el sentimiento

' El de Masón Wade, sobre todo; véase la bibliografía.

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H. Clokie, Canadian Government and Politics, Toronto, 1946. Véase el capítulo vin.

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nacional sólo se manifestó cuando los samurais —y en consecuencia los miembros de "la élite" social— comprendieron la necesidad de transformar el país para ponerlo en condiciones de luchar contra las presiones extranjeras. Esos reformadores tenían el propósito de suprimir el régimen feudal apoyándose en la corte imperial para lograr la resistencia del Shogun y de los beneficiarios de su régimen; pudieron unir a sus propósitos a la mayoría de los samurais y emprendieron muy pronto, mediante la escuela, vina obra de educación del espíritu público en las masas campesinas. Desde su establecimiento, el régimen Meiji trabajó en una exaltación sistemática del sentimiento nacional y logró un éxito completo. Antes de 1884 Corea había sido un Estado prácticamente independiente, aunque en principio estuviera unido al Imperio chino por un lazo de vasallaje. Poseía una unidad lingüística y un patrimonio de tradiciones. Por tanto, las condiciones eran favorables para la formación de un sentimiento nacional. En realidad, tal sentimiento no parece haberse expresado claramente cuando la política japonesa comenzó a amenazar, en 1884 y luego en 1894, la independencia coreana. Fue sólo ante los hechos consumados, el establecimiento del protectorado japonés en 1905, la "deposición" del rey en julio de 1907, la disolución del ejército coreano y, por último, la anexión pronunciada por Japón en 1910, cuando se manifestaron los movimientos de resistencia. Los jefes de esos movimientos eran eruditos que anvmciaban el propósito de restaurar la independencia. Al menos en 1907 lograron el apoyo de la población. Sin embargo, este movimiento nacional no se afirmó con vigor más que en 1919, cuando los intelectuales coreanos consideraron que podían apelar a los principios wilsonianos. La amplitud de las manifestaciones que se produjeron el 1° de marzo de 1919, cuando el Comité Nacional Coreano proclamó la independencia, y la violencia misma de la represión, muestran que el movimiento estaba sostenido por una gran parte de la población. Es verdad, las relaciones del residente general japonés indicaban que las "clases superiores" fueron bastante prudentes para no mezclarse, pero no cuestionaron la amplitud de la cooperación que la tentativa encontró en la masa del pueblo. Una situación muy distinta era la de China, sometida desde 1644 a una dominación extranjera: la de los manchúes. Las poblaciones chinas, más allá de la multiplicidad de los dialectos, poseían una lengua escrita común: la de los mandarines; estaban conscientes de su gran pasado y del poderío dé su civilización; tenían el sentimiento de una superioridad intelectual con respecto a los manchúes. Los "núcleos" alógenos —musulmanes del Yunán, hakkas de China central, tibetanos y mongoles— eran demasiado poco importantes para socavar estos factores de co-

hesión.27 ¿No fueron favorables estas condiciones para la afirmación de un sentimiento nacional? Sin embargo, el nacimiento de este sentimiento fue lento. Las sociedades secretas que, sobre todo después del siglo xvm, se esforzaron por conservar un espíritu de resistencia a la dinastía y por preparar las vías para la restauración de los Ming, no agruparon más que un número limitado de adherentes y su propaganda no halló eco en las masas. Incluso la gran insurrección de los Taiping, aunque a mediados del siglo xix sacudió gravemente la autoridad de la dinastía durante 20 años, no despertó un movimiento nacional chino; para reprimir esta insurrección, la dinastía tuvo el apoyo de los mandos administrativos y de los generales chinos. Aunque el movimiento de los bóxers en 1900 era xenófobo, no era nacional. Hubo que esperar a que la dinastía fuera derrotada por Japón en 1894-1895 y en 1900-1901 por los europeos para que se expandiera el movimiento antimanchú y comenzara a manifestarse una preocupación nacional entre los intelectuales: ¿cómo salvaguardar a China y las tradiciones chinas ante la penetración de las influencias extranjeras? Sin embargo, ¿es posible reconocer la existencia de un movimiento nacional incluso en los años en que la propaganda revolucionaria de Sun Yat-sen preparaba la acción que emprendería en 1911? En realidad, las nociones de patriotismo y de deberes hacia el Estado seguían siendo ajenas a la mentalidad de las masas, cuyo horizonte era local, o cuando mucho provinciano, y cuya indiferencia con respecto a los intereses comunes al conjunto de las poblaciones chinas asombraba a todos los observadores extranjeros. ¿Cómo se modificó poco a poco ese estado de la mentalidad colectiva? Los estudios recientes nos permiten empezar a comprenderlo.28 Los promotores fueron algunos eruditos chinos que, al entrar en contacto con los occidentales, pero también con los japoneses, adquirieron la noción de "patriotismo nacional" y comenzaron a difundirlo. Kang Yeu-wei, el gran reformador de 1898, subrayó en sus obras el papel que tuvo el patriotismo en la unificación y en la modernización de Japón tras la caída del régimen del shogunato. Leang Ki-chao, su discípulo, estaba convencido de que para "preservar la raza china" era indispensable despertar "el espíritu de patriotismo" y hacer que las poblaciones chinas cobraran conciencia de sus "características propias". En suma, ambos se declararon convencidos de que la protección de las formas de civilización a las cuales el pueblo chino está ligado dependía de la solidaridad

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27 Estos alógenos no forman, al parecer, más de 10 millones de hombres en una población total que rebasaba, en 1910, los 300 millones. 28 En particular, C. Peake, Nationalism and Education in Modern China, Nueva York, 1932, 231 pp.; J. de Francis, Nationalism and Language Reform in China, Princeton, 1950, 272 pp. Chow Tse-tung, The May Fourth Movement, Harvard Univ., 1960, 486 páginas.

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que demostrara ante las presiones extranjeras.. A esa convicción apeló el mismo Sun Yat-sen, en 1907, desde que empezó a publicarse el periódico Min Pao, órgano del partido revolucionario: ¿acaso toda la evolución de Europa —decía— no tuvo como fundamento el sentimiento nacional? Pero en esa fecha su única preocupación era la de afirmar la solidaridad de los chinos contra los manchúes. No fue sino hasta 1924, al presentar una exposición metódica de los Tres Principios del Pueblo, cuando insistió en la necesidad de "promover el espíritu nacional". En.dicha promoción, en China como en todas partes, la prensa y la escuela fueron los medios más eficaces. La prensa china, que apenas empezó a aparecer hacia 1895, pero qtie cobró un rápido auge, tuvo de entrada un "tono patriótico". Sin embargo, no podía llegar más que a una minoría, ya que al término de la primera Guerra Mundial la proporción de analfabetos era todavía de 90%. Su difusión todavía se veía dificultada por las disparidades lingüísticas hasta que no se unificó la lengua de enseñanza en 1919. La escuela no fue invitada a emprender en este campo una obra educativa más que a partir de noviembre de 1912, cuando el Ministerio de Instrucción prescribió que las enseñanzas primaria y secundaria trataran de inculcar en los alumnos "el espíritu de patriotismo" y el sentimiento de pertenecer a una misma nación, El periodo de guerra civil, que duró de 1916 a 1928, mostró cuan ineficaces habían sido esas enseñanzas. Sin embargo, fue en este periodo, en 1919 —el "Movimiento del Cuatro de Mayo"— y en 1926-1927, cuando se produjeron las primeras grandes manifestaciones de vm sentimiento nacional; pero esos impulsos fueron temporales y se.limitaron a la población urbana. Cuando el triunfo del Kuomintang restableció al menos en principio la unidad del Estado, las instrucciones dadas en 1928 a los establecimientos de enseñanza casi no hicieron más que repetir las que habían recibido en 1912. En 1934, cuando puso en marcha el "Movimiento de la Vida Nueva", Chiang Kai-shek continuó insistiendo, en su programa de educación de las masas, en la necesidad de formar la "conciencia nacional". Más de 30 años después de la desaparición de la dinastía manchú, esta preocupación seguía siendo el gran problema del gobierno chino. Como Austria-Hungría, el Imperio otomano del siglo xix era un Estado "multinacional". En su parte asiática, los turcos, que formaban la gran mayoría de la población en Anatolia, eran vecinos de armenios y griegos, mientras qtie en el resto del Imperio, a pesar de la presencia de grupos alógenos —kurdos, drusos, maronitas y el núcleo judío de Palestina—, las poblaciones árabes eran ampliamente predominantes. He aquí, entonces, una situación que presentaba a primera vista vina analogía con la existencia de las "minorías nacionales" en Europa. De hecho,

griegos y armenios tenían clara conciencia de pertenecer a un grupo distinto desde los puntos de vista lingüístico, religioso y cultural y consideraban a los turcos como adversarios. Los griegos de Asia Menor no eran indiferentes, sobre todo después del movimiento cretense de 1866, a la afirmación del programa nacional griego y a la propagación de la "Gran Idea". El movimiento nacional armenio se había manifestado —de lo que son testimonio numerosos textos— mucho antes de 1895. Pero, ¿qué ocurría con los árabes? El "despertar nacional" árabe, dirigido contra la dominación turca, comenzó a manifestarse —como lo muestran todos los trabajos recientes— a mediados del siglo xix. Sus promotores no fueron musulmanes, sino árabes convertidos al cristianismo. En la obra literaria de Ibrahim elYazidji, un libanes cristiano, observamos en 1868 la primera expresión clara de la idea nacional; fue entonces cuando se fundaron en Beirut y en Damasco sociedades secretas que la propagaron. El movimiento encontró un punto de apoyo en la doctrina de un escritor político musulmán pero no árabe —Yemal ed-din al Afghani—, quien mostró cuan esencial fue el papel de los árabes en la difusión del Islam. Yemal ed-din, a la manera de los europeos, veía en la comunidad lingüística el fundamento más fuerte para la existencia de una solidaridad en un grupo humano; aconsejaba al Imperio otomano transformar su estructura para convertirse en una confederación de Estados nacionales. Entre 1870 y 1880 los impulsores de la propaganda eran un sirio, Butros al-Bustani —quien publicó una enciclopedia—, y un libanes, Takba, quien en Egipto puso en circulación el diario Al-Ahram y desarrolló el tema de que la pertenencia a una misma religión —el Islam— no significaba una comunidad de destinos políticos. Estos innovadores estaban en contacto en Siria y en el Líbano tanto con los misioneros lazaristas como con el colegio protestante de Beirut. También fue un sirio, Abd elRhaman al-Kawaliki, quien 20 años después llegó a afirmar que el sultán otomano usurpó el califato y a proponer la institución de un califato árabe, de modo que los árabes ya no tuvieran ninguna obligación de obediencia con respecto al poder otomano. Para concluir, en los últimos años del siglo, el sirio Mohammed Raskid Rida afirmó la superioridad de los árabes sobre los turcos. Tal corriente de ideas preparó la fundación de la Liga de la Patria Árabe y la publicación en 1905 de un manifiesto que reivindicó la independencia.29 Por tanto, al iniciarse ese movimiento nacional árabe, dominaron el papel del factor lingüístico, el de la memoria histórica y del sentimiento de frustración, así como el del parentesco cultural, como lo habían hecho ' 2' Véanse G. Antonius, The Arab Awakening, Londres, 1938; F. Gabríelli, // Risorgimento ambo, Turln, 1958.

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medio siglo antes en los movimientos nacionales en Europa. A pesar de las diferencias entre los rasgos de la mentalidad colectiva,30 la analogía es válida: los promotores del "arabismo" se ubicaban en una óptica "occidental", Pero la dificultad fundamental con la que chocó el desarrollo de este sentimiento nacional en sus inicios era la pertenencia de los árabes a la comunidad islámica. Ciertamente, Yemal ed-din proclamó que la unidad lingüística es una "liga más sólida" que la religiosa. Sin embargo, los ulemas eran hostiles a la idea nacional; para condenar el movimiento árabe, invocaron a los hadiths del Profeta, quien desaprobó el "espíritu de clan"; recordaban el deber de obediencia al califa otomano y subrayaban el peligro de una ruptura en la comunidad islámica. Para superar la resistencia, los promotores del movimiento árabe se dedicaron a presentar su programa como propio para la "regeneración" del Islam y reprochaban a los turcos haber comprendido mal el Corán. En suma, trataban de. acomodar la fe religiosa a sus propósitos políticos. No obstante, hasta 1914 el factor religioso siguió frenando el progreso del sentimiento nacional. ¡t. La primera Guerra Mundial puso de lado el obstáculo, porque ofreció una gran oportunidad a la reivindicación de independencia árabe y porque destruyó el Imperio otomano, al cual el califato no sobrevivió más que cuatro años. A partir de ese momento, el "arabismo" se volvió contra las influencias europeas: así, la fe religiosa y el sentimiento nacional iban juntos. Entonces —-pero sólo entonces—, los intereses económicos favorecieron las resistencias nacionales; por ejemplo, en Siria, la burguesía comerciante de Beirut, Alepo y Damasco apoyaba la reivindicación de la independencia para poder limitar la importación de mercancías europeas y reservarse el mercado local. Mientras se desenvolvían —desptiés de 1919— los nacionalismos griego, armenio y árabe, que al principio se habían dirigido contra la dominación otomana, a la caída del Imperio otomano tuvo lugar la manifestación de un sentimiento nacional turco. La base doctrinal del movimiento se hallaba en la obra de un escritor político, Ziya Gókalp, miembro del Comité Unión y Progreso, que había desarrollado sus ideas entre 1908 y 1918. Según sus tesis, la decadencia continua del Imperio otomano desde fines del siglo xvín se debía al lugar exagerado que tuvo en la vida del Estado la civilización islámica, cuyo origen es árabe y persa, no turco; esa civilización "frenó" la adopción de las técnicas europeas, porque la vida social estuvo regida por el Corán y porque el sultán otomano fue califa. ¿El remedio? Renovar las regiones

turcas del Imperio; crear un Estado turco que, sin renunciar a los valores espirituales del Islam, adoptara un régimen de separación entre la religión y las formas de la vida social y política; adoptar las técnicas y los métodos científicos de los "occidentales". Por tanto, había que mostrar a las poblaciones turcas que debían y podían retomar un papel dirigente. Para inculcarles ese deseo, había que recurrir a la idea de "nación": el sentimiento nacional debía predominar sobre el sentimiento de solidaridad religiosa. , He aquí un sistema de ideas que apelaba directamente al movimiento europeo de las "nacionalidades". Sin embargo, ¿cuál habría podido ser la eficacia de esas ideas de no haber sido retomadas por Mustafá Kemal, quien sin compartir todas las posturas de Gókalp retuvo, con el apoyo de su designio político y patriótico, los temas esenciales: secularización, "occidentalización" y "turquismo"? Cuando después de 10 años de luchas y de esfuerzos la República turca adquirió cierta estabilidad, es interesante observar qué importancia concedió Mustafá Kemal a la enseñanza de la historia y al estudio de los orígenes del "turquisrno". La publicación en mayo de 1932 de un amplio Manual de historia general y la reunión, en julio de 1932, de un Congreso de Historia tenían como finalidad afirmar "la personalidad de la nación turca": el Imperio otomano no fue la "verdadera imagen" de esta nación; no constituyó más que un "episodio pasajero"; para hacer que el pueblo turco estuviera "más orgulloso de sí mismo", había que mostrarle que era el heredero de una civilización grande y antigua.

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30 No hay que perder de vista las penetrantes observaciones de Jacques Berque sobre "la prioridad, a veces fecunda y a veces estéril, de los sentimientos sobre los hechos, de los signos sobre las cosas", que caracteriza la mentalidad de los árabes.

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En las colonias

Las resistencias opuestas a la expansión colonial europea cobraron una forma que a veces las emparentó con las manifestaciones del sentimiento nacional en Europa. ¿Qué valor hay que conceder a esta analogía? En realidad, dichas resistencias no comenzaron a apelar al principio de las nacionalidades y al derecho de libre determinación de los pueblos más que en el momento en que las poblaciones colonizadas contaron con cuadros intelectuales formados según el ejemplo y la enseñanza de los europeos. Sin embargo, las situaciones fueron muy distintas. Lo que tenemos que hacer es esbozar esta diversidad. Anam tenía una antigua civilización, pero era la civilización china; no tenía "cultura nacional": la lengua escrita de los eruditos no era el anamita, sino el chino. No obstante, en la época en que Anam era vasalla de China, la población se sentía diferente de sus vecinos, chinos y camboyanos, y los eruditos habían manifestado su voluntad de resistencia a la

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soberanía feudal china, cuando ésta se había manifestado por las armas. Entre 1863 y 1867, para dar al Estado los medios de salvaguardar su independencia, un reformador —Nguyen Truong-to— había establecido un plan de "renovación" del gobierno, de la enseñanza, de la vida económica y de las fuerzas militares.31 Después de 1884 la resistencia de los eruditos se enderezó a la conquista francesa; muchas veces, los maestros de las escuelas privadas fundadas por Nguyen Hien eran viejos eruditos que experimentaban un sentimiento de humillación. Y encontró un punto de apoyo en movimientos de rebelión cuyos jefes "provenían del pueblo": el De Tham, que durante más de 10 años dirigió la lucha contra la ocupación francesa, tenía al parecer un ideal de resistencia patriótica. La deposición en 1916 del emperador Duy Tan aumentó el sentimiento de humillación. Pero ¿se trataba realmente de un sentimiento "nacional"? La fuerte organización de la aldea y la autonomía administrativa de que gozaba frenaban aún la difusión de este sentimiento. En 1919 el movimiento nacional encontró cuadros de dirigencia nuevos, formados ya no en la escuela china, sino "en la escuela occidental". El caso de Nguyen ai Quoc es representativo: su padre, un erudito que se había negado a servir a las autoridades del protectorado, juzgó necesario, a pesar de inculcarle el espíritu de resistencia a la dominación francesa, hacerle seguir los cursos de la escuela franco-anamita de Vinh. El estudio de los "clásicos" de la literatura política francesa impregnó entre los jóvenes intelectuales vietnamitas el ideal europeo de nación. Como señala Ph. Devillers,32 Pham Quynh, director de la revista Nam Phong, era un nacionalista de tipo "barresiano". Los movimientos revolucionarios de 1929 se inspiraron indiscutiblemente en la idea nacional; recluitaban sus miembros activos entre los pequeños funcionarios, los empleados de comercio, los obreros, los maestros, que estaban en contacto directo con los franceses, más bien que en un campesinado que por mucho tiempo se mantuvo indiferente. Sin embargo, a pesar de estos movimientos revolucionarios la administración francesa alentó la enseñanza de la historia nacional en la escuela primaria: quizá se trataba de mostrar que muchas veces Anam había logrado mantener en jaque a China; pero ¿cómo evitar que dicha educación de la conciencia nacional en el campesinado socavara aún más la dominación francesa? Las Filipinas, cuya población era muy homogénea y que habían sufrido tres siglos de dominación española, pasaron en 1899 al dominio de los Estados Unidos. En el momento en que se instaló el régimen estadunidense, la Comisión Schurman afirmó que "no hay nación filipina ni espí-

ritu público en el archipiélago"; tal vez había una oligarquía de hombres "acaudalados y educados" en condiciones de expresar una opinión, pero a causa de los lazos de dependencia económica apoyaría los intereses de los Estados Unidos. La rebelión de Aguinaldo desmintió casi de inmediato estas suposiciones optimistas. Por lo mismo, el gobierno estadunidense juzgó prudente permitir que sólo se constituyera un partido político, formado bajo su égida. Desde que en 1905 se proclamó esta consigna, se formó un partido nacionalista que reclamó la independencia, pero "en el respeto de las leyes". Este partido ganó todas las consultas electorales durante 15 años. Reclutaba stis mandos entre los grandes propietarios terratenientes que trataban de alcanzar una autonomía sin romper con los Estados Unidos. No obstante, en 1925 las autoridades estadunidenses comenzaron a admitir que una gran parte de la población deseaba no la autonomía, sino la independencia, y los jefes del movimiento nacional filipino estaban tan seguros de tener éxito que en 1927 propusieron organizar vin plebiscito —que los Estados Unidos no quisieron aceptar—. Siete años después, tras la crisis económica que llevó a los agricultores estadunidenses a renegar de la competencia del azúcar filipina y tras las manifestaciones del imperialismo japonés, los medios políticos de Washington, al otorgar el estatuto de 1934, reconocieron esta voluntad de independencia. Al año siguiente, la ley prometió que dicha satisfacción sería concedida en un plazo de 10 años. En la India, los orígenes del movimiento nacional se remontan a 1885. Los promotores fueron intelectuales hindúes, que entraron en competencia con algunos "occidentales" que, inspirados en un ideal humanitario, estimaban justo que los habitantes del país tuvieran el derecho de disponer libremente de su suerte y el beneficio de los principios del liberalismo político. Desde su origen, el Congreso Nacional se esforzó por inculcar el sentimiento de solidaridad entre los pueblos, a pesar de los obstáculos que presentaban la parcelación política de la India de los príncipes y la jerarquización social. Pero sólo en la medida en que la enseñanza inglesa formó una élite indígena y le hizo conocer las ideas inglesas fue como se desarrolló el movimiento nacional. Las circunstancias económicas favorecieron el auge de este movimiento cuando la burguesía comerciante indígena empezó a valorar la divergencia entre sus intereses y los de los comerciantes ingleses, es decir, cuando experimentó los efectos de la competencia de los productos europeos y cuando comprobó que la política aduanal impuesta por los ingleses la favorecía. ¿Hay que percibir por ello un parentesco entre esa protesta nacional y los movimientos nacionales europeos? El movimiento nacional en la India no podía invocar la unidad lingüística ni las tradiciones históricas y casi no se preocupaba del estado de ánimo de las masas. Y sobre todo,

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Según un estudio todavía inédito de M. Truong Ba-can. Informe presentado en 1962 en el Coloquio del Centro de Estudios de las Relaciones Internacionales. 31

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de entrada, estaba socavado por las divergencias religiosas. En cuanto el movimiento nacional apeló a una participación de los habitantes de la India en la gestión administrativa y demandó que los representantes de las poblaciones fueran designados por elección, los musulmanes temieron verse sometidos por los hindúes. Dicho temor se afirmó claramente en 1906 y más aún en 1926. Tal vez subsistía la reivindicación nacional en la medida en que musulmanes e hindúes estaban interesados en emprender una acción común contra Gran Bretaña. Pero en 1947 el éxito del movimiento condujo inmediatamente al derrumbe de la "nación". En Egipto, a partir de 1905 comenzaron a aparecer veleidades de oposición al régimen inglés entre los intelectuales y los notables rurales.33 Entre las corrientes que compartían este movimiento de ideas, una sola, la que dirigía Mustafá Kemal, hombre de acción y publicista, reivindicaba con claridad la independencia; tomaba como ejemplo a Japón y luego a la reciente revolución turca de 1908, sin tratar de dar a sus reivindicaciones un fundamento doctrinal. Los demás no querían contar sólo con la persuasión para obligar a los ingleses a evacuar el país y se preocupaban por sentar principios que justificaran sus acciones. Sin embargo, no se pusieron de acuerdo en cuanto a tales principios. Mohamed Abdu y Alí Yusuf apelaban a los intereses del Islam; por el contrario, Ahmecl Lutfi estimaba que la religión no podía ser en el siglo xx el elemento determinante de una acción política. Apuntaba a la enseñanza para dar paso a una ."regeneración moral y social" y para ciar al pueblo egipcio el sentido de la dignidad; sólo entonces —decía— la existencia de una "nación" se volvería una realidad. En esa nación los coptos tendrían su lugar, ya que Ahmed Lufti relegó a un segundo lugar el sentimiento religioso. Ninguno de estos promotores, incluso los que se apoyaban en el Islam, pareció solidarizarse con el movimiento nacional árabe, aun cuando algunos representantes del movimiento nacional hayan establecido su residencia en El Cairo. El egipcio consideraba valioso contar con una personalidad propia en el mundo árabe. ¿No es acaso el heredero de los faraones, de los tolomeos? Y ¿no posee una "educación política" superior a la de los sirios? ¿Por qué cobraron forma estas veleidades entre 1914 y 1918? ¿Por qué el "partido nacional" se afirmó en 1919 como fuerza dominante y se presentó como un movimiento de masas? Mientras duró la guerra, la burguesía intelectual protestó contra la suspensión de la Asamblea Legislativa y sobre todo desde enero de 1918 se mostró sensible a las perspectivas abiertas por los mensajes y discursos del presidente Wilson. Los campesinos, indiferentes antes de 1914 a las primeras manifestaciones del sen-

timiento nacional, sufrieron en 1917y 1918 requisiciones de mano de obra y de animales de carga; quedaron descontentos por ser tratados como sospechosos por las autoridades militares británicas, que en mayo de 1917 exigieron la entrega de todas las armas y practicaron visitas domiciliarias. Pero ¿habría arrancado el movimiento sin la acción personal de Zaglul Pacha, sin el ascendiente que ejercía sobre las masas y sin los esfuerzos que emprendió para asociar a los coptos y los musulmanes? En Túnez, Argelia y el propio Marruecos, donde a pesar del pluralismo lingüístico y étnico se manifestaba "una fuerte personalidad política", las resistencias a la dominación europea no habían adoptado antes de 1914 el aspecto de un movimiento nacional: en el momento de la conquista la política francesa en los tres países había encontrado tribus "aliadas" que le habían ayudado a reprimir los movimientos de las tribus "rebeldes". No fue sino hasta 1919, año en que los principios wilsonianos despertaron en los medios intelectuales o religiosos árabes o beréberes la esperanza de escapar a la dominación francesa, cuando empezó a expresarse una protesta "nacional": el manifiesto de los nacionalistas argelinos y el del neo-Destur invocaron el derecho de la libre determinación de los pueblos. Pero ¿cabe establecer una analogía entre esas manifestaciones y los movimientos nacionales europeos del siglo xix? En Argelia, los particularismos cabilas o mozabitas eran lo bastante vigorosos para poner en duda la existencia de una nación argelina. El gobernador general Jonnart, que favorecía una política que ampliaría los derechos de los indígenas, subrayó en 1919 esa heterogeneidad. "Nosotros no alimentamos la ilusión de que se cree en Argelia un alma común. Pero tenemos el deber y la voluntad de hacer vivir y prosperar, juntas, razas diversas, mediante la asociación de intereses." Los jóvenes intelectuales musulmanes que desde 1900, pero sobre todo desde 1910, promovieron el movimiento protestatario se preocuparon por obtener el acceso a los derechos políticos. De momento, se declararían satisfechos si obtenían un estatuto de igualdad con los franceses de Argelia; a fin de cuentas, deseaban una "asimilación". Su manifiesto no apelaba de ningún modo a una idea nacional. En 1919 y 1920, el movimiento "joven argelino" se conducía de la misma manera. Únicamente los emigrados maghrebinos refugiados en Ginebra invocaron el principio wilsoniano de la libre determinación de los pueblos y reivindicaron la independencia. Sin embargo, en 1921 empezó a aparecer un movimiento nacional cuyos promotores eran reformadores religiosos: afirmaban que las poblaciones musulmanas de Argelia formaban una "nación" con bases lingüísticas, raciales e históricas, pero contaban sobre todo con el despertar del Islam para asegurar "la salvación".34

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33 Sobre estos orígenes, el estudio de J. Mohammed Ahmed, The Intellectual Origins of Egyptian Nationalism, Londres, 1960, es especialmente interesante.

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Discurso del 13 de mayo de 1919 ante las delegaciones financieras, en Afrique fmnfai-

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En Túnez, los "jóvenes tunecinos" que en 1910-1920 habían comenzado a manifestar una oposición al protectorado francés invocaron quejas de índole religiosa y económica; no habían esbozado una doctrina "nacional". En 1919, cuando Abd el-Aziz Taalbi tomó la dirección del movimiento, las perspectivas eran diferentes: el jefe del Destur residió en la India durante la Guerra Mundial, y allí fue espectador del movimiento nacional. Trabó contactos con el movimiento nacional egipcio y observó de cerca la insurrección de Libia contra la dominación italiana. El programa del partido denunció las injusticias económicas y sociales de las que se hizo responsable al régimen del protectorado. Invocó los principios wilsonianos y las ideas esenciales del derecho público francés; sin embargo, no apeló al sentimiento "nacional", ni siquiera al islamismo. La primera manifestación indiscutible de un sentimiento nacional apareció en Marruecos en 1930 cuando Allal al-Fassi presentó al sultán el plan de reformas establecido por el Comité de Acción Marroquí/Era un movimiento animado por intelectuales que, en nombre del Islam y de la existencia de una civilización árabe, incluso en países beréberes, querían resistir a cualquier tentativa de asimilación, pero al mismo tiempo apelaban al "derecho de los pueblos a determinar su propio camino" y, en consecuencia, a la ideología europea: invocaban a Renán y a Fustel de Coulanges. A continuación, estos promotores se esforzaron por lograr la penetración de la idea nacional en la población, lo que no lograron sino lentamente. Sólo después de la proclamación de la independencia emprendieron un esfuerzo coherente por suprimir o, al menos "neutralizar", el particularismo tribal.33 El estudio del origen de un sentimiento nacional entre las poblaciones del África negra plantea cuestiones más difíciles. En efecto, las resistencias a la penetración colonial europea habían sido numerosas. Pero ¿basta con comprobar que hubo una hostilidad al colonialismo y un deseo de independencia para tener el derecho de concluir que había un movimiento nacional? La idea de "nación" implica una cohesión en la acción, una comunidad de sentimientos y de propósitos. Ahora bien, en la mayor parte de las regiones del África negra las poblaciones tienen orígenes diversos y hablan dialectos diferentes; no habían estado agrupadas bajo la autoridad de gobiernos más que como consecuencia de "accidentes" históricos, de los cuales el último fue la colonización; no

tenían tradiciones comunes ni puntos de vista comunes sobre su futuro. La solidaridad era vigorosa en el marco de la tribu, pero rara vez iba más allá. Por tanto, para llegar a la idea nacional había que rebasar primero la mentalidad tribal. Ahora bien, la situación colonial preparó las vías para este rebasamiento. La mayor parte de las veces, la política de los Estados colonizadores destruyó el poder de los jefes de las tribus y de los notables y creó, con el simple trazo de las fronteras coloniales, un marco artificial en el que el ejercicio de una autoridad administrativa común estableció lazos entre las tribus. Las plantaciones o las empresas comerciales europeas atrajeron jóvenes negros que dejaron atrás su tribu y se volvieron "desarraigados": al lado de la sociedad tradicional se formó una sociedad negra nueva: un proletariado rural y, en las ciudades, un embrión de pequeña burguesía. Las misiones católicas y protestantes procuraron socavar el régimen tribal denunciando los perjuicios de la sociedad tradicional y propagando en las escuelas las ideas sociales y morales de los europeos.36 Por último, la ventaja que tenía la producción europea bien equipada en las tareas agrícolas, ante la mediocre producción indígena, hizo que los agricultores negros pensaran que sólo el establecimiento de un sistema de economía nacional les permitiría vencer esta competencia. Al parecer, todas estas diversas causas contribuyeron a favorecer en el marco de la misma colonia la creación de un movimiento de independencia, cuyos promotores pertenecían a tribus diferentes y deseaban realizar una comunidad de puntos de vista entre las poblaciones indígenas y contra la dominación europea.37 Sin embargo, el juego de influencias y el ritmo del desarrollo fueron muy desiguales, según las condiciones del medio indígena y según los métodos de los gobiernos europeos. Por tanto, no es exagerado decir que, según la observación de Rupert Emerson, la naturaleza de las políticas coloniales influyó en el desarrollo del sentimiento nacional en África negra. > Pero ¿dónde ha sido posible comprobar la existencia de las manifestaciones de tal sentimiento? > Al parecer, antes de 1914 en ninguna parte de las colonias francesas de África. En las colonias alemanas, el gran levantamiento de los "herreros" del suroeste africano en 1907 y la rebelión de Manga Bell en Camerún, en 1913, fueron insurrecciones tribales.

se, junio de 1919, p. 175, Sobre esos movimientos, véanse A. Ageron, "Le mouvement jeune algérien de 1900 a 1923", en el Bull. Soc. H. Moderne, núm. 21, enero de 1962, y A. Nouschi, La Naissance du nationalisme algérien, 1914-1954, París, 1962, 163 pp. 33 Cf. J.-M. Piguin, Les Thémes unitaires du nationalisme marocain á travers Al-lstiqlal, Rabal, 1959. El informe de F. Le Pecq en el Coloquio de Ciencias Políticas (París, 1962) aporta interesantes indicaciones sobre este punto.

36 "Prácticamente todos los líderes políticos africanos pasaron por las escuelas cristianas", señala Sithole. Hasta 1914, el papel de los eclesiásticos indígenas era casi insignificante. Sin embargo, en Camerún, desde 1913, un pastor bautista negro había decidido fundar una iglesia independiente de las organizaciones eclesiásticas europeas, y fue uno de los jefes de esta iglesia el que, en 1921, tomó la dirección de un movimiento de resistencia a la dominación de los blancos en la población dualá. 37 En Camerún fueron estudiadas profundamente por R. Owana.

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Entre 1919 y 1939 ya no pasó lo mismo. Las reivindicaciones de los bantúes en África del Sur, porque estas poblaciones tenían el sentimiento de formar un grupo homogéneo, porque poseían vina memoria histórica común y porque manifestaban un espíritu de solidaridad, presentaron las características de un movimiento nacional. También había una conciencia de solidaridad entre los habitantes de la Costa de Oro y entre los de Liberia, y comenzaba a establecerse en Camerún, donde en 1938 se formaba un movimiento de "juventud camerunense" destinado a establecer una unidad entre las poblaciones del territorio. Pero, en estos tres casos, tal conciencia no había sido espontánea: en Liberia fueron los casi 20000 negros llegados de los Estados Unidos los que habían propagado las ideas "occidentales"; en la Costa de Oro el gobierno inglés había trabajado para establecer la solidaridad; en Camerún el movimiento de la juventud había sido suscitado por la administración mandataria francesa, que esperaba encontrar así un punto de apoyo en las poblaciones para hacer fracasar las reivindicaciones coloniales alemanas. En cambio, en el Congo belga el movimiento de liberación impulsado por Simón Kimbangu en 1921, el Mesías de los Negros, fue espontáneo y encontró resonancia en la población campesina, pero no era la expresión de un sentimiento nacional congolés. En suma, las consignas difundidas por la iniciativa de los cuatro congresos del movimiento panafricano no habían logrado un gran eco. No fue sino a partir de 1945 cuando se manifestó un nuevo estado de ánimo entre esas poblaciones negras y cuando se afirmaron las reivindicaciones colectivas, animadas por el deseo de establecer gobiernos dirigidos por africanos. Los movimientos organizados que sostenían tales reivindicaciones invocaron no solamente el "derecho de libre determinación" de los pueblos, sino también el derecho de la "nación" a formar un Estado independiente. No obstante, el marco territorial en el que se expresó dicha reivindicación nacional era artificial: en la mayor parte de los casos fue el de las colonias europeas —cuyas fronteras habían sido trazadas sin tomar en cuenta las condiciones lingüísticas o religiosas—. ¿En qué medida, pues, la aspiración a la independencia fue la expresión de un "sentimiento nacional"? Los estudios que se han hecho a este respecto son aún muy escasos y demasiado vagos para responder la pregunta. Sin embargo, es verosímil que la idea de nación fuera invocada por los intelectuales indígenas porqvie daba a la reivindicación de independencia un fundamento moral conforme con una doctrina que difícilmente podían rechazar los europeos. El movimiento "nacional" encontró adeptos sobre todo entre los desarraigados que habían abandonado el medio tribal y que habían entrado a los sindicatos obreros organizados a la manera de los de Europa. Luego del éxito de la reivindicación de

independencia, el gobierno del nuevo Estado negro se consagró a establecer entre las poblaciones el sentimiento de solidaridad al superar el particularismo de las tribus. Según el presidente Léopold Senghor, ¿no consiste el medio para "realizar la nación" en la creación del Estado que reúna las poblaciones, que realmente sea "un solo pueblo animado por la misma fe y que tienda hacia un mismo fin"? En suma, los fundamentos de la comunidad nacional fueron establecidos después de que entraran en acción los promotores de la idea nacional: la existencia del Estado, más aún que en América Latina, se convirtió en el principal fermento del sentimiento nacional; la nación "se construye a partir de la existencia del Estado".

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Así, el desarrollo de la conciencia nacional y el contenido ideológico del sentimiento nacional se manifestaron de modos muy diferentes de una región del mundo a otra. Dichas diferencias estuvieron ligadas al estado de la civilización, a las estructuras sociales, al desigual avance de las nociones de "libertad" y de "democracia" entre los grupos humanos, pero también a condiciones exteriores, es decir, a las amenazas o al sometimiento impuesto por fuerzas extranjeras. Para conocer y comprender todos estos aspectos, sería necesario emprender amplios estudios críticos después de haber fijado una terminología y establecido un método de trabajo. Ésta es una obra apenas comenzada.38 Sin embargo, con base en este panorama general sobre la evolución histórica, podemos sugerir algunas observaciones. a) ¿La existencia de una nación es un hecho que la historia podría comprobar? Cuando en el seno de un grupo humano se manifiestan ciertos signos exteriores o ciertos rasgos de psicología colectiva, es posible decir que tal grupo forma una nación. Todavía habría que extenderse sobre el valor y el alcance de esos signos. En casi todos los casos, los criterios a los cuales se refiere la experiencia de los europeos —comunidad lingüística o religiosa, comunidad de tradiciones— son aplicables al caso de Japón o de China; lo son parcialmente en América, pero no lo son en lo absoluto en la mayor parte del África negra. El único criterio válido es la manifestación de'tlna voluntad común, de un "querer vivir juntos". ¿Cómo reconocer la realidad de tal sentimiento? ¿Es la expresión del pensamiento de algunos publicistas o la de una parte importante de la población? ¿Y cómo evaluar el nivel alcanzado por la conciencia nacional, el "grado" en el cual se sitúa? La observación es difícil cuando se aplica a las sociedades contemporáneas, y evidentemente lo es cuando se aplica al 38 El grupo de estudios que formó Raoul Girardet, en el marco de los trabajos del CERI y de la Asociación Francesa de Ciencia Política, inició una importante labor de desbrozamiento, de la cual se han ocupado reiteradamente las páginas precedentes.

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pasado.39 A propósito, el estudio histórico corre el riesgo de verse falseado o deformado por preocupaciones actuales, pues los nuevos Estados muy a menudo tienden a querer probar que el sentimiento nacional que dan por sentado existía desde mucho tiempo atrás: la historiografía vietnamita trata de encontrar los preámbulos de ese sentimiento nacional en el Anam del siglo xv; los intelectuales camerunenses de hoy celebran como manifestación del sentimiento nacional la insurrección de Manga Bell, que estuvo limitada a una tribu y que fue vina protesta contra la expropiación de tierras; los promotores del movimiento de independencia marroquí se esforzaron por demostrar la existencia de una "nación" antes del establecimiento del protectorado francés, y, al precio de algunas hazañas, llegaron a querer explicar cómo, en Marruecos, la tribu "suscitó" el espíritu nacional. Todo nos permite pensar que el florecimiento de este género de historiografía no contribuirá a esclarecer un problema de suyo difícil. b) ¿Cuáles fueron las relaciones entre la nación y el Estado? De nuevo, las experiencias europeas no se aplican fuera de Europa sino raras veces. En ese continente, la nación se afirmó en el siglo xix como una fuerza propia, ya sea independiente del Estado (en el caso de las minorías nacionales) o anterior a él (en el caso de los movimientos nacionales unitarios). Por el contrario, fuera de Europa fue casi siempre el Estado el que precedió a la nación y el principal agente en la formación del sentimiento nacional: tal fue el caso de los Estados sudamericanos, Canadá y África negra, mientras que los movimientos árabes presentan más analogías con las experiencias europeas. Sin embargo, ¡cuántos matices habría que establecer! El movimiento nacional chino presenta ciertos caracteres que lo emparentan con los movimientos "occidentales", pero fue el Estado el que, después de la eliminación de la dinastía manchú, logró implantar una conciencia nacional. Aún hay otro caso, el de los Estados Unidos: el sentimiento nacional se manifestó espontáneamente en la mayor parte de la población; pero se habría visto amenazado gravemente por la masiva llegada de los inmigrantes si las instituciones del Estado no hubieran asegurado la acción del "crisol". c) Entre las instituciones políticas, ¿cuáles han :sjdo los regímenes más favorables para el desarrollo del sentimiento nacional?40 En Europa, las condiciones propicias se reunieron ahí donde había regímenes liberales

o democráticos que permitían que se expresara con libertad la opinión pública. El principio de "libre determinación de los pueblos" tuvo una esencia democrática. Sin embargo, no es posible establecer un vínculo constante: a menudo, los movimientos de las "minorías nacionales" se desarrollaron en regiones donde no se presentaban esas condiciones favorables. Fuera de Europa, donde el papel del Estado fue importante en la formación del sentimiento nacional, casi no es posible atribuir una influencia a la "democracia". En casi todos los casos, son regímenes políticos autoritarios, o regímenes en los que el poder pertenecía a vina oligarquía, los que mostraron su eficacia. Desde el punto de vista que interesa en primer lugar al historiador de las relaciones internacionales —es decir, el problema de la guerra o de la paz—, las incertidumbres son menores: en las diversas regiones del mundo rara vez los progresos del sentimiento nacional favorecieron el mantenimiento de la paz.íQuizá Mazzini pretendía ver en el movimiento de las nacionalidades un medio para establecer en Europa una "fraternidad internacional"; pero antes de lograrlo, proyectaba una restructuración del mapa político de Europa con base en el "principio de las nacionalidades", es decir, una transformación que era imposible realizar sin guerra. Y cuando, en 1918 Woodrow Wilson veía en la aplicación de ese mismo principio la condición previa para la formación de la Sociedad de Naciones y para el establecimiento de la seguridad colectiva, se comprobó que dicha aplicación era imposible. En realidad, debemos insistir en que el sentimiento nacional, porqtie iba en contra del estatuto territorial existente, fue casi en todas partes una causa profunda de trastornos en las relaciones internacionales.

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39 Sin detenerme aquí en el examen de las tentativas muy discutibles que se han hecho, en especial la de Karl W. Deutsch, para determinar pruebas que permitirían prever la evolución del sentimiento nacional en tal o cual región, me limito al aspecto histórico de la cuestión. 40 Cf. Emerson, pp. 214 ss. Sobre esta cuestión presenta puntos de vista interesantes, opacados sin embargo por la confusión que establece entre sentimiento nacional y nacionalismo.

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VIL LOS NACIONALISMOS AUN cuando el sentimiento nacional se manifiesta muchas veces como una oposición a la conciencia nacional de los grupos vecinos, en principio no es dominante: afirma estar dispuesto a respetar los sentimientos de sus vecinos. Tal era la tesis de los promotores del "movimiento de las nacionalidades" en el siglo xix. En la medida en que ese movimiento se proponía dar al Estado una base nacional, el respeto mutuo era posible, al menos en las regiones donde la distribución geográfica de las nacionalidades permitía establecer entre ellas una "línea de demarcación clara".1 Dicha condición estaba muy lejos de realizarse en todas partes. Por ello, el Estado nacional se vio obligado a englobar en sus fronteras a grupos alógenos. No se trató más que de una "infracción" al principio, una infracción que las circunstancias impusieron o parecieron imponer. Pero desde que el Estado nacional adquirió fuerza y consistencia, rara vez respetó los derechos de las otras naciones: la historia de las relaciones entre los Estados europeos desde el siglo xvi lo ha mostrado suficientemente, Deseo de afirmar, con respecto a otros grupos humanos, los intereses de una nación; convicción de que esa nación tiene el deber de cumplir en el mundo una "misión"; voluntad de incrementar la fuerza, el poderío y la prosperidad del Estado; orgullo de pertenecer a dicho Estado; sentimiento de superioridad material, moral o intelectual; deseo de hacer conocer o de imponer esa superioridad: tales fueron las características de esta exaltación del sentimiento nacional a la cual se aplicó desde fines del siglo xix, en la lengua francesa, el término nacionalismo,2 1. LAS FORMAS DEL NACIONALISMO

Casi siempre, este nacionalismo fue expansionista; encontró su punto de aplicación tanto en las relaciones entre los continentes como en el marco de uno solo. En las relaciones entre los continentes se manifestó mediante el impe1 Es la expresión que empleó el presidente Wilson en sus Catorce Puntos; sin embargo, admitía excepciones, ya sea por motivos económicos (por ejemplo, el acceso de Polonia al mar), ya sea para tomar en cuenta consideraciones históricas (en los Balcanes). 2 Es bien sabido que los ingleses y los estadunidenses emplean la palabra nationalism para designar tanto el sentimiento nacional como su exaltación.

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rialismo colonial, que fue, entre 1880 y 1914 sobre todo, una preocupación primordial de casi todos los grandes Estados europeos. Si comparamos los argumentos de los estadistas que promovieron esta expansión colonial en Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, es decir, en los Estados que en el curso de ese periodo tuvieron la parte más activa en el "reparto del mundo" entre gente de raza blanca, la similitud es contundente. Argumento económico: asegurar salidas comerciales y reservas de materias primas a la producción industrial. Tal era la tesis de Jules Ferry: "La política colonial es hija de la política industrial". Fue asimismo la de Bernhard Dernburg, ministro alemán de las colonias en 1907, y también, por supuesto, la de Joseph Chamberlain. Argumento estratégico: obtener puntos de apoyo en las grandes rutas marítimas mundiales para la flota de guerra y puntos de escala para la marina mercante. Argumento moral, que a veces se matiza con una preocupación religiosa: extender el área de la civilización occidental. Por ejemplo, el canciller Hohenlohe creía que la fundación de colonias daría "plena libertad de acción" a las misiones religiosas. Argumento de prestigio: la expansión colonial es una "ley natural" a la que un Estado no puede sustraerse, a menos que se resigne a la decadencia. En su discurso del 11 de diciembre de 1894, Hohenlohe veía en ella "una reivindicación del honor nacional" y Bethmann-Hollweg declaró en enero de 1914 que la expansión es necesaria para todo ser que crece. Argumento de poderío:3 no permitir que los Estados en competencia se aseguren una ventaja en el reparto del mundo. En 1893, ésa era la preocupación de Rosebery4 cuando quiso mostrar que el Imperio británico no era "tan vasto" y que Inglaterra debía continuar en el proceso de reparto del mundo. Quizá la importancia respectiva acordada a tales argumentos haya sido diferente: el argumento económico tiene más peso en Alemania y Gran Bretaña que en Francia o Italia. En Gran Bretaña se afirmaba la convicción de que la "raza inglesa" era una "raza gobernante" cuya calidad no tenía rival, una afirmación que los otros Estados colonizadores no parecieron discutir. Pero las líneas generales son análogas. En todas partes, recurrir a la fuerza se consideraba legítimo cuando se trataba de llevar a cabo una expansión colonial; en todas partes, también, se invocaba el interés mismo de los indígenas para dar una justificación a la empresa. En el marco continental, durante el último siglo, las manifestaciones 3 Únicamente el nacionalismo italiano añadió, desde principios del siglo xx, un argumento demográfico: dirigir la emigración nacional hacia tierras coloniales. 4 Discurso ante el Roya! Colonial Institute, 1° de marzo de 1893.

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principales y los temas esenciales del nacionalismo fueron diferentes en cada Estado. Fue en Europa donde los nacionalismos se afirmaron con mayor fuerza, en Alemania, Rusia, Francia, Italia; en América, el nacionalismo de los Estados Unidos fue el único que cobró una forma dominadora; en Asia, el nacionalismo japonés fue el centro de interés. Es importante comparar los caracteres de estos nacionalismos. El nacionalismo alemán, en el Imperio establecido en 1871, procedía de la convicción de que el germanismo, por los éxitos que obtuvo desde 1850 en los dominios militar, económico y hasta cultural, tenía una indiscutible superioridad: el pueblo alemán mostró que poseía cualidades particulares no sólo porque aceptaba con entusiasmo sacrificar los intereses del individuo por los del Estado y porque testimoniaba un patriotismo vigoroso, sino porque daba muestras de un "instinto de organización". Ese sentimiento de superioridad lo sostenían la universidad y la escuela y lo confirmaba la mentalidad militarista de la burguesía, la cual, después de haber sido hostil al sistema militar prusiano entre 1848 y 1846, se "convirtió" por el espectáculo de los brillantes éxitos cuyo fruto fue la unidad alemana. Para concluir, en los últimos años del siglo xix culminó con las ideas racistas: en 1898 se publicó la traducción del Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de Gobineau y en 1899 Houston Stewart Chamberlain exaltó la "misión histórica y mundial" de los pueblos germánicos. En su forma radical, el nacionalismo alemán encontró su expresión en la Liga Pangermanista, cuyos temas fueron afirmados hasta la saciedad entre 1891 y 1914.5 Según sus estatutos, la liga se proponía "estimular el pensamiento nacional alemán", en particular cultivar la conciencia de la comunidad racial y cultural de todos los sectores del pueblo alemán y preconizar en todas partes "una vigorosa política de intereses alemanes". Como declaró la liga, el Estado tenía la misión de asegurar a la nación las condiciones de existencia más favorables y el medio para tener en el mundo un gran papel. Por tanto, debía ofrecer al pueblo un ideal que pudiera ser accesible a las masas. En el núcleo de ese ideal había que colocar la necesidad de la expansión, que era, según Hasse, "una etapa necesaria en el desarroDo de un organismo vivo y sano". ¿Expansión económica? Sin duda: Alemania requería el "mercado mundial"; pero también expansión territorial: "el hambre de tierras imprime su marca en nuestro tiempo; quiere y debe ser satisfecha"; se impone al pueblo alemán "como un deber", escribe Heinrich Class en 1913. El programa de la liga colocó en la base de esta expansión el principio de las nacionalidades, En el semanario Alldeutschen Blatter, en los Flugschriften de la liga (aparecieron 35 cuadernos) y en las obras que fueron publicadas por los secretarios generales de la liga: Ernst Hasse y luego Heinrich Class, 5

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que interpretaba en el sentido indicado por toda la doctrina alemana del siglo xix:6 la nación era el conjunto de los hombres que hablaran la misma lengua y que estuvieran conscientes de esta solidaridad; si los datos de la conciencia no coincidieran con los lingüísticos, habría que remitirse a éstos. Sin embargo, no todas las naciones podían ejercer el derecho a la expansión e incluso el derecho a la existencia política: sólo podían invocarlos con fundamento los que poseyeran una Kultur cuyo valor fuera indiscutible. Esta condición llevó a los doctrinarios del pangermanismo a establecer una distinción entre naciones "dominantes" y naciones "menores". Ahora bien, Alemania —nación dominante— no era todavía un "Estado nacional", ya que no englobaba a todas las poblaciones de lengua "germánica": alemanes de Austria, de Bohemia, de Hungría o de Suiza, holandeses, flamencos, luxemburgueses. Por eso, en tales direcciones debía buscar su expansión. Sin embargo, la liga aceptó que dicho programa no era viable del todo: no se trataba de destruir Austria-Hungría. En cambio, creía posible aplicarlo en las zonas limítrofes a expensas de los pequeños pueblos "no aptos para la vida e incapaces de formar nunca un Estado": entre ellos estaban los valones y los lituanos, pero también los polacos, los checos, los magiares y los eslovenos. Incluso Alemania debía considerar una expansión en Bélgica y en los países bálticos, más e^ allá del dominio lingüístico germánico. La proyección de este programa, si nos atenemos únicamente a los datos numéricos, no fue considerable. En su apogeo en 1901, la liga no contó con más de 22 400 miembros, a pesar de la módica tasa de la cuota; de ellos, sólo la mitad estaban abonados al boletín semanal. En la misma fecha, 38 miembros de la Reichstag estaban inscritos en la liga: pertenecían al partido nacional liberal o al partido "conservador libre"; los partidos de centro y de izquierda eran hostiles a ella. Por otro lado, en ningún momento el gobierno asumió el programa de la liga y ni siquiera pareció darle estímulos, salvo en algunas ocasiones.7 Pero todos los testimonios concuerdan en que la liga tuvo una influencia mucho más amplia de lo que el número de sus miembros permitiría pensar,8 pues el pangermanismo contaba con numerosos "simpatizantes" en los mandos del ejército y, sobre todo, en la marina, en el cuerpo docente y en las cúpulas de los grandes industriales. La primera Guerra Mundial trajo un acercamiento entre la conducta de los medios gubernamentales y el programa de la liga. En las "bases •

Véase, supra, p. 176. En 1907 y en 1910-1911 sobre todo, cuando se estableció una "alianza de hecho", aunque de corto plazo, entre los dirigentes de la liga y el gobierno. 8 L. Dehio, "Gedanken zur deutschen Sendung, 1900-1918", en H, Zeitschrift, 1952, p. 174. 6

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de paz" que proyectaba en 1914, el canciller Bethmann-Hollweg aceptaba algunos de los temas esenciales del pangermanismo.9 No por ello la liga dejó de tener su papel de "ala activa" del nacionalismo: hizo campaña contra el canciller cuando en el invierno de 1916-1917 titubeó al decidir la guerra submarina a ultranza; incluso iba más allá de los objetivos de guerra establecidos por el cuartel general; pero era una simple fanfarronada10 que no se apoyaba en ninguna posición de principio. En suma, la acción de la liga perdió gran parte de su originalidad. La derrota la relegó a la penumbra. Sin embargo, el 16 de febrero de 1919 la declaración publicada por su comité directivo hizo un llamado al "renacimiento nacional"; persistía en anunciar que Alemania debería reivindicar para sí los países austríacos de lengua alemana y los países bálticos. En 1925 los temas pangermanistas encontraron un auditorio en el seno del partido "nacional alemán" que, en el otoño de 1928, estaba muy influido por ellos. Desde luego, esta influencia fue más notable aún en el movimiento nacionalsocialista cuando se iniciaba: en 1920 Hitler declaró ser el "alumno fiel" de Heinrich Class. Pero los desacuerdos surgieron desde 1924, a pesar de la identidad de los fines proyectados en política exterior. La liga no aprobaba el estilo de la propaganda hitleriana ni las actitudes de "aventurero" de su jefe; por su parte, los dirigentes nazis no veían en la liga más que una organización avejentada que querían rebasar. Se consumó la ruptura a principios de noviembre de 1932, apenas tres meses antes del acceso de Hitler al poder; fue la policía política la que, en marzo de 1939, puso fin a la existencia de la liga. Sin embargo, el programa nacionalsocialista retomó los ternas fundamentales del pangermanismo: la noción de "espacio vital": la voluntad de dar al Estado vina extensión de territorio que estuviera "en proporción con el número de la población" y que asegurara a la "raza alemana" los medios de existencia necesarios; la orientación asignada a la expansión territorial, que debía dirigirse hacia el Estado, a expensas de las poblaciones polacas, lituanas y bálticas. Pero Hitler no dudó en ir más aDá del pangermanismo cuando vio en la lucha contra Rusia el objetivo final de la política alemana. También el nacionalismo ruso tuvo en la segunda mitad del siglo xix su "ala activa": el movimiento paneslavista. Dicho movimiento ya existía en forma germinal antes de 1850 en las tendencias de los "eslavófilos", convencidos de que Rusia, heredera de la civilización griega, estaba destinada a orientar el porvenir de todos los pueblos eslavos. Pero estos eslavófilos —Jomiakov sobre todo— habían identificado eslavismo y orto-

doxia; por tanto, los únicos "verdaderos" eslavos eran, según ellos, quienes pertenecían a la Iglesia ortodoxa. En 1869 Danilevsky rebasó este horizonte. Por su impulso, el movimiento paneslavista adquirió una forma más amplia. Los temas esenciales se afirmaron con claridad: los eslavos conservaron una "forma de civilización" que les era propia, pues no sufrieron las influencias latinas y germánicas; la civilización eslava estaba llamada a heredar la civilización "occidental", que alcanzó su apogeo en el siglo xvn, pero que entonces se hallaba en decadencia. Todos los eslavos, ortodoxos o católicos —rusos, checos, croatas, eslovenos, serbios, eslovacos y polacos—,u debían cobrar conciencia de esta solidaridad y aspirar a formar una "unión de los pueblos eslavos" bajo la égida de Rusia. Sin embargo, el paneslavismo, al igual que el pangermanismo, no se quedó en los meros límites lingüísticos. En la Unión Paneslava, Danilevsky comprendía a los griegos, los rumanos y hasta a los magiares, que podrían "sacar provecho" de sus lazos con Rusia. Tal fue el tema que adoptó Dostoievski en 1877: "Rusia, a la cabeza del eslavismo, podrá dar a la humanidad europea y a su civilización una consigna nueva y sana, una consigna que nunca antes ha escuchado el mundo". Pero fue de corta duración la audiencia que encontraron los paneslavistas en los medios oficiales. No fue sino hasta 1875 y 1878 cuando se pudieron observar puntos de contacto entre la política zarista y las opiniones de los paneslavistas; incluso el canciller Gorchacov siempre se mostró reticente. Desde 1881, el movimiento paneslavista experimentó un retroceso: se disolvió el Comité Eslavo; el general Fadeiev, discípulo de Danilevsky, se retiró del servicio activo. En la época de Alejandro III ciertos nacionalistas rusos, con Katkov y Aksakov, desaprobaron las tendencias paneslavistas. Los diplomáticos alemanes y austro-húngaros advirtieron esta reacción en 1884 y en 1891; constataron la apatía de la sociedad rusa con respecto a "todo lo que es eslavo". La renovación no se manifestó hasta 1908. Sin embargo, el "neoeslavismo" se limitó a preconizar una colaboración "cultural y económica" que excluía cualquier idea de modificar las fronteras o de destruir un Estado. El movimiento abandonó sus fines políticos, los cuales había desaprobado el gobierno en una carta al promotor del Congreso Eslavo de 1908. En ningún momento el paneslavismo trató de ser un movimiento de masas, ni siquiera trabajó metódicamente —diferencia esencial con el Pangermanismo— en orientar a la opinión pública. Apenas atrajo a intelectuales, a veces a diplomáticos y, después del establecimiento del régimen constitucional en 1906, a algxmos miembros de la Duma.

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9 Ésta es una de las indicaciones más importantes que presenta la obra de F. Fischer, Gríffnach der Weltmacht, Dusseldorf, 1961. 10 La liga quería que a la Alemania victoriosa se le otorgara una base naval en Tolón.

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Danilevsky agregó a los búlgaros.

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Por su parte, el nacionalismo italiano había tenido a mediados del siglo xix —antes de la unificación— las mayores ambiciones en la doctrina política del Risorgimento. Diez años antes de Gioberti, Mazzini había proclamado la "supremacía moral" de Italia y bosquejado la "gran misión" que le asignaba en el mundo. Luego de la fundación del reino, este llamado a la grandeza, apoyado en los recuerdos de la Roma antigua, continuó animando a ciertos intelectuales. Sin embargo, los fines atribuidos al movimiento nacionalista fueron mejor definidos. Como el pangermanismo o el paneslavismo, este movimiento apelaba al "principio de las nacionalidades", ya que estaba inspirado en el deseo de unir al joven reino los territorios de población italiana que aún estaban sometidos, luego de la paz de 1866, a Austria-Hungría: Trentino, Trieste y parte de Istria occidental, grupos italianos de la costa del Quarnero y de la costa dálmata, en total, unos 700 000 habitantes. Pero la analogía no es más que superficial. Por un lado, en Alemania y en Rusia el argumento de la comunidad o del "parentesco" lingüístico se utilizó en provecho de un programa anexionista y las preferencias reales de las poblaciones no fueron tomadas en cuenta o, más bien, se suponía que de entrada eran favorables sin un examen más profundo. Ahora bien, en el caso de Italia las poblaciones que el programa nacionalista quería "liberar" mostraban en efecto, al menos en el Trentino y en la Venecia juliana, el deseo de sustraerse a la dominación austro-húngara. Por otro lado, en ningún momento el nacionalismo italiano consideró un programa que fuera más allá de las fronteras de la "italianidad" en Europa: ésta es otra diferencia que lo separa del pangermanismo y del paneslavismo. Por tanto, los objetivos del nacionalismo italiano son limitados y precisos. Pero el movimiento irredentista, aunque encvientre en ciertas ocasiones vina resonancia en la opinión pública, no poseía una amplia base en la población. En sus principios, fueron sobre todo intelectuales, estudiantes y un grupo de políticos —casi siempre republicanos— los que trataron de poner en aprietos al gobierno reprochándole su descuido de "la dignidad de la patria" y que se limitaron a invocar el interés de las poblaciones "no redimidas", sin tratar de establecer una doctrina. La gran mayoría de la burguesía era indiferente y las masas campesinas eran pasivas. La apatía política, que era un rasgo característico de la década de 1880, persistió hasta los últimos años del siglo. A comienzos del siglo xx el movimiento nacionalista adquirió un nuevo carácter, sin que aumentaran los objetivos territoriales en Europa. Este hecho nuevo fue la aparición de una doctrina en la que se expresaba una concepción general de los derechos y de los deberes del pueblo italiano. En la línea esbozada dos o tres años antes por Gabriele d'Annunzio, Enrice Corradini emitió en 1903 un llamado a la conciencia nacional:

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protestó contra la "decrepitud" y la "senilidad" de la burguesía italiana; quería restituir a los italianos el sentimiento de la "grandeza", incvúcarles el sentido del deber hacia el Estado y el espíritu de sacrificio por el interés nacional. La voluntad de expansión estaba en el centro de su programa, pero no concedía una importancia particular al irredentismo: "No podemos admitir que toda la actividad exterior de una gran potencia deba limitarse a la reconquista de dos provincias". Su gran preocupación era la expansión colonial y se propuso realizarla por las armas. En ningún momento los nacionalistas despertaron un eco perdurable en las masas, las cuales no manifestaban más que un débil interés en las cuestiones militares y navales. Sin embargo, en 1912 y 1913, gracias a la adhesión de la juventud intelectual, el movimiento estuvo a punto de convertirse en una fuerza política. ¿Cuál fue la actitud del gobierno? No podía apoyar las reivindicaciones irredentistas porque contradecían la dirección general de su política exterior. Desde que decidió entrar a la alianza alemana en 1882 y tuvo que resignarse a aceptar una colaboración política con Austria-Hungría, ¿cómo podría estimular en ese dominio las aspiraciones del nacionalismo? En lo que toca al expansionismo colonial, se mostró reticente mucho tiempo; en 1911 acabó por ceder y emprendió en Tripolitania una acción que había reivindicado expresamente el programa nacionalista; pero ese episodio no significó una adhesión a las ideas principales del movimiento. El ingreso de Italia en la guerra en mayo de 1915 cumplió los deseos del nacionalismo. Incluso llegó a abrir horizontes, más allá de las reivindicaciones irredentistas y de las perspectivas coloniales, a los cuales Corradini y sus émulos no habían dirigido su mirada: la anexión del alto valle del Adigio hasta la garganta del Brennero, la ocupación de la posición estratégica de Valona. El principio de las nacionalidades fue rebasado. Sin embargo, los hombres que en el gobierno manejaban esta política, Sonnino ante todo, se limitaron a aprovechar lo más posible las oportunidades que se ofrecían; no trataron de apoyarse en una doctrina. El movimiento fascista, desde 1919 pero sobre todo después de 1925, retomó como suyos los temas esenciales de los doctrinarios: la sobreexcitación del espíritu nacional; el desprecio por la "pusilanimidad" de las tradiciones burguesas; la afirmación de la soberanía "absoluta e intangible" del Estado en los vínculos internacionales y, por tanto, la negación del internacionalismo; la convicción de que la guerra debía decidir la suerte de los pueblos y que imprimía "una marca de nobleza a los pueblos que tienen la valentía de afrontarla"; la prioridad otorgada a los objetivos políticos sobre los fines económicos, temas todos que Mussolini tomó de Corradini, quien estaba más que dispuesto a asumir el

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papel de "padre espiritual" del fascismo.12 Pero el duce amplió las perspectivas y agregó nuevos temas: por un lado, la primacía de los derechos del Estado con respecto a los derechos individuales y el papel del "héroe" que encarnaba el alma y el destino del pueblo; por otro, la noción de una jerarquía ineluctable entre los Estados, la exaltación de las virtudes del pueblo italiano y por último la voluntad de inaugurar un "periodo grandioso de la historia", que haría de la "Roma de César" el arbitro de la política continental europea. El nacionalismo francés, en el periodo de 1871 a 1914, se situó en un plano diferente. No fue "ofensivo". Tal vez quería obtener una revisión de las fronteras, ya que la cuestión de Alsacia-Lorena estaba en el centro de sus preocupaciones. Pero en la mente de todos los franceses era una mera restitución conforme a los deseos de las poblaciones anexadas. En ningún momento el programa nacionalista invocó en su provecho el argumento lingüístico, trátese del país valón o de la Suiza francófona; no olvidaba que el nacionalismo alemán apelaba, en la cuestión de Alsacia, al "parentesco" lingüístico, mientras que la concepción francesa de la "nación" tomaba como bases únicamente las tendencias de la psicología colectiva y la manifestación de los sentimientos. Por último, se gviardó de lanzar un llamado "revolucionario", como los programas del pangermanisrno y del paneslavismo. En una palabra, era un nacionalismo conservador. Los rasgos de ese movimiento de ideas —en este sentido guarda alguna analogía con el nacionalismo italiano— sufrieron entre 1890 y 1895 una transformación que muchas veces se hizo patente: se trataba del paso de un nacionalismo "de izquierda" o, al menos, "ampliamente abierto a la izquierda" —que se vinculaba más o menos confusamente a la tradición del nacionalismo "jacobino" de 1792-1799, pero que no biiscaba apoyarse en una base doctrinal—, a un nacionalismo "de derecha", preocupado por establecer una doctrina.13 A poco de la derrota de 1871, los intelectuales republicanos, que achacaban al régimen imperial toda la responsabilidad de aquélla, trataron de ofrecer a Francia un ideal nuevo: cultivar el sentimiento patriótico, establecer el servicio militar obligatorio, inculcar en la. juventud el sentida de la fraternidad nacional. Querían asociar las convicciones republicanas y democráticas al ardor del sentimiento nacional. Para difundir en las masas ese estado de ánimo, ante todo contaban con una enseñanza "democrática"; pero veían también en el ejército el instrumento de una reforma de la mentalidad colectiva. La literatura popular exaltaba las 12 Uno de los "cuadriunviros" de la "marcha sobre Roma", Diño Grandi, había sido militante en 1913 del nacionalismo corradiniano. 13 Véanse los trabajos mencionados en la bibliografía.

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"virtudes militares"; la Liga de la Enseñanza, núcleo de anticlericalismo, se propuso al mismo tiempo como fin "fomentar entre la juventud el gusto por las instituciones militares"; la Liga de los Patriotas, en los primeros años de su existencia, tenía entre los miembros de su comité al director de la Enseñanza Primaria y consiguió la adhesión de la Asociación de Ex Alumnos de la Escuela Normal de Maestros del Sena. En tales manifestaciones no había otra cosa que la reacción instintiva de un pueblo que fue humillado por la derrota y que seguía temiendo las iniciativas de la Alemania bismarckiana. Esta forma de nacionalismo no sentía la necesidad de apoyarse en un sistema de ideas en el que encontraría definida una concepción de las relaciones internacionales y del papel de Francia en el mundo. Luego de la experiencia boulangista, los medios de la izquierda comenzaron a perder ese estado de ánimo y tardaron muy poco en adoptar una actitud muy diferente. El caso Dreyfus completó y remató esta mudanza. En el momento en que la izquierda se volvió pacifista, la derecha tomó a su cargo los temas nacionalistas. Esta vez el nacionalismo poseía vina doctrina que a partir de 1894 elaboraron Maurice Barres y Charles Maurras. Ser nacionalista, decía Barres, era tener plena conciencia de la estrecha solidaridad que unía al individuo "con todas sus ascendencias" y que quería continuar "haciendo valer esa herencia indivisa"; era tener el firme propósito de preservar esa herencia contra las influencias extranjeras que amenazaban con desnaturalizarla y de afirmar la tradición nacional; era tener la voluntad de "resolver cada cuestión en relación con Francia" repudiando el internacionalismo. Maurras reprochaba al nacionalismo "gambettista" que se hubiera fundado únicamente en "el recuerdo de nuestros desastres" y que se hubiera mantenido "muy despreocupado de la historia". Por tanto, su pensamiento se acercaba al de Barres cuando ponía en el centro de sus preocupaciones el culto de las tradiciones y el deseo de salvaguardarlas de las influencias extranjeras, sobre todo de la filosofía germánica, y cuando oponía la permanencia de los intereses de la nación al "fugaz destino de los individuos". Lo que ambos quieren es dar una "disciplina anímica", un "método de rectificación" para luchar contra la decadencia de Francia, que el régimen democrático y parlamentario era incapaz de regenerar. Este nacionalismo era pesimista y ansioso, defensivo y conservador, y se preocupaba ante todo por asegurar la protección de Francia, amenazada por el germanismo. Por tanto, nada tenía en común con el pangermanismo o el paneslavismo. "Cuando lo consideramos seriamente", escribió Maurras en 1912, "vemos un extremo odioso y abominable, en el que habríamos tenido que suscitar un estado de ánimo nacionalista para permitir la defensa de la nación."

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El nacionalismo inglés no tenía propósitos de expansión en el continente; en cambio, tenía vastas ambiciones imperiales que, luego de un periodo de vacilación entre 1860 y 1870, se afirmaron con vigor, sobre todo entre 1882 y 1902. Tal cambio de ideas presentó, desde que Disraeli estuvo a la cabeza del gobierno, nuevas características. Puso el acento en la idea de imperio y en la "misión" de los ingleses en la propagación de la civilización europea; apelaba a la imaginación, a una especie de romanticismo, en lugar de limitarse a invocar las necesidades económicas, que no dejaban de ser indiscutibles. Tanto en la obra de los doctrinarios del imperialismo —Seeley, sir Charles Dilke, Spencer Wilkinson— como en la de su gran apóstol Rudyard Kipling e incluso en las declaraciones de algunos estadistas, como Cecil Rhodes y Joseph Chamberlain, aparecían temas que no dejaban de guardar una analogía con los del pangermanismo o del paneslavismo: la expansión imperial era "una ley del desarrollo histórico" que expresaba los designios "de una Providencia cuya sabiduría rebasa la habilidad de los estadistas"; el pueblo inglés poseía la vocación para asumir un papel determinante en "el porvenir del mundo" y estaba consciente de pertenecer a una "raza gobernante". No era el "lenguaje del interés" el que hablaban esos promotores;14 apelaban a un gran "ideal nacional". Hasta 1894, la preocupación dominante era mantener y organizar el imperio: se trataba de un nacionalismo "defensivo"; pero entre 1895 y 1902 se volvió "agresivo": quería asegurar el crecimiento de ese imperio; afirmaba, en la filosofía política de Bosanquet, que el Estado, depositario de todas las "tradiciones morales" de la nación, debía ejercer un poder dominante sobre los individuos. Incluso señalaba a veces que la guerra era un "remedio de ocasión que requiere el cuerpo social".15 Según los testimonios más autorizados, estos llamados encontraron un amplio eco en la opinión pública.16 Sin embargo, esta ola belicosa fue de corta duración: luego de la dura experiencia de la guerra sudafricana, la opinión pública inglesa estaba harta de este tumulto imperialista; advirtió la exageración de los lernas nacionalistas y tuvo el sentimiento de haber cometido un "error de juicio". La llegada al poder de sir Henry Campbell-Bannermann en enero de 1906, que había conducido en 1899 la oposición contra la corriente nacionalista, fue un indicio de ese nuevo estado de ánimo. En los Estados Unidos —más o menos a partir de 1840—, el nacionalismo cobró una forma expansionista y agresiva. En la doctrina- del Destino

Manifiesto que se elaboró en esa época, ¿cuáles fueron los temas principales? La idea del "crecimiento natural": un Estado joven y sano debía "tener ambiciones"; era vina ley biológica, la misma que invocaría medio siglo después el pangermanismo. La noción de "gravitación política", que después expusieron Quincy Adams, Robert Winthrop en 1846 y Charles Sumner en 1849: un gran Estado ejerce sobre los territorios vecinos una "fuerza de atracción"; por tanto, era lógico que los Estados Unidos llegaran a poseer toda la América del Norte. La vocación por ejercer una "misión de regeneración" mediante la difusión de las instituciones políticas estadunidenses, cuya superioridad, según los promotores del movimiento de expansión, era indiscutible; era legítimo tratar de extender el "área de la libertad" y querer regenerar "pueblos infortunados" que aún no habían recibido el beneficio de los principios democráticos. Estos temas, ampliamente difundidos desde mediados del siglo xix en la prensa y en los debates del Congreso, fueron retomados en los últimos años del siglo por John Burgess, John Fiske y Beveridge. Con Theodore Roosevelt recibieron una aplicación más amplia cuando la "misión de regeneración" sirvió de base para una doctrina que invocaba, en provecho del gobierno de los Estados Unidos, el derecho y el deber de ejercer en los Estados de América Latina un "poder de policía internacional" para poner fin a los "desórdenes crónicos". Esos temas encontraron un auditorio entre los profesores universitarios e incluso en ciertos mensajes presidenciales. El nacionalismo japonés de fines del siglo xrx y de los primeros decenios del xx tiene raíces más profundas, más vigorosas que cualquier otro. Como durante 26 siglos el archipiélago japonés había estado libre de invasiones, su pueblo creyó ver en esta inmunidad la prueba de las cualidades particulares de su raza; la nobleza feudal adoptó un código de honor que tenía un elemento esencial: el sacrificio del individuo por los intereses superiores de la colectividad. Tales convicciones permanecieron presentes en el espíritu de los creadores del Japón moderno. El deseo de realizar una expansión territorial, primero en las islas cercanas al archipiélago japonés y luego en Corea, se expresó desde 1873 cuando apenas acababa de iniciarse la "modernización" del Estado y de la sociedad. En tal fecha, el gobierno juzgó que la expansión era prematura: los medios dirigentes japoneses pensaban que una acción exterior sería inoportuna mientras no se llevara a cabo la transformación interna del país. Pero esos dirigentes admitieron en 1887 que debería establecerse un programa de expansión tan pronto se reunieran, gracias a las condiciones económicas y sociales nuevas, los medios para el poderío militar y naval: Japón estaba destinado a convertirse en la "nación dominante" de Extremo Oriente, lo cual lograría el día en que un conflicto entre los Estados europeos le ofreciera una oportunidad favorable.

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14 Sobre este punto, véanse las observaciones de Elie Halévy, en su Histoire du peuple anglais au xix? siécle. Epilogue, París, 1926, p. 19. 15 Sydney Low, "Should Europe disarm?", en Nineteenth Century, octubre de 1898. 16 Véase la carta de sir Edward Grey a Theodore Roosevelt, citada en la p. 229.

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En la base de tal programa, las preocupaciones prácticas fueron primeramente las determinantes: establecer una "barrera de protección" al asentarse en las costas continentales más cercanas al archipiélago japonés para prevenir la instalación de una base naval europea o estadunidense que amenazara su seguridad; encontrar en el continente el carbón y el mineral necesarios para el desarrollo industrial; asegurar el suministro de arroz cuando, a partir de 1890, el aumento de la población se hizo más rápido que el de los recursos alimentarios. Sin embargo, no tardó en aparecer un fundamento doctrinal que pronto adquirió una forma precisa. El orgullo de pertenecer a la nación japonesa, la creencia en la superioridad de su "raza", la convicción de que una nación estaba destinada a la decadencia si no buscaba extender su poder, la voluntad de preservar "la esencia nacional", la conciencia de una "misión" por cumplir en el mundo fueron, desde 1880-1885, temas esenciales en la enseñanza,17 en la propaganda organizada por asociaciones políticas y en el ritual del culto que se rendía a los antepasados del emperador. La primera guerra destinada a realizar el programa de expansión, la de 18941895, despertó un entusiasmo nacional. Desde ese primer éxito, el nacionalismo japonés rebasó las preocupaciones de seguridad y adquirió un carácter ofensivo. El movimiento "japonista", que cobró auge en 1897 entre los intelectuales, anunció la intención de asegurar la "protección" de China contra las influencias europeas y de emprender la "modernización". Desde ese momento el rasgo característico del nacionalismo japonés fue el florecimiento de las asociaciones patrióticas. En 1881 se fundó la sociedad Genyósha, que de inmediato preconizó el crecimiento de las fuerzas armadas, la abolición de los "tratados ilegales" y la expansión hacia Corea; no trató de actuar sobre el estado de ánimo de la masa de la población, pero ejerció una vigorosa presión entre los funcionarios y los oficiales. En noviembre de 1898 la fundación de la Sociedad Cultural de Asia Oriental amplió ese programa: fue ella la que difundió la idea de "modernizar" China mediante la penetración económica japonesa, esperando dar a ese antiguo imperio una "protección"; fue también ella la que atrajo a hombres de negocios, al mismo tiempo que a políticos. A partir de 1901 el movimiento se desarrolló. Nuevas sociedades18 predicaban la adquisición de territorios en el continente y difundían el espíritu militar. No agrupaban más que a un número restringido de miembros; sin embargo, en 1904, a principios de la guerra ruso-japonesa, su propaganda contribuyó ampliamente a despertar en la opinión pública un 17 El rescripto imperial del 13 de octubre de 1890 indicaba los principios que debían ser la base de la enseñanza patriótica. 18 De estas asociaciones, la más conocida fue la Sociedad del Río Amor, que los occidentales llamaban el Dragón Negro.

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gran movimiento de fervor patriótico. Tenían contactos con los Estados mayores y eran subvencionadas por grandes hombres de negocios. Trataban de ejercer en las decisiones políticas una presión que muchas veces puso en aprietos al gobierno, aun cuando los estadistas responsables, salvo Okuma en noviembre de 1898, se negaron a ratificar integralmente el programa que preconizaban. Después de 1919, los argumentos invocados por el movimiento nacionalista cobraron más amplitud. Móviles demográficos: había que encontrar un remedio a la sobrepoblación del archipiélago.19 Móviles económicos: había que procurar a la industria japonesa las salidas comerciales que necesitaba. Pero las formas eran análogas; siempre fueron marcadas por las iniciativas ardientes de las asociaciones patrióticas. Al lado de las agrupaciones cuya reputación ya estaba bien establecida, nuevas sociedades —la Sociedad de las Virtudes Militares, la Sociedad de los Ex Combatientes, creadas antes de 1914 pero que no tuvieron en ese momento una acción política— trataron entonces de despertar un movimiento de masas y obtuvieron, sobre todo debido a la crisis económica de 1930-1933, una amplia audiencia en los medios campesinos, donde se reclutaban los mandos inferiores del ejército. Esas agrupaciones contaban con la violencia que se ejercía al margen de los estadistas y con la amenaza de un abuso de autoridad. ¿Con qué éxito? En 1919-1921 aun los "superpatriotas" ejercieron una amplia actividad propagandística, pero no lograron doblegar la política del gobierno, el cual se resignó a aceptar la Conferencia de Washington. Esta actitud de los medios oficiales persistió hasta 1930. Pero en 1931, con motivo de la cuestión de Manchuria, el gobierno quedó rebasado por la acción de los nacionalistas. Entre 1934 y 1937 se estableció con fuerza el ascendiente ejercido por las asociaciones patrióticas, a pesar del fracaso del golpe de Estado que intentaron jóvenes oficiales en febrero de 1936. En la concepción de la Doctrina Monroe japonesa, en la preparación de la guerra contra China y en la definición del programa de expansión hacia los mares del sur, triunfó el nacionalismo. Así, bajo el vocablo de nacionalismos se unen movimientos cuya amplitud, duración y vitalidad fueron harto desiguales. Quizá incluso esta unión parezca abusiva; sin embargo, nos permite hacer algunas consideraciones: 1) En todos los casos en que el nacionalismo se orientó a la vez hacia la expansión continental y hacia la expansión colonial, ¿se logró alcanzar la armonía entre estas dos tendencias? Así fue, totalmente, en la Alemania de Guillermo II, donde el pangermanismo colonial y el pan19

Véase el capítulo n.

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germanismo europeo se asociaron en el programa doctrinal y en la acción práctica. Así ocurrió, pero no de entrada, en Italia cuando en 1910 el Congreso Nacionalista de Florencia, convocado a iniciativa de Enrico Corradini y de sus amigos y cuyo programa se orientaba hacia la expansión colonial, llamó a su presidencia a Scipion Sighele, campeón del irredentismo; pero esta colaboración siempre fue reticente: en el fondo, la mayor parte de los irredentistas pensaban que la realización de su programa debía tener prioridad sobre las empresas coloniales. En Rusia, los nacionalistas paneslavistas —cuyo horizonte era europeo— casi no manifestaron interés en la expansión rusa en Turquestán o en el Lejano Oriente. En Francia, el nacionalismo "gambettista" no era hostil a la expansión colonial, pero el nacionalismo "barresiano" fue mucho más reservado: para ellos,20 la expansión colonial no era más que "una manera de apartar la vista de los problemas europeos más urgentes, una especie de desquite barato". 2) Los nacionalismos tuvieron caracteres muy diferentes. Antes de 1914, en Alemania, Japón, Rusia, los Estados Unidos, sus objetivos fueron ofensivos y los argumentos invocados fueron análogos: la necesidad de la expansión, considerada como una "ley natural"; el deber de cumplir una "misión de regeneración"; el derecho que otorga a una nación o a un Estado el sentimiento de una superioridad sobre los pueblos vecinos. En Italia estos temas, que habían sido los del nacionalismo mazziniano, no fueron retomados entre 1880 y 1914 por el movimiento irredentista, que sólo se adhirió al argumento de la "nacionalidad". En la misma época, como ya vimos, el nacionalismo en Francia fue defensivo. ¿Es difícil explicar tales diferencias? Estuvieron ligadas a las tendencias de la mentalidad colectiva: el radiante optimismo de Alemania después de las victorias de 1866 y 1871 y de los Estados Unidos, en auge demográfico y económico; la convicción de que Rusia, a pesar de la derrota de 1856, debía poseer, gracias a las dimensiones de su territorio, a la tenacidad y a la "originalidad creadora" de su pueblo, una función de dirección entre los pueblos eslavos; la inquietud de Francia, luego de la derrota de 1871, frente al poder alemán. Pero también dependieron de los medios de que disponían los Estados: la primacía de las fuerzas armadas alemanas en el continente entre 1871 y 1914; los recursos humanos que garantizaban a Rusia, en el marco del sistema militar de la época, amplias posibilidades; la aplastante preponderancia que poseían los Estados Unidos respecto de México o Canadá en el plano demográfico y económico; la organización de las fuerzas armadas "modernas" en Japón, 20 Tal era también el estado de ánimo de Dérouléde: "Perdí a dos hijos y ustedes me ofrecen 20 criados".

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que le permitían en 1894 imponer su voluntad a China, 10 veces más poblada. En suma, la "voluntad de poder" comienza a manifestarse cuando el Estado está adquiriendo los medios de dicha política; la coincidencia no podría sorprendernos. 3) Por último, el desarrollo del nacionalismo en el seno de una misma nación o de un mismo Estado no siempre fue continuo en el curso del siglo pasado. Tal vez es fácil observar esta continuidad en Alemania, donde el imperialismo hitleriano retomó la mayor parte de los temas del pangermanismo; en Italia, donde el nacionalismo fascista fue el heredero de las doctrinas y de las tendencias de Enrico Corradini; en Japón, donde las asociaciones patrióticas persiguieron el mismo esfuerzo durante casi medio.siglo. Pero en Francia, después de 1919 el nacionalismo, cuya preocupación dominante había sido luchar contra el "peligro alemán", perdió hasta enero de 1933 su principal razón de ser; en Inglaterra, el movimiento de orgullo nacional, que había alcanzado su culmen entre 1895 y 1899, se atenuó desde 1902. Estudiar los nacionalismos como corrientes autónomas de pensamiento, sin reubicarlas a cada instante en las condiciones de la época, es reducirse a lo arbitrario. 2. LOS MÓVILES DEL NACIONALISMO

En esos movimientos de pensamiento y en tales corrientes de opinión, ¿cuáles fueron los móviles principales y qué parte respectiva conviene atribuirles? Sin lugar a dudas, la influencia de los intereses económicos fue frecuente: la competencia entablada en los mercados de exportación y de reservas de materias primas; el papel de las industrias de armamento que pueden subvencionar campañas de prensa; la influencia de las crisis económicas que en ciertas ocasiones provocaron el empeño de ensanchar el campo de expansión. Por tanto, no hay que perder de vista las formas de dicha influencia, que señalamos en otra parte.21 Pero al buscar las explicaciones, la que debemos estudiar es la mentalidad colectiva. El temperamento En sus reacciones mentales y en su comportamiento, cada pueblo presenta ciertas características que contribuyen a modelar la opinión pú21

Véase el capítulo ra.

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LOS NACIONALISMOS

blica y que pueden explicar en parte su actitud respecto de pueblos vecinos. Es verdad que es difícil el estudio de esas características, pues los métodos son harto inciertos y se inspiran en pretensiones muy desiguales: los psicosociólogos y los antropólogos culturales no quieren conformarse con señalamientos empíricos ni con los juicios fundados en la intuición que recaban analistas, viajeros o moralistas, cuya única aportación es la observación personal. Casi siempre los resultados de dichos estudios están matizados por los prejuicios o las tomas de partido. Por tanto, son frecuentes las divergencias entre las apreciaciones que los observadores nacionales hacen sobre el temperamento de sus conciudadanos; evidentemente, son más grandes entre sus apreciaciones y las que los observadores extranjeros hacen sobre ese pueblo. Al menos es posible señalar los rasgos y los caracteres menos discutibles, es decir, aquellos en los que han estado de acuerdo los observadores, nacionales o extranjeros.22 En el francés, la actividad de la mente, el deseo de intercambiar ideas sobre los problemas de actualidad, el gusto por la discusión, aun cuando no conduzca sino a una crítica negativa, pero también el individualismo, el espíritu de independencia, que no se doblega de bvien grado a una disciplina colectiva, el apego al terruño, que obstaculiza la emigración, y una tendencia fundamental que, a pesar de las apariencias, es "conservadora" porque es estática: el espíritu francés ha concebido el desarrollo de la civilización en el marco de algunas ideas básicas: las que impone la razón. En el inglés, la lentitud de las reacciones mentales, la aversión por las ideas abstractas y las especulaciones metafísicas, el cuidado por adaptar los actos a la experiencia y, en consecuencia, por evitar las previsiones lejanas que parezcan superfluas, puesto que corren el riesgo de ser desmentidas por los acontecimientos; por otra parte, la tenacidad, el dominio de sí mismo y el orgullo de pertenecer a un pueblo que está convencido de su superioridad y la costumbre de unir las preocupaciones políticas a las preocupaciones morales: tal comportamiento mental ha contribuido a dar al patriotismo inglés la firmeza serena de una convicción religiosa. En el alemán, la coexistencia de una mente realista en la vida práctica y de una actividad mental marcada por el gusto por las especulaciones abstractas, por la sensibilidad imaginativa y por la aspiración a la "vastedad" (como la llama Keyserling); pero también el sentido del deber, de la disciplina, de la organización de las masas, de la jerarquía, de la fidelidad al jefe, de la sumisión al poder establecido y la necesidad de orden, que oscurece la noción de libertad política.

En el ruso, el gusto por las especulaciones metafísicas no es menos desarrollado que en el alemán; pero los rasgos que se destacan en su temperamento, en el siglo xix y a principios del xx, son la paciencia, la resignación y el estoicismo pasivo, que sin embargo no excluyen los accesos de pasión; el apego campesino a la tierra, que tal vez es la fuente de la admirable capacidad de resistencia que ha mostrado el pueblo ruso en caso de invasión: una hospitalidad acogedora a los extranjeros, que ignora la xenofobia. En el italiano se afirman el individualismo y la tradición de libertad intelectual, en la última parte del siglo xix, con tanta fuerza como en Francia; pero el rasgo que más se destaca es quizás el escepticismo, que es más bien, según la sentencia del conde Sforza, un "pesimismo irónico y resignado". En el estadunidense, a quien no le agrada elaborar teorías y acepta con facilidad el conformismo, el culto a la energía y el gusto por el riesgo son la herencia del espíritu del "pionero"; sin embargo, el desarrollo histórico ha mostrado la necesidad de enmarcar el esfuerzo individual en el esfuerzo colectivo y de salvaguardar el interés de la comunidad; pero este interés, en el siglo xrx y a principios del xx, no fue necesario protegerlo por las armas, pues no había riesgo alguno de invasión. Por eso, el sentimiento de superioridad que tienen los estadunidenses con respecto a los europeos desde fines del siglo XK no tiene que ver con la idea de "poderío"; se funda en la convicción de que el estadunidense comprende mejor que el europeo las condiciones de la vida de los hombres en sociedad y de que las soluciones adoptadas en los Estados Unidos son buenas para todo el mundo. Por lo demás, el estadunidense tiene tendencia a atribuir sus éxitos a su energía y sus fracasos a la "fatalidad providencial". En el japonés, a qiúen falta imaginación y capacidad inventiva, encontramos una amplia curiosidad de ideas y el deseo de establecer los contactos con los extranjeros, porque la imitación de sus técnicas y de ciertas de sus instituciones es la condición del poderío; pero también el respeto del poder, el sentido de la disciplina y la convicción de que el individuo debe aceptar sin el menor titubeo todos los sacrificios —incluido el de la vida— en el interés del grupo social y del Estado. Entre estos rasgos del temperamento y el comportamiento de un pueblo en las relaciones internacionales es evidente que en la mente se imponen ciertas comparaciones. El espíritu "jardinero" del francés explica por qué la expansión en ultramar, incluso en el periodo en que se constituyó entre 1880 y 1914 el nuevo imperio colonial francés, jamás encontró un amplio punto de apoyo en la opinión pública, que se limitó a dejar hacer. El carácter inglés se manifestó con brillo en todas las formas de la expansión colonial. El temperamento del alemán y el del japonés ofrecieron al surgimiento del nacionalismo el terreno más propicio.

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22 Tratamos aquí de dar los resultados de estudios particulares, citados o no en la bibliografía del capítulo.

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De todos modos no hay que ocultar cuan relativo es el valor de estas observaciones, pues el temperamento de cada uno de estos pueblos ha variado con el tiempo: es una consideración a la cual los observadores de la psicología colectiva no atribuyen siempre la importancia que merece. Entre 1792 y 1815 el pueblo francés, al menos en sus elementos más activos, experimentó una ola de nacionalismo expansionista que, a pesar del derrumbe del Imperio napoleónico, dejó huellas en los medios liberales o demócratas hasta el año de 1848: la prudencia de Luis Felipe en su política exterior fue uno de los temas de los ataques dirigidos contra el régimen de la Monarquía de Julio. La opinión pública francesa no trató de poner obstáculos a las empresas exteriores de Napoleón III, aunque raramente le haya dado su adhesión profunda. Tras la derrota de 1871, el nacionalismo se volvió "defensivo" y conservador; la mayoría de la opinión pública manifestó poco interés en las iniciativas del imperialismo colonial y en los problemas de la política exterior. Después de 1919 este interés se despertó, pero sin que la victoria provocara un sobresalto del nacionalismo. La evolución de la mentalidad colectiva en Alemania, ¿no puede dar lugar a consideraciones análogas? Fue sólo hacia 1840 cuando comenzó a aparecer en la literatura la noción de una lucha entre el "romanticismo" y el "germanismo", al mismo tiempo que se afirmó la convicción de que los alemanes tenían derecho a una supremacía en el seno del germanismo. Luego, las victorias bismarckianas confirmaron el sentimiento de superioridad del alemán y le despertaron el deseo de extender el dominio de acción del "genio germánico". En Gran Bretaña, donde los sentimientos belicosos se habían manifestado rara vez en la opinión pública desde hacía cerca de medio siglo, el nacionalismo expansionista y agresivo encontró libre curso entre 1895 y 1900; en ese momento se vio a la juventud lanzarse con avidez sobre las narraciones de los hechos de armas.23 Ese acceso de pasión coincidió con las inquietudes provocadas en la vida económica por la competencia alemana, pero también con el desarrollo de nuevas corrientes de pensamiento, cuyas primeras manifestaciones habían sido muy anteriores a dichas inquietudes. Pero se apaciguó rápidamente después de la guerra sudafricana.

En los Estados Unidos, durante 1898, los temas del imperialismo expansionista retomaron algunas de las ideas que habían estado vigentes entre 1840 y 1850; pero en el intervalo estas manifestaciones habían sido mucho más raras: en la época de la Guerra de Secesión y de la Reconstrucción, la opinión pública permaneció dominada por los problemas internos. En Japón, la masa de la población, antes de la "apertura", parece haber sido indiferente al "código de honor" de los samurais; pero después de la revolución de 1868 y en el momento mismo en que la nobleza feudal perdió sus privilegios se proyectó a gran parte de la población con sus características esenciales —el espíritu de sacrificio por el interés nacional y el sentido de la disciplina—, a través de la escuela, el servicio militar y la presencia de numerosos antiguos samurais en los mandos de la función pública. Por tanto, en este dominio más aún que en cualquier otro hay que gtiardarse de las generalizaciones apresuradas. En el temperamento de cada pueblo parece que ciertas tendencias fueron permanentes en el mundo de los siglos xix y xx. Pero hay otras que aparecieron o desaparecieron como consecuencia de los accidentes de la vida política nacional o internacional. Lo que importa todavía más al historiador de las relaciones entre los pueblos y entre los Estados es apreciar la diferencia entre la imagen que un pueblo se forma del carácter nacional y del temperamento de otro pueblo y los rasgos reales de dicho carácter o de dicho temperamento, quiero decir, aquellos a propósito de los cuales han llegado a un acuerdo la mayor parte de los observadores. No cabe duda de que en muchos casos los pueblos se forman una imagen estereotipada los unos de los otros, a menudo bastante alejada de la realidad. Es seguro que dichos estereotipos influyen en las reacciones de la opinión pública y que, por ende, son un factor en la evolución de las relaciones entre esos pueblos. ¿Cómo se formaron esas imágenes? ¿Cómo fueron propagadas por la literatura, las obras escolares, los panfletos, las caricaturas? Éste es un campo de estudio cuyo interés resulta indiscutible.24

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Todo gobierno aquí —escribía sir Edward Grey a Theodore Roosevelt— durante los últimos años del siglo hubiera podido tener la guerra levantando el meñique. El pueblo lo habría aclamado: había una necesidad de excitación y un flujo de sangre en la cabeza. Esta generación ha tenido mucha de esta excitación; perdió un poco de sangre; está sana y normal; svis instintos, creo, están saludables [...] Hemos tenido mucha guerra para una generación. 23

Wingfield Stratford, The Foundations ofBritish Patriotism, Londres, 1940.

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El sentido de los destinos nacionales

Es más fácil analizar la concepción que cada pueblo se forma de sus intereses nacionales, de su "honor nacional" y de su porvenir, que tratar de penetrar los rasgos de su temperamento. Sin embargo, esta concep24 Éste fue desbrozado en Alemania por Heinz Sieburg, Frankreich und Deutschland in d& Geschichtsschreibung, 1915-1948, Sarrebruck, 1955.

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ción depende en gran medida de las circunstancias: memoria de las experiencias recientes; evaluación, consciente o no, de los medios de acción de que dispone el Estado.25 En la preocupación de estabilidad y de seguridad que fue uno de los caracteres más claros de la mentalidad colectiva francesa entre 1871 y 1939 y que explican por qué los movimientos nacionalistas no encontraron en la masa más que un débil eco, ciertos observadores han creído ver un rasgo de "civilización campesina". Pero ¿no era simplemente la consecuencia de un estado de hecho: tras la derrota de 1871, el temor al poder alemán; tras la victoria de 1918, el sentimiento de que Francia, agotada por pérdidas demasiado pesadas en vidas humanas, debía contar con un desquite alemán, puesto que había perdido los apoyos exteriores que le habrían permitido vencer? En Alemania, la convicción de la superioridad del "genio germánico" y el deseo de extender el dominio de acción del germanismo ya estaban expresados en la bibliografía política de 1840; pero fue sólo después de las victorias militares de 1866 y de 1870 cuando esas ideas se esparcieron y se volvieron uno de los rasgos que destacan de la mentalidad colectiva. En Rusia, la revolución bolchevique modificó notablemente la concepción de los intereses nacionales porque destruyó las estructuras sociales antiguas, hizo crecer la población urbana a expensas de la rural, redujo al extremo los contactos con el extranjero y quiso dar al pueblo un nuevo ideal, aunque el gobierno soviético haya retomado, en varias ocasiones, las preocupaciones del gobierno zarista. En Italia, el fascismo creyó poder inculcar en la masa del pueblo un nuevo comportamiento en las relaciones exteriores y la idea de que la guerra era una "disciplina" moral válida; se dio cuenta, 20 años después, de que no lo había logrado. En los Estados Unidos, el aislacionismo fue hasta 1914 un rasgo esencial de la mentalidad colectiva, pero quedó rebasado en 1917 cuando la opinión pública adoptó la convicción de que los intereses generales del país debían llevarla a tomar partido en el conflicto mundial. Con todo, aquel sentimiento había reaparecido desde 1919 y se había afirmado hasta la víspera misma de la segunda Guerra Mundial; fue necesaria la experiencia de 1939-1945 para eliminarlo. El historiador tiene el deber de insistir en estos cambios cuya importancia es evidente, pero no puede limitarse a tomarlos en cuenta. En la

búsqueda de las explicaciones, que es su tarea esencial, debe aplicarse sobre todo a examinar algunas cuestiones fundamentales. ¿Cómo se formó la concepción de los intereses nacionales y cómo se dibujó la imagen que cada pueblo se hizo de los otros pueblos? En uno y otro casos, ¿cuál fue la parte del comportamiento espontáneo y qué lugar hay que atribuirle a la educación de la opinión pública? ¿Qué difusión encontraron las ideas y los temas del nacionalismo, expresados por los intelectuales y por los medios políticos, más allá de las "clases dirigentes", en la masa de la población? Para responder a estas preguntas importaría conocer mejor los métodos y las técnicas de la propaganda. El avance en la educación primaria, el surgimiento de la prensa cotidiana a bajo costo, que a menudo ha hecho vibrar la "fibra sentimental", y luego la radiodifusión han marcado las etapas del crecimiento de los nacionalismos. ¿Cómo se ha organizado esta propaganda? ¿En qué medida ha sido eficaz su difusión? El problema es de un interés mayúsculo para el estudio de las relaciones internacionales; también lo es cuando se trata de estudiar las relaciones posibles entre las formas de los regímenes políticos y los progresos del nacionalismo. Pero el estado actual de las investigaciones aún es deficiente.

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23 La distinción que Harold Laski habla tratado de establecer (New Statesman, 31 de octubre de 1942) entre el carácter nacional permanente y el comportamiento, ligado a impulsos derivados de las circunstancias históricas, no parece convincente, pues las circunstancias históricas influyen también en los rasgos del carácter (véanse las consideraciones de Erogan, op. cit., en la bibliografía, p. 210).

Las ideologías políticas o sociales ¿Han tenido un papel activo las ideologías políticas o sociales, las ideas preconcebidas y los prejuicios que imbuyen en el crecimiento o en la decadencia de los nacionalismos? Los demócratas de fines del siglo xix y principios del xx manifestaron sus reservas explícitas con respecto al nacionalismo en la mayor parte de los grandes Estados. ¿Había pasado lo mismo antes? En la Francia de la Monarquía de Julio, los "liberales de izquierda" y los demócratas eran nacionalistas; en el fondo, retomaron la tradición del nacionalismo jacobino, del cual se encuentran por lo demás huellas en el nacionalismo "gambettista". Los demócratas alemanes de 1848 tenían un programa anexionista en provecho del germanismo. Los demócratas mazzinianos, que querían reconstruir Europa teniendo como base el principio de las nacionalidades, eran al mismo tiempo nacionalistas italianos: es esta tradición la que en 1889 representaba Crispí, apóstol de la expansión colonial pero "hombre de izquierda". En la democracia estadunidense el nacionalismo expansionista, inscrito en la "plataforma" del Partido Demócrata en 1844 y del Partido Republicano en 1898, fue explícitamente aprobada en las elecciones presidenciales. Por tanto, podemos comprobar que a menudo democracia y nacionalismo han estado aso-

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ciados, aunque el control parlamentario haya moderado en ocasiones los excesos del nacionalismo. Pero la mayoría de las veces, las doctrinas políticas conservadoras favorecieron la expansión del nacionalismo, porque se fundaban en el principio de autoridad y en la sumisión del individuo a los designios y a las órdenes del poder y porque dieron su confianza a ese poder para determinar, por sí solo, los intereses nacionales. En Alemania, el pangermanismo, si bien inquietaba a los antiguos conservadores prusianos, encontró sus adherentes antes de 1914 entre los miembros del Partido Conservador Libre y del Partido Nacional Liberal. El Partido Nacional Alemán, creado en noviembre de 1918, estuvo constituido por la alianza de los dos antiguos partidos conservadores y actuó desde 1919 como adversario declarado del régimen reptiblicano. En Francia, la idea maestra del nacionalismo arresiano y maurrasiano fue la impotencia de todo régimen parlamentario y democrático para asegurar la protección de las tradiciones y de los intereses nacionales. En sus principios, el nacionalismo italiano de Corradini se emparentó con las tendencias del nacionalismo francés; afirmó su desdén por los derechos del hombre, su desprecio por el liberalismo y la democracia, exaltó el sacrificio del individuo por la nación y contó sólo con las "clases dirigentes" para asegurar la renovación; además, agregó ciertos rasgos tomados de la concepción prusiana del Estado. Aunque haya buscado el apoyo, llegado el caso, de jóvenes liberales e incluso en 1910y 1911 de sindicalistas, siguió siendo antiparlamentario. En diciembre de 1912 Corradini rompió con aquellos de sus amigos que aconsejaban buscar el apoyo en las masas. En cuanto al nacionalismo japonés, sus iniciadores fueron antiguos samurais conservadores, ansiosos de preservar las "características nacionales" ante la invasión de las ideas occidentales y también de recuperar una parte de la influencia que la destrucción del régimen feudal les había hecho perder. La primera de las grandes asociaciones nacionalistas, la Genyósha, afirmó de entrada, desde 1881, su desprecio por los partidos políticos y no buscó apoyos en la opinión de las masas. Sus medios de acción fueron las presiones sobre los políticos o los funcionarios, e incluso los procedimientos terroristas. Las asociaciones creadas después de 1919 retomaron los mismos métodos. El rasgo común a estas ideologías "conservadoras" fue la importancia que atribuyeron a la institución militar y el papel que concedieron o que permitieron a los jefes de las fuerzas armadas en el funcionamiento de los poderes públicos:26 esos medios militares y navales mantuvieron en

la mentalidad colectiva el culto a los "héroes", el sentido del sacrificio del individuo por la nación, es decir, cuando se les dio la posibilidad, fueron los mejores agentes de difusión del nacionalismo. Pero ¿hay que olvidar que el "padre" del paneslavismo, Danilevsky, había sido fourierista en sus inicios y que los iniciadores del "neoeslavismo" de 1908 pertenecían igualmente tanto al Partido Constitucional Demócrata como a la derecha de la Duma? El nacionalismo inglés de fines del siglo xix, combatido por los liberales "ortodoxos" amigos de Campbell-Bannermann, ¿no encontró un difusor en Joseph Chamberlain, tránsfuga del radicalismo, y un punto de apoyo en el ala imperialista del Partido Liberal? ¿Hay que ignorar la inquietud que la propaganda paneslavista despertó hacia 1880 en los medios dirigentes rusos más conservadores, porque tendía a trastornar el estatuto territorial de toda la Europa central y oriental y porque tenía un aspecto revolucionario?

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En Japón y Alemania sobre todo, ya que en los Estados mayores los poderes públicos

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El sentimiento religioso

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Las relaciones entre el surgimiento de los nacionalismos y las creencias religiosas plantean al historiador de las relaciones internacionales problemas especialmente difíciles, porqtie los estudios básicos son casi siempre insuficientes. ¿Cómo comprender la mentalidad religiosa de un grupo humano sin participar, por una experiencia personal, en sus convicciones? A menudo, el incrédulo tiende a tratar con menosprecio manifestaciones que le parecen vanas o incluso hipócritas. Y cuando se participa en esas creencias, ¿cómo iniciar el estudio con una actitud crítica sin dejarse llevar inconscientemente por los puntos de vista convencionales? Es éste un dominio en que la interpretación exige aún más mesura y prudencia que cualquier otro. En Europa, ¿qué relaciones permite establecer el estudio histórico entre el sentimiento religioso y el nacionalismo? Ciertamente, la doctrina católica alza en principio un obstáculo no contra el sentimiento nacional, sino contra el nacionalismo agresivo. Es evidente que la organización internacional de la Iglesia católica hace que la Santa Sede tenga desconfianza respecto de las tendencias qvie incitan a lanzar a las naciones católicas unas contra otras y a quebrantar la solidaridad del catolicismo. En los Estados que tuvieron un gran partido católico en el curso del último siglo —Alemania e Italia—, dichos partidos, incluso manifestando un sentimiento nacional vigoroso, tenían un lugar especial que les permitía guardar relaciones directas con el emperador; por tanto, escapaban a la autoridad del primer ministro o del canciller.

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evitaron ceder a los excesos del nacionalismo: el Centro Alemán siempre fue adversario tanto del pangermanismo como del nacionalismo hitleriano; el Partido Católico Italiano, cuando se constituyó después de 1919, se mantuvo apartado del nacionalismo fascista. Pero es verdad que la actitud de los medios eclesiásticos y la de los fieles no siempre ha sido conforme con estos principios. En Francia, en el periodo comprendido entre 1890 y 1914, la mayor parte del alto clero fue sensible a la influencia del nacionalismo. Las más de las veces, las organizaciones y las grandes revistas católicas establecieron una estrecha asociación entre el sentimiento religioso y el fervor patriótico. "Iglesia y patria", decía el presidente de la Sociedad General de la Enseñanza, al mismo tiempo que Le Correspondant asociaba los "enemigos del ejército", los "amigos de Alemania" y los "destructores del catolicismo". Estas manifestaciones se multiplicaron con motivo de la beatificación de Juana de Arco.27 En Italia, los medios católicos —clero y fíeles— habían manifestado con frecuencia su patriotismo italiano hasta 1867. Pero cuando la "cuestión romana" fue resuelta por la fuerza en 1870, rompieron toda relación con el Estado. La opinión pública permaneció prácticamente ausente de las consultas electorales hasta 1904, mientras que la Santa Sede mantuvo la regla del non expedit. Es verdad que se manifestó en el Congreso de la Acción Católica, pero sin tratar las cuestiones de política exterior. Entre 1904 y 1914, las fuerzas católicas volvieron a tener un papel político y, de hecho, se aliaron a la burguesía liberal; por tanto, aceptaron la expansión colonial. No obstante, no tuvieron un papel activo en el movimiento nacionalista. Cuando en el congreso de 1910 Corradini buscó abiertamente el apoyo de los católicos, no encontró eco más que en el grupo "demócrata" del sacerdote Murri, con el que, por otro lado, tenía diferencias ideológicas políticas. En Austria-Hungría durante los 10 años que precedieron a la guerra de 1914, los medios eclesiásticos casi siempre pusieron su influencia moral al servicio de la dinastía: el nacionalismo fue particularmente activo en el seno del Partido Cristiano Social entre 1909 y 1914. Sin embargo, los intelectuales católicos permanecieron al margen del chauvinismo. Pero, por otro lado, los informes de los diplomáticos austro-húngaros revelan que en julio de 1914 el secretario de Estado de la Santa Sede animó al gobierno de Viena a emprender la guerra contra Serbia, a fin de consolidar el porvenir de la doble monarquía. Por tanto, sería bastante arbitrario atribuir al poder pontifical en este periodo una actitud siem-

pre y por todas partes desfavorable al nacionalismo. Después de 1914, la actitud de la Santa Sede fue muy diferente.28 Las Iglesias protestantes, muy ligadas a los Estados por su origen y por su estatuto, no tenían los mismos motivos que la Iglesia católica para temer los avances del nacionalismo. En efecto, podemos preguntarnos si les dieron su asentimiento o incluso su apoyo. En Alemania, antes de 1914, la Iglesia evangélica prusiana manifestó constantemente una fidelidad sin reservas al ideal nacional y a la convicción de la "grandeza" alemana y consideró que la exaltación de la "grandeza nacional" era un deber moral, pero no parece haber tenido complacencias para el nacionalismo extremo, aunque la Liga Pangermanista haya contado entre sus militantes a un cierto número de pastores. En suma, se condujo de acuerdo con la línea trazada por el gobierno del imperio. Después de 1919, y sobre todo después de 1933, aceptó en su gran mayoría las consignas y los lemas del nacionalismo, contra el cual, sin embargo, se alzó a partir de 1934 la oposición de la "Iglesia confesante" del pastor Niemoller; pero era una minoría —un tercio de los escaños en las elecciones eclesiásticas de noviembre de 1932— la que formó el grupo de los "cristianos alemanes", organizado bajo la égida del Partido Nacionalsocialista. ¡ En Gran Bretaña, la vitalidad religiosa era más fuerte entre los disidentes que en el seno de la Iglesia anglicana. En el momento de la crisis nacional de fines del siglo xix fueron los disidentes los que manifestaron en ciertas ocasiones reservas explícitas con respecto a ese movimiento de ideas. Por su parte, la Iglesia anglicana enseñaba que Dios había confiado a la nación inglesa una "misión" en el mundo. Incluso, en 1898 se oía al obispo de Oxford exponer en sus sermones la doctrina de la eficacia moral de la guerra. • Ni en Gran Bretaña ni en Alemania los apóstoles del nacionalismo parecen haber solicitado el apoyo directo del sentimiento religioso: les bastaba obtener un consentimiento tácito o incluso una mera resignación. • En los Estados Unidos ciertas iglesias protestantes, los bautistas y los presbiterianos, desempeñaron un papel activo en el movimiento expansionista de 1898, pues creían que el deber de los estadunidenses era propagar el cristianismo en el mundo asiático.29 Sin embargo, en el caso de las Iglesias ortodoxas, también ellas estrechamente sometidas a los Estados, las cosas eran muy diferentes. - En Rusia, el movimiento "eslavófilo" de mediados del siglo xix buscó

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Véase sobre este punto el capítulo vm. Las tesis expresadas sobre esto en 1885 por Josiah Strong fueron retomadas en 1895 por el reverendo J. Barrows en sus conferencias en el Union Theological Seminary. Véanse las obras de Weinberg y de J. Pratt mencionadas en la bibliografía. 2S

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27 Charles Juillard ha recopilado sobre este punto una vasta documentación, a la que gentilmente nos permitió el acceso.

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apoyo desde sus inicios en el sentimiento religioso. Sus promotores estaban profundamente ligados a la religión ortodoxa, que era, según pensaban, el mejor lazo entre los eslavos y que daba testimonio de la oposición fundamental entre la civilización rusa y la civilización "occidental". Estos mismos temas —el Estado ruso, "protector de la ortodoxia y del eslavismo"; la Iglesia ortodoxa, agente de transmisión de la civilización griega y bizantina a los pueblos rusos— fueron conservados por Danilevsky, aunque no los retomó el movimiento "neoeslavo" de 1908. Al parecer, en ningún momento la Iglesia ortodoxa se adhirió a las ideas paneslavistas, lo cual hubiera sido contrario a las intenciones del gobierno. Pero en ocasiones precisas concedió un punto de apoyo y tal vez dio una orientación a la política exterior rusa. Por ejemplo, en marzo y abril de 1915, en el curso de las negociaciones entabladas con Italia en torno a la cuestión del Adriático, el gobierno ruso defendió con rigor los intereses serbios, mientras que se mostró mucho más complaciente cuando se trataba de territorios cuyas poblaciones —croatas o eslovenas— eran católicas. Las Iglesias ortodoxas balcánicas, conforme se fueron liberando del patriarcado de Constantinopla, dieron al nacionalismo, en total acuerdo con el gobierno de los Estados, el apoyo más solícito y más eficaz. Bajo el régimen turco, el clero serbio se había ocupado de mantener el sentimiento nacional. Desde que Serbia se volvió en 1830 un principado autónomo, este clero fue de hecho puesto bajo la dependencia directa del gobierno. La Iglesia ortodoxa serbia, convertida en una institución del Estado, se colocó a la vanguardia de la política exterior; propagó "la religión de la nación"; inculcó en los fieles el amor apasionado por la historia nacional; fue, en los últimos decenios del siglo xix, el apóstol más ardiente del combate por el "serbismo", es decir, de la liberación de los pueblos serbios aún sometidos a una dominación extranjera, y esto incluso cuando tal combate se libraba contra otros pueblos ortodoxos: los de la Iglesia búlgara. Cuando se produjeron dificultades entre la Iglesia y el Estado antes de 1914, fue la política exterior la principal causa de ello: a veces las autoridades eclesiásticas reprocharon al gobierno reivindicar con muy poca energía la incorporación de los serbios "no redimidos". La Iglesia búlgara, desde que en 1870 obtuvo su autonomía y desde que en 1872 rompió todo lazo con el patriarca, puso en marcha una campaña de propaganda para extender la autoridad religiosa del exarca sobre los pueblos eslavos de Macedonia, sometidos a la dominación política del Imperio otomano. Estos pueblos fueron invitados a decir si deseaban permanecer incorporados, desde el punto de vista religioso, al patriarca ortodoxo de Constantinopla o pasar al control del exarcado.

En realidad, de entrada se trató de una operación política esta propaganda, pues el clero búlgaro era ardientemente "nacional": la autonomía religiosa le parecía el prefacio de la autonomía política y luego de la independencia; ahora bien, el día en qtie llegara a formarse un Estado búlgaro y que tratara de obtener una extensión territorial en Macedonia, ¿tendría razones para reivindicar como suyas las de los pueblos macedonios que se hubieran adherido al exarcado? • A decir verdad, en esas ocasiones no fue tanto la fe religiosa el móvil del nacionalismo, sino que fue la Iglesia la que se identificó con la idea nacional y la que se puso al servicio del Estado para lograr tales propósitos. Las relaciones entre los movimientos nacionalistas y las religiones asiáticas muestran características muy diferentes, según se trate del Islam o del sintoísmo. La estrecha conjugación de las fuerzas políticas y de las fuerzas religiosas que se realizó en el seno del Islam, donde no existe la distinción entre el poder espiritual y el poder temporal, no bastó para impedir la aparición de movimientos nacionales que socavaron la solidaridad islámica.30 Sin embargo, estos movimientos no la destruyeron: la cohesión entre los pueblos musulmanes, aun cuando vivieran bajo soberanías distintas, se restableció con frecuencia cuando se trataba de luchar "contra el exterior", es decir, esencialmente contra los Estados de Europa occidental. ¿Estaba esta solidaridad al servicio de un propósito defensivo o de uno expansionista? ¿Siguió siendo eficaz en el mundo contemporáneo? En sus inicios, el Islam se había propuesto someter a los otros pueblos con miras a ejercer un proselitismo religioso. Dicha expansión podía llevarse a cabo mediante la penetración pacífica o mediante la "guerra santa": el Jihad, El musulmán tenía el deber de sacrificar "su vida y sus bienes" para participar en la "justa guerra contra los infieles". En realidad, desde el siglo rx los juristas habían interpretado esta doctrina en un sentido restrictivo:31 el Jihad no podía ser permanente; en el interés mismo del Islam era necesario prever, en el esfuerzo de expansión, largas "pausas" en el curso de las cuales las relaciones con los infieles se organizarían sobre una base pacífica. Tras la caída del califato abasida de Bagdad en 1258 y tras la parcelación política del mundo del Islam, la doctrina había perdido toda significación práctica. La dominación otomana, cuando se extendió en el siglo xvi en Asia Menor y en la Europa balcánica y cuando Selim I tomó el título de "Comendador de los Creyentes" en 1517, no restableció la unidad del Islam, y la decaden-

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30 Véase 31

el capítulo vi. Véase la obra de Khadduri, citada en la bibliografía.

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cia del Imperio otomano en el siglo XEÍ permitió extender a los europeos, en África del Norte y en el Golfo Pérsico, su dominación sobre pueblos musulmanes. La tentativa del sultán Abdul Hamid II, quien se esforzó por reanimar a fines del siglo xix la autoridad del califato otomano y de restablecer una solidaridad islámica entre los sunnitas, chocó con vigorosas resistencias doctrinales en las regiones árabes y en Afganistán. Sin embargo, en noviembre de 1914, cuando el Imperio otomano había entrado a la guerra europea, el nuevo gobierno turco, si bien había desaprobado en 1909 la política de Abdul Hamid II, hizo que el sultán proclamara la "guerra santa" contra Francia, Gran Bretaña y Rusia; pero su llamado fue casi en vano, tanto en África como en la India e Indochina, con la excepción del movimiento senusita en Cirenaica. Después de la primera Guerra Mundial, la destrucción del Imperio otomano, inscrita en noviembre de 1918 en las cláusulas del armisticio de Mudros, las tendencias afirmadas desde 1919 por el movimiento nacional turco, resignado a abandonar toda esperanza de recuperar el ascendiente sobre los pueblos no turcos del extinto imperio, fuesen o no musulmanes, y decidido a laicizar el Estado turco, y por último la supresión del califato otomano el 1° de marzo de 1924 mediante un voto de la Asamblea Nacional Turca, pusieron término a todo designio panislámico: en vano el Congreso Islámico, reunido en mayo de 1926 en El Cairo, expresó el deseo de restaurar el califato. La creación de los nuevos Estados nacionales en los territorios sustraídos a la dominación turca acabó de quebrantar en el seno del mundo islámico la noción de colaboración política. Por tanto, el Islam, en vísperas de la segunda Guerra Mundial, no estaba siquiera en condiciones de ejercer en las relaciones internacionales una acción coherente, y los nuevos Estados musulmanes no pensaron en colocar las preocupaciones religiosas como base de su política exterior. ¿Quiere esto decir que la religión islámica dejó de ser entre 1924 y 1939 una fuerza con la cual debía contar la política internacional? Ciertamente no. Los musulmanes conservaron vm sentimiento de solidaridad que en varias ocasiones se afirmó en las relaciones con Europa occidental, cuando se trataba de establecer una barrera contra la expansión francesa en Siria o inglesa en Irak. También opusieron casi en todas partes una resistencia a la penetración de las ideas comunistas, porque ponían en peligro las creencias religiosas, la solidaridad de la familia y el derecho de propiedad. Por último, si bien él Islam perdió un tanto su fuerza de influencia en el Cercano Oriente y en África del Norte, la conservó en África negra, donde tuvo progresos notables gracias al proselitismo de las hermandades religiosas, pero también gracias a la actitud de los gobernadores coloniales franceses e ingleses que, al menos hasta 1930,

favorecieron su difusión.32 ¿Y hay que olvidar que la doctrina siguió condenando los convenios? La tesis según la cual los Estados musulmanes estaban destinados a manejar sus relaciones exteriores de acuerdo con los principios del derecho internacional fue afirmada por un miembro de la Universidad El-Azhar, pero fue explícitamente condenada por los demás ulemas. El sintoísmo presenta características muy diferentes. En realidad, es una forma del culto de los antepasados aplicada a la familia imperial japonesa.33 Las definiciones que ofrecen los propios japoneses, a menudo divergentes, tienen al menos un punto en común: el sintoísmo es el conjunto "de las manifestaciones rituales y de las creencias por las cuales el pueblo japonés ha celebrado, dramatizado, interpretado y sostenido los valores esenciales de su vida nacional".34 Por su propia naturaleza, esta religión no debe tratar de expandirse fuera de Japón; ignora el proselitismo entre pueblos extranjeros. Por tanto, no puede ser el fundamento directo de una política de expansión. Sin embargo, ha tenido un papel esencial en las relaciones internacionales, porque ha dado al nacionalismo japonés en el curso del último siglo un color original y una fuerza singular. . ¿Cómo fue que adquirió este papel? En gran parte por la voluntad del gobierno, tras la restauración del poder imperial en 1868. Desde la introducción del budismo en Japón, a fines del siglo vi, se había establecido un sincretismo entre sintoísmo y budismo; por ello la originalidad del pensamiento religioso japonés, es decir, la creencia en la ascendencia divina del emperador, había perdido una parte de su influencia. Así, el "renacimiento" del sintoísmo surgió como vm medio para restablecer, en provecho del emperador, la autoridad y la unidad del poder. No obstante, en el curso del periodo del Meiji el gobierno había titubeado. Después de haberse ocupado en primer lugar de abolir el budismo y de hacer del sintoísmo una religión de Estado, reconoció desde 1872 que esta reforma radical chocaría con muchas costumbres y convicciones; entonces él había considerado acordar un estatuto a una y a la otra de las dos religiones; por último, en 1884 llegó a adoptar en principio, a cavisa de que la colaboración entre los dos cleros encontraba dificultades, un régimen de separación de las Iglesias y el Estado; por tanto, renunció a intervenir en la designación de los miembros del clero, fuese sintoísta o bvidista. Pero mientras afirmaba la completa independencia de los cultos existentes respecto del poder político, mediante un acto legislativo había

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32 El número de nuevos musulmanes en AOF (sin contar el crecimiento de las familias ya islamizadas) se evaluó en 600000 entre 1920 y 1939. 1 M Cf. Yamashita Yoshitaro, en Transactions ofthe Jopan Society ofLondon, TV, p. 257. ||;y 34 Holtom, obra citada en la bibliografía, p. 6.

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establecido un culto nuevo, el sintoísmo de Estado: ofrendas al gran antepasado de la familia imperial; oraciones por el emperador reinante; homenajes rendidos a la memoria de todos los ciudadanos muertos por la patria desde 1853, es decir, desde la "apertura" de Japón; afirmación de la "misión sagrada" del pueblo nipón. En estas ceremonias, los alumnos de las escuelas debían asistir en grupos bajo la dirección de sus maestros. Este sintoísmo de Estado, cuyo ritual fue establecido desde 1875 y revisado en marzo de 1914 y luego en noviembre de 1927 bajo los cuidados del Ministerio del Interior, ¿es una religión? El gobierno lo negaba porque deseaba que los budistas y hasta los cristianos japoneses se asociaran a este culto "oficial". Se aprovechaba de que ese culto no implicaba la enseñanza de una doctrina, de un dogma, y de que el oficiante no predica jamás. El hecho es que, en mayo de 1936, la Congregación Romana de la Propagación de la Fe autorizó a los católicos nipones a asistir a las ceremonias porque tenían un carácter cívico y patriótico, no religioso.35 Sin embargo, en la base del sintoísmo de Estado es preciso comprobar la existencia de un sistema de creencias en la "misión sagrada" de la raza japonesa, en el origen divino del poder imperial y en la eternidad de tal poder. Es evidente que este culto tuvo como fin principal asegurar la obediencia al gobierno y obstaculizar la difusión de las ideas revolucionarias: en ese sistema de creencias las relaciones entre el soberano y el pueblo son intangibles. Tuvo también una función esencial en el desarrollo de la solidaridad nacional. Por último, trató de mantener jnde exaltar una ideología nacionalista; desde el momento en que el pueblo japonés recibía una educación cívica que cobraba las formas exteriores de una fe religiosa y en que esta educación se basaba en la convicción de que el emperador estaba dotado de un poder superior al de todos los demás jefes de Estado, ¿cómo aceptar el principio mismo de una organización de los lazos internacionales? Y ¿cómo la exaltación del espíritu militar y del poderío nacional no habría de conducir a considerar la participación en la guerra, incluso la guerra de agresión, como el más grande de los deberes? Por tanto, en diciembre de 1945, para destruir la propaganda "ultranacionalista y militarista", las autoridades estadunidenses de ocupación juzgaron necesario imponer al gobierno nipón la supresión del sintoísmo de Estado.36

La única ambición de estas rápidas observaciones es mostrar la necesidad de efectuar estudios críticos, todavía demasiado escasos. Tales estudios no deberán limitarse a analizar las bases doctrinales y las manifestaciones de los nacionalismos o las formas diversas que han adquirido; deberán tratar de dar las explicaciones. Ahora bien, éste es un dominio de investigación especialmente difícil porque el papel de los elementos irracionales —las emociones, los instintos de la masa de la población— fue importante en la aparición de estas corrientes sentimentales. En este género de estudios, la preocupación primordial deberá ser determinar, en la medida de lo posible, la difusión de las ideas o consignas nacionalistas. ¿Cuál fue la influencia de las obras donde se expresaban los proyectos y los programas? ¿Qué audiencia encontraron los temas del nacionalismo en la prensa periódica? ¿Qué huellas dejó el estado de ánimo nacionalista en los manuales escolares? La averiguación es relativamente fácil en el primer caso: a veces es posible dar con las cifras de los tirajes y también es factible establecer algunas presunciones sobre su difusión a partir de las reseñas en las revistas y los diarios. En el segundo caso, exige prolongadas búsquedas que no pueden realizarse sino en trabajo de equipo y que corren el riesgo de dar lugar a graves errores de apreciación si no se logra conocer el tiraje de los periódicos y de las revistas o el medio en el cual se reclutaban sus lectores. En el último caso, donde el análisis no es muy prolongado ni muy difícil, la interpretación es delicada, pues habría no sólo que apreciar la influencia de esos manuales de acuerdo con el número de sus ediciones y el número de establecimientos en que se utilizaron, sino también tratar de entrever qué margen separaba a la enseñanza oral del texto del manual.37 Y dichos análisis, incluso si se establecieran tan correctamente como fuera posible, ¿autorizarían conclusiones válidas? ¿Cómo medir la influencia del artículo periodístico en el estado de ánimo del lector y la del manual escolar en la formación de la mentalidad del alumno? Todo nos permite pensar que la penetración de las ideas nacionalistas chocó a menudo con el escepticismo o la indiferencia. Pero tal vez esas ideas hayan contribuido a formar un subconsciente que, en ciertas horas críticas, pudo ofrecer un terreno favorable para las iniciativas de los estadistas o para la propaganda de las agrupaciones patrióticas. ¿Cómo establecer un método de investigación válido para intentar estudiar en el pasado las relaciones entre las manifestaciones y el estado de la opinión? En el surgimiento de una mentalidad nacionalista, no son sólo las tendencias colectivas las que vienen a cuento: el papel de los hombres que

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35 También éste es el tema que expuso el reverendo Yasuda, en 1937, en la Conferencia Ecuménica de Oxford, sin convencer al público francés. 36 Memorándum dirigido al gobierno japonés el 15 de diciembre de 1945 por el coronel W. Alien, en nombre del comandante en jefe del Ejército de Ocupación. El texto fue publicado en Political Reorientation ofJapan. Repon of Government Section, Supreme Commander for the Allied Powers (se.pt. 1945-sept. 1948).

37 A este respecto, evidentemente las fuentes históricas no pueden ofrecer sino indicaciones muy escasas.

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ejercieron el poder en los Estados y que, de hecho o de derecho, dirigieron la política exterior —soberanos, dictadores o ministros— siempre ha sido importante y a menudo decisivo. La historia del último siglo ha ofrecido numerosos ejemplos de ello. A decir verdad, rara vez son los soberanos los que han tomado las iniciativas: los zares no favorecieron el paneslavismo; Guillermo I estuvo por momentos inquieto por la política nacionalista de Bismarck y Guillermo II no brindó su patrocinio al pangermanismo; Mutsu-Hito y sus sucesores en vano quisieron calmar a los "sxiperpatriotas". Pero ¿cómo ignorar, durante las grandes transformaciones de Europa entre 1850 y 1870, el impulso que Bismarck y Cavour supieron inculcar en las ideologías nacionales y el acento de exaltación que les dieron? ¿Cómo comprender el acceso de nacionalismo en Gran Bretaña entre 1895 y 1902 sin detenerse a estxidiar el papel personal de Joseph Chamberlain, y el nacionalismo griego de 1919 sin tomar en cuenta, antes que nada, la voluntad personal de Venizelos? Y ¿cuál hubiera sido el avance del nacionalismo italiano sin Mussolini, del nacionalismo alemán sin Hitler? En 1848-1849, por el contrario, el fracaso de los movimientos nacionales en Alemania e Italia se explica en parte por la ausencia de hombres que supieran tomar su dirección y explotar la fuerza de las corrientes sentimentales. Así, cuando se estableció una conjunción entre las fuerzas profundas de la mentalidad colectiva y las iniciativas de los estadistas, el nacionalismo adquirió, en las relaciones internacionales, todo su valor.38

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Sobre el papel de las iniciativas individuales, véase la segunda parte.

VIII. EL SENTIMIENTO PACIFISTA EN UN estudio que intente determinar la influencia de las grandes corrientes de la mentalidad colectiva sobre el desarrollo histórico de las relaciones internacionales, ¿qué lugar hay que dar al sentimiento pacifista? ¿Realmente han creído los hombres que en el curso del último siglo han sufrido tres grandes guerras, que la paz sea "razonablemente el fin al cual tienden las sociedades"?1 ¿Qué medios han procurado para preservarla? ¿Cuál ha sido el alcance práctico de sus tentativas? En realidad, son las debilidades del movimiento pacifista las que el análisis histórico está llamado a comprobar y a tratar de explicar. ¡ *"' '

1. LOS FUNDAMENTOS DEL SENTIMIENTO PACIFISTA

El "cosmopolitismo" del siglo xvín había sido la obra de algunos grupos de intelectuales y había encontrado audiencia entre hombres de cultura elevada. El movimiento pacifista del siglo xrx y de principios del xx ha mostrado otras ambiciones, pues se ha interesado en llegar a las masas.2 En sus inicios apeló al sentimiento humanitario y a la conciencia moral. La guerra infligió a los combatientes y hasta a los no combatientes sufrimientos físicos y morales; acostumbra a los hombres a la violencia; pervierte el espíritu porque mueve a admirar los métodos de fuerza y a considerar "noble" el arte de matar al prójimo. Por tanto, todos los valores que implica el respeto por la persona humana invitan a condenarla. Por lo demás, es inútil porque no puede resolver nada o, al menos, porque las soluciones que propone no son más que aparentes o temporales. Convergen las preocupaciones humanitarias y los argumentos de sentido común. Tales han sido los temas recurrentes en las obras pacifistas. Y por supuesto, estas preocupaciones se han expresado con mayor fuerza poco después de las grandes guerras europeas o en los periodos en que los movimientos revolucionarios amenazan con trastornar las relaciones internacionales. A veces, este sentimiento pacifista encuentra un punto de apoyo, por un lado, en el pensamiento de ciertos economistas y de reformadores sociales y, por el otro, en el sentimiento religioso. 1 R. Aron, p. 157, obra citada en la bibliografía. ^ 2 Sobre este punto véanse las observaciones de T. Ruyssen en Les Sources doctrínales de l'internationalisme, t. ni, París, 1961.

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El pensamiento económico y social

los intercambios, esterilizara las inversiones de capitales y arruinara el papel internacional del mercado financiero británico. El pacifismo de grandes hombres de negocios estadunidenses, como Andrew Carnegie entre 1912yl914, se inspiraba al menos en parte en estas preocupaciones. Sin embargo, en esa fecha tales posturas no eran frecuentes entre quienes representaban los grandes intereses económicos. Pero en vísperas de la segunda Guerra Mundial, la burguesía de negocios manifestó con más claridad sus aprensiones ante las consecuencias de un conflicto que podría dar paso a las fuerzas revolucionarias. Y, en nuestros días, muchos observadores de la vida política atestiguan ese "pacifismo internacional de la gran burguesía capitalista".7 »' El movimiento de ideas sufrió al mismo tiempo la influencia de las doctrinas socialistas. El pensamiento saintsimonista es pacifista porque tal era, según él, el interés de los productores; pero dicho pacifismo, como el de los economistas, sólo tenía un horizonte europeo: Henri de Saint-Simon veía en la expansión colonial uno de los objetivos principales de la Federación Europea; sus discípulos, Enfantin sobre todo, pensaban que Europa, una vez que estuviera "pacificada", emprendería grandes actividades económicas en los demás continentes y no dudaría en emplear la fuerza para llevar a cabo este propósito. Los fourieristas —de los cuales Victor Considérant era el promotor— destacaban las ventajas que encontrarían los intercambios comerciales en una organización pacífica de las relaciones entre los Estados: no más prohibición, no más aranceles, no más aduanas en las fronteras. En 1842, Constantin Pecqueur insistió en el tema de la "guerra ruinosa" en la línea trazada por Cobden: "Son necesarios 50 años de paz para curarse de algunos años de victorias". Sin embargo, ni unos ni otros subrayaron el interés que debía tener la clase obrera, como tal, en el mantenimiento de la paz: como el trabajador participaba de la prosperidad industrial, quería evitar los conflictos internacionales peligrosos para dicha prosperidad. Tan sólo un poco después, el pensamiento de los militantes resaltaría el interés de la clase obrera y buscaría los medios de salvaguardarlo, pero tal pensamiento se desplegó con dificultad y lentitud en medio de prolongadas controversias. En septiembre de 1867, el congreso realizado en Lausana por la Asociación Internacional de los Trabajadores condenó la guerra "que pesa principalmente sobre la clase obrera"; la paz, afirmaba la resolución aprobada por el congreso, era "la primera condición del bienestar general". Pero ni una palabra de la actitud que debería tener en caso de guerra la clase obrera: el congreso se limitó a comprobar que

El argumento esencial de los economistas es la antinomia radical entre guerra y prosperidad. Su origen está en el "utilitarismo" de Bentham,3 Entre 1830 y 1850 este tema fue tratado con frecuencia en Inglaterra, Francia y Alemania. Richard Cobden fue quien le dio la mayor resonancia:4 la guerra, decía, no conduce sino a la miseria de los pueblos y a la ruina de los Estados, y la preparación para la guerra obliga a llevar una política de armamentos que impone a las naciones una carga fiscal intolerable. En 1849,5 Frédéric Bastiat desarrolló las mismas ideas: el costo del armamento retrasa el equipamiento económico; las guerras provocan crisis industriales y acarrean un fuerte incremento de los impuestos: "son siempre contrarias a los verdaderos intereses de las masas". En julio de 1848 la carga financiera que impone la "paz armada" fue el principal argumento de Arnold Ruge.6 Estas mismas ideas reaparecieron con frecuencia en la segunda mitad del siglo xix, y a principios del xx encontraron en Norman Angelí un portavoz que les proporcionó una gran difusión. "La guerra no paga" es, más que nunca, una idea básica del movimiento pacifista. A esta crítica fundamental algunos economistas agregan un "complemento" fundado en los resultados de la Revolución industrial: una gran guerra europea rompería los vínculos establecidos entre los productores de los diversos países y desorganizaría el sistema de intercambios en el que reposa la actividad de los centros industriales; entonces, ¿cómo podría Europa encarar la competencia con los Estados Unidos? Esta convicción de una solidaridad económica necesaria entre los Estados europeos y el temor de una expansión estadunidense ya habían sido expresados con vigor por Michel Chevalier desde 1866, y lo fueron aún más en el informe que presentó Anatole Leroy-Beaulieu en 1900 ante el Congreso de Ciencias Políticas. Con frecuencia, los medios de negocios son reticentes ante la perspectiva de la guerra. El caso de Gran Bretaña a mediados del siglo xix es característico de tal estado de ánimo. En la misma línea se inscriben, en julio de 1914, las reacciones de Londres ante la inminencia del conflicto europeo: los medios bancarios ingleses no eran partidarios de una intervención armada de Gran Bretaña, porque temían que la guerra dislocara 3 En A Plan for an Universal and Perpetual Peace, escrito entre 1786 y 1789, pero publicado apenas después de la muerte del autor. 4 En 1835, en su folleto England, Ireland and Russia; en 1841, en un discurso en la Cámara de los Comunes. s En Les Harmonies economiqu.es. 6 En su discurso ante la Asamblea Nacional, en Francfort, el 23 de julio de 1848.

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7 Sobre este punto véanse las observaciones de R. Aron, p. 692 (obra citada en la bibliografía).

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la guerra tenía "como causa primera y principal el pauperismo y la falta de equilibrio económico"; en consecuencia, para suprimir los conflictos armados, lo que había que transformar era la "organización laboral". En septiembre de 1868, el Congreso de Bruselas abordó frontalmente el problema. Mientras que De Paepe se mantuvo en la posición tomada el año precedente y mientras que Tolain contaba sólo con "la presión de la opinión pública" para impedir la guerra, el informe Longuet, adoptado por el congreso, recomendó a la clase obrera "cesar todo trabajo en el caso de que llegara a estallar una guerra": así apareció la idea de huelga general, sin dar lugar a un verdadero intercambio de puntos de vista. Aparición fugitiva: en 1869 el Congreso de Basilea no retomó el examen de la cuestión, aun ctiando el contexto internacional no había mejorado en el intervalo. Cuando se desencadenó la guerra franco-alemana, no se consideró la posibilidad de recurrir a la huelga general. El Manifiesto del Consejo General de la Internacional, fechado el 23 de julio, denunció la "agresión bonapartista", que era vina "edición revisada y aumentada del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851", y proclamó que la posición de los alemanes era "defensiva"; sólo deseaba que esa "guerra dinástica" no degenerara en una guerra entre los pueblos y expresó vagamente la esperanza de que "la alianza de las clases obreras de todos los países acabará por matar la guerra". Ante las cuestiones de principio, la Internacional se hizo la desentendida. Es verdad que después de la disolución de la Primera Internacional se formó un Comité Internacional de Trabajadores para la Paz en 1875, pero no tuvo mucha difusión. En el Congreso de la Paz realizado en Londres en septiembre de 1878, el disctirso de John Bright sacó a la luz el tema central: "Hay hombres y clases a los cuales la guerra aporta algunas veces una ganancia; para los trabajadores, ésta no es más que una pérdida". Pero este señalamiento fue meramente platónico. Lo mismo sucede en 1877, cuando Engels bosquejó el cuadro de los horrores y de las devastaciones que acarrearía una gran guerra europea, y a la vez afirmó que tales destrucciones y sufrimientos crearían las condiciones favorables para la "victoria final de las clases obreras". Durante 15 años, la Segunda Internacional no se interesó activamente en la prevención de la guerra,8 a pesar de algunas veleidades en 1900 y en 1904. Fue sólo en el momento en que se perfiló la amenaza de una gran crisis internacional, después de 1905, cuando la orden del día de sus congresos internacionales la tomó en cuenta. En Stuttgart (1907), Copenhague (1910) y Basilea (1912), el debate no se ocupó, o casi no

lo hizo, de la cuestión de la legitimidad de la guerra: quienes, con Gustave Hervé, se presentaban como pacifistas "puros" y condenaban cualquier guerra, pues consideraban que "la patria [...] no provoca el interés del proletariado", no encontraron eco entre los congresistas que, en su gran mayoría, con Bebel y Jaurés, admitían la posibilidad de una guerra "defensiva". Pero todos deseaban evitarla. ¿Cómo? ¿Bastaba contar con los métodos preconizados por los pacifistas no socialistas? ¿O había que recurrir a los medios de acción al alcance de la clase obrera? Entonces reapareció, en una moción francoinglesa (de Édouard Vaillant y Keir Hardie), la idea de la huelga general. Sostenida por los delegados españoles, rusos, serbios y suecos, la moción fue criticada severamente por la delegación alemana con simples argumentos de hecho. ¿Qué dijeron Bebel y Legien? Declararon que la eficacia de una huelga general "ni siquiera es discutible": ¿cómo recurrir a ella en el momento en que los hombres serían movilizados y obstaculizadas las importaciones de productos alimenticios? "Al primer llamamiento se reirán de nosotros." Y luego, ¿había que perder de vista la debilidad de los sindicatos ante el poderío del Estado alemán? "No podemos permitir que se nos impongan métodos de combate que podrían ser peligrosos para el crecimiento de nuestro partido y quizá también para la existencia de nuestras organizaciones." En suma, señaló Vaillant, la huelga general sería "nefasta para el socialismo alemán". Karl Renner desarrolló el mismo tema en nombre de la delegación austro-húngara. En el Congreso de Copenhague, la moción Vaillant-Keir Hardie fue rechazada por 131 votos contra 51. La resolución de Stuttgart se limitó a recomendar, para prevenir la guerra, la limitación de los armamentos, el arbitraje obligatorio, la abolición de la diplomacia secreta: no había nada en ello que fuera de inspiración socialista. Cierto que agregó que en cada país la clase obrera debería emplear, además, "los medios que le parezcan los más eficaces", dependiendo de su situación política y laboral, pero ello significaba renunciar a una acción internacional coherente. ¿Cómo, luego de esos debates, pudo afirmar el Congreso de Basilea que la Internacional "es lo bastante fuerte para imponer sus puntos de vista a quienes ostentan el poder"? De hecho, en julio de 1914 era impotente.

8 Sobre este punto véanse las observaciones de J. Joll, pp. 130-131 (obra citada en la bibliografía).

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El sentimiento religioso

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El cristianismo tiene su área principal de difusión en Europa y en América Latina, es decir, en regiones del mundo donde las manifestaciones del sentimiento nacional y del nacionalismo fueron, en el siglo xrx y en la primera mitad del xx, particularmente vigorosas. Es cierto que el cris-

lie. CARLOS ALFREDO da SILVA PROFESOR ADJUNTO

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tiano está apegado a su patria; tiene razones para pensar que la nación a la cual pertenece posee vina vocación que poner en juego en el mundo.9 Sin embargo, el mensaje de Cristo, puesto que condena la violencia y recomienda el espíritu de caridad y por tanto la benevolencia en los lazos entre las naciones como entre los individuos, debería llevar al cristiano a renunciar al uso de la fuerza para imponer a las otras naciones su propia voluntad; debería inducirlo a experimentar un sentimiento^de fraternidad. ¿En qué hipótesis podría admitir el recurso a la guerra? Ése es todo el problema de la "guerra justa", familiar a los teólogos. La posición respectiva de la Iglesia católica y de las confesiones protestantes ante este problema podía ser diferente en la medida en que el catolicismo siempre fue una fuerza internacional e incluso supranacional, mientras que las iglesias protestantes, hasta una época reciente, no habían tratado de sentar las bases de una acción común en las relaciones internacionales. ¿Qué esbozo es posible dibujar en este dominio que casi no ha sido objeto de estudios críticos?

a tin protestante estadunidense, Elihu Burritt, director del periódico Christian Citizen, quien se puso en contacto con los pacifistas franceses; el congreso, aunque careció de cualquier carácter confesional y contaba entre sus oradores a varias personalidades católicas, se formó en su mayoría con ingleses que pertenecían a las sectas disidentes. Cuarenta años más tarde, un ministro "no conformista", Evans Darby, secretario de la Sociedad Inglesa de Paz, se esforzó por animar la participación de las iglesias en el movimiento pacifista internacional y creó un "comité de las iglesias británicas para el arbitraje" con el apoyo de los metodistas. Sin embargo, esas iniciativas, que fueron las de algunas personalidades ardientes, quedaron lejos de atraer a la masa de los fíeles: en 1899, durante la guerra sudafricana, el Methodist Times se asoció al movimiento nacionalista. Por su parte, las iglesias protestantes más poderosas —la anglicana y la evangélica prusiana— no sólo no participaron en esas tentativas, sino que incluso expresaron su rechazo.12 En 1885, la Sociedad Inglesa de la Paz señaló en su informe anual la indiferencia de esas iglesias con respecto al movimiento pacifista, aunque se tratara de una "obra eminentemente cristiana". Según creían los pastores pacifistas, era la consecuencia del sistema que colocaba a las iglesias en una situación de dependencia con respecto a los Estados y que las inducía a aceptar como "axiomas" de la fe cristiana las necesidades temporales. Fue tan sólo en los años que precedieron a la primera Guerra Mundial cuando tuvo lugar un esfuerzo con miras a comprometer a esas iglesias protestantes en el "movimiento de la paz". Alien Baker, un cuáquero, creó la World Alliance for Promoting International Friendship through the Churches, cuyo fin inmediato era establecer contactos entre pastores ingleses y alemanes para mejorar las relaciones políticas. Esa iniciativa encontró un punto de apoyo en los dos países en algunas personalidades del mundo eclesiástico.13 Sin embargo, cuando en 1910 se reunió en Edimburgo la Primera Conferencia Ecuménica, sólo se puso en la orden del día la acción de las misiones: nada se hizo por la organización de la paz. Es verdad que al año siguiente se estableció un proyecto de conferencia anglo-alemana; pero desapareció en las agitaciones provocadas por la crisis de Agadir. En los Estados Unidos retomó la idea Andrew Carnegie, el "rey del acero", quien había creado en 1910 el Fondo Carnegie para la Paz Internacional: el 10 de febrero de 1914 fundó la Church Peace Union, que se propuso examinar "cómo puede la religión asegurar la paz". Estaba convencido de que la acción de las organizaciones religiosas

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El protestantismo En el seno del protestantismo, pero fuera de las grandes iglesias ligadas a los Estados, se manifestó en el siglo xrx un vasto movimiento pacifista.10 En agosto de 1815, cuáqueros estadunidenses formaron la primera Sociedad de la Paz y fue otro cuáquero, William Alien, quien fundó en junio de 1816 el primer periódico pacifista, The Hernia of Peace. Cuando en 1823 William Ladd —también cuáquero— se convirtió en el jefe del movimiento, insistió en el móvil religioso: el pacifismo es esencial para el "perfecto desarrollo del carácter cristiano". La propaganda era sobre todo la obra de ministros metodistas y congregacionalistas. En Europa la iniciativa estadunidense casi siempre encontró imitadores en los países protestantes: en Gran Bretaña, en Alemania con Schleiermacher, en los Países Bajos y, en Suiza, en el cantón de Ginebra.11 Cuando en 1843 se reunió en Londres el Primer Congreso Internacional de las Sociedades de Paz, sólo la prensa "religiosa" inglesa dio cuenta de los trabajos. La influencia protestante fue aún dominante, pero sin ser exclusiva, cuando en agosto de 1849 se reunió en París un nuevo congreso internacional, que en esa ocasión tuvo una amplia difusión: la iniciativa perteneció 9 Véase, supra, p. 233. 10 Sobre este punto, véanse las observaciones de Beales (obra citada en la bibliografía). 11 En Francia, la Sociedad de los Amigos de la Moral Cristiana, fundada por el duque de

La Rochefoucauld-Liancourt, grupo de miembros católicos y protestantes.

'i¡

" Véase, supra, p. 235. En Alemania, el teólogo Adolf Harnack y el predicador de la corte, Ernst Dryander. En Gran Bretaña, el arzobispo de Canterbury, Randall Davidson. 13

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"puede y debe ser, en el movimiento pacifista, más eficaz que cualquier otra".14 De tal acción no estaban excluidos los católicos: el cardenal Gibbon asistió a la reunión constitutiva de la unión. Sin embargo, los pastores o los misioneros protestantes poseían una amplia preponderancia en el comité directivo y eran sus animadores. Este comité organizó poco después una Conferencia Mundial de Iglesias, cuya reunión se convocó en Constanza para el 1° de agosto de 1914. La conferencia se inició, a pesar de los acontecimientos internacionales (apenas la noche anterior se proclamó el "estado de peligro de guerra"); pero la decisión de movilización general en Francia y Alemania impuso su disolución la mañana siguiente, luego de haber dirigido a todos los gobiernos europeos un llamado a la paz. Curioso episodio, que evidentemente no tuvo ningún eco en el tumulto desencadenado. Para asistir a una confrontación real de los puntos de vista en el seno del protestantismo, hay que esperar a que surja el movimiento ecuménico, entre 1919 y 1939, y la reunión de las conferencias de Estocolmo (1925) y de Oxford (1937). La Conferencia de Estocolmo se celebró en el momento en que se preparaban los acuerdos de Locarno. Una de las comisiones estudiaba "la acción de la Iglesia para la paz". La resolución que sometió al voto de la conferencia condenaba todas las guerras, "pero sobre todo la guerra de agresión", y recomendaba a las iglesias trabajar para formar "una opinión pública cristiana, capaz de oponerse resueltamente a la guerra". La única oposición declarada fue la de una parte de la delegación alemana, pues el "viejo luteranismo", que pretendía reducir el cristianismo a una vida interior, quería abandonar las contingencias políticas "a sus leyes naturales". "Nosotros no tenernos nada que ver con el pacifismo", declaró el superintendente Wolff. La conferencia no respaldó una proposición de la delegación suiza, que quería que se votara una moción en pro del desarme, y se limitó a adoptar los términos de un mensaje según el cual las iglesias debían expresar "su horror de la guerra" y afirmar "que es radicalmente incapaz de arreglarlas controversias internacionales". He ahí, ironizó uno de los participantes franceses, un texto "que hubieran podido aceptar Escipión, Napoleón... y William Penn". La Conferencia de Oxford se reunió en un ambiente muy distinto: ausencia de los protestantes alemanes, de los cuales unos, los que aceptaron el régimen hitleriano o se resignaron a él, no quisieron enviar a sus delegados, y los otros —los miembros de la "Iglesia confesante"— no obtuvieron el pasaporte; ascenso de los nacionalismos alemán e italiano; 14 "Si todas las iglesias del mundo se pusieran de acuerdo para decir: ya no habrá más guerras, ya se hubiera acabado con ellas", declaró a uno de sus interlocutores.

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amenaza inmediata que trajeron las horas más críticas de la guerra civil española. La sección encargada de estudiar los problemas internacionales retomó los temas adoptados en 1925, pero no se limitó a repetirlos; impulsada por algunos juristas de renombre —lord Robert Cecil, Max Huber, John Foster Dulles—, agregó dos recomendaciones generales: las iglesias no debían dejarse "sojuzgar por una ideología nacional"; tenían el deber de "predicar vina limitación progresiva de los armamentos". Pero también comprobó que los cristianos adoptaban ante la guerra posiciones divergentes: unos creían que toda guerra era contraria a la voluntad divina y que en consecuencia debían negar su participación; otros pensaban que la guerra era "justa" cuando tenía como finalidad asegurar el respeto del derecho internacional o acudir en auxilio de las víctimas de una agresión no provocada, y para juzgar sobre ello se remitían a la conciencia de cada quien; otros más se negaron a confiar en esa libre apreciación y afirmaban sin reservas el deber de obedecer al Estado, "organismo querido por Dios para evitar la anarquía". La sección no trató de elegir entre estas posiciones; se limitó a esperar a que las divergencias se atenuaran en el futuro. El mensaje final de la conferencia renunció a definir "el deber del ciudadano cristiano de un Estado beligerante" y a decir si era legítimo recurrir a la guerra con miras a evitar "una violación intolerable del derecho". Esta carencia, señaló uno de los testigos franceses, fue inevitable, pues en tales materias "una oposición subsiste entre el pensamiento anglosajón y el pensamiento continental": "es un doloroso divorcio para la Iglesia ecuménica". f\. El catolicismo En la primera parte del siglo xix, el pensamiento católico fue mucho más reservado que el del protestantismo en cuanto a las ideas pacifistas, quizá porque la jerarquía estaba atenta a evitar una postura que hubiera podido disgustar a los poderes públicos. La influencia de la filosofía política de Joseph de Maistre persistía en ciertos medios eclesiásticos: la guerra "es divina en sí misma, porque es una ley del mundo" y porque los resultados de los conflictos armados "escapan absolutamente a las especulaciones de la razón humana". El vago internacionalismo que había encontrado su expresión en ciertas obras de Lamennais había dejado vestigios entre los católicos sociales de 1848: algunos de ellos habían sido pacifistas militantes; pero, al parecer, la masa de los fieles permaneció indiferente a esas tendencias y la Santa Sede no se mostró preocupada por emprender iniciativas que hubieran podido encontrar |f, resistencias en los grupos católicos nacionales.

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En la situación internacional de 1871 a 1914, el crecimiento de los nacionalismos fue un rasgo dominante de Europa. A este respecto, ¿es posible percibir una actitud común de los medios católicos o una línea directiva trazada por la Santa Sede? Alemania tenía un partido católico, el Centro, que en principio no era confesional, pero que defendía de hecho los intereses del catolicismo y recogía los sufragios de la mayoría de los electores católicos. En tiempos de Bismarck estuvo casi constantemente en la oposición: en 1887 tomó partido contra el proyecto del septenato militar, a pesar de las recomendaciones de la Santa Sede; en diciembre de 1892 combatió el nuevo proyecto de ley militar presentado por Caprivi. ¿Era por eso pacifista? No, puesto que desde 1897, cuando se convirtió en elemento esencial de la vida parlamentaria alemana, abandonó su oposición a la política armamentista y mereció, en 1904, los elogios del canciller Büllow, quien lo felicitó por llevar "una política nacional alemana", No obstante, tuvo gran cuidado de mantenerse aparte del movimiento pangermanista, cuyos excesos condenaba, Con todo, se asoció enteramente a la política exterior del gobierno y confiaba sin más en el "justo derecho" de Alemania. En Austria-Hungría el catolicismo poseía, desde el punto de vista político, una situación "completamente excepcional",15 pues los obispos eran por derecho miembros de la Cámara Alta; en las dos partes de la monarquía la jerarqviía solía ser dócil respecto de las decisiones del gobierno. En ningún momento se manifestó un sentimiento pacifista en los medios eclesiásticos dirigentes. Tanto en Francia como en Alemania la mayoría del episcopado presentó una adhesión activa a las manifestaciones patrióticas. En el transcurso de los últimos años del siglo xrx —en la época del caso Dreyfus—, se afirmó un sentimiento nacionalista en la mayor parte de las agrupaciones católicas: sus portavoces llegaron a veces hasta retomar los temas de Joseph de Maistre. Algunos años después, esa tendencia ganó adherentes activos incluso en el movimiento de Du Sillón, del cual toda un ala, animada por Du Roure, fue ganada a las ideas nacionalistas, y en el Bulletin des professeurs catholiques de Joseph Lotte. Sin embargo, también en Francia se organizó un movimiento pacifista católico cuyo dirigente, Vanderpol, encontró apoyos en Bélgica y fundó en 1911 una liga internacional. Pero la Liga de Católicos Franceses por la Paz no reunió más de 700 miembros, y la Liga Internacional de Católicos Pacifistas se esforzó en vano por obtener de la Santa Sede un signo de aprobación. Cuando en 1913 Vanderpol, con el apoyo del obispo de Lieja, 13 Fue el embajador austro-húngaro quien llamó la atención de Pío X sobre este punto. F. Engel-Janosi, Oesterreich una. der Vatikan, Viena, 1958,1.1, p. 47.

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intentó organizar un congreso eclesiástico internacional con el objeto de preparar una "reconciliación" franco-alemana, sólo cuatro obispos franceses aceptaron enviar un representante.16 Así, casi en todas partes, el sentimiento nacional del catolicismo europeo se afirmó a expensas de la solidaridad religiosa. ? Hasta 1914 la Santa Sede no hizo esfuerzos serios para rencauzar dicha tendencia, a pesar de todo lo inquietante que pudiera ser para la misión de la Iglesia. '-• En 1870 Pío IX ofreció su mediación en el conflicto franco-prusiano, pero sólo después de la declaración de guerra; no insistió cuando el gobierno alemán desechó la oferta invocando al honor nacional. León XIII, "papa político" y diplomático con gran experiencia, se había mostrado dispuesto a desempeñar un papel activo en las relaciones internacionales para restablecer el prestigio de la Santa Sede, sacudida por los acontecimientos de 1870. Con tal fin aceptó, en 1885, actuar como mediador entre España y Alemania en el asunto de las islas Carolinas. Con el mismo fin hubiera querido participar en 1899 en la Conferencia de La Haya.17 Sin duda, en dos ocasiones18 declaró que el régimen de la "paz armada" y la carga de los armamentos eran "intolerables"; sin duda, indicó en entrevistas su deseo de que se instituyera un tribunal internacional de arbitraje. Pero se limitó a estas vagas alusiones y no propuso ninguna iniciativa. * Pío X, que no quería ser diplomático, fue aún más reservado; en 1911 dio al Fondo Carnegie para la Paz Internacional la aprobación que no otorgó ese mismo año a la Liga Internacional de Vanderpol. Pero en los últimos días de julio de 1914, el secretario de Estado aprobó el ultimátum austro-húngaro a Serbia y expresó a los representantes diplomáticos de las potencias centrales la esperanza de que Austria-Hungría "se mantendrá firme":19 la Santa Sede deseaba que la doble monarquía, que era el "Estado católico por excelencia", escapara si era preciso de los peligros que corría por los movimientos nacionales eslavos. De este modo, 16 Sobre ese movimiento, un estudio aún inédito de M. Charles Juillard aportará nueva información. Aquí nos atenemos a indicaciones generales que dará dicho estudio. 17 Las palabras del secretario de Estado encargado de los asuntos de Francia indican con claridad que la Santa Sede quería plantear ante la conferencia la "cuestión romana". (Documents diplomatiques fmnfais, 1871-1914, 1a serie, t. xw, núm. 325.) Es precisamente esta perspectiva la que condujo al gobierno italiano, y luego al alemán, a rechazar la demanda de la Santa Sede. 18 Las encíclicas Nostris errorem del 11 de febrero de 1889 y Ad príncipes del 20 de junio de 1894. " Los informes del ministro de Baviera en el Vaticano (24 de julio, Bayerische Dokumente, p. 266) y del encargado de los asuntos austro-húngaros (27 de julio de 1914, OUA, viu, p. 893). Véanse también (Engel-Janosi, op. cit., u, p. 151) las palabras dirigidas al embajador de Austria-Hungría, en agosto de 1914, por el secretario privado del papa.

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se reunieron, como señaló el encargado de asuntos austro-húngaros, "la concepción apostólica y el espíritu belicoso". Con Benedicto XV la actitud de la Santa Sede adoptó una nueva orientación con respecto a las ideas pacifistas. En el momento en que la primera Guerra Mundial infligía a la Iglesia católica una "temible prueba", la Santa Sede debía querer el fin de la guerra. El papa no se limitó a la vaga expresión de tal deseo, sino que tomó iniciativas. ¿Cuál era el sentido de ello? Cuando el 28 de julio de 1915 dirigió un llamamiento a los pueblos beligerantes para recomendar una paz negociada, cuando el 16 de febrero de 1917 sugirió a Guillermo II las "bases generales" que deberían postular una oferta de paz, cuando el 1° de agosto de 1917 emprendió la iniciativa de una mediación, Benedicto XV tenía quizás el propósito de "cumplir un deber con la humanidad", pero deseaba sobre todo poner fin a los peligros que corría la Iglesia; y deseaba también no dejar al socialismo internacional el monopolio de una acción en favor de la paz. Y cuando desde fines de 1915 se propuso una participación en la futura conferencia de la paz, acaso consideraba, como León XIII en 1899, que la conferencia le concedería la oportunidad de plantear la "cuestión romana". Así, tales intervenciones se asociaban con preocupaciones políticas. Pero Benedicto XV rebasó esas preocupaciones cuando recomendó, en su carta del 28 de septiembre de 1917, "la supresión del servicio militar obligatorio", o cuando en la encíclica Pacem del 23 de mayo de 1920 proclamó que es un "deber" el "acercamiento fraternal de los pueblos" y deseó el éxito de la Sociedad de Naciones, como desearía, en noviembre de 1921, el éxito del desarme naval. La línea que trazó Benedicto XV fue la seguida, aunque con titubeos, por Pío XI cuando opuso al patriotismo, "fuente de virtudes y de heroísmo", el "nacionalismo inmoderado, germen de injusticias y de inquietudes" y presentó los remedios: "inviolabilidad del derecho de gentes"; "pacificación de los espíritus" gracias a la acción de la Iglesia católica, "única capaz de hacer penetrar en la sociedad los principios cristianos".20 Sin embargo, la Santa Sede no se atrevió a pronunciar una censura contra los actos de agresión de Italia en 1935, de Alemania en 1938, porque evidentemente temía provocar en la conciencia de los católicos un conflicto entre el sentimiento nacional y el deber de obediencia al mensaje pontifical. Sólo Pío XII, que había sido en 1917 el principal agente de la política de Benedicto XV, dirigió con firmeza en 1939 una acción que multiplicaba los llamamientos públicos a la paz y las iniciativas diplomáticas: En la encíclica Ubi arcano del 23 de diciembre de 1922. La idea fue retomada en la alocución pontifical de Navidad de 1930 y en la encíclica Caritate Chrísti del 3 de mayo de 1932. 20

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homilía del 9 de abril; gestiones ante los gobiernos con miras a la reunión de una conferencia internacional destinada a buscar una salida para los conflictos germano-polaco y franco-italiano; alocución del 2 de junio en el Sacro Colegio, donde se presentó como el deber propio de la Iglesia el "oficio de pacificación"; proyecto de compromiso sugerido al gobierno polaco sobre la cuestión de Gdansk, el 18 de agosto; mensaje radiofónico del 24 de agosto; llamamiento dirigido el 31 de agosto por el secretario de Estado a los representantes diplomáticos ante el Vaticano. Se trataba de un esfuerzo continuo, que contrastó singularmente con el comportamiento de Pío X en jtüio de 1914. La línea de nueva conducta adoptada por la Santa Sede durante los 20 años que separan las dos guerras mundiales estimuló el surgimiento de los movimientos pacifistas católicos:21 21 países estuvieron representados, en 1921, en el Primer Congreso Católico de la Paz, que se reunió en París; y la "consulta escrita" sobre el tema "La paz y la guerra", presentada en 1931 en Friburgo por ocho teólogos procedentes de todos los Estados donde el catolicismo representaba una fuerza, tuvo un gran público. Ahí también fue muy notorio el contraste con las dificultades que tuvieron las iniciativas anteriores a 1914. Pero los resultados de tales esfuerzos fueron modestos: en la mejor época, ninguna de las organizaciones agrupaba más que a algunos miles de miembros y casi todas, salvo Pax Romana, vegetaron a partir de 1933, cuando crecieron los peligros. En ningún momento y en ningún país se reunieron las organizaciones para definir una actitud común con respecto a la Sociedad de Naciones y a los principios de la seguridad colectiva. De hecho, a pesar de los llamamientos lanzados por la Santa Sede, el nacionalismo conservó posiciones fuertes en el mundo católico que, en esa ocasión, sufrió divergencias análogas a las que se manifestaron en el seno del protestantismo. A este respecto, la "encuesta sobre el nacionalismo" que realizara entre ^ 1924 y 1925 Maurice Vaussard a 160 personalidades católicas francesas y extranjeras es significativa. Ahí, las relaciones entre catolicismo y nacionalismo o catolicismo y pacifismo componen el principal interés en las respuestas recibidas por el investigador. El nacionalismo, dijo el padre De la Briére, era legítimo si estaba "en armonía con las obligaciones fundamentales del derecho natural y divino" y, en consecuencia, con los principios de justicia, orden y "moralidad social", de los que la Iglesia era la salvaguardia. ¿Cuándo se volvería excesivo y peligroso? "En los límites de la más estricta ortodoxia, la zona de las controversias legítimas 21 Tomamos esta información de un estudio inédito de Janine Monier, Le Mouvement pacifiste catholique International de 1919a 1939 (el Catholic Council for International Relations, la Union catholique d'Études internationales, la Ligue catholique Internationale y Pax Romana fueron los movimientos principales).

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sigue siendo considerable", reconocía el mismo autor. Desde luego, y las respuestas a la encuesta lo muestran con claridad. Según una de esas respuestas —la de Filippo Meda—, el catolicismo "no excluye las luchas [...] entre las naciones cuando son necesarias para hacer prevalecer un derecho o un interés legítimo": la guerra era "justa" cuando se trataba de que un Estado resguardara sus fronteras naturales o protegiera sus derechos a la expansión económica. Según otra —la de Jacques Chevalier—, el sentimiento religioso no podía recomendar a una nación "olvidar una injusticia". Y Gonzague de Reynold señaló: "En relación con todas estas ideas, todas estas tendencias que reclama nuestra época, no siempre sabemos, nosotros católicos actuantes y pensantes, cuál debe ser nuestra línea de conducta, hasta dónde podemos ir ya sea en la resistencia, ya sea en la conciliación. Esta incertidumbre explica por qué no hay todavía, en detrimento nuestro, una unidad católica frente, digamos, a la Sociedad de Naciones". Por tanto, el autor deseaba que la Santa Sede propusiera "direcciones positivas". Fue un deseo que no condujo a nada. El promotor de la encuesta comprobó que "la mayor parte de los católicos, guiados por un gran número de sus pastores, aprueban prácticamente el interés nacional [...] antes que el interés de la Iglesia".22 En vísperas de la segunda Guerra Mundial en Francia, un filósofo católico y pacifista trató de definir de manera más precisa la que podría ser la actitud de los cristianos ante "el problema de la paz". El cristiano, decía, no debe ser un "pacifista absoluto"; no condena la guerra cuando es "justa"; por tanto, admite "la legitimidad de la violencia al servicio de la justicia". Pero, ¿cómo determinar esa legitimidad? La "justicia internacional", respondió Emmanuel Mounier, "no es abstracta; cambia de contenido con el tiempo". Ahora bien, en 1939 la cuestión esencial consistía en elegir "entre la guerra y el deshonor espiritual": el cristiano no debía "comprar la paz al precio de un incremento de la bajeza, de un nuevo retroceso del espíritu cristiano ante las fuerzas anticristianas"; en tal caso, debía aceptar correr el riesgo de la guerra. Así, para aconsejar la resistencia al nacionalsocialismo, la doctrina ya no acude al interés nacional sino a un deber moral. ¿Se incrementaría la eficacia de estos movimientos religiosos en pro de la paz si fuera posible establecer una acción común de las religiones cristianas? A iniciativa de la Church Peace Union of America, se convocó en Ginebra en 1928 un congreso que reunió a los delegados de las organizaciones pacifistas católicas y protestantes. Pero fue una iniciativa aislada. "Mientras la Iglesia romana permanezca separada, no será posible concentrar todas las fuerzas del cristianismo para responder a las nece-

sidades y a los problemas del mundo actual", declaró el arzobispo de Canterbury al inaugurar, en 1937, la Conferencia Ecuménica de Oxford. En suma, para alimentar el movimiento pacifista, el sentimiento religioso no fue mucho más eficaz que el cuidado de salvaguardar los intereses materiales. En ciertos aspectos, la solidaridad que las condiciones nuevas de la producción y de los intercambios habían establecido entre las naciones tuvo menos influencia en las relaciones entre los grupos humanos que la rivalidad de los intereses económicos. El sentimiento de fraternidad cristiana no prevaleció sobre el sentimiento nacional.

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22

Véase la p. 293 de dicha obra, citada en la bibliografía.

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2. LOS MÉTODOS DE LA ACCIÓN PACIFISTA

Los militantes pacifistas siguieron tres vías cuando trataron de determinar los medios de su acción: rechazo a participar en actos de violencia, esfuerzo por suprimir las causas de guerra y concepción de un régimen de "paz por la vía del derecho", fundado en reglas jurídicas e impulsado por instituciones internacionales. Estas tres tendencias generales no eran antagónicas: los adeptos de la "no violencia" consideraban también los métodos jurídicos; los apóstoles de la "paz por vía del derecho" no solían ser indiferentes a tal o cual aspecto de las tentativas propuestas con miras a "neutralizar" las causas de conflicto. Sin embargo, la distinción no es artificial porque tuvieron su lugar respectivo en el desarrollo histórico del movimiento de la paz en el transcurso del último siglo y porque, expresa diferencias entre familias espirituales. La primera tendencia fue manifestada por los cuáqueros, que siguieron siendo sus promotores más activos.33 Los fundadores de las "sociedades de paz" estadunidenses que se constituyeron inmediatamente después de 1 8 1 5 no admitían ninguna forma de guerra, ni siquiera defensiva; estimaban que el cristiano no debía oponer resistencia a un acto de violencia. "No creo — escribió en 1838 William Ladd— que el cristiano tenga el derecho de tomar la vida de otros, incluso en legítima defensa: es a Dios a quien toca tomar venganza de la agresión." La misma convicción animaba a William Burritt cuando en 1 846 fundó la Liga de Fraternidad Universal. A decir verdad, estos apóstoles no trataban de imponer, ni siquiera a sus amigos, una adhesión integral a su doctrina: Ladd no quiso tomar partido públicamente porque estaba consciente de que una propaganda fundada en esta base traería el reclutamiento de las sociedades pacifistas. Sólo la agrupación que fundó Henry Wright en septiembre de 1838 pregonaba abiertamente el programa de "no violencia"; pero se vino *•

v a Cf. la obra de Beales, citada en la bibliografía.

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abajo cuando inició la guerra de los Estados Unidos contra México, pues vina parte de sus seguidores se negó a sostenerla por considerarla ilegítima. En 1860 los jefes del movimiento pacifista, que eran también miembros activos del movimiento antiesclavista, no quisieron oponerse a la guerra que hizo el gobierno de los Estados Unidos contra la secesión sudista; llegaron a decir que la condena lanzada contra la guerra se aplicaba únicamente a los conflictos internacionales. Esas diferencias dañaron el desarrollo del movimiento pacifista estadunidense. Sin embargo, en la misma época la doctrina de "no violencia" y el rechazo del servicio militar encontraron numerosos adeptos en el seno de la Sociedad Inglesa de la Paz. Pero tales ideas casi no penetraron en el continente europeo, donde la Sociedad de Amigos de la Moral Cristiana, la primera organización pacifista, evitó tomar partido. Los pacifistas continentales no podían colocarse tan fácilmente fuera de las realidades como los estadunidenses o los ingleses. En la segunda mitad del siglo XDC esta doctrina de "no violencia" ya no se afirmaba con el mismo vigor, ni siquiera entre los pacifistas ingleses que, en su mayor parte, no se opusieron a la guerra de Crimea ni a la guerra sudafricana. Los cuáqueros fueron los únicos que exigieron a sus miembros la promesa de "mantener el testimonio del cristiano contra toda guerra como incompatible con los preceptos y el espíritu de Dios". Incluso este artículo de la doctrina fue criticado, abierta o secretamente, por ciertos miembros de la Sociedad de Amigos.24 En realidad, el pacifismo "radical" fue perdiendo terreno. La segunda tendencia —la que buscaba asegurar la paz suprimiendo las causas de la guerra— tomó en el movimiento del pensamiento pacifista una amplitud muy distinta.25 ¿Causas económicas? A mediados del siglo xix los pacifistas culpaban sobre todo a las políticas comerciales de los Estados, a las prácticas del imperialismo y a las restricciones a la libertad de cambios. Los "celos comerciales" sostenían los antagonismos internacionales. El remedio consistía en establecer un régimen que permitiría el desarrollo del comercio internacional. Desde 1828 J. B. Say afirmó que el despegue comercial convencería a los pueblos de "la solidaridad de sus intereses". El progreso de los intercambios, agregó en 1838 William Channing, tejería "una red de intereses comunes". Desde ese momento, la paz estaría garantizada, pues cualquier conflicto "perturbaría el orden y la industria de todos los otros Estados". Por tanto, había que abatir las barreras aduanales que obstaculizaban ese progreso. En 1842 Richard Cobden pro-

movió esa idea: la paz y el libre intercambio eran "una sola y la misma causa"; la supresión de las barreras aduanales era "el único medio humano" de obtener la paz, pues permitiría establecer "una libre cooperación humana que superará los obstáculos de nacionalidad y de raza"; "el interés privado bien comprendido, que opere en el marco de la libertad de los contratos y de la libre competencia, será el verdadero instrumento de progreso individual y de armonía social". En 1847 Frédéric Bastiat retomó la tesis. "El espíritu del libre cambio no es exclusivo del espíritu de guerra, de conquista y de dominación"; "borra los celos internacionales" porque mostraría a los productores que la prosperidad real de la industria estaba fundada "no en los monopolios perjudiciales a las masas, sino en la prosperidad de las masas que son la clientela, es decir, de todo el mundo". Cuando la opinión pública haya comprendido esta verdad, "habrán sonado las últimas horas de las agresiones violentas".26 El secretario perpetuo de la Sociedad de Economía Política, Joseph Garnier, en su Traite d'écohomiepolitique, reeditado siete veces entre 1850 y 1875, amplió el punto de vista: la libertad de cambio no sólo establecería lazos entre los intereses, sino también permitiría "la penetración recíproca de las ideas", despertaría los sentimientos "de estima y de confraternidad" entre los pueblos.27 ' Sin embargo; en las últimas décadas de ese siglo la propaganda pacifista ya no podía sustentar esta esperanza, pues únicamente Gran Bretaña seguía fiel al libre cambio. Pero en 1933, cuando comenzó en los Estados Unidos la era de Franklin Roosevelt, el secretario de Estado Cordell Hull intentó reanimar la tesis según la cual el "desarme económico" y la libertad de cambio son las condiciones esenciales de una paz duradera. • ¿Causas sociales? La doctrina marxista subrayaba el papel del gran capitalismo en los conflictos de intereses económicos, la codicia de los hombres de negocios que para incrementar la ganancia empujan al Estado a asegurarse una ventaja en la competencia comercial, aun por la fuerza, y la influencia de los "mercaderes de cañones", considerados responsables del desarrollo del armamento. Suprimir esa incitación capitalista estableciendo una sociedad "sin clases" sería asegurar la paz. Por tanto, cuando se percibe la amenaza de guerra, la clase obrera tiene el deber de hacer fracasar a las empresas del gran capitalismo. Su medio de

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24 25

Hirst, p. 247 (obra citada en la bibliografía). Sobre este tema, véanse los puntos de vista de R. Aron, op. cit,, pp. 693-699.

,

259

26 Discurso pronunciado en Lyon en agosto de 1847, en CEuvres completes (París, 1862), t.n, p. 270. , 27 Es la misma tesis que, algunos años después, desarrollaron en Francia Frédéric Bastiat y, en los Estados Unidos, H. Carey: "la Revolución industrial" viene a ser el prefacio ^ a la armonía entre los intereses. Y el "industrialismo" es, según el pensamiento de Michel Chevalier, Auguste Comte y Herbert Spencer, la antítesis del militarismo.

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acción es la huelga general revohicionaria. Tal recurso a la Ivicha de clases ya había sido sugerido en 1855 por el pacifista estadunidense Elihu Burritt, quien había proyectado "una huelga organizada de todos los trabajadores de la cristiandad contra la guerra". Pero fue la difusión del marxismo la que le dio su mayor proyección.28 ¿Causas políticas? Las divergencias entre los sistemas de gobierno europeos hasta los primeros años del siglo xx (tan sólo al iniciarse 1906 desapareció la monarquía absoluta en Rusia, y en 1908 en Turquía) fueron durante una parte del siglo xix una causa de conflictos internacionales. Era una idea común a pensadores tan diferentes como Mazzini, Victor Considérant y Alexis de Tocqueville. Así, entre 1850 y 1870, y sobre todo entre 1867 y 1869, en el seno del movimiento pacifista se afirmó una corriente de ideas que veía en la difusión de los regímenes repviblicanos y democráticos las condiciones necesarias y suficientes para garantizar el mantenimiento de la paz. El tema fue sugerido por Victor Hugo en un discurso del 24 de febrero de 1855. En 1867 dominó los debates del Congreso de la Paz reunido en Ginebra: sólo cuando hubieran sido eliminados los "regímenes despóticos" sería posible "unir a los pueblos". La Liga por la Paz y la Libertad, cuya fundación decidió ese congreso, tenía como fin principal despertar un movimiento de opinión que preparara la caída de los "viejos sistemas gubernamentales". El congreso de 1869, del cual Victor Hugo fue el presidente honorario, deseaba establecer una federación de los pueblos de Europa, pero quería admitir únicamente a aquellos que poseyeran el sufragio universal, el derecho de conceder la contribución y que se beneficiaran de un régimen "en el que se encuentran garantizadas las libertades individuales y las libertades públicas". En realidad, esa corriente de pensamiento era sobre todo un medio de lucha contra los regímenes autoritarios: el del zar, el de Bismarck y el de Napoleón III. La paz no era la preocupación esencial de estos pacifistas. ¿Causas morales? El obstáculo fundamental para el desarrollo pacífico de las relaciones internacionales —nadie lo discute— eran los excesos de los nacionalismos. Con frecuencia, tal deformación del sentimiento nacional era fomentada por la prensa y la escuela. ¿Cómo poner trabas a esa desviación? Mediante una labor de información y de educación que incumbiera, en todos los países, a la élite intelectual y que tendiera a sustituir los nacionalismos por un "cosmopolitismo". Quizás desde hace mucho esta preocupación fue la de todos los doctrinarios del pacifismo: los grandes congresos de la paz, el de 1849 y el de 1867, toda la serie de congresos pacifistas "universales" de 1889 a 1914, las iniciativas 28

Véanse, supra, pp. 245-247.

EL SENTIMIENTO PACIFISTA

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de Andrew Carnegie en 1910-1914 la colocaron constantemente en el primer plano. Sin embargo, no fue sino hasta después de 1919 cuando se emprendió una acción metódica y continua, bajo la égida de la Federación de Asociaciones para la Sociedad de Naciones. En la medida en que se trataba de "corregir" las tendencias de la prensa y de la escuela, las tentativas fueron vanas. Las indagaciones que entre 1919yl939 denunciaron las incitaciones nacionalistas en los manuales escolares comprobaron el hecho, sin llegar a remediarlo. La única tentativa que se esbozó, en 1935, para sentar las bases de una revisión de esos manuales mediante un acuerdo entre profesores franceses y alemanes no tuvo resultados prácticos y casi no podía tenerlos, habida cuenta de las circunstancias. Hubo que esperar a que terminara la segunda Guerra Mundial para que ese esfuerzo fuera retomado por la UNESCO. En cuanto a la prensa, los llamamientos dirigidos a la conciencia de los periodistas o a su sentido de responsabilidad, las tentativas hechas entre 1927 y 1931 por la Sociedad cíe Naciones para esbozar un estatuto internacional de periodistas y organizar la lucha contra las noticias falsas, los estudios más avanzados realizados por iniciativa de la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, pero orientados hacia la libertad de información más que hacia la noción de responsabilidad de la prensa, no fueron más allá del estadio de las buenas intenciones. >• ¿Causas demográficas? La cuestión radica en determinar qué papel habría que atribuir, en el origen de los conflictos internacionales, a la sobrepoblación, a la miseria que engendra y a la disparidad de los niveles de vida entre los pueblos del mundo, cuestiones de las que aquélla es en parte responsable.29 A decir verdad, el movimiento pacifista antes de 1914 casi no se preocupaba de estas cuestiones. Entre 1919 y 1939 los sociólogos y los economistas las discutieron, pero interesados especialmente en hacer un juicio crítico sobre la noción de "espacio vital" y sobre los argumentos que en Alemania y en Italia apoyaban la política de expansión. Sólo a partir del fin de la segunda Guerra Mundial, en el marco de los problemas políticos y económicos internacionales planteados por la existencia de los países subdesarrollados, la transformación de las tendencias demográficas en esos países apareció en amplios medios pacifistas como una condición necesaria para el mantenimiento de la paz. T Cuando el movimiento pacifista anunció el propósito de suprimir las causas de conflictos internacionales apoyándose en una crítica de la "teoría de la guerra", ¿debemos admitir que muy a menudo se subordinó a preocupaciones de un orden muy distinto? Los economistas *.2 War Memoirs, t. w, pp. 1770-1775. 103 T. i, p. 28, 26 de marzo de 1919. 104 T. i, p. 65, 28 de marzo de 1919. 105 T. i, p. 68, 28 de marzo de 1919.

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5. EL ESPACIO VITAL SEGÚN HlTLER

"El Reich alemán —escribía Hitler a Charnberlain111 el 22 de agosto de 1939— posee ciertos intereses definidos a los cuales es imposible renunT. i, p. 90, 31 de marzo de 1919. T. i, p. 127, 3 de abril de 1919. IOS T. i, pp. 133-137, 3 de abril de 1919. 109 Suárez, Enana, t. v, p. 342. 110 Peace Treaties, 1.1, p. 63. '" Documents on Germán Foreign Policy, t. ix, núm. 201. 106

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.

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ciar." La expresión "intereses definidos" parece indicar que Hitler tenía un plan bien establecido y de algún modo limitativo. Ahora bien, si el plan existía, sus límites eran imprecisos. La originalidad de las concepciones de Hitler procede de la superposición de tres planes en su mente: uno, que consistía en destruir la humillación del Diktat de Versalles, quería imponer una revisión. El segundo consistía en agrupar a los alemanes en un "gran Reich". El tercero qviería conquistar para el gran Reich un inmenso espacio vital, un Lebensraum, fuera de sus fronteras. Si comparamos a Hitler con la mayor parte de los estadistas alemanes de la República de Weimar, encontraremos una perfecta identidad de perspectivas en el primer punto. Stresemann, al igual que Hitler, luchaba por la igualdad de derechos, la Gleichberechtigung. Stresemann condenaba la idea de una "culpabilidad alemana", de una indignidad de Alemania para poseer colonias. Como todos los alemanes, era hostil a la ocupación, a las reparaciones, a la internacionalización del territorio del Sarre, al desarme unilateral de Alemania. Stresemann estaba de acuerdo con Hitler incluso en gran parte del segundo punto: la reunión de los alemanes en un gran Estado. En la célebre carta a Kronprinz del 7 de septiembre de 1925,112 preconizó "la rectificación de nuestras fronteras orientales, recuperación de Gdansk, del corredor polaco y modificación del trazo de la frontera de la Alta Silesia. A más largo plazo, incorporación de Austria a Alemania". Pero Stresemann previo límites a esta gran Alemania. Renunció libremente a Alsacia y a Lorena por el tratado de Locarno, así como a Eupen y a Malmédy. Al parecer, no pensó en los alemanes de los Súdeles, en el sur del Tirol colocado bajo soberanía italiana, en Memel, en los países bálticos. Por el contrario, Hitler codiciaba todos estos países, aunque lo atribuye a razones tácticas —por ejemplo, cuando afirmó solemnemente que hacía el "sacrificio" de Alsacia-Lorena—. Su concepción racista se confundía particularmente con una concepción lingüística. Todos los que hablaban alemán debían formar parte del gran Reich. Más aún, consideraba a los croatas y a los eslovenos como alemanes que perdieron su idioma, lo que justificaría, según él, la anexión de Trieste. Luego de la capitulación italiana nombró, el 15 de octubre de 1943, un Caulaiter una Reichstatthalter para la "zona de operación del litoral adriático" (Trieste, Liubliana, Gorizia, Friul e Istria). Así, consideraba esos territorios como alemanes.113 Pero la verdadera originalidad de Hitler con respecto a sus predecesores se encuentra en su concepción del Lebensraum. Indica con mucha claridad su principio en Mein Kampf. Hay —decía— 112 113

Papiers de Stresemann, t. u, pp. 111-112. Goebbels Diaríes, Nueva York, 1948, p. 474 (23 de septiembre de 1943).

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cuatro medios para alimentar a una población alemana que se incrementa con casi unos 900 000 habitantes por año: 1° restringir artificialmente los nacimientos, como Francia. Pero eso va contra la voluntad de la naturaleza; 2°. practicar la colonización interior. Pero no se puede incrementar indefinidamente los recursos del suelo. Al final surgiría la hambruna. Entonces la naturaleza hará su elección y eliminará a los más débiles; 3° adquirir nuevos territorios; 4° acrecentar la clientela alemana en el extranjero mediante vina política comercial y colonial. De estas cuatro soluciones, Hitler escogió la tercera, la conquista de nuevos territorios y de un espacio vital. La veía esencialmente en el este de Europa. Las colonias le interesaban poco. Quería recuperar las antiguas colonias alemanas; hablaba también de Marruecos; pero ello tenía para él sobre todo la finalidad de lavar viejas humillaciones. El Lebensraum eran las vastas planicies habitadas por la raza inferior de los eslavos: "Hay que adoptar con calma y sangre fría el punto de vista de que no podría ser conforme con la voluntad divina contemplar que un pueblo posea 50 veces más territorio que otro". Desde luego, ese "otro" es eslavo, mientras que la nación desfavorecida en términos de espacio es la alemana. El "derecho" de la raza superior estaba indicado con claridad. La doctrina de la superioridad aria, heredada de Gobineau, Vacher de Lapouge y Houston Stewart Chamberlain, se combinaba aquí con las teorías seudocientíficas de geopolítica defendidas por el general Haushofer. La raza superior necesitaba espacio, porque es fuente de poderío. Por tanto, el Lebensraum era mucho más una fuente de poderío que una ambición de materias primas. Así, nos damos cuenta del error cometido desde 1937 por Roosevelt cuando pensaba, con Sumner Welles, que se detendría a Hitler proporcionándole el libre acceso a las materias primas. Hitler quería la conquista. Por lo demás, la noción de justicia jamás le preocupó mucho: "No buscamos tener a la justicia de nuestro lado, sino sólo la victoria", dijo a sus generales el 22 de agosto de 1939.m "Cierren sus corazones a la piedad. Actúen brutalmente [...] El más fuerte tiene la razón."115 "Por un lado, tenemos en Europa pueblos muy civilizados que se ven reducidos, ellos mismos, a hacer los trabajos pesados. Por el otro, disponemos de esas masas estúpidas del este. Son esas masas las que deben hacer nuestras labores ruines."116 Es interesante analizar los límites que Hitler asignaba a su espacio vital. No podríamos confiar en las concepciones sucesivas que elaboró sobre el "reparto en zonas de influencia" (por ejemplo, en sus conversa1H Diario del coronel n¡lbid., núm. 193. 116

general Halder, en Documents on Germán Foreign Potícy, serie D, t. K.

Libres propos, p. 68, 12 de noviembre de 1941.

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clones con Molotov en Berlín en noviembre de 1940). Es en Mein Kampf, con cierta vaguedad, y sobre todo en las declaraciones que hizo después del 22 de junio de 1941, en el periodo de las grandes victorias, donde debemos buscar algunas precisiones. "Son muchos quienes pensaban que, al término de la primera Guerra Mundial, debíamos interesarnos en las riquezas mineras del oeste, en las materias primas coloniales, en el oro. Yo siempre consideré la posesión de territorios en el este como lo que era indispensable para nosotros, y hoy no tengo ninguna razón para modificar mi punto de vista."117 ¿Por qué esta ambición? Porque "es ridículo pensar en una política mundial mientras no se domine el continente".118 "Primero es preciso dominar a Europa para que tenga sentido una política colonial. Por lo demás, sólo es nuestro Camerún el que yo quisiera poseer de nuevo, ¡si no nada!"119 Por tanto, era Europa, en el sentido tradicional, es decir, hasta los Urales, lo que Hitler quería conquistar. Como medida de seguridad, la frontera podría situarse a 200 o 300 kilómetros al este de esa cordillera. A lo largo de una especie de limes de tipo romano, llegado el caso, soldados colonos rechazarían a los "bárbaros" procedentes de Siberia. A esta frontera "es nuestro deber colocarla donde nosotros deseamos que esté".120 Al parecer, dentro del espacio vital habría dos tipos de colonización. Una colonización campesina de alemanes, y, dado el caso, de holandeses, noruegos, daneses "e incluso, a título individual, suecos"121 en los países bálticos, en Ucrania y en Crimea. En otras partes, ciudades alemanas enlazadas por autopistas, rodeadas a unos 30 o 40 kilómetros de profundidad por "una faja de lindos poblados". "Lo que existe más allá es otro mundo en el cual pretendemos dejar que los rusos vivan como deseen. Nos basta con dominarlos. En el caso de una revolución, no tendremos más que arrojar algunas bombas sobre sus ciudades y el asunto estará liquidado." Gracias a ese sistema se obtendrían varios resultados. Para empezar, ya no se permitiría que "alemanes emigren a América". Luego, los alemanes adquirirían "el sentido de los grandes espacios".122 La inmensa Europa así creada podrá vivir de manera autárquica. Abandonaría "el deseo de exportar a todo el mundo".123 Será "una fortaleza inexpugnable protegida de cualquier amenaza de bloqueo".124 Ibid., 27-28 de julio de 1941, p. 12. p. 54, octubre de 1941. p. 45, 18 de octubre de 1941. p. 23, 23 de septiembre de 1941. 121 Ibid.. p. 11, 27 de julio de 1941. 122 Ibid., p, 20,17 de septiembre dé 1941. 123 Ibid., p. 25, 23 de septiembre de 1941. 124 Ibid., p. 20, 17 de septiembre de 1941.

117

118 Ibid., 119 Ibid., 120 Ibid.,

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¿Qué papel desempeñarían los demás pueblos europeos en este sistema? Por lo que se puede advertir, Hitler consideraba una pirámide jerárquica donde las posiciones corresponderían al porcentaje de sangre aria que se tuviera en las venas: la gran Alemania en el centro, dueña de todo. Luego una franja de pueblos que podrían germanizarse progresivamente: escandinavos, holandeses y hasta ingleses. Hitler admiraba a Inglaterra y preveía que un día Alemania e Inglaterra marcharían juntas contra Estados Unidos. "Creo que esta guerra marcará el inicio de una amistad duradera con Inglaterra. Pero antes será necesario que la derrotemos por completo. El inglés no es capaz de respetar más que a aquel que lo ha puesto fuera de combate."125 Noruega sería "la central eléctrica de Europa del Norte. De tal suerte, los noruegos encontrarán al fin una misión europea por cumplir".126 En cambio, los suizos serían muy apropiados como buenos mesoneros. Más abajo vendrían los satélites: los países latinos, Francia, Italia, España, Portugal, Rumania, así como los húngaros y los griegos. Aún más abajo, los eslavos, nacidos para ser esclavos, y a quienes se les prohibiría el acceso a la educación superior. En cuanto a la raza inferior por excelencia, la de los judíos, sería exterminada. Fuera de esta Europa y de sus dependencias africanas (Italia extendería su dominación de Túnez a Suez y al Océano índico, Francia tendría compensaciones a expensas del Imperio británico: al menos fue lo que se prometió a Darían en las conversaciones de Berchtesgaden en mayo de 1941), ¿qué sería del resto del mundo? Salvo en el breve prefacio de Mein Kampf, Hitler no parecía pensar en términos de dominación mundial. Además de los "bárbaros" rusos de Siberia, se entrevé en su pensamiento la idea de otros dos grandes dominios mundiales, vino y otro autárquicos: el de los Estados Unidos en el continente americano y el de Japón en el Lejano Oriente. Hitler recordaba127 que a la caída de Port Arthur los pequeños checos de su clase lloraron, "mientras que nosotros estábamos exultantes de alegría. En esa misma época nació mi sentimiento por Japón". Pero su racismo no le permitía aceptar a Japón como una gran potencia más que en la medida en que recibiera la influencia aria: "Si a partir de hoy deja de ejercerse la influencia aria en Japón [...] los progresos que logra Japón en las ciencias y la técnica podrían continuar por algún tiempo; pero al cabo de pocos años, el manantial se agotaría y los caracteres específicos japoneses ganarían 125 126 127

Ibid., p. 6, 22-23 de julio de 1941. Ibid., p. 16, 2 de agosto de 1941. Ibid., p. 21, 21 de septiembre de 1941.

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terreno y su civilización actual se petrificaría, recaería en el sueño del que lo sacó, hace 70 años, la ola de civilización aria."128 Hemos querido pintar el cuadro que Hitler, en el momento de sus mayores éxitos, se figuraba del mundo futuro, de ese mundo que él creía crear para los 1 000 años por venir. No porque esa concepción careciera de caracteres patológicos, sino porque el fenómeno que describimos es el de las concepciones subjetivas qxie del interés nacional se hacen los estadistas. Ahora bien, Hitler se formuló tal concepción y puso toda su despiadada energía en garantizar su realización. Ciertos actos suyos, si no todos, se explican exclusivamente por los fines que se había planteado. En cuanto a las fuerzas profundas que se ejercían sobre él, Hitler no se conformó con sufrirlas o utilizarlas. Constantemente las rebasó o las ignoró. Cuando quiso recuperar el corredor y Gdansk, tenía atrás de él inmensas masas de alemanes que pensaban que el corredor lesionaba los derechos más sagrados de Alemania. Pero ¿podemos decir que las fuerzas profundas lo obligaban a atacar a la URSS, a exterminar a los judíos? Es debido a que él creía firmemente en el valor de su teoría racista por lo que ordenó, sin que nada lo obligara a ello, las matanzas de judíos. Uno tiene la impresión de que fueron actos "gratuitos" que emanaron de un solo hombre, funciones de sus ideas y no de fuerzas exteriores. Desde luego, esa voluntad de conquista implicaba la guerra. Hitler tenía por el pacifismo el más profundo desprecio. Sin embargo, su locura no llegó a querer la guerra por la guerra. La guerra no fue para él más que un elemento de los riesgos. En la sesión que nos relata el "Protocolo Hossbach" del 5 de noviembre de 1937, confiaba en ella: "sólo la violencia puede aportarnos una solución al problema alemán, la violencia que no deja de plantear riesgos". Sin querer la guerra, Hitler sabía que su política la hacía inevitable. A diferencia de los pacifistas y de los estadistas sensatos, no detestaba la guerra, en la cual veía "la ley de selección" que debía "permitir sobrevivir a los mejores". "La guerra — decía—129 ha recobrado su forma primitiva. La guerra de pueblo a pueblo cede su lugar a otra guerra, la que apunta a la posesión de grandes espacios. Al principio, la guerra no era otra cosa que una lucha por la posesión de las tierras con pastos. Hoy, la guerra no es más que una lucha por la posesión de las riquezas naturales. Estas riquezas, en virtud de una ley inmanente, pertenecen a quien las conquista." Entre los puntos de vista del estadista sobre el interés nacional y los resultados que obtiene siempre hay un margen y a veces un abismo. Es todo el espacio que separa el sueño de la realidad. Sin embargo, cualquiera sb OlH'-Bj.' ,-.¡':.. .'!. ,

que sea la fuerza imperiosa de las circunstancias, no es en vano el estudio de las concepciones que se hacen del interés nacional los estadistas responsables. En los hechos históricos, al lado de las fuerzas profundas la voluntad propia del estadista puede influir duraderamente en el curso de los acontecimientos.

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™ Mein Kwnp Libres Propos, p. 32, 10 de octubre de 1941.

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LA ACCIÓN DE LAS FUERZAS PROFUNDAS SOBRE EL ESTADISTA

XI. LA ACCIÓN DE LAS FUERZAS PROFUNDAS SOBRE EL ESTADISTA ENTRE las fuerzas colectivas que constituyen la "infraestructura" de las relaciones internacionales y el individuo privilegiado que es el estadista responsable existen, como es evidente, contactos. ¿Cómo se ejerce la influencia de las fuerzas? ¿Cómo trata el estadista de resistirla o de someterse a ella? Este capítulo y el siguiente intentarán responder —parcialmente, porque nuestros conocimientos aún son insuficientes— a estas dos cuestiones. Examinemos primero el problema de la acción de las fuerzas profundas sobre el estadista. Éste pertenece a la colectividad de la cual emanan esas fuerzas de carácter económico e ideológico. Como todos los demás hombres, padece, consciente y hasta inconscientemente, el efecto de presiones múltiples. Nos parece posible distinguir cuatro tipos de ellas: la presión directa, que consiste en gestiones concretas, históricas, de representantes de los "grupos de presión". La presión indirecta, por la cual los grupos más diversos o incluso la opinión pública en su conjunto actúan de tal manera que obligan al responsable político a tomar ciertas decisiones. El ambiente, es decir la "coyuntura económica" y el "estado de ánimo", no porque existan objetivamente, sino porque el estadista los aprecia subjetivamente. Por ultimo, la presión social, es decir todo el conjunto constituido por la educación, el medio social y geográfico, los prejuicios de clase, que actúan sobre los estadistas, como sobre los demás hombres, sin que se den cuenta siempre de ello. 1. LAS PRESIONES DIRECTAS

El estadista consagra gran parte de su tiempo a dar audiencias. Da audiencia a sus subordinados, pero también a personas o a delegaciones que no dependen de él. La función que dichas personas se atribuyen es "pedir". Pedir apoyos para una posición, para una distinción, una protección; pero también reclamar cambios en la política vigente. La insistencia es tanto más seria cuanto la persona o la delegación de la que se trate representa en el país "fuerzas" más grandes, colectividades más numero352

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sas, a intereses más vastos. El tono de la conversación entre el estadista y sus huéspedes de un momento puede variar entre el intercambio de información, de argumentos, el llamado al interés nacional, pero también puede ser la amenaza y el chantaje; en efecto, para lograr sus reivindicaciones, los "grupos de presión", en ciertos casos al menos, pueden anunciar que si no obtienen satisfacción, ejercerán represalias: negativa de ayuda al gobierno si se trata de bancos, agitación social si son sindicatos, llamados a la opinión pública. . Desde luego, para que estas gestiones lleguen al nivel del responsable, es preciso que el "filtrado" no las haya interceptado. El "filtrado" es la elección que hacen los colaboradores inmediatos del responsable para determinar quién es digno de tener una audiencia —a quiénes recibirán éstos mismos, sin que tengan que rendir cuentas (de ahí la importancia de la fidelidad de tales cuentas)— y quién no: las antecámaras de los ministerios son frecuentadas por importunos, locos o iluminados. Se encuentra en los archivos una gran cantidad de cartas de personajes singulares, utopistas, "donadores de opiniones" análogos al de los fácheux de Moliere. Hablaremos más adelante (sección 4) de este problema del "filtrado". Aquí sólo consideraremos las gestiones que tienen lugar efectivamente. Los problemas que evocamos se plantean en todos los departamentos, y ciertamente no es en el Ministerio de Asuntos Extranjeros donde son más frecuentes. Los "intereses" de los grupos de todas especies dependen mucho más de los ministerios internos: Finanzas, Economía, Trabajo, Comercio, etc. No obstante, los Asuntos Extranjeros no son ajenos a las demandas ni a las presiones. En el plano de los intereses materiales, primero: ciertas acciones de política extranjera pueden tener repercusiones económicas, y ello ocurre cada vez con mayor frecuencia en la vida internacional contemporánea. En el plano de las ideologías, pueden ejercerse presiones para tratar de desencadenar una acción positiva (por ejemplo, la ayuda a Polonia, querida por los medios de izquierda y por ciertos católicos franceses del siglo XDÍ) o para intentar impedir una acción emprendida o proyectada por el gobierno. Además de las gestiones tendentes a los temas generales ("contra la guerra", "por el desarme", "por la descolonización"), hay otras, innumerables, relacionadas con temas precisos: se reclama una intervención en favor de un condenado a muerte en el extranjero, un embargo de los envíos de armas a tal potencia, la ruptura de las relaciones diplomáticas a manera de protesta; a veces, más raramente, una intervención armada. Para el historiador, la dificultad consiste en descubrir con exactitud qué gestiones se efectuaron y qué éxito tuvieron. Más a menudo, ni el político ni su interlocutor quieren que la gestión sea conocida. Ello es naturalmente verdadero en todos los casos en que el político hace conce-

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siones a cambio de ventajas personales, financieras o de otro tipo. Cuando llega a conocerse esa práctica, se desencadena un "escándalo", sobre todo después de que la "opinión pública" ha cobrado conciencia de sí misma. En el siglo xvni, ciertos ministros "se vendían" casi abiertamente. Como se sabe, Talleyrand no dudó en hacerlo. Los progresos del liberalismo y de la democracia "sensibilizaron" al público. Por tanto, esas prácticas, cuando existen, deben ocultarse con todo cuidado. Pero, fuera de este caso extremo, muchas gestiones son ignoradas. Por ejemplo, cuando en una atidiencia un estadista y un banquero tienen una conversación aparte, se les observa. Pero ¿quién puede saber qué se dicen? Hay ocasiones en que el estadista se escapa de los periodistas, como Briand y Stresemann cuando fueron a comer a Thoiry el 17 de septiembre de 1926. La historia nos revela que muy a menudo se toman precauciones extraordinarias para mantener el secreto de la plática. Por lo demás, los estadistas cuidadosos, un Cavour, un Stresemann, un Barthou, toman escrupulosamente nota de sus conversaciones. Los negligentes, como Napoleón III, se ocupan muy poco de ello. Los documentos de los bancos, de las sociedades, de las asociaciones permitirían, a menudo mejor que los archivos públicos, reconstituir algunas de esas gestiones. Disponemos de buenos estudios que nos muestran que aquéllas se llevan a cabo sin cesar, por ejemplo la de Bertrand Gille sobre la política de los Rothschild,1 la de Jean Bouvier sobre el papel de la "Unión general",2 la de Claude Fohlen sobre la acción de los industriales del algodón en Francia durante la Guerra de Secesión3 y otras más. De todos modos, aún no tenemos una idea precisa de estas influencias, y las interpretaciones son divergentes sobre tal o cual conquista colonial. Algunos insisten en las explicaciones económicas: presión de las sociedades interesadas. Otros prefieren las explicaciones políticas: voluntad de poderío, de prestigio, intereses estratégicos.4 Podemos, por ejemplo, hacernos una idea de tales presiones directas. Estamos bien informados sobre las gestiones que el gran fabricante de neumáticos Harvey Firestone llevó a cabo en la Casa Blanca y en el Departamento de Estado, sobre todo entre el 17 de enero y el 27 de febrero de 1933, para obtener una intervención estadunidense en Liberia.5 1 Lettres adressées á la maíson Rothschild de París par son représentant á Bruxelles (Louis Richtenberger), 1.1, Críse politique et financiera en Belgique (1838-1840), Lovaina, 1961. 2 Le Krach de l'Union genérale, París, 1960. 3 L'Industrie textile au temps du Second Empire, París, 1955. 4 Véase por ejemplo el libro de Henri Brunschwig, Mythes et réalités de l'impérialisme colonial frangais (1871-1914), París, 1906, que sostiene la primacía de lo político; y las reseñas de este libro por Lucien Genet (Revue Historíque, julio-septiembre de 1962, pp. 219220) y por Marcel Emerit (Anuales, noviembre-diciembre de 1962, pp. 1206-1209). 5 Cf. sobre todo Jay Pierrepont Moffat, The Moffat Papers, Harvard, 1956, x-408 pp.

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En virtud de la Ley Stevenson de Restricciones, los británicos, de quienes dependía el 80% de la producción mundial de caucho, habían establecido estrictas limitaciones al cultivo y a la exportación de ese producto. El precio se había elevado de 15 centavos de dólar la libra en 1922 a 1.23 dólares en 1925. Los consumidores estadunidenses, y especialmente Firestone, habían tratado de desarrollar los cultivos de heveas fuera del Imperio británico, sobre todo en Liberia. Firestone había invertido 10 millones de dólares en ese país. Herbert Hoover, entonces secretario de Comercio, lo había estirmilado con vigor. Entonces, en diciembre de 1932, Liberia, que deseaba sacudirse el yugo que había establecido la influencia dominante de Firestone en el país sin ventajas sustanciales para las finanzas nacionales, anunció una moratoria sobre el pago de sus deudas y tomó otras medidas hostiles a los intereses de la gran compañía estadunidense. Había en la Sociedad de Naciones un "comité internacional para Liberia", del cual era presidente un británico, lord Cecil. Firestone estaba convencido de que dicho comité era hostil a los intereses estadunidenses. Así, quiso una intervención directa de los Estados Unidos, que implicaba el eventual uso de la fuerza; por ejemplo, el envío de un navio de guerra. Sin entrar en detalles, examinemos la serie de gestiones realizadas por Harvey S. Firestone y su hijo. El 17 de enero de 1933 acudieron a la casa del subsecretario de Estado, William R. Castle, quien les prometió su apoyo. Luego fueron a encontrarse con Henry Stimson, secretario de Estado, y "tomaron dos horas de su precioso tiempo". Sabían que el presidente Hoover les era favorable, porque hacía poco los había alentado a invertir y porque Firestone era un miembro influyente del Comité Nacional del Partido Republicano. Pero Stimson fue mucho más reacio. No olvidaba que, el 4 de marzo siguiente, un gobierno demócrata tomaría el poder con F. D. Roosevelt y Cordell Hull. Por otra parte, estaba comprometido a colaborar con la Sociedad de Naciones en Liberia y no creía de ningún modo que lord Cecil estuviera maniobrando contra los intereses de Firestone. Finalmente, era hostil a la idea de una intervención armada en los países débiles porque creía en las repercusiones que tendría en América Latina, Por lo demás, los Firestone adoptaron "una táctica deplorable" al respecto. A Stimson le gustaban los problemas planteados claramente. Ahora bien, le dieron vueltas a la cuestión, leyeron en voz alta un memorándum de ocho páginas y externaron dudas sobre la integridad de lord Cecil, a lo que Stimson respondió con indignación. En suma, Stimson les prometió su apoyo, pero según sus propios métodos Cf. pp. 81-87, Foreign Relations ofthe United States, 1933, t. n, pp. 880 ss.; Alfred Lief, Harvey Firestone, 1951; Nnamdi Azikiwe, Liberia in World Politics, Londres, 1934, y George W. Brown, The Economía History of Liberia, Washington, 1941.

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y no según los de ellos. Tras su encuentro con Stimson, padre e hijo quisieron encontrarse con Moffat, jefe de la división de los Asuntos Europeos, y pasaron con él una hora; le hicieron saber que quería vina acción inmediata para atar las manos al futuro gobierno demócrata, sobre el cual sus medios de presión serían menos fuertes. El 24 de enero ocurrió una nueva gestión, luego de que Liberia había rechazado una nota estadunidense. En el intervalo, los Firestone vieron a Hoover y le pidieron el envío de un barco. Stimson y sus colaboradores se opusieron violentamente y el secretario de Estado llegó incluso a amenazar a Hoover con presentar su renuncia. Así, Hoover quedó atrapado y les sugirió que convencieran a Stimson. De ahí la gestión del 24 de enero, dirigida por Everett Sanders, quien era a la vez el presidente del Comité Nacional Republicano y abogado de la compañía, y por otro abogado. Ambos fueron a ver a Moffat, quien propuso que, en lugar de enviar un navio, se enviara simplemente un mediador. • El 26 de enero, Sanders fue a ver a Stimson en presencia de Moffat. Fue muy mal recibido, pues lord Cecil acababa de escribir a Stimson una nota en la que le decía que los Firestone "trataron a la Sociedad de Naciones con una grave falta de cortesía"; "temo —agrega— que varios miembros del Comité [de la Sociedad de Naciones] hayan llegado a la conclusión de que el objetivo de la Compañía Firestone consiste [...] en conducir al gobierno liberiano a una situación... en que éste estaría a su merced".6 Por tanto, Stimson exigió que, ante todo, los Firestone restablecieran buenas relaciones con la Sociedad de Naciones. La gestión de Sanders salió mal. "Nos preguntamos por qué los Firestone se sirven del presidente del Comité Nacional Republicano cinco semanas antes del advenimiento de los demócratas."7 Pero los Firestone eran obstinados. "Su tenacidad rebasa toda espera."8 El 7 de febrero volvieron a ver a Stimson. Justo entonces, éste acababa de recibir un telegrama de lord Cecil en el que le anunciaba una enérgica gestión en cuanto a Liberia. "Firestone no le da ninguna importancia [...] Sólo vino a reclamar un navio de guerra [...] Concluye declarando que el único medio para convencer de que los Estados Unidos estaban dispuestos a mantener sus derechos era el de hacer una demostración de fuerza."9 Ésta bastaría para llevar al poder a los adversarios .—proestadunidenses— del presidente actual. Stimson, a quien no le agradaba ver que los Firestone pasaran encima de su cabeza para ir a la Casa Blanca, se declaró en contra. Firestone lo acusó de ceder a dificultades 6 Foreign Relations ofthe U. S., 1933, t. n, pp. 7 Ibid., p. 886, y Moffat, op. cit., pp. 84-85. 8 Moffat, op. cit., p. 85. »Ibid., p. 85.

884-885.

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políticas y sacrificar los intereses estadunidenses. "Se excitó cada vez más, se puso de pie y a recorrer la sala agitando los brazos."10 La conversación, en el curso de la cvial Stimson se contuvo cuanto pudo, duró 40 minutos. Finalmente, el 14 de febrero el padre y el hijo dieron marcha atrás. Pero esta vez Stimson se negó a recibirlos. Entonces visitaron al subsecretario Castle y luego a Hoover, quien todavía les era favorable. Pero ya era demasiado tarde. Los demócratas iban a acceder al poder. Hull, al ser consultado, declaró que estaba de acuerdo con enviar un plenipotenciario. Los Firestone acudieron de nuevo a pedirle un navio de guerra, pero no pudieron convencerlo. El asunto terminó, pues, con un fracaso. Pero es revelador. La causa de los Firestone no era mala en sí misma, y, por encima de los argumentos normales, podían aplicar presiones políticas en torno al presidente. Pero actuaron con torpeza, indispusieron a Stimson y, finalmente, fueron víctimas de la fecha: el periodo intermedio entre la elección de Roosevelt y su llegada al poder. Entre quienes ejercen presiones directas, más que otros, figuran los parlamentarios. Tienen un acceso relativamente fácil al ministro de Asuntos Extranjeros. También tienen, en regímenes parlamentarios, una influencia especial, pues de sus votos depende la supervivencia del gabinete o, si están en la oposición, de su actitud, benévola o malévola, depende la tranquilidad del ejecutivo y por lo mismo su aptitud para actuar. Entre ellos, los presidentes de las comisiones de Asuntos Extranjeros desempeñan un papel aparte. En los Estados Unidos, los presidentes toman rara vez una decisión de importancia sin asegurarse el apoyo del presidente de la Comisión Senatorial. Wilson, quien no lo hizo con respecto a Henry Cabot Lodge, no logró que se aprobara el Tratado de Versalles. Más prudente, Roosevelt siempre ligó su acción no sólo al presidente de la Comisión (sobre todo Tom Connally), sino incluso al más influyente de los miembros de la Comisión, perteneciente a la minoría (Arthur Vandenberg, republicano). Cuando el presidente Traman quiso iniciar una política de alianza contraria a la tradición aislacionista, suscitó una iniciativa del presidente —por entonces republicano— de la Comisión (la declaración de Vandenberg de 1948). La lectura de memorias ya sea de antiguos ministros de Asuntos Extranjeros (por ejemplo, Austen Chamberlain, Edén), ya sea de directores de gabinetes (por ejemplo, el general Mordacq para Clemenceau), ya sea de directores ante el ministro (por ejemplo, Paléologue, Charles-Roux), muestra que la mayor parte de las gestiones importantes son realizadas por parlamentarios. 10 Ibid.,

p. 86.

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Éstos, en ocasiones, se agrupan oficiosamente para defender tal o cual política. Es lo que en los Estados Unidos se llaman los lobbies. Pero éstos practican, tanto como la presión "directa", la presión "indirecta", de la que ahora hablaremos. 2. LAS PRESIONES INDIRECTAS

El estadista está influido no sólo por las gestiones que se hacen en torno suyo, por las conversaciones que tiene con representantes de los "grupos". También lo está por la acción que tales grupos ejercen sobre la opinión o sobre los representantes de la opinión. Uno de los mejores ejemplos de una acción indirecta de la opinión pública general nos la proporciona el "plan Laval-Hoare" de 1935. Por lo demás, es raro que una acción de política extranjera levante tal tempestad y llegue a resultados tan concretos. Recordemos que luego del ataque italiano contra Etiopía el 3 de octubre de 1935, Gran Bretaña y Francia protestaron públicamente y tomaron la iniciativa de las sanciones económicas, a decir verdad más simbólicas que reales. A pesar de la existencia, sobre todo en Francia, de minorías de derecha favorables al fascismo y de minorías de extrema izquierda que preconizaban una acción más eficaz, la mayoría de las opiniones parecía inclinarse por esta política moderada. En Inglaterra, en particular de fines de 1934 a junio de 1935, se había dado una especie de sondeo de opinión por parte de la prensa, la Paz Ballott. Se habían registrado más de 11 millones de respuestas. Una enorme mayoría se había declarado en favor de la Sociedad de Naciones, del desarme. En cambio, sólo 6784368 aceptaban la idea de aplicar sanciones militares, mientras que 2 351 981 se habían pronunciado en contra." Ahora bien, el jefe de la Foreign Office, sir Samuel Hoare, había aceptado en secreto el 7 de diciembre un proyecto elaborado por Fierre Laval y que llevaba en realidad a un cambio total de esa política. La finalidad, realista, era reconstruir con la Italia mussoliniana el "frente de Stresa" de abril de 1935, único obstáculo eficaz, se estimaba, frente a las ambiciones crecientes de Hitler. Para recobrar la confianza de Mussolini, se le ofreció el desmembramiento de Etiopía. En el plano moral, se trataba de recompensar al agresor. Si queremos comprender bien las reacciones que vienen a continuación, es preciso recordar que Hoare había expresado varias veces su fe en la Sociedad de Naciones; que la política británica parecía ir en el sentido de un fortalecimiento de las sanciones económicas al extenderlas al 11

Gathorne-Hardy, A Short History of International Affairs, Oxford, 3a. ed., 1952, p. 409.

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petróleo; que el 5 de diciembre Hoare había explicado en la Cámara de los Comunes la política que seguía: "doble línea", es decir, sanciones colectivas y esfuerzos de conciliación. Cuando llegó a París el sábado 7 de diciembre, al atardecer, en camino hacia Suiza en donde iba a descansar, Hoare se dirigió de inmediato al Quai d'Orsay. Ahí el 7 y el 8, Laval, personalmente hostil a todo embargo sobre el petróleo, logró eludirlo. Tal vez la verdadera explicación es que Hoare estaba enfermo. 12 Hoare mismo reconoció haber aceptado los proyectos de Laval como consecuencia de su debilidad física. "Es muy posible que en ese momento mi juicio se haya debilitado por exceso de trabajo."13 Pero, a pesar de la sorpresa de ciertos ministros y especialmente de Anthony Edén, el gabinete británico y el primer ministro Baldwin no se atrevieron a rechazar la firma del foreign secretary. El 9 de diciembre, la prensa francesa, en especial L'CEuvre y el Echo de París, tal vez a consecuencia de un acto deliberado de Laval, quien quería forzar la mano a los británicos, quizás como resultado de una simple negligencia, publicó lo esencial del proyecto Laval-Hoare. Hoare se había dirigido a Zuoz, Suiza, para un fin de semana de descanso antes de una reunión con la Sociedad de Naciones. De inmediato se desató una tempestad en Francia, pero sobre todo en Inglaterra. La campaña duró nueve días, que bastaron para hacer necesaria la dimisión de Samuel Hoare. "La reacción de la opinión pública —escribió Edén— fue de indignación y de vergüenza. Se declaró que nosotros no deberíamos desempeñar ningún papel en la atribución de recompensas a los agresores."14 Un mes antes se habían realizado elecciones generales que habían mantenido una mayoría sustancial para los conservadores. Los nuevos diputados fueron inundados por "una marea de cartas indignadas" que decían que los conservadores no habían ganado la elección sino mediante una mentira. Los periódicos ingleses reprodujeron los artículos estupe|v factos de la prensa estadunidense, de los periódicos de la Commowealth, El 14 de diciembre, Edén, que en el ínterin había ido a Ginebra, comprobó que la "oposición al proyecto Hoare-Laval" ascendía de modo peligroso. El 11 de diciembre el Daily Hereda, laborista, escribió: "Apelamos al señor Baldwin en el nombre de la paz, en el nombre de la Sociedad de Naciones, en el nombre de Gran Bretaña, para que informe al señor Laval que no aceptaremos ningún acuerdo que no esté conforme con los principios de las Sociedad de Naciones." Los sindicatos, dirigidos por Ernest Bevin, estaban a la vanguardia de las concentraciones de protesta. Pero el grueso de la opinión conservadora estaba igualmente indignada. 12 13 14

Cf, Anthony Edén, Facing the Dictators, Londres, 1962, p. 295. Sir Samuel Hoare, NeufAnnées de crise, trad. fr., París, 1957, pp. 136-137. Edén, op. cu., p. 306.

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Los miembros del Parlamento se hallaban sometidos a una presión fuerte de sus electores. Baldwin tuvo que retirar a su ministro de Asuntos Extranjeros de Suiza, donde debía permanecer algunos días más después de un accidente. Llegó a Londres el 17 de diciembre. Mientras que Baldwin parecía de acuerdo con Hoare, Chamberlain fue a verlo: "Se le había pedido que me dijera que mi proyecto de declaración era insuficiente [...] que era necesario que yo afirmara que nuestro plan era malo, que yo me había equivocado al aceptarlo y que, a causa de la opinión general, yo renunciaba a él." Más que retractarse, Hoare prefirió presentar su renuncia el 18 de diciembre. Es extraño que se produjera un sobresalto de la opinión pública tan claro, tan tenso, tan violento, como el que siguió a la publicación del plan Laval-Hoare. También es extraño que condujera a transformar la política de un país. En efecto, la renuncia de Hoare hizo que Baldwin anunciara el 19 de diciembre de 1935 en la Cámara de los Comunes que se había cometido un error. "Ahora es perfectamente evidente —dijo— que las proposiciones están absoluta y completamente muertas. El gobierno no va a hacer ningún esfuerzo por resucitarlas." Más a menudo, los gobiernos se esfuerzan en resistir a estas tempestades. Un estadista que se deje llevar y bambolear por las mareas de la opinión faltaría a tino de sus deberes más esenciales. Después de este ejemplo de una presión ejercida por la opinión pública, tratemos de examinar la influencia que ciertos grupos particulares de opinión intentan ejercer sobre los gobiernos mediante una serie de acciones indirectas. Las "campañas de prensa" son una de las formas más conocidas de esta acción. El lobbyism (el "cabildeo") es otra de ellas. Consiste en organizar sistemáticamente el asedio no sólo de los responsables —lo que nos lleva a las presiones directas—, sino también el de todas las personas que pueden ejercer una influencia sobre los responsables. Es en los Estados Unidos donde se acuñó la palabra y es ahí donde la realidad ha sido mejor estudiada, quizá porque en ningún lado el gobierno, acosado por el problema de la próxima elección presidencial, es más sensible a estas acciones. Robert Ferrell describió con bastante corrección13 la naturaleza de la acción operada en los años veinte por los movimientos pacifistas. Los movimientos que él llama "conservadores", favorables a la Sociedad de Naciones (Carnegie Endowment for International Peace, World Peace Foundation, League ofNations Assodation), "operaban gracias a la influencia de sus miembros colocados en lo más alto". Para estos grupos era más fácil obtener una entrevista privada con un secretario de Estado, o con un subsecretario o quizá con un ayudante de secretario, 15

En A. de Conde, Isolation and Security, Durham, 1957, pp. 102 ss.

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que organizar una campaña pública para influir en el pueblo estadunidense y, así, en el gobierno estadunidense. Los conservadores recomendaban lo que se podría llamar método directo o indirecto. Sabían, mejor que los radicales, que obtener un apoyo para hacer funcionar una acción que un líder político o un diplomático estimaba poco satisfactoria era una tarea muy difícil, que dejaba la puerta abierta a las escapatorias, a las vagas promesas [...] Los pacifistas conservadores sabían también que el mundo se mueve lentamente.

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Por el contrario, los movimientos llamados "radicales" "emplearon todos los procedimientos conocidos de la nueva ciencia de las public relations en sus esfuerzos para hacer comprender a los parlamentarios y a los diplomáticos la importancia de vina acción estadunidense en favor de la paz mundial". Se trataba de tomar uno por uno a los políticos y de intentar convertirlos mediante pasos repetidos. O bien, se les inundaba de peticiones (de conformidad con la constitución estadunidense). Otro método consistía en que se les enviaran cientos o miles de cartas o telegramas de manera que se creara —artificialmente— una impresión de masa. Éste es un método muy conocido en los países anglosajones. Se recuerda bien la gran petición "carlista" de 1839. Lo que es interesante en el ejemplo que escogimos es que la "presión indirecta" condujo a un resultado efectivo: la firma del Pacto BriandKellogg. Por eso, examinemos cómo se ejerció la presión sobre Bríand y sobre Kellogg. Sobre Briand, la presión fue tanto directa como indirecta. Sabemos que varios estadunidenses y sobre todo dos miembros eminentes de la Fundación Carnegie, Nicholas Murray Butler, rector de la Universidad de Columbia, y el profesor James Shotwell, le rogaron que hiciera un gesto adecuado para calmar a la opinión pública, que se irritaba al ver que el Parlamento francés retardaba la ratificación del tratado relativo a la liquidación de las deudas de guerra. La prensa estadunidense acusaba a Francia de ser militarista. Justamente Shotwell, entonces profesor asociado en la Hochschule für Politik de Berlín, fue a París el 15 de marzo de 1927 después de haber visitado al ministro alemán de Astintos Extranjeros, Stresemann. Un corto viaje al Sarre le permitió encontrarse con el gerente de la administración francesa de minas, Fontaine. Éste era amigo de Alexis Léger, entonces secretario particular de Briand, y aceptó transmitirle un "plan de paz" redactado por Shotwell. Pero, escribió éste,16 "Bríand tenía la reputación de no leer las cartas [...] y me convencí de que Léger casi no era útil, por no decir más, para someter la idea a Bríand". Así, Shotwell pidió a su viejo amigo Albert Thomas que le consiguiera una entrevista 16

The Autobiography of James T. Shotwell, Nueva York, 1961, p. 207.

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El 22 de diciembre de 1927, durante una reunión de la Comisión del Senado, se propuso a Kellogg este nuevo proyecto. Lo aceptó con entusiasmo, pues le permitía responder a los insistentes votos de los pacifistas, a las críticas y a la impaciencia de la prensa, y al mismo tiempo retomar la iniciativa diplomática que había perdido en provecho no sólo de Briand, sino de también personalidades privadas e irresponsables. Por tanto, éste es un curioso ejemplo de presión indirecta eficaz, porque los estadistas adoptaron una política que no querían, derivada de la acción de una fracción bien organizada de la opinión pública. Como decía Ferrell,18 "los diplomáticos estadunidenses eran hombres capaces, bien intencionados, tan llenos de buena voluntad como los dirigentes militantes pacifistas que los hostigaban. Pero debían tener en cuenta a una opinión pública cuya única virtud era, en general, la de ser una opinión".

con Briand. Ésta tuvo lugar el 22 de marzo a mediodía y Shotwell nos dejó de ella una narración detallada. Sugirió a Briand satisfacer a la opinión estadunidense haciendo una declaración por la cual se renunciaba no sólo a los "instrumentos de guerra", sino incluso a la guerra misma. También propuso hacer la declaración el 6 de abril siguiente, décimo aniversario de la entrada en la guerra de los Estados Unidos. Briand se declaró interesado, pero expresó algunas dudas y pidió a Shotwell que le redactara una nota. Éste se puso a trabajar y el 24 de marzo remitió el documento a Alexis Léger. Luego partió a Londres y después a los Estados Unidos. Durante la travesía, se enteró del éxito de su gestión. En efecto, el 6 de abril, Briand dirigió al pueblo estadunidense un mensaje mediante la Associated Press. Ahí proponía "la renuncia a la guerra como instrumento de la política nacional" en un pacto firmado entre los Estados Unidos y Francia. ¿Cuáles eran las intenciones del ministro francés de Asuntos Extranjeros? No, por cierto, obtener un tratado multinacional como sería el Pacto Briand-Kellogg de 1928. En efecto, temía ser acusado de "mesianismo", "enfermedad que, como la fatalidad, nos vuelve sordos y ciegos". La prensa de derecha le reprochaba esta tendencia y él se había defendido de tal acusación en un discurso del 6 de febrero de 1927.17 Lo que él quería era satisfacer ciertas aspiraciones de las opiniones francesa y estadunidense. Para los franceses, la firma de un pacto franco-estadunidense, todo lo vago que fuera, tenía cierto perfume de alianza, de "garantía". A los estadunidenses (y Briand, subrayémoslo, se dirigió primero a ellos antes que a su gobierno) había que hablarles de paz. El caso de Kellogg es aún más característico que el de Briand. Personaje de envergadura bastante media, más arrebatado que enérgico, más áspero que tenaz, tenía un desprecio profundo por los "pacifistas" y detestaba lo que él llamaba su "diplomacia privada". Cuando vio la simpatía con la que la prensa estadunidense acogía el proyecto de Briand, se mantuvo obstinadamente silencioso. Pero los pacifistas radicales y sobre todo Levinson habían obtenido un nuevo adherente de elección en la persona del senador Borah, presidente del Comité de Asuntos Extranjeros del Senado. Éste, aislacionista, hostil a la Sociedad de Naciones, era favorable a la idea de "proscribir la guerra", pero le desagradaba el principio de un tratado bilateral franco-estadunidense. Fue Levinson —lo sabemos por los biógrafos de ambos hombres— quien le sugirió transformar la proposición francesa por la que se extendía a todos los países del mundo la renuncia a la guerra.

3. EL AMBIENTE

Además de las presiones directas o indirectas a las que se ve sometido, el estadista se interroga sobre el estado de la opinión o sobre el estado de la coyuntura económica. A veces se fía de su "buen olfato", pero más a menudo se documenta: lectura de la prensa, conversaciones, informes de sus subordinados, por ejemplo: los de los prefectos en cuanto a la opinión interna y los de los embajadores en cuanto a la opinión de los demás países; hoy se agrega el examen de los "sondeos de opinión" que a veces encarga el gobierno. Todo esto lo lleva a formarse una idea del "ambiente". El término es vago, pero por sí mismo indica que se trata de una realidad de difícil acceso. El estadista, que es incapaz de conocer objetivamente, de manera indiscutible, la opinión o la coyuntura, está obligado a hacerse de éstas una idea subjetiva. Es entonces por intermedio de esta idea como las fuerzas profundas actúan sobre él. Por lo demás, no puede ir más allá. Las reseñas de prensa que se le presentan son, con frecuencia, tendenciosas. Si la visión subjetiva es profundamente errónea, se correrá el riesgo de que una decisión del estadista desate reacciones imprevistas, a veces violencias y hasta catástrofes. Según el "informe confidencial" de Polignac a Carlos X del 14 de abril de 1830,19 la agitación no era más que superficial y había que atribuirla a grupos pequeños, pues las masas no habían sido afectadas por ello. Esta consideración alentó al ministro a elaborar las Cuatro Ordenanzas que condujeron a la caída del régimen. Un ejemplo •>

17

A los ex combatientes de Oriente. Cf. George Suarez, Briand, t. vi, pp. 248-249.

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l8

Peace in thelr Times: The Orígins ofthe Kellogg-Bríand Pací, 1952, p. 265. Histoire des deux Restaumtions, t. VIH, París, 1857, pp. 102-103.

15 Vaulabelle,

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similar, pero que tiene que ver con la coyunttira, es éste: el error de Hoover, quien, como secretario de Comercio hasta 1929, creía que la prosperidad era un fenómeno duradero y, como presidente, creía que la crisis, desencadenada en octubre de 1929, cedería sola. Esa apreciación de la situación no solamente tuvo el efecto de costarle la reelección en 1932, sino también contribuyó a sumir al país en los sufrimientos que un mejor análisis habría podido atenuar. Una interpretación errónea de las fuerzas profundas conduce a menudo a atribuir ciertos acontecimientos a "conspiraciones", es decir, a maniobras organizadas por minorías, cuando las responsables son las fuerzas profundas. Es así como los gobiernos en lucha contra el nacionalismo indígena en las colonias sublevadas creyeron con frecuencia que las masas permanecían fieles a la metrópoli y qtie el movimiento de independencia era una agitación superficial, inducida por el extranjero, y que, por tanto, bastaría con arrestar a algunos líderes para vencerlo. Nadie duda que estos casos sean extremadamente cxiantiosos. Lo que aquí queremos mostrar es el constante cuidado de los estadistas por tomar en cuenta el "ambiente". Estamos bien informados, por Les délíbérations du Conseil des Quatre de Paul Mantoux, sobre las constantes referencias que en 1919 los negociadores de París hacían a la opinión pública a lo que aceptaría o no. Para completar estas fuentes, contamos con los escritos —memorias o de otro tipo— de los "cuatro grandes". Sin entrar en detalles, aquí podemos evocar sus actitudes respectivas en lo que toca al "ambiente". Desde luego, no siempre sabemos si esas referencias son sinceras o si no tienen otra finalidad que la de reforzar la argumentación. Quizá Lloyd George fuera más sensible que todos los demás a las fluctuaciones de la opinión de su país. Percibía que al deseo de "castigar" a Alemania se impuso poco a poco el de no aplastarla, aunque no fuera sino para disponer del amplio mercado que ofrecía normalmente. He aquí algunos de los juicios que expresó: "El obrero inglés no quiere agobiar al pueblo alemán con exigencias excesivas. Es más bien en las clases superiores donde encontrará usted un odio ilimitado al alemán [...] Si nuestras condiciones parecen demasiado moderadas, yo tendría grandes dificultades en el Parlamento, pero ellas no vendrán de las clases populares."20 A propósito de una eventual intervención en favor de los polacos: "Estoy seguro de que la opinión pública, ni en Estados Unidos ni en Inglaterra, nos apoyaría si interviniéramos en semejantes condiciones".21 A propósito de una intervención en Rusia: "En Inglaterra, el sen-

timiento contra la acción de cualquier tropa británica en Rusia es cada vez más fuerte".22 Fue en la dramática sesión del 2 de junio de 191923 cxiando la actitud de Lloyd George se expresó con el mayor esplendor. Deseoso de firmar el tratado lo más rápidamente posible, temiendo inextricables complicaciones si los alemanes lo rechazaban, Lloyd George se declaró en favor de importantes concesiones. Las propuso en nombre de la opinión pública:

364

20 21

Mantoux, i, 27 de marzo de 1919, p. 46. Ibid., p. 47.

365

Nuestra opinión pública desea ante todo la paz y no presta importancia a las condiciones de esta paz. No sostendría a un gobierno que provocara la guerra sin las razones más imperiosas Es preciso que ustedes comprendieran el estado de ánimo de nuestra población; no tiene la misma tradición militar que Francia. Quiere volver a su hogar y no se prestaría a vina reanudación de las hostilidades si el tratado contiene algo que cierta parte de la opinión pública considerara injustificable.

La respuesta de Clemenceau a Lloyd George se basaba en el mismo principio: Como él, recibo la corriente de la opinión pública de mi país y debo tomarla en cuenta. Creo que todos están obligados a darle un término. En Inglaterra se cree que el medio para lograrlo es hacer concesiones. En Francia creemos que hay que ir al fondo. Conocemos a los alemanes mejor que nadie. La opinión británica no se queja de que Alemania deba entregar todas sus colonias, toda '. •• su flota. Eso es natural, pues cada pueblo estima las cuestiones desde su pro( : pió punto de vista. Un sentimiento no menos natural en Francia sería que los '"..,. críticos británicos se concentraran en las cuestiones continentales.24

Í B

Por tanto, la evaluación de Clemenceau partía de una concepción subjetiva de la opinión francesa; pensaba que podía dominarla, educarla, pero sólo en cierta medida. "En nuestro parlamento —afirmó— todos creen que no obtendremos lo suficiente. Los periódicos, apoyados a veces en muy altas influencias, me dicen todos los días que no hago lo suficiente por mi país. Yo cumplo con mi deber y ello me basta."25 En cuanto a Alemania, Clemenceau la juzgaba con pesimismo. Lloyd George, por el contrario, decía que "para Francia, el gran peligro es el peligro alemán: creo que éste se apartó por un siglo. Temo mucho más a los eslavos". Como sabemos, Wilson se formó una idea bastante distinta del "ambiente". Pensaba que la opinión pública estadunidense, desinteresada, favorable a las soluciones justas, reunía en sus puntos de vista cierta "opinión pública mundial" de la cual estaba convencida de ser la representante. 22 Ibid., 23 Ibid.,

t. H, 24 de mayo de 1919, p. 202. pp. 265 ss. 24 Ibid., pp. 269 y 270. 25 Ibid., t, i, p. 419, 29 de abril de 1919.

Lie. CARLOS ALFREDO da SILVA PROFESOR ADJUNTO

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Fue especialmente en las discusiones con Clemenceau y Orlando cuando apareció esta concepción. "El sentimiento que ha unido en el combate a pueblos procedentes de todos los puntos de la Tierra es el sentimiento de que luchan juntos por la justicia. Es por ello que aquí pude decir a veces que nosotros representamos menos a los Estados que a la opinión del mundo."26 Al hablar de los Catorce Puntos, agregó: "No escribí en mi nombre, ni para expresar mi pensamiento personal; traté de expresar el sentimiento del pueblo de los Estados Unidos, y éste coincidía con el de todos los grandes pueblos del mundo. Mi único deseo fue llamar, por así decir, a la conciencia aquello que confusamente sentían las masas".27 Su idea de la opinión en los Estados Unidos se resume en el texto siguiente: "Si quiero continuar hablando en el nombre de rnis compatriotas, siendo de alguna manera su representante espiritual, me es imposible consentir que una población se entregue a la dominación extranjera sin su consentimiento".28 Ahora bien, es probable que de los cuatro grandes haya sido Wilson quien tuviera las concepciones subjetivas más alejadas de la realidad objetiva. Los acontecimientos deben de haberle dado un desmentido cruel e indiscutible. Creyó que podía apelar a la opinión italiana por encima de Orlando (quien hablaba todo el tiempo de esta opinión que él asimilaba arbitrariamente a la de los mejores ardid, ultranacionalistas). Wilson creía primero que el problema podía resolverse: "La dificultad en la cual se debate el señor Orlando es real: es la misma que preocupa en Inglaterra al señor Lloyd George y, en Francia, al señor Clemenceau. Se trata de dar satisfacciones a una opinión pública mal informada y que se inquieta. El problema no me es ajeno".29 Cuando Orlando se obstinó en reivindicar el Fiume, Wilson creyó que podía dirigirse por su propia iniciativa a los italianos. Cuando publicó su llamado, tenía confianza: "Cuando el hombre de la calle vea lo que queremos decir, reflexionará [...] Puede que entonces se produzca un viraje en la opinión italiana".30 Ahora bien, la opinión italiana reaccionó en el sentido más opuesto al que había previsto Wilson. El 24 de abril31 Orlando anunció a sus colaboradores su partida hacia Roma. "Me encuentro en la necesidad de volver a las fuentes de mi autoridad." En Roma consiguió un voto unánime del

Parlamento en favor de sus reivindicaciones. Los medios políticos italianos fueron arrastrados por un amplio movimiento pasional de hostilidad con respecto a Wilson y los Estados Unidos, lo que suscitó la desengañada reflexión de Wilson el 2 de mayo de 1919:32 "La opinión pública estadunidense se interesa vivamente en esta diferencia y no comprende por qué los Estados Unidos parecen aislados. Tengo la impresión de que para todo el mundo el apoyo de la opinión estadunidense es más importante que el de la opinión italiana". Se dio la misma comprobación en lo tocante a los dos principales aliados:33 "La impresión actual, en América, es que los Estados Unidos no tienen la simpatía de Francia ni de Inglaterra". A lo cual Lloyd George respondió: "El señor Clemenceau me dice que la prensa parisina no representa el sentimiento verdadero de la opinión francesa —de lo que me congratulo—.34 Lo que puedo decir es que hay en Inglaterra cierto sentimiento que aún se manifiesta bastante poco, pero que es real y que se desarrolla". Por tanto, Wilson comprobó muy pronto que su evaluación subjetiva de la opinión europea era errónea y que los países europeos afligidos por la guerra estaban ávidos de "compensaciones" más o menos justificadas por los inmensos sufrimientos padecidos. En cambio, se hizo ilusiones más duraderas y más temibles sobre la naturaleza misma de la opinión en su propio país. ; Ciertamente tuvo razón al decir a sus asociados, el 17 de junio de 1919:35 "Una vez que el tratado se haya firmado, es preciso que yo parta y que encare al Senado. Como ustedes saben, éste ha montado en cólera. Afortunadamente, no ocurre lo mismo con el país". Pero muchos historiadores estadunidenses, y en particular Thomas Bailey, mostraron con gran validez por qué razones una corriente, incluso favorable, de la opinión pública no podía ser determinante: preocupación muy lejana en cuanto a los problemas inmediatos, aceptación cortés y vaga rnás bien que entusiasmo, indiferencia de los senadores con respecto a las reacciones colectivas', considerada la lejana fecha de su reelección, y finalmente deseo profundo de la "vuelta a la normalidad", tema sobre el cual el republicano Warren Harding basara su campaña victoriosa de 1920. Los ejemplos anteriores conciernen a estadistas de países democráticos. El siguiente se refiere a un dictador, Mussolini. En efecto, en las dictaduras parece que la opinión pública —que para manifestarse requiere

366

1.1, pp. 71-72, 28 de marzo de 1919. Ibid., t.1, p. 293, 20 de abril de 1919. Subrayemos este juicio del Fígaro (26 de enero de 1919): "A pesar de sí mismo, es ante todo un ciudadano de los Estados Unidos antes de ser un ciudadano del mundo, ya que quiere que el mundo se parezca a los Estados Unidos". 28 Ibid., t. n, p. 223, 26 de mayo de 1919. w Ibid., 1.1, p/242, 13 de abril de 1919. ™Ibid., 1.1, p. 32'9, 22 de abril de 1919. 31 Ibid., t.1, p. 354.

367

2Ibid., 27

-

Ibid., t.1, p. 454, 2 de mayo de 1919. 1.1, p. 471, 3 de mayo de 1919. 34 George Bernard Noble, Policies and Opinions at París, 1919, Wilsonian Diplomacy, the Versátiles Peace and French Public Opinión, Nueva York, 1935. Al parecer, este autor exageró un poco la hostilidad de la prensa francesa respecto de Wilson. 35 Mantoux, op. cit., t. u, p. 446. 32

33 Ibid.,

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grandes esfuerzos— puede ser considerada una magnitud despreciable. En realidad, el dictador mismo trata de conocerla. La prensa, que él controla, no puede serle de ningún auxilio. Por tanto, no le quedan más que las relaciones con sus subordinados. Pero éstos, que buscan sus favores, le describen la situación no como la ven, sino como quisieran que fuera. Las divergencias entre el estado objetivo de la opinión y la evaluación subjetiva del dictador pueden ser considerables. Gracias a Ciano contamos con evaluaciones casi cotidianas sobre la actitud de la opinión italiana con respecto a la guerra de 1939-1940. Es interesante reconstituir, en la medida de lo posible, la idea que Mvissolini se hizo de ello. Retomemos algunas de las observaciones de Ciano el 16 de agosto de 1939:

aconsejé que realizara una averiguación por intermedio de los prefectos" (18 de septiembre). 9 de octubre, a propósito del duce: "Se murmura en el país contra todo, contra todos e incluso contra él. Pero él siempre ha sido de buena fe; sólo fue engañado por cuatro o cinco individuos que él tuvo el error de colocar en posiciones demasiado importantes y cometió la equivocación de no haberlos castigado aún". Starace, destituido en esa misma época, es evidentemente uno de esos individuos que engañaron a Mussolini y le inculcaron ideas falsas sobre la opinión. El problema de la actitud italiana respecto de la entrada en la guerra se planteó de nuevo en la primavera. ¿Cómo se apreciaba en las altas esferas? Mussolini percibía claramente que la idea de la intervención, que lo seducía cada vez más, era impopular. "Cuando un pueblo está dominado por los instintos de la vida vegetativa —dijo a Ciano—, no hay más que un medio para salvarlo: es el empleo de la fuerza [...] La raza italiana es una raza de carneros" (29 de enero de 1940). "Le hacen falta bastonazos, bastonazos y más bastonazos" (7 de febrero). La población, que temía lo peor, se agitaba. 15 de febrero: "Informe muy pesimista de Bocchini sobre la situación interior. El malestar crece en el país al mismo tiempo que las dificultades. El prestigio del régimen ya no es el de antaño. Pero ¿dice todas estas cosas a Mussolini? Él pretende que sí". "El pueblo, en todos sus rangos, no quiere oír hablar de guerra" (23 de marzo). "Hablé de ello con el duce, repitiéndole una vez más, en la medida en que ello pudiera servir de algo, que los italianos detestan unánimemente a los alemanes" (6 de abril). 1 Pero los éxitos alemanes modificaron un poco la apreciación: "Las noticias de la campaña alemana en el norte encontraron un eco favorable en el pueblo" (10 de abril). Mussolini concluyó de ello la idea de una actitud nueva de la opinión. "Parte de la idea de que el sentimiento del pueblo italiano es unánimemente hostil a los aliados. ¿De dónde saca esta información? ¿Está verdaderamente seguro de lo que escribe, o, consciente de su influencia personal, pensaría que podía, en el momento oportuno, modificar a su gusto la Stimmung nacional?" (2 de mayo). "La opinión pública está ahora mejor dispuesta con respecto a Alemania por efecto de sus victorias, pero los sentimientos verdaderos y profundos del pueblo no han cambiado" (15 de mayo, después de la penetración de las Ardenas). "El pueblo quiere saber lo que se va a hacer, y yo escucho muchas voces que reclaman la guerra. Esto no ocurría hace apenas algunos días" (25 de mayo). Por su parte, el rey "siente que el país entra en la guerra, sin entusiasmo; ciertamente ahora hay una propaganda intervencionista, pero no hay rastros del impulso de 1915" (1° de junio).

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La guerra sería una bella aventura, contraria a la voluntad unánime del pueblo italiano, que ignora aún la situación verdadera, pero que, al haber previsto la verdad, experimenta un acceso de cólera con respecto a los alemanes. Starace (secretario del partido fascista), cuya opinión no podría ser objeto de sospecha, declara que cuando Alemania ataque a Polonia habrá que cuidarse de reprimir las manifestaciones antialemanas. En cambio, una política de neutralidad sería muy popular y, si se hiciera necesario más tarde, vina guerra contra Alemania sería igualmente popular.

Tal era la evaluación subjetiva de Ciano. ¿Era del mismo parecer Mussolini? Ciertamente no: recordemos el 27 de agosto de 1939: Fui completamente abandonado por todos aquellos que se preocupan únicamente por decir a Mussolini lo que puede serle agradable. La verdad es el último de sus cuidados. Starace, con su incapacidad intelectual y moral, no temió declarar al duce que las mujeres italianas están felices con la guerra, porque recibirán un subsidio de seis liras al día y se desembarazarán de sus maridos.

No todos los consejeros son tan serviles. 30 de agosto: "Bocchini (director general de la policía), a quien invito una vez más a presentar a Mussolini informes verídicos sobre la situación, es muy pesimista. Incluso llegó a decirme que, en caso de una manifestación en favor de la neutralidad, los carabineros y agentes de policía harían causa común con el pueblo". 13 de septiembre: "Bocchini dice que el estado de ánimo en el país se mejora en la medida en que se extiende la certeza de que se conservará nuestra neutralidad. En todos los casos, el pueblo es y continúa siendo profundamente antialemán". ¿Está informado de ello Mussolini? Hay que admitir que sigue haciéndose ilusiones sobre la opinión, el ejército y la aviación: "Dispone de cifras proporcionadas por Valle que testimonian un absurdo optimismo. Le

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Finalmente, el 10 de junio, fecha fatídica: "Mussolini habla desde el balcón del Palacio de Venecia. La noticia de nuestra entrada en la guerra no sorprende a nadie y no despierta un entusiasmo excesivo. Estoy triste, muy triste. La aventura comienza. Que Dios asista a Italia". Mussolini, con su inconstancia acostumbrada, se entregó a juzgar con severidad a los italianos: "Sus reflexiones sobre el pueblo italiano [...] son esa tarde de una extrema amargura" (17 de junio). "Mussolini responsabiliza al pueblo italiano: es la materia lo que me falta" (21 de junio).

gados, más directos, más brutales, que en ocasiones chocaron con sus colegas europeos. Por lo demás, el spoils system hizo que todo cambio de partido en el poder suscitara, en general, un amplio movimiento de embajadores. La diplomacia yugoslava actual comprende muchos "veteranos" de las brigadas internacionales de la España republicana, y todos participaron en la lucha de los guerrilleros. En un mismo país se produce una evolución. En el caso de Francia, será interesante estudiar las consecuencias de la aparición del "gran concurso" (bandos del 13 de julio de 1868, decreto del 1° de febrero de 1877) y de la Escuela Nacional de Administración (1945). La formación en la Escuela Libre de Ciencias Sociales marcó, por largo tiempo, a los hombres de "la carrera". En la actualidad, la asimilación de los cuadros disueltos (inspectores civiles de Túnez y de Marruecos, administradores de ultramar) experimenta un cambio nuevo. "La unidad de estilo y de formación, del todo justificada en una época en que la diplomacia todavía era una carrera ampliamente orientada sobre una Europa de tradición monárquica y aristocrática, comenzó a ser criticada entre las dos guerras como uno de los signos del apego caduco del Quai d'Orsay a un pasado cumplido."37 '•>' En Inglaterra presenciamos fenómenos comparables. Ahí, la gran reforma data de 1943. Lord Strang, quien hizo lo esencial de su carrera en la Foreign Office, escribe que "la diplomacia británica del pasado padecía comúnmente por varias faltas graves".38

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4. LA "PRESIÓN SOCIAL" Las fuerzas profundas ejercen su influjo incluso cuando son inadvertidas. En efecto, no es indiferente saber en qué clases, en qué regiones geográficas se recluían los estadistas y, por lo que aquí nos ocupa, los diplomáticos. Al prologar Le Quai d'Orsay de Jacqvies Dumaine,36 Francois Mauriac señala que: "aquellos que encontraron en su herencia, además de los bienes más sólidos, la afabilidad, los modales y lo que se llama el don de gentes, tienen en el más alto grado el defecto, común por lo demás a todos los diplomáticos, de juzgar la opinión del país en el que están como enviados según las personas del mundo que constituyen su medio natural". El que exista una "mentalidad" de clase, o incluso de grupo social, es una evidencia que los marxistas no son los únicos en haber comprobado. Eventualmente, esta "mentalidad" puede manifestarse por una "conciencia de clase" en la que se muestra la voluntad definida de favorecer a sus allegados, a sus pares. Pero muy a menudo se les defiende, se les conceden privilegios, porque ello parece natural, porque ello es evidente de algún modo inconsciente. Por tanto, sería cautivante estudiar, más de lo que se ha hecho hasta el presente, los "medios" que dirigen la política exterior. Una multitud de observaciones vienen a la mente, que sería necesario que fueran encaminadas por investigaciones serias. Sería interesante analizar el reclutamiento de los diplomáticos europeos en las familias nobles y acomodadas en el siglo xix, que creó una especie de solidaridad internacional y un lenguaje común. Muchos diplomáticos tradicionales expresaron el estupor que les provocaba la joven diplomacia bolchevique, la cual, al lado de algunos hombres del antiguo régimen, como Chicherin, se reclutaba sobre todo entre revolucionarios con "malos modales". Durante el mismo periodo, la diplomacia estadunidense consiste principalmente en hombres de negocios a veces millonarios, escritores, abo36

Le Quai d'Orsay (1945-1951), París, 1955, p. 9.

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Partiendo de la idea de que él había sido reclutado en una clase social rigurosamente limitada —idea que ya no era exacta desde fines de la primera ''• Guerra Mundial—, fue acusado, en consecuencia, de ser incapaz de represen' tar sanamente los intereses de la nación en su conjunto; de haber llevado vina ¡" i vida demasiado bien protegida en su propia clase para comprender los problemas económicos y sociales; y, a causa de sus prejuicios sociales, de entrar ¿, en contacto con una sección demasiado estrecha de la población del país del 5 que estaba encargado. Estas críticas no carecían del todo de fundamento.

El cuerpo diplomático era, como en todas partes, "una oligarquía social con una conciencia aguda". Tomemos nota también de este juicio melancólico:39 "Casi todos los diplomáticos británicos y extranjeros deploran la tiranía del cóctel como institución diplomática; sin embargo, casi " 37 Jean Baillou y Fierre Pelletier, Les Affaires étrangéres, París, 1962, p. 200. 38 Lord Strang, The Foreign Office, Londres, 1955, pp. 70 y 72. Cf. también ídem, The Diplomarte Carear, p. 18. . 101.

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todos se sienten obligados a ofrecerlos y a asistir a ellos. El hecho es que, todo lo fatigosos y perniciosos que sean para la digestión, tienen su utilidad. Son una especie de bolsa de cambios [...] de rumores políticos. Cualquiera que haya asistido a tales parties sabe bien que no agrupan, ni de lejos, a todas las clases de la población". Otra forma de la presión de las fuerzas profundas es la barrera lingüística. Sería extremadamente interesante comparar las actitudes de los estadistas que no conocen más que su propia lengua, que están, por así decir, "encerrados", y las de los que conocen varias. Bismarck, por ejemplo, hablaba perfectamente el francés y el inglés, mientras que Hitler no conocía sino el alemán. "Desconfíen —decía Bismarck— de un inglés que hable francés sin acento." Palmerston conocía bastante bien el francés, el español y el portugués para verificar los textos de la Cuádruple Alianza de 1834. En la Conferencia de Paz de 1919, Lloyd George sabía francés y Clemenceau conocía perfectamente el inglés. Orlando hablaba de modo aceptable el francés, pero nada de inglés. Sólo Wilson sabía nada más su lengua materna. En Munich, en 1938, sólo Mussolini sabía —menos bien de lo que se creía, por lo demás— las cuatro lenguas de los países representados. En Moscú, en ocasión de las negociaciones franco-anglo-soviéticas de 1939, Molotov hablaba ruso, el embajador británico inglés y el embajador de Francia francés (estos dos últimos se entendían mutuamente). Potemkin, comisario adjunto en Asuntos Extranjeros, traducía el francés y el inglés al ruso. Molotov traducía el ruso al francés. Por tanto, los dos soviéticos disponían de una ventaja sobre sus colegas. Las memorias de Paul Schmidt,40 intérprete de Hitler, proporcionan numerosos datos sobre el tema. De todos los estadistas del mundo, parece que los estadunidenses son los que menos pueden escapar de su lengua materna. Es posible suponer que ello explique ciertas tendencias características de la diplomacia estadunidense (aislacionismo o, según la expresión de Hans Morgenthau, "neoaislacionismo", el cual consiste en ocuparse de los asuntos de otros sin tener en cuenta su parecer). Según E. Wilder Spaulding,41 diplomático estadunidense,

situación lamentable. La estimación reciente, según la cual 10 millones de rusos estudian el inglés, mientras que sólo 5 000 alumnos estudian ruso en los colegios estadunidenses, parece implicar la conclusión de que los rusos pueden burlarse seguramente de nuestros diplomáticos.

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estamos a la merced del "indígena" bilingüe que resume lo que quiere resumir y traduce las conversaciones en frases que tienen como fin halagar a los participantes estadunidenses. La inculpación de Marión Folson, según la cual "los Estados Unidos son probablemente más débiles en lenguas extranjeras que cualquier otra potencia", no es más que un eufemismo para describir una 40 41

Statist aufdiplomatischerBühne, Bonn, 1949. E. Wilder Spaulding, Ambassadors ordinary and extraordinary, Washington, 1961, p. 4.

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Evidentemente, no se trataría de descubrir leyes generales en cuanto a la influencia ejercida sobre los estadistas por su educación y su medio de origen. Cada caso debe ser estudiado por separado, de ahí la evidente necesidad de buenas biografías. Conformémonos con realzar algunos rasgos sobresalientes que revelan la importancia a veces decisiva de esa "presión social" inconsciente o semiconsciente. No es indiferente que Bismarck haya sido criado en una familia de "hidalgos alemanes" en la que los franceses —que habían saqueado el castillo de Schónhausen en 1806— eran considerados los enemigos hereditarios. Pero, a la inversa, las pocas "ideas liberales" que retenía de su madre y de su abuelo Mencken se desvanecieron después de 1840, cuando, al volverse terrateniente, inmerso en los medios hidalgos brandeburgueses, se impregnó de las ideas "reaccionarias" que le permitirían distinguirse de 1848 a 1850. Su "conversión" de diciembre de 1846 se efectuó por la influencia de su futuro suegro Heinrich von Puttkammer. Al rebasar por mucho estos círculos limitados y mediocres, Bismarck fue profundamente influido por ello, lo cual se notará en su acción. "Como clase —escribía Eyck— los hidalgos alemanes tenían siempre políticamente la misma mentalidad."42 "Soy un hidalgo, y quiero sacar provecho de ello", dijo Bismarck a un liberal en 1848.43 "Mis simpatías históricas estaban del lado de la autoridad", afirmó en la primera página de sus memorias. Sus impresiones escolares "no fueron lo suficientemente fuertes para eliminar mis sentimientos monarquistas prusianos innatos". "Innato" no es la palabra correcta; se trata de un carácter adquirido por medio de la educación. "Mis puntos de vista sobre la guerra de liberación se ubican en la perspectiva de un oficial prusiano. Al observar el mapa, la posesión de Estrasburgo por parte de Francia me exasperaba." .. Igualmente encontramos en la educación de Napoleón IJI algunos rasgos que influyeron en sus actitudes políticas ulteriores. De su madre, la reina Hortensia, adquirió el "culto napoleónico" y la idea de su "estrella". Le faltó, escribe Albert Guérard, "la dirección de los hombres".44 Sin embargo, su preceptor Philippe Lebas, republicano, robespierriano, ejerció alguna influencia. Hay en Napoleón III un lado "izquierdista" que debió 42 Bismarck and nlbid.,y. 13. 44 Albert

the Germán Empire, p. 12.

Guérard, Napoleón III, Cambridge, 1943, p. 17.

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manifestarse en 1830-1831, cuando fue influido por los carbonari. Todo un aspecto de su política italiana derivaba de esas ideas que lo impregnaron desde su juventud. Tal vez haya también que atribuir a esas fuentes su espíritu "saint-simoniano", que llegaría no sólo a inculcarle un vivo interés en la expansión económica, sino también a hacer de él, con el tratado de 1860, un gran artesano del libre intercambio. Hay que continuar con el eterno paralelo entre Briand y Poincaré, ya evocado a propósito de sus "caracteres", en términos de medio social y de educación. Briand, dice Georges Suarez,45 "no puede ser clasificado entre los productos habituales de los estadistas que han dejado un nombre en la historia; Clemenceau y él son los únicos que no pertenecen, por sus orígenes, a la clase llamada dirigente. No eran de los que, por temperamento, por formación o por tradición, consideraron el poder como la coronación legítima y un tanto académica de una carrera bien arreglada, minuciosamente marcada con diplomas y títulos". Todo llevaba al joven Briand a convertirse en el estadista flexible, imaginativo, oportunista en sus ideas, si no en sus realizaciones, que debía desempeñar un papel tan importante en los años veinte: la vida modesta en un pequeño café de Saint-Nazaire, con un padre caprichoso, optimista y un tanto agitado, la influencia de un profesor en el colegio de la ciudad, Genty, quien "tuvo un papel preponderante en su orientación intelectual". "Tenía el desprecio por lo arbitrario y por las opiniones confeccionadas. Le gustaba demasiado la realidad para deformarla."46 Briand, y ello se ve claramente, era "hijo de pobres". "Sin sus dotes excepcionales, jamás hubiera recorrido la distancia que lo separaba de un mundo en que Poincaré no hizo más que nacer para ser admitido."47 En el caso de Wilson también encontramos con gran claridad ciertos rasgos de educación que marcaron su acción futura. "Las más grandes influencias de su entorno que construyeron los hábitos permanentes de su pensamiento —escribe Harley Notter—43 [...] fueron el hogar, la religión y el Sur." Aunque más tarde se haya distanciado de lo concerniente a la Guerra de Secesión, se sentía esencialmente virginiano de temperamento. Admiraba y amaba a su "incomparable padre" y a su madre. "Hay dos naturalezas combinadas en mí —escribía a su secretario Tumulty—49 que se combaten cada día [...] Por un lado, está en mí el irlandés impetuoso, generoso, apasionado, siempre ansioso por ayudar

y por simpatizar con los seres en peligro [...] Por el otro, está el escocés, astuto, tenaz, frío y quizás un poco excluyente." Tal vez la influencia presbiteriana fuera la más vigorosa. Por lo demás dependía de su familia. Wilson obtuvo de ella la convicción de que "el mundo estaba gobernado por un Dios justo, de que todo hombre era responsable de sus actos ante Dios, de que la verdadera perspectiva de la vida era espiritual y moral [...], de que la conciencia de cada uno era un tribunal más alto que la opinión del entorno y de que el futuro era más vital que el presente inmediato".50 Es muy fácil encontrar allí algunas de las fuentes de la new dipíomacy, así como la explicación de muchas de sus actitudes. Podríamos multiplicar los ejemplos: en Disraeli, la influencia del medio israelita, de la riqueza, que lo impulsaron, consciente o inconscientemente, a defenderse del exclusivismo social mediante la afectación y proezas deslumbrantes. En Mussolini, la marca determinante que imprimió la profesión de periodista. En un sugerente retrato del dictador, Wiskemann51 muestra que hay que hacer derivar de ahí, así como de su temperamento, el gusto por lo sensacional, el deseo de asombrar, que debía inspirar profundamente ciertos de sus discursos y algunas de sus decisiones. Estaba "indignado" en octubre de 1940 por la penetración alemana en Rumania. "Hitler siempre me pone ante el hecho consumado. Esta vez le voy a pagar con la misma moneda. Se enterará en los periódicos que yo ocupé Grecia."52 El matrimonio aporta a veces un cambio decisivo, al hacer pasar a un hombre de una clase a otra. Louis Barthou, pequeño burgués de Oloron, entró de tal modo en la gran burguesía. Lo mismo sucedió con WaldeckRousseau. Siempre es difícil para el historiador medir la influencia exacta de la esposa y de los parientes. Los dos extremos son Wilson —quien resentía fuertemente la de su segunda esposa— y Lloyd George, quien casi estaba separado de la suya por su agitada vida. Es aún más difícil apreciar la influencia de las amantes. Nadie puede poner en duda que en ocasiones las mujeres tienen un papel histórico considerable por el hecho mismo de que están ligadas a un político importante, de que lo ven con frecuencia e incluso pueden modificar sus ideas. Algunas sacan provecho conscientemente. * El papel del entorno se relaciona parcialmente con el problema de la presión social. En efecto, se puede admitir que en general el político escoge a sus colaboradores inmediatos entre sus amigos, entre aquellos que le inspiran confianza, porque los conoce y porque se los han recomendado. Ahora bien, los colaboradores inmediatos desempeñan un

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A¡ Briand, 1.1, p.

16. "lbid.,pp. 14, 15. "Ibid.,?, 18. 48 Harley Notter, The Origins ofthe Foreign Policy ofWoodrow Wilson, Baltimore, 1937, pp. 4-5. 49 A. y J. George, Woodrow Wilson and Colonel House, Nueva York, 1956, p. xvi.

50 51 52

Notter, op. cit., p. 9. Elizabeth Wiskemann, The Rome-Berlin Axis, Oxford, 1949, p. 6. Ciano, op. cit., 12 de octubre de 1940.

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papel inmenso no sólo como consejeros, sino también como "filtradores". En materia de información, de contactos, son por así decir omnipotentes. Pueden ocultar al responsable realidades enojosas, evitar que sufra influencias peligrosas en cuanto a sus puntos de vista y favorecer, por el contrario, otras influencias. En la medida en que forman parte del misino medio social, político o intelectual que el estadista, son temibles agentes de la presión social. El caso más extremo de filtrado conocido en una democracia es tal vez el de la enfermedad de Wilson en 1919. La señora Wilson y el doctor Grayson fueron los únicos que vieron al presidente. Filtraron no sólo las visitas, sino incluso las noticias. Para apaciguar al pobre enfermo, la señora Wilson le hizo creer que el Senado cedería y aprobaría el Tratado de Versalles. Ella tuvo una gran responsabilidad en el rechazo por parte del presidente de las enmiendas susceptibles, quizás, de salvarlo todo. Por tanto, sería interesante estudiar los gabinetes ministeriales en Francia, los secretarios particulares y asistentes de un presidente de los Estados Unidos. El coronel House, en cuanto a Wilson y Harry Hopkins en el caso de F. D. Roosevelt, pertenecen a esta categoría. Igualmente Berthelot con respecto a Briand, aunque haya ocupado el puesto de secretario general. Aquí se trata de individuos. Pero lo más interesante es el estudio de los grupos pequeños; desafortunadamente, tales investigaciones son muy escasas. Tomemos el ejemplo del gabinete de Gambetta, presidente del Consejo y ministro de Asuntos Extranjeros de noviembre de 1881 a enero de 1882. El jefe de gabinete ante la presidencia del Consejo era Joseph Reinach; en el Quai d'Orsay, Eugéne Spuller como subsecretario de Estado; un joven diplomático, Auguste Gérard, era jefe de gabinete con Gabriel Hanotaux, como adjunto, entonces redactor en los archivos del ministerio y colaborador de la République Frcmgaise. Su secretario particular era Joseph Arnaud (del Ariége), cuya madre mantenía uno de los grandes salones republicanos y gambettistas de París. Contamos con análisis de Gérard53 y de Gabriel Hanotaux.34 La elección de Gérard se explica por la amistad. En el invierno de 1869-1870, Gérard, entonces alumno de SainteBarbe, fue al Palais-Bourbon y pidió audazmente ver a Gambetta. Éste lo recibió en la calle Montaigne y así se estableció una amistad duradera. Gambetta animó a Gérard a presentarse en la Escuela Normal, se interesó en él, le otorgó su confianza y lo inició en la política. Al llamarlo en 1881, sabía que contaba completamente con él. Por su parte, Hanotaux fue convocado por Gambetta el 19 de junio de 1881 para entrar en la redacción de la République Franjease. "Fui conquistado a la primera."

Gérard nos ha dejado algunas informaciones preciosas. Gambetta "trabajaba mucho, recibía a un gran número de visitas, aceptaba invitaciones fuera y tenía, él mismo, en el Quai d'Orsay la mesa más hospitalaria".53 "Todos los días iba a las Cámaras." "Cada tarde, cuando regresaba, yo debía esperarlo para comunicarle no sólo los últimos telegramas recibidos, sino también los despachos y cartas que el correo del día había traído. Yo le resumía la mayor parte de las piezas, pero le leía íntegramente los documentos esenciales, anotando al margen las observaciones que él hacía y las instrucciones que daba."56 También sabemos en qué condiciones recibía visitas Gambetta, a qué personas daba audiencia. De ello podernos deducir que Gambetta dependía muy estrechamente de sus colaboradores inmediatos. Este caso podría generalizarse. Hanotaux ofreció aún más precisiones sobre el "equipo" de Gambetta. "En su calidad de jefe, tiene como primera tarea la constitución de un grupo, de un batallón, de un ejército."57 Este grupo se formó alrededor de la République Frangaise: Challemel-Lacour, Spuller, J.-J. Weiss, Galiffet, Miribel, Reverseaux, Roux, Antonin Proust, etc. "Con razón se dijo que el entorno de Gambetta era 'abigarrado'."58 "Gambetta, presidente del Consejo, ministro de Asuntos Extranjeros —nos dice aún—, había abandonado desde hace mucho su vida bohemia [,..] La frecuentación del mundo, comprendidas las comidas con el príncipe de Gales, 'arbitro de la elegancia', había rematado la sólida educación burguesa recibida de su madre y de la buena tía Massabie."59 ' No podemos llevar más lejos este bosquejo. En todo caso nos muestra a qué punto depende el estadista de su entorno, a qué punto está ligado al grupo que ha constituido y que es, de algún modo, su emanación.

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» Mémoires d'Auguste Gérard, París, 1928, pp. 64-80. 54 Gabriel Hanotaux, Mon temps, t. H, La Troiséme République, Gambetta et Jules Ferry, París, 1938, pp. 139-238 y p. 127.

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5. CONCLUSIÓN

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Al igual que la sociedad imprime su marca en todo individuo, así ejerce su influencia en el estadista. Acabamos de examinar sumariamente por qué canales éste recibe el impulso de las fuerzas profundas. Sea o no consciente o se dé cuenta o no de ellas, éstas actúan y no siempre es fácil resistirlas. ¿Hay que resistirlas a veces? El problema presenta dos aspectos: uno normativo y el otro realista. El problema normativo queda fuera de nuestro tema. La .

Gérard, op. cit., p. 69. 70. 57 Op. cit., p. 142. ¡albid,, p. 145.

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S6Ibid.,p.

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democracia, sea cual sea la definición que se le dé, se basa en la idea de la "voluntad del pueblo". Pero la voluntad del pueblo no es la opinión pública.60 La primera proviene de una tendencia general que representantes elegidos o un partido en el poder se esfuerzan en adaptar a los detalles del gobierno. La segunda se expresa incesantemente, tiene sus fluctuaciones, sus "maremotos", sus periodos de indiferencia. En las democracias occidentales, la voluntad del pueblo se expresa mediante elecciones periódicas. Éstas hacen conocer también un estado de la opinión pública, pero un estado pasajero. Por el contrario, las fluctuaciones de la opinión pública pueden seguirse con las técnicas nuevas, como los sondeos de opinión. George Gallup, principal inventor de esta técnica, confundió por completo las dos nociones. En un artículo que tuvo cierta resonancia,61 evocó un mundo futuro en el que las elecciones periódicas serían sustituidas por sondeos de opinión continuos. Así, día tras día la opinión dictaría las decisiones del estadista. Esta sugerencia ignora por completo el hecho de que la opinión, en general, está mal informada y que, en cambio, los gobiernos disponen de vina gran masa de información que en ocasiones le permiten mirar a largo plazo y tornar decisiones eficaces. Por otro lado, el carácter complejo y no inmediato de los problemas de política exterior hace que la opinión, en gran medida, no tenga interés en ellos, que no la afecten más que en puntos que implican consecuencias internas visibles (política aduanal y nivel de precios, políticas audaces y créditos militares, duración del servicio militar, etcétera).62 Cuando Mussolini declaró la guerra el 10 de junio de 1940, actuó probablemente en contra de la gran mayoría de la opinión italiana. Pero tenía una oportunidad de transformarla: el éxito inmediato. Tal vez se exagera la posibilidad de esto. Al contrario, como los desastres se acumularon, la opinión se consolidó en su posición inicial y el régimen mussoliniano se derrumbaría, en etapas sucesivas, en medio del odio casi generalizado. En 1939-1940, Roosevelt partió de una situación similar: la hostilidad extrema del país contra la guerra. Mejor informado que la opinión, llegó a la conclusión de que era inevitable, pues la vida misma de los Estados

Unidos estaba en juego. De todos modos, pensaba que, de entrada, podían tomarse decisiones susceptibles de desencadenar una guerra inmediata. Su política, prodigiosamente hábil, consistió en adelantarse a la opinión, pero mediante actos cuya necesidad comprendería pronto. Así, la derrota de Francia creó un primer choque que permitió acrecentar el apoyo a los británicos. Las elecciones presidenciales de 1940 muestran que se puede ir muy lejos en el camino que lleva de la neutralidad a la no beligerancia. La ley de préstamo y arriendo fue una de sus consecuencias. En conjunto, Roosevelt fue "seguido" por la opinión. •;, Pero la opinión pública y las fuerzas económicas son no sólo motores que dan impulso al estadista. También son realidades relativamente maleables. El estadista puede tratar de modificarlas. En el próximo capítulo vamos a examinar la naturaleza y los límites de los esfuerzos que el estadista lleva a cabo para actuar sobre las fuerzas profundas.

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60 Sobre este punto, véase el interesante análisis de G. Burdeau, "L'évolution des techniques d'expression de l'opinion publique dans la Démocratie", en G. Berger (comp.), L'Opinión publique, París, 1957, pp. 137-168. 61 Bulletin International des Sciences Sociales, 1953, núm. 3, "Les vingt années á venir", p. 499. 62 Sobre este punto, véanse útiles estudios en Sondages, 1958, núms. 1 y 2, p. 10.

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XII. LA ACCIÓN DEL ESTADISTA SOBRE LAS FUERZAS PROFUNDAS NADIE duda de que el estadista pueda actuar sobre los acontecimientos particulares. Es su papel y su responsabilidad, ya sea que se trate de responder a una iniciativa exterior, ya sea que se dé la ocasión de tomar una iniciativa. También es probable que, mediante una serie deliberada de acciones, el estadista pueda modificar las coyunturas que son en esencia un complejo de acontecimientos que tienen cierta duración. Llega a ocurrir que el responsable político logre desembrollar el enredo y sepa sobre qué puntos hay que actuar. También sucede que, por su acción, el nudo se enrede aún más. Por ejemplo, en una situación inflacionaria hay políticas buenas y malas. Poincaré, entre julio y octubre de 1926, "salvó el franco", logró equilibrar el presupuesto. Cuno, en la primavera de 1923, contribuyó a acelerar la inflación "galopante" que hacía estragos en Alemania. Si se trata de una crisis económica de gran amplitud, hay una alternativa de acciones por emprender. A su modo, Roosevelt con el Nuevo Trato, Hitler con el rearme, MacDonald con la devaluación de la libra esterlina, al restablecer el proteccionismo y al instituir la preferencia imperial, atenuaron la crisis. Por el contrario, los inestables gobiernos franceses, al practicar mediante decretos-ley una política de deflación, contribuyeron con toda probabilidad a paralizar aún más la economía del país. Pero el verdadero problema no radica en esto. Consiste en saber si el estadista puede llegar, mediante una acción continua, a transformar de manera decisiva las estructuras profundas de la nación o bien si éstas están sometidas a grandes leyes ineluctables. Antes que de estructuras, hablemos de infraestructuras profundas y de superestructuras. Para algunos, sólo las segundas se libran de la acción del político. Las primeras, que constituyen la esencia misma de la historia, siguen su evolución de manera implacable. Responder a la pregunta sobre cuál es la influencia respectiva de los políticos y de los movimientos profundos "infraestructurales" sería tanto como responder al más angustiante de todos los problemas que se plantean al historiador. Algunos —en especial los marxistas— estiman que son capaces de aportar la solución mediante el materialismo histórico, sokición por lo demás mucho más sutil y compleja de lo que los comentadores mal informados o mal intencionados creen (volveremos a 380

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t : ello). Otros, pensando que el materialismo histórico se funda en postulados y que sólo toca a la historia confirmar o invalidar su valor, consideran que no se ha hecho la prueba y que se necesitarán numerosos estudios realizados sin prejuicios para llegar a una interpretación sóli* da. En verdad, aquí se trata de un problema esencial de filosofía de la historia. Ésta emite teorías. Sólo el estudio de la historia puede evaluar su correcta fundación. Y debemos confesar que, en el estado actual de r la investigación histórica, no nos parece posible dar una respuesta clara y convincente. Nuestra tarea es infinitamente más modesta. Consiste en mostrar qué problemas se plantean y en delimitarlos. Debemos analizar algunos ejemplos, no sin resignarnos a admitir que hay datos de apariencia contradictoria. Para empezar, colocándonos en una perspectiva de largo plazo, observemos que, por ejemplo, la batalla de Waterloo, o incluso todas las guerras de la Revolución y del Imperio, no impiden de ningún modo que el nivel de vida, el nivel de poderío de Francia, de Inglaterra, una vencida y la otra victoriosa, no sean en general los mismos. Más bien, sus regímenes políticos, tan diferentes como hayan sido en el detalle, parten de los mismos principios fundamentales. Sean cuales hayan sido las vicisitudes de la historia política de los países, sus infraestructuras parecen haber evolucionado paralelamente. Tomemos aún el ejemplo de la descolonización. Ubicándonos en 1963, es decir 18 años después del fin de la gtierra, observemos que, vencedores o vencidos, todos perdieron sus colonias de modo similar. Japón e Italia, vencidos, tuvieron que renunciar de entrada a ellas. Inglaterra, victoriosa, y Francia, que era un socio modesto en el campo de los vencedores, tuvieron que abandonarlas una tras otra. La diferencia entre vencedores y vencidos es que, para los vencidos, ello se dio rápidamente, mientras que para los vencedores tardó algunos años. Pero al cabo de vinos 100 años, el conjunto tendrá el aspecto, quizá, de un fenómeno único. La descolonización, por sí misma ligada a fuerzas profundas, es lo esencial. Por otro lado, que hayan tenido o no colonias entre 1945 y 1963, que hayan sido bien o mal gobernados, todos los países que desde entonces se llaman "medianos", que tenían ya en 1938 una gran capacidad industrial, duplicaron su producción o incluso fueron más lejos. Japón, cuya población creció en 25 millones de habitantes y cuyo territorio se limitó a sólo sus islas, gozó de un nivel de vida dos veces mejor que en la época en que creía en el espacio vital y quería conquistarlo, Francia, con más de 30 gabinetes y Alemania, con un solo canciller durante 14 años, tuvieron ritmos de crecimiento casi iguales, si no paralelos, en el mismo periodo. Todo esto parece confirmar cierta independencia de la infraestructura.

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A la inversa, el espantoso desarrollo de las técnicas de armamento permite considerar perfectamente posible una decisión del estadista que desquiciaría no sólo los acontecimientos, no sólo las coyunturas, sino la estructura misma de las sociedades. La decisión de iniciar una guerra termonuclear o el hecho irracional que, mediante un proceso de "escalada", transformaría un conflicto en una guerra de destrucción mutua haría, como ya dijimos, volver a la humanidad sobreviviente a una especie de Edad Media. La destrucción casi fatal de las ciudades, y por tanto de la industria, de los cuadros administrativos, de las capacidades intelectuales y técnicas, transformaría en unos cuantos días a sociedades desarrolladas en montones de escombros donde, probablemente, los escasos sobrevivientes, agrupados en bandas y armados como sus antecesores de la prehistoria, pelearían salvajemente por las raras zonas habitables, los escasos recursos. Ahora bien, todo ello puede depender de un acto del estadista. Tan inverosímil como pueda parecer, este acto se considera posible porque cada una de las dos grandes potencias, al menos, fabrica un arsenal de muerte basado en la incertidumbre en cuanto a las intenciones reales del otro. Más modestamente, a pesar de sus horrores, las dos guerras mundiales pueden interpretarse como el resultado de acciones políticas que transformaron en gran medida las condiciones estructurales. En efecto, vencedores y vencidos —Reino Unido, Francia, Alemania, Italia—, que en 1914 eran potencias de la misma "categoría", aún están en el mismo plano en la jerarquía del poder real. Pero la "decadencia de Europa", la absorción de lo esencial del poder por parte de la URSS y los Estados Unidos, ¿no son consecuencia de un debilitamiento decisivo de Europa debido a guerras que, en la actualidad, parecen fratricidas? Sin embargo, los partidarios de la infraestructura podrían responder que en realidad esas guerras se iniciaron realmente no en virtud de decisiones políticas, sino por la necesidad histórica de ineluctables fuerzas profundas. No se ha cerrado la discusión. A ello volveremos en la conclusión de este volumen. Aun si no podemos resolver el problema de la acción del estadista sobre las estructuras, el historiador tiene una tarea que cumplir. Debe analizar los casos en que los responsables quisieron transformar las fuerzas profundas y lo intentaron. Sin pretender más que esbozar en unas cuantas páginas los perfiles del problema, quisiéramos ilustrarlo con algunos ejemplos, primero por cuanto respecta a las fuerzas de carácter económico y social, y luego en lo que toca a las que derivan de la psicología colectiva.

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1. LAS TENTATIVAS DE ACCIÓN SOBRE LAS FUERZAS ECONÓMICAS Y SOCIALES

Podemos partir del fenómeno social de algún modo más elemental: la demografía. Todo parece indicar que en las sociedades que se industrializan y en las que desaparece el analfabetismo baja la natalidad. Ciertamente es un fenómeno estructural, aún mal explicado y complejo. Puede darse una inversión espontánea de la tendencia, como sucedió en los Estados Unidos, donde las predicciones de los demógrafos de 1930 (120 millones de habitantes en 1960) fueron falsas: los Estados Unidos tenían 190 millones de habitantes en 1963. Pero los dirigentes políticos no parecen carecer de medios para actuar, en ambos sentidos. No sabemos con seguridad si el crecimiento de la natalidad francesa a partir de 1946 se debió a la ley de 1938 sobre los subsidios familiares y al "código de la familia" o bien a vina especie de recuperación estructural de confianza en la vida. Pero una hipótesis razonable es que dicha legislación voluntaria y consciente tuvo una función (modesta, como lo prueban las cifras, pero no despreciable). ; A la inversa, el gobierno japonés practica desde 1950 una política sistemática de fomento del control de los nacimientos. Sus resultados son sorprendentes. En 15 años, la natalidad cayó de 22 a 16.2%, notablemente inferior a la de Francia. Por desgracia, una vez más, el argumento no es decisivo, pues siempre se podría afirmar que la enorme baja de Ja natalidad es consecuencia de la duplicación del nivel de vida de la población japonesa. ¿Puede un gobierno transformar de modo decisivo la estructura social de un país? Los marxistas leninistas están muy lejos de negarlo. Suponen que después de las revolución proletaria se pasa sucesivamente por la etapa de la "democracia popular", en la cual la lucha de clases continúa, pero bajo el control del proletariado (que ellos asimilan a su "ala activa", el partido comunista); luego por la etapa del "socialismo", en la que las clases subsisten, pero en la cual la lucha de clases termina. Finalmente, afirman que llegarán a la fase del "comunismo", es decir, a la sociedad sin clases. Pero aún no contamos con ningún ejemplo histórico y, por tanto, no podemos saber si esta profecía se realizará. Pero, según ellos, esta transformación voluntaria no puede hacerse realmente sino después de la revolución, cualquiera que sea la forma que adopte. Por un lado, la revolución es el cumplimiento implacable del juego de las fuerzas economicosociales y, por el otro, la acción del gobierno proletario posterior a la revolución consiste esencialmente en "seguir la corriente de la historia", en favorecer el juego de las fuerzas de la infraestructura, en eliminar los obstáculos que se levantan ante

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ellas. Para Marx, el papel de la superestructura (ideología, instituciones políticas) es muy secundario y se deriva de la infraestructura, fuerzas de producción y relaciones de producción, cuyo conjunto constituye el "modo de producción" o "estructura económica" de la sociedad, "la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden formas de conciencia sociales determinadas".1 Para Stalin, quien se ubicaba después de la revolución proletaria y en la perspectiva del "socialismo en un solo país", la superestructura era mucho más independiente y desempeña aún más su propio papel. La superestructura es engendrada por la base, pero ello no quiere decir que se limite a reflejar la base, sea ésta pasiva, neutra, sea que se muestre indiferente en cuanto a su base, en cuanto a las clases, al carácter del régimen. Muy por el contrario, se convierte en una fuerza activa inmensa, ayuda activamente a su base a tomar cuerpo y a afirmarse, no ignora nada para ayudar al nuevo régimen a culminar la destrucción de la antigua base y de las viejas clases y para liquidarlas.2

Así se llega a la idea de que "el Estado es la parte integrante más importante de la superestructura".3 Ello permite justificar la necesidad de fortalecer el Estado soviético. Por otra parte, las circunstancias históricas llevaron a los bolcheviques a realizar acciones que parecían poco conformes con las leyes enunciadas por Marx: hacer la revolución desde 1917, cuando no había base económica socialista en Rusia, y "colectivizar la agricultura en los años treinta con una revolución venida 'de arriba' para poder desarrollar, al socializarlas, las fuerzas de producción de la economía agrícola, y no a la inversa".4 En estos ejemplos y textos se ve que el marxismo, en su forma soviética, abandonó por completo las tesis "mecanicistas" que encontraban en la infraestructura la única explicación de la evolución y minimizaban el papel del Estado. Al parecer, tal fue la posición de Marx. Pero Engels mostró que aquél debió exagerar sus ideas por necesidades polémicas. Ésa fue la posición de Plejanov en su Concepción materialista de la historia (1897) y de Bujarin en La teoría del materialismo histórico (1927). Desde entonces parece que la mayor parte de los teóricos admiten que, en el Estado socialista al menos, la superestructura —y por tanto, final' Zur Kritik der politischen Ókonomie, Dietz (comp.), p. 13, citado por J.-Y. Calvez, La pensée de Karl Marx, París, 1956, 664 pp. Cf. p. 425. 2 Le Marxisme et les problémes de linguistique, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, pp.6-7. Citado en ibid., pp. 427-428. 3 A. I. Denisov y M. G. Karicento, citados por Henri Chambre, Le Marxisme en Union Soviétique, París, 1955, 510 pp. Cf. su capítulo: "Satline et la Superstructure", pp. 457-483. 4 Chambre, op. cit., p. 466.

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mente, la decisión de los responsables— puede modificar la infraestructura a condición, desde luego, de no desobedecer las leyes generales del materialismo dialéctico. Sin embargo, subsiste una posibilidad de explicación "mecanicista". Si el Estado tiene su papel propio y autónomo y puede modificar la infraestructura, será posible que ese Estado pueda no ser más que una simple emanación de la infraestructura, de tal manera que de algún modo esté determinado el acceso al poder de ciertos hombres o incluso de tal suerte que cualquier hombre que sustituya al detentador del poder esté obligado a actuar de la misma manera. Muchos pensadores rnarxistas se oponen con fuerza a este determinismo riguroso. "Mientras Stalin estuvo en el poder —escribe André Gorz—,5 hubo rnarxistas que presentaron su reino como la manifestación de la necesidad histórica: Stalin, se decía, había sido producido por la necesidad material del stalinismo, y este último era la única posibilidad objetiva de la URSS." Pero después se pregunta "en retrospectiva si actos hasta entonces explicables por la necesidad objetiva no eran en realidad imputables a la voluntad individual, repentinamente manifiesta, del hombre Stalin". Gorz prefiere una tesis intermedia. Considera qvie la "brutalidad de la política staliniana no era una casualidad, sino una necesidad". De todos modos, si por sus cualidades, Stalin era el hombre del momento [...] sería concebible que en el lugar del Stalin "histórico", individuo contigente, se hubiera encontrado otro que poseyera esas mismas cualidades en una mayor medida y, además, algunas otras de las que Stalin careciera. Es probable que ese Stalin ideal hubiera hecho, en sus grandes líneas, lo mismo que el Stalin real, pero . lo hubiera hecho de manera diferente y a menor costo. :

En resumen, se puede considerar que la mayoría de los pensadores marxistas admiten en la actualidad que, en un régimen en que el proletariado obtuvo el poder, el Estado, superestructura por excelencia, ejerce una influencia determinante sobre la infraestructura y, por tanto, sobre lo que aquí llamamos las fuerzas profundas de carácter economicosocial. También es probable que admitan en un régimen "capitalista" la posibilidad de una acción de "retardo" eficaz por parte de los gobiernos. Con más simplicidad, el marical Tito expresó sobre el papel del estadista una opinión que parece aceptable a muchos pensadores, rnarxistas o no rnarxistas:6 "Confieso que el papel del hombre en la historia puede ser muy importante: sería un contrasentido y la negación de la realidad pres 6

André Gorz, La Morale de l'histoire, París, 1959, 284 pp. Cf. pp. 24-29. Vladimir Dedijer, Tito parle, París, 1953, p. 445.

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tender lo contrario. Pero el papel del hombre es tanto más considerable por cuanto representa las voluntades y la conciencia del pueblo en un momento dado. Es el pueblo la potencia motriz en la Historia". De este rápido análisis de una teoría particular de la historia pasemos a una presentación más concreta de ciertos ejemplos. Nos parece que el mejor método es recordar, a grandes rasgos, los esfuerzos sucesivos que llevaron a cabo los gobiernos de algunos países para modelar nuevas infraestructuras. Escogeremos, porque fueron analizados de manera lúcida y porque son bastante distintos, los casos de Francia7 y de México.8 Para empezar, es evidente que la legislación de las asambleas revolucionarias cambió profundamente las estructuras sociales francesas. La abolición de los derechos feudales, de las corporaciones, la nacionalización de los bienes del clero, la supresión de las aduanas interiores, la ley Le Chapelier de 1791 que prohibía las coaliciones, favorecieron ampliamente el desarrollo de la clase burguesa en sus interiores económicos, mientras que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la cual sólo una parte de la nación sacaba provecho, aseguraba los fundamentos de su poderío político. Es cierto, se trata de decisiones explicables por el juego de las fuerzas profundas, pero que combinadas con miles de otros decretos dieron a Francia una estructura nueva. Lo que resulta más interesante para nuestro tema es que, mediante actos deliberados de política exterior —las guerras—, esas reformas estructurales fueron impuestas en otros países donde las fuerzas profundas casi no tenían influencia en el mismo sentido. Una vez logradas las transformaciones, era prácticamente imposible una vuelta atrás. Es sorprendente comprobar que la filosofía de la política económica exterior, incluso en la época del bloqueo continental, fuera tan proteccionista. Mientras que, desde la época de la Asamblea Constituyente, los economistas liberales hacían trivinfar el liberalismo interior, los Estados de Europa mantuvieron, hasta las reformas británicas de 1846-1850, hasta el tratado Cobden-Chevalier de 1860, barreras aduanales rígidas, prohibiciones, restricciones. "Es difícil —escribe Cameron—9 exagerar el retraso que esta política comercial impviso al desarrollo de la industria francesa y a las relaciones de Francia con las otras naciones." Podemos admitir que se ejercían fuerzas poderosas sobre los gobier-

nos para mantener el proteccionismo. En las cámaras de diputados de la monarquía constitucional, sobre todo bajo el régimen de Julio, eran numerosos los industriales y todos eran proteccionistas. El poderoso Moniteur Ináustñel ejercía un papel incomparablemente más eficaz que su adversario, el Journal des Économistes, que no impresionaba más que a algunos intelectuales. También podemos atribuir a las fuerzas profundas —en la especie de la Anti Corn-Law League de Cobden— el advenimiento del libre cambio en Inglaterra. Pero es un punto en que la modificación de las estructuras por la voluntad deliberada del gobierno apareció con una prueba clara: la introducción del intercambio casi libre en Francia en 1860. Napoleón III era favorable a esta técnica comercial, pero el cuerpo legislativo del Imperio, como la Cámara de la Monarquía, era proteccionista en su inmensa mayoría y todo nos permite pensar que los grupos de presión favorables al libre cambio eran insignificantes en comparación con las fuerzas inmensas que apoyaban el proteccionismo. En dos ocasiones, en 1856 y en 1859, el cuerpo legislativo había rechazado proyectos de ley que suprimían las prohibiciones. Se sabe que, aconsejado por Michel Chevalier, Napoleón III decidió valerse de una disposición de la Constitución de 1852 que lo autorizaba a firmar y a ratificar tratados de comercio sin intervención legislativa, para dislocar de un golpe al proteccionismo a pesar de la cólera de los industríales. Por tanto, es difícil ver en ello la manifestación de una especie de necesidad histórica, y uno está tentado a atribuir lo esencial de esa reforma profunda a la decisión de un hombre. Haciendo una generalización, se puede estimar que el enorme crecimiento económico de Francia bajo el Segundo Imperio, debido principalmente a condiciones favorables —el alza continua de los precios ligada a la afluencia de oro de California—, fue estimulada por una política deliberada y mantenida por el emperador, animado por sus consejeros saint-simonianos. Desde luego, esa evolución tenía implicaciones en las relaciones exteriores. El pago acelerado de la indemnización de 5 000 millones entre 1871 y 1873 es la prueba más conocida de ello. Por supuesto, una de las consecuencias del desarrollo —más rápido bajo el Segundo Imperio que antes de 1851 y después de 1870— fue la acumulación de capital. Se trata, sin duda alguna, de un fenómeno esencialmente estructural, Pero la acción de los estadistas va a manifestarse de una manera decisiva en cuanto al uso del excedente de capital. Fue en la técnica de exportación de capitales al extranjero donde esa acción se mostró con mayor claridad. Es verdad que podríamos analizar el papel del gobierno en la política de construcción de ferrocariles en el extranjero con la ayuda de capitales franceses bajo el Segundo Imperio. Nos parece más útil llamar la

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7 Cf. sobre todo Rondo E. Cameron, Frunce and the Economic Development ofEurope, 1800-1914, Prínceton, 1961, xvin-586 pp. Charles Kindelberger, "The Postwar Resurgence of the French Economy", en In Search of Frunce, Cambridge, Mass., 1963, pp. 118-158. 8 Cf. sobre todo Raymond Vernon, The Dilema ofMexico's Development, Cambridge, Mass., 1963, xvi-226 pp. 9 Op. cit., p. 36

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atención sobre la política de los préstamos a los gobiernos extranjeros bajo la Tercera República. Aquí tenemos una acción con motivaciones esencialmente políticas, cuyas consecviencias económicas a largo plazo fueron desastrosas. "Muy poco de esos capitales —escribía Cameron—10 contribuyeron de manera significativa al desarrollo económico o al bienestar material." El ejemplo más célebre es el de los créditos otorgados a los rusos. "La solicitud oficial de parte de la Francia republicana para las finanzas de la Rusia zarista puede atribuirse a la búsqueda persistente de un aliado contra Alemania."11 Desde antes de la alianza se manifestó esa política. Después de 1890, "los ministros franceses, abandonando los escasos escrúpulos que les quedaban respecto de una intervención en el mercado de capitales, buscaron por todos los medios a su disposión estimular las inversiones francesas en los emprésitos públicos y privados a Rusia".12 Pero el principal acto del gobierno era la elección que podía hacer entre los diversos países extranjeros para las "admisiones a la cotización" de los fondos de Estados extranjeros. Ya vimos13 cómo se manifestó esa política. Por eso no insistiremos en ello. El caso de México nos ofrece una serie de ejemplos relacionados con la acción de los gobiernos sobre las estructuras primero tradicionales y, luego, en vías de desarrollo económico. Benito Juárez, presidente de México desde 1858, intentó transformar una sociedad tradicional fuertemente estructurada por tres siglos de dominación española. La vida económica se basaba en un sistema complejo de monopolios, de privilegios y de controles (tanto para la producción como para el comercio). Como toda iniciativa requería la autorización de los funcionarios, la práctica más común era comprarlos. En el campo, la única protección de que se beneficiaban los indios era la del gran terrateniente o de la Iglesia católica. México estaba dividido económicamente en regiones limitadas a mercados locales y casi no tenía vías de comunicación. La política de Juárez y de los liberales consistió en tratar de "hacer de México una nación única al reservar al gobierno nacional la dirección de los ejércitos, la emisión de la moneda y la organización del comercio exterior".14 Los monopolios, los privilegios, la esclavitud y el trabajo forzado fueron abolidos, así como las aduanas internas. A pesar de fuertes resistencias, dichas decisiones, que recuerOp. cit., p. 405; véase la primera parte, capítulo v. "Ibid.,pp. 423-424. 12 Ibid., p. 434. Cf. también Herbert Feis, Europe the World's Bunker, New Haven, 1930, xxiv-470 pp. Cameron utilizó un estudio detallado de Olga Crisp, de la Universidad de Londres. 13 Primera parte, capítulo 5. 14 Vernon, op. cit., p. 33. 10

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dan las de la Asamblea Constituyente francesa, fueron enérgicamente aplicadas por Juárez y por su ministro de Finanzas, Matías Romero. Liberales habrían querido establecer el libre cambio, pero la mitad de los ingresos federales provenían de las aduanas y además había grupos proteccionistas poderosos. Por otra parte, los bienes de la Iglesia se pusieron en venta; pero, en general, fueron comprados a bajos precios por burgueses acomodados qvie afrontaron la excomunión —de nuevo un rasgo común con la Francia revolucionaria—. Al fin y al cabo se concluyó el ferrocarril de la ciudad de México a Veracruz. Por primera vez, una política sistemática de gobierno trataba de remover las estructuras. Las resistencias hicieron que ésta no se lograra sino parcialmente. El régimen dictatorial de Porfirio Díaz, de 1876 a 1910, antepuso a dichos propósitos sociales esta política sistemática de desarrollo económico, según la cual él dejaba la iniciativa a la empresa privada. Así tomó una elección decisiva: estimular por todos los medios la inversión de capitales extrajeres en México. Para ello era preciso mantener el orden, y tal fue la justificación de la dictadura. Las principales inversiones de capitales tuvieron que ver con los ferrocariles. De 650 kilómetros al advenimiento de Díaz, pasaron a 24 000 a principios del siglo xx. Otras inversiones permitieron desarrollar las minas y los cultivos destinados a la exportación, así como ciertas industrias de transformación. Pero si la política constante del dictador tuvo efectos considerables en el crecimiento económico del país, puso de lado en gran medida los intereses de la sociedad campesina y dejó que se establecieran enormes latifundios. En 1910, 80% de las familias rurales mexicanas no tenía tierra. Por lo demás, muchas grandes propiedades pertenecían a extranjeros (un séptimo de la superficie cultivable del país). Tal política no podía dejar de provocar reacciones de fondo. En efecto, Díaz transformaba la estructura económica del país, pero esa transformación, al tener a los indios como seres inferiores por una especie de darwinismo racista, acumulaba los descontentos. Éstos surgían tanto entre los obreros como entre la clase media de las ciudades, entonces en rápido crecimiento. Con que se diera una baja duradera de los precios en el mercado mundial, como fue el caso de 1907 a 1910 en cuanto a numerosas materias primas, México estaría maduro para una revolución. Estalló en 1910. •; De 1910 a 1940, el México de la "Revolución" tuvo que enfrentar primero un periodo de desórdenes y la autoridad del Estado federal no se restableció sino poco a poco. En términos generales, las revueltas tuvieron un carácter agrario: toma de tierras, incendios de haciendas, ataques a los comerciantes en el campo. Reaparecieron las autonomías locales. Pero puede decirse que, a pesar de su confusión, la nueva políti-

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ca se propuso como fin aniquilar el poder de aquellos que había sostenido Díaz: la Iglesia, los latifundistas y los extranjeros. Nacionalización del subsuelo —que produjo un violento conflicto con las compañías petroleras de los Estados Unidos—, confiscación de tierras, expulsión de extranjeros, restablecimiento de la propiedad colectiva de los pueblos, protección del trabajo, arbitraje del gobierno en los conflictos laborales, todo ello muestra con claridad que había una voluntad de transformar las estructuras dando a lo "social" la prioridad sobre lo "económico". La energía de los presidentes Carranza, Obregón y Calles permitió el lento restablecimiento de un poder central fuerte, basado en un partido dominante, si no único, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que absorbió a los funcionarios y a los sindicatos y agrupó a numerosas personalidades. Cuando Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia en 1934, el gobierno de nuevo estaba en condiciones de tomar decisiones importantes para.la reforma de la economía mexicana. Por ejemplo, pudo poner en práctica la reforma agraria decidida en 1917. De tres millones en 1910, la población de las grandes haciendas cayó a 800 000 en 1940. Sin embargo, a pesar de sus simpatías marxistas y sus vínculos con los sindicatos, Cárdenas decidió proteger los asuntos industriales y comerciales y, al mismo tiempo, controlarlos obligándolos a adherirse a grandes agrupaciones amplias, como la Concamín15 en el caso de los industriales y la Concanaco16 en el de los comerciantes. En total, el periodo de transición que se extiende de 1910 a 1940 se caracterizó sobre todo por la introdticción de un intervencionismo de Estado y por la creciente conciencia del papel que debía desempeñar el sector público en el desarrollo económico. Después de 10 años de desórdenes, el desarrollo se recuperó lentamente en 1920, sobre todo en el sector industrial, y con mucho más rapidez después de 1935. A partir de 1940, la acción del gobierno sobre las estructuras económicas se hizo más clara, más consciente, más visible. "Es el año —dice Vernon— en que aparece el primero de una sucesión de presidentes consagrados a la idea de que el crecimiento industrial de tipo moderno era indispensable para México."17 Por lo demás, la guerra, al incrementar la demanda extranjera, 'dio a la economía mexicana un impulso coyuntural cuya importancia fue considerable. De 23 000 millones de pesos en 1939 (precios de 1950), el producto interno bruto pasó a 82 000 millones en 1960. Naturalmente, hay interpretaciones contradictorias sobre la cuestión de saber quiénes fueron los beneficiarios de este crecimiento. Vernon muestra que, aunque hayan aparecido fortunas enormes, una 16

Confederación de Cámaras Industríales. Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio.

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Op. cit., p. 88.

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ü.'ijiM'it'!üÉsti»i

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parte creciente de las masas mejoró su nivel de vida. Ello no significa que México se haya convertido en un país "desarrollado". Para eso le faltaba mucho más. Pero, si se adopta la clasificación de Rostow, es indiscutible que alcanzó el estadio de "despegue". En el ejemplo de México, lo importante es que la acción del gobierno sobre las estructuras económicas se dio en direcciones estables durante periodos largos: el de Porfirio Díaz y el que se extiende desde 1940 son los más característicos, sobre todo el segundo, pues, al beneficiarse de ciertas reformas más o menos socialistas del periodo revolucionario, se carecterizó por la amplitud de los medios de acción de que disponía el Estado. Desde 1952 hizo su aparición una planificación dócil bajo el control inmediato del presidente. "El estilo del gobierno mexicano adquirió entonces nuevos acentos." Una vez más, es difícil decir cuál fue, en el desarrollo y en los cambios de estructura social, la parte del gobierno y la de las fuerzas profundas. Pero las grandes oscilaciones políticas que hemos recordado sumariamente hacen resaltar con claridad la aportación de la voluntad consciente de los líderes. Las dos perspectivas anteriores, aunque esquemáticas, no nos dan la clave de los problemas, pero nos ayudan a plantearlos mejor. -.-.' Primero, nos enseñan, la una y la otra, que numerosos estadistas tienen como fin la reforma de las estructuras socioeconómicas de sus países. Nos muestran también que a veces lo hubiera podido hacer a contracorriente, es decir, a pesar de la oposición resuelta de fuerzas predominantes. Tal es el sentido de las reformas intentadas por Juárez o, mejor aún, del control que logró Napoleón III sobre el casi libre cambio. Pero esta fórmula es excepcional. Más a menudo, los responsables utilizaron fuerzas anteriores para vencer a otras fuerzas. Así, Porfirio Díaz favoreció diversas formas de capitalismo mexicano y extranjero para establecer el orden y la unidad del país. Los gobiernos franceses posteriores a 1887 dejaron que se manifestara libremente la propaganda rusa, lo cual permitió que se destinaran las inversiones de grandes y pequeños capitalistas hacia los créditos solicitados por los rusos. • Pero esas acciones, aunque fueran prolongadas, continuas, obstinadas, ¿condujeron a cambios estructurales, a una acción real sobre las fuerzas reales? Antes que concluir certezas, debemos más a mentido afirmar nuestra ignorancia. Napoleón III estableció el libre cambio, pero ¿sabemos si esas decisiones transformaron profundamente la estructura nuclear del país? Mejor aún, ¿es posible afirmar, como ciertos historiadores, que el estímulo gubernamental sistemático a los préstamos al extranjero habría convencido a los ahorradores y a los capitalistas de no invertir su dinero en Francia y, en consecuencia, disminuido de manera eficaz y durable el desarrollo económico del país? La res-

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puesta no es clara. Es evidente que Francia perdió en cantidades masivas el capital invertido en Rusia y en otros países. Pero como lo señala Cameron, ¿"se habría invertido en Francia" este capital si no hubiera sido atraído voluntariamente hacia el exterior? El hecho de que Francia tuvo un crecimiento retardado después de 1880, ¿se debe a esas exportaciones de capitales o a otras causas, como la mentalidad de los hombres de negocios, la estructura del mercado de capitales o la legislación fiscal? Responder a esta pregunta nos es casi imposible. Por último, persiste el problema de saber en qué medida los estadistas de cierto periodo no serían, pura y simplemente, más que la emanación de las fuerzas profundas. En efecto, unas "dinastías burguesas" monopolizaban la política y los asuntos de sus miembros y, por tanto, hacían que la política del Estado se inspirara a menudo en las necesidades de las finanzas y del gran capital. Sostener, como lo hizo Beau de Loménie,18 que este vínculo fue absoluto y casi continuo nos parece sacrificar, en provecho de una tesis a veces seductora, infinitas divergencias de acción. En efecto, las reformas sociales generosas chocaron a veces con un "muro de plata". Ello se vio claramente en Francia en 1924-1925 o en 1936-1937. Pero justamente el Estado actuó a menudo en función de concepciones mucho más vastas que las de los medios de negocios: el "interés nacional", como dice Wilson, se opuso muchas veces a los "intereses especiales". A menudo, el Estado se guardó el medio no sólo de resistir a las presiones, sino incluso de actuar en el sentido contrario. Mientras no contemos con estudios más profundos de las políticas económicas continuas, compuestas de múltiples decisiones convergentes sobre un periodo apreciable, y de los efectos de esas políticas sobre las fuerzas económicas, permaneceremos en la incertidumbre o nos veremos llevados a aceptar como axiomas lo que, de hecho, queda en el dominio de los postulados. Nos falta examinar un último aspecto de la acción de los estadistas sobre las fuerzas económicas: el que consiste en querer poner en marcha ciertos fenómenos económicos para llegar a resultados concretos en materia de política exterior. A este dominio pertenecen todas las categorías de acciones deliberadas, como represalias económicas y guerras aduanales, reforzamiento de la paz mediante el libre cambio, compra de satisfacciones políticas mediante ventajas económicas y, más recientemente, la idea de alcanzar la federación política por la "integración" económica. Nos bastará con evocar rápidamente algunos de estos puntos.19 18 19

Les Responsabilités des dynasties bourgeoises, París, 1943-1963, cuatro volúmenes. La acción de los gobiernos se trata en detalle en el capítulo m de la primera parte.

y

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' La idea del refuerzo de la paz por el libre intercambio, apreciada por los economistas liberales del siglo xix, evocada en el tercer punto del presidente Wilson, constituyó uno de los temas de la política de Cordell Hull y acabó por tener vina especie de consagración internacional teórica en el establecimiento del Acvierdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) después de la segunda Guerra Mundial. Mientras que autores como Friedrich List20 rechazan la hipótesis "cosmopolita" y afirman qvie la nación es el marco natviral del desarrollo económico, los liberales tratan de eliminar las barreras entre grupos humanos. Uno de sus argumentos, frecuentemente citado, es que el libre cambio —fruto de vina decisión política— suprime una de las causas esenciales de las guerras: la rivalidad económica.21 Cordell Hull vuelve sin cesar a este problema. A uno de los capítulos de sus Mémoires lo llama "War and Trade".22 Ahí recuerda que, el 8 de junio de 1916 en la Cámara de los Representantes, sugirió que despviés de la guerra se creara un "congreso internacional permanente de comercio" destinado a "promover relaciones comerciales honradas y amigables entre todas las naciones del mundo". Ello se convirtió, dice, en "vina gran parte de mi filosofía sobre la paz". Confirmó svis ideas cuando fue secretario de Estado. Pero Roosevelt era mucho menos entusiasta y Hull no pvido, en general, hacer que se adoptara su política. Como escribe Raymond Aron: "Según los mercantilistas, el comercio es guerra, según los liberales, es la paz con la única condición de que sea libre. Según los economistas F nacionales, será pacífica cuando todos los países sean desarrollados; según los marxistas, es guerra bajo el capitalismo, será paz con el socialismo".23 La ayuda económica, fruto de decisiones deliberadas del estadista, es tal vez un medio para actuar en la infraestructura, como lo mostró el Plan Marshall de 1947. La extensión de la ayuda económica a los países llamados subdesarrollados revela ambiciones aún más vastas. Como en las relaciones internacionales la pvira caridad desempeña un papel de los más mínimos, es preciso ver en ello intenciones sobre todo políticas. Pero esas intenciones se basan en postulados económicos que, hasta entonces, no se han verificado. Del lado occidental, se espera favorecer mediante la ayuda los inicios de un desarrollo económico que eliminará las posibilidades de que haya desórdenes y revolución. Por tanto, se :

Systéme national d'économie politique, 1841. Cf. primera parte, capítulo m. Cf. William R. Alien, "Cordell Hull and the Defense of the Trade Agreements Program, 1934-1940", en A. de Conde, Isolation and Securíty, Durham, 1957, pp. 107-132. 22 T. i, capítulo 8. Cf. también L. Robbins, The Economic Causes ofWar, Londres, 20

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23

Paix et guerre entre les Nations, op. cit., pp. 256-257.

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busca elevar el nivel de vida de numerosos grupos. Del lado soviético, la ayuda, que consiste a menudo en financiar la construcción de industrias pesadas, tal vez tiene por fin favorecer la creación y el establecimiento de un proletariado industrial naciente. En realidad, ahí llegamos al corazón mismo de nuestro problema. Pues si en los años siguientes quedara demostrado que la ayuda económica contribuye a una elevación masiva de los niveles de vida, ello sería la prueba de que la acción de los Estados puede ser eficaz sobre las infraestructuras. Por el contrario, el hecho de que la ayuda haya triunfado en Europa no prueba nada, pues cabe decir que las estructuras del desarrollo ya existían y que la ayuda desempeñó el mero papel de reanimadora de economías agotadas por la guerra. Con la integración económica, nos encontramos ante una experiencia aún más significativa. En el pasado, hubo diversos ejemplos de uniones aduanales, de las que ya hablamos.24 Pero el concepto de "integración económica" va más lejos. Ya no se trata de aduanas comunes y de "zonas de libre cambio", sino de una fusión total de las economías que implica la movilidad total de las mercancías, de los capitales, de las aduanas, un mismo sistema bancario, una seguridad social de nivel igual y, finalmente, la misma moneda. En lo que toca a nuestro tema, el interés de esa política, inaugurada en mayo de 1950 por el plan Schuman, desarrollado a través del tratado de Roma de 1957 que creó el Mercado Común, es que sus promotores quisieron ejercer un impulso complejo sobre las fuerzas económicas y sobre las instituciones políticas. Por la decisión de seis gobiernos (vagamente aprobados por la opinión pero expuestos a fuertes presiones contrarias), se puso en marcha un mecanismo que debía transformar en 12 a 14 años las estructuras profundas de los países miembros y asimilarlos en un solo conjunto. Pero el fin de los promotores (Jean Monnet) es, así, hacer posible una unificación política de Europa. Incluso si ciertos partidarios de la integración económica no son favorables a una futura integración política (general De Gaville), el problema será saber si el proceso no es irresistible. Por tanto, se tiene el siguiente esquema: acción de los estadistas (superestructura), que conduce a una transformación de la realidad económica (infraestructura), la cual debería en principio imponer una transformación de las instituciones (superestructiira). Pero una vez más nos encontramos en el corazón mismo de la experiencia y todavía no podemos saber si la realidad histórica obedecerá a este esquema. 24

Primera parte, capítulo ni.

I».

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2. LA ACCIÓN SOBRE LAS FUERZAS PSICOLÓGICAS COLECTIVAS

En este punto analizaremos un campo un poco menos desconocido. Ya no se toman en cuenta las acciones de un Estado para transformar o enmendar la opinión pública pasajera. En las democracias parlamentarias o presidenciales hay una especie de movimiento de equilibrio entre el gobierno que trata de atraerse a la opinión y la voluntad popular que, en última instancia, escoge un presidente, elige representantes. El juego es complejo, pues el gobierno debe tratar a la vez de complacer a la opinión y de influirla. Son esas tentativas de influencia las que debemos examinar aquí. Pero nuestra tarea no se limita al estudio de las acciones sobre la opinión fluctuante. También debemos examinar en qué medida actúan los responsables sobre tendencias profundas, perdurables y masivas, como las de ciertas grandes ideologías. Tal vez el ejemplo del nacionalismo sea el menos difícil de identificar. Por último, sin duda todo gobierno trata de ejercer tina acción sobre las actitudes colectivas de otros países en tiempos de paz y, sobre todo, en tiempos de guerra. -, El vocabulario que designa estas acciones no es de una precisión absoluta. Cuando un gobierno trata de dar una justa versión de los hechos, lo llama "información". Pero hay pocos casos en que el gobierno da información sin tener designios ocultos. Por tanto, su información tiene grandes posibilidades de estar "orientada". Ya no se trata de "información", sino de "propaganda". Hitler no había dudado en llamar "Ministerio de Propaganda"25 al departamento que confió a Goebbels. Es preciso admitir que los regímenes totalitarios, que controlan la prensa, la radio, la televisión, la edición, las reuniones públicas y las asociaciones, disponen de medios de propaganda infinitamente más poderosos que los regímenes democráticos. No obstante, éstos tienen a menudo un ministerio cuya designación, "Ministerio de Información", oculta mal los propósitos reales de que debe hacer también propaganda. « No siempre son precisas las fronteras entre "propaganda" y "guerra psicológica". Con Hitler, el coronel Blau escribió, sólo para uso del alto mando, una obra basada en la psicología, el psicoanálisis y la sociología: Propaganda ais Waffe (1935). Durante la guerra, Blau estuvo encargado de las operaciones de guerra psicológica de la Wehrmacht, para lo cual disponía de un equipo numeroso y de medios financieros considerables. Según los principales autores, ¿cuál es la diferencia entre "propaganda" y "guerra psicológica"? Las dos ptieden darse tanto en tiem' 25 Cf. Derrick Sington y Arthur Weiclenfeld, The Goebbels Experiment: A Study ofthe í, Nazi Propaganda Machine.

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pos de paz como en tiempos de guerra; las dos siguen teóricamente las mismas técnicas: reforzar la "moral" del país, dar al extranjero una idea favorable de ella, mostrarle que la nación está resuelta y que su causa es la correcta, desanimar al adversario. La diferencia esencial se percibe en los fines buscados. La propaganda simple no trata más que dar al país que la emite una buena reputación, una buena posición moral y, si se trata de propaganda interna, hasta de una buena cohesión (al mejorar las relaciones entre opinión y gobierno). La "guerra psicológica" es un aspecto de la guerra, e incluso de la guerra total; se utiliza, haya o no hostilidades, si lo que se tiene como fin es la destrucción de un país, de un régimen o de una ideología. Para empezar, es un "sustituto de la violencia": la victoria qvie consiste en doblegar la voluntad del adversario, si se puede llegar a este doblegamiento sin valerse de medios sangrientos, lleva adelante a la economía; "la guerra es psicológica en el sentido de que el avance de los ejércitos no es más que el medio de la negociación, porque las guerras dinásticas, a la búsqueda de sus objetivos, ya hicieron un llamado a la opinión y se resuelven de acuerdo con la conveniencia psicológica".26 Luego, es un "multiplicador de la violencia" cuando se trata de desarrollar el espíritu de lucha a ultranza, la movilización total de las energías de la nación. Por último, según Mégret, puede cobrar el aspecto de un estado endémico, de una "lucha generalizada de las mentes". La guerra fría posterior a 1945 constituye, con una amplitud desconocida hasta entonces, una manifestación de tal fenómeno. A partir del momento en que la propaganda sustituyó insensiblemente a la "guerra psicológica", descubrimos una especie de perversión de los medios que sólo la "razón de Estado" o el "totalitarismo" pueden pretender justificar. Para la guerra psicológica total hace falta una adhesión sin reservas al principio según el cual "el fin justifica los medios". Entonces vemos surgir una serie de acciones cuyo fin es psicológico. Felices serían los hombres si uno se limitara a las mentiras más infames. La técnica va más allá de ello. Por ejemplo, trata de instaurar el terror, mediante atentados, mediante la matanza de culpables y hasta de inocentes (bombardeo de las poblaciones civiles, destrucción de aldeas, asesinatos, tortura). Llega también a violentar las conciencias mediante el "lavado de cerebros", llamado por eufemismo "reeducación del vencido". En suma, la guerra psicológica total es una violación constante y sistemática de la dignidad humana. Por tanto, no es sorprendente que los términos guerra psicológica y hasta propaganda, independientemente de su sentido técnico, hayan adquirido un color emocional desfavorable y que las opiniones públicas de los países los rechacen.

Sin embargo, es preciso que los estadistas traten de actuar sobre las fuerzas profundas de la psicología colectiva. Algunos ejemplos nos permitirán comprender mejor las formas y el alcance de esta acción. A propósito escogimos los ejemplos del periodo en que los medios de difusión masiva de las ideas —lo que los sociólogos estadunidenses llaman mass media— aún no habían adquirido el gigantesco desarrollo que ahora tienen.27 Nos parece útil distinguir el tiempo de paz y el tiempo de guerra y, en sus respectivos contextos, la acción del gobierno sobre su propio país y sobre las poblaciones extranjeras, amigas o enemigas. En tiempos de paz, lo más común es que el gobierno trate de apoyarse en la opinión pública, a corto o a largo plazo. El principal medio de acción del gobierno en el interior, si nos ubicamos antes de la fase de gran difusión de la radio, es la "campaña de prensa". En otros casos mucho más raros (periodo electoral por ejemplo), la organización de reuniones en todo el país viene a completar esta técnica. Naturalmente, en un país dictatorial, donde la prensa está controlada, el gobierno dispone de ella. Pero una gran parte del público lo sabe y ello aumenta su escepticismo, así como su atracción por fuentes extranjeras que el gobierno no controla. En gran medida, los franceses prefirieron la BBC a la radio alemana o a la de Vichy dvtrante la ocupación y se mostraron ávidos por leer la prensa clandestina.28 En los países donde la prensa es libre, el gobierno trata de convencer a los directores de los periódicos, o bien, mediante el uso de fondos secretos, de subvencionarlos. Es así como Le Temps llegó a reflejar las opiniones del Quai d'Orsay, que subvencionaba también al Petit Parisién, Bernard Voyenne29 distingue tres medios de acción de la prensa: la "impregnación lenta" o "repetición prolongada y monopolizada de estimulaciones que van en direcciones idénticas"; el "efecto de prestigio", en el que la prensa recurre a las axitoridades más diversas para hacer que se equilibren, en el momento crucial, los lectores titubeantes. Así, cuando Wilson llegó a París en diciembre de 1918, L'Humanité del 14 de diciembre, para incrementar su popularidad en los medios de izquierda, publicó un número especial en el cual, además de los líderes del partido, contribuyeron escritores conocidos (Anatole France), eruditos (el historiador Máxime Leroy, el sociólogo Lévy-Bruhl, el economista Charles Gide), altas personalidades (como Ferdinand Buisson, presidente de

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26

Maurice Mégret, La Guerre psychologique. París, Que sais-je?, núm. 713, 1956, p. 8.

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27 Véase Bernard Voyenne, La Presse dans la sacíete contemporaine, París, 1962, y sobre todo las pp. 275-279, "Chronologie des techniques de diffusion" y las estadísticas de la UNESCO que reproducen sobre la distribución de los periódicos y la audiencia de la radio y la televisión. 2S Sobre este punto, véanse los numerosos informes que aparecen en los trabajos del II Congreso Internacional de Historia de la Resistencia (en prensa). . cit., pp. 187ss.

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la Liga de los Derechos del Hombre). Finalmente, la prensa actúa por la "orientación del contenido", es decir, por el lugar respectivo que da a las noticias diversas. "Sepa usted, señor —decía Arthur Meyer, director del Gaulois—, que hay una manera legítima de contar la más baja historia de perros aplastados." El gobierno puede utilizar la impregnación lenta "si dispone de los periódicos". Cuenta con manipular incluso el "efecto de prestigio", pues las declaraciones de un estadista suelen reproducirse en la prensa. Pero en un país libre estos medios son limitados, pues incluso si el gobierno controla algunos órganos no tiene o casi no tiene medios de acción sobre los de la oposición. También, en las circunstancias importantes, el gobierno puede tratar de actuar directamente sobre la opinión mediante una campaña de reuniones y de discursos. Uno de los ejemplos más célebres es la gran gira que Wilson decidió hacer en muchos estados de los Estados Unidos del 3 al 29 de septiembre de 1919 con el fin de obtener un apoyo popular masivo para el Tratado de Versalles y para la Sociedad de Naciones. Thomas Bailey narró magistralmente este viaje.30 No obstante, es interesante revelar unos cuantos puntos. Primero, Wilson escogió para su gira las zonas "decisivas". Renunció a la Nueva Inglaterra, demasiado republicana, y, a la inversa, al Sur, cuyos senadores eran todos partidarios suyos. Realizó su gira en el Medio Oeste y el Lejano Oeste estadunidenses, donde las opiniones estaban divididas. Pero, ante el notable éxito que obtuvo en California, uno de cuyos senadores, Hiram Johnson, era su adversario, formó el proyecto de ir también a Massachusetts, estado de Henry Cabot Lodge, republicano, presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros del Senado, principal enemigo del tratado. Sólo una enfermedad le impidió realizar este plan. La dificultad inherente a esta práctica es que no se toca sino a una parte de la población. En Columbus (Ohio), ciudad de 300 000 habitantes, Wilson habló ante 4 000 personas. Por tanto, la "agitación" ocasionada por su visita no movilizó a todos los lugares de la región. Se ha hecho notar que con la extensión de la radio y de la televisión, Wilson hubiera podido llegar a 20 veces más personas sin cansarse ni correr riesgos. Sin embargo, en la actualidad no se excluye el contacto directo. Al método de Mendés-France —una plática semanal en la radio— se opone el de los viajes del general De Gaulle por las provincias. Pero, tanto en el caso de Wilson como en el de los otros, el método del viaje presenta otro inconveniente. Suscita la reacción inmediata de los oponentes. En cada ciudad por lo que había pasado Wilson, los adversarios "irreconciliables" del tratado, McCormick, Borah y Johnson, pasa-

ban a su vez y trataban de aniquilar la influencia que aquél hubiera podido conseguir. Por tanto, debe admitirse que los esfuerzos de un gobierno para crear actitudes de la opinión, sobre todo en materia de política exterior, son a menudo ineficaces o, en todo caso, limitados. Por lo demás, contamos con buenos estudios que nos muestran que, en tiempos de paz, la opinión pública es indiferente en cuanto a la política exterior y, en consecuencia, poco receptiva a la propaganda. "Consultado sobre los problemas urgentes, sobre la tarea que se impone en primer lugar al gobierno, el público empieza por evocar las cuestiones internas, y entre ellas las que tienen que ver con las condiciones de su existencia material, salarios, precios, nivel de vida en general, alojamiento o empleo." Sólo los acontecimientos

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30

Wilson and the Peacemaker, Nueva York, 1947, dos volúmenes.

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19.:47.en la. r,eyrista Erdkunde, impugnó el alcance de esa influencia: Haushofer rio logró que la "geopolítica" entrara en la enseñanza universitaria, a pesar del programa que había presentado en 1935; a partir de 1938, dejó de ser persona grata en los medios dirigentes, quizá porque su hijo, geógrafo, pero refractario a las tesis de su padre, había sido arrestado por la Gestapo. La obra de Alfred T. Mahan, en especial The Influence ofSea Power upon History, 1660-1783, Boston, 1890, 557 pp., ocupa un lugar aparte. Anterior a la obra de Ratzel, estudia sobre todo la experiencia de las guerras navales. Su preocupación esencial no es establecer una relación entre geografía, historia y política, sino analizar los fundamentos de la estrategia naval y mostrar cómo el poderío marítimo ofrece "la explicación de la mayor parte de la historia". Las reflexiones generales dispersas en la obra sólo sugieren una doctrina. Es útil establecer una comparación con la obra de R. de Belot y A. Reusner, La Puissance nóvale dans l'histoire, t. ni, París, 1960, 410 pp. La crítica del determinismo geográfico ha sido obra, sobre todo, de los geógrafos e historiadores franceses. Vidal de la Blache tomó posición, a poco de la publicación del libro de Ratzel, en un artículo: "La Geographie politique. Á propos des écrits de M. Frédéric Ratzel" (Annales de Geographie, 15 de marzo de 1898, pp. 98-111); pero es más bien en el prefacio de su Tablean de la géographie de la France, París, 1911, 395 pp. (t. i de la Histoire de France, de Ernest Lavisse), donde expuso sus puntos de vista. Camille Vallaux, en Le Sol et l'État, París, 1911, 417 pp., criticó que la geografía política de Ratzel, en particular su teoría del "espacio", no se apartaba lo suficiente "del cuidado del presente" y buscaba legitimar el imperialismo alemán. Jean Bruhnes y Camille Vallaux, en su Géographie de l'Histoire, París, 1921, n-716 pp., presentaron interesantes indicaciones, pero sin atacar directamente las tesis de Ratzel. El artículo de Albert Demangeon, "Géographie politique", en Annales de Géographie, enero de 1932, pp. 22-31, iba dirigido contra los "geopolíticos", pero no contra la obra de Ratzel. Véase también P. George,

"Sur une nouvelle présentation du déterminisme en géographie humaine", en Annales de Géographie, 1952, pp. 250-254. Por último, Jean Gottmann se dedica sobre todo a explicar el hecho fundamental de la geografía política, a saber: la "separación" del mundo en "comunidades" individualizadas. Las causas de ese aislamiento son, según él, psicológicas y sociológicas, aunque no correspondan a "características físicas inscritas en el espacio" (La politique des États et leur géographie, París, 1952, 228 pp.). Entre los historiadores fue Lucien Fevbre quien, en La Terre et l'Évolution humaine, París, 1922, 470 pp., pronunció el ataque más vigoroso contra las "generalizaciones ambiciosas de Ratzel" y contra la "fatalidad geográfica". Jacques Ancel, en su Manuel géographique de politique européenne, París, 1936, 472 pp., que confundió abusivamente a Ratzel con los geopolíticos, puso en el banquillo a una geografía política dominada por los factores espaciales y trató de mostrar que los géneros de vida, por una parte, y los "factores espirituales", por la otra, eran los elementos de explicación más válidos, pero no definió con claridad sus propias concepciones. Sobre los aspectos generales de esta cuestión, véase también R. Strausz-Hupe, Geopolitics. The Struggle for Space and Power, Nueva York, 1942, 274 pp. • Evidentemente, no es posible mencionar todas las obras cuya consulta pueda ofrecer indicaciones útiles para el estudio del papel de los factores geográficos en las relaciones internacionales. Sólo me referiré a algunos estudios recientes que aportaron puntos de vista especialmente interesantes sobre diversos aspectos de este vasto tema: Maximilien Sorre, Les Fondemenís de la géographie humaine, 1.1: Les Fondements biologiques, París, 1917, 447 pp., y "Adaptation au milieu climatique et vie sociale. Géographie psychologique", en el Traite de psychologie appliquée de H. Piéron, París, 1954. E. Le Roy-Ladurie, "Histoire et climat", en Annales, enero de 1959, pp. 3-34. G. Utterstróm, "Climatic Fluctuations and Population Problems in Modern History", que aparece en Scandinavian Economía Hist. Revzew, 1955, núm. 1. J. Spykman, The Geography ofthe Peace, Nueva York, 1944, 66 pp. E. Huntington, Climate and Civilization, New Haven, 1924, xni-453 pp.

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'

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II. Las condiciones demográficas

Los aspectos generales se estudian en: M. Reinhard, Histoire de la population mondiale de 1700 a 1948, París, 1949, 795 pp. (2a. ed., 1960).

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Véase también el artículo de O. Effertz, "Théorie ponophysiocratique de la population", en Revue d'économie politique, 1914, t. 28, pp. 129-152. Los movimientos migratorios han originado numerosos estudios; los aspectos que se relacionan directamente con el tema considerado se estudian en: A. Willcox, International Migration, Nueva York, 1929-1931, 2 vols., 1119 y 715 pp. (pvtblicación del Bureau of Economic Research). J. W. Gregory, Human Migrations and the Future. A Study ofthe Causes, Effects and Control oflmmigration, Filadelfia, 1927, 218 pp. L. Varlez, "Les migrations internationales et leurs réglementations", en Académie de Droit International. Recueil des Cours, t. 20, pp. 165-348. Max Sorre, Les Migrations despeuples, París, 1955, 267 pp. R. Numelin, Les Migrations humaines. Étude de l'esprit migratoire (trad. francesa), París, 1939, 378 pp. H. A. Citroen, Les Migrations internationales, París, 1948, 184 pp. M. L. Hersch, "Les Migrations internationales comme facteur de paix et de guerre", en Revue Internationale de Sociologie, octubre de 1929. G.'Strammati et al., Problemi internazionali della migrazione, Padua, 1949, 848 pp. También hay que consultar las publicaciones de la Sociedad de Naciones, en particular: Les Mouvements migratoires de 1920 a 1924, Ginebra (BIT), 1925, 116 pp.; Les Mouvements migratoires de 1925 á 1927. Les méthodes statistiques de l'émigration et de l'immigration, Ginebra (BIT), 1922, 59 pp.; La Réglementation des migrations, Ginebra (BIT), 3 vols., y las de la ONU: Statistiques des migrations internationales, Ntieva York, 1953, 29 pp.; las Actes des Conférences internationales sur l'émigration et l'immigration, Roma, 1924; La Habana, 1928, son importantes. Las cuestiones relacionadas con el periodo posterior a 1945 se estudian en J. Vernant, Les Refugies de l'aprés-guerre, Monaco, 1953, 921 pp., y en C. Marti-Bufill, Nuevas soluciones al problema migratorio, Milán, 1955, 549 pp. • Sobre la política de los Estados en lo concerniente a los movimientos migratorios, habrá que consultar: Italia F. Virgilii, Emigrazione, Roma, 1938, 221 pp. [la legislación fascista], y ;" del mismo autor, II problema dell'emigrazione dopo la revoluzione fascista, Milán, 1923, 364 pp. R. Foerster, The Italian Emigration ofour Times, Londres;-! 929, 556 pp. Cl. Woog, La Politique d'émigration de l'Italie, París, 1930, 392 pp. Estados Unidos Sobre el periodo anterior a 1914, las indicaciones esenciales se encuentran en Immigration Commission. Reports, Washington, 1911.

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Th. Bailey, Th, Roosevelt and the American-japanese Crisis, 1905-1909, Stanford University, 1934, 353 pp. Las actas de la Segunda Conferencia del Instituto de Estudios del Pacífico (Honolulú, julio de 1927) las retomó J. B. Condliffe bajo el título de Problems ofthe Pacific, Chicago, 1929, xv-697 pp. En Europa G. M. Rémond, L'immigration italenne dans le Sud-Ouest de la France, París, 1928, 215 pp. N. Salvaneschi, Lavoratori nostri d'Oltralpe, Florencia, 1928, 93 pp. S. Wloceski, Llnstallation des Itáliens en France, París, 1934, 99 pp.

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III. Las fuerzas económicas. Las competencias y los conflictos Los aspectos generales del tema se tratan en muchos estudios. Hay que consultar en especial: : L. Brocard, Principes d'économie nationale et intemationale, París, 19291931, 3 vols., 503, 697 y 543 pp. W. S. Culbertson, International Economic Policies. A Survey ofthe Economics ofDiplomacy, Nueva York, 1925, 575 pp. J. B. Condliffe, The Reconstruction of World Trade. A Survey oflnter1 national Economic Relations, Londres, 1941, 128 pp. W. Encken, Die Grundlagen der Nationalókonomie, Jena, 1941, capítulo • ' "Die wirtschaftliche Macht". M. Paníaleoni, "Tentative di analysi del concetto di forte e debole in economía", en Erotemi di economía, i, pp. 229-255. N. Truchy y M. Byé, Les Relations économiques intemationáles (t. vm del • < Traite d'économie politiqueé, París, 1948, 332 pp. F. Perroux, "Esqiiisse d'une théorie de l'économie dominante", en Économie appliquée, 1948, pp. 243-300, y "Notes sur le dynamisme de la domination", en ibid., 1950, pp. 245-258. M. A. Heilperin, Studies in Economic Nationálism, Ginebra, 1960, 230 pp. Sobre el conflicto de las políticas económicas en general: R: Guillain, Les problémes douaniers internationaux et la SDN, París, 1930, 267 pp. A. Isaacs, International Trade, Tariff and Commercial Policy, Chicago, - 1948, 838 pp. Ch. Dumont, Les Conditions intemationáles de la paix douaniére (informe presentado ante la Cámara de Comercio Internacional), París, 1928, 27 pp. Sobre la autarquía Ch. Hérisson, Autarcie. Contribution á l'étude des doctrines du commerce , international, París, 1937, 399 pp.

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de un interesante estudio de conjunto, establecido en vísperas de la segunda Guerra Mundial: el informe presentado por Et. Dennery, Le probléme des matiéres premieres, París, 1939, 246 pp., ante la Conferencia Permanente de Altos Estudios Internacionales. La cuestión del petróleo es la que ha originado el mayor número de publicaciones. En esta bibliografía tan abundante es indispensable hacer aquí una elección en función de las preocupaciones del presente estudio, es decir, del examen de los vínculos entre las cuestiones económicas y las políticas. Habrá que consultar especialmente: Entre las obras generales (que a menudo llegan a interpretaciones excesivas): H. Bérenger, La Politique du pétrole, París, 1920, 10 pp. L. Fischer, L'lmpérialisme du pétrole, París, 1928, 253 pp. (traducido del »• inglés). Edgar Faure, Le Pétrole dans la paix et dans la guerre, París, 1939, 221 pp. A. Zischka, La Guerre secrete pour le pétrole, París, 1933, 290 pp. B. Brooks, Peace, Plenty and Petroleum, Lancaster, 1944, 197 pp. J. Joesten, 01 regiert die Welt. Geschaft und Politik, Dusseldorf, 1958, 544 pp. ft Entre los estudios relacionados con una región: A. Vagts, México, Europa undAmerika, Berlín, 1928, 425 pp. C. Lenczowski, Oil and State in the Middle East, Nueva York, 1960, 379 pp. N. Fatemi, Oil Diplomacy. Powderkeg in Irán, Nueva York, 1954, 405 pp. S. Longrigg, Oil in the Middle East. Its Discovery and Development, Londres, 1954, 305 pp. (publicación del Royal Lnstitute of International Affairs). B. Shwadran, The Middle East, Oil and the Great Powers, Nueva York, • 1956, 508 pp. L. Ellwell-Sutton, Persian Oil A Study in Powers Politics, Londres, 1955, 343 pp. Las cuestiones internacionales planteadas por la construcción de ferrocarriles fueron estudiadas: Sobre América Latina: en F. M. Halsey, Investments in Latín America, Washington, 1918, 850 pp. ' Sobre China: además del libro de Laboulaye, Les chemins de fer en Chine, París, 1911, 340 pp., que presenta el punto de vista de un contemporáneo, en dos obras recientes: Chiang-Kia Ngan, China's Struggle for Railroad Development, Nueva York, 1943, 340 pp. (el autor fue ministro de Transportes). E-Tu Zen Sun, Chínese Railways and British Interests, 1898-1911, Nueva York, 1954, 230 pp. (el autor utilizó los documentos del director de ferrocarriles). El texto de los contratos de concesión aprobados antes de 1919 se

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encuentra en MacMurray, Treaties and Agreements with and Concerning China, 1894-1919, Nueva York, 1921, 2 vols. Sobre el Imperio otomano: Ed. Earle, Turkey, the Great Powers and íhe Bagdad Railway, Nueva York, 1924, xm-364 pp. F. Ragey, La Question du chemin de fer de Bagdad, 1893-1914, París, 1936, 212 pp. H. Ibbekken, Das aussenpolitische Problem Staat una Wirtschaft, 18801911, Berlín, 1924. John Wolf, The Diplomatic History of the Bagdad Railway, Colurnbia University of Missouri, 1936, 107 pp. F. Bode, DerKampfum d. Bagdadbahn, 1903-1914, Breslau, 1941, 131 pp. Es bien conocida la historia diplomática de los canales interoceánicos. Entre numerosas obras hay que consultar sobre todo, en la óptica que es la de este libro, André Siegfried, Suez, Panamá et les routes maritimes mondiales, París, 1941, 298 pp. Sobre Suez: A. T. Wilson, The Suez Canal, Londres, 1933, 224 pp. C. W. Hallberg, The Suez Canal, lis History and Diplomatic Impórtame, Nueva York, 1931, 434 pp. G. Edgard-Bonnet, Ferdinand de Lesseps. Le diplómate. Le créateur de Suez, París, 1951, 434 pp. E. Anchieri, // cañóle di Suez, Milán, 1937, 312 pp. E. Reinhard, Kampfum Suez, Dresde, 1950, 328 pp. Sobre Panamá: D. Smith, The Panamá Canal. Its History, Baltimore, 1927, 413 pp. Dw. Miller, The Fight for the Panamá Route, Nueva York, 1940, 469 pp. W. D. McCain, The U. S. and the Republic of Panamá, Durham, 1937,278 pp. Los métodos de coerción fueron menos estudiados que los correspondientes a la expansión. Sobre las guerras aduanales: A. Billot, La France et l'Italie. Histoire des années troubles, París, 1905, 2 vols.; también me basé en una memoria inédita de H. G. Liens sobre los orígenes de la guerra aduanal en 1887-1888. M. Schultz, "La politique économique d'Aehrenthal envers la Serbie", en R. hist. guerre, octubre de 1935, pp. 325-347, y enero de 1936, pp. 22-40. Sobre el boicoteo y el embargo hay que consultar especialmente: Roberto Michels, // Boicotaggio, saggio su un aspetto delle crise, Turín, 1934, 135 pp., de la que existe una traducción francesa, Le boycottage intemational, París, 1936, 140 pp. S. Séfériadés, Réflexions sur le boycottage en droit intemational, París, 192, 48 pp. J. P. Chamberlain, The Embargo Resolutions and Neutrality, Nueva York, 1929 (International Conciliation, núm. 251).

Ed. Lambert, Les Embargos sur l'importation et l'exportation des marchandises, París, 1936, 88 pp. G. Waltz, Nationalboycoít una Volkerrecht, Berlín, 1939, 314 pp. Ch. Rousseau, "Le boycottage dans les rapports internationaux", en la Revue genérale de droit intemational public, enero de 1958, pp. 5-25. Los boicoteos chinos dirigidos contra Japón entre 1925 y 1931 se estudian en el Informe de la Comisión de Investigación de la SDN (Comisión Lytton), Ginebra, 1932, pp. 124-130, y en: C. F. Remer, A Study ofthe Chínese Boycotts, Baltimore, 1933, 306 pp. S. Matsumoto, The historical Development of Chínese Boycotts, Tokio, 1933, 112 pp. (publicación del Japan Council of International Relations). Véase también el estudio de D. Orchard, "Chinas Use of the Boycott as a Political Weapon", en Anuales ofthe American Academy ofPolitical Science, 1930, vol. 152, pp. 252-261.

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', . •

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IV. Las fuerzas económicas. Las alianzas

Este aspecto de la cuestión no es objeto más que de un estudio de conjunto, el de J. L. Huillier, Théorie et pratique de la coopération économique intemationale, París, 1957, 605 pp. Hay que consultar: «< Sobre las uniones aduanales: El Zollverein: W. von Eisenarth-Rothe, Vorgeschichte und Begründung des deutschen v. Zollverein, 1815-1834, Berlín, 1934, 4 vols. W. O. Henderson, The Zollverein, Cambridge, 1939, 392 pp. P. Benaerts, Les Origines de la grande industrie allemande. Histoire du ?» Zollverein, París, 1933, 688 pp. A. H. Price, The Evolution ofthe Zollverein, 1815-1833, Ann Arbor, 1949, V» xi-298pp. La Unión aduanal franco-belga: A. de Ridder, Les Projets d'union douaniére franco-belge et les puissances « européenes, 1826-1843, Bruselas, 1932, 473 pp. H. T. Deschamps, La Belgique devant France de Juillet, París, 1956, 561 pp. (capítulos n a rv). El proyecto de 1931: J. Krulis-Randa, Das deutsch-ósterreichische Zollution Projekt von 1931, ; Zurich, 1955, 214 pp. .' Sobre el reparto de las zonas de influencia (China, Imperio otomano, Persia) y los condominios (Congo, Marruecos): P. Renouvin, La question d'Extréme-Orient, 1840-1940, París, 3a ed., 1958, 483 pp.

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Sobre el desarrollo de los movimientos internacionales de capitales: André Philip, L'évolution des investissements internationaux du xx* siécle - a nos jours, París, 1958, 32 pp. (esténcil). X Los aspectos históricos tienen un tratamiento especial en: L. Jenks, The Migration ofthe Brítish Capital to 1875, Londres, 1927, 442 pp. R. E. Cameron, France and the Economic Development ofEurope, 1800i, 1914, Princeton, 1961, 586 pp. F. R. Rippy, "British Investments in Latín America End of Year 1900", en ir Interamerican Economic Review, 1953. V Sobre las consecuencias económicas: G. Tacke, Kapitalausfuhr una Warenausfurhr. Eine Darstellung ihrer I unmittelbaren Verbindungen, Jena, 1933, 172 pp. (el autor estudió sobre todo ejemplos tomados de China y de América del Sur). V. H. Lary, The Domestic Effects of Foreign Investment, Nueva York, 1 1946, 216 pp. (Papers ofthe American Economic Association). Cl. Lewis, The United States and Foreign Investsments Problems, I'-: Washington, 1948, 359 pp.

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III

La obra de H. Feis, Europe, the World's Banker, 1870-1914, An Account of European Foreign Investment and the Connection of World Finance with Diplomacy before the War, New Haven, 1930, 469 pp., es esencial tanto para el estudio de los métodos como para el de la distribución de las inversiones de capitales ingleses, franceses y alemanes. Véanse también P. Einzig, Finance and Politics, Londres, 1932, x-139 pp., y, sobre los problemas de documentación, B. Gille, "Finance internationale et trusts", en£. Historique, abril de 1962, pp. 291-327. Sobre la política de inversiones de cada uno de los grandes Estados, la información es bastante dispersa y pocos son los estudios críticos. Cabe consultar, en un primer acercamiento a estas cuestiones: Europa: J. H. Richardson, Brítish Economía Foreign Policy, Londres, 1936, 251 pp. La obra se ocupa del periodo posterior a 1931 y tiene un capítulo sobre las inversiones inglesas en el exterior. W. Henderson, L'lmportation des capitaux anglais avant et aprés la guerre, París, 1934, 713 pp. G. Labiche, Textes réglementant l'exportation des capitaux, París, 62 pp. J. Bouvier, "L'installation des groupes frangais au Moyen Orient, 1862-1882", enBull de la Sacíete d'Histoire Modeme, 12a. serie, núm. 10, pp. 10-13. E. Calschi, Les Relations financiéres de la France et de la Russie de 1886 á 1892, París, 1963 (tesis mecanografiada). La colección de los Documents diplomatiques franjáis 1871-1914, París, 1928-1958, 42 vols., presenta numerosos ejemplos, en particular sobre los empréstitos rusos y balcánicos emitidos en el mercado de París. Estados Unidos: B. H. Williams, Foreign Loan Policy ofthe U, S. since 1933, Nueva York, 1939, 56 pp. H. Feis, The Investment of American Capital Abroad, Nueva York, 1925, 469 pp. A. K. Cairncross, Home and Foreign Investments, 1870-1913. Studies in Capital Accumulation, Cambridge, Mass., 1953, xvi-251 pp. F. M. Halsey, Investments in Latín America, Washington, 1918, 850 pp. N. Zabriskie, American-Russian Rivalry in the Par East, 1895-1914, Filadelfia, 1946, 226 pp. F. Field, American Participation in the China Consortiums, Chicago, 1931, xi-138pp. Para concluir, en un artículo de la revista Annales, de julio de 1951, pp. 289-305, presenté un breve estudio sobre "La politique des emprunts étrangers aux États-Unis de 1914 á 1917".

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Sobre los aspectos regionales del tema, habrá que consultar en especial: Egipto: J. Marlowe, Anglo-Egyptian Relations, 1800-1953, Londres, 1954, 440 pp. J. Bouvier, "Les Intéréts financiers et la question d'Egypte, 1875-1876", en R. Historique, julio de 1960, pp. 75-105. Marruecos: J. Miége, Le Maroc et l'Europe, 1850-1899, t. II, París, 1961, 589 pp.; , t. rv, 1963, 443 pp. P. Guillen, "Les Milieux d'affaires frangais et le Maroc á l'aube du xxe siécle: la fondation de la Compagnie marocaine", en Revue Historique, abril d e l 963, pp. 397-423. África del Sur: R. I. Lovell, The Struggle for South-Africa, 1847-1899. A Study in Economic Imperialism, Nueva York, 1934, xv-438 pp. J. Van der Pcel, Railway and Customs Politics in South África, Londres, 1935, 5, 512 pp. China: C. Remer, Foreign Investments in China, Nueva York, 1938, 708 pp. J.; Reid, The Manchu Abdication and the Powers, 1908-1912, Berkeley, 1936, 497 pp. México: C. D. Dufoo, México y los capitales extranjeros, México, 1918, 543 pp. A. Vagts, Mexiko, Europa undAmeríka unter besonderer Berücksichtigung , •" der Petroleumpolitik, Berlín, 1918, 419 pp. • • Sobre el papel del capitalismo financiero en el desarrollo del imperialismo, las interpretaciones esenciales son, además de las ya indicadas en la p. 458 de esta obra: J. A. Hobson, Imperialism (la. ed., 1902), Londres, 5a. ed., 1954, 386 pp. Rudolf Hilferding, Das Finanz-Kapital, Viena, 1927, 447 pp. V. I. Lenin, L'ImpériaKsme, stade supréme du capitalisme. Essai de vulga' risation, Zurich, 1917. Reedit. París, 1945, 220 pp. Entre los críticos de estas tesis: John Strachey, The End ofEmpire, Londres, 1959, 350 pp. (parte ni: ¡ "Towards a Theory of Imperialism"). J. Schumpeter, Imperialism and Social Classes, Oxford, 1951, 221 pp. (sección 5). R. Robinson y J. Gallagher, África and the Victorians. The Official Mina of *• Imperialism, Londres, 1961, 491 pp., que examina "la naturaleza de la f ' expansión británica" como una "contribución a la teoría general del imperialismo".

IWLOS ALFREDO da SILVA

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También se encontrarán puntos de vista interesantes en: R. Kcebner, "The Concept of Economic Imperialism", en Economía Hist. Review, 1949, pp. 1-30. J. Gallagher y R, Robinson, "The Imperialism of Free Tracle", en ibid., agosto de 1953, pp. 1-15. G. W. Hallgarten, Impeñálismus vor 1914, Munich, 1951, 2 vols., 561 y 504 pp. (capítulo i). G. Myrdal, An International Economy, trad. Une économie intemationale, París, 1958, 507 pp., y del mismo autor, Economic Theory and Underdeveloped Regions, trad. Théorie économique et pays sous-développés, París, 1959, 192 pp. E. M. Winslow, The Pattem of Imperialism, Nueva York, 1948, 218 pp., que sobre todo es un examen crítico de la cuestión de los orígenes económicos del imperialismo. B. Semmel, Imperialism and Social Reform, Londres, 1960, 284 pp. (capítulo?). Los mecanismos de la diplomacia del dólar han sido estudiados con frecuencia, en particular por: B. Williams, Economic Foreign Policy ofthe United States, Nueva York, 1929, 426 pp. H. Feis, The Diplomacy ofDollar. First Era, 1919-1932, Baltimore, 1950, 81 pp. Scott Nearing y Joseph Freeman, Dallar Diplomacy. A Study in American Imperialism, Nueva York, 1925, xv-353 pp. W. Diamond, The Economic Thought ofW. Wilson, Baltimore, 1943,210 pp. S. Bemis, The Latín American Policy ofthe U. S. An Historical Interpretation, Nueva York, 1944, 470 pp., que tiende a minimizar la importancia de estos métodos. VI. El sentimiento nacional Ha parecido superfluo establecer una lista de las obras que estudiaron las formas del sentimiento nacional, en Europa y fuera de ella, aunque en gran medida hayan contribuido a la procuración de información documental de este capítulo. Por tanto, no se encontrarán aquí indicaciones bibliográficas sobre los movimientos nacionales en Irlanda, Polonia, Alsacia-Lorena o en los territorios italianos "no redimidos" ni, por ejemplo, sobre los movimientos nacionales chino, árabe o egipcio. La bibliografía se limita a los aspectos generales. A propósito de los demás aspectos, el lector encontrará en notas al pie de las páginas la indicación de algunas referencias precisas sobre los puntos que parecieron presentar un interés especial.

PRQPBSOR ADJUNTO BIBLIOGRAFÍA

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Sobre la idea de "nación": F. Hertz, Nationality in History and Politics. A Study ofthe Psychology and Sociology of National Sentiment and Character, Nueva York, 1944,401 pp. Importante en cuanto a las formas de la conciencia nacional, los factores del sentimiento nacional y el desarrollo histórico de la ideología. H. Kohn, The Idea of Nationalism. A Study in its Orígins and Background, Nueva York, 1946, 735 pp., que se remonta a la Antigüedad; y del mismo autor, The Age of Nationalism, Nueva York, 1962, 172 pp. S. Kedourie, Nationalism, Londres, 1960, 151 pp. C. J. Hayes, The Historical Evolution of Modern Nationalism, Nueva York, 1931,327pp. H. Stannard, What is a Nation?, Londres, 1945, 58 pp. F. Chabod, L'idea di nazione, Bari, 1961, 190 pp. (bajo el cuidado de A. Saitta y E. Sestan). L. Snyder, The Meaning of Nationalism, New Brunswick, 1954, 154 pp. G. Birtsch, Die Nation ais Gittliche Idee. Der Nationalstantsbegriff im '• Guchichtsschrisbung und politisches Gedankenwelt J. G, Droysens, Colonia, 1964, 258 pp. B. L. Shafer, Le Nationalisme, mythe et réalité (trad. del inglés), París, 1964, 258 pp. A. Van Gennep, Traite comparatif des nationalités. I, Les éléments extérieurs de la nationaliíé, París, 1922, 228 pp. La obra de K. S. Pinson, A Bibliographical Introduction to Nationalism, Nueva York, 1935, 73 pp., es útil a pesar de su fecha. Véase también: Karl Deutsch, Interdisciplinary Bibliography on Nationalism, 1935-1953, . Cambridge, 1953. Sobre los factores que intervienen en la formación del sentimiento nacional: L. Lefur, Races, Nationalités, États, París, 1922, 156 pp. J. Fels, Begriffund Wesen der Nation: eine soziologische Untersuchung undKhtik, Münster, 1927, 147 pp. E. Barker, National Character and the Factors in its Formation, Londres, 1927, 288 pp. Th. Simar, Étude critique sur la formation des races, Bruselas, 1922,403 pp. K. Vossler, The Spirit ofLanguage in Civilization (trad.), Londres, 1932, • 247 pp. (capítulo vil). C. Bvick, "Language and Sentiment of Nationality", en Amer. Polit. Se. Review, 1916, pp. 44-69. Max Lenz, "Nationalitat und Religión", en Pr. Jahrbücher, 1907, pp. 385408. Sobre las relaciones entre la nación y el Estado: La transformación de ideas ha sufrido en gran medida la influencia de

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John Stuart Mili, Considerations on Representative Government, Londres, 1801, 340 pp. Véanse también J. K. Bluntschli, Théoríe Genérale de l'État, París, 1881, 492 pp. (trad. del alemán); J. Seipel, Nation una Síaat, Viena, 1916, 195 pp.; P. Vergnaud, L'Idée de la nationalité et de la libre disposition des peuples dans ses rapports avec l'idée de l'État, Ginebra, 1955, 259 pp. Sobre el movimiento de las nacionalidades (su historia): G. Weill, L'Europe du XIX* siécle et l'idée de nationalité, París, 1938, 480 pp. P. Henry, Le Probleme des nationalités, París, 1937, 210 pp. C. Hayes, The Historical Evolution ofModem Nationalism, Nueva York,

en el origen de tales deformaciones. A este respecto, la obra de H. Cantril y W. Buchanan, How Nations See Each Other, publicada con el patrocinio de la UNESCO, Urbana, 1953, 220 pp., arroja información concerniente a nuevos países. Véanse también en el Bulletin International des Sciences Sociales, 1957, p. 128, las actas de un coloquio en el que se establecieron planes destinados a mejorar este género de estudio.

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1931,327pp. Sobre las minorías en Europa: G. Erler, Das Recht der nationalen Minderheiten, Munich, 1931, 530 pp. E. Mair, Die Psychologie der nationalen Minderheiten, Münster, 1933, 86 pp. C. A. MaCartney, National States and National Minorities, Londres, 1934, 553 pp. O. Bauer, Die Nationalitátenfrage una die Sozialdemokratie, Viena, 1907; 2a ed., 1924, 576 pp. R. Springer (seudónimo de K. Renner), Das Selbstbestimmung Recht der Nationen. i. Nation uncí Staat, Viena, 1918, 294 pp. Sobre el problema de la nación en África: Th. Hodgkins, Nationalism in Colonial África, Londres, 1956, 216 pp. N. Sithole, African Nationalism, Londres, 1959, 174 pp. Mamadou Dia, Nations africaines et solidante mondiale, París, 1960,145 pp. R. Emerson, From Empire to Nation, Cambridge (Estados Unidos), 1960, 458 pp. VIL Los nacionalismos

Sobre el "carácter nacional" y el temperamento nacional: Los psicosociólogos y los antropólogos culturales estadunidenses (Karl Deutscher, Harold Sprout, Margaret Mead) han tratado, en especial después de la segunda Guerra Mundial, de establecer métodos nuevos para el estudio del carácter nacional. El método sociopsicológico fue aplicado en Alemania por W. Hellpach, Einführung in die Vólkerspychologie, Stuttgart, 1954, vin-204 pp. Pero el aspecto que más interesa a la historia de las relaciones internacionales es el estudio de los "estereotipos" de la mayoría de habitantes de una nación sobre los de otra; tal estudio pone el acento en las deformaciones de la realidad que se manifiestan en esos estereotipos y

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Entre los estudios generales que tienen que ver con el temperamento de los grandes pvteblos, es preciso consultar sobre todo: A. Siegfried, L'Áme des peuples, París, 1950, 222 pp. S. de Madariaga, Anglais, Francais, Espagnols, París, 1930, 272 pp. H. Keyserling, Das Spekírum Europas, Berlín, 1930, 404 pp. D. Boorstin, America and the Image of Europe: Reflections on American Thought, Nueva York, 1966, 192 pp. También empleé una nota comunicada por R. Girardet en la reunión de un "grupo de trabajo sobre los nacionalismos comparados" (2 de mayo de 1960) y publicada en el Bulletin de Liaison de la Fondation des Sciences Politiques. En 1960 G. Hardy intentó hacer una síntesis, hoy rebasada, en la Géographie psychologique, París, 1939, 189pp. La Revue de Psychologie des Peuples, publicada por el Instituto de Havre que dirige A. Miroglio, ha hecho circular un gran número de estudios que son, sobre todo, de psicología étnica y qvie a menudo han sido decepcionantes. No intentó puntualizar un método. Sobre los lazos entre el sentimiento religioso y el nacionalismo: Religiones asiáticas: D. C. Holtom, The National Faith ofJapan. A Study ofModern Shinto, Londres, 1938, 329 pp. F. K. von der Mehden, Religión and Nationalism in South East Asia, Madison, 1963, 253 pp. Islam: M. Khaddurí, War and Peace in the Law of Islam, Baltimore, 1955, 321 pp. P. Rondot, Les Torces religieuses et la vie politique: l'Islam, París, 1957 (curso mimeografiado). R. Charles, L'Áme musulmane, París, 1958, 285 pp. F. Fernau, Le Réveil du monde musulmán, París, 1954, 237 pp. (trad. del alemán), un capítulo sobre "Les musulmans et la paix". Catolicismo: C. Alix, Le Saint-Siége et les nationalism.es en Europe, 1870-1960, París, 1962, 369 pp.

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M. Vaussard, Enquéte sur le nationalisme, París, 1921, 423 pp. (investigación entre católicos de varios países), Iglesias ortodoxas: J. Mousset, La Serbie et son Église, 1830-1904, París, 1938, 523 pp. S. Bobtchev, La Lutte du Peuple Bulgare pour une Église na.tiona.le indépendante, Sofía, 1938, 20 pp. ni

La obra fundamental para el estudio de los movimientos nacionalistas en los grandes Estados europeos, en la última parte del siglo xix y principios del xx, es la de F. Hertz, Nationalgeist una Politik. Staatstradition una Nationalismus, Zurích, 1937, 479 pp. Véase también E. Lemberg, Geschichte des Nationalismus in Europa, Stuttgart, 1950, 319 pp. El nacionalismo alemán: Hay un estudio general de G. Matnitz, Die deutsche Nationalbewegung, 1871-1939, Berlín, 1939. La clase que impartió en la Sorbona J. Droz, Le nationalisme allemand de 1871 a 1939, París, 1963, 115 pp. (mimeo.), ofrece interesantes puntos de vista generales. Sobre el pangermanismo: L. Werner, Der alldeutsche Verband, Berlín, 1935, 294 pp. A. Kruck, Geschichte des álldeutschen Verbandes, 1890-1939, Wiesbaden, 1954, 258 pp. Ch. Andler, Collection de documents sur le pangermanisme, París, 19151916, 4vols. Sobre la cuestión de los alemanes de Austria antes de 1919: W. Molisch, Geschichte der deutsch-nationalen Bewegung in Oesterreich, Jena, 1926, 278 pp. El nacionalismo italiano: La obra fundamental para el estudio del periodo 1870-1914 es la de P. Arcari, La Eláborazione della dottrína política fra l'Unita e l'intervento, 1870-1914, Florencia, 1934-1939, 3 vols., 1114 pp. Son de la mayor importancia, para el mismo periodo, los Discorsi politici de E. Corradini, Roma, 1923, 506 pp. Pero para comprender los rasgos de la psicología colectiva, es preciso recurrir al gran libro de F. Chabod, Storia della pollitica estera italiana del 1870 al 1896. La premesse, Barí, 1951, 712 pp. Para el periodo posterior a 1929, M. Vaussard, De Pétrarque a. Mussolini. Évolution du sentiment nationaliste italien, París, 1961, 304 pp. El nacionalismo ruso y el paneslavismo:

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A. Fischel, Der Panslavismus bis zum Weltkríeg, Berlín, 1929, 592 pp. H. Kohn, Panslavism. Its history and ideology, Nueva York, 1954, 356 pp. En francés han aparecido trabajos interesantes sobre ciertos aspectos, en especial: A. Koyré, La Philosophie et le probléme national en Russie au debut du xitfsiéde, París, 1929, 213 pp. D. Stremooukov, Vladimir Soloviev et son ceuvre messianique, París, 351 pp. A. Gratieux, A, S, Khomianov et le mouvement slavophile, París, 1939, dos volúmenes. El nacionalismo francés: Los textos básicos están en: Maurice Barres, Scénes et doctrines du nationalisme, París, ed. definitiva, 1925, dos volúmenes, 225 y 258 pp. Charles Maurras, Enquéte sur la monarchie, París, ed. definitiva, 1928, 615 pp. Entre los estudios franceses, el libro de J. Madaule, Le Nationalisme de Maurice Barres, Marsella, 1943, 272 pp., es interesante. La obra de C. Digeon, La Crise allemande de la pensée francaise, 1871-1914, París, 1949, 568 pp., ofrece nuevas indicaciones. Pero también hay que destacar las obras alemanas, como la de E. Curtius, Maurice Barres und die geistigen Grundlagen des franzosichen Nationalismus, Bonn, 2a. ed., 1962, 252 pp.; de J. Kuhn, Der Nationalismus im Leben der dritten Republik, Berlín, 1920, 374 pp. (recopilación de estudios de varios autores); y de M. Franck, Nationalismus und Demokratie im Leben der dritten Republik, Berlín, 1920, 424 pp. El nacionalismo de los Estados Unidos: La obra esencial es la de A. Weinberg, Manifest Destiny. A Study of Nationalism Expansionism in American History, Baltimore, 1935, 559 pp. Pero también hay que consultar: H. Kohn, American Nationalism. An Interpretative Essay, Nueva York, 1957, 272 pp. H. Commager, The American Mina, Nueva York, 1953, 476 pp. Ch. Beard, The Idea of National Interest, An Analytical Study in American Foreign Policy, Nueva York, 1934, 583 pp. Sobre un punto particular (pero la fecha es importante), el libro de J. Pratt, Expansionists of 1898, Baltimore, 1936, 383 pp., aporta indicaciones interesantes. El nacionalismo inglés: Jacques Bardoux, Essai d'une psychologie de l'Angleterre contemporaine. Les crises belliqueuses, París, 1906, 564 pp. E. Wingfielf-Stratford, The Foundations of íhe British Patriotism, Londres, 1940, 430 pp.

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Los nacionalismos asiáticos: Delmer Brown, Nationalism in Japón. An Introductory Historical Analysis, Berkeley, 1955, 336 pp. Richard Storry, The Double Patriáis. A Study ofJapanese Nationalism, Londres, 1957, 336 pp. J. Kuno, Japanese Expansión on the Asiatic Continent, Berkeley, 1937, 373 pp. D. C. Holtom, The National Faith ofJapan. A Study in Modern Shinto, Londres, 1938, 329 pp. Hibino Yutaka, "Nippon Shindo Ron" or the National Ideas ofthe Japanese People, Cambridge, 1928, 176 pp. Chong-Sik-Lee, The Politics ofKorean Nationalism, Bukchy, 1965, 342 pp. ios nacionalismos en África: W. R. Roff, The Origins ofMalay Nationalism, New Haven, 1967, 297 pp. A. Nadir, Le Mouvement réformiste algéñen. Son role dans la formation de l'idéologie nationale, París, 1969 (tesis dactilografiada). D. Kimble, A Political History of Ghana. The Role ofGold Coast Nationalism, Oxford, 1963, 588 pp.

La obra de Ed. Silberner, La guerre et la paix dans l'histoire des doctrines économiques, París, 1957, 242 pp., presenta una perspectiva general. Sobre el papel de las ideas socialistas: La recopilación de documentos La Premiére Internationale, Ginebra, 1962, 2 vols., 489 y 481 pp., y las actas de los congresos de la Segunda Internacional, sobre todo las de Stuttgart (1907) y de Copenhague (1910) son la base esencial. Los principales estudios son los de K. Kautsky, Sozialisten una Krieg, Viena, 1937, 256 pp.; J. Joll, The Second International, 1889-1914, Londres, 1955, 219 pp.; M. Drachkovitch, Les socialistes francais et allemands et le probléme de la guerre, Ginebra, 1958, 385 pp. Sobre el papel del sentimiento religioso: En general, J. Müller, "L'GEuvre des Églises pour la paix", en Académie de Droit International Recueil des cours, 1930,1, pp. 297-395. a) Catolicismo: G. Goyau, "L'Église catholique et le droit des gens", en Acad. de Droit International. Recueil des cours, 1925, i, pp. 127-239. Y. de la Briére, L'Organisation intemationale du monde contemporain et la Papauté souveraine, París, 1930, 280 pp., y Le droit de juste guerre, París, 1938, 207 pp. J. Eppstein, The Catholic Tradition ofthe Law ofNations, Londres, 1935, 525 pp. G. Fessard, "Pax nostra". Examen de conscience international, París, 1936, 465 pp. E. Mounier, Pacifistes ou bellicistes?, París, 1939, 54 pp. (este estudio se reimprimió en el tomo i de las (Euvres completes del autor, París, 1961, 939 pp., con el título de Les Chrétiens devant le probléme de la paix). R. Bosc, La Société intemationale et l'Église, París, 1961, 416 pp. Sobre el pacifismo católico, véanse A. Vanderpol, "Le catholicisme au Congrés de la paix", en Le Sillón, oct. de 1906, pp. 251-255, y, del mismo autor, La guerre devant le christianisme, París, 1911, 282 pp. b) Protestantismo: Ch. S. MacFarland, Pioneers for Peace through Religión. Based on the Records ofthe Church Peace Union, Nueva York, 1936, 367 pp. Fred. Lynch, Through Europe on the Eve ofWar, Nueva York, 1914,152 pp. M. Schian, Die evangelische Kirche in der Heimat, 1914-1918, Berlín, 1925, 384 pp. M. Hirst, The Quakers in Peace and War, Londres, 1923, 560 pp. Sobre el movimiento ecuménico: R. Ronse y S. C. Neill, A History ofEcumenical Movement, 1517-1948, Londres, 1954, 822 pp. R. Grutzmacher, "Le protéstanosme, puissance de politique intérieur et extérieur", en Esprit International, 1932, pp. 262-272.

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VIII. El sentimiento pacifista La obra fundamental es la de A. C. Beales, The History ofPeace. A Short Account ofthe Organized Movements for International Peace. Londres, 1931, 355 pp. Véanse también M. Curtí, The American Peace Crusade, 1815-1860, Durham, 1949, 250 pp.; Ch. Lange, "Histoire de la doctrine pacifiste et de son influence sur le développement du droit international", en Académie de Droit International. Recueil des cours, 1926, ni, pp. 175-426; Max Scheler, L'idée depaix et lepacifisme, París, 1953, 151 pp. (trad. del alemán).

A falta de un estudio de conjunto sobre los fundamentos del pacifismo, es preciso consultar: Sobre las bases económicas: John Morley, The Life of Richard Cobden, Londres, 1903, 2 vols., 468 y 510 pp. Frédréric Bastiat, Le libre échange, París, 1882, 261 pp. (recopilación de artículos). Joseph Garnier, Abrégé des éléments de l'économie potinque, París, 1858, 380 pp.

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D. Hudson, The Ecumenical Movement in World Affairs, Londres, 1965. Las actas de las conferencias de Estocolmo y de Oxford son las fuentes esenciales; los registros de las conferencias, publicados en la Revue du Chrístianisme Social, son importantes porque presentan las reacciones de los pastores franceses pacifistas.

J. T. Shotwell, War as an Instrument of National Policy and its Renunciation in the Pact of París, Londres, 1929, 270 pp. John E. Stener, S. O. Levinson and the Pact of París, Chicago, 1943. (Véase también la entrevista de S. O. Levinson por C. N. Reese, publicada con el título La guerre hors la loi, París, 1927, 8 pp.) W. Rappard, The Quest for Peace since the World War, Cambridge, 1940, 516 pp. R. Coudenhove-Kalergi, Kampfum Europa, Zurich, 1939, 307 pp.

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H Sobre el arbitraje: De entre una bibliografía jurídica bastante amplia, el historiador encontrará indicaciones que le serán especialmente útiles en: V.-N. Politis, "Les Commissions internationales d'enquéte", en R. Genérale de Droit International Public, 1912, pp. 149-188, y La Justice Internationale, París, 1924, 325 pp. J. Effremoff, "La Conciliation internationale", en Rec. Cours de l'Académie de Droit International, 1927, m. G. Scelle, "Critique du soi-disant domaine de compétence exclusive", en Revue de Droit International et de Législation Comparée, 1933, pp. 365-395. M. O. Hudson, La Cour permanente de Justice internationale, trad. francesa, París, 1936, 723 pp. Sobre el desarme: Barón de Estournelles de Constant, La limitation des armements, París, 1906, 48 pp. J. Lyon, Le Probléme du désarmement, París, 287 pp. Ph. N. Baker, Disarmament, Londres, 1926, 352 pp. J. Wheeler-Bennett, The Disarmament Deadlock, Londres, 1934, 302 pp. R. Chapul, Disarmament in British Foreign Policy, Londres, 1935, 432 pp. M. Tate, The Disarmament lllusion: The Movement for a Limitation of Armaments to 1907, Nueva York, 1942. Sobre los Estados Unidos de Europa y la Sociedad de Naciones: En general, C. Curcio, Europa, storia di un idea, Florencia, 1958, dos volúmenes, 1003 pp. Antes de 1914: E Chabod, Storia dell'idea d'Europa, Barí, 1961, 268 pp. J. Ter Meulen, Der Gedanke der intemationalen Organisation in seiner Entwicklung, La Haya, 1917-1919, 2 vols., 397 y 371 pp. R. Fielding-Rathmann, La Mission de la France et le Fédéralisme européen selon Víctor Hugo, París, 1951 (tesis dactilografiada). Después de 1914: R. Ferrell, Peace in their Time. The Origins ofthe Kellogg-Bríand Pací, New Haven, 1952, 293 pp.

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m Sobre la actitud de los juristas y de los doctrinarios franceses con respecto a las lagunas del Pacto de la Sociedad de Naciones, podrán consultarse: G. Scelle, Une Crise de la SDN, La reforme du Conseil et l'entrée de l'Alemagne á Genéve, París, 1927, 254 pp. Ch. Rousseau, La Compétence de la SDN dans le réglement des conflits intemationaux, París, 1927, 320 pp. Y entre numerosos artículos: J. Mélot, "La Politique de la SDN", en R. Genérale (Bruselas), 15 de marzo de 1926, pp. 257-269. Th. Ruyssen, "Pour et contre la SDN", en Cahiers des droits de l'homme, 1° de octubre de 1927. Para concluir, no hay que olvidar el papel desempeñado en el movimiento pacifista internacional por la acción de personalidades. Véanse en especial: Merle A. Curti, Bryan and World Peace, Northampton, 1961, 262 pp. C. Playne, Bertha von Suttner and the Struggle to Avert the World War, Londres, 1936, 248 pp. SEGUNDA PARTE Muchas de las obras mencionadas en la primera parte tratan el tema del estadista y su función. Por regla general, no presentamos aquí listas de obras sobre los personajes elegidos como ejemplos en el texto, pues serían a la vez arbitrarias en sus elecciones y desproporcionadas en sus dimensiones. Hemos preferido referirnos sólo a las obras de carácter general, teóricas o metodológicas. Se advertirá que amplias zonas de este campo de estudio son aún poco conocidas.

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BIBLIOGRAFÍA

BIBLIOGRAFÍA

IX. La personalidad del estadista

Véase también el importante artículo de: Francois Bourricaud, "La sociologie du leadership et son application á la théorie politique", en Revue francaise de Science politique, julio-septiembre de 1953, pp. 445-470. Jacques Freymond, La Sarre, 1945-1955, Bruselas, 1959, 439 pp.; cf. la segunda parte, capítulo primero, "L'action des hommes", pp. 235-250. En cambio, sobre toda una categoría de hombres que pueden desempeñar un papel importante en las decisiones relacionadas con los negocios extranjeros, los diplomáticos, la bibliografía es abundante. Como especialmente interesantes, citemos los siguientes: Fierre Danés, "Conseils á un ambassadeur", publicado por L. Delavaud, Revue d'Histoire Diplomatique, 1915. Jean Hotman, señor de Villiers, De la charge et dignité de I'ambassadeur, Dusseldorf, 3a. ed., 1613. Francois de Calliéres, De la maniere de négocier avec les souverains, París, 1716, 396 pp. Wicquefort, Mémoires touchant les ambassadeurs et les ministres publics, Colonia, 1676-1679, dos volúmenes, vi-227 y 446-30 pp. L'Escalopier de Nourar, Le Ministére du négociateur, Amsterdam, 1763, xxvi-326 pp. Conde de Hauterive, Conseils á un eleve du Ministére des Relations extérieurs, París, 1813, rv-143 pp. (reimpreso en la Revue d'Histoire diplomatique, 1901). Jul^s Cambon, Le Diplómate, París, 1926, 124 pp. Harold Nicolson, Diplomatie, trad. del inglés por Petronella Armstrong, Neuchátel, 1945, 223 pp. Lord Strang, The Diplomatie Career, Londres, 1962, 162 pp. León Noel, Conseils á un jeune Francais entrant dans la diplomatie, París, 1948, 139 pp. E. Wilder Spaulding, Ambassadors Ordinary and Extraordinary, Washington, 1961,x-302pp. Encontramos clasificaciones en El príncipe de Maquiavelo; en Calliéres, ya mencionado; en Antoine Pecquet, De l'art de négocier avec les souverains, La Haya, 1738, XLiv-128 pp., y en J. de La Sarray du Franquesnay, Le Ministére public dans les cours étrangéres, ses fonctions et sesprérogatives, París, 1731, xxrv-293 pp.

Como vimos, los esfuerzos científicos tendentes a una clasificación de las personalidades carecen de unidad de conjunto. Para un panorama de las clasificaciones psicofisiológicas y psicológicas, véanse: John Delay, La Psycho-physiologie humaine, París, 1945, 118 pp. (col. Que sais-je?). Otto Klineberg, Psychologie sacíale (trad. francesa), París, 1957-1959, dos volúmenes (capítulo 20: "Psychologie et relations internationales"). Entre las principales clasificaciones psicofisiológicas y psicológicas señalemos las de: K. G. Jung, Types psychologiques, prefacio y traducción de Yves Le Lay, Ginebra, 1950, xxrv-530 pp. W. Ostwald, Les Granas Hommes (trad. francesa), París, 1912, rv-328 pp. Harold Laswell, Psychopathology and Politics, Chicago, 1930, x-285 pp. , Power and Personality, Nueva York, 1948, 264 pp. , The Analysis of Political Behavior, Nueva York, 1949, x-314 pp. Frente a los otros autores, Laswell tiene la ventaja de ser al mismo tiempo psicoanalista y politólogo. T. W. Adorno et al., The Authoritarian Personality, Nueva York, 1950, xxxrv-990 pp. Sobre la caracterología, la mejor introducción es: Roger Mucchieli, La caractérologie á l'áge scientifique, París, Neuchátel, 1961,245pp. Pero hay que conocer las obras de: Rene Le Senne, Le Mensonge et le Caractére, París, 1930. , Traite de caractérologie, París, 1946, xii-650 pp. Gastón Berger, Traite pratique d'analyse du caractére, París, 1950, xx-250 pp. , Questionnaire caractérologique pour l'analyse d'un caractére individuel, París, 1950, 16 pp. -, Caractére etpersonnalité, París, 1950, 110 pp. Y la revista La Caractérologie, París, Presses Universitaires de France. La clasificación empírica que hemos propuesto no deriva de ninguna obra publicada. Según lo que sabemos, no hay ninguna obra científica sobre el estadista en general. Sin embargo, encontraremos útiles reflexiones en: Louis Barthou, Le Politique, París, 1923, 128 pp. Jacques Bloch-Morhange, Les Politiciens, París, 1961, 255 pp. Arnold Wolfers, "Actors in International Policity", en William T. R. Fox (comp.), Theoretical Aspects of International Relations, Notre-Dame, 1959, capítulo vi, pp. 83-106. Donald Watt, Personalities and Politics, Londres, 1965.

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X. El estadista y el "interés nacional" Los mejores estudios teóricos son: Hans Morgenthau, In Defense ofthe National ínteres t, Nueva York, 1951, xii-284-310pp.

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BIBLIOGRAFÍA

Raymorid Aron, Paix et guerre entre les Nations, y Arnold Wolfers, Discord and Collaboration, ambos ya citados (cf. Generalidades). Sobre el problema de la oposición entre interés nacional e interés universal, entre moralismo e idealismo, mucho más discutido en los países anglosajones que en otras partes, véanse: En favor de una política realista, además del libro de Morgenthau citado anteriormente, del mismo autor, Politics among Nations. The Struggle for Power and Peace, 2a ed,, Nueva York, 1954, xxvi-600-xxvi pp. George Kennan, American Diplomacy, 1900-1950, Chicago, 1951, 146 pp. En favor del idealismo, Frank Tannenbaum, The American Tradition in Foreign Policy, Norman (Oklahoma), 1956, 178 pp., y "The American Tradition in Foreign Relations", en Foreign Affairs, octubre de 1951, pp. 31-50. Dexter Perkins, The American Approach to Foreign Policy, Cambridge, Mass., 1953, 203 pp. Pero también hay obras más matizadas, entre las cuales cabe mencionar una compilación de textos: Arnold Wolfers y Laurence W. Martin, The Anglo-Ameñcan Tradition in Foreign Affairs, New Haven, 1959. Thomas I. Cook y Malcolm Moos, "Foreign Policy: The Realism of Idealism", American Political Science Review, junio de 1952, pp. 343-356. Robert E. Osgood, Ideáis and Self-Interest in American Foreign Relations, Chicago, 1953, xii-491 pp. Kenneth Thompson, Political Realism and the Crisis of World Polines, Princeton, 1960, xii-261 pp. John Herz, Political Realism and Political Idealism, Chicago, xn-275 pp. Sobre el aspecto religioso del problema, además de la bibliografía de la primera parte, capítulo vru, véanse: Kenneth Thompson, Christian Ethics and the Dilemmas of Foreign Policy, Durham (Carolina del Norte), 1959, xn-148 pp. Reinhold Niebuhr, Christian Realism and Political Problems, Nueva York, 1954, 191 pp. Herbert Butterfield, Christianity, Diplomacy and War, Londres, 1953,125 pp. Sobre las teorías del interés nacional concebido como búsqueda del poderío, véanse ante todo, además de Morgenthau: Friedrich Meinecke, Die Idee der Staatsrason, Munich y Berlín, 1925, 546 pp. Gerhard Ritter, Die Damonie der Machí, Betrachtungen über Geschichte una Wesen des Macthproblem im politischen Denken der Neuzeit, Munich, 1948, 216 pp. Nicholas J. Spykman, America's Strategy in World Politics, Nueva York, 1942, 500 pp.

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tara Fred Harvey Harrington, "Beard's Idea of National Interest and New Interpretations", en American Perspectiva, verano de 1950, pp. 335-345. Encontraremos muchos elementos en varias recopilaciones: Cordón Craig y Félix Gilbert, The Diplomáis, 1919-1939, Princeton, 1963. Stephen D. Kertesz y M. A. Fitzsimons (comps.), Diplomacy in a Changing World, Notre-Dame, 1959, vm-407 pp., y sobre todo, Roy C. Macridis (comp.), Foreign Policy in World Politics, Englewood Cliffs, New Jersey, 1962, y Joseph E. Black y Kenneth W. Thompson, Foreign Policies in a World of Change, Nueva York, 1963, x-756 pp., que analiza las políticas exteriores de 24 países. Entre algunos de ellos subrayemos, entre otros: Reino Unido: Political and Strategical Interests ofthe United Kingdom, Londres, 1939, xvi-304 pp. (Royal Institute of International Affairs). Lord Strang, Britain in World Affairs, Londres, 1961, 3-426 pp. Francia: Stanley Hoffmann et al,, In Search ofFrance, Cambridge Mass., 1963, xiv-443 pp., y el artículo de J.-B. Duroselle, "Changes in French Foreign Policy since 1945", pp. 305-358. Alemania: Karl W. Deutsch y Lewis J. Edinger, Germany Rejoins the Powers: A Study ofMass Opinión, Interest Groups and Élites in Contemporary Germany, Stanford, 1959. K. D. Bracher, Die Auflosung der Weimarer Republik. Eine Studie zum Problem des Nachtverfalls in der Demokratie, Stuttgart y Dusseldorf, 2a. ed., 1957, 797 pp. Alfred Grosser (comp.), Les Relations intemationales de l'Allemagne accidéntale, París, 1956, 200 pp. (que casi no contiene retrospectivas históricas). Suiza: Edgar Bonjour, Swiss Neutrality, its History and Meaning, Londres, 1946, 135pp. William Bross Lloyd, Waging Peace, the Swiss Experience, Washington, 1958, 101 pp. Italia: El artículo de Toscano en Black y Thompson, op. cit. (en especial las pp. 185-187). España: Melchor Fernández Almagro, Historia política de la España contemporánea, Madrid, 1956, dos volúmenes.

Rusia: L. Fischer, The Soviets in World Affairs, Princeton, 1951, dos volúmenes. George Kennan, Russia ant the West under Lenin and Stalin, Boston, 1961, 411 pp. Philip E. Mosely, Kremlin and World Politics, Nueva York, 1960, 557 pp. Yugoslavia: Vladimir Dedijer, Tito parle, trad. francesa, París, 1953, 480 pp. Japón: Edwin O. Reischauer, Japan, Past and Present, Nueva York, 1953, xiv292 pp.-xn.

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XI. La acción de las fuerzas profundas sobre el estadista Sea cual sea la forma de las presiones ejercidas, lo esencial aquí'es conocer los "grupos" que actúan sobre la política exterior. La mayor parte de las obras conciernen al pasado inmediato. Jean Meynaud, Les Groupes de pression en Trance, París, 1958, 371 pp. (Cahiers de la Fondation Nationale des Sciences Politiques). Del mismo autor, Nouvelles Eludes sur les groupes de pression en France, París, 1962, x-448 pp., y Les Groupes de pression internationaux, Lausana, 1961, 560 pp. Hay buenas bibliografías sobre los grupos de presión en Europa occidental (pero relativos a los fenómenos actuales) en Revue Francaise de Science Politique (marzo de 1959, pp. 229-246, y junio de 1962, pp. 433455), escritos por Jean Meynaud y Jean Meyriat. Henry W. Ehrmenn, Interest Groups on Four Continents, Pittsburgh, 1958, 316 pp. Giovanni Sartori, "Gruppi di pressione o gruppi di enteresse", // Mulino, enero de 1959, pp. 7-42. Se pueden dar algunos ejemplos de estudios de grupos útiles para el conocimiento de las relaciones internacionales. Estados Unidos: Walter Johnson, The Battle against Isolation, Chicago, 1944, xn-269 pp. (sobre el "Comité White"). Wayne S. Colé, America First: the Battle against Intervention, 1940-1941, Wisconsin, 1953, xi-305 pp. El mismo autor acaba de publicar una obra sobre el Comité Nye, constituido en 1934 en Senado y cuya acción explica mucho de las leyes de neutralidad. Roscoe Baker, The American Legión and American Foreign Policy, Nueva York, 1954, 329 pp.

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capítulos ni, iv y v, pues los estudios rara vez disocian la acción de las fuerzas de la del estadista. Se encontrarán análisis fundamentales de la opinión pública en: N. J. Powell, Anatomy of Public Opinión, Nvieva York, 1951, xn-619 pp. William Albig, Public Opinión, Nueva York, 1939, xiv-486 pp. También, especialmente, en Jean Stoetzel, Esquiase d'une Théorie des opinions, París, 1943, 456 pp. Ernst Fraenkel, Offentliche Meinung und intemationole Politik, Tubinga, 1962, 40 pp. Véase también el estudio de psicología social de Jules Rassak, Psychologie de ¡'opinión et de lapropagandepolitique, París, 1927, 287 pp. Sobre la utilización de los sondeos de opinión: J.-B. Duroselle, De l'utilisation des sondages d'opinion en histoire et en sciencepolitique, Bruselas, 1957, 66 pp. Sobre la primera Guerra Mundial: Harold Lasswell, Propaganda Technique in the World War, Nueva York, 1927, 233 pp. H, G. Peterson, Propaganda for War. The Campaign against American Neutrality, 1914-1917, Norman (Oklahoma), 1939, xii-358 pp. Irene Cooper Willis, England's Holy War: a Study of English Liberal Idealism during the Great War, Nueva York, 1928, xx-399 pp. George A. Bruntz, Allied Propaganda and the Collapse of the Germán Empire in 1918, Londres, 1938, 246 pp. Sobre la propaganda en la conferencia de paz: A Catalogue of París Peace Conference Delegation Propaganda in the Hoover War Library, Stanford, 1926, 97 pp. Sobre la segunda Guerra Mundial: Cari I. Hovland, Arthur A. Lumsdaine y Fred D. Sheffield, Experiments on Mass Communication, Princeton, 1949, x-346 pp. R.-G. Nobecourt, Les Secrets de la propaganda en France occupée, París, 1962, 536 pp. Peter de Mendelssohn, Japan's Political Warfare, Londres, 1944, 192 pp. Sobre \apropaganda en general: J.-M. Domenach, La Propagandepolitique, París, 4a. ed., 1962, 128 pp. (col. Que sais-je?). Karin Dovring, Road of Propaganda. The Semantics ofBiased Communications, Nueva York, 1959, 158 pp. L. John Martin, International Propaganda. Its Legal and Diplomatic Control, Minneápolis, 1938, vin-284 pp. Lindley Fraser, Propaganda, Londres, 1957, xn-219 pp. Serge Tchakhotine, Le Viol des foules par la propagande politique, París, 1939, 271 pp.

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XII. La acción del estadista sobre las fuerzas profundas Sobre las acciones del estadista en materia de política económica, financiera y aduanal, remitimos al lector a la bibliografía de la primera parte,

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XIII. La decisión La bibliografía sobre la decisión en general —en especial sobre la de carácter económico— es sumamente abundante. Sólo indicaremos las obras principales: La Decisión, París, 1961, 207 pp. (Coloquios Internacionales del CNRS). Thrall, Caombs y Davis (comps.), Decisión Processes, Nueva York, 1954, vm-322 pp. Bertrand de Jouvenel, "Les Recherches sur la decisión", en Bulletin SEDES, Futuríbles, núm. 809, 20 de enero de 1962. B. de Finetti, R. Larger, G. Morlat y G. L, S. Shackle, "Les Recherches sur la decisión. Commentaires", en ibid., núm. 813, 1° de marzo de 1962.

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E. S. Furniss, The Office of the Premier in French Foreign Policy Mahing, Application of Decisión Making Analysis, Princeton, 1954, vin-67 pp. Señalemos, en cambio, dos excelentes compilaciones colectivas: Command Decisions, Nueva York, 1959, xin-481 pp. Dwaine Marvick (comp.), Political Decisión-Makers, Glencoe (Illinois), 1961, 347 pp. Entre los estudios de decisiones particulares, señalemos como ejemplos: Sobre la decisión del desembarco de las tropas estadunidenses en Siberia: George Kennan, The Decisión to Intervene, Princeton, 1958, xii-513 pp. Richard C. Snyder y Glenn D. Paige, "The United States Decisión to Resist Aggresion in Korea. The Application of an Analytical Scheme", en Administrative Science Quarterly, vol. 3, núm. 3, diciembre de 1958. Sobre la decisión de utilizar la bomba atómica: Michael Amrine, The Great Decisión, Londres, 1960, 251 pp. Véanse también, sobre 1941: Roberta Wohlstetter, Pearl Harbor, Warning and Decisión, Stanford, 1953. Raymond Danson, The Decisión to aidRussia, 1941, Chapel Huí, 1959. Sobre la decisión estadunidense de no intervenir en Dien-Bien-Phu, véase: Dwight D. Eisenhower y Frederick H. Hartmann (ed.), World in Crisis, Nueva York, 2a. ed., 1962, xvi-398 pp. Por último, señalemos una obra que ofrece útiles y brillantes puntos de vista sobre la manera en que se tomaron las decisiones en la Francia posteriora 1945: Alfred Grosser, La IVe République et sa politique extérieure, París, 1961, 440 pp.

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SUPLEMENTO BIBLIOGRÁFICO Nos conformamos con citar las obras fundamentales, de preferencia en lengua francesa. GENERALIDADES

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ÍNDICE ANALÍTICO Abd el Aziz Taalbi: 204 Abd el Rhaman al-Kawaliki: 197 Abdul Hamid H: 238 Aberdeen (lord): 399 Abisinia: 18 acceso al mar: política de: 24-25 Acta de Algeciras (1906): 115, 425 Acta General de Arbitraje (1928): 266,275 Acta General de la Conferencia de Berlín (1885): 114-115 acuerdo anglo-alernán (1898): 121 acuerdo anglo-ruso( 1899): 121 acuerdo anglo-ruso (1907): 88, 120 acuerdo de cooperación económica germano-rumano (1939): 84 acuerdo franco-alemán (1913): 122, 123 acuerdo franco-alemán sobre Marruecos (1909): 115 acuerdo franco-anglo-italiano (1906): 119 Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, véase GATT acuerdo de Ottawa (1932): 78 Acheson, Dean: 154 Adams, John Quincy: 221 Adana:117, 118 Addis-Abeba: 119 Aden: 27 Adigio: 18; alto: 19,178, 185 Adriático (Mar): 24, 25, 59, 150, 178, 412 Aerenthal, Alexis d': 99, 444 Afganistán: 120, 238, 323 África: factores geográficos: 17, 27; reglamentación de exportación de armas a: 103,205,206 África central: 114 África del sur: 24, 46, 86, 97, 138, 139; guerra de los bóers: 156, 220, 228, 278, 440; movimiento nacional: 206; resultados de las inversiones extranjeras: 157 África occidental: 24, 75; oriental: 29 Agadir: crisis de: 249, 408, 423-424 Aguinaldo: 201 Ahmed Lufti: 202 Aidín:118 aislacionismo: 168, 230, 372, 403 Aksakov, Iván: 215 Alaska: 75, 76 Albania: 24; ataque contra: 305

Alejándrela: 117-118 Alejandro III: 215 Alemania: declaración de la guerra submarina: 427, 428; establecimiento de la cuenca convencional del Congo: 114; factores geográficos: 19, 20, 33; guerra aduanal con Rusia (1893-1894): 98, 99; interés económico en el Imperio otomano: 117; inversiones estadunidenses: 151; movimientos de capitales: 130, 132, 144, 145, 146; orígenes de la segunda Guerra Mundial: 445, 446; política de emigración: 54; política de las materias primas: 90, 91; política económica de la Alemania hitleriana con respecto a Europa del sudeste: 83, 85, 445, 446; política marroquí: 440, 444; política exterior de Bismark: 334, 335, 336, 411, 412, 417; proyecto de unión aduanal con Austria: 112; régimen proteccionista: 74, 75, 78; relación entre la demografía y el poderío militar y económico: 38, 40, 41, 45; zona de influencia en China: 121 Alemania, gran: 185, 346, 349, 412 Alemania, pequeña: 412 Alepo:117,198 Algeciras, conferencia de: 115, 425 Alí Yusuf: 202 alianza anglo-japonesa (1902): 140 alianza Atlántica (1949): 269 alianza cuádruple: (1815): 334; (1834): 372 alianza franco-rusa (1892): 98, 109, 142 alianza triple (1882): 100,142, 146 Alsacia-Lorena: cuestión de: 174, 177, 178, 181, 183, 218, 278, 320, 346, 416 "Alldeutscher Verband": 412; véase también pangermanismo Alien, William: 248 Amberes: 322 América Central: 36, 130, 147, 162, 169 América del Sur: 34, 92, 127, 138, 152, 189, 190, 191 América: colonias inglesas de: 74, 188, 189; colonias españolas, francesas, portuguesas de: 74; factores geográficos: 24, 27; movimientos migratorios: 189 American Federation of Labor: 58 American Peace Society: 278

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ÍNDICE ANALÍTICO

Amoy: 50 Amsterdam: 31 Anam: formación del sentimiento nacional: 199,200,208 Anatolia:95, 117, 172 Ancel, Jacques: 35 Ancona: 305 Andler, Charles: 318 Andorra: 18 Angelí, Norman: 244 Ankara: 95, 117 Annunzio, Gabriele d': 216, 217, 290 Anschluss: 185, 334 anticlericalismo: 219 Antillas: 28; Mar de las: 147, 156 Antofagasta: 24 Aosta: 18 apaciguamientoi'política de: 306, 324 Arabi Pacha (coronel): 162 Arabia: 36, 172 Arabia Saudita: 179 Araki (general): 45 Arco, Juana de: beatificación: 234 Ardenas: penetración de: 436 Arditi (Italia): 366 Argel, conquista de: 319, 400 Argelia: 46; nacimiento del movimiento nacional: 203 Argentina: construcción de vías férreas: 92, 130; cuestión del delta de La Plata: 26, 52, 54; desarrollo económico de la pampa: 36, 57; formación del sentimiento nacional: 190,191 ¡inversiones extranjeras: 152; la inmigración y sus consecuencias sociales y políticas: 58, 60, 61 Arghana: 117 Arístides: 283 Aristóteles: 287 armamento: 11, 39, 40; carrera armamentista: 85, 160, 415; Convención de SaintGermain: 102, 103; limitación de: 275, 276; política de armamento naval de Wilson: 338, 339; política de armamento y empréstitos internacionales: 160 Armenia: 117,345 armisticio de 1918: 178; de Mudros (1918): 238 Arnaud de L'Ariége, Joseph: 376 Arnim, Harry von: 297 Aron, Raymond: 11, 166, 269, 314, 321, 325,393,407,414 Asia: factores geográficos: 17, 27, 33 Asia central: 17 Asia Menor: 89, 90, 118 Asia meridional: 26 asimilación aduanal: sistema de: 75, 76

Asociación Internacional Africana: 114, 115,317 asociaciones para la Sociedad de Naciones: 278 Asturias: 22 Atlántico: batalla del: 28; Océano: 24, 26, 97 Atlanticus: 318 Augsburgo: 125 Augustenburg, Federico de: 301 Australasia: 70 Australia: 24, 53; restricción a la inmigración china: 69 Austria: 19; no adhesión a Zollverein: 110; política de emigración: 52, 54, 105; proyecto de unión aduanal con Alemania: 107,111,112 Austria-Hungría: 21: compromiso económico: 110; crisis de julio de 1914: 444445; demografía y poderío militar: 40; emigración clandestina: 54; emigración y minorías nacionales: 52; guerra aduanal con Serbia (1906): 100-101, 143; inversiones extranjeras: 130, 141; minorías nacionales: 178, 185, 444; política en relación con el proyecto de unión aduana] búlgaro-serbio: 112 autarquía: 78-79, 349, 445 Bab-el Mandeb: estrecho de: 27 Badoglio (mariscal): 436-437 Bagdad (Califato de): 237; ferrocarril de: 95,117-119,139,142-143,145 Bailey, Thomas: 367, 398, 409 Baker, Alien: 249 Balcanes: 24-25; movimientos nacionales: 44, 182, 184, 187 Baldwin, Stanley: 359, 360 Balfour (lord): misión a los Estados Unidos: 403; y la creación del hogar nacional judío: 65 Báltico (Mar): 24-25, 185; Estados del: 185, 343, 348 Banco de Importaciones y Exportaciones: 153 Banco de Inglaterra: 138 Banco Morgan: 149, 159 Banco Otomano: 163 Banco de París y de los Países Bajos: 143 Banco Reichsbank: 146, 446 Banco Seligman: 140 Barcelona: 183 Barres, Maurice: 219, 224 Barthou, Louis: 307, 309, 324, 354, 375 base naval: 28, 120 Basilea: 152 Basora: 117

ÍNDICE ANALÍTICO Bastiat, Frédréric: 244, 259 Baudouin, Paul: 306 Baviera: 177 Beard, Charles: 314, 315 Beau de Lómeme, Emmanuel: 392 Bebe!, August: 247 Beck, coronel Joseph: 302 Beirut: 117, 197, 198 Belfort (brecha de): 18 Bélgica: 26, 31; demografía y poderlo económico: 41, 81; independencia: 177, 302; proyecto de unión aduanal con Francia: 111; soberanía sobre el Congo: 115, 172; ultimátum alemán (1914): 322, 323 Belgrado: 101,112 Beluchistán: 120 Benedicto XV: 192; acción en favor de la paz: 254 Bentham, Jérémie: 175, 244 Berchtesgaden: conversaciones entre Hitler y Darían: 349 Berger, Gastón: 288, 291, 295 Berlín: 348 Bernstorff, Jean-Ernest (conde de): 427428, 429 Berthelot, Philippe: 376 Bertie, sir Francis: 425 Besarabia: 179 Bethmann-Hollweg, Theobald von: 31, 47, 211,213-214,428 Beveridge, lord William H.: 221 Bevin, Ernest: 359 Beyshebir (lago): 118 Biarritz: entrevista de: 306 Bidault, Georges: 408 Birmania: 174 Bismarck, Otto von: asunto Schnaebelé: 411; concepción del interés nacional: 314, 320, 325, 328, 415; desaprobación de la Anschluss de los alemanes de Austria al reich: 185; personalidad: 295, 297, 301, 306, 372, 373; política en África central: 114; política exterior: 334, 335, 411412, 417; política financiera respecto a Rusia: 146; y la unidad alemana: 181, 242, 442-443 Bjórnson: 184 Blau (coronel): 395 Bloch, Jean de: 275 Blondel: 308 bloqueo continental: 386 Blum, León: 324 Blüntschli, Jean-Gaspard: 264, 272 Bocchini: 368, 369 Bodin, Jean: 31 bóers, guerra de los: 156, 220, 228, 278, 440

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Bohemia: 19, 293, 345 boicoteo: 105, 106, 107, 108 Solivia: 21, 24; formación del sentimiento nacional: 190; inversiones extranjeras: 152 Bonaparte: 326 Borah, senador William: 267, 399 Bosanquet: 220 Bosforo: 27, 117 Bosnia-Herzegovina: 96,105, 185 Boulanger, general Georges: 411 Bourassa, Henri: 192 Bourgeois, León: 275, 424 Boutros al Bustani: 197 Boutroux, Émile: 176 Bouvier, Jean: 354 Bowman, Isaiah: 339 bóxers: insurrección de los: 122 Brandéis, Louis: 312 Brandenburgo: 22, 24 Brasil: construcción de vías férreas: 92, 130; cuestión del delta de La Plata: 26; formación del sentimiento nacional: 190; inmigración y desarrollo económico: 57; inversiones extranjeras: 152, 153; política de inmigración: 57, 69 Braudel, Fernand: 29, 35; y la cuestión del delta de La Plata: 26 Brennero (paso del): 18, 217; encuentro Hitler-Mussolini: 435, 436 Breteuil (paso del): 308 Briand, Aristide: 109, 267, 268; conversación con Stresemann: 354; dimisión: 410; formación del sentimiento nacional: 190; Pacto Briand-Kellogg: 337, 361, 362; personalidad: 283, 293, 294, 295, 296, 297, 302, 303, 336, 374 Briére, Y. de la: 255 Bright, John: 246 British War Mission: 403 Brulart de Silleri: 308 Brunhes, Jean: 21 Brüning (canciller): 114, 277 Brunschwig, Henri: 328 Bryan, William J.: 147, 265 Bucarest: 85 Budapest: 40 budismo: 239 Buenos Aires: 60, 190 Buisson, Ferdinand: 497-498 Bujarin, Nicolás I.: 384 bulangismo: 219 Bulgaria: 25, 83-84, 101; Iglesia búlgara y nacionalismo: 236-237; préstamos emitidos para el mercado alemán: 147; problema macedónico: 182; proyecto de unión aduanal con Serbia: 111, 144

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ÍNDICE ANALÍTICO

Bülow, Federico Guillermo de: 122, 252 Bundy, McGeorge: 303 Burgenland: 105 Burgess, John: 221 Burke, Edmund: 175 Burleson, Albert S.: 431 Burrit, William: 257, 263 Burritt, Elihu: 248-249, 259, 260, 272 Burschenschañ: 180 Bután: 27 Butler, Geoffrey: 403-404 Butler, Nicholas Murray: 361 Cabinda: 115 Cabot Lodge, Henry: 90, 298, 357, 398 Caclamanos, Dimitri: 401 Caillauk, Joseph: 294, 306, 408; decisión de ofrecer a Alemania una parte del Congo a caipbio de Marruecos: 423-427 Cairo, El: 202 caja deja deuda otomana: 131 California: 68, 97, 387 Calles, Plutarco E.: 390 Calliéres, Francois de: 309, 310 Cámara de Comercio Internacional: 127 Cambon, Jules: 119, 309; papel en la negociación franco-alemana sobre Marruecos: 423, 424, 425, 426, 427 Cambon, Paul: papel en la negociación franco-alemana sobre Marruecos: 424426 Cambridge: 403 Cameron, Rondo E.: 386, 388, 392 Camerún: 116, 205, 206, 348 Campbell-Bannermann, sir Henry: 221, 233 Canadá: 36; formación del sentimiento nacional: 191-192, 193; inmigración hacia los Estados Unidos: 50, 59-60; inmigración y aprovechamiento en provincias centrales: 57, 58; inversiones estadunidenses: 130, 136; la emigración y sus consecuencias sociales y políticas: 58, 59, 60; restricciones a las inmigraciones china y japonesa: 68 Cantón: 80, 94 capitalismo: influencia de los mecanismos del, sobre la acción política: 108; lucha de clase obrera contra el: 259-260; oposición social al progreso del, en América Latina: 152; y desarrollo económico mundial: 134, 156-157 capitulaciones: véase Imperio otomano Caporetto, batalla de: 19 Caprivi: 146-147, 252 Carbonari: 373, 374 Cárdenas, Lázaro: 390

Carelia: 406 Carlos Alberto: 181 Carlos X: 363 Carnegie, Andrew: 249, 260, 261, 265 Carnot, Lazare: 412 Carolinas: asunto de las islas: 253 Carranza, Venustiano: 390 Carta de la ONU: 268, 269 Cartago: 25 cárteles internacionales: 124, 125, 126 Castle, William R.: 356, 357 Catorce Puntos: 178, 187, 366 Cavagnari: 436-437 Cavour, Camille Benzo de: 181, 242, 354, 408 CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero): 410 Cecil, lord Robert: 250-251, 355, 356 Ceilán: 174 Cercano Oriente: explotación de petróleo: 87, 88, 89, 90; vigilancia del tráfico de armamento: 97 Cerdeña: 25, 29 Chaco, guerra del: 24 Chamberlain, Houston Stewart: 212, 347 Chamberlain, Joseph: doctrina imperialista: 211, 220; impulsor del nacionalismo inglés: 220, 233, 242; móviles de la intervención de África del Sur: 440; propuesta de establecimiento de un régimen preferencial imperial: 71 Chamberlain, Neville: establecimiento del régimen preferencial imperial: 78; memorias: 357; política de apaciguamiento: 306, 324 Chambord, conde de: 292 Chang-Kai-shek: 64; creación del "movimiento de la vida nueva": 196 Channing, William: 258 Chan-Si: 122 Chantung: 94, 106, 121, 300, 339 Charcot: 286 Charles-Roux, Francois: 357, 377 Chateaubriand, Alphonse de: 291 Chatt-el-Arab: 117 Checoslovaquia: 19, 55, 56; anexión de la Sudeteland: 322, 445; cuestión de minorías: 179, 183, 299; inversiones francesas: 145; relaciones comerciales con la Alemania hitleriana: 83, 84 Chefneux: 93 Chengting: 121 Chevalier, Jacques: 256 Chevalier, Michel: 74, 244, 264, 387 Chicago: 41, 91 Chicherín: 370

ÍNDICE ANALÍTICO

t

Chile: 24, 52; construcción de vías férreas: 93, 130; formación del sentimiento nacional: 190; inversiones extranjeras: 152 China: construcción de vías férreas: 93-95; desarrollo del sentimiento nacional: 173, 174, 194-196, 208; empleo de boicoteo: 106; inversiones extranjeras y resultados sobre el plan social: 130, 139, 147, 153, 156, 164-165; movimientos migratorios: 50, 55, 60-61, 64, 65; penetración inglesa: 28, 33; política aduanal de Estados europeos y de los Estados Unidos: 80, 81; relaciones comerciales con los Estados industriales: 86; relación entre el poderío militar y económico y la demografía: 40, 41, 42, 45; reparto de influencias: 117, 121, 122,440 Chipre: 401. Church Peace Union: 249, 256 Churchill, Winston: 320 Ciano (conde): 305, 368; y la entrada de Italia a la guerra: 433, 434, 435, 436 "Cien días" (China): 94 Cirenaica: 238 Clarendon, lord: 275 Class, Heinrich:212, 214 cláusula de nación más favorecida: 76, 80, 98,99 Clayton-Bulwer, tratado: 28 Clemenceau, Georges: actitud en relación con las conquistas coloniales: 332, 334, 335; concepción del interés nacional: 337-338, 340-342, 344, 345; evalución de la opinión pública francesa al Consejo de los Cuatro: 365; personalidad: 296, 297, 299, 300, 304, 305, 372, 374; política en relación con Renania: 323. Cobden, Richard: 74, 244, 245, 258-259, 263-264,270,314,328,386. Colbert: 325. Colombia: construcción de vías férreas: 93; inversiones extranjeras: 152 colonialismo: 328, 334, 336 Colonización Society: 53 Columbia (Universidad de): 315, 361. Columbus (Ohio): 398. Comisión de Estudios para la Unión Europea (Sociedad de Naciones): 114. Comisión de la Conferencia de la Paz: 266. Comisión de La Haya (1899): 253, 265, 274, 275, 278. Comisión Internacional de la Emigración: 66 Comisión Norteamericana de Inmigración: 57, 59. Comisión de Reparaciones: 304. Comisión Schurman: 200

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Comité de Acción Marroquí: 204 Comité Eslavo: 215. Comité Intergubernamental para Personas Desplazadas: 70. Comité Internacional de Trabajadores para la Paz: 246. Comité Unión y Progreso (Turquía): 198. Comte, Augusto: 284 Concamin (Confederación de Cámaras Indutriales): 390. Concanaco (Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio): 390. "condominios": 114 Confederación de Alemania del Norte: 174, 442. Confederación germánica: 110. Conferencia Africana (1884-1885): 114, 334. Conferencia de Algeciras (1906): 76, 142. Conferencia de Bruselas (1896): 102. Conferencia de Desarme (1931): 39, 275, 276. Conferencia de Genova (1922): 167. Conferencia de La Haya (1907): 276. Conferencia Internacional de la Emigración (1924): 66 Conferencia de Munich (1938): 372 Conferencia Mundial de Iglesias: Constanza, 1914: 250-251, 278; Oxford, 1937: 250251, 256-257, 271; Estocolmo, 1925: 250 Conferencia de Paz (1919): 53, 64, 106, 178, 187, 254, 266, 323, 339, 372 Conferencia Permanente de Altos Estudios Internacionales: 90, 91 Conferencia de la Unión Interparlamentaria (1906): 265, 275. Conferencia de la Unión Parlamentaria (1897): 270. Conferencia de Washington (1921): 223 Congo: estado independiente del: 36, 114, 332; régimen internacional del: 21, 114; sesión de una parte del Congo francés a Alemania a cambio de Marruecos: 423427 Congo belga: 15,206 Congregación Romana de Propagación de la Fe: 240 Congregaciones Religiosas, Ley de (1901): 52 Congreso de la Acción Católica: 234 Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores: Basilea, 1869: 246; Bruselas, 1868: 246; Lausana, 1867: 245 Congreso de Berlín (1878): 334 Congreso Católico de la Paz, I (París, 1921): 255 Congreso de Ciencias Políticas (1900): 244, 265, 272

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ÍNDICE ANALÍTICO

Congreso Eslavo (1908): 215 Congreso de la Internacional Comunista (1921): 154 Congreso Internacional de la Emigración (París, 1889): 54 Congreso Internacional de las Sociedades de Paz: Londres (1843): 248, 260, 263 Congreso Islámico (1926): 238 Congreso del Movimiento Panafricano: 206 Congreso Nacionalista de Florencia (1911): 46, 224 Congreso de la Paz: Ginebra, 1867: 260261; Londres, 1878: 246; París, 1849: 260,261,263,272 Congreso de Población (Ginebra, 1927): 66, 67 Congreso dé la Segunda Internacional: Basilea, 1912: 246, 247; Copenhague, 1910: 246; Stuttgart, 1907: 246 Congreso Universal de Monaco (1902): 270 Congreso Universal de la Paz (1897): 260 Connally, Tom: 357 Consejo de la Corona (Alemania): 99 Consejo de los Cuatro: 300-301, 340, 344, 365, 366 Considérant, Victor: 245, 260, 263 Constantino: 144, 401 Constantinopla: 119; patriarca de: 236 Constitución (1852): 387 Conti: 425 continentalismo: 328, 333, 334, 335, 336 Convención de La Haya (1907): 102 Convención de Saint-Germain (1919): 102 convención militar franco-rusa (1892): 142, 166 convenio franco-italiano (1898): 99 Córcega: 25,28-29 CorceUe-Senuil: 52 Corea: 25, 29; formación del sentimiento nacional: 194, 441 Corradini, Enrico: 48, 216-217, 224, 225, 232, 234 corredor polaco: 24, 346, 350, 412, 416 Corte de Arbitraje Internacional: 275 Corte Permanente de Justicia Internacional: 266, 279 cosmopolitismo: 243 Costa de Oro: 206 Coudenhove-Kalergi R.: 113,266-267 Coulondre: 293 Courcel (barón de): 329-330, 335 Cousin, Victor: 32 Couza: 181 Cox, James M.: 411 Crédit Lyonnais: 129 "~~ Creta: 28-29

Crimea: 348; guerra de: 161, 258, 278 crisis de Agadir: 249, 408, 424-427 crisis de Bosnia-Herzegovina (1903): 101 crisis económica internacional (19291933): 61, 77, 109, 132, 152, 159, 192, 224, 303 crisis económica italiana (1890): 100 crisis económica norteamericana (1921): 61,109 Crispí, Francesco: 48,100, 146, 231 Croacia: 345, 434 Crozier, Michel: 143 Cuba: 28; inversiones extranjeras: 152 culto de la personalidad: 407 Cuno: 380 Curzon (lord): 120, 164 Czernin (conde de): 186 Daladier, Édouard: 317 Dalmacia: 178, 434 Damasco: 117, 197,198 Danés, Fierre: 308-309 Danev: 408 Daniels, Josephus: 431 Danilevsky: 215, 233, 234, 236 Danton, Jacques: 289 Danubio: 21 Darby, Evans: 249 Dardanelos: 27 Darían, almirante F.: 349 Dawes:plan: 151 Dawson, Raymond H.: 423 De Paepe: 246 De Than, Anam: 200 Decamps, Émile: 270 Decán: 21 Declaración de Derechos: 189 Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: 386 Declaración Vandenberg (1948): 357 Deír-es-Zor: 117 Delay, Jean: 284 Delcassé, Théophile: 119, 142, 143, 276, 306, 336, 424, 426 Demangeon, Albert: 34 demografía: 10, 11, 38; movimientos migratorios y litigios internacionales: 62-71; y poderío militar y económico: 38-44; y psicología colectiva: 44-45 derecho y nacionalismo: 218, 219 Dernburg, Bernhard: 211 desarme: 263, 264, 265, 275; conferencia de: 39, 275, 276, 278 descolonización: 381 Destino Manifiesto: doctrina del: 220, 412 determinismo geográfico: 32, 34-35

ÍNDICE ANALÍTICO Deutsch, Karl:413 Devillers, Philippe: 200 Díaz, Porfirio: 389, 391 Diebold, William: 409 dieta germánica: 272 Dilke, sir Charles: 220 Dinamarca: invasión alemana: 436; ultimátum alemán (1949): 323 diplomacia del dólar: 97, 147, 148, 163, 169-170,312 disidentes: Gran Bretaña: 235 Disraeli, Benjamin: 220, 283, 336, 375 doble monarquía: véase Austria-Hungría Dodecanesado: 401 dominios: 138, 191 Donetz: 141 Dong-Trieu: minas de: 86,441 Dostoievski, Fedor: 215 Douhet (general): 402 Dreyfus: asunto: 219, 252 Du Roure: 252 Duchan: Imperio de: 183 Dulles, John Foster: 351, 418 Dumaine, Jacques: 370 Dupin: 306 Dupréel:41 Durkheim, David E.: 284 Duy Tan (emperador de Anam): 200 economía dominante, teoría de la: 72 Edén, Anthony: 299, 357, 359 Egeo (Mar): 24, 118 Egipto: 20; asunto de Suez: 325; cuestión del Canal de Suez: 96; inversiones privadas en: 129, 139, 144; nacimiento del sentimiento nacional: 202, 203, 278; problemas financieros y el establecimiento de la dominación británica: 161, 179, 441 Einaudi, Mario: 303 Eire: 179 Eisenhower (general Dwight David): 326, 408 ejército y demografía: 38-41 Elba: 19 embargo: sobre las importaciones: 104,105; sobre las materias primas: 103, 104; acerca de los armamentos: 103, 337 Emerson, Rupert: 205 emigración europea: 49, 50, 52, 53, 54, 62; libertad de: 55, 61,62 empréstitos rusos: 141-142, 166-167,388, 391, 392 Enfantin, Prosper: 245 Engels, Federico: 246, 317, 318, 384 Enrique IV: 290

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Enrique Vn de Reuss: 324 Entente: 178, 298, 300, 416; Cordial (I): 109; (II): 144, 440; alianzas económicas: 123-127 Eppinger: 286 equilibrio de fuerzas: 19, 32 equilibrio de poder: 314, 432,433 Eritrea: 119 Escalopier de Nourar: 309 Escandinavia: 22, 51, 131 Escaut: 31 Escipión: 250 eslavófilos (Rusia): 214, 215, 235 Esmirna: 118 espacio, teoría del: 30, 31, 32, 33, 326-327 espacio vital: 33, 49, 79, 214, 261, 326, 345, 350, 414, 445 España: 34, 140; desarrollo del sentimiento nacional: 173; el presidente McKinley declara la guerra a (1898): 409, 440; movimiento nacional catalán: 183 espléndido aislamiento: 343 Estados alemanes: 177 Estados asociados: rembolso de las deudas de la Gran Guerra a los Estados Unidos: 167-168 Estados balcánicos: 160, 182 Estados de la Iglesia: 305 Estados italianos: 177 Estados "tapones": 323 Estados Unidos: consecuencias de la inmigración sobre la vida económica, social y política: 57, 58, 59, 60, 189; cuestión del Canal de Panamá: 97; emigración europea: 50, 54, 443; factores geográficos y desarrollo: 32, 36; formación del sentimiento nacional: 188,189,190, 208; independencia de Filipinas: 200-201; interés nacional y política exterior: 313,314,343, 382; inversiones privadas y las perspectivas de guerra: 159; legislación sobre las exportaciones de armamentos: 103; móviles de expansionismo: 440; plan de asistencia a Europa y a los países subdesarrollados: 134,154, 441; poderío económico y demografía: 41; política de inversiones al extranjero: 130-134,148, 149,150,151, 152; política de materias primas: 87, 88, 89, 90; protesta contra el reparto de China: 122; régimen proteccionista: 74, 75, 76; restricciones a la inmigración: 66, 67, 68; utilización política del embargo: 104 Estados Unidos de Europa: 263,264,265,271 Estambul: 82 Etiopía: 83; construcción de vías férreas: 93, 95; expedición italiana: 96, 327, 358, 418

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ÍNDICE ANALÍTICO

Eufrates: 117 Eupen: 346 Exarcado: 182,236,237 expansión colonial: 18, 52-53; importancia de la, en la historia de las relaciones internacionales: 438, 439, 440, 441, 442; Jules Ferry y la expansión colonial francesa: 228-333, 441; la expansión colonial, una forma de nacionalismo: 210, 211, 216, 217, 223, 224; resistencia a la expansión colonial europea: 199, 206 Eyck, Erich: 373 Fachoda: 440 Fadeiev (general): 215 Fall, Albert: 90 fascismo: e imperialismo: 48; y los doctrinarios del nacionalismo italiano: 217, 218,230 Febvre, Lucien: 16-17, 21, 35 Federación de Asociaciones para la Sociedad de Naciones: 261 Federico Guillermo I: 301 Federico Guillermo II: 325 Federico Guillermo III: 110 Federico Guillermo TV: 181 Fernando (rey): 144 Ferrell, Roberto: 360, 363, 433 Ferry, Jules: 157, 211; eliminación del general Boulanger: 411; política colonial: 328-335, 441; política europea: 333-335 Fez: ocupación por los franceses: 423 Fichte: 172, 176 Filipinas: 75, 76, 172; formación del sentimiento nacional: 200, 201 Finlandia: 406 Firestone, Harvey: 354, 355, 356 Fiske, John: 221 Fiume: 179, 187, 345 Flandes: movimiento nacional: 183 Flandin, Pierre-Étienne: 295 Florencia: 48 Florida: 28 Foch, mariscal E: 296, 341 Fohlen, Claude: 354 Folson, Marión: 372 Pondere: 408, 426 Fondo Carnegie para la Paz Mundial: 249, 253, 267, 278, 360, 361 Fontaine: 361 formación del sentimiento nacional: 190 Formosa: 28 fourierismo: 245 France, Anatole: 397

Francia: acción de gobiernos sobre la opinión pública: 399; asunto del ferrocarril de Bagdad: 117, 118; consecuencias de la segunda Guerra Mundial: 381; evolución económica y social: 386-387 391392; factores geográficos: 16, 20, 26, 34; guerra aduanal con Italia: 99, 100; los diplomáticos franceses: 371; movimientos de capitales: 130, 131, 140, 141, 142, 143, 387, 388, 391, 392, 441; poderío económico y militar y demografía: 38, 40, 43; política de materias primas: 89; política colonial de J. Ferry: 328-331; rembolso de las deudas de la Gran Guerra a los EUA: 167, 168; régimen proteccionista y asimilación arancelaria: 75-76; restricción a la inmigración: 67; rivalidad con Alemania por Marruecos: 115, 116, 127; zona de influencias en China: 122 Francois-Poncet, André: 293, 302 Francfort: 297 Franklin, Benjamín: 290 Freidel, Frank: 285 Freud, Sigmund: 288 Frézouls: 426 Friburgo: 255 Friul: 346 fronteras naturales: 19, 256, 329, 412, 414 Fugger, Jacob: 128 Fustel de Coulanges: 176, 204 Gabón: 75, 426 Galápagos (Islas): 28 Galbraith, John Kenneth: 413 Galiffet, genera] Gastón de: 377 Gambetta, León: 289, 330, 376, 377 Gamelin, general Maurice: 317 Gandhi: 105 Ganges: 42 Garnier, Joseph: 259 Garibaldi, Giuseppe: 408 Gastein: 301 GATT (General Agreement on Tariffs and Trade): 393 Gaulle, Charles de: 320, 394, 398 Gdansk:255, 346, 350,416 Genty, Émile: 374 geohistoria: 15 geopolítica: 33, 35, 347 George, Pierre: 18 Georgia: 88 Gérard, Auguste: 376 Gerbet, Pierre: 409 Gibbon (cardenal): 250 Gide, Charles: 397, 398

ÍNDICE ANALÍTICO Gille, Bertrand: 354 Ginebra: 66, 248 Gioberti (sacerdote): 216 Girardin, Émile de: 272, 273 Gladstone, William E.: 283 Gobineau, Joseph: 172, 212, 347 Goebbels, Joseph: 47-48, 395 Goluchowski: 101 Gonard (coronel): 421-422 Gorizia: 185,346 Gorizia-Liubliana (paso de): 18 Góring (mariscal): 326 Gortchakoff (príncipe): 215, 324 Gorz, André: 385 Gottman, Jean: 30, 34 Gramont (duque de): 305 Gran Bretaña: asunto del Canal de Panamá: 97; asunto del Canal de Suez: 96; consecuencias de la Gran Guerra mundial: 382; colonización: 327, 328; crisis de Transvaal: 62; cuestión de Irlanda: 185; emigración: 51, 53, 56; influencia de factores geográficos sobre el desarrollo económico: 16, 22, 29; los diplomáticos británicos: 371-372; movimientos de capitales: 130, 131, 132, 138, 139, 140, 441; movimiento de la Home Fleet en el Mediterráneo: 418; oposición al proyecto Hoare-Laval: 358, 359, 360; política de control de vías marítimas: 27; política de libre cambio: 76, 78; política de materias primas: 86, 87, 88; problemas causados por la inmigración irlandesa en 1920: 59; propaganda de guerra: 402, 403, 404; rembolso de la deuda de la Gran Guerra a los Estados Unidos: 168; relación entre poderío militar y económico y demografía: 38, 40, 41; reparto de influencias: 116, 117, 118, 119; tratado de comercio franco-inglés (1860): 74; utilización política del embargo: 104, 105, 106 Gran Muralla China: 122 grandes potencias: política en Macedonia: 112 Grayson (doctor): 376 Graziani (mariscal): 436-437 Grecia: acción diplomática francesa (19131914): 144; asunto de Macedonia: 182; desarrollo y factores geográficos: 19, 25; emigración: 51; papel de Venizelos en el nacionalismo griego: 242, propaganda griega en 1919-1920: 401, 402 Grévy, Jules: 411 Grew, Joseph: 428 Grey, sirEdward: 120, 139, 185, 228 Groningue: 288

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Groulx (sacerdote): 192 grupos de presión: 108, 312, 353 Guam (Isla de): 75 Guérard, Albert: 373 Guillermo I: 181,242, 297, 443 Guillermo II: 45, 47, 99, 223, 242, 254, 276, 336, 408, 426 Guizot, Francois: 111, 324, 399, 413 Hacha, Émile: 322 Haití: 153 Hamilton, Alexander: 315 Han Yeh Ping: yacimientos de: 86 Hankeu: 94, 106, 121 Hanotaux, Gabriel: 376, 377 Hannover: 110, 177 Hardie, Keir: 247 Harding, Warren: 367, 408, 411 Harrar: 93 Hasse: 212 Haushofer, general Karl: 33, 34, 35, 347 Hauterive (conde de): 309 Hawai: 28, 75 Hawley-Smoot: tarifas arancelarias: 303 Hearst, William Randolph: 404, 409 Heartland: 32 Herbette, Maurice: 425 Herder: 175 Herriot, Édouard: opinión sobre la unión aduanal austro-alemana: 113, 296, 319 Hervé, Gustav: 247 Hess, Rudolf: 286 Heymans, Gérard: 288 Hildebrand, Gerhard: 318 Hilferding, Rudolf: 154 Himalaya: 27, 315-316 Hipócrates: 286 Hitchcock (senador): 429 Hitler, Adolf: ataque contra la URSS: 409; concepto del interés nacional: 313, 345, 350, 414; convocatoria del presidente Hacha: 322, 323; influencia sobre Mussolini al momento de la entrada de Italia a la guerra: 434, 435, 436; papel en el nacionalismo alemán: 242; personalidad: 289, 292, 293, 302, 306, 372, 414, 415, 421; política de natalidad: 47; política económica: 380; relación con la Liga Pangermanista: 213, 214; táctica diplomática: 414, 415, 418; y el argumento demográfico: 47, 49, 445; y la opinión pública alemana: 400 Hoang-Ho: 121 Hoare, sir Samuel: 358, 359, 360 Hobson.A.: 155, 156, 157,318 hogar nacional judío: 65, 172

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ÍNDICE ANALÍTICO

Hohenlohe:211,335 Hohenthal (condesa von): 302 Hohenzollern: 417, 443 Holstein (barón de): 440 HomeFleet:418 Horns:117 Honduras: 190 Hong Kong: 28 Hoover, Herbert: 302, 303, 355, 357; y la crisis económica: 364 Hopital (marqués de ]'): 308 Hopkins, Harry: 376 Hortense: 373 Hotman, Jean: 309 House (coronel): 297, 376, 403; papel en la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania: 428, 433, 437 Huber, Max: 251 huelga: 260 Hughes, Charles Evans: 408 Hugo, Victor: 260, 263 Hull, Cordell: 74, 259, 299, 300, 314, 355, 393 Hungría: 105, 183, 345; política de emigración: 54, 83 Hymans, Paul: 322 Ibrahil el Yazidji: 197 Iglesias: actitud en relación con los movimientos pacifistas: 248, 249, 250, 251, 252, 253, 254, 255, 256, 257; función en los movimientos nacionales: 182, 233, 234, 235, 236, 237 Ilg: 93 Imbros: 401 imperialismo: estadunidense: 156, 221, 229; colonial y los orígenes de la primera Guerra Mundial: 211, 443; e interés nacional: 318; hitleriano: 225; financiero y acción política: 155; italiano: 48; inglés: 220; japonés: 64, 221, 222, 223, 441; orígenes: 11, 155, 156, 157; y autarquía: 79 Imperio colonial británico: 138, 155, 211 Imperio colonial francés: 140, 228 Imperio colonial portugués: 122 Imperio otomano: 52; construcción de vías férreas: 95, 117; cuestión de minorías nacionales: 181, 185; despertar nacional árabe: 197, 238; inversiones privadas en el: 129-130; relaciones comerciales con las grandes potencias: 81, 82; reparto de influencias: 117-119,440; solicitud de créditos extranjeros y pérdida de independencia: 162, 163 India: 28, 33, 44, 45; boicoteo de mercan-

cías inglesas (1920): 105; construcción de vías férreas: 92; desarrollo del sentimiento nacional: 172, 174, 201, 202, 238; resultados de las inversiones extranjeras en el plano social: 157, 158. Indias Holandesas: 50, 61, 124 índico (Océano): 27; colonias francesas en el: 75 Indochina: 18, 27, 75; orígenes de la expansión francesa: 441. Indonesia: 28, 72; formación del sentimiento nacional: 174 Inglaterra, batalla de: 402 Inmigración: Comisión Norteamericana de Inmigración: 57; consecuencias de la, sobre la vida social y política de los Estados: 58, 59; libertad de: 62, 66; restricciones a la: 65, 66, 67, 68, 69, 70, 71; y desarrollo económico: 56, 57, 58. Institute of Pacific Relations: 69 Insulindia: 28, 44 insurrección de Bosnia-Herzegovina: (18751876): 185 insurrección de los bóxers (1900): 122, 195 insurrección de Bulgaria (1875-1876): 185 insurrección cretense (1897): 185 insurrección de rumeolitas (1885): 185 insurrección de taipings: 195 integración económica: 394 Internacional: Primera: 246; Segunda: 246 internacionalismo: y fascismo: 217; y el nacionalismo barresiano: 219 inversiones extranjeras: 130 Irak: 102, 179,238 Irán: 26, 172, 323 Irlanda: 26, 38, 42, 51; movimiento nacional: 177, 181, 183 irredentismo: 185, 216, 224, 412 Isambert: 272 Islam: 18, 197, 202, 203, 204; movimientos nacionalistas: 237, 238 Islandia: 28 Ismail (jedive): 161 Ismidt: 117 Ispahan: 120 Israel: 400 Istrial84,216 Italia acercamiento con Francia (1902): 142; capitulación (1943): 346; entrada en la Gran Guerra: 185, 217, 323; entrada en la segunda Guerra Mundial: 434, 437; excedente demográfico e imperialismo: 48; factores geográficos y desarrollo: 19, 22; guerra arancelaria con Francia: 99, 100; opinión pública italiana y la segunda Guerra Mundial: 367, 368, 369; pode-

ÍNDICE ANALÍTICO río militar y demografía: 39, 40; política de emigración: 51, 55; política natalista en el fascismo: 47; política de materias primas: 90-91; programa de autarquía durante el fascismo: 78; reparto de influencias en el Imperio otomano: 117, 119; sanciones económicas: 103, 104; tratado ítalo-tunecino (1868): 53 Izquierda: y nacionalismo: 218, 219 Jacques, Amédée: 52 Jaensch: 286 Jagow: 31 Jameson: 63 Japón: acción en Corea (1894): 25; adhesión a la SDN: 339; conflicto chino-japones (1931): 64, 70; construcción de vías férreas: 93, 104; crecimiento económico: 381; emigración: 50, 55, 59; empréstitos emitidos en el mercado francés: 143; excedente demográfico e imperialismo: 48, 68, 69; factores geográficos y desarrollo: 22, 29; formación del sentimiento nacional: 174,193,194; guerra psicológica: 402; intervención en Manchuria: 86; los EUA niegan la apertura de créditos (1936): 153; ofensiva estadunidense: 28; opinión de Hitler sobre: 350, 351; Pearl Harbor: 325; política de armamento: 160; política de materias primas: 90, 91; política natalista: 47; programa expansionista: 221, 222, 223, 441; relación entre poderío militar y económico y demografía: 40, 42, 44, 45, 46; relaciones comerciales con los países industriales: 82 Jaurés, Jean: 247, 289, 318 Jefferson, Thomas: 173 Jehol: 122 Jibuti:93, 119 Jihad: 237 Joffre, mariscal Joseph: 290, 419 Johnson, Hiram: 399 Jomiakov: 214 Jones: 154 Jonnart: 203 Juan XXIII: 316 Juárez, Benito: 388, 389, 391 Jung: 286 Jusserand: 298 Kattowitz: 178 Kamarovsky: 270 Kang Yeou-Wei: 195 Karput: 117 Katanga: 327 Katkov: 215

507

Kautsky: 125,318 Kellogg, Frank B.: Pacto Briand-Kellogg: 337, 361, 362 Kennan, George: 299, 315, 422-423 Keynes, John Maynard: 297, 299, 337-338 Keyserling: 226 Kiderlen-Wáchter: 306; entrevista con Jules Cambon en Kissingen: 424, 425; programa de acción para Marruecos: 408, 423 Kiel (canal de): 27 Kimbangu, Simón: 206 Kipling, Rudyard: 220 Kissingen: entrevista de Jules Cambon con Kiderlen-Wáchter en relación con Marruecos: 408, 424, 425 Kitzikis, Dimitri: 401, 402 Kjellen: 32, 33 Knox, Philander. 147, 148, 267 Kokovtzev: 401 Koniah: 95 Kouang-Si: 122 Kouang-Toung: 122 Krause, Karl: 262 Kretschmer: 286 Kulturkampf: 297 Kuomintang: 61, 64; orientación de operaciones de boicoteo contra Japón: 106, 196 Labrousse, Ernest: 413 La Bruyére, Jean de: 288 Lacedemonia: 325 • Lacour: 377 Ladd, William: 248, 257, 263, 265 La Fayette, M. J. (marqués de): 307 Laffitte, Jacques: 304, 305 Lamennais, Felicité de: 251, 298 Lancken (barón von): 296, 408, 426 Landry, Adolphe: 71 Landsdowne (lord): 139 Langer, William L.: 293 Laniel, Joseph: 408 Lansing, Robert: papel en la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania: 428, 434, 437 La Reveilliére-Lépeaux: 412 Larroque, Albert: 52 Las Cases: 420 Lasswell, Harold: 286, 291, 292 Laurier, Wilfrid: 192 Lausana: convenios de (1932): 168 Laval, Fierre: 293, 295, 306, 358, 359, 360 Lavater: 286 Leang-Ki-Chao: 195 Lebas, Philippe: 373

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ÍNDICE ANALÍTICO

Lebensmum: véase espacio vital Le Chapelier (ley): 386 Léger, Alexis: 361, 362 Légien: 247 Lemonnier: 271 Lenin: 156; opinión sobre las alianzas industriales: 125; sobre la relación entre capitalismo e imperialismo: 156; sobre los países subdesarrollados: 154 León XIII: 253, 254 Léopoldn:317, 327 Leroy, Máxime: 398 Leroy-Beaulieu, Anatole: 244 Le Senne, Rene: 285, 288, 290 Lesseps, Ferdinand de: 317 Levi, Leone: 270 Levinson, Salmón: 267, 362 Lévy-Bruhl, Lucien: 398 Ley sobre las congregaciones religiosas (1901): 52 Ley Johnson: 152, 153 "ley de neutralidad" (E. V, 1935): 103, 104, 168 ley de "préstamo-arrendamiento" (1941): 133, 153,379 Ley de separación de la Iglesia y del Estado (1905): 296 Ley Stevenson de Restricciones: 355 leyes aduanales alemanas (1879): 74; (1992): 75 •leyes aduanales francesas (1892): 75 leyes aduanales Hawley-Smoot: 303 leyes militares francesas (1872-1875): 415 Leyes de Valores: 153 Líbano: 197 liberalismo económico: 131, 138 Liberia: 206, 355, 356 Libia: 204 libre cambio: 73, 74, 76, 78, 258, 259, 374, 387, 391, 392, 393, 394 libre determinación de los pueblos (derecho de): 176, 179, 199, 203, 206, 209 Liga Árabe: 66 Liga de Católicos Franceses por la Paz: 252 Liga de Derechos del Hombre: 398 Liga de la Enseñanza: 219 Liga de la Fraternidad Universal: 257 Liga Internacional de Católicos Pacifistas: 252 Liga Pangermanista: 212, 213, 214, 235 Liga de la Patria Árabe: 197 Liga de Patriotas: 219 Liga Patriótica Argentina: 191 Liga por la Paz y la Libertad: 260, 264 Lindequist: 306

Link,ArthurA.:297 Lippmann, Walter: 433 List, Friedrich: 393 Liubliana: 346 Lloyd George, David: concepto del interés nacional: 342, 343, 345; personalidad: 293, 294, 342, 372; preocupación de la opinión pública inglesa: 364, 365 Lobbies: 358, 360

Locarno: acuerdos de (1925): 151, 250, 277, 296, 346 Lodge, Henry Cabot: véase Cabot Lodge Londres: 87, 138, 401; y las perspectivas de la guerra de 1914: 158-159, 244, 245, 443 Longuet: 246 Lorimer: 264, 272, 273 Lotte, Joseph: 252 Loucheur: 344 Ludlow: enmienda: 337 Lueger: 185 Luis XIV: 295, 296, 316 Luis XV: 290 Luis XVI: 290 Luis XVIII: 290 Luis Felipe: 111, 228, 306, 324 Ludendorf, Erich: 306 MacCormick: 399 MacDonald, Ramsay: 380 Macedonia: 111, 178, 179, 182, 187, 236, 237 Mackensen (general von): 436, 437 Mackinder, Halford: 32, 33, 34, 155 Madagascar: 76, 333 Madrid: 183 Mahan, almirante Alfred: 34, 417 Maistre, Joseph de: 251, 252 Malaca: estrecho de: 27 Malasia: 29; la inmigración china en: 61; producción de caucho: 124 Malmédy: 346 Malta: 27 Manchukuo: 69, 153 Manchuria: 62; guerra de: 69; intervención japonesa: 106, 121, 441; problemas causados por la inmigración china: 64, 65; zona de influencia rusa: 121-122, 143, 223 Manga Bell: 205, 208 manifiesto de jóvenes musulmanes (1910): 203 Manifiesto del Consejo General de la Internacional (1869): 246 Mantoux, Paul: 340, 364 Maquiavelo: 287, 310, 315 Marchand, Philippe: 263, 272, 273

ÍNDICE ANALÍTICO Marruecos: 76; crisis de Agadir: 249, 408, 424; deposición del sultán por el gobierno de Laniel-Bidault: 408; dificultades financieras y el establecimiento del protectorado francés: 161, 317; nacimiento del sentimiento nacional: 203, 204; pérdida de autonomía aduanal: 81; política alemana en: 115; préstamos de la banca de París y de los Países Bajos: 143 Marshall: Plan: 153, 393 Martet, Jean: 347 Marx, Karl: concepto de interés nacional: 318, 383, 384 marxismo: 259, 260, 383, 384, 385 Massachusetts: 398 Masterman, Charles: 403 materias primas: embargo sobre las: 103, 104, 108, 126; los grandes Estados y la política de: 86, 90, 91 matrimonios españoles: asunto de: 109 Mauriac, Fran^ois: 370 Maurin (general): 317 Maurras, Charles: 219 Mazzini, Giuseppe: 176, 183, 209, 216, 224, 260 McKinley, William: 409 Meda, Philippo: 256 Mediterráneo: 25, 26, 27,185 Mégret, Maurice: 396 Meiji: 194, 240 Mekong: principados del Alto: 27 Memel: 179, 346 memorándum francés del 17 de mayo de 1930 sobre "la organización de un régimen de unión federal europeo": 113, 114 Mendés-France, Fierre: 398 Menelik (emperador de Etiopía): 93 mercado común: 394 Mérivale: 155 Mers el-Kébir: 306 Mersina: 118; estrecho de: 27 Mesopotamia: 26; política petrolera de los grandes Estados: 89, 90, 95, 118 Messimy (general): 427 Metternich, Clément (príncipe de): 374, 416 Meuse: costas de: 19 México: evolución económica y social: 388, 389, 390, 391, 413; explotación petrolera: 87; guerra civil: 102; formación del sentimiento nacional: 190; guerra civil: 102; inversiones estadunidenses: 130, 148; inversiones extranjeras: 152 Meyer, Arthur: 398 Michalacopoulos, André: 401 Michelet, Jules:31 Mili, Stuart: 176

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Millerand, Alexandre: 296 Ming: 195 minorías, cuestión de: 177,178,179,180,181, 187,188,208; estatuto de: 187; y los orígenes de la primera Guerra Mundial: 444 Miribel: 377 misiones religiosas: función en la expansión colonial: 205, 211, 249, 439, 441 Moffat, Jay Pierrepont: 356 Mogador: 424 Mohamed Abdu: 202 Mohammed Raskid Rida: 197 Molotov, Viacheslav: 299, 348, 372 Moltke (general von): 419 Mommsen, Theodore: 176 Monarquía de Julio: 228, 231 Mongolia: 172 Monis: 423 Monnet, Jean: 394, 409, 410 Monpetit, Édouard: 192 Montaigne: 288 Montesquieu: 31, 325, 328 Montreal: 192 Mordacq (general): 357 Morgenthau, Hans: 299, 315, 320, 372 Mosley, sir Edward: 46 Mosul:89, 117, 118, 345 Motz:110 Moukden: 64, 65 Mounier, Emmanuel: 256 Movimiento del Cuatro de Mayo de 1919 (China): 61, 196 movimiento japonés (1897): 222 movimiento de jóvenes argelinos: 203 movimiento sionista: 65 Mozambique: 115 Mucchielli, Roger: 288 Mudros: armisticio de: 238 Muharrem: decreto de: 163 Munich: conferencia de: 372 Murri (sacerdote): 234 Mürzteg: plan de: 112 Mussolini: conquista de Etiopía: 327, 358, 418; doctrina: 217, 218; entrada en guerra (1940): 433, 437; evaluación de la opinión pública italiana: 367, 368, 369, 378, 399; expansión demográfica: 48; ideas sobre la emigración: 66, 327; papel en el nacionalismo italiano: 242; personalidad: 285, 292, 293, 302, 305, 372 375; reivindicación de la costa este del Adriático: 412; y la política de "mare nostrum": 25 MustafáKemal:199, 202 Mutsu-Hito: 242 Myrdal, Gunnar: 158

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ÍNDICE ANALÍTICO

nacionalidades: en el Imperio otomano: 163; en Italia y en Alemania: 177; movimiento de: 184-209,262 nacionalidades, cuestión de: y socialismo: 175, 176 nacionalidades, principio de: 176, 177, 179, 187, 188, 199, 209, 212, 213, 216, 264 nacionalismo: 210-244, 255, 260, 413, 444 nacionalismo alemán: 212-214, 224, 228, 230, 233, 234, 264 nacionalismo económico: 77, 123 nacionalismo estadunidense: 220, 221, 224, 235 nacionalismo francés: 218-219, 224, 228, 230, 231, 232

nacionalismo inglés: 220, 228, 235, 242 nacionalismo italiano: 216-217, 218, 224, 225, 230, 231, 232, 233, 264, 400 nacionalismo japonés: 221-224, 229, 232, 239, 240 nacionalismo ruso: 215, 224, 230, 235, 236 nacionalsocialismo: 256 Nankín;94, 106,121 Napoleón I: 173, 250, 289, 306, 307, 315, 420 Napoleón III: 228, 260, 262; guerra de 1870: 417, 443; personalidad: 285, 306, 329, 354, 373-374, 387, 391; partidario de fronteras naturales: 412 Nasser, coronel G.: 400 Natal: 50 National War Aims Committee: 403 Nationalverein: 180, 301 negociaciones franco-anglo-soviéticas (Moscú, 1939): 372 Negro (Mar): 24-25 neo-Destur: 203, 204 neoeslavismo: 215, 233, 236 Nepal: 27 neutralidad: 103, 104; estatuto de: 223; ley de: 103, 104, 168, 337 Newton: 293 N'goko Sangha: asunto de: 116, 426 Nguyen Ai Quoc: 200 Nguyen Hein: 200 Nguyen Tmong To: 200 Nicaragua: 190 Nicolson, Harold: 309 Niemoller (pastor): 235 Nilo(Río): 16,20-21 Nivelle (general): 307 Noel, León: 293, 309 Normandía (Baja): 86 Norte (Mar del): 110, 185 Northcliffe (lord): 403, 404 Noruega: 19, 25; invasión alemana: 436; movimiento nacional: 182, 183

Notter, Harley: 374 Novicow: 264, 272 no violencia, doctrina de la: 257, 258 Nueva Caledonia: 75 nueva diplomacia: Wilson: 338, 348, 433 Nueva Inglaterra: 41, 398 Nueva York: 132 Nueva Zelanda: 53; restricciones a la inmigración china: 68 Nuevo Trato: 380 Nye, Gerald P,: 431 Obok: territorio de: 75 Obregón, Alvaro: 390 Obrenovich, Milán: 101 Oceanía: 28 Oficina Internacional del Trabajo: 52, 66 Okuma: 223 Oloron: 375 opinión pública: 11; acción de gobiernos sobre la: 395-405; la opinión pública alemana y el establecimiento del nazimo: 446; como grupo de presión: 354, 358, 363, 364, 370, 378; la opinión pública estadunidense y la inmigración: 58-59; francesa y la anulación de la deuda rusa: 167; inglesa y la Entente Cordial: 109; italiana y la entrada de Italia en la guerra (1940): 437; italiana y la guerra aduanal franco-italiana: 100; y los nacionalismos: 228; y el acercamiento político austro-alemán: 112; y los cárteles internacionales: 125, 127 óptimo de población (punto): 43 Organización de los Estados Americanos (OEA): 269 Organización de las Naciones Unidas (ONU): 166,261,266,269 Organización revolucionaria macedónica: 185-186 Orlando, Victor Emmanuel: 293-294, 340, 342, 366, 372, 412 Ostwall, W.: 286 Ottawa: acuerdos de (1932): 78 Ouenza: 86 Oxford: 32, 155 Pacíñco: establecimientos franceses en el: 75; guerra del: 402; islas del: 28-29, 156; Océano: 24, 27, 59, 68, 97 pacifismo: 243-279; acción de movimientos pacifistas a los Estados Unidos: 360, 361; la clase obrera y el: 245, 246, 247; el hombre de Estado y el: 336, 337; y sentimiento religioso: 247 pacifistas: radicales: 267, 361

ÍNDICE ANALÍTICO Pacto del Acero (1939): 433 pacto de asistencia recíproca franco-soviético (1935): 167,324 Pacto Briand-Kellogg (1928): 268, 337, 361, 362 Pacto de los Cinco (1922): 28 pacto colonial: régimen del: 74 pacto germano-soviético (1939): 434 Pacto de la Sociedad de Naciones (1919): 56, 103, 266, 269, 276, 277, 279 Pachich, Nicolás: 143 Page:431 Países Bajos: 31, 33, 81, 111, 131,185,288 países en vías de desarrollo: 72; asistencia a los: 134, 154, 158, 164, 165-166, 393 Pakistán: 413 Paléologue, Maurice: 304, 357 Palestina: 62; creación del hogar nacional judío: 65 Palmerston, lord H.: 273-274, 376 Palmira: 36 Panamá (Canal de): 28, 75, 92, 95, 97 panamericanismo: oposición política al: 152 paneslavismo: 214, 215 pangerrnanismo: 212, 213, 214, 223-224, 252, 253; véase también "Alldeutscher Verband" pangermanistas: 86, 312, 423; Liga: 212, 213,214 Paraguay: conflicto con Solivia: 21; construcción de vías férreas: 130; formación del sentimiento nacional: 190, 413 París: Bolsa de: 140 Parker, sir Gilbert: 403 Partido Bolchevique (Rusia): 400 Partido del Centro (Alemania): 252 Partido Conservador Libre (Alemania): 213,232 Partido Constitucional Demócrata (Rusia): 233 Partido Demócrata (EUA): 231 Partido Liberal (Gran Bretaña): 233 Partido Nacional Alemán (Alemania): 214, 232 Partido Nacional Socialista (Alemania): 214 Partido Republicano (EUA): 231 Partido Revolucionario Institucional (México): 390 Partido Social Cristiano (Austria-Hungría): 234 Pascal, Blaise: 338, 341 patriotismo: 195-196 Paul (regente): 410 Paul-Boncour, J.: 295, 297

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Pax Romana: 255 Paz Ballott( 1935): 279, 358 Peace Society: 271 Pearl Harbor: 325 Pecquet, Antoine: 310 Pecqueur, Constantin: 245, 272, 273 Pedro II (Yugoslavia): golpe de Estado contra el regente Paul: 410 Pedro Karageorgevich: golpe de Estado (junio de 1903): 101 Pekín: 64, 94, 122 Penn, William: 250 Pensilvania: 41 Périer, Casimir: 304, 305, 306 Perkins, Dexter: 299, 315 Perroux, Frangois: 72, 73, 413 Persano (almirante): 408 Persia: 81, 83; ley de nacionalización del petróleo (1951): 89; política petrolera de los grandes Estados: 88; reparto de influencias: 117, 120 Pérsico (Golfo): 26, 88, 95, 117, 120 Perú: construcción de vías férreas: 92, 93; inversiones extranjeras: 152 Pétain (mariscal, Philippe): 306 Peyret, Alexis: 52 Pham Quynh: 200 Picamayo: 21 Pío LX: 253 Pío X: 253 Pío XI: 254 Pío XII: 254 Plan Dawes: 151 Plan Laval-Hoare: 358, 359, 360 Plan Marshall: 134, 153, 393 PlanSchlieffen:419 Plan Schuman: 394, 409 PlanYoung: 151 Plata, Río de la: 26 Plata, estados de La: inversiones extranjeras: 152 Plejanov: 384 Plutarco: 283 poderío marítimo, teoría del: 34 Poincaré, Raymond: niega crédito a Austria-Hungría (1911): 144; personalidad: 283, 294, 296, 302, 303, 304, 374; política en la Ruhr: 319; política financiera: 380, 424 Polignac (príncipe de): 319, 363, 400 política de poderío: 108 política natalista: 46, 47 Polonia: desmembramiento: 323; en las deliberaciones del Consejo de los Cuatro: 343, 345; Hitler y: 433, 434; inversiones francesas: 132, 145, 160; movimiento

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ÍNDICE ANALÍTICO

nacional: 177, 181, 186, 299; política de emigración: 55, 56 Pomerania: 24, 25 Pont: 401 Port Arthur: 349 Portugal: 115; acuerdo anglo-alemán en relación con el Imperio colonial de: 122, 178 Posnania: 105, 179, 185 Possony: 320 Potemkin: 372 potencias centrales: 147, 253 Praga: defenestración de: 181, 321 presión demográfica: 46 Pretoria: 63 Fricólo: 436 Princeton: 298 principados rumanos: 177 proteccionismo: 73-78, 98, 123, 331, 387, 439 Protocolo de Ginebra (1924): 266, 271 Protocolo de Hossbach (1937): 350, 415 Proudhon, Fierre J.: 264 Proust, Antonin: 377 Prusia: 105; entrada en el Zolherein: 110, 174,301,442 psicología colectiva: 11, 12, 31, 38; y la expansión demográfica: 44; y el nacimiento de la "nación": 207, 228; y pacifismo: 278, 279, 397; y el programa autárquico de los Estados: 79 puertas abiertas: doctrina de las: 122 Puertas de Hierro: 21 Puerto Rico: 75 Pulitzer: 409 Puttkamer, Heinrich von: 373 Quarnero: 216 Quebec: 192 racismo: 212 Raffalovich, Arthur: 142, 400 Rambaud, Alfred: 330 Ratzel, Friedrich: 15, 16, 23, 24, 30, 31, 32, 33, 34, 35 Reclus, Élisée: 18 reconstrucción (EUA): 229 reforma: 183 régimen preferencia!: 76 regiones ístmicas: 26 Reich (Gran): 346, 412 Reinach, Joseph: 334, 376 remesa de emigrados: 51 Renán, Ernest: 176, 204 Renania: 110,317,323,418 Renner, Karl: 247

reparaciones: 131; comisión de: 304, 344, 345; supresión de: 151, 152, 168 reparto del mundo: 83, 114, 116, 211 Reubell: 412 revancha: 411, 412 Reverseaux: 377 Revolución bolchevique: 230 Revolución china (1911): 61 Revolución francesa: 39 Revolución industrial: 244, 443 Revolución de jóvenes turcos: 203 Revolución rusa de 1917: 384 Reynaud, Paul: 317 Reynold, Gonzague de: 256 Rhodes: 401 Rhodes, Cécil: 63, 220, 440 Ribbentrop, Joachim von: 435 Rice, sir Cecil Spring: 403, 404 Richard, Henry: 270, 278 Richelieu: 289 Rif: 86, 440 Rin: 21, 31, 329, 342 Risorgimento: doctrina política: 216 Robespierre, Maximilien: 290 Rojo (Mar): 27, 279 Roma: 25, 66, 183,324,435 Romero, Matías: 389 Roosevelt, Franklin Delano: Nuevo Trato: 380; personalidad: 285, 293, 295, 302, 303; propuesta de una polítca concertada de materias primas: 91, 259, 347; y la entrada de los Estados Unidos a la guerra: 378, 379; y el Senado: 367 Roosevelt, Théodore: doctrina expansionista: 221, 228, 440; política de protección de inversiones privadas estadunidenses: 162; tentativa de restringir la inmigración japonesa en California: 68 Roseberry (lord): 211 Rostow, Walt: 391, 413 Rothschild: 354 Rouvier, Maurice: 143, 145, 306 Roya! Geographic Society: 32 Rudini: 100 Ruge, Arnold: 244 Ruhr:105, 304, 319 Rumania: 21, 55, 56; formación del sentimiento nacional: 180; inversiones francesas: 145, 160; relaciones comerciales con la Alemania hitleriana: 83, 84, 85, 105 Rusia: 21; cuestión polaca: 186; emigración: 52; guerra aduanal con Alemania: 98; movimientos de capitales: 131, 160, 388; política de acceso al mar: 24, 25, 32, 33; relación entre poderío militar y eco-

ÍNDICE ANALÍTICO nómico y demografía: 39, 40, 42, 45; reparto de influencias en Persia: 120 Russell, Bertrand: 293 Ruyssen, Théodore: 279 Sahara: 327 Saint-Simon, Henri de: 245, 262, 271, 273 Saint-Valier: 335 Sajonia: 119, 177,302 Salisbury (marqués de): 185, 276 Samsún: 117 San Francisco: 68 sanciones económicas: 96, 103, 104, 270, 271,358 Sandau: 19 Sanders, Everett: 356 Santa Elena: 420 Santa Sede, la: actitud en relación con los nacionalismos: 233, 234, 235; y el pacifismo: 251, 252, 253, 254, 255, 256 Santo Domingo: 148 Santo Imperio Romano Germánico: 185 Sarraut, Albert: gabinete de: 317 Sarray du Franquesnay, J. de la: 310 Sarre: 341, 344, 361 Sauvy, Alfred: 413 Savov (general): 408 Say, J.-B.: 258 Scelle-Georges: 266 Scutari: 82 Schacht, doctor Hialmar: 407 Scheler, Max: 262 Schlegel: 176 Schleiermacher: 248 Schlieffen:plan:419 Schmidt, Paul: 372 Schnaebelé: asunto de: 411 Schónhausen: 373 Schuman, Frédérick: 320 Schuman, Robert: 394, 409 Schumpeter, J.: 156 Schurman: comisión: 200 Secesión, Guerra de: 85, 189, 229, 354 Seeley: 220 Segundo Imperio: 140, 244, 387 seguridad: colectiva: 336, 337, 338, 342; problemas de: 321, 326, 336, 341, 342 Seistán: 120 Selim I: 237 Selves, Justin de: 306, 408; papel en la crisis de Agadir: 424, 425, 426, 427 Semple: 32 Sena: 219 Senghor, Léopold: 207 sentimiento nacional: 10, 11, 61; definición del: 210; en Europa: 172, 173, 188, 189;

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fuera de Europa: 189, 198; en las colonias: 199-206 sentimiento religioso: 11; y pacifismo: 244, 248, 256; y sentimiento nacional: 173, 192, 197, 198,233-242 Serbia: 24; ataque búlgaro: 408; cuestión de Macedonia: 182; guerra aduanal con Austria-Hungría: 101; la Iglesia ortodoxa y el nacionalismo serbio: 234, 235, 236; política de acceso al Adriático: 24 Serruys, Daniel: 126 servicio geológico (EUA): 88 servicio militar obligatorio: 39, 40, 192, 218,254 Seymour:417, 428 Sforza (conde): 227 Shanghai: 94 Shliapikov: 318 Shotwell, James: 361, 362 Siam: 60 Siberia: 20, 36, 56, 349, 423 Sicilia: estrecho de: 27 Sighele, Escipión: 224 Sikkim: 27 Silesia: 178, 345, 346, 416 Sillón, movimiento de: 252 Simón, Jules: 329 sindicalismo: norteamericano y la inmigración: 58; austríaco y el asunto de las nacionalidades: 175; durante el Imperio alemán: 247; en África negra: 206, 207 sindicatos: 359 Singapur: 27, 29, 50 sintoísmo: 174, 193; y los movimientos nacionalistas: 237, 239, 240 sionista: movimiento: 65 Siria: 26, 82, 102, 117, 118, 197, 198, 238 Siria-Fenicia: 25 Sivas: 117 Skoda: plantas: 445 Slesvig: 29, 105, 174, 178,185 Smolenski: 286 Snyder, Richard: 422 sobrepoblación: 43, 44, 46 socialismo: y la cuestión de las nacionalidades: 175; y pacifismo: 245, 262, 264, 444 socialistas: alemanes e imperialismo: 318; franceses y las inversiones en el extranjero: 141 Sociedad de Amigos de la Moral Cristiana: 258 Sociedad de ex Combatientes (Japón): 223 Sociedad Cultural de Asia Oriental: 222 Sociedad de Economía Política: 259 Sociedad Genyósha, (Japón): 222, 232 Sociedad Inglesa de la Paz: 249, 258, 278

514

Sociedad Nacional (Italia): 180 Sociedad de Naciones: 56, 64, 84, 87, 89, 103, 112, 114, 124, 187, 209, 255, 261, 266, 267, 268, 269, 275, 276, 277, 337, 338, 339, 341, 342, 355, 358, 359, 360, 410,411 Sociedad de la Paz (EUA): 248, 278 Sociedad para el Progreso de la Educación del Pueblo (Noruega): 183 Sociedad de Virtudes Militares (Japón): 223 sociedades petroleras: 87, 88, 89 Sofía: 112, 147 Somalia: costas de: 115 Sombart, Werner: 41 Sonnino, Sydney: 217 Sorre, Max: 22 Spandau: 19 Spaulding, E. Wilder: 372-373 Spring Rice: véase Rice Spuller, Eugéne: 376, 377 Stalin, Joseph: 293, 382, 385, 409 Starace: 368 Stengers, J.: 317, 328 Stevenson: 124 Stimson, Henry: 303, 355, 356 Stone (senador): 427, 430 Strada: 427, 437 Straight, Willard: 148 Strang (lord): 309, 371 Strausz-Hupé: 320 Stresemann, Gustav: 296, 336, 346, 354, 361; carta a Kronprinz: 416 Stuttgart: 246, 247 Suarez, Georges: 294, 303, 304, 345, 374 Sudán anglo-egipcio: 119 Sudeteland: véase Súdeles, cuestión de súdeles, cuestión de: 178, 322, 445 Suecia:25, 32, 184, 185 Suez (Canal de): 26, 27, 92, 95, 96, 441 Suiza: 18, 81, 131, 172, 178; francófona: 218 Sumner, Charles: 189, 221 Sund: 27 Sun-Yat-Sen: 164, 195 Suttner (barón de): 275 Taft, William: 147,312 Tahití: 28 taipings: insurrección de los: 195 Tajo: 305 Takba: 197 Talleyrand: 290, 354 Tannenbaum, Frank: 299, 315 Tarde: 284 Tardieu, Anclré: 427 Tazza: 143

ÍNDICE ANALÍTICO

ÍNDICE ANALÍTICO Tché-Li: 122 Teherán: 120 Temístocles: 283 Ténedos:401 Terranova: 28 territorio en arrendamiento: 121 Teschen: 178, 187 Texas: 406

Thiers, Adolphe: 306, 413 Thoiry: 354 Thomas, Albert: 66, 67, 71, 361 Thureau-Dangin: 304, 305 Tito, mariscal, Joseph: 385 Tocqueville, Alexis de: 260 Tokio: 64, 70 Tolain: 246 Tonkin: causas económicas de la expansión francesa: 86, 331, 332 Torcy,J.-B.:310 totalitarismo: 396 Toynbee, Arnold: 35 Transilvania: 184 Transvaal: 63 tratado anglo-persa (1857): 81 tratado anglo-siamés (1855): 81 tratado Clayton-Bulwer (1850): 28, 97 tratado Cobden-Chevalier (1860): 386 tratado chino-inglés de Nankín (1842): 80 tratado de amistad chino-estadunidense (1868): 68

tratado de comercio austro-serbio (1882): 100 tratado de comercio anglo-marroquí (1856): 81 tratado de comercio franco-alemán (1927): 125 tratado de comercio franco-inglés (1860): 74 tratado de comercio franco-prusiano (1862): 442 tratado de comercio germano-ruso (1894): 98 tratado de comercio germano-ruso (1939): 409 tratado de Frankfort (1871): 145, 177 tratado de Lausana (1923): 81, 82; (1932): 168 tratado de Locarno (1925): 151, 152, 277, 296, 297, 346 tratado de Londres: 340 tratado de París (1856): 264 tratado de Roma (1957): 394 tratado de Tetuán (1860): 162 tratado de Tien-Tsin (1858): 80 tratado de Ucciali (1889): 93 tratado de Versalles-Saint-Germain (19191920): 77, 112, 179, 295, 304, 398, 413 tratado Hay-Pauncefote (1901): 97 tratado Ryswijk (1697): 309 tratado serbo-búlgaro: 112 Trentino:216

515

Trieste: 216, 346 Trípoli: 117 Trípolitania: 217 Truman, Harry S.: 154, 357 Tumulty: 374, 428, 429 Túnez: conquista de: 329, 332, 417; cuestión de italianos: 63, 64; nacimiento del movimiento nacional: 203, 204; problemas financieros y establecimiento del protectorado francés: 161,317 Turgot: 31 Turkestán: 224 Turquía: 95, 119, 139, 144; formación del sentimiento nacional: 198, 199, 238 Twesten: 301 Tyrol: 19, 179

vías de comunicación: 88, 92, 97 vías férreas: 83, 92, 94, 108, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 122, 129, 130, 139, 140, 146, 389 vías marítimas: 29, 92, 95, 96, 97, 108, 211, 279 Victor-Emmanuel: 181 Victoria: 68 Vidal de la Blanche, Paul: 20, 26, 34, 35 Viena:40, 101 Vietnam del Sur: 174 Vilna: 179, 187 Vinh: 200 Vladivostok: 25 Volkgeist: 176 Voyenne, Bernard: 397

Ucrania: 21,348 Uitlanders: 62, 63 ulemas: 198 ultimátum: austro-húngaro a Serbia: 253

Wakefield, Edward Gibbon: 53 Waldeck-Rousseau: 375 Washington: 87, 133 Washington, George: 173, 290 Waterloo: batalla de: 381 Watson: 288 Weber, Max: 287 Weimar (República de): 346 Weiss, J.-J.: 377 Weltpolitic: 336 Welles, Sumner: 91,347 Wellington House (oficina de propaganda de guerra): 403 Wergeland, Henrik: 184 West, Andrew Fleming: 298 Wiersma, E.: 288 Wilkinson, Spencer: 220 Wilson, William B.: 431 Wilson, Woodrow: Catorce Puntos de: 178, 187, 366, 393; concepto de interés nacional: 312, 314, 337, 338, 340, 341, 344, 345, 392, 365, 366, 367; enfermedad: 376; evolución de la opinión pública estadunidense sobre el Consejo de los Cuatro: 364, 365, 366, 367; gira en favor de la Sociedad de Naciones y del Tratado de Versalles: 398; influencia de los principios de, sobre la libre determinación: 203, 209; mensaje al pueblo estadunidense (1914): 190; oposición a las reivindicaciones italianas en el Adriático: 150; personalidad: 295, 297, 298, 300, 372, 375, 376; política de inversiones en el extranjero: 148; política de neutralidad financiera: 148, 150; preparación para la guerra naval: 416; ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania: 427, 433; Tratado de Versalles y el Senado: 357

UNESCO: 261

unidad alemana: 110, 174, 177, 180, 184, 185,212,442 unidad italiana: 177, 180, 184 Unión: Estados Unidos: 28, 162, 188, 189 unión aduanal: definición: 109, 110, 111, 112, 126 Unión Sagrada (Flandes): 183 Urales: 358 URSS: ataque de Hitler: 306, 409; programa de autarquía: 78; política de materias primas: 87, 89, 90; restricciones a la emigración: 55, 56 Uruguay: 26, 52; construcción de vías férreas: 92, 130; formación del sentimiento nacional: 190 Vacher de Lapouge: 347 Vailland, Edouard: 247 Valona: 217 Vallaux, Camille:31,34 Vandenberg, Arthur: 357 Vanderpol: 252, 253 Vaticano: 255 Vauban, Sébastien: 31 Vaussard, Maurice: 255 Vauvenargues: 288 Venecia: 19, 216, 327; dux de: 29 Venezuela: rivalidad de compañías petroleras extranjeras: 87, 130; formación del sentimiento nacional: 190 Venizelos, Eleuterio: 144, 242, 400, 402 Veracruz: 389 Vergennes: 308 Vernon: 390, 391

516

ÍNDICE ANALÍTICO

Willert, sir Arthur: 403, 404 Winthrop, Robert: 221 Wiseman, sir William: 403 Wiskemann, Elizabeth: 292, 375 Wirwatersrand: 62 Woeste: 322 Wohlstetter, Robería: 423 Wolfers, Arnold: 315, 321, 324 Wolff: 250 World Alliance for Promoting International Friendship through the Churches: 249 Wright, Henry: 257 Yang-Tsé: 121. Yap: 28 Yemal ed-din-al Afghani: 197, 198

Young: plan: 151 Yuan-Chi-Kai: 164-165 Yugoslavia: inversiones francesas: 145, 299; relaciones comerciales con la Alemania hitleriana: 83, 84 Yunoran: 94 Zagloul Pacha: 203 Zaharoff, sir Basil: 402 Zanzíbar: 29 Ziya, Gókalp: 198 Zollverein: 109-110, 174,442 Zona de influencia económica: 80, 83, 84, 85, 89, 117, 118, 119, 120, 121, 127, 160 Zuoz: 359

ÍNDICE GENERAL Prefacio a la cuarta edición Introducción

7 9

Primera Parte LAS FUERZAS PROFUNDAS

por Fierre Renouvin I. Los factores geográficos 1. Las cualidades y los recursos del territorio . . . 2. La posición El acceso al mar, 23; El "control" de las rutas de tránsito, 26; La posición insular, 28 3. El "espacio" u. Las condiciones demográficas 1, El crecimiento demográfico 2. Los movimientos migratorios Las migraciones y el poderío relativo de los Estados, 50; Los movimientos migratorios y los litigios internacionales, 62

.

.

.

.

V. Las cuestiones financieras 1. El desarrollo de las inversiones de capitales . 2. El papel del Estado 3. El imperialismo financiero y los conflictos políticos 517

30 38 38 49

III. Las fuerzas económicas. Las competencias y los conflictos 1. L o s conflictos d e l a s políticas económicas . . . 2. Los métodos de la expansión Los mercados de exportación, 80; La búsqueda de las materias primas, 85; El control de las grandes vías de comunicación, 92 3. Las coerciones Las guerras arancelarias, 98; El embargo, 102; El boicoteo, 104 IV. Las fuerzas económicas. Las alianzas . 1. Las uniones aduanales 2. Los "condominios" económicos 3. Los repartos de influencia 4. Las alianzas económicas internacionales

15 15 23

12 73 79 97

. 1 0 9 109 114 116 .123 • .

128 128 136 155

ÍNDICE GENERAL

ÍNDICE GENERAL

518

VI. El sentimiento nacional 1. La nación y el Estado en Europa 2. La nación y el Estado fuera de Europa En los Estados independientes, 188; En las colonias, 199

171 175 188

VIL Los nacionalismos 1. Las formas del nacionalismo 2. Los móviles del nacionalismo El temperamento, 225; El sentido de los destinos nacionales, 229; Las ideologías políticas o sociales, 231; El sentimiento religioso, 233

210 210 225

VIII. El sentimiento pacifista 1. Los fundamentos del sentimiento pacifista El pensamiento económico y social, 244; El sentimiento religioso, 247 2. Los métodos de la acción pacifista . . . . 3. El alcance internacional del movimiento pacifista

243 243 257 269

EL ESTADISTA

por J.-B. Duroselle

283 284 292

El doctrinario y el oportunista, 292; El luchador y el conciliador, 295; El idealista y el cínico, 298; El rígido y el imaginativo, 302; El jugador y el prudente, 304

3. Conclusión X. El estadista y el "interés nacional" 1. Las ambigüedades del concepto de interés nacional 2. Las diferentes concepciones del interés nacional 3. Colonialismo y continentalismo 4. Seguridad tradicional y seguridad colectiva 5. El espacio vital según Hitler XI. La acción de las fuerzas profundas sobre el estadista 1. Las presiones directas 2. Las presiones indirectas

XII. La acción del estadista sobre las fuerzas profundas , . 1. Las tentativas de acción sobre las fuerzas económicas y sociales 2. La acción sobre las fuerzas psicológicas colectivas . XIII. La decisión 1. Estudio general del problema de la decisión . . 2. El problema de la decisión "racional" . . . . 3. Ejemplos de decisión La decisión de Caillaux de ofrecer a Alemania una parte del Congo a cambio de Marruecos, 423; La decisión de Wilson de romper relaciones diplomáticas con Alemania, 427; La decisión de Mussolini de entrar en guerra en 1940, 433 Conclusión

Segunda Parte

IX. La personalidad del estadista 1. Las principales tipologías de la personalidad Las clasificaciones psicofisiológicas, 286; Las clasificaciones psicológicas, 286; La clasificación caracterológica, 287 2. La personalidad y las actitudes históricas

3. El ambiente 4. La "presión social" 5. Conclusión

308

312 313 321 328 336 345 352 352 358

519

363 370 377 380 383 395 406 407 417 422

438

Bibliografía

447

índice analítico

497

Este libro se terminó de imprimir y encuadernar en junio de 2000 en los talleres de Impresora y Encuadernadora Progreso, S, A. de C. V. (IEPSA), Calz, de San Lorenzo, 244; 09830 México, D. F. En su composición, parada en el Taller de Composición Electrónica del FCE, se emplearon tipos Áster de 12, 10:12, 9:11 y 8:9 puntos. La edición, de 2 000 ejemplares, estuvo al cuidado de Manilo Fabio Fonseca Sánchez.

7

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W """ti H L ESTUDIO de las relaciones internacionales I"4 • se vincula principalmente con el análisis ^ -* y la explicación de los nexos entre las B comunidades políticas organizadas en el marco de un territorio, es decir, entre los Estados. Ello debe tomar en cuenta las interacciones entre los pueblos y entre los individuos que integran esos pueblos: intercambio de productos y servicios, comuni- | cación de ideas, influencias recíprocas entre las formas de civilización, muestras de simpatías o de antipatías. Asimismo, esas relaciones raramente pueden disociarse de las que están establecidas por los Estados: los go- j biernos no permiten el libre contacto entre los pueblos ! sino que imponen reglamentaciones o límites que dependen del movimiento de los mercados o las fluctuaciones del capital, de las migraciones y la circulación ideológica. Por otra parte, también pueden generar corrientes afectivas. Si tales relaciones se dejan en libertad pueden llegar a constituir factores de solidaridad o, por lo menos, los antagonismos entre intereses particulares no tienen consecuencias políticas directas. En cambio, reglamentadas por los Estados, devienen en un elemento de negociación o de conflicto entre los gobiernos. Es por la acción de los Estados que el trato internacional se convierte en el centro de las relaciones internacionales. Tal es el marco de referencia general en que se sitúa esta obra. Aquí se examina el devenir de la teoría y la práctica del intercambio entre los pueblos y se puntualiza el papel que la experiencia ha desempeñado en las variables geográfi- [ cas, las migraciones, las expansiones... El papel del Esta- ! do y el interés nacionalista han contribuido a fortalecer el estudio de la diplomacia, no menos que el interés hu- | BB mano n en busca de la armonía universal.

Ilustración de portada: Martín Hernández Hdez. www.fce.com.mx

9 "78968r658939"

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