Don Bosco y La Vida Espiritual - Francis Desramaut

February 4, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Don Bosco y La Vida Espiritual - Francis Desramaut...

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DON BOSCO Y LA VIDA ESPIRITUAL

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Colección DON BOSCO

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23.

Don Bosco, una biografía nueva. TERESIO BOSCO. Vida de Don Bosco. El santo de los jóvenes. TERESIO BOSCO. Don Bosco con nosotros. MARCELLE PELLISIER. Don Bosco, te recordamos. PEDRO BROCARDO. Ejercicios Espirituales con Don Bosco. TERESIO BOSCO. Don Bosco con Dios. EUGENIO CERIA. Don Bosco: Cartas a los niños de todas las edades. RAFAEL ALFARO. Don Bosco, al alcance de la mano. PEDRO BRAIDO. El sistema educativo de Don Bosco. LUCIANO CIAN. Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. SAN JUAN BOSCO. Don Bosco: Profundamente hombre-Profundamente santo. PEDRO BROCARDO. Los sueños de Don Bosco. SAN JUAN BOSCO. FAUSTO JIMÉNEZ. Historia de San Juan Bosco, contada a los muchachos. BASILIO BUSTILLO. Don Bosco y la música. MARIO RIGOLDI. Con Don Bosco de la mano. RAFAEL ALFARO. Don Bosco y el teatro. MARCO BONGIOANNI. Yo, Juan Bosco, otra vez con la mochila al hombro. F. RODRÍGUEZ DE CORO. Aproximación a Don Bosco. FAUSTO JIMÉNEZ. Don Bosco y la vida espiritual. FRANCIS DESRAMAUT. Juan Bosco, con la fuerza de un equipo. FRANCISCO RODRÍGUEZ DE CORO. Don Bosco, historia de un cura. TERESIO BOSCO. Prevenir, no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco. PIETRO BRAIDO. El amor supera al reglamento. SAN JUAN BOSCO.

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FRANCIS DESRAMAUT

DON BOSCO Y LA VIDA ESPIRITUAL

EDITORIAL CCS

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Título de la obra original: Don Bosco et la vie spirituelle, Ed. Bauchesne, París 1967. Traducción de José Antonio Rico.

Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Francis Desramaut © 1994. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166/28028 MADRID Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. Portada: Don Bosco. Pintura de Vela Zanetti. ISBN: 84-7043-750-X Depósito legal: SE-4901-2003

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Prólogo del traductor

La literatura salesiana en lengua española se enriquece con la presente obra, de Francis Desramaut, Don Bosco y la vida espiritual. Este libro, firmado por su autor en octubre de 1965, fue editado por Beauchesne (París) en 1967 y, en su versión italiana, por ELLE DI CI (Turín) en 1969. Han pasado, pues, largos años sin que los catálogos salesianos de habla hispana lo pudiesen ofrecer. Y, sin embargo, su valor, tanto histórico y espiritual como científico, estaba reclamando su aparición en la lengua tal vez más hablada del mundo salesiano. Sentida la necesidad de esta magnífica obra, con el asesoramiento directo del autor, se ha hecho la traducción española, en la convicción y con el deseo de prestar un servicio validísimo, no sólo a las comunidades formativas, especialmente a los noviciados y etapas sucesivas de la formación inicial, donde la atención se centra principalmente en descubrir y asimilar los valores del carisma del Fundador, sino también a los hermanos adultos y a las comunidades locales, sedes de la formación permanente de todo salesiano; e, igualmente, a los miembros de todos los Grupos de la Familia Salesiana que buscan en san Juan Bosco la riqueza fontal de su carisma. El P. Desramaut, historiador de valía y estudioso crítico de las fuentes salesianas, se propuso con esta obra «clarificar y ambientar el pensamiento religioso» de Don Bosco, «afrontando el problema de Don Bosco y la vida espiritual». Los temas tratados en los siete capítulos que constituyen su estudio conducen, a través del análisis de los escritos del santo y de otras obras que pudieran añadir nuevas luces, a la «Conclusión» final, que deja establecido el puesto que corresponde a Don Bosco en la historia de la espiritualidad católica. Con este estudio, el lector se encontrará suficientemente iluminado para poder profundizar la figura espiritual y apostólica del fundador de la Familia Salesiana; para reforzar las convicciones, probablemente ya adquiridas, sobre los valores corporales y espirituales, humanos y cristianos, que movían a Don Bosco en su vida personal y en la educación y santificación de la juventud y de las clases populares. Se trata, por tanto, de una obra que, en momentos del lanzamiento de la «Nueva Evangelización» en un mundo secularizado, ayudará a discernir lo que pertenece a la verdad inmutable (sabiamente vivida por nuestro santo) y lo que es fruto caduco de tiempos y lugares. Los seguidores de Don Bosco, religiosos y seglares, en el campo de la educación, se sentirán avalados por su clarividencia y estimulados por los esfuerzos que hizo constantemente para favorecer «la realización humana» de la persona y para conducir pedagógicamente a la 6

santidad a numerosos muchachos, con los «instrumentos de la perfección» propios del cristianismo. Tal es la finalidad de esta obra, que no parte de principios preconcebidos, sino que indaga con suma atención y paciencia, para poder ofrecer al lector sus resultados, que aureolan con nueva luminosidad al «Padre y Maestro de la juventud». Si el autor se ha servido, principalmente, de los escritos de Don Bosco, el traductor ha aprovechado las buenas traducciones españolas ya existentes; de modo particular, las Obras fundamentales, preparadas por Juan Canals y Antonio Martínez y publicadas en la B.A.C., de Madrid, en 1979, donde se encuentran las Memorias del Oratorio, las biografías de jóvenes ejemplares (Comollo, Savio, Magone y Besucco), una buena selección de sus escritos pedagógicos, como el Sistema Preventivo, y textos fundacionales de sus Sociedades religiosas. El riquísimo Archivo Salesiano Central (ASC) sirvió, en el largo período de 1898 a 1948, a Lemoyne, Amadei y Ceria, para escribir las Memorie biografiche di Don Giovanni Bosco, en 20 volúmenes, fielmente traducidas por Basilio Bustillo y editadas por la Editorial C.C.S., de Madrid, en el tiempo récord de ocho años (1981-1989): Memorias biográficas de San Juan Bosco. El traductor ha usado también versiones españolas de otras obras importantes de Don Bosco: El Joven instruido (edición española de 1897), la Historia sagrada (edición de 1943) y los Escritos espirituales de Don Bosco, preparados por J. Aubry (edición de 1980); como también los estudios Don Bosco con Dios, de E. Ceria (edición de 1984), Don Bosco educador, 2 volúmenes, de P. Ricaldone (edición de 1954) y La doctrina espiritual de Don Bosco, de P. Scotti (edición de 1952); obras todas muy citadas por Francis Desramaut en el libro que presentamos. En esta traducción, siempre que ha sido posible, se citan, al lado de la obra original, la edición española y las páginas correspondientes. El contenido del libro consta de tres cuerpos: el estudio sobre Don Bosco y la vida espiritual (Introducción, siete capítulos y Conclusión), una antología de 33 «documentos» o escritos de Don Bosco que sirven como prueba de la argumentación del autor y una bibliografía de las obras de Don Bosco y de estudios importantes sobre el tema. Es de agradecer a Francis Desramaut el hecho de haber actualizado esta bibliografía para la traducción española. Un Índice analítico completa el libro. José A. Rico, SDB 1 de enero de 1994, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

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Introducción

El tema escogido Este libro ha nacido del deseo de clarificar y de ambientar el pensamiento religioso de un santo del siglo XIX, un santo casi contemporáneo nuestro. El siglo XIX pertenece ya al pasado de la Iglesia. El historiador tiene la impresión, digamos agradable, de encontrarse frente a un paisaje nuevo cuando analiza aquella época tan candorosa en la que los autores católicos conocían casi al dedillo la fecha de la creación del mundo. Era el tiempo de los primeros ferrocarriles y de las primeras máquinas de escribir… San Juan Bosco vivió precisamente entre 1815 y 1888; por lo tanto en el corazón de aquella época que nos parece tan próxima y tan lejana a la vez. Él no conoció la crítica bíblica, ni el psicoanálisis, ni los contactos con las Iglesias separadas; ignoró, por consiguiente, lo que -por fortuna- ha sacudido tantas costumbres que parecían seguras en la mentalidad católica del siglo XX. La lectura de sus obras nos pone en contacto con una mentalidad que no es ya la nuestra. Con el fin de demostrar que no había nada de extraordinario en su predicación, su mejor biógrafo ha redactado recientemente una lista de los temas de sus sermones, que merece la pena reproducir aquí: «Importancia de la salvación, fin del hombre, brevedad de la vida, incertidumbre de la muerte, enormidad del pecado, impenitencia final, perdón de las injurias, restitución de lo mal adquirido, falsa vergüenza en la confesión, intemperancia, blasfemia, buen uso de la pobreza y de las aflicciones, santificación de las fiestas, necesidad y modo de orar, frecuencia de sacramentos, santa misa, imitación de Jesucristo, devoción a la Santísima Virgen, facilidad de la perseverancia» 1. A la distancia de un siglo de la muerte de Don Bosco, ¿siguen siendo familiares a nuestros predicadores estos argumentos? El hecho de catalogar inexorablemente a Don Bosco en el pasado puede tal vez desagradar a algunos de sus fieles que, en su corazón, desearían poder preservar su memoria aislándolo en una ficticia condición extratemporal. A estos tales convendría recordarles el realismo piamontés, que fue un rasgo característico permanente de su personalidad. En realidad, puesto que su grandeza no es artificial, su santo no pierde nada -al contrario- si se le coloca críticamente en el espacio, en el tiempo y en la vida del mundo. Sea lo que fuere, la transformación de la existencia estimula al historiador a trazar las líneas maestras de su espíritu sobre un fondo cada vez más preciso, en el que su figura vaya adquiriendo poco a poco su verdadera grandeza. Gracias a esta perspectiva histórica y ambiental, el trabajo de reconstrucción es hoy menos aleatorio 8

que ayer. Si todo procede bien, debería ser fácil establecer, lo antes posible, por medio de investigaciones y comprobaciones, incluso la prehistoria de las ideas y de las tendencias de este santo varón. Los historiadores del alma y de la doctrina espiritual de Don Bosco no han ignorado del todo estos problemas que aparecen en sus escritos. Pero, a nuestro parecer, aun los mejores de estos autores han dado escasa importancia a la relatividad de su pensamiento. Así, por ejemplo, las observaciones del padre Auffray acerca de su dependencia de san Francisco de Sales y de san Alfonso María de Ligorio son extremamente pobres2. Además, la calidad de su documentación nos deja hoy perplejos. Tal vez temían ser tenidos por pedantes3, o no imaginaban que, desde el principio, los lectores podrían acoger sus declaraciones, incluso las más sorprendentes, con un mínimum de prudente escepticismo. En sus obras faltan, casi por completo, referencias a las fuentes. En el mejor de los casos (puesto que la facilidad es una gran tentación hasta para las almas más rectas), ellos bebían al azar en el inmenso manantial de las Memorie Biografiche, en las que, por no hablar de sus sucesores, que fueron más prudentes, un compilador concienzudo, pero poco experto en los peligros que comporta el trabajo del historiador, había recogido todos los testimonios sobre Don Bosco, sin examinar atentamente la génesis de cada uno de ellos y empleando un método redaccional muchas veces discutible4. Finalmente, la mayor parte de estos autores5 no daban la debida importancia a los escritos publicados por el Santo sobre problemas espirituales, aun cuando aquellas obras habían sido mucho más meditadas que las reflexiones captadas al vuelo por sus admiradores y transmitidas a la posteridad en condiciones inciertas. Un historiador escrupuloso de la espiritualidad cristiana en el siglo XIX se mantiene reticente ante obras muchas veces meritorias, pero abigarradas y demasiado desprovistas de profundidad temporal. Intentando responder a algunos de sus legítimos deseos, hemos querido probar nuestras fuerzas afrontando el problema de «Don Bosco y la vida espiritual». Al escoger este título, nos exponíamos a una dificultad preliminar: la expresión vida espiritual no tiene el mismo sentido en los diversos autores6. Pero teníamos que tomar posición. La fórmula vida espiritual, en este libro, se emplea en sentido amplio. La expresión misma «los espirituales» no se identifica aquí con los cristianos que «han vivido y manifestado una mística de la presencia de Dios en el alma y de su relación religiosa personal y profunda; (que) se han dedicado a la unión con Dios en sí misma, vivida única y simplemente en su esencia -tal es el caso de Taulero-, o bajo el aspecto de una experiencia particular: oración, cruz, desprendimiento…» 7. La existencia misma de una experiencia personal de la presencia de Dios en nuestro santo no se cuestiona en este libro, ni para negarla ni para confirmarla. En conformidad con el sentido de la palabra espiritual en el Nuevo Testamento, nosotros querríamos comprender aquí por vida espiritual «todo lo que se refiere a la vida del cristiano según el Espíritu -más exactamente las realidades mixtas, en las que participan a la vez el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre- y, por consiguiente, toda la vida cristiana» 8. Se trataría, pues, del 9

conjunto de las relaciones con Dios según el comportamiento y la enseñanza de Don Bosco. Por nuestra parte, desearíamos explicar aquí, no tanto la historia de su conciencia religiosa, como sus convicciones acerca del destino del cristiano. Planteado el problema en tales términos, cualquier persona entendida pensará que, para afrontarlo, debíamos tener una enorme dosis de ingenuidad o una gran presunción. Las exigencias de semejante propósito pueden producir vértigo, porque «estudiar la espiritualidad de un hombre significa buscar los testimonios más sinceros y más concretos que se puedan referir a él -en la existencia cotidiana-; cómo ha vivido e interpretado el dogma; significa encontrar la síntesis única y viva que ha alcanzado de él, la opción que ha hecho en los grandes temas trasmitidos por la tradición y el modo como ha subrayado ciertos aspectos, ciertos detalles del acervo común a todos. Pero significa también valorar, en la medida posible, la interpretación de su vida interior y del cuadro histórico, geográfico, literario, artístico, científico y religioso, en el que ha nacido» 9. Como puede verse, se trata de un problema histórico inmenso. (Notemos, de una vez para siempre, que nosotros no tenemos que tomar necesariamente partido acerca del valor de las doctrinas descritas). Puestos ante un ideal semejante, reconocemos que a veces nos hemos visto obligados a balbucear sobre cuestiones profundas. Esta toma de conciencia sobre la amplitud del argumento nos ha liberado de un escrúpulo de principio. Las discusiones extemporáneas sobre la existencia misma de una «espiritualidad de san Juan Bosco» habrían sido superfluas si se hubiera convenido antes en el significado de las palabras. Probablemente no es oportuno, como ya se ha hecho observar, clasificarlo entre los doctores y los autores espirituales10, aunque él haya querido explícitamente difundir un «plan de vida cristiana» 11 y que, un siglo después, muchas almas, dos de las cuales han sido declaradas santas (santo Domingo Savio y santa María Dominica Mazzarello) le hayan tomado como maestro de su vida espiritual. Pero aunque no hubiera sido más que un cristiano circunscrito a su tiempo, no tendríamos derecho a negarle una espiritualidad, es decir, una manera suya de vivir y, en ocasiones, de expresar la vida espiritual. Toda conciencia religiosa tiene su historia y su sello propios, que pueden ser dignos de interés. Sería, pues, por lo menos extraño negar una espiritualidad «original» a un fundador canonizado; a no ser que se quiera justificar tal extrañeza con una rígida interpretación del adjetivo «original». En este caso, haría falta decir y repetir que «hay, en toda manifestación de la vida de la Iglesia, una ley constante: la llama de un nuevo ideal de perfección cristiana no se enciende nunca, en los hombres elegidos para difundirlo, en un mundo transcendente, frío y despojado de lo espiritual» 12. El mundo en que vivió Don Bosco, como también la estructura de su carácter, han marcado para siempre su «espiritualidad», pero sin suprimir su «originalidad».

La estructura del libro

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Para permanecer fieles a nuestro propósito, debíamos comenzar por la descripción de las convicciones fundamentales de Don Bosco en el plano espiritual. El primer capítulo no está, a nuestro juicio, fuera de lugar. Las obras mismas publicadas por el santo han contribuido a modelar su pensamiento. Para comprender con cierta profundidad la doctrina de Orígenes, hace falta conocer en sus líneas esenciales el ambiente alejandrino del siglo III, la tradición filoniana, los métodos exegéticos en uso en las escuelas de su tiempo, sin olvidar la persecución de Septimio Severo, la muerte de Leónidas, las querellas entre Alejandría y Cesarea y muchas cosas más… Quien ignorase las luchas íntimas de san Agustín y el atractivo que el maniqueísmo ejerció sobre él durante algún tiempo, no podría comprender debidamente sus teorías sobre la gracia y el pecado. Para los historiadores de sus respectivas espiritualidades, sería arriesgado olvidar la sangre borgoñona que corría por las venas de Bernardo de Claraval, la pobreza de la predicación en los tiempos de Domingo de Guzmán, los orígenes españoles de Iñigo López de Loyola y las discusiones de su juventud sobre la incipiente reforma luterana. Igualmente nosotros veremos crecer a un muchacho vivaz en la Italia apenas liberada de la dominación francesa; acompañaremos a Juan Bosco en las escuelas piamontesas que dejaron en él una huella indeleble; tendremos en cuenta a sus maestros, que gozaron de su confianza, y los libros que él con toda seguridad meditó. Como él no construyó teorías elaboradas, su experiencia y su pensamiento espirituales -objeto principal de este libro- no podían ser presentados sobre la base de una «autobiografía» y de obras que habría bastado resumir. Era necesario buscar en su obra las características principales de una doctrina vivida o expresada sobre la vida en unión con Dios. Las hemos descubierto poco a poco, contenidas en sus fórmulas familiares: «Trabajo y templanza», «Trabajo, piedad y alegría», «Oportet pati cum Christo», «Sed buenos cristianos y buenos ciudadanos», «Para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas»; y convertidas en comportamiento: lucha al servicio de la Iglesia, estima de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, creación de sociedades cuyos miembros, eclesiásticos o laicos, viviendo o no en comunidades, se habrían de santificar por la «caridad activa» al servicio de los hombres. Don Bosco dijo, con mayor claridad de cuanto se hubiera podido esperar, cómo concebía la vida cristiana; cuáles eran, a su juicio, los instrumentos de la santidad, el papel de la ascesis y del servicio de Dios y de los hombres en una vida vivida según Cristo. Todo esto nos lo explicará él mismo en los capítulos de este libro que pretenden describir su espiritualidad. Tal vez dos de ellos requieren una justificación particular. Uno, dedicado a las concepciones religiosas del santo, no es extraño a su vida espiritual. La reflexión sobre su tiempo nos invitaba, efectivamente, a examinar su «intencionalidad». ¿Cuántas opciones espirituales dependen de la idea que se tiene de Dios, de Cristo y de la Iglesia? Concebir a Dios como un juez o como un padre, a Cristo como un modelo, un amigo o un Señor, la Iglesia concentrada en el Papa o vista preferentemente en sus dimensiones comunitarias, puede modificar los rasgos esenciales de una espiritualidad. Otro capítulo considerará el perfeccionamiento humano según Juan Bosco. Las relaciones entre la vida espiritual y la vida cotidiana tenían para nuestro santo una gran importancia que nosotros 11

no debemos descuidar aquí. En nuestro estudio sobre estas diversas cuestiones, cederemos la palabra a Don Bosco más que a sus comentaristas. Un florilegio de textos, traducidos y sucintamente comentados en la última parte, permitirá al lector de este trabajo continuar su conversación con él. Todo esto hubiera debido constituir una sólida introducción al conocimiento histórico de la vida espiritual según san Juan Bosco y una respuesta detallada al problema de su colocación en la historia de la vida espiritual. Desgraciadamente estamos lejos de haberlo conseguido. A veces hemos debido contentarnos con textos editados deficientemente. La abundancia de advertencias a los lectores, cuando hemos tenido que usarlos, y el control de su contenido por medio de textos auténticos (estos últimos citados siempre según los originales o los microfilmes de que disponíamos) no nos han eximido de algún remordimiento. En estos capítulos se notarán lagunas. También habrían sido legítimos otros puntos de vista… Nos sirve de consuelo el pensar que estudios importantes sobre san Pedro Damián o san Bernardo, por ejemplo, se hicieron teniendo en cuenta una sola fuente, el Migne latino; que nuestra documentación, en su conjunto, es infinitamente más segura; y que una obra voluminosa sobre nuestro Don Bosco, con innumerables subdivisiones y capítulos importantes y densos, siempre hubiera quedado incompleta. Por otra parte, algún día verá la luz esa obra casi perfecta, fundamentada sobre fuentes críticas y bien interpretadas13, fruto de inteligentes estudios de detalle y de un extenso conocimiento de la espiritualidad italiana de la primera parte del siglo XIX. Mientras tanto, la doble ambición de este modesto libro habrá sido la de desescombrar, con toda la diligencia posible, un terreno que se presentaba recargado y la de calmar provisionalmente la avidez -justificada- de admiradores y de discípulos, que desconocen los tiempos de espera indispensables para la composición de una obra «definitiva». Si, además, pudiéramos ser útiles a algún especialista de la historia espiritual del siglo XIX sector en el que, como todos saben, no abundan los trabajos documentados-, nos sentiríamos satisfechos. Quien firma estas páginas debe añadir, por justicia, que no habla en plural -«nosotros»- sin motivo, ya que no son exclusivamente obra suya. Sin la ayuda de una treintena de estudios parciales ciclostilados, reunidos bajo el título de Introduction à l'esprit de saint Jean Bosco, elaborados en un «seminario» de estudios históricos que él dirigía, precisamente el Groupe lyonnais de recherches salésiennes, el autor no habría ido más allá de las piadosas intenciones14. De hecho, este libro ha podido usufructuar las investigaciones y las observaciones de jóvenes estudiosos responsables, que han leído y releído los discursos, las cartas y los breves fascículos amarillos y azules de Don Bosco, que ninguno de ellos conocía hasta entonces, y de los que muchos salesianos instruídos no sólo en Francia, sino también en Italia- ignoraban incluso los títulos. Lyon-Fontanières, octubre 1965

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CAPÍTULO PRIMERO

DON BOSCO EN SU SIGLO

Los tiempos de Don Bosco El espíritu de un hombre se forja con la vida. Juan Bosco no ha sido excepción a la ley común. Su existencia transcurrió en la Italia del siglo XIX, bajo los pontificados de Pío VII, León XII, Pío VIII, Gregorio XVI y, sobre todo, de Pío IX y León XIII. Vivió primeramente en el pequeño reino sardo; luego, desde 1861, en el reino de Italia, en el Risorgimento y en la unificación de la península a expensas de la monarquía pontificia. Durante su vida, el siglo pasó de un cierto galicanismo y de un cierto jansenismo al espíritu del Vaticano I y del ligorismo triunfante1. Juan Bosco fue sucesivamente sacerdote en una aldea, animador de un grupo de jóvenes, fundador de sociedades religiosas. Hombre de acción enfrentado a tendencias diversas, unas veces se sometió a ellas, otras reaccionó, otras luchó. Habló mucho y escribió mucho. Pero nosotros insistiremos siempre en afirmar que su concepción de la vida y de la perfección cristianas, que nos esforzaremos por describir en los capítulos de este libro, no fue intemporal; no estuvo separada de su tiempo. En particular, sus treinta primeros años y la orientación apostólica de su obra fueron decisivos en la formación de su espíritu.

El ambiente rural de su infancia «Nací el día consagrado a la Asunción de María al cielo del año 1815, en Murialdo, aldea de Castelnuovo de Asti» 2. En realidad, según el acta de bautismo del niño, fechada el 17, el humilde acontecimiento tuvo lugar el 16 de agosto3. Por otra parte, no interesa demasiado el día exacto. Pero hay un dato cierto: Juan Bosco nació en un caserío de campesinos a unos treinta kilómetros de Turín, entonces capital del Reino de Cerdeña, algunas semanas después de la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815), cuando, en Europa, la política de restauración, iniciada el año anterior, se estaba endureciendo tras el breve despertar revolucionario de los Cien Días. Pero las agitaciones políticas de la ciudad no le habían de afectar tan pronto. El espíritu del joven Bosco se modelará, en primer lugar, a través del mundo familiar y rural 14

que le rodeaba. Conoció apenas a su padre Francisco (1784-1817) y vivió con su madre, Margarita Occhiena (1788-1856), una abuela paterna, Margarita Zucca (1752-1826), muy venerada y muy temida, un hermanastro, Antonio (1808-1849), nacido del primer matrimonio de Francisco, y un hermano mayor, José (1813-1862)4. Es fácil imaginar el trauma sufrido por el niño, luego por el adolescente, privado de su padre. A los sesenta años, todavía recordaba el momento lúgubre en que su madre lo sacó de la habitación mortuoria5. En el hogar de los Becchi, la autoridad fue asumida por las dos mujeres; después, a la muerte de la nonna, sólo por Margarita. Antonio, zafio y vanidoso según su hermano, que nunca le aduló, intentó imponerse como cabeza de familia, pero la madre no cedió. Margarita era una campesina enérgica, delicada, laboriosa y rica de espíritu sobrenatural6. Sus tres hijos, el adoptivo y los otros dos, se dieron cuenta de ello. Había que trabajar, es decir, Juan debía custodiar los pavos o la vaca y, muy pronto, cavar la pequeña propiedad familiar. Hacia los catorce años, verosímilmente en 1828-1829, nuestro adolescente residió durante unos dieciocho meses en una granja de los alrededores, llamada la Moglia de Moncucco. Tanto en los Becchi como en la Moglia, se practicaba la religión, la oración diaria tenía sus ritmos y las funciones religiosas del domingo se frecuentaban escrupulosamente. Juan no se encerraba en casa. Era un muchacho despierto, aunque poco locuaz; le gustaba cazar con trampas, descubrir nidos, criar pájaros; a veces se caía de algún árbol adonde se había encaramado temerariamente y no faltaba a los espectáculos de los titiriteros en las ferias y mercados de la vecindad. Se sentía feliz entre los chicos del pueblo, que le respetaban. Su arte del mando les subyugaba7. Todos se maravillaban de sus acrobacias, porque «a mis once años, hacía juegos de manos, daba el salto mortal, hacía la golondrina, caminaba con las manos, andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional» 8. Había aprendido a leer. Sus historias cautivaban a «gente de toda edad y condición» 9 que él divertía e instruía. La idea de utilizar sus talentos con fines apostólicos surgió en él desde que tuvo cinco años, según una confidencia hecha en la vejez a su secretario Viglietti10. Repitió muchas veces cuánto había influido en él, en este sentido, un sueño que había tenido siendo niño. «Un hombre muy respetable» le había ordenado conquistar con la dulzura una muchedumbre de pilluelos que le indicaba, e instruirlos sobre «la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud» 11. No le fue posible olvidar aquel sueño. A sus admiradores de los domingos les imponía, antes de disfrutar de sus espectáculos, rezar con él el rosario y escuchar un resumen del sermón de la mañana o una historia edificante12. Una familia de tradición cristiana, aunque sin presencia paterna, un ambiente rural trabajador y, además, un sueño en el que el niño cree descubrir que Dios le ha preparado un porvenir misionero, parecen haber sido los factores principales de su formación en 1829.

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La iniciación cultural bajo la Restauración Es natural que, en este ambiente cristiano, Margarita, mujer muy piadosa, haya pensado en hacer de su benjamín un sacerdote13. Su hijo también estaba convencido de que debía seguir este camino; pero la oposición furiosa de Antonio le impedía aún, con catorce años, iniciar los estudios secundarios. Un capellán de Murialdo le ayudó en noviembre de 182914. Don Calosso le inició en latín, al mismo tiempo que le inculcó algunos principios de vida espiritual. Este sacerdote era sencillo, más que todos sus colegas de Castelnuovo, y su alumno encontró en él a un padre. Si su muerte improvisa, en noviembre de 1830, hizo añicos por algún tiempo las esperanzas que Juan nutría de recibir una instrucción15, decidió a Margarita a superar la resistencia de Antonio. Este recogió su parte de herencia y se separó. Así Juan podía finalmente frecuentar la escuela pública de Castelnuovo (1831) y más tarde el colegio municipal de Chieri (1831-1835)16. El mundo de la Restauración piamontesa lo acogió así en sus escuelas de gran tradición confesional. En 1814, el Reino de Cerdeña había vuelto a las manos de la vieja dinastía saboyana. Carlos Manuel I (1802-1821) y luego Carlos Félix (1821-1831) habían tratado de restituir al Piamonte su aspecto de antaño. Bajo sus reinados, la monarquía legítima, la Iglesia y, de manera general, la autoridad tradicional, tan maltratadas en los tiempos del triunfo de la Revolución, volvieron a encontrar oficialmente su prestigio. Las fiestas religiosas del siglo XVIII fueron rápidamente restablecidas añadiéndoseles la solemnidad de san José17. Los judíos, con excepción de los terrenos de los guetos y de los cementerios, tuvieron que vender sus bienes inmuebles, que la tolerancia de los gobiernos anteriores les había permitido adquirir (1816)18. Una parte de los religiosos expulsados pudieron reintegrarse a sus conventos, de los que habían sido alejados por los Franceses y sus colaboradores19. Una serie de diócesis pequeñas: Alba, Aosta, Biella, Bobbio, Fossano, Pinerolo, Susa, Tortona, Alessandria, quedaron reconstituidas, con sus respectivos seminarios20. Finalmente, un reglamento minucioso de inspiración jesuita21, firmado por Carlos Félix el 23 de julio de 1822, contribuyó a devolver a las escuelas públicas una fisonomía abiertamente «católica», si no clerical. Juan Bosco creció, por consiguiente, en un clima de restauración, detalle que no puede sernos indiferente. Escuchémosle mientras habla, no sin nostalgia, de la organización escolar en vigor en el colegio de Chieri: «Bueno será que os recuerde que en aquel tiempo la religión formaba parte fundamental de la educación (…). Todos los días por la mañana se oía la santa misa; al empezar la clase, se rezaba devotamente el ofrecimiento de obras seguido del avemaria; al acabar, la acción de gracias seguida también del avemaria. Los días festivos se reunían los alumnos en la iglesia de la congregación. Mientras llegaban los jóvenes se hacía una lectura espiritual, a la que seguía el oficio de la Virgen; después, la 16

misa y, luego, la explicación del Evangelio. Por la tarde, catecismo, vísperas e instrucción. Todos debían recibir los santos sacramentos y, para impedir la negligencia en tan importantes deberes, había obligación de presentar, una vez al mes, la cédula de confesión. Quien no hubiese cumplido con este deber no podía presentarse a examen de fin de curso, aunque fuera de los primeros de la clase» 22. Cuando escribía estas líneas, en 1875, Don Bosco no se manifestaba influenciado por el liberalismo religioso y tampoco se puede pensar que él se hubiera opuesto, cuarenta años antes, a un régimen que imponía medidas tan poco tolerantes. En este ambiente, Juan cursó todos sus estudios secundarios. Además del estudio, se dedicó a muchas otras cosas, pues le gustaba «el canto, el piano, la declamación, el teatro». A «estos diversos entretenimientos», él se «entregaba con toda el alma» 23. ¿No había creado, en su colegio, una sociedad de la alegría24? Con frecuencia (con demasiada frecuencia, ya que puso en peligro su salud), para distraerse, leía de noche, en un cuchitril de su pensión, los clásicos latinos, «Cornelio Nepote, Cicerón, Salustio, Quinto Curcio, Tito Livio, Cornelio Tácito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros» 25. Así recibía o se daba una cultura humanística según la mejor tradición de los Padres jesuitas. Había en él una armonía entre la práctica religiosa frecuente y controlada y las diversiones y las lecturas profanas. La etapa sucesiva de su formación estará en contradicción con este humanismo: pero le era demasiado connatural para que renegase de él en serio y por siempre.

La formación clerical en un ambiente rigorista, luego alfonsiano Durante cierto tiempo, el joven Juan Bosco pensó tener vocación de franciscano y llegó a ser admitido como postulante en dicha Orden26. Sus consejeros le disuadieron de seguir aquel camino y, en el mes de noviembre de 1835, nuestro joven inició su vida de seminarista. Había cuatro seminarios en la diócesis: Turín, Bra, Chieri y Giaveno27. Juan se formó en el de Chieri, un antiguo convento de los PP. filipenses, recientemente adquirido (1829) por la administración diocesana turinesa. Su vida clerical comenzaba en un ambiente eclesiástico caracterizado en el Piamonte por el espíritu del siglo XVIII, más bien rigorista, si no jansenista, orientado más a la piedad que a la ciencia28 y, además, no exento de sentimientos «galicanos», difundidos por una propaganda activa bajo el régimen napoleónico29. La universidad de Turín, de orientación a la vez tomista, probabiliorista, regalista y anticurialista en el siglo anterior30, seguía ejerciendo su influencia. El caso del profesor antiligorista Dettori, suspendido en 1827, tras una intervención de la curia romana, de sus funciones en la facultad de teología de esta universidad en la que era muy apreciado, confirma el predominio persistente de la mentalidad probabiliorista31. Se insistía sobre el aspecto dificultoso de la vida cristiana en general y de la salvación eterna en particular. Según los pastores de la 17

época, explicaba más tarde José Cafasso, era «difícil observar los mandamientos, difícil recibir bien la santa comunión, difícil incluso oír una misa con devoción, difícil rezar como se debe, difícil sobre todo llegar a salvarse. Son muy pocos los que se salvan…» 32. Aunque sin gran entusiasmo y con algunas reservas para con la praxis sacramental (él se eclipsaba para ir a comulgar) el clérigo Juan Bosco se sometió a la doctrina y al método de vida que le fueron impuestos durante su permanencia en el seminario de Chieri. Era el tiempo en que descubrió la Imitación de Cristo33, estudiaba al probabiliorista Alasia y leía l'Histoire ecclésiastique de Fleury, en quien no distinguió todavía las tendencias «galicanas» 34. Pero el comportamiento tan poco amable de sus superiores le hacía soñar un estilo de educación más cordial35. Cuando trabajaba o discutía en los círculos de estudio formados por los seminaristas, sus gustos le llevaban de preferencia a la Biblia y a la historia de la Iglesia, es decir, a materias poco enseñadas u olvidadas del todo. A las ciencias propiamente teológicas les prestaba la mínima atención indispensable para salir airoso –brillantemente, porque era inteligente y dotado de una memoria excelente– en los exámenes sobre los tratados escolásticos36. Sus consideraciones acerca de la conducta de su amigo, Luis Comollo, nos parecen indicativas de algunas de sus incertidumbres de entonces37. Aquel joven tenía la piedad minuciosa y a veces tensa que la espiritualidad en boga desencadenaba en las almas generosas que la tomaban en serio. Sus crisis en punto de muerte (1839), en que alucinado por el infierno, rozó la desesperación, se leen con cierta pena. En realidad, Don Bosco se hizo corregir en todo por Comollo, que influyó mucho en él. Pero, nos confiesa –y este rasgo nos parece esclarecedor– «en una sola cosa (sobre la cual nos ofrece en seguida detalles elocuentes) ni siquiera intenté imitarle: en la mortificación» 38. En algunos casos, el rigor le había dejado atónito y probablemente seducido, pero él prefería una espiritualidad que fuese por lo menos más adaptada a su temperamento, aquella misma que, a partir de 1841, iba a encontrar a grandes rasgos en el convitto ecclesiastico de Turín. Fundado en 1817 por el profesor Luis Guala –ayudado y dirigido por su padre espiritual Pío Bruno Lanteri (muerto en 1830), uno de los grandes promotores de la reforma de la Iglesia al comienzo del siglo XIX– este colegio eclesiástico estaba destinado a la formación pastoral del clero joven39. El espíritu de la institución difería bastante del del seminario de Chieri. Luis Guala había optado, en moral y en dogmática, por la línea de los Padres jesuítas y por el principio del primado del amor sobre la ley40. En los cursos que él daba, las soluciones morales eran probabilistas, la eclesiología «ultramontana», la disciplina sacramental y la enseñanza ascética relativamente anchas41. La «benignidad» se imponía sobre el rigorismo de moda42. Con Luis Guala, la Compañía de Jesús transmitía al colegio eclesiástico el espíritu que cultivaba entonces en Italia: «ascética ignaciana, lucha decidida contra el jansenismo y el regalismo, devoción tierna y sincera al Sagrado Corazón, a la Virgen y al Papa, frecuencia de sacramentos, teología moral según el espíritu de san Alfonso» 43. Quien salía de Chieri no encontraba, sin 18

embargo, un cambio radical. A pesar de la importancia dada a los estudios, el intelectualismo no tentaba a los alumnos del colegio más que los tentase en el seminario. En compensación, la devoción jugaba un papel de gran importancia en su vida, juntamente con la práctica del apostolado44. Es un hecho que los jóvenes sacerdotes encontraban en esta casa las tendencias de la Amicizia cattolica creada, también en Turín, por el Padre Lanteri al comienzo de la Restauración45. Sería interesante conocer si el pensamiento de Joseph de Maistre fue también aquí determinante como lo fue en el grupo en que este escritor saboyano ejerció su actividad desde el primer momento46. De todos modos, el colegio fue uno de los crisoles en que el «nuevo estilo eclesiástico y religioso» (R. Aubert), que se impuso en la segunda parte del siglo XIX, recibió su forma, al menos en la Italia del norte. El colegio eclesiástico modeló a Don Bosco en los comienzos de su madurez, durante los tres años que siguieron a su ordenación sacerdotal (5 de junio de 1841). Allí, bajo la dirección de los dos maestros, Guala y Cafasso, «aprendió a ser sacerdote», cosa a la que el seminario de Chieri no le había, según él, iniciado suficientemente47. La enseñanza que recibió en esta institución cristalizaba alrededor del profesor José Cafasso (1811-1860). Siempre resultará difícil determinar con exactitud el influjo de este futuro santo en la formación de Don Bosco. Piénsese al menos en esta frase suya: «Si he hecho algún bien, a este digno eclesiástico se lo debo, pues puse en sus manos todas mis aspiraciones, todas mis decisiones y todas mis actuaciones» 48. Fue para él un guía y un modelo de sacerdote y de apóstol, sobre todo entre 1841 y 186049. Bajo las fórmulas pobremente oratorias de sus discursos fúnebres de 1860, se descubren las virtudes que el joven sacerdote Juan Bosco admiró en este hombre y que se esforzó en imitar. Como el profesor Guala que puso los ojos en don Cafasso cuando estaba buscando un colaborador para el colegio, también él había quedado atraído por su «humildad profunda, su piedad sublime, su inteligencia no común, su inocencia celestial, su prudencia consumada» 50. Si alguien se admira de la transformación del turbulento adolescente de Chieri, convertido, en tiempo de Domingo Savio, en director equilibrado de Turin, debemos recordarle no sólo el paso de los años, las lecciones nunca olvidadas del sueño de su infancia y repetido varias veces, el ejemplo de Comollo y la disciplina ligorista, sino también los veinte años de dirección de un santo sacerdote, humilde, sereno y desinteresado.

El apostolado urbano entre jóvenes abandonados A sus veintinueve años, en 1844, Don Bosco concluyó finalmente los estudios. Ciertos rasgos de su doctrina y de su espíritu ya no cambiarán. Él será siempre alfonsiano (con algunos matices que intentaremos descubrir), sin renegar del todo del Dios severo de su juventud. Combinará el humanismo, que le era connatural, con el 19

sentimiento de la debilidad extrema de la creatura, del poder del demonio sobre el mundo y de la fuerza atractiva de la concupiscencia sobre el hombre. Y, sin embargo, evolucionará. La vida le dará sus lecciones. Su sentido de la Iglesia se irá modificando con la evolución de la Cuestión romana, su confianza en la acción santificadora se reafirmará, para, tal vez, luego retroceder, y su piedad sacramental crecerá siguiendo las líneas de fuerza del tiempo y sus experiencias personales. El apostolado urbano de Don Bosco había comenzado en la ciudad de Turín, a partir de 1841. Turin era entonces una capital con cerca de ciento treinta mil habitantes, todavía no industrializada, pero ya polo de atracción de la juventud rural de los alrededores. El sacerdote Bosco había creado una especie de club o de residencia de jóvenes; había visitado las cárceles; había emprendido una intensa labor de predicación… Debió esperar su salida del colegio eclesiástico para disponer de un cargo fijo, de director adjunto de un pensionado de «más de cuatrocientas jovencitas» 51. Este cargo no le convenía más que en parte. En este período de su vida le vemos trabajar principalmente en tres ambientes: el de los jóvenes obreros abandonados, el de los futuros clérigos provenientes del pueblo y el de la gente sencilla, cuya fe se mostraba vacilante ante la conmoción político-religiosa de los años que siguieron a 1848. Él dio lo mejor de sí en servicio de los predelincuentes. Desde 1841, ciertas escenas de las cárceles turinesas le habían sacudido fuertemente: «Me horroricé al contemplar cantidad de muchachos, de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, roídos por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material» 52. Fundó para los jóvenes un «oratorio», es decir, en el sentido original que él daba a esta palabra, «un lugar destinado a entretener a los muchachos con diversiones agradables, después de haber cumplido los deberes religiosos» 53. Al principio, el «oratorio» no se abría más que los domingos y los días festivos. Don Bosco será, pues, educador de jóvenes obreros carentes, casi por completo, de instrucción. Poco a poco, los irá viendo transformarse y santificarse ante sus ojos, mediante la enseñanza de la religión, la práctica de las virtudes, el recurso a la confesión y a la Eucaristía. Su confianza en los métodos que le habían sido enseñados crecerá a la vista de sus resultados apostólicos. La mayor parte de sus principios sobre la «palabra de Dios», los «ejercicios» y la vida sacramental no variarán nunca. Todavía para los jóvenes, publicará también, en estos años, una historia de la Iglesia (1845), un libro de aritmética (¿1846?) y un libro de devoción a san Luis Gonzaga (1846). Pero su salud era precaria. La marquesa de Barolo, poco satisfecha de verle emplear sus fuerzas en un trabajo que él no era capaz de controlar, le rogó que escogiera entre sus muchachas y los jóvenes: él no lo dudó y presentó su dimisión (1846)54. Desde entonces se consagrará exclusivamente al oratorio de san Francisco de Sales, centro de su obra urbana establecido en el barrio, de dudosa fama, de Valdocco, donde habría de desarrollarse rápidamente. Pronto algunos jóvenes recibieron acogida en una casa dependiente de este oratorio (la «casa del oratorio san Francisco de Sales») y, a partir de 1853, algunos de ellos pudieron aprender un oficio en los talleres embrionaríos que se 20

habían instalado allí mismo. La escuela profesional salesiana nacía, también ella, destinada en primer lugar a los jóvenes abandonados.

El ambiente político y religioso del Piamonte desde 1848 a 1860 Contrariamente a una opinión difundida, esta escuela estaba lejos de absorber toda la actividad de Don Bosco. Sus jóvenes fueron al principio artesanos, la mayor parte albañiles. Los acontecimientos de 1847 y 1848 en el Piamonte le hicieron orientarse hacia otras categorías sociales, pero sin hacerle olvidar las clases populares. Desde hacía algunos años, el clima político había cambiado. En 1831, Carlos Alberto había sucedido a Carlos Félix. Ahora bien, como escribía no hace mucho el discreto canónigo Chiuso, aquel rey «no había nunca roto del todo con los hombres de la revolución» 55. Por lo menos daba esa impresión. Esto significaba que parecía dispuesto a separarse del espíritu de la Restauración, que era más bien liberal y que, con grave escándalo del rígido conservador Solaro de la Margarita, no era insensible a ciertas sugerencias del Risorgimento56. Cuando, a partir de 1847, las presiones de la opinión pública hicieron prevalecer la corriente liberal, todos opinaban que se hacía con el consentimiento del rey. Las reformas constitucionales de aquel año suscitaron gran entusiasmo en Turín57. El Statuto de 1848, que proclamaba la libertad de prensa (art. 11) y garantizaba la libertad individual (art. 12) –los ciudadanos valdenses y judíos se beneficiaban ahora de la legislación común–, enardeció aún más a la población58. El cambio era, sin embargo, demasiado brusco. El conservadurismo estaba bien arraigado en el alto clero. Las novedades se atribuían a las sectas. Pronto se desencadenaron reacciones anticlericales, cuyas primeras víctimas fueron los Jesuitas y, después, las Damas del Sagrado Corazón. El arzobispo de Turín, Mons. Fransoni, un aristócrata que no estaba dispuesto a dejarse dominar, fue encarcelado y, en 1850, desterrado a Lyon59. Un conjunto de medidas laicistas comenzaba a transformar completamente la vida del clero del Reino de Cerdeña: supresión del fuero y de las inmunidades eclesiásticas (1850), abolición de los diezmos en Cerdeña (1851), proyecto de ley –que no tuvo futuro–, introduciendo el matrimonio civil (1852), ocupación del seminario diocesano de Turín (1854)60 y, finalmente, la ley de los conventos (1855), según la cual dejaban de existir, «como personas morales y reconocidas por la ley civil, las casas pertenecientes a las órdenes religiosas, que no se dedicaran a la predicación, a la educación o a la asistencia de los enfermos» (art. 1)61. En lo sucesivo habría que contar con una mentalidad perniciosa para la Iglesia institucional, al menos en sus estructuras de tiempo y de lugar. Don Bosco, sin compasión para con las «funestas consecuencias» de los «principios» que habían preparado el Statuto de 184862, se puso al servicio de esta Iglesia en dos campos principalmente: el cuidado de los clérigos y la lucha contra el error entre la gente sencilla. 21

El cuidado de los clérigos Don Bosco se preocupó de la disminución de los seminaristas. «Cuando los institutos religiosos se andaban dispersando y los sacerdotes eran vilipendiados, algunos metidos en la cárcel, otros obligados a prisión domiciliar, ¿cómo se podía, humanamante hablando, cultivar el espíritu de vocación?» 63. Para asegurar el porvenir de la Iglesia en el Piamonte, él se dirigió, lo contaba más tarde, hacia «los que manejaban la azada o el martillo» 64, mucho más seguros, según él, que los hijos de familia que frecuentaban las «escuelas públicas» y los «grandes colegios». Así nacieron, después de 1849, los cursos secundarios en la casa del oratorio de Valdocco. Domingo Savio entre 1854 y 1857, Miguel Magone entre 1857 y 1859, y Francisco Besucco entre 1863 y 1864, los frecuentaron. Una parte de los alumnos eran vocaciones tardías. Algunos años después, la cifra de los sacerdotes salidos de este centro era ya impresionante. Se debe concluir que la espiritualidad propuesta por Don Bosco se dirigía, en medio de aquella masa urbana, a almas mucho más cultivadas en materia religiosa.

La lucha contra los valdenses La evolución política le llevó a luchar simultáneamente en otro frente. Los valdenses se aprovechaban de la igualdad de derechos y de la libertad de prensa, que ellos habían conquistado recientemente, para extender su influjo particularmente en el mundo de las personas sin cultura. Estas eran ciertamente numerosas, ya que las estadísticas de 1848 dicen que dos quintas partes de los turineses no sabían leer ni escribir65. Los misioneros valdenses actuaban con tanto mayor éxito cuanto que, según Don Bosco (que en este punto se muestra demasiado absoluto), «los católicos, confiados en las leyes civiles que hasta entonces los habían protegido y defendido, apenas si disponían de algún diario y de alguna que otra obra clásica de erudición; pero no tenían un solo periódico ni un solo libro que estuviesen propiamente al alcance del pueblo humilde» 66. Nuestro apóstol replicó en 1850 (y tal vez en 1848) con algunos Avisos a los católicos, que distribuyó abundantemente: en dos meses, nos dice, «se difundieron más de doscientos mil ejemplares» 67. Animado por el éxito, inició en 1853 una ofensiva a gran escala con la revista Lecturas Católicas, que salía al paso a las Lecturas Evangélicas, de inspiración valdense. Los fascículos, al principio bimensuales, luego mensuales, tenían un centenar de páginas. La batalla fue animada. El redactor de la nueva publicación recibió visitas, fue amenazado y provocado; pero él se defendió y contraatacó. Sus adversarios no se limitaron a disputas verbales: Don Bosco estaba persuadido de deber atribuirles algunos atentados, de los que, con más suerte que el sacerdote Margotti68, había salido indemne69. Pero tales violencias no le desanimaron. Las Lecturas Católicas siguieron saliendo y la historia general asegura que en Piamonte, «desde 1860, el fracaso del 22

movimiento valdense fue evidente» 70. Don Bosco, pues, no ha sido sólo un saltimbanqui para chiquillos. En medio del siglo XIX, en un tiempo y en un país en que las personas de Iglesia sentían que se les cavaba la tierra que pisaban, defendió eficazmente la vida y la fe de los jóvenes obreros y del pueblo sencillo. Nos interesa grandemente conocer el espíritu con que actuaba. Es fácil deducirlo: no era el de 1848, pues en aquel tiempo él tendía a «conservar». Prueba de ello es que Mons. Luis Moreno, obispo de Ivrea, administrador de las Lecturas Católicas, era un intransigente.

La fundación de sociedades religiosas Aproximadamante desde 1858, Don Bosco, sin renunciar a su propia actividad editorial y a la dirección personal de sus jóvenes, se consagró sobre todo a la fundación y al desarrollo de sus sociedades religiosas. Esta empresa le llevó a integrar en su pensamiento una doctrina sobre los votos religiosos y, en otro orden de cosas, a reforzar sus opiniones «ultramontanas». Nuestro santo trabajó en la Iglesia de Pío IX (1846-1878). Del pontificado de León XIII (1878-1903) sólo conoció los primeros años. Ahora bien, bajo Pío IX, la catolicidad, derrotada en el plano temporal con la división de los Estados pontificios que culminó en la toma de Roma del 20 de septiembre de 1870, estrechó filas alrededor de su jefe, aureolado por desgracias inmerecidas y por una serie de actos religiosos de gran resonancia, como las definiciones de la Inmaculada Concepción de María, en 1854, y de la infalibilidad personal del soberano pontífice, en el concilio Vaticano, en 187071. El ultramontanismo barría todas las resistencias en Italia, Francia, Alemania, Gran Bretaña… Digámoslo en seguida: cuando fundaba su obra mundial, Don Bosco, discípulo de san Alfonso y formado en el colegio eclesiástico, condividía este espíritu, que estaba en la raíz de su ideal de perfección apostólica y le prestaba sus rasgos definitivos. Su Virgen se transformaba en la Auxiliadora, la reina de las batallas de la Iglesia; y ésta se identificaba, a sus ojos, con Pío IX, de quien los obispos no eran sino delegados. En el Reino de Dios él concebía al apóstol como un luchador, cuya función principal consistía en satisfacer todos los deseos del papa infalible. Volvamos algunos años atrás72. En 1852, Don Bosco había sido nombrado por Mons. Fransoni director de los tres oratorios turineses. Sin hacer ruido, en el período que siguió, fue formando los cuadros para la obra que proyectaba. En 1855, el joven Miguel Rua (1837-1910), su futuro sucesor, emitía los votos privados. Pero, en realidad, su sociedad no nació sino cuatro años más tarde. En 1858, Don Bosco había ido por vez primera a Roma para visitar a Pío IX, a quien había mandado una carta de recomendación de Mons. Fransoni y un proyecto de «reglamento» de su sociedad. El papa le había recibido con gran benevolencia y, según las relaciones posteriores del santo, le había aconsejado: 1o) crear «una sociedad de 23

votos simples, porque, sin votos, faltarían los lazos necesarios entre miembros y miembros y entre superiores e inferiores»; 2o) no imponer un hábito especial ni prácticas ni reglas que distinguiesen a los asociados en medio del mundo73. Este programa se adaptaba muy bien a Don Bosco, pues en él encontraba sus propias ideas, confirmadas por el ejemplo de Antonio Rosmini, fundador del Instituto de la Caridad, y por las reflexiones de Urbano Rattazzi74. En 1880, responderá así a una demanda oficial de informaciones sobre el oratorio de Valdocco: «Creo necesario hacer notar que no existe entre nosotros ninguna «congregación», sino solamente una piadosa asociación, llamada de san Francisco de Sales, que tiene por fin ocuparse de la educación de la juventud especialmente pobre y abandonada. El firmante y todos los que forman parte de ella son libres ciudadanos y dependen en todo de las leyes del Estado…» 75. No habló abiertamente de su proyecto a los salesianos sino el 9 de diciembre de 1859. Tras algunos días de reflexión, catorce salesianos se reunieron de nuevo el 18 siguiente. El acta de esta reunión dice: «Pareció bien a los congregados organizarse en Sociedad o Congregación, que juntamente con el fin de una recíproca ayuda para la santificación propia, se propusiera promover la gloria de Dios y la salvación de las almas, especialmente de las más necesitadas de instrucción y educación» 76. Estas explicaciones parecen necesarias para una justa comprensión del artículo primero de las Constituciones salesianas en la redacción más antigua que nos ha llegado. Según él, «esta Congregación tiene por fin reunir a sus miembros, eclesiásticos, clérigos y también laicos, con la intención de perfeccionarse imitando las virtudes de nuestro divino Salvador, especialmente con el ejercicio de la caridad para con los jóvenes pobres» 77. En esta fase, de acuerdo con el pensamiento de Don Bosco y las experiencias realizadas hasta aquel momento, la perfección de los miembros de su sociedad se alcanza por el ejercicio de la caridad apostólica. La Congregación salesiana tomó forma, a partir de 1860, gracias a la tenacidad de su iniciador y a la protección eficaz que le prestaron personalidades romanas, sobre todo Pío IX «Podemos afirmar que el Padre Santo es nuestro fundador y casi nos ha dirigido personalmente», escribía Don Bosco al cardenal Ferrieri, el 16 de diciembre de 187678. La institución fue objeto de un decreto de alabanza en 1864 y de una aprobación de la Santa Sede en 1869. La aprobación definitiva de sus Constituciones es de 1874, y la comunicación de los privilegios de los redentoristas, que hacía de ella una congregación de derecho pontificio exenta, es de 1884. Durante aquellos años, las intenciones primigenias de Don Bosco no sufrieron demasiadas alteraciones. Sin embargo, en 1864 y en todas las redacciones posteriores, el artículo sobre el fin de la sociedad distinguió perfección y caridad activa, debiéndose buscar simultáneamente la una y la otra. Además, un breve capítulo que incluía a miembros no comunitarios en su sociedad desapareció en 1874, a pesar de los esfuerzos hechos por Don Bosco, entre 1864 y 1873, por mantenerlo. No se dio por vencido y, en los años sucesivos, instituyó la Pía Unión de los Cooperadores salesianos (1876), que recogía, con las oportunas adaptaciones, esta última parte de su programa. Con la Congregación de las Hijas de 24

María Auxiliadora para la evangelización de la juventud femenina (1872), cuyas Constituciones repetían casi a la letra las Constituciones salesianas, esta piadosa unión completaba la familia espiritual que había soñado. Su programa primitivo se había ensanchado. Ahora comprendía toda clase de obras apostólicas, incluso las misiones en tierras lejanas79. Sería, por lo tanto, inexacto creer que sus empresas habrían de modelarse uniformemente siguiendo la obra de Valdocco80. En 1884, un biógrafo francés hacía notar, con agudeza y con razón: «Hasta ahora, los fundadores de órdenes y congregaciones religiosas se habían propuesto un fin especial en el seno de la Iglesia; practicaron la ley que los economistas modernos llaman la ley de la división del trabajo. Don Bosco parece haber concebido la idea de hacer a su humilde comunidad todo el trabajo…» 81. Esta apertura a horizontes indefinidos no era fruto de presunción. Estaba convencido de ser guiado por la Providencia, a la que atribuía serenamente algunas de sus decisiones y todos sus éxitos82. La expansión de su apostolado extendía también su influjo espiritual. Ahora ya sus directrices eran válidas no sólo para la juventud italiana, sino para religiosos y laicos esparcidos en todo el mundo cristiano y dedicados a toda clase de actividades.

Don Bosco autor Dichas directrices se habían ido conociendo a través de sus opúsculos y sus libros, algunos de los cuales acabarían siendo traducidos al francés y al español durante los últimos años de su vida. Las Lecturas Católicas prosperaban, y sus mejores títulos, los más vendidos, a juzgar por el número de ediciones, eran obras personales de Don Bosco83. A distancia, su valor nos parece muy desigual. Algunas, por ejemplo Domingo Savio, Angelina, y la misma Historia de Italia, son deliciosas; otras –la mayor parte de las Vidas de los papas y de las biografías de mártires– carecen de interés literario y, naturalmente, de interés científico. Sin embargo, nosotros tendremos en cuenta todos estos escritos sin descuidar ninguno. Estas obras nos permiten reconstruir el pensamiento de Don Bosco y comprenderlo, encuadrándolo dentro de una tradición espiritual. De la lectura de estas obras emerge una enseñanza coherente, sobre todo si se procura iluminarlas con sus cartas y sus discursos. Así aparece evidente, por ejemplo, que Don Bosco no tenía más que una espiritualidad, la que él explicaba casi indistintamente a los muchachos y a los adultos84. El comienzo de La llave del Paraíso, programa de vida redactado para estos últimos, es en gran parte repetición del Joven Instruido, escrito con la misma intención para los jóvenes (más exactamente para los adolescentes). La única variante en páginas enteras, se encuentra en la palabra «cristiano» que sustituye la expresión «mis jóvenes». Sorprenda o no, Don Bosco, que conocía bien a los adolescentes, no consideraba indispensable reservar para ellos una espiritualidad particular. Y sus lecciones a los adultos provenían de un educador de 25

jóvenes. Apóstol de los jóvenes y apóstol del pueblo, se preocupaba de escribir cosas útiles que pudieran ser comprendidas por los campesinos y por los obreros; nada más. No se consideraba obligado a hacer largas investigaciones, que no eran de su competencia. Unos pocos libros de cierta seriedad le parecían suficientes para garantizar una buena documentación, de la que él pudiera copiar no sólo palabras, sino párrafos enteros, sobre todo cuando se encontrara apretado de tiempo. Siempre atareado y sin pretensiones, no sentía escrúpulos en hacerse ayudar por colaboradores capaces. A su modo de ver, la primera cualidad de un autor «popular» era el estilo sencillo y transparente. Escribía a un traductor: «Queridísimo Turco: Aquí tienes un librito para traducir del francés. Tú lo traducirás libremente, no con estilo elegante, que no es el tuyo, sino con estilo popular clásico, períodos cortos, claro, etc., como tú acostumbras a hacer…» 85. Juan Bonetti, Juan Cagliero, Juan Bautista Lemoyne…, fueron estupendos colaboradores suyos. La correspondencia de Don Bosco demuestra cómo solicitó abundantemente los servicios de Bonetti. Por su parte, Lemoyne escribió cartas e incluso narraciones de «sueños» firmados luego por Don Bosco86. El autor principal revisaba con atención lo que había sido redactado por otros y después asumía la paternidad de escritos cuyo contenido y cuyo estilo no eran necesariamente suyos personales.

Las fuentes de Don Bosco Su vida intelectual dependía de una biblioteca, que estaba mejor abastecida de lo que cabría esperar en un hombre de acción. Considerada la importancia del tema de sus fuentes, tanto en relación con sus trabajos publicados como también en su correspondencia y en sus discursos familiares, permítasenos decir algo sobre ellas. Se podría hablar extensamente sobre su cultura bíblica –no indiferente, pues él compuso una Historia Sagrada–, patrística –adquirida siempre de segunda mano, nos parece–, o histórica –usó mucho los Acta Sanctorum y los Anuales de Baronio–. Nosotros nos limitaremos a algunos maestros de espíritu que ciertamente le eran más familiares. Algún día se deberá estudiar la importancia que tuvo en la formación de su pensamiento y en la elaboración de su obra la Imitación de Cristo. Sabemos que en su juventud la apreció por la densidad de sus máximas87. El Padre Ceria hacía observar que Don Bosco meditaba con gusto algunos versículos de dicho libro antes de acostarse88. Uno de sus exalumnos, fundador de una congregación, el Padre José Allamano, que se había formado en Valdocco, afirma que la Imitación era un libro muy estimado en el Oratorio89. De hecho, aparece recomendada por nuestro santo en la Vida de Domingo Savio90 y diversos aspectos de la espiritualidad de Don Bosco no carecen de afinidad con la «devoción moderna» del famoso librito. Pero Don Bosco vivió en el siglo XIX italiano, marcado por la Reforma y la 26

Contrarreforma proveniente del Concilio de Trento. Se nota en toda su obra. Él se acercó con mayor o menor familiaridad a los defensores de una teología «humanista», –que eran los adversarios de la ideología reformada–, particularmente a los jesuitas de Italia, a san Felipe Neri (1515-1595), a san Francisco de Sales (1567-1622) y a los que, desde el siglo XVII al XIX, había escogido como maestros. Sus figuras y, hasta cierto punto, sus doctrinas, se transparentaban en sus libros y en sus alocuciones. Parece que no ha citado nunca a san Ignacio. Pero sus puntos de contacto con él, aun siendo indirectos, a través de sus discípulos de Italia, fueron numerosos y determinantes. En realidad, Don Bosco se mantuvo toda la vida muy cercano a la tradición ignaciana. En el seminario había leído al jesuita Paolo Segneri (1624-1694) –es decir, pensamos nosotros, al menos el Cristiano Instruído, obra impregnada de la espiritualidad de la Compañía91– y pasó tres meses y medio de vacaciones en una casa de campo de los jesuitas, en Montaldo92. El colegio de Turín, que fue decisivo en la orientación de su pensamiento, conservaba de alguna manera la influencia de la tradición espiritual del jesuita Diessbach. El Padre Segundo Franco (1817-1893), superior de la residencia de los jesuitas de Turín, le proporcionó tres títulos de sus Lecturas Católicas; en 1877, invitado por Don Bosco, este personaje participó en las sesiones plenarias del primer capítulo general de los salesianos en el que habló varias veces93. La vida de san Luis Gonzaga, que Don Bosco resumió y comentó, inspirándose en el jesuita Pascual De Mattei, sería suficiente para ponerle en contacto con la espiritualidad de san Ignacio94. Y, lógicamente, en muchas ocasiones se refirió al P. Rodríguez95… Las enseñanzas de san Felipe Neri le habían llegado por medio de escritores espirituales o de las biografías de este santo, probablemente la del Padre Bacci96. Algunas de sus frases típicas que leemos en el Porta teco de 185897, en la Vida de Miguel Magone de 186198 y en el Tratado del sistema preventivo de 187799, –por lo tanto en lo más vivo de documentos significativos escalonados a lo largo de sus años de vida activa–, estaban bien integradas en el fondo de su espiritualidad. Creador también él de oratorios, contemplaba la figura de san Felipe Neri y estaba seguro de continuar en el siglo XIX la obra y el espíritu del gran florentino del siglo XVI100. San Francisco de Sales fue para Don Bosco más que un autor espiritual, un modelo que ofrecer a la admiración y a la imitación de los mismos «salesianos» 101. A veces lo cita y lo copia, pero muy probablemente a través de intermediarios102. Se sentía atraído por su mansedumbre y por su energía en la defensa de la verdad. Se declaraba completamente de acuerdo con la doctrina de la Introducción a la vida devota, que fue recomendada constantemente en las publicaciones de Valdocco103. A estos tres grandes nombres de la Contrarreforma, habría que añadir, para no ser demasiado incompletos, al menos a san Carlos Borromeo (1538-1584)104 y a san Vicente de Paúl (1581-1660); a este último le dedicó un entero fascículo105, redactado en gran parte teniendo en cuenta la traducción italiana (Génova, 1840) del Esprit de saint Vincent de Paul, ou Modele proposé a tous les ecclésiastiques, 1780, en 12°, de André27

Joseph Ansart. Una fuente bastante incierta… Con san Vicente, salimos de la Restauración católica propiamente dicha. En los siglos XVII y XVIII, nuevos maestros se habían alineado detrás de los guías del siglo XVI. Entre ellos, varios, que el colegio eclesiástico le había enseñado a escoger entre las filas de los antijansenistas, entraron también en los textos de documentación de Don Bosco. Sebastián Valfré (1629-1710) había sido uno de estos relevos. Gregorio XVI había beatificado a este piamontés en 1834, cuando Juan Bosco estaba decidiendo su vocación sacerdotal. Ya sacerdote, meditará sobre sus ejemplos y sus enseñanzas. San Felipe Neri y san Francisco de Sales habían sido los únicos autores citados por el beato Sebastián en un reglamento de vida de 1651, que Don Bosco reprodujo en 1858 en el Porta teco: «Lee con gusto algunos libros de devoción, pero no los que tratan de rigorismos, sino más bien los que enseñan a servir a Dios con santo amor y confianza cordial. Podrías recurrir a la Filotea de san Francisco de Sales y la Vida de san Felipe» 106. De hecho, las semejanzas entre ambos apóstoles son numerosas. El primero había colaborado en la implantación del oratorio filipense en Turín. El conjunto de su apostolado urbano en el siglo XVII: cuidado de los pobres, instrucción de los niños, lucha contra el error, había curiosamente anticipado el del segundo en la misma ciudad entre 1841 y 1858107. A nuestro parecer, san Alfonso de Ligorio (1697-1787), explicado por el profesor Cafasso en el colegio de Turín, predominó sobre todas las demás fuentes «espirituales» de Don Bosco, al menos a juzgar por el número y por la amplitud de los textos que ha tomado de él. Los estudios sobre las fuentes de las solas dos obras de espiritualidad de Don Bosco analizadas hasta la fecha: el Joven instruido (1847) y el Mes de mayo (1858) revelan el papel importante o esencial de los escritos alfonsianos en su elaboración108. Por ejemplo, las Máximas eternas de san Alfonso entraron, apenas sin retoques, en el Joven instruido109. Es fácil comprobar que el Ejercicio sobre la misericordia de Dios (hacia 1847) depende de la obra de san Alfonso sobre la Preparación a la muerte110. Las Glorias de María fueron una de las fuentes del librito de Don Bosco sobre la novena de Nuestra Señora Auxiliadora111. Los Actos de devoción para hacer delante del Santísimo Sacramento, que figuran en un breve trabajo de Don Bosco sobre el milagro eucarístico de Turín, fueron tomados explícitamente de san Alfonso112. Finalmente, Don Bosco seguía fielmente la doctrina de este santo en sus explicaciones sobre la vida religiosa. La Introducción (1875, 1877, 1885) de las constituciones salesianas adaptó largos párrafos de la Verdadera esposa de Cristo y de los Avisos sobre la vocación. Las ideas de Don Bosco acerca de la práctica de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, de la práctica de la mortificación, de la fuga de las ocasiones peligrosas, etc., eran, al menos en parte, las que san Alfonso había defendido en su tiempo113. Hacia 1875, este santo era el autor oficial de moral (y de ascética) de los salesianos114. Veremos más adelante si Don Bosco ha sido exclusivamente alfonsiano. Pero ya ahora queremos hacer notar que el compilador sabe orientarse con seguridad en sus opciones; que la 28

originalidad de san Alfonso mismo –que pertenecía a la línea de san Francisco de Sales y dependía, a través de Saint-Jure y Nepveu, de la primera escuela ignaciana– era relativa115; y que, en fin, su discípulo podía encontrar así, siguiéndole a él, una de las formas de la espiritualidad moderna. Nos hemos reducido a lo esencial. Es posible, sin embargo, que algún día parecerá que se ha ignorado el influjo que tuvieron en los escritos y en la elaboración del pensamiento de Don Bosco varios de sus contemporáneos o casi contemporáneos, sea que se trate de anónimos humildes, como el autor de la Guía angélica, de escritores político-religiosos un poco inquietantes, como el sacerdote Barruel y Joseph de Maistre116, o de neo-humanistas más simpáticos, como el oratoriano Antonio Cesari (1760-1828)117, o de filósofos, teólogos y escritores espirituales famosos, como Antonio Rosmini, Giovanni Perrone, Mons. de Ségur y Giuseppe Frassinetti118. Pero esto no hará modificar las conclusiones que hemos delineado. La vena de Don Bosco se alimentaba ciertamente de la Biblia y de la tradición patrística, pero sus verdaderos «autores» eran algunos modernos de la Contrarreforma y del antijansenismo: Paolo Segneri, san Felipe Neri, san Francisco de Sales, el beato Sebastián Valfré, san Alfonso de Ligorio…, sin hablar de su maestro Cafasso. Puede verse, por esta simple enumeración de autores, que Don Bosco no pertenecía a la estirpe del mundo renano o flamenco o a la de los místicos españoles o a la de los teólogos de la «devoción francesa» del siglo XVII. Su formación y sus gustos le habían llevado a un mundo bastante diferente.

Los sueños Para convencernos rápidamente de esta orientación de Don Bosco, basta leer sus obras, comprendido todo lo referente a sus «sueños». Hay, efectivamente, en las Memorias del Oratorio, en las cartas del santo y en las «crónicas» de su casa, un número considerable de relatos de «sueños». En total, las Memorias biográficas -corpus en el que en principio se han recogido todos– se contienen unos ciento veinte. Don Bosco tenía sueños maravillosos sobre el estado del alma de sus jóvenes, sobre el porvenir de su obra, y los contaba con gusto a sus íntimos, incluso a los alumnos de sus escuelas. Hoy, mientras algunos los desprecian, otros los atribuyen sistemáticamente a causas preternaturales. ¿Se nos permite decir que las dos posiciones son criticables? Los problemas que presentan los «sueños» de Don Bosco deben clasificarse por argumentos. Ante todo, la tradición textual de cada uno de ellos debería ser examinada con atención. Nosotros hemos podido notar que los «sueños» de 1831, 1834 y 1836 eran simplemente variaciones del sueño primordial de 1824 (fecha aproximativa)119. La prudencia aconseja igualmente ser circunspectos en su interpretación. Los «sueños» han tenido ciertamente un lugar importante en la vida de san Juan Bosco y él estaba convencido de que, a través de los sueños, se comunicaba con el más allá. Ciertas predicciones de muertes anunciadas al final de algunos sueños nocturnos son 29

sorprendentes. Conviene, sin embargo, no exagerar y, por lo menos, imitar en esta materia la discreción del testigo principal. Cuando rondaba los sesenta años, afirmaba a propósito de los sueños: «Dícese que no se debe hacer caso de los sueños: os aseguro que, en la mayor parte de los casos, también yo soy de este mismo parecer. Con todo ello, algunas veces, aunque no nos revelan cosas futuras, nos sirven para hacernos conocer cómo hemos de resolver asuntos intrincadísimos y la prudencia con que hemos de solventar algunas cuestiones. Entonces, se les puede hacer caso, por el bien que nos proporcionan…» 120. Hasta su vejez, se mantuvo fiel a este principio de discernimiento. Escribía en 1885: «Yo os ruego que no prestéis demasiada atención a los sueños, etc. Si ayudan a la comprensión de cosas morales o de nuestras reglas, bien: téngaseles en cuenta. De lo contrario, no les deis importancia» 121. Tales declaraciones no deben ser atenuadas; lo exigen la honradez y la simple prudencia. «La forma narrativa sirve para sostener una verdad profunda, y ésta es la que interesa sobre todo»; se ha escrito de los «sueños» de san Pedro Damián y de otros medievales «más sutiles» 122. En lugar de atribuir sistemáticamente un origen milagroso a los sueños contados por Don Bosco, es preferible buscar en primer lugar en ellos, cuando contienen un valor moral o espiritual, documentos de su pensamiento, compuestos seguramente no sin la ayuda de la gracia del Señor. De esta manera no nos decepcionarán. Dejemos a los sicólogos y a los expertos en teología mística el trabajo de medir la parte de intervención especial de Dios en su elaboración. La empresa es sumamente delicada y se comprende que algunos la hayan intentado inútilmente123.

La controversia con Mons. Gastaldi La fama de vidente y de taumaturgo que sus admiradores atribuían a Don Bosco ¿contribuyó acaso a indisponer al arzobispo de Turín, Mons. Lorenzo Gastaldi, contra él? Nos gustaría creerlo. Su actividad, evidentemente tan benéfica, no era del agrado de todos, incluso dentro del cuerpo episcopal y por razones que no provenían de una envidia mezquina. Tal actividad estaba en contra de otra visión de la obra de la Iglesia. Vista en su conjunto, la fundación salesiana hizo chocar a Don Bosco con la curia turinesa, particularmente con Mons. Gastaldi, que fue arzobispo de Turín desde 1871 a 1883. Durante treinta años, de 1841 a 1870, Gastaldi, sacerdote y luego obispo, había sido uno de los mejores amigos de Don Bosco124. Pero el arzobispo tenía, como Mons. Darboy en París, ideas de «otro» tiempo sobre el modo de gobernar en la Iglesia. No contento con preferir a Rosmini a santo Tomás y de encontrar a san Alfonso de Ligorio demasiado ancho125, no toleraba a los defensores de los privilegios de los religiosos126, ni a los que exaltaban al papa a costa del episcopado127. No hace falta añadir que estas posiciones no concordaban con las del director del oratorio de san Francisco de Sales, antiguo alumno 30

del colegio eclesiástico, alfonsiano convencido, que, con el apoyo explícito del soberano pontífice, eximía su sociedad de la tutela episcopal. El desagradable contraste, bien pronto divulgado por opúsculos anónimos, en los que la curia creía descubrir el influjo de Don Bosco, duró doce años. Golpes bajos, libelos, arbitraje episcopal por orden de Roma, citación de Don Bosco ante un tribunal eclesiástico, nada faltó en esta controversia penosa, que encontró solución sólo en 1883 con la muerte del arzobispo y su sustitución por un amigo del fundador de los salesianos128.

Don Bosco en el nuevo Estado italiano Humanamente hablando, Don Bosco triunfó en su tiempo, en gran parte por mérito de su habilidad diplomática. Gracias a ella logró convertirse en puente de unión entre los italianos y la Santa Sede en dos asuntos cruciales: los nombramientos de obispos para las sedes vacantes y las provisiones de sus bienes temporales. Desde 1860, la instalación de los piamonteses en los nuevos territorios y su oposición al papa habían tenido como consecuencia el destierro o la cárcel para muchos obispos; por tanto, varias sedes episcopales estaban vacantes. En 1865, ciento ocho diócesis carecían de pastor129. Don Bosco medió en 1866 y 1867 sugiriendo a ambas partes una solución, que parece haber sido aceptada en ocasión de la misión Tonello130: cada una de ellas propondría una lista y, en los límites de las posibilidades, los elegidos de común acuerdo –al margen de toda aprobación oficial, imposible por la ruptura en acto– asumirían la dirección de las diócesis vacantes. De hecho, treinta y cuatro obispos fueron nombrados en los consistorios del 22 de febrero y del 27 de marzo de 1868. Algunos años después, en 1873-1874, las revelaciones de la prensa sobre las intervenciones oficiosas de Don Bosco para resolver la controversia confirmaban la función que él había desempeñado en la cuestión temporal de los obispos y de los sacerdotes131… La confianza que, simultáneamente, tenían en él el papa Pío IX y los ministros Crispi, Lanza y Vigliani, nos indica su posición en la dura batalla que, en la segunda mitad del siglo XLX, enfrentaba a una Iglesia conservadora con una cierta sociedad italiana deseosa de adaptarse al mundo moderno. Por una parte, él no era amigo de revoluciones132 y creía en la necesidad de la soberanía temporal de los papas133. Su amistad con el sacerdote periodista Margotti, ciertamente poco contemporizador con el nuevo poder, fue fidelísima134. Por otra, predicaba la sumisión a los poderes constituidos y, por lo tanto, al nuevo Estado, aunque fuera liberal y anticlerical135, y dirigía su obra teniendo en cuenta los progresos económicos y sociales del mundo en que vivía. Es más, parece que después de 1870 esta segunda tendencia prevaleció sobre la primera. Todo considerado, incluso bajo Pío IX, él estaba a favor de la reconciliación de las dos fuerzas opuestas. Esta satisfacción le fue negada en vida. Entregado a la dirección cotidiana de una 31

sociedad religiosa en desarrollo y en medio de las vicisitudes de las que ya hemos hablado (y otras, como la construcción de una gran iglesia en Roma, de la que, por no extendernos demasiado, no hemos dicho nada), a pesar de su robustez nativa, sus condiciones de salud se fueron deteriorando antes de tiempo. En 1884, Don Bosco, cargado de achaques, entraba en una vejez prematura. Murió en Turín el 31 de enero de 1888.

Don Bosco en su siglo Resumamos. Don Bosco nació en un ambiente rural y conservador, pero su sensatez natural, las necesidades de la vida y la evolución de la época le indujeron a adecuarse a su tiempo. Su afición a las obras literarias, a los juegos y a los espectáculos habría podido hacer de él un humanista según la antigua tradición de su país, si una espiritualidad fundada sobre la Imitación de Cristo no hubiera moderado sus entusiasmos juveniles. Fue formado por sacerdotes rigoristas, más o menos jansenistas. Luego se dejó atraer por las escuelas de los alfonsianos y de los ultramontanos, por las personalidades y las doctrinas de san Felipe Neri, de san Francisco de Sales, de san Vicente de Paúl y de otros seguidores de las mismas tendencias, que fueron las que triunfaron en la Iglesia en los tiempos del primer Concilio Vaticano. Creyó en el valor redentor y santificador de su actividad apostólica y fundó congregaciones cuyos miembros, acercándose lo más posible a las asociaciones cristianas ordinarias, pronunciaban sin embargo los votos religiosos. Proponía un método de vida cristiana a niños y adultos, a laicos y a religiosos, es decir, a todos los que podía alcanzar por medio de sus instituciones, sus conferencias y sus numerosas obras. La evolución de su pensamiento, evidente en algunos puntos, se realizó sin violencia: en su vida no se descubre ninguna crisis. Tradición y progreso, las dos corrientes de su siglo, confluyeron en él y, en cierta medida, se armonizaron en su mente y en su enseñanza. Las fuentes donde bebía contribuyeron a hacer de Don Bosco un hombre del «justo medio», donde se encuentran gentes equilibradas y realistas con oportunistas inevitables y con cabezas vacías. Él definía claramente sus fines y, con determinación lúcida, trataba de realizarlos.

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CAPÍTULO SEGUNDO

EL CAMINO DE LA VIDA

Una antropología muy sencilla Don Bosco no tenía miedo de tratar los problemas serios en materia de vida espiritual. Desde las primeras líneas de su manual de oraciones para los jóvenes, que era al mismo tiempo un libro de espiritualidad, él hablaba de Dios, del hombre y de su destino1. El primer día de su Mes de María, sus consideraciones se referían a «Dios nuestro Creador», el segundo al «alma» 2… Acerca de la naturaleza humana tenía algunas ideas muy sencillas que nunca trató de profundizar demasiado, dado que su carisma no era el de un teólogo. Las había aprendido en el catecismo parroquial de Castelnuovo y en el seminario de Chieri. Después, sus lecturas y, aún más, su auditorio –chicos, público popular– no le animaron a matizarlas, ante el riesgo de complicarlas. Sin embargo, tales ideas le guiaron, más o menos conscientemente, en sus opciones espirituales y pedagógicas. Parece, pues, indispensable, para estudiar su pensamiento, tratar de descubrirlas. Su vocabulario impreciso y poco técnico hace difícil la empresa. Conviene notar que sus fórmulas expresaban sus posiciones reales. Un conocimiento serio de su correspondencia, de sus discursos, de sus conversaciones y, en general, de su vida, excluye cualquier oposición entre sus puntos de vista un poco abstractos y sus opciones cotidianas. Descartados algunos casos rarísimos, no se puede cuestionar la homogeneidad entre los unos y las otras.

El cuerpo y el alma El hombre está compuesto de un alma y de un cuerpo. Si Don Bosco no ignoraba que el cuerpo es la «materia» que tiene al alma por «forma», con peligro de caer en un cierto dualismo, él veía y decía las cosas de un modo más concreto. El cuerpo sirve de envoltorio al alma. «Nos ha sido dado para cubrirla» 3 y está unido a ella4. Pero para ella es un peso y la perspectiva de liberarse de él fascinaba tanto a san Martín como a Domingo Savio5. El alma «es ese ser invisible que sentimos en nosotros». Como el espíritu de Dios 33

que, en los primeros días del mundo, fue infundido en el cuerpo del hombre, este «soplo» interior es «simple, espiritual» e «inmortal». Tiene la «facultad de formar ideas, de combinarlas entre sí, de producir obras de arte…» 6. Cuando, en el Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios, Don Bosco quiso detallar las facultades espirituales, escribió: «La inteligencia por la que el hombre conoce la verdad, la razón por la que distingue el bien del mal, la voluntad con la que puede practicar la virtud y merecer a los ojos de Dios, la memoria, la facultad de hablar, razonar, conocer…» 7. Acerca de la jerarquía de estas facultades, él seguía probablemente una posición poco tomista. En la Vida de Luis Colle, reprocha a los educadores que «ignoran la naturaleza y la dependencia recíproca de nuestras facultades o las pierden fácilmente de vista. Todos sus esfuerzos tienden a desarrollar la facultad de conocer y la de sentir que, por un deplorable error, pero desgraciadamente demasiado común, confunden con la facultad de amar. En cambio, descuidan completamente la facultad príncipe, la única fuente del amor verdadero y puro, del que la sensibilidad no es sino una imagen engañosa, la voluntad»8. Estas posiciones «escotistas», que un estudio de su doctrina sobre la caridad esclarecería sin duda, le acercaban a la espiritualidad franciscana y «salesiana» (de san Francisco de Sales).

La admirable naturaleza humana Don Bosco, cuya formación ligoriana y claramente antijansenista es conocida, admiraba la naturaleza humana. Se sentía atraído por la perfección de los sentidos, «como otras tantas obras de arte de un artista de habilidad infinita» 9, como también por las maravillas del pensamiento, del valor y del amor, cosas que al estudiar la historia de la humanidad había encontrado en numerosos casos. El judeo-cristianismo no poseía el monopolio de estas maravillas. Él las encontraba fuera del contexto cristiano, entre los hombres virtuosos de la Italia antigua: Catón de Utica: «su ciencia, su diligencia, su manera sencilla de vivir, su afabilidad hacían que todos le quisiesen y le proclamasen modelo de virtud» 10; Escipión: «gran capitán» de «insigne honradez» 11; Adriano, evidentemente, que «amaba la paz, la justicia y la sobriedad» 12; y el mismo César, que supo hacerse «amar de su pueblo por su dulzura y su beneficencia» 13. Y, como él interpretaba en sentido estricto el principio: Fuera de la Iglesia no hay salvación, y no supo imaginar un influjo sobrenatural en la conducta de estos Latinos, tales virtudes eran para él bienes naturales14. Admiraba otras virtudes, de origen idéntico, en los niños, porque están «en una edad de sencillez, de humildad, de inocencia…» 15. Tendremos ocasión de demostrar que deseaba el desarrollo de estas cualidades. ¡Cuántas veces deseó a quienes entraban en comunicación con él una vida feliz aquí abajo! Bajo este aspecto, Don Bosco, evidentemente, era un humanista.

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La senda de la vida y el camino de la salvación Sin embargo, no se contentaba en manera alguna con la vida pasajera. La consideraba como un camino que, si se escoge bien, lleva al cielo. «La vida es un viaje hacia la eternidad», le había enseñado san Alfonso16. Su humanismo verdaderamente real, que le estimulaba a hacer más habitable el universo para los muchachos y a trabajar útilmente por el bien de la sociedad humana, no le impedía ser sensibilísimo al carácter transitorio de este universo y a las pruebas que impone. Porque, después de la muerte, no hay descanso ni dicha cierta más que en Dios, y la vida misma es un duro viaje, un «verdadero destierro y vamos constantemente peregrinando» 17. Por fortuna, hay una lámpara que lo ilumina. Según Don Bosco, Domingo Savio había hecho notar a un compañero que estaba indispuesto: «Este cacharro de cuerpo no ha de durar eternamente, ¿no es verdad? Es menester que se vaya destruyendo poco a poco hasta que lo lleven a la tumba. Entonces, amigo mío, libre ya el alma de lazos corporales, volará gloriosa al cielo y gozará allí de salud y de dicha interminables» 18. Si pronunció realmente estas palabras19, el discípulo había asimilado el pensamiento del maestro, según el cual, muriendo «con la alegría en el rostro y la paz en el corazón, iremos al encuentro de nuestro Señor Jesucristo, que nos recibirá benigno para juzgarnos conforme a su gran misericordia y conducirnos… de las miserias de la vida a la dichosa eternidad, donde podremos alabarle y bendecirle por todos los siglos» 20. El drama está en que, si son posibles varios caminos, uno solo es «seguro» y lleva a la salvación. La salvación era una de las preocupaciones mayores de san Juan Bosco. Otras épocas, tal vez presuntuosas, se liberaron de esa preocupación y la consideraron como un resto del jansenismo. No es éste el lugar para discutirlo. La eventualidad de no alcanzar la salvación eterna fue siempre su angustia, por él y por los demás. «Recordad, cristianos, que no tenemos más que una sola alma; si la perdemos, lo habremos perdido todo eternamente» 21. «La primera, la más importante, más aún la única cuestión importante es que te salves. ¡Oh!, grita el Señor: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde el alma?» 22. Dos de los tres rótulos que había colocado en la puerta y en las paredes de su habitación, le recordaban su salvación personal. Decían así: «Una sola cosa es necesaria: salvar el alma» y «Dame almas y llévate lo demás», lema que, en su espíritu, le incitaba a trabajar por la salvación de los demás23. ¿Temía él mismo poder condenarse verdaderamente? Todas sus frases sobre su salvación no tenían igual valor; algunas no eran sino fórmulas habituales. Queda en pie, sin embargo, que él pedía frecuentemente a sus lectores o a sus comunicantes que le ayudasen a evitar esta desgracia24. Conviene, pues, no aventurarse «sobre la senda de la perdición» y seguir «el camino de la salvación». Cuando, en la introducción a la Vida de San Pedro, Don Bosco desea a sus lectores y a sí mismo: «Que el Dios de las misericordias (…) nos ayude a 35

mantenernos constantes en la fe de Pedro, que es la de Jesucristo, y así caminar por el camino seguro que nos conduce al cielo» 25, él no expresaba simplemente un piadoso deseo.

El descanso en Dios El hombre viene de Dios. Si es fiel a su destino, vuelve a Dios. La salvación se concede a quien, al final de sus días, descansa en Dios. La Historia Sagrada y el Mes de mayo explicaban que el alma ha sido creada «a imagen y semejanza» de Dios26; y el reglamento de las casas de 1877, que el hombre ha sido creado «para amar y servir a Dios (su) creador» 27. El Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios había ido más lejos, al afirmar que Dios nos ha creado «capaces de aprovechar su gracia» 28. Por fin, el Mes de mayo decía también que el Creador nos dio esta alma la cual, «en medio de los placeres de la tierra, no encuentra la paz, hasta que descanse en Dios, único objeto que puede hacerla feliz» 29. Todo esto parecerá muy clásico. Pero, para comprender la idea que Don Bosco tenía del hombre y de la vida, es preciso imaginarle centrado en el Dios remunerador del último día.

El importante tema de los Novísimos Nuestro autor era lógico. Dado que el hombre se encuentra avanzando por un camino cuyo término es tan grave, el tema de los Novísimos debía necesariamente ocupar un lugar de gran importancia en su catequesis y en su pedagogía espiritual. Las enseñanzas recibidas y las ideas personales acerca de nuestro destino coincidían de manera tan perfecta con sus experiencias de director de almas que le animaban a hablar frecuentemente del fin del hombre. Hacia 1840, una larga serie de maestros, desde hacía mucho tiempo, aconsejaban a los principiantes que meditaran todos los días y de forma concreta sobre dicho tema. San Alfonso había dicho: «El confesor debe ante todo disponer (el alma) a hacer oración mental, es decir, a meditar sobre las verdades eternas y sobre la bondad de Dios» 30. Don Bosco era un educador. La muerte de uno de sus hijos espirituales en condiciones inciertas era una desgracia irreparable. Él conocía a sus muchachos, sus debilidades morales, sus espejismos y sus ideas falsas sobre la vida y la felicidad; y no ignoraba que los hombres adultos no son muy diferentes. La reflexión sobre la muerte debía corregir las desviaciones de unos y otros. Él, pues, hablaba con frecuencia de los Novísimos. En la parte primera del manual de oraciones para uso de los jóvenes, la advertencia y seis de las siete consideraciones (que sabemos se inspiraban, en su mayor parte, en san Alfonso) trataban de la muerte, del juicio, del infierno y del paraíso…31 Sus biografías didácticas de adolescentes 36

narraban en los mínimos detalles sus últimos momentos32. En realidad, la muerte preocupaba extrañamente a este director y amigo de los jóvenes. La muerte es un problema personal. La obra de Don Bosco no contiene aparentemente nada especial sobre los Novísimos de la sociedad y del universo, problemas que apasionarán a los teólogos católicos del siglo sucesivo. El «juicio universal» debía reducirse a la suma de la solución de los casos personales33. Sus reflexiones sobre los Novísimos de cada individuo seguían la tradición propia del siglo XIX. Sus temas eran: la inexorabilidad de la muerte, la incógnita del último instante, su gravedad suprema, la eternidad de felicidad o de condenación que sigue a la muerte. Su enseñanza era práctica y moralizante, como lo había sido la de san Alfonso en la Preparación para la muerte, obra que él aconsejaba a los jóvenes34. En sus alocuciones y, particularmente, en las «buenas noches», recordaba a sus muchachos y a sus colaboradores la necesidad de estar preparados. Las numerosas muertes que se sucedieron en su casa de Valdocco, le ofrecían la ocasión de insistir sobre las «grandes verdades». No hay nada más incierto que el instante de la muerte. Esta no avisa… «Puede llegar dentro de un mes, de una semana, de un día, de una hora, acaso apenas terminada la lectura de la presente consideración. Cristiano, si la muerte nos llegase en este momento, ¿qué sería de tu alma?, ¿qué sería de la mía?» 35. Estas advertencias le bastaban: no encontramos en Don Bosco casi ninguna o escasas descripciones realistas que hubieran podido herir la sensibilidad de sus oyentes. Don Bosco difundía la paz, incluso cuando hablaba de la muerte. Las imágenes de sus «sueños» eran a veces violentas, pero nunca crueles. En su género, no se encuentra nada más significativo que la inserción en su manual de piedad para los jóvenes que la Oración para alcanzar una buena muerte, atribuída a una convertida y que, comparada con otras piezas de la literatura devota del siglo XVIII, parece, en resumidas cuentas, muy anodina36. Hablaba también del cielo con elocuencia. Una conversación sobre «la gran recompensa que Dios prepara en el cielo a los que guardan su inocencia bautismal» hizo caer en éxtasis a Domingo Savio37. En cuanto a Don Bosco, sabemos por un testigo atento que hablaba del paraíso «como un hijo habla de la casa de su padre» 38. Por consiguiente, consideraba que la vida hay que vivirla completamente en función de este fin. El cristiano sensato cumple todas sus acciones como querría haberlas cumplido en la hora de su muerte. Al comienzo de uno de sus primeros sermones, Don Bosco escribió: «Fin del hombre. Memorare novissima tua et in aeternum non peccabis»39. Más tarde, explicará que san Martín había tenido esta prudencia. Cuando Dios le reveló la proximidad de su muerte, leemos en su biografía, «se llenó de alegría, porque todas sus acciones, todas sus palabras habían estado orientadas a este último día de su vida…» 40. Nuestro santo solía repetir: «Se recoge lo que se ha sembrado» 41. Es preciso adquirir muchos méritos para la otra vida. Quien piensa en su propio fin no dejará de trabajar por él42. Por consiguiente, se encontraba de acuerdo con el pensamiento de autores como san 37

Roberto Belarmino y otros humanistas, pero sin imitar a otros fanáticos de emociones, como el Padre Juan Bautista Manni, que había pintado la muerte con los colores más sombríos. Ni siquiera seguía literalmente a san Alfonso, que era mucho más moderado43.

El ejercicio de la buena muerte Esta orientación de Don Bosco sobre los novísimos puede explicarse con el ejercicio mensual de la buena muerte, al que atribuía grande importancia y que le había enseñado a dirigir toda la vida hacia su fin. José Cafasso, que se lo había aconsejado44, no era su autor. En 1840, el «ejercicio de la muerte» estaba en uso desde hacía siglos45. Es sabido que, después de haber caído en el olvido, había vuelto a florecer en la segunda parte del siglo XVII. Su esquema se encuentra, por ejemplo, en el Padre Claude Judde (muerto en 1735), que escribía: «Ejercitarse en morir significa dedicar un día, todos los meses o al menos algunas veces durante el año, a hacer lo que tendremos que hacer en los últimos días de la vida: una buena revisión de la vida, una comunión fervorosa con los actos que se acostumbran en la recepción del viático, leer en un ritual las oraciones de la Extrema Unción y las que la Iglesia recita por los muertos, que son muy oportunas también para los moribundos; en fin, considerarse como delante del tribunal de Dios…» 46. Don Bosco recomendó con insistencia esta práctica, en la que se hace la confesión y la comunión con los sentimientos deseables en quien debe comparecer de un instante a otro delante de Dios. Decía: «Creo que se puede dar por segura la salvación de un religioso si todos los meses se acerca a los santos sacramentos y arregla las cuentas de su conciencia como si realmente debiese partir de esta vida para la eternidad» 47. Nada más liberador para jóvenes y adultos de conciencia intranquila o en busca de la perfección. De este modo, la vida se regulariza y las energías se ponen al servicio de Dios. «No descuides nunca el ejercicio de la buena muerte una vez al mes (escribía nuestro santo a un joven clérigo), examinando quid sit addendum, quid corrigendum, quidve tollendum, ut sis bonus miles Christi»48. En pocas palabras, consideraba este ejercicio como «la clave de todo» 49.

Confianza moderada en el hombre Don Bosco desconfiaba del hombre débil y pecador, pero, sin embargo, al mismo tiempo, le daba confianza. Nada le parecía definitivamente conquistado aquí abajo. Los severos principios de su juventud habían sido sólo difuminados por el ligorismo, que no era precisamente la escuela del dejar pasar. La experiencia de las almas no le permitía ver el mundo de color rosa. 38

Él conocía la debilidad de la creatura. La buena voluntad del joven no es muchas veces, como la de Miguel Magone, más que una «niebla», que se desvanece ante la presión de las influencias50. «Es propio de la juventud, por su edad voluble, mudar a menudo de propósito y voluntad» 51. Aun en el mismo mundo adulto, gentes del temple de Domingo Savio son raras y no es preciso ser sicólogos profundos para darse cuenta. Creía también en el príncipe de las tinieblas y en su acción sobre los hombres. En su Historia Sagrada, había narrado de la manera más tradicional cómo el pecado había entrado en el mundo después de la tentación de Adán52. Luego insistió mucho, en particular en los relatos de sus «sueños», sobre el influjo pernicioso del espíritu del mal en la vida de los hombres. En los sueños de Don Bosco, este espíritu se presenta bajo formas extrañas, dignas de la Vida de San Antonio y de la Divina Comedia: serpiente, elefante, gatazo, toro furioso con siete cuernos movibles53. Sus efectos perversos son descritos muy al vivo: cierra las bocas en la confesión54; tiende a los desgraciados lazos en los que ellos se enredan de verdad: la soberbia, la desobediencia, la envidia, la lujuria, el robo, la gula, la cólera y la pereza55; se alegra sin empacho por las confesiones mal hechas56 y por las malas conversaciones57 de sus víctimas. Don Bosco veía que también tendía trampas a los mismos salesianos58. Hacia 1860, él mismo fue tentado por Satanás como el Cura de Ars, contemporáneo suyo59. Olvidar que, según él, el demonio estaba siempre allí, rondando de día y de noche, sicut leo rugiens, significaría ignorar uno de los rasgos característicos de su espíritu y de su verdadera doctrina. Realista, no desconocía tampoco el mal innato en el hombre mismo: desde su juventud consideró peligroso el trato de los «malos compañeros» en el colegio y hasta en el seminario de Chieri60. Más tarde aprendió a conocer en las cárceles de Turín «cuán grande es la malicia y la miseria de los hombres» 61. La compañía de los malos aparece denunciada desde las primeras páginas de su principal manual de oraciones, que ha repetido esta lección a los cientos de miles de personas que lo han usado a lo largo de su vida62. En su biografía didáctica de Domingo Savio, alaba la prudencia de este joven santo aparentemente invulnerable, pero que había sabido desconfiar de las malas compañías63. Hemos encontrado una afirmación más bien pesimista en la pluma de este gran optimista. Debemos resignarnos: «Mundus in maligno positus est totus. Y no podemos cambiarlo…» 64. El «mundo», para este amigo de los hombres, era un «enemigo», «lleno de pecados» 65. El mal existe y es contagioso. Dicho esto, su espiritualidad como su pedagogía se basan en dos ejes: la confianza en Dios que no abandona nunca a su creatura y la confianza en la sensatez y en el corazón del hombre. Tendremos ocasión de demostrar su preocupación por dejar a Dios el primer lugar en la obra de la santificación. Por otra parte, aun sólo teniendo en cuenta su pedagogía, tan significativa en lo que respecta a su sentido del progreso humano, en todos los campos, incluída la santificación, en la educación de los jóvenes le disgustaban tanto las 39

intervenciones fuertes como el abandonarlos a sus caprichos. Su método apelaba a su «razón» y a su «corazón», términos que bien pronto nosotros deberemos definir. Quería conquistarse la cabeza del joven y desarrollar en él sentimientos y juicios rectos. Se apoyaba en «la razón, en la religión y en el amor» 66. Dulce y bueno él también, se propuso suscitar energías para el reino de Dios. En el ambiente que iba creando, encontraba inteligencias que aspiraban a comprender y voluntades deseosas de amar y de portarse bien. Aquí nos encontramos en el núcleo central de sus principios más seguros en espiritualidad, como en pedagogía y en pastoral. Vivía estas sus convicciones generales sobre la bondad de la naturaleza. Perfectamente coherente con su admiración por el hombre y el niño, los respetaba y les daba -prudentemente- confianza. Don Bosco no fue, pues, ni un ingenuo que navegaba en la ilusión, ni un pesimista despreciador de las más evidentes obras maestras de Dios en la tierra. Consciente de los límites de la creatura, creía en su bondad. A su optimismo verbal correspondía una real confianza en el hombre.

La llamada universal a la perfección Predicaba incluso la llamada universal a la perfección, o, más exactamente, a la santidad. El santo pertenece por completo «al Señor», como hacía notar Domingo Savio67. Lo manifiesta con su «virtud», pensaba Don Bosco: el santo es un hombre de Dios cuya virtud es heroica. «A causa de la vida virtuosa y mortificada que ellos llevaban, los cristianos de los primeros tiempos se llamaban santos» 68. El modo de presentar Don Bosco las biografías que escribía para dar a conocer la vida de hombres que tendían a la perfección lo confirma explícitamente. En Miguel Magone, alababa sucesivamente su «gran interés por las prácticas de piedad», su «exactitud en el cumplimiento de sus deberes», su «devoción a la Santísima Virgen», su vigilancia para «conservar la virtud de la pureza» y su «caridad hacia el prójimo» 69. En concreto, un camino sencillo y seguro hacia la perfección, «nada de extraordinario, nada de llamativo, todo común, ordinario, trivial, por así decir»: el camino que José Cafasso le había descrito sin duda alguna70. El mismo maestro le había enseñado que hacer bien las acciones exigidas por la vida, «con orden, con prudencia, según las circunstancias y las necesidades del tiempo, del lugar, de las personas, basta para hacer santa a una persona, sea un seglar, un padre, una madre o un sacerdote» 71. Por lo tanto, ni el uno ni el otro han creído en la necesidad de una contemplación infusa extraordinaria para alcanzar la santidad72. Nada se descubre en las máximas de Don Bosco, que se han conservado, a propósito de las tres vías o los tres grados de perfección… Pensaba que esta santidad, lejos de estar reservada sólo a algunos, era propuesta e incluso impuesta por Dios a todos los hombres. Dividir la humanidad en una masa de 40

mediocres reducidos a practicar los mandamientos y en unos pocos elegidos, sólo éstos capaces de seguir los consejos, le parecía inadmisible. Él interpretaba en el sentido de obligatoriedad hacia la perfección el versículo de san Pablo tal como se leía en el misal: «Haec est enim voluntas Dei, sanctificatio vestra»73. La santidad es para todos, más aún, es fácil, le había enseñado también José Cafasso74. Siguiendo a tal maestro, un día de primavera del año 1855, el predicador de Valdocco «se detuvo especialmente en desarrollar tres pensamientos que causaron profunda impresión en el ánimo de Domingo Savio: Es voluntad de Dios que todos seamos santos; es fácil conseguirlo; a los santos les está preparado un gran premio en el cielo» 75. O este predicador se llamaba Don Bosco, hipótesis sin duda la más probable, o condividía sus ideas. Se lee, por ejemplo, en el Porta teco de 1858, dirigido a todos los cristianos: «Dios nos quiere santos a todos, es voluntad suya que todos nos hagamos santos» 76. Su idea fue comprendida: un ardor, a veces inquieto, en la búsqueda de la perfección se percibe en la vida de algunos miembros de la primera generación de sus discípulos. Domingo Savio es el más conocido, Miguel Rua es otro caso77. La fidelidad de todas estas almas buenas en busca de la santidad no era, por otra parte, irreprensible, porque la una o la otra tendía, ¿quién lo hubiera dicho?, hacia un cierto pesimismo e, inconscientemente, en sentido contrario a su maestro…78 La historia de la posteridad espiritual de Don Bosco reservaría algunas sorpresas.

Los factores del progreso en la búsqueda de Dios Él seguía su camino con paso cada vez más ligero. Sus fórmulas podían acaso difundir un inocente pelagianismo. La ambigüedad del «hacerse santo» –fórmula por otra parte tradicional en su lengua– quedaba fuera de la comprensión tanto de Domingo Savio como de su director79. La doctrina de Don Bosco tenía, sin embargo, cuenta de todo. El puesto que él daba a los sacramentos en su pedagogía bastaría para garantizar el valor de la primacía de Dios en el esfuerzo por la santidad. Justamente pensaba que la gracia de nuestro Señor Jesucristo es necesaria a quien quiere progresar «en la vida y en la muerte y está con nosotros a lo largo del camino que conduce al cielo» 80. Pero creía también claramente que, de parte de la creatura, tenía que darse «un gran esfuerzo humano» 81. Si es impensable una santidad sin Dios, «sin el cual resultan vanos todos los esfuerzos de los hombres» 82, hará falta también entender y tomar en serio su «llamada amorosa»: los «efectos de la gracia de Dios» son «prodigiosos» en quien «se esfuerza por corresponder» 83. Digamos que todo se equilibraba en la fórmula paulina que le gustaba repetir: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» 84. Don Bosco no propendía ni hacia un naturalismo anodino, ni hacia un angelismo utópico e ineficaz.

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La «razón» en la búsqueda de Dios Puesto que la naturaleza humana se siente invitada de este modo y con tanta insistencia a participar en la obra de la perfección, podemos preguntarnos si Don Bosco, más o menos conscientemente, daba la primacía a una u otra facultad. De hecho, hay espiritualidades voluntaristas, intelectualistas, afectivas… La «razón» jugaba un papel de primer plano en su pedagogía religiosa y, por ello, en el conjunto de su espiritualidad. Con esa palabra, él indicaba, con un lenguaje muchas veces impreciso, la capacidad humana de juzgar y de reflexionar. El educador, del que habla en el tratado del método preventivo y en diversas cartas, apela a la «razón» del alumno, puesto que le explica el reglamento de su institución, le prodiga sus consejos y justifica sus correcciones85. Cuando, tras haber separado a dos muchachos que se estaban pegando, el fogoso Miguel Magone exclamaba: «¡Un poco de cabeza, señores! Tenemos que obrar por razón, no a lo bruto» 86, no hacía sino repetir el lenguaje de Don Bosco. Este, en materia religiosa, no fascinaba sistemáticamente a sus jóvenes; prefería ir descubriéndoles lo que Dios, por su medio, esperaba de ellos. La formación de Domingo Savio es típica al respecto. Su espíritu le llevaba, a veces, a hablar de puntos de moral o de ascética, a presentar «ejemplos» edificantes; pero no se entretenía en especulaciones dogmáticas. Practicó, durante toda su vida, la lección que recibió, como ya sabemos, en la noche del sueño de los nueve años: «Ponte ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud» 87. Por otra parte, un apóstol del siglo XIX no tenía sino que dejarse llevar para actuar de aquel modo. Sus conocimientos estaban marcados por el espíritu moralista de la época, que el colegio eclesiástico había posteriormente desarrollado en él. Sin embargo, era capaz de razonar sobre sus propias convicciones. A pesar de ciertas frases, que no tenemos derecho a exagerar, –como, por ejemplo: «Fe y oración: éstas son nuestras armas y nuestra fuerza» 88–, él no tenía absolutamente nada de fideísta. Algunos de sus opúsculos contienen también pequeñas contiendas dialécticas acerca de problemas controvertidos entre católicos y protestantes: la Iglesia visible, los sacramentos, el purgatorio, las reliquias o el culto a la Virgen María. Las «razones» se van examinando una tras otra. El católico ataca, concede ventajas marginales, discute lo esencial y, al final, concluye con seguridad, con un razonamiento que desmonta o convence a su adversario89. En 1870, nuestro apologista no tuvo dificultad alguna en admitir las lecciones del primer Concilio Vaticano sobre el papel activo de la razón en el orden de las verdades sobrenaturales. Más allá de la fe común, pensaba que el crecimiento de la santidad debía apoyarse sobre un conocimiento cada vez más profundo de la doctrina cristiana. Algunas frases de su biografía de Domingo Savio, nunca retocadas en las sucesivas ediciones, son clarísimas en esta materia: «Si algo no entendía (en un sermón o en un catecismo), iba luego a una u otra persona para saber su explicación. De aquí arrancó aquella vida ejemplarísima y aquella exactitud en el cumplimiento de sus deberes, que difícilmente 42

pueden superarse» 90. Sin un conocimiento proporcionado, no hubiéramos tenido un santo Domingo Savio. El desarrollo religioso de su «razón» está en la base de su maravilloso progreso en el conocimiento y en el amor de Dios. Don Bosco verificaba el hecho y, por este ejemplo, rogaba a sus lectores que sacaran, por su cuenta, las consecuencias de la lección. No se puede olvidar que todas sus biografías fueron escritas con finalidad didáctica.

El «corazón» en la búsqueda de Dios El temperamento y las experiencias pedagógicas de san Juan Bosco eran suficientes para impedirle considerar en sus dirigidos solamente la facultad noble. En el fondo del hombre que decide sus orientaciones más «razonables», Don Bosco descubría lo que él llamaba el «corazón». Esta palabra significa en sus escritos, según los diversos contextos, los sentimientos, la voluntad, el amor e, incluso, la expresión de toda el alma; o, hablando en términos actuales, la persona91. Raramente se encuentra en los discursos y en los escritos de san Juan Bosco el término «voluntad»; a veces hay que esforzarse por buscar esta facultad –superior, según la Vida de Luis Colle92– en sus fórmulas que indican el «corazón», bueno o malo. Sustancialmente, tener buen corazón significa, para él, ser sensible, comprensivo, dispuesto a hacer el bien y a amar.

La apertura del «corazón» y su conquista por parte de Dios Don Bosco quería encontrar en sus aspirantes a la santidad inteligencias iluminadas, pero sobre todo «corazones» abiertos. Él pensaba en la apertura a Dios y, probablemente más aún, en la apertura a los intermediarios de Dios, fueran ministros oficiales o simples cristianos. Cuando leemos en la biografía de Miguel Magone que uno de sus compañeros «muy distraído» «se lo encomendaron encarecidamente a Magone, a ver si lograba algún cambio en su conducta», éste «comienza por hacérselo amigo», «se pone de su parte en los juegos, le hace regalos, le manda recados por escrito; de este modo (…) consigue intimar con él» 93. Aquí descubrimos cómo, con procedimientos sencillos, uno de los discípulos de san Juan Bosco, plenamente fiel a sus directrices, «abría un corazón» a Dios. Es superfluo advertir que esta incumbencia correspondía en primer lugar a los educadores. En 1884, Don Bosco recordaba, no sin nostalgia, la época feliz (hacia 1860) en que sus colaboradores le habían secundado en todo: «Las jornadas del afecto y de la confianza entre los jóvenes y los superiores; los días del espíritu de condescendencia y de mutua tolerancia por amor a Jesucristo; los días de los corazones abiertos a la sencillez y al candor, los días de la caridad y de la verdadera alegría para todos» 94. Temía, en materia de educación religiosa, las atmósferas frías que dañan la caridad y el 43

progreso espiritual. En su espíritu, el «corazón» abierto acaba por entregarse efectivamente a Dios, si se tiene el cuidado de orientarlo hacia él. «Debemos ingeniarnos por grabar, hasta donde sea posible, la religión en los corazones de todos y grabarla profundamente», recordaba a los directores de sus casas en 1877, con ocasión del primer Capítulo General de la Sociedad95. Ha de entenderse que el corazón del dirigido no pertenece a su educador, aun cuando el discípulo, respondiendo a sus buenos deseos, se lo ofrece; pertenece a Dios, al cual debe siempre volver: «Quiero que todos vosotros me deis vuestro corazón, para que cada día pueda ofrecérselo a Jesús en el SS. Sacramento mientras digo la santa misa» 96, escribía Don Bosco a los alumnos del colegio de Mirabello antes de ir a visitarlos. Era el lenguaje de su vida. Así se explica en parte su gran solicitud por las confesiones frecuentes y sinceras de sus muchachos: éstas le permitían adueñarse provisionalmente de sus «corazones», para purificarlos y volverlos a poner en paz con Dios97. Si, por último, debiera decidirse sobre la importancia primaria entre la razón y el amor en la búsqueda de Dios, tal como lo consideraba san Juan Bosco, sin duda habría que dar el primado al amor. La familiaridad y la amabilidad, es decir, un espíritu hecho de cordialidad y de afecto, eran más importantes para él, todo considerado, que la indispensable razón. Todos los progresos espirituales de sus discípulos debían estar empapados de amor afectivo o, para decirlo con sus palabras, dictados por el «corazón». La amabilidad empapa sus consejos y su doctrina. Este conjunto de sabiduría amable y de afecto iluminado le hizo lograr «maravillosos efectos y transformaciones imposibles» 98. Aunque fueran mal comprendidas la una y la otra, imaginándolas sentimentales, el matiz afectivo era por lo menos tan acentuado en su espiritualidad como en la de san Francisco de Sales.

Conclusión Hemos preguntado a Don Bosco qué es el hombre y qué es la vida. Para contestarnos, se ha servido de algunas frases o de escenas bíblicas y de la tradición optimista que las ha comentado después de la Reforma. Sin embargo, él no era hombre de una única tendencia. Las descripciones del texto sacerdotal del Génesis deben atenuarse con las sentencias amargas del Eclesiastés. El hombre fue creado bueno, pero lleva el sello de la debilidad y del mal. El cuerpo es maravilloso, pero oprime al alma. La existencia es un don generoso del Señor, pero después de la muerte no se encuentra descanso sino en él. Dios quiere la santidad de todos, pero ¿cuántos van camino del infierno? El optimismo de Don Bosco era, por todo esto, moderado. Según él, la vida es una carrera hacia la muerte, cuyo punto de llegada puede equivocarse siempre. Pero, ¡bienaventurado el que avanza hacia Dios con su cabeza y, sobre todo, con su «corazón», pues éste se salvará! Si cultiva la «virtud», tal vez «¡se hará también santo!» 44

Este es el mundo espiritual en que se movía el espíritu de nuestro santo: un Dios justo y bueno, un Cristo amigo, modelo y fuente de vida, una Virgen María, radiante de santidad y bienhechora inagotable, una serie interminable de bienaventurados y, finalmente, la Iglesia visible, no podían sino animarle a una santidad entendida como el heroísmo de la virtud cristiana99.

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CAPÍTULO TERCERO

EL MUNDO SOBRENATURAL

Las concepciones religiosas La originalidad de un estilo de vida religiosa no depende sólo de los medios preferidos: oración, sacramentos o acción apostólica. Las concepciones que son familiares al alma desempeñan una función importante. El estupor de la carmelita española, Ana de Jesús, caída de improviso en Francia en un mundo dionisíaco, en que Cristo era sustituido por lo inefable de Dios, es por sí solo una lección1: como la religión, también la «espiritualidad» es necesariamente objetiva. El espíritu de don Juan Bosco no fue excepción a esta regla general. Él vivió en un mundo sobrenatural, entre concepciones de Dios, de Cristo, de María, de los santos y de la Iglesia, que decidieron, a veces sin que se diera cuenta, sus opciones espirituales. Es preciso, pues, tratar de esclarecerlas. La empresa es tanto más necesaria en cuanto que los cristianos contemporáneos no aceptan ya tan pacíficamente algunas de estas concepciones religiosas. Sea cual fuere la opinión al respecto, y aun considerando el patrimonio de una larga tradición, éstas dependen parcialmente del siglo XIX.

Los orígenes de una representación de Dios Tenemos motivos para afirmar que el Dios de la infancia de Juan Bosco fue un Dios severo. Su madre, Margarita Occhiena, le había inculcado su presencia universal y su justicia rigurosa, un poco temperada por su benévola Providencia2. El seminario de Chieri le habría después confirmado en tales concepciones, como aparece en la segunda parte de su primera obra publicada por Don Bosco en 1844, que tiene como base algunos apuntes tomados durante su estancia en el mismo seminario. El Dios de la enfermedad y de la muerte de Luis Comollo era un Dios justiciero. En sus sueños o visiones, la comprensión estaba encarnada en la Virgen María3. Sabemos que la vida acercó a su amigo a una doctrina más consoladora, de la que su maestro, José Cafasso, se había constituído en decidido defensor. El Dios de los ligorianos era un Dios de amor. Su paternidad y su bondad fueron ideas-fuerza de José Cafasso4. Él predicaba «un Dios padre, pero un padre tan amable [caro] y único 46

[singolare] que no tiene semejante en el cielo ni en la tierra, ni será jamás posible imaginar otro mejor, más tierno, más paciente, más afectuoso» 5, etc. Juan Bosco lo comprendió. Una de sus primeras obras fue un librito anónimo sobre el Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios6, en el que demostraba que «el Señor da pruebas de su bondad hacia todos indistintamente» 7, hacia los buenos y hacia los malos. A lo largo de su vida sacerdotal, nuestro santo debía insistir sobre la bondad de Dios, aunque sin olvidar su justicia, particularmente terrible con el pecador cuando éste comparece ante él después de la muerte.

Dios justiciero acá abajo y en el más allá Dios, enseñaba Don Bosco, da a cada uno según sus obras, y este juicio comienza ya aquí abajo. Este Dios vigilante castiga muchas veces en esta vida a los transgresores de su ley. «Hay una Providencia que dispone de la suerte de los hombres y que, en muchos casos, permite que los opresores de los débiles paguen la pena de sus maldades siendo a su vez oprimidos por otros» 8. Aparentemente desde su misma juventud, Juan Bosco había recurrido a esta explicación un poco angustiosa del sufrimiento9, destinada a convertirse en una de las tesis de su teología de la historia: el mal –habitualmente– recae sobre el malvado. La Biblia le ayudaba a justificar su idea: «Las almas de los justos están en las manos del Señor, y el tormento de la muerte no las alcanzará» 10; pero «desgraciado el que desprecia la sabiduría y la instrucción; vana es su esperanza, sin provecho sus sudores, inútiles sus obras» 11. Encontraba también muchas aplicaciones de dicho principio en las más diversas épocas de la historia del mundo. Recordemos algún caso: el diluvio12, la trágica muerte de Rómulo13, la aventura de Tarquinio el Soberbio14, el final horrible de Herodes «roído por los gusanos» 15, la ruina de Jerusalén el año 7016, el saqueo de Milán por obra de Federico Barbarroja en 116217, la muerte trágica del conde Hugolino de Pisa al final del siglo XIII18, etc. El brazo del Dios de Don Bosco no permanecía inerte. Sin embargo, Dios, en general, es misericordioso en esta tierra aun con los malos, a los que, en su misericordia, no aniquila. Como decía José Cafasso, su justicia permanece «en suspenso» y «esta tierra sigue soportándome» 19. Pero con la muerte todo cambia. El contraste era claro en la mente de Don Bosco: «La misericordia y la justicia de Dios son los dos atributos que más resplandecen del poder divino. Mientras el hombre vive en esta tierra, es tiempo de misericordia; pero, cuando el alma se separa del cuerpo, comienza el tiempo de la justicia» 20. Las advertencias de nuestro santo y algunas descripciones de sus sueños didácticos querían demostrar que «es horrible caer en las manos de un Dios vengador» 21, que «examinará todo lo que hayamos hecho en nuestra vida» 22. Escribió en su Mes de mayo: 47

«Encima de nosotros, el juez irritado»; «a un lado, nuestros pecados que nos acusan; al otro, los demonios dispuestos a ejecutar la sentencia de condenación; dentro de nosotros, la conciencia que nos inquieta y nos atormenta; debajo, un infierno que se dispone a engullirnos» 23. Al acercarse a la muerte, el pequeño Miguel Magone vislumbraba con terror el terrible paso: «En el juicio me encontraré a solas con Dios» 24, y no lograba serenarse más que invocando la presencia tranquilizadora de María en aquel tribunal25. Discretamente, Don Bosco repetía esta doctrina en las Lecturas Católicas, donde publicó la vida de este joven26.

Dios, padre infinitamente bueno La bondad, segundo atributo del Omnipotente, ¿aparecía en la concepción de Don Bosco con tendencia a sobreponerse a la justicia? Un estudio escrupuloso de sus escritos y de sus palabras mostraría probablemente que, en la última parte de su vida, él se complacía imaginando a Dios como padre amoroso y tierno. En esa época, habría realizado, aunque en el plano religioso, el deseo de su infancia: tener un padre –como sabemos, había quedado huérfano a los dos años–, y la aspiración de su edad madura: dar un padre a los jóvenes abandonados. Dios es bueno, infinitamente bueno. Juan Bosco lo demostraba ante todo con la creación. En este mundo, todo lo que se presenta a nuestros ojos nos habla de la majestad, del poder y de la bondad de Dios creador27. Todos los bienes, materiales y espirituales, provienen de él: «¡qué sentimientos de gratitud, de respeto y de amor debemos tener para con un Dios tan grande y, al mismo tiempo, tan bueno!» 28. Bajo este punto de vista, todas las creaturas son objeto de su bondad. Dios manifiesta una especial benevolencia hacia algunas creaturas: los niños, los bautizados, los pecadores… «Dios profesa un afecto especial a los jóvenes», escribía Don Bosco basándose indudablemente en una exégesis poco ortodoxa del versículo: Deliciae meae esse cum filiis hominum29. Y ¿qué decir de los bautizados? Cuando hablaba de ellos, él, que era más bien reservado por naturaleza en su modo de expresarse, se volvía casi lírico: «En aquel momento (durante el bautismo), tú llegas a ser objeto de un amor especial de Dios; las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad son infundidas en tu alma. Hecho así cristiano, tu has podido levantar la mirada al cielo y decir: El Dios creador del cielo y de la tierra es también mi Dios. Es mi padre, me ama y me manda que le llame con este nombre: Padre nuestro, que estás en el cielo» 30. Sacerdote que trabajaba en un ambiente todavía empapado de «jansenismo», tuvo frecuentes ocasiones de exaltar la bondad de Dios hacia los pecadores. Es el tema esencial del Ejercicio de devoción a la misericordia de Dios, que encontramos también en varios sueños y en la vida de Miguel Magone31. «A pesar del gran disgusto que le causan nuestras ofensas, Dios nos soporta en su bondad infinita, disimulando nuestros 48

pecados y esperando nuestra penitencia» 32. Doctrina común, que las precedentes consideraciones hacían presagiar. La serie de los predilectos de Dios no se ha cerrado todavía, según Don Bosco. Él había experimentado su influjo bienhechor en su propia vida y en la de sus discípulos. Su «autobiografía» de los años 1873-1878 fue, entre otras cosas, un himno a la Providencia. Este escrito «servirá para dar a conocer cómo Dios condujo él mismo todas las cosas en cada momento…» 33. Inmediatamente despué de su ordenación sacerdotal, el autor, con la Virgen del Magnificat, exclamaba: «¡Cuán maravillosos son los designios de la divina Providencia! Verdaderamente es Dios quien sacó de la tierra a un pobre chiquillo para colocarlo entre los primeros de su pueblo» 34. Resumamos con sus propias palabras: «Dios es misericordioso y justo. Es misericordioso con quien quiere aprovecharse de su misericordia, pero descarga el rigor de su justicia sobre quien no quiere aprovecharse de su misericordia» 35.

Un Dios providente: padre y vengador Los dos atributos de la justicia y de la bondad estaban unidos, en Don Bosco, en la imagen del Dios providente, en el que veía a la vez a un padre y a un justiciero. Es la misma Providencia la que recompensa a los buenos y castiga a los malos. Hacia el final del breve drama moralizante, La casa de la fortuna, el viejo Eustaquio interpreta evidentemente el pensamiento del autor, cuando dice, después de saber que los dos buenos huérfanos habían vuelto a encontrar la casa de su abuelo, mientras el arriero que los había estafado había corrido el peligro de ser asesinado: «Yo noto que ésta es para vosotros y para todos una terrible lección. No olvidemos nunca que hay una Providencia que vela sobre el destino de los hombres; muchas veces permite que caigan sobre el hombre los mismos males que él ha hecho o hubiera querido hacer a otros» 36. Es la Providencia manzoniana de los Promessi sposi, la cual recompensa y castiga a la vez37.

Cristo según Don Bosco Los mismos rasgos caracterizan al Cristo de Don Bosco, cuya figura era, por otra parte, bastante compleja. Nuestro santo lo consideraba evidentemente con los ojos de un latino del siglo XIX, menos familiarizado con el Cristo glorioso –cabeza de su cuerpo vivo «que es la Iglesia» y principio de unidad del mundo presente y futuro–, que con el Cristo histórico, maestro y modelo de vida cristiana, el Cristo redentor, encarnado para borrar los pecados del mundo, el Cristo eucarístico que, gracias a su presencia ininterrumpida a lo largo de los siglos, da a las almas la fuerza y la vida de Dios. Si llegó 49

a escribir que «Jesucristo muriendo fundó su Iglesia y fue constituído jefe [capo] de todos los justos, que fueron y son todavía sus principales miembros» 38, más tarde, hacia el fin de su vida, cuando evocó a Cristo en su testamento espiritual para los salesianos, dice espontáneamente: «Vuestro verdadero superior, Cristo Jesús, no morirá. Él será siempre nuestro maestro, nuestro guía, nuestro modelo; pero recordad que, a su tiempo, Él mismo será nuestro juez y recompensará nuestra fidelidad en su servicio» 39. ¿Deberíamos, por consiguiente, aplicarle lo que se ha dicho de san Francisco de Sales: «Cristo no desempeña, pues, hablando con propiedad, en esta espiritualidad (salesiana), un papel de primer orden y apenas se le considera como Verbo encarnado; cuando se habla de él, es más bien para ponerlo como ejemplo que para presentarlo como mediador»?40. Nada de esto.

Cristo, compañero amado y modelo que imitar La espiritualidad afectiva de Don Bosco y la propensión de los adolescentes a la amistad le llevaron a veces a considerar en Cristo al amigo y al compañero de camino, aunque más bien bajo el aspecto del mártir del camino de la cruz [Via Crucis], que como el niño y el obrero de Nazaret. Resulta un poco extraño que, por ejemplo, dijese a sus jóvenes: «¿Por qué experimentamos tan poco gusto en las cosas espirituales? ¡Ah! porque nuestro corazón no está abrasado en el amor de Jesús crucificado…» 41. Esta preferencia, nada enfermiza, parece obedecer a motivos serios: las últimas horas de Cristo fueron aquéllas en las cuales manifestó plenamente su amor al hombre y, por consiguiente, aquellas en que se manifestó más digno de ser amado por el hombre42. Sus mejores discípulos vivían felices en compañía de un Cristo que los sostenía y les llenaba de gozo. Según Don Bosco, Francisco Besucco, mientras se preparaba a recibir la Extrema Unción, exclamó: «Si Jesús es mi amigo y compañero, ya nada tengo que temer; más aún, todo lo he de esperar de su gran misericordia» 43. Algunos años antes, Domingo Savio había usado el mismo lenguaje, suplicando a su maestro que insistiese en ello «siempre» y «a todos» 44. Este aspecto poco conocido del pensamiento del santo debe cotejarse con su doctrina general sobre la amistad espiritual45. Las frases de Besucco y de Savio, por insistentes que sean, no nos impiden afirmar que Don Bosco consideraba más bien a Cristo como maestro y modelo que como compañero y amigo. Cristo es maestro de sabiduría. A la pregunta: «¿Qué decía Jesucristo de sí mismo?», respondía: «Decía que era el hijo único de Dios, el Salvador prometido a los hombres, venido del cielo a la tierra para enseñarles el camino de la salvación» 46. El salvador es un maestro. Se observa, no sin sorpresa, que la mitad de un capítulo doctrinal de su Mes de mayo, aunque titulado La Redención, resumía la moral evangélica47. Porque, del Cristo doctor, él tomaba preferentemente lecciones sobre la 50

«penitencia, el perdón de las injurias, el desprecio de las riquezas, la abnegación de sí mismo» 48. Cuando se decidió a dedicar un capítulo de su Historia Sagrada a las parábolas, escogió: la oveja perdida, el hijo pródigo, las diez vírgenes, Lázaro y el rico malvado, episodios cuya moraleja era inmediatamente aplicable49. Su auditorio juvenil le movía, sin duda, a ello; pero también la mentalidad del siglo XIX y la tradición ligoriana. Desde su juventud, había quedado impresionado por las riquezas de la Imitación de Cristo50. Toda la vida de Cristo fue para él una lección que meditar y practicar; bastarían las versiones de los primeros artículos de las Constituciones salesianas para convencernos de ello. «Imitando las virtudes de nuestro Divino Salvador» será como los miembros de la sociedad se perfeccionarán a sí mismos» 51. Por lo demás, «el modelo que todo cristiano debe copiar es Jesucristo. Nadie puede gloriarse de pertenecer a Jesucristo si no se esfuerza por imitarle. Por eso, en la vida y en las acciones de un cristiano se deben encontrar la vida y las acciones del mismo Jesucristo» 52. No vayamos, sin embargo, a creer que todos los «misterios» de Cristo constituyeran indistintamente el objeto de sus reflexiones. Era natural que algunos aspectos le interesaran más que otros. Cuando el argumento se prestaba, hacía notar a sus discípulos o a sus jóvenes la obediencia de Jesús53, su extrema humildad54 y su pobreza constante desde el pesebre hasta la cruz55. Es sabido también que el espíritu de su época dirigía la vista hacia Cristo penitente, abatido bajo el peso de los pecados del mundo. Esta era la visión que debían recavar los lectores de su Mes de mayo, que terminaba precisamente con esta imagen56, que parece haber sido la preferida de Francisco Besucco, gran devoto del Viacrucis57 y, con mayor seguridad aún, de Domingo Savio, ansioso de asemejarse a Cristo crucificado58. Sin embargo, cuando, en su madurez y en su vejez, Don Bosco seguía sus propios gustos, encontraba sobre todo al Cristo dulce y bueno, que busca la oveja perdida o que acaricia los cabellos de los niños. «La mansedumbre es una virtud muy amada de Jesucristo» 59. Las curaciones narradas por los evangelistas eran para él pruebas de su «singular bondad» 60. Y escribía con toda la claridad deseable: «Los que han leído el Evangelio saben que Jesucristo nació por obra del Espíritu Santo, de una Virgen llamada María; que nació en un pesebre, vivió del trabajo de sus manos y que todas las virtudes, pero especialmente la bondad y la dulzura, constituyeron [formarono] su carácter» 61. No se puede ser más explícito. Es, pues, lícito concluir que el Cristo de Don Bosco no era sólo el amigo comprensivo, sino también el maestro doliente, dulce y bueno; actitud que él conciliaba perfectamente con el «celo por la mayor gloria de su Padre celestial» 62, cualidad que nuestro santo se complacía en destacar doquiera la encontraba.

Cristo, fuente de vida

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Pero Don Bosco veía también en Cristo al mediador de la vida divina a través de su misterio eucarístico. Su doctrina sobre la encarnación redentora era más bien «negativa». Él pensaba que el Hijo de Dios se había encarnado «para destruir el pecado» 63, o que «había venido al mundo para salvar a los pecadores» 64 y «para liberar con su muerte a todos los hombres de la esclavitud del demonio» 65. En un diccionario, definía al Redentor en estos términos: «Nombre dado por excelencia a Jesucristo que nos ha rescatado del pecado, de la muerte y de la esclavitud del demonio» 66. En forma más positiva, escribía en la vida de Domingo Savio que «Jesucristo derramó toda su sangre por librarla (nuestra alma) del infierno y llevarla consigo al paraíso» 67. Quede claro: la función vivificadora de Cristo fue poco subrayada en su enseñanza sobre el Verbo encarnado. Hay que buscar en otra parte sus ideas sobre Jesús, vida nueva de los creyentes. En general, él afirmaba que «Jesucristo (…) es la santidad por esencia», «la fuente de toda santidad» 68 y que su santidad es generadora de fuerza: «No estamos solos, pues Jesús está con nosotros y san Pablo dice que con la ayuda de Jesús nos volvemos omnipotentes» 69. Este Cristo, principio de fuerza sobrenatural, se encuentra con certeza en la Iglesia que, por medio de los obispos y del papa, une a los católicos a su cabeza invisible70; pero, de manera muy particular, en la Eucaristía, su misterio más sagrado, en el que el Salvador está presente de forma tangible. Cuando, en una breve presentación de san Luis Gonzaga, tenía que escoger dos misterios de Cristo para la edificación de los jóvenes, Don Bosco recurrió a Cristo crucificado y al Santísimo Sacramento, Pasión y Eucaristía71. Su dependencia de la Restauración católica, reforzada por su antiprotestantismo militante, le llevaba a insistir en la presencia real. Veremos que sus jóvenes héroes se santificaban, entre otras cosas, con sus comuniones sacramentales o espirituales72. De tal modo que, donde nosotros esperaríamos encontrar al Señor o al Salvador, Don Bosco, a veces y tal vez muy frecuentemente, nos habla del Cristo sacramental, es decir, de Cristo en el sagrario. Escribía, por ejemplo, a un salesiano: «Confiad todas las cosas a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros» 73. Hablaremos del lugar importantísimo que ocupa María en su espiritualidad. Pero antes era oportuno ilustrar cómo concebía a Jesucristo. Porque no es posible comprender por qué recomendaba con tanta insistencia las virtudes de la dulzura y de la comprensión y la práctica de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía, si no se conoce hasta qué punto el Cristo «dulce y humilde de corazón» era el guía y el apoyo en sus actividades de hombre y de sacerdote.

María en el mundo de Juan Bosco María estaba en todas partes a su lado. Había descubierto su nombre en los labios 52

de su madre, que le hacía recitar tres Angelus y al menos un rosario cada día74. La aldea de sus años juveniles tenía como fiesta patronal la Maternidad, en el mes de octubre75. Obedeciendo a una recomendación de su madre, tanto siendo colegial como seminarista, prefirió siempre que le fue posible la amistad de jóvenes devotos de la Virgen76. Turín, con su santuario de la Consolata, era una ciudad mariana. Y no olvidemos que su autor espiritual preferido, san Alfonso de Ligorio, había compuesto las Glorias de María, obra entonces celebérrima. La devoción mariana de Luis Comollo, presentada por el mismo Don Bosco, es un índice de esta atmósfera. El modo como la describe nos permite imaginar en qué la hacían consistir los más fervorosos del grupo de sus amigos. Luis reconocía sin reservas el poder bienhechor de María, que él amaba «con ternura», manifestándole su afecto por medio de prácticas largas y pesadas. «En cuanto logró aprender los nombres de Jesús y de María, los hizo objeto de su ternura y reverencia…» 77. «Cuando su conversación recaía sobre la Virgen María (con su confidente, es decir, verosímilmente, con Juan Bosco), se le notaba transido de ternura y, en cuanto acababa de contar o de oír alguna gracia por ella dispensada en favor del cuerpo humano, se le encendía el rostro y hasta rompía, a veces, en lágrimas exclamando: «Si tanto se preocupa María de este cuerpo miserable, ¿qué no hará en favor de las almas de quienes la invocan?» 78. Rezaba todos los días, y con esmero, el rosario79 y, cuando disponía de tiempo libre, el oficio parvo de la Virgen María «con otro compañero suyo» 80. «Se preparaba (a la comunión) con un día de riguroso ayuno en honor de la Virgen» 81 y «el sábado de cada semana ayunaba en honor de la Virgen» 82. Finalmente, después de haber creído ver a María en su lecho de muerte83, expiró pronunciando «los nombres de Jesús y de María» 84. En 1844, el joven sacerdote Juan Bosco proponía este modelo de piedad mariana «a los seminaristas de Chieri» 85. También para Don Bosco, María fue siempre una madre muy santa, muy buena y muy poderosa. Si propagó el culto del sacratísimo Corazón de María y la devoción de la Dolorosa, culto y devoción muy extendidos desde hacía siglos86, es indiscutible que la historia de su tiempo y la suya personal le llevaron a hablar sobre todo de la Inmaculada Concepción y, todavía más, de la bondad materna de María al servicio de la Iglesia.

La belleza ejemplar de la Inmaculada La definición del dogma de la Inmaculada Concepción de María por Pío IX (1854) le indujo a ver en ella el símbolo por excelencia de la pureza y de la santidad, como lo demuestran sus explicaciones del Mes de mayo y de la biografía de Domingo Savio, cuyas primeras ediciones fueron publicadas respectivamente en 1858 y 1859. «La Iglesia expresa esta santidad de María cuando define que fue siempre exenta de todo pecado y nos invita a invocarla con estas preciosas palabras: Reina concebida sin pecado original, 53

ruega por nosotros» 87. El 8 de diciembre de 1854, su discípulo Domingo Savio «dio su corazón» a María y le suplicó que le hiciera morir antes que cometer un pecado venial contra la modestia88. De manera más general, la contemplación de la Inmaculada hubiera debido volverle, juntamente con sus imitadores, intransigente con sus debilidades y ávido de santidad heroica. Este espíritu exigente se encuentra en el último artículo del reglamento de la compañía de la Inmaculada, en la forma aprobada y difundida por Don Bosco: «La asociación está puesta bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción, de quien tomamos nombre y cuya medalla constantemente llevaremos. Una sincera, filial e ilimitada confianza en María, un amor singularísimo y una devoción constante hacia Ella nos harán superar todos los obstáculos y ser firmes en nuestras resoluciones, rigurosos con nosotros mismos, amables con el prójimo y exactos en todo» 89.

María, madre y auxiliadora La rigidez relativa de semejante actitud quedaba temperada por la contemplación de María, Madre de Dios y, por consiguiente, madre de los cristianos. «Habiendo sido redimidos por Jesucristo, nosotros llegamos a ser hijos de Ella y hermanos de su divino Hijo. La razón es que, al ser madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Ella es también madre nuestra. En su gran misericordia, Jesucristo quiso llamarnos hermanos suyos y, por este título, nos constituyó a todos hijos adoptivos de María» 90. Hasta 1862, aproximadamente, Don Bosco no hablaba de auxiliadora. En 1845, en la primera edición de la Historia eclesiástica91, todavía no se dice nada de la victoria de Lepanto bajo Pío V. Es verdad que sus jóvenes ya cantaban desde 1847: «Somos hijos de María, lo repitan aura y vientos, con suavísimos concentos y con mística armonía: Somos hijos de María»92.

¿No se puede ya entrever de alguna manera a la auxiliadora antes de que se pusiera en circulación dicho título? En rigor, hacía falta aún pasar de la madre de la vida a la reina del mundo. Hacia 1863, Don Bosco comenzó a celebrar a María bajo el título de Auxiliadora por diversos motivos, entre los cuales estaba ciertamente la construcción, por iniciativa suya, de una gran iglesia en Valdocco, edificada entre 1864 y 1868. Algún año antes, en 1862, una imagen milagrosa, invocada con el nombre de María Auxiliadora por el arzobispo del lugar, había sido descubierta en la diócesis de Spoleto, en circunstancias tales que suscitaron una imponente peregrinación93. La crisis de los Estados pontificios parecía irremediable en aquel tiempo. La Iglesia de Pedro daba la impresión de amenazar ruina y suplicaba una intervención milagrosa. Don Bosco consideró que el título de 54

Auxiliadora, recomendable por estos motivos, era muy oportuno, tanto más que los turineses conocían, al menos desde el siglo XVIII, la confraternidad de María Auxiliadora erigida en Munich94; además, Pío IX, previamente consultado, parece que había expresado su opinión favorable a este título95. No hacían falta más razones: la iglesia en construcción fue dedicada a María Auxiliadora. Desde entonces, nuestro santo se dirigirá a la Auxiliadora, madre y reina de los cristianos y de la Iglesia. Un gran cuadro, pintado siguiendo sus sugerencias, testimoniaba, encima del altar mayor de su santuario, cómo se imaginaba él a María adornada de dicha prerrogativa. «Resalta la Virgen en medio de un mar de luz y majestad. Un coro de ángeles la rodea y le rinde pleitesía como a su Reina. Su derecha aprieta un cetro, símbolo de su poder…» 96. Es una reina gloriosa que domina el mundo y la Iglesia, simbolizada en el cuadro por los apóstoles y los evangelistas Lucas y Marcos. Además de la nueva iglesia, seis libritos de Don Bosco, publicados entre 1868 y 1879, ilustraron y magnificaron el título97. Estas obras nos introducen en el clima de las luchas de la «cristiandad». A María «la Iglesia atribuye la derrota de las herejías» 98. La Auxiliadora fue la reina de las batallas en Lepanto en 1571 y de Viena en 1683 y la que salvó a Pío VII de la cautividad de Fontainebleau en 181499. Ella fue y sigue siendo la protectora de los «ejércitos que combaten por la fe» 100. Cuando los cristianos se encuentran en dificultad, María Santísima interviene en seguida con su poderoso auxilio. A Don Bosco le parecía que la ayuda de María era más necesaria que nunca en el siglo en que él propagaba su culto, pues «no se trata de enfervorizar a los tibios, ni de convertir a los pecadores, ni de conservar a los inocentes…, sino que la Iglesia Católica misma es atacada» 101. ¡Un auténtico espíritu de cruzada! ¿Hace falta añadir que la Auxiliadora de los últimos veinticinco años del santo (18631888) no borró nunca en su espíritu la madre afectuosísima y la Inmaculada exigente de los primeros años de su vida sacerdotal? Según las circunstancias, él encontraba en María todo lo que su alma podía desear: una fuente de vida, un modelo insuperable y una fuerza victoriosa.

Los santos, modelos de perfección En el cuadro de la iglesia de Turín, los ángeles y los santos rodean a María en devota admiración. El mundo espiritual de Don Bosco estaba efectivamente poblado de ángeles y de santos, en los cuales veía poderosos intercesores, pero también y, acaso sobre todo, modelos que los cristianos preocupados por su progreso en la perfección debían imitar. Después de sus primeros años de sacerdocio, cuando publicó un librito sobre El devoto del ángel de la guarda102 y pidió a Silvio Pellico que le compusiera el delicado canto dialogado Angioletto del mio Dio, que entró en el Joven instruido103, todo 55

considerado, Don Bosco poco dijo de los ángeles. De todos modos, el ángel del canto era el ángel del buen consejo: repetía su espiritualidad, condensada en el Servite Domino in laetitia. Temerás al Señor tu Dios, decía al alma, pero «como una niña que osa alzar los ojos hacia su padre». «¡Ríe, pues, pero que tu sonrisa sea una alegría del cielo!». Los santos muestran también el cielo y a Jesucristo. Ante todo, nos enseñan que Dios es admirable. Los más extraordinarios «reúnen tal complejo de virtud, de ciencia, de valor y de heroicos trabajos, que nos hacen bien patente cuán maravilloso es Dios en sus santos. Mirabilis Deus in sanctis suis»104. Los cristianos los consideran también héroes que provienen «de todo lugar, de toda edad y de toda condición» 105; por eso, pueden ser imitados en cualquier condición de vida. La admiración por los santos, obras maestras de Dios, debe, pues, transformarse en voluntad de imitación. «Si ille, cur non ego?» (Si él sí, ¿por qué yo no?)106. Don Bosco escribió para la edificación de sus lectores sus obras sobre Luis Comollo107, san Vicente de Paúl108, san Martín109, José Cafasso110, etc. La edificación predomina hasta en aquellas biografías que pudieran considerarse más doctrinales, como las de san Pedro111 y san Pablo112. Al término de esta última, nuestro autor confiesa cándidamente: «No es preciso hablar de sus virtudes (de san Pablo), ya que todo lo que hemos expuesto hasta aquí no es sino un tejido de virtudes heroicas que él hizo brillar en todo lugar, en todo tiempo y con toda clase de personas» 113. En definitiva, lo que decía de la vida de María de los Angeles: «En una palabra, lector, tú vas a encontrar en la vida de la beata María de los Angeles un modelo perfecto de virtudes y de santidad, apto para ser imitado por todo cristiano según el propio estado. Esta es la razón por la que se ha juzgado conveniente publicar en las Lecturas Católicas el presente compendio de la vida de esta ínclita esposa de Jesucristo, para ofrecer a nuestros lectores el medio oportuno de sacar de ella un beneficio espiritual» 114, vale también, mutatis mutandis, para muchos de sus discursos y de sus libros, sin olvidar los episodios de la Historia eclesiástica. La vida de los santos ayuda a copiar la santidad de Dios manifestada al mundo.

La Iglesia visible en el mundo religioso El cielo de Dios, de Cristo, de María, de los ángeles y de los santos, bajaba, según Don Bosco, a la tierra de los hombres en la Iglesia visible, institución pontificia y única arca de la salvación y de la santidad. Después de su formación en el colegio eclesiástico, las luchas de la vida le llevaron a defender con energía sus concepciones sobre la Iglesia de Pedro. La propaganda valdense, contra la que luchó denonadamente; la cuestión romana, que hizo de él uno de los hombres de Pío IX en Turín; la fundación de la Sociedad Salesiana, que aquel pontífice favoreció, le estimularon a difundir la teoría de una Iglesia sólidamente compacta alrededor del papa de Roma. Sin caer necesariamente en los defectos de tal 56

teoría, Don Bosco pertenecía a la vanguardia de la Iglesia del siglo XIX, representada en Francia por Joseph de Maistre, Louis Veuillot y Mons. de Ségur; la misma que salió del primer Concilio Vaticano. El fue también el hombre del papa, principio de la indispensable unidad eclesial115.

La Iglesia es una institución «pontifical» Ciertamente, él sabía que la Iglesia era «hija de Dios Padre», «esposa de Jesucristo» y «templo del Espíritu Santo» 116, pero insistía mucho más en su aspecto terrestre, social y orgánico que en su esencia mística. En la línea belarminiana, daba la siguiente definición de la Iglesia: «Antes de subir al cielo, Jesucristo fundó una Iglesia, que es la sociedad [congregazione] de los fieles cristianos que, bajo la dirección del soberano pontífice y de los legítimos pastores, profesan la religión instituída por Jesucristo y participan de los mismos sacramentos» 117; definición que volvía a repetir, análoga y, a veces, aún más rígida, siempre que debía hablar de la Iglesia con precisión118. Era, casi textualmente, la del teólogo Giovanni Perrone en su Catecismo sobre la Iglesia católica, publicado en 1854 en las Lecturas Católicas119. El «reino» o la «familia» de la Iglesia120 tiene un jefe o padre único, fuera del cual no hay Iglesia. Según el testimonio de Miguel Rua en el proceso de canonización, el primer capítulo del evangelio que hacía aprender de memoria a sus clérigos era Mateo 16: Tu es Petrus121. Cristo ha edificado la Iglesia sobre Pedro y Pedro sigue siendo su fundamento. Él manda con seguridad, porque es el jefe, y debe ser obedecido afectuosamente, porque es el padre. Pedro es un jefe que manda. Según Don Bosco, toda clase de guerras que la Iglesia ha tenido que sostener, guerras que él evocaba en sus obras de historia, mostraban esta función del papa. Su admiración por algunos papas característicos: Gregorio VII, Pío V y, naturalmente, Pío IX, parece que creció con los años, a juzgar por los calificativos que da a los dos primeros en la Historia de Italia de 1855 y en la Historia eclesiástica de 1870, comparados con los de su Historia eclesiástica de 1845. En 1870, Gregorio VII era «uno de los papas más grandes que hayan gobernado la Iglesia» 122, y Pío V «uno de los pontífices más ilustres que hayan ocupado el trono de san Pedro» 123. Este jefe es inspirado. La época en que Don Bosco se lanzó resueltamente a la defensa de la infalibilidad del papa, hay que admitirlo, está menos definida en sus contornos de lo que sus biógrafos creyeron, siguiendo a Giovanni B. Lemoyne124. En 1854, el Catecismo citado de Perrone se limitaba a decir que la infalibilidad del papa cuando enseña ex cathedra en materia de fe era la «sentencia» más segura125. Pero, diez años más tarde, el volumen del canónigo Lorenzo Gastaldi, publicado igualmente en la colección de las Lecturas Católicas, era ya mucho más afirmativo. Este autor, futuro miembro del concilio, sostenía que «la Iglesia podría, cuando lo considerase oportuno, declarar en 57

términos explícitos que es hereje quien no cree en la infalibilidad del papa» 126. No nos equivocamos afirmando que ésa era la posición de Don Bosco, director de la colección. De todos modos, en vísperas del Vaticano I, su doctrina era ya bien clara: «Nosotros decimos que el papa es infalible…», proclamaba en 1869. Y lo sostenía justamente con argumentos históricos y teológicos127. Traducía en términos familiares la autoridad y el poder doctrinal del papa: el soberano pontífice es el padre de los cristianos. La imagen de la familia se presenta claramente, por ejemplo, en el resumen doctrinal: Avisos a los católicos, repetido durante cuarenta años en diversas publicaciones con ese título o con el de Fundamentos de la religión católica. «La Iglesia romana (…) ha sido siempre considerada como una sociedad visible de los fieles unidos en una misma fe, bajo la dirección de un mismo jefe, el romano pontífice, quien, como padre de una gran familia, guió en el pasado y guiará en el porvenir a todos los buenos creyentes, sus hijos, por el camino de la verdad hasta el final de los siglos» 128. La historia de los papas de la Iglesia debe ser explicada y leída con este espíritu, decía Don Bosco: «Como un hijo se siente movido a escuchar con gusto las gloriosas acciones de su padre, así nosotros, como hijos espirituales de san Pedro y de sus sucesores, debemos gozar mucho interiormente leyendo las gloriosas acciones de estos grandes hombres que, desde hace dieciocho siglos, gobiernan la Iglesia de Jesucristo» 129. Su defensa de Pío IX fue un gesto filial. Obviamente, él rogaba a sus hijos que hablaran con frecuencia del papa y rezaran por él. Organizó varias colectas entre sus muchachos para ayudarle. En 1871, una «fiesta del papa», con un programa atractivo, celebró el jubileo pontificio de Pío IX130. Según Giovanni B. Lemoyne, con ocasión de una audiencia en enero de 1867, Don Bosco habría respondido sin ambages al papa, que le preguntó si los jóvenes le amaban, con estas palabras: «¿Que si os aman? (…) ¡Os tienen en el corazón! ¡Llevan vuestro nombre entrelazado con el de Dios!» 131. No sabemos si habrá pronunciado exactamente estas palabras, pero tal era el deseo de un hombre que dedicaba su sociedad religiosa, es decir, la obra de su vida, al servicio del soberano pontífice132. Podemos intuirlo. En él, la teoría y el afecto iban unidos para limitar en la Iglesia la autoridad de los obispos y la iniciativa de los fieles. Toda la autoridad pertenecía a la cabeza; la jerarquía local debía limitarse a recibirla de aquélla y a transmitirla a los seglares. En el ambiente de los años que prepararon el Vaticano I, Don Bosco suscribió frases que, en otros tiempos, habrían justamente sorprendido. Esta, por ejemplo: «Los obispos acogen las súplicas, sienten las necesidades de los pueblos y las hacen llegar hasta la persona del supremo jerarca de la Iglesia. Y el papa, según la necesidad, comunica sus órdenes a los obispos del mundo entero y éstos las transmiten a los simples fieles cristianos» 133. El afán de emulación de la época no basta para explicarlas. Desde las turbulencias de 1848, su idea madre se expresaba en la fórmula lapidaria: «Nuestros pastores nos unen al papa; el papa nos une a Dios» 134. El papa era verdaderamente para él la prolongación de Cristo en el mundo. 58

La Iglesia es la única arca de salvación Esta Iglesia, gobernada por el papa, es la única arca de la salvación y, a fortiori, de la santidad. Sólo ella santa, sólo ella divina, sólo ella puede conducir a los hombres a Dios. Don Bosco se ha guiado siempre por esta convicción, que explica su lucha contra los valdenses. En aquella época difundió centenares de miles de ejemplares de los capítulos en que sostenía que «una sola es la religión verdadera», que «las Iglesias de los herejes no tienen las características de la divinidad», que «en la Iglesia de los herejes no está la Iglesia de Jesucristo» 135. En efecto, Jesucristo está con el papa, que los herejes han abandonado. De acuerdo con su teología, Don Bosco hacía suyas frases como éstas: «Quien está con el papa, está con Jesucristo, y quien rompe este vínculo naufraga en el mar agitado del error y se pierde miserablemente» 136; «Dichosos los pueblos unidos a Pedro en la persona de los papas, sus sucesores. Estos pueblos caminan por la senda de la salvación, porque Jesucristo nos asegura que la santidad y la salvación no pueden encontrarse nada más que en la unión con Pedro, sobre el que descansa el fundamento firme de su Iglesia» 137. No hay más que una Iglesia madre de los hombres, que es la Iglesia de Pedro. Quien conoce la vida de san Juan Bosco sabe cómo orientó su celo según esta idea. Su apostolado, tanto por medio de la prensa y del lugar del culto, como por la escuela, debe encuadrarse en su eclesiología. Ni debe olvidarse tampoco el influjo que ésta tuvo en su concepto de la santidad. Quien quiera santificarse debe estar profundamente unido a la Iglesia y al sucesor de Pedro. El deber de un fiel coherente con su cristianismo es aceptar sus directrices, las intenciones manifiestas y hasta los simples deseos del pastor universal. Por su parte, Don Bosco, en su edad madura, ciertamente en los tiempos de Pío IX y de León XIII, tenía fijos los ojos en el papa, que representaba a Dios en la tierra. Su fe, su esperanza y su caridad tenían las características de esta concepción de la Iglesia, que la mentalidad de la época concentraba en la sede romana.

El mundo religioso de Don Bosco Sin embargo, Don Bosco no se limitaba a la institución visible. Sabemos que su mundo religioso era infinitamente más amplio. No sería falso afirmar que era teocéntrico o cristocéntrico. Pero el género de amor que manifestaba hacia la Iglesia visible merece una consideración. Era una señal de su temperamento. Se descubrirá que, después de todo, en el universo espiritual de Don Bosco, los seres concretos ocupan un espacio notable, mientras que la profundidad de Dios, el alma de la Iglesia y hasta el Espíritu Santo aparecen poco. Pero, aunque algunos no ven en esto sino una prueba suplementaria de su proximidad deliberada hacia la gente sencilla, dicha preferencia obedecía también a su mentalidad. Campesino en su juventud, hombre de acción en su 59

edad madura, siempre piamontés, es decir, poco inclinado a elucubraciones nebulosas e ineficaces, desconfiaba de las abstracciones de cualquier tipo y hasta de las obras simplemente teóricas. Esta tendencia la trasladaba a su visión del mundo religioso. El que haya vivido bajo la mirada de un Dios juez y padre, en compañía de un Cristo histórico dulce y bueno, de un Cristo eucarístico «presente en el sagrario», de una Virgen inmaculada y reina «terrible como un ejército en orden de batalla», de legiones de ángeles y de santos capaces de indicar el camino de la salvación y de la perfección a los hombres de «toda edad y condición», todo esto puede explicarse por una formación, por la mentalidad de su época, por los deseos de sus oyentes o de sus lectores. Pero todo ello debe también atribuirse a las opciones de un hombre que tenía el gusto de lo útil. Nosotros volveremos a encontrar esta misma tendencia en sus preferencias por algunos instrumentos de perfección: él optó siempre por los más sencillos, los más sólidos y, por lo tanto, a su juicio, los mejores.

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CAPÍTULO CUARTO

LOS INSTRUMENTOS DE LA PERFECCIÓN

Los instrumentos de la perfección Hombre práctico, más preocupado por los modos de llevar a cabo sus proyectos que por las justificaciones especulativas de los resultados, cuando Juan Bosco se proponía un objetivo, su espíritu dúctil se aplicaba en seguida, con todas sus capacidades, a poner en juego todos los medios que sirvieran al efecto: un «oratorio» para acoger a los jóvenes obreros, talleres profesionales para darles una formación humana y religiosa apartándolos de los peligros de la ciudad, una red de propagandistas para difundir sus Lecturas Católicas en Italia, la unión de los Cooperadores salesianos para conjuntar las buenas voluntades de su país, de Europa occidental y, quién sabe, del mundo entero… ¿Qué hay que hacer? Este era su problema. Nadie se sorprenderá de que tratara problemas del alma con esta misma preocupación práctica: en el camino de la vida, esta alma debe ser iluminada, guiada, alimentada y estimulada con auxilios o «instrumentos» apropiados1. Don Bosco creía ciertamente en la ascesis y en la mortificación motivadas por la caridad, como demostraremos más adelante; pero creía sobre todo en la virtud iluminante de la palabra, en la fuerza proveniente del sacramento de la Penitencia, en el vigor divino que procura la Eucaristía y en la flexibilidad espiritual alcanzada por medio de los «ejercicios» y de las devociones.

La palabra de Dios El primer alimento del alma es la palabra de Dios. «Así como nuestro cuerpo se debilita y muere si no lo alimentamos, igual sucede con nuestra alma, si no le damos su alimento. La comida de nuestra alma es la palabra de Dios» 2. Conviene conocer exactamente qué entendía Don Bosco por palabra de Dios. Si diéramos por descontado que se refería únicamente a la Biblia que tuvo «a Dios por autor», nos engañaríamos profundamente. La Biblia, que él distinguió cuidadosamente de las palabras humanas, era para Don Bosco, con toda certeza, la palabra por excelencia. En una nota manuscrita sobre las diversas historias sagradas de uso escolar en su tiempo, después de haber indicado que, a su juicio, «una historia sagrada destinada a las escuelas (debía) tener estas tres cualidades: ser 1) veraz, 2) moral, 3) reservada», comentaba el 61

primer adjetivo de esta manera: «1) Veraz. Se trata de la palabra de Dios. Por consiguiente, lo que no está en los libros sagrados, se debe omitir o indicarlo al lector, de modo que éste no tome por palabra de Dios lo que es palabra de hombre» 3. Esta salvedad no le impedía incluir en dicha expresión toda la enseñanza de la Iglesia. El pasaje del Joven instruido antes citado la definía así: «…palabra de Dios, es decir, los sermones, la explicación del evangelio y el catecismo» 4. Para Don Bosco, considerar palabra de Dios solamente el texto de la Biblia, podría significar un acercamiento al libre examen, pecado grave del que tenían la culpa, según él y muchos católicos de entonces, los protestantes5. Sólo la Iglesia está capacitada para dar auténtica vida a la palabra de Dios: «Cuando es bien escuchada, engendra la fe; pero debe ser oída de (la boca de los) ministros sagrados y explicada por ellos, según lo que dice san Pablo: fides ex auditu, auditus autem perverbum Christi»6. Análogos resultados produce la palabra que anima la vida espiritual. Domingo Savio «tenía siempre presente que la palabra de Dios es la guía del hombre en el camino del cielo; y, por lo tanto, las máximas que oía en un sermón eran para él recuerdos indelebles que jamás olvidaba» 7. Sabemos que este joven se interesaba tenazmente por encontrar la explicación de las dificultades de esta palabra y que, según Don Bosco, «de aquí arrancó aquella vida ejemplarísima y aquella exactitud en el cumplimiento de sus deberes, que difícilmente pueden superarse» 8. Su santidad se apoyaba, pues, en una catequesis eclesial bien asimilada. Don Bosco hubiera sido incapaz de concebir una caridad digna de tal nombre, que no tuviera como fundamento una fe iluminada por la Iglesia viva. En buena lógica, él daba a la palabra de Dios el primer lugar entre los instrumentos de perfección.

La lectura espiritual Al estudio de la palabra de Dios, Don Bosco añadía la lectura espiritual. El siguiente consejo valía para todo «católico que practica sus deberes de buen cristiano»: «A lo largo del día, o después de las oraciones de la mañana o de la noche, procurad hacer un poco de lectura espiritual. Leed, por ejemplo, algún capítulo del Evangelio, la Vida de algún santo, la Imitación de Jesucristo, la Filotea de san Francisco de Sales, la Preparación para la muerte o la Práctica del amor de Dios de san Alfonso de Ligorio, u otros semejantes» 9. Los dos primeros elementos de la enumeración merecen algunas reflexiones. Encontramos, encabezando la lista, «un capítulo del Evangelio» y la «Vida de algún santo». La lectura de la Biblia entera no la encontramos aconsejada por Don Bosco en ninguna parte. Convencido de su fuerza instructiva, quiso, sin embargo, con su Historia sagrada, «hacer lo más popular posible la ciencia de la sagrada Biblia» 10. El prefacio de la primera edición de este libro contenía tan alto elogio de la Biblia que, después, 62

probablemente por temer que pudiera parecer que daba razón a los reformados, lo atenuó, orientándolo en favor de la historia sagrada11. Esta Historia sagrada que, según cuanto dice en el prefacio, fue narrada antes de ser escrita, muestra cómo Don Bosco leía y hacía leer la Biblia. Él buscaba en ella hechos que exponía cuidadosamente. Cuando se presentaba la ocasión, ponía brevemente de relieve las lecciones morales que le parecían desprenderse del relato. Se lee, después de la narración del sacrificio de Isaac por Abraham: «El Señor bendice siempre a los que obedecen a sus preceptos» 12; después de la aventura de Dina, «injuriada» en ocasión de una fiesta en las cercanías de Siquem: «El hecho de Dina nos enseña cuán peligrosos son los espectáculos públicos especialmente para la juventud» 13; después de la muerte del patriarca José: «El hombre virtuoso no teme la hora de la muerte» 14, etc. Tenía presente el sentido típico del Antiguo Testamento. El cordero pascual «es la figura del Salvador que, con su sangre, nos rescató de la muerte y nos abrió el camino de la salvación eterna»; el maná es «la figura de la Sma. Eucaristía»; la serpiente de bronce, «una figura de Nuestro Señor Jesucristo, el cual debía ser levantado en la cruz en el monte Calvario» 15… Subrayaba el sentido cristiano de la travesía del desierto por parte del pueblo hebreo: «Peregrinación que hacen los hombres en este mundo»; y el de la tierra prometida, que «recuerda el paraíso» 16. A lo largo de su libro, procuraba demostrar que «toda la historia del Antiguo Testamento puede, con razón, llamarse una fiel preparación del género humano para el extraordinario acontecimiento del nacimiento del Mesías» 17. Naturalmente, a Cristo se le presentaba con todo detalle en la última parte de la obra, que narraba su Vida.

Vidas de santos y «ejemplos» El Evangelio era efectivamente para Don Bosco la narración de la Vida más extraordinaria que jamás haya existido. No sin motivo es citado antes de la «Vida de algún santo», entre las lecturas del cristiano. En su siglo, nuestro autor creía en el influjo del «testimonio», vivido o descrito, sobre el desarrollo armónico de la vida espiritual. El vocabulario cambia (él hablaba de esempio), pero el principio subsiste, avalado por la experiencia. Obrando así, se adecuaba a una tradición que, desde la Edad Media, seguía viva en su país: las verdades morales no sólo debían ser ilustradas, sino además sostenidas con «ejemplos». Con el tiempo, en regiones infestadas por la espiritualidad reformada o jansenista, el exemplum se había hecho sospechoso en la literatura religiosa. En el siglo XVIII y en el XIX, la península de san Alfonso de Ligorio seguía empleándolo ampliamente, mientras que su vecina del noroeste, más intelectualista y siempre un poco escéptica en cuestión de «historietas», prefería ordinariamente los razonamientos abstractos18. Se ha hecho notar, por ejemplo, que la tradición espiritual del francés Charles Gobinet habría sufrido modificaciones al pasar los Alpes durante la generación 63

que precedió a Don Bosco19. Para emplear las palabras de un jesuita del siglo XVIII, los autores italianos que se inspiran en él «prefieren no recurrir a numerosos razonamientos para inculcar la virtud ni, menos aún, confirmarla con un ejemplo; al contrario, prefieren presentarla realizada y, por así decir, encarnada en otros jóvenes, cuyos ejemplos sean fácilmente accesibles…» 20. El ejemplo, poco a poco, fue ocupando todo el espacio y sustituyendo la exposición ascética en dichas obras, entre las cuales figuraba el modelo principal en que se inspiró Don Bosco para escribir el Joven instruido. La Guía angélica respondía efectivamente al modo de pensar del joven apóstol de Turín, que, diez años antes de la preparación de su manual de devoción, se había propuesto contar cada día una «máxima» o un esempio21. Era una aplicación un tanto lejana, pero explicable, de la antigua fórmula de san Máximo de Turín, que se encontró en un registro de su breviario: «Los ejemplos tienen más fuerza que las palabras y se enseña mejor con obras que con discursos» 22. Más tarde, sus biografías espirituales irían destinadas a la edificación del pueblo cristiano. El esempio fue una de las manifestaciones del celo apostólico de su discípulo Domingo Savio, propuesto, a su vez, como modelo por su maestro23. Después de Miguel Magone, que le siguió escrupulosamente24, ¿cuántos otros le imitaron? La preferencia, confesada o inconsciente, por el esempio, es probablemente una de las características de la literatura salesiana de la primera generación. De ordinario, estos autores escogían sus esempi con discernimiento. Don Bosco solía sacar la mayor parte de ellos del mundo familiar de sus lectores u oyentes. No es que renunciara a ciertas historias repetidas hasta la saciedad por los recopiladores, como se nota alguna vez en el Mes de mayo25; él procuraba quedarse lo más cerca posible de su público, en lugar y tiempo. Los esempi de sus obras se referían, por ejemplo, a Módena26, a Turín del tiempo de Don Cafasso27 y, mejor aún, a casos sucedidos ante sus ojos de testigo principal en Chieri (Luis Comollo) y en el Oratorio de Valdocco (Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco)… La fuerza convincente de la virtud de otros era, para él, evidente, sobre todo cuando estaba tan próxima en el tiempo. Considerando que este método era válido no sólo para los jóvenes, como alguien pudiera pensar, sino también para los adultos, decía a sus salesianos: «Recordad siempre que las virtudes de los demás deben servirnos de estímulo para nuestro bien, según la expresión de san Agustín; si ille, cur non ego?»28. ¿Hará falta añadir que este su modo de proceder no le hacía olvidar a Cristo, sino que, por el contrario, se refería a él constantemente? «Practicad, jóvenes, a imitación de Jesús, la obediencia; sea Él vuestro único modelo…» 29. El Evangelio debe ser, antes que la Vida de los santos y los libros de espiritualidad más recomendables, el alimento cotidiano del cristiano.

Los sacramentos 64

La evangelización y el estudio de la palabra de Dios no le fascinaban hasta tal punto que le hicieran descuidar los sacramentos, factores esenciales del progreso del alma según la doctrina común católica y, por otra parte, ocasiones oportunas para transmitir el mensaje de la salvación. No nos esperemos revelaciones sensacionales de parte suya sobre cada uno de ellos, aunque haya hablado de todos, desde el bautismo hasta el matrimonio30. En muchos casos, no superaba el nivel de un modesto catecismo. Los sacramentos son «signos sensibles instituidos por Dios para dar a nuestras almas las gracias necesarias para nuestra salvación» y «como siete canales por los que se comunican los favores del cielo desde la divinidad hasta la humanidad» 31. Su interés se centraba sobre dos de ellos, la Penitencia y la Eucaristía, que, en la práctica cristiana de todos los días, destacaban, a su juicio, sobre los otros cinco. Cuando decía: los sacramentos, sin añadiduras, se refería a estos dos. Don Lemoyne refirió de él esta afirmación muy conforme con su pensamiento: «Dos son las alas para volar al cielo, la confesión y la comunión» 32.

El sacramento de la Penitencia La estima que nutría por el sacramento de la Penitencia hay que verla en consonancia con sus consideraciones fundamentales sobre la vida eterna, la mediación eficaz de la Iglesia, el valor del hombre y, también, sobre el pecado. Durante su vida sacerdotal, Don Bosco comprendió, cada vez mejor, que el progreso del alma hasta la contemplación celestial no es rectilíneo. Según los sueños que contó, él encontraba en su escuela adolescentes con el corazón roído por el vicio y auténticos amigos de Satanás. Don Bosco creía en el pecado grave. También creía en el infierno y hablaba de su existencia a sus lectores y a sus oyentes33. Por otro lado, estaba igualmente convencido de que Dios, maravillosamente representado bajo los rasgos afectuosos y generosos del padre del hijo pródigo, era la misericordia en persona34. Su bondad le movió a «dejarnos una tabla de salvación después del naufragio»: de ahí, la institución del sacramento de la Penitencia35. Al penitente, Don Bosco le pedía que tuviera una idea exacta del sacramento y de las disposiciones necesarias para recibirlo convenientemente; y, además, una idea exacta de la condición real de su confesor. Acerca de los dos primeros puntos, Don Bosco no se separa de las ideas tradicionales. «Si Dios hubiera dicho que nos perdonaba nuestros pecados solamente con el bautismo, y no los pecados que, desgraciadamente, pudiéramos cometer después de haber recibido este sacramento, ¡ay!, ¡cuántos cristianos irían con toda certeza a su perdición! Pero Dios, conociendo nuestra gran fragilidad, instituyó otro sacramento con el que se nos perdona los pecados cometidos después del bautismo: es el sacramento de la Confesión» 36. Su beneficio es triple y cuádruple. Fue «institutido por Jesucristo para 65

comunicar a nuestras almas los méritos de su pasión y muerte, para romper las cadenas con las que el espíritu maligno las tiene encadenadas, para cerrarnos el infierno y para abrirnos las puertas del cielo» 37. Se puede suponer que Don Bosco enumeraba, sin originalidad alguna, los actos del penitente, que «son el examen, el dolor, el propósito, la confesión y la penitencia», subrayando con firmeza que «los más importantes son el dolor o contrición y el propósito» 38. Su definición del confesor, agente del progreso espiritual, que él presentaba también a los fieles39, es más instructiva.

El ministro y el progreso espiritual Don Bosco había aprendido de san Alfonso las «cuatro funciones que el confesor debe ejercer, es decir, de padre, de médico, de doctor y de juez» 40; pero, por su parte, insistía más en las funciones de padre y de médico que en las de doctor y de juez. En primer lugar, pensaba, siguiendo a José Cafasso, que el confesonario se presta poco a la enseñanza doctoral. En sus enumeraciones acerca del papel del confesor41, el doctor se difuminaba en sus clases de pastoral y, aún más, en el ejercicio del sacramento. En el Mes de mayo, había indicado que el «confesor es un juez, no para condenarnos sino para absolvernos y librarnos de la muerte eterna» 42, lo cual vaciaba la función de una parte de su realidad. Más tarde, ya no hablará de ello, o apenas nada. En sus constituciones, revisadas por él cuidadosamente, las Hijas de María Auxiliadora podrán aprender que Dios destina a su confesor a ser «padre, maestro y guía de sus almas» 43. En vano se busca al juez en esta lista, que marca el final de una evolución de la que un estudioso podría determinar las diversas etapas. Esta evolución debió de comenzar muy pronto, puesto que, desde los años de Domingo Savio en el Oratorio (1854-1857), si Don Bosco se formaba un juicio probable sobre la culpabilidad de sus penitentes, sus preguntas tenían por objeto asegurar la integridad de la acusación y el dolor de las faltas cometidas. El tiempo de los confesores jansenistas del siglo XVIII estaba, para él, completamente superado.

La paternidad espiritual del confesor De los cuatro sustantivos de san Alfonso, a decir verdad, sólo quedaba en pie el de padre para designar al confesor según el corazón de Don Bosco. Y no es tampoco seguro que le satisficiera plenamente. El padre manda y protege; y Don Bosco era muy capaz de recordar a un cristiano, aunque fuera Domingo Savio, la obligación de obedecer a su confesor44. Pero, más que la autoridad, la paternidad de Dios y del hombre le llevaba a pensar en la bondad bienhechora. Más que sus maestros de otro tiempo, parece que él rechazaba la opresión 66

y la pasividad infantil del paternalismo espiritual. Su predilección por la palabra amigo, cuando se refería al confesor, lo confirma. Repetía a sus muchachos que el confesor era «el amigo» de sus almas45 y describía su papel en términos de afecto y de servicio, característicos de la amistad. El matiz es de capital importancia para el confesor, que debe evitar toda suficiencia, y para el penitente, que debe esperar de él comprensión y ayuda. La amistad no se impone. Es disponible, generosa, dispuesta a dar. Por lo tanto, hay que dar «a los alumnos toda comodidad para confesarse cuando lo deseen» 46. En 1880, Don Bosco se quejaba a León XIII de la poca solicitud del clero por este ministerio47. El padre, que es un amigo, recibe con dulzura y sencillez (con cariño, amorevolezza en el lenguaje de Don Bosco) a quien se abre a él. «Acoged con amabilidad a toda suerte de penitentes, decía a los confesores, pero de manera particular a los jóvenes» 48. Hay que evitar, por todos los medios, atemorizarlos; al contrario, hay que predisponerlos a una confianza liberadora. La amistad exige que el confesor ayude a rehacer el examen de los menos instruidos, particularmente de los jóvenes. Las confesiones sacrílegas, que pensaba eran frecuentes, horrorizaban a Don Bosco. Dice con pena, escribiendo en 1861: «Os aseguro, queridos jóvenes, que la mano me tiembla ante la consideración del gran número de cristianos que se encaminan a la eterna condenación nada más que por haber callado o por no haber expuesto sinceramente en la confesión determinadas faltas» 49. Para prevenir tales catástrofes, fiel a san Alfonso50 desembrollaba e invitaba a desembrollar las frases embarulladas y las reticencias de los penitentes, como se le ve hacer a él mismo en algunos de sus escritos51. Pero Don Bosco se insinuaba con respeto y delicadeza en el alma que le concedía su confianza. Nada de reproches intempestivos, sino la «caridad benigna» que recomendaba san Pablo. «Corregidlos con bondad y jamás les riñáis» 52. Se le comprende: «el confesor es un padre que desea ardientemente haceros el bien por todos los medios a su alcance y que busca ahorraros toda suerte de males» 53.

Confesión y dirección de conciencia Apenas se da cuenta de que su intervención es útil, el amigo se vuelve médico y guía. Lo mismo sucede con el confesor, el cual, según Don Bosco, era el director de conciencia ordinario de sus penitentes54. Para que éste pueda «darle los avisos más adaptados al bien de su alma» 55, hay que escogerlo bien y serle fiel. Después de san Felipe Neri56, el sacerdote de Valdocco se hizo apóstol del «confesor estable», particularmente para los jóvenes. Si no se le deja de amar, no se cambia de amigo, hacía observar Miguel Magone en un diálogo sobre la confesión57. Y se le va a ver con regularidad. Los coloquios con el confesor –en el acto de la confesión– deben ser frecuentes, en proporción, no sólo de las faltas cometidas, sino del interés que el 67

penitente presta a su progreso espiritual. «El que quiera pensar un poco en su alma, vaya (a confesarse) una vez al mes; quien quiera salvarla, pero no se sienta tan ardiente, vaya una vez cada quince días; quien quisiese llegar a la perfección, vaya cada semana, decía a sus jóvenes. Más, no; salvo que tuviese algo que pese en la conciencia» 58. Son expresiones de 1876, pero no parece que él haya evolucionado en esta materia. Entre 1859 y 1864, las biografías didácticas de Domingo Savio, Miguel Magone y Francisco Besucco decían ya que un adolescente de valía, dirigido suyo, se confesaba todas las semanas o, al menos, cada quince días59. El ejercicio de determinadas funciones no basta para explicar todo lo que debe hacer el confesor en el sacramento de la Penitencia. Don Bosco, por su parte, lograba más por su influjo que por la profundidad de las palabras que decía. Su oración, su clarividencia tantas veces atestiguada –hasta el punto de que, en su ambiente, «leer en la frente» significaba «adivinar los pecados» 60–, la bondad que irradiaba cada vez más a medida que los años pasaban, creaban alrededor de su persona una atmósfera que realizaba curaciones inesperadas. Sin embargo, no dedicaba tiempo para poner en condiciones al penitente. Al igual que don José Cafasso, tampoco él se perdía en largas explicaciones61: ordinariamente, algunas frases corrientes, pero oportunas, le bastaban62. A don Vespignani, que le consultaba sobre cómo debía comportarse con los jóvenes reincidentes, le respondía: «Insistir en la frecuencia de los sacramentos y en el recuerdo de las verdades eternas, sin cansarse de repetir el vigilate et orate y de alentar a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a María Auxiliadora» 63. Su preocupación principal era suscitar en sus dirigidos actos positivos de arrepentimiento y de mejora espiritual. Deploró siempre la nulidad de las confesiones, incluso frecuentes e íntegras, pero sin propósito firme. Hay que tomar resoluciones en la confesión, a pesar de Satanás, que las teme al máximo64. La recepción mecánica de los sacramentos no era para nuestro santo motivo de satisfacción alguna. Escribía al catequista (director espiritual) de los aprendices de Valdocco: «Dirás a todos que les recomiendo con todo mi corazón la confesión y la comunión frecuentes, pero que estos dos sacramentos se reciban con las disposiciones debidas, de modo que se vea cada vez el progreso en alguna virtud» 65. El perdón de Dios da al alma la seguridad indispensable para su progreso. Engendra alegría y paz66. La paz del hijo de Dios reconciliado con su padre excluye la alienación paralizante; pero no es tampoco una forma de seguridad gratuita, porque, de confesión en confesión, el penitente, que es, al mismo tiempo, un alma que acepta la dirección espiritual, debe sentirse estimulado a rechazar toda suerte de mal y a practicar las virtudes que le son más necesarias. Purificado siempre con la Sangre de Cristo en el sacramento, se siente movido a progresar constantemente; tanto más que Don Bosco no separaba la Penitencia de la Eucaristía, el motor más maravilloso de la caridad cristiana. ¡Es preciso, para crecer en santidad, confesarse y comulgar!…

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La doctrina eucarística Su doctrina sobre la Eucaristía, que era «tradicional» y, a nuestro parecer, sólida, se ajustaba también a los modos de pensar y de hablar heredados de la Contrarreforma. Así, cuando hablaba de la Eucaristía, nueve veces de diez, no pensaba en la misa, sino sólo en la comunión. Sin embargo, llegaba a predicar –siempre con sobriedad– sobre todo el misterio, misa y comunión, aunque sin lograr conjuntar la una y la otra de manera plenamente satisfactoria. De todos modos, sus palabras eran entonces sencillas y profundas67. La misa, decía, es el memorial de la pasión: «Al asistir a la santa misa, hacéis lo mismo que si acompañáseis al divino Salvador cuando salió de Jerusalén y se dirigió al Calvario, para ser allí crucificado después de sufrir los más horribles tormentos y derramar hasta la última gota de su sangre» 68. El sacrificio de la misa es real, tan real como el de la cruz: «La santa misa se llama sacramento y sacrificio del cuerpo y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que fue ofrecido y distribuido (en la última cena) bajo las especies de pan y de vino. Este sacrificio fue realizado por Jesucristo en el Calvario de forma cruenta, es decir, con derramamiento de sangre. Es el mismo sacrificio que el sacerdote ofrece cada día en la santa misa, con la sola diferencia que éste no es cruento, es decir, sin derramamiento de sangre» 69. Respecto de la comunión sacramental, leemos en un texto (que es tardío y que, por ello, se puede temer que haya sido sugerido por algún colaborador), es «el modo (que tiene Cristo) para unirse con nosotros con la unión más inefable…» 70. Todo considerado, sus instrucciones nos aseguran que Don Bosco no desconocía la doctrina fundamental del misterio eucarístico; al contrario. Es verdad que prefería insistir en ciertos aspectos que serán menos significativos en otro siglo: Cristo está realmente presente bajo las especies, y está allí para alimentar a los fieles. Así, después de haber narrado en su Historia sagrada la última cena de Cristo, continuaba con estas líneas reveladoras, en las que se recibe la impresión de que las dos verdades constituían, ellas solas, toda la Eucaristía: «Así tuvo lugar la institución del Smo. Sacramento de la Eucaristía, en que el Salvador, bajo las especies de pan y de vino, nos entrega su Cuerpo y Sangre para alimento espiritual de nuestras almas, mediante la facultad de consagrar, otorgada a los sacerdotes. Tengamos siempre presente que este Sacramento no es simplemente un recuerdo [memoria] de lo que ha hecho Jesús, sino que en él se da al hombre el mismo Cuerpo y Sangre que Jesús sacrificó en la cruz» 71. Tales preocupaciones dogmáticas no eran recientes en 1860. Hoy se sabe que esas ideas habían infundido en los medievales una «concepción antilitúrgica que separaba la acción litúrgica de la comunión» 72. Los inspiradores habituales de Don Bosco, crecidos en el ambiente de la Contrarreforma, como también el contexto de la polémica antivaldense de los años 1850-1860, las habían consolidado todavía más en su alma. Los reformados calvinistas que él conocía no creían en la presencia real; al máximo, en el mejor de los casos, de manera transitoria. Los católicos del siglo XIX, y él con ellos, replicaban celebrando la presencia permanente de Cristo bajo las especies consagradas. 69

Por otra parte, Don Bosco repetía, además, la doctrina ordinaria acerca del pan de vida, frecuentemente explicada antes de él por san Alfonso de Ligorio y san Leonardo de Puerto Mauricio, y entonces de nuevo presentada en los opúsculos de contemporáneos, como Mons. de Ségur, del cual, en 1872, hará publicar en las Lecturas Católicas un opúsculo sobre la sagrada comunión73. Puesto que el Cristo de la Eucaristía realiza lo que significa, se convierte, bajo las especies del pan, en alimento saludable. «Escuchad cómo Jesucristo nos invita a la sagrada comunión. Si vosotros, dice Jesús, no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» 74. La nota siguiente era más original. Dado que toda la creación depende de Cristo, Don Bosco parece haber profesado que el mundo entero, animado e inanimado, encuentra su estabilidad y su vigor en la comunión de los católicos con la carne y la sangre del Hijo de Dios. «¡Qué gran verdad os digo en este momento!, escribía un día. La comunión frecuente es la gran columna que sostiene el mundo moral y material, para que no vaya a la ruina» 75. Insistía: «Creed-me, mis queridos hijos, creo que no exagero cuando afirmo que la comunión frecuente es una gran columna sobre la que descansa un polo del mundo» 76. Era, pues, coherente cuando no dejaba de encomendar sus propias preocupaciones materiales al Cristo de la Eucaristía, particularmente durante las visitas al santísimo Sacramento, de las que hablaremos a continuación.

La práctica eucarística Estas ideas, muchas de las cuales pasan a segundo plano en la espiritualidad corriente de la segunda mitad del siglo XX, le permitían justificar sus consejos acerca de la práctica eucarística: misa y comunión, con las devociones anejas. Don Bosco no vivió en una época en que los cristianos desearan no separarse nunca de la oración del celebrante, aunque nosotros podemos descubrir tal tendencia, de una inesperada modernidad, en un opúsculo escrito en su mismo ambiente77. Según el espíritu de la época y las costumbres de su país, sus jóvenes rezaban el rosario durante la misa cotidiana78, rosario que era sustituido los domingos, durante la segunda misa a la que asistían todos, por el Oficio Parvo de la Sma. Virgen María. Pero seríamos injustos si le consideráramos el paladín exclusivo de este método, que no parece lo haya erigido como modelo único, ya que él conocía y proponía otras maneras de asistir con fruto al sacrificio eucarístico. El Joven instruido y la Llave del Paraíso, que son fuentes preciosas para el estudio de estas materias, sugerían a los fieles una serie de oraciones breves conformes con el desarrollo de la liturgia, destinadas a ser leídas durante las misas celebradas en latín, en las que el celebrante no se preocupaba de ser comprendido. Recorriéndolas hoy, experimentamos cierta pena ante la humilde súplica: «Recibid, Señor, las oraciones que el sacerdote os ofrece por mí», que acompañaba a una colecta 70

perpetuamente hermética79. ¿Hubiera podido hacerlo mejor un autor piamontés del siglo XIX, antes de la difusión entre sus lectores, de los misales traducidos? Sea como fuere, la insistencia cada vez más acentuada de Don Bosco sobre la comunión eucarística de los fieles demuestra que él estaba a favor de una participación efectiva en el santo sacrificio. Cristo está allí, «maestro, médico y [¿sobre todo?] alimento» 80: es preciso vivir de él. Por eso, poco a poco, él se alejó de la práctica corriente de la generación que le había precedido. Sin ser verdaderamente jansenista, la jerarquía piamontesa se inclinaba entonces hacia la cautela en la comunión frecuente. Al final del siglo XVIII, un confesor de religiosas, que había pedido al arzobispo de Turín que autorizara a una hermana conversa, penitente suya, a comulgar todos los días, recibió esta respuesta: «La comunión cotidiana no debe permitirse sino a las personas cuya perfección sea probada y perfecta (sic). Si la hermana conversa Irene Silvestri es verdaderamente virtuosa y está animada por el espíritu de Dios, será humilde, dócil, más aún, obediente a sus superiores; y estará contenta si se le permite acercarse a la sagrada comunión cuatro o cinco veces por semana. Si no se contenta con esto, se puede dudar del espíritu que la mueve; y se le permitirá comulgar más raramente…» 81. Cuarenta años después, el adolescente Juan Bosco se maravilló cuando su confesor de Chieri le animó a confesarse y comulgar con mayor frecuencia de lo que lo hacía, porque, anotaría él mismo, «era raro encontrar quien animase a la frecuencia de sacramentos» 82. Cuando llegó a sacerdote, optó por la comunión frecuente. Durante los primeros veinte años de su vida sacerdotal, se atuvo a las normas indicadas por san Alfonso. Exhortó, pues, a la comunión semanal a los católicos bien preparados, es decir, a los que no cometían pecado mortal, o a los que, si caían, era raramente, por fragilidad y estaban decididos a corregirse; recomendó la comunión frecuente, es decir, varias veces por semana, a los que manifestaban disposiciones más perfectas aún y correspondían a las gracias del sacramento83. Aplicó estos principios a Domingo Savio, alumno suyo entre 1854 y 1857. Hasta entonces, «como se acostumbraba en las escuelas», Domingo se había confesado y comulgado una vez al mes. En Valdocco, «comenzó a confesarse de quince en quince días, después cada ocho, y a comulgar con la misma frecuencia. Como viera el confesor (es decir, Don Bosco) el gran provecho que sacaba de las cosas espirituales, aconsejóle comulgar tres veces por semana, y, al cabo del año, le permitió hacerlo diariamente» 84. Domingo Savio, muy diverso de Miguel Magone, era ya una perfección en pequeño a su llegada a «la casa del Oratorio». Además, su decisión de «hacerse santo», que coincidió con progresos decisivos en su vida espiritual, tomó forma en la primavera de 1855. Hay que admitir que Don Bosco, que no le autorizó a comulgar diariamente sino seis meses después, era exigente. Pero, pasado ese tiempo, no consideró justo privar de esta satisfacción al jovencito. Sus disposiciones eran «perfectas»: «No se crea que no comprendía la importancia de lo que hacía y que no tenía un estilo de vida cristiana cual conviene a quien desea comulgar frecuentemente, pues su comportamiento era irreprensible» 85. Los principios estaban salvados. 71

La evolución práctica en Don Bosco, comenzada desde hacía años86, no quedó manifiesta sino en 186487. Se debió, a nuestro juicio, a diversas experiencias pedagógicas, que le habían revelado la eficacia de la Eucaristía en una vida espiritual88, y a la influencia de una corriente de pensamiento, que iba delineándose entonces en favor de la comunión frecuente89. El golpe decisivo, que dio libertad a su lengua, parece haber sido el libro del prior, Giuseppe Frassinetti: Las dos alegrías escondidas, que exaltaba la comunión frecuente y cotidiana juntamente con la castidad perfecta. Con mucha probabilidad, él conoció la obra y debió de haber decidido publicarla en las Lecturas Católicas90, cuando, con ocasión de unas Buenas Noches de junio de 1864, se atrevió a expresarse en estos términos: «Si queréis saber mi deseo, helo aquí: comulgad todos los días. ¿Espiritualmente? El Concilio de Trento dice: sacramentaliter! ¿Entonces? Entonces obrad así» 91. Desde entonces proponía la comunión frecuente, si no diaria, a todos aquéllos que, aun siendo mediocres, deseaban progresar en la vida espiritual. La práctica de la Iglesia primitiva, san Agustín, san Felipe Neri, le ayudaban a sostener su tesis. Retocó algunas obras publicadas anteriormente. La respuesta a la pregunta: «¿Qué queréis decir con las palabras (aplicadas a los primeros cristianos): Perseveraban en la fracción del pan?», ya no fue: «Estas palabras significaban que los primeros cristianos frecuentaban mucho la sagrada Eucaristía» 92; sino: «Estas palabras significan que los primeros cristianos frecuentaban mucho la sagrada comunión» 93. Y, en su opúsculo sobre la novena a María Auxiliadora, publicado en mayo de 1870, se puede leer esta doctrina proveniente de santo Tomás (pero tomada de Mons. de Ségur): «Cuando uno conoce por experiencia que la comunión diaria le ayuda a crecer en el amor a Dios, debe comulgar todos los días» 94. El permiso antes concedido con parsimonia se había convertido en una obligación. Quedaba en pie todavía una cautela. El discípulo de san Alfonso no admitía aún sin restricciones que el fiel en estado de gracia debiera normalmente comulgar en todas las misas a las que asistiera. Don Bosco no se inclinaba a resignarse a las comuniones mecánicas y de conveniencia. La comunión debe «ayudar a crecer en el amor a Dios». A su modo, también en esto expresaba su espíritu religioso y cristiano. Ningún progreso es posible fuera de Dios y de Cristo. La Encarnación exige buscar a Cristo en los sacramentos y, sobre todo, en el sacramento más grande, «el mayor prodigio del poder divino», por el cual «Dios encontró el medio de dar a nuestras almas un alimento proporcionado y espiritual, es decir, su propia divinidad» 95. Pero, ¿cómo pensar en encontrar a Dios y a Cristo, sino por medio de la caridad sobrenatural, que transfigura sólo a los que intentan buscarlos sin hiprocresía?

Ejercicios y devociones

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La búsqueda de Dios supone paciencia y requiere actos muchas veces muy humildes, pensaba Don Bosco. El jesuita Pasquale De Mattei, autor de un opúsculo para los jóvenes que le sirvió de modelo en la redacción de sus Seis domingos en honor de san Luis Gonzaga96, había creído oportuno poder proponer a los devotos de este santo, después de una consideración sobre san Luis y el amor a Dios, las siguientes prácticas: «1. Determinad hacer algunos actos de amor a Dios (…). 2. Cuando os sintáis desganados o fríos en vuestro amor a Dios, deteneos al menos en desear amarle. Este dolor y este deseo os atraerán el verdadero amor. 3. Alegraos de sufrir algo que Dios os envíe o algún dolor o alguna dificultad que encontréis en servirle» 97. Don Bosco descendió un piso con desenvoltura y, después de la misma consideración, escribió: «Procurad rezar las oraciones de la mañana y de la noche delante de una imagen de Jesús crucificado y besadla con frecuencia (…). Si podéis, haced una visita a Jesús sacramentado, especialmente donde esté expuesto para la adoración de las Cuarenta Horas» 98. José Cafasso le había trasmitido su gran estima de los ejercicios religiosos más ordinarios: los sacramentales, el uso del agua bendita, las oraciones de la mañana y de la noche, las visitas al Santísimo Sacramento, la adquisición de indulgencias, la señal de la cruz, el rosario,…99. Estos constituían, para él, la «corteza» del árbol espiritual. Sin ella, el árbol muere rápidamente100. Siguiendo las huellas de este maestro y seguro de su propia experiencia, enseñaba, por su parte, que «cada una de estas prácticas (…) contribuyen eficacísimamente a la mayor solidez del gran edificio de nuestra perfección y de nuestra salvación eterna» 101. Estereotipadas o no, no quería que fueran nunca complicadas ni difíciles de practicarse: «Por eso, yo aconsejaría muy mucho tener cuidado en no proponer más que medios sencillos, que ni asusten ni fatiguen al fiel cristiano, sobre todo si se trata de jóvenes. Los ayunos, las oraciones largas y otras prácticas duras por el estilo, acaban por no cumplirse o se hacen de mal humor y de cualquier manera. Atengámonos a lo fácil, pero hecho bien y con perseverancia» 102. Estos ejercicios debían ser tan variados como las virtudes103. Domingo Savio se ejercitaba tanto en la caridad fraterna como en la penitencia, en la pureza y en la piedad (es decir, en la virtud de religión). Después de haberle presentado en su cargo de enfermero, Don Bosco añadía: «De este modo tenía siempre abierto el camino para ejercitar la caridad con el prójimo y acrecentar sus méritos delante de Dios» 104. Nuestros dos santos estaban, sin embargo, lejos de ser esclavos de sus prácticas. Don Bosco no dio nunca la impresión de ser escrupuloso. Domingo Savio fue severamente corregido por él el día en que cayó en ese defecto; y se corrigió en seguida. Don Bosco presentaba como modelo a un Miguel Magone «nervioso, pero bueno y devoto», que «tenía en mucho aprecio los pequeños actos de devoción», y, sin embargo, «los hacía con alegría, con naturalidad y sin caer en escrúpulos» 105. El director de Valdocco pensaba aquí en los ejercicios diarios, semanales, mensuales, anuales o simplemente ocasionales, que figuraban en sus manuales de piedad y de los 73

que hemos tenido que tratar a veces en este trabajo: la señal de la cruz por la mañana, las oraciones del cristiano, la meditación, las jaculatorias, el rosario, la lectura espiritual, la asistencia a los oficios religiosos, el Oficio Parvo de la Sma. Virgen, la visita al Smo. Sacramento y a la Virgen, el examen de conciencia, la corona del sagrado Corazón de Jesús, la corona de la Virgen de los siete Dolores, el ejercicio de la buena muerte, el viacrucis, el mes de María, los seis domingos en honor de san Luis Gonzaga106, la novena de Navidad, etc. Recomendaba también los coloquios espirituales107, daba gran importancia a las fiestas religiosas, recurría a las «flores espirituales» durante las novenas que preparaban a estas solemnidades, y a los aguinaldos espirituales al comienzo del año nuevo108. Diremos a continuación que él propendía a reducir su número. De todos modos, es cierto que prácticas y ejercicios transmitidos por la tradición devocional local o universal eran numerosos en la vida y en las enseñanzas de Don Bosco109. Si se quiere saber cuáles eran los que él prefería, no se deberían citar la meditación ni el examen de conciencia, de los que habló bastante poco, excepto a sus religiosos; sino más bien, además del ejercicio de la buena muerte y los ejercicios espirituales anuales, la visita al Smo. Sacramento, tan apreciada por san Alfonso de Ligorio. En su visión de las cosas, la visita al Smo. Sacramento permitía a todo creyente encontrar a Cristo, amigo y alimento, y unirse a él durante el día, aun cuando no pudiera recibirle sacramentalmente. Bien hecha, colocaba al alma en una verdadera contemplación. La salvación eterna, la perseverancia final, la perfección espiritual, se tornaban más fáciles con esos instantes de recogimiento delante del sagrario. Don Bosco decía a los salesianos reunidos en ejercicios espirituales en 1868: «Váyase a los pies del tabernáculo, al menos para rezar un padrenuestro, avemaría y gloria, cuando no se pueda más. Basta esto para robustecernos frente a las tentaciones. Uno que tenga fe, que haga la visita a Jesús Sacramentado y la meditación todos los días, salvo que sea por un fin mundano, ése, digo yo, es imposible que peque» 110. «Tengo verdadero miedo de caer en pecado, hacía él decir a Miguel Magone; de ahí mis visitas a Jesús Sacramentado para suplicarle ayuda y fortaleza con que perseverar en su santa gracia» 111. El lector de la Vida de Domingo Savio conoce las largas contemplaciones silenciosas de este joven ante el sagrario e intuye la relación existente entre ellas y su amor heroico a Dios. En este ejercicio entraba ordinariamente la comunión espiritual. Según san Leonardo de Puerto Mauricio, de quien san Juan Bosco difundió un tratado eucarístico112, «algunos doctores no dudan en afirmar que se puede hacer la comunión espiritual a veces con tal fervor que se reciba en ella la misma gracia que si se comulgase sacramentalmente» 113. Don Bosco pensaba lo mismo y recomendaba con predilección este medio de unirse con Dios en todo momento: «Frecuenten en lo posible los santos sacramentos, y no se inquieten cuando esto no sea posible: hagan entonces con mayor frecuencia comuniones espirituales y confórmense con plena conformidad a la santa voluntad de Dios, amabilísima en todas las cosas» 114. Con la Biblia, cuyas máximas repetía con gusto, y con la enseñanza eclesiástica que 74

le era familiar, con los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, verdaderas columnas de su pedagogía religiosa, la comunión espiritual era uno de los medios con que él mismo se mantenía en la presencia de Dios. La mayor parte eran muy sencillos, fundados sobre una idea muy católica de la gracia divina, que da «el querer y el obrar»; y muy adaptados a una espiritualidad que no estaba en desacuerdo con la riqueza de la naturaleza humana.

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CAPÍTULO QUINTO

PERFECCIÓN CRISTIANA Y REALIZACIÓN HUMANA

La realización humana «¿Qué vas a hacer con Don Bosco?, replicaba a Francisco Provera, vocación tardía, un amigo al que acababa de comunicar su intención de compartir la vida salesiana. Esa casa no te conviene; ¡allí no se habla más que de la Virgen, del Padrenuestro y del paraíso!» 1. Sabemos, en realidad, que Don Bosco no escatimaba los medios que favorecían la vida espiritual. Sin embargo, la «naturaleza humana», enaltecida en sus libros, no quedaba nunca marginada bajo el oleaje de sus sermones, de los sacramentos, de las devociones y de los ejercicios de piedad, que podían dar la impresión de llevar a sus discípulos lejos del mundo y de sus alegrías. ¡Al contrario! Estos elementos contribuían también a asegurarles la paz y la alegría, tan fomentadas por su maestro, como tendremos ocasión de ver en seguida. Haciendo así, Don Bosco probablemente se apartaba de la tradición alfonsiana, menos atenta que él a las alegrías terrenas, para acercarse a la tradición oratoriana de san Felipe Neri y, a través de ésta, al conjunto del Renacimiento italiano. Le bastaba un adverbio para marcar sus distancias respecto de una proposición de san Alfonso. Según un pasaje de las Máximas eternas, san Alfonso parecía desconocer que el hombre tuviera otro fin que no fuera el ultraterreno: «Tú no has nacido ni debes vivir para divertirte, para enriquecerte y ser poderoso, para comer, beber y dormir, como los animales, sino solamente para amar a tu Dios y salvarte eternamente». El santo no veía, al parecer, en los bienes de aquí abajo sino medios ofrecidos al hombre «para ayudar(le) a alcanzar (su) gran fin» 2. En la adaptación de estas líneas para el Joven instruido, Don Bosco, que nunca habló explícitamente de dos fines, afirmando que «el único fin para el que (Dios) te creó consiste en conocerle, amarle y servirle en esta vida», añadió, a costa de una contradicción implícita: «Por lo tanto, no te hallas en el mundo sólo para divertirte, comer, beber y dormir y enriquecerte, como (hacen) los animales, sino que tu fin es amar a tu Dios y salvar tu alma» 3. Con esta expresión añadía un fin natural: divertirse, enriquecerse…, al fin sobrenatural, que parecía sostener como único: amar a Dios y salvar el alma. Su «método de vida», que era un método espiritual, bastaba, como lo explicaba a sus muchachos, para permitirles «poder ser –juntamente– el 76

consuelo de (vuestros) padres, el honor de (vuestra patria), buenos ciudadanos en la tierra y, después, moradores felices del cielo» 4. Por consiguiente, dicho método no apuntaba sólo al más allá. Él quería el perfeccionamiento de los legítimos deseos de sus discípulos y su felicidad en los dos órdenes, el de la gracia en primer lugar, pero también el de la naturaleza. Escribía a una señora: «Dios la haga feliz en el tiempo y en la eternidad» 5; a otra: «No dejaré de seguir (rezando), a fin de que Dios los conserve a todos en buena salud, en vida feliz y en su gracia» 6; a un tercero: «Trabajemos para ser felices en el tiempo, pero nunca nos olvidemos del fin sublime del hombre, que consiste en ser feliz por siempre en la bienaventurada eternidad» 7. La antropología dualista, que a veces parece apuntar en sus obras e inspirar sus disposiciones8, le era extraña. Una vida cristiana que pretendiera prescindir de los valores humanos le habría parecido sospechosa. Quiso a su alrededor el desarrollo físico, intelectual y moral de los hombres. Su cristianismo no sólo admitía, sino que exigía, una cierta realización humana.

La salud y el cuidado del cuerpo Su actitud en relación con los valores del cuerpo no siempre ha sido presentada bajo este aspecto. Ciertas imágenes y expresiones –auténticas, pero sin el necesario contrapeso– dificultan el exacto conocimiento del pensamiento de Don Bosco sobre el cuidado del cuerpo. Se le muestra trabajando hasta el alba durante sus estudios en Chieri y, a sus setenta años, precozmente consumido por una vida de trabajo sin remisión. Las frases: «Descansaré en el paraíso» y: «Será un gran triunfo el día en que se anuncie que un salesiano ha muerto trabajando», se han repetido hasta la saciedad9. En realidad, guiado por principios de sensatez y más equilibrado de cuanto puedan pensar algunos panegiristas, él no malgastaba sus propias fuerzas ni, menos aún, las de sus discípulos y colaboradores. Fiel a la recomendación del sueño de los nueve años, quiso ser «robusto» desde la infancia10. Algunas anécdotas, contadas por él y referidas por don Lemoyne, demuestran que, hasta los umbrales de su vejez, hacía alarde de su fuerza física11. Consideró siempre la salud como un gran bien: «un gran regalo del Señor» 12, «un don precioso del cielo» 13, un bien «indispensable» 14, «el primer tesoro después de la gracia de Dios» 15, etc. Ahora bien, el hombre sabio administra prudentemente los dones del cielo. Don Bosco tenía cuidado de la salud de sus muchachos y de sus colaboradores. Su correspondencia estaba cargada de recomendaciones muy concretas, que no eran fórmulas insignificantes. Rodeaba de cuidados a sus religiosos cansados. A uno, que se encontraba débil de salud le escribía: «Por lo demás, cuida tu salud; y, si el andar te fatiga, mándame estos pliegos sin molestarte» 16. «Cuídame a Don Bonetti y comienza, de mi parte, prohibiéndole rezar el breviario hasta que le vuelva a dar permiso para 77

hacerlo. Oblígale al debido descanso, a moverse, pero sin dar paseos que pudieran cansarle. Si no puede calentarse en su habitación, ponle en la del arzobispo de Buenos Aires17. Según una de sus frases de 1870 –que, a decir verdad, se refería a una sola casa–, no habría querido encontrar en sus obras más que muchachos «sanos, robustos y alegres»; habría deseado que, en todas partes, «se cierre la enfermería y se abran de par en par las puertas del comedor» 18. Su premurosa ternura llegaba a los más mínimos detalles: no abrigarse demasiado en los locales calientes; al salir, protegerse la nariz y la boca (y, de este modo, los pulmones) contra el frío intenso; no salir demasiado rápidamente del dormitorio por la mañana; procurar cubrirse bien los hombros y la garganta por la noche, etc.19 Eran preocupaciones verdaderamente maternales. Don Bosco hablaba muchas veces de las corrientes de aire, de los resfriados, de los sudores excesivos, del estar parados largo tiempo al sol; pero sin las exageraciones ni las gazmoñerías de un hombre o de una mujer de cortos alcances, dado que siempre tenía como norma la sencillez. Si, por tanto, la higiene de sus casas no era perfecta, las deficiencias no se han de atribuir a una ascesis inhumana, análoga a la de algún colegio de Montaigu. Don Bosco sufría la carencia de recursos de la clase popular al comienzo de la era industrial. Por consiguiente, los chicos de Valdocco muchas veces no estaban suficientemente abrigados. Se les servía una comida muy sencilla y sus ambientes comunes estaban superpoblados20. En esta obra, la mortalidad nos parece excesiva, aun careciendo de estadísticas y comparaciones precisas que esclarecerían, por sí solas, este punto. En 1878, cuando hubo una epidemia de conjuntivitis, una comisión médica hizo llegar a las autoridades de Turín un informe desfavorable sobre las condiciones sanitarias de la casa21. De todas estas consideraciones se podrá concluir que nuestro santo y sus jóvenes eran pobres auténticos y que la organización local dejaba probablemente que desear, pero no que él descuidase la salud de los suyos y practicase alegremente una estrecha austeridad, que estaría en contra de sus directrices y de sus normas. Quería que se cuidasen aquellos cuerpos de los que procuraba tener alejadas las enfermedades. No nos esperaremos de él recetas extraordinarias: repetía los consejos fundamentales que la experiencia le había enseñado. Los fármacos no le decían absolutamente nada. Si desconocía el valor de la hidroterapia y hacía ver los perjuicios del baño, sin decir una palabra sobre sus ventajas22, creía en los beneficios del sueño, de una buena alimentación, del trabajo interrumpido por intervalos razonables, del movimiento y de la tranquilidad mental. Con frecuencia le preocupaba la duración y la calidad del descanso nocturno de sus religiosos23. No los quería bajo presión desde el principio al final de su vida apostólica. Él mismo supo, a veces, descansar largamente después de sus enfermedades (de 1846, de 1872)… Un juego movimentado es saludable al joven, una caminata vigoriza a un adulto. Pensaba ya que el abuso de los vehículos (entonces lentísimos) y de los ferrocarriles debilitaba el organismo de sus contemporáneos24. A los deprimidos procuraba que recuperasen la alegría de vivir, alegrándoles con su sonrisa, con sus delicadezas y con el descubrimiento paciente de sus 78

cualidades y de los medios más oportunos para rehacerse25. La caridad, que quiere el bien de los demás, le inspiraba en esto como en todo lo demás.

Las razones morales y sociales de la cultura intelectual La caridad le guiaba también en la justificación de la cultura intelectual, aunque no necesariamente como, tal vez, nosotros querríamos. Según una obra de gran autoridad de don Ricaldone, «Don Bosco había trazado a don Barberis –autor, notémoslo, de un tratado de Pedagogía sagrada26– el verdadero fin de la educación intelectual: o sea acostumbrar al alumno a percibir, a reflexionar, a juzgar y a razonar rectamente» 27. De lejos, sí, sin duda; pero la literatura que se conserva del santo no da demasiada importancia a estos excelentes motivos para cultivar el espíritu. Él juzgaba a los hombres por su valor religioso, moral y social. Apreciaba sus virtudes y los servicios que prestaban a la comunidad humana. No pensaba, o muy poco, en la elevación del alma como fruto de la búsqueda de la verdad, elevación a la que la escuela dominicana, por ejemplo, es tan sensible. Justificaba el estudio, como cualquiera otra actividad, con la ley de los deberes del propio estado28 y por sus efectos purificadores y energéticos en el alma: combate el ocio, ayuda al desarrollo de la voluntad. Añadid a estos motivos morales los motivos sociales. En el mundo contemporáneo se impone una cierta cultura popular, la «sociedad» tiene necesidad de gente instruida y de estudiosos; es imposible servirla dignamente sin un mínimo de conocimientos. En fin, Don Bosco pensaba que la Iglesia en general, y su Congregación en particular, no podían prescindir de maestros de reconocida competencia. A pesar de la opinión contraria de algunos eclesiásticos de Turín, él quería que sus religiosos tuviesen títulos de las universidades oficiales, no por su bien personal natural, sino por las ventajas que producirían en su obra29. La curia de Turín, por el contrario, le reprochó que admitía a las órdenes sagradas a clérigos desprovistos de la ciencia suficiente. Juicio inexacto, que Don Bosco rechazaba con la lista de sus éxitos30. De cualquier edad que fuesen, sus estudiantes le oían repetir: «Después de la piedad, lo que más se recomienda es el amor al estudio»; y su maestro añadía: «Mediante el trabajo podéis haceros beneméritos de la sociedad, de la religión, y hacer el bien a vuestra propia alma, especialmente si ofrecéis a Dios vuestras ocupaciones diarias» 31.

La formación para la vida con la cultura profesional El mismo principio determinaba la seriedad de la cultura profesional que él se dio a sí mismo y a sus discípulos. La lectura de su «autobiografía» nos muestra cómo hasta la edad de treinta años y 79

aún después, el joven Bosco, que quería ser un sacerdote preparado, perfeccionó sus ideas y desarrolló sus propias capacidades. Recurrió a libros y maestros, observó, discutió, experimentó. Sus éxitos como predicador-acróbata fueron fruto de un trabajo perseverante. En sus comienzos de joven confesor, tuvo como guía, teórico y práctico, a José Cafasso. El mismo hombre de Dios le inició en el apostolado de los jóvenes descarriados. Conocemos la importancia que dio en su vida a los trabajos de imprenta. Ahora bien, sin preparación alguna para esta tarea cuando, en 1844, publicó su primera obra, diez años después se revelaba como un maestro consumado en este género de actividad. Y es que él había tenido el cuidado de dejarse controlar y dirigir de cerca. Un ejemplar interfoliado de los Seis domingos y la novena de san Luis Gonzaga (1846), conservado en los archivos centrales de la Congregación salesiana, bastaría para confirmárnoslo con sus múltiples correcciones de errores de ortografía, sintaxis y vocabulario, hechas por una mano amiga más experta. Las ediciones sucesivas de la Historia eclesiástica testifican sus progresos. En 1845, el libro, admirable en su «humilde sencillez», como afirmaba delicadamente Don Caviglia, no podía estar peor escrito: «puntuación extraña», «ortografía insegura», «lengua y estilo incorrectos o rebuscados» y «piamontesismos típicos» 32. La edición de 1870 saldrá muy mejorada33. Y, en 1874, ciertamente «merced a los buenos oficios de sus admiradores romanos»…, el prosista vacilante de Turín era admitido, bajo el pomposo nombre de Clístenes Casiopeo, en la Academia romana de la Arcadia, uno de los cenáculos del humanismo literario (y moralizante) de la Italia de la época34. Un riguroso examen de su obra demostraría, en fin, cuánto esfuerzo dedicó a estudiar la historia y la legislación de las órdenes, congregaciones y confraternidades de religiosos o de laicos, cuando se decidió a fundar la Sociedad salesiana, luego el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y la Pía Unión de los Cooperadores salesianos. Sus lecturas de historia de la Iglesia en el seminario de Chieri y, más tarde, en Turín, cuando había reunido el material de su Historia eclesiástica y de sus Vidas de los papas, le habían iniciado, de lejos, en esta actividad singular. No se contentó con eso y, sobre todo, a partir de 1857, se informó, en diversas fuentes, para ampliar sus conocimientos: el archivo salesiano central, algunas de sus afirmaciones y el análisis del texto de las Constituciones salesianas, no dejan lugar a dudas35. Por lo tanto, también en este sector, se preocupó de adquirir una cultura profesional. Sus jóvenes seguían el mismo itinerario, el que su maestro habría deseado que siguieran todos los jóvenes sin distinción. Ellos unían a la indispensable cultura religiosa una necesaria cultura especializada. En su apostolado con los jóvenes abandonados, había comenzado por la primera: su lección inicial fue una lección de catecismo36. Pero en seguida les dio un oficio. Una frase de las Constitucioones aprobadas en 1874 revela sus intenciones y, por otra parte, resume sus casi veinticinco años de trabajo: «(Los jóvenes de nuestras casas) mientras se forman en la fe católica, se les preparará para un arte u oficio» 37. El hombre debe poder ganarse la vida. Al salir de su escuela, los aprendices debían dominar un oficio, que les habría de librar más tarde del hambre y de 80

la miseria. La postura de Don Bosco aparece curiosamente reflejada en este pasaje de su biografía de san Pablo: «Había la costumbre, entre los judíos, de enseñar un oficio a los jóvenes al mismo tiempo que se dedicaban al estudio de la Biblia. Se intentaba así preservarlos de los peligros que la ociosidad lleva consigo y, también, ocupar el cuerpo y el espíritu, de modo que estuvieran en condiciones de ganarse el pan en las dificultades de la vida…» 38. Su interés, evidentemente predominante, por el valor moral de sus jóvenes no excluía su preocupación por su valor profesional.

La grandeza moral Como, en definitiva, se trataba de la salvación y de la santidad, y puesto que, según él, el desarrollo de las virtudes morales humanas, incluso hasta el heroísmo, iba al paso con el progreso de la santificación, Don Bosco no podía dejar de atribuir suma importancia al desarrollo de las virtudes de sus discípulos; de algunas en particular, que su temperamento, su misión y su vida unieron a su espiritualidad, hasta el punto de identificarse con ella. Además de la caridad fraterna y otras virtudes, como la castidad – de la que hablaremos en el capítulo dedicado a la ascesis– Don Bosco prefirió la energía, la audacia, la prudencia y la bondad sonriente, que veía con agrado en sus mejores discípulos y exaltó, por ejemplo, en su Vida de Domingo Savio.

La energía en el trabajo La energía alabada por Don Bosco se manifiesta en la vida cotidiana. Él amaba el trabajo. Con la «templanza», la actividad laboriosa, a la que se refería cuando usaba la palabra trabajo39, garantizaba la verdadera grandeza y la verdadera eficacia del hombre. «Por tu parte, recuerda siempre a todos nuestros salesianos el lema que hemos adoptado: Labor et temperantia. Con estas dos armas, nosotros lograremos vencer a todos y todo» 40. ¡Esta noble divisa pudiera parecer tal vez extraña a los que sólo recuerden al adolescente de doce años caminando sobre una cuerda! Tratemos de profundizarlo. Desde Siracusa hasta la frontera suiza, Italia es larga. En el siglo XIX, sus poblaciones se diferenciaban aún más que hoy. Juan Bosco no se formó en un ambiente napolitano, como podría suponer un francés, con razón o sin ella, ni según las costumbres de la Italia meridional, «en la que el derecho al descanso es tan sagrado como el derecho al trabajo y cuya regla de oro es que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar» 41; sino en tierras piamontesas, donde, por tradición, se afronta con decisión el trabajo, y en el mundo urbano de la Italia septentrional en la era preindustrial. Desde la infancia, los aforismos de su madre le enseñaron la necesidad del esfuerzo y de la habilidad en esta tierra42. Algunos campesinos intolerantes para con los indolentes, le dieron las primeras e incomparables lecciones acerca del modo de trabajar. Vivió en 81

contacto, más o menos estrecho, con artesanos y jefes de empresas turinesas, células de un mundo en el que florecía la religión del trabajo –el laborismo, como lo llamaría Emmanuel Mounier–, característica de la civilización capitalista y burguesa del siglo XIX. Obstinadamente positivos, estos fanáticos de las realidades terrestres detestaban a los parásitos, comenzando por los monjes y las monjas de los conventos y los claustros43. «La moral burguesa considera el trabajo como la primera virtud. Trabajo, perseverancia, honradez, ahorro» 44. San Juan Bosco empleaba, a veces, el mismo lenguaje. Su espiritualidad, nacida en el mundo moderno de Occidente en la era de la eficacia, recibió el influjo de la mentalidad de un siglo que rendía culto al trabajo. Él mismo trabajó intensamente y, análogamente, hizo trabajar a su alrededor. «Yo trabajo, escribía a Don Dalmazzo el 7 de mayo de 1880, y entiendo que todos los salesianos (deben) trabajar por la Iglesia hasta el último suspiro» 45. Hablaba con gusto del «trabajo inmenso» que tenía que llevar a cabo y de la incesante penuria de personal para su obra en continua expansión46. En algunos días sobrecargados, se le sorprendió escribiendo, él que estaba siempre tan sereno: «El trabajo me vuelve loco» 47, o: «Estoy casi ebrio (de trabajo)» 48, o: «No sé por dónde empezar ni por dónde concluir» 49. Su ejemplo no dejaba dormir a los perezosos. Logró infundir hábilmente en sus colaboradores su propio ardor, hasta el punto de poder agradecerles, con toda razón, en sus últimos años, que se hubieran «ofrecido a trabajar generosamente con él y compartir sus fatigas, su carga y su gloria en la tierra» 50. La laboriosidad de los grupos, que debían crear la Sociedad salesiana del comienzo del siglo XX, era efectivamente digna de admiración. Su filosofía de la vida, inspirada en la Biblia y en sus meditaciones sobre la historia de los hombres, justificaba el puesto de honor que daba al trabajo en su vida. Desde el principio, aún antes de pecar, el hombre trabajaba. «Dios, para enseñarnos que debemos huir de la ociosidad, impuso a Adán la ley del trabajo: pero esto solamente como diversión y sin que le costara fatiga alguna» 51. Según Job, explicaba a sus lectores, «el pájaro ha nacido para volar, el hombre para trabajar» 52. El trabajo está inscrito en el destino humano; sin trabajar, la humanidad perece. Por otra parte, el hombre ocioso se envilece, mientras que quien trabaja se ennoblece. Veía las pruebas de esta doble proposición, de un lado en las historias de Aníbal, inmerso en las delicias de Capua53, y de Antonio, seducido por Cleopatra54; de otro, en las de Augusto que, hecho emperador, seguía instruyéndose55; de Muratori, «uno de los hombres más doctos y más trabajadores de que pueda honrarse Italia» 56, y de muchos otros personajes intrépidos que presentaba con entusiasmo en sus libros. Deploró muchas veces los daños de la ociosidad soñadora. En una serie de Consignas para un joven que desea pasar bien sus vacaciones, folleto anónimo, pero al que había aportado una colaboración esencial, se encontraba esta frase que, después, parecerá tal vez fuera de moda: «Tu mayor enemigo es la ociosidad; combátela con tenacidad» 57. Por el contrario, el trabajo aleja los deseos 82

perversos y purifica a los hombres58. Pasando del individuo a la humanidad, comparaba ésta con una colmena, en la que cada uno debe cumplir una tarea determinada por disposición de la Providencia. Quien se exime de hacerla o la descuida es un parásito, un ladrón verdaderamente repugnante. Le gustaba repetir con san Pablo: «El que no quiera trabajar, que no coma» 59. En concreto, nosotros no hacemos sino mencionar aquí la razón principal del trabajo humano según san Juan Bosco. Querido por Dios, el trabajo debe servir a Dios. El verdadero cristiano es un buen servidor que espera el salario en el más allá. «En los padecimientos y en las fatigas no olvidemos que nos espera gran premio en el cielo» 60. Si fraternizaba con un mundo de horizontes limitados, con el que condividía «el amor al trabajo», hasta el punto de recomendarlo a sus muchachos en su reglamento61, superaba los móviles vulgares con los que el mundo se contentaba: el interés inmediato y la ambición; para buscar otros en la naturaleza del hombre, en el cuerpo social y, sobre todo, en el destino sobrenatural de la creatura redimida62.

La audacia y la prudencia Con la energía en el trabajo, las virtudes de la fortaleza y de la prudencia cristianas, unidas, le permitían vivir su santidad en una era de agitación, de eficacia y de presiones incontrolables. Encontraba el modo de abrirse camino, de afirmarse y, con toda caridad, de ser lo opuesto de un vulgar imitador. Un autor por lo menos ha afirmado que el don de la sabiduría fue característico de su santidad63. Observémosle de nuevo crecer e imponerse en el siglo XIX, este pequeño campesino de la Italia del Norte, que echó las bases de una de las mayores empresas de la catolicidad contemporánea. Habría podido ser un campesino industrioso de la región de Asti, o un discípulo edificante de san Francisco de Asís, o un párroco piamontés entregado a sus feligreses. La vida le ofreció sucesivamente estas carreras de modo bien preciso, juntamente con otras también bien determinadas64. Si escogió caminos diferentes, que él mismo tuvo que desbrozar: apóstol de los muchachos sin casa, editor católico, constructor de iglesias y fundador de sociedades religiosas, todo esto se debe a una audacia excepcional que Dios bendijo con el éxito. Esta virtud no carecía de raíces en su tierra. El siglo XIX turinés era favorable a las vocaciones fuera de lo ordinario… Diversos aventureros dejaron el Piamonte para buscar fortuna en una u otra América. Hombres de negocios fundaron empresas prósperas en la ciudad de Turín en expansión. Hombres políticos, muchos de ellos relacionados con Don Bosco, fueron los artífices de la unidad italiana entre 1850 y 1870. El ambiente en que se movía nutría ambiciones hasta entonces inauditas. Personalmente, la audacia le era connatural. Su temperamento no se habría adaptado a una existencia de funcionario insignificante, meticuloso y seguro del mañana. 83

Se imponía a la atención de los demás por sus cualidades de jefe y sus puntos de vista originales. Sobresalió siempre entre sus colegas: compañeros de juegos de su infancia, camaradas de colegio y de seminario, sacerdotes de la diócesis de Turín65. Según una «tradición», que sería interesante poder comprobar, su originalidad llamaba la atención del mejor conocedor de su alma. A la pregunta: «¿Quién es Don Bosco?», Don Cafasso habría respondido enigmáticamente: «¡Misterio!» 66. Sea lo que fuere de esta «palabra», Don Bosco sorprendió por sus iniciativas incluso a los que estaban más próximos a él. Pero el «misterio» que le rodeaba no le aislaba. Juan Bosco coaligó múltiples fuerzas a su alrededor. Arrastraba a batallas que, sin el Evangelio, habrían sido despiadadas. En el sueño de los nueve años, su primer instinto fue golpear. A su hermano Antonio, que ridiculizaba su interés por el estudio, le respondió sin amabilidad67 y, a sus diecisiete años, molió a golpes a algunos coetáneos suyos que maltrataban a Luis Comollo68. Este gusto por la lucha aparecerá más tarde en sus polémicas contra los valdenses, los protestantes y los anticlericales. Su literatura nos muestra que, en su edad madura, la fogosidad no había desaparecido de su carácter. En el siglo XVIII y con otra vocación, hubiera podido ser un buen oficial de los Estados sardos, reserva militar de la península. Hombre de acción, no se aventuraba en el mundo de las teorías. Las audacias de san Juan Bosco no afectaron a sus principios, excepto en el campo de la educación, aunque podamos poner este punto en duda69. Nosotros sabemos cada vez mejor que su filosofía, su teología, sus ideas sociales y políticas, seguras a decir verdad y, según la necesidad, flexibilizadas por su experiencia, fueron las de maestros y autoridades avalados por la Iglesia. Don Bosco no pretendía sostener posiciones doctrinales originales, ni siquiera escoger entre opiniones discutidas70. Su lugar no está al lado de los sacerdotes Gioberti y Rosmini, sino más bien de san Vicente de Paúl y del Cura de Ars. Su pensamiento puede llevar la marca única de su alma: nunca fue temerario. Como el de san Vicente, su espíritu, siempre alerta, se sentía estimulado por la búsqueda y la preparación de los medios de apostolado. Sabemos que no tenía miedo de comprometer su propia paz y su seguridad en la evangelización de los jóvenes aprendices, en primer lugar; luego, en el lanzamiento de las Lecturas Católicas, que le procuraron amenazas concretas e intentos de homicidio. Su audacia fue, por lo menos, igualmente evidente en la creación de una Congregación mundial, a pesar de la resistencia de dos arzobispos sucesivos de Turín, Riccardi di Netro y, luego, sobre todo, Gastaldi. La pobreza de sus recursos aumentaba aún más el mérito de sus innumerables empresas: Don Bosco sólo disponía de recursos de suerte; y, en los comienzos de su obra maestra, no se encuentran a su lado colaboradores adultos, como los que tuvo san Ignacio de Loyola, sino jóvenes que no demostraban ser todos unos genios. Sin embargo, él se atrevió… Por lo demás, carecía de toda clase de presunción. Siempre inteligente, sabía temperar su audacia con la reflexión y la dirigía con la prudencia y con otras virtudes tal vez no muy conocidas en él y en su espiritualidad. Sus confidencias de la vejez atestiguan que, durante toda su vida, pidió consejo y tuvo en cuenta opiniones de otros, vinieran de su madre, de Luis Comollo, del párroco Comollo, tío del anterior, de Don 84

Cafasso, del arzobispo Fransoni, del ministro Rattazzi o de Pío IX71. «Nunca di un paso sin el consentimiento» de mi arzobispo, decía un día a Miguel Cavour, padre del célebre Camilo72. ¡Es verdad que esto sucedía en 1846, que el arzobispo se llamaba Fransoni y que sus órdenes no contradecían los deseos del soberano pontífice! Pero Don Bosco no se abandonaba a su inspiración; sus mismos sueños eran más controlados de cuanto tal vez se haya pensado. La fórmula frecuente en su país: alla buona, no le gustaba. «Decir que se va adelante a la buena, solía decir, es lo mismo que decir que se va mal» 73. Tomaba sus decisiones después de reflexión, a veces rápida, pero siempre atenta a las situaciones. Maduró durante mucho tiempo y retocó varias veces sus reglamentos de oratorios y de sociedades religiosas, que tuvieron, finalmente, las garantías conjuntas de múltiples modelos y de su propia experiencia74. Con el pasar de los años, recomendaba más insistentemente, parece ser, la calma, la espera e incluso el aplazamiento, a algunos discípulos fácilmente fogosos y temerarios75. Su audacia no era provocatoria, como veremos. Su actividad no era la de un egoísta que exhibe sus cualidades, ni la de un incivil que ignora la presencia de otros. Su pedagogía suponía el respeto delicado a las personas: educó humildemente a niños de quienes casi nadie se ocupaba; reunió a personas para trabajar sin ostentación en su educación humana y sobrenatural; escribió sin refinamientos, sólo para instruir a sus lectores. Sus talentos pertenecían a Dios, a la Iglesia y a la «sociedad». La prudencia le desaconsejaba, entre otras cosas, la agitación sistemática, desordenada, irreflexiva y, por tanto, inútil si no nociva. Repetía: «Haced lo que podáis; Dios hará lo que nosotros no podemos hacer» 76; y: «Trabajad, mas sólo lo que os permitan vuestras fuerzas» 77. Sabía que el trabajo es un medio y no lo idolatraba. Por otra parte, era hábil: recordemos sus talentos de diplomático. Es verdad que, según una frase suya, cuando se trataba de «salvar a la juventud en peligro» y de «ganar almas para Dios», se lanzaba «adelante hasta la temeridad» 78. No se puede, en efecto, negar lo que su vida entera manifestó. Pero don Ceria, apoyándose en una conversación del santo con Julio Barberis en 1876, resumía justamente «el espíritu propio de la Sociedad salesiana», aquí identificado, como es usual, con el de su fundador: «No enfrentarse nunca con los adversarios, ni obstinarse tercamente en trabajar donde no se puede hacer nada, sino ir adonde puedan emplearse útilmente las fuerzas» 79. Coherente con este principio, el santo desgranaba consejos llenos de vieja prudencia: probad el valor de las personas80, proceded en todo con «la prudencia de la serpiente» unida a «la sencillez de la paloma» 81, no pretendáis desconsideradamente mejorar el mundo con peligro de destruir lo que existe, porque «lo mejor es enemigo de lo bueno» 82 y, aun buscando la perfección, sabed «contentaros con lo mediocre» 83. La marcha hacia Dios de un hijo del Reino era así entendida por Don Bosco, que supo útilmente combatir y ser hábil. Predicaba, con su vida como con sus exhortaciones, la energía y la prudencia, la audacia y la cordura. Haberlas practicado simultáneamente le impidió, sin duda, haber sido un meteoro inútil en la historia. 85

La bondad y la dulzura En una palabra, Don Bosco nunca deslumbró a nadie. Los testigos de su madurez conservan el recuerdo de un hombre sonriente, sencillo y de bondad exquisita, entendiendo por esta característica una afabilidad única, que es «la voluntad habitual de alegrar al prójimo, impidiéndole estar triste» 84. Su palabra había hechizado a muchos de tales testigos. Había tenido para con sus hijos, los salesianos, para con sus cooperadores, seglares y eclesiásticos, y para con sus muchachos, delicadezas sin cuento: intervenciones desinteresadas, pequeños regalos, cartas amables, gestos de atención, palabras tranquilizadoras, cuyo solo recuerdo serenaba los corazones85. «Todos cuantos tuvieron la dicha de vivir a su lado, escribía por experiencia don Pablo Albera, atestiguan que su mirada rebosaba caridad y ternura y que ejercía por eso una atracción irresistible en los jóvenes. (…) De temperamento profundamente humano, manifestaba estima y afecto hacia todos sus alumnos…» 86. En cuanto a los adultos, muchos se consideraron sus predilectos87. Porque él quería, naturalmente, difundir la felicidad a su alrededor y en eso encontraba su gozo. Motivos sencillos predisponían su corazón, fácilmente inclinado a amar, a la bondad –es significativa su amistad de adolescente con Luis Comollo–: el atractivo del mundo y de una naturaleza humana que el pecado no ha envilecido completamente, la debilidad ingenua o digna de compasión de niños y adultos88, y muchos ejemplos que le hicieron pensar. Luis Comollo era afable y alegre, delicado y lleno de atenciones89. La bondad de José Cafasso, de calidad ciertamente excepcional, era dulce y comprensiva. Don Bosco se inspiró en ella de tal modo que algunos retratos que él trazó de este santo en sus oraciones fúnebres de 1860 podrían servir tanto para el maestro como para el discípulo. Este, por ejemplo, que se podría pensar lo hubiera escrito algún testigo de sus audiencias interminables en sus últimos años: «A veces, estaba cansado hasta el punto de no poder hacer oír el sonido de su voz; y, sin embargo, obligado con frecuencia a tratar con gente ruda, incapaz de comprender nada o que nunca estaba satisfecha, conservaba su rostro siempre sereno y se mantenía afable en sus palabras, sin dejar escapar nunca una palabra o un gesto que manifestara impaciencia» 90. Siguiendo el ejemplo de don Cafasso, Don Bosco, aunque audaz y enérgico como hemos intentado presentarlo, era contrario al rigor militar de los métodos «represivos» 91 y rodeaba su bondad con el barniz de la dulzura. Cuando, después de algunos desengaños, llegó, por fin, a adquirir esta cualidad, ninguna expresión austera ni desabrida, que él había lamentado en el clero de su infancia92, la ocultó a los ojos de sus más próximos y de los observadores de su vida. Escogió por principio la bondad visible y palpable, la mansedumbre en los modos de comportarse, la valorización de las cualidades de los demás, el silencio sobre sus defectos y la búsqueda sistemática de su bien humano y sobrenatural. Escribía a don Cagliero: «Caridad, paciencia, dulzura, nunca reprensiones humillantes, nunca castigos; hacer el bien a quien se pueda y mal a ninguno» 93; y a don 86

Bonetti: «Haz de manera que aquellos con quienes hables, se hagan amigos tuyos» 94. Todas las categorías de personas se beneficiaron de su dulzura: chicos mal educados95, funcionarios sin miramientos, sacerdotes (y obispos) más o menos hostiles y hasta auténticos bandidos que le atacaban en el camino. La dulzura paciente de Don Bosco terminó por dar a su santidad el sello característico en el mundo de los santos canonizados. Preséntese su fisonomía ante un auditorio competente y se verá que los rostros se relajan para asemejarse al suyo. Bajo cierto punto de vista, esta dulzura era táctica. Preocupado por llevar a los hombres a Dios, Don Bosco tenía presente con gusto la seducción de la bondad, la que se le había enseñado en el sueño de los nueve años, y la fuerza que ésa da al apóstol. Suplicaba a los directores salesianos que escogieran, para mandar, fórmulas que respirasen serenidad, y añadía: «La experiencia enseña que estos modos, usados a tiempo, son de gran eficacia» 96. A algún malicioso le bastaría esto, tal vez, para considerarlo un maestro hipócrita. En realidad, en la raíz de su bondad estaba la caridad, tal como la enseñaba san Pablo y que es algo muy diverso: «La caridad es benigna y paciente… Todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo» 97. La bondad y la dulzura, siervas de la caridad y virtudes auténticas, formaban parte de los fundamentos de su espiritualidad.

La alegría y la paz La alegría y la paz eran para él los frutos de la virtud de la caridad, en primer lugar; y, por otra parte, condicionaban su próspero desarrollo. Sucedía a veces que en la edad madura, escribiendo una carta, nuestro santo se pusiese a componer versos como muchas más había hecho en la juventud98. Uno de sus destinatarios recibió un día esta cuarteta sin pretensiones: «Sed vosotros todos buenos, siempre alegres y amistosos, sabiendo que el ser dichosos es fruto del buen obrar»99.

Estos versos contenían, para Don Bosco, una verdad importante: la alegría es fruto de la virtud. Él coronaba con la alegría su edificio espiritual. Desde su infancia, tuvo siempre debilidad por la alegría, pues era por temperamento, según una excelente fórmula de Caviglia, «un santo de buen humor». Observador finísimo y muy sensible a las situaciones humorísticas, le gustaba mucho bromear. Bromeó con canónigos100, gobernantes y sacerdotes101, compañeros ingenuos del colegio eclesiástico102, etc. Se reía gustoso con los suyos: llamaba marqués, caballero o poeta a trabajadores humildes, cuyas familias eran todo lo contrario que nobles103; bromeaba con un buen sacerdote mortificado por su pequeña estatura104, o con un

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clérigo que se lamentaba de su trabajo105; sonreía ante un título académico que, por casualidad, había creído oportuno aceptar106; se reía con sus amigos de un ministro que le había dado una cantidad irrisoria para sus misiones: «esto es mejor que un puñetazo en un ojo, como dice Gianduia» 107… No por nada san Felipe Neri y san Francisco de Sales eran sus modelos preferidos. Quería, pues, vivir en la alegría. La frase del Eclesiastés según la Vulgata: «He comprendido que no hay nada mejor que estar alegre y hacer el bien durante la vida» 108, le pareció tan preciosa que la escribió en una señal de su breviario109. Una prueba, entre otras muchas, de su amor a la alegría: el «rostro alegre» y «el aspecto sonriente» de Domingo Savio le llamaron la atención desde su primer encuentro con el adolescente110. Y predicó siempre la alegría. Ciertamente había ya iniciado su campaña hacia 1832, cuando, a sus diecisiete o dieciocho años, fundaba la Sociedad de la alegría. La denominación se adaptaba perfectamente a dicha compañía, dirá más tarde, «ya que era obligación estricta de cada uno buscar buenos libros y suscitar conversaciones y pasatiempos que pudieran contribuir a estar alegres; por el contrario, estaba prohibido todo lo que ocasionara tristeza» 111. En 1841, una de las finalidades de su oratorio fue, con toda intención, tener alegres a los jóvenes de Turín. Él entonces entraba en los puntos de vista de san Felipe Neri que, tres siglos antes, había dicho: «Hijos míos, estad alegres: no quiero escrúpulos ni melancolías; me basta que no cometáis pecados» 112; y en los de los autores de la tradición de san Luis Gonzaga. Uno de éstos, anónimo, había impreso en Turín, en 1836, estas sugerencias que podrían ser de Don Bosco: «Estad alegres en el Señor, divertíos, alegraos, regocijaos, tenéis toda la razón. Dios os quiere así y vosotros seréis además amados por los hombres» 113. Conocía ya el Servite Domino in laetitia, uno de los estribillos de Luis Comollo114, que luego había de añadir a la Guía angélica, compilada por él para ponerla después como introducción al Joven instruido115. Hay que matizar la calidad de su alegría. Don Bosco se imponía la moderación y su alegría era serena. Repetía la frase de san Felipe Neri: «Evitad la alegría exagerada, que destruye el poco bien que se ha atesorado» 116. Con razón, quien le conoció o lo ha estudiado de cerca le ve sólo sonriente y distendido; no se lo imagina riendo a carcajadas117. En la edad madura, después de algunas impaciencias de su juventud, Don Bosco unía efectivamente a sus palabras y acciones la calma, la bondad y la delicadeza. Ciertos retratos, que irritaban a don Ceria118, le han presentado con un aspecto insulso y una sonrisa mecánica. Por otro lado, más sugestivo acaso, pero no más atinado, un biógrafo de buena voluntad ha hecho de él el retrato de un aventurero119. ¡Nada de eso! Un artista debería ser capaz de restituirnos el destello picarón, que transfiguraba la mirada de su alma profunda y perspicaz, y la paz tranquila de un rostro que, a veces, bastaba para devolver la serenidad a corazones desgarrados. A los impacientes, que querían resolver en un santiamén asuntos complejos, solía 88

responder: «Con calma, con calma, que tenemos prisa» 120. Y permanecía tranquilo y amable, practicando maravillosamente la eutrapelia, esa virtud que él, sin saberlo, ha entregado a la cultura del tiempo libre que habría de nacer de la era industrial121. Ni agitación ni marasmo, ni tumulto ni tensión, sino paz y serenidad; y de todo esto, un clima favorable al bien moral. He ahí, según él, las condiciones y los efectos de la alegría, que se refleja en el alma liberada, serena y abierta a Dios. La alegría que él preconizaba era una puerta abierta a la gracia.

Un humanismo abierto Si el humanismo es una doctrina que pretende hacer feliz al hombre con sus recursos humanos, no puede dudarse que la espiritualidad de Don Bosco aparece como una forma de humanismo. Él quería hacer felices a los hombres con su naturaleza, con sus posibilidades físicas y morales y en el mundo que les es propio hasta la muerte122. Pero estaba igualmente convencido de que la felicidad no es posible sin Dios y sin una relación auténtica con él. Don Bosco hablaba de la «verdadera alegría», que procede «del corazón, de una conciencia tranquila» 123. Siempre sostuvo, desde el principio hasta el final de su vida sacerdotal: «Vemos que los que viven en gracia de Dios están siempre alegres e, incluso en las aflicciones, tienen el corazón contento. Por el contrario, los que se entregan a los placeres viven descontentos e inquietos y se esfuerzan en hallar la paz en sus pasatiempos, pero son cada día más desgraciados: No hay paz para los malos (dice el Señor)» 124. Admitamos la exageración pedagógica de esta sentencia, que opone de forma ruda la alegría del devoto a la pena del malvado. Queda en pie que, según él, la función de la «religión» (es decir, en su lenguaje, de la vida con Dios y de los medios que la aseguran) es preeminente en el origen y en la conservación de la «verdadera alegría». Para evitar cualquier malentendido, quien quiera interpretar la frase de Domingo Savio a su compañero Gavio: «Sabrás que aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres» 125, debe tenerlo en cuenta. Es sabido que Don Bosco, que la colocó intencionadamente en una de sus biografías didácticas, cultivaba las alegrías humanas más sencillas, las que provienen de una botella de Frontignan126, de una buena comida en el colegio127, de un estirar las piernas en un campo de juego128; y las alegrías humanas más nobles, como la amistad entre dos adolescentes apasionados de la perfección129. Exaltaba esta alegría de gran valor, que es el fruto raro y deleitoso de la virtud130. Pero quería, de todos modos, una alegría arraigada en Dios, que respeta su voluntad y se conforma a ella. Según una frase que hay que leer con sus intencionadas repeticiones, deseaba que nosotros «estemos de verdad alegres de cuerpo y alma y que hagamos ver al mundo cómo se puede estar muy alegres de alma y cuerpo, sin ofender al Señor» 131. Esta alegría del alma era, de algún modo, sobrenatural. Esquematizando su pensamiento, él llegaba a decir que «solamente la práctica 89

constante de la religión puede hacernos felices en el tiempo y en la eternidad» 132. De un modo o de otro, repetía «que, con el sustento del cuerpo, el hombre necesita el consuelo del espíritu, y que éste no puede encontrarse nada más que en la religión, que es la única que puede elevar los pensamientos y los afectos del alma hasta el bien sublime y perfecto, que no se encuentra en la vida presente» 133. Sin la «religión», tanto los individuos como las naciones se hunden, pues «sólo ella es el fundamento de los imperios, sólo ella puede asegurar la felicidad de los pueblos» 134. Su temor de que la cultura escolástica de la inteligencia, basada en aquel tiempo casi enteramente en la explicación de textos antiguos, no engendra espíritus suficientemente cristianos y pone en peligro su verdadera felicidad, es perfectamente comprensible. De hecho, intervino con energía en la querella surgida, en la mitad del siglo XIX, acerca de la introducción de los autores paganos en la escuela secundaria, y estuvo más de acuerdo con el sacerdote Gaume135 que con Mons. Dupanloup136. Su principio era que hacía falta expurgar estos autores e, incluso, preferir a ellos los autores latinos cristianos. Sustituyendo aquéllos con éstos «quizá podremos así remediar un mal muy grande de nuestros tiempos», explicaba a los directores de sus casas el 27 de julio de 1875137. Si tenía razón o no, la respuesta a esta difícil cuestión no nos atañe. Aquí nos interesa únicamente su rechazo de una cultura cerrada y de un mero humanismo, es decir, de un humanismo pagano. Mientras no se abandone a la gracia de Dios, la naturaleza es, por sí misma, incompleta. Ella espera este rocío; pero cuando lo recibe, ¡qué felicidad! Hasta la muerte se transfigura en un «sueño de dicha» 138. El cardenal Alimonda, en una oración fúnebre pronunciada treinta días después de la muerte de su viejo amigo, decía con razón, aunque con una cierta pedantería, que «en ellos (los discípulos de Don Bosco) el cuerpo está satisfecho y el espíritu vive en la alegría, porque la religión fortalece la naturaleza y la caridad perfecciona la ciencia» 139. El observador será tanto más sensible a esta condición incompleta del hombre según nuestro autor, en cuanto que –como san Francisco de Sales, más severo de lo que las apariencias pudieran suponer–, Don Bosco daba a la ascesis una gran importancia en la vida del hombre espiritual cristiano. No hay felicidad sin Dios, ni hay tampoco santidad sin renuncia.

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CAPÍTULO SEXTO

LA INDISPENSABLE ASCESIS

La «templanza» Hay que darse cuenta y admitir que la sonrisa y la delicadeza de Don Bosco no sólo escondían un auténtico espíritu de ascesis, sino que la misma ascesis ocupaba un puesto de primordial importancia en su enseñanza. Dos citas comenzarán a convencernos de ello: «Desprendamos nuestro corazón de los placeres de esta tierra, elevemos nuestro espíritu hacia la patria celestial, donde gozaremos de los bienes verdaderos. Muchos enemigos nos tienden insidias y tratan de llevarnos al abismo. Nosotros tenemos que combatir valientemente contra ellos; que nuestro escudo sea, como dice san Pablo, una fe viva, una fe activa que nos haga abandonar el mal y amar la virtud» 1; y, todavía con mayor fuerza: «Quien quiera salvarse ha de meterse la eternidad en la mente, a Dios en el corazón y el mundo bajo los pies» 2. Los que le imaginan complaciente y dulzón, ¿han meditado en la divisa que dejó a su Sociedad religiosa? Su lema: Trabajo y templanza, comprendía un programa de luchas y de privaciones dolorosas, es decir, un programa real de ascesis, si se quiere dar al término toda su amplitud cristiana, en primer lugar de privación y, luego y sobre todo, de «aceptación» no fácil. Porque, conviene subrayarlo con un autor contemporáneo, «nosotros solemos considerar que el cristiano que se impone un ayuno practica la ascesis; pero también debemos considerar (…) que aquéllos de entre nosotros que han sufrido hambre en campos de concentración, podían practicar la ascesis cristiana aceptando, en cierta manera e interiormente, la privación que les era impuesta desde fuera» 3. Don Bosco enseñaba la limitación voluntaria del placer y la aceptación de una vida que lleva siempre sufrimientos. No atenuemos la «templanza» de su lema. La palabra templanza significaba la abstención deliberada de las satisfacciones de los sentidos, como el mirar, el comer, el beber, el dormir y evidentemente el tocar y el oír, con una cierta inclinación a subrayar todas las formas de austeridad y de penitencia. «Amaré y practicaré el retiro y la templanza en el comer y beber, y no tomaré más descanso que las horas estrictamente necesarias para la salud», escribía el joven clérigo Bosco4. Casi al final de su vida, el texto auténtico de un sueño de 1881 explicaba: «Sobre la templanza: Si quitas la leña, se acaba el fuego. Haz pacto con tus ojos, con la gula y con el sueño, para que estos enemigos no perjudiquen a vuestras (sic) almas. La intemperancia y la castidad no 91

pueden vivir juntas» 5. No dejemos de resaltar estas frases explicativas, que hacen ver la polivalencia de la palabra: «Jesucristo recomendaba la templanza enseñando que, si no hacemos penitencia, todos pereceremos eternamente» 6; y: «El cuarto secreto (de don Cafasso para hacer mucho bien) es su templanza, que podríamos mejor llamar su rigurosa penitencia» 7. Templanza significaba para él no solamente sobriedad, sino austeridad. Don Bosco ponía atención en no vaciar el dinamismo de la vida cristiana. Quienes aspiren a la santidad deberán necesariamente abrazar una u otra forma de ascesis.

Las penitencias aflictivas Su sentido de la moderación podría llevarnos a engaño. Pero, mientras, por una parte, en sus normas no aparecían penitencias «aflictivas», como ayunos severos, cilicios, disciplinas…, de las que él, generalmente, desconfiaba, por otra, las respetaba y, con mesura, las recomendaba. En el seminario, había imitado a Luis Comollo en todo, menos en las austeridades. Volvamos a leer detalladamente esta confesión ya señalada en otro capítulo: «En una sola cosa ni siquiera traté de imitarle: en la mortificación. No acababa de comprender que un joven de diecinueve años tuviese que ayunar rigurosamente durante toda la cuaresma y otros tiempos mandados por la Iglesia; y ayunar todos los sábados en honor de la Sma. Virgen, renunciar a menudo al desayuno de la mañana, comer a veces a pan y agua y soportar cualquier desprecio e injuria, sin dar la más mínima señal de resentimiento. Todo esto me desconcertaba. Verle cumplir tan exactamente los deberes de estudio y piedad» 8. Alguno querrá descubrir en estas líneas una cierta envidia virtuosa. Pudiera ser; pero acérquelas a las observaciones que hacía a Domingo Savio, a Miguel Magone y a Miguel Rua, que buscaban el sufrimiento físico para santificarse9. Recuerde, además, la tradición alfonsiana, poco favorable a las mortificaciones de este género en favor de otras, de las que vamos a hablar10 y que el simple cristiano fácilmente considera reservadas a los santos de alma resistente, categoría en que siempre es presuntuoso clasificarse. No sin humorismo, José Cafasso había dicho que, para someterse a las mortificaciones aflictivas, hacía falta ser «almas más grandes que las nuestras»; y había aconsejado a sus auditorios de sacerdotes «pequeñas privaciones, una palabra, una mirada, una nonada, una satisfacción menos; podría defenderme, excusarme, divertirme, aceptar este deseo; y decimos: que esto sea una prueba que quiera decir que amo (a Dios)» 11. Y este santo no era nada delicado consigo mismo12. Ne quid nimis!, en una palabra. La prudencia debe decidir. Don Bosco no suprimió nunca de su ascesis la abstención deliberada de las alegrías de la vida. A sus jóvenes prohibía las mortificaciones duras, «por no ser propio de su edad» 13. El capítulo que dedicó a las «penitencias aflictivas corporales» de Domingo Savio comenzaba con esta 92

declaración: «Su edad, su poca salud, su inocencia, le hubieran, sin duda, eximido de toda penitencia» 14; según la cual, si la interpretamos lógicamente, debemos concluir que un adulto con buena salud hace bien en mortificar su cuerpo. Su equilibrada doctrina acerca de las penitencias aflictivas no eliminaba de la vida cristiana la ascesis y ni siquiera las prácticas ascéticas severas, de las que una religión rigorista había hecho un uso, a su parecer, demasiado exagerado en las generaciones anteriores. De hecho, consideraba la ascesis como algo inseparable de las enseñanzas vividas por Jesucristo.

Los motivos de la ascesis Su ascetismo era razonado, como puede demostrarse sin dificultad con un examen de sus palabras y de sus escritos. Si es verdad que el hombre espiritual no está obligado a tener en sí mismo, bajo forma de ideas claras y, a fortiori, a explicar los motivos que le determinan en sus decisiones, sin embargo, sus intenciones –aunque no ordenadas en forma sistemática– pueden ser muy esclarecedoras. Quien lee a Don Bosco no encontrará muchos motivos humanos de sus austeridades. Hay ascesis humanas: san Pablo mismo notaba que, por una corona perecedera, el atleta se impone un régimen severo15. Nuestro santo da la impresión de haberse preocupado poco de los beneficios naturales de las prácticas ascéticas. De vez en cuando, como consecuencia de una antropología vagamente platónica, una de sus frases recordaba que «nuestro cuerpo es el opresor del alma»; que se asemeja a un caballo indómito que hay que domarlo con la mortificación16… Esto es todo. Los motivos que él aducía eran, las más de las veces, de otra naturaleza: prevenir o expiar el pecado, encaminar hacia la contemplación y, sobre todo, imitar a Cristo crucificado. Después de la caída de Adán, hay en el hombre un foco de pecado. Quien desobedece a Dios, no puede ya dominarse a sí mismo sin grandes esfuerzos17. Las mortificaciones corporales, que ponen el cuerpo a disposición del espíritu, ayudan a éste a vencer tentaciones que podrían arrastrarle lejos de Dios. Domingo Savio «sabía que difícilmente puede conservar un joven la inocencia sin la penitencia» 18; y Don Bosco le alababa. (En rigor, si tenemos más en cuenta el espíritu que la letra del texto, habríamos de decir que esta convicción era ante todo del biógrafo, el cual, aquí, la atribuía al héroe, no sin serias razones). Las mortificaciones previenen el pecado. Don Bosco seguía a san Juan: «Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne (satisfacciones de los sentidos), concupiscencia de los ojos (riquezas) y orgullo de la vida (vanagloria)» 19. No era el espíritu jansenista el que inspiraba sus expresiones duras sobre el «mundo», expresiones que se nos han hecho familiares: «El mundo está lleno de peligros (…). San Antonio vio el mundo cubierto de lazos» 20. Su sentido religioso le advertía del influjo universal de Satanás sobre lo que el Evangelio denomina su imperio. Demasiado sencillo 93

para emplear la palabra, él percibía, sin embargo, «la ambigüedad» de un universo, siempre orientado a Dios y siempre contra Dios. Estaba convencido de que ciertas condescendencias son fruto sólo de fanatismo o de ingenuidad. El reino de las tinieblas tiene la misma extensión que el reino de la luz. El cristiano que vive en este mundo, debe escoger: la presencia inevitable de la cizaña obliga a luchar para no dejarse sofocar por ella y de esta manera «librarse del mal». Puede ser casual, pero por cuanto sabemos, Don Bosco rara vez demandaba a las prácticas ascéticas la expiación de las culpas de los pecadores. Se observará que contaba gustoso historias de santos, ejemplares desde el principio al fin de su vida21. Por lo demás, su doctrina de la Providencia le hacía ver a un Dios que castigaba en este mundo a los malos. Con este recurso, recuperaba el valor expiatorio del sufrimiento. A lo más, su confianza en la misericordia divina, encarnada en la Iglesia, le llevaba a no insistir en esta función tradicional de la penitencia. Basta el sacramento; el penitente que se confiesa vuelve con el alma liberada, definitivamente perdonado por Dios. Don Bosco no fue nunca elocuente acerca de las relaciones entre mortificación y contemplación. Encontramos en un escrito suyo que el desprendimiento de las cosas sensibles es un medio eminente para fijarse en Dios y rezar sin distracciones22. Pero este tema no es frecuente en él. A la verdad, el hombre espiritual que escucha a Don Bosco encuentra sólo un motivo para la ascesis: la «participación» con Cristo, en el sentido en que él la entendía. Es preciso «sufrir con Cristo». La crucifixión de Cristo era el motivo fundamental de la ascesis de Don Bosco. El cristiano acompaña toda su vida a Cristo que sufre. «El primer paso que deben dar los que quieren seguir a Dios es negarse a sí mismos y llevar su cruz» detrás de él23. «¿Hasta cuándo?», se preguntaba Don Bosco en un esquema de sermón. Y respondía: «Hasta la muerte, con la amenaza, de que quien no quiere padecer con Cristo, no puede gozar con Cristo» 24. No atribuyamos con demasiada facilidad un significado místico de participación al pati cum Chisto, que nuestro autor predicó con tanto celo. «Sufrir con Cristo» es, ante todo, imitarlo en su dolor: Domingo Savio no se defendía del frío en su cama, en invierno, por este único motivo25. Es también demostrarle amor por medio de un sacrificio doloroso. En la narración de la última enfermedad de Luis Comollo que, como sabemos, su biógrafo lo presentaba como modelo para todos los jóvenes cristianos, Don Bosco notaba: «Cuando, fuera de sí y agitado por el mal, se le decía simplemente: Comollo, ¿por quién hay que sufrir?, él volvía en sí en seguida y, jovial y sonriente, como si aquellas palabras le anularan el sufrimiento, respondía: Por Jesucristo crucificado…» 26. Si interpretamos bien el pensamiento del autor, él juzgaba que el amor de Comollo a Dios, manifestado en la alegría de recordarle y acaso de consolarle (ascesis de reparación), se exaltaba en el sufrimiento «con Cristo». Finalmente, para él y para los demás, el sufrimiento ascético abría las puertas de la gloria eterna: sufrir con Cristo quiere decir prepararse a la bienaventuranza. Desde el opúsculo sobre los Seis domingos en honor de san Luis Gonzaga (1846) y el manual de piedad en el que fue inserto muy 94

pronto (1847), Don Bosco repetirá hasta la saciedad en sus obras la fórmula: Qui vult gaudere cum Christo, oportet pati cum Christo27. El autor no encontraba otras palabras para probar que la ascesis es indispensable al hombre desde su juventud. «A quien os diga que no hay que ser tan rigurosos con nuestro cuerpo, respondedle: el que no quiere sufrir con Cristo en este mundo no podrá gozar con Jesucristo en el cielo» 28. Cosa más bien rara, en 1867, una carta dirigida a todos los salesianos explicaba esta máxima: «Pero ¿hasta dónde es preciso seguir (a Cristo)? Hasta la muerte y, si fuese menester, hasta una muerte de cruz. Esto es lo que hace en nuestra Sociedad quien gasta sus fuerzas en el sagrado ministerio, en la enseñanza o en cualquier ejercicio sacerdotal, hasta la muerte, incluso violenta de la cárcel, del destierro, de agua, de fuego, hasta que, después de haber padecido o morir con Jesús en la tierra, pueda ir a gozar con él en el cielo. Me parece que éste es el sentido de las palabras de san Pablo, que dice a todos los cristianos: «Qui vult gaudere cum Christo, oportet pati cum Christo»29. Eco de una enseñanza familiar, leemos idénticas expresiones en su carta de 1874 a los aprendices de la casa de Turín30, en su primera conferencia a los novicios salesianos en 187531 y en una carta circular que dirigió en 1884 a todos los miembros de su Sociedad32. Don Bosco encontraba en la cruz de Cristo el motivo suficiente de una ascesis cristiana, ya fuera de renuncia, ya de aceptación.

Una ascesis de renuncia Porque, a pesar de las apariencias, también él renunciaba al «mundo». Es verdad que nuestro apóstol de las ciudades modernas permaneció en el «mundo» que a veces vituperaba. Sus «oratorios» eran (o iban a ser) situados en los arrabales de las ciudades industriales: Turín, Londres, Lieja, Buenos Aires… Cuando el Estado italiano nacido del Risorgimento, disputaba a la Iglesia su influjo y se reafirmaba como anticlerical, él no se refugió en un desierto hipotético, sino que siguió su camino en medio de policías y de ministros hostiles de un gobierno laicista, a cuyas exigencias estaba siempre dispuesto a someterse. En la medida en que la ley de Dios se la imponía, su lealtad al César parece haber sido irreprensible. Tal vez sufrió una crisis hacia 1860, cuando estaba indeciso entre Pío IX y los Piamonteses. De todos modos, no fue nada violenta y, hacia 1875, ya la había resuelto definitivamente. Con tono solemne, que no era habitual en él, decía con ocasión del Capítulo General de 1877: «Nuestro fin es dar a conocer que se puede dar al César lo que es del César, sin comprometer nunca a ninguno; y esto no nos aparta en los más mínimo de dar a Dios lo que es de Dios. Se dice, en nuestros tiempos, que esto es un problema; y yo, si se quiere, añadiré que tal vez es el mayor de los problemas, pero que ya fue resuelto por nuestro divino Salvador Jesucristo». La dificultad de semejante sumisión no le hacía retroceder: «No hay quien no vea las malas condiciones en que se encuentran la Iglesia y la Religión en estos tiempos. Yo creo que desde san Pedro hasta nosotros no hubo nunca tiempos tan difíciles. El arte es refinado y los medios son 95

inmensos. Ni las persecuciones de Juliano el Apóstata eran tan hipócritas y perversas. ¿Y con esto, qué? Con esto nosotros buscaremos en todo la legalidad. Si se nos imponen contribuciones, las pagaremos; si ya no se admiten las propiedades colectivas, las tendremos individuales; si piden exámenes, se rendirán; si títulos o diplomas, se hará lo posible para obtenerlos» 33. El siguió el camino inverso del ermitaño: salido de una pequeña granja perdida en el campo, trabajó en una capital populosa y en contacto con la muchedumbre urbana; la que, en 1848, se levantaba contra los enemigos de la libertad; que, en 1854, quedaba diezmada por una espantosa epidemia de cólera; y que, en 1859, aclamaba a los soldados franceses de Napoleón III, aliado de su soberano contra Austria; y así sucesivamente. Don Bosco vivió en medio de un pueblo.

La huida del «mundo» Nuestro hombre no deja de sorprender a sus lectores, propensos a simplificarlo todo, ya que recomendaba constantemente la huida del mundo, en el que, sin embargo, se encontraba inmerso. Este hombre animoso hacía la apología de la huida. La «huida de la ociosidad» no era, en rigor, sino el aspecto negativo del «amor al trabajo», aunque esta fórmula contenga evidentemente el rechazo de las insidias de Satanás, como de las imaginaciones turbias que surgen en el espíritu a causa de la ociosidad34. Por otra parte, el término implicaba fuera de toda duda una ruptura con el «mundo», sea que se tratara de huida de las compañías peligrosas para la fe y las costumbres –practicada por Juan Bosco, digámoslo sin miedo, aun dentro del seminario mayor de Chieri35–, o de huidas de las ocasiones peligrosas36, o de las amistades particulares37, de los malos libros, contra los cuales dirigió la mayor parte de sus Lecturas católicas38 y, para resumirlo todo, de la «huida del mundo y de sus máximas» 39. Rechazando toda connivencia con un «mundo» atrayente, pero pecador y engañoso, Don Bosco practicó e hizo practicar «la vida retirada», de acuerdo con el propósito de su vestición clerical. Alababa al pastorcito de una aldea alpina, Francisco Besucco, quien, al levantarse, recitaba con candor: «Deja al mundo, que te engaña» 40, y se mantenía libre de sus insidias con una serie de actos ascéticos que no le dejaban contentarse únicamente con buenas intenciones. Puesto que el mal se encuentra en todas partes y, en primer lugar, en uno mismo41, la huida ascética es indispensable para quien quiere servir a Dios. La lección de Cristo tentado en el desierto vale para todos: «Si alguien quisiera darnos el mundo para inducirnos a adorar a Satanás, esto es, a cometer un solo pecado, rechacemos con horror cualquier ofrecimiento. Antes perderlo todo que pecar» 42. Sin embargo, exceptuadas estas «ocasiones», Don Bosco sólo imponía a sus discípulos raras restricciones en la vida social: algunos momentos de silencio durante el día, algunas oraciones en la paz de sus celdas. Los momentos de respiro eran breves en su vida tan ajetreada: una brevísima oración por la mañana, un día de retiro cada mes43, 96

unos seis días de ejercicios espirituales todos los años, según el programa común a sus religiosos consagrados y a sus cooperadores seglares44. Don Bosco conservaba una posición intermedia para las vacaciones de sus muchachos. Sensible a los estragos del «halcón infernal» 45, prefería tenerlos junto a sí. La tesis de la «obra cristiana» refugio contra el mundo, que molesta a los católicos contemporáneos entusiastas de misión y de libertad, aparece defendida solamente por Domingo Savio en la biografía escrita por Don Bosco. El maestro la matiza y manda a los chicos a sus casas por un tiempo limitado46. Sin embargo, cuando hablaba de vacaciones de sus religiosos, seguía claramente las huellas de los maestros espirituales de la Contrarreforma (y de muchos otros anteriores a ellos, recordémoslo). En 1868, proponía este «aguinaldo» al director de una casa: «Para la Sociedad: Ahorrad (en los) viajes y, siempre que sea posible, no se vaya con la familia. El Padre Rodríguez tiene una estupenda materia sobre este argumento» 47. La necesidad de limitar las visitas familiares que, hasta entonces, nada habían tenido de reprensible para los salesianos que vivían cerca de su pueblo nativo, pero que, ya entonces, iban a resultar onerosas para una Sociedad que crecía en todo el mundo, no es la única razón de la insistencia de Don Bosco. Este tomaba a la letra el consejo evangélico del desprendimiento de la propia familia, que formulaba en estos términos: «Si alguno viene a mí y no odia a su padre, a su madre,… etc., no puede ser discípulo mío. Sus propios familiares serán los enemigos de cada cual» 48. Y, para apoyarlo, escogía en la Biblia frases paradójicas. Leemos por ejemplo, escrito de su mano: «El que dice a su padre y a su madre: no os conozco; y a sus hermanos: os desconozco…, éstos (sic) guardarán tu palabra y observarán tu alianza» 49. Los textos de sus numerosas conferencias sobre los parientes y las visitas a la familia repiten las mismas expresiones: las vacaciones en la familia debilitan la vida cristiana y, con mayor razón, la vida religiosa del consagrado; éste (y el sacerdote, añadía ocasionalmente nuestro santo) ha cambiado de familia; la familia del religioso está formada, como la de Cristo, por «aquéllos que cumplen la voluntad del Padre» 50. ¿Hará falta añadir, una vez más, que Don Bosco, en su prudencia flexible, aun después de haber proclamado estos principios, no dejaba de permitir a uno u otro de sus religiosos breves períodos de descanso en sus pueblos nativos?51 El hecho es que, mientras rechazaba el pecado, se dejaba guiar como siempre por el oportet pati cum Christo. La orientación de su pensamiento era ascética. Con la antigua tradición espiritual, quería que el cristiano se considerase un viajero y que, sobre todo en ciertas vocaciones, se sintiese extranjero aún en su propia tierra, como verdadero peregrino al servicio de Cristo y de su reino52.

El desprendimiento de los bienes El Hijo del hombre no tenía una piedra donde reposar su cabeza. En otro tiempo y 97

con otra misión, se podría imaginar a Don Bosco tan intransigente en el desprendimiento de los bienes como san Francisco de Asís, cuyo ejemplo había pensado seguir plenamente. En realidad, nos parece que su espiritualidad fue bastante diversa, en este punto, de la del poverello de Asís. Don Bosco no maldijo el «despreciable dinero». «Todo cuanto tenemos en esta tierra es un don precioso de la mano de Dios» 53. «Cuando Dios da a un hombre bienes temporales, le concede una gracia…» 54. Durante toda su vida de apóstol, siempre carente de medios, tendió constantemente la mano, recogió sumas imponentes y, gracias a ellas, multiplicó sus obras. Dios mismo, que sigue interviniendo en la creación, ¿no se sirve del dinero, estos mezzi «que su divina Providencia ha puesto en vuestras manos»? 55. Don Bosco apreciaba todo lo que el dinero permite adquirir. El fundador de las escuelas profesionales salesianas estaba atento a los descubrimientos de su época. Con ocasión de una exposición técnica en Turín, en 1884, la máquina de fabricación de papel destinada a su casa de Mathi causó sensación56. Alguien decía, y no sin razón, que él poseía, en aquel período, la mejor biblioteca eclesiástica y la tipografía más moderna de la ciudad57. Sin embargo, repitió la maldición de san Lucas contra los ricos y enseñó que los bienes de la tierra son peligrosos para quienes los poseen. Don Bosco tenía un sentido profundo del valor nulo de todo lo que se refiere al tiempo, en que se disfruta de bienes pasajeros, en comparación con la plenitud de la eternidad, en que Dios solo debe bastar. De este modo interpretaba la opinión del pueblo italiano de su tiempo que no aceptaba las profecías optimistas de la burguesía en el poder en la segunda mitad del siglo XIX, El rico, que se complace en sus recursos despreciando a Dios y a los hombres, que no comienza a ejercitar durante la vida el desprendimiento inevitable del momento de su muerte y a quien, en fin, el dinero sofoca la caridad, le parecía dañino y ridículo58. Había hecho suyas, de buena gana, las frases tajantes de Giuseppe Cafasso: no espere nada de los bienes terrenos; esté siempre dispuesto a verse despojado de ellos59. La salvación del alma es la única cosa verdaderamente necesaria para el cristiano; todo lo demás, en esta tierra, debe ordenarse a aquélla. Seamos lógicos: «Si queremos también nosotros desprendernos de las vanidades del mundo, y dedicarnos al servicio de Dios, comencemos por despreciar los bienes terrenales, que como punzantes espinas y lazos funestos sirven de obstáculo a nuestra salvación: estimemos solamente aquéllos que pueden conducirnos a una feliz eternidad, diciendo con san Luis: Lo que no es eterno es nada» 60. Don Bosco leía esta enseñanza en el Evangelio: «El (Jesús) inculcaba el buen uso de las riquezas diciendo que una sola cosa era necesaria: salvar el alma; y que de nada aprovecha al hombre ganar el mundo entero si, después, llega a perder su alma» 61. En el uso de los bienes terrenos, el cristiano fija la mirada en su fin, que le enseña la necesidad del desprendimiento y el valor de la pobreza.

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El pobre según Don Bosco Sea cual fuere «su edad y condición», el discípulo de Cristo está interiormente desprendido. Si posee algo, da lo superfluo a la comunidad que le rodea. Seglar, religioso o sacerdote, se compromete a vivir en una austeridad lo más manifiesta posible. Don Bosco predicaba el desasimiento a todos, incluso a sus muchachos que, con toda certeza, no debían de poseer cosas de valor. Se nos asegura que llegaba a pedirles «la templanza en las comidas y bebidas que para vosotros son ocasión de glotonería; el desprendimiento aunque no fuese más que de un vestido, de cuatro trapos por los cuales os dejáis dominar con el afán de figurar y presentaros elegantes y la ambición de parecer unos señoritos» 62. Según su modo de ver las cosas, el desprendimiento se conciliaba con la posesión e incluso con el voto de pobreza. Las Constituciones salesianas reconocían la legitimidad de la propiedad personal de los religiosos: «La observancia del voto de pobreza en nuestra Congregación consiste esencialmente en el desprendimiento de todos los bienes de la tierra…» 63. Esta nota contenida en las ediciones antiguas da un sentido y un alma a las explicaciones jurídicas en las que quedó, poco después, sofocada64. La moral cristiana llevaba a Don Bosco a considerar la utilización de los bienes por lo menos en términos sociales, si no del todo comunitarios. Todos los bienes son para los pobres como para los ricos. Estos últimos pueden retener para sí sólo lo necesario. Lo demás, a lo cual él daba el nombre de superfluo en sentido estricto, debe ser distribuido. En una época en que la propiedad personal, definida como el «derecho de usar y de abusar», parecía intocable, semejantes llamadas chocaban contra la opinión corriente. El Bollettino Salesiano tuvo que publicar, en julio de 1882, una Respuesta a una observación cortés sobre la obligación y la medida de la limosna65. El año anterior, en un mal francés, pero con una claridad que no dejaba lugar a dudas, nuestro apóstol de la juventud abandonada había expuesto su pensamiento a los «cooperadores» de Marsella: «Vosotros me diréis: –¿Qué entiende usted por superfluo? –Escuchad, respetables Cooperadores: todo el bien temporal, todas vuestras riquezas os han sido regaladas por Dios; pero, al dárnoslas, nos concede plena libertad para reservarnos todo lo que nos es necesario. Y no más. Dios, que es dueño de nuestras propiedades y de todo nuestro dinero, exige cuenta severa de todo lo que no nos es necesario, si no lo damos según su mandato (…). Diréis: –¿Hay obligación de entregar todo lo superfluo para buenas obras? –No puedo daros otra respuesta, distinta de la que el divino Salvador nos da: Dad lo superfluo. Él no quiso fijar límites y yo no me atrevo a cambiar su doctrina» 66. Sus religiosos le oyeron lecciones análogas: «Todo lo que excede de lo necesario para comer y vestir es para nosotros superfluo y contrario a la vocación religiosa» 67. Don Bosco no admitía que tuvieran reservas de ninguna clase, pequeñas ni grandes, personales ni comunitarias. Escribía a sus discípulos de América: «Recomienda a todos que eviten la construcción o la compra de inmuebles que no sean estrictamente necesarios para nuestro uso. Nunca cosas para luego venderlas, ni campos, ni terrenos, ni casas para 99

ganar dinero» 68. Al igual que lo de los seglares, lo superfluo de los religiosos debe darse a los pobres o a los que se cuiden de ellos. Si tienen sentido cristiano y deseo de ser perfectos, seglares y religiosos usan lo estrictamente necesario con sencillez, si no con austeridad. El verdadero pobre según Cristo lleva la vida más sencilla, compatible con su condición social. Todos, pensaba Don Bosco, podían practicar el programa que él había trazado para los cooperadores salesianos: «modestia en el vestir, frugalidad en las comidas, sencillez en sus habitaciones» 69. Don Bosco no ignoraba que ya este mínimo se convierte a veces en una cruz en regiones donde el bienestar se ha generalizado. Los consejos que daba a sus religiosos, a quienes prohibía todas las «comodidades mundanas», es decir, los diversos medios que hacen confortable la vida, eran, por otra parte, más severos. Ciertas exigencias de capítulos generales convocados durante su vida y bajo su dirección, dan a veces, una curiosa impresión de mezquindad. Dadas las dificultades de una tesorería sistemáticamente deficitaria, hay que justificarlas por la voluntad del fundador de los salesianos de reducir el tenor de vida de sus religiosos. Comida, vestido, viajes, libros, construcciones, todo en ellos (sus hijos) habría debido recordar más las estrecheces que las comodidades70. Su maestro precedía con el ejemplo. La Varende habla con razón de su sotana verde y de sus zapatones, sus «zapatos de soldado», que muchos de los que vivieron a su lado recordaron siempre con simpatía71. Los cordones de los zapatos, muchas veces, eran trozos de cuerda ennegrecidos con tinta. Su madre, una «pobre de Yahvé» de la Nueva Alianza, le había transmitido el amor a la austeridad, que se identificaba con su cristianismo. Son conocidas las palabras que dirigió a su hijo, en el momento en que éste decidió seguir su vocación: «Yo no quiero nada de ti, nada espero de ti. No lo olvides: nací pobre, he vivido pobre y quiero morir pobre. Más aún, te lo aseguro: si decides ser sacerdote secular y por desgracia llegaras a ser rico, no iré a verte ni una vez» 72. La pobreza se había encarnado en su hijo. «La pobreza hay que tenerla en el corazón para practicarla», solía repetir Don Bosco73, que vivió sin complejos esta renuncia efectiva de los bienes de la tierra, bajo la hegemonía capitalista y en los tiempos del enriqueceos. El equilibrio de su pensamiento era notable. Estimaba los bienes materiales, admitía su propiedad aun en aquellos que practicaban los consejos evangélicos: la creatura del Señor es siempre digna de ser amada. Pero quería también que el cristiano practicase un desprendimiento interior constante, que pusiera lo superfluo a disposición de los demás y que ordenara con una austeridad sincera el uso de lo estrictamente necesario.

La «pureza» El discípulo de Don Bosco controlaba con la misma y aun con mayor austeridad el campo de la sexualidad. Su maestro tenía, efectivamente, como el conjunto de la opinión católica de entonces, la máxima preocupación por la «pureza», virtud que, decía él, sólo 100

puede preservarse o recuperarse con una ascesis rigurosa. Si queremos comprenderle, es preciso colocarnos en su mundo. Un fragmento de sermón predicado en 1858, tal como ha llegado a nosotros, expresa bien su pensamiento sobre esta virtud: «Dicen los teólogos, que por pureza se entiende odio, aversión a todo lo que va contra el sexto mandamiento, de suerte que todos, cada uno en su propio estado, pueden guardar la virtud de la pureza» 74. «En aquel tiempo (es decir, al final del siglo XIX), la pureza del corazón y del cuerpo no era una de las virtudes cristianas: era la virtud…» 75. Y Don Bosco abundaba en este sentido: no se limitaba a hacer de ella sólo una virtud, ni siquiera una «gran» virtud. Ningún adjetivo le parecía que pudiera celebrar dignamente el esplendor de «la bella, la sublime, la reina de las virtudes, la santa virtud de la pureza» 76. La castidad o «pureza» es una virtud más que humana, es virtud de ángeles y, según el evangelio de san Mateo, asemeja a los ángeles a quienes la viven77. La tradición de san Luis Gonzaga cuyo influjo sobre él se palpa cada vez mejor, había insistido en la semejanza entre el ángel y el hombre casto78. En el libro de nuestro autor sobre el Método fácil para aprender la Historia sagrada, recordaba la única alusión a esta virtud en el Evangelio, que «para animarnos a la virtud de la castidad, (Cristo) aconseja imitar en la tierra la pureza de los ángeles que están en el cielo» 79. Siendo los ángeles espíritus puros, la integración de los valores sexuales en la vida cristiana creaba un problema de solución evidentemente difícil. No reprocharemos a Don Bosco el hecho de no haberlo siquiera abordado. La admirable virtud de la pureza es, además, una virtud fundamental, sin la cual el edificio de la perfección cae pronto deshecho en ruinas. «Yo no sé si voy a decir un despropósito; pero es mi parecer que, quien la posee está seguro de poseer todas las demás; y el que no, puede que posea alguna otra, pero todas quedan ofuscadas y, sin ella, pronto desaparecerán» 80. Santidad y pureza llegaban a sobreponerse en su enseñanza, cuando, apoyado en la frase: Haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra, explicaba que la santidad aquí recordada consiste «en llegar a ser tan puros y castos como lo fue Jesucristo» 81. A causa de una confusión entonces frecuente82, buscaba la pureza perfecta en el candor y en la inocencia del niño. Finalmente, alababa por experiencia las maravillas del corazón puro: «Los que tienen la dicha de poder hablar con las almas que conservan este precioso tesoro, descubren una tranquilidad, una paz del corazón, una alegría que supera todos los bienes de la tierra. Los veréis pacientes en la desgracia, caritativos con el prójimo, pacíficos ante las injurias, resignados ante las enfermedades, exactos en sus deberes, fervorosos en sus oraciones, ansiosos de la palabra de Dios. Descubriréis en sus corazones una fe viva, una esperanza firme y una caridad ardiente» 83. En verdad «todos los bienes me vinieron con ella» 84. En la castidad, tal como él la definía, descubría tantas riquezas, y riquezas tan conformes con el espíritu que quería difundir, que hacía de esta virtud una característica de sus discípulos. Leemos: «Lo que debe distinguir a nuestra Sociedad, solía repetir claramente el santo fundador, es la castidad, lo mismo que la pobreza distingue a los hijos de san 101

Francisco de Asís y la obediencia a los hijos de san Ignacio» 85.

La ascesis sexual Tal vez ahora se comprende que don Caviglia haya podido hacerle decir, sin exagerar demasiado, que «la teología, la moral, la mística y la ascética están bien; pero (que) todo se reduce a esto: conservarnos puros y santos en la presencia de Dios» 86. Don Bosco no podía por menos de insistir en los medios para conservar o recuperar la pureza. Evidentemente, además de los medios «positivos», como un ambiente saludable y tonificante, la oración, la devoción a María, la vida sacramental, dejaba amplio espacio para los medios que llamaba «negativos», verdaderos ejercicios de ascesis sexual87. La separación de sexos aparece esencial para la «custodia» de la castidad. El programa de Don Bosco se reducía aquí al recato, un recato calificado a veces de «salvaje» por comentaristas que tal vez no han sabido verlo en una visión global. Entre los registros de su breviario, la única máxima sobre la castidad decía: «Aleja de la mujer tu camino, no te acerques a la puerta de su casa» 88. Hablando claro, hay que huir. Encontramos de nuevo un principio ascético que ya vimos… «Los medios negativos pueden compendiarse en la norma que nos dio san Agustín: Apprehende fugam si vis referre victoriam89. Para combatir los otros vicios, hay que tomarlos de frente; para conseguir esta virtud, dice san Felipe Neri, vencen los cobardes, los que huyen» 90. La espiritualidad de Don Bosco había integrado bien la recomendación que era ya clásica: «Si queréis vencer las tentaciones de la carne y las pasiones que alienta, no se os ocurra ofrecerles combate; es mejor huir; es el único medio que tenéis para vencer. Quien huya más rápidamente y más lejos, ése será quien estará más seguro de la victoria» 91. La huida es una ascesis; la mortificación sistemática de los sentidos para dominar la vida sexual, el recato en sentido propio, es otra. Don Bosco pedía al casto que controlara las miradas, el oído y la compostura. Temía los ojos, estas indiscretas «ventanas» del alma, de que hablaba su manual de devoción para los jóvenes92. Sus libros proponían como modelos a san Luis Gonzaga, que no los había levantado para mirar el rostro de la reina de España; Luis Comollo, forzado a decir a los compañeros que se burlaban de él, que creía que sus jóvenes primas, que iban a verle al seminario, debían de ser altas, a juzgar por sus sombras, pero que sería incapaz de añadir más detalles sobre su aspecto exterior; y Domingo Savio, que rechazaba obstinadamente pararse ante los espectáculos de las calles de Turín y que sentía «grandes dolores de cabeza» para dominar sus ojos, porque los reservaba para contemplar a María en el cielo93. Los religiosos de Don Bosco escuchaban consejos ascéticos sobre la guarda de los sentidos, a la cual se añadía la vigilancia sobre los afectos y sobre los gestos que los manifestaran94. Debían excluir de su vocabulario palabras como impureza, obscenidad…, capaces de suscitar imaginaciones sospechosas en ellos mismos, en sus oyentes o en sus lectores. «Nec 102

nominetur in vobis!»95. Don Bosco vigilaba rigurosamente en este punto, sobre todo cuando se trataba de jóvenes96. Luchaba así contra todos los desequilibrios, groseros o sutiles, que amenazan el templo de la pureza, cristal que, según él, un soplo puede empañar. Principios como éstos, si se aplican sin discernimiento, evidentemente corren el peligro de formar personas antisociales o desgraciados pusilánimes. Por fortuna, la doctrina espiritual de nuestro santo no aislaba tales principios. El ponía la ascesis al servicio de la virtud y del hombre virtuoso, y no al revés. Por su parte, tal vez después de un período difícil, fue, al menos a partir de sus cuarenta años, la cordialidad en persona con todos y con todas. Su correspondencia con algunas mujeres, hacia las cuales nutría particular confianza: Carlotta Callori, Gerolama Uguccioni, Gabriella Corsi…, es de un abandono encantador97. Este marca el tono de sus respuestas en ambientes en que se sentía a gusto. Resulta muy útil recorrerla, porque la generación que le siguió estuvo tentada de forzar, como sucede siempre, el alcance de afirmaciones generales, que la mesura, la prudencia y una amable caridad inspirada en san Francisco de Sales, moderaban en la práctica cotidiana. Viviendo él (1882), estos matices no habían sido entendidos, por ejemplo, por su amigo, luego salesiano, el conde Carlos Cays, quien, durante su última enfermedad en Valdocco, no se atrevía a autorizar a su nuera que le velase de noche. El buen anciano fue corregido por un salesiano, también él de reconocida austeridad: «No siendo el Oratorio un convento, le dijo don Rua, sino una casa de acogida de chicos, donde ya otras veces madres y hermanas habían asistido a alumnos y a personas enfermas, igualmente le estaba permitido a él…». El conde aceptó98. Don Bosco no se obstinaba en sus principios: el recato tan severo que exigía y practicaba no le hacía caer en mojigaterías.

Una ascesis de aceptación Entre estos principios, el lector contemporáneo descubre, tal vez no sin sorpresa, la expresión «cumplir el deber». No se esperaría en la boca de un hombre más cercano al profeta que al «hombre del deber» y que parecía no conocer otra ley fuera de la imitación de Cristo. En realidad, Don Bosco tuvo una gran preocupación por el «deber», ya porque veía en él la mediación de la voluntad de Dios, ya porque hizo de él un ejercicio de ascesis. La ascesis más provechosa es la que ofrece la vida cotidiana, que Dios nos impone como «deber» asumirla99. La fórmula se repite insistentemente en la literatura que se conserva de Don Bosco. «Cada uno está obligado a cumplir los deberes del estado en que se encuentra», enseñaba, de forma general, el Porta teco de 1858100. Al año siguiente, apareció la primera edición de la biografía de Domingo Savio, el cual habría proclamado delante de sus compañeros: «Mi mejor diversión es el cumplimiento de mis deberes; y, si sois 103

verdaderos amigos míos, debéis exhortarme a cumplirlos con exactitud y nunca descuidarlos» 101. Un día, en que preguntó a su director, es decir, a Don Bosco, cómo celebrar santa-mente el mes de María, el mismo joven recibió como primer consejo: «Podrías celebrarlo cumpliendo exactamente tus deberes» 102. Pasaron dos años y, en la Vida de Miguel Magone, Don Bosco ponderaba la victoria del deber sobre la fantasía. «Déjate de hacer el vago; lo que no quita que puedas entregarte a la alegría con tal que no descuides tus obligaciones de estudiante», habría dicho Miguel, este muchacho de azogue, a un compañero de quien fraternalmente se había encargado103. En cuanto a Miguel, «tan pronto sonaba la señal para el estudio, para la clase, para el descanso o para ir al comedor o a la iglesia, dejaba todo lo que tenía entre manos y se apresuraba a cumplir con su deber» 104. Don Bosco, que dedicaba un capítulo entero a su «exactitud» en el «deber» 105, encontraba este ejemplo maravilloso de diligencia. ¿No iba a recomendar a los moradores de Valdocco, en uno de sus aguinaldos espirituales, en 1878, exigentísimo bajo una expresión simpática, «la exactitud en el deber de estado, desde don Rua hasta Julio», es decir, a todos, desde el vicedirector al barrendero?106. Numerosos salesianos formados en su escuela serán alabados por su «extraordinaria entrega a (su) deber» 107, o su «extraordinaria puntualidad en todo lo que era (su) deber» 108. Hay repeticiones que no pierden elocuencia… El deber está indicado por la voluntad de la autoridad y por las vicisitudes de la existencia, que manifiestan las intenciones de Dios. Vicario de Dios, el jefe debe, tanto en la sociedad humana como en la Iglesia, estar dispuesto a dar cuenta de los actos de sus súbditos. Los padres le representan ante sus hijos, los gobernantes civiles ante sus administrados, los superiores religiosos ante sus súbditos, etc.109 «Toda autoridad viene de Dios»: Don Bosco habría forzado un poco el principio de san Pablo110. «El verdadero cristiano obedece a sus padres, a sus patronos y a sus superiores, porque reconoce en ellos a Dios mismo, de quien hacen las veces» 111. Uno de sus escritos llega a una conclusión excesiva: «Sed sumisos a sus órdenes (de vuestros superiores), porque no son los súbditos, sino los superiores quienes deben vigilar como quienes deben rendir cuentas a Dios de lo que se refiere al bien de vuestras almas» 112. Y decía: «La obediencia prestada a vuestros superiores tenedla por prestada a Jesucristo…» 113. Los acontecimientos, instrumento de la Providencia, son también una forma de lenguaje de Dios. El «medio más fácil para hacernos santos», leemos en el texto de una conversación de Don Bosco fechada por don Lemoyne el 13 de septiembre de 1862, «es éste: reconocer la voluntad de Dios en la de nuestros superiores, en todo lo que nos mandan y en todo lo que nos acontece a lo largo de la vida. (…) A veces nos sentimos oprimidos por alguna calamidad o molestia del cuerpo o del espíritu: no nos desanimemos, confortémonos con el dulce pensamiento de que todo está ordenado por ese bondadoso Padre nuestro, que está en los cielos, para nuestro bien…» 114. Él mismo vivió de esta certeza cuando sufría, por ejemplo cuando construía, Dios sabe a costa de 104

cuántas dificultades, su gran iglesia de María Auxiliadora: «Imagínese en estos momentos la cantidad de gastos y de preocupaciones sobre las espaldas de Don Bosco. Pero no se piense que esté abatido: cansado nada más. El Señor dio, cambió y quitó cuando a Él le plugo. ¡Bendito sea siempre su santo nombre!» 115. El cumplimiento del deber, la obediencia y la sumisión a la vida contenía para Don Bosco valor ascético y purificador. Conocemos su respuesta, más bien dura, a Domingo Savio, que se imponía toda suerte de penitencias aflictivas: «La penitencia que Dios quiere de ti, es la obediencia. Obedece y ya tienes bastante» 116. Miguel Magone fue alabado porque «en honor de María, perdonaba de buena gana cualquier ofensa», y soportaba «el frío, el calor, la desgana, el cansancio, la sed…» 117. Don Bosco no recomendaba otras austeridades fuera de éstas a los directores de sus obras: «Tus mortificaciones sean la diligencia en los deberes y el soportar las molestias de los demás…» 118; y escribía –muy salesianamente– a personas francesas con quienes se carteaba, una de las cuales era anciana y la otra achacosa: «En cuanto a las penitencias corporales, no son para ustedes. A las personas entradas en años les basta con soportar las molestias de la vejez por amor de Dios; a las personas enfermizas, basta que soporten por amor de Dios tranquilamente sus incomodidades y se conformen con el parecer del médico o de los parientes con espíritu de obediencia: es más agradable a Dios tomar una comida delicada por obediencia que ayunar contra la obediencia… Confórmense a la santa voluntad de Dios, amabilísima en todas las cosas» 119.

Una sumisión humilde y alegre Practicaba y recomendaba la ascesis cotidiana de los obreros y de todos los cristianos fieles a las exigencias de su estado. Hay que añadir que el suyo dejaba poco espacio para la molicie. Nacido en una familia de campesinos, había conocido jergones incómodos, horas tempraneras de levantarse, comidas vulgares y trabajos pesados. A sus muchachos y a sus salesianos que procedían de ambientes semejantes, no les ofrecía casas confortables y una vida tranquila, sobre todo si habían aceptado profesar los votos religiosos. Todos vivían con sencillez y trabajaban al límite de sus fuerzas. Auténticos proletarios, no tenían siquiera la libertad de escoger sus penitencias: la intemperie, el hambre, la sed, ropa mal hecha, un trabajo absorbente, la fatiga y las privaciones de todas clases constituían su pan de cada día. Si eran fieles a su maestro, lo aceptaban de buen grado. Para que tenga pleno valor ascético, la sumisión debe ser efectivamente «pronta, humilde y alegre», serie de adjetivos por los que Don Bosco sentía debilidad. Un artículo del reglamento de las casas salesianas resumía esta enseñanza tantas veces repetida: «Vuestra obediencia a cualquier mandato suyo sea pronta, respetuosa y alegre, y no hagáis observaciones para eximiros de lo que ellos os manden. Obedeced, aunque la cosa mandada no sea de vuestro agrado» 120. Don Bosco recordó toda su vida la prontitud de 105

la obediencia de Luis Comollo, quien interrumpía el trabajo al primer toque de la campana del seminario121. También José Cafasso fue presentado por Don Bosco como particularmente riguroso en su obediencia122. A la prontitud, los discípulos de Don Bosco añadían la humildad, es decir, la sumisión respetuosa del súbdito al superior; evitaban las críticas y, como el tan ejemplar Besucco123, prevenían afectuosamente sus deseos. ¿No tenían por modelo al «humilde Don Bosco»?, ¿al «pobre Don Bosco»? Finalmente, la espiritualidad que se les inculcaba los llevaba a preferir, a la obediencia «de morros» mal resignados, la de personas que obedecían de buena gana124. Hilarem datorem diligit Deus125. «Nada pedir, nada rehusar». Don Bosco hacía suya esta norma de san Francisco de Sales a las religiosas de la Visitación, norma que, probablemente le habría sido comentada por José Cafasso126. De sus labios se han recogido elogios de la obediencia ciega; llegaba a comparar al joven cristiano con un pañuelo en las manos de su superior. ¿Se deberá deducir de ello que su ascesis tendía a formar moluscos amorfos y fofos? Reducida a una sumisión sin alma, la ascesis de la voluntad que él enseñaba no hubiera podido dar frutos mejores. Pero él practicaba y deseaba de sus colaboradores y de sus mismos alumnos una obediencia iluminada y abierta a la creatividad. La lectura de la biografía de Domingo Savio nos asegura que este joven sumiso, modelo permanente de los discípulos del santo, era un creativo que el maestro no anuló, sino todo lo contrario. El ejemplo no es único. Las actas de los consejos presididos por san Juan Bosco permiten imaginar la espontaneidad de sus colaboradores, mucho menos vigilada, si se nos permite hacer una comparación, que la de san Vicente de Paúl127. Valdría la pena transcribir aquí la escena, descrita por extenso, en que don Lemoyne y don Costamagna recibieron, en 1877, sus obediencias más decisivas, el uno para capellán de las salesianas, el otro para las misiones de América del Sur. Don Bosco, superior presente, escuchaba, sonreía, aprobaba. Al final, Costamagna tomó el pelo al pobre don Lemoyne128… Nada del agere contra sistemático por parte de los jefes responsables. «A veces se piensa que es virtud el negar la voluntad con ese u otro cargo, que va contra el gusto individual, y resulta, por el contrario, que de ahí se sigue daño para la hermana y para la Congregación, explicaba a las superioras salesianas. Sea más bien vuestro empeño enseñarles a mortificarse y a santificar y espiritualizar estas inclinaciones…» 129. Decía igualmente a sus salesianos: «El superior debe estudiar la índole de sus subordinados, su carácter, sus inclinaciones, sus habilidades, su modo de pensar, para saber mandar de forma que resulte fácil la obediencia…» 130. Y todavía: «No se den mandatos desagradables; al contrario, ten muchísimo cuidado en secundar las inclinaciones de cada uno, confiándole preferiblemente aquello que sabes que es de su mayor agrado» 131. Los dones de Dios, sean cuales fueren, no deberían malgastarse nunca. Por esto, Don Bosco esperaba de los cristianos, comprendidos los religiosos, una obediencia consciente, a la búsqueda de lo mejor, como él mismo hacía. Los que conocen su vida 106

no pueden imaginárselo diversamente ante las autoridades cívicas o gubernativas del Piamonte, de las autoridades religiosas de Turín o de Roma. Le tocó dirigir, siempre con humildad y cortesía, largas batallas, que no le parecieron contrarias a una recta abnegación de la voluntad.

Ascesis y felicidad Don Bosco asegura la paz a quien practica esa ascesis de renuncia y, más aún, de aceptación. «Dios sabe premiar con largueza los sacrificios que se hacen para obedecer su santa voluntad» 132. «Usted esté segura de encontrar su felicidad espiritual y la paz del corazón en la obediencia ciega a los consejos de su confesor» 133. En una palabra, la obediencia es prenda de «una vida tranquila y feliz» 134. Llevaba, sin perder la sonrisa, una vida difícil. No nos referimos a su vida apostólica. La enfermedad, cada vez más tenaz según iba envejeciendo, le puso a prueba. Los testigos de sus diez últimos años sabían que sus ojos y sus piernas le hacían sufrir. Una de sus cruces se descubrió sólo después de su muerte, cuando se procedió a preparar su cadáver para la sepultura: una especie de herpes contraído, parece ser, en 1845, cuando se propagó una epidemia en el hospital del Cottolengo. «Ni el más horrible cilicio hubiera podido hacer en él más estragos», escribió don Ceria135. Este cilicio no le impidió absolutamente continuar siendo el alegre y sonriente Don Bosco. El mismo encontraba una especie de dulzura en una ascesis de cuerpo y de alma, más a menudo soportada que escogida, que le acercaba a Cristo en su pasión y le daba la esperanza de alcanzarlo en la gloria, porque, ¿no es verdad?, «es preciso sufrir con Cristo para ser glorificado con él». La «templanza», la lucha contra el mal y la sumisión trabajosa a la vida, que, a pesar de un cierto rigor, él evitaba transformarlas en valores absolutos, eran para él una manera de servir a Dios en la alegría, bien supremo de su existencia y camino rápido de la santidad según sus constantes enseñanzas.

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CAPÍTULO SÉPTIMO

EL SERVICIO DE LA MAYOR GLORIA DE DIOS

El servicio del Señor El Señor, que estaba en el origen de la vida espiritual de san Juan Bosco, la dirigió hasta el final: «Yo he sido creado por Dios para conocerle, amarle y servirle en esta vida y después gozar con él en el paraíso» 1, hacía rezar al fiel devoto que leía o escuchaba su Mes de María. Sin embargo, de los tres verbos, ni el primero ni el segundo eran sus preferidos. No le tentaba la gnosis: lo cual le impedía privilegiar el conocimiento; y al amor solía darle un matiz demasiado afectivo, que no le movía a considerarlo espontáneamente como el compendio de la vida cristiana. Quedaba el servicio, que, por otro lado, lo concebía con características que nosotros juntamos con la caridad. ¿No había amado Cristo al Padre sirviéndole? «Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre y cumplo exactamente lo que me mandó» 2. Don Bosco decía, pues, simplemente que Dios «nos ha creado para servirle» 3. Y, cuando quería presentar a sus jóvenes un «método de vida cristiana», no se determinaba, como nosotros habríamos hecho sin duda, a enseñarles a «amar a Dios», sino a ponerlos en condiciones de repetir «con David»: «Sirvamos al Señor con santa alegría» 4. Algunas veces explicó este servicio en términos bastante legalistas: «Esta palabra, servirle, quiere decir hacer las cosas que le agradan y no hacer las que pueden causarle disgusto. El servicio de Dios consiste, pues, en la exacta observancia de los mandamientos de Dios y de la Iglesia» 5. Como lo muestra un capítulo importante de la biografía de Domingo Savio, el santo hace con alegría la voluntad de Dios y, por consiguiente, cumple «minuciosamente su deber y sus prácticas de piedad», todo ello sintetizado, una vez más, en la fórmula: «servid al Señor con santa alegría» 6. Pero, en el fondo, Don Bosco predicaba aquí sólo la sumisión a la voluntad divina, tan querida de su maestro san Alfonso. Por otra parte, solía recordar un principio muy religioso de discernimiento entre lo que agrada y lo que no agrada a Dios; lo cual daba a su máxima toda la profundidad cristiana deseable.

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El único absoluto Bien mirado, Don Bosco no conocía más que un valor absoluto: la gloria de Dios; a la cual ordenaba todo, tanto en su vida espiritual como en su vida apostólica. El deber, el servicio, el trabajo, la salvación misma, no eran más que valores relativos. La gloria de Dios constituía la norma suprema de la perfección cristiana de sus actos. Los testigos de su proceso de canonización fueron unánimes en afirmarlo: «Todo por el Señor (decía el siervo de Dios); hagamos lo que podamos ad majorem Dei gloriam; después, descansaré en el paraíso» 7. «Admirable y heroica fue la fortaleza de Don Bosco en dominar sus pasiones, en soportar fatigas, sinsabores y tribulaciones; en emprender y sostener las más arduas empresas, siempre a mayor gloria de Dios y bien de las almas» 8. Con don Barberis y don Rua, autores de las frases citadas, don Giacomelli9, el canónigo Ballesio10, el párroco don Reviglio11 y, evidentemente, sus discípulos más fieles, Mons. Cagliero12 y don Berto13, a los que se podría añadir, tal vez, su maestro y amigo José Cafasso14, todos lo han repetido con entusiasmo: Don Bosco trabajaba por la mayor gloria de Dios. Ahora bien, cuando estos testigos se expresaban en tales términos, no recurrían sin motivo a una expresión devota que pudiera servir a la causa del héroe. Este tenía siempre la gloria de Dios en la boca o en la pluma: «Nuestro santo empleaba estas frases continuamente al hablar a los salesianos, en sus comunicaciones a los cooperadores, en sus escritos, en su correspondencia epistolar» 15. Tendremos ocasión de comprobar que el adverbio no es excesivo. La repetición acaba por suscitar dudas sobre el verdadero alcance de la expresión. Es verdad que hay frases ligadas a la costumbre, que se repiten en nuestros discursos o en las conclusiones de nuestras cartas, pero a las que sería inútil darles mayor importancia. Esta otra duda tiene tan poco fundamento como la anterior. Cuando Don Bosco, en 1845, decía en su Historia eclesiástica que la había «escrito únicamente para la mayor gloria de Dios y el provecho espiritual principalmente de la juventud» 16, tal vez empleó sólo una fórmula de cortesía, habitual entre personas de Iglesia. Pero la misma intención asumía con toda certeza un valor más personalizado en el prefacio al Sistema métrico decimal publicado probablemente al año siguiente: «Si mis pequeños esfuerzos no pueden satisfacer a todos, serán al menos dignos de benévola comprensión. Pruébese todo y reténgase sólo lo que parezca mejor, siempre a la mayor gloria de Dios, dador de todo bien» 17. Puede encontrarse una observación análoga en una carta en que Don Bosco se negaba a publicar algunas «profecías», porque su difusión no le parecía que «sirviera para dar gloria a Dios». Aunque se abstenía de juzgar su «valor», sostenía que él no veía en ellas «el espíritu del Señor, que es todo caridad y paciencia» 18. Así pues, había considerado seriamente la frase que recitaban sus muchachos después de la comunión eucarística: «Vigilad mis sentidos, a fin de que todo pensamiento y acción no tengan otro fin que vuestra mayor gloria y la salvación de mi alma» 19. Igualmente escribía a una persona preocupada por la división de sus bienes: 109

«Proceda de este modo: asegúrese si él (el marqués Massoni, que debía tomar la decisión) busca con esto el bien de su alma y la gloria de Dios. Si le parece que es así, proceda a la división; si no, suspenda la ejecución» 20. Otra prueba mejor aún la encontramos en este consejo dado a don Rua, su principal colaborador: «En los asuntos de mayor importancia, eleva siempre un instante el corazón a Dios antes de deliberar; y, en las cuestiones dudosas, da siempre preferencia a lo que te parece ser de la mayor gloria de Dios» 21. Es evidente que la gloria de Dios fue una de las frases de su vida. ¿No había, a su juicio, iluminado el camino de las almas santas que él describía: san Pablo, que «no deseaba nada tan ardientemente como promover la gloria de Dios» 22; san Felipe Neri, que, «movido por el deseo de la gloria de Dios» abandonó todo lo que más había amado y emprendió un apostolado difícil en la Roma del siglo XVI23; san Francisco de Sales, que murió «después de haber consumido toda su vida por la mayor gloria de Dios» 24; o el mismo Domingo Savio, que habría dicho: «Yo no soy capaz de hacer grandes cosas; pero lo que puedo quiero hacerlo a mayor gloria de Dios» 25? «Las virtudes y las actuaciones de los santos van dirigidas todas al mismo fin, que es la mayor gloria de Dios…» 26. Don Bosco no podía escoger para sí mismo un principio de vida más alto. Haciendo así, testimoniaba su afinidad con san Ignacio de Loyola, que se había prendado de la mayor gloria de Dios de tal modo que la repite, según se nos dice, doscientas cincuenta y nueve veces sólo en sus Constituciones27. Esta semejanza no nos sorprende en un exalumno del colegio eclesiástico, que frecuentaba con asiduidad los ejercicios espirituales de san Ignacio en Lanzo.

El servicio de la mayor gloria de Dios Desgraciadamente para nosotros, nuestro santo no dejó explicaciones de lo que entendía por esta expresión. Sería demasiado arbitrario buscar su significado directamente en la Biblia, en los teólogos o en los autores de espiritualidad. El único procedimiento objetivo consiste en confrontar los textos en que la frase gloria de Dios fue usada por Don Bosco y, si se quiere, por los que han interpretado su pensamiento con conocimiento de causa. Aparece, en primer lugar, que, en su boca, gloria y honor de Dios son sinónimos. Su yuxtaposición, bastante frecuente, no nos parece fortuita. Según un confidente perspicaz, Don Bosco decía que, «sin la ayuda de Dios, él no habría podido llevar a cabo ninguna de sus obras, y atribuía todo el honor y toda la gloria al Altísimo y a la protección de María Auxiliadora» 28. Sus escritos juntaban, con frecuencia, de manera significativa, el honor y la gloria29. No se encuentra ningún caso en que el uso del último término esté en contra de esta yuxtaposición. Otra observación: la gloria de Dios se logra con la manifestación de sus obras en el mundo. Después de haber dedicado un capítulo a las 110

gracias especiales recibidas por Domingo Savio, Don Bosco decía en la biografía de este joven: «Omito otros hechos semejantes, dándome por satisfecho con los narrados, y dejo a otros que los publiquen cuando lo crean conveniente para mayor gloria de Dios» 30. Consecuencia normal: en el corazón verdaderamente cristiano, el conocimiento de las obras de Dios suscita actos de agradecimiento: glorifica al Señor. «Ten en cuenta, observaba Don Bosco, después de haber hecho notar el favor que acababa de hacerle un canónigo, que deseo que esta acción se sepa, a fin de que su ejemplo contribuya a hacer glorificar a Dios delante de los hombres» 31. Y rogaba a una cierta Madre Eudoxia que le enviara, acerca de la protección extraordinaria de su obra en París, bajo la Comuna de 1871, una «relación lo más extensa y pormenorizada que le sea posible», «para mayor gloria de Dios y de su Augusta Madre» 32. Dar gloria a Dios significaba, pues, testimoniarle el honor que le es debido por su acción en el mundo. Don Bosco estaba atento a no dejarlo nunca de hacer: «Ordenado sacerdote, hizo todo lo posible para dar honor y gloria a Dios. Todo lo atribuía a él», decía el salesiano Secondo Marchisio33. Hoy la fórmula ha perdido fuerza, por motivos que no nos toca investigar. Pero habrá que darle un sentido pleno en la correspondencia de Don Bosco, que la ha empleado con toda clase de personas, desde las más humildes a las más altas en la jerarquía. Nos limitaremos a los años entre 1866 y 1870. Escribía entonces a una marquesa: «Haga lo que pueda a mayor gloria de Dios» 34; a un clérigo: «(En cuanto a ti), solamente procura elegir el lugar que será para mayor gloria de Dios y bien de tu alma» 35; a un seglar: «En el trabajo, búsquese siempre la gloria de Dios» 36; a un canónigo: «Le pido, como un verdadero favor, tenga a bien darme los avisos y consejos que usted juzgue son para mayor gloria de Dios» 37; a un sacerdote salesiano, que acababa de ser nombrado administrador (prefecto) de la casa de Mirabello: «Tú lo desempeñarás bien: 1) Buscando la gloria de Dios en lo que hagas…» 38; a un cardenal: «Escúcheme con bondad, y luego dígnese darme el consejo que a Su Eminencia parezca mejor para la gloria de Dios» 39; a un arzobispo de Turín: «El único favor que siempre le he pedido y que con toda humildad de corazón le pido es la comprensión y el consejo en las cosas que Su Excelencia considere útiles para la mayor gloria de Dios» 40; y, finalmente, a una Congregación romana: «Cualquier observación o consejo que la autorizada Congregación de Obispos y Regulares creyese oportuno darnos para mayor gloria de Dios, se recibiría como un tesoro por parte de todos los socios de la Congregación de san Francisco de Sales» 41. «De todos modos, ofrezcámoslo todo a la mayor gloria de Dios» 42. El sentido de esta gloria tan querida de su corazón nace y crece con el temor del Señor, virtud a la que Don Bosco daba una importancia probablemente desconocida, pero muy conforme con las enseñanzas que había recibido: Dios es grande, es el creador todopoderoso y será el juez el último día. Este temor es «la verdadera riqueza» del hombre43. Se lee en el Porta teco, este tesoro de consejos fundamentales: «Educad (a vuestros hijos) con todo esmero en el santo temor de Dios, ya que de él depende su 111

salvación y la bendición de vuestra casa…» 44. El temor reverencial da a la creatura el sentido de la omnipotencia del Señor y de su propia relatividad, el sentido de Dios indispensable en toda actitud religiosa. El servicio mismo de la gloria de Dios –al que Don Bosco, en virtud de sus posiciones esenciales, debía dedicarse sobre todo– asumía en él innumerables aspectos: predicar, escribir, trabajar, construir, rezar…, siempre con la preocupación de favorecer el honor del Señor en conformidad con su voluntad. Nos parece que él clasificaba sus obras en dos grandes categorías: las obras de devoción y las obras de caridad; unas y otras le permitían no sólo servir a la gloria de Dios, sino, al mismo tiempo, crecer en santidad. En el reglamento de los Cooperadores salesianos, no conocía más que dos maneras de tender a la perfección: la devoción y el ejercicio activo de la caridad45. Análogamente, una de sus últimas circulares hablaba de «reemprender las obras de religión y de caridad más necesarias para mayor gloria de Dios y bien de las almas» 46. Hombre de realizaciones, Don Bosco no podía tener otra meta. Una vez puesto el principio y bien fijada en su mente la convicción, no tenía más deseo que hacerlos realidad en la vida concreta. Según él, la «devoción» y la caridad en acto permiten dar a Dios la gloria o el honor que le son debidos.

La devoción y la oración El devoto es un hombre de oración. Ahora bien, la oración, incluso la oración de petición, como la vemos practicada casi exclusivamente por Don Bosco, sirve para la gloria de Dios. La súplica honra por sí misma al que es objeto de ella. Más aún, nuestro Santo pensaba que esta glorificación exigía, en la oración, ciertas cualidades y, muy en particular, la verdad sencilla y la dignidad. Educador y publicista cristiano, debió decidir muchas veces entre oraciones largas o breves, profundas o sencillas, variadas o uniformes. A todos, a los niños, a los adolescentes, a los seglares y a los eclesiásticos que eran sus cooperadores, finalmente a sus religiosos y al conjunto de los cristianos, propuso un mismo estilo de piedad sencilla y digna. Sus Consignas a un joven que desea pasar bien sus vacaciones: «Oye cada día la santa misa y, si puedes, ayúdala; haz un poco de lectura espiritual. Reza piadosamente tus oraciones de la mañana y de la noche. Haz cada mañana una breve meditación sobre alguna verdad de la fe», se asemejan mucho a los programas que trazaba en sus alocuciones para personas adultas y religiosos experimentados47. Temía, para todos, la multiplicación de las prácticas de piedad. Comparándolas con las de su maestro más constante, san Alfonso de Ligorio, sus instrucciones manifiestan una clara tendencia a la simplificación de un régimen de piedad que, deliberadamente, quería ordinario48. «No os carguéis de demasiadas devociones», repetía san Felipe Neri49. No pretendía construir una espiritualidad para grupos especializados; pero, al 112

mismo tiempo, exigía un mínimo de prácticas, sin el cual toda vida espiritual se desploma rápidamente. Su sencillez era la de un pobre, que pide a Dios su ayuda en las dificultades de cada día y el progreso trabajoso hacia la eternidad. Aunque practicara la alabanza y la acción de gracias, como lo demuestra la fórmula inicial de las oraciones de la mañana insertada en el Joven instruido y en la Llave del Paraíso: «Señor y Dios mío, os amo y adoro con todo mi corazón. Os doy gracias por haberme creado, hecho cristiano y conservado en esta noche. Os ofrezco todas mis acciones…» 50, sus reflexiones se centraban habitualmente en la súplica, única forma de oración que conoce, por ejemplo, el capítulo sobre la oración de Seis domingos y la novena en honor de san Luis Gonzaga51. Insistía en que esta oración de pobre, sin brillo, sin fórmulas rebuscadas, fuera auténtica, para «alabanza de la gloria del Señor». Don Bosco no se resignaba a la superficialidad que, desgraciadamente, viciaba las oraciones de los humildes que él dirigía. Según su antiguo alumno, Giovanni Battista Anfossi, respondió a una persona que le reprochaba las demasiado numerosas oraciones de sus muchachos: «Yo no exijo más que lo que hace todo buen cristiano, pero procuro que estas oraciones se hagan bien» 52. De todos modos: «Oración vocal sin oración mental, es como un cuerpo sin alma» 53 y «es mejor no rezar que rezar mal» 54. La compostura en la oración y la pronunciación de las palabras le preocupaban mucho. En su juventud, había admirado y procurado imitar a Luis Comollo, el seminarista de oraciones largas y fervientes55. A este modelo añadía más tarde en sus obras el de Domingo Savio, del que decía que, «inmóvil y bien compuesto, de rodillas, sin apoyarse en ninguna parte, con suave sonrisa en el rostro, la cabeza levemente inclinada y los ojos bajos, se le podía tomar por otro san Luis» 56; y los émulos de este santo joven, Miguel Magone y Francisco Besucco, que se dirigían a Dios poniéndose de rodillas, con el busto recto y el rostro sonriente57. En cuanto a la pronunciación «clara, devota y distinta» de las frases, quiso hacer de ella una de las características de sus religiosos58. Deploraba explícitamente «la rapidez excesiva» de las oraciones de sus muchachos, que no articulaban las «sílabas ni las consonantes» como habría deseado59.

Meditación y espíritu de oración Estas directrices se referían a la oración vocal, la más habitualmente mencionada en sus obras: sus manuales de piedad estaban cargados de fórmulas. En compensación, hablaba poco de meditación. Un realismo, acaso discutible, le impedía aconsejar la oración mental al común de los cristianos. Cuando decía a los seglares: «Dediquemos al menos un cuarto de hora por la mañana y por la noche a hacer oración» 60, no estamos seguros de que se refiriese a la meditación. Sorprende aún más, en un admirador de san Francisco de Sales, que las primeras redacciones de las Constituciones salesianas no 113

conociesen más que media hora al día «de oración mental y vocal» 61; y la «media hora» de meditación diaria no apareció para sus religiosos, sino después de las observaciones de un sorprendido consultor romano62. Don Bosco, sin embargo, hacía meditar a los seglares como a los eclesiásticos. Para convencerse de esto basta consultar de nuevo sus manuales de devoción, añadiendo el Católico instruido de Giovanni Bonetti. Pero no imaginemos nada complicado: este ejercicio consistía a menudo en una lectura espiritual saboreada lentamente. Encontramos su método elemental –que bien puede tener antecedentes en la tradición benedictina– en ciertas instrucciones a sus religiosos, en las que se proponía seguir las etapas siguientes: escoger el tema, ponerse en la presencia de Dios, leer o escuchar el texto, aplicarse a uno mismo lo que le es más conveniente, tomar resoluciones prácticas y excitar afectos de amor, de acción de gracias y de humildad63. Hay que decir que, aunque en rigor se pueden descubrir aquí algunos elementos característicos del método de san Francisco de Sales en la Introducción a la vida devota, no tenemos pruebas para afirmar que san Juan Bosco lo haya aconsejado alguna vez, ni que lo haya conocido a través de un estudio personal. Con mucha más probabilidad, dependía de don Cafasso quien, «en la meditación para los seglares, quería que se leyese un texto piadoso durante un rato, haciendo algunas pequeñas pausas y reflexiones con afectuosos e íntimos coloquios» 64; y de la práctica del seminario de Chieri, donde se había formado en su juventud65. Estas consideraciones, unidas a otras sobre el horario de las jornadas de Don Bosco, han llevado a algunos a imaginar que él reducía al mínimo el servicio de Dios a través de la oración66, sin darse cuenta de que, hablando así, se han quedado demasiado en la superficie del estilo de su vida. Las elevaciones espirituales, que alimentaban sus jornadas y las de sus discípulos, nos ofrecen una primera rectificación de esta mala impresión. «Ordenad todas vuestras acciones al Señor, diciendo: Señor, os ofrezco este trabajo, bendecidlo» 67. Otra rectificación nos la proporciona su doctrina sobre el espíritu de oración. Las elevaciones piadosas u oraciones jaculatorias debían lograr crear en el alma, con la ayuda de la gracia de Dios, un estado de oración, llamado por él piedad o, mejor, espíritu de oración. Quien posee este espíritu disfruta del gusto y del amor a la oración68. Lo había admirado en san Luis Gonzaga, Domingo Savio y Francisco Besucco. Estos jóvenes le ayudaban, con sus libros, a dar lecciones prácticas sobre el espíritu de oración. El primero había obtenido el raro «privilegio» de no sufrir distracciones en sus oraciones y tenía que hacerse «una gran violencia» para dejar de rezar69. Al segundo «Dios le había enriquecido, entre otros dones, con el de un gran fervor en la oración. Estaba su espíritu tan habituado a conversar con Dios en todas partes, que, aun en medio de las más clamorosas algazaras, recogía su pensamiento y con piadosos afectos elevaba el corazón a Dios» 70. El tercero «amaba tanto la oración y tan habituado estaba a ella que, apenas quedaba solo o desocupado un momento, al punto se ponía a rezar. Con frecuencia lo hacía en el mismo recreo, y como llevado por movimientos involuntarios, cambiaba a veces los nombres de 114

los juegos con jaculatorias…». Se contaba que, en pleno juego, intercalaba entre sus gritos Padrenuestros y Avemarías. Los compañeros se reían, pero, continuaba Don Bosco, estas cosas mostraban «cuánto se deleitaba su corazón en la oración y qué dominio poseía sobre sí para recogerse y elevar su espíritu al Señor. Y esto, según los maestros de espíritu, señala un grado de encumbrada perfección que raramente se halla en las personas de virtud consumada» 71. Así, pues, nuestro autor no proponía a sus discípulos ni a sus lectores un tipo de santidad que hubiera tenido en poco la oración. Esta, con las breves oraciones que, como una red de pequeñas arterias en un organismo lleno de sangre, regaban su alma, transfiguraba su actividad y la de sus mejores alumnos. El cardenal Cagliero dijo de Domingo Savio que «no vivía sino de Dios, con Dios y para Dios» 72. Don Bosco, por su parte, había observado que su «inocencia de vida, el amor a Dios, el deseo de las cosas celestiales habían elevado de tal modo su espíritu, que bien se puede decir que estaba habitualmente absorto en Dios» 73. Pero era también su actitud espiritual personal, según los que mejor le conocieron. Don Bosco conversaba con el más allá, no sólo en los sueños nocturnos, sino en medio del barullo de sus jornadas apostólicas74. ¿Hará falta insistir y repetir que, indudablemente, se engañaría quien se lo imaginara inmerso en pura adoración, como los Serafines del santuario en el libro de Isaías?75. Pensamos que no le rebajamos afirmando que tales esplendores no eran propios del «pobre Don Bosco», el cual, haciéndose eco de las oraciones angustiosas diseminadas en el libro de los Salmos, escribía: «Esforcémonos en adquirir nosotros también este espíritu de oración: en todas nuestras necesidades, tribulaciones, desgracias, al emprender cualquier acción difícil, no dejemos de recurrir a Dios. Pero, sobre todo en las necesidades de nuestra alma» 76. Sí, «tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti» 77. Con sus súplicas, servía, a su modo, a la gloria de un Dios cuyo poder y bondad celebraba.

El servicio de Dios con la acción A la «piedad» unía la caridad activa. Pensaba que, en los «tiempos difíciles» en que vivía, la manera más urgente de servir a la gloria de Dios era este género de caridad78. Suponiendo que la vida de perfección pudiera quedar asegurada, tanto por la «piedad» como por el ejercicio de la caridad activa, estaba dispuesto a entregar preferentemente sus fuerzas a esta última. Las «antiguas órdenes terceras» «se proponían llegar a la perfección cristiana por el ejercicio de la piedad», explicaba, mientras que «nuestro fin principal (en la misión de los cooperadores salesianos) es el ejercicio activo de la caridad hacia el prójimo y muy especialmente hacia la juventud expuesta a los peligros del mundo y de la corrupción…» 79. Esta reflexión valía para todos los que querían vivir su 115

espíritu. El servicio de los demás es, ante todo, temporal. Es conocida la insistencia de Don Bosco acerca de dar lo superfluo a los necesitados. Quien no quiere hacerlo roba al Señor y, «según san Pablo, no poseerá el reino de Dios» 80. Con gracejo, felicitaba a los que dejaban ese superfluo como testamento, haciendo notar «que, en el Evangelio, no está escrito: «Dejad cuando muráis lo superfluo a los pobres», sino «Dad lo superfluo a los pobres» 81. En el mismo orden temporal, el verdadero cristiano cuida a los enfermos, instruye y educa a los niños, dirime los conflictos entre los hombres, sin hacerse rogar y apenas se le presenta la ocasión82. La historia de los santos en la Iglesia, sobre todo la de san Vicente de Paúl que Don Bosco conocía bien, le habría bastado para demostrar que la caridad cristiana es inagotable83. Pero estamos aún en el primer grado: Don Bosco practicaba y predicaba una caridad misionera. Ponía por obra un programa de vida que decía: Dadme almas y llevaos todo lo demás84. Como ya hemos tenido ocasión de observar, con frecuencia duplicaba una de sus fórmulas favoritas, diciendo: Por la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. A los ejemplos ya citados, añadiremos otros dos tomados de la historia de la Iglesia. En su tiempo, san Pablo, al interponer su apelación al César, había querido ir a Roma «donde, según nuestro autor, sabía, por revelación divina, cuánto debería trabajar por la mayor gloria de Dios y por la salvación de las almas» 85. El Non recuso laborem de san Martín al final de su vida era interpretado de la misma manera: «Con esas palabras demostraba su vivo deseo de ir al cielo, pero [añadía] que habría esperado aún, si hubiera sido para la mayor gloria de Dios y el bien [vantaggio] de las almas» 86. Don Bosco no era, pues, capaz de imaginar que el servicio temporal no desembocara en el servicio espiritual. Enseñaba que hay que preparar a los enfermos a la vida eterna, instruir a los jóvenes en la ciencia de la salvación, difundir los libros cristianos para que sea anunciada la buena nueva, etc.87 ¡Son tan pocos los hombres que se preocupan de lo espiritual, mientras que eso debería ocupar el primer puesto…!, observaba con dolor88. Al destacar que Domingo Savio y Miguel Magone ofrecían a sus compañeros toda suerte de servicios: hacerles la cama, limpiarles los zapatos, cepillarles la ropa, cuidarlos cuando estaban enfermos89, aconsejaba imitarlos preferentemente en su «industriosa caridad», cuando instituyeron grupos apostólicos o ayudaron a sus amigos en sus progresos religiosos90. Don Bosco fue siempre un hombre para la eternidad.

Caridad activa y perfección espiritual Salen ganando todos, los cristianos activos y los que se benefician de sus sudores. «Quien salva un alma salva la suya propia». Don Bosco veía que sus comunidades crecían en perfección por sus obras de caridad espiritual. Decía a todos los cristianos: «Un medio muy eficaz, aunque demasiado descuidado 116

por los hombres para conquistar el paraíso, es la limosna» 91, término que hay que interpretar aquí, como casi siempre en Don Bosco, en su sentido más amplio de «obra de misericordia realizada en favor del prójimo por amor de Dios» 92. Subimos a un plano superior con Domingo Savio, el día de 1855 en que pidió a su director un programa de santificación: «Lo primero que se le aconsejó para llegar a ser santo fue que trabajara en ganar almas para Dios» 93. Cuatro años después, una de las primeras redacciones de las Constituciones salesianas afirmaba a su vez: «El fin de esta Sociedad es el de reunir a sus miembros (…) para perfeccionarse a sí mismos imitando las virtudes de nuestro divino Salvador, sobre todo la caridad con los muchachos pobres» 94. Don Bosco ciertamente no había cambiado de parecer en 1868 cuando, en su panegírico de san Felipe Neri, notaba, según san Ambrosio, que «con el celo se adquiere la fe, y con el celo es conducido el hombre a la posesión de la justicia»; y, según san Gregorio Magno, que «ningún sacrificio es tan grato a Dios como el celo por la salvación de las almas» 95. Saltamos otros seis o siete años para leer en un proyecto preparatorio del reglamento de los Cooperadores, más claro en este punto que el texto definitivo: «Esta asociación puede ser asemejada a las antiguas órdenes terceras, con la diferencia de que aquéllas se proponían llegar a la perfección cristiana por el ejercicio de la piedad, y nuestro fin principal es el ejercicio activo de la caridad hacia el prójimo, y muy especialmente hacia la juventud expuesta a los peligros del mundo. Esto constituye el fin particular de la asociación» 96. Los textos de este género son en verdad raros, pero están contenidos en documentos muy pensados y madurados, y su claridad evita cualquier equívoco. Don Bosco sostenía que la caridad activa, pero ejercitada con espíritu de oración, hace posible alcanzar la misma santidad que otros buscan por caminos diversos, o mejor, insistiendo en valores diversos. Esta posición doctrinal, que no gozaba de todas las simpatías del mundo eclesiástico contemporáneo97, tiene para nosotros un enorme interés como para preguntar a Don Bosco cómo la sostenía. El conjunto de sus «razones» no nos decepciona. Don Bosco observaba que, según la Escritura, «la caridad cubre una multitud de pecados», y de ello deducía que la caridad fraterna «libra de la muerte eterna», «impide» al alma «ir a las tinieblas del infierno» y le permite alcanzar «misericordia delante de Dios» 98. Su confianza en el valor meritorio de las buenas obras no era extraña a estas reflexiones. «Cierto es que más tarde o más temprano la muerte nos sorprenderá a los dos (Don Bosco y su lector) y quizás la tengamos más cerca de lo que imaginamos. Cierto es igualmente que, si no hacemos buenas obras durante la vida, no podremos recoger su fruto en punto de muerte ni esperar de Dios recompensa alguna» 99. Ahora bien, la caridad activa, sobre todo si es apostólica, es fuente de obras excelentes y, por tanto, de méritos. Don Bosco se apoyaba en la autoridad de san Agustín: «Animam salvasti, animam tuam praedestinasti»100. Ponía en boca de Domingo Savio: «Si llego a salvar un alma, aseguro la salvación de la mía» 101, expresión que se inspiraba ciertamente en aquella sentencia, y concluía un párrafo sobre el amor fraterno de este 117

joven con estas palabras: «De este modo (Domingo) tenía siempre abierto el camino para ejercitar la caridad con el prójimo y acrecentar sus méritos delante de Dios» 102, donde el asunto de los méritos guarda claramente proporción con el ejercicio de la caridad cristiana. Conviene recordar que, en esta teología, contraria a la Reforma, la caridad se relacionaba estrechamente con el mérito. Don Bosco no ignoraba que el amor al prójimo y el amor a Dios son igualmente solidarios. Como Miguel Magone, que practicaba «una inteligente y activa caridad hacia sus compañeros», «se daba cuenta de que, en el ejercicio de esta virtud, estriba el medio más eficaz para crecer en el amor de Dios» 103. El caritativo se acerca a Dios por medio de Jesucristo, a quien encuentra en sus hermanos. A pesar del rechazo del socialismo religioso de 1848, que resultó efímero, la generación de Don Bosco hablaba menos que la nuestra sobre la fraternidad cristiana y la unión de los hombres en Cristo. Nuestro santo conocía, sin embargo, los elementos más tradicionales de estas verdades. Según él, un día en que se le preguntaron las razones de los sacrificios que se imponía por servir a los demás, Domingo Savio respondió entre otras cosas: «Porque somos hermanos» 104. Don Bosco hablaba también con naturalidad de sus «hermanos, los pobres» 105. El capítulo de san Mateo sobre el juicio le había enseñado la unión de Cristo y de los hombres, sobre todo si son desgraciados: «Es de gran estímulo para la caridad el ver a Jesucristo en la persona del prójimo y considerar que el bien hecho a un semejante nuestro lo tiene el divino Salvador por hecho a sí mismo, según estas palabras suyas: En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí me lo hicisteis» 106. Finalmente, última razón, aparentemente poco explotada por nuestro santo, pero que merecería por sí sola un estudio detenido: la caridad apostólica santifica porque asemeja a Cristo redentor. «No hay cosa más santa en esta vida que cooperar con Dios a la salvación de las almas, por las cuales derramó Jesucristo hasta la última gota de su sangre» 107. Esta reflexión de la Vida de Domingo Savio es del biógrafo mismo. Resumiendo, la caridad apostólica, sobre todo cuando tiende sinceramente a la transformación cristiana de los hombres, cuando es paciente y misericordiosa a imagen de Dios, conduce a la santidad heroica. ¿No fue ése el camino que llevó a Don Bosco a la perfección espiritual que la Iglesia se ha complacido en reconocer en él? Todo esto no hizo complicada la vida del que afirmaba con frecuencia que trabajaba sólo por la mayor gloria de Dios. La salvación de un alma acrecienta esta gloria, como decía explícitamente una frase de las primeras ediciones del Joven instruido108. Los dos fines, antes subordinados, tendían, es verdad, a superponerse. Se diría que se fueron superponiendo cada vez más en la tradición salesiana posterior, una vez iniciado el proceso desde el tiempo de Don Bosco. Pero no olvidemos cuán aferrado estaba él a la gloria divina. Dando por supuesto que era fiel a su pensamiento global cuando éste aún no se había desarrollado hasta los mínimos detalles, el discípulo servía al honor de Dios por su «piedad», ciertamente, pero, sobre todo, por su caridad activa. De este modo, la santidad que él buscaba en la sencillez crecía en la unión con Cristo. 118

Los diversos estados de vida del cristiano Don Bosco veía esta santificación en los diferentes estados de vida del cristiano. Ya le hemos oído repetir que cada uno se gana el cielo con el cumplimiento del propio «deber de estado» 109. Tal vez convenga notar que con este término no se refería sólo a los grandes estados de vida cristiana. El subtítulo del Porta teco, obra dirigida, por su contenido, a los padres y madres de familia, a los chicos y chicas, a los empleados y personas de servicio, estaba formulado así: «Avisos importantes sobre los deberes del cristiano, con el fin de que cada uno pueda alcanzar su propia salvación en el estado en que se encuentra». Como se ve, este libro sólo se refería a los seglares. Pero, desde su posición, Don Bosco tenía evidentemente que explicar a sacerdotes y religiosos cómo llegar, también ellos, a la perfección. De hecho, a lo largo de su existencia, tuvo presentes las tres principales vocaciones del fiel: la vocación seglar, que llamaba simplemente cristiana, la vocación religiosa y la vocación sacerdotal110. Sus reflexiones sobre la primera pueden haber quedado bastante olvidadas, pero no fueron las menos numerosas.

El seglar cristiano Recordemos que Don Bosco fue, sobre todo entre 1850 y 1860, uno de los grandes orientadores religiosos de los cristianos piamonteses, para los que escribió octavillas, opúsculos, compendios de doctrina y biografías edificantes; que, en diversas ocasiones, intentó reunir a los católicos y, más especialmente, a los seglares, en asociaciones apostólicas; y que, durante toda su vida, aconsejó a seglares con los que se mantenía en correspondencia epistolar y a otras innumerables personas que le pedían audiencia. Tuvo, pues, mil ocasiones de expresar sus ideas sobre la vida del cristiano que vive en el mundo. Como habitualmente hacemos hoy nosotros, sucedía que Don Bosco partía de la eminente dignidad adquirida en el bautismo, desde su entrada en «el seno de la Iglesia». El seglar cristiano puede llamarse hijo de un Dios, que es su padre; hermano de Cristo, al que «pertenece»; y beneficiario de los tesoros de gracias de la Iglesia: «Los sacramentos instituidos por este amantísimo Salvador fueron instituidos para mí. El paraíso que mi Jesús abrió con su muerte lo abrió para mí; y para mí, quiso darme a Dios mismo por padre, la Iglesia por madre y la palabra de Dios por guía» 111. Sabemos que no destinaba a la mediocridad a los artesanos incultos ni a los rudos campesinos: el título de bautizados le bastaba para transfigurarlos a sus ojos112. La santidad le parecía posible en los estados de vida más humildes. «Todos, en la Iglesia católica, cualquiera que sea su condición, pueden llegar a la perfección de la virtud. Bien lo demostró un pobre campesino…» 113. Y contaba la historia de san Isidro labrador. Dirigido por él, el seglar aspirante a la santidad no debía imitar al clérigo o al monje, género que no le agradaba. Decía a la madre de familia: «Sepa moderar sus devociones, 119

de modo que no le impidan hacer los trabajos propios de una madre de familia» 114. El seglar se santifica en su «estado» y en su «condición». Efectivamente, como leemos en una obra a veces atribuida a Don Bosco y ciertamente revisada por él, «la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en cumplir bien nuestro deber, según nuestro estado y nuestra condición. Nuestra gran ocupación debe ser, pues, hacer bien nuestras acciones, aun las más pequeñas. Nuestra santidad, nuestra salvación, nuestra felicidad o nuestra desgracia eternas dependen de eso. Las acciones, aún las más banales, como los trabajos manuales, las diversiones sanas, el comer y el beber, pueden ser fuentes de gran mérito» 115. La santidad del seglar es una santidad de deber de estado, entendiéndolo, por lo que antes se ha dicho, no como un frío imperativo categórico, sino como la expresión de la voluntad de Dios. Los deberes religiosos van incluidos en ese deber de estado, pero el buen seglar de Don Bosco no es sólo un perfecto practicante: él es del mundo y le sirve lo mejor que puede. En los libros del santo, se presentan madres de familia que se ganan el cielo cosiendo, barriendo y preparando la comida116; mujeres de servicio que se santifican cuidando el ganado y obedeciendo a sus amos117; soldados, como Pedro en Crimea, que se santifican en los campos de batalla y sirviendo a la patria118. Cuando el seglar desempeña un cargo público, debe santificarse trabajando por la «sociedad» 119. San Luis, rey de Francia, «promovió constantemente el bien y el esplendor de su pueblo», contaba Don Bosco120; y no pensaba que este modo de cumplir sus funciones de hombre de Estado hubiera perjudicado a su santidad. El buen cristiano es necesariamente un buen ciudadano. «Mi vida me ha enseñado, explicaba uno de sus portavoces, que sólo la práctica de la religión puede consolidar la concordia en las familias y la felicidad de los que viven en este valle de lágrimas» 121. Aquí vuelve a aparecer una de sus tesis favoritas.

Las virtudes del seglar cristiano La profesión cristiana exigía del seglar una fe de combatiente. En su vejez, Don Bosco repetirá todavía en medio del relato de un sueño: «Armaos con el escudo de la fe, para que podáis combatir contra las asechanzas del diablo» 122. La caída de ciertas instituciones cristianas y el cambio de la opinión pública en contra habían paralizado a su alrededor a gran número de bautizados. Uno de sus enemigos fue el «respeto humano», que impedía a la gente mediocre rezar en público, frecuentar los sacramentos, defender la verdad; en una palabra, desdoblaba su personalidad123. Expresaba así su dolor en una Vida del apóstol san Pedro: «Si los cristianos de nuestros días tuvieran el valor de los fieles de los primeros tiempos, y superando todo respeto humano profesaran su fe con valentía, ciertamente nuestra santa religión no se vería tan despreciada; y muchas personas, que intentan burlarse de la religión y de los ministros sagrados, se verían obligadas por la justicia y por la inocencia a venerar a la vez la religión y sus 120

ministros» 124. Animaba a los seglares a practicar otra virtud que estimaba mucho. No soportaba una cierta idea de la Providencia que conducía a la pereza. Naturalmente, no reclamaba sistemáticamente la promoción social de las clases menos pudientes y le tocaba, aunque raras veces, predicar a los desdichados la mera resignación125; la «revolución» no tentaba su espíritu moderado. Pero sabemos también que consagró todas sus fuerzas a socorrer eficazmente a los necesitados. Obraba por convicción y no sólo por el gusto de hacer algo: «Pongamos en él (Dios) toda nuestra confianza y hagamos cuanto podamos para endulzar las amarguras de la tierra» 126. «Que, en consecuencia, nuestro programa sea: valor, economía, trabajo y oración» 127. A pesar de su desmañada formulación, Don Bosco podía hacer suyos los consejos que su amigo Pedro había dirigido a su familia y que él difundía en el Piamonte de 1855: «Decid a mis hermanos y hermanas que el trabajo hace buenos ciudadanos, que la religión (verosímilmente: la práctica religiosa) hace buenos cristianos; pero que el trabajo y la religión llevan al cielo» 128. ¿Serían suficientes la fe viva y el trabajo asiduo para la fecundidad de una vida de cristiano seglar? Sin duda, nuestro santo enseñaba, además, a los fieles la castidad, la paciencia, la prudencia, la dulzura y la bondad, como hemos podido ver en los capítulos precedentes129. No nos repetiremos. Querríamos sólo saber si su retrato del seglar, que la mentalidad laboriosa del siglo XIX marcó tan profundamente, comportaba y hasta qué punto el espíritu de servicio, cuando a nuestro parecer, en aquel tiempo reinaba el individualismo de manera indiscutible. Gracias a Dios, no hay motivo para escandalizarnos: los seglares ejemplares propuestos por Don Bosco no se consideraban solos en el mundo. Más allá de sus deberes de estado, servían al prójimo en su cuerpo y en su alma. El padre piensa ante todo en su mujer, sus hijos y sus familiares130. Practica generosamente la hospitalidad131. Y colabora, además, en la vida de la comunidad local. Un parroquiano modelo es descrito con los rasgos siguientes: «Tomaba parte en las vísperas, en la bendición, en las misas cantadas; había logrado reunir a jóvenes de buena voz y buena voluntad y les había enseñado canto (…). Era director de la coral, tesorero de numerosas obras de beneficencia, concejal y alguna vez fue alcalde. El párroco tenía en Pedro un parroquiano fiel y podía contar con él para recibir ayuda y consejo en los asuntos más importantes y confidenciales» 132. Semejante disponibilidad es ya apreciable, y parece que a los seglares del Porta teco de 1858 no les pedía más. El apostolado de Don Bosco y la extensión de su Sociedad le hicieron ensanchar pronto el horizonte de sus lectores y de sus oyentes mucho más allá de sus propias parroquias. Él mismo, en aquel tiempo, consideraba el servicio cristiano con las dimensiones de toda la Iglesia, que veía, por otra parte, como bien sabemos, al modo de una familia dirigida por el soberano pontífice: «Entre católicos, no hay obras nuestras ni obras de otros. Todos somos hijos de Dios y de la Iglesia; hijos del papa, que es nuestro padre común» 133. En el espíritu de su movimiento, los cooperadores salesianos trabajaban para sus parroquias, para sus 121

diócesis y, a través de las misiones, para toda la catolicidad. Los seglares de Don Bosco eran apóstoles con el ejemplo y con la acción. Difundían la verdad cristiana, buscaban y sostenían las vocaciones sacerdotales, se esforzaban por educar a los jóvenes, sobre los cuales descansa el porvenir de la sociedad y de la Iglesia de Cristo. En este trabajo, su inspirador los habría querido, imitando en esto a los incrédulos y a los anticlericales de su tiempo, mucho más unidos de lo que estaban: « Los que hacemos profesión de cristianos debemos unirnos en estos tiempos difíciles para propagar el espíritu de oración y de caridad por todos los medios que nos suministra la religión…» 134. La Unión de los Cooperadores nació de una preocupación de eficacia: una soga triple se rompe más difícilmente que si está hecha con una sola cuerda. Don Bosco unía a este principio las razones doctrinales del apostolado que ponía en labios de Domingo Savio, a saber, la universalidad de la redención, la fraternidad de todos los cristianos en Cristo, la obediencia a Dios y, en fin, el crecimiento de la propia santidad135. Para magnificar a Don Bosco no es preciso ver en él al precursor de la espiritualidad y del apostolado de los seglares de la segunda parte del siglo XX. Pero sí es interesante hacer notar que pensó en los cristianos adultos, en el estilo de vida que les convenía, en su papel misionero dentro de la Iglesia y en su santificación a través de la vida corriente y del apostolado directo. Vistas en conjunto, sus ideas no parece que hayan sufrido grandes variaciones: repitió que hay que proponer a los seglares una espiritualidad y un estilo apostólicos muy sencillos, que no les aparten de sus ambientes de vida ni de sus ocupaciones ordinarias. Ciertas semejanzas entre esta doctrina y la de contemporáneos insignes, que hablan en nombre de vastos grupos de opinión136, no dejan de ser curiosas. Nuestro santo fue uno de los que, en el siglo XIX, prepararon a los cristianos para las batallas del siglo XX.

El religioso de vida activa Los seglares absorbieron las reflexiones de Don Bosco hasta la mitad de su edad madura. El problema de la vida religiosa, que sólo ocasionalmente se había planteado en su juventud, volvió a entrar en sus reflexiones a partir de 1855 aproximadamente. Desde entonces buscó un estilo religioso semejante a la vida de los sacerdotes educadores que él pensaba agrupar en una nueva Congregación. Esta no nació improvisamente de su cerebro. Todo, en su formación y en el ambiente en que había ido evolucionando hasta esa fecha, le llevaba hacia los clérigos regulares y las sociedades de sacerdotes. Se inspiró, pues, en las lecciones de los jesuitas, barnabitas, redentoristas, oblatos de María del Padre Lanteri, rosminianos y paulinos137. Esto nos desaconseja evidentemente buscar en él cualquier teoría de la vida eremítica o monástica. En realidad, tuvo sólo en su mente al religioso activo, que se separa del mundo sin huir de él, que no ayuna ni reza más que el seglar fervoroso, que simplemente practica los consejos evangélicos de 122

pobreza, castidad y obediencia en comunidades orgánicas y trata de armonizar la tendencia a la «perfección» exigida por su estado de consagrado con las necesidades del apostolado al que se ha entregado138. Para evitar todo equívoco, digamos en seguida que Don Bosco quería hacer de sus salesianos religiosos auténticos. Solamente razones de prudencia o de oportunidad le aconsejaban evitar los títulos de padres, superiores, provinciales…, que habrían recordado el olor del convento en narices que, a su lado, se habían vuelto muy sensibles. Proponía a sus hijos espirituales un estilo de vida que, lejos de los peligros del mundo, les ofrecería armas bien afiladas contra la «triple consupiscencia» y los ayudaría a santificarse139. Es verosímil que les dijera un día, como leemos en su biografía: El fin de la Sociedad salesiana «es salvar nuestra alma y con ella las de los demás» 140. Según su concepción, la vida religiosa quedaba comprendida en los votos, la práctica de las Constituciones y la vida común. Los votos son un don de sí a Dios; pero es un don que estamos constantemente tentados de volverlo a tomar. «Vigilad (pues) y haced que ni el amor del mundo, ni el afecto a los parientes, ni el deseo de una vida más cómoda os muevan al gran disparate de profanar los santos votos y traicionar de este modo la profesión religiosa, con la que nos hemos consagrado al Señor. Nadie vuelva a tomar para sí lo que hemos dado a Dios» 141. Los votos son, pues, cosa seria. Recordad, decía también Don Bosco, la historia de Ananías y Safira, aquellos desdichados que faltaron a la pobreza prometida y recibieron inmediatamente el castigo142. Le gustaba exponer que, «según san Anselmo», una acción buena hecha sin voto se asemeja al fruto de un árbol, mientras que, hecha con voto, es comparable al árbol y su fruto143. Finalmente, los votos tienen la ventaja de unir a los religiosos a su superior, éste y su Congregación al papa y, por el papa, a Dios144. Porque la eclesiología de Don Bosco dirigía también sus ideas sobre la vida religiosa. La observancia de los votos queda definida por las Constituciones, «esas reglas que nuestra santa madre, la Iglesia, se dignó aprobar para nuestra guía y el bien de nuestra alma y para provecho espiritual y material de nuestros queridos alumnos» 145. Expresión de la voluntad divina manifestada a través de sus más auténticos mandatarios, Don Bosco no había querido que sus reglas fuesen pesadas: el yugo de Cristo es, por principio, «ligero»; sin embargo, reconocía el valor ascético de sus Constituciones, por benignas que fuesen. «Queridos míos, ¿pretendemos, acaso, ir en coche al paraíso? No nos hicimos religiosos precisamente para gozar, sino para sufrir y ganar méritos para la otra vida; no nos consagramos a Dios para mandar, sino para obedecer; no lo hicimos para apegarnos a las criaturas, sino para practicar la caridad hacia el prójimo, movidos por amor de Dios; no fue para llevar una vida regalada, sino para ser pobres con Jesucristo, padecer con Jesucristo en la tierra y hacernos así dignos de su gloria en el cielo» 146. Finalmente, los votos y las Constituciones ponen al religioso en una vida común que Don Bosco concebía gustoso según el modelo de la Iglesia de Jerusalén, en la que todos 123

los bienes se ponían en común y los recursos de cada uno contribuían a la felicidad de todos; donde, en una palabra, los fieles no tenían «más que un solo corazón y una sola alma» 147. «Los miembros de la Sociedad viven en común en cuanto al alimento y al vestido» 148. Se ayudan mutuamente a crecer en perfección. «¡Desgraciado del que esté solo!» (Vae soli!); mientras que, el religioso guiado por superiores a quienes se confía de buen grado, recibe y sigue los consejos oportunos para su santificación y para el éxito de su obra apostólica149. Por lo demás, una caridad saludable para el alma tenía el poder de transfigurar las comunidades que crecían según el corazón de Don Bosco; comunidades de las que nos han llegado, aunque con documentación incompleta, recuerdos conmovedores y cartas afectuosas y exigentes a la vez150. La vida común habría debido, de hecho, mitigar el rigor de los votos. A pesar de la ascética, que dichas comunidades no olvidaban, no había nada idealmente más agradable que estas sociedades felices. Don Bosco se alegraba de su felicidad, pues la alegría es un bien demasiado precioso como para ser mirado con recelo. «Si nuestros hermanos entran en la Sociedad con estas disposiciones, nuestras casas se convertirán ciertamente en un paraíso en la tierra (…). Se tendrá, en fin, una familia de hermanos en torno a su padre, para promover la gloria de Dios en la tierra, para ir después un día a amarle y gozarle en la inmensa gloria de la bienaventuranza en el cielo» 151. Esta conclusión es menos oratoria de lo que parece. En efecto, nuestro santo unificaba tanto la vida religiosa como la vida apostólica, por medio del principio constante del servicio de Dios y de su gloria. Porque, ¿no es verdad?, «nuestros votos pueden ser llamados cuerdecillas espirituales que nos ligan a Dios y ponen en manos del superior la propia voluntad, los bienes, nuestras fuerzas físicas y morales, a fin de que entre todos hagamos un solo corazón y una sola alma, para promover la mayor gloria de Dios según nuestras Constituciones» 152.

El sacerdote En el centro de la vida sacerdotal, Don Bosco ponía aún y siempre el servicio del Señor. El sacerdote defiende «el gran interés de Dios» 153 y no espera otra recompensa que él mismo. A la marquesa que le daba las gracias por haber introducido en sus instituciones «cantos religiosos, el canto gregoriano, la música, la aritmética e incluso el sistema métrico», Don Bosco respondía: «No me lo agradezca. El deber de un sacerdote es trabajar. Dios lo pagará todo; por favor, no le dé demasiada importancia» 154. Cuando se siente la necesidad, se lucha por él: «¿Hay que trabajar? Moriré en el campo del trabajo, sicut bonus miles Christi»155. El es ciertamente el «incensario de la divinidad», según una expresión de nuestro santo, algunos años después de su ordenación sacerdotal156. Y cuando reflexionaba sobre lo específico de su función, Don Bosco 124

encontraba evidentemente el sacrificio de la misa y el sacramento de la penitencia, que dan al sacerdote la precedencia «sobre los mismos ángeles» 157. Creemos no engañarnos diciendo que, para él, el sacerdote era sobre todo el ministro, es decir, el obrero o el soldado de Dios. Después de tantos autores de la Contrarreforma, entre los cuales estaba sobre todo san Alfonso, seguidor a su vez de san Carlos Borromeo158, Don Bosco deducía de dicha función las virtudes indispensables al sacerdote. El desprendimiento ascético ocupaba lugar preferente. «En cuanto al estado sacerdotal, es preciso seguir las normas establecidas por nuestro divino Salvador: renunciar a las comodidades, a la gloria del mundo, a las satisfacciones de la tierra, para entregarse al servicio de Dios…» 159. El espíritu de oración, tan necesario al seglar, lo es más aún al sacerdote: «La oración es para el sacerdote como el agua para el pez, el aire para el pájaro, la fuente para el ciervo», escribía desde 1847160. Finalmente, consideraba el celo, alimentado con la fe y con la caridad, la virtud sacerdotal característica, sin ninguna duda. A veces quedaba decepcionado por la debilidad de la fe, de la caridad y del celo de los eclesiásticos que le rodeaban, entre los cuales pensaba que los imitadores de san Vicente de Paúl eran demasiado escasos161. Sin embargo, los había habido en el pasado y encontraba todavía a alguno en su tiempo. Eran san Felipe Neri, José Cafasso, o algún otro amigo sacerdote, el párroco de Marmorito, Carlos Valfré (1813-1861), que tuvo derecho a una nota elogiosa en la Vida de Domingo Savio: «…Era incansable en el cumplimiento de sus deberes. Instruir a los niños pobres, asistir a los enfermos, aliviar a los desgraciados, he ahí lo que caracterizaba su celo. Por su bondad, su caridad y su desinterés, podría ser propuesto como modelo a todos los sacerdotes con cura de almas…» 162. El panegírico de san Felipe Neri, pronunciado ante un auditorio de sacerdotes, se centró también en el celo, «que es como el eje en cuyo derredor se perfeccionan, por así decir, todas las demás virtudes; esto es, el celo por la salvación de las almas. Este es el celo recomendado por el divino Salvador cuando dijo: He venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué más deseo sino que se encienda?…» 163. La función sacerdotal exige este celo «ardiente». «Alguno dirá: Felipe obtuvo estas maravillas porque era un santo; y yo digo: Felipe obró estas maravillas porque era un sacerdote que correspondía al espíritu de su vocación (…). Lo que nos debe absolutamente empujar a cumplir con celo este oficio (sacerdotal) es la cuenta estrechísima que nosotros, como ministros de Jesucristo, debemos rendir en su tribunal divino de las almas confiadas a nosotros» 164. El celo mueve a la acción más necesaria que pueda existir: «Hay almas en peligro y nosotros debemos salvarlas. Estamos obligados a ello como simples cristianos a quienes Dios mandó cuidar del prójimo: y a cada uno pedirá cuenta de su prójimo. Estamos obligados porque se trata de las almas de nuestros hermanos, puesto que todos nosotros somos hijos del mismo Padre celeste. Debemos también sentirnos estimulados a trabajar por la salvación de las almas de modo excepcional, porque ésta es la obra más santa de las santas: lo más divino de lo divino es

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cooperar con Dios a la salvación de las almas (Dionisio Areopagita)» 165.

Conclusión La mejor conclusión de este capítulo es precisamente este elogio de san Felipe Neri, una de las «maravillas del siglo XVI» 166, cuyas actividades, según las expresiones de Don Bosco, «bastan por sí mismas para presentar un perfecto modelo de virtud al sencillo cristiano, al miembro fervoroso del claustro, al más laborioso eclesiástico» 167; un hombre cuyas acciones estuvieron, como las de todos los santos, «dirigidas todas al mismo fin, que es la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas» 168; un hombre, que practicó las virtudes que nuestro santo más estimaba: la castidad, gracias a la cual «reconocía por el simple olor quién estaba adornado de esta virtud y quién estaba contaminado por el vicio opuesto» 169; y la caridad sobrenatural, ni irracional ni áspera, sino, al contrario, dulce, benigna, hecha agradable por su inagotable alegría, que él reservaba para los pobres y los pequeños, los predilectos de Jesucristo170.

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CONCLUSIÓN

DON BOSCO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD

La vida espiritual según Don Bosco Ahora es posible conjuntar las principales características de la vida espiritual según san Juan Bosco, antes de intentar situar su pensamiento en la historia de la espiritualidad católica. Don Bosco imaginaba esta vida como un camino de la felicidad que, con la mayor santidad posible, lleva a la felicidad personal. El hombre se encuentra en él, comprometido con todas sus capacidades, naturales y sobrenaturales. Mientras va avanzando, si no se desvía de él, encuentra ya la alegría y la paz. Su marcha procede según las directrices de la Iglesia y en medio de un mundo poblado por Dios, Cristo, la Virgen María inmaculada y auxiliadora, los ángeles, los santos, el papa y sus hermanos en la fe. Cristo y los santos son, de modo particular, imágenes de la perfección divina, y deben ser admirados e imitados. La Iglesia visible tiene una extrema importancia en esta espiritualidad: Dios habla hoy en ella. Y se nota una cierta tendencia a concentrarla en la persona del soberano pontífice. En su camino espiritual, el cristiano es guiado y sostenido por Dios. La palabra del Señor en la Iglesia le indica el fin que debe buscar, las verdades esenciales que debe creer y una moral que debe practicar. El sacramento de la Penitencia levanta al que cae y el sacramento de la Eucaristía alimenta al fiel con el Cuerpo de Cristo. Los sacramentos son las columnas de la vida religiosa. Esta encuentra también apoyo en los «ejemplos» y en las prácticas piadosas, que deben ser, en lo posible, sencillas y accesibles a todos. Pero esto no basta. La vida cristiana es virtuosa; su proceso, trabajoso. Hay que «sufrir con Cristo, para ser glorificados con él». En lo esencial, la ascesis de Don Bosco supone una sumisión inteligente a la vida, porque Dios está en el origen de ella y todos deben ordenarse a él. No hay santidad sino en el cumplimiento, a veces costoso, de su voluntad, muchas veces identificada con el «deber». Además, el cristiano debe saber desprenderse de los obstáculos. Conserva sólo los bienes necesarios a su condición, se somete humildemente a los hombres que le hablan en nombre de Dios y, con particular atención, evita toda sombra de falta, sobre todo en el campo de la castidad, donde el «recato» de nuestro santo era extremado. Finalmente, está al servicio de Dios y de su gloria. La oración sencilla y continua que cultiva le mantiene en contacto con lo sagrado. 127

Sin embargo, aunque la piedad le parece indispensable para el servicio del Señor, el fiel encuentra en la «caridad activa», practicada «para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas», el verdadero trampolín de su perfección. Este camino está abierto a todos: clérigos, religiosos y seglares. La santidad es «fácil», de ningún modo reservada a un pequeño número de selectos. Don Bosco no dividía el recorrido en etapas: con razón o sin ella, desconocía las vías purgativa, iluminativa y unitiva, como también otras divisiones de los especialistas. En fin, no se ve que los fenómenos místicos, cuya presencia fue reconocida en la vida de Domingo Savio y en la suya propia, los haya considerado nunca esenciales a una santidad consumada.

Características del pensamiento espiritual de Don Bosco Todo pensamiento o doctrina espiritual que se refiera a Cristo supone una determinada concepción del hombre, un estilo de ascesis y de oración, y alguna preferencia por uno de los dos géneros de vida cristiana, representados tradicionalmente por Marta y María. Don Bosco era un optimista. Recordemos una de sus máximas favoritas, copiada en un registro de su breviario: «He comprendido que no hay nada mejor que estar alegre y hacer el bien durante la vida» 1. Por temperamento, por sumisión a maestros venerados y por convicción adquirida, admiraba al hombre y confiaba en sus capacidades. Rastros de un «agustinismo» excesivo son raros en el pensamiento de su madurez. Sin embargo, se ha visto que no cayó en la ingenuidad de profesar un puro humanismo. El fomes peccati debe ser vigilado, porque corre el peligro de llegar a imponerse. Por lo demás, un hombre sin religión es un eterno desdichado. Su ascesis era exigente, aunque algún observador superficial no lo haya advertido. El lema: Trabajo y templanza, que daba a sus discípulos, obligaba a éstos a una vigilancia constante sobre sí mismos. No aprobaba las penitencias exteriores ni las maceraciones desmedidas. Daba preferencia a la mortificación espiritual que somete la voluntad, y a la mortificación inevitable que se acepta por sumisión a Dios en la vida. Predicaba una ascesis oculta, cuyo modelo era Cristo crucificado. De todos modos, el sufrimiento y la renuncia le parecían inseparables de la vida cristiana. El estilo de devoción que inculcaba era, no nos atreveríamos a decir litúrgico, sino sacramental. Ciertamente recomendaba y propagaba las prácticas de piedad comunes en su ambiente; ninguna más, a nuestro juicio; con excepción, tal vez, del ejercicio de la buena muerte; y nunca hasta el punto de eclipsar la vida sacramental. Habló poco de la oración metódica; insistió mucho en la Penitencia y en la Eucaristía. Finalmente, escogió para sí y sus discípulos la santidad por medio de la acción, pero sin renunciar a una especie de contemplación habitual, mantenida por un «espíritu de oración» que sostenía tenazmente. Imitaba a Cristo en su caridad activa, industriosa, laboriosa al servicio de los pequeños. Su espiritualidad era dinámica. Un temperamento mezquino tal vez le acusaría de pelagianismo. Sin una visión suficientemente amplia de 128

sus posiciones, se le calumniaría. Pero, con toda certeza, Don Bosco nunca sufrió la tentación del quietismo. Don Bosco tenía, pues, una idea grande del hombre, a quien quería mortificado en secreto, creciendo en santidad con la práctica sacramental y con la caridad activa, sostenida ésta por la oración.

La inserción de Don Bosco en una tradición espiritual Estas características permiten clasificar el pensamiento espiritual de un italiano del siglo XIX, que admiraba a san Felipe Neri y a san Francisco de Sales probablemente más que a todos los otros santos canonizados. Es evidente que las filiaciones que vamos a poner de relieve no explican por entero el pensamiento de Don Bosco. Don Bosco fue original, como todo espíritu fiel a sí mismo que no quiere reducirse a ser solamente espejo de los modelos que encuentra. Esto se ha escrito, a veces hasta con énfasis algo ridículo, y nosotros lo sostenemos. Pero también es verdad que nunca buscó destacarse por su singularidad, sino todo lo contrario. Porque se preocupó de exponer las posiciones más seguras de la Iglesia de siempre, sin pretender revisar, con la ayuda de la Biblia y de algunos Padres, el cristianismo y los principios generales de perfección. La lógica de su antiprotestantismo y de su antijansenismo se oponía a ello. Se sentía dentro de una tradición, recibida del mundo espiritual que le era más propio; como era, más o menos, la de los alfonsianos y, de manera general, la de los mejores autores recientes de su país hacia el 1850 y 1860. Por lo tanto, se insería en una historia bien definida. Negar esta realidad, tentación a la cual se desearía que nadie hubiera cedido, no sirve sino para complicar un problema, que tiene necesidad de ser esclarecido.

Don Bosco y la escuela italiana de la Restauración católica De hecho e intencionadamente, san Juan Bosco pertenece al período postridentino del catolicismo occidental, en el que se distinguen, excluyendo a Alemania e Inglaterra sacudidas por la Reforma, tres o cuatro grandes corrientes espirituales de carácter nacional: la escuela española, la escuela francesa, la escuela italiana y la escuela flamenca. Esta última, en rigor, vivía de la tradición medieval2. Toda división conlleva riesgos; la que presentamos tiene la ventaja de ser, por lo menos, fácil y, en parte, está bien fundamentada, pues las características nacionales, que siempre han estado presentes, se han ido consolidando en Europa a partir del final de la Edad Media. El pensamiento de san Juan Bosco no tiene mucho que ver con la «escuela francesa» de Bérulle, Olier, Condren, Bourgoing, etc.; a no ser a través del canal de san Vicente de Paúl. En todo caso, no cultivó sus grandes principios. No se encuentran en él 129

los ejes de su espiritualidad: la devoción al Verbo encarnado, la predilección por la virtud de religión, la concepción agustiniana de la gracia,… La escuela española del siglo XVI le fue más familiar. Sus afinidades con santa Teresa y san Ignacio de Loyola son ciertas: con la primera, condividía su tierna devoción a la majestad de Dios; con el segundo, la lucha contra el mal; y su culto de la mayor gloria de Dios tenía sus raíces, probablemente, en la espiritualidad ignaciana. Finalmente, algunos creen poder clasificar a san Juan Bosco entre los discípulos de san Francisco de Sales; pero las semejanzas evidentes que se dan entre los dos santos provienen más de la coincidencia de sus gustos y de sus obras, que de una dependencia doctrinal que no ha sido demostrada. De hecho, los dos coinciden sobre todo en el aprovechamiento del patrimonio italiano de la Restauración católica. Esta «escuela» en sentido amplio, poco homogénea, pero real3, nacida en el medioevo franciscano, marcada por el clima humanista del siglo XV y principios del XVI, había asumido su aspecto moderno en la atmósfera sacramentalista y combativa de la reforma tridentina. El matiz místico, tan fuerte en Italia en tiempos de santa Catalina de Siena y de santa Catalina de Génova, se había atenuado mucho. La espiritualidad dominante, que está comenzando a ser bien estudiada4, se caracterizaba, en este país, por un optimismo humanista, que el protestantismo había más bien acentuado, si bien luego se fue debilitando a causa del clima rigorista del siglo XVIII; por una piedad sencilla, poco preocupada de métodos; por una clara preferencia por la práctica; por una ascesis interior, que se ocultaba bajo apariencias agradables; por una búsqueda constante de la alegría y de la paz del alma, elementos de una vida espiritual sana; y, finalmente, por una oposición habitual al paganismo y al protestantismo, las grandes tentaciones del catolicismo de la época. En grados diversos, estas notas caracterizaron tanto las doctrinas de san Felipe Neri y de santa Catalina de Ricci, como las del Combate espiritual, del cardenal Bona, de Giovanni Battista Scaramelli y de san Alfonso de Ligorio. Dichas características aparecieron de nuevo, con toda claridad, en san Juan Bosco5. No insistiremos en la última, demasiado conocida en el discípulo de san Alfonso y en el enemigo de los valdenses piamonteses. Pero algunas observaciones sobre las otras cinco nos ayudarán a situarle mejor en su mundo. Siguiendo a los humanistas –aunque no sin algunas reticencias debidas a la influencia postridentina, a una primera formación rigorista, a un cierto temor de la carne y a su rechazo visceral de todo sistema religioso cerrado sobre sí mismo–, Don Bosco pensaba que había que santificar a las personas como son, tratar a las generaciones como se presentan, creer en la mortificación del espíritu más que en la excesiva maceración del cuerpo, desconfiar del terror y de la dureza en la dirección de las almas y ver en Dios a un padre lleno de bondad, más que a un tirano temible6. El «sueño» de los nueve años, que tuvo en su vida una considerable importancia, ilustraba principios de este género. Su condescendencia para con la naturaleza humana era grande y la favorecía lo mejor posible. Se lee, entre las frases que copió: «Conserva lo que es recto, modifica lo 130

deforme, cultiva lo bello, conserva lo sano, apuntala lo débil» 7. Permitió a muchachos la comunión frecuente y, apenas cedió la resistencia a su alrededor, la comunión diaria. El progreso técnico, los juegos, la música, los espectáculos, en una palabra la alegría sensible, lejos de encontrar oposición en él, encontraron a un admirador y a un aliado8. Imitaba en esto a san Francisco de Sales, pero, a nuestro juicio, aun más a san Felipe Neri, y coincidía con otros ilustres miembros de la escuela italiana, como san Cayetano de Thienne, santa María Magdalena de Pazzi, santa Angela Merici y el autor del Combate espiritual9. Los imitaba hasta en lo que, a veces, nos pudiera parecer contradictorio, como la huida ante las pasiones carnales: según el consejo del Combate espiritual10, la victoria contra tales pasiones es quimérica, si no se evita, «con el mayor cuidado posible, toda ocasión y toda persona que presente el menor peligro». Don Bosco siguió aun más claramente la línea italiana con su estilo de piedad sencilla y su rechazo de métodos, incluso los menos complicados. En esto se distingue de los autores espirituales modernos, flamencos, franceses y españoles. Si leyó, acaso, la Introducción a la vida devota11, nada retuvo de sus capítulos sobre el mecanismo de la meditación, con toda certeza; sus sermones conocidos sobre la oración no hacen la más mínima alusión a ella; y sus escritos no contienen ningún vestigio de detallados exámenes de conciencia. La agilidad y la soltura en materia espiritual le parecían cosas buenas. Se gloriaba de la libertad en el modo de proceder de sus jóvenes cuando se confesaban y cuando iban a comulgar. La dirección espiritual, que conocía a fondo, no tuvo en él la forma acabada que se ve en las obras de san Francisco de Sales y en la tradición ignaciana. Si hubiera que buscar a sus maestros o autores de estilo semejante al suyo, habría que volver de nuevo a san Felipe Neri y al Combate espiritual. La espiritualidad italiana en su apogeo rechaza los estorbos no indispensables: «el temperamento de los renacentistas italianos se adapta mal a lo que es complicado, a lo que oprime. Tiene necesidad de espacio, de aire. Lo que dificulta sus movimientos le es insoportable», etc.12 Nuestro santo optaba también por una espiritualidad práctica, no teórica o científica, como había sucedido en Francia y en España al comienzo del siglo XVII. Su obra no contiene disertaciones acabadas; y la naturaleza del público al que estaba destinada no basta para explicar esta ausencia. «La espiritualidad italiana permanecerá siempre orientada a la acción: será menos especulativa (que la española). Es la espiritualidad en acto en las instituciones religiosas y en la vida de los santos –como en Francia en el siglo XVI–, más aún que la espiritualidad en teoría, en los libros…» 13. Don Bosco enseñaba la espiritualidad en acto en sus pláticas, que están llenas de esempi, en sus historias de la Iglesia y de Italia, en su Mes de mayo y, aun más si cabe, en sus biografías o colecciones de anécdotas edificantes, desde Luis Comollo a los relatos de hechos contemporáneos, que tanto le gustaron siempre. Finalmente, como los autores espirituales de la reforma católica, por ejemplo, entre muchos, Battista de Crema (+ 1534)14, creía en la santidad por la virtud, es decir, ante todo por la acción contra las

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malas inclinaciones personales y contra el mal en la sociedad15. No se olvide, en fin, que, según la biografía de Domingo Savio, los discípulos de Don Bosco hacían «consistir la santidad en estar siempre muy alegres». Este principio pertenecía igualmente a la tradición italiana, que lo combinaba con el sentido de la mortificación escondida y el culto de la pasión del Señor. Según un historiador de san Felipe Neri, la mortificación espiritual fue una de las características de la espiritualidad de este santo16. Tenemos pruebas de que la vida de Felipe Neri recordaba a Don Bosco la necesidad de la alegría en el alma. No era una excepción en el mundo espiritual italiano del siglo XVI y posteriormente hasta el siglo XIX. Santa María Magdalena de Pazzi quería que sus religiosas se dejaran guiar por el mismo espíritu de distensión17. Santa Catalina de Ricci inculcaba a su alrededor la misma alegría cristiana18. Finalmente, por citar una vez más el Combate espiritual, «si conservamos en medio de los percances, incluso los más fastidiosos, esta tranquilidad de alma y esta paz inalterable, podremos hacer mucho bien; si no, nuestros esfuerzos tendrán poco o ningún éxito» 19. La hesiquia forma parte de la mejor tradición espiritual de la cristiandad, de Oriente y de Occidente; pero ¿cómo no quedar sorprendidos ante la semejanza entre las recomendaciones de estos doctos italianos y la serena alegría de Don Bosco? Esta pertenencia de nuestro santo a la descendencia materna de la Italia moderna no puede maravillarnos, cuando sabemos que entre sus inspiradores habituales están san Felipe Neri (con el filipense Sebastián Valfré), san Alfonso de Ligorio, un grupo de jesuitas italianos, entre otros los propagadores de la devoción a san Luis Gonzaga y, finalmente, Don José Cafasso, que había procurado reunir en su doctrina las aportaciones de los ligoristas y de los ignacianos, para luchar contra las infiltraciones extranjeras, jansenistas y otras, que turbaban las almas a su alrededor. A pesar de la multitud de autores asimilados por san Alfonso, resulta difícil considerarle un maestro espiritual de corte europeo. Él era napolitano y permaneció en la península. Por otra parte, como sucedió con san Francisco de Sales, sirvió de enlace entre sus predecesores y Juan Bosco. Este le debió, en alguna medida, determinados matices de su espiritualidad, como la afectividad de su amor a Dios y a María, su estima de la santidad por medio de la virtud, pero no su humanismo ni su alegría bonachona. Escogió de sus tratados todos los pasajes que le convenían. Algún día probablemente se demostrará que él se dejaba llevar de su espíritu franciscano y filipense, pero con alguna sombra de realismo septentrional. Por lo menos, sin olvidar un clima general italianizante que reinaba en medio del siglo XIX hasta en Inglaterra –como bastarían para probarlo el Oratorio de Londres y el éxito del Todo por Jesús del Padre Faber20–, san Francisco de Asís21 y san Felipe Neri le incorporaron a la vena espiritual propiamente italiana, en la medida conveniente. Sus maestros inmediatos, las presiones de su vida apostólica, particularmente sus controversias con los reformados, y la reciente victoria tridentina, que no arraigó en el Piamonte sino hacia 1830, le orientaron hacia la forma que esta espiritualidad había tomado al final del siglo XVI.

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Don Bosco, un espiritual del siglo XIX Diversos rasgos de su espíritu hacen de él un maestro espiritual original del siglo XIX, el del primer Concilio Vaticano y de la Rerum Novarum. Un historiador de la espiritualidad contemporánea ha podido escribir sin renunciar demasiado al género oratorio: «El talante de san Juan Bosco (…) recapitula todas las corrientes de la espiritualidad de su tiempo» 22. Podríamos hablar de su compasión por el hombre y por el niño, de su estima de los valores humanos y, hasta cierto punto, de la libertad; de su pasión por la educación, de su espíritu de fraternidad con los pobres y de su sed de justicia (por medios legales) en favor de las clases menos favorecidas, tanto en países industrializados como en los subdesarrollados23, rasgos todos por los que se sentía en comunión con su siglo. Creemos que su devoción al Papa en la Iglesia y su voluntad de santificarse por medio del trabajo más ordinario fueron características muy notables de su espiritualidad. En la segunda parte de su vida activa, su sentido de la Iglesia se distinguió por una devoción al soberano pontífice que otros santos no conocieron en el mismo grado en países y tiempos diferentes. No se ve, por ejemplo, que san Bernardo y san Ignacio hayan enseñado, incluso en su fervor indiscutible hacia la Santa Sede, una sumisión amorosa y casi absoluta hacia el Papa, como la que se observa en san Juan Bosco. Vivía en este punto al ritmo de una época que, a veces, glorificaba de manera exclusiva al Papa en la Iglesia. En cuanto a la acción, pieza maestra de su método espiritual, la veía sobre todo en el trabajo, esta gloria del primer siglo industrial. Por medio del trabajo se encarnaba deliberadamente en su mundo. No creemos que, aunque citaba a Casiano, haya predicado una espiritualidad del desierto (que, por otro lado, respetaba ciertamente), lo cual pensamos que le separaba de su maestro más querido, José Cafasso, cuya vida fue mucho más retirada24. Llegamos así al corazón del problema, esencial para muchos, que es el de la originalidad de su pensamiento en materia de vida espiritual. Un dato parece indiscutible: en el siglo XIX hubo un hombre, Juan Bosco, que vivió una experiencia espiritual concreta, apoyada ciertamente en las tendencias de su nación, guiado por maestros y dentro de una coyuntura histórica especial; pero, al mismo tiempo, una experiencia completamente singular, no sólo porque se sometió a indicaciones providenciales25, sino sencillamente porque le afectó personalmente. No fue ni Felipe Neri, ni Antonio María Zaccaria, ni Cayetano de Thienne, ni Alfonso de Ligorio, ni José Cafasso, a pesar de la admiración incondicionada que tuvo por estos santos: él fue. Observémosle, escuchémosle al término de su vida con las características que recogerá la posteridad. Había aprendido la santidad en la lucha con temperamento generoso. Su robustez era legendaria. El término «virtud» tenía en sus labios un sentido fuerte. Se había ejercitado entre jóvenes que indefectiblemente simplificaban sus propias exigencias, que le recordaban las benéficas consecuencias de la alegría tranquilizadora y la utilidad de la formación espiritual a través del testimonio vivido; jóvenes que, a veces, 133

le maravillaban por las alturas que eran capaces de alcanzar. La tradición que le rodeaba no aceptaba complicar las cosas sencillas; él abundaba en este sentido. Habiendo visto a adolescentes recorrer a grandes pasos el camino que conduce a Dios, creía con todo su ser en la fuerza de los sacramentos y de la caridad activa, que los habían llevado hasta Él. Su amor a la virtud de la pureza, fundamental para aquellos jóvenes, se había reafirmado a través del conocimiento de sus luchas y de sus victorias. Había deplorado la debilidad de los reincidentes y apreciado la fortaleza y el dinamismo de las almas castas, que no caían nunca. Por otra parte, su vida combativa al servicio de la mayor gloria de Dios en la Iglesia había sido un éxito. Había percibido, de modo palpable según él, la influencia de Dios en su obra. Cualquier canonización del fracaso le habría, por lo menos, sorprendido. Había progresado «a fuerza de palos», es verdad26; pero la vida le había enseñado que el Dios de las batallas no abandona a sus servidores. Se piense lo que se quiera, sus «sueños» le habían mantenido en su órbita y en la de la Virgen Auxiliadora. Su fe y su esperanza rebosaban de un entusiasmo alegre y flexible, casi fácil. Este hombre realista unía al sentido común ancestral un «misticismo» osado. La marcha espiritual de san Juan Bosco, humanista convencido y positivo como debe serlo un piamontés, marcó un estilo propio. Su prudencia fue alegre, su sensatez desenvuelta, su bondad lúcida, su «humanismo» muy religioso. Estas características se encuentran, si bien a veces algo veladas, en sus escritos didácticos, y se manifiestan sin dificultad en sus biografías espirituales (Domingo Savio, Miguel Magone,…) y en las observaciones de sus familiares. Su espontaneidad explica por qué algunos se resisten a clasificarlo en una serie de personajes etiquetados por la historia. Quien ha vivido en su compañía, aunque haya sido a través de testigos directos todavía vivos o, a falta de éstos, a través de cartas o de libros, comprende fácilmente su perplejidad. Indecisiones semejantes se debieron de encontrar ante un san Francisco de Asís, un san Felipe Neri y un san Francisco de Sales. Sus personalidades –tan naturales– deslumbraban demasiado a sus admiradores. Esto no nos impide, sin embargo, alistar prácticamente al primero en el movimiento evangélico de los siglos XII-XIII; al segundo, en el humanismo de la primera reforma católica y al tercero en un humanismo retocado por la reforma postridentina. Lo mismo puede decirse de san Juan Bosco, que, siendo todo lo original que fue, tiene sus raíces en un siglo –el siglo XIX– en el que el Concilio de Trento estaba dando sus frutos y en el que la espiritualidad encontraba con naturalidad, por encima de las austeridades y de las estrecheces contrarias a su genio, las grandes lecciones de la Italia moderna. Nosotros nos detendremos aquí, dejando a otros el trabajo de hacer la teología de este pensamiento y de decir, con sus riesgos y peligros, lo que ella puede aportar a la cristiandad en épocas muy diferentes de la suya, como ésta que sigue al Concilio Vaticano II. Sin embargo, parece que, al lado de sus ideas pedagógicas, el pensamiento espiritual de san Juan Bosco seguirá siendo válido. En verdad, como otros puntos de convergencia: san Francisco de Sales en el siglo XVII y san Alfonso de Ligorio en el XVIII, este santo del siglo XIX sigue siendo maestro muy escuchado y seguido por muchos. La expansión continua de las sociedades que fundó lo atestiguan; e igualmente 134

otros hechos, como el favor que ha encontrado en el mundo entero la historia de santo Domingo Savio. Su riqueza de alma y de corazón, con el gusto de la acción y otros rasgos heredados del mejor humanismo del siglo XVI, acercan el espíritu de san Juan Bosco a aquel otro humanismo que, para su mayor provecho, según los optimistas –en las filas de los cuales el historiador siente a veces alguna dificultad en situarse–, conquista el mundo cristiano occidental de la segunda parte del siglo XX: preocupación por la higiene del cuerpo y del espíritu, alegría de vivir, «desmitificación» de la oración en beneficio de la acción, aceptación de la diversión, humildad sin masoquismo27; añadamos el amor recíproco. Pero, ¿no podrían indicarse algunos antídotos contra sus inevitables desviaciones? Ayer, los panegiristas de san Juan Bosco lo encontraban en perfecta sintonía con su tiempo. Tal vez mañana, demostrarán que el sentido profundamente religioso de su espiritualidad, una renuncia auténtica y completa, un cierto «escatologismo» que (¡oh maravilla!) se armonizaba en él, sin historia, con la «encarnación» en el momento actual; una sensibilidad profundamente católica para con la presencia viva y sacramental de Dios en el mundo y otros valores preciosos corrigen o completan algunas tendencias contemporáneas que no pueden servirse de las promesas de la vida eterna. Porque, en cualquier siglo que viva, el cristiano no encontrará verdadera santidad sino en Cristo muerto y resucitado.

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DOCUMENTOS

1. EL SUEÑO INICIAL SOBRE CRISTO Y MARÍA1 S. JUAN BOSCO, Memorias del Oratorio…, ed., E. Ceria, 1946, pp. 22-26; ed. esp., Obras fundamentales, p. 349-351. Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras: «No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud». Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas, alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me decía, añadí: – ¿Quién sois vos para mandarme estos imposibles? – Precisamente porque esto te parece imposible, debes hacerlo posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia. – ¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia? – Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad. – Pero ¿quién sois vos que me habláis de este modo? – Yo soy el Hijo de aquélla a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día. – Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre. – Mi nombre pregúntaselo a mi Madre. En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano: – «Mira» –me dijo. Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales. – «He aquí tu campo, he aquí donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con mis hijos». Volví entonces la mirada, y, en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su alrededor. En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello. Entonces ella me puso la mano

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sobre la cabeza y me dijo: – «A su debido tiempo, todo lo comprenderás». Dicho esto, un ruido me despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía deshechas las manos por los puñetazos que había dado y que me dolía la cara por las bofetadas recibidas; y después, aquel personaje y aquella señora de tal modo llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño aquella noche. Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a mis hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: «Tú serás pastor de cabras, ovejas y otros animales». Mi madre: «¡Quién sabe si un día serás sacerdote!». Antonio, con dureza: «Tal vez, capitán de bandoleros». Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva: «No hay que hacer caso de los sueños». Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación dará explicación de ello. Y yo no hablé más de esto, y mis parientes no le dieron la menor importancia. Pero cuando en el año 1858 fui a Roma para tratar con el papa sobre la Congregación salesiana, él me hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran alguna apariencia de sobrenatural. Entonces conté, por primera vez, el sueño que tuve de los nueve a los diez años. El papa me mandó que lo escribiera detalladamente, y lo transmitiera para alentar a los hijos de la Congregación; ésta era precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma.

2. PROPÓSITOS EN LA TOMA DE SOTANA2 Memorias del Oratorio…, ed. c., p. 87-88; ed. esp., Obras fundamentales, p. 390-391. Para trazarme un tenor de vida estable y no olvidarlo, escribí los siguientes propósitos: 1) En lo venidero nunca tomaré parte en espectáculos públicos, en ferias y mercados, ni iré a ver bailes y teatros; y en cuanto me sea posible, no iré a las comidas que se suelen dar en tales ocasiones. 2) No haré más juegos de manos, ni de destreza, ni de cuerda, ni actuaré de saltimbanqui ni de prestidigitador; no tocaré más el violín ni iré más de caza. Considero todas estas cosas contrarias a la gravedad y espíritu eclesiásticos. 3) Amaré y practicaré el retiro y la templanza en el comer y beber, y no tomaré más descanso que las horas estrictamente necesarias para la salud. 4) Así como en el pasado serví al mundo con lecturas profanas, así en lo porvenir procuraré servir a Dios dándome a lecturas de libros religiosos. 5) Combatiré con todas mis fuerzas toda lectura, todo pensamiento, toda conversación, toda palabra y obra, y todo cuanto pueda ir contra la virtud de la castidad. Por el contrario, practicaré cuanto pueda contribuir a conservar esta virtud, por insignificante que sea. 6) Además de las prácticas ordinarias de piedad, no dejaré de hacer todos los días un poco de meditación y un poco de lectura espiritual. 7) Contaré cada día algún ejemplo o máxima edificante en bien del prójimo. Esto lo haré con los compañeros, con los amigos, con los parientes y, cuando no tenga con quién, con mi madre. Estos son los propósitos de cuando tomé la sotana; y, a fin de que se me quedaran bien impresos, fui ante una imagen de la Sma. Virgen, los leí y, después de orar, prometí formalmente a la celestial Bienhechora guardarlos aun a costa de cualquier sacrificio.

3. LECTURAS EN EL SEMINARIO Memorias del Oratorio…ed., c., p. 109-111; ed. esp., Obras fundamentales, p. 404-

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405. Respecto a los estudios, fui víctima de un error que me hubiera traído funestas consecuencias de no haberme dado cuenta gracias a un hecho que juzgo providencial. Acostumbrado a la lectura de los clásicos a lo largo de todo el bachillerato, y hecho a las figuras enfáticas de la mitología y de las fábulas paganas, no encontraba ningún gusto en los escritos ascéticos. Llegué a estar persuadido de que el buen lenguaje y la elocuencia no se podían conciliar con la religión. Las mismas obras de los santos Padres me parecían producto de ingenios harto limitados, hecha excepción de los principios religiosos que ellos exponían con fuerza y claridad. Hacia el principio del segundo año de filosofía fui un día a hacer la visita al Santísimo Sacramento y, por no tener a mano el devocionario, tomé la Imitación de Cristo y leí un capítulo sobre el Santísimo Sacramento. Al considerar atentamente la sublimidad del pensamiento y el modo claro y, al mismo tiempo, ordenado y elocuente con que quedaban expuestas las grandes verdades, dije para mí: «El autor de este libro era un hombre docto». Seguí una y otra vez leyendo aquel libro de oro, y no tardé en darme cuenta de que uno solo de sus versículos contenía más doctrina y moral que todos los gruesos volúmenes de los clásicos antiguos. A este libro debo el haber cesado en la lectura profana. Después, me di a leer a Calmet, en su Historia del Antiguo y Nuevo Testamento; a Flavio Josefo, en Antigüedades judías y en la Guerra judía; después, a Mons. Marchetti, en Razonamientos sobre la religión; a Frayssinous, Balmes, Zucconi y muchos otros autores religiosos 3. Saboreé la lectura de la Historia eclesiástica, de Fleury, ignorando entonces que no convenía leerla. Con mayor fruto aún leí las obras de Cavalca, de Passavanti, Segneri y toda la Historia de la Iglesia, de Henrion4. Tal vez diréis que leyendo tanto no podía atender gran cosa a los estudios. No fue así. Mi memoria seguía favoreciéndome, y con sólo leer el texto y oír la explicación de la clase me bastaba para cumplir mi deber. Así que todas las horas de estudio las podía dedicar a lecturas diversas. Los superiores lo sabían y me dejaban hacer.

4. EL COLEGIO ECLESIÁSTICO Y SAN ALFONSO DE LIGORIO Memorias del Oratorio…, ed. c., p. 120-123; ed. esp., Obras fundamentales, p. 411413. Al acabar aquellas vacaciones 5, se me ofrecieron tres empleos: el de preceptor en la casa de un señor genovés con la paga de mil francos al año; el de capellán de Murialdo, en donde los buenos campesinos, por el vivo deseo de tenerme con ellos, doblaban la paga de los capellanes anteriores y, finalmente, el de vicario de Castelnuovo6, mi parroquia. Antes de tomar una determinación definitiva hice un viaje a Turín con la intención de pedir consejo a don Cafasso, quien, desde hacía varios años, era mi guía en lo espiritual y en lo temporal. Aquel santo sacerdote lo escuchó todo, los ofrecimientos de buenos estipendios, las insistencias de parientes y amigos y mis grandes deseos de trabajar. Pero, sin dudar en lo más mínimo, me dijo estas palabras: «Lo que usted necesita es estudiar moral y predicación. Renuncie por ahora a toda propuesta y véngase conmigo al Colegio Eclesiástico (il convitto)». Seguí con gusto el sabio consejo, y el 3 de noviembre de 1841 entré en el mencionado colegio. Se puede afirmar que el Colegio Eclesiástico viene a ser un complemento de los estudios teológicos, por cuanto en nuestros seminarios sólo se estudia la dogmática especulativa y, en moral, las cuestiones disputadas. Pero allí se aprendía a ser sacerdote. La meditación, la lectura espiritual, dos conferencias diarias y lecciones de predicación, en medio de una vida tranquila y de facilidades para estudiar y leer buenos autores, constituían las ocupaciones a las que cada uno debía entregarse a fondo. Dos hombres muy conocidos en aquel entonces estaban a la cabeza de esta utilísima institución: el teólogo Luis Guala y don José Cafasso. El teólogo Guala era el fundador de la obra; hombre desinteresado, rico en ciencia y prudencia y muy emprendedor, se dio en alma y vida a todos en tiempo del gobierno de Napoleón I. Para que los jóvenes levitas, una vez terminados los cursos del seminario, pudieran aprender la vida práctica del sagrado ministerio, fundó aquel bendito hogar que ha hecho mucho bien a la Iglesia; especialmente extirpando las últimas raíces de jansenismo que aún se conservaban entre nosotros.

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Entre otras, la cuestión del probabilismo y del probabiliorismo estaba muy al vivo. A la cabeza de los primeros 7, se encontraban Alasia, Antoine y otros autores rígidos, cuya práctica puede llevar al jansenismo. Los probabilistas seguían la doctrina de san Alfonso, quien, después, fue proclamado doctor de la santa Iglesia y cuya autoridad puede considerarse como la teología del papa, habiendo declarado la Iglesia que sus obras pueden ser enseñadas, predicadas y practicadas y que no contienen nada que merezca censura. El teólogo Guala se situó firme en medio de los dos partidos y, poniendo como centro de las dos opiniones la caridad de nuestro Señor Jesucristo, logró que se acercasen ambos extremos. Las cosas llegaron a tan buen punto que, gracias al teólogo Guala, san Alfonso se convirtió en nuestro maestro, con las ventajas tanto tiempo deseadas: los saludables efectos los experimentamos hoy. Don Cafasso era el brazo derecho del teólogo Guala. Con su virtud a toda prueba, con su calma prodigiosa, su perspicacia y prudencia, pudo suavizar las asperezas que aún quedaban en algunos de los probabilioristas contra los seguidores de san Alfonso. Una verdadera mina de oro se escondía a su vez en el sacerdote turinés, el teólogo Felice Golzio, perteneciente también al Colegio Eclesiástico. Hizo poco ruido en su modesta vida; pero con su trabajo incansable, su humildad y su saber era un verdadero apoyo o, por mejor decir, el brazo derecho de don Guala y de don Cafasso. Las cárceles, los hospitales, los púlpitos y las instituciones benéficas, los enfermos en sus propias casas, las ciudades y los pueblos, los palacios de los grandes y los tugurios de los pobres experimentaron los saludables efectos del celo de estas tres lumbreras del clero turinés. Estos eran los tres modelos que la divina Providencia me ponía delante. A mí sólo me quedaba seguir sus huellas, su doctrina y su virtud. Don Cafasso, que desde seis años era mi guía, fue también mi director espiritual y, si he hecho algún bien, a este digno eclesiástico se lo debo, pues puse en sus manos todas mis aspiraciones, todas mis decisiones y todas mis actuaciones.

5. LAS SENTENCIAS FAVORITAS DE JUAN BOSCO SACERDOTE8 ASC 132. Ver E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVIII, doc. 93, p. 806-808; ed. esp., p. 680-681. 1. 2. 3. 4. 5.

Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena (Ecclesiastés, 1,7). El Señor es bueno, es un refugio en el día de la angustia (Nahúm, 1, 7). Aleja de la mujer tu camino y no te acerques a la puerta de su casa (Proverbios, 5, 8). Acoged mi enseñanza y no la plata, dice el Señor. Preferid la ciencia al oro (Proverbios, 8, 10). He comprendido que no hay nada mejor que estar alegre y hacer el bien durante la vida (Eclesiastés, 3,

12). 6. Honra al Señor con todo lo que posees, y tus graneros se colmarán de grano y tus lagares rebosarán de vino (Proverbios, 3, 9-10). 7. ¿Tienes inteligencia? Responde a quien te pregunta. ¿No la tienes? Pon un dedo en tus labios y así no pronunciarás palabra que te desacredite (Eclesiástico, 5, 12-13). 8. Cada uno dará cuenta de cuanto hizo en su vida (II Corintios, 5, 10). 9. Hijo mío, no prives al pobre de la limosna que le debes y no apartes tus ojos del indigente (Eclesiastés, 4, 1). 10. No te gloríes en la deshonra de tu padre (Eclesiástico, 3, 10). 11. Sea cual fuere el mal que te haya hecho tu prójimo, olvídalo; tú, a tu vez, no participes en la injusticia (Eclesiástico, 10, 6). 12. Si encuentras algo reprensible en ti, corrígelo. Conserva lo que es recto, modifica lo deforme, cultiva lo bello, conserva lo sano, apuntala lo débil. Medita sin descanso la palabra de Dios. Por medio de ella estarás en grado de conocer el camino a seguir y los peligros que debas evitar (san Bernardo). 13. Conserva la fe (del papa san Inocencio…) y no aceptes ninguna doctrina extranjera, aunque te parezca sabia y demostrada (san Jerónimo).

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14. Hermanos míos, llevad con vosotros la llave de vuestras celdas y la llave de vuestras lenguas (san Pedro Damián). 15. Los ejemplos tienen más fuerza que las palabras y se enseña mejor con obras que con discursos (san Máximo de Turín). 16. Que nuestras riquezas y nuestro tesoro sean ganar almas; y que el capital de nuestras virtudes se esconda en el secreto de nuestros corazones (san Pedro Damián). 17. Subimos, él primero, yo segundo; entonces pude ver las cosas bellas que el cielo da, por un hueco rotundo, y otra vez contemplamos las estrellas (Dante). 18. Yo volví del agua santa puro y pronto para subir a las estrellas (Dante). 19. El amor, que mueve el sol y las otras estrellas (Dante). 20. En toda virtud el pueblo crea, toda gracia de Dios Italia espere; creyendo y esperando ame y se lance las virtudes eternas a ganar (Silvio Pellico).

6. EL VALOR DEL EJEMPLO9 Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 184, Prefacio, p. 3-4; ed. esp., Obras fundamentales, p. 75-76. Puesto que la ejemplaridad que encierran las buenas acciones tiene mucha mayor fuerza que cualquier discurso por elegante que sea, creo hará al caso el bosquejo de la vida de aquel que, habiendo vivido precisamente en el mismo lugar y bajo la misma disciplina que vosotros, os podrá servir de auténtico modelo en el empeño de haceros dignos del fin sublime a que aspiráis y de llegar a ser ejemplares ministros en la viña del Señor. Confieso que, a la obra que os presento, van a faltarle dos cosas importantes: el estilo depurado y la elegancia del lenguaje; y ésta es precisamente la razón por la que la retrasé hasta este momento, ya que confiaba en que una pluma mejor cortada que la mía se hiciese cargo de la empresa. Pero como mi espera no dio fruto, me determiné yo mismo a realizarla lo mejor posible. Lo hice, de una parte, vencido por los frecuentes ruegos de mis colegas y, por otra, persuadido de que el cariño que siempre mostrasteis a este excepcional compañero y vuestra común indulgencia os inducirían a perdonar, y hasta a suplir, las mezquindades de mi ingenio. Mas, si no me es dado deleitaros con filigranas literarias, me consuela, empero y mucho, estar en condiciones de aseguraros con toda sinceridad que lo que consigno por escrito son hechos verdaderamente ocurridos; cosas a cuyo conocimiento llegué a través de personas de todo crédito, o que yo mismo vi u oí, y de las que vosotros personalmente podréis juzgar, ya que en no pocos casos fuisteis testigos oculares. Y si, al recorrer este escrito, os decidís a imitar algunas de las virtudes que se van a considerar, que deis gloria a Dios. A Él solo, mientras ruego por vosotros, ofrendo el esfuerzo que me he tenido que imponer.

7. CARTA DE DIRECCIÓN A UN SEMINARISTA10 Al clérigo G. D., del seminario de Bra (Italia); en el Epistolario, t.I,p. 118. Turín, 7 de diciembre de 1855 Queridísimo hijo: He recibido su carta; alabo su franqueza: demos gracias al Señor por la buena voluntad que le inspira. Siga

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los consejos del confesor: qui vos audit, me audit11, dice Jesucristo en el Evangelio. Trate de corresponder a los impulsos de la gracia que golpea su corazón.¡Quién sabe si el Señor no le llama a un alto grado de virtud! Pero no nos hagamos ilusiones: si no consigue triunfar contra ese inconveniente, no siga adelante, ni se arriesgue a recibir las Ordenes sagradas, a no ser después de un año, al menos, sin recaídas. Oración, fuga del ocio y de las ocasiones, frecuencia de los santos sacramentos, devoción a María Santísima (una medalla al cuello) y a san Luis; lectura de buenos libros. Pero gran ánimo. Omnia possum in eo, qui me confortat12, dice san Pablo. Amémonos en el Señor, oremus ad invicem, ut salvemur13, y que podamos hacer la santa voluntad de Dios; y me crea suyo afectísimo, Juan Bosco, Pbro. 14 S. Ambrosi, ora pro nobis .

8. UNA ASCESIS EVANGÉLICA15 La Chiave del Paradiso in mano al cattolico che pratica i Doveri di Buon Cristiano, per cura del Sacerdote Giovanni Bosco, 2a ed., Turín, 1857, p. 20-23. Dios dijo un día a Moisés: «Acuérdate bien de cumplir mis órdenes; y hazlo todo de acuerdo con el modelo que te he mostrado en el monte». Lo mismo dice Dios a los cristianos. El modelo que cada cristiano tiene que imitar es Jesucristo. Ninguno puede gloriarse de pertenecer a Jesucristo, si no se esfuerza por imitarlo. Por eso, en la vida y en las obras de un cristiano tienen que hallarse la vida y las obras de Jesucristo mismo. El cristiano debe rezar como rezó Jesucristo en la montaña, con recogimiento, humildad y confianza. El cristiano debe ser accesible, como lo era Jesucristo, a los pobres, a los ignorantes, a los niños. No ha de ser orgulloso, no debe tener pretensiones, ni arrogancia. Se hace todo a todos a fin de ganarlos a todos para Cristo. El cristiano debe tratar con su prójimo, como Cristo trataba a sus seguidores; por eso, sus conversaciones deben ser edificantes, caritativas, llenas de gravedad, de dulzura y de sencillez. El cristiano debe ser humilde como lo fue Jesucristo, que de rodillas lavó los pies a sus Apóstoles, y se los lavó también a Judas, aunque sabía que el pérfido le iba a traicionar. El verdadero cristiano se considera el menor de todos y el servidor de todos. El cristiano debe obedecer como obedeció Jesucristo, que se sometió a María y a san José, y obedeció a su Padre celestial hasta la muerte y muerte de cruz. El verdadero cristiano obedece a sus padres, a sus amos y a sus superiores, porque reconoce en ellos a Dios mismo, cuyas veces hacen. El verdadero cristiano, cuando come y bebe, debe ser como Jesucristo en las bodas de Caná de Galilea y en Betania, es decir, sobrio, temperante, atento a las necesidades de los demás, y más preocupado por el alimento espiritual que por los alimentos que nutren su cuerpo. El buen cristiano debe ser con sus amigos como lo era Jesucristo con san Juan y san Lázaro. Debe amarlos en el Señor y por amor de Dios; les confía cordialmente los secretos de su corazón y, si ellos caen en el mal, pone en juego toda su solicitud para hacerles recuperar el estado de gracia. El verdadero cristiano debe sufrir con resignación las privaciones y la pobreza, como las sufrió Cristo, que no tenía dónde reclinar su cabeza. Sabe tolerar las contradicciones y las calumnias, como Jesucristo toleró las de los escribas y fariseos, dejándole a Dios el cuidado de justificarlo. Sabe tolerar las afrentas y los ultrajes, como hizo Jesucristo cuando le abofetearon, le escupieron en la cara y lo insultaron de mil modos, en el pretorio. El verdadero cristiano ha de estar dispuesto a tolerar las penas del espíritu, como Jesucristo cuando fue traicionado por uno de sus discípulos, negado por otro y abandonado por todos. El buen cristiano debe estar dispuesto a aceptar con paciencia toda persecución, toda enfermedad y también la muerte, como hizo Jesucristo que con su cabeza coronada de punzantes espinas, con el cuerpo herido por los golpes, con los pies y las manos traspasados por clavos, entregó en paz su alma en manos de su Padre.

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De suerte que el verdadero cristiano ha de decir con el Apóstol san Pablo: «No soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí». Quien siga a Jesucristo según el modelo aquí descrito, puede estar seguro de que un día será glorificado con Jesucristo en el cielo y reinará con él eternamente.

9. REGLAMENTO DE VIDA PARA UN JOVEN CLÉRIGO16 Epistolario, t.I, p. 150. Muy querido Bongioanni: Si me es posible, con sumo gusto proporcionaré a tu tía la cantidad que me indicas; pero no puedo decir nada hasta que no llegue a casa y haga la cuenta de tu haber y tu debe. Dile a tu tía que espere en el Señor y que Él cuidará de nosotros. En cuanto a ti, entrégate al estudio y a la piedad; está siempre alegre; procura hacerte pronto santo: haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra17, dice san Pablo. Créeme en el Señor, Afmo. Juan Bosco, Pbro. S. Ignacio, 29 de julio de 1857.

10. LA ESPERANZA DEL CRISTIANO18 Epistolario, t.I, p. 158. Muy querido Anfossi: ¿Quién sabe qué es de Anfossi? Sin duda, que habrá cumplido siempre con su deber. Por tanto, perge. Pero recuerda que Dominus promisit coronam vigilantibus; que momentaneum est quod delectat, aeternum est quod cruciat; y que non sunt condignae passiones huius temporis ad futuram gloriam quae revelabitur in nobis19. Amame en el Señor y que María te bendiga. Afmo. Bosco, Pbro. Roma, 18 de marzo de 1858.

11. AVISOS GENERALES A LOS CRISTIANOS20 Porta teco, cristiano, ovvero Avvisi importanti intorno ai doveri del cristiano, acciocché ciascuno possa conseguire la propria salvezza nello stato in cui si trova, Turín, 1858, p. 5-7. Páginas tituladas: Avisos generales a los cristianos. 1. Recordad, cristianos, que tenemos una sola alma; si la perdemos, todo está perdido para nosotros eternamente. 2. No hay más que un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo y una sola religión verdadera. 3. Esta única religión es la religión cristiana, es decir, la que profesan los que se encuentran en la Iglesia de Jesucristo, fuera de la cual nadie puede salvarse. 4. La Iglesia de Jesucristo tiene estas cuatro notas que la distinguen de todas las sectas que pretenden

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llamarse también cristianas: la Iglesia de Jesucristo es una, santa, católica y apostólica. 5. El fundador y jefe invisible de la Iglesia es el mismo Jesucristo, que la asiste desde el cielo todos los días hasta el fin de los tiempos. 6. El jefe visible es el Romano Pontífice que, asistido por Jesucristo, hace sus veces en la tierra y por eso se le suele llamar Vicario de Jesucristo. 7. Para asegurarnos de que la santa Iglesia no caería nunca en el error, Jesucristo dijo a san Pedro: «Pedro, yo he rezado por ti, para que tu fe no desfallezca». 8. Los sucesores de san Pedro son los Sumos Pontífices que, uno tras otro, han gobernado la Iglesia de Jesucristo hasta el actual Pío IX, y la seguirán gobernando hasta el fin del mundo. 9. Recordemos siempre que el jefe de la Iglesia católica es el Papa, que nadie es católico sin el Papa y que nadie puede pertenecer a la Iglesia de Jesucristo si no está unido a este jefe establecido por Él. 10. Un buen católico debe observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia; la transgresión de uno de estos mandamientos hace al hombre culpable de todos. 11. Quienes no guardan estos mandamientos serán castigados con un suplicio eterno en el infierno, donde se sufren todos los males sin ninguna clase de bienes. 12. Quien cae en el infierno ¡nunca saldrá de allí! 13. Los que guardan los mandamientos de Dios y de la Iglesia serán premiados por Dios en el Paraíso, donde se disfruta de todos los bienes, sin (sufrir) ninguna clase de males. 14. Si llegamos a tener la dicha de ir al Paraíso, estaremos allí por toda la eternidad; allí seremos felices para siempre. 15. Un solo pecado mortal es suficiente para hacernos perder el Paraíso y condenarnos en el infierno por toda la eternidad. 16. Debemos creer firmemente todas las verdades reveladas por Dios a la Iglesia, y que la Iglesia propone a nuestra fe. 17. Quien no cree en las verdades de la fe, ya está condenado. 18. Debemos estar dispuestos a morir antes que renegar de la fe o que cometer un pecado mortal de cualquier género. 19. Dios quiere que todos nos salvemos; más aún, es su voluntad que todos nos hagamos santos. 20. Quien quiera salvarse, debe meterse la eternidad en la mente, a Dios en el corazón y el mundo bajo los pies. 21. Cada uno está obligado a cumplir los deberes del estado en que se encuentra.

12. LA CARIDAD ACTIVA Y LA PERFECCIÓN21 Congregazione di S. Francesco di Sales. Manuscrito (ASC 02, pp. 5-6). Fin de esta Congregación. 1. El fin de esta Sociedad es el de reunir a sus miembros eclesiásticos, clérigos y también laicos, para perfeccionarse a sí mismos imitando las virtudes de nuestro divino Salvador, sobre todo la caridad con los muchachos pobres. 2. Jesucristo comenzó a «hacer y enseñar». Del mismo modo, los socios empezarán a perfeccionarse a sí mismos con la práctica de las virtudes internas y externas, con el estudio, y luego trabajarán por el bien del prójimo. 3. El primer ejercicio de caridad será el de reunir muchachos pobres y abandonados para enseñarles la santa religión católica, principalmente en los días de fiesta, como se hace actualmente en esta ciudad de Turín, en los tres oratorios de San Francisco de Sales, de San Luis Gonzaga y del Santo Ángel de la Guarda. 4. Se encuentran algunos muchachos tan abandonados que resulta inútil toda atención que se les preste, si no son internados. A tal fin se abrirán, por cuanto sea posible, casas internados, donde con los medios que la divina Providencia proporcione, se les dará alojamiento, comida y vestido. Mientras se les instruye en las

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verdades de la fe, se les preparará para un arte u oficio, como se hace ahora en la casa aneja al Oratorio de San Francisco de Sales de esta ciudad. 5. En vista de los grandes peligros que corre la juventud que desea abrazar el estado eclesiástico, esta Congregación se preocupará de cultivar en la piedad y en la vocación a aquéllos que muestren especial aptitud para el estudio y notable disposición para la piedad. Cuando se trate de internar a muchachos para estudiar, se dará preferencia a los más pobres, que no tendrían cómo hacerlo en otra parte. 6. La necesidad de conservar la religión católica se deja sentir gravemente entre los adultos del pueblo bajo y especialmente en los pueblos del campo. Por ello, los socios procurarán dar ejercicios espirituales y difundir buenos libros, poniendo en práctica todos los medios que les sugiera su caridad, para que con la palabra y con los escritos se ponga un dique a la impiedad y a la herejía, que tratan de insinuarse por todos los medios entre los rudos e ignorantes. Esto se hace ya, predicando alguna que otra tanda de ejercicios espirituales y con la publicación de las Lecturas Católicas.

13. CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS22 Vida del joven Domingo Savio, alumno del Oratorio de san Francisco de Sales, por el Sacerdote Juan Bosco, Turín, 1859, cap. 11, p. 53-56. La traducción que presentamos corresponde a la 5a edición hecha por Don Bosco (1878), que A. Caviglia reconoce como definitiva; en Obras fundamentales, p. 157-161. Lo primero que se le aconsejó para llegar a ser santo fue que trabajase en ganar almas para Dios, puesto que no hay cosa más santa en esta vida que cooperar con Dios a la salvación de las almas, por las cuales derramó Jesucristo hasta la última gota de su preciosísima sangre. Conoció Domingo la importancia de este consejo, y más de una vez se le oyó decir: «¡Cuán feliz sería si pudiese ganar para Dios a todos mis compañeros!» No dejaba, entretanto, pasar ocasión de dar buenos consejos y avisar a quien dijera o hiciera cosa contraria a la santa ley de Dios. Sucedió que un día un niño de unos nueve años, habiéndose puesto a reñir con un compañero junto a la puerta de su casa, profirió en la pelea el adorable nombre de Jesucristo. Domingo, al oírle, si bien sintió en su corazón una justa indignación, con todo, con ánimo sereno, se interpuso entre ellos y los apaciguó. En seguida dijo al que había pronunciado el santo nombre de Dios en vano: «Ven conmigo y no te arrepentirás». Vencido el muchacho por su gentileza, condescendió. Tomóle él de la mano, llevóle a la iglesia ante el altar y le hizo arrodillarse a su lado, diciéndole: «Pide perdón al Señor de la ofensa que le has hecho, nombrándole en vano». Y como el niño no supiese el acto de contrición, lo recitó juntamente con él. Luego añadió: «Di conmigo estas palabras para reparar la injuria que has hecho a Jesucristo: ¡Alabado sea Jesucristo, y que su santo nombre sea siempre alabado!». Leía con preferencia la vida de aquellos santos que habían trabajado especialmente por la salvación de las almas. Hablaba gustoso de los misioneros que se prodigan en lejanas tierras por la conversión de las almas y, no pudiendo enviarles socorros materiales, dirigía al Señor abundantes plegarias cada día y, al menos una vez a la semana, ofrecía por ellos la santa Comunión. Más de una vez le oí exclamar: «¡Cuántas almas esperan en Inglaterra nuestros auxilios! ¡Oh, si tuviera fuerzas y virtud, quisiera ir ahora mismo y con mis sermones y mi buen ejemplo convertirlas a todas a Dios!». Quejábase a menudo consigo mismo, y también hablando con sus compañeros, de que muchos tengan poco celo por instruir a los niños en las verdades de la fe. «Apenas sea clérigo, decía, quiero ir a Mondonio23 para reunir a todos los niños bajo un cobertizo y darles catecismo, contarles muchos ejemplos edificantes y hacerlos santos. ¡Cuántos pobres niños se condenan tal vez eternamente, porque no hay quien los instruya en la fe!». Lo que decía con palabras lo confirmaba con hechos, pues, según lo permitían su edad e instrucción, enseñaba con placer el catecismo en la iglesia del Oratorio y, si alguno lo necesitaba, le daba clase y catecismo a cualquier hora del día y en cualquier día de la semana, con el único objeto de platicar de cosas espirituales y

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hacerle conocer cuánto importa la salvación del alma. Un día quería un compañero indiscreto interrumpirle mientras narraba a otros un ejemplo edificante durante el recreo: «¿Qué te importa esto a ti?», le dijo a Domingo. Este respondió: «¿Qué me importa? Me importa porque el alma de mis compañeros ha sido redimida con la sangre de Jesucristo; me importa porque somos todos hermanos y, como tales, debemos recíprocamente amar nuestras almas; me importa porque Dios recomienda que nos ayudemos unos a otros a salvarnos; me importa porque si llego a salvar un alma, aseguro la salvación de la mía». Ni tampoco se entibiaba esta solicitud por la salvación de las almas durante las vacaciones que iba a pasar con su familia. A más de la exactitud en el cumplimiento de sus más menudos deberes, encargábase del cuidado de dos hermanitos suyos, a quienes enseñaba a leer, escribir y estudiar el catecismo, rezando con ellos las oraciones de la mañana y de la noche. Llevábalos a la iglesia, les daba agua bendita y enseñábales la manera de hacer bien la señal de la cruz. El tiempo que hubiera podido pasar divirtiéndose libremente, lo pasaba contando ejemplos edificantes a sus familiares y a cuantos le querían escuchar. También en su aldea solía visitar todos los días al Santísimo Sacramento y era para él una verdadera ganancia inducir a algún compañero a que le acompañase. Por lo que bien puede decirse que no se le ofrecía ocasión alguna de hacer una buena obra o de dar un buen consejo que tendiese al bien de las almas, que él no la supiera aprovechar.

14. SANTIDAD Y ALEGRÍA24 Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 19, p. 85-87. Nuestra traducción corresponde a cuanto dejamos indicado en el documento 13, p. 252; Obras fundamentales, p. 185-186. Gavio no vivió más que algunos meses entre nosotros, pero tan corto tiempo bastó para dejar santa memoria entre sus compañeros. Su luminosa piedad y sus disposiciones para la pintura y escultura habían movido al municipio de Tortona a ayudarle, enviándole a Turín para que siguiese los estudios de arte. Había Gavio sufrido una grave enfermedad en su casa, y cuando vino al Oratorio, ya sea por hallarse lejos del pueblo y de los suyos, o ya por encontrarse en compañía de muchachos desconocidos, el caso es que se encontraba arrinconado, observando cómo los demás se divertían, absorto en sus pensamientos. Lo vio Savio y no tardó mucho en acercarse a él para consolarle. Mantuvieron el siguiente diálogo. Savio comenzó: – ¡Hola, amigo! Se ve que no conoces a nadie, ¿verdad? – Pues sí. Pero me divierto viendo jugar a los otros. – ¿Cómo te llamas? – Camilo Gavio, de Tortona. – ¿Cuántos años tienes? – Quince cumplidos. – ¿Qué te pasa que estás tan triste? ¿Te encuentras enfermo? – Sí; he estado gravemente enfermo: un ataque de corazón me llevó al borde del sepulcro y aún no me he curado del todo. – Deseas curar, ¿verdad? – Hombre, estoy completamente resignado a la voluntad de Dios. Estas últimas palabras demostraban que Gavio era un joven de piedad nada común y constituyeron un verdadero consuelo para el corazón de Domingo. En consecuencia, reanudó el diálogo con toda confianza: – Quien desea hacer la voluntad de Dios desea santificarse. Entonces tú deseas ser santo, ¿verdad? – Sí, ésta es mi gran ilusión. – Muy bien; así aumentaremos el número de nuestros amigos y tomarás parte con nosotros en nuestros

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esfuerzos para santificarnos. – Es algo muy hermoso; pero no sé qué he de hacer. – Te lo voy a decir en pocas palabras: que sepas que aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres. Procuramos por encima de todo huir del pecado, como de un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz del corazón. En segundo lugar, tratamos de cumplir exactamente nuestros deberes y frecuentar las prácticas de piedad. Empieza desde hoy a escribir como recuerdo la frase: Servite Domino in laetitia, servid al Señor con alegría. Esta conversación fue como un bálsamo para las penas de Gavio, que experimentó un verdadero consuelo. Desde aquel día fue amigo íntimo de Domingo y fiel imitador de sus virtudes.

15. EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA25 Apuntes biográficos del joven Miguel Magone, alumno del Oratorio de S. Francisco de Sales, por el Sacerdote Juan Bosco, Turín, 1861, cap. 5, p. 24-27. Nuestra traducción responde a la 3a edición hecha por Don Bosco en 1880; Obras fundamentales, p. 233-235. Las inquietudes y angustias a que estuvo sujeto el joven Magone, de una parte, y, de otra, la franqueza y decisión con que acometió el arreglo de las cosas de su alma, me brinda una buena ocasión, amadísimos jóvenes, para ofreceros unas cuantas reflexiones que estimo muy útiles para vuestras almas. Consideradlas como prueba de afecto de un amigo que desea ardientemente vuestra salvación eterna. Lo primero de todo, haced cuanto podáis por no caer en pecado; pero, si por desgracia, caéis, de ninguna de las maneras os habéis de dejar seducir por el demonio para callarlo en confesión. Tened en cuenta que el confesor ha recibido de Dios poder para perdonaros cualquier clase y cualquier cantidad de pecados. Cuanto más grandes sean las culpas confesadas, mayor será el gozo que el confesor experimentará en su corazón, pues él sabe que aún es mayor la misericordia divina en cuya virtud os ofrece el perdón y os aplica los méritos infinitos de la preciosa sangre de Cristo. Con la sangre de Cristo el confesor está en condiciones de lavar cualquier mancha de vuestra alma. Queridos jóvenes, no olvidéis que el confesor es un padre que desea ardientemente haceros el bien por todos los medios a su alcance y que busca ahorraros toda suerte de males. No tengáis miedo de perder su estima al confesarle faltas graves, o de que vaya a contárselas a otros. Porque la verdad es que por nada del mundo puede el confesor decir lo más mínimo de lo oído en confesión; así hubiera de perder la propia vida, no podría él, en absoluto, comunicar la más mínima noticia de lo que oyó al confesar. Es más: os puedo asegurar que tanto más crecerá su confianza en vosotros cuanto más sinceros seáis y más os fiéis de él; y, por otra parte, tanto mejor se encontrará en condiciones de ofreceros los consejos y avisos más convenientes para vuestras almas. He querido deciros estas cosas para que en ningún caso os dejéis engañar por el demonio callando por vergüenza el pecado que sea en confesión. Os aseguro, queridos jóvenes, que la mano me tiembla ante la consideración del gran número de cristianos que se encaminan a la eterna condenación nada más que por haber callado o por no haber expuesto sinceramente en la confesión determinadas faltas. Si, por casualidad, alguno de vosotros, al revisar su vida pasada, se da cuenta de que ocultó voluntariamente algún pecado, o simplemente abriga dudas sobre la validez de alguna confesión, yo le diría inmediatamente: Amigo mío, por amor a Jesucristo y a la preciosa sangre que derramó para salvarte, arregla, te lo suplico, tu conciencia, la primera vez que vayas a confesarte; todo eso que te inquieta, manifiéstalo como si estuvieses en punto de muerte. Y si no sabes por dónde empezar, dile simplemente al confesor que hay algo en tu vida pasada que te intranquiliza. Con esto tendrá suficiente. Bastará con que tú, a continuación, colabores respondiendo a sus preguntas, y te aseguro que todo quedará en regla. Presentaos con frecuencia a vuestro confesor; rezad por él; poned en práctica sus consejos. Y una vez hayáis elegido el confesor más a propósito, a vuestro juicio, para atender a las necesidades de vuestra alma, no lo cambiéis sino por verdadera necesidad. Mientras no os hagáis con un confesor fijo, en el que poner enteramente

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vuestra confianza, echaréis de menos un verdadero amigo para las cosas del alma. Contad también con las oraciones del confesor: él, cada día, tiene presentes a sus penitentes en la santa misa y ruega a Dios que les conceda la gracia de hacer buenas confesiones y la perseverancia en el bien. Pues vosotros, por vuestra parte, rezad también por él. Sin embargo, sin escrúpulo alguno, podéis acudir a otro confesor si vosotros o él cambiáis de domicilio y cuando os resulte muy penoso acudir a él por estar enfermo o porque en determinada solemnidad es mucha la gente que aguarda para confesarse con él. Asimismo, si tuvieseis en la conciencia algo que no os atrevéis a decir al confesor ordinario, antes de cometer un sacrilegio, preferible es mil veces cambiar de confesor.

16. LA MUERTE BAJO LA MIRADA DE MARÍA26 Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 15, pp. 80-84; ed. esp., Obras fundamentales, pp. 261-262. Estábamos asombrados del caso: el pulso indicaba que estaba a las puertas de la muerte y, sin embargo, su aire sereno, su jovialidad y el perfecto estado de su razón eran de una persona en completa salud. Y no es que él no sintiese molestia alguna, pues la trabajosa respiración que se produce cuando se rompe una víscera ocasiona un sufrimiento general; lo que pasaba es que nuestro Miguel había pedido a Dios tener en esta vida el purgatorio debido a sus pecados, para así poder ir a la gloria sin tropiezo alguno. Este pensamiento era lo que le hacía sufrir con alegría. Es más; el mismo mal, que normalmente debiera haberle producido angustia y sofoco, le causaba gozo y alegría. En fin, que, por especial favor de nuestro Señor Jesucristo, no sólo parecía insensible al mal, sino que incluso experimentaba grandes consuelos en los mismos sufrimientos. Ni era preciso sugerirle pensamientos piadosos, porque él mismo, de cuando en cuando, se ponía a rezar jaculatorias. Eran las once menos cuarto cuando, llamándome por mi nombre, me dijo: – Llegó el momento. Ayúdeme. – Estáte tranquilo, le respondí; no me apartaré de tu lado hasta que te vayas con el Señor a la gloria. Pero, ya que hablas de irte de este mundo, ¿no quieres despedirte de tu madre? – No, no quiero ocasionarle tanto dolor. – ¿Y no me encargas nada para ella? – Sí; dígale a mi madre que perdone todos los disgustos que le di a lo largo de mi vida, pues yo estoy arrepentido. Dígale que la quiero mucho, que siga adelante en su vida ejemplar. Que yo muero contento; que me voy de este mundo con el Señor y la Virgen y que la estaré esperando allá arriba en el paraíso. Estas palabras hicieron saltar las lágrimas a todos los presentes. Yo, animándome, y para ocupar en santos pensamientos aquellos momentos preciosos, de cuando en cuando le hacía preguntas. – ¿Quieres que diga algo a tus compañeros de tu parte? – Que se esfuercen en hacer buenas confesiones. – De cuanto hayas podido hacer en tu vida, ¿qué es lo que te produce en este momento más alegría? – Lo que hice en honor de la Virgen. Sí, ésta es la mayor alegría. ¡Oh María, qué felices son tus devotos en punto de muerte! Pero, continuo, una cosa me inquieta: cuando mi alma se separe del cuerpo y esté a punto de entrar en el cielo, ¿qué tengo que hacer? ¿A quién he de acudir? – Si la Virgen ha resuelto acompañarte en el juicio, déjala hacer a Ella. Pero antes de que vayas al cielo, querría hacerte un encargo. – Diga usted; haré lo imposible por darle gusto. – Cuando estés en el paraíso y veas a la Virgen María, salúdala humilde y respetuosamente de mi parte y de parte de cuantos vivimos en esta casa. Ruégala que tenga a bien bendecirnos, que nos acoja a todos bajo su protección poderosa y haga de modo que ninguno de los que estamos aquí, o de los que la Providencia ha de mandar a esta casa, se condene. – Con mucho gusto cumpliré este encargo. ¿Algo más? – De momento nada más. Ahora descansa un poco.

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Efectivamente, parecía dormir. Pero por más que conservase el uso de la palabra y se le viese tranquilo, su pulso señalaba una muerte próxima. En vista de ello, comenzamos a recitar el Sal, alma cristiana. Estábamos a la mitad de la lectura y, como si despertara de un profundo sueño, me dice con el rostro sereno y la sonrisa en los labios: – Dentro de unos momentos cumpliré su encargo. Lo haré muy bien, ya verá. Diga a mis compañeros que los espero en el cielo. A continuación, estrechó entre sus manos el crucifijo, lo besó tres veces y pronunció sus últimas palabras: «Jesús, José y María, entrego en vuestras manos el alma mía». Y, dibujando sus labios una sonrisa, expiró. Aquella afortunada alma abandonaba este mundo para volar al cielo, como piadosamente esperamos, a las once de la noche del 21 de enero de 1859, Apenas si tenía catorce años. No hubo propiamente agonía. Ni siquiera se le notó agitación alguna, pena o sofoco, o sufrimiento de los que suelen acompañar la terrible separación de alma y cuerpo. Yo no sabría cómo llamar la muerte de Magone, a no ser que dijera haber sido como un sueño de dicha que le transportó de los dolores de esta vida a la feliz eternidad.

17. CONSEJOS GENERALES DE VIDA CRISTIANA27 Cenni storici intorno alla vita della B. Caterina De-Mattei da Racconigi, dell'Ord. delle pen. di s. Dom., per cura del Sacerdote Bosco Giovanni, Turín, 1862, Conclusión, p. 186-187. Ahora que hemos recorrido brevemente los hechos gloriosos de la beata Catalina, desearía, querido lector, que hiciésemos juntos alguna consideración para provecho común de nuestras almas. La vida del hombre es breve; nuestros días pasan como una sombra, como una ola, como un relámpago, cosas todas que pasan y no vuelven. ¡Ah!, no perdamos inútilmente los días que Dios nos da para ganarnos los bienes eternos. Imitemos a la beata Catalina; hagamos el bien mientras tenemos tiempo. Desprendamos nuestro corazón de los placeres de esta tierra; levantemos la mente a la patria celestial, donde gozaremos los bienes verdaderos. Hay muchos enemigos que nos tienden insidias y tratan de llevarnos a la perdición. Tenemos que combatirlos con valor; pero que nuestro escudo sea, como dice san Pablo, una fe viva, una fe activa que nos haga abandonar el mal y amar la virtud. Nuestras armas sean la oración fervorosa, las obras buenas, la frecuencia de la sagrada Comunión y una tierna devoción a María Santísima. ¡Ah, sí! Si empleamos estas armas y nos conservamos auténticos hijos de María, podemos estar seguros de que alcanzaremos completa victoria contra los enemigos de nuestra alma. Pero no tardemos en ponernos en el camino de la virtud. Desde este mismo momento, animémonos y démonos enteramente a Dios como hizo la beata Catalina. Obrando así, podremos esperar también nosotros la gracia del Señor y la paz del corazón en nuestra vida mortal y en punto de muerte: la gracia y la paz que solamente puede esperar quien ha vivido haciendo el bien; este bien que nos merece los favores del cielo a lo largo de la vida, nos consuela en la muerte y nos ofrece la prenda segura de una eternidad feliz.

18. CARTA DE DIRECCIÓN A UN JOVEN SALESIANO ALGO DISIPADO28 Epistolario, t.I, p. 276. Fecha completada por E. Ceria. Muy querido Garino: Tu última carta ha dado en el clavo. Haz como has escrito y verás que los dos estaremos contentos; pero, como ya te dije otra vez, necesito de ti una confianza ilimitada, que tú ciertamente me otorgarás si consideras los cuidados que tuve y, más aún, que tendré en el futuro para todo lo que puede contribuir al bien de tu alma y a tu

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bienestar temporal. Recuerda entre tanto tres consejos: huye del ocio, huye de los compañeros disipados y trata con los compañeros piadosos. Para ti esto es todo. Reza por mí, que siempre seré tu afmo. en J.C. Juan Bosco, Pbro. S. Ignacio [20 de julio de] 1863.

19. EL VALOR CRISTIANO29 El Pastorcillo de los Alpes, o sea, vida del joven Francisco Besucco de Argentera, por el sacerdote Juan Bosco, Turín, 1864, cap. 34, p. 179-181; ed. esp., Obras fundamentales, p. 339-340. Doy término aquí a la vida de Francisco Besucco. Tendría aún otras cosas que referir sobre este virtuoso jovencito; pero como podrían dar motivo a críticas por parte de quienes no quieren reconocer las maravillas del Señor en sus siervos, me reservo el publicarlas en tiempos más oportunos si la divina bondad me concede gracia y vida. Entretanto, amado lector, antes de terminar este libro, quisiera que tomáramos juntos una resolución que a los dos nos fuera provechosa. Cierto es que más tarde o más temprano la muerte nos sorprenderá a los dos y quizás la tengamos más cerca de lo que imaginamos. Cierto es igualmente que, si no hacemos obras buenas durante la vida, no podremos recoger su fruto en punto de muerte ni esperar de Dios recompensa alguna. Ahora bien, como quiera que la divina Providencia nos da tiempo para prepararnos para este último momento, ocupémoslo y empleémoslo en obras buenas, y ten por cierto que recogeremos a su tiempo el premio merecido. No faltará, en verdad, quien se ría de nosotros porque no nos mostramos despreocupados en materia de religión. No paremos mientes en tales habladurías. Quien así habla se engaña y se traiciona a sí mismo y traiciona a quien lo escucha. Si queremos ser sabios ante Dios, no debemos temer el ser tenidos por necios por el mundo, pues Jesucristo nos asegura que la sabiduría del mundo es necedad ante Dios. Solamente la práctica constante de la religión puede hacernos felices en el tiempo y en la eternidad. Quien no trabaja en verano no tiene derecho a gozar durante el invierno; y así, quien no practica la virtud durante la vida no puede esperar recompensa alguna después de la muerte. ¡Ánimo!, lector cristiano; hagamos obras buenas mientras tenemos tiempo: los padecimientos son breves, y lo que se goza dura eternamente. Yo invocaré las bendiciones de Dios sobre ti, y tú ruega al Señor para que tenga misericordia de mí, a fin de que, después de haber hablado de la virtud, del modo de practicarla y de la gran recompensa que Dios le tiene reservada en la otra vida, no me acontezca la terrible desgracia de descuidarla, con daño irreparable de mi salvación. El Señor te ayude a ti y me ayude a mí a perseverar en el cumplimiento de sus preceptos todos los días de nuestra vida para que podamos un día ir a gozar en el cielo del grande y sumo bien por los siglos de los siglos. Así sea.

20. LA HUMANIDAD DE DON BOSCO30 Epistolario, t.I, p. 327. Mi querido Bonetti: Apenas recibas esta carta, ve en seguida a don Rua y dile sencillamente que te haga estar alegre. Tú, luego, no hables de breviario hasta Pascua: esto quiere decir que te está prohibido rezarlo. Di la misa despacito para no

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cansarte. Todo ayuno, toda mortificación en la comida te quedan prohibidos. En una palabra, el Señor te prepara el trabajo, pero no quiere que lo empieces hasta que no estés en perfecto estado de salud y, en especial, libre de los accesos de tos. Haz esto y harás lo que agrada al Señor. Puedes compensar todo con jaculatorias, con ofrecerle al Señor tus molestias, con tu buen ejemplo. Olvidaba una cosa. Lleva un colchón a tu cama, acomódalo como haría un poltrón de marca registrada; abrígate bien en la cama y fuera de ella. Amén. Dios te bendiga. Tu afmo. en J.C. Juan Bosco, Pbro. Turín, 1864.

21. LA ADMIRABLE CARIDAD APOSTÓLICA DE SAN FELIPE NERI31 Extracto de un panegírico de san Felipe Neri, escrito enteramente por Don Bosco para predicarlo en Alba, ante un auditorio de eclesiásticos al final de mayo de 1868 (ACS, S. 132, Prediche, F). Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 215-217; ed.esp.,p. 211-213. Para abrirme camino al tema propuesto, oíd un curioso episodio. Se trata de un joven de apenas veinte años. Movido por el deseo de la gloria de Dios, abandona a sus padres, de los que era hijo único; renuncia a la notable fortuna del padre y de un tío rico que le quiere por heredero; y solo, sin saberlo nadie, sin ningún miedo, apoyado únicamente en la divina Providencia, deja Florencia y va a Roma. Miradlo ahora: es recibido caritativamente por un paisano suyo (Galeotto Caccia); él se detiene en un ángulo del zaguán de la casa; está con la mirada puesta en la ciudad, absorto en graves pensamientos. Acerquémonos a él y preguntémosle: – Joven, ¿quién sois y qué miráis con tanta ansiedad? – Soy un pobre joven forastero; miro y vuelvo a mirar esta gran ciudad y un pensamiento llena mi mente; pero temo sea locura y temeridad. – ¿Cuál es? – Consagrarme al bien de tantas pobres almas, de tantos pobres niños que, faltos de instrucción religiosa, van por el camino de la perdición. – ¿Tenéis cultura? – Apenas si he pasado la escuela primaria. – ¿Contáis con medios materiales? – Nada, no tengo ni un pedazo de pan, fuera del que caritativamente me da cada día mi patrón. – ¿Tenéis iglesias, tenéis casas? – No tengo más que una habitación baja y estrecha, que me han dejado por caridad. Mi ropero es una sencilla cuerda de una a otra pared, en la que cuelgo mi ropa y todo mi ajuar. – ¿Cómo queréis, pues, sin nombre, sin ciencia, sin bienes y sin asiento, acometer una empresa tan gigantesca? – Es verdad; precisamente la falta de medios y de méritos me preocupa. Pero Dios me da ánimos. Dios, que suscita de las piedras hijos de Abraham, es el mismo Dios que… Este pobre joven, señores, es Felipe Neri, que está meditando la reforma de las costumbres de Roma. Es él quien mira aquella ciudad; pero, ¡ay!, cómo la ve. La ve esclava de los extranjeros desde hace tantos años; la ve horriblemente atormentada por pestes y miseria; la ve después de haber estado por tres meses asediada, combatida, vencida, saqueada y, puede decirse, destruida. Esta ciudad debe ser el campo donde el joven Felipe recoja copiosos frutos. Veamos cómo se dispone a la obra. Sin más ayuda que la divina Providencia, reanuda el curso de sus estudios: estudia filosofía, teología y, siguiendo el consejo de su director, se consagra a Dios en el estado sacerdotal. Con la sagrada ordenación se

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redobla su celo por la gloria de Dios. Una vez ordenado sacerdote, se persuade con san Ambrosio de que: con el celo se adquiere la fe, y con el celo es conducido el hombre a la posesión de la justicia. Zelo fides adquiritur, zelo justitia possidetur (S. Ambrosio, sobre el salmo 118). Felipe está persuadido de que ningún sacrificio es tan grato a Dios como el celo por la salvación de las almas. Nullum Deo gratius sacrificium offerri potest quam zelus animarum (Gregorio Magno, sobre Ezequiel). Movido por estos pensamientos, parecíale que multitud de cristianos, especialmente de muchachos pobres, gritaban continuamente con el profeta en contra suya: Parvuli petierunt panem et non erat qui frangeret eis. Mas, cuando pudo entrar en los talleres públicos, en los hospitales y en las cárceles, y ver gente de toda edad y condición dada a reyertas, blasfemias, robos y esclavas del pecado, entonces comenzó a reflexionar cómo muchos ultrajaban a Dios casi sin conocerlo, no observaban la ley divina porque la ignoraban; entonces vinieron a su mente los suspiros de Oseas cuando dice: Porque el pueblo desconoce las cosas de la eterna salvación, han inundado la tierra los más grandes, los más abominables delitos (Oseas, 4, 1-2). Pero, ¡cómo se afligió su inocente corazón, cuando advirtió que gran parte de aquellas pobres almas andaban perdidas miserablemente porque no estaban instruidas en las verdades de la fe! Este pueblo, exclamaba con Isaías, no ha conocido las cosas de la salvación, por ello el infierno ha dilatado su seno, ha abierto sus descomunales abismos y allí caerán los campeones, el pueblo, los grandes y los poderosos: Populus meus quia non habuit scientiam, propterea…infernus aperuit os suum absque ullo termino, et descendent fortes eius, et populus eius, et sublimes, gloriosique eius ad eum (Isaías, 5, 13-14). A la vista de aquellos males, siempre crecientes, Felipe, a ejemplo del Divino Redentor que, cuando comenzó su predicación, no poseía en el mundo más que el gran fuego de la divina caridad que le impulsó a bajar del cielo a la tierra; a ejemplo de los apóstoles, que estaban faltos de todo medio humano cuando fueron invitados a predicar el evangelio a las naciones de la tierra, engolfadas todas en la idolatría, en todos los vicios o, según la frase de la Biblia, sepultadas en tinieblas de muerte, Felipe se hace todo para todos por calles, plazas y talleres; se insinúa en los establecimientos públicos y privados y, con los modales agradables, dulces y amenos, que sugiere la verdadera caridad hacia el prójimo, empieza a hablar de virtud y religión a quien nada quiere saber de lo uno ni de lo otro. ¡Fácil es imaginar las habladurías que correrían a su cuenta! Unos dicen que es un tonto, otros que es un ignorante, hay algunos que le llaman borracho y no faltan quienes le tildan de loco. El animoso Felipe deja que cada cual opine a su gusto; más aún, por las críticas del mundo él se convence de que sus obras dan gloria a Dios, porque lo que llama el mundo sabiduría, es necedad ante Dios; por eso caminaba intrépido en la santa empresa (…).

22. LAS VIRTUDES DEL SACERDOTE Apuntes esquemáticos, tomados por un oyente de Don Bosco en septiembre de 1868, en unos ejercicios espirituales predicados en Trofarello, y editados por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 343-344; ed. esp., p. 319-320. Hoy os hablaré de lo que hemos de hacer como sacerdotes o aspirantes al sacerdocio; os diré qué es el sacerdote y qué debe ser. El sacerdocio es la más alta dignidad a la que puede ser elevado un hombre. A él, y no a los ángeles, se le ha concedido la potestad de convertir el pan y el vino en la sustancia del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo; a él, y no a los ángeles, se le ha dado facultad para perdonar los pecados. Es ministro de Dios tres veces Santo… Entonces, ¿cuál debe ser la santidad de un sacerdote o de un aspirante al estado sacerdotal? Tiene que ser un ángel, es decir, un hombre celestial: debe poseer todas las virtudes requeridas en este estado y sobre todo mucha caridad, mucha humildad y mucha castidad. El sacerdote es luz del mundo y sal de la tierra. Los labios del sacerdote deben guardar la ciencia y, por consiguiente, su principal obligación es la de dedicarse a los estudios sagrados. Examinémonos y veamos si poseemos las virtudes necesarias para ser buenos sacerdotes y, si todavía no las poseemos, armémonos al menos de valor para adquirirlas y practicarlas. Apartemos, al mismo tiempo, de nosotros todo interés particular o deseo no conforme con la voluntad de

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Dios, porque es el Señor quien debe elegirnos: Non vos me elegistis, sed ego elegi vos32. El sacerdote ha de tener fe y caridad ardentísimas; las cuales, sin embargo, a veces no se encuentran en algún que otro clérigo, por no decir en un sacerdote; y, en cambio, aparecen llenas de vida en un campesino, en un barrendero, en un criado; se hallan en un alumno, y el maestro, que las enseña y las debería poseer en grado mucho mayor, a veces está privado de ellas. ¡La fuerza del buen ejemplo! Recordemos que el sacerdote no va nunca solo al infierno ni al paraíso; va siempre acompañado.

23. PRÁCTICAS DIARIAS DE PIEDAD33 Apuntes de un oyente durante los mismos ejercicios espirituales de Trofarello, el 26 de septiembre de 1868, y publicados por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 355-356; ed. esp., p. 330. En estos días hubiera querido hablaros también de las prácticas de piedad de nuestra casa, pero nos ha faltado tiempo. Había mucho que decir sobre los votos y la vida religiosa. Sin embargo, recordaré al menos algunas cosas. Las prácticas diarias son la meditación, la lectura espiritual, la visita al Santísimo Sacramento y el examen de conciencia. La meditación es la oración mental. Nostra conversatio in coelis est34, dice san Pablo. Se podría hacer de esta manera: escoger el tema sobre el que se quiere meditar, poniéndose antes en la presencia de Dios. Después reflexionar atentamente sobre lo que meditamos y aplicárnoslo a nosotros. Sacar la conclusión de dejar ciertos defectos y ejercitarnos en ciertas virtudes y, después, poner en práctica, a lo largo del día, las resoluciones tomadas por la mañana. Debemos también excitar en nosotros afectos de amor, de recogimiento y de humildad ante Dios, pedirle las gracias que necesitamos y rogarle, arrepentidos, el perdón de nuestros pecados. Recordemos siempre que Dios es nuestro Padre y nosotros sus hijos… Recomiendo, pues, la oración mental. Quien no pudiere hacer la meditación reglamentaria, por razón de viajes, de cualquier ocupación o asunto que no permita dilación, haga al menos la meditación que yo llamo de los comerciantes. Estos piensan siempre en sus negocios, doquiera se encuentran. Piensan en comprar mercancías, en venderlas con ganancia, en las pérdidas que podrían sufrir, en las ya tenidas y cómo arreglarlas con las ganancias obtenidas o con las que podrán conseguir, y así sucesivamente…Tal meditación es también el examen de conciencia. Por la noche, antes de acostarnos, examinamos si hemos cumplido los propósitos tomados sobre cualquier defecto determinado: si hemos adelantado o retrocedido. Hay que hacer una especie de balance espiritual; si vemos que hemos faltado a los propósitos, repitámoslos para el día siguiente, hasta llegar a adquirir aquella virtud y a extirpar o huir de cierto vicio o de determinado defecto. Os recomiendo también la visita al SS. Sacramento. «Nuestro dulcísimo Señor Jesucristo está allí en persona», exclamaba el cura de Ars; váyase a los pies del tabernáculo, al menos para rezar un padrenuestro, avemaria y gloria, cuando no se pueda más. Basta esto para robustecernos frente a las tentaciones. Uno que tenga fe, que haga la visita a Jesús sacramentado y la meditación todos los días, salvo que sea por un fin mundano, ése, digo yo, es imposible que peque. Recomiendo también la lectura espiritual, especialmente a quien no sea capaz de hacer la meditación sin libro. En consecuencia, leer algún trozo, reflexionar sobre lo leído, para saber lo que debemos corregir en nuestra conducta. Esto servirá para enamorarnos cada vez más del Señor y cobrar aliento para salvar el alma35. Quien pueda, haga la lectura y la visita en común; quien no pueda, hágala en privado. La meditación puede hacerla también en la habitación. Recordad que cada uno está obligado también por las reglas a rezar el rosario cada día. ¡Cuánto debemos agradecer a María Santísima y cuántas gracias nos tiene preparadas! Confesaos cada ocho días, aun sin tener nada grave de qué acusaros. Es un acto de humildad de los más gratos al Señor, ya sea porque se renueva el dolor de los pecados perdonados, ya sea porque se reconoce la propia indignidad con los defectos ligeros en los que se cae cada día (…).

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24. AGUINALDO ESPIRITUAL (1868)36 Epistolario, t.I, p. 600-601. Muy querido Bonetti: Gracias por tus buenos deseos de año nuevo. Me vienen de maravilla para pagar las deudas de la casa. Gracias, igualmente, a don Provera37. Pasemos inmediatamente al aguinaldo. Tú y don Provera, corregíos mutuamente los defectos sin molestaros nunca por ello. Para la Sociedad: Ahorrar viajes y, por cuanto se pueda, no se vaya a casa de los parientes. El Padre Rodríguez tiene abundante materia sobre este asunto. Para los jóvenes: Que fomenten de obra y de palabra la comunión frecuente y la devoción a la Santísima Virgen. Tres argumentos para quien predica: 1) Evitar las malas conversaciones y las malas lecturas. 2) Evitar los compañeros disipados o que dan malos ejemplos. 3) Huir del ocio y practicar todo lo que puede contribuir a conservar la santa virtud de la modestia. Tú, además, observa todo, habla con todos; el resto lo hará la bondad del Señor. Todo bien para ti y para toda esa familia de Mirabello. Amen. Afmo. en Jesucristo, Juan Bosco, Pbro. Turín, 30 de diciembre de 1868. PS.- Que el director de las escuelas promueva la suscripción a la Biblioteca Italiana38.

25. RIQUEZAS Y DESPRENDIMIENTO39 Angelina o l'Orfanella degli Appennini, pel Sacerdote Giovanni Bosco, Turín, 1869, cap. 8 y 9, p. 41-48. Mis pesares crecieron ante el despilfarro que se hacía del dinero en cosas inútiles y a veces peligrosas. Cuarenta personas de servicio para cuatro personas: yo, mis padres y un hermano. Dos carrozas cada uno, una para el verano y otra para el invierno, con su correspondiente número de caballos y de cocheros; dos conserjes, dos porteros, dos mayordomos, dos maestros de ceremonias. Los demás se ocupaban en los diversos menesteres domésticos. ¡Tantas personas de servicio, cuando la décima parte habría bastado para todo y para todos! En las sillas, en los suelos, en las camas, en la mesa, oro y plata en profusión. No es que mi padre fuera un hombre sin religión: trataba bien a los frailes y a los sacerdotes siempre que se presentaba la ocasión; más aún, gozaba cuando podía tener consigo a la mesa algún ilustre personaje: un canónigo, un preboste o un prelado. Pero esto era por motivos humanos, para dar que hablar de él y ser alabado. Si se le pedía limosna, las más de las veces solía contestar que tenía muchos gastos, grandes impuestos, disminución de ingresos y cosas semejantes. Pero, sin embargo, encontraba sumas enormes para dar fiestas nocturnas a sus amigos, para emprender viajes largos y dispendiosos, para renovar y modernizar todos los años el mobiliario de la casa; sin hablar de los continuos cambios, ventas y compras de carrozas y caballos, con los gastos inmensos que todo ello suponía. En las mismas limosnas, yo no veía ciertamente lo que dice el Evangelio: que la mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha. Al contrario. Si [el obligado] no hacía grandes reverencias, o no daba muestras de agradecimiento públicas y repetidas, o si no daba publicidad al donativo, éste generalmente era el último; no era posible sacarle un céntimo más, bajo el especioso pretexto de que aquel tal era un ingrato; pero, en realidad, era porque no había tocado la trompeta a los cuatro vientos. Yo tenía la impresión de poder decir con el Salvador: Ya

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han recibido su recompensa. Un día pregunté a mi padre cómo entendía las palabras del Evangelio: Dad lo superfluo a los pobres. Me respondió que se trataba de un consejo y no de un precepto. Contesté que «me parecía que la palabra dad está en modo imperativo y que se trata, pues, de un auténtico mandato y no de un consejo». No me dio ninguna respuesta. Otra vez le pregunté cómo entendía las palabras del Evangelio: ¡Ay de los ricos! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve. «Estas cosas, me dijo, hay que estudiarlas y conocerlas; pero sin pararse demasiado en ellas; de lo contrario hacen perder la paz del corazón y acaban por volver loco a quien se preocupa demasiado por ello». Esta respuesta fue como una chispa en medio de mi desconcierto. Si es una verdad, me decía, ¿por qué no meditarla siempre? ¿Por qué el mundo la tiene olvidada? Aquel ¡ay de los ricos!, ¿querrá decir tal vez que todos los ricos se condenarán? Del mismo modo que se requiere un gran milagro para que pase un camello por el ojo de una aguja, ¿será igualmente necesario que se realice un milagro de ese género para que se salve un rico? Si es tan difícil que un rico se salve, ¿no es mejor poner en práctica el consejo del Salvador: vended lo que poseéis y dadlo a los pobres? Mi padre dice que, si se piensa seriamente en estas cosas, uno se puede volver loco. Pero si el solo pensamiento produce efecto tan terrible, ¿qué será de quien tenga que experimentar las consecuencias de la amenaza del Salvador, es decir, su condenación eterna? Turbada ante el pensamiento de las dificultades que un rico encuentra para poder salvarse, fui a ver a un venerable eclesiástico con el fin de recibir instrucción y consuelo. Aquel hombre de Dios me respondió que estas palabras han de interpretarse en su significado preciso. El Salvador quiere indicar, decía él, que las riquezas son verdaderas espinas y fuente infausta de peligros en el camino de la salvación; y esto, sobre todo, a causa del gran abuso que ordinariamente se hace de ellas: gastos inútiles, viajes inoportunos, intemperancias, bailes, juegos, opresión de los débiles, fraudes en el salario de los obreros. La satisfacción de indignas pasiones, de procesos injustos, el odio, la rabia, las venganzas,…: he ahí el fruto que muchos recogen de sus riquezas. Para éstos, los bienes temporales son un serio peligro de perversión espiritual y de ellos dijo precisamente el Salvador: ¡Ay de los ricos!; es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico se salve. Pero los que hacen buen uso de las riquezas, que se sirven de ellas para vestir al desnudo, para dar de comer a los pobres hambrientos y de beber a los sedientos, para acoger a los peregrinos; los que sin vanagloria ni ambición dan lo superfluo a los pobres, éstos, digo, tienen un medio de salvación en sus bienes temporales y saben cambiar las riquezas, que son verdaderas espinas, en flores para la eternidad. Creedlo: cuando Dios da bienes temporales a un hombre, concede una gracia; pero la gracia es aun mayor cuando El da la fuerza para usarlas bien. «Usted, mientras tanto, concluyó aquel director, no se afane por las riquezas que posee; porque con ellas puede hacer muchas obras buenas y ganar grandes méritos para la otra vida. Procure sólo hacer buen uso de ellas». «Le recomiendo, con todo, dos cosas muy importantes. La primera es que no escatime al calcular lo superfluo. Algunos piensan que dando la décima o la vigésima parte como limosna pueden usar el resto a su gusto. Nada de eso. Dios ha dicho que hay que dar lo superfluo a los pobres, sin precisar la décima o la vigésima parte. Por consiguiente, debemos reservarnos sólo lo necesario y dar lo demás a los pobres». «En segundo lugar, le recomiendo que nunca olvide que no nos llevaremos ningún bien temporal con nosotros a la tumba; y que, por lo tanto, de grado o a la fuerza, por amor o por necesidad, en vida o en la muerte, lo dejaremos todo. Es, pues, preferible desprendernos de las cosas terrenas voluntariamente y de modo meritorio haciendo buen uso de ellas durante nuestra vida, que abandonarlas después a la fuerza y sin mérito a la hora de nuestra muerte». Esta respuesta simple y clara, en lugar de tranquilizarme, aumentó más mis angustias. Yo me he ratificado en mi convicción de que las riquezas son un gran peligro de perversión y que es muy difícil hacer buen uso de ellas 40…

26. VENTAJAS DE LA VIDA RELIGIOSA41

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Apuntes de dos conferencias a los salesianos, escritas por Don Bosco mismo (ASC 132) para los ejercicios espirituales de Trofarello, en septiembre de 1869 (sin dar ningún juicio prematuro de las añadiduras autógrafas posteriores, que nuestra traducción no ha separado del esquema primitivo). Editados en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 986-987; ed. esp., p. 872-874. El Cristiano: su nacimiento en la religión católica, educación, instrucción, medios de salvación. Entrada en el mundo cubierto de peligros. –Mayor seguridad en la religión. –Ejemplo del viaje en vapor o en lancha; en coche o a pie; residencia en una fortaleza o a campo abierto. Señales de vocación: inclinación –si la vida es mejor o peor de la que se llevaría en el mundo–Ser recibidos en Comunidad. Manete in vocatione42, etc. Semejanza del negociante que trabaja con la esperanza de la ganancia. En la Congregación Homo vivit purius - cadit rarius - surgit velocius - incedit cautius - irroratur frequentius - quiescit securius - moritur confidentius - purgatur citius - remuneratur copiosius (S. Bernardo, De bono religionis)43. Vivit purius. Porque se mantiene alejado de las incitaciones del mundo (querer o no querer, en el siglo hay que pensar en las cosas temporales). Pureza de intención significa hacer lo que más agrada a Dios y nosotros nos lo aseguramos con la obediencia. En el siglo se hace el bien que se quiere y cuando se quiere. El religioso no hace nunca su voluntad, sino la del Señor, gracias a la obediencia. La propia voluntad echa a perder las obras: Quare jejunavimus et non aspexisti; humiliavimus animas nostras et nescisti? Porque ecce in die jejunii vestri invenitur voluntas vestra44, Isaías, 58, 3.- Ejemplos varios. Cadit rarius. Cuanto más se aparta uno de los peligros, más seguro está de no caer. El mundo está lleno de peligros. Quidquid in mundo est, concupiscentia carnis est (placeres de los sentidos), concupiscentia oculorum (riquezas), superbia vitae (vanagloria)45. San Antonio vio el mundo cubierto de lazos.- El que vive en la Congregación vive libre de esos peligros y se separa de todo con los tres votos, por lo que difícilmente caerá. Tiene, además, infinidad de ayudas para mantenerse en la Religión, que faltan en el mundo. Surgit velocius.- Reglas, avisos, lecturas, meditaciones. Ejemplos de los otros.- Vae solí quia, cum ceciderit, non habet sublevantem se46. Pero en la Sociedad, si unus ceciderit, ab altero fulcietur47 (Ecclesiastés, 4, 10). Juvaturasociis ad resurgendum48. (El angélico santo Tomás). Incedit cautius.- Camina con mayor cautela.- Retiro - Reglas …- Como fortaleza es la santa Ley de Dios, defendida con puestos avanzados, que son las Constituciones.- Urbs fortitudinis Sion, murus et antemurale ponetur in ea49 (Isaías, 26, °). Defendido, estando en la Congregación.- Cuenta de conciencia mensual.- Los grandes del mundo, los ricos, los poderosos no tienen quien los avise, sino aduladores, etc. Irroratur frequentius.- El siglo es un terreno árido; la Congregación, terreno regado. Frecuente el rocío celestial sobre las almas de Dios, por quien todo se dejó, por quien se trabaja; –por los Sacramentos que, por regla, se frecuentan; por los superiores que, por oficio, nos deben aconsejar y corregir.– Un seglar con frecuencia querría, pero carece de los medios que tiene en abundancia un religioso. Quiescit securius.- Nada puede satisfacer en el mundo. Vanitas vanitatum50, etc.- Teodosio dijo a un solitario en su celda: -Padre, ¿sabéis quién soy yo? Soy el emperador Teodosio. Felices vosotros que vivís contentos en esta tierra, lejos de los peligros del mundo. Yo soy un gran señor de la tierra, soy emperador; mas para mí no hay día en que pueda comer en paz.- Además: Cum fortis fuerit armatus, secura sunt omnia51. La Congregación es una fortaleza en la que se puede descansar tranquilo. Jesucristo, los superiores, las reglas, los hermanos son otros tantos guardianes del alma, etc. Objeciones. 1) En la vida religiosa hay descontentos. Porque no observan las reglas. 2) En la vida religiosa abundan los disgustos. Son las cruces diarias, que nos llevan a la gloria. Consulto Deus gratiam religionis occultavit, nam si ejus felicitas cognosceretur, omnes, relicto saeculo, ad eam concurrerent52 (san Lorenzo Justiniano). Moritur confidentius.- Muerte del que vive en el mundo: médicos, notarios, parientes, todos hablan de cosas temporales, difícilmente de las espirituales.

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El religioso se halla entre sus hermanos, que le ayudan, rezan, le animan. En la tierra todo queda arreglado; él está preparado para el cielo. Omnis qui reliquerit53, etc. (Mateo, 19, 29). Promisit Deus vitam aeternam ista relinquentibus. Tu reliquisti omnia ista: quid prohibet de hujusmodi promissione esse securum?54 (Juan Crisóstomo). Un hermano de san Bernardo moría en el monasterio cantando, porque beati mortui qui in Domino moriuntur55. Purgatur citius.- Santo Tomás dice que, entrando en Religión, se obtiene el perdón de todos los pecados y de la pena, como en el bautismo; y luego añade: Unde legitur in vitis Patrum quod eamdem gratiam consequuntur religionem intrantes quam consequuntur baptizati56.- Además, ayudas, oraciones, comuniones, rosarios, misas, etc.- Un poco o nada en el purgatorio. Est facilis via de cella in coelum57 (san Bernardo). Remuneratur copiosius.- Dios premia un vaso de agua fresca dado por El; ¿qué premio dará a quien todo lo dejó, o mejor, lo dio todo por su amor? ¿Qué merced no tendrán en el cielo todas las obras de la vida religiosa, mortificaciones, abstinencias, obediencias? Además, el mérito que se adquiere por las buenas obras que se harán por El. Fulgebunt justi58, etc. Al contrario, el mundano dirá: Erravimus59, etc. Dice san Alfonso que en el siglo XVII, de sesenta canonizados, sólo seis eran seglares. Todos los demás, religiosos. Ventajas temporales: 1) Las de Jesucristo en su nacimiento, vida y muerte; no tuvo donde reclinarse. Pero prometió que nada nos faltaría, si, etc.: Respicite volatilia coeli60. 2) No nos falta nada cuando estamos sanos, enfermos o a la hora de morir. Ejemplo de J. C. 3) ¡Cuántos sufren en el mundo! Nosotros tenemos comida, vestido, alojamiento, etc.

27. SAN FRANCISCO DE SALES61 Storia ecclesiastica ad uso della gioventù, utile ad ogni grado di persone, pel Sacerdote Giovanni Bosco, nueva edición corregida y aumentada, Turín, 1870, quinta época, cap. 4, p. 301-303. (Ed. A. Caviglia, en Opere e scritti, t.I, segunda parte, Turín, 1929, p. 451-452). San Francisco de Sales y el Chablais.- San Francisco de Sales fue suscitado por la divina Providencia para combatir y, puede decirse, para destruir los errores de Calvino y de Lutero en la parte de la Saboya llamada el Chablais, que se encontraba infestada de aquellos monstruosos errores. Se le llama de Sales por el lugar de su nacimiento, que es un castillo de Saboya. Habiéndose entregado por entero desde jovencito a Dios y habiendo conservado cuidadosamente el candor virginal, formó su corazón en todas las virtudes, especialmente en la dulzura, y en la mansedumbre. No sin graves obstáculos de parte de su padre, renunció a los brillantes ofrecimientos del mundo y se consagró al ministerio del altar. Movido por la voz de Dios, que le llamaba a cosas extraordinarias, marchó para el Chablais con las únicas armas de la caridad. A la vista de las iglesias arrasadas, de los monasterios destruidos y de las cruces derribadas, se enciende grandemente su celo y comienza su apostolado. Los herejes gritan, le insultan e intentan asesinarlo. Pero él, con su paciencia, sus sermones, sus escritos y sus milagros, logra apaciguar todo tumulto, se gana a los asesinos, desarma al infierno; y la fe católica triunfa de tal modo que en poco tiempo, sólo en el Chablais, vuelve a llevar al seno de la Iglesia a más de setenta y dos mil herejes. Extendida la fama de su santidad, fue nombrado, muy a su pesar, obispo de Ginebra, con residencia en Annecy. Aquí redobló su celo y ejercitó, cuando se presentaba la ocasión, las más humildes funciones del ministerio eclesiástico. Después de una vida gastada por la mayor gloria de Dios, reverenciado por las gentes, honrado por los príncipes, amado por los Sumos Pontífices, respetado por los mismos herejes, entregó su alma a Dios en Lyon, en la casa del jardinero del monasterio de la Visitación, donde él había querido vivir, el día de la fiesta de los santos Inocentes del año 1662.

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Fundó la Orden de las monjas de la Visitación, en la que quiso que pudieran ser aceptadas aquéllas que, por razón de edad o de enfermedad, no hubieran podido ser admitidas en otros monasterios.

28. LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA62 Il mese di maggio consacrato a Maria SS. Immacolata ad uso del popolo, pel Sacerdote Bosco Giovanni, 8a ed., Turín, 1874, día veinticuatro, p. 149-153. ¿Comprendes, cristiano, qué quiere decir recibir la sagrada Comunión? Quiere decir acercarte a la mesa de los ángeles para recibir el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que se da en alimento a nuestra alma bajo las especies del pan y del vino consagrados. En la Misa, en el momento en que el sacerdote pronuncia sobre el pan y el vino las palabras de la consagración, el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Las palabras que dijo nuestro divino Salvador al instituir este Sacramento fueron éstas: «Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre: Hoc est corpus meum, hic est calix sanguinis mei». Estas mismas palabras las pronuncian los sacerdotes en nombre de Jesús en el sacrificio de la santa Misa. Por consiguiente, cuando vamos a comulgar, recibimos al mismo Jesucristo, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, es decir, como Dios y hombre verdadero, vivo como está en el Cielo. No es una imagen de él, ni una figura de él, como si se tratara de una estatua o de un crucifijo, sino Jesucristo mismo, que nació de la Inmaculada Virgen María y murió por nosotros en la cruz. El mismo Jesucristo nos aseguró esta su presencia real en la sagrada Eucaristía cuando dijo: «Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros: corpus quod pro vobis tradetur. Este es el pan vivo, bajado del cielo: hic est panis vivus, qui de coelo descendit. El pan que yo daré es mi carne; la bebida que yo daré es mi verdadera sangre. Quien no come este cuerpo y no bebe esta sangre no tiene vida en sí mismo». Al instituir este Sacramento para el bien de nuestras almas, Jesús desea que nosotros nos acerquemos a él con frecuencia. Estas son las palabras con las que nos invita a ello: «Venid a mí, todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré: Venite ad me omnes, qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos». En otra ocasión dijo a los judíos: «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; pero quien come el alimento figurado en el maná, el alimento que yo doy, el alimento que es mi cuerpo y mi sangre, no morirá para siempre. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». ¿Quién puede resistir a una invitación tan amable del divino Salvador? Para corresponder a esta invitación, los cristianos de los primeros tiempos iban todos los días a escuchar la palabra de Dios y a recibir todos los días la sagrada Comunión. En este Sacramento los mártires encontraban su fortaleza, las vírgenes su fervor, los santos su valor. Y nosotros, ¿con qué frecuencia nos acercamos a este alimento celestial? Si consideramos los deseos de Jesucristo y también nuestra necesidad, debemos comulgar con mucha frecuencia. Así como el maná sirvió de comida a los hebreos durante todo el tiempo que vivieron en el desierto hasta llegar a la tierra prometida, así también la sagrada Comunión debería ser nuestro sustento, nuestro alimento cotidiano en medio de los peligros de este mundo para llevarnos a la verdadera tierra prometida del Paraíso. San Agustín dice: «Si nosotros pedimos todos los días a Dios el pan material, ¿por qué no habríamos de buscar igualmente todos los días el pan espiritual en la santa Comunión?». San Felipe Neri animaba a los cristianos a confesarse cada ocho días y a comulgar aún con mayor frecuencia, según el consejo del confesor. Finalmente, la santa Iglesia manifiesta su vivo deseo de la Comunión frecuente, en el Concilio de Trento, cuando dice: «Sería de desear que todo fiel cristiano se mantuviese en tal estado de conciencia que pudiera comulgar cuando asiste a la santa Misa». El papa Clemente XIII, para animar a los cristianos a comulgar con gran frecuencia, concedió el favor siguiente: Los fieles cristianos que tienen la laudable costumbre de confesarse cada semana, pueden obtener indulgencia plenaria todas las veces que reciben la sagrada Comunión (…). ¡Ánimo, pues, cristiano! Si quieres hacer una acción que redunde a la mayor gloria de Dios, la más agradable a todos los santos del cielo, la más eficaz para vencer las tentaciones, la más segura para poder perseverar en el bien, ésta es ciertamente la sagrada Comunión.

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29. AGUINALDO ESPIRITUAL (1874)63 Epistolario, t. II, p. 434. Muy querido Bonetti: Para ti: Haz de modo que todos aquéllos con quienes hables se hagan amigos tuyos. Para el Prefecto: Acopie tesoros para el tiempo y para la eternidad. Para maestros y asistentes: In patientia vestra possidebitis animas ves-tras64. Para los jóvenes: La comunión frecuente. Para todos: Exactitud en los propios deberes. Dios os bendiga a todos y os conceda el precioso don de la perseverancia en el bien. Amén. Reza por tu Tu afmo. en Jesucristo, Juan Bosco, Pbro. Turín, 30 de diciembre de 1874.

30. LA CARIDAD FRATERNA65 Epistolario, t. III, p. 26-27. Mi querido don Tomatis, He tenido noticias tuyas y me alegró mucho saber que hiciste buen viaje y que tienes grandes deseos de trabajar. Sigue así. Una carta tuya llegada a Varazze ha dado a conocer que no te llevas bien con algunos hermanos. Esto ha causado mala impresión, especialmente porque se leyó en público. Escúchame, querido don Tomatis: un misionero debe estar dispuesto a dar la vida por la mayor gloria de Dios; y ¿no será luego capaz de soportar un poco de antipatía hacia un compañero, aunque tuviese graves defectos? Por tanto, oye lo que dice san Pablo: Alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi. Caritas benigna est, patiens est, omnia sustinet. Et si quis suorum et maxime domesticorum curam non habet, est infideli deterior66. Por tanto, dame este gran consuelo, mejor aún, hazme este gran favor; es Don Bosco quien te lo pide: en lo porvenir, Molinari sea tu gran amigo y, si no le puedes amar a causa de sus defectos, ámalo por amor de Dios, ámalo por amor mío. Lo harás, ¿no es verdad? Por lo demás, estoy contento de ti y cada mañana en la Misa encomiendo al Señor tu alma, tus trabajos. No olvides la traducción de la Aritmética, añadiendo las medidas y pesos de la República Argentina. Di al benemérito don Ceccarelli que no he podido recibir el catecismo de esa archidiócesis, y deseo tenerlo, para insertar en El joven instruido los actos de Fe según la fórmula diocesana. Dios te bendiga, querido don Tomatis; y no te olvides de rezar por mí, que siempre seré en Jesucristo tu afmo. amigo, Juan Bosco, Pbro. Alassio, 7 de marzo de 1876.

31. DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Extracto de las actas del primer capítulo general de los salesianos (1877), cuadernos Barberis, ASC 046; ver E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, p. 288; ed. esp., p.

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252-25367. (…) Nuestro fin es dar a conocer que se puede dar al César lo que es del César, sin comprometer nunca a ninguno; y esto no nos aparta en lo más mínimo de dar a Dios lo que es de Dios. Se dice, en nuestros tiempos, que esto es un problema, y yo, si se quiere, añadiré que tal vez es el mayor de los problemas, pero que ya fue resuelto por nuestro divino Salvador Jesucristo. En la práctica se presentan serias dificultades, es verdad; búsquese cómo vencerlas, no sólo dejando intacto el principio; sino con razones y pruebas y demostraciones dependientes del principio y tales que expliquen el principio mismo. Mi gran idea es ésta: estudiar la manera práctica de dar al César lo que es del César, al mismo tiempo que se da a Dios lo que es de Dios. –Pero, se dice, el Gobierno sostiene a los mayores perversos y se propugnan, a veces, falsas doctrinas y principios erróneos.– Pues bien, entonces nosotros diremos que el Señor nos manda obedecer y respetar a los superiores etiam discolis68, mientras no manden cosas directamente malas. Y, aún en el caso de que mandaran cosas malas, los respetaremos. No se hará la cosa mala; pero se seguirá respetando la autoridad del César, como precisamente dice san Pablo, que se obedezca a la autoridad porque lleva la espada. No hay quien no vea las malas condiciones en que se encuentran la Iglesia y la religión en estos tiempos. Yo creo que desde san Pedro hasta nosotros no hubo nunca tiempos tan difíciles. El arte es refinado y los medios son inmensos. Ni las persecuciones de Juliano el Apóstata eran tan hipócritas y perversas. ¿Y, con esto, qué? Con esto nosotros buscaremos la legalidad en todo. Si se nos imponen contribuciones, las pagaremos; si ya no se admiten las propiedades colectivas, las tendremos individualmente; si piden exámenes, se rendirán; si títulos o diplomas, se hará lo posible para obtenerlos; y así se irá adelante. – ¡Pero esto requiere trabajos y gastos: crea problemas! – Ninguno de vosotros puede verlo como yo lo veo. Es más, la mayor parte de los problemas ni siquiera os los menciono, para que no os asustéis. Sudo y trabajo todo el día para discurrir cómo arreglarlos y salir al paso de los inconvenientes. Y, sin embargo, hay que tener paciencia, saber aguantar y, en vez de llenar el aire con quejas y lamentos, trabajar lo indecible con el fin de que las cosas sigan adelante. Ahí tenéis lo que yo quiero hacer saber poco a poco y de manera práctica con el Boletín Salesiano. Nosotros haremos prevalecer este principio con la gracia de Dios y sin multiplicar las afirmaciones directas; eso será la fuente de inmensos bienes tanto para la sociedad civil como para la eclesiástica.

32. A UN SACERDOTE DESALENTADO69 Epistolario, t. III, p. 399. Muy amado en el Señor: He recibido su preciosa carta y los 18 francos que contenía. Se lo agradezco: que Dios se lo premie. Es maná que cae en alivio de nuestras estrecheces. Por lo demás, esté usted tranquilo. No hable de dejar su parroquia. ¿Hay que trabajar? Moriré en el campo del trabajo, sicut bonus miles Christi70. ¿Que valgo poco? Omnia possum in eo qui me confortat71. ¿Que hay espinas? Con las espinas transformadas en flores, los ángeles tejerán para usted una corona en el cielo. ¿Que los tiempos son difíciles? Siempre lo fueron, pero Dios nunca retiró su auxilio. Christus heri et hodie72. ¿Pide usted un consejo? Helo aquí: preocúpese especialmente de los niños, de los ancianos y de los enfermos, y se ganará el corazón de todos. Por lo demás, cuando venga a verme, hablaremos detenidamente. Juan Bosco, Pbro. Turín, 25 de octubre de 1878.

33. ACTIVIDAD APOSTÓLICA Y PERFECCIÓN DE LOS 159

COOPERADORES73 Cooperadores salesianos, o sea, un modo práctico de secundar las buenas costumbres y ayudar a la sociedad civil, Turín, 1880, p. 30, 32-33, 39-40; ed. esp., Obras fundamentales, p. 733, 734, 737-738.

I. Es preciso que los cristianos se unan para practicar el bien. En todo tiempo se consideró necesaria la unión entre los buenos cristianos, para ayudarse mutuamente en la práctica de las buenas obras y así mantenerse alejados del mal. Tal hacían los de la primitiva Iglesia, quienes, sin desanimarse a la vista de los peligros que incesantemente los amenazaban, unidos en un solo corazón y una sola alma, se alentaban mutuamente a mantenerse firmes en la fe y a resistir valerosamente los continuos ataques con que se veían combatidos. El Señor mismo nos enseñó esta gran verdad cuando dijo: «Las más débiles fuerzas, unidas entre sí, se hacen fuertes y robustas; y, si es fácil romper una cuerdecilla sola, es muy difícil romper tres unidas». Vis unita, fortior. Funiculus triplex difficile rumpitur74. Eso mismo suelen hacer también los hombres del mundo en sus negocios temporales. Y, ¿habrán de ser los hijos de la luz menos prudentes que los hijos de las tinieblas? No, ciertamente; los que hacemos profesión de cristianos debemos unirnos en estos tiempos difíciles para propagar el espíritu de oración y caridad por todos los medios que nos suministra la religión y poner así un dique a los males que hacen peligrar la inocencia y las buenas costumbres de esta juventud, en cuyas manos está la suerte de la sociedad (…).

III. Fin de los Cooperadores Salesianos. El fin fundamental de los cooperadores es atender a su propia perfección mediante un método de vida que se asemeje, lo más posible, al de comunidad. Muchos abandonarían gustosos el mundo para ir al claustro; pero no lo efectúan, ya sea por razones de edad o de salud, ya por su condición; y muchísimos por falta de medios y de oportunidad. Haciéndose, pues, cooperadores salesianos, pueden, en medio de sus tareas diarias y en el seno de su propia familia, vivir como si pertenecieran a la Congregación. Por esto, el Sumo Pontífice ha considerado esta asociación como una de las antiguas órdenes terceras, con la diferencia de que aquéllas se proponían llegar a la perfección cristiana por el ejercicio de la piedad, y nuestro fin principal es el ejercicio activo de la caridad hacia el prójimo, y muy especialmente hacia la juventud expuesta a los peligros del mundo (…).

VIII. Prácticas religiosas. 1. Los cooperadores salesianos no tienen prescrita práctica alguna exterior; mas para que su vida pueda en algo asemejarse a la vida religiosa, se les recomienda modestia en el vestir, frugalidad en las comidas, sencillez en sus habitaciones, moderación en sus palabras, exactitud en los deberes de su estado, procurando al mismo tiempo que sus dependientes y subordinados guarden y santifiquen los días de precepto. 2. Se les aconseja tengan todos los años algunos días de ejercicios espirituales. El último de cada mes, u otro que les fuere más cómodo, harán el ejercicio de la buena muerte, confesando y comulgando como si realmente fuese el último de su vida. Tanto en los ejercicios espirituales, como el día en que se haga el ejercicio de la buena muerte, podrán ganar indulgencia plenaria. 3. Rezarán todos los días un padrenuestro y un avemaría a san Francisco de Sales, según la intención del Sumo Pontífice. Están dispensados de ello los sacerdotes y cuantos recen las horas canónicas o el oficio de la Sma. Virgen, a quienes bastará poner la intención al rezar dicho oficio. 4. Procurarán acercarse con la mayor frecuencia posible a los sacramentos de la Confesión y de la

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Comunión, ya que puede ganarse cada vez indulgencia plenaria. 5. Las indulgencias, tanto plenarias como parciales, pueden ser aplicadas a las almas del purgatorio, exceptuando la concedida in articulo mortis, que es exclusivamente personal y no puede ser ganada sino en el momento en que el alma se separa del cuerpo para ir a la eternidad.

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Siglas y abreviaturas

ASC Epistolario L.C. Memorie biografiche

Memorie dell'Oratorio

Opere e scritti

Positio super introductione causae. Summarium

Positio super virtutibus, I

Archivo Salesiano Central, en Roma, Casa Generalicia Salesiana. Epistolario di S. Giovanni Bosco, ed. E. CERIA, Turín, 1955-1959, 4 vol. Letture Cattoliche, Turín, 1853 y sts. G. B. LEMOYNE, A. AMADEI y E. CERIA, Memorie biografiche di Don Giovanni Bosco, San Benigno Canavese y Turín, 18981948, 20 tomos. S. GIOVANNI BOSCO, Memorie dell'Oratorio di S. Francesco di Sales dal 1815 al 1855, ed. E. CERIA, Turín, 1946. «Don Bosco». Opere e scritti editi e inediti nuovamente pubblicati e riveduti secondo le edizioni originali e manoscritti superstiti, a cura della Pia Società Salesiana, Turín, 1929 y ss. Taurinen. Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Ioannis Bosco Sacerdotis… Positio super introductione causae. Summarium et Litterae Postulatoriae, Roma 1907. Sacra Rituum Congregatione…, Taurinen. Beatificationis et Canonizationis Ven. Servi Dei Sac. Ioannis Bosco… Positio super virtutibus. Pars I: Summarium, Roma, 1923.

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Bibliografía*

Nuestra bibliografía está reducida a las fuentes y a las obras que se refieren directamente a Don Bosco. Pero, como puede suponerse, hemos acudido también a las obras generales más adecuadas para colocar al Santo en su tiempo y para hacer comprender su pensamiento: las de R. Aubert, sobre la historia general de la Iglesia bajo el papa Pío IX; las de T. Chiuso, A. C. Jemolo, M. Vaussard, F. Fonzi y G. Martina sobre la historia de la Iglesia en Italia en el siglo XIX; las de H. Bremond, P. Pourrat, Jean Leclercq, L. Cognet, sobre la historia de la espiritualidad; las de E. Hocedez, sobre la historia de la teología en el siglo XIX; y, finalmente, para algunas precisiones acerca de la vida espiritual, las de J. Guibert, A. Stolz, L. Bouyer…

I. DOCUMENTOS MANUSCRITOS Los documentos manuscritos de Don Bosco o que se refieren a él están recogidos, en la medida posible, en el Archivio Salesiano Centrale (siglas ASC) de Roma, en gran parte en las posiciones 131: Cartas de Don Bosco; 132: Manuscritos de Don Bosco, no destinados por él a la publicación. Programas. Otros escritos. 133: Manuscritos destinados a la imprenta; y 110: Crónicas y otros testimonios de salesianos sobre Don Bosco. Los documentos que se refieren a las Constituciones o a los reglamentos de la Sociedad salesiana constituyen un fondo aparte (02). La mayor parte de estos documentos han sido publicados o utilizados en las Memorie biografiche di Don Giovanni Bosco (ver más adelante), y otros en los apéndices documentales de los volúmenes de E. Ceria. Algunas cartas y algunos discursos de Don Bosco habían aparecido durante su vida en el Bollettino Salesiano. Disponemos ya de ediciones críticas de las cartas y de la «autobiografía» del santo: 1. S. GIOVANNI BOSCO: Memorie dell'Oratorio di S. Francesco di Sales dal 1815 al 1855, ed. E. Ceria, Turín, 1946; ed. A. Da Silva Ferreira, Roma, 1991. 2. S. GIOVANNI BOSCO, Epistolario, ed. E. Ceria, Turín, 1955-1959; nueva edición considerablemente aumentada por F. Motto, Roma, desde 1991. A este grupo de documentos hay que añadir las actas de los procesos informativo y apostólico de beatificación y de canonización, conservados en la curia de Turín y en la Congregación de las cause dei santi en Roma. Sólo una parte de las deposiciones ha sido editada en: 3. Taurinen. Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Ioannis Bosco Sacerdotis Fundatoris Piae Societatis Salesianae. Positio super introductione Causae. Summarium et Litterae Postulatoriae, Roma, 1907. 4. Sacra Rituum Congregatione… Taurinen. Beatificationis et Canonizationis Ven. Servi Dei Sac. Ioannis Bosco Fundatoris Piae Societatis Salesianae necnon Instituti Filiarum Mariae Auxiliatricis. Positio super virtutibus. Pars I: Summarium, Roma, 1923.

II. DOCUMENTOS PUBLICADOS Preliminar.- Este grupo es muy variado: se mezclan aquí documentos auténticos y otros menos auténticos. Por esta razón, nuestra lista se divide en tres secciones: 1. Publicaciones firmadas o reconocidas por Don Bosco. 2. Publicaciones anónimas presentadas o, al menos, revisadas por Don Bosco. 3. Publicaciones en su mayor parte anónimas, de origen no debidamente precisado, pero con frecuencia atribuidas a Don Bosco.

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Esta distribución, que es discutible, tiene por lo menos el mérito de no decidir al azar sobre los problemas de la autenticidad: una obra firmada puede haber sido compuesta por un secretario, como una obra anónima ha podido ser largamente meditada por Don Bosco. Conviene saber que un determinado número de anónimos fueron reconocidos por él en su testamento del 26 de julio de 1856 (conservado en ASC 132, y publicado en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1332-1333; ed. esp., p. 1221-1222) que varios libros anónimos según la portada de la primera edición aparecieron después bajo su nombre; y, por fin, que algunos catálogos, impresos viviendo él en su casa de Turín, le atribuyeron, legítimamente o no, otras obras anónimas. Nuestros puntos habituales de referencia son la bibliografía de los escritos impresos de Don Bosco editada en P. RICALDONE, Don Bosco educatore, t. II, Colle Don Bosco, Asti, 1952, p. 631-650; ed. esp., Don Bosco educador, Buenos Aires, 1954, t. II, p. 419-459; y, sobre todo, la de P. STELLA, Gli scritti a stampa di S. Giovanni Bosco, Roma, LAS, 1977. Recuperamos los títulos completos de la primera edición de las obras, lo que permite distinguir los anónimos de los textos firmados y subrayar matices importantes, como compilata (compilada) o per cura (a cargo de…, bajo los cuidados de…), que tampoco deben exagerarse. En cuanto a las ediciones (indicadas con cifras en forma de exponente), sólo hemos tomado en consideración las que hemos podido examinar personalmente hasta el año de la muerte del autor en 1888. N.B. Nada diremos aquí de los periódicos: L'amico della gioventù, Il Galantuomo, y el Bollettino Salesiano.

1. Publicaciones firmadas o reconocidas por Don Bosco 5. Cenni storici sulla vita del chierico Luigi Comollo, morto nel seminario di Chieri, ammirato da tutti per le sue singolari virtù, scritti da un suo collega, Turín, 1844. Reediciones: 18542, 18673, 18844. Firmado a partir de 1854 (col. L.C.). Con la misma fecha, en el título, chierico fue sustituido por giovane. 6. Storia ecclesiastica ad uso delle scuole, utile ad ogni ceta di persone, dedicata all'Onorat.mo F. Ervé de la Croix, Provinciale dei Fratelli D.I.S.C., compilata dal Sacerdote B.G., Turín, 1845. Reediciones: 18482, 18703 (L.C.), 18714, 18799, 188810. Firmado con todas las letras a partir de 1848. 7. Il Sistema metrico decimale ridotto a semplicità per uso degli artigiani e della gente di campagna, preceduto dalle quattro prime operazioni dell'aritmetica, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni, Turín, 1849. Ningún ejemplar conocido de la primera edición, cuyo título fue reconstruido según una recensión de la Armonía, de 1o de junio de 1849. Reediciones: 18492, 18514, 18555, 18756, 18817. La sexta edición se tituló: L'Aritmetica e Il Sistema metrico portati a semplicitá.. 8. Il Divoto dell'Angelo Custode. Aggiuntevi le indulgenze concedute alla compagnia canonicamente eretta nella chiesa di S. Francesco d'Assisi in Torino, Turín, 1845. Anónimo, pero manuscrito con correcciones autógrafas en ASC 133, e impreso reconocido bajo el título: Il Divoto dell'Angelo Custode. Anonimo, en el testamento de 1856. 9. I sette dolori di Maria considerati in forma di meditazione. Anonimo. Título del testamento de 1856. A nuestro juicio, la bibliografía de P. Ricaldone (n° 73) reconstruyó el título sobre la tercera edición de una obra aparecida en Turín, Speirani e hijos, en 1871: Corona dei Sette dolori di Maria, con sette brevi considerazioni sopra i medesimi esposti in forma della Via Crucis, 3a ed., Turín. 1871. Dudoso. 10. Esercizio di divozione alla misericordia di Dio, Turín, s.f., (hacia 1847). Citado: Esercizio di divozione alla misericordia di Dio. Anonimo, en el testamento de 1856. Autenticidad poco discutible. 11. Le Sei domeniche e la Novena di San Luigi Gonzaga con un cenno sulla vita del Santo, Turín, 1846. Reediciones: Le Sei domeniche e la Novena in onore di San Luigi Gonzaga con alcune sacre lodi (L.C.), Turín, 1854, presentado Al lettore por el Sac. Bosco Giovanni, y reconocido por el testamento de 1856. El mismo título en una edición de 1864 luego se convertirá en: Le Sei domeniche e la Novena in onore di S. Luigi Gonzaga colle Regole della Compagnia in onore del medesimo santo e con altre lodi sacre, S. Pier d'Arena, 18787; id., Turín, 18868 (L.C.), 18889. 12. Storia sacra per uso delle scuole, utile ad ogni stato di persone, arricchita di analoghe incisioni,

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compilata dal Sacerdote Gioanni Bosco, Turín, 1847. Reediciones: 18552, 18633, 18664, 18725, 18748, 188113, 1882 (?)16. 13. Il giovane provveduto per la pratica de' suoi doveri, degli esercizi di cristiana pietà, per la recita dell'Uffizio della Beata Vergine e de' principali vespri dell'anno, coll' aggiunta di una scelta di laudi sacre, ecc., Turín, 1847. Reediciones: 18512, 18639, 187333, 187439, 187542, 187765, 187875, 188081, 188183, 1885101, 1888118. Firmado al menos desde 1863. 14. Il cristiano guidato alla virtù ed alla civiltà secondo lo spirito di San Vincenzo de' Paoli. Opera che può servire a consacrare il mese di luglio in onore del medesimo Santo, Turín, 1848. Reediciones: 18772, 18873. Firmado a partir de 1877. 15. Maniera facile per imparare la Storia Sacra ad uso del popolo cristiano, con una carta geografica della Terra Santa, per cura del Sac. Giovanni Bosco, Turín, 1855. Reediciones: 18552 (L.C.), 18633, 18775, 18826. 16. Avvisi ai cattolici. La Chiesa Cattolica-Apostolica è la sola e vera Chiesa di Gesù Cristo, Turín, 1850. Reedición: 1851. Repetido bajo los títulos: Avvisi ai Cattolici. Introduzione alle Letture Cattoliche, Turín, 1853; Fondamenti della Cattolica Religione, per cura del Sacerdote Giovanni Bosco, Turín, 1872. Reimpresiones con este último título: 1882, 1883 (L.C.). 17. Il Cattolico istruito nella sua Religione. Trattenimenti di un padre di famiglia co' suoi figliuoli secondo i bisogni del tempo, epilogati dal Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1853. Repetido bajo el título: Il Cattolico nel secolo. Trattenimenti famigliari di un padre co' suoi figliuoli intorno alla Religione, pel Sac. Giovanni Bosco, 2a ed. (L.C.), Turín, 1883. Reediciones: 18833, 18875. 18. Una disputa tra un avvocato ed un ministro protestante. Dramma (L.C.), Turín, 1853. Reeditado con nombre de autor: Luigi, ossia Disputa tra un avvocato ed un ministro protestante, esposta dal Sacerdote Giovanni Bosco, 2a ed. aumentada, Turín, 1875. 19. Notizie storiche intorno al miracolo del SSmo. Sacramento avvenuto in Torino il 6 giugno 1453, con un cenno sul quarto centenario del 1853 (L.C.), Turín, 1853. La presentación Al lettore está firmada: Sac. Gio. Bosco, y este libro está reconocido por el testamento de 1856. 20. Fatti contemporanei esposti in forma di dialogo, Turín, 1853. Escrito anónimo aparecido en la colección de las Letture Cattoliche (año I, fasc. 10-11) y reconocido en el testamento de 1856. 21. Conversione di una Valdese. Fatto contemporaneo esposto dal Sac. Bosco Gioanni (L.C.), Turín, 1854. 22. Raccolta di curiosi avvenimenti contemporanei, esposti dal Sac. Bosco Gioanni (L.C.), Turín, 1854. 23. Il Giubileo e Pratiche divote per la visita alle chiese (L.C.), Turín, 1854. Recibirá título nuevo y el nombre del autor: Dialoghi intorno all'istituzione del Giubileo colle pratiche divote per la visita delle chiese (L.C.), del Sacerdote Bosco Giovanni, 2a ed., corregida por el autor, Turín, 1865; para titularse definitivamente: Il Giubileo del 1875. Sua istituzione e pratiche divote per la visita delle chiese, pel Sac. Giovanni Bosco, 2a ed. (L.C.), Turín, 1875. 24. Conversazioni tra un avvocato ed un curato di campagna sul Sacramento della Confessione, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1855. Reedición: 18723. 25. Vita di San Martino, vescovo di Tours, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1855. Reedición: 18862. 26. La forza della buona educazione. Curioso episodio contemporaneo, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1855; Roma, 1860. Llevará título nuevo: Pietro, ossia la Forza della buona educazione. Curioso episodio contemporaneo, pel Sac. Giovanni Bosco, 2a ed., Turín, 1881. Reedición: 1855 (en la Bibliotechina dell'operaio). 27. La Storia d'Italia raccontata alla gioventù dai suoi primi abitatori sino ai nostri giorni, corredata da una carta geografica d'Italia, dal Sacerdote Bosco Giovanni, Turín, 1855 (en realidad: 1856). Reediciones: 18592, 18613, 18634, 18665, 18738, 188014, 188215, 188516, 188718. 28. Vita di S. Pancrazio martire, con appendice sul santuario a Lui dedicato vicino a Pianezza (L.C.),

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Turín, 1856. Reediciones: 18673, 18734, 18765, 18886. La tercera y la cuarta ediciones están firmadas; la quinta es anónima; no se puede argumentar con la sexta, que salió después de la muerte del autor. 29. La Chiave del Paradiso in mano al cattolico che pratica i doveri di buon cristiano, Turín, 1856. Apareció luego en dos formatos: 1) 18572, 18726, 187536, 188844; 2) 18742, 18813, 1888. El libro tiene alrededor de 200 páginas en el primer formato y unas 500 en el segundo. Está firmado a partir de 1857. 30. Vita di San Pietro, principe degli apostoli, primo Papa dopo Gesù Cristo, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1856 (en realidad: 1857). Reediciones: a) con el título: Il centenario di S. Pietro apostolo, colla Vita del medesimo principe degli apostoli ed un triduo di preparazione della festa dei santi apostoli Pietro e Paolo, pel Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1867; Roma, 1867. b) Con el título: Vita di San Pietro…, Turín, 1867, 1869, 1884. 31. Due conferenze tra due ministri protestanti ed un prete cattolico intorno al purgatorio e intorno ai suffragi dei defunti, con appendice sulle liturgie, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1857. Reedición: 18742. 32. Vita di S. Paolo apostolo, dottore delle genti, per cura del Sacer. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1857. Reedición: 18782. 33. Vita dei Sommi Pontefici S. Lino, S. Cleto, S. Clemente, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1857. 34. Vita dei Sommi Pontefici S. Anacleto, S. Evaristo, S. Alessandro I, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1857. 35. Vita dei Sommi Pontefici S. Sisto, S. Telesforo, S. Igino, S. Pio I, con appendice sopra S. Giustino, apologista della Religione, per cura del Sac. Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1857. 36. Vita de' Sommi Pontefici S. Aniceto, S. Sotero, S. Eleutero, S. Vittore e S. Zeffirino (L.C.), Turín, 1858. Anónimo, pero de autenticidad probable, pues el testamento de 1856 atribuye a Don Bosco las Vidas de los papas hasta el año 221. Este libro habría sido, pues, escrito antes de 1856. 37. Il mese di maggio consacrato a Maria SS. ma Immacolata ad uso del popolo, pel Sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1858. Reediciones: 18642, 1869 (?)3, 18734, 18735, 18736, 18748, 187911, 188512. 38. Porta teco, cristiano, ovvero Avvisi importanti intorno ai doveri del cristiano, acciocchè ciascuno possa conseguire la propria salvezza nello stato in cui si trova (L.C.), Turín, 1858. Reedición: 1878, con indicación del autor. 39. Vita del Sommo Pontefice S. Callisto I, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1858. 40. Vita del giovanetto Savio Domenico, allievo dell'Oratorio di San Francesco di Sales, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1859. Reediciones: 18602, 18613, 18664, 18785, 18806. 41. Vita del Sommo Pontefice S. Urbano I, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1859. 42. Vita dei Sommi Pontefici S. Ponziano, S. Antero e S. Fabiano, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1859. 43. La persecuzione di Decio e il Pontificato di San Cornelio I, Papa, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1859. 44. Vita e Martirio de' Sommi Pontefici San Lucio I e Santo Stefano I, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1860. 45. Rimembranza storico funebre dei giovani dell'Oratorio di San Francesco di Sales verso il Sacerdote Caffasso Giuseppe, loro insigne benefattore, pel Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1860. 46. Biografía del Sacerdote Caffasso Giuseppe esposta in due ragionamenti funebri, dal Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.); Turín, 1860. 47. Il Pontificato di San Sisto II e le glorie di San Lorenzo Martire, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L. C), Turín, 1860. 48. Una famiglia di Martiri, ossia Vita dei Santi Martiri Mario, Marta, Audiface ed Abaco e loro martirio con appendice sul Santuario ad essi dedicato pres-so Caselette, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1861. 49. Cenno biografico sul giovanetto Magone Michele, allievo dell'Oratorio di S. Francesco di Sales, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1861. Reediciones: hacia 18662,18803.

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50. Il Pontificato di S. Dionigi, con appendice sopra S. Gregorio Taumaturgo, per cura del sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1861. 51. Il Pontificato di S. Felice primo e di S. Eutichiano, Papi e martiri, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1862. 52. Novella amena di un Vecchio Soldato di Napoleone I, esposta dal Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1862. 53. Cenni storici intorno alla vita della B. Caterina De-Mattei da Racconigi dell'Ordine delle pen. di S. Dom., per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1863. 54. Il Pontificato di S. Caio Papa e martire, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1863. 55. Il Pontificato di S. Marcellino e di S. Marcello, Papi e martiri, per cura del Sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1864. 56. Il Pastorello delle Alpi, ovvero Vita del Giovane Besucco Francesco d'Argentera, pel sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1864. Reediciones: 18782, 18863. 57. La casa della fortuna. Rappresentazione drammatica, pel Sacerdote Bosco Giovanni…(L.C), Turín, 1865. Reedición: 18882. 58. Valentino, o la Vocazione impedita. Episodio contemporaneo, esposto dal sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1866. Reedición: 1883. 59. Novelle e racconti tratti da vari autori ad uso della gioventù (col. L.C.), Turín, 1867. Reedición bajo el título: Novelle e racconti tratti da vari autori ad uso della gioventù, coll'aggiunta della Novella amena di un vecchio soldato di Napoleone I, pel sacerdote Bosco Giovanni, Turín, 1870. Mismo título: 18803, 18875. 60. Severino, ossia Avventure di un giovane alpigiano, raccontate da lui medesimo ed esposte dal sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1868. 61. Maraviglie della Madre di Dio invocata sotto il titolo di Maria Ausiliatrice, raccolte dal Sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1868. 62. Rimembranza di una solennità in onore di Maria Ausiliatrice, pel Sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1868. 63. Associazione de' Divoti di Maria Ausiliatrice canonicamente eretta nella Chiesa a Lei dedicata in Torino con raguaglio storico su questo titolo, pel sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1869. Reediciones: 18782, 18813, 18874. 64. I Concili Generali e la Chiesa Cattolica. Conversazioni tra un Parroco e un giovane parrocchiano, pel sacerdote Bosco Giovanni (L.C.), Turín, 1869. 65. Angelina, o l'Orfanella degli Appennini, pel Sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1869. Reedición: 1881 (?). 66. La Chiesa Cattolica e la sua Gerarchia, pel Sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1869. 67. Nove giorni consacrati all'Augusta Madre del Salvatore sotto il titolo di Maria Ausiliatríce, pel Sac. Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1870. Reediciones: 18802, 18853. 68. Regole pel teatrino, Turín, 1871. Firmado: Sac. Giovanni Bosco. 69. Apparizione della Beata Vergine sulla Montagna di La Salette con altri fatti prodigiosi raccolti dai pubblici documenti, pel sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1871. Otra edición: 18773. 70. Confratelli salesiani chiamati dall'esilio alla vita eterna nell'anno 1873, en el anuario Società di S. Francesco di Sales, Turín 1874, p. 14. Página firmada: Sac. Gio. Bosco. 71. Massimino, ossia Incontro di un giovanetto con un ministro protestante sul Campidoglio, esposto dal sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1874. Reedición: 18752. 72. Cenno storico sulla Congregazione di S. Franceso di Sales e relativi schiarimenti, Roma, 1874. Firmado: Giovanni Bosco. 73. Riassunto della Pia Società di S. Francesco di Sales nel 23 febbraio 1874. Firmado: Sac. Gio. Bosco. Publicado en la Positio de la Congregazione particolare dei Vescovi e Regolari: Torinese. Sopra l'approvazione delle Costituzioni della Società Salesiana. Relatare Ill.mo e R.mo Monsignore Nobili Vitelleschi, Arcivescovo di Seleucia, Segretario, Roma, 1874; documento n° XV. 74. Maria Ausiliatríce col racconto di alcune grazie ottenute nel primo settennio dalla consacrazione della

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Chiesa a Lei dedicata in Torino, per cura del sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1875. Reedición: 18772. 75. Ricordi confidenziali al direttore della casa di…, Turín, 1875. Litografiado. Pasará a ser: Strenna natalizia, ossia Ricordi confidenziali, Turín, 1886. Litografiado. 76. Regolamento per l'infermeria, Turín, 1876. Firmado por Don Bosco. 77. Inaugurazione del Patronato di S. Pietro in Nizza a Mare. Scopo del medesimo esposto dal Sacerdote Giovanni Bosco, con appendice sul Sistema Preventivo nella educazione della gioventù, Turín, 1877. Ediciones francesa y franco-italiana el mismo año. 78. La nuvoletta del Carmelo, ossia la Divozione a Maria Ausiliatrice premia-ta di nuove grazie, per cura del sacerdote Giovanni Bosco (L.C.), S. Pier d'Arena, 1877. 79. Il più bel fiore del Collegio Apostolico, ossia la Elezione di Leone XIII, con breve biografìa dei suoi Elettori, pel Sac. Giovanni Bosco (L.C.), Turín, 1878. 80. Le scuole di beneficenza dell'Oratorio di S. Francesco di Sales in Torino davanti al Consiglio di Stato, pel Sacerdote Giovanni Bosco, Turín, 1879. 81. Esposizione alla S. Sede dello stato morale e materiale della Pia Società di S. Francesco di Sales, S. Pier d'Arena, 1879. Firmado: Sac. Giovanni Bosco, Rettore Maggiore. 82. L'Oratorio di S. Francesco di Sales ospizio di beneficenza. Esposizione del Sacerdote Giovanni Bosco, Turín, 1879. 83. La Figlia cristiana provveduta per la pratica de' suoi doveri negli esercizi di cristiana pietà, per la recita dell'Ufficio della B. V., de' Vespri di tutto l'anno e dell'Ufficio dei Morti, coll'aggiunta di una scelta di laudi sacre, pel Sacerdote Giovanni Bosco, Turín, 1878. Reediciones: 18792, 18818 (?), 18834. Ver la bibliografía de P. Stella, n° 270. 84. Eccellentissimo Consigliere di Stato, Turín, 1881. Firmado: Sac. Giovanni Bosco. 85. Esposizione del sacerdote Giovanni Bosco agli Eminentissimi Cardinali della Sacra Congregazione del Concilio, S. Pier d'Arena, 1881. 86. Biographie du jeune Louis Fleury Antoine Colle, par Jean Bosco, prêtre, Turín, 1882. Publicado en francés. 87. Regolamento della Compagnia di S. Giuseppe per gli operai esterni che lavorano nell'Oratorio di S. Francesco di Sales in Torino, Turín, 1888. El reglamento está firmado: Sac. Giovanni Bosco. No hemos creído necesario citar todas las cartas circulares del santo, recogidas en su Epistolario. Queremos indicar también que, si hubiera tenido ocasión, Don Bosco habría reconocido la paternidad de las obras que citaremos en los nn. 93, 97, 141, 143, 144, 145, 148, 150 (ver más adelante).

2. Publicaciones anónimas presentadas o, al menos revisadas por Don Bosco 88. Scelta di laudi sacre ad uso delle Missioni e di altre opportunità della Chiesa, Turín, 18792. No se conoce la primera edición. Reedición: Turín, 18793; S. Pier d'Arena, 1882. Al lettore ha sido firmado: Sac. Giovanni Bosco. 89. Società di Mutuo soccorso di alcuni individui della Compagnia di San Luigi eretta nell'Oratorio di San Francesco di Sales, Turín, 1850. Avvertenza firmada: D. Bosco Giovanni. 90. Catalogo degli oggetti posti in lotteria a favore dei giovani dei tre Oratori di S. Francesco di Sales in Valdocco, di S. Luigi a Porta Nuova, del Santo Angelo Custode in Vanchiglia, Turín, 1857. Introducción de Don Bosco. Obras semejantes: Elenco degli oggetti…, Turín, 1862; Lotteria d'oggetti…, Turín, 1865; Elenco degli oggetti…, Turín, 1866. 91. Vita della Beata Maria degli Angeli, Carmelitana Scalza, Torinese (L.C.), Turín, 1865. Prefacio (con el pronombre nosotros) firmado: Sac. Bosco Giovanni. Reedición: 18663. Clasificada entre las obras de Don Bosco por el Catalogo generale delle librarie salesiane, 1889, y por J. B. Lemoyne en las Memorias biográficas, t. VIII, p. 269; ed. esp., p. 236. 92. Vita di S. Giuseppe, sposo di Maria SS. e Padre putativo di Gesù Cristo. Raccolta dai più accreditati autori, colla Novena in preparazione alla Festa del Santo (L.C.), Turín, 1867. Introducción firmada: Per la

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direzione, Sac. Giov. Bosco. Reedición: 18783. Fue clasificada durante su vida (1877), entre las obras de Don Bosco. 93. Societas Sancii Francisci Salesii, Turín, 1867. Versiones posteriores: Regulae Societatis S. Francisci Salesii, Turín, 1873; Regulae Societatis S. Francisci Salesii, Roma, 1874; otra edición, con igual título, lugar y fecha; Regulae seu Constitutiones Societatis S. Francisci Salesii, juxta Approbationis decretum die 3 aprilis, 1874, Turín, 1874. Traducción italiana con introducción original: Regole o Costituzioni della Società di San Francesco di Sales, secondo il Decreto di approvazione del 3 aprile 1874, Turín, 1875. Reediciones de esta traducción: 1877, 1885. Numerosos manuscritos, escritos por Don Bosco o revisados por él, en ASC 022. 94. Il Cattolico provveduto per le pratiche di pietà con analoghe istruzioni secondo il bisogno dei tempi, Turín, 1868. Prefacio firmado por Don Bosco, que no se presenta claramente como autor de la obra. El manuscrito (ASC 133) había sido escrito por el padre G. Bonetti; después, revisado, al menos parcialmente, por Don Bosco. 95. Fatti ameni della vita di Pio IX raccolti dai pubblici documenti (L.C.), Turín, 1871. La presentación Al lettore está firmada: Per la redazione, Sac. Gio. Bosco. Será publicada, después de 1888, con nombre de autor (per cura del Sac. Giovanni Bosco, Turín, 18932). Había sido, por lo menos parcialmente, elaborada por él, como lo confirman algunos párrafos autógrafos en ASC 133. 96. Il Centenario decimoquinto di S. Eusebio il Grande e la Chiesa dell'Italia occidentale (L.C.), Turín, 1872. Obra de C. Mella, que la bibliografía de P. Ricaldone (n° 64) coloca entre las obras ciertas de Don Bosco, probablemente a causa de la presentación a' devoti lettori, firmada por este último. 97. Unione cristiana, Turín, 1874. Reglamento de los futuros cooperadores salesianos, que reaparecerá sucesivamente bajo los títulos: Associazione di opere buone, Turín, 1875; Cooperatori salesiani, ossia Un modo pratico per giovare al buon costume e alla civile società, Albenga, 1876; S. Pier d'Arena, 1877 (con una presentación Al lettore, firmada: Sac. Giovanni Bosco). Texto de Don Bosco, como lo prueban los manuscritos autógrafos o corregidos por él, en ASC 133. 98. Confratelli salesiani chiamati alla vita eterna nell'anno 1874, en el anuario: Società di S. Francesco di Sales. Anno 1875. Turín, 1875. Prefacio firmado: Sac. Gio. Bosco. 99. Brevi biografie dei confratelli salesiani chiamati da Dio alla vita eterna, Turín, 1876. Prefacio de Don Bosco. 100. Regolamento dell'Oratorio di San Francesco di Sales per gli esterni, Turín, 1877. Texto anterior de Don Bosco, en ASC 02. 101. Regolamento per le case della Società di San Francesco di Sales, Turín, 1877. Introducción de Don Bosco. Como hemos podido verificar nosotros mismos, el texto, sobre todo en su parte ascética, depende ampliamente de las redacciones anteriores del reglamento para la casa de Valdocco (en ASC 02). 102. Regole o Costituzioni per l'Istituto delle Figlie di Maria SS. Ausiliatrice…, Turín, 1878. Reedición: Turín, 1885, con una carta de introducción firmada por Don Bosco y fechada el 8 de diciembre de 1884. 103. Deliberazioni del Capitolo generale della Pia Società Salesiana tenuto a Lanzo Torinese nel settembre 1877, Turín, 1878. La Carta de presentación está firmada: Sac. Giovanni Bosco. 104. Favori e Grazie spirituali concessi dalla Santa Sede alla Pia Società di S. Francesco di Sales, Turín, 1881. Presentación a los salesianos firmada: Sac. Giovanni Bosco. 105. Arpa cattolica o Raccolta di laudi sacre in onore di Gesù Cristo, di Maria Santissima e dei Santi, S. Pier d'Arena, Turín, Niza, 1881. 106. Arpa cattolica o Raccolta di laudi sacre in onore dei Santi e Sante Protettori della Gioventù con gli inni per le feste dei medesimi, S. Pier d'Arena, 1882. Presentación Al lettore firmada: Sac. Giovanni Bosco. 107. Arpa cattolica o Raccolta di laudi sacre in onore del S. Cuor di Gesù e del SS. Sacramento coi Salmi ed Inni che si cantano nella Processione del Corpus Domini, S. Pier d'Arena, 1882. Presentación de Don Bosco. 108. Arpa cattolica o Raccolta di laudi sacre sulla Passione, sulle feste principali del Signore e sui novissimi, S. Pier d'Arena, Turín, 1882. Presentación de Don Bosco. 109. Deliberazioni del secondo Capitolo generale della Pia Società Salesiana tenuto in Lanzo Torinese nel settembre 1880, Turín, 1882. Presentación firmada: Sac. Giovanni Bosco. 110. Biografie, 1881, Turín, 1882. Presentación por Don Bosco de estas noticias necrológicas para el año 1881. 111. Biografìe dei Salesiani defunti nel 1882, S. Pier d'Arena, 1883. Presentación de Don Bosco.

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112. Biografie dei Salesiani defunti negli anni 1883 e 1884, S. Benigno Canavese, 1885 (según la página del frontispicio). Presentación de Don Bosco. 113. Deliberazioni del terzo e quarto Capitolo generale della Pia Societá Salesiana tenuti in Valsalice nel settembre 1883-86, S. Benigno Canavese, 1887. Presentación firmada: Sac. Giovanni Bosco.

3. Publicaciones de origen no debidamente precisado, pero con frecuencia atribuidas a Don Bosco 114. Le Sette allegrezze che gode Maria in cielo. Hacia 1844-1845. Ignorado por el testamento de 1856. Clasificado entre las obras probables por la bibliografía del Padre Ricaldone (n° 1). 115. L'Enologo italiano. Libro desaparecido desde el comienzo del siglo XX, pero atribuido a Don Bosco por J. B. Lemoyne, Memorias biográficas, t. II, Turín, 1901, p. 473-474; ed. esp., p. 356; que no lo había visto nunca y lo fechaba en 1846. Ignorado en el testamento de 1856. Clasificado entre las obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 78), quien, por otra parte, lo describía basándose sólo en las indicaciones de don Lemoyne. 116. Breve raguaglio della festa fattasi nel distribuire il regalo di Pio IX ai gio vani degli Oratori di Torino, Turín, 1850. Publicación corregida por Don Bosco en ASC 133. Ignorada por el testamento de 1856. Clasificada entre las obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 87) y de P. Stella (n° 017). 117. Avviso sacro, Turín, s. f. (hacia 1850). Anuncio de ejercicios espirituales. Descripción en J.B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. III, p. 604-606; ed. esp., p. 463-464; que lo atribuía a Don Bosco. Clasificado entre sus obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 88). 118. Vita di santa Zita serva e di sant'Isidoro contadino (L.C.), Turín, 1853. «La introducción, p. 3-8, podría ser de Don Bosco» (P. Stella, n° 030). 119. Vita infelice di un novello apostata (L.C.), Turín, 1853. Las pruebas fueron corregidas por Don Bosco, según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. IV, p. 649; ed. esp., p. 495), pero la obra es ignorada por el testamento de 1856. Clasificada entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 2) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 031). 120. Cenno biografico intorno a Carlo Luigi Dehaller membro del Sovrano Consiglio di Berna e di Svizzera, e sua lettera alla sua famiglia per dichiararle il motivo del suo ritomo alla Chiesa Cattolica e Romana (L.C.), Turín, 1855. J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. V, p. 307-308; ed. esp., p. 225) ha descrito el libro sin pronunciarse sobre su autor. Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 3) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 047). 121. Avvisi alle figlie cristiane del Venerabile Monsignor Strambi, aggiunto un modello di vita religiosa nella giovane Dorotea, Turín, 1856. La bibliografía de P. Ricaldone (n° 92) ha clasificado esta obra, sin duda por error, entre las obras ciertas de Don Bosco. Es verdad que éste hizo imprimir 4000 ejemplares (ver P. Stella, n° 54). 122. Vita di S. Policarpo vescovo di Smirne e martire, e del suo discepolo S. Ireneo vescovo di Lione e martire (L.C.), Turín, 1857. «Anónimo, pero lo había escrito Don Bosco», según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. V, p. 777; ed. esp., p. 552). Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 4) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 068). 123. Esempi edificanti proposti specialmente alla gioventù. Fiori di lingua (L.C.); Turín, 1861. Reeditado: ver Cento esempi edificanti proposti…, Turín, 18845. Presentado por Don Bosco según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VI, p. 858-859; ed. esp., p. 648). Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 5) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 095). 124. Una preziosa parola ai figli ed alle figlie, Turín, 1862. Este opúsculo de 24 páginas, impreso en el oratorio de San Francisco de Sales, está escrito en un estilo que recuerda el de Don Bosco. 125. Notizie intorno alla Beata Panasia, pastorella Valsesiana, nativa di Quarona, raccolte e scritte da Silvio Pellico. Precede una biografía del autor (L.C.), Turín, 1862. La «biografía del autor» era de Don Bosco. 126. Le due orfanelle, ossia la Consolazione nella Cattolica Religione (L.C.), Turín, 1862. Según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VII, p. 156; ed. esp., p. 142), Don Bosco añadió al relato «tres espantosos

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ejemplos de castigos divinos que cayeron por aquellos años sobre los enemigos de Dios, del Papa y de los obispos. Al fin añade el Reglamento de la piadosa Sociedad para la comunión mensual…». Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 8) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 110). 127. Diario mariano, ovvero Eccitamenti alla divozione della Vergine Maria SS. proposti in ciascun giorno dell'anno per cura di un suo divoto (L.C.), Turín, 1862. «Autor anónimo», dice simplemente J-B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VII, p. 61; ed. esp., p. 64). Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 7) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 103). A decir verdad, el «divoto» de María, que recogió las noticias más diversas de este diario, fue muy probablemente Don Bosco, a juzgar por la crítica interna del documento. 128. Specchio della Dottrina Cattolica approvato dal vesc. di Mondovì per la sua Diocesi e caldamente raccomandato ad ogni classe di persone, Turín, 1862. Clasificado por P. Stella (n° 112) entre las obras problemáticas. Este pequeño catecismo de 32 páginas, publicado en el oratorio de San Francisco de Sales, bien podría ser una compilación de Don Bosco. 129. Germano l'ebanista, o gli Effetti di un buon consiglio (L.C.), Turín, 1862. Clasificado entre los escritos probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 6) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 111). Los Ricordi añadidos al final son atribuidos a Don Bosco por J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VII, p. 291-293; ed. esp., p. 253). 130. Luisa e Paolina. Conversazione tra una giovane cattolica ed una giovane protestante (L.C.), Turín, 1864. Traducción, bajo los cuidados de Don Bosco, de un folleto de Mons. Devie, obispo de Belley. Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 9). (Ver sobre este folleto J.B. Lemoyne, Memorias biográficas, t. VII, p. 630; ed. esp., p. 534; y la bibliografía de P. Stella, n° 123). 131. Episodi ameni e contemporanei ricavati da' pubblici documenti (L.C.), Turín, 1864. La mención impresa del autor: «pel Sacerdote Bosco Giovanni» fue tapada con una tira de papel, al menos en los ejemplares conocidos hoy. Don Lemoyne (Memorias biográficas, t. VII, p. 660; ed. esp., p. 559) leía esta mención del autor. Clasificada entre las obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 42). Sobre este libro, ver la bibliografía de P. Stella, n° 125. 132. Chi è D. Ambrogio? ! Dialogo tra un barbiere ed un teologo, Turín, 1864. Anónimo, que J.B. Lemoyne atribuía a Don Bosco (Memorias biográficas, t. VII, p. 731; ed. esp., p. 623). Clasificada por P. Ricaldone (n° 97) entre las obras ciertas y por P. Stella (n° 121) entre las problemáticas. 133. Il cercatore della fortuna (L.C.), Turín, 1864. J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VII, p. 660; ed. esp., p. 560) ha reconocido en él la «mano de Don Bosco». De hecho, Don Bosco por lo menos corrigió las pruebas (P. Stella, n° 126). Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 10). 134. Nella solenne inaugurazione della Chiesa dedicata a Maria Ausiliatrice in Valdocco addi 27 aprile 1865, Turín, 1865. El himno de esta hoja es muy probablemente de G.B. Francesia. (Ver J.B. Lemoyne, Memorias biográficas, t. VIII, p. 102; ed. esp., p. 98-99). 135. Rimembranza della funzione per la pietra angolare della chiesa sacrata a Maria Ausiliatrice in Torino-Valdocco il giorno 27 aprile 1865, Turín, 1865. El «diálogo» de esta Rimembranza, «en el que se hacía un resumen de la solemnidad del día», había sido «compuesto por Don Bosco», según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VIII, p. 102; ed. esp., p. 99). Clasificado con razón entre las obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 96) y de P. Stella (n° 131). 136. Apéndices a P. BOCCALANDRO, Storia della Inquisizione ed alcuni errori sulla medesima falsamente imputati. Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 11). Correcciones y añadiduras de Don Bosco sobre las pruebas de estos apéndices. Ver Memorias biográficas, t. VIII, p. 60-61; ed. esp., p. 65 y la bibliografía de P. Stella, n° 136. 137. La Pace della Chiesa, ossia il Pontificato di S. Eusebio e S. Melchiade, ultimi martiri delle dieci persecuzioni (L.C.), Turín, 1865. Ni firmado, ni presentado por Don Bosco, pero colocado durante su vida (desde 1883 por lo menos) entre sus obras y atribuido a él por J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VIII, p. 117; ed. esp., p. 111). Un manuscrito de este libro, en parte de Don Bosco, figura en ASC 133, Papi. Clasificado entre sus obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 46) y de P. Stella (n° 134). 138. La Perla nascosta, di S. Em. il Cardinale Wiseman, Arcivescovo di Westminster (L.C.), Turín, 1866. Traducción clasificada entre las obras probables por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 12) y de P. Stella (n°

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148). Un manuscrito de este libro con añadiduras y correcciones de Don Bosco se conserva en ASC 133. 139. Lo spazzacamino. Comedia publicada en apéndice a Giulio METTI, Daniele e tre suoi compagni in Babilonia (L.C.), Turín, 1866, editado por el Oratorio de San Francisco de Sales. «…refleja el espíritu de Don Bosco, que parece sea el autor», según J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VIII, p. 439; ed. esp., p. 377). Clasificado entre sus obras probables por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 13) y de P. Stella (n° 150). 140. I Papi da S. Pietro a Pio IX. Fatti storici (L.C.), Turín, 1868. J.B. Lemoyne no lo atribuye a Don Bosco (Memorias biográficas, t. IX, p. 25; ed. esp., p. 35). Clasificado entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 14). Dudoso según P. Stella (n° 162). 141. Notitia brevis Societatis S. Francisci Salesii et nonnulla Decreta ad eamdem spectantia, Turín, 1868. Reeditado. Anónimo atribuido con razón a Don Bosco por J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. IX, p. 365; ed. esp., p. 338-339), como lo prueba un manuscrito autógrafo en ACS 133. Clasificado entre las obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 98) y de P. Stella (n° 164). 142. Vita di S. Giovanni Battista (L.C.), Turín, 1868. Reediciones: 18772, 18863. Titulado, a partir de la cuarta edición: Vita di S. Giovanni Battista raccontata al popolo dal Sac. Giovanni Bosco, Turín, 18994. La lista del Cattolico nel secolo de 1883 no la colocaba entre las obras de Don Bosco. El catálogo de las librerías salesianas de 1889 parece haber comenzado a hacerlo. J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. IX, p. 295; ed. esp., p. 279) no tomó posición al respecto. Esta sería una obra del padre Stefano Bourlot, pero revisada por Don Bosco, según la bibliografía de P. Ricaldone (n° 54). 143. Biblioteca della gioventù italiana. Apéndice a Del dominio temporale del Papa…, pel sac. Boccalandro Pietro (L.C.), Turín, 1869. Manuscrito autógrafo del proyecto en ASC 133. Ver las observaciones y la copia de J.B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. IX, p. 429 y 475; ed. esp., p. 394 y 434). 144. Ricordi per un giovanetto che desidera passar bene le vacanze, Turín, 1874. Este folleto, no firmado, de cuatro páginas fue redactado casi enteramente por Don Bosco, según G. Bosco a M. Rua, (agosto) 1873, en Epistolario…, t. II, p. 295-296. Clasificado entre las obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 101). 145. Opera di Maria Ausiliatrice per le vocazioni allo stato ecclesiastico benedetta e raccomandata dal Santo Padre Pio IX, Fossano, 1875. Otras ediciones con títulos análogos en Turín, 1875, y en S. Pier d'Arena, 1877. Diversos manuscritos autógrafos de Don Bosco, en ASC 133, bajo el título Figli di Maria. Clasificado entre sus obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 119) y de P. Stella (n° 230). 146. Il pio scolaro ossia la Vita di Giuseppe Quaglia, chierico cantore della chiesa di San Carlo di Marsiglia, tradotta dal francese per cura della direzione dell'Oratorio di S. Francesco di Sales (L.C.), Turín, 1877. Clasificado por razones no claras entre las obras probables por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 15). 147. Confratelli chiamati da Dio alla vita eterna nell'anno 1876. Extracto del Catalogo de la Pía Sociedad Salesiana, Turín, 1877, p. 22-60. Al menos, la biografía de Giacomo Piacentino (p. 2-29) fue retocada por Don Bosco (manuscrito en ASC 133, Biografie di Salesiani). 148. Capitolo generale della Congregazione salesiana da convocarsi in Lanzo nel prossimo settembre 1877, Turín, 1877. Manuscrito autógrafo de Don Bosco en ASC 02. Clasificado entre las obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 120) y de P. Stella (n° 251). 149. Letture amene ed edificanti, ossia Biografie salesiane, Turín, 1880. Anónimo clasificado entre las obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 132) y entre las obras problemáticas por la de P. Stella (n° 295). La presentación de estas biografías (p. 3-4) no está firmada y no parece haber sido escrita por Don Bosco. 150. Breve notizia sullo scopo della Pia Società Salesiana, Turín, 1881. Reeditada con el título: Breve notizia sullo scopo della Pia Società Salesiana e dei suoi Cooperatori, San Benigno Canavese, 1885. El proyecto de 1881 fue escrito, luego corregido por Don Bosco (ASC 133). Clasificado con razón entre las obras ciertas por las bibliografías de P. Ricaldone (n° 142) y de P. Stella (n° 312). 151. Norme generali pei Decurioni della Pia Unione dei Cooperatori Salesiani, San Pier d'Arena, 1883. Clasificado, no sabemos por qué, entre las obras ciertas por la bibliografía de P. Ricaldone (n° 140). Nota.- 152. Reproducción anastática de las obras publicadas bajo el título: Giovanni Bosco, Opere edite, Roma, LAS, 1976-1987, 38 volúmenes. 153. Ediciones críticas de algunas obras en la Piccola Biblioteca dell'Istituto Storico Salesiano, Roma, LAS, 1984 ss. 154. Selección en San Juan Bosco, Obras fundamentales. Edición dirigida por Juan Canals Pujol y Antonio

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Martínez Azcona. Estudio introductorio de Pedro Braido, Biblioteca de Autores Cristianos, 2a ed., n° 402, Madrid, 1979.

III. OBRAS Algunas de estas obras tienen valor de fuentes. De todos modos, hay que escoger algunas entre trabajos tan desiguales.

1. Biografías de san Juan Bosco 155. Storia dell'Oratorio di San Francesco di Sales. Anónimo. Apareció por entregas en el Bollettino Salesiano, entre 1878 y 1886. Redactada por el padre Giovanni Bonetti, según diversos testimonios y particularmente según las Memorie dell'Oratorio…, entonces inéditas, de Don Bosco. Esta historia fue publicada en un volumen el año siguiente a la muerte de su autor (1891), bajo el título: 156. G. BONETTI, Cinque lustri dell'Oratorio fondato dal Sac. Don Giovanni Bosco, Turín, 1892. 157. C. d'ESPINEY, Dom Bosco, Niza, 1881. Numerosas reediciones. De contenido muy anecdótico. 158. A. du BOYS, Dom Bosco et la Pieuse Société des Salésiens, Paris, 1884. Grueso libro de 378 páginas. Don Bosco admiraba la perspicacia de este autor, que había comprendido bien el espíritu de su sociedad religiosa. 159. J.-M. VILLEFRANCHE, Vie de Dom Bosco, fondateur de la Société Salésienne, Paris, 1888. Primera biografía completa del santo publicada cuatro meses después de su muerte. 160. G. B. LEMOYNE, A. AMADEI y E. CERIA, Memorie biografiche di Don Giovanni Bosco, San Benigno Canavese y Turín, 1898-1948, 20 tomos (comprendido el Indice generale de E. Foglio, que constituye el último tomo). Traducción española por Basilio Bustillo, con el título Memorias biográficas de san Juan Bosco, Central Catequística Salesiana, Madrid, 1981-1989. Traducción literal completa. Obra fundamental. 161. G.B. FRANCESIA, Vita breve e popolare di D. Giovanni Bosco, Turín, 1902. Reeditada. No siempre exacta en detalles, pero justa, pintoresca y muy concorde con ciertos aspectos del espíritu de Don Bosco. 162. F. CRISPOLTI, Don Bosco, Turín, 1911. Este autor podía ya servirse de los siete primeros tomos de las Memorie biografiche (descripción de las fuentes, p. 9-13). 163. G.B. LEMOYNE. Vita del venerabile servo di Dio Giovanni Bosco, fondatore della Pia Società Salesiana, dell'Istituto delle Figlie di Maria Ausiliatrice e dei Cooperatori Salesiani, Turín, 1911-1913, 2 tomos. Reeditado después de la muerte del autor. Biografía fundamental para la generación que siguió a Don Bosco. 164. G. ALBERTOTTI, Chi era Don Bosco. Biografia fisico-psico-patologica, Génova, 1929. Obra póstuma del ultimo médico de Don Bosco. 165. C. SALOTTI, Il beato Giovanni Bosco, Turín, 1929. Reeditada, 19556. Amplia biografía (XII-686 p.) por uno de los mejores conocedores del proceso de beatificación de Don Bosco, en el que había tomado parte activa. 166. A. AMADEI, Don Bosco e il suo apostolato, dalle sue memorie personali e da testimonianze di contemporanei, Turín, 1929. Fue reeditado en dos tomos (1940). El padre A. Amadei, que sucedió al padre G.B. Lemoyne, disponía de las fuentes manuscritas conservadas en Turín. 167. A. AUFFRAY, Un grand éducateur, le bienheureux Don Bosco, Lyon, 1929. Reeditado: 19537. Agradable. Ed. esp.: Un gran educador: San Juan Bosco, Buenos Aires, 1948. 168. E. CERIA, San Giovanni Bosco nella vita e nelle opere, Turín, 1937. Reeditado: 19492. Excelente biografía por el autor de los nueve últimos tomos de las Memorie biografiche. 169. E. CERIA, Annali della Società Salesiana, t. I, Turín, 1941. Este tomo presenta la historia de la sociedad salesiana entre 1841 y la muerte de Don Bosco, en 1888. 170. J. de LA VARENDE, Don Bosco, le XIX e saint Jean, París, 1951. El trabajo se basa en los escritos

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del padre Auffray; pero sus puntos de vista sobre Don Bosco son, por lo menos, personales. 171. H. Bosco, Saint Jean Bosco, París, 1959. Por un novelista conocido en su tiempo. 172. P. STELLA, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica, t.I: Vita e opere, Zurich, 1968; 2a ed. revisada, Roma, 1979. Primer estudio científico sobre Don Bosco. 173. M. MOLINERIS, Don Bosco inedito, Castelnuovo Don Bosco, 1974. Fruto de investigaciones personales. 174. T. BOSCO, Don Bosco, una biografia nuova, Leumann (Turín), 1979; reediciones. Ed. esp.: Don Bosco, una biografía nueva, Madrid, 1980. 175. P. STELLA, Don Bosco nella storia economica e sociale (1815-1870), Roma, 1980. 176. P. BRAIDO (ed.), Don Bosco nella Chiesa a servizio dell'umanità. Studi e testimonianze, Roma, 1987. 177. F. TRANIELLO (ed.), Don Bosco nella storia della cultura popolare, Turín, 1987. 178. J.M. PRELLEZO GARCIA, Don Bosco en la historia. Actas del Primer Congreso Internacional de Estudios sobre San Juan Bosco (Universidad Pontificia Salesiana, Roma, 16-20 enero 1989), Roma, 1990.

2. Estudios sobre el espíritu de san Juan Bosco 179. G. ALIMONDA, Giovanni Bosco e il suo secolo, Turín, 1888. Oración fúnebre de Don Bosco, por el cardenal-arzobispo de Turín: Don Bosco ha «divinizado» la pedagogía, la cultura obrera, el espíritu asociativo y la obra civilizadora del siglo XIX. 180. G. BALLESIO, Vita intima di Don Giovanni Bosco, Turín, 1888. Oración fúnebre por un sacerdote diocesano, que había sido alumno de Don Bosco. 181. A. CAVIGLIA, Don Bosco, Turín, 1920. Género biográfico, pero traza un buen retrato espiritual de Don Bosco. 182. P. ALBERA, Don Bosco, modello del Sacerdote Salesiano, en Lettere circolari ai Salesiani, Turín, 1922, p. 388-433. Por uno de los discípulos preferidos de Don Bosco, que estaba particularmente preparado en espiritualidad. 183. E. CERIA, Don Bosco con Dio, Turín, 1929. Edición corregida y aumentada en 1947 (col. Formazione salesiana, Colle Don Bosco, Asti). Optimas observaciones sobre la vida de unión con Dios practicada por Don Bosco. Ed. esp., Don Bosco con Dios, 3a ed., Madrid, 1984. 184. C. PERA, I doni dello Spirito Santo nell'anima del beato Giovanni Bosco, Turín, 1930. No muy documentado y demasiado escolástico. 185. PIO XI, Don Bosco santo e le sue opere nell'augusta parola di SS. Pio P.P. XI, Roma, 1934. Recordar que Pío XI había conocido personalmente a Don Bosco. 186. G.B. BORINO, Don Bosco. Sei scritti e un modo di vederlo, Turín, 1938. Inteligente. Se explica a Don Bosco a través de su candor virginal. 187. P. SCOTTI, La Dottrina spirituale di Don Bosco, Turín, 1939. Síntesis desigual, pero muy meritoria en su tiempo: muestra la relación de Don Bosco con el humanismo del siglo XVI. Ed. esp., La doctrina espiritual de Don Bosco, Buenos Aires, 1952. 188. A. CAVIGLIA, Savio Domenico e Don Bosco, Turín, 1943. Estudio muy abundante (610 p.) sobre diversos aspectos de la espiritualidad de san Juan Bosco, vista a través de su influjo en Domingo Savio. 189. A. CAVIGLIA, Conferenze sullo spirito salesiano, Turín, 1949. Litografiado. 190. P. RICALDONE, Don Bosco educatore, Colle Don Bosco, 1951-1952, 2 tomos. En cierto sentido, también otras obras de este mismo autor fecundo y bien informado merecerían ser citadas aquí, pero se refieren más particularmente a la espiritualidad salesiana según san Juan Bosco. Ed. esp., Don Bosco educador, 2 vol., Buenos Aires, 1954. 191. E. VALENTINI, La spiritualitá di Don Bosco, Turín, 1952. Conferencia. 192. P. BRAIDO, Il Sistema preventivo di Don Bosco, Turín, 1955. Reedición: Zurich, 19642. Notas preciosas sobre el espíritu de Don Bosco, a través del estudio de su pedagogía. 193. L. TERRONE, LO spirito di S. Giovanni Bosco, nueva edición, Turín, 1956. Colección de textos,

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pero no criticados. 194. E. VALENTINI, Spiritualità e umanesimo nella pedagogia di Don Bosco, Turín, 1958. El padre Valentini se ha dedicado también, en diversas obras, a definir otros aspectos de la espiritualidad de Don Bosco. 195. P. STELLA, Valori spirituali nel «Giovane Provveduto» di san Giovanni Bosco, Roma, 1960. Consideraciones interesantes, partiendo del análisis de un libro de capital importancia de Don Bosco. 196. P. STELLA, Don Bosco nella storia della religiosità cattolica, t. II: Menta lità religiosa e spiritualità, Zurich, 1969; Roma, 1981 (2). Estudios importantes. 197. G. DACQUINO, Psicologia di Don Bosco, Turín, 1988.

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Índice General

Prólogo del traductor Introducción El tema escogido, La estructura del libro,

Capítulo primero: DON BOSCO EN SU SIGLO Los tiempos de Don Bosco, El ambiente rural de su infancia, La iniciación cultural bajo la Restauración, La formación clerical en un ambiente rigorista, luego alfonsiano, El apostolado urbano entre jóvenes abandonados, El ambiente político y religioso del Piamonte desde 1848 a 1860, El cuidado de los clérigos, La lucha contra los valdenses, La fundación de sociedades religiosas, Don Bosco autor, Las fuentes de Don Bosco, Los sueños, La controversia con Mons. Gastaldi, Don Bosco en el nuevo Estado italiano, Don Bosco en su siglo,

Capítulo segundo: EL CAMINO DE LA VIDA Una antropología muy sencilla, El cuerpo y el alma, La admirable naturaleza humana, La senda de la vida y el camino de la salvación, El descanso en Dios, El importante tema de los Novísimos, El ejercicio de la buena muerte, Confianza moderada en el hombre, La llamada universal a la perfección, Los factores del progreso en la búsqueda de Dios, La «razón» en la búsqueda de Dios, El «corazón» en la búsqueda de Dios, La apertura del «corazón» y su conquista por parte de Dios, Conclusión,

Capítulo tercero: EL MUNDO SOBRENATURAL Las concepciones religiosas, Los orígenes de una representación de Dios, Dios justiciero acá abajo y en el más allá, Dios, padre infinitamente bueno, Un Dios providente: padre y vengador, Cristo según Don Bosco, Cristo, compañero amado y modelo que imitar, Cristo, fuente de vida, María en el mundo de Juan Bosco, La belleza ejemplar de la Inmaculada, María, madre y auxiliadora, Los santos, modelos de perfección, La Iglesia visible en el mundo religioso, La Iglesia es una institución «pontifical», La Iglesia es la única arca de salvación, El mundo religioso de Don Bosco,

Capítulo cuarto: LOS INSTRUMENTOS DE LA PERFECCIÓN Los instrumentos de la perfección, La palabra de Dios, La lectura espiritual, Vidas de santos y «ejemplos», Los sacramentos, El sacramento de la Penitencia, El ministro y el progreso espiritual, La paternidad espiritual del confesor, Confesión y dirección de conciencia, La doctrina eucarística, La práctica eucarística, Ejercicios y devociones,

Capítulo quinto: PERFECCIÓN CRISTIANA Y REALIZACIÓN HUMANA La realización humana, La salud y el cuidado del cuerpo, Las razones morales y sociales de la cultura intelectual, La formación para la vida con la cultura profesional, La grandeza moral, La

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energía en el trabajo, La audacia y la prudencia, La bondad y la dulzura, La alegría y la paz, Un humanismo abierto,

Capítulo sexto: LA INDISPENSABLE ASCESIS La «templanza», Las penitencias aflictivas, Los motivos de la ascesis, Una ascesis de renuncia, La huida del «mundo», El desprendimiento de los bienes, El pobre según Don Bosco, La «pureza», La ascesis sexual, Una ascesis de aceptación, Una sumisión humilde y alegre, Ascesis y felicidad,

Capítulo séptimo: EL SERVICIO DE LA MAYOR GLORIA DE DIOS El servicio del Señor, El único absoluto, El servicio de la mayor gloria de Dios, La devoción y la oración, Meditación y espíritu de oración, El servicio de Dios con la acción, Caridad activa y perfección espiritual, Los diversos estados de vida del cristiano, El seglar cristiano, Las virtudes del seglar cristiano, El religioso de vida activa, El sacerdote, Conclusión,

Conclusión: DON BOSCO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD La vida espiritual según Don Bosco, Características del pensamiento espiritual de Don Bosco, La inserción de Don Bosco en una tradición espiritual, Don Bosco y la escuela italiana de la Restauración católica, Don Bosco, un espiritual del siglo XIX,

Documentos 1. El sueño inicial sobre Cristo y María, 2. Propósito en la toma de sotana, 3. Lecturas en el seminario, 4. El Colegio eclesiástico y san Alfonso de Ligorio, 5. Las sentencias favoritas de Juan Bosco sacerdote, 6. El valor del ejemplo, 7. Carta de dirección a un seminarista, 8. Una ascesis evangélica, 9. Reglamento de vida para un joven clérigo, 10. La esperanza del cristiano, 11. Avisos generales a los cristianos, 12. La caridad activa y la perfección, 13. Celo por la salvación de las almas, 14. Santidad y alegría, 15. El sacramento de la Penitencia, 16. La muerte bajo la mirada de María, 17. Consejos generales de vida cristiana, 18. Carta de dirección a un joven salesiano algo disipado, 19. El valor cristiano, 20. La humanidad de Don Bosco, 21. La admirable caridad apostólica de san Felipe Neri, 22. Las virtudes del sacerdote, 23. Prácticas diarias de piedad, 24. Aguinaldo espiritual (1868), 25. Riquezas y desprendimiento, 26. Ventajas de la vida religiosa, 27. San Francisco de Sales, 28. La comunión eucarística, 29. Aguinaldo espiritual (1874), 30. La caridad fraterna, 31. Dad al César lo que es del César, 32. A un sacerdote desalentado, 33. Actividad apostólica y perfección de los Cooperadores,

Siglas y abreviaturas Bibliografía

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179

1

E. CERIA, Don Bosco con Dio, nueva edición, Colle Don Bosco, en Asti, 1947, p. 189; trad. esp., Don Bosco con Dios, Madrid, 1984, p. 132. Es sabido que «don» es un título usado en Italia para designar a los sacerdotes. 2

A, AUFFRAY, En cordée derrière un guide sûr, saint Jean Bosco, Lyon, s.d. (1948), p. 3-4. Las obras de P. SCOTTI, La dottrina spiritiude di Don Bosco, Turín, 1939; trad. esp., La doctrina espiritual de Don Bosco, Buenos Aires, 1952; y de A. CAVIGLIA, Savio Domenico e Don Bosco, Turín, 1943, son más ponderadas y mejor informadas en esta materia. 3

La pedantería era una de las fobias del querido padre E. Ceria (+ 1957).

4

Acerca del género literario de las Memorie biografiche di Don Giovanni Bosco (Turín, 1898-1948; trad. esp., Memorias biográficas de San Juan Bosco, Editorial C.C.S., Madrid, 1988-1989) y sus fuentes principales (entre otras, el proceso de canonización de Don Bosco), ver nuestra obra: Les Memorie I di Giovanni Battista Lemoyne. Etude d'un livre fondamental sur la jeunesse de saint Jean Bosco, tesis, Lyon, 1962. Los tres autores sucesivos de esta obra (G.B.Lemoyne, A. Amadei y E.Ceria) trabajaron con seriedad y sus «documentos» fueron, generalmente, reproducidos cuidadosamente. 5

Dejaremos a parte, al menos, a A. Caviglia, ya citado, y a D. BERTETTO, La pratica della vita cristiana secondo San Giovanni Bosco, Turín, 1961; y La pratica della vita religiosa secando San Giovanni Bosco, Turín, 1961. 6

Ver, acerca de los términos de vida interior, vida religiosa y vida espiritual, las consideraciones de J. de GUIBERT, Leçons de théologie spirituelle, Toulouse, 1943, p. 912; y de L. BOUYER, en la Introduction à la vie spirituelle, París, 1960, p. 3–6. 7

Y.-M. CONGAR, Langage des spirituels et langage des théologiens, en La mystique rhénane. Colloque de Strasboug (16-19 de mayo de 1961), París, 1963, p. 16. 8

J.-P. JOSSUA, Chrétiens au monde…, en el Supplément à la vie spirituelle, 1964, p. 457, nota. 9

Jean LECLERCQ, Saint Pierre Damien, ermite et homme d'Eglise, (col. Uomini e dottrine, 8), Roma, 1960, p. 8. 10

Ver A. AUFFRAY, En cordée derrière un guide sûr…, p. 5-6.

11

[J. BOSCO], Il giovane provveduto, 2a ed., Turín, 1851, Alla gioventù, p. 5; traducción española: El joven instruido, en la práctica de sus deberes y en los ejercicios 180

de piedad cristiana (citaremos siempre: El joven instruido), 3a ed. esp. (de la ed. 170a italiana), Barcelona-Sarriá, 1897; y, sólo parcialmente, en Obras fundamentales (de san Juan Bosco), BAC, Madrid, 1979, p. 508: «Voy a indicaros un plan de vida cristiana…». 12

H. RAHNER, Servir dans l'Eglise. Ignace de Loyola et la genèse des Exercices, trad.franc, París, 1959, p. 21. 13

Una comisión de Monumenta Societatis Salesianae Historica fue creada en 1963.

14

He aquí la lista de estos autores, que de un modo o de otro han aportado sus trabajos a la serie indicada: Jean-Marie Barbier, Eduardo Barriga, Aloys Bartz, René Bonnet, Dominique Britschu, Paul Charles, Alejandro Cussianovitch, Gilles Delalande, Víctor Deravet, Jean Devos, Michel Duhayon, Alfonso Francia, Francisco Garrido, Roland Ghislain, Pierre-Gilles Glon, Julien Lizin, Pierre Morteau, Georges Parent, Raymond Parent, Bernard Poulet-Goffard, José Reinoso, Kees Van Luyn, Wim Van Luyn, Adam Xuan. 1

Sobre este último punto, ver G. CACCIATORE, S. Alfonso de' Liguori e il giansenismo. Le ultime fortune del moto giansenistico e la restituzione del pensiero cattolico nel secolo XVIII, Florencia, 1944, p. 293-300, 569-574. 2

J. Bosco, Memorias del Oratorio, ed. E. Ceria, p. 17; ed. esp. en Obras fundamentales, p. 346. Las Memorias del Oratorio de S. Francisco de Sales (no hay que entenderlas, como algunos imaginan, cual si se tratase de «memorias» personales del fundador de los salesianos, sino como «memorias que servirán para la historia del Oratorio de San Francisco de Sales») fueron escritas y corregidas por Don Bosco entre 1873 y 1878. 3

Memorias del Oratorio…, p. 8; ed. esp., Obras fundamentales, p. 346 (fuera del texto, entre corchetes). 4

Fechas –controladas en los registros de catolicidad– en Don Bosco en el mundo, 3a ed., Turín, ed. esp. 1965, cuadros fuera del texto. Para este capítulo utilizamos también algunas de las conclusiones de F. DESRAMAUT, Les Memorie I…, Lyon, 1962. 5

Memorias del Oratorio…, p. 19; ed. esp., Obras fundamentales, p. 346.

6

G. B. LEMOYNE, Scene morali di famiglia esposte nella vita di Margherita Bosco. Relato edificante y ameno, Turín, 1886. Este libro fue leído por Don Bosco, que aprobó su contenido. 7

Memorias del Oratorio…, p. 27-28; ed. esp., Obras fundamentales, p. 353. 181

8

Memorias del Oratorio…, p. 29; ed. esp., ibid., p. 354.

9

Memorias del Oratorio…, p. 28; ed. esp., ibid., p. 353.

10

Apuntes de Viglietti, utilizados en G. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. I, p. 143; ed. esp., p. 131; ver F. DESRAMAUT, o. c., p. 176. 11

Memorias del Oratorio…, p. 23; ed. esp., Obras fundamentales, p. 350.

12

Memorias del Oratorio…, p. 30; ed. esp., ibid., p. 354.

13

Memorias del Oratorio…, p. 25; ed. esp., ibid., p. 351.

14

Ver, para esta fecha, F. DESRAMAUT, o. c., p. 230.

15

Sobre las relaciones entre Juan y Don Calosso, ver Memorias del Oratorio…, p. 3344; ed. esp., Obras fundamentales, p. 357-361. 16

Memorias del Oratorio…, p. 44-83, con las notas de E. Ceria sobre la cronología de Don Bosco; ed. esp., ibid., p. 361-388. 17

T. CHIUSO, La Chiesa in Piemonte dal 1797 ai giorni nostri, t. III, Turín, 1889, p. 12. Notemos aquí que el canónigo Chiuso, que había sido uno de los colaboradores del arzobispo de Turín, Gastaldi, estaba bien informado sobre los asuntos de la Iglesia del Piamonte. 18

T. CHIUSO, o. c., p. 32.

19

T. CHIUSO, o. c., p. 34-37.

20

T. CHIUSO, o. c., p. 42-43.

21

Obra de L. Taparelli d'Azeglio, este reglamento, se nos dice, estaba «hecho más para novicios de convento que para alumnos de escuela pública» (M. SANCIPRIANO, Il pensiero educativo italiano nella prima meta del secolo XIX, en la obra colectiva Momenti di storia della pedagogía, Milán, 1962, p. 274). 22

Memorias del Oratorio…, p. 54-55; ed. esp., Obras fundamentales, p. 370.

23

Memorias del Oratorio…, p. 69; ed. esp., ibid., p. 380. 182

24

Memorias del Oratorio…, p. 52-53; ed. esp., ibid., p. 368.

25

Memorias del Oratorio…, p. 78; ed. esp., ibid., p. 385.

26

Memorias del Oratorio…, p. 80; ed. esp., ibid., p. 386- 387.

27

T. CHIUSO, La Chiesa…, t. III, p. 139-140.

28

Esta era poco apoyada por el arzobispo Fransoni, según M. F. MELLANO, Il caso Fransoni e la política ecclesiastica piemontese (1848-1850) (col. Miscellanea historiae pontificiae, 26), Roma, 1964, p. 7-8. Fransoni fue arzobispo de Turín de 1832 a 1862. 29

Ver P. STELLA, Crisi religiose nel primo ottocento piemontese, Turin, 1959; Il giansenismo in Italia, t. I, primera parte, Zurich, 1966, p. 15-30. 30

Ver la segunda parte del artículo de P. STELLA, La bolla Unigenitus e i nuovi orientamenti religiosi e politici in Piemonte sotto Vittorio Amedeo II dal 1713 al 1730, en la Rivista di Storia della Chiesa in Italia, 1961, t. XV, p. 216-276. 31

Ver por ejemplo P. P IRRI, P. Giovanni Roothaan…, Isola dei Liri, 1930, p. 137-147.

32

G. CAFASSO, Manoscritti vari, VII, 2791 B; citados por F. ACCORNERO, La dottrina spirituale di S. Giuseppe Cafasso, Turín, 1958, p. 110. 33

Memorias del Oratorio…, p. 110; ed. esp.. Obras fundamentales, p. 405.

34

Memorias del Oratorio…, p. 111, 113; ed. esp., ibid., p. 405, 406.

35

Memorias del Oratorio…, p. 91; ed. esp., ibid., p. 393.

36

Memorias del Oratorio…, p. 94, 108, 111; ed. esp., ibid., p. 394–395, 403, 405.

37

Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, escritos por un compañero suyo, Turín, 1844; ed. esp. en Obras fundamentales, p. 75–111. 38

Memorias del Oratorio…, p. 95; ed. esp., Obras fundamentales, p. 395.

39

No existe biografía de Guala, pero puede verse el interesante artículo de A.-P. FRUTAZ sobre Guala en el Dictionnaire de Spiritualité, vol. VI, col. 1092-1094. Sobre los orígenes del colegio, hay referencias y discusiones en A.-P. FRUTAZ, Beatificationis et canonizationis Servi Dei Pii Brunonis Lanteri… Positio super introdutione causae 183

et super virtutibus, Ciudad del Vaticano, 1945, sobre todo p. 199-215. 40

Ver Memorias del Oratorio…, p. 122; ed. esp., Obras fundamentales, p. 412. La correspondencia de Guala con el P. J. Roothaan, superior general de los jesuítas, es abundante (Epistolae J. Roothaan, t. 4, 5, Roma, 1939-1940, passim). 41

Memorias del Oratorio…, p. 122; ed. esp., ibid., p. 412; y las biografías de san José Cafasso. 42

F. ACCORNERO, La dottrina spirituale di S. Giuseppe Cafasso, o. c., p. 108, con las indicaciones bibliográficas de la p. 128. 43

F. M. BAUDUCCO, S. Giuseppe Cafasso e la Compagnia di Gesú, en La Scuola Cattolica, 1960, p. 289; según P. BRAIDO, Il Sistema preventivo di Don Bosco, 2a ed., Zurich, 1964, p. 80, nota. 44

Memorias del Oratorio…, p. 121, 123; ed. esp., Obras fundamentales, p. 412-413; G. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. II, p. 51-52; ed. esp., p. 49-51. 45

C. BONA, Le «Amicizie». Società segrete e rinascita religiosa, 1770-1830, Turín, 1962. L'Amicizia de Turín, por lo demás, había desaparecido en junio de 1828, víctima del espíritu de partido (o. c., p. 453). 46

T. CHIUSO, La Chiesa…, t. III, p. 37. C. BONA, o. c., p. 345-347.

47

Memorias del Oratorio…, p. 121; ed. esp., Obras fundamentales, p. 412.

48

Memorias del Oratorio…, p. 123; ed. esp., ibid., p. 413.

49

Ver los esquemas de las dos oraciones fúnebres predicadas por Don Bosco después de su muerte, recogidas bajo el título: G. Bosco, Biografía del Sacerdote Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860. Don Bosco escribía Caffasso. En G. Bosco, Opere edite, vol. XII, LAS-Roma, 1976, p. (351-494), donde se encuentran la biografía y varios discursos fúnebres. N.d.t. 50

G. Bosco, Biografía del Sacerdote Giuseppe Caffasso, p. 75; en Opere edite, vol. XII, p. 425. 51

Memorias del Oratorio…, p. 133; ed. esp., Obras fundamentales, p. 420.

52

Memorias del Oratorio…, p. 123; ed. esp., ibid., p. 413. 184

53

J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turin, 1864, p. 70-71, nota; ed. esp., Obras Fundamentales, p. 294, nota. 54

Memorias del Oratorio…, p. 161-163; ed. esp., ibid., p. 438-439.

55

T. CHIUSO, La Chiesa…, t. III, p. 125.

56

T. CHIUSO, o. c., p. 124–125.

57

Ver T. CHIUSO, o. c., p. 208-209. Parece ser que Carlos Alberto se encontró metido en un engranaje y que el estatuto, lejos de ser obra suya, le obligaron sus consejeros (particularmente Thaon de Revel) a aceptarlo, tras un debate severo. (Ver E. CROSA, La concessione dello Statuto. Carlo Alberto e il ministro Borelli, redattore dello Statuto, Turín, 1936). 58

Ver T. CHIUSO, o. c., p. 220,230–231, etc.

59

Ver sobre Mons. Fransoni: G. MARTINA, II liberalismo ed il Sillabo, Roma, 1959, pp. 65-67; M. F. MELLANO, Il caso Fransoni e la política ecclesiastica piemontese (1848-1850), ya citado. 60

Este seminario estaba cerrado para los seminaristas desde 1848. Detalles en T. CHIU-so, La Chiesa…, t. IV, 1892, p. 168-169. Sobre la cuestión del matrimonio civil, ver V. ELIGIO, Il tentativo di introdurre il matrimonio civile in Piemonte (1850-1852), Roma, 1951. 61

T. CHIUSO, o. c., p. 209. Ver también R. AUBERT, Le pontifical de Pie IX, 2a ed., París, 1963, p. 77-78. 62

Memorias del Oratorio…, p. 217; ed. esp., Obras fundamentales, p. 470.

63

G. Bosco, Cenno storico sulla congregazione di S. Francesco di Sales e relativi schiarimenti, Roma, 1874, p. 3; Opere edite, vol. xxv, p. 233. 64

G. Bosco, Cenno…, p. 4; Opere edite, vol. XXV, p. (234).

65

G. MELANO, La popolazione di Tormo e del Piemonte nel secolo XIX, Turín, 1960, p. 75. 66

Memorias del Oratorio…, p. 240; ed. esp., Obras fundamentales, p. 484.

185

67

Memorias del Oratorio…, p. 241; ed. esp., ibid., p. 485.

68

T. CHIUSO, La Chiesa…, t. IV, p. 25. Giacomo Margotti era director del periódico integrista, l'Armonia (E. SPINA, Giornalismo cattolico e liberale in Piemonte, 18481852, Turín, 1961, p. 12, 17-24). 69

Memorias del Oratorio…, p. 243, 246-251; ed. esp., Obras fundamentales, p. 486, 488-492. 70

R. AUBERT, Le pontificat de Pie IX, ed. c., p. 73, nota. Sobre los valdenses en la Italia del siglo XIX, ver el buen libro de G. SPINI, Risorgimento e Protestanti, Nápoles, 1956, que les dedica, con razón, un buen espacio. 71

R. AUBERT, Le pontificat de Pie IX, ed. c., p. 493-503: El balance de un pontificado.

72

Don Bosco expuso muchas veces la historia de su sociedad religiosa, en las introducciones a las Constituciones salesianas, en sus informes para las autoridades eclesiásticas y en sus conferencias a los salesianos. Cuanto sigue lo tomamos, con algunas precisiones complementarias, del comienzo de una publicación de E. CERIA, La Societa salesiana. Fondazione, organismo, espansione, Colle Don Bosco, 1951; y un capítulo del Groupe Lyonnais de Recherches Salésiennes, Précis d'histoire salésienne, Lyon, 1961, p. 47-50. 73

G. Bosco, Cenno.., p. 6-7; Opere edite, vol. XXV, p. 236- 237.

74

Don Bosco se mantenía en relación con Antonio Rosmini, desde hacía una decena de años (ver Epistolario di S. Giovanni Bosco, t. I, p. 31). La conversación de Don Bosco y el ministro Urbano Rattazzi, a la que hacemos alusión, tuvo lugar en 1857 según G. B. Lemoyne. Este autor la expone por completo, según G. Bonetti (Storia dell'Oratorio… , en Bollettino Salesiano, 1885, p. 97), en las Memorias biográficas…, t. V, p. 696-700; ed. esp., p. 495-498. 75

G. Bosco, All'Eccellentissimo Consigliere di Stato, Turín, 1880, p. 10. En Opere edite, vol. XXXII, p. 37-49; p. 46. 76

Publicado en Memorias biográficas, t. VI, p. 335-336; ed. esp., p. 258.

77

Congregazione di S. Francesco di Sales. Manuscrito inédito, ASC S 025. (Ver más adelante, documento 12, p. 251). 78

Epistolario, t. III, p. 127; en Memorias biográficas, t. XII, p.396; ed. esp., p. 339. 186

79

Ver, por ejemplo, una carta de Don Bosco a Mons. Antonio Espinoza, secretario del arzobispo de Buenos Aires, desde 1874, en Epistolario, t. II, p. 429. 80

G. Bosco, All'Eccellentissimo Consigliere di Stato, p. 10. (Ver más arriba, nota 75, p. 74). 81

A. du BOYS, Dom Bosco et la Piense Société des Salésiens, París, 1884, p. 141.

82

Ver, entre otros, el sueño «Las tres estaciones», en Memorias del Oratorio…, p. 134-136; ed. esp., Obras fundamentales, p. 421-422. 83

Se observará, por la bibliografía que se halla al final de esta obra, que ochenta y tres números fueron firmados o debidamente revisados por él; y que vio, corrigió y presentó otros sesenta, en los cuales un crítico atento podría encontrar algunas de sus fórmulas. Por nuestra parte, salvo excepciones justificadas -por ejemplo, la segunda parte del Reglamento para las casas…, Turín, 1877, cuyas lecciones ascéticas recogen, como lo hemos podido comprobar nosotros mismos en los manuscritos, los capítulos de un Reglamento autógrafo en parte-, no citamos en este libro más que las obras reconocidas explícitamente por el Santo, las únicas que, por su inmediatez, ofrecen al investigador suficientes garantías de autenticidad. La edición, que siempre indicamos, ha sido escogida en principio por el interés particular que presenta, generalmente por su fecha en la vida de Don Bosco y otras veces porque nos da a conocer tanto el estado primitivo como el definitivo de un texto (como es el caso de la sexta edición de la Vida de Domingo Savio). 84

Se trata de una de las interesantes observaciones de la conferencia de E. VALENTINI, La spiritualita di D. Bosco, Turín, 1952, p. 24-25. 85

Don Bosco a Turco, 2 de septiembre de 1867, Turín, Epistolario, t. I, p. 497. En Memorias biográficas, ed. esp., t. VIII, p. 785. 86

E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVI, p. 430; ed. esp., p. 361; t. XVII, p. 107; ed. esp., p. 99; Epistolario, t. II, p. 142-144, 208, 412, 422. F. DESRAMAUT, Les Memorie I…, p. 45, nota. 87

Ver más arriba, nota 33, p. 24 y más adelante, documento 3, p. 240.

88

Memorias del Oratorio…, p. 110, texto y nota; ed. esp., Obras fundamentales, p. 405 (en la ed. esp. falta la nota). 89

P. L. SALES, La vita spirituale dalle conversazioni ascetiche del servo di Dio Giuseppe Allamano, 2a ed., Turín, s. f. (1963), p. 627. 187

90

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 19, p. 88, 90; ed. esp., Obras fundamentales, p. 190, 191. 91

Memorias del Oratorio…, p. 111; ed. esp., ibid., p. 405.

92

Memorias del Oratorio…, p. 111-112; ed. esp., ibid., p. 405.

93

E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XI, p. 161; ed. esp., p. 143; t. XIII, p. 253, 255; ed. esp., p. 223, 225. Sobre Segundo Franco, artículo de M. COLPO, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. V, col. 1014-1016. Sobre Diessbach, C. BONA, o. c., p. 3-229, 307-314. 94

Le Sei domeniche e la Novena di San Luigi Gonzaga con un cenno sulla vita del Santo (1a ed., Turín, 1846) fueron difundidas durante toda la vida de Don Bosco, ya aparte (9a ed., Turín, 1888), ya insertadas en El joven instruido (a partir de la 2a ed., Turín, 1851). Este librito seguía la obra análoga de un jesuita del siglo anterior: P. DE MATTEI, Considerazioni per celebrare con frutto le Sei domeniche e la Novena in onore di S. Luigi Gonzaga della Compagnia di Gesù, Roma, 1766; reediciones. Ver P. STELLA, Valori spirituali nel «Giovane provveduto» di San Giovanni Bosco, Roma, 1960, p. 40, 70-76. 95

G. Bosco a G. Bonetti, 30 de diciembre de 1868, en Epistolario…, t. I, p. 360. El ejercicio de perfección y virtudes cristianas, del Padre Rodríguez se recomienda en el Cattolico provveduto (p. 209), preparado por Giovanni Bonetti bajo la dirección de Don Bosco y publicado ese mismo año 1868. 96

P. J. BACCI, Vita del B. Filippo Neri…, Roma, 1622; reediciones. Pietro Stella (Valori spirituali…, p. 41-42) ha hecho notar que los Ricordi de san Felipe Neri se encontraban en una obra anónima muy conocida de Don Bosco: Un mazzolin di fiori ai fanciulli ed alle fanciulle, ossia Antiveleno cristiano a difesa dell'innocenza, Turín, 1836, p. 243-245. 97

[G. Bosco], Porta teco, cristiano…, Turín, 1858, p. 34-36: Ricordi generali di San Filippo Neri alla gioventù; en Opere edite, vol. XI, p. (34-36). 98

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 9; ed. esp., Obras fundamentales, p. 243- 244. 99

Introducción al Reglamento para las casas de la Sociedad de San Francisco de Sales, Turín, 1877, § 2, p. 7, 10.

188

100

Ver el panegírico de san Felipe Neri, escrito enteramente por Don Bosco para predicarlo en Alba, ante un auditorio de eclesiásticos (editado por G. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. IX, p. 214-221; ed. esp., p. 210-216). 101

Memorias del Oratorio…, p. 141; ed. esp., Obras fundamentales, p. 425-426.

102

Algunos pasajes de las Controversias, en Il Cattolico nel secolo…, 2a ed., Turín, 1883; de la Introducción a la vida devota, en El joven instruido…, Turín, 1847, y Porta teco…, 1858; de los Entretiens spirituels, en la Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877; de las Constituciones de las monjas de la Visitación, en las mismas Constituciones salesianas… Esta lista no es exhaustiva. (Ver, sobre esto, P. STELLA, L'influsso del Salesio su D. Bosco, memoria dactilografiada, Turín, 1954). 103

El artículo de la Storia ecclesiastica (9a ed., Turín, 1870, quinta época, cap. 4o, p. 301-303; ver más adelante, documento 27, p. 275) dedicado por Don Bosco a san Francisco de Sales demuestra la atracción de nuestro santo por la mansedumbre de su compatriota y por su celo en defender la fe. La Introducción aparece recomendada en El joven instruido, primera parte, «Lo que necesita un joven…», art. 6 (2a ed., Turín, 1851, p. 18; 101a ed., Turín, 1885, p. 17; 3a ed. esp., Barcelona, 1897, p. 18; Obras fundamentales, p. 516), la Chiave del Paradiso (2a ed., Turín, 1857, p. 38), el Porta teco… (ver más arriba), el Cattolico provveduto, Regole di vita cristiana (Turín, 1868, p. 209)… 104

Citado en [G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 3.

105

Il cristiano guidato alla virtù ed alla civiltà secondo lo spirito di San Vincenzo de' Paoli. Opera che può servire a consacrare il mese di luglio in onore del medesimo santo, Turín, 1848. 106

[G. Bosco], Porta teco…, ed. c., p. 55.

107

Sobre el beato Sebastián, ver reseña en Vies des saints et bienheureux…, de los PP. Jules Baudot y Chaussin, t. I, París, 1935, p. 625-627. Charles Gobinet (1613-1690), autor de la Instruction de la jeunesse en la piété chrétienne, tirée de l'Ecriture Sainte et des SS. Peres…, 1655, de la que P. Stella ha hecho ver su influjo directo o indirecto sobre El joven instruido de Don Bosco (P. STELLA, Valori spirituali…, p. 22-36), fue otro puente notable, al que convendría añadir probablemente el Combate espiritual, atribuido a L. Scupoli, obra aconsejada en el Cattolico provveduto (Turín, 1868, p. 209). 108

P. STELLA, I tempi e gli scritti che prepararono il «Mese di maggio» di Don Bosco, en Salesianum, 1958, p. 648-695; y Valori spirituali…, ya citado. 189

109

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 35 ss.; ed. esp., Barcelona, p. 42 y stes. 110

La Preparación para la muerte, de la que existe la edición crítica de O. GREGORIO (Roma, 1965). 111

G. Bosco, Nove giorni…, 3" ed., Turín, 1885, días primero y último.

112

G. Bosco, Notizie storiche intorno al niiracolo del SS. Sacramento…, Turín, 1853, pp. 35-39. 113

Algunos detalles en nuestro comentario de S. JEAN BOSCO, Saint Dominique Savio, 3a ed., Le Puy et Lyon, 1965, p. 99, 107, 108, 116. 114

G. Bosco, Cenno storico…, o. c., p. 15; Opere edite, vol. XXV, p. 245.

115

G. CACCIATORE, en S. ALFONSO M. DE LIGUORI, Opere ascetiche. Intruzione generale, Roma, 1960, p. 207. 116

P. STELLA (Valori spirituali…, p. 46-79) ha hecho ver el influjo, en la elaboración de El joven instruido, de un anónimo de la tradición de Ch. Gobinet, anónimo muy explotado también por la tradición italiana: Guida angelica, o siano pratiche istruzioni per la gioventü. Obra utilísima para todo joven, publicada por un sacerdote secular milanés, corregida y aumentada, Turín, 1767. De Barruel aparecía aconsejado en G. BOSCO, Fondamenti della cattolica religione, Turín, 1883, p. 36-37. En su Storia d'Italia (5a ed., Turín, 1866, cuarta época, cap. 41, p. 448-451). Don Bosco dedicaba a Joseph de Maistre un capítulo entero, que contenía una larga cita de este escritor sobre la infalibilidad del papa; y todos los lectores de su biografía saben hasta qué punto se mantenía en estrecha relación con su nieto, Eugène de Maistre. 117

Un capítulo sobre este personaje, en G. Bosco, Storia d'Italia, ed. c., cuarta época, cap. 43, p. 456-458. Referencias a su obra, en G. Bosco, Vita di S. Paolo…, 2a ed., Turín, 1878, p. 116, 145. 118

La estima de Don Bosco por Antonio Rosmini (1787-1855) parece haber sido indefectible (ver G. Bosco, Storiad'Italia…, ed. c., p. 476-479). En el segundo año de las Lecturas Católicas, en mayo y, luego, en julio de 1854, aparecían dos entregas del teólogo romano Giovanni Perrone (1794-1876), nativo de Chieri: Catechismo intomo al Protestantesimo ad uso del popolo y Catechismo intorno alla Chiesa cattolica ad uso del popolo. En enero de 1867, Don Bosco le facilitará la documentación para una obra antivaldense (Epistolario, t. I, p. 443-444). Muy pronto será el autor oficial de los 190

salesianos en teología dogmática (G. Bosco, Cenno storico…, o. c., 1874, p. 15). Añadamos que en esto no había nada de excepcional: el Padre E. HOCEDEZ, que le dedicó una reseña (Histoire de la théologie au XIX siècle, t. III, Bruselas y París, 1954, p. 353-355), afirmaba que Perrone fue «el teólogo más universalmente conocido de su época, y tal vez el más influyente». De Mons. de Ségur, se encuentran cinco obras en las Lecturas católicas entre 1860 y 1879: Le pape, en 1860; L'Eglise, en 1861; La tres sainte communion, en 1872; Tous les huit jours, en 1878; Venez a moi, en 1879. La tres sainte communion la cita G. BOSCO, Nove giorni…, día sexto. Giuseppe Frassinetti (1804-1868), uno de los mejores propagandistas de la comunión frecuente en la mitad del siglo XIX (R. AUBERT, Le pontifical de Píe IX, ed. c., p. 464), era el más unido a Don Bosco. (Ver G. VACCARI, San Giovanni Bosco e il Priore Giuseppe Frassinetti, Porto Romano, 1954). Entre los nueve fascículos que dio a las Lecturas católicas a partir de 1859, notaremos por su particular significación: Il Paradiso in terra nel celibato cristiano, en noviembre de 1861, y Due gioie nascoste, en diciembre de 1864. 119

F. DESRAMAUT, Les Memorie I…, p. 250-256.

120

Sermón de clausura de los ejercicios espirituales, septiembre de 1876, según un texto preparado por Don Lemoyne y corregido por Don Bosco, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 463; ed. esp., p. 393. 121

G. Bosco a G. Cagliero, 10 de febrero de 1885, en Epistolario, t. IV, p. 314.

122

Jean LECLERCQ, Saint Pierre Damien, ermite et homme d'Eglise, Roma, 1960, p.

206. 123

Intentos de estudio en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVII, p. 7-15; ed. esp., pp. 16-22; y en San Giovanni Bosco nella vita e nelle opere, 2a ed., Turín, 1949, p. 285-292. Tal vez sean los mejores. 124

G. Bosco, a Mons. Fissore, 12 de enero de 1875, en Epistolario, t. II, p. 445.

125

E. CERIA, Memorias biográficas, t. XV, documento 42, p. 751; ed. esp., p. 641-642.

126

G. Bosco, al obispo de Vigevano, 1875, en Epistolario, t. II, p. 455.

127

Relación de L. Fiore sobre el sínodo diocesano de Turin, noviembre de 1881, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XV, documento 21, p. 716; ed. esp., p. 613. 128

Algunos detalles del conflicto, en A. AUFFRAY, Un grand éducateur, saint Jean Bosco, 7a ed., Lyon, 1953, p. 430-441. El relato y numerosos pasajes en A. AMADEI y E. 191

CERIA, Memorias biográficas, t. X-XVI, passim, y Epistolario, t. II-IV, passim. 129

Cálculo de E. CERIA, en San Giovanni Bosco… ed. c., p. 210.

130

Sobre la misión Tonello, ver R. AUBERT, Le pontifical de Pie IX, o. c., p. 104.

131

Ver, por ejemplo, E. CERIA, San Giovanni Bosco…, p. 209-219. Por otra parte, al igual que la controversia con Mons. Gastaldi, tampoco ha sido aún estudiado a fondo el problema del papel desempeñado por Don Bosco en las relaciones entre la nueva Italia y la Santa Sede. La documentación salesiana, en este caso, deja que desear, porque, en estas materias, Don Bosco trataba casi sólo oralmente con sus interlocutores y solía ser después muy reservado en las conversaciones que tenía con los suyos. Lo esencial aquí resumido nos parece, sin embargo, bien fundamentado. 132

La publicación en las Lecturas católicas, del anónimo Catechismo cattolico sulle Rivoluzioni (5a ed., Turín, 1854), que hacía de éstas un proceso indignado, es significativa para conocer su pensamiento de la primera parte de su vida sacerdotal. Creemos que no cambió de opinión después de 1870. 133

Sus ideas en G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, p. 176-180: Los bienes temporales de la Iglesia y el poder del soberano pontífice. 134

El elogio de Giacomo Margotti hecho por Don Bosco, «en virtud de los lazos de amistad que le unen a él desde hace varios lustros, en homenaje a los sólidos principios católicos intrépidamente defendidos por él», tal como se ha escrito en el álbum enviado a este sacerdote periodista el 27 de julio de 1873, ha sido publicado en Epistolario, t. II, pp. 294-295. 135

Intervención de Don Bosco en el primer Capítulo General de los salesianos, 1877, según las actas que se conservan (CS, S. 046), en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, pp. 288; ed. esp., p. 252-253. 1

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 9-10; ed. esp., Barcelona, 1987, 3a ed., p. 9-10; Obras fundamentales, Madrid, 1979, p. 510. 2

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, p. 26- 35.

3

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día tercero, p. 38.

4

«A este cuerpo (Dios) ha unido un alma» (G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día segundo, p. 31). 192

5

G. Bosco, Vita di San Martino…, 2a ed., Turín, 1886, cap. 10, p. 76. J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 22, p. 102; cap. 25, p. 113; ed. esp. Obras fundamentales, p. 202 y 210 respectivamente. 6

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día segundo, p. 31, 32.

7

[G. Bosco], Esercizio di divozione…, Turín, s. f. (hacia 1847), día primero, p. 31.

8

G. Bosco, Biographie du jeune Louis Fleury Antoine Colle, Turín, 1882, cap. 2o, p. 23-24. Aunque firmada por Don Bosco, esta biografía fue compuesta por el salesiano Camille de Barruel, que era profesor de filosofía. 9

G. Bosco, Il cattolico nel secolo…, 2a ed., Turín, 1883, conversación segunda, p. 22.

10

G. Bosco, Storia d'Italia…, 8a ed., Turín, 1873, primera época, cap. 28, en A. CAVIGLIA, Opere e scritti…, vol. III, p. 79. Según el comentarista, este paso fue añadido en esta edición. 11

G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, primera época, cap. 21, p. 57.

12

G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., 1866, segunda época, cap. 9, p. 101.

13

G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., 1866, primera época, cap. 28, p. 74.

14

«Cuando digo que hubo emperadores buenos, debéis entender solamente la bondad natural que puede tener un hombre pagano» (G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., 1866, segunda época, cap. 9., p. 100). 15

[J. Bosco], El Joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, parte primera, art. 2, p. 11; ed. esp., Obras fundamentales, p. 511. 16

S. ALFONSO M. de LIGORIO, Preparación para la muerte, 14a ed., título.

17

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turin, 1880, cap. 6, p. 24; ed. esp., Obras fundamentales, p. 142. 18

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 22, p. 102; ed. esp., ibid., p. 202. 19

Ya hemos demostrado en otra parte que san Juan Bosco introducía enseñanzas en los discursos de los héroes (F. DESRAMAUT, Les Memorie I…, p. 111, n. 66, 67). 193

20

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 27, p. 129; ed. esp., Obras fundamentales, p. 219-220. 21

[G. Bosco], Porta teco, cristiano…, Turín, 1858, p. 5.

22

G. Bosco, Nove giorni…, 3a ed., Turín, 1885, día cuarto.

23

Ver E. CERIA, Don Bosco con Dios, nueva ed., Colle Don Bosco, 1947, p. 85; ed. esp., Madrid, 1984, p. 87. 24

J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 34, p. 181; ed. esp., Obras fundamentales, p. 339-340 (ver más adelante, documento 19, p. 261); G. Bosco a la condesa Luigia Barbó, 30 de mayo de 1866, en Epistolario, t. I, p. 396; G. Bosco al P. Alessandro Checucci, 9 de febrero de 1867, o. c., t. I, p. 446; G. Bosco a los salesianos y a los alumnos del colegio de Lanzo, 26 de diciembre de 1872, o. c., t. II, p. 246; G. Bosco a los mismos, 5 de enero de 1875, o. c., t. II, p. 438; G. Bosco al teólogo Giacomo Margotti, 13 de septiembre de 1876, o. c., t. III, p. 96; etc. 25

G. Bosco, Vita di S. Pietro…, Turin, 1856, p. 10.

26

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turin, 1863, Antiguo Testamento, primera época, cap. 1o (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 131); ed. esp., 7a ed., Barcelona, 1943, p. 14; G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turin, 1874, día segundo, p. 31. 27

Reglamento para las casas…, Turin, 1877, segunda parte, cap. 3, p. 63; ed. esp., Obras fundamentales, p. 578. 28

[G. Bosco], Esercizio di divozione…, día sexto, p. 103.

29

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día segundo, p. 31.

30

S. ALPHONSUS DE LIGUORIO, Praxis confessarii, ed. Gaudé, Roma, 1912, cap. 9, § 1, p. 210. 31

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, p. 31-50: Siete consideraciones para cada día de la semana. Estas meditaciones se conservaron durante toda la vida de Don Bosco en las sucesivas ediciones de su obra; ed. esp., Barcelona, 1897, p. 38-58; Obras fundamentales, p. 530-542. 32

Ver las biografías de Comollo, Savio, Magone, Besucco y añadir la carta a Margherita 194

Saccardi, de julio de 1866, sobre la muerte de su hijo Ernesto (Epistolario, t. I, p. 408410). Ver más adelante, documento 16, p. 257. 33

Ver G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., 1874, día diecisiete: El juicio universal, p. 110-116. 34

La Preparación para la muerte es uno de los cuatro libros propuestos en [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 18; ed. esp., Barcelona, 1897, p. 18; Obras fundamentales, p. 516. 35

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., 1874, día quince, p. 100-101.

36

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, p. 140-142; ed. esp., Barcelona, 1897, p. 182-185. Se encuentra en todas las reediciones de la obra. 37

Según J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., 1880, cap. 20, p. 96-97; ed. esp. Obras fundamentales, p. 195. 38

El cardenal G. Cagliero, citado por E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 112; ed. esp., 3a ed., Madrid, 1984, p. 82. 39

Manuscrito autógrafo, firmado: «Bosco, 3 de diciembre de 1841», en ACS, S. 132.

40

G. Bosco, Vita di San Martirio…, 2" ed., Turín, 1886, p. 75-76.

41

Gálatas, 6, 7.

42

J. Bosco, "Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap., 24, p. 115; sentencia conservada en todas las ediciones; ver la edición de 1880, cap. 25, p. 112; ed. esp., Obras fundamentales, cap. 25, p. 210. G. Bosco a M. Rua, 1870, en Epistolario, t. III, p. 71. «Cada uno dará cuenta de cuanto hizo en su vida» (II Corintios 5, 10), máxima en un registro del breviario de Don Bosco (ver E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XVIII, documento 93, p. 806-808; ed. esp., p. 680-681; más adelante, documento 5, p. 243). 43

G. CACCIATORE, en la obra colectiva S. ALFONSO M. DE LIGUORI, Opere ascetiche. Introduzione generale, Roma, 1960, p. 212-216, observaba que san Alfonso se había quedado, por su parte, en la Preparación para la muerte, a mitad del camino entre estas dos tendencias. 44

Ver la descripción del ejercicio de Don Cafasso en G. Bosco, Biografía del Sacerdote 195

Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860, p. 111. 45

Sobre este ejercicio, algunas notas en H. BREMOND, Histoire littéraire du sentiment religieux…, t. IX, París, 1932, p. 350-368; P. T IHON, art. Fins dernières, en el Dictionnaire de spiritualité, t. V, col. 372-374. 46

C. JUDDE, Oeuvres spirituelles, t. I, p. 181 y ste., en H. BREMOND, o. c., p. 365.

47

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales…, Turín, 1885, p. 37; ed. esp., Obras fundamentales, p. 660. 48

«…qué debes añadir, corregir o quitar para ser un buen soldado de Cristo» (G. Bosco a Tommaso Pentore, el 15 de agosto de 1878, en Epistolario, t. III, p. 381. 49

G. Bosco a G. Cagliero, el 1o de agosto de 1876, en Epistolario, t. III, p. 81.

50

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 11, p. 58; ed. esp., Obras fundamentales, p. 250. 51

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 8. p. 30; ed. esp., ibid., p. 146. 52

J. Bosco, Historia sagrada, 3a ed., Turín, 1863, primera época, cap. 2 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 132-133); ed. esp. Barcelona, 1943, p. 16-17. 53

Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 238-242, 356; ed. esp., p. 208213; t. VIII, p. 34; ed. esp., p. 42; E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XII, p. 469; ed. esp., p. 399. 54

Sueño de la rueda, 1861, wn J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. VI, p. 903, 926; ed. esp., p. 699. Debemos decir que, aunque la edición de los documentos de esta serie es imperfecta, su autenticidad sustancial no parece discutible. 55

Sueño del infierno, 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. IX, p. 169; ed. esp., p. 172. 56

Sueño del corcel misterioso, 1875, en E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XI, p. 259; ed. esp., p. 225. 57

Sueño sobre una visita a Lanzo, carta de G. Bosco a los jóvenes de Lanzo, 11 de febrero de 1871, en A. AMADEI, Memorias biográficas…, v. X, p. 43; ed. esp., p. 50. 196

58

E. CERJA, Memorias biográficas…, t. XVII, p. 384; ed. esp., p. 332.

59

Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. III, p. 28- 30; ed. esp., p. 34-35; t. V, p. 694; ed. esp., p. 493-494; t. VII, p. 68-77; ed. esp., p. 69-76. Los detalles de los hechos y su interpretación por biógrafos, ávidos de cosas sorprendentes, deberían ser cuidadosamente criticados; pero Don Bosco creía con certeza en la acción del Maligno en su vida y, para nosotros, esto es lo esencial aquí. 60

Memorias del Oratorio…, p. 50-52, 91-92; ed. esp., Obras fundamentales, p. 367369, 393. 61

Memorias del Oratorio…, p. 123; ed. esp., Obras fundamentales, p. 413.

62

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, De qué debe huir especialmente la juventud, art. 2: Fuga de los malos compañeros, p. 21-23. Tema inmutado en J. Bosco, El joven instruido…, ed. 101a, 1885, p. 20-22; ed. esp., Obras fundamentales, p. 519520. 63

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap, 5, p. 21; ed, esp., Obras fundamentales, p. 140. 64

«El mundo entero yace en poder del Maligno» (G. Bosco a G. Bonetti, el 17 de abril de 1870, en Epistolario, t. II, p. 85). Don Bosco citaba I Juan 5, 19. 65

G. Bosco, Apuntes autógrafos de conferencias, editadas en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. IX, apéndice A, p. 986; ed. esp., p. 872. (Ver más adelante, documento 26, p. 272). 66

J. Bosco, El sistema preventivo…, I, en el Reglamento para las casas…, Turín, 1877, p. 4; ed. esp., Obras fundamentales, p. 562. 67

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., 1880, cap. 10, p. 42; ed. esp., Obras fundamentales, p. 156. 68

G. Bosco, Vita di San Pietro…, Turín, 1856, cap. 19, p. 101. Ver, para la última parte de la vida del santo, este fragmento del sueño del 10 de septiembre de 1881, según la versión escrita por él: «Argumentum praedicationis. Mane, meridie et vespere. Colligite fragmenta virtutum et magnum sanctitatis aedificium vobis constituetis. Vae vobis qui modica spernitis, paulatim decidetis!» (Argumento de predicación, por la mañana, al mediodía, por la tarde. Recoged los fragmentos de las virtudes y os haréis un gran edificio de santidad. ¡Ay de vosotros si despreciáis las cosas pequeñas; poco a poco 197

caeréis!) (ASC, 111, Sogni; E. CERIA, Memorias biográficas…, t.XV, p. 184; ed. esp., p. 168. 69

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 6-10, títulos; ed. esp., Obras fundamentales, p. 236-245. 70

G. CAFASSO, Manoscritti vari, VI, 2590 A; citado en F. ACCORNERO, La dottrina spirituale di San Giuseppe Cafasso, Turín, 1958, p. 44. 71

G. CAFASSO, citado ibidem. El texto siguiente, cuyo autor nos es aún desconocido, pertenece a un librito presentado por Don Bosco en sus últimos años: «No es verdad que la santidad, podemos decirlo con san Felipe Neri y san Francisco de Sales, consista en cosas tan difíciles y extraordinarias, que sean pocos los que puedan encontrarse en circunstancias que les permitan llegar a ese grado; no; ésa consiste en hacer bien todas las cosas que hay que hacer. Pero, a quien pensara que con esfuerzos pequeños y con propósitos efímeros se pueda conseguir dicha meta, nosotros le diríamos que se engaña por completo…» ([Anónimo], Biografié dei Salesiani defunti negli anni 1883 e 1884, Turín, p. 29). 72

Sobre esta cuestión, ver Ch. BAUMGARTNER, art. Contemplation, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. II, col. 2180-2183. 73

«La voluntad de Dios es vuestra santificación» (1 Tesalonicenses, 4, 3). Se interpretará en este sentido la reflexión de Domingo Savio: «Quien desea hacer la voluntad de Dios desea santificarse. Entonces tú deseas ser santo, ¿verdad?» (J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 17, p. 86; ed. esp., Obras fundamentales, p. 186), que podría pasar inadvertida. 74

Citas de manuscritos inéditos, en F. ACCORNERO, o. c., p. 53-55.

75

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 10, p. 40-41; ed. esp., Obras fundamentales, p. 155. 76

Porta teco…, Turín, 1858, p. 7. (Ver más adelante, documento 11). Ver también G. Bosco a G. Bongioanni, 29 de julio de 1857, en Epistolario, t. I, p. 150 (más adelante, documento 9). El tema de la llamada universal a la perfección estaba ya subyacente en El joven instruido. Don Bosco proponía, por ejemplo, a todos sus muchachos la siguiente oración para recitarla «a lo largo del día»: «Virgen María, madre de Jesús, san José, san Luis Gonzaga, obtenedme la gracia de hacerme santo» (J. Bosco, El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, p. 83; ed. esp., ed. c., Barcelona, 1897, p. 93). 77

Ver A. AMADEI, Il servo di Dio Michele Rua, Turín, 1931-1934. 198

78

«La obra de nuestra santificación, que nos obliga a reproducir en nostros el prototipo y el modelo por excelencia, Jesucristo, es ciertamente una empresa ardua, escabrosa y peor aún, si tenemos en cuenta nuestras débiles fuerzas y todo lo que hay que hacer para lograrlo. Llevar con Jesús la cruz del desprecio, de la humildad, de la obediencia, de la renuncia de nosotros mismos y de todo lo que se refiere a la carne y al mundo, ¡cuánto cuesta a nuestra naturaleza corrompida y apegada a las cosas caducas de esta tierra! No hay duda, es difícil el camino que lleva al paraíso…» (Biografie dei Salesiani defunti negli anni 1883 e 1884, o. c., p. 65-66: comienzo de los apuntes biográficos del clérigo Giovanni Battista Fauda). 79

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 10, p. 40; ed. esp., Obras fundamentales, p. 155-156. Pasaje no modificado desde la primera edición de 1859. 80

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, Introducción, p. 6; ed. esp., Obras fundamentales, p. 224. 81

Fórmula de J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 16, p. 66, a propósito de Domingo Savio; ed. esp., Obras fundamentales, p. 176. 82

Memorias del Oratorio…, p. 123; ed. esp., Obras fundamentales, p. 413.

83

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., Introducción, p. 5; ed. esp., Obras fundamentales, p. 223. 84

«Es verdad que pienso con mucha frecuencia en lo que usted me dijo tantas veces, que Omnia possum in eo qui me confortat». (Extracto de una carta de Carlo Cays a G. Bosco, en Biografie dei Salesiani defunti nel 1882, Sampierdarena, 1883, p. 28-29: reseña anónima de C. Cays). La lectura de la correspondencia de Don Bosco confirma este propósito del conde Cays. 85

J. Bosco, El sistema preventivo… I. en el Reglamento para las casas…, Turín, 1877, pp. 4-6; ed. esp., Obras fundamentales, p. 561-563; G. Bosco al príncipe Gabrielli, de Roma, 1879, en Epistolario, t. III, p. 481-482. 86

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 10, p. 49; ed. esp., Obras fundamentales, p. 246. 87

Memorias del Oratorio…, p. 23; ed. esp., Obras fundamentales, p. 350.

88

G. Bosco a Mme. Quisard, 14 de abril de 1882, en Epistolario, t. IV, p. 436. 199

89

Ver G. Bosco, Il Cattolico istruito nella sua religione…, Turín, 1853; Una disputa tra un avvocato ed un ministro protestante, Turín, 1853; Due conferenze tra due ministri protestanti ed un prete cattolico intorno al purgatorio e intorno ai suffragi dei defunti…, Turín, 1857; Severino, ossia Avventure di un giovane alpigiano…, Turín, 1868 (cap. 24); Massimino, ossia Incontro di un giovanetto con un ministro protestante sul Campidoglio, Turín, 1874. 90

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 8, p. 39; 6a ed., Turín, 1880, cap. 8, p. 31; ed. esp., Obras fundamentales, p. 147. 91

El «corazón» de Domingo Savio se inundó de «gozo» a la noticia de la proximidad de su primera comunión (J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1880, cap. 3, p. 14; ed. esp., Obras fundamentales, p. 135). Las críticas de los muchachos malos de Valdocco «enfrían los corazones», hechos para amar (G. Bosco al conjunto del Oratorio de Valdocco, 10 de mayo de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 267; ed. esp., Obras fundamentales, p. 618). El corazón de Jesús simboliza su amor (alocución de Don Bosco, el 3 de junio de 1875, según E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XI, p. 249; ed. esp., p. 216). El «corazón» de Miguel Magone se entregaba a «graves reflexiones» (J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 7, p. 35; ed. esp., Obras fundamentales, p. 239). 92

Ver más arriba, nota 8 de este mismo capítulo, p. 52.

93

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 10, p. 50-51; ed. esp., Obras fundamentales, p. 246. 94

J. Bosco al conjunto del oratorio de Valdocco, 10 de mayo de 1884, en Epistolario t. IV, p. 268; ed. esp., Obras Fundamentales, p. 620. 95

En E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XIII, p. 284; ed. esp., p. 249.

96

J. Bosco a los alumnos de Mirabello, el 30 de diciembre de 1864, en Epistolario, t. I, p. 332. Análogo deseo en la carta en latín a Giovanni Garino, el 25 de julio de 1860, ibid., t. I, p. 196. 97

Ver, por ejemplo, la conversación de Don Bosco y Miguel Magone antes de la primera confesión de éste, en J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c, cap. 3, p. 16-20; ed. esp., Obras fundamentales, p. 230-231; de modo particular: «Lo que quiero de ti es que me dejes unos momentos ser dueño de tu corazón…» (ed. it., p. 18; ed. esp., p. 230). 98

J. Bosco, Recuerdos confidenciales a los directores, Turín, 1886; en A. AMADEI, 200

Memorias biográficas, t. X, p. 1044, nota; ed. esp., p. 962, nota 3; Obras fundamentales, p. 554. 99

No creemos necesario detenernos a discutir aquí sobre la esencia de la santidad, cuestión que ha podido evolucionar de un siglo a esta parte. 1

Ver, por ejemplo, J. DAGENS, Bérulle et les origines de la Restauration catholique (1575-1611), Brujas, 1952, p. 208. 2

Algunos datos, a través de las máximas de Margarita recogidas por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. I, p. 44-45; ed. esp., p. 53-55; no es creíble que hayan sido imaginadas por el compilador. 3

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 4-5, p. 42-72; ed. esp., Obras fundamentales, Madrid, 1979, p. 92-106. Estos capítulos fueron compuestos siguiendo el manuscrito Infermitá e morte del giovane Chierico Luigi Comollo, scritta dal suo collega C. Gio. Bosco, conservado en el Archivo Salesiano Central, ASC 123, Comollo. 4

Ver el capítulo de F. ACCORNERO sobre la confianza, en La dottrina spirituale di S. Giuseppe Cafasso, o. c., p. 107- 130. 5

G. CAFASSO, Manoscritti vari, VIII, 2444 B y ste.; en F. ACCORNERO, o. c., p. 115.

6

[G. Bosco], Esercizio di divozione alla misericordia di Dio, Turín, s. f. Este libro apareció entre 1846, puesto que contiene un documento de aquel año (p. 12) y 1856, pues se le menciona en el testamento de Don Bosco del 26 de julio de 1856 (según su edición en A. AMADEI, Memorias biográficas…, t. X, p. 1333; ed. esp., p. 1222). P. Stella (Valori spirituali…, p. 51) ha descubierto en El joven instruido… de 1847 algunas «reminiscencias» del Esercizio, pero las correspondencias que cita no son convincentes. El orden cronológico seguido por Don Bosco en su testamento induce, sin embargo, a colocar el librito hacia 1847. 7

[G. Bosco], Esercizio…, ed. c., día primero, p. 29.

8

G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, tercera época, cap. 22, p. 223. Análoga sentencia en la misma obra, primera época, cap. 9, p. 24, 25. 9

Leemos, en efecto, en un diálogo con Luis Comollo: «Es la mano del Señor que pesa sobre nosotros. Créeme, nuestros pecados son la causa de ello» [J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, 2a ed., Turín, 1854, cap. 4, p. 50); frase, a decir verdad, desconocida en la edición anterior (cap. 4, p. 42) y probablemente añadida 201

por exigencias del diálogo. (En Obras fundamentales, cap. 4, p. 92-95, efectivamente, no se encuentra. N. del T.). 10

Sabiduría, 3, 1. Citado entre las Máximas morales sacadas de la Sagrada Escritura, en apéndice de G. Bosco, Maniera facile per imparare la Storia Sacra…, 5a ed., Turín, 1877, p. 100. 11

Sabiduría, 3, 11, Citado ibid., según la Vulgata.

12

G. Bosco, Maniera facile…, ed. c., § 6, p. 18-19.

13

G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, primera época, cap. 4, p. 13.

14

G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., primera época, cap. 9, p. 24, 25.

15

G. Bosco, Vita di San Pietro…, Turín, 1856, cap. 21, p. 121.

16

G. Bosco, Maniera facile…, ed. c., § 28, p. 78-79.

17

G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., tercera época, cap. 22, p. 223.

18

G. Bosco, Storia d'Italia…, ed. c., tercera época, cap. 28, p. 244.

19

Esercizi spirituali di S. Giuseppe Cafasso al clero, Turín, 1955, p. 173.

20

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día dieciocho, p. 116-117.

21

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed., c., día dieciséis, p. 107.

22

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., ibid., p. 105.

23

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., ibid.

24

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 13, p. 70; ed. esp., Obras fundamentales p. 256. 25

J. Bosco, Apuntes biográficos…, ed. c., cap. 14, p. 76; ed. esp., Obras fundamentales, p. 259. 26

Las biografías escritas por Don Bosco tenían una finalidad, no simplemente documental, sino también didáctica; no hay que cansarse de repetirlo. 202

27

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día primero, p. 29.

28

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día primero, p. 28.

29

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, art. 2, p. 10-11; repetido en todas las ediciones (ver la 101a ed., Turín, 1885, p. 10-11; ed. esp., Obras fundamentales, p. 511). La misma idea en [G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 42; repetida en la 2a edición de este libro, Turín, 1878, p. 49. P. Stella ha notado que Don Bosco, en lo que se refiere a El joven instruido, debía esta particularidad a Charles Gobinet y a la tradición de la que él había sido promotor (P. STELLA, Valori spirituali…, p. 27, 98). Como suele suceder, un autor le había sugerido frases de la Biblia y escenas de la vida de Jesucristo. 30

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día noveno, p. 69. Esta idea se encuentra también en otro texto importante –inspirado en san Alfonso– que san Juan Bosco repitió toda su vida en las diversas ediciones de El joven instruido: «(Dios) en el bautismo te hizo su hijo. Te amó y te ama como un tierno padre, y te creó para este último fin: conocerle, amarle y servirle en esta vida, y (de esta manera) hacerte feliz en el Paraíso» [G. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, Siete consideraciones para cada día de la semana, Primera consideración, p. 32; ed. esp., Barcelona, p. 38; Obras fundamentales, p. 530; esp. Solamente en la edición 101a (Turín, 1885) aparecen mejoras de estilo, p. 36. 31

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 3, 4, p. 1624; ed. esp., Obras fundamentales, p. 229-233. 32

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veinte, p. 128.

33

Memorias del Oratorio…, Introducción, p. 16; ed. esp., Obras fundamentales, p. 345. 34

Memorias del Oratorio…, p. 116; ed. esp., Obras fundamentales, p. 408.

35

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veinte, p. 131.

36

G. Bosco, La casa della fortuna, 2a ed., Turín, 1888, acto 2o, escena 4. p. 45. Idéntica reflexión un poco más adelante en la misma obra (acto 2o, escena 5a, p. 52); en G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, tercera época, cap. 28, p. 244; etc. 37

Un reciente comentarista de I promessi sposi tiende a separar los dos aspectos de 203

providencia bienhechora y providencia justiciera, que le extraña encontrar allí unidos. (M. F. SCIACCA, Il pensiero italiano nell'età del Risorgimento, 2a ed., Milán, 1963, p. 219). 38

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, Historia sagrada del Nuevo Testamento, Introducción (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 286); ed. esp. c., p. 191. 39

J. Bosco, Testamento espiritual, hacia 1884, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVII, p. 258; ed. esp., p. 227. 40

L. COGNET, La spiritualité française au XVIIe siècle, París, 1949, p. 52.

41

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, Los Seis domingos y la Novena de S. Luis Gonzaga, domingo sexto, p. 66. Más tarde pasará al domingo quinto: ver El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, p. 63; ed. esp. c. Barcelona, p. 71. 42

Ver J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, séptima época, cap. 9 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 334); ed. esp. c., p. 243-244; y una alocución preparatoria de la fiesta del Corazón de Cristo, en 1875, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 249; ed. esp., p. 216. 43

J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 29, p. 158; ed. esp., Obras fundamentales, p. 330. 44

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 23, p. 112. Más tarde, figurará en el cap. 24; ver la 6a ed., Turín, 1880, p. 110; ed. esp., Obras fundamentales, p. 208. 45

Ver, más adelante, cap. 4, nota 107, p. 125.

G. Bosco, Maniera facile per imparare la storia sacra…, 2a ed., Turín, 1855, § 20 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 57). La fórmula seguía intacta en la 5a edición de este fascículo: Turín, 1877, § 19, p. 59. 46

47

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día tercero, p. 36-38.

48

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, séptima época, cap. 4, (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 305). «Il capoverso seguente sparisce nelle edizioni C, ed in suo luogo sono inseriti ben cinque paragrafi, che riferiscono testualmente gran parte del discorso sulla Montagna» (Opere e scritti, vol. I, p. 305, nota 1). La ed. esp. 204

c., p. 206-215, tiene el texto renovado, como indica la observación anterior. (N. del T.). 49

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., séptima época, cap. 6 (en Opere e scritti, ibid., p. 316-320); ed. esp. c., 224- 228. 50

Ver, más arriba, cap. 1, p. 24, 38.

51

Congregazione di S. Francesco di Sales, manuscrito citado, cap.: «Scopo di questa congregazione», art. 1-2. (Ver más adelante, documento 12). La «perfección cristiana» de los miembros, de que se trata en las versiones posteriores, es decir, a partir de 1864, parece que es («…ut socii simul ad perfectionem christianam nitentes», dirá la edición aprobada por Roma, en 1874) la perfección «a imitación de Jesucristo» de las redacciones precedentes. 52

G. Bosco, La chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 20.

53

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, p. 21; ed. esp., Obras fundamentales, p. 652. 54

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., séptima época, cap. 7 (en Opere e scritti…, ibid., p. 325); ed. esp. c., p. 234. 55

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, ed. c., p. 28. No ignoramos, por otra parte, que esta introducción, elaborada sobre un proyecto de los colaboradores de Don Bosco, no revela necesariamente ni sobre todos los puntos su modo de pensar; ed. esp., Obras fundamentales, p. 653. 56

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día primero de junio, p. 191.

57

J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 9, p. 53; cap. 11, p. 60-61; cap. 19, p. 102; ed. esp., Obras fundamentales, p. 287, 290, 307, respectivamente. 58

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 15, p. 65; cap. 16, p. 70; cap. 22, p. 103; cap. 24, p. 108; cap. 25, p. 114; ed. esp., ibid., p. 174, 178, 202, 207-209, 211, respectivamente. 59

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, ed. c., p. 35; ed. esp., Obras fundamentales, p. 658. 60

J. Bosco, Historia sagrada…ed. c., séptima época, cap. 5 (en Opere e scritti…, ibid., p. 313); ed. esp. c., p. 221.

205

61

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., Introducción a la Historia sagrada del Nuevo Testamento (en Opere e scritti…, ibid., p. 285; ed. esp. c., p. 190). 62

«Pregunta: ¿De qué virtudes dio ejemplo Jesucristo? - Respuesta: Jesucristo dio ejemplo de todas las más sublimes virtudes, pero principalmente de la caridad, de la paciencia y del celo por la gloria de su Padre celestial» (G. Bosco, Maniera facile…, 5a ed., Turín, 1877, § 19, p. 59). - Después de 1870, Don Bosco estaba, pues, dispuesto a exaltar al Corazón de Cristo con sus contemporáneos católicos. Este culto, como es sabido, no ocupó un lugar importante en su pensamiento espiritual sino bastante tarde. El joven instruido de 1847 no contenía más que las letanías del Sdo. Corazón de Jesús (p. 105), pero sin explicación alguna sobre el tema. Nada más, tampoco, en las primeras ediciones de La Chiave del Paradiso (Turín, 1856). Respecto de El joven instruido, la situación seguía igual en 1874 (39a edición). El artículo: Devoción al Sdo, Corazón de Jesús y la breve oración: Ofrenda al Sdo. Corazón de Jesús delante de su santa imagen, no apareció, parece ser, sino en 1878 (75a edición), y las Promesas hechas por Jesucristo a la bienaventurada Margarita Alacoque, en 1885 (101a edición). La Chiave del Paradiso de 1881 (3a edición, formato pequeño, p. 10) llevará una imagen del Sdo. Corazón con una frase de Margarita María. Se puede pensar que el autor conocía suficientemente esta devoción, que había sido propagada por san Alfonso en su tiempo, y no le tocaba a él descubrirla; pero la presión de la época, probablemente representada por uno u otro de sus auxiliares, a quienes nos sentimos tentados de atribuirles las añadiduras tardías, le llevó a promoverla él mismo al final de su vida. Las primeras líneas de la instrucción citada: «He aquí el origen de la devoción creciente de día en día, a este Corazón sacratísimo…» (J. Bosco, El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, p. 119), apoyan esta interpretación. Ed. esp. c., Barcelona, 1897, p. 131. 63

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c. séptima época, cap. 3 (en Opere e scritti…, ibid., p. 302); ed. esp. c., Barcelona, p. 204. 64

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., séptima época, cap. 6 (en Opere e scritti…,ibid., p. 316); ed. esp. c., Barcelona, p. 224. 65

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., séptima época, cap. 7 (en Opere e scritti…, ibid., p. 323); la edición española (p. 233) no contiene esta frase. (N. del T.). 66

J. Bosco, Historia sagrada…, ed. c., Diccionario de palabras, voz Redentor; ed. esp. c., Barcelona, p. 302. 67

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 22, p. 104; ed. esp., Obras fundamentales, p. 203. 206

68

J. Bosco, Il cattolico nel secolo…, 2a ed., Turín, 1883, primera parte, conversación veintidós, p. 146. 69

G. Bosco a sor Maddalena Martini, s. f., (agosto 1875), en Epistolario, t. II, p. 492.

70

Ver más adelante.

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851: Los seis domingos…, domingo sexto, p. 65; ed. esp. c., Barcelona, p. 70-71. El texto no se había modificado en Le Sei domeniche…, 8a ed., Turín, 1886, p. 32. 71

72

Ver, más adelante, cap. 4, p. 101.

73

G. Bosco a G. Cagliero, 13 de noviembre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 518.

74

Memorias del Oratorio…, p. 21-22, 24; ed. esp., Obras fundamentales, p. 348, 350.

75

Memorias del Oratorio…, p. 41-42; ed. esp., ibid., p. 362.

76

Memorias del Oratorio…, p. 89; ed. esp., ibid., p. 391.

77

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo., Turín, 1844, cap. 1, p. 5; ed. esp., Obras fundamentales, p. 76. 78

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., cap. 2, p. 24; ed. esp., ibid., p. 84-85.

79

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., cap. 3, p. 32; ed. esp., ibid., p. 88.

80

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., ibid.; ed. esp., ibid., p. 88.

81

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., ibid.; ed. esp., ibid., p. 88.

82

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., ibid., p. 36; ed. esp., ibid., p. 89-90.

83

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., cap. 5, p. 56; ed. esp., ibid., p. 99.

84

[J. Bosco], Rasgos…, ed. c., cap. 5, p. 70; ed. esp., ibid., p. 105.

85

Según el prefacio de la primera edición de [G. Bosco], Rasgos…, p. 3; ed. esp., ibid., p. 75.

207

86

Ver [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851: Oración al Sacratísimo Corazón de María, p. 108 (ed. esp., Barcelona, 1897, p. 135); las alusiones al Corazón de María y a la Virgen dolorosa en la vida de Domingo Savio (J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 13, p. 55, 56; ed. esp., Obras fundamentales, p. 167) y el librito sobre las apariciones de la Salette (G. Bosco, Apparizioni della Beata Vergine sulla Montagna di La Salette con altri fatti prodigiosi…, Turín, 1871; presentado primeramente en G. Bosco, Raccolta di curiosi avvenimenti contemporanei, Turín, 1854, p. 46-83. Sobre la elaboración del culto y de la devoción durante la Edad Media y su pleno desarrollo en la Época Moderna, ver E. BERTAUD, Douleurs, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. III, col. 1689-1701. 87

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874,comienzo, p. 20. Ver el conjunto de este capítulo de introducción. 88

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 8, p. 40; no modificado en la 6a edición, Turín, 1880, p. 32-33; ed. esp., Obras fundamentales, p. 148 y 167. Comparar este texto con un relato de Don Bosco, el 28 de noviembre de 1876, según E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 586-595; ed. esp. c., p. 494502. 89

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 16, p. 81. (Ver la edición de 1880, cap. 17, p. 77); ed. esp., Obras fundamentales, p. 183. El grupo de jóvenes, llamado Compañía de la Inmaculada Concepción, recibió su forma definitiva en 1856 en el Oratorio de Valdocco, bajo el impulso, entre otros, de Domingo Savio. Los primeros salesianos se formaron en su espíritu. 90

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., comienzo, p. 21.

91

[G. Bosco], Storia ecclesiastica…, Turín, 1845, quinta época (en Opere e scritti…, vol. I, segunda parte, p. 124). 92

Ver [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 340-341; ed. esp. c., Barcelona, p. 490-491. Por cuanto nos es posible saber, este canto se encuentra en todas las ediciones de este manual. 93

El relato, según el arzobispo de Spoleto, Mons. Arnaldi, en G. Bosco, Maraviglie della Madre di Dio invocata sotto il titolo di Maria Ausiliatrice, Turín, 1868, p. 95103. Ver también el artículo documentado de P. BROCARDO, L' «Ausiliatrice di Spoleto» e Don Bosco, en Accademia Mariana Salesiana, L'Immacolata Ausiliatrice…, Turín, 1955, p. 239-272.

208

94

Detalles en G. Bosco, Maraviglie…, ed. c., p. 104-106. Ver, sobre esta hermandad, C. MINDERA, Origine e sviluppo del culto di Maria Auxilium Christianorum in Gemanía, en Accademia Mariana Salesiana, L'Ausiliatrice della Chiesa e del Papa, Turín, 1953, p.77-90. 95

G. Bosco, Maraviglie…, ed. c., p. 108-109.

96

G. Bosco, Maria Ausiliatrice col racconto di alcune grazie…, Turín, 1875, cap. 6, p. 54-55. Para subrayar la nueva forma asumida por la piedad mariana de san Juan Bosco, notemos, en El joven instruido, la aparición, relativamente tardía, del canto, cuyo primer verso es tan significativo: O del Cielo gran Regina, que las dos primeras ediciones de 1847 y de 1851 no habían conocido. Nosotros lo encontramos en el manual de 1863 (9a edición), fecha verosímil de su inserción; pero existía ya, tal vez, en las ediciones desaparecidas que se sucedieron entre 1851 y 1863. Este canto es una prueba de la insistencia del autor en la realeza de María. (Ed. esp. c., Barcelona, p. 489: «Oh, de Sión Reina divina, sola digna de mi amor, –tu belleza peregrina– ¡quién amara con ardor!») (N. del T.). 97

Ver nuestra bibliografía, más adelante, p. 291-292.

98

G. Bosco, Maria Ausiliatrice…, ed. c., cap. 1, p. 9.

99

Relatos en G. Bosco, Maraviglie…, ed. c., cap. 9-11, 13, p. 71-80, 89-94.

100

G. Bosco, Maraviglie…, ed. c., cap. 8, p. 61.

101

G. Bosco, Maraviglie…, ed. c., prefacio, p. 6-7.

102

[G. Bosco], Il Divoto dell'Angelo Custode, Turín, 1845.

103

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847. (Ver la 2a edición, Turín, 1851, p. 358-359; ed. esp. c., Barcelona, p. 515). La atribución de este canto a Silvio Pellico es «tradicional». (Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. II, p. 133; ed. esp., p. 110111, nota 2). 104

G. Bosco, Panegírico ya citado de san Felipe Neri, 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. IX, p. 214; ed. esp., p. 211. La misma idea en G. Bosco, Prefacio a la biografía anónima: Vita della Beata Maria degli Angeli…, 3a ed., Turín, p. 3-4; y G. Bosco, Cenni storici intorno… B. Caterina de'Mattei da Racconigi…, Turín, 1862, p. 3.

209

105

G. Bosco, Al lettore, en Le Sei domeniche e la Novena di San Luigi Gonzaga…, 8a ed., Turín, 1886, p. 3. 106

Ver J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, Prefacio, p. 5; ed. esp., Obras fundamentales, p. 129. 107

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, Prefacio, pp. 3-4; ed. esp., Obras fundamentales, p. 75-76. (Más adelante, documento 6, p. 245). 108

[G. Bosco], Il Cristiano guidato… secando lo spirito di san Vincenzo de' Paoli, Turín, 1847, Prefacio, p. 3-4. 109

G. Bosco, Vita di San Martino…, Turín, 1855.

110

G. Bosco, Biografía del Sacerdote Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860.

111

G. Bosco, Vita di san Pietro…, Turín, 1856.

112

G. Bosco, Vita di S. Paolo apostolo…, Turín, 1857.

113

G. Bosco, Vita di S. Paolo apostolo…, 2a ed., Turín, 1878, cap. 33, p. 149-150.

114

G. Bosco, Prefacio a la Vita delta Beata Maria degli Angelí…, ed. c., p. 4.

Ver, para comprender las ideas del tiempo, la obra colectiva L'Ecclésiologie au XIXe siècle (col. Unam sanctam, 34), París, 1960. 115

116

Estas fórmulas que se encuentran al final de G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva edición, Turín, 1870: Qué se debe aprender de la Historia eclesiástica, p. 369 (ver Opere e scritti…, vol. I. segunda parte, p. 503), no estaban en el pasaje correspondiente de la primera edición (Turín, 1845; ver Opere e scritti…, ibid., p. 155), señal, entre otras, de que no eran familiares a Don Bosco. 117

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857: Compendio de lo que un cristiano debe saber, creer y practicar, p. 10. (Ver R. BELARMINO, Disputationes de controversiis christianae fidei…, controversia cuarta, lib. III, cap. 2). 118

Simplificada y más brusca en [G. Bosco], Storia ecclesiastica…, Turín, 1845: Nozioni preliminari (Opere e scritti…, vol. I, segunda parte, p. 13); una definición parecida se encuentra casi palabra por palabra en la edición de 1870 de esta obra, p. 6 (Opere e scritti…, o. c., p. 242). Definición semejante a la de la Chiave de 1857 en G. 210

Bosco, Il centenario di S. Pietro apostolo…, Turín, 1867, triduo, p. 202-203; en la tercera edición de G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, formato pequeño, Turín, 1881, p. 24; etc. 119

G. P ERRONE, Catechismo intorno alla Chesa Cattolica ad uso del popolo, Turín, 1854, lección I: Origen y naturaleza de la Iglesia Católica, p. 5. 120

La comparación de la Iglesia con «un reino, un imperio, una república, una ciudad, una fortaleza, una familia», se encuentra en G. Bosco, Il centenario di S. Pietro apostolo…, Turín, 1867, triduo, p. 206. 121

M. Rua, Proceso apostólico de canonización, ad 42, en Positio super virtutibus, t. I, p. 335. 122

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva edición, Turín, 1870, tercera época, cap. 5 (en Opere e scritti…, vol. I, segunda parte, p. 384). 123

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, ed. c., quinta época, cap. 3 (en Opere e scritti…, ibid., p. 442). Sea cual fuere la parte de Giovanni Bonetti en esta edición, queda en pie que fue aceptada por Don Bosco. 124

Para mostrar que Don Bosco era partidario de la infalibilidad desde la publicación, en 1848, de Il Cristiano guidato alla virtù ed alla civiltà secando lo spirito di San Vincenzo de' Paoli, este autor (Memorias biográficas, t. III, p. 380; ed. esp., p. 297298) se sirvió de una reedición posterior de esta obra. Si, en el «día veintidós», un capítulo titulado: Su adhesión y filial obsequio al Sumo Pontífice (ver la tercera edición, Turín, 1887, pp. 173-174) ya figuraba allí, este capítulo no estaba todavía en la edición de 1848, que, en su lugar, contenía un título llamado a desaparecer en seguida, acerca de la Conformidad con la voluntad de Dios (1a ed., 1848, p. 228-234). 125

G. P ERRONE, o. c., p. 23.

126

L. GASTALDI, Sull'autorità del Romano Pontefice, Turín, 1864, cap. 3, p. 75.

127

G. Bosco, I Concili generali e la Chiesa cattolica, Turín, 1869, conversación segunda, p. 52 y ste. 128

(G. Bosco), Avvisi ai Cattolici…, Turín, 1850, § 2, p. 13. Ver G. Bosco, Fondamenti della Cattolica religione, Turín, 1883, § 2, p. 8; y notar que la imagen del padre y de los hijos aplicada al papa y a los fieles vuelve a salir un poco más adelante, en un pasaje del libro (§ 7, p. 28), que no se encontraba en los Avvisi ai cattolici, forma primera de los Fondamenti. 211

129

G. Bosco, Vita di San Pietro…, Turín, 1856, prefacio, p. 6-7.

130

Ver G. Bosco a G. Bonetti, el 13 de junio de 1871, en Epistolario, t. II, p. 164.

131

J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VIII, p. 719; ed. esp., p. 611.

132

Ver, sobre esta conclusión, sus palabras al cardenalAlimonda, el 26 de diciembre de 1887, en G. ALIMONDA, Giovanni Bosco e il suo secolo, Turín, 1888, p. 49; ed. esp., Don Bosco y su siglo, Barcelona, 1888, p. 53. 133

G. Bosco, Il centenario di S. Pietro…, Turín, 1867, triduo, p. 211. Ver también G. Bosco, La Chiesa Cattolica e la sua Gerarchia, Turín, 1869, cap. 4, sobre todo p. 75. 134

[G. Bosco], Avvisi ai cattolici…, Turín, 1853, epígrafe.

135

[G. Bosco], Avvisi ai cattolici…, Turín, 1853, títulos de los § 2, 3, 4. El título del § 4 debía ser modificado. Más tarde se leerá: «La Iglesia de Jesucristo no es la Iglesia de los herejes» (G. Bosco, Fondamenti della Cattolica Religione, Turín, 1883, § 4). 136

G. Bosco, Il centenario di S. Pietro…, Turín, 1867, presentación, p. V.

137

G. Bosco, Il centenario…, Turín, 1867, cap. 29, p. 190. Añadid, entre muchas frases semejantes, esta respuesta a la pregunta: «(Los herejes) que mueren en edad adulta, ¿pueden salvarse?»… «Los adultos que viven y mueren separados de la Iglesia católica no pueden salvarse, porque quien no está con la Iglesia católica no está con Jesucristo, y quien no está con Él está contra Él. Ver el Evangelio» (G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 32; en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 70. Fórmula intacta en la quinta edición del opúsculo, Turín, 1877, § 31, p. 86). 1

Instrumentos, en el sentido en que CASIANO, Collationes, conf. I, cap. VII-X, habla de ellos. Ver, en particular, el cap. VII: «Los ayunos, las vigilias, la meditación de las Escrituras, la desnudez y el desprendimiento de todos los bienes, no son la perfección, sino los instrumentos de la perfección…». 2

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, Lo que necesita un joven…, art. 6, p. 18; ed. esp., Obras fundamentales, p. 516. (Ver también, más adelante, documento 5, sentencia 12, p. 244). 3

Avvertenza intorno all'uso da farsi nelle scuole delle Storie Sacre, tradotte da lingue straniere, s. f. (hacia 1847, según A. Caviglia), editada en Opere e scritti…, vol. I, 212

primera parte, Turín, 1929, p. 20. 4

[J. Bosco], El joven instruido…, lugar citado. Leemos en otra parte: «Por tradición, se entiende la palabra de Dios que no ha sido escrita en los libros santos» (G. Bosco, Maniera facile per imparare la Storia Sacra…, 2a ed., Turín, 1855, § 1; en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 30), lo cual induce a pensar que él distinguía entre una palabra transmitida, bien en los libros sagrados, bien por otros caminos, y una palabra viva, que era la enseñanza de la Iglesia de su tiempo. 5

«Como entre ellos, cada uno es libre de explicar la Biblia como quiere, cada uno puede también hacerse una religión a su gusto» (G. BOSCO, Maniera facile…, ed. c., § 30; en Opere e scritti…, o. c., p. 68. La fórmula estaba intacta en la 5 a ed., Turín, 1877, § 29, p. 81). «La creencia de los evangélicos, es decir la libre interpretación (il modo libero di interpretare) de la Biblia, viene desde los tiempos de le reforma de la Iglesia católica» (G. Bosco, Massimino, ossia Incontro di un giovanetto con un ministro protestante sul Campidoglio, Turín, 1874, p. 19). La frase es atribuida al protestante introducido en esta parte del libro. 6

G. Bosco, Vita di S. Paolo…, 2a ed., Turín, 1878, cap. 9, p. 42.

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 8, p. 31; ed. esp., Obras fundamentales, p. 147. 7

8

J. Bosco, ibid. Ver, más arriba, cap. 2, p. 69.

9

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 38. Análogo consejo, pero para los jóvenes, en El joven instruido, primera parte, Lo que necesita un joven…, art. 6 (101a ed., Turín, 1885, p. 18); ed. esp., Obras fundamentales, p. 516. 10

J. Bosco, Historia sagrada…, Turín, 1847, prefacio (en Opere e scritti…, ibid., p. 6; ed. esp. c., Barcelona, p. 6). Idéntica frase en la 3a ed., Turín, 1863 (en Opere e scritti…, ibid., p. 122). 11

«(La Biblia) es el fundamento de nuestra santa religión: contiene los dogmas y los prueba» (J. Bosco, Historia sagrada…, Turín, 1847, prefacio; en Opere e scritti…, ibid., p. 6). «El estudio de la historia sagrada se recomienda por sí mismo, porque es la más antigua de todas las historias; la más cierta, por ser Dios su autor; la más digna de aprecio, porque contiene la divina voluntad, manifestada a los hombres; la más útil, porque prueba y hace palpable la verdad de nuestra santa religión» (o. c., 3a ed., Turín, 1863, prefacio; en Opere e scrittti…, ibid., p. 123; ed. esp. c., Barcelona, p. 7).

213

12

O. c., 3a ed., Turín, 1863, tercera época, cap. 2 (en Opere e scritti…, ibid., p. 150); ed. esp. c., Barcelona, p. 35. 13

O. c., ed. c., tercera época, cap. 4 (en Opere e scritti…, ibid., p. 156); ed. esp. c. Barcelona, p. 40. 14

O. c., ed. c., tercera época, cap. 7 (en Opere e scritti…, ibid., p. 169) ed. esp. c., Barcelona, p. 57. 15

O. c., ed. c., tercera época, cap. 10 (en Opere e scritti…, ibid., p. 177; ed. esp. c., Barcelona, p. 68; cuarta época, cap. 1 (en Opere e scritti…, ibid., p. 181; ed. esp. c., Barcelona, p. 74, aunque falta ese párrafo en la edición española. N. del T.); cuarta época, cap. 2 (en Opere e scritti…, ibid., p. 187; ed. esp. c., Barcelona, p. 83). 16

O.c., ed. c., cuarta época, cap. 3 (en Opere e scritti…, ibid., p. 190; ed. esp. c., Barcelona, p. 88). 17

O. c., ed. c., Historia sagrada del Nuevo Testamento, Introducción (en Opere e scritti,… ibid., p. 283; ed. esp. c., Barcelona, p. 189). 18

Ver R. CANTEL y R. RICARD, Exemplum, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. IV, col. 1885-1902, sobre todo 1901; G. CACCIATORE, La letteratura degli «exempla», en S. ALFONSO M. de LIGUORI, Opere ascetiche. Introduzione generale, Roma, 1960, p. 239290. 19

P. Stella (Valori spirituali…, p. 34) cita como obras típicas de esta modificación: Guida angelica, o siano pratiche istruzioni…, Turín, 1767; La Gioventù divota dell'angelico giovane S. Luigi Gonzaga…, Carmagnola, 1805; Voce angelica, ossia l'Angelo custode che ammaestra una figlia…, Pinerolo, 1835. 20

Gius. A. Patrignani, en P. STELLA, Valori spirituali…, p. 34-35.

21

Memorias del Oratorio…, p. 88; ed. esp. c., Obras fundamentales, p. 391 (más adelante, documento 2, p. 240). 22

Registro del breviario de Don Bosco, en E. CERIA, Memorias biográficas…, t. XVIII, doc. 93, p. 806-808; ed. esp., p. 680-681 (más adelante, documento 5, sentencia 15, p. 244). Ver las primeras palabras de la biografía de Luis Comollo: «Puesto que la ejemplaridad que encierran las buenas acciones tiene mucha mayor fuerza que cualquier discurso por elegante que sea…» ([J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, p. 3; ed. esp., Obras fundamentales, p. 75). 214

23

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 11, 13, 21, p. 46, 48, 56, 100; ed. esp., Obras fundamentales, p. 159-160, 166-168, 199, respectivamente. 24

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 13, p. 67; ed. esp., ibid., p. 254. 25

Por ejemplo, diversas anécdotas de Padres del desierto o también la aventura del soldado Beauséjour, contada según «muchos autores» (G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., 8a ed., Turín, 1874, día veintisiete, p. 169). 26

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veinte, p. 131.

27

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veinticinco, p. 158.

28

G. Bosco, Presentación de las Biografie dei salesiani defunti negli anni 1883 e 1884, Turín, 1885, p. IV. 29

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, séptima época, cap. 2 (en Opere e scritti…, ibid., p. 298); ed. esp. c., Barcelona, p. 202. 30

Al menos en Il mese di maggio.

31

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día octavo, p. 64.

32

J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas…, t. VII, p. 50 (ed. esp., p. 54), según la crónica de Giovanni Bonetti (enero de 1862). Afirmación análoga en el Regolamento dell'Oratorio di San Francesco di Sales per gli esterni, Turín, 1877, segunda parte, cap. 7, art. 1. (Opere edite, vol. XXIX, p. 66). 33

J. Bosco, El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, primera parte, Siete consideraciones…, El pecado mortal p. 39-41; el Infierno, p. 47-49; ed. esp., Obras fundamentales, p. 532 y 538 respectivamente. G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 17; y Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día catorce: Il peccato, p. 94-99; día dieciocho: Le pene dell'inferno, p. 116-122; día diecinueve: Eternidad de las penas del infierno, p. 122-127. 34

Ver, más arriba, cap. 3, p. 77.

35

G. Bosco, Novella amena di un vecchio soldato…, Turín, 1862, cap. 2: La confessione e le pratiche di pietà, p. 22. Se encontrarán también explicaciones de Don 215

Bosco sobre la confesión en [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, segunda parte, ed. esp., Barcelona, p. 110: Maniera pratica per accostarsi degnamente al Sacramento della Confessione, p. 93-98, instrucción pronto modificada y subdividida en los títulos: Sacramento de la Confesión; Disposiciones necesarias para hacer una buena confesión; Modo práctico para confesarse dignamente; Acción de gracias para después de la Confesión (101a ed., Turín, 1885, p. 94- 105; ed. esp., Barcelona, p. 96-118); y, bajo los mismos títulos, con un texto adaptado a los adultos, en G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 3a ed., formato pequeño, Turín, 1881, p. 153-195. Cf. además las obras siguientes de Don Bosco: Conversazioni tra un avvocato ed un curato di campagna sul Sacramento della Confessione, Turín, 1855; Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día veintiuno: La confesión, p. 133-138; día veintidós: El confesor, p. 139- 143; Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, 3a ed., Turín, 1880, cap. 5: Una palabra a la juventud, p. 22-26; ed. esp., Obras fundamentales, p. 233-235; El pastorcillo de los Alpes, o sea, Vida del joven Francisco Besucco…, Turín, 1864, cap. 19: La confesión, p. 100-105; ed. esp., Obras fundamentales, p. 306-308; etc. Ver, más adelante, documento 15, p. 255. 36

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veintiuno, p. 134.

37

G. Bosco, Conversazioni tra un avvocato ed un curato di campagna…, 3a ed., Turín, 1872, p. 7. El primer punto, con el cual indicaba la conexión del sacramento con la muerte de Cristo, interesaba particularmente a Don Bosco: «Él (el confesor) sabe que aún más grande (que vuestras faltas) es la misericordia de Dios que os concede el perdón mediante su intermediario. Él aplica los méritos infinitos de la sangre preciosa de Jesucristo con la que puede lavar todas las manchas de vuestra alma» (J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 5, p. 24-25). Este párrafo no se encuentra ni en el original italiano de Opere edite, vol. XIII, p. 178-179, ni en la ed. esp., Obras fundamentales, p. 233-235. (N. del T.). 38

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, ed. c., p. 158.

39

G. Bosco, Il mese di maggio..,, ed. c., día veintidós.

40

S. ALPHONSUS DE LIGUORIO, Praxis confessarii, ed. c., cap. 1, p. 5.

41

Don Bosco no conservó más que las funciones de padre, médico y juez, en Il mese di maggio…, ed. c., día veintidós, p. 140; y Conversazioni tra un avvocato ed un curato di campagna… ed. c., p. 86. 42

G. Bosco, Il mese di maggio…, ibid.

216

43

Reglas o Constituciones del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora…, Turín, 1885, título 17, art. 4, p. 83; ed. esp., Obras fundamentales, título XI, art. 2, p. 717. 44

«La penitencia que Dios quiere de ti, le dije, es la obediencia. Obedece y ya tienes bastante» (J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 15, p. 65; ed. esp., Obras fundamentales, p. 175). 45

Regolamento dell'Oratorio di San Francesco di Sales per gli esterni, Turín, 1877, segunda parte, cap. 7, art. 8; ver J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, 3a ed., Turín, 1880, cap. 11, p. 49-50, resumido más adelante; ed. esp., Obras fundamentales, p. 249-250 46

G. Bosco a G. B. Francesia, 1878, en Epistolario, t. III, p. 246. Esta libertad fue uno de los leitmotiv de Don Bosco educador. 47

A la atención de los historiadores de la pastoral en el siglo XIX: «Mayor solicitud y mayor caridad al escuchar las confesiones de los fieles. La mayor parte de los sacerdotes no administran nunca este sacramento, otros sólo suelen hacerlo durante el período pascual, y nada más» (notas para una audiencia del Sumo Pontífice, en Epistolario, t. III, p. 561). 48

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, 3a ed., Turín, 1880, cap. 5, p. 25; ed. esp., Obras fundamentales, p. 235. 49

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 5, p. 25; ver la 3a ed., p. 23; ed. esp., Obras fundamentales, p. 234. 50

Ver S. ALPHONSUS DE LIGUORIO, Praxis confessarii, ed. c., cap. 2, p. 41-87.

51

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, 3a ed., Turín, 1880, cap. 3, p. 16-18; ed. esp., Obras fundamentales, p. 229-231; y Severino, ossia Avvenire di un giovane alpigiano…, Turín, 1868, cap. 8, p. 44-45. Este capítulo describe la vida de Severino en el oratorio de Valdocco. 52

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., 1880, cap. 5, p. 25; ed. esp., Obras fundamentales, p. 234. 53

Ibid., p. 22; ed. esp., ibid., p. 233.

54

Ver el Proyecto de Reglamento para la casa anexa al oratorio San Francisco de Sales, primera parte, Apéndice, cap. 1, art. 3. (La edición de J. B. LEMOYNE, Memorias 217

biográficas, t. IV, p. 746, concuerda en esto plenamente –pequeño retoque estilístico aparte– con el manuscrito reproducido que hemos podido comprobar; ed. esp., p. 572573). 55

Ibid., art. 4; ed. esp., p. 573. (La misma observación de la nota anterior).

56

Ver los Ricordi generali di S. Filippo Neri alla gioventù, en [G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 35. 57

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., 1880, cap. 11, p. 49-50; ed. esp., Obras fundamentales, p. 249-250. 58

Buenas noches del 2 de noviembre de 1876, según la reconstitución de E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 566; ed. esp., p. 478. 59

No parece que Don Bosco se haya pronunciado en este punto acerca de los adultos.

60

Ver E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 297-301; ed.esp., Madrid, p. 203-206.

61

Ver A. GRAZIOLI, Modelo de confesores, San José Cafasso, 2a ed., Colle Don Bosco, s. f., p. 99-100; ed. esp., Madrid, 1957, p. 108-110. 62

E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 181; ed. esp. c., p. 127. Notemos que don Ceria había sido testigo directo de lo que, en este caso, refería. 63

Conversación de 1877, reproducida por E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, p. 321; ed. esp., p. 280-281. 64

G. Bosco a los jóvenes de Lanzo, 11 de febrero de 1871, en Epistolario, t. II, p. 150. El tema del propósito se repite en unas buenas noches del 31 de mayo de 1873 (reproducido por A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 56; ed. esp., p. 61-62); en una carta de Don Bosco a los aprendices de Valdocco, el 20 de enero de 1874 (Epistolario, t. II, p. 339; ed. esp., en Escritos espirituales, p. 146-147); en la carta sobre la caridad en la educación, 10 de mayo de 1884 (Epistolario, t. IV, p. 267; ed. esp., Obras fundamentales, p. 618-619); etc. 65

G. Bosco a G. Branda, s. f. (1879), en Epistolario, t. III.p. 436. Esta carta fue dictada. 66

[G. Bosco], Conversione di una Valdese…, Turín, 1854, cap. 11, p. 97; G. Bosco, La forza della buona educazione, Turín,1855, cap.3, p. 26-30; Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 26, p. 139, es decir, la conclusión de la biografía; ed. esp., 218

Obras fundamentales, p. 219; Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 4, p. 20-23; ed. esp., Obras fundamentales, p. 231-233. Evidentemente, la observación se encuentra en las ediciones posteriores de estas obras, que tuvieron gran difusión en vida de Don Bosco. 67

Las mismas frases se encuentran en sus libros doctrinales más conocidos: [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, segunda parte, p. 84-86, 98-99, etc.; ed. esp. c., Barcelona, p. 96-97, 117-118; G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 43-46, 73-74; Il mese di maggio…, Turín, 1858, p. 134-144. Notemos desde ahora que algunas consideraciones de orden práctico acerca de la Eucaristía variaron en las nuevas ediciones de estas obras. 68

[J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., p. 84; ed. esp.c., Barcelona, p. 96.

69

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día veintitrés, p. 145.

70

G. Bosco, Nove giorni…, día quinto (1a ed., Turín, 1870). Es posible que esta idea se entrevea ya en la respuesta siguiente (muy anterior) a la pregunta: «¿Para qué instituyó Él este sacramento?» «Jesucristo instituyó este sacramento para dar una prueba del gran amor que tenía a los hombres y para dar un alimento adaptado a nuestras almas» (G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 21; en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 58). 71

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, séptima época, cap. 7 (en Opere e scritti…, lugar citado, p. 325; ed. esp. c., Barcelona, p. 233-234). Se ve que, en su ardor, Don Bosco llegaba casi a negar la tesis del memorial, que sostenía sin embargo en las ediciones paralelas del Mese di maggio. 72

J. DUHR, Communion fréquente, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. II, col. 1259.

73

Mons. de SEGUR, La santissima comunione (col. Letture Cattoliche, Turín, 1872. Se leía allí: «La gracia propia de la Eucaristía es, pues, una gracia de alimento y de perseverancia» (o. c., p. 6). 74

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 74. Este principio se encuentra en el centro de la conversación didáctica entre Don Bosco y Francisco Besucco acerca de los motivos de la comunión eucarística, conversación escrita en un momento en que su doctrina sobre este sacramento aparece completamente formada (J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 20,: La santa comunión, p. 105109; d. esp., Obras fundamentales, p. 308- 309).

219

75

G. Bosco a los alumnos de Mirabello, el 30 de diciembre de 1863, en Epistolario, t. I, p. 299. 76

Ibidem.

77

«La importancia que el santo sacrificio de la Misa tiene en el orden de la redención humana y la obligación impuesta por la Iglesia a todos los fieles de asistir a él los días festivos, hacen necesario que los mismos fieles conozcan y aprecien en todo su valor este gran acto de nuestra santa religión, a fin de que no sean ociosos espectadores, sino que también sepan tomar toda la parte activa y el vivo interés que les es propio. Porque el fiel no sólo asiste al divino sacrificio, sino que también lo ofrece por la mano del celebrante, como nos lo indica la Iglesia en la misma Misa» (Avvertenza no firmada del opúsculo igualmente anónimo: Trattenimenti intorno al sacrifizio della S. Messa (Turín, 1854), aparecido en las Lecturas Católicas (año II, fasc. 11 y 12), en una época en que Don Bosco las controlaba de cerca. Por consiguiente, podría haber sido redactada bajo su inspiración, pero el estilo del volumen no permite atribuírselo). 78

Invitaba a todos los jóvenes a oír la Misa todos los días (J. Bosco, El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, segunda parte, p. 87; ed. esp. c., Barcelona, p. 97) y daba un consejo análogo a los adultos (G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed. Turín 1874, día veintitrés, p. 148). 79

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 87; ed. esp. c., Barcelona, p. 99; G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 48. 80

J. Bosco, El joven instruido…, 101a ed., Turín, 1885, segunda parte, p. 111; ed. esp., Barcelona, p. 124. 81

Respuesta del arzobispado de Turín a Gio. Cappone, en Savigliano, 19 de julio de 1793, conservado en los archivos de la curia turinesa; citado por P. STELLA, Crisi religiose nel primo Ottocento piemontese, Turín, 1959, p. 65, nota. 82

Memorias del Oratorio…, p. 55; ed. esp. c., Obras fundamentales, p. 370. «En aquel tiempo, en el seminario (de Chieri), no había comodidad para comulgar fuera de los domingos» J. Bosco, Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1884, cap. 8, p. 66. (Este texto no se encuentra en la ed. esp., Obras fundamentales. N. del T.). 83

Ver, para san Alfonso, F.-X. GODTS, Exagérations historiques et théologiques concernant la communion quotidienne, Bruselas, 1904, 67-70.

220

84

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap.14, p. 68-69; ed. esp., Obras fundamentales, p. 170. 85

Ibid., p. 69-70; ed. esp., Obras fundamentales, p. 170.

86

«Así como el maná fue el alimento cotidiano de los hebreos en el desierto, así la santa comunión debe ser nuestro sustento y nuestro alimento de cada día» ( G. Bosco, Il mese di maggio…, Turín, 1858, día veinticuatro, p. 141). 87

Don A. CAVIGLIA, en su importante estudio sobre Savio Domenico e Don Bosco, Turín, 1943, p. 341-383, presentaba esta evolución. 88

«Está probado por la experiencia que el mejor apoyo de la juventud lo constituyen los sacramentos de la confesión y la comunión» (sic) (J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 14, p. 67-68; ed. esp., Obras fundamentales, p. 169-170). 89

El opúsculo de Mons, de Ségur, La tres sainte communion, es de 1860 (ver Mons. de SÉGUR, Oeuvres, primera serie, t. III, París, 1867, p. 413-479). 90

G. FRASSINETTI, Le due gioie nascoste…, constituye el fascículo de diciembre de 1864 de la revista. Parece que hay que admitir un intervalo de seis meses, por lo menos, entre la decisión de publicarlo y la publicación misma. 91

Buenas noches del 18 de junio de 1864, según la Crónica y la reconstitución de J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 679; ed. esp., p. 575. Don Bosco tuvo idénticos propósitos (que, hasta cierto punto, confirman los de estas buenas noches) en la biografía de Francisco Besucco, publicada aquel mismo año en las Lecturas Católicas (fascículo de julio-agosto): J. Bosco, El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 20, p. 109; ed. esp., Obras fundamentales, p. 309. Nótese que Mons. de Ségur (col. c., p. 421) recurría también al concilio de Trento para justificar la comunión frecuente. 92

G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 38 (en Opere e scritti…, l. c., p. 66). 93

G. Bosco, Maniera facile…, 5a ed., Turín, 1877, § 27, p. 76. Los manuales de devoción contenían ya entonces un artículo sobre La comunión frecuente. 94

G. Bosco, Nove giorni…, Turín, 1870, día sexto. Ver G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., 1874, día veinticuatro, p. 149-153 (más adelante, documento 28, p. 276).

221

95

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día octavo, p. 65.

96

Más arriba, p. 40.

97

P. DE MATTEI, Considerazioni per celebrare con frutto le Sei Domeniche e la Novena in onore di S. Luigi Gonzaga…, Novara, s. f. (hacia 1840), p. 53 y ste. 98

G. Bosco, Le Sei domeniche…, 8a ed., Turín, 1886, p. 33-34. La observación es de P. STELLA, Valori spirituali…, p. 73-74. 99

Ver L. ZANZI, Le pie pratiche del sacerdote. Spirito del Ven. D. Cafasso, Bagnacavallo, 1914. 100

GIUSEPPE CAFASSO, Manoscritti vari, V, 2097 B; citados por F. ACCORNERO, La dottrina spirituale di S. Giuseppe Cafasso…, p. 103. 101

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, p. 37; ed. esp., Obras fundamentales, p. 660. 102

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, 3o ed., Turín, 1880, cap. 9, p. 41; ed. esp., Obras fundamentales, p. 244. Don Bosco concluía: «Este, precisamente, fue el camino por donde Magone subió a un maravilloso grado de perfección». 103

Sobre los múltiples significados de la expresión «ejercicios espirituales», ver A. RAYEZ, Exercices spirituels, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. IV, col. 1922-1923. 104

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 12, p. 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 165. 105

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 12, p. 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 254. 106

Exactamente, en honor de los seis años que este joven pasó en la Compañía de Jesús, si damos crédito a un título anónimo: Divozione di Sei Domeniche in onore de' sei anni che San Luigi Gonzaga della Compagnia di Gesù visse in religione: da praticarsi da chiunque brami efficacemente procurarsi il potentissimo di lui Patrocinio, Turín, 1740. (Citado por P. STELLA, Valori spirituali…, p. 38, nota). El mismo autor (o. c., p. 37, nota) indica un librito de los seis domingos en honor de san Estanislao de Kostka.

222

107

A través de sus biografías de Luis Comollo y de Domingo Savio, en que se ven los frutos de conversaciones de este género entre amigos. Don Bosco creía en los beneficios de la amistad y de la corrección fraterna: «Dichoso quien tiene un monitor» (Memorias del Oratorio…, p. 54; ed. esp., Obras fundamentales, p. 370). 108

Aguinaldos espirituales para un director de colegio: G. Bosco a G. Bonetti, 30 de diciembre de 1868, en Epistolario, t. I, p. 600-601; G. Bosco a G. Bonetti, 30 de diciembre de 1874, ibid., t. II, p. 434. (Más adelante, documentos 24, 29, p. 268 y 278). Estos aguinaldos eran normales en Valdocco. 109

Como veremos más adelante, él pedía con san Felipe Neri que no se multiplicaran desconsideradamente (Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. 3, a. 9, p. 64; ed. esp., Obras fundamentales, p. 578), y las reducía al mínimo en el Reglamento de los Cooperadores salesianos (cap. 8; ed. esp., Obras fundamentales, p. 737; más adelante, documento 23, p. 266). 110

Notas de un oyente en los ejercicios espirituales de Trofarello, 26 de septiembre de 1868; según la edición de J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 355-356; ed. esp., p. 330. 111

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 12, p. 55; ed. esp., Obras fundamentales, p. 253. 112

Il tesoro nascosto, ovvero Pregi ed eccellenze della Messa, con un modo pratico e divoto per ascoltarla con frutto (col. L. C, año VIII, fasc. XII), Turín, 1861. 113

B. LÉONARD DE P ORT-MAURICE, Oeuvres, trad. C. SAINTE-FOI, t. III, París, 1869, p.

60. 114

G. Bosco a Mme. y Mlle. Lallemand, 5 de febrero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 422. Esta carta fue escrita en francés. 1

Según la reseña necrológica de este religioso (1836-1874), en las Brevi biografie dei confratelli salesiani chiamati da Dio alla vita eterna, Turín, 1876, p. 6. 2

S. ALFONSO DE LIGUORI, Opere ascetiche, t. II, Turín, 1846, p. 473.

3

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, Siete consideraciones…, p. 32; ed. esp., Obras fundamentales, p. 530. El subrayado es nuestro. La comparación entre ambos textos ha sido hecha por P. STELLA, Valori spirituali…, p. 66.

223

4

[J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., p. 7; ed. esp., Obras fundamentales, p 509.

5

G. Bosco a la condesa C. Callori, 3 de octubre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 513.

6

G. Bosco a la condesa G. Corsi, 22 de octubre de 1878, en Epistolario, t. III, p. 397.

7

G. Bosco a A. Boassi, 21 de julio de 1875, en Epistolario, t. II, p. 487.

8

Ver, más adelante, cap. 6, el párrafo sobre la castidad, p. 175.

9

Dos de estas afirmaciones en E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 113, que, por otra parte, no abusa de ellas; ed. esp. c., p. 82: la última de estas frases no se encuentra en el texto español. (N. del T.). 10

Memorias del Oratorio…, p. 24; ed. esp., Obras fundamentales, p. 350 (más adelante, documento 1, p. 237). 11

Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. I, p. 130-135; ed. esp., p. 121-125. Hemos podido comprobar que estos relatos se habían tomado, en su mayor parte, de los cuadernos del secretario de Don Bosco, Carlos Viglietti, que los había anotado en 18841885 (ASC 110, Viglietti). 12

Fórmula de unas buenas noches de 1864, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 834; ed. esp., p. 710. 13

G. Bosco a los salesianos y alumnos de Lanzo, 5 de enero de 1875, en Epistolario, t. II, p. 437. 14

G. Bosco a F. Bodrato, s. f. (mayo de 1877, según E. Ceria), en Epistolario, t. III, p. 172. 15

G. Bosco a A. Fortis, 29 de noviembre de 1879, en Epistolario, t. III, p. 531.

16

G. Bosco a G. B. Lemoyne, 29 de enero de 1868, en Epistolario, t. I, p. 539.

17

G. Bosco a M. Rua, 29 de enero de 1878, en Epistolario, t. III, p. 285. La sala en cuestión había sido utilizada por dicho arzobispo durante un reciente viaje a Italia. Ver también, entre los escritos del mismo tenor, G. Bosco a G. Bonetti, 1874, ibid., t. I, p 327 (más adelante, documento 20, p. 262); G. Bosco a G. Cagliero, 4 de diciembre de 1875, ibid., t. II, p. 531.

224

18

G. Bosco a G. Bonetti, 9 de febrero de 1870, en Epistolario, t. II, p. 74.

19

Todo esto en unas buenas noches del 7 de enero de 1876, reproducido por E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 28; ed. esp., p. 33. Conviene recordar que el invierno de Turín es muy rígido. 20

Una confesión en el corazón de un invierno difícil: «Las miserias entre nosotros aumentan horriblemente: el pan cuesta 50 céntimos el kilo; en total unos doce mil francos al mes y debemos ya dos meses; medio metro de nieve con frío intenso, y la mitad de los jóvenes llevan ropa de verano; recemos…» (G. Bosco a F. Oreglia, entonces en Roma, 3 de enero de 1868, en Epistolario, t. I, p. 525). 21

Ver G. Bosco al doctor Losana, 21 de mayo de 1878, en Epistolario, t. III, p. 346, con los datos del editor. Todas las apreciaciones de este género acerca de la obra de Don Bosco nunca habían sido tan desfavorables, como lo prueba un informe del doctor Serafino Biffi, en 1870, publicado en Milán (extracto en Epistolario, t. II, p. 139). 22

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 4, p. 18-19; ed. esp., Obras fundamentales, p. 138. 23

Ver, en las Memorias biográficas, las citas indicadas en el índice, voz Sanità.

24

Según una conversación reproducida por E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 343; ed. esp., p. 295. 25

Ver, en los párrafos ya indicados, su comportamiento con Giovanni Bonetti.

26

Turín, 1897, 588 páginas.

27

P. RICALDONE, Don Bosco educador, t. II, Colle Don Bosco, 1952, p. 107; ed. esp., Buenos Aires, 1954, vol. II, p. 87. 28

Ver más adelante, cap. 6, p. 157.

29

Ver E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 292; ed. esp., p. 251.

30

Por ejemplo, G. Bosco a G. Oreglia, s.j., 7 de agosto de 1868, en Epistolario, t. I, p. 570. 31

Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. V, p. 68; ed. esp., Obras fundamentales, p. 581. 225

32

A. CAVIGLIA, en Opere e scritti…, vol. I, segunda parte, Turin, 1929, p. 12, nota.

33

Ibid., p. 237 y ste.

34

E, CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 159; ed. esp., p. 142. Sobre esta academia, ver G. T OFFANIN, Storia dell 'Umanesimo, vol. IV: L'Arcadia, 2a ed., Bolonia, 1964, libro con demasiados detalles, pero que no habla de las Arcadias del siglo XIX; en francés, P. ARRIGHI, La littérature italienne, 2a ed., París, 1961, p. 50-52. 35

Ver nuestro trabajo Les Constitutions Salésiennes de 1966. Commentaire historique. 2 vol., Roma, 1969. 36

Memorias del Oratorio…, p. 124-127; ed. esp., Obras fundamentales, p. 414-416.

37

Regulae seu Constitutiones Societatis S. Francisci Salesii…, Turín, 1874, cp. 1, art. 4; ed. esp., Obras fundamentales, p. 667. 38

G. Bosco, Vita di S. Paolo…, 2a ed., Turín, 1878, cap. 1, p. 5.

39

Don Bosco daba preferentemente al término trabajo, sin otra determinación, el sentido de trabajo manual, y entonces lo oponía al estudio. Pero, como puede verse por su correspondencia con los sacerdotes salesianos, a quienes animaba al «trabajo», entendía también por esta palabra toda acción productiva, sea inmediatamente, sea a largo plazo, manual, intelectual o apostólica. En cambio, siempre distinguió el trabajo del juego y de la oración. 40

G. Bosco a G. Fagnano, 14 de noviembre de 1877, en Epistolario, t. III, p. 236.

41

J. FOLLIET, Réflexions critiques sur la civilisation du travail, en Recherches et débats, cuaderno 14, 1956, p. 164. El autor hace el elogio de esta «vieja sabiduría» «sensata». Es interesante que el napolitano Alfonso de Ligorio haya sido, desde el tiempo de su amistad con Comollo, uno de los modelos de Juan Bosco en su constante actividad: «(Comollo) tenía leído en la vida de San Alfonso que este santo había hecho voto de no perder nunca el tiempo. Esto había causado en Comollo una profunda admiración, y se esforzaba con todo empeño en imitarle. De ahí que, nada más penetrar en el seminario…» (J. Bosco, Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 3, p. 27; ed. esp., Obras fundamentales, p. 86. 42

Ver G. B. LEMOYNE, Scene morali di famiglia nella vita di Margherita Bosco, Turín, 1886, cap. 24. Este capítulo está consagrado a los Proverbios y máximas santas de la madre de Don Bosco. 226

43

Ya hemos hablado (cap. 1) de la «ley de los conventos», promulgada con este espíritu por el gobierno de los Estados sardos en 1855. 44

J. FOLLIET, Réflexions critiques…, art. c., p. 165.

45

Epistolario, t. III, p. 585. Por lo demás, la parte más importante de la frase es la fidelidad de la sociedad salesiana a la Iglesia católica. 46

G. Bosco a G. Costamagna, 9 de agosto de 1882, en Epistolario, t. IV, p. 160.

47

G. Bosco a M. Rua, s. f. (abril de 1876, según el editor), en Epistolario, t. III, p. 53.

48

G. Bosco a G. Cagliero, 16 de noviembre de 1876, en Epistolario, t. III, p. 114.

49

G. Bosco a la condesa G. Corsi, 22 de octubre de 1878, en Epistolario, t. III, p. 397. 50

G. Bosco a los salesianos, 6 de enero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 249.

51

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, primera época, cap. 1 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 131; ed. esp. c., p. 15). 52

G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, Máximas morales sacadas de la Sagrada Escritura (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 81). La sentencia de Job se encuentra sustancialmente en [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, De qué debe huir…, art. 1, p. 20; ed. esp., Obras fundamentales, p. 518. 53

«Los soldados habían perdido el hábito de las fatigas y de las incomodidades; lo cual debe enseñarnos que el ocio lleva consigo todos los vicios, y que sólo un trabajo asiduo hace a los hombres virtuosos, valientes y fuertes» (G. Bosco, Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, primera época, cap. 20, p. 57). 54

«Estos vicios (es decir, el ocio y el desenfreno) deshonran a los hombres y los hacen caer en el desprecio de todos los buenos» (ibid., primera época, cap. 29. p. 77-78). 55

Ibid., segunda época, cap. 1, p. 83.

56

Ibid., cuarta época, cap. 24, p. 380.

57

Ricordi per un giovanetto che desidera passar bene le vacanze, Turín, 1874, p. 2. Esta página parece ser toda de Don Bosco, según su carta a M. Rua, s. f. (agosto de 227

1873), en Epistolario, t. II, p. 295. 58

G. Bosco a N.N., 12 de enero de 1878, en Epistolario, t. III, p. 272. Ver también G. Bosco a T. Remotti, 11 de noviembre de 1877, en Epistolario, t. III, p. 235; y los Avvisi importanti ai giovani intorno ai loro doveri, § 4, art. 4, incluídos en G. Bosco, Porta teco…, Turín, 1878, p. 50. 59

II Tesalonicenses, 3, 10. Citado por G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, Máximas morales… (Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 81); en el Proyecto de Reglamento para la casa anexa…, segunda parte, cap. 2, art. 1, editado por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IV, p. 748; ed. esp., p. 575; etc. 60

G. Bosco a los primeros misioneros salesianos, 11 denoviembre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 517; ed. esp., Obras fundamentales, p. 787, art. 20). Añadir: «Si delectat magnitudo praemiorum, non deterreat certamen laborum» (G. Bosco a los salesianos, 6 de enero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 250). 61

«Piense cada uno que el hombre ha nacido para trabajar, y que solamente quien trabaja con amor y asiduidad tiene paz en el corazón y encuentra llevadero el cansancio» (Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. 7, art. 9, p. 75; ed. esp., Obras fundamentales, p. 585). No conocemos, sin embargo, al autor de este artículo, que no apareció sino más tarde en el corpus del Reglamento. Queda en pie que Don Bosco lo controló y lo aprobó. 62

Sobre Don Bosco y el trabajo, algunas notas instructivas de E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 262-269; ed. esp. Madrid, p. 179-184. 63

C. P ERA, O.P., I doni dello Spirito Santo nell'anima del beato Giovanni Bosco, Turín, 1930, p. 291-309. 64

Por lo menos, preceptor de familia rica (Memorias del Oratorio…, p. 120; ed. esp., Obras fundamentales, p. 411). 65

Memorias del Oratorio…, p. 27-28, 52-53, etc.; ed. esp., Obras fundamentales, p. 353 y 368-369. La anécdota de los dos eclesiásticos que, encargados de llevarlo a un manicomio a causa de sus «ideas fijas», corrieron el peligro de ser ellos los encerrados, tiene fundamento. Fue contada, efectivamente, por Don Bosco en su «autobiografía» (ibid., p. 164; ed. esp., Obras fundamentales, p. 439-440), y E. Ceria conocía incluso el nombre de las víctimas: Vincenzo Ponzati y Luigi Nasi (ibid., nota 81; ed. esp., ibid., p. 440). 66

Reflexión que la historiografía salesiana coloca en 1853. (Ver, por ejemplo, E. CERIA, 228

Don Bosco con Dios, ed. c., p. 104; ed. esp., p. 76-77. 67

Memorias del Oratorio…, , p. 38; ed. esp., Obras fundamentales, p. 360. Esta escena permite imaginar la violencia de otros altercados que dividieron aquella pequeña familia. 68

Memorias del Oratorio…, p. 60-61; ed. esp., Obras fundamentales, p. 373. Notemos estas líneas suficientemente elocuentes: «Al no encontrar a mi alcance ni una silla ni un palo, agarré por los hombros a un condiscípulo y me serví de él como de un garrote para golpear a mis enemigos. Cuatro cayeron tendidos por el suelo, y los otros huyeron gritando y pidiendo socorro…» (p. 61; ed. esp., p. 373). 69

Un estudio crítico del tratado de El sistema preventivo en la educación de la juventud debería iluminarnos sobre este punto. 70

J. B. Lemoyne (Memorias biográficas, t. VI, p. 832; ed. esp., p. 628) ha reproducido (¿con algún matiz edificante?) una respuesta oral de Don Bosco, inserta en el diario de Domenico Ruffino, el 16 de enero de 1861: «He estudiado mucho estas cuestiones (las opiniones teológicas de las diversas escuelas de moral y los sistemas sobre la eficacia de la gracia), pero mi sistema es aquel que redunda a la mayor gloria de Dos. ¿Qué me importa disponer de un sistema estrecho, si mandara las almas al infierno, o un sistema ancho si las manda al paraíso?». (D. RUFFINO, Cronache, cuaderno 2, p. 8-9, en ASC 110. El texto de G.B. Lemoyne, en Memorias biográficas, t. VI, p. 832; ed. esp., p. 628, no es enteramente fiel al original). 71

Memorias del Oratorio…, p. 31, 60, 81, 113, etc.; ed. esp., Obras fundamentales. p. 355, 373, 387, 406, etc. 72

Memorias del Oratorio…, p. 159; ed. esp., Obras fundamentales, p. 436.

73

Según E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIV, p. 114-115; ed. esp., p. 106. Esta expresión, puesta en la última parte de la vida de Don Bosco y en un tiempo en que sus palabras eran recogidas con sumo cuidado, inspira confianza. 74

La mayor parte de los proyectos de Constituciones salesianas entre 1859 y 1874 se pueden controlar fácilmente, puesto que se conservan en el Archivo Salesiano Central. 75

Ver A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1018; ed. esp., p. 937-938. Recordemos aquí la máxima escrita en un registro de su breviario: «Hermanos míos, llevad con vosotros la llave de vuestras celdas y la llave de vuestras lenguas» (S. Pedro Damián; más adelante, documento 5, p. 244).

229

76

G. Bosco a G. Cagliero, 13 de noviembre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 518.

77

J. Bosco a los misioneros salesianos, 11 de noviembre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 517; ed. esp., Obras fundamentales, p. 786. 78

G. Bosco a Carlo Vespignani, 11 de abril de 1877, en Epistolario, t. III, p. 166.

79

E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 255; ed. esp., p. 222. Esta reflexión fue también desarrollada por G. B. Lemoyne en el proceso diocesano de canonización, ad 22; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 665-666. 80

«Por lo que se refiere al profesor Nuc (sic), omnia probate, quod bonum est tenete» (G. Bosco a M. Rua, 21 de enero de 1879, en Epistolario, t. III, p. 439). 81

«Tal ha de ser la orientación en línea de máxima; ahora bien, cuando se llega al detalle, creo que se debe tratar cada asunto con la sencillez de la paloma y con la prudencia de la serpiente» (G. Bosco a G. Usuelli, 26 de noviembre de 1877, en Epistolario, t. III, p. 243). 82

«Respecto a su posición, no olvide el dicho: quien está bien, no se mueva; y quien hace el bien, no busque lo mejor. Muchos se ilusionaron y sin tener en cuenta esta máxima buscaron lo mejor y no fueron capaces de hacer ni siquiera el bien, porque, como dice otro proverbio, lo mejor es enemigo de lo bueno. Hablo con el corazón en la mano…» (G. Bosco a L. Guanella, 27 de julio de 1878, en Epistolario, t. III, p. 369370). Esta carta es preciosa para la exégesis de un proverbio familiar a Don Bosco, proverbio que, sin razón alguna, le ha hecho pasar por un conservador sistemático. 83

Consejo de Don Bosco a G. Bonetti, 6 de junio de 1870, en Epistolario, t. II, p. 96.

84

H.-D. NOBLE, Bonté, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. I, col. 1861.

85

Algunos detalles en E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 76-77, 224-231; ed. esp. c., p. 58-59, 154-159, respectivamente. Su correspondencia está llena de casos semejantes. 86

P. ALBERA, Lettere circolari ai Salesiani, Turín, 1922, p. 289: carta del 20 de abril de 1919. 87

Observación de E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVIII, p. 490; ed. esp., p. 425.

88

Ver su emoción ante las celdas de los encarcelados de Turín, en Memorias del 230

Oratorio…, p. 123; ed. esp., Obras fundamentales, p. 413. 89

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 2, p. 24; y passim; ed. esp., Obras fundamentales, p. 80. 90

G. Bosco, Rimembranza storico-funebre dei giovani dell'Oratorio di San Francesco di Sales verso al Sacerdote Caffasso Giuseppe…, Turín, 1860, cap. 5, p. 32. 91

J. Bosco, El sistema preventivo…, 1, en Reglamento para las casas…, Turín, 1877, Introducción, p. 3-6; ed. esp., Obras fundamentales, p. 561-563. 92

Memorias del Oratorio…, p. 44; ed. esp., Obras fundamentales, p. 363.

93

G. Bosco a G. Cagliero, 6 de agosto de 1885, en Epistolario, t. IV, p. 328.

94

G. Bosco a G. Bonetti, 30 de diciembre de 1874, en Epistolario, t. II, p. 434 (más adelante, documento 29, p. 278). 95

La escena entre Don Bosco y el joven jefe de la banda, Miguel Magone, en el andén de la estación de Carmagnola, es un modelo de toma de contacto (J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 1, p. 7-11; ed. esp., Obras fundamentales, p. 224-226). 96

J. Bosco, Recuerdos confidenciales…, Turín, 1886, art. Al mandar; ed. esp., Obras fundamentales, p. 556. 97

Condensado de I Corintios, 13, 4-7, en J. Bosco, El sistema preventivo…, en Reglamento para las casas…, o. c., p. 6; ed. esp., Obras fundamentales, p. 563. 98

En el Archivo Salesiano Central se conservan algunos cuadernos de versos.

99

G. Bosco a G. Rinaldi, 27 de noviembre de 1876, en Epistolario, t. III, p. 119.

100

Citemos aún al canónigo Burzio, párroco de la catedral de Chieri, que le consideraba sospechoso de magia (Memorias del Oratorio…, p. 72-73; ed. esp., Obras fundamentales, p. 381-382). 101

J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. I, p. 428-431; ed. esp., p. 346-348; etc.

102

Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. II, p. 99-102; ed. esp., p. 85-87.

231

103

«P.S. Saluda de mi parte al caballero Pelazza, al marqués Barale y a Cottino el poeta» (G. Bosco a G. Dogliani, 1875, en Epistolario, t. II, p. 462). 104

«Y don Bologna, ¿ha crecido?» (G. Bosco a M. Rua, 8 de marzo de 1875, en Epistolario, t II, p. 464). 105

G. Bosco a G. Rinaldi, 27 de noviembre de 1876, en Epistolario, t. III, p. 119.

106

Ver la carta citada fechada en «Turín, en el conservatorio de mi Musa» (ibid., p. 119) y, anteriormente, la nota 34 sobre Don Bosco y la academia de la Arcadia. 107

G. Bosco a G. Cagliero, 14 de noviembre de 1876, en Epistolario, t. III, p. 112. En el original, la reflexión de Gianduia, el famoso chistoso de mil anécdotas turinesas en el siglo XIX, está en dialecto piamontés. 108

Eclesiastés, 3, 12. Se notará que Don Bosco daba a esta frase un sentido moral que no tiene en el contexto del libro bíblico. 109

Ver, más adelante, documento 5, p. 243.

110

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 7, p. 28; ed. esp., Obras fundamentales, p. 145. 111

Memorias del Oratorio…, p. 52; ed. esp., Obras fundamentales, p. 368-369.

112

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 34: Recuerdos generales de S. Felipe Neri a la juventud. 113

Un mazzolin di fiori ai fanciulli e alle fanciulle…, o. c., Turín, 1836, p. 235; citado por P. STELLA, Valori spirituali…, p. 45. 114

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 2, p. 24; ed. esp., Obras fundamentales, p. 82. 115

P. STELLA, Valori spirituali…, p. 50.

116

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 34.

117

Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. I, p. 95; ed. esp., p. 93; según una confidencia de Don Bosco a Cario Viglietti, como hemos podido comprobar personalmente. 232

118

Ver Don Bosco con Dios, ed. c., p. 88-89; ed. esp., p. 66.

119

M. DUINO, L'homme au chien gris (col. Marabout junior), Verviers, s. f. (hacia 1956). 120

A. du BOYS, Dom Bosco et la Pieuse Société des Salésiens, París, 1884, p. 302.

121

Ver H. RAHNER, Eutrapélie, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. IV, col. 17261729. 122

Parecen pertinentes las siguientes líneas, aunque ya antiguas, de un testigo francés: «Todo el método consiste en procurar al alma un perfecto equilibrio. Nada más contrario al iluminismo que este peso y esta medida que tal método pide en la conducta de la vida; nada más opuesto a un ascetismo soñador que exigir a cada individuo la máxima actividad intelectual y moral» (A. du BOYS, Dom Bosco…, o. c., p. 310-311). 123

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 3, p. 16; ed. esp., Obras fundamentales, p. 229. Ver también: «Sé feliz, pero que tu dicha sea verdadera, como la de una conciencia limpia de pecado» (G. Bosco a S. Rossetti, 25 de julio de 1860, en Epistolario, t. I, p. 194). 124

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, p. 28: Los Seis domingos…, a. 6; repetido en todas las ediciones posteriores de la obra; ed. esp., Obras fundamentales, p. 524. 125

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed. Turín, 1880, cap. 18, p. 83; ed. esp., Obras fundamentales, p. 186. 126

E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVI, p. 264; ed. esp., p. 226.

127

G. Bosco a G. Bonetti, 9 de febrero de 1870, en Epistolario, t. II, p. 74.

128

J. Bosco, El sistema preventivo…, en el Reglamento para las casas…, Turín, 1877, Introducción, p. 7; ed. esp., Obras fundamentales, p. 563. 129

El mismo y Comollo, Domingo y Gavio, Domingo y Massaglia, sin contar los ejemplos que encontraba en la historia. 130

«Veis, queridos jóvenes, cuán cierto es que las dignidades del mundo no constituyen la verdadera felicidad. El hombre no puede considerarse feliz si no practica la virtud…» (G. Bosco, Storia d'Italia…, Turín, 1866, segunda época, cap. 14, p. 115). 233

131

G. Bosco a todos los alumnos del colegio de Lanzo, 3 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 5. 132

J. Bosco, El Pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap,. 34, p. 180; ed. esp., Obras fundamentales, p. 339. 133

[G. Bosco], Fatti contemporanei esposti in forma di dialogo, Turín, 1853, diálogo 2, p. 12. Reflexión presentada de nuevo, más brevemente, en G. Bosco, La forza della buona educazione…, Turín, 1855, cap. 6, p. 48; en G. Bosco a G. Turco, 23 de octubre de 1867, en Epistolario, t. I, p. 507; y, para uso de unos novios, en G. Bosco a A. Piccono, 4 de septiembre de 1875, en Epistolario, t. II, p. 508. 134

G. Bosco, La Storia d'Italia…, 5a ed., Turín, 1866, segunda época, cap. 12, p. 107: en un artículo sobre el emperador Alejandro Severo, cuyo sincretismo era favorable al judaísmo y al cristianismo. 135

J.-J- GAUME, Le ver rongeur des sociétés modernes, ou le paganisme dans l'éducation, París, 1851. 136

Sobre esta cuestión, ver R. AUBERT, Le pontifical de Pie IX, o. c., p. 57; J. LEFLON, Gaume, Jean-Joseph, en Catholicisme, t. IV, col. 1783. Es conocida la violencia de esta disputa, que hizo chocar sobre todo a Louis Veuillot y a Mons. Dupanloup. 137

Según el acta de la reunión, reproducida por E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 29; ed. esp., p. 32. 138

En el caso de Miguel Magone (J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 15, p. 84; ed. esp., Obras fundamentales, p. 262; más adelante, documento 16, p. 259). 139

G. ALIMONDA, G. BOSCO e il suo secolo, Turín, 1888, p. 22; ed. esp., Don Bosco y su siglo, Barcelona, 1888, p. 24. 1

G. Bosco, Cenni storici intorno alla vita della B. Caterina De Mattei…, Turín, 1862, Conclusión, p. 186 (más adelante, documento 17, p. 259). Don Bosco hace alusión a Efesios, 5, 14-17. 2

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, Avisos generales a los fieles cristianos, máxima 21 (más adelante, documento 11, p. 251). Repetido en la edición de 1878. 3

L. COGNET, L'ascèse chrétienne (Curso ciclostilado del Instituto católico de París), 234

París, 1965, p. 5. Algunas observaciones de este equilibrado trabajo han sido integradas en este capítulo. 4

Memorias del Oratorio…, p. 88; ed. esp., Obras fundamentales, p. 390 (más adelante, documento 2, p. 240). 5

Sueño del 10 de septiembre de 1881, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XV, p. 184, según ACS, S. 111, Sogni; ed. esp., p. 167-168. Según don Ceria, el original escrito por Don Bosco ha desaparecido, pero diversas copias lo han reconstruido con fidelidad. Ver también, en el mismo sentido, las alocuciones editadas o resumidas, ibid., t. XII, p. 353 (sueño de 1876, sobre «la fe, nuestro escudo y victoria»; ed. esp., p. 303); t. XIII, p. 432-433 (alocución del 31 de agosto de 1877 «Guardad la templanza en el comer y en el beber…»; ed. esp., p. 373); t. XIV, p. 363 (sermón de los ejercicios espirituales, septiembre de 1879: «Necesito ayunar alguna vez para vencer mis tentaciones…»; ed. esp., p. 314); etc. 6

G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 20 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 56). 7

G. Bosco, Biografía del sacerdote Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860, segunda parte, cap. 6, p. 94. 8

Memorias del Oratorio…, p. 95; ed. esp., Obras fundamentales, p. 395.

9

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 15, p. 72-75; ed. esp., Obras fundamentales, p. 174-175; Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 8, p. 41; ed. esp., Obras fundamentales, p. 242; A. AMADEI, Il servo di Dio, Michele Rua…, t. I, Turín, 1931, p. 178. 10

S. ALPHONSUSDE LIGUORIO, Praxis confessarii, cap. 9, § 3, ed. Gaudé, p. 247-253.

11

GIUSEPPE CAFASSO, Manoscritti vari…, en F. ACCORNERO, La dottrina spirituale…, o. c., p. 61. 12

Ver el capítulo sobre la «vida mortificada» de don Cafasso en G. Bosco, Biografia del sacerdote Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860, primera parte, cap. 6, p. 29-34. 13

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, l. c.; ed. esp., Obras fundamentales, p. 242. 14

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, o. c., p. 72; ed. esp., Obras fundamentales, p. 174. 235

15

I Corintios, 9,25.

16

Folleto de cuatro páginas, ACS, S. 132, C 3 y J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 998; ed. esp., p. 885. 17

Ibid.

18

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 15, p. 72; ed. esp., Obras fundamentales, p. 174. 19

Extracto de un cuaderno de Don Bosco para sermones a sus religiosos, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 986-987; ed. esp., p. 873 (más adelante, documento 26, p. 273), según I Juan, 1, 16. 20

Ibid. Estas notas las había tomado Don Bosco de san Alfonso de Ligorio (La vera sposa di Gesù Cristo…, cap. 2). 21

Don Bosco no dejaba de presentar a David o a Miguel Magone haciendo penitencia por sus pecados (J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, cuarta época, cap. 8; en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 209; ed. esp. c., p. 108; Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 10, p. 50; ed. esp., Obras fundamentales, p. 246). 22

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 4, p. 47-48; ed. esp., Obras fundamentales, p. 94-95. 23

[G. Bosco], Il cristiano guidato alla virtù ed alla civiltà secondo lo spirito di San Vincenzo de' Paoli…, Turín, 1848, día catorce p. 139. 24

Folleto citado, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 998; ed. esp., p. 885. 25

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 15, p. 74; ed. esp., Obras fundamentales, p. 174. 26

[G. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, ed. c., cap. 5, p. 65; ed. esp., Obras fundamentales, p. 103. 27

«Quien quiera gozar con Cristo, debe sufrir con Cristo». Ver II Timoteo, 2, 11; Romanos, 8, 17.

236

28

[J. Bosco], El joven instruido…, Turín, 1847, Los Seis domingos…, día segundo, p. 58; ed. esp., Barcelona, p. 63. 29

G. Bosco a los salesianos, 9 de junio de 1867, en Epistolario, t. I, p. 474. El repetía a san Pablo sólo ad sensum. 30

G. Bosco a los artesanos del Oratorio, 20 de enero de 1874, en Epistolario, t. II, p. 339. 31

Editado por E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 508-518; ed. esp., p. 429438; según un manuscrito del maestro de novicios, Giulio Barberis (ver p. 513-514; ed. esp., p. 433-435). 32

G. Bosco a los salesianos, 6 de enero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 250.

33

En E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, p. 288; ed. esp., p. 252-253; según el acta de la sesión del capítulo. (Más adelante, documento 31, p. 280). 34

Ver, por ejemplo, [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, De qué debe huir…, art. 1, p. 20; ed. esp., Obras fundamentales, p. 518. 35

Memorias del Oratorio…, p. 91-92; ed. esp., Obras fundamentales, p. 393. Ver [J. Bosco], Rasgos históricos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 5, p. 63; ed. esp., Obras fundamentales, p. 102; Regolamento della compagnia di San Luigi Gonzaga, manuscrito de 1847, corregido por Don Bosco, 3a: «Huir como de la peste de los malos compañeros…»; [J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., Los Seis domingos…, p. 61; ed. esp., Obras fundamentales, p. 519-520; El joven instruido, ed. esp. c., Barcelona, p. 65; [G. Bosco], Avvisi ai cattolici, Turín, 1853, p. 25; [G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 34, 41, 44; J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 9, p. 44; ed. esp., Obras fundamentales, p. 243-244; G. Bosco a O. Pavia, 15 de julio de 1863, en Epistolario, t. I, p. 275; El pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 11, p. 62-64; ed. esp., Obras fundamentales, p. 291; G. Bosco a G. Garofoli, 1o de junio de 1866, en Epistolario, t. I, p. 398; etc. Notemos, para prevenir interpretaciones forzadas, que estas recomendaciones iban todas dirigidas a jóvenes. 36

Conferencia de Don Bosco a los salesianos, 1878, según la copia en limpio de Giulio Barberis, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, p. 800; ed. esp., p. 678-679. 37

Conferencia de Don Bosco a los clérigos salesianos, enero de 1876, ibid., t. XII, p. 21-22; ed. esp., p. 28-29. 237

38

Ver, por ejemplo, el manuscrito inédito ya citado Congregazione di S. Francesco di Sales, cap.: Fin de esta congregación, art. 6 (más adelante, documento 12, p. 252). 39

G. Bosco a los salesianos, 12 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 8.

40

J. Bosco, El Pastorcillo de los Alpes…, ed. c., cap. 11, p 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 290 (texto no exacto; el original italiano dice: «lascia il mondo, che t'inganna»; Opere edite, vol. XV, p. 304) (N. del T.). 41

Ver esta reflexión pertinente acerca de los «malos compañeros» en la casa de Turín: «No quiero ni imaginarlo (que los haya). Pero, mirad. Se llama mal compañero al que, de cualquier manera, puede ocasionar la ofensa de Dios. Sucede muchas veces que, hasta los que no son malos en el fondo de su corazón, se convierten, por otro lado, en peligro de la ofensa de Dios; y, por esto, hay que decir que un compañero es peligroso para otro». (Conferencia citada de 1878, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIII, p. 800; ed. esp., p. 678). 42

J. Bosco, Historia sagrada…, 3a ed., Turín, 1863, séptima época, cap. 3 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 301; ed. esp., Barcelona, p. 204). 43

Ver, más arriba, cap. 2, el párrafo sobre el «ejercicio de la buena muerte» (p. 59).

44

Es verdad que, al principio, en conformidad con el ejemplo debidamente invocado de Jesucristo en Nazaret, los primeros estaban preparados para esta vida por medio de una iniciación espiritual e intelectual suficiente: «Jesucristo comenzó a hacer y enseñar; del mismo modo los socios empezarán a perfeccionarse a sí mismos con la práctica de las virtudes internas y externas, con el estudio, y luego trabajarán por el bien del prójimo» (Congregazione di S. Francesco di Sales, cap. c., art. 2; ver, más adelante, documento 12, p. 251). 45

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 18, p. 91; ed. esp., Obras fundamentales, cap. XIX, p. 189. 46

Ibid, p. 91-92; ed. esp., Obras fundamentales, p. 189.

47

G. Bosco a G. Bonetti, 30 de diciembre de 1868, en Epistolario, t. I, p. 600 (más adelante, documento 24, p. 268). La principal fuente de Don Bosco parece haya sido, más que el P. Rodríguez, la Vera sposa di Gesù Cristo…, de san Alfonso de Ligorio, cap. 10: Del desprendimiento de los parientes, y de otras personas; en sus conferencias se encuentran no sólo las ideas, sino incluso las citas bíblicas o patrísticas. 48

Ver Mateo, 10, 35-37. Esta cita figura en el cuaderno de esquemas de sermones de 238

Don Bosco, editado por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 990; ed. esp., p. 877: I parenti (ASC 132, Prediche, E, 4, p. 8). 49

Ibid., según Deuteronomio, 33, 9.

50

Conferencia a los salesianos del oratorio de Valdocco, 25 de junio de 1867, editada por J. B. LEMOYNE, en Memorias biográficas, t. VIII, p. 852-853; ed. esp., p. 725-726; conferencia de ejercicios espirituales, Trofarello, 16 de septiembre de 1869, en o. c., t. IX, p. 703-705, 990-991; ed. esp., p. 627-629, 877-878; conferencias generales de los días 17 y 18 de abril de 1874, en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1071; ed. esp., p. 985; buenas noches del 11 de mayo de 1875, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 240; ed. esp., p. 208; buenas noches del 20 de mayo de 1875, ibid., p. 242-243; ed. esp.,p. 210-211; conferencia a los novicios, 13 de diciembre de 1875, ibid., p. 516-517; ed. esp., p. 436-437; conferencia de ejercicios espirituales, Lanzo, 1875, ibid., p. 575, 580; ed. esp., p. 483-484, 487-488; circular de Don Bosco a los salesianos, 12 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 8; conferencia de ejercicios espirituales, Lanzo, 17 de septiembre de 1876, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 452-454; ed. esp., p. 384-386; conferencia a los salesianos de Valdocco, 30 de octubre de 1876, ibid., p. 561-562; ed. esp., p. 474-475; conferencia a los mismos, 25 de diciembre de 1876, ibid., p. 602; ed. esp., p. 507-508; buenas noches del 18 de junio de 1878, o. c., t. XIII, p. 807; ed. esp., p. 684. 51

Ver G. Bosco a G. Giulitto, 26 de septiembre de 1871, en Epistolario, t. II, p. 181; G. Bosco a Louis Cartier, 17 de septiembre de 1880, ibid., t. III, p. 626. 52

Sobre el peregrino, ver A. STOLZ, L'ascèse chrétienne, trad. franc., Chevetogne, 1948, p. 87-102, et passim. La espiritualidad sacramental de Don Bosco probablemente no era extraña a la renuncia que profesaba. (Sobre estas cuestiones, ver A. STOLZ, Théologie de la mystique, 2a ed., Chevetogne, s. f. [1947], p. 50-57, 215-236). 53

J. Bosco, Vida del ¡oven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 16, p. 71; ed. esp., Obras fundamentales, p. 178. 54

G. Bosco, Angelina…, Turín, 1869, cap. 9, p. 46 (más adelante, documento 25, p. 271). La historia de Angelina, hoy olvidada y, sin embargo, muy bien escrita y de agradable lectura, era toda ella un elogio de la pobreza ascética. 55

Circular de Don Bosco a sus cooperadores, en el Bollettino Salesiano, 1882, año VI, p.4. 56

Ver E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVII, p. 243-248; ed. esp., p. 214-218.

239

57

Según los catálogos que se conservan, su biblioteca debía de contener unos treinta mil volúmenes, cómputo que merecería ser comprobado. (Ed. it. añade: «Por lo demás, en una recensión de la edición francesa de este libro, Eugenio Valentini ha observado que, de todos modos, la biblioteca metropolitana de Turín era bastante más rica que la de Don Bosco»). 58

Ver, por ejemplo, Angelina…, cap. 8-9 (más adelante, documento 25, p. 269).

59

Ver las citas reunidas en F. ACCORNERO, La dottrina spirituale…, o. c., p. 70-71.

60

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, Los Seis domingos…, día cuarto, p. 62; ed. esp. c., Barcelona, p. 66-67. 61

G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 20 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 56). 62

Preparación de la fiesta de san Luis Gonzaga, 1864, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 680; ed. esp., p. 576. 63

Sociedad de S. Francisco de Sales, 1864, cap. 6; en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 877; ed. esp., p. 745. 64

Ver Reglas o Constituciones…, Turín, 1874, cap. 4; en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 960; ed. esp., p. 889-890; y en Obras fundamentales, p. 670, art. 7. 65

Bollettino Salesiano, 1882, año VI, p. 109-116. La «cortés observación» provenía de un «respetable cooperador», se nos dice en este artículo (p. 109). 66

Conferencia de Don Bosco pronunciada en Marsella el 17 de febrero de 1882, según un esquema manuscrito en ACS, S. 132, Prediche, H. 5 (Memorias biográficas, t. XV, documento 4, p. 694; ver la nota, ibid., p. 49; ed. esp., p. 594-595; nota en p. 53). 67

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, p. 29; ed. esp., Obras fundamentales, p. 654. 68

G. Bosco a G. Cagliero, 6 de agosto de 1885, en Epistolraio, t. IV, p. 328.

69

Cooperadores salesianos…, 8, art. 1 (más adelante, documento 33, p. 283); ed. esp., Obras fundamentales, p. 737-738. 70

Deliberazioni del secando Capitolo generale…, Turín, 1882, Distinzione 5: 240

Economía, p. 77-78. 71

J. DE LA VARENDE, Don Bosco, le XIXe. saint Jean, París, 1951, cap. 21, p. 235.

72

Según J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. I, p. 296; ed. esp., p. 247-248; muy probablemente, según una confidencia directa de Don Bosco en sus últimos años, como el contexto hace suponer. 73

Según G. B. LEMOYNE en el proceso apostólico de canonización ad 67, en Positio super virtutibus, t. I, p. 905. 74

Sermón de Don Bosco, según la crónica de Giovanni Bonetti, ACS, S. 110, Bonetti, I, p. 2 (Memorias biográficas, t. VI, p. 63; ed. esp., p. 59). 75

F. MAURIAC, Ce que je crois, París, 1962, p. 71-72.

76

G. Bosco a los jóvenes del colegio de Mirabello, 30 de diciembre de 1864, en Epistolario, t. I, p. 332. 77

Ver Mateo, 22, 30.

78

«Virtud de tal valor que quien la practica a la perfección merece ser llamado un ángel» [Anónimo], Divozione di Sei Domeniche in onore de' sei anni…, o. c., Turín, 1740, p. 11; citado en P. STELLA, Valori spirituali…, p. 37. 79

G. Bosco, Maniera facile…, 2a ed., Turín, 1855, § 20 (en Opere e scritti…, vol. I, primera parte, p. 56). 80

Conferencia a los salesianos, verano de 1875, según los apuntes de Giulio Barberis, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 581; ed. esp., p. 488. 81

Conferencia a los salesianos, 16 de junio de 1873, según los apuntes de Cesare Chiala, en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1089; ed. esp., p. 1000. 82

«La inocencia y la pureza son dos virtudes que se pueden llamar gemelas; la una se parece tanto a la otra que se confunden cuando se las quiere distinguir» (G. A. P ATRIGNANI, Vite di alcuni nobili convittori stati e morti nel seminario romano segnalati in bontà…, Turín, 1824, t. II, p. 167; citado por P. STELLA, Valori spirituali…, p. 36, nota). 83

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día veintiséis, p. 162. 241

84

Conferencia a los salesianos, 4 de junio de 1876, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 224; ed. esp., p. 197. 85

A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 35; ed. esp., p. 44. Ver también E. CERIA, ibid., t. XII, p. 224; ed. esp., p. 196-197. 86

A. CAVIGLIA, Conferenze sullo spirito salesiano (fasc, litografiado), Turín, 1949, p.

55. 87

Sobre los unos y los otros, ver G. Bosco a G. D., 7 de diciembre de 1855, en Epistolario, t. I, p. 118; J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 9, p. 44; ed. esp., Obras fundamentales, p. 243-244; un manuscrito de Don Bosco sobre la novena de la Inmaculada Concepción, diciembre de 1862, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 331; ed. esp., p. 286; una instrucción a los salesianos, 1869, ibid., t. IX, p. 708, 922; ed. esp., p. 631-632, 818; una instrucción a los salesianos, 1875, en E. CERIA, ibid, t. XI, p. 581-583; ed. esp., p. 488-491; G. Bosco a los salesianos, 12 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 8; etc. 88

Proverbios, 5, 8. (Ver, más adelante, documento 5, p. 243).

89

«Huye, si quieres vencer».

90

Conferencia citada de 1875, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 581; ed. esp., p. 489. 91

Combate espiritual, cap. 19: «Cómo hay que combatir el vicio de la impureza».

92

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, Divozione a María Santissima, p. 53; ed. esp., Obras fundamentales, p. 527. 93

Le Sei domeniche…, 8a ed., Turín, 1886, p. 26-27; cf. ed. esp., Obras fundamentales, p. 523; [J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 3, p. 35; ed. esp., Obras fundamentales, p. 89; J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 13, p. 55; cap. 16, p. 66-67; ed. esp., Obras fundamentales, p. 166-167, 176. 94

Instrucción de 1869, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 706-707; ed. esp., p. 630-631; instrucción del 24 de septiembre de 1870, según un esquema, ibid., p. 922; ed. esp., p. 818; carta citada, 12 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 8. 95

Ver Efesios, 5, 3. Él daba a este versículo el sentido de «que la impureza… ni se 242

nombre entre vosotros», sentido evidentemente ajeno al original bíblico. 96

La lectura de su Historia sagrada es significativa.

97

La primera había nacido en 1827. Ver, en el Epistolario, esta correspondencia, que permitiría tal vez escribir un libro sobre él análogo al de H. RAHNER, Ignace de Loyola et les femmes de son temps, trad. franc., París, 1964. 98

[Anónimo], Il Conte D. Carlo Cays di Giletta, en las Biografie dei Salesiani defunti nel 1882, Sampierdarena, 1883, p. 40-41. 99

Ver el interesante artículo de J. T ONNEAU, Devoir, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. III, col. 654-672, sobre todo 659-672. 100

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 7 (más adelante, documento 11, p. 251).

101

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 9, p. 48; ed. esp., Obras fundamentales, p. 153. 102

Ibid., cap. 20, p. 101; ed. esp., Obras fundamentales, cap. XXI, p. 200.

103

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 10, p. 53; ed. esp., Obras fundamentales, p. 247. 104

Ibid., cap. 7, p. 33; ed. esp., Obras fundamentales, p. 238.

105

Ibid., cap. 7, p. 33-39; ed. esp., Obras fundamentales, p. 238-241.

106

G. Bosco a M. Rua, 27 de diciembre de 1877, en Epistolario, t. III, p. 254.

107

El clérigo Giovanni Arata (1858-1878), en el librito anónimo Biografie dei Salesiani defunti negli anni 1883 e 1884, Turín, 1885, p. 14. 108

El clérigo Francesco Zappelli (1862-1883), ibid., p. 82.

109

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, «Lo que necesita un joven…», art. 4, p. 15; ed. esp., Obras fundamentales, p. 514. 110

Ver, por ejemplo, unas buenas noches del 30 de marzo de 1876, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 147; ed. esp., p. 132.

243

111

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, primera parte, Retrato del verdadero Cristiano, p. 21-22 (ver, más adelante, documento 8, p. 247). 112

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, p. 22; ed. esp., Obras fundamentales, p. 652. El versículo (Hebreos, 13, 17) citado en este lugar desconoce la negación: «no son los inferiores…». 113

[J. Bosco], El joven instruido…, l. c., p. 15; ed. esp., Obras fundamentales, p. 514. El texto añade curiosamente: «…a la Virgen y a San Luis» (!). 114

Según la crónica de Giovanni Bonetti (ACS, S. 110, Annali, III, p. 54-55). Ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 249; ed. esp., p. 219. 115

G. Bosco a la condesa C. Callori, 24 de julio de 1865, en Epistolario, t. I, p. 355356. Cinco de sus principales colaboradores se encontraban enfermos, Don Ruffino acababa de morir y Don Alasonatti estaba en punto de muerte. 116

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 15, p. 74; ed. esp., Obras fundamentales, p. 175. 117

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 8, p. 40; ed. esp., Obras fundamentales, p. 241. 118

J. Bosco, Recuerdos confidenciales…, Turín, 1886; reproducidos por A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1041; ed. esp., p. 959; y Obras fundamentales, p. 550. 119

G. Bosco a Mme. y Mlle. Lallemand, 5 de febrero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 422 (según la copia de una de las destinatarias). 120

Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. 8, art. 6, p. 76; ed. esp., Obras fundamentales, p. 586. 121

[J. Bosco], Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, Turín, 1844, cap. 3, p. 28; ver la 4a ed., Turín, 1884, cap. 6, p. 46; ed. esp., Obras fundamentales, p. 86. 122

Ver G. Bosco, Biografía del Sacerdote Giuseppe Caffasso…, Turín, 1860, primera parte, cap. 5, p. 28. 123

J. Bosco, El Pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 3, p. 17; ed. esp., Obras fundamentales, p. 272.

244

124

Ver una conferencia a los salesianos, 30 de octubre de 1876, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XII, p. 564; ed. esp., p. 476. 125

«Dios ama al que da con alegría» (II Corintios, 9, 7).

126

GIUSEPPE CAFASSO, Manoscritti vari, VI, 2240 A, citado en F. ACCORNERO, La dottrina spirituale…, p. 38, nota 18. Ver, para Don Bosco, Reglas o Constituciones…, Turín, 1874, cap. 3, art. 3: «Nemo anxietate vel petendi vel recusandi afficiatur» (Nadie se afane en pedir o rehusar); ed. esp., Obras fundamentales, p. 669. 127

Ver S. VINCENT DE P AUL, Entretiens spirituels aux missionnaires, ed. Dodin, París, 1960. 128

Ver G. B. FRANCESIA, Suor María Mazzarello. I primi due lustri delle Figlie di Maria Ausiliatrice, S. Benigno Canavese, 1906, p. 295-297. 129

Conferencia a las superioras de las salesianas, 15 de junio de 1874, en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 637; ed. esp. 582. 130

Conferencia a los salesianos, 18 de septiembre de 1869, según J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 713; ed. esp., p. 636. 131

J. Bosco, Recuerdos confidenciales…, Turín, 1886; en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1046; ed. esp., p. 963; y Obras fundamentales, p. 555-556. 132

Buenas noches del 20 de mayo de 1875, según E. CERIA, Memorias biográficas, t. XI, p. 405; ed. esp., p. 211. 133

A una señorita N. N., 10 de noviembre de 1886, en Epistolario, t. IV, p. 405.

134

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, p. 23; ed. esp., Obras fundamentales, p. 653. 135

E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 150; ed. esp. c., p. 106.

1

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día doce, p. 83.

2

Juan, 14,30.

3

G. Bosco, Il mese di maggio…, l. c., p. 85.

245

4

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 6; ed. esp., Obras fundamentales, p. 508. La frase provenía del Salmo 99, 2. 5

G. Bosco, Il mese di maggio…, l. c., p. 86.

6

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 17, p. 86-87; ed. esp., Obras fundamentales, p. 186. (Ver, más adelante, documento 14, p. 255). 7

G. Barberis, Proceso diocesano de canonización, ad 22; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 427. 8

M. Rua, ibid., ad 22, en Positio…, o. c., p. 667.

9

Ibid., ad 22, en Positio…, o. c., p. 732.

10

Ibid., ad 22, en Positio…, o. c., p. 734.

11

Particularmente afirmativo: «El Siervo de Dios tenía como fin primario y absoluto la gloria de Dios y la santificación de sus protegidos» (ibid., ad 16, en Positio…, o. c., p. 154). 12

Ibid., ad 22, en Positio…, o. c., p. 651.

13

Ibid., ad 22, en Positio…, o. c., p. 600 (según los Recuerdos confidenciales a los directores). 14

Citado (pero ¿según quién?), en la Responsio ad Animadversiones R.P.D. Promotoris fidei super dubio, Roma, 1907, p. 3 § 5. 15

E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 243; ed. esp. c., p. 166.

16

G. Bosco al Hermano Hervé de la Croix, s. f. (octubre de 1845) según Don Ceria, en Epistolario, t. I, p. 15. 17

G. Bosco, Il Sistema metrico decimale ridotto a semplicità…, 4a ed., Turín, 1851, p. 4. 18

G. Bosco al conde U. Grimaldi de Bellino, 24 de septiembre de 1863, en Epistolario, t. I, p. 280. 19

[J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., segunda parte, Después de la comunión, p. 246

102; ed. esp. c., Barcelona, p. 126. 20

G. Bosco a la condesa de Camburzano, 26 de diciembre de 1860, en Epistolario, t. I, p. 201. 21

G. Bosco a M. Rua, 1863, en Epistolario, t. I, p. 288. La evolución del documento, que se haría clásico en la tradición salesiana, dejaría entender que la expresión no era, de hecho, inteligible para los salesianos durante los últimos años de Don Bosco. En 1886, se leerá simplemente: «En los asuntos de mayor importancia eleva siempre un instante el corazón a Dios antes de deliberar» (Recuerdos confidenciales a los directores, 1886, en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1041; ed. esp., p. 959; y Obras fundamentales, p. 550). 22

G. Bosco, Vita di S. Paolo…, 2a ed., Turín, 1878, cap. 2, p. 12. Más abajo, con Bernabé: «Los santos apóstoles, que no buscaban sino la gloria de Dios…» (ibid., cap. 6, p. 25). 23

Panegírico escrito, mayo de 1868, ya citado; en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 215; ed. esp., p. 211. 24

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, 9a ed., Turín, 1870, quinta época, cap. 4, p. 302. (Ver, más adelante, documento 27, p. 276). 25

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 16, p. 71; ed. esp., Obras fundamentales, p. 179. Ver también el discurso del profesor Píceo sobre su alumno Domingo, ibid., cap. 26, p. 122; ed. esp., Obras fundamentales, p. 216. 26

El texto añade: «…y la salvación de las almas». (Panegírico citado de san Felipe Neri, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 214; ed. esp., p. 210). 27

Según A. Brou, citado por P. P OURRAT, La spiritualité chrétienne, t. III, París, 1925, p.51. 28

G. Cagliero, Proceso diocesano de canonización, ad 22; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 748. 29

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 14, p. 63; ed. esp., Obras fundamentales, p. 172; G. Bosco a los salesianos, 1868, en Epistolario, t. I. p. 551; G. Bosco a C. Louvet, 3 de mayo de 1887, ibid., t. IV, p. 477. 30

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 20, p. 98; ed. esp., Obras fundamentales, p. 196. Se lee una reflexión análoga en el cap. 27, p. 128; ed. esp., 247

Obras fundamentales, p. 219. 31

G. Bosco a A. Savio, 13 de septiembre de 1870, en Epistolario, t. II, p. 117.

32

G. Bosco a la superiora de las Fieles Compañeras, 16 de junio de 1871, ibid., p. 165.

33

S. Marchisio, Proceso diocesano de canonización, ad 22; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 604. 34

G. Bosco a la marquesa M. Fassati, 21 de abril de 1866, en Epistolario, t. I, p. 387. La fecha, que el editor de esta colección tal vez se olvidó de transcribir, ha sido recuperada en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 292; ed. esp., p. 276. 35

G. Bosco a G. B. Verlucca, 18 de julio de 1866, en Epistolario, t. I, p. 413.

36

G. Bosco, aguinaldo espiritual a un miembro de la familia Provera, 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 38; ed. esp., p. 47. 37

G. Bosco al canónigo A. Vogliotti, 20 de mayo de 1869, en Epistolario, t. II, p. 29.

38

G. Bosco a D. Belmonte, 22 de septiembre de 1869, en Epistolario, t. II, p. 48.

39

G. Bosco al cardenal P. De Silvestri, 21 de julio de 1869, en Epistolario, t. II, p. 38.

40

G. Bosco al arzobispo de Turín, 28 de noviembre de 1869, en Epistolario, t. II, p.

63. 41

Relación a la Santa Sede sobre la Sociedad salesiana en 1870, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 788; ed. esp., p. 702. 42

G. Bosco a la condesa C. Callori, 28 de abril de 1870, en Epistolario, t. II, p. 87.

43

G. Bosco a los alumnos de Lanzo, 26 de diciembre de 1872, en Epistolario, t. II, p. 245. 44

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, p. 24; según Efesios, 6, 4.

45

Ver Cooperadores salesianos…, 3; ed. esp., Obras fundamentales, p. 734 (más adelante, documento 33, p. 283). 46

G. Bosco a los salesianos, 1o de mayo de 1887, en E. CERIA, Memorias biográficas, 248

t. XVIII, p. 759; ed. esp., 641. 47

Ver, por ejemplo, más adelante, documento 23, las notas de una conferencia del 27 de septiembre de 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 355-356; ed. esp., p. 330-331. 48

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, Turín, 1861, cap. 9, p. 46-47, ya citado; ed. esp., Obras fundamentales, p. 244. 49

Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. 3, art. 9, p. 64; ed. esp., Obras fundamentales, p. 578. 50

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, segunda parte, p. 77; ed. esp. c., Barcelona, p. 86; G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 30. 51

En [J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., primera parte, Los Seis domingos…, día octavo: S. Luis modelo de oración, p. 68-70; ed. esp. c., Barcelona, p. 74. 52

G. B. Anfossi, en el Proceso diocesano de canonización, ad 22; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 442. 53

Apuntes autógrafos, ASC 132, Prediche; ver J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 997; ed. esp., p. 884. 54

Reglamento para las casas…, Turín, 1877, segunda parte, cap. 3, art. 3, p. 63; ed. esp., Obras fundamentales, p. 578. 55

J. Bosco, Rasgos biográficos del clérigo Luis Comollo…, 4a ed., Turín, 1884, cap. 4, p. 32; ed. esp., Obras fundamentales, p. 94. 56

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 13, p. 63; ed. esp., Obras fundamentales, p. 166. 57

J. Bosco, Apuntes biográficos del ¡oven Miguel Magone…, Turín, 18861, cap. 5, pp. 29-31; ed. esp., Obras fundamentales, p. 236-238; El Pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 22, p. 114-115; ed. esp., Obras fundamentales, p. 311-313. 58

«Compositus corporis habitus, clara, religiosa et distincta pronuntiatio verborum, quae in divinis officiis continentur, modestia domi forisque in verbis, adspectu et incessu, ita in sociis nostris praefulgere debent, ut his potissimum a caeteris distinguantur» (La compostura exterior, la pronunciación clara, devota y distinta en los divinos oficios, la 249

modestia en el hablar, mirar y andar, en casa y fuera de ella, deben brillar de tal manera en los socios, que en esto se distingan de los demás) (Constitutiones Societatis S. Francisci Salesii, aprobadas en 1874, cap. 13, art. 2; ed. A. AMADEI, en Memorias biográficas, t. X, p. 982; ed. esp., p. 907; la traducción está tomada de Obras fundamentales, p. 681). 59

G. Bosco a los alumnos del oratorio de Valdocco, 23 de julio de 1861, en Epistolario, t. I, p. 207. 60

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, p. 29.

61

Ver, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. V, p. 940 (ed. esp., p. 669) la edición, cuya exactitud en este punto hemos podido comprobar, de un manuscrito antiguo de estas Constituciones, cap., Prácticas de piedad, art. 3. 62

S. SVEGLIATI, Animadversiones in Constitutiones Sociorum sub titulo S. Francisci Salesii in Diocoesi Taurinensi, 1864, art. 8: «Optandum est ut socii plusquam unius horae spatio orationi vocali et mentali quotidie vacent…» (editado en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. VII, p. 708; ed. esp., p. 599. Trad. esp.: «Es de desear que los socios se dediquen cada día a la oración vocal y mental durante más de una hora…»). 63

Según una instrucción del santo pronunciada en Trofallero, 26 de septiembre de 1868, editada por J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 355; ed. esp., p. 330. 64

Relación Prato, en el Proceso diocesano de canonización de Giuseppe Cafasso, p. 875; según A. GRAZTOLI, Modelo de confesores, San José Cafasso, Madrid, 1957, p. 102. 65

Estando a las Regulae Seminariorum archiepiscopalium clericorum, Turín, 1875, p. 63-64, reglas que, en este caso, son del todo conformes con las normas de los religiosos salesianos. 66

Ver, por ejemplo, lo que dice E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 2-3; ed. esp., ed., Barcelona, 1956, p. 5-6. (La 3a ed., Madrid, 1984, no tiene esta introducción. N. del T.). 2a 67

G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, ed. c., p. 39.

68

Ver los artículos o capítulos sobre el espíritu de oración, en J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 13, p. 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 166; El Pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 22, p. 113-119; ed. esp., Obras fundamentales, p. 311-313. 250

69

[J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, primera parte, Los Seis domingos…, día octavo, p. 69; ed. esp. c., Barcelona, p. 74. 70

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 13, p. 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 166. 71

J. Bosco, El Pastorcillo de los Alpes…, ed. c., cap. 22, p. 117-118; ed. esp., Obras fundamentales, p. 313. 72

G. Cagliero, en el Proceso apostólico de Domingo Savio, ad 17; en la Positio super virtutibus, Roma, 1926, p. 129. 73

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…ed. c., cap. 19; ed. esp., Obras fundamentales, p. 195. 74

Desarrollado abundantemente por E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., cap. 17, p. 327-349; Don de oración; ed. esp. Madrid, p. 224-238. 75

Isaías, 6, 1-3.

76

[J. Bosco], El joven instruido…, ed. c., primera parte, Los Seis domingos…, día octavo, p. 69; ed. esp. c., Barcelona, p. 74-75. 77

Salmos, 85, 2-4.

78

Cooperadores salesianos…, 1. (Ver, más adelante, documento 33, p. 282).

79

Ibid., 3.

80

Conferencia pronunciada en Lucca, en el Bollettino Salesiano, 1882, año VI, p. 81-

82. 81

Sermón pronunciado en Niza, 21 de agosto de 1879, según E. CERIA, Memorias biográficas, t. XIV, p. 258; ed. esp., p. 226. La falta de fuentes hace sospechosa esta afirmación, pero está en pleno acuerdo con otras frases ciertamente auténticas de Don Bosco. 82

G. Bosco, Il mese di maggio…, 8a ed., Turín, 1874, día veintinueve, p. 178.

83

«La caridad cristiana, que ya había obrado tantas maravillas, debía todavía realizar 251

otras nuevas y, bajo algunos aspectos, más admirables en la persona de san Vicente de Paúl» (G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva ed., Turín, 1870, quinta época, cap. 5, p. 308). 84

Ver aún J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 8, p. 38; ed. esp., Obras fundamentales, p. 147. 85

G. Bosco, Vita di S. Paolo…, 2a ed., Turín, 1878, cap. 21, p. 99.

86

G. Bosco, Vita di San Martina…, 2a ed., Turín, 1886, cap. 11, p. 79.

87

G. Bosco, Il mese di maggio…, l. c., p. 178.

88

Ver, por ejemplo, su conferencia a los salesianos, 18 de septiembre de 1869, ya citada. 89

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 16, p. 71; ed. esp., Obras fundamentales, p. 178-179; Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 10, p. 48, 49; ed. esp., Obras fundamentales, p. 245, 246. 90

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 11 ed. esp., Obras fundamentales, p. 157-161; (más adelante, documento 13, p. 252); Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 10, 11, passim; ed. esp., Obras fundamentales, p. 245-251. Aquí hacemos notar, una vez más, las afinidades de su enseñanza con la de san Alfonso, por ejemplo en la Vera sposa di Gesù Cristo…, cap. 12: De la caridad del prójimo. 91

G. Bosco, Il mese di maggio…, l. c., p. 175.

92

Ibid., p. 175. El autor da esa definición de forma explícita: «Yo entiendo por limosna cualquier obra de misericordia…», etc. 93

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 11, p. 53; ed. esp., Obras fundamentales, p. 157. (Ver, más adelante, documento 13, p. 252). 94

Congregazione di S. Francesco di Sales, manuscrito citado, cap: Fin de esta Sociedad, art. 1. (Más adelante, documento 12, p. 251). (Memorias biográficas, t. V, 933; ed. esp., p. 663). 95

Panegírico escrito ya citado de san Felipe Neri, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 216; ed. esp., p. 216. (Más adelante, documento 21, p. 264).

252

96

Associazione di buone opere, Turín, 1875, III, p. 6. Después de haber recibido el breve de Pío IX, Don Bosco, en el texto definitivo, atribuirá a esta idea el patrocinio pontificio (ver, más adelante, documento 33, p. 283). 97

A falta de documentación más precisa, sacamos esta conclusión hipotética por la evolución del artículo citado de las Constituciones salesianas, cuyo único fin del texto primitivo: la perfección cristiana por el ejercicio de la caridad, comenzó a separarse en dos fines conjuntos: la perfección cristiana y el ejercicio de la caridad, hacia el período en que estas Constituciones fueron sometidas a la aprobación de Roma. En la versión aprobada en 1874, se lee: «Huc adspectat Salesianae Congregationis finis, ut socii simul ad perfectionem christianam nitentes, quaeque charitatis opera tum spiritualia tum corporalia erga adolescentes, praesertim si pauperiores sint, exerceant…» (edición A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X., p. 956; ed. esp., p. 886, en latín; traducción española en Obras fundamentales, p. 667: «La Sociedad salesiana tiene por fin la perfección cristiana de sus miembros, toda obra de caridad espiritual o corporal en bien de los jóvenes, especialmente los más pobres…»). 98

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., p. 175-176.

99

J. Bosco, El Pastorcillo de los Alpes…, Turín, 1864, cap. 34, p. 179-180, en la conclusión del libro; ed. esp., Obras fundamentales, p. 339 (ver, más adelante, documento 19, p. 261). Añadir, en el mismo sentido: Maniera facile…, 5a ed., Turín, 1877, p. 101: las máximas diecinueve y veinte sacadas de la Sagrada Escritura. 100

Panegírico citado de san Felipe Neri, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 221; ed. esp., p. 216; Cooperadores salesianos…, Sampierdarena, 1877, Introducción; ed. esp., Obras fundamentales, p. 732 («Salvaste un alma, predestinaste la tuya»). 101

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 11, p. 56; ed. esp., Obras fundamentales, p. 160. 102

Ibid., cap. 12, p. 62; ed. esp., Obras fundamentales, p. 165.

103

J. Bosco, Apuntes biográficos del joven Miguel Magone…, ed. c., cap. 10, p. 47; ed. esp., Obras fundamentales, p. 245. 104

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 11, p. 55; ed. esp., Obras fundamentales, p. 160. 105

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veintinueve, p. 177: «Pero no olvides 253

que los pobres son tus hermanos…». 106

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1885, cap.: Caridad fraterna, p. 34; ed. esp., Obras fundamentales, p. 659. El párrafo, que falta en las ediciones de 1875 y de 1877, es, pues, tardío; pero, como era costumbre en Don Bosco, fue firmado por él con conocimiento de causa. La misma idea se encuentra en G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día veintinueve, p. 175; y en una alocución a los cooperadores salesianos de La Spezia, 9 de abril de 1884, según el Bollettino Salesiano, mayo de 1884, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVII, p. 70; ed. esp., p. 69-70. 107

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, ed. c., cap. 11, p. 53; ed. esp., Obras fundamentales, p. 157. El mismo motivo reaparecerá un poco más adelante en el mismo capítulo (p. 55; ed. esp., p. 157 ), pero en una forma menos precisa (ver, más adelante, documento 13, p. 252). 108

«El Señor (…) os conceda que, practicando estas sencillas indicaciones, podáis conseguir la salvación de vuestra alma y aumentar de esta suerte la gloria de Dios, único objetivo de esta compilación» [J. Bosco], El joven instruido…, 2a ed., Turín, 1851, p. 8; ed. esp., Obras fundamentales, p. 509. Más tarde se leerá, tal vez porque la frase había parecido demasiado compleja para los muchachos: «El Señor (…) os conceda que, practicando estas sencillas indicaciones, podáis aumentar la gloria de Dios y conseguir la salvación del alma, fin supremo para el que fuimos creados» (o. c., ed. 101a, Turín, 1885, p. 8; ed. esp., ibid.). De todas formas, este cambio de acento merecería ser estudiado a fondo. 109

Ver, más arriba, cap. 6, p. 180.

110

El problema de la vocación en los diversos estados en el pensamiento de Don Bosco merecería un estudio particular. Su doctrina se asemejaba a la de san Alfonso: quien rechaza la llamada del Señor pone en grave peligro su salvación. (Ver, para san Alfonso, G. CACCIATORE, en S. ALFONSO M. DE LIGUORI, Opere ascetiche. Introduzione generale…, 1960, p. 228-229). 111

G. Bosco, Il mese di maggio…, ed. c., día nueve, p. 68-70.

112

Ver, más arriba, cap. 2.

113

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva ed., Turín, 1870, tercera época, cap. 6, p.

216. 114

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858: en una serie de consejos tomados de una 254

carta del Beato Valfré. 115

[Anónimo], Il Cattolico provveduto…, Turín, 1868, p. 532; en una meditación muy probablemente copiada. 116

Así la madre de Pedro, en G. Bosco, La forza della buona educazione…, Turín, 1855. (En esp.: Pedro, o la fuerza de la buena educación). 117

G. Bosco, Angelina o l'Orfanella degli Appennini, Turín, 1869.

118

G. Bosco, La forza…, cap. 11-15, p. 75-101.

119

[G. Bosco], Porta teco…, Turín, 1858, Avisos particulares a los padres de familia…, Conducta pública en el pueblo, p. 30-32. 120

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva ed., Turín, 1870, cuarta época, cap. 2, p.

237. 121

G. Bosco, Severino…, Turín, 1868, cap. 26, p. 175.

122

Sueño escrito del 10 de septiembre de 1881, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XV, p. 183; ed. esp., p. 167. 123

G. Bosco, Severino…, o. c., cap. 22-23, p. 146-161, y passim.

124

G. Bosco, Vita di San Pietro…, Turín, 1856, cap. 14, p. 80-81.

125

Creemos encontrar solamente estos pensamientos de Allegro, uno de los simpáticos personajes de La casa della fortuna: «No, no, el dinero y la riqueza no pueden llenar el corazón del hombre, sino sólo el buen uso que se hace de ellos. Cada uno, por lo tanto, conténtese con su estado sin pretender más de lo que necesita. Un trozo de pan, una porción de polenta, un plato de sopa me bastan» (G. Bosco, La casa della fortuna, 2a ed., Turín, 1888, acto 1, escena 1, p. 9). 126

G. Bosco, Severino…, o. c., cap. 4, p. 22. Esta reflexión del padre de Severino fue ciertamente asumida por el autor de la biografía. 127

Ibid. Notemos de paso que la equivalencia: trabajo igual a oración, no existe en ninguna parte en Don Bosco, aunque se haya querido pretender otra cosa sobre este punto. El capítulo del P. A. AUFFRAY, en En cordée derrière un guide sûr, saint Jean Bosco, Lyon, s. f. (1948), p. 31-36, titulado: «El trabajo es oración no es, pues, una 255

expresión feliz». 128

G. Bosco, La forza della buona educazione…, o. c., cap. 11, p. 89.

129

Ver también G. Bosco, La Chiave del Paradiso…, 2a ed., Turín, 1857, pp. 20-23 (más adelante, documento 8, pp. 247-248). 130

[G. Bosco], Porta teco…, o. c., p. 22-29.

131

Ver, por ejemplo, G. Bosco, Severino…, o. c., cap. 2, p. 10-11.

132

G. Bosco, Angelina…, o. c., cap. 1, p. 7-8.

133

Conferencia citada, Lucca, 1882; en Bollettino Salesiano, 1882, año VI, p. 81.

134

Cooperadores salesianos…, 1; ed. esp., Obras fundamentales, p. 733 (ver más adelante, documento 33, p. 282). 135

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, Turín, 1859, cap. 11, p. 55-56; ed. esp., Obras fundamentales, p. 159-160 (más adelante, documento 13, p. 253). 136

Ver J. GUITTON, L'Eglise el les laïcs, París, 1963, p. 143-150.

137

Y también otras sociedades menos conocidas, como la Congregación de los Padres seculares de las escuelas de caridad, fundada en Venecia por Antonio Angelo y Marco De Cavanis y aprobada por Gregorio XVI el 21 de mayo de 1836. 138

La doctrina de Don Bosco sobre la vida religiosa se encuentra sobre todo en sus conferencias y en las cartas circulares a los salesianos. Ver en particular los esquemas de conferencias de 1872 a 1875 reunidos en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1083-1091; ed. esp., p. 995-1002; y las cartas circulares siguientes: sobre la entrada en la sociedad, 9 de junio de 1867, en Epistolario, t. I, p. 473-475; sobre la unidad de espíritu y de administración, s. f., o. c., p. 555-557 (esta carta, editada según un proyecto autógrafo, nunca fue enviada); sobre el espíritu de familia, 15 de agosto de 1869, o. c., t. II, p. 43-45; sobre la economía, 4 de junio de 1873, o. c., p. 285-286; sobre la disciplina religiosa, 15 de noviembre de 1873, o. c., p. 319-321; sobre las Constituciones salesianas, 15 de agosto de 1874: Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1875 (texto aumentado en las ediciones de 1877 y de 1885, sin que fuera modificada la fecha del documento; ed. esp., Obras fundamentales, p. 641-666); sobre algunos puntos de disciplina religiosa, 12 de enero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 6-9; a los directores de casas, sobre algunas cuestiones de vida religiosa, 29 de noviembre de 1880, o. c., 637-638; sobre la observancia de las constituciones, 6 de enero de 1884, o. c., t. IV, p. 256

248-250; testamento espiritual, hacia 1884, en E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVII, p. 257-273; ed. esp., p. 225-239; ver también, para este argumento, Epistolario, t. IV, p. 392-393. 139

Ver las notas autógrafas de conferencias sobre la vida religiosa, editadas en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, apéndice A, p. 986-987; ed. esp., p. 872-873; G. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, Entrada en religión; ed. esp., Obras fundamentales, p. 641-642. 140

Conferencia del 29 de octubre de 1872, notas de Cesare Chiala, reproducidas en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1085; ed. esp., p. 997. Ver también: «Para asegurar la salvación de la propia alma, (Luis Gonzaga) resolvió abrazar el estado religioso…» [G. Bosco], Los Seis domingos…, 8a ed., Turín, 1886, Cenni sopra la vita…p. 15). 141

Testamento espiritual, en Epistolario, t. IV, p. 392 ; ed. esp. en Memorias biográficas, t. XVII, p. 227. 142

Conferencia del 1o de septiembre de 1873, notas de Cesare Chiala, en A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 1087; ed. esp., p. 999. 143

Conferencia citada del 1o de septiembre de 1873, ibid.; J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, ed. c., Votos, p. 19; ed. esp., Obras fundamentales, p. 651. 144

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, ibid.; ed. esp., Obras fundamentales, p. 651. 145

G. Bosco a los salesianos, 6 de enero de 1884, en Epistolario, t. IV, p. 249.

146

Ibid., p. 250.

147

Ver, sobre la Iglesia de Jerusalén, G. Bosco, Vita di San Pietro…, Turín, 1856, cap. 15, p. 82; Storia ecclesiastica…, nueva ed., Turín, 1870, primera época, cap. 2, p. 24; Maniera facile…, 5a ed., Turín, 1877, § 27, p. 75; etc. Es evidente que la expresión tan frecuente en su pluma: «un solo corazón y un sola alma», dependía de la idea que él tenía de la Iglesia. 148

Regulae seu Constitutiones…, 1874, cap. 4, art. 7 (ver la edición A. AMADEI, Memorias biográficas, t. X, p. 962; ed. esp., p. 890, en latín; Obras fundamentales, p. 670, en español).

257

149

G. Bosco a los salesianos, 15 de agosto de 1869, en Epistolario, t. II, p. 43-44.

150

Ver, por ejemplo, G. Bosco a G. Garino, 1863, en Epistolario, t. I, p. 276; G. Bosco a G. Bonetti, 1864, ibid., p. 327; G. Bosco a D. Tomatis, 7 de marzo de 1876, ibid., t. III, p. 26-27 (más adelante, documentos 18, 20, 30). 151

G. Bosco a los salesianos, 9 de junio de 1867, en Epistolario, t.I, p. 475.

152

J. Bosco, Introducción a las Reglas o Constituciones…, Turín, 1877, Votos, p. 19; ed. esp., Obras fundamentales, p. 651. 153

Don Bosco decía, según un testimonio seguro de su proceso de canonización: «Un sacerdote es siempre un sacerdote… Ser sacerdote quiere decir tener continuamente en vista el gran interés de Dios, es decir, la salvación de las almas» (G. B. Lemoyne, Proceso diocesano de Canonización, ad 13; en Positio super introductione causae. Summarium, p. 122). 154

Según las Memorias del Oratorio…, p. 161; ed. esp., Obras fundamentales, p. 438.

155

G. Bosco a un sacerdote de Forlí, 25 de octubre de 1878, en Epistolario, t. III, p. 399 (más adelante, documento 32, p. 281). 156

Hoja con los propósitos de Don Bosco en sus ejercicios espirituales en 1847, según E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 93; ed. esp. c., Madrid, p. 69. 157

Apuntes tomados por un oyente de Don Bosco de un discurso sobre el sacerdote, editados en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 343-344; ed. esp., p. 319320 (más adelante, documento 22, p. 265). 158

Ver, sobre las fuentes de las obras de san Alfonso respecto del sacerdocio, G. CACCIATORE, en la obra colectiva S. ALFONSO M. DE LIGUORI, Opere ascetiche. Introduzione generale…, o. c., p. 224-231. 159

G. Bosco a los alumnos de las clases superiores de Borgo San Martino, 17 de junio de 1879, en Epistolario, t. III, p. 476. 160

Hoja de propósitos antes citada, en E. CERIA, Don Bosco con Dios, ed. c., p. 93; ed. esp. c., Madrid, p. 69. 161

Ver [G. Bosco], Il Cristiano guidato…, Turín, 1848, Prefacio, p. 4; apuntes tomados por un oyente en 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 258

344; ed. esp., p. 320 (más adelante, documento 22, p. 266). 162

J. Bosco, Vida del joven Domingo Savio…, 6a ed., Turín, 1880, cap. 19, p. 92, nota; en la ed. esp. Obras fundamentales, no se encuentra este texto; sí en Opere e scritti, IV, 478 (nota amplia de Don Bosco). Sobre Valfré, en Obras fundamentales, p. 192 (sólo en parte). (N. del T.). 163

Panegírico escrito, ya citado, de mayo de 1868, en J. B. LEMOYNE, Memorias biográficas, t. IX, p. 215; ed. esp., p. 211. 164

Panegírico citado, ibid., p. 219, 220; ed. esp., p. 214-215.

165

Panegírico citado, ibid., p. 220; ed. esp., p. 215.

166

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, nueva ed., Turín, 1870, quinta época, cap. 4, p.

295. 167

Panegírico citado, l. c., p. 214-215; ed. esp., p. 211.

168

Ibid., p. 214; ed. esp., p. 210.

169

G. Bosco, Storia ecclesiastica…, ed. c., l. c., p. 295-296.

170

Panegírico citado, l. c., p. 217, 219; ed. esp., p. 213, 219.

1

Eclesiastés, 3, 12 (ver, más adelante, documento 5, sentencia 5, p. 243).

2

M. Pourrat, de quien tomamos esta clasificación, ponía a san Francisco de Sales aparte (P. P OURRAT, La spiritualité chrétienne, t. III, París, p. VI-VII, y passim). 3

Ver, por ejemplo, P. P OURRAT, La spiritualité chrétienne, t. III, p. 344 y ste.; L. COGNET, De la dévotion moderne a la spiritualité française, París, 1958, p. 44-47. 4

Ver Dictionnaire de Spiritualité, voz Italie, t. VI, 2, col. 2141-2311; y, particularmente, col. 2273-2311, donde se estudia el Période contemporaine (XIX e XX siècles); y Histoire de la spiritualité chrétienne, París, 1960 y sts., t. III, L. COGNET, La spiritualité chrétienne; I, L'essor, 1500-1650, París, 1966, p. 220-224. 5

Su pertenencia a la línea humanista italiana ha sido puesta de relieve por P. SCOTTI, La doctrina espiritual de Don Bosco, Turín, 1939, p. 76-77; ed. esp., Buenos Aires, 1952, p. 54-55. 259

6

Enumeración inspirada en F. BONAL, Le chrétien du temps…, Lyon, 1672; citado por H. BREMOND, Histoire littéraire du sentiment religieux…, t.I, París, 1916, p. 406-408. 7

En un registro del breviario (ver, más adelante, documento 5, p. 244).

8

Ver E. VALENTINI, Spiritualità e umanesimo nella pedagogía di Don Bosco, Turín, 1958. 9

Ver P. P OURRAT, Spiritualité chrétienne, t. III, p. 390-394.

10

Cap. 10: «Cómo combatir el vicio de la impureza».

11

El problema es actualmente insoluble.

12

P. P OURRAT, o. c., p. 392.

13

P. P OURRAT, o. c., p. 344.

14

Ver I. COLOSIO, Carioni, Jean-Baptiste, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. II, col. 153-156. 15

Ver el reglamento Cooperadores salesianos…, Sampierdarena, 1877, 1; ed. esp., Obras fundamentales, p. 733. 16

A. CAPECELATRO, La vita di san Filippo Neri, t. I, Roma, 1901, c. 11. Ver también L. P ONNELLE y L. BORDET, Saint Philippe Néri et la société romaine de son temps (1515-1595), París, 1928, p. 535. 17

S. MARIA MADDALENA DE P AZZI, Opere (ed. Brancaccio), parte cuarta, c. XXX, donde las palabras «feliz» y «tranquila» se repiten de manera significativa. 18

Ver P. P OURRAT, o. c., p. 374.

19

Combate espiritual, cap. 25.

20

Ver, por ejemplo, L. COGNET, Faber, Frédéric-William, en el Dictionnaire de Spiritualité, t. V, col. 5, 9. 21

Recordemos una vez más que Don Bosco pensó durante algún tiempo que tenía vocación de franciscano. Fue también miembro de la tercera orden de san Francisco (E. CERIA, Memorias biográficas, t. XVIII, p. 154-155; ed. esp., p. 141). 260

22

F. WEYERGANS, Mystiques parmi nous (col. Je sais, je crois), París, 1959, p. 89.

23

Ver M. NEDONCELLE, Les leçons spirituelles du XIXe siècle, París, 1937.

24

Ver G. CAFASSO, Manoscritti vari, citados por F. ACCORNERO, La dottrina spirituale…, o. c., p. 62, 79-93. 25

Los conocedores de Don Bosco pueden recordar aquí sus principales sueños.

26

Nos inspiramos en la siguiente frase: «Él dijo en 1872: «El Oratorio nació a fuerza de palos, creció a fuerza de palos y, a fuerza de palos, sigue viviendo» (E. CERIA, San Giovanni Bosco nella vita e nelle opere, ed. c., p. 173). 27

Según J. LACROIX, Le sens de l'athéisme moderne, París, 1958, p. 86-89. Perspectivas análogas en A.-M. BESNARD, O.P., Visage spirituel des temps nouveaux, París, 1964. 1

Juan Bosco tuvo este sueño hacia los nueve años de edad y, como él mismo dice, se le quedó «profundamente grabado en la mente para toda la vida». La finalidad de este sueño es pedagógica, pero la espiritualidad activa de Don Bosco, aprendida en la escuela de Cristo y de María (indudablemente en estado de sueño, pero también, está claro, ¡en estado consciente!), se encuentra, al menos, en embrión. Por otra parte, recuérdese que el autor de este relato tenía unos sesenta años cuando le dio la forma definitiva que vamos a leer y que ha insertado en él con gran probabilidad ideas de su madurez. Queremos subrayar al principio de este florilegio que sistemáticamente hemos reducido al mínimo las notas. Por lo tanto, será inútil buscar en él todos los esclarecimientos acerca de los nombres propios, todas las referencias precisas a los textos citados, todas las indicaciones de eventuales fuentes, que una edición comentada de las obras de Don Bosco podría ofrecer. Este trabajo está por hacerse. Nuestro propósito es otro: completar la información del lector curioso de su espiritualidad, por medio de fragmentos variados y sustanciales de sus escritos, acompañados de algunas observaciones sobrias que puedan facilitar su comprensión. 2

Según su preámbulo, estas resoluciones fueron tomadas por Juan Bosco en 1835, poco después de la imposición de la sotana, para «reformar radicalmente» una vida que él consideraba demasiado «disipada». Se recibe la impresión de que estas resoluciones manifiestan su voluntad de adaptación a un mundo clerical severo, si no rigorista. 3

Flavio Josefo (hacia 37-100), Agustín Calmet, o.s.b. (1672-1757), Giovanni Marchetti (1753-1829), Denys Frayssinous (1745-1841), Ferdinando Zucconi, s.j. (1647-1732). El español Jaime Balmes (1810-1848), entonces todavía poco conocido en el Piamonte, 261

posiblemente haya sido introducido aquí por error. 4

Claude Fleury (1640-1725), Domenico Cavalca, o.p. (¿1270?-1342), Jacopo Passavanti, o.p. (¿1302?-1357), Paolo Segneri, s.j. (1624-1694), Matthieu Henrion (1805-1862). 5

Verano de 1841. Juan Bosco fue ordenado sacerdote en junio.

6

Castelnuovo d'Asti, hoy Castelnuovo Don Bosco.

7

Por el contexto se deduce que Don Bosco hablaba aquí de los probabilioristas, por consiguiente de los «segundos». 8

Estas sentencias figuraban en los registros del breviario de don Juan Bosco, cuando murió en 1888. La simple elección de ellas se presta a muchas interpretaciones. Las frases bíblicas -según la Vulgata- y patrísticas en el original estaban en latín, las frases de Dante y de Silvio Pellico, en italiano. Las referencias a los libros sagrados han sido precisadas por nosotros. 9

Es el prefacio del primer libro publicado por Don Bosco cuando tenía veintinueve años de edad y estaba terminando su estancia en el Colegio Eclesiástico. El estilo es ciertamente laborioso, pero hay que ir más allá de la impresión de debilidad que se recibe, impresión de la que el autor era consciente y que admitía con sencillez, y ver cómo se va delineando su espiritualidad concreta, en la que el ejemplo tuvo inmediatamente un lugar importante. 10

Una de las cartas de dirección espiritual de Don Bosco, que se caracterizan por su extrema brevedad, por la falta de reflexiones dogmáticas y por una marcada preferencia por los consejos sencillos y prácticos. Notemos que el año de perseverancia sin «recaídas» (muy verosímilmente en pecado de impureza) exigida en esta carta, se reducirá a seis meses en otra carta al mismo seminarista, fechada el 28 de abril de 1857 (Epistolario, t.I, p. 146). 11

«El que os escucha a vosotros, a mí me escucha» (Lucas, 10, 16).

12

«Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Filipenses, 4, 13).

13

«Recemos el uno por el otro, para que podamos salvarnos» (ver Santiago, 5, 16).

14

Esta invocación a san Ambrosio se explica por la fecha de la carta, escrita el día de la fiesta litúrgica de este santo.

262

15

Extracto de una recopilación, explícitamente compuesta, de consejos y oraciones, para uso del «católico que practica sus deberes de buen cristiano» (título). El «verdadero cristiano» es, a imagen de Jesucristo, humilde, bueno, obediente, sobrio, cordial y paciente. 16

El programa de vida resumido en la segunda parte de esta carta a un joven que Don Bosco alojaba en su oratorio, era el mismo de Domingo Savio, muerto aquel mismo año 1857. 17

«Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (I Tesalonicenses, 4, 3). Nuestra traducción, que tiene siempre en cuenta la versión latina que Don Bosco leía y el significado que él le daba, puede resultar un poco diversa, justamente, de la de los exegetas contemporáneos. 18

«La corona de gloria» (I Pedro, 5, 4) era uno de los temas de Don Bosco. Esta carta al clérigo Giovanni Battista Anfossi habla sólo de esperanza, que, por otra parte, tiene poco de bienaventurada. 19

«…Por consiguiente, continúa. Pero recuerda que el Señor ha prometido la corona a los vigilantes; que el placer es efímero, pero eterno el tormento; y que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se manifestará en nosotros» (Exodo, 4, 12; Marcos, 13, 33; II Corintios, 7, 17). 20

Lo esencial de la espiritualidad de san Juan Bosco en orden a los seglares se encuentra contenido en estas proposiciones tradicionales (ver, en particular, los números 1, 2, 9, 19, 20 y 21), aunque ninguna todavía se refiere al apostolado. 21

El manuscrito más antiguo (1858-1859) actualmente conocido de las Constituciones salesianas. Presentamos el primer capítulo, con las correcciones autógrafas que Don Bosco fue haciendo. Se notan ya algunas de las formas que, según él, debían caracterizar la caridad apostólica y la relación de ésta con la perfección (art. 1). Ver GIOVANNI BOSCO, Costituzioni della Società di S. Francesco di Sales, 1858-1875; testi critici a cura di Francesco Motto, LAS, Roma, 1982. 22

Los principios de Don Bosco sobre el influjo de la acción apostólica en el crecimiento de la santidad se vieron claros desde la primera edición (1859) de la biografía de Domingo Savio, cuya finalidad didáctica es evidente. 23

La aldea, próxima a Castelnuovo, donde entonces vivía Domingo.

24

La santidad consiste en cumplir con alegría la voluntad de Dios, hacía notar Domingo Savio a su futuro amigo Camilo Gavio. Este capítulo de su biografía repetía, en forma de 263

diálogo, la enseñanza del mismo Don Bosco, por ejemplo en la introducción a El joven instruido, 2a edición, Turín, 1851, p. 5-8; ed. esp., Obras fundamentales, p. 508-509. 25

Tomado de la primera edición de la biografía de Miguel Magone, acerca de la confesión, su integridad y la dirección espiritual que aquélla hace posible. Se observará que, para Don Bosco, el confesor era un padre y un amigo. 26

La alegría y la paz acompañan hasta la muerte al cristiano que ha amado a Cristo y a María durante la vida. Don Bosco lo hacía comprender, entre otros medios, con este relato conmovedor de la muerte de su joven discípulo, Miguel Magone, el 21 de enero de 1859. 27

Algunos de los principios generales de san Juan Bosco acerca de la vida espiritual están resumidos en esta conclusión de la biografía de una religiosa. 28

El clérigo Giovanni Garino recibió en esta carta algunos de los consejos favoritos de Don Bosco: confianza, trabajo, fuga de las compañías peligrosas. 29

Conclusión de la vida de un joven alumno del oratorio de San Francisco de Sales, el cual, para practicar la «virtud», había sabido vencer valientemente el respeto humano. El autor lo aprovecha para hacer un elogio convencido de las «buenas obras». 30

«Don Bosco había ido en noviembre de 1864 a la casa salesiana de Mirabello, donde había encontrado a don Bonetti afligido por alguna desavenencia y, además, algo enfermo. Vuelto a Turín, se apresuró a escribirle para animarle» (E. CERIA, en S. GIOVANNI BOSCO, Epistolario, t. I, p. 327). Su carta es una prueba de su buen corazón como también de su rechazo de la búsqueda voluntaria del sufrimiento. 31

El Felipe Neri descrito por Don Bosco en este sermón era con toda certeza el apóstol ideal, hecho todo para todos, que se santifica con el celo, ese mismo celo que él procuraba imitar. Según J. B. Lemoyne (o. c., p. 221; ed. esp., p. 216), ésa fue la impresión de los oyentes. 32

«No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Juan, 15, 16). 33

Estos apuntes de un oyente, publicados probablemente sin excesivos escrúpulos por don Lemoyne, dan a conocer al menos la orientación del pensamiento de Don Bosco en materia de «prácticas de piedad» para sus religiosos. 34

«Nuestra conversación está en los cielos» (Filipenses, 3, 20). Repetimos que traducimos estas frases bíblicas como, a nuestro parecer, las entendía Don Bosco. 264

35

Para Don Bosco, pues, meditación y lectura espiritual guardaban entre sí una profunda relación. 36

Al final del año 1868, don Giovanni Bonetti, entonces director de la escuela de Mirabello, había escrito a Don Bosco deseándole un feliz año nuevo y añadiendo algunos ahorros. Con el estilo nervioso que le era propio en la correspondencia con sus alumnos, Don Bosco le contesta enviándole este aguinaldo espiritual. 37

Don Provera era ecónomo de don Bonetti.

38

La Biblioteca Italiana era una colección de clásicos italianos fundada y dirigida por Don Bosco. 39

Angelina es una historia cuyo fondo era presentado por Don Bosco como verdadero. Esta joven burguesa, colmada de toda clase de bienes en casa de sus padres, pero turbada por sus riquezas, acabará por escapar y terminará sus días como humilde criada en una alquería. En la última parte del relato que proponemos y que todo él está puesto en los labios de la heroína, puede leerse la doctrina de Don Bosco sobre la riqueza y sobre la pobreza: la riqueza es un don de Dios, pero hay que usarla bien y saber desprenderse de ella. 40

La lectura de san Jerónimo y las vicisitudes después de la muerte de su madre decidirán, por fin, a Angelina a abandonar la casa paterna. 41

Creemos que estos apuntes ilustran felizmente el pensamiento de Don Bosco en materia espiritual: las dos vías, argumentos de autoridad sacados de la Biblia y de la tradición, ejemplos, imágenes y aplicaciones concretas. En esto seguía el ejemplo de san Alfonso de Ligorio (La vera sposa di Gesù Cristo, cap. 2), que también acudía a varios autores. La estructura: Vivit purius…, provenía de una Homilía sobre san Mateo: «El reino de los cielos es semejante…», «comúnmente atribuida» a san Bernardo (ver Patrologie latine de J.-P. MIGNE, t. CLXXXIV, col. 1131-1134). Esta exposición sobre las ventajas de la vida religiosa fue incluida más tarde en la Introducción a las Constituciones salesianas. 42

«Permaneced en vuestra vocación» (ver I Corintios, 7, 20).

43

«El hombre vive con mayor pureza, cae más raras veces, se levanta más pronto, anda con mayor cautela, cae sobre él más a menudo el rocío de la gracia, descansa más seguro, muere con mayor confianza, el purgatorio es más breve para él, será remunerado con mayor largueza». (Ver, más arriba, nota 41).

265

44

«¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿por qué nos hemos humillado, si tú no te paras a mirarlo?». Porque «el día de vuestro ayuno vosotros habéis hecho vuestra voluntad». 45

«Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de carne, concupiscencia de ojos y soberbia de vida» (I Juan, 2, 16). 46

«¡Ay del solo que cae!, que no tiene quien lo levante» (Eclesiastés, 4, 10).

47

«Si cayeren, el uno levantará al otro».

48

«Los miembros de su sociedad le ayudan a levantarse».

49

«Sión es una ciudad fuerte; para protección se le ha puesto murallas y antemuro».

50

«Vanidad de vanidades…» (ver Eclesiastés, 1, 2).

51

«Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro» (Lucas, 11,21). 52

«De intento ocultó Dios la gracia del estado religioso; porque, si su felicidad fuera conocida, todos, abandonando el mundo, a porfía la abrazarían». 53

«Todo aquel que haya dejado…».

54

«Dios ha prometido la vida eterna a quienes han abandonado estas cosas; tú las has abandonado todas: ¿qué te impide estar seguro de la promesa?». 55

«Dichosos los muertos que mueren en el Señor» (Apocalipsis, 14, 13).

56

«Es por eso que nosotros leemos en las Vidas de los Padres que, al entrar en la vida religiosa, los religiosos obtienen la misma gracia que los bautizados en su bautismo» (santo TOMAS DE AQUINO, Suma teológica, 2a 2ae., quaest. 189, art. 3, ad 3). 57

«Sólo hay un paso de su celda al cielo» (Carta a los hermanos del Monte de Dios, atribuida a Guillermo de Saint-Thierry, cap. 4). 58

«Los justos resplandecerán…» (Sabiduría, 3, 7).

59

«Nos hemos equivocado…» (ver ibid., 5, 6).

266

60

«Mirad las aves del cielo…» (Mateo, 6, 26).

61

El san Francisco de Sales que asumió Don Bosco no fue el teórico del Tratado del amor de Dios, de los Entretenimientos espirituales, y ni siquiera de la Introducción a la vida devota, sino el apóstol lleno de comprensión y de celo, cuyo retrato ha presentado en su Storia ecclesiastica. 62

La doctrina –sólida– de san Juan Bosco sobre la Eucaristía era la del siglo XIX, como puede verse por las siguientes consideraciones, sacadas de un librito suyo, escrito, por otra parte, para personas sencillas. Pero, al leerlas, se constata que ya en 1874 aconsejaba abiertamente la comunión diaria a los seglares; no era poco en aquel tiempo. Las frases latinas, que se encuentran traducidas en el texto italiano, han sido tomadas del canon de la Misa, de Juan, 6, 51, de la I Corintios, 11, 23, y de Mateo, 11, 28. 63

Los principios de Don Bosco se manifestaban claramente en los aguinaldos espirituales que proponía regularmente a sus discípulos. 64

«Con vuestra paciencia, seréis dueños de vuestras almas». (Lucas, 21, 19).

65

Poco después de su llegada a América del Sur, uno de los primeros misioneros salesianos, D. Domenico Tomatis, había escrito a un amigo una carta bastante dura, en la que decía que «no iba muy de acuerdo con alguno y que, dentro de poco, regresaría a Europa» (G. Bosco a G. Cagliero, 12 de febrero de 1876, en Epistolario, t. III, p. 17). La lección de Don Bosco en la carta que se va a leer fue tan precisa como amistosa. Expresa divinamente el tono de las relaciones que mantenía con sus hijos. 66

«Llevad los unos las cargas de los otros, y, de esta manera, cumpliréis la ley de Cristo. La caridad es benigna y paciente; todo lo soporta. Y, si alguien no tiene cuidado de los suyos, particularmente de sus familiares, es peor que un infiel» (Gálatas, 6, 2; I Corintios, 13, 4.7; I Timoteo, 5, 8). 67

Para interpretar correctamente estas palabras de Don Bosco en una intervención durante un capítulo general de los salesianos, téngase en cuenta el ambiente creado en Italia y en el mundo después de la toma de Roma en 1870 y el rechazo de la «ley de las garantías», sin olvidar Né eletti, né elettori, del sacerdote Margotti y el Non expedit de la Sagrada Penitenciaría (ver, por ejemplo, F. FONZI, I cattolici e la società italiana dopo l'unità, 2a ed., Roma, 1960, p. 31-32, 53-54). Don Bosco era, como puede verse, conciliante y, tal vez, hasta cierto punto, «conciliador», en el sentido que la historia da a esta palabra. (Ver R. AUBERT, Le pontificat de Pie IX…, o. c., p. 98-100). 68

«Incluso malos» (ver I Pedro, 2, 18). 267

69

Unas líneas maravillosas a un párroco desalentado de Forlì: confianza, trabajo, ¡Cristo está vivo! 70

«…como buen soldado de Cristo» (ver II Timoteo, 2, 3).

71

«Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Filipenses, 4, 13).

72

«Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo» (Hebreos, 13, 8).

73

Uno de los documentos en que él expresó con la mayor claridad su confianza en el valor santificante de la acción apostólica, entendida, por otra parte, sobre todo, como una batalla contra el mal y, con toda certeza, incluyendo el desprendimiento y la oración. 74

Hagamos notar que esta frase no pertenece al evangelio, sino al Eclesiastés, 4, 12.

* Esta bibliografía ha sido revisada y completada por el autor en 1993.

268

Índice Título Créditos Prólogo del traductor Introducción

4 5 6 8

El tema escogido La estructura del libro

8 10

Capítulo primero: DON BOSCO EN SU SIGLO Los tiempos de Don Bosco El ambiente rural de su infancia La iniciación cultural bajo la Restauración La formación clerical en un ambiente rigorista, luego alfonsiano El apostolado urbano entre jóvenes abandonados El ambiente político y religioso del Piamonte desde 1848 a 1860 El cuidado de los clérigos La lucha contra los valdenses La fundación de sociedades religiosas Don Bosco autor Las fuentes de Don Bosco Los sueños La controversia con Mons. Gastaldi Don Bosco en el nuevo Estado italiano Don Bosco en su siglo

Capítulo segundo: EL CAMINO DE LA VIDA Una antropología muy sencilla El cuerpo y el alma La admirable naturaleza humana La senda de la vida y el camino de la salvación El descanso en Dios El importante tema de los Novísimos El ejercicio de la buena muerte Confianza moderada en el hombre La llamada universal a la perfección 269

14 14 14 16 17 19 21 22 22 23 25 26 29 30 31 32

33 33 33 34 35 36 36 38 38 40

Los factores del progreso en la búsqueda de Dios La «razón» en la búsqueda de Dios El «corazón» en la búsqueda de Dios La apertura del «corazón» y su conquista por parte de Dios Conclusión

41 42 43 43 44

Capítulo tercero: EL MUNDO SOBRENATURAL

46

Las concepciones religiosas Los orígenes de una representación de Dios Dios justiciero acá abajo y en el más allá Dios, padre infinitamente bueno Un Dios providente: padre y vengador Cristo según Don Bosco Cristo, compañero amado y modelo que imitar Cristo, fuente de vida María en el mundo de Juan Bosco La belleza ejemplar de la Inmaculada María, madre y auxiliadora Los santos, modelos de perfección La Iglesia visible en el mundo religioso La Iglesia es una institución «pontifical» La Iglesia es la única arca de salvación El mundo religioso de Don Bosco

Capítulo cuarto: LOS INSTRUMENTOS DE LA PERFECCIÓN Los instrumentos de la perfección La palabra de Dios La lectura espiritual Vidas de santos y «ejemplos» Los sacramentos El sacramento de la Penitencia El ministro y el progreso espiritual La paternidad espiritual del confesor Confesión y dirección de conciencia La doctrina eucarística La práctica eucarística Ejercicios y devociones

46 46 47 48 49 49 50 51 52 53 54 55 56 57 59 59

61 61 61 62 63 64 65 66 66 67 69 70 72

270

Capítulo quinto: PERFECCIÓN CRISTIANA Y REALIZACIÓN HUMANA

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La realización humana La salud y el cuidado del cuerpo Las razones morales y sociales de la cultura intelectual La formación para la vida con la cultura profesional La grandeza moral La energía en el trabajo La audacia y la prudencia La bondad y la dulzura La alegría y la paz Un humanismo abierto

76 77 79 79 81 81 83 86 87 89

Capítulo sexto: LA INDISPENSABLE ASCESIS

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La «templanza» Las penitencias aflictivas Los motivos de la ascesis Una ascesis de renuncia La huida del «mundo» El desprendimiento de los bienes El pobre según Don Bosco La «pureza» La ascesis sexual Una ascesis de aceptación Una sumisión humilde y alegre Ascesis y felicidad

91 92 93 95 96 97 99 100 102 103 105 107

Capítulo séptimo: EL SERVICIO DE LA MAYOR GLORIA DE DIOS El servicio del Señor El único absoluto El servicio de la mayor gloria de Dios La devoción y la oración Meditación y espíritu de oración El servicio de Dios con la acción Caridad activa y perfección espiritual Los diversos estados de vida del cristiano 271

108 108 109 110 112 113 115 116 119

El seglar cristiano Las virtudes del seglar cristiano El religioso de vida activa El sacerdote Conclusión

119 120 122 124 126

Conclusión: DON BOSCO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD La vida espiritual según Don Bosco Características del pensamiento espiritual de Don Bosco La inserción de Don Bosco en una tradición espiritual Don Bosco y la escuela italiana de la Restauración católica Don Bosco, un espiritual del siglo XIX

Documentos

127 127 128 129 129 133

136

1. El sueño inicial sobre Cristo y María 2. Propósito en la toma de sotana 3. Lecturas en el seminario 4. El Colegio eclesiástico y san Alfonso de Ligorio 5. Las sentencias favoritas de Juan Bosco sacerdote 6. El valor del ejemplo 7. Carta de dirección a un seminarista 8. Una ascesis evangélica 9. Reglamento de vida para un joven clérigo 10. La esperanza del cristiano 11. Avisos generales a los cristianos 12. La caridad activa y la perfección 13. Celo por la salvación de las almas 14. Santidad y alegría 15. El sacramento de la Penitencia 16. La muerte bajo la mirada de María 17. Consejos generales de vida cristiana 18. Carta de dirección a un joven salesiano algo disipado 19. El valor cristiano 20. La humanidad de Don Bosco 21. La admirable caridad apostólica de san Felipe Neri 22. Las virtudes del sacerdote 272

136 137 137 138 139 140 140 141 142 142 142 143 144 145 146 147 148 148 149 149 150 151

23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33.

Prácticas diarias de piedad Aguinaldo espiritual (1868) Riquezas y desprendimiento Ventajas de la vida religiosa San Francisco de Sales La comunión eucarística Aguinaldo espiritual (1874) La caridad fraterna Dad al César lo que es del César A un sacerdote desalentado Actividad apostólica y perfección de los Cooperadores

Siglas y abreviaturas Bibliografía Índice General

152 153 153 154 156 157 158 158 158 159 159

162 163 176

273

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