Descripción: políticas comparadas de la guerrilla argentina durante la decada de 1970. PRT-ERP vs Montoneros...
dos caminos prt-erp y montoneros en los setenta guillermo caviasca
Caviasca, Guillermo Dos caminos : PRT-ERP y Montoneros en los '70 . - 2a ed. Buenos Aires : Editorial Cooperativa El Río Suena, 2009. 0 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-24930-0-4 1. Guerra Civil. 2. Guerrilla Argentina. I. Título CDD 303.64 Fecha de catalogación: 17/02/2009 Diseño de tapa: El Río Suena Diagramación interior: El Río Suena
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AGRADECIMIENTOS Agradezco a Natalia Vinelli, Miguel Mazzeo, Roberto Elisalde, Ernesto Salas y Graciela Daleo, que de mil maneras ayudaron a que este trabajo cobrara forma. Para Dante
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ÍNDICE
1. Introducción..................................................................7 2. La posición frente al peronismo.................................... 15 3. Ideología, método de análisis ...................................... 28 4. Concepción de la historia nacional e identidad ................49 5. Concepción de la organización: ¿qué hacer? ...................67 6. Estilo de conducción .....................................................78 7. La cuestión militar.........................................................87 8. El frente internacional .................................................101 9. El PRT y la democracia ................................................107 10. Doble poder y poder local ..........................................113 11. Contrahegemonía y doble poder ............................... 123 12. Frente a la apertura democrática y su degradación ......138 13. Militarización de la lucha............................................160 14. Los montoneros y el enfrentamiento con Perón ............ 175 15. Relaciones entre organizaciones armadas ................... 197 16. A modo de cierre...................................................... 206
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1. INTRODUCCIÓN Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores DOS CAMINOSno tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes, ni mártires. Cada lucha debe comenzar de nuevo, separada de las luchas anteriores, la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como una propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. Estos conceptos, vertidos por Rodolfo Walsh hace más de treinta años, dan cuenta de una realidad que los oprimidos sufrimos en forma permanente: la alienación respecto de nuestra propia historia. Las “verdades” difundidas masivamente sobre el pasado son principalmente interpretaciones construidas desde los ámbitos de dominación ideológica de las clases dominantes para garantizar su poder. La derrota sufrida por las clases populares en los 70 llevó a que durante las décadas siguientes no haya habido voces organizadas desde el campo del pueblo en condiciones de dar la batalla ideológica necesaria para impedir esta expropiación del pasado de la que hablaba Walsh. En este trabajo nos proponemos estudiar y comparar algunos aspectos de las dos organizaciones guerrilleras más importantes de Argentina: el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y Montoneros. Es nuestra intención abordar el tema desde dos perspectivas: una, desde el presente mirando hacia el pasado, para profundizar el conocimiento a partir de los intereses actuales de las clases populares;1 la otra, poniendo en discusión los planteos de cada
1. Usamos la palabra “pueblo” y no trabajadores o clase obrera, a pesar de la ambigüedad del término, porque nos permite una perspectiva abarcadora de los diferentes sectores populares que llevaron adelante las luchas del período. Si bien la clase obrera fue el eje central de la resistencia desde 1955, la juventud de clase media y la intelectualidad tuvieron un rol determinante desde 1969, cuando confluyeron con los trabajadores, aunque para los sectores medios y estudiantiles el comienzo del proceso de radicalización puede datarse en 1966, con el golpe del general Onganía. 7 DOS CAMINOS
organización, una frente a la otra, con el objeto de analizar las diferentes interpretaciones y concepciones que ambas fuerzas tenían respecto de los mismos temas. Analizaremos centralmente el período 1973-1976 por ser éste el lapso durante el cual ambas organizaciones se consolidan y adquieren su mayor desarrollo numérico y organizativo. Esto no impide, sin embargo, que hagamos referencia a hechos y documentos anteriores y posteriores a esta etapa, ya que, en lo que hace al objetivo principal del trabajo (que no son los acontecimientos sino las características políticoideológicas de los revolucionarios argentinos que tomaron las armas), la delimitación temporal es secundaria. Por otra parte, este período histórico -por reciente y conflictivo- se proyecta sobre el presente con una fuerza muy grande. Por aceptación o por negación, la experiencia de los 70 es un punto de referencia en los debates y las prácticas ideológicas, políticas y económicas; aquí se cumple a rajatabla lo planteado por Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: «La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos». Las citas obligadas sobre esta etapa se vuelven en un punto anacrónicas, al no estar enmarcadas en un balance suficientemente reflexivo del período. Desde las usinas ideológicas dominantes se toma como una referencia negativa el proceso de lucha armada desarrollado en los 70, pese a que la degradación económica, política y cultural de nuestro país es innegable. Más aun si la relacionamos con los niveles de cultura política, participación popular y desarrollo económico que existían hasta hace treinta años. En la actualidad (2008) una nueva visión del período es propuesta desde el grupo que encabeza el Estado. Se rescatan el heroísmo y el «idealismo» de «esa generación» que luchó por «utopías». A más de treinta años de los acontecimientos y con la subsistencia de la estructura social contra la que combatían aquellos revolucionarios, rescatarlos en esos términos («idealistas», «utópicos») parece más bien una forma de cerrar heridas para armonizar la memoria histórica de la lucha popular en los marcos posibilistas. El desafío actual es rediscutir los proyectos de aquel rico periodo, luchando por la transformación estructural del país que heredamos de la dictadura y el menemismo. Estructuras que hoy son aceptadas como irreversibles por toda la clase política. Frente a nuestra opinión positiva de la situación general del tercer cuarto del siglo pasado, muchos la impugnarán diciendo que la violencia de este período y la posterior debacle económica demuestran que el 8 GUILLERMO CAVIASCA
camino era estructuralmente incorrecto. Las transformaciones socioeconómicas que la sociedad argentina discutió durante ese período en todos los planos, incluían conscientemente un cambio estructural en el que al menos una fracción significativa de clase perdería; la resolución de la lucha decidiría si el costo debía ser pagado por la burguesía o por la clase obrera. Los revolucionarios de los 70 pensaban que ese sacrificio debía ser hecho por la burguesía y que contaban para ello con un aliado fundamental: el inexorable devenir de la historia. Los 60 y 70 eran épocas de revolución y liberación antiimperialista: Argelia, Cuba, Vietnam; los países africanos y árabes y la misma América Latina parecían encaminados en ese sentido. Esta oleada de luchas de liberación, muchas de ellas victoriosas, parecían indicar que el camino revolucionario se construía luchando con la inquebrantable voluntad del Che. Pero la historia sólo tiene tendencias de largo plazo, y las resoluciones de las luchas concretas de cada formación social están sujetas a idas y vueltas en las que juegan un sinnúmero de contradicciones difíciles de medir para quienes están sumergidos en la vorágine de los hechos y en el desarrollo propio de las acciones humanas. Lo mismo podemos decir del capitalismo, cuyas crisis cíclicas parecen anunciar su fin definitivo, pero que puede regenerarse generando nuevos modos de acumulación que le permiten relanzar un nuevo ciclo de éxitos. En este sentido, la resolución se dio en sentido inverso al que los revolucionarios esperaban y el sacrificio principal lo hizo la clase obrera, que fue, y es, obligada a asumir el grueso de los costos de la reproducción del sistema. Por otra parte la violencia es sólo el emergente de la crisis del sistema. Nadie sacrifica pacíficamente sus intereses como clase por el interés ajeno, a menos que el nivel de alienación de la clase (o sea la hegemonía lograda por la clase constituida en dominante) sea tal que le impida defender sus intereses. Pero las luchas de la clase obrera argentina en las décadas previas establecieron un nivel de conciencia basado en las conquistas reales obtenidas durante el gobierno peronista de 1946-1955, legitimadas desde el discurso oficial. Este nivel de conciencia (y su correlato en organización) significó una traba fundamental para la aplicación de modelos de acumulación capitalista que produjeran un alto costo a la clase trabajadora. Así surgió la Resistencia Peronista (resistencia obrera sería mejor llamarla para ubicarnos más claramente en cuales fueron las clases populares que la llevaron adelante y no confundir como resistente DOS CAMINOS
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y luchador a todo el peronismo) con sus grados embrionarios pero masivos de violencia. Por otra parte, la falta de un consenso homogéneo al interior de la clase dominante y de una representación política democráticamente viable de ésta, le brindaron a los trabajadores y al pueblo mejores escenarios para desarrollar su resistencia y posteriormente la ofensiva en el marco de una crisis de hegemonía recurrente. Por eso no acordamos con descalificar la violencia del período sólo por su costo en sangre o porque los revolucionarios (y todo el pueblo) hayan sido derrotados, ya que nos parece bastante claro que las condiciones para llevar el enfrentamiento a sus últimas consecuencias venían madurando desde la caída de Perón. La construcción de las herramientas que permitan pelear eficientemente y con éxito es una condición sine qua non de toda lucha, principalmente cuando ésta se da por cuestiones de fondo que hacen a la existencia del sistema. El ejercicio de la violencia es (entre otras) una de las cuestiones clave a resolver por el campo del pueblo. Un proceso de lucha de clases abierto se desarrolló a partir del 55, y nosotros consideramos una guerra civil de baja intensidad. Esta guerra civil de baja intensidad llegó a un punto crítico en 1976, cuando la clase dominante unificó sus fuerzas tras un proyecto común -el neoliberalismo, y lanzó todo su poder militar sobre el pueblo argentino. Es entonces que las expresiones político-militares no sólo sufrieron una derrota parcial o coyuntural sino que fueron derrotadas integralmente, de modo que a la salida de los años de la dictadura no hubo, prácticamente, voces orgánicas de la guerrilla con capacidad de hacerse escuchar y de expresar las posiciones de los revolucionarios argentinos ante la sociedad. El pacto que permitió la salida democrática se basó en un reconocimiento por parte de todos los futuros actores institucionales, de que no existía espacio en la democracia alfonsinista para los revolucionarios de la década anterior. Este acuerdo, que se expresó en todos los planos, pero que tuvo su piedra de toque en las instituciones educativas y los medios de comunicación de masas (privilegiados centros de creación de consenso y de construcción de hegemonía) permitió garantizar, a nivel estratégico, la reproducción del sistema más allá de sus crisis, ya que la construcción de una alternativa integral viable (y contrahegemónica) desde el campo del pueblo no puede encararse si no se tiene respuesta a las cuestiones de la violencia y el poder. Y no se resuelven a favor de los trabajadores las crisis del sistema capitalista sin la existencia de una alternativa. 10
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Este consenso “democrático” (que también excluye a los militares del poder político, pero no de las instituciones como garantes últimos de la coacción) sólo es posible por el nivel de la derrota sufrida por las organizaciones revolucionarias argentinas. Paradójicamente, es quizás esta misma inexistencia de organizaciones revolucionarias significativas lo que permite el parcial rescate de los militantes revolucionarios. Tampoco existe una fuerza de derecha significativa que se “atreva” a proclamarse heredera (aunque sea parcial) del “proceso”. Pero es de destacar que una lectura fina del análisis que hacen intelectuales del establishment académico (como José Luis Romero o Tulio Halperín Donghi) permiten entrever un balance no laudatorio pero sí justificativo de parte del accionar militar: en última instancia, plantean, fue un demonio necesario. La dimensión de la derrota, algo que aún está por interpretarse, en muchos casos nubla la visión de quienes en la actualidad pensamos salidas revolucionarias para la crisis de nuestro país. Por un lado, la derrota parece avalar una negación absoluta de la experiencia guerrillera, tirando por la ventana tanto los aciertos como los errores; por otro, se busca irreflexivamente una continuidad que suele sostenerse en un balance acrítico de las construcciones derrotadas. Algunos lo hacen desde la identidad, otros con la idea de repetir paso a paso, como una receta, lo que consideran lo mejor y más avanzado que dio el pasado. En El 18 Brumario... Marx presenta una idea que hacemos nuestra: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado”. Es en este sentido que creemos que el estudio crítico, global y comparativo de las organizaciones revolucionarias es necesario. Adelantamos en esta introducción nuestra reivindicación global de aquellos que lucharon por hacer la revolución y construir el socialismo en Argentina, pero justamente porque éste sigue siendo nuestro objetivo debemos ser impiadosos en el análisis de las experiencias del pasado. Si bien puede haber distintas interpretaciones de un mismo hecho, basadas en intereses y marcos teóricos diferentes, los sectores populares todavía no hemos desarrollado un análisis histórico sistemático y general del período. Mientras los sectores dominantes van acumulando experiencia y construyendo un discurso hegemónico que imponen como única visión sobre el pasado para que toda la sociedad la haga propia, los secDOS CAMINOS
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tores populares somos condenados a comenzar permanentemente de cero, obligándonos a asumir interpretaciones de la historia hechas por nuestros enemigos. El balance que nos debemos sobre este período, entonces, no es sólo una cuestión de las ciencias sociales: la construcción de una interpretación contra-hegemónica de los procesos históricos (como expresión de una contra-hegemonía integral) es una tarea que articula muchos de planos y que es parte de la lucha de clases por lo tanto se resolverá dialécticamente con el desarrollo de la lucha popular. El 11 de marzo de 1973 se produce el triunfo electoral del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), que lleva a la presidencia a Héctor J. Cámpora tras una campaña electoral hegemonizada en las calles por la izquierda peronista y sus consignas. Varios gobernadores, ocho diputados y un fluido diálogo con funcionarios del Ejecutivo, algunos de los cuales pertenecían a la Tendencia Revolucionaria, delinearon la “primavera camporista”. El PRT-ERP y Montoneros eran a esa altura las dos principales organizaciones armadas que operaban en el país; a ellas se sumarán las demás organizaciones o diferentes fracciones de éstas. Las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL) se unirán mayoritariamente al ERP; las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Descamisados lo harán a Montoneros. Las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) –la más antigua de las organizaciones guerrilleras en operaciones–, tuvieron un devenir más complejo: la FAP 17 de Octubre (una de las fracciones en que se dividió la fuerza en octubre del 73 y que integraba el conocido militante de la resistencia Carlos Caride), se sumó mayoritariamente a Montoneros, si bien que la FAP y su expresión política, el Peronismo de Base (PB), se mantuvieron como organizaciones autónomas en medio de múltiples fracturas y discusiones, e impulsaron una opción política propia: el nombre que se daban era “Alternativa independiente de la clase obrera y el pueblo peronista”, que básicamente era el llamado a los trabajadores a asumir posiciones clasistas sin negar su identidad peronista pero independientemente de Perón. En ese camino los alternativistas de las FAP-PB se vincularon al PRT y se aproximaron, sin integrarlo, el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS, que veremos más adelante). La confluencia se da en torno a dos concepciones de la revolución: el marxismo leninismo y el nacionalismo revolucionario,2 definiendo sus contornos centralmente por sus posiciones respecto a la valoración del pero12
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nismo y a la contradicción principal de la etapa. Es importante tener en cuenta que hasta junio del 73, la FAR siguió siendo aliada con Montoneros pero no fusionada. Las FAR eran clara y explícitamente marxistas y mantuvieron una discusión desde esa concepción tanto con Montoneros como con el PRT-ERP acerca de cómo debía definirse política e ideológicamente la vanguardia revolucionaria argentina; antes y después de la fusión, sus dirigentes oficiaron como bisagra de las relaciones entre el PRT y Montoneros. Para estudiar las posiciones de dichas organizaciones es conveniente tener en cuenta los tres períodos diferenciados en que dividimos el gobierno 73-76: los 49 días de Cámpora, el año de Perón (incluyendo los dos meses de Raúl Lastiri) y el año y medio de Isabel. Durante el primer período no hay prácticamente acciones militares. Durante el período de Perón el ERP se lanza de lleno a la guerra pero Montoneros realiza sólo acciones que no reivindica3 , mientras aumenta la violencia derechista4 y la ofensiva política contra la izquierda se hace muy aguda. Ya los hechos del 20 de junio en Ezeiza evidencian que la ofensiva de la derecha se desarrolló desde el mismo período de gobierno de Cámpora, y el hecho deque la Triple A haya salido a la luz inmediatamente después de la muerte de Perón permite inducir que se estaba formando desde antes. Durante el ercer período, luego de la muerte de Perón, Montoneros se suma a la lucha armada de lleno, públicamente, y el terrorismo estatal y paraestatal actúa con enorme virulencia.
2. Ver las críticas de las FAR al documento de fusión propuesto por Montoneros en Baschetti, Roberto (comp.), De Cámpora a la ruptura. Documentos 1973-1976, Volumen I. Buenos Aires, Ed. De la Campana, 1996. 3. Matan a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y hombre de Perón; algunos represores, a Mor Roig –dirigente radical y ex ministro de la dictadura de Lanusse–, y recuperan dinero y armas. 4. Los comisarios Alberto Villar y Luis Margaride, puestos por Perón a la cabeza de la Policía Federal, son considerados responsables directos del asesinato de más de 200 militantes, mientras que la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) de la que éstos formaban parte, es responsable de más de 1.000 asesinatos políticos comprobados desde la muerte de Perón. Villar fue ejecutado por Montoneros y el ERP no concretó su idea de matar a Margaride. DOS CAMINOS
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Cada período tiene características políticas diferentes. A pesar de ser el mismo Estado con iguales instituciones, cambiaron tanto los actores políticos que ocupan los lugares clave como la percepción que tienen de la situación las diferentes clases. En consecuencia, cambia la política que se da desde el Estado hacia las clases y las organizaciones populares. Nuestro trabajo está organizado por temas y no por períodos, pero es importante tener presente esta periodización para comprender el proceso desarrollado en esos tres años. Consideramos los siguientes aspectos políticos e ideológicos que, entendemos, permiten aclarar las posiciones de las organizaciones PRT-ERP y Montoneros en la etapa 73-76: la posición frente al peronismo; la identidad política; la ideología y el método de análisis; la concepción de la democracia y el poder; la concepción del doble poder; la cuestión militar; el estilo de conducción y la concepción organizativa; las características del internacionalismo desarrollado por las dos organizaciones; las relaciones de Montoneros con Perón; la crisis del gobierno y la política de las organizaciones frente a ella, y el giro militarista. Este trabajo no tiene la pretensión de desarrollar acabadamente cada uno de los temas de debate planteados, sino ofrecer una aproximación que colabore con un estudio posterior de carácter sistemático. Advertimos que no es nuestra intención posicionarnos desde una crítica externa a los compañeros que impulsaron la lucha armada en los años 70. Reivindicamos las palabras del combatiente Uturunco Santiago Molina, quien en una entrevista en 1984 dijo: “Me alegro mucho de que haya preocupaciones para que esto, que fue un principio de algo que hemos considerado y seguimos considerando bien noble, no quede como un hecho de policía, sino que figure en las páginas de la historia y que sirva para que alguien o para que muchos, puedan continuar...”.5 Nosotros extendemos su reflexión al período que va desde 1955 hasta 1976, en el cual el pueblo logró su mayor experiencia de lucha, organización y conciencia. Hoy, cuando el pueblo argentino está buscando nuevamente un rumbo, muchos trabajos avanzan en ese sentido. Éste sólo pretende ser un aporte más.
5. Salas, Ernesto, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista, Buenos Aires, Biblos, 2003.
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2. LA POSICIÓN FRENTE AL PERONISMO
El peronismo fue una divisoria de aguas en la política argentina desde su surgimiento hasta la década del 80; esta situación se proyecta sobre el presente en la forma en que se interpreta la historia del período. La contradicción peronismo-antiperonismo definió objetivamente los campos enfrentados durante las décadas que siguieron al 45; pero leída estructuralmente esta contradicción ocasiona problemas cuando se procura llegar a una definición de aliados y enemigos, ya que sus contornos de clase son difusos. La definición de la contradicción principal fue determinante para las organizaciones que estamos analizando porque enmarcaba su accionar político y definía sus amigos y enemigos. El PRT, que buscaba adherir a un marxismo leninismo clásico y hacía gala de ortodoxia, consideraba que la contradicción burguesía-proletariado era principal, mientras que para los nacionalistas antiimperialistas la contradicción principal era liberación o dependencia. Mas allá de que ambas contradicciones no sean excluyentes, en lo táctico muchas veces eran leídas en forma absoluta y diferenciaron políticas concretas. El PRT no era peronista. Consideraba que el objetivo del peronismo era salvar al sistema burgués de su naufragio, y lo encuadró dentro de la categoría de «bonapartismo»6 para describir el rol histórico que nuevamente el peronismo cumpliría en la etapa abierta a partir del 11 de marzo de 1973. La categoría elegida por Mario Roberto Santucho, Secretario
6. Bonapartismo: categoría de régimen político que Marx define en El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Es el sistema en el que la burguesía entrega el poder político a un actor aparentemente independiente de las clases, que se ubica por arriba de ellas, pero cuyo objetivo real es frenar el accionar revolucionario de las masas y garantizar los intereses estratégicos de la burguesía en su conjunto. En este análisis el PRT es tributario de las ideas del historiador morenista Milcíades Peña. DOS CAMINOS
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General del PRT y comandante del ERP, no es casual: se alejaba tanto de la idea del peronismo como nazifacismo como de la visión opuesta que lo caracterizaba como movimiento revolucionario. La primera de estas posiciones –el peronismo sería la expresión local del nazifacismoera propiciada por la izquierda en la Unión Democrática del 45. La visión del peronismo como movimiento revolucionario, se la adjudicaba el PRT a la izquierda peronista, si bien esta idea no era tan definida en la Tendencia, ni mucho menos generalizada.7 En los 70, la idea de un peronismo revolucionario era más bien un discurso, un objetivo, relacionado más con las posiciones de John William Cooke en el debate con Perón, que con las posiciones del propio Perón.8 El PRT percibía que Perón venía a «poner orden» (y en esto acertaba: fue el mismo Perón quien planteó en su discurso después de la matanza de Ezeiza que esperaba un período de paz y reconstrucción, llamando a los trabajadores a retomar la consigna «de casa al trabajo y del trabajo a casa»), y que este orden era, en última instancia, el que quería y necesitaba la burguesía para recomponer su cuestionada hegemonía. Los perretistas consideraban también que el peronismo era regresivo, y es en este sentido que Santucho usaba la categoría de bonapartismo. Lo que no era tan claro es que el proceso que culminó con la renuncia de Cámpora tuviera como único desenlace posible que Perón llegase para poner orden. 7. La Tendencia Revolucionaria del peronismo la formaban todas las agrupaciones peronistas y personalidades de un amplio abanico que iba desde hombres y mujeres de la resistencia y sindicalistas combativos hasta organizaciones armadas. No era un frente construido orgánicamente sino una corriente con la que se identificaban aquellos que consideraban que el peronismo debía llevar adelante una transformación social y que se oponían a las estructuras tradicionales controladas por lo que denominaban “burocracia política y sindical”. 8. John William Cooke había sido el delegado personal de Perón luego del su derrocamiento en septiembre del 55. Cooke emprendió una ardua tarea de organización de la resistencia durante el período post golpe y sostuvo un largo debate con Perón sobre el tipo de organización, los métodos de lucha y las definiciones ideológicas del movimiento; impulsando la transformación del movimiento en una organización con definiciones socialistas y revolucionarias. Perón se distanció de él apartándolo de los roles dirigentes. En realidad el tema es aun más confuso al interior del peronismo, ya que la categoría revolución fue usada por los sectores más disímiles del movimiento para calificar
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Según la concepción del PRT, el período camporista era igual que los subsiguientes o, al menos, que la degradación política y la derechización que se produce del 73 al 76 estaba en la naturaleza del proceso desde sus orígenes, o sea: que Cámpora era el orden mismo, sin otra perspectiva. Para explicar los mismos fenómenos de crisis económica y política englobados bajo el concepto de crisis orgánica, Antonio Gramsci utiliza una caracterización emparentada con la de “bonapartismo”: “cesarismo”. En Marx la categoría “bonapartismo” siempre tiene un contenido negativo, como se ve claramente en El 18 Brumario... Para Gramsci, el “cesarismo” puede ser progresivo o regresivo, según contribuya o no a hacer avanzar a los sectores populares en las relaciones de fuerzas. Pero tanto para Marx como para Gramsci “el Bona-parte de turno” es una figura eminentemente militar. No es el caso de Perón quien, a pesar de su grado y uniforme, era una figura civil que debía el origen y la pervivencia de su poder a la clase trabajadora más que a la corporación militar o a la burguesía. En este sentido pensamos que el peronismo fue un “bonapartismo sui generis”, o la expresión argentina de los populismos latinoamericanos que fueron históricamente progresivos (al menos en las etapas fundacionales antes de evolucionar hacia partidos del orden). A diferencia de Marx, León Trotsky (quien en su exilio mexicano de fines de los años 30 tuvo la oportunidad de ver de cerca las realidades latinoamericanas) utilizó en el mismo horizonte que Gramsci esta visión según la cual puede haber un “bonapartismo progresivo” o “regresivo”, ya sea que contribuya, o no, a la lucha de clases. Explícitamente, Trotsky utilizó la categoría de “bonapartismo progresivo” para referirse al gobierno populista de Lázaro Cárdenas. A pesar de ser un gobierno burgués, Cárdenas se apoyó en los sectores populares urbanos, el campesinado y la clase obrera para enfrentar al imperialismo, nacionalizar el petróleo9 e implementar un conjunto de reformas sociales (como un real avance de la reforma agraria).
sus proyectos políticos, sin que éstos fueran socialistas ni tendieran hacia la liberación nacional. 9. Kohan, Néstor, “¿Foquismo? (A propósito de Mario Roberto Santucho y el pensamiento político de la tradición guevarista)”. En AAVV, Ernesto Che Guevara: Otro mundo es posible, Buenos Aires, Nuestra América / La Rosa Blindada, 2003, pp. 213-259. DOS CAMINOS
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Utilizaremos la categoría populismo10 a pesar de sus contornos difusos y tomando nota de las precisiones que hacemos aquí, antes que bonapartismo o cesarismo, ya que permite tener en cuenta la realidad propia de varios procesos modernizadores populares similares que se desarrollaron en América Latina. Además, le agregamos el adjetivo progresista, para separarlo de otras experiencias con apoyo de masas de corte más conservador. En los populismos progresistas es esencial la presencia de las masas movilizadas y la obtención de mejoras reales tanto políticas como sociales y económicas en el marco de un proceso nacionalizador/estatizador de la economía dentro del capitalismo. También podríamos llamar al peronismo con términos menos cargados de negatividad: “movimiento nacional y popular”, pero creemos que los dos entran en la misma parte del espectro político y que la valoración positiva de los diferentes “populismos” lleva a denominarlos movimientos nacionales y populares. Santucho utiliza la categoría “bonapartismo” con una gran amplitud. No sólo la emplea para explicar la aparición del peronismo histórico (sin dejar claro si considera bonapartista la corriente que Perón expresa desde la Secretaría de Trabajo y Previsión en 1943 o si extiende esta categoría a todo el peronismo), sino también para describir la emergencia recurrente de los militares argentinos a lo largo de toda nuestra historia como el “partido del orden”, “partido del orden” tal como lo plantea Marx en el 18 brumario dejando la caracterización de populista a Montoneros, aunque al final de su análisis pareciera poder concluirse que el peronismo era una forma particular de bonapartismo: un populismo. Mas allá de Poder... poder... el PRT trabajó un estudio del peronismo más específico, donde asumen las categorías de Silvio Frondizi y Milciades Peña. Así en Poder... poder... el PRT colocaba al peronismo en la misma categoría
10. El tema de las categorías aplicables al estudio de los movimientos de masas latinoamericanos requiere de un nivel de precisiones mayor que el que este trabajo puede dedicarle. En realidad es difícil encontrar un término que no esté cargado de una fuerte valoración política (negativa o positiva) y, en este sentido, la categoría de populismo encierra cierta tendencia despectiva. Nosotros creemos que la formación social latinoamericana ha dado lugar al surgimiento de movimientos políticos de masas de un variado grado de progresismo que, vistos con un esquema de pensamiento eurocéntrico, parecerían reaccionarios.
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que los regímenes militares impuestos a partir de 1930 como una variante de los mismos, en la misma categoría que los regímenes militares impuestos a partir de 1930: “El exitoso golpe militar del 4 de junio de 1943, coincidente con la coyuntura económica internacional extremadamente favorable, producto de la Guerra Mundial, abrió un período de prosperidad y estabilidad capitalista que permitió importantes concesiones a las masas y sirvió magníficamente a la burguesía para infundir falsas esperanzas en los militares, para difundir entre las masas la teoría contrarrevolucionaria de la fusión pueblo-ejército como fórmula para la revolución nacional antiimperialista y popular. La realidad es que el bonapartismo militar ha sido el sistema más beneficioso para la burguesía y el imperialismo y más perjudicial a los intereses populares y de la nación”.11 El afán de simplificar las contradicciones a una sola (burguesía-proletariado) lleva a Santucho a meter en una misma bolsa situaciones distintas.12 Pero debemos destacar que en el mismo folleto Santucho realiza un análisis del período posterior a la caída de Perón y allí muestra una valoración positiva de la experiencia de lucha de las masas peronistas: “Pero nuevamente la presión de las masas fue muy grande. Saliendo rápidamente de la confusión nuestro pueblo intensificó la lucha reivindicativa y política, enfrentó activamente los planes capitalistas de superexplotación, continuó el accionar armado y urbano y agregó una intentona rural, que fue derrotada al no llegar a constituir sólidas unidades, y desbarató el plan frondicista de estabilización política en las elecciones a gobernadores de marzo de 1962 imponiendo en Buenos Aires un gobernador obrero (Andrés Framini) que aunque no era revolucionario, resultaba inaceptable para la burguesía en esos momentos”.13
11. Santucho, M., Poder burgués, poder revolucionario, Bs. As., Ed. 19 de Julio, 1995. 12. La simplificación del marxismo es una cuestión que venía preocupando desde hacia tiempo a teórico y militantes como. Antonio Gramsci por ejemplo dedica varias de sus notas al tema, problematizando las visiones manualísticas y simplificadoras. Lo hacia al abordar una discusión con Bujarin y en sus notas sobre le tema de la religión en los que problematiza temas relativos a ideología y conciencia de «simples» e «intelectuales. 13. Santucho, M. R., op. cit., pág. 16. DOS CAMINOS
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La contradicción entre la valoración de esta lucha y la identidad bajo la que se desarrolla no aparece explícitamente en el texto, Santucho la omite. Había en él una negación a articular en un análisis político-histórico la lucha de los trabajadores (que se reivindica y asume) y la identidad peronista de esos mismos trabajadores (que se repudia y combate). Finalmente, vemos cómo en los artículos recopilados por De Santis el PRT a través de la pluma de Julio Ferré precisa la naturaleza específica del bonapartismo peronista: “Por eso decimos que el gobierno de perón fue un gobierno bonapartista, que intentó un proyecto de desarrollo capitalista independiente controlando a la case obrera y apoyándose en ella”. El PRT consideraba al peronismo de los 70 “un fenómeno social agotado, sin posibilidades de desarrollo histórico” por representar los intereses del capitalismo nacional, inviable en la etapa de los monopolios. Siguiendo nuevamente a Silvio Frondizi y sus tesis de Realidad Argentina. Si esto era así para el PRT entonces la revolución debía ser obrera y socialista, y se desarrollaría según la teoría de «la revolución permanente» elaborada por Trotsky, según la cual el proletariado asume el poder para llevar adelante tareas democrático burguesas (en nuestro país, la liberación nacional) pero la misma dinámica de la lucha de clases impone inmediatamente la profundización del proceso y la construcción del socialismo. “La reiteración de la propuesta populista de Perón fracasará porque ya no existe una burguesía nacional como se creía en el 45 (...) La guerra revolucionaria está más vigente que nunca y nuestro partido y nuestro ejército mostrarán el camino hacia la victoria final”, sostenía Santucho en un boletín de circulación interna publicado en 1973.14 En este análisis asoma un déficit que el PRT-ERP arrastró durante toda su experiencia: la ausencia de una propuesta política entre la guerra revolucionaria y el trabajo de masas. La caracterización de la inviabilidad del proyecto de Perón era atendible, pero al ser la lucha armada la opción principal que se les presentaba a las masas, el trabajo político no armado quedaba relegado, de hecho, a un segundo o tercer plano, teniendo en cuenta además que el PRT ponía especial énfasis en el trabajo de inserción en el terreno sindical, donde la lucha es principalmente económica (esto lo desarrollare-
14. Boletín interno del PRT Nº 38, 24 de febrero de 1973.
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mos más adelante). Analizando el mismo momento político, sorprendentemente Santucho, líder indiscutido del partido, consideraba muy posible la derrota del peronismo en el 73; ese año, sostenía, el pueblo mostraba “total indiferencia y desesperanza ante las elecciones”.15 Debemos considerar que si hubo un proceso electoral con participación, movilización de masas y con consignas combativas, fue el del 73. Quizás estos errores del PRT en la caracterización del estado de ánimo de las masas (que repetirán tras el golpe del 76 con el llamado, desde las páginas de El Combatiente, sintetizado en la consigna «Argentinos a las armas»), tengan su origen en la ya planteada vocación reduccionista que se apoderó de las filas del marxismo revolucionario. En el afán de reducir el marxismo a manuales sencillos, formulas de fácil e infalible aplicación. En la necesidad de reducir lo complejo a lo simple para hacerlo aprensible por nuevos potenciales militantes y la incapacidad de no volver hacia lo complejo para aferrarse a lo supuestamente sabido. Todo esto llevó a un conocimiento parcial y a caracterizaciones equivocadas, a una visión muy esquemática de los procesos históricos, según la cual la estructura económica determina los procesos políticos y de conciencia (si la burguesía nacional estaba agotada históricamente, su expresión, el peronismo, también lo estaba y esto debía reflejarse en lo electoral). Ese afán simplificador dejó de lado o consideró irrelevantes los factores culturales y sociales en la configuración de la identidad de la clase obrera y fue consecuencia de una visión determinista de la relación basesuperestructura que desestimó la existencia de una relación de interacción entre ellas matizando los determinantes estructurales. También los revolucionarios de la época tenían una valoración excesivamente optimista de las posibilidades de éxito de una vanguardia armada. Es probable que todas estas falencias combinadas hayan dado origen a la incomprensión del peronismo por parte del PRT y a la denominada «desviación militarista», que llevó a que relegara el trabajo de masas por el trabajo militar, con el consecuente despegue de la realidad concreta de los trabajadores. Pero como dijimos, este tipo de simplificaciones era común en muchas organizaciones de la izquierda revolucionaria latinoamericana.
15. Boletín interno del PRT Nº 35, 16 de enero de 1973. DOS CAMINOS
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Consideramos que los factores subjetivos son determinantes en la construcción de la clase obrera como clase para sí. Si bien su ubicación den-tro de las relaciones de producción como suministradores del “factor trabajo” constituye a los trabajadores como clase dentro de la estructura económica del sistema capitalista (clase en sí), esto no es suficiente para que sea un actor colectivo en la lucha de clases consciente de sus derechos colectivos frente a la burguesía. En el proceso de constitución de la clase obrera como clase para sí interviene una serie de factores extraeconómicos, experiencias de lucha colectiva, elementos culturales, simbólicos, etc. Debemos recordar que, como dice Marx, las clases toman conciencia del conflicto estructural en el plano de las superestructuras. En nuestro país el peronismo constituyó una experiencia clave para la clase obrera, aportando elementos identitarios como los derivados de una sensación de igualdad política y social ante las demás clases y la idea de pertenecer a un bloque políticamente homogéneo. El peronismo, como expresión de “lo popular”, fue asumido por la clase trabajadora como identidad más allá de los factores estrictamente económicos (aunque, de más está decirlo, cimentado en los indudables avances económicos y sociales de la clase obrera en el período iniciado en 1946). Como adelantamos más arriba, en el PRT-ERP también se observa una dificultad para concebir políticas que medien entre la ideología y los objetivos estratégicos (que se deducen del análisis estructural económico de la sociedad), y la compleja y contradictoria evolución de la realidad política y la conciencia propia de las masas argentinas. O sea: a la vez que demostraba capacidad de insertarse en importantes sectores industriales (minoritarios frente a la burocracia peronista, pero significativos para el desarrollo del PRT) en el momento de pegar el salto de lo reivindicativo a lo político tenía dificultades para ofrecer otra política que no fuera la guerra revolucionaria. Más claramente: el PRT tenía bien definido como objetivo desarrollar el clasismo en la lucha económica, y en la política la guerra revolucionaria, pero en el medio había una laguna. Y si bien intentaron instalar “comités de base” amplios donde poder articular la lucha de las masas populares mas allá del PRT, éstos no llegaron a tener gran desarrollo. La masas aceptaban al PRT-ERP (en general en el 73 todas las organizaciones eran muy respetadas) pero la opción electoral de esas mismas 22
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bases seguía siendo el peronismo, y cuando una fuerza de izquierda peronista aparecía en la zona para realizar un trabajo de masas, le disputaba con éxito la base territorial. Montoneros era una organización peronista y hasta el regreso efectivo de Perón al país creía que el peronismo volvería para llevar adelante un proceso de liberación nacional cuyo conductor determinante era Perón. Caracterizaba el proceso como revolucionario en un sentido amplio, es decir, sus políticas tendrían una orientación en coincidencia con el progreso hacia el cambio revolucionario. Perón era el factor de unidad nacional, según las definiciones de «la M». Hasta mediados del 73 arrastró esta definición y justificó las agresiones del líder a través de la teoría del cerco.16 Para Montoneros la revolución sería popular y antiimperialista, impulsada por un frente de clases dentro del cual había que luchar por la hegemonía obrera; tendría tareas democráticas y de liberación nacional en una primera etapa, de modo tal que las tareas específicamente socialistas se postergaban para más adelante. Aunque está claro que para el ideario montonero el socialismo no se planteaba en una etapa completamente diferente y alejada de la liberación nacional, sino que las mismas contradicciones en la lucha antiimperialista llevarían en el corto plazo a la radicalización del proceso.17 También es importante delimitar cuáles eran los límites del proceso revolucionario para esta organización. Para los movimientos antiimperialistas un proceso revolucionario no implica necesariamente la instauración del socialismo, sino un desarrollo en el cual las medidas de carácter antiimperialista, favorables a los trabajadores, se suceden sin que, por un período relativamente prolongado de tiempo (algunos años) necesariamente el modo de producción dominante deje de ser capitalista. En este sentido era posible concebir a Perón como un líder revolucionario ya que
16. La “teoría del cerco” era la explicación que la dirigencia montonera daba a sus bases de las agresiones del líder. Se argumentaba que no era Perón quien dictaba las políticas contrarias a los intereses populares, sino que existía un cerco de personajes nefastos que lo habían rodeado y le filtraban la realidad. 17. En este sentido, las etapas planteadas por Montoneros se distanciaban de las sostenidas por el Partido Comunista, que en ese entonces proponía una revolución democrático burguesa, y del PRT que, como vimos, proponía el socialismo ya. DOS CAMINOS
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muchas de sus declaraciones tenían ese sesgo (muchas otras no), y las mismas conquistas del período 46-55 y su continuidad requerían, en la visión de los peronistas revolucionarios de la época, la profundización del camino anterior.18 Por otro lado, es necesario matizar la «ortodoxia» de Montoneros ya que a lo largo del 73, con su gran crecimiento19 , su definición como actor político independiente de Perón y la incorporación de muchos cuadros de izquierda (y la izquierdización de muchos otros), comenzó a manejar dos discursos: uno hacia las masas, donde reafirmaba reiterativamente su disciplinamiento a las directivas de Perón (reinterpretadas por ellos), y otro hacia el interior de la organización, donde definía más claramente su aspiración de convertirse en la conducción del peronismo más allá de Perón.20 Por ejemplo, hacia el interior de la organización (durante 1973 y hasta la ruptura) se dejaba circular la consigna «Montoneros y Perón conduc-
18. Acá salta otra diferencia entre el PRT y el peronismo revolucionario en general, que se origina en sus visiones históricas diferentes, la caracterización de la contradicción principal y los ritmos que un proceso revolucionario debe llevar. Para el PRT una profundización de las medidas de Perón del 46-55, era el Congreso de la Productividad y un ajuste favorable al capital nacional, y en esta etapa, al capital internacional. Para los peronistas, por el contrario, la profundización se orientaba hacia una mayor estatización y control obrero, como había expresado la clase obrera peronista en La Falda, Huerta Grande y el programa de la CGT de los Argentinos. 19. En 1971 en uno de los primeros reportajes dados por la organización, Montoneros decía: “Pero nos unieron la convicción y el sentimiento ya comunes de la necesidad de luchar con las armas en la mano por la toma del poder con Perón y con el pueblo y la construcción de una Argentina justa, libre y soberana” (en revista Cristianismo y Revolución, Nº 28, abril de 1971). Es significativa la preposición “con”, que adjudica a la naciente organización un rol que va más allá de Perón mismo. 20. Ver el compendio de documentos y extractos de éstos que Montoneros editó en el año 1977 bajo el nombre Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, donde desarrollaba su visión de su propia historia. También, a pesar de que no coincidimos con su perspectiva, el trabajo de Silvia Sigal y Eliseo Verón, Perón o Muerte, es muy interesante en el abordaje crítico del discurso de la izquierda peronista y sus contradicciones.
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ción” y se cuestionaban las políticas del General en boletines y documentos internos, lo que enfurecía al líder.21 Conviene aclarar que este «doblediscurso», más que una maniobra de engaño a las masas, parecía ser la única forma que los dirigentes encontraron para mantener su identificación como peronistas, ya que consideraban que el prestigio de Perón frente a las masas continuaba intacto. Lo cierto es que las posiciones de los diferentes grupos peronistas que formaban la Tendencia no eran iguales en todos los casos y variaban a través del tiempo. En realidad es difícil encontrar una definición categórica sobre Perón de alguno de los grupos peronistas de izquierda que haya permanecido inalterada durante toda la etapa estudiada. Montoneros tenía una gran expectativa en el proceso abierto en 1972 con la campaña “Luche y vuelve”,22 que hizo extensiva a Perón, pero esto no se dio de la misma manera en todos los grupos. Una escisión de Montoneros, la Columna Sabino Navarro, y el Peronismo de Base, abandonaron rápidamente el disciplinamiento a las directivas de Perón y plantearon la necesidad de construir una alternativa obrera independiente, lo que básicamente significaba la creación de una organización política de masas independiente de Perón. Igualmente, en momentos tan tempranos como la segunda mitad del 73, ya no había dudas en el conjunto de la Tendencia de que Perón se orientaba en su contra y que había que construir otra cosa; las diferencias entonces se dieron en torno a cómo prepararse para la ruptura en mejores condiciones. En general “la M” consideró, como toda la izquierda peronista, que el justicialismo como doctrina (y no el Partido Justicialista) era una etapa en el camino al socialismo: una forma particular que tomaba en Argentina la lucha de la clase trabajadora y que (desde la perspectiva de las causas internas y del socialismo nacional, que veremos mas adelante) se debía ser partícipe de esa experiencia. No hay «infiltración» como después acusará Perón, por el contrario hay una transición ideológica de algunos militantes de la resistencia que consideraban que el peronismo era una «revolución inconclusa» que se debía terminar (y que tenía una ideología incon-
21. Roberto Cirilo Perdía, entrevista con el autor, 15 de junio de 2004. 22. “Luche y vuelve” fue la consigna de masas que se instaló desde 1972 hasta el regreso definitivo del General en 1973. DOS CAMINOS
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clusa que se debía completar); y, por otro lado, una asunción por parte de militantes marxistas, nacionalistas y cristianos de base, que asumían el peronismo como “vía” hacia una revolución que iba mas allá de lo que el peronismo efectivamente realizó durante su gobierno pero que se concebía como una evolución necesaria dentro de las nuevas condiciones internacionales y económicas. En ese sentido es interesante observar la trayectoria de los sectores más viejos del peronismo formados durante la Resistencia. Tanto el Peronismo de Base y la FAP, como otras agrupaciones y militantes combativos vinculados a la Resistencia (que sufrieron toda la gama de desaires a que Perón los sometió), tenían una serie de resguardos mucho más fuertes hacia Perón que los montoneros. La profundización de la lucha llevó a desnudar el carácter de clase del enfrentamiento post 55 en forma más cruda, y más allá de la poderosa identidad peronista policlasista, los principales partícipes de la lucha visualizaban nuevos horizontes que no estaban contenidos dentro de la antinomia básica peronismo-antiperonismo. Esta nueva definición, a la que se accedió a través de la lucha de clases pero tambien a partir del peronismo, llevó al mismo tiempo a ver las limitaciones del movimiento, traducidas en los límites de la conducción de Perón. Por eso muchos de los viejos resistentes adscribieron al “alternativismo” y, sin abandonar la identidad peronista, se aproximaron a las posiciones del PRT y del Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS).23 Por el contrario, Montoneros rechazó esta opción pues consideraba, por un lado, que no era el clasismo la respuesta a los límites del peronismo, ya que el frente de liberación nacional requiere de la presencia de otras clases sociales además de la clase obrera; y por el otro, no creía que se fuera a dar un fenómeno de lucha de clases en el seno del movimiento, como planteaba el alternativismo. Para «la M» en el peronismo sólo se encontraba la clase obrera, como expresó en la «Charla de la Conducción Nacional ante las agrupaciones de los frentes» de 1973.24 La organización
23. El FAS era una convocatoria frentista donde el PRT se agrupaba con otras fuerzas de izquierda y algunos peronistas clasistas que no rechazaban la lucha armada. 24. “Charla de la Conducción Nacional ante las agrupaciones de los frentes, 1973”, en: Baschetti, Roberto, De Cámpora a la ruptura. Documentos 1973-1976, Buenos Aires, De la Campana, 1996, pág. 258-310.
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desarrolló la idea de «verdadero peronismo» como solución para explicar su adscripción al peronismo, idea surgida de la Resistencia y que le permitió salvar hacia sí misma y sus simpatizantes su identidad como parte del movimiento. “Hacia sí misma” porque la mayoría de los dirigentes tradicionales, burócratas sindicales, caudillos provinciales, etc., rápidamente los tildó como “infiltrados”, con el aval del propio Perón.
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3. IDEOLOGÍA, MÉTODO DE ANÁLISIS
Una de las acepciones más fuertes de ideología presentada por Marx (desarrollada principalmente en La ideología alemana) sostiene que funciona como un cristal a través del cual miramos el mundo, deformándolo: “Si en toda ideología los hombres y sus circunstancias aparecen invertidos como en una cámara oscura, este fenómeno surge del proceso de su vida histórica en la misma medida que la inversión de los objetos en la retina lo hace del proceso de la vida física”1 . Decía también que el materialismo histórico, en tanto ciencia, venía a terminar con las ideologías deformadoras de la realidad. Aquí el concepto “ideología” se empleará de manera más instrumental vinculada con la lucha de clases, tal como lo usó Lenin, como concepción teórica a través de la cual se analizan los hechos, como concepción económica, política y filosófica que permite abordar el conocimiento de las sociedades que los revolucionarios pretenden transformar2, y como concepción del mundo de las diferentes clases sociales en una determinada etapa histórica. No es que consideremos que todas las formas de encarar el estudio de la realidad (presente o pasada) sean equivalentes; asumimos la concepción de que la verdad es una y que existen por un lado diferentes puntos de vista (de clase) sobre la misma (diferentes ideologías a través de las cuales encarar la comprensión de la realidad), y por otro, “patrañas” des-
1. Marx, Carlos, La ideología alemana, pág. 47. 2. Escribía Lenin en la “Carta a la Federación del Norte”: “El socialismo en la medida en que es la ideología de la lucha de la clase proletaria, está sometido a las condiciones generales del nacimiento, desarrollo y consolidación de una ideología (...) en la lucha de clases del proletariado que se desarrolla de manera espontánea, como fuerza elemental a partir de las relaciones capitalistas, el socialismo es introducido por los ideólogos”. Lenin, V. I., Obras completas. Tomo VI, Buenos Aires, Cartago, 1960.
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tinadas a oscurecer o justificar el estado de cosas. Creemos a su vez que toda verdad es relativa al ser susceptible de ser superada por nuevas investigaciones, pero que es objetiva si se utiliza un método de estudio científico. Lo que no creemos es que exista un método de análisis científico para las ciencias sociales suficientemente desarrollado que permita alcanzar una verdad absoluta, pero sabemos que el materialismo histórico es la más importante herramienta teórica con que contamos para encarar un análisis objetivo de la realidad desde la óptica de la clase trabajadora. Hecha esta aclaración, caracterizamos al PRT como una organización marxista-leninista (en ideología e identidad) que buscaba construir el partido de la clase obrera. En ese sentido, el socialismo del PRT estaba claramente definido y se basaba en la expropiación de los medios de producción, mientras que no contemplaba una etapa de revolución democrático burguesa. Tenía como modelo los países socialistas de la época. Sus modelos de Estado -hasta la rectificación del último Comité Central en 1976, cuando caracteriza a la URSS como “baluarte del socialismo”- siempre mantuvieron un sesgo no soviético aunque «estalinista»: Corea, Albania, Vietnam, Cuba y China. A pesar de esta definición explícita y permanente del PRT a lo largo de toda su historia, pueden verse una serie de oscilaciones en torno al trotskismo. El PRT adoptó muchas de sus categorías, entre ellas la “teoría del desarrollo desigual y combinado” y la “teoría de la revolución permanente”. Estas ideas guiaban muchas de sus concepciones y posiciones frente a las distintas coyunturas. En su Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky formuló la hipótesis de la “ley del desarrollo desigual y combinado”. Consiste básicamente en que los modos de producción se expresan en las sociedades concretas a través de formaciones sociales, o sea que nunca existen países y sociedades capitalistas absolutamente homogéneos, compactos, con un único modo de producción. En realidad, hay relaciones sociales de distintos modos de producción que están combinadas entre sí. Algunas predominan sobre otras, pero están combinadas. Trotsky sostenía: “Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del desarrollo desigual y combinado, aludiendo a la aproximación DOS CAMINOS
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de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas”. Con esta herramienta el PRT se aproximará a una compleja caracterización de la sociedad argentina y se alejará de las concepciones más simples que imperaban en la izquierda de la época y anterior. El PRT adhirió a la Cuarta Internacional en el V Congreso (julio de 1970). Joe Baxter3 , enviado a la Argentina directamente por la Cuarta, y Pedro Bonnet y Luis Pujals, impulsaron junto con Santucho la adscripción a la Internacional, venciendo durante dicho congreso las reticencias de la mayoría de los presentes4 . Santucho planteaba: “León Trotsky mantuvo en alto la bandera marxista leninista del internacionalismo revolucionario (...) que mantiene la Cuarta Internacional, y que debemos levantar y agitar sin tapujos”, pero también sostenía que las organizaciones integrantes de un bloque revolucionario internacional común eran los partidos comunistas de China, Albania, Vietnam, Cuba y Corea, profundamente antitrotskistas. Estas definiciones fueron una fuente del conflicto que estalló cuando las diferencias entre la práctica del PRT y la línea de la Cuarta se volvieron insostenibles, hacia fines de 1973 .5 Una de las causas de esta adscripción al trotskismo debe buscarse en la posición favorable al “evolucionismo” y al “etapismo” de los partidos comunistas latinoamericanos más vinculados con la URSS. Estos partidos
3. Joe Baxter había sido fundador del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (escisión de la organización de derecha Tacuara) que realizó el asalto al Policlínico Bancario en 1960. Trabajó con los Tupamaros y el Vietcong para recalar finalmente en la Cuarta Internacional. Antes de morir en un accidente aéreo en Francia, fue el inspirador de la “Fracción Roja”, contraria a la línea de Santucho. 4. En los trabajos de Luis Mattini, de Enrique Gorriarán Merlo, en la biografía de Santucho Todo o nada, de María Seoane, y en otros escritos se plantea que la adscripción a la Cuarta Internacional generaba mayoritariamente dudas o rechazos. 5. En este punto no sólo deben tenerse en cuenta las oscilaciones de Santucho en el plano de las relaciones internacionales, sino también las oscilaciones de la Cuarta Internacional respecto de la lucha armada. Hacia fines de los 60 y durante los primeros 70 la Cuarta, arrastrada por la oleada de lucha armada de liberación exitosa en el Tercer Mundo y por las luchas obreras y estudiantiles en Europa, decidió apoyar la lucha armada. En diciembre del 68, en su IX Congreso –en el que participó el PRT, ya separa-
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consideraban que la transición al socialismo se produciría por el agotamiento del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el modo de producción capitalista. Por lo tanto no se podía impulsar una revolución socialista mientras nuestros países no agotaran esa etapa. Además, consideraban que la evolución de las sociedades humanas pasaba por etapas fijas y predeterminadas en todos los casos: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo; o sea que si una sociedad era semifeudal o atrasada en su desarrollo capitalista, le correspondía un revolución democrático burguesa, no socialista. En general esta visión se ajustaba a las necesidades de la URSS de lograr un modus vivendi con el imperialismo capitalista (era la época de la coexistencia pacífica). Y tuvo como consecuencia el rechazo de las opciones revolucionarias que pretendían “saltar etapas”, a las que calificaba como aventureristas o populistas. En la práctica esto implicó una serie de rupturas que en los 60 afectaron las filas comunistas, a partir de adscripciones a posiciones castristas, maoístas o guevaristas. El PRT, y en general todos los revolucionarios de esa etapa en Latinoamérica, construyeron su ideario teniendo como referencia negativa las posiciones del PC, posiciones que rechazaban e identificaban con el reformismo. Igualmente la fuerte adhesión de los perretistas a la Revolución Cubana fue, más tarde, la puerta que le permitió acercarse a los países del bloque comunista luego de la ruptura definitiva con la Cuarta. Para el PRT-ERP, el marxismo leninismo era la teoría revolucionaria, de carácter universal, y a partir de ella analizaba la realidad nacional y desplegaba su política, como sostiene en su polémica con las FAR: “La afirmación de ustedes (de los miembros de las FAR) que ‘el marxismo no es una bandera política universal’ es falsa (...) porque se hace necesario que el proleta-
do de Nahuel Moreno-, la Internacional planteaba que para América Latina el camino era la lucha armada a través del campesinado, existiera o no partido. Esta posición fue corregida rápidamente por su dirección justo en el momento en que el PRT profundizaba su opción por el ERP como principal frente de masas a construir. Ya en julio del 71 Ernest Mandel le envió una comunicación al PRT con la revisión de su posición, pidiendo que los argentinos siguieran el mismo camino. Finalmente, en febrero de 1974, en su X Congreso, la Cuarta Internacional se distanció del PRT autocriticándose por haber dejado de lado las diferencias en una actitud «oportunista». DOS CAMINOS
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riado, como única clase capaz de producir la transformación de la sociedad, adopte una ideología independiente de la burguesa (...) Una política marxista a nivel mundial es posible por la fidelidad de todos los comunistas que luchan en todos los continentes a los principios de esa ideología”6. O sea, hay un modelo a adoptar que ya existe en la teoría planteada por Marx y Engels, que en lo organizativo es el partido propuesto por Lenin en Qué hacer, y que en la práctica es la guerra revolucionaria bajo el modelo vietnamita con aportes guevaristas; sobre estos modelos dados habría posibles retoques nacionales. La posición del PRT debe mucho al programa de acción expuesto por el Che Guevara en su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, en el que proponía una mirada supranacional sobre el conflicto con el imperialismo. La lucha nacional, país por país, era parte de una batalla mayor de carácter antiimperialista e internacional, por eso cualquier revolucionario era parte de una política comunista mundial, tal como les planteaban los perretistas a las FAR en la polémica del 71. Para ellos el marxismo no era sólo un método de análisis, como para las FAR, o una guía para la acción como planteó Montoneros en el 73, sino también una ideología política, una bandera identitaria y una concepción del mundo. En tanto método, ideología política completa y concepción del mundo, tiene como meta la revolución mundial y, por ello, debe analizar el capitalismo como un sistema a una escala que no puede ser la nacional. Por eso el PRT-ERP partía siempre de la caracterización de la situación internacional como marco determinante del resto de las contradicciones, para pasar luego a la regional y finalmente a la nacional, en ese orden. O sea, de lo general a lo particular acompañando un movimiento analítico que va desde lo teórico hacia lo concreto. Escribe el ERP en su respuesta a las FAR: “Los requisitos generales que todo marxista exige cuando se consideran los problemas de la estrategia de poder y la lucha armada son los siguientes: 1) en primer lugar debemos hacer un análisis de la situación económica capitalista mundial y de la lucha revolucionaria
6. Ver “Reportaje a las FAR”, en revista Militancia, Nº 3, pág. 36 y siguientes; y “Fuerzas Armadas Revolucionarias”, revista Militancia, Nº 4, pág. 35 y siguientes, en la que se incluyó la respuesta del ERP a las opiniones del “Reportaje...” y la contraargumentación de Carlos Olmedo.
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internacional teniendo en cuenta que la revolución socialista es internacional por su contenido y nacional por su forma (...) 2) En segundo lugar debemos hacer un análisis de la relación de fuerzas entre las clases (...) Resumiendo debemos considerar las condiciones que abarcan la situación económica, política y militar en su conjunto: en el mundo, en el continente, en la región y en el país”7 . Entonces: existe la Revolución, una, real, hacia la cual se debe tender. Puede haber desviaciones basadas en realidades nacionales, pero son desviaciones que deberán superarse hasta llegar al modelo real que el análisis científico desde el marxismo-leninismo permite conocer. Alternativa a esta concepción es la que considera los planteos teóricos como conceptualizaciones que sirven de guía, pero que no expresan un modelo perfecto a alcanzar sino un concepto sintetizador de muchas posibles variaciones.8 Montoneros, en cambio, se planteaba en su origen como una organización popular (no de la clase obrera, o sea, no clasista), aunque consideraba que la hegemonía del proceso de liberación nacional debía ser de los trabajadores y no de la burguesía. Teóricamente eran tributarios de la “izquierda nacional”, en la cual abrevaron varias concepciones clave, y se definían como una organización nacionalista. Esta definición, identitaria e ideológica, ha sido muchas veces malinterpretada por sectores tanto de izquierda como liberales. En general, se asocia linealmente el nacionalismo a la política e ideología que se da la clase burguesa dominante para encuadrar a las demás clases (principalmente la obrera) tras las banderas de la nación, es decir tras los empresarios y terratenientes modernos. Pero existía en la época una asunción del nacionalismo que tenía su origen en las luchas de liberación de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo,9 que difería de la tradicional. Juan José Hernández Arregui, uno 7. Militancia Nº 4, pág. 37 8. Para ver más en profundidad este tema habría que analizar las diferencias filosóficas entre el realismo y el nominalismo, y cómo éstas se proyectan en las concepciones actuales, específicamente sobre el marxismo y los procesos revolucionarios. 9. Quizá sea de interés analizar otras posiciones nacionalistas o patrióticas que difieren del nacionalismo burgués, como la soviética en la lucha contra las sucesivas invasiones que sufrió desde 1917 hasta 1945, o la misma concepción nacional de la Revolución Francesa. DOS CAMINOS
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de los máximos referentes intelectuales de la “izquierda nacional”, planteaba dos definiciones útiles para caracterizar los diferentes nacionalismos y que fueron la clave de la identificación nacionalista de la izquierda peronista: 1) El nacionalismo posee un doble sentido, según corresponda al contexto histórico de una nación poderosa o de un país colonial. Hay en el umbral del tema, pues, una distinción no de grado sino de naturaleza entre el nacionalismo de las grandes potencias –EEUU, Inglaterra, Francia-, que son formaciones históricas ya constituidas, y el nacionalis -mo de los países débiles que aspiran, justamente, a constituirse como naciones. 2) El nacionalismo adquiere connotaciones irreductiblemente contrarias según las clases sociales que lo proclaman o rechazan.10 O sea, para Hernández Arregui el nacionalismo, en la época de las luchas anticoloniales, en los países oprimidos es, en manos de los pueblos, un primer paso hacia su conciencia anticapitalista. Ésta es la matriz a emplear para calificar el nacionalismo de “la M”11 y la izquierda en general, que, más allá de las posibles críticas y ambigüedades, no indica unívocamente la subordinación de los trabajadores a la burguesía (aunque tampoco defina lo contrario). En este sentido no se trata de una ideología completa sino parte constitutiva de ella, y junto a los demás elementos hacía a la ideología montonera, que por otra parte evolucionó, o mejor dicho se formó (maduró según ellos mismos, en las diferentes fuentes que usamos) con el paso del tiempo. En otro de sus trabajos clásicos Hernández Arregui planteaba que el marxismo es “la teoría general aplicada al caso nacional concreto (...) en tanto método de interpretaciónde la realidad (que) ordena tal análisis teórico con la lucha práctica de las masas contra el imperialismo en el triple plano nacional, latinoamericano y mundial y en ese orden”.12 La izquierda peronista en general también fue deudora, en su método de análisis, de la teoría de “las causas internas” de Rodolfo Puiggrós,
10. Hernández Arregui, J. J., Nacionalismo y Liberación, Bs. As. Contrapunto, pag. 15. 11. En la jerga de la época “R”, “P” y “M” eran formas coloquiales de denominar a las FAR, las FAP y los Montoneros. 12. Hernández Arregui, J. J., La formación de la conciencia nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973. Las itálicas son nuestras.
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quien plantea -simplificadamente- que no existe posibilidad de que la influencia externa penetre en un país si no encuentra vehículos que lo permitan. O sea: para que haya neoliberalismo en Argentina debe haber una clase o fracción de clase y sus representantes políticos que expresen internamente esos intereses. No basta la presión externa (a menos que esta presión sostenida cree con el tiempo sus causas internas); son los procesos internos en última instancia los que impulsan el desarrollo de las naciones, y en este sentido la teoría de Puiggrós hacía foco centralmente en la sociedad nacional y repudiaba a la dirigencia política e intelectual latinoamericana por estar desvinculados “de los respectivos pueblos” y por subordinar a las causas externas “la totalidad o parte decisiva de las causas internas”. “No conciben el paso de nuestras sociedades por sí mismas de lo inferior a los superior”, señalaba.13 Entonces siguiendo a Puiggros, Hernández Arregui y a los intelectuales del marxismo nacionalista Montoneros partía de lo nacional y lo empírico, por eso su socialismo no era “socialismo” a secas sino socialismo nacional, con el aditamento “nacional” fuertemente marcado, ya que ésta era para los revolucionarios peronistas la única forma concreta de existencia del socialismo. Y además le permitía realizar una doble operación: 1: distanciarse del socialismo propugnado por el PC el PS y la izquierda clásica antiperonista; 2: entrar en consonancia con el discurso de Perón. “La validez de la experiencia histórica de la clase obrera argentina, el reconocimiento de que es en su ideología real, concreta, existente desdedonde debe situarse el punto de partida (...) nuestra estrategia se basa ante todo y sobre todo en el estudio y conocimiento de las peculiares condiciones en que en nuestra patria se desenvuelve”,14 escribía Carlos Olmedo, jefe de las FAR en 1972, cuando la opción por el peronismo de
13. Puiggrós Rodolfo, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, Buenos Aires, Hispamérica, 1965. En realidad sobre este tema de las “causas internas” es importante precisar que dentro del marxismo, fue Mao Tse Tung el primero en plantearlas. Mao desarrolla su idea en las Cinco tesis filosóficas, especialmente en Sobre la contradicción. La coincidencia básica (mas allá de el fuerte acento histórico y nacional de Puiggros frente al más filosófico y abarcativo de Mao) nos permites afirmar que el historiador argentino abrevó en las concepciones chinas para desarrollar sus ideas. 14. “Nuestra polémica con los compañeros del ERP”, Militancia, pág. 38-39. DOS CAMINOS
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esta organización se acentuaba e implicaba una profundización de las posiciones montoneras originales mucho más simples;15 y marcaba también un importante distanciamiento de las posiciones del PRT. Carlos Olmedo introduce dos nociones que se emparientan con las ideas del historiador británico E. P. Thompson respecto a la constitución de la clase obrera: experiencia y formación. Desconocemos si entre las lecturas de Olmedo se encontraba el historiador inglés, pero es notorio que en confrontación con interpretaciones deterministas de los procesos históricos y de conciencia (Thompson discute con el estructuralismo de Altusser) Olmedo haya recurrido a las mismas nociones: la clase obrera argentina, tenia una conciencia propia, la peronista, que era fruto de su experiencia y que la constituye como clase nacional. Durante 1975 y 1976 los montoneros discutieron también una definición más precisa de su socialismo. Según relata Carlos Flaskampf: “Nos llegó desde las instancias superiores de que hacia el interior de la organización debíamos decir simplemente socialismo sin el agregado de nacional”,16 mientras que hacia fuera se mantenía lo de socialismo nacional. Pero no llegó a ser una definición orgánica, más bien se mantuvo en estado de debate interno. Esto no significaba que “la M” tendiera a dejar de ser nacionalista, pero sí que buscaba una mayor precisión de sus conceptos en términos marxistas. La radicalización de los sectores más avanzados de la clase obrera, la crisis del peronismo, la derechización de la cúpula política y sindical y la constante presión del PRT por izquierda, eran el acicate que impulsaba esa evolución. Perdía, justamente, señala en esto un error que impidió ver el camino más general del conjunto social, que daba señales de ir en sentido inverso.
15. Éstas se encuentran sintéticamente expresadas por Montoneros en el reportaje publicado en la revista Cristianismo y Revolución Nº 28. 16. Carlos Flaskampf, entrevista con el autor, 15 de noviembre de 2004. Flaskampf fue militante del Grupo Ejército de Liberación (GEL), organización guerrillera urbana marxista formada a principios de los 70; cayó preso en 1971 y salió en libertad con la amnistía del 73. A partir de ese momento se sumó a las FAR y vivió el proceso de fusión con Montoneros. En el 75 se alejó de la organización por diferencias con la línea adoptada.
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Pero más allá del punto de partida teórico para analizar la situación nacional, la diferencia central estaba en la valoración de “la experiencia concreta de los trabajadores”: el peronismo. Y ante eso el PRT era irreductible. Si observamos la relación PRT-Montoneros después de la ruptura de “la M” con Perón, ésta mejoró notoriamente, produciéndose un gran acercamiento y el intento de creación de la Organización para la Liberación Argentina (OLA). Pero la forma de abordar el análisis de la realidad de ambas organizaciones permaneció invariable, siendo el peronismo la divisoria de aguas determinante, y no los otros puntos de discusión. Esto remite a la diferencia entre ambas organizaciones marcada anteriormente: la forma de abordar el estudio de la realidad nacional; de lo general a lo particular o de lo particular a lo general. Para los revolucionarios que asumían el peronismo la cuestión era “actuar fundidos con las masas”17 desde su propia identidad, por eso no sólo asumían la identidad peronista sino que le daban mucha importancia a la asimilación de la historia nacional según la interpretación del revisionismo histórico, cosa que los distanciaba todavía más del PRT, cuya lectura de la historia se basaba centralmente en Mitre y en los trabajos de Milcíades Peña. De todos modos, no se trataba sólo de una diferencia cualitativa que hizo que Montoneros abrevara en el revisionismo y el PRT no. Existía también una diferente valoración de la historia nacional en la definición de la identidad. Para la izquierda peronista la discusión de las raices históricas era central y hacia a la definición de la ideología. La tesis de los movimientos nacionales como hilo conductor de la lucha del pueblo a través de diferentes etapas históricas explica en parte esto. El PRT concebía la ideología y la teoría revolucionaria desde una posición mas universalista, con un grado de independencia mayor respecto de la historia nacional. Los militantes montoneros en cambio se formaban en muchos casos desde la lectura de obras de revisionismo histórico. Para la izquierda peronista, el peronismo era “el hecho maldito del país burgués”, como había dicho Cooke. Maldito tanto para la izquierda como para la derecha, ya que rompía con lo que debían ser las expresiones “normales” de las clases en una sociedad plenamente burguesa. Esto, que lo volvía un hecho a ser interpretado y comprendido para la izquierda pero-
17. Carlos Flaskampf, entrevista con el autor. DOS CAMINOS
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nista, significaba, para la izquierda antiperonista, lo contrario: un hecho deformante de la que debía ser la verdadera expresión y conciencia de los trabajadores. Esta diferencia iba más allá de un mero posicionamiento de coyuntura frente a un gobierno particular; por el contrario, al ser el peronismo una fuerza política fuertemente implantada en la conciencia, la cultura y la identidad de las masas populares que se expresaba en todos los ámbitos de la politizada sociedad de la época, significaba para ambas organizaciones una divisoria de aguas que sólo se podía superar a partir de la autonegación del peronismo como opción política nacional-popular. Por lo menos hasta 1973, Montoneros se consideraba como una forma organizativa y de lucha superior dentro del peronismo y en ese sentido (y sólo en ése) eran vanguardia18. En las discusiones para la fusión con las FAR (desde fines de 1972 hasta el 25 de mayo de 1973), éste fue un punto central de debate: para las FAR era necesario construir el clásico partido de vanguardia en una variante nacional para conducir el proceso revolucionario, mientras que para Montoneros la conducción de las masas era ejercida por Perón, y la organización debía articularse con esa realidad. Según Roberto Perdía, “para ‘la R’ conducía el partido, (...) para nosotros conducía el que conducía y ése era Perón”19. A pesar de estas definiciones de
18. Este debate lo transmiten actualmente Carlos Flaskampf en Organizaciones político militares, y José Amorín en Montoneros. La buena historia. Allí Amorín en un libro en el que balances y analiza su experiencia en Montoneros (que protagonizó como cuadro medio desde sus orígenes) reivindica esta idea, de fuerza dentro del movimiento peronista y sometida a sus límites. Critica abiertamente la influencia marxista y especialmente al leninismo (que atribuye su introducción a militantes de las FAR) que llevaron a colisionar con Perón y el resto del movimiento. Es interesante esta posición porque, si bien el viraje hacia la construcción de la fuerza propia más allá del peronismo fue aceptado por la mayoría, es probable que muchos militantes montoneros y aún cuadros no asumieran plenamente en su fuero interno esas definiciones. Tanto Flaskampf como Amorín abandonaron la organización montoneros antes del 76. 19. Roberto Perdía, entrevista con el autor, 15 de junio de 2004. Y agrega para precisar más su idea: “Conducir a las masas era, para nosotros, el hecho irrefutable de que Perón tomaba una decisión de ir en un determinado sentido o hacer determinada cosa y la gente lo seguía, en ese sentido es que Perón conducía”.
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momento, es evidente que muchos cuadros aceptaron las definiciones anteriores al calor de la impresionante movilización popular que generaron la vuelta de Perón al país el 17 de noviembre de 1972 y las elecciones del 11 de marzo del 73. Pero, en la práctica, estas definiciones empíricas eran imposibles de sostener: los roces con Perón y con las estructuras tradicionales del peronismo llevaron rápidamente a la organización fusionada bajo el nombre de Montoneros hacia una concepción de vanguardia clásica. Además, la aceptación de la estrategia de Perón no fue homogénea en el conjunto de la organización: en Montoneros, antes de la fusión con las FAR, hubo rupturas en torno a la participación en las elecciones: “Los compañeros tenían la visión clásica, lo nuestro fue una novedad por lo menos en América Latina, que un grupo guerrillero fuera a elecciones (...) Ahí nace la columna Sabino Navarro20 : no estaban de acuerdo con las elecciones, nos acusaban de reformistas”, sostiene Perdía, aunque finalmente el enorme peso de la movilización de masas terminó oficiando de catalizador a favor de la estrategia participacionista. El socialismo nacional de Montoneros era una construcción a realizar, y estaba definido en forma poco clara hacia fuera de los cuadros de la organización. En parte gracias a esta amplitud -con el proceso de “engorde” durante el boom de noviembre del 72 hasta junio del 73-, la organización sumó una infinidad de pequeñas agrupaciones peronistas de diferentes tendencias que acordaban con la ambigüedad de sus definiciones, pero que en realidad tenían concepciones diferentes. Aun en los documentos emanados de la misma conducción no se encuentran citas de Marx y, si bien los términos y categorías marxistas se desplegaron profusamente desde 1973, nunca la organización se asumió pública ni
20. La columna Sabino Navarro rompió con la OPM antes de las elecciones del 73. Era realmente numerosa para el desarrollo de la organización en ese momento, pero con la explosión numérica del 73 pronto se llenarán los huecos. Luego la Columna se acercó a las posiciones alternativistas del PB, mientras que muchos de los críticos volvieron a Montoneros. Se puede leer el “Documento verde”, dossier publicado por la revista Lucha armada en argentina XXXX. Este documento fue escrito por un grupo de presos montoneros durante el 72 y es considerado la base de la posterior ruptura de la columna. En él pueden leerse análisis críticos multifacéticos sobre la política montonera. DOS CAMINOS
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privadamente como marxista leninista. La asunción pública del marxismo leninismo hubiera significado para “la M” una ruptura muy fuerte con la tradición político identitaria de la cual abrevaba: la concepción de que la lucha se desplegaba nacionalmente a través de nuestra historia entre movimientos nacionales y populares que expresaban las fuerzas del autodesarrollo vs elites cipayos que organizaban un bloque político y social extranjerizante. Es por eso que, más allá de su ruptura con el peronismo y de considerarlo agotado en el 75, la organización no lo negó sino que se consideró heredera y superación dialéctica. Es decir que, aun con su fuerte raigambre nacionalista, Montoneros podría haber asumido posiciones públicas y de masas más explícitamente marxistas en sus declaraciones y documentos internos, como lo hicieron muchas otras organizaciones del Tercer Mundo de características similares, pero no lo hizo. En este sentido, la identidad peronista que se planteaba en la práctica como excluyente del marxismo (al menos al nivel del sentido común de las masas peronistas y de la ideología partidaria oficial) impidió que “la M” diera este paso. Montoneros por mas que asumiera en marxismo, debía cumplir con el rol histórico de conducir un movimiento nacional amplio, cuya identidad e ideología no era marxista ni clasista. Por el contrario el PRT, en tanto partido de vanguardia del proletariado, asumía públicamente la ideología y las banderas que esa vanguardia debía tener: el marxismo leninismo. Para explicar su rol en el movimiento, en el documento “Charla a los frentes...”,21 Montoneros esbozó una complicada explicación del carácter del peronismo en la lucha por la liberación nacional: existe el movimiento peronista con un conductor que es Perón, que además es el líder de los trabajadores; pero también está Montoneros, que es la vanguardia, y el frente de liberación nacional que no es el peronismo sino un espacio que se cruza con él pero no coincide totalmente y debe incluir a otros sectores de izquierda y fracciones de la pequeña y mediana burguesía no peronista. Se trata de una caracterización confusa, en la que categorías clásicas son armonizadas forzadamente con el peronismo. Es claro que las concep-
21. “Charla de la Conducción Nacional ante las agrupaciones de los frentes, 1973”, en: Baschetti, R., op. cit.
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ciones montoneras coincidían, en general, con las definiciones de otras organizaciones y movimientos de liberación nacional, que pueden encuadrarse como “nacionalistas revolucionarios”, es decir, versiones nacionales del marxismo leninismo y que se hacen públicamente cargo de él (o, al menos, desarrollan una explicación clara de los aportes marxistas a su ideología). Pero también es claro que el peronismo no se enmarcaba con facilidad en estas concepciones, más allá de los esfuerzos teóricos de los montoneros.22 El liderazgo de Perón era previo a la oleada de luchas de liberación nacional; pertenecía más bien a la época anterior, dentro de la misma vertiente que dio origen a Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Víctor Haya de la Torre, etc. El caso de Perú es interesante ya que el APRA y su líder se proyectan en las décadas de3l 60, 70 y 80. En el país andino varias experiencias guerrilleras fueron producto de la radicalización de sectores del APRA al calor de la experiencia cubana y de la influencia del Che: desde el MIR de De la Puente Uceda en los primeros sesentas, hasta el MRTA actual. Pero estas guerrillas surgieron desde sus comienzos en ruptura y confrontación con el APRA tradicional. Pero más allá del nacionalismo -que fue una constante en toda su historia Montoneros tuvo un lento pero constante proceso de izquierdización, que se manifestó no en el abandono de sus definiciones anteriores sino en el mayor acento puesto en el rol de los trabajadores, en tanto clase obrera, como sujeto de la revolución (a diferencia de la “columna vertebral” de Perón), y en la caracterización de la organización revolucionaria como vanguardia para el período transcurrido desde Ezeiza hasta el golpe de Estado del 76. Hacia fines de 1973 la conducción de la organización veía
22. No queremos negar con esto que el peronismo haya sido hasta la década del 70 una posible expresión de la liberación nacional y una manifestación clara del nacionalismo popular (López Rega o Menem no eran su único destino posible). Pero cuando Montoneros hablaba de Movimiento de Liberación Nacional, se refería a formaciones políticas como el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador, el Sandinismo en Nicaragua, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia, el Vietcong, etc., los cuales encarnaban una vuelta de tuerca (y en muchos temas una concepción diferente) más de lo que el peronismo era en ese momento. DOS CAMINOS
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que el deterioro de sus relaciones con Perón era irreversible, e intentó preparar a las bases para la ruptura que consideró inevitable en el futuro cercano. En este sentido se orientaba el proceso de autodefinición ideológica que llevaron adelante. “Para nosotros el marxismo leninismo es una guía para la acción y punto (...) El marxismo se lo puede analizar en diversos aspectos: como teoría revolucionaria, como ideología, como política en este país y como metodología de análisis. Nosotros de todo eso lo único que tomamos son sus herramientas”, planteaban en la “Charla a los frentes...” En ese momento de su desarrollo, entonces, Montoneros se consideraba marxista en un sentido amplio, veía la sociedad capitalista en los términos que Marx la analizó y adoptaba muchos de sus supuestos teóricos -la lucha de clases, la dialéctica, etc.-, pero se declaraba explícitamente no leninista (al menos en los términos que utiliza toda la izquierda leninista). En el subrayado de Firmenich, y punto, esta la clave de los resquemores montoneros hacia ser una organización marxista a secas. Entendía que “el leninismo constituyó la ideología del proletariado ruso a fines del siglo pasado y comienzos de este siglo”, o sea que el leninismo era la forma nacional del socialismo para la clase obrera rusa, pero no para las condiciones argentinas. “El marxismo-leninismo, o más precisamente el leninismo, es la teoría revolucionaria con la cual se desarrolló la Revolución Rusa. Mao no toma ese esquema”, escriben en el mismo documento. Es decir que reconocían elementos en común pero siempre acentuaban sus críticas a la izquierda en lo que hace a la necesidad de apartarse de las definiciones teóricas de otras revoluciones para crear la propia teoría revolucionaria. Para Montoneros una de las dos funciones centrales de la Organización Político Militar era el desarrollo de la teoría revolucionaria específicamente para nuestro país (la otra función era el desarrollo del ejército revolucionario). “Como organización política, en primer lugar (debemos) estudiar y determinar, a partir de la realidad objetiva que encontramos en el país, la teoría revolucionaria para el país. Cada revolución se hace en definitiva, con una teoría distinta que tendrá una serie de elementos en común”...23 Como no hay una clase obrera universal, no hay una teoría revolucionaria
23. Estas definiciones son de los últimos meses de 1973. “Charla...”, op. cit., pág. 285.
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universal, por ello los líderes revolucionarios deben ser nacionales: Lenin, Mao, Fidel, eran reivindicados como tales. En otras palabras: no es posible un marxismo, leninismo, maoísmo y sucesivos agregados a medida que los diferentes procesos se desarrollan; por el contrario, hay un marxismo con diferentes especificidades nacionales, y además ese marxismo no es una teoría completa. Esta definición era coherente con la tesis de las causas internas; si bien el marxismo es una teoría sobre la sociedad capitalista que puede ser universalmente aceptable para un mundo donde las relaciones capitalistas de producción son dominantes, el leninismo es una política, una concepción organizativa y un ajuste y corrección del marxismo en base al desarrollo de un proceso revolucionario concreto. Para Montoneros, entonces, las causas internas rusas habían hecho que la expresión del marxismo fuera el leninismo en esas condiciones específicas, para las condiciones argentinas debían surgir formas organizativas propias y correcciones al marxismo que se correspondieran con las condiciones argentinas. También durante ese mismo período (73/74) delimitaron sus diferencias con Perón y el resto del movimiento respecto del socialismo al que adscribían: “La ideología de Perón es contradictoria con nuestra ideología porque nosotros somos socialistas (...) Perón caracteriza como socialismo tanto a China como a Suecia o Inglaterra”. Para Montoneros China era socialista pero, obviamente, Inglaterra no. Lo que parecía no ver es que para Perón Inglaterra tampoco podía considerarse un país socialista, que el socialismo nacional de Perón (que la organización caracterizaba correctamente como no socialista) se acercaba más a una estrategia discursiva destinada a neutralizar discursos por izquierda. Aunque si leemos algunos textos de Perón como la comunidad organizada o alguna compilación donde defina que es la tercera posición, podríamos decir que el socialismo de Perón no es solo una estrategia discursiva. Si para los intelectuales marxistas nacionalistas, los montoneros, el PB, Cooke, etc. El socialismo era el de Marx; podemos tomar nota que en la historia han aparecido muchos movimientos que se han proclamado socialistas no marxistas, movimientos en los que el socialismo es interpretado como el equilibrio social y distribución de la riqueza. Pero a la luz del referente que los revolucionarios argentinos tenían en la revolución cubana lo de Perón pareció más un discurso. Esta contradicción entre la ideología de Perón y las aspiraciones de los que querían ir mas allá no era noveDOS CAMINOS
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dosa: los debates que tuvo John William Cooke en la primera mitad de los sesenta dejaron a la luz los límites que el general no iba a pasar.24 Lo que el general terminaba haciendo era adecuar su discurso a la situación y desplegaba su táctica. La radicalización de la retórica del populismo clásico permitía (más aún en la oposición) incluir al socialismo dejando precisiones teóricas en la ambigüedad. Pero no se corrió en ningún momento un ápice de su idea de «comunidad organizada» y de la armonía entre capital y trabajo con el Estado como garante. Lo que queremos decir con esto es que Perón era conciente de que su sistema era un capitalismo con fuerte presencia del Estado, con una fuerte burguesía nacional y distribución de la riqueza; y que no era una transición. Así lo define en todos sus escritos en todo momento (donde reitera que el comunismo es una reacción degenerada al capitalismo salvaje, algo así como la otra cara de una misma moneda). Mientras que Montoneros aceptaba el sistema de Perón pero como una transición al socialismo y creía que Perón podía llegar a encabezarla. Por esto «la orga» corría en desventaja25. Por otra parte, en el mismo documento precisan su definición sobre el carácter nacional del socialismo: “El socialismo como elemento central, que es igual en todas partes, tiene sus particularidades a partir de la estructura socioeconómica de la cual se parte para construirlo”. Es por eso que no existe el internacionalismo proletario, en tanto política unificada mundial de los partidos que se reivindican obreros, dado que los intereses de las clases trabajadoras de los países imperialistas se contraponen (al menos en el mediano plazo) con los de los países dependientes, ya que para estos últimos sólo el socialismo es el camino para la independencia nacional y el nacionalismo el camino al socialismo. “El socialismo es alcanzado solamente a partir del nacionalismo. Porque la
24. Ver Correspondencia Perón Cooke, Buenos Aires, Parlamento, 1985. Especialmente el segundo tomo, en el que se publican las cartas que Cooke escribe a Perón y que no tienen respuesta. En ese período ya no era su delegado. Allí se ven claramente las posiciones del general, no por definición tajante de su parte sino por omisión o respuestas evasivas. 25. “Lo que ocurre es que Perón seguramente se dio cuenta antes que nosotros de las diferencias ideológicas”. En: “Charla...”, op. cit., pág. 293.
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primera intuición política de las masas es el nacionalismo y no el socialismo”.26 Es clara la diferencia ideológica con el PRT y con buena parte del marxismo. Para Montoneros la nación estaba antes que la clase como identidad de las masas, no por una maniobra ideológica victoriosa de la burguesía que se debía combatir sino porque se trataba de un proceso identitario natural (o una realidad objetiva). En el marco de este razonamiento consideraba la clase obrera norteamericana como nacionalista y capitalista, acorde a sus intereses;27 pero la clase obrera argentina debería ser nacionalista y socialista, y esto sería producto de una lucha ideológica en el seno del peronismo que los montoneros se consideraban destinados a llevar adelante.. La forma montonera de procesar la realidad, muy «pegada» a lo sensible y a las coyunturas les permitió grandes aciertos tácticos pero minó sus posibilidades estratégicas. Por ejemplo la constatación de que discutir quien conduce, si el partido o Perón, se zanjaba con la realidad objetiva de que conducía Perón, no les impidió en enfrentamiento con Perón en el corto plazo. Pero les dificultó la homogenización interna tras un proyecto organizativo y político madurado colectivamente. Vemos de este modo que hasta 1974, Montoneros empleó un método de análisis político más cercano al empirismo, que conducía a una posición diferenciada de la izquierda revolucionaria. Partir del método práctica-teoría-práctica como forma de procesar la realidad le permitía una gran ductilidad política. En este sentido se dieron fuertes debates con las FAR (que continuaron posteriormente a la fusión en el interior de la nueva organización) sobre la necesidad de la existencia de una teoría revolucionaria que orientara la práctica política. Perdía considera equivocado “afirmarse en la seguridad de una teoría que puede colocarnos al resguardo de errores o desprolijidades”.28 La
26. “ Charla…”, op. cit., pág. 274. 27. Al menos entendemos que la clase obrera de un país desarrollado sería nacionalista en tanto esos eran en apariencia sus intereses inmediatos y visibles de acuerdo a su cultura. Entonces no sería posible una política obrera mundial hasta tanto esa identificación no cambiara. 28. Perdía, Roberto, op. cit. La opinión de Perdía es interesante para pensar el rechazo al dogmatismo, con su consecuencia al aislamiento en sectas de discurso hermétiDOS CAMINOS
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adopción de este método de procesamiento teórico, práctica-teoría-práctica -que prioriza el conocimiento empírico por sobre la sistematización teórica-, le garantizaba a Montoneros la posibilidad de acompañar el sentido común de las masas, por ejemplo a partir de noviembre del 72.29 En consecuencia, si en un momento de radicalización de las luchas este método llevó a la radicalización de la política y el discurso, en un momento de reflujo debió haber llevado al repliegue, cosa que no sucedió. Podemos hacer dos objeciones, una teórica y otra histórica. Primero, las posiciones de sentido común de las masas no son necesariamente correctas, progresistas o populares. Si bien en 1955 la amplia mayoría de la clase obrera optó por una actitud de resistencia activa a la dictadura y a las seudodemocracias de Frondizi e Illia, esto no fue así durante el “Proceso” y menos en la democracia menemista, a pesar de que fueron profundamente antiobreros. Según ese método de análisis habría que haberlos acompañado. Además implica la negación de la existencia de un objetivo deseable y de un criterio de verdad aceptable fuera del empirismo, de los vaivenes
co, pero puede también implicar oportunismo o la comodidad de creer que la revolución no necesita pensarse con tanto esfuerzo como hacerse. 29. Carlos Flaskamp (quien en ese momento se encontraba detenido en el penal de La Plata) afirma que en realidad ni Montoneros ni FAR participaron con una política de masas en la vuelta de Perón de noviembre de 1972. Tenían en la mira la posibilidad de una insurrección popular en la cual ellos oficiaran de dirección armada, por eso se acantonaron en casas de seguridad esperando el momento de la acción. Fue el 17 de noviembre con la gran movilización de masas –que no fue un levantamiento y que dejó a las organizaciones armadas fuera–, lo que decidió finalmente a “la M” a jugarse entera por la política de masas, abrir unidades básicas y salir a hacer campaña electoral sumándose al sentido común de la gente y pasando a un segundo plano el accionar armado. Perdía completa esta visión y, desde su posición de conducción en el terreno, afirma que los cuadros se acantonaron para dar una respuesta armada si se producía una eventual maniobra de la dictadura para impedir el retorno del General, y así impulsar una insurrección. Pero, agrega, nunca dejaron de trabajar por la movilización de masas allí donde tuvieran influencia y de reunirse asiduamente con dirigentes políticos y sindicales combativos para impulsarla. Su objetivo, dice el ex jefe montonero, era evitar que se repitiera el fracaso del “Operativo Retorno” de 1964.
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de la conciencia de las masas y de las variaciones de la lucha política (Lenin llamaba a esta actitud oportunismo). Por otro lado, si vemos las posiciones políticas de la organización a lo largo de su historia, no fue el método que usó para resolver los problemas que le aparecían durante el vertiginoso período abierto en el 73, ya que abandonó el peronismo en 1975 (antes de que la crisis de la identidad peronista pudiera verificarse prácticamente) y se consideró partido revolucionario desde un análisis teórico de las necesidades de los trabajadores.30 Fue en el 74 que la organización apostó a orientar su trabajo hacia los sectores más avanzados de la clase obrera, definiendo como vanguardia del proceso revolucionario argentino a la clase obrera industrial y dentro de ésta específicamente a los trabajadores clasistas y combativos de la rivera del Paraná, Córdoba, y de algunas fábricas del Gran Buenos Aires y La Plata. Sin dudas esta reorientación le permitió una presencia de la JTP en el movimiento obrero importante (en realidad con el resto de la izquierda). Una presencia que aún debe ser investigada tanto en extensión como en el nivel de adhesión conciente. Ya que no olvidemos que a nivel fabril la JTP seguía siendo una organización que reivindicaba la identidad peronista. Habiendo orientado su trabajo hacia la vanguardia obrera, si bien podía verificarse un claro reflujo de la lucha popular a nivel territorial, no sucedía lo mismo con la fracción más avanzada de la clase, cuyo reflujo tardó más tiempo en manifestarse (y que soportó, junto a las organizaciones armadas y el movimiento universitario, una terrible represión) y por ello no consideró la posibilidad de repliegue. No olvidemos que en marzo de 1976 todavía estaban frescas las movilizaciones obreras de junio y julio de 1975 que frenaron el Rodrigazo y produjeron la caída del López Rega. Ahora bien, durante 1974 en “la M” se llevó adelante el intento de construir una teoría revolucionaria y se dieron pasos hacia formas leninistas clásicas de organización, alejándose, en parte, del empirismo relata-
30. Como veremos más adelante Rodolfo Walsh constata, críticamente, este proceso entre el 76 y el 77. Pero no debe dejar de notarse que el intelectual revolucionario acompañó este proceso. DOS CAMINOS
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do por Perdía. Pero la paradoja reside en que el empirismo le había permitido constituirse en una organización masiva en conexión con el sentido común de las masas peronistas, mientras que el intento de desarrollarse como vanguardia más allá del peronismo colocó a Montoneros en la difícil situación de tener que explicar sus posiciones (que ya no eran las espontáneas del pueblo). La clave que no pudo resolver fue como lograr que el salto del empirismo y el sentido común hacia la vanguardia y la teoría revolucionaria no significara la pérdida de los vínculos simbólicos con los sectores que antes veían a la organización con simpatía y que debían ser su base social. Aquí debemos entrar en el tema complejo de las representaciones simbólicas y la cultura popular. Una organización política que se planteara la toma del poder debía aparecer como capaz de hacerlo, para el PRT el accionar del ERP tenía esa función inicial fundamental, propagandística y simbólica; para Montoneros si bien esto también era así, se debía buscar la articulación con las representaciones simbólicas. Por eso se presentaban como representantes del «verdadero peronismo» o como su superación dialéctica, mientras que para el PRT la cuestión era penetrar en la clase obrera de las grandes fábricas como clase universal sin atajos simbólicos. Entonces ¿era prestado el prestigio de Montoneros? Creemos que no, o mas bien solo en parte; la referencia que en una fracción del pueblo (aunque minoritaria) alcanzó «la M» trascendió a su existencia orgánica lo mismo que el odio que le profesa la burocracia peronista.
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4. CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA NACIONAL E IDENTIDAD
Creemos que existen cinco intelectuales que representan un amplio abanico de influencias teóricas y conceptuales sobre las organizaciones políticas y militares de la nueva izquierda (de la cual ellos fueron parte): Silvio Frondizi, Milciades Peña, Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggros y Juan José Hernández Arregui. Ellos aportaron los más originales conceptos para una relectura de la historia argentina y una nueva comprensión de su estructura económica y cultural. A su vez movilizaron con sus planteos líneas de acción concretas. Sin dudas deberíamos incluir dentro de estas influencias la visión que militantes comprometidos con la acción política como John William Cooke, Rodolfo Walsh, el mismo Santucho y hasta Nahuel Moreno, que con sus aportes conformaron espacios políticos o definieron campos de enfrentamiento.1 Tampoco deberíamos dejar de mencionar a la renovación de la militancia católica producida por la teología de la liberación y su influencia en la vinculación de bastos sectores medio (pero también pobres) a la acción política popular primero y revolucionaria en muchos casos.
1. A Cooke le debemos las principales definiciones del peronismo revolucionario, la necesidad de organizacón, la se necesidad de superación dialéctica y la introducción el marxismo. A Walsh una caracterización de la burocracia sindical que aún acompaña las concepciones de la militancia popular. Desde otra posición política Abelardo Ramos formó las concepciones clásicas de la izquierda nacional la idea del caudillo y de la alianza con militares nacionalistas. Puiggros tradujo a las condiciones argentinas la teoría maoísta de las causas internas. Arregui fue el principal teórico de lo que se llamo en nacionalismo revolucionario desde el plano de la cultura. Hacia la izquierda Frondizi analizó críticamente el industrialismo peronista mientras que Peña sentó las bases para una interpretación de la historia en polémica del nacionalismo de izquierda y el mitrismo muy útil al PRT y la izquierda revolucionaria no peronista. Próximo a Peña pero desde el plano de la lucha política Moreno sin dudas proyecta hasta nuestros días sus concepciones en el trosquismo argentino y latinoamericano. DOS CAMINOS
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El PRT basaba muchos de sus análisis de la realidad nacional y de sus antecedentes históricos en las tesis de Milcíades Peña y Silvio Frondizi. Según Néstor Kohan en su artículo sobre Santucho, “a los ojos de Peña, la Revolución Cubana había hecho pedazos el dogma estalinista de la revolución por etapas junto con la doctrina de que ciertos países –especialmente los latinoamericanos- estaban ‘inmaduros’ para el socialismo. Al mismo tiempo, Peña concluía que las enseñanzas de la Revolución Cubana exigían dar una batalla ideológica por la conciencia socialista de los trabajadores argentinos, dada la impotencia política de la denominada ‘burguesía nacional’ para emancipar a los pueblos latinoamericanos. De allí Peña deducía la inviabilidad tanto del ‘entrismo’ (línea política de Moreno)2 como del ‘seguidismo’ al peronismo (línea política de Puiggrós). No se podía identificar de manera mecánica y ahistórica al castrismo y al guevarismo con... el peronismo”. Más allá de que todas las corrientes que fueron dando forma a la ideología del PRT fueron reinterpretadas por Santucho, es la concepción histórica de Peña y la interpretación que éste hizo del peronismo la que tuvo una fuerte influencia en el PRT. Daniel De Santis, ex militante del PRT-ERP, dirigente obrero de Propulsora Siderúrgica y actual militante e investigador, plantea que el PRT manejaba cantidad de fuentes teóricas, que Gramsci y Rosa de Luxemburgo, por ejemplo, eran conocidos por la organización.3 El tema, según nuestra óptica, es que pueden leerse muchos autores pero incorporar de ellos sólo lo que interesa a la concepción ya definida, fortaleciendo el tronco principal de las ideas previas; o se los puede leer en clave de crítica, abordando integralmente las ideas aunque sean contradictorias con conceptos fuertemente arraigados. Pero es evidente que tanto Gramsci como Rosa Luxemburgo influyeron muy poco en el PRT, al menos en los temas más polémicos planteados por ellos (en general eran muy poco conocidos por la militancia y si los cuadros más formados tomaban alguna de sus ideas lo hacían accesoriamente o como referencia).
2. Nahuel Moreno fue un importante dirigente trotskista argentino. Sus interpretaciones de las ideas de Trotsky dieron origen a toda una corriente política. 3. Conceptos vertidos por Daniel De Santis en una charla dada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en noviembre del 2004.
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Peña enfrentó al revisionismo histórico en todas sus vertientes, haciendo blanco de su artillería teórica en la figura de Rosas y en la idea de una línea nacional antiimperialista que estaría representada por San Martín, Rosas y los diferentes caudillos (entre ellos el presidente paraguayo Francisco Solano López), que se continuaría con Perón. Ésta fue la línea de Montoneros, con la que constituyó su identidad y con la que explicó la lucha de clases, la evolución histórica y sus propias raíces. En este sentido Montoneros era tributario de las diferentes vertientes revisionistas a las que Peña enfrentaba y con las que polemizaba en sus trabajos y en su militancia política. No todos lo revisionistas son rosistas pero es evidente que levantar el combate de Obligado como símbolo de la resistencia antiimperialista, implica reconocerle a Rosas importantes méritos.4 Debemos recordar que en los años 60 y 70 la izquierda en general tuvo producciones historiográficas muy ricas y que los historiadores hacían historia no con mediocres fines académicos para satisfacer las reglas del campo o progresar en un sistema de becas, sino como una herramienta de combate político que diera sustento a la política concreta que se debía desplegar para hacer la revolución en Argentina. Si Montoneros se referenciaba en Rodolfo Puiggros, Ortega Peña, José María Rosa, etc., el PRT lo hacía con Milcíades Peña y los textos de Mitre. En La era de Mitre,5 Peña se distancia de todos los revisionistas. Para él, la “deserción” de Justo José de Urquiza se produce después de Pavón y no con la caída de Rosas, cuando Urquiza se alía con Brasil. En este sentido el autor es menos crítico que los revisionistas respecto de Don Justo, quizá porque al ser Urquiza portador de los intereses de los productores del litoral enfrentó a Rosas, representante de los ganaderos bonaerenses. Los productores litoraleños fueron pieza clave en el derrocamiento de Rosas, hecho que el autor considera altamente positivo por haber abierto posibilidades de progreso.6 Justamente la concepción clásica de progreso es la que vincula a Peña con Mitre a través de una visión positivista e, indirectamente, al PRT con éstos. 4. Los Montoneros tenían una producción historiográfica en forma de historieta donde contaban la historia de la independencia en forma simple y accesible, era una creación de Oesterheld con dibujos de XXXX 5. Peña Milcíades, La era de Mitre. Buenos Aires Ed., 1957. 6. Por ejemplo, da a entender que Urquiza prefería evitar la guerra: “Mitre podía negar DOS CAMINOS
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Por otra parte, el rol de las montoneras es visto por Peña como parte del rechazo de las masas populares a una guerra que propiciaban sus enemigos de clase desde Buenos Aires.7 Las rebeliones del interior son “epifenómenos” del principal hecho que es la guerra contra el Paraguay, a diferencia de la visión de Ortega Peña en la década de 1960 y revisionistas actuales como Norberto Galasso,8 para quienes la guerra es un fenómeno continental.9 Deserciones en masa y levantamientos revolucionarios forman parte, entonces, de una lucha importante, heroica, pero sin perspectivas, algo así como “luddistas” o “rebeldes primitivos”, “representantes de un sistema inferior incluso al oligárquico” dice Peña, es decir, clases sociales pertenecientes a modos de producción superados, y aquí el autor choca nuevamente con todo el revisionismo de izquierda. A pesar de esto, Peña reconoce en la de Felipe Varela la primera rebelión con un programa progresista “que contenía reivindicaciones (...) tal por ejemplo: la unidad latinoamericana”. La idea de “impotencia histórica”, que es la que utiliza para calificar las rebeliones gauchas, describe claramente su pensamiento, que si bien no rompe con la línea del “progreso”, se posiciona desde una visión crítica del sentido que finalmente le dio el mitrismo. Es interesante, en este punto, su caracterización de los regímenes políticos paraguayo y argentino: el despotismo del mariscal Solano López, presidente del Paraguay, era más democrático y progresista que el liberalismo de Mitre.10 Aquí vemos una visión clásica del progreso, una visión crítica pero quese acerca más a la revelación de un pasado encerrado entre opciones trágicas (para usar la metáfora de Horacio Tarcus en su trabajo sobre Peña y Frondizi), que en una revalorización de otros posibles pro-
el paso (...) contra el consejo de Urquiza”, refiriéndose precisamente al causal de la guerra tramado por Mitre y el Brasil. La era de Mitre, pág 70. 7. Peña Milcíades, op. cit., pag. 85 y siguientes. 8. Galasso, Norberto. Felipe Varela: Caudillo americano, Buenos Aires Ayacucho, 1998. 9. Justamente, esta visión continental que algunos revisionistas le dieron a los procesos de lucha de nuestro pasado es uno de sus principales aportes. 10. Peña, Milciades, op. cit. Pág. 88 y siguientes: “La impotencia histórica de la última montonera”. Felipe Varela es también el caudillo más referenciado por el revisionismo de izquierda.
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yectos antagónicos (que, presentados como antecedentes, es el camino del revisionismo). ¿Existía en los orígenes de nuestra nacionalidad una sola vía posible la oligárquica agroexportadora? Si el antagonismo al proyecto de la elite porteña era representado por Rosas y este era solo un terrateniente semifeudal, de la misma forma que los caudillos solo eran expresión de sistemas perimidos, Peña tenía razón. De la misma forma que si Perón era un general bonapartista tan socio de los ingleses como la oligarquía que decía combatir, tampoco aparecían salidas en su presente. Aunque Peña deja claro que en la época de los caudillos no había salida porque no había clase que la pudiera encarnar, pero que esa clase si existía en su presente y era el proletariado, y en su organización autónoma debía residir la esperanza. Pero, hay una laguna notoria en la historia de Peña, excluía a Artigas, que además de respaldo de masas (a diferencia de Moreno y su grupo, al que, por otra parte, confunde con el liberalismo clásico) tuvo un proyecto agrario claramente alternativo al de la elite porteña y que sin duda destruía las bases de la formación oligárquica en ciernes. Sin dudas los aportes de Peña exceden estas críticas que aquí esbozamos, pero, creemos que como «toda historia es historia contemporánea» los tiempos que vivió el historiador trosquista, y las polémicas que encaró, influenciaron en sus apreciaciones. Pero Marx concebía que los procesos históricos que conducirían al socialismo no tuvieran una secuencia determinada de antemano. Pensaba que desde modos de producción distintos al europeo occidental el progreso histórico podría seguir caminos diferentes (o al menos no idénticos al europeo) y que en otras clases precapitalistas podrían existir fuerzas de progreso, como expone en su diálogo con los populistas rusos en el crepúsculo de su vida. En el mismo sentido, Mariátegui polemiza tanto con el populismo aprista como con el dogmatismo comunista en los mismos términos (sin conocer las cartas de Marx) revalorizando la capacidad de la comunidad de ser un camino hacia el socialismo. En Argentina no había comunidades que pudieran ser caminos alternativos al socialismo, pero si había masas productoras excluidas y movilizadas y modelos alternativos (Moreno, Paraguay, Artigas, para nombrar los indiscutibles) de un camino capitalista diferente. El PRT fue más que transigente con los escritos de Mitre. El nacionalismo perretista fue una lectura marxista de los escritos mitristas, no revisionista, ubicándose así mucho más cerca de la historiografía tradicional DOS CAMINOS
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que sus referentes intelectuales. Según Kohan, se trata de “algo que, paradójicamente, resulta muy interesante: cómo estos historiadores burgueses reaccionarios (principalmente Mitre, aunque también deberíamos agregar a Vicente Fidel López, en el siglo XIX y Ricardo Levene en la primera mitad del siglo XX) describen la campaña del Ejército de San Martín. Fundamentalmente, cómo describen (...) la guerra de guerrillas. Ese relato resulta hasta muy entusiasmante. Cuando ellos hablan del Ejército de los Andes, cuando San Martín envía a organizar una guerra de guerrillas en la retaguardia española en el Perú, era muy atractivo para esta izquierda revolucionaria que se planteaba continuar la lucha inicial de San Martín y Bolívar (...), y sobre todo el papel jugado en la lucha guerrillera contra los colonialistas españoles por Martín Miguel de Güemes, Juana Azurduy y otros revolucionarios nuestros de principios del siglo XIX. Seguramente estos historiadores burgueses, de tradición liberal, todavía en el siglo XIX se podían dar el lujo de alabar aquellas campañas militares independentistas, porque la tarea por delante que esta burguesía tenía entonces –segunda mitad del siglo XIX– era legitimar la construcción de un Estadonación y construir los relatos fundantes de un origen heroico. Luego, en el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, ante la emergencia de una izquierda revolucionaria que se planteaba en primera instancia la lucha por el poder, ya no podían darse ese lujo (...) También en esta opción historiográfica, Santucho fue un guevarista consecuente”.11 Transcribimos esta larga cita del artículo de Kohan porque consideramos que podría ser la explicación que el mismo PRT podría haber dado para resolver lo que es una evidente paradoja: una estrategia revolucionaria y una visión histórica reaccionaria. De Santis plantea que no leían a Mitre para coincidir con su modelo de país, sino porque los relatos de las luchas independentistas en el norte estaban muy bien escritos y eran ejemplificadores. De esta forma el PRT se aproxima a la historia del siglo XIX sin polemizar con la versión oligárquica de construcción de la Argentina. Tomaba elementos que se encontraban a su alcance para legitimar su lucha, resignificándolos, elementos que además, eran parte del sentido común formado por la educación oficial. Igualmente, para una versión épica más popular (aunque no clasista) podrían haber
11. Kohan, Néstor, op. cit.
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elegido a José María Rosa u otro revisionista de buena pluma; pero eligieron a Mitre, y esa opción es toda una definición de identidad e ideología. Una visión consecuentemente marxista (como la reivindicada por el PRT) debería partir de la crítica de todo lo anterior y específicamente de la historia, ya que el marxismo es fundamentalmente materialismo histórico. Estas fuentes teóricas repercutieron en otras definiciones. Nos referimos a la jerarquización que cada organización hacía de las contradicciones de clase. Para el PRT la contradicción principal era burguesía versus proletariado, y de ninguna manera consideraba determinantes las contradicciones existentes entre las diferentes fracciones de la burguesía, por eso se definía como organización clasista, mientras que Montoneros orientaba su discurso con la consigna “Liberación o dependencia”. De esta forma, si bien ambas organizaciones consideraban que la lucha de clases era el motor de la historia, ponían diferente énfasis en ésta y Montoneros abría posibilidades de acuerdos con fracciones de la burguesía.12 Pero para el PRT la burguesía nacional no tenía viabilidad histórica para conducir el proceso de liberación nacional; la revolución debía ser conducida por el proletariado y sería nacional y socialista al mismo tiempo. Para Santucho no existía una verdadera burguesía nacional porque no existía tampoco un verdadero proceso de industrialización. Siguiendo a Peña, el PRT entendía que en nuestro país se había dado una expansión industrial basada en el crecimiento de industrias ligeras productoras de bienes de consumo inmediato (con empleo de mano de obra intensiva), mientras que las industrias pesadas productoras de medios de producción, de insumos primarios, o de duración media se importaban o se habían desarrollado en base a capitales extranjeros.13 De este modo, al ser el sector más desarrollado de la economía el que domina al conjunto, resultaba evidente que la burguesía industrial nacional era (además de impotente) dependiente estructuralmente de los sectores dominantes de la economía.
12. Gillespie, Richard opina que “la liberación nacional se consideraba transitoria y tendiente a la construcción nacional del socialismo”, en Los soldados de Perón, Buenos Aires, Grijalbo, 1987. 13. Ya en la época del FRIP los Santucho plantearán que la argentina es “un país semicolonial y seudo industrializado”. DOS CAMINOS 55
A esto se agregaba que ningún régimen político había tocado los intereses de la oligarquía terrateniente de forma que se alteraran sustancialmente las relaciones de propiedad en el campo. Para el PRT, la gran burguesía extranjera, la burguesía nacional y la oligarquía terrateniente formaban un bloque con intereses comunes y contradicciones secundarias, por lo tanto la construcción de un frente nacional que uniera un sector de aquéllos y a los trabajadores contra el resto no era viable. Las tesis del PRT en estos puntos también se originan en Peña y en el intelectual marxista Silvio Frondizi. En el capítulo “Expansión industrial, imperialismo y burguesía nacional”, de su libro La realidad argentina, Silvio Frondizi afirma: “(...) lo que caracteriza al imperialismo actual es la exportación de capitales para la industrialización o mejor dicho seudoindustrialización de los países atrasados (...) Mientras la industria ligera necesitaba mercados para la producción de artículos de consumo, la industria pesada necesita también mercados, pero para su producción de herramientas. Estos mercados reemplazan a los de artículos de consumo”. Concluye Frondizi con esta importante tesis: “unidad, no identidad, entre imperialismo y burguesía nacional y entre burguesía nacional y terrateniente”.14 La idea de la seudoindustrialización no era original de Frondizi15 sino de Peña. El historiador definía su idea de esta forma: “Denominamos al fenómeno seudoindustrialización, parodia o caricatura de industrialización (...) Por sobre todo, se realiza sin modificar sustancialmente la estructura social del país, y los desplazamientos a que da lugar dejan en pie las antiguas relaciones de propiedad y entre las clases. La seudoindustrialización no subvierte la vieja estructura sino que se inserta en ella”.
14. Citado por: Kohan, Nestor, op. cit. 15. Kohan, Nestor, op. cit. Jorge Lewinger (miembro de FAR y de Montoneros) cuyas primeras armas en política las hizo en el grupo Praxis de Silvio Frondizi en los primeros 60, nos señala que las ideas del intelectual marxista respecto al peronismo se orientaban políticamente en un camino diferente al de Peña y del PRT hacia una valoración más positiva del movimiento. Reportaje del autor 15/3/05. Igualmente, Frondizi mantuvo una actitud ambigua frente al peronismo. Fue candidato extrapartidario del FIP (Frente de Izquierda Popular) de Abelardo Ramos con Perón como presidente en su lista y eso no impidió que se acerara a las propuestas políticas del FAS.
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Entre las características de la seudoindustrialización, Peña señala: a) No aumenta la composición técnica del capital social, sólo la mano de obra. b) No se desarrollan las industrias básicas que producen medios de producción, ni las fuentes de energía ni los transportes. c) No aumenta la productividad del trabajo. d) El incremento de la producción de artículos de consumo sobrepasa el incremento de la producción de medios de producción, e) La agricultura permanece estancada y no se tecnifica. De estas características, Peña infiere que tanto los propietarios burgueses terratenientes como los industriales argentinos, comparten con el capital financiero el mismo interés en la perpetuación del atraso del país. Estos sectores sólo permiten el transplante o el injerto de islotes industriales en unas cuantas fábricas, manteniendo y reproduciendo la estructura social de conjunto atrasada y subordinada al imperialismo.16 Tanto Peña como Frondizi desarrollaron sus tesis entre las décadas del 50 y del 60, momento límite de la industrialización liviana impulsada por el peronismo y encrucijada en la que el debate era como superar ese límite. Perón esbozo una solución en su segundo plan quinquenal que preveía el desarrollo de industrias básicas; en el Congreso de la productividad, donde se proponía un acuerdo que permitiera racionalizar el trabajo; y en su plan de inversiones extranjeras. Era una especie de desarrollismo con la impronta que le daba el estado populista de mayores controles al capital y mayores garantías al trabajo. Arturo Frondizi implementará a partir de 1959 un plan de este tipo: modernización del agro (para obtener mas recursos de la exportación), radicación de capitales extranjeros (automotrices) y contratos petroleros que permitieran autonomía energética. Esto requería desde el nuevo Estado desarrollista intentado por Frondizi el encuadramiento de la clase obrera y su disciplinamiento o sea menos garantías al trabajo y mayores garantías al capital. Silvio Frondizi Milciades Peña hicieron eje de sus tesis la crítica y la identificación de los límites de estos modelos.
16. Kohan, Néstor. op. cit. Además, las tesis de Peña son tributarias de la tesis del desarrollo desigual y combinado, que plantean claramente un desarrollo de este tipo en los países de capitalismo atrasado o subordinado. DOS CAMINOS
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Otro de los debates de los 60 y los 70 que subyacía en todas las definiciones políticas de las diferentes fuerzas revolucionarias y reformistas argentinas, era sobre los modos de producción en América Latina. De acuerdo a cómo se caracterizara la formación social serían las tareas a llevar adelante por los revolucionarios. Si se consideraba que el continente tenía fuertes resabios feudales y que las tareas democrático burguesas estaban incompletas, la tarea sería la construcción de un frente nacional que incluyera a la burguesía progresista en un rol dirigente y al las fuerzas armadas como partícipes. Según la visión del PRT, Montoneros (desde el populismo) y el PC (desde la socialdemocracia) expresaban una estrategia política de ese tipo. Pero si se caracterizaba a la formación social argentina como capitalista, aunque fuera un capitalismo deformado y dependiente, en ese caso la burguesía localmente existente era parte de ese capitalismo y en consecuencia no podía encabezar una transformación política que solo podía ser socialista. Ésta era la posición del PRT y también la de Milciades Peña su fuente. Podemos afirmar que hacia la década del 80 del siglo XIX, la Argentina es un formación social plenamente capitalista (aunque con estructuras políticas arcaicas y existen resabios semifeudales o señoriales en el interior mas atrasado), y que desde la década del 30 del siglo XX comienza la formación de una burguesía nacional industrial (mas allá de las industrias vinculadas directamente a la agricultura y ganadería, y sin discutir su autonomía ideológica). Pero para Montoneros y sin dudas para Puiggros el objetivo deseable era un pasaje o transición al socialismo y no una revolución democrático burguesa (como para el PC o amplios sectores de la izquierda nacional o el nacionalismo popular), a pesar de ubicarse en el polo opuesto de Peña en el debate sobre los modos de producción imperantes en América Latina. Montoneros partía de un piso diferente. Al ubicarse dentro del peronismo necesitaba una interpretación de la realidad más compleja, que le permitía ver múltiples contradicciones que hacían que los campos enfrentados no fueran tan claros como en la visión del PRT. “Dentro de la clase trabajadora y la clase obrera en particular existen contradicciones” –sostenía “la M” en la “Charla a los frentes”-, “entre un obrero industrial y uno no industrial, entre un obrero de una industria preferida por el imperialismo y uno de una no preferida”. Lo mismo sucedía con la burguesía: “La contradicción entre FATE y Good Year es clara, pero entre FATE y Fiat 58 GUILLERMO CAVIASCA
no, porque FATE le puede hacer los neumáticos a Fiat, en cambio uno compra neumáticos a FATE o a Good Year” (debemos aclarar que FATE era nacional, propiedad de José Ber Gelbar, y Good Year extranjera). De esta forma “la M” estudiaba la realidad de la formación social local y a partir de allí determinaba cuales eran los actores que se enfrentaban en la contradicción principal, la cual “es definida como (la alianza) de fuerzas del imperialismo con sectores de la oligarquía y la gran burguesía nacional que están asociados al imperialismo en contra del resto de la nación, es decir, los trabajadores, pequeña y mediana burguesía”. Era a partir de esta caracterización de los campos enfrentados que Montoneros definía quiénes eran los integrantes del Frente de Liberación Nacional (que no era lo mismo que el Movimiento Peronista). Pero, contradictoriamente, “derrotar al imperialismo significa derrotar a un sector importante de la patronal (...) se estatiza o se socializa (...) Es decir determina esa realidad de estructura que el proceso de liberación nacional sea tendiente al socialismo. No existe otra posibilidad porque no existe la posibilidad de capitalismo nacional, esto es así porque la burguesía de un país dependiente no tiene la acumulación de capital suficiente para independizarse del imperialismo, es decir tiene que competir en términos mundiales (...) En consecuencia hay que desarrollar un proyecto cuyo sistema socioeconómico, político, sea distinto al anterior”.17 Siguiendo esta línea de reflexión, entonces, llegaban finalmente, por diferentes caminos a conclusiones emparentadas con las del PRT. A fines de 1973 “la M” entendía claramente que la burguesía nacional no podía construir ni dirigir un proceso de liberación nacional, y ya para 1975 consideraba explícitamente un error haber pensado la posibilidad de que la burguesía nacional tuviera un rol destacado.18 Por otra parte Montoneros entendía que la hipotética revolución no iba a establecer un régimen socialista de inmediato, de ahí que la definiera claramente como de “orientación socialista”, considerando que se debía proponer una teoría de la transición. “Habrá que recorrer una etapa de transición desde una estructura capitalista liberal y dependiente hacia
17. “Charla...”, op. cit. Pág 259-262. 18. Ver Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero. DOS CAMINOS
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una estructura socialista independiente”, escriben en la “Charla...”. En esta frase hay dos adjetivos que tienen un fuerte significado para el pensamiento montonero: el adjetivo de “liberal”, agregado a la palabra capitalismo, demuestra una graduación notoria en los tipos de capitalismo que Montoneros rechazaba. Un capitalismo que tuviera una muy fuerte presencia del Estado en el mercado era caracterizado como menos negativo que otro que diera mayor autonomía al mercado. Y esto teniendo en cuenta que, en general, la izquierda revolucionaria de la época rechazaba de plano cualquier variante de capitalismo. En tanto que el adjetivo “independiente” acompañando a la palabra socialismo parecía remarcar su distanciamiento con los socialismos vinculados a la URSS. Siguiendo con el planteo del programa de transición montonero, es interesante ver una contradicción con postulados anteriores del mismo trabajo de discusión con las bases. La ejecución del programa de transición “pasa por la alianza de clases, y la alianza de clases pasa por respetarle entonces a la burguesía la propiedad privada de sus medios de producción, pero como uno establece una transición no los respeta en los términos del capitalismo liberal (...) Un sistema que tiene elementos tanto de una economía socialista como de una economía capitalista (...) un Estado fuerte centralizado que planifica la economía (...) en términos del justicialismo es el 50% para cada parte”.19 Es decir, si en un punto planteaban que el nivel de intervención del Estado revolucionario en la economía y la expropiación de áreas estratégicas iba a provocar el rechazo del grueso de la burguesía (y que en ese sentido el avance hacia el socialismo era indefectible, ya que la conducción del proceso era de los trabajadores), nos preguntamos: si el proceso era tan claramente socialista ¿por qué lo iría a aceptar la burguesía? En el 75 los montoneros dieron cuenta de esta contradicción, haciéndola explícita en su “Manual...” Allí plantean en forma tajante la imposibilidad de que la burguesía nacional sea parte determinante de un proceso antiimperialista, considerando que sólo la presencia política de Perón había conseguido darle un lugar(artificial) en el escenario nacional que por su propio peso no podían lograr.20
19. “Charla...”, op. cit. 20. Ver el desarrollo completo de este planteo autocrítico en la introducción histórica del Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, op. cit.
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Ahora bien, el “capitalismo de Estado popular” que “la M” pretendía construir requería necesariamente una fracción burguesa dispuesta a acompañarlo. Esa fracción era, sin duda, la que representaba José Ber Gelbard (ministro de Economía hasta octubre de 1974, presidente de la Confederación General Económica y hombre del Partido Comunista), una fracción burguesa débil frente al capital monopólico y que Montoneros creía dispuesta a tolerar la nacionalización de las ramas más concentradas de la industria ya que necesitaba para su supervivencia de un Estado fuerte y empresario que la abasteciera de capitales y sostuviera políticamente. La historia mostró que fue más frágil y de menor autonomía respecto de otras fracciones del capital, ya que con la muerte de Perón su renacimiento político se diluyó en semanas. Además, el terror al avance obrero arrojó a la tambaleante burguesía nacional al frente reaccionario golpista, el cual una vez en el poder y con la consolidación de las políticas neoliberales la terminó de destrozar como clase. Igualmente su líder, Gelbar, intentó dialogar con Montoneros para defenderse contra el avance de la derecha lopezrreguista dentro del gabinete. En una reunión secreta con el montonero Hobert, Gelbar propuso discutir un accionar común. La versión de la charla siguió los canales que «la M» usaba habitualmente: desgravación taquigráfica para cada una de las regionales donde no debía trascender del jefe de la dirección regional. Según nos relata Perdía, fallas de seguridad en la regional capital hicieron que el documento llegara a instancias mas bajas. Como consecuencia en la siguiente reunión de gabinete Lopez Rega «tiró» sobre la mesa una versión de la charla. Por otra parte, el capitalismo de Estado propuesto por Montoneros no era tampoco el que tenía en mente Perón, ya que implicaba ir unos pasos más allá de los alcanzados en el período 1946-1955. En realidad, Perón quería empresarios fuertes y determinantes en la vida nacional, no más fuertes que el Estado pero sí con una capacidad política como clase quepermitiera avanzar en la construcción de un capitalismo nacional sólido con ayuda estatal. Concluyendo: ¿Era posible la propuesta montonera? Generar un capitalismo de Estado sin burguesía nacional en un rol dirigente requería un avance en la concentración de poder por parte de las fuerzas que accedieran al Estado mucho mayor que el que la democracia burguesa permitiría. ¿Una especie de NEP? Puede ser, ya que “la M” pretendía desplazar el sistema de partidos y concentrar el poder en DOS CAMINOS
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un frente de liberación.21 El problema fue que el peronismo no sólo no era en esos momentos un movimiento de liberación nacional incompleto (como lo calificaba Montoneros), sino que desde su llegada al gobierno sus contradicciones internas estallaron, resolviéndose en un sentido que fue alejando cada vez más al movimiento de ese camino. Para entender este proceso se debe ir más allá de las contradicciones internas. Hay que pensar las diferencias y similitudes ent6re los movimientos «populistas» y los Frentes de Liberación Nacional; y por otro lado, el cambio de relación de fuerzas regional (golpes en Chile, Uruguay y Bolivia). Esto en el marco del cambio de situación económica mundial en torno a 1973 (crisis del petróleo, caída de los precios de las exportaciones argentinas). El PRT, al definirse como una organización clasista, no podía plantear una alianza con la patronal: iba en contra de la naturaleza misma del proceso revolucionario, tal como lo concebían los perretistas. El clasismo se manifestaba en un fuerte obrerismo hacia el interior de la organización. Éste era visible en la política de la proletarización, que consistía en que los militantes no obreros abandonaran su modo de vida y se fueran a trabajar a una fábrica y a vivir en un barrio obrero incorporando las actividades y cultura propias de la clase, y también en un gran menosprecio hacia los demás sectores sociales que eran vistos como una especie de“otros” a proletarizar.22 El PRT consideraba que un militante revolucionario “no se puede mantener en otra capa o clase que no sea la obrera sin ser inconsecuente”;23 así fue que el Frente de Trabajadores de la Cultura (FATRAC), por 21. La Nueva Política Económica (NEP) fue desarrollada por Lenin en la URSS a partir 1921, con el objeto de reactivar la devastada economía rusa. Mantenía en manos del Estado los grandes medios de producción, recursos naturales, financieros y de comercio, pero dejaba libre a la iniciativa privada emprendimientos medianos y pequeños, permitiendo la reinstalación del mercado como articulador de una parte de la economía. Además preveía la posibilidad de inversiones extranjeras para movilizar recursos ociosos. 22. El caso de Raymundo Gleyzer y la situación de outsider que debió mantener en el PRT es un ejemplo de la debilidad política en el partido por fuera del campo obrero y la lucha armada. 23. Ver revista Militancia op. cit. Pág. 37.
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ejemplo, fue disuelto por cuestiones secundarias que muestran que el partido lo consideraba irrelevante, exigiendo la proletarización de sus integrantes.24 En este sentido, el PRT asimilaba “ideología de clase” con “posición de clase”; o sea que sólo se era un revolucionario completo si se era obrero. A partir de allí idealizará la clase, viendo en las luchas que se desarrollaban en los 70 una expresión de ideología que iba más allá de la realidad. Pero, lo que el PRT no veía era que los obreros argentinos no eran peronistas porque hubieran sido engañados por las concesiones de un líder burgués, lo eran porque en las condiciones de la Argentina de los 40 el peronismo expresó los intereses inmediatos de la clase obrera y, a partir de allí, la adscripción de la clase al peronismo fue consciente; y esto es así porque la clase en tanto tal es espontáneamente reformista. Y además, la clase obrera argentina era clase obrera en sí (por su ubicación en las relaciones de producción) y clase obrera para sí (o sea, consciente de su situación de explotada en esas relaciones, y consciente de sus intereses unificados frente al capital y antagónicos con éste) y era peronista. Que esa conciencia no fuera socialista no quiere decir que no fuera conciencia de clase. Sobre este tema existen una serie de debates entre los revolucionarios de fines del siglo XIX y principios del XX. Principalmente Rosa Luxemburgo y Lenin discuten sobre la valoración de la lucha espontánea de las masas, pero en ambos casos, aun desde posiciones diferentes, parten del presupuesto de que la lucha obrera es espontáneamente económica. En lo que difieren es en la posibilidad de evolución de la lucha de clases: Rosa es optimista en las posibilidades de que la conciencia se desarrolle en el marco de la lucha económica gracias al trabajo de un partido revolucionario en su seno, mientras que Lenin considera (en el Qué hacer) que el partido es una construcción externa y que las luchas económicas de la clase derivan al reformismo.25 24. Mattini relata este hecho en su libro Hombres y mujeres del PRT-ERP. Explica que el Frente se disolvió a causa de que el referente venía cuestionando en forma permanente la línea de la organización, manifestando diferencias consideradas insalvables. Igualmente, la disolución de este frente fue una medida que excedió las diferencias con el responsable del mismo, ya que afectó a la política de la organización hacia todo un sector social. 25. Este debate se desarrollará en el capítulo referido al modelo de organización de este trabajo.
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Montoneros comenzó recién en 1975 a tomar posiciones clasistas discursivamente similares a las del PRT, definiéndose vanguardia del proletariado y promoviendo la proletarización de sus militantes. Pero, ya en la clandestinidad, su viraje fue más bien una cuestión acotada al discurso, sobredeterminada por la militarización de la organización y las necesidades de la lucha guerrillera.26 Es necesario destacar la importante afluencia a partir de 1973 de intelectuales a esta organización, tanto hacia lo orgánico como hacia sus espacios de masas. Muchos artistas, músicos, escritores, cineastas, periodistas, investigadores de diferentes áreas se sintieron atraídos por Montoneros, la Juventud Peronista o la Tendencia Revolucionaria, mientras continuaban produciendo en sus campos específicos. Esto generó una movida político cultural muy importante en torno al peronismo revolucionario y Montoneros,27 la cual, desde nuestra perspectiva, configura una de las claves para comprender la masividad de la organización y sus relativamente mayores posibilidades de resistencia a la ofensiva militar. La línea adoptada le permitió a Montoneros transformarse, hacia fines del 73, en un movimiento de masas con cientos de miles de simpatizantes y una impresionante capacidad de movilización, aunque esta adhesión resultaba difícil de definir en términos ideológicos. Se puede decir que la identidad montonera llegó a calar en una parte de la sociedad; los cientos de miles de personas movilizadas bajo las banderas de “la M”
26. La denominada “militarización” se analiza en otro capítulo de este trabajo. En términos muy generales, consiste en organizar militarmente a todas las estructuras de la organización. 27. Recitales de rock con conocidos artistas, movidas folklóricas, intelectuales de relevancia que producían y continuaban en sus cátedras, revistas de debate, hasta una producción folklórica-épica la cantata montonera interpretada por el grupo Huarque Mapu en la que se canta la historia de la resistencia y la guerrilla, son sólo algunos ejemplos de la inserción montonera (y del peronismo revolucionario en general) en el campo de la cultura. Intelectuales como Rodolfo Walsh, Francisco Urondo, Puiggros, Roberto Carri, Héctor Oesterheld, Arturo Jauretche, entre otros, llegaron a simpatizar o ser miembros de la organización. El conocido folklorista Jorge Cafrune con posiciones definidas y militantes, y hasta el poco intelectual rockero Pappo, fueron captados en diferentes grados por la política cultural de Montoneros.
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no estaban encuadradas en ningún ámbito organizativo, eran “masas” en un sentido amplio. Para graficar su exponencial crecimiento, Perdía relata que en Rosario, “en el mes de julio (del 72) éramos 12 compañeros, ahí se divide la organización por la mitad por el tema de las elecciones y de Perón. Decidimos: ‘vamos a elecciones y por la vuelta de Perón’, y ahí nos partimos a la mitad (...) En Rosario quedamos seis. En noviembre para la vuelta de Perón éramos doce de vuelta. En el mes de diciembre se hace un acto en una cancha (...), eran seis mil compañeros que gritaban ‘Montoneros’; hablaron como siete u ocho, todos montoneros y yo no conocía a ninguno (...) Un mes antes éramos doce”.28 A diferencia de Montoneros, el PRT, realizando un trabajo más sistemático, llegó a tener cinco mil miembros aunque con mayor compenetración ideológica con la línea fina del partido y muchos de ellos entre la clase obrera industrial, aunque es necesario tener en cuenta que la política de la proletarización obligaba a todos los miembros no obreros a buscar trabajo en fábricas.29 En este sentido para el PRT el carácter cualitativo de la adhesión era fundamental, mientras que para Montoneros –en tanto movimiento– esto era secundario, por atrás de lo numérico.30 Podemos ver así que Montoneros planteaba un proceso de crecimiento que se basaba en el salto de la cantidad a la calidad mientras que el PRT planteaba un salto de la calidad a la cantidad. Cabe destacar, finalmente, cómo Montoneros pensaba la expresión política concreta de la contradicción principal “liberación o dependencia”. “Nosotros consideramos no sólo vigente esa contradicción, sino cada vez mas profunda (la contradicción peronismo-antiperonismo). Lo que ha cambiado son los términos de esa contradicción (...) el antiperonismo se ha visto engrosado con los sectores burgueses y las burocracias sindicales”, sostenían en el reportaje publicado en la revista
28. Perdía, R., op. cit. Sobre este tema es interesante conocer las argumentaciones del sector rupturista. Una de ellas se puede encontrar en el Documento verde ya citado. 29. Según Pozzi, en el sexto congreso del FAS (en junio de 1974) hubo unas 30.000 personas. 30. Decía Raymundo Gleyzer: “Prefiero transmitir ideas claras a unos poco que ideas confusas a millones”, aún siendo un heterodoxo dentro del PRT, como demostró su obra Los traidores. DOS CAMINOS
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Cristianismo y Revolución en 1971.31 Luego relataban cómo las diferentes coyunturas de lucha de la resistencia produjeron un realineamiento en el que los burgueses se hicieron desarrollistas, los militares populares fueron eliminados del ejército y los sindicalistas burócratas se integraron como participacionistas: “Por otra parte se han acercado e integrado al peronismo (...) cristianos, laicos y clericales, el estudiantado universitario y nacionalistas izquierdistas que comprendieron el carácter revolucionario del movimiento”.32 Estas definiciones no fueron sostenidas en forma efectiva durante mucho tiempo, pero sí en el discurso público -lo que es muy importantey, aunque ya en 1975-1976 definían claramente en términos de clase los campos enfrentados, siguieron planteando públicamente la pelea por la identidad del “verdadero peronismo”, y en ese marco encuadraron la forma política de la contradicción principal. Por ejemplo en 1973, la revista El Descamisado en la que se anunciaba la unidad de FAR y Montoneros, Dardo Cabo explicaba en el editorial la prioridad de unir peronistas por sobre cualquier otro sector, priorizando la identidad por sobre la ideología o el método de lucha. Esto marcaba una continuidad fuerte con el pensamiento montonero original. Es interesante ver que aún en los 80 muchos ex montoneros se consideraban más cercanos políticamente a otros “compañeros peronistas” aun los de derecha que a muchos militantes de izquierda.
31. “Montoneros: el llanto del enemigo”. En Cristianismo y Revolución Nº 28, op. cit. 32. Cristianismo y Revolución, op. cit.
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5. CONCEPCIÓN
DE LA ORGANIZACIÓN:
¿QUÉ
HACER?
El PRT, en tanto partido marxista leninista de combate, era una organización política de “cuadros”, dirigente, estructurada según la interpretación que en la época se hacía de las ideas expresadas por Lenin en el Qué hacer: una organización de cuadros portadora de la teoría revolucionaria. Subrayamos que, entre la escritura del Qué hacer en 1902 y su transformación en un manual a seguir para la construcción del partido revolucionario, hay una serie de mediaciones y reinterpretaciones que, creemos, volverían irreconocibles sus ideas para el mismo Lenin. Además la aplicación en forma de receta de las tesis leninistas a diferencia de su asimilación como experiencia histórica, lleva en muchos casos de la actualidad como reacción, a una crítica exagerada en injusta contra los planteos del Qué hacer y la idea de partido revolucionario. En nuestro periodo de estudio, el surgimiento de los que se llamó «nueva izquierda» bajo la influencia de la revolución cubana, el guevarismo los MLN y en menor medida del maoísmo, produjo la ruptura con muchos dogmas de la vieja izquierda, como la revolución por etapas, la unidad del movimiento comunista mundial bajo la dirección soviética, la composición exclusivamente obrera del movimiento revolucionario en el tercer mundo, etc. Pero estos nuevos aportes no fueron acompañados por una reflexión teórica integral entorno al pensamiento marxista que aportara a las realidades nacionales concretas (al estilo de Mariátegui en los 20, de Gramsci en Italia, la triunfante revolución cubana) ni se pensaron problematizaciones en torno al tema del partido revolucionario y a la formación de las ideas y los cuadros. Por el contrario, la idea del partido de vanguardia se acentuó en muchos casos de forma superlativa, lo mismo que el carácter «externo» a la clase trabajadora de las ideas revolucionarios y el carácter «mágico» de la dirección. En ésta línea el PRT adoptaba una idea que le permitía mantener su accionar independiente, sin que las posiciones políticas de los trabajadores peronistas afectaran sus convicciones (a pesar que de cara a las elecDOS CAMINOS 67
ciones del 73 hubo fuertes debates, como ya señalamos). Entonces la adopción de la línea del Qué hacer -como modelo para la construcción del PRT- podemos señalar hoy que estaba ausente la crítica.1 Estas ideas iniciales de Lenin, planteadas en un contexto de lucha particular, posterior al fracaso de la oleada de huelgas de 1895/96 y anterior a la revolución de 1905 y la experiencia de los soviets, fue duramente criticada en su época por otros líderes marxistas revolucionarios como Rosa Luxemburgo, y el mismo Lenin se apartó de la línea del folleto en otros contextos, relativizando algunas absolutizaciones de acuerdo al momento histórico en el que fue escrito. En el caso de Rosa Luxemburgo, los cuestionamientos se basaban, por un lado, en su percepción de que las masas trabajadoras tenían (y tienen) algo que dar en el proceso revolucionario y no sólo esperar ser esclarecidas y conducidas por la vanguardia; y por otro, en la intuición de que un modelo como el propuesto por Lenin podía degenerar en una burocracia conservadora y autoritaria, que terminara castrando al proletariado y manipulándolo para sus fines autónomos como capa social separada del pueblo. Es muy interesante que las críticas de Luxemburgo hayan sido formuladas varias décadas antes de la instauración de los gobiernos que en Occidente se han dado en llamar “socialismo real”. Lenin, por otra parte, aclaró reiteradamente que los trabajadores sí pueden elevar su nivel de conciencia en la lucha económica, pero que sólo una visión de largo plazo, como la de un partido revolucionario, permite el salto hacia una concepción completa de toda la sociedad. La discusión entre ambos, entonces, se centraba en la forma concreta en que se produce la concientización de las masas, y no en la necesidad de la existencia de partido revolucionario, en lo cual acordaban.
1. En muchos casos, la concepción del marxismo como ciencia (a modo de las ciencias naturales) llevó (y lleva) a creer que dentro del corpus escrito de los clásicos se encuentran todas las respuestas a la realidad social (y en casos extremos a la realidad extrasocial también). El problema planteado por la concepción que asimila marxismo a ciencias fisicomatemáticas es que llevó a la transformación de las ideas y experiencias de los clásicos revolucionarios en fórmulas de aplicación universal y a la lectura de sus escritos en una especie de estudio «talmúdico».
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Dice Luxemburgo: “Para Lenin la diferencia entre la socialdemocracia y el blanquismo2 se reduce al comentario de que en lugar de un puñado de conspiradores tenemos un proletariado con conciencia de clase (...) El blanquismo no contaba con la acción directa de la clase obrera (...) pero la actividad socialdemócrata se realiza en condiciones totalmente distintas. Surge históricamente de la lucha de clases elemental. Se difunde y desarrolla bajo la siguiente contradicción dialéctica: el ejército proletario es reclutado y adquiere conciencia de sus objetivos en el curso de la lucha. La actividad de la organización partidaria y la conciencia creciente de los obreros sobre los objetivos de la lucha y sobre la lucha misma no son elementos diferentes, separados mecánica y cronológicamente. Son distintos aspectos del mismo proceso. Por ello el centralismo socialdemócrata no puede basarse en la subordinación mecánica y en la obediencia ciega de los militantes a la dirección. Por ello el movimiento socialdemócrata no puede permitir que se levante un muro hermético entre el núcleo consciente del proletariado que ya está en el partido y su entorno popular, los sectores sin partido del proletariado”.3 Y junto con estas apreciaciones, critica los postulados del centralismo leninista esbozados en el particular momento del Qué hacer: la subordinación extrema y la separación total entre partido y masa. En realidad, lo que critica es una lectura extrema del Qué hacer. Visionariamente, para Luxemburgo, “la autodisciplina socialdemócrata no es el simple reemplazo de la autoridad de la burguesía dominante por la de un comité central socialista”. Además, “el centralismo socialista no es un factor absoluto aplicable a cualquier etapa del movimiento obrero. Es una tendencia”. Y agrega más adelante, a modo de advertencia que también tiene carácter profético (anticipándose a las actitudes de muchos partidos y Estados que se consideraban marxistas-leninistas): “Si le otorgamos (...) poderes absolutos de carácter negativo al órgano más encumbrado del partido fortale-
2. Blanquismo de denomina a una forma de preparar un golpe revolucionario en forma conspirativa y clandestina sin vinculación directa con la lucha de masas. Se lo denomina así por el revolucionario francés Augusto Blanqui, quien tuvo un fuerte protagonismo en las luchas francesas de mediados del siglo XIX. Rosa Luxemburgo y Troski atacaron duramente las ideas centrales del Qué hacer. 3. Luxemburgo, Rosa, Obras escogidas, Buenos Aires, Pluma, 1976, pág. 143. DOS CAMINOS
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ceremos peligrosamente el conservadurismo inherente a dicho organismo (...) A Lenin le preocupa más controlar el partido que hacer más fructífera la actividad del mismo; estrechar el movimiento antes que desarrollarlo, atarlo antes que unificarlo”. Y agrega: “Las secciones o federaciones del partido necesitan la libertad de acción que les permita desarrollar su iniciativa revolucionaria y utilizar los recursos que les ofrece la situación”.4 La mayoría de la teoría organizativa de los partidos de izquierda mamó las concepciones de Qué hacer sin ver las posibles contradicciones de su esquema, ni constatar si históricamente era el que efectivamente se impuso en el proceso revolucionario ruso. Para muchos primó la efectividad que una conducción centralizada y disciplinada acarrea para la lucha táctica. Esto es parte de la canonización de dogmas posterior a la consolidación del estalinismo. Así el rico y dinámico pensamiento político de Lenin fue fosilizado en una serie de textos exhibidos como receta o manual para el armado de la política internacional estalinista y conservado fósil mucho más allá de la muerte de Stalin. Ya que, la estructura centralizada y disciplinada, más una ideología simple y cerrada con una dirección fuente de autoridad política e ideológica, son una buena combinación pata impulsar y justificar cualquier política (bajo la autoridad ecuménica de Lenin). Pero Lenin pensaba políticas concretas para situaciones concretas y con posterioridad a la revolución de 1905 defendió su posición del Qué hacer desde una óptica crítica. “El error de los que polemizan hoy con el Qué hacer -escribe- consiste en que desligan por completo esta obra de una situación histórica determinada. (...) En 1898 se celebró el primer congreso de los socialdemócratas que fundó el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia pero los organismos centrales del partido fueron destrozados por la policía y no pudieron ser restablecidos (...) El apasionamiento por el movimiento huelguístico y por la lucha económica generó una forma especial de oportunismo socialdemócrata: el llamado economicismo”.5 Y concluye Lenin que su obra estaba destinada a “combatir el ala derecha del partido” que pretendía disolverse en la lucha
4. Idem, págs. 145, 146 y 148. 5. “Proyecto y explicación del programa del partido socialdemócrata” en Lenin, V. I., Obras completas, Tomo II, Buenos Aires, Cartago, 1960.
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económica sin encarar las tareas políticas. Lenin no dio al Qué hacer validez universal, más bien se trataba de la respuesta a serie de necesidades de la etapa, en Rusia, y entre ellas, a una necesidad de pelea interna contra el ala reformista del partido. Pero el leninismo que se leía en los 60 y los 70 tenía en este folleto una de sus enseñanzas máximas, y el PRT no fue la excepción. Sin embargo, nosotros consideramos que no existe un modelo de partido marxista leninista sino que es la experiencia e historia de las clases explotadas de cada formación social nacional y la situación de la lucha de clases en cada etapa histórica, de donde deben extraerse los modelos adecuados para construir la organización revolucionaria de los oprimidos que encabece la lucha por el poder político. Ése fue el pensamiento de Lenin y así pudo responder con ductilidad a los diferentes cambios de situación política que se sucedieron desde fines del siglo XIX hasta su muerte. En este sentido, la consigna “todo el poder a los soviets” planteada en el 1917 sería antagónica con la idea de que los cuadros del partido son los únicos depositarios de la doctrina revolucionaria como se plantea en el Qué hacer. Esto no significa que en algún momento Lenin haya negado la necesidad del partido y su reemplazo por una estructura movimientista o pregonara el basismo, o incluso pretendiera transformar a los bolcheviques en un partido burgués o de izquierda tradicional cuando llamaba a participar en procesos electorales, sino que la estructura de militantes y cuadros bolcheviques se desplegaba de diferentes formas de acuerdo al terreno y a las fuerzas que debía enfrentar. Otro de los puntos polémicos del folleto de Lenin tiene que ver con la noción de “correas de transmisión”; la conciencia sería aportada desde fuera de la clase, no sólo desde fuera sino sin vinculación con ella (“desde algunos individuos aislados de la clase burguesa”, dirá). Esta idea, que consideramos lineal y hasta conductista,6 impregnó no sólo al PRT sino también a las FAR y a muchas de las organizaciones marxistas de la época.
6. Lenin escribe, citando definiciones de Kautsky: “de este sector (los intelectuales burgueses) de donde ha surgido el socialismo contemporáneo y han sido ellos los que lo han comunicado a los proletarios más destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clases del proletariado”. Lenin, Vladimir, Qué hacer, Buenos Aires, Polémica, 1974. DOS CAMINOS
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Olmedo, en su polémica con el PRT, hizo referencia reiteradamente, como cita de autoridad, al concepto de exterioridad de los revolucionarios al proletariado para refutar la concepción obrerista del PRT. Desde nuestra perspectiva consideramos que quizás esta concepción tenga parte de la responsabilidad de la exacerbación de la función de la vanguardia, ya que si un grupo de revolucionarios profesionales comunica desde arriba la teoría revolucionaria a las masas, no es necesaria una dialéctica entre el movimiento popular y la organización de los revolucionarios: éstos deben actuar por sí mismos al ser los portadores de la verdad y del saber. Pero, en realidad, la teoría socialista se desarrolla dialécticamente, más cercana al concepto gramsciano de “praxis” (por eso Gramsci llama al marxismo “filosofía de la praxis”) como un constante proceso de acción-reflexión. El mismo Marx llamó a su teoría materialismo histórico o materialismo dialéctico, y vinculó sus teorizaciones al proceso de lucha de clases concreto y al estudio de la estructura económica históricamente existente. Para los marxistas, sin realidad material y sin hechos reales no existe intelectual que pueda crear nada en su mente. Y en este sentido, la clase es la realidad material en relación con la cual se forman los intelectuales. Vemos así que en los revolucionarios de la época estaban ausentes los aportes de Gramsci sobre la hegemonía, la contrahegemonía, el rol y la formación de intelectuales orgánicos, y su función en la construcción de la organización política de la clase y de una contrahegemonía en la sociedad, y los problemas que plantean la cultura y la conciencia de los trabajadores. Pero en los 70 tanto las ideas de Gramsci como las críticas de Luxemburgo tenían poca difusión en nuestro país por fuera de pequeños núcleos de intelectuales.7 Por otra parte, en los 70 todavía estaba en pañales una crítica más general a las concepciones canónicas emanadas desde la URSS; sólo los aportes del Che, la Revolución China y la vietnamita, así como también los procesos de liberación nacional, invitaban con
7. Recién a través del intelectual comunista (del PC) Héctor Agosti las ideas e Gramsci entraron a la Argentina. El núcleo de militantes del PC que se nucleaba entorno a Agosti (Portantiero, Aricó, etc.) pronto romperían con el partido y abonarían las filas de la Nueva Izquierda.
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su práctica heterodoxa a revisar los esquemas soviéticos. Los 60 fueron, en este sentido, una época interesante. Los debates de ese período, relacionados con las nuevas experiencias exitosas (muchas sobrevaloradas) de los pueblos del Tercer Mundo abrieron puertas para la redinamización de la teoría y práctica revolucionarias; pero en general el núcleo de la concepción organizativa centralizada y vertical permaneció ajeno a las críticas.8 El PRT era un partido de cuadros y, en este sentido, el ERP era la fuerza militar dirigida por esa organización. El ERP era popular, antiimperialista y estaba por el socialismo y por la lucha armada; podían integrarlo miembros que no pertenecieran al partido porque el ERP estaba pensado como una estructura de masas dirigida por el partido (que garantizaba la ortodoxia), ya que la guerra popular era el núcleo de la estrategia revolucionaria y ésta sólo podía llevarse adelante con la participación de las masas en el ejército, como en China y Vietnam.9 “Para el marxismo, ejército y partido son dos organizaciones diferentes con tareas distintas y complementarias. El ejército es el brazo armado, la fuerza militar de la clase obrera y el pueblo (...) El partido en cambio es una organización exclusivamente proletaria, cualitativamente superior, que se constituye en dirección política revolucionaria de todo el pueblo, en todos los terrenos”, dicen las resoluciones del V Congreso del PRT en sintonía con los planteos vietnamitas.10 Pero más allá de las definiciones teóricas, el PRT tenía el grueso de sus cuadros absorbidos por las tareas militares, y ya en 1972 Santucho elaboró una autocrítica en la que se planteaba la existencia de una “desviación militarista” por la cual el partido había abandonado los demás frentes de construcción en función de la práctica del ERP. Desde el inicio, en su IV Congreso, esta organización se definió claramente como una estructura dirigente de cuadros, mientras que el ERP estuvo pensado como ejército de masas, como el principal frente de
8. Para un análisis de la década del 60 es interesante el ensayo de Fredric Jameson, Periodizar los 60, Córdoba, Alción editora, 1997. 9. Ver las “Resoluciones del V Congreso del PRT” en: De Santis, Daniel, A vencer o morir. Documentos del PRT-ERP, Buenos Aires, Eudeba, 1998. 10. De Santis, Daniel, A vencer o morir..., op. cit. DOS CAMINOS 75
masas propio a desarrollar. Finalmente, en la clase obrera, por ser aquella sobre la cual el PRT depositaba sus expectativas revolucionarias, se realizaba un trabajo sindical a través de células del partido que introducían su política en los organismos de la clase (clasismo, antiburocratismo, etc.). Montoneros, en cambio, nació como organización armada: era un grupo que hacía política a partir de las acciones armadas al igual que otras organizaciones que se fusionaron con él, muy influido por la concepción del foco en su versión tupamara.11 Montoneros se constituyó organizativamente como Organización Político Militar (OPM) y esto derivaba de su surgimiento: “No es una organización exclusivamente política, no es tampoco una organización exclusivamente armada, es simplemente las dos cosas, ésa es su naturaleza (...) El hecho de nacer como organización armada, es decir de asumirse como embrión del ejército popular cuando no existen condiciones para desarrollar el ejército popular (...) sino que existen condiciones para demostrar la viabilidad de la lucha armada solamente (...) debe asumirse como la oficialidad del ejército popular”.12 Perdía nos aclara las implicancias más cotidianas del estilo organizativo de “la M”: “La implicancia central era no separar, no dividir, no fracturar la acción política de la militar. La estructura militar era al mismo tiempo la política, no había grupos de superficie por un lado y grupos militares por el otro. Fue una concepción que se mantuvo larguísimo tiempo, fue la concepción con que llegamos al 73; había organizaciones de superficie pero totalmente integradas al sistema militar; por eso cuando después se abre la JP, la JUP o el Movimiento Villero, la estructura de conducción era la misma y los jefes eran orgánicamente montoneros. No había una jefatura de una organización por fuera de Montoneros: o la devorábamos –o sea, se integraba– o dejaba de existir. Todo esto en base a la concepción de la integralidad político militar (...) Cuando digo inte-
11. Tupamaros, organización revolucionaria uruguaya que desarrolló la adaptación de la concepción foquista del Che a los ámbitos urbanos. Es conocida la opinión de Regis Debray, quien, en sus giras latinoamericanas propagandizando su interpretación de la concepción guevarista del proceso revolucionario y la lucha armada, llegó a la conclusión de que la revolución armada en Uruguay era imposible por la ausencia de selva. 12. “Charla a los frentes”, op. cit., pág. 284.
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gral quiero decir que todo tenía que pasar por el ‘esófago’ de la OPM, un sistema de conducción única, ésa es la característica principal. Los cuadros políticos eran parte de la misma estructura, del mismo aparato que los cuadros militares que tenían circunstancialmente tareas políticas, ma non tropo, eso hacía que los cuadros políticos tuvieran también responsabilidades militares y desarrollaran acciones militares”.13 Esta concepción fue justamente uno de los puntos de debate con las FAR durante la fusión, ya que éstas planteaban la idea de partido revolucionario, concepción que iría cobrando fuerza en 1975. Estas discusiones deben relacionarse con la diferente caracterización de Perón y de la vanguardia que tenían los Montoneros y FAR. En un principio Montoneros (no sin diferencias) consideraba que Perón era la conducción del proceso de liberación y la organización era el sector más avanzado del movimiento nacional antiimperialista liderado por el general, por lo cual la idea de partido revolucionario quedaba excluida. Las FAR a su vez, si bien aceptaban el rol objetivo de Perón como referente de los trabajadores, cuestionaban su carácter de conductor revolucionario y consideraban la necesidad de construir un partido que garantizase la consecuencia de las ideas revolucionarias al interior del movimiento peronista más allá de Perón, o sea, una vanguardia que condujera el proceso de liberación. La organización Montoneros tuvo hacia 1973 dos niveles de encuadramiento principales para sus militantes: las Unidades Básicas Revolucionarias (UBR) y las Unidades Básicas de Combate (UBC). En las primeras se organizaban todos los compañeros que se consideraban militantes montoneros; en las segundas estaban los militantes más comprometidos, los cuadros de conducción. En los meses que siguieron al 17 de noviembre de 1972, durante el “engorde”, la organización era más flexible para la incorporación, pero ya hacia 1974 se dio una política de depuración “achicando” los ámbitos. Antes de ese achicamiento, y en el marco del cambio de situación política por las elecciones del 73 y la vuelta de Perón al país, las Unidades Básicas de Combate fueron rebautizadas como Unidades Básicas de Conducción. Este nombre, aunque las estructuras continuaban manteniendo la misma función, aparecía más acorde con la etapa de “pacificación nacional” planteada por Perón. Recordemos que
13. R. Perdía, op. cit. DOS CAMINOS
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Montoneros accedió a importantes espacios institucionales en el 73 y que una parte central de su política era retrasar lo más posible la ruptura con el General, una de cuyas exigencias era el desarme de “la M”, cosa que los guerrilleros no pensaban hacer. El encuadre organizativo estaba pensado para que todos los frentes (juventud, universidad, militar, agrario, sindical etc.) se desarrollaran a partir de militantes y adherentes que simpatizaban o acordaban a nivel simbólico y discursivo, y que respaldaban la práctica de Montoneros. En general, estos militantes habían desarrollado actividades previas como peronistas, pero también se sumó a engrosar las columnas montoneras una gran cantidad de personas de barrios populares y de centros de estudio, lo que permitió la masificación de la organización. En 1973 la OPM se constituyó como dirección integral de todos los frentes, “encuadrando” la militancia dispersa que simpatizaba con la organización; pero para fines del 75 se planteó la necesidad de pasar a la estructura partido-ejército “por haberse llegado al fondo del problema político-ideológico (...) En enero del 76 (...) surge la propuesta de transformar nuestra organización en Partido Revolucionario” porque “a medida que (...) fue desarrollándose fueron cada vez mayores y más complejas las tareas”.14 En realidad, lo que se estaba planteando era un salto no sólo organizativo sino ideológico, que se atribuía a la resolución de los debates internos desarrollados por la caída de Roberto Quieto, pero en verdad formaba parte de las necesidades políticas que le surgieron a la OPM a raíz de su ubicación por fuera del peronismo y a la izquierda del espectro político en momentos de profundización de la lucha de clases. Entonces la construcción del partido se justificó como una forma de superar, en el marco de la radicalización ideológica y una asunción más amplia de las ideas leninistas, formas de vida que se consideraban liberales o desviaciones pequeñoburguesas,15 y esto se relacionó con el acercamiento a posiciones clasistas.
14. Ver el Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, op. cit., quinta clase: “Crisis de la estructura de Organización Político Militar y planteo de la estructura de Partido”, pág. 113 y sig. 15. Roberto Quieto: fundador de las FAR, de larga experiencia militante (al momento de su secuestro tenía 38 años) y muy referenciado por las bases, llegó a ser miembro
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Por otra parte, el tránsito de 1974 a 1975 y la construcción del partido en el marco del pase a la clandestinidad implicó, como señalamos, que la conducción tomara la decisión organizativa de “achicar los ámbitos” (UBC y UBR) con la consecuente “degradación” de militantes y la reducción numérica de la organización. Muchos miembros de la “oficialidad” de las UBC fueron “bajados” a UBR en calidad de aspirantes; y muchos miembros de las UBR fueron despromovidos a periferia en calidad de milicianos. Para 1976, la organización había logrado disminuir el número a unos 5.000 miembros organizados, en un intento de ganar en encuadramiento y operatividad según su plan destinado a afrontar lo que preveía como una etapa de guerra. En este sentido, Montoneros no tenía una estructura que podamos “fotografiar” en un determinado momento de su desarrollo y analizar. Justamente porque se trataba de una organización en desarrollo, en formación, en permanente cambio en paralelo con la modificación de la situación política. La afirmación de Perdía de que el método para analizar la realidad es “práctica, teoría, práctica” puede verse reflejado entonces en la evolución organizativa de Montoneros.
de la dirección nacional de Montoneros. Fue secuestrado en diciembre de 1975 cuando, violando normas de seguridad, se reunió con su esposa e hijos en una playa en la zona norte del Gran Buenos Aires. Nunca volvió a aparecer. A su secuestro le siguió una serie de caídas que la dirección adjudicó a que Quieto “había cantado” en la tortura y lo condenó a muerte por traición. DOS CAMINOS
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6. ESTILO DE CONDUCCIÓN
Llamamos estilo de conducción a la forma específica en que se ejerce el mando, se articula la participación de los militantes y se definen las políticas tácticas y estratégicas, en la práctica concreta, más allá de las prescripciones organizativas formales. Estas prescripciones pueden respetarse o no, pero en todos los casos los hombres que ejercen la conducción le dan un matiz particular. El estilo puede hacer de las prescripciones organizativas un mero discurso ideológico, y transformar estructuras democráticas en verticalistas, o a la inversa. Esto es así porque todas las políticas y estructuras son mediatizadas en la historia por los hombres y mujeres que les dan vida. Dentro del PRT la figura de Santucho era descollante. Era el máximo jefe militar y político, de él emanaban los principales documentos y directivas; siempre tenía la última palabra y era reconocido por todos como árbitro determinante en cada situación. Así lo testimonian sus ex compañeros (tanto dirigentes como de base), sus críticos, sus apologistas y los investigadores de diversas tendencias; aún en la actualidad la figura de Santucho es el eje de las reivindicaciones de quienes simpatizan con la experiencia del PRT. Tanto es así que la organización reconoció problemas cuando el líder estuvo preso -la llamada “desviación militarista” durante 1972 que, según la misma autocrítica de Santucho, alejó al partido de las masas en función del accionar militar-, y luego en 1976 y con la muerte del dirigente el PRT se desarticuló. El estilo de conducción de Santucho no puede calificarse como autoritario, ya que los militantes aceptaban sus ideas sin coerción ni engaños; por otra parte el PRT realizaba periódicamente reuniones amplias, aun exponiéndose a la represión, en las que todos formalmente podían expresarse, lo cual era mucho menos frecuente en Montoneros. El problema de la transformación de estructuras formalmente democráticas en su negación podría haberse originado, por un lado, en el gran desnivel referencial existente entre Santucho y la línea de cuadros que los secundaba, y por el otro, en la misma concepción organizativa del PRT, que priorizaba la 78
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homogeneidad en torno a una ideología acabada que permitía una sola respuesta a todas las preguntas, por lo tanto, la interpretación del líder debía ser la correcta mientras que las otras eran desviaciones, generando así cuadros que se reservaban sus críticas o diferencias y fomentando el verticalismo de hecho. Además la construcción del PRT como partido de combate1 y el ERP como principal expresión pública (sumado a la situación represiva) ayudó, sin dudas, a la jerarquización y la disciplina por sobre el debate y la crítica. Consideramos que la desarticulación del PRT no sólo se dio a raíz del avance del terrorismo de Estado y sus consecuencias sobre el partido, sino también por no haber tenido una conducción homogénea de reemplazo, que garantizara una línea única (o mayoritaria) tras la caída en combate de Santucho. Por el contrario, salieron a la superficie notorias diferencias de interpretación, que sin duda tenían sus raíces en el pasado pero que la fuerza de conducción de Santucho impedía que se manifestaran. Es de destacar que dos históricos de la conducción perretista, Domingo Menna y Benito Urteaga, fueron asesinados junto con Santucho en Villa Martelli; otros dos cuadros de gran experiencia (provenientes del trotskismo), Bonnet y Pujals, habían caído en el 72. Para julio de 1976, cuando mueren Santucho y sus compañeros, el PRT ya estaba duramente golpeado. La apreciación optimista de los meses anteriores comenzaba a ser revisada por el líder, y en ese marco se planificaba la salida de la conducción al exterior siguiendo los pasos ya dados por Montoneros. Nadie puede predecir qué hubiera pasado si Santucho hubiese sobrevivido, pero probablemente el PRT habría mantenido un mayor nivel de cohesión y una línea hegemónica en torno al líder. Pero esto no sucedió, y rápidamente las concepciones enfrentadas que anidaban soterradamente en su interior salieron a la luz. Según Mattini, las diferencias entre su posición y la de Gorriarán Merlo evidenciaban concepciones de fondo diferentes y dividieron lo que quedaba del partido por la
1. El partido de combate en la concepción leninista no se refiere única ni principalmente al plano de lo militar. Encierra la idea de una estructura disciplinada y homogénea, capaz de dar respuestas políticas a diferentes coyunturas de la lucha de clases y en medio de situaciones represivas) DOS CAMINOS 81
mitad.2 Consideramos esta opinión relevante -más allá de las coincidencias o divergencias con su interpretación del PRT-ERP- ya que pertenece al hombre que fue elegido secretario general del partido después de la muerte de Santucho; como así también la de Gorriarán, ya que muchos militantes lo secundaron aun hasta el intento de toma del cuartel de La Tablada en 1989. El grupo que se plegó a las ideas de Gorriarán se sumó posteriormente al Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, y tuvo un rol militar destacado en los combates por la toma de Managua y en la posterior defensa de la revolución; también participó en la operación que culminó con el ajusticiamiento de Anastasio Somoza en Paraguay. La otra parte de la organización -de la cual Mattini más tarde se alejórevisó las concepciones del V congreso y optó por una vía de profundización democrática participando, luego de la apertura de 1983, “disuelta” en estructuras de centroizquierda. Es de destacar que los restos del PRT, ambos muy pequeños, muy golpeados por la represión y divididos en el exilio, no consiguieron mantener la continuidad del partido.3 Montoneros tuvo otra concepción política desde sus orígenes, era más “movimientista” y esta característica la conservó aun cuando se propuso la construcción del partido y el ejército, hacia fines del 75. Esto no significa que la democracia interna funcionara ni que la conducción de la organización fuera un modelo de colegiatura (sus mismos documentos dan testimonio de esta falencia)4 ya que la organización priorizaba el centralismo sobre la democracia y la efectividad en la dirección por sobre la deliberación. En el Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, en el apartado donde se explica la necesidad de la construcción del partido, la dirección de la OPM habla de la ausencia de democracia interna y propone como solución para superar esta falencia la implementación del centralismo democrático, con acento en el centralismo por sobre la democracia. Esta propuesta se fundamenta en la necesidad de 2. Para más datos sobre la opinión de Luis Mattini ver Hombres y mujeres del PRT-ERP, Buenos Aires, De la Campana, 1995. 3. Con posterioridad a la muerte de Santucho el ERP constituyó una nueva dirección, encabezada por Luis Matini y Enrique Gorriarán Merlo (líderes de las tendencias que salieron a la luz en ese momento). Se realizaron algunas operaciones militares pero la actividad decayó hasta la disolución definitiva del partido. 4. Ver Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, op. cit
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más democracia en la toma de decisiones de una organización cuya estructura, por su génesis, no preveía la participación orgánica de los militantes en la fijación de la línea. Muchos cuadros medios de “la M” que han expuesto sus experiencias en diferentes charlas y entrevistas, coinciden en que el verticalismo era una característica de la dirección. Y si bien había discusiones, a medida que pasaba el tiempo y a pesar de las prescripciones organizativas más democráticas, se acentuó el verticalismo en aras de la efectividad operativa, alejando a la conducción de los cuadros medios y de las bases. La mayoría de los militantes montoneros fueron encuadrados en el ejército (en sintonía con una estrategia de guerra), acotando aun más las posibilidades de deliberación, y los congresos previstos por el partido recién fundado nunca se realizaron. Es de destacar que la mayoría de las críticas a la “conducción” son muy posteriores al periodo, en general las rupturas no se definieron en torno al verticalismo o el autoritarismo, sino por valoraciones diferentes del peronismo o asunciones ideológicas “más marxistas”. Pero no hubo en esta organización una figura descollante por sobre las demás como en el PRT. Se encuentran documentos sustanciosos y relevantes por su influencia política redactados por diferentes integrantes o grupos internos durante la conformación, la consolidación, las crisis y rupturas, como las discusiones FAR-Montoneros, la ruptura de la columna Sabino Navarro, la ruptura de la “Lealtad” en 1974, la de los grupos disidentes con la militarización en 1975, los “papeles de Rodolfo Walsh”, la ruptura de “los tenientes”, etc. Pese a esto, constatamos que la conducción se mantuvo inconmovible en su línea. Podemos decir que los grandes aciertos de la conducción hasta 1973 crearon una conciencia de infalibilidad en sus miembros y una confianza muy grande en las bases, que en general aceptaban como correctas (en el momento) las decisiones tomadas. En este sentido existe una similitud con el PRT, sólo que el rol unipersonal de Santucho fue cumplido en “la M” por “La Conducción”. Respecto del estilo montonero de conducción relata Flaskamp: “Era muy centralista, lo único que atenuaba esto en las FAR es que había un contacto muy estrecho entre la dirección y los demás militantes, por eso había un intercambio constante de opiniones. Pero la OPM era una organización más militar que política, las directivas bajaban de la conducción y nadie se quejaba por eso. Cuando yo me incorporé a las FAR en mayo del 73 también era así, discutíamos mucho las posiciones que nos bajaDOS CAMINOS
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ban, pero supuestamente las opiniones que nosotros teníamos debían ser transmitidas (...). Yo creo (...) que nuestras opiniones llegaban, pero esa percepción que tengo yo de esa etapa se fue debilitando cada vez más. Sobre todo después de la fusión con Montoneros, siempre era la conducción la que definía pero al principio las decisiones de la conducción estaban más permeables a los que les llegaba”.5 Por otra parte cuando hoy se recuerda a Montoneros, en general sus simpatizantes homenajean a la organización y ningún estudio ni relato sobre la misma, crítico o no, pone el acento en alguna figura como alma mater de su existencia. Es indiscutible que la cantidad de nombres montoneros que se pueden poner a la par de Mario Firmenich por su capacidad, su predicamento o relevancia pública ocuparía varios renglones de este trabajo.6 Es por ello que consideramos que Montoneros se desarticuló por razones que exceden a los golpes militares que recibió (en 1982 fueron asesinados los comandantes Raúl Yaguer y Enrique Pereira Rossi, y Osvaldo Cambiaso7); los motivos se vinculan más a cuestiones como la incapacidad para sostener el resto de su capital político y social después del 83, para hacerse cargo ante las clases populares del significado de su identidad, y para darse una autocrítica revolucionaria de su derrota.8 5. C. Flaskamp, entrevista con el autor. 6. Al ya mencionado Roberto Quieto, desaparecido por el gobierno de Isabel en 1975, y Marcos Osatinsky, muerto el mismo año, pueden sumarse algunos de los asesinados por la dictadura: Horacio Mendizabal, Norma Arrostito, Rodolfo Walsh, Raúl Yaguer, Carlos Caride, Dardo Cabo, etc. De todos modos, más allá de la fama o reconocimiento que diversos cuadros alcanzaron entre las masas, la Conducción de la organización no necesariamente coincidía con este prestigio o capacidad teórica. La valoración pública de muchos cuadros montoneros es, en general, consecuencia de su prestigio más allá del reconocimiento oficial o de su jerarquía en “la M”. 7. Pereira Rossi y Cambiaso fueron secuestrados de un bar de Rosario y asesinados en la ruta a Buenos Aires por un comando que integraba el ex comisario y ex intendente de Escobar Luis Patti. 8. Quizás una razón sea la imposibilidad de encontrar una respuesta colectiva a las causas de la derrota, y esto tiene su origen en la ya mencionada omnipotencia de la Conducción, que continuó ejerciendo el mando vertical sobre los restos de “la M”. Pero después de varios años de fracasos permanentes el nuevo viraje pejotista de 1983 propuesto desde la cúspide llevó a la perdida definitiva del capital restante.
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Las razones del más rico debate de ideas existente en Montoneros debe buscarse en las diferentes vertientes que conformaron la organización –a diferencia del PRT- y que sólo un permanente diálogo de síntesis podía mantener unidas: cristianos de izquierda, marxistas, nacionalistas de izquierda, nacionalistas católicos, peronistas combativos, jóvenes rebeldes, todos bajo una misma identidad. Era difícil que una sola persona sintetizara todas estas vertientes, salvo que fuera un liderazgo carismático de gran prestigio entre las masas. Y ese líder existía: Perón; el problema es que estaba fuera de la organización y no compartía sus objetivos. Es claro que lo que unió a una cantidad importante de revolucionarios de muy diferentes tendencias en el seno de una misma organización fue la asunción por parte de los militantes de que peronismo era el vehículo privilegiado de canalización de la movilización combativa de las masas; además, debe tenerse en cuenta que aun desde la izquierda, ese peronismo era impensable sin Perón, líder carismático en el cual los trabajadores depositaban mucha confianza y a quien, en última instancia, Montoneros debían gran parte de su aceptación masiva en el 73. Igualmente, en lo relacionado con su capacidad de supervivencia, Montoneros no sufrió un golpe sobre sus principales jefes en un mismo momento -como le sucedió al PRT, al cual, además, golpearon en un momento de crisis y reflujo de masas-, aunque sí una caída constante de sus cuadros dirigentes: Abal Medina y Carlos Ramus en William Morris, Sabino Navarro y Carlos Olmedo en Córdoba, entre 1970 y 1973 y desde 1975 hasta 1982 (Quieto, Osatinsky, Mendizábal, Roqué, Yaguer, etc.). De esta forma, manteniendo una continuidad en sus organismos de dirección (al menos en los más elevados) pudieron evitar que la confrontación cruda de tendencias terminara en fracturas, y pilotear mejor las críticas, debates y disidencias que se produjeron dada la amplia variedad de ideologías que convivían al interior de esta organización. En los testimonios de otros cuadros medios la figura de “la Conducción” aparece como una entidad con vida propia, fuente de aciertos y de errores, lejana, casi mítica. Es claro que, como afirma Perdía, la conducción era mucho más homogénea que el resto de la organización y esto le permitía saldar los debates internos sin fracturas en su seno. En general, los debates culminaban con el alejamiento de los críticos, y muy difícilmente se hacían eco en la dirección de los cuestionamientos planteados. Lo que sucedió a lo largo de los años 1974 y 1975 fue un proceso de distanciamiento entre “la M” y las DOS CAMINOS
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masas, que a su vez se vivió en el interior de la organización como un proceso de distanciamiento entre la conducción y el resto. La militarización progresiva de las estructuras implicó la desarticulación del tejido de agrupaciones de masas que vinculaban a la “orga” con el pueblo y la verticalización en función de la operatividad del Ejército Montonero, definido como herramienta principal a construir. Es importante destacar que Montoneros alcanzó, además de lograr la hegemonía en el movimiento estudiantil, una importante presencia territorial y (esto es lugar de debate) aún sindical. Esta presencia fue más que el fruto de un largo trabajo de inserción, consecuencia de la capacidad de aprovechar la oleada de simpatía espontánea que le abrió las puertas del asentamiento territorial. Es un tema para pensar las razones del por que de esta amplia referencia montonera (a través de sus organizaciones de masas) en mucho barrios no se transformó en una inserción sólida que permitiera materializar doble poder a nivel territorial (como planteaba Santucho en Poder... poder). Quizás la fuerte apuesta montonera a la construcción de una organización de vanguardia, la idea de un camino relativamente breve de toma del poder y el sentido común de dejar la construcción de la sociedad revolucionaria para después de la toma del Estado, le hicieron priorizar las tareas superestructurales, lo que atentó contra la creación de bases sólidas en el tiempo. Como muestra de esta política podemos mencionar la absorción por parte de la «orga» de todas las estructuras de masas, que solo existirían para la OPM, a partir de 1975, como emisoras de comunicados.
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7.LA CUESTIÓN MILITAR
La resolución del problema del poder implicaba el acceso al control del Estado. Pero para acceder a ese Estado visto como un aparato en disputa, se requería poder militar. El poder militar propio era central ya que el atributo principal del Estado -“el monopolio de la coerción”- era lo que le daba capacidad para hacer efectivas sus políticas. Sin lugar a dudas, la coerción era lo que desde 1955 había primado en la política argentina, por lo tanto era racional que las organizaciones revolucionarias consideraran que la organización de una fuerza militar propia debía ser la tarea central de la etapa. También era esta la conclusión de muchos viejos resistentes. Pero, si bien FAP contuvo a algunos y otros se integraron a Montoneros, no fueron las organizaciones armadas surgidas en el 70 las que mas los atrajeron. Estos siguieron explorando caminos propios (como el MRP o el ML17 experiencias de los últimos sesentas) englobados en la «tendencia revolucionaria» del peronismo. El alternativismo del PB sedujo a algunos cansados de las idas y vueltas de Perón cuyas consecuencias habían sufrido en carne propia. También propuestas amplias como el Partido Auténtico convocó a muchos durante el derrumbe isabelista. Por otra parte, las sucesivas oleadas de lucha popular que desde el 55 se fueron dando permitían pensar que existía consenso sobre la utilización de la violencia por parte de quienes querían cambiar el estado de cosas. Al menos hasta 1973 era evidente que las diferentes políticas implementadas desde las clases dominantes carecían de legitimidad, o la perdían rápidamente. En este sentido, el problema militar se transformaba en el centro de todos los demás problemas. La mayoría de las expresiones armadas de los 70 surgieron como organizaciones armadas o sumaron a sus militantes por su disposición a desarrollar o apoyar la lucha armada. Pero las políticas concretas, así como los objetivos inmediatos, diferían según la organización que se tratara. Montoneros y el PRT se dieron, entonces, tareas diferentes respecto a temas centrales como la relación con los cuadros de las Fuerzas Armadas y los blancos militares a priorizar. DOS CAMINOS 87
Ambas organizaciones consideraban la lucha armada como el método principal de lucha que les permitiría acceder al poder, pero mientras Montoneros creía en la posibilidad de captar sectores nacionalistas de las Fuerzas Armadas (como corriente), el PRT-ERP consideraba que la derrota del ejército burgués era condición sine qua non para la revolución socialista. “En lo militar lucharemos por la supresión del ejército burgués, la policía y todo otro organismo represivo y su reemplazo por el Ejército Revolucionario del Pueblo y las Milicias Armadas Populares (...) Todo militar o funcionario patriota que abandona los organismos represivos tiene su puesto de lucha en la fuerza armada revolucionaria”, dice el programa del ERP elaborado en el V Congreso del PRT.1 Es decir, no buscaban una fractura en las Fuerzas Armadas, tampoco veían posible ni deseable generar entre ellas corrientes favorables a la revolución, sino que estimulaban el salto individual de sus miembros desde las fuerzas armadas burguesas hacia las fuerzas armadas revolucionarias. Es así como en las posiciones públicas difundidas ante la asunción de Cámpora manifestaron su voluntad de continuar golpeando militarmente al ejército y a los monopolios.2 En cuanto a las fuentes teóricas para fundamentar su política militar (la fundación y fortalecimiento del ERP), el PRT rescataba los escritos sobre la guerra de guerrillas de Lenin. Allí el revolucionario ruso plantea: “La cuestión de las operaciones de guerrillas interesa vivamente a nuestro Partido y a la masa obrera (…) la lucha de guerrillas es una forma inevitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen intervalos más o menos considerables entre ‘grandes batallas’ de la guerra civil”.3 Es racional e históricamente sustentable en la etapa abierta en 1969 con el Cordobazo, la idea de que el avance de la lucha de clases se daría a través de levantamientos insurreccionales o de puebladas y que la construcción del ERP debía articularse con ese proceso. Fue en sintonía con esa
1. A vencer o morir, op. cit. 2. Ver “Carta al presidente Cámpora” y conferencia de prensa dada durante su breve período de legalidad. En De Santis, op. cit. 3. Lenin, Vladimir I, “Guerra de guerrillas”, en Obras completas, Buenos Aires, Cartago, 1960.
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estrategia que Santucho presentó tiempo después su escrito Poder burgués, poder revolucionario, en el que sistematizó un esbozo de teoría revolucionaria para las condiciones argentinas. Más adelante, Lenin continúa: “Es completamente natural e inevitable que la insurrección tome las formas más elevadas y complejas de una guerra civil prolongada, abarcando a todo el país, es decir, de una lucha armada entre dos partes del pueblo”. Y agrega: “La socialdemocracia debe, en la época en que la lucha de clases se exacerba hasta el punto de convertirse en guerra civil, proponerse no solamente tomar parte en esta guerra civil,4 sino también desempeñar la función dirigente. La socialdemocracia debe educar y preparar a sus organizaciones de suerte que obren como una parte beligerante, no dejando pasar ninguna ocasión de asestar un golpe a las fuerzas del adversario”.5 En el mismo registro, sostiene: “El marxista se coloca en el terreno de la lucha de clases y no en el de la paz social. En ciertas épocas de crisis económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse, se transforma en guerra civil abierta, es decir en lucha armada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el marxista está obligado a colocarse en el terreno de la guerra civil. Toda condena moral de ésta es completamente inadmisible desde el punto de vista del marxismo. En una época de guerra civil, el ideal del Partido del proletariado es el Partido de combate”.6 Es clara la idea de Lenin de que el rol del partido revolucionario es colocarse a la cabeza del proceso en todos los terrenos, incluyendo el militar, aunque no pareciera –leyendo el conjunto de sus escritos– que la forma concreta en que la revolución se expresa en el plano militar esté definida previamente al desarrollo del proceso revolucionario concreto. Por el contrario, Lenin fomenta las guerrillas, construye la Guardia Roja con los obreros de las fábricas (que eran su fuerza propia) e impulsa los soviets de soldados en el seno del ejército. Y cuando la guerra civil impone la necesidad de cuadros, suma al Ejército Rojo a todos los oficiales potables dispuestos a defender la patria de la agresión externa aliada a la reacción blanca. Para los bolcheviques, el ejercicio de la violencia organizada en el plano militar (que es su máxima expresión) es una definición 4. Destacado por Lenin. 5. Lenin, op. cit. 6. Lenin, op. cit. DOS CAMINOS
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que los separa cada vez más de los sectores que en el futuro serán reconocidos como reformistas. Pero los bolcheviques no tienen una receta universal en ese sentido, salvo que los trabajadores deben construir su propio poder de coacción. Ahora bien, a partir de los textos elegidos por Santucho para justificar la necesidad de la lucha armada, puede verse que sus ideas sobre el tipo de estrategia militar se alejaban del denominado “foquismo”. En las polémicas que el jefe perretista sostuvo con las fracciones del partido opuestas a la iniciación de la lucha armada, que lo acusaban de “foquista”,7 planteaba: “Si se pretende iniciar la lucha basada únicamente en la geografía, se evita el contacto con la población y se pretende enfrentar al enemigo sólo con la fuerza militar con que se cuenta; si se ignoran las necesidades del partido revolucionario, estamos en presencia de una desviación foquista. Si en cambio se comprende claramente que la fuerza fundamental de la guerrilla es el apoyo de la población y la geografía sólo un auxiliar; si se permanece lo más ligado posible a las masas; si se cuenta con una política de masas correcta; si se orienta la actividad militar con un punto de vista de masas; si se comprende que lo principal es el partido, se garantiza su dirección de la guerrilla y se trabaja firmemente por construirlo y desarrollarlo, estamos en presencia de una línea leninista de guerra revolucionaria”.8 De esta forma Santucho se esforzaba por apegarse a una línea leninista de lucha armada.9 Más allá de que no negaba la posibilidad de establecer un foco rural, es claro que no planteaba que la guerrilla fuera en sí misma -al menos en teoría- la cabeza de todo el proceso; de ahí el énfasis en la construcción del partido y del planteamiento del ERP como organización de masas. En la versión del francés Regis Debray, la propuesta del foco sintéticamente planteaba que una columna guerrillera instalada en una zona rural favorable genera a través de su accionar militar una atracción que cataliza la lucha de clases y la coloca bajo su dirección objetiva; entonces, la coman7. La principal corriente que disputaba con Santucho en torno al tema de la lucha armada era la encabezada por Nahuel Moreno, cuyos planteos fueron recopilados por la corriente política que él encabezó a partir de la ruptura con Santucho (PRT La Verdad, Partido Socialista de los Trabajadores, MAS). 8. De Santis, A vencer o morir, op. cit. 9. Sin dudas también la influencia vietnamita en el PRT-ERP es muy fuerte.
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dancia de la guerrilla oficia a su vez como dirección del proceso revolucionario en su conjunto, sin estar necesariamente implicada en la organización de la lucha de las demás clases populares. En realidad, la de Debray era una interpretación reduccionista y equivocada del proceso revolucionario cubano, que ignoraba el rol del Movimiento 26 de Julio, el Directorio y otras organizaciones de gran inserción en las ciudades, como así también que la guerrilla de Fidel Castro se transformó en dirección de masas después de un largo proceso y a partir del fracaso de la estrategia insurreccional basada en la huelga general. Las acusaciones de “foquistas” a las organizaciones revolucionarias argentinas (tanto al PRT-ERP como a Montoneros y todas las demás) son, por lo tanto, infundadas si las vemos desde una perspectiva histórica integral, ya que estas fuerzas tenían un fuerte trabajo de masas y de construcción de direcciones político-militares que excedían a la dirección guerrillera exclusiva. Muchos de los diferentes grupos que fueron confluyendo en Montoneros desde el 70 tenían influencia de masas y nunca dejaron de mantener vinculaciones con dirigentes, militantes y agrupaciones con trabajo territorial, estudiantil o sindical. Las mismas FAR, con una definición teórica más clara en torno a la estrategia militar de una fuerza revolucionaria, también mantuvieron contactos con grupos que aunque no tomaran las armas veían la lucha armada como necesaria y simpatizaban con la organización. Y, al menos desde 1973, el crecimiento del trabajo de masas de “la M” (principalmente) y FAR fue impresionante, absorbiendo gran parte de sus recursos militantes. Desde antes y como tarea que les absorbía mayores esfuerzos, lo venía desarrollando el PB-FAP, mientras que el PRT-ERP desde su mismo origen realizaba trabajo de inserción y organización en diferentes sectores del movimiento obrero. El tema del foquismo merecería una discusión aparte. En realidad, la mayoría de las organizaciones guerrilleras argentinas fueron, en los inicios, tributarias de la idea del foco en su versión urbana. FAR, por ejemplo, fue una organización muy influenciada por la teoría del foco en un principio, y otros grupos menores como el GEL10 se definían explícitamen10. GEL (Grupo Ejército de Liberación): organización de origen marxista que actuó en los años 70 y 71. Luego sus integrantes se repartieron entre FAR, ERP y FAP. En un manifiesto político escrito por el máximo referente de una de sus vertientes, Ramón Torres Molina, explicaban cuál era su estrategia definiéndose como foquistas y reivindicando las experiencias latinoamericanas con menor trabajo político. DOS CAMINOS 91
te foquistas. En el reportaje realizado en 1971, las FAR respondían a una pregunta de su interlocutor en ese sentido, remitiendo a la experiencia tupamara: “La concepción del foco tiene fundamentalmente un axioma vigente para nosotros (...) no es preciso que todas las condiciones se den sino que es posible contribuir a crearlas mediante el ejercicio de la acción (...) Concretamente cuando se dice acción se dice extraer al enemigo los recursos necesarios para crecer organizativamente. Oponer la violencia popular a la violencia del régimen a fin de desenmascarar todavía más su naturaleza represiva. Esto es lo que está vigente para nosotros de la concepción del foco. En síntesis: obligar al enemigo a dar los pasos necesarios para que la situación no retroceda”.11 Por otra parte, las FAR explicaban la relación del foco tal cual ellos (y la mayoría de las guerrillas argentinas) lo entendían hasta 1973: “Ésta es una concepción global que de alguna manera reinterpreta la concepción leninista del eslabón más débil en las condiciones latinoamericanas. O sea, el foco asume en definitiva una situación internacional en la que una fuerza revolucionaria no puede esperar que su enemigo sea destruido por una fuerza no revolucionaria”.12 Los tupamaros uruguayos tuvieron una importante influencia en las organizaciones argentinas. De hecho, sus críticas a la concepción vulgar de Debray y la teorización del foco urbano fueron asumidas por todas las guerrillas argentinas en su origen. “El aporte más importante que se puede hacer o que se ha hecho, que han hecho los tupamaros por ejemplo es terminar con la brutal simplificación que se hacía con el concepto teórico de foco [la de Debray], el correlato del hecho práctico de la columna guerrillera. El foco es un generador de conciencia y no es tal o cual unidad combatiente, existe en tal o cual encuadre estratégico en una determinada sociedad nacional. Los tupamaros no tienen columna guerrillera rural, tienen comandos (o ‘columnas’ como le llaman ellos) que practican la guerrilla urbana y sin embargo tienen foco. Vaya si lo tienen”.13 El núcleo originario de Montoneros también fue inicialmente foquista (a diferencia del PRT). La categoría de foquismo no era considerada en la épocauna diatriba como lo es hoy, cuando con la acusación de “foquis11. “Reportaje a las FAR”, revista Militancia, op. cit. 12. “Reportaje...”, op. cit. 13. “Reportaje...”, op. cit.
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ta” se descalifica al interlocutor quien debe “defenderse” de ella. En los primeros 70 el foco era una vía revolucionaria más y estaba en discusión. En general, todos los militantes de esa época recalcan que existía la idea de dejar de hablar y ponerse a hacer. “Había que largarse a actuar”, dice Perdía, y en ese momento histórico esto significaba tomar las armas. Era una cuestión de ética revolucionaria, un compromiso con la transformación de una realidad que se percibía injusta. Ver la injusticia y no actuar o hacerlo de forma timorata era traicionarse a sí mismos. Actuar, aunque fuese riesgoso y se hiciera a tientas, era cumplir con el deber moral ante los sectores populares; por eso el compromiso revolucionario se vivía también como una realización personal. El propio Rodolfo Walsh lo sintió así: poco antes de morir y aun viendo la derrota cerca siguió reivindicando que al tomar las armas había alcanzado el más alto grado de compromiso personal que podía y se manifestaba satisfecho y orgulloso por ello. Lanzar la lucha armada para acabar con la injusticia era una definición común a todas las corrientes (peronistas o no), y en ese sentido los debates sobre el foco, la guerra popular y prolongada, etc. y se resolvían (o no) pero con las armas en la mano combatiendo al enemigo. Más allá del tema del foco Montoneros dio gran importancia al trabajo de cooptación en las fuerzas armadas, aunque con escaso éxito. En este sentido existen dos vertientes para analizar el pensamiento de “la M” sobre las fuerzas armadas: una, la tradición peronista y de la Resistencia que reivindicaba la presencia de militares “nacionales” en la institución, militares con conciencia nacionalista en un sentido abstracto y no de clase, que querían a su Patria en general, no a los burgueses, obispos y terratenientes como la mayoría de los oficiales. La segunda, desde la misma tradición de la izquierda y de los movimientos de liberación nacional, valoraba que en los países dependientes existían militares o sectores de las fuerzas armadas que en un determinado momento rompían con sus camaradas y participaban o acaudillaban un proceso antiimperialista. En ese tiempo Montoneros tenía ante sus ojos el proceso peruano.14 Egipto 14. El caso peruano es (para la misma época de los movimientos nacionalistas árabes) el más destacado de América Latina. Allí el general Velazco Alvarado encabezó, entre 1968 y 1975, un proceso de nacionalizaciones, reforma agraria y social. Velazco fue depuesto por sus propios camaradas sin que el proceso reformista lograra una base de masas que lo sostuviera. Procesos similares se dieron con Torres en Bolivia y con Torrijos en Panamá; el primero fue asesinado en Argentina por la Triple A en el marco del Plan Cóndor. Torrijos murió en un sospechoso accidente aéreo.
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fue paradigmático de toda una corriente nacionalista antiimperialista árabe sustentada en un fuerte apoyo de masas pero con las fuerzas armadas del ejército de línea mayoritariamente del ejército de línea como respaldo, logró hacerse del poder en varios países y realizar reformas nacionalistas, sociales y progresistas con diferente consecuencia y convicción (Libia e Iraq fueron casos muy notorios). En camino de hallar a esos militares, Montoneros realizó junto al Primer Cuerpo de Ejército el llamado “Operativo Dorrego”, durante el cual los militantes de la Juventud Peronista y los militares realizaron tareas de “recuperación en zonas inundadas de la Provincia” de Buenos Aires.15 En este sentido es importante destacar que la organización mantuvo un diálogo fluido con el comandante en Jefe del Ejército, general Jorge Carcagno, a través de los coroneles Jaime Cesio y Carlos Dalla Tea. En el marco de estas charlas, además del “Operativo Dorrego”, se hicieron encuentros de formación de oficiales con militantes de la JUP en la Universidad y planificaron iniciar el avance en la incorporación de Montoneros como fuerza miliciana en una estrategia de defensa nacional junto al ejército. Por otra parte, Perdía enumera las razones que los llevaron a pedir una reunión con el Estado Mayor: “Esta discusión tiene su punto más alto cuando nos enteramos de que Perón tiene una expectativa de vida limitada por el proceso de su enfermedad; el informe que nos llega es que tenía para 5 ó 6 meses (el informe nos lo planteaba Taiana). Y ahí decidimos un par de cosas. Una fue establecer un acuerdo estratégico para el post Perón; viajan compañeros que dieron vueltas por el mundo, para establecer acuerdos con los argelinos, el tema del petróleo, inversiones en la Argentina, etc. (...) Sabíamos que el poder iba a recaer en Isabel, pero esa lucha iba a ser muy dura y queríamos en esa lucha por el poder tener de nuestro lado el máximo de fuerzas. Esa fuerza eran los países del Tercer Mundo de los cuales éramos amigos y dentro del país lo que planteamos era definir el tema de los militares, para qué lado están en este despelote”.16 15. Ver, Baschetti, op. cit. Es de destacar que Montoneros tuvo desde antes del 73 un cierto atractivo sobre algunos cuadros militares. Por ejemplo: el guardiamarina Urien se levantó en la ESMA (Escuela Mecánica de la Armada) en Noviembre de 1972 y pasó a la clandestinidad, incorporándose a la organización desde ese momento. 16. Perdía, Roberto, op. cit.
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Estos oficiales les propusieron trabajar en conjunto17 y afirmaron que podían contar con su respaldo para enfrentar al sindicalismo y a la derecha. Esto llegó a los oídos del viejo general que estalló en cólera y, al poco tiempo obligó a Carcagno a pedir el retiro, según Perdía, el peor error estratégico de Perón. Este grupo de militares era minoritario en el Ejército, y la mayoría de sus propios camaradas de armas repudiaba la política de acercamiento a los guerrilleros y, especialmente, que Carcagno y su grupo propusieran cambiar la doctrina de las fuerzas armadas que era la de Seguridad Nacional (que colocaba la hipótesis de conflicto central en la lucha contra el marxismo y la guerrilla) por otra opuesta, que ponía el eje en el antiimperialismo y a partir de allí orientar las políticas de defensa, con un compromiso de las fuerzas armadas en las tareas de lucha contra el avance del capital monopólico extranjero, en el marco de lo que se llamó tendencia peruanista. El “Operativo Dorrego” fue la máxima apuesta pública de “la M” en su política de captación de militares, y por eso vale la pena aclarar que, si bien la conducción del Ejército estaba a cargo de Carcagno, el mando en el terreno de las tropas del Ejército que trabajaron con militantes de la JP era ejercido por el entonces coronel Albano Harguindeguy, notorio reaccionario que se preocupó de sabotear las (pocas) posibilidades que los jóvenes peronistas revolucionarios hubieran tenido de confraternizar e intercambiar opiniones con oficiales intelectualmente abiertos. La im-
17. Carlos Flaskamp relata: “Había algunos compañeros nuestros que eran muy izquierdistas, que lo veían como un peligro, la mayoría de nosotros no. Lo veíamos como una forma positiva de trabajar también sobre el Ejército porque creíamos que no había que descartar que hubiera sectores nacionales en el Ejército y a Carcagno lo veíamos en esa posición. Creíamos que era bueno hacer cosas como el Operativo Dorrego y mantener una relación con Carcagno. (...) Un elemento grave nos llegó una vez por parte de un compañero de la conducción regional (...) nos dijo que había existido por parte de Carcagno algo así (Perón todavía era presidente): una propuesta de asociación con vistas eventualmente a un golpe “nacional y popular” y que la organización lo rechazaba. Era interesante el trabajo con Carcagno, pero dentro de todo Perón era más confiable que Carcagno, hacer un golpe contra Perón con Carcagno no (...). Hubo (también) un trato bastante avanzado con gente que había participado en el golpe de Olavarría en el año 71, militares nacionalistas que se levantaron contra Lanusse; parece que algunos de esos tipos estuvieron muy cerca de Montoneros pero cuán cerca no sé”. En este sentido Perdía recalcó que Montoneros les dejó bien en claro a los militares que en caso de golpe iban a estar en veredas diferentes. También explica que la idea de relacionarse con esta corriente de militares tenía entre sus objetivos, justamente, impedir maniobras golpistas.
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posibilidad de colocar a uno de sus hombres en la dirección del operativo demuestra la soledad de la propuesta de Carcagno en la cúspide del ejército.18 Desde la izquierda peronista (revista Militancia, dirigida por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde y vinculada al Peronismo de Base) y desde el PRT, las críticas a esta política montonera fueron muy fuertes. El ERP atacó el Comando de Sanidad el 6 de setiembre paralelamente al discurso antiimperialista de Carcagno en Caracas (5 de setiembre), y publicó un afiche con una foto de este general reprimiendo durante el Cordobazo. Carcagno fue defenestrado por Perón (en diciembre de 1973 lo obligó a pasar a retiro), quien optó por una conducción militar -y policial, con los comisarios Villar y Margaride notorios represores en la Policía Federal,- más acorde a su propósito de lograr un mayor disciplinamiento dentro del capitalismo para sostener el pacto social. La diferencia táctica entre Montoneros y el PRT-ERP respecto de las fuerzas armadas se verificaba también en la distintiva percepción que la corporación militar tenía de ambas organizaciones. Si bien el objetivo era destruirlas política y militarmente y exterminarlas físicamente, los militantes del PRT-ERP eran considerados “irrecuperables” y su organización cumplía con todos los requisitos del “comunismo ateo y apátrida” de los fantasmas ideológicos militares. Esto se relaciona con la identidad de ambas organizaciones: el PRT-ERP era bien rojo, claramente marxista leninista y desde su fundación consideró que el ataque a unidades militares era una tarea de primera importancia a implementar. Montoneros, en cambio, se presentaba con un perfil nacionalista más ligado en su discurso al revisionismo histórico, y sus objetivos militares estaban más ligados al poder económico, político y sindical. Además, en sus ataques a las fuerzas armadas buscaban objetivos más selectivos. “La M” sumó a sus filas a algunos militares y policías (aunque éstos fueron montoneros cuando ya no eran militares). Mantuvieron relaciones con militares peronistas o nacionalistas, lo que les permitió acceder a ciertas informaciones;19 editó los Cuadernos de la soberanía sobre temas de polí18. Tanto fue así que apenas pasó la ola de euforia post 11 de marzo fue una de las primeras cabezas en rodar y luego de su corriente poco quedó. 19. Ver Vinelli, Natalia, ANCLA una experiencia de comunicación clandestina, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1998. Roberto Perdía cuenta que realizaban trabajo político sobre un buen número de militares. Lilia Pastoriza, compañera de célula de Walsh, afir94 GUILLERMO CAVIASCA
tica, historia y economía, conflictivos para la ideología militar dominante. Los Cuadernos... se planteaban “una disputa ideológica (...) con la idea de que no era inevitable que todos los militares fueran secuestradores, asesinos y lapidadores del patrimonio nacional. Pensábamos que, en general, cuando un adolescente comienza la carrera militar, lo hace con intenciones generosas (...) Sin hacernos demasiadas ilusiones, procurábamos fortalecer esas contradicciones”.20 En este sentido es interesante analizar el discurso histórico del “Ensayo sobre San Martín”, publicado en los Cuadernos.... Allí se realza la desobediencia de San Martín a las autoridades porteñas, mostrándolo enemigo de la represión interna y simpatizante de las montoneras, más bien dispuesto a coordinar con ellas en la guerra emancipadora, además de ser portador de un proyecto político nacional popular que manifiesta en diferentes intervenciones haciendo jugar en política las fuerzas a su cargo. Se presenta al gobierno de Buenos Aires partidario del librecambio y la penetración británica, enfrentado a un San Martín impulsor del desarrollo de las fuerzas productivas con base en los recursos nacionales.21 En general, el texto montonero busca desmontar el concepto (basado en la versión mitrista de la historia) que los militares tienen sobre “el padre de la Patria”, para emparentarlo con su propio proyecto político (la liberación nacional), trazando paralelismos con las situaciones del momento que indujeran a la oficialidad a la reflexión y la hicieran entrar en contradicción con la dictadura militar inaugurada en marzo del 76. Los Montoneros no atacaban en este texto la concepción más general de las fuerzas armadas como institución del Estado (en términos burgueses) a favor de un ejército revolucionario como el PRT, sino que pretendían realzar los valoma, en cambio, que los contactos eran más informales y había entre ellos conscriptos. Es probable que existieran los dos tipos de contactos, por un lado una política oficial de la organización hacia los militares, con contactos más calificados, y por otros amigos, compañeros o relaciones que por algún interés puntual daban información a Montoneros. 20. Horacio Verbisky en Vinelli, Natalia, op. cit. 21. “San Martín sentó en el Cuyo las bases de una economía independiente, aunque no cerrada.” Ver: Verbisky, Horacio, Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, Buenos Aires, De la Urraca, 1985. Asimismo, aunque con algunos anacronismos, la presentación histórica que Montoneros hace de San Martín, es más rigurosa y menos superficial que la versión mitrista, y por lo tanto más sólida. DOS CAMINOS 97
res nacionales, populares y antiimperialistas a través de una figura que los militares consideraban ejemplar y sin cuestionar las fuerzas armadas en términos marxistas, como aparato de represión de clase. Más allá de intentar un trabajo hacia las fuerzas armadas, ya en el 73, Montoneros sostenía respecto a la cuestión militar: “La acumulación de poder militar es el poder militar del pueblo, el ejército del pueblo. La única posibilidad de que esto sea el elemento catalizador, el elemento que produzca la fractura en las fuerzas armadas, y de este modo, un sector de las fuerzas armadas se vuelque realmente a defender el proceso”.22 Pero a diferencia del ERP, no buscó el enfrentamiento directo con el ejército hasta 1975 cuando atacó el cuartel de Formosa. Esta operación no estuvo encuadrada dentro del nuevo plan estratégico que la organización desarrolló a lo largo de 1974. En el se planteaba una caracterización de Argentina primero como conjunto, luego por región y por último por cada ciudad, pueblo o barrio. A partir de esta subdivisión se delineaba una estrategia específica para cada instancia, dentro de una articulación con el plan general. El ataque a ese cuartel no se enmarcaba en la estrategia regional del noreste (NEA) -donde tenía una fuerte inserción en el campesinado a través de las Ligas Agrarias conducidas por Osvaldo Lovey-, sino que partía de una definición de la conducción de que era necesario dar un gran golpe propagandístico que demostrara el poder de la organización y que a su vez le permitiera recuperar pertrechos militares.23 Si bien demostró que Montoneros tenía una capacidad operativa muy grande el ataque fracasó. Y a este resultado se sumaron dos agravantes: el primero, que focalizó al aparato represivo sobre una región cuyo desarrollo militar y político propio no estaba en condiciones de resistir; el segundo, que la conducción pasó por alto el mismo plan estratégico defi22. “Charla...” op. cit. Pág. 279. 23. Es sorprendente la contradicción entre la política definida por la organización que contemplaba una táctica y un despliegue acorde a la estructura sociopolítica regional y el accionar superestructural del Ejército Montonero en formación. Si bien la organización era real y conducían sectores sociales importantes. En el noreste las ligas agrarias habían logrado gran éxito en la organzación del campesinado y los pequeños propietarios. El ataque al cuartel de Formosa fue muy bien planificado y realizado con militantes trasladados desde Buenos Aires; no fue un éxito militar, pero tampoco un fracaso. Lo que sí está claro es que no hubo ninguna relación con las organzaciones propias de la región y el ejército montonero no estuvo en condiciones de enfrentar la represión posterior.
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nido unos meses antes, con una operación realizada desde afuera y sin ninguna articulación con la base social montonera de la provincia, violando concepciones básicas de la lucha guerrillera. Para el noroeste (NOA), en cambio, la estrategia era una combinación urbano-rural. Plantea Perdía: “Rotundamente no fue ése el objetivo de Formosa (el establecimiento de una columna rural), en esa época no estaba en nuestros planes. Lo que sí estaba en nuestros planes era desarrollar una estrategia político-militar de acuerdo a un estudio que se había hecho región por región. En ese marco las regiones del NEA y NOA eran caracterizadas como zonas donde la economía agraria seguía teniendo un peso significativo. Por eso planteamos la necesidad de una construcción militar acorde con ella. En función de eso en Tucumán se inician experiencias militares de pequeñas unidades en las zonas de mayor concentración obrera industrial; la idea era que esas unidades tuvieran capacidad de reabsorberse en las proximidades de los ingenios y operaran en sus proximidades, no bajo la tradicional forma del foco, sino como un modo de fortalecer la lucha sindical. Hay que tener en cuenta que teníamos una mayoría de delegados de FOTIA, incluso realizamos un encuentro donde participaron más del 50% de delegados de la misma; estoy hablando de un encuentro de más de 200 delegados. En el caso del NEA la cuestión pasaba por el fortalecimiento de las Ligas24 sin ninguna previsión inmediata de acción militar, sino de fortalecimiento político, económico y organizativo de esa estructura y del sector social que representaban». Es interesante también tomar nota de los diferentes objetivos por parte de “la M”. El ataque y ejecución de sindicalistas y policías25 fue para Montoneros una tarea militar importante en función de dos frentes de lucha que heredaron de su tradición peronista. Por un lado la disputa con-
24. Las Ligas Agrarias eran una organización rural con gran influencia montonera. Su líder, Osvaldo Lovey, era dirigente montonero. 25. En un primer momento el ataque a policías estaba ligado, más bien, a la recuperación de armas, el castigo a represores o a comisarías “bravas”. Pero, ya en 1975 se fijó la política del ataque y ejecución sistemática (que duró hasta 1976). DOS CAMINOS
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tra la burocracia sindical y la derecha peronista (cosa que el PRT no consideraba)26 y por otro por la vieja lucha barrio por barrio que había tenido como protagonistas a la Resistencia Peronista, por un lado, y a la policía por el otro. Para el PRT-ERP, en cambio, los militares eran el eje de la confrontación armada, aunque también operaban contra los grupos económicos, en lo cual coincidían con Montoneros.
26. Para el PRT, los trabajadores debían deshacerse de los sindicalistas mediante su propia lucha, y el partido debía insertarse en ella y pelear con los propios métodos de los trabajadores. Montoneros podía suscribir esta propuesta, pero su lucha contra de los sindicalistas estaba encuadrada no sólo en consideraciones respecto de la lucha inmediata de la clase obrera sino en una confrontación de aparatos por la hegemonía en el peronismo.
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8.EL FRENTE INTERNACIONAL
La posición que los revolucionarios tomaron frente a la lucha que se daba fuera del propio país señala uno de los caminos a través de los cuales podemos aproximarnos a su estrategia y su identidad. Aunque en la práctica (y la experiencia argentina es característica) puede haber contradicciones entre fuertes discursos de solidaridad internacional y prácticas aggiornadas en la sociedad local. Cuando el proyecto político lleva a una definitiva confrontación con las clases dominantes y los revolucionarios se ven a sí mismos como alternativa real de poder, la perspectiva de una confrontación con el imperialismo sin mediadores lleva aun a los grupos ideológicamente menos predispuestos a compartir tareas prácticas de política internacional con otros grupos revolucionarios que se ven como afines. Ésta es una tendencia ineludible; el internacionalismo en alguna de sus variantes se impone a los revolucionarios por la característica internacional de la dominación del capitalismo imperialista. El internacionalismo proletario y la política internacional antiimperialista son, justamente, dos expresiones de esa política. La primera se basa, en términos ideales, en la existencia de una clase obrera mundial cuyos intereses estratégicos son los mismos frente al capitalismo. Por ello existe una ideología mundial única que trasciende los intereses nacionales; para esta idea lo nacional sólo existe en forma subordinada a los intereses de la clase y en general es visto con desconfianza. A su vez, el internacionalismo antiimperialista considera que la lucha tiene un carácter eminentemente nacional y que se basa en el enfrentamiento de la nación contra el imperio. Concibe la articulación de estas luchas internacionales en función del grado de enfrentamiento que planteen al imperialismo, más allá de las características de clase que los actores locales tengan; en general considera que el enfrentamiento contra el imperialismo excluye, en los países del Tercer Mundo, a la burguesía (al menos a la fracción más poderosa, según la situación nacional específica), e incluye como actores centrales del movimiento a los trabajadores y a los pobres en general. Evidentemente estas dos líneas son ideales y existen ciertos grados de DOS CAMINOS 101
nacionalismo en organizaciones que se identifican como internacionalistas proletarias, y diferentes grados de clasismo en organizaciones que se caracterizan como nacionalistas revolucionarias. En el plano internacional, Montoneros se identificó fuertemente con los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo en un sentido sumamente amplio, que iba desde los vietnamitas hasta el gobierno de Velazco Alvarado en Perú. Más allá de la simpatía manifestada por Fidel Castro y la Revolución Cubana con los que mantuvieron contactos regulares, el centro de sus relaciones incluyó en forma destacada al mundo árabe. Recibieron entrenamiento militar en el Líbano después de 1976 (por parte de la OLP) y mantuvieron fluidas relaciones con Argelia en su período revolucionario.1 No contaron entre sus referentes a la URSS ni a los países del Este europeo, en cambio sí a China. Respecto de la ubicación cubana en relación a la guerrilla argentina es interesante reflexionar sobre las posiciones manifestadas por el Che y Fidel en dos ocasiones diferentes. Cuando se estaban desarrollando los preparativos de la guerrilla de Masetti que actuó en Salta, en 1963, el Che recomendó a su discípulo reclutar comunistas disidentes y otros comunistas convencidos, y dejar a los peronistas para el final (esto a pesar de su excelente y fluida relación con Cooke). A su vez, Fidel, vio con expectativas al gobierno peronista por lo menos hasta la muerte de Perón y tuvo relaciones más fluidas con Montoneros. Recordemos que el presidente cubano Dorticós y Salvador 1. El llamado Mundo Árabe (categoría que se extiende al mundo islámico en general) fue con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial (y hasta la actualidad) epicentro de fuertes confrontaciones con la política mundial del jmperialismo occidental. Movimientos nacionales, antiimperialistas y hasta socialistas accedieron al gobierno de sus respectivos países. Si estudiamos las características principales de estos movimientos, tanto el nasserismo egipcio, la revolución argelina, los regímenes libio e iraní, veremos muchos puntos de contacto con las ideas montoneras en torno a como funciona el sistema mundial de estados y el orden económico global injusto. Pero sobre todo encontraremos vínculos con la concepción de «socialismo nacional» y la concepción de nación (central en el nacionalismo árabe de izquierda). Los movimientos árabes fueron centralmente fuentes de lucha por la soberanía y de resistencia contra la agresión cultural y económica de occidente. Incorporaron a la burguesía árabe como parte del frente de liberación (en muchos casos en un rol claramente dirigente) y su grado de socialismo varió ampliamente desde ser solo retórica hasta un capitalismo de estado progresista y con amplios beneficios sociales. En el mundo árabe y musulmán el eje de construcción política de la base social de los movimientos no fue la clase sino «los oprimidos»
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Allende presidente de Chile acompañaron a Cámpora en el trayecto desde el palacio del Congreso hacia la Casa Rosada, además de que se restablecieron relaciones con Cuba. En ese contexto, el Partido Comunista Cubano se expidió positivamente sobre el gobierno peronista frente a lo cual Santucho acusó a los cubanos de estar dando “un paso atrás en la revolución” producto del “chantaje de la Guerra Fría”. Quizá para dilucidar más claramente las posiciones de Fidel respecto de Montoneros y el peronismo en general habría que mirar al propio Movimiento 26 de Julio, y aún más atrás en la historia, la participación de Fidel como dirigente del Partido Ortodoxo, de corte populista, frente al origen de izquierda antiperonista (aunque difusa) en el Che.2 También la responsabilidad de Fidel como Jefe de Estado y la del Che como propagador de revoluciones. Por otra parte, el tronco original de Montoneros, nacionalista y católico que se identificaba con la tradición peronista y la Resistencia, pensaba y entendía los procesos históricos desde el desarrollo de su propia experiencia, y en cierta medida soslayaba la importancia de darse una política de relaciones a nivel internacional hasta que la necesidad de su desarrollo se lo impusiese. En este sentido la teoría de que las “causas internas” son las determinantes en última instancia de la marcha de cualquier proceso, brindaba el sustento ideológico a sus posiciones. Es claro que Montoneros miraba -como le plantea Olmedo al PRT- primero el desarrollo de la lucha en el contexto nacional, por ser ellos mismos parte de la “causa interna” necesaria para el avance de la revolución en Argentina. Por lo tanto, daban menos importancia a las relaciones internacionales. Esto fue así hasta que en el año 1974 se da el giro a la izquierda de la organización y se construye como fuerza totalmente independiente de las estructuras formales del peronismo. Entonces Montoneros vio también -en vísperas de la muerte de Perón-, que necesitaba de vinculaciones internacionales, ya no sólo como fuerza independiente del peronismo sino como alternativa de gobierno en el mediano plazo. 2. Para profundizar más en este tema puede consultarse la diversa historiografía existente sobre la Revolución Cubana, y desde una perspectiva del desarrollo de la guerrilla en Argentina, los trabajos de Luis Mattini op. cit.; de Gabriel Rot, Orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina, Buenos Aires, El cielo por asalto, 2000; y de Sergio Nicanoff y Axel Castellano, Las primeras experiencias guerrilleras en la Argentina, Cuaderno de Trabajo nº 29, Buenos Aires, CCC, 2004. DOS CAMINOS 102
Además, esta tradición identitaria los llevó a un internacionalismo tercermundista (diferenciado del internacionalismo tradicional leninista o trotskista), vinculándose con Cuba y algunos países árabes en sintonía con el nivel de impacto y simpatía que las luchas de estos pueblos tenían entre las masas populares peronistas, por su grado de enfrentamiento al imperialismo y no por una caracterización de clase del proceso. Las luchas populares antiimperialistas dadas desde una perspectiva de frente de clases fueron conducidas por organizaciones de identidad ideológica difusa y se acercaban más a la perspectiva revolucionaria montonera que a las luchas conducidas por una vanguardia obrera marxista leninista.3 En este sentido, para “la M” el nacionalismo era el camino hacia el socialismo, y ese camino pasaba irremediablemente por una etapa de frente de clases. Asimismo, Montoneros se distanciaba de las posiciones tradicionales del peronismo respecto a la política internacional4 y consideraba que para fines del 73 Perón ya había abandonado su idea de una alianza continental antiimperialista y había pasado a una posición de negociación con las dictaduras latinoamericanas proyanquis. “La M” veía que en el 73 el mapa geopolítico de América Latina se había alterado notoriamente con los golpes en Chile, Uruguay y Bolivia, mientras que Perón respondía a dicha situación con un repliegue estratégico y con gestos de reconocimiento a Pinochet, Banzer y Stroessner. Para Montoneros esto expresaba una maniobra defensiva del General para sostenerse en el poder y entendía que el recambio político local que había implicado el desplazamiento de Cámpora y la asunción de Perón se había dado en ese sentido, priorizando en este caso para la interpretación de los hechos las causas externas sobre las internas.5 3. También para marcar diferencias de la perspectiva internacionalista de las dos organizaciones puede considerarse su actitud respecto de la OLP: para Montoneros era una relación central y la tomaron con Al Fatah (la organización de Yaser Arafat), mientras que para el PRT era una relación no central y la establecieron con el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), que se alinea con la URSS. 4. Podemos caracterizar a la política de Perón respecto de las relaciones internacionales como de “autodeterminación de los pueblos”. Pero, en la práctica, esto implicaba que el General –como buen nacionalista–, priorizaba el interés local inmediato más allá de quién fuera su posible aliado o si este aliado fuese un gobierno popular o reaccionario. Por eso podía mantener buenas relaciones con Cuba o la URSS y abrazarse con Pinochet o Stroessner. O sea, quizás para Perón era una desgracia que cayera Allende pero eso era problema de los Chilenos, Argentina debía acomodarse siendo realista y adaptándose a la nueva situación. 5. “Charla...”, op. cit., pág. 265-268.
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A partir del reconocimiento de esta situación impuesta por Perón, Montoneros comenzó a manifestar sus diferencias: “Perón tiende a producir una acumulación de poder dentro del régimen constitucional (cosa que es imposible) y busca negociar con los países del cerco para romper el cerco, y la negociación con el imperialismo yanqui”. Por más que estas notas estén redactadas con cierta ambigüedad en el lenguaje ó que se planteen de forma tal que lo hace parecer superable, el antagonismo expresado era insalvable no sólo en lo estratégico sino también en lo táctico. Lo notorio es que lo explicaban correctamente más adelante, al analizar la Tercera Posición en la “Charla a los frentes”: “para Perón la lucha no es contra el imperialismo yanqui sino en contra de los imperialismos, es más, se caracteriza al imperialismo ruso como un imperialismo fundamentalmente político ideológico (...) pero ocurre que cuando uno tiene que desarrollar el proceso parte de una situación en donde el imperialismo que existe es el yanqui, el otro imperialismo resulta un fantasma en la Argentina, resulta siempre alguien infiltrado”.6 Cabe destacar que en esos momentos, desde las esferas sindicales, políticas y el mismo Perón, caracterizaban a la “infiltración marxista” como un enemigo central a combatir en el marco del combate a la “sinarquía” que englobaba a todos los imperialismos y sus agentes. “Perón en su tercera posición combate a los rusos pero los combate mucho más que por imperialistas, por marxistas. Porque él no comparte el presupuesto de la lucha de clases y no comparte el sistema socialista”,7 afirma Montoneros. En esta línea adscribía a la posición que Cooke ya había formulado en los 60: la posición que se debía tomar era la tercermundista en el plano político distanciándose de los rusos “como trai-
6. “Charla...”, op. cit. pág. 273. 11 Sin embargo, existe actualmente una interpretación diferente de algunos ex montoneros. Por ejemplo José Amorín plantea que Montoneros era una organización peronista combativa y el marxismo leninismo era «metido» por la conducción y por la influencia de los cuadros de las FAR. Es probable que la masividad de montoneros tuviera como contrapartida menos precisiones ideológicas a niveles medios y bajos, más aún tenindo en cuenta que mucho de esta masividad se debía a su identificación como peronistas revolucionarios. Pero también fue clara la identificación de Montoneros con la revolución cubana y la «Charla» si bien no es explícitamente marxista las categorías con las que analiza la situación si lo son. 7. Ídem. pág. 274 DOS CAMINOS 103
dores a la causa del socialismo como negociadores”, pero no ideológica. “Nuestra tercera posición no es ideológica sino política (...) una tercera posición en el Tercer Mundo, pero no una tercera posición entre capitalismo y socialismo”.8 El PRT-ERP, por el contrario, consideraba que el contexto internacional era determinante y que su partido era parte de una lucha mundial, por eso su esfuerzo para vincularse a organizaciones internacionales desde sus inicios. En este sentido entendían al marxismo como una filosofía y una concepción del mundo (no como un método de análisis, de acuerdo a las FAR, o como una guía para la acción, según Montoneros), cuya meta era la transformación mundial. Tenían en Vietnam una referencia central y las discusiones en torno al socialismo de la URSS y los países del Este europeo fueron fundamentales para sus definiciones ideológicas (y para sus relaciones con la Cuarta Internacional), adscribiendo a la crítica guevarista aunque cruzados, también, por una vertiente trotskista manifestada en su mención a la burocratización y al énfasis en el trabajo fabril. De acuerdo con el documento en el que polemiza con las FAR, de 1971, el PRT consideraba que “los países donde se construye el socialismo con una concepción marxista leninista, (son) China, Corea, Vietnam y Cuba (N. de a.: Otros documentos incluyen Albania), pudiendo agregarse también los países del Este de Europa (donde las masas movilizadas piden profundizar el socialismo) y por último Rusia donde ni la casta burocrática puede frenar el proceso de construcción del socialismo”.9Pero ya hacia el 76, la visión de la URSS varió y era caracterizada como “el principal bastión del campo socialista”,10 adscribiendo, al menos en el discurso -ya que el PRT siempre mantuvo una línea muy diferenciada de la recomendada por la URSS- a la línea del comunismo soviético, quizá en búsqueda de un respaldo internacional ante la difícil situación producida a partir del golpe. Pero más allá de estas definiciones y de los vaivenes respecto del trotskismo y del internacionalismo clásico del que hacían gala en todos sus escritos, la principal línea de política internacional del PRT-ERP se mani 8. Ídem, pág. 275. 9. Cristianismo y Revolución Nº 28, “Reportaje a las organizaciones armadas”. 10. Ver el documento presentado para la discusión en el Comité Central reunido en Moreno inmediatamente después del golpe del 76. En Weisz, Eduardo, El PRT-ERP nueva izquierda e izquierda tradicional, Cuaderno de Trabajo nº 30, Buenos Aires, CCC, 2004.
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festó en el esfuerzo por crear una coordinación guerrillera en el Cono Sur: la formación de la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR) en el año1974, contó con la participación del PRT-ERP, el MIR chileno, los Tupamaros uruguayos y el ELN boliviano. Y dado que en Argentina había gobierno constitucional cuando en los otros países ya se habían dado golpes militares, muchos cuadros de las organizaciones mencionadas tuvieron, al replegarse desde sus países, una activa participación dentro del PRT-ERP. En ese sentido es interesante notar cómo la intensa política desarrollada por el PRT en la relación con las otras organizaciones guerrilleras le permitió ubicarse como la principal guerrilla argentina en el período 73-76, aun para organizaciones como Tupamaros, que tenían más similitudes identitarias e ideológicas con Montoneros.11 El PRT sostenía su internacionalismo con un discurso que hacía permanente referencia a la Internacional leninista, cuya característica era una estructura política centralizada con secciones nacionales. Pero en la práctica, la concepción de la JCR era diferente: el PRT impulsaba la creación de una coordinación de fuerzas autónomas en torno al eje de la lucha armada, el antiimperialismo y el socialismo. El énfasis en lo militar de la coordinación quedó acentuado en el manifiesto fundacional de la JCR, firmado por el ERP y no por el PRT. En este sentido el PRT-ERP planteaba en la práctica y en sus artículos una visión diferente del tradicional internacionalismo de las fuerzas de izquierda fueran de la Tercera o la Cuarta Internacional. El internacionalismo del PRT, por fuera de sus relaciones casi diplomáticas con la Cuarta Internacional, en realidad era un internacionalismo antiimperialista revolucionario (como también el de Montoneros cuando se abrió a las relaciones internacionales), que agrupaba a organizaciones que utilizaban el mismo método de lucha y buscaban la transformación revolucionaria de las estructuras políticas, económicas y sociales12: “Uno, dos, tres, muchos Vietnam” desde una perspectiva latinoamericana. Es igualmente necesario hacer notar que para una organización guerrillera en actividad, la existencia de aliados del otro lado de
11. Habría que estudiar también las críticas y los aportes que el chileno Enriquez realizó al PRT. 12. De Santis, Daniel, op. cit., pág. 363 y siguientes, “Declaración constitutiva de la JCR” y “La Junta Coordinadora Revolucionaria. Orígenes y perspectivas”. DOS CAMINOS 105
las fronteras puede ser muy útil desde el punto de vista militar y logístico, más allá de consideraciones ideológicas y políticas. En este sentido, las luchas desarrolladas en América del Sur, y específicamente en el Cono Sur, tienen una larga tradición histórica de vinculación entre ellas (explícitamente reivindicadas por el PRT)13 : la independencia de España fue un proceso continental, como lo habían sido previamente las rebeliones tupamaristas y posteriormente la resistencia a la penetración económica imperialista. Además, la vinculación se basaba no sólo en la circulación de militantes sino también en la circulación de masas de población entre los distintos países.
13. Por ejemplo, el ERP tenía como bandera propia la del Ejército de los Andes reemplazando al sol por una estrella roja con el objetivo de simbolizar la unión entre las luchas del pasado y del presente.
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9. EL PRT Y LA DEMOCRACIA
Es interesante la idea de régimen político que expresaba el PRT-ERP.1 Las organizaciones revolucionarias argentinas han sido tildadas de antidemocráticas, especialmente por haber llevado adelante la lucha armada también durante un gobierno democrático. Esto sólo es así para quienes consideran la democracia occidental (representativa y burguesa) como un valor en sí mismo que permite la realización de todos los demás (la democracia sustantiva del alfonsinismo, por ejemplo), pero para la concepción política del PRT-ERP y de una parte significativa de la sociedad argentina esto no era así en los 60 y 70. El PRT concebía una democracia revolucionaria profundamente relacionada con la transformación económica de la sociedad, o sea, sólo podía existir democracia si también la había en el plano económico, y en el plano económico la democracia era el socialismo. En el mismo sentido no esta demás aclarar que los revolucionarios del periodo (de todas las tendencias) lucharon por la revolución y el socialismo y no por la constitución y la democracia (banderas de los radicales en la revolución del 90) porque, justamente, eran revolucionarios en la segunda mitad del siglo XX. Nadie en los setenta se hubiera levantado en armas para defender la constitución. La democracia burguesa no era concebida por esta fuerza como democracia sino como dictadura de la burguesía y como la mejor y más desarrollada forma de dominación política (como diríamos en términos de los 80 y 90, permitía la opresión con consenso). Para el PRT la relación entre el plano de las estructuras económicas y las políticas se concebía en el 1. Para este punto es útil el análisis de Pablo Pozzi en su libro sobre el PRT-ERP, Por las sendas argentinas, Buenos Aires, Eudeba, 1998. Allí el autor estudia la concepción democrática del PRT sin caer en el democratismo acomodaticio imperante cuando se toca este tema. Nosotros tomamos algunos de sus planteos. También hay avances sobre el tema del PRT en el artículo de Pablo Pozzi y Alejandro Schneider “El PRT-ERP, la guerrilla marxista” en Los setentistas XXXXX. En general coincidimos con la visión de estos autores que ayuda a romper con la idea hegemónica sobre el autoritarismo de los revolucionarios que no supieron insertarse en el proceso democratico. DOS CAMINOS 107
marco de la determinación de las segundas por las primeras.2 Estas definiciones provenían del marxismo leninismo clásico y para muchos argenti nos eran verificables en forma muy transparente en sus vivencias posteriores a 1955, más allá de que no conocieran una letra del marxismo. Para nosotros esta discusión cobra gran valor sobre todo cuando en la actualidad post 83, la democracia es considerada un valor sustantivo exento de contradicciones, por lo tanto inmune a la crítica. La crisis sufrida por esta concepción durante el 2001/2002 (en toda América Latina para la misma época) y la emergencia de movimientos democráticos populares por afuera de la partidocracia liberal abrió las puertas para la rediscusión del concepto de democracia vigente los últimos 20 años. El PRT forjó su percepción de la democracia en el período de persecuciones y proscripciones posterior al 55, donde el acto comicial y el Parlamento tenían muy poco significado real en la definición de políticas de largo plazo. Además, Santucho y el Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) provenían de las del noroeste, donde las situaciones provinciales dominadas por caudillos conservadores (más allá de que se definieran radicales o peronistas) disminuían más aun los espacios de la democracia burguesa y de integración social.3 En este sentido la caracterización del período democrático abierto en el 73 no era descolgada de toda tradición popular, sino que tenía fuertes raíces en la experiencia histórica del pueblo y se encuadraba en la valoración que la mayoría de los trabajadores hacía de la democracia. Las coyunturas electorales implicaron un intenso debate en el seno del PRT-ERP que llevó a una ruptura del ERP 22 de Agosto,4 a un debate con la regional Córdoba -donde el FREJULI llevaba como candidatos al peronista de izquierda Obregón Cano y al sindicalista combativo Atilio López-, y a marchas y contramarchas desde 1971, aunque sin afectar la visión general que modeló finalmente la estrategia del “doble poder”. En el mismo sentido, Montoneros, a pesar
2. En general el PRT consideraba que la ideología, la política etc., son reflejos de la estructura económica, por eso consideraban que la ideología se transmite a las masas desde la dirección política en el sentido planteado por Lenin en el Qué hacer 3. Pozzi, op. cit. Pág. 331-332. 4. ERP 22 de Agosto: liderado por Fernández Palmeiro, fue una pequeña ruptura que acompañó la candidatura de Cámpora en 1973.
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de sentirse parte del gobierno de Cámpora, marcaba claramente en sus filas la diferencia entre gobierno y poder, desde una concepción del poder real situado en las estructuras económicas y militares y no solamente en las políticas. Pablo Pozzi describe el desarrollo de las discusiones en el seno del PRTERP de cara al proceso electoral de marzo del 73 y muestra la emergencia de la idea de hallar alguna forma diferenciada de participación: “Debemos combinar también esta actividad (la militar) con las posibilidades legales del proceso eleccionario”, planteaba Santucho en 1971, aunque no pudo materializarse a causa de la “desviación militarista” (“debemos ofrecer a las masas con toda claridad la opción de la guerra revolucionaria contra la salida electoral con que la dictadura pretende engañarnos”, decía el PRT en enero del 72), y el encarcelamiento de la mayoría de los cuadros del ERP. Pero para el proceso electoral de setiembre del 73, con Santucho libre desde agosto de 1972 y con cierta libertad de movimientos a partir de la asunción de Cámpora, intentaron impulsar una fórmula propia con Agustín Tosco a la cabeza en nombre del Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS); experiencia que fracasó por la negativa de Tosco a enfrentar a Perón. Este intento de presentar un frente político que encarara el desafío electoral pudo contar con el respaldo del entonces secretario general de la CGT de Salta y dirigente del peronismo revolucionario Armando Jaime, quien fue uno de los principales referentes públicos del frente mientras existió o el del intelectual de izquierda de renombre Silvio Frondizi hasta su asesinato por la Triple A. Tosco era el sindicalista de izquierda más importante de la época y contaba con amplia simpatía entre las bases obreras, más allá de su identidad política de izquierda no peronista. Si bien no hay documentos que recojan los argumentos de Tosco para rechazar la propuesta de Santucho, adherimos a la versión mayoritaria que sostiene que el dirigente obrero, a diferencia del PRT, asumía la importancia de la vinculación de los obreros con el peronismo y tenía en cuenta el prestigio de Perón entre la clase. Por lo tanto, no podía enfrentarlo en esos momentos salvo al costo de deteriorar la conducción sobre sus propias bases. Juan Carlos Torre, en su libro Los sindicatos en el gobierno, plantea: “Las luchas antiburocráticas no ponían en juego la lealtad política de los trabajadores”, pero “asumir la defensa (de un sindicalista combativo) cuando era objeto de un ataque oficial (...) era entrar en conflicto político directo con el gobierno por el DOS CAMINOS 109
cual se habían movilizado desde el 55”. Las luchas económicas “extraían su legitimidad del discurso oficial”, pero enfrentar al peronismo “colocaba a los trabajadores ante definiciones políticas más complejas”.5 Es decir que era posible golpear al gobierno indirectamente golpeando a la burguesía (y debilitando el pacto social), en el marco de una etapa de grandes expectativas por parte de los trabajadores, y a partir de allí hacer entrar en contradicción al gobierno, pero era muy difícil golpear al gobierno mismo ya que los trabajadores lo consideraban suyo; por eso la derecha buscó permanentemente el enfrentamiento directo de los revolucionarios con el gobierno, y lo logró. En este sentido, la política que intentó desarrollar Montoneros (y la izquierda peronista en general) de enfrentar al gobierno indirectamente reclamando el cumplimiento del programa votado parece más acertada al menos hasta el 75, ya que ponía al descubierto la tendencia hacia la derecha que se estaba manifestando y que no tenía consenso popular. En definitiva, salvo los núcleos más politizados (que en los 70 eran numerosos y se encontraban en la dirección de fábricas y gremios), el grueso de la clase obrera estaba movilizada y era receptiva al discurso y la práctica combativa, pero su proceso de ruptura con el peronismo debía transitar una experiencia contraria a la vivida previamente que deteriorara la identidad peronista de la clase. Ese proceso a partir del giro claramente antipopular dado por el gobierno de Isabel, podía estar en sus comienzos como se manifestó en las luchas masivas de Villa Constitución y la formación de las coordinadoras para luchar contra el plan de Isabel y Lopez Rega (el plan de Celestino Rodrigo en junio y julio de 1975), pero fue interrumpido por el golpe de Estado. Igualmente, antes del golpe fue muy difícil, tanto para los “clasistas” (con más vinculaciones con la izquierda no peronista) como para los “combativos” (con más influencia de los Montoneros y JTP), sostenerse en los sindicatos, ya que la ofensiva de la burocracia apoyada por la patronal y el Estado era violentísima. Según Torre, si bien el PRT lograba aglutinar una gran cantidad de trabajadores combativos, la mayoría de ellos ya estaban despedidos o lo fueron prontamente cuando se producía su acercamiento al Movimiento Sindical de Base (MSB), frente sindical impulsado por el PRT. 5. Torre, Juan Carlos, Los sindicatos en el gobierno, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, pág. 118-119. 110 GUILLERMO CAVIASCA
Nuestra perspectiva implica que las determinaciones económicas no configuran automáticamente una clase obrera universal con una conciencia única, sino que entre la determinación económica y la conciencia particular que cada clase obrera adquiere hay una serie de mediaciones, que se basan en la “experiencia” de lucha que esa clase tiene en el marco de la sociedad nacional de la que es parte. En este punto es que encontramos la explicación del tema de la identidad peronista de la clase obrera argentina en los años 70. La identidad peronista implicaba algunos presupuestos ideológicos generales pero excedía las definiciones ideológicas de Perón; la identidad era paralela a la ideología y no se refutaba simplemente con una ideología más clara y superadora. Como explica Daniel James en su estudio sobre el movimiento obrero, “el peronismo significó una presencia social y política mucho mayor de la clase trabajadora en la sociedad argentina (...) estos son factores fáciles de demostrar empíricamente y en más de un caso estadísticamente mensurables. Sin embargo existieron otros factores que es preciso tener en cuenta al evaluar el significado del peronismo para la clase trabajadora, factores menos tangibles y más difíciles de cuantificar. Nos referimos a factores como el orgullo, el respeto propio y la dignidad”. Así la clase trabajadora accedió a la política burguesa argentina con pleno grado de ciudadanía, aceptando las reglas de juego (quizá mejor que la misma burguesía) e hizo sentir su fuerza durante años impidiendo la instauración de un régimen económico más perjudicial a sus intereses; aunque esto mismo le haya significado resignar el apoyo a proyectos más vastos de transformación social. Es innegable, a la luz de la historia, que los límites que esa identidad imponía (reconocimiento de la sociedad burguesa, adscripción disciplinada al peronismo, etc.) resultaron insuperables y terminaron desarmando a los trabajadores cuando el tiempo histórico de la alianza de clases propuesta por el peronismo se hizo inviable, y con ella el peronismo mismo como expresión política de los trabajadores. La clase obrera era peronista desde una situación política de paridad y lucha con la burguesía, con límites para ambos lados; fue la clase obrera la que hizo fracasar uno tras otro los diferentes proyectos burgueses, desde el Congreso de la Productividad (promovido explícitamente por Perón) hasta el plan de Celestino Rodrigo (bajo el gobierno de Isabel), pasando por todos los planes y gobiernos desde 1955 hasta 1973. El problema del PRT no fue, principalmente, no reconocer las virtudes y límites de la clase obrera peroDOS CAMINOS 111
nista (ya que en última instancia el PRT acertó en varios de sus análisis y predicciones), sino la no comprensión de que la identidad iba más allá de lo económico, y que una clase no transita de una identidad a otra por un simple balance contable: los factores culturales (y la experiencia propia) actúan cotidianamente en el mismo nivel que los demás.6
6. Esta concepción compleja, donde la determinación cotidiana del devenir de los diferentes procesos históricos y del comportamiento de los diferentes actores excede lo económico, proviene de los mismos Marx y Engels. “Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y reproducción de la vida real (...) pero en el curso del desarrollo histórico de la lucha ejercen influencia también, y en muchos casos prevalecen en la determinación de su forma, diversos elementos de la superestructura: las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados (...) constituciones (...) formas jurídicas (...) teorías políticas.” Carta de Engels a J. Bloch, 21 de setiembre de 1890, en Marx, Karl y Engels Federico, Correspondencia, www.marxist.org. En el mismo sentido se expresan Marx y Engels en la correspondencia con Konrad Schmidt, José Bloch, Nikolai Danielson y Franz Mehring. 112 GUILLERMO CAVIASCA
10. DOBLE PODER Y PODER LOCAL
Como planteamos, el PRT expresaba en forma paralela al combate a las diferentes formas de dominación burguesa (democracia o dictadura) una concepción de democracia de naturaleza diferente, y fue así como el partido fue elaborando la idea del doble poder. En términos generales, significaba construir organismos populares paralelos a las instituciones del Estado, que ejercieran su propia democracia y gobernaran efectivamente en determinadas zonas, respaldados por el poder militar del ERP. Por otra parte la estrategia de doble poder pasaba aun lugar secundario la construcción de espacios dentro de las instituciones democráticas del Estado (la idea era ir corroyendo su autoridad en diferentes zonas), al que se debía destruir y reemplazar por el nuevo Estado construido paralelamente con la guerra revolucionaria. Y aunque, como ya señalamos, Santucho no renegaba de la posibilidad de dar la batalla en el terreno electoral, no consideraba ese terreno definitorio ni estratégico. La concepción de doble poder se distanciaba de la más tradicional y predominante en la teoría revolucionaria de “toma del poder”, que subordinaba la construcción de nuevas relaciones sociales a la necesidad de acceder al Estado como herramienta estratégica de todas las transformaciones relevantes. El doble poder del PRT, plenamente desarrollado, implicaba la construcción de otro Estado durante la lucha y de instancias de poder popular que fueran generando nuevas relaciones sociales, conviviendo en el mismo espacio con las formas tradicionales todavía en funcionamiento y con un Estado burgués ejerciendo aún su control. La práctica de ir resolviendo los problemas de la administración estatal durante el período de guerra revolucionaria no fue una concepción únicamente de Santucho (pero si aparece recuperada por él), por el contrario consideramos que es la forma natural en que se desarrollan los procesos revolucionarios: el asalto al poder por medio de una mágica huelga revolucionaria o por una guerrilla salida de la clandestinidad no son viables ni posibles. Las situaciones revolucionarias son procesos de masas que implican el desarrollo del doble poder. Se han dado experiencias de ese tipo en otros DOS CAMINOS 113
procesos revolucionarios, algunos paralelos al estudiado en este trabajo y otros posteriores. En las zonas liberadas por el Frente Farabundo Martí en El Salvador, durante los 80, se puso en funcionamiento la administración revolucionaria, al igual que en los barrios y zonas bajo control enemigo pero con influencia guerrillera; las organizaciones vecinales y sociales fueron constituyéndose en ámbitos de resolución de los problemas de los pobres cubriendo un espacio donde el Estado estaba ausente. En Guinea portuguesa el revolucionario Amílcar Cabral desarrolló la administración económica, política y la resolución de los problemas sociales en las zonas bajo control o influencia de los independentistas; las comunidades fueron organizándose para resolver sus problemas cotidianos y embrionariamente fundaron los cimientos del nuevo Estado. En Colombia las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ejercen el gobierno en una parte importante del país, en otras zonas, las organizaciones populares tanto urbanas como rurales, tienen tanto o más poder que los funcionarios del Estado, que en muchos casos aceptan las sugerencias de la guerrilla; de acuerdo a los vaivenes de la guerra civil, existe un poder paralelo a escala nacional. En México, el zapatismo ejerce en el estado de Chiapas un gobierno paralelo efectivo en muchas zonas y en otras es el gobierno de hecho.1 La idea de Santucho de avanzar en la forma de cons1. No son los únicos casos de existencia de un poder paralelo al del Estado burgués con control territorial. Existe en Irlanda del Norte notoriamente; en el País Vasco se llegó a cobrar impuestos y ejercer el poder efectivo en ciertas zonas, logrando el reconocimiento como autoridad legítima por importantes porciones de la población. También en Medio Oriente; en el Líbano, el Hizballhá ejerció funciones estatales hasta el equilibrio actual; en Irak, desde la ocupación yanqui, el partido Baas y otras organizaciones políticas o comunales mantienen la autoridad sobre la zona central del país, mientras que las fuerzas de ocupación y el gobierno formal solo es autoridad en porciones restringidas de territorio; Palestina, donde la OLP, Hamas y otras organizaciones son efectivamente un estado dentro de territorios en los que Israel pretende ejercer su autoridad. Podríamos seguir dando ejemplos, pero en general los movimientos guerrilleros con un nivel de desarrollo e inserción lograron un grado de estabilidad cuando fueron expresiones de una situación de doble poder y poder popular. También debemos aclarar que el doble poder no es necesariamente un poder socialista aunque si debe ser alternativo y popular. Aclaramos esto ya que en muchos casos frente al poder del Estado aparecen otras organizaciones disputando o ejerciendo autoridad, como las autodefensas paramilitares, narcotraficantes o milicias mercenarias de fracciones de las dominantes. En estos casos si bien hay en lo táctico disputa a la autoridad de Estado, son expresiones del mismo núcleo del sistema o de su degeneración y no de resistencia popular.
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truir poder popular en los barrios de las grandes ciudades, aun en una situación donde la hegemonía era sostenida por el enemigo, fue un desafío interesante para el desarrollo del proceso revolucionario argentino en los 70. La difusión de estas tesis en el seno del partido recién comenzó hacia setiembre del 74 (fecha en que el documento vio la luz) y, teniendo en cuenta que para mediados del 1976 el PRT estaba virtualmente derrotado, no hubo oportunidad de que estas ideas pudieran ser desplegadas y reelaboradas con la práctica. Sin embargo, pueden considerarse algunas hipótesis. En primer lugar, se trata de una concepción alternativa (o complementaria) a la de toma del poder, aunque en Santucho ambas cosas se planteaban en forma paralela (y no complementaria). También aparece la idea del doble poder como “poder local” (entendido esto como desarrollo de zonas donde los revolucionarios tienen el control y no el Estado burgués). Pero la práctica del PRT y del ERP estaba permanentemente orientada hacia los núcleos del poder central: grandes fábricas, cuarteles militares, instituciones centrales del poder, respuestas político militares a coyunturas nacionales y no locales y acciones impulsadas para mostrar capacidad de combate. Entonces, el desarrollo del poder local no se da o queda muy atado al desarrollo de una fuerza militar capaz de frenar la represión en las zonas de hipotético doble poder. Fue, quizá, la perspectiva cortoplacista que se tenía en los 70 lo que atentó contra una estrategia de largo plazo en la cual el doble poder, entendido como poder local en diferentes lugares de la república, pudiera desarrollarse. Esto, probablemente, se relacione con las lecturas de la Revolución Rusa en la cual el doble poder existió durante un período de meses desde febrero a octubre de 1917 y fue la antesala de la toma del poder por el partido Bolchevique a la cabeza de los Soviets. El caso paradigmático se puede encontrar no en el PRT sino en Montoneros, con el ataque al cuartel de Formosa. Más allá de sus posibilidades militares, de la completa planificación y despliegue o de llevar adelante un hecho político de envergadura que demostrara capacidad militar, lo cierto es que la M tenía planteado un plan de desarrollo político, social y militar por región. Pero la conducción desarrolló esa acción sin considerar ese plan ya que no era un objetivo que esa acción confluyera con el fortalecimiento de las Ligas Agrarias o ayudara a liberar la zona. En el PRT la misma situación se daba pero hacia los aliados y el FAS. Por un lado el PB y por otro el FRP de Armando DOS CAMINOS 115
Jaime plantearon a Santucho la necesidad de discutir las acciones militares del ERP. En este sentido encontramos más que militarismo resabios de la matriz teórica foquista aggiornada a las condiciones argentinas. Por otro lado, aunque sería audaz de nuestra parte pensar que Santucho adheriría a las concepciones “autónomas” en sus diferentes variantes, la idea de poder local se acerca bastante a ellas. Éstas, en sus versiones más radicales, plantean la construcción de poder “en los márgenes”, por afuera del Estado y de la cultura dominante, y en sectores sociales excluidos, generando relaciones sociales autónomas de las estructuras del sistema y sin cuestionarse el tema del poder o del Estado, entendido como acceso al gobierno de las fuerzas revolucionarias. En este sentido, y al decir del hoy autonomista Luis Mattini, quien fue el máximo dirigente del PRT luego de la muerte de Santucho: “Cuando uno estudia la historia de la humanidad, la caída del Imperio Romano es un punto crítico, porque fue minado desde abajo durante 300 años por el cristianismo con su prédica. Pero no era prédica de discursos, sino 300 años al estilo MTD de Solano,2 gente que vivía de una manera diferente”.3 Entonces: no se trata de realizar una revolución tradicional, política, sino en un sentido de más largo plazo una transformación muy lenta de estructuras que vaya minando las antiguas, más cercana a la transición del feudalismo al capitalismo entendida como revolución burguesa que duró cientos de años que a la Revolución Francesa o Bolchevique, que se condensan en una década. Pero debemos tener en cuenta que el autonomismo representado por la versión situacionista de la cual Mattini es una expresión, es una variante extrema del modelo. De todas formas, aun las menos extremas, aquellas que sí aspiran en un tiempo histórico mensurable (de pocas generaciones) a transformar la sociedad en su conjunto, también tienen como eje lo local y la construcción en los márgenes, condicionando la estrategia a la necesidad táctica de lo local o sectorial. Existen variantes menos 2. El Movimiento de Trabajadores Desocupados del barrio de San Francisco Solano, una zona muy pobre del ex tercer cordón industrial de Buenos Aires, fue planteado como el paradigma de la construcción autonomista en Argentina. Las ideas que sus dirigentes plantean se pueden encontrar en una entrevista realizada por el Colectivo Situaciones y otras publicaciones de este grupo. A partir del 2001 el grupo fue perdiendo predicamento y reduciendo su inserción a un espacio territorial pequeño. 3. Extraido de Lavaca.org: 8/1/2004
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radicales en su aislamiento del resto de la sociedad (y más importantes en términos de desarrollo político) como el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil (MST) y el zapatismo de México. El zapatismo no se plantea la toma del poder (en realidad no puede hacerlo desde la relación de fuerzas que le impone limitarse a ser la organización de los indígenas de Chiapas), pero sí busca una transformación de la sociedad mexicana en su conjunto y busca articular propuestas políticas de alcance nacional con ese objetivo (aunque Marcos considera, en algunos reportajes que es un error de los revolucionarios la idea de toma del poder). Este movimiento reestructuró las relaciones entre la sociedad y la política en la zona donde ejerce el control; las nuevas instituciones generadas por el zapatismo se construyen como una recuperación de las instituciones tradicionales de las comunidades (con el aggiornamiento que implican 500 años de influencia occidental) y extirpan la presencia del Estado mexicano en su zona (ya de por sí débil y corrupto, lo que no es un dato menor para las posibilidades de desarrollo de doble poder) extendiendo su influencia alternativa por toda la región. También el Ejército zapatista a través de los comités clandestinos ejerce un control estratégico sobre las instituciones comunales que expresa la línea de la comandancia en forma directa en momentos considerados de peligro. El MST también es una construcción autónoma de la población rural brasileña, no sujeta a directivas que excedan a las de su clase, pero formó parte de la construcción del Partido de los Trabajadores (más que un partido, un frente) apoyando con reivindicaciones propias una propuesta de transformación de corto plazo para todo Brasil. Además, el MST aspira a ser parte de una construcción que se plantee reivindicaciones políticas de fondo y no reniega ni pública ni privadamente de la idea de partido y de revolución. En sus debates internos se cuestiona la posibilidad de lograr esas reivindicaciones sin la existencia de una política que exceda las necesidades del MST como organización campesina. Por ello discuten la necesidad de formación de cuadros políticos que puedan impulsar una lucha de tipo nacional, cosa que la permanente atención a la lucha propia del movimiento impide. Asimismo, las comunidades generadas en las tierras recuperadas por el MST tienen su propio sistema educativo, seguridad y leyes, y las relaciones de propiedad se rigen por principios socialistas siendo, de este modo, una escuela para todos los miembros del movimiento. DOS CAMINOS 117
En realidad, las concepciones autonomistas europeo-norteamericanas se basan en la aceptación de la globalización como un hecho consumado y positivo (visiones diferentes de las sostenidas por los movimientos autónomos latinoamericanos que rechazan el carácter positivo de esta nueva fase imperialista): Toni Negri rechaza al Estado-nación y al nacionalismo por considerarlos herramientas opresivas y responsables de las más importantes masacres de nuestro tiempo. Por eso Hard y Negri equiparan al nacionalismo de los países opresores con el de los países oprimidos, a los países que luchan por repartirse el mundo con los que resisten a ser repartidos. Es así como la resistencia iraquí (de base nacionalista y religiosa) sería reaccionaria y la invasión yanqui, que incorpora a Irak al mundo macdonalizado del “imperio”, un triste pero necesario hecho del progreso. El problema de esta teoría son sus fundamentos básicos, entre otros que los estados nación están perimidos y que la clase no es el eje de la lucha social. De esta manera las nuevas relaciones sociales del mundo globalizado aparecen como de naturaleza distinta (y superior) a los capitalistas y como un avance que permitirá enfrentar al imperio (que no es una nación ni un Estado particular) desde una perspectiva no nacional sino global; y desde esta perspectiva se irá delineando una nueva sociedad global alternativa.4 El situacionismo, en tanto, no se plantea esto sino la construcción de espacios locales independientes, horizontales, al margen del sistema dominante. El poder local es, en este sentido, una expresión de autonomía, que si se prolonga en el tiempo más que una expresión dialéc-
4. La perspectiva de Toni Negri se complementa con un elemento fundamental: la idea de que la clase obrera tradicional como sujeto ya no existe como actor central de la relaciones de producción. Esta clase obrera fue el sujeto de la lucha en la etapa de los Estados-nación, cuando fue construido y universalizado el capitalismo; pero hoy, con la perspectiva de Negri, el capitalismo (al menos como lo estudiaron Marx y Engels) ya no existe y el obrero no es central en las relaciones de producción. El nuevo sujeto de la lucha (no lucha de clases sino antagonismos diversos) es la multitud, una masa diversa de gente con reivindicaciones distintas que en el marco del imperio global, es el actor central del enfrentamiento. La multitud tampoco puede ser asimilada al concepto de pueblo, ya que éste está íntimamente relacionado con las naciones, y la multitud no puede ser nacional. Más allá aun que Toni Negri, el autonomismo radical (expresado por J. Holloway) descarta la necesidad de luchas que excedan la situación concreta.
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tica de la lucha de clases destinada a una superación, puede ser una expresión antagónica de un enfrentamiento cuyo destino no es la resolución de la contradicción sino su prolongación: los polos de este enfrentamiento son irreductibles a algo nuevo.5 Pero más allá de que su concepción del poder local puede orientarse en esa dirección, es probable que Santucho tuviera una interpretación más leninista de sus propias ideas. Para los bolcheviques no existe el término “poder local” pero sí “doble poder”, para caracterizar el período durante el cual el soviet de obreros, soldados y campesinos de Petrogrado convivió como forma efectiva de gobierno alternativizando al gobierno provisional posterior a la renuncia del Zar, entre febrero y octubre de 1917, y funcionando ambos como dos fuentes de autoridad (alternativas y en competencia) dentro del mismo país. ¿Cómo sería una hipotética situación de doble poder plenamente desarrollada en Argentina desde una perspectiva leninista? “Cuando unidades industriales, comerciales o aun financieras –en lo atinente al sector urbano– dejan de ser administradas –internamente y en sus relaciones con otras unidades– por sus propietarios y las administraciones bajo su dominio, y pasan a serlo por consejos de trabajadores o usuarios o mixtos, generando también órganos de coordinación más generales. Asimismo, cuando hospitales, escuelas, comisarías y otras entidades habitualmente a cargo de poderes municipales, provinciales o nacionales, son ocupados por consejos profesionales o territoriales democráticos, vinculados entre sí y con las unidades originariamente mercantiles antes descriptas. Va de suyo, entonces, que un pleno nuevo poder que coexista con el viejo poder estatal, llegará a cobrar impuestos y administrará y gastará los fondos consiguientes, así como establecerá una nueva propiedad estatal o social sobre el flujo de compras, ventas, servicios y créditos, restándolo de la órbita de la propiedad privada. También hay un fenómeno de doble poder en el campo, cuando junto con un proceso de reforma agraria que altera la propiedad tradicional de la tierra (generalmente latifundista), los campesinos y los trabajadores rurales generan organismos armados, inicialmente guerrilleros y a veces tropas regulares
5. Este elemento filosófico de la concepción autonomista es central para comprender el resto de sus propuestas y su visión ahistórica: para el autonomismo no hay superación dialéctica, no hay progreso sino enfrentamiento perpetuo. Negri ve en Hegel un desarrollo perjudicial de la filosofía occidental y recomienda retroceder hasta Spinoza para reconstruir las bases teóricas del pensamiento revolucionario DOS CAMINOS 119
que asumen un control territorial efectivo más o menos esporádico o permanente”,6 escribe José Vazeilles en un artículo en el que debate la existencia de doble poder en Argentina después del 20 de diciembre de 2001. Claro que una situación de este tipo sólo puede existir en una perspectiva de asunción global de las funciones del Estado, su crecimiento y desarrollo no está pensado “en los márgenes”, como plantea la teoría autonomista, sino en (o hacia) el corazón de las estructuras sociales que hacen al funcionamiento mismo de una sociedad moderna. Por ello el avance de un poder de este tipo implica el debilitamiento del viejo Estado y la vieja sociedad, mientras que para el autonomismo la construcción alternativa no disputa los espacios del Estado sino que construye otros autónomos y los defiende, pero por fuera del sistema político-social. Por otra parte, Lenin y también Trotsky definieron claramente en sus escritos que esta situación era provisoria, y que una institución quedaría desplazada por la otra ya que no puede haber dos fuentes de autoridad contradictorias en un mismo territorio. Por eso Lenin “tomó el poder” en la primer coyuntura favorable. Es evidente que la teoría de Santucho se orientaba en la dirección leninista (por ello el énfasis en lo militar como garantía para el asalto final al poder), pero, en el caso de no darse la posibilidad de toma del poder, una evolución alternativa del concepto perretista de poder local que no implique la subordinación inmediata y consciente al sistema dominante podría dirigirse hacia la concepción y la práctica autonomista7: ya que no podemos construir el socialismo en un solo país, nos replegamos y lo construimos en un solo barrio. Ahora bien, si consideramos el período de difusión más fuerte de las ideas autonomistas en el marco de la evolución histórica, veremos que éstas se desarrollaron en un período de repliegue y derrota de los pueblos. Entonces el autonomismo apareció como una posibilidad de resistencia sin
6. Vazeilles, José, “El nuevo poder popular ¿es doble poder?”, s/d, 2002. 7. Para profundizar en el tema del pensamiento autonomista se debe recurrir a sus fuentes, y Toni Negri es una de ellas. Pero es interesante un dato más del marco teórico autonomista: es esencialmente “adialéctico”, o sea: niega la idea de que dos concepciones antagónicas se superan mediante la lucha.
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una perspectiva visible de poder real, una forma de asumir la imposibilidad de cambiar las cosas de fondo y entonces resistir desde lo pequeño. la posmodernidad, el autonomismo se transforma en una estrategia de no poder popular. Si vemos el documento Poder burgués. Poder revolucionario, Santucho -luego de una caracterización de la situación hasta 1974 bastante simplificada- desarrolla su teoría del doble poder, el cual se despliega entre el momento del inicio de la guerra revolucionaria y el de la toma del poder. Entre ambos hay un período en el cual se debe ir desarrollando el “poder dual”, donde las masas van resolviendo sus propios asuntos al margen y en enfrentamiento con el Estado. Esto puede tener expresión en formas de poder local y zonas liberadas: “El surgimiento del poder local debe ser resultado de un proceso general, nacional, donde aquí y allá, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste, comiencen a constituirse organismos de poder popular”. La idea de Santucho del poder local, está claro, se enmarca en una estrategia nacional, alejada del autonomismo y de las prácticas del socialismo en un solo barrio. Por eso es necesario remarcar que la concepción de Santucho era nacional y se definía por la toma del poder en momentos de movilización de masas; fue escrita en un contexto de varios años de luchas populares ascendentes. Por eso Santucho concebía la lucha desatada en Argentina como una ofensiva permanente. Sobre que hacer en la construcción local en momentos de calma y repliegue de las masas o relajamiento de la lucha de clases no dijo nada. Estos planteos son fundamentales también para entender la estrategia militar del ERP, ya que no habría poder local sin el desarrollo de un ejército del pueblo en condiciones de contener al de la burguesía y respaldar la toma del poder en el momento oportuno. El doble poder, para Santucho, se construía en conflicto permanente con el Estado, generaba instituciones propias que iban arrebatando la autoridad al gobierno y la burguesía en diferentes zonas, y era transitorio porque aspiraba a transformarse en poder estatal él mismo, destruyendo la resistencia del Estado burgués mediante la guerra revolucionaria. Aquí emerge claramente la concepción leninista combinada con el procesamiento que Santucho hacía de la guerra de Vietnam, la experiencia del Che y las luchas populares de las DOS CAMINOS 121
décadas anteriores que sedimentaron en las tesis de guerra civil prolongada y doble poder. Para el PRT era claro que una situación de parálisis de la lucha sólo podía llevar al retroceso de las posiciones conquistadas y a una recuperación de la autoridad por parte de la burguesía y su Estado. Por eso el sostenimiento de la guerra era fundamental para mantener la tensión entre las clases y con ello la posibilidad de doble poder.
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11. CONTRAHEGEMONÍA Y DOBLE PODER
Las herramientas analíticas desarrolladas por Antonio Gramsci permiten profundizar el análisis de la teoría del doble poder. El italiano ajustó las herramientas de análisis marxista para el caso de Italia, y en general para las sociedades capitalistas complejas, allí donde las instituciones liberales han evolucionado y penetrado capilarmente la sociedad civil, donde la sociedad civil misma es “densa” en instituciones que ofician de reproductoras del sistema y con formas de dominación, que en consecuencia, se han vuelto más sofisticadas. Según Gramsci, en esta situación la lucha del proletariado ya no se asemeja a una gran ofensiva y un asalto al poder (estrategia propia de sociedades donde “el Estado es todo” y la sociedad civil es débil) sino a una guerra de posiciones, en la que el terreno se va conquistando de a poco y debe ser defendido, hay avances y retrocesos pero la lucha es prolongada, y existen muchos frentes que son parte de una guerra integral. Gramsci plantea que cuando un grupo social logra construir y alcanzar la hegemonía, la clase en cuestión se vuelve nacional (dentro de los límites del Estado-nación aspira a conseguir universalizar sus concepciones a las demás clases), es decir que universaliza sus intereses (transformándose en hegemónica) superando sus estrechos planteos corporativos. El Estado, que sin hegemonía es visto como el Estado de la clase dominante, se universaliza y logra superar los equilibrios inestables articulando clase y territorio. Ese momento “señala el pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas”: cuando el Estado se escinde de la sociedad civil convirtiéndose en un aparato externo a la clase dominante, es el momento inicial de la modernidad. La clase dominante no lo es solamente en tanto domina la estructura económica, sino que hegemoniza la superestrucura ideológica, jurídica, política y las organizaciones de la sociedad civil. En este grado de desarrollo las instituciones de dominación exceden con mucho la coerción organizada desde el Estado y se extienden por toda la sociedad civil a diferentes ámbitos, como son la cultura, la comunicación de masas y las instituciones de la sociedad penetradas por los valores de la clase dominante. DOS CAMINOS 123
En las sociedades complejas, Estado es el complejo burocrático militar más las instituciones sociales (privadas, pero que son parte de la reproducción del sistema) y desde esta totalidad se ejerce la hegemonía.1 Allí está desarrollada la dominación y Gramsci se propone estudiar cómo romperla. También es importante entender la idea de coerción que plantea Gramsci para poder comprender cómo se propone la construcción de una “contrahegemonía”. Para él la coerción no es la que se ejerce solamente en el ámbito de lo militar o policial, sino que se extiende la los demás planos: hay una coerción ideológica que es justamente la que permite el consenso, a través del cual se materializa la hegemonía y se logra la internalización de los valores dominantes por parte de los dominados. O sea, frente a las interpretaciones de la década de 1980, que tendieron a aggiornar la concepción garmsciana de consenso a las reglas de la democracia liberal (presentando al consenso como negociación entre partes); el italiano pensaba muy distinto. El consenso era la contracara de la hegemonía y ésta es la forma moderna en que la clase dominante domina. Creemos que las ideas de Gramsci deberían ser estudiadas dentro de la línea propuesta por Marx en relación con los conceptos de fetichismo y alienación. La coerción es económica, cultural, política, religiosa, etc. Justamente, las metáforas militares de Gramsci complementan su idea de lucha integral donde existen trincheras no sólo en el plano militar concreto sino también en los demás y son de una importancia fundamental, ya que ganar una batalla sindical o militar no es suficiente si no se ganan paralelamente la batalla ideológica y las otras. De esta forma, las trincheras defensivas del sistema son múltiples y profundas. Ahora bien, intentaremos relacionar la concepción planteada por Santucho con el concepto de la hegemonía y el consenso. Porque si la hegemonía implica una serie de mecanismos que emplea la clase dominante para hacer posible su dominación más allá de la coerción pura (y para legitimar la violencia estatal) y la identificación de la ideología de la clase dominante como la ideología de todos y en todo el territorio (o sea, 1. En realidad Gramsci plantea varias acepciones de Estado en diferentes etapas de su trabajo. Nosotros tomamos la última (y la más compleja) porque nos da más herramientas para el estudio del doble poder. Para profundizar en la polémica en torno al pensamiento de Gramsci ver: Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci
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mecanismos que producen la aceptación de los dominados de esta dominación: el consenso), entonces el poder dual evidentemente implica una ruptura. Por esa vía se sustraen al control de las instituciones espacios territoriales y simbólicos, cuestionando la universalidad de los intereses de la clase dominante y sus valores, derribando trincheras en una zona determinada. Pero el poder local puede ser ejercido por fuerzas no necesariamente revolucionarias, por ejemplo: narcotraficantes, mafias, terratenientes, paramilitares, milicias mercenarias de elites conservadoras, etc. Por ejemplo, el narcotráfico desarrolla formas de poder local y articula redes clientelares que le permiten lograr cierto consenso en algunos casos. Sin embargo este poder alternativo al del Estado no es contrahegemónico ni popular, ya que el narcotráfico no es más que una forma degradada de acumulación capitalista. El poder local para ser poder popular debe expresar formas sociales distintas a las del sistema burgués, o al menos formas de resistencia popular incompatibles con la estabilización del sistema que pretende ser hegemónico. De esta forma el poder popular debe estar en condiciones de ser alternativo y sus instituciones reproducibles con éxito dentro de un medio hostil. El poder popular manifestado en doble poder debe ser, en un grado de desarrollo pleno, el despliegue, hegemónico en un territorio, de la clase trabajadora portadora de una nueva concepción social. No puede ser solamente un poder coercitivo externo que garantiza militarmente con su presencia la expulsión de las fuerzas del Estado burgués. Sólo puede haber doble poder en momentos de ruptura del consenso por parte de los dominados, a través de la generalización de valores y prácticas contrahegemónicas; en consecuencia, esto implica la ruptura de la dominación de clase anterior y su reemplazo, luego de un período de tiempo de lucha más o menos largo por una nueva: la de los trabajadores. En términos del PRT, de acceso al poder del frente por ellos encabezado a nivel nacional o regional. A nivel local, Santucho proponía ir ocupando espacios en las instituciones barriales naturales. “En lo inmediato no es conveniente dar un paso que atraerá rápidamente la represión contrarrevolucionaria. En estos casos puede avanzarse enmascarando hábilmente tras distintas fachadas el ejercicio del poder popular. En una villa, por ejemplo DOS CAMINOS 125
bajo el enmascaramiento de una asociación vecinal”, escribe el líder del PRT en Poder burgués. Poder revolucionario.2 La idea de “enmascaramiento” es otro aporte interesante, ya que permite “proteger” el desarrollo de la organización popular sin la necesidad de apelar a un desarrollo militar guerrillero que lo garantice, cuando la presencia del Estado y su ideología en el barrio es hegemónica. En esta situación se debía, según Santucho, ir resolviendo los problemas inmediatos pero sin perder el objetivo central: “En el momento oportuno (se impulsará) la organización de una asamblea o consejo local que se constituya oficial mente como poder soberano de la población en la zona”.3 El tema era cómo construir ese momento oportuno, que para Santucho se relacionaba con situaciones insurreccionales y con el crecimiento de ERP. Tal como el Ché planteaba, contribuir a generar las condiciones. Pero sólo la existencia de una situación revolucionaria, preludio de la hegemonía de una nueva clase, con la integralidad de factores que esto implicaba, permitiría que las masas de ese barrio rompieran con la ideología que las ataba a las instituciones burguesas y depositaran sus esperanzas en las instituciones propias. En la realidad histórica el proceso pareciera ser más largo y complejo. En términos del poder local, los lugares donde la nueva praxis se desarrolla deberían superar el desafío de resistir con éxito los momentos de reflujo de la lucha de masas, para transformarse en “focos irradiadores de conciencia” para nuevos y más profundos momentos de auge, apuntando, por oleadas, hacia la constitución como Estado. Volviendo a los planteos de Santucho, es coherente que la guerra revolucionaria fuera central, ya que la crisis de hegemonía no podía ser permanente: o se reconstituía un nuevo modelo de dominación (lo que finalmente ocurrió: transformado a nuestra sociedad en todos los planos reaccionariamente), o se iniciaba un proceso revolucionario y éste necesariamente requería de la lucha armada. El surgimiento de esta contrahegemonía sería la consecuencia necesaria de la existencia del poder revolucionario alternativo planteado en el folleto, o dicho más ajustadamente, evidenciaría la existencia real de un poder revolucionario arraigado socialmente y opuesto al burgués.
2. Santucho, op. cit. 3. Idem, pág 36.
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Para Gramsci, en las sociedades occidentales el cambio revolucionario sólo puede darse si se lucha por la hegemonía social y cultural. Esa hegemonía se desarrolla cuando las clases oprimidas despliegan su propia concepción del mundo y obtienen para ella el “consenso activo” de otras clases y capas sociales. De acuerdo con el pensador italiano, la revolución se prepara y sobreviene como cambio estructural violento cuando los trabajadores organizados trascienden el gueto sindical y se transforman en clase nacional, asumiendo a la nación en su conjunto bajo su hegemonía y dirección política (esta hablado de revolución como la capacidad de los trabajadores de imponer su hegemonía en todos los planos, en el Estado en sentido amplio que incluye tanto al aparato burocrático militar como a las organizaciones de la sociedad civil). Es en ese sentido de construcción de la hegemonía de la clase trabajadora que el poder local aparece como una estrategia preparatoria, si es en realidad un número cada vez más importante y creciente de poderes locales en el marco de una guerra de posiciones integral de carácter nacional. Por otra parte, la instauración de la paz social cuando las relaciones capitalistas son dominantes lleva a la reinstalación de la hegemonía burguesa en todos los órdenes (aceptación del sistema político, valores culturales, etc.) y a la destrucción de la contrahegemonía construida, por lo tanto “desestabilizar” se vuelve una tarea central. El proceso de crisis de la hegemonía burguesa en Argentina era de larga data, relacionado con el surgimiento y caída del peronismo y la fase de inestabilidad política iniciada en 1955, que culminó con la instalación plena del neoliberalismo en 1976 y que continúa en la actualidad, como modelo hegemónico (es evidente que las condiciones de dominación burguesa entraron en crisis nuevamente hacia finales de la década de 1990 y está por verse el nivel de conflictividad que se desarrollará hasta que la burguesía genere nuevas condiciones estables). Fue para evitar la estabilidad que permite la restauración de la hegemonía burguesa que Santucho apeló a la lucha armada, la cual, elevada a la forma de guerra terminó absorbiendo todos los esfuerzos del PRT-ERP.4 4. Llamamos «lucha armada» a una categoría que nos permite abarcar diferentes formas de lucha militar. Y que engloba a estrategia que tienen a los militar como central (guerra popular y prolongada, foco, etc.) como a otras en que lo militar en subordinado, complementario o embrionario (diferentes guerrillas, insurrección armada, etc.). DOS CAMINOS 127
En otras palabras: la concepción de Santucho pasaba en última instancia por la construcción del ejército del pueblo, por eso los esfuerzos primordiales del partido estuvieron puestos en las herramientas de “organización de la coerción” en el plano militar (el ERP), más que en las herramientas del consenso.o de la pelea por la hegemonía en los otros terrenos (salvo en sindical). En este sentido puede verse sí, la concepción guevarista del PRT: la superioridad moral de la causa que se defiende y el ejemplo de los guerrilleros redituará en una aceptación por parte de las masas de su propuesta política; hay que marcar el camino (generar las condiciones). La idea de hegemonía-consenso no está planteada, en primera instancia, en los términos de una articulación con la acción políticomilitar; por el contrario, es un presupuesto: la política desplegada si es correcta será exitosa y por lo tanto será aceptada por las masas. La cuestión a resolver, sin embargo, está en que las masas populares se movilizan por la resolución de sus problemas inmediatos: salud, vivienda, alimentación, educación, condiciones de trabajo, etc. (algo que correctamente percibió el PRT cuando elaboró una línea de acción para implementar después del resultado electoral del 73 y que sin dudas tenia puntos de contacto la idea de la izquierda peronista de hacer cumplir el programa del FREJULI), a los cuales el nuevo poder debe dar solución, o aportar a ella. Si el poder naciente se muestra ineficaz o se desgasta con el tiempo, más allá de la mayor o menor conciencia de la necesidad de un cambio estratégico, el pueblo orientará sus expectativas de solución hacia el viejo Estado; únicamente un doble poder sólidamente enraizado (no solo militarmente fuerte sino también alternativo en los demás planos de la vida social) y efectivamente ejercido por las masas, sobreviviría (y con él la organización revolucionaria) a una etapa de repliegue. Con esto queremos decir que no existe poder local ni doble poder si los organismos que lo expresan no son capaces de cumplir funciones sociales significativas por sí mismos. “No hay posibilidades de avanzar sólidamente en el desarrollo del poder local sin constantes avances en la unidad y movilización de las más amplias masas populares”,5 planteaba Santucho en su propuesta. Ahora bien, según Pozzi las instancias impulsadas desde
5. Santucho, op. cit. pag 38.
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el partido (el FAS 6 y el MSB 7) con el objetivo de conseguir la articulación de las luchas a nivel nacional eran superestructuras y tenían escaso eco local y de base para conformarse en alternativas reales de poder dual”, de manera que la estrategia no podía llenarse de contenido, quedando reducida en la práctica a la construcción del ERP y a un acuerdo superestructural de direcciones políticas y listas sindicales. En el mismo sentido se orienta el relato de Armando Jaime sobre la desarticulación entre el ERP y el FAS, y la discrecionalidad del PRT en el mismo. Pero el poder dual en los términos que Santucho lo planteaba en su documento, era poder local. O sea, tanto el FAS como el MSB debían ser organismos de articulación de poderes locales desarrollados en determinadas zonas y fábricas, que permitieran nacionalizar sus perspectivas y articular las diferentes vertientes políticas que convivían en el seno de las masas. Esto no se dio de esa manera aunque, según el mismo Santucho pronosticaba, el poder revolucionario sólo se podía sostener con una “amplia y combativa movilización de las masas” vinculadas a la construcción del doble poder.8 Nos preguntamos, finalmente ¿Cómo podría subsistir entonces una organización revolucionaria que desarrolla la lucha armada en los períodos de flujo y reflujo de la lucha de masas sin conseguir la toma poder? Entre las experiencias de guerrilla urbana, la desarrollada en el País Vasco por la ETA guarda relación con la desplegada en Argentina, y nos sirve para comenzar una aproximación a una respuesta. ETA representó ante una corriente importante de la población vasca una serie de valores contrahegemónicos, los valores de una nación vasca socialista frente a un Estado español extranjero y capitalista. Esto permitió a los “etarras” contar con
6. Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS): frente político de masas que el PRT impulsó como frente de liberación nacional. 7. Movimiento Sindical de Base (MSB): corriente antiburocrática y clasista también impulsada por el PRT. Para más datos ver Pozzi, Pablo, op. cit., y De Santis, Daniel, A vencer o morir, op. cit. 8. Vemos que Montoneros tuvo problemas similares como ya indicamos. Desarmó las estructuras de los frentes de masas y solo sostuvo sellos propagandísticos con los nombres de los referentes conocidos. De esta forma los espacios de poder popular donde la organización tenía influencia a través de sus estructuras de masas (coordinadoras, movimientos, campesinos, etc.) quedaron solo vinculados a montoneros a través de militantes sueltos que debían articularse en torno a una política cuyo principal objetivo estructural era la construcción del Ejercito guerrillero DOS CAMINOS 129
nuevos reclutas a pesar de las caídas permanentes, y con una “selva social” urbana en donde estar a buen recaudo. No importan los métodos mientras sean aplicados al “otro” enemigo, que no es parte de la nación; los guerrilleros desarrollaron expresiones electorales de peso, poderes locales e institucionales de hecho y de derecho y, por lo tanto, más allá del poder militar; mientras ese consenso se sostenga su supervivencia esta asegurada. Pero, a diferencia de Argentina donde la frontera política de los bandos es mucho más difusa, los vascos identifican su lucha con una causa nacional y el reclamo es la independencia. En Colombia, por otra parte, existe una situación de doble poder claramente definida desde hace muchos años (al menos en las zonas rurales la guerrilla ejerce funciones de Estado): las FARC pelean contra el Estado de su propio país una guerra civil. ¿Cómo han logrado subsistir por décadas? Las FARC son, sin duda, el emergente de la clase campesina sometida9 a un tardío proceso de expropiación de la tierra en un país donde el Estado (en el sentido ya mencionado de Estado más instituciones de la sociedad civil que reproducen el sistema) nunca llegó a controlar todo el territorio de la república; una república que nunca pudo superar su etapa oligárquica, represiva y altamente excluyente, modernizándose a tono con el capitalismo mundial pero sin inclusión social ni modernización política (el populismo colombiano fue asesinado con Elicer Gaitán). Estos son dos factores clave: los pobladores rurales se encuentran sometidos a toda la violencia que implica la expropiación rural por los terratenientes y las empresas, y el Estado colombiano es incompleto en su capacidad de ejercer el monopolio de la fuerza en todo el territorio. En cambio, en Argentina el Estado cubre todo el territorio y el alto nivel de urbanización hace que la estrategia política de cualquier organización deba tener como eje las ciudades. La idea del Che del foco guerrillero rural sólo puede desarrollarse con éxito en países con una población rural numerosa y extendida. De todos modos, es importante aclarar que la hipótesis de Santucho del poder local se basaba en un fuerte trabajo de inserción territorial, aun9. Las FARC no son hoy una guerrilla campesina en lo que se refiere a proyecto político, sino que son una organización revolucionaria marxista que pelea por la toma del poder y aspira a gobernar Colombia. Pero su origen y la principal fuente de combatientes y legitimidad sigue estando en el campo.
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que en la práctica el PRT seguía teniendo como eje el trabajo fabril y suinserción barrial era comparativamente débil. La fábrica es más vulnerable y más difícil de defender que el barrio en momentos de repliegue,10 y aun en situaciones de lucha más avanzada la articulación de la fábrica con el territorio que la rodea es fundamental. En este sentido los principales conflictos obreros, los considerados paradigmáticos, contaron con una fuerte articulación entre la fábrica y su entorno y tuvieron como epicentro ciudades o barrios obreros (por ejemplo, el Frigorífico Lisandro de la Torre,11 la ribera del Paraná, la Córdoba del Cordobazo). En cuanto a los bolcheviques, la teoría del doble poder se articulaba con una estrategia orientada a la insurrección obrera y no a la defensa de territorios liberados. Su doble poder convivía en el espacio y en el tiempo con el poder de la Duma burguesa. El lugar de inserción de los revolucionarios rusos era la clase obrera de los principales centros industriales (que a pesar de ser minoritaria se transformó en vanguardia política de todo el resto del pueblo o sea, en hegemónica en sentido bolchevique). En cambio, por más que se proclamaran proletarias, las guerrillas latino10. Cuando la oferta de mano de obra comienza a ser abundante y la represión se generaliza, el obrero en la fábrica es más vulnerable, más visible. En el territorio, si bien todo es más laxo, las posibilidades de acción política en los peores momentos son diversas, públicas o clandestinas y aún violentas. El tema es pensar en un repliegue desde la guerra de aparatos a la guerra diluida. El tipo de lucha que proponía el PRT, con eje en el ERP era sumamente difícil de sostener mucho tiempo en el territorio (controlado por el enemigo), pero lo era más en la fábrica en una etapa defensiva. La ofensiva antiobrera, despidos masivos, represión generalizada y asesinatos de cualquier delegado combativo hicieron muy difícil la militancia obrera tal como se había desarrollado hasta ese momento. No se puede negar la posibilidad de enfrentar cualquier régimen por más represivo que sea, pero el momento no parecía propicio para propicio para la construcción del ERP en los lugares de trabajo. Quizás una construcción clandestina más celular, anterior a un ejército guerrillero hubiera sido más efectiva. Sin dudas la experiencia de lucha del pueblo argentino entre 1955 y 1973 influyó mucho en Santucho para definir su estrategia y teniendo en cuenta su idea de lucha como de alza permanente, sus conclusiones se entienden. 11. Para el tema del desarrollo de la articulación de la lucha entre el barrio, los comandos clandestinos y el lugar de trabajo, ver Salas, Ernesto, La huelga del frigorífico Lisandro de la Torre. Buenos Aires, CEAL, 2000. DOS CAMINOS 131
americanas de los 60 y 70 que desarrollaban una guerra prolongada (y en las que la guerra era el centro de la estrategia) se nutrían y asentaban en el territorio, fuera éste el campo o los barrios de la ciudad. Y esto era así porque en una lucha prolongada en situaciones de crisis del capitalismo, cuando la estabilidad del trabajador no está mínimamente asegurada, el control represivo dentro del lugar de trabajo es mucho más estricto que en el territorio. En este sentido, los ejemplos que inspiraron al PRT fueron Vietnam y Cuba, experiencias que en el camino hacia la toma del poder tuvieron como eje al territorio (centralmente el campo) y en las que la clase obrera tuvo un rol secundario.12 De este modo el doble poder cobraba la forma de zonas rurales (pero pobladas de campesinos y aldeas) liberadas o semiliberadas. El 31 de marzo de 1976, inmediatamente después del golpe, Santucho planteaba en el editorial de El Combatiente titulado “Argentinos a las armas”, una estrategia de acumulación de poder en la cual el eje seguía estando en la fábrica, y sólo al pasar hace referencia a los barrios populares. Las tareas de la resistencia antigolpista tendrían “eje en el proletariado fabril, intensificando la concentración del trabajo en las grandes fábricas”, y aunque más adelante agregaba que debía movilizarse a las más amplias masas por problemas específicos, no parece delinearse una estrategia destinada al desarrollo de poder local como eje, ya que la publicación y sus editoriales no eran para el frente sindical sino para toda la organización, y en condiciones de clandestinidad y escasez de cuadros, trabajar sobre una fracción del proletariado más concentrado requeriría sin duda toda la fuerza. Pocos días después agregaba: “Alrededor de 300.000 obreros fabriles concentrados en unas 250 fábricas grandes de más de 500 obreros cada una, en todo el país, son la columna vertebral de las fuerzas populares y por lo tanto constituyen la columna vertebral de la justa y victoriosa resistencia antidictatorial del pueblo argentino”. Y más adelante delineaba el rol de los otros sectores del proletariado y clases populares: debía nucle12. En este sentido es importante aclarar algunas cuestiones relacionadas con al articulación entre base social e ideología. Una revolución puede ser campesina por su base social pero obrera por el proyecto político que encarna su dirección. Con esto planteamos que no por ser sus miembros obreros, un partido u organización de cualquier tipo es revolucionaria, el clasismo entendido como una política que desarrollan los miembros de la clase obrera puede ser (y en muchos casos lo es) perfectamente reformista. 132 GUILLERMO CAVIASCA
arse “alrededor suyo (de la clase obrera industrial) amplias masas trabajadoras, de obreros menos concentrados, obreros rurales, campesinos medios y chicos, empleados, estudiantes, trabajadores independientes, etc.”13 Es decir, una estrategia que seguía sin ser centralmente territorial, o lo era solamente si se entiende como territorial una estrategia de construcción de bases de apoyo en torno a las grandes fábricas y sujetas al ritmo de lucha de los obreros ocupados en éstas. O, en otras palabras, lo que presentaba era una estrategia de un partido proletario marxistaleninista clásico que -lejos de toda intención valorativa- no era muy cercana a la del Che ni a la de Vietnam. Pero, más allá de que el desarrollo del capitalismo argentino y el nivel de protagonismo de la clase obrera desde varias décadas antes pudieran avalar esta estrategia, debemos tener en cuenta un elemento que ninguno de los revolucionarios de la década alcanzó a ver: el nuevo proyecto de las clases dominantes, que comenzó a implementarse entonces y alcanzó su pleno desarrollo con Menem, tiene como característica relevante la desindustrialización del país. Y cuando la desocupación es más que un fantasma, las luchas obreras son defensivas, por lo tanto la ofensiva obrera planteada por el PRT-ERP difícilmente se podía estructurar sobre la base de un sector de la clase ya en retroceso, al menos desde el interior mismo de la fábrica. De todos modos, si consideramos que la estrategia de inserción del PRT podía estar en un momento de reelaboración en función de la maduración de la experiencia de los últimos años y la agudización de la lucha, la propuesta contenida en Poder burgués. Poder revolucionario debe ser analizada como algo más que un documento, y considerarla como la posible evolución de la práctica política de una organización revolucionaria que la derrota fulminante impidió impulsar, y que debemos recuperar para que el corte que la dictadura produjo en la maduración de la experiencia militante sea superado. Montoneros, en cambio, nunca desarrolló una teoría sobre el poder local pero tuvo una mayor inserción territorial que el PRT. Su eje era el territorio y su principal fuerza de masas, la JP, era territorial; el Movimiento Villero Peronista (que alcanzó gran desarrollo) ejercía
13. El Combatiente N° 213, 14 de abril de 1976, en De Santis, Documentos... op. cit. Pág. 552. DOS CAMINOS 133
funciones de gobierno en muchas villas miseria, y fue quizás esta mayor inserción territorial (no sólo su superioridad numérica) lo que le permitió sobrevivir más tiempo a la ofensiva militar y recuperar niveles de movilización aun en el 83. Volviendo al tema del autonomismo, ante la falta de perspectivas nacionales, en una construcción asentada en lo local y que alimenta su política de las contradicciones y necesidades planteadas desde lo micro, la estrategia del poder local podría derivar naturalmente en el intento de construir comunidades autónomas que luego de muchos años de trabajo de hormiga llegaron a minar las bases del sistema capitalista. Es en este sentido que pueden establecerse vinculaciones entre la estrategia planteada por Santucho y las ideas autonomistas aparecidas dos décadas más tarde en nuestro país. Debe subrayarse que en la propia Italia, cuna del autonomismo, su génesis debe buscarse en la historia de la lucha de los trabajadores italianos, tanto en las de los 60 y 70 como en las de los consejos de fábrica que, en torno a 1920, protagonizó el mismo Gramsci. Las ideas de autonomía obrera de los períodos anteriores devienen en la posmodernidad en autonomismo no obrero;14 si la lucha que tenía su eje en la fábrica mantenía a los militantes vinculados permanentemente al conflicto de clases de la sociedad nacional, el “repliegue” a los márgenes permite generar la ilusión de “vivir con nuestros propios códigos por fuera de la sociedad capitalista” y del conflicto estructural del sistema, que ya no es el planteado por la propiedad de las riquezas materiales, tal como sostiene el autonomismo extremo. El debate central, entonces, no está en la falsa antinomia de poder o consenso, ni en los objetivos estratégicos frente a las necesidades tácticas. Poner el acento en el consenso (olvidando la naturaleza alienada que en Gramsci tiene el termino) lleva a posturas que se suelen llamar revisionistas o reformistas, entendidas como la necesidad de incorporar la ideología de un amplio espectro de clases, lo cual lleva en una segunda instancia a abandonar los postulados más radicales con que se originó la organización. En cambio, la postura que pone énfasis exclusivamente en la cuestión del poder se articula fuertemente con la construcción de la 14. Estos se debe relacionar con el éxito del Estado de bienestar de los países centrales, que consiguió que la clase obrera al satisfacer muchas de sus necesidades inmediatas se acomodara s sus reglas. También con la caída de los «socialismos reales» y con un profundo proceso de compejización y segmentación de la clase trabajadora).
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vanguardia y, sobre todo, con las ideas dominantes entre los revolucionarios de los 70 y confunde imposición de una política con la compenetración en la misma por parte del sujeto social protagonista. La primera concepción, muy en boga en los 80, desplaza a un segundo plano los objetivos deseables en función de los posibles, y reduce el problema del poder a la generación de espacios institucionales como saldo de los niveles de consenso adquiridos en la sociedad,15 y era en los 70 objeto de desprecio por parte de los revolucionarios de las diferentes corrientes. La segunda concepción pone como legítimos a los objetivos definidos a priori por la vanguardia, por delante de todo lo demás; será la vanguardia con su accionar la que generará condiciones que permitan que las masas identifiquen sus verdaderos intereses y vean la posibilidad de hacerlos realidad. En general, ésta es la posición guevarista, que puede resumirse en dos apotegmas básicos: “no es necesario que todas las condiciones estén dadas sino que se debe contribuir a generarlas”, y “fuera del poder todo es ilusión”. Esta idea resulta poco flexible para afrontar períodos de repliegue, de manera que muchas veces la vanguardia queda aislada y desaparece. Además deposita una confianza idealista (casi religiosa) en que la verdad científica del marxismo será asumida por las masas por el solo hecho de ser verdad. Olvida también (o ignora) los sinuosos mecanismos de la conciencia y que la ciencia social tiene al ser humano como objeto y sujeto a la vez. Las ideas de Gramsci sobre consenso y hegemonía se relacionan con su análisis de las nuevas condiciones del capitalismo industrial y de la complejización de la sociedad, por lo cual la lucha de los trabajadores debe pasar a ser pensada como una guerra de posiciones. Mediante este tipo de lucha los trabajadores, organizados en un partido de la clase, conquistan y defienden espacios políticos y sociales (estatales propiamente dicho o sociales, pero que van minando y asediando las posiciones de la clase dominante en todos los terrenos).
15. Esta concepción no es, precisamente, gramsciana, sino que tiene su origen en la socialdemocracia alemana de fines del siglo XIX, cuando el intelectual marxista Eduard Bernstein teorizó sobre estos temas con el objetivo de hacer posible una base electoral más amplia que la obrera para que los socialistas llegaran al gobierno a través de las elecciones. DOS CAMINOS 135
En ese camino se va construyendo una alternativa integral producto de una praxis contrahegemónica capaz de permitir al partido proletario disputar las instituciones estatales y el poder, entendido como algo mucho más amplio que las instituciones demoliberales. Esta concepción es en realidad una reelaboración de la concepción bolchevique, que sintéticamente planteaba que la hegemonía era la política que se debían dar los obreros para conducir otras clases (populares) tras su proyecto socialista y que se desarrolló en la revolución rusa. Gramsci extiende esta idea a todas las sociedades capitalistas en las que los mecanismos que permiten generar consenso en las clases subalternas priman sobre la coerción, donde la sociedad civil es “densa”, y en las cuales la hegemonía es ejercida sobre la clase obrera. O sea, la concepción de hegemonía es replanteada para analizar el funcionamiento de la sociedad capitalista en su conjunto. Es en el camino de articular su propio dominio que la clase dominante genera corrientes de intelectuales16 capaces de Organizar la hegemonía de la clase dominante y garantizar la internalización por parte de los oprimidos de las condiciones de su dominación. Es importante señalar que para Gramsci la hegemonía lleva implícita la coerción (la violencia material es parte integrante de la hegemonía), ya que para él coerción no es solamente la fuerza armada, sino que se ejerce en todos los planos de diferentes formas (o sea existe coerción ideológica, cultural etc.) O sea, el consenso como dijimos antes y es bueno repetir, no es espontáneo, sino construido, impuesto, y debería ser relacionado con los conceptos de alienación y fetichismo.
16. Según Gramsci, cada clase social fundamental genera su propia corriente de intelectuales capaces de ejercer las funciones complejas que hacen al ejercicio de su dominio, la generación de consenso y la reproducción a nivel nacional de la ideología que la legitima. Los trabajadores, en este sentido, deben generar su propia corriente de intelectuales que expresen sus intereses a nivel nacional, más allá de lo sectorial o lo local. Y la organización donde estos intelectuales luchan por la hegemonía es el partido, el intelectual colectivo. Es importante aclarar que Gramsci da una importancia fundamental al partido como organizador de la hegemonía de la clase trabajadora, pero que la idea gramsciana se aleja del clásico partido marxista leninista y es antagónica con los partidos burgueses electorales.
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Lo dicho nos permite pensar en la idea de doble poder como la base para la generación de condiciones contrahegemónicas en el marco de una guerra de posiciones de largo plazo, donde la conquista de espacios, en este caso territoriales y sociales no institucionales (o parte de una nueva institucionalidad), permitiera darles a los revolucionarios perspectivas antes del asalto al poder, contemplando los flujos y reflujos con que se desarrolla la lucha de clases. Sería dar la “guerra de posiciones” propuesta por Gramsci a nivel territorial, articulada en una estrategia nacional del mismo tipo, articulada a su vez por un partido u organización en el rol de “intelectual colectivo” propio. Pero si leemos los escritos del PRT y vemos sus prácticas, la asunción de esta integralidad en los diferentes planos, donde todos son definitorios en la pelea por el poder, no estaba presente. La complementación entre las necesidades simultáneas de obtener legitimidad, construir contrahegemonía, construir poder y sostener los objetivos estratégicos, es algo que los revolucionarios de la época no alcanzaron a ver con claridad. Si en la articulación entre coerción y consenso está la clave de la dominación política de la burguesía (y ésta clase siempre lo tuvo claro), para las organizaciones revolucionarias la construcción de herramientas que articularan la coerción desde la vereda de los trabajadores solucionaba el problema del consenso y del poder, atajo que dejaba de lado o pasaba a un plano secundario el impulso de políticas destinadas a generar poder popular (entendido como praxis social contrahegemónica) capaz de darle base al propio proyecto.
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12. FRENTE A LA APERTURA DEMOCRÁTICA Y
SU
DEGRADACIÓN
La línea del PRT respecto a la apertura electoral osciló entre el 1971 y 1973. En el 71 ya visualizaba una posible –aunque remota– tentativa del gobierno militar de replegarse: “Es indudable, por algunos hechos concretos como la rehabilitación de los partidos políticos, el nombramiento de Mor Roig,1 las declaraciones de los políticos que los han entrevistado por invitación del gobierno, que se prepara una farsa electoral. La dictadura, consciente de su desprestigio y expresando su temor ante el avance de la guerra revolucionaria, se ve obligada a pactar con los políticos que hasta ayer repudiaba, a intentar junto con ellos la salida de las elecciones, para poner un freno a las movilizaciones de las masas y aislar de éstas a la vanguardia armada”,2 aunque debe tenerse en cuenta que para esa época todavía los militares no se habían resignado a ceder ante Perón.3 Pero para fines de 1972 Perón ya había ganado la partida, y el proceso de masas desatado a partir del 17 de noviembre convenció a los sectores mas recalcitrantes del gorilismo de la conveniencia de replegarse. Allí Santucho (recién fugado de Trelew) planteó: “Si la táctica votada por el Comité 1. Político radical. Arturo Mor Roig era ministro del Interior cuando se perpetró la masacre de Trelew durante la dictadura de Lanusse. Fue ejecutado por “la M”. 2. Resoluciones del Comité Ejecutivo de la organización, abril de 1971. En Kohan, Néstor, “Foquismo...”, op. cit. 3. Consideramos que es importante tener en cuenta la “forma” política en que se expresó la lucha de clases durante el período posterior a 1945. Si bien el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado fue la constante de todo el período, éste se dio en la superestructura (política, cultural, ideológica, etc.) como peronismo vs. antiperonismo, lo cual en cierta forma “vela” la naturaleza profunda del conflicto. Es así que para los militares, los políticos “gorilas” y la fracción más importante de las clases propietarias, la forma nacional concreta que tenía su lucha contra los trabajadores, era la lucha contra Perón y el peronismo. En ese sentido ceder ante éste para evitar “males peores” fue una decisión que sólo pudieron tomar los “gorilas” cuando el horizonte de la guerra civil y la radicalización de las formas políticas e ideológicas que ésta hubiera acarreado, eran cuestiones de corto plazo.
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Central logra concretarse, nuestra intervención electoral podrá ser muy amplia; si ello no es así lo más probable es que debamos ir al boicot, aunque con pocas perspectivas. De todas maneras en todos estos meses, hasta la farsa electoral y más allá de ella, debemos intensificar el trabajo legal con la línea de los Comités de Base, ampliar de esa manera nuestra relación con las masas, combinar este trabajo con la propaganda armada, obtener centenares y miles de contactos, colaboradores, simpatizantes, amigos, principalmente en las barriadas pobres de las ciudades, zonas suburbanas y el campo”.4 Entre ambas resoluciones el PRT mantuvo (como ya se señaló) una firme línea de accionar armado que le insumió todos sus recursos y su militancia. Esta etapa coincidió con el período de encarcelamiento de Santucho y esa línea fue criticada por él -luego de recuperar su libertad en la fuga de Trelew- como la “desviación militarista”. También es de destacar que Santucho siempre consideró las elecciones como una farsa destinada a desviar la lucha de masas a un terreno en el que la burguesía llevaba las de ganar; pero intervenir en ellas era pensado como una necesidad ante lo inevitable (e indeseado). Las posiciones del PRT ante lo electoral pueden llamar la atención ya que se expresaban en un momento de alta movilización y expectativa de las masas, pero no es menos cierto que cuentan con un amplio respaldo de la experiencia histórica mundial y nacional concreta. En la carta a las FAR previa a las elecciones del 73, el PRT expresó clara y sintéticamente su punto de vista sobre el proceso que se avecinaba: “Estamos en presencia de un claro acuerdo entre la DM (n/a dictadura militar) y los políticos burgueses, con el objeto de salvar al capitalismo y detener al proceso revolucionario en marcha. Para ello el conjunto de la burguesía pretende volver al régimen parlamentario y de esa manera ampliar considerablemente la base social de su dominación, reducida estrictamente a las FFAA durante el onganiato, aislar a la vanguardia clasista y a la guerrilla, para intentar su aplastamiento militar. La ambición de la burguesía es detener y desviar a las fuerzas revolucionarias y progresistas en su avance, y llegar a una estabilización paralela del capitalismo argentino”.5 4. Resoluciones del Comité Central del PRT, diciembre de 1972. Kohan, “Foquismo...”, op. cit. 5. De Santis, op.cit, pág. 88. DOS CAMINOS 139
En este sentido, el PRT caracterizaba al gobierno de Cámpora como “un nuevo gobierno parlamentario (que) se verá a corto plazo enfrentado a insolubles problemas entre la movilización de las masas y la presión burguesa y militar”.6 Es decir, no era un gobierno popular sino un gobierno condicionado por la movilización popular, por eso el ERP no dejó de combatir a los militares y los monopolios, e hizo pública su voluntad de seguir con su accionar armado. Para el PRT-ERP, la lucha armada incentivaba la movilización. De todos modos, no se registraron operaciones importantes durante los 47 días de Héctor Cámpora; la guerrilla le había dado al gobierno un plazo de 30 días para ver hacia dónde definía su rumbo, y Cámpora duró muy poco más. Pero, a pesar de su dura posición contra Cámpora y las organizaciones que participaron en el proceso que llevó a la victoria peronista del 11 de marzo, el PRTERP tomó nota de la ofensiva de la derecha peronista y de que se avecinaban tiempos difíciles. “La represión que se avecina superará en saña a la de la última dictadura militar”, manifestaba el PRT en una solicitada y denunciaba a Jorge Osinde y José López Rega como responsables de los grupos paramilitares en formación. Para ejemplificar su actitud frente al retorno del peronismo al gobierno, es importante ver la posición del PRT-ERP hacia la posible liberación de los presos políticos: en las resoluciones de trabajo legal de cara a la asunción del gobierno de Cámpora, el primer punto estaba destinado a incentivar la movilización por la libertad de los presos. A diferencia de Montoneros, que consideraba que el gobierno popular los liberaría, el PRTERP estimaba que la amnistía sería limitada.7 Lo cierto es que había contactos entre dirigentes peronistas y las FFAA en ese sentido, que avalaban fuertemente las sospechas del PRT. Por ello encararon una campaña de secuestros de militares destinados al canje de prisioneros y estuvieron entre los principales impulsores de la movilización popular que el 25 de mayo del 73 (el mismo día de la asunción de Cámpora), impuso la amnistía inmediata y generalizada para todos los presos políticos, y sindicales. 6. “El triunfo electoral peronista y las tareas de los revolucionarios”, en El combatiente N° 76, en De Santis, op. cit., pág. 98 7. “Inmediatamente se hicieron más profundas las divisiones entre los combatientes peronistas y guevaristas, estos últimos llenos de desconfianza respecto del gobierno (mientras que) la JP consideraba que su tarea consistía meramente en garantizar la realización de la prometida amnistía.” Gillespie, Richard, Los soldados de Perón, op. cit. pág 159-160. 140 GUILLERMO CAVIASCA
En este sentido pueden rastrearse antecedentes de actitudes diferenciadas de ambas organizaciones en el pasado inmediato. En la ejecución de la fuga del penal de Rawson en agosto de 1972, el PRT-ERP fue el principal impulsor (tenía la mayoría de sus cuadros presos); las FAR también consideraron correcta las acción, pero Montoneros tuvo grandes debates previos sobre su conveniencia.8 Un sector importante apreciaba que dado que había una apertura política, y que seguramente terminaría en el triunfo del peronismo, el nuevo gobierno daría la amnistía y por lo tanto convenía esperar. De todos modos, como los cuadros Montoneros detenidos no continuaban en funciones desde la cárcel (mantenían el grado, pero sus funciones y autoridad práctica quedaba, en stand by, y la conducción tomaba todas las decisiones) se los dejó en libertad de acción y por eso se impuso, en la práctica, la decisión de los presos de trabajar conjuntamente para la fuga.9 Eran visibles ya en este punto los debates que se avecinarían sobre el tipo de vinculación de Montoneros con las estructuras y políticas tradicionales del peronismo, debates que se sintetizaban en la concepción de vanguardia versus “formación especial”, como llamaba Perón, sutilmente, a las organizaciones armadas. Volviendo a la caracterización del gobierno de Cámpora, Santucho planteaba en Poder burgués. Poder revolucionario: “El parlamentarismo es una forma enmascarada de dictadura burguesa. Se basa en la organización de partidos políticos y en el sufragio universal. Aparentemente todo el pueblo elige sus gobernantes. Pero en realidad no es así, porque como todos sabemos las candidaturas son determinadas por el poder del dinero”. En este sentido, el PRT no tenía expectativas en el nuevo presidente, que además era la expresión de una opción político-económica inviable. Quizá sea más preciso decir que el PRT consideraba que el “reformis8. Según Amorín, la tendencia de las FAR a acordar con el PRT era una muestra de las diferencias de fondo que separaban a los montoneros peronistas de los militantes marxistas, y que estas diferencias eran ocultadas tras los acuerdos coyunturales producto de la avalancha del «luche y vuelve». Desde el PRT De Santis recuerda que los miembros de las FAR siempre fueron receptivos a los contactos y un puente para acercamientos. Debemos remarcar que Amorín pone sustancial acento en la ideología peronista de los montoneros remarcando que no eran marxistas. Creemos que esta posición, que no fue hegemónica en su época, expresa el balance de las causas de la derrota que hace el presente toda una corriente de ex militantes o simpatizantes montoneros. 9. En el PRT era distinto en la práctica: Santucho era el jefe y podía ordenar desde la prisión.
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mo” y el “populismo” eran las dos enfermedades que se debían extirpar de la clase trabajadora argentina. De este modo, la categoría de “popular” no podía ser aceptada: se era socialista o se era burgués. Así lo planteó Santucho en el trabajo citado, buscando, igualmente, captar a populistas y reformistas para el proyecto revolucionario, previa corrección de sus desviaciones ideológicas y previa asunción de la verdadera ideología revolucionaria. “La lucha por el poder obrero y popular, por el socialismo y la liberación nacional, es inseparable de la lucha contra el populismo y el reformismo, graves enfermedades políticas e ideológicas existentes en el seno del campo popular”.10 En este punto Santucho era fiel a Lenin en su costumbre de combatir impiadosamente a sus adversarios para delimitar claramente los campos. En el marco de lo que ya era un pensamiento maduro, con cuatro años de accionar montonero observable, Santucho dio una definición de populismo: “El populismo es una concepción de origen burgués que desconoce en los hechos la diversidad de clases sociales; unifica la clase obrera, el campesinado pobre y mediano, la pequeña burguesía y la burguesía nacional media y grande bajo la denominación común de pueblo.11 Al no diferenciar con exactitud el rol y posibilidades de estas diversas clases, tiende constantemente a relacionarse, con prioridad, con la burguesía nacional y a alentar ilusorias esperanzas en sus líderes económicos, políticos y militares, incluso en aquellos como Gelbard, Carcagno o Anaya, íntimamente ligados a los imperialistas norteamericanos”.12 Consideramos que en este escrito se evidencian varios errores de análisis producto del excesivo esfuerzo puesto en la reducción de las contradicciones a una sola. Uno de ellos, caracterizar a Gelbard como ligado principalmente al imperialismo norteamericano. Su proyecto como representante de una fracción en decadencia de la burguesía y como miembro del Partido Comunista,
10. Santucho, Mario, Poder burgués. Poder revolucionario, op. cit. Pág. 29-32. 11. Puede compararse con la misma definición que Montoneros hace de “pueblo” en la “Charla a los frentes”. 12. Santucho, Mario op. cit., pág. 29-32. Es importante marcar como en aquí Santucho separa de hecho a Gelbard y Carcagño (y Anaya) de Krieger Vasena o Lanusse. Pareciera asumir que “en última instancia” son iguales pero pueden ser vistos como diferentes en determinados momentos históricos.
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era relacionar a Argentina con otras esferas del capital imperialista y, dentro de sus posibilidades, con la URSS. Perdía relata la última reunión de Gelbard con el dirigente montonero Norberto Habergger, después de la muerte de Perón, en la que acordaron respaldar al ministro en su idea de vincular la economía argentina a la soviética para contrapesar la creciente presión norteamericana y diversificar las fuentes de tecnología. También en la “Charla...” hay un párrafo en el que la idea de hacer crecer a la burguesía nacional se vinculaba a la llegada de capitales de la órbita socialista. También fue un error y una simplificación calificar sin más a Carcagno como general proyanqui; la corriente (sumamente minoritaria) representada por este general constituía una opción antiimperialista dentro de las fuerzas armadas, lo cual tenía una lógica también desde una perspectiva marxista, que reconoce que en momentos de violentos y masivos enfrentamientos de la lucha de clases es posible que sectores de las fuerzas armadas vacilen en su disciplinamiento a los proyectos estratégicos del imperialismo. En el mismo sentido de crítica, continuaba Santucho: “La corriente popular más importante gravemente infectada con la enfermedad populista, es Montoneros. Su heroica trayectoria de lucha antidictatorial se ha visto empañada por la confianza en el peronismo burgués y burocrático, que ha causado grave daño al desarrollo de las fuerzas progresistas y revolucionarias en nuestra patria”. Evidentemente, para el PRT populismo era igual a peronismo y, al menos en este apartado, no parece reconocerle ninguna virtud. La visión del populismo de Santucho era simplificada, no dejando ningún espacio para los rasgos progresistas que tuvo en muchos países latinoamericanos. Pero no debemos sacar fuera de contexto sus afirmaciones ya que en 1974/75 la inclinación hacia la derecha del gobierno peronista era un hecho y el PRT, parado en sus predicciones de 1973, podía criticar a Montoneros con cierta autoridad. Otro frente de combate teórico del PRT lo constituyó el Partido Comunista, “la organización popular más atacada por la enfermedad reformista, roído por ella, desde muchos años atrás, fue inconsecuente y timorato en el período de la lucha antidictatorial, y aunque no adoptó una actitud negativa en los primeros meses del gobierno peronista, abriéndose a un acercamiento con las fuerzas revolucionarias, a partir del 12 de junio, cayó en la capitulación total volcando todo su DOS CAMINOS 143
peso en apoyo del ala Gelbard del gobierno y dando la espalda simétricamente a las fuerzas revolucionarias y a la lucha popular en general”.13 Pero además, según Santucho, el PC adolecía de la “enfermedad del pacifismo”. “El temor a la justa violencia revolucionaria, la desconfianza en la potencialidad y capacidad de la lucha de masas, la capitulación ante los líderes burgueses, el cretinismo parlamentario, son las formas de manifestación de la perniciosa enfermedad del reformismo que caracteriza en general la actividad del Partido Comunista, y la política de su dirección, que los lleva en determinados momentos a atacar a las fuerzas y actividades revolucionarias sumándose al coro contrarrevolucionario de la burguesía. En la ineludible lucha ideológica contra el cáncer del reformismo, que afecta al Partido Comunista, no debemos olvidar en ningún momento que todos nuestros esfuerzos deben estar orientados a acercar a estos compañeros a las filas revolucionarias”.14 Poco después del 11 de marzo y del triunfo de Cámpora, el PRT balanceó su posición en los siguientes términos: “Al evaluarse la posición votoblanquista, se vio que no es consistente, en cuanto no hay sectores amplios de las masas que se orienten en esa posición, por lo que no logra constituirse en una opción clara para instrumentar el repudio a la farsa electoral al propio tiempo que como no ofrece envergadura, masividad, resulta sumamente peligroso en cuanto puede dar la falsa impresión de que las fuerzas revolucionarias y anti-acuerdistas son muy minoritarias y que amplios sectores prefieren el parlamentarismo. Estas condiciones llevaron al Comité Central a decidir la abstención, como posición del Partido, complementada con el lanzamiento por el ERP de un volante denunciando la farsa electoral y que puede ser colocado en el sobre como voto. El Comité Central hace la salvedad y reconoce que la posición de abstención adoptada no es la más correcta, sino la opción a que la organización se vio obligada por el déficit en el trabajo legal que impidió se lograra la activa línea intervencionista que hubiera sido más eficiente para dificultar las maniobras del enemigo y lograr el máximo aprovechamiento de los resquicios legales”.15 Está claro que los perretistas conside13. Santucho, op. cit. pág. 32. 14. Ídem, pág. 31-32. 15. El Combatiente Nº 76, “Resoluciones del Comité Central del PRT”, segunda quincena de marzo de 1973
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raron como déficit su rol en el proceso electoral, pero también puede verse que la imposibilidad de presentar formulas propias no se debió sólo a la incapacidad de asumir con fuerza el trabajo legal, sino a la incapacidad de encontrar socios de peso dispuestos a construir esa alternativa. La siguiente coyuntura electoral, con el proceso de ofensiva contra la izquierda peronista en pleno desarrollo, tampoco pudo ser encarado por el PRT con fórmula propia. Incluso aquellos que suscribían a los análisis del PRT, no se atrevían a enfrentar en las urnas a Perón. El prestigio del líder en las masas estaba intacto. Luego el PRT fundamentaba teóricamente su posición frente a las críticas (clásicas) de la izquierda tradicional: “El Comité Central reivindica finalmente la posición adoptada como marxista-leninista, en cuanto se adecua a la situación concreta, pues si bien las enseñanzas bolcheviques indican que ante un proceso electoral sólo caben las tácticas de boicot activo o participación, ello debe entenderse como las herramientas tácticas a esgrimir para convertir la elección burguesa en un pilar más de una estrategia de poder revolucionaria. Más, cuando no se han logrado como en este caso tales herramientas, lo que hace imposible una táctica correcta que se compagine con la estrategia de poder, es legítima la adopción de una línea abstencionista y propagandista como la nuestra, aferrada a las concepciones estratégicas y reconocedoras de los déficits y errores tácticos cometidos. Intervenir siempre y por principio en toda elección para ‘no perder el voto’ o ‘apoyar el mal menor’, son puntos de vista oportunistas, ajenos al marxismo-leninismo”.16 El debate ideológico con los revolucionarios peronistas y la izquierda tradicional comunista debía apuntar hacia una perspectiva de unidad y acción común, antiimperialista y por el socialismo; en esa perspectiva mantuvieron contactos con el PC -hasta el golpe, cuando la dirección del PC caracterizó a la fracción de Videla como democrática-, y con los montoneros, con quienes conversaban para la unidad de las organizaciones armadas. Pero como la meta del PRT era la revolución socialista conducida por la clase obrera, no podía ver en la democracia burguesa reinstalada, en el ministro Gelbard (representante de la burguesía nacional) y en su pacto
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social un paso en el camino revolucionario, siguiendo las tesis de Milciades Peña de «unidad aunque no identidad» entre las diferentes fracciones de la burguesía argentina y su consecuente falta de nacionalismo. En este sentido el PRT consideraba, fiel a al teoría de la revolución permanente, que las tareas democráticas, antiimperialistas y socialistas no son parte de dos etapas diferentes de la revolución sino que se desarrollaban inmediata y conjuntamente, superando las tareas socialistas a las democráticas en el marco de la agudización de la lucha de clases durante el proceso revolucionario. Para el PRT tampoco cabía una distinción radical entre burguesía nacional y extranjera, ni de éstas con la oligarquía terrateniente. En este sentido, en Poder Burgués. Poder Revolucionario Santucho calificó categóricamente como enemigos a las diferentes fracciones burguesas: “Es sabido que en el gobierno se turnan ciertos políticos y ciertos militares, ligados todos de una u otra manera a las grandes empresas, a la oligarquía terrateniente y al imperialismo y ellos mismos grandes empresarios y oligarcas proimperialistas; Frigerio, Alsogaray, Krieger Vasena, Salimei, Lanusse, Gelbard”.17 José Ber Gelbard, un empresario presidente de la Confederación General Económica (CGE), fue el hombre que Perón impuso a Cámpora en el ministerio de Economía para llevar adelante su proyecto (el otro fue el ministerio de Bienestar Social entregado a López Rega). La herramienta de política socioeconómica que Perón y Gelbard planteaban era el “pacto social”, o sea, una tregua entre trabajadores y empresarios que fuera modelando una lenta recuperación del salario y que paralelamente mejorara la productividad de las empresas con estabilidad de precios. Ésta era la antítesis de la postura del PRT y tampoco fue vista con beneplácito por Montoneros, aunque esta organización realizó una crítica más moderada18 17. Santucho, Mario, op. cit., pag. 14. 18. Montoneros aceptaba la posibilidad de un pacto social que impusiera un equilibrio dentro del 50 y 50 tradicional del peronismo, al menos para la etapa inicial del proceso, y desde este planteo expresaba sus críticas. Pensaban que un pacto social podía llegar a ser progresista si un gobierno popular lo usaba para ganar tiempo, acumular fuerzas, desarrollar el país y fortalecer en espacio de los trabajadores en la economía. En realidad (y esto es materia de diferente valoración por parte de los ex militantes de la organización) la política sindical de Montoneros, posicionado junto a la vanguardia obrera, presionado por izquierda y enfrentado a la burocracia sindical peronista, le imponía en la práctica enfrentar el pacto. Es-
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en su política de no exteriorizar sus diferencias cada vez más notorias con Perón, y de sostener un perspectiva de alianza con fracciones de la burguesía en el marco de su idea de lo que debía ser una transición. La política del pacto social necesitaba para su éxito un conjunto de factores externos a ella difícilmente manejables por Perón. Por un lado, dependía del control que la burocracia sindical tuviera sobre sus bases, muy movilizadas en los años previos, y de una recuperación real del salario que la garantizara en el corto plazo; segundo, requería que los empresarios moderaran sus ganancias en beneficio de un crecimiento futuro de nuevos mercados (lo cierto es que ellos ya habían generado un “colchón de precios” para aguantar el congelamiento impuesto por el pacto); y tercero, y determinante, dependía de factores externos como el valor de las exportaciones agropecuarias y el mantenimiento de los precios de las importaciones de los insumos industriales, cosa que no sucedió a raíz de la crisis mundial del 73, que destruyó los términos de intercambio que preveía Gelbard haciendo estallar el congelamiento ya muy golpeado por la presión de las luchas obreras. Las diferencias de Montoneros con Gelbard eran en parte zanjables. “La M” consideraba a la burguesía nacional como una posible aliada en el proceso de liberación nacional. Aunque concebían a la burguesía en un rol subordinado tal, como planteaban en sus documentos con fuerza creciente a medida que el año 74 transcurría: “La OPM denuncia esta política (la del pacto social) como incorrecta e ineficaz, e impulsa (la) lucha de los trabajadores, aunque con limitaciones (...) para mantener la lucha interna dentro del movimiento peronista, priorizamos las tareas territoriales y la lucha de aparato”,19 escribía para sus militantes en 1976. Pero tuvo que soportar, mientras tanto, que el PRT la denunciara como cómplice del gobierno. En efecto, en los conflictos gremiales desatados en Córdoba durante la gobernación de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, la JTP
to llevó a la organización a pasar un periodo de contradicciones entre la presión de las bases radicalizadas del movimiento obrero, y en muchos casos de los militantes de la JTP, con la línea de no chocar abiertamente con un gobierno que seguían proclamando suyo. Además, toda la política económica diseñada por Gelbar dependía de una situación económica internacional que pronto se hizo desfavorable. 19. Ver Manual..., op. cit. DOS CAMINOS 147
tuvo una posición vacilante: por un lado debían respetar el pacto social (aunque fuera formalmente); por otro, la movilización de las bases obreras más combativas (que en Córdoba eran muchas) imponía un ritmo de lucha que llevaba a la ruptura del pacto social. Esta situación de equilibristas mantenida durante unos meses, le dificultó la relación con los sectores más duros de la clase obrera. Dos años después desarrolló una autocrítica respecto a sus concepciones previas y expresó claramente que la alianza con la burguesía nacional había sido vista, erróneamente, como una posibilidad en el 73 (tal como se expresa en la “Charla...”). En el mismo sentido Perdía sostiene que en el 73 se concebía un frente de clases. Además, conviene aclarar, como miembro del Partido Comunista Gelbard era visto como un interlocutor viable. De este modo, a diferencia del PRT-ERP, Montoneros tuvo en principio una valoración altamente optimista de las posibilidades abiertas el 25 de mayo. Fue parte del gobierno y declaró públicamente el cese de sus operaciones armadas. Consideraba que se había iniciado un proceso de liberación nacional y consecuentemente, a medida que se agudizaran las contradicciones, sin duda Perón, los trabajadores y su vanguardia, Montoneros, se impondrían a la gran burguesía, la burocracia sindical y la reacción interna, captando en esta lucha a sectores de la burguesía nacional, de las fuerzas armadas y de la clase media. Este razonamiento no podía ser sostenido sin su premisa política básica: que Perón era revolucionario y quería algún tipo de socialismo.20 Pero este optimismo duró poco tiempo. Y hacia fines del 73 su caracterización era opuesta, calificando su posición optimista anterior como “pensamiento mágico”. En la “Charla a los frentes” se autocriticaron duramente: “Este pensamiento 20. Para Gillespie todas las premisas montoneras para la etapa – “Perón era revolucionario, la burocracia peronista aceptaría el liderazgo obrero radicalizado y el frente de liberación nacional se constituiría con importantes sectores de la burguesía” – eran falsas, y la última, la más importante y estratégica por ser viable en otros países en la misma época y basarse en la percepción del modelo distribucionista del peronismo en los 40, era imposible en las condiciones imperantes en 1973. En este sentido los presupuestos teóricos del PRT parecen ser mas acertadas si el objetivo era la construcción del socialismo. “La incapacidad del peronismo de emprender conjuntamente (...) tareas de desarrollo nacional y redistribuir radicalmente la renta nacional, fue algo que los alternativistas (...) comprendieron mejor que los movimientistas (Montoneros)”, Soldados de Perón, op. cit. Pág 163-164.
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mágico lo podemos caracterizar como una especie de infantilismo político, es decir, un pensamiento maduro que produce a su vez, picos de nuestra reacción, picos de exitismo y de derrotismo”.21 Montoneros consideraba que el peronismo debía ser la expresión argentina de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo, o sea, concebía al peronismo como un movimiento antiimperialista de transición al socialismo (aunque es ambiguo si lo concebía “naturalmente” como un MLN o si consideraba necesaria y posible su transformación en uno de ellos; su posición al respecto oscila con el paso del tiempo y según el ex miembro de la organización que hable sobre el tema). En 1973 - 1974 la OPM definía su rol en el tablero político argentino: Perón era el líder del movimiento nacional, el cual incluía a diferentes clases y actores; la clase obrera, que era peronista, tenía a la OPM como su vanguardia y formaba parte del movimiento nacional siendo la totalidad de la base de éste. A su vez, debía ser la conducción del frente de liberación nacional a construir, el cual era una herramienta política de la revolución, mientras que Perón era el líder del movimiento. O sea, el movimiento nacional era para Montoneros una expresión argentina del desarrollo de la conciencia obrera y Perón (con sus limitaciones) era la expresión de ella. Es visible que entre los montoneros (que pretendían ser la vanguardia de la clase obrera y líderes del MLN) y Perón como líder efectivo del movimiento peronista, la contradicción era inevitable.22 Montoneros aceptaba la colaboración de la burguesía nacional en 1973 (aunque aspiraba a que el movimiento fuera conducido por la clase obrera), pero para 1975 ya habían reformulado radicalmente su pensamiento al calor de la profunda agudización de la lucha de clases. “La crisis de la burguesía nacional es otro elemento que viene a sumarse (a la crisis terminal del capitalismo dependiente argentino) y es producto del necesario avance monopólico que se viene realizando desde el 52. Si bien Perón intentó salvarla con la fuerza de su apoyo político (pacto social de Gelbard), condiciones estructurales encuadran a la burguesía nacional como furgón de cola de los monopolios luego de la derrota del ministro 21. Ver “Charla...”, op. cit. Pág. 259. 22. Ellos mismo así lo ven hacia fines de 1973. La ruptura se considerada inminente pero no resulta claro cómo pensaban superarla. DOS CAMINOS 149
pactista”.23 Es visible, entonces, cómo sus definiciones fueron dejando de lado muchas de las ambigüedades de su etapa fundacional, expresando un cambio en la caracterización misma de la estructura económica argentina. Su separación del peronismo fue determinante en este proceso, ya que no necesitaban mantener las formas discursivas hacia Perón y el resto del movimiento. La izquierda peronista en general continuó durante 1973 y 1974 sumando simpatizantes y desarrollando trabajos en los diferentes “frentes de masas”. En el 73 Montoneros lanzó la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y logró la adhesión mayoritaria de la universidad; la Juventud Trabajadora Peronista (JTP)), con la cual se lanzó a disputar fábricas y sindicatos a la burocracia (aunque tuvo menor éxito, logró una importante adhesión en el Gran Buenos Aires); el Movimiento Villero Peronista (MVP), que organizó la mayoría de las villas miseria; y una serie de organizaciones para otros frentes específicos de desigual éxito (Ligas Agrarias, mujeres, inquilinos, discapacitados, etc.). El crecimiento de Montoneros fue muy grande, transformándose en una organización de masas (según ellos mismos consideraban, podían movilizar entre 200 y 250 mil personas24). En este sentido impulsó una política mucho más amplia que la de una organización clasista, desarrollando políticas propias en diferentes frentes sin abandonar las reivindicaciones específicas. O sea, los montoneros desarrollaron en éste período (73/74) una política de organización popular en sentido amplio, diferenciada de una política clasista o militarista. Éste es un tema importante si se lo relaciona con la cuestión de la inserción territorial y el poder local que tratamos en las páginas anteriores. Sólo una política de inserción territorial ampliamente “popular” puede ser la base del desarrollo de un “poder local”, aun cuando el barrio en cuestión sea predominantemente obrero. En los barrios de la ciudad de Buenos Aires (incluso en los 70) la caracterización de clase era compleja. Se trata de sociedades “densas” con variadas fracciones de trabajadores, marginados, comerciantes y “pequeñoburgueses” con indudables contradiccio23. Ver “Fundamentos del plan de acción. Boletín interno N° 2” en Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, pag 129-134. 24. Las movilizaciones que “la M” podía convocar a través de sus frentes eran impresionantes para cualquier época; en horas podían reunir decenas de miles de militantes en la ciudad de Buenos Aires.
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nes entre sí, pero sobredeterminadas por la contradicción principal que implica la explotación y el empobrecimiento del barrio popular en su conjunto. El tipo de desarrollo alcanzado por Montoneros en 1974 se acercaba más a una estrategia de “doble poder”, como la planteada por Santucho para la misma época, que a una táctica para el asalto al poder en el corto plazo; pero en 1975 Montoneros fue sacrificando este desarrollo capilar en aras de la construcción del ejército. De esta forma se impulsa la construcción de un partido marxista leninista clásico. Asumían que esta decisión les implicaba un enorme sacrificio en los frentes de masas, pero consideraban que esta herramienta de vanguardia les permitiría estratégicamente la victoria. Si bien «la M» nunca llegó a ser un partido marxista leninista aumentó mucho su homogeneidad , disciplina y fluidez de mando. Quizás la respuesta dada por Firmenich a un periodista extranjero de cuenta mejor de la idea que imperaba en la organización. Ante la requisitoria sobre los miles de muertos montoneros, el jefe de la organización respondió con una pregunta retórica ¿Cuántas masas ganamos? El PRT también aprovechó la nueva coyuntura de legalidad abierta con Cámpora (mucho más corta que para Montoneros) y el posterior giro derechista, para desarrollar su inserción en los frentes de masas. Más allá de que no despreciaba la universidad ni los barrios, el PRT –como organización que pretendía ser específicamente proletaria– puso sus esfuerzos en la clase obrera, específicamente en las grandes fábricas, donde tuvo importante recepción, sobre todo en los centros industriales que venían de un largo proceso de radicalización y menos tolerancia para con el gobierno. Su paulatino deterioro y el avance de la derecha permitieron al PRT aparecer como una opción en los lugares donde la clase obrera estaba más desvinculada de la tradición sindical peronista. De Santis relata muy gráficamente esta historia en su paso por la lucha sindical en Propulsora Siderúrgica de La Plata. Allí el PRT compartía la dirección de la comisión interna con la JTP el PC y el PB, y De Santis llego a ser el jefe.25 El partido impulsó el Movimiento Sindical de Base (MSB), que se insertó en Córdoba, Tucumán, La Plata y en el cordón industrial que baja desde Rosario, articulando la oposición clasista y frontal al sindicalismo peronis25. De Santis, Daniel, Entre perros y tupas, Buenos Aires, Razón y Revolución, 2006. DOS CAMINOS 151
ta y al pacto social impulsado tanto por el gobierno de Cámpora como por el de Perón, desarrollándose exponencialmente desde 1973 hasta las movilizaciones de julio de 1975, cuando llegó a su apogeo.26 El MSB fue la experiencia de masas de más éxito del PRT; en julio del 74 reunió cinco mil trabajadores en representación de 120 agrupaciones en su segundo congreso y fue determinante en el movimiento obrero cordobés. Para el historiador Juan Carlos Torre, sin embargo, a lo largo de la segunda mitad de 1974 tanto la izquierda clasista como la peronista sufrieron un retroceso en el terreno sindical y la burocracia avanzó con el apoyo de las patronales, el Estado y la represión, recuperando a través de intervenciones, despidos y violencia las estructuras de las que había sido desplazada. Quizá requiera un estudio más detallado determinar la real influencia de los trabajadores agrupados en el MSB: si seguían siendo delegados, si conservaban su trabajo, si tenían trabajo de superficie en las fábricas y cuál era el grado de predicamento sobre el resto de sus compañeros; lo mismo debemos tener en cuenta para la JTP y para lo poco estudiado de la presencia sindical de la izquierda peronista. Un caso paradigmático fue la intervención a la seccional Villa Constitución de la UOM en 1975. Villa Constitución y toda la zona industrial que va desde Rosario hasta el norte del Gran Buenos Aires contaba con un sindicalismo combativo con presencia mayoritaria de la izquierda en sus diferentes variantes. Pero en el mes de Marzo de 1975 una columna de más de un kilómetro de camiones y automóviles cargados de hombres armados del sindicalismo, las AAA, policías federales y provinciales con el aval explícito de la UOM nacional el apoyo del gobierno y la UCR hizo efectiva la intervención de la seccional. Se puso en funcionamiento un campo de detención clandestino, se detuvieron cientos de activistas y se desaparecieron a 20 de ellos. Los trabajadores fueron calificados de subversivos y sus actividades de “guerrilla fabril” según Ricardo Balbín. Es de destacar que en esa zona se concentraban importantes plantas fabriles, de industria pesada y con productos de alto valor agregado y tecnología de punta. La Villa vivió una situación casi de guerra, con el agravante de que las fuerzas estatales y paraestatales que operaron durante esas jornadas lo hicieron con total libertad y sin las limitaciones que hubiera impuesto la legalidad. 26. Pozzi, Pablo, op. cit. 363-365.
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Los trabajadores fueron derrotados pese a su dura resistencia. Más allá de la postura de Torre, que habla de un deterioro continuo de la representatividad de la izquierda en el movimiento obrero desde la asunción del peronismo, es un dato importante que por debajo de las estructuras la movilización combativa continuó y se expresó en junio y julio de 1975 en las Coordinadoras de Base y en las movilizaciones contra el Rodrigazo que dieron por tierra con el primer intento de ajuste neoliberal y lograron la expulsión de López Rega (que además, estaba en contradicción con la burocracia capitaneada por Lorenzo Miguel que consiguió reposicionarse en el gobierno luego de estas luchas). Por otro lado, a nivel político, el PRT impulsó el FAS, que fue “una experiencia fundamental para el PRTERP puesto que logró reunir una cantidad de grupos dispersos sobre la base de un claro programa antiimperialista y socialista”,27 pero que no logró madurar en una instancia unitaria que superara el sostén que le daba el PRT, girando exclusivamente en torno a éste. Armando Jaime, referente nacional del FAS, relata las dificultades que hubo en la construcción de este frente. En general, Jaime considera que el PRT era irrespetuoso con las demás fuerzas y que tenía una actitud hegemonista. Por ejemplo: el FAS resolvió que los dirigentes nacionales públicos no debían arriesgarse en operaciones militares para no comprometer directamente el trabajo político y en la primera operación que hace el PRT después de esta definición cayó detenido un miembro de la mesa del FAS.28 Otro ejemplo que nos cuenta el ex dirigente del FAS remite al asalto al cuartel de Azul; Jaime menciona la existencia de una campaña, que incluía a los diputados de la JP, destinada a frenar el avance de las leyes represivas, pero el ERP intentó la toma de ese cuartel inmedia-
27. Pozzi, Pablo, op. cit., pág 355. En el FAS convergían grupos de izquierda marxista y peronista. Además del PRT participaron en diferentes etapas de su existencia: el Frente Revolucionario Peronista (FRP), la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), el cura Miguel Ramondetti del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, Agustín Tosco, entre otros. Luego se sumó: Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de Alicia Eguren y Ortega Peña (como orador invitado). Cuando Pozzi estudia la presencia de la izquierda y el marxismo no considera pertinente incluir a las corrientes peronistas de izquierda. 28. Ejemplos similares existieron también en la relación entre Montoneros y el Partido Auténtico. DOS CAMINOS 153
tamente antes de la entrevista de los diputados montoneros con Perón, eso reforzó los argumentos del General y desarmó a los diputados. Las crisis del FAS fueron permanentes, tanto con las fuerzas peronistas como con las de izquierda, como Poder Obrero (OCPO29). Entre el 25 de mayo y el 13 de julio de 1973, y con la caída de Cámpora, el PRT comenzó a verificar sus tesis sobre la naturaleza del gobierno peronista que se resumían en el documento de ese año. Allí planteaba: “La instauración del gobierno parlamentario Cámpora-Solano Lima alentará la lucha de las masas por sus reivindicaciones inmediatas”, pero “dicho gobierno con colaboración de la burocracia sindical intentará detener esas movilizaciones (...) hacia la conciliación del capital y el trabajo”. Según este documento, escrito en plena euforia popular previa al 25 de mayo, si bien en el gobierno iba a haber sectores revolucionarios éstos serían minoritarios. La alianza que acababa de acceder al gobierno era hegemónicamente burguesa, y como tal se comportaría.30 Según Pozzi, “el PRT-ERP vio con suma preocupación la ofensiva de la derecha peronista y el cercenamiento de los espacios democrático burgueses”. A pesar de ello sólo hizo una diferencia de grado entre las sucesivas etapas del gobierno peronista: el peronismo era un partido burgués más allá de las expectativas populares, y la burguesía nada podía ofrecer a los trabajadores en la actual etapa de concentración del capital, enton-
29. La pelea con la OCPO se debía a que el PRT consideraba que el FAS era un frente de liberación nacional y que debía (en teoría) tener amplitud de consignas, mientras que la OCPO sostenía que el frente debía ser claramente clasista. En este sentido podemos rastrear las definiciones del frente a lo largo de los tres congresos que realizó. En el segundo, en Chaco, el esfuerzo de Poder Obrero por imponer sus planteos rindió sus frutos y las definiciones se fueron más hacia la izquierda. En el tercer congreso, en Rosario, el PRT desinformó a OCPO e impuso un programa de liberación nacional (en el sentido clasista del PRT). Armando Jaime, entrevista con el autor, 5 de mayo de 2005. Por otra parte, se sabe de una reunión de Santucho con Raimundo Villaflor, dirigente del Peronismo de Base. En esta oportunidad el PRT intentó acercar al PB al FAS, cuyos planteos en general eran bastante aproximados, pero en un momento Villaflor puso como condición de la integración del PB al frente que las operaciones militares fueran discutidas previamente. Santucho se mostró intransigente respecto a discutir lo militar. En el tercer congreso del FAS participaron Ortega Peña, director de la revista Militancia, y Alicia Eguren, dirigente de Acción Revolucionaria Peronista (ARP). 30. De Santis, Daniel, op. cit., pág. 102. 154 GUILLERMO CAVIASCA
ces no había una diferencia de fondo entre Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel. El camino hacia el desbarranque represivo y la imposibilidad de un capitalismo con justicia social eran, para el PRT, parte de las premisas ideológicas con las que encaró el análisis del proceso desatado desde la apertura electoral: el frente constituido por el peronismo era burgués porque el peronismo era burgués, lo demás era ilusión pequeñoburguesa o desviacionismo populista. Obviamente, la caracterización de Montoneros no era ésa, y por lo tanto diferenció las distintas etapas del período 73-76: se sentía parte del poder con Cámpora y consideraba que su gobierno había abierto un espacio de disputa cuya resolución no estaba definida desde el principio; pero igualmente tuvo serios problemas. Primero, se vio obligado a encarar los desafíos que implicaba su definición como organización revolucionaria con objetivos propios más allá del peronismo tradicional. Así lo planteó en 1976: “El esfuerzo por construir una sola organización y por mantener diferenciado y autónomo el proyecto revolucionario, los intereses de la clase obrera, dentro del proceso de masas del movimiento peronista, luchando por alcanzar su conducción, representa en esta etapa el principio de la lucha contra las concepciones oportunistas de derecha que pugnan por disolver el proyecto revolucionario en nombre de la subordinación al líder y de la preservación de 'la unidad del movimiento'”. Ésta era la visión de Montoneros cuando ya había dado por terminada su pelea por la conducción del peronismo formal e intentaba constituirse como movimiento de masas heredero y superador del peronismo (el movimiento montonero).31 Pero en el 73 este problema recién comenzaba a ser visto por “la M”; si era una “formación especial”32 (como las denominaba Perón, con gran sutileza) sus objetivos ya se habían cumplido con ayudar a la crisis del régimen militar que había permitido la vuelta del peronismo al gobierno. Decía ya en noviembre del 73: “Nosotros pensamos hoy que Perón nos
31. Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, op. cit., pág. 72. 32. Toda la concepción de Perón acerca de la violencia política, a lo largo de los 18 años de proscripción, merece un estudio especial. En ella se fundaron numerosos equívocos de los revolucionarios de la época acerca del cariz que tomaría el gobierno de Perón luego de su retorno. Creemos que Perón colaboró bastante en esos equívocos, ya que DOS CAMINOS 155
denominó formaciones especiales porque dentro de su proyecto ideológico-político no cabe la noción de vanguardia (...) Éramos una especie de brazo armado del peronismo (...), una formación especial es algo que existe para un momento especial”. Una formación especial funciona ad hoc en circunstancias especiales, y para Perón su proscripción era una de esas circunstancias; pero el General tenía bien en claro los riesgos que para su estilo de conducción implicaba una organización armada que se autonomizara de él, que sostuviera su prestigio en las masas con bases propias y que, además, tuviera otra ideología. En pocas palabras, Perón no estaba dispuesto a aceptar compañeros en la conducción, ni a discutir la ideología del movimiento, sólo aceptaba subordinados.33 Pero además de la personalidad del líder y del estilo de conducción (típico para movimientos populares como el peronista), la concepción política de Perón se encuadra perfectamente dentro de las ideas modernas del Estado: monopolio de la fuerza interna y externa y la concepción del Estado como realización superior de una comunidad orgánica de individuos libres en armónica evolución.34 Entonces, para Perón, Montoneros debía desarmarse y funcionar como una agrupación más del movimiento por él conducido. La alternativa (elegida por «la M) era definirse como vanguardia para la conducción del peronismo, transformándolo, como ya señalamos, en un movimiento de liberación nacional.35 “Esa confusión –sostenía ‘la M’ en noviembre de 1973, sus cartas y posiciones públicas entre 1970 y 1973 (y muchos de sus dichos desde el 55) además de avalar la lucha armada en todas sus formas permitían pensar (sobre todos a los recién llegados al peronismo) que Perón no combatiría a los sectores de izquierda. 33. Es significativa una anécdota en la Secretaría de Trabajo, cuando la estrella de Perón ascendía pero aún no era el líder. El entonces coronel fue a dar un discurso ante un conjunto de personas y el ya conocido Arturo Jauretche se colocó a su lado, en el mismo nivel. En ese momento Perón le señaló: “Don Arturo, un escalón mas abajo”. No es que el estilo de Perón se deba sólo a cuestiones de personalidad, pero estas actitudes marcan claramente una concepción ideológica de conducción. Muchas de sus ideas pueden encontrarse en su libro Conducción política. 34. Y sin dudas los diferentes movimientos populistas latinoamericanos modernizaron el Estado y las relaciones de este con la sociedad civil eliminando muchas forma oligárquicas enquistadas. 35. Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, op. cit., pág. 73.
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respecto a su rol después de la vuelta de Perón- existía en nosotros mismos (...), es lo que determina que a partir del 25 de mayo la confusión acerca de la actividad que nos cabe, porque si somos formación especial y no vanguardia (...) teníamos que disolvernos (...) pero si no, hay que lograr la conducción del movimiento peronista para transformarlo en MLN total”.36 Estos desafíos tuvieron un fuerte impacto en la evolución ideológica hacia la izquierda de Montoneros, ya que, además, se dieron paralelamente al proceso de fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (organización marxista) y a la ofensiva de la derecha. Ese proceso que podemos delimitar entre el 11 de marzo de 1973 y el 1° de mayo de 1974, no se produjo sin que se dieran algunas escisiones basadas en el rechazo al marxismo como método de análisis y la opción por la ortodoxia hacia Perón (como fue el caso de la JP “Lealtad”), que los montoneros calificaron a posteriori como “oportunismo de derecha”. Es necesario aclarar que la influencia de las concepciones marxistas y su acercamiento paulatino a modelos leninistas, en Montoneros no se debieron sólo (ni principalmente) a la fusión con FAR. Por un lado, como organización que pretendía una revolución socialista, debía debatir sus posiciones con el resto de la izquierda, y esto sólo se podía hacer conociendo el marxismo, que era el lenguaje político ideológico común a todos los revolucionarios de la época. Además, el socialismo tal como lo concebían todos los revolucionarios era el socialismo que tiene su origen en Marx. Por otro lado, es importante tener en cuenta para no mensurar erróneamente la influencia de las FAR, que cuando la fusión se concretó muchos ex FAR se volvieron “más peronistas” y muchos montoneros originales terminaron siendo “más marxistas”. El tema central a considerar es el grado de discusión que los diferentes procesos de fusión y rupturas motivaron en el seno de la organización y el saldo de éstos, en el marco de una agudización de la lucha de clases que obligaba a las organizaciones de la época a definiciones permanentes. Es notorio que las dos principales organizaciones revolucionarias de la época no desarrollaron una formación de cuadros sistemática. Mucho más en Montoneros (donde muchos militantes solo se formaban a través de los
36. “Charla a los frentes”, en Baschetti, op. cit. DOS CAMINOS 157
documentos de la organización) que en el PRT (donde el conocimiento de algunos textos del marxismo clásico era casi una obligación) se aprendía en relación con las necesidades prácticas y la voluntad individual o del grupo inmediato.37 Así, los principales materiales eran la prensa partidaria, los documentos de la organización y algunos clásicos que se suponía debían ser conocidos por los cuadros (que en el caso de la M incluía obras de los autores del revisionismo histórico). El conocimiento del Marxismo (salvo contados casos) era utilitaria o manualística, acentuándose en Montoneros a causa de su marcado empirismo. Pero en general se estudiaba para acomodar las ideas marxistas a las propias. Para el PRT-ERP el devenir de los acontecimientos no escapaba a lo que preveía, o sea que el paso de los diferentes gobernantes entre 1973 y 1976 fue caracterizado como un proceso de derechización de un gobierno de naturaleza burguesa, que había que combatir luchando por preservar los espacios democráticos pero que estaba en la lógica del proceso histórico dada la agudización de la lucha de clases y la naturaleza del PJ. Además, el ERP fue perseguido sistemáticamente, y prácticamente no dio tregua al gobierno. Ya en septiembre de 1973 (luego de la caída de Cámpora y antes el enfrentamiento de Montoneros con Perón), atacó el Comando de Sanidad del Ejército; hasta Monte Chingolo, en diciembre del 75, realizó siete ataques a guarniciones militares. En marzo de 1974, Santucho se trasladó personalmente al monte tucumano a dirigir el trabajo preliminar para el establecimiento de una columna guerrillera. El objetivo del ERP era establecer una zona rural liberada como retaguardia de la lucha en las ciudades a la vez que terreno de construcción del ERP como ejército regular. Dos meses después, el 30 de mayo, se produjo el primer combate. La necesidad de los perretistas de mantener y avanzar en una dinámica de lucha armada era explícita; nunca dudaron de que el accionar armado potenciaba y catalizaba la lucha de clases. Los primeros ataques fueron muy criticados por Montoneros. El ataque a la guarnición de Azul, el 20 de enero de 1974, cuando el promontonero Oscar Bidegain38 era gobernador de Buenos Aires y la subjefatura de la 37. Mercedes de Pino, que provenía de las FAR zona norte, nos cuenta que en su grupo realizaban formación y lecturas de clásicos que iban desde Marx hasta Lidel Hardt, peroque no había ninguna directiva de formación específica ni programas sugeridos lo que nos hace pensar que era absoluta voluntad de cada grupo 38. En un principio, el PRT lo consideraba tan burgués como a Calabró.
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Policía de la Provincia estaba en manos del revolucionario Julio Troxler, fue usado como excusa para la destitución de Bidegain y su reemplazo por el vicegobernador derechista Victorio Calabró (alineado con Lorenzo Miguel y ambos metalúrgicos). Pero sería un error ver la causa de la destitución en el accionar del ERP. El proceso de desestabilización contra este gobernador era muy fuerte desde la masacre de Ezeiza, y todos los gobernadores vinculados a la Tendencia Revolucionaria del peronismo fueron destituidos por Perón sin que el ERP hubiera dado ninguna “excusa”. Lo que pretendía el ERP estratégicamente era que la izquierda peronista se definiera claramente en contra del gobierno. Para el caso del Comandante en jefe del Ejército Carcagno, puede decirse lo mismo que para los gobernadores. A pesar de representar dos proyectos diferentes Perón y la derecha militar coincidieron objetivamente en su alejamiento. Las posiciones heterodoxas de Carcagno no fueron toleradas por sus camaradas de armas y su intento de juego propio lo dejó sin el apoyo de Perón. Por razones distintas al ERP, en 1975 “la M” también se sumó a la guerra abierta contra el ejército -aunque en el marco de otra estrategia-, atacando el cuartel de Formosa.
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13. MILITARIZACIÓN DE LA LUCHA
El 6 de septiembre de 1974 (a un día del aniversario de la caída de Abal Medina y Ramus), Montoneros comunicó a la sociedad su pase a la clandestinidad.1 Era la culminación de un proceso durante el cual se habían agotado todos los espacios legales de trabajo; en realidad, era una victoria de la ofensiva de la derecha que los obligaba a replegarse y, paradójicamente, usar la guerra como forma de expresión política principal en un contexto en que multitudes de militantes y adherentes no los podían seguir. Según Perdía, “la organización nació como organización integral político militar. Nunca abandonó ese carácter. La militarización, como hecho negativo, efectivamente se concreta con el pase a la clandestinidad, pero aunque se parezca esto no es lo mismo que militarizar los ámbitos”.2 Flaskamp, cuadro que rompió con la organización en 1975, relata el proceso de ajuste organizativo sufrido durante el 74 y el peso de las tareas militares sobre el trabajo político: “A fines del 74 eso fue muy visible, daba la impresión de que no había tiempo para hacer otra cosa, estábamos tan metidos en esa tarea (la militar) que no nos quedaba tiempo para otra cosa. Es que la organización Montoneros era muy cuidadosa en la operatividad, entonces cuando uno ve las acciones que hizo puede pensar “bueno tanto no operaron” pero cada acción era precedida por un trabajo muy largo de estudiar todas las posibilidades, descartar otras, muchas veces se postergaba una operación para elegir un momento adecuado,
1. A modo de justificación se puede esgrimir que los asesinatos, la violencia sobre sus militantes, la expulsión descarada de todos los espacios ganados democráticamente y la implementación de una política cada vez más de derecha, sumado a una alta confianza en la capacidad de la vanguardia armada de crear mejores condiciones, generaba un clima de ideas favorable para que el pase a la clandestinidad no pareciera una decisión descabellada. 2. Perdía, Roberto, op. cit.
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éramos muy meticulosos”.3 Y agrega que el proceso de ajuste organizativo durante 1974/1975 implicó la desproporción de militantes desde UBC aUBR y desde estas últimas hacia la periferia, en un camino que buscó aumentar la solidez, seguridad y homogeneidad en desmedro de la masividad. Desde el pase a la clandestinidad, los golpes montoneros siguieron siendo militarmente eficaces, pero las condiciones de la lucha de masas se complicaron, transformándose los militantes en objetivos de represalia por parte de la derecha y el gobierno. Ante esta situación, “la M” respondió con mayores niveles de militarización de la organización (la fundación del Ejército Montonero como tarea principal y la incorporación de la mayor cantidad posible de militantes a tareas milicianas o militares4), para dar la lucha contra el ejército burgués. Hacia el 24 de marzo de 1976 tenía organizados unos 5.000 cuadros entre oficiales y milicianos. Pero, el problema lo constituye el hecho de que el camino de la guerra fue el elegido por el enemigo (o más bien los tiempos para transitarlo), es decir: más lucha militar y menos lucha política, y esto teniendo en cuenta que para los revolucionarios peronistas (y también para el PRT) lo militar era una parte de la lucha, muy importante y definitoria, pero lo político era lo fundamental. Si bien la violencia es necesaria e ineludible, es la política y la correlación de fuerzas a nivel de masas lo que permite el triunfo y no –sólo o principalmente– la capacidad técnica. Una cualidad reconocida a Montoneros fue su gran calidad técnica. En este sentido, siempre se les reconoció esa calidad lograda gracias a la dedicación que prestaban a la preparación de cada una de las operaciones: en general llevaban meses de trabajo e implicaban la participación de muchos más compañeros que los que efectivamente actuaban sobre el objetivo. Así, al poner el acento en lo militar como principal forma de expresión política, los militantes encuadrados terminaron dedicando prácticamente todo su tiempo a la preparación de operaciones o a tareas relacionadas con éstas. Como señala Perdía, Montoneros siempre consideró que su lucha no debía dejar de ser “integral” (la lucha armada era una faceta más de la lucha sindical, política, estudiantil, etc.). Pero una excesiva fe en la validez de la teoría de la vanguardia armada, en su capacidad para cambiar 3. Flaskamp, Carlos, op. cit. 4. Este proceso tendría su corolario en la “militarización de los ámbitos” de militantes DOS CAMINOS 161
el rumbo de la situación política y de generar con su accionar armado la situación revolucionaria, los llevó a recostarse más y más en el plano militar. “La única acumulación de poder válida es la de poder militar, en última instancia; es decir, es el poder decisorio para conquistar los poderes político y económico”,5 decían en la “Charla...”. Ahora bien, la idea de que la lucha militar es central puede ser correcta de acuerdo a la etapa, pero resolver todos los planos de la lucha a través de las armas llevó a las organizaciones revolucionarias a la unilateralidad. Montoneros utilizó cada vez más la fuerza armada para hacerse visible, resolver e incidir en los conflictos o eliminar burócratas. Pero, más allá de la simpatía que generaras esas acciones, lo cierto es que la lucha de clases solo la puede ganar principalmente la lucha de la propia clase, y las organizaciones armadas fueron aisladas progresivamente de esta, no por la consecuencia directa de sus acciones sino por creer que en el largo plazo la lucha se definía en el plano militar y apostar todo a ello; de esta forma se debilitaron las bases que le hubieran permitido una mejor subsistencia en una etapa de profundo reflujo. Una idea cortoplacista combinada con la unilateralidad militar colaboró con el no aprovechamiento por parte de los revolucionarios de sus indudables avances en el seno del movimiento obrero durante el 75, como también la pérdida de su influencia territorial directa. No queremos decir con eso que la repercusión de las acciones armadas en el seno de los conflictos haya sido generalmente negativa. Un balance de la repercusión éstas debería incluir no solo el sentir de los que se llama “opinión pública”; lo más probable es que la respuesta haya ido variando según al desarrollo del conflicto, el momento político y el acierto de la organización a la hora de golpear, como también es factible que se haya dado gran publicidad a las muestras de repudio y que las de aprobación tuvieran más dificultades para ser vistas públicamente.6 En concreto, en un lapso de tiempo relativamente breve, los 5. “Charla...”, op. cit. Pág. 279. Acá también podemos ver la idea del poder como una “cosa” objetivada, que es externa a uno y que se “toma” desde afuera a través de las armas. 6. Carlos Flaskamp relata la resolución, a través de una operación militar, de un conflicto sindical en Propulsora Siderúrgica de La Plata, donde la JTP tenía la conducción: cuando el conflicto se empantanó los montoneros secuestraron al gerente y se sentaron directamente a negociar consiguiendo todas las reivindicaciones de los obreros.
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espacios de vinculación de los aparatos militares de las organizaciones armadas (puestos en el centro de la construcción política) fueron perdiendo así la relación con la clase de la que debían ser parte. En este sentido, es interesante valorar las posibilidades de una guerrilla urbana de subsistir en las mismas condiciones que una guerrilla rural; en las ciudades, el Estado y sus instituciones cubren todos los resquicios: escuelas, comisarías, juzgados, medios de comunicación, etc. y tienen presencia en cada manzana de cada barrio a través de las mismas instituciones populares, cosa que no sucede en la selva. Sólo cuando entra en crisis su capacidad de mantener la hegemonía puede formarse un espacio social donde la guerrilla sea un “pez en el agua”. En otras palabras: cuando las instituciones estatales son vistas como ajenas o incapaces de canaEsto implicó gran alegría de los trabajadores, que ya estaban agotados. Pero relativiza la efectividad de esta victoria ya que poco tiempo después el referente de la JTP en la fábrica (cuya comisión interna estaba integrada por la JTP, el PRT, el PB y el PC), de gran predicamento, abandonó el trabajo con una indemnización ofrecida por la empresa y la lista combativa se desarmó; luego de un nuevo ataque, la patronal derrotó a los obreros. La enseñanza que pareciera querer transmitir Flaskamp (que era el responsable político de este delegado) a través de esta experiencia es que una conquista sindical obtenida por el accionar externo de una organización armada no implica un mayor nivel de conciencia ni de organización de la clase obrera. Aunque esto no debería implicar la negación del apoyo externo a las luchas particulares, sobretodo teniendo en cuenta la realidad de que las patronales, la justicia, la represión y el gobierno suelen estar unidos para aplastar las luchas parciales de los trabajadores. Daniel De Santis, que era miembro de la comisión interna de Propulsora y cuadro del PRT, da una visión diferente del conflicto. El no recuerda al dirigente de la JTP como una persona débil políticamente y vincula su alejamiento de la fábrica a las persecuciones que a él mismo lo obligaron posteriormente a seguir el mismo camino. Tampoco considera que los trabajadores quedaran desarmados por el alejamiento del líder de la JTP en la fábrica. El mismo llegaría a la conducción de la comisión interna y Propulsora continuaría en lucha siendo protagonista de las jornadas de resistencia al rodrigazo en junio julio de 1975. Quizás sea interesante tomar nota de estos dos balances opuestos. Flascampf es autocrítico con la experiencia de la época y abandonó Montoneros en 1975. Mientras que De Santis hace una reivindicación plena de la misma y siguió en el PRT hasta el final. Par conocer la experiencia de Propulsora puede leerse el artículo de De Santis en el libro ya mencionado Entre tupas y perros. DOS CAMINOS 163
lizar las demandas populares, la guerrilla urbana puede subsistir y regenerarse, como en Palestina, Euskadi, Irlanda del Norte o Irak.7 Un detalle no menor es que las luchas contemporáneas mencionadas son guerras de liberación nacional contra fuerzas consideradas invasoras por la masa de la población o una fracción importante de ella, por lo tanto la legitimación de las acciones es más simple. Es importante tener en cuenta que una lucha de liberación nacional en el seno de una sociedad donde el enemigo es una clase nacional que se alinea con los intereses del imperialismo, es más compleja que una guerra de liberación nacional contra un ejército invasor; se puede pensar más dentro de la idea que expresa Gramsci como “guerra de posiciones” en el sentido que se debe disputar a la clase dominante nacional el terreno en todos los planos y defender los territorios 8 conquistados con fuerzas que exceden lo militar, aunque no lo excluyen, en el camino de consolidar una construcción contrahegemónica. La idea de “doble poder” de Santucho parecería más cercana a las posibilidades de subsistencia de una guerrilla urbana, ya que proporcionaría, en teoría, una selva social, arrancando al Estado burgués y a la hegemonía de las clases dominantes, territorios y espacios sociales donde no fuera posible encontrar, aislar y destruir a la guerrilla. Actualmente en Colombia las fuerzas guerrilleras rurales ejercen un poder efectivo y su contrincante directo es la burguesía colombiana; los 40 años de conflicto armado con avances y retrocesos demuestran la capacidad de la guerrilla de ser expresión legítima de un sector importante de las masas populares. El paso de la compañía de monte del ERP no fue militarmente desastroso. La principal derrota del ERP fue su incursión a Catamarca. Por lo demás tuvo un digno papel frente a los cuatromil hombres que comandaba el general Antonio Bussi. El ERP se instaló en una región sin un campesinado numeroso, en Tucumán lo que existía era un numeroso proletariado rural (organizado en la FOTIA) azucarero (que el PRT conocía muy bien) semiurbano asentado en pequeños pueblos a lo largo de la ruta que cruza 7. Otro ejemplo lo constituyen las finalizadas guerras de liberación de Argelia y Vietnam. 8. Ya presentamos antes la idea gramsciana de “guerra de posiciones” (que se refieren a una pelea en territorios geográficos, políticos, sociales, culturales, militares, etc.). También las ideas del italiano acerca del Estado como aparato burocrático militar más las organizaciones de la sociedad civil que ayudan a la reproducción del sistema.
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la provincia. El ejército se instaló en la ruta aislando al ERP. Perdía insiste en la combatividad del proletariado azucarero tucumano y afirma que las políticas impulsadas por «la M» contaban con el apoyo de doscientos delegados del gremio. En ese sentido podemos encuadrar el intento montonero de crear una fuerza guerrillera que opera en la zona, no en lo profundo del Monte, sino en la zona cañera «pegado a donde estaban los trabajadores», dice Perdía. Pero ese intento (encabezado por Julio Alzogaray) fue abortado en su etapa exploratoria. El PRT en cambio mantuvo la compañía de monte hasta el final y esta desapareció sin ser definitivamente derrotada por el ejército pero sin lograr vincularse a los trabajadores de la zona. En 1975 el PRT consideraba: “La presente generalización de la guerra revolucionaria requiere entonces colocar en un mismo plano la actividad urbana con el de la guerrilla rural”; y más adelante afirmaba: “ello es manifestación de la evolución de la lucha de clases que en su desarrollo, se convierte en guerra civil abierta y a su vez reafirma la plena asunción por parte de los revolucionarios de la responsabilidad que esta situación genera”. En teoría Santucho reconocía que las tareas del partido eran integrales y que el “doble poder” se construía con un fuerte trabajo político que era previo o paralelo al militar. Pero en la práctica, la caracterización de la etapa como revolucionaria, la consideración de la lucha como permanentemente ofensiva y la definición de la construcción de la fuerza armada propia como determinante para garantizar la ofensiva y la revolución, llevaron a poner todos los esfuerzos del partido en el sostenimiento de un ERP operativo y con capacidad de realizar demostraciones de fuerza en gran escala. Desde esta perspectiva puede verse, entre otras razones subsidiarias de esta (necesidad de armas, necesidad de frenar el golpe), el ataque a Monte Chingolo. La práctica de ERP fue consecuente con las ideas guevaristas. Si aunque las condiciones no estén dadas se debe contribuir a generarlas mediante la guerra de guerrillas que golpee al enemigo en su núcleo militar y demuestre su vulnerabilidad, siendo la base de masas algo a conquistar en le proceso de lucha armada, Monte Chingolo no aparece como una locura. Aún hoy muchos militantes del PRT ven a este ataque como una oportunidad perdida. DOS CAMINOS 165
En lo concreto, en este plano el PRT-ERP fue mucho más constante que Montoneros, ya que mantuvo una línea similar a lo largo de todo el período. Las variaciones de línea se debieron más a la capacidad (o falta de ella) de desplegarse en la arena de la lucha de clases por cuestiones de desarrollo o represión, que a cambios de línea. Si leemos los materiales del IV° y V° Congreso veremos allí prefiguradas todas las políticas que desarrollaron después.9 Por el contrario, Montoneros, que era una organización en formación, fue muy cambiante. De allí que el proceso de militarización fuera mucho más notable. El ataque al cuartel de Monte Chingolo por parte del ERP fue la mayor apuesta militar de las guerrillas argentinas. Fue también, el mayor ataque realizado en Latinoamérica contra una unidad militar por parte de fuerzas irregulares hasta ese momento10 (descontando las fuerzas de Villa y Zapata en los comienzos del siglo XX). Si bien no puede ser considerado como parte de un proceso de militarización del PRT-ERP, ya que esta organización siempre intentó llevar acabo operaciones de este tipo, sí debe incluírselo como parte de la militarización general del enfrentamiento político que los revolucionarios aceptaron sin demasiadas dudas. La planificación, el ataque y el balance que el PRT-ERP hizo del asalto al cuartel de Monte Chingolo, define en gran parte la forma en que la organización concebía los procesos políticos y de conciencia. En última instancia, no hubo errores sino una ligereza fatal en el manejo de la información sobre la posibilidad de que el ataque estuviera entregado y, por lo tanto la posibilidad de que fuera exitoso, ya que la sorpresa es un factor indispensable en la estrategia guerrillera (es de destacar que la dirección del PRT tenía conocimiento de una sumatoria de acontecimientos que hacían prever que las FFAA estuvieran al tanto del ataque). Plis Stemberg en el libro Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina relata detalladamente la planificación y desarrollo de la operación. Sus páginas dejan una doble sensación, el alto valor, la disciplina y capacidad
9. Hasta los desviacionismos se repitieron en momentos críticos: la “desviación militarista” del 71, que llevó a priorizar el trabajo militar sobre el político, se repitió a partir de 1975 por las mismas causas. 10. Para un estudio detallado del ataque a Monte Chingolo ver: Plis Strenberg, Gustavo Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina, Buenos Aires, Planeta, 2003.
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de combate de los miembros del ERP que con abrumadora inferioridad de fuerzas lograron éxitos parciales en diferentes fases del ataque. Pero por otro lado, la infinidad de señales de que el ejército estaba sobre aviso, pareciera transmitir la idea de cierta vocación mesiánica más allá de lo político. Esto es criticado por muchos ex miembros del PRT que afirman que no había mesianismo en la dirección y que el relato de Stemberg a pesar de ser fácticamente correcto no es un balance autocrítico sino externo al pensar de lo que fue el PRT. En general el ERP realizaba operaciones que requerían gran nivel de audacia. De Santis relata, respecto de este punto que la doctrina militar del ERP se fundaba en ataques muy decididos y frontales contra objetivos centrales de unidades militares que colapsan temerariamente al enemigo. Pero lo interesante es la convicción (que aún hoy persiste en varios ex miembros del PRT-ERP) de que el éxito del ataque habría contribuido a frenar el golpe y a garantizar una mejor subsistencia de la guerrilla en Tucumán: “En cuanto a si fue correcto haber encarado (es decir votado su preparación) esta acción, el BP considera que sí, que expresa un enfoque ambicioso, audaz y determinado del accionar revolucionario que es patrimonio de nuestro partido y un factor característico y esencial en toda fuerza verdaderamente revolucionaria”,11 decían dos días después de la derrota en las conclusiones del Buró Político. Continuando la misma argumentación, y luego de relatar una cantidad de adversidades que tuvieron que soportar los revolucionarios en diferentes experiencias, agregaban un balance donde los puntos positivos superaban a los negativos: que Monte Chingolo fue un éxito político, que extendió la capacidad nacional del ERP, que demostró el heroísmo y valor de los combatientes.12 De más está decir que es más fácil, a treinta años y con el resultado histórico conocido, considerar el optimismo del PRT-ERP un error fatal; pero, sin menospreciar el valor de los compañeros que dieron la vida combatiendo a las fuerzas enemigas, creemos que existían en ese momento elementos suficientes para encarar una política que garantizara la subsistencia organizada de las fuerzas revolucionarias y no dar un salto hacia delante que significara su destrucción.
11. De Santis, Daniel, A vencer o morir, op. cit. 12. Ver De Santis, op. cit., Pág. 504. DOS CAMINOS 167
Si aventuramos una explicación contrafactual, y evaluamos que el ataque pudiera haber sido exitoso y se hubieran recuperado 20 toneladas de armamentos,13 como se proponía el ERP, ¿qué hubiesen hecho con los cañones? Seguramente guardarlos para una etapa posterior de la guerra, cuando ésta ya fuera de posiciones,14 y para defender zonas liberadas; quizá las ametralladoras antiaéreas hubieran sido más útiles para la guerrilla del monte, pero el problema de la guerrilla no fue sólo, ni principalmente, la ausencia de armas; más aun, es probable que moviéndose en pequeñas unidades acosadas por el enemigo (como era la situación de la guerrilla en 1975), las ametralladoras antiaéreas fuesen una molestia y se perdieran. Es sabido que el desbalance material de las fuerzas guerrilleras frente a las fuerzas de línea es siempre muy grande, y que su ventaja la constituye la movilidad, la sorpresa y fundamentalmente el apoyo de la población. Por lo tanto, no parece determinante en ese momento histórico el tema de las armas: los montoneros tenían muchas más y una capacidad financiera inagotable y no por ello les fue mejor. En este sentido la crítica montonera al ataque del ERP era correcta desde el plano militar: “Del planteo táctico del ERP se desprende la pretensión de reducir una unidad militar de gran envergadura, y para ello tomar virtualmente la Zona Sur del Gran Buenos Aires. Y además se decide la acción conociendo que el enemigo estaba alerta. Esta valoración, en su conjunto, revela una incomprensión de la relación de fuerzas en una etapa de defensiva estratégica. (...) Esta incomprensión de la etapa se revela en la valoración de las consecuencias. En una etapa de defensiva, es suicida arriesgar el conjunto de las fuerzas en una batalla decisiva. Debemos eludir “batallas decisivas” y multiplicar pequeños combates que desgastan al enemigo pero preservan a nuestras fuerzas de una derrota de envergadura”.15 Interesante planteo hecho de “ejército a ejército”, pero 13. El PRT esperaba recuperar: “900 FAL con 60.000 tiros, 100M-15 con 100.000 tiros, 6 cañones antiaéreos automáticos de 20 mm. con 2.400 tiros, 15 cañones sin retroceso con 15 tiros. Italasas con sus proyectiles, 150 subametralladoras, etc.” De Santis, op. cit., pág. 501. Boletín Interno Nº 982, 27 de diciembre del 75. 14. Es sorprendente la convicción del PRT de que la guerra iría en una espiral ascendente y que en el corto plazo se produciría una guerra en regla. Tan convencidos estaban que preveían incluso acciones destinadas a resistir la invasión yanqui luego del triunfo. 15. Tomado de Plis Strenberg, op. cit. Pág. 378.
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ahí acababa la discusión dentro del plano militar. El planteo político para que el conjunto de las masas populares pudieran enfrentar la ofensiva oligárquica brillaba por su ausencia. Es cierto que para el ERP la carencia de logística fue un problema que se repitió varias veces, de hecho, el ataque a Monte Chingolo fue emprendido con compañeros que portaban armas de puño y escopetas y sólo había pocos FAL. En ese sentido, desde el punto de vista logístico, era entendible la necesidad de pertrecharse urgentemente teniendo en cuenta que se preveía el golpe y se pensaba enfrentarlo con un mayor nivel de violencia. De todas formas, el balance y la concepción de la operación misma son cuestiones políticas. La violencia puede tener diferente ideología, ser justa o injusta, pero sus consecuencias sobre la sociedad son dolorosas. El grado de necesidad o la centralidad de su utilización debe relacionarse no sólo con la necesidad teórica de la violencia popular organizada, sino con su aceptación por el pueblo en concreto (o por la fracción del pueblo a la que los revolucionarios dirigen, en primera instancia, su trabajo político y que constituiría su base social). Puede haber acciones más o menos espectaculares, que insuman más o menos recursos, o que sean pensadas como articuladoras de toda la política (el ejército como eje central de la construcción), o como apoyo y desgaste (la resistencia como eje central); pero lo importante es que después de la acción el campo del pueblo sea más fuerte o el del enemigo más débil. El ataque a ese cuartel fue respondido por el ejército con la ejecución de los rendidos y el terror y la muerte sobre la población de los barrios vecinos (acción para nada novedosa ya que generalmente las fuerzas represivas actúan así); pero a esto se sumó que la derrota –sin duda muy grande– fue manipulada por los medios de comunicación y la versión de los revolucionarios fue poco (o nada) conocida por las masas. Si los revolucionarios no tienen canales directos de llegada a las masas que pretenden encabezar y éstas sólo se informan de lo que sucede a través de los aparatos de difusión del enemigo, es difícil que un fuerza popular (armada o no) pueda obtener consenso. En una sociedad donde el enemigo llega todos los días con su ideología al conjunto de la sociedad, mientras que los revolucionarios sólo se comunican por sus acciones (y están mediadas por los medios de comunicación de sus enemigos) es difícil romper con la hegemonía ideológica de la clase dominante. De todos modos, para los revolucionarios de la época el consenso era algo que derivaba de la justiDOS CAMINOS 169
cia de la causa y de la capacidad de imponerla por la vía armada. Cuando Santucho hablaba de que “la lucha popular armada o no armada” era en su conjunto la garantía de la victoria, no se equivoca desde el plano teórico; pero en la práctica, a mayor nivel de violencia del enemigo no se corresponde necesariamente un mayor nivel de violencia y movilización de las masas, y así sucedió en el 76, cuando las masas se replegaron. El ataque, aunque hubiera sido victorioso, no habría, cambiado la situación ya que el golpe se relacionaba con causas estructurales que excedían a la guerrilla. Los pueblos son reprimidos muchas veces, explotados casi siempre, incluso a niveles extremos; pero sólo unas pocas veces se rebelan y no hay una relación directa entre nivel de pobreza o represión y rebelión de masas. El Che decía que no era necesario que todas las condiciones estuvieran dadas sino que había que contribuir a generarlas; se refería a las condiciones políticas y de conciencia, y para ello planteaba que había que actuar con “audacia, audacia y más audacia”. El PRT-ERP fue consecuente con estas consignas. Pero que la audacia devenga en un mejoramiento de las condiciones de lucha no es algo intrínseco a la audacia misma, sino a la articulación de ésta con las condiciones objetivas. En este sentido creemos que el guevarismo fue una etapa de la lucha revolucionaria latinoamericana que ha dejado enseñanzas tanto positivas como fracasos. Lo cierto es que durante décadas miles de militantes se organizaron por primera vez con el claro objetivo de cambiar hasta el fondo las estructuras caducas de nuestras sociedades y actuaron en consecuencias. La derrota de Monte Chingolo es catalogada en general por todos los autores que han tratado el tema como de carácter estratégico. El ataque estaba pensado para debilitar a las fuerzas armadas porque “los golpes militares debilitan aun más al enemigo y lo obligan a realizar concesiones como forma de buscar una salida”,16 pero inversamente la derrota, demostró la debilidad del ERP. En la experiencia guerrillera “la lucha armada extiende la potencia de la movilización popular”; esto es cierto cuando la guerrilla se muestra fuerte y la lucha de masas está en un período de avance pero en momentos de agotamiento de la lucha popular la derrota acentúa el repliegue. Y en el marco del proceso de reflujo ya en curso, la 16. De Santis, op. cit. Pág 514.
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profundización de la opción militar más elevada (clandestinidad total y confrontación ejército contra ejército) ayudó a aumentar el aislamiento de los revolucionarios, ya que la guerra revolucionaria y la incorporación al ejército guerrillero se alejaron como opción precisamente en el momento en que las organizaciones las ofrecieron como vía principal y única de participación política. Por otra parte, el error del PRT en la evaluación de la situación y en la excesiva confianza en la definición militar de las contradicciones políticas no era nuevo. El ataque al cuartel de Azul, si bien militarmente no significó para el ERP una derrota estratégica y ni impidió el crecimiento del PRT en los meses siguientes, ya mostraba cómo el partido priorizaba lo militar sobre lo político, perjudicando la situación montonera (y de todo el campo popular) en la pelea contra las leyes represivas impulsadas por Perón y generando fuertes resquemores en el interior del FAS. El problema de la derrota, además de su magnitud, estuvo en que si el PRT le ofrecía al pueblo la lucha armada como salida ante la ofensiva de la derecha y el próximo golpe, debían mostrar al ERP como una fuerza de combate con posibilidades. Como señala Pozzi: “Lo que no percibió el PRT-ERP era que la situación había cambiado. La movilización no era la misma que tres años antes, y los partidos políticos burgueses (...) ya habían otorgado el visto bueno a la intervención militar”, como expresó en forma tan elocuente Ricardo Balbín con su calificación como “guerrilla fabril” a los trabajadores combativos de las riberas del Paraná. Aun así debemos tener en cuenta que el PRT se consideraba representante de los intereses estratégicos de la clase obrera, y que durante 1975, ésta siguió dando importantes luchas, muchas de las cuales terminaron en derrotas y otras en victorias. Entre ellas se ubican en un lugar muy destacado las movilizaciones de junio y julio de 1975 que frenaron el plan de ajuste de Celestino Rodrigo y lograron la expulsión de López Rega del gobierno. El reflujo señalado por Pozzi es claramente visible desde el presente y teniendo en cuenta al pueblo en general, pero para organizaciones que tomaban al nivel de actividad de la vanguardia obrera como referencia esto podía no ser tan claro. Entonces, con una terrible derrota a cuestas, con el inicio del reflujo popular y con todas las fracciones burguesas apostando en el mismo sentido, el comuDOS CAMINOS 171
nicado del PRT-ERP posterior al ataque convocando a un armisticio y a una salida democrática a la crisis política quedó fuera de contexto.17 En enero de 1976. El Combatiente expuso el plan de acción política inmediato del PRT-ERP frente al golpe. Allí se explicaba la necesidad de acorralar con la lucha armada y no armada a los militares y a la burguesía –repitiendo en grado superior la experiencia posterior al Cordobazo– para obtener una salida democrática. También reafirmaba su visión de la necesidad de generar victorias: “En tales circunstancias la lucha del pueblo, su enfrentamiento victorioso con las fuerzas que defienden el capitalismo argentino es factor decisivo en el afianzamiento de la democratización que se entreabre”, pero en los últimos meses las derrotas se acumulaban una tras otra. En ese momento, el gobierno de Isabel y la burocracia política peronista intentaban una última maniobra que preservara el espacio institucional como canal para el desarrollo de las políticas neoliberales que se avecinaban, más como una pelea entre quienes iban a ser los más eficientes instrumentadores de la represión y del vaciamiento del país que como una concesión a la lucha popular. Como planteaba el PRT, la Triple A, el Rodrigazo y el Operativo Independencia, eran cualitativamente similares a las políticas de la dictadura. El partido respondía así a las críticas de la izquierda tradicional: “Es común que el reformismo y los espontaneístas (comunistas y trotskistas) desde distintos ángulos, lancen críticas a esta posición (la de refuerzo entre la lucha armada y no armada), aducen entre otras cosas, que las acciones de la guerrilla tienen un carácter provocador, que ellas fortalecen a los sectores más reaccionarios del enemigo, que dan argumentos para aumentar e intensificar la represión”.18 La concepción del PRT-ERP es justificable en términos generales: las diferentes formas de lucha se realimentan entre sí, sólo cuando están articuladas en algún plano; hacer grandes operaciones militares no es la única opción de violencia que se puede utilizar para potenciar y hacer efectiva la lucha de masas. El pro-
17. Pozzi, Pablo. op cit. Pág. 370 18. De Santis, op. cit. Pág. 514. Es sorprendente cómo los argumentos de la izquierda tradicional se repiten a través del tiempo y en diferentes circunstancias. En realidad lo que existe en la izquierda es una renuncia a priori a aplicar la violencia revolucionaria, ya que no se puede medir la corrección de la utilización de la violencia por el éxito o fracaso de una acción.
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blema está en lo que consideramos más arriba: que las organizaciones armadas creían que la lucha que se avecinaba era la misma que las anteriores sólo que en mayor dimensión, y que así responderían los trabajadores. En ese sentido el PRT abrevaba de la experiencia de lucha popular desarrollada desde 1955, pero no debe olvidarse que si bien entre 1955 y 1976 la lucha fue permanente, hubo períodos de flujo y reflujo y los actores cambiaron, como también las formas. Quizá Rodolfo Walsh (a lo largo de 1976 y principios de 1977) sea quien sistematizó una propuesta orgánica de lucha contra la dictadura desde el campo de las organizaciones armadas y específicamente desde Montoneros (y que aparece como alternativa a las grandes operaciones o campañas militares): un repliegue de la guerra hacia la resistencia, de la centralización a la descentralización, de las grandes acciones militares a las pequeñas, del FAL y la energa al caño y el mimeógrafo; en resumidas cuentas (escribía Walsh), de la identidad montonera hacia la identidad peronista (de las posiciones más expuestas y desconocidas por las masas hacia las posiciones menos expuestas y más transitadas por ellas). Es importante aclarar que Walsh no propuso la disolución de la organización ni que abandonara la opción estratégica por la revolución (como se plantea hoy desde el maniqueísmo de centroizquierda),19 sino que -frente a la opción centralizadora del ejercito montonero- una cantidad de oficiales con dinero y recursos generosamente suministrados por la organización se distribuyeran en el país con total autonomía de funcionamiento, de manera de impulsar la resistencia desde posiciones de masas, al estilo de la Resistencia Peronista. 19. Se pueden ver con más precisión las posiciones de Rodolfo Walsh en: Baschetti, Roberto, Rodolfo Walsh vivo, Buenos Aires, De la Flor, 1994. En las páginas 233-234, se detalla lo que implica en acciones concretas el paso de la guerra a la resistencia según el criterio que Walsh presenta ante la Dirección Nacional de Montoneros. En nuestro reportaje Perdía nos relata que siendo él el único miembro de la Conducción Nacional en el país, redactó una circular en la que, ya en febrero del 77, se tomaban en cuenta muchas de las sugerencias que aparecieron luego en los llamados “Papeles de Walsh”. Nuestro entrevistado evalúa que ya era tarde para que el repliegue se pudiera llevar adelante con éxito y reflexiona sobre las razones que impulsaron a “la M” a despegarse del proceso de masas en 1976. Considera Perdía, básicamente, que fue un error pasar de concepciones ideológicas que ponían al pueblo como sujeto (con las que se DOS CAMINOS 173
La posición explícita de Walsh es no pensar el poder por ahora, adecuándose a la situación de repliegue profundo, asumiendo la derrota. A partir de allí propone cambiar el escenario de combate insertándose en territorios populares donde encontrar oxígeno y a su vez oxigenar la lucha desde abajo. Ir a los barrios, a las fábricas con un modelo de acción flexible que impulsara la lucha en un momento en que las masas eran fuertemente agredidas y sus referentes eliminados. O sea intentar conducir las luchas de resistencia impulsando la resistencia activa que incluyera acciones militares de bajo perfil pero posibles de realizar cotidianamente por grupos de poca preparación. Buscaba así un mecanismo organización de masas que sirviera de plataforma para una futura contraofensiva popular cuando la dictadura se desgastara y que en ella lo montoneros estuvieran en condiciones de cumplir roles de dirección.
podría haber reconocido antes el comienzo del repliegue popular) a posiciones clasistas (que llevaron a depositar toda la confianza en la minoría más combativa de la clase obrera). El tema de las características del sujeto de la transformación social cruzaba (y sigue haciéndolo) los debates de quienes buscan un cambio radical de las estructuras del sistema.
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14. LOS MONTONEROS Y EL ENFRENTAMIENTO CON PERÓN
Las diferencias de Montoneros con Perón fueron notorias desde el mismo momento de la asunción de Cámpora, se profundizaron con Perón en el país y se hicieron insostenibles con el General en el gobierno. Gran parte de las acciones políticas del líder estuvieron destinadas, directa o indirectamente, a restarle espacios a la izquierda (espacios, sin duda, genuinamente ganados); por otro lado la derecha criminal y la burocracia sindical recibieron de Perón un respaldo que les permitió sortear su nula o menguada representatividad. Cuándo Perón regresó definitivamente al país el 20 de junio de 1973, los montoneros prepararon lo que se esperaba fuera una fiesta en el inicio de un proceso de liberación nacional. Sus columnas eran, sin dudas, abrumadamente más numerosas y los enormes cartelones de FAR, Montoneros, JP, JTP, etc., debían dar el marco para que en medio de consignas como “Por la Patria Socialista”, Perón diese un discurso que anunciara profundas reformas. Este acto debía servir también para legitimar las aspiraciones montoneras de compartir la conducción del proceso.1 La
1. A lo largo de nuestro trabajo hemos visto que las visiones actuales de este proceso son diferentes en muchos ex militantes. Creemos que expresan una tendencia que liga más a montoneros con el «populismo» que con el resto de las guerrillas comunistas, guevaristas o marxistas nacionalistas. Jose Amorin (y dentro de esa línea, aunque con matices políticos debido a la militancia actual encontramos también a Ernesto Jauretche o Carlos Flashcampf, entre otros) plantea una verdadera naturaleza movimientista de montoneros, desvirtuada desde la dirección. Una naturaleza que implicaría la lucha por la justicia social y la independencia nacional dentro de los cánones peronistas clásicos y no la construcción de una vanguardia revolucionaria que lucha por el socialismo. Estas dos visiones no son antagónicas ya que una organización marxista puede plantearse que la independencia nacional y la justicia social son las banderas necesarias del momento, pero pueden ser contradictorias en lo estratégico. Si dudas montoneros sumó masas desde una interpretación radical del peronismo (la del «ver DOS CAMINOS 175
masacre que se perpetró sobre las columnas de la izquierda peronista está bien documentada 2 y no admite dudas sobre de qué bando estuvo la responsabilidad. La Comisión Organizadora, hegemonizada por la derecha y la burocracia sindical, planificó el ataque y lo ejecutó con el objetivo preciso de frustrar la política montonera. Su éxito fue, sin duda, rotundo: las víctimas fueron puestas en el lugar de los victimarios por el mismo Perón. Este episodio marcó claramente el inicio del ataque sistemático contra la izquierda peronista. Esta ofensiva tuvo dos momentos: el primero, centralmente político, desde el retorno de Perón, y se orientó a separar a Montoneros de las instituciones y minar su referencia política. El segundo, se basó en el terrorismo ejercido sobre los dirigentes, simpatizantes y sus familiares, a partir de la muerte del líder.3 Durante el primer momento fueron atacados en Ezeiza, desplazado Cámpora de la presidencia, expulsados de las gobernaciones donde tenían influencia, aislados hasta que finalmente abandonaron el Congreso. Fue desplazado el general Carcagno de la conducción del ejército, con quien tenían diálogo, la Universidad de Buenos Aires fue intervenida por la derecha,4 fue instalada una legislación represiva, se dadero peronismo») y fue elaborando una teoría de la evolución del peronismo hacia posiciones socialistas. Un pensamiento que luego de la doble derrota montonera (dentro del peronismo y como miembro del campo popular) es hoy cuestionada por muchos que aceptaron las definiciones al calor de la radicalización del momento pero sin convencimiento ideológico y por otros que prefirieron alejarse en silencio. 2. Para una descripción pormenorizada de los sucesos de Ezeiza ver: Verbitsky, Horacio, Ezeiza, Buenos Aires, Contrapunto, 1985. 3. Aunque hubo también asesinatos en el primer momento, como en Ezeiza, a nivel masivo, y el asesinato de decenas de militantes con la misma metodología que luego utilizó la Triple A, pero sin firma. Después de la muerte de Perón, la persecución política continuó contra los intentos montoneros de expresarse legalmente, como por ejemplo con la prohibición de sus publicaciones: El Descamisado, Causa Peronista, Noticias, y con la proscripción del Partido Auténtico. 4. En agosto del 74 el derechista Oscar Ivanissevich fue puesto al frente del Ministerio de Educación. A partir de allí el último reducto legal de Montoneros fue atacado, varias universidades fueron intervenidas y Ottalagano –otro derechista– fue designado Interventor en la UBA, estableciendo la persecución sistemática. El nivel de oscurantismo llegó a tal grado que en la Facultad de Filosofía y Letras el decano interventor se paseaba con un incensario para exorcizar el “demonio marxista”. Ésta anécdota que puede parecer graciosa, marca un paso hacia la deshumanización del enemigo político y hacia las aberraciones cometidas por la dictadura.
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enfrentaron a Perón el Día del Trabajador, etc. A pesar de ello públicamente, intentaron malabares discursivos para saldar la distancia política que los separaba de Perón, tan grande como la distancia entre la sociedad que quería construir Perón (aun en sus versiones más “radicales”) y la que querían construir los montoneros (aun en sus versiones menos marxistas).5 Debemos precisar que esta distancia no era la misma en el sentir y pensar de muchos miembros de la organización ni en los diferentes niveles. Durante su proceso de trsansformación en una organización revolucionaria autónoma de la conducción estratégica de Perón, Montoneros sufrió fracturas y sangrías (como la JP lealtad) Como mencionamos, varios ex militantes y cuadros han publicado trabajos en los que manifiestan estas divergencias o intentan dar cuentas del error de esta evolución (Flashcampf y Amorín, por ejemplo). Y hasta algunas versiones de militantes que permanecieron y fueron dirigentes hasta el final dan cuenta de este proceso como un error que no estaba en la verdadera naturaleza de Montoneros (Perdía y Jauretche). Pero nosotros tenemos una visión diferente. Montoneros fue una organización de cuadros político militares que se hizo masiva al calor de sus apuestas políticas pero nunca perdió su impronta de organización de cuadros político militares por lo que tuvo una conducción centralizada, fuerte y legitimada por la mayoría de lo militantes, que además no tuvo fracturas entre los principales cuadros a causa de las decisiones políticas tomadas en este periodo. Pero bajo esta homogeneidad por arriba albergó una amplia masa de militantes identificada con el peronismo desde diferentes vertientes pero sin condiciones para discutir como corriente. El enfrentamiento con Perón y algunas de sus políticas, la decisión transformarse en fuerza política independiente y el alejamiento de la posibilidad desde una victoria fácil fue raleando sus filas (igual Montoneros continuó siendo una organización muy numerosa para lo que es una fuerza guerrillera). El discurso del General del 21 de junio de 1973, trasmitido por cadena nacional al día siguiente de la masacre de Ezeiza, contenía ya todos los 5. Según relata Gillespie, Firmenich discutía con los cuadros de la Organización y decía que “el socialismo nacional [de Perón] no es socialismo (…) y propugna la alianza de clases y no la lucha entre ellas”. DOS CAMINOS 177
elementos discursivos de la política que desplegó contra la izquierda peronista hasta el 1º de mayo del 74: “Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro movimiento, ponernos en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba (…) Por eso deseo advertir a los que se tratan de infiltrar en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal”. Estas dos frases encierran la definición de la política de los meses siguientes. Primero, minar el prestigio de Montoneros en las masas, si mantenía pretensiones de autonomía política. Segundo, desplazarlos de las instituciones públicas, a ellos, a sus simpatizantes y a todo aquel que pudiera ser sindicado como próximo a la Tendencia.6 En ese mismo discurso, Perón aclaró cuales eran los límites ideológicos del peronismo: “Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes (…) No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología (…) Somos lo que las Veinte Verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos”. Definir el credo peronista al que se refiere el General no es difícil: la comunidad organizada, trabajadores y empresarios compartiendo en armonía un proyecto (capitalista) nacional,7 en el cual un Estado fuerte es árbitro definitorio.8 Evidentemente esto se alejaba de las aspiraciones de la izquierda peronista que pensaba en una evolución de las ideas del 45/55 hacia el socialismo. Estas definiciones disímiles, pero no necesariamente antagónicas en el corto plazo, podrían haber sido parte 6. Durante el período inmediato posterior a la asunción de Cámpora se dio un proceso de ocupación de instituciones públicas por las diferentes organizaciones del movimiento peronista. La movilización popular impuso funcionarios en distintas reparticiones públicas, y el Ejecutivo correspondiente estaba en la obligación de aceptarlo. Este proceso de imponer funcionarios de hecho no sólo fue impulsado por organizaciones de izquierda sino que tuvo también como protagonistas a la derecha peronista, se desató de este modo una competencia para ocupar edificios públicos y garantizarse espacios de poder en el Estado. 7. En la jerga poeronista clásica la definición «capitalista» del proyecto nacional estaba borrada, de la misma forma que la categoría «burguesía» tenía connotaciones negativas. 8. Ver. Perón, Juan, La tercera posición, ed. Nuevo Tiempo, Bs. As. 1962.
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de una discusión política de tendencias entre el viejo líder y las nuevas corrientes si no las hubiese expresado horas después de una masacre hecha en nombre de los mismos principios que el General decía defender. En realidad los planteos de Perón de La tercera posición y la Comunidad organizada podrían haber sido compatibles con lo que «la M» consideraba debía ser un periodo de transición en la argentina. El problema esta en la naturaleza de una transición al socialismo, ya que esta debe organizarse en torno a la clase trabajadora para que las contradicciones que pudieran surgir se resolvieran por el polo progresista. Pero si la transición era en realidad el modelo terminado debía apoyarse en fracciones de la burguesía nacional y frenar a los sectores más radicales de la clase obrera. Justamente por eso chocaron Perón y la izquierda peronista en general: equilibrar las relaciones entre el capital y el trabajo no implicaba socialmente ni políticamente lo mismo que generar condiciones de una transición al socialismo. Ezeiza fue el primer round de un diálogo de sordos entre Montoneros y Perón. Fue una discusión que contaba con el antecedente de la sostenida por Perón y Cooke una década atrás.9 La diferencia era que Cooke solo contaba con sus ideas y Montoneros contaba con argumentos que excedían la retórica. Más adelante decía el General en el mismo discurso: “Los que pretendan lo inconfesable, aunque cubran sus falsos designios con gritos engañosos o se empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar a nadie (…) Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado se equivocan. Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar a un pueblo…”. Y cierra con una frase 9. Perón, Juan, Cooke, John, Correspondencia, ed. Parlamento, Bs. As. 1972. Leyendo someramente la correspondencia, se puede notar la evolución del diálogo. Perón siempre argumentó en torno a la necesidad e una especie de resistencia civil y acciones que provocaran el caos. Si bien no descartó el accionar armado o terrorista siempre buscó que todo el movimiento fuera parte de esta política y no surgieran fuerzas que dieran una estructura y una ideología a la resistencia. Cooke en cambio, desde el principio (aún antes de que la revolución cubana ejerciera su influjo como en forma novedosa nos muestra Miguel Mazzeo en su trabajo Textos traspapelados) buscó formas organizativas y políticas más definidas y de carácter estratégico. En un principio como forma mas efectiva de dotar al peronismo de fuerza combativa pero mas adelante como toda una concepción teórica de la necesidad de que el peronismo evolucionara hacia ser un partido revolucionario de masas, socialista y que construyera estructuras político militares propias. La evolución de la lucha en Argentina hizo imposible la continuación del diálogo entre Perón y Cooke y el General dejó de responder los muy fuertes argumentos de Cooke. DOS CAMINOS 179
que repetirá casi textualmente en la Plaza, el 1º de mayo del año siguiente, en su enfrentamiento público con Montoneros: “A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque los pueblos que agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.10 Hacia fines del 73, la OPM intentó reflexionar seriamente sobre esta situación y en la “Charla a los frentes...” explicó por qué Perón prefería a la burocracia y no a ellos: “En el movimiento peronista hay, salvando a Perón, dos fuerzas orgánicas que son: la burocracia y nosotros, que son dos proyectos. Si Perón pretende combatir los dos imperialismos y opta por su proyecto ideológico, para combatirnos a nosotros no le queda más remedio, aunque no le guste, que apoyarse en la burocracia (...) Hay una coincidencia circunstancial entre la burocracia y Perón”.11 Es notorio que Montoneros consideraba a la burocracia como algo que Perón repudiaba en bloque a causa de su defección post 1955 y del intento vandorista de independizarse de la conducción del líder. Se equivocaban, ya que en el modelo sindical peronista original, si bien no tenía cabida el “vandorismo” como proyecto autónomo, sí era profundamente burocrático. Para Perón los sindicatos eran correas de transmisión desde el Estado hacia los trabajadores y viceversa pero siempre encuadrados dentro de una lógica estatal. Por eso para el General, José Ignacio Rucci no era lo mismo que Lorenzo Miguel, ya que el primero carecía de proyecto propio. Por eso cuando Montoneros mató a Rucci en 1973, Perón se enfureció. Siguiendo a Juan Carlos Torre, puede verse que Rucci no era simplemente un burócrata más, era EL burócrata de Perón. Cuando Rucci accedió al secretariado general de la CGT, en plena dictadura, ésta no era todavía la herramienta principal para los sindicalistas. La burocracia más rancia se concentraba en las 62 Organizaciones, una herramienta político sindical cuyo rol no estaba sólo ni principalmente en lo reivindicativo. Cuando se concretó la unidad de la CGT impulsada por Perón,12 sin que hubiera apertura por parte de la dictadura, los sindicalistas colocaron en la CGT a un segundón 10. Verbitsky, op. cit. Documento 15, pág. 204. 11. «Charla...», op. cit. pág. 280. 12. Debemos destacar que esta unidad implicó en fin de una experiencia nacional alternativa a la burocracia como fue la CGT de los argentinos.
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sin poder propio. Éste fue cobrando dimensión con la apertura durante el gobierno de Lanusse y fue haciendo del vínculo con Perón su principal fuente de legitimidad. A su vez, Perón hizo de Rucci un personaje controlable y muy útil para su política: limitar la autonomía de la burocracia, enfrentar el crecimiento de la izquierda y sostener el pacto social conteniendo las reivindicaciones de las bases. La muerte de Rucci por parte de Montoneros dejó al General sin uno de sus principales peones y frente a una burocracia vandorista y participacionista hegemónica a la cabeza de la CGT; de allí la furia de aquel discurso en la Plaza, cuando amenazó a “la M” con que haría “tronar el escarmiento”. Hacia fines del 73 “la M”, era consciente de la contradicción con Perón y que, además, tenía una contradicción antagónica con una parte importante del peronismo tradicional. En el medio de estos enfrentamientos entendía que sus diferencias con Perón debían ser manejadas de tal forma que no estallaran en el corto plazo mientras enfrentaba al resto del movimiento. Una idea clave del pensamiento montonero era que el peronismo estaba integrado solamente por la clase obrera, y que los demás sectores eran arribistas cuyo peso era sólo superestructural: únicamente existían Perón, la burocracia sindical encaramada en la cúpula de las organizaciones y los propios montoneros; entonces la cuestión era actuar con la línea correcta para que las masas los reconocieran como sus verdaderos representantes. Cuando el enfrentamiento con Perón se volvió indisimulable, la situación para Montoneros era políticamente más incómoda que para el PRTERP y el resto de los revolucionarios no peronistas, ya que una de las definiciones básicas de “la M”, después del 17 de noviembre, había sido acentuar en sus discursos el reconocimiento de líder. A la vez pasaron a ser las principales víctimas de la derecha, junto con los dirigentes públicos de la Tendencia.13 Debieron afrontar la explicación de una realidad política que era la antítesis de la que habían esperado, sobre todo de la que transmitían a sus bases. Si bien nunca tuvieron en mente la posibilidad de desar-
13. Desde la emboscada sufrida por sus columnas en Ezeiza los dirigentes de la izquierda peronista fueron perseguidos y asesinados, sus locales atacados con bombas y a partir de la muerte de Perón el 1° de julio de 1974 los asesinatos perpetrados por la Triple A se contaron por cientos. DOS CAMINOS 181
marse 14 -ya que esa discusión fue resuelta tempranamente en la fusión con las FAR y con el descarte de la idea de “formación especial”-, su idea acerca de cómo se desarrollaría la lucha no preveía que la ofensiva en su contra vendría desde el mismo Estado y con Perón a la cabeza. El General llegó a compararlos con “gérmenes” para los cuales pedía “anticuerpos”.15 Si analizamos el editorial de El Descamisado, en el que se anunciaba la fusión definitiva entre Montoneros y las FAR, la conferencia de prensa de julio de 1973 dada por Firmenich y Quieto y la “Charla a los frentes...” de fines del 73, y lo contextualizamos en la realidad sociopolítica vivida en el período, veremos cuan difícil era el escenario era para los revolucionarios peronistas: las posiciones expresadas en estos documentos se volvieron contradictorias sólo en unos meses; la esquizofrenia que implicaba sostener un discurso público de verticalidad cuando la práctica y la ideología marcaban otra cosa se ve claramente en una respuesta de la “Charla...”: “La dificultad frente a todo esto se presenta ante las explicaciones públicas de esta política. Y los compañeros cuando se presentan ante el micrófono y les preguntan qué piensan de Perón se van a ver en figurillas (...) el requisito fundamental de no mentirle a las masas sobre la posición que se tiene y por otra parte la necesidad de mantenerse dentro del movimiento”.16 Objetivamente no había cabida para su proyecto: el peronismo como camino hacia el socialismo operaba en la coyuntura en sentido inverso al intentar frenar la lucha de clases, fortalecer a la burguesía como clase principal del frente y a la burocracia sindical como herramienta de control social. 14. El Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero tiene una selección de los documentos más importantes desde la fusión con las FAR hasta 1975. También las canciones del LP “El cancionero popular” donde en los momentos de festejos del triunfo del 11 de marzo se convocaba a pertrecharse, advirtiendo que llegar al gobierno no era lo mismo que llegar al poder. 15. Ver: “Mensaje de Perón a los gobernadores de las provincias”, 2 de agosto de 1973; “Perón habla a la juventud peronista”, diálogo de Perón con los diputados de la Juventud Peronista en torno a las reformas al código penal del 22 de enero 1974, etc. Gran cantidad de documentos testimonian las opiniones de Perón desde Ezeiza hasta su muerte, inequívocamente violentas hacia la izquierda del movimiento a pesar de las intenciones de ésta de desvincularse de las acciones del ERP, como en el caso de Azul. 16. “Charla...”, op. cit. pág. 305.
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Las diferencias entre Perón y Montoneros (en apariencia zanjables en una coyuntura favorable) se transformaron en un abismo ideológico en la interpretación de la realidad (una realidad cada vez más complicada y que exigía soluciones drásticas) y que hacer frente a ella. En enero del 74, en su discusión pública con los bdiputados de la JP el General manifestaba sin equívocos, que la violencia política y las organizaciones revolucionarias de izquierda en todo el mundo eran parte de una conspiración internacional secreta marxista (la “sinarquía”17) de la cual el ERP obviamente era parte y, leyendo sus discursos sin mucha suspicacia, Montoneros también. El pedido de Perón de que cesaran las operaciones militares de la guerrilla era lógico siendo el la cabeza del estado. Lo que fue (aún a los ojos del presente) difícil de aceptar fueron sus argumentos. Ya planteamos las definiciones de Montoneros respecto a su rol como fuerza militar y como vanguardia. Pero pese a que tenían en claro que sus proyectos y los de Perón eran diferentes, y que el General, consciente de esto, movía sus fichas para subordinarlos, su idea acerca de cómo se desarrollaría la lucha no contaba con que la ofensiva en su contra vendría desde el mismo Estado, con todos sus recursos,18 y con Perón a la cabeza (como veremos, él General los comparaba con “gérmenes” y pedía “anticuerpos”). Esperaban poder definir fronteras y llegar a un acuerdo que les permitiera preservar los espacios conquistados, como planteaban en el Manual.... Pero Perón no aceptó fronteras que no fueran las definidas por él mismo, mucho menos si éstas implicaban un viraje hacia el socialismo tal como proponía la izquierda. Es tan impresionante la catarata de agresiones que Perón dirigió a la Juventud Peronista y, sin nombrarlos nunca, a Montoneros, que vale la pena contextualizar y explicar algunas de ellas. En cada lugar donde el General se expresaba públicamente, destinaba una parte significativa de 17. La “sinarquía” sería una especie de inteligencia común que existiría entre marxistas de todos los estilos, yanquis, masones y judíos destinada a destruir nuestros valores y minar nuestra independencia. 18. Mientras vivió Perón, los recursos usados para desplazar a la izquierda peronista fueron centralmente políticos, sucios y en muchos casos ilegales (como el Navarrazo en Córdoba), pero la violencia no llegó a ser tan desembozada como después del 1° de julio de 1974. DOS CAMINOS 183
sus alocuciones a atacar a quienes “pretendían desviar al movimiento de su camino”, definido por “la comunidad organizada”, las “veinte verdades” y la “tercera posición”. En las charlas a la JP no montonera (grupos sindicales, Comando de Organización, Guardia de Hierro, etc., claramente minoritarios dentro del espectro juvenil peronista) cargó contra los simpatizantes de Montoneros: “En la JP, en estos últimos tiempos, específicamente, se han perfilado deslizamientos cuyo origen conocemos (...) una infiltración”. Más adelante fijaba límites que invitaban a la exclusión: “El movimiento ha sido cualquier cosa menos sectario (...) pero esa amplitud tiene un límite. (...) Hay mucha gente que ha tomado la camiseta peronista para hacer deslizamientos (...) no interesa lo que se grite, interesa lo que se siente y lo que se piensa”. En este sentido podemos ver que Perón no se confundía, conocía los planteamientos de los sectores revolucionarios del movimiento y no los aprobaba. Lo que Montoneros consideraba una evolución necesaria hacia el socialismo, para Perón eran “deslizamientos”; y proponía “ver quien es quién, quiénes constituyen el justicialismo dentro de la juventud y quienes no”, porque “es la primera vez que se da en la historia de la República Argentina; gente que se infiltra en un partido o un movimiento político con otras finalidades”. Y finalmente cerraba sus planteamientos sobre los revolucionarios peronistas diciendo: “Han tenido hasta la imprudencia de comunicar abiertamente lo que ellos son y lo que quieren. (...) Tengo todos los documentos y, además los he estudiado. Bueno, ésos son cualquier cosa menos justicialistas”. Pero aun más: “Los que quieran seguir peleando, van a estar un poco fuera de la ley porque ya no hay pelea en este país, hay pacificación (...) Hay héroes y mártires, que es lo que se necesita en esa clase de lucha, pero eso ha sido la lucha cruenta, que ya ha pasado. ¿Por qué nos vamos a estar matando entre nosotros?”. Para el General el objetivo primario de la violencia revolucionaria ya se había cumplido. “Para pelear, si hay que pelear, yo decreto movilización y esto se acaba rápidamente; convoco a todos para pelear y van a pelear organizadamente, uniformados y con las armas de la nación”.19 No había cabida para una estrategia revolucionaria 19. “Charla de Perón a la JP del 14 de febrero de 1974”. Ediciones de la Secretaría de Prensa y Difusión. Es importante mencionar que en la organización de este encuentro con la juventud peronista, Perón intentó que Montoneros participara pero en pie de igualdad con los grupos de derecha y que se subordinara al conjunto.
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que se planteara el enfrentamiento a largo plazo con las estructuras del sistema; los guerrilleros debían desarmarse y el Estado monopolizar la violencia nuevamente, ya que para Perón la conciliación entre capital y trabajo implicaba, justamente, conciliar y no la lucha de clases, y mucho menos la violencia revolucionaria destinada a destruir las estructuras de ese Estado o cambiarlas radicalmente. Es claro que Perón desde su regreso al país estaba empeñado en una cruzada para encuadrar al movimiento detrás de sus principios tradicionales, y de éstos había dos que eran contradictorios con la existencia misma del peronismo revolucionario: dirección centralizada en el líder sobre todas las organizaciones políticas y sociales (ya que las agrupaciones del peronismo revolucionario funcionaban en realidad como fuerzas políticas externas al PJ), y la consolidación de una estructura capitalista independiente con una fuerte burguesía nacional como objetivo último. Para llevarlos a la práctica debía encuadrar su propia fuerza y pelear en diferentes frentes. Uno, como ya vimos, era el de la JP, otro era el de los gobernadores, cinco de los cuales adherían a la Tendencia Revolucionaria.20 En el mensaje a los gobernadores del 2 de agosto de 1973, Perón cargó nuevamente contra la juventud y las “desviaciones” dentro del movimiento, destinando la mitad de su mensaje a este tema y equiparando a la guerrilla con la delincuencia. “La delincuencia juvenil que ha florecido (...) Las desviaciones ideológicas y el florecimiento de la ultraizquierda, que ya no se tolera ni en la ultraizquierda. Yo he estado en los países detrás de la cortina y ya la ultraizquierda ha muerto (...) es un material de exportación.” Además -lo que debió haber sido mejor evaluado por “la M”-, los hacía responsables (y no por primera vez) de los hechos de Ezeiza: “Tenemos que educar a un pueblo que está mal encaminado, y debemos encaminar una juventud que está, por lo menos cuestionada (...) Lo que ocurrió en Ezeiza es como para cuestionar ya a la juventud que actuó en ese momento (...) ¡cuidado con que pueda tomar un camino equivocado!” Y concluye Perón esta parte de su mensaje: “No admitimos la guerrilla porque yo conozco perfectamente el origen de la guerrilla”, insistiendo con su estrafalaria idea de que todo se había originado en el Mayo Francés con el 20. Según otras versiones, el gobernador de San Luis también podía incluirse en la Tendencia, con lo cual el número ascendería a seis. DOS CAMINOS 185
propósito de anarquizar y destruir la sociedad industrial, dirigido desde allí hacia el resto del mundo por un organismo (la Cuarta Internacional) que tenía su sede en París. Luego encaró por su nombre a los que en Argentina debían dar muestras de respeto a la ley: el Partido Comunista, el ERP y Mongo Aurelio. Los montoneros tomaron nota de quién era para el General Mongo Aurelio: ellos mismos. Otro round entre Perón y Montoneros tuvo lugar en la entrevista con los diputados de la JP 21 cuando éstos intentaron frenar la adecuación del Código Penal para la represión de la guerrilla. Montoneros ya había realizado el 21 de julio de 1973 una impresionante movilización (convocada en pocas horas) hacia la residencia de Olivos bajo la consigna de “romper el cerco” y lograr un canal de diálogo directo con Perón. El General los recibió y nombró como interlocutor a López Rega. En enero del 74 los diputados fueron solos hacia Olivos a discutir abiertamente con el General; pero Perón los recibió muy hostilmente, flanqueado por miembros conspicuos del lopezrreguismo y con las cámaras de televisión, como para evitar cualquier desplante. Las categorías penales propuestas por el Poder Ejecutivo (como toda categoría jurídica encerraban una concepción político ideológica), que el bloque peronista pretendía aprobar sin discusión, establecían la figura “asociación ilícita” de una forma tan amplia que podía incluir cualquier agrupación combativa (y, obviamente, guerrillera), dejando esto a criterio del juez. Perón aclaró en varias ocasiones a los diputados montoneros que “el juez configura el delito” y que debían discutir dentro del bloque parlamentario y no con él. “Quien está en otra tendencia diferente a la peronista lo que debe hacer es irse (...) Lo que no es lícito, diría, es estar defendiendo otras causas y usar la camiseta peronista.” Y refiriéndose específicamente al ERP por su ataque al cuartel de Azul: “En este momento como acabamos de ver, que una banda de asaltantes que invoca cuestiones ideológicas o políticas o para cometer un crimen (...) es un crimen cualquiera sea el móvil que se invoca para cometer el delito.” Los diputados de la JP plantearon su repudio a los “lamentables acontecimientos de Azul”, pero marcaron una diferencia con Perón sobre la naturaleza de la violencia política, esperando al menos que éste los avalara aunque más no fuese con su retórica tradicional. Para los diputados el tema a desterrar eran “las estructuras violentas” de una sociedad injus21. Realizada el 22 de enero de 1974 en Olivos
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ta que eran el caldo de cultivo del ERP, pero Perón les respondió con dos argumentos que impidieron todo diálogo exitoso y demostraron que la intención del General no era conciliar. El primero –muy presente en la actualidad–, que la delincuencia es delincuencia sea política o social; el segundo, que afirma las concepciones que había mamado durante su formación en los 30, sostenía que “yo a esto lo he conocido ‘naranjo’, cuando se gestó ese movimiento, que no es argentino. Ese movimiento se dirige desde Francia, precisamente, desde París y la persona que lo gobierna se llama Posadas, de seudónimo”.22 Evidentemente, el General conocía confusamente la adhesión del PRT a la Cuarta Internacional y de ello deducía que eran un brazo más de la “sinarquía”. Sus apreciaciones sobre el comunismo y el trotskismo eran de anticuario y se asemejaban más a los fantasmas que asustaban a la oligarquía en las primeras décadas del siglo que a las realidades de las luchas que se libraban en los 60 y 70. Pero es claro que Perón invitaba a los diputados de la JP a abandonar el movimiento (o “sacarse la camiseta peronista”, como decían en la época); y si bien siguieron reivindicándose peronistas, la participación de los diputados de la JP en el Congreso terminó con ese enfrentamiento, ya que optaron por renunciar a sus bancas. Finalmente, si tomamos las charlas que dio en la CGT,23 éstas marcan un nuevo aval de Perón a la burocracia sindical, que preanunciaba el triste discurso del 1° de mayo de 1974 y la salida a la luz de las bandas parapoliciales que ya funcionaban, al menos desde Ezeiza. “En nuestro movimiento cada uno tiene derecho a opinar, se formó con procedencia de extrema derecha y de extrema izquierda. Pero no de ultraderecha ni de ultraizquierda. Ésos son inventos modernos en los que nosotros no nos detenemos a pensar, porque estamos muy conformes con lo que hemos hecho. Así, nuestro movimiento, como hombres que vienen de distintas procedencias, ha podido formar un cuerpo homogéneo con una ideología clara y una doctrina en permanente ejecución en el mismo pueblo. Algunas veces aparecen quienes de buena fe (...) piensan de otra manera (...) Nosotros desde el movimiento con el poder de nuestra verticalidad los podríamos haber eliminado totalmente. (Se los elimina a través de las 22. Perón, Juan, “Diálogo con los diputados de la Juventud Peronista”, 22 de enero de 1974, Secretaría de Prensa y Difusión. 23. Realizadas los días 2 y 8 de noviembre de 1973. DOS CAMINOS 187
autodefensas del movimiento.) ¿Cómo se generan las autodefensas? Es muy simple. El mismo microbio que entra, el germen patógeno que invade el organismo fisiológico, genera sus propios anticuerpos, y esos anticuerpos son los que actúan como autodefensa. En el organismo institucional sucede lo mismo”, decía el General utilizando una metáfora organicista, y continuaba: “Observen ustedes que contra Perón no trabaja nadie el tiro es contra nuestras organizaciones”.24 La sintonía de este discurso con el de la Plaza seis meses después muestra la coherencia del pensamiento de Perón. “Nosotros tenemos que proteger a las organizaciones”, reclamaba. Nótese que las definiciones de Perón de noviembre de 1973 son iguales a las del 1° de mayo del 74. Allí acusó públicamente a los que “traidoramente trabajan de adentro” y reconoció como artífices de la lucha de 18 años a los dirigentes de la burocracia tradicional “sabios y prudentes”. De este modo se verifica que Perón no tuvo un exabrupto en la Plaza, sino que expresó lo que pensaba en forma consecuente desde mucho antes de que Montoneros lo “apretara”. Perón se encontraba por primera vez con una oposición interna con vuelo propio, organizada y con base de masas, dispuesta a pelearle la orientación de algunas políticas. La verdad es que Montoneros se mostraba inclinado a llegar a un acuerdo, pero el General no estaba dispuesto a correrse un ápice de sus definiciones y no tenía experiencia con oposiciones internas del tipo que representaba “la M”. En la época de los Movimientos de liberación nacional y las guerrillas revolucionarias, el estilo de conducción de Perón debía entrar en crisis. El general era un hombre de los cuarenta y sus ideas se relacionaban con los movimientos de masas inorgánicos, democratizadores de las viejas sociedades oligárquicas. El mismo Laborismo que llevó a Perón a la presidencia en 1946 y que fue un intento de autonomía política de la dirigencia sindi-
24. Perón, Juan, “Discurso en la CGT el 2 de noviembre de 1973”, Secretaría de Prensa y Difusión. Las cursivas son nuestras para señalar las similitudes con el discurso del 1° de mayo de 1974, cuando el general se enfrentó públicamente en la Plaza de Mayo con Montoneros que le reclamaban, con fuertes consignas e interrumpiendo su discurso, por la presencia de “gorilas” en el gobierno y el notorio viraje a la derecha.
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cal respecto del Estado, fue cancelado drásticamente por Perón. Pero en la década del 70 el desafío histórico al que debía responder el General era irresoluble dentro del esquema organizativo que el general sustentaba. El debate que Perón había eludido darle al Cooke en los sesentas, se reabriría diez años después en la arena política pública. En la “Charla a los frentes”, Montoneros ya manifestaba: “Obviamente todos los sectores demoliberales comparten que se nos aniquile, porque saben que el desarrollo de nuestro proyecto significa su desaparición. Toda la burocracia comparte que se nos aniquile (...). La propia burguesía nacional (...) también (comparte) que se nos aniquile. Para todos esos sectores somos un enemigo común”.25 Y más adelante también consideraban que el propio Perón se había definido por esta propuesta de aniquilamiento aunque aclarando que no creían que “aniquilamiento” significara literalmente lo que literalmente significó. Cabría preguntarse cómo pensaban compatibilizar este análisis del frente enemigo (ya en el 73) con la idea de un capitalismo de Estado que contara con el apoyo de la burguesía nacional en un programa de transición al socialismo. Perón nunca había dado demasiado de su tiempo para combatir a ningún adversario interno. Augusto Timoteo Vandor y John William Cooke, desde polos opuestos, habían desafiado al General en diferentes momentos. Cooke fue neutralizado por Perón simplemente quitándole su aval, nunca confrontó posiciones con él: sencillamente dejó de contestarle la correspondencia y de considerarlo para alguna misión en el interior del movimiento. Cooke mantuvo su prestigio como intelectual y revolucionario pero sólo dentro del activismo más consecuente, no como referente de masas. Desde la vereda de enfrente, Vandor, a la cabeza de la estructura sindical, intentó independizarse políticamente de Perón; en este caso el General se vio obligado a dar batalla en el terreno electoral, pero con sólo dejar en claro que su lista no era la de Vandor bastó para ganarle a todo el aparato sindical. En los dos casos la razón de la tranquilidad de Perón era simple: el prestigio ante las bases tanto de Cooke como de Vandor se basaba en mantener puesta “la camiseta peronista”; ambos comenzaron a pensar en una construcción diferenciada de la planteada por el General cuando su prestigio ya estaba ligado fuertemente al de Perón. Con Monto-
25. En “Charla...”, op. cit., pág. 278 DOS CAMINOS 189
neros, Perón por primera vez se encontraba con un desafío que lo obligaba a implicarse personalmente; durante un año destinó una parte de sus esfuerzos a combatirlos y limar su prestigio entre las masas, como si quisiera dejar bien claro que en caso de su predecible muerte no iban a ser los montoneros sus herederos. La famosa frase “Mi único heredero es el pueblo” también puede leerse en este sentido. La clave está en que Montoneros (y el resto de las organizaciones guerrilleras peronistas), desde sus comienzos ganó parte de su prestigio por méritos propios, y aquello que iba construyendo era orgánicamente independiente de todas las estructuras que el General controlaba. Los montoneros tenían gran confianza en su capacidad de movilización -que superaba ampliamente la del sindicalismo y la derecha-, y esperaban que a través de ésta Perón comprendiera de qué lado estaba el “verdadero peronismo”. De todas formas, esto también se originaba en la mistificación con que veían la relación de Perón con las masas en el período 1945-1955. Si bien las masas constituyeron al peronismo, Perón como líder nunca planteó un diálogo con ellas ni con ninguna estructura. Había una sola dirección desde donde emanaba el discurso; y el verdadero peronismo reclamado por Montoneros, si bien no era la burocracia sindical, tampoco era la asamblea popular. ¿Qué era en realidad el verdadero peronismo para “la M”? La idea de peronismo de Montoneros estaba formada a partir de su propia experiencia, que a su vez era tributaria de las experiencias de la Resistencia Peronista del 55 en adelante. Uno de los temas de la Cantata Montonera (obra épico musical donde se relata la historia de lucha que Montoneros reivindicaba) dice así: “...escúcheme compañero, si se siente peronista, peronista verdadero...”, y continúa más adelante: “Luchamos en la resistencia, con caños y con desgracia, desde aquel 55, sin saber de burocracia”. Para ellos, los peronistas eran quienes luchaban contra el enemigo desde abajo y sin negociaciones (la intransigencia, los duros), en todo caso las negociaciones eran maniobras tácticas de Perón que, como gran conductor, podía implementarlas en beneficio de los objetivos estratégicos; mientras que la burocracia sindical y los políticos del peronismo oficial tenían a la negociación y la conciliación como estrategia. Por eso, como plantea la Cantata, los militantes de la Resistencia fueron al muere mientras que los de arriba 190 GUILLERMO CAVIASCA
negociaban sus luchas; con la vuelta de Perón y el surgimiento de Montoneros como forma de organización superior esa época de traiciones debía terminar. Para la izquierda peronista el movimiento “era una clase”.26 Para la revista Militancia (cercana al PB), en su edición de noviembre de 1973, ser peronista era identificarse con la visión del revisionismo histórico, reconocer el liderazgo de Perón y representar los intereses de la clase trabajadora, y agregaban que en ese momento los auténticamente peronistas eran los que luchaban por la patria socialista. También es muy interesante retomar la visión de la conducción montonera: “Se suele decir que en el peronismo hay lucha de clases, cosa que en rigor no es cierto porque no participan varias clases sociales en él, la única clase íntegra es la obrera”,27 y más adelante afirmaba que en el movimiento había lucha ideológica y que la clase obrera expresaba una ideología que no era la suya. En este sentido existía un deber ser que el peronismo no cumplía y que las organizaciones revolucionarias peronistas debían garantizar derrotando en la lucha ideológica (política y si era necesario militar) a los “malos peronistas”. Esta asunción de que en el peronismo sólo estaba (o debía estar solamente) la clase obrera y que los verdaderos peronistas eran aquellos que se expresaban en las luchas era el núcleo de la adscripción peronista de los revolucionarios. Es demostrable empíricamente que la mayoría de la clase obrera era peronista (aunque fuera clasista en sus sindicatos); lo que no es tan evidente es que la lucha ideológica en el movimiento no fuera la expresión de una forma de lucha de clases. La amplia mayoría de la dirigencia peronista no era obrera ni se sentía identificada con los obreros, al menos en el sentido que la izquierda da a esa identificación: como sujetos políticos y no como columna vertebral ni como clientes.28 Y si bien es cierto que la amplia mayoría de la burguesía fue antiperonista, la realidad era que esta
26. En la película Operación Masacre, Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos del 56, planteaba en esos términos la cuestión del clasismo del peronismo. 27. “Charla...”, op. cit. pág. 270. 28. Hacemos una distinción no sólo de grado sino también de naturaleza entre la concepción de Perón de la clase trabajadora como “columna vertebral” y la concepción clientelar predominante a partir de los 80. DOS CAMINOS 191
descripción resultaba válida a nivel de estructura económica (aunque hubo una importante fracción peronista de la burguesía), porque a nivel superestructura política y sindical la hegemonía estuvo siempre en manos de los “malos peronistas”; salvo en determinados momentos en que se cerraron todos los canales de diálogo (entre 1955 y 1959, y desde 1966 en adelante) y aun en esos momentos el mismo Cooke o la CGT de los Argentinos fueron permanentemente saboteados y puenteados por los “malos peronistas” que nunca perdieron el aval de Perón ni una cuota importante de poder. En cierta forma, el “verdadero peronismo” de la izquierda era más una expresión de deseos que una realidad, deseo que se desprendía del análisis que hacían los revolucionarios de la estructura socioeconómica argentina: el peronismo del 45 con la burguesía nacional a la cabeza ya no era viable (al menos en el sentido de que de él se desprendieran beneficios para los obreros), por lo tanto un peronismo que siguiera siendo popular debía tender al socialismo y rescatar los valores de los luchadores y no de los burócratas: ése era el “verdadero peronismo”, un peronismo que se encontraba debajo, aplastado por la burocracia política y sindical y a cuya emergencia había que contribuir. Con este objetivo se movilizaron en Ezeiza para recibir al líder, en la manifestación a la quinta de Olivos para “romper el cerco”29 y el 1º de mayo del 74 para exigir “asamblea popular”. En esta manifestación también pudo verse que para Montoneros existía una visión mítica del pasado gobierno peronista; según ellos las concentraciones en Plaza de Mayo entre el 45 y el 55 habían sido una especie de asamblea en la que se establecía una relación líder-masa que definía las políticas macro del movimiento. Si bien es cierto que Perón no podía decirles cualquier cosa a las masas movilizadas si quería conservar su lealtad auténtica, en la Plaza, como dijimos antes, el discurso fluía en una sola dirección. La pretensión de Montoneros de impugnar en público sus políticas motivó la furia de Perón y precipitó la ruptura.30 29. La “teoría del cerco” fue una de las explicaciones que los montoneros ensayaron a medida que iban siendo desplazados: consistía en la idea de que un conjunto de personajes de la derecha (Osinde, López Rega, etc.), del entorno directo del General, impedían que éste supiera en realidad lo que pasaba. Lo cierto es que, como ya señalamos, Perón recibió a Montoneros y nombró como interlocutor al propio López Rega. 30. Ver Gillespie, Richard, op. cit., pág. 100-103.
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La muerte de Perón impidió que el enfrentamiento ya declarado y público entre ellos terminara por obligar a Montoneros a “rectificar las ilusiones sobre su líder”. En este sentido, creemos que la afirmación de Gillespie es válida para las bases montoneras, ya que los cuadros de la organización tenían para el 74 una evaluación negativa de la posibilidad de convivencia con Perón, pero no querían hacerla pública. El golpe de Estado, a su vez, impidió que los obreros sintieran en carne propia la opción neoliberal que el peronismo, depurado de izquierda, seguramente tomaría de no haber sido derrocado. Por el contrario, luego de la muerte de Perón, los guerrilleros siguieron identificándose como peronistas y acusando al resto del movimiento de traición o inconsecuencia. La explicación de esta actitud de la organización está en la percepción que los montoneros tenían de que el líder aún conservaba un amplio crédito entre la clase obrera, y no se equivocaban. “La M”, de este modo, siguió afirmando que el verdadero espíritu de Perón no era el que había manifestado durante el último año, y argumentaba que en su último discurso, el 12 de junio en Plaza de Mayo, había intentado tenderle una mano a la juventud.31 Pero, haya sido así o no, ya era tarde. La muerte del General el 1° de julio cerró la discusión con demasiados argumentos en manos de la derecha, la burocracia sindical y la “ortodoxia peronista” como para que los montoneros pudieran disputar desde una posición de legitimidad la herencia de Perón. Aunque igualmente lo intentaron, y aun en la época alfonsinista, ya derrotados y bajo la denominación de Peronismo Revolucionario, los restos de la organización pelearon, sin éxito (es más, fueron duramente repudiados tanto por la “renovación” como por la “ortodoxia”, los caudillos provinciales y los sindicatos), por ser aceptados dentro del Partido Justicialista. Si bien existió una continuidad en el avance de la derecha a lo largo de todo el período, la incomprensión de Montoneros de lo que estaba sucediendo le impidió articular una defensa de los espacios conquistados. En este sentido, en el esbozo de su propia historia con el que introducen el Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero 31. Podemos pensar que esto era posible, ya que Perón manejaba las contradicciones internas del movimiento en base a lo que se denominaba “política pendular”, dándole aire alternativamente a combativos y conciliadores e impidiendo que alguno se consolidara como hegemónico en su fuerza. DOS CAMINOS 193
(como parte de un plan básico de formación para los futuros oficiales), se planteaba que habían resuelto eludir los golpes que recibían replegándose de las posiciones a las que habían accedido en el Estado y dejando expuesta la agresividad de la derecha con el menor costo posible. Es cierto que los montoneros abandonaron las posiciones conquistadas casi sin resistencia y que lo hicieron desde la concepción de volver a asaltar el poder en forma revolucionaria desde afuera y ante el gobierno plenamente derechizado. Pero el evidente fracaso de esta política –tal como hoy podemos evaluarlo–, no debe oscurecer el hecho de que estaba muy a tono con las concepciones y el optimismo de la época. Muchos contemporáneos los criticaron por considerar este repliegue como un regalo de posiciones que afectaba al conjunto del campo popular. En el caso de la Universidad (donde la izquierda era abrumadoramente mayoritaria), la ley que permitió el posterior avance del ministro Ivanissevich fue sancionada en marzo de 1974 con Perón aún en el gobierno. Montoneros eludió enfrentarla abiertamente diciendo que el líder no iba a atacarlos a ellos.32 La ley era autoritaria -intentaban explicar-, para barrer el gorilismo, y por ello daba amplia autoridad al Ejecutivo como sucedía en cualquier gobierno revolucionario. Meses después fueron intervenidos y desplazados ellos mismos por la derecha en el poder. En otras palabras, para Perón las cosas eran claras: debían subordinarse a las estructuras hegemonizadas por los políticos tradicionales y la burocracia sindical o irse. El encuadramiento propuesto por Perón dejaba poco margen para una organización revolucionaria: “Todas las agrupaciones peronistas, cualquiera sea su signo ideológico deben conectarse oficialmente al Consejo Superior Peronista y éste tendrá la responsabilidad de decirles sí o no, porque las dos cosas no podrá decir”.33 Para los montoneros la cuestión era la opuesta: aguantar hasta que el general muriera evitando el enfrentamiento directo para poder pelear por su herencia política con el mayor grado de legitimidad posible.
32. Gillespie, op. cit., pág. 196. También se cita un ejemplo respecto de la lucha sindical en Córdoba, donde la JTP intentó bajar el nivel de conflictividad de una lucha sindical que pretendía romper los marcos del pacto social. 33. Ver “Charla de Perón a la JP”, op. cit. 194 GUILLERMO CAVIASCA
Quizá resulte complicado para el lector comprender qué fue lo que llevó a los militantes revolucionarios peronistas a ser peronistas, si el General pensaba tal como se ve en los discursos de su último año de vida. Pero los discursos y mensajes de Perón no fueron siempre en el mismo sentido, y más allá de lo que realmente pensaba, su política se caracterizaba por la llamada «política pendular», tirando líneas hacia la izquierda o la derecha según la conveniencia del momento pero siempre intentando contener a ambas corrientes dentro del movimiento y neutralizadas entre sí. A principios de los 70, cuando surgen las organizaciones armadas, Perón no sólo parecía respaldar las acciones de la guerrilla peronista, sino que no repudiaba a ninguna organización, peronista o no, que desarrollara la lucha armada. En el mismo sentido sus definiciones sobre el socialismo, el Che, los movimientos de liberación nacional, China, etc. se orientaban en la dirección de abrir espacios dentro del movimiento peronista a las nuevas corrientes radicalizadas que, sin duda, percibía en crecimiento tanto nacional como internacionalmente. Pero lo que sí Perón tenía bien claro era que la incorporación de estos sectores no debía «deslizar» al movimiento de sus principios tradicionales. Los montoneros y la izquierda peronista en general se encontraron así entrampados en un atolladero político e ideológico. Perón, el líder del movimiento al cual pertenecían, abría espacios a la derecha y a la burocracia para frenar y disciplinar a la izquierda y no estaba dispuesto a hacer concesiones. En realidad, esto no era nuevo: tiempo antes el General había forzado la unidad de la CGT detrás de la burocracia, provocando la disolución de la CGT de los Argentinos, dejando a los luchadores peronistas y clasistas sin organización reivindicativa propia a nivel nacional. Y algo parecido pretendió con las organizaciones combativas. Pero las fuerzas políticas del peronismo revolucionario eran relativamente más fuertes que a nivel sindical y resistieron esos intentos. Entonces Perón se volcó cada vez más hacia el respaldo de los grupos de derecha y burocráticos. Es importante destacar que a nivel económico, la política del líder no iba en el mismo sentido. José Ber Gelbard era su ministro de Economía y pretendía articular una política de equilibrio entre capital y trabajo con apertura hacia las economías del Tercer Mundo y el bloque socialista. Se trató de un intento de capitalismo independiente, mientras que el proyecto económico de la derecha peronista se expresó en el plan de ajuste de Celestino Rodrigo. Esto permite pensar que la apuesta de Perón por la DOS CAMINOS 195
derecha de su movimiento no era un viraje ideológico ni expresión de una supuesta ideología fascista, sino parte de su tradicional política pendular. Esta política, en una etapa histórica de radicalización, llevó a su movimiento a la catástrofe. Perón murió con el péndulo volcado a la derecha y la burocracia política y sindical conciliadora contó entonces con un nivel de legitimidad discursiva que nunca había tenido, proclamándose heredera del movimiento, título que conservó definitivamente.
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15. RELACIONES ENTRE ORGANIZACIONES ARMADAS
Las relaciones entre el PRT-ERP y Montoneros tuvieron oscilaciones notorias. Durante 1972, sobre todo en el período de la fuga del penal de Rawson, hubo un acercamiento entre el PRT-ERP, FAR y Montoneros, que finalizó en torno al 17 de noviembre y la decisión de volcarse de lleno a la campaña electoral del FREJULI por parte de las dos últimas. No debe olvidarse que Montoneros no tuvo una política firme en torno a la fuga del penal de Rawson. La «M» no participó orgánicamente, por eso las tareas de apoyatura externa estuvieron a cargo de las FAR. Pero si lo hicieron los militantes presos entre ellos Vaca Narvaja y Pujadas miembros de la conducción. Esta conducción consideró, no sin debates, que el retorno del peronismo era inevitable y que se debía esperar trabajando por la amnistía sin arriesgarse, pero el consenso sobre esta posición no fue suficiente para imponerlo a los presos, lo que implicó que finalmente quedaran en libertad de acción. Es razonable que, dadas las fuertes disputas en torno al proceso electoral que llevaron a fracturas importantes, las diferencias en la resolución acerca de qué hacer con la fuga fueran la expresión de las mismas tendencias: una mayor confianza en que el peronismo sería el camino revolucionario de por sí, frente a la posición que sostenía a la vanguardia armada como salida principal. Además es de destacar que, cualitativa y cuantitativamente,1 la proporción de presos montoneros era menor que la del ERP o las FAR. 1. Armando Jaime, que estuvo preso junto con Roberto Quieto, cuenta que este último defendía fervientemente la idea de que Perón era el líder de los trabajadores y que no dudaba del carácter revolucionario de su liderazgo, mientras que Jaime, con una larga experiencia en la Resistencia Peronista, y por lo tanto habiendo sufrido en carne propia el estilo pendular de la conducción de Perón, oponía serios reparos ante la convicción de Quieto. En este sentido parece que muchos viejos militantes de la Resistencia tenían más reparos frente a la conducción de Perón que quienes se sumaron al peronismo (por razones de edad o porque venían de otras experiencias) posteriormente al 69, en sintonía con cartas y discursos más radicalizados del General. DOS CAMINOS 197
El proceso de distanciamiento del PRT con FAR y Montoneros, que se dio desde fines del 72, fue parte de una situación más compleja en la que el conjunto de las organizaciones revolucionarias se vio inmerso. La primera debió rediscutir su estrategia de cara a la apertura electoral del 73, la cual no preveían. La fuga, la conferencia de prensa y el posterior velatorio en la sede del PJ sin distinción de los militantes asesinados en Trelew fueron una expresión de unidad muy fuerte; en la conferencia de prensa dada en el aeropuerto de Trelew antes de entregar las armas, Mariano Pujadas de Montoneros, Pedro Luis Bonnet del ERP y María Antonia Berger de las FAR se expresaron en similares términos, poniendo énfasis en los acuerdos de caracterización de la lucha y definiendo las diferencias de identidad (peronista o no) como algo secundario, en consonancia con la posición que planteaba la unidad de las organizaciones en base al método por sobre la identidad peronista. En esa conferencia expresaron claramente a la opinión pública que no preveían que la dictadura fuera a dar elecciones limpias. La dictadura, a cuyo frente estaba el general Alejandro Agustín Lanusse buscó por el contrario las mejores condiciones de su retirada (que fueron bastante malas) en el marco de un repliegue estratégico que los años venideros demostraron exitoso. Para el PRT-ERP, el cambio entre Lanusse y Cámpora no era sustancial, sólo dos formas de régimen burgués que se alternaban nuevamente y había que desgastarlos y desnudar su naturaleza. Pero para las organizaciones peronistas la posible vuelta del peronismo por la vía de las elecciones libres significaba un desafío para la legitimidad de su lucha, y en este sentido era especialmente clara la afirmación de Pujadas de que no creía que pudieran darse elecciones con Perón como candidato. La creencia generalizada era que Perón debía volver en el marco de la lucha revolucionaria y no a través de las elecciones; había además un consenso general en que Perón era “intragable para la oligarquía”. En ese contexto de campaña electoral, de todos modos, el ERP y las FAR desarrollaron varias acciones en común, y el PRT depositó gran expectativa en la unidad. Pero el debate se volvió muy fuerte en torno a la coyuntura política que llevó a la vuelta de Perón el 17 de noviembre. Las conclusiones que los Montoneros sacaron de ese debate están sintéticamente expresadas por Dardo Cabo en el editorial de la revista El Descamisado, en el que se anunciaba la fusión definitiva entre FAR y Montoneros. Allí se planteaban los términos políticos de la contradicción que enfrentaban las organizaciones 198 GUILLERMO CAVIASCA
armadas peronistas: ¿qué debía unir a las organizaciones en primera instancia? ¿El método de lucha o la identidad? Con una argumentación muy influida por la situación del momento,2 Cabo respondía que la identidad era lo central y el método lo secundario.3 Santucho lamentó estas definiciones en su “Carta a las FAR”,4 en la que acusó a esa organización de “someterse a la dirección burguesa y burocrática del peronismo” y a políticos burgueses e integracionistas como Cámpora, Solano Lima y otros, y de transformarse en furgón de cola de un movimiento hegemónicamente burgués, sacrificando el objetivo socialista por una efímera coyuntura electoral. La coyuntura electoral causó un fuerte cimbronazo entre los diferentes grupos revolucionarios y llevó a rupturas en Montoneros (Columna Sabino Navarro) y en el ERP (ERP 22 de Agosto), y a la adopción definitiva de la identidad peronista por parte de las FAR, como así también al estallido de las FAP. Fue una encrucijada histórica. La apertura electoral colocó a las organizaciones armadas en un debate que era difícil de abordar con el herramental teórico del que se habían dotado y no había otros ejemplos similares. Perdía nos transmite la sensación del momento: «era algo totalmente nuevo que una organización guerrillera participara de elecciones» (no o será en el futuro). Si, realmente era nuevo, participar en el caballo ganador y sin desarmarse. El PRT y Montoneros respondieron en forma opuesta a la coyuntura. El punto de mayor distanciamiento se dio entre el 25 de mayo de 1973, con la asunción de Cámpora, y el enfrentamiento con Perón. El PRT repudió la participación montonera en el gobierno y Montoneros condenó por contrarrevolucionarios los ataques al Comando de Sanidad durante la gestión del general Carcagno al frente de las FFAA y al cuartel de Azul , ambos bajo la presidencia de Perón. Sin embargo, Montoneros mató a José 2. Recordemos el método que usaba Montoneros para procesar la realidad: prácticateoría-práctica. Siguiendo este método de análisis la amplia movilización de masas del «Luche y Vuelve» los llevó a hacer del acierto político una teoría política. Más adelante ellos mismos llamaron a esta etapa de desarrollo de su ideología «pensamiento mágico». 3. Los editoriales de El Descamisado iban firmados pero no eran obra particular del firmante, sino parte de una discusión específica de la Conducción Nacional. 4. De Santis, Daniel, comp., El PRT-ERP y el peronismo, Ed. Nuestra América, 2004, pág. 87. DOS CAMINOS 199
Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, durante el mismo período (aunque no lo reivindicó oficialmente, era un secreto a voces), días después del aplastante triunfo electoral de Perón, quien era un hombre clave para el líder.5 Las declaraciones públicas de “la M” en referencia al ERP fueron muy duras (como ya vimos las declaraciones de Quieto en la conferencia de prensa de julio del 73) y estaban relacionadas con la idea que la organización sostuvo hasta principios de 1975 acerca de que la construcción se debía dar dentro de la identidad peronista. Igualmente debemos destacar que, a pesar de los artilugios discursivos a los que apelaban en su estrategia de ganar tiempo para disimular ante sus bases las medidas dirigidas por el gobierno contra los militantes revolucionarios y luchadores obreros, los montoneros se opusieron a las reformas al Código Penal que supuestamente estaba dirigido contra el ERP, a la Ley de Asociaciones Profesionales y más moderadamente también al pacto social. Pero no pudieron elaborar una estrategia defensiva fuerte, ya que ésta hubiera acelerado la confrontación con Perón, y la idea de “la M” era postergar el enfrentamiento. En el período de distanciamiento entre ambas organizaciones, el PRT continuó precisando sus diferencias con los revolucionarios peronistas, y por ello planteó dos tareas: la unidad de acción y el debate de posiciones. Las posiciones más duras se dieron en torno a la reunión del Comité Central ampliado de 1974. Allí el PRT se propuso un replanteo de su caracterización de Montoneros como organización revolucionaria: “Considerábamos a Montoneros una organización revolucionaria en base a su metodología de lucha, la armada. No hicimos un profundo análisis de clase y dejamos de lado lo principal, si tenían o no una teoría revolucionaria y un programa revolucionario”. A partir de esta definición, “el Comité Central caracteriza a Montoneros como una organización populista al servicio de las ilusiones nacionalistas burguesas”.6 Pero a partir de su distanciamiento definitivo del gobierno y de la muerte de Perón, sobre todo durante la gestión de Isabel, Montoneros y 5. La ejecución de Rucci, hombre clave para el sostenimiento del pacto social, enfureció a Perón más que los ataques del ERP. Esto fue así porque las acciones montoneras iban dirigidas contra los núcleos de su política y cuestionaban su conducción al interior del peronismo. 6. Ver El Combatiente Nº 134, 11 de septiembre de 1974.
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el PRT-ERP se acercaron nuevamente.7 “Hacemos tres o cuatro reuniones y establecemos una base de acuerdos, fue el momento de nuestra más distante relación con el peronismo, planteábamos el tema del agotamiento del peronismo. Llegamos a un acuerdo en la primera mitad del 76 ya producido el golpe. Ahí pasan dos cosas, primero es que empieza al interior de Montoneros a reformularse lo que estábamos haciendo, en el sentido que empezamos a visualizar varias cosas, como que el peronismo no estaba tan muerto; segundo, que nuestra confrontación con el sector sindical pasado el golpe dejaba de ser importante (...) En el 75-76 se plantea el tema de la fusión (con el PRT-ERP), fuimos avanzando hacia eso en el mismo sentido que planteábamos la crítica al peronismo y su agotamiento, pero en abril, mayo, junio comenzamos a revisar la posición respecto al peronismo (...) La línea divisoria pasó de confrontar con Isabel y el sindicalismo a confrontar con el Proceso, entonces cambió el marco de alianza. Hay un doble movimiento, esta vuelta al tema del peronismo implicó volver al distanciamiento con el tema del ERP”.8 Con la muerte de Santucho se agotó el proceso de fusión que se orientaba a crear la OLA (Organización para la Liberación de la Argentina) siguiendo el modelo de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), es decir, una federación de organizaciones. Interesante propuesta, ya que la OLP no fue un partido ni un frente sino una especie de estado palestino en el exilio en 7. El alejamiento entre Montoneros y el gobierno peronista se daba desde antes en los hechos, y la ofensiva en su contra era parte de una política más general destinada a domesticar al los grupos más combativos. En el ámbito sindical su expresión era el ataque desde las conducciones de los sindicatos, la justicia, las patronales y el gobierno contra los grupos clasista, combativos, peronistas o no, que tuvieran os pies fuera del plato propuesto. Esto produjo un acercamiento espontáneo entre la base militante de los diferentes grupos de izquierda peronistas o no. Por ejemplo en marzo de 1974 en Córdoba militantes del PRT, Montoneros y Poder obrero, motaban una guardia armada en la sede de SMATA Córdoba sitiado por unos cincuenta parapoliciales de las AAA. La causa del enfrentamiento era garantizar o impedir que el triunfo de René Salamanca (del PCR) se materializara. Salamanca había ganado la conducción del gremio a la cabeza de una lista que agrupaba a una amplia coalición de izquierda peronista y no peronista. Estos enfrentamientos se repitieron con diferente grado de intensidad en todos los gremios donde se cuestionaba la conducción de la burocracia tradicional. 8. Perdía, Roberto, entrevista con el autor, op. cit. DOS CAMINOS 201
el que convivían todas las fuerzas palestinas que lucharan por la liberación nacional contra Israel fueran marxistas (FPLP, FDLP, etc.) o no (como la mayoritaria Al Fatah, aunque incluía sectores marxistas en su interior). Este acuerdo también incluía a la organización Poder Obrero.9 Pero, a diferencia de lo que plantea Perdía para Montoneros, el PRT depositaba grandes expectativas en esta unidad: “Hace poco más de seis meses se retomaron las relaciones a nivel dirección entre nuestro partido y Montoneros y ha habido positivos avances en las discusiones realizadas. Se abrieron perspectivas amplias para el trabajo unitario e incluso para la formación de un solo Partido Marxista Leninista y un solo ejército guerrillero en nuestra patria”.10 Es de destacar que más allá de las “tres o cuatro reuniones” referidas por Perdía, la relación tenía un aspecto material como fue el apoyo de “la M” al PRT con refugios, imprentas y tecnología y una relación fluida en algunas regionales.11 Por otra parte la reasunción del peronismo por parte de Montoneros pareció orientarse más a un rescate de la identidad peronista que a integrarse al movimiento tradicional. Con posterioridad al golpe del 76, en un documento que circulaba entre los militantes de “la M” destinado a “los trabajadores y al pueblo” titulado “El peronismo ha quedado agotado”,12 se definían como peronistas montoneros en un sentido muy distinto y absolutamente diferenciado del PJ, la CGT y cualquier estructura histórica del movimiento. Pero donde se delineaba la tarea central (después de la creación de una estructura gremial combativa) de la construcción de “un ejército popular fuerte y único”, no mencionaban tareas de colaboración con el ERP. Además, no debe olvidarse que el intenso debate dentro de la organización Montoneros se fue saldando en diferentes etapas con una cada vez mayor asunción del marxismo leninismo, lo que se reflejó en lo organiza9. Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). 10. Ver El Combatiente Nª 105, febrero de 1976. 11. Ya referimos en el apartado sobre política militar de las organizaciones, que Montoneros pensó la apertura de su frente rural en Tucumán no como una guerrilla rural plena sino como una fuerza de monte muy articulada con las condiciones de semirruralidad de la producción cañera de la zona. 12. Documento del archivo de Mariano Pacheco. En el apartado donde se explica el agotamiento, replantean esa definición en un sentido más matizado: «El peronismo ha quedado huérfano».
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tivo en la construcción del partido y del ejército. Esto los acercó formalmente al PRT-ERP, que venía desde su origen con una estructura similar. Pero no debemos sobredimensionar las cercanías formales entre ambas organizaciones: la “izquierdización” montonera se dio siempre en el marco de una concepción heterodoxa del marxismo, mientras que en el PRT las categorías clásicas se mantuvieron invariables. Esto no debería haber implicado, necesariamente, un distanciamiento en la construcción de un frente guerrillero unido que peleara contra la dictadura si la caracterización de la etapa y las tareas a impulsar hubiesen sido coincidentes. Pero a mediados de 1976 en la dirección montonera veían un nuevo marco de alianzas hacia el espectro político tradicional como prioritario y, ciertamente, la capacidad operativa del ERP estaba duramente golpeada. Debemos aclarar que el intento de acercamiento montonero hacia sectores políticos y sindicales otrora enemigos no le valió en ningún momento que se los aceptara como interlocutores más allá de ciertos sectores periféricos. Si la dictadura implicó un repliegue de las masas, para la dirigencia política fue directamente una fuga. En el plano sindical “la M” mantuvo los intentos de estructurar una corriente “basada en aquellos compañeros que constituían las mesas y coordinadoras sindicales” que en el 75 enfrentaban a las conducciones (mantuvieron el intento de formar la CGT de la resistencia”). Era complicado que la burocracia sindical y política del peronismo aceptara acuerdos cuando Montoneros se proponía disputarles la identidad y la base social. Como ya dijimos, la apertura democrática encontró a los guerrilleros en general como excluidos y proscritos, con el firme repudio de la amplia mayoría de los dirigentes peronistas. Esto se relaciona con la derrota: los partidos burgueses sólo admiten discutir con los revolucionarios cuando la fuerza de estos últimos es imposible de ignorar. Para junio de 1976 (poco antes de la muerte de Santucho), la relación entre el PRT-ERP y Montoneros mostraba ya un serio deterioro. En El Combatiente, el PRT señalaba que los guerrilleros peronistas “están largando todo tipo de calumnias sobre nuestro partido, que giran en torno a las siguientes expresiones: que está semiliquidado, que está reducido a un puñado de dirigentes sin cuadros medios y sin bases, que no tenemos inserción en la clase obrera”. Esto está en consonancia con las precisiones que brinda Perdía, quien plantea que la reunión con Santucho que no se llegó a realizar era para formalizar el distanciamiento. DOS CAMINOS 203
Montoneros comenzó a evaluar la necesidad de revalorizar al peronismo y buscar un marco de alianzas dentro de los sectores antes considerados burocráticos, disminuyendo el énfasis en las cuestiones mas radicalizadas de su propuesta (las que lo acercaban el PRT), por ejemplo en el ámbito sindical proponía la CGT de la resistencia que aglutinara lo mejor del activismo con burócratas dispuestos a luchar. Pero Santucho, que consideraba esa misma propuesta equivocada por no ser suficientemente clara, ya el PRT y el resto de la izquierda se habían opuesto a alternativizar a la CGT durante el 75) priorizaba el camino de la unidad aceptando propuestas montoneras clásicamente peronistas. Su muerte y la disminución de la voluntad montonera de acuerdos cerraron la discusión.13 Otra expresión montonera respecto de las relaciones con el ERP puede verse en los “papeles de Walsh”, en los que justamente se marca como un grave error las políticas de la conducción de acercarse a la “ultraizquierda” por considerarla inexistente e insignificante. En estos papeles, escritos a lo largo del 76 y principios del 77, se mencionaba específicamente al ERP. Se planteaba, además, una propuesta de repliegue estratégico, pasar de la guerra a la resistencia, y de posiciones más expuestas a otras menos expuestas, redefinir el marco de alianzas y reasumir la identidad peronista peleando la conciencia de las masas de abajo hacia arriba, y reeditar la Resistencia del 55 pero con una dirección estratégica y simbólica en Montoneros. El marco político que requería una propuesta de ese tipo no era, justamente, el que podía proporcionar una alianza con la izquierda revolucionaria, ya que lo simbólico y lo masivo aparecían, en una lucha de resistencia, como mucho más importantes que la precisión teórica. Hasta que punto fueron tomadas las propuestas de Walsh. Perdía y los supervivientes de la Conducción testimonian que discutieron sobre le tema y tomaron muchos de sus aspecto. En realidad hay elementos que permiten pensar que fue así: un freno a la unidad con los grupos armados de izquierda, un retome del discurso y la simbología peronistas y el impulso de acciones violentas de baja intensidad. Pero la principal propuesta de Walsh, frenar la construcción del ejército montonero y pasar de estruc13. Según ex miembros de la OCPO la última reunión se realizó en Rosario poco después de la muerte de Santucho y los montoneros mostraron poca disposición a seguir en el camino de la unidad.
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turas centralizadas a descentralizadas, no. Ahora bien no podemos hipoteitzar con suficiente fuerza que hubiera sucedido con cientos de grupos montoneros dispersos haciendo política a lo largo de la geografía nacional, que tuvieran como único lazo orgánico lineamientos doctrinarios para la etapa y prensa cada tanto. Evidentemente la conducción evaluó como muy riesgosos los desafíos que esta política implicaba.
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16. A MODO DE CIERRE
El golpe del 24 de marzo de 1976 se presentó como el corolario de un proceso de descomposición política y económica; una etapa del capitalismo estaba entrando en su crisis final. El modelo peronista de de Estado de bienestar, el mas exitoso modelo e desarrollo capitalista con integración social del tercer mundo, había chocado con barreras infranqueables: una interna, expresada por la unidad de un bloque reaccionario tras la idea de deprimir la participación de los trabajadores en el ingreso nacional y su consecuente influencia política, y transformar al Estado en un gerente unívoco del capital; y otra externa, el comienzo de la transición hacia el neoliberalismo y la crisis global del 73. Con ese contexto los ciclos de luchas que habían puesto en jaque la hegemonía de las clases dominantes y hecho naufragar diversos planes de reorientación económico social, debía tener un corte definitivo.1 Los ciclos de luchas que hasta el momento habían logrado frenar el ajuste de la economía requerían un corte definitivo, para el cual el gobierno de Isabel no estaba suficientemente preparado, y así lo entendieron las principales corporaciones económicas y las fuerzas armadas. El peronismo, con sus compromisos y su vulnerabilidad ante las presiones sindicales, no podía encarar la salida que ya las clases dominantes habían consensuado. Por otra parte, el mundo en los 70 estaba sufriendo un cambio que los protagonistas no pudieron ver en su real dimensión. Con el cierre del ciclo expansivo de posguerra y el advenimiento del neoliberalismo comenzó a delinearse un nuevo escenario que se afianzó en los 80 a partir de la derrota de los trabajadores, no sólo en el Tercer Mundo sino también en los países centrales, cuyo corolario fue
1. El modelo peronista imponía un límite a la acumulación de capital. Las leyes sociales, regulaciones económicas, niveles importantes de autonomía obrera en la planta se combinaban con importantes sectores de la economía y de servicios públicos y sociales en manos del Estado (o sea fuera del mercado)
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la caída vertiginosa del bloque socialista del Este europeo (aunque en este punto las causas internas del desarrollo del propio modelo de socialismo burocrático fueron, sin duda, determinantes para su fracaso). Cuando los revolucionarios imaginaron lo que vendría después del golpe, lo hicieron pensando en una profundización de lo que ya conocían y contra lo que habían combatido con relativo éxito. Pero así como el neoliberalismo implicó un cambio de naturaleza en los patrones de acumulación del capitalismo, en su ideología y en sus formas políticas (el cambio del Estado de bienestar con su cultura, su democracia, etc., al Estado neoliberal con concepciones y prácticas distintivos en lo institucional, social, cultural, etc.), el tipo de represión aplicada fue de naturaleza superior, llegó a todos los poros de la sociedad y se articuló con el inicio de un proceso de desindustrialización que llega hasta nuestros días. La industrialización en la era del imperialismo y en un país del tercer mundo solo era posible a través de una fuerte decisión desde el Estado. Requiere un disciplinamiento de las fuerzas económicas, ya que estas, formadas en relación subsidiaria al mercado mundial, son incapaces por si mismas de un desarrollo capitalista típico. Crear patrones de acumulación nuevos, que generen una nueva estructura económica social, requiere también una fuerte decisión política de enfrentar a las fuerzas del mercado que no son otra cosa que las mismas clases dominantes formadas en el patrón de acumulación anterior y sus socios externos, en general las potencias capitalistas y sus grandes empresas. El problema esta en que en que el progreso económico y social implicaría el inicio de una dinámica de ruptura; estos fueron los límites del peronismo clásico, imposibles de superar en los marcos del sistema. El disciplinamiento social y el plan neoliberal que ya habían empezado a ensayarse con las Tres A y con Celestino Rodrigo, fueron impulsados con toda la fuerza por los militares y por Martínez de Hoz. La clase política, el empresariado en pleno y la «opinión pública»2 acordaban en la necesi2. Opinión pública es un concepto que debemos cuestionar, ya que se relaciona con la generación de opinión desde las principales usinas informativas que, en general, pertenecen a los mismos grupos capitalistas a los que los trabajadores enfrentan. Igualmente es un concepto útil ya que nos permite comprender uno de los mecanismos de legitimación del sistema dominante: es la forma de generar consensos coyunturales para sostener políticas antipopulares. En los 70 el proceso de concentración mediática todavía DOS CAMINOS 207
dad del golpe; los trabajadores se replegaban, hubo poca resistencia social, más allá que en poco tiempo los efectos negativos de la política neoliberal se sintieron sobre muchos de los que inicialmente la apoyaron. En vísperas del golpe, en medio del conflicto de Villa Constitución, una delegación de Montoneros y Poder Obrero (OCPO) intentó entrevistarse con el gerente de ACINDAR (principal empresa de la zona) para ejercer la presión que las organizaciones guerrilleras realizaban sobre los empresarios cuando los conflictos se ponían difíciles y que en casi todos los casos tenía algún resultado. Esta vez fueron rechazados por la empresa;3 el gerente de este grupo era José Alfredo Martínez de Hoz, cabeza económica del futuro gobierno militar, la oligarquía ya había tirado sus cartas. Luego del golpe, el camino que se vieron obligadas a transitar las organizaciones revolucionarias -y que se prefiguraba desde antes-, tuvo un destino similar tanto para Montoneros como para el PRT-ERP. Este último, confiando en que la radicalización de la lucha de clases y la represión indiscriminada llevaría a las masas a sumarse a su organización, tituló la edición de El Combatiente «Argentinos a las armas». Pero la oleada de luchas de masas abierta en 1969 había comenzado un reflujo prolongado y, acostumbradas desde su nacimiento a moverse en un clima de importante movilización social donde los reflujos sólo eran preludios de avances mayores, las organizaciones no acertaron en caracterizar la etapa que se abría.
estaba en pañales en comparación con los 90 donde ya podemos hablar de dictadura mediática. Pero es evidente que los medios de comunicación masiva eran ya en ese entonces herramientas de difusión y generación de opinión. Debemos tener en cuenta que el monopolio de la información por parte de grandes empresas periodísticas deja sin voz a las clases populares. En este sentido la concepción del Estado como dictadura más hegemonía presentada por Gramsci, nos ayuda a buscar una respuesta a la integralidad de la dominación y la multiplicidad de la coerción que la clase dominante ejerce. El Estado gramsciano (en el sentido que nosotros usamos en este trabajo) abarca no solo las herramientas estatales propiamente dichas, sino las instituciones de la sociedad civil que ayudan a la generación de la hegemonía (como los medios de comunicación) y, decimos nosotros, deben ser parte de la pelea de los revolucionarios. 3. Charla del autor con Alejandro Horowitz, ex miembro de OCPO, 12/04
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En este sentido, El Combatiente decía en su número del 19 de noviembre de 1975: «El proceso de guerra revolucionaria abierto en Argentina tiene su origen en la formidable ofensiva de las masas que reconoce comopunto de partida la heroica gesta del Cordobazo (...) El rasgo esencial de este proceso, consiste en que se dio en el marco de una permanente ofensiva de las masas, como parte integrante e importantísima de la misma. Debido a estas circunstancias nuestra guerra revolucionaria se desarrolló como una ofensiva permanente que entrelaza estrechamente la lucha armada y no armada de las masas, impidiendo a la burguesía tomar la iniciativa y obligándola a acudir a gobiernos que, pese a su carácter fuertemente represivos se hallan a la defensiva frente al embate de las fuerzas de la revolución. No hay por lo tanto en nuestra guerra una etapa defensiva sino que es una ofensiva permanente, dentro de la cual se dan distintas fases que no modifican el carácter del conjunto del proceso».4 Podemos ver dos explicaciones posibles para la afirmación anterior: primero, que el PRT-ERP estaba muy entusiasmado con las recientes luchas de la respuesta obrera al Rodrigazo; segundo, que polemizaban con las categorías montoneras que definían la etapa del golpe como de «defensiva estratégica ». Esta visión de la lucha revolucionaria como un desarrollo siempre ascendente hacia la victoria (para algunos en espiral, para otros en diente de sierra, pero en definitiva ascendente), es para nosotros una de las fallas que tuvo la teoría revolucionaria latinoamericana, hegemónica en la época. El guevarismo (tal como se concebía), no era una ideología que contemplara etapas de profundo repliegue, en general se consideraba que una vez abierto el proceso de guerra se llegaría a la victoria. Si se fracasaba era porque faltaba más de lo mismo: más armas, una mejor ubicación geográfica para el frente guerrillero, mejor formación de los compañeros en la línea, etc. Si bien las organizaciones revolucionarias argentinas no eran foquistas (ya que tenían un fuerte trabajo de masas), el voluntarismo y su fe casi religiosa en la capacidad de la vanguardia de cambiar las condiciones a través del accionar centralmente militar les dificultó la posibilidad de ver el proceso desde una perspectiva de tiempo de largo plazo.
4. El Combatiente, Nº 192 DOS CAMINOS 209
Planteamos en nuestro estudio que tanto Montoneros como el PRT-ERP sufrieron un proceso de militarización de su práctica política que los llevó, en un momento de reflujo de la lucha de masas, hacia el aislamiento y la posterior destrucción en el enfrentamiento contra el aparato militar burgués. Ésta es la tesis clásica: militarismo, aislamiento, destrucción. Pero esta tesis, que parece correcta desde una perspectiva a tres décadas de distancia, adolece del defecto de ser solamente descriptiva de lo que pasó, pero no explica sus causas, y promueve la condena de los revolucionarios setentistas desde la constatación de su fracaso. De esta descripción se valen los que en el presente pretenden desalentar las luchas y justificar el estado de cosas. Sin embargo, hacia el 75 tanto el PRT-ERP como Montoneros se definían como organizaciones cuyo objetivo era representar (exclusivamente en un caso, o principalmente en otro) a los intereses de la clase obrera. Ambas organizaciones consideraban, también, que la clase obrera estaba representada por una vanguardia combativa y clasista, expresada por los trabajadores cordobeses, los de la ribera del Paraná y algunas fábricas del Gran Buenos Aires y La Plata. En 1975 esta fracción de la clase trabajadora estaba aún en plena efervescencia y daba batallas muy importantes, como las ya mencionadas contra el plan de Celestino Rodrigo, frenado mediante un paro nacional con movilización impuesto a las direcciones sindicales por coordinadoras de base en las cuales los guerrilleros tenían una importante presencia y esa fracción de la clase obrera fue víctima privilegiada de la represión. Comisiones internas completas fueron desaparecidas y muchas fábricas militarizadas. La decisión de llevar adelante una estrategia represiva común por parte de la dirigencia política tradicional y las fuerzas represivas puede rastrearse en la declaración de Ricardo Balbín líder de la UCR cuando hablaba de la «guerrilla fabril» en Villa Constitución como del oficialismo. Más allá de que otras importantes luchas terminaron en derrotas –a las que ya nos referimos citando el interesante análisis de Juan Carlos Torre–, no debemos dejar de tener en cuenta que hacia fines de 1975 y principios de 1976 el repliegue de la fracción de vanguardia de la clase obrera no era evidente. Entonces ¿en dónde estaba el reflujo? Desde una perspectiva mas amplia, el repliegue popular era notorio a nivel territorial, el conjunto de las masas populares habían disminuido su actividad desde 1974 y esto se notaba en la menor convocatoria y recepción que los revoluciona210 GUILLERMO CAVIASCA
rios tenían en los barrios, en esto contribuyó sin dudas la clara identificación por parte del peronismo oficial y el propio Perón como «ajenas al movimiento » a las organizaciones armadas. La categoría vanguardia puede dar lugar a equívoco. Consideramos que en todo proceso revolucionario existe una parte de la sociedad -una clase o fracción de clase- que lleva sobre sus hombros el conflicto social con un alto nivel de combatividad y masividad. Esta parte del pueblo es la punta de lanza de conflictos que abarquen al conjunto de las clases populares (es la vanguardia social). Por otra parte, se desarrolla, como forma político organizativa diferente, una (o varias) organizaciones que dan la pelea por la constitución de una nuevo poder político; esta es la vanguardia política. La articulación e identificación entre masas populares, vanguardia social y vanguardia política es clave para el éxito del proceso de transformación. Pero, a partir de 1974 comenzaban a verificarse diferentes rupturas. En primera instancia, el reflujo implicaba el aislamiento de la vanguardia obrera y que sus luchas, aún con un enorme nivel de combatividad y organización, tuvieron grandes dificultades en materializarse en victorias y de acaudillar al resto del pueblo. En segundo lugar, el aislamiento de las organizaciones armadas sólo sería definitivo si el reflujo se manifestaba también en los sectores más avanzados de la clase y por un tiempo prolongado (como sucedió). Pero esto no era evidente a principios del 76 y las organizaciones revolucionarias no acertaron en detectarlo ni en articular una política que articulara mejor la resistencia de la vanguardia obrera con la de la vanguardia política. Así, los aparatos de las organizaciones armadas quedaron expuestos a un enfrentamiento directo con el aparato burgués y sin retaguardia donde guarnecerse, sufriendo una sangría más o menos rápida. Los montoneros, mucho más numerosos y con más recursos económicos, combatieron hasta el año 1980 (fracaso de la «segunda contraofensiva estratégica»), sufriendo alrededor de 8.000 muertos y desaparecidos; el PRT sufrió una serie de golpes fuertísimos que comenzaron durante el gobierno de Isabel, desde diciembre de 1975 (derrota en Monte Chingolo) hasta julio del 76 (muerte de Santucho y varios miembros de su conducción), y prácticamente se desarticuló a partir de entonces.5 5. Nombramos estos dos hechos paradigmáticos por su importancia. Pero el PRT-ERP fue DOS CAMINOS 211
En otro orden, las diferencias y similitudes entre el PRT-ERP y Montoneros pueden agruparse en torno a una serie de alternativas cuyos polos expresan, en términos generales, las posiciones de ambas organizaciones: – socialismo vs. liberación nacional; – organización partido-ejército vs. organización político-militar y movimientismo; – revolución socialista vs. proceso de liberación nacional tendiente al socialismo; – identidad internacionalista vs. identidad nacional; – revolución permanente vs. programa de transición; – combate al peronismo vs. evolución del peronismo; – frente obrero y popular vs. frente de liberación nacional. A estos puntos podemos agregar algunas reflexiones que hacen a la política de las organizaciones y que, más allá de que no se hayan formulado de esta manera en la época, son centrales para el debate actual: la toma del poder vs. la construcción de poder popular; el tema del consenso y su relación con el poder, y el entrismo como forma de relacionar políticamente a la organización que pretende ser vanguardia con las masas cuando éstas tienen una identidad política previa. Claro que no hay una caracterización “pura” para las organizaciones ya que en la época no se debatía en estos términos, salvo en el tema del entrismo, pero aquí nos sirve para trazar un análisis desde el presente. En sus definiciones de largo plazo el PRT y Montoneros, en general, coincidían. Ambas consideraban el “socialismo” como la propiedad de los medios de producción en manos de los trabajadores; que el ejército burgués debía ser destruido y reemplazado por milicias y un ejército popular; que se debía cambiar el sistema de partidos; que la conducción del proceso revolucionario debía estar en manos de la clase trabajadora y su vanguardia la organización revolucionaria política y militar; y que en primera instancia la revolución se debía concretar en el marco nacional, luego en América Latina y finalmente en el resto del mundo. Pero estas coincidencias de largo plazo no fueron determinantes en la consideración del duramente golpeado en sus aparatos urbanos y en el monte casi sin tregua en la etapa final del gobierno isabelista.
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camino para llegar a esos objetivos. Si tenemos en cuenta que el largo plazo es, en general, de décadas, todo el período en que les tocó actuar fue marcado por una diferencia de políticas a desarrollar para hacer frente a la coyuntura. Hablamos de una diferencia de políticas, porque la interpretación de la situación era en general muy parecida o, en su defecto, cuando había diferencias éstas se diluyeron con el paso del tiempo (interpretación de Perón y su rol, o posibilidades de la burguesía nacional, por ejemplo). Aunque el PRT fue mucho mas intransigente en sus definiciones teóricas que Montoneros. Muchos cuadros y algunos militantes de la «M» si estudiaban marxismo (y otras corrientes) y adoptaron muchas de sus concepciones; pero no entrarían dentro de lo que se define canónicamente como una organización marxista leninista. Una de la claves para interpretar el problema de las contradicciones entre ambas organizaciones está en ubicar desde qué lugar se daba el debate. Es muy importante considerar que el mayor distanciamiento entre el PRT y «la M» se dio en el período que va desde el 11 de marzo de 1973 a la ruptura con Perón, cuando las expresiones públicas de Montoneros y FAR eran de disciplinamiento a la conducción y doctrina peronista. Pero hemos visto que Montoneros (y las FAR hasta su fusión definitiva) variaron rápidamente del entusiasmo al desencanto en pocos meses, y que ya hacia fines de 1973 su caracterización del movimiento del que eran parte era abiertamente negativa y las perspectivas sombrías. En este sentido, un problema puede rastrearse en las críticas y polémicas que el PRT establecía con las posiciones públicas de Montoneros. Por ejemplo, en un muy interesante documento aparecido en El Combatiente Nº 81, el PRT polemizaba con las definiciones vertidas por Firmenich y Quieto en una conferencia de prensa inmediatamente anterior. En esa conferencia de prensa, los dirigentes se habían posicionado con un firme respaldo a Perón y sin criticar ninguna de sus maniobras, definiendo el rol de la guerrilla sólo como de «señalamiento y desgaste», asimismo obviaban las experiencias de lucha de los trabajadores que no reconocieran una fuerte identificación con el peronismo (Cordobazo, clasismo, etc.). Intentaban mostrar que entre «patria peronista» y «patria socialista» no existían diferencias; llamaban sin otras salvedades a las fuerzas armadas a sumarse al proceso de liberación nacional; sostenían «la alianza de clases manteniéndola en los términos en que fue constituida por el general DOS CAMINOS 213
Perón». Y, finalmente, afirmaban, por boca del propio Quieto, que quienes no se incorporaran al peronismo para luchar por la revolución serían directamente reaccionarios: «Por eso les decimos que para ser revolucionarios en nuestro país es necesario asumir la experiencia histórica de nuestro pueblo, que es el peronismo; por lo tanto aquellos que lo enfrenten o ignoren quedan al margen de la historia real y no pueden autodenominarse revolucionarios. Cuando el ERP o cualquier otro sector llama a la unidad revolucionaria debe tener en cuenta que la única unidad posible es en torno al movimiento peronista como movimiento de liberación nacional y cuyo jefe y conductor es el general Perón».6 Más muestras públicas de disciplina partidaria imposible, sobre todo teniendo en cuenta que estas opiniones fueron vertidas después de Ezeiza. En El Combatiente se desmenuzaba, inteligentemente, esta conferencia y se contestaba cada uno de sus puntos, los cuales desde una perspectiva más amplia que la del peronismo eran fácilmente criticables. Desde la revista Militancia, el Peronismo de Base y otras tendencias peronistas revolucionarias menores también criticaron la posición de «la M»; los argumentos de toda la izquierda revolucionaria no montonera eran simples de entender y se basaban en una cuestión central: los trabajadores debían tener una organización propia que no se subordinara a otras expresiones políticas que no fueran las propias (evidentemente había matices respecto del rol de Perón entre el Peronismo de Base y el PRT-ERP). Montoneros no pensaba lo que expresaban en público, al menos así lo recuerda Perdía hoy y lo demuestran sus propios documentos internos. La organización se distanció fuertemente de Perón desde mediados de 1973 considerando inevitable la ruptura y en setiembre del mismo año había dado muerte a Rucci. Pero, el tema que generaba (y genera) confusión en los debates estaba en un problema que la izquierda peronista arrastraba desde sus orígenes: la contradicción entre un proyecto revolucionario socialista y la conducción de Perón, fuente de su legitimidad. En términos teóricos, esta contradicción aparece en la respuesta del fundador de las FAR Carlos Olmedo al ERP en 1971. En ese debate y con una argumentación de gran erudición, Olmedo (siguiendo a Lenin) afirmaba que la ideología viene desde afuera hacia la clase trabajadora, que reproduce natu-
6. Ver De Santis, El PRT ERP... op. cit. Pág.129.
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ralmente la ideología de la clase dominante; pero contradictoriamente a esta argumentación también planteaba la asunción de la identidad peronista para trabajar desde allí. El hilo por el que caminaban los revolucionarios peronistas era muy delgado, y el no caerse dependía de condiciones políticas muy precisas: que la significación de «liberación», «peronismo» y «clase trabajadora» continuaran siendo las mismas, como lo habían sido durante la Resistencia ya que, para los «gorilas», proimperialistas y en general propietarios (dueños del poder durante el período anterior), peronismo y comunismo eran monstruos similares. Pero, en realidad, peronismo y comunismo no eran lo mismo y Perón no pretendía, y lo decía explícitamente, representar los intereses exclusivos de la clase obrera sino los de «todos los argentinos», fortaleciendo el desarrollo capitalista del país y el rol de la burguesía local. El problema que Montoneros intentaba resolver, y que se evidencia en la contradicción entre sus posiciones ante la opinión pública y su pensamiento, se originaba en que consideraban a Perón como «factor de unidad nacional» y líder del pueblo, y pretendían, sin enfrentarlo, ser la conducción revolucionaria estratégica del movimiento fundado por el propio Perón en vida de Perón. Esta contradicción en el planteo de los revolucionarios puede expresarse así: elaboración teórica y construcción externa de la vanguardia vs. La experiencia propia de la clase obrera en la lucha de clases de la formación social en cuestión. El tema de la «experiencia» se relaciona con la identidad, ya que la identidad política de una clase se constituye en la lucha colectiva. Si bien hemos intentado explicar que la «identidad» no expresaba una ideología acabada, y que las «estructuras de significación» con las que la clase interpretaba su adscripción al peronismo abrían un abanico de posibilidades mucho más amplias que las definidas por «la comunidad organizada », la conducción de Perón imponía claros límites en cada momento: en los 40 disciplinó a los sindicatos; en el 55 abandonó el poder antes que enfrentar a la burguesía; siempre sostuvo a la burocracia peronista aun en sus peores crisis de legitimidad, y en los 70 impuso nuevamente ese equilibrio para garantizar su conducción y su proyecto. En otras palabras, para disputarles legítimamente la conducción del peronismo a sus sectores tradicionales, Montoneros debía asumir, además de la identidad, un discurso público que fuera más allá de la identidad como algo abstracto y que, por lo tanto, implicaba reproducir hacia la sociedad planteamientos ideológicos concretos. Pero con el peronismo en DOS CAMINOS 215
el gobierno y con Perón en Argentina, la ambigüedad que le permitía a «la M» sostener su discurso ya no existía: «patria peronista» no era «patria socialista»; la comunidad organizada no era un programa de transición al socialismo; las formaciones especiales no eran el embrión ni de milicias ni de un ejército popular. Es en ese momento cuando la contradicción estalla: por un lado el PRTERP y los sectores más radicalizados de la clase obrera los aguijoneaban con críticas y acciones (más o menos correctas) que hacían zozobrar muchos de sus planteos tácticos; por otro, desde las estructuras tradicionales del peronismo y desde el propio Perón se les exigía disciplina ideológica y política, y además, la derecha los atacaba violentamente. «La M» pretendía pilotear esta contradicción intentando dar muestras de disciplina pero sin bajar sus banderas. «Estamos obligados a luchar contra la burocracia, lo que vamos a hacer de la forma más disimulada posible»,7 señalaban y así en todos los planos. En última instancia los montoneros pretendían ganar tiempo hasta que muriera Perón. Claramente lo planteaban así en la «Charla a los frentes », en la que señalaban que el proceso revolucionario sería de 30 ó 40 años mientras que Perón no iba a vivir mas de 4 ó 5 (en realidad, sólo vivió unos meses). Además según Perdía disponían de informes sobre la próxima muerte de Perón, ya que el médico Jorge Taiana (a cargo de la salud del General entre otros) les pasaba información al respecto. Luego, en el Manual de instrucción para Oficiales y Soldados del Ejército Montonero, se hicieron una nueva autocrítica, pero con Perón muerto ya no buscaban el fondo de la contradicción «ideología socialista externa vs. experiencia de la clase».8 Ahora bien, no podemos dejar de ver tres puntos. Uno, que Perón era el conductor de un proceso cuyo grado de legitimidad estaba asentado en un arco social mucho mayor que la clase obrera solamente, lo que se relacionaba directamente con su política económica de base que era el pacto social. Segundo, que el proceso de recuperación de la democracia formal
7. “Charla...”, op. cit., pág. 310. 8. Algunos elementos teóricos para una resolución de esta contradicción pueden considerarse a partir de los términos planteados por Gramsci en las Notas sobre Maquiavelo, cuando habla de la articulación entre una vanguardia jacobina y la conciencia “nacional popular” de las masas.
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que culminó el once de marzo con el triunfo de Campora, había estado caracterizado por una amplia movilización de masas; al igual que el posterior proceso que buscó cerrarse con la destitución de Campora y la elección para la presidencia de la fórmula Perón-Isabel (aunque en este proceso hubo varios vicios de origen, pero la contundencia del resultado dejo a estos vicios para el análisis de las generaciones posteriores). Tercero, que el proyecto de Perón era capitalista, nacionalista e intentaba ser socialmente progresista, por lo tanto era difícil enfrentarlo desde posiciones socialistas mientras no se hiciera evidente su fracaso (y esto no sucedió hasta después de la muerte del general y allí vino el golpe). Aquí entra en juego otra de nuestras conclusiones en lo que hace específicamente a Montoneros. Visto desde el presente, las FAR, muchos sectores de la Tendencia y también «la M», parecieran haber practicado una especie de «entrismo», pero si esto fuera así, sería un «entrismo» sui generis, no asumido ni entendido así por los actores; un entrismo cuyo origen no estaba en el intento consciente de una organización que se sabe no peronista, de adoptar una identidad peronista para entonces influir en la clase obrera con el objetivo de que ésta asuma el socialismo (como lo hicieron sectores trotskistas conducidos por Nahuel Moreno desde el 54); sino en una creencia teórica de que el peronismo tendería naturalmente hacia una concepción y organización socialista, y que por lo tanto se debía construir en su interior, legítimamente, una vanguardia. El error original de toda la tendencia revolucionario del peronismo partía del mismo John William Cooke: el peronismo no había sido «el hecho maldito del país burgués» sino del país oligárquico. Queremos señalar con esto que las estructuras burguesas pre-peronistas, elitistas, oligárquicas, vinculadas a un modelo asentado preferentemente en el campo y el mercado externo, era todo un sistema tradicional imperante desde la segunda mitad del siglo XIX y que le peronismo vino a cuestionar y con el la hegemonía de un bloque de clases y sus formas culturales y políticas. Pero Perón y su movimiento no cuestionaban al capitalismo en su conjunto, por el contrario ofrecían un modelo capitalista con mayores posibilidades de contención social e inserción en el mundo. Su fracaso, principalmente por la resistencia de una fracción de las clases dominantes a aceptarlo llevo a muchos militantes a pensar vías de desarrollo nacional con implicancias de transformaciones mas profundas. Es por esto que los DOS CAMINOS 217
montoneros podían sostener en la “Charla a los frentes”: “Somos el hijo legítimo del movimiento, somos la consecuencia de la política de Perón. En todo caso podríamos ser el hijo ilegítimo de Perón, el hijo que no quiso tener, pero el hijo al fin”.9 Esta concepción montonera era clara y coherente en el marco de la política de transformación del movimiento peronista en un “MLN completo”. No debemos ignorar, al valorar la opción por el peronismo de numerosos militantes revolucionarios, el hecho de que la case trabajadora peronista llevó adelante importantes luchas y que los discursos y mensajes de Perón no siempre fueron como los vertidos en el período que va desde junio de 1973 a junio de 1974. Por el contrario, el PRT mostraba una profunda diferencia y su definición era tajante: el peronismo era bonapartismo y colaborar con él era resignar la autonomía de la clase obrera y junto con ella, resignar la revolución misma. El PRT-ERP combatió la interpretación del peronismo expresada por la izquierda del movimiento con definiciones que sostuvo consecuentemente aun en momentos tan difíciles para sus concepciones como durante la coyuntura de marzo del 73. Estas definiciones le permitieron afirmarse en la seguridad del fracaso de la experiencia del peronismo. En realidad el PRT no sólo consideraba la inviabilidad del peronismo como proyecto transformador, sino que no le adjudicaba potencialidad transformadora a ninguna de sus vertientes, en tanto siguieran siendo peronistas. Parados desde esta convicción, podían constatar a medida que pasaban los meses el cumplimiento de sus previsiones y mostrarles a los revolucionarios peronistas su completo error; pero para estos últimos los aportes debían realizarse desde el interior del proceso para evitar su fracaso, ya que lo consideraban un proceso popular y los trabajadores continuaban mayoritariamente adscriptos a la identidad peronista. Por eso las certezas del PRT (y la progresiva verificación de sus hipótesis) no podía desarmar definitivamente los argumentos montoneros, para quienes el período marzo-junio del 73 había sido de lucha y avance y no un desviacionismo conciliador. Por eso «la M» luchaba por mantenerse adentro del movimiento peronista, aunque sus acciones, cada vez más, indicaran otra cosa. Mientras que, presionando desde la izquierda, el PRT actuaba con la intención de
9. Ver “Charla...”, op. cit., pág. 312.
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agudizar las contradicciones entre las clases y en el seno del peronismo entre las fuerzas que se definían como expresiones de clases distintas o proyectos diferentes. De esta forma quedan claras las alternativas planteadas por las dos organizaciones. La necesidad de dar combate al peronismo o la necesidad de buscar una evolución del peronismo se sostenía desde una crítica sistemática por parte del PRT tanto al peronismo como movimiento garante de los intereses de la burguesía como a los sectores revolucionarios como desviacionistas de la lucha o “populistas”. O sea que el PRT ponía énfasis en el objetivo y en el trabajo con los sectores más avanzados de la clase obrera, mientras que los montoneros ponían énfasis en el camino a recorrer intentando guiar desde adentro a la masa trabajadora, identificándose con su experiencia y su identidad (aunque en el período 75-76 se acercan a posiciones clasistas). La identidad peronista, entendida como adscripción a la identidad mayoritaria y como aceptación de los niveles de conciencia existentes, implicaba la aceptación de la conducción de Perón. A pesar de ello, Montoneros mantenía su margen de autonomía: aceptaba que Perón era el líder de las masas trabajadoras y que éste era un hecho objetivo, pero eran autónomos del General en tanto éste no avanzara en la dirección de un programa que coincidiera con los postulados de la organización. Para el PRT, finalmente, la existencia del movimiento peronista en los 70 era una desgracia que sólo confundía a la clase obrera, pero no eran «gorilas»,10 ya que consideraban positiva la irrupción de las masas tanto en el 45 como en la época de la resistencia. Sobre este punto se articula la segunda contradicción planteada: identidad nacional vs. identidad internacionalista. Si bien el ERP (mucho más conocido a nivel masas que el PRT) tuvo una identidad mucho más nacional que el PRT, que era un partido claramente internacionalista y de identidad marxista. Aunque se debe tener en cuenta que, en las condiciones argentinas con la hegemonía del sentido común peronista, se solía tender (o fomentar) a una fácil asociación entre una identidad de izquierda y carencia de patriotismo.
10. “Gorila” de por sí es un calificativo ambiguo, que puede dar lugar a confusiones. Nosotros lo usamos con un sentido preciso: para ser “gorila” no basta un rechazo visceral al peronismo sino que es necesario también una cierto “asco” racista hacia la clase obrera argentina tal cual era en esa época. DOS CAMINOS 219
En general su identidad estaba asociada a símbolos internacionales: el mismo Che Guevara era un combatiente que las masas respetaban y simpatizaban, pero excedía la posibilidad de identificarlo como parte de su propia experiencia (salvo de la vanguardia, ya que todas las organizaciones armadas lo levantaban como ejemplo a seguir). Como deducimos de la respuesta a las FAR del 71, el marxismo leninismo era la identidad que unía a los revolucionarios del mundo tras una política que sólo tenía especificidades nacionales; si bien esta posición tan dura fue moderada por el PRT-ERP en su militancia real, lo cierto es que su identidad cosmopolita era muy fuerte. Por ello recurrían a la historia para buscar una línea conductora hacia raíces en los orígenes de la historia nacional. Como ya se señaló, abrevaron en hitos históricos creados por Mitre para la historia oficial y los reinterpretaron con categorías marxistas. Para el PRT la historia servía más como ejemplo que como raíz. Los montoneros, por el contrario, eran identitariamente nacionalistas en la línea del revisionismo histórico de izquierda y popular, y su identidad era clara desde el nombre y los símbolos que utilizaban: la estrella de ocho puntas, el FAL y la tacuara. En este punto «la M» acertó más que el PRT, si su objetivo era tomar símbolos lo más amplios posibles que ayudaran a vincularla con la memoria histórica del pueblo. La reacción de derecha y conservadora hizo grandes esfuerzos propagandísticos para demostrar que Montoneros era una organización tan «marxista y apátrida» como sus primos el ERP. El libro del coronel Breard,11 –intento de un intelectual de las fuerzas armadas de analizar científicamente a la guerrilla del ERP–, dedica varias páginas a demostrar que eran lo mismo, lo cual puede darnos la pista de que dicho trabajo esta pensado como una respuesta a ciertas dudas existentes dentro de las filas castrenses.12 Pero debemos aclarar que el tema de la identidad no es una cuestión de banderas (en última instancia el ERP también usaba símbolos nacionales), sino una cuestión mucho más profunda. Para Montoneros las masas eran en primera instan11. Breard, Eusebio, La guerrilla en Tucumán. Una historia no escrita, Buenos. Aires. Círculo Militar, 2001. 12. No sólo los militares reafirman especialmente el carácter apátrida de Montoneros en consonancia con el PRT, sino un político e intelectual de la derecha católica peronista como José Deheza. En su libro Quiénes derrocaron a Isabel Perón también se preocupa por afirmar que los montoneros eran tan marxistas, ateos y apátridas como el PRT. 220 GUILLERMO CAVIASCA
cia nacionalistas, intuitivamente, mientras que para el PRT el clasismo era la clave de su ideología y la clase era internacional por cuestiones estructurales. Por eso en muchos casos diluían definiciones ideológicas en función de cuestiones de identidad. En este sentido, para el PRT la toma del poder implicaba la construcción del socialismo y éste la abolición de la burguesía como clase. El clasismo del PRT se orientaba en la práctica a preparar a los obreros para administrar las fábricas sin los patrones en el corto plazo. Aquí la influencia de la teoría de la revolución permanente es clara: la toma del poder por los revolucionarios que encabezaban la clase obrera implicaba que en el mismo desarrollo de las tareas de liberación nacional se irían imponiendo las tareas socialistas, no como etapas separadas sino como una imposición estructural del proceso. Para los montoneros, en cambio, las tareas eran de liberación nacional, y debían ser llevadas adelante por un frente del que no alcanzaron a definir claramente si incluía o no a sectores de la burguesía (o, más precisamente, cuál era el límite del estrato burgués que aspiraban a que participara del frente), pero que respetaba la propiedad privada de los medios de producción, aunque no de los grandes. Por eso proponían un programa de transición de vigencia prolongada que implicaría una estatización gradual de la economía. Para el PRT, el avance hacia el socialismo era una cuestión de resolución simultánea o consecutiva de la lucha por la liberación nacional. En este tema eran tributarios de la teoría de la revolución permanente; no hay una etapa durante la cual se deban respetar los medios de producción en manos de la burguesía, y la transición al socialismo se lleva adelante con la misma toma del poder por la organización revolucionaria de la clase obrera. Así, el «clasismo» en las fábricas era para el PRT no sólo una política sino una estrategia que se encaminaba hacia el doble poder ya que esos mismos obreros debían hacerse cargo del funcionamiento de las plantas cuando fueran expropiadas por el Estado. Esta posición también era compartida por sectores del peronismo revolucionario que luego integraron el FAS junto al PRT. Cuenta Perdía una anécdota que grafica estas diferencias: «En el acto de Atlanta, no me acuerdo por qué tema (...), creo que en el [primer] aniversario del 11 de marzo hablaba Firmenich y una tribuna estaba ocupada por el PB, que gritaba consignas como ‘todo el poder a la clase obrera’ y cosas así. Por debajo de la tribuna iba caminado Osatinsky (...) Nosotros teníamos en ese momento la consigan del fifty DOS CAMINOS 221
fifty, del peronismo: 50 por ciento para la clase obrera y 50 por ciento para los empresarios, mientras que el PB pedía todo el poder a la clase obrera ya. Entonces Osatinsky se para debajo de la tribuna y les grita ‘fifty fifty o nada’», se ríe. Pero esto no sólo evidencia las diferencias del momento entre Montoneros y el PRT o el PB, sino también qué era lo que «la M» entendía como programa de transición y cómo pretendía articularlo con las consignas clásicas del peronismo. «Habrá que recorrer una etapa de transición desde una estructura capitalista liberal y dependiente hacia una estructura socialista independiente. Esta transición pasa por la alianza de clases, pasa entonces por respetarle a la burguesía la propiedad privada de sus medios de producción, pero como uno establece la transición no le respeta los términos del capitalismo liberal, sino que introduce un nuevo elemento con el cual hace una mezcla (...). Un Estado fuerte y centralizado que planifica la economía (...), reparto del producto bruto, etc.»13 El documento continúa delimitando no muy claramente las atribuciones de ese Estado popular, pero básicamente podemos ver que «la M» proponía en esta etapa la abolición de la democracia burguesa existente y la instauración de un gobierno fuerte y cercano a la idea de partido único, y la disminución al mínimo del mercado como articulador de la economía, además de la nacionalización con estatización de algunos monopolios (Recordemos que en los 70 había una fuerte presencia del Estado en la economía, tanto en servicios como en producción.) O sea, una revolución que sería primero política y luego económica. Cabe señalar que existe una paradoja en el mismo documento: si las tendencias socialistas harían inevitable el enfrentamiento con la burguesía, ¿por qué ésta iba a aceptar una alianza que finalmente la destruiría? Una respuesta con mayores precisiones la encontramos en el documento «El peronismo ha quedado agotado», posterior al golpe; allí planteaban sencillamente que los burgueses pequeños que quieran acompañar el camino hacia el socialismo lo podían hacer ya que la idea que tenían los montoneros no era expropiarlos sino estructurarlos dentro de una economía planificada. Mientras que los medianos capitalistas también recibían el ofrecimiento de colaborar con el frente de liberación en la transición, pero no se les darían garantías para sus propiedades. 13. Ver “Charla...” op. cit. Pág. 307.
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Como dijimos más arriba, una presencia estatal fuerte y con ingentes recursos humanos y naturales a su disposición podría impulsar el desarrollo de un «capitalismo de Estado popular» como proponían los Montoneros, pero esta estructura política no era el peronismo del 73. El tema está en la articulación discursiva que hace «la M» entre el programa de transición y el programa clásico del peronismo: una apropiación de las consignas sobre una «patria justa, libre y soberana» desde una perspectiva socialista. El peronismo de Perón era «lo que las veinte verdades dicen» (como repetía el General), ni más ni menos; el debate dado desde la vuelta de Perón hasta su muerte no fue producto de la vejez del líder ni de un mal asesoramiento sino su lúcida reafirmación del modelo contenido en la Comunidad organizada, frente a los que querían dar un paso más y transformarlo en un programa de transición al socialismo. El problema fue que su programa era menos viable que el de los otros, por izquierda o por derecha, y que su enérgica intervención en contra del avance de la izquierda política y social facilitó el escenario para el triunfo de la reacción de la derecha organizada tras consignas de «lealtad». Por otra parte, si bien Perón era un anticomunista convencido, también era genuinamente nacionalista y sus planteos de justicia social no eran demagogia fascista. Por eso Gelbard fue uno de los hombres más importantes para su proyecto, tanto en los cincuentas (al frente de la CGE) como en los setentas en el ministerio de economía. Como líder nacionalista del tercer mundo Perón sabia que la distribución de la riqueza era paralela a la industrialización independiente en el marco de un mercado interno en expansión; bases sin dudas para la estabilidad social, el desarrollo nacional y la independencia política objetivos claramente marcados en todos los escritos de Perón. La revolución socialista del PRT, en cambio, no admitía dudas ni reformulaciones. Era la toma del poder por la clase obrera a la cabeza de un frente que, a lo sumo, se extendía a profesionales y pequeños propietarios rurales y comerciantes barriales. Desde mucho antes tenía definida la inviabilidad de una burguesía nacional en nuestro país como una clase social independiente y antagónica con el imperialismo. La revolución era socialista y la transición, si se daba, era el tiempo necesario para eliminar a la burguesía como clase. Es por ello que puede caracterizarse al PRT como una organización «formada» desde sus orígenes. Esto no significa DOS CAMINOS 223
que la experiencia de lucha a partir del V Congreso no haya influido en sus concepciones y su forma de organización (por ejemplo el desarrollo de la idea de doble poder), sino que en lo fundamental sus ideas fueron las mismas al inicio de su existencia y al final. En cambio Montoneros fueron una organización «en formación»; es explícita su evolución organizativa y la de sus concepciones acerca de cómo se desarrollaría el proceso revolucionario en Argentina y, yendo al plano ideológico, también fueron evolucionando sus herramientas teóricas. La idea acerca del tipo de organización que debía presentarse ante las masas populares para emprender el camino revolucionario también marcaba una diferencia entre el PRT y los Montoneros. En el capítulo correspondiente y puede verse claramente que la concepción del partido marxista leninista de combate es estructurante de todos los desarrollos organizativos del PRT. Desde otra posición, Montoneros fueron cambiando su estructura de acuerdo a las circunstancias y desafíos que enfrentaron, pero siempre mantuvieron una concepción movimientista: fueran OPM o partido, concebían a las masas populares organizadas a través de formas movimientistas. Mientras que para el PRT existía el partido como conducción estratégica y las organizaciones propias de la clase obrera en el plano de la producción, para «la M» el movimiento expresaba un nivel intermedio de politización entre ambas instancias, un nivel «nacional». El golpe militar del 24 de marzo de 1976 con la posterior derrota de las organizaciones armadas frustró el desarrollo de éstas y su adaptación para una etapa de repliegue de masas. En este sentido Montoneros, habiendo sobrevivido más tiempo, tampoco pudo capear el temporal con éxito. Las diferencias entre ambas organizaciones, en síntesis, expresan las diferencias entre dos grandes vertientes del pensamiento y la acción revolucionaria en el mundo: el marxismo leninismo y el nacionalismo revolucionario. Si bien ambas pretenden el socialismo (el socialismo tal como se deduce de Marx) y ambas proponen la lucha armada, las formas, discursos, identidades, aliados y tiempos son distintos. Pero debemos decir que desde un punto de observación teórico sus diferencias no eran tan insalvables como para no encarar una lucha común contra el capitalismo realmente existente (hubo muchas organizaciones marxis224 GUILLERMO CAVIASCA
tas-leninistas en el seno de diferentes movimientos de liberación nacional, como también hubo movimientos de liberación nacional dirigidos por organizaciones marxistas-leninistas). Finalmente, la «apertura democrática» de fines de 1983 se asentó sobre una ausencia y una negación fundamental: la de las experiencias revolucionarias de los 70. Recién hoy la visión de los vencidos comienza a ser reconstruida desde el propio campo popular. Dice el historiador Adolfo Gilly: «El grupo o clase social cuyo interés coincide con la crítica radical de los poderes establecidos podrá aproximarse más, en su interpretación de la historia, a los criterios del conocimiento científico. Aquel cuyo interés sea la conservación de esos poderes y del orden que de ellos se desprende se orientará en cambio a hacer historia justificadora del estado de cosas presente y a convertirla en consecuencia, en un discurso de poder».14 Siguiendo este criterio, este trabajo pretendió exponer sólo algunas ideas iniciales sobre los puntos que aborda. Temas como la concepción que el PRT empezaba a desarrollar sobre el «doble poder»; la ideología y el método de análisis de las organizaciones guerrilleras; la posición de los revolucionarios frente a los militares profesionales; la relación marxismo-peronismo; la relación entre posición de clase y política revolucionaria; el tipo de organización política; la concepción de la democracia; la política pendular de Perón, etc., son temas que deberemos profundizar más adelante, en el curso de otra investigación. Cada uno de los puntos mencionados admiten diferentes ángulos desde donde se los puede encarar: desde la teoría –en un plano que podríamos calificar como de las ideas–, y desde el análisis crítico de fuentes. Pero determinando estas posibles ópticas, está el que consideramos el interés principal que debe tener toda investigación crítica: la utilidad que ésta tenga para propiciar herramientas a las luchas populares del presente. Por eso nos paramos desde nuestro presente para mirar el pasado, y no desde cualquier posición en el presente, sino desde el compromiso con la transformación radical de las estructuras sociales, políticas y económicas del capitalismo realmente existente. No hay neutralidad ni visión científica
14. Gilly, Adolfo, “La historia como crítica o como discurso de poder”, en AAVV, Historia ¿para qué?, México, Siglo XXI, 2000. DOS CAMINOS 225
posible por afuera de las contradicciones sociales. Durante la vigencia de un sistema, cuando la clase dominante ejerce el control de la sociedad en su conjunto, los neutrales o los «científicos» sólo esconden su compromiso estructural con la reproducción de las relaciones de poder establecidas.
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