Duelo y espiritualidad
Cuadernos del
23
José Carlos Bermejo
DUELO Y ESPIRITUALIDAD
Centro de Humanización de la Salud (Religiosos Camilos)
Editorial Sal Terrae Santander - 2012
© 2012 by José Carlos Bermejo www.josecarlosbermejo.es © 2012 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201
[email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: X Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander 20-04-2012
Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera www.mariaperezaguilera.es Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor. Impreso en España. Printed in Spain ISBN: 978-34-293-2010-7 Depósito Legal: SA-246-2012
Impresión y encuadernación: Gráficas Calima – Santander www.graficascalima.com
Dedicado a los voluntarios del Centro de Escucha «San Camilo», que acompañan generosamente a personas (adultos y niños) que han perdido a un ser querido. Y a los nuevos Centros de Escucha para la atención al duelo nacidos en España y en América. Gracias. José Carlos
«Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo». – Salmo 22
Índice
.....................................
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La dimensión espiritual en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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1. Significado de la dimensión espiritual y la experiencia en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Necesidades espirituales y duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Caminos de cultivo de la experiencia trascendente . . . 4. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
17 23 33 38
Introducción
C APÍTULO 1
C APÍTULO 2
Miedo, angustia y duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. Miedo y angustia ante la muerte y el duelo . . . . . . . . 2. ¿Exorcizar el miedo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Diálogos con dolientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
41 42 47 55
C APÍTULO 3
La esperanza y el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. 2. 3. 4. 5. 6.
Espera y esperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esperanza y fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Valor sanante de la esperanza humana . . . . . . . . . . . . La esperanza en el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La esperanza ante la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diálogos con dolientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . —7 —
61 61 72 78 83 89 93
C APÍTULO 4
El más allá. La fe en la resurrección . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. Creer en algo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Qué significa creer en la resurrección . . . . . . . . . . . . . 3. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
99 100 104 110
C APÍTULO 5
Los ritos y el duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. La función de los ritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El funeral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
119 119 125 132
C APÍTULO 6
Orar con el corazón roto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1. 2. 3. 4.
La oración en medio del sufrimiento . . . . . . . . . . . . . Las frases de siempre. ¿Por qué las usamos? . . . . . . . . Celebrar el morir y la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diálogo con un doliente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
137 138 141 146 150
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Cerrando el libro
—8 —
Introducción
«El más difícil no es el primer beso, sino el último». – Paul Géraldy
En el año 1997, a las actividades del Centro de Humanización de la Salud, de los religiosos camilos (formación y publicaciones en su mayoría), le añadimos una gran novedad: iniciamos el servicio del Centro de Escucha «San Camilo», especialmente destinado a atender a personas en duelo. Un sencillo proyecto, un pequeño grupo de personas, un coordinador, unos espacios para la atención individual y grupal... y, eso sí, una formación creciente y esmerada para los cada vez más numerosos voluntarios. Quince años después, podemos decir que hemos atendido a miles de personas en duelo, que hemos convocado en Jornadas anuales y cursos intensivos también a miles de personas interesadas, que hemos escrito unos cuantos libros sobre el duelo y que seguimos aprendiendo sobre el tema y admirándonos ante el misterio del corazón humano dolorido. Además de los estudios de investigación con el rigor propio de los cuestionarios y entrevistas, yo, personalmente, voy viendo cómo, efectivamente, sirve de ayuda el hecho de compartir el sufrimiento. La solidaridad ante el corazón herido es un deber ético, pero lo es también de salud, de prevención de patologías asociadas al duelo no afrontado o resuelto, así como una obligación de intervención social cuando hablamos de duelos complicados y patológicos. —9 —
En este contexto, cada vez soy más consciente de la importancia de la dimensión espiritual en el proceso de elaboración del duelo. Tanto porque queda «tocada» por el dolor de la pérdida como porque es un ámbito de recursos importantes con los que el ser humano puede trabajar para vivir saludablemente la adversidad y dejarse habitar por el dinamismo de la esperanza. El duelo por la pérdida de un ser querido es un indicador del vínculo que hemos mantenido con la persona fallecida. No hay vínculos significativos sin duelo. No podemos vincularnos con lazos de amor y pretender que no nos duela perder a una persona a la que queremos. O nos pierden o perdemos, o les duele o nos duele. De este dolor no nos escapamos. «El dolor del duelo forma parte de la vida exactamente igual que la alegría forma parte del amor; es quizá el precio que pagamos por el amor, el coste de la implicación recíproca»1 o, más precisamente, el precio que pagamos por la pérdida de vínculos significativos. He querido preparar este cuaderno de lectura y trabajo individual y grupal porque cada vez existen más iniciativas de acompañamiento en el duelo, pero siento el deber de ofrecer un recurso para ayudar a trabajar la dimensión espiritual. Soy cristiano, religioso camilo, vivo en Europa, de modo que no dudaré en enfocar el tema desde la tradición cristiana. Pero no rechazo cualquier otro recurso, creencia, costumbre, religión... con que puedan contar los dolientes. Sencillamente, esta es una opción y un límite de este material. Lo escribo con temor y temblor, porque soy consciente de lo delicado que es tanto el hablar del duelo (sobre todo dirigiéndose a dolientes, cosa que he hecho con frecuencia en diferentes países) como el hablar de la dimensión espiritual, y de la esperanza en particular, apostando por que lo que se dice o se escribe esté bien enraizado en el corazón y no sean meras palabras huecas que, dichas al doliente, pueden sonar como campanas al aire. Y confieso –como no puede ser de otra manera– una verdad sobre estas páginas. Si el lector ha leído alguna otra de las cosas que 1. P ARKES, C.M., Il lutto: studi sul cordoglio negli adulti, Feltrinelli, Milano 1980, p. 18. — 10 —
yo he escrito (son bastantes los libros y artículos sobre temáticas relativas a la humanización, el sufrimiento, el morir, etc.), encontrará en estas páginas algunas repetidas. Sí. Y entonces, ¿por qué las recojo aquí, si ya las he publicado? Porque este libro-cuaderno quiere ser una herramienta de trabajo en la que se contengan con un cierto orden elementos útiles para la reflexión y la formación de quienes acompañan en el duelo. No quiere ser algo totalmente original ni nuevo en mi proceso de reflexión e investigación. Su novedad consiste en que las reflexiones sobre el sufrimiento, sobre el acompañamiento, sobre el duelo, sobre la muerte o la esperanza, están centradas precisamente en torno al tema que da título a este trabajo: la dimensión espiritual en el duelo. Confío en que la recopilación de estas reflexiones sea, aun no conteniendo grandes novedades, útil y estratégicamente oportuna. Lo he preparado siguiendo un cierto sentido del deber para aquellos que trabajan el duelo. Casi tengo que decir que me duele la omisión de la dimensión espiritual en la creciente bibliografía sobre el abordaje del duelo. ¿No la hace, en cierto sentido, sospechosa de algún tipo de problema en el que estamos inmersos? El director de la unidad de duelo en Medellín, Montoya Carrasquilla, con quien he compartido estrategias e ideas en torno a la intervención en el duelo, dice: «En ninguna situación como en el duelo, el dolor producido es total: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de los otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y, especialmente, el futuro. Toda la vida, en su conjunto, duele» 2. Así también, cada persona hace una experiencia muy particular del dolor, también interpelándose por el sentido último de la vida, con ocasión de la pérdida. Todos nos hacemos un poco filósofos al dolernos por un ser querido; todos nos preguntamos –acaso secretamente– por las cosas más fundamen2. MONTOYA C ARRASQUILLA , J., Pérdida, aflicción y luto, Litoservicios, Medellín 2008. — 11 —
tales de nuestra vida y su sentido. Así expresaba el poeta madrileño Sabines la conciencia de la muerte de su padre, una conciencia no siempre dada, debida a las múltiples transformaciones de cuanto acompaña al morir y de la tendencia a la desaparición de ritos y presencias. «Te enterramos ayer. Ayer te enterramos. Te echamos tierra ayer. Quedaste en la tierra ayer. Estás rodeado de tierra desde ayer. Arriba y abajo y a los lados, por tus pies y por tu cabeza, está la tierra desde ayer. Te metimos en la tierra, te tapamos con tierra ayer. Perteneces a la tierra desde ayer. Ayer te enterramos en la tierra, ayer». ¿Y quién no se hace «filósofo» al tomar conciencia de la realidad de la muerte de un ser querido? Al pensar en este material, tengo en cuenta a quienes viven el duelo, pero especialmente a quienes desean acompañarlo. Muchos duelos son acompañados por la solidaridad más natural de la familia o la amistad. Otros necesitan ser acompañados profesionalmente, y en este acompañamiento la dimensión espiritual se ha de manejar con naturalidad y sabiduría. Algunos autores hablan de «duelo complicado», como es sabido, e incluyen en este el duelo crónico, el retrasado, el exagerado, el enmascarado, como formas distintas de vivencia del dolor de manera comple ja 3. Estos duelos, cuando se tiene la suerte de encontrar buenos recursos y el coraje de pedir ayuda, son acompañados por psicó3. Cf. WORDEN , J.W., El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Paidós, Barcelona 1997. — 12 —
logos, counsellors, médicos y otros profesionales que, cada vez más, se forman específicamente para ello. Entiendo que estos profesionales han de desarrollar lo que hoy se llama «inteligencia espiritual» y que comporta, entre otras cosas, la capacidad de captar el mundo interior, la apertura al misterio, a la lectura de lo subjetivo, el reconocimiento de lo sagrado y valioso (el mundo de los valores), la elaboración de un sistema de creencias y su manejo y vivencia saludable, y la vinculación afectiva y el cultivo de relaciones de implicación. Pues bien, confío en que expertos en duelo sean expertos en humanidad, expertos en lo más genuino de la condición humana: expertos en la dimensión espiritual del ser humano. Un límite de este libro: no haré diferencias entre distintos tipos de duelo. No relacionaré la dimensión espiritual en el duelo complicado o en el patológico, en el encubierto o en el retardado, en el crónico o en el exagerado... Tampoco distinguiré entre pérdida de un ser querido por muerte súbita, por accidente, por asesinato, tras enfermedad, por suicidio... Tendrían que ser ulteriores trabajos los que, de manera diferenciada, estudiaran las relaciones entre espiritualidad y cada uno de los tipos de duelo o formas de perder a un ser querido. Me uno a Cicely Saunders, referente obligado en el mundo de los cuidados paliativos, cuando dice: «Uno no se acostumbra a ver el dolor en los ojos de las personas, y estoy convencida de que la separación es el peor dolor de todos, y que en muchos aspectos la muerte es más fácil de afrontar que el duelo» 4. Anselm Grün, monje benedictino alemán, uno de los autores más leídos en estos últimos años por quienes buscan una espiritualidad al alcance de todos, no duda en afirmar que «nuestro duelo debe ser diferente»5. Nuestro duelo debe ser distinto del de quienes carecen de esperanza. La esperanza en lo que nos espera en la hora suprema marca nuestra forma de abordar la propia muerte, así como la de las personas queridas. 4. S AUNDERS, C., «Velad conmigo». Inspiración para una vida en Cuidados Paliativos, SECPAL, Madrid 2011, p. 81. 5. GRÜN, A., Y después de la muerte, ¿qué?, Sal Terrae, Santander 1009, p. 153. — 13 —
C APÍTULO 1
La dimensión espiritual y el duelo
«La mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate, sin otras manos que le acaben que las de la melancolía». – Miguel de Cervantes
En estos últimos años, de la mano de varios autores 1, se está reclamando la atención sobre la inteligencia espiritual, quizás aprovechando el tirón del impacto de la expresión «inteligencia emocional»2 introducida por Daniel Goleman y en el marco de la teoría de las diferentes inteligencias múltiples, de Gardner 3. En efecto, la capacidad de silencio, de asombro y de admiración, de contemplar y de discernir, de profundidad, de trascender, de conciencia de lo sagrado y de comportamientos virtuosos como el perdón, la gratitud, la humildad o la compasión... son elementos propios de lo que entendemos por «inteligencia espiritual». Todos estos aspectos reflejan sabiduría del corazón, de ese corazón que tiene razones que a veces la razón no entiende. La formación del corazón constituye un reto universal para humanizar nuestra vida y, de manera muy especial, el acompañamiento en el sufrimiento que produce la pérdida de un ser querido. 1. ZOHAR , D. – M ARSHALL, I., Inteligencia espiritual, Plaza & Janés, Barcelona 1997; V ÁZQUEZ, J.L., La inteligencia espiritual o el sentido de lo sagrado , Desclée de Brouwer, Bilbao 2010. 2. BERMEJO, J.C., Inteligencia emocional, Sal Terrae, Santander 20105. 3. G ARDNER , H., Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Paidós, Barcelona 1995. — 15 —
Así, también se habla de competencia espiritual para referirnos con ella no solo al conocimiento, sino a la capacidad efectiva de desplegar las siguientes cinco tareas en el momento necesario: – La conciencia del mundo interior, es decir, la capacidad de hacer conscientemente conscientes los procesos interiores, ser capaces de verbalizarlos, conocer el mundo interior, visualizar el propio futuro. – La apertura al misterio, es decir, la experiencia de hambre de silencio y soledad, de ver más allá de lo que vemos, de interpretar la profunda insatisfacción personal, de leer el tiempo subjetivo. – El reconocimiento de lo sagrado y valioso, es decir, la capacidad de comprender las cuestiones últimas, descubrir los valores (justicia, verdad, dignidad, vida...), generar escalas de valores, renunciar a uno mismo en función de los mismos, responder a los misterios de la vida, tales como la belleza, el sufrimiento, la muerte, el amor... – La construcción de un sistema de creencias coherentes, es decir, la elaboración de lo que heredamos, de las creencias que todos tenemos, la capacidad de ayudar a identificarlas, matizarlas, razonarlas, etc. – La vinculación afectiva, es decir, el tejido profundo de comunicación verbal y no verbal, la intimidad emocional, las relaciones intensas con uno mismo y con los demás, la implicación emocional en la relación, el uso de los sentimientos como fuente de compromiso, la capacidad de enseñar a vivir rupturas sin destruir a los demás ni a uno mismo, el sentido de pertenencia que genera compromiso ético, etc. En este contexto reflexivo y en el marco del acompañamiento en el duelo, la inteligencia espiritual, es un elemento esencial de la sabiduría del corazón. Todas estas capacidades han de estar presentes en quien desee acompañar al que vive el duelo por la pérdida de un ser querido sin reducir la intervención a mera clínica psicológica. — 16 —
Y al hablar de la inteligencia y competencia espiritual, somos interpelados, cada vez más, a detectar con rigor las necesidades espirituales de las personas ante las que deseamos desplegar la hospitalidad compasiva 4. Van surgiendo herramientas especializadas, profesionalizando también el acompañamiento en esta dimensión5, si bien más centrados en el final de la vida que en la experiencia del duelo. Hemos de reconocer que la creciente bibliografía sobre el duelo es cada vez más rigurosa en la exploración del dinamismo interno del sufrimiento de quien ha perdido a un ser querido; pero es frecuente que esta literatura se centre más en la dimensión psicológica que en los aspectos espirituales; y más frecuentemente aún se omiten los aspectos religiosos. Sobre este asunto caben muchas interpretaciones. Una de ellas, muy sencilla, puede responder a esa especie de reparo que parecemos tener muchos de los que vivimos en estas coordenadas espacio-temporales y que nos lleva a acentuar el miedo a ser tildados de algo que genere rechazo (impulsivo, más que otra cosa) como consecuencia de la reflexión espiritual. Algo tan misterioso como es la muerte podemos estar reduciéndolo a mero problema. 1. Significado de la dimensión espiritual y la experiencia en el duelo
El mundo del acompañamiento está en constante progreso. Uno de los avances significativos es precisamente la superación del asistencialismo y la consideración de las múltiples causas que concurren en los procesos de sufrimiento, así como la necesidad de realizar procesos de acompañamiento centrados en las personas y no solo en la resolución de problemas. La creciente conciencia de que la verdadera salud es una experiencia biográfica, más que una simple disfunción en algún ór4. BERMEJO, J.C., Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido, Desclée de Brouwer, Bilbao 2012. 5. BENITO, E. – B ARBERO, J. – P AYÁS, A., El acompañamiento espiritual en cuidados paliativos , SECPAL, Madrid 2008. — 17 —
gano o la ausencia de traumatismos, está contribuyendo a repensar modelos de intervención que contribuyen también a la humanización del mundo de la intervención social y de la salud, que se empeña igualmente en generar salud en las relaciones, en la sociedad, en cada una de las personas. Esto abre un gran espacio a la comprensión del sufrimiento del duelo, que en principio no es una patología, pero sí una experiencia tan especial que comporta una forma de dolor total. La concepción holística de la persona y la responsabilidad comunitaria son características esenciales del acompañamiento tal como lo entendemos hoy. Está en juego la dimensión espiritual en el acompañamiento psicológico, en la asistencia sanitaria, en la intervención social..., porque están en juego los valores, porque están en juego las personas. Para la aclaración terminológica nos asomaremos especialmente a la reflexión hecha en contextos más de cuidados paliativos que de duelo, si bien consideramos dicha reflexión universalizable. Es necesario subrayar, una vez más, que la dimensión espiritual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e incluyentes, no son necesariamente coincidentes entre sí. Mientras que la dimensión religiosa comprende la disposición y vivencia de la persona de sus relaciones con Dios dentro del grupo al que pertenece como creyente y en sintonía con modos concretos de expresar la fe y las relaciones, la dimensión espiritual es más vasta, abarcando además el mundo de los valores y de la pregunta por el sentido último de las cosas, de las experiencias6. La dimensión espiritual, pues, abarca la dimensión religiosa, la incluye en parte. En ella podemos considerar como elementos fundamentales todo el complejo mundo de los valores, la pregunta por el sentido último de las cosas, las opciones fundamentales de la vida (la visión global de la vida). Angelo Brusco, dice que « espiritualidad es el conjunto de aspiraciones, convicciones, valores y creencias capaces de organizar en un proyecto unitario la vida del hombre, causando determi6. BERMEJO, J.C., Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, Sal Terrae, Santander 2009, pp. 20ss. — 18 —
nados comportamientos. De esta plataforma de interrogantes existenciales, principios y valores parten caminos que llevan a elevadas metas del espíritu. Es el caso de la espiritualidad religiosa, que radica tales principios y valores en la relación con un ser trascendente. En la religión cristiana, este ser trascendente es el Dios que por medio de Jesús nos ha sido revelado: un Dios con el cual establece el creyente una relación de amor y del que saca la fuerza para realizar su proyecto de vida en el ámbito de todas las dimensiones del ser»7. La Organización Mundial de la Salud dice que «lo espiritual se refiere a aquellos aspectos de la vida humana que tienen que ver con experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales. No es lo mismo que “religioso”, aunque para muchas personas la dimensión espiritual de sus vidas incluye un componente religioso. El aspecto espiritual de la vida humana puede ser visto como un componente integrado junto con los componentes físicos, psicológicos y sociales. A menudo se percibe como vinculado con el significado y el propósito»8. En el siguiente testimonio de una persona en duelo, podemos identificar cómo está presente la dimensión espiritual sin que llegue a concretarse en categorías religiosas. «Cuando me dieron la noticia de que mi mujer había muerto, sentí que el mundo se me caía encima; aunque a medida que pasa el tiempo veo las cosas de otra manera. Pero hay ratos y días en los que pienso que es mejor no levantarme de la cama; pero así es la vida, y hay que afrontar las cosas tal como son. A ratos pienso que la vida no es justa, y me cabreo con ella y conmigo mismo. Veo la cara oscura de la realidad, de la vida, y tengo ratos en que me pregunto: ¿por qué a mí?, ¿por qué ahora?, ¿por qué no puedo vivir con ella? Y preguntas así que me dan la impresión de que me hacen daño».
7. BRUSCO, A., Madurez humana y espiritual , San Pablo, Madrid 2002, p. 37. 8. WHO, Cancer Pain Relief and Palliative Care , Report of a WHO Expert Commitee (Technical Report Series, 804), WHO, Geneva 1990. — 19 —
Verificar que preguntas como «¿Qué sentido tiene levantarme de la cama?» o «¿Por qué a mí?» están en el corazón mismo de la dimensión espiritual interpelada por el dolor del duelo. Cuando la dimensión espiritual llega a cristalizar en la profesión de un credo religioso; cuando el mundo de los valores, de las opciones fundamentales, de la pregunta por el sentido, cristalizan en una relación con Dios, entonces hablamos de dimensión religiosa. Muchos elementos pertenecen, pues, a la dimensión espiritual, irrenunciable para toda persona; pero no todos los individuos dan el paso de la fe: la relación con Dios, la profesión de un credo, la adhesión a un grupo que comparte y concelebra el misterio de lo que cree. Si bien contamos con «ministros» religiosos para atender a la dimensión espiritual y religiosa de quienes se adhieren a un grupo determinado, el cuidado o la atención de la dimensión estrictamente espiritual no es tarea exclusiva de los llamados «agentes de pastoral» (ya sean sacerdotes, pastores, capellanes, religiosos o seglares), sino que es tarea de todo profesional estar atento a la dimensión espiritual de las personas a las que atiende, de modo especial en medio del sufrimiento, cuando esta dimensión cobra una especial relevancia. En el siguiente testimonio puede verse cómo la intensidad de la experiencia del duelo es vivida también en clave religiosa. La fe afecta a la experiencia, y el doliente la expresa también en términos de experiencia de relación con Dios. «Mi hijo tenía 34 años cuando se suicidó. Estaba en un momento depresivo; parecía ser, aunque yo nunca he estado muy convencida del tema, que tenía un trastorno bipolar. El domingo, después de comer, me miró con una cara que desde luego me dejó petrificada y me dijo “Tengo angustia”. Yo le quité importancia diciéndole que el psicólogo no le había dado importancia y traté de entretenerle. Le dije: “Venga, vamos a tomarnos el poleo” (siempre lo hacíamos) y vemos alguna película que te guste. Era domingo y siempre le gustaba ver películas (él escribía guiones también). Yo estaba en la cocina, cogí las dos tazas de poleo para llevarlas al salón y sentarnos... y en eso cogió y se tiró por la ventana. Fue lo — 20 —
que tardé en llevar las tazas de la cocina al salón. Antes se cortó las venas con un cuchillo. Dejó una especie de oración pequeñita que decía (porque era creyente): “Dios mío, te pido fuerzas porque tengo ideas de suicidio o algo así... Sabes que soy profundamente orgulloso”. Una cosa un poco rara, porque por un lado decirle eso a Dios y quitarse la vida... Eso y el orgullo. Había ahí un caos que no supo digerir. Y en cuanto a su estado actual, pienso que está en un sitio estupendo en donde vamos a estar todos no por méritos pro pios, sino porque Dios nos quiere por encima de todo... Pero me cuesta aceptar la decisión que tuvo para suicidarse, porque no me gusta y también porque es muy doloroso pensar que la vida que tú has favorecido a través tuyo y llevarla adelante y, de pronto, ¡pumba!, te dejo y me quito de en medio... Eso me cuesta mucho. He sentido y siento rabia. Contra Dios también. Lo que no he hecho, digamos, es abandonar mi relación con Dios. Digamos que es más bien un proceso de noche oscura, que para mí es oscurísima; y si la imagen de Dios en un momento dado la tengo que borrar porque en ese momento hay que vivir sin imágenes, como dice san Juan de la Cruz, que hay que vivir sin imágenes para experimentar otras cosas desde el interior... Es que en este momento no tengo ninguna imagen. ¿Cómo lo encajo? Porque si yo he hecho algo, ha sido rezar por estos hijos. Y me parece que es como si hubiese fallado... Pero, bueno, siempre he tenido esa fe profunda. Y lo que más me ha dolido es sentirme un poco abandonada por Dios. Hago meditación todos los días. Hablo con Él. Si es que no sé qué hacer, Dios mío, ¿con quién hablo? Para mí es una fuerza, es una energía, es un Dios amor, y en este momento me cuesta mucho encajar esto. A los hijos no se les da nunca una piedra cuando te piden pan... Y Tú, ¿por qué me das esto? Nunca te lo he pedido. Esta idea me cuesta mucho».
Son muchos los elementos de la vida espiritual utilizados por esta persona creyente en la lectura de su experiencia: la vida como don, la libertad como variable que pone algún límite ante la — 21 —
gestión de la propia vida, la espera en el más allá, la relación con Dios, las preguntas por el sentido... Torralba refiere que poco a poco se está introduciendo en ciertos contextos culturales «lo que ya se ha denominado el paradigma de lo espiritual. La cuestión del espíritu está adquiriendo un peso específico en la reflexión en torno al cuidar, pues se ha puesto de relieve que el ejercicio de cuidar no puede referirse exclusivamente a la exterioridad del ser humano, sino que requiere también una atención a su realidad espiritual, es decir, a lo invisible del ser humano». Y añade que, incluso en culturas pragmáticas y utilitaristas, «la cuestión del espíritu está adquiriendo una cierta trascendencia».9 No ha sido así aún, según mi percepción, en el abordaje del duelo. Por otro lado, como dice Martín Velasco, hemos pasado del «Dios está aquí», seguro, natural y dado por supuesto, al «¿dónde está Dios?». Del «todo habla de Dios» al «estamos sin noticias de Dios»10. Santo Tomás vincula la felicidad a la contemplación espiritual o la contemplación de Dios, pero dejando claro que la acción es también camino de acceso a la bienaventuranza; y así dice que «el fin de la vida humana es la bienaventuranza o felicidad, que [...] consiste primaria y esencialmente en la visión inmediata de Dios. No obstante, el ser humano puede alcanzar también una bienaventuranza, si bien imperfecta, en esta vida por el conocimiento de la verdad y la práctica de las virtudes»11. Ejercicios
– Realizar una tormenta de ideas con las palabras que espontáneamente se asocien a la dimensión espiritual y religiosa y, después de haber elaborado una larga lista, in9. TORRALBA , F., «Lo ineludiblemente humano. Hacia una fundamentación de la ética del cuidar»: Labor Hospitalaria 253 (1999), p. 267. 10. M ARTIN V ELASCO, J., La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 2007, p. 10. 11. FERRER , J.J. – Á LVAREZ, J.C., Para fundamentar la bioética , Desclée De Brouwer – UPC, Bilbao 2003, p. 47. — 22 —
tentar discriminar entre las que más específicamente se refieren a la dimensión espiritual y las que se refieren a la dimensión religiosa. Constatar cuántas categorías tienen relación con los aspectos espirituales que comparten creyentes y no creyentes, así como creyentes de diferentes religiones o confesiones. – Explorar la dimensión espiritual en la vivencia del duelo. Preguntarse: ¿qué pasa cuando perdemos a un ser querido? ¿Cómo se ve afectado nuestro espíritu? – Leer el siguiente testimonio de duelo e identificar elementos de la dimensión espiritual presentes en el mismo: «Lo que más me duele es pensar que estoy sola, porque en realidad es como me siento: muy sola. Tengo gente que me acom paña: mi familia, mis amigas, compañeras....; pero me falta lo más importante: “Mi amor”. No tengo a la persona a la que contaba mis secretos, la única persona que podía saber las cosas que yo pensaba y la que me ayudaba a subir las escaleras tan resbaladizas de esta bella vida, como él acostumbraba a decirme. Me duele en el alma cuando llegan las siete de la tarde y no viene a buscarme. Mi teléfono ya no suena como antes, ya no sale su nombre en la pantalla, y sé que jamás volverá a salir. Me duele irme a la cama y pensar que jamás voy a volver a verlo ni a estar con él, que jamás me dará un abrazo ni me acariciará como lo hacía; que jamás me volverá a dar un beso ni a decirme que me quiere»12. 2. Necesidades espirituales y duelo
Aclarada la diferencia entre dimensión espiritual y dimensión religiosa, nos proponemos adentrarnos en el mundo de las necesidades espirituales. Es un tema este explorado también con más 12. Verificar cómo en el testimonio se puede apreciar lo que la persona refiere como «dolor del alma» y la valoración de la experiencia de los abrazos y besos como sacramento del amor, valor fundamental. — 23 —
frecuencia en el ámbito del final de la vida, donde el mundo laico se está interesando por la dimensión espiritual y por identificar modos tanto de diagnosticar como de responder a las necesidades en todas y cada una de las dimensiones de la persona. A este respecto, no es infrecuente topar con dificultades a la hora de nombrar las necesidades espirituales, cayendo con cierta frecuencia en las puras necesidades, que otros calificarían de psicológicas. Salvadas las necesidades específicamente religiosas, relacionadas con la celebración de la fe, numerosas necesidades pueden ser descritas por la psicología y por la reflexión sobre la espiritualidad. Ahora bien, la identificación de algunas de ellas como específicamente espirituales refleja un modo de considerar al hombre y un punto de partida desde el que queremos comprender a la persona: una visión holística. Si consideramos la reflexión que se está produciendo en estos últimos años, la laguna de la dimensión espiritual en el abordaje del duelo no solo es patente, sino que constituye un claro límite científico en la metodología. La guía de duelo de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, por ejemplo, al describir los niveles asistenciales en el duelo, refiere: «De acuerdo con la bibliografía consultada, podríamos hablar de diferentes niveles de atención, tales como a) el acompañamiento (nivel 1), llevado a cabo principalmente por voluntarios entrenados para ello; b) el asesoramiento o counselling (nivel 2), efectuado por profesionales sanitarios (médicos, psicólogos, enfermeras, trabajadores sociales...); y c) la intervención especializada en duelo (nivel 3), dirigida a dolientes de «alto riesgo» –duelo complicado, trastornos relacionados con el duelo...–, realizada por personal sanitario especializado (psicólogos y psiquiatras)»13. Cualquier doliente se preguntará recorriendo la guía: ¿qué ha pasado?; ¿por qué la psicología se ha «apropiado» del duelo y no se refiere la dimensión de misterio de la muerte, las preguntas por el sentido que surgen, la esperanza en el más allá o, cuando menos, el anhelo de re-encuentro experimentado por tantas personas? 13. http://www.secpal.com/guiasm/index.php?acc=see_guia&id_guia=1. Consultada en abril 2012. — 24 —
En efecto, si nos atenemos al siguiente ejemplo, no es fácil delimitar si la necesidad de perdón surgida del sentimiento de culpa hemos de situarla únicamente a nivel psicológico o a nivel espiritual. O si esta distinción en realidad es inútil, y más vale responder a la persona centrándose en ella, en su experiencia, en sus recursos, entre los cuales está también el mundo de los valores (dimensión espiritual). «A veces me echo la culpa a mí misma de la muerte de mi marido. Sé que es irracional, que no es así, pero no lo puedo evitar. Tuvimos suficiente dinero para cuidarnos la salud, para llevar una vida medianamente en orden. No siempre lo hicimos. Por eso me digo muchas veces que deberíamos haber compartido más tiempo, haber dedicado más tiempo a hablar entre nosotros, a pasarlo juntos, con los amigos o con la familia, a hacernos revisiones periódicas de la salud, a com partir con nuestros hijos... Después de que enfermó, me digo a mí misma que todos en la familia podríamos haber estado más tiempo con él; me siento culpable hasta de haber ido a dormir algunos días por la noche a casa, en lugar de estar siempre con él en el hospital, aunque realmente no lo necesitaba; me echo la culpa de aquellas tontas discusiones que teníamos algunas veces por las cosas más normales del mundo, como si aquello hubiera podido contribuir a que enfermara y muriera». Es claro en el testimonio que categorías como «culpa», «perdón», «libertad», «amor que unía y sigue uniendo»... están coloreando la experiencia del doliente. Estamos en el corazón de la dimensión espiritual del ser humano. Refiriéndose al final de la vida, De Hennezel y Leloup 14 afirman algo extensible al acompañamiento en el duelo anticipado y pos-mortem: «Profesemos o no una religión, la preparación pa-
14. DE HENNEZEL, M. – LELOUP, J.Y., El arte de morir. Tradiciones religiosas y es piritualidad humanista frente a la muerte , Helios, Barcelona 1998, p. 38. — 25 —
ra acompañar a las personas que finalizan su vida debería tomar en consideración la dimensión espiritual del ser humano. No solo no tendríamos que avergonzarnos, sino que deberíamos saber que hay ahí una eficacia de otro orden, la eficacia del corazón». Cada vez somos más conscientes de la importancia de detectar las necesidades espirituales15. Dice Gómez Sancho que entender el asunto de que las necesidades espirituales y religiosas no son sinónimas tiene una gran importancia práctica. No es asunto exclusivo del sacerdote o pastor intentar hacer frente a este tipo de necesidades. Todos los componentes del equipo pueden y deben, en uno u otro momento, ayudar a la persona en unos aspectos de su recorrido tan importantes como intangibles16. Aun así, poco avanzada parece estar la construcción de herramientas para detectar las necesidades espirituales. Parece que nos movemos en un terreno aún poco explorado. Ni siquiera está suficientemente definido el concepto de «necesidad espiritual». Barbero17 afirma que el concepto de necesidad es ambiguo. En principio, «necesidad» se refiere clásicamente a un objeto cuya falta puede ser llenada por el objeto mismo. Pero ya Maslow nos invita a tomar conciencia de la diversidad de necesidades, que –con todos sus límites– él clasifica de manera jerárquica: fisiológicas, de seguridad, de amor y pertenencia, de estima y reconocimiento y de autorrealización. La no satisfacción de necesidades físicas suele entrañar sufrimiento, y normalmente su satisfacción viene dada por objetos. Sin embargo, las necesidades psicológicas hacen referencia a relaciones interpersonales, y la satisfacción viene más por la vía de la relación. También hablamos de necesidades espirituales, y su no satisfacción entraña sufrimiento igualmente. De la misma manera, aspectos relacionados con la espiritualidad y las creen15. Cfr. L ARRÚ, J.Mª, «Las necesidades espirituales y la ética en las Unidades de Cuidados Paliativos», en A A VV ., La medicina paliativa, una necesidad sociosanitaria , Hospital de San Juan de Dios, Bilbao 1999, pp. 299-322. 16. GÓMEZ S ANCHO, M., Cuidados paliativos: Atención Integral a Enfermos Terminales , Vol. II, ICEPSS, Canarias 1988, p. 800. 17. Cf. B ARBERO, J., «El apoyo espiritual en cuidados paliativos»: Labor Hospitalaria 263 (2002), pp. 6-7. — 26 —
cias pueden influir en la vida biológica de la persona, incluyendo su prolongación. Ramón Bayés, en el capítulo sobre el duelo de su obra Psicología del sufrimiento y de la muerte, refiere un estudio realizado con población judía y no judía inmediatamente antes y después de la celebración de la principal fiesta anual del primer grupo, la Pascua judía, encontrando que la mortalidad descendía drásticamente antes de la celebración de la Pascua, para ascender en una cantidad similar después de ella, mientras que las tasas de mortalidad del grupo no judío de comparación no mostraban, en el mismo período, ninguna variación. La diferencia detectada entre ambos grupos era estadísticamente significativa, y la conclusión provisional fue que algunos individuos judíos eran capaces de prolongar su vida hasta después de la celebración de su principal fiesta anual18. Algunos autores nos pueden ayudar a definir o concretar las necesidades espirituales, aunque se han desarrollado más en el ámbito de los enfermos avanzados, por la importancia que estos le dan a la dimensión espiritual. C. Jomain19 define las necesidades así: «necesidades de las personas, creyentes o no, a la búsqueda de un crecimiento del espíritu, de una verdad esencial, de una esperanza, del sentido de la vida y de la muerte, o que están todavía deseando transmitir un mensaje en su vida». Cecily Saunders20 se refiere a lo espiritual como el campo del pensamiento que concierne a los valores morales a lo largo de toda la vida, donde se dan cita recuerdos de defecciones y cargas de culpabilidad, apetencia de poner en primer lugar lo prioritario, de alcanzar lo que se considera como verdadero y valioso, rencor por lo injusto, sentimiento de vacío, etcétera. Así también M. Hay habla de espiritualidad en términos operativos: la capacidad de trascender las realidades de funcionamiento de uno (física, sensorial, racional y filosófica), a fin de amar y ser amado dentro de la propia comunidad, para dar 18. B AYÉS, R., Psicología del sufrimiento y de la muerte, Martínez Roca, Barcelona, 2001, pp. 186-187. 19. JOMAIN, C., Morir en la ternura, San Pablo, Madrid 1987. 20. S AUNDERS, C., «Spiritual Pain»: Journal of Palliative Care 4 (1988), p. 3. — 27 —
significado a la existencia y manejarse con las exigencias de la vida 21. Citemos finalmente a Speck 22, que describe la espiritualidad desde tres dimensiones: a) la capacidad de trascender lo material; b) la dimensión que tiene que ver con los fines y valores últimos; y c) el significado existencial que cualquier ser humano busca. Worden, a pesar de lo limitado que es el planteamiento en relación a la dimensión espiritual, dice: «uno de los objetivos del asesoramiento psicológico del duelo es ayudar a los clientes a encontrar significado en la muerte de ser querido»,23 reconociendo que uno de los modos de hacerlo que tienen las personas es la variable espiritual. Ahora nos planteamos: ¿tienen que ver la dimensión espiritual y las necesidades espirituales con el duelo? La respuesta no puede ser más que afirmativa. En un estudio realizado por la Fundación «Vidal i Barraquer» de Barcelona 24 sobre la espiritualidad, la religión y las creencias y su posible ayuda en el duelo, la conclusión es diferenciada, y la respuesta es que ayudan, sí, pero hasta cierto punto. A unos les resulta de gran ayuda, a otros no, y otros encuentran dificultades en esta dimensión. Para responder con más precisión, el estudio presenta una breve clasificación en función de si los participantes del mismo eran o no muy creyentes o practicantes. Tomo de estos autores su reflexión: 1. Un primer grupo lo forman aquellos que se consideran creyentes y/o practicantes y manifiestan que la fe, la reli21. H AY , M., «Principles in building spiritual assessment tools»: American Journal of Hospice Care (1989), pp. 25-31. 22. SPECK , P.W., «Spiritual issues in palliative care», en DOYLE, D. – H ANKS, G.W.C., Oxford Textbook of Palliative Medicine, Oxford University Press, Oxford 1993. 23. WORDEN , W., El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia, Paidós, Barcelona 2004, p. 89. 24. ESCARRÀ , A. – FONT, J. – P ALANQUES, M. – S AGNIER , E. – V ALLS, M., “Ambivalencia, duelo, espiritualidad”, en http://www.aiempr.org/pdf/AMBIVALENCIA-DUELOESPIRITUALIDADresumenAIEMPR2009.pdf, consultado en marzo de 2012 — 28 —
giosidad, etc. sí les ayudan en el proceso de elaboración del duelo. 2. El segundo grupo lo forman aquellos que eran creyentes y/o practicantes, pero que tras la experiencia del fallecimiento de un ser querido presentan una tendencia a tener dificultades u oposiciones a la hora de creer en Dios, en la religión y en las prácticas. Son personas que no abandonan del todo su religiosidad, pero en las que se produce un cierto distanciamiento y una serie de planteamientos que pueden dificultar la maduración de su duelo. Son, mayoritariamente, los que creen en un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, que es lo que aprendieron en el catecismo de pequeños. 3. El tercer grupo lo forman aquellos que habían dejado de ser creyentes y/o practicantes, o que no lo habían sido nunca (un único caso en el estudio), y siguen manteniendo esta actitud, exceptuando a una persona a la que el fallecimiento de un familiar le supuso volver a la fe, a un reencuentro con Dios y con personas creyentes. Es frecuente, en todo caso, encontrar sentimientos de rabia dirigidos a Dios, así como cultivar sentimientos de esperanza de reencuentro y de que el ser querido viva en el «cielo», en términos familiares para los cristianos, o alguna forma de supervivencia en la naturaleza o en el cosmos. Es frecuente también en el duelo que surjan expresiones religiosas en relación al problema del mal, es decir: si Dios existe y es bueno, ¿por qué permite que sucedan las cosas que a mí me duelen y me parecen injustas? En función de las experiencias del pasado, de la educación recibida, del tipo de fe y de conciencia y cultivo de la dimensión espiritual, hay personas en duelo que lo elaboran con sentimientos de frustración y rabia proyectada hacia Dios, y otras que lo viven en relación con un Dios providente que es fuente de esperanza, refugio, relación, garantía de confianza en que el amor tiene una palabra más poderosa que la muerte. — 29 —
El trabajo de Yoffe muestra cómo los credos religiosos estimulan la superación de las pérdidas de seres queridos por medio de la fe, la plegaria, la meditación, los rituales, las creencias sobre la vida y la muerte, buscando ayudar a los que sufren a superar su malestar y aumentar los sentimientos positivos y el bienestar psicológico, afectivo y espiritual25. La autora refiere cómo Pargament y Koening (1997) tomaron de Lazarus y Folkman (1986) la noción de afrontamiento y desarrollaron el concepto de afrontamiento religioso, definiéndolo como aquel «tipo de afrontamiento en que se utilizan creencias y comportamientos religiosos para prevenir y/o aliviar las consecuencias negativas de sucesos de vida estresantes, tanto como para facilitar la resolución de problemas»26. En el afrontamiento religioso positivo incluyeron ítems tales como: la apreciación de Dios como benevolente, la intención de colaborar con Dios, la búsqueda de una relación de mayor contacto con Dios, la búsqueda de apoyo espiritual por parte de la congregación religiosa y los representantes de la misma, la confianza absoluta en Dios, el ofrecer ayuda espiritual a otras personas, la purificación religiosa por medio de la oración, y el pedir y otorgar el perdón, entre otros. En su trabajo, Yoffe cita a Pargament y Brant (1988) cuando dicen que, «aunque las creencias y las prácticas religiosas no están reservadas solamente para los momentos de pérdida y dolor, las personas se vuelven hacia la religión en busca de ayuda en aquellas situaciones de la vida que son más estresantes. Muchos de los mecanismos religiosos parecen estar diseñados específicamente para ayudar a las personas en los momentos más difíciles de su vida. Tal vez no sería sorprendente descubrir que la religión es particularmente beneficiosa para momentos de gran dolor»27. 25. YOFFE , L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamiento de duelos, en http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/ Psico7/7Psico%2012.pdf, consultado en abril de 2012. 26. YOFFE , L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamiento de duelos, en: http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/ Psico7/7Psico%2012.pdf , consultado en abril de 2012, p. 197. — 30 —
Los diversos sujetos entrevistados, dice Joffe, hicieron especial mención de la función que desempeñan los distintos representantes de las comunidades religiosas en los duelos. Dichos clérigos, a partir de su diversa formación religiosa, de la ética de los valores de la religión profesada y desde un profundo sentimiento de compasión por el dolor ajeno, suelen en general estar capacitados para brindar acompañamiento a aquellos que sufren enfermedades y han de morir, como a sus familiares que se preparan para afrontar dicha pérdida; brindan consuelo a los que, enfrentados con la muerte de sus seres queridos, deben transitar y atravesar las distintas etapas del duelo. El consuelo y el acompañamiento de curas, rabinos, pastores y lamas pueden ser vistos como promotores de alivio del malestar físico y psicológico y del aumento de sensaciones y estados de mayor paz, bienestar, armonía y calma espiritual. Este tipo de ayuda espiritual puede ser considerado como un tipo de asistencia que permite a los sujetos religiosos que atraviesan duelos por la pérdida de seres queridos lograr una mayor comprensión del sentido de la vida, estimular en ellos una conexión más positiva consigo mismos y con los demás y con el presente, a partir de valores éticos y espirituales presentes en cada religión. En cuanto a los creyentes cristianos, hemos de decir que nos sentimos habitados por el Espíritu de Jesús que ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5,5) y que nos da el querer y poder caminar tras las huellas de Jesús «interpretando lo que vaya viniendo» (cf. Jn 16,13). La llamada de Jesús a seguirle nos invita a morar con él (Mc 3,14), a permanecer a su lado (Lc 22,28), a comulgar con su estilo de vida itinerante y desinstalado (Mc 6,8ss), a seguir en todo momento su ejemplo (Jn 13,15) 28.
27. YOFFE , L., Efectos positivos de la religión y la espiritualidad en el afrontamiento de duelos, en: http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/ Psico7/7Psico%2012.pdf, consultado en abril de 2012, pp. 198-199. 28. Cf. LOIS, J., «Espiritualidad del seguimiento», en Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, pp. 420-431. — 31 —
Ejercicios
– Dar espacio en la reflexión a la pregunta por la diferencia entre la dimensión psicológica y la dimensión espiritual, sin intención de establecer una clara dicotomía, sino pensando en elementos del ser humano que van más allá de lo contemplado en la psicología. – Reflexionar sobre las necesidades espirituales de las personas en duelo: ¿cuáles serían, si tuviéramos que hacer una lista? – Identificar a personas en duelo que cultiven la dimensión espiritual y religiosa y a personas sin esta característica. Si es posible, buscar elementos de la vivencia del dolor de la pérdida en términos de diferencias explicables también en función de esta variable. – Identificar la dimensión espiritual y, a ser posible, nombrar necesidades espirituales en el siguiente testimonio de duelo: «Murió nuestra niña. Me gustan los niños. La pureza que muestran los bebés al nacer me facilita ver lo divino. Para mí, la niñez de una persona termina cuando lo divino de esa etapa deja de estar tan a flor de piel como para percibirlo fácilmente. Carolina padecía de síndrome de Down. Lo supimos en el transcurso del embarazo. Fueron días de incertidumbre y confusión por lo inesperado. Nosotros, sus padres, sentimos en nuestra alma a Carolina llamarnos: “quererme, que yo os quiero”. En las últimas horas en Cuidados Intensivos, yo sabía que nada me reconfortaría, pero sí fui capaz de ir archivando todo lo que me podía ser útil más adelante. Recuerdo haber agarrado del brazo a una amiga y suplicarle: “Esther, voy a necesitar mucha ayuda. Por favor, ayúdame, consígueme ayuda”. Creo en Dios, tengo fe, y siempre he creído que hay una continuidad cuando la persona muere. Pero cuando su pe que se trataba de mi hija, no hallé consuelo, pese a todas — 32 —
esas creencias. ¿Por qué?, ¿por qué a mí?, pensaba mientras me dirigía al cementerio. Cuando, a las puertas de la capilla, alguien recitaba un salmo que no pude escuchar, una corriente de aire me atravesó, haciéndome sentir una paz que me secó las lágrimas. A partir de ese momento regresé a mi fe, que es lo que mantiene viva en mí la posibilidad de salir adelante. Ahora necesito silencio, meditación, simplemente sentirme a mí misma para conocerme mejor. Necesito comprender a Dios, saber interpretarlo. Mientras tanto, mi relación con Carolina será alimentada por mi fe».
– Reflexionar y compartir sobre el siguiente fragmento de Alba Payás29: «Las experiencias traumáticas tienden a sacudir de forma radical las concepciones e ideas sobre las que se construye la forma de ver el mundo. “Nunca pensé que algo así pudiera sucederme a mí: esta experiencia ha sido para mí un revulsivo. Antes me preocupaba por cosas insignificantes, ahora valoro más las relaciones con la gente que amo”. También individuos en frentados a enfermedades graves y hospitalizaciones de larga duración manifiestan tomarse la vida de otra forma y disfrutar más de ella: “Mi vida, desde la enfermedad, es más auténtica, más profunda, he cambiado mis prioridades”. Todos estos cambios son ejemplo de cómo el trauma puede fomentar una reestructuración de la escala de valores, de los esquemas mentales, en el sentido de mayor madurez y plenitud». 3. Caminos de cultivo de la experiencia trascendente
Para el creyente, hablar de espiritualidad es hablar de experiencia de Dios, porque, más que hablar sobre Dios, más que pensar con la mente sobre Dios, es cuestión de sentirlo con el corazón. 29. P AYÁS, A., Las tareas del duelo, Paidós, Barcelona 2010, p. 70. — 33 —
Las numerosas representaciones que nos hacemos de Dios pueden ser útiles, a la vez que limitadas. Por eso, Dios se nos hace tanto más accesible cuanto más superamos sus representaciones, sean del tipo que sean. Así nos decía el testimonio citado más arriba, en boca de la madre de quien se suicidó: «He sentido y siento rabia. Contra Dios también. Lo que no he hecho, digamos, es abandonar mi relación con Dios. Digamos que es más bien un proceso de noche oscura, que para mí es oscurísima, y de averiguar si la imagen de Dios en un momento dado tengo que borrarla, porque en ese momento hay que vivir sin imágenes, como dice san Juan de la Cruz, que hay que vivir sin imágenes para experimentar otras cosas desde el interior. Es que en este momento no tengo ninguna imagen». A Dios, dice Boff, más que conocerle se le experimenta. La etimología de la palabra «experiencia» nos proporciona la primera clave para acceder a su comprensión. Ex-peri-encia es la ciencia o el conocimiento (ciencia) que el ser humano adquiere cuando sale de sí mismo (ex) y trata de comprender un objeto por todos los lados (peri). La experiencia no es un conocimiento teórico o libresco, sino que se adquiere en contacto con la realidad, que no se deja penetrar fácilmente y que incluso se opone y resiste al ser humano30. Por eso, experimentar a Dios dentro de nuestra historia individual y colectiva de duelo significa estar bien atento a la realidad impregnada por su presencia y por su ausencia. Karlfried Graf Durkheim habla de cuatro lugares privilegiados de apertura a lo trascendente: la naturaleza el arte el encuentro el culto (religión).
30. BOFF, L., Experimentar a Dios , Sal Terrae, Santander 2003, p. 41. — 34 —
Así es: la contemplación de la naturaleza es un camino que nos invita a trascender lo más próximo. La belleza de una flor, de un paisaje, de una cascada..., incluso la fuerza de la naturaleza cuando se producen catástrofes, nos reclaman un poder que nos supera, un origen que nos provoca la apertura a la trascendencia. Hay muchas personas que, en medio del duelo, encuentran algún tipo de consuelo en contacto con la naturaleza, en la contemplación de las estaciones, donde también se experimenta el invierno, el otoño... Hay también quienes, en medio del duelo, refuerzan el contacto con la montaña, con el mar, con las plantas, recuperan la experiencia de sentir la brisa en el rostro, como reforzando o viendo nacer un nuevo contacto con nuestra condición de finitud y de perteneciente a la naturaleza entera, también vegetal y animal. Igualmente el arte. Tiene el poder de evocar algo más que lo tangible. Una escultura es más que una escultura; un cuadro es más que un conjunto de colores mezclados formando una imagen; una pieza musical es mucho más que una suma de notas... La armonía y la belleza que impregnan las obras de arte evocan algo que nos trasciende, nos preparan el camino para abrirnos. Usualmente se llama «arte» a la actividad mediante la cual el ser humano expresa ideas, emociones o, en general, una visión del mundo a través de recursos plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos. El arte expresa percepciones y sensaciones que tienen los seres humanos y que no son explicables de otro modo. Se considera que con la aparición del homo sapiens el arte tuvo en principio una función ritual, mágico-religiosa, pero esta función cambió a través del tiempo. Piénsese cuánto arte ha surgido asociado al duelo: en la pintura, en la escultura (también en los cementerios), en la música, en la poesía (las elegías...). Un modo saludable de cultivar la dimensión trascendente y de contribuir a la realización de las tareas del duelo por el camino de la expresión de sentimientos y de hondas aspiraciones de manera armónica. No podemos obviar la importancia del culto como camino, como acceso a la trascendencia y a la experiencia espiritual. Los ritos sagrados nos remiten con símbolos a algunas realidades que nos trascienden, particularmente en momentos importantes y cruciales de la vida: inicio, transición, final, vínculos especiales... — 35 —
En él expresamos nuestra relación con el Ser trascendente en quien los creyentes fundamentamos la fuente de nuestra vida espiritual. En torno a los fallecidos y a la experiencia del duelo, los ritos perviven de diferentes maneras, distintos según las culturas, haciendo uso de símbolos que significan que estamos ante el misterio, quizás ante lo sagrado; en todo caso, en un momento de transición a una realidad nueva para los supervivientes. Con los ritos, por otro lado, expresamos nuestro respeto y honramos a la persona fallecida. Igualmente nos interesa el encuentro como vía de acceso a la experiencia espiritual de la trascendencia. En efecto, mediante la comunicación, mediante el diálogo, una persona se puede hacer instrumento del Espíritu para realizar un adecuado acompañamiento. Dice González Faus: «El diálogo es el camino más directo para facilitar la liberación y el crecimiento personal y espiritual. Tal vez porque constituye un reflejo del ser de Dios. Dios es un diálogo eterno de amor. Y al dialogar a imagen y semejanza de Dios, se produce en los interlocutores un movimiento centrífugo de la libertad para amar. Y en el diálogo de amor los hombres se realizan como imágenes e hijos de Dios» 31. En el fondo, podemos decir que Dios emerge en toda la experiencia del otro y en el amor al otro. El amor humano es revelación, es comunicación del Amor más grande, que nos trasciende y nos permite decir con Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Más aún, descubrir la sacralidad de cada encuentro interpersonal, la hondura y densidad del significado de la escucha, del silencio, de la palabra y del lenguaje no verbal, hace que la experiencia vivida en la relación interpersonal con los que sufren a causa de la exclusión sea verdadero culto a Dios, a través de la liturgia de la caridad, donde los vasos sagrados para recoger el cuerpo roto y la sangre que se derrama son las manos, los ojos, las orejas, el rostro y el cuerpo entero del que celebra el encuentro 32. 31. GONZÁLEZ F AUS, J.I., «Antropología. Persona y comunidad», en Mysterium Liberationis, II, Trotta, Madrid 1990, pp. 351-352. 32. Cf. BERMEJO, J.C., «La liturgia del encuentro. La relación de ayuda en los procesos de integración»: Corintios XIII 84 (1997), p. 505. — 36 —
Ejercicios
– Reflexionar sobre la forma privilegiada que cada cual tiene de experimentar a Dios en su vida. – Identificar de qué manera se hace presente Dios y se le experimenta en el encuentro con las personas en situación de duelo. – Dedicar unos minutos a mirar en silencio contemplativo un objeto de la naturaleza (una flor, por ejemplo), una obra de arte (un cuadro, por ejemplo), un diálogo con una persona excluida (reproduciendo la conversación con ella) o un rito sagrado (una liturgia), y tomar conciencia de cómo remiten a la dimensión trascendente de la vida, en qué medida no se agotan en lo que se ve, sino que reclaman al mismo Dios. Pensar cómo esto ayuda o ha ayudado en alguna experiencia de duelo. – Leer el siguiente texto de Nouwen y reflexionar sobre él individual o grupalmente, pensando en el acompañamiento en el duelo: «Aunque el ministerio de la presencia es indudable mente muy valioso, necesita ser balanceado de continuo con el ministerio de la ausencia. Esto es así porque pertenece a la esencia de un ministe rio creativo el convertir constantemente el sufri miento por la ausencia del Señor en una comprensión más profunda de su presencia. Pero para que la ausencia pueda ser convertida en otra cosa, primero ha de ser experimentada. Por eso los ministros no cumplen adecuadamente su cometido cuando testimonian tan solo la presencia de Dios y se muestran intolerantes para con la experiencia de la ausencia. Si es cierto que los ministros son memoriales vivos de Jesucristo, entonces ellos han de buscar los modos concretos que hagan que no solo su presencia, sino también su ausencia, recuerden a la gente a su Señor»33. 33. NOUWEN, H.J.M., La memoria viva de Jesucristo, Guadalupe, Buenos Aires 1987, pp. 41-42. — 37 —
4. Diálogo con un doliente María ha perdido a su hijo
Presento a continuación un diálogo producido entre un counsellor y una persona en duelo. No es una propuesta modelo de intervención, sino un diálogo que nos pone en contacto directo con el acompañamiento en el duelo y nos puede permitir realizar algunos ejercicios siguiendo las indicaciones posteriores. María tiene 64 años, es viuda (su marido murió hace 5 años) y tiene un hijo de 33 años llamado Marcelo. Perdió a su hijo David, de 21 años, de muerte súbita (tenía el corazón muy débil, debido a una malformación congénita), cuando estaba durmiendo. Ella lo encontró muerto al día siguiente, cuando entró en la habitación a despertarlo. La muerte ha sido hace cinco meses. Vive sola y sale muy poco. Últimamente se está aislando bastante de su entorno. María se encuentra muy abatida y triste, al igual que tiene momentos de gran rabia e impotencia. Esta es la cuarta sesión. La atiendo en el centro de escucha.
A.1. ¡Hola, María! Siéntate, por favor. Cuéntame, ¿qué tal te ha ido la semana pasada? M.1. Cada día lo llevo peor, siento más su ausencia y me rebelo contra un Dios injusto que se ha llevado a un alma inocente. ¡Esto es un calvario! A.2. Calvario, dices. M.2. Sí, cada día que me levanto no encuentro sentido a seguir aquí. A.3. El vacío que ha dejado David es tan grande que te está costando mucho ver sentido a tu vida. ¿Has pensado en hacerte daño de alguna manera? M.3. La verdad es que últimamente pienso muchas cosas y nada buenas; la verdad es que me quitaría de en medido si no fuera por... A.4. Si no fuera por... — 38 —
M.4. Por Marcelo. Él está sufriendo mucho, porque se querían mucho, y el verme así, tan decaída, no le hace ningún bien. A.5. Por lo que me dices, María, aun con tu gran sufrimiento, existen cosas en tu vida por las que seguir luchando, como tu hijo Marcelo. M.5. Sí, Marcelo es lo que me engancha a la vida; pero es demasiado dolor, y lo peor es que ya no puedo contar con Dios, que me ha abandonado, que nos ha dejado sin lo que más queríamos. A.6. Sientes que Dios te ha abandonado y lo consideras muy injusto. Te sientes muy sola y desvalida. ¿Has pensado qué necesitas en estos momentos? M.6. Necesitaría que me devolvieran a mi hijo: eso es lo que me calmaría realmente. A.7. Sé que ese sería tu mayor anhelo, pero eso no está ni en tus manos ni en la mías... M.7. Ya lo sé; si sé que no va a volver, que está muerto...; pero me siento tan sola... A.8. ¿Compartís vuestro dolor tú y tu hijo Marcelo? ¿Cómo os apoyáis en estos momentos? M.8. La verdad es que me estoy aislando de todos, y también de él. A.9. Entiendo que es muy duro todo lo que estás pasando y que la soledad te angustia, pero ¿qué sentido tiene alejarte de él? M.9. No lo sé. Quizás me abandono, y eso no me ayuda; pero es que me cuesta salir de este sufrimiento; además, ¿qué le voy a ofrecer a mi hijo, sino dolor y desesperanza? A.10. Quizá permitiéndote romper la barrera que te has puesto y comunicándole lo que sientes y lo que necesitas, puedas sentirte mejor; además, imagino que él también lo estará pasando muy mal y sosteniendo su dolor sin poder compartirlo contigo. Qué duro, ¿no? M.10. Quizás estoy siendo injusta con él, y además es que le echo mucho de menos. A.11. Pues ¿qué mejor que estar con él a la hora de llenar ese vacío de soledad, compartiendo lo que os surja, entre otras — 39 —
cosas los buenos momentos compartidos con tu hijo David? A lo mejor entre los dos encontráis maneras de ir dando sentido a todo esto. ¿Cómo lo ves? M.11. No lo sé, pero lo voy a pensar, mi hijo se lo merece, no sé... (La conversación sigue ). Indicaciones para posibles reflexiones y ejercicios
– Detectar la dimensión espiritual y religiosa presente en la vivencia de María de su pérdida. En qué medida afecta a la elaboración del duelo. – Valorar las intervenciones empáticas del counsellor que pueden considerarse centradas en la persona y que recogen el mundo de los significados. – Reflexionar sobre el modo oportuno en que ha considerado la posible ideación suicida. – Identificar áreas fuertes y otras de posible mejora del fragmento de diálogo o de la posible intervención posterior.
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