Don Gonzalo Vial Correa 1930-2009
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VIERNES 30 DE OCTUBRE DE 2009
GONZALO VIAL CORREA 1930-2009 Historiador y protagonista de un siglo No sólo escribió una obra monumental buscando entender el sentido profundo de los grandes sucesos, crisis y logros logr os de Chile, sino que fue él mismo actor y testigo de todo ello, hasta el final. Católico y conservador sin complejos, y uno de los intelectuales más influyentes del país, en su tradicional columna de La Segunda no eludió nunca las polémicas. Ministro de Pinochet, ya en los inicios del régimen militar alertó por las violaciones a los derechos humanos. Luego, en democracia, integró la Comisión Rettig y se jugó por encontrar soluciones para los familiares de los detenidos desaparecidos. En este especial, una de sus discípulas, la historiadora Patricia Arancibia Clavel, a partir de entrevistas, largas conversaciones y su investigación personal, revela las facetas de una figura imprescindible.
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Gonzalo Vial Correa (1930-2009)
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s difícil encontrar hoy un chileno tan cabal como fue Gonzalo Vial Correa. Absolutamente consecuente con sus principios y valores cristianos, fue testigo y protagonista de los últimos cincuenta años de la historia de Chile, la cual narró con maestría. Nació en 1930 en el seno de una familia tradicional, católica, que como él mismo decía, era “absolutamente conservadora”. Su
abuelo y su padre fueron agricultores de fortuna, dueños de grandes propiedades en Graneros y en Rancagua, pero cuyos intereses fundamentales estuvieron siempre centrados en la cultura. De hecho, don Gonzalo se crió en un ambiente extraordinariamente culto y libresco. El cuarto de seis hermanos, creció junto a sus padres —Wenceslao Vial Ovalle y Ana Correa Sánchez— en una gran casa de tres pi-
El día de su matrimonio con María Luisa Vial.
sos ubicada en la comuna de Providencia, donde lo verdaderamente valioso era la biblioteca de su abuelo Juan de Dios, con más de diez mil libros que fueron para siempre su fuente de inspiración. A los seis años fue matriculado en los Padres Franceses, colegio tradicional que en ese tiempo entregaba una buena formación religiosa y moral y donde, como él mismo contaba, los sacerdotes eran muy igualitarios y no hacían diferencia alguna entre quienes provenían de familias aristocráticas con dinero o quienes eran de clase media. Lo mismo sucedía en su casa. Su madre era sumamente sencilla y caritativa, e integraba la Sociedad San Vicente de Paul, donde por muchos años y silenciosamente entregaba su ayuda en las poblaciones pobres del sur-poniente de Santiago. Sin duda, de ella heredó su preocupación por la pobreza y esa forma austera y sencilla de ser que caracterizó su estilo de vida. De su padre, el cual “no creía en los mitos y se reía de los ídolos”, adquirió esa forma escéptica de mirar el mundo. Amante de la lectura, desde chico se interesó por la historia universal y chilena, la literatura francesa y española. y la poesía. En su casa todos leían y, cuando iban de veraneo a Viña del Mar, su abuelo le recomendaba algunos libros que
Los diez mil libros de su abuelo lo inspiraban.
después le controlaba. Además, siempre tuvo una facilidad natural para escribir, que lo llevó a participar activamente en la Academia Literaria del colegio. Alumno destacado —primero del curso en casi todos sus años escolares— decidió entrar a estudiar Derecho en la Universidad Católica, no por vocación
ni por imposición paterna, sino “por exclusión”. Según él, no tenía habilidad alguna ni para la Medicina ni para la Ingeniería, por lo que le quedaba sólo Derecho y Pedagogía en Historia, carreras que cursó paralelamente luego de rendir un brillante bachillerato donde obtuvo el máximo puntaje: 35 puntos.
Familia numerosa: fue el cuarto de seis hermanos. A su vez, tuvo siete hijos: Ana Teresa, Gonzalo, Francisco, Loreto, Pedro, Paz y María Luisa, y más de una treintena de nietos.
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Eyzaguirre y Prat, dos influencias fundamentales
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n la Universidad, Vial conoció a dos hombres que marcarían su vida: Jaime Eyzaguirre y Jorge Prat . B r i l l a n t e alumno en las dos carreras, en un momento dado Eyzaguirre —de quien fue ayudante— lo instó a dejar definitivamente las leyes por la historia, pero Vial, quien no quería perder contacto con la realidad ni encerrarse en la academia optó en definitiva por recibirse de abogado, profesión que ejerció por medio siglo y que le permitió un mejor conocimiento de los hombres. Sin embargo, su pasión por la historia, y especialmente la de Chile, no mermó nunca. Había tenido excelentes profesores en el Pedagógico, entre ellos el propio Eyzaguirre,
Jorge Prat, líder de los nacionalistas chilenos.
Ricardo Krebs y Mario Góngora. Si bien en la década del 50 no existía en el ambiente universitario la ebullición que se viviría en los 60, a Vial le tocó vivir el desencanto de la juventud por la
Jaime Eyzaguirre, su gran maestro.
forma en que se estaba haciendo política en Chile. Como él mismo sostuvo en varios de sus libros, era la época en que estaba comenzando la gran crisis política que iba a terminar un cuarto de siglo
después con el Golpe Militar. Sin militancia en partidos, Vial era un claro exponente de la derecha nacionalista , convirtiéndose en un gran admirador y discípulo de Jorge Prat, de quien, junto a su amigo Ricardo Rivadeneira, fue secretario privado cuando éste asumió en 1954 como ministro de Ibáñez. Con esa facilidad con que se reía de sí mismo, explicaba que el nacionalismo no prendió en Chile porque “no había peores políticos, políticos más ineficaces que ellos mismos. Prat era un excelente hombre pero un completo fracaso en este ámbito, hasta el punto que entre sus consejeros figuraba yo, que nunca tuve la menor aptitud para el manejo político”.l
De estudiante, junto a su amigo y socio en el estudio de abogados: Ricardo Rivadeneira.
Ibáñez y Pinochet, dictadores desconfiados Secretario del ministro de Hacienda, llegó a trabajar al gobierno en 1954. 25 años después sería parte de la administración del otro militar que marcó a Chile.
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uy indirectamente en uno, mucho más involucrado en el otro, Vial trabajó en los gobiernos de los dos militares cuyas figuras marcaron el siglo 20: Carlos Ibáñez del Campo y Augusto Pinochet. Claro que, si en el caso del segundo fue ministro, con Ibáñez su participación fue mucho más limitada: se desempeñó como secretario privado de Jorge Prat cuando éste, en 1954, asumió la cartera de Hacienda. De esa época, Vial no guardaba demasiados recuerdos, pero sí una anécdota reveladora: —Ibáñez, como era militar, llegaba demasiado temprano a La Moneda. Entonces, llamaba por citófono, sin identificarse, y preguntaba:
«¿está el ministro?». «No está el ministro, señor», le decía yo, que respondía como secretario. «¿Está el subsecretario?», volvía a preguntar. «No, tampoco está», le respondía. «Bueno», y cortaba, muy desengañado de que el ministro y el subsecretario no estuvieran a las 8 de la mañana en el Ministerio. —¿Usted ve alguna similitud entre las personalidades de Ibáñez y Pinochet? —Hay una formación militar que imprime carácter. Por ejemplo, ambos eran hombres de una gran cortesía. No eran atropelladores ni descuidados en su trato, sino deferentes y amables. —Y desconfiados… —Sí, los dos eran por naturaleza desconfiados, pe-
ro yo creo que eso es un rasgo casi consustancial con el dictador, con el hombre que ejerce el poder absoluto. Ibáñez siempre tuvo la desconfianza más enorme por todo el que pudiera hacerle sombra: el mismo Jorge Prat, el general Benjamín Videla —padre de Ernesto Videla—, el ministro de Hacienda Oscar Herrera... todos los que él pensaba que podían ser sus sucesores o que lo podían desplazar…¡a él, un hombre que iba a salir del Gobierno a los 80 años! Y Pinochet tenía lo mismo, naturalmente. —Eso me recuerda, hablando de Pinochet, que él le tuvo mucha animadversión a Hernán Cubillos. —No le tenía animadversión, sino desconfianza. La familia de Pinochet cultivaba la desconfianza del Presidente contra quienes sospechaban que podían en algún momento desplazarlo, y ése fue el caso de Hernán Cubillos. En cambio, el Presidente Pinochet —igual que el Presidente Ibáñez— podía poner ilimitada confianza en una persona, siempre que estu-
Ibáñez, en la elección que lo llevó por segunda vez al poder.
viera seguro, por su juventud o por cualquier otro rasgo, de que nunca lo iba a querer desplazar. El tema no era que le hicieran sombra en el sentido de vanidad, sino que nunca lo pudieran desplazar. Ese era el caso, por ejemplo, de Sergio de Castro, de Sergio Fernández y también de José Piñera... José Piñera más por su juventud que por otra cosa. —Sergio de Castro, por cero ambición.
—Eso. Estaba convencido Pinochet de que Sergio de Castro podía querer ser muchas cosas, pero no quería ser Presidente de la República. Y lo mismo en el caso de Sergio Fernández. Contra esa gente no operaban los dardos de la proximidad del Presidente. En cambio, la labor de zapa contra Cubillos tuvo éxito porque Cubillos efectivamente podía ser una figura de reemplazo de Pinochet.l
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Al morir Jaime Eyzaguirre en septiembre de 1968, un grupo de sus discípulos, entre los que se contaban Vial,Cristián Zegers, Joaquín Villarino, Fernando Silva, Jaime Martínez, Hugo Tagle y otros, quisieron rendir un homenaje al maestro, quien siempre los había incentivado para que crearan revistas para difundir el pensamiento que compartían. Entonces salió Portada, que resultó bastante esporádica y de la cual, a contrapelo, Vial fue nombrado director. La llegada de Allende a La Moneda hizo que el grupo, al cual se sumaron Emilio Sanfuentes y varios economistas, pensara en editar una revista semanal de actualidad. Eran tiempos en que se leía mucho y en que la opinión pública estaba deseosa de información,
Ministro de Educación acusado constitucionalmente... por Manuel Contreras
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Amigo y «colega»: con Cristián Zegers, hoy director de El Mercurio.
Periodista de batalla en la UP: cómo se enteró del golpe por lo que en 1971, cuando se publicó el primer número de Qué Pasa (cuyo nombre sugirió Jaime Guzmán, tomado de una revista española), tuvo éxito inmediato.
«Ghost writer» de un socialista Vial nuevamente asumió la dirección e implementó la idea de incorporar atres personas representativas de la derecha, la DC y la UP, para que se convirtieran en columnistas de la revista. Pese a la “terrorífica” polarización que existía en ese tiempo, le pidió a su amigo, el socialista Carlos Lazo, vicepresidente del Banco
Decidido opositor a Allende, décadas después escribió su biografía.
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del Estado, que consiguiera la autorización del Comité Central de su partido para que lo dejaran escribir en la revista, la que consiguió después de varias vueltas. Lo interesante es que muchas de las columnas izquierdistas firmadas por Lazo fueron escritas en realidad por el propio Vial, ya que Lazo, “infinitamente inteligente, pero flojo, me llamaba a última hora para darme el tema y la orientación que quería darle a la columna”. —Dado el acceso que tenía como director de medio a todo tipo de información, ¿supo antes que otros que se produciría el 11? —La noche del 10 estaba en la revista escribiendo hasta última hora —más de alguien no había cumplido con entregar a tiempo— cuando de repente aparece en mi escritorio Ricardo Claro. Se sienta al otro lado de la máquina, me mira, pero no me dice nada. El tenía la idea de que en la revista había un mar de micrófo-
nos directamente conectados con La Moneda y bueno, saca un papel de su bolsillo y me lo muestra: “Mañana es el golpe”, decía… y yo, que había oído mil veces el mismo cuento de que mañana viene el lobo, le di je: “Ya Ricardo, muchas gracias, pero por favor dé jame terminar esto porque tengo que cerrar la revista”. En verdad, el asunto me quedó dando vueltas y toda la noche la pasé nervioso. A la mañana siguiente —yo no tenía radio ni televisión, ¡fíjate el periodista!— me fui a “pata pelada” al auto y puse la radio. Estaban dando un programa que se llamaba «Desayuno en la Agricultura» y escuché que se estaba desarrollando en la más plena normalidad. ¡Otra vez —pensé— me contaron el cuento del golpe! Entonces me levanté para llevar a mis niños al colegio y no alcancé a llegar a la puerta de la parcela, donde vivía en ese tiempo, yoí el primer bando. La ignorancia de los civiles respecto al golpe era absoluta.
onzalo Vial llegó al gobierno de Pinochet en 1978, a «civilizar» el gabinete... esto es, como parte del proceso impulsado por el entonces ministro del Interior, Sergio Fernández, para integrar al máximo número de ministros civiles al equipo. Vial no conocía a Pinochet. En cambio, formaba parte de un grupo —“muy mal elegido, en lo que a mí respecta”— que prestaba asesoría política a Fernández. Este operaba en ese momento como verdadero «premier» del Presidente, y fue así como le ofreció a José Piñera ocupar Trabajo, y al historiador, Educación. Una experiencia corta y turbulenta, de la que Vial habló en la última entrevista de su vida, el 5 de agosto pasado, en el programa Cita con la historia, de ARTV. —¿Cómo la pasó de ministro? —Pésimo. Es un ministerio en que todavía no se puede hacer nada y en ese entonces no se podía hacer absolutamente nada, porque las 10 mil escuelas y liceos eran fiscales, y eran manejados teóricamente desde la Alameda, desde el propio Ministerio. —Hay una anécdota: se dice que cuando fue nombrado, estábamos a punto de ir a la guerra con Argentina, y Ud. tuvo una conversación muy interesante con Pinochet. —El 22 de diciembre del 78. Ese día exactamente, en la tarde, cuando se esperaba el desembarco, el inicio de las hostilidades, me recibió a mí Pinochet para que habláramos de educación, porque yo iba a jurar el lunes siguiente. Hablamos como por cuatro horas de educación, y Pinochet estaba en la más paradisíaca, aparentemente, tranquilidad. No hizo la menor referencia a que el país debía estar en guerra a la medianoche. Cuando muchos años después me di cuenta de lo que pasaba ese
Como secretario de Estado lo pasó “pésimo”, sufriendo la frustración de una cartera donde “todavía no se puede hacer nada” y enfrentando, además, campañas soterradas en su contra y la animadversión del ex director de la DINA. Haciendo un discurso a escolares, en su corta y turbulenta experiencia como ministro.
La llegada de Fernández a Interior: momento clave para la «civilización» del gabinete.
En 1978, junto a José Piñera y Hernán Cubillos: parte de los civiles convocados al gobierno.
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día, me dio a mí la medida de la serenidad de Pinochet.
Me hacían llegar instantáneamente fotocopias de las cartas con denuncias de la maso nería en contra mía. Venían con un logo que era un triángulo con un ojo, así que yo abría el sobre y, al ver el triángulo con el ojo, se me erizaba el cabello...”.
El “humor cruel” de Pinochet —¿A Ud. lo echaron de ministro? —Por supuesto —¿Y por qué? —No tengo la menor idea. Me llamó el Presidente... fue bastante chistoso y demuestra el sentido del humor que tenía Pinochet, un sentido del humor un poco cruel: me dijo «mire, Ud. lo ha hecho bastante bien y estoy muy satisfecho, pero como me ha renunciado, le acepto su renuncia y hasta luego». Yo creo que habían muchas presiones, especialmente de la masonería, por ser yo católico y ex alumno de la UC. Se suponía que yo le había presentado a Pinochet un plan para reformar la educación superior que perjudicaba a la Chile. No había tal, pero el
“Es un ministerio en que todavía no se puede hacer nada”, pensaba de Educación.
trabajo de presiones fue muy sostenido. Yo lo sabía porque había un miembro de la Secretaría General de Gobierno, que después fue senador, que me hacía llegar instantáneamente fotocopias de las cartas con denuncias de la masonería en contra mía. Yo las recibía prácticamente antes de que las leyera Pinochet. Venían con un logo de la masonería que era un triángulo con un ojo, así que yo abría el sobre y, al ver el triángulo con
el ojo, se me erizaba el cabello...
“Cogió el papel como quien toma un ratón muerto...” —También recibió otros cuestionamientos: Manuel Contreras lo acusó a usted, y tengo entendido que a Hernán Cubillos y a Sergio Fernández, de hacer una especie de complot... —Efectivamente fui-
mos acusados constitucio- el gobierno de Chile, aunnalmente por el general que había prometido total Contreras, ante la Junta, neutralidad en este asunto, que hacía el papel del Con- tenía al abogado jefe del greso.... Yo siempre le de- Ministerio de Educación a cía a Cubillos, en broma, cargo full timede la defensa que lo único que no espera- de Contreras. Cubillos le ba de servir a un gobierno pasó el dato a Fernández y «fascista» era que me acu- Fernández me lo pasó a mí. saran constitucionalmente. Yo llamé al abogado y le di—¿Cuál era la acusa- je que él tenía que escoger: si defendía al general, debía ción? —En esa época ya se poner su cargo a disposihabía acabado la Dina y los ción. El abogado me dijo Estados Unidos habían pe- que lo iba a pensar y entondido la extradición de Con- ces fue que Contreras nos treras por el caso Letelier. acusó constitucionalmente Entonces, el embajador de a la Junta. Esto enfureció a Estados Unidos se quejó al Pinochet y creo que la rupCanciller (Cubillos) de que tura definitiva entre él y
Contreras fue en ese momento. Durante semanas la acusación anduvo dando vueltas en el interior del gobierno como una brasa, como una papa caliente: nadie sabía qué hacer con ella, y los acusados no sabíamos nada. Al final nos citó Pinochet para informarnos. Tenía la acusación ahí en el escritorio. Entonces, la tomó entre dos dedos, así como quien toma por la cola un ratón muerto, levantó el escrito y dijo «de poder a poder», como diciendo «este hombre se permite hacer esto sin previo conocimiento mío». La Junta rechazó la acusación.l
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n abril de 1990, Vial recibió un llamado telefónico que lo pilló de sorpresa. Era el recién asumido Presidente Patricio Aylwin, quien le solicitaba formar parte de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que se aprontaba a constituir. Su nombre había surgido después de que tres figuras connotadas de la derecha rechazaran el ofrecimiento. Se trataba de Francisco Bulnes Sanfuentes, Ricardo Rivadeneira y Guillermo Pumpin. Vial se dio un tiempo para pensar y luego de poner varias condiciones aceptó. Fue un acto de valentía y de compromiso con
T I D E R C _ E N I L T U C
Aylwin y los miembros de la Comisión: Mónica Jiménez, Jaime Castillo, Raúl Rettig, Laura Novoa, José Luis Cea, Gonzalo Vial, José Zalaquett, Ricardo Martin y el secretario, Jorge Correa Sutil.
Su compromiso con los DD.HH.: Desde los 70 hasta el Informe Rettig la verdad histórica. Ya tempranamente, en pleno gobierno militar, había sido uno de los primeros, si no el primero de su lado, en denunciar públicamente la violación a los derechos humanos por parte de agentes del Estado. Primero lo hizo a mediados de los ’70, siendo aún director de Qué Pasa, a través de una editorial que tituló “Faltan 113 chilenos”, a propósito de la llamada Operación Colombo. El suyo fue un acto temerario: en
ese tiempo la autocensura, la posibilidad de que cerraran el medio de comunicación y recibir represalias personales no era menor. Más tarde, a mediados de 1985, la misma revista le publicó un nuevo artículo, que el propio Vial llamó “Como un cáncer”. En él advirtió acerca de la severidad del juicio de la historia cuando se cometen actos
que afectan el ámbito ético y moral de un pueblo. Allí se refirió a un conjunto de “asesinatos horribles” cometidos entre 1979 y 1985. Hasta ese instante —hacía notar— nadie había sido “declarado reo, ni siquiera detenido”. Con el fin de enfatizar la trascendencia de lo sucedido, usó el término “perversión ética” que como un cáncer “oculto, lento pero inexorable... corroe por dentro a la sociedad que lo tolera. Y si no se le pone atajo, la sociedad concluirá completa e irrevocablemente arruinada... Temo con tristeza que eso esté sucediendo”. El artículo provocó una fuerte reacción en el gobierno. Vial fue acusado de traidor y al menos un par de ministros le quitaron el saludo. —¿Por qué entró a la Comisión Rettig? —Porque me parecía importante que se esclareciera lo que había sucedido en forma imparcial. Mi concurrencia a esa Comisión no significaba que se garantizara la imparcialidad, pero aumentaba las posibilidades de que ello ocurriera. En segundo lugar, acepté porque me habían echado carbón desde la derecha de la forma más inmisericorde. —Sé que Ud., antes de aceptar, puso ciertas condiciones. ¿Cuáles fueron? —Que no hubiera en el informe nombres de culpa-
bles, porque a mi juicio era muy importante que la Comisión no tuviera ningún viso, ninguna posibilidad de ser acusada de ser un tribunal, ya que en ese mismo momento se convertía en inconstitucional. Primero, porque hubiera sido un tribunal constituido después de los hechos; segundo, porque la comisión se había creado por un simple decreto y no por una ley, y los tribunales tienen que tener origen legal. También yo y otros miembros de la Comisión le exigimos a Aylwin que ésta no tuviera imperio, o sea que no pudiera obligar a nadie a concurrir a declarar. La acción debía ser y
Comisión estudiaron todos y cada uno de los casos. Fuimos muy rigurosos. José Zalaquett decía que lo peor que le podía pasar a la Comisión era que se derrumbara su credibilidad. El tenía experiencia porque conocía el caso de unos periodistas alemanes que durante el régimen militar vinieron a filmar a las viudas de los detenidos desaparecidos y cuando el documental se dio en Alemania resultó que se descubrió que una de ellas era completamente falsa, que había inventado todo. —¿Se investigó el historial de los desaparecidos?
bieran hecho lo mismo a nosotros, pero ellos hubieran hecho mal y nosotros, o los que hicieron esto, hicieron mal también. Entonces, a nosotros no nos interesaba el pasado de estas personas para nada. —Años después Ud. participó en la Mesa de Diálogo. ¿Qué pasó ahí? —No firmé la declaración final por una razón muy sencilla: no servía para nada. Fue una de las grandes pérdidas de tiempo que he tenido. La mesa fue constituida para indicar medidas concretas para encontrar a los detenidos desaparecidos. Un grupo de miembros propusimos esas medidas: algunas fueron resistidas por un grupo y otras por otro. Incluso causó un escándalo la idea de ofrecer dinero por la información. —Un poquito feo... —Poquito feo será, pe-
“
Es posible que muchos de los que murieron pudieron ser individuos muy violentos. Es posible que, entre otras cos as, ellos nos hubieran hecho lo mismo a nosotros, pero ellos hubieran hecho mal y nosotros, o los que hicieron esto, hicieron mal también”.
fue, voluntaria. —¿Cuánto tiempo funcionó la Comisión? —Trabajamos nueve meses justos, aunque nos habían dado seis, y al final lo hicimos full time. Fue un trabajo acucioso. Había sí un grupo de abogados y visitadoras sociales de distintas tendencias que nos ayudaban en la tarea, pero en todos los testimonios tenía que estar presente necesariamente uno de nosotros. Luego dos personas de la
—No. Lo que nos importó fue que la persona hubiera sido muerta o desaparecida cuando estaba inerme en poder de sus captores. Yo he oído muchas veces la frase de que conocer los antecedentes de la víctima “no justifica, pero explica” lo que pasó. La verdad es que es posible que muchos de los que murieron en esta forma pudieron ser individuos muy violentos. Es posible que, entre otras cosas, ellos nos hu-
ro para el pariente del detenido desaparecido que con un dinero recupera el cadáver de su familiar, esa fealdad no es tan grande. —¿En qué se terminó? —No se llegó a acuerdo y para no terminar en punta acordaron una declaración sin ningún sentido, ya que la única medida que se adoptó para encontrar a los detenidos desaparecidos fue que los buscaran las FF.AA...: un chiste no más.l
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Su inquietante advertencia: “Tarde o temprano la crisis social estallará”
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onservador sin complejos, Gonzalo Vial descreía de la idea misma de «progreso». “Es completamente falsa, una ilusión”, decía. Nada de líneas ascendentes en la historia, “todos los días tomamos decisiones buenas y malas”, de modo que el futuro siempre es incierto, argumentaba. La his-
1973 tuvo la idea de iniciar su monumental historia de Chile en el siglo 20, como un modo de responderse a la pregunta de qué había pasado. No existían historias generales del período y la de Encina llegaba hasta 1891, de modo que se abocó a la tarea. Desplegó allí su visión de un país que, en su perspectiva, cada vez que sufrió
publicar cinco tomos, hasta el Frente Popular, cuando —comprendiendo la magnitud de su empresa y el riesgo de no poder terminarla— decidió abocarse antes a escribir un libro general y sintético de toda la historia del país, volumen próximo a lanzarse. Y, en paralelo a ello, no dejó de publicar exitosas biografías sobre personajes tan disímiles como Arturo Prat, Salvador Es posible que venga, a mediano plazo, una Allende o Auverdadera catástrofe social... Espero no verla gusto Pinochet, sintiendo por ca y me encantaría equivocarme”. da uno de ellos simpatía y hasta toria del país y la acumula- el quiebre de sus consensos cariño, según confesaría. ción de expectativas frustra- básicos, entró en crisis. Ello, Consecuente con su vidas —desde los sueños del en un siglo marcado por una sión, sostenía que al repasar primer centenario, hasta las clase media que entre 1920 y el último siglo lo único proilusiones de aquella década 1973 copó el escenario polí- vechoso era hacer un inven1987-1997— avalaban su es- tico y social, tras la decaden- tario de lo positivo y de lo cepticismo. cia de la oligarquía. Su obra pendiente. ¿Y qué decía su Después del golpe de quedó inconclusa: alcanzó a inventario? Si bien aprecia-
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ba los consensos alcanzados respecto de la democracia y el modelo económico, advertía que la situación era muy distinta en lo social. Sus grandes preocupaciones acá eran las mismas que semana a semana conocían los lectores de su columna en «La Segunda»: la crisis educacional (él mismo se involucró de modo práctico en el tema a través de la exitosa Fundación Lo Barnechea, que dirigió junto a su esposa para dar enseñanza de calidad a niños de escasos recursos), la pobreza, la disolución de la familia. La gravedad de lo que allí observaba, lo hacía llegar a una conclusión inquietante, explicitada en una de las pocas entrevistas que dio, a la revista Capital: —Es posible que venga, a mediano plazo, una verdadera catástrofe social... la crisis tarde o temprano estalla-
rá. Yo espero no verla y me encantaría equivocarme, pero dadas las circunstancias, ¿por qué podría ser de otra forma?.l
Al maestro, con cariño
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aminé profesionalmente casi un cuarto de siglo al lado de don Gonzalo, ¡y qué orgullo siento por ello! Lo conocí a mediados de 1984, cuando regresé al Pedagógico después de tres años en España. El era el decano de la Facultad de Historia, Filosofía y Letras, y siguiendo los pasos de su maestro, Jaime Eyzaguirre, estaba creando una revista —“Dimensión Histórica de Chile”— a la cual me invitó a participar junto a Alvaro Góngora, entre otros. Re-
cuerdo como si fuera ayer cuando, con esa generosidad que luego recibí de él a raudales, me preguntó sobre cuál había sido el tema de mi tesis doctoral. Era sobre Unamuno y Chile e inmediatamente se interesó en leerla. Fue el primero que lo hizo y, para comentarla —a él, que tanto le gustaban los dulces— me invitó con Alvaro a tomar té al Villa Real. De ahí en adelante, nunca dejamos de vernos y, con el tiempo, nuestra amistad se fue haciendo cada vez más estrecha. Trabajamos muchos
proyectos historiográficos juntos, y en los que asumí individualmente, siempre conté con su aliento y cooperación. Ahora estaba escribiéndome el prólogo al libro de Federico Santa María… Ya no podrá ser; pero su vida y su recuerdo permanecerán imborrables no sólo en la memoria de su preciosa familia, amigos, alumnos y discípulos, sino en la de los chilenos que están viendo partir a uno de sus hombres más íntegros. Pocos lo conocían bien. Era tímido y no le gustaba hablar de sí mismo, pero quienes tuvimos la suerte de comprobar su inteligencia y lucidez, compartiendo sus conocimientos y gran sentido de humor, sabíamos cuánta riqueza había en su espíritu, cuánta fe animaba su vida cotidiana, cuánta preocupación tenía por Chile y su destino. Alegre y siempre entero frente a la adversidad, hasta el último momento
compartió su amistad con sus “discípulos”, a los cuales hace años bautizó como el “grupo chico”. Eramos Alvaro Góngora, la Coneja Serrano y yo, quienes competíamos —entre carcajadas— por la mejor dedicatoria de sus libros, la última “copucha” del gremio y las mejores anécdotas históricas— siempre contadas con sutil ironía y gracia. Libre de prejuicios, fue con él también con quien tuve las más apasionadas e interesantes discusiones sobre los asuntos de este mundo y del otro: la existencia de Dios, la verdad, la objetividad histórica. No siempre estuvimos de acuerdo, pero nunca dejé de aprender algo de sus argumentos. Fue un verdadero maestro, de esos que rara vez se encuentran en la vida. Enseñaba con su ejemplo. Entre otras tantas cosas, me trasmitió la pasión por la historia de Chile reciente; fue con él que aprendí a hacer mis prime-
ras entrevistas a personajes relevantes y, leyéndolo, intuí que, para ser un buen historiador, no bastaban los conocimientos, sino que además la capacidad de trasmitirlos en un lenguaje claro, llano y, ojalá, entretenido. En ese sentido, don Gonzalo fue un intelectual muy moderno, que supo combinar la rigurosidad del historiador con un estilo comprensible para todos. Por eso se le leía y se le seguirá leyendo con frui-
“
Fue un verdadero maestro, de esos que rara vez se encuentran en la vida. Enseñaba con su ejemplo”.
ción. He perdido al maestro y a un amigo. Estoy triste, muy triste, pero también estoy tranquila, porque sé que se fue en paz y que está en el lugar donde van quienes han amado y dado mucho.l
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