Donde Hay Amor, Está Dios

October 14, 2017 | Author: Nacho T.M | Category: Mother Teresa, Love, Prayer, Eucharist, Christ (Title)
Share Embed Donate


Short Description

Download Donde Hay Amor, Está Dios...

Description

«Lo que tú haces, no lo puedo hacer yo; lo que yo hago, no lo puedes hacer tú, pero juntos estamos haciendo algo hermoso para Dios y ésa es la grandeza de Su amor por nosotros. Nos da la oportunidad de convertimos en santos a través de nuestras obras, porque la santidad no es el lujo de unos pocos. Es un simple deber para vosotros, en vuestra posición, en vuestro trabajo, y para los demás y para mí, cada uno en su tarea, en la vida, pues hemos dado nuestra palabra de honor a Dios. […] Debéis poner vuestro amor a Dios en acción viva, no sólo porque debáis, sino porque amáis hacerlo.»

Las sencillas pero profundas reflexiones de la «Santa» de Calcuta La relación de la Madre Teresa con Dios y su devoción hacia los más pobres se exploran aquí en profundidad y con sus propias palabras, ya que se recogen los escritos y las notas que la «Santa» utilizaba para las clases privadas que daba a sus hermanas y las reflexiones que compartía con ellas. Se publican ahora por primera vez y desvelan la fe incomparable de esta mujer extraordinaria y su sometimiento total a la voluntad de Dios. Este libro es, en cierto modo, una continuación de Ven, sé mi luz, en el que se relataban sus luchas internas y su noche oscura. Cuando sintió la llamada para aliviar el sufrimiento de los pobres, ella asumió las penalidades de éstos y le llegó hasta lo más hondo del corazón. Esto la llevó a sufrir una profunda angustia que sobrellevó con valentía heroica y férrea fidelidad. Este aspecto de su vida es tremendamente importante y este sobrecogedor testimonio aumenta la necesidad y el deseo de saber más acerca de su pensamiento. Ella nos puede enseñar mucho mientras nos enfrentamos a nuestras particulares luchas o sufrimientos diarios, que en ocasiones pueden ser de gran dureza. Donde hay amor, está Dios no es una antología de las enseñanzas de la Madre Teresa, pero sí es una muestra de sus creencias y del pensamiento que intentaba transmitir sobre cuestiones importantes que afectan a gentes del mundo entero. El título refleja lo que proclamó a lo largo de su vida: «Dios está vivo y está presente, y ama el mundo a través de ti y de mí». Madre Teresa sintió la llamada para ser misionera de la caridad, para transmitir el amor de Dios a cada persona, especialmente a los más necesitados. Sin embargo, no pensaba que la vocación fuera algo exclusivo de ella; cada persona está destinada a ser, de una forma o de otra, la transmisora del amor de Dios. A través de los consejos prácticos y siempre actuales que ofrece, la Madre Teresa nos pone en el camino de una unión más cercana a Dios y un amor mucho más profundo hacia nuestros hermanos. La Madre Teresa de Calcuta nació en Skopje, en la actual Macedonia, en 1910. En 1928 entró en la Orden de las Hermanas de Loreto, en Dublín, desde donde fue enviada a la India para iniciar su noviciado. Allí se dedicó a la enseñanza hasta el año 1948, en que abandonó la orden para fundar las Misioneras de la Caridad. Con la ayuda de las personas que formaron parte de su congregación, su esfuerzo para ayudar a los más pobres se extendió por el mundo entero. Recibió numerosos premios, entre los que se cuenta el Nobel de la Paz en 1979. Tras su muerte, en 1997, se abrió el proceso de canonización y fue beatificada en 2003. El Padre Brian Kolodiejchuk nació en Winnipeg, Canadá. Conoció a la madre Teresa en 1977 y trabajó con ella hasta su muerte, en 1997. Entró a formar parte de los Padres Misioneros de la Caridad en 1984, el mismo año en que la fundó la Madre Teresa. Brian es postulador de la Causa de Beatificación y Canonización de la Madre Teresa de Calcuta y director del Centro Madre Teresa, que tiene sedes en California, México, la India e Italia. Fue el editor del libro anterior de la Madre Teresa Ven, sé mi luz, también publicado en Planeta. ***

Lo más hermoso de la existencia Es amarnos los unos a los otros, Del mismo modo que Dios nos Ama a todos y cada uno de nosotros. Ésta es la razón de que estemos en este mundo. ***

SUMARIO Capítulo 1. Dios es amor Capitulo 2. Jesús Capítulo 3. Lo que me impide amar Capítulo 4. La fe en acción es amor Capítulo 5. Sed motivo de alegría los unos para los otros *** Capítulo 1 . Dios es amor En respuesta a la pregunta «¿Qué o quién es Dios?», la Madre Teresa dijo en una ocasión: «Dios es amor y te ama, v nosotros somos preciosos para Él. Nos ha llamado por nuestro nombre. Le pertenecemos. Nos creó a su imagen y semejanza para grandes cosas. Dios es amor, Dios es alegría, Dios es luz, Dios es verdad.» Esta afirmación sintetiza su creencia en Dios y su experiencia de Él: Dios existe y es la Fuente de todo lo que existe; el amor es Su verdadero ser; nos ha creado a su imagen con los poderes espirituales del intelecto y la libre voluntad, con la capacidad de conocer y amar; Él es el Padre que nos ama a cada uno de modo único y personal, y desea ardientemente nuestra felicidad. Ninguna dificultad o sufrimiento, fuera suyo o de sus pobres, podía socavar la convicción de la Madre Teresa de que Dios ES amor, que todo lo que Él hace o permite es en última instancia por un bien mayor y, por lo tanto, una expresión de Su inmenso e incondicional amor. Al principio de sus Confesiones, san Agustín escribió: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.» La Madre Teresa estaba convencida de que todos, «en el fondo de sus corazones, creen en Dios». Hay un anhelo de Dios en cada uno de nosotros, y aunque no lo reconozcamos o lo expresemos como tal, la búsqueda de la alegría, la paz, la felicidad y —por encima de todo— el amor constituye una manifestación de ese anhelo. Pese a que el deseo, o el «hambre» de Dios, tal como lo expresaba la Madre Teresa, anida en todos los corazones humanos, establecer una relación con Él depende en buena medida de nuestra cooperación con Su gracia. La libertad de colaborar o no es una expresión más del amor y el respeto que Dios tiene por cada una de Sus criaturas humanas. Él no fuerza a nadie, lo deja a nuestra elección. No obstante, la respuesta propia de una criatura ante

su Creador, que es amor y sabiduría infinitos, debe ser el amor y la confianza, la alabanza y la adoración, el reconocimiento y el agradecimiento. Amados por Dios con tal intensidad, cada uno de nosotros es llamado a compartir ese amor. Como solía decir la Madre Teresa: «Hemos sido creados para cosas más grandes: amar y ser amados.» Para amar como Dios lo hace es esencial encontrarse a diario con él mediante la oración. Sin ella, el amor muere. La Madre Teresa insistía en la importancia de la oración: «Rezar es para el alma lo mismo que la sangre para el cuerpo.» Pero para entrar en la oración es necesario el silencio, pues «en el silencio del corazón, Dios habla». El aforismo 1 con el que expresaba dichas verdades es bien conocido: El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. Estas sencillas aunque profundas palabras sitúan el silencio en el punto de partida para llevar a la práctica el amor, la paz y el servicio. Como aseguraba la Madre Teresa: «En el silencio arraiga nuestra unión con Dios y con los demás.» El silencio y el recogimiento son condiciones indispensables para la oración. Una atmósfera de silencio exterior es sin duda de gran ayuda, pero la Madre Teresa, que pasó buena parte de su vida en ciudades grandes y superpobladas, aprendió a permanecer en silencio y recogimiento internos en medio del bullicio y la actividad. Nos enseñó que, para practicar el silencio, no es necesario huir del mundo y vivir como un ermitaño. Lo que sí hace falta es aprender a aquietar la mente y el corazón para estar en disposición de orar. La oración impregnaba el día a día de la Madre Teresa: empezaba, terminaba y llenaba todas las jornadas con su oración. Sus primeras palabras, al levantarse, las dirigía a Dios, y a lo largo del día le hablaba espontáneamente de su amor y de su gratitud, de sus planes, esperanzas y deseos. En cuanto tenía que enfrentarse a alguna necesidad o dificultad, por más pequeña o insignificante que fuera, acudía a Dios y le pedía ayuda con la misma confianza y expectativas con que un niño recurre a su padre. Además de la Santa Misa diaria y la Liturgia de las Horas matinal y vespertina (que incluía los Salmos, la lectura de las Escrituras y peticiones), oraciones tradicionales como el Rosario, el Vía Crucis, las letanías y las novenas la mantenían en continua unión con Dios. Uno de los momentos de oración más importantes para la Madre Teresa era su media hora diaria de meditación sobre las Sagradas Escrituras. Formada en el método tradicional ignaciano de meditación sobre la Palabra de Dios —principalmente en los Evangelios—, la Madre Teresa alcanzó una comunicación y comunión íntimas con Dios. Mediante esta devota lectura, la Palabra de Dios enraizó en ella inflamando su amor, influyendo en sus palabras y dirigiendo sus acciones. También alimentaba a diario su alma con otra media hora dedicada a la lectura de las vidas y hechos de los santos u otras obras ascéticas. Para contribuir al recogimiento a lo largo del día, la Madre Teresa rezaba «jaculatorias», oraciones cortas destinadas a elevar el corazón y la mente hacia Dios en

medio de las actividades cotidianas. Estas repeticiones la ayudaban a sentirse siempre en presencia de Dios. Gracias a todo ello creció en el conocimiento y el amor a Dios, y fue capaz de responder a Él y a sus hermanos y hermanas en el amor. Dado que «el amor es de Dios» (1 Juan 4, 7), el amor humano debe reflejar y participar del amor divino, que es completamente desinteresado y sólo pretende el bien del otro. El verdadero amor significa entregarse, sacrificarse, «morir a uno mismo» con el fin de amar y servir a los demás, y ése es el que ejemplificaba la Madre Teresa. En una cultura en que el «amor» se identifica generalmente con los sentimientos más que con un acto de voluntad, con el placer más que con el sacrificio, la vida y las enseñanzas de la Madre Teresa, modeladas en las de Cristo, ejemplifican el ideal cristiano del amor. En una ocasión, mientras le realizaban una entrevista, le preguntaron: «¿Podría usted resumirnos qué es realmente el amor?» Ella respondió con rapidez: «El amor es entrega. Dios amó tanto al mundo que le entregó a Su hijo. Jesús amó tanto al mundo, te amó tanto, me amó tanto, que Él dio Su vida. Y lo que quiere es que nosotros amemos como amó Él. Por eso ahora tenemos que dar, tenemos que vivir la entrega, hasta que duela. El verdadero amor es dar, y seguir dando hasta que duela.» ¿Quién es Dios? Dios es.2 Dios es amor.3 Dios está en todas partes.4 Dios es el Autor de la vidas Dios es un Padre amoroso.6 Dios es un Padre misericordioso.' Dios es todopoderoso y puede cuidar de nosotros.$ Dios es amor y Dios te ama y me ama.9 Dios es alegría.10 Dios es pureza en sí mismo. Dios está con nosotros." Dios está enamorado de nosotros. Dios está en tu corazón.12 Dios es fiel.13 Dios es amor, Dios es alegría, Dios es luz,14 Dios es verdad. is Dios es delicado. Dios es tan bueno con nosotros. Dios es tan generoso. Dios está tan preocupado por ti. Dios es un amante fiel. Dios es un amante celoso.16 Dios es tan maravilloso." Cuando Dios nos creó, nos hizo de amor. No hay otra explicación, porque Dios es amor. Y nos creó para amar y ser amados. Si pudiéramos tenerlo siempre presente no habría guerras, ni violencia ni odio en el mundo. Así de hermoso. Así de sencillo. Debe de haber un Dios, ¡en alguna parte! El otro día, un voluntario con el pelo largo [...] hablaba conmigo y no paraba de repetir: «Yo no creo en Dios.» Así que le dije: «Supongamos que ahora

mismo, mientras estamos hablando, tuvieras un ataque al corazón; ¿podrías detenerlo?» Se quedó tan sorprendido que no volvió a repetir su afirmación. Se estaba percatando de que, en definitiva, por más que hablemos no podemos cambiar el momento de nuestra muerte. Algunos días después oí que, tras darle muchas vueltas, empezaba a considerar que debe de haber un Dios, ¡en alguna parte! Donde hay amor, está Dios Un hombre me dijo: «Soy ateo», pero hablaba de una forma muy hermosa del amor. La Madre le dijo: «No puedes ser ateo si hablas tan bellamente del amor. Donde hay amor, está Dios. Dios es amor.» Amor, no de palabras En primer lugar, Dios demostró que nos amaba. Dios amó tanto al mundo que le entregó a Su hijo Jesús.18 Y Jesús te amó, me amó, y se entregó en la Cruz por nosotros.19 No tuvo miedo de amarnos y lo hizo hasta el final.20 Se desprendió de todo lo hermoso y fue realmente como nosotros, un ser humano en todo, menos en el pecado.21 Pero nos amó tiernamente y, para asegurarse de que entendemos Su amor, de que no olvidamos que nos amó, se hizo pasar por hambriento, por desnudo, por vagabundo. Y dice: «Lo que haces al más pequeño de Mis hermanos, a Mí me lo haces»,22 y nos explica qué hacer y cómo hacerlo. Antes de instruir a la gente, se apiadó de la multitud y la alimentó. Realizó un milagro. Bendijo el pan y dio de comer a cinco mil personas.23 Porque amaba a la gente. Se compadeció de ellos, vio el hambre en sus caras y les dio de comer. Y sólo entonces les instruyó. Por eso es maravilloso pensar que tú y yo podemos amar a Dios. Pero ¿cómo? ¿Dónde? ¿Dónde está Dios? Nosotros creemos que Dios está en todas partes. Creemos que nos ha hecho a ti y a mí, no sólo para convertirnos en un número más en este mundo, sino con un prop6sito. Hay una razón para estar aquí... y esa razón es amar. Has sido creado para amar y ser amado, por eso s tan negativo no amar. Porque el amor es lo más hermoso que un ser humano tiene o puede dar; no con palabras, pues somos seres humanos y queremos ver, queremos tocar... Ésa es la razón de que los pobres nos ofrezcan mas de lo que nosotros les entregamos, porque nos dan la oportunidad de amar a Dios en ellos. Cuando le doy un trozo de pan a un niño hambriento, creo en lo que dijo Jesús: «Me lo dais a Mí.» Y yo se lo doy a ese niño. El amoroso cuidado de Dios Hace unas semanas tuve una extraordinaria experiencia de esa ternura de Dios por los más pequeños. Vino a nuestra casa un hombre con una receta del médico. Dijo que su único hijo se estaba muriendo en las chabolas de Calcuta que no podía conseguir esa medicina en ningún lugar de la India. Había que traerla de Inglaterra. Mientras hablábamos, llegó un hombre con un cesto de medicinas. Ha visitado a varias familias y recogido las medicinas que les sobraban para nuestros pobres (tenemos clínicas móviles de este tipo repartidas por todas las chabolas de Calcuta, en todas partes: ellos van a ver a las familias, recogen las medicinas usadas y nos la traen, y nosotros se las damos a los pobres). Así que el hombre llegó y en el cesto, encima de todo,

estaba la medicina que necesitaba el padre. No podía creerlo: de haber estado entre las demás no la hubiera visto, y si él hubiera llegado antes o después, yo no habría relacionado ambas cosas. Me quedé inmóvil enfrente del cesto, contemplando atentamente la botella, y me dije: «Hay millones y millones de niños en el mundo... ¿cómo es posible que Dios se preocupe por este pequeño niño de las chabolas de Calcuta? Mandar esta medicina, mandar a este hombre justo en este momento, colocar la medicina encima de las demás y en la cantidad exacta que le ha recetado el médico.» Ved lo precioso que era ese pequeño para Dios. Cuán consciente era de él. Él es nuestro Padre La ternura del amor de Dios; nadie puede amar como Dios. Nos ha hecho a Su imagen. Él nos hizo. Es nuestro Padre. Padre e hijo «El Padre me ama, me quiere, me necesita.» Este tipo de actitud constituye nuestra confianza, nuestra alegría y nuestra convicción. Venga lo que venga: impaciencia, fracasos, alegría, repítete a ti mismo: «El Padre me ama.» Dios ha creado el mundo entero, pero es nuestro Padre. En la oración, deja que esta convicción fluya desde tu interior: Padre e hijo. Nadie nos consiente tanto corno Dios En todo el mundo se discute sobre si la Madre Teresa consiente a los pobres dándoles cosas gratis. En Bangalore, con motivo de un seminario, una monja se levantó en nombre de todo el grupo y me dijo: «Madre Teresa, consiente usted a los pobres dándoles las cosas gratis. Así pierden su dignidad humana. Debería cobrarles al menos diez naya paisa24 por lo que les da, de este modo se sentirían más dignos.» Cuando todo el mundo volvió a guardar silencio, le respondí con calma: «Nadie nos malcría tanto como el mismo Dios. Fíjense en los regalos maravillosos que nos ha ofrecido sin pedir nada a cambio. Nadie aquí lleva gafas, y todos podéis ver. Pongamos que Dios os cobrara por la vista, ¿qué ocurriría? Gastamos un montón de dinero en Shishu Bhavan25 comprando oxígeno para salvar vidas, y sin embargo nosotros respiramos continuamente y vivimos del oxígeno, y no pagamos nada por ello. ¿Qué pasaría si Dios dijera: "Trabajad cuatro horas y tendréis dos horas de sol"? ¿Cuántos de nosotros sobrevivirían?» Y también les dije: «Existen muchas congregaciones que consienten a los ricos, así que está bien tener una congregación en nombre de los pobres, para consentirlos a ellos.» Se hizo un profundo silencio y nadie dijo ni una palabra después de esto. El cuidado de Dios Un día, al principio, no teníamos arroz para la cena, y entonces llegó una señora y trajo arroz. Dijo que regresaba a casa de la oficina y «algo me dijo que fuera a ver a la Madre Teresa y le llevara arroz». Y eso hizo. Yo dije: «Discúlpeme un momento, voy a medirlo primero y luego le digo.» Era la cantidad exacta que cocinamos para la cena, ni media taza de más o de menos. Se lo conté a la señora y ella rompió a llorar. Era hindú, y me dijo: «Pensar que Dios me ha utilizado, que le ha hablado a mi corazón... En todo el mundo hay millones y millones de

personas, sólo en la India hay millones y millones de personas, y Dios se preocupa por la Madre Teresa.» La ternura de Su amor... debéis experimentarlo incluso cuando resulta difícil, cuando hay sufrimiento, cuando hay humillación.

El silencio Si hablamos siempre, no podemos rezar. Jesús no está presente dentro de mí. Debemos guardar silencio. Cuando una persona guarda verdadero silencio, es una hermana santa. Dios habla en el silencio En el silencio del corazón Dios habla, y es en este momento cuando Él te hablará a ti. Para poder escucharle debes ser como un niño pequeño. Intenta tener mayor devoción por santa Teresita,26 que tan bien comprendió, a través del Evangelio, que debía convertirse en una niña pequeña. Lee su vida; no encontrarás nada realmente especial o extraordinario, pero esa fidelidad en las pequeñas cosas con gran amor resulta sorprendente; esa fidelidad al silencio. Escuchar la voz de Dios Escuchar es el punto de partida de la oración y lo que escuchamos es la voz de Dios; Dios, que no puede engañar ni ser engañado. Por lo tanto, si guardamos silencio éste no puede ser corregido; si hablamos, si contestamos, nos equivocamos. En el silencio del corazón Dios habla; dejemos que Dios nos llene, y hablemos sólo luego. A menudo pronunciamos palabras poco caritativas. Salen de nosotros, de nuestros corazones, no es Dios que habla a través de nosotros porque no Le estamos escuchando. Si quieres saber cuánto amas a Jesús no tienes que preguntárselo a nadie, ya eres mayor. En la sinceridad de tu corazón, lo sabrás por ti mismo si practicas el silencio. [..,] Busca momentos de soledad. Intenta mantener ese silencio realmente profundo para librarte del odio o la amargura. Llenas de silencio Pienso que esta unión con Dios es muy importante. Debes llenarte de silencio porque en el silencio del corazón, Dios habla. Dios llena los corazones vacíos. Ni siquiera Dios Todopoderoso puede llenar un corazón que está lleno —de orgullo, de amargura, de celos—, antes debemos vaciarlo de todas esas cosas. Mientras sigamos albergándolas, Dios no puede llenarlo. El silencio del corazón, no sólo de la boca —que es también necesario—, pero aún más el silencio de la mente, de los ojos, del tac Entonces podrás oírle a Él en todas partes: al cerrar una puerta, en esa persona que te necesita, en los pájaros que cantan, en las flores, en los animales... Ese silencio que es maravilla y alabanza. ¿Por qué? Porque Dios está en todas partes y puedes verle y oírle. Ese cuervo está alabando a Dios —puedo escuchar bien su sonido —, ese cuervo estúpido; podemos ver a Dios y oírle en este cuervo y rezar, pero no podremos verle ni oírle si nuestro corazón no está limpio.

A solas con Jesús Quiero que paséis vuestro tiempo a solas con Jesús. ¿Qué significa estar a solas con Jesús? No significa sentaros solas con vuestros propios pensamientos. No, pues incluso en medio del trabajo y de la gente, sientes Su presencia. Y eso significa que sabes que está junto a ti, que te ama, que eres preciosa para Él, que está enamorado de ti. Te ha llamado y Le perteneces. Si sabes eso, estarás bien en cualquier parte; podrás enfrentarte a cualquier fracaso, cualquier humillación o sufrimiento si eres consciente del amor de Jesús por ti y del tuyo por Él. ¡Nada ni nadie!27 De lo contrario, estarás tan preocupada por lo intrascendente que, poco a poco, te convertirás en una hermana rota. [...] No tiene sentido dejar padre, madre y casa si no nos entregamos por completo a Jesús. La necesidad de silencio El silencio del corazón: si no lo tenemos, podemos rezar muchas oraciones, pero no saldrán de nuestro corazón. Necesitamos ese silencio interno, esa pureza [...], el amor indiviso por Cristo antes de que podamos ofrecer nada a las hermanas [...]. En el mundo, la gente también guarda a menudo ese silencio, que sólo puede adquirirse mediante la pureza del corazón y el sacrificio. El perdón precede al silencio Y no puede haber silencio real en mi corazón si hay algo que no perdono, si hay algo que no olvido. Al estar ocupada con ello, no puedo escuchar... ¿Cómo puedo oír lo que me dice Dios si hay algo ahí en mi corazón? Un signo de la unidad con Dios Debemos rezar, dejar entrar por completo a Nuestra Señora en nuestra vida, porque fue ella quien nos enseñó cómo encontrar a Jesús. ¿Y cómo encontró ella a Jesús? Pues sencillamente siendo la esclava del Señor. Se sorprendió cuando la llamaron «llena de gracia».28 No lo entendía, pero sí lo entendió maravillosamente cuando dijo: «Soy la esclava del Señor»,29 y siguió siéndolo. Podría haber ido por ahí [hablando de ello], pero ni tan siquiera se lo dijo al pobre san José, que no lo supo hasta el final. No podía decir nada, era la esclava, ese silencio... Porque Dios habla en el silencio de nuestros corazones. Nuestra Señora conocía ese silencio y —puesto que lo conocía— era capaz de amar desde la plenitud de su corazón, y eso es lo que los jóvenes quieren ver: ese silencio. El silencio es un signo de nuestra unidad con Cristo, de nuestra entrega a Él, de que somos completamente Suyos; y, para que afloren las vocaciones, debemos enseñar ese silencio. Porque [...] necesitamos de él para aprender a rezar [...] y los jóvenes quieren aprender a rezar. No en medio del ruido, sino en el silencio de sus corazones, debemos enseñarles a oír esa voz, a escuchar a Dios en sus corazones. Por eso quieren ver en qué consiste nuestro silencio. Tienen que aprender viéndonos, estando con nosotras, pues como sabemos el silencio no puede ser corregido. Es tan hermoso... Veo a esos jóvenes durante nuestra adoración (tenemos una hora diaria). He visto a esa gente, a esos jóvenes, a esas hermanas, a esas chicas que acuden a las jornadas de puertas abiertas

convertirse completa y realniente en uno con Jesús [...], porque sus corazones han comprendido que «tú eres precioso para Mí, tú eres Mío». ¿Buscamos un tiempo? Hoy en día Dios sigue llamándonos —a ti y a mí—, pero ¿le oímos? «Yo os he elegido; no me habéis elegido vosotros a mí.»30 ¿Hemos oído Su voz en el silencio de nuestras corazones? ¿Buscamos un tiempo para «estar quietos, saber que yo soy Dios»?31 Pues no podemos oír a Dios en medio del ruido y el clamor del mundo. ¿Buscamos un tiempo para la oración a lo largo de nuestro día? ¿Le amamos lo suficiente para querer escuchar Su llamada a que lo abandonemos todo y le sigamos en la libertad de la pobreza, con un amor íntegro en la castidad, mediante una entrega total en la obediencia? Desde la Cruz Jesús grita: «Tengo sed. »32 Su sed era de almas, incluso cuando estaba ahí colgado, a punto de morir, solo, despreciado. ¿Quién traerá esas almas para saciar la sed del Dios infinito que muere por amor? ¿Podemos permanecer, tú y yo, como meros espectadores? ¿O pasar de largo y no hacer nada? Mantendré el silencio de mi corazón con el mayor cuidado para poder oír Sus palabras de consuelo y, desde la plenitud de mi corazón, consolar a Jesús con el angustioso disfraz de los pobres. Nuestra Señora meditó Sus palabras en su corazón. [...] También nosotros, como Ella, debemos encontrar ese silencio que nos permitirá meditar Sus palabras en nuestros corazones y así crecer en el amor. No podemos amar ni servir a menos que aprendamos a meditar Sus palabras en nuestros corazones. El conocimiento de Cristo y de Él en Su pobreza nos llevarán al amor personal, y sólo este amor puede convertirse en nuestra luz y nuestra dicha para servir con alegría a los demás. Tarjeta de visita El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz. ¡Se trata de un buen negocio! Y hace pensar a la gente. Algunos sostienen la tarjeta en sus manos y la leen una y otra vez. A veces, me piden que se la explique. Pero, corno véis, todo empieza con la oración que nace en el silencio de nuestros corazones. Entre vosotros, y también con las hermanas y hermanos, podéis compartir vuestra propia experiencia sobre la necesidad de rezar, cómo encontrasteis la oración y cuál ha sido su fruto en vuestras vidas. Si estás hambriento de oír la voz de Dios, la oirás. Para oir, tienes que eliminar todas las otras cosas.

La oración ¿Qué es la oración? Para mí, la oración es sentirse uno con Dios. Un corazón limpio ve a Dios

Necesitamos rezar porque la oración proporciona un corazón limpio, y un corazón limpio puede ver a Dios en cada persona. Si vemos a Dios en los demás nos amaremos con naturalidad los unos a los otros, como Dios ama cada uno de nosotros. El amor engendra la paz. Las /iras de amor son obras de paz. Nuestros cimientos Si en nuestra vida no hay oración, es como si fuera una casa sin cimientos. El otro día vi un edificio de diez pisos Precioso, completamente terminado, pero tuvieron que derribarlo porque los cimientos eran para un edificio de un solo piso. Ya estaba pintado y con todos los acabados, pero al final se vieron obligados a echarlo abajo. Que nuestra vida de oración constituya los cimientos, el comienzo; después, una vida de entrega completa y confianza amorosa [...] serán los pisos que nos ayudan a ascender y nos acerquen cada día un poco más, y un poco más. Tal como decíamos, lo primero es ese corazón limpio, esa unión real, esa adhesión completa a Cristo. Si no existe, es como construir un edificio de diez pisos sobre los cimientos hechos para uno. ¿Y qué pasa? Que se cae. Sé un alma de oración Una Misionera de la Caridad debe ser un alma de oración. Si no aprendemos a rezar durante el noviciado, seremos toda la vida personas incapacitadas. Así que hacedlo, escuchad a Dios hablando en vuestros corazones, guardad silencio con la lengua, los ojos y los pies (no haciendo ruido). La oración es estar unidos a Dios Para rezar, necesitamos un corazón puro. La oración es estar unidos a Dios. ¿Por qué fue escogida María? Porque su corazón era limpio, y la oración nos dará siempre un corazón limpio. Sentid a lo largo del día la necesidad de rezar, mientras estéis lavando, estudiando... esa unión con Jesús. Cuanto más recéis, más amaréis rezar. La oración es ser uno La oración no puede ser encendida o apagada. La oración es ser uno. La atención total no es posible, pero sí la intención total ¿Hacia quién? Ese acto de amor es una pequeña cosa. Aprender a través de la oración No tenemos tiempo para no aprender. ¿Cómo aprendemos? Mediante la oración. Conversamos con Dios, escuchamos y luego hablamos: eso es rezar. Si no hemos escuchado, no tenemos nada de que hablar. Por eso debemos tomarnos la molestia de escuchar y para ello necesitamos el silencio de la mente, el silencio del corazón, el silencio de los ojos, el silencio de las manos... Aprender a rezar es maravilloso, pues a través de la oración nuestro corazón se limpia, y a menos que tengas el corazón limpio no podrás hablar con Dios. Un corazón limpio verá a Dios,33 y si Le vemos podemos obedecer. San Ignacio, ese gran hombre, dijo: «El sonido de la campana es la voz de Dios.» Podía ver a Dios diciéndole que fuera, y obedeció porque era capaz de ver Su voluntad. ¿Quién obedeció mejor a Dios? ¡Nuestra Señora!, que dijo: «No lo entiendo, pero obedezco.»

Rezad las oraciones No basta con decir las oraciones, hay que rezarlas; orad con el corazón y la mente. Prestad atención a quien estéis hablando, prestad gran atención a quién le habléis —sea Jesús, Nuestra Señora, Dios, al ángel de la guarda o los santos— porque os están escuchando. Podéis hablar con cualquier santo; están esperando. «¿Qué va a decir?» Obtendrás la respuesta de inmediato si la oración es verdadera y nace del corazón, pues los milagros ocurren. Y os sorprenderá lo que suceda. «¡Es un milagro!» Lo importante no es decir las oraciones sino rezar las oraciones. Se reza desde el corazón, la mente, el alma... desde el fondo de nuestros corazones. Al recitar las oraciones, sólo pronunciáis palabras, pero no vienen del corazón. La oración va de tu corazón al de Jesús. Si le rezas a María, de tu corazón al de María; o al de tu ángel de la guarda. La oración debe ser de corazón a corazón. El Espíritu Santo Lee algo muy sencillo acerca de la oración, [...] no una gran explicación teológica sino algo muy simple, quizá cómo rezaban María, san José o cómo lo hace tu ángel de la guarda. Todos tenemos un ángel de la guarda que reza e intercede continuamente por nosotros; pídele que te enseñe. Sobre todo, pídele al Espíritu Santo que rece en ti, que venga a ti para rezar. [...] Aprende a rezar, ama la oración y reza a menudo. Siente la necesidad y el deseo de rezar. Lleno de oración Llénate de oración. Es un don hermoso. Reza para que a través de la pobreza los pobres crezcan en santidad; reza con ellos y por ellos, y reza siempre para que tú misma crezcas en la santidad para la que Dios te ha creado. Es necesario que hagamos nuestra esa santidad para que amemos de verdad la oración y así podamos difundir Su amor, Su compasión y Su presencia allá donde vayamos. El silencio es un tiempo para hablar con Jesús. Cuanto más en silencio permanecemos, más cerca estamos de Jesús y más nos asemejamos a Él, más santas nos hacemos. Profundiza en tu relación con Él a través de tu vida de oración. Oremos pues y pidámosle a Nuestra Señora que ruegue para que lleguemos a ser santas. Si sabemos cómo rezar, cómo hablar con Jesús, no hay duda de que llegaremos a ser santas. ¿Adónde vas? Con frecuencia, con mucha frecuencia, se habla de la oración; se han escrito muchos libros sobre ella. San Ignacio [dice que, al principio] de la oración, [debemos preguntarnos]: «¿Adónde vas? ¿Ante quién te presentas?» A veces vamos muy, muy de prisa. Él era el maestro de la oración; no escribió mucho acerca del tema pero dejó alguna indicación: detente un momento antes de tomar el agua bendita, da las gracias antes de las comidas... Son pequeñas cosas, y aunque algunas hermanas tienen grandes ideas sobre la oración, son estas pequeñas cosas realizadas deliberadamente las que ayudan al silencio del corazón y de la mente. Un gran teólogo que vino a nuestra casa vio el agua bendita y dijo: «Ésta debe de ser una comunidad

fervorosa, pues hay agua bendita.» Lo mismo ocurre cuando oímos la campana por la mañana, y con la primera palabra que pronunciamos, la primera persona a la que nos dirigimos. Las mujeres hindues se estampan la tikka34 para estar bellas, pero también tiene un profundo significado: «Centrada en Dios.» La meditación Meditar es hablar con Jesús. No se trata sólo de pensar, eso es lo que haría un filósofo. Debes hacer que la Palabra de Dios sea la tuya. Es una conversación profundamente intima con Jesús. Debes oírle a Él y Él debe oírte a ti. Tu tesoro Puedes estar rezando y tener la mente y el corazón muy lejos,.. lo cual significa que no estás rezando en absoluto. ,Adónde van tu mente y tu corazón? Donde está tu tesoro, allí está tu corazón.35 En cuanto te levantas por la mañana, ¿es Jesús lo primero hacia lo que se dirigen tu mente y tu corazón? Eso es la oración: volver tu mente y t u corazón a Dios. En tiempos de dificultades, penas, sufrimientos y tentaciones, en cualquier momento, ¿adónde se dirigen antes que nada tu corazón y tu mente? Ser uno con la Palabra Eso es lo que un hermano de la Palabra tiene que lograr: hacerse uno con la Palabra de Dios. Y esa Palabra de Dios que recibes en la oración, en la adoración, en la contemplación, en tu soledad con Dios, esa misma Palabra la debes dar a los demás. Algo real: deja que Dios se encarne durante el día, durante tu meditación, durante la Sagrada Comunión, la contemplación, la adoración, durante tu labor silenciosa, y luego entrégala a los demás. Por eso es necesario que la Palabra viva en ti, que entiendas la Palabra, que ames la Palabra, que vivas la Palabra. No podrás darla a menos que la tengas allí, y para ello es necesario un amor continuo y total. Sin complicaciones ¿Dónde puedo aprender a rezar? Jesús mismo nos enseñó. «Rezad así: Padre nuestro... hágase Tu voluntad... Perdónanos como nosotros perdonamos.»36 Es tan sencillo y sin embargo tan hermoso... Nos acompaña a lo largo de la jornada, cada día de nuestras vidas. Si rezamos y vivimos el Padre Nuestro, seremos santos. Está todo ahí: Dios, yo misma, mi prójimo. Si perdono, puedo ser santa y puedo rezar... Todo surge de un corazón humilde y, si lo tenemos, sabremos cómo amar a Dios, como amarnos a nosotros mismos y a los demás. Hay en todo ello un amor sencillo por Jesús. No existe ninguna dificultad, y sin embargo nos complicamos tanto la vida... Lo único importante es ser humilde y rezar. Cuanto más reces, mejor rezarás. ¿Cómo hacerlo? Deberías presentarte ante Dios como un niño pequeño. Los niños no tienen dificultades para expresar lo que les pasa por la cabecita con palabras sencillas, pero de gran significado. Dijo Jesús a Nicodemo: «Conviértete en un niño pequeño.»37 Si rezamos el Evangelio, permitiremos que Cristo crezca en nosotros.

Cuando no podemos rezar Y cuando llega el tiempo en que no podemos rezar, es muy sencillo: si Jesús está en mi corazón, que rece Él en mi, que hable a su Padre en el silencio de mi corazón. Si yo no puedo hablar, Él hablará; si no puedo rezar, Él rezará. Por eso deberíamos repetir a menudo: «Jesús en mi corazón, creo en Tu fiel amor por mí», permanecer unidos a Él y también dejarle libre y, cuando no tengamos nada que dar, démosle esa nada a Él. Si no podemos rer.ar, entreguémosle dicha incapacidad a Él. [...] Dejemos que rece al Padre en nosotros. Pidámosle que ore en nosotros, pues nadie conoce al Padre y puede rezar mejor que Él. Y si mi corazón es puro, si Jesús está en él, si es un sagrario del Dios vivo que santificar con la gracia, Jesús y yo somos uno. Él ora en mí, piensa en mí, trabaja conmigo y a través de mí, Él utiliza mi lengua para hablar, mi cerebro para pensar, se sirve de mi mano para tocar Su cuerpo roto. También disfrutamos a diario del precioso don de la Sagrada Comunión. Ese contacto con Cristo constituye nuestra oración. Ese amor por Cristo, esa alegría en Su presencia, esa entrega a Su amor constituye nuestra oración. Pues la oración no es sino amor, entrega completa, unión completa. Lo que Jesús nos enseñó Lo más importante es aprender a rezar. Resulta extraño, pero Jesús no se metió en largas discusiones de lenguaje elevado sino que dijo: «Cuando recéis, rezad así: "Padre Nuestro..."»38 De nuevo esa cercana unión con el Padre. Estaba tan íntimamente unido a Él que quería ser como Él. Una y otra vez, esa palabra tan sencilla y tan hermosa: padre. «Mi padre», hasta los niños pequeños pueden decirlo. No hacemos más que añadir todo tipo de dificultades a nuestra oración. Volvamos a lo que Jesús nos enseñó, una oración sencilla e íntima: el Padrenuestro. Evitad todo lo que os aleje de eso, para que en vuestras enseñanzas, en vuestras vidas, podáis escuchar todo lo que Él dice y cumplir con la voluntad del Padre. Para ello, necesitamos un corazón limpio. El fruto de la oración El fruto de la oración es profundizar en la fe y el fruto de la fe es el amor; y el fruto del amor es el servicio, en cualquiera de sus formas, incluso en nuestra familia. El amor empieza en el hogar. ¿Y cómo empieza? Rezando juntos, pues la familia que reza unida, permanece unida, y así ama a Dios como ti la ama. Amaos los unos a los otros como Él os ama. ¡Qué pensamiento tan hermoso! Dios me ama, y yo puedo amarte a ti y tú a mí como ti a nosotros. ¡Qué maravilloso regalo de Dios! Reza para tener fe Recordemos que Jesús siempre alababa la fe de la gente,39 así que durante el día rezaremos: «Jesús que estás en mi corazón, aumenta y fortalece mi fe, y permíteme experimentarla mediante la obediencia viva y humilde.» El amor empieza con Dios El amor, para ser verdadero, debe empezar con Dios en la oración. Si rezamos seremos capaces de servir; por

ello, prometamos todos hoy que entregaremos nuestras manos para servir a los pobres. Que entregaremos nuestros corazones para amarles, pues ellos también han sido creados para grandes cosas y son gente magnífica, los pobres. «Qué bien se está aquí» ¿Estás realmente enamorado de ti con ese amor íntimo, ese vínculo personal que tenía con El san Pedro? «Qué bien se está aquí.»40 ¿Es bueno para ti estar con Él? Tu mano en Su mano Pon tu mano en la mano de Jesús, recorre con ti todo el camino. Intentamos apoyarnos en otro, somos seres humanos; por eso la gente necesita sujetarse, por eso se agarra de la mano de Jesús. ¿Conocemos ese amor? [Jesús] no se lamentaba de los grandes pecadores ni de las personas que hacen cosas malas, sino de gente como tú y yo, cristianos que deberíamos ser conocidos por nuestro amor los unos por los otros.41 Los cristianos, vosotros y yo, el sagrario del Dios vivo; vosotros y yo que quizá Le recibimos a diario en la Sagrada Comunión. Y Él dijo con gran claridad: «Míos, Míos.» Vosotros y yo somos Suyos. ¿Conocemos ese amor? ¿Hemos experimentado la alegría de amar a Cristo? ¿Hemos experimentado [la alegría de] amar a los demás como Cristo nos ama a vosotros y a mí? Recemos, entonces. Recemos para que cada familia se convierta en otra Nazaret donde lleguen la oración, la alegría, el amor y la paz, pues, si hay todo esto, habrá santidad. Nada nos separará La Madre de Jesús nos ama con ternura porque sabe que pertenecemos a su Hijo, que Él nos ha escogido para Sí. Recordemos las palabras de Isaías, 43, cuando dice: «Te he llamado por tu nombre, eres mío. El agua no te cubrirá, el fuego no te abrasará. A cambio de ti, entregaré naciones. Eres precioso para mí. Te amo. »42 Eso es lo que nos dice Dios a cada uno de nosotros. Somos preciosos para Él. Nos ama. Y como nos ha grabado en la palma de Su mano43 nada nos separará del amor de Cristo, porque somos preciosos para Él. Él nos ama.

El amor es entrega Pues Dios amó tanto al mundo, tanto, que entregó a Su hijo.44 El amor es un camino de un solo sentido: va siempre de uno mismo hacia los demás. Es la entrega última. Cuando dejamos de dar, dejamos de amar, cuando dejamos de amar, dejamos de crecer. Y, a menos que crezcamos, no alcanzaremos jamás la realización personal, no podremos abrirnos para recibir la vida de Dios. Es a través del amor como encontramos a Dios. Entrega

La caridad es amor, es entrega: Dios amó al mundo y entregó a Su Hijo; Jesús amó al mundo, dio Su vida y dijo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»,45 así que si realmente lo hacemos debemos ofrecer hasta que duela. Es una entrega, un amor comprensivo con la debilidad, la miseria, la alegría y la felicidad humanas, y que conlleva su aceptación. [...] Resulta muy difícil de explicar, es más fácil vivirlo y compartirlo. [...] Por eso necesi 40 amas un corazón limpio, para poder comprenderlo [...]; debéis ser capaces de amar para ser capaces de actuar. Y con Dios no se trata de cuánto hayas dado, sino de cuán amor has puesto en ello, y ese amor a Dios en acción se materializa en el servicio a los pobres o a la familia. [...] El servicio a la familia también puede santificaros, si hacéis con amor. Queríamos compartir la alegría de amar» [Una joven pareja hindú] vino a nuestra casa y me entregó un montón de dinero. Yo les pregunté: «¿De dónde habéis sacado tanto dinero?», y me respondieron: «Nos casamos hace dos días, pero decidimos que no íbamos a comprar trajes de boda ni a celebrar banquete, y que le daríamos el dinero a usted.» Les miré. «Pero ¿cómo? dije—. Eso no se hace en una familia hindú, ¿por qué lo habéis hecho?» Nunca olvidaré su respuesta: «Madre, nos queremos tanto el uno al otro que queríamos compartir la alegría de amar con la gente a la que usted sirve.» A pesar de ser gente rica ella llevaba un sari de algodón, como el mío, y las ropas de él eran corrientes. Lo único que tenían eran los anillos, nada más. Ella podría haberse comprado un sari de mil rupias y tenía uno de cuarenta. Así que podéis imaginaros el sacrificio que hicieron esos jóvenes para compartir la alegría de amar. Por eso es tan grande nuestra vocación, porque cada vez que cuidamos de un enfermo podemos compartir esa alegría. No se trata de dinero Ayer vino un hombre rico de Holanda y dijo: «Tengo montones de dinero.» Le sorprendió que le respondiera: «No necesito su dinero», y se quedó mirándome. Esperaba que me entusiasmara y empezara a enumerarle los lugares donde necesitamos dinero para esto y lo otro. Entonces me dijo: «Pero quiero hacer algo.» Así que, naturalmente, le proporcioné las señas de nuestras hermanas en Tanzania, donde la gente se muere de hambre. [...] Cuando le di la dirección, se podía ver la alegría en su rostro. Al principio era sorpresa, y luego alegría. Necesitamos mostrarle a la gente que lo importante no es su dinero, sino la «entrega». Ese hombre también me dijo: «Tengo una gran mansión en Holanda. ¿Quiere que la regale?» «No», le respondí. «¿Quiere que viva en esa casa?» Y yo dije: «Sí.» «Tengo un coche grande, ¿quiere que dé el coche en lugar de la casa?» «No —le dije—. Lo que quiero es que regrese a casa y vea a alguna de las muchas personas que viven solas en Holanda. Quiero que de vez en cuando se lleve a algunos y les entretenga. Que monten en su gran coche y disfruten algunas horas de su preciosa casa, y así ésta se convertirá en un centro de amor, lleno de luz, de alegría, de vida.» Me sonrió y declaró que estaría encantado de traer a esas personas a su casa, pero que quería

renunciar a algo en su vida. De modo que le sugerí lo siguiente: «Cuando vaya a una tienda a comprarse ropa o un traje nuevo, o cuando alguien vaya por usted, en lugar de adquirir lo mejor y gastarse cincuenta y cinco dólares, elija una prenda que valga cincuenta y destine ese dinero de más a comprar algo para otra persona o, mejor aún, para los pobres.» Cuando terminé de hablar parecía realmente sorprendido y exclamó: «¡Oh! ¿Es así como se hace, Madre? Jamás se me había ocurrido.» Cuando finalmente se marchó parecía feliz y lleno de alegría ante la idea de ayudar a nuestras hermanas, y ya estaba planeando mandar cosas en cuanto llegara a Holanda.

Capitulo 2. Jesús En una ocasión, le pidieron a la Madre Teresa su opinión ,,obre el hecho de que hoy en día muchas personas tenan dificultades para aceptar plenamente la presencia de Cristo. Su respuesta al entrevistador fue sencilla y franca: «Eso es porque no Le conocen.» Evidentemente, ése no era su caso. Jesús fue, sin duda alguna, el centro de su vida, como puede acreditar cualquiera que la conociera bien. El Hijo Encarnado de Dios no era ni un concepto, ni un ser lejano ni una imagen en la pared, sino una realidad viva, ama Persona a quien conocía y con quien mantenía una amistad íntima y profunda. Amaba a Jesús «con toda la capacidad de un corazón de mujer», hasta el punto de desear «amarle como nadie le había amado antes». La intimidad y la totalidad de dicha relación queda bien reflejada en sus propias palabras: «Para mí, Jesús es mi Dios. Jesús es mi Esposo. Jesús es mi Vida. Jesús es mi único Amor. Jesús es mi Todo en Todo. Jesús lo es Todo Para mí.» Ocupaba un lugar prioritario en su vida y «nada ni nadie» podían separarle de Él. La Madre Teresa se esforzaba por comprender, apreciar e imitar las distintas características de la vida de Jesús en la Tierra. Así, la vida oculta y sencilla que el Hijo de Dios escogió para Sí al hacerse hombre la inspiró a lo largo de toda la vida. Mientras vivía en Nazaret, un lugar recóndito, trabajando como un humilde carpintero y realizando sus tareas cotidianas durante treinta años en obediencia a la voluntad de Su Padre y en sumisión a Sus propias criaturas, nos reveló la cercanía de Dios y el valor de lo ordinario. Esa vida de humildad y sencillez, de silencio y servicio en obediencia a la voluntad de Dios, fue lo que ella se esforzó por emular. En Su breve vida pública, Jesús «anduvo haciendo el bien» (Hechos 10, 38). El apostolado de la Madre Teresa como Misionera de la Caridad consistió en seguir el ejemplo de Jesús, sobre todo en Su amor preferencial por los pobres y Su amor misericordioso por los pecadores. Sus obras de amor por los más desafortunados constituyeron su participación en la misión que Cristo le encomendó a Su Iglesia y que se ha llevado a término a través de los distintos carismas' a lo largo de los siglos. De todos los misterios de la vida de Jesús, sin embargo, el que más profundamente impresionó el alma de la Madre Teresa fue Su Pasión. Se maravillaba ante la profundidad y las dimensiones del amor de Dios demostrado en las horas finales de Jesús en la Tierra, durante Su agonía

tanto en el huerto como en la crucifixión. La Cruz fue la prueba definitiva de Su amor: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Juan 15, 13). La Madre Teresa reflexionaba a menudo sobre los acontecimientos de la Pasión de Jesús, hablaba de ellos y, lo más importante, basaba su respuesta al sufrimiento —parte inevitable de toda vida humana— en el ejemplo del mismo Jesús. En su deseo de convertirse en una con su Amado, quien amó hasta el final y sufrió por amor a nosotros, la Madre Teresa aceptó sus muchos sufrimientos en unión con Él para mostrar así un «mayor amor» a Dios y obtener la gracia para las almas. Mientras profundizaba en su comunión con Jesús mediante la meditación frecuente de los misterios de Su vida, revelados en el Nuevo Testamento, la Eucaristía, en todo su misterio y su realidad sacramental, fue el camino predilecto para encontrarse a diario con Jesús. Ésta resultaba indispensable para su vida de unión con Él. La misa, en la que los misterios de la fe que tuvieron lugar en el pasado se hacen presentes, era para ella el momento más importante del día. Para hacer de su vida un auténtico sacrificio de amor, en la celebración de la Eucaristía se asociaba a sí misma con el sacrificio de Jesús, y se ofrecía con Él para ser «partida» y «entregada» a los más pobres entre los pobres. Allí, en la misa, recibía las gracias necesarias para cumplir lo que Dios deseaba de ella ese día. Cuando se le brindaba la ocasión de «completar en su propia carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo»,2 lo aceptaba como una manera de seguir viviendo la misa. La adoración eucarística diaria suponía una oportunidad suplementaria de sentarse a los pies del Señor y escucharle. Era un momento para amarle, para dejarse amar por Dios; para hablarle de su amor, de su deseo de calmar Su sed. Estaba allí para consolarle y, a su vez, para que ti la consolara, no con sentimientos sino con la realidad de su fe. Aunque silenciosa, Su presencia la llenaba de paz, fuerza y celo para irradiar Su amor a los demás, especialmente a los más pobres de los pobres, a cuyo servicio la había llamado Él. El verbo hecho carne Él vino para darnos la buena nueva de la ternura y el amor de un Padre para quien somos preciosos, porque nos ha creado a imagen y semejanza de Sí mismo para cosas más grandes: amar y ser amados. Leemos en las escrituras que Dios amó tanto al mundo que pronunció la Palabra, y la Palabra se hizo carne; y Él viene y habita en y entre nosotros.' ¿Cómo nos ama Jesús? Jesús vino del cielo, se hizo hombre, empobreció y murió en la Cruz (hoy en día vemos una cruz hermosa, con adornos y todo), pero sobre todo vino a darnos el mensaje de que Dios nos ama. Le pregunté a un gran teólogo de Bombay: «¿Cómo nos ama Jesús? Dios amó a Jesús entregándolo a nosotros y Jesús nos amó entregándonos al mundo. Así es como yo lo entiendo.» El sacerdote respondió: «Es un misterio.» Estamos entrando en este misterio y estamos proclamando este misterio: que Dios ama a esa persona.

Confianza incondicional La confianza de Jesús es incondicional. Aceptó convertirse en hombre como nosotros en todo menos en el pecado. No comprendemos lo que significa que «siendo rico, se hizo pobre».4 Que Él es «Dios de Dios, Luz de Luz, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho, [...] nacido de la Virgen María». El Creador eligió hacerse criatura, uno con nosotros, ser dependiente de los demás, necesitar comida para comer, ropas para vestirse, bebida para saciar Su sed, descanso, cansarse como nosotros. [...] Uno con nosotros en todo. ¿Por qué? Por amor a nosotros, con confianza incondicional en el Padre. Escogió nacer de una mujer, la Virgen María, tomar forma en carne y sangre humanas. «Vivir en Nazaret.»5 «¿Puede acaso algo bueno salir de Nazaret?»,6 preguntó Natanael. Cristo aceptó pertenecer a ese lugar completamente recóndito que no tenía buena reputación, trabajar como carpintero. «¿No es éste el Hijo de María y José?»7 Ya sabéis que en Nazaret no aceptaron a Cristo porque Él aceptó tener a María y José por padres. No querían que predicara y su intención era lapidarle por afirmar que era el Hijo de Dios.8 Fue totalmente rechazado. «Vino a los Suyos, y los Suyos no Le recibieron.»9 La elección de Jesús En el cielo, la Santísima Trinidad debe de haberlo discutido. «¿Cuál es la mejor manera?» Dios amaba tanto al mundo —es decir, a ti y a mí—, que no eligió las riquezas ni la grandeza, sino que se hizo pequeño; no [nació] en un palacio sino de una virgen, y ni siquiera como un niño cualquiera sino en un pesebre. Su madre, María, no esperaba que naciera de este modo, tan extraño. ¿Por qué? Detengámonos y pensemos, ¿por qué? La pobreza debe de ser muy hermosa en el cielo si Jesús se hizo tan pequeño, con la sencillez de los niños, los animales... La pobreza debe de ser muy hermosa en el cielo. Jesús podía tenerlo [todo], pero así lo escogió. Podría haber tenido un palacio. Preguntaos: «¿A qué se debe la elección de Jesús?» Para facilitar la respuesta debemos conocer de veras [lo que es la pobreza]; para ser capaces de entender a los pobres debemos saber lo que es la pobreza. ¿Por qué se hizo Jesús tan pobre? Para poder comprender mi pobreza, mi pequeñez, mi debilidad, mi poquedad. Vino a darnos la paz del corazón Él nos hizo llegar la buena nueva cuando dijo: «Mi paz os dejo. Mi paz os doy.»10 No vino a traer la paz del mundo, que sólo consiste en que no nos molestemos los unos a los otros, vino a traernos la paz del corazón, que nace de amar, de hacer el bien a los demás. Y Dios amó tanto al mundo que entregó a Su hijo a la Virgen María, y ¿qué hizo ella? Lo mismo. Un acto de entrega. En cuanto Jesús llegó a la vida de María, ella fue de inmediato a comunicar la buena nueva, y al llegar a casa de su prima Isabel cuentan las Escrituras que el niño que ésta esperaba, el niño que llevaba en su seno, saltó de alegría al ver el seno de María." Jesús trajo la paz a Juan Bautista, quien saltó de alegría en el seno de Isabel. Y si no bastara con que el Hijo de Dios fuese uno más entre nosotros y nos trajera paz y alegría estando aún en el seno de María, Jesús también murió en la Cruz para demostrarnos lo grande que era Su amor.12 Murió por ti y por mí, y por este leproso y por este hombre que se está muriendo de hambre, y por ese otro, desnudo, que yace

en las calles no sólo de Calcuta sino también de Africa y de cualquier parte del mundo. La humanidad de Cristo La Navidad nos muestra lo pequeño que es Dios. Id a la cuna y ved cuán pequeño se hizo Dios. [...] Hermanas, debemos comprender que Dios que lo creó todo, que os creó a vosotras y a mí,13 se hizo muy pequeño. Vivió esta entrega completa en su máxima expresión. Nosotros cantamos preciosos himnos, pero debió de ser una experiencia terrible para María y José, con ese frío. Por eso, hermanas, debemos aprender a ser ese niño, con su entrega total, su confianza y alegría. Contemplad la dicha de la Navidad y del Niño Jesús. No seáis nunca hermanas malhumoradas, no dejéis que nada os quite nunca esa alegría. La Navidad nos muestra lo mucho que el cielo valora la humildad, la entrega, la pobreza, porque el mismo Dios, el que nos creó a vosotras y a mí, se hizo muy pequeño, muy pobre y humilde. Ni Jesús ni María La última vez que estuve en Holanda, un hombre protestante se acercó con su mujer y me dijo con brusquedad: «Ustedes los católicos se vuelven locos por Nuestra Señora.» Yo le dije que, sin María, no hay Jesús. En aquel momento no me contestó, pero al cabo de unos días me mandó una gran postal en cuya parte superior había escrito con letras grandes: «¡Sin María, no hay Jesús!» ¡Observad cómo cambió su manera de pensar! Lo mismo deberíamos hacer nosotras. ¿Recordáis el primer milagro de Caná? María se dio cuenta del apuro del anfitrión y, cuando quedaba poco vino, se lo dijo a Jesús. A continuación indicó a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga.» 14 Ved qué lista fue, porque es gracias a que conocía bien a Jesús que pudo decírselo. En la lectura del Evangelio, me llamó mucho la atención que se mencionase a Nuestra Señora en la Anunciación. Dios no habló directamente con ella, envió al ángel para comunicar ese mensaje tan importante. Ella le respondió: «Hágase en mí según tu palabra.» 15 ¿La palabra de quién? Del ángel, que es sólo una criatura. Vemos de nuevo [a Nuestra Señora] en Belén, cerca del pesebre, con un pequeño arrullo.16 Supongo que no se imaginaba que iba a dar a luz en ese momento, así que no tenía más que lo imprescindible. Contemplad el pesebre lleno de paja, y nada más. La vemos de nuevo buscando a Jesús y, al encontrarle al cabo de tres días, le dijo: «Tu padre y yo te estábamos buscando.» Su respuesta: «¿No sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»17 [Nuestra Señora] avanzó con la multitud hacia el Calvario y se encontró con Jesús en el camino, cara a cara. Debió de ver su cuerpo golpeado, lleno de heridas, la cabeza sangrando por la corona de espinas, el rostro sucio de escupitajos e hinchado por los golpes, las manos llenas de sangre. ¡Qué visión! ¡Qué debió de sentir! Tuvo el valor de mirar a su Hijo y sufrir con Él. No oímos la voz de María, que siguió a Jesús hasta la Cruz; es el amor desinteresado de una madre. Aguantó con Él sus humillaciones hasta la Cruz.'8 Debió de oír a la gente hablar mal de Él, al sumo sacerdote, a los fariseos y los demás maldecir y decir cosas horribles. Su silencio fue grande; sabía quién era su Hijo. No desfalleció, ni tampoco trató de llamar la atención. Se quedó junto a la Cruz. Ni juzgó, ni se quejó ni les insultó. Pero, sorprendentemente, su nombre no

se menciona en la Resurrección. María Magdalena, Juan, Pedro: todos están ahí menos María.19 Ella no está en la gloria. El verdadero amor de la madre se pone de manifiesto cuando sus hijos sufren. Ahí es donde vemos la maternidad de María. Podíamos darla por sentada. Manso y humilde de corazón La vida entera de nuestro Señor —de principio a finconsiste en mansedumbre y bondad. Creo que cuando Jesús pasaba los niños gritaban: «La dulzura está pasando.» En tu comunidad, ama como María amó a Jesús y Jesús a María. Cuando se enteró de que Nuestra Señora había concebido a un niño, José podría haberlo hecho público... [pero] observa su mansedumbre.20 No hizo nada extraño. Podría haber sido duro con María, pero no le importó arriesgar su propia vida. [ ,.] Observad a Jesús en su Pasión. Nunca culpó a nadie, nunca gritó.21 «¿Por qué me pegaste?», sólo una pregunta.22 Contemplad la delicada mansedumbre de Jesús, que supo en todo momento lo que iba a hacer Judas.23 Pidamos para nosotros esa mansedumbre. Mantengamos esa mansedumbre, esa bondad, esa solicitud. Jesús quería enseñarnos humildad: Él lavó sus pies24 sin dar explicaciones. «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón. »25 Jesús enseñaba con sencillez. Debemos ser pacientes y solícitos. Midamos nuestras palabras. Una palabra [puede causar] mucho dolor. Jesús mostró el camino a la mansedumbre en las pequeñas cosas: Belén, Nazaret. ¿Quién es Jesús? En el Evangelio leemos que la gente preguntaba a Jesús: «¿Quién eres?»26 Hoy en día siguen haciéndose la misma pregunta. Los discípulos de Juan también llegaron a preguntarle a Jesús: «¿Eres tú el Mesías o debemos esperar a otro?»27 La Biblia nos cuenta que Jesús les respondió: «Id y decidle a Juan: los ciegos ven, los cojos andan, los mudos hablan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y el Evangelio se predica a los pobres.» Nuestro trabajo es el mismo. ¡Qué maravillosa es nuestra vocación! A través de nuestra labor también hacemos presente a Jesús en el mundo de hoy en día. Proclamamos que Jesús es el Cristo, el Mesías, y que está entre nosotros. La gente seguía preguntando: «¿Quién eres?», pero Jesús no les respondía directamente. Él deja que las buenas obras proclamen la buena nueva y que de este modo la gente encuentre a Dios. ¡Que vea Su amor! Debía de irradiar alegría. Cristo quería compartir Su alegría con los apóstoles «para que Mi alegría esté en vosotros y vuestra dicha sea completa».28 Queda muy claro. Alguien estaba diciendo: «Me pregunto si Jesús sonreía alguna vez.» Yo no he visto ninguna imagen. ¿Y vosotros? ¿Con una gran sonrisa? No obstante, debía de irradiar alegría. La alegría se refleja en tus ojos, en tu actitud, en tu manera de andar, de escuchar. Todo va unido. Cristo nos enseña que, cuando muramos, seremos juzgados por este punto en concreto, y dice: «Tuve hambre y me disteis de comer, estuve desnudo y me vestisteis, no tenía casa, y me recibisteis.»29 El hambre no es sólo de pan, es hambre de amor, de ser amado, de ser querido. Esa terrible soledad de los ancianos y la gente aislada conlleva un hambre terrible. La desnudez no significa sólo ausencia de ropa, sino que es también falta de dignidad, ese

hermoso don de Dios, la pérdida de la pureza de corazón, de la mente, del cuerpo. Carecer de hogar no es sólo carecer de una casa hecha de ladrillos; estar sin techo significa también ser rechazado, ser «expulsado» de la sociedad, no querido, no amado, no cuidado. Ahí, entre todas esas personas, es donde tú y yo podemos poner en acción nuestro amor por Dios. Estoy segura de que hay mucha gente en los hospitales que no tiene quien la vaya a ver. Tal vez una pequeña visita, una pequeña sonrisa, un pequeño apretón de manos puede llevar algo de alegría a la vida de esa gente solitaria que no tiene a nadie. Enséñanos a amar a Jesús pidámosle a Nuestra Señora que nos enseñe a amar a Jesús como ella Le amó. Nadie puede amar más a Jesús que María, por lo tanto ella será la más indicada para enseñarnos. Pensad en santa Margarita María; cuando Jesús le pidió que Le amara como Él la amó, ella dijo: «¿Cómo? Si me das Tu corazón y tomas mi corazón, entonces Te podré amar como Tú me amas a mí.» Jesús sigue sediento.30 Escribidlo: «Dile a la Madre Teresa: "Tengo sed."» Pregúntate a ti mismo por qué Jesús está sediento. ¿Es porque yo no soy lo que debería ser?

Nuestra Señora y la Sagrada Familia La Anunciación Según la tradición, la Santísima Trinidad discutió sobre cómo el pecado había penetrado en el hombre y decidió que éste debía ser salvado. Y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad dijo: «Padre, usadme. Yo iré. Me convertiré en uno de ellos.» María era de una pureza tan impoluta que atrajo la presencia de Dios, hasta el punto de que se hizo hombre antes de tiempo. Cuánta gratitud le debemos a María, que nos dio su carne. Él no podía nacer en cualquier persona; el Espíritu Santo no podía bajar a un cuerpo pecador. No hubo ningún otro ser humano implicado; ni siquiera san José, por quien siento un gran amor debido a su profunda caridad. La primera comunión de María Lo que María recibió lo recibimos también nosotros en la Sagrada Comunión. El obispo Fulton Sheen solía decir: «La Anunciación fue el día de la Primera Comunión de María», ¡y nosotros recibimos a Jesús cada día! Qué cosa tan hermosa. Eso es amor Cuando [san José] vio que Nuestra Señora estaba embarazada, que iba a tener un bebé, de entrada se sintió herido. Pero la amaba. En el fondo de su corazón la amaba y sabía que «si voy a contárselo al sacerdote, de inmediato la lapidarán». No sabía que Nuestra Señora había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, pero no tenía dudas de que si lo contaba la lapidarían.31 Y si permanecía en silencio, le lapidarían a él. Así pues, ¿cuál fue su decisión? «No diré nada. La dejaré y me marcharé, y así la gente me culpará a mí.»32 Eso es amor.

La primera Misionera de la Caridad Ella «es la más bella, puesto que, entre todas las criaturas, es la que refleja con más perfección la semejanza con Dios». Es una criatura, sí, pero es muy semejante al Creador. De todos los seres humanos, María es la que más se parece a Dios. Es la reina del cielo y de la tierra, la mediadora de todas las gracias. Todas las que has recibido, recibes o recibirás vienen únicamente a través de María. Creo que nadie se ha dado cuenta de la parte más maravillosa de la misión de nuestra congregación. La congregación está dedicada al Inmaculado Corazón de María, Causa de nuestra Alegría y Reina del mundo. Una vez más nos encontramos con la palabra «mundo». ¿Qué estamos haciendo en el mundo? A través de nuestra vida y nuestras obras de amor, hacemos que la Iglesia esté presente en el mundo actual. La congregación fue fundada para difundir el reino del Inmaculado Corazón entre los más pobres de los pobres. María fue la primera persona de toda la creación que recibió a Jesús físicamente en su cuerpo y es la que llevó a Jesús hasta Juan. Se dio mucha prisa.33 Fue la primera que le crió, que le vistió, que le alimentó, que le protegió, que cuidó de Él, que le enseñó.34 Por eso fue la primera MC35 —portadora del amor de Dios— y nosotras hacemos lo que hizo ella: recibir a Jesús y entregarlo sin tardanza. Pensad en la pureza y el atractivo de Nuestra Señora para hacer que Jesús abandonara el cielo y descendiera para estar en ella, con ella, para recibir su carne y su sangre, su amor y su afecto, sus cuidados y su devoción. San Bernardo dijo que la pureza de Nuestra Señora era tan grande y tan atractiva que Dios decidió hacerse hombre antes de tiempo. Cristo podría haber nacido en generaciones más tarde, pero no pudo esperar debido a la hermosura de María. Hasta Dios Todopoderoso se enamoró de ella. Ella puede llevarte a Jesús No puedes ser todo por Jesús si tu amor por Nuestra Señora no es una realidad viva. Acércate tanto a ella como para que pueda llevarte a Jesús. Evita las distracciones, permanece a solas con Él y pídele a Nuestra Señora: «Hazme uno con Jesús.» Sé santo como Jesús y María. Piénsalo, rézalo. San José Ya sabemos qué ocurrió; por la noche vino el ángel y le dijo a José: «No, no te vayas. El niño de María es del Espíritu y tú cuidarás de los dos.» San José había decidido: «Deja que me maten.» No sabía ni cómo ni de quién había concebido María, pero lo cierto era que esperaba un bebé, y cuando el ángel le dijo que era del «Espíritu», lo aceptó.36 ¿Qué hubiéramos hecho nosotros? Era un hombre justo, es decir, un hombre santo. Le dio a Dios lo que pertenecía a Dios y a las criaturas lo que pertenecía a las criaturas.37 Ser «justo» significa darle a cada persona lo suyo y demostrarle amor, porque todas pertenecen a Dios. Dios nos ama, y ama a los demás también. Creemos que somos sagrarios del Dios vivo; las otras hermanas, la gente también... San José [tenía] dos talentos —fidelidad y amor— para servir a Jesús. Era un carpintero corriente y se convirtió en padre custodio de Jesús y en esposo de la Madre de Dios. Con sinceridad, todos deberíamos decir: «He

usado lo que me ha tocado. Debo ser justo con los demás...» La gente que quiere alcanzar la santidad debe rezarle a san José. La más hermosa presencia Leemos en las Escrituras que Dios amó tanto al mundo que entregó a Su hijo Jesús,38 y dio Jesús a una virgen, María, la Madre más pura, y cuando Él llegó a la vida de María, ésta fue de inmediato a compartir la alegría de la presencia de Cristo con su prima Isabel.39 Y ahí empieza la maravillosa historia del niño no nacido, que reconoció la presencia de Cristo en el mundo. Leemos en las Escrituras que el niño saltó de gozo cuando María llegó con Jesús en su seno. Ésta es la más hermosa prueba de la presencia del amor de Dios por el mundo: el niño. María al pie de la Cruz Al pie de la Cruz, Jesús le entregó María a Juan: «Ésta es tu Madre, éste es tu hijo.»40 Desde ese momento, Juan tomó a María bajo su cuidado. ¿Tengo yo a María bajo mi cuidado? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Es mi Madre? ¿Se lo confío todo? Cuida a María, ella te mostrará el camino hacia Jesús. Cuando reces el Vía Crucis, en la décima estación pídele a Jesús que te libre de cuanto no sea Él en ti, de cualquier orgullo, si realmente quieres ser santa. La santidad es «Él en ti» después de despojarte de ti misma. Recitad también esa oración tan útil que rezaba san Francisco [de Sales]: «Jesús manso y humilde de corazón, toma mi corazón y hazlo como el Tuyo». El Vía Crucis no es más que un continuo acto de humildad. Fijaos en la sexta estación: es posible que la prenda que Verónica le dio a Cristo fuera algo común —un pañuelo, una toalla o algo por el estilo—, así que hay que reconcer su valentía. Pensad: ¿habéis ayudado a alguna hermana en vuestra comunidad o a algún pobre de vuestra ciudad? Vosotras y yo, pidamos la gracia de obtener el valor para ser Verónica en nuestra comunidad. Puedo vivir esas estaciones si las conecto con mi vida. El Vía Crucis es una oración maravillosa si la hacéis vuestra, en vuestro trabajo. Busqué quien Me consolara En la Biblia está escrito: «Busqué quien Me consolara y no encontré a nadie.»41 Jesús pasó cuarenta días a solas con Su Padre, y rezó.42 Durante estos cuarenta días, esforzaos por ser esa persona [a quien Él buscó]. «Busqué a alguien.» ¿Estáis ahí? ¿Podéis decir: «Sí, estoy aquí»? ¿Pertenezco realmente a Jesús como Él pertenece al Padre? Y fue voluntad del Padre la terrible soledad en el huerto,43 en la Cruz.44 Estuvo completamente solo. Si somos verdaderos seguidores de Jesús, también debemos experimentar su soledad. Sudó sangre;45 fue tan difícil para Él pasar por la humillación de Su Pasión46 que de ahí viene su frase: «Busqué quien Me consolara y no encontré a nadie».47 Acudió a los apóstoles, y estaban profundamente dormidos.48 Muchas veces Jesús acude a nosotros en el sufrimiento; la Cuaresma es sólo eso, compartir la Pasión de Cristo. No podemos hacer a Jesús lo que le hicieron los apóstoles después de que les invitara a compartir Su Pasión. Ese amor, esa compasión que hubiéramos querido darle, estamos llamados a dárselos aquí y ahora, pues el amor empieza en el hogar.

Cuando Judas fue a traicionarle, [Jesús dijo]: «Amigo, ¿Me traicionas con un beso?»49 No le soltó: «Tú, traidor», y lo mismo ocurrió cuando les lavó los pies,50 pese a que había agonía en Su corazón [...]: nunca fue duro. Mientras permanecía colgado en la Cruz, mirando a Su Madre, mirando a san Juan, pensó en nosotros.51 ¿Quién cuidará de Mi Madre? ¿Quién cuidará de Juan? Cuando alguien os corrige, os regaña, en lugar de llenaros de amargura recordad a Jesús, acordaos de cómo pensó en los demás incluso durante Su agonía y Su dolor. Nunca dejéis que el resentimiento permanezca en vuestros corazones. Pienso muy a menudo en Jesús, que desde el principio sabía que Judas iba a traicionarle. Lo supo durante tres años, e incluso al final, cuando fue a destruirle, Jesús no le tachó de traidor, no le rechazó, sino que le llamó «amigo».52 Maravilloso, maravilloso ejemplo del tierno amor de Jesús. Perdonar a Pedro Todos los apóstoles dijeron: «Nos quedaremos junto a Ti, jamás Te abandonaremos»;53 sin embargo, cuando llegó el momento, salieron corriendo.54 Cuando la mujer le dijo a Pedro, quien dos días antes había proclamado a Jesús como el verdadero Hijo de Dios: «Tú también eres un seguidor», por miedo a esa mujer Pedro respondió: «¿Qué dices? ¡Yo no Le conozco!» Palabras muy contundentes. Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces.» Lee con detenimiento la Pasión. Cuando [Pedro] miró y vio a Jesús, ¿qué ocurrió? Salió y lloró, lloró amargamente porque él, Pedro, había negado a Jesús con las palabras más contundentes: «No tengo nada que ver con Él.» ¿Qué hizo Jesús? Sus ojos se encontraron con los ojos de Pedro.55 Qué realidad tan viva, qué herida tan tremenda le causó Pedro a Jesús, sin embargo, qué tierno amor había en los ojos de Jesús; y Pedro vio ese perdón y salió llorando amargamente. Leí en un libro que lloró tanto que se le marcaron surcos en la cara. Tras la Resurrección, Jesús le preguntó: «¿Tú me amas?»,56 y Pedro lloró. Esto es caridad. Cuando alguien te hiera, mírale con bondad y hazte el propósito de no acumular amargura en tu corazón. Jesús podría haber dicho: «Pedro, ¿qué estás diciendo?» o haberle mirado con ojos llenos de ira. Recibimos el perdón de Jesús para que podamos también nosotros dar ese perdón. Mantened limpios vuestros corazones. Si habéis hecho algo, id a confesaros. Bastaba con la Cruz Cuando miramos la Cruz y el sagrario nos preguntamos por qué, tras semejante prueba de Su amor y Su misericordia como para morir por nosotros, nos dejó Jesús la Eucaristía. Hubiera bastado con la Cruz, pero quiso darnos la oportunidad de compartir Su crucifixión, de perpetuarla en nuestras vidas. Durante la Última Cena sabía de las espinas, de los escupitajos, sabía de todo y, sin embargo, asoció ese sufrimiento y la crucifixión con el sagrario, Su cuerpo con la Eucaristía, de tal modo que decimos que éste es partido de nuevo en pedazos. Un sacrificio que se repite diariamente.57

«Tengo sed»: la palabra del amor María aprendió cerca de la Cruz; permaneció de pie junto a ella.58 Jesús estaba completamente cubierto de sangre; en los crucifijos actuales no se ve, pero me imagino que el suelo estaba también todo mojado, empapado de sangre. ¿Le escuchamos, le reconocemos, podemos oírle? En la Cruz, el mismo Jesús dijo: «Tengo sed» ,59 la palabra del amor. Después no añadió nada más. Intenta profundizar en tu comprensión de la afirmación «tengo sed». La vida es para vivirla hombro con hombro con Jesús, no se trata de una devoción. Cuando alguien dice «Tengo sed», yo me apresuro a saciarla. Cuando alguien dice en Kalighat: «Tengo sed», rápidamente vas a llevarle agua. Ésta es la palabra de Jesús: «Tengo sed», pero es sed de amor, de almas, no de agua. Así que escucha. Profundicemos en nuestro conocimiento, pues no podemos amar lo que no conocemos. ¿Qué hizo en realidad Nuestra Señora cuando oyó «Tengo sed»? Debió de mirar a su alrededor en busca de una botella o un poco de agua. No podía hacer nada. Lo que sufría Jesús en su cuerpo, lo sufría ella en el alma, así que pidámosle que nos ayude a comprender, dejemos que Nuestra Señora nos enseñe. «Tengo sed», de modo que «yo sacio» debe ser el propósito y la alegría de nuestra vida. Con pleno amor y confianza, permanezcamos con Nuestra Señora junto a la Cruz. Es un don de Dios; hemos sido elegidas en la congregación para saciar la sed de Jesús. ¿De qué tiene sed Jesús? Naturalmente, se trataba de una sed física — perdió mucha sangre—, torturadora. Hoy en día, en Etiopía: en la sangre, una sed terrible, incluso la ropa tiene sed de agua. Colocaos ahí, frente a Jesús. Además del cuerpo, su terrible sed procedía también del dolor del pecado. Él no pecó, pero entendió el pecado mejor que nadie y quiso librarnos de él y de sus consecuencias. Estaba sediento de nuestro amor, y el pecado estropeó nuestros corazones. Cuando damos amargura «Saciar la sed de almas de Jesús» significa saciar su sed de amor, el mío y el de los demás. Mientras moría en la Cruz, gritó: «Tengo sed.» Estas palabras están reproducidas en todas las capillas de las MC para recordarnos por qué estamos aquí: para saciar la sed de Jesús de almas, de amor, de bondad, de compasión, de amor delicado. Cuando Jesús sufría en la Cruz, el soldado —por bondad y con la intención de ayudar a Jesús a olvidar Su dolor dejándole que se durmiera— preparó una bebida amarga de vinagre y se la dio a beber. Jesús, para no ofender al soldado, la aceptó pero sólo la probó, pues no quería olvidar el dolor y Su sufrimiento.60 No, Jesús me amó y murió por mí,61 sufrió por mí. Con demasiada frecuencia, también nosotros le damos bebidas amargas, una amargura que procede del fondo de nuestros corazones y se expresa en nuestras palabras y actitudes hacia los demás. «Lo que le haces al más pequeño de mis hermanos, a Mí Me lo haces.»62 Cuando damos amargura a una de nuestras hermanas, a otra persona, se la damos a Jesús.

Escucha tu nombre Hace un tiempo recibí una carta de un sacerdote santo. Era una misiva muy larga, en la que me contaba que estaba rezando sin tenernos en absoluto presentes cuando oyó a Jesús que le decía claramente: «Dile a la Madre Teresa: "Tengo sed".» No se refería sólo a la Madre Teresa, sino a cada uno de vosotros. Intentad, hoy, escuchar vuestro nombre y a Jesús diciendo: «Tengo sed.» ¿Cuál será vuestra respuesta? Escuchad sus claras palabras, convenceos de que fue Jesús quien lo dijo, pues estoy segura de que tuvo que ser Él. Colocaos frente al sagrario y no permitáis que nada os distraiga. Escuchad vuestro nombre y «Tengo sed». Tengo sed de pureza, tengo sed de pobreza, tengo sed de obediencia, tengo sed de amor de todo corazón, tengo sed de entrega total. ¿Llevamos de verdad una vida profundamente contemplativa? Él está sediento de esa entrega total. Todo viene del «Tengo sed» Crece en ese amor íntimo y comprenderás no sólo lo que significa «Tengo sed», sino todo. En términos humanos resulta difícil comprender las afirmaciones «Amaos los unos a los otros como yo os he amado»63 o «Sed santos, porque yo soy santo».64 Pero todo viene del «Tengo sed». El fruto de la fe es la comprensión de ese «Tengo sed». [...] Líbrate rápidamente del pecado para poder escuchar a Jesús diciendo: «Tengo sed de tu amor.» Lo más importante es encontrar Su sed de Jesús, aunque eso constituye una gracia. El está aquí para amarnos ahora Necesitas a Jesús más que a cualquier otra cosa en la vida. A menudo me pregunto qué sería el mundo si no hubiera sagrario, es decir, si no hubiera Jesús. La Eucaristía En nuestra congregación, nuestras vidas están profundamente entretejidas con la Eucaristía. Empezamos con la Misa y la Sagrada Comunión, y cada día tenemos una hora de adoración en todas nuestras casas. Sentimos que nuestras vidas deben entrelazarse con la Eucaristía: Jesús en el Pan de Vida65 y en el angustioso disfraz de los pobres.66 Rezad pues por nosotras para que seamos fieles a ese amor, a esa unión en la Eucaristía y con los más pobres de los pobres. La Eucaristía escapa de nuestra comprensión, debemos aceptarla con fe y amor profundos. Jesús nos la dejó de forma consciente para que no olvidáramos todo lo que Él vino a hacer y a enseñarnos. En el Evangelio están esas pocas palabras que describen Su Pasión y muerte: fue coronado,67 azotado,68 escupido [...],69 pala bras que hoy en día podríamos haber olvidado fácilmente. Los Evangelios son muy breves en su descripción de la Pasión. Señalan que Le «azotaron», pero no cuentan que fueron cuarenta azotes ni lo que usaron para flagelarle. Jesús comprendió nuestra naturaleza humana, y entendió que ojos que no ven, corazón que no siente. Imaginad por un momento lo que serían nuestras vidas sin la Eucaristía. ¿Qué nos haría amar a Jesús? ¿Qué habría que nos hiciera renunciar a todo?

¡ Pienso que ninguna de nosotras estaría aquí sin la Eucaristía! Hoy no vamos a leer mucho, ni tampoco a meditar mucho, sino que sencillamente vamos a dejar que Jesús nos ame. Siempre estamos prestas a decir: «Jesús, te amo», pero no permitimos que Él nos ame. Hoy repetid a menudo: «Jesús, estoy aquí, ámame.» Todos los seres humanos tienen anhelo de Dios. «Mi alma está sedienta de Dios.»70 Los cristianos pueden ir aún más allá: además de anhelar a Dios, tienen el tesoro de Su presencia siempre entre ellos. Nosotras no sólo tenemos eso, sino que también disfrutamos de la alegría de acercarnos más aún a Él recibiéndole en la Sagrada Comunión. Jesús no se dio por satisfecho alimentándonos con el Pan de Vida, sino que se convirtió en el Hambriento vestido con el angustioso disfraz de los pobres. Nosotras, Misioneras de la Caridad, no podemos decir que amamos a Jesús en la Eucaristía pero que no tenemos tiempo para los pobres. Si realmente amas a Jesús en la Eucaristía, querrás poder poner ese amor en acción. La Eucaristía no puede separarse de los pobres. La grandeza de este don Para darse cuenta de la grandeza de este don, hay que ver la primera vez que Jesús se hizo pan para los apóstoles: «Éste es Mi Cuerpo.»7' Qué gran fe, qué gran amor tuvieron los apóstoles al recibir el Cuerpo de Jesús. Para que fuera fácil para ellos y para nosotros, Jesús les dio una fe y una gracia especiales que les permitieran comprender; una fe profunda y un gran amor. Nosotros también necesitamos esa gracia especial, una fe profunda, amor, confianza. A veces vamos a la Sagrada Comunión sin preparación y con la mente confundida. Recordad la primera vez que recibisteis la Sagrada Comunión, recordad ese anhelo. Un gran anhelo, una gran fe, un gran amor. Se nos tienta para comulgar sin prepararnos, y a veces nos resultará difícil percatarnos: necesitamos gran fe, amor y anhelo antes de recibir la Sagrada Comunión. Dile a Jesús que vaya contigo La parte más importante del día es la misa. Cuando te persignes, traza bien la cruz. Antes de salir, dirígete a la capilla y pídele a Jesús que vaya contigo. El Jesús que agoniza en la Cruz fue real, y ahora la Santa Misa es la realidad. Anteayer, un pastor protestante dijo: «Cuán afortunados sois todos al tener al Dios vivo en la capilla.» Él está ahí, para nosotros. Si un día hay una persecución querremos tenerle cerca, pero no estará. Cuando veo a una hermana distraída, sé que no está en presencia de Dios. Aquí [está] el rey de reyes que se hizo humilde para venir entre nosotros [...] para hacerse el Pan de Vida:72 sencillamente, no nos importa. Cada mañana, intenta ser el primero en entrar en la capilla y siente ese vínculo entre la Eucaristía y tú. Recibid como hizo María Nosotros también recibimos a Jesús, del mismo modo que María, y debemos hacerlo con mucho amor y humildad, como Nuestra Señora. ¿Cómo sabremos si lo hemos logrado? Por algo que sucede entre nosotros, algo que nos hace compartir nuestra alegría, ese perdón. Como esa mujer [que] dijo: «Si toco su manto»,73 algo externo a El, no su carne... y algo cambió en ella.

¡Nosotros estamos tocando Su carne! ¿Qué nos ocurre cuando decimos una mala palabra u ofendemos a alguien justo después de la Sagrada Comunión? ¿Cómo es posible? Es porque no creemos que Él haya venido a nosotros. Dijo Isabel: «¿Cómo es que la Madre de mi Señor ha venido a mí [...] y el niño dentro de mí saltó de alegría?»74 Nuestra preparación para la llegada de Jesús: recibámosle cada mañana como la esclava del Señor y pidámosle Su fuerza y Su alegría. Recemos. Aferrémonos a Nuestra Señora y roguemos para que nos enseñe cómo llevó a Jesús consigo. Pidámosle a santa Isabel que nos proporcione una fe profunda. Pidámosle a san Juan que salte con la alegría de amar a Jesús y compartámoslo todo con aquellos que encontramos, especialmente nuestras hermanas. Que vuestros ojos brillen de alegría. Como san Juan Berchmans,75 que cada vez que se encontraba con alguien se inclinaba ante Jesús en esa persona. Compartamos la alegría de recibir compartiendo con los demás, y con nuestros pobres. Dos cosas Cada día, al comulgar, Le doy las gracias por mi perseverancia en este día y le pido que me enseñe a rezar. ¿Qué fue lo que le proporcionó a san Pablo esta convicción: «Nada puede separarme del amor de Cristo»?76 Debéis de estar cansadas de oírmelo decir, pero no voy a dejar de hacerlo: yo pertenezco a Jesús, nada puede separarme del amor de Cristo. Ayer, el padre hablaba de ese hombre que preguntó: «¿Has encontrado a Dios?» Si creo en la Eucaristía entonces sí, Le he encontrado. Si creo en los pobres entonces sí, Le he encontrado. ¿Lo creo? Esta mañana he recibido a Jesús en la Sagrada Comunión, ¿pienso en ello a lo largo del día? ¿Me dirijo a Jesús en mi interior? Es el mismo Jesús que viene a nosotros, ese Jesús acerca del que leemos en los Evangelios. Esa mujer sólo quería tocar el borde de su manto, y sabía que eso la curaría.77 El centurión dijo: «No necesito veros. Decid una sola palabra y mi criado sanará. No soy digno de que entréis en mi casa.»78 Éste es el mismo Jesús que viene a nosotros en la Sagrada Comunión. ¿Lo creo? La comunidad ¿Cómo podemos amar a Dios y a Sus pobres si no amamos a aquellos con quienes vivimos y con quienes compartimos el Pan de Vida a diario? Éste es mi deseo en el día de mi santo para cada una de vosotras: que os podáis conocer mutuamente al partir el Pan, que os améis las unas a las otras al comer ese Pan de Vida y os sirváis las unas a las otras y a Él en sus pobres ofreciendo vuestro servicio de todo corazón. [...] Y al partir el Pan le reconocieron.79 ¿Reconozco la belleza de mis hermanas, las esposas de Cristo, al partir el Pan en la misa diaria que vivimos juntas? La alegría de una niña ¡Qué tremendo regalo les ha hecho Dios a los sacerdotes al poder decir: «Éste es Mi Cuerpo»!80 En nuestra casa tenemos a una niña física y mentalmente discapacitada, y cada vez que había adoración [del Santísimo Sacramento] la llevaba a la capilla. Siempre que la miraba, su manera de

contemplar al Santísimo Sacramento me admiraba por el resplandor y la alegría que traslucía su rostro: estaba completamente concentrada y sabía a quién estaba viendo. Un día le pedí al padre: «Padre, os lo ruego, esta niña parece tener conocimiento, por favor, dadle la Sagrada Comunión.» Él me dijo: «Madre, ¿cómo? Debe prepararse algo.» Pero ella era incapaz, no podía ni hablar, así que decidí: «Padre, le haré un examen.» Tomé un trozo de pan y una hostia, una hostia corriente, y luego cogí la Cruz y lo puse todo delante de la niña. Luego le hice una señal y la niña puso su dedo sobre el pan y luego se lo llevó a la boca. A continuación lo colocó sobre la hostia y sobre la Cruz. El padre dijo: «Entiende», y le dio la Sagrada Comunión. Ved qué tremendo es el anhelo de Dios por llegar hasta nosotros. Y esa pequeña: lisiada, impedida y, a pesar de eso, en el fondo de su corazón se hallaba Jesús anhelando llegar a ella con toda Su alegría. Y el sacerdote estaba muy agradecido a Dios por haber podido proporcionar esta alegría a esa niña. Mi todo. Mi alegría. En una ocasión alguien me preguntó: «Pero ¿cómo es posible que siga así? ¿Cómo logra sonreír constantemente?» Respondí: «¿Por qué se convirtió Jesús en el Pan de Vida? Él ha venido a mí esta mañana por esa razón, para ser mi fortaleza, mi vida, mi amor y mi alegría, y Él es vuestro.» Amémonos los unos a los otros Él nos amó. Amémonos los unos a los otros como Él hizo en la Cruz, y como nos está amando ahora en la Eucaristía.

Adoración He observado un gran cambio en nuestra congregación. [...] Una vez a la semana tenemos un día de recogimiento. Todas salimos a diario, pero cada jueves nos quedamos en casa, nos confesamos y recibimos la enseñanza de un sacerdote, y también una hora de adoración. En el Capítulo de 1973 éramos allí sesenta y una, y la decisión fue unánime: «Madre, queremos tener adoración [del Santísimo Sacramento] todos los días. Una hora». Yo les dije: «No, no puede ser, hay demasiado trabajo, tenemos montones de cosas que hacer, los enfermos, los moribundos, los leprosos, los niños. Es muy difícil.» Y no sé qué ocurrió; rezamos, recé, recé y recé, y ahora podemos tener adoración cada día sin que interfiera en nuestras labores, sin privar de nuestro servicio a los pobres. Y os puedo decir que, desde entonces, hay mucho más amor íntimo por Jesús, de verdad, cada una intenta enamorarse de Él y eso genera mucho más amor comprensivo entre nosotras, sin duda. Y, lo que es más, nuestro amor a los pobres se ha vuelto más profundo. Comprendemos mejor su sufrimiento, comprendemos mejor lo que tenemos que ser y cómo servirles, y además, tenemos tantas vocaciones maravillosas... Ahora mismo, entre los cuatro noviciados, hay casi cuatrocientas novicias de treinta y cinco nacionalidades. Y es maravilloso ver su generosidad, su amor. [...] Yo siempre digo que es fruto de la Eucaristía, de la presencia de Cristo, de nuestra adoración con Él. Estuve en el último sínodo y vi al Santo Padre [...]; no podía fallar y tuve que hablar a todos esos grandes obispos y cardenales. El Santo Padre no me

daba miedo, pero estaba aterrorizada de todos los demás. Lo primero que le pedí fue: «Denos sacerdotes santos y entonces nosotras, las religiosas, y nuestras familias también lo seremos.» Al regresar hablé con las hermanas para ver qué podíamos hacer para crecer en esa santidad, para ayudar a los sacerdotes a ser santos de modo que nosotras podarnos serlo después, y consideramos que debíamos pedir la mediación del Sagrado Corazón. Nuestro Señor le pidió esa hora de adoración a santa Margarita María, cada víspera del primer viernes [del mes] de once a doce de la mañana. Así que empezamos la vigilia del primer viernes de enero (creo que era el día 4). En nuestra congregación, desde el principio hacemos nueve días de novena antes del primer viernes, de modo que la adoración empieza por la noche, y ese día no cocinamos y no comemos al mediodía; lo llamamos el «ayuno MC» y el dinero que ahorramos absteniéndonos de comer lo utilizamos para reparar las casas de nuestros pobres. El sagrario Ve ante el Santísimo Sacramento, Él está ahí. Cuando miramos la Cruz, sabemos cuánto nos amó; cuando miramos el sagrario, sabemos cuánto nos ama ahora. «Amó» es pasado. «Ama» es presente. No sólo lo hizo en el pasado, Él nos ama ahora. Me ama con ternura. El silencio del sagrario En el sagrario, Jesús está en silencio. Puedo comprender la majestuosidad de Dios, pero no puedo comprender la humildad de Dios. ¡Un pedacito de pan! Jesús creó el mundo entero, y Jesús, cuya Preciosa Sangre lavó mis pecados, está en el sagrario. [...] El silencio en el sagrario, este silencio perfecto. El único signo de que Él está ahí es la vela prendida, sin grandeza, sin espectáculo, sin nada. Por eso debemos asegurarnos de que arda: si no hubiera una vela, nadie haría la genuflexión, y por eso no quiero luz eléctrica, porque la vela ardiendo hace que la unión sea real. Él se convirtió a Sí mismo en el Pan de Vida, hermanas, para satisfacer nuestra hambre de Su amor, para hacer realidad nuestra unión. Cuando mari do y mujer se casan, se unen entre sí, se convierten en uno y de ahí nace la familia. Está escrito en la Biblia: se unen el uno al otro;81 es lo mismo que hacemos con Cristo durante la Eucaristía, por eso nos la dio Jesús. En el silencio del sagrario, Él está presente. No es ninguna imaginación, Él está ahí de verdad, el Dios vivo. Dios está ahí Si vais a casa del gobernador mientras él está allí veréis que la bandera está izada y ondeando. Cuando sale, la arrían, y eso significa que no está. La vela ardiendo junto al sagrario, esa pequeña cosa, expresa sin embargo algo muy grande: la presencia de Dios, que Dios está allí. El Pan de Vida A Jesús le dolió amarnos; le dolió de verdad. Para asegurarse de que recordamos ese gran amor, se hizo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de Su amor82 —nuestra hambre de Dios—, porque hemos sido

creados para ese amor. Hemos sido creados a Su imagen,83 para amar y ser amados, y Él se hizo hombre para que pudiéramos amar como Él nos amó. Se convirtió en el hambriento, en el desnudo, el vagabundo, el enfermo, el preso, en el que está solo, el que nadie quiere, y dice Él: «A Mí Me lo hicisteis.»84 Está hambriento de nuestro amor, y ésa es el hambre de nuestros pobres. Es el hambre que vosotras y yo debemos encontrar, y puede estar en nuestro propio hogar.

*** Capítulo 3. Lo que me impide amar Creados por Dios y para Dios, que es infinitamente bueno, debemos vivir en relación amorosa con Él y los demás. El Creador no sólo puso un código moral básico en todos los corazones humanos para que hicieran el bien y rechazaran el mal, también enumeró las formas de amar en los Diez Mandamientos. Desgraciadamente, descubrimos en nosotros mismos obstáculos a ese amor y luchamos por superarlos. Herederos del pecado de nuestros primeros padres, que abusaron de la libertad que Dios les había dado y desobedecieron Su mandato, tendemos a anteponernos a Dios y a obrar en contra de Su voluntad y de nuestro propio bien. La Madre Teresa lo explica claramente: «Cuando elijo el mal, peco. Ahí es donde interviene mi voluntad. Cuando busco algo para mí misma a expensas de todo lo demás, elijo deliberadamente el pecado. Pongamos por ejemplo que me siento tentada a decir una mentira, y acepto decirla. Entonces mi mente es impura: he puesto esa carga sobre mí, he colocado un obstáculo entre Dios y yo. Ha ganado la mentira, porque yo la he preferido a Dios.» Si queremos alcanzar la felicidad para la que hemos sido creados, debemos utilizar constantemente nuestra voluntad en contra de cualquier inclinación pecaminosa y rechazar todo pecado, pues éste nos distancia de Dios y nos convierte en esclavos de nuestros deseos desordenados. Como parte de la estirpe humana que cayó, cada persona es un pecador y tiene una «raíz» de pecado contra la que luchar. Por ello debemos abstenernos de juzgar o condenar a los demás por sus debilidades. La Madre Teresa aconsejaba al respecto: «No debemos juzgar [...]; no podemos decir que están haciendo lo correcto, pero no sabemos por qué lo hacen.» Pese a que era siempre misericordiosa con el pecador, no intentaba evitar la tarea de enderezar los comportamientos pecaminosos. Hablaba a menudo de «falta de caridad», refiriéndose sobre todo a los pecados de la lengua: difamaciones, calumnias y todo tipo de chismorreos. Esos pecados la afligían muchísimo. Aprendió de su madre algunas lecciones muy saludables acerca del respeto por el honor y el buen nombre de los demás, especialmente cuando se hablaba de ellos. Al negarse a centrarse en lo negativo o a permitirle interferir en su decisión de amar, siempre encontraba algo positivo para decir, por más angustiosa que fuera la situación. Instintivamente, resultaba incómodo criticar en su presencia. Si alguien hacía alguna observación negativa, en especial a los pobres, ella le

situaba ante una realidad que daba que pensar: «Si estuviéramos en su lugar, no sabemos ni cómo seríamos ni qué haríamos, tal vez cosas peores.» Otra falta aparentemente menor que ocupaba un lugar preeminente en la lista de pecados «significativos» de la Madre Teresa era quejarse. Para ella, la queja indicaba una falta de fe práctica, la imposibilidad de ver la mano de Dios en esas circunstancias concretas, la reticencia a entregarse a Su voluntad. Quejarse y murmurar matan la alegría; destruyen la alegría de dar y la alegría de amar. Con su propio ejemplo, ella mostró que es mucho más constructivo y beneficioso para todos buscar la manera de sacar un bien de una situación, por imperfecta que ésta sea. La Madre Teresa consideraba que la amargura era un serio obstáculo para el amor y un impedimento para la vida espiritual. La falta de perdón tiene como resultado el resentimiento y la amargura o el deseo de venganza, y es un fuerte «eslabón» de la cadena del mal. En nuestras interacciones, es inevitable que nos dañen o que dañemos a los demás, por lo general de forma no intencionada. Aferrarse a ese daño y albergar rencores resulta perjudicial para todos, sobre todo para quien no perdona. Sensible por naturaleza, la Madre Teresa sufría profundamente por las ofensas, pero estaba decidida a no permitir que éstas le hicieran perder el control o influyeran en sus decisiones. En lugar de centrarse en sí misma, se centraba en la persona que la había ofendido y de hecho se compadecía de ella, pues sabía que, en realidad, se hacía más daño a sí misma que a ella. Con su perdón, le ofrecía a todo el mundo la oportunidad de empezar de nuevo. «El mal humor es una enfermedad.» Con esa escueta afirmación la Madre Teresa lo colocaba en la lista de dolencias espirituales que perjudican seriamente al amor. El mal humor, una forma de represalia pasiva que se manifiesta terca y silenciosamente mostrando insatisfacción, revela la realidad interior de muchos pecados ocultos: el orgullo, la ira, la falta de perdón, el resentimiento. El mal humor tiene un efecto paralizante para los demás (comunidad o familia), pero más aún para quien se deja llevar por ese defecto, pues paraliza su capacidad de amar y de crecer en el amor. Si la alegría es contagiosa, la falta de ella también. El mandamiento de Dios de amarnos los unos a los otros no deja espacio para la indiferencia, ni excepciones a la obligación ni excusas para la falta de interés. Se requiere de nosotros, como diría la Madre Teresa, que tengamos «ojos que ven» las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, y hagamos algo para ayudarles. La indiferencia o dureza de corazón hacia el dolor y el sufrimiento ajenos eran un mal que ella combatía con fuerza. A la expresión «No me importa», dicha por algunos, las acciones de la Madre Teresa replicaban: «Me importa muchísimo.» Rechazar o despreciar a los demás por su pobreza, o culparles por ella, era una gran injusticia a los ojos de la Madre Teresa. Fuera cual fuese el motivo de los problemas de una persona, estaba convencida de que su deber era ayudarla y cuidar de ella. Su primera respuesta cuando se encontraba con alguien que sufría era buscar la manera de ofrecer una ayuda efectiva e inmediata, y sólo después buscaba los motivos de sus dificultades. Si alguien culpaba a los pobres por su pobreza, ella salía en su defensa preguntando:

«¿Qué harías tú si estuvieras en su lugar?» De hecho, hacía que quienes la escuchaban se dieran cuenta de que quizá eran más responsables de la pobreza ajena de lo que pensaban. Un tema frecuente en sus discursos públicos era el respeto a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. En su profundo respeto y amor por el Dador de la vida, afirmaba incondicionalmente Sus derechos oponiéndose a toda forma de violencia contra la vida humana y saliendo en defensa de los más débiles y vulnerablesb. Consideraa que el aborto era el gran destructor de la paz en el mundo. La razón agazapada tras esta afirmación era lógica: una vez que es posible y socialmente aceptable matar a tu propio bebé, aquellos que quedan fuera de nuestros vínculos familiares tienen mucho menos «derecho» al amor, al cuidado y a la vida; es mucho más fácil «deshacerse» de ellos a voluntad. Si por proteger intereses a menudo injustos y egoístas tales como el gusto por la comodidad y el placer una sociedad se vuelve directamente contra el niño que está en el seno de su madre, con el tiempo, y sin escrúpulos, acabará eliminando también a otros seres indefensos. Puede llegar a convertirse en una pendiente muy resbaladiza. Los ancianos, los enfermos y los discapacitados, que la sociedad considera cada vez en mayor medida una «carga», se encuentran entre los más vulnerables del mundo contemporáneo. La Madre Teresa deploraba en particular toda forma de negligencia o desprecio hacia los miembros ancianos de la propia familia, necesitados de cuidados. Puesto que «el amor empieza en el hogar», nuestra primera responsabilidad es para con nuestros familiares. Las incapacidades o los sufrimientos no disminuyen la dignidad inherente de cada persona. El sufrimiento forma parte de la vida humana y, dependiendo de la actitud de cada uno, puede constituir la fuente de una enorme bendición, no sólo para el que sufre sino también para los que están cerca. Al dar y recibir los cuidados y el amor necesarios, ambos se acercan el uno al otro, así como a Dios y a la comprensión del verdadero propósito de su existencia: conocer, amar y servirle, y alcanzar así la felicidad eterna. O tro de los temas habituales de la Madre Teresa era el carácter sagrado del matrimonio y la importancia de la vida en familia, puesto que ésta constituye el núcleo básico de la sociedad, cuyo bienestar está basado en el bienestar de la familia. Esta «escuela doméstica del amor» proporciona la autoridad, la estabilidad y las relaciones que los niños necesitan para convertirse en adultos maduros, capaces de contribuir a la construcción de una sociedad sana. Su oposición al divorcio, duramente criticada por algunos, estaba basada en su fe en la permanencia del matrimonio, vínculo sagrado entre un hombre y una mujer. Consciente de las dificultades que existen, alegaba que era posible aprender a vivir juntos en el amor. El hogar es (o debería ser) el entorno principal y más natural en el que se da y se recibe amor. El amor y la unidad de la familia sirven de base para el crecimiento del niño, le proporcionan un sentido de identidad, paz, confianza, apertura y alegría que le prepararán para ocupar su lugar en la sociedad. Los pequeños gestos de solicitud con nuestros seres más cercanos les hacen sentir acogidos, aceptados, dignos y apreciados. El hogar ofrece abundantes oportunidades en las que compartir las alegrías, hacer frente juntos a las dificultades, dar apoyo ante el sufrimiento, ponerse a disposición de los

demás y buscar servir antes que ser servido; todas ellas, expresiones de amor. Donde «la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma»,' la familia, tanto padres como hijos, crecerá en santidad. No obstante, la Madre Teresa sabía que la debilidad y el pecado de cada uno de sus miembros afectan a la familia entera, por ello el hogar puede ser en ocasiones un lugar donde se experimentan profundas ofensas. Insistía en la necesidad de perdón y reconciliación, aunque no se hacía ilusiones vanas acerca de la dificultad de conseguirlo. La Madre Teresa no se cansaba nunca de decir que «la familia que reza unida permanece unida», citando al padre Patrick Peyton, CSC. Al igual que los demás santos antes que ella, estaba convencida de que las dificultades pueden superarse con la oración. Ante la tentación de pecar —de fallar en el amor—, el principal consejo de la Madre Teresa era buscar ayuda donde siempre se halla, es decir, acudir a Dios mediante la oración. Sabía que Su gracia siempre acompaña a quien se esfuerza y tiene buena voluntad. En este sentido, las tentaciones se convierten en oportunidades para el crecimiento y para un bien (¡aún!) mayor. Contar con la ayuda divina y abrirse a la posibilidad de recibirla eran, para ella, importantes estrategias para combatir las tentaciones y superar las barreras al amor. Para no caer en las tentaciones es necesaria una fuerte determinación a permanecer en el buen camino. «No quiero», era la respuesta que recomendaba ala tentación del pecado. Uno no debe dejarse influenciar por sentimientos o estados de ánimo, ni por las opiniones de los demás. Citaba con frecuencia a santa Teresa de Avila: «Satanás tiene un miedo terrible a las almas decididas.» Para la Madre Teresa, todo dependía de estas palabras: «Quiero» o «No quiero». Por eso era esencial una «fuerte determinación» para lograr el bien y evitar el mal. Un alma decidida, afirmaba, no necesita ni tan siquiera tener miedo al demonio puesto que «nadie, ni siquiera el demonio, puede obligarte a hacer lo que no quieres». Consciente de los obstáculos que uno puede encontrar en el camino, la Madre Teresa advertía contra las tácticas del «padre de la mentira» que se presenta disfrazado de «ángel de luz». Con un toque de humor, comentaba: «Si tuviera que dar a alguien un premio Nobel a la paciencia, se lo daría al demonio, pues actúa con gran astucia y tiene una paciencia infinita.» «No te escondas», era otra de las máximas de la Madre Teresa. Abrirle el corazón a la persona adecuada (por ejemplo, el propio superior, director espiritual o confesor) nos ayuda a no angustiamos u obsesionarnos con nosotros mismos y nuestros problemas. Solía aconsejar «hablar a tiempo», pues sabía lo útiles que pueden resultar las palabras de una persona cualificada en tiempos de dificultades. «Mantente ocupado», recomendaba por último la Madre Teresa ante los pensamientos impuros o las tentaciones. Hacer algo útil para distraer la atención que prestamos a esos pensamientos puede ser muy beneficioso. No fijarse en un problema ni luchar con él hasta el punto de obsesionarse eran otros de los consejos prácticos de la Madre Teresa para ayudar a la gente a no perder su equilibrio.

La Madre Teresa nunca cedió al desánimo cuando encontraba faltas de amor en sí misma o en los demás. Sabiendo que la misericordia de Dios es mayor que cualquier pecado, se dirigía a Él para pedir perdón y les aconsejaba a los demás que hicieran lo mismo. El sacramento de la confesión —ese maravilloso don del amor sanador de Dios— era el medio de reconciliarse con el Señor y con todos nuestros hermanos y hermanas. Al reconocerse pecadora, se acercaba al sacramento de la reconciliación tras un cuidadoso examen de conciencia, reconociendo el daño cometido, arrepintiéndose de ello y con un determinado propósito de enmienda. Salía de este encuentro con Jesús perdonada, sanada y fortale cida. La Madre Teresa repetía a menudo: «Vamos a la confesión como pecadores con pecados, y salimos de ella como pecadores sin pecados.» Si había ofendido a alguien, la Madre Teresa reconocía rápidamente su falta y se disculpaba. Hace falta valentía y humildad para decir «lo siento», pero a menudo es el único camino hacia la reconciliación y la paz. No buscaba la manera de reconciliarse sólo con aquellos a los que había ofendido, sino también con aquellos que la habían ofendido a ella. Fiel a la práctica de los principios que había enseñado a las hermanas, era siempre la primera en decir «lo siento» aunque no fuera culpa suya, con el fin de dar al ofensor la oportunidad de reconciliarse y empezar de nuevo. Más aún, aceptaba incluso que la acusaran en falso, viéndolo como una oportunidad de imitar a Jesús: «Cuando alguien te culpa, si tienes limpia la conciencia, da gracias a Dios. Aprovecha esa hermosa oportunidad. Es la mejor manera de acercarse a Jesús.»

El pecado Todo depende de mi voluntad. Depende de mí ser un santo o un pecador. «No serviré» Volvamos al cielo donde, entre los ángeles, Dios planteó la cuestión. ¿Cuál fue la cuestión? Que Dios Hijo se haría hombre y nosotros tendríamos que obedecerle. Los ángeles son más listos en todo que los hombres. Lucifer, el más poderoso de ellos, dijo: «No serviré»,2 «non serViain», una frase latina [que] tiene un profundo significado. ¿Cuántas veces hemos dicho nosotros «No serviré»? E l infierno fue creado [en aquel momento], no exist' con anterioridad, y una vez entras en él, ya no hay man ra de salir. La única manera de hacerlo es como demonio pa tentar a las personas, de lo contrario, no hay permi para abandonar el infierno. No hay ni misericordia manera de librarse de los pecados, no hay confesión e el infierno. Así que, hermanas, haced un buen uso de la" confesión. Había un hombre y una mujer muy hermosos, bellísimos. Por entonces, Jesús no estaba en el mundo. Hoy hay millones y millones de personas en este mundo, pero [entonces] sólo había dos. También había hermosos árboles en un hermoso jardín. Y el mismo Dios les habló y les dijo algo muy, muy sencillo: «Podéis comer de todos estos árboles, de estos cientos de árboles, de toda esta multitud de árboles, pero no comáis del fruto de este

árbol en concreto.»3 Y en lugar de descansar bajo alguno de los otros árboles, Eva va y se sienta debajo del prohibido. Lucifer se disfrazó y desde el árbol empezó a decirle: «Creo que no os está permitido comer de este árbol y yo sé por qué: porque si lo hacéis seréis como Dios y sabréis más.» Y Adán, que andaba buscándola por todas partes, en lugar de decirle que se marchara de ahí [...] la oyó exclamar: «Mira, he comido del fruto. Estoy llena de vida, ahora sé.» Y, para complacerla, Adán también comió. Creo que no comieron dos o tres manzanas, sino sólo una...' Ahora, hermanas, prestad mucha atención. Quiero que penséis bien en ello. Si Eva no hubiera estado sentada bajo ese árbol, probablemente el demonio no la habría tentado. Fijaos qué descuido, y ese pecado de desobediencia ha traído demasiado mal a este mundo. Quiero que me escuchéis atentamente. ¿Dónde empezó esa tentación? Si Eva hubiera evitado sentarse bajo ese árbol, el demonio no habría podido tentarla. Fue su descuido lo que les condujo a pecar. Incapaz de amar pecar [es ser] incapaz de amar. ¿Qué significan estas palabras para mí? Nuestro Señor estaba muy triste cuando le dijo a Margarita María, después de que ella le preguntara por las causas de su tristeza: «Los pecados de las almas más cercanas a mí me causan el mayor dolor.» El pecado es un mal que no ha sido creado por Dios, sino por el fruto de la desobediencia. Al principio de la vida fuimos creados a imagen de Dios, cada detalle era tan hermoso... «Sólo [os digo], no comáis de este árbol.»5 Y no dio ninguna explicación; algo muy sencillo. ¿Hay algo que divida mi amor por Jesús? ¿Es puro mi corazón o hay algo que divida mi amor por Jesús?» Como portadores del amor de Dios, necesitamos dedicarnos tiempo. Imaginad que habéis muerto: deberéis enfrentaros a vosotros mismos y, a la luz de Dios, ver si hay algo pendiente entre vosotros y Él. Algunos teólogos aseguran que a los que van al purgatorio no les envía Dios, sino que van por sí mismos cuando comprenden que no son aún capaces de amarle plenamente, que su amor necesita purificación. Comprenden que entre Dios y ellos no existe vínculo de conexión. Yo creo que se sienten felices de ir allí, para quedar impecablemente limpios. Preparémonos para ese día, no esperemos a que llegue. [...] Examinémonos y veamos qué es lo que nos vincula, especialmente cuáles son nuestros apegos. No sólo a los seres humanos, pueden ser también a pequeñas cosas. San Ignacio dice que no es necesario estar atado por una cadena gruesa, que basta con un simple lazo de seda. ¿De cuántos lazos pende mi vida? Debemos ser libres por completo para poder pertenecer plenamente a Jesucristo. ¿Puedo decir con sinceridad: «Jesús vive de verdad en mí ahora mismo»? ¿He llegado a conocer realmente a Jesús, no sólo en mi imaginación? Por fuera puedo parecer una persona muy recogida y devota, pero eso no cuenta para nada, hermanas, a menos que podáis ver en lo más profundo de vuestro interior que Jesús está de verdad ahí.

Condena el pecado, no al pecador Jesús dijo muy claramente: «No juzguéis. Si no juzgáis, no seréis juzgados.»6 Pero cuando una hermana hace algo mal, no podéis decir que está bien. El acto está mal, pero la razón por la que lo hace no la sabéis [...]; no sabéis cuál era su intención. Cuando juzgamos, estamos juzgando la intención de la hermana, de los pobres. Debemos recordarlo, no hay forma de evitar ver las faltas de nuestra [...] gente, de nuestros niños, pero [...] no debemos extender nuestro juicio a sus intenciones. La intención sólo la conoce Jesús. Por eso es tan bondadoso y misericordioso, porque Él sabe qué es lo que en realidad pretendemos en cada ocasión. Evita juzgar, así como evitas al demonio, por más que la hermana haya cometido un gran error. Tal vez no nos peleamos con pistolas y cuchillos, pero sí con nuestras críticas y nuestros juicios precipitados. protegeos de observaciones pasajeras [poco caritativas], pues es muy fácil caer en ellas. Pongamos, por ejemplo, que te digo una mentira a sabiendas: inmediatamente dirás que soy una mentirosa. Puede que, acto seguido, caiga en la cuenta y pida perdón. Tú sabes que mentir es malo, pero no sabes por qué lo he hecho. No puedo negar el hecho de que [mentir] es malo. Mantened esa actitud: no juzguéis, ni con palabras ni tampoco en [vuestro] pensamiento. Una hermana tenía una lengua terrible [...] y un día se enfadó y se dejó llevar otra vez por ella. Todo el mundo se alteró. La mandé a buscar y me mostró su cuaderno: se había contenido diecinueve veces y sólo en una había caído; sin embargo, aunque nadie había visto las diecinueve ocasiones anteriores, todas vieron la caída y se quejaron, lo cual debería haberla ayudado a ser más humilde. Podemos ver la falta, pero nunca conocemos el motivo, por eso dijo Jesús que no debíamos juzgar.' Nadie vio la lucha en el corazón de esta niña. Aseguraos de liberar vuestro corazón de todo esto: criticar, señalar las imperfecciones de los demás, juzgarlos. Abrid vuestros ojos y ved lo bueno que hay en vuestras hermanas. San Juan Berchmans tenía grandes dificultades en su comunidad, por eso hizo una letanía de los santos: «Hermano Juan, humildad, reza por mí. Hermano Pablo, bella voz, reza por mí [...]» Eso fue lo que salvó su [vocación] y le convirtió a su vez en un santo. Gozad de vivir juntas. Compartid con las demás. Estad completamente a gusto, abiertas y afectuosas con las demás. A Jesús no podemos decirle mentiras. Si no nos amamos las unas a las otras, no se trata de verdadero amor... No juzguéis, puesto que no sabéis. No os permitáis pensamientos desagradables. Debemos ser bondadosas porque amamos. Es tan fácil ser desagradables al juzgar. Controlad vuestros juicios.8 Había un hermano moribundo, y su superior estaba preocupado por él porque, en lugar de pedir perdón a Dios, se estaba riendo. Dijo: «Nunca he criticado a nadie, nunca he refunfuñado contra nadie. Sé que iré directamente a Dios.» Puedes mentir a lo largo de toda tu vida, pero en el momento de la

muerte uno no puede decir mentiras [...] y ahí estaba él, con una gran sonrisa. Dijo: «Jamás he juzgado a nadie, y Dios nunca me juzgará. »

La falta de caridad Cuando no soy amable ni caritativo es una bofetada que le doy a Jesús, una humillación a Dios. Ése fue el mayor sufrimiento que tuvo que aceptar Jesús: esa bofetada.10 Conecta Su Cruz con la cruz que tú llevas. ¿He limpiado hoy la sangre de Su rostro? Cuan diferentes somos de Él Cuán diferentes somos de Él. Qué poco amor, qué poca compasión, qué poco perdón, qué poca bondad tenemos, por eso no nos merecemos estar tan cerca de Él ni entrar en Su corazón. Y sin embargo, éste sigue abierto para. abrazarnos. Su frente sigue coronada de espinas, Sus manos siguen clavadas a la Cruz. Parémonos a pensar: «¿Son míos los clavos? ¿Es mío ese esputo en su rostro? ¿Qué parte de Su cuerpo, de Su mente sufrió por mí?» No con miedo ni angustia, sino con un corazón manso y humilde, descubramos qué parte de Su cuerpo sufrió, y [qué] heridas le infligieron mis pecados. No vayamos solos, pongamos nuestra mano en la Suya. Está ahí para perdonarnos setenta veces siete," siempre y cuando yo sepa que mi Padre me ama, que me ha llamado de una manera especial y me ha dado un nombre, que le pertenezco a Él con toda mi miseria, mi pecado, mi debilidad, mi bondad [...], que soy Suya. Vaciad vuestros corazones de toda falta de caridad ¿Cuántas de nosotras escuchamos realmente a Dios hablando en el silencio del corazón? Desde la plenitud del corazón, habla la boca.12 Ya he dicho en otras ocasiones que solemos considerar violencia el hecho de matar o disparar con una pistola, aunque cada vez salga sólo una bala. [...] Quiero que os examinéis con atención. ¿Habéis oído la voz de Dios? ¿Está mi corazón en silencio? Si de vuestra boca salen palabras amargas o de enfado, entonces vuestro corazón no está lleno de Jesús. De la plenitud del corazón habla la boca, y en el silencio del corazón habla Dios. Quiero que vaciéis vuestros corazones de toda falta de caridad, de toda amargura y de toda falsedad que veáis o escuchéis. Separarnos de Jesús Dios nos conoce mejor que nadie. Conoce nuestras capacidades, Su conocimiento de cada uno de nosotros es completo. Hay algo de Su belleza en cada persona, pues estamos hechos a Su imagen.13 Su potencial de ser amado está en cada uno de nosotros; veamos pues qué hay de Dios en cada persona. Para ser capaces de ver esa belleza necesitamos unos ojos y un corazón puros. Cuando somos desagradables, orgullosos o duros, preguntémonos a nosotros mismos: «¿Por qué estoy siendo duro?» No eres puro de corazón. Algo te está separando de Jesús. Examinad vuestras palabras

Preguntaos si sois santos y, si queréis saberlo de verda examinad vuestra lengua. Los mayores pecados están ah mentiras, quejas [...].14 También están ahí las cosas m bellas, como la Palabra de Dios. Es a través de la lengu que Jesús llega a nuestros corazones. Cuán santa debe d ser. «Silencio del corazón de Jesús, háblame.» No sé cómo podéis rezar [...] hablando por todas partes. [...] La lengua está estrechamente conectada al corazón. [De] la plenitud del corazón habla la lengua.15 Nos sorprende saber cómo hirió la gente a Jesús: Le abofetearon, Le escupieron.16 Lo que tiramos a la alcantarilla, se lo tiramos a Jesús. Y Jesús, ni una palabra. Cada vez que decimos cosas feas, palabras poco caritativas, [...] Le estamos haciendo lo mismo a Jesús. «A Mí Me lo hicisteis.»17 Terrible: tirando, escupiendo —ahí fue donde llegó Verónica y limpió Su rostro. Escupirle a Nuestro Señor... «A Mí Me lo hicisteis.»¿Cuándo? Ahora mismo. Pensamos que no somos responsables de lo que Le hicieron, pero es exactamente lo mismo que Le estamos haciendo nosotros ahora mismo. Hoy quiero que vayáis ante el Santísimo Sacramento [...] y miréis directamente a Jesús. Lo que le hayáis hecho a esa hermana, a ese pobre, pensad: «Le he escupido a Él.» [...] Haced vuestras estas palabras y veréis cómo cambia toda vuestra actitud. Esta misma mañana, yo estaba con Jesús, y en lugar de palabras de amor le di suciedad (el pecado es suciedad). Jesús nos da siempre palabras de amor; si queréis saber si vuestro corazón está bien, examinad vuestras palabras... Respetad a los demás Tenemos que ser capaces de vivir en paz, alegría y una: dad. ¿Cómo? Respetándonos los unos a los otros. Si Dio me eligió a mí, te eligió a ti. Si Él me ama, te ama. Si confia en mí, confia en ti. No utilices jamás palabras desagradables con los demás. No trates de verlo que está mal, sino que busca lo bueno en los demás. El papa Pablo VI intentó encontrar lo mejor en cada uno. Tal vez estoy celosa porque ella tiene algo que yo no tengo. Los celos son algo terrible, rompen la comunidad. Orgullo profundamente enraizado. Os lo ruego de verdad, tened confianza y respeto profundos por las demás. Sobre todo el respeto, el respeto por las demás. Antes me inclinaba ante Jesús en el corazón de las personas. La crítica La primera arma —la más cruel— es la lengua. Ahora examinadlo: ¿qué papel ha tenido vuestra lengua en la generación de paz o de violencia? Podemos lastimar de veras a una persona, [...] podemos matar a una persona sólo con nuestra lengua. Una manzana podrida El alma humilde y sincera [...] no caerá jamás en la crítica, que en la vida espiritual llamamos «el cáncer del corazón» y que devora todo el amor de Dios, toda la energía de que disponemos para los intereses de Dios. Ademas, es de lo más contagioso. Dejad que una hermana empiece a criticar, y al cabo de poco serán dos, cuatro, ocho, diez y todas las demás. Cuando éramos pequeños mi madre quiso mostrarnos la influencia de las malas compañías, y nos trajo un cesto de manzanas, entre las que puso

intencionadamente una podrida. Al cabo de pocos días, nos llamó, nos colocó alrededor del cesto y vimos que todas las manzanas, que unos días antes eran hermosas, se ha podrido. Entonces nos explicó cómo una sola manzana podrida había contaminado a todas las demás, de mismo modo que podían hacer las malas compañías en tre las personas. Bien, pues la crítica tiene ese efecto e las almas, por lo que un alma verdaderamente generos no debería caer jamás en ella. Por norma, la gente qua. critica no suele hacerlo abiertamente, sino por lo bajo. Eso es un pecado. Hoy, cuando vayáis ante el Santísimo Sacramento, pedidle a Jesús que os proteja del cáncer de la crítica. Criticar no es un simple error, una debilidad humana, es algo que afecta de verdad al corazón. Aunque alguna vez nos hayamos dejado llevar por la crítica, decidamos evitarla y supliquémosle a Cristo que nos preserve de ella. Para evitar la crítica, debemos ser humildes. Una vez dicho... Aquí mismo, en Roma, san Felipe Neri era el padre espiritual de una señora con una lengua terrible, que 61 siempre le instaba a controlar. Un día, para intentar metérselo en la cabeza, la llevó a la cúpula de San Pedro y le pidió que abriera la almohada que había traído hasta allí y que estaba llena de plumas. Al hacerlo, las plumas salieron volando en todas direcciones. Entonces san Felipe Neri le dijo: «Ahora meted en la almohada vacía todas las plumas.» No pudo recoger más de diez, y él le explicó: «Ésas son las palabras que decís con vuestra lengua.» Con nosotros ocurre lo mismo: las palabras, una vez dichas, nunca pueden ser retiradas. No repitáis nunca, no digáis jamás palabras que no podríais repetir ante Jesús en el Santísimo Sacramento. El silencio no puede ser corregido. Es fácil quejarse 1 No rechaces nada, no pidas nada, y de ese modo no tendrás jamás de qué quejarte. Quejarse es muy fácil, pero sentirse feliz por ser el bastón de alguien es muy difícil. Cuánto perdemos cuando refunfuñamos; qué desperdicio de energía. Qué insensatas somos. Debemos tenerlo bien presente, puesto que todas estamos inclinadas a ello. No dejemos que nuestras preferencias y aversiones constituyan la medida de nuestras acciones. Recordadlo, hemos venido a cumplir la voluntad de quien nos llamó. Observaos bien, hermanas. Nadie puede hacer este trabajo por vosotras; debéis formaros de modo que seáis felices al decirle siempre «sí» a Dios. Intentad que sea un «sí» de todo corazón a la presencia de Dios en vuestra vida, y veréis cómo os acercáis más y más a Él. Refunfuñar Una hermana gruñona no puede rezar, y en su rostro se puede ver que hay algo que la preocupa. Cuando he intentado descubrir qué era, he descubierto que siempre estaba motivado por lamentaciones, incomprensiones y resentimientos. Si eso ocurre cuando sois cuatro o seis, la vida en la comunidad se vuelve muy difícil; y ocurre lo mismo si sois una gran comunidad. De la misma manera que los norteamericanos van a hacerse un [chequeo] médico —« ¿Tengo cáncer?»—, tenemos que estar atentas y

comprobar nuestro corazón. Los lamentos y las críticas son siempre fruto de los celos, que, una vez más, no son más que soberbia oculta. Los prejuicios Absteneos de los prejuicios, que implican predisponer vuestra mente contra algo o alguien, y podría suceder que fuera mi superior. Es muy triste cuando esto se convierte en parte de mi vida. Para nosotras las religiosas, una actitud llena de prejuicios es de lo más indigno. Murmurar siempre insatisfechos, ¡qué gran mal! Si no vigiláis a vosotras mismas, caeréis presas de la murm ración, que es una de las enfermedades más contagios Nuestro temperamento Nuestras vidas deben estar conectadas con el Cristo qu vive en nosotros. Si no vivimos en la presencia de Dio no podemos avanzar. También es necesaria otra cosa: silencio. En cuanto dos hermanas se juntan empieza 1 charla, y sin silencio no podrán rezar bien. También debemos controlar nuestro temperamento por el amor de Dios. El mal humor es soberbia. En las familias buenas y normales, no se pierden los nervios ni se contesta mal. Aquí tampoco debe ocurrir. Celos «Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios.»18 Una de las cosas que ensucian nuestro corazón son los celos; quiero destruir lo que tiene otra persona, me lamento y murmuro: «¿Por qué yo? ¿Por qué no ella?», la critico...: todo esto es fruto del orgullo. El orgullo tiene muchas ramas, no sabemos nunca cómo penetrará en nosotros. [...] [Ser celoso es] entristecerse por la bondad de los demás. ¿Existe algo semejante en mi corazón?

Pecados de omisión Quiero que recéis y examinéis vuestra conciencia [re pecto a] los pecados de omisión. Tened el valor de dec «lo siento», y la mejor manera de hacerlo es actuar de 1 forma opuesta. Si has estado de mal humor, sé alegre [ No quiero [...] que cambiéis de lugar o de trabajo, sino que cambiéis vuestro corazón. La muerte puede llegar en cualquier momento. La mayor enfermedad de nuestros tiempos no es la lepra ni la tuberculosis, sino la sensación de no ser queridos ni atendidos por nadie, de estar abandonados por todos. El mayor mal es la falta de amor y de caridad, la terrible indiferencia hacia los que son víctimas de la explotación, la corrupción, la pobreza y la enfermedad. El amor debe construirse sobre el sacrificio. Debemos dar hasta que nos duela. Mi hermano postrado ahí El otro día paseaba por las calles aquí [en Japón] [...] y vi a un hombre al otro lado de la calle completamente perdido. Es cierto que estaba bebido, pero es mi hermano. Mi hermano. Me dolió. No podía hacer nada y me sentí muy mal

porque no vi ni una sola mano. Pasó mucha gente, pero nadie le tendió una mano para ayudarle a levantarse, o para apartarlo a un lado. Yo no podía hacerlo, no conocía las normas locales porque apenas llevo aquí unos días. Pero me sentí dolida. Vi a mi hermano postrado ahí y pasé de largo junto a él. Él era Jesús con el disfraz del dolor, tenía hambre de amor y yo no se lo di. Era la desnudez de dignidad humana. Era un hombre. Debe de ser el padre de alguien, el hijo de alguien, el hermano de alguien, postrado en mitad de la calle. Hasta los coches tenían que esquivarlo. Hasta las personas tenían que esquivarlo. ¿Cómo? Ahí es donde, si de verdad queréis amar, empieza el amor: en casa. Ahí mismo. No debemos tener miedo de amar. No debemos tener miedo de amar hasta que duela, porque amar es dar hasta que duela. No tengo tiempo [Jesús] amó tanto al mundo que [...] se convirtió a mismo en el leproso, en ese pobre miserable turbado qu vemos en la calle, para que tú y yo podamos amarle a Él para que tú y yo podamos satisfacer Su hambre de nue tro amor. Por eso Él dice que, en la hora de nuestr muerte, tú y yo seremos juzgados, no por las grandes cosas que hayamos hecho, sino por lo que hemos sido para los pobres: ese hombre hambriento, ese hombre que acude a nuestra puerta, esa persona que está sola, esa persona ciega que cruza la calle, esa persona tan sola, tan poco querida, tan poco amada justo en mi propia familia. Tal vez tenga un padre anciano, una madre anciana, tal vez un hijo enfermo, y no disponga de tiempo para ellos. Estoy muy ocupado, no tengo tiempo. No tengo tiempo para sonreír a los demás. Mi hija minusválida, mi esposa lisiada, mi esposo enfermo... y yo no tengo tiempo, y Jesús en doloroso disfraz. Ése es Jesús hambriento, justo en mi propia familia, en mi comunidad, es mi hermana y no tenemos tiempo. Hoy en día no tenemos tiempo para sonreírnos los unos a los otros, y sin embargo Jesús nos ama con un amor eterno. Dijo Jesús: «Amaos como yo os he amado.»19 No, Él no comparaba Su amor con ningún otro. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo.20 Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.»21 ¿Dónde estáis? Tal vez no tengáis a gente hambrienta de pan o de arroz, o de lo que sea que comáis aquí, pero hay gente hambrienta, gente que está sola, esa gente de la calle... ¡hay tanta gente en la calle! Y en el siguiente lugar al que fui encontré lo mismo: gente en la calle, indeseada, no querida, desatendida, gente hambrienta de amor. Tienen tres o cuatro botellas vacías junto a ellos, pero beben porque nadie les ofrece otra cosa. ¿Dónde estáis vosotros? ¿Dónde estoy yo? La desnudez no sólo es falta de ropa. La desnudez [...] quiere decir que nuestra gente ha perdido la dignidad, esa dignidad humana [de] ser hijos de Dios. Ser un vagabundo no significa sólo carecer de una habitación hecha de ladrillos, también es ser rechazado, indeseado, no amado, desatendido, desechado, los «desechados» de la sociedad. Hay mucha gente así en Nueva York, en Londres, en todas esas grandes ciudades europeas. No tienen más que unos periódicos [para cobijarse], ahí tendidos. Nuestras hermanas salen de diez a una de la noche por las calles de Roma y les llevan bocadillos y algo caliente para beber [...]. Hace un frío terrible y sólo disponen de periódicos. En Londres, he visto a gente apoyada en las paredes de las

fábricas para calentarse. ¿Cómo es posible? ¿Por qué? ¿Dónde estamos nosotros? Por eso pienso que hay que empezar por amar en el propio hogar. Cuando hayamos aprendido a amar con el amor que duele, seremos capaces de dar ese amor, nuestros ojos se abrirán y veremos, veremos. A menudo miramos pero no vemos, o vemos y no queremos mirar, por eso hay que empezar a practicarlo en casa. Ese tierno amor por nuestra gente, el esposo por la esposa, por los hijos, por la gente que trabaja en nuestra fábrica... ¿Conocemos a nuestros pobres? Lo que está sucediendo, todos esos abortos, todos esos «no te quiero», no hace más que matar el amor. Ésa es la mayor pobreza de un país. El país que mata, que destruye el amor es el más pobre de los pobres, y vosotros y yo, que hemos recibido tanto, debemos mirar a nuestra gente a la cara. ¿Sabemos de verdad quiénes son los pobre En nuestro hogar, en nuestro vecindario, en la ciudad e la que vivimos, en el mundo... Cuando les conozcam de verdad, les amaremos de un modo natural, y si 1 amamos, se entiende que les serviremos. No podem hacerlo limitándonos a darles un puñado de dólares o rupias desde [nuestra] abundancia. Debemos dar has que nos duela. Debemos entregar nuestros corazon para amarles y nuestras manos para servirles, sean qui nes sean, estén donde estén. ¿Conocemos a los que nos rodean? Debemos dar hasta que nos duela, pues el amor, para ser verdadero, debe doler. A Jesús Le dolió amarnos; a Dios Le dolió amarnos, porque tuvo que dar. Dio a Su Hijo. Hoy estamos aquí reunidos y no puedo daros nada, no tengo nada que dar; pero quiero algo de vosotros, quiero que, cuando miremos y veamos a los pobres en nuestra propia familia, empecemos a amar en nuestro hogar hasta que duela. Que tengamos siempre a punto la sonrisa, que siempre dispongamos de tiempo para los nuestros. Si conocemos a nuestra gente, conoceremos también a nuestro vecino. ¿Conocemos a los que nos rodean? Hay tanta gente que está sola... El otro día iba por la calle y se me acercó un hombre y me dijo: «¿Es usted la Madre Teresa?» Al responderle que sí, me pidió: «Por favor, envíe a alguna de sus hermanas a nuestra casa. Yo estoy medio ciego y mi mujer tiene muy mermadas sus capacidades mentales; ansiamos escuchar una voz humana. Lo tenemos todo menos... Cuando mandé a las hermanas allí, comprobaron qu era verdad. Lo tenían todo, pero la soledad en la que vían esas dos personas, con nadie que pudieran consi rar de los suyos... Posiblemente sus hijos y sus hijas estaban muy lejos, y ahora se sentían indeseados, inservibles, por así decirlo, improductivos, lo cual les condenaba a morir en la soledad más absoluta. Rechazar a los demás Creo que es muy difícil percatarse de lo que significa estar solo a menos que te hayas enfrentado a ello, igual que cuando las personas hablan del hambre: a menos que la hayan experimentado en sus vidas, es muy complicado para ellas comprender el dolor que implica. Lo mismo ocurre con la soledad y la sensación de no ser deseados, queridos ni atendidos. Pongamos por ejemplo a esos pacientes nuestros a los que rechaza todo el mundo, los leprosos, de

los que cuidamos a unos cuarenta y seis mil. Y más que en la enfermedad en sí misma pienso en esa terrible soledad de sentirse rechazados por todos, de que todos se aparten de ellos, y creo que es mucho mayor que la misma lepra. Desatendidos La lepra es una enfermedad muy dura, cierto. Pero no tan dolorosa como el dolor de ser rechazado, desatendido, abandonado. Nunca olvidaré aquel día. Celebramos una fiesta para los leprosos en uno de nuestros centros en Calcuta, y un señor completamente desfigurado y cubierto por la lepra se levantó y dijo: «Hace mucho, mucho tiempo, yo era un alto funcionario del gobierno. Lo tenía todo. No podía dar un paso sin que la gente me siguiera. Luego, cuando contraje la enfermedad, tuve que proteger a mi familia, proteger a mis hijas y mis hijos para que no se convirtieran en unos indeseados. Preferí alejarme y acudí a este estado. No tengo a nadie. Nadie me quiere. Nadie me quiere, excepto estas hermanas han dado su vida por nosotros.» Éste es el dolor que si te nuestra gente. Como aquel otro, al que recogimos de calle y nos dijo: «He vivido como un animal, pero voy morir como un ángel.» Eso es lo que nuestra gente necesita. Necesitan vuestras manos para servirles, y vuestros corazones para amarles. Indeseados No olvidaré jamás una noche, muy tarde —debía de ser medianoche—, en que oí la campana de nuestra casa, bajé y me encontré a un niño llorando. Le pregunté por qué lloraba, qué había sucedido, y me respondió: «Fui a mi padre, y mi padre no me quiso. Fui a madre, y mi madre no me quiso, pero sé que usted sí me quiere. Vine a usted.» ¿Se sienten vuestros hijos indeseados, faltos de amor? Demasiadas preocupaciones Una vez le pregunté a una mujer pobre, una mujer buena y santa: «¿Cuál es su primer pensamiento por la mañana?» Se lo pregunté porque estaba segura de que rezaba, y ella me dijo: «Pienso en lo que voy a dar de comer a mis hijos ese día.» Era una buena mujer, pero tenía que enfrentarse a ese tipo de preocupaciones. Nosotras no tenemos que pensar en ese tipo de cosas.

La injusticia Para mí, la mayor injusticia que se les hace a los pobr no es tanto privarles de lo material sino haberles priva de la dignidad de los hijos de Dios, del respeto que le d berros a las personas de quienes pensamos: «No sirven para nada, son perezosas.» Son esto, son lo otro... añadimos muchos adjetivos. Ésa es para mí la mayor injusticia [.. •] Y siempre digo: «¿Qué haríais vosotros si estuvierais en su lugar? ¿Si tuvierais el estómago vacío día tras día, y vierais a vuestros hijos morir de hambre, de frío?» Nosotros no hemos experimentado nada parecido. Ninguno de nosotros. Nunca olvidaré una

ocasión en que recogí a una niña de la calle de unos seis o siete años, y miré su cara y vi hambre, hambre verdadera. Entonces le di pan y empezó a comérselo a miguitas, poco a poco. Yo le dije: «Cómete el pan. Tienes hambre. Cómetelo.» Y me respondió: «Me da miedo que, cuando se acabe el pan, vuelva a tener hambre.» Tan pequeña y ya le asustaba sentirse hambrienta de nuevo. Ella ya había sentido el dolor del hambre. [...] Por eso para nosotros, con el estómago lleno, es fácil poner adjetivos. Y ésa es la mayor injusticia. ¿Les conocernos por sus nombres? ¿Conocemos a nuestros pobres por sus nombres? ¿A cada niño, a cada persona? ¿Reconocéis al niño que no ha comido con mirarle a la cara? Les castigáis cuando están inquietos, sin ahondar en el verdadero motivo de su inquietud. Vosotros estáis llenos —es tan fácil, con el estómago lleno— y por eso no les entendéis. Lo que más me sorprendió de la celebración del vigésimo quinto aniversario del Nirmal Hriday fue ver a los pobres que se llevaban toda su ración a casa para compartirla con los miembros de su familia que no habían comido. El otro día recibí una carta. Decía: «Hay muchos problemas en este país [...]. Y la culpa la tienen los pobres y el gobierno.» Yo respondí: «Es muy fácil para ti perturbar el país con el estómago lleno —es tan fácil, cuando tienes el estómago lleno—, meterte con el gobierno crear malestar y descontento escribiendo artículos como ése.» Caridad, ¿una droga para los pobres? El otro día leí un artículo, escrito por un padre jesuita, el que decía que la caridad es como una droga para 1 pobres; que cuando le damos cosas gratis a la gente como si les diéramos drogas. Decidí que le escribiría y I preguntaría: «¿Por qué Jesús tuvo piedad de la gente? También debía de estar drogándoles cuando les alimentó con la multiplicación de los panes y los peces.22 Él vino dar la buena nueva a la gente,23 pero cuando vio que estaban hambrientos y cansados, primero les dio de comer. Una cuestión más que le voy a preguntar: «¿Ha pasado usted alguna vez el hambre de los pobres? ¿Ha experimentado alguna vez ese frío mordaz cuando no se tiene ni una manta para calentarse por la noche? ¿Ha sentido alguna vez un gran dolor de cabeza sin tener una aspirina que tomarse?» Es muy fácil, para él y para nosotros, hablar de la pobreza de los pobres, sin tener ni idea de lo qué es. Hoy, después de la misa, sin pensar siquiera en ello, nos hemos sentado todas a desayunar. Hemos comido nuestras porciones de chapattis y hemos bebido tanto té como queríamos; pero ¿hemos tenido que pensar en si habría suficiente para mañana o en cuánto cuesta una taza de té, o en si nos podíamos permitir comprar más azúcar? La primera violencia ¿Qué es la violencia? En primera instancia pensamos armas, en cuchillos, en matar y ese tipo de cosas. Nunca se nos ocurre relacionar la violencia con nuestras lenguas. La primera violencia que ocurrió en este mundo fue «una mentira». El demonio le dijo una mentira a Eva y a partir de entonces toda la generación de la humanidad

se convirtió en pecadora. ¿Cuál era esa mentira? «Si coméis de este fruto, seréis como Dios.»24 Pensadlo bien, una sola mentira, una falsedad. Podemos mentir a los extraños, mentirnos los unos a los otros, pero no podemos mentir a Dios, aunque el demonio nos haga creer que sí. Ni tan siquiera podemos mentirnos a nosotros mismos, pues no podemos escondernos nada en tanto conocemos la realidad. Intentamos creer, pero sólo nos estamos engañando. El demonio nos cuenta mil mentiras para que creamos una. Una mentira No basta con decir: «Amo a Dios, pero no amo a mi prójimo.» San Juan dice que si afirmas que quieres a Dios pero no amas a tu hermano, eres un mentiroso.25 ¿Cómo puedes amar a Dios, a quien no ves, si no amas a tu prójimo, a quien ves y tocas, con quien vives? Por eso es tan importante que comprendamos que el amor, para ser verdadero, tiene que doler.

Se ha perdido el respeto por la vida La vida es un don de Dios, creado por el mismo Dios, para que amemos y seamos amados, y no tenemos ningún derecho a destruir lo que pertenece a Dios mismo. Destruyendo la vida, estáis destruyendo el amor [...], la presencia de Dios [...], destruyendo todo lo que es hermoso. La imagen de Dios El otro día leí en alguna parte que un nonato no es niño hasta que nace. No sé, no sé cómo alguien puede decir una cosa así. Porque ahí hay vida: la vida de Dios en niño; y ese niño ha sido creado para cosas más grande para amar y ser amado. Y si hay tanta miseria en el mundo actual es porque estamos olvidando cómo amar y se amados hasta que duela. Así que recemos todos los que nos hemos reunido aquí, no importa en qué creáis ni cuál sea vuestra fe; pi.. damos todos a Dios que libre a nuestros corazones y a nuestras familias de todo lo que destruye la paz y la hermosa imagen de Dios, que nos sacrifiquemos y ayudemos a los demás a acercarse cada vez más a Dios, ayudándoles a amarse y a perdonarse. Puesto que, si no hay perdón, es muy difícil que haya paz, que haya amor. Ya sabéis que todas las obras de amor son obras de paz. Demos gracias a Dios por esta hermosa oportunidad. Matar Durante el vuelo de regreso pasé el rato escribiendo algunas cartas y, cada vez que levantaba la cabeza, veía la película que estaban pasando. Sólo había disparos y asesinatos, disparos, puñetazos y peleas... qué tensión. Eché la cabeza para atrás y miré hacia arriba: asesinatos, pistolas, armas... qué plaga. Al llegar, me dirigí al mostrador de Air India y les eché una buena regañina: « preocupan mucho de la comodidad, pero están perturbando la mente de la gente, que aprende este tipo de cosas.» Ellos me contestaron que nunca habían pensad en ello, y yo les dije: «Pues será mejor que empiecen pensarlo ahora mismo. El mal se transmite, la gente es cansada y necesita reposar; cada vez que levantaba la

cabeza no veía cosas bonitas que elevaran mi mente y mi corazón, sólo tiroteos, asesinatos y pistolas.» ¡Realmente, tenemos tanto por lo que rezar...! Ahora, en Yugoslavia, la gente se está matando,26 se aniquilan a pedazos los unos a los otros sin ningún reparo. Y siempre digo: «Si una madre es capaz de matar a su propio hijo, ¿cuál es el límite de lo que puede llegar a hacer el hombre?» ¡Cuántos millones de abortos, de bebés asesinados! Todas esas matanzas, todas esas guerras, son el fruto de los abortos; tenemos que rezar de verdad. No sé hasta dónde llegará todo esto. Ocurre lo mismo en la India y otros lugares más pequeños: la gente se mata. Hay tantos problemas en todas partes... La pena de muerte Hace un tiempo llamaron desde Estados Unidos. Iban a ejecutar a un hombre que había cometido crímenes muy graves y me pidieron que hablara con el gobernador, que intentara hacer algo por el preso. Dios me ayudó; dije las primeras palabras que me vinieron a la boca: «Haced lo que Jesús haría si estuviera en vuestro lugar.» No ejecutaron [a ese hombre]; sigue en la cárcel. La vida deliberadamente destruida Cada uno de nosotros estamos hoy aquí porque hemos sido amados por Dios que nos creó, y por nuestros padres que nos aceptaron y se desvelaron para darnos la vida. La vida es el más hermoso de los dones de Dios, por eso es tan doloroso contemplar lo que ocurre hoy en día en tantos lugares del mundo: la vida deliberadamente destruida por la guerra, por la violencia, por el aborto. Y hemos sido creados por Dios para cosas más grandes: amar y ser amados. Los niños siguen sufriendo Cada niño es un regalo de Dios, tan amado como para darle existencia, infinitamente precioso para Dios, creado para cosas más grandes: amar y ser amado. Sin embargo, hay tantos niños olvidados, abandonados, maltratados, que sufren el dolor más inimaginable en sus almas y en sus cuerpos... He mirado a los ojos de los niños; unos, brillantes de hambre, otros, aturdidos y vacíos por el dolor. He sostenido entre mis brazos a muchísimos niños que se morían por falta de un poco de leche o de una medicina. ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué? Estos niños son mi hermano, mi hermana, mi hijo. Si hoy en día los niños sufren tan terriblemente es porque los hombres y las mujeres se han olvidado de rezar, de dar las gracias a Dios, que es el Autor de la Vida, por el precioso don de la vida. Y los niños seguirán sufriendo mientras los hombres y las mujeres acepten y permitan que se los mate aún en el seno de sus madres. Así de claro. Si permitimos el aborto, ¿cómo podemos evitar que alguien perjudique deliberadamente a un niño, le torture o le mate? Se trata del mismo niño, tanto dentro del vientre de su madre como fuera de él. Anticoncepción Sé que las parejas tienen que planificar sus familias, y por ello existe la planificación familiar natural, que es la manera correcta de planificar la familia, no la anticoncepción. Quien destruye la capacidad de dar vida

mediante la anticoncepción se está haciendo algo a sí mismo. Se presta a sí mismo tanta atención que destruye el don del amor en él o ella. Al amar, el marido y la esposa deben dirigir su atención al otro, tal como ocurre en la planificación familiar natural, y no a sí mismos, como sucede en la anticoncepción. Una vez que el amor vivo es destruido por la anticoncepción, el aborto es el siguiente paso. También sé que hay grandes problemas en el mundo, principalmente que los esposos no se aman lo suficiente para practicar la planificación familiar natural. No podemos resolverlos todos, pero evitemos a toda costa el peor problema, que es destruir el amor. Y esto es lo que ocurre cuando le decimos a la gente que practique la anticoncepción o el aborto. Los pobres son gente magnífica. Nos pueden enseñar tantas cosas bellas. Una vez, una mujer pobre vino a darnos las gracias por haberle enseñado que la planificación familiar natural no era más que el dominio de uno mismo en aras del amor al otro, y lo que dijo es muy cierto; a lo mejor los pobres no tienen qué comer, tal vez no tengan una casa en la que vivir, pero podemos ver que son gente grande en su riqueza espiritual. Cuando recojo a una persona hambrienta de la calle, le doy un plato de arroz, un trozo de pan. Para la persona marginada, que se siente indeseada, no querida [...], rechazada por la sociedad, esa pobreza espiritual es mucho más difícil de superar. Y el aborto, que con frecuencia sigue a la anticoncepción, empobrece espiritualmente, y ésa es la peor de las pobrezas y la más difícil de superar. La mayor pobreza ¡La mayor pobreza! Hay un niño —un nonato— en el seno de su madre. Y ella no lo quiere. Le tiene miedo. .Si tengo que alimentar a otro hijo, si tengo que educar a otro hijo, no podré comprarme un coche nuevo o un televisor en color; así que tengo que matar a este niño.» El aborto, un asesinato! ¿Por parte de quién? De la madre. Del médico. Qué terrible. Ese pequeño niño inocente, ese niño indeseado, ese niño abortado. ¡La mayor pobreza! La mayor pobreza. Ahí mismo, en la familia. Quizá nadie de tu familia vaya a morir por un pedazo de pan, pero ese pequeño debe morir porque tú no lo quieres. Para mí, la mayor pobreza de un país, de una nación, es que tú y yo no podamos alimentar a un niño más, que no podamos educar a un niño más, vestir a un niño más... El niño debe morir. Y creo que es esto lo que ha traído tanta infelicidad al mundo: el llanto del niño no nacido. Amor de Dios y del prójimo Pensad simplemente que Dios creó la vida humana a Su propia imagen con el mismo propósito para el que Él existe. Dios existe para amarnos; tú, yo y ese niño no nacido hemos sido creados para el mismo propósito: amar y ser amados. Por eso creo que el aborto es un acto en contra del propio Dios, porque intentan librarse de Su presencia, de Su imagen. La misericordia de Dios Siento que en cada aborto hay dos muertes, dos asesinatos: el del niño y el de la conciencia de la madre. Roguemos pues para que Dios les conceda la gracia de pedirle perdón, para que haya paz en sus almas y comprendan que

el perdón de Dios es mucho mayor, que la misericordia de Dios es mucho mayor que su error. Mostrémosles esa ternura y ese amor para que comprendan: «¡Sí! Dios me ama, Dios me ha perdonado.» Es muy importante que se sientan perdonadas y que les demos la maravillosa oportunidad de no volver a hacerlo jamás, así como [la seguridad] de que serán capaces de entregar ese am tierno y ese cuidado al pequeño nonato. El dolor en el corazón de la madre El otro día estuve hablando con una señora que abortó hace ocho años y ¿qué me dijo?: «Madre, siento un dolor en mi corazón. Cada vez que veo a un niño de ocho años, me digo que mi hijo tendría esa edad. El año pasado me pasaba con los de siete años. Este dolor en mi corazón...» Ella es hindú, no cristiana, y quizá por eso no pueda entenderlo, pero, cristiana o no, ese amor de madre, ese instinto materno, está en su corazón. Hasta el fin de sus días lo sabrá: «He matado a mi hijo, he destruido a mi hijo.» Mi madre Doy gracias a mi madre por desearme. Si no me hubiera deseado, yo no sería hoy una Misionera de la Caridad. Así que le debo una profunda gratitud, y hasta los pobres le deben una profunda gratitud a mi madre por haber querido tenerme. El mayor destructor de la paz A nuestros niños los queremos, los amamos, pero ¿qué ocurre con tantos otros millones de niños? Mucha gente está muy, muy preocupada por los niños de la India, por los de África, donde mueren muchos tal vez de desnutrición o de hambre, pero son millones los que mueren deliberadamente por voluntad de su madre. Y ése es el mayor destructor de la paz en nuestros días porque, si una madre puede matar a su propio hijo, ¿por qué no puedo matarte yo a ti, o tú a mí? No, nada nos lo impide. Deshacerse de las niñas En Bombay y en Delhi ahora se practica algo nuevo. Quieren deshacerse de las niñas porque, al casarse, los padres tienen que darles una dote muy cara, y han descubierto un instrumento que al cabo de dos meses les permite det minar si el bebé es niño o niña, y si está tullido o lisiado. Según los cálculos, pronto habrá cien hombres por cada veinte mujeres, y la conclusión será el pecado. Imaginaos el pecado que resultará de todo esto; se está destruyendo la vida familiar. Debemos tomarnos la molestia de rezar por ello y recuperar la oración en las familias. Persuadir con amor ¿Cómo persuadir a una mujer para que no se someta a un aborto? Como siempre, hay que hacerlo con amor y recordarnos a nosotros mismos que el amor significa [estar] dispuesto a dar hasta que duela. Jesús dio incluso Su vida para amarnos, así que a la madre que está pensando en abortar hay que ayudarla a amar, es decir, a dar hasta que duela —en sus planes o en su tiempo libre—, a respetar la vida del niño. El padre de ese niño, sea quien sea, deberá dar también hasta que duela. Con el aborto, la madre no aprende

a amar sino que mata a su propio hijo para resolver sus problemas, y el padre no tiene que responsabilizarse de nada por el hijo que ha traído a este mundo. Lo más probable es que ponga a otras mujeres en la misma situación, así que un aborto lleva a más abortos. Un país que aprueba el aborto no está enseñando a la gente a amar, sino a utilizar cualquier tipo de violencia para conseguir lo que quieren. La adopción Nosotras combatimos el aborto con la adopción. Hemos salvado miles de vidas cuidando de la madre y adoptando a su bebé. Hemos dicho a las clínicas, a los hospitales y a las comisarías de policía: «Por favor, no destruyan al niño, nosotras nos haremos cargo, nos quedaremos con él.» Tened siempre a alguien que le diga a la madre en peligro «Ven, nosotras cuidaremos de ti. Le daremos un hogar a tu hijo.» Existe una gran demanda de parejas que no pueden tener hijos, pero nunca le daría un niño a una pareja que haya hecho algo para no tenerlos. Dijo Jesús: «Cualquiera que recibe a un niño en Mi Nombre, me recibe a Mí.»27 Al adoptar a un niño se recibe a Jesús, pero, al abortar, la pareja se niega a recibir a Jesús. Por favor, no matéis a ese niño. Yo quiero a ese niño. Dádme1o. Estoy dispuesta a aceptar cualquier niño del que quieran deshacerse para dárselo a una pareja casada que le ame y sea amada por él. Solo en nuestro hogar para niños de Calcuta, hemos salvado a más de tres mil del aborto. Esos niños han llevado tanto amor y tanta alegría a sus padres adoptivos que han crecido colmados de cariño. Dios nos ama Si recordamos que Dios nos ama y que nosotros podemos amar a los demás como Él nos ama, Estados Unidos puede convertirse en un símbolo de paz para el mundo. Desde aquí, una señal de preocupación por los más débiles entre los débiles —los niños no nacidos— debe difundirse por el mundo para que se convierta en una llama ardiente de justicia y paz. Entonces seréis realmente leales a los principios que defendieron los fundadores de este país. Que Dios os bendiga a todos. Familias rotas Igual que el amor empieza en el hogar, también lo hace el mal, así como el pecado. El mundo está al revés Somos vosotras y yo las que podemos proporcionar e alegría de amor, de paz en la familia. Hoy en día el mundo está al revés; hay demasiado odio, demasiados asesinos, demasiada infelicidad porque se han roto el amor, paz y la alegría en la familia. Las familias ya no reza Y como no rezan, no pueden estar unidas. Y si no están unidas, no pueden amarse los unos a los otros. Y si u madre puede matar a su propio hijo, ¿qué queda para que los demás se maten?

El amor empieza en casa San Juan se preguntó: «Cómo puedes decir que am a Dios, a quien no ves, cuando no amas a tu hermano, a quien ves.»28 Y utiliza unas palabras muy fuertes: ((Si dices que amas a Dios pero no amas a tu hermano, eres un mentiroso.»29 Pienso que esto es algo que debemos entender todos: el amor empieza en casa. En la actualidad, cada vez resulta más claro que todo el sufrimiento del mundo ha empezado en casa. No tenemos tiempo ni de mirarnos los unos a los otros, de hablarnos, de disfrutar de los demás, e incluso menos aún de ser lo que nuestros hijos esperan de nosotros, lo que el marido espera de la esposa, lo que la esposa espera del marido. Por eso cada vez pasamos más tiempo fuera de [nuestros] hogares y cada vez mantenemos menos contacto con los demás. El amor en la familia Nunca olvido a mi madre. Andaba todo el día atareada pero, en cuanto se hacía de noche, se apresuraba a prepararse para cuando llegara mi padre. Por aquel entonces nosotros no lo entendíamos, nos daba por sonreí por reírnos y hacerle bromas a mi madre, pero ahora recuerdo el tremendo y delicado amor que le tenía. Pasara lo que pasase, ella se preparaba para recibirle con una sonrisa. Hoy en día, no tenemos tiempo. El padre y la madre están ocupados, los niños llegan a casa y no hay nadie para amarles, para sonreírles. Muy ocupados En el mundo actual las personas casadas tienen grandes dificultades porque no profundizan en ese amor íntimo del uno por el otro; están ocupados en demasiadas cosas. Hoy en día se ven muchas familias, cada vez hay más hogares rotos. ¿Por qué? Porque a los ancianos, a los abuelos y abuelas, los mandan a una institución. El padre está muy ocupado, la madre está muy ocupada, los hijos llegan a casa y no hay nadie a quien amar, con quien bromear, charlar, sonreír y todas esas cosas, y los hijos acaban yéndose a la calle. No sé si vosotras lo habéis visto, pero yo he visto a muchos, muchos chicos y chicas por las calles de Londres, Roma y Estados Unidos. Ahora nuestras hermanas están por todo el mundo, y en todas partes encontramos esa pobreza tan terrible; por eso debemos comprender vosotras y yo que el amor empieza en casa, el amor empieza en nuestra comunidad. Ahí es donde nos vemos con frecuencia. No podemos fallarnos hasta el punto de no tener tiempo para las demás. El niño, donde empieza el amor y la paz Siempre me ha sorprendido ver, en Occidente, a chicos y chicas enganchados a las drogas, y he intentado entender por qué. ¿Por qué ocurre eso en Occidente, donde tienen muchas más cosas que en Oriente? Y la respuesta es que en la familia no hay nadie que les reciba. Nuestros hijos dependen de nosotros para todo: su seguridad, su camino para conocer y amar a Dios. Por todo ello, nos miran con confianza, esperanza y expectación, pero a menudo el padre y la madre están muy ocupados. No tienen tiempo para sus hijos. O tal vez ni siquiera están casados o han abandonado el matrimonio, así que los niños se van a la calle y se meten en

las drogas y todas esas cosas. Estamos hablando del amor al hijo, que es donde debe empezar el amor y la paz. Rezar juntos Un día recogí de un contenedor de basura a una mujer que hervía de fiebre. Yo estaba convencida de que estaba moribunda, pero ella no paraba de repetir: «Estoy herida, esto me lo ha hecho mi hijo.» La saqué y la llevé a nuestra casa. Pasé mucho tiempo rezando con ella, rezando y rezando hasta que perdonó a su hijo. Si hubiera estado hambrienta de pan, le habría dado pan y ya está. Pero me llevó mucho tiempo ayudarla a decir: «Perdono a mi hijo.» Gracias a Dios, justo antes de morir lo dijo. Pensad en lo terrible de ese sufrimiento. No tenemos ni idea, pero lo he visto una y otra vez hasta en los países más ricos: la soledad es terrible. Pienso que por eso nos hemos reunido hoy aquí, para rezar por los enfermos, que tal vez se encuentren en nuestra propia familia. El amor empieza en el hogar. El amor empieza en nuestra comunidad. El amor empieza en casa. Y ¿cómo empieza? Rezando juntos. Pues la familia, la comunidad que reza unida, permanece unida. Y si estamos unidos, naturalmente, nos amaremos los unos a los otros como Dios nos ama. Y estas obras de amor son obras de paz. En una familia así, vivimos naturalmente en paz. Abusos a chicas Es muy triste saber del amor impuro que se expande a través de esos negocios turbios que se llevan a cabo relacionados con chicas muy jóvenes. Es un negocio que hiere a Jesús. Las chicas no tienen trabajo y venden sus cuerpos para vivir. Cuidad de esas chicas. Están en los grandes hoteles, y cada noche van allí para que los hombres las usen. Buscad mejor donde están esas chicas y cómo protegerlas; quizá podamos encontrarles un trabajo. Se sirven de la noche como un trabajo, y les pagan por ser utilizadas. Les pagan más o menos dependiendo de quién las utilice. Recuerdo que dos o tres chicas se acercaron a mí; las habían obligado a ir a ese sitio, y cuando llegaron y vieron lo que ocurría allí, los hombres que llegaban desnudos, saltaron por la ventana y vinieron a mí. Ayudad a esas chicas, por favor, haced algo por ellas, cread un lugar especial donde protegerlas para que vivan una vida normal, y buscadles un marido de verdad. Tenemos una labor muy hermosa que hacer con esas chicas, y no sólo con ellas sino también con mujeres de quienes han abusado o a las que sus maridos han abandonado. Los hombres deben pagar un alto precio para conseguir una mujer. Tenedlas en vuestras oraciones y haced sacrificios reales por ellas. He salvado a muchas chicas en nuestro Shishu Bhavan, chicas que ahora llevan vidas normales. Las chicas de las que abusan están llenas de belleza. ¿Dónde están hoy nuestros ancianos? Pienso que ahí es donde empieza el amor, en casa. ¿Dónde están hoy nuestros ancianos? En las residencias. ¿Dónde está el niño que aún no ha nacido? ¿Dónde? Muerto. ¿Por qué? Porque no les queremos. Creo que ésa es la gran, gran pobreza de Occidente, que aquí misa en este país,30 haya niños que mueren porque tenemos miedo de alimentar a un niño más, de educar a un niño más. Y luego están los niños que deben morir antes de nacer. ¿Acaso no es ésa una gran pobreza? El miedo a tener que alimentar a

una persona mayor más en la familia significa que se debe excluir a esa persona, y, sin embargo, un día nosotros también deberemos encontrar.. nos con el Maestro. ¿Y qué le responderemos? ¿Cómo le contestaremos acerca del pequeño niño, ese abuelo o esa abuela? Pues ellos son Su creación, son hijos de Dios. Dios ha puesto todo Su amor al crear esas vidas humanas, y por eso no tenemos derecho a destruirlas, especialmente nosotros que comprendemos que Cristo ha muerto por esa vida, para salvar esa vida. Cristo ha muerto y lo ha dado todo por ese niño, y si somos realmente cristianos también para nosotros, como dijo ese hindú, «es una entrega». La sacralidad del matrimonio Para permanecer fieles el uno al otro, el esposo y la esposa, [...] se unen de por vida mediante el voto del matrimonio. Ambas partes deben permanecer puras y santas para llevar la alegría a la familia. La Iglesia ha dispuesto la existencia del matrimonio, y su sacralidad trae mucho amor y paz a la familia. Es un vínculo indestructible, y da la oportunidad a nuestras familias de permanecer fiel unos a otros. Hoy en día hay tantos problemas en mundo... El divorcio es terrible, pues rompe esa unión. Roguemos para que las familias sean fieles y permanezcan unidas en el amor, un solo corazón en el corazón de Jesús y María. Romper el voto del matrimonio —ser fieles hasta la muerte— no sólo va en contra del verdadero amor, también hiere a los niños de un modo especial. Nuestros hijos dependen de nosotros para todo: su salud, su educación, su cuidado, sus valores, su orientación y, lo más importante, nuestro amor. Pero en algunos casos la madre y el padre no tienen tiempo para sus hijos, o la unión entre ellos está rota y los hijos dejan el hogar y vagan de aquí para allá, y el número de tales chicos crece día a día. Mostrar lo que significa amar Si el padre y la madre no están dispuestos a entregarse hasta que duela, para ser fieles el uno al otro, y a sus hijos, no les están mostrando a éstos lo que significa amar. Y si los padres no enseñan a sus hijos lo que significa amar, ¿quién lo va a hacer? Esos niños crecerán espiritualmente pobres, y esa clase de pobreza es mucho más difícil de superar que la material. No hay duda de que muchas familias han experimentado un gran sufrimiento como consecuencia de la violencia, el alcoholismo o los malos tratos, que frecuentemente conducen al fracaso de la relación. Un trabajo descuidado Debéis centraros sobre todo en rezar, puesto que, en nuestra congregación, el trabajo no es más que el fruto de la oración [...], nuestro amor en acción. Si estáis realmente enamoradas de Cristo, no importa lo pequeña que sea la tarea: la realizaréis mejor, la haréis de todo corazón. Si vuestro trabajo es descuidado, también vuestro amor a Dios lo será. Tu trabajo es una muestra de tu amor.

Lo que la gente espera de nosotras Él se hizo Pan de Vida para satisfacer mi hambre de É1.31 Y luego Él se convirtió en el hambriento de la Palabra de Dios, para que yo pudiera satisfacer Su amor por mí. Así pues, también Él tiene hambre, como nosotros tenemos hambre de Él. Y eso satisfará el hambre de Dios por nosotros, y nuestra hambre de Dios. [...] Esa Palabra [debe] encarnarse primero en cada uno de nosotros; debe ser vivida aquí, debe encarnarse entre vosotros en el amor, en la unidad, en la paz, en la alegría, y luego podréis salir [...]. Ese hombre borracho y solo, sentado en el parque. Recuerdo la primera vez que las hermanas salieron [a verlo], vestidas todas de blanco como vosotras y rezando el rosario. Se acercaron al hombre, que las vio y dijo: «Oh, no estoy preparado. No estoy preparado. No estoy preparado». Y las hermanas se acercaron a él. «Somos hermanas, Jesús te ama, Jesús te ama.» Él insistió: «No estoy preparado. Habéis hecho todo el camino desde el cielo, sois ángeles venidos del cielo para llevarme con vosotros. No estoy preparado.» Pensaba que los ángeles habían venido a llevárselo. Y eso es hermoso, eso muestra lo que la gente espera de nosotras. No espera que seamos descuidados. Poca fe A veces nuestra labor es «descuidada» porque nos falta fe. Si creemos de verdad que lo que hacemos se lo estamos haciendo a Jesús, realizaremos bien nuestro trabajo. Hermanas, rezad, rezad para tener más fe, rezad después de la Sagrada Comunión, en la adoración, rezad a Nuestra Señora para que os de más fe. Seguro que dirá: «Haced lo que Él os diga.»32 La tentación Un día un hombre trajo un bebé a nuestra puerta y nos dijo que la madre había huido. Como conocía a la chica, fui en su busca y la encontré, y le pregunté qué había ocurrido. Me dijo algo que me pareció muy extraño, aunque auténtico. «Estaba en la galería y vino un hombre, y el primer día nos miramos a los ojos, sólo eso. Al segundo día nos miramos de nuevo a los ojos, pero esa mirada era especial. El tercer día salí a propósito; quería verle. Seguimos así algunos días, hasta que un día entró y al final me escapé con él.» Durante todo ese tiempo, nunca le dijo nada a su marido; ese engaño fue lo que realmente la perdió. No se lo contó a su marido. Lo ocultó y la cogieron. Esas cosas deben penetrar en nuestra vida: la necesidad de ser amados, la necesidad de que nos quieran; pero hablad a tiempo, no tengáis miedo —cuando os sintáis asustadas, ésa es la tentación del demonio—; hablad a tiempo. Ocultar es una gran mentira Lo primero que hacemos en cuanto empezamos a ser impuros es ocultarlo. Satanás es el padre de la mentira.33 No hace más que decir mentiras. Cuando empezamos a caer en el error —escribir cartas o hablar con un hombre a solas—, sentimos que no debemos contarlo. Ocultar es en realidad una gran mentira. En cuanto te descubras haciéndolo, ten cuidado. Podemos engañarnos a nosotros mismos, podemos decirnos: «No importa, todo está bien.» Pero el hecho de que lo estés haciendo a escondidas muestra que no es

así. Ése es el signo de que está mal. Si queréis saber algo es o no pecado, preguntaos: ¿lo haría si estuviera presencia de Madre?34 Así sabréis si está bien o está mal. El mal No lo conocéis. El diablo se presenta a menudo como un ángel de luz.35 Intentó engañar a Jesús con bellas palabras de las Escrituras;36 porque, cuanto más os acerquéis a Jesús, más os perseguirá el demonio. Debéis pasar más tiempo en oración. Jesús no os espera en el sagrario, sino en los suburbios, tocando, amando a los pobres. El demonio tiene ideas muy astutas, muy inteligentes; se dirigió incluso a Jesús citando las Sagradas Escrituras.37 No dijo ni una mala palabra —usó las más bellas palabras— para engañarle incluso a Él. Y utiliza las cosas más bellas para engañarnos a nosotros. San Ignacio tiene una hermosa explicación: no nos atará con una cadena, sino con un hilo de seda. El demonio es muy listo. El demonio no nos tienta tanto para dañarnos como para destruir a Dios en nosotros. [...] No somos nada para él. Puede lastimar a muchos, pero está muy ansioso por destruir a Dios en nuestra alma, por separarnos, porque sabe que Cristo murió por nosotros y desea que su Preciosísima Sangre se desperdicie en nosotros. Un odio a Dios [...]. Es ese odio a Dios el que quiere que compartamos cuando pecamos, con una mala acción o un mal deseo. [...] No hay pecado hasta que decimos sí, y ésa es la parte más hermosa. Por mucho que el demonio sea el padre de la mentira,38 aunque sienta que tiene mucho poder, no puede obligarnos a decir que sí ni ante lo más pequeño si nosotros no queremos. [...] Ésa es la parte maravillosa de Dios, dada a todas las almas, que ni siquiera el demonio [...], ni el infierno entero, podrán arrebatarnos si no queremos. Por eso el pecado sólo viene cuando lo escogemos. [...] El demonio es como un león rugiente que va dando vueltas y más vueltas buscando a quien devorar.39 El pecado es el mal que destruye el templo de Dios en nuestro interior, que intenta separar al alma de Dios. [...] Y es tal la perseverancia, la paciencia del demonio para conseguir nuestro sí, que le concedería por ellas el premio Nobel. Hasta en lo más pequeño Si nos permitimos ser infieles en las pequeñas cosas y decimos: «No importa», llegará el día en que querremos librarnos de eso y estaremos tan cegados que no sabremos cómo. Jesús nos lo dice en una sola palabra cuando nos describe al demonio como el padre de la mentira. Cuando se acercó a Jesús como un ángel de luz para tentarle en el desierto, primero le dijo: «Tienes hambre, ¡manda que estas piedras se conviertan en panes!»40 Pero, si Jesús lo hubiera hecho, habría colocado las cosas materiales por encima de la voluntad de Dios. «Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que Me envió.»41 ¿Y qué le contestó Jesús? «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»42 Hasta un estúpido diría que Jesús tenía derecho a convertir las piedras en panes: llevaba cuarenta días de ayuno, y nadie podría poner objeciones o quejarse. Tal vez si Jesús se hubiera dado por vencido, el demonio habría intentado tentarle un poco más. Cuando Él estaba colgado en la Cruz y la gente Le abucheaba: «Bájate

de la Cruz si tanto sufres.»43 Tal vez Jesús lo habría hecho si hubiera dicho "sí» la primera vez. El padre de la mentira Estamos ante el sagrario de Dios vivo. Debemos mantener puro el corazón. ¿Cómo se vuelve impuro nuestro corazón? Con el orgullo, con las mentiras, con el egoísmo y la insinceridad, especialmente con esto, con la falta de sinceridad. He pensado en las vidas de aquellas que abandonaron nuestra congregación, y la única causa ha sido siempre la falta de sinceridad. El demonio es el padre de la mentira.44 Tiene una paciencia infinita. Es la más indefensa de las criaturas. Te dice mil mentiras para obligarte a decir una, y su inagotable paciencia le permite esperar y esperar hasta que caigas. Vosotras y yo estaremos cansadas, pero él no cederá, vendrá una y otra vez a tentarnos. A menos que yo diga «sí», él no puede tocarme. No puede decir nada a menos que yo diga: «Quiero.» Santa Teresita explicó de una forma muy bonita lo miserable y lo incapaz que es el demonio. Tuvo un sueño en el que vio al demonio en un barril; era muy fuerte, y una niña pequeña lo estaba mirando. Cuanto más le miraba ella, más se asustaba él; temblaba y no sabía dónde esconderse. Al darse cuenta de que él le tenía miedo, le miró más de cerca. Entonces él desapareció, y luego ella escribió lo asustado e incapaz que era. Lo mismo cabe decir de nosotros: no puede hacer nada si no queremos. Son ejemplos tontos, pero muy vívidos. Todos tenéis tentaciones, ningún ser humano pasa por la vida sin tentaciones. Las tentaciones no son pecados, el pecado llega sólo cuando tú quieres; por eso ayer os enseñé a decir: «No lo quiero.» Astuto El demonio nunca te pediría que robaras algo grande. Es muy chalak.45 Te dirá: «Coge solamente diez naya paisa* del dinero del bote para viajes.» Al día siguiente, un poco más, pasito a paso. Jamás te dirá que el primer día cojas diez rupias, pero llegará el día en que te dirá que cojas una cantidad elevada de la mesa de la Madre. Del mismo modo que realizamos pequeñas cosas con verdadero amor, así hacemos pequeñas cosas con gran odio en nuestros corazones. Nadie puede tocarte El infierno entero puede abordarte, pero nadie podrá forzarte, nadie puede tocarte. Hay una historia de un peregrino que fue a una gran ciudad. Vio a un diablillo ahí durmiendo y le despertó para preguntarle por qué no estaba trabajando. Y el demonio le respondió que allí la gente era tan malvada que no había necesidad ni de tentarles. Al alejarse de la ciudad, el peregrino llegó a una casita con un montón de demonios, cientos, alrededor, y estaban muy atareados. El peregrino les preguntó el porqué. Le contaron que en las inmediaciones vivía un ermitaño a quien estaban intentando atrapar ni que fuera un segundo, pero no podían porque el hombre era puro y ferviente en la oración. Ningún demonio puede tocarme si yo no quiero. Existe el demonio, dijo Jesús, y es el padre de la mentira.46 Te contará mil mentiras para que tú cometas un solo pecado.

Combatir la tentación Podéis ser santas, o pecadoras. Todas tenemos tentaciones. Es algo bueno, incluso. Tenemos que luchar, luchar contra la tentación como Nuestro Señor,47 con confianza Y humildad. Con Él venzo. Con Él puedo hacerlo todo.48 Dios nos ayudará. Solas, no somos capaces de nada. El orgullo ayuda al demonio. El demonio no se presenta, como hizo con Nuestro Señor, con la tentación del desierto, mostrándonos montañas y todos los tesoros del mundo.49 Para nosotras, hay pequeñas cosas: decir bellamente las oraciones, tomar el agua bendita con reverencia. El demonio nos hace pensar: «¿Qué sentido tiene pedir siempre permiso?» Con las religiosas, el demonio utiliza un hilo de seda para atraparlas, no una soga. Aunque también hay sogas. Si pensáis que estáis en un pedestal, os equivocáis. [Hay] una historia: un santo vio una habitación con todas las puertas cerradas menos una, frente a la que había un diablillo sentado, completamente dormido. Cuando despertó, el santo le preguntó si no tenía nada que hacer. El diablillo respondió: «¡Oh!, en esta casa tan bonita no hay mucho trabajo, porque la gente está siempre haciendo cosas malas.» [...] En mi corazón sólo hay un lugar vacante y es para Dios, para nadie más. La tentación es como el fuego en el que se purifica el oro. Tenemos que atravesar ese fuego. Dios permite las tentaciones, lo único que tenemos que hacer es no ceder. Si digo «no quiero», estoy a salvo. Habrá tentaciones contra la pureza, contra la fe, contra mi vocación. Pensad en santa Teresita, que realizó tantos actos de fe. Dios está cerca de nosotras, en nuestros corazones, y las tentaciones vendrán. [...] Si amamos nuestra vocación, seremos tentadas. Y creceremos así en santidad. Hemos de combatir las tentaciones por el amor de Dios. María nos ayudará Cuando llegue la tentación, la falta de caridad, ¿quién nos ayudará? María. «Dadme vuestro corazón, tan bello, tan puro, tan inmaculado, tan lleno de amor y de humildad, para que pueda recibir a Jesús en el Pan de Vida, amarle como vos le amasteis y servirle en el angustioso disfraz de los más pobres entre los pobres. Quiero ser santa como vos. Quiero pertenecerle sólo a Jesús.» Rezad vuestras oraciones con convicción. Vuestras vidas cambiarán. Si alguien os habla en contra de la caridad, o tienta vuestra pureza [...], reservaos solamente para Jesús a través de María. Utilizad el rosario Debemos utilizar el rosario como un arma contra los males, para luchar, para difundir el Reino de Dios; como el buen soldado, debemos luchar en primera línea del frente. Manteneos ocupados Los chinos tienen un proverbio muy sabio: «El pájaro de la pena debe volar por los alrededores, pero vigila que no anide en tu cabeza.» Si, tenemos que sufrir y, puesto que vamos a sufrir, hagámoslo alegremente. Los altibajos de la vida se presentarán en nuestro camino, pero no debemos dejar que afecten a nuestra búsqueda de santidad. Que no te sorprendan tus fracasos. Debemos conectar cada pequeño aspecto de nuestra vida con la Sagrada Comunión; todos nuestros errores, nuestras debilidades, nuestro orgullo y

nuestra miseria. Vela para que, por más que te asalten las tentaciones, no te conquisten. Cuando alguien te culpa Recordad bien, hermanas, lo que os digo ahora. Cuando alguien os culpe o vosotras queráis culpar a alguien, recordad esto: examinaos y pensad ¿soy inocente? Y luego no pongáis excusas: «Yo estaba haciendo esto o lo otro.» Si siento amor por el silencio, entonces, de inmediatos, —si lo que me dicen es cierto—, diré: «Lo siento, hermana.» Si no es verdad, guarda silencio con corazón humil de. Si sabes que no eres perezosa y alguien te llama pe zosa, es una hermosa oportunidad para ser humilde corazón.

Aprender a perdonar «Perdona [...] como nosotros perdonamos.»50 Qué mentira hablar de perdón cuando no perdonas. Cuando llegues a esa parte del Padrenuestro, detente y pregúntate: «¿Es verdad lo que digo?» Creo que Jesús sufrió mucho más mientras colgaba de la Cruz. Dijo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.»51 No puedes ser manso, no puedes ser humilde, si no perdonas. No es necesario algo muy grande para destruirnos. [...] Si no puedo ver a Dios, ¿por qué es? La amargura en mi corazón Durante este año, examinémonos y veamos desde cuándo anida esta amargura en nuestro corazón. Puede que sea desde la infancia, desde el noviciado, en mi vida como profesa: descubrámoslo y vaciemos nuestros corazones por completo. Podemos hacerlo mediante una confesión general sincera; toda la amargura desaparecerá y permanecerá únicamente un corazón puro. Descu bre exactamente quién y cuándo te trajo la amargura, Y cuándo y cuántas vidas has amargado con tu falta de} amor y de bondad, mediante tus palabras y tus actitudes [...] Os lo repito una vez más, vaciad vuestros corazón con una buena confesión general. Hasta Cristo fue rechazado Ayer vino un joven a verme. Estaba profundamente dolido porque había sido rechazado por su familia, y no podía perdonarlos. Entonces le dije: «La gracia de Dios no estará en ti mientras no perdones.» Lo mismo es cierto para cada una de nosotras: la gracia de Dios no está en nosotras mientras no perdonemos. «Pero yo rezo mucho», dijo. Sí, puede ser que rece mucho, pero la gracia de Dios no está en él mientras no perdone. Luego le pregunté: «¿Has intentado compararte alguna vez con Cristo, que fue rechazado constantemente por Su propia gente?» 52 Entonces agachó la cabeza y me dijo que nunca lo había hecho. Todas vosotras debéis pensar en qué consistió la vida de Cristo y compararla con la vuestra. ¿Cuántas veces te han lastimado, cuánta amargura albergas aún? Examinémonos y veamos cómo éramos en nuestra vida pasada en casa, y lo que nos solía herir y amargar. Si lo pensáis bien, veréis que seguís llevando el mismo modelo de vida incluso ahora; ésa es vuestra naturaleza humana. Quiero que cada una

de vosotras lo piense durante este tiempo y que vaciéis vuestros corazones de toda amargura. Aprender a perdonar Un día vino una hermana a mi habitación. Dijo cosas terribles y yo la escuché. Me sentí muy mal por ella, por el hecho de que se hubiera permitido hablar de ese modo. No podemos herir a Jesús, pero Él se siente mal cuando nos herimos a nosotros mismos. Así que fui a su encuentro para darle la oportunidad de disculparse. Ninguna disculpa. Esperé en mi habitación. No vino nadie. En otra ocasión, encontré una excusa para que hiciera algo. No hubo disculpas. Me fui a mi habitación, rezando: «Jesús, concédele la gracia de pedir perdón.» A la cua vez, vino y se disculpó. Debéis entenderlo. Cuando un hermana os haga algo, no os centréis en vosotras, sino e ella. Se está dañando a sí misma, dañando a Jesús en ella. Debéis aprender a perdonar. Debéis comprender que necesitamos el perdón. Ella al final se dio cuenta, y fue una terrible humillación cuando se percató. Yo podría haber sido dura, pero tal vez esas palabras hubieran permanecido en ella toda la vida. Amo a Jesús. Eso me ha ayudado a enamorarme. La humildad es una gran cosa. Si quieres ser una verdadera Misionera de la Caridad, aprende de Jesús a ser mansa y humilde,53 y añade una palabra más: «pura». Verás a tu hermana con ojos nuevos: a quien está hiriendo es a Jesús. Cuando no podemos perdonar A veces no podemos perdonar; una vez incluso oí: «Ella me insultó.» Jesús podía destruirlo todo con una sola palabra, pero Él perdonaba.54 No perdonar puede destruir tu vida. Seguimos pensando en las palabras que pronunció aquella hermana, pero necesitamos reconocer nuestro pecado para ser capaces de perdonar. Debemos perdonar; no esperéis. ¿Falta el perdón en mi corazón? Será un obstáculo para toda tu vida. Cuando es demasiado tarde, ya no hay nada que hacer. A mi hermano le salió un pequeño bulto y, al cabo de poco tiempo, en tan sólo tres meses, el cáncer estaba fuertemente arraigado. Lo mismo pasa con la incapacidad de perdonar. No creáis al demonio, sacáoslo de encima. Tal vez tengáis alguna rencilla con vuestra superiora, o con vuestras hermanas, o quizá con vuestros padres. Mientras seáis novicias, igual que siendo monjas, con votos temporales, el demonio vendrá a vosotras con„ ideas muy bonitas. No dejéis que os engañe. Padre, perdóname. Un [paciente] se resistía a morir: ¡no podía! Y una hermana le preguntó: «¿Hay algo que le preocupe, algo que le atormente? ¿Hay algo que le haga sufrir?» ((Si., no puedo morirme hasta que le pida perdón a mi padre.» La hermana fue a buscar al padre; el padre vino y le dijo: «Mi hijo querido.» El hijo respondió: «Padre, perdóname.» Padre e hijo se perdonaron, se besaron y abrazaron. Al cabo de dos horas, [el paciente] murió. Ved cuán maravilloso es... Amargura y soberbia No existe el perdón absoluto. Mostradme a una hermana amargada y yo os señalaré a una hermana soberbia. La hermana amargada es también una

hermana orgullosa. La amargura y la soberbia son gemelas [...], y el mal humor va asociado con ellas. Una hermana humilde no tendrá amargura ni mal humor. Examinaos. ¿Sientes resentimiento hacia alguien? Hay mucho sufrimiento e infelicidad debidos a la falta de perdón. [...] Recordad, hermanas, en el Padre Nuestro decimos: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos.»55 Si no perdonas, no eres perdonado. Mirad bien en el fondo de vuestros corazones. ¿Sentís resentimiento hacia alguna persona? Intentad encontrarla, o escribidle, sea una hermana o un pobre, o alguien de vuestra familia. Perdonad, pues de lo contrario no seréis libres de amar a Jesús con un amor íntegro. No guardéis resentimiento en vuestro corazón. Hay muchas hermanas que no pueden perdonar. Algunas dicen: «Perdono, Pero no olvido.» La confesión es perdón, la clase de perdón que Dios da, y debemos aprenderla. Hace muchos años alguien me dijo esto o lo otro, y por eso ahora repito: «Me dijo tal...y ella... y ella...» Había en un lugar un cura que estaba en contra del obispo y del resto de sacerdotes por algún motivo. Había tanta amargura en sus sermones... Cada vez que iba a visitarle me decía: «No perdonaré. No lo haré.» La última vez que fui, le dije: «Ésta es tu oportunidad, pídele perdón a tu obispo. Es la única palabra que el obispo quiere de ti.» Y yo recé, y todas las hermanas rezaron. Cuando terminé la oración, me dijo: «Madre Teresa, deme un papel.» Se lo di; me sentía muy feliz. Le llevé ante el obispo y le entregué el papel —de lo contrario, tal vez hubiera cambiado de parecer—, y le dije: «Con eso no basta. Di: "Yo perdono."» Y lo hizo. Renunciar al resentimiento Hace algún tiempo, una pastora luterana vino a Calcuta desde Suecia. Creo que es profesora de teología. Estuvimos hablando y me comentó que no se hablaba con su padre desde la infancia, porque éste había matado a su madre. El odio había arraigado y había crecido en ella. Le dije que sólo había una cosa que hacer: regresar y pedir perdón. Durante mucho tiempo, fue incapaz de renunciar al resentimiento, pero un día obedeció, fue directa a su padre y le dijo: «Te quiero.» Desde entonces cuida de él. Me contó que jamás había sentido la alegría que experimentó al abrazar a su padre. Ved, hermanas: Dios la perdonó a ella, le perdonó a él, sólo cuando ella renunció [al resentimiento]. Sólo nosotros sabemos que necesitamos ser perdonados ¿Recordáis al hijo pródigo? «Me levantaré e iré ante Padre.»56 Sólo cuando sabemos que necesitamos ser pe donados, podemos perdonar. Si no, no podéis recitar el padre Nuestro con sinceridad, estáis mintiendo; examinaos y ved si hay algo que no habéis podido perdonar. ¿Hay algo que sigue doliéndoos? Buscad a esa persona. Una hermana le escribió una carta muy hermosa a otra hermana que la había ofendido. Si tenéis dificultad en hallar a Jesús en el Sagrario, en ver a Jesús en el pobre, en ver a Jesús en vuestra superiora, eliminad [el resentimiento], porque si no no podréis amar a Cristo con un amor indiviso en castidad. Será

mentira. [...] El otro día alguien hablaba de una persecución, de ir a la cárcel, y esa persona dijo: «¡Oh, yo estoy preparado!» Al cabo de poco rato, alguien le comentó algo —apenas tres palabras— y se puso hecho una furia. ¡Y estaba preparado para ser perseguido! Estoy decidida, quiero proteger la vida Estoy decidida, quiero proteger la vida porque la vida ha sido creada por Dios para cosas más grandes: para amar y ser amados. Y por ese pequeño, Jesús ha muerto en la Cruz, Él murió porque le amaba, Su Preciosísima Sangre se derramó por ese pequeño. Traigamos pues la alegría de amar desde la plenitud de vuestros corazones y [...] la mejor manera de hacerlo es ayudar a esas madres jóvenes, yo las llamo madres jóvenes, madres solteras, pero tienen algo que compartir con vosotras. Os brindan la oportunidad de compartir la alegría de amar y de hacer todo lo que hacéis por ellas. Id a buscarlas y, cuando las encontréis, tratadlas con un amor tierno, puesto que «lo que hicisteis al más pequeño —dijo Jesús—, A Mí Me lo hicisteis.»57 Amarnos los unos a los otros con un corazón limpio Que un joven ame realmente a una joven, y que una joVen ame a un joven, es hermoso. Es un don de Dios. Pero amad con un corazón limpio. Amaos los unos a los ot con un amor virgen. Amaos manteniendo el cuerpo y alma vírgenes y puros. Así, el día que os caséis, como d' cen las Escrituras: «El marido y su mujer se unirán el uno al otro y se harán uno».58 Así, el día de la unión, por dréis entregaros un corazón virgen, un cuerpo virgen, un alma virgen. Ése es el don de Dios para vosotros. Pureza Estaba pensando en la pequeña santa Inés59 —era tan sólo una niña—, cuando la ejecutaron por amar a Jesús; es un ángel de pureza. Cada una puede rezarle una oración pidiéndole que nos ayude, nos guíe y nos proteja. Llevó una vida corriente, nada especial, pero poseía un tremendo amor por la pureza. Debemos rezarle una pequeña oración a santa Inés; sólo tenía trece años cuando murió, y un gran valor. Me pregunto si yo hubiera sido tan valiente. Dejó que le cortaran la cabeza para proteger su pureza. No permitió que nadie la tocara y la mancillara. Sé el primero en pedir perdón Si te has equivocado, sé el primero en pedir perdón. En mi casa, mi padre tenía un temperamento muy fuerte; a veces le dirigía palabras fuertes a mi madre. No obstante, al cabo de pocas horas, mi madre se arreglaba y esperaba ansiosa a que regresara, y tan pronto como 61 estaba de vuelta le recibía con un «¿Cómo estás?», la comida preparada y todo lo demás. Era el modo en que ella pedía perdón y arreglaba las cosas. Si podemos hacer eso en el mundo, ¿por qué no aquí? Hoy, escribid en un papelito cómo os habéis comportado en vuestras anteriores comunidades, llevadlo luego a la adoración y leédselo a Jesús, y decidle: «Jesús, esto

es lo que puedo darte, y soy tu esposa.» Tened siempre el valor de pedir perdón. No importa a quién: una persona mayor, una hermana, un niño o a la Madre. En cuanto sepáis que habéis ofendido a alguien, sed siempre las primeras en pedir perdón. Sólo las hermanas humildes pueden pedir perdón. Ofendemos a Jesús con nuestro pecado, apartándonos de Él. No podemos ofender a Jesús en otra persona: si le da la espalda a Jesús, debemos sentirnos mal porque de ese modo se hace mucho daño a sí misma. Hermanas mías, no quiero que no pequéis por miedo al infierno o al purgatorio, sino porque amáis a Jesús. Existe un infierno y existe un purgatorio, ciertamente, pero ése no es el motivo para no pecar. Recordad que la gran santa Teresa tenía miedo de pecar por miedo al infierno. Ella es doctora de la Iglesia y santa, y ¿qué somos nosotras? Hoy, en la adoración, orad acerca de todo lo que os he contado. Vaciad vuestros corazones de amargura. El corazón puro siempre ve a Dios.60 Si has sido desagradable ¿Cómo habéis tratado a los pobres? ¿Habéis sido duras, desagradables, bruscas? ¿Les habéis empujado? ¿Arrastrado? ¿Cómo habéis tratado hoy a los pobres? Si habéis fallado, id a confesaros y pedid perdón, e intentad reconciliaros con Jesús. Este cuarto voto implica una conciencia muy delicada. Si habéis sido duras, desagradables, bruscas o cualquier otra cosa, pedid perdón a los pobres. O puede que hayáis tratado mal a las hermanas en casa: pedid perdón. Reunid ante el sagrario a todos los pobres con los que habéis trabajado hoy. No podéis H. a disculparos con cada uno de ellos, así que traedlos ante el sagrario y pedid perdón a todos los que hayáis ofendido. Si no podéis pedir perdón directamente, hacedlo a cada uno en vuestra mente, en vuestro corazón en vuestro espíritu. Traedlos ante Jesús y disculpaos ante cada uno [...], pedidles perdón [...] y haceos el propósito de no repetirlo. Si no, guarda silencio Si eres culpable, pide perdón. Si no, guarda silencio. Es hermoso. La humildad se aprende aceptando humillaciones. En Nuestra Señora tenemos el más hermoso ejemplo. Ella sabía que san José estaba herido.61 La reconciliación Jesús dijo que si vas al altar a ofrecer un sacrificio y recuerdas que tienes algo contra tu hermano, regresa y reconcíliate antes con é1.62 Lo mismo vale para vosotras: no os vayáis a la cama hasta que hayáis pedido perdón a esa hermana u os hayáis confesado, si es posible. Haced que vuestra vida, mi vida, sea tan transparente que pueda «mirar y ver sólo a Jesús», y así creceréis a semejanza de Jesús. Antes de acostaros Si habéis ofendido a una hermana, pedid perdón antes de acostaros. Y si una hermana os ha ofendido, no os pongáis de mal humor; id a Jesús y decidle: «Jesús, Te amo. Entra en su corazón.»

Cómo se sintió Jesús Un día una hermana hizo algo terrible. Yo no le dije nada, sólo esperé [...] pensando que vendría a disculparse. Al ver que no lo hacía fui en su busca, pero no me dio respuesta alguna. Busqué alguna otra razón para encontrarme con ella, y siguió sin responder. Yo no entendía cómo podía permanecer en ese estado de pecado. Lo lamentaba por ella, por eso comprendí cómo debió de sentirse Jesús cuando Le rechazaron. Pero Él está siempre esperando. La misericordia de Dios es mayor que nuestro pecado. Dios me ha creado para cosas más grandes porque me ama. ¿Qué cambiará mi corazón? Cambiar de lugar no va a cambiar mi corazón. ¿Qué cambiará mi corazón? Mi amor por Jesús. Lo único que quiero de vosotras es que os entreguéis de verdad y por completo a Jesús. Pidámosle a Nuestra Señora que nos ayude durante el día de hoy a abrir nuestros corazones a Jesús. Por vosotras mismas, no tenéis el valor. Confesadlo y liberaos de eso. Encontraréis a Jesús y, cuando lo hagáis, encontraréis paz, amor, unidad. Pedir perdón Respondamos a la tremenda sed de Dios con nuestra confianza amorosa en Su amor por nosotros y la entrega total a Su voluntad con alegría. Volvámonos a Dios con fe y amor profundos, arrepintiéndonos de nuestros pecados y suplicando Su misericordia. Volvámonos también los unos a los otros con amor y confianza, pidiendo perdón por todas las ofensas que hayamos ocasionado y perdonando todas las que hemos recibido. La confesión Jesús tuvo compasión de los pecadores. A la pecadora que compareció ante Él, no la condenó.63 Eso es la confesión. Yo también necesito ser perdonada. La confesión no es más que comparecer ante Jesús como hizo esa cadora, porque me he descubierto pecando. ¡Cómo nos busca el Señor! ¡Cómo nos busca el Señor! Sigue queriendo que seamos santos a pesar de todos nuestros pecados. Al pecador Le dice: «Vete en paz, pero no peques más.»64 Pedro cometió un error enorme [...] y sin embargo Jesús le dijo: «¿Me amas?»65 Ved, Hermanas, así es el amor de Dios. Me levantaré El hijo pródigo pudo volver a su padre cuando dijo: «Me levantaré, iré y lo diré. Le diré a mi padre que soy un pecador, y que lo siento.»66 No podía pedirle perdón a su padre hasta que dio ese paso: «Iré.» Sabía que en su hogar había amor, había bondad, sabía que su padre le amaba. Nuestra Señora nos ayudará a hacerlo. Hagámoslo hoy. Levantaos, id al Padre y decidle que no somos dignos de estar aquí, de pertenecerle. No os avergoncéis No os avergoncéis y penséis: «Oh, ¿qué pensará el Padre67 de esto?» El Padre está ahí para librarte de tus pecados. Le decimos nuestros pecados a

Dios y obtenemos Su perdón. Dios nos libra de ellos. Debemos ser sencillos como un niño: «Me levantaré e iré a mi Padre.»68 ¿Y qué hace Dios? «Traed el vestido, el anillo, el calzado, el ter nero cebado» [...],69 y ved la gran alegría. ¿Por qué? Por que «Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida».70 Lo mismo sirve para nosotras, pero debemos tener la sencillez de un niño e ir a confesarnos. Si tenéis problemas con vuestra castidad, hermanas, sed siempre fieles a la confesión. Hoy en día, incluso entre monjas y sacerdotes, hay quien no se confiesa durante cinco o seis años. .y qué ocurre? Cuando caen, abandonan [su vocación] y se van. Así que nunca dejéis la confesión para mañana. £se mañana se convertirá en otro mañana, y en otro, y no llegará jamás. ¿Quién puede ayudaros a prepararos bien para la confesión? Sólo Nuestra Señora. Nunca os preparéis sin ella, id siempre a Nuestra Señora. Dios ha sido tan bueno con nosotros que nos la ha dado como Madre. Podemos ser pecadores sin pecado Durante el Vía Crucis, cuando estéis ante la Pasión de Cristo, mirad la Cruz. Puedo encontrar mis pecados en ella. Podemos ser pecadores con pecado y pecadores sin pecado. ¿Estáis realmente enamoradas de Cristo? ¿Podéis enfrentaros al mundo? ¿Estáis de verdad convencidas de que «nada puede separarme de Él»?" «Cortadme en pedazos y cada pedazo será vuestro.» Nuestra vocación no es el trabajo; la fidelidad a las tareas humildes es nuestra manera de poner en actos nuestro amor. Ayer, un hombre que vivía en pecado [tuvo un ataque], se puso a temblar y murió. Puede ocurrirnos a cualquiera de nosotras. ¿Estamos preparadas? ¿Tengo realmente la convicción de que, como Misionera de la Caridad, soy portadora del amor de Dios, de que soy esposa de Jesús crucificado? El principio de la santidad es una buena confesión. Todos somos pecadores. Hay santidad sin pecado, pues debemos convertirnos en pecadores sin pecado. Nuestra Señora no tuvo que decir: «Ruega por nosotros, pecadores.» Somos pecadoras con pecado, pero cuando hacernos una buena confesión nos convertimos en pecadoras sin pecado. ¿Cómo me convierto en un pecador con pecado? Cuando digo deliberadamente una palabra r m tras algo me dice: «No lo digas.» Para eso tenemos la confesión. Espero que hagáis buen uso de ella cada mana. La Pasión de Jesús ¿Qué es la Pasión de Jesús? Solemos decir que herimos a Jesús con nuestros pecados, pero no, no es Él quien resulta herido. Nos herimos a nosotros mismos. Y Jesús sufre porque no amamos; lo lamenta por nosotros. La ofensa que nos hacemos pecando, la toma Él sobre Si mismo. Antes yo también pensaba [que herimos a Jesús con nuestros pecados], pero ahora puedo comprender cómo se siente Él cuando pecamos. No tengáis miedo Siempre que sintáis que habéis hecho algo, no tengáis miedo. Él es un Padre amoroso, y Su misericordia es mucho mayor de lo que podamos imaginar. Recordad, Él ha instituido el sacramento de la confesión para que nuestros

corazones [puedan] ser puros y estar llenos de amor. Vamos a confesarnos como pecadores con pecado y salimos como pecadores sin pecado. Qué maravilloso don de Dios para todos nosotros. Permanece cerca de Jesús ¿Cuál es el significado de «precioso»? Quiere decir especial. Cuando viene alguien especial para vosotras —vuestra madre o vuestro padre—, preparáis de antemano lo que les vais a decir, lo que vais a hacer y demás. Para Dios, nosotros somos especiales exactamente del mismo modo. Está esperando que vayas a Él en la oración, quiere honrarte llenándote de Su presencia. ¿Cómo puede alguien o algo dividir eso? [...] Si somos realmente puras, ¿cómo podemos permitir que algo nos separe de Jesús? El pecado es lo único que impide que el amor crezca. Si cometemos un pecado, vayamos a confesarnos. Ved únicamente a Dios, hablad con Él, amadle. Un corazón limpio está muy cerca de Jesús, puede amarle, servirle. Si abandonas la confesión, el pecado se enquista y te despreocupas de él. Hay muchos sacerdotes que se confiesan a diario; la pureza de corazón es el mejor lugar para Jesús. Tomaos la molestia de confesaros cada semana. Si permanecemos cerca de Jesús, estaremos protegidos del pecado. [...] El pecado es un muro que nos separa. Un corazón libre puede amar a Dios, servirle, entregarse únicamente a Él. «Estoy decidida: con la bendición de Dios, quiero ser santa.» Debemos evitar el pecado, incluso los más pequeños [...]; es muy peligroso. El gusano no necesita un gran agujero, y luego éste se amplía y se agranda hasta que lo pudre todo, y entonces se vuelve cada vez más complicado. Digamos siempre: «Lo siento»; es un buen acto de contrición. Estar vacíos Vaciémonos de todo nuestro egoísmo para permitirle a Dios que nos llene de Su amor. Lo digo una y otra vez, como lo he repetido a menudo: ni siquiera Dios Todopoderoso puede llenar lo que ya está lleno. Debemos vaciarnos si queremos que Dios nos llene con Su plenitud. Nuestra Señora tuvo que estar vacía para poder llenarse de gracia, tuvo que declarar que era la esclava del Señor antes de que Dios pudiera llenarla.72 Debemos pues vaciarnos de toda soberbia, de toda envidia y egoísmo, antes de que Dios nos pueda llenar de Su amor. Necesito ser perdonado Mirad la Cruz. Ahí están mis pecados. Ahí, miran la Cruz, sabemos cuán profundos son. Jesús le dijo a santa Margarita María: «Mi amor por ti no era una broma; sino algo personal.» La Cruz que hay en la Casa Madre, cerca de la escalera, constituye un maravilloso examen de conciencia. [...] ¿La miráis realmente, no sólo en vuestra imaginación? Tomadla en vuestras manos y meditad. [...] ¿Tengo compasión? Jesús tenía compasión de los pecadores, y cuando una pecadora acudió ante Él, no la condenó.73 Eso es la confesión. Yo también necesito ser perdonado. La confesión no es más que comparecer ante Jesús como esa pecadora porque me he descubierto en pecado. [...] En nuestras constituciones está escrito: «Me levantaré e iré con mi Padre.»74 [...] La confesión [...] es una expresión de nuestra necesidad de perdón, no de

desaliento. No fue instituida el Viernes Santo sino el Domingo de Resurrección, pues es un medio para recibir la alegría. No fue establecida como una tortura, sino como un medio para recibir la alegría. En Roma, nuestras hermanas encontraron a un hombre tremendamente sucio en una casa. Le limpiaron y le asearon, pero él no decía nada. Al terminar, les dijo: «Habéis traído a Dios a mi vida, ahora traedme también un sacerdote.» Tras sesenta años, ese hombre hizo una buena confesión. Ved, hermanas, qué maravilloso: esa humilde tarea trajo a Dios a su vida. Necesitamos al sacerdote para establecer dicha conexión. Si el interruptor central no funciona, toda la ciudad se queda a oscuras [...] y la gente se queja, especialmente aquellos que tienen aire acondicionado. Cuá4 puro debe de ser el sacerdote para verter la Preciosísima Sangre sobre mí y lavar mis pecados [...]. No debéis dudar nunca de estas palabras: «Yo te absuelvo. Yo te libero.» Aunque el sacerdote sea un mal sacerdote, tiene el poder de perdonarte, de liberarte. Tal vez eso requiera un acto de humildad por nuestra parte, pero el sigue siendo el interruptor, la conexión. Una verdadera alegría La confesión debe construir una verdadera alegría, y no tenemos que descuidarla [...]. Debo ir a confesarme con amor, pues se me ofrece la oportunidad de limpiar mi alma para purificarme. La confesión significa ponerse cara a cara ante Dios; cuando muera, deberé comparecer ante Él, pero ahora tengo la oportunidad de ir a Él con pecado y marcharme sin. Examinad vuestra confesión. ¿Os confesáis con verdaderas ganas, con verdadera sinceridad para decir las cosas como son, o decís solo «la mitad»,75 ocultando detalles y omitiendo cosas? El demonio es muy listo. Jesús dijo: «No tengáis miedo.»76 Si hay algo que os preocupa, decidlo en confesión, y en cuanto lo hayáis hecho no os preocupéis más; en ocasiones, al cabo de muchos meses, el demonio nos persigue hasta que quiebra nuestro amor por la confesión, que no está destinada a ser una tortura. [...] La confesión no es un lugar donde debáis permanecer durante horas y horas. Se trata de Jesús y yo, nadie más. Recordadlo durante toda la vida: no hagáis de la confesión un lugar donde hablar, sino donde confesar vuestros pecados y recibir la absolución. Agradezcámoselo a Dios Y no abandonemos nunca la confesión. No perdáis tiempo No perdáis tiempo con lo que haya ocurrido en el pasado. Si lleváis algo dentro que os duele u os preocupa, sacadlo y haced una buena confesión. No os preocupéis con, o con lo otro, ni tan siquiera con vuestra maestra [de novicias]:77 el bebé no examina lo que se le da. Ocupa simplemente de Jesús y utilizad vuestro tiempo para estar a solas y permanecer con Él. [Este tiempo] no vol. verá jamás. Un sacramento de amor Lo llamamos penitencia, pero en realidad es un sacramento de amor, de perdón. Por eso no debe ser un lugar donde hablar durante horas sobre nuestras dificultades, sino donde dejo que Jesús me libre de todo lo que divide y destruye. Cuando hay un vacío entre Cristo y yo y mi amor está dividido, nada puede llenarme. Si realmente queréis comprender el amor de

Cristo por nosotros, id a confesaros. Sed sencillos, como niños, en la confesión: «Aquí estoy, como un niño yendo hacia su Padre.» Si un muchacho aún no se ha corrompido ni ha aprendido a decir mentiras, lo contará todo. A eso me refiero cuando os digo que seáis como niños, eso es lo que debemos imitar en la confesión. La confesión es un acto hermoso de gran amor; sólo a ella podemos acudir como pecadores con pecado y salir como pecadores sin pecado. No medimos nuestro amor por el pecado mortal o el venial pero, cuando caemos, la confesión está ahí para limpiamos. Aunque exista un gran vacío, no tengáis vergüenza; aun así, id como un niño. La necesidad de la confesión Hay una señora que viene todas las mañanas a misa. Antes era una borracha, pero sucedió algo en su vida que la cambió y luego dio el paso siguiente: hizo todo el viaje desde Estados Unidos. Ahora está ahí cada mañana, incluso antes que nosotras. Lleva las uñas pintadas de rojo, así como los labios y las mejillas, y le pregunté por qué se ponía tanto maquillaje. Lo que me respondió me dejó realmente sorprendida: «Madre, forma parte de la autodisciplina que intento practicar. Cada día tengo una hora determinada para hacerme la manicura, maquillarme y prepararme para la misa. Debo mantenerme siempre ocupada.» Hoy, hablando con ella, le dije que era muy bonito que hubiera empezado a acudir a misa a diario y que por qué no iba a confesarse. Me ha preguntado por qué debería hacerlo, pues no siente necesidad de confesarse. Y yo le he señalado que quien va a confesarse lo hace como un pecador con pecado, pero cuando sale es un pecador sin pecado. «Oh —ha exclamado—. Entonces quiero confesarme, pero necesito ayuda para prepararme.» Esta noche vendrá a la adoración y la ayudaré a prepararse para mañana. Cuando se ha marchado, parecía tan contenta de haberse decidido a confesar sus pecados que ya estaba experimentando la libertad, la alegría de esa paz. Había aceptado que era una pecadora con pecado, y quería a Dios en su vida. Gracias, Jesús El otro día leí que Jesús dijo: «Dadme vuestros pecados.» Por eso, para mí, el mayor pecado es no confiar en Él y no creer en Su Palabra. Mirémosle fijamente y digámosle: «Lo siento», con convicción. Y después añadamos: «Gracias, Jesús, por librarme de mis pecados.» Tras la Sagrada Comunión, este tierno amor, no olvidemos nunca decir: «Gracias, Jesús, por librarme de mis pecados sin que quede ninguno.» No al sacerdote, sino a Jesús ¿Por qué hacéis una confesión general? No porque y dude, sino para establecer esa conexión, para compren. der lo bueno que ha sido Dios Nuestro Señor conmigo, la bondad de Dios. Llego al confesionario como un pecador, pero cuando salgo soy un pecador sin pecado. Hace_ mos nuestra humilde y sincera confesión, no al sacerdote, sino a Jesús.

La penitencia ¿Cuál es el significado de la penitencia? Se trata en primer lugar de compartir la Pasión de Cristo; no es cuestión de cifras, sino de cuánto amor pongo. En segundo lugar, debo reparar mis pecados. ¿Quién obrará dicha reparación? Si tengo esa sed, haré penitencia con todo mi corazón, porque deseo hacerla. Le he negado algo a Jesús, [así que] quiero repararlo. Porque somos nosotros los que elegimos la penitencia, supone un gran acto de amor. [Había] una hermana [...]; su padre había sufrido una herida en la cabeza y eso la hería a ella, de modo que se lo ofreció a Jesús. «Mis pecados eran Su dolor. Mis pecados eran la causa de la corona de espinas. Haré penitencia con la convicción de compartir la Pasión de Cristo.» Restituir Según el séptimo mandamiento,78 como cristiano no puedo robar. Si se lo hago a un pobre cometo un pecado mortal, por conocimiento e intención. Cuando voy a confesarme, no sólo debo decir el pecado sino también restituir [lo robado]; por completo, en parte o, como mínimo, realizando una promesa. Y estamos obligados por esa promesa, pues de lo contrario el padre no puede darnos la absolución. La humildad La forma de aprender de Nuestro Señor a ser mansos y humildes: sed mansos con los demás. Trataos con cortesía, pues ésta nos es necesaria en tanto que seres humanos. Cuando hayamos aprendido la mansedumbre y la humildad, la otra [cortesía] llegará. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado.»79 ¿Cómo amó Jesús a los demás? ¿Cómo se dio Él? ¿Cómo amaremos en la entrega? La mejor manera de mostrar agradecimiento a Dios es prometer que vamos a aprender a ser humildes. Y entonces Dios dirá: «Éste es mi amado.» ¿Cómo aprender humildad? Todo el Evangelio —si lo leemos cuidadosamente, en oración— nos habla de cómo aprender esta lección del corazón de Jesús: ser mansos y humildes. ¿Cómo aprender humildad? No leyendo muchos libros, ni escuchando muchas palabras, sino aceptando humillaciones. A lo largo del día, cada uno de nosotros se encuentra de continuo con muchos de estos hermosos dones, oportunidades para mostrar nuestro amor por Jesús en las pequeñas cosas, en esas pequeñas humillaciones. Y si somos humildes, si somos puros de corazón, entonces veremos el rostro de Dios en la oración, y seremos capaces de ver a Dios en los demás. Es un círculo completo. [...] Todo está conectado. El fruto de nuestra oración es este amor a Jesús, que demostramos aceptando pequeñas humillaciones con alegría. La humildad es la verdad, no la ocultación La humildad no consiste en ocultar nuestros tale —«No puedo hacer eso, no puedo hacer aquello»—que la humildad es la verdad. Lo único que Nuestro Señor nos pidió que aprendiéramos fue a ser mansos y humildes de corazón;80 no a ser pobres y obedientes, sino mansos y humildes. La mansedumbre primero, porque ésta es para con los demás. En algunas

lenguas, «mansedumbre» se traduce como «dulzura», «bondad». Vedlo hermosa y significativa que es la mansedumbre. La humildad es lo que vino a enseñarnos Jesús, la humildad del Corazón de Dios. Y no se puede aprender de los libros, sino con las humillaciones que se aceptan. En su humildad, guardó silencio En la Anunciación, dijo el ángel: «Serás la Madre de Dios», y María respondió que era la esclava, la sierva del Señor.81 Luego ella, que había sido elegida reina del Cielo y la Tierra, no fue a buscar palacios ni gloria, ni siquiera se lo dijo a san José. Lo primero que hizo como Madre de Dios fue [ir] enseguida a servir a Isabel. Al cabo de tres meses, a su regreso a Nazaret,82 vio la pena y la duda en san José, pero esperó a que Dios le mostrara el camino. Todo cuanto san José pudo decir fue: «No es hijo mío.» No intentó juzgarla ni exponerla ante los demás, pero decidió abandonarla sin decir nada,83 y el Cielo tuvo que intervenir para contarle a san José de quién era el niño. Nuestra Señora jamás intentó excusarse o impresionar a su marido con la historia del ángel. En su humildad, guardó silencio. Por eso no debemos mentir jamás, aunque a menudo no podamos revelar toda la verdad; entonces es mejor que guardéis silencio, puesto que éste nunca puede ser corregido. Es posible que resulte muy difícil, pero mirad a Nuestra Señora: ella lo hizo porque confiaba en el Señor. Si sois humildes, ni el infierno entero podrá tocaros. La humildad es la destrucción del orgullo. La humildad es la destructora del demonio. Jesús indeseado Nadie ha sido tan indeseado como el mismo Jesús. Nunca experimentaremos lo que él tuvo que experimentar. Leemos en la primera página del Evangelio de san Juan: «Y el Verbo vino al mundo, vino a los Suyos, y los Suyos no Le recibieron.»84 Leedlo cuidadosamente: los cuatro Evangelios hablan de cómo Jesús fue un indeseado entre su propia gente. Pienso que, de todos ellos, Nuestra Señora fue la única que Le comprendió y Le deseó. Y si somos esposas de Jesús Crucificado, debemos compartirlo. Debemos parecernos más y más a Él aceptando humillaciones y haciéndolo con alegría. Hoy tengo una oportunidad. Hermanas, sería maravilloso si adoptáramos esta costumbre: cuando vengan las humillaciones, aprovechad la oportunidad. [...] Pongamos que os acusan de algo que no habéis hecho; por lo general, os lo sueltan de pronto y vosotras replicáis. En lugar de eso, esperad un segundo; si es cierto lo que dice la hermana, si vuestro corazón está limpio, si no hay pecado en él, tendréis inmediatamente la respuesta. Si la respuesta es que sí, decid: «Lo siento, hermana, no volveré a hacerlo.» Si es que no, aprovechad la oportunidad, hermanas. Es una humillación maravillosa, y hará de vosotras hermanas humildes. La Madre puede sentarse aquí día y noche hablando sobre la humildad —y probablemente os cansaréis y dormiréis—, y vosotras podéis leer todos los libros que existen sobre la humildad, pero seguiréis sin ser humildes. Así que cuando aparezcan estas pequeñas oportunidades, aprovechadlas. Tenéis que experimentar la ale de ser una hermana humilde. Sed humildes como María.

Zaqueo Zaqueo85 era un hombre rico, un recaudador de impuestos muy conocido que estaba muy deseoso de ver a Jesús, pero no podía. Un día se dio cuenta: «Soy pequeño», así que hizo lo que hubiera hecho un niño y con ese acto de humildad obtuvo la gracia. Jesús se acercó al árbol. Por eso vosotras y yo debemos darnos cuenta de que somos pequeñas, para desear hacer las cosas pequeñas con gran amor. Cuando santa Teresita murió e iban a canonizarla [...] todos se preguntaban por qué el Santo Padre había decidido hacerlo [...], y él escribió una frase: «La canonizo porque hizo las cosas ordinarias con un amor extraordinario.» Pequeñas cosas con gran amor. De modo que tenemos la oportunidad de ser canonizadas también por hacer pequeñas cosas; como religiosas, somos almas totalmente consagradas a Jesús, a permanecer aferradas a esa pequeñez, a ese vacío, a esa insignificancia. Jesús, para probar el amor de Su Padre por el mundo, se hizo muy pequeño y desamparado. Aprender de Dios Una de las virtudes que más teme el demonio es la humildad. No se aterroriza ante una fe profunda, sino ante la humildad, pues es una de las cosas que nos hace parecer a Jesús. Nos ha pedido que aprendiésemos de Él. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón•»86 Aprendedlo del mismo Dios, no de los libros; éstos nos confunden y parece demasiado difícil imitar la «vía de la humildad». [...] En el Evangelio, Jesús nos da el ejemplo de aquella mujer que suplicaba a Jesús que le concediera lo que le pedía, hasta que al final lo obtuvo.S7 También nosotros debemos suplicarle que nos conceda el don de la humildad. hasta que se canse de nuestras oraciones y nos lo conceda. [...] Puesto que el fruto de la humildad es la mansedumbre, si eres humilde no tendrás problemas con la caridad. La gente soberbia no puede llenarse de amor. El fruto de la soberbia es el odio y la amargura. El fruto de la soberbia son los celos. Así que resulta fácil saber si sois humildes o no. Soltadlo La Madre os ha repetido una y otra vez que, cuando la gente os elogie, sea para gloria de Dios. Cuando la gente [os] desprecie, no os ofendáis. [Cuando os halague], no os enorgullezcáis. Que os entre por un oído y os salga por el otro; no dejéis que llegue a vuestro corazón. Dios [me] ha concedido una gracia: cuando la gente me dice algo, antes de abandonar el lugar donde estoy ya lo he olvidado. Dios sabe qué podría pasarme de lo contrario. No queráis nunca nada para vosotras, pues Dios ha dado para dar; la gente siempre os dirá cosas distintas. Las humillaciones: hermosas oportunidades Debemos convertirnos en santas a toda costa. La Madre recibe muchas humillaciones —más que vosotras—, y sin embargo yo las veo como hermosas oportunidades. Rajashree, un hombre de Puna,88 escribió cosas muy feas en un periódico; me llamó hipócrita, una religiosa política que convertía a los demás en católicos, y [opinó] sobre lo del premio Nobel

utilizando adjetivos muy fuertes. Le escribí que lo sentía por él y realmente era así: se había ofendido a sí mismo mucho más de lo que me había ofendido a mí, y creo que mucha gente le escribió cartas muy feas por lo que había dicho. Estaba publicado en el periódico: «Rajashree llama "hipócrita" a la Madre Teresa.» Le escribí diciéndole que le perdonaba por amor a Dios y le invité a venir a ver Shishu Bhavan. Cuando recibió la carta, se enfadó aún más y empezó a escribir muchas más cosas. Me llamaba «señor», y pensé en llamarle «señora». Lo publicaron de nuevo en el periódico; «No es que no sea sincera, ella lo es y mucho, pero lleva a la gente por el camino equivocado. Sigue siendo una hipócrita.» Ved, hermanas; debemos aceptar. Ese hombre se enfadó mucho porque le dije: «Dios te bendiga, yo te perdono.» Así que, cuando os regañen, perdonad y estaréis bien en cualquier parte. Si yo hubiera utilizado otras palabras, habría perdido la oportunidad de dar el amor de Dios, la alegría de Dios. Esto fue público, pero disponemos de muchas otras oportunidades cada día. Recordad estas palabras: «Aceptar lo que Él da y dar lo que Él toma con una gran sonrisa», eso es la santidad. Si os elogian, aceptadlo [...], todo lo que Él os dé [...]; si son elogios, bien, si son acusaciones, también. Ningún reproche, fracaso ni elogio me separará de Él. Si comprendierais únicamente ese «pertenecer»... No digáis: «Yo no soy digna» ni nada semejante. Cuanto más lo decís, más llamáis la atención sobre vuestras personas y más soberbias os volvéis. Los mismos que hoy os elogian dirán mañana «crucificadlos». En el periódico Jan Sangh de Delhi, alguien escribió algo desagradable. Un padre jesuita me escribió y dijo: «Yo ya he escrito, pero quiero que contestéis también. Madre, tenéis que replicar.» Le contesté que debíamos perdonar, que los mismos que dijeron de Jesús «crucificadle»,89 unos días antes había dicho: «Hosanna.»90 Aprended de mí La manera más bella de acercarnos a Jesús es con un corazón limpio y humilde. Por eso dijo Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.» 91 No de los libros ni de la gente, sino de Él. Lo dijo con toda sinceridad. Para nuestra congregación, la humildad es la virtud más necesaria. La obra que se nos ha dado es algo santo, algo real, y para realizar Su obra necesitamos humildad. Nuestro Señor nos ha encomendado la más bella de las tareas. Un sacerdote escribió: «Quiero saciar Su sed»; decía que estaba sufriendo, que anhelaba saciar la sed de Jesús. En su cabeza, en su corazón, en su cuerpo no hay más que estas palabras: «Tengo sed.» Pero nosotras, en nuestra Congregación, tenemos esta tarea, un voto, un voto a Dios, no una devoción, un voto a Dios, como la pobreza o la obediencia. Necesitamos un corazón limpio y humilde. «¡Aprended de mí!»,92 dijo Jesús, refiriéndose a Sí mismo. No nos dijo que nos tomáramos la molestia de hacer esto o lo otro.

Capítulo 4. La fe en acción es amor Para que nuestro trabajo dé fruto y sea todo para Dios, así como hermoso, debe basarse en la fe, fe en Cristo que dijo: «Tuve hambre, estaba desnudo, estaba enfermo, no tenía casa, y a Mí Me lo hicisteis.» Toda nuestra labor está basada en esas palabras. [...] La fe, para ser verdadera, debe ser un amor entregado. El amor y la fe van de la mano. Se completan el uno al otro. Con estas palabras, la Madre Teresa deja claro que su labor con los pobres no era sino la expresión práctica de su fe. En casi todas sus intervenciones públicas se refirió al capítulo 25 del Evangelio de Mateo, donde Jesús declara que cuanto hubieran hecho, o no, al más pequeño de Sus hermanos o hermanas, se lo habían hecho, o no, a Él.' Dicho pasaje constituía el fundamento de su convicción en que Jesús está presente en el pobre. Con fe absoluta en Sus palabras, consideraba su apostolado como un servicio prestado al mismo Jesús. La fe de la Madre Teresa en Su presencia en «el más pequeño de Sus hermanos»2 era tan real que cada encuentro con los pobres significaba un encuentro místico con el mismo Jesús: «Somos contemplativas en acción, aquí, en el razón del mundo, viendo, amando y sirviendo a Jesús veinticuatro horas del día en el angustioso disfraz de más pobres entre los pobres.» La fe de la Madre Teresa en la presencia de Jesús la Eucaristía estaba basada en Sus palabras en el Evangelio: «Éste es mi Cuerpo. [...] Ésta es mi Sangre.»3 «Ver» a Jesús en la Eucaristía y en el pobre requiere de una fe humilde: «Externamente veis sólo pan, pero es Jesús. Externamente veis sólo a una persona pobre, pero es Jesús. Es difícil de explicar, se trata de un misterio de amor. Es una de esas cosas que la mente humana no puede alcanzar, pero ante las que debemos inclinarnos [y aceptar].» Cuando le preguntaban de dónde sacaba la energía necesaria para realizar sus agotadoras y exigentes actividades, la Madre Teresa señalaba el sagrario. En la Eucaristía era donde obtenía la fuerza para trabajar con los pobres. Su día giraba en torno a la celebración de la misa por la mañana y la hora de la adoración eucarística por la tarde. Alimentada con la Eucaristía, salía a buscar y a servir a Jesús en los pobres, expresando así su amor: «Jesús se hizo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de amor de Dios, y luego se convirtió en hambriento para que podamos satisfacer Su hambre de nuestro amor. Él nos alimenta con la Eucaristía y los pobres, y luego nosotras Le alimentamos a Él en los pobres.» «La Eucaristía nos compromete con los pobres. Para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre que Cristo entregó por nosotros, debemos reconocerle en los más pobres, Sus hermanos.»4 Esta exhortación de la Iglesia fue especialmente evidente en la vida de la Madre Teresa, que se refería a menudo a la identificación de Jesús con los pobres y lo relacionaba con Su presencia en la Eucaristía: «Nunca separéis a Jesús en la Eucaristía de Jesús en los pobres.» Jesús está presente de forma sustancial y real en la Eucaristía, bajo la apariencia de pan y vino, y también está presente, en su "angustioso disfraz", entre los más pobres de los pobres. Estas dos formas de presencia, esos dos «disfraces», dieron a la Madre Teresa la oportunidad de poner su fe y su

amor en acción, y a menudo animaba a sus hermanas a hacer lo propio: «Mantened la alegría de amar a Jesús en los pobres y en la Eucaristía, y compartid esta alegría con todos los que encontréis.» Su fe en la realidad de la presencia de Jesús tanto en la Eucaristía como en los pobres —aunque de distintas maneras— era tan viva que, cuando exhortaba a sus hermanas a poner más amor y dedicación en el servicio a los más necesitados, utilizaba las mismas expresiones con que exhortaba a los sacerdotes a celebrar la Misa: El otro día estaba hablando a un grupo de sacerdotes y les dije: «Qué limpias deben de estar vuestras bocas para que podáis decir: "Éste es mi Cuerpo." Qué limpias deben de estar vuestras manos para tocar el pan que se convertirá en el Cuerpo de Cristo.» Qué limpias deben de estar vuestras manos para tocar el Pan y qué limpia debe de estar mi mano para tocar el Cuerpo roto de Cristo. Y a sus hermanas, les dijo: En Nirmal Hriday —el tabernáculo vivo del Cristo sufriente—, qué limpias deben de estar vuestras manos para tocar los cuerpos rotos, qué limpias vuestras lenguas para pronunciar palabras de consuelo, fe y amor; puesto que, para muchos de ellos, es el primer contacto con el amor y tal vez sea el último. Qué atentas debéis de estar a Su presencia, si realmente creéis que Jesús dijo: «A Mí Me lo hicisteis.»5 «Jesús en el angustioso disfraz de los más pobres entre los pobres», la expresión que acuñó la Madre Teresa no sólo revela su firme creencia en la presencia de Jesús sino también sus convicciones acerca de ésta. En primer lugar, la presencia de Jesús en el pobre no era obvia. Él estaba ahí, pero disfrazado, y era necesario disponer de los ojos de la fe para reconocerle. En segundo lugar era una presencia que resultaba dolorosa para ella: le causaba dolor ver la continuación de la Pasión de Jesús en los pobres y en la persona que sufría ante ella. Ese dolor la llevaba a hacer todo cuanto podía por aliviar el sufrimiento que veía. Siempre práctica, la Madre Teresa transformaba su aflicción en «acción real» amando y sirviendo a los pobres; era una manera de mostrar su genuino amor por ellos y expresar en lo concreto el deseo de su corazón de aliviar el sufrimiento de Jesús. Nuestra Señora fue la primera «portadora» del amor de Dios al mundo, puesto que, al recibir la Palabra de Dios, Jesús fue corriendo a llevarlo a los demás. La Madre Teresa acudía a ella y solicitaba su ayuda para cumplir con su propia llamada a llevar la luz del amor de Dios a los más pobres de los pobres. La oración que compuso expresa bien sus sentimientos: «María, mi Madre querida, dame tu corazón, tan hermoso, tan puro, tan inmaculado, tu corazón tan Lleno de amor y de humildad, para que pueda recibir a Jesús en el Pan de Vida, amarle como tú Le amaste y servirle en el disfraz angustioso de los más pobres entre los pobres.» Hay una conexión inseparable entre su trabajo para los pobres y su llamada a saciar la sed de Jesús: a través de su vida consagrada fielmente al servicio de los más pobres de los pobres, saciaba Su sed y, por tanto, cumplía con el propósito de su congregación. Las palabras «tengo sed» resumen la llamada de la Madre Teresa, mientras que las palabras «yo sacio» resumen su respuesta desde lo más hondo de su corazón. «A Mí Me lo hicisteis» se convirtió así en el santo y seña de su

actividad un recordatorio constante de la realidad de la presencia de Jesús en los pobres. Al dirigir su amor hacia los miembros más vulnerables de su sociedad, la Madre Teresa veía en cada uno de ellos a un hijo de Dios capaz de recibir y dar amor. Al satisfacer las necesidades de los pobres, y más aún, al proporcionarles la oportunidad de dar y recibir amor, les restituía su innata dignidad humana. Es más, eligió libremente identificarse con ellos y llevar un estilo de vida lo más parecido posible al suyo. Al adoptar de forma voluntaria una vida de pobreza en unión con los pobres, fue capaz de «descender [a su nivel] y desde ahí, alzarles». «Nuestra gente es maravillosa», solía decir la Madre Teresa cuando hablaba de aquellos a los que llamaba «nuestros pobres». «Son una gente tan maravillosa... Os hará mucho bien conocerles, os darán más de lo que vosptros les deis a ellos. Puedo decir que he recibido mucho más de los pobres de lo que yo les he dado.» Eran sus «héroes», cuya bondad proponía como ejemplo a imitar por los demás. La conmovía especialmente su capacidad para mostrarse alegres a pesar de sus sufrimientos, lo generosos y atentos que eran con los demás incluso en medio de sus propias necesidades, cómo perdonaban y rechazaban la amargura y el resentimiento aun frente a las mayores ofensas. «Ésta es la grandeza de las personas que son espiritualmente ricas aunque vivan en la pobreza material.» Aunque por lo general la palabra «pobre» hace referencia a los que carecen de recursos materiales, la Madre Teresa daba un significado más amplio al término. «personas que han olvidado qué es el amor, qué es amor humano, porque no tienen a nadie que les quiera» eran también los más pobres de los pobres. Por más dig. cil y pesada que fuera la pobreza material, la pobreza de sentirse «no amado, indeseado, desatendido» resultaba aún más dolorosa. La Madre Teresa halló este tipo de pobreza en todas partes, en los países ricos igual que en aquéllos en desarrollo, y comprendió que era mucho más difícil de remediar que las necesidades materiales. Con la firme convicción de que cada persona que conocía era única y preciosa y que en cada una de ellas encontraba y amaba a Jesús, la Madre Teresa ofrecía su amor y su atención íntegros a la persona que se hallaba ante ella, «uno a uno», como le gustaba decir. Incluso en medio de una multitud, identificaba y llegaba hasta el más necesitado. Esta «pureza de visión y de intención» era el fruto tanto de la gracia como de su propio esfuerzo. La Madre Teresa reconocía y alentaba rápidamente lo bueno en los demás. Su apertura, su calidez, su respeto y su falta de prejuicios hacían que cada persona se sintiera aceptada en su singularidad. Concedía el tiempo y la oportunidad necesarios para el crecimiento, ejemplificando así esa paciencia que san Pablo cita como una de las cualidades del amor.6 Era ese amor lo que le permitía tolerar las debilidades y las limitaciones de los demás, por grande que resultara el reto para su fuerte carácter. Con el fin de sacar lo mejor de cada uno, la Madre Teresa podía ser firme y exigente. Lejos de la complacencia, no estaba dispuesta a transigir en sus ideales y convicciones, y se oponía con un coraje sin fisuras a todo lo que fuera nocivo o destructivo para el individuo o para la sociedad, incluso a costa

de desagradar a algunos. Pero no era inflexible, y se mostraba por tanto comprensiva y compasiva con las debilidades de los demás. La tan repetida máxima de la Madre Teresa, «el amor, para ser verdadero, tiene que doler», indicaba su conciencia de que había que pagar un precio por anteponer el ser amado y sus intereses a los de uno mismo. Ese precio es, a menudo, morir al amor y al interés propios, y eso es lo que causa dolor. Cuanto más dispuesto está uno a sacrificarse por otro, mayor es su amor. Jesús, modelo perfecto del amor que se entrega, «amó hasta el extremo», tomando voluntariamente sobre Sí todos nuestros sufrimientos; cada uno de nosotros puede decir con san Pablo: «Me amó y murió por mí.» Como seguidores Suyos, es ahora nuestro turno de «amar hasta que duela» a imitación Suya. La propia vida de la Madre estuvo llena de oportunidades de amar hasta que doliera, y tal vez la más obvia fue su dolorosa prueba interior. El grueso muro de oscuridad, que le impedía ver a Aquel a quien amaba más que a la vida misma, sólo podía atravesarse con una fe pura y radical. Cuanto más necesitaba a Dios, más lejos parecía estar Él. Su anhelo de Dios agudizó aún más la soledad que Su aparente ausencia dejó en su alma. Ella amaba de verdad a Dios hasta que le dolía, y le buscaba constantemente a pesar del dolor que sentía. En su amor a los pobres buscó ser una con ellos, y estaba dispuesta incluso a sufrir en su lugar. De una forma mística, aunque muy real, su deseo se vio cumplido. «La situación física de mis pobres, abandonados en la calle Porque nadie los quiere ni los ama, desamparados, es la verdadera imagen de mi propia vida espiritual, de mi amor por Jesús, y sin embargo este dolor tan terrible Jamás me ha hecho desear que fuera de otro modo». Aceptar voluntariamente esa agonía fue una manera heroica de amar a los pobres hasta que le doliera de verdad Pese a que la aceptación de su propia oscuridad interior puede haber sido la prueba más dolorosa y notable de su amor por Dios y por los pobres, no fue la que más se le reconoció en vida. Por el contrario, su servicio de amor a los más abandonados y olvidados de la sociedad la convirtió en foco de atención durante casi medio siglo. «El amor en acción es el servicio», proclamó la Madre Teresa. El servicio presuponía una disposición a la entrega de uno mismo, de nuestro tiempo, esfuerzos y medios materiales. Era la expresión de amor del que da, que se encuentra con la necesidad del que recibe. Era la manera normal de mostrar a la otra persona que es amada, querida y atendida. La Madre Teresa respondió generosamente a la llamada de Dios a ser «Su luz» y a llevar Su amor a los «oscuros agujeros» de los pobres. Misionera de la Caridad de palabra y de hecho, llevaba a cabo su misión con los más necesitados identificándose con ellos, tanto interior como exteriormente. Estaba «traduciendo» a un lenguaje concreto su llamada mística a ser portadora del amor de Dios, una extensión de la «mano» de Dios y de Su «corazón» en el mundo de hoy. En su servicio quería permanecer en la posición más humilde, confiando en el poder de Dios a la vez que utilizaba los medios más sencillos para satisfacer las necesidades de los más pobres de los pobres. No obstante, mediante su humilde servicio, hacía que el amor fuera una realidad en sus vidas.

A través del amor, la alegría, la esperanza y el entusiasmo que irradiaba, junto con su habitual preocupación por el individuo que sufre, hacía que cada uno se sintiera amado y especial incluso en los encuentros más breves. El motivo de este extraordinario efecto sobre la gente no radicaba en ninguna cualidad o talento que ella poseyera, sino más bien en el resplandor de santidad de su persona, en la fuerza y el atractivo de un alma totalmente entregada a Dios. Estaba tan unida a Él que, al contacto con ella, la gente sentía que Dios les estaba escuchando, ayudándoles, cuidándoles y amándoles. La oración «Irradiando a Cristo», que rezaba diariamente junto a sus hermanas al terminar la misa, se había hecho realidad en su propia vida. En su oración pedía: «Que al mirarme no me vean a mí, sino sólo a Jesús», y de hecho, era a Jesús y la luz de Su amor lo que ella irradiaba a los demás. La Madre Teresa alcanzó un eminente grado de santidad gracias a su inquebrantable «sí» a Dios y Su amorosa voluntad, a pesar de las dificultades y privaciones que esto le acarreó. Por ello insistía en recordar a quien le escuchara una verdad sencilla, aunque exigente: «La verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una sonrisa.» Dios llama a todos, sin excepciones, a esforzarse en alcanzar la perfección del amor, la santidad, en la forma que corresponda a su estado de vida. La Madre Teresa se hizo eco de las enseñanzas de la Iglesia al insistir en que viviendo fielmente la propia vocación, ya sea en una vida laica, consagrada o sacerdotal, se puede llegar a ser santo. No se trata de una opción sino de un deber que Dios nos ha asignado a todos puesto que, más allá de los beneficios para uno mismo, la santidad de una persona contribuye al bien de la comunidad cristiana y de la sociedad en su conjunto. Con sus propias hermanas, la Madre Teresa era especialmente firme en lo relativo a la obligación de esforzarse por alcanzar la santidad. «Con vosotras, hermanas mías, no me daré por satisfecha si sois sólo buenas religiosas. Quiero poder ofrecer a Dios un sacrificio perfecto. Sólo la santidad perfecciona el don.» La Madre Teresa consideraba que la santidad —alcanzada mediante la vivencia fervorosa de los votos religiosos de castidad, pobreza, obediencia y servicio gratuito y de todo corazón a los más pobres de los pobres— era la verdadera razón de su existencia. ¿Para qué profesar votos? ¿No basta con el amor? Para la Madre Teresa, comprometerse mediante un voto constituía una expresión de amor. El voto asegura que seguiremos siendo fieles al compromiso adquirido a pesar de los altibajos de nuestros sentimientos, que pueden hacer menguar el fervor inicial. Más aún, los votos religiosos son una manera de «amar hasta que duela», como diría la Madre Teresa. Nuestra naturaleza humana caída tiende a buscar placeres desordenados (lujuria), posesiones superfluas (codicia) y poder y control (terquedad y soberbia), tendencias todas ellas opuestas a la entrega total de uno mismo en el amor. Nos convencemos o permitimos que los demás nos convenzan de que se trata de necesidades reales y legítimas, pero en realidad son trabas a nuestra capacidad de amar, de dar, de compartir. Los tres remedios tradicionales para estos males' que hallamos en los Evangelios son la castidad, la pobreza y la obediencia. Para los que han sido llamados a ello por Cristo, la profesión de votos propia de la vida consagrada pretende guiar a dicha persona a seguir de más cerca a Cristo y

a entregarse a Dios, amándole por encima de todo. Es «una de las maneras de vivir una consagración "más íntima", que tiene su raíz en el Bautismo y se dedica totalmente a Dios».8 «Jesús nos ofrece Su leal amistad para toda la vida, y, para que sea completa, nos desposa con ternura y amor. Después, por si no fuera suficiente, nos da la Eucaristía.» Con esas palabras resumía la Madre Teresa la esencia del voto de castidad, sobre el que se apoyan los otros tres. Este voto sellaba su exclusiva y única relación con Jesús, su absoluta pertenencia a Él en el amor esponsal. No se trataba sólo de renunciar al matrimonio: era una manera de vivir su relación íntima con Jesús y de expresar la necesidad fundamental del corazón humano de amar y ser amado. La castidad debe estar enraizada en el amor y manifestarse en un amor que se da a todos los hijos de Dios sin pedir nada a cambio. «La libertad del corazón, un amor íntegro, nadie, nada, sólo Jesús. Nos unimos a Jesús; puedo amar a todo el mundo pero AQUEL a quien amo es Jesús.» El fruto de la fidelidad de la Madre Teresa a su voto de castidad fue su maternidad espiritual. Compenetrada con las necesidades y los sufrimientos de los pobres, respondió a la llamada a alimentar espiritualmente a aquellos a quienes Dios, en su providencia, confió a su cuidado. Como una auténtica madre estuvo ahí para amar, cuidar, exhortar, elogiar, animar, apoyar y guiar, pero también para corregir y reprender. Y en ocasiones, para sufrir simplemente en silencio junto a, o incluso a causa de, sus hijos. Juan Pablo II, el anterior Santo Padre, señaló la abundancia de esas cualidades maternales en la persona de la Madre Teresa: Nos parece verla aún en camino por el mundo en busca de los más pobres entre los pobres, siempre dispuesta a abrir nuevos espacios de caridad, acogiendo a todos como una verdadera madre [...] Llamar «madre» a una religiosa es más bien habitual, pero este apelativo tenía para la Madre Teresa una intensidad especial. Se reconoce a una madre por su capacidad de entrega. Observar a la Madre Teresa en su trato, en sus actitudes, en su modo de ser, ayudaba a comprender qué significaba para ella, más allá de la dimensión puramente física, ser madre, y eso la ayudó a alcanzar la raíz espiritual de la maternidad. «La pobreza es amor antes que renuncia», decía a menudo la Madre Teresa, revelando el motivo del estilo de vida de pobreza radical que eligió. Ese tipo de vida sencilla y pobre fomentaba la sobriedad en el uso de las cosas creadas, para no perder de vista los bienes más importantes y duraderos. Abogaba por el desprendimiento y la libertad en la utilización de los bienes, insistiendo en que «cuanto menos tenemos, más podemos dar». La vida de privación que llevó la Madre Teresa —la «pobreza de la Cruz»— y el contacto constante con la dura realidad de la miseria de los pobres a los que servía acrecentaron el amor y la compasión que sentía por ellos. Era contraria a lo superfluo, que consideraba un impedimento para la vida espiritual y para la caridad hacia los demás. Agobiado por riquezas y lujos, el corazón humano tiende a cerrarse a la realidad del sufrimiento y a volverse ciego ante las necesidades de los demás. Sabiendo como sabía de las carencias de los pobres, ¿cómo habría podido justificar el derroche o el hecho de poseer más de lo estrictamente necesario? No acaparaba por temor a la escasez, sino que compartía lo que tenía, con una completa

confianza en que Dios proveería lo que se necesitara en el momento en que se necesitara. Así como el voto de castidad era la expresión del «amor íntegro» de la Madre Teresa por Cristo, el voto de obediencia era una manera de poner ese «amor en acción» mediante la sumisión de su voluntad a la voluntad de Dios manifestada por medio de sus superiores. «Para el que está enamorado, someterse es más que un deber, es una bendición», era la síntesis que hacía la Madre Teresa de la obediencia religiosa. Ella obedecía con sencillez en toda ocasión, alegre, con prontitud, utilizando los dones de la naturaleza y de la gracia para cumplir las órdenes con inteligencia y responsabilidad por amor a su Divino Esposo. Su modo de obedecer indica una gran humildad, sabiduría y madurez. La Madre Teresa confiaba en que los que ocupaban cargos de autoridad, a pesar de sus limitaciones, habían recibido de Dios la capacidad necesaria para ejercer la autoridad que se les había confiado. Creía que por medio de la oración, el discernimiento y el diálogo con sus superiores, la voluntad de Dios se haría siempre manifiesta. Además de obedecer la voluntad de Dios expresada a través de sus superiores, la Madre Teresa se sometió a todo cuanto percibiera como manifestación de Su voluntad a través de las personas, los acontecimientos o las circunstancias. Este deseo de unidad absoluta con la voluntad de Dios hizo que permaneciera constantemente unida a Cristo en la Cruz, aceptando todo cuanto ti le pidiera «con una entrega total, un amor confiado y una gran sonrisa», aprovechando la oportunidad para mostrar un amor más grande. En eso, como en tantas otras cosas, Cristo era su modelo: «También a Jesús, que vino a hacer la voluntad de Su Padre, le parecieron tan difíciles la obediencia, la entrega y la aceptación de Su voluntad que sudó sangre en Getsemaní. Este es el motivo de que rogara con mayor insistencia para ser capaz de cumplir con la voluntad de Su Padre.» A imitación Suya, la Madre Teresa estuvo dispuesta a abrazar la «obediencia de la Cruz». En respuesta a la llamada de Cristo a dedicar su vida a los pobres, la Madre Teresa profesó un voto especial de «servicio gratuito y de todo corazón a los más pobres de los pobres», e hizo de él un requisito para su comunidad religiosa. Mediante este voto, la Madre Teresa y los miembros de su comunidad se comprometían a estar siempre a disposición de los pobres y a trabajar incansablemente de todo corazón por su «salvación y santificación», al coste que fuera. El voto exige dar a los pobres no sólo manos para servirles, sino también corazones para amarles, sin buscar recompensa o ni siquiera gratitud, ofreciendo gratuitamente lo que gratuitamente se ha recibido. Expresando así su amor y compasión, la Madre Teresa quería también reparar los pecados de odio, frialdad y falta de amor e interés por los pobres en el mundo actual. Hacer las cosas de todo corazón era una característica distintiva de la personalidad de la Madre Teresa, el sello de sus palabras y sus obras. La atención plena, la dedicación resuelta y el entusiasmo alegre con que realizaba incluso la tarea más sencilla eran las cualidades de su servicio a los pobres. Lo opuesto a hacer las cosas de todo corazón es el descuido, o como decía ella, el «trabajo chapucero», la realización de la propia tarea sin interés, atención ni amor. En su opinión, cualquier cosa que valiera la pena hacer tenía que hacerse con amor, si no, no valía la pena.

La Madre Teresa tenía un amor y un respeto muy especiales por las vocaciones sacerdotales. Veía a un alter Christus, a «otro Cristo», en cada sacerdote, «un hombre que ocupa el lugar de Dios», en palabras de san Juan María Vianney. Llamado a ser instrumento del amor y la misericordia de Dios, cada sacerdote desempeña un ¡importante papel en la formación del Pueblo de Dios, ayudándole a desarrollar una relación de amor con Él. Sólo viendo en una gran intimidad con el Señor puede el sacerdote llevar una vida de completa renuncia a sí mis y de dedicación a Dios y a Su Iglesia. La Madre Teresa insistía en la necesidad de santidad personal en la vida de todos los sacerdotes. Apreciaba sus esfuerzos y el ejemplo de sus vidas devotas, fervientes y sacrificadas, a menudo consumidas en callado servicio al Pueblo de Dios. Asimismo, consciente del elevado grado de exigencia de la vocación sacerdotal y de la fragilidad de la naturaleza humana, les ayudaba y les apoyaba en las penas y dificultades, siempre dispuesta a dedicarles una palabra de aliento y de reconocimiento. Los laicos, como se ha dicho previamente, no están tampoco exentos del deber de luchar por alcanzar la santidad. «El amor empieza en el hogar», le gustaba repetir a la Madre Teresa. Cuna del amor, el hogar está llamado a ser también cuna de la santidad. Los fieles laicos han de cumplir con la misión que les encomienda Dios: «Ejercer adecuadamente su función y, guiados por el espíritu de los Evangelios, trabajar por la santificación del mundo.»9 Precisamente por ese motivo, la Madre Teresa sostenía que la santidad es un sencillo deber para todos, con independencia de su estado o profesión.

Somos contemplativas en acción Cuando hablamos de contemplación pensamos en los Contemplativos, pero en nuestras constituciones pueden leerse estas bellas palabras: «Debemos ser "profundamente" contemplativas.» Hacen referencia a esa profunda unidad con Él, y a mantener una visión clara de manera que El pueda servirse de nosotras como quiere. El trabajo como oración Somos verdaderas contemplativas en el corazón del mundo. Si aprendemos a «rezar», el trabajo lo haremos con Jesús, por Jesús, y se lo haremos a Jesús; no es tan difícil. Y esto intentamos aprender y enseñar a nuestras hermanas, y estamos enseñando a los laicos, a las familias, a hacer lo mismo: a llevar a Cristo a la vida familiar, especialmente mediante la consagración al Sagrado Corazón. Existe siempre el peligro de convertirnos en meras trabajadoras sociales o realizar nuestras tareas de forma mecánica, si olvidamos a quién se lo estamos haciendo. Nuestras obras son sólo la expresión de nuestro amor por Cristo. Nuestros corazones deben estar llenos de amor por Él, y, dado que tenemos que expresar ese amor en acción, los más pobres entre los pobres son el medio más natural para expresar nuestro amor a Dios.

Contemplativas en el corazón del mundo Mi vocación es pertenecer a Jesús, aferrarme a Él. El trabajo es el fruto de mi amor, y mi amor se expresa en mi trabajo; por eso digo que somos contemplativas en el corazón del mundo. La oración en acción es amor en acción. La santidad no es algo especial para nosotras, es un deber sencillo pues estamos consagradas, Jesús y yo somos uno. Cuando hablo a la gente corriente siempre les digo: «Sed santos.» Cuánto más nosotras, que estamos consagradas. No estamos libres de pecado, pero debemos ser pecadoras sin pecado. Lo que necesitamos es una profunda vida de oración, tenemos que ser fervientes, santas. Lo hacemos por alguien Hace un tiempo tuve una reunión con el ministro de Bienestar Social, un hombre hindú, que me dijo: «Madre Teresa, hay una gran diferencia entre usted y yo. Ambos hacemos una labor social, pero nosotros lo hacemos por algo —llámese dinero, gloria, ambición, la familia—, y no hay nada malo en ello. La diferencia está en que usted lo hace por alguien.» Debió de detenerse a pensar en ello. ¿Quién es ese alguien? Dios mismo, y ahí está toda la diferencia. Os podéis matar trabajando, pero si perdéis contacto con ese Alguien, Jesús, lo perdéis todo. «¡Dios mío, te quiero!» Vivamos una vida de unión con Dios. Todas mis pequeñas acciones pueden ofrecerse a través de la Preciosa Sangre, a través de Jesús. Tenemos que aprender eso y no darnos nunca por satisfechos. Jesús quería darlo todo, no sólo unas gotas de sangre. Hagamos lo mismo que Él y ofrezcámoslo todo [...]. Esforcémonos en repetir a menudo: «¡Dios mío, te quiero!» Podemos mostrar este amor por Dios en nuestro trabajo; este mes tenemos la posibilidad en nuestras manos: la Preciosa Sangre de Jesús, así que hay que trabajar de un modo hermoso. San Ignacio dice: «Debo hacer mi trabajo como si todo dependiera de mí, y el resultado se lo dejo a Dios.» La gente en el mundo se toma mucho tiempo para hacer cosas; actuemos nosotras del mismo modo. Se sientan en las peluquerías durante horas para resultar atractivas a los demás. Nosotras debemos hacernos atractivas ante Dios, como Nuestra Señora. Dios fue a ella y ella concibió y dio a luz al Hijo, Jesús. Qué hermoso. El angustioso disfraz Querido Señor, ayúdame a entender ahora lo que significa el servicio de todo corazón [...], cuál es el sentido del angustioso disfraz. ¿Cómo podemos ver a Jesús en el pobre leproso, en el cuerpo roto? La caridad hacia los pobres debe ser una llama ardiente en la congregación. Hubo una reina que fue una persona santa, pero su marido era más bien cruel. Sin embargo, ella le trató del mismo modo que hubiera tratado a Cristo. Tenía una suegra celosa del amor de su hijo por su esposa. Un día, la reina Isabel le ofreció hospitalidad a un leproso y aun permitió que se acostara en la cama de su esposo. La suegra, al verlo, aprovechó la oportunidad para poner a su hijo en contra de su mujer. El marido entró encolerizado en la habitación, y cuál fue su sorpresa al ver a Cristo en su cama. Isabel pudo

actuar de ese modo sólo porque estaba realmente convencida de que era el mismo Cristo. Debemos pues estar orgullosas de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los más pobres entre sus pobres. Es en los suburbios donde debemos servir a Cristo. La alegría debería embargarnos al ir a Kalighat, a Shishu Bhavan, al ir a trabajar con los leprosos, verles, tocarles. Debemos acudir a ellos como va el sacerdote al altar, llenas de alegría. La felicidad debe hacer que nuestro trabajo sea eficiente. En el altar, con qué cuidado y ternura toca el sacerdote la hostia consagrada, con qué amor la mira. El sacerdote cree que es el disfraz de Jesús. Pues bien, en los suburbios pobres, Jesús elige el disfraz de la miseria y la pobreza de la gente que allí vive. No podemos guardar el voto de caridad si no tenemos fe para ver a Jesús en todos aquellos con quienes tratamos. De lo contrario, nuestro trabajo no es más que una labor social. [...] «Lo hacemos por Alguien.» ¿Qué pasa si sentimos repugnancia y huimos? Los sentimientos no cuentan. Huye pero regresa, Y no tardes. Encontrar a Jesús Nunca olvidaré a una chica que vino de Francia, de la universidad de París. Estaba preparando su tesis doctoral y les había dicho a sus padres: «Antes de presentarme al examen final, me gustaría pasar dos semanas junto a la Madre Teresa en Calcuta.» Al llegar parecía preocupada, pero al cabo de unos días vino a verme, me abrazó y dijo: «He encontrado a Jesús.» Y yo dije: «¿Dónde has encontrado a Jesús?» Me respondió que le había encontrado en Kalighat. Y le pregunté: «¿Qué has hecho con Jesús al encontrarle?» «Fui a confesarme y a comulgar después de quince años», me respondió. Y hermanas, no puedo expresaros la alegría que había en su rostro por haber encontrado a Jesús en su corazón, por ser capaz de recibir a Jesús con una alegría real y radiante. Luego le pregunté: «¿Qué más hiciste cuando hallaste a Jesús?» «Mandé un telegrama a mis padres contándoselo», respondió. ¿Lo veis, hermanas? Encontró a Jesús en una labor humilde. [...] Hay tantos jóvenes que van a confesarse y a la adoración porque encontraron a Jesús en una labor humilde, y que Le han tocado en su angustioso disfraz... ¿Por qué lo haces? Un día trajeron a un hombre de la calle con la mitad del cuerpo toda comida. Tenía gusanos por todas partes y nadie podía acercársele de lo mal que olía. Entonces me acerqué yo a limpiarle. Me miró, y luego me preguntó: «¿por qué lo haces? Todo el mundo me ha rechazado, ¿por qué lo haces? ¿Por qué has venido junto a mí?» «Te amo —le dije—. Te amo, eres Jesús en su angustioso disfraz. Jesús está compartiendo Su Pasión contigo.» Y él me miró y dijo: «Pero también tú, haciendo lo que haces, también tú la estás compartiendo.» «No, estoy compartiendo la alegría de amar contigo, amando a Jesús en tí respondí. » Y ese señor hindú, en medio de tanto sufrí. miento, ¿qué dijo? «Gloria a Jesucristo.» No se quejó de los grandes gusanos que comían su cuerpo, no lloró ni se lamentó, comprendió que él era alguien, que él era alguien y era amado. Eso es hambre de amor, o hambre de santidad o de compasión; cualquiera que sea la palabra que queráis utilizar significa lo mismo, hambre de santidad. Y toda esa gente,

nuestra gente, lo entiende, e intentamos hacer buen uso de sus sufrimientos. Les preguntamos, les enseñamos cómo ofrecerlo todo por la paz en el mundo. Y os digo otra vez lo mismo: hemos recibido mucho más de ellos, puesto que nos han dado la oportunidad de permanecer las veinticuatro horas con Jesús, puesto que lo que les hacemos a ellos, a los más pequeños, se lo hacemos a Jesús. Así lo dijo Él, así debe ser. Colaboradores de Cristo Roguemos por nuestros pobres en todo el mundo. Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos que en todas partes viven y mueren en medio de la pobreza y el hambre. Démosles hoy con nuestras manos el pan de cada día y, con nuestro amor comprensivo, démosles paz y alegría. Estoy muy agradecida a Dios por haberme concedido esta oportunidad de estar con vosotros y de compartir con vosotros Su don, el privilegio de estar con los pobres, el privilegio de estar veinticuatro horas en contacto con Cristo, pues dijo Jesús, y Él no nos puede engañar: «A Mí Me lo hicisteis. Tuve hambre y Me disteis de comer; tenía sed, y Me disteis de beber, estaba enfermo y en la cárcel, y vosotros Me visitasteis, y no tenía casa y Me distéis un hogar. Me recogisteis.» 10 Lo que intentamos hacer juntos, vosotros y yo, es compartir la alegría de tocar a Cristo en su angustioso disfraz. Para ser capaces de ello, nuestras hermanas toman un voto especial, el de servir sin pedir nada a cambio y de todo corazón a los más pobres entre los pobres, a Cristo en su angustioso disfraz. Además de ellas, existe otro grupo de personas, hombres, mujeres, ancianos y jóvenes que de algún modo se comprometen a hacer lo mismo, primero en sus hogares y vecindarios, y luego en la calle, en la ciudad, en el mundo en que viven. Y les llamamos colaboradores, porque hoy todos somos colaboradores de Cristo. A Mí Me lo hicisteis Todos queremos amar a Jesús porque hemos sido creados para cosas más grandes: amar y ser amados. ¿Cómo amamos a Dios? ¿Dónde está Dios? Jesús respondió: «Lo que le hicisteis al más pequeño de Mis hermanos, A Mí Me lo hicisteis»." Cuando hayamos muerto, cuando vayamos a la casa de Dios, nos juzgará por cómo hayamos actuado con los pobres. Y dice Él: «Tuve hambre y Me disteis de comer, estaba desnudo y Me disteis ropa, estaba enfermo y Me cuidasteis, estaba en la calle y Me ofrecisteis vuestras casas, estaba solo y Me sonreísteis. [...] Lo que le hicisteis al más pequeño de Mis hermanos, a Mí Me lo hicisteis.»12 Y eso es lo que Jesús nos repitió tantas veces: que nos amemos los unos a los otros como El nos amó. El Evangelio en cinco dedos Nuestra labor con los pobres es real y hermosa porque si nuestro corazón es puro podemos ver, podemos tocar a Jesús durante veinticuatro horas. El lo dijo claramente. «Lo que le hicisteis al más pequeño de Mis hermanos a-Mí- Me- lo- hicisteis».13 El Evangelio en nuestros cinco dedos —es por eso que necesitamos esa intensa vida de oración— nos ayudará a crecer en ese amor íntimo y personal por Jesús, y a lograr un apego absoluto a Él, de modo que nuestras hermanas y nuestros pobres puedan ver a Jesús en nosotras, Su amor, Su compasión.

Un día, un sacerdote jesuita llegado a Calcuta desde Roma, un profesor importante, vino a rezar con nosotras durante la adoración. Antes de empezar, hablamos mucho y le enseñé el Evangelio de los cinco dedos: «A Mí Me lo hicisteis.» Al acabar, el sacerdote me dijo que se había pasado toda la adoración meditando acerca de esas palabras y luego, ya de vuelta en Roma, me escribió. Me dijo que utilizaba siempre esas palabras en sus clases y conferencias, y que causaban un gran efecto en él y en sus estudiantes; habían cambiado por completo su perspectiva teológica. Está hambriento de nuestro amor A Jesús le dolió amarnos. Le dolió. Para cerciorarse de que recordamos Su gran amor, se convirtió en Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de Su amor14 —nuestra hambre de Dios—, pues hemos sido creados para ese amor. Hemos sido creados a Su imagen. Hemos sido creados para amar y ser amados, y Él se hizo hombre para que pudiéramos amar como Él nos amó. Se convirtió en el hambriento, el desnudo, el que no tiene casa, el enfermo, el que está en la cárcel, el que está solo, aquel a quien nadie quiere, y dijo: «A Mí Me lo hicisteis.» Jesús está hambriento de nuestro amor, y ésa es el hambre de nuestros pobres. Ésa es el hambre que vosotros Y yo debemos encontrar. Quizá esté en nuestro hogar. Humildes obras de amor En agradecimiento a Dios por habernos elegido para que seamos Sus Misioneras de la Caridad en Su Iglesia y para su Iglesia, no se me ocurre mejor gesto que acudir a Nuestra Señora —pues gracias a su súplica nació nuestra congregación— y suplicarle, con una sola mente y un solo corazón, que nos enseñe a escuchar profundamente, en ferviente oración, el grito de su Hijo Jesús en la Cruz: «Tengo sed»;'' para que con ella y como ella aprendamos a estar junto al angustioso disfraz de Jesús en el mundo de hoy, especialmente presente en las vidas de los más pobres entre los pobres, tanto material como espiritualmente, y satisfacer así Su sed de amar y ser amado. Nuestras humildes obras de amor para con los más pobres de los pobres no son únicamente trabajos sociales, sino una maravillosa manera [...] de probar nuestro amor por Jesús, de saciar Su sed de amor y de almas. «Lo que le hicisteis al menor de Mis hermanos, a Mí Me lo hicisteis»,16 dijo Jesús. «¿Por qué Me persigues?» En los comienzos, san Pablo fue el primero en perseguir a la Iglesia, e iba camino de Damasco [...]. Tenía una carta para eliminar a todos los cristianos que habían sido bautizados por san Pedro, y él, un hombre sano, se cayó del caballo y oyó lo siguiente: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» No había visto ni oído jamás a Jesús, pero sabía adónde se dirigía y lo que iba a hacer. San Pablo preguntó: «¿Quién eres?», y oyó de nuevo la voz: «Soy Jesucristo, a quien tú persigues.»" Y es muy importante para nosotras conocer estas palabras: «Lo que le hicisteis al más pequeño de Mis hermanos, a Mí Me lo hicisteis.»

No sólo de comida Es siempre el propio Cristo quien dice: Tuve hambre, no sólo de pan sino de la paz que nace de un corazón puro. Tuve sed, no sólo de agua sino de la paz que sacia la enardecida sed de la pasión por la guerra. Estaba desnudo, carecía no de ropas sino de la bella dignidad de los hombres y las mujeres hacia sus cuerpos. No tenía hogar, no por carecer de un refugio hecho de ladrillos sino de un corazón comprensivo que acoja, quo ame. Me cuidasteis Jesús lo dijo una y otra vez: .Si dais un vaso de agua en Mi nombre, Me lo dais a Mí.18 Si recibís a un pequeño niño en Mi nombre, Me recibís a Mí.» 19 Y para que quedara bien claro, insistió muchas veces: «Tuve hambre, y me disteis de comer. »20 No sabéis lo que es el hambre, pero hoy en día hay muchos niños, en Africa, en Etiopía, en la India, que pasan mucha hambre. Que mueren de hambre. Hace unos días me llamó una de nuestras hermanas y me dijo: «Madre, por favor, mándenos comida. Nuestros niños, nuestra gente está muriendo de hambre.» ¿Lo veis? A veces, no lo sabemos. Otro ejemplo terrible: un día recogí en la calle a una niña de seis años, a la que se le veía en la cara lo hambrienta que estaba. Le di un pedazo de pan y la pequeña empezó a comérselo a miguitas, muy despacio; entonces yo le dije: «Cómete el pan. Tienes hambre. Cómetelo.» Y ella me miró y me dijo: «Me da miedo que, cuando se acabe el pan, tenga hambre de nuevo.» Creía que comiendo despacio, despacito, tendría menos hambre. El dolor del hambre es terrible, y ahí es donde vosotros y yo debemos acudir Y dar hasta que duela. No quiero que deis de cualquier manera, sino hasta que duela. Esa entrega es el amor de Dios en acción. Hay mucha, mucha gente —ancianos, incapacitados, dementes, gente que no tiene a nadie que le ame— que está hambrienta de amor. Y tal vez ese tipo de hambre se halle en vuestros propios hogares, en vuestras propias familias. Quizá tengáis a un anciano en casa, o a alguien enfermo en la familia. ¿Os habéis detenido a pensar que podéis mostrar vuestro amor a Dios quizá sonriéndole, dándole un vaso de agua o sentándoos a su lado a charlar un rato? Hay mucha, mucha gente así en países ricos como Japón. Mucha. Las hermanas se han encontrado con multitud de personas que han olvidado lo que es el amor, lo que es el amor humano, porque no hay nadie que las quiera. Empezad pues a ofrecer la alegría de amar, primero en vuestra familia, con el vecino de al lado o entre vuestros compañeros de clase. La chica que se sienta a tu lado [...] tal vez se siente muy sola; ofrécele una sonrisa. Y tal vez hay un niño junto a ti que no tiene la misma facilidad que tú para estudiar. ¿Le ayudas? Eso es el hambre y ésta constituye una hermosa manera de mostrar vuestro amor, que realmente amáis a Dios, que realmente amáis a vuestro prójimo. En cuanto a la desnudez, Jesús dice: «Estaba desnudo, y Me vestisteis.» Hay mucha gente en países muy, muy fríos que es tan pobre que no tiene ni ropa, y que por ello ha muerto congelada. Pero existe una desnudez aún peor, esa pérdida de la dignidad humana, la pérdida de esa hermosa virtud, la pureza. Puedes compartir con ellos, rezar por ellos, hacer sacrificios, y proteger tu propia pureza de modo que su alegría siga llenándote siempre.

Orar el trabajo Eso dijo Jesús y nosotros creemos en Él como creernos que dos y dos son cuatro. No lo dudamos, sabemos que son cuatro. Así de evidente es que Jesús dijo: «Tuve hambre. Estaba desnudo. Estaba enfermo. A Mí Me lo hicisteis. »21 ((Si recibís a un niño en Mi nombre, Me recibís a Mí.»22 ((Si le dais un vaso de agua a alguien, Me lo estáis dando a Mí.»23 «Lo que le haces al más pequeño de Mis hermanos, a Mí Me lo haces.» Todas éstas son pruebas vivas de la realidad de Cristo. [...] Y sin duda es a Él a quien se lo hacemos. Por eso debemos aprender a orar el trabajo, hacerlo con Jesús, por Jesús y a Jesús. Estamos las veinticuatro horas con El, y eso nos convierte en contemplativas en el corazón del mundo. Jesucristo ha venido de nuevo Esto me recuerda la ocasión en que me encontré con el secretario de la misión Ramakrishna en Burdwan. La gente había reunido dinero para los leprosos, me pidieron que fuera y así lo hice. Cuando el secretario se enteró, decidió ir él también. Una vez la gente me hubo entregado la donación, declaré: «Según nuestra religión, Jesús dijo: "Cuando das a un hambriento, estás dando a Dios". A través de mí, vosotros estáis dando a los pobres. No me lo dais a mí, sino a los pobres.» Cuando terminé, el secretario se levantó y dijo: «Quiero hablar.» Nadie se lo había pedido, pero él se ofreció. «Cuando veo a las Misioneras de la Caridad andando por las calles de Calcuta, creo que Jesucristo ha venido de nuevo, y que camina en y través de ellas haciendo el bien.» Todos los hindúes se quedaron sorprendidos Y me preguntaron: «¿Se ha convertido al cristianismo?» Tenemos que reflexionar; ¿realmente damos esa imagen a la gente de Calcuta? ¿Y al resto del mundo? Tocar el cuerpo de Cristo [Nuestras hermanas] tenían que ir al hogar de los moribundos, y antes de que se marcharan les comenté su visita durante la misa —tenemos siempre misa y la Sagrada Comunión por la mañana, antes de salir—, y les dije: «Habéis visto con qué ternura, con qué amor tocaba el padre el Cuerpo de Cristo durante la misa. Aseguraos que es el mismo cuerpo que tocaréis en los pobres. Ofreced el mismo amor, la misma ternura.» Al cabo de tres horas regresaron y una de ellas vino a hablar conmigo a mi habitación y me dijo: «Madre, he estado tocando el Cuerpo de Cristo durante tres horas.» Su rostro estaba radiante de alegría. «¿Qué ha hecho, hermana?», le pregunté. «Bueno, en cuanto llegamos nos trajeron un hombre con el cuerpo lleno de gusanos. Le habían recogido de una alcantarilla. He estado durante tres horas tocando el Cuerpo de Cristo. Sabía que era Él.» Allí estaba esta hermana joven que había comprendido que Dios no engaña. Él dijo: «Estuve enfermo, y me cuidasteis.»24 Cuando muramos «Lo que haces, a Mí Me lo hicisteis.»25 «Siempre que sirvas en Mi nombre», agua, por ejemplo; pensad en tantos vasos de agua.26Lo más importante cuando muramos [es que nos preguntarán]: «¿Cuándo amaste? Me lo hiciste a Mí.» Esto vale para cada cristiano y para todo ser humano, y nosotros los

cristianos tenemos una responsabilidad mayor, puesto que sabemos, nos han enseñado. Otros no lo tienen tan claro. Dar aunque sea una pequeña sonrisa Sea lo que sea, si das aunque sea una pequeña sonrisa, se lo haces a Jesús, al mismo Dios. Y en la hora de la muerte, cuando vosotros y yo muramos y vayamos a la casa Dios, Jesús responderá lo mismo: «Tuve hambre, y disteis de comer, no sólo hambre de pan, sino hambre amor; me sentía solo, rechazado, hambriento de am desnudo porque carecía no sólo de ropa, sino de dignidad, de dignidad humana, de esa bella virtud de la pureza, esa perdida, esa desnudez.» Estar sin hogar no es sólo carecer de una casa de ladrillos sino sentirse rechazado) abandonado, denostado y apartado de la sociedad. Esto es lo que Jesús, Dios, juzgará en nosotros cuando nos presentemos ante Él. «Tuve hambre, Me diste de comer, estaba desnudo, Me diste ropa; no tenía casa, Me reco2 giste. Venid, venid benditos por Mi Padre y entrad al Reino que Él os ha preparado desde toda la eternidad.37 Y para toda la eternidad estaréis llenos de alegría, llenos de paz, llenos de amor porque alimentasteis a los pobres; os ocupasteis de los aislados, disteis abrigos a la gente congelada, ayudasteis y servisteis a los demás con dignidad, tratasteis a los pobres con respeto, amasteis con cariño a vuestros hijos, a vuestras familias, nunca aceptasteis el aborto en vuestras familias... Venid, seréis felices para toda la eternidad, llenos de alegría, paz y amor.» Y eso es lo que vino a enseñarnos Jesús: cómo amar. Las dificultades como dones Nunca llamo «problemas» a las dificultades. Siempre digo «don de Dios», porque es mucho más fácil aceptar un don que un problema. Jesús nos puso muy fácil amarnos los unos a los otros ' Jesús nos puso muy fácil amarnos los unos a los otro. Basta con que recordemos que, lo que hacemos, se lo hacemos a Él. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Todo empieza con la oración. Lleva el rosario a tu familia. Donde hay oración, hay unidad, hay paz, hay amor. Lo he visto con nuestros pobres. La alegría de amar es la alegría de compartir. Me haría muy feliz que le rezarais a Nuestra Señora para compartir la alegría de amar en vuestro propio hogar. Pues, donde hay amor, habrá siempre oración. No podemos dar lo que no tenemos adentro. Yo Sacio Cuando hablamos de la sed de Jesús, nos referimos a sed del amor de las almas. Su sed En todas nuestras capillas vemos la Cruz y las palabras: «Tengo sed» relacionadas con aquélla y con el fin de la Congregación; no se trata sólo de

algo decorativo o unas palabras. La verdadera razón de nuestra existencia es saciar esa sed. En la Cruz, intentaron dar a Jesús una bebida amarga, como una droga, pero Él no se la bebió. Aceptó sólo un poco para mostrar Su agradecimiento por su amabilidad.28 ¿Por qué? Porque su sed era de almas, de vosotras y de mí. ¿Cómo saciamos nosotras? Trabajando por la salvación y la santificación de los más Pobres entre los pobres, en los suburbios. Vedlo. ¿Qué he estado haciendo aquí, en la comunidad, con amabilidad, con solicitud, compartiendo? Hora tras hora. En la Casa Madre hay un gran crucifijo. ¿Pasamos una y otra vez ante Él sin dirigir nuestros ojos hacia Jesús ni un momento? ¿Sé qué significa ese «Tengo sed»? ¿Trabajo salvación y santificación de los pobres en los suburbios? El trabajo es un instrumento para obtener la salvación y la santificación de la gente, llevando a Dios, tocando a Cristo, saciando la sed de Dios que hay en esa alma. Sed muy estrictos con las pequeñas tareas. Si perdemos ese enfoque, esa intención de saciar Su sed, nos convertiremos en una congregación más. Tengo sed, y sacio. Mostrar nuestro amor por Jesús Recordad, lo que hacemos por los demás sacia la sed de Jesús. ¿Dónde está Jesús? Sabemos que está en el sagrario, pero ahí no podemos abrazarle, no le podemos besar. ¿Cómo podemos mostrar nuestro amor por Jesús? ¡Con lo que hacemos a nuestras hermanas y a los pobres! Está claro. No necesitamos muchos libros. Mirad la Cruz. Mirad el sagrario. «Si alguno tiene sed, que venga a Mí» Nuestro trabajo no es una profesión sino una vocación, elegida para saciar la sed de Jesús con una entrega total, completa, sin contar el coste. Sabemos que es así. Hoy, intentemos recordar sus palabras: «Tengo sed.» Cuando bebáis agua, recordad que estáis saciando. Ésa es una de las razones por las que Él se convirtió en el hambriento, el desnudo: para que yo pueda saciar realmente la sed, la razón de nuestra existencia. ¿Qué significan esas palabras? Un sacerdote se quedó muy sorprendido al verlas y escucharlas. Estamos tan acostumbrados que no caemos en ellas. Hoy, si Jesús viniera aquí como vino hace dos mil años, ¿Le reconoceríamos? Mandó a san Juan Bautista para que preparara el camino;29 Él, por Sí solo, no podía ser reconocido. En el 54 A,30 ¿Le reconocemos en nuestras hermanas? Nos equivocamos. ¿Cómo pudo no reconocerle la gente? ¿Latiría algo más rápido si Él viniera aquí? ¿Puede decidir Jesús: «Iré al 54 A» y decir que aquí se Le ama y se Le conoce? Nuestro fin no es sólo trabajar en Shishu Bhavan; eso no es más que un medio. Nuestro fin es saciar. «Si alguno tiene sed, que venga a Mí» 31 dijo. Decidle a Jesús que estamos sedientas, que nos dé de beber. Cuando estabais dolidas, ¿adónde se dirigió vuestro primer pensamiento? Cada una de nosotras tiene su manera de comprender la sed de Jesús. Cuando cantamos «Como la mujer del pozo»,32 ¿comprendemos bien su significado? Recémosle a Nuestra Señora. Pedidle que os dé un corazón como el suyo, tan puro, tan hermoso.

Misioneras de la Caridad Jesús quiere servirse de nosotras para que seamos Su misericordia, Su compasión. Una Misionera de la Caridad es eso. Llevad Su amor, Su paz. ¿Me reconoce la gente como una Misionera de la Caridad? La mayor parte del tiempo hablamos de Nuestra Señora o pensamos en ella, y lo que debemos aprender es la alegría de amar a Jesús en nuestros corazones y en los de quienes viven con nosotros. Debemos compartir ese amor. Jesús dijo: «En esto conocerán [que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros].»33 Hubo muchos mártires en los orígenes de la Iglesia, porque la gente vio cómo amaban; por eso supieron que eran cristianos, ésa era su marca. Hoy, si vosotras y yo no lleváramos esta vestimenta, ¿sabrían que somos cristianas? Saben que somos Misioneras de la Caridad por nuestros hábitos, todo el mundo conoce el sari con las franjas les.34 Si no lo lleváramos, ¿nos reconocerían como cristianas por el modo en que servimos a los pobres, damos medicinas, respondemos a la campana, hablamos con ellos en el umbral? ¿Me reconoce la gente como a una Misionera de la Caridad por mi hábito y sari? Cuando estoy en Kalighat,35 [trabajando con los enfermos], ¿me reconoce la gente? ¿Está esa hermana llena de Jesús? El modo en que hablamos, andamos... No hagáis «cualquier cosa, de cualquier manera» ¿Cuál es la razón de nuestra existencia? Estamos aquí para saciar la sed de Jesús [...], para proclamar el amor de Cristo, la sed de almas de Jesús [...] mediante la santidad de nuestras vidas. No somos sólo un número, como en la lista de una clase. [...] La Iglesia necesita Misioneras de la Caridad. Estamos aquí para saciar la sed de Jesús. Cuando llegasteis, no sabíais que queríais ofrecer almas. [...] Estamos aquí para saciar la sed; por eso debemos ser santos. A menos que comas el Pan de Vida,3ó no podrás ser una verdadera Misionera de la Caridad. No perdáis el tiempo. No hagáis «cualquier cosa, de cualquier manera». Nuestra caridad debe ser verdadera Queremos hacer algo por Dios Todopoderoso y, dado que no podemos llegar a Él y hacérselo directamente, Le servimos en los pobres de la India. Estamos aquí puramente por el amor de Dios. Nuestra caridad debe ser verdadera. Debemos sentir en nuestros propios huesos que se lo estamos haciendo [a Él], debemos ser hogueras vivas de amor. Cada Misionera de la Caridad debe ser como una zarza ardiente.37 El amor, para ser verdadero, tiene que doler. Debe ser algo que yo quiero entregar, cueste lo que cueste. Contempla a Jesús a través de Su pasión. Todos deben participar Debéis rezar por nosotras para que seamos capaces de conVertirnos en esa buena nueva. No podemos hacerlo sin vosotros: debéis hacerlo aquí, en vuestro país. Debéis llegar a conocer a los pobres. Quizá la gente aquí disponga de bienes materiales, de todo, pero si miramos dentro de nuestros

propios hogares, qué difícil nos resulta a veces sonreírnos. Y esa sonrisa es el inicio del amor. Los pobres, ¿quiénes son? He aceptado venir hoy aquí en representación de los pobres del mundo, los indeseados, aquellos a los que nadie ama ni cuida, los impedidos, los ciegos, los leprosos, los alcohólicos, la gente rechazada por la sociedad, la gente que ha olvidado lo que es el amor o el contacto humanos. Ves un dolor profundo, una hondo sentimiento de no ser queridos, amados, cuidados. Todos estos terribles hogares rotos, y tan terribles sentimientos de dolor... Ahora, mediante el trabajo, mucha gente ha entrado en contacto con los moribundos, los leprosos, los enfermos, los pobres, los indeseados. Hace algunas semanas, una anciana que no salía de su casa murió en su habitación. Entraron rompiendo la puerta y encontraron el cadáver, que los gatos ya habían empezado a comerse. Cuando quisimos saber quién era descubrimos que nadie, ni siquiera la persona del cuarto de al lado sabía su nombre; la conocían por el número de su habitación. Por eso pregunto: ¿conocemos realmente a nuestros pobres, conocemos a los nuestros? Tal vez nuestros propios hijos se sienten solos en la familia, se sienten indeseados; tal vez mi esposa, mi marido, mi propio padre y madre se sienten abandonados y poco amados. Quién sabe si en mi propia comunidad algunas hermanas se sienten así. Y ésa es una gran pobreza, ¿lo sabéis? Se convierte Él mismo en el hambriento, el desnudo, el vagabundo, el enfermo, el preso, el que está solo, el abandonado, y dice: «A Mí Me lo hicisteis.»38 Está hambriento de nuestro amor, y ésa es el hambre de nuestros pobres. Es el hambre que vosotros y yo debemos encontrar. Puede estar en nuestro propio hogar. Puesto que hoy, además de la pobreza —la pobreza material [...] que hace que la gente muera de hambre, de frío, en las calles— existe esa otra inmensa pobreza, la de no ser deseado, querido, cuidado, la de no tener a nadie que te considere de los suyos, nadie a quién sonreír. Y eso les ocurre a veces a nuestros ancianos encerrados en sus casas. Las hermanas trabajan en Harlem, donde los más pobres no son nadie, simplemente están ahí, son un número de habitación, pero nadie les conoce para amarles o servirles. Tal vez aquí mismo, en esta universidad tan grande y bonita,39 tal vez tu compañero se siente solo, enfermo, indeseado, se siente poco amado, ¿lo sabes? Ése es el maravilloso don que Dios ha dado a nuestras hermanas, el de estar las veinticuatro horas con los enfermos y los moribundos y los impedidos y los indeseados y los hambrientos y los desnudos y los sin techo: [Jesús] en los rechazados, en los leprosos, en los alcohólicos, en los drogadictos; Su presencia. Las hermanas están en la actualidad en 352 casas diseminadas por todo el mundo donde cuidan de los más pobres entre los pobres, los indeseados, los no queridos, los dementes, los impedidos, los que están solos. Y también en los países adinerados existe una soledad terrible, ese abandono que ocasiona gran sufrimiento.

Indeseados, no amados, aterrorizados Cuando recojo a alguien hambriento de la calle, le doy un plato de arroz, un pedazo de pan. Con eso le satisfago, le he quitado el hambre. Pero en una persona marginada, que se siente indeseada, no amada, aterrorizada, la persona que ha sido apartada de la sociedad..., esa pobreza es tan dolorosa, tanto, que me resulta muy difícil. Nadie que les ame Hay tanta, tanta gente —ancianos, impedidos, dementes, gente que no tiene a nadie, a nadie que la quiera—hambrienta de amor... Y tal vez ese tipo de hambre se halle en vuestro propio hogar, en vuestra propia familia, donde tal vez haya un anciano o un enfermo. ¿Habéis pensado alguna vez que vuestro amor a Dios puede mostrarse sonriendo, tal vez simplemente dando un vaso de agua, tal vez sentándoos a charlar con ellos un ratito? Hay muchos, muchos [hambrientos de amor] en los países ricos. Muchos. Ofrecer la alegría de amar Las hermanas se han encontrado con mucha gente que ha olvidado lo que es el amor, el amor humano, porque no tienen a nadie que les quiera. Empezad pues ofreciendo la alegría de amar, primero en vuestra familia y con el vecino de al lado, y tal vez entre vuestros compañeros de clase; a esa chica que se sienta junto a ti y que quizá se siente sola, sonríele. Y al chico que se sienta detrás le cuesta más que a ti estudiar. ¿Le ayudas? En eso consiste el hambre y por eso ésta constituye una hermosa manera de mostrar vuestro amor, que amáis realmente a Dios, que podéis amar realmente al vecino compartiendo con él. Estar sin hogar no es sólo carecer de un techo Estar sin hogar no es sólo carecer de un techo. Hay mucha gente: los borrachos, los drogadictos, la gente que se siente indeseada, no amada, rechazada por la sociedad, a la que enseguida se encasilla: «Oh, éste es un caso mentadle locura», fuera; «Éste es muy estúpido», fuera. Esto es lo que significa carecer de un hogar, y ahí es donde debéis ver, mirar y hacer algo. Ves a un ciego que cruza la calle solo: eso es estar sin hogar. Anda vacilante; dale la mano y camina con él. Y ese enfermo mental [...]; tenemos tendencia a reírnos de los dementes, pero no lo hagas, ve, cógele, ayúdale, se amable, compasivo. [...] Jesús te dirá: «No tenía casa y Me acogiste en la tuya. Me aceptasteis como amigo. Me amasteis. Me cuidasteis.»40 Eso es amor en acción. Creados para grandes cosas Resulta muy extraño que Dios utilizara a un niño no nacido para proclamar la llegada de Cristo y que hoy veamos y sepamos cuánto sufre ese nonato indeseado, carente de amor y rechazado por la sociedad. Y, pese a ello, ese niño nació para cosas más grandes: amar y ser amado. Dios ha creado a ese pequeño no nacido para grandes cosas. Ha creado al pequeño nonato a Su propia imagen para amar y ser amado.

Los pobres son vuestros dueños Eres uno de esos que juzga a los pobres? Quiero que comprendas que, aunque no aceptamos dinero, no vivimos del aire. Tenemos una casa, ropa para vestirnos, cuatro comidas diarias y todas las comodidades necesarias. Cuando me levanto, ni siquiera pienso: «¿Qué voy a comer hoy?» Tenemos la seguridad [de que comeremos], y ésa es nuestra paga. Calculemos nuestro gasto diario y multipliquémoslo por treinta. Nos pagan bien por lo que hacemos. San Vicente de Paúl dijo: «Recordad que los pobres son vuestros dueños, vuestros señores.» ¿Qué pobre goza del ocio? La pobreza de Occidente Creo que la pobreza de Occidente es mucho, mucho, mucho mayor y más difícil de erradicar, porque un pedazo de pan no satisfará el hambre del corazón. Y nuestra gente, los ancianos encerrados en sus casas, tienen hambre. El miedo, la amargura, el dolor, la soledad, el sentimiento de ser indeseado, no querido, de estar desamparado [...]: creo que eso constituye una enfermedad tremenda, mucho más grave que la lepra o la tuberculosis. Gran esperanza Existe esperanza, una gran esperanza [...] porque Jesús está aquí, ¿no? Eso es la Cruz. Él sigue ahí, vive, nos ama Y nos desea. Por eso Jesús quiso convertirse en el Pan de Vida, para satisfacer nuestra hambre de amor,41 y luego se convirtió en el hambriento para que podamos satisfacer Su hambre de amor humano, pero no podemos verle, no Podemos tocarle y, por ello Él mismo se hizo [pobre] —«tuve hambre, estuve desnudo, no tuve casa»— para que tú y yo pudiéramos tocarle, alimentarle, amarle los pobres. Y por eso los pobres son la esperanza de salvación de la humanidad. Gente que no tiene a nadie Ayer hablé con nuestras hermanas mientras visitaban un lugar donde vive toda esa gente mayor, gente que no tiene a nadie, gente a la que nadie quiere. Sólo están ahí, y esperan impacientes y cuentan el tiempo para que llegue el domingo, y vayan las hermanas a realizar pequeñas tareas para ellos. Quizá sólo sonreírles, estirarles un poco las sábanas, incorporarles, peinarles, cortarles las uñas... pequeñas cosas, tan pequeñas que no tenemos tiempo para ellas y sin embargo esa gente es nuestra gente, nuestros hermanos y hermanas, viven esperando ese leve gesto. Una hermana me contó el caso de un hombre que esperaba la visita de las hermanas porque no podía lavarse la boca en toda la semana. ¿Sabemos que nuestros pobres viven en esta situación? ¿Sabemos que es nuestro hermano, nuestro propio hermano, que pertenece a la misma familia de Dios, creado por la misma mano amorosa del Padre? Ahí estaba él, y a la semana siguiente, cuando fueron a visitarle, había muerto. Probablemente había muerto solo.

Los más pobres entre los pobres Y los más pobres entre los pobres son la gente que no tiene a nadie, que no tiene nada, sea espiritual o fisico. En los países ricos tenemos más hambre de amor, hay mucha gente que está sola, que se siente rechazada, asustada, amargada. Y eso es pobreza espiritual. El aborto es pobreza espiritual y fisica. Y hay también gente que muere por un trozo de pan, que tiene frío, que no tiene casa, que ha de dormir en la calle. Debemos conocer las dos caras. ¿Son esa gente mi hermano y mi hermana? . Ahí es donde vosotros y yo debemos ser capaces de poner nuestro amor a Dios en acción viva. Porque todos queremos anear a Dios. Estoy segura de que, en el fondo de vuestros corazones, deseáis amar a Dios, y ¿cómo lo haremos? poniendo en primera instancia nuestro amor en acción en nuestro hogar. El amor empieza en el hogar, y luego amando al vecino de al lado. Y puede que el vecino sea una persona muy pobre. Es una cosa muy hermosa. Esperanza La gente pide ayuda espiritual, consuelo. Están tan asustados, desanimados, desesperados; tantos se suicidan... Por eso debemos concentrarnos en ser el amor de Dios, la presencia de Dios, no con las palabras sino con el servicio, con un amor concreto, escuchando. Regresar a Dios Recientemente, un gran hombre brasileño con un cargo muy importante me escribió diciendo que había perdido completamente la fe en Dios y en el hombre, y que había renunciado a todo —a su posición, e incluso a ver la televisión—, puesto que su único deseo era suicidarse. Un día, al pasar frente una tienda, sus ojos repararon en un televisor donde se veía una escena de Nirmal Hriday, en la que las hermanas cuidaban de los enfermos y los moribundos. Y me escribió para contarme que después de ver esa escena, por primera vez al cabo de muchos años, se había arrodillado a rezar. Ahora ha decidido regresar a Dios y tener fe en la humanidad porque vio que Dios sigue amando al mundo. Lo vio en televisión. Nuestra tremenda responsabilidad El pequeño Sunil, que ahora tiene veintiún año sólo uno y medio cuando murió su padre. Deses la madre se tomó algo y el niño se sentó junto a ella que murió. Le llevé a Shishu Bhavan y no quería comer, supongo que deseaba morirse, como su madre. Le dije [a una hermana]: «Intenta hacer algo por él.» Debía de parecerse a su madre [...], porque el niño empezó a comer y se recuperó. El otro día se me acercó y me dijo: «Quiero hacer por los niños pobres lo que usted hizo por mí.» Qué tremenda responsabilidad tenemos: elegir ir a servir a los pobres lo más tarde posible o lo antes posible; hacer lo menos posible o lo máximo posible. Los pobres son gente maravillosa Tenemos que conocerles, son gente muy amorosa, maravillosa, son Jesús en su angustioso disfraz. Los pobres son personas maravillosas. Nos pueden enseñar tantas cosas hermosas... El otro día, uno de ellos vino a darnos las gracias y dijo: «Ustedes, que han hecho voto de castidad, son las personas más adecuadas

para enseñarnos la planificación familiar [natural], que no consiste más que en el control de uno mismo por amoral otro.» Pienso que era una frase preciosa. Y ésa es la gente que tal vez no tiene nada que comer, ni casa en la que vivir, pero son personas magníficas. El sacrificio de una madre Cuidamos de 158.000 leprosos pero son amados, son alguien, hay vida en ellos. Están terriblemente desfigurados, pero hay amor entre ellos. Nunca lo olvido. El gobierno nos dio tierras para que les rehabilitáramos, y en todos los sitios abrimos hogares infantiles. Así, en cuanto nace un niño, se lo quitamos antes de que puedan besarlo, pues a veces tanto el padre como la madre son leprosos. La última vez que tuve que apartar a un bebé de su madre antes de que lo besara —ya que los niños son completamente limpios, nacidos de padres leprosos—, ésta miró cómo me alejaba mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Yo levanté al niño para que pudiera verlo, y al mismo tiempo pensaba en los millones de niños a los que matan y en esta pobre leprosa horriblemente desfigurada: cuánta ternura por su niño pequeño había en su corazón. ¡Qué gran sacrificio abstenerse de besar a su hijo para preservar su salud! Pensad en ello, es algo increíble. Para eso hemos sido creados, vosotros y yo. Gente hermosa Los pobres son gente muy hermosa. Un atardecer, salimos y recogimos a cuatro personas de la calle, una de las cuales estaba realmente en muy malas condiciones. Les dije a las hermanas: «Cuidad vosotras de los otros tres, yo me ocuparé de esta que parece estar peor.» Entonces hice por ella todo lo que mi amor pudo. La tumbé en la cama, y una maravillosa sonrisa se dibujó en su rostro. Me agarró de la mano y dijo sólo una palabra: «Gracias», y se murió. No pude evitar hacer examen de conciencia ante ella. Y me pregunté: «¿Qué hubiera dicho yo de haber estado en su lugar?» Y mi respuesta fue muy sencilla: habría intentado llamar la atención sobre mí misma. Habría dicho: «Tengo hambre, me estoy muriendo, tengo hio, me duele» o algo así. Pero ella me dio mucho más, me ofreció su amor agradecido. Murió con una sonrisa en los labios [...]: ésa es la grandeza de nuestra gente. Por eso creemos en lo que dijo Jesús: «Tuve hambre, es desnudo, no tenía casa, me habían rechazado, no me q rían, nadie me cuidaba [...] y a Mí Me lo hicisteis»,42 Compartir en la Pasión Siempre siento que nuestra gente, nuestros pobres, que padecen tanto — realmente nuestras casas para enfermos y moribundos son el tesoro de nuestra diócesis son Cristos vivientes sufriendo la Pasión [...]. Esto es lo que debemos enseñarles: a aceptar y ofrecer; no sólo ayudarles a soportar con paciencia, no, soportar no es suficiente. Se trata de aceptación, aceptar lo que Dios les ha dado y dar lo que Dios les quitará, con esta alegría, con una sonrisa. ¿Por qué? Porque ellos son los elegidos.

Jesús en su angustioso disfraz Tenemos casas de moribundos en muchos lugares, y recuerdo que un día recogí a una mujer de la calle; yo sabía que se estaba muriendo de hambre y le di un plato de arroz, y ella se quedó mirándolo. Intenté obligarla a comer y entonces dijo muy, muy claramente y en tono normal: «No puedo creer que sea arroz. Hace tanto tiempo que no he comido...» No culpaba a nadie. No culpaba a los ricos, a nadie, pero no podía creer que fuera arroz. Son una gente maravillosa. Debemos amarles, pero no sintiendo lástima por ellos. Debemos amarles porque es Jesús en el angustioso disfraz del pobre. Son nuestros hermanos y hermanas. Todas esas personas —esos leprosos, esos moribundos, esos hambrientos, esos desnudos— son Jesús. ¿Sabemos que nuestro vecino necesita nuestro amor: Nuestras hermanas están muy comprometidas con los más pobres entre los pobres, con los más pobres entre los pobres, con los impedidos, los cielos dementes. Tenemos casas para los enfermos y moribundos año celebramos el vigésimo quinto moribundos. Este año celebramos el vigésimo quinto aniversario de nuestra casa para moribundos de Calcuta. En estos veinticinco años, hemos recogido a unas treinta y seis mil personas de las calles y más de dieciséis mil han muerto con nosotros. Pensé que sería apropiado celebrar el vigésimo quinto aniversario el mismo 1 de noviembre, el día de Todos los Santos. Estoy segura de que toda esa gente que murió con nosotras está en el Cielo, y son verdaderos santos; están en presencia de Dios. Puede que no les quisieran en esta Tierra, pero son los hijos amados de Dios. Por eso, me gustaría que rezarais y agradecierais a Dios todas las cosas hermosas que han hecho nuestras hermanas en la casa de los moribundos. Pese a que forma parte del templo a Kali, la diosa del miedo, en ese lugar se experimenta la alegría de ayudar a la gente a morir en paz con Dios. Os sorprendería la belleza con que mueren. [...] ¿Conocemos de verdad a nuestros pobres? ¿Sabemos que nuestro vecino necesita nuestro amor? ¿Sabemos que nuestro vecino necesita nuestros cuidados? ¿Lo sabemos? Ésta es la grandeza de nuestra gente. Un acto de amor Nosotras viajamos en tranvía de segunda clase, y [un día] se me acercó un señor y dijo: «¿Es usted la Madre Teresa? Hace tiempo que quiero ayudarla en su obra pero soy muy, muy pobre. ¿Me permitiría que le pagara el billete de tranvía?» Si rehusaba, quizá le habría ofendido; si aceptaba, existía la posibilidad de que le dejara sin nada. Pero era preferible aceptar lo que tenía que ofenderle, así que dije: «Sí.» Sacó un retal de tela sucia —el billete cuesta justo diez naya paisa, no sé ex mente el equivalente en dólares, pero creo que no lie un céntimo—, lo abrió y dentro había diez naya paisa los dio al conductor y me pagó el billete. Estaba de lo más contento y comentó: «Por fin he podido compartir Quizá eso significara quedarse sin comer o recorrer a pie una gran distancia, pero ahí estaba la alegría de este hombre maravilloso que quería compartir y que lo hizo en esta obra de amor. ¿Y qué nos da la gente de la calle? He recibido mucho más de nuestra gente de lo que les he dado. He recibido de ellos ese anhelo, me han enseñado cómo amar a Dios; me han enseñado a amar a Jesús compartiendo Su Pasión.

Amor en acción He observado una profunda santidad entre nuestra gente, entre nuestros pobres, siempre tan contentos. Nunca olvidaré al hombre que recogí en una alcantarilla abierta. Los gusanos corrían por todas partes excepto la cara. Tenía el cuerpo lleno de agujeros; le estaban devorando vivo. Debió de desmayarse y caer en la alcantarilla. Tenía que haber pasado mucha gente por su lado, pero la suciedad le había cubierto; yo vi que algo se movía y descubrí que era un ser humano. Le saqué de allí, le llevé a nuestra casa y se quedó muy quieto —aún no había empezado a limpiarle—, pero pronunció sólo esas palabras: «He vivido como un animal en la calle, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado.» Al cabo de unas dos horas, cuando acabamos de limpiarle, murió. Pero su rostro irradiaba alegría, nunca había visto una alega tan genuina, la alegría que vino a traernos Jesús. Esa satisfacción, esa entrega tan completas...

Uno con los pobres La pobreza es necesaria [para nosotras] porque trabajamos con los pobres. Cuando se quejan del bulgur [trigo partido] que les damos, podemos responder: «Nosotras comemos lo mismo.» «Hacía mucho calor esta noche, no hemos podido dormir.» Podemos decir: «Nosotras también teníamos mucho calor.» Los pobres tienen que lavar su ropa a mano, ir descalzos [...], nosotras también. Tenemos que agacharnos a recogerles. Sería muy difícil ir de la casa de la Orden de Loreto a los suburbios; esas hermanas no tienen experiencia [de la pobreza] en sus vidas. No obstante, lo que abre el corazón de los pobres es que podemos decir que vivimos como ellos. A veces sólo tienen un cubo de agua. Nosotras también. Los pobres tienen que ponerse a la cola; nosotras, a veces, también. Nuestra comida, nuestra ropa: todo tiene que ser como lo de los pobres. Yo también soy brahmán Nuestras hermanas acaban de abrir un centro en Katmandú, en Nepal, así que fuimos al templo. En los alrededores hay montones de enfermos y moribundos esperando a que sus diosas les recojan. [...] Yacen ahí, en una especie de galería, y de vez en cuando les dan algo de comida. Fui con las hermanas a limpiar y encontramos a una mujer tumbada sobre una estera. Bajo ella había un agujero lleno de gusanos y basura. Su espalda era una gran llaga. Me acerqué para limpiarla y quitarle los gusanos pero me dijo: «No me toque, soy brahmán.» Para los hindúes, los brahmanes son personas santas porque están consagradas a Dios. Le respondí: « tocarla porque yo también soy brahmán, estoy consagrada a Dios.» Entonces permitió el contacto. Pude decir que soy brahmán porque realmente pertenezco a Dios Hermanas, fijaos en el valor de esa mujer, que a pesar del gran dolor y del hedor y la basura, seguía recordando; «Pertenezco a Dios. Soy una brahmán.» Y si alguien que no fuera brahmán la hubiera tocado, ella habría perdido su pureza. [...] La mujer preguntaba a diario: «¿Cuándo vuelve la brahmán?» Vosotras también debéis poder decir: «Soy una brahmán. Pertenezco por completo a Dios.» Las hermanas bajan cada día al Ganges a lavar la ropa sucia de la gente. En

Katmandú, el Ganges es una simple fuente. El olor allí es terrible, porque es el lugar donde queman los cuerpos de los muertos. La gente respeta mucho a las hermanas porque realizan tareas humildes. Caminaba detrás de ellas y vi cómo la gente se inclinaba ante ellas, porque aman a la gente y lavan su ropa sucia. Hermanas, debéis irradiar satisfacción, la alegría de pertenecerle sólo a Él. Existe un vínculo muy estrecho entre nuestro voto de castidad y el cuarto voto.43 Mi cuarto voto pone esa pertenencia a Jesús en acción viva. Derramo mi amor a Jesús en los demás. ¿Soy uno con ellos? Un día vino un hombre a Shishu Bhavan que había sido rico pero se había vuelto pobre, tan pobre que tenía que venir a tomar el kitcheree.44 Estaba muy amargado y enfadado cuando habló conmigo, porque tenía que comer este kitcheree. Y entonces, gracias a Dios, no intenté consolarle con palabras halagadoras o predicándole, sino que ñu capaz de mirarle a los ojos y decirle: «Yo como cada día lo mismo: kitcheree.» En cuanto lo oyó, pareció sentirse muy aliviado y se marchó en paz. Le agradezco a Dios que al olerlos una persona haya superado su desesperación por el hecho de que yo comparta la comida de los pobres. Hermanas, debemos ser capaces de mirarles con verdadera sinceridad y poder decir que somos uno con ellos. Recuerdo la historia de un joven, un muchacho de quince o dieciséis años. Un día llegó llorando y me pidió que le diera jabón. Sabía que la familia del chico era rica v se había empobrecido, y le pregunté qué iba a hacer con él. Me dijo: «Mi hermana va a la escuela y cada día la mandan a casa porque lleva el sari sucio, pero no tenemos jabón para lavarlo. Por favor, deme un poco de jabón para que podamos lavárselo y ella termine su educación.» ¡Ahora imaginaos qué humillación debió de representar para esa familia verse convertidos de pronto en pobres! Y nosotras, quiera Dios que no nos quedemos una semana sin jabón pero, si ocurriera, ¿cuál sería nuestra reacción? ¿Refunfuñaría y diría cosas indignas de una religiosa? [...] ¿Soy pobre y pongo cuidado en apagar [las luces] cuando no son necesarias? [...] ¿Tratamos a los pobres como cubos de basura en los que echamos lo que no podemos utilizar o comer? Esto no me lo voy a comer, dádselo a los pobres. Esto ya no me lo pongo o no lo utilizo, dádselo a los pobres. ¿Comparto la pobreza con los pobres? ¿Me identifico con los pobres a los que sirvo? ¿Soy una con ellos? ¿Comparto con ellos igual que Jesús compartió conmigo? Uno a uno No soy partidaria de hacer las cosas a lo grande. Para nosotras, lo importante es el individuo. Para poder amar a una persona, debemos estar en contacto cercano con Él. Si esperamos a tener cifras, nos perderemos en ellas y nunca seremos capaces de mostrar ese amor y respeto por la persona. Yo creo en el «persona a persona»; Casa persona es Cristo para mí y, dado que sólo existe Jesús, hay una sola persona en el mundo para mí en ese momento. Ni siquiera les miramos Hablamos mucho de los pobres pero muy poco a los pobres. Hay tanta palabrería y discusiones sobre el hambre y demás, que si en diez años

tendremos comida, mucha comida... y mientras tanto, hay quien muere por un pedazo de pan y ni siquiera le miramos. Mientras se celebraba una conferencia muy, muy importante en Bombay, en la que se calculaba de cuánta comida se dispondría a quince años vista, justo ahí mismo, delante de la casa, había un hombre de unos veinticinco o veintiséis años muriendo de hambre. Yo le recogí, me lo llevé en el coche, conmigo. Cuando llegamos a nuestra casa, murió, y murió de hambre. Eso me abrió los ojos: estaban calculando para el mañana y mientras tanto, hoy, mucha gente muere por un pedazo de pan. Nunca me he encontrado en la tesitura de decirle a la gente: «No tengo, no puedo darte nada.» Jamás nos ha ocurrido que no tuviéramos un plato más de arroz, una cama más, otra dosis de medicina. Sólo tenemos el hoy Somos para el hoy; cuando llegue mañana, veremos qué podemos hacer. Hoy hay alguien sediento de agua, hambriento de comida. Mañana no les tendremos si hoy no les alimentamos. Ocúpate pues de lo que puedes hacer hoy. El futuro está hasta tal punto en las manos de Dios que me parece mucho más hermoso y sencillo aceptar el hoy; puesto que el ayer se fue y el mañana no ha llegado, el hoy es lo único que tengo. Con demasiada frecuencia, si me ocupo del mañana descuido a mi gente hoy. Así que, como sólo tenemos este día, prefiero dedicar todo mi amor, cuidado y energías a este individuo [...] y creo que hay que amar únicamente a esa persona que está conmigo en este momento. Mañana tal vez no llegue jamás, eso está en manos de Dios, ¿no? Y éste es el maravilloso don que Dios no nos ha dado —tal es Su gran amor por nosotros—: no nos ha dado a conocer el futuro. Tememos el futuro porque estamos desperdiciando el presente. Sacar lo mejor de la gente Cada vez que alguien entra en contacto con nosotros, debe cambiar a mejor por el hecho de habernos conocido. Debemos irradiar el amor de Dios. Encontrad lo mejor en el otro Mostrad un profundo respeto por los demás; ese respeto os llevará al amor, el amor al servicio. El amor de Jesús Le hizo venir a servir. Los apóstoles se sorprendieron mucho cuando Jesús empezó a lavar los pies a sus discíPulos.45 Nosotras no tenemos que hacer eso [...], pero lavemos los pies de nuestras hermanas con amor y compasión. Démonos las unas a las otras todo lo que hemos recibido de Jesús, esa ternura. Jesús ofrece Su tierno y fiel amor para que seamos uno en nuestra comunidad. (Conozco las buenas cualidades de mis hermanas? Dedicad vuestro tiempo a la oración. Rezad para ser la y la compasión de vuestras hermanas. «Vine aquí lleno de odio» Un día, entró un hombre en nuestro hogar para moribundos y se dirigió directamente hacia el ala de los hombres (tenemos una parte de hombres y otra de mujeres). Y justo en ese momento trajeron a otro hombre de la calle

con unas heridas espantosas, sucias y llenas de gusanos. La hermana no se dio cuenta que el primer hombre estaba detrás de ella, aseó al enfermo y le lavó. Su manera de tocar al paciente, de cuidarlo... El hombre que había venido estuvo mirando y mirando y luego se marchó. Yo andaba por ahí, se me acercó y me dijo: «Vine aquí sin Dios, vine aquí lleno de odio, vine aquí vacío de todo lo que es hermoso, pero me marcho de este lugar lleno de Dios. He comprendido que el amor de Dios alcanzaba al paciente a través de las manos, de los ojos de esta hermana. Por cómo le tocaba, por la manera en que le amaba, siento que ella cree profundamente, porque Dios está ahí.» Se marchó. No sé quién era, qué era, no lo sé, pero sólo quería mostraros que, para Dios Todopoderoso, lo importante no es cuánto hacemos sino cuánto amor ponemos en ello. Y eso es el amor a Dios; Él ama al mundo a través de cada una de nosotras, a través de la labor que nos ha sido confiada.

Un amor exigente Al acercarnos a los más pobres de los pobres debemos hacernos uno con ellos. Para realizar hacer este tipo de trabajo, es necesaria una vida de oración y abnegación; para estar cerca de los más desfavorecidos, debemos convertirnos en uno de ellos. Para atraer los pobres a cristo, la completa pobreza es esencial. ¡Agracia de ver «Busqué quien me consolara.»46 Busca a esa persona en tu grupo, en tu comunidad. «Y no encontré a nadie.» Qué terrible que eso ocurra entre Misioneras de la Caridad, portadoras del amor de Dios, consagradas por entero a ofrecer un servicio gratuito y de todo corazón, que una hermana venga a mí con una pena, que parezca hoy tan sola, tan poco querida, tan indeseada [y yo no esté ahí para ella]. No es esa hermana, sino Jesús en ella, quien está buscando amor. Pidámosle a Nuestra Señora que nos conceda la gracia de ver. «Busqué a alguien y encontré ami hermana.» No dijo nada, pero yo comprendí. En cierto modo, el amor empieza aquí, en el mismo hogar. Todas somos mujeres y Dios nos ha dado algo especial, [la capacidad de] amar y ser amadas. Qué terrible si no dejamos que nuestras propias hermanas nos amen. Si somos tan soberbias, tan desagradables, si estamos siempre tan preocupadas, no tenemos tiempo para permitir que nuestras propias hermanas nos amen. Tomemos una decisión para Cuaresma: estaré ahí para mi hermana, mi maestra (de novicias), mi superiora —no con palabras, ni tamasha—47 sino con mi compartir y mi sacrificio, con mi oración. Tal vez una bonita sonrisa en lugar de esa mirada torcida, tal vez sólo una palabra hermosa en lugar de una ofensiva. ¿Podría Jesús decir: «Fui a Lower Circular Road —donde hay trescientas hermanas— , busqué a una y no encontré a ninguna»?48 Sería terrible que Jesús dijera eso de una Misionera de la Caridad, enviada para ser Su amor y compasión. ¡Terrible! Un amor que no se busca a sí mismo «Amor»: no usemos mal esa palabra. El significado que tiene en el mundo de hoy hace referencia a un amor egoísta, interesado. El amor es caridad y

nosotras, que nos llamamos Misioneras de la Caridad, tenemos que examinar nuestro amor. Hay muchas cosas que se aclararán en nuestra comunidad y en nuestras vidas si aprendemos a amar y realmente somos fieles al primer mandamiento. Dice san Juan: «Si dices que amas a Dios pero odias a tu hermano, eres un mentiroso. »49 Durante estos días, profundizad en vuestro amor personal por Jesús amando a vuestras hermanas. La Madre del amor Y, una vez más, sabemos lo que pasó con Nuestra Señora, la maravillosa y compasiva Madre llena de amor. No se avergonzaba de afirmar que Jesús era su Hijo. Todos Le habían abandonado, estaba sola con Él. No se avergonzó cuando azotaron a Jesús, cuando le escupieron, no le avergonzó que le trataran como a un leproso indeseado, no querido, odiado por todos, pues Él era su Hijo, Jesús. Eso nos muestra la profunda compasión de su corazón. ¿Nos quedamos junto a nuestra gente cuando sufre? ¿Cuando son humillados? ¿Cuando el marido pierde el trabajo? ¿Qué soy yo para él, si no? ¿Estoy llena de compasión por él? ¿Comprendo su dolor? Y [si] los niños se alejan y se descarrían, ¿tengo esa profunda compasión para buscarles, para encontrarles, para prestarles mi ayuda, para acogerles en mi casa, para amarles con un corazón generoso y lleno de amor? ¿Soy como María para las hermanas de mi comunidad? ¿Reconozco su dolor, su sufrimiento? Si soy un sacerdote, también él tiene el corazón de María, esa compasión para convertirse en el perdón, llevar el perdón de Dios al pecador que sufre delante de él, esa profunda compasión de María. Ella no se avergonzó, reconoció a Jesús como Su propio hijo. En la crucifixión la vemos de pie junto a Él; la Madre de Dios de pie.50 Qué fe tan inmensa debía de tener, fruto de su vivo amor por su Hijo, para permanecer ahí y ver como todo el mundo Le repudiaba, nadie Le amaba, todo el mundo Le abandonaba, uno de los peores momentos y ella se mantuvo de pie. Y Le reconoció como Hijo suyo. Le reconoció como aquel que le pertenecía y a quién ella pertenecía. No tuvo miedo de considerarle suyo. ¿Reconocemos a nuestra gente cuando sufre, cuando les rechazan? ¿A nuestra gente, a nuestra misma gente, a nuestra familia, les conocemos cuando sufren? ¿Reconocemos su hambre de Jesús? Es el hambre de amor comprensivo. Por eso es tan grande Nuestra Señora, porque lo tenía, y vosotras y yo siendo mujeres compartimos esa cosa tan maravillosa en nuestro interior, ese amor comprensivo. Es muy hermoso verlo en nuestra gente, en nuestras pobres mujeres que día tras día se enfrentan a sufrimientos y los aceptan por el bien de sus hijos. He visto a padres — madres— abstenerse de tantas cosas, incluso mendigar para que su hijo tenga algo... He visto a una madre sosteniendo a su hijo inválido porque es su hijo, y siente un amor comprensivo por su sufrimiento. Sin miedo No tenemos miedo de decir que esa persona moribunda en la calle es Jesús; que el hambriento, el desnudo, el sin techo [son Jesús]. No tenemos miedo de llevar a Jesús, no tenemos miedo de rezar el rosario en las calles.

No basta con decir «Te quiero» ¿Conoces al vecino de al lado? ¿Sabes que hay un ciego ahí? Alguien enfermo, un anciano solitario que no tiene a nadie, ¿lo sabes? Y si es así, ¿has hecho algo? Tienes la oportunidad de dar amor, de ir mañana. Ved, mirad y actuad, y descubriréis la alegría, el amor y la paz que inundarán vuestro corazón por haber hecho algo por alguien. Habéis ofrecido vuestro amor a Dios en acción viva. No basta con decir «Te quiero». No basta; haz algo. Y ese algo debería dolerte, porque el amor verdadero duele. Cuando miráis la Cruz, sabéis cómo os amó Jesús. Murió en la Cruz porque os amaba a vosotros y a mi. Y quiere que nosotros amemos así. Da lo que has recibido Ofrece con generosidad lo que has recibido de Jesús. El me ama. Él se tomó la molestia de venir del Cielo para darnos la buena nueva, que nos amemos los unos a los otros. Debemos ser capaces de amar a nuestras hermanas. Como san Maximiliano [Kolbe], que no era el elegido. Ese hombre dijo: «¡Oh, mi esposa! ¡Oh, mis hijos!», y san Maximiliano dijo: «Tomad mi vida.» Y ya sabemos lo que le pasó. Le encarcelaron para que muriera de hambre. No sabemos lo que es el dolor del hambre, no lo sabemos. He visto a gente morir de hambre, de hambre de verdad, durante días. Pero él no se moría. Entonces le pusieron una inyección. ¿Por qué hizo eso aquel hombre? Un amor más grande. ¿Lo haría yo por mi hermana? ¿El dinero o Dios? Recuerdo cuando éramos niños, aunque no tan peque y estábamos los tres sentados juntos en casa hablando m~ de uno de los profesores de la escuela. Mi madre esta) descansando, nos oyó y se levantó. Y vino y nos dijo: «No Puedo gastar dinero para que pequéis», y apagó el interruptor de la luz, no sólo la de la habitación donde nos encontrábamos sino el de toda la casa. Durante la hora siguiente, tuvimos que realizar todas las tareas —limpiarnos los zapatos, preparar nuestras cosas— en la oscuridad más absoluta. Nos dio una verdadera lección. En otra ocasión, siendo ya mayores, mi hermana empezó a trabajar de costurera para aportar dinero a la familia. Mi madre había puesto un cartel muy grande en la sala que decía: «En esta casa nadie debe hablar mal de nadie.» Un día vino una dama adinerada a encargarle trabajo a mi hermana y empezó a hablar de alguien en términos poco caritativos. Mi madre apareció y le preguntó: «¿No ha visto lo que está escrito ahí?» La dama se enfadó tanto que se levantó y se marchó. Mi hermana miró a mi madre y se quejó por haberle echado a perder un buen negocio (en ese momento en casa pasábamos verdaderas necesidades). Mi madre le respondió: «¿Qué es más importante? ¿El dinero o Dios? Trabajaré el doble por el dinero, pero no permitiré que se digan estas cosas en mi casa.» ¿Lo veis? Era una mujer común, pero sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Nunca la oí pronunciar una mala palabra.

El amor, para ser verdadero, debe doler Jesús dijo: «Amén, os digo que, a menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, se queda solo. Pero si muere, da mucho fruto.»S' La misionera debe morir a diario si quiere llevar almas a Dios. Debe estar dispuesta a pagar el precio que Él pagó, a caminar por el camino que Él recorrió en busca de almas. Quiero ser humilde, y para ello debo estar dispues pagar el precio. Cuando María aceptó ser la madre Jesús, debió de comprender lo difícil que sería cuando san José empezara a notar su embarazo. Si tu superiora es impaciente, ¡perdona, olvida! Para ti, es un don de Dios. Si utiliza palabras que te ofenden ofréceselo a Jesús, ofréceselo por esa superiora, paga el precio por ella. Abrirse paso en la oscuridad Anhelo a Dios, quiero amarle, amarle mucho, vivir sólo por Su amor, sólo amar, y sin embargo encuentro dolor anhelo y falta de amor. Antes, podía pasar horas ante Nuestro Señor, amándole, hablando con Él, y ahora [...] ni siquiera medito adecuadamente, nada aparte de «Dios Mío», e incluso en ocasiones, ni siquiera eso. No obstante, en algún lugar en el fondo de mi corazón ese anhelo de Dios sigue abriéndose paso a través de la oscuridad. Fuera, en el trabajo, o en contacto con la gente, hay una presencia de alguien que vive muy cerca, en mí. No sé lo que es, pero muy a menudo, incluso a diario, ese amor en mí hacia Dios se vuelve más real. Y me encuentro ofreciendo inconscientemente a Jesús las más extrañas muestras de amor. Padre, os he abierto mi corazón. Enseñadme a amar a Dios, enseñadme a amarle mucho. No soy instruida, no sé muchas cosas acerca de las cosas de Dios. Quiero amarle como y por lo que Él es para mí, «mi Padre». Amaba a Dios con todas las fuerzas del corazón de una hija. Él era el centro de todo lo que hacía y decía. Mi corazón, mi alma y mi cuerpo pertenecen sóláa Dios. El beso de Jesús Todo el sufrimiento, las humillaciones y el dolor no son sino el beso de Jesús, una señal de que te has acercado tanto a El en la Cruz que puede besarte. Así que, hija mía, no tengas miedo. Su amor, para ser cierto, debe doler, y por tanto tu enamoramiento con Jesús, Su amor en ti, debe doler también. «Dígale a Jesús que deje de besarme» Quiero que seáis realmente santas, de otro modo Dios no podrá servirse de vosotras para recibir sufrimiento y dolor. En una ocasión visité a una persona que tenía cáncer; se retorcía tanto de dolor que pensé que iba a romper la cama. Le dije: «Eso es una señal de que te has acercado tanto a Jesús que Él puede besarte», y ella me respondió: «Dígale a Jesús que deje de besarme.» Acéptala y ofrécela Naturalmente habrá tentaciones y sufrimientos en nuestras vidas. Todos pasamos por ellos. Pues cuanto mayor es nuestro amor por Cristo, mayor es

el precio que tenemos que pagar, a veces en forma de grandes humillaciones. Para la Madre es suficiente que toda esa gente me alabe; eso es bastante humillación. Cuando venga, acéptala y ofrécela, no te aferres a ella. Acéptala y ofrécela. Compartir su Pasión Se acerca la Cuaresma. [...] Meditemos acerca de la Pasión, la oración, la humillación de que le abofetearan; fue el único momento en que quiso saber: «¿Por qué Me Pegáis?»52 No pudo soportar esta bofetada en público. Aguantó todos los dolores —no dijo nada cuando le coronaron de espinas, ni durante la crucifixión, y así en adelante—, pero cuando le abofetearon, preguntó «por, sin ningún motivo», y aceptó. Cuando una hermana os corrige u os reprende, sentís dolidas. Cuando las hermanas vienen a verme me dicen: «Me ha dicho tal cosa, me ha hecho tal otra„, les hago una pregunta: «¿Cuál ha sido tu primer pensamiento? ¿Ha sido Cristo o has sido tú misma?» Si no sois lo bastante espirituales, os resentiréis y devolveréis la ofensa. Y, si no la devolvéis, iréis por ahí murmurando u os amargaréis interiormente. El otro día un sacerdote murió de cáncer en San Lorenzo. No era muy joven, pero cuando se lo descubrieron ya estaba muerto. La amargura es como el cáncer: crece y nos devora. [Lo que] olvidamos a menudo es que vosotras y yo somos esposas de Jesús crucificado. De modo que debo parecerme a Él, compartir de algún modo Su identidad de modo que se note que le pertenezco. La vida de santa Margarita María nos proporciona un bonito ejemplo. Un día le salieron unos furúnculos muy dolorosos. Tenía algunos en la cara, que se le veían, y otros en todo el cuerpo que quedaban ocultos. Los que tenía en el rostro eran mayores y muy dolorosos, pero que le dolían menos porque la gente los veía. Ella, que tanto amaba a Cristo, lo expresó con mucha sencillez: «Los que tengo en la espalda me duelen más porque nadie los ve.» Éste es el tiempo para compartir Su Pasión, y que yo me convierta en una buena religiosa, en una religiosa feliz, en una religiosa santa, dependerá de mi aceptación de esos pinchazos, que pueden destruir la fidelidad a ese amor puro. Acepta también lo amargo Una hermana me dijo: «Quiero hacer el sacrificio de no comer dulces.» Y yo le respondí: «No, es mejor que comas dulces como las demás, y mañana, si alguien te da algo amargo, tómatelo también.» Las santos tienen las mismas dificultades ¿Recordáis la historia de santa Teresita? Había una hermana en su comunidad que la fastidiaba mucho, así que la evitaba tanto como podía. Resolvió entonces hacer todo lo que pudiera para ser amable y afectuosa con ella, y cuando se la encontraba, le dedicaba una gran sonrisa. Un buen día, esa hermana la llamó en un aparte y le preguntó: «¿Qué tengo yo en mí que ames tanto?» Nadie sabía hasta qué punto había estado controlando su corazón. ¿Lo veis, hermanas? Los santos tienen las mismas dificultades y problemas que nosotros, pero la diferencia es que ellos toman una firme determinación y la mantienen a toda costa. Debemos estar dispuestas a aceptar alegremente todo lo que Él nos da, sea elogio o culpa.

Supera todo con una sonrisa radiante Recordad a ese hombre de Puna que me dedicó tantos adjetivos y lo publicó en muchos periódicos importantes; le escribí agradeciéndoselos. También dijeron «Hosanna, hosanna» por Jesús, y al día siguiente pedían a gritos que Le crucificaran. Debemos intentar superar todo lo que nos duele o nos molesta con una sonrisa radiante. Recordad lo que rezáis a diario: «Ayúdame a esparcir Tu fragancia dondequiera que vaya.» Ahí es cuando llega la alegría «Ofrecerle nuestra libre voluntad, nuestra razón, toda nuestra vida con fe pura, para que Él pueda pensar Sus Pensamientos en nuestras mentes, hacer Su trabajo con nuestras manos y amar con nuestros corazones.» El año pasado estuve de viaje. Durante diez días, fui de ca casa. Por las mañanas pensaba: «¿Dónde estoy?» Fue gran sacrificio. Pero en eso consiste la entrega total. Ahí es cuando llega la alegría.

El sacrificio El amor tiene que construirse en el sacrificio, y debemos ser capaces de dar hasta que duela. «¿Soy la única en casa?» «¿Soy la única en casa? ¡Otra vez me toca limpiar el cuarto de baño a mí!» Eso puede ocurrir. A pesar de vuestros sentimientos, a veces ocurre. No debéis matar vuestros sentimientos, pero debéis ofrecer. Eso es el sacrificio. Ésa es la cruz que debemos llevar. ¿Has compartido alguna vez? El sacrificio es necesario en nuestra vida si queremos damos cuenta de la ternura del amor de Dios. Si me quedo aquí todo el día y toda la noche, y mañana y al día siguiente, y os cuento todas esas hermosas cosas acerca de la presencia de la ternura y de ese amor en nuestra gente —hombres, mujeres, niños—, os sorprendería saber que eso es amor, el amor de Dios en acción. Y por eso Dios mandó a Jesús a mostrarnos este amor que descubrís en vuestras propias vidas. ¿Habéis experimentado alguna vez la alegría de amar? ¿Habéis compartido alguna vez? No se trata de dar desde la abundancia. ¿Has compartido algo con los enfermos, los que están solos, y habéis hecho juntos algo hermoso para Dios? Eso debe saliros de dentro. Por eso Jesús se hizo Pan de Vida, para que Lo sintiéramos en nuestros corazones. Y si no está ahí, pienso que es bueno que los examinemos. ¿Está limpio nuestro corazón? Jesús dijo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.»53 A menos que veamos a Dios en los demás, seremos incapaces de amarnos los unos a los otros. Por eso es importante que tengamos un corazón limpio, capaz de entregarse por completo a Jesús y entregárselo a los demás. Por eso se hizo Jesús Pan de Vida y por eso Él está aquí las veinticuatro horas, por eso anhela que vosotros y yo compartamos la alegría de amar. Dice El: «Como yo os he amado»,54 tenemos que amarnos «como yo os he amado».

«¿Cómo es que me amas tanto?» Santa Teresita no soportaba a una hermana, pero nunca dio muestras de ello, siempre le ofrecía una hermosa sonrisa. Esa hermana le preguntó un día: «¿Cómo es que me amas tanto?» En su sonrisa veía su amor. «Sí, amo a Jesús.» Cuando lavaba su ropa y el agua sucia le salpicaba la cara... de haber estado en su lugar, tal vez no habría dicho nada, pero le habría echado una buena mirada. Una hermana hacía ruido con su rosario; posiblemente nosotras pediríamos con buena educación: «¿Puedes dejar de hacer ruido?» No. «Jesús, ¡qué rosario tan bonito!», dijo ella. Pero sabía que, si se quedaba, no podría evitar decir algo. Por eso se marchó y se convirtió en santa. La canonizaron Porque amaba a Dios. El ruido de un rosario parece algo tan estúpido... Podría haber dicho: «Por favor, deja de hacer ese ruido, me duele mucho la cabeza». No, lo ofreció. La verdadera rama Es en ese momento cuando nos resulta difícil mostrar que somos la verdadera rama pero, si podemos sonreírnos unos a otros, si en ese momento podemos ver a Cristo en el angustioso disfraz de nuestro hijo, de nuestra propia familia, de nuestras propias hermanas, de nuestros propios sacerdotes, hermanos [...], ése es el momento. Es muy, muy necesario que vivamos esta vida de amor [...] No quiero que seamos colaboradores sólo por tener ese nombre, que hagamos sólo un trabajo, que cuidemos de los pobres etc., etc. Ésa no es la meta de los colabora. dores. Su meta es difundir amor y compasión, allá donde vayamos. Saciar la sed de amor de Jesús, de una manera muy sencilla y muy humilde. Un hermoso sacrificio El otro día recibí quince dólares de un hombre que lleva veinticinco años en cama y que lo único que puede mover es la mano derecha. La única compañía de la que disfruta es el tabaco. Me dijo: «No he fumado durante una semana y le mando este dinero.» Debió de representar un sacrificio enorme para él, pero ved cómo compartió, qué hermoso es. Con ese dinero, compré pan y se lo di a los hambrientos con una alegría mutua. Él estaba dando y los pobres estaban recibiendo. Esto es algo que podemos hacer vosotros y yo, es un don que Dios nos ha dado, ser capaces de compartir nuestro amor con los demás. Y debemos hacerlo como lo haría Jesús. Amémonos los unos a los otros como El nos amó. Amémosle a Él con un amor íntegro. El ejemplo de una niña El otro día me conmovió mucho la carta de una niña de Estados Unidos (en realidad fue su padre quien me escribió y mandó el dinero). La pequeña iba a hacer su Primera Comunión y les dijo a sus padres: «Por favor, no me compréis ningún traje ni nada, ni preparéis ninguna fiesta en nuestra casa para mí —ella era hija única en la familia-, pero dadme el dinero. Lo mandaré a la Madre Teresa para sus niños y haré mi Primera Comunión con el uniforme de la escuela.» ¡Ved qué valor! Los demás niños con sus bonitos trajes y esa pequeña, por amor a los pobres de

Dios, a los pequeños de Calcuta, fue con su uniforme. Esto conmovió tanto a su padre y a su madre que ella dejó de fumar y él, de beber. [...] Ésta es la belleza, la ternura del amor de Dios: tocó a esa pequeña y, a través de ella, tocó a sus padres y llevó paz, unidad y amor a su familia con ese pequeño acto. Consagradas He visto sufrimientos físicos terribles, y a toda esa gente en Etiopía. [...] Cuando abrimos la puerta, por la mañana, están ahí delante de la verja, desesperados por un vaso de agua; no han tocado alimento, vienen desde lejos hasta aquí en busca de un poquito de ternura, de cuidados y de comida. Y esta vez, cuando estaba ahí con las hermanas, vino a verme un ministro, el de Asuntos Exteriores, que es un comunista convencido. Y justo a esa hora las hermanas abrían la puerta y había unas veinticinco personas echadas ahí delante, justo en la calle. Las hermanas empezaron a levantarles y a llevárselos con todo cuidado, y el hombre se volvió hacia mí y dijo: «Sólo una vida consagrada y dedicada puede hacer lo que hacen sus hermanas, sólo una vida consagrada.» Esa consagración significa tener el corazón enamorado. Llevemos pues primero la alegría de amar a nuestros corazones Y compartámosla después con los demás. No tengáis miedo de amar hasta que duela, hasta que duela; porque dar desde la abundancia es fácil. Azúcar Os daré sólo un hermoso ejemplo de un pequeño amaba con inmenso amor. [...] Hace algún tiempo una gran carestía de azúcar en Calcuta y un niño hindú de unos cuatro años les dijo a sus padres: «La Madre Teresa no tiene azúcar para sus pequeños. Estaré tres días sin tomar azúcar, y se lo daré a la Madre.» Y los padres, que nunca habían estado en nuestra casa —yo no conocía ese niño para nada—, vinieron con su hijo y el niño me trajo bastante azúcar. Apenas podía hablar, sólo dijo: «Madre, he estado tres días sin tomar azúcar. Déselo a sus niños.» Y yo creo que ese niño amaba con un gran amor. Los pequeños regalos Aceptad con alegría los pequeños sacrificios que surgen a diario. No paséis por alto los pequeños regalos, ya que son muy preciosos.

El fruto del amor es el servicio La fe en acción es amor. El amor en acción es servicio. ¿Cómo podemos amar a Jesús hoy? ¿Cómo podemos amar a Jesús en el mundo actual? Amándole en mi esposo, en mi esposa, en mis hijos, mis hermanos y hermanas, mis padres, mis vecinos, los Pobres. Pertenezco a Jesús; he sido escogida para el fin de saciar Su sed de amor amándole, poniendo en acción mi amor a Él. Tenemos que trabajar por la salvación Y la santificación de los más pobres entre los pobres.

Mira lo que haces podemos saber cuánto Le amamos por el trabajo que hacemos, y el trabajo es el fruto de la oración. Si quieres ver cuánto Le amas, mira lo que haces. Amo a Jesús y pongo mi amor a Jesús en acción. Mi oración por vosotros es que crezcáis real y completamente en esa alegría. y si no está ahí, preguntaos por qué. ¿Cuál es el obstáculo? No es orgullo saber que amas a Jesús; dejad que la gente vea vuestras buenas obras y glorificad al Padre;55 todas nuestras buenas obras proceden de Él. Amar es... Amar no es hablar, amar es vivir. Puedo hablar durante todo el día acerca del amor y no amar ni una sola vez, mirando a todos lados menos allí donde hay un hombre agonizando en la calle. No sólo con palabras No puedo amar a Dios sólo con palabras: mi corazón debe expresarlo, mis manos deben expresarlo, mis pies deben expresarlo. No basta con decir: «Quiero amar a los pobres.» Nuestro servicio debe ser «de todo corazón», una expresión muy importante para las Misioneras de la Caridad. [...] Deber de todo corazón, no a medias, la prueba de vuestro amor a Dios en acción. Las Escrituras dicen que debemos amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro corazón. Éste es el significado del cuarto voto, amar a los pobres con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra fuerza; «con todo el corazón». Para nosotras, no basta con decir: «Amo a Jesús con ternura.» Tenemos que mostrar que Le amamos con nuestro servicio de todo corazón. No se trata de cuánto hacemos No se trata de cuánto hacemos sino de cuánto amor ponemos en la acción, eso es lo que le importa a Dios T poderoso. Y a través del amor Dios sigue amando al mundo en cada una de nosotras, a través de la labor nos ha sido confiada. El trabajo que hacéis en la oficina es trabajo sagrado. No lo hagáis nunca de forma descuidada; es Jesús quien está ahí. En algunos aspectos del trabajo, vuestras manos alimentan a Cristo hambriento, visten a Cristo desnudo, dan un hogar a Cristo sin techo. Así pues, haced bien vuestro trabajo, llevadlo a cabo con un gran amor. De lo contrario, no vale la pena. No vale la pena hacerlo a medias. Éste es para vosotras el medio para alcanzar la santidad, porque Jesús nuestro Dios está ahí. Sois el amor de Dios en acción «Nuestra congregación hace que la Iglesia esté totalmente presente en el mundo de hoy.» Haced examen de conciencia y pensad: «¿Estoy contribuyendo a que la Iglesia se haga presente?» En Etiopía, el delegado apostólico nos dijo en la homilía durante la misa: «Os doy las gracias, en nombre del Santo Padre, porque con vuestra presencia hacéis que la Iglesia esté totalmente presente aquí.» Lo hacemos proclamando la buena nueva. ¿Y cuál es? La buena nueva es que Dios sigue amando al mundo a través de cada una de vosotras. Sois la buena nueva de Dios, el amor de Dios en acción. A través de vosotras, Dios sigue amando al mundo. Por eso, si eres una Misionera de la Caridad perezosa, darás una imagen equivocada del amor de Dios en acción. La gente nos observa constantemente y a todas

horas, y encuentran el amor * Dios en cada uno de nuestros gestos compasivos, nuestro amor a los pobres en Nirmal Hriday, en Shishu Bhavan, a los enfermos leprosos, en todas partes. Jesús vive en mí Hoy Jesús no puede andar por las calles de Calcuta ni de ninguna otra ciudad. ¿Qué hace entonces? A través de mí camina y toca a los pobres, y muestra al mundo el amor y la pureza de Su Padre. Hoy Dios ama al mundo enviándonos a nosotras. Os envió, a través de la Madre, a los lugares adonde tenéis que ir. ¿Para qué? Para irradiar la pureza del amor de Dios. El distintivo del cristiano Jesús dijo: «En eso conocerán que sois mis discípulos.»56 A los primeros cristianos les llevaron a la cárcel porque amaban. Cuando encarcelaron a san Lorenzo, el prefecto le pidió que llevara todas las riquezas a la Iglesia. Y san Lorenzo le contestó: ((Si, lo haré mañana por la mañana.» Al día siguiente, reunió a cientos de pobres frente al presbiterio y cuando el prefecto les vio, montó en cólera.

Humildes actos de amor Permanecer fieles a las tareas humildes es nuestra manera de poner nuestro amor en acción. Aprovechad la oportunidad Aprovechad la oportunidad de realizar tareas humildes. Debéis anhelar ir a ese lugar [...] a limpiar y asear, a mostrar vuestro amor a Jesús en acción viva [...]. Un padre jesuita me preguntó qué pensaba hacer cuando ya no huera superiora general. Le dije que soy realmente buena limpiando alcantarillas y letrinas. Antes iba a Kaligh todos los domingos y me encargaba de la limpieza de 1 lavabos. Las que habéis estado allí ya sabéis lo sucios que están los aseos por las mañanas. Vino un hombre —pen_ sé que era un hermano [MC], pero no me había fijado bien— y se ofreció a ayudarme. Dije: «Ven conmigo, pues», y fui a los lavabos. Empecé a fregar y a enjuagar, y me di cuenta de que el hermano no sabía qué hacer. Le dije que echara agua para ayudarme, y lo hizo bastante bien. Pensé: «No están enseñando bien a los hermanos», mientras refunfuñaba internamente. Cuando acabamos, me dijo: «Gracias, Madre, no sé cómo agradecérselo.» Ningún hermano me había dado nunca las gracias de ese modo, así que le miré con mayor detenimiento. Y vi que no se trataba de un hermano sino un señor muy bien vestido. Me explicó que era el director general de una gran compañía. Predica el amor de Dios La humildad irradia siempre la grandeza y la gloria de Dios. No tengamos miedo a ser humildes, pequeños e indefensos para probar nuestro amor a Dios. El vaso de agua que le dais al enfermo, el modo en que incorporáis al moribundo o le dais la medicina al leproso y la comida al bebé, la manera en

que enseñáis al niño ignorante, la alegría con que sonreís a los vuestros en el hogar: todo ello es una prueba del amor de Dios en el mundo actual. Quiero que esto quede bien impreso en vuestras mentes: Dios sigue amando al mundo a través de vosotros y a través de mí hoy. No tengáis miedo de irradiar Su amor por todas partes. Una vez, alguien me preguntó: «¿P' qué viaja al extranjero? ¿No tiene bastantes pobres en India?» Yo le respondí: «Creo que Jesús dijo que fuéramos a predicar a todas las naciones. Por eso vamos por todo el mundo predicando el amor y la compasión de Dios mediante nuestros humildes actos de amor.» Quien da se enriquece Gente de todas partes del mundo se ha sentido conmovida por nuestros humildes actos de amor en acción, que llevan el tierno amor y el cuidado de Dios a los rechazados, a los abandonados, a los despojados, que han hecho nacer en los corazones de muchos un profundo deseo de compartir. Algunos lo hacen desde su abundancia, pero muchos, y tal vez sean la mayoría, se privan de algo que les gustaría haberse dado a sí mismos para poder compartir con sus hermanos y hermanas menos privilegiados. Es tan hermoso ver cómo el espíritu de sacrificio encuentra su expresión en tantas vidas, pues eso no sólo beneficia a los pobres que reciben, sino también enriquece a quien da con el amor de Dios. Esto es algo por lo que debemos alabar y dar constantemente gracias a Dios. Una simple gota A veces sentimos que lo que estamos haciendo es sólo una gota en el océano. Pero si esa gota no estuviera en el océano, éste sería más pequeño por esa gota que faltaría. No somos trabajadoras sociales Nos desgastamos nosotras mismas y, a menos que sigamos manteniendo esa cercana unidad con Cristo y nos llenemos de nuevo de Él, pronto nos convertiremos en trabajadoras sociales, e insisto en decir que no es eso lo que somos, sino contemplativas en el corazón del mundo. Para ser capaces de mantenernos fieles a esa tarea, necesitamos llenarnos de continuo. Por eso cada semana nos quedamos un día en casa y nos dedicamos a profundizar [nuestra vida espiritual], a leer y rezar, nos confesamos y recibimos instrucción del confesor que viene las hermanas. Puede que, a los ojos de la gente, hagamos trabajo social, pero en realidad somos contemplativas en el corazón del mundo. ¡Porque estamos tocando el Cuerpo de Cristo las veinticuatro horas del día! Vosotras y yo estamos las veinticuatro horas en Su Presencia. Y vosotros debéis esforzaros por llevar la presencia de Dios a vuestra familia, pues la familia que reza unida, permanece unida. Estamos las veinticuatro horas del día con Jesús encarnado en el hambriento, en el desnudo, en el que no tiene hogar, en el que está solo. Y son una gente tan maravillosa..., jamás les he oído decir nada malo, quejarse o maldecir. Conocerles os aportará grandes cosas, os darán mucho más de lo que reciban de vosotros.

Mi hermano La obra es obra de Dios, no nuestra, por eso tenemos que hacerla bien. A menudo echamos a perder el trabajo de Dios e intentamos atribuirnos el mérito. Mi hermano vive en Palermo, en Italia, desde hace veinte años, pero nadie sabía de su existencia hasta que nuestras hermanas abrieron una casa en esa ciudad. La gente, los sacerdotes y el obispo, todos empezaron a preguntarle: «Pero ¿cómo es posible que no nos haya dicho que es hermano de la Madre Teresa, después de tantos años aquí?» No se lo había contado a nadie y cuando le preguntaron por qué, contestó: «Para ustedes, ella es su hermana y también la madre Teresa; para mí es mi hermana, dejen que siga siendo asi para mí.» No quería atribuirse ningún mérito. ¿Lo veis, hermanas? Hay gente en el mundo capaz de esas cosas. y nosotras, las religiosas, ¿qué hacemos? La obra de Dios Rezad para que no malogremos la obra de Dios, para que siga siendo Su obra. Y también para que seamos capaces de entregar únicamente a Jesús a nuestra gente, independientemente de quiénes sean ellos. Sean cristianos o no, son todos hijos de Dios creados para amar y ser amados. Llevar a Jesús Cuando visité Addis Abeba con la intención de llevar la congregación ahí, todo el mundo me dijo que debía de estar loca, o bien ser alguien extraordinario, porque era imposible que fuéramos aceptadas en la ciudad especialmente siendo Misioneras Católicas. Yo dije: «Con Jesús no hay nada imposible.»58 Quise visitar al emperador y, a través de alguien, conseguimos vernos con su hija. Dios sabe lo que le contó al emperador, pero al final nos concedió una audiencia. [...] Se le veía tan alto, ahí erguido frente a una misionera, que me sentí más pequeña de lo que soy. Se quedó de pie como una estatua y, cuando nos hubimos sentado todos, preguntó: «¿Qué tipo de formación tienen las hermanas? ¿Qué es lo que van a hacer?» «Nuestras hermanas ofrecerán el amor y la compasión de Jesús a vuestra gente, y esa gente se convertirá en nuestra gente», respondí. Él me miró y dijo: «Eso es muy cristiano, es lo que hizo Jesús. Vengan, serán bienvenidas.» Yo tenía la medalla [milagrosa] en la mano, y se la di. Olvidé que era el emperador, pues en aquel momento para mí no era más que un hombre común. Le di la medalla de Nuestra Señora, la cogió, se quedó m do la imagen y dijo: «La Virgen María es la esperanza género humano.» Luego se volvió hacia el primer ministro y añadió: «Deje venir a las hermanas y haga todo posible, lo que sea necesario, para que tengan cuan antes los visados.» A los pocos días, las hermanas recibían en el aeropuerto los permisos de residencia. Ahí estamos ahora, y cuando las hermanas llegaron de inmediato les proporcionó un lugar donde construir un hogar para los moribundos y siempre les ha dado todo tipo de facilidades. Esto es lo que ocurrió: le sorprendió que las hermanas no fueran a hacer algo, algún tipo de trabajo social, algo. No somos trabajadoras sociales. Vamos a ofrecer a Jesús. Y ése fue el mayor milagro, que ese hombre fuera tan positivo y el resto tan opuesto a él.

Llevar la Palabra de Dios Pienso que una de las mejores maneras de ayudar a la gente que está sola es llevar la Palabra de Dios a sus vidas y asimismo nuestra presencia. Nuestras hermanas irradian alegría, irradian compasión, y creo que cuando van a las casas de esos ancianos que no salen y de nuestra gente rechazada y no amada, éstos experimentan que Dios les ama a través de ellas, que son la realidad viva del amor de Dios por ellos. Recientemente, invitadas por el presidente de México, hemos abierto una casa en ese país y nuestras hermanas, como es costumbre en nuestra congregación, van por las calles en busca de gente, la buscan y miran a las personas y andan y andan hasta que les duelen las piernas, hasta el peor sitio, allá donde más se las necesito desde donde pueden empezar. Pero, en México, la pobreza era muy grande fueran donde fueran; en los suburbios de Tijuana, por ejemplo. Pero para sorpresa de las hermanas, nadie les pedía ropa, ni medicinas ni comida, solo «Enseñadnos la Palabra de Dios». Me sorprendió tanto...; esta gente tiene hambre de Dios: «Enseñadnos la palabra de Dios.» Después de ochocientos años... En Yemen, [...] después de ochocientos años, solicitaron la presencia de hermanas católicas en el país, y recuerdo que cuando el primer ministro preguntó yo le dije que estaba dispuesta si permitía que fuera con ellas un sacerdote, porque nosotras no vamos a ninguna parte sin Jesús. Como querían a las hermanas, aceptaron al sacerdote. Y fue muy extraordinario tras ochocientos años, porque no había sacerdotes, no había ningún sagrario ni altar, no estaba Jesús y, en el momento en que llegamos, ahí estaba Él, el sagrario y todo lo demás. Nos concedieron un terreno bastante grande para construir el convento de las hermanas, y también tenemos un gran hogar para los moribundos. El mismo gobernador le pidió a la hermana: «Enséñeme cómo se construye una iglesia católica.» Ella le había pedido que construyera una bonita capilla, una habitación especial para Jesús, y le dijo: «Oh, es muy difícil construir una iglesia católica, pero puede hacer una capilla donde podremos tener a Jesús con nosotros.» Este hombre escribió una carta a monseñor H. y le contó que la presencia de las hermanas había encendido una nueva luz en la vida de nuestra gente. Y esto es debido, no tememos decirlo, a que esa persona muriendo en la calle, ese hambriento, ese hombre desnudo, ese vagabundo es Jesús. No tenemos miedo de llevar a Jesús, no tenemos miedo de rezar el rosario en la calle. La gente nos mira. Somos testigos En una ocasión, un caballero hindú con un cargo muy importante me preguntó: «¿No está ansiosa por convertirnos a todos?» Yo le respondí: «Por supuesto que deseo compartir con todo el mundo el tesoro que tengo, Jesús, pero la conversión debe venir de Él. Mi labor consiste en ayudarles a realizar trabajos de amor, y a través de ellos se encontrarán cara a cara con Dios de manera natural. Ese tesoro, Su amor, se intercambia solo entre usted y Él, y entonces, o bien se convierte y acepta a Dios en su vida, o bien no.» Así es como debe ser nuestra vida. Nosotros, como colaboradores, no pretendemos recaudar dinero, eso es lo de menos, ni acumular cosas; nuestra misión es

ser testigos de esa presencia de Cristo en nosotros, para dar testimonio de Su amor y compasión. Irradiando a Cristo Irradiemos la paz de Dios para encender Su Luz y extinguir todo el odio y el afán de poder del mundo y de los corazones de los hombres. Todos somos capaces de hacer el bien y el mal. No hemos nacido malos. Todo el mundo tiene algo bueno en su interior; algunos lo ocultan, otros lo descuidan, pero está ahí. Dios nos creó para amar y ser amados. Dios no está separado de la Iglesia, porque se halla en todas partes y en todas las cosas, y todos somos sus hijos: hindúes, musulmanes o cristianos. Cuando sabes lo enamorado que Dios está de ti, no puedes más que vivir tu vida irradiando ese amor. Mantén en tu corazón la alegría de ser amado por Dios, que constituya tu fuerza, y compártela con los demás. Os tendré en mis oraciones. Difundir el resplandor Debemos difundir el resplandor del mensaje del Evangelio por todo el mundo. Hay que empezar primero en nuestro pequeño mundo, en nuestra comunidad aunque sólo seamos tres o cuatro, no importa cuántas hermanas la constituyan. Todas procedemos de lugares y orígenes distintos, y viviendo juntas y trabajando con la gente, sirviendo a todos, sean de la religión o raza que sean, proclamamos esa unidad en la Iglesia. Una vida de consagración total a Dios Para nosotras es un privilegio haber sido elegidas. Él os ha llamado por nuestro nombre, cada una de vosotras ha sido llamada por su nombre. Le pertenecéis de un modo especial. Sois preciosas para Él porque os ama y ha derramado amor en vuestros corazones para que podáis ofrecer ese amor a los demás. ¿Cuál es nuestra vocación? ¿A qué llamamos vocación? Nuestra vocación es Jesús; lo dice claramente en las Escrituras: «Te he llamado por tu nombre, eres precioso para Mí.»59 «Te he llamado amigo Mío.»60 «Las aguas no te cubrirán» (el agua es la tentación), «el fuego —la tentación del demonio— no te quemará.» 61 «Entregaré naciones por ti, pues eres precioso.»62 «¿Cómo Puede una madre olvidarse de su hijo? ¿O una mujer olvidarse del hijo que lleva en las entrañas? Pero aunque una madre pueda olvidar, yo nunca te olvidaré, tú eres precioso Para Mí, te llevo grabado en la palma de Mi mano.»63 [ ] ¿Por qué estamos aquí? Debemos haber oído [nuestro] nombre; Jesús nos ha llamado por nuestro nombre. Todo el mundo tiene algo Dios me llamó primero para ser religiosa y luego para predicar a Cristo. El mayor misionero fue Él, y nosotras debemos hacer lo mismo. Todas debemos decir: «Dios me ha concedido la vocación más hermosa. No soy digna de ella.» Debemos sentirlo. De esa convicción nace mi gratitud por vivir como una auténtica MC: el modo en que hablo y miro a la gente, cómo les toco y les trato. En primer lugar debo respetar a la otra hermana. Es parte de mi

vida, también ella es una colaboradora de Cristo. No debo pronunciar palabras hirientes; no haría daño a ninguna parte de mi cuerpo, por tanto, tampoco debo hacer daño a mi hermana. Tenemos que amarnos las unas a los otras: la lista, la bolea, b4 la santa y la que no lo es. «Amaos los unos a los otros como yo os he amado.»[...]65 Hoy debo amar a mi hermana cuyo rostro, cuya voz no puedo soportar. Es lo que ocurre en la comunidad: si no hay dos narices iguales, ¡cuán distintas deben de ser nuestras almas! Algunas tienen cinco talentos, otras dos, otras sólo uno. Todo el mundo tiene algo. No dejes que la cobardía te lleve a decir: «No sirvo para nada.» No debo ser perezosa, debo intentarlo. Dios lo hará posible para mí. Jesús me basta Nuestros votos también están conectados con la alegría, porque sé que Dios cuida de mi hoy y todos los días. En la obediencia me siento llena de alegría porque reconozco a la persona de Cristo en mi superior. En la castidad, imito a María, la Causa de nuestra Alegría, la Virgen más pura. Hermanas, si queréis que vuestra castidad sea casta, que vuestra virginidad sea virgen, que vuestra pureza sea pura, entonces sed como María. Si quieres ser causa de alegría para Dios, para tu congregación, para el Sagrado Corazón, para Nuestra Señora, para la Madre, para tu comunidad, para tus hermanas y para los pobres, sé fiel a tu voto de castidad. La castidad significa honestidad, sinceridad. Morir, sí, pero no al pecado. Si os examináis vosotras mismas, descubriréis que todas las tentaciones contra la castidad llegan cuando estáis cansadas o de mal humor. Una hermana malhumorada es como una pelota en manos del demonio, que puede hacer lo que quiera con ella. Será entonces cuando saldréis a buscar con quien satisfacer vuestra hambre de amor. Si queréis que vuestra castidad sea casta, cultivad esta alegría, esta virtud de la alegría. «Que mi gozo esté en vosotros»;66 la presencia de Dios, la unión con Dios. Nada puede separarme de Cristo.ó7 Le pertenezco sólo a Él. Jesús me basta. La vocación de la familia Yo tenía una familia muy feliz, y creo que lo más importante es que rezábamos juntos. Recibimos mucho de nuestros padres, porque se amaban mutuamente y pudimos aprender de ellos cómo amar. Me parece muy sencillo, no tiene nada de especial. [...] Aprendimos en el hogar cómo amar a los demás porque vimos cómo amaban nuestros padres a los pobres, y creo que ellos fueron nuestros maestros. Y por supuesto, la de la familia era una vida de oración, una vida de gran fidelidad a la oración, la Iglesia y las enseñanzas de Cristo. Creo que eso era lo que mantenía la familia unida y la llamada de Dios, y entonces siempre hay un sacrificio que hacer. Solo amar a Jesús San Ignacio no quería escribir unos estatutos, su única máxima era sólo amar a Jesús. Pero se dio cuenta de que no todos eran capaces de vivirlo, por eso escribió unos con muchos detalles: «El sonido de la campana es la voz de Dios.» Para nosotros, las constituciones son la voluntad de Dios por escrito. Se trata de algo vivo, de la expresión de la castidad, la pobreza, la expresión de la vida

de oración. Y entonces viene la observancia: sé lo que tengo que hacer en la vida en comunidad, en castidad, en pobreza, en obediencia, en caridad. Escribid «amor indiviso» en todas partes Escribid estas palabras: ((Amor indiviso» en todas partes —en vuestra mente, en vuestro corazón, en todos los rincones de vuestro ser, en cada dedo de vuestra mano, en todas partes—, para que no olvidéis nunca que ahora sois completamente y para siempre Suyas. Sois preciosas para Dios, aunque tal vez no lo seáis para los hombres. No temáis, «Te he llamado por tu nombre [...], eres Mío. Las aguas te pueden cubrir, pero no te ahogarás. No temas».68 Recordad que Jesús dijo: «Cargad con vuestra cruz y seguidme.»ó9 Una vez vi a una hermana que se disponía a salir al apostolado con una expresión de tristeza en la cara, así que la llamé a mi habitación y le pregunté: «¿Qué dijo Jesús, que carguemos con la cruz delante de Él o que Le sigamos?» Me miró con una gran sonrisa y dijo: «Que Le sigamos.» Entonces le pregunté: «¿Por qué intentas ir por delante de Él?» Se marchó de mi habitación sonriendo. Había comprendido el significado de seguir a Jesús. En los países eslavos se cuenta la historia de un rey muy rico que se convirtió en santo, san Wenceslao. Cada noche salía con su criado a llevar ropas y comida a los pobres. Una noche cayó una gran nevada sobre las calles, y el criado se esforzaba en andar mientras se hundía en la nieve a cada paso. Entonces el rey Wenceslao le dijo: ―sigue mis huellas», y el criado empezó a seguir sus pisadas. En cuanto colocó los pies en las huellas del rey, sintió que un profundo calor invadía todo su cuerpo y que ya no le costaba caminar. Sigamos también las huellas de Jesús, sus pasos, y no tropezaremos jamás. Nada ni nadie «Nada ni nadie» es la mejor explicación que podemos dar [del] amor indiviso. Con el contrato matrimonial ocurre lo mismo: desde el momento en que llega alguien o algo, el amor se divide y hay que llenar ese vacío. Jesús le dijo a uno de los santos: «Mi amor por ti no ha sido ninguna broma.» ¿Qué es lo que declaramos ante el mundo entero? «He elegido amar a Dios con un amor indiviso.» Ese «nada ni nadie» hace que mi corazón sea puro, virgen, libre para amar a Cristo. En el matrimonio, el «nada ni nadie» da lugar a nuevos frutos de esa unión, que son los hijos, y para nosotras, la unión con Cristo es nuestro cuarto voto. Hermanas, es algo sagrado, santo, algo que no puedo romper sin más. Nada me separará de Él Ese voto, ese amor a Cristo, se pone en acción viva con mi servicio a los pobres, a los moribundos, a los leprosos. Pertenezco a Jesús y nada ni nadie me separará de Él. Hermanas, de nuevo os digo que los cuatro votos70 se complementan de tal modo que no podéis romper uno y mantener los otros. Si rompéis uno, los rompéis todos. Así que examinaos hoy. ¿Cuál ha sido vuestro apego a Cristo, vuestra unión con Él? ¿Son tan puros vuestros ojos como Para mirar a Cristo cara a cara? La soberbia y la dureza nublan la vista; mi dureza, mi impaciencia: eso es la Impureza.

Pertenecer a Jesús ¿A qué me estoy vinculando? ¿Qué significa mi voto a Dios? [...] Se trata de un vínculo: me vinculo a Él con un amor indiviso. Le digo a Dios Todopoderoso: «Puedo amar a todos, pero al único que amaré en particular es solamente a Ti.» Para ser capaz de amar a Dios con un amor indiviso, quiero ser libre, no deseo poseer nada que me aparte de Él. Es nuestro voto de pobreza el que nos proporciona esa libertad. Jesús pudo amamos así: siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros. Nosotras debemos hacer lo mismo. También nosotras éramos ricas, tal vez no en dinero, pero teníamos el amor de nuestras familias, tal vez nuestra propia habitación, la ropa que nos gustaba llevar. Si realmente pertenezco a Jesús, si realmente Le amo con un amor indiviso, la obediencia se dará de un modo natural. «Él descendió y estaba sujeto a ellos. »" Aceptó los azotes, los escupitajos. Si no soy obediente, debo examinar mi corazón. ¿Le amo realmente con un amor indiviso? Si es así, no iré por ahí diciendo: «Amo a Jesús, amo a Jesús»; eso es locura. En lugar de eso, si veo un pobre, le llevo a Kalighat. Derramo mi amor en el pobre; eso es el cuarto voto. Todos los votos están relacionados con la caridad. Puedo practicar el cuarto voto con mi hermana: puesto que amo a Jesús, derramo mi amor sobre ella. Los signos de la consagración Tomar un nombre nuevo es un signo de renuncia interna, de que la persona que se era ya no existe. Como dijo san Pablo: «Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.»72 También él se cambió el nombre: era Saulo y se convirtió en Pablo, y Pedro hizo lo mismo. Cortarse el pelo es otro signo de separación del mundo, de que estamos consagradas. La gente en el mundo no se corta el pelo; cuanto más largo lo tienen, más resplandece su belleza. Es una creación de Dios para la mujer. El sari blanco En Bengala tienen una costumbre [...]: cuando el marido muere, la mujer se rapa la cabeza y se pone un sari blanco. Cuando empezaba la congregación, elegí el sari blanco para nuestras hermanas. La gente se decía: «Espero que no lleve un sari blanco; la gente pensará que es una viuda.» Casándonos con Jesús, estamos muy vivas y Él para nosotras. ¿Por qué me llamó a mí? En Roma, en nuestra casa del noviciado, tenemos una vid preciosa y muy grande que se ha ido extendiendo y ahora cubre casi todo el lugar. Un día les dije a las novicias: «Hoy no voy a daros instrucción; en su lugar, coged vuestro Evangelio, leed Juan 15 y haced vuestra meditación.» Se fueron y cada una se sentó debajo de la vid, leyendo y sintiendo mientras tocaban la vid, leyendo una y otra vez el Evangelio mientras la miraban. Es curioso el efecto que ejerció en las hermanas, y que fue distinto en cada una. Una hermana se acercó a decirme: «Madre, en la vid no hay uvas, están todas en las ramas. Éstas están cargadas de frutos, pero es curioso ver que no salen del tronco. Mire, nuestras vidas se parecen a la vid, somos ramas y debemos dar frutos.» Así me instruyó. Puesto que somos Su amor, nuestros frutos

deben ser la compasión, el amor y la solicitud por nuestras hermanas, por la gente con la que trabajamos. Otra novicia se acercó y me dijo: «Madre, he visto cuatro nudos uniéndose a la vid y me han recordado nuestros cuatro votos, cómo están unidos en nuestra vida, también.» Todas vinieron a compartir sus experiencias conmigo y comprendieron que debían ser hermosas ramas unidas a Cristo en la vida religiosa, y dar fruto. La profesión significa profesar, proclamar que soy un alma consagrada. Proclamo que pertenezco a Jesús cuando llevo a cabo mi profesión [religiosa]. Él me llamó, es una llamada personal. No nos llamó en grupo, ni siquiera al mismo tiempo, nos llamó a cada una por separado. Hay miles de chicas en el mundo. ¿Por qué os llamó a vosotras y a mí? No hay respuesta. Es conveniente que nos examinemos ante el Santísimo Sacramento: ¿cómo me llamó?, ¿cuándo?, ¿por qué? Un amor eterno Pensémoslo por un momento, hermanas, imaginad a Dios, tan ocupado con vosotras, tan ocupado con cada una que nos hizo una llamada personal. No mandó a nadie que me llamara, sino que lo hizo Él personalmente. Dijo: «Te he amado con un amor eterno.»73 Pensar que Dios me tenía ya en su mente desde antes de la eternidad... Hay miles de personas en este mundo, pero Él me llamó personalmente a mí, en este país, ciudad o pueblo. Dios me eligió personalmente Dios nos conoce personalmente. Lo dice el Evangelio: «Tenéis contados hasta los cabellos de vuestra cabeza».74 Yo no sé cuántos pelos tengo, pero Dios sí. Me llamó a mí, y a vosotras, me eligió a mí, y a vosotras, me guardó a mí, y a vosotras. Por eso, cuando somos bruscas, desagradables o duras con las hermanas, con la gente, somos indignas de nuestro nombre. La hermana con la que sois duras también ha sido llamada personalmente por Cristo. Una profesión para amar Nosotras, las religiosas, no nos dedicamos a nuestra profesión como «profesionales»; en su lugar, hacemos una profesión de amar únicamente a Jesús. Castidad: Pertenezco a Él, por lo tanto, amor indiviso. Pobreza: Libertad. Las riquezas pueden interponerse entre Él y yo. Si soy rico, no soy limpio de corazón y no puedo verle, no puedo pertenecerle. Obediencia: Entrega. Le pertenezco a Él. Puede servirse de mí como Él quiera. Servicio gratuito de todo corazón a los pobres: Si algo me pertenece, tengo todo el poder de servirme de ello como quiera. Eso significa pertenecer a Cristo. Esto debe quedar muy claro en vuestras mentes, esa convicción: dos y dos son cuatro. Digan lo que digan los demás, nadie puede cambiar eso por mí. Pertenezco a Jesús; Él puede hacer conmigo lo que quiera. El trabajo no es nuestra vocación, nuestra vocación es pertenecerle a Él. Nuestra profesión es pertenecerle a Él. Por lo tanto, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa: limpiar, barrer, lo que sea; como una madre que da a luz a su hijo. El hijo le pertenece. Todo lo que ella limpia, las noches que pasa en vela cuidándolo,

prueban que el hijo le pertenece. No lo haría por ningún otro niño, pero por su hijo haría cualquier cosa, incluso lavar la ropa sucia. Si pertenezco a Jesús, entonces estaré dispuesta a hacer cualquier cosa por Él. Meditad hoy al respecto. ¿Cuál es mi actitud con Jesús? ¿Siento un amor vivo por Él? Enamorarse de Jesús Dios os ha elegido, os ha llamado —a cada una de vosotras— por vuestro nombre. El hecho de que nos haya llamado a todas aquí, cada una con su carácter y sus defectos, forma parte de Su plan, de Su infinita misericordia. Nos necesitamos las unas a las otras. Nos ha escogido, no Le hemos elegido nosotras a Él.'' Y debemos responder a su llamada haciendo de nuestra congregación algo hermoso para Dios, muy hermoso. Por eso debemos darlo todo, lo mejor que tengamos. Debemos aferrarnos a Jesús —agarrarle fuerte— y no soltarle jamás. Debemos enamorarnos de Jesús. No hagamos como el hombre rico del Evangelio. Jesús le vio, le amó y le quiso, pero él le había entregado su corazón a sus riquezas. Era rico, joven y fuerte;76 Jesús no podía llenarle. No, seamos como Zaqueo, un hombre menudo que era consciente de su pequeñez. La reconoció y optó por una forma muy sencilla de ver a Jesús: se subió a un árbol. Si no hubiera abierto su corazón y respondido a Jesús de ese sencillo modo, Él no habría podido mostrarle Su amor, no podría haberle dicho: «¡Baja, Zaqueo! ¡Bájate! »77 Ésa es la base de todo: «Aprended de Mí [...] que soy manso y humilde de corazón.»78 Sed pequeñas. Si la hermana os riñe, si se enfada con vosotras, si no os ama, pensad por un momento: «¿Es culpa mía?» Si lo es, decid «lo siento», es un hermoso regalo a Dios. Si no lo es, ofrécelo. No se puede ofrecer nada más hermoso. Compartidlo con Él. Le llamaron tantas cosas: Belcebú,79 demonio, mentiroso, y Él nunca contestó. Nunca dijo una palabra, y era el Hijo de Dios. Sed una con Él, uníos a Él para que nada, absolutamente nada pueda separaros del amor de Cristo. Él me pertenece y yo Le pertenezco. Así de sencillo. Debo aceptar todo cuanto Él me ofrezca y darle todo lo que toma con una gran sonrisa. Y sin embargo, lo olvidamos. Amamos al leproso, ese rostro y esas manos rotos y desfigurados, pero cuando nuestra hermana es orgullosa o impaciente, lo olvidamos [...], olvidamos que sólo es un angustioso disfraz, que en realidad esa persona es Jesús. Nuestro amor por Cristo no es íntegro, y permitimos que el diablo nos engañe con el angustioso disfraz. Debemos ser santas. Debemos ser capaces de ver a Jesús en nuestras hermanas y en los pobres. Las reglas están para elevarnos Las reglas no están para aplastarnos sino para elevarnos y ayudarnos a que nuestra vida sea hermosa a los ojos de Dios; por esa razón las acepto amorosamente. Cristo no nos fuerza a servirle. ((Si Me amáis, cumplid Mis mandamientos. »80 Jesús nos quiere santas Jesús nos quiere santas. La santidad no tiene nada de extraordinario, y menos aún para una hermana ya que se ha consagrado a Dios. Ser santa es

el estado natural en la vida de una religiosa, puesto que Jesús, mi esposo, es santo. El Evangelio dice: «Sed santos como vuestro padre del Cielo es santo.»81 [...] No tiene nada de especial que una hermana que ha profesado sea santa y pura, que rece, que sea toda de Dios, puesto que se ha entregado a Él. El voto es un acto de devoción, por lo tanto la santidad es un deber para nosotras. Nada extraordinario. No es ningún lujo. Igual que la mujer casada cuida de su marido y de sus hijos, también nosotras, que estamos casadas con Cristo, lo hacemos. Si le he entregado completamente mi corazón a Jesús, entonces debo ser santa. Si alguien dice lo contrario, creedme, quiere engañaros. [...] Nunca, nunca bromeéis sobre la santidad. En un libro leí: «El amor de Jesús no fue ninguna broma.» Su muerte en la Cruz tampoco. Me amó y se entregó por mí;82 Yo Le amo y me entrego a Él. No bromeemos con la santidad. Es una tontería que digamos: «No estoy destinada a ser santa.» Le pertenezco, he consagrado mi vida a Jesús, por lo tanto debo ser santa. Pensad bien si ese deseo ardiente se encuentra en vuestro corazón. ¿De verdad quiero ser santa? [...] Pedidle a Nuestra Señora que nos ayude a comprender cómo debemos recibir a Jesús llevarle a los demás como ella Le llevó. La vida religiosa Para nosotras es un privilegio ser religiosas. ¿Por qué nosotras y no otras? A menudo me decía: «Fui monja de Loreto durante veinte años», y me decía: «¿Por qué, por qué? Había tantas monjas allí, ¿por qué eligió Dios a la más estúpida, a la más necesitada, a la más pequeña, pudiendo escoger a cualquier otra?» Es un misterio de Su amor, es un privilegio. Y cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor comprenderemos lo que Él ha hecho por nosotras. A menudo no entendemos Su amor y seguimos diciendo «Te amo, Te amo», pero debemos permitir que sea Él quien nos ame. Debemos permitirle disfrutar de nuestra presencia porque Él está tan enamorado de nosotras que desea nuestra entrega total, esa confianza amorosa, la alegría de pertenecerle. Nadie nos forzó. En la víspera de los votos perpetuos —este año, cuarenta y cuatro hermanas han profesado los votos perpetuos, ochenta y una novicias sus primeros votos— y en vísperas de la profesión, les decía a las hermanas: ((Si sentís que no sois capaces de amar a Cristo con un amor indiviso, si sentís que no podéis entregaros con una obediencia total, vinisteis felices y os ayudaré a que os marchéis felices, pero no toméis los votos, no engañéis a Jesús.» Ha sido maravilloso que cada una de nosotras se presentara ante el Santísimo Sacramento y examinara este punto: «¿De verdad quiero pertenecerle por completo a Él y utilizar los medios humanos que me asistan para llevar una vida religiosa de entrega?» A menos que nos entreguemos totalmente, no podremos experimentar esa unidad. Como marido y mujer; siempre explico el amor entre una hermana y Cristo como una vida de matrimonio. Lo leemos en la Biblia: el hombre y la mujer lo abandonan todo y se unen el uno al otro,83 y de esa unión nace siempre la familia, los hijos. El fruto de su amor, el fruto de esa unión es ése: ser uno. Lo mismo ocurre con nosotras. Cuando profesamos nuestros votos, cuando tomamos el voto de castidad, de obediencia, nos unimos a Cristo; Jesús y yo somos uno y el fruto de esta unión es la obra que nos ha confiado la Iglesia, por eso nuestras

vidas deben estar completamente entrelazadas con ella. No vamos por ahí abandonadas, pertenecemos a la Iglesia, a la que llamamos Madre Iglesia. Debemos ser conscientes de su tierno cuidado, sentir su presencia en nuestras vidas. No debemos sentirnos solas porque siempre tenemos a alguien, y ese Alguien es Jesús, [estamos] siempre en Su presencia. Permaneced en Mí [...] y yo permaneceré en vosotros.84 Como he leído, «las aguas no os ahogarán»; sean cuales sean las tentaciones, las dificultades, «las aguas no os ahogarán y el fuego no os quemará».S5 Podéis encontraros con situaciones terribles en el trabajo, [pero] no os quemarán. Sois preciosas para El. Somos preciosas para Él, y lo olvidamos. Pensamos que somos sólo un número en nuestra congregación, pero Él nos llamó por nuestro nombre. Le pertenecemos en cuerpo y alma, y tiene derecho a servirse de nosotras. El voto de castidad es el mayor regalo que Dios puede hacerle a un ser humano. Y acerca del voto de obediencia, no debemos preocuparnos; nunca me he visto obligada a obedecer tan ciegamente como durante estos últimos años, cuando tengo que irme, dejarlo todo v marcharme. Le dije al Santo Padre: «Me siento totalmente dividida. Quiero a mis hermanas y deseo estar con ellas, quiero a los pobres y deseo estar con los leprosos, quiero estar con los moribundos y he de venir así.» Se trata de un verdadero acto de obediencia ciega, y siento que eso es lo que realmente obtiene la gracia, esa entrega, esa obediencia al Santo Padre, esa obediencia a la Iglesia. Debemos rezar todas por ello, por sentir esa necesidad como religiosas y preguntarnos si pertenecemos a Dios real, total y libremente, de modo que Él pueda servirse de mí. Consagradas para pertenecer a Jesús ¿Y de dónde sacan las hermanas esa alegría de amar? La fidelidad a la vocación, la consagración que nos ha dado la Iglesia al aceptarnos, poner esa consagración en acción viva por nuestra vocación: eso no es servir a los pobres. Vuestra vocación no es cuidar a los enfermos en los hospitales ni enseñar [...]; nuestra vocación es pertenecer a Jesús con la convicción de que nada ni nadie nos separará del amor de Cristo, por eso necesitamos esa entrega total en la obediencia. [...] La Iglesia nos ha concedido la gracia de este don —pertenecer a Dios— nos ha aceptado, ha aceptado nuestra consagración, ha aceptado nuestras vidas. Eso es algo que sólo alcanzamos a comprender cuando nos damos cuenta de en qué consiste nuestra vocación, y el trabajo que nos ha sido confiado: la obra de nuestra obediencia, de nuestra entrega, es nuestro amor a Jesús en acción viva, por eso vosotras y yo debemos poder mirar Su rostro y entregarnos completamente a Él. La ordenación de mujeres Nosotras, las religiosas que hemos consagrado nuestras vidas por completo a Dios, recemos hoy por nuestra gente. Crezcamos cada día más y más en la humildad de María, para poder ser santas como Jesús y ayudar a nuestra gente a crecer en esa santidad. Mirad lo santa, lo llena de gracia, lo llena de Dios que estaba María, y sin embargo fue una humilde sierva. Con toda sencillez, dijo: «He aquí la esclava del Señor.»86 En una ocasión, unas personas vinieron a nuestra casa y me preguntaron qué pensaba acerca de que las mujeres pudieran ser sacerdotes. Yo

respondí que nadie pudo ser mejor sacerdote que Nuestra Señora y que, sin embargo, ella siempre fue la esclava del Señor. A la mañana siguiente, creo que estaba en todos los periódicos: «La Madre Teresa dice que las mujeres pueden ser mejores sacerdotes.» Gracias a Dios hubo quien lo entendió e intentó demostrar que yo no había querido decir eso, sino que había expresado la alegría de proclamar la humildad de María, la belleza y la pureza de María. Y es verdad, ella se lo dio todo a Jesús. Por eso vosotros, como sacerdotes, aferraos a ella, amadla, pues será una verdadera Madre para vosotros. Ella os ayudará, os guiará, os protegerá de las dificultades, de las muchas tentaciones que nos asaltan a todos en el mundo de hoy... Nosotras, las mujeres, tenemos un papel maravilloso en el mundo: ofrecer a Jesús a través de nuestra presencia, de nuestros actos, de nuestro amor; porque Dios ha concedido algo especial a nuestro corazón: [la capacidad de] amar y ser amadas. Hagamos pues que nuestra castidad sea casta, que nuestra pureza sea pura, que nuestra virginidad sea virgen, librémonos de todo cuanto nos separe de Dios porque eso es lo que debe ser la pobreza: libertad. Para entender a los pobres, debemos conocer la pobreza. Es necesario que comprendamos a los pobres; para entender sus sufrimientos, debemos conocer. Dos grandes regalos La noche antes de morir, Jesús nos hizo dos grandes regalos: el don de Sí mismo en la Eucaristía y el del sacerdocio para perpetuar Su presencia viva en la Eucaristía. Sin sacerdotes, no tenemos a Jesús. Sin sacerdotes, no tenemos absolución. Sin sacerdotes, no podemos recibirla Sagrada Comunión. [...] La vocación del sacerdote no es comparable a nada. Es como sustituir a Jesús en el altar, en el confesionario y en todos los demás sacramentos en los que el sacerdote usa su propio «Yo» como Jesús. Hasta qué punto debe el sacerdote ser uno con Jesús para servirle en Su lugar, pronunciar Sus palabras, en Su nombre, llevar a cabo Sus acciones, absolver los pecados y convertir el pan y el vino corrientes en el Pan Vivo de Su Cuerpo y en Su Sangre. Sólo en el silencio de su corazón puede escuchar la Palabra de Dios y, desde la plenitud, pronunciar esas palabras: «Yo te absuelvo» y «Esto es Mi Cuerpo». Cuán pura debe ser la boca de un sacerdote, cuán limpio debe ser su corazón para poder hablar, para pronunciar estas palabras: «Éste es Mi Cuerpo», y para convertir el pan en Jesús vivo. Cuán pura debe ser su mano, hasta qué punto debe ser la propia mano de Jesús si en ella, cuando el sacerdote la eleva, está Su Preciosísima Sangre. El pecador va a la confesión cubierto de pecado y se marcha como un pecador sin pecado. ¡Oh, cuán puro, cuán sagrado debe de ser un sacerdote para librarnos del pecado y pronunciar las palabras: «Yo te absuelvo»! Dar la paz He visto, una y otra vez, cómo nuestra gente hace las paces con Dios en nuestros hogares para los moribundos. [...] La última vez que estuve en Nueva York, donde tenemos una casa para enfermos de sida, recibimos una llamada telefónica de un joven: «Madre Teresa, creo que he contraído la enfermedad. Voy a ir al médico y, si me lo confirma, quiero ir con usted, quiero morir con usted.» Le dije: «Serás muy bienvenido.» Al día siguiente

volvió a llamar: «Sí, tengo el sida.» Le dije: «Ven cuanto antes, seré muy feliz de tenerte. Ven.» Y vino. Qué alegría se reflejaba en el rostro de aquel joven al saberse querido, al saber que podría hacer las paces con Dios, que habría algún sacerdote para perdonarle, para ayudarle a hacer las paces con Jesús. Al cabo de menos de dos semanas le preparamos para morir, y tuvo una muerte hermosa gracias a lo que el sacerdote pudo darle: esa alegría, esa paz que nadie puede dar. Tuvo una muerte santa porque su corazón estaba inmaculado. En estos hogares donde la gente se ve cara a cara con Dios asistimos a maravillosos acontecimientos. Dar a Jesús Jesús se hizo a Sí mismo Pan de Vida para que nosotros tuviéramos vida.S7 Lo hizo para que vosotros y yo podamos recibirle, vivir con Él, mantenerle en nuestro corazón. Por eso es muy importante que, durante el día, repitamos tamos a menudo: «Jesús que estás en mi corazón, creo en Tu tierno amor por mí, Te amo. Junto con todas las misas que se están celebrando en el mundo, Te ofrezco mi corazón.» El sacerdote es un maravilloso regalo de Dios, pero tiene una gran y maravillosa responsabilidad sobre sus espaldas, la de llevar, la de dar a Jesús. Cuando nos dejaron entrar en Rusia, un médico encargado de un gran hospital nos acogió y nos proporcionó tres habitaciones. Empezamos el trabajo en ese lugar limpiando los lavabos, ésa fue nuestra primera labor apostólica, y nos dedicamos a todas las pequeñas tareas humildes. Luego, por la noche, vino un sacerdote y trajo [a Jesús], y en nuestra pequeña capilla, donde hay un pequeño sagrario, celebramos la Santa Misa, nos dio a Jesús y todo cambió. Después de aquello, el hospital tenía un aspecto totalmente distinto. Celebrábamos semanalmente la Misa en nuestra pequeña capilla, así que al cabo de una semana vino el doctor y me preguntó: «Madre Teresa, ¿qué le está pasando a mi hospital?» «No lo sé, doctor, ¿qué está pasando?» Me respondió: «No tengo ni idea, pero algo ocurre. Los médicos y las enfermeras son mucho más amables, mucho más afectuosos con los pacientes. Los pacientes ya no gritan de dolor como antes. ¿Qué está pasando? ¿Qué están haciendo las hermanas?» Yo le miré y le contesté: «Doctor, ¿sabe qué está pasando? Jesús ha entrado en esta casa. Ahí, en esa pequeña capilla, Él vive, ama, está ahí; Él es la causa, Él es el artífice, Él es quien nos da esta alegría, esta paz, este amor.» El doctor sólo pudo menear la cabeza y dar las gracias. Fue maravilloso sentir la presencia de Jesús en el hospital al cabo de setenta años, y todos lo hicieron. Sabían que, gracias al sacerdote que nos dio a Jesús, había Alguien ahí. Y eso supuso un tremendo cambio en aquel lugar. El sacerdocio Rezaré por vosotros, por el propósito que aquí habéis hecho de crecer en la realidad viva de la santidad con María, por que seáis capaces de ser fieles a vuestra palabra. Dadle a Dios vuestra palabra de honor de que seréis sacerdotes según el corazón de Jesús. Y rezaré también por las personas que entrarán en contacto con vosotros, para que cuando os miren no vean sino a Jesús en vosotros. Y para que, hagáis lo que hagáis, tal vez no tanto lo que digáis, puesto que debéis transmitir la Palabra de Dios, pero sí con vuestra presencia, con la manera en que tocáis a la gente y dais los sacramentos [...]; esa ternura y ese amor durante la confesión, [en ocasiones]

durante horas y horas... Es muy difícil, pero así transcurrieron también las horas de agonía de Jesús, y ahora os toca a vosotros. Por eso sois otro Cristo. Pidámoselo hoy a Nuestra Señora de manera especial y prometámosle que amaremos a su Hijo, que consagraremos totalmente nuestra vida a servirle. Pedidle que Jesús se sirva de nosotros sin consultaros, sin preguntar, aunque no sepamos por qué [...]; puede hacerlo porque Le pertenecéis. Sois Suyos y sólo Suyos. Que la oración del cardenal Newman viva en vosotros y, a través de vosotros, en la gente a la que servís.

La pobreza es libertad Si queréis llegar a ser santos, convertíos en pobres. Jesús se hizo pobre para salvarnos, y si de verdad queremos ser como Él, debemos ser realmente pobres, espiritualmente pobres. Maletas y zapatos [A veces, cuando viajo, llevo mis pertenencias en] una caja de cartón y la gente se ofrece a regalarme una maleta. Yo les digo: «No me da vergüenza.» No es malo tener una maleta, pero he escogido no tenerla. En eso consiste todo. Debéis tener valor para escoger, incluso con vuestro superior. En otra ocasión alguien [quiso que me cambiara mis viejos zapatos] y me dijo: «Madre, le daré trescientos dólares, deme su zapatos.» «¿Trescientos dólares? Démelos [para los pobres], pero yo me quedaré con mis zapatos.» Las estilográficas Recuerdo a mi hermano antes de que muriera. Nunca me había regalado nada, y yo tampoco a él. Pero esta vez, no sé qué pasó, fue y trajo la estilográfica más preciosa del mundo, y sólo quería que la utilizara yo. Sin exagerar, en ese mismo momento vino una señora con dos plumas estilográficas y me las regaló sin condición alguna. No acepté la estilográfica de mi hermano porque me la daba para mi uso personal, pero sí las plumas de la señora, para los pobres. No puedo expresar la alegría que vi en el rostro de mi hermano. Se enorgulleció de mí, sabiendo que al cabo de un par de semanas moriría. Nuestra gente espera que seamos fieles a nuestros votos. Debemos ser libres. De lo contrario, no podemos mirar a la cara a los más pobres de los pobres. San Ignacio lo expresó de una forma muy hermosa: «Ama la pobreza como a una madre.» Imitación de Cristo No basta con el voto de pobreza; debemos esforzarnos por alcanzar el verdadero espíritu de la pobreza, que se manifiesta en el amor por practicar la virtud de la pobreza a imitación de Cristo, que la eligió como compañera de Su vida en la Tierra cuando vino a vivir entre nosotros. Cristo no tenía por qué elegirla, lo hizo para lograr nuestra redención, y así escogió ser pobre y amar a los pobres. Así nos enseñó lo importante que es para nosotros en la tarea de nuestra santificación. La pobreza de Jesús Cuando [Jesús] nació era tan pequeño, tan indefenso... Pudo haber nacido en un palacio, en una familia corriente, y lo hizo en un establo.88 No había

ventanas ni aire; estaba con los animales. Qué fuerte debió de ser la fe de María para aceptar que Jesús era el Hijo de Dios. Luego tuvo que llevar la buena nueva a los pobres.89 ¿Cuál es esa buena nueva? Que Dios nos ama y nosotros debemos amarnos los unos a los otros como Él nos ama. Por eso la pobreza tiene tanto que ver con la caridad. Antes, la gente era temerosa de Dios; si leemos algunos de los Salmos, vemos que Le tenía terror. Cuando Jesús vino, lleno de dulzura, cualquiera habría podido destruirle. Era tan pobre... La pobreza de Cristo A ojos de Dios, hasta el hombre más rico es objeto de pobreza. Ahora pasemos la página; he aquí las MC. Tal vez teníamos todo cuanto se puede comprar con dinero, pero lo dejamos atrás. Es nuestra elección pasar privaciones y todas las dificultades consecuencia de nuestra pobreza. ¿Por qué nos resistimos entonces a las gracias que provienen de ella? Si Cristo, el Santo Padre y la gente contemplaran nuestra pobreza, ¿qué verían? «¡Oh!, ¿no es el carpintero de Nazaret?»90 La pobreza debe ser una realidad viva. Debo desearla; cada vez que lo hago elijo con Cristo y, porque la deseo, la amo. El conocimiento conduce al amor. ¿Amamos la pobreza tal como nos ha sido dada? La pobreza voluntaria no consiste en pedir permiso para utilizar las cosas sino [en ser] realmente pobre de espíritu y escoger la pobreza de Cristo. Cristo, siendo rico, se vació de Sí mismo.91 Ahí es donde está la contradicción. Si quiero ser pobre como Cristo —que renunció, dio—, debo hacer lo mismo. Hoy en día la gente quiere ser pobre y vivir con los pobres, pero también quieren ser libres de disponer de las cosas que les ofrece el dinero. Eso es riqueza. Quieren tener ambas cosas, pero no es posible. Éste es otro tipo de contradicción. ¿En qué consiste la práctica de la virtud de la pobreza? Es la virtud que hace que queramos imitar la vida de pobreza que Cristo eligió para Sí mismo. Por eso somos llamadas a alegrarnos cuando nuestra vida religiosa nos da la oportunidad de practicar la auténtica pobreza. La virtud de la pobreza hará que nos esforcemos en cuidar de todo cuanto la congregación nos da para nuestro uso, sea personal o común. San Ignacio nos dice que debemos amar la pobreza como amamos a nuestra propia madre, con la misma ternura y afecto. El voto de pobreza Profesamos el voto de pobreza por amor a Dios, nadie nos obliga. Por amor a Dios renuncio a todas mis posesiones materiales. No puedo tener, dar o destruir nada sin permiso. Debo cuidar de las cosas que ponen en mis manos. No es mi sari, me ha sido entregado para usarlo por un tiempo. La superiora tiene derecho a quitármelo todo. No lo hace, pero tiene ese derecho. Renuncio a mi libertad de usar las cosas como quiera por puro amor a Dios. Debo pedir permiso. Es una locura que nos quejemos de no recibir cosas bonitas. A veces las hermanas se lamentan cuando la comida no es sabrosa o no se la sirven correctamente. Queremos ser pobres y, por lo tanto, comeremos este alimento, sea bulgur o cualquier otra cosa. Debemos sentirnos felices de ser

pobres. Naturalmente, no nos gusta. Desearíamos que no fuera así, pero es difícil, aunque de un modo sobrenaturalmente sí nos gusta. Debemos amar nuestra pobreza, sentirnos felices por ser pobres, por no tener cosas, por disponer de lo peor que hay en casa. Por amor a Dios, renunciamos a todo. Dios creó cosas hermosas, nosotras renunciamos a ellas. Algunas hermanas de otras congregaciones me han contado que utilizan cosas bonitas para darles a otros la oportunidad de ganar dinero. Pero a nosotras eso no nos vale. Para las hermanas de Loreto está bien poseer esas cosas, o para otros, tener hospitales muy bonitos. Pero en Nirmal Hriday las cosas no funcionan así. Nosotras debemos vivir de otro modo. De lo contrario, no seremos capaces de entender a nuestra gente. En los suburbios, ahora mismo, puedo decirles que vestimos las mismas ropas y comemos lo mismo que ellos. No tenemos ventiladores. Podríamos, pero no los queremos. Así podemos sentir lo que sienten los pobres. ¿Por qué es nuestra pobreza tan estricta? No podemos servir a los pobres si no les amamos. Les amo y quiero darles mi amor. Nos privamos por amor a Dios. Yo lo elijo, nadie me obliga. Cada vez que digo: «Yo lo elijo», lo hago por amor a Dios. Crezco en este amor desde el aspirantado, pasando por el postulantado, el noviciado y la profesión temporal, hasta los votos perpetuos, [y hasta] que muera. La pobreza también significa pedir permiso, conservar bien las cosas, remendar la ropa. La Madre92 y nosotras tenemos todas el privilegio de vivir al máximo la vida de pobreza. Quiero llevar la vida que llevaban en Nazaret, para amar la pobreza por amor a Jesús. Aferraos a la pobreza, es la mejor manera de mostrarle amor a Dios. Los jesuitas, en Roma, dijeron durante el Capítulo: «Debemos llevar la congregación hasta los más pobres de los pobres.» La pobreza es un privilegio. Nuestras hermanas en Venezuela fueron muy felices al poder renunciar a sus bellas posesiones. Debemos amar la pobreza. La valentía de no tener Puedo tener, pero elijo no tener, y esa decisión requiere de mucha valentía, porque a todos nos gusta tener. Cuanto más enamoradas estamos de Jesús, más amaremos la pobreza, y cuanto más amemos la pobreza, en mayor medida conoceremos esa libertad, la libertad del corazón y de todas las cosas. En nuestra congregación, la pobreza exige en un grado aún mayor: la entrega total de una misma a los más pobres de los pobres, los rechazados, aquellos a los que nadie ama y de los que nadie se preocupa; la libertad de todo aquello material que podría apartarnos de la alegría de amar a Jesús. [...] Cuanto más libre seas, más te parecerás a Cristo y, cuanto más te parezcas a Él, más afectuosa serás. La pobreza es un regalo de Dios. Si observáis la vida de Nuestra Señora lo veréis. También en la de Jesús, que siendo el Hijo de Dios, nació en la pobreza. Podría haber tenido un palacio, pero escogió nacer en un lugar pobre. La pobreza tiene un gran atractivo para el Cielo, así que pidámosle a Nuestra Señora que nos ayude a verlo. Practicar la pobreza de Cristo Practicamos la virtud de la pobreza cuando remendamos nuestras ropas a tiempo y tan bien como podemos. Ir por ahí con un hábito y un sari raídos no es, ciertamente, un signo de la virtud de la pobreza puesto que, debéis

recordarlo bien, no profesamos la pobreza de los mendigos sino la pobreza de Cristo. Recordemos también que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo y que, por ello, debemos respetarlo siempre con ropa remendada cuidadosamente. Jamás se nos ocurriría utilizar una tela rota o sucia como velo del sagrario, que cubre la puerta de la morada que Cristo escogió para Sí en la Tierra cuando ascendió a los Cielos. De la misma manera, tampoco debemos cubrir el templo del Espíritu Santo —que es nuestro cuerpo— con ropas raídas, sucias o desastradas. La ropa remendada no es ninguna vergüenza. Dicen que, cuando murió san Francisco de Asís, su hábito —el que llevaba a diario— tenía cuarenta remiendos. Ya no quedaba tela original. Tentadas por lo pequeño El dinero es un peligro; puede causar mucho mal y ser causa de grandes sufrimientos. Es un arma peligrosa en manos del diablo, que hace que mis sentimientos por la pobreza se vayan. Liberémonos. Sed muy estrictas con vosotras mismas. El demonio nunca se acercará y te dirá que hagas algo que tienes prohibido. [...] Dadles ese ejemplo a vuestras hermanas: no se trata de ser estrictas como esclavas [...], sino porque le he dado mi palabra a Dios. [...] Ninguna de nosotras está tan a salvo que pueda permitirse jugar con fuego. El demonio nunca intentará tentarte con algo grande, sino con lo pequeño. Si le dieran el premio Nobel, sería por su paciencia. Vigilia constante Existe otro tipo de pobreza, que llaman pobreza espiritual; consiste en aceptar estar donde estáis, en hacer lo que os han mandado, a veces con gente que es muy agradable y a veces con gente que no lo es. Puede que no pertenezcan a vuestra misma cultura, que no piensen igual que vosotras, y por ello creo que ser todo amor con esa gente constituye una gran práctica de la pobreza. En mi opinión, debemos practicarla más y más en nuestras congregaciones, en todas ellas [...]: esa libertad completa que nos hace decir siempre: «¿Puedo?» Estamos empezando a olvidarnos de esa pequeña palabra,93 pero es la que marca la diferencia en nuestra pobreza: no poseemos nada y, al no poseer nada, lo poseemos todo porque poseemos a Cristo. Todas nosotras, vosotras, nuestra congregación, necesitamos estar en vigilia constante para que las riquezas del mundo no nos asfixien. Ésa es la sensación que tengo en Estados Unidos. Quiero decir que en la India nos resulta más fácil practicar la pobreza, mucho más fácil. Pero vosotros, vosotros que lo tenéis todo... Siento que es muy difícil, debe de ser muy dificil. Para nosotras no lo es, porque no tenemos esas cosas, pero vosotros, rodeados de tantas cosas, debéis tener el valor de decir: «Están ahí, pero yo no las uso.» Pobreza y elección Alguien me preguntó: «¿Cuándo se acabará la pobreza en la India?» Y yo le contesté: «Cuando vosotros y yo empecemos a compartir con ellos.» Es una alegría poder compartir con vosotros lo que tengo y no quedármelo para mí; debo dárselo a mi hermano, a mi hermana, que no tiene, y ese acto de compartir nos proporciona paz,

alegría, amor. El mismo aborto representa una gran pobreza, pues la gente tiene miedo de un niño, tiene miedo de verse obligada a alimentar a un niño más, y por eso éste debe morir. Es sólo miedo. En Occidente existe otro tipo de pobreza. En la India y en Africa la gente tiene que enfrentarse a la pobreza material, pero en Occidente y otros países de América sufren la pobreza del corazón, la pobreza del espíritu; están demasiado atrapados, rodeados de cosas que les hacen morir de esa otra hambre [espiritual]. [En Occidente] hay mucha más ansia de poder, de cosas: siempre quiero algo más, y más, y más. Para eso hay que renunciar a algo, así que se deshacen del niño. No perdáis vuestra libertad Un señor, un hombre rico, vino a Shishu Bhavan y dijo que estaba dispuesto a darles a las hermanas lo que le pidieran. Quería regalar un generador, uno de esos aparatos que cuestan millones. Le dije que no. Hoy es un generador y mañana una lavadora. Debéis tener la valentía de rechazar lo que no es para nosotras. En la Casa adre nos quedamos a menudo sin luz y a las hermanas les hace duro estudiar. Salen a la terraza y se apañan como pueden. Ese hombre rico nos ofreció un generador a disponer de luz aunque se interrumpiera el suministro eléctrico. Yo le dije: «Gracias, no lo necesitamos.» o me malinterpretéis, hermanas; no hay nada de malo n tener un generador, pero debo elegir no tenerlo. [...] Le pedí que se lo diera a las Hermanitas de los Pobres, porque tienen una casa muy grande y los ancianos pueden caerse en la oscuridad. Así que se lo regaló a ellas. Al cabo de dos semanas ese hombre vino y me dijo: Madre, debido a su rechazo, mi vida ha cambiado por completo. Antes pensaba constantemente en cómo acumular más y más dinero, pero ahora lo que quiero es darlo.» Y nos regaló unas lámparas de queroseno. Hermanas, debemos estar convencidas de vivir con los medios más humildes. [...] Cuando las hermanas se rodean de cosas materiales, pierden la alegría y la sencillez de la pobreza. Están atadas a todas esas cosas y ya no pueden moverse. Debo tenerlo todo; más, más cosas, más. [...] Perderéis la libertad de la pobreza. Buscad el afecto de todo el mundo, también eso es riqueza. Debéis ser libres y estar convencidas de que pertenecéis a Jesús. Es tan hermoso ser libres [...]; de lo contrario, me siento asfixiada. Un amor indiviso. Para mí, la castidad no sólo significa no casarse, sino profesar un amor indiviso. Un corazón puro Si sois toda de Jesús, Él hará grandes cosas. ¿Cómo? Si vuestro corazón es puro, Dios vendrá y habitará en él, pues siente una gran atracción por los corazones puros. El otro día leí que Dios se vio «forzado» a tomar una decisión, pues Jesús estaba «ansioso» por bajar a María, tan hermosamente pura era. Así que pedidle a María que os enseñe a ser puras para que Jesús pueda venir a vuestro corazón y haceros santas.

El mundo de hoy En el mundo actual, la castidad es la virtud más atacada. Es bueno tomar precauciones. La Madre ha dicho a muchas parejas jóvenes que el mejor regalo que pueden hacerse el uno al otro el día de la boda es un corazón puro, un cuerpo puro y virgen. Engañar al demonio Hemos sido creadas con la capacidad de amar como mujeres. Le entregamos ese poder a Jesús, para estar realmente enamoradas de Él. Los pensamientos impuros y los malos deseos se deben afrontar con un «no lo quiero». Manteneos firmes en vuestra voluntad. Yo he aprendido a engañar al diablo con un truco muy fácil: «Lo siento mucho, pero ahora estoy muy ocupada.» Las mujeres consagradas y el amor Para llegar a ser verdaderas mujeres consagradas, debemos enamorarnos más y más de Jesús. Amarle con toda la fuerza de nuestro cuerpo y nuestra alma. Que no se diga que una mujer ama a su marido mejor de lo que nosotras amamos a Jesús. Es nuestro derecho y nuestro privilegio, pues en tanto que mujeres hemos sido creadas para amar y ser amadas. Cuanto más profundamente cautiva del amor está un alma, más identificada se siente con toda la humanidad, pues el amor le permite penetrar en todos los sufrimientos dondequiera que haya almas para salvar. Como misioneras y mujeres consagradas, debemos poner el amor en el primer lugar de nuestras vidas. Nuestros votos, nuestro apostolado, nuestra vida en comunidad son el fruto de nuestra unión amorosa con Jesús. El voto El voto de castidad no es una mera lista de «noes», es amor. [...] Es dar y tomar: me doy a mí misma a Dios y Le recibo. Dios se hace mío y yo me hago suya. Por eso me dedico completamente a Él con mi voto de castidad. La fidelidad En Roma, una mujer me contó su historia. El mismo día que salió casada de la iglesia se enamoró de otro hombre, y guardó ese amor durante veinticinco años. «Pero le había dado mi palabra [a mi marido] y, por fidelidad a Dios y al hombre con quien me había comprometido, tuve que decirle "no" [al otro hombre]. Cada día ha sido una auténtica crucifixión. Cada vez que viene a Roma: "No", aunque no amo al hombre con el que estoy casada.» La mujer dijo: «Morir, sí; pecar, no». ¡Veinticinco [años], con sus trescientos sesenta y cinco [días] y sus sesenta minutos [por hora]! Estamos hablando de una cristiana, que ama a su marido con amor indiviso. Yo le he entregado mis votos a Dios y sólo la muerte podrá separarme de ellos. Eso es castidad. Negación de la vida matrimonial Con el voto de castidad me privo del estado matrimonial, de tener un hogar y fundar una familia, por amor a Dios.9a Nosotros, los católicos, lo entendemos fácilmente, pero los que no lo son no logran comprender cómo puede una

mujer vivir sin casarse. Para ellos es de lo más antinatural; y, a pesar de ello, lo admiran. No comprenden por qué renunciamos a ese derecho. Con el voto de castidad no sólo renuncio al matrimonio, sino que también consagro a Dios el libre uso de mis actos internos y externos, de mis afectos. En conciencia, ya no puedo amar a ninguna criatura con el amor de una mujer por un hombre. Ya no tengo derecho a entregarle ese afecto a ninguna otra criatura aparte de a Dios. [...] Una amistad es perjudicial cuando le quitamos algo a Dios y se lo damos a las criaturas. Mientras no le quite nada a Dios, está bien. En el momento en que rompo una regla por esa amistad, se lo estoy quitando a Dios; y por eso es perjudicial. ¿Qué pasa entonces? ¿Tenemos que ser como piedras, seres humanos sin corazón? ¿Limitarnos a decir: «Me da igual, para mí todos los seres humanos son iguales»? No, en absoluto. Debemos seguir siendo como somos, pero guardarlo todo para Dios, a quien le hemos consagrado todos nuestros actos externos e internos. Ahí cobran sentido todas las normas acerca de tocar, besar, mirar y el resto de cosas. No digáis: «Jamás en mi vida volveré a amar a una hermana.» Nuestro Señor, cuando estaba muriendo, pensó en Su madre,95 y ésa es la prueba de que fue humano hasta el final. Por lo tanto, si vuestra naturaleza es afectuosa, conservadla y utilizadla para Dios; si tenéis un carácter alegre, conservadlo y utilizadlo para Dios. Escuchadme bien: mientras conozcáis vuestras debilidades, estaréis a salvo. La gente que se siente inclinada a amistades concretas nunca quiere admitirlo. Por la paz de tu mente, aprende a medir tus afectos. ¿Rompo una regla por esa hermana, por ese niño? ¿No? Perfecto. Debéis ser sinceras; entonces no os importará lo que digan de vosotras. Pero si vuestra conciencia os dice «sí», entonces coged un cuchillo y cortad,96 porque os está poniendo en peligro y nunca llegaréis a ser hermanas enamoradas de Dios, que aman a todo el mundo porque le aman a Él en cada alma. No temáis querer a vuestras hermanas con un amor profundo y sincero. A menudo la Madre se pregunta a quién ama más, si a Jesús o a las hermanas. Y es una pregunta tonta, porque es a Jesús a quien la Madre ama en y a través de las hermanas. La libertad de amar a todos Hay gente en el mundo que cree que el voto de castidad nos vuelve inhumanas, como piedras sin sentimientos. Todas y cada una de nosotras podríamos decirles que eso no es verdad. Es el voto de castidad lo que nos proporciona la libertad de amar a todos, en lugar de convertirnos en la madre de tres o cuatro hijos. Una mujer casada sólo puede amar a un hombre, nosotras podemos amar al mundo entero en Dios. El voto de castidad no nos empequeñece, nos hace vivir al completo, siempre y cuando lo mantengamos correctamente y no nos atengamos sólo a lo que no nos permite hacer. El voto de castidad no es una mera lista de prohibiciones; es amor. Por eso podemos mirar a todo el mundo y decir: «Os amo a todos.» En nuestras constituciones, leemos que debemos amarnos las unas a las otras con intenso amor. Somos capaces de hacerlo porque amamos a Dios. Se trata de dar y tomar: yo me doy a Dios y Le recibo. Dios se hace mío y yo me hago Suya. Por eso me dedico por completo a Él con el voto de castidad. Y cuando

nos rebajamos y tenemos pensamientos sucios, estamos tirando las piedras preciosas y quedándonos con el barro. En nuestra vida espiritual tenemos al inconmensurable Dios Todopoderoso, y sin embargo nos rebajamos a una criatura. Es inconcebible como Le abandonamos para llenarnos con una criatura, independientemente de lo buena que ésta sea. Es como un pequeño niño que rechaza los caramelos para comerse la pintura de la pared, o el mismo barro. Debemos mirarnos directamente a nosotras mismas, porque el deseo de rebajarnos al «barro» está en todas nosotras, pero algunas se lo comen y otras lo rechazan. Pequeño pero peligroso ¿Puede una religiosa romper su hogar con Cristo? Sí. ¿Cómo? Mediante infidelidades muy pequeñas. Igual que se vacía una lata de aceite por una fisura. Recordad que de entrada nunca seremos tentados con grandes cosas, sino con pequeñas infracciones. Hace dos años hubo un incendio enorme, y empezó con una cerilla. La ínfima cantidad de materia inflamable de la punta provocó un daño inmenso. Esa pequeña cerilla es como la pequeña tentación de romper algún punto de nuestra regla. Puede parecer insignificante y sin embargo, como la cerilla, provocar un daño inmenso en nuestra alma. Romper el silencio, dar sin permiso, ir a clase sin prepararla: todas esas infracciones son muy peligrosas. A menos que amemos realmente a Dios y estemos verdadera y completamente dedicadas a Él, esa pequeña infracción acabará alejándonos de la intimidad con Dios. «No soy lo que mis sentimientos hacen de mí» No penséis que basta con que nos entreguemos una sola vez a Dios. Si no practicamos a diario el dominio de nosotras mismas, la abnegación, acabaremos siendo un atajo de nervios. Jesús creció en edad y sabiduría ante Dios y ante el hombre. Nosotras debemos hacer lo mismo. Nuestras superioras están ahí para ayudarnos a cortar y erradicar cuanto es perjudicial para nuestra vida espiritual. No tiene sentido que nos enfademos cuando os corrigen, ni que ingresemos en una congregación religiosa si no queremos ser santas. Debemos ejercer un férreo control de nuestros estados de ánimo y frenarlos desde un principio. Cuando notemos que nos estamos poniendo de mal humor, histéricas, velad, velad y velad. Las mujeres son proclives a ello, vivimos según nuestros sentimientos, pero como religiosas no podemos hacerlo. Porque hoy esté muy ferviente, no penséis que soy fervorosa. No soy lo que mis sentimientos hacen de mí, soy quien soy ante Dios. Os lo ruego, hermanas, velad desde un buen principio. Sed duras con vosotras mismas ahora, pues más tarde os será mucho más difícil. Una cosa es que me sienta inclinada a ser arrastrada, pero no debo dejarme llevar por esa inclinación. «Señor, no permitas que mis sentimientos estropeen el hermoso trabajo de artesanía que habéis empezado en mi alma.» Todo ese mal humor no es más que una forma de egoísmo. La verdad no es sino humildad, y cuando somos humildes, somos santas. Ayudaos a vosotros mismas a encontrar el equilibrio. Convenceos de que amáis a Dios y que estáis aquí por eso.

La boda En la primera Jornada Mundial de la Juventud, mientras todos esos jóvenes anglófonos reunidos en la iglesia de Santa Sabina esperaban que la Madre Teresa les hablara, de repente se abrieron las puertas y entró una comitiva nupcial entera. Los programadores de las actividades de la basílica se habían equivocado y habían puesto una boda a la misma hora que la alocución de la Madre Teresa. Cuando finalmente comprendimos lo que había pasado, la Madre Teresa dijo: «Da igual, sigamos adelante con la boda.» Y los jóvenes se reacomodaron y dejaron una zona para la boda. La Madre Teresa se retiró a rezar en una alcoba adyacente, un altar lateral, mientras tenía lugar la ceremonia. Fue algo increíble, que puso de manifiesto su humanidad. Saludó al novio y a la novia, fue muy amable, les bendijo, y todo el mundo estuvo muy contento. La boda fue oficiada en poco rato y luego ella se dirigió a todos los jóvenes y pronunció un discurso que suscitó los aplausos de los presentes en alabanza de la Madre y de sus palabras. La desnudez no es sólo de ropa, la desnudez es la falta de dignidad humana, la falta de esa hermosa virtud, la pureza, en la que tan poco reparamos hoy en día. Lo veis en las calles, en esas grandes ciudades donde se aman, se besan y se abrazan en la calle. Veis nuestros hogares llenos de madres solteras. ¿Por qué? ¿Cómo es posible? [...] Vosotros, que sois jóvenes, y yo, hagamos hoy el firme propósito ante el altar de Dios, ante Nuestra Señora, de mantener nuestra pureza pura, nuestra castidad casta, nuestra virginidad virgen. Es el mayor regalo que os podéis hacer el uno al otro el día de vuestra boda, o el día que abracéis el sacerdocio o la vida religiosa: un corazón virgen, un cuerpo virgen. Qué maravilloso contemplar esa grandeza, esa similitud con María, a la que tanto necesitamos. [...] Roguémosle que nos conceda la gran gracia de la pureza y, durante los días que paséis aquí con el Santo Padre, en el corazón de la Iglesia, pedid y resolved que vuestra pureza será pura, vuestra castidad, casta, vuestra virginidad, virgen. Yo rezaré para que obtengáis esa gracia, porque es la gracia que os ayudará, que os hará santos. La santidad no es un lujo para unos pocos, es un sencillo deber para vosotros y para mí. Y si Dios os llama, si os llama por vuestro nombre, si os ha elegido para que seáis Suyos, si te ha elegido para desposarse contigo en la ternura y en el amor, no temáis. Decid «sí» y seguidle como hicieron los apóstoles. ¿Y quién os guiará, os protegerá, os ayudará y os amará? La Madre María, la Madre de Jesús. Así que pídamosle de nuevo. Rezaré especialmente por vosotros, para que crezcáis en la pureza de María y para que, juntos, vosotros y yo, glorifiquemos a Dios con la ternura y el amor que Le ofrecemos. La pureza Amar a una chica es hermoso, y que una chica ame a un chico también lo es, pero el mayor regalo, el regalo más hermoso que podéis haceros el uno al otro el día de vuestra boda es un corazón y un cuerpo virgen, un corazón y un cuerpo puros. Eso es lo que os concederá Nuestra Señora si le rezáis cada día tres Avemarías. Protegerá vuestra pureza, y vuestra pureza permanecerá pura, vuestra castidad permanecerá casta, y vuestra virginidad

permanecerá virgen, porque ella obtendrá esas gracias de su Hijo para vosotros. Somos libres Entregada a la causa del reino de los cielos, [la castidad consagrada] libera el corazón como ninguna otra cosa y hace que en él arda un gran amor por Dios y por la humanidad.

La obediencia No estaréis preparadas para decir «sí» a las grandes cosas si no aprendéis a decir «sí» en las mil y una ocasiones de obedecer que se os presentan a lo largo del día. La obediencia de Jesús Esa entrega total a Jesús es lo que hace de mí una religiosa. Volvamos de nuevo a Nuestro Señor y Nuestra Señora: «Mi Padre me ha enviado;97 mi Padre es más grande que yo.»98 Jesús no tenía por qué hacer lo que hizo. Él es igual a Dios: Dios de Dios, Luz de la Luz, y no obstante se sometió: obedeció, nació, bajó a Nazaret. Aceptó ir aquí y allí. Cuando el sumo sacerdote le preguntó: .Si tú eres el Cristo, ¡dínoslo!»,99 Jesús obedeció y respondió. Sabía que le iban a crucificar, pero se entregó totalmente. ¿Hemos venido aquí para hacer lo mismo? Hemos venido aquí para entregarnos por completo, pero en lugar de eso vamos por ahí diciendo que si esa superiora nos habló con amabilidad o dureza, que si es blanca o negra. No obstante, Jesús obedeció a todos, fueran María, José o Pilatos. En el Evangelio encontramos muchas muestras de la obediencia de Cristo. Si fuéramos en espíritu a Nazaret, oiríamos la respuesta de Nuestra Señora al ángel: «Hágase en mí según tu palabra.»100 Leemos de Jesús: «Bajó y vivió sujeto a ellos» ,101 a un carpintero, José, y a María, que según los estándares humanos era una sencilla muchacha de aldea. Luego le oímos decir a Jesús: «He venido para hacer la voluntad de mi Padre, de Quien me ha enviado.» 102 Y, en Su Pasión, obedece ciegamente a Sus ejecutores. Es en estos ejemplos que Cristo nos proporciona en el Evangelio en los que debemos basar nuestra obediencia. ¡Cómo obedecía Jesús! Hace algún tiempo estaba meditando y me impresionó mucho que Jesús viviera durante treinta años en esa casita de Nazaret, lavando, límpialo y cocinando con Su madre, simplemente [haciendo] cosas ordinarias, tan ordinarias que la gente comentaba: «¿Cómo es posible que Él haga esas cosas?»103 Estaban sencillamente sorprendidos. Treinta años en aquella humilde casa en Nazaret, una verdadera casa de pobres, como la de algunas de nuestras familias, sencilla. No fueron ni tres años ni quince, no, en la misma casa, con el mismo trabajo, en el mismo lugar, con Su padre y Su madre. Me impresionó vivamente. Él, el Creador del mundo, [el] Dios vivo, vivió una vida de total obediencia. Hermanas, quiero que comprendáis lo que os estoy diciendo. Amad la obediencia. No digáis: «Debo obedecer» sino «amo obedecer». Esa pequeña campana, «amo oírla», esa pequeña labor, «amo hacerla». Siempre «amo», no «debo». Siempre me lo digo a mí misma: «Amo.»

El primer pecado La obediencia debe ser algo espiritual, puesto que también la encontramos en el Cielo. La desobediencia fue el primer pecado; justo ahí, delante de Dios, Lucifer —el ángel más hermoso— se negó a someterse, se negó a obedecer, no respecto a la castidad o alguna otra cosa, no, lo que dijo fue: «No serviré.»104 Cuando le echaron del Cie10105 quiso encontrar compañeros y acudió a Adán y Eva. Dios les había dicho: «Podéis comer de todos los árboles, de éste, de aquél y de otros miles; tenéis un jardín lleno de bellos árboles.» 106 Y luego Dios dio un detalle muy pequeño: «No comáis de este árbol.» 107 Dicen que era un manzano. Debía de haber otros muchos manzanos, pero ése no podían tocarlo. Lo que ocurrió fue una continuación de aquel primer pecado: se negaron a obedecer y comieron aquel fruto.1°8 Cuando desobedecemos, es la continuación de ese mismo primer pecado. Ese primer pecado nos convirtió a todos en pecadores porque, a partir de ese momento, la inclinación [a pecar] está ahí. Debo afrontarla en mí misma. En tanto que religiosas, intentamos expiar, reparar ese pecado, y por ello profesamos el voto de obediencia. La obediencia en la vida diaria Hoy en día hay muchos hogares rotos porque no existe esa obediencia, esa entrega mutua, entre marido y mujer, entre padres e hijos. Hay tantos problemas con los jóvenes que quieren ser libres para hacer lo que les plazca. Hay tantos problemas en nuestras comunidades porque las hermanas quieren hacer lo que quieran, vivir como quieran. Hoy en día, son muchas las religiosas que hablan de la necesidad de diálogo, de «libertad personal», como si estas cosas estuvieran ausentes en una vida de obediencia. También hablan de la gran necesidad de la vida comunitaria, pero no podéis tener vida comunitaria sin una superiora, y la presencia de una superiora implica automáticamente obediencia. En la vida comunitaria, necesitamos a alguien que ocupe el lugar de Dios, y la superiora es un medio a través del cual Él expresa Su voluntad. Entonces no es «ella» sino «Él». La superiora es como un lápiz en manos de Dios. Si recibierais una carta de la Madre, no pretenderíais saber qué lápiz he utilizado, si lo he escrito con tinta o de qué calidad es el papel. No, os interesaría saber qué dice el mensaje de la Madre, qué os dice la Madre. Al leer esa carta lo que queréis es entrar en mi mente, saber qué os quiere decir la Madre. Con la obediencia pasa lo mismo: queremos saber qué desea Dios y, obedeciendo las órdenes de la superiora respecto a todas las cosas, excepto el pecado, lo umplimos a la perfección. No debemos considerar los otos como algo cruel. En la actualidad, hay una tendenia a asumir que, cuando se pierde la libertad de hacer lo ue una quiere y como quiere, ya no tiene sentido seguir iendo religiosa. En realidad, las religiosas que hablan sí son las que han perdido la verdadera libertad de vivir como auténticas religiosas, y estarían mejor fuera. Si supieras que vas a morir» Un santo —Juan Berchmans o Luis [Gonzaga]— estaba jugando a fútbol cuando uno de sus compañeros le dijo: «Hermano, si supieras que ibas a morir en breve, ¿qué harías?» Y san Luis contestó: «Seguiría jugando porque, en este momento, ésa es la voluntad de Dios para mí.» ¿Tenemos la misma convicción, la de que todo lo que hacemos por obediencia está bendecido por ser la voluntad de Dios para nosotras?

Un corazón libre No podemos obedecer cuando nuestro corazón es impuro por los celos, la crítica, las quejas o la pereza. Si estas cosas están ahí, no somos puras. Ser puro de corazón significa tener un corazón libre. Sólo debemos decir «sí», no hay que romperse la cabeza. No obstante, para tener un corazón puro hay que rezar; ambas cosas van unidas. Y así nos convertiremos en santas. No la obediencia del esclavo, sino la del amor Hoy en día la juventud no es capaz de obedecer, y he estado pensando al respecto. En la actualidad, hasta las decisiones en el seno de las comunidades se toman en «grupo». Las familias son incapaces de controlar hasta un niño de siete años, y cuando me lo contaron, pregunté: «¿Cómo es posible que no les podáis coger de la mano y controlarles?» Han escrito un libro y han pedido a todas las madres que lo lean. Dice que, a partir del año, hay que dejar que el niño haga lo que quiera, así que se le permite decir: «Oh, no, hoy no voy, iré cuando quiera.» Ése es el espíritu, y conocemos el motivo de tan terrible trastorno: la riqueza. En el Evangelio el hombre no fue capaz de renunciar a ellas, y nosotros tampoco.109 La persona que está totalmente entregada a Dios conoce la obediencia. No me refiero a la obediencia del esclavo, sino a la del amor. Mis padres... Yo les amo y ellos me aman a mí, por tanto les obedezco. También debe existir temor: temor de ofender a Dios, a nuestros padres, a nuestros superiores. Qué vida tan vacía la nuestra, la de las religiosas, si no hemos comprendido lo siguiente: Le pertenezco a Él y Él puede hacer conmigo lo que quiera. Amor por amor Para que nuestra obediencia sea alegre y diligente, debemos estar convencidas de que es a Jesús a quien obedecemos. ¿Y c5mo alcanzamos esa certeza? Practicando la heroica virtud de la obediencia; amor por amor. Si queréis saber si amáis a Dios, haceos la siguiente pregunta: «¿Obedezco?» Si obedezco, todo está bien. ¿Por qué? Porque todo depende de mi voluntad. Depende de mí convertirme en santa o en pecadora. Ya veis lo importante que es la obediencia. Nuestra santidad depende, después de la gracia de Dios, de nuestra voluntad. No perdáis tiempo esperando la ocasión de hacer grandes cosas para Dios mientras descuidáis las pequeñas reglas de la vida religiosa. No adquiriréis la disposición a decir «sí» a las grandes cosas si no ensayáis con el «sí» en las mil y una ocasiones de obediencia que se os presentan a lo largo del día. Tomad como ejemplo algo que le ocurrió a una Hermana de la Caridad. La mandaron a estudiar y a sacarse el bachillerato teológico y, dos horas antes de que se publicaran los resultados de su examen, la hermana murió. Mientras [la joven hermana] agonizaba, preguntó: «¿Por qué me llamó Jesús para tan poco tiempo?» Y Madre le contestó: «Jesús te quiere a ti, no a tus obras.» Después de eso se quedó plenamente feliz. Debemos realizar nuestro trabajo según la obediencia. De ahí que sea tan importante, pues debemos basarlo todo en ella. Conocimiento de Dios, amor a Dios, servicio a Dios: ésa es la finalidad de nuestra vida, y la obediencia nos da la clave de todo. [...] Si vivo

constantemente en compañía de Jesús, haré lo mismo que hizo Él. Dios no se siente nunca tan complacido como cuando obedecemos. Amemos a Dios, no por lo que Él nos da sino por lo que se digna tomar de nosotros; nuestros pequeños actos de obediencia nos dan la ocasión de probar nuestro amor por Él. Es más fácil conquistar un país que conquistarnos a nosotros mismos Obedecemos sencillamente porque es a Jesús a quien obedecemos. Es tan sencillo que a veces resulta difícil entender las complicaciones. Tenemos que usar los ojos de la fe para verle a Él, que nos ha llamado, y obedecerle con prontitud, ahora, no mañana. Ese «mañana» nos lleva fácilmente a la tibieza. Ciegamente: la obediencia ciega elimina los «por qué» de la mente. Si empezáis a usar esas dos palabras «¿por qué?», no llegaréis a ninguna parte. Vuestras vidas estarán vacías. Obedecéis con las manos, pero desobedecéis con el corazón. Eso es falsa obediencia, dice san Ignacio. No es fácil y no podemos evitar que esos «por qué» aparezcan en nuestra mente, pero sí podemos impedir que nos conquisten. En cuanto reparéis en ellos, mantened vuestra voluntad a distancia. Desperdiciamos un tiempo precioso ocupándonos de nosotras mismas. Las superioras no están obligadas a darnos las razones, pero nosotras estamos obligadas a obedecer. Alegremente: las hermanas que obedecen con alegría son como pilares sólidos en la congregación. No sabéis lo duro que es a veces para las superioras realizar n pequeño cambio. Vuestra seguridad en la congregación proviene en primer lugar de vuestro voto de obediencia. Si obedecéis, no os equivocaréis jamás. De la mañana a la noche puedo estar segura de que mis acciones son las correctas, porque las realizo por obediencia. Esta sensación de seguridad nos hace felices. Dadle la vuelta: si no obedecéis seréis infelices, estaréis inquietas. Debéis experimentar esa obediencia para poder sentiros realmente a gusto. Es mucho más fácil conquistar un país que conquistarnos a nosotros mismos. Cada acto de desobediencia debilita mi vida espiritual. Es como una herida por la que vamos desangrándonos gota a gota. Nada provoca una catástrofe en nuestra vida espiritual con tanta rapidez como la desobediencia. Debemos estar a gusto con Dios, y Dios debe estar completamente a gusto con nosotras. Más cerca de Dios ¿Qué significa la obediencia perfecta? Es una fuente inagotable de paz. Cuando las hermanas vienen a decirle a la Madre que son infelices, que están insatisfechas, lo primero que les pregunto es: «¿Obedeces?» Una respuesta sincera le da la clave de su inquietud a la Madre. Con Dios no hay medias tintas; no sirvamos a Dios según nuestro humor. El precio de nuestro amor es la alegría interior, debemos ser capaces de sonreír las veinticuatro horas del día. La alegría interior nace sólo de la obediencia perfecta. Si no eres feliz en la congregación, no culpes a la congregación, cúlpate a ti misma. La unión cercana con Dios es el resultado natural de la obediencia, de la perfecta obediencia. Desde un punto de vista humano, nos acercamos a nuestras superioras cuando las obedecemos y, desde un punto de vista sobrenatural, nos acercamos a Dios al hacerlo.

Los ojos de la fe San Bernardo dice que, si contemplamos a nuestro superior con nuestros ojos físicos, veremos sólo su cuerpo con todos sus defectos, pero si lo miramos con los ojos de la fe entonces encontramos a Jesús en toda su belleza v santidad; y en todas las órdenes y correcciones veremos la mano de Dios conformándonos a su amorosa manera. Volvamos a los ángeles, a Adán y Eva: la dificultad fue siempre la obediencia. Es ella la que controlará nuestro apostolado110 de caridad. Hagámonos este firme propósito: «Obedeceré sin quejarme ni criticar.» Los actos de desobediencia son actos de soberbia, y Dios detesta la soberbia. Si una religiosa elige desobedecer deliberadamente, puede estar en pecado mortal porque no se esfuerza por alcanzar la perfección una vez que ha alcanzado cierto estado de perfección. Pensemos por un momento de qué privan a Dios mis infidelidades. No estoy cumpliendo con Sus planes para mí. Cuanto más santa soy, más almas podemos acercar a Dios. Cada una de nosotras tiene un cierto número de almas que dependen de ella para su salvación, por lo que debo crecer en santidad por el bien de ellas. Cuanto más santa soy, más se acercarán a Dios. La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con alegría; en otras palabras, la santidad es obediencia. Nuestras superioras nos trasladan la voluntad de Dios, son los canales a través de los cuales nos llega Su voluntad. Por ello, debemos amarlas y respetarlas, y dar gracias a Dios por tenerlas. [...] Nuestro Señor no calculó nunca Su obediencia: «He venido a hacer la voluntad de Quien me envió.»1" Obedecer no menoscaba nuestra dignidad ¿Cómo se convirtieron los ángeles en demonios? Estaban todos cerca de Dios y Lucifer, el ángel de la luz, se convirtió en el demonio de la oscuridad. Leemos que Dios les sometió a una prueba, les dijo que cuando el Hijo de Dios se hiciera hombre, [deberían servirle]. En su soberbia, ellos dijeron: «Non serviam.» El infierno no estaba en los planes originales de Dios, pero se vio obligado a crearlo. Dios, que es amor misericordioso, no lo hizo hasta que los ángeles Le desobedecieron y se convirtieron en demonios. Recordad esas palabras latinas, non serviam. [Dios] creó a los ángeles, creó a los seres humanos. Él, que es el Creador, obedeció. Obedecer no menoscaba nuestra dignidad. Comerse una manzana no es pecar; de hecho, comemos bastantes. Pero Dios les dijo a Adán y Eva que no comieran. Ni siquiera creo que Eva se la comiera entera, debió de darle solo un mordisco. Al demonio le bastó: su «non serviam» se materializó en aquel mordisco. Cada vez que desobedecemos, decimos y hacemos lo mismo. ¿Cómo apareció la desobediencia? Así como la santidad [nace] de la fidelidad en las pequeñas cosas, [la desobediencia nace de] la infidelidad en las pequeñas cosas. Hoy hay una cosa que no importa, mañana son dos, y así sucesivamente. Ninguna caída llega de repente. [...] Os estáis haciendo daño. ¿Quién dio ejemplo de obediencia? Nuestro Señor, desde Su nacimiento hasta el último aliento, observó una obediencia perfecta. Repetía una y otra vez: «He venido a hacer la voluntad de Mi Padre>>,112 Mi alimento es hacer la voluntad de Mi

Padre».13 No le reocupaba nada más, sólo esa obediencia filial, esa obediencia de niño. Nuestra Señora no comprendió, pero «hágase en mí» "4 fue su respuesta, una obediencia humilde. Es terrible, hermanas, si en el fondo de vuestro corazón decís «non serviam». «Mañana obedeceré», pero ese mañana no llegará nunca. En la obediencia no hay preguntas, ni «yo puedo hacerlo mejor» ni «tengo más experiencia [que mi superiora]». Obedeced y entregaos por completo, totalmente. Ved a Jesús con Pilato: «Tú tienes autoridad de lo alto», dijo Jesús.115 L.] El poder es de Dios, no hay otro poder, y ha de usarse como Él desea. El sacrificio La obediencia es muy difícil. Está concebida para ser un sacrificio. Jesús no vino por su cuenta, fue enviado. Si de verdad somos religiosas, u obedecemos o no hay necesidad de estar aquí. ¿Por qué hay tantas familias rotas? Los niños no obedecen. Si no obedeciéramos durante la oración, en el trabajo, nos moriríamos de hambre. Eso fue lo maravilloso de María: «Hágase en mi según tu palabra.» 16 La obediencia debe ser algo especial, si fue Madre de Dios a través de ella. [Dijo] Jesús en Getsemaní: «Hágase Tu voluntad.» 117 Fijaos con qué obediencia, cuando el sacerdote consagra el pan, Jesús obedece y ese pan se convierte en Él. ¡Ved, Hermanas, qué obediente es Jesús! Sólo podemos obedecer si somos mansas y humildes. Es necesario. No lo llamaría una virtud: como la sangre para el cuerpo, así es la humildad para el alma. El fruto de la humildad es la obediencia. Abandono Charles de Foucauld tiene una oración muy hermosa v que me parece estrechamente relacionada con la obediencia: «Padre, me abandono en Tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, Te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal de que Tu voluntad se cumpla en mí y en todas Tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confio mi alma, Te la doy con todo el amor de mi corazón, porque Te amo. Y necesito darme, ponerme en Tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre.» Pertenezco a Cristo Si realmente comprendo que pertenezco a Cristo, que nada ni nadie puede separarme de Su amor,118 la obediencia viene de forma completamente natural, porque si pertenezco a alguien esa persona tiene derecho a servirse de mí. No es extraño, pues, que Nuestra Señora dijera: «Hágase en mi..'" Ella Le pertenece, fue inmediatamente a ofrecerles a Jesús a los demás, enseguida.'20 ¿Y sabéis qué hizo después? Se sentía completamente en paz por haber dicho que sí, y lo hizo cuando supo que era la voluntad de Dios. Es muy extraño, siempre me sorprende que Dios no hablara nunca directamente con Nuestra Señora. Habló a través de los profetas, le habló a Moisés, habló con todo el mundo en la Biblia, pero en ninguna parte vemos [que] hablara directamente a Nuestra Señora. Fue siempre a través del ángel, a través de san José. Y qué le dijo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra.» Tampoco

mencionó nunca la Palabra de Dios. Y lo que le dijo al ángel: «Hágase en mí...», eso es obediencia. Entrega. Le pertenezco a Él, puede servirse de mí, puede hacer lo que quiera conmigo. Y a nosotras, hermanas, Dios no nos va a hablar. Nos hablará a través de nuestras constituciones, que son la voluntad de Dios por escrito a través de la Iglesia. Y de nuestras superiores, sean negras o blancas, listas o tontas, santas o no. Dios las ha elegido pese a todo para que me diga adónde debo ir, cómo, a hacer qué y cómo hacerlo. La obediencia es de una preciosa sencillez, y podemos ponérnoslo difícil para cuando perdemos ese amor completo e indiviso por Cristo. La vida de amor en acción La obediencia es la vida de amor en acción a través del espíritu de sacrificio, tan natural para una religiosa. Incluso en la vida de una familia que se mantiene unida, lo más natural, lo que la alimenta es esa entrega al otro, esa obediencia, esa aceptación. Sin los padres no la mostraran, tendrían muy poca legitimidad para pedirles esta obediencia a sus hijos. Creo que todos los problemas actuales en la vida familiar empiezan ahí. Eso es lo que falta, y lo mismo cabe decir de los jóvenes que quieren unirse a nosotros. [...] Les cuesta obedecer, pero quieren ver, quieren ver. En muchas ocasiones las chicas, las hermanas, nuestras jóvenes aspirantes me dicen: «Madre es muy difícil. No me importa lavar a los leprosos, pero es difícil ceder.» Pues bien, yo creo que el amor empieza en ese ceder. No es tanto cuánto [haces] ni lo que haces, sino cuánto amor pones, y la obediencia es ese amor en acción. Eso es lo que los jóvenes quieren ver, y en ese acto de obediencia reconocen cuánto nos amamos y cuánto amamos a quien tiene la potestad de decir: «Ven, ve, haz» o lo que sea. La verdad es que he aprendido ese amor de nuestras jóvenes aspirantes, de nuestras jóvenes hermanas al principio de su vida religiosa. A pesar de que llevo ya cincuenta años de vida religiosa, aún aprendo mucho, como por ejemplo esa alegría y humildad con que se entregan a Dios. Lo que quiero decir con esto es que todas debemos experimentar el gran don que tienen las jóvenes. No creo a los que dicen que ya no hay vocaciones en Estados Unidos. Hay muchas vocaciones, más que nunca. Pero tienen una exigencia mucho mayor: quieren ser santas, quieren entregarse, renunciar a todo y no poseer nada. Y eso ocurre en todas partes, no sólo en Estados Unidos. Lo veo también en Europa —tenemos un noviciado en Roma—, aquí en India, lo veo en Africa, en Filipinas. Veo exactamente la misma exigencia: «Quiero darlo todo, quiero ser santa, quiero crecer a imagen de Cristo, quiero dejar que Jesús viva Su vida en mí, quiero compartir Su Pasión, quiero.» Es entonces cuando debemos aparecer nosotras y mostrarles cómo vivimos esa Pasión de Cristo, cómo dejamos que Jesús viva Su vida en nosotras, cómo compartimos esa alegría de amar con los demás. Quieren verlo. Nuestra vocación es pertenecer a Jesús Nunca olvidaré que un día, uno de nuestros hermanos [...] —ama a los leprosos, cuida de noventa y tres mil de ellos— vino a verme y me contó que había tenido una pequeña dificultad con su superior. Me dijo: «Amo a los leprosos, quiero estar con ellos, quiero servirles —y continuó—: Mi vocación es estar con los leprosos, servir a los leprosos.» Dejé que hablara y,

después, le dije: «Hermano, estás cometiendo un gran error. Tu vocación no es estar con los leprosos, ni siquiera amarles, tu vocación es pertenecer a Jesús con la convicción de que nada ni nadie, ni siquiera los leprosos, debe separarte del amor de Cristo.121 El trabajo con los leprosos es el medio por el que tú pones tu amor indiviso a Cristo en acción viva.» Puedo contaros, hermanas, cómo cambió por completo la actitud del hermano; ahora sigue realizando la labor más maravillosa, pero convencido de que es su amor por Cristo en acción. Ha cambiado porque se ha entregado, por su entrega a la obediencia. Pues si realmente comprendemos que nosotras, las religiosas, pertenecemos a Jesús, Él debe tener derecho a servirse de mí donde y cuando quiera. ¿Vivís ese «sin consultarme»? Recuerdo que hace unos años le mandé una fotografía a nuestro cardenal —creo que la conserva cuidadosamente— en la que escribí: «Deja que Jesús se sirva de ti sin consultarte.» Y es muy cierto, ésa es la auténtica vivencia de nuestra vocación: pertenecer y que se sirvan de nosotras. Mirad, cuando la gente se casa [...], no importa quién fuera esa señora antes, era una señorita, y, en el momento de casarse, cambia de nombre y se convierte en señora. No sé lo que llegará a ser, pero ya no se la reconoce por el nombre que tenía, porque ahora pertenece a ese hombre. Ese hombre y ella han unido y se han hecho uno.122 Lo mismo pasa con nosotras: en cuanto le damos nuestra palabra a Cristo, en cuanto profesamos el voto de castidad y decidimos amar a Cristo con amor indiviso, en cuanto Él me ha llamado por mi nombre, Él y yo debemos unirnos del mismo modo, y esa unión es el amor que le tenemos al prójimo, sea quien sea, y en cualquiera de las formas en las que nos haya aceptado la Iglesia. Es la Iglesia la que nos ha aceptado como Misioneras de la Caridad, o como miembros de cualquier otra congregación. Y al aceptar pertenecer, entregarse totalmente uno mismo a Dios a través de nuestros votos, hacemos presente a la Iglesia, porque ella aceptó nuestras constituciones para conducirnos al amor perfecto por Dios Y por el prójimo. Con mucha frecuencia me escriben hermanas que quieren ingresar en nuestra congregación y yo les digo que no, que sus constituciones tienen el poder de llenarlas de un profundo deseo de mayor unión, de un amor más grande, de mayor santidad; solamente les pido que vivan sus constituciones durante al menos un año, con verdadero amor y gran santidad. Y que, al cabo de ese año, me escriban. Y siempre me dicen: «Gracias, he encontrado lo que estaba buscando.» Es así, las constituciones tienen ese poder porque la Iglesia las ha aceptado en esa forma. Pertenecemos a Cristo, sea cual sea la congregación en que sintamos que Dios quiere que estemos, y así, viviendo la vida según sus constituciones, según la obediencia, proclamamos la presencia de la Iglesia allá donde estemos y sea cual sea la labor que realicemos, nosotras en los suburbios y vosotros tal vez a nivel universitario, en el colegio, en un hospital, donde sea; tal vez en la cocina, quién sabe... ¡Hay muchas maneras! Pero no hay labor impropia para una religiosa. Una vez me preguntaron qué haría cuando ya no fuera superiora general. Contesté: «Soy buenísima limpiando aseos y letrinas.» Así, cuando voy los domingos a nuestro hogar para moribundos, después de atender a los agonizantes y de visitarles, me encargo de los aseos y lo limpio todo. Y he aprendido a limpiarlos hermosamente. Así es: no se trata de lo que hagamos,

sino de cuánto amor pongamos. Si pertenezco a Cristo, cuando Él quiere que yo limpie aseos o cuide de los leprosos, o hable con el presidente de Estados Unidos, todo está al mismo nivel. Porque yo estoy donde Dios quiere que esté, y hago lo que Él quiere que haga; Le pertenezco. Y Dios nunca nos hablará directamente. [...] Nos habla a través de nuestras superioras, que son la palabra hablada de Dios, y de nuestras constituciones, que son la voluntad de Dios por escrito. Tal vez nuestra superiora no sea santa, tal vez sí. Siempre les digo a mis hermanas que ponemos nuestra obediencia en las manos de nuestras superioras, pero que puede que sea santa y puede que no; puede que sea lista o que sea tonta; no sé lo que puede ser, y puede incluso que esté equivocada, pero yo no me equivoco al obedecerla. Y todo eso tiene mucho que ver con nuestra vida religiosa. La entrega total Es posible que recemos muchas oraciones, pero tal vez no lo hagamos plenamente. Esa entrega total, esa confianza amorosa... Es muy importante que vivamos nuestra vida religiosa para satisfacer el motivo de nuestra existencia como Misioneras de la Caridad o como lo que sea, en la forma en la que Dios nos haya llamado, porque Él es quien nos ha elegido. Para estar ahí [disponibles]. Es maravilloso. Esta mañana vino una chica v me dijo: «Pienso que tengo que ir, debo ir y ver.» Como os dije esta mañana, «Venid y ved». Irá a Nueva York para ver, porque hay algo en su interior que le está hablando. Le dije que la única persona que sabe lo que está pasando en tu interior eres tú. Es algo entre tú y Él y nadie más. Nadie puede decirte «Ven aquí, ve allá»; debes decidirlo tú. Y serás capaz de hacerlo si rezas, pues el fruto de la oración es siempre la profundización de la fe y, si tenemos fe, no hay dificultad alguna con la obediencia. Porque ésta es el único sacrificio real de nuestra vida. Por lo que se refiere a no casarnos, hay miles de personas que no lo hacen. No es tanto ese sacrificio, lo verdaderamente importante [es] amar a Cristo con amor indiviso en la castidad: nada ni nadie.123 ¿Y cómo? Mediante esa entrega total en la obediencia. «Te pertenezco, puedes hacer conmigo lo que quieras y cuando quieras, donde quieras, a través de quien sea, pero eres Tú quien puede y debe decidir.» Es algo, hermanas, que debemos experimentar. Además, la obediencia está tan unida, tan vinculada a la pobreza... Con mucha frecuencia nos resulta difícil obedecer porque tenemos mucho y eso sofoca el amor, la entrega. Para ser realmente capaces de obedecer por completo, para esa entrega total, necesitamos la libertad de la pobreza y debemos experimentar su alegría, esa libertad de no poseer nada propio. Es extraordinario ver cómo Dios se sirve de nosotros cuando no tenemos nada, y cómo penetra en las almas de la gente y las atrae cuando no tienen nada. Un pequeño malentendido Hace algunos años, tuvimos una charla con un sacerdote [acerca de la obediencia]. Nos explicaba cómo debíamos observarla [en nuestros días], qué debíamos explicarle y qué motivos podíamos dar a la hermana cuando había que trasladarla. Yo nunca me he encontrado en esa situación, así que cuando regresé a casa, [pensé] que debía practicar lo que había dicho el

sacerdote. Llamé a una de las hermanas y le dije: «Hermana, quisiera que fuera mañana a tal lugar, debido a...» Le di todas las razones que se me ocurrieron y, de pronto, ella se echó a llorar. Le pregunté: «Pero ¿por qué?» «No vine para que usted me explicara las razones; si me dice "ve", yo voy.» Al día siguiente asistí a otra instrucción sobre la obediencia y le expliqué al sacerdote: «Padre, ayer practiqué lo que usted nos dijo y mire lo que me pasó.» Y me contestó: «Bien, siga así.» ¿Véis? Los jóvenes quieren, quieren darlo todo; si tienen problemas con la obediencia, debemos examinarnos detenidamente. Nosotras, las superioras, tenemos gran responsabilidad sobre nuestras hermanas, y eso es mucha responsabilidad. No debemos darles permisos que no tenemos derecho a dar. [Debemos] tratarlas con dignidad, con respeto y con un profundo amor, como alguien especial para el mismo Dios, como alguien precioso para Él. Y siempre con amabilidad, con solicitud, siempre con ese toque de compasión, porque estoy segura de que ninguna de nosotras seríamos capaces de hacer lo que estamos haciendo si no tuviéramos a nuestras hermanas y su generosidad. Hay fracasos, hay muchos fracasos en toda vida religiosa, como en toda familia. Incluso en las mejores familias hay dificultades. La naturaleza humana es así, es nuestra cruz, y Jesús nos pidió que la cogiéramos y Le siguiéramos. No nos dijo que fuéramos por delante de él. [...] Creo que ésta es la cruz de nuestra vida comunitaria, ese pequeño malentendido. Siempre digo bromeando que nosotras rezamos juntas, trabajamos juntas, comemos juntas y peleamos juntas. Debemos vivir nuestras vidas pero con amor, con un amor comprensivo, con compasión, con consideración.

De todo corazón La obra que hacemos por los pobres nos compromete —por el cuarto voto, el del servicio—, así que debemos poner gran cuidado en hacer nuestro trabajo de todo corazón. Debemos ser capaces de decir a Jesús que Le servimos con todo el corazón. Como sabéis, los otros votos os ayudan a [vivir] el cuarto; hasta el momento nadie ha profesado un voto como éste, [de servicio] de todo corazón, así que no realicéis un trabajo chapucero, no vayáis corriendo y no hagáis [las cosas] de cualquier modo. Su gran amor Intentad amar a Dios de todo corazón y anhelad ir a su encuentro. De este modo saciáis la sed de Dios de que nosotros tengamos sed de Él. Jesús, Dios hecho hombre, vino a revelamos a Su Padre. Escuchad Sus enseñanzas durante la oración con una fe profunda y esforzaos por hacer lo que Él dice. Porque «si Me amáis, cumpliréis Mis mandamientos, y Mi Padre os amará y vendremos y moraremos en vosotros ..'24 Y Jesús también dijo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado [...]; como el Padre me ha amado, os he amado yo a vosotros.»125 A Jesús le dolió amarnos. Sí, le dolió. Para asegurarse de que recordáramos Su gran amor, se hizo a Sí mismo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de Su amor'26 —nuestra hambre de Dios—, puesto que hemos sido creados para ese amor. Jesús también se convirtió en el hambriento, el sediento, el desnudo, el

abandonado, para permitir que le amáramos, pues «lo que le haces al más pequeño de mis hermanos, a Mí Me lo haces».127 Jesús está hambriento de nuestro amor, y es la misma hambre de nuestros pobres. Es el hambre que vosotros y yo debemos encontrar. Puede estar en nuestras mismas casas. El servicio El servicio devoto y de todo corazón que ofrecemos a Cristo en los pobres es una prueba viva para la Iglesia de que somos parte viva del Cuerpo de Cristo y de que Él está complacido con nosotras y comparte Su amor por Su Padre con nosotras. San Martín Los pobres [...] nos permiten amar y servir a Dios en ellos. Creo que ya conocéis la historia de san Martín. Era un hombre corriente que iba a lomos de su caballo cuando vio a un mendigo temblando de frío. Sin pensarlo dos veces, sacó su espada y cortó su capa en dos. Esa noche tuvo un sueño en el que vio a Jesús tapado con esa manta. ¡Es precioso! La capa fue para él el medio para hacerse cristiano, puesto que hasta aquel momento no lo era. Nosotras, hermanas, podemos estar con Jesús las veinticuatro horas, incluso cuando estamos en esta casa. Ésa es la vivencia del cuarto voto. Sólo cuando lo comprendemos podemos amarlo, y cuando lo amamos podemos ponerlo en acción viva. Libre para el Reino de Dios «Bienaventurados sean los puros de corazón, porque verán a Dios.»128 «Tuve hambre y me disteis de comer.»'29 Sólo podemos hacerlo si nuestra mente está limpia, si nuestra castidad es casta y nuestra pureza, pura. No podemos dar lo que no tenemos. No podemos servir de todo corazón si no somos libres. La castidad nos hace libres: «Buscad primero el reino del Cielo, y todas estas cosas os serán dadas por añadidura.» 130 Con mi voto de castidad me libero para entregarme al Reino de Dios. Me convierto en Su propiedad y Él se obliga a Sí mismo a cuidar de mí. Pero debo dar un servicio de todo corazón sin pedir nada a cambio. ¿En qué consiste? Es el resultado de la castidad, de mi compromiso con Dios. Me comprometo a dar un servicio no a medias, sino de todo corazón. Cuando dejamos de hacer bien las cosas, sea cual sea nuestra labor, éste es el voto que más sufre —nuestro servicio a los pobres—, porque empezamos a preocuparnos más de aquello a lo que le estamos ofreciendo nuestro afecto. No pierdas las oportunidades Que cada hermana vea a Jesucristo en la persona del pobre: cuanto más desagradable sea el trabajo o la persona, mayores deben ser también su fe, su amor y su jovial devoción a atender a Nuestro Señor en su angustioso disfraz. Cuanto más desagradable sea la labor, mayor será el efecto del amor y del servicio alegre. Desprendimiento de lo que nos gusta o nos disgusta. [...] Si cuando la Madre encontró a esa mujer a la que las ratas estaban devorando la cara y las piernas, si hubiera pasado de largo al verla y olerla, no podría haber sido una MC. Pero regresé a buscarla y la llevé al hospital Campbell. Si no lo hubiera hecho, habría muerto toda la congregación. Los sentimientos de repugnancia son humanos y si, a pesar de ellos, damos

nuestro servicio gratuito de todo corazón, entonces es que vamos por el buen camino y seremos hermanas santas. San Francisco de Asís rechazaba a los leprosos, pero lo superó y fue lo que acabó con él. Él murió, pero Cristo vive. Ahí está. Debemos ser humildes en nuestra gratitud por nuestra gran vocación. Dios nos ha elegido para llevar a cabo este trabajo en concreto, para dar nuestro servicio gratuito de todo corazón. Digámosle a menudo: «Te ofreceré mi servicio de todo corazón sea cual sea la forma en la que vengas a mí.» Tal vez bajo la forma de una hermana que está de mal humor y necesita ayuda. Acéptala. No pierdas las oportunidades que surgen. Sé feliz, besa la mano que te lastima. Debemos ejercitar los ojos de nuestra fe. ¿Me amas? «¿Me amas?», le preguntó Nuestro Señor a san Pedro tras Su resurrección. «Señor, sabes que Te amo», replicó Pedro. Como premio por su amor, Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Se lo preguntó tres veces, y a la tercera Pedro se puso triste y respondió: «Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que Te amo.» 131 Pensemos ahora, hermanas, que Nuestro Señor nos pregunta lo mismo a cada una de nosotras: «¿Me amas?» Y según lo que le respondamos, escucharemos Su respuesta: «Apacienta mis corderos.» Con esas palabras, Nuestro Señor nos está invitando a trabajar por Sus seres queridos, los pobres; a trabajar, a trabajar constantemente. Si vuestra respuesta a Dios es sincera, deberéis molestaros en apacentar Sus corderos. En qué se convierte la semilla El árbol se convertirá en lo que es la semilla. Si planto una semilla de manzano no tendré plátanos, porque según la semilla serán los frutos que recoja. Pasa lo mismo con vosotras postulantes. ¿Qué estoy sembrando ahora? ¿Es la semilla de la obediencia, de la pobreza, la semilla de la castidad, de un servicio gratuito y de todo corazón a los más pobres de los pobres? Entonces el árbol que obtendré será el de esposa de Jesucristo, una Misionera de la Caridad. Cuando Jesús viene a nosotros, nos dice: «Quiero amarte tiernamente.» La razón de mi llegada a esta congregación es conocer a Jesús, amarle y poner ese amor en acción viva mediante mi cuarto voto. Éste es el voto Ya hemos hablado de esa llamada del corazón de Jesús, de tener una vocación clara. Uno de los obispos quería que las hermanas se dedicaran a otras cosas y yo le dije: «Señor obispo, elija, el voto es éste. Estoy dispuesta a llevarme a las hermanas si no está usted en condiciones de aceptarnos como somos. No es cuestión de hacerles daño.» Servimos a los más pobres de los pobres y necesitamos saber lo que significa nuestro voto. Nos estamos olvidando de los más pobres entre los pobres. Si son sólo diez, pues que sean diez, pero los elegimos a ellos. La última vez que fui de viaje había un hombre rico sentado junto a mí y me dijo: «Madre Teresa, ¿por qué no les da [a los pobres] la caña de pescar en lugar del pescado?» Y le respondí: «La gente a la que doy pescado no puede mantenerse en pie; son los leprosos, los moribundos, los dementes. Cuando sean lo bastante fuertes

como para sostener la caña, se los mandaré a usted, completaremos el trabajo y juntos haremos algo hermoso para Dios.»

El amor empieza en el hogar ¿Cómo conoces, amas y sirves [a Dios]? ¿Cómo pruebas tu amor por Él? En la familia, el padre demuestra su amor con todo lo que hace por sus hijos, por su esposa. Demostramos nuestro amor por Jesús con lo que hacemos, siendo quienes somos. Para cada uno de nosotros, vosotros y yo, es necesario amar primero a nuestra familia. Tal vez en ella haya alguien sufriendo, alguien que se siente solo, alguien impedido y con las facultades mentales mermadas; y no tenemos tiempo, no tenemos tiempo ni para sonreírles. El amor empieza en el hogar. Si realmente queréis ser el amor de Dios en el mundo, empezad primero por ser el amor de Dios en vuestro hogar. Y entonces nos convertiremos en el resplandor del amor de Dios para quien nos encontremos. La Trinidad y la Sagrada Familia La vida comunitaria está relacionada con la Santísima Trinidad, esa unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tenemos también a Jesús, María y José, esa unidad de la vida familiar en Nazaret. Por eso las religiosas debemos permanecer unidas como una familia. Nuestra constitución lo dice: «Todas tenemos que hacer de nuestra comunidad otro Nazaret donde Nuestro Señor pueda venir y descansar un poco.» Que Jesús pueda venir y descansar en Betania132 de toda la infelicidad del mundo, de todo el odio de la gente, de todos los asesinatos. He ahí a tu madre Como bien sabemos, el corazón de la familia es la madre, y si hoy en día hay tantos problemas en el mundo es porque las madres no están actuando como tales, como el corazón de la familia. En el Evangelio leemos algo que parece imposible: «Aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, yo nunca Me olvidaré de ti. Te tengo grabado en la palma de Mi mano.» 133 Hoy en día hay madres que llevan a cabo lo que es imposible: matar a su propio hijo. Examinemos hoy nuestros corazones para ver si hay algo ahí que me aleja de mi madre. Ni Jesús podría haber venido, ni él podría haber nacido y crecido sin el amor de una madre. ¿Quién es nuestra madre? Cuando Jesús estaba muriendo, sus últimas palabras fueron: ((He ahí a tu madre»,'34 y desde entonces María se ha aparecido muchas veces y en muchos sitios. ¿Por qué va la gente a Lourdes, a Fátima o a Velankanni? 135 Porque todos necesitamos el amor y el cuidado de una madre. El amor de Dios por los niños Pidámosle a Nuestra Señora que sea nuestra madre igual que fue la madre de Jesús y Le enseñó a vivir bellamente en su familia en Nazaret. Soy muy feliz de estar aquí con vosotros porque Jesús tenía un amor muy, muy especial por

los niños. Muchos niños fueron a ver a Jesús y los apóstoles les dijeron: «No vengáis», pero Él dijo: «Dejad que los niños se acerquen a Mí.136 Yo les amo.» Ya sabéis que Dios os ama mucho, y por eso vino Jesús a estar con nosotros y repitió una y otra vez: «Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.» 137 Jesús nos amó tanto que murió por nosotros en la Cruz y, para seguir entre nosotros, permanece en el Santísimo Sacramento. La mayoría ya habéis recibido a Jesús y recordáis que Él vive en nuestros corazones, porque nos ama mucho. En la India y en otros lugares hay muchos, muchos niños pobres, que no tienen a nadie que les quiera; por eso debéis agradecerle a Dios que os haya dado unos padre El resplandor del amor de Dios en vuestro hogar Debéis hacer que vuestro hogar sea un centro de amor ardiente; que el resplandor del amor de Dios brille primero en él. Debéis ser esa esperanza de felicidad eterna para vuestro marido, vuestra esposa, vuestro hijo, abuelo, abuela, vuestros sirvientes... todas las personas con las que os relacionéis. Trabajas en una gran empresa, eres un colaborador pero aún no conoces a tu gente. Debes ser la llama ardiente del amor de Dios para la gente que trabaja contigo o para ti. ¿Pueden mirarte y ver la alegría de amar en tu rostro? ¿Pueden mirarte y ver la alegría de un corazón limpio? ¿Pueden mirarte y ver a Jesús en ti? Eso es muy importante para un colaborador. ¿Cómo podemos lograrlo? Con la oración. El amor empieza en el hogar, la oración empieza en el hogar, y la familia que reza unida, permanece unida. Si permanecéis unidos, rezaréis unidos y os amaréis los unos a los otros. Perpetuar el amor en nuestros hijos Si hoy ayudamos a nuestros hijos a ser lo que deben ser, pienso que mañana, cuando llegue el mañana, cuando mañana sea hoy, tendrán la valentía necesaria para enfrentarse a él con mayor amor. Y creo que, ya que el amor empieza en el hogar, desde el principio deberíamos enseñarles a nuestros hijos a amarse los unos a los otros. Y eso sólo lo pueden aprender de su padre y de su madre. Si existe ese amor entre ellos, éste constituirá la fuerza de nuestros hijos para perpetuarlo en el futuro. ¿Estamos presentes? Nunca olvidaré una ocasión en que tuve la oportunidad de visitar uno de esos hogares a los que los hijos envían a los padres ancianos y tal vez se olvidan de ellos. Me di cuenta de que tenían de todo, cosas muy bonitas, pero la gente no paraba de mirar hacia la puerta. No vi sonreír a uno solo. Hablé con la hermana y le pregunté: «¿Cómo es posible? ¿Por qué esta gente que lo tiene todo aquí no para de mirar hacia la puerta? ¿Por qué no sonríen?» Estoy tan acostumbrada a ver las sonrisas de nuestra gente...; aquí hasta los moribundos sonríen. Y ella me contestó: «Ocurre lo mismo casi todos los días. Viven con la esperanza de que un hijo o una hija venga a visitarles. Y están dolidos porque les han olvidado.» ¿Veis?, ahí es donde llega el amor. La pobreza llega justo ahí, en el mismo seno de nuestro hogar, cuando descuidamos el amor. Tal vez en nuestras familias haya alguien que se siente solo, enfermo, preocupado y pasa por dificultades. ¿Estamos ahí? ¿Estamos ahí para recibirles? ¿Está la madre en casa para recibir a los niños?

Que nadie se sienta indeseado El amor empieza en el hogar. Asegúrate de que en tu familia [nadie] se sienta nunca indeseado, ni hombre, ni mujer, ni niño ni nonato. No temáis amar como Dios os ama, con un amor tierno, con consideración, con preocupación; como María y José cuando regresaron [para buscar a Jesús]: «¿Dónde está mi hijo?» Le estuvieron buscando durante tres días y no descansaron hasta que encontraron al Niño. ¿Es así como nos sentimos? ¿Dónde está mi esposo, mi mujer, mi hijo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Están preocupados, enfermos? ¿Solos? ¿Soy yo una alegría para él o para ella? ¿Me preocupo por ellos? Aunque sea sólo una pequeña sonrisa, tal vez una pequeña flor, quizá sólo estrechar la mano. El mayor don de Dios a la familia Es extraño que fuera ese niño que aún no había nacido [Juan Bautista] quien reconociera la presencia, la razón de la llegada de Cristo, que venía a proclamar la buena nueva a los pobres.138 ¿Cuál era ésta? Que Dios es amor,'39 que Dios te ama, que Dios me ama. Pero Dios nos ha hecho, a vosotros y a mí, para cosas más grandes: amar y ser amados. No somos un mero número en el mundo; por eso es tan maravilloso reconocer la presencia de ese niño no nacido, el don de Dios. El mayor don que le hace Dios a la familia es el niño, porque es el fruto del amor. Y es maravilloso que Dios haya creado a ese niño, que os haya creado a vosotros, que me haya creado a mí, a ese pobre de la calle, a esa persona hambrienta o desnuda. Nos ha creado a Su imagen para amar y ser amados, no para ser un mero número. En las Escrituras hay un pasaje muy hermoso, cuando Dios habla y dice: «Aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, yo nunca te olvidaré. Te llevo grabado en la palma de Mi mano,140 eres precioso para Mí, te he llamado por tu nombre.» 141 Por eso en cuanto nace un niño le ponemos un nombre, el nombre con el que le ha llamado Dios desde la eternidad para que ame y sea amado. [...] Ese pequeño niño no nacido [...] es la creación más hermosa del amor de Dios, es el don de Dios. Amar al niño La maternidad es el regalo de Dios a las mujeres. ¡Qué agradecidos debemos estarle a Dios por este regalo tan maravilloso y que proporciona tanta alegría a todo el mundo, sea a hombres o mujeres! Sin embargo, ese regalo de la maternidad puede ser destruido, especialmente con el mal del aborto, pero también pensando que otras cosas como el trabajo o la posición son más importantes que amar, que entregarse a los demás. No hay trabajo, ni planes, ni posesiones ni idea de «libertad» que puedan ocupar el lugar del amor. Todo cuanto destruye el regalo divino de la maternidad destruye Su regalo más precioso a las mujeres: la capacidad de amar como mujer. Dios nos dijo: «Ama al prójimo como a ti mismo.»142 Pues primero debo amarme a mí mismo correctamente y luego debo amar al prójimo del mismo modo. Pero ¿cómo amarme a menos que me acepte como me ha hecho Dios? Los que niegan las hermosas diferencias que existen entre hombres y mujeres no se aceptan a sí mismos tal como les hizo Dios y, por lo tanto, no pueden amar al prójimo. Sólo traerán al mundo división, infelicidad y destrucción de la paz.

Un don de Dios Recuerdo que una vez, en Calcuta, vino una señora que tenía trece hijos; ella y su marido debían trabajar, y su hijo mayor era completamente minusválido. Le dije: «Deme a ese hijo, nosotras cuidaremos de él. Ustedes tienen muchas cosas que hacer.» Y aquella madre me miró y replicó: «Madre, ¿qué me está diciendo? Ese niño es un don de Dios. Ese pequeño nos está enseñando a todos cómo amar, nos da una hermosa alegría, una hermosa oportunidad de amar a Dios haciendo pequeñas cosas. Todos nosotros jugamos un papel en la vida de ese niño, y él es una parte muy importante de nuestra vida.» Ya véis, ella que no era cristiana me hablaba de ese modo, y creo que es una maravillosa lección para nosotras: ella tuvo la valentía de no deshacerse del niño, de no dejarlo en una institución, [porque era] un don de Dios, nuestro hijo, mi hermano, mi hermana. Es maravilloso. Pensé que la madre sería la única que hablara así, de manera que fui a ver a la familia y encontré a los pequeños atareados: unos haciendo esto, otros haciendo lo otro por aquel niño. El más pequeño intentaba hacerle reír tirando de su mentón, para que el niño minusválido reaccionara a su sonrisa. Fue realmente hermoso. Familia y oración La llegada de Jesús en Navidad completó la Sagrada Familia. Debemos llevar esa presencia de Dios a nuestras familias. ¿Cómo hacerlo? Rezando. La familia que reza unida, permanece unida, y si permanecéis unidos, os amaréis. Si rezáis tendréis un corazón limpio, y un corazón limpio puede ver a Dios. La primera Navidad, no había habitación para Jesús en la posada.143 Él, siendo Dios, se hizo carne en una forma tan humilde..., era tan pequeño, tan indefenso... Dependiente de una madre humana. Hoy en día Jesús sigue siendo humilde, pequeño, indefenso en el bebé que aún no ha nacido y en aquellos que son material o espiritualmente pobres, los hambrientos de amor y de amistad, desconocedores de las riquezas del amor de Dios por ellos, los vagabundos que desean un hogar hecho de amor en vuestro corazón. Él [Jesús] está hambriento, desnudo, enfermo, no tiene un hogar en tu propio corazón, en tu familia, en tus vecinos. ¿Estamos ahí para recibirle, para ofrecerle una palabra de consuelo, una sonrisa? Cuando en Navidad nos fijamos sólo en las celebraciones y los regalos, es demasiado fácil olvidarse de Cristo. Recordemos el mejor y más maravilloso regalo que nos ha hecho Dios: Jesús. Démonos a Jesús los unos a los otros, empezando en nuestras familias, amándonos con un amor tierno como el de Dios para nosotros. A partir de nuestras acciones podemos decir cómo será el mañana. Por ejemplo, cuando oímos el llanto del bebé nonato [...] sabemos adónde nos dirigimos, sabemos que no podrá traer la felicidad, la paz al mundo, porque si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué nos falta para matarnos los unos a los otros? Así que, desde el punto de vista del mundo actual, el futuro parece muy oscuro. Pienso que estamos olvidando que hemos sido creados para cosas más grandes, para amar y ser amados, y que hemos sido creados a imagen de Dios. Y al hacerlo olvidamos también todo lo hermoso, todo lo sagrado, todo... Creo que eso se debe sobre todo a la fractura en la vida

familiar, porque cada vez pasamos menos tiempo juntos y rezamos menos juntos. Y, si no rezamos juntos, es imposible vivir juntos. Jesús vino a darnos la buena nueva de cómo amarnos los unos a los otros y ¿dónde empieza el amor? En el hogar, en nuestra familia. ¿Y cómo? Rezando juntos, porque la familia que reza unida, permanece unida y, si permanecéis unidos, os amaréis mutuamente como Dios os ama. Si hoy hay tantos problemas en el mundo es porque ya no rezamos unidos en familia. Hay tantas familias rotas y matrimonios que se separan... ¿Por qué? Porque el amor ha muerto, porque no rezamos. Silo hacemos tendremos el corazón limpio, y un corazón limpio puede ver a Dios, puede amar como ama Dios. Devolvamos la oración a nuestra familia. Pedid que se lo enseñen a vuestros hijos. Enseñad a vuestros hijos cómo rezar y rezad con ellos. Que os vean rezando y, al miraros y unirse a vosotros, aprendan a hacerlo. Si aprenden a rezar aprenderán a amar. Y si aprenden a amar, aprenderán a compartir ese amor entre sí, primero en sus familias y luego por su cuenta.

Capítulo 5. Sed motivo de alegría los unos para los otros De las ocho bienaventuranzas, «el centro de la predicación de Jesús» (en el catecismo de la Iglesia católica, 1716), la que la Madre Teresa solía mencionar con más frecuencia era la sexta: «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.» En palabras de la Madre Teresa, sólo un corazón limpio puede «ver a Dios bajo la apariencia de Pan y en el angustioso disfraz de los pobres». Un corazón puro es un corazón libre de todo apego, un corazón centrado en Dios y capaz de percibir Su presencia en los demás. Y «si veis a Dios los unos en los otros, podréis amaros como Él os ama», «os convertiréis en motivo de alegría mutua.» La pureza de corazón nos permite percibir la presencia de Dios y Su mano amorosa en todos los acontecimientos de la vida, desde los más triviales hasta los más exigentes. La reacción natural, entonces, es responder al amor con amor. «Toma todo lo que Él te dé y dale todo lo que Él tome, con una gran sonrisa.» Esta exhortación que la Madre Teresa pronunciaba mientras permanecía inmersa en una profunda aridez espiritual revela su característica respuesta a Dios ante cualquier circunstancia: la entrega total, la confianza amorosa y la alegría. «Dejad que Él haga conmigo todo lo que Él quiera, como Él quiera y durante todo el tiempo que Él quiera.» Estas palabras expresan el grado de su entrega a Dios. A lo largo de una conversación, explicó la razón de esa sentencia: «Una vez, una religiosa me dijo que la sorprendía mi entrega a Dios, pues ella tenía miedo de dejarle coger sus dedos, no fuera a ser que ti le tomase la mano. Yo no tengo miedo de Aquel que está enamorado, que me ama hasta el punto de morir por mí.» La Madre Teresa se abandonó a Su beneplácito, no por miedo sino porque sabía que era amada y atraída por la fuerza y ternura de ese amor. Determinada a «dar a Jesús mano libre y dejarle que se sirviera de ella sin consultarla», no se reservó nada y se esforzó por dar siempre más, para darlo todo, entregándose a Él incondicionalmente y sin reservas.

«El Dios del Nuevo Testamento es el Dios del amor, de la compasión y de la misericordia. Por eso podemos confiar completamente en Él, dejando atrás el miedo.» Sabiendo que el amor de Dios es ilimitado, la Madre Teresa no puso límites a su confianza en Dios. Ningún obstáculo o fracaso era capaz de minar su confianza en la infinita sabiduría de Dios y en su amor inagotable; sabía que Él podía hacer prosperar Sus designios a pesar de las deficiencias de los instrumentos. La confianza de Nuestra Señora inspiró la suya propia: «María también dio muestra de su confianza absoluta en Dios al aceptar que Él la utilizara para su plan de salvación a pesar de ser nada, pues sabía que Aquel que es poderoso podía hacer grandes cosas en ella y a través de ella.» Por eso la Madre Teresa puso su propia «nada» a disposición de Dios, confiando en que Él obraría maravillas a través de ella mientras ella cumplía la misión que Él le había encomendado. Y su confianza no fue defraudada. La alegría, expresada en su radiante sonrisa, era uno de los rasgos característicos de la Madre Teresa. Propias de ella eran «la alegría de amar», «la alegría de compartir», «la alegría de dar», y es esta alegría la que hacía tangible la presencia de Dios para todos los que se encontraban con ella. Esto requería fe, y era a su vez una expresión de fe. En ocasiones constituía todo un reto no ceder al desánimo ante su propia oscuridad interior y el encuentro diario con el terrible sufrimiento de sus pobres. Eligió deliberadamente no actuar según sus sentimientos sino según sus convicciones, y tomó la firme resolución de ofrecer «un "Sí" de todo corazón a Dios y una gran sonrisa a todos». Basándose en su propia experiencia, podía decir a sus hermanas: «Una MC debe ser una MC de alegría. Por esa señal, el mundo sabrá lo que sois.» «Prefiero que cometáis errores con cariño a que obréis milagros con aspereza», les escribió la Madre Teresa a sus hermanas. Ella seguía ese principio. Era precisamente su actitud de amable disposición lo que la llevaba a considerar las acciones de los demás bajo una luz favorable, concederles el beneficio de la duda o hacer la vista gorda ante sus errores. Esta bondad la hacía accesible y frecuentada incluso por aquellos que tenían opiniones opuestas a las suyas. Una bondad así, capaz de transmitir amor, era lo que pedía de sus hermanas: «Sed la expresión viva de la bondad de Dios: bondad en vuestro rostro, bondad en vuestros ojos, bondad en vuestra sonrisa, en vuestro saludo cordial. En las chabolas, somos la luz de la bondad de Dios para los pobres.» La compasión —no sólo la empatía con el que sufre, sino el hecho de sufrir con él— se convirtió en una «segunda naturaleza» para ella. Jamás se acostumbró al sufrimiento de los demás; no podía ni ignorarlo ni resignarse a ser una espectadora impotente. Por el contrario, desafió constantemente tanto a los demás como a sí misma a hacer algo por aquellos cuyo sufrimiento presenciaba, incluso a costa de su propio sacrificio o del de quienes pudieran ayudar. La Madre Teresa era espontánea y natural en lo que hacía y en la forma de llevar a cabo su labor. Sin importarle lo sencilla o insignificante que pudiera ser la tarea que tenía entre manos, la realizaba deliberadamente y cuidando hasta el mínimo detalle. Así expresaba ella su amor. Repetía a menudo: «No se trata de cuánto hacemos sino de cuánto amor ponemos en lo que estamos

haciendo.» Atraída por la «pequeña vía» de santa Teresita del Niño Jesús, la conocida exhortación de la Madre Teresa a «hacer las cosas pequeñas con un gran amor, y las cosas ordinarias con un amor extraordinario» era una prolongación de la enseñanza de su patrona. Además añadía: «Cuanto más pequeña sea la cosa, más grande debe ser el amor.» «El amor empieza en el hogar»; ahí es donde se pone en práctica hacer cosas pequeñas con un gran amor. Es en «el hogar» —en la propia familia, en la propia comunidad, con aquellos más cercanos— donde más fácilmente se comprueba y se demuestra la autenticidad del amor. «¿Cómo puedes amar a los demás si no tienes amor en tu propia familia?», preguntaba. Ella era conocida por su solicitud, y expresaba su amor a través de pequeños gestos, a menudo velados, que hacían que el receptor se «encendiera» de alegría y gratitud. La Madre Teresa sostenía que amar a los que tenemos más cerca es la manera de comenzar a transformar el mundo: «El amor empieza en el hogar y, desde ahí —desde nuestro hogar—, el amor se extiende a mi vecino, a la calle, a la ciudad donde vivo y al mundo entero.» A los que querían colaborar con su servicio a los pobres les recordaba que amar a los miembros de la propia familia podía constituir un desafío mayor que realizar un servicio puntual a alguien lejano que lo necesite, aunque igual de valioso. La Madre Teresa se concentró en dar consuelo a los que se encontraban en los márgenes de la sociedad humana, en mostrar a los que se sienten indeseados, no amados y desatendidos que Dios les quiere, que Dios les ama, que Dios se ocupa de ellos. Ésa fue la obra de su vida. Sus logros fueron extraordinarios, aunque en realidad estaban compuestos de actos sencillos y ordinarios, «humildes obras de amor» al alcance de cualquiera. La vida diaria está hecha en buena medida precisamente de estas «pequeñas cosas», mientras que las oportunidades de realizar grandes cosas suelen ser pocas. Por eso aprovechaba las mil y una oportunidades de «hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario» para que los demás se supieran amados y atendidos. Estaba plenamente convencida de que su misión entre los pobres era la obra de Dios, puesto que la había emprendido en respuesta a Su llamada. Temía sus propias debilidades y limitaciones, pero Dios le había mostrado en multitud de ocasiones que Él estaba «al mando». En respuesta a su objeción de ser inadecuada para la misión que Él le había encomendado, Jesús le había dicho: «Eres, lo sé, la persona más incapaz, eres débil y pecadora, pero precisamente por eso quiero utilizarte para mi Gloria. ¿Te negarás?» Estas palabras, que no tenían nada de halagadoras, tuvieron un efecto aleccionador para ella. Su debilidad y su condición de pecadora no eran razón suficiente para rechazar Su llamada ni tampoco excusa para no hacer lo que Jesús le pedía. ¿Cómo hubiera podido negarse? Y Dios siguió utilizándola como portadora de Su amor a los pobres durante el resto de su vida. Esa certeza la hacía afirmar: «Dios está utilizando la nada para mostrar Su grandeza.» La certidumbre de que la labor que realizaba con los pobres del mundo no era suya la llevó a afirmar: «Yo sólo soy un lápiz en manos de Dios.» Conocía tan bien sus dones como sus debilidades. No se mostraba orgullosa o complacida de los primeros, ni se despreciaba o quejaba por las segundas.

Aceptaba la realidad de quién era y acogía con gratitud todo lo que había recibido. Al servicio siempre y únicamente de la voluntad de Dios, temía perder su función de simple instrumento. «Quiero que el trabajo siga siendo "obra de Dios" en todos sus detalles. Es cierto, yo lo hago con todo mi corazón y toda mi alma, pero lo hago por Él, permitiéndole que se sirva de mí como Le agrade, completamente a Su voluntad. No me atribuyo nada pues sé por experiencia que no hay nada en mí que me permita que este trabajo se lleve a cabo.» Su gran respeto por el carácter sagrado de su misión la mantenía en guardia contra el orgullo que podría haber sentido por sus visibles logros y los elogios que suscitaron. También advertía a sus seguidoras contra ese peligro y a menudo terminaba sus alocuciones pidiendo: «Rogad por nosotras para que no arruinemos la obra de Dios.» La Madre Teresa cruzó varias veces el mundo para llevar consuelo y ayuda a los pobres. No obstante, y a pesar de todo el bien que hizo, los cambios no fueron particularmente notables. Muchos cuestionaron sus esfuerzos aduciendo la falta de resultados: seguían existiendo muchos pobres, y las causas de su pobreza seguían siendo en esencia las mismas. Pero ella nunca había prometido o pretendido que podría cambiar las estructuras sociales y erradicar la pobreza. Dios no la había llamado a abordar los problemas políticos o sociales del mundo, sino a tocar a la persona concreta que sufre en su necesidad más inmediata. Sabía que su trabajo era sólo «una gota en el océano» y, sin embargo, decía que «sin esa gota el océano tendría una gota menos». Contribuía con lo que podía y animaba a los demás a hacer lo mismo. «Mucha gente dice que deberíamos trabajar en forma de programas sociales y de desarrollo, pero nosotras no estamos aquí para eso. Eso es trabajo de otros. Dejad que cada uno haga aquello que pueda. Os lo ruego, hermanas, no os confundáis nunca. El amor es para hoy, los programas son para el futuro.» Aunque apreciaba sinceramente los esfuerzos de los que trabajaban para mejorar las vidas de los miembros más vulnerables de la sociedad, insistía en que ella y sus seguidoras no eran trabajadoras sociales. Su misión, aunque parecida en el intento de ayudar a los necesitados, tenía un alcance distinto. Su origen era una llamada específica de Dios y su objetivo, un mandato recibido de Él. Por medio de su servicio concreto, llevaba «almas a Dios y Dios a las almas». Vivió dedicada a esa llamada con suma fidelidad, demostrando a aquellos a los que servía que, incluso aunque se sintieran abandonados y rechazados, eran verdaderamente amados y atendidos. La Madre Teresa llevó esperanza a todos los que se sentían impotentes en su sufrimiento, a menudo simplemente recordándoles el amor de Dios. Cuando la gente acudía a ella con algún problema, siempre encontraba la manera de consolarla y animarla. Su apoyo en el sufrimiento, su consejo en la duda, su ayuda práctica en el momento de la necesidad fueron para muchos un signo del amor de Dios. En otras ocasiones no podía ofrecer más que una sonrisa, una palabra amable, una estampa o una medalla, junto con la promesa de su oración. Y, sin embargo, esas pequeñas muestras de amor ayudaban también a recobrar la esperanza, el entusiasmo, una razón para vivir o el deseo de amar.

Ya en vida, la gente reconocía la excepcional santidad de la Madre Teresa y la llamaba «santa viviente». A los comentarios indiscretos acerca de su santidad respondía siempre con suma sencillez: «La santidad no es un lujo de unos pocos, sino un sencillo deber para ti y para mí.» Puesto que debería ser nuestro estado natural, no había motivo para vanagloriarse. Al afirmar que la santidad era un simple deber para todos, la Madre Teresa no estaba insinuando que fuera fácil de alcanzar. Plenamente consciente de que era el fruto de la acción del Espíritu Santo en las almas, insistía también en que requería esfuerzo y una firme determinación por nuestra parte. «Estoy decidida; quiero, con la bendición de Dios, ser santa», era una frase que solía pronunciar durante los últimos años de su vida. Pese a que su fortaleza física fue menguando con el tiempo, su determinación por lograr la santidad nunca menguó. La Madre Teresa tocó lo que es más fundamental en cada persona: la necesidad de amar y ser amado. Dirigiendo la obra de su vida hacia aquellas personas en las que esta necesidad estaba menos satisfecha, les reveló algo del amor y de la compasión de Dios. Así, se convirtió en signo de que Dios ES, de que está presente y sigue amando al mundo. A menudo repetía: «Dios sigue amando el mundo a través de ti y de mí.» Por ese motivo insistía en que sus seguidoras vivieran a conciencia su llamada a ser Misioneras de la Caridad, portadoras del amor de Dios. Las situaciones de extrema pobreza material o espiritual que identificaba y combatía, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en vías de desarrollo, constituían a menudo un reto para las estructuras sociales y la conciencia individual. Inspirados por su ejemplo, fueron muchos los que quisieron participar en su misión de amor, pero no todo el mundo ha sido llamado para trabajar directamente con los pobres. Cada uno, sin embargo, está llamado a llevar a cabo su misión personal y contribuir a la construcción de una «civilización del amor», como la llamó Juan Pablo II. La Madre Teresa sabía cómo respetar, valorar y estimular los diferentes talentos y esfuerzos de los demás: «Todos los dones de Dios son buenos, pero no todos son iguales.» A los que querían dejarse guiar por su ejemplo, les decía: «Lo que yo puedo hacer no lo podéis hacer vosotros. Y lo que podéis hacer vosotros, no lo puedo hacer yo. Pero juntos podemos hacer algo hermoso para Dios.» Hacer algo hermoso para Dios en todos los instantes de su vida era precisamente su manera de convertir el mundo en un lugar mejor y más agradable donde vivir.

Un corazón puro puede ver a Dios Para poder ver a Dios en el silencio de tu corazón necesitas que sea puro. Sólo el corazón puro puede ver a Dios, entender a Dios cuando nos habla. Si nuestro corazón es puro Cuando estuve en Delhi, iba en coche por una de sus grandes calles y vi a un hombre tirado en la calle, mitad en la acera y mitad en la calzada. Los coches pasaban junto a él pero ninguno se paró a ver si estaba bien. Cuando detuve nuestro automóvil y recogimos al hombre, las hermanas se sorprendieron. Me preguntaron: «Pero, Madre, ¿cómo le ha visto?» Nadie le había visto, ni

siquiera nuestras hermanas. Si nuestro corazón es puro, veremos a Dios [...], si nuestro corazón está libre de pecado, veremos a Dios. Un corazón humilde Ésta es la razón de que Jesús, María y José insistieran en enseñarnos la humildad, ya que un corazón humilde es un corazón puro, y un corazón puro puede ver a Dios;' de ese modo creceremos en_ santidad como Jesús a través de María. Sé quien Le consuele Pues los puros pueden ver y compartir el terrible sufrimiento de Cristo, sé quien Le consuele cuando necesite a alguien, sobre todo hoy que el pecado se extiende por el mundo. Un corazón humilde puede oír Crece en la semejanza con Cristo mediante la humildad y la pureza del corazón. Un corazón humilde puede oír a Dios hablando en el silencio de su corazón, y un corazón puro puede ver y hablar a Dios desde la plenitud de su corazón, y servirle en el angustioso disfraz de los más pobres de los pobres. Necesitamos un corazón limpio Servimos a Jesús sin verle cara a cara. Debemos aprender a ver y a servir, y para ello necesitamos un corazón limpio, pues sólo el puede ver a Dios,' tocar a Dios, servirle. Un corazón limpio es un corazón libre, libre de pecado. ¿Cuál es la diferencia entre nosotras y un trabajador social? Aquel ministro de Nueva Delhi dio la respuesta: «Nosotros lo hacemos por algo, ustedes lo hacen por Alguien.» Y Él sabía quién era ese Alguien: Jesús. Necesitamos un corazón libre de pecado para poder ver. La entrega total Sed causa de alegría las unas para las otras. Sois preciosas para Él. Él te ama a ti, a mí, a ella. Él siente ese amor delicado por vosotras. Jesús me ama porque yo os amo. ¿Dónde está nuestro hogar? Aquí, en la comunidad. ¿Cómo empieza el amor? Con la oración: la oración nos proporciona un corazón limpio. Recordad estas tres cosas que os dice la Madre: entrega total a Dios, confianza amorosa entre unas y otras, y alegría con todos. Entonces seremos realmente santas como Jesús. Seamos santas como Él, seamos únicamente todo por Jesús a través de María. Entrega total La entrega total consiste en darse a uno mismo por completo a Dios. ¿Por qué debemos hacerlo? Porque Dios se ha dado a Sí mismo a nosotros. Si Él, que no nos debe nada, está dispuesto a entregarnos nada menos que a Sí mismo, ¿responderemos ofreciendo sólo una parte de nosotros mismos? Darnos por completo a Dios es un medio para recibir al mismo Dios. Yo para Él y Él para mí. Vivo para Dios y renuncio a mi propio yo, y, así hago que Dios viva para mí. Por lo tanto, para poseer a Dios debemos permitirle que Él posea nuestra alma. Cuán pobres seríamos si Dios no nos hubiera concedido la capacidad de darnos a Él. ¡Y cuán ricas somos ahora! ¡Y qué fácil resulta conquistar a Dios! Nos damos a Él y por

eso Él es nuestro, y nada puede ser más nuestro que Dios. La moneda con que Dios remunera nuestra entrega es Él mismo. Nos hacemos dignas de poseerle cuando nos abandonamos completamente a Él. Entregarse significa ofrecerle mi libre voluntad y mi razón, es decir, mi propia luz para ser guiada por Su palabra, en pura fe. Puede que mi alma esté en la oscuridad, pero sé que esa oscuridad, las dificultades y el sufrimiento son la prueba más eficaz de mi entrega ciega. La entrega también es amor verdadero. Cuanto más nos entregamos, más amamos a Dios y a las almas. Si realmente amamos a éstas, debemos estar dispuestas a ocupar su lugar, a cargar sus pecados y a expiarlos en nosotras con penitencias y mortificación continuas. Debemos ser holocaustos vivos, pues las almas nos necesitan. No existen límites al amor que nos empuja a dar. Darnos a Dios significa ser sus víctimas, las víctimas de Su amor no deseado, del amor de Dios que no ha sido aceptado por los hombres. El espíritu de nuestra congregación es la entrega total. No podemos contentarnos con lo común. Lo que es bueno para otros no es suficiente para nosotras. Debemos saciar la sed de un Dios Infinito que muere de amor. Sólo la entrega total puede satisfacer el deseo ardiente de una verdadera Misionera de la Caridad. Cristo se entregó a Su Padre Cristo estaba enteramente a la disposición de Su Padre para rescatarnos. «Pese a que Él era Dios, no se consideraba igual a Él; se vació a sí mismo, tomando la figura de siervo naciendo a semejanza de los hombres.»3 Y Nuestra Señora —«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra»—, 4 María, estaba completamente vacía de sí misma, así que Dios la llenó de gracia para que estuviera asimismo llena de Él. Le permitió servirse de ella según Su deseo, con plena confianza y alegría, entregándose sin reservas. Y nuestra entrega total es darnos completamente a Dios porque Él se ha dado a nosotros; estar enteramente a Su disposición para que nos posea con el fin de que podamos poseerle, tomar todo lo que ti da y dar todo lo que Él toma con una gran sonrisa, dejar que se sirva de nosotros como le plazca, ofrecerle nuestra libre voluntad y nuestra razón, nuestra propia vida en pura fe para que Él pueda pensar Sus pensamientos en nuestra mente, realizar Sus obras con nuestras manos y amar con nuestros corazones. Nuestra entrega total también consiste en estar totalmente disponibles para Dios y Su Iglesia a través de nuestros superiores, nuestras hermanas y la gente a la que servimos. Entregarse como Jesús La «entrega total», ése es el espíritu de Cristo desde el comienzo hasta el fin de los Evangelios: «He venido a hacer Su voluntad.»5 «Mi Padre y yo somos uno.»6 «Padre Mío, hágase Tu voluntad, no la Mía. »' «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que Me envió.»8 «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.»9 Así es como vivió Cristo y así vivimos nosotras las Misioneras de la Caridad]. No hay más preguntas ni más «por qué»; sólo eso. También Nuestra Señora vivió así y por eso la llamaron Madre de los Dolores, porque tuvo que decir «sí» continuamente, con alegría y confianza plena, pues le pertenecía sin reservas.

Debemos ser capaces de darnos tan completamente a Dios que Él pueda poseemos. Debemos dar todo lo que Él toma y tomar todo lo que Él da; no lo que ella —la superiora o la hermana— da, sino lo que da Él a través de ella. Si lo comprendéis, no tendréis dificultades en la vida en comunidad. Esto os cambiará «Nuestra entrega total a Dios significa estar enteramente a disposición del Padre como lo estuvieron Jesús y María.» Las constituciones no piden nada extraordinario, sólo que seamos como María y Jesús. ((Al darnos completamente a Dios, porque Él se ha dado a nosotros, estamos enteramente a Su disposición.» No hay explicación. Sabemos cómo nos hemos dado y cómo está Dios en nuestras vidas. ¿En qué consiste nuestra entrega? No digáis: «No lo sé», porque estaríais mintiendo. Puesto que Dios se nos ha dado, estamos a Su disposición. Cuando vienen los cambios es fácil oír: «Ese clima no me sienta bien.» ¿Cómo es posible? De acuerdo, id allí y morid. Morid. Cuando estalló la guerra en Jordania una hermana me llamó desde Ammán durante los tiroteos. Las palabras salieron de mi boca, no las había preparado: «Hermana, cuando muráis, hacédmelo saber.» No volvieron a llamar. Si tenéis que morir, morid. Es maravilloso, hermanas. Hay otra historia: mandé una hermana a un lugar difícil y a ella no le gustó. Al alcanzar su destino me escribió: «Cuando llegué, mi Esposo me estaba esperando.» Encontró a Jesús esperándola. Encontró paz y alegría, porque dijo «sí». Debéis acostumbraros; ése es el espíritu de las Misioneras de la Caridad. «Ve», ellas van. «Ven», ellas vienen. Una vez cambié a una hermana de lugar y, cuando volvió a la Casa Madre, tuve que trasladarla de nuevo. El frío de Darjeerling le congeló la nariz, que se le puso completamente negra. Más tarde tuve que cambiarla de nuevo; me había olvidado de su nariz y ella no dijo nada. En aquella época yo llevaba a las hermanas a la estación; allí, en el tren, me acordé de su nariz y le dije: «Hermana, por favor, venga; traiga todas sus cosas y bájese del tren.» Se puso muy contenta. [...] ¿Estamos dispuestas a ser así? También está este sacerdote jesuita que conozco muy bien y al que en treinta y nueve años han trasladado treinta y siete veces. Esta mañana ha venido de nuevo el provincial y le ha pedido: «Quisiera que fuera a ese lugar.» ¿Y qué ha contestado el padre? No ha dicho: «Éste es mi traslado número treinta y ocho», no; ha dicho: «¿Qué tren quiere que tome?» Me pregunto qué hubiéramos hecho vosotras y yo. Sin llorar, sin despedirse de nadie. ¿Fue un verdadero sacrificio? La obediencia es un verdadero sacrificio si quiero pertenecer a Jesús. Otro jesuita me contó una historia todavía peor. Le trasladaron y se dirigió muy contento en tren a su destino. Al cabo de un día el convoy llegó a la estación, donde había un telegrama para él. «Cambie de tren, vaya a otro lugar.» «¿Cómo se ha sentido?» «Bueno, Él tiene derecho a hacerlo. Ese telegrama es la voluntad de Dios para mí.» No planteó problema alguno. Nuestra obediencia es esa entrega total. Si he comprendido que pertenezco a Dios, Él tiene derecho a usarme. La entrega total y la obediencia son lo mismo. No tengo que explicaros la segunda si entendéis la primera. Un cardenal me pidió que le escribiera algo y lo hice con mi letra grande; ¡mi caligrafía es especialmente grande para los cardenales! ¡Bien grande! Le

escribí: «Deje que Jesús se sirva de usted sin consultarle.» Me explicó que aquello le había traído alegría y paz desde el momento que lo mandé. ¿Y cómo llevamos a cabo esa entrega total? Estatuto 17: «Ser poseídas por Él para que podamos poseerle. Tomar todo lo que Él da y darle todo lo que toma con una gran sonrisa.» Aprendedlo de memoria. La superiora os corrige, tomad, aceptad. Esto es lo que Él os da hoy: tomad vuestra salud, el trabajo que os gusta, la compañera con la que os resulta fácil trabajar, la casa, hoy que hace tanto frío. Aceptad. Os mando a un lugar donde hace mucho calor. Aceptad. No estoy diciendo que debáis ser inmunes, que no debáis sentir nada; ésa no es la actitud correcta. Es un sacrificio, pero acepto. Lo ofrezco. Eso os cambiará. Aceptar la voluntad de Dios Siempre asocio la Pasión de Cristo con la obediencia. Sólo aceptar, y hacerlo sin dudar, sin murmurar, sin quejas, sin explicaciones. Es bueno [...] que nos planteemos la siguiente pregunta: ¿habéis experimentado realmente la dificultad de la obediencia y la entrega? [...] Tal vez en algún momento de vuestras vidas nos haya resultado difícil obedecer. Preguntaos: 1) ¿Rezasteis? Jesús rezó más cuando Le era difícil aceptar la voluntad de Dios.10 ¿Qué hicisteis vosotras? 2) ¿Os quejasteis? 3) ¿Criticasteis? Examinaos para que el demonio no pueda venceros. 4) ¿Habéis experimentado la alegría de la entrega total? Dios no habló directamente ni a Jesús ni a María [...]; lo hizo a través de un ángel,' 1 de san José12 o del césar,13 pero nunca directamente. Contemplad la entrega total de María, ejemplo vivo de obediencia total, no sobre el papel sino con el corazón. 5) ¿Cuántas veces habéis obedecido con determinación? [...] Son sólo detalles, pero pensad que el césar mandó que todo el mundo fuera a registrar su nombre en su país.14 Estaba orgulloso, quería saber cuánta gente tenía a su cargo. José y María no le juzgaron, no le criticaron, se limitaron a ir. Podían haberse dicho: «Ya han pasado nueve meses, el bebé nacerá en cualquier momento.» Pero no. El césar dijo «id» y ellos fueron. En otra ocasión, alguien quiso matar al niño [y ellos decidieron] huir.15 Se podían haber escondido en cualquier lugar, pero se fueron. Alcanzar ese perfecto amor de Dios Si realmente nos mantenemos en la entrega total no debemos dudar de que alcanzaremos ese perfecto amor de Dios. No perdamos tiempo. Dios nos conoce mejor que nadie. Sabe cuáles son nuestras capacidades. Su conocimiento de cada uno de nosotros es completo. Hay algo de Su belleza en cada persona, pues hemos sido hechos a imagen de Dios. Su amabilidad está en cada uno de nosotros. Así pues, veamos lo que hay de Dios en cada persona. Para ello necesitamos unos ojos y un corazón puros, que sean capaces de ver esa belleza.

Confianza amorosa en el Buen Dios, quien nos ama Jesús me pide una cosa: que me apoye en Él; que en Él y sólo en Él ponga mi completa confianza; que me entregue a Él sin reservas. Debo

desprenderme de mis deseos en la obra de mi perfección. Incluso cuando todo va mal y me siento como si fuera un barco sin timón, tengo que entregarme completamente a Él. No debo intentar controlar la acción de Dios ni contar las etapas del viaje que me lleva a emprender. No debo desear una percepción clara de mi avance ni conocer con precisión dónde estoy en el camino de la santidad. Le pido que haga una santa de mí, por lo tanto debo dejarle a Él la elección de esa misma santidad, y en mayor medida aún la elección de los medios que me llevarán a ella. Ella pudo entregarse incondicionalmente «También María depositó su completa confianza en Dios.» Porque ella Le conocía, Le amaba, y pudo entregarse a Él total, incondicionalmente. [No sé] si lo sabéis, pero en la historia de Israel todas las mujeres se casaban con la intención de convertirse en la madre del Mesías; María y José, sin embargo, habían acordado permanecer puros. Hicieron el voto juntos. En general, un chico y una chica judíos podían vivir como marido y mujer tras el compromiso, pero María y José acordaron vivir siempre como hermano y hermana; por eso María, tras el saludo del ángel, preguntó: «[¿Cómo puede ser?], si no conozco varón.»16 Cuando el ángel se lo explicó, fijaos su confianza y su entrega total: «He aquí la esclava del Señor.» 17 Aceptó el mensaje del ángel de convertirse en la Madre de Dios, reina del Cielo y de la Tierra. Confió plenamente en que Dios podía hacer todo en ella y a través de ella. Y lo que hizo a continuación no fue ir corriendo a decir: «Mira, José, ha venido un ángel y me ha dicho tal y tal cosa.» No, María guardó silencio, y ni siquiera habló cuando José advirtió su embarazo por los signos externos. Confió en que Dios intervendría, y José confió en Nuestra Señora. No concebía la idea de que ella pudiera pecar, pero no entendía. Así que decidió abandonarla discretamente. Dios intervino y lo arregló todo.18 Fijaos en la confianza de Nuestra Señora y de san José. No tenemos por qué creerlo «Nuestra confianza amorosa en Dios implica nuestra confianza en [...] la realidad de Jesús, Hijo de Dios, hecho hombre en la verdad de Sus enseñanzas en el Evangelio.» Confiad en lo que dijo: «Te he elegido. [...] Lo que hagas al más pequeño de Mis hermanos, a Mí me lo haces.» 19 No hay por qué creer en ello. No hay que creer que dos y dos son cuatro. Lo sabemos. Lo mismo cabe decir de las enseñanzas del Evangelio. Todas las dificultades del mundo son consecuencia de que no confiamos en las enseñanzas de la Iglesia. Confianza incondicional «Jesús confiaba tan absolutamente en Su Padre que encomendó Su vida entera y la misión para la que fue enviado [en manos de su Padre].» Sabía que el Padre traería la salvación a pesar del fracaso total. Para la sabiduría humana, la Cruz es un fracaso total. La confianza de Jesús es incondicional. Aceptó hacerse hombre como nosotros en todo menos en el pecado. No comprendemos lo que eso significa. «Siendo rico, se hizo pobre.»20 Él, que es «Dios de Dios, Luz de Luz, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue

hecho [...], nacido de la Virgen María». El Creador eligió hacerse criatura, uno con nosotros, como nosotros, depender de los demás, necesitar comida para comer, ropas para vestirse, bebida para saciar Su sed, descanso, agotarse como nosotros. [...] Uno con nosotros en todo. ¿Por qué? Por amor a nosotros, con confianza incondicional en el Padre. Eligió nacer de una mujer, la Virgen María, tomar carne y sangre humanas. «Vivir en Nazaret. »21 «¿Puede acaso algo bueno salir de Nazaret?», preguntó Natanael.22 Cristo aceptó pertenecer a ese lugar completamente recóndito que no tenía buena fama, trabajar como carpintero. «¿No es éste el Hijo de María y José?»23 Ya sabéis que en Nazaret no aceptaron a Cristo porque Él admitió a María y a José como padres.24 No aceptaron su predicación y querían lapidarle por afirmar que era el Hijo de Dios.25 Fue totalmente rechazado. «Vino a los Suyos, y los Suyos no Le recibieron.»26 Cuando la cruz es pesada «[...] confianza plena en Su Divina Providencia para todas nuestras necesidades [...]» Sois más importantes para mí que la hierba, que los pájaros.27 Recordad estas palabras. Soy más importante. Ni el Sol ni la Luna pueden recibir la Sagrada Comunión, por más hermosos que sean. [Yo sí.] Para mí creó el Sol y la Luna, los árboles, los pájaros, todo para mí. Si puede darnos Su Propio Cuerpo, Su Carne, ¿qué son todas esas cosas comparadas con la Sagrada Comunión? En Manila, después de la oración de la duodécima estación del Vía Crucis, cantan «No hay amor más grande». Me gustaría que lo cantarais. Aprendedlo de memoria. Cuando la cruz es pesada, cantadlo para vuestros adentros. Ha llegado para mí el momento de mostrar un amor más grande. Hay que depender únicamente de la Divina Providencia, os lo digo; en todos estos años que llevamos cuidando de miles y miles de personas, jamás hemos tenido que rechazar a nadie con las manos vacías porque no tuviéramos nada. Siempre ha habido algo. Siempre ha habido un plato más de arroz, una cama más. Nunca le hemos tenido que decir a nadie: «Perdón, no podemos acogerte o no tenemos nada para ti.» El buen Dios ha estado siempre ahí. La Divina Providencia ha sido la realidad viva más maravillosa de esa libertad, de esa pertenencia a Él, de ese amor indiviso. Dos camiones llenos Dios nunca, nunca, nunca nos abandonará si tenemos fe y confianza en Él. Una semana, al llegar el viernes y el sábado, por vez primera nos quedamos sin arroz para darle a la gente. Creo que las hermanas alimentan a unas cuatro mil personas a diario, y esa gente, sencillamente, no comería si las hermanas no la alimentaran. Pero no teníamos nada. A eso de las nueve de la mañana del viernes llegaron dos camiones llenos, llenos de pan, más del que nunca hubieran visto en sus vidas. Ya veis, hermanas, Dios es atento. Nunca nos abandonará si confiamos en Él, aunque tenga que hacer trampas a la gente y cerrar las escuelas. Siempre cuidará de nosotras. Debemos aferrarnos a Jesús. Recuerdo que la primera vez que fuimos a Venezuela las hermanas no hablaban ni una palabra de español. Tocamos la campana en la calle para

llamar a la gente a misa, para hablar con ellos, y poco a poco se acercaron, primero una persona, luego dos. Ahora tienen a más gente de la que pueden atender, y las iglesias están llenas. Lo que hacen las novicias en Calcuta está más allá del entendimiento. El otro día, en una casa abierta recientemente, las hermanas habían preparado a los chicos de entre dieciocho y veinte años para la Primera Comunión. El mismo obispo vino de muy lejos para dársela. Aquella hermana pequeña y tímida les había preparado. Les buscó y les encontró. ¿Lo veis, hermanas? ¿Qué no hará Dios a través de nosotras cuando le tenemos completa confianza? Tenemos que crecer No penséis que basta con entregarse a Dios una sola vez y ya está. Si no practicamos a diario el dominio de nosotros mismos y la abnegación, nos convertiremos en un saco de nervios. Jesús creció en edad y sabiduría ante Dios y ante los hombres.28 Nosotros también debemos crecer de la misma manera.

La alegría Quiero ser santa según Su Corazón, manso y humilde.29 Por eso me esforzaré al máximo por alcanzar esas dos virtudes de Jesús. Mi segundo propósito es llegar a ser un apóstol de la alegría, para consolar al Sagrado Corazón de Jesús a través de la dicha. Por favor, pídale a Nuestra Señora que me dé su corazón para que pueda cumplir el deseo de Jesús en mí. Quiero sonreír incluso a Jesús y así ocultarle, si es posible, el dolor y la oscuridad de mi alma. Dejadme ir... Dejadme ir y darme a ellos, dejadme ofrecerme, yo y las que se unirán a mí, a esos pobres a los que nadie quiere, los niños de la calle, los enfermos, los moribundos, los mendigos, dejadme ir a sus agujeros y llevar a sus hogares rotos la alegría y la paz de Cristo. Los primeros cristianos En Belén, se llenaron todos de alegría: los pastores, los ángeles,30 los reyes,31 José, María.32 La alegría era el rasgo distintivo de los primeros cristianos. Durante la persecución, la gente vigilaba a aquellos en cuyo rostro se reflejaba esa dicha radiante. Por esa alegría sabían quienes eran los cristianos, y como tales les perseguían. San Pablo, a quien intentamos imitar en su celo, fue un apóstol de la alegría. Urgía constantemente a los primeros cristianos a alegrarse siempre en el Señor.33 Toda su vida puede resumirse en una frase: «Pertenezco a Cristo.»34 «Nada puede separarme del amor de Cristo, ni los sufrimientos ni las persecuciones; nada.»35 «Ahora ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí.»36 Por eso estaba tan lleno de alegría. Amaos los unos a los otros Jesús dijo muy claramente: «A través del amor de los unos por los otros os conocerán como discípulos Míos»,37 y ésa es la única manera para nosotras de proclamar el cristianismo, el mensaje de Cristo. ¿Por qué la gente aprecia

tanto el trabajo de las hermanas? Lo que estamos haciendo no tiene nada de extraordinario ni de especial; lo valoran no sólo por lo que las hermanas hacen, sino también porque son felices haciéndolo, por esta felicidad que les genera su unión con Cristo. La gente lo ve y quiere compartir esa felicidad; están hambrientos de felicidad, felicitadla, lo desean. ¡Y vienen tantos...! Recibimos a muchos jóvenes voluntarios que vienen a trabajar. Son muchos, muchos, y llegan de todas partes del mundo. Una hermana alegre es como el sol del amor de Dios, la esperanza de la felicidad eterna, la llama del amor ardiente. La virtud de la sonrisa La alegría es una de las cosas más esenciales en nuestra congregación. Una MC debe ser una MC de la alegría e irradiar esa dicha a todos. Es la señal por la que el mundo sabrá que sois Misioneras de la Caridad. Todos os miran, señalan y opinan acerca de las MC, no por lo que hacemos sino porque somos felices haciendo el trabajo que hacemos y llevando la vida que llevamos. Al hablar de alegría no me refiero a las carcajadas ni a los gritos, no; eso es falso, puede estar ahí para esconder algo. Con alegría me refiero a esa profunda dicha interna, en tus ojos, tu mirada, tu cara, en tus movimientos, acciones, ligereza. «Que Mi alegría esté en vosotros»,38 dice Jesús. ¿En qué consiste esa alegría de Jesús? Es el resultado de Su continua unión con Dios, para cumplir la voluntad de Su Padre. «He venido para que Mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena. »39 Esta dicha es el fruto de la unión con Dios, de estar en Su presencia. Vivir en presencia de Dios nos llena de alegría. Dios es alegría. Jesús se hizo hombre para traernos la dicha, y María fue la primera en recibirla: «Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.»40 El niño en el seno de Isabel saltó de alegría porque María le llevó a Jesús,'' el mismo Jesús que recibimos en la Sagrada Comunión, no hay ninguna diferencia. ¿Fuimos hoy presurosas a ofrecerles a Él a los pobres? ¿Se alegraron hoy de vernos? ¿Fuimos para que fueran más felices? ¿Son mejores personas porque hemos estado en contacto con ellos? ¿Les estamos dando al Dios vivo? La alegría es... «La alegría es oración, el signo de nuestra generosidad, de nuestra abnegación, de nuestra íntima y continua unión con Dios.» Esa alegría debe advertirse en todo: en los ojos, el rostro, los actos. Cuando estáis llenos de alegría, os movéis con más ligereza y queréis hacer el bien a todo el mundo. «La ale gría es signo de unión con Dios», de la presencia de Dios. «La alegría es amor; un corazón lleno de dicha es el resultado natural de un corazón que arde de amor, porque quien da con alegría da más, y Dios ama a quien da con alegría.»42 [...] Un hombre vino de Kalighat y fue directamente al ala de las mujeres, donde había una hermana atendiendo a una paciente que acababa de llegar. La hermana debía de reflejar alegría en su rostro, pues ese hombre dijo: «Vine aquí vacío y me voy lleno de Dios. He visto Su amor en esa hermana.» Tal vez ella ni siquiera se dio cuenta de que ese hombre la miraba.

Nuestra lámpara arderá con los sacrificios hechos por amor si tenemos alegría. Luego llegará el Novio y dirá: «Venid y poseed el reino preparado para vosotras. »43 Es la hermana alegre quien más da, y todo el mundo quiere a quien da con alegría, también Dios. ¿Acaso no nos sentimos siempre más atraídos por aquellos que dan alegremente, y no gruñendo? Una red de amor Como estamos llenas de alegría, todos desean estar en nuestra compañía para recibir la luz de Cristo. Una hermana llena de dicha predica sin predicar. A diario rezamos: «Ayúdame a esparcir Tu fragancia; la Tuya, Señor, no la mía.» ¿Comprendemos lo que eso significa? ¿Comprendemos nuestra misión, la de propagar esa alegría, irradiarla a diario mientras nos ocupamos de nuestro quehacer cotidiano, primero en la comunidad y luego con los pobres? Necesitamos alegría También para realizar nuestro trabajo necesitamos alegría, una gran dicha. Sin ella, no podríamos hacerlo. Tantas manos han venido hoy a Kalighat para fregar y restregar, sois tantas aquí... En las casas de misión hay la misma cantidad de trabajo, y a veces sólo son una o dos hermanas para hacerlo todo. Aunque pagues con dinero, la gente no quiere hacer los trabajos sucios que realizamos nosotras. Es entonces cuando necesitáis la dicha, para llevar a cabo todas las tareas alegremente y de todo corazón. La mejor manera de dar gracias a Dios La mejor manera de dar gracias a Dios y a la congregación es tomar todo lo que Él nos da y darle todo lo que toma con una gran sonrisa. Una hermana alegre es como el sol en la comunidad. Ella trae la alegría, la luz y la paz de Dios. ¿Me echan de menos mis hermanas en la comunidad? ¿Les llevo la felicidad y la luz de Cristo? ¿Son mejores los pobres por entrar en contacto conmigo? ¿Son más felices? Una hermana alegre es la esperanza de la felicidad eterna. Transmite esperanza porque cree que irá al cielo, porque vive en presencia de Dios. Es la llama del amor ardiente. Como las vírgenes,44 su lámpara está siempre llena de amor y de sacrificios. Cuando llegue el Novio, dirá: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde toda la eternidad. »45 Una hermana alegre es como el sol. [...] ¿Es mejor la gente en tu compañía? Enfréntate a ti misma. No utilices jamás palabras que puedan herir. Los pobres [...] nos enseñan ese amor. Algunos de vosotros habéis estado en Kalighat, y allí nunca se oye ni una queja, ni un grito, ni una mala palabra. [...] Trajeron a un hombre de la calle y, tras lavarlo, asearlo y darle un billete para encontrarse con san Pedro, dijo: «¡Hermana, voy a la casa de Dios.» ¡Eso es alegría! La alegría en los ojos, en el caminar El Christo Prem Prachanta nos predica el amor de Cristo. Aunque hoy es un día de pasión, quiero hablar de alegría. No de esa alegría que hace reír a carcajadas, sino de que la convicción de que pertenezco a Jesús debería producir alegría, alegría en los ojos, al caminar, al encontrarse los unos con

los otros. La dicha es el fruto del Espíritu Santo.46 Nadie ha visto a Dios, excepto Jesús,47 así que nadie puede representarlo. Jesús vino a traernos alegría. El Padre amó tanto al mundo que entregó a Su Único Hijo.48 Jesús nos amó tanto que se entrego a Sí mismo.49 Nosotros amamos tanto que damos alegría. Nuestra Señora fue enseguida a ofrecer alegría.5° «El cristianismo es entrega», dijo un hindú. Jesús no podía separarse de nosotros y por ello habita con nosotros. Su mismísimo Cuerpo se convierte en mi cuerpo. ¡Qué alegría tan inmensa! Su alegría fue amarte, amarme. Son muchos, muchos los que se convirtieron en mártires porque les apresó ese amor. La alegría de estar juntos. San Pablo, el gran amante de Cristo, amó también con amor humano, con un amor tierno y constante. Servid alegremente a la Iglesia, que no haya tristeza en nuestras vidas. La única pena es el pecado. Una hermosa sonrisa Una vez trajeron a un moribundo de la calle. Los hindúes tienen la costumbre de rezar alrededor del cuerpo, luego le prenden fuego por la boca y el hombre empieza a quemarse. Pusieron fuego en la boca de ese hombre ¡y se levantó! Dijo: «¡Dadme agua!» Le trajeron a Kalighat. Yo estaba allí. No conocía la historia. Fui a verle y apenas se movía, y me dije: «Éste ya tiene un pie en el otro barrio.» Así que le lavé la cara [...] Abrió bien sus ojos, me sonrió hermosamente y murió. Llamé, me contaron la historia y me preguntaron: «¿Está realmente segura de que ha muerto?» Y me dije: «¡Jesús mío, realmente Te encontró! ¡Yo llevo años luchando para ir al Cielo! Y él se ha ido sin más.» No olvidaré jamás la alegría radiante en su rostro. ¿Por qué? Por su conexión con Dios. Un día, una señora nos llevó de paseo. Mientras conducía, comentó: «Oh, le tengo un gran amor a esta congregación.» «¿A qué se debe?», le pregunté. «Porque, cuando las monjas se encuentran, es como si nunca se hubieran visto; se reciben con tanto amor y alegría. Veo la presencia de Cristo en ellas, veo que realmente se quieren las unas a las otras.» Era una persona laica, llevaba una vida bienestante en el mundo, y sin embargo lo que le sorprendía era que las hermanas se amaran tanto, que les alegrara la presencia de las demás. Y fijaos, eso es lo que los jóvenes quieren ver. Y es bueno para nosotras, pues si no tenemos vocaciones, si las vocaciones no perseveran con nosotras... Examinad qué somos para ellas, qué les damos, qué ven en nosotras; qué vínculos establecemos con ellas; qué relación observan que mantenemos con los demás; en el trabajo, con la gente. La mayoría de vosotras trata con jóvenes en las universidades y en las escuelas. ¿Qué sois para ellos? ¿Por qué no con un corazón feliz? Ha ocurrido a menudo en la vida de los santos que la superación heroica de algo que les provocaba repugnancia les ha elevado a una gran santidad. Ése fue el caso de san Francisco de Asís, quien al encontrar a un leproso completamente desfigurado se apartó de él, pero luego se sobrepuso y besó su rostro. El resultado fue que le invadió una alegría indescriptible. Se hizo dueño absoluto de sí mismo, y el leproso se alejó alabando a Dios por su curación. San Pedro Claver lamió las heridas de sus esclavos negros. Santa

Margarita María lamió el pus de un forúnculo. Por qué todo eso, sino porque creían y querían acercarse al corazón de Dios. Es extraño que los cuatro votos exijan tanta alegría. En nuestro caso la alegría es especialmente necesaria, pues sin ella es difícil que tuviéramos la valentía de captar el auténtico sentido de la entrega total. Ya que lo hacemos, ¿por qué no hacerlo con un corazón feliz? Una sonrisa es el comienzo del amor Tal vez aquí nuestra gente posea bienes materiales, lo tenga todo, pero creo que, si miramos en nuestros hogares, todos descubriremos qué difícil es a veces sonreírnos unos a otros, y esa sonrisa es el comienzo del amor. Así que saludémonos siempre con una sonrisa, puesto que ella es el comienzo del amor, y cuando empezamos a amarnos los unos a los otros de forma natural queremos hacer algo. Todavía podemos ser felices A pesar de todo, todavía podemos ser felices, sonreír, compartir con los demás. Procura irradiar siempre esa alegría. Estatuto 19: «La alegría es efectivamente el fruto del Espíritu Santo y un signo distintivo del Reino de Dios, pues Dios es alegría.» No tenemos motivo alguno para ser infelices. Ser todo de Dios No hay felicidad más auténtica que la de ser todo de Dios. Si quieres ser feliz, esfuérzate para que Dios viva en ti. El amor es bondadoso Ser solícito es el comienzo de una gran santidad. Si aprendéis el arte de ser solícitos, seréis más y más semejantes a Cristo, pues Su corazón era manso y siempre se mostraba solícito de los demás. Para ser hermosa, la nuestra debe ser una vocación llena de solicitud por los demás. Jesús vino a hacer el bien.5' Nuestra Señora no hizo otra cosa en Caná que mostrarse solícita ante las necesidades de los demás y dárselas a conocer a Jesús.52 Jesús, María y José eran tan solícitos que consiguieron que Nazaret fuera la morada de Dios, el Altísimo. Si somos capaces de obrar del mismo modo, nuestras comunidades se convertirán en verdaderas moradas del Dios Altísimo. Qué hermosos serán entonces nuestros conventos. donde reinará esa solicitud plena por las necesidades de las demás. Un amor comprensivo Nuestros pobres no necesitan nuestra lástima ni nuestra pena. Esta mañana fui a Nirmal Hriday y vi a un hombre que luchaba por vivir. Una hermana me contó que cuando le trajeron estaba muy dolido, y por su amargura y su actitud podías ver que sólo esperaba morir. Mientras estuve allí le hablé, se animó y recuperó las ganas de vivir. Bondad con Dios Deberíamos practicar la bondad con Dios, con nuestras superioras, nuestras hermanas, nuestra gente y nosotras mismas. Empezando por el último, dijo Jesús: «Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo.»53 La mayor bondad

que podemos mostrarnos a nosotras mismas es ayudarnos a no perder nuestro equilibrio, ser santas, buenas y fervorosas. Todas sabemos que, cuando perdemos el equilibrio, la dificultad es mucho mayor. Deberíamos esforzarnos por contener esa palabra desagradable. Deberíamos sonreír cuando nos sentimos inclinadas a ponernos de mal humor. Es muy importante que seamos amables con nosotras mismas en este sentido. Debemos controlarnos como si todo dependiera de nosotras, y dejar el resto a Dios. Sed bondadosas con vosotras mismas manteniéndoos equilibradas. ¿Somos solícitos con los demás? Seamos más tiernos, más compasivos, más afectuosos y preocupémonos más por las demás, como Jesús en la Cruz, que aun sangrando y agonizando pensaba en cuidar de Su Madre.54 Me refiero a ese tipo de solicitud, esa solicitud de Jesús en la Cruz por Su madre. Incluso cuando Judas Le besó, Le provocó un terrible dolor,55 y Él dijo: «No dejéis que la gente les haga daño a los apóstoles.»56 ¿Somos realmente solícitos con los demás? El amor real de Dios Ved qué gran hombre es, qué importante y poderoso, y sin embargo, tiene una fe profunda y viva en Dios, un amor real por Él que se trasluce en su manera de trabajar. Tiene una hermosa familia, unida y afectuosa. Lo que realmente me sorprendió fue ver cómo trataba a sus trabajadores. Una vez fui con él a la gran fábrica de Bombay donde trabajan más de tres mil personas, que organizan una colecta donde todos dan algo para ayudar a alimentar a la gente en Asha Dan. Fui allá a darles las gracias y, para mi sorpresa, descubrí que muchos de sus empleados eran discapacitados. También me llamó mucho la atención que conociera a casi todos los trabajadores por su nombre y que, a lo largo de la visita, tuviera un saludo o una palabra para todo el mundo. En un momento dado, pasamos junto a una mesa que estaba vacía y él preguntó dónde estaba Fulana. Cuando se enteró de que había muerto recientemente, le afligió mucho que nadie le hubiera informado de ello. Se trataba de una chica discapacitada a quien parecía conocer bastante bien. Fijaos, hermanas, era un gran hombre pero no creía que esas pequeñas no estuvieran a su altura; esa preocupación por aprenderse el nombre de todos, ese delicado amor que se da cuenta de quien falta. Eso es lo que yo llamo amor. Era un gran hombre de mundo, pero no tanto como para no querer saber y descubrir. No dijo muchas palabras, pero conocía su trabajo, y cuánto más hablaba y se dirigía a sus trabajadores más me impresionaba. La solicitud viene cuando hay amor verdadero. Nunca estéis demasiado ocupados como para no pensar en los demás. A veces estamos tan preocupados con nosotros mismos que hasta nos olvidamos de sonreírles.

Compasión Dios sigue amando al mundo y nos ha mandado a vosotras y a mí para ser Su amor y Su compasión para los pobres. A través de nosotras, Misioneras de la Caridad, Dios muestra Su amor por los más pobres de los pobres, y nos

envía a ellos en particular. El vaso de agua que le dais al pobre, al enfermo, la manera en que incorporáis a un moribundo o le dais la medicina al leproso, la forma en que alimentáis a un bebé o enseñáis a un niño ignorante: todo eso es una muestra del amor de Dios en el mundo de hoy. Quiero que estas palabras queden grabadas en vuestra mente: Dios sigue amando a través de vosotras y de mí, hoy en día. Dejadme ver ese amor de Dios en vuestros ojos, en vuestras acciones, en vuestra manera de moveros. Hoy en día Dios ama al mundo a través de vosotras y de mí. ¿Estamos ahí? ¿Somos nosotras ese amor y esa compasión? Dios demuestra que Cristo nos ama, que vino para ser la compasión de Su Padre. Hoy en día, Dios ama al mundo a través de vosotras y de mí, y de todos los que son Su amor y compasión en el mundo. Sentid una honda compasión por la gente Lo que realizan las hermanas son cosas muy, muy pequeñas. Es poco lo que podemos hacer por esas personas, pero al menos saben que las amamos, que las cuidamos y estamos a su disposición. He pensado que eso es lo que vamos a intentar hacer con los colaboradores, por eso este año dije que estaría más con ellos, para intentar acercarnos a esa unidad de difundir el amor de Cristo a dondequiera que vayamos. Amor y compasión: compadeceos profundamente de los demás. La gente está sufriendo mucho, muchísimo, mental, físicamente, de todas las maneras imaginables, y vosotras estáis ahí para llevarles esa esperanza, ese amor, esa bondad. Amando mediante vuestra alegría Irradiad la presencia de Jesús a través de vuestra alegría. Vuestro apostolado consiste en sonreír y rezar. Poned amor en todo lo que hacéis; cuanta más pequeña sea la cosa, que mayor sea el amor. No se trata de cuánto hacéis sino de cuánto amor estáis poniendo en ello. Y recordad que se lo hacéis a Jesús. Él dijo: «Tuve hambre y Me disteis de comer, estaba enfermo y Me visitasteis, estaba solo y cuidasteis de Mí. [...] A Mí Me lo hicisteis.»57 La alegría con que sonreís La alegría con que sonreís a vuestras hermanas en la comunidad, la ilusión con qué esperáis el momento para estar con ellas, vuestra actitud y comportamiento hacia ellas: todo eso es el amor de Dios en el mundo de hoy. ¡Dios sigue amando al mundo! El calor de unas manos humanas Un día iba caminando por las calles de Londres y me encontré con un hombre sentado, encogido y con una expresión de gran soledad en el rostro, como si estuviera abandonado. Me acerqué a él, le cogí de la mano, se la estreché y le pregunté cómo estaba. Se incorporó y dijo: «Oh, después de mucho, mucho tiempo siento el calor de una mano humana. Hacía tanto tiempo...» Se enderezó, con los ojos llenos de alegría. Era un ser distinto porque una mano humana le había hecho sentir que era alguien, alguien a quien yo amo. En estos terribles días de sufrimiento seamos eso, la alegría de amar.

Saludar con una sonrisa Mantengamos la alegría de amar a Jesús en nuestros corazones y compartámosla con todos aquellos con los que entremos en contacto. Esa alegría radiante es real, pues no tenemos motivos para no ser felices dado que tenemos a Cristo con nosotros, en nuestros corazones, en los pobres que encontramos, en la sonrisa que damos y en la que recibimos. Hagámonos este propósito: que no haya ningún niño indeseado, y también que nos saludemos siempre con una sonrisa, especialmente cuando nos cuesta sonreír. Llenas de celo Que estemos llenas de alegría, llenas de celo, llenas de ese deseo de hacer todo por Jesús. No cedáis al desaliento, que es puro orgullo demoníaco. Si fracasamos, empecemos de nuevo. San Bernardo solía empezar de nuevo cada mañana. Si no habláis durante las comidas y los recesos, si estáis tristes, os convertís en un juguete para el demonio. Sonreíos Hace algún tiempo, vinieron a nuestra casa unos cuarenta profesores de Estados Unidos y pensé que se había convertido en una casa de turismo o tal vez en una de esas cosas que hay que ver. En fin, que vinieron todos, charlamos y al final uno de los profesores me preguntó: «Madre, por favor, díganos algo que nos ayude a cambiar nuestras vidas, a hacerlas más felices.» Le dije: «Sonreíos, buscad tiempo para los demás, disfrutad de su compañía.» Otro me preguntó: «¿Está usted casada?» «Por supuesto», le contesté. «No sabe de qué está hablando.» Y le dije: «Sí.» A veces me resulta muy difícil sonreírle a Jesús. Puede ser muy exigente, y eso es algo, una realidad viva. Debemos ayudarnos mutuamente, lo necesitamos. Servir con alegría Sirvamos a Jesús con alegría y regocijo espiritual, apartando y olvidando todas las preocupaciones y dificultades. Para ser capaces de todo ello, rezad amorosamente como los niños, con un ferviente deseo de amar mucho y de hacer que amen al Amor que no es amado. La alegría es amor La alegría es oración. La alegría es un signo de generosidad. Cuando estáis llenos de dicha, os movéis con más presteza y tenéis más ganas de ir a hacer el bien a todos. La alegría es signo de la unión con Dios, de la presencia de Dios. La alegría es amor, el resultado de un corazón que arde de amor. La alegría de amar Las obras de amor, aunque sea una sonrisa o simplemente ayudar a un ciego a cruzar la calle: pequeñas cosas con gran amor. Un mendigo vino a verme y me dijo: «Madre Teresa, todo el mundo le da cosas, yo también quiero darle algo. Pero hoy sólo he recogido —como le llamáis a esto, ¿diez céntimos?— diez céntimos, y todo el día he querido dárselos a usted.» Pensé: .Si lo tomo, puede que se vaya a la cama sin comer; si no lo tomo, le ofenderé.» Así que

lo tomé. Jamás he visto tanta alegría en el rostro de alguien que ha dado su dinero o su comida o cualquier cosa; estaba feliz porque él también podía dar algo a alguien. Ésa es la alegría de amar, y rezaré por vosotros para que la experimentéis y la compartáis primero en vuestra familia y con todos con quienes os encontréis. La alegría de amar a Jesús Que conservéis la alegría de amar a Jesús en vuestros corazones y la compartáis con toda la gente con la que os relacionáis. Esa alegría radiante es real pues no tenéis motivo para no ser felices, dado que Cristo está con vosotras, en vuestros corazones, en la Eucaristía, en los pobres a quienes encontráis, en la sonrisa que dais y en la que recibís. Sí, debéis vivir la vida hermosamente y no permitir que el espíritu del mundo que construye dioses del poder, las riquezas y el placer os haga olvidar que habéis sido creados para cosas más grandes: amar y ser amados. Cosas pequeñas con gran amor Son pequeñas cosas, pero las escojo deliberadamente porque para Dios nada es pequeño. En cuanto se lo ofrecemos a Dios Todopoderoso, se convierte en infinito. Cuánto amor ponemos en la entrega Para Dios Todopoderoso, la menor de las acciones que Le entregamos es grande [...], pero, nosotros medimos siempre cuánto hicimos, durante cuánto tiempo. Pero para Dios, no hay tiempo, así que lo que debería importarnos es cuánto amor ponemos en la entrega. ¿Cuánto amamos? ¿Cuánto nos hemos acercado a Jesús? Haz el esfuerzo Haz el esfuerzo de ser santo; no basta con decir «quiero», debes esforzarte. Poned esa fidelidad en hacer pequeñas cosas con gran amor —cuanto menor sea la cosa, mayor el amor— y veréis el cambio. No busquéis grandes cosas; éstas pueden llegar, o no. Lo importante es que nos hagamos realmente santos con ese amor tierno, esa fidelidad a las pequeñas cosas hechas con un gran amor. Santa Teresita fue canonizada porque hacía pequeñas cosas con un amor extraordinario. Pequeñas cosas Santa Teresita se convirtió en una gran santa. En todas las iglesias del mundo, vayas donde vayas, encontrarás una imagen o una estatua de ella en algún lugar. ¿Por qué? Porque hacía cosas ordinarias con un amor extraordinario. Era tan sencilla; estando enferma en cama, escuchó a sus propias hermanas hablar de ella: «¿Qué escribirá la Madre priora sobre ella? No ha hecho nada.» ¿Qué hubiéramos respondido nosotras? Nos hubiéramos enfadado, quejado, y nos hubiéramos puesto de mal humor. Pero ¿qué hizo ella? Dijo: ((Si, eso es muy cierto. Me presentaré ante Jesús con las manos vacías.» Ellas hablaban, ella les oyó, y sin embargo nadie ha sido canonizado tan rápidamente después de su muerte, excepto los mártires. En la actualidad el Santo Padre está canonizando a mucha gente, así que, mejor si morís pronto. Cuando canonizan a los santos realizan muchas

investigaciones, pero el Santo Padre tuvo una sola frase para santa Teresita: «Hizo muchas cosas con un amor extraordinario.» Yo lo hago más sencillo: «Pequeñas cosas con gran amor.» En nuestras vidas, no hacemos nada grandilocuente, es tan sólo el modo en que rezamos el Padre Nuestro, nos levantamos, nos arrodillamos, cerramos la ventana, barremos o escribimos, decimos esas palabras de oración. Llevar a Dios Pensaba que era una cosa insignificante y, sin embargo, muy a menudo pasamos de largo esas pequeñas cosas. Hace algún tiempo, las hermanas encontraron a una persona muy, muy miserable, un hombre que vivía postrado en su cuarto en la periferia de Roma, donde las hermanas están trabajando y jamás habían visto, creo, nada igual. De todos modos, le lavaron la ropa, limpiaron su habitación y le calentaron agua. También le hicieron un poco de comida, y él no dijo una palabra. Iban dos veces al día y, al cabo de dos días, el hombre les dijo a las hermanas: «Hermanas, habéis traído a Dios a mi vida, traedme también a un sacerdote.» Así lo hicieron, y el hombre se confesó después de sesenta años. A la mañana siguiente, murió. Es algo tan hermoso, la compasión de esas jóvenes hermanas que llevaron a Dios a la vida de aquel hombre que durante muchos años había olvidado lo que es el amor de Dios, qué quiere decir amarse los unos a los otros, qué significa ser amado. Él lo había olvidado porque su corazón estaba cerrado a todo, y la delicada, compasiva, sencilla y humilde labor de esas jóvenes hermanas — vuestras hijas— tocó, llevó a Dios a [su] vida. Aún más me llamó la atención la dignidad y la grandeza de la vocación sacerdotal; el hecho de que necesitara a un sacerdote para establecer el contacto con Dios. Eso es lo que todos aprendemos de Nuestra Señora, esa compasión. Si fuéramos capaces de utilizar lo que nos ha dado Dios y cumplir el fin para el que hemos sido creadas: amar y ser amadas, sentir esa profunda compasión por el mundo que tenía Nuestra Señora y dar a Jesús a los demás. La gente no está hambrienta de nosotras, están hambrientos de Dios, de Jesús, de la Eucaristía. Cada uno de vosotros es importante El otro día fuimos a Jamshedpur,58 a una gran factoría donde elaboran todas las piezas para los aviones. En un rincón, había un hombre sentado fabricando pequeñas tuercas. Me acerqué a él y le pregunté: «¿Qué está haciendo?» Me miró y me contestó: «Estoy haciendo un avión.» «¿Un avión?» «Sí —insistió—. Sin estas pequeñas tuercas el avión no se movería.» Ved la conexión, hermanas. Cada una de vosotras es importante para la congregación. Pedidle constantemente a Jesús que os ayude a comprenderlo. Escribir simplemente una postal ¿Sabéis que en los hospitales hay mucha gente a quien nadie va a ver? Podríais ir a visitarles. O tal vez simplemente tengáis que escribir una postal a alguien, leerle el periódico a una persona ciega, llevar un cubo de agua a la madre que está enferma en casa. Insignificancias, no busquéis grandes cosas. Pequeñas cosas con gran amor.

Una pequeña cosa con gran amor Cuando los niños se enteraron de que iba a ir a Etiopía [...] vinieron a verme. Cada uno trajo algo, y otra vez los más pequeños entregaron cualquier cosa que tuvieran. Había uno que sostenía por vez primera una tableta de chocolate en la mano. Se acercó a mí y me dijo: «Madre, por favor, dadle este chocolate a un niño en Etiopía.» Una cosa tan pequeña, con un amor tan grande. Era la primera vez que tenía chocolate a su alcance, la primera vez que lo probaba, y sin embargo tenía el amor y la alegría de amar y compartir. Eso es amor en acción. Amor verdadero Para Dios Todopoderoso, no se trata de cuánto damos, sino de cuánto amor ponemos en la entrega. Por eso querría que, como verdaderos colaboradores, vosotros hicierais lo mismo. Tal vez llevéis una flor a vuestro padre o madre ancianos, tal vez hagáis la cama un poco mejor, tal vez estéis presentes a la hora de recibir al marido que llega del trabajo con una gran sonrisa. Pequeñas cosas, pequeñas cosas. Tal vez cuando el niño regrese de la escuela puedas estar allí para recibirle y animarle. «¿Qué tal te ha ido? ¿Qué has hecho? ¿Te has portado bien?» Esa conexión es todo cuanto necesitamos. Estamos tan ocupados que no tenemos tiempo ni para sonreír. No tenemos tiempo para dar amor y recibir amor... Si sois verdaderos colaboradores, entonces comprendéis a qué me refiero. El amor no se mide por cuánto hacemos; el amor se mide por cuánto amor ponemos en ello, por cuánto nos duele amar. Veinte actos de amor Una vez estaba tan cansada de firmar, firmar y firmar, que conté cuantas letras hay en mi firma. Son veinte: «Dios os bendiga, M. Teresa, M C.»* «A partir de ahora —le dije a Jesús— cada vez que firme, por favor, toma veinte actos de amor», un poco en broma. Y desde entonces tengo ganas de firmar por esos veinte actos de amor.

Las obras de amor son obras de paz Para poder rezar por la paz debemos primero ser capaces de escuchar, pues Dios nos habla en el silencio del corazón, y ése es el inicio de la oración, ése es el inicio de la paz. Él habla, y nosotras debemos tener la valentía de escucharle, debemos tener tiempo para escuchar la Palabra de Dios. Y sólo entonces, desde la plenitud de nuestros corazones, podemos hablar, podemos rezar la oración por la paz. El fruto de la oración es la profundización del amor, de la fe. Si creemos, podremos rezar, y el fruto de la fe está forjado de amor, y el fruto del amor es el servicio. Por eso las obras de amor son siempre obras de paz, y para poder dedicar nuestros corazones y nuestras manos al servicio amoroso debemos conocer, debemos conocer a Dios, saber que Dios es amor, que nos ama y que nos ha creado —a todos y a cada uno— para cosas más grandes. Nos ha creado para amar y ser amados, y ése es el inicio de la oración, saber que Él me ama, que * En inglés: «God bless you, M. Teresa, M C.» (N. de la T )

he sido creada para cosas más grandes. Siendo así, ¿quién es mi hermano, quién es mi hermana, dónde está el rostro de Dios que puedo ver, a quién puedo rezar? Mi hermano, mi hermana son ese hambriento, esa persona desnuda, sin hogar, ese solitario, ese indeseado. Son mis hermanos y mis hermanas porque así nos lo ha dicho Cristo. Pero para poder ver el rostro de Dios necesitáis un corazón limpio,59 uno lleno de amor, y eso sólo es posible si éste es completamente puro, limpio y libre. Y mientras no seamos capaces de oír esa voz, la voz de Dios cuando habla en el silencio de nuestros corazones, no podremos rezar. No podremos expresar nuestro amor en acción, pues cada acto de amor es nuestra oración, que trae la paz. Todas las obras de amor son obras de paz. Por lo tanto, si hoy no tenemos paz, es porque hemos olvidado que nos pertenecemos los unos a los otros, que ese hombre, esa mujer, ese niño son mi hermano o mi hermana. La religión debe unirnos La religión es un regalo de Dios para ayudarnos a ser un solo corazón lleno de amor. Dios es nuestro Padre y nosotros somos Sus hijos, de modo que todos nosotros somos hermanos y hermanas. Sin distinciones por raza, color o credo. No utilicemos la religión para dividirnos. En todos los libros sagrados, vemos como Dios nos llama al amor. Lo que nos hacemos entre nosotros se lo hacemos a Él, porque Dios es nuestro Padre. La religión es una obra de amor, debe unirnos, no destruir la paz y la unidad. Las obras de amor son obras de paz, y para amarnos debemos conocernos. Si hoy no tenemos paz, es porque hemos olvidado que nos pertenecemos los unos a los otros, que ese hombre, esa mujer, ese niño son mi hermano, mi hermana. Los pobres deben saber que les amamos, que son queridos. Ellos por sí mismos no tienen nada que dar, sino amor. Nuestra tarea consiste en transmitirles este mensaje de amor y compasión. Intentamos traer la paz al mundo a través de nuestra obra, pero la obra es el regalo de Dios. Y las obras de amor son obras de paz. Si todo el mundo fuera capaz de ver a la imagen Dios en su prójimo, ¿creéis que seguiríamos necesitando armas y bombas? La religión es una obra de amor, de modo que no debería dividirnos ni destruir la paz y la unidad. Sirvámonos de la religión para que nos ayude a ser un solo corazón lleno de amor en el corazón de Dios. Amándonos los unos a los otros, cumpliremos el propósito para el que fuimos creados: amar y ser amados. Hermanos y hermanas míos, pidámosle a Dios que nos llene de esa paz que sólo Él puede dar. Paz a los hombres de buena voluntad, que la desean y están dispuestos a sacrificarse para hacer el bien, para llevar a cabo obras de amor. Un año de paz Vamos a hacer que este año sea un año de paz de una forma especial. Para ello intentaremos hablar más a Dios y con Dios, y menos con los hombres y a los hombres. Prediquemos la paz de Cristo como Él, que anduvo haciendo el bien: no dejó de ser caritativo porque los fariseos y los otros le odiaran o intentaran estropear la obra de Su Padre. Sólo anduvo haciendo el bien.60 El cardenal Newman escribió: «Ayúdame a esparcir Tu fragancia dondequiera que vaya. [...] Que te predique sin predicarte, no con palabras sino con mi

ejemplo [...], con la fuerza contagiosa, con el influjo comprensivo de lo que hago, con la evidente plenitud del amor que mi corazón siente por Ti.» Nuestras obras de amor no son sino obras de paz. Llevémoslas a cabo con mayor amor y eficiencia, en nuestras tareas diarias, en nuestro hogar, con nuestro prójimo. Dios se sirve de la nada para mostrar Su grandeza Lo que Dios hace con la nada: para mí ese es el milagro más grande. Comprender nuestra nada Si nos presentamos ante Dios en silencio y oración, Él nos habla. Sólo entonces comprendemos que no somos nada, y al entender nuestro vacío puede Dios llenarnos de Él mismo. Cuando estamos llenos de Dios, podemos entregar a Dios. «De la abundancia del corazón habla la boca.»61 Y, cuando estamos llenos de Dios, hacemos bien nuestro trabajo, lo hacemos de todo corazón. Portadores del amor de Dios Lo mismo ocurrió cuando fuimos a Yemen. En ese país completamente musulmán, no había ni un símbolo de Cristo en todo el territorio. Mucha gente me aconsejó: «No lleve la cruz, no rece el rosario en la calle, escóndalo todo.» Entonces fui directamente al gobernador y le dije: «Éste es el signo, aunque sea externo, de que le pertenezco a Él. Éste es el rosario que rezamos, y si no puede aceptarnos tal como somos, entonces no tenemos porqué estar aquí.» Y el hombre contestó: «Ustedes han venido a traer amor a nuestro país. Son portadoras del amor de Dios, vengan tal como son y, si ése es su símbolo, consérvenlo, no destruyan nada.» Os pregunto: ¿lo somos? ¿Somos realmente un portador, una rama de la vid de Jesús? Vosotras lleváis a la gente a Cristo a través de obras de amor y de paz, dado que toda obra de amor es una obra de paz, por pequeña que sea. Estáis guiando a la gente. ¿Es vuestra presencia entre ellos esa rama que da fruto? ¿Pueden miraros y ver a Jesús en vosotras? Eso es lo que quiero de vosotras desde el principio. Supongo que me repetiré mil veces, pero no me importa porque siento realmente que sois parte de mi vida. Como hermanas, estamos muy cerca las unas de las otras, así que no me importa repetirme. A menos que nos amemos los unos a los otros en nuestros propios hogares, a menos que seamos alguien muy especial los unos para los otros en nuestros propios hogares, en nuestras propias comunidades, no somos sino una burla ante Dios, no somos sino una burla ante los ángeles. El amor empieza en el hogar. El amor empieza en el hogar ¿Sabemos realmente que, en nuestra propia familia, tal vez mi hermano, mi hermana, mi mujer o mi marido se siente indeseado, no amado, exhausto, busca un poco de compasión, de simpatía, y yo no tengo tiempo? El amor empieza en el hogar. Ésta es la mayor pobreza, y pienso que a menos y hasta que no empecemos a amarnos en el hogar, en nuestra comunidad, [con] ese amor por el otro con que Jesús nos amó, como Le amó Su Padre, no podemos esperar la paz.

Oración del mundo entero por la paz Lo que era necesario cien años atrás quizá no sea necesario hoy. Sin embargo, me sorprende que la oración que san Francisco de Asís escribió hace quinientos años sea tan necesaria en nuestros días. Se ha convertido en la oración del mundo entero por la paz. Señor, haz de mí un instrumento de tu paz, que donde hay odio, ponga yo amor; donde hay ofensa, ponga yo perdón; donde hay discordia, ponga yo unión; donde hay error, ponga yo verdad; donde hay duda, ponga yo fe; donde hay desesperación, ponga yo esperanza; donde hay tinieblas, ponga yo luz; donde hay tristeza, ponga yo alegría. Señor, haz que no busque tanto ser consolado sino consolar; ser comprendido sino comprender; ser amado sino amar; porque es olvidándose de uno mismo cómo uno encuentra, es perdonando cómo se es perdonado, y es muriendo cómo se nace a la vida eterna. Amén. Un lápiz en manos de Dios Ha sido una sencilla entrega, un sencillo «sí» a Cristo para permitirle que haga lo que Él quiera. Porque la obra es Su obra. Yo soy sólo un pequeño lápiz en Su mano. Si mañana Él encuentra a alguien más indefenso, más estúpido, más inútil, hará cosas aún más grandes con él y a través de O. Si quiero escribir, utilizo un lápiz. El lápiz no discute conmigo, me obedece. Es lo único que tiene que hacer. Si hago buena letra, mi lápiz está feliz, supongo. Sed un pequeño lápiz. ¿Lo recordaréis, hermanas? Tal vez esa mano tenga muchos defectos, muchos, pero el lápiz nunca hace ruido, [no dice]: «No escribas así», «No quiero escribirle a la Madre». Sed un lápiz en manos de vuestra superiora, obedeced a quien ha sido puesta en manos de Jesús.

Dador de esperanza Del mismo modo que amamos a Dios debemos amar a los pobres en sus sufrimientos. El amor por los pobres es nuestro amor por Dios derramado. Tenemos que encontrar a los pobres, servirles y acogerlos en nuestro corazón. Le debemos la mayor gratitud a nuestra gente, puesto que nos permiten tocar a Cristo. Debemos amar a los pobres como Él. Un hindú le dijo a la Madre: «Sé lo que hacéis en Nirmal Hriday, les sacáis de la calle y los lleváis al cielo.» Un sacerdote irlandés afirmó: «Nirmal Hriday es el tesoro de la archidiócesis.» Dios nos ha elegido y nos ha otorgado el privilegio de trabajar para los pobres. La diferencia con el trabajo social es que nosotras les damos un servicio gratuito y de todo corazón por amor a Dios. Al principio, cuando la Madre empezó la obra, tuvo fiebre y soñó con san Pedro. Él le dijo:

«No, no hay sitio para ti aquí. En el cielo no hay barrios de chabolas.» «De acuerdo —le respondió la Madre—, entonces voy a seguir trabajando. Llevaré a la gente de las chabolas al Cielo.» Conseguir paz para el mundo Recuerdo que, durante el tiempo de Navidad, les di una charla a nuestros leprosos —cuidamos de unos ciento cincuenta y ocho mil— y les dije: «Vuestra enfermedad, vuestro sufrimiento, no es un castigo, es un regalo de Dios; sois los elegidos para compartir la pasión de Cristo, para ofrecer [su sufrimiento] por la paz, en agradecimiento por lo que Dios ha hecho por todos los demás y por vosotros.» Y les repetí varias veces que son los elegidos, que son amados de una forma especial; un hombre sentado junto a mis pies, creo —había tanta gente—, empezó a tironearme del hábito. «Dígalo otra vez, dígalo otra vez», y tuve que repetirlo tres o cuatro veces: «Vosotros sois los elegidos, tenéis paz porque Dios os ama y podéis serviros de esto [su sufrimiento]; ofrecédselo a Dios, aceptadlo y ofrecédselo a Dios, y conseguiréis paz para el mundo.» Él no comparaba Su amor [Jesús] amó tanto al mundo62 que [...] se convirtió en el leproso, en el loco y miserable de la calle, para que vosotros y yo pudiéramos amarle, para que vosotros y yo pudiéramos satisfacer Su hambre de nuestro amor, y por eso dice Él que, en la hora de la muerte, seremos juzgados no por las grandes cosas que hayamos hecho sino por lo que hayamos sido para los pobres: ese hambriento, el que acude a nuestra puerta, el que está solo, ese ciego que cruza la calle, esa persona tan sola, tan indeseada, tan poco amada, aquí, en mi propia familia. Quizá tengo un padre anciano, una madre anciana, un hijo enfermo, y no tengo tiempo. Estoy tan ocupado que no tengo tiempo para sonreírles a los demás. Mi hija minusválida, mi esposa impedida, mi marido enfermo: no tengo tiempo, y son Jesús en Su angustioso disfraz. Es Jesús hambriento, justo en mi familia, en mi comunidad, en mi hermana, y no tenemos tiempo. Hoy en día no encontramos tiempo ni para sonreírnos el uno al otro, y sin embargo Jesús nos ama con un amor infinito. Y dijo Jesús: «Amad como Yo os he amado.»63 No, Él no comparaba Su amor con cualquier otro amor. Llevando arroz Hace algún tiempo vino un hombre a nuestra casa y dijo: «Madre, hay una familia, una familia hindú con ocho hijos. Hace días que no comen. Haga algo por ellos.» Cogí un poco de arroz y me fui para allí; cuando llegué a su casa, pude ver el hambre en los ojos brillantes de los niños. Le di el arroz a la madre, y ella lo cogió, lo dividió en dos partes y se marchó. Al regresar, le pregunté: «¿Adónde ha ido?» «Ellos también tienen hambre», me dijo. Los vecinos de la puerta de al lado también estaban hambrientos. Lo que más me sorprendió no fue tanto que les diera el arroz como que supiera que estaban hambrientos. Y, como lo sabía, compartió el arroz. Eso es lo que debemos llegar a entender. Esa noche no les llevé más arroz; a la mañana siguiente sí, pero esa noche les dejé disfrutar de la alegría de compartir, de amar. El amor, para ser verdadero, debe doler, y esa mujer hambrienta sabía que sus vecinos también lo estaban, y resulta que aquella familia era musulmana. Por eso es tan conmovedor, tan real.

Esa mujer amaba como Cristo, amaba a Cristo en esa familia musulmana. Los hindúes y los musulmanes son muy diferentes y aun así ella amó hasta dolerle. Le dolió quitar el arroz a sus hijos, pero su amor al prójimo era mucho mayor que su amor por sus hijos. Eso es lo que debemos saber, ¿sabemos realmente que en nuestra propia familia, quizá mi hermano, mi hermana, mi esposa, mi marido, se sienten indeseados, no amados, exhaustos, buscan un poco de compasión, un poco de simpatía, y yo no tengo tiempo? El amor empieza en el hogar. Su ausencia es la mayor pobreza y pienso que al menos y hasta que no empecemos a amarnos en el hogar, en nuestras comunidades, con ese amor por el otro con que Jesús nos amó, como Le amó Su Padre, no podemos esperar la paz. Por eso los pobres son la esperanza de la salvación, la esperanza del género humano, la esperanza de que vosotros y yo vayamos al Cielo, porque en el Juicio Final vamos a ser juzgados por eso: «Tuve hambre, y Me disteis de comer, estaba desnudo y Me vestisteis.»64 No sólo hambriento de pan y de arroz sino hambriento de amor, de ser deseado, reconocido, de saber que soy alguien para ti, de que me llamen por mi nombre, de conocer ese nombre, de tener esa profunda compasión, esa hambre. En el mundo de hoy hay un hambre tremenda de ese amor. Estamos sedientos de comprensión. A menudo pasamos junto a nuestros hermanos y hermanas y no comprendemos sus dificultades. Llevar la presencia de Cristo allí donde estéis Hace algún tiempo, en Calcuta, los directores de varias escuelas y universidades vinieron a nuestra casa y me dijeron: «Madre, nos gustaría abandonar nuestras escuelas y universidades, y venir a compartir su labor.» Les respondí: «Entiendo que ésa es la tentación más diabólica para ustedes, la más diabólica, porque si el demonio les quita de sus puestos podrá destruir a los jóvenes. Ustedes son los únicos que representan la presencia de Cristo para ellos. Son los únicos que pueden darles Su luz, que pueden vivir la alegría de amar para ellos, los únicos que pueden enseñarles lo que es la pureza, la obediencia, la vida de amor por los demás. Por lo tanto, quédense donde están, pero abran sus escuelas a nuestros pobres y los barrios de chabolas dejarán de serlo. Abran sus hospitales a nuestros pobres, y no hará falta que vengan a trabajar con nosotras. Nosotras llevaremos a la gente hasta ustedes.» Creo que llegamos a un entendimiento maravilloso, y me hizo muy feliz que abrieran escuelas para nuestros niños. Muchos hospitales se ofrecieron para cuidar a nuestros enfermos, y yo les dije: «Cerraré nuestros hogares para moribundos si ustedes se hacen cargo de nuestros indigentes desahuciados en su hospital. Y cerraré todas las escuelas que tenemos para los niños de los barrios de chabolas si se ocupan de ellos.» Ahora, muchos sacerdotes y monjas enseñan a nuestros niños y, para asegurarnos de que los pequeños no se sientan excluidos —porque son todas escuelas de pago, escuelas para gente acomodada— [...] ¿qué hacemos? Les damos algo de dinero, cincuenta céntimos en vuestra moneda, una rupia en la nuestra, y pagan sus matrículas, se sientan junto a los demás, los niños que pagan cien rupias, y este pequeño sólo paga una, pero tampoco es gratis, está pagando algo. Eso es muy hermoso y ha creado un sentimiento maravilloso entre los niños. Ellos no lo saben, pero poco a poco van descubriendo que ese niño es pobre, mi hermano, mi hermana. Los

niños comparten de una forma hermosa. ¿Cómo? Porque las hermanas comprendieron que juntando a esos niños iban a ser la luz de Cristo y a compartir la alegría de amarse. Y ahora, poco a poco, van surgiendo vocaciones de este contacto entre chicos y chicas. La esperanza de la felicidad eterna Habéis sido elegidos, habéis sido llamados por vuestro nombre. Ser colaboradores no consiste sólo en unirse a una organización, ser un nombre en un grupo de gente. Un colaborador debe ser el amor y la compasión de Dios en el mundo de hoy. Dios ama tanto al mundo que entregó a Su Hijo65 y, hoy, os entrega a vosotros. Primero, a vuestra propia familia, a vuestros padres, y luego, como prueba de que Él ama al mundo, lo hace a través del colaborador. Por eso no vais a ser sólo un número. No necesitamos números. Dios no necesita números. Él dice: «Dame tu corazón.» Ese corazón debe ser el resplandor del amor de Dios en el mundo, la esperanza de la felicidad eterna, la llama ardiente del amor de Dios en el mundo de hoy. En realidad, sois colaboradores del mismo Cristo, y Él quiere que seáis completamente suyos dondequiera que estéis, sea cual sea la labor que realicéis, para que transmitáis el resplandor del amor de Dios. Hay mucha oscuridad en el mundo actual y vosotros, colaboradores, debéis ser ese resplandor. Hay mucha menos esperanza, mucha más desesperación, mucha angustia, y el colaborador constituye la esperanza de la felicidad eterna. Hay tanto odio, tantos asesinatos, tanta destrucción en el mundo que un colaborador debe ser la llama ardiente del amor y la compasión de Dios.Y por eso necesitamos rezar. Jesús en la Eucaristía, Jesús en el pobre Como María, llenémonos de celo para acudir prestas a dar a Jesús a los demás.66 Ella estaba llena de gracia cuando, en la Anunciación,67 recibió a Jesús. Como ella, nosotras también nos llenamos de gracia cada vez que recibimos la Sagrada Comunión. Es el mismo Jesús que ella recibió a quien nosotras recibimos en la Misa. En cuanto esto ocurrió, fue aprisa a ofrecérselo a Juan. También nosotras, en cuanto recibimos a Jesús en la Sagrada Comunión, vayamos a toda prisa a entregárselo a nuestras hermanas, a nuestros pobres, a los enfermos, a los moribundos, a los leprosos, a los indeseados, a los no amados, etc. Con eso hacemos presente a Jesús en el mundo de hoy. Regresar a la casa de Dios ¿Cuánto hemos amado? En la hora de la muerte, cuando nos encontremos cara a cara ante Dios, seremos juzgados por nuestro amor: cuánto hemos amado; no cuánto hemos hecho, sino cuánto amor hemos puesto en nuestra acción. Y, para que sea verdadero, debe empezar por el prójimo. El amor al prójimo me llevará al verdadero amor por Dios. Lo que nuestras hermanas, hermanos y colaboradores están intentando hacer en todo el mundo es poner ese amor a Dios en acción viva.

En vuestro corazón Hace un momento, ha bajado un hombre por esa escalera. Su mujer murió hace un tiempo y me estaba contando cuánto la echaba de menos, ya que se querían muchísimo. «Su esposa era una persona maravillosa, estaba cerca de Dios y Dios está en vuestro corazón. Ahora ella está junto a Dios, de modo que también debe estar en vuestro corazón.» Me ha pedido que se lo repitiera otra vez, y se ha sentido feliz. Regresar a la casa de Dios con alegría Es un simple deber para vosotros, para mí, para el obispo y para el Santo Padre, e incluso para el moribundo que agoniza de hambre o de desnudez en la calle; es un simple deber, y hemos sido creados para eso: estar enamorados de Dios. De ti venimos y a Él debemos regresar. Tengo una historia muy hermosa y sencilla. El otro día recogimos a un hombre que se estaba muriendo de hambre en la calle y le trajimos a nuestra casa. Después, le hablamos de Dios y le dimos un billete para encontrarse con san Pedro. Y entonces, ese hombre me miró y me dijo: «Hermana, regreso a la casa de Dios.» Murió con una sonrisa preciosa en el rostro. «Regreso a la casa de Dios», y murió. ¡Cuán maravilloso es que podamos ayudar a la gente a regresar a la casa de Dios con alegría, con una gran sonrisa! Ésa es la verdadera santidad; ayudémonos mutuamente a crecer en la santidad, pues, si somos santas, seremos una con la Iglesia.

La santidad La verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una sonrisa. La santidad no es un lujo de unos pocos Rezaré por vosotros, para que crezcáis en el amor a Dios a través del amor por los demás. Difundid esa paz, porque las obras de amor son obras de paz, primero en el hogar, en vuestra familia, y luego a los demás. Y a través de ese amor a Dios que crece en vosotros, seréis santos. La santidad no es un lujo de unos pocos, es un simple deber para cada uno de nosotros. Así, cuando miramos la Cruz, comprendemos lo mucho que nos ha amado Dios y debemos aprender de Él cómo amarnos los unos a los otros. De este modo estaremos dispuestos a darlo todo por salvar vidas, especialmente la del pequeño niño no nacido, que es un regalo de Dios a la sociedad. Llevadlo a vuestras vidas Llevad ese amor, esa santidad, a vuestras vidas, a vuestro hogar, al prójimo, a vuestro país y a todo el mundo. Para ello debemos rezar, debemos sentir la necesidad de rezar. Debemos desearlo. Hagamos que cada colaborador empiece a rezar en familia, porque la familia que reza unida permanece unida. Ayudad a vuestro prójimo a hacer lo mismo. Con la oración y el sacrificio venceremos al mundo. Mi oración es para cada uno de vosotros, y rezo para que seáis todos santos y así difundáis el amor de Dios dondequiera que vayáis, que iluminéis con la luz de Su Verdad la vida de cada persona y así Dios pueda continuar amando al mundo a través de vosotros y de mí.

Nada extraordinario Jesús quiere que seamos santos. La santidad no es nada extraordinario, y menos para una hermana, puesto que se ha consagrado a Dios. El estado normal de la vida de una religiosa es ser santa, pues Jesús, mi Esposo, es santo. Dice el Evangelio: «Sed santos, pues vuestro Padre Celestial es santo.»68 Hermanas, oíd bien lo que os dice la Madre. No tiene nada de especial que una hermana profesa sea santa [...], que sea toda de Dios, pues se ha entregado a Él. La santidad es un deber para nosotras. Nada extraordinario, no es ningún lujo. [...] Si todo mi corazón está completamente entregado a Jesús, entonces debemos ser santas. Si alguien os dice lo contrario, creedme, intenta engañaros. Me gustaría que comprendierais lo que dice la Madre: jamás, jamás bromeéis acerca de la santidad. No es ninguna broma. [...] Es una tontería que digáis: «No estoy destinada a ser santa.» Le pertenezco a Él, he consagrado mi vida a Él, por lo tanto, debo ser santa. Examinaos para descubrir si ese deseo arde realmente en vuestro corazón. ¿De verdad quiero ser santa? La soberbia no encaja con la santidad La santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una gran sonrisa, en la entrega total: «Cortadme en pedazos [...]; cada pedazo es sólo para Ti.» La santidad es alegría, amor, compasión y especialmente humildad. La hermana que es humilde está, a buen seguro, en el camino de una gran santidad. La soberbia no encaja con la santidad, es algo diabólico. ¿Cómo nos volvemos humildes? Aceptando las humillaciones. Cuando os riñan, os insulten y os ofendan, aceptadlo con los brazos abiertos. Esa humillación os hará santos, aceptadla. Pidámoslo pues. Seamos santas como Jesús, solo y completamente de Jesús a través de María. Quiero de veras que hagáis de vuestras comunidades otro Nazaret, lleno de esa alegría radiante, esa paz, esa compasión; comunidades santas, una congregación santa.

Estoy decidido; quiero Tenemos diez dedos para recordarnos: «Estoy decidido; quiero, con la bendición de Dios, ser santo» y «A Mí Me lo hicisteis».69 ¡Somos tan afortunados por tener a Jesús en el Santísimo Sacramento y en los pobres...! Hagámonos este firme propósito: «Estoy decidido; quiero, con la bendición de Dios, ser santo.» Así saciaré la sed de Jesús en la Cruz de amor, Su sed de almas, trabajando en la salvación y santificación de los más pobres entre los pobres. «Estoy decidido; quiero, con la bendición de Dios, ser santo.» Determinación Compitamos en santidad, en ser sólo de Jesús. Persignaos los labios cuando notéis que el mal humor se apodera de vosotros. Sería hermoso que adquiriésemos ese hábito. «Jesús en mi boca, no me dejes decir esta mala palabra», y recordad: «Busqué a uno [que me consolara]. »70

Capaces de amar Un sacerdote al que hicieron obispo me pidió: «Madre Teresa, consuéleme.» Le pregunté: «¿Quién ha muerto?» «Me han hecho arzobispo», respondió. Estaba realmente asustado, así que le dije: «Si no lo ama, si no está enamorado de ese deber, jamás será capaz de dar a Jesús a su gente.» Me escuchó y, al día siguiente, le dijo a la gente: «A menos que me haga feliz ser obispo, no seré capaz de amaros. ¡Así que soy muy feliz de ser obispo!»

Amaos unos a otros No he pedido más que una gracia para vosotras, que entendáis las palabras de Jesús: «Amaos unos a otros como yo os he amado.»71 ¿Podéis decirme cómo os amó Él? Preguntáoslo y entonces ved. ¿Amáis de veras a las hermanas como Él os ama? Cada vez estoy más convencida de que, a menos que y hasta que ese amor viva entre nosotras, podemos matarnos trabajando, pero será sólo trabajo, no amor. El trabajo sin amor es esclavitud. Tenemos tanto que agradecerle a Dios... Vaciarnos de egoísmo e insinceridad Una vez, en Katmandú,72 un padre estaba dando una charla sobre el amor que Dios tiene por el mundo y cuán grande debe de ser para que nos mandara a Su Hijo. Así que le pregunté: «Jesús dijo: "Amaos unos a otros como yo os he amado"73 y también: "Como el Padre me ha amado, así os he amado".74 Así que para saber cómo debemos amarnos los unos a los otros, hemos de saber cómo el Padre amó al Hijo. Por eso le pregunto: ¿cómo amó el Padre al Hijo?» Me miró y me respondió: «Madre, su pregunta es muy hermosa y muy lógica, pero soy incapaz de contestarla.» Ésa es la gran responsabilidad que tenemos: amar como el Padre ama al Hijo, nada menos. Si nuestro amor no es ése, entonces es una burla, un engaño. No podemos amar y servir de veras a los pobres a menos que atesoremos ese amor a Dios en nuestros corazones, y sólo lo conseguiremos si estamos vacías de todo egoísmo e insinceridad. Ese amor debe empezar aquí, en el hogar. Pedidle a Jesús que os dé Su corazón para amar. Lo que sea Jesús dio Su vida para amarnos y nos dijo que debemos dar lo que sea para hacer el bien a los demás. [...] Murió en la Cruz porque eso es lo que le costó a Él hacernos el bien; para salvarnos de nuestro egoísmo y nuestro pecado. Lo dejó todo por hacer la voluntad del Padre, para mostrarnos que también nosotros debemos estar dispuestos a darlo todo para seguir la senda de Dios, para amarnos como Él nos ama a cada uno. Por eso también nosotros debemos dar hasta que duela. No nos basta con decir que amamos a Dios, también debemos amar al prójimo. Amar a Dios y al prójimo Se nos ha mandado que amemos a Dios y a nuestro prójimo,75 ambos al mismo nivel, sin diferencias. El amor al prójimo debe ser igual al amor a Dios. Aquí no es difícil encontrar oportunidades para cumplir con este mandamiento; se nos presentan las veinticuatro horas del día, justo aquí.

¿Puedes ser reconocido como cristiano? En nuestra comunidad vivimos la vida de la Trinidad, amándonos como Cristo nos amó. Es absolutamente importante que lo recordéis: «Amándonos los unos a los otros como Cristo nos amó.» A veces podemos ser toda dulzura, toda amabilidad y alegría para los de fuera, pero en la comunidad nos comportamos justo al revés. Como dijo alguien: «Por fuera es como la miel, pero por dentro es un tigre», ¿Por qué? Se decía de los primeros cristianos que la gente podía reconocerles por lo mucho que se amaban.76 Eso era el signo de que eran —son—discípulos de Cristo. ¿Se puede decir lo mismo de vosotras, hoy? Ése fue el signo que delató a san Lorenzo ante el soldado en la Iglesia naciente. Vieron su gesto generoso hacia un pobre y se percataron: «Debe de ser cristiano.» Así que le apresaron, le quemaron y se convirtió en mártir. ¿Podrían decir lo mismo de vosotras como Misioneras de la Caridad? Supongamos que no llevarais el sari con las rayas azules, ¿diría la gente, con sólo ver lo que hacéis por los pobres: «Debe de ser una Misionera de la Caridad. Mirad cómo cuida a ese leproso, a ese moribundo, a ese niño impedido y al huérfano»? ¿Puede hoy en día la gente del mundo reconoceros como Misioneras de la Caridad por lo que hacéis y por lo que sois? ¿Por el amor que tenéis las unas por las otras? ¿Cuál es vuestra actitud con los pobres? ¿Cómo les tratáis? Los pobres se encuentran en vuestras propias comunidades. ¿Cómo demuestro mi amor por los pobres en mi comunidad? C. R. S. Amémonos unas a las otras. Amémonos como amamos a Jesús. En Nazaret había amor, unidad, oración, sacrificio y trabajo duro, pero también había comprensión profunda, reconocimiento del otro, y solicitud por los demás. C Comprensión. R Reconocimiento. S Solicitud. Todos hemos sido llamados a difundir amor «Una Misionera de la Caridad debe ser una misionera del amor.» Una misionera es alguien que ha sido enviada. Dios envió a Su Hijo, y hoy nos envía a nosotros. Cada uno de nosotros es enviado por Dios. ¿Para qué? Para ser Su amor entre los hombres. Para llevar su amor y su compasión a los más pobres entre los pobres. Cada MC es también el más pobre de los pobres, enviada por lo tanto para llevar Su amor y Su compasión, en primer lugar, a mis hermanas de comunidad. No debemos tener miedo a amar. Una MC debe ser una misionera del amor. Fijaos en las palabras «debe ser». No es que deba intentarlo, no, debe ser una misionera de amor. Ha sido enviada para ser el amor de Dios. Fijaos también en la segunda línea:" gDebe estar llena de caridad.» Aprendeos estas palabras de memoria, recordadlas y preguntaos: «¿Cómo he vivido esa regla?» Examinaos, ved en qué habéis tenido éxito, en qué habéis fallado y escribidlo. Hoy, rezad durante la oración y pedidle a Jesús, a Nuestra Señora, que os llenen de amor. Hemos sido enviadas para ser Su amor. No podemos dar lo que no tenemos; debemos pues llenar nuestras almas de amor a través de la oración y la unión con Dios. Entonces podremos difundir ese amor por todas las naciones: «Id y predicad en todas las naciones.»78

Desgastarnos sin desfallecer Hoy han venido a verme unos pastores protestantes y me han dicho algo muy bonito. Me han dicho: «Ustedes [las Misioneras de la Caridad], gracias a su voto de castidad pueden pertenecer a Jesús plenamente y por completo; pero en tanto que estamos casados, nosotros debemos amar también a nuestras esposas y no podemos dedicarnos tan plenamente a Jesús como ustedes.» Y yo me he preguntado: «¿Es eso cierto para cada una de nosotras? ¿Es nuestro amor por Jesús realmente indiviso? ¿Somos sólo y únicamente de Jesús?» Cuando nuestras hermanas estuvieron en Ceilán, un ministro del Estado me dijo algo muy sorprendente. «¿Sabe, Madre?, amo a Cristo pero odio a los cristianos.» Le pregunté cómo era posible tal contradicción, puesto que Cristo y los cristianos son uno. Y él me respondió: «Porque los cristianos no nos dan a Cristo, no viven plenamente sus vidas de cristianos.» Ghandhiji79 dijo algo muy parecido: «Si los cristianos vivieran plenamente sus vidas de cristianos no quedaría un solo hindú en la India.» ¿Acaso no es cierto? Ese amor a Cristo debe urgirnos a gastarnos sin desfallecer. Abrir nuestros ojos para ver Quizá si vais a la estación y visitáis algunas de las zonas más pobres, encontraréis a gente que duerme en los parques y en las calles. He visto a gente en Londres, en Nueva York, he visto a gente en Roma durmiendo en la calle, en los parques, y ésa no es la peor falta de hogar. [Es] terrible ver a un hombre o una mujer durmiendo en la calle sobre un pedazo de periódico una noche fría, pero hay una falta de hogar mucho mayor: ser rechazado, indeseado, abandonado. Ésa es el hambre, la sed, la desnudez y la falta de hogar de que nos habla Dios. No es suficiente con abrir nuestros ojos para ver, debemos mirar y damos cuenta de si algún hermano o hermana está hambriento, desnudo, sin hogar, y hacer algo por él: darle comida, amor, ropa, ayudarle a incorporarse, mostrarle respeto, ternura y cariño porque no hay una mano humana para amarle, protegerle y guiarle.

Algo hermoso para Dios Este amor que sentimos por nuestra gente es un regalo, pues Jesús dijo: «Lo que hicisteis al más pequeño de Mis hermanos, a Mí Me lo hicisteis.»80 Nosotras estamos siempre con los más pequeños. Cuando dais un vaso de agua, se lo estáis dando a Jesús.81 É1 así lo dice. [...] Recuerdo aquel día que recogimos de la calle a un hombre lleno de gusanos. Le pregunté a una hermana: «¿Cómo puede ir así al Cielo?» Empezamos a quitárselos de uno en uno. Le dije a la hermana: «Mejor cójelos por la boca, porque pueden morderte.» Se los quitamos todos. Luego le pregunté: «¿Quiere que le den la bendición de Dios por la que sus pecados serán perdonados?» Y algo pasó, como un resplandor, una alegría perfecta. Algo espiritual le ocurrió a ese hombre y al cabo de quince minutos murió, sin gusanos (espero que no le quedara ninguno dentro). Hemos recogido a tantos como él... Pero hay una cosa hermosa: no se quejó, no dijo nada, lo aceptó. Se notaba que le dolía, pero no hubo ni una sola queja. Debió de ir directo al Cielo. San Pedro le dijo:

«¿Cómo es posible, si tenías tantos gusanos?» Debe de haber conseguido el mejor lugar, porque nunca se quejó. Es algo hermoso para Dios. Rezad para que no arruinemos Su obra, para ayudar a la gente a quitarse los gusanos. Lo que tú haces, no lo puedo hacer yo Lo que tú haces, no lo puedo hacer yo; lo que yo hago, no lo puedes hacer tú, pero juntos estamos haciendo algo hermoso para Dios y ésa es la grandeza de Su amor por nosotros. Nos da la oportunidad de convertirnos en santos a través de nuestras obras, porque la santidad no es el lujo de unos pocos. Es un simple deber para vosotros, en vuestra posición, en vuestro trabajo, y para los demás y para mí, cada uno en su tarea, en la vida, pues hemos dado nuestra palabra de honor a Dios. [...] Debéis poner vuestro amor a Dios en acción viva, no sólo porque debáis, sino porque amáis hacerlo. Y estáis compartiendo a través de vosotros, de vuestras manos, lo que Dios le está probando al mundo: que le ama y sigue entregándose a él a través de ti. A través de ti, del trabajo que estás haciendo con los leprosos, con los moribundos. Nunca olvidaré esta hermosa oportunidad. Levantad la vista y mirad sólo a Jesús y habrá paz, alegría, amor; de lo contrario habrán conflictos. Mostrad un profundo respeto por los demás; no podemos pasar por alto sus defectos, por eso debemos permitir que Dios nos complete. Lo que tienes, no lo tengo yo; lo que yo puedo hacer, no lo puedes hacer tú, pero juntos hacemos algo hermoso para Dios. Si queremos ser una sociedad santa, nos necesitamos los unos a los otros. [...] Necesitamos un corazón limpio para ver a Dios en los demás y para revelarnos ¿qué? Que Dios me ama.

MÁXIMAS DE LA MADRE TERESA La oración El fruto de nuestra oración es el amor a Jesús, que probamos aceptando pequeñas humillaciones con alegría. La oración proporciona un corazón limpio, y un corazón limpio puede ver a Dios, hablar con Él y así alcanzar la paz. Cuanto más rezamos, mejor rezamos. Si rezas bien, tu caridad también estará bien. Las almas de oración son almas de gran silencio. La oración es el medio por el que somos alimentados, y necesitamos un corazón puro para rezar. A menudo no podemos decir mucho en la oración, pero esa oración representa lo mismo que una mirada, que lo es todo. La santidad. Quiero que hagas el esfuerzo de ser santo, no en grandes cosas, porque no tenemos grandes cosas que hacer; pero cuanto más pequeña sea la cosa, mayor el amor. La obediencia es el acto más perfecto de amor a Dios. Obedezco, no porque tenga miedo, sino porque amo a Jesús. En lugar de decir diez palabras, di una. La pobreza es tu libertad. Tememos el futuro porque estamos desperdiciando el hoy.

El amor No temáis amaros los unos a los otros. Lo que debe importarnos es cuánto amor ponemos en lo que damos. ¿Cuánto amamos? Una sonrisa engendra una sonrisa, del mismo modo que el amor engendra amor. El amor sólo puede convertirse en nuestra luz y alegría en el servicio gozoso a los demás.

Crecer en la semejanza con Cristo significa crecer en santidad. Prefiero que cometáis errores con amabilidad a [que obréis] milagros con dureza.

Nuestra Señora María enseñó a Jesús a caminar, a hablar, Le bañó a diario, Le enseñó a coger una cuchara, a caminar, Le sostuvo Sus manos. A menudo lo olvidamos. Seamos ese niño pequeño en sus manos. ¿Voy siempre afanosa a los suburbios? Nuestra Señora fue enseguida a ver a Isabel porque la amaba. Nosotras también debemos ir de prisa a los pobres, como Nuestra Señora. Nadie aprendió mejor la humildad que María, Su Madre. Necesitamos a Nuestra Señora para obtener la gracia de la humildad. Aferrémonos a ella: «Sé una madre para mí, ahora.»

Jesús Deja que Jesús te hable en el silencio de tu corazón. Dile con frecuencia: «Jesús, Te amo por todos los que no Te aman.» Sé valiente, sé generoso, acoge a Nuestro Señor tal como viene a tu vida ahora, a través del sufrimiento. A pesar de todas nuestras debilidades, Dios está enamorado de nosotros y sigue sirviéndose de cada uno para encender Su luz de amor y compasión en el mundo. La única razón de nuestra existencia es: «Vivir en Él, para Él, por Él, y con Él.» Cuatro palabras muy importantes. ¿Cómo amamos a Cristo? Ofreciendo un servicio gratuito y de todo corazón. Conserva la alegría de amar a Jesús en los pobres y en la Eucaristía, y comparte tu alegría con quien te encuentres. Nunca separes a Jesús en la Eucaristía de Jesús en los pobres. Las oraciones de la Madre Teresa Jesús Mío, haz conmigo lo que desees, durante el tiempo que desees sin una sola mirada a mis sentimientos y mi dolor. Soy tuya. Graba en mi alma y en mi vida los sufrimientos de Tu Corazón. Por libre elección, Dios Mío, y por amor a ti, deseo permanecer y hacer cualquiera que sea tu Santa Voluntad respecto a mí. No soltaré ni una

lágrima, incluso si sufro más que ahora, y aún querré hacer tu Santa Voluntad. Ésta es la oscura noche del nacimiento de la congregación; Dios Mío, dame el valor ahora, en este momento, de perseverar siguiendo Tu llamada. Cuando estés limpiando, barriendo, cualquier cosa, dile a Jesús: ((Te amo, Jesús. Cualquier cosa que haga hoy la haré por Ti, cada pensamiento, cada palabra, cada una de mis acciones.» Conserva la alegría de amar a Jesús en tu corazón y repite a menudo noche y día: «Jesús en mi corazón, creo en Tu tierno amor por mí. Te amo.» Querido Jesús, ayúdame a esparcir Tu fragancia por dondequiera que vaya. Inunda mi alma con Tu Espíritu y Vida. Penetra y posee todo mi ser tan completamente que mi vida sólo sea un resplandor de la Tuya. Brilla a través de mí y permanece de modo que cada alma con la que tenga contacto pueda sentir Tu presencia en mi alma. ¡Permite que ellos al mirarme no me vean a mí, sino solamente a Jesús! Quédate conmigo y entonces podré comenzar a brillar como Tú brillas, a brillar tanto que pueda ser una luz para los demás. La luz, oh, Jesús, vendrá toda de Ti; nada de ella será mía. Serás Tú quien brille sobre los demás a través de mí. Permíteme así alabarte de la manera que Tú más amas: brillando sobre aquellos que me rodean. Permíteme predicarte sin predicar, no con palabras, sino con mi ejemplo, con la fuerza que atrapa, con la influencia compasiva de lo que hago, con la evidente plenitud del amor que mi corazón siente por Ti. Amén. Padre Eterno, Te ofrezco a Jesús, Tu Amado Hijo, y me ofrezco a mí misma con Él para mayor gloria de Tu Nombre y bien de las almas. 1) Alegría del Corazón de Jesús, llena mi corazón. 2) Compasión del Corazón de Jesús, conmueve mi corazón. 3) Amor del Corazón de Jesús, inflama mi corazón. 4) Paz del Corazón de Jesús, fortalece mi corazón. 5) Humildad del Corazón de Jesús, haz humilde mi corazón. 6) Santidad del Corazón de Jesús, santifica mi corazón. 7) Pureza del Corazón de Jesús, purifica mi corazón. Jesús en mi corazón aumenta mi fe, fortalece mi fe. Hazme vivir esta fe a través de una viva y humilde obediencia.

María Madre de Jesús, sé una Madre para nosotros ahora, guíanos, protégenos y mantennos junto a Jesús. María, Madre de Jesús, tú fuiste la primera en oír Su grito: «Tengo sed.» Sabes cuán real, cuán profundo es Su anhelo por mí y por los pobres. Soy vuestra, toda la Congregación es vuestra: las hermanas, los hermanos, los padres [...] activos y contemplativos. Enséñame, llévame cara a cara con el amor en el Corazón de Jesús Crucificado. Con tu ayuda, Madre María, oiré la sed de Jesús y será para mí una Palabra de Vida. En pie junto a ti, Le daré mi amor y la oportunidad de amarme, y así seré causa de alegría para ti. Amén. Silencio del corazón de Jesús háblame, fortaléceme. María, Madre mía, dame tu corazón, tan bello, tan puro, tan inmaculado, tan lleno de amor y de humildad que sea capaz de recibir a Jesús en el Pan de Vida y servirle en el angustioso disfraz de los pobres. Amén. Señor, haz que se sean fieles en Tu amor. No dejes que nada ni nadie les separe de Tu amor y del amor a los demás. Deja que el niño —el regalo que Tú mismo ofreces a cada familia— sea el vínculo del amor, de la unión, la alegría y la paz. Amén. Jesús silencioso en mi corazón, Te adoro. ¿Quién es Jesús para mí? Jesús es Dios El Hijo de Dios La Segunda Persona de la Santísima Trinidad El Hijo de María El Verbo hecho Carne Jesús es la Palabra que digo La Luz que prendo La Vida que vivo El Amor que amo La Alegría que comparto La Paz que doy La Fortaleza de que me sirvo El hambriento a quien alimento El desnudo al que visto El vagabundo al que acojo El enfermo al que cuido El niño al que enseño El solitario al que consuelo El indeseado al que deseo El enfermo mental al que ofrezco mi amistad Jesús es... el indefenso al que ayudo El mendigo al que recibo El leproso al que lavo El borracho al que guío El Pan de Vida que como El Sacrificio que ofrezco La Cruz que cargo El dolor que soporto

La oración que rezo La soledad que comparto La enfermedad que acepto Jesús es... mi Dios Mi Señor Mi Esposo Mi Todo Mi Todo en Todo Mi Ser más Precioso El Único para mí Jesús es el Ser de quien estoy enamorada, a quien pertenezco y de quien nada puede separarme. Él es mío y yo soy Suya. Gloria a Dios Padre que me creó, porque me amó. Gloria a Jesucristo que murió por mí, porque me amó. Gloria al Espíritu Santo que vive en mí, porque me ama.

El Dr. Hawkins es amigo personal de la madre Teresa, quien dio su bendición al superventas EL PODER CONTRA LA FUERZA. ―Un hermoso regalo literario ... Esparces alegría, amor y compasión a través de lo que escribes. El fruto de los tres es la paz, como tu sabes ... ― Madre Teresa, Premio Templeton y Nobel de la Paz. Bendecido por la Beata Teresa (1995). *** Caminos hacia la Felicidad por David R Hawkins. Seminario Felicidad, Prescott 25 de abril de 2009 Agradecemos a Marc Sanders que trascribiera y compartiera esta conferencia para su difusión en español

Hoy, vamos a repasar 101 caminos hacia la felicidad. Después de la conferencia de hoy, usted no tendrá ninguna excusa. ¡Si no está satisfecho, consulte la número 62! Puede llamar a la línea de emergencias de la felicidad, diga "Soy infeliz", y le diremos "Mira la número 62!" 1. El Origen de la Felicidad está dentro, no fuera. 2. Quiere lo que tienes, en lugar de tener lo que quieres [...] incluyendo tu propia existencia. Todo lo que se necesita para ser feliz es el hecho ser lo que eres. Estar satisfecho con el hecho de que tú eres. Sé feliz con lo que tienes. 3. La felicidad es una decisión interior. 4. Deja al 'pobre de mí'. 5. Elige en vez de desear, querer, anhelar, o conseguir. "Querido Dios, parece que soy la víctima de este deseo insaciable. Por favor, ayúdame a ―Estar dispuesto a entregarme a Dios‖.

6. Entrega todos los deseos a Dios. El amor de Dios se convierte en todo lo que quieres. Ora. ¿Podrías? ¿Querrías? 7. La alegría de vivir es independiente de los acontecimientos. Se trata de una actitud y un "estilo" de vida superior. En la vida humana, no existe el ganar o perder. Celebra tu propia existencia. Disfruta la vida, ayuda a los demás. 8. ¿Es el niño, el adulto, el padre o la madre (en ti) los que quieren? Felicidad = burbujeante niño activo, adulto integrado, y total amor y aceptación de los padres. Dr. Hawkins: Cuando tenía 12 años, mi mamá me obligó a ponerme las botas de agua para ir a la escuela cuando llovía. Esto me avergonzaba. Escondí las botas en los arbustos del camino a la escuela y luego me las volví a poner camino a casa. ¡La felicidad está escondiendo las botas en un arbusto! Dr. Hawkins: Fui a un internista, llegué a casa y el padre de Susan se acercó, "Usted no lleva la camiseta interior con agujeros, ¿verdad? 9. Diferencia lo real de la victoria simbólica o ganancia. 10. Diferencia las metas narcisista (ser "rico y famoso") de las metas maduras. 11. Este contento con la dirección y la orientación en lugar de la finalización. Estar satisfecho de dónde te encuentras, en lugar de "Seré feliz cuando llegue a la meta." 12. La Realidad práctica frente a la fantasía y el glamour del "éxito". 13. Elije decidir, en lugar de solo la esperanza. Escribe tus metas en esta vida. Uno de los objetivos: "Ser feliz pase lo que pase. Estar contento con la dirección de la vida. Elevar a los demás o la iluminación no es lo avanzado que estás en el camino, porque eso, nadie lo sabe. Dónde estas es el resultado de tus propias decisiones, por lo que no se puede culpar a nadie. No importa el camino que tomes, hay riesgos involucrados. La vida es una sucesión de roles. 14. Se flexible frente a rígido. Las cañas se curvan con la corriente. 15. Cancelar los “... y entonces seré feliz”. 16. Deja ir el ser mezquino y agarrando. 17. Clarifica tus metas e ideas. 18. Date cuenta de que todo valor es arbitrario. 19. La felicidad es una siesta en un tren o avión. Ser feliz es el cumplimiento de tu potencial humano.

20. Vive cada día a su tiempo. Si no tienes problemas, consigue uno para poder unirte a un grupo de 12 pasos. Ellos son más felices que las otras personas. 21. La felicidad es el ronroneo de un gato o el movimiento del rabo de un perro. 22. La fe frente al escepticismo (narcisismo) el escéptico tiene fe en su escepticismo. 23. La gratitud por lo que uno tiene y es. 24. Desapego frente al ansiar coge algo que piensas que necesitas para ser feliz y desapégate de ello. 25. El vaso medio lleno o medio vacío ... 26. Espiritual frente a metas materiales. La búsqueda de la verdad en todas sus expresiones es uno de los estados más avanzados de la conciencia. El 98% del mundo no está interesado en la verdad. El número de personas interesadas en la iluminación es menor de 1 entre 10 millones. "Mi objetivo en esta vida es la iluminación "es válido para 1 entre 10 millones. Prueba: Verdadero. El primer gran karma es escuchar la iluminación. El segundo o los siguientes karmas es conseguirla. El tercero y más grande es perseguirla y lograrla. Prueba: "Todo el mundo en esta audiencia tiene buen karma." VERDAD. La iluminación es una liberación del apego y la aversión, primero en los sentidos ... Está medio lleno porque está medio vacío. Las metas espirituales no se puede perder. Ellas enduran para siempre. 27. Entregarse a la voluntad de Dios. La sabiduría espiritual evoluciona. Para algunos, disparar al enemigo es la voluntad de Dios. Para otros, la voluntad de Dios es no disparar. 28. La capacidad de dejar ir. Esta capacidad es Infinita. No es que no puedas dejar ir, sino que no quieres. 29. Complácete con el progreso. 30. Evita el autojuicio. Este es el padre internalizado. El superego de Freud. El juez Interior. Haz que tu niño interior esté sano y salvo, y alguna vez siéntate con tu niño interior. Mi hermana y yo íbamos en carrito y mamá nos dijo que nos quedaramos en nuestros asientos. Yo era "bueno" y ella era "mala" porque estaba corriendo arriba y abajo del pasillo. Para mi felicidad estaba siendo "bueno", por su felicidad estaba siendo "mala". 31. "Bueno" frente a "Malo" son circunstanciales. 32. "Ganar" es provisional.

33. Sencillez frente a complejidad. 34. Expectativas realistas de la vida, los demás, los acontecimientos. En la política, ¡no juzgues al mundo por sus valores, no esperes mucho! 35. El valor está en el ojo del que mira. 36. Renuncia a tu escepticismo. 37. Sentido del humor. 38. Acepta la propensión kármica .. no es causalidad sino probabilidades ... 39. Ve la esencia en lugar de la percepción. 40. Jocoso en vez de malumorado. 41. Buena voluntad en relación con toda la vida. 42. Hazlo fácil frente a rígidez. 43. Reduce las expectativas. 44. Generoso en vez de tacaño .. Nutre toda la vida, en bosque, árboles ... PRUEBA: "Los árboles del bosque saben que soy alegre y los amo" VERDAD. Son, literalmente, consciente de tu amor hacia ellos. No es lo que tienes, haces o dices, sino en lo que se has convertido. ¿Qué puedo hacer para influir en el mundo? ¡Mantente fuera del camino! Si das un paso en falso detente, eso hace más por la paz mundial que marchar en un desfile! 45. Modifica la voz interior. 46. Sea amable consigo mismo y con los demás. 47. Entrega la necesidad de controlar. Debido al buen karma, has ganado el privilegio de trabajar el mal karma. TEST: "Cuando secesitas buen karma, está ahí para ti." VEDAD. Historia: El camión se averió en el centro de un lugar extraño, alguien vino a quitar la trasmisión, se la llevó, la trajo y la puso de nuevo ... "Ese fue mi buen karma." VERDAD. "Hay ángeles corpóreos." VERDAD. 48. Deja ir el deseo por los aplausos. La buena voluntad es anunciada a toda la vida ... La generosidad es una actitud, no es dinero. Habla con tus pensamientos internos para que los pensamientos íntimos expresen sus compromisos espirituales y alineación.

Sea amable con usted mismo. "Gracias, Señor, por mi existencia".

La primera cosa que mi psicoanalista me dijo: 1. Necesitas tener una piel más gruesa. 2. Perdónate a ti mismo. Un superego demasiado rígido. Mira tu intención, no el acto. No es necesario controlar las cosas de la vida, porque el buen karma, la voluntad cuida de ellas. Sólo tienes que mantenerlo en mente y tiende a manifestarse. 49. Alegraos en lugar de enloquecer. 50. Aceptación en lugar de resistencia. 51. Generoso en vez de tacaño. 52. Puede hacerlo consigo mismo y los demás. Sea honesto: "Me gustan los tacos y no las lonchas! " 53. Silencia la mente. 54. Abandona el pensar ... deja de llamarlo "mi" mente ... Todo el mundo dice lo que piensan en la televisión, y creen que es un paso adelante! Cualquiera puede balbucear! Que no te preocupe lo que el hombre de la calle piense ... lo aprendió en la televisión ayer ... egoísmo narcisista ... ¿por qué el mundo rapea acerca de lo que piensas? Yo no rapeo sobre Io que pienso! El conocimiento interior proviene de lo no lineal. Es una certeza. Viene sin pensar en ello. El pensamiento es un campo de energía que puede ser trascendido. 55. Perdonar frente a vengarse. Perdona no tienes ni siquiera que conseguirlo porque el karma es inevitable. 56. Trabaja sobre los rasgos internos en lugar de los externos. 57. Sólo se necesita un hueso para hacer feliz a un perro ... son las cosas pequeñas de la vida! Un sorbo de soda .... un espresso .... 58. Canta, ―Don’t worry, be happy! No te preocupes, sé feliz!" En la mente. 59. Elije los valores espirituales y metas. Siente la alegría interior sobre la bondad de la vida. ¿Cuál es el propósito del mundo? Ya está aquí para TI. Esto no es egocéntrico. Fue por la intención Divina que estás aquí, está aquí por usted. La esencia de todo lo que surge es la Divinidad que se expresa como un escenario, como una esposa maravillosa, como estas flores, como el Kleenex, como la soda de dieta, como el café ...

60. Elige amistades y grupos espirituales. "La energía espiritual de este grupo presente está afectándo positivamente a toda la humanidad." VERDAD. Sirves a toda la humanidad al volverte tan evolucionados espiritualmente como puedas ser. 61. Ves de lo completo a lo completo. 62. Identificate con el Ser en lugar de con el ser. Sin la presencia de Dios en ti, no existirías. El Ser es mi realidad; el ser es sólo mi expresión temporal en este dominio. El banco de experiencias. 63. Acepte las limitaciones de la condición humana, que tiene el karma del protoplasma. 64. La felicidad es una decisión y dirección. 65. Reflexivo frente a impulsivo. 66. Pensativo en lugar de crítico. 67. Sé el contenido en lugar de quejarte (clima, impuestos ...). 68. Realizar la vida es una curva de aprendizaje. 69. Ore. Orar es beneficioso. "Se beneficia usted mismo, sus seres queridos, el mundo, toda la humanidad." Cada uno probado VERDADERO. Orar no es sólo un ejercicio de la escuela primaria, sino la expresión de lo que te has convertido, que es cortés. 70. Contempla. 71. Afirma Dios es mi Origen. 72. Cante una canción interna. Aprenda a tararear para sí mismo sin hacer ruido! 73. Cuando se siente triste, dígase a sí mismo: "La tuya es la historia más triste que haya escuchado nunca!" 74. Insista en ser miserable y triste. "Oh, bueno ...." Eeyore. 75. Hazte muecas en el espejo. Esta es una maravillosa técnica espiritual. La Santa Iglesia de las Risitas ... El camino hacia Dios es a través de las risitas. 76. Agradece el don de la vida. Sé todo lo que puedas ser para todos todo el tiempo. Reflexiona de nuevo sobre la vida su belleza. 77. Vive cada día a su tiempo.

78. Sea su propio mejor amigo. 79. Expansión frente a disminución de problemas. 80. Clarifica ______ el __________ rol. 81. ¿Interpretas el papel de mártir? 82. ¿Interpretas el papel de héroe? 83. ¿Interpretas el papel de víctima? 84. ¿Interpretas el papel de ser moralmente superior? 85. Deja de ser un recolector de injusticias (mártir). 86. Dejar de ser provocativo. 87. Deja de tentar tu suerte. 88. Evita la catástrofe. 89. No compres una casa en una llanura de inundación o en el borde de un acantilado de barro. 90. No ganes la lotería. 91. No esquies en zonas de aludes. 92. Renuncia a la auto importancia personal. 93. Obedece la ley se cortés con la policía. 94. Detén las demostraciones. 95. Renuncia a salvar el mundo. 96. Métete en tus asuntos. 97. Deja de ser importante. 98. Mejorate a ti mismo en lugar de a los demás. 99. Pague sus impuestos sobre la renta. 100. Sonria y el mundo sonreirá con usted. 101. Dedique todas las acciones a Dios.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS P¿Cómo pudiste rechazar la muerte, si está preestablecida? R La muerte está predeterminada para la mayoría de la humanidad la mayoría de las veces, pero no para el ser Iluminado. Test: VERDADERO. P¿Cómo puedo trascender el pensamiento? R A nadie le importa, lo que estás pensando, ¿por qué ibas a hacerlo? El conocimiento interior es no verbal, difuso y global. "Disolver el Karma no ha ser literal" (Test: Verdadero). El hecho de que cortaras la cabeza de alguien en una vida anterior no significa que te tengan que cortar la cabeza en esta. P¿Cómo reconoce la voz de Dios? R Si usted lo duda, no es la voz de Dios, porque la voz de Dios es autoreflexiva como voz de Dios. Viene con certeza. De repente es simple y obvia. Todo es servicio a la vida. Conferencia calibrada en 565. Fin de la cita

Obra del autor publicada en español. ―Poder contra fuerza‖ (2001 1995 original). Hay Hause ―El ojo del Yo‖ (2006 2001 original) Ediciones obelisco

Traducciones Amateur: ―Yo‖: Realidad y Subjetividad (Septiembre de 2011, 2 ª Revisión en Diciembre de 2011 2003 original) ―Trascendiendo los Niveles de Conciencia. (2 ª Revisión en Marzo 2012 2005 original) Por el Camino de Luz (365 citas), (Junio 2011 – Febrero 2011 original) Curación y Recuperación. (Selección de conferencias 2009 original) 101 Caminos hacia la paz. Conclusiones del Seminario Paz (Julio 2011 – original 8/8/2009, tema en el foro del perfil de FACEBOOK del Dr. Hawkins). Conferencia ―Amor‖ Citas (de 17 de Septiembre de 2011, última conferencia pública del autor. http://consciousnessproject.org/) La Verdad contra la Falsedad (Sección IV: La Conciencia Elevada y la Verdad. Tablas de calibraciones (Diciembre 2011 – 2005 original) Dejar ir: El camino de la entrega (Finales de 2012 Abril 2012 original)

Grupo de estudio de la obra de David R Hawkins. “Descubriendo la Luz” http://groups.google.com/group/descubriendolaluz?hl=es (Disponible en el grupo la literatura en español de Dr. Hawkins)

FACEBOOK http://www.facebook.com/groups/elpoderContralaFuerza/ http://www.facebook.com/groups/elOjodelYo/ Bienvenidos a todos. Los libros de David R Hawkins y la literatura en español citada en ellos se pueden encontrar en http://es.scribd.com/NachoTM Y música recomendada por Dr. Hawkins; Robert Grass – Kyrie & Alleluia http://www.mediafire.com/?2mgpa916m9sapkr http://www.mediafire.com/?3jqpea1wv88rq33 Sir David R. Hawkins, MD, Ph.D, es un psiquiatra de renombre internacional, investigador de la conciencia, profesor espiritual y místico. Él es el autor de más de ocho volúmenes, entre ellos el superventas Poder Contra Fuerza, y su obra ha sido traducida a más de 17 idiomas. El Dr. Hawkins ha conferenciado en la Abadía de Westminster, el Foro de Oxford, la Universidad de la República Argentina, Notre Dame, Stanford y Harvard, y ha servido como asesor a Católicos, Protestantes, y monasterios Budistas.

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF