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Carlos Alvar Ezquerra – Don Juan Manuel
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ÁREA: Literatura Española.
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Carlos Alvar Ezquerra – Don Juan Manuel
DON JUAN MANUEL
ISBN - 978-84-9822-757-4
CARLOS ALVAR EZQUERRA
THESAURUS : Alfonso XI, Conde Lucanor, Libros de Caballerías, Crónica Abreviada, Alfonso X, “Exempla”, Libro de las Armas
OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS EN LICEUS: La épica hispánica, de Carlos Alvar Ezquerra, La prosa castellana del siglo XIII (I) y La prosa castellana del siglo XIII (II). Alfonso X.
RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO :
I. VIDA DE DON JUAN MANUEL II. OBRAS DE DON JUAN MANUEL 1. Crónica abreviada 2. Libro de la caça 3. Libro de la cavalleria y Libro del cavallero et del escudero 4. Libro de los estados 5. El conde Lucanor 6. Libro enfenido 7. Libro de las armas 8. Tratado de la Asunción de la Virgen María III. La originalidad artística de don Juan Manuel VI. Tradición manuscrita BIBLIOGRAFÍA Repertorios bibliográficos Ediciones facsímil Ediciones Otros textos y estudios
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I. VIDA DE DON JUAN MANUEL
Don Juan Manuel, el más importante prosista castellano del siglo XIV, nació en Escalona (Toledo), en 1282. Era hijo del infante don Manuel, el más joven de los hijos de Fernando III. A la muerte de su padre, cuando nuestro escritor apenas tenía dos años, heredó además de un rico patrimonio familiar, el título de Adelantado, equivalente a gobernador, del reino de Murcia. Diez años más tarde, se desplegó por primera vez su estandarte para entrar en combate contra las fuerzas de Jahzán Abenbúcar Abenzajén, el día 6 de junio de 1294: Et entonce era yo con el reino de Murcia, que me enviara el rey allá a tener frontera contra los moros, comoquiere que era muy moço, que non avía doze años complidos. Et esse verano, día de cincuagésima, ovieron muy buena andança los mios vasallos con el mio pendón, ca vencieron un omne muy onrado que viniera por frontero a Vera, et abía nombre Jahçán Abembúcar Avençayén, que era del linage de los reis moros de allén mar, et traía consigo cerca de mill cavalleros. Et a mí aviénme dexado mios vasallos en Murcia, ca se non atrevieron a me meter en ningún peligro porque era tan moço. Et esto fue era de mill et ccc xxx ii años. (Libro de las armas, “Tercera razón”)
Al haber quedado huérfano de padre y madre en edad muy temprana, fue educado como si fuera infante, en la corte de su primo el rey Sancho IV de Castilla.; pero sin duda don Juan Manuel sintió muy pronto un distanciamiento aristocrático y un sentido de superioridad moral notables; al menos, así induce a pensar el carácter reflexivo de nuestro autor, consciente en todo momento de su propia situación como político, como hombre de armas y como escritor. En cualquier caso, es importante la anécdota –real o ficticia, eso poco interesa ahora, aunque hay que pensar que don Juan Manuel tenía trece años a la muerte de su primo- que cuenta en el Libro de las armas, referida a los últimos momentos de vida de Sancho IV; el rey, moribundo, se despide de su primo dándole algunos consejos y concluye diciéndole:
Agora, don Joán, pues esta fabla he fecho combusco, et vos ides luego para el reino de Murcia en servicio de Dios et mio, quiero me espedir de vós et querer vos ía dar la mi bendición; mas, mal pecado, non la puedo dar a vós nin a ninguno, ca ninguno non puede dar lo que non á [...] Yo non vos puedo dar bendición [por]que la non he [de mios padres]; ante, por -3© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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mios pecados et por mios malos merecimientos que les yo fiz, ove la su maldición. Et diome la su maldición mio padre en su vida muchas vezes, seyendo bivo et sano, et diómla cuando se moría; otrosí, mi madre, que es biva, diómela muchas vegadas, et sé que me la da agora, et bien creo por cierto que eso mismo fará a su muerte; et aunque me qui[si]eran dar su bendición, non pudieran, ca ninguno d’ellos non la heredó, nin la ovo de su padre nin de su madre. Ca el santo rey don Fer[r]ando, mio abuelo, non dio su bendición al rey, mio padre, sinon guardando él condiciones ciertas que él dixo, et él non guardó ninguna d’ellas; et por esso non ovo la su bendición. Otrosí la reína, mi madre, cuido que non ovo la bendición de su padre, ca la desamava mucho por la sospecha que ovo d’ella de la muerte de la infanta doña Constança, su hermana. Et así mio padre nin mi madre non avían bendición de los suyos, nin la pueden dar a mí, et yo fiz tales fechos por que merecí et ove la su maldición, et por ende lo que yo non he, non lo puedo dar a vós nin a ninguno. Et so bien cierto que la avedes vós complidamente de vuestro padre et de la vuestra madre, ca ellos heredáronla de los suyos.
La rama de los Manueles no sólo había heredado de Fernando III, rey santo, la espada Lobera, sino que también había recibido la bendición real, marca indeleble que indica una superior categoría moral, pues los propios reyes carecían de tan valioso don: nuestro escritor no ignora la importancia de este detalle –algo más que simbólico- que le daba, además, una indudable fuerza en el seno mismo de la familia real y le permitía cierta independencia con respecto al rey, causa de no pocos problemas.
Al morir su primo Sancho IV (en 1295), volvieron a resurgir los problemas dinásticos suscitados ya en tiempos de Alfonso X por los infantes de la Cerda: don Juan Manuel no pudo mantenerse neutral en este difícil asunto, pues sus tierras murcianas se vieron afectadas de inmediato. A partir de este momento y hasta el final de su vida, una de sus mayores preocupaciones será la de mantener incólume el patrimonio, y para ello recurrirá a alianzas matrimoniales con Juan II de Mallorca y con Jaime II de Aragón, acuerdos que sólo servirán para crearle dificultades con el nuevo rey de Castilla, FernandoIV, ya que en ese momento los reinos castellano y aragonés estaban enfrentados. La enemistad entre los reyes de Castilla y Aragón duró hasta 1304, pero la inestabilidad de don Juan Manuel se mantuvo, ya, el resto de su vida: no faltaron las amenazas de muerte, ni los intentos claros de asesinato, debido a la turbia postura -4© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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que había defendido durante las campañas castellano-aragonesas en Algeciras y Tarifa y en otras tierras del rey de Granada. Al morir Fernando IV (1311) la ambición de don Juan Manuel se centra en la posibilidad de ser nombrado regente, cargo que duraría mucho tiempo, pues el futuro Alfonso XI nació apenas un mes antes de que muriera su padre. Tardó casi nueve años en lograr su propósito: para allanar el camino fue necesaria la derrota del ejército castellano en 1319 al regreso de unas correrías por el reino de Granada, y la muerte en combate de los dos regentes que había en ese momento; a pesar de todo, la tutela del joven rey no fue confiada sólo a él sino a un consejo de regencia del que formaban parte la reina María de Molina y el infante don Felipe. No todos los nobles aceptaron de buen grado la solución: conjuras y asesinatos, enemistades y combates en campo abierto se suceden durante años, hasta que en 1325 Alfonso XI se declara mayor de edad y pide a los regentes que abandonen sus cargos. Don Juan Manuel intentó aprovechar una situación que se le escapaba y a punto estuvo de casar a su hija Constanza con el rey castellano, pero una vez más fallaron sus cálculos, se disiparon los sueños y volvió a la guerra: don Jaime de Jérica, a quien el escritor dedica el “Libro de los proverbios”, que es parte de El conde Lucanor, apoyó los intereses del levantisco noble: don Pero López recibió el título de Adelantado mayor de Murcia, en detrimento del que había sido regente. Cinco años más tarde, al firmar las paces, don Juan Manuel recuperó su título y sus posesiones murcianas, muy a pesar de los habitantes del reino, que habían intentado liberarse de tan peligroso señor en varias ocasiones. Tras nuevas ofensas, combates y defecciones, don Juan Manuel consiguió el título de príncipe de Villena y logro, una vez más, firmar las paces con el rey castellano, a quien había dejado en situación poco digna. Paz efímera, pues a la muerte de Alfonso IV de Aragón (1336) volvieron a enfrentarse castellanos, aragoneses y portugueses, todos ellos interesados en la sucesión al trono: Don Juan Manuel tomó partido al lado del rey portugués contra el de Castilla, y volvió al campo de batalla. Esto ocurría poco después de que fuera acabado El conde Lucanor y, por eso, no deben considerarse hiperbólicas las palabras del escritor, que con cierto orgullo afirmaba en boca de Patronio:
Vós sabedes muy bien que yo non só ya muy mancebo, et acaecióme assí: que desde que fuy nacido fasta agora, que siempre me crié et visque en muy grandes guerras a vezes con cristianos et a vezes con moros, et lo demás siempre lo ove con reis, mis señores et mis vezinos. Et cuando lo ove con cristianos, comoquier que siempre me guardé que nunca se -5© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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levantase ninguna guerra a mi culpa, pero non se podía escusar de tomar muy grant daño muchos que lo non merecieron. (Conde Lucanor, Exemplo III)
Y, de forma semejante, en el Libro de los estados hay una confesión que deja transparentar no pocas de las vicisitudes por las que estaba pasando:
Ca bien entendedes señor infante, que en los tiempos apresurados de las guerras et de las lides, non puede aver vagar entonce de bolver las fojas de los libros para estudiar con ellos. Ca, segu[n]d yo cuido, pocos omnes son que cuando se cruzan las lanças, que nol tremiese la palabra si entonce oviere de ler el libro, et siquiere en el roído de las vozes et de los colpes de la una parte et de la otra, le estorvarían tan bien el ler como el oír. (Libro de los estados, cap. LXXIV).
No terminaron entonces las guerras, ni las intrigas políticas. Tras unos años de campañas triunfales, que culminaron con la victoria del Salado (1340) y la toma de Algeciras (tres años más tarde), en las que nuestro escritor tuvo parte importante, siguieron años de oscuros manejos políticos en los que don Juan Manuel intentó enfrentar a portugueses y aragoneses con Alfonso XI, rey que se había mostrado mucho más fuerte y enérgico de lo que el antiguo regente hubiera esperado. Pero el indómito noble ya tenía poco poder y su figura era débil. Murió el hombre en 1348 y, sin duda, el reino de Castilla sintió un considerable alivio con la desaparición de este extraordinario personaje, nieto de Fernando III, sobrino de Alfonso X, primo de Sancho IV, tío de Fernando IV, yerno de Juan II de Mallorca y de Jaime II de Aragón, suegro del rey don Pedro IV de Portugal y abuelo (aunque póstumo) de Juan I de Castilla. Gran parte de la agitación que tuvo la vida de don Juan Manuel fue consecuencia de que se considerara igual a los reyes y, por tanto, no siempre los acataba y obedecía. No sorprende, tampoco, el hecho de que los reyes lo respetaran como uno de sus pares: no llama la atención hallarlo cara a cara con los monarcas del resto de la Península, y firmando con ellos un documento en el que todos se prometen mutuamente ser
leales et verdaderos amigos entre nós, et que nos amemos bien et lealmente sin ningún engaño. Et si por ventura alguno de nós o de nuestros sucesores fuese contra cualquiera de nós todos cuatro o de -6© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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nuestros sucesores, que los otros tres o sus sucesores sean contra él para fazerle guerra. Et ninguno de nós non acoja, nin reciba, nin consienta en su tierra ningún ricome nin cavallero del otro que faga guerra a aquel cuyo señorío es. (Giménez Soler, Don Juan Manuel, p. 88).
Los reyes de Portugal, Castilla y Aragón lo consideraban su igual y una idea semejante tenía él mismo al adoctrinar a su tierno hijo Fernando, pues le dice con notable orgullo:
Yo en España non vos fallo amigo en egual grado. Ca si fuere el rey de Castiella o su fijo eredero, éstos son vuestros señores; mas otro infante, nin otro omne en el señorío de Castiella non es amigo en egual grado de vós; ca, loado a Dios, de linage non devedes nada a ninguno. Et otrosí de la vuestra heredat [podedes] mantener cerca de mill cavalleros, sin bien fecho del rey, et podedes ir del reino de Navar[r]a fasta el reino de Granada, que cada noche posedes en villa cercada o en castiellos de llos que yo he. Et segund el estado que mantovo el infante don Manuel, vuestro abuelo, et don Alfonso, su fijo, que era su heredero, et yo después que don Alfonso murió [et] finqué yo heredero en su lugar, nunca se falla que infante, nin su fijo, nin su nieto tal estado mantoviesen como nós tenemos mantenido. Et mándovos et conséjovos que este estado levedes adelante; et non vos faga ninguno creyente que avedes a mantener estado de rico omne, nin tener esa manera. Ca sabet que el vuestro estado et [el] de vuestros fijos herederos que más se allega a la manera de los reis, que a la manera de los ricos omnes. (Libro enfenido, cap. VI).
Ante todo, don Juan Manuel fue un noble perfectamente conocedor de sus propios intereses, con una clara idea política y una sensibilidad a flor de piel, no dispuesto en ningún momento a ceder ni un ápice de lo que consideraba su dignidad, su honra o sus derechos, por muy duro que ello le resultase. Y consciente de su propio poder hace suyo el proverbio castellano, que bien conocía, pues lo cita en el Libro enfenido (cap. IV): “Quien bien sirve, bien desirve; et qui bien desirve, bien sirve”. Don Juan Manuel fue un gran servidor, y un enorme deservidor, como queda testimonio en sus obras, en las crónicas del siglo XIV y en el Poema de Alfonso XI.
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II. OBRAS DE DON JUAN MANUEL
El hecho de que la inspiración dominante en don Juan Manuel sea de carácter didáctico no choca con lo dicho hasta ahora: el infante atribuía a la cultura un inmenso poder “político”, pues “por el saber se onran et se apoderan et se enseñorean los unos omnes de los otros”. Sus escritos, además del Conde Lucanor, la Crónica abreviada y el perdido Libro de las cantigas (anterior a 1335), son todos de carácter pedagógicomoral: del Libro de la caça (compuesto entre 1325 y 1326), al Libro del cavallero et del escudero (1326-1328), y a los Libro de los estados (1330), Libro de las armas o de las tres razones (posterior a 1335), Libro enfenido (1336-1337) e incluso al Tractado de las Asunción de la Virgen María (posterior a 1335); a esta lista habría que añadir otras obras desaparecidas, entre las que estaría el Libro de la cavallería (hacia 1326) y las Reglas de trovar (anteriores a 1335). El mismo Conde Lucanor participa de ese planteamiento didáctico fundiendo un “Libro de los exemplos”, un “Libro de los proverbios” y un “Tratado doctrinal”, que vienen a constituir una especie de itinerario hacia la perfección moral. En definitiva, aunque las obras de don Juan Manuel estén profundamente impregnadas
de
elementos
autobiográficos,
perfectamente
acordes
con
el
egocentrismo del personaje, la inspiración didáctica no desaparece en ningún momento y, más aún encuentra una confirmación posterior, reiteradamente puesta de manifiesto por la utilización de la lengua vulgar en vez de el latín. Lo que en todo caso puede sorprender, dado el personaje, son las reiteradas afirmaciones de incapacidad cultural. Por ejemplo, en la epístola, más que prefacio, que precede el Libro del cavallero et del escudero, don Juan Manuel no sólo confiesa su poca sabiduría, sino que además manifiesta dudas acerca de la calidad del texto que va a enviar a Don Juan, arzobispo de Toledo y cuñado suyo; se trata, dice, de una obrilla escrita en las noches de insomnio que la envía al prelado, también “muy mal dormidor”, para que la lea cuando no consiga conciliar el sueño; y añade:
non vos la envio escrita de muy buena letra ni muy buen pergamino, recelando que si vos fallásedes que non era buen recado, cuando mayor afán tomara en fazer el libro, mucho en esto tanto fuera el yerro mayor. Mas de que lo vos vierdes, si me enviades dezir que vos pagardes ende, entonçe lo faré más apostado.
Esta actitud es una constante en la obra de don Juan Manuel y aparece con una insistencia que difícilmente podría considerarse casual. Pero, independientemente de -8© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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lo que pueda haber de tópico en tales expresiones de modestia o humildad, la idea que acompaña al autor parece muy clara: hacer aceptar gracias a elegantes formas sobreentendidas libros didácticos para quienes no saben latín, es decir, para la mayor parte de los nobles que frecuentan la corte. Para llevar a cabo su propósito, don Juan Manuel utiliza los mismos recursos que los dominicos, que consideraban rasgo distintivo de la Orden la predicación en lengua vulgar para instruir a un público que no ha tenido la posibilidad de aprender el latín. Esta actitud modesta –que no deja de ser un recurso-, contrasta no sólo con el temperamento de don Juan Manuel, sino también con la clara conciencia que tiene de sus capacidades artísticas, convirtiéndolo en un caso único en la literatura castellana medieval, más cercano de Petrarca y de los humanistas que a los escritores de la Península Ibérica. Esa actitud se descubre no sólo en las continuas alusiones al proceso creador o en las referencias internas de las obras, sino también en la explícita voluntad de transmitir a la posteridad textos fidedignos; véase lo que el autor afirma en el prólogo general que debía preceder el conjunto de los libros que había escrito:
Et recelando yo, don Joán, que por razón que non se podrá escusar, que los libros que yo he fechos non se ayan de trasladar muchas vezes; et porque yo he visto que en el transladar acaece muchas vezes, lo uno por desentendimiento del escrivano, o porque las letras semejan unas a otras, que en transladando el libro porná una razón por otra, en guisa que muda toda la entención et toda la sentencia et será traído el que la fizo non aviendo ý culpa; et por guardar esto cuanto yo pudiere, fizi fazer este volumen en que estan escritos todos los libros que yo fasta aquí he fechos, et son doze. El primero trata de la razón por que fueron dadas al infante don Manuel, mio padre, estas armas, que son alas et leones, et por qué yo et mio fijo, legítimo heredero, et los herederos del mi linage podemos fazer cavalleros non lo seyendo nós, et de la fabla que fizo conmigo el rey don Sancho en Madrit, ante de su muerte. Et el otro, de castigos et de consejos que do a mi fijo don Ferrando, et son todas cosas que yo prové; [et] el otro libro es de los estados; et el otro es el Libro del cavallero et del escudero; et el otro, [el] Libro de la cavallería; et el otro, de La crónica abrevi[a]da; et el otro, La crónica complida; [et] el otro, el Libro de los egeños; et el otro, el Libro de la caça; et el otro, el Libro de las cantigas que yo fiz; et el otro, de las reglas cómo se deve trobar. Et ruego a todos los que leyeren cualquier de los libros que yo fiz, que si fallaren alguna razón mal dicha, que non pongan a mí la culpa fasta que -9© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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bea[n] este volumen que yo mesmo concerté; et desque lo vieren, lo que fallaren que es ý menguado, non pongan [la] culpa a la mi entención, ca Dios sabe buena la ove, mas póngan[la] a la mengua del mi entendimiento, que erró en dos cosas: la una, en el yerro que ý fallaren, et la otra, porque fue atrevido a me entremeter en fablar en tales materias entendiendo la mengua del mio entendi[mi]ento et sabiendo tan poco de las escrituras cómo aquel que, yo juro a Dios verdat, que non sabría oy governar un proberbio de tercera persona.
No satisfecho con estas advertencias, en el prólogo del Conde Lucanor el infante repite conceptos análogos, añadiendo que una copia de sus libros se encuentra depositada en el monasterio de los dominicos, fundado por él mismo, en Peñafiel:
Et porque don Joán vio et sabe que en los libros contece muchos yerros en los trasladar, porque las letras semejan unas a otras, cuidando por la una letra que es otra, en escriviéndolo, múdasse toda la razón et por aventura confóndesse, et los que después fallan aquello escrito, ponen la culpa al que fizo el libro; et porque don Joán se receló d’esto, ruega a los que leyeren cualquier libro que fuere trasladado del que él compuso, o de los libros que él fizo, que si fallaren alguna palabra mal puesta, que non pongan la culpa a él, fasta que bean el libro mismo que don Joán fizo, que es emendado, en muchos logares, de su letra. Et los libros que él fizo son éstos, que él á fecho fasta aquí: la Crónica abreviada, el Libro de los sabios, el Libro de la cavalleria, el Libro del infante, el Libro del cavallero et del escudero, el Libro del Conde, el Libro de la caça, el Libro de los engeños, el Libro de los cantares. Et estos libros están en [e]l monesterio de los fraires predicadores que él fizo en Peñafiel. Pero, desque vieren los libros que él fizo, por las menguas que en ellos fallaren, non pongan la culpa a la su entención, mas pónganla a la mengua del su entendimiento, porque se atrevió a se entremeter a fablar en tales cosas. Pero Dios sabe que lo fizo por entención que se aprovechassen de lo que él diría las gentes que non fuessen muy letrados nin muy sabidores. Et por ende, fizo todos los sus libros en romance, et esto es señal cierto que los fizo para los legos et de non muy grand saber como lo él es.
Sin embargo –ironía del destino- un incendio arrasó el monasterio y las obras reunidas con tanto escrúpulo desaparecieron entre las llamas. - 10 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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En todo caso, la cantidad de las obras conservadas sólo permite la breve referencia que vamos a hacer a continuación siguiendo el orden cronológico.
1. Crónica abreviada
La primera obra conservada de don Juan Manuel es una versión resumida de la Estoria de España de su tío, el rey Alfonso X. Según dice en el prólogo de su trabajo, nuestro escritor habría redactado la obra cuando aún era tutor del joven Alfonso XI, es decir, antes de 1325. La Crónica abreviada presenta cierto interés no sólo por el espíritu aristocrático feudal que la caracteriza frente a la tendencia más centralista de la historiografía alfonsí, sino también porque su redacción se basa en una copia de la versión más antigua de la Estoria de España, anterior incluso a las reelaboraciones de la época de Sancho IV; el trabajo se completaría después mediante materiales de la llamada versión vulgar. Es posible que este cruce de tradiciones existiera ya en el texto que sirvió de base y que haya que suponer la existencia de una perdida Crónica manuelina, como ya había sugerido R. Menéndez Pidal. Aparte de esto, la Crónica abreviada no es más que un rápido resumen del texto original, para uso privado de don Juan Manuel, claro testimonio del interés que sentía por la obra de Alfonso X, al que dedica vivos elogios en las palabras preliminares del texto, reconociendo, a la vez, sus propias limitaciones:
Porque don Joán, su sobrino, se pagó mucho d’esta su obra e por la saber mejor, porque [por] muchas razones non podría fazer tal obra como el rey fizo, ni el su entendimiento non abondava a retener todas las estorias que son en las dichas Crónicas, por ende fizo poner en este libro en pocas razones todos los grandes fechos que se ý contienen. E esto fizo él porque non tovo por aguisado de començar tal obra e tan complida como la del rey, su tío; antes sacó de la su obra complida una obra menor, e non la fizo sinon para sí en que leyese, e cuando alguna razón e palabra ý fallare que non sea tan apuesta nin tan conplida como era menester, non ha por qué poner la culpa a otri sinon a sí mismo. E si oviere alguna bien dicha, que se aprovechen ende. Pero si alguno otro leyere en este libro e non lo fallare por tan complido, cate el logar onde fue sacado en la Crónica, en el capítulo de que fará mención en este libro, e non tenga por maravilla de lo non poder fazer tan complidamente como conviene para este fecho.
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2. Libro de la caça
El interés medieval por la caza tuvo como consecuencia que importantes escritores se dedicaran no sólo a practicarla, sino también a teorizar sobre esta actividad. El hecho de que los tratados fueran escritos habitualmente por nobles y no por especialistas –al contrario de lo que ocurre con las obras de veterinaria o medicina-, autoriza a incluirlos más en la literatura didáctica que en la científica. La caza y los tratados consagrados a ella se dividen en dos grupos: montería y cetrería, según tengan por objeto la caza mayor (jabalíes, osos y ciervos, normalmente) o la caza menor mediante rapaces. El tratado de la caza de don Juan Manuel (1325-1326) es evidentemente anterior al Libro de la montería de Alfonso XI, concluido hacia 1350, aunque tal vez fuera comenzado en tiempos de Alfonso X o de Sancho IV. De acuerdo con los modelos más difundidos en Europa a partir del siglo XII, el Libro de la caça se limita a tratar de los halcones y de otras aves de presa, al igual que poco antes de 1250 había hecho Federico II de Sicilia en su magnífico De arte venandi cum avibus, aprovechando las propias experiencias personales de cazador y de adiestrador de rapaces. Para la redacción de su tratado, don Juan Manuel utilizó obras semejantes existentes en Castilla: el Libro de los animales que cazan (también llamado Libro de Moamín, tratado árabe del siglo IX, traducido al castellano en 1250), y quizás una versión castellana de la obra del enigmático Dancus rex, el tratado de cetrería más difundido en occidente, cuyo original latino fue compuesto a mediados del siglo XII en la corte normanda de Sicilia; pero don Juan Manuel también basó gran parte de su obra en su experiencia directa y en la de los halconeros de la familia:
Et porque don Joán entendió que él et los otros caçadores que agora son non an complidamente la teórica de aquesta arte, et otrosí porque entendió que lo que más cumple para esta arte es la prática, que quiere dezir el uso, fízola escrevir en este libro. [Et por] lo que non se usa en esta arte, et [por] lo que oyó dezir al infante don Joán, que fue muy grant caçador, et a falconeros que fueron del rey don Alfonso et del infante don Manuel, su padre, cómo se usava cuando ellos eran bivos, que eran muy grandes caçadores, tovo que él vio cómo se mudó la manera de la caça de aquel tiempo fasta aqueste que agora está. Et lo que él entendió et acordó con - 12 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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los mejores caçadores con quien él departió muchas vegadas sobre esto, et otrosí lo que falló en la arte del venar, que quiere dezir la caça de los venados que se caçan en el monte, escriviólo en este libro... (Libro de la caça, Prólogo)
La estrategia compositiva de la obra no difiere de la de otros tratados didácticos de don Juan Manuel; sin embargo, algunos elementos estilísticos hacen pensar que el infante fue más el promotor del texto que su autor material, siguiendo en este sentido el camino ya trazado por su tío Alfonso X.
3. Libro de la cavalleria y Libro del cavallero et del escudero
El perdido Libro de la cavalleria y el incompleto Libro del cavallero et del escudero son los tratados más antiguos escritos por don Juan Manuel sobre la institución caballeresca. Poco se puede decir acerca de la obra desaparecida: a juzgar por las alusiones contenidas en el capítulo XCI del Libro de los estados –donde se copia lo que podría ser el índice del primero de estos textos-, debía seguir de cerca otros tratados semejantes y su contenido era esencialmente normativo, no muy distante del espíritu del correspondiente sector en las Partidas alfonsíes. Si nos quedamos con el marco narrativo presente en el Libro del cavallero et del escudero, parece desprenderse que la fuente inmediata para su inspiración fue el Llibre de l’orde de la cavalleria de Ramón Llull (hacia 1275): un escudero se encuentra con un antiguo caballero, que vive como ermitaño y que va respondiendo a las preguntas del joven y exponiéndole las doctrinas y las normas que deben regular la vida caballeresca. Pero las semejanzas con el tratado de Llull terminan aquí, pues don Juan Manuel no se conforma con una sola fuente y, además de añadir materiales de otras procedencias, aporta su experiencia personal: Por ende yo, don Joán, fijo del infante don Manuel, fiz este libro en que puse algunas cosas que fallé en un libro. Et si el comienço d’él [es] verdadero o non, yo [non] lo sé, mas que me pareció que las razones que en él se contenían eran muy buenas, tove que era mejor de las escrivir que de las dexar caer en olbido. Et otrosí puse ý algunas otras razones que fallé escritas et otras algunas que yo puse que pertenecían para seer ý puestas. (Libro del cavallero et del escudero, Prólogo).
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Ya en el prólogo don Juan Manuel se mueve en la habitual línea de sobreentendidos: los motivos que lo han empujado a escribir la obra son banales –alejar las preocupaciones para poder dormir tranquilo-, la forma de la obra misma es poco comprometida –se trata de una fabliella, pues su autor no se siente capacitado para hacer cosas más profundas-; también parece poco seria la dedicatoria a su cuñado, don Juan de Aragón, arzobispo de Toledo, mal dormidor. Sin embargo, al final aparece la habitual concesión con la sugerencia al cuñado de que ennoblezca la obra haciéndola traducir al latín: Hermano señor, el cuidado es una de las cosas que más faze al omne perder el dormir, et esto acaece a mí tantas vezes que me embarga mucho a la salud del cuerpo; et por ende cada que so en algún cuidado, fago que me lean algunos libros o algunas estorias por sacar aquel cuidado del coraçón. Et acaecióme ogaño, seyendo en Sevilla, que muchas vezes non podía dormir pensando en algunas cosas en que yo cuidava que serviría a Dios muy granadamente [...] Et seyendo en aquel cuidado, por lo perder, comencé este libro que vos envío, et acabélo depués que me partí d’ende, et non lo fiz porque yo cuido que sopiesse componer ninguna obra muy sotil nin de grant recado, mas fizlo en una manera que llaman en esta [tierra] “fabliella”. Et porque sé que vós que sodes muy [mal] dormidor, envíovoslo por que alguna vez, cuando non pudierdes dormir, que vos lean assí como vos dirían una fabliella; et cuando falardes algunas que non an muy buen recado, tened por cierto que yo la[s] fiz poner en este libro, et reídvos ende et perderedes el cuidado que vos fazía perder el dormir; et non vos marabilledes en fazer yo escrivir cosas que sean más fabliella que muy buen seso. Et si por aventura fallardes ý alguna cosa de que vos paguedes, gradecer lo he yo mucho a Dios, ca so cierto que vos non pagaríades de ninguna cosa que buena non fuesse. Et pues vós, que sodes clérigo et muy letrado, enviastes a mí la muy buena et muy complida et muy santa obra que vos fiziestes en el Pater Noster, por que lo trasladasse de latín en romance, envío vos yo, que so lego, que nunca aprendí nin ley ninguna ciencia, esta mi fabliella, por que si vos d’ella pagardes, que la fagades trasladar de romance en latín. Et non vos la envío escrita de muy buena letra nin muy buen pargamino, recelando que si vós fallásedes que non era buen recado, cuanto mayor afán tomara en fazer el libro, mucho en esto tanto fuera el yerro mayor. Mas de que lo vós vierdes, si me enviades dezir que vos pagardes ende, entonce lo faré más apostado. (Libro del cavallero et del escudero, Prólogo). - 14 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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El encuentro de un escudero y de un viejo ermitaño, caballero en su juventud, sirve de marco narrativo al tratado; pero este marco se utiliza con gran habilidad: no es una estructura postiza o artificial, sino más bien un ingrediente esencial de la obra; el primer encuentro entre los dos marca la pauta a un juego de preguntas y respuestas sobre la caballería, sus requisitos y sus obligaciones: el escudero va a ser armado caballero, por lo que el diálogo asume una inmediata función educativa. Algún tiempo más tarde, el joven, ya caballero, retoma su relación con el viejo ermitaño, que lo instruye en las más diversas disciplinas, pero siempre con espíritu caballeresco. Por fin, el joven se queda junto al ermitaño hasta que le llega la muerte a éste. Las enseñanzas siguen un clarísimo orden lógico: en la primera parte (que se conserva incompleta), con el diálogo entre el ermitaño y el joven que aún no es caballero, se habla de cuestiones éticas y morales. La segunda parte (a partir del capítulo XXVI) se abre a temas metafísicos (ángeles, Infierno, Cielo) y a la historia natural (los elementos, los planetas, el hombre, los animales, los vegetales y minerales, el mar y la tierra), por lo que la obra en su conjunto constituye un compendio de los conocimientos de la época, semejante al Lucidario, tanto por la forma dialogada como por el contenido científico. Sin embargo, en vano buscaremos una información sólida sobre las numerosas cuestiones tratadas, pues frecuentemente el anciano ermitaño pasa de soslayo sobre los temas que le interesan menos o que no incumben directamente al estamento caballeresco. Es importante, sin embargo, apreciar en el libro algunos aspectos característicos de la obra posterior de don Juan Manuel y, más en concreto, del Conde Lucanor: la ficción construida mediante la forma dialogada, con carácter didáctico, y la presencia del propio don Juan Manuel en el texto a través de su identificación más o menos directa con alguno de los personajes, generalmente, el maestro que aconseja a los más jóvenes; así, se convierte en el transmisor de una sabiduría adquirida con el estudio y la experiencia, pero además cuenta con el peso del prestigio personal, continuador de un linaje entre cuyos miembros resuena aún la sabiduría de Alfonso X.
4. Libro de los estados
Un planteamiento semejante al de los otros tratados caballerescos se encuentra en el Libro de los estados, escrito a continuación del Libro del cavallero et del escudero y como éste dedicado al arzobispo de Toledo don Juan de Aragón. Según el explicit de la primera parte de la obra,
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acabó don Joán esta primera parte d’este libro en Pozancos, lugar del obispo de Cigüença, martes veinte et dos días de mayo, era de mill et trezientos et sesenta et ocho [=1330 d. J. C.]. Et en este mes de mayo, cinco días andados d’él, complió don Joán cuarenta ocho años.
Un año antes, en 1329, nuestro escritor había firmado las paces con el rey Alfonso XI, después de haber mantenido una guerra contra él que había durado dos años, y cuyo origen habría que buscarlo en la ruptura del compromiso matrimonial (de 1325) y encierro por parte del monarca de doña Constanza, hija de don Juan Manuel, y el posterior matrimonio real con doña María de Portugal. En el trasfondo se intuye un esfuerzo de don Juan Manuel por mantener el poder tras la finalización de la minoría de edad del rey (1325) y la muerte de Juan el Tuerto, corregente asesinado –según nuestro escritor- por orden del propio Alfonso XI, que a la sazón contaba catorce años. En medio de estas turbulencias redacta don Juan Manuel el Libro de los estados, recurriendo a la fórmula del diálogo entre un clérigo sabio y un joven, preocupado por la salvación de su alma. El conjunto se organiza “en manera de preguntas y de respuestas que fazían entre sí un rey et un infante su fijo et un cavallero que crió al infante et un filósofo”, según un método usado con asiduidad en la literatura didáctica; pero el esquema se enriquece aquí con la historia del infante Joás, de su consejero Turín y de Julio, el filósofo cristiano: en definitiva, se trata de una versión reducida de Barlaam y Josafat (obra que también inspira el Blanquerna de Ramon Llull), adaptada al ambiente social de don Juan Manuel, por lo que frecuentemente se traslucen sus experiencias personales y sus preocupaciones políticas. En el libro
fabla de las leyes et de los estados en que biven los omnes, et ha nombre El libro del infante o El libro de los estados, et es puesto en dos libros: el primer libro fabla de los legos et el segundo fabla de los estados de los clérigos. Et [en] el primer[o] ha cient capítulos, et en el segundo, [cincuaenta].
En efecto, la obra se divide en dos partes: la primera, con cien capítulos, trata de los laicos; la segunda, que comprende 51 capítulos y parece incompleta, se ocupa del clero. Sin embargo, el contenido es más variado y extenso que una simple descripción de la sociedad, pues no sólo contiene abundantes elementos didáctico-morales, sino que además frecuentemente ilustra las afirmaciones generales mediante breves anécdotas o exempla que preparan el camino a los cuentos mejor construidos del Conde Lucanor. - 16 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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En el Libro del cavallero et del escudero había utilizado don Juan Manuel el diálogo entre el ermitaño y el joven como vehículo para el didactismo. También entonces se apreciaba la identificación del autor con alguno de los personajes, o con alguna faceta de sus personajes. El mismo mecanismo funciona en el Libro de los estados, y resulta especialmente claro a medida que avanza la redacción de la obra: Julio, el filósofo, tiene un amigo llamado don Joán, que no es otro que el propio Juan Manuel:
yo só natural de una tierra que es muy alongada d’esta vuestra, et aquella tierra á nombre Castiella. Et seyendo yo ý más mancebo que agora, acaeció que nació un fijo a un infante que avía no[m]bre don Manuel, et fue su madre doña Beatriz, condesa de Saboya, muger del dicho infante, [et le] pusieron no[m]bre don Joán, et luego que el niño nació, toméle por criado et en mi guarda. Et desque fue entendiendo alguna cosa, puñé yo en le mostrar et le acostumbrar lo más et lo mejor que yo pude, et desque moré con él grant tiempo et entendí que me podía escusar, fui pedricando por las tierras la ley et fe católica. Et después torné a él algunas vezes, et siempre le fallé en grandes guerras, a vezes con grandes omnes de la tierra, et a vezes con el rey de Aragón, et a vezes con el rey de Granada, et a vezes con amos. Et agora, cuando de allá partí, estava en muy grant guerra con el rey de Castiella, que solía ser su señor. Et por las grandes guerras quel acaecieron et por muchas cosas que vio et que pasó, despartiendo entre él et mí, sope yo por él muchas cosas que pertenecen a la cavallería, de que yo non sabía tanto, porque só clérigo, et el mio oficio es más de pedricar que usar cavallería. Et agora, señor, que só en vuestra tierra, si vós veedes que puedo fazer alguna cosa que sea vuestro servicio, guardando mi ley, aparejado só para lo fazer muy de buen talante. (Libro de los estados, I, xx).
El maestro ha aprendido de su discípulo, lo que hace de éste un maestro en algunas materias. Planteamiento esencial, si no se pierde de vista la situación política que atravesaba el reino de Castilla y las vicisitudes personales del propio escritor, que no deja de recordar, a través de Julio, que “estava en muy grant guerra con el rey de Castiella, que solía ser su señor”. Por otra parte, el infante aleccionado por Julio, Joás, al bautizarse recibe el nombre de Joán, en lo que no puede ser sino otra clave para la identificación del personaje con su autor:
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bateólo Julio al infante et a Turín en el nombre del Padre, et del Fijo, et del Espíritu Santo, et fue el sábado, día de santa María, dies días del mes de octubre era del mill et trezientos et sesenta et seis años [= 1328 d. J. C.]. Et porque Joán quiere dezir “gracia de Dios”, et esto vino por gracia de Dios, púsol nombre Joán. (Libro de los estados, I, xlii)
El filósofo Julio y el infante Joás-Joán adquieren así rasgos diferentes de la personalidad del histórico don Juan Manuel, que también aparece en el texto como don Joán, el amigo del maestro... Y como redactor final del libro:
Al infante plogo mucho d’esto que Julio le dizía, et pues non cumplía nin fazía mengua de poner ý más, dexólo por acabado et rogó a don Joán, su criado et su amigo, que lo cumpliese. (Libro de los estados, I, c)
Trabajo que realizará con sumo gusto en Pozancos, del obispado de Sigüenza, como ya hemos indicado más arriba. Y la materia tratada nos descubre quizás mejor que otras obras del mismo don Juan Manuel el mundo ideológico del autor, el interés por la estructura feudal y por los acontecimientos políticos del momento. Así, al hablar del estado de emperador, explica el proceso electoral en términos que parecen muy próximos y que no están documentados en otras fuentes contemporáneas (cap. I, xlix y ss.); pero también habla de las relaciones del emperador y el papa, de las banderías de güelfos y gibelinos, de las vacantes producidas por culpa de pontífice... Llama la atención que don Juan Manuel no recuerde en este momento el largo y lamentable episodio del “fecho del Imperio” que durante años (desde 1256 a 1275) tuvo empeñado a Alfonso X, por la actitud ambigua de Gregorio X; el escritor tiene presentes momentos más cercanos, que afectaron a Luis IV de Baviera y a Juan XXII entre los años 1314 y 1328 (cap. I, L).
5. El conde Lucanor
El conde Lucanor, la obra más conocida de don Juan Manuel, fue concluida el 12 de junio de 1335, en Salmerón (en la actual provincia de Guadalajara), según se indica en el explicit. Como en otras ocasiones, también es éste un libro con clara finalidad didáctica, que se inserta en la tradición de las colecciones de exempla, aunque los relatos breves tienen ahora unas pretensiones literarias más profundas que cuando son utilizados en los sermones o en los specula principis. - 18 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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En las colecciones de ejemplos tanto en latín como en lengua romance, los cuentos constituyen unidades autónomas, con valor propio, y son independientes unos de otros, ya que su función depende de la doctrina a la que dan apoyo sirviendo de prueba objetiva. Sin embargo, a partir del momento en que en el cuento aparecen otros valores y que, por tanto, puede funcionar fuera del sermón, se comienza a sentir la necesidad de “enmarcar” esas narraciones breves; o, dicho de otra forma, se siente la necesidad de sustituir el marco que constituía el sermón por un marco distinto, más literario, pero igualmente moralizante o didáctico. La materia argumental es la misma que había sido recogida en las colecciones de ejemplos, sólo había que cambiar la estructura del conjunto, que se reelaboró en muchos casos a partir de la técnica narrativa del Sendebar, del Calila e Dimna, del Barlaam y Josafat, y de otras obras de origen oriental. Al lado de esta tradición corre otra de tendencia más acusadamente didáctica y de hondas raíces latinas y occidentales: es la representada por el Lucidario, obra traducida en tiempos de Sancho IV con el patrocinio del propio rey, o los Gesta Romanorum. Y, tratándose de don Juan Manuel, no sorprenderá encontrar también la elaboración de anécdotas familiares, como un lance de caza sucedido al padre del autor. Esto significa que en los raros casos en que no se ha conseguido identificar el origen de alguno de los cuentos, no se debe pensar que sea resultado de la imaginación de don Juan Manuel. En todo caso, la calidad del texto no reside tanto en la originalidad de los temas, como en otros aspectos que veremos más adelante. El conde Lucanor se divide en un prólogo y cinco partes de desigual extensión y contenido; la unión de las partes queda encomendada al diálogo de “un grand señor” y su consejero, es decir, del conde Lucanor y de Patronio, de acuerdo con un modelo reiteradamente utilizado por el autor en obras anteriores. Por lo que se refiere al texto, se puede hablar de tres libros: “Libro de los exemplos” (parte I), “Libro de los proverbios” (partes II-IV) y “Tratado de doctrina” (parte V).
El “Libro de los exemplos”, que en alguna ocasión se ha publicado exento, probablemente estaba formado en principio por cincuenta cuentos, aunque no todos los estudiosos están de acuerdo con esta hipótesis. Cada uno de ellos constituye una unidad cerrada y se encuentra yuxtapuesto a los demás de la colección; no se puede hablar, pues, de un “marco” de toda la obra, sino de marcos independientes, construidos a partir de un mismo modelo, el diálogo del conde y el consejero: en esto se diferencia nuestro texto del Sendebar, del Barlaam o del Calila, de Las mil y una noches o del Decamerón. No hay sustancia narrativa en el marco, pues las situación es siempre la misma: pregunta del conde, respuesta del consejero con argumentación basada en el apólogo - 19 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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y aceptación de la enseñanza por parte del noble; como broche, don Juan Manuel hace que lo transcriban en el libro y añade un par de versos en los que condensa la moralización. Valga una muestra: en el capítulo XI, el conde pregunta cómo debe comportarse con un conocido suyo que encuentra todo tipo de excusas para no devolverle algún favor. Patronio le narra la historia del deán de Santiago y de don Yllán, nigromante de Toledo –historia de ingratitud castigada, por la que el deán, que gracias a las artes mágicas de don Yllán ha llegado a ser papa, rechazando recompensar a su benefactor, de pronto se encuentra en su estado primero-, y aconseja al conde que se comporte como don Yllán; a continuación,
El conde tovo esto por buen consejo, et fízolo assí, et fallósse ende bien. Et porque entendió don Joán que era éste muy buen exiemplo, fízolo poner en este libro et fizo estos viessos que dizen assí: Al que mucho ayudares et non te lo conociere, menos ayuda abrás, desque en grand onra subiere.
De este modo, la función del relato con respecto al marco, y la estructura del marco con respecto al conjunto de la obra resulta más cerca del Lucidario atribuido a Sancho IV (posible fuente también del Libro del cavallero et del escudero) que de cualquier otro texto. En cualquier caso, el marco de los cuentos de El conde Lucanor resulta de una extraordinaria complejidad: Patronio hace de bisagra entre la realidad del conde y la del exemplum, y la misma función tiene la figura de don Juan Manuel al final de cada cuento, haciendo de mediador entre la realidad ficticia del conde y la auténtica de los lectores. Este doble movimiento se establece no tanto en el plano narrativo, como en el didáctico: Lucanor y Patronio no tienen otra función, pues, que la de generalizar la moral del relato y por lo tanto el marco de los cuentos no puede ni debe estar demasiado elaborado estilísticamente, porque distanciaría a los lectores evitando una inmediata asimilación de las enseñanzas. Don Juan Manuel logra así su propósito didáctico, pero, no contento con ello, lo corrobora a través de su experiencia personal, como hará también con las doctrinas del Libro enfenido.
Carácter totalmente distinto tiene el “Libro de los proverbios” (partes II-IV), reunido a instancias de don Jaime de Xérica, como indica don Juan Manuel en el prefacio de la parte II y al comienzo de la V. Este “Libro” entra de lleno en la tradición gnómica medieval, en la que confluyen proverbios, refranes, sentencias y máximas del más variado origen y que tenía un egregio precedente en algunos libros del Antiguo - 20 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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Testamento (Proverbios, Eclesiastés, Eclesiástico) y en obras más tardías como los Disticha Catonis, de extraordinaria difusión en la Edad Media. Este tipo de literatura bíblico-didáctica ya había dado algunos frutos en la Península Ibérica, como los Proverbis de Cerverí de Girona o los Proverbios morales del rabí Sem Tob de Carrión, emparentados por las fuentes y las formas métricas utilizadas. Las órdenes de predicadores también tuvieron su papel importante en la difusión de los proverbios: en los Specula de Vicente de Beauvais, por ejemplo, abundan los refranes, los proverbios y los dichos agudos, reunidos por temas para un manejo más fácil; así se llegará a las posteriores “flores y vidas” de filósofos. Pero, además, en la Península Ibérica esta corriente confluyó con otra del mismo tipo de tradición semítica: el resultado fueron obras como los Bocados de oro, las Flores de filosofía –recopiladas durante el reinado de Alfonso X-, el Libro de los buenos proverbios, el Libro de los doce sabios o el Poridat de poridades, que fueron traducidos al castellano en tiempos de Fernando III y de su hijo, a partir de colecciones árabes.
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conoció, al menos, los Bocados de oro, pues en su “Libro de los proverbios” los utiliza con bastante asiduidad. Esta sección de El conde Lucanor ha sido poco apreciada generalmente por la crítica, incapaz de sustraerse a la tentación de compararla con la vitalidad que emana del “Libro de los exemplos”; pero tal actitud supone una incomprensión del sentido de la obra maestra de don Juan Manuel: ni el autor pretendió hacer de estas partes un segundo “Libro de los exemplos”, ni se puede pensar que se trata de un borrador o de una sección inacabada de la obra. Al contrario, las partes II-IV son un trabajo literario perfectamente válido, que desde un punto de vista estilístico resulta muy interesante, pues muestra la alternancia de un estilo llano (o fácil) y un estilo difícil en un mismo autor. Don Juan Manuel busca un efecto de clímax: las ciento ochenta máximas de que se compone la sección fueron distribuidas por don Juan Manuel en tres partes: cien en la II parte, cincuenta en la III y treinta en la IV, con una gradación en la dificultad –u oscuridad de estilo- que va de los proverbios más fáciles de entender hacia los más oscuros. No es esto una excentricidad de don Juan Manuel, o al menos no es una aberración en la historia de la literatura: dos siglos antes de que nuestro escritor compusiera su “Libro de los proverbios” trovadores como Raimbaut d’Aurenga y Guiraut de Bornelh discutieron si era mejor escribir con estilo claro u oscuro (esto ocurría a fines de 1170), y el mismo Guiraut de Bornelh se aplica a componer poesías con distinto grado de dificultad, utilizando argumentos similares a los esgrimidos por don Juan Manuel en los prefacios de las partes que componen este “Libro de los proverbios”. Y no hay que olvidar que un trovador más cercano al autor de El conde Lucanor, Cerverí de Girona, gustaba de este tipo de juegos estilísticos. - 21 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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Como cada uno de los “libros” anteriores, también el “Tratado de doctrina” tiene su propia identidad y se puede considerar independiente de las otras cuatro partes de El conde Lucanor, aunque se integra en el resto de la obra mediante un marco similar al que ya hemos visto en las ocasiones anteriores y que se caracteriza por la presencia de Patronio y Lucanor; sin embargo, en contra de lo que ocurre en otros casos, el consejero toma la palabra desde el principio, sin dar ocasión a que el conde le pregunte nada. Don Juan Manuel organiza la materia de este “libro” en tres partes: la primera se ocupa de la fe; la segunda explica qué es el hombre; la tercera trata del mundo y de la relación que tiene el hombre con él. El autor desarrolla cada una de estas partes de forma independiente, haciendo nuevas subdivisiones, de acuerdo con el gusto de la escolástica. Así, en la primera parte, en la que se ocupa de la fe y de cómo debe comportarse el hombre para no ser condenado, el autor enumera atentamente los requisitos necesarios para la salvación:
Para guardar las almas et guisar que vayan a Paraíso ha mester ý estas cuatro cosas: la primera, que aya omne [fee] et biva en ley de salvación; la segunda, que desque es en tiempo para lo entender, que crea toda su ley et todos sus artículos et que non dubde en ninguna cosa d’ello; la tercera, que faga buenas obras et a buena entención por que gane el Paraíso: la cuarta, que se guarde de fazer malas obras por que sea guardada la su alma de ir al Infierno. (Conde Lucanor, Parte V).
El planteamiento general y también algunos rasgos particulares del “Tratado” son muy próximos a la Summa de exemplis contra curiosos (h. 1270) del franciscano minorita italiano Servasanti (también conocido como Servodeo). En efecto, el punto de vista de don Juan Manuel en esta sección es netamente doctrinal y clerical: la exposición de artículos de fe o de dogmas religiosos es considerada por el autor como la cumbre de un itinerario que involucra a todo El conde Lucanor: de la experiencia concreta del mundo, posible gracias a los “exemplos”, a través del refinado hermetismo intelectual de los “proverbios”, se alcanza el verdadero conocimiento, la revelación.
El conde Lucanor constituye un testimonio aislado en la cuentística castellana por la estructura misma de la obra, y quizá por eso mismo quedó sin descendencia literaria (al contrario de lo que le ocurrió a Boccaccio), a pesar del éxito que tuvo. Sin embargo, no faltaron colecciones de exempla posteriores: en la segunda mitad del siglo XIV y - 22 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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durante el siglo XV aparecen recopilaciones de apólogos, generalmente traducidos o adaptados del latín; es el caso de EL libro de los gatos (entre 1350 y 1400), del Libro de los ejemplos por a.b.c., de Clemente Sánchez del Verdial (ant. A 1434), y del Espéculo de los legos (h. 1450). Ninguno de estos tres ejemplarios adorna las narraciones con un marco, a la vez que parecen seguir vinculados a la predicación n lengua vulgar, y, en todo caso, se mantienen ajenos a las innovaciones de don Juan Manuel. Don Juan Manuel no era un innovador: estructuras y ejemplos proceden de obras conocidas; sin embargo, extrañaría que un escritor con la conciencia del noble castellano se hubiera limitado a la tarea de reunir materiales dispersos, organizándolos de modo bastante laxo, por no decir inconexo. Su auténtica grandeza y originalidad como escritor se encuentra en el estilo.
6. Libro enfenido
Poco a poco don Juan Manuel ha ido adquiriendo soltura como escritor, aunque ha mantenido algunos recursos sin variaciones o con variaciones muy escasas: la forma dialogada con fin didáctico, es quizás el más vistoso de esos rasgos. Pero, además, la presencia del autor en el texto se va haciendo más intensa a medida que avanza el tiempo, como si ya no fueran necesarias las figuras del consejero y el discípulo, que dan paso a don Juan Manuel y a su interlocutor, sin mediación de otros personajes: así ocurre con las tres últimas obras que escribe, el Libro enfenido, el Libro de las armas y el Tratado de la Asunción de la Virgen María.
Con una clara finalidad didáctica, el Libro enfenido se sitúa en la tradición de los Specula principis, tratados para la educación de los jóvenes, miembros de la nobleza. En el prólogo de la obra, don Juan Manuel nos informa, como en otras ocasiones, acerca de las circunstancias de composición, del destinatario y del título, ciertamente un poco hermético:
Fizlo para don Ferrando, mio fijo, que me rogó quel fiziese un libro. Et yo fiz éste para él et para los que non saben más que yo et él, que es agora, cuando yo lo comencé, de dos años, por que sepa por este libro cuáles son las cosas que yo prové et bi. Et cred por cierto que son cosas probadas et sin ninguna dubda. Et ruégol et mándol que entre las otras ciencias et libros que él aprendiere, que aprenda éste et le estudie bien: ca - 23 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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marabilla será si libro tan pequeño pudiere fallar de que se aproveche tanto. Et por[que] este libro es de cosas que yo prové, pusi en él las de que me acordé. Et porque las que d’aquí adelante provaré non sé a qué recudrán, non las pude aquí poner; mas con la merced de Dios ponerlas he como las provare. Et porque esto non sé cuándo se acabará, pus nombre a este libro el Libro enfenido, que quiere dezir «libro sin acabamiento». Et porque sea más ligero de entender et estudiar es fecho a capítulos.
Partiendo del conocido principio bíblico, expresado en el Eclesiastés, de que la sabiduría no debe ser escondida, don Juan Manuel se dispone a escribir un tratado construido por completo sobre su propia experiencia –obsérvese el insólito recurso a la primera persona ya en el Prólogo-, con la intención de que lo estudie su hijo, presentado como una especie de niño prodigio, capaz de pedir libros a los dos años de edad, y también como un precoz adulador de las capacidades literarias paternas. Pero el autor no se olvida de la propia cultura y de ahí que a pesar de los elementos personales el libro se inserte en la tradición de los Espejos de príncipes, como he indicado: la elección misma de don Fernando como interlocutor forma parte de las reglas del modelo, así como el tipo de consejos y las divisiones de la obra. Por lo demás, ya el Libro del cavallero et del escudero y el Libro de los estados se habían inspirado en la misma tradición literaria, que tenía un notable precedente inmediato en los Castigos e documentos del rey Sancho IV a su hijo, el futuro rey Fernando IV. El Libro enfenido se divide en dos partes: la primera suministra una serie de enseñanzas de carácter general, a lo largo de 25 capítulos, mientras que la segunda está dedicada específicamente a las “maneras de amor”. Dado que el infante había nacido en 1332 y que don Juan Manuel afirma tener ya cincuenta años al hablar de la “cuarta manera de amor”, parece indudable que la obra fue compuesta a partir de 1334. Pero al comienzo del capítulo XXVI, último del libro, indica el autor que
porque después que fiz este libro me rogó fray Joán Alfonso, nuestro amigo, quel escribiese lo que yo entendía en la manera del amor et cómo las gentes se aman unas a otras, [et] porque prové algunas cosas más de las que avía provado, quiero vos fablar en lo que después prové, et aun segund lo que adelante provaré, con la merced de Dios, así lo porné en este libro.
Todo hace pensar que se trata de una adición ligeramente posterior, de hacia 1336 o 1337. - 24 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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Numerosos consejos contenidos en la primera parte provienen del Libro de los estados, y en más de una ocasión don Juan Manuel remite a este otro tratado, frecuentemente para mantener la brevedad del discurso, de acuerdo con un ideal estético (la brevitas) muy del gusto de nuestro escritor. En cuanto a las “maneras de amor”, serían una adición ligeramente posterior, centrada en la naturaleza y las diversas formas de amor. Pero contrariamente a lo que se podría pensar, entre los quince tipos de amor enumerados, el amor por la mujer no aparece ni una sola vez:
Et de las maneras del amor vos digo que amor es amar omne una persona solamente por amor; et este amor, do es, nunca se pierde nin mengua. Mas dígovos que este amor yo nunca lo vi fasta oy, et adelante oidredes las razones por que yo cuido que non á tal amor entre los omnes. Et de cuántas maneras ha de amor, vos digo que, [por] lo que yo [he] provado, son quinze: la primera, amor complido; la segunda, amor de linage; la tercera, amor de debdo; la cuarta, amor verdadero; la quinta, amor de egualdat; la sesena, amor de provecho; la setena, amor de mester; la ochena, amor de varata; la ixª, amor de la ventura; la xª, amor de tiempo; la xiª, amor de palabra; la xiiª, amor de corte; la xiiiª, amor de infinta; la xiiiiª, amor de daño; la xvª, amor de engaño.
El término “amor” es utilizado en el sentido de ‘amistad’, como es frecuente en la Edad Media, por lo que no nos encontramos ante un tratado de raigambre ovidiana (en don Juan Manuel habría sido sorprendente), ni siquiera filtrado a la luz de reelaboraciones medievales como el De Amore de Andreas Cappellanus: también en esta parte hay que buscar la fuente en la tradición de los Specula principis. Las enseñanzas del Libro enfenido se encuadran en una estructura discursiva fija, que se repite con escasas variantes:
Fijo don Fer[r]ando: Pues en el capítulo ante d’éste vos fablé en las cosas que yo prové en mí mismo et en otros que podía[n] aprovechar para ..... et fablévos en ello lo más verdaderamente que yo sope, et en las menos palabras que yo pude, et pues aquel capítulo es acabado, fablar vos he en este capítulo en ......, según lo yo prové en mi mismo, et prové que conteció a otros.
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y tras el enunciado de cada enseñanza, el capítulo concluye también con una fórmula fija:
Et la prueva de todas estas cosas es que los que esto fizieron se fallaron ende bien, et el contrario.
A pesar de lo dicho, la originalidad del texto es indudable, dado el intenso acento personal que la inspira: son continuas las alusiones a la vida cotidiana del príncipe y de su familia, las referencias al ambiente en el que vive el autor; es ahí donde reside la singularidad del Libro enfenido y ahí está también la razón de su distanciamiento de la tradición precedente: es un retazo de la actividad diaria de un noble del siglo XIV, con sus preocupaciones, su malestar y la justificación moral de sus hechos.
7. Libro de las armas
El breve Libro de las armas o de las tres razones, dirigido al dominico Juan Alfonso, tiene como objetivo principal la explicación de tres razones relativas a la biografía del autor:
las tres cosas son: [por qué fueron dadas] estas mis armas al infante don Manuel, mio padre, et son alas et leones; la otra, por qué podemos fazer cavalleros yo et mios fijos legítimos non seyendo nós cavalleros, lo que non fazen ningunos fijos nin nietos de infantes; la otra, cómo passó la fabla que fizo comigo el rey don Sancho en Madrit, ante que finase, seyendo ya cierto que non podría guarecer de aquella enfermedat nin bevir luenga[mente]. (Libro de las armas, Prólogo).
Es decir, el significado del escudo de armas que emplea la familia, por qué se les permite armar caballeros sin haber recibido la orden de caballería y cómo la última conversación entre el rey don Sancho y don Juan Manuel. Al margen de la vericidad de los hechos narrados, nuestro escritor no oculta en ningún momento su sentimiento de superioridad moral –incluso su arrogancia-, que ya había quedado de manifiesto en el Libro de los estados. Ahora el peso biográfico adquiere un peso mucho mayor que en otras ocasiones, ya que no hay trama narrativa que enmascare la realidad, pero no es suficiente para ocultar otras preocupaciones más elevadas, o más complejas, como corresponde a un noble que se siente llamado a
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gobernar un reino a pesar de la resistencia de los demás nobles, a los que desprecia porque los considera inferiores en rango y capacidades intelectuales. En un texto que pretende ser de carácter autobiográfico, sorprende descubrir que algunas anécdotas referidas a miembros de la familia del protagonista son, en realidad, adaptaciones de leyendas folclóricas o hagiográficas bien conocidas: es el caso del relato de la muerte de doña Sancha, hija de Jaime I de Aragón, que vivía de incógnito una vida de sacrificio y mortificación en San Juan de Acre, ayudando a los peregrinos que iban a Tierra Santa:
Cuando esta infanta finó en Acre, en el ospital, que se movieron todas las campanas de la villa a tañer por su cabo, como las tañen cuando ay algun cuerpo finado; et veyendo las gentes cómo las campanas tañían por su cabo, fueron preguntando quién moriera entonce, et non fallaron omne ni muger finado en toda la villa sinon una romera en el dicho ospital, et fallaron que tenía una carta en la mano; et cuando la quisieron tomar para leer, non gela pudieron sacar de la mano fasta que vino ý un grant perlado. (Non me acuerdo si oí dezir si fuera patriarca o obispo; mas bien me acuerdo que oí dezir que fuera perlado). Et desque vio que la carta non gela podían sacar de la mano, mandól, en virtud de santa obediencia, que[l] diesse la carta. Et ella, maguera era muerta más avía de xx oras et estava yerta, luego quel fue mandado por santa obediencia, abrió la mano, et tomó el perlado la carta et leóla a todo el pueblo, et falló que dizía la carta cómo era la infanta doña Sancha, fija del rey don Jaimes de Aragón et de la reína doña Violante, su muger. (Libro de las armas, Segunda razón).
También parecen ser de tradición folclórica los episodios que atestiguan el odio de doña Violante, mujer de Jaime I de Aragón, hacia su hermana menor, doña Constanza, que sería mujer de don Juan Manuel; y, posiblemente, lo mismo ocurre con con la insinuación relativa a las maldiciones y emplazamientos contra la familia real, que habrían causado sucesivas muertes prematuras de los herederos y de los reyes: la rama manuelina estaría libre de la maldición. El hecho mismo de que sean tres las razones expuestas en el tratado, con una base ligada explícitamente a una estructura marcada por el simbolismo numérico, parece indicar que la obra es una elaboración literaria de anécdotas que el autor estaba habituado a oír y a repetir de forma oral, como se indica al comienzo:
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Frey Joán Alfonso, yo don Joán paré mientes al ruego et afincamiento que me fiziestes que vos diesse por escrito tres cosas que me avíades oído, por tal que se vos non olvidassen et las pudiésedes retraer cuando cumpliese [...] Mas por[que] las cosas son más ligeras de dezir por palabra que de ponerlas por escrito, aver me [he] a detener algún poco más en lo escrivir [...] Pero devedes entender que todas estas cosas non las alcancé yo, nin vos puedo dar testimonio que las yo bi. Ca siquiera, bien podedes entender que non pude yo ver lo que acaeció cuando nació mio padre; et así non vos do yo testimonio que bi todas estas cosas, mas oílas a personas que eran de crer. Et non lo oí todo a una persona, mas oí unas cosas a una persona, et otras, a otras; et ayuntando lo que oí a los unos et a los otros, con razón ayunté estos dichos (et por mi entendimiento entendí que passara todo el fecho en esta manera que vos yo porné aquí por escrito) que fablan de las cosas que passaran. (Libro de las armas, Prólogo)
La insistencia con que don Juan Manuel repite los nombres de quienes le contaron algunos hechos, los lugares en los que tuvo noticia de los mismos y las circunstancias que rodearon a la recogida de los testimonios que aduce no deja duda acerca de la oralidad, y de la tradición, en la que se asienta gran parte de este tratado.
8. Tratado de la Asunción de la Virgen María
El Tratado de la Asunción de la Virgen María se inserta en la tradición de devoción a la Virgen de la orden de los dominicos, con quienes don Juan Manuel mantenía estrechas relaciones. Dado que esta obra no es citada en el Prólogo general, cabe la posibilidad de que no sea de don Juan Manuel, o más probable, que fuera redactada al final de su vida, después de que hubiera sido reunida la producción anterior en el volumen que se debía custodiar en el monasterio de los dominicos en Peñafiel. Así, se situaría entre 1340 y 1346. La obra va dedicada a Ramón Masquefa, prior del monasterio de Peñafiel, fundado por don Juan Manuel, y es consecuencia de las dudas expresadas por algunos acerca de la presencia de la Virgen en cuerpo y alma en el Paraíso: El otro día, que era la fiesta de la Asuptión, a que llaman en Castiella “Santa María de Agosto mediado”, oí dezir a algunas personas onradas et muy letradas que algunos ponién dubda si era santa María en cuerpo et en - 28 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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alma en Paraíso. Et bien vos digo que ove d’esto muy grant pesar, et movido por este buen zelo dicho, comoquier que entiendo que seyendo tan pecador como yo só, et tan menguado de letradura et de buen entendimiento natural, que es gran atrevimiento, mas mengua de buen entendimiento que ál, et aun entendiendo que segunt el mio estado, que me caía más fablar en ál que en esto, pero por el grand pesar que ove d’esto que oí, pensé de dezir et fazer contra ello, segunt es dicho de suso que deve omne fazer por el buen zelo que deve el omne aver contra su señor. (Tratado de la Asunción, Prólogo).
Palabras en las que se recogen las circunstancias que motivaron la obra, a la vez que expresan la modestia del autor, que se siente poco capacitado para hablar de esta materia. Parece claro que el pensamiento dominico es el que suministra no sólo el tema, sino también los argumentos para desarrollarlo. En todo caso, se trata de un asunto que aparece con relativa frecuencia en la literatura medieval y que, en modo alguno, resulta ajeno a los laicos. Basta recordar que Alfonso X cuenta en la cantiga 419 las razones de la Asunción, y que es el séptimo gozo de Santa María. El opúsculo (librete lo denomina el autor) carece de originalidad y denota también un escaso compromiso teológico; vale, sin embargo, como testimonio de unas preocupaciones religiosas y doctrinales ya expresadas en la parte V del Conde Lucanor y al comienzo del Libro enfenido.
III. La originalidad artística de don Juan Manuel
Se ha señalado que frente al saber pragmático manifestado constantemente por su tío don Alfonso, don Juan Manuel intentó en todo momento llevar a cabo obras más literarias y, sobre todo, más didácticas. Para realizar tal labor, se impone una búsqueda de la forma, alejándose así del valor meramente utilitario que tenía la lengua alfonsí; para don Juan Manuel forma y contenido son inseparables y deben ir juntos si se quiere alcanzar los fines didácticos; por tanto, tan importantes son los temas como las palabras. Así, llegamos a una de las características esenciales del estilo de nuestro escritor: no hay palabra que no haya sido sopesada, aquilatada con el contraste de la Retórica; en este aspecto, no es uno más de los escritores del siglo XIV, pues en su obra la reflexión estilística ocupa un lugar fundamental, lejos de lo que ocurre en otros autores peninsulares como el Arcipreste de Hita. Pero lo realmente importante es que don Juan Manuel está adoptando la palabra que habían tomado ya - 29 © 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
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otros aristócratas laicos en el occidente europeo, intentando recuperar un puesto en la cultura, casi exclusivamente ocupada por el clero, para contrarrestar la pérdida de poder político: Brunetto Latini, embajador ante Alfonso X, y cuyo Livres dou Tresor había sido traducido a instancias de Sancho IV, asociaba la “ciencia del bien hablar” y la “ciencia de gobernar a la gente”. La gran originalidad de don Juan Manuel había sido la de tejer unos materiales tradicionales con estilo nuevo, personalísimo, perfectamente equilibrado y meditado, en cuyo fondo se ve el alma del escritor luchando contra un orden de cosas que no le gustaba y contra el que luchó también en la vida real: el camino estilístico que emprendió (tan diferente del de su tío y del ajuglarado del Arcipreste de Hita) era el adecuado, pero le faltó deshacerse del peso del didactismo para poder convertirse en un escritor moderno: es el abismo que le separa de Boccaccio.
VI. Tradición manuscrita
Don Juan Manuel depositó un ejemplar de su obra en el monasterio de los frailes predicadores en Peñafiel, pero un incendio acabó con este original, con lo que las preocupaciones de rigor textual expresadas por el noble castellano se hicieron realidad. En el fuego desaparecieron el Libro de la cavallería, el Libro de los engeños, el Libro de las cantigas, las Reglas de trovar y la Crónica complida. Toda la obra conservada nos ha llegado en un único códice, a excepción de la Crónica abreviada: Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 6376, de finales del siglo XIV. Además, una parte de la obra se ha transmitido en un testimonio de la Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 19426: Libro de las armas, Libro enfenido, Prólogo general, comienzo del Libro de los estados y Conde Lucanor (“Libro de los proverbios”). La Crónica abreviada también se conserva en un códice único: Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 1356 (siglo XV). El conde Lucanor se recoge, además, en cinco manuscritos y un impreso temprano, testimonios de la difusión de la obra: Real Academia Española, ms. 15 (Códice de Puñonrostro; princ. s. XV); Real Academia de la Historia, ms. 9/5893/E-78 (mediados del siglo XV); Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 4236 (mediados del siglo XV); Biblioteca Menéndez Pelayo, Santander, M-92 (siglo XVI); Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 18415 (mediados del siglo XVI). Fue impreso por primera vez en los talleres sevillanos de Hernando Díaz, el año 1575, gracias a los cuidados de Gonzalo Argote de Molina.
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La tradición textual de El conde Lucanor es compleja: el ms. 6376 de la Biblioteca Nacional de Madrid y el de la Real Academia Española parecen derivar de un mismo original, con o sin intermediarios; de un subarquetipo diferente derivan la copia de la Real Academia de la Historia y el ms. 4236; por último, el ms. 18415 y el impreso proceden de otro subarquetipo, posiblemente del siglo XVI, que corregía, con el concurso de otras copias no conservadas, un texto del siglo XIV. Con este panorama tan pobre en general, y tan complejo en el caso del Conde Lucanor, son muchos los aspectos que no se pueden resolver, como son el grado de intervención del autor en la Crónica abreviada; el contenido completo del Libro de la caça, pues falta la parte dedicada a la montería;
el contenido exacto de los capítulos
perdidos (del 3 al 16) del Libro del cavallero et el escudero, y cuándo se dividió por capítulos; la estructura real del Libro de los estados, pues tanto la división en capítulos, como la adición de epígrafes parecen posteriores a la redacción de la obra; en qué momento se incorporó el cuento LI al Conde Lucanor, y si es o no de don Juan Manuel; cuándo se incorporó el capítulo XXVI al Libro enfenido, etc. Se trata de cuestiones importantes que podrían afectar a la estructura general de las obras y a muchos detalles concretos; pero, como he dicho, parecen imposibles de resolver en el momento actual.
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