Dolto Francoise - Sexualidad Femenina

July 13, 2017 | Author: Ivan Luis García Valenzuela | Category: Oedipus Complex, Jacques Lacan, Psychoanalysis, Sigmund Freud, Woman
Share Embed Donate


Short Description

Descripción: Sexualidad Femenina...

Description

Frangoise Dolto

SEXUALIDAD FEMENINA La libido genital y su destino femenino Edición establecida, anotada y presentada por Muriel Djéribi-Valentin y Élisabeth Kouki

Nueva edición revisada y ampliada

PAIDÓS Barcelona Buenos Airea México

Título original: Sexualité féminine Publicado en francés, en 1996, por G allim ard, París Traducción de Tbmás del Am o

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratam iento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1996 Éditions G allim ard © 2001 de la traducción, Tbmás del Amo © 2001 de todas las ediciones en castellano Ediciones Paidós Ibérica, S.A., M ariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAIC F, Defensa, 599 - Buenos A ires http://www.paidos.com IS B N : 84-493-0981-6 Depósito legal: B-46.040-2001 Im preso en A & M Gráfic, S.L. 08130 Santa Perpetua de M ogoda (Barcelona) Im preso en E soa ñ a - Printed in Spain

SUMARIO

Prefacio................... ................................... ................. Nota del editor franées................................................... Diálogo preliminar........................................................ Lo que piensa Freud del asunto............ ......................... Introducción................................................................. . 1. Desarrollo de la libido desde el nacimiento hasta la vejez........................ ............................. . La gestación............................................................. El nacimiento........................ ................................... Primera infancia oral-anal........................... ............. Primeras atracciones heterosexuales......................... Segunda infancia........ ..................................... ........ La situación de dos: dialéctica sublimada de la diada... Las muñecas............ ............................................. Estructuración de la persona................................. . Entrada en el Edipo: fin del tercer año....................... El peligro de la situación entre dos prolongada. El complejo de virilidad......................................... . La situación entre tres preedípica............................. Complejo de Edipo femenino: la angustia de violación . Comienzo del estadio de resolución edípica: situación entre tres en que cada uno asume el deseo de su sexo........................................ ..... .

11 39 41 59 69

83 83 88 89 91 100 106 109 111 116 126 127 128

130

Resolución edípica....................................... ............ La pubertad.............................................................. La escena primaria....,.............................................. Represión pubescente.................. ............................. Dificultades somáticas y psíquicas de la pubertad...... La represión pubescentre sana, postedípica................ El papel del padre en el momento de la resolución edípica.................................................................. La represión patológica pospubescente, resultado de un complejo de Edipo imposible de plantear....... La masturbación en la joven en evolución libidinal sana.................. ................................................... La desfloración y el primer coito................................ La función maternal en la evolución sexual................ La menopausia, la vejez..................... ....................... 2. Interferencias familiares y sociales en el desarrollo de la libido............................................ ................ Frecuencia de la prolongación de la situación edípica... Resultados clínicos de la no resolución edípica: compatibilidad de la homosexualidad con la heterosexualidad en la mujer............. ................ Encuentros emocionales. Su papel en la evolución de la mujer. El matrimonio..................................... La maternidad. Su papel en la evolución sexual de la mujer.......................................................... 3. El erotismo femenino: su estructuración en la infancia, sus manifestaciones en la mujer adulta.................. Las condiciones pregenitales deja catexis erótica de las vías genitales de la niña y su acceso al planteamiento del Edipo. El complejo de Edipo. Su resolución................................ ........................ La imagen libidinal erógena del cuerpo y del sexo en la joven. La simbolización estética y ética que resulta de ella ....................................................... Las sensaciones erógenas genitales en la mujer. El orgasmo............................................................ La frigidez.................................................... ...........

132 133 134 137 139 140 141 143 145 145 148 149

153 153

157 161 164

169

169

182 192 201

Insatisfacción genital erótica o amorosa y represión .... La frigidez secundaria............................................... El masoquismo femenino............... ........................... El vaginismo......... ¿............................................. 4. Condiciones narcisistas diferentes de la relación de objeto en la mujer y en el hombre. La simbología fálica..................................................................... La libido es fálica....................................................... El complejo de Edipo, la angustia de la castración, la sumisión a la ley endógena del deseo, el renunciamiento al incesto, la importancia genital de la caída de los dientes, la regla de las cuatro «G» . El riesgo femenino y la dialéctica fálica................258 La dialéctica de imagen del encuentro, el cuerpo y el corazón, el deseo y el amor.............................. 5. A modo de conclusión........... .......................... i.... ..... La diferencia genital entre los hombres y las mujeres en su imagen subjetiva de potencia reunificada después del coito..................... .............. ^............ . Características del amor genital de la mujer............... Si no es ni el órgano masculino ni el orgasmo en sí mismo lo que la mujer busca, ¿cuál es, entonces, el modo de satisfacción genital específicamente femenino?.............................................................. El duelo del fruto viviente del amor simbolizado por el hijo: reactivación de la castración, de su angustia y oleada de pulsiones de muerte........... Para una mujer, ¿es significable su deseo para ella misma?......... .................................................

204 213 216 217

219 235

240

266 297

297 311

315

316 320

Comentarios.................................. ,............................... 321 Anexos........................................................................... 415 índice de hombres propios.............................................. 435 índice de casos y ejemplos citados................................... 437 índice analítico....... ....................................................... 439

PREFACIO

Ante la perspectiva de un congreso internacional de psicoa­ nálisis, previsto en Amsterdam en septiembre de 1960,1Fran50Íse Dolto se lanzó a la redacción de un informe sobre la cues­ tión de la sexualidad femenina. Ese encuentro, decidido en el curso de un seminario anual de la Sociedad Francesa de Psicoa­ nálisis (SFP) a instancias de Jacques Lacan y Daniel Lagache, se beneficiaría de una larga preparación de dos años. El congreso tenía varios objetivos, la mayor parte de los cuales había enunciado claramente Lacan en 1958 en sus Propósitos rectores, programa teórico2que nos permite todavía hoy apre­ ciar la diversidad de intereses especulativos y políticos que ocupaban a los responsables y los ponentes de este congreso y que tejían las relaciones de este grupo de psicoanalistas, que tuvo más tarde un impacto tan grande en la vida intelectual y el desarrollo del movimiento analítico francés. Fran^oise Dol­ to fue, sin ningún género de duda, una de sus figuras más des­ tacadas. 1. Este congreso, que tuvo lugar en la Universidad de Amsterdam del 5 al 9 de septiembre de 1960, lo organizaron la SF P y la Nederlands Psychoanalytisch Genootscliap con la ayuda de analistas originarios de Alemania Federal, Argentina, Austria, Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Grecia, Italia, Portugal y Suiza. 2. J. Lacan, «PropoB directifs pour un congrés sur la sexualitá féminine, 1958», Écrits, París, Le Seuil, 1966, págs. 725-736.

Recordemos, en primer lugar, el clima de tensión política en el que se iba a iniciar este encuentro. Organizado con la socie­ dad holandesa, disidente como la SFP de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), se celebró precisamente en el mo­ mento en que, con la conformidad de Lacan, desde julio de 1959, los responsables de la SFP habían renovado su petición de afi­ liación. Se acababa de crear una comisión de investigación para examinar sus condiciones: J. Lacan y F. Dolto estaban en el ban­ quillo y se los ponía duramente en entredicho como docentes.3 Siendo las apuestas políticas tan preocupantes, se podría pen­ sar que la intención principal del congreso de Amsterdam no se limitaba, en un primer momento, a la simple oportunidad ofre­ cida de volver a abrir el debate sobre la sexualidad femenina, debate que fue motivo, entre 1923 y 1935, de tantas polémicas y luchas teóricas intestinas. En efecto, salvo una evocación histó­ rica muy seria, de la que se hizo cargo un psicoanalista de Quebec, Camille Laurin,4este debate no aparecía ya verdaderamen­ te en .el centro de las preocupaciones de los ponentes, tomados en su conjunto. La mayoría de las veces, no se tocaba sino lige­ ramente o ni siquiera se evocaba. Según el testimonio de Wladimir Granoff,5otro ponente del grupo francés en Amsterdam, se puso de manifiesto incluso que la intención tanto de los Propósi­ tos rectores de Lacan como del informe del cual Granoff fue co­ autor con Frangois Perrier era completamente distinta. En su 3. Véase «Des jalons pour une Histoire*, entrevista entre F. Dolto y E. Roudinesco, Quelques pas sur le ckemin de Frant¡oise Dolto, París, Le Seuil, 1988. Véase también É. Roudinesco, La bataille de cent ans. Histoíre de la psyehanalyse en France 2, París, Le Seuil, 1986, II, 3, págs. 288-377 y III, 2, 2, págs. 517 y sigs. [trad. cast.: La batalla de cien años: historia del psicoanálisis en Francia, Madrid, Fundamentos, 1993!. 4. C. Laurin, «Phallus et sexualité féminine», La Psychanalyse, n" 7, París, P.U.F., 1964. 5. W. Granoff y F. Perrier, «Les idéaux féminins et la question des perversions chez la femme» (titulo original). Este texto será objeto de un artículo: «Le probléme de la perversión chez la femme», op. cit., y luego de la obra: Le désir et le féminin, París, Aubier-Montaigne, 1979. P a ra la reconstrucción de este punto histórico, hemos aprovechado de este texto notable, además de la nota fi­ nal de W. Granoff a la última edición, en 1991, su testimonio durante una en­ trevista que nos concedió (el 29 de marzo de 1995) y que nos permitió percibir, en la finura y vivacidad de sus palabras, loa envites reales del encuentro de Amsterdam, a loa que no éramos todavía completamente sensibles.

alcance inmediato, Granoff reveló que, a pesar del carácter in­ ternacional del encuentro, ellos se dirigían sobre todo al público restringido de psicoanalistas franceses y dejaban manifestarse, en el interior de la SFP, algunas disensiones. Así, precisa: Se ponía atención en una desviación que se consideraba preocu­ pante, que se creía poder prevenir y cuya responsabilidad prin­ cipal se atribula sin ningún motivo a Franfoise Dolto, desviación que llevaba las cosas del análisis hacia un envolvimiento absolu­ to de lo femenino en lo que se consideraba como esencialmente maternal, hacia una promoción, teóricamente desorbitada, de la pareja madre-bebé dominando las grandes coordenadas del psi­ coanálisis. Esto se acompañaba de una ocupación del terreno de Ja especulación teórica por la observación directa, la realidad de los cuerpos, y eso, necesariamente, en detrimento de la ten­ sión por completo diferente del horizonte teórico propuesto por Lacan, en que el vuelo se tomaba a partir de la pista de despegue constituida por el RSI {Real, Simbólico, Imaginario) propuesto desde el acto inicial de enseñanza dado a la Sociedad Francesa de Psicoanálisis».6 La evocación en el seno de la SFP de su división en dos co­ rrientes, una de las cuales, en torno a Lacan, privilegiaría la aportación doctrinal del maestro —de la que el informe de Gra­ noff y Perrier se hace portavoz en Amsterdam— mientras que la otra, reagrupada en torno a F. Dolto, se ocuparía del abordaje clínico, de la «observación directa» de las relaciones madre-hijo y de los estadios precoces del recién nacido, tiene para nosotros lejanas resonancias en la historia originaria del movimiento analítico. A ese respecto, el motivo del encuentro estaba lejos de ser anodino. Este congreso reabría, trasladando las apuestas al actualizarlas, el debate que ya hemos comentado que había dividido a la comunidad psicoanalítica provocando el enfren­ tamiento teórico del grupo de psicoanalistas reagrupados en Viena en torno a las tesis de Freud (Jeanne Lampl de Groot, Héléne Deutsch, Ruth Mack Brunswick, Marie Bonaparte, Anna Freud) y del grupo que se había constituido en Londres en 6. W. Granoff, op. cit., cita extraída de la nota final añadida a la reedición del texto en 1991, págs. 114-115,

torno a Jones7(Karen Homey, Melanie Klein, Josine Muller). Una multiplicidad de voces, en la mayor parte femeninas, se había hecho oír. El interés de este debate histórico, si deseára­ mos hacerle justicia hoy, no se reduciría solamente ya a esta simple dimensión polémica que lo compendia apresuradamen­ te. Por una parte, estaban los que, en Viena, defendían la teoría freudiana del monismo sexual, la de una estricta esencia mas­ culina de la libido que sostenía una ignorancia total de la vagina por parte de la niña y el papel esencial del clítoris como homó­ logo del pene, construyendo así la teoría «fálica» de la sexuali­ dad femenina. Por otra, estaban los que, en Londres, apoyán­ dose en la aportación más contradictoria de la clínica y en una concepción dominante de la complementariedad entre los sexos, fundada esencialmente en la anatomía, sostenían la existencia de una libido específicamente femenina y se oponían a Freud en la cuestión de la «envidia del pene», afirmando su carácter de­ fensivo y secundario que permite la represión de un «senti­ miento de la vagina» existente en un estadio muy precoz en la niña. En este debate, la oposición tajante entre una teoría que se afirma de manera a menudo brusca y una clínica que venía a debilitarla acusándola de inverosimilitud o designándola como una simple invención del espíritu, aun cuando puede ayudarnos a circunscribir la trama de la polémica, reduce las palabras de los autores a un simple punto de vista partidista. Esa oposición no nos permite apreciar sus aportaciones diversas más perso­ nales, reconocer en ellas el valor y la originalidad, y quizá, sobre todo, encontrar cómo, acompañándolo, estas voces han enrique­ cido el pensamiento freudiano de la sexualidad femenina, modi­ ficándolo o algunas veces incluso confirmando sus intuiciones.® 7. E. Jones, «L a phase précoce du développement de la sexualité féminine», presentado en 1927 en el congreso de Innsbruck, traducido y publicado en La Psychanalyse, op. cit. 8. Sobre la evaluación teórica de esta polémica desde 1960, es preciso que citemos algunos trabajos. En primer lugar, el trabajo de confrontación y conci­ liación, contemporáneo del congreso de Amsterdam, dirigido por J. Chasseguet* Smirgel, La sexualité féminine, rech.erc.hes psychanalytiques nouuelles, París, Payot, 1964, con la participación de C.-J. Luquet-Parat, B. Grunberger, J. Me Dougall, M. Torok y C. David; P. Aulagnier-Spairani, «Remarques sur la fémínité et ses avatars», Le désir et la perversión, París, Le Seuil, 1967; M, Montre-

Ahora bien, esta controversia, desarrollada de manera muy abundante en las publicaciones de la época,9cayó en el olvido poco tiempo después de la desaparición de Freud. ¿Por qué, en 1958, se hizo sentir para los responsables de la SFP la necesidad de poner de nuevo en el orden del día estás pre­ guntas sobre la sexualidad femenina? ¿Por qué a Lacan se le me­ tió en la cabeza ir a despertar a «la bella durmiente del bosque»? Cierto que en 1960, como en los años veinte, se asistió a una fe­ minización creciente de la profesión. Por otro lado, esta parte de la especulación analítica, abandonada por el psicoanálisis, con­ servaba las huellas todavía muy vivas de cuestiones que habían seguido su camino pasando por el rodeo del feminismo, dejando sitio a un abordaje más sociológico de la cuestión femenina.10Simone de Beauvoir, en 1949, fue la primera en reintroducir la pro­ blemática de la sexualidad femenina en E l segundo sexo.n Ya en 1956, y ante el auditorio de su seminario, Lacan se asombraba de que las «divagaciones teóricas» de las que este debate había sido motivo daban, como Eenan decía de la tonte-

t

lay, « Reche rches sur la féminité s párrafos que siguen.]

representación reducida e inmóvil, sensorialmente parcial —re­ trato, fotografía, escultura, cine— , el niño comprende, gracias a la experiencia del espejo, que sólo puede evocar estas imáge­ nes agrandadas o reducidas de las personas de su ambiente en las pulsiones de mirada, táctiles cuando se trata de esculturas y motrices cuando se trata de cine. A causa de su ausencia de comu­ nicación consigo mismo en el espejo, capta que no puede tener el deseo de intercambio y comunicación con la sola evocación del otro, pues él no es reconocido por el otro durante el mismo tiem­ po en que él lo reconoce, como en el auténtico encuentro en el espacio-tiempo común, donde las dos apariencias, una para la otra, se notifican que están presentes los deseos en los dos in­ terlocutores partícipes, complementarios en la búsqueda de un acuerdo para su satisfacción. Esto no impide que, durante toda la vida del adulto, la evo­ cación de otro mientras ese otro no está presente provoque in­ hibición o excitación del deseo, según esta evocación. Son prue­ ba de ello las siluetas de propaganda de madera que se colocan al borde de las carreteras, por ejemplo de cocineros u otras co­ mo las de policías que se asoman por detrás de un árbol como si estuvieran escondiéndose. La imagen de un ser humano, con el atributo de sus funciones, suscita, inmediatamente, un efecto sobre el deseo del sujeto que lo percibe. La representación v i­ sual no actúa como tal, sino debido a la concertación del lengua­ je, depositado en la memoria, de la relación interpersonal entre el sujeto y adultos que, por su apariencia, para las pulsiones vi­ suales, evocan en su recuerdo las relaciones de lenguaje inhe­ rentes a su función de cocinero o de policía. Esta evocación es lo que suscita el recuerdo del lenguaje interrelacional, que da ori­ gen a la estructura psíquica de la libido: ello, las pulsiones, ac­ tivas y pasivas; yo, las pulsiones a similitud del otro primero que educó al niño y a sus relaciones de lenguaje concertado con los otros; yo ideal, de adulto en conformidad con el cual el niño quiere desarrollar su libido; y superyó, la inhibición del ello al servicio de este yo ideal. A causa de estas experiencias del espejo plano, del cine, de la fotografía, de lo audiovisual, de la grabación de voces, el niño —el niño o el adulto, por otra parte— , por persona interpuesta presente en sus experiencias, comprende la imagen que los otros

se hacen de su persona por el hecho de ver, de oír, como él tiene una diferente de los otros por pulsiones parciales que son me­ diatizadas por imágenes visuales y auditivas. También a causa de estas experiencias,3el ser humano per­ cibe la inexorable soledad en la que se encuentra, debido a que la experiencia sentida de su deseo en su autenticidad, bajo las garras de su sensibilidad, no se expresa jamás completamente y a que ninguna complementariedad de un ser humano, por amigo y cercano que sea, puede saber lo que él sufre, lo que go­ za; y, por lo tanto, tiene la absoluta necesidad de expresarse pa­ ra sufrir menos por su soledad, pues, si el narcisismo la man­ tiene en equilibrio y en cohesión durante un cierto tiempo, debe revivificarse siempre por los contactos con los demás. También es debido a que este conocimiento que él da de sí mismo por la palabra y el conocimiento que él tiene de los deseos de los otros por sus palabras, verídicas o mentirosas, emana de la voz, por el soplo cuya sede es el tórax, porque el lugar simbólico del en­ cuentro de las emociones del deseo, de su emisión y recepción, está situado en una masa visceral simbólica que responde a la masa carnal del corazón. Tanto más porque, en caso de fuertes emociones, el ser humano siente latir su corazón a un ritmo di­ ferente de su marcha corriente y porque eso da la alerta a su deseo, mientras él no lo esperaba. A través de la pérdida o la ausencia, de la separación de sus amigos (los que pueden hacer con él una pareja concertada que abastece su narcisismo), el ser humano conoce las pruebas del corazón que estructuran su persona en tanto lugar y fuente de deseos que pueden satisfacerse por los otros. El ser humano descubre, entonces, por sus experiencias, que si no puede expresarse mediante el lenguaje y comprender el lenguaje de los otros, está solo en medio de una multitud en que sus opciones electivas sólo le permiten encontrar en los otros el irrisorio eco, espejo auditivo, de su grito indiferenciado de abandono.

a. fRecuperación desarrollada de 1960: los tres párrafos que siguen (véase también más adelante, pág. 236, n.c.) 1

L A LIBIDO ES FÁLICA Cualquiera que sea el lugar erógeno de sus deseos parciales, el objeto de satisfacción parcial del bebé se refiere al falo. Para la boca, es el pezón eréctil que se ajusta a ella y de donde brota la leche mientras sus manos presienten la forma resistente e in­ flada del seno materno. Para el ano, es la forma deias nalgas y de las heces. Para el bebé varón, hasta los 25 meses, es la erectibilidad del pene de donde brota el chorro urinario. Luego, es la erectibilidad del pene al servicio del placer por sí mismo, es­ perando la pubertad con la emisión de esperma que concluye la erectibilidad erótica. Todas las formas parciales erógenas son formas plenas que se refieren al falo, sea el pene deseoso, sea el deseo del pene. La silueta general del cuerpo adulto, en la posición de pie, tanto para el hombre como para la mujer, remite también mor­ fológicamente al falo; lo mismo ocurre con lasformas sexuadas: pene que remite a la flecha, para el hombre, senos que remiten a cúpulas de formas diversamente fálicas, para la mujer, obje­ tos de atracción para las pulsiones visuales y táctiles. El cuerpo propio es, entonces, un objeto total fálico y las zonas seductoras para las zonas erógenas son también fálicas, pero parciales en su volumen. En cuanto a los valores sutiles percibidos con los oídos, los ojos, la nariz, el tacto, se valorizan también con refe­ rencia al falo, forma oblonga o agujero, se complementan. El cuerpo de las mujeres se refiere, para el hombre, a los va­ lores arcaicos de su madre en la plenitud de su pecho, promete­ dora en su sexo de la acogida de su pene eréctil, para él valioso de modo narcisista. El hombre, para la mujer, es referido a los valores fálicos de_la diferencia de los sexos descubierta en su primera infancia y, en el cuerpo a cuerpo y el deseo que su sexo tiene del sexo del hombre, se encuentra la promesa de su fe­ cundidad: ese niño que, cuando nazca, será el símbolo del falo simbólico, unión encarnada de su doble deseo de progenitores. Este falismo seductor, característico de todos los aspectos de la libido del ser humano, se refiere, en lo sustancial, a todas las turgencias formales del cuerpo, promesa de una fuerza que bro­ ta autóctona, que ha dejado en el narcisismo de cada uno un re­ cuerdo reunificador, en el goce experimentado del aplacamien­

to de sus deseos; a partir de esta promesa de una reconciliación de su cuerpo y de su corazón, la tensión de su libido crece en zo­ nas erógenas, que se vuelven erógenas0debido a la separación y al retomo esperado y a la nueva separación, que daba valor al objeto de deseo cuando éste se alejaba. Por eso, una representación1*imaginaria fálica es siempre lo que enfoca el deseo en su apelación al otro para una comunica­ ción tanto interpsíquica como intercorporal, interemocional re­ novadora y recreadora para cada uno, si alcanza su placer, el de una integridad viviente, reencontrada por la gracia de dos de­ seos armonizados en su referencia al falo simbólico, que se ayu­ dan recíprocamente uno por intermedio del otro que conquistar. Pero, como hemos visto,ca causa de esta distancia del objeto deseado en su integridad, una distancia sentida como ausencia cuando es espacial y como pasada o futura cuando es temporal, el objeto del deseo de posesión carnal ha tomado una represen­ tación de imagen y creativa fálica en el ser humano, cualquiera que sea el lugar erógeno" de sus deseos parciales, el objeto que el a. [En 1960, el final del párrafo era:] y la experimenta hasta que se apode­ ra, posesivamente, del objeto portador de esta significación fálica, viviente y creativa. Se trata del deseo. b. [En 1960, el párrafo que sigue era:] Toda tensión ligada asociativamente a la espera gratificante del objeto deseado promete la contaminación de esta significación fálica y forma el valor-deseo del objeto que hereda de todas las sensaciones remanentes de plenitud cuyos rastros de imagen, experimentados pasivamente y voluptuosamente en las satisfacciones anteriores conocidas y es­ peradas repetitivamente, la memoria ha conservado. A causa de esta tensión que acompaña el deseo erótico o emocional que hay que satisfacer, el objeto amado o el objeto deseado es siempre representativamente fálico, debido, úni­ camente, al deseo en un lugar focal erógeno de nuestro cuerpo, es decir, a la sensación de pregnancia atractiva del cuerpo del otro, símbolo fálico de poten­ cia funcional emisora que brota, cuya imagen suscita por referencia y por infe­ rencia en nosotros. Así pues, el objeto del deseo genital no tiene valor más que si tiene el de hacer presente de manera subjetiva fálica, y eso en los humanos de los dos sexos por lo que se refiere a lo simbólico, cualquiera que sea la forma hueca o protrusíva sensorial de sus órganos de contacto somato-somático in­ tencional u ocasional y que puede significar, entonces, la llamada mediadora, por simultaneidad de tiempo y de emoción relacional. c. [Tbmado del texto de 1960; este pasaje, hasta encuentros emocionales, ve­ nía, inicialmente, como continuación del final del cuarto párrafo de la pág234.]

sujeto desea o su sexo. Pero cada uno de ellos, cada uno de estos humanos, es funcional y creativamente impotente cuando está reducido a su existencia de individuo solitario, siempre estéril fuera de los encuentros emocionales. Ahora bien, esta distancia de los cuerpos, gracias a la cual nacieron las emociones que hicieron conocer el amor, se anula entre los cuerpos enlajados y entre los sexos compenetrados en el coito. Los deseos del corazón ¿son contradictorios con los de­ seos del cuerpo? Sí, por cierto, cuando el lenguaje entre huma­ nos que desean se reduce a la unión sexual únicamente y se centra en las sensaciones de sus cuerpos perdidos uno en el otro (¿no se dice «están perdidamente enamorados»?). Si ninguna palabra entre ellos sigue elaborando el lenguaje de su amor y las modulaciones de sus emociones en el goce que se han dado y además en la espera recíproca en la que se encuentran, en­ tonces el espacio y el tiempo desaparecidos en el coito los hace acceder, uno portel otro, a lo inhumano. ¿No es ésta la prueba narcisista’ orlada de agonía que acom­ paña a lo efímero de todos nuestros goces eróticos terrestres? La angustia está cerca del deseo, tanto más cerca cuanto más grande es el deseo. Jalonada por el nacimiento, el destete, la marcha, la continencia esfinteriana, la autonomía física y fun­ ciona] total en el espacio del niño respecto del cuerpo del adul­ to, la diferencia morfológica de los sexos, la disparidad de las edades, la muerte, la corrupción de la carne, aparece nuestra impotencia para significarnos por el otro y por nuestras dife­ rencias: aparte de las de los cuerpos, visibles, todas las otras fuentes de dinámica, de comunicación, sólo podemos conocerlas por el lenguaje, verídico o no, que testimonia estas diferencias de pensamiento y de emoción entre los seres. Todas estas pruebas imitantes y progresivas de la evolución de la libido van acompañadas de angustia. Esta es inherente a nuestra condición de seres humanos y encuentra, en la función simbólica sostenida por lo imaginario, el lenguaje que nos per­ mite asumirla en ausencia de otro que oiga ese lenguaje; gra­ cias al narcisismo que nos hace tomarnos a nosotros mismos coa. [Recuperación desarrollada de 1960: el párrafo que sigue y las dos p ri­ meras frases del párrafo siguiente.]

mo objeto relevo en ausencia de otros, elaboramos un lenguaje interior, nos entregamos al actuar creador; gracias” a esta fun­ ción simbólica y por la mediación de las palabras, de la escritu­ ra, de las artes y de las industrias, encontramds una relativa postergación de nuestro sufrimiento sin que jamás, sin embar­ go, las pulsiones de muerte tentadoras y consoladoras para el sujeto solitario que se agota deseando el encuentro de otro nos dejen tranquilos durante mucho tiempo. El abandono al sueño reparador es, lamentablemente, de corta duración para el que sufre de deseo y de amor. Al desper­ tar, las pulsiones tentadoras y dinámicas de vida retoman al ser humano en sus entrañas. Incluso los remedios que la fun­ ción simbólica nos permite encontrar, cuando son solitarios, re­ sultan peligrosos y, a su vez, se constituyen en fuentes de an­ gustia. El lenguaje de la vida interior puede obnubilar la vida de la inteligencia en la práctica del raciocinio y el vaticinio soli­ tarios. La reviviscencia de los recuerdos puede corromper el co­ razón en un narcisismo solitario y en la rumiación del pasado o corromper el deseo en la masturbación mental de vanos pro­ yectos futuros. El actuar creador mismo, cuando es solitario y nadie lo recibe en la sociedad, ni lo reconoce ni lo estima, se transforma en una trampa y una fuga de los otros si el sujeto no encuentra a otro que se interese por su obra. Los niños mismos, cuyos progenitores esperan con tanto afán el día de su nacimiento cuando los han deseado, se les es­ capan rápidamente y, si no se les escapan, son el fracaso de su descendencia. La vida del ser humano transcurre en medio de esperanzas de conquista fálica, de descubrimientos y alegrías de haberlo por fin poseído, y de decepciones de haberlo perdido y de desear de nuevo. Así ocurre hasta la vejez. Quizá sea diferente en la última etapa,4donde, saciados fi­ nalmente de ilusión fálica, aceptamos descubrirnos destinados a la muerte. Quizás entonces el deseo desembarazado de los va­ lores que este cuerpo y estos condicionamientos nos han guiado a buscar llegue a la sola simbología a-sensorial, a-espacial y atemporal, a la dinámica sin representación del deseo, que anuna. [Recuperación desarrollada de 1960: hasta el final de esta primera parte, pág. 240.)

cié para el sujeto el goce espiritual tan esperado. Quizás eso sea morir, la llegada al puerto, a los márgenes del logro del goce y, no conociéndolo, podemos nombrar al que esperamos, al falo simbólico en persona, en persona ignorada, en persona fuente de la palabra de las palabras, respuesta a nuestros sentidos por ser el sentido de nuestros sentidos. Más allá de lo sensorial, ¿nuestro último aliento nos abrirá el misterio del sentido que nos hace vivir y desear, y morir de desear? Después del viaje de una vida en el espacio-tiempo de este cuerpo, ¿es ése el destino femenino de la libido? Sí, así lo creo y pienso que lo mismo ocurre con el destino masculino. ¿Lo sa­ bremos alguna vez? ¿Y por qué nuestra existencia humana no sería una medida para nada, como la medida que se escande antes de comenzar una ejecución musical? Y, ya que hablamos de medida, toda nuestra vida tiene lugar en la medida de nuestros condiciona­ mientos a los otros estrechamente mezclados en la comunica­ ción, a los otros en armonía o no. Hemos escandido esa música interior, hemos escandido nuestras palabras expresivas. Fini­ quitado nuestro cuerpo, nuestras últimas emociones de amor dichas a nuestros compañeros con nuestra última palabra, quizá seamos como el instrumentista que deposita el instru­ mento con el cual tocaba la música para los oídos de los hom­ bres y para los suyos. Lo que espera, entonces, nuestro enten­ dimiento es una música inaudita, emociones más allá de las que nuestro corazón cerrado pudo hacernos conocer y que se originaron en los momentos de sufrimiento de-nuestras sepa­ raciones. Después de que nuestro cuerpo haya vuelto a la tie­ rra, que con todos sus elementos lo ha constituido, ¿qué pala­ bra aligerada de signos, aligerada de emociones, qué palabra impronunciable por nuestra laringe humana oiremos, que se­ ñalará la verdad de esta larga vida, larga vida de un instante en la eternidad? Sin embargo, en el transcurso de esta vida, de día en día y de hora en hora, las mujeres encuentran, o creen encontrar, a los hombres; aunque no signifiquen nada para el sentido del fin de cada uno de nosotros y del fin de los fines de todos los seres hu­ manos, estos encuentros dan, en su espacio-tiempo, día tras día, un sentido a sus emociones, a sus deseos, a sus pensamientos,

a sus actos y ése es el objeto de nuestra exposición. Por lo tanto, sigamos-adelante...

EL COMPLEJO DE EDIPO,* LA ANGUSTIA DE CASTRACIÓN,bLA SUMISIÓN A L A LEY ENDÓGENA DEL DESEO, EL RENUNCIAMIENTO AL INCESTO," LA IMPORTANCIA GENITAL DE LA CAÍDA DE LOS DIENTES, LA REGLA DE LAS CUATRO «G» La marca de la prueba iniciática inconsciente que es la caída de los dientes de leche se encuentra en muchos sueños asociados a un trabajo de descatexis narcisista arcaica del sujeto, donde expresa en la prueba emocional que éste vive, sabiéndolo o no, una especie de muerte parcial aceptada como única salida a un conflicto libidinal.dEl que sueña expresa simbólicamente, me­ diante el fantasma remanente de su infancia —el fantasma de la modificación de su boca, que pierde sus dientes—, que la agre­ sividad reactiva no le sirve de nada y que debe abandonarla en la prueba por la que atraviesa. Debe nacer en él otro modo de adaptación a los acontecimientos, que, a costa de una mutación, va a permitirle superar el malestar existencial que siente. Esta observación en el contenido onírico de los sueños de los adultos me hace pensar —y tenemos, en efecto, prueba de ello observando a los niños— que no puede hablarse de ninguna manera, de complejo de Edipo antes de transcurrida la edad de la caída de los dientes de leche y seguida por el comienzo de la adquisición de la dentición adulta. Además, sobre todo en la ni­ ña, no puede hablarse de complejo de Edipo antes de que haya renunciado a toda ayuda de cuerpo a cuerpo auxiliar por parte de su madre. Este renunciamiento, producido por primera vez de una manera espectacular por la caída de los dientes de leche, se a. [Tomado del texto de 1960: esta parte, hasta el final de la pág. 257. Señatamos lo que se añadió o suprimió en 1982.] b. ISuprestón en 1982:|prueba narcisista genital. c. lEn 1960, en lugar de incesto:) renuncia del deseo genital por parte del progenitor. d. [En 1960, el final del párrafo era:] Los sueños son siempre, cuando se analizan, relativos a un conflicto endógeno de orden genital.

inscribe como consecuencia del ajuste de cuentas con el adulto, que hasta entonces era aún auxiliar ocasional, en el cuerpo a cuerpo, de las impotencias de un niño de menos de 6 años. Este ajuste de cuentas ya había sido precedido por el renunciamiento a la madre diádica, posibilitado por ambas partes por la adquisi­ ción de la marcha y luego de la deambulación autónoma, acom­ pañada, en el niño, por iniciativas motrices. Esta renuncia a la madre diádica se había producido, a su vez, algún tiempo des­ pués de la renuncia a la madre simbiótica, que ocurrió en el mo­ mento del destete, precedido por la emoción de impotencia ex­ perimentada con ocasión del nacimiento: pérdida de la relación umbilical hasta entonces vital para el individuo humano, que, por haber sobrevivido, ha cambiado sus sensaciones de simbio­ sis en el sexo de su madre por sensaciones de respiración aérea y de nutrición en el pecho materno. El destete y el lenguaje ha­ blado (lazo simbólico sutil entre la boca del niño y el oído de la madre, sustitutivo del lazo boca-seno en el cuerpo a cuerpo del bebé con la madre que proporciona leche) son dos momentos de mutación que significan, para el niño, su promoción en el des­ arrollo hacia su condición adulta futura, y estos dos momentos los hicieron posibles los dientes. Estas particiones sucesivas, inscritas inconscientemente en la memoria dentro del cuerpo, privilegian la zona erógena des­ tinada al cuerpo a cuerpo más allá de la última separación, siendo la última en fecha la del cuerpo a cuerpo para la motricidad en la vida social. Veamos lo que ocurre con estas zonas erógenas primeras.0 Una, la boca, está marcada de abandono narcisista por la caída a. [En 1960, en lugar del largo desarrollo que sigue hasta el final del primer párrafo de la pág. 249.] En el momento del duelo narcisista estético infantil de la boca, el deseo está listo para manifestarse electivamente en el sexo y, sin­ tiendo el cuerpo terminado o casi, ese sexo se espera fecundo, no en el sentido aditivo y sustractivo metabólico para la masa corporal del sujeto, sino fecundo en el sentido genético humano, de engendramiento, fuera de los límites de su cuerpo, de un ser vivo, homólogo en especie simbólica, de la cual el niño edípico se siente él mismo un representante sexuado. Propiamente hablando, no es edí­ pico más que un deseo de traer al mundo un ser humano que hay que amar y educar, en resumen, un ser vivo semejante en especie, que se pueda hacer au-

de los dientes. La otra, la. zona cloacal-genital, ha sufrido a su tiempo el abandono que, al cambiar su destino a la excreción en la relación de intercambio estético y ético con los demás, sólo dejó el placer erótico de sus funciones solitarias y, gracias a la represión de las pulsiones anales en la época de la continencia esfmteriana, suscitó la acción de estas mismas pulsiones sobre el hacer industrioso y creativo narcisista y verbal. Quedan las pulsiones auditivas, por el placer de escuchar, las pulsiones de mirar por el placer de ver y la curiosidad, muy conocida en las niñas; queda el gusto de los alimentos, pero la imposibilidad de morder y la dificultad de engullir, la molestia de las encías do­ loridas por el brote de la segunda dentición modifican el placer de las gratificaciones orales. Pero lo que queda es muy impor­ tante. Es la erogenidad genital y el sentido del deseo del cual hemos dicho que, en relación con el falo, es centrípeto respecto del objeto elegido incestuoso. Y la niña se consagra enteramen­ te a ese deseo genital primero, orgullosa de su calidad de mujer, que le han transmitido en palabras sus padres, sobre todo su pa­ dre, que la encontraba bonita y graciosa. Los adultos familiares desempeñan también su rol, declarándola, según suele decirse, «el vivo retrato de su madre». Y como a toda niña pequeña, como quiera que sea, su madre la considera modelo de belleza, esta palabra le gratifica y le permite pasar muy fácilmente la castra­ ción primaria y desarrollar el orgullo de su cuerpo femenino y de su sexo sin envidiar nunca más a los varones y su pene centrífu­ go. El deseo de la niña, a la cual se ha entregado realmente la fe­ minidad como un valor, se desprende, así, del fantasma anal de la gestación y del parto, y su libido genital se consagra al objeto parcial peneano en un deseo reflexivo centrípeto. La caída de los dientes de leche da un impulso nuevo a su deseo de autonomía en relación con la ayuda de su madre y de toda mujer, tpie ella rechaza (quiere, por ejemplo, elegir en su ropero lo que estima que la adorna mejor y se niega a ponerse los vestidos que su madre pretende imponerle, quiere peinarse a su gusto, etc.). Desea mostrar a los otros y a sí misma, mirántónomo a su vez, un deseo de traer al mundo después del acoplamiento inces­ tuoso genito-genitai con su propio progenitor heterosexual, adulto sobrestima' do y subyugador en su persona y en su sexo.

dose en el espejo, que es hermosa, deseable y que en el hogar sabe hacerlo todo tan bien como su madre, si no mejof, lo que origina proezas de habilidad y de destreza industriosa. En su­ ma, usa toda la batería de recursos para agradar al padre y ha­ cerle decir que la prefiere a todas las demás. Es la época en que las niñas prefieren las canciones y los cuentos en que una niña pobre obtiene los favores del rey y, si éste falta, del príncipe, el hijo del rey (un hermano mayor). Después de haberlo seducido, «¡vivieron felices y tuvieron muchos hijos!». Gracias a lo que ella tiene de bonito y de invisible en su sexo ya que atrae al pe­ ne del hombre, logra conquistarlo. (Presumida [coquette] suena en francés como pene [quéquette].) La conquista del pene pater­ no es el goce de valores emocionales fálicos y narcisistas, la fe­ licidad y la certeza de una descendencia maravillosa, fálicamente incestuosa. Sólo es edípica propiamente hablando, én el niño de uno u otro sexo —aquí hablamos de la niña— , la combinación de las pulsiones arcaicas en lo que tienen de sublimado con el deseo sexual genital primero que la niña vive intensamente respecto del padre con miras a casarse (palabra que significa, para la ni­ ña, la pareja, en todos los sentidos del término; en nuestro len­ guaje metafórico de adulto, todavía se casan los colores, una co­ sa casa con otra) y que implica terminar con la inferioridad sentida hasta entonces respecto de la madre. La niña quiere ter­ minar con esta triangulación en que se mezclan confusamente amor y deseo. El deseo genital habla, quiere quedarse con el amor del hombre y ganar las prerrogativas reservadas hasta ese mo­ mento a la madre: la cama del padre y la maternidad de los ac­ tos carnales realizados con él. Para saber de qué se habla, hay que reservar —y esto es muy importante en la terapia de ni­ ños— el nombre de complejo de Edipo a ese deseo que ocupa to­ do lo imaginario, el de tener un hijo de una cópula genito-genital en el abrazo amoroso y en el coito con su propio progenitor heterosexual, adulto sobrestimado, fálicamente solar a los ojos de la niña deslumbrada por él y subyugada en su emotividad y en su sexo. Sin este elemento, el Edipo no está aún completo y no tiene sentido la resolución mediante la comprensión de decla­ rar la prohibición del incesto.

Las niñas que tienen ya comprensión del lenguaje social, de lo que se dice y de lo que no se dice, no expresan siempre estos sentimientos de amor de una manera verbal ni clara en su com­ portamiento; y, sin embargo, estos fantasmas no son sólo in­ conscientes, sino también conscientes. Constituyen el sentido de su deseo, van siempre acompañados por sensaciones genita­ les. A veces la niña, que ignora el sentido erótico de éstas, pue­ de creerse «enferma» y, al atraer la atención de su madre hacia esta zona de sus vías genitales de una manera vaga, provocar las inquietudes de ésta, que, con sus preguntas, induce a la ni­ ña a contraer enfermedades psicosomáticas reales. En verdad, la niña está enferma de amor. Padres y médicos buscan en va­ no la causa orgánica que una vez curada haría cesar el síntoma erógeno que se ha vuelto patógeno, en signos que se toman por síntomas orgánicos. ¡Cuántas de las llamadas cistitis, de las llamadas apendicitis o irritaciones vulvares son traducciones somáticas de estas emociones ocultas! En un caso que he visto, la niña se despertaba de noche gri­ tando por espasmos uterinos. Otra tenía hinchazones nerviosas tales que podía pensarse en un embarazo. Después de una sola conversación con las dos niñas, en que éstas me dieron la pista con sus dibujos y las leyendas que ponían en ellos, pude com­ prender que había llegado el momento de revelarles la prohibi­ ción del incesto a estas inocentes perdidas en el trance y, hasta podríamos decir, en el callejón sin salida de un Edipo imposible de resolver. Al comprender que su feminidad estaba enjuego en este conflicto que hacía de sus padres marionetas angustiadas, incluso sin hablar del asunto con ellos, que se habrían inquieta­ do (la gente tiene poca tendencia a entender tales deseos, que les parecen en las niñas signos de perversión, por más que no lo sean), expliqué a cada niña la prohibición del incesto y la confu­ sión en que todas las niñas incurren entre el amor que les profesa su padre y el amor con deseo sexual que él siente por su mujer, pero no por la niña. Agregué la frase consoladora de que su ma­ dre, como todas las demás mujeres, había sido también una ni­ ña enamorada de su padre, el abuelo materno de la niña, y que comprendiendo esta ley de la vida de los seres humanos es como una niña se hace mayor. Añadí que ella crecería, se volvería co­ mo su madre y podría amar a los varones, elegir desde ese mo-

mentó amigos, novios que, cuando fuera mayor, una mujer, con cuerpo de mujer, también ella llegaría un día a tener un marido, como su madre, que había conocido a su padre cuando ambos eran jóvenes, y que a raíz de eso, de que ambos se amaron y se desearon en una relación sexual, nació precisamente ella. Las dos niñas se curaron en menos de dos sesiones y toda su evolu­ ción se produjo luego de una manera totalmente favorable. En otra ocasión, me trajeron a una niña en un estado de an­ gustia indescriptible: sólo podía caminar de la mano de un adul­ to y tapándose los ojos con la otra mano. Este estado se había declarado después de una operación de apendicitis. La niña ma­ nifestaba que veía ante sí una puerta cerrada y que iba a gol­ pearse con ella. Caminaba entonces detrás del adulto que la conducía. Se había consultado a un psiquiatra, que habló de los efectos de la anestesia general y pronunció la palabra alucina­ ción. Fue él quien dio la dirección de una psicoanalista, que re­ sulté ser yo. En la anamnesis, la niña había presentado vómi­ tos que acarrearon, «por precaución», una apendectomía cuyo diagnóstico era dudoso, y el apéndice estaba sano. Pero la ma­ dre se hallaba en el quinto mes de un cuarto embarazo. Había soportado bien sus embarazos, pero al comienzo tuvo síntomas de vómitos. La niña de 6 años era la mayor y, en confianza por­ que estaba sentada, hablaba de.sus hermanos y hermanas, más jóvenes que ella (¡no por mucho!), como una abuela de sus nie­ tos, tierna y condescendiente. Se decía de ella, hasta la brusca eclosión de sus síntomas en cadena, que era una verdadera mujercita en la casa, atenta a que su madre descansara (¡hasta la muerte!) y a que a su padre no le faltara nada. Por lo demás, era muy inteligente y brillante en la escuela, para su edad. También en este caso, la revelación de la prohibición del inces­ to hizo desaparecer su «locura» y le permitió caminar sola de nuevo y vivir, en fin, como una niña de su edad, más interesada en sus amigos, en sus juegos que en sus hermanos y hermanas y en su padre. Nunca abordamos el simbolismo de la puerta ce­ rrada alucinatoria. Desapareció inmediatamente. Pero ella misma abordó un fantasma importante: el de los microbios que el hombre da a la mujer para hacerle bebés. ¿Cómo lo hace? Los pone en un maravilloso licor que le hace beber y luego también con su pipí, aquí, mostrando el sexo, por donde va a salir (el be­

bé). Yo había dudado en aceptar el tratamiento de esta niña, pues, como yo misma estaba encinta, sabía que debería inte­ rrumpir mi actividad psicoanalítica durante el período de par­ to y las semblas siguientes. Me equivoqué, pues mi situación un poco adelantada respecto de su madre en lo referente al em­ barazo permitió a la niña, contra lo previsto, una transferencia inmediata hacia mi persona y confirió, por cierto, credibilidad a las verdades que le comunicaba. Mucho antes de mí propio alum­ bramiento la niña estaba ya totalmente restablecida. Pero pro­ puse, por prudencia, a los padres que me la trajeran poco des­ pués del nacimiento de mi bebé. No es sorprendente que la niña se haya interesado por el nacimiento de ese bebé, al que, por otra parte, no vio; sólo habló de él, pero oyó en casa los gritos del recién nacido. Y era delicioso oír cómo se burlaba de mí: que qué podía interesarme de un bebé que gritaba como un gato im­ bécil, que debía de ser feo, horrible, espantoso; en fin, sobre ese bebé las oí de todos los colores y vi representaciones en dibujos que la hacían retorcerse de risa, tanto más porque era un varón y en su familia ella habría querido, deseaba que su madre tu­ viera, en este cuarto parto, una niña. Fue entonces cuando hu­ be de repetir que, aunque fuera una niña, no podría jugar a la mamá con ella, pues ese bebé tendría su padre y su madre, co­ mo ella misma, y debería esperar a ser mujer, tener un marido propio, para poder tener bebés. Puso cara de derrotada y me di­ jo: «¡Eres mala!». Con esto terminamos el tratamiento. Los pa­ dres me hablaron luego delante de ella, encantados de su cura­ ción total, de la alegría que habían vuelto a encontrar y aun de sus pequeños altercados con sus padres en previsión de un be­ bé varón, pues ella quería una hermanita y había pedido ser su madrina, cosa que los padres se proponían hacer. Pero ahí yo intervine y dije: «No creo que sea favorable que el nuevo bebé, si es una niña, tenga a su hermana como madrina». Este lazo de sustituto parental no tiene ningún interés para el bebé que va a nacer, pues redobla el vínculo de responsabilidad que una hermana mayor puede tener más tarde respecto de una herma­ na menor. Por el contrario, el hecho de elegir una madrina en­ tre las amigas daría a la recién nacida no sólo sus padres, sus hermanos y hermanas mayores, sino también otra persona fue­ ra de la familia que podría amarla y sustituir a los padres en

caso de desgracia. Los padres, felizmente, me escucharon, pues siempre es nocivo que una niña edípica pueda catectizar a un hermanito o hermanita como sustituto del niño incestuoso que había querido tener. Ello no sólo es malo para el mayor, sino que también resulta catastrófico para el bebé seis o siete años menor, cuya imagen materna se dicotomiza hacia la madre, por una parte, y, por otra, hacia la hermana mayor, que se conside­ ra con derechos maternales, generalmente sádicos, sobre su hermanita, su pseudohija pseudoespiritual. Pero dejemos ahí estos dos ejemplos, que sólo he dado para ilustrar mis afirmaciones. Los fantasmas edípicos se pueden verbalizar como hechos de realidad. El deseo del sujeto por el ob­ jeto incestuoso es presentado como satisfecho por parte del obje­ to (mitomanía frecuente que, transferida del padre a un adulto familiar, acarrea a veces como consecuencia errores judiciales) o, por el contrario, da lugar a una acusación injustificada falsa, socialmente degradante para una niña edípica qüe no diferen­ cia todavía lo imaginario de la realidad, lo que se puede com­ probar muy bien por lo lábil o inverosímil de sus testimonios respecto de hechos conocidos por todos. Una niña a la que el padre prestaba un poco menos de aten­ ción después de haberla adulado cuando era pequeña, pues pre­ fería a una hermanita más pequeña, dirigió sus pretensiones hacia un joven profesor, el único profesor masculino de la insti­ tución. Declaró que estaba embarazada de él. A petición de ella, el profesor se habría introducido en su cuarto por la ventana, que ella había dejado abierta con ese propósito. A pesar de las negativas horrorizadas del joven, la historia tuvo el desarrollo que se puede imaginar. La niña era una de las más brillantes de su clase y, bastantedesarrollada desde el punto de vista físi­ co, ya había tenido menstruaciones una o dos veces, de manera irregular. Todavía no era la época de las pruebas biológicas del embarazo. El profesor fue despedido y luego fue expulsada la niña, que había conmocionado al pensionado, y, como se trata­ ba de gente acomodada, la llevaron a Suiza... Después del exa­ men, negativo, de la comisión especializada, los médicos suizos aconsejaron a los padres que la dejaran allí en un pensionado, pues de ese modo aprovecharía una psicoterapia en la que los padres confiaban, aterrados como estaban por este incidente

que había provocado tanto revuelo en su medio. Conocí esta historia por boca de esta niña cuando ya era mujer y, al tratar de comprender con ella lo que había ocurrido, me dijo que, en esa época en que comenzó con sus relatos mitomaníacos, no se había dado cuenta de que se trataba de algo grave. Sabía muy bien que no era cierto, pero había hablado con sus compañeras, eso llegó a oídos de los profesores, etc. No podía volverse atrás sin quedar muy mal. ¿Qué había pasado con el profesor? ¿Era amiga de él? De ninguna manera, era el profesor de gimnasia y ella tenía un poco de obesidad juvenil. Un día en que no logró hacer un ejercicio, él le dijo: «Es porque estás muy gorda, ten­ drías que comer menos». Esta observación la hirió profunda­ mente y, sin duda, trastornó los datos edípicos primeros en la época en que su madre estaba encinta de su hermana y en que el padre, después del nacimiento de ésta, pareció descuidar a la mayor. Tenía que vengarse. Pero en esa época no lo había com­ prendido en absoluto. «Por lo demás — me decía—, yo soñaba con eso todas las noches, que él venía a buscarme a mi cama. Recuerdo que todas las tardes hacía teatro a mis padres diciéndoles que temía que entraran ladrones en mi habitación y me llevaran, y así conseguía dejar la puerta abierta y que también la dejaran ellos. De ese modo podía espiarlos. Pero, por mi par­ te, yo entreabría mi ventana bajo las cortinas, esperando que quizás alguien viniera a mi cama, como en mis sueños.» Esta niña transformada en mujer estaba totalmente sana, había pa­ sado su Edipo de una manera bastante dramática para su fa­ milia y aun para ella-, sin que se diera cuenta. De forma distinta, pero también mitomaníaca y calumniosa —pues en el primer caso la niña no se daba cuenta, absoluta­ mente, de que sus declaraciones eran calumniosas para el joven profesor de gimnasia—, esos fantasmas de deseo pueden ser proyectados como procedentes de un adulto al que la niña acusa de atormentarle con su persecución. Estos fantasmas pueden provenir de un ensueño edípico censurado en el cual la persona del padre es reemplazada por una imagen de hombre tomada de su entorno, incluso de entre extraños a los que ella no conoce en absoluto. También pueden dar lugar a un verdadero delirio de persecución del que la niña sería objeto por parte de su madre (la s madrastras malvadas de los cu e n to s), que s u p u e s ta m e n te

quiere su muerte, o envenenarla, o hacerle abandonar la casa porque está celosa —en lo imaginario de la niña— del amor de su marido por su hija. Hay casos en que la niña edípica llega a desunir a la pareja parental con la astucia de su maledicencia hacia su madre, de la cual la pobre mujer no .entiende nada, y el padre, menos aún. Los padres son ciegos, por supuesto, porque tanto el afecto como el amor son ciegos. En ciertos casos en que es muy grande la angustia de castración inherente a la crisis edí­ pica, estos fantasmas pueden llevar a la madre a pedir ayuda a médicos de afecciones orgánicas para la niña, al psiquiatra para el padre o para la niña, o ahora a los psicoanalistas, en el caso de fantasmas que toman la forma pseudodelirante o de comporta­ mientos «chalados» de la pequeña, que trastornan el equilibrio familiar. En la mayoría de los casos de la vida corriente, estos fantasmas son bastante bien reprimidos o incluso, si no lo son, debido al estilo de la libido genital y del deseo cuya dinámica con respecto al falo es centrípeta en las niñas, éstas pueden seguir sin manifestarlos, espiando las reacciones del padre supuesta­ mente seducido por ellas. Pero no saben si pueden atreverse y creer. En realidad, todas las niñas, en el momento de la crisis edípica, son «erotómanas» en escala respecto de su padre. En su sueño hay ensueños deliciosos en que se satisfacen las pulsiones del deseo, que alternan con otros de angustia, con la muerte de la madre, la muerte del padre o con una persecución enloquece­ dora de un malvado gorila que tendría el rostro del padre. Las niñas no cuentan fácilmente a su madre estos sueños. E^ más fá­ cil que los narren a su padre, pero sobre todo a sus compañeras, en la escuela, y los fantasmas van rebotando en el grupo de ni­ ñas, que se enfrentan todas con el mismo problema. Me parece que toda teoría del complejo de Edipo debe plantear asilas características constitutivas del enfoque del momento de la verbalización clara de la prohibición del incesto, acompañada por promesas del deseo autorizado en las relaciones fuera de la familia y de un futuro en que los deseos genitales de la niña en la ley, esta vez, de la relación entre adultos podrán aportarle, si se prepara para ello, los goces que esperaba de los encuentros incestuosos. Para esclarecer las ideas sobre este problema edípico, he ela­ borado la siguiente regla, a la que yo llamo la regla de las cua­

tro «G». Cuando tenemos que tratar a una niña perturbada —por otra parte, esta regla rige también para el varón— mediante las asociaciones libres, los relatos que hace, sus fantasmas, es de­ cir, una vez tiene confianza y habla sin inhibiciones de toda su vida fantasmal, Be trata de establecer si están bien agrupadas las cuatro representaciones subjetivas (fantasmas) referentes a un deseo conforme con el sexo que es el suyo:* 1. El objeto heterosexual progenitor es valorizado y, de mane­ ra directa o indirecta, también es valorizado su sexo. 2. El sexo de la niña es, para ella, un objeto de orgullo, su fe­ minidad o su masculinidad —su feminidad en este caso, por­ que se trata de niñas— y su persona son, para ella, objetos de su narcisismo. Se encuentra bonita. 3. Las relaciones genito-genitales son interesantes y la niña manifiesta curiosidad por ellas. 4. Desea tener hijos y dice fácilmente que su padre sería el de los niños. En fin,bhabla de sus sueños agradables, que son satisfaccio­ nes de deseo genital apenas disfrazadas, en donde el padre de­ sempeña un papel, y de sueños de angustia en los cuales la ma­ dre desempeña un papel nefasto o bien de sueños en que la niña está desesperada por las desgracias que le ocurren, mientras que si el interlocutor dice: «¿Y si eso ocurriera de verdad, y no en un sueño?», la niña agrega inmediatamente: «Me ocuparía de todo en la casa, haría todo lo que hace mamá». En suma, es­ tos fantasmas sólo son edípicos, en tanto maduros para que la niña reciba la prohibición del incesto, si el sujeto ha llegado a. [En 1960, los cuatro puntos que siguen eran:] 1. El objeto heterosexual progenitor (géniteur). 2. Las relaciones gen itales (genitales). 3. El sexo valorizado genito.lmente (génitalement). 4. La esperanza de fertilidad genética (génétique) humana. b. [En 1960, el párrafo era:] En suma, estos fantasmas sólo son edípicos si el sujeto ha llegado prácticamente a Ja autonomía de su conducta y de su con­ servación, es decir, si es capaz, en su realidad espacio-temporal, de manteni­ miento, de supervivencia y de crecimiento corporal sin el recurso necesario maternalizante protésico a otro ser humano, lo que implica que su inserción en el grupo está mediatizada por entero y es simbólica.

prácticamente a la autonomía de su conducta, de su manteni­ miento, es decir, si la niña es capaz, en su realidad, de prescin­ dir de toda ayuda del adulto, lo que implica que su inserción en el grupo es enteramente mediatizada y simbólica en cuanto a la potencia libidinal de una niña de su edad. Estos largos desarrollos tienen su importancia, según vere­ mos, para explicar los escollos de los planteamientos incomple­ tos o pervertidos8cuando el deseo se invierte en relación con el objeto o la niña niega valor a su feminidad y, por consiguiente, cuando al llegar la noción social de la prohibición del incesto en el curso del crecimiento, no se puede producir la liberación del conflicto de angustia y de deseo anudado. No liberado de sus de­ seos arcaicos genitales ni de su angustia con representaciones castrantes, mutilantes, eviscerantes, el niño es, por una parte, frágil en sociedad desde el punto psíquico y, por otra, sus pul­ siones no están a su servicio para que las utilice en sublimacio­ nes creadoras. Hay que decir que los escollos los provocan muy á menudo las dificultades sociales y familiares exógenas, mientras que to­ do el conflicto edípico es endógeno. Estas dificultades proce­ dentes del medio exterior causan neurosis sobreagregadas a la neurosis debida a un conflicto no resuelto. Pueden ser provoca­ das por un contra-Edipo de padres neuróticos o aun infantiles, o por la ausencia de éstos o de uno de ellos, o también por sus actitudes realmente perversas caracterizadas. Estas dificulta­ des, sobreimpuestas al sujeto llegado a la edad de resolver el complejo de Edipo y concernientes a sus fantasmas-y su aflora­ miento a la conciencia, hacen a veces imposible el planteamien­ to del Edipo a partir de los 3 años y luego su desarrollo hasta su acmé, la crisis edípica, y la resolución de este complejo específi­ co de la formación de la persona humana. Resumamos, así, esta teorización del Edipo: Las condiciones libidinales endógenas teóricamente necesa­ rias para alcanzar el nivel de resolución del complejo de Edipo son: la existencia subjetiva de los fantasmas de las cuatro «G» y la existencia subjetiva, en medio social mixto de edad y de sexo, de la autonomía práctica en lo que se refiere a todas las necesi-

dades corporales del sujeto y sus libres iniciativas en lo que a ellas concierner Agrego que no hay complejo de Edipo" verdaderamente abor­ dado mientras el niño no haya perdido su dentadura de leche y que no puede haber resolución edípica, en el sentido de las sim­ bolizaciones que acompañan a ese momento determinante, antes de que la boca del niño haya encontrado de nuevo una denta­ dura totalmente funcional, es decir, antes de que haya llegado, en su segunda dentición, a los dientes de los 12 años, que aún aparecerán después del Edipo. Esto viene de la angustia que acompaña a la pérdida de los dientes de leche, angustia estruc­ turante, que ayuda al niño a superar la angustia ligada con los conflictos arcaicos que se despiertan en el momento de la cas­ tración edípica. Detallaré más adelante las razones de mi toma de posición. La observación de los niños en psicoanálisis, al igual que la de los niños en curso de crecimiento, nos muestra que el térmi­ no «complejo de Edipo» sólo se debe reservar a los fenómenos sexuales conflictivos que sobrevienen después de la constitu­ ción de la autonomía de la persona del niño en sus relaciones de atención y mantenimiento de su propio cuerpo: es decir, en el caso de la niña, cuando sabe vivir en sociedad en ausencia de la tutela maternal, de la que debe haberse privado ella misma, pe­ ro sobre todo cuando sabe, conscientemente, que ha aceptado el hecho de que el acoplamiento en las relaciones sexuales procreati vas entre dos cuerpos se concierta entre dos personas adultas y libres. Las condiciones mismas para la obtención de esta ima­ gen del cuerpo completo y genitalizado implican toda una dia­ léctica emocional de la libido, arcaica, oral y anal (en su erotismo aditivo y en su erotismo sustractivo) y un desarrollo fisiológico y emocional que el niño no alcanza sino después de un mínimo de pruebas angustiosas vividas en su propio cuerpo, pruebas que son sinónimo, para él, de promoción cuando las supera y cuyo valor de mutación comprueba con posterioridad en sus re­ laciones con todos los otros de las generaciones precedentes a la suya y de las generaciones posteriores a la suya en su familia,

no sólo cuando no tiene conflicto con los de su grupo de edad.” Hay que saber que, en las familias numerosas, la existencia de hermanos y hermanas mayores o menores complica la resolu­ ción edípica debido a la rivalidad de los mayores respecto de sus menores e inversamente en las prevalencias afectivas que tra­ tan de obtener de los padres, y que, por otra parte, los más jó­ venes pueden servir para obturar la angustia de la esterilidad incestuosa por la representación de niños incestuosos que los pequeños pueden tener para los mayores. Esta fase edípica, que desde su planteamiento hasta su re­ solución sólo debería durar, para la salud psíquica de una mu­ jer, hasta los 8 o 9 años como máximo (constitución de la nueva dentadura), se prolonga a veces indebidamente a causa de la imposibilidad en que se encuentra la niña de plantear uno de los valores fantasmales que he enumerado entre las «cuatro G» o también la condición corolario que es la autonomía efectiva en su conducta. Una de las trabas frecuentes al planteamiento del Edipo y a su conclusión en la resolución edípica, el abandono del amor incestuoso, es la confusión subjetiva de las entrañas rela­ tivas a excrementos con las entrañas útero-anexiales. Esta con­ fusión se debe, por una parte, a la angustia endógena de castra­ ción y de violación sentida por la niña a causa de su deseo del objeto incestuoso, vinculado con su localización genital de inter­ cambio corporal que la noción del tabú incestuoso, tanto homo­ sexual como heterosexual, no ha aclarado mediante su verbalización clara, y, por otra parte, a una relación a menudo neurótica de la madre y del padre de la niña, que hacen actuar a su res­ pecto a su propia posición edípica residualmente no resuelta.* Después de la pérdida de las esperanzas edípicas, que es una prueba para el narcisismo, se restablece el funcionamiento interrelacional viviente y creativo de la libido de la niña. Pero se ha resuelto un modo de vida. Una muerte sexual en la fami­ lia, después de una muerte sexual de sus padres para la niña, y

* Véanse, en el capítulo I, las observaciones de la frecuencia de la falta de resolución edípica en la mujer y sus consecuencias clínicas, la homo y heterosexuatidad concomitantes, y la contaminación neurótica de los descendientes, es decir, de los niños en curso del Edipo a causa de padres que ellos no resolvie­ ron. (Nota de la autora.) a. [Añadido en 1982: la frase que sigue. 1

ha sido vivida de manera irreversible sin que ningún ser vi­ viente protésico fálico maternal o paternal11pue.da evitar la prueba endógená que esto significa, específica del crecimiento humano. Y esta irreversibilidad espacial y temporal entera­ mente aceptada1 * que consiste en aceptarse como viuda de su padre y estéril es lo que permite1la sublimación de las pulsio­ nes así reprimidas en cuanto a lo que el deseo tiene de inces­ tuoso en todos los niveles de la libido y la obtención del fruto de esta experiencia que detrae narcisismo y es doblemente mortí­ fera y que lleva el nombre de resolución edípica para la niña. Una de las pruebas orgánicamente perceptibles y reflexiva­ mente provocadoras de angustia para todos, según he dicho, es la caída de los primeros dientes, porque angustia a todos los ni­ ños. Los hace morir a un modo de sentir y de actuar de una zo­ na erógena que ha sido electiva y que lo es aún entre los 6 y los 7 años.dTodo lo que se refiere a la boca y al gusto, a la palabra, para las niñas (que tienen la lengua muy suelta), está muy catectizado de libido activa y pasiva oral en todas las pulsiones sensoriales del ámbito oral. Desaparece así el poder seductor de la sonrisa, no es bonito ver una boca desdentada y el placer gus­ tativo está muy entorpecido por las dificultades funcionales de la mandíbula. La niña no ve sólo perturbado el placer de ha­ blar, de comer, de hacerse oír, sino que incluso a veces la ridicu­ lizan; la caída de los dientes de leche la afea siempre a sus ojos cuando se mira en el espejo y, en comparación con el rostro, pa­ ra ella perfecto, de su madre, el suyo no da el mínimo necesario para seducir a los varones. Para ciertas niñas que han tenido una gran dificultad en aceptar el carácter carente de pene de su sexo, la caíala de los dientes despierta una angustia de castra­ ción de esta época que podía parecer adormecida y los sueños de las niñas dicen mucho sobre este despertar de una mala acep­ tación de la castración primaria, que, gracias a la pérdida de los dientes de leche, ellas pueden superar entonces, cuando tienen a. [Añadido era 1982;] o paternal. b. [Añadido en 1982: hasta estéril.] c. (Añadido en 1982: hasta la libido, y.] d. IEn 1960, el final del párrafo era:] L a caída de los dientes molesta para comer, para hablar y hacerse entender, a veces ridiculiza, siempre los afea a sus ojos cuando se miran en el espejo.

la certidumbre de que brotan los dientes definitivos y les dan la sonrisa de una joven. No hay madre imaginaria o real a la cual regresar que pueda impedir esta prueba real, sensorial, orgánica y narcisista o interrelacional-Después de que su dentadura definitiva haya reem­ plazado a la precedente, esta experiencia fisiológica produce su fruto fisiológico y la integridad nueva de la boca, tras su devas­ tación, es, para ella, inconsciente y conscientemente, la supera­ ción de una prueba que resultó iniciática para triunfar sobre una angustia, la de una zona erógena arcaicamente dominante herida, y luego renovada, transfigurada. Un ejemplo® en apoyo de lo que acabo de decir: una mujer jo­ ven que inició el análisis por un vaginismo que le impedía las relaciones sexuales con su joven esposo, del que estaba muy enamorada, y él también de ella, en el curso de su tratamiento psicoanalítico, después de un cierto número de meses, por su­ puesto, soñó que daba de comer un filete a su vagina y que ésta „lo encontraba delicioso.* Las asociaciones se referían a la épo­ ca de su pérdida de los dientes de leche, en que la madre puri­ tana no admitía que su hija no comiera carne poco tierna y le obligaba a tragarla y, además, le prohibía los placeres de la gu­ la que gustan a todas las niñas, los postres agradables, Y esta niña, al revivir estas escenas dramáticas de imposibilidad de comer esa carne y los castigos que ello le acarreaba, experi­ mentaba aún el.sufrimiento que había sentido al ver que su madre no la entendía en sus dificultades de niña. Sin duda, no era ésta por sí sola la causa del vaginismo, pero es un ejemplo de cómo la agresividad en las vías genitales femeninas, agresi­ vidad de defensa contra la madre inhumana, puede hacerle de­ sear a la niña tener dientes en la vagina; hasta tal punto que estos dientes fantasmales en sus sueños traducían no su agre­ sividad respecto de su marido, del que se podría haber pensado que era la causa de su vaginismo, sino, por el contrario, el sig­ no de que catectizaba de nuevo todo su cuerpo y su sexo con el narcisismo oral que le había sido prohibido por su madre. Entre * Sobre el caso de esta mujer con vaginismo, véase F. Dolto, Séminaire de psychanalyse d ’enfants, I, op. cit., págs. 101-103. ~ a. IAñadido en 1982: los dos párrafos que siguen.]

sus recuerdos de infancia, hay uno en que su padre, que rara vez estaba en casa porque era viajante de oficio, cuando volvía, decía a su mujer que, cuando él estaba lejos, nunca se le apar­ taba de la memoria su bella sonrisa y sus dientes resplande­ cientes. La pequeña oía este cumplido de hombre enamorado y su inferioridad narcisista de la época de la caída de sus dientes junto con la supuesta severidad de su madre respecto de los de­ beres y los placeres que una niña debe siempre someter al con­ trol de su madre habían dado una configuración particular a su Edipo, que actuó tanto sobre su persona respecto de su padre como sobre la necesaria nueva catexis oral de su vagina antes de que pudiera producirse la curación total de su vaginismo. Sólo después de haber analizado estos sueños caníbales vagi­ nales, se los pudo contar a su esposo, cosa que hizo reír a am­ bos, risa que concluyó alrededor de una semana después de es­ tos sueños con la desfloración, hasta entonces imposible, y con un placer orgásmico completo. Este sueño de vagina dentada en esta mujer se articulaba con una ausencia de frigidez hacía su marido; por el contrario, en los casos que tuve que analizar en que las mujeres sufrían de frigidez, pero no de vaginismo, el reencuentro de la feminidad sensible en el coito iba acompañado por sueños de caída de todos sus dientes de adulta. Se ve aquí que un mismo sueño, cuando se lo analiza y según el período de la vida al que el análisis del contenido latente del sueño se refiera, puede significar en una mujer lo contrario de lo que significa en otra. En el caso de es­ tas mujeres frígidas, la caída de la dentadura era una acepta­ ción de la pérdida de la mascarada femenina que disimula en muchas mujeres una inversión del deseo; los dientes, en el caso de las mujeres frígidas, pueden ser el símbolo del pene que quieren imaginarse que conservan, en una reivindicación mas­ culina centrada sobre un deseo centrífugo genital, mientras que las pulsiones genitales de la mujer afectada de vaginismo de la que he hablado anteriormente eran centrípetas en lo que se refiere a la dinámica fálica. Volviendo a las castraciones arcaicas que preceden a las otras castraciones en la niña y para terminar con la cuestión, tengo que referirme a la cicatriz umbilical, primera e x p e r ie n c ia

de mutación totalmente olvidada.3Esto no impide que pueda existir la masturbación umbilical en las niñas que no sienten la tentación, ni siquiera en. imagen, de la masturbación vaginal ni clitoridiana. La caída de los dientes se inscribe como una expe­ riencia de mutación similar, pero esta vez consciente. Me ha pa­ recido en las observaciones que existía aún, presente de distintas maneras entre las representaciones inconscientes de castración, como herida narcisista despertada por las pruebas de la vida de los adultos, más aún en las niñas que fueron alimentadas con el pecho que en las criadas con biberón, y más en las que mama­ ron durante más tiempo que las otras.b El destete oral-mamilar de la madre, carnal y experimen­ talmente falomorfa para la zona bucal parcial, se ubicaría en­ tonces, para la niña, en el plano de fondo del renunciamiento genito-genital,csea al padre o a la madre, es decir, que el sueño de la caída de los dientes de leche puede igualmente recubrir, cuando se analiza su contenido latente, un signo de búsqueda de refugio en una homosexualidad reconfortante o un signo de impotencia para seducir a los hombres. El primer falo, en imagen formal y funcional, sería la mama perfundidora. Su primera percepción sensorio-emocional e imaginaria complementaria de forma sería la lengua en U ajus­ tada al paladar y su primera condición de función vitaliz adora sería la succión, que establece el continuo mucoso oral del bebé con las mucosas del seno materno. Éste sería el primer modo de relación viviente escandida por sensaciones rítmicas pulsátiles adormecidas sobre un fondo pulsátil circulatorio y respiratorio, mantenido y modulado para el placer, tanto por la satisfacción de una necesidad como por la del deseo de reconocer el olor de la madre11que, cuando el niño la contempla y la madre habla, sobre todo cuando habla al mismo tiempo que da el pecho al ni­ ño, establece una continuidad vibratoria entre el cuerpo de la madre y el del bebé durante la mamada, con una simbiosis de los estados afectivos de la madre y los del niño. a. [Añadido en 1982: la frase que sigue.} b. [Supresión en 1982:1 M e gustaría saber si esta observación se confirma. c. [En 1960, el final de la frase era:] ...de la renuncia genito-genital al padre, d. [En 1960, el final de la frase era.i el primer lenguaje de ésta para el niño.

EL RIESGO FEMENINO Y LA DIALÉCTICA FÁLICA El niño introyecta una manera de sentir derivada de lo se­ xuado que las voluptuosidades orales y anales han preformado con referencia a la dialéctica de las funciones complementarias de zonas erógenas pasivas y del objeto parcial erótico presenteausente. Esta manera de sentir en la fase de interés dominan­ te por lo sexual genital,8que comienza después de la continen­ cia esfinteriana y la marcha deliberada, aparentemente sin vinculación con necesidades y sin otra finalidad que el placer que la niña siente al tacto en su zona vulvar, está señalizada por el pequeño falo parcial, ese botón que la niña tiene en su se­ xo, pero que le hace comprender que no tiene pene y que ese pe­ queño clítoris irrisorio, quizás erógeno, no es espectacular. Sin embargo, justamente porque no lo tiene, la niña aprende que es una niña. Las niñasbse dibujan con un bolso que contiene bienes con­ sumibles y, en cambio, dibujan a los varones con una caña o un bastón, y también representan de forma diferente la parte in­ ferior del cuerpo vestido de una niña y de un varón. Las niñas tienen faldas y sus piernas terminan en unos bonitos zapatos puntiagudos, pero, sobre todo en la actualidad, las niñas pueden tener pantalones en los dibujos en que ellas mismas se repre­ sentan. No obstante, lo que se pone de manifiesto en todos los dibujos de niños es que los pantalones de las niñas tienen dos piernas del mismo tamaño, mientras que los de los varones tie­ nen siempre una pierna más ancha que la otra en la base de la pelvis, como si de una manera inconsciente dejaran en la forma geométrica que representa una de las perneras del pantalón el lugar donde esconder el pene, que saben siempre que los varo­ nes tienen. En cuanto a la ética y a la estética oral, en estos di­ bujos están representadas por la pipa, la elegante corbata en el varón y, en las niñas, el buen gusto de los nudos, del peinado, de las alhajas. Alas niñas se íes otorga, a veces, una bella flor so­ bre el vestido en el lugar del sexo y se les coloca en los b r a z o s una muñeca. a. [Añadido en 1982: la proposición que sigue entre comas.} b. [¡Recuperación desarrollada de 1960: el párrafo que sigue.]

Al introyectar una ética social a través de los mediadores referenciales culturales orales de su sexo —por ejemplo, lo bello visible, el buen gusto, hablar bien— , la niña desarrolla cuali­ dades sociales de persona correspondientes a la ética anal, don­ de todo intercambio justo es un trueque con sentido utilitario, donde lo aditivo y lo sustractivo son siempre provechosos. Este trueque aditivo contribuye a beneficiar su sexualidad difusa, en y sobre todo el cuerpo, pero se siente como gratificación clitoridiana—vulvar en la soledad masturbatoria. En lo imagina­ rio, esta sexualidad, aún no humanizada porque no se ha vivido el Edipo, está representada por un objeto con ruedas o con pa­ tas —animal, camión, tren, todo juguete del que el niño tira, ar­ ticulado con él a través de un cordón, dependiente de él, como él lo es de su padre* y de su madre, y sobre el cual se sienta más tarde a horcajadas para localizarlo en su sexo— ,bTodo esto re­ sulta de la observación de los dibujos de niños, en los cuales se muestran con narcisismo. Es su propio retrato, visto Con una luz fa v o ra b le .

Todo objeto del deseo libidinal, cualquiera que sea el estadio considerado, es una prefiguración del falo hasta el momento ge­ nital de la clara opción sexual por la dominante erógena de la abertura atractiva vulvo-vaginal, señalizada por la ambigua excitación fálica clitoridiana' y la excitación eréctil del contor­ no vaginal. Esta dominante sexual genital está orientada por el deseo del pene masculino para que penetre allí, es decir, un de­ seo centrípeto que valoriza a la niña, y lo que ella siente es la disponibilidad orbicular mente turgente y castrada de pene de un sexo abierto, que la niña sólo conoce indirectamente por la atracción de su persona enfocada por el otro, el personaje mas­ culino poseedor de un falo, con el que espera que la gratificará mediante una penetración placentera en el lugar electivo de su disparidad corporal genital. El niño llega, pues, en la dialéctica sexual genital fálica, al deseo de penetración efectuada o sufrida —según sea varón o mujer— , pero este deseo despierta la angustia de castración de a. [Añadido en 1982: las cuatro palabras que siguen,] b. [Añadido en 1982: la frase que sigue.] c. [Añadido en 1982: el final de la /rose.]

estilo dental-oral (parcelamiento) y de estilo expulsivo lingual o anal (separación). Aparte de que el parto de su madre pudo ser crítico para este niño cuando era un feto, la angustia de cas­ tración despierta una inseguridad de todas las imágenes corpo­ rales,0cualquiera que sea el objeto con el cual su deseo anhela entrar en relación de cuerpo a cuerpo genital. Esta dialéctica de penetración voluptuosa centrípeta, sufri­ da o deseada (que se hace sufrir al otro cuyo sexo es agujereado, para el varón, con su dinámica fálica centrífuga), despierta en la niña la angustia de violación articulada con el nacimiento («con comer demasiado») oral que amenaza de estallido al inte­ rior, con los malestares intestinales espásticos de la época anal, con todas las sensaciones demasiado violentas para los oídos, para los ojos (tics de ojos, sordera, tartamudeo), y, particular­ mente en las niñas, una angustia de violación de su cuerpo por la madre, violación con la cual su cuerpo se identifica si se atre­ ven a imaginar un nacimiento consecutivo a la penetración, co­ rrespondiente a las realidades biológicas del coito.b¿Cómo se vengará aquélla? Lá importancia que tiene en los niños de los dos sexos la an­ gustia de castración y la de violación ligadas a la tentación geni­ tal que el adulto suscita en el niño lo sitúa con relación al sexo, penetrador fálico en el varón, atractivo fálico en la niña. Debemos decir que lo que va a dominar en el varón es el falismo uretral, y no el falismo anal, pues tiene experiencia de los retornos regulares de la erección, como del retorno regular de los excrementos. Se siente conservador debido a que su pene está siempre allí, guardián y dueño del falo, gracias a la peren­ nidad de ese sexo en su forma fláccida durante los intervalos entre las erecciones, mientras que no tiene nada que quede en el ano durante los intervalos entre las defecaciones. El varón está menos castrado fálicamente antes que después del período ano-uretral. En cuanto a la niña, la angustia de castración primaria sobreactiva la catexis plástica y esténica membrada de su perso­ na. La angustia latente se traduce en ella muy a menudo por a. \Añadido en 1982: el final de la fraseé b. [Añadido en 1982: la frase que sigue.]

gestos de los miembros adheridos al cuerpo,* mientras que, por el contrario, el sentimiento de su orgullo femenino le da gestos de gracia de sus brazos y de sus piernas en todos sus juegos de danza, que le gusta tanto realizar para agradar a «esos seño­ res». En las formas representadas, cuando la niña está aún ba­ jo el impacto de la castración primaria, evita que los prolonga­ mientos fálicos de Tos objetos, los miembros de los animales, las ramas de los árboles, los brazos de los humanos, puedan ser alcanzados por elementos supuestamente castradores (mutiladores): esto se debe a la angustia de castración y de violación raptara proyectada sobre los demás y emanada de su comporta­ miento activo oral sobre su deseo de raptar el falo y toda repre­ sentación fálica que se asocie con él simbólicamente. El movi­ miento de las niñas que cierran los brazos sobre las muñecas, fetiches del pene paterno, fetiches de su propio cilindro fecal, fe­ tiches de su.falo moral (todos los discursos, monólogos, psicodramas con sus muñecas), y la proyección de los senos todavía presentes son los gestos que traducen estos mecanismos gestuales de defensa contra esta angustia de castración incons­ ciente, gracias a la cual se sienten más niñas. En cuanto a la angustia de violación,1"tanto en el varón como en la niña, en el momento de la castración primaria, despierta todas las sensaciones demasiado fuertes sufridas dolorosamen­ te en los diversos lugares receptivos del cuerpo, en particular en los lugares huecos y sensibles, el pliegue del codo, el hueco poplíteo en los miembros inferiores, los agujeros auditivos, ocu­ lares y las salidas límites cutáneo-mucosas —boca, ano, meato urinario, ventanas de la nariz— . En el varón, la catexis de esta angustia de violación provoca una imagen agujereada de su persona, en contradicción con el genio masculino que lo habita y que le hace valorizar más todas las catexis activas y fálicas. A fin de huir de sus angustias de castración imaginaria consecu­ tivas al descubrimiento de la falta de pene en las niñas, el va­ rón catectiza más, en compensación, todos los comportamientos fálicos de su persona y de su sexo,cy por ese motivo, al embara. [Añadido en 1982: el final de la frase.1 b. [Añadido en 1982: el comienzo de la frase hasta niñas.] c. [Añadido en 1982: el final de la frase era:] y estará obligado a resolver la situación edípica muy pronto.

carse desde muy temprano en una dialéctica espectacular y.exhibicionista fálica, desde la época anal-uretral, va a desarrollar una sensibilidad peneana y, junto con ella, los fantasmas de pe­ netración del objeto preferencia!, la madre, y a entrar mucho más rápidamente que la niña en el período de la situación edípica y de los componentes que acarrean fatalmente la angustia que la acompaña. Constituye, para el varón, una economía de libido narcisista el hecho de que pueda atribuir a su padre la responsa­ bilidad causal de su renunciamiento al retorno regresivo (marsupial) a su madre o a los intentos de posesión agresiva, a la vio­ lación de su madre, cuyo deseo por ella es, a la vez, reivindicativo, recuperador y destructor del peligroso ideal maternal0que ha­ bían mantenido antes de saber que ella no tenía pene. La angus­ tia de castración relativa a la persona del padre es, debido a todo esto, una necesidad en el varón, así como la imaginaria certidum­ bre de la presencia del pene paterno encerrado en la vagina de la madre,bcomo si por detrás de la imagen que él se hace de la ma­ dre, el padre fuera el guardián de ésta hasta en su interior. En la niña es diferente. La angustia de violación valoriza en ella la imagen fálica del otro que le da cada vez más sensaciones en las zonas huecas y agujereadas de las salidas de su cuerpo, en los orificios mucosos. El terror que tiene a esta violación en los fantasmas valoriza su feminidad y mantiene al fantasma de la penetración más allá de todos los anillos orbiculares fronterizos sobrecatectizados, en particular los orificios vulvar y anal.” (El simbolismo de los anillos con piedra, representación metafórica del clítoris en la abertura vaginal.) Centrado en una dialéctica fálica, poseyendo el pene y tra­ tando de hundirlo en los agujeros pasivos del otro, o no poseyén­ dolo y tratando de atraerlo hacia sus agujeros activos, tal es el genio de la dialéctica fálica de los sexos, varón y niña, al co­ mienzo de la edad edípicady en el curso del planteamiento de los componentes del Edipo, en cuanto a la catexis del fantasma erógeno genito-genital. a. [Añadido en 1982: el final de la frase.] b. [Añadido en 1982: el final de la frase.) c. [Añadido en 1982: el final del párrafo.) d. [Añadido en 1982: el fi.rud de la frase.)

Para el varón, el objeto electivo es la madre y las progenito­ res femeninas cercanas que le interesan al padre y, para la niña, es el padre como objeto de deseo sexual, si lo es de la madre, o cualquier otro hombre que lo sea, Pero el padre, aunque exista otro hombre e independientemente del hecho de que viva o no viva con su madre, es más que cualquier otro el representante del estilo patriarcal que la sociedad le confiere,” pues la niña lleva legalmente su patronímico y, si no lo lleva, tiene, enton­ ces, el de su abuelo materno, en el caso de que su padre no la haya reconocido legalmente. Una vez resuelto el Edipo, que va obligatoriamente acom­ pañado por la escena primaria vivida,bes decir, el fantasma del coito de los padres y el fantasma insoportable de no haber existido antes y de haber nacido de eso, la dialéctica fálica seguirá siendo la misma, pero la renuncia al hijo de la atracción incestuosa per­ mite al sujeto superar las más grandes angustias de castración y de violación, gracias a la catexis de una responsabilidad de las vías genitales0que se le ha asignado a raíz de las explicaciones de los adultos en respuesta a sus preguntas. La niña proyecta, enton­ ces, la realización de su deseo genital en el futuro, ya que le está permitido que su cuerpo, al transformarse en mujer, agrade a va­ rones fuera de la familia. Este logro prometido en la ley le hace es­ perar un logro social y una fecundidad humana para la cual se pre­ para desde la resolución edípica mediante sublimaciones de todas sus pulsiones y el acceso a las potencias femeninas en sociedad. Para que se pueda hablar de libido genital en tanto tal, y no sólo de erotismo parcial genital, hace falta aún que la donación de sí mismo al otro para el placer del otro/ tanto como para el propio, sea valorizada por una promesa de placer, reconocido como valorizante ético para las mujeres que la niña ve empare­ jadas con hombres en la sociedad; también hace falta que sepa que el hombre valoriza a la mujer a la que gratifica con su pene en el coito, a la mujer que lo acoge y goza junto con él. a. [Añadido en 1982: el final de la frase.] b. [Añadido en 1982: el pasaje que sigue, entre comas.] c. [En 1960, el final del párrafo era :] proyectando sobre el porvenir una se­ ducción conseguida, lícita, social y una fecundidad humana. d. [En 1960, el final del párrafo era:] sea más valorizada que la promesa de placer que el sujeto mismo va a sentir.

La mutación de la libido postedípica en libido genital verda­ dera sólo se completa cuando la libido narcisista de la mujer que llega a ser madre se descentra y catectiza a su hijo o a la obra común de ella y de su cónyuge, no posesivamente," sino por la alegría de ver cómo se significa, así, su común participación en ese niño o en esa obra; lo que quiere decir que la madre per­ mite, con su comportamiento nutricio y educativo, que la niña adquiera, día tras día, su autonomía separándose de ella y que complete libremente su Edipo, es decir, su destino personal y sexual. Se aprecia que el papel de las palabras1,oídas por la niña en boca de las personas que ella estimá en la sociedad y el papel del ejemplo recibido de las mujeres en su comportamiento ma­ ternal pueden actuar sobre su ética genital y falsear la evolu­ ción total de su genitalidad, aunque haya pasado por la reso­ lución edípica. Basta con oír cómo ciertas mujeres desprecian a las prostitutas, no porque hacen de la actividad sexual un oficio en coitos poco satisfactorios para ellas, como no sea en el plano económico, sino porque, para ellas, para las mujeres que se liaman serias, las prostitutas son mujeres a las que, a su parecer, «les gusta eso» y no está bien que «a una le guste eso», no es bo­ nito. En cuanto a lo que se oye decir sobre las actitudes mater­ nales, no es raro que las mujeres se rotulen con orgullo más como madres que como mujeres y esto quiere decir que, a partir del momento en que la vida les ha dado hijos que cuidar, catectizan sobre ellos su libido raptora, oral y anal, y, sin saberlo, su libido genital incestuosa, remanente del Edipo. Cuando una joven1se ha constituido por entero femenina en el sentido social del término y femenina en el sentido afectivo y sexual potencial mientras aún es virgen, la pasividad y la acti­ vidad de sus pulsiones están puestas al servicio de su persona para realizaciones sociales y las pulsiones pasivas han catectizado su sexo de una manera conforme a la dinámica centrípeta del erotismo genital femenino en relación con el pene. La niña puede desarrollarse, entonces, hacia una discriminación del oba. [En 1960, el final de la frase era:] sino oblativamente, b. ¡Añadido en 1982: el párrafo que sigue.] c. [Recuperación desarrollada de 1960: la primera frase del párrafo que vie­ ne a continuación.]

jeto que no era posible en tanto que, al no haber vivido la esce­ na primaria, cada varón portador de pene representa para ella todo el falismo subyugante, tanto más atractivo para la niña puesto que ésta quiere ignorar, por represión, el deseo que tie­ ne de su propio padre y de su pene. Espera entonces, negándo­ lo o aceptándolo, del encuentro con cualquier varón portador de ese pene envidiado la certidumbre de ser mujer. Después de la escena primaria vivida imaginariamente co­ mo una especie de choque saludable, donde su participación como tercio dinámico en la encarnación de su ser en su origen le ha sido significada como un deseo de serlo incluso antes de sa­ berlo, la joven puede decir sí o no al que ella desea y le pide que sea su compañera porque3sabe que la complementariedad ge­ nital toma su valor de un entendimiento a la vez camal, afectivo e intelectual (en los casos más felices) y compromete su respon­ sabilidad sin someterse, subyugada, a quien la desea. Puede transformarse, así, en mujer y secundariamente, quizás, en ma­ dre de una manera totalmente sana. Pero es raro que una joven que se jacta de casarse para te­ ner hijos sea una joven sana. Generalmente, entre los 12 y los 18 años, ésa es la menor de las preocupaciones de una joven, que está embarcada en un narcisismo que debe servir a su búsqueda de varones que le agraden y sólo deseará tener un hijo con una libido auténticamente genital cuando un muchacho le agrade y ella lo ame. Una joven sana célibe no espera que el solo contacto de los cuerpos ie dé ni el derecho de tener un sexo ni el de ser una per­ sona completa. Lo que le ha dado esa posibilidad es el conoci­ miento claro del deseo de su madre en la vida genital con el hombre que ha sido su progenitor. Se puede decir que ha introyectado a su madre, salvo su sexo genital, y a su padre, salvo su sexo genital, y que sitúa su yo en el devenir de su persona, que se ha vuelto sensata, es decir, autónoma en cuanto a su sexo, a. [En 1960, en lugar del final de este párrafo y del siguiente, había:] valori­ za la complementariedad genital en su valor de condición de su responsabilidad por su persona identificada con la de su madre, de toda mujer, y por la persona de! compañero masculino identificado con su padre. Puede negarse a las de­ mandas de los varones que no desea, sea corporalmente, sea de corazón, sea éti­ camente o como compañero de vida y padre de una descendencia posible común.

que tiene sentido debido a su deseo totalmente castrado de sus propósitos incestuosos arcaicos. Está motivada para identifi­ carse con su madre y con las mujeres por su propio sexo feme­ nino, mediador del falo en el amor por aquel por el que ella elige hacerse elegir, como vector de su deseo y compañero de vida. Una joven o una mujer que ama a un hombre, en el momen­ to de esa elección, fantasea que ésta es definitiva, aunque la ex­ periencia muestre que no lo es, porque la donación de sí misma que efectúa no está valorizada en su dialéctica sexuada feme­ nina, que, si es total, completa, compromete su vida, su cuerpo, su corazón y su descendencia, y ella asume, a la vez, el riesgo de la violación y la muerte,11última castración. El valor subjetivo del falo para la mujer viene de un encuentro a ese precio.

LA DIALÉCTICA DE IMAGEN DEL ENCUENTRO, EL CUERPO Y EL CORAZÓN, EL DESEO Y EL AMOR1 Los deseos parciales, según hemos visto, son sexuados en la dialéctica de las zonas erógenas y de sus objetos parciales. El deseo de comunicación entre dos individuos es metáfora de ob­ jeto parcial, cuando no es intercambio de objetos parciales. Es­ tos intercambios en la comunicación son creativos de sentido entre dos seres presentes que están de acuerdo en el mismo sentido o en*el mismo deseo. El deseo ha tomado su sentido, desde la época de las necesidades, de no saciarse jamás de la presencia del otro por los placeres de sustancias corporales que satisfacen las necesidades. El deseo se caracteriza porque man­ tiene una continuidad de vínculo con el otro, por el cual el suje­ to se conoce y lo conoce, y es iniciado por él en el mundo. Este mantenimiento se sostiene en la variación infinita de placeres sensoriales sutiles a distancia de ese otro que el niño reconoce por las percepciones que de él tiene. Como todo ser humano es sexuado, las percepciones sensoriales que tenemos de los otros a. \Añadido en 1982: las dos palabras que siguen.] b. \En 1960, el título era:] El riesgo femenino y la dialéctica de imagen, etc. iAñadido en 1982: el comienzo de esta sección hasta la pág.277, el final del ter­ cer párrafo. I

desde el nacimiento son también de similitud o de diferencia de sexo. Se establece un lazo de palabras y de emociones entre el niño y el primer otro —su madre— y el otro del otro, y así suce­ sivamente; eso hace que, con el paso del tiempo, a la vez que el niño se conoce como masa en el espacio-tiempo continuo por su cuerpo, se elabore un lugar de emociones de corazón a corazón que acompasan su tiempo y dan valor a su ser. Los valores que catectizan su propia persona vienen de los placeres y penas que modulan ese lazo de afecto para el niño en su encuentro con los otros y que lo inician en los valores que el otro amado y el que lo ama le entrega. Estos valores que se mo­ dulan provienen, en el niño, de su confianza en quien tiene pa­ ra él valor de representante fálico. El adulto es, para el niño, sin que éste lo sepa, la imagen futura de individuo que él ten­ drá cuando haya alcanzado su estatura plena, después dél cre­ cimiento; el adulto es grande, recto, fuerte, multipalpado y gra­ tificante por todas las sensaciones de vitalización que aporta al niño y también por las percepciones que éste tiene de él —olor, audición, visión—. El niño incorpora en sí parcialmente algo de esa gran masa adulta y expresa algo de sí que el adulto toma, recibe, modulando o no su lenguaje. El niño conserva en sí la imagen de las variaciones moduladas de las percepciones de ese otro, de estos otros valiosos, gracias a los cuales guarda tam­ bién en su memoria un saber que recibió de ellos con ocasión de los intercambios cuerpo a cuerpo y de los intercambios sutiles a distancia de las percepciones en el espacio. Se elaboran, así, escalas de valores en sus relaciones con el falo real y el falo simbólico, que está siempre formado por una línea imaginaria de este vínculo del niño con el otro adulto, modelo envidiado de él mismo. Los valores de placer para el ni­ ño chocan con los valores de displacer que sus comportamien­ tos provocan en el adulto. Todo lo que viene del niño sube ha­ cia el adulto y todo lo que viene del adulto desciende hacia el niño. Esta es la simbología fálica, aun en los valores éticos y estéticos. El niño es iniciado así en el falo real y en el falo simbólico por la credibilidad concerniente a la realidad que se incorpora a su ser, ligada auditiva y visualmente a lo que el adulto mani­ fiesta respecto de sus actuaciones y, por ende, de los deseos que

han suscitado estas actuaciones expresivas de ese deseo. En cuanto al niño mismo, es referido al falo respecto de su sexo a partir del momento en que percibe el sentido de tener o no tener el pene en los genitales. Lo que el adulto recibe de lo que expre­ sa el niño, con manifestaciones de placer, da valor ético y esté­ tico al niño: es bonito y está bien. Lo que el adulto rechaza es feo y está mal. Lo que el adulto no observa, no recibe, no es na­ da, en tanto valor para el niño en su relación con el otro, aun­ que eso puede ser agradable o desagradable, sentido en el cuer­ po del niño. Pero no hay un significante para expresarlo ni valorizarlo. Estos valores, nacidos de la comunicación verbal y conser­ vados en su memoria, informan al sujeto humano en el curso de su infancia de su narcisismo coexistencial con su saber concer­ niente a su ser, su tener, su hacer, en una conformidad que, a través de las experiencias, se sintió en armonía con el adulto tutelar. Así, lo posible^ lo imposible respecto de los modos de satisfacción a que apunta su deseo en la realidad discriminan para él lo que pertenece a esta realidad y lo que son fantasmas irrealizables, se refieran a un pasado consumado o a un futuro aún no transcurrido. Este posible y este imposible chocan con el condicionamiento de la realidad sustancial de su cuerpo y ma­ terial del ambiente y de la naturaleza de las cosas. Chocan tam­ bién con el deseo de los otros o con su ausencia de deseo respec­ to de él, que no significan valor al deseo del niño, o con el suyo cómplice del que éste siente, pero también con el deseo de los otros contradictorio con el suyo, que le hace inhibir, entonces, los fantasmas que apuntarían a su realización porque la ima­ gen del adulto en su memoria interviene para frenar las pulsio­ nes de este deseo. Entonces, como hemos visto, es cuando la simbolización por el lenguaje puede utilizar en un determinado momento estas pulsiones; cuando no se utilizan de esta mane­ ra, vuelven al cuerpo como nadas, pero como estas nadas son fuerzas dinámicas, actúan provocando disfunciones vegetati­ vas en su organismo. El deseo imposible, en la edad oral, llega con el destete y he­ mos visto que contribuye a la simbolización del lenguaje para que el lazo con el otro continúe y aporte satisfacciones orales por un circuito más largo entre el niño y el adulto, el circuito del

lenguaje hablado. Igualmente, en la analidad, las manos y el cuerpo, que se ha vuelto diestro gracias a la maduración neurológica y al crecimiento, toman el relevo de los comportamientos prohibidos por el adulto y las pulsiones anales, gracias a los ele­ mentos mediadores que son los objetos parciales, las cosas, se satisfacen en una expresión de deseo en la actividad y en la pa­ sividad frente a estos objetos, A la introyección y a la proyección para el psiquismo, que son metáforas de los intercambios digestivos en el lazo de afec­ to hacia el otro, les sigue una identificación a partir del mo­ mento de la autonomía motriz. Hemos visto que esta identifica­ ción, que va acompañada por una discriminación cada vez más fina de las percepciones, hace descubrir al niño la diferencia se­ xual y la realidad de su sexo masculino o femenino, a partir de lo cual comienza a prevalecer para él la identificación con el ob­ jeto parental de su sexo. El ser humano accede, así, a una autonomía de su conducta en el medio social familiar extendido al medio que frecuentan sus familiares y desarrolla una conducta que se puede llamar moral, puesto que está sometida a valores introyectados. Esta conducta está siempre, en cierta medida, alienada de los valo­ res éticos o estéticos del medio familiar fidedigno, con el cual se halla en armonía. La niña se ama si se siente amada por sus padres y valori­ zada por las declaraciones y los comportamientos de quienes están cerca de ella. Si su madre, en la observación que la niña tiene de ella en relación con las otras mujeres y los otros hom­ bres, particularmente su padre, parece objeto de valor, la niña tiene una motivación aún más fuerte para identificarse total­ mente con ella. Se despierta, entonces, la dinámica de las pul­ siones genitales, de reciente prevalencia. Es centrípeta para la niña, en relación con el objeto de valor que poseen el pene, el padre, los hombres. Su afecto por la madre continúa, pero pre­ valece su afecto por el padre, tanto más si éste valoriza a su hi­ ja en su lenguaje verbal y conductual. Pero pronto los genitales de la niña exigen un cuerpo a cuer­ po conforme con los que ella intuye entre su madre, con la que quiere identificarse, y su padre, con el cual quiere experimen­ tar los mismos placeres que siente la madre. Su deseo imperioso

se enfoca en el cuerpo del objeto parental heterosexual inces­ tuoso y sobre su sexo para tener un cuerpo a cuerpo genito-genital y para tener un hijo, como su madre tuvo, por lo menos, uno, ella misma, y quizás otros después de ella. En ese momento, los valores de imagen del afecto respecto del adulto-modelo se modifican tanto como los referentes al adulto al que ella desea sexualmente. La dinámica de su deseo sexual genital adquiere tal fuerza que influye más en su narcisismo que los valores con­ servados en la memoria del pasado oral y anal, transferidos y metaforizados en el lenguaje. El deseo de actuación sobre el cuerpo presente del objeto tentador para obtener el placer esperado del objeto incestuoso se hace cada vez más fuerte. Los fantasmas exigen realizarse. Queda barrido el afecto por el adulto del mismo sexo, que se transforma en rival molesto. Queda barrido también en la me­ dida en que era sólo un lazo de corazón a corazón con el adulto heterosexual. El deseo habla en el cuerpo de la niña cuando el padre está presente, el amor llena su cuerpo y su corazón de de­ seo y de afecto abrasador en su ausencia, y hace sufrir a la niña incestuosa los horrores del abandono cuando el progenitor pre­ sente no satisface su deseo de cuerpo á cuerpo. ¿Por qué se niega el otro y no la busca tanto como ella lo bus­ ca? ¿Su deseo y su seducción no tienen valor a sus ojos? ¿Por qué la madre sigue siendo su preferida, comparten la cama y tienen, quizá, bebés? ¿No es ella hermosa, ya que la realidad só­ lo viene de los testimonios valorizantes que el adulto transmite a la niña medíante el lenguaje? Todas estas preguntas, canden­ tes para ella, estimulan su acceso a cualidades de valor que la llevan hasta el momento de la caída de los dientes de leche, que le da, en efecto, un rostro que no es bello, una sonrisa que no es como la de las mujeres. Pero si no recibió en palabras la explicación de esta falta de satisfacción que la hace sufrir, de esta falta de justificación por el otro de su deseo, su dentadura reparada hace que se renue­ ven las esperanzas de su deseo incestuoso y así es como la niña puede continuar espiando y aguardando durante muy largo tiempo las manifestaciones del deseo de su padre. Puede tam­ bién, cuando su deseo no encuentra ningún recurso mediador para seguir esperando, sentir que se vuelve una nada, ya que el

objeto no le presta atención, y ella se niega de modo narcisista en su sexo y regresa a satisfacciones pregenitales e, incluso, a veces, a satisfacciones de dependencia de su cuerpo para sus necesidades, para sus malestares y, entrampada de modo narcisista, llega a negar la existencia del otro, cuya imagen misma le hace sufrir demasiado. Lo que se produce es la represión es­ téril del deseo genital. Estéril en doble sentido. Estéril porque sus pulsiones genitales no son confirmadas como valiosas y es­ téril porque el deseo de fecundidad que existe confusamente en toda niña y que no ha recibido ninguna respuesta precisa res­ pecto de las leyes de la transmisión de la vida y de la manera en que ella nació por el deseo recíproco de sus padres, y por el de­ seo de darla a la luz, puede reprimir fuera del Yo su deseo de te­ ner hijos. Al no haber recibido la castración edípica, es decir, pa­ labras concernientes a la falta de deseo y de amor de su padre con respecto a un encuentro genito-genital con ella, la niña pue­ de llegar, así, a la pubertad y el deseo de fecundidad reaparece en esa parte de ella que son las pulsiones de muerte, es decir, del individuo sin historia y sin valor, del individuo hembra de la especie humana, y la hace objeto indiferenciado para cualquier encuentro masculino que la haga fecunda, mientras que, perso­ nalmente, en tanto sujeto, ella no lo ha deseado ni conoce las modalidades del cuerpo a cuerpo que lo producen, es decir, el coito. Su cuerpo va al encuentro de otro cuerpo o sufre este en­ cuentro genito-genital que no ha adquirido sentido, ya que el adulto amado y deseado en la época edípica no ha revelado a la niña los valores humanizadores de este deseo fuera de su reali­ zación incestuosa. La revelación verbal de la prohibición del incesto, ley de las sociedades humanas, aporta a la niña un alivio muy grande en su sufrimiento. Además, la revelación del deseo que cuando es­ té formada y sea adulta le permitirá elegir un objeto heterose­ xual fuera de la familia y libremente, de acuerdo con la persona que ella elija, restituye valor a su cuerpo de niña y, después de un momento de integración de esta declaración verbalizada por una persona creíble y significada también por su padre, que, animado de un afecto casto hacia ella, no experimenta ninguna dificultad en hablarle de esta ley y decirle que sus sentimientos respecto de ella no han cambiado, que el afecto casto de que ella

está catectizada por él no rivaliza con los amores que ella pue­ da llegar a sentir por los muchachos a los que desee fuera de la familia y que la desearán si los sabe conquistar, la niña —decía­ mos— recuperará su narcisismo por esa revelación al mismo tiempo que se humanizará en su genitalidad. Ya no tendrá ra­ zón alguna para huir hacia comportamientos que están «bien» o «mal», que la hacen sentirse en sociedad, o mediante replie­ gues patógenos sobre su cuerpo, esa «nada de valor» que des­ truía su narcisismo. Queda de este modo disuelta la fijación amorosa que hacía que sus pensamientos se orientaran hacia el padre, que su corazón se orientara en relación con las emocio­ nes venidas de él, que su sexo la quemara de deseo por él. ¿Qué queda entonces? Queda un afecto casto por los padres y por los familiares cercanos, queda un cuerpo que es el objeto del narcisismo de la niña en tanto fálica y que trata de hacer lo más agradable posible a la vista con miras a seducir a los va­ rones fuera de la familia. Sabemos que entre los 8 y los 12-13 años disminuye la intensidad de las pulsiones genitales y este período denominado de latencia es un lapso de adaptación cul­ tural y social de la niña. Cuando la pubertad devuelva su in­ tensidad a las pulsiones genitales, el yo de la niña, ya esboza­ do antes de la crisis edípica en conformidad con el yo ideal que representaba la madre respecto del padre, se habrá desprendi­ do de esta referencia predominante debido a la castración edí­ pica y al hecho de saber las condiciones de su nacimiento. La madre ya no es idealizada y tampoco el padre lo es. Se han vuelto objetos de su realidad respecto de los cuales la niña en­ cuentra de nuevo un afecto casto, en continuidad con el afecto de su infancia. La hija entra, entonces, en este período de la­ tencia, que reviste su narcisismo con los frutos de la sublima­ ción de las pulsiones castradas edípicamente que el superyó, al introyectar la prohibición del incesto, sostiene en conductas adaptadas a las leyes de la sociedad y a los valores sociales de su grupo. El afecto expresado en todas las formas de lenguaje se desa­ rrolla socialmente respecto de los objetos homo y heterosexua­ les con los cuales las relaciones castas aportan confirmación de su valor de niña. Emociones y deseos fugitivos despiertan el amor por ciertos objetos: niñas que están en conformidad de sen­

sibilidad con ella y varones que despiertan deseos sensuales en ella que la-confirman en su valor femenino. El afecto casto en la confianza y el corazón a corazón verbal subsiste para los obje­ tos familiares, los padres, los hermanos y hermanas, los pa­ rientes próximos si tienen a los ojos de la sociedad valor social y cultural, si se mantienen castos a su respecto como su superyó vigila que ella lo sea respecto de ellos y si respetan en su per­ sona los deseos lícitos que la atraen de vez en cuando, en amis­ tad y en amor, hacia objetos heterosexuales que encuentra en sociedad. La imagen que la niña tiene de su cuerpo está hecha de su conjunto: la cabeza, el lugar simbólico de sus pensamientos, de su control existencial; el corazón, el lugar simbólico de sus emo­ ciones; y su cuerpo en su conjunto, cabeza, tronco y miembros, lugares de su Yo. Este cuerpo tiene valor fálico para su narcisis­ mo. En cuanto a sus entrañas femeninas, silenciosas la mayor parte del tiempo^vuelven a atraer su atención cuando experi­ menta sensaciones voluptuosas vulvo-vaginales pasajeras en encuentros que estimulan su feminidad para que exprese sus sentimientos. Pero su cabeza mantiene el control de sus emo­ ciones y de sus deseos, así como de su actuación con referencia a un ideal del yo que nace de la sucesión de encuentros con mu­ jeres admiradas por ella, por las cuales siente a veces llamara­ das de pasión, inconscientemente homosexuales, con profeso­ ras admiradas por su cultura o con mujeres a las que sf estima valiosas en sociedad y que, al hablar con ella, guían las afini­ dades de sus deseos de modo que encuentran su expresión más adecuada para el trabajo, la cultura, las actividades sociales, la presentación de sí misma, que le permiten llegar a una imagen propia que la hará deseable para el tipo de ideal masculino que ella elabora poco a poco al ir encontrando hombres. Vive espe­ rando su madurez sexual total con la certidumbre de que en­ contrará al hombre a quien amará y deseará y que responderá a su amor y a su deseo. Cuando, con la pubertad y el establecimiento de sus ciclos menstruales, las pulsiones genitales retomen su intensidad, se abrirá paso una cierta remanencia de las mutaciones de su in­ fancia en sus sueños y en sus fantasmas, en el retorno de re­ cuerdos. El vientre, parte central de su cuerpo, se convierte, al

transformarse la niña en mujer, en sede del llamado incons­ ciente de una fecundidad para la cual ella sabe, desde que tiene la regla, que está corporalmente disponible. Según la manera en que el superyó edípico haya actuado en la castración del la­ zo de amor y de deseo incestuoso, y la manera en que lo hagan los fantasmas remanentes de evisceración supuesta que la ma­ dre haría sufrir a su hija incestuosa y rival, la regulación de las menstruaciones estará marcada por perturbaciones psicosomáticas o no. Esta fecundidad de la que su cuerpo es capaz ahora da un sentido metafórico de modiñcación creadora de mutación para todo su ser, a la reflexión y a la previsión de la desfloración del primer coito. La realización de su deseo, al atraer el deseo de un compa­ ñero que consiente y que respondería a él, la confirmaría como mujer y le daría el sentido de su feminidad intuitivamente co­ nocida desde su infancia; pero, ¿la volvería fecunda al mismo tiempo que mujer e igual a su madre, por la que ella ha sabido que es ella misma la que la hizo tal, en su origen germinal y en sus entrañas de mujer, por la mediación del progenitor, su pa­ dre? Esta fecundidad en las pulsiones de muerte siempre sub­ yacentes a las pulsiones de vida habla a las entrañas de todo in­ dividuo femenino llegado a la madurez genital. Pero para el sujeto, para su narcisismo y su sentimiento de responsabilidad dependiente a la vez de su historia, de su castración edípica, de sus sublimaciones, de su ideal del yo, esta responsabilidad em­ prende otro camino, el de un hombre o de una mujer que nace­ ría de un coito, incluso en el amor, pero en un amor que no resul­ taría duradero con el progenitor de ese niño que ellos habrían concebidojuntos. La procreación de un niño pone enjuego no sólo la respon­ sabilidad de la madre respecto del niño, sino también la rela­ ción de éste con sus dos líneas, paterna y materna. Una mujer consciente de sus poderes femeninos sabe que hace falta una gran confianza en el amor entre compañeros y una gran armo­ nía entre ellos para que las pulsiones genitales auténticas, que comprometen el tiempo de la educación del niño en su entendi­ miento previo, preludien este importante acto. Procrear un ni­ ño le parece ahora fácil, pero acogerlo humanamente es otra cuestión, que exige de ella una madurez social que quizá siente

que aún no tiene y una madurez social de su partícipe, en el que debe tener una total confianza. Esto explica que una mujer todavía virgen, ante la inminen­ cia del primer coito con un hombre del que está enamorada, ex­ perimente también angustia por razones debidas tanto a su luci­ dez como al sentido que ella confiere a la donación de sí misma. La mujer muestra una tendencia a demorar esta realización que ella desea y a huir del hombre que ama tanto más porque se siente atraída por él. Muchos hombres enamorados no com­ prenden este comportamiento decepcionante y contradictorio de las jóvenes y de las mujeres vírgenes. Sin embargo, es ga­ rantía de una madurez psíquica y genital en la mujer. El hom­ bre auténticamente enamorado de esa mujer, por las cualida­ des de su persona, no se equivoca. Corrobora su determinación, compromete su palabra, da pruebas de su amor a la que sólo es­ peraba eso para entregarse a él. Por el contrario, el hombre en busca de aventuras, que no está dispuesto a comprometer su responsabilidad en el coito ni en las consecuencias genéticas que pueden resultar de libar las primeras flores, busca más bien chicas sensuales, inmaduras o de poco seso, con el máximo daño para su madurez genital, pues no gana nada con ello (sal­ vo hímenes entre sus trofeos de caza), con el máximo daño para las mujeres abandonadas enseguida por su amante, que se que­ dan solas con un hijo a su cargo, y con el máximo daño para el niño, huérfano de padre antes de nacer y amputado de relacio­ nes simbólicas en su línea paterna y en ocasiones incluso en su línea materna. Se ha hablado mucho en la literatura de desfloraciones con consecuencias catastróficas, y las hubo en tiempos de nuestros abuelos y de nuestras madres, tanto debido a la falta de prepa­ ración de las mujeres como a la inexperiencia de los hombres ante las reticencias de su flamante esposa, que no se compro­ metió a desear al hombre ni a amar a la persona de este esposo, sino sólo a guardar fidelidad, sin saber qué eran las relaciones cuerpo a cuerpo ni cuáles eran las cualidades viriles o emocio­ nales de ese hombre respecto de las mujeres. Si la hubieran in­ vitado a dar su opinión, diría que lo había aceptado porque se lo proponían y porque ese hombre desempeñaba para ella el papel de mediador en una vida social de mujer, pero sin llegar a afir­

mar que lo amara. Ella había elegido a su esposo como signo de su establecimiento, más que de su amor. El primer coito firma­ ba un contrato comercial, se realizaba como un ataque a la ba­ yoneta, La joven, sin embargo, sólo habría pedido unas pocas palabras de amor y un poco de concertación para revelarse, aparte del buen partido que era, como una hermosa y dulce presencia en la cita de bodas porque para una mujer no basta con la seguridad económica ni con el compromiso matrimonial para abrirse al hombre; estas condiciones prudenciales son in­ cluso accesorias para el amor y el deseo. Lo que le importa es la reciprocidad del corazón y del deseo, que son frutos de lenguaje, juego de placeres compartidos, alegría y ternura, fuerza y dul­ zura, que, de entrada, la confirman en su narcisismo del valor fálico que es su seducción en el momento mismo en que desea abandonarse y gozar de esa donación total de sí misma, que, en las fuentes de su narcisismo, la invita al goce y a un orgasmo coincidente. En nuestros días, ni el coito desflorador ni las relaciones se­ xuales que le siguen presentan ya los riesgos de embarazo que antes de la píldora las mujeres sólo podían esquivar con difi­ cultad y en raras ocasiones. En el amor y los encuentros del de­ seo, una parte importante, el compromiso de la responsabilidad respecto de su descendencia queda ahora librado a la libertad de la mujer. Ésta se ha liberado ahora del fantasma de la fe­ cundidad que sobreviene antes de saber qué pasa con el amor y con el deseo. El hombre no puede obligar ya a una mujer que no consiente en ello; basta únicamente con que la hayan ins­ truido a tiempo en los medios anticonceptivos femeninos y con que ella tenga bastante cordura, previsión y control de sí mis­ ma para recurrir a ellos. También en este dominio vemos el papel que desempeñan no sólo los médicos y los medios de comunicación de masas, sino sobre todo la educación en la autonomía de las jóvenes no para que se vuelvan irreflexivas y no den ya al amor el sabor de un compromiso del corazón, ni al deseo compartido el sentido ver­ bal de encuentro simbólico que constituye el encanto y la ale­ gría de los encuentros corporales entre hombres y mujeres, sino para que la prueba de un amor que puede resultar no compar­ tido de modo duradero no se complique aun antes de que los

amantes se den cuenta, con la responsabilidad de una prueba que habría podido evitarse, con un niño concebido contra la vo­ luntad consciente de los padres. Todos nosotros conocemos casos de niños a los que ni uno ni otro de sus padres separados puede o quiere asumir o cuya cus­ todia ninguno de los dos quiere confiar al otro en caso de sepa­ ración oficial. Son situaciones deplorables para un niño peque­ ño y muchos de ellos tienen que pagar el precio de la inmadurez de sus padres. La despenalización legal del aborto en el curso de las primeras semanas, que lamentablemente algunos ponen en el mismo rango que los medios anticonceptivos, es también un recurso, aunque deba seguir siendo excepcional, debido a sus efectos muy profundos sobre el inconsciente de las madres y de sus niños pequeños vivos (todos los psicoanalistas tienen prue­ bas indudables de que esos niños perciben siempre los abortos de su madre y reaccionan ante ellos, aunque se los haya man­ tenido en secreto) y a veces incluso sobre el padre. El aborto constituye un mal menor frente a la supervivencia de un feto concebido contra la voluntad de sus progenitores y expuesto a la angustia o al rechazo simbólico de su madre; en esas condi­ ciones, permite a las mujeres no dar a luz un niño que está amputado de antemano de todas sus posibilidades, a las que tiene derecho según el parecer de. unos padres amantes y res­ ponsables, y, en primer término, del derecho de ser acogido por ellos con alegría, en su lugar, ya preparado en el hogar y en su corazón. Los encuentros cuerpo a cuerpo en el coito, gracias a los pro­ gresos biológicos y a la evolución de las costumbres, ya no com­ prometen ciegamente a las mujeres en maternidades que saben que no pueden asumir. Subsiste, sin embargo, el hecho de que el coito, realización del deseo cuando es ese deseo lo que lleva a^ la mujer al coito, sigue siento para ésta, en cuanto a su perso­ na, un acto que la compromete ante sí misma y ante el hombre mucho más de lo que compromete al hombre respecto de sí mis­ mo y de la mujer. Volvamos un instante a la manera en que se estructura la niña a partir del momento de su independencia total en la auto­ nomía de su cuerpo en cuanto a los encuentros penetrantes en

su cuerpo. Todos los cuerpo a cuerpo que penetran en los lími­ tes cutáneos de un ser humano son, para los dos sexos, algo que se siente como peligroso, demasiado aditivo, angustia de viola­ ción, angustia de muerte, o demasiado sustractivo, angustia de castración, de rapto, para el cuerpo y para el corazón.® No hay cuerpo sin cabeza en la experiencia vivida a partir de la marcha. Y no hay corazón sin sexo a partir de las emocio­ nes que inician al niño en el valor de todos sus comportamien­ tos. Toda la vida pregenital conduce al ser humano de los dos sexos, sin que lo sepa, a valorizar su cabeza, sú cuerpo y sus miembros en sus relaciones sexuadas, que sólo su corazón hu­ maniza en el lenguaje por una jerarquía de valores11éticos y esté­ ticos en relación con las declaraciones y las expresiones de sus padres en lo que toca a sus comportamientos. Lo que el adulto declara que está bien está bien. Lo que el adulto no recibe, aquello a lo que no presta atención, permanece en las percep­ ciones del niño como algo sin juicio de valor. No es nada. Loflue el adulto rechaza está mal. Através del rostro, situado en la ca­ beza del adulto, más grande y más fuerte que el niño, por el jue­ go de los puntos de salida, abiertos o cerrados, por el juicio de las mímicas mudas o con sonido, armonizadas o desarmoniza­ das, y también por las declaraciones verbalizadas, el niño cono­ ce lo que le agrada o desagrada al adulto y desconoce o rechaza lo que no es recibido así por el adulto tutelar, en el cual tiene confianza y al que concede credibilidad.1Hemos visto que alre­ dedor de los 3 años, después de la comprobación de la diferen­ cia de los varones y las niñas respecto al sexo, una vez supera­ da esta etapa, llega un momento en que el niño, al preguntar a. [Supresión en 1982:] según una dialéctica oral y anal de la que resultan y por la que están contaminados. _ b. [En 19(ñ), el final de la frase era:] determinada enteramente por una es­ cala vertical como la postura humana específica de la dignidad, que va de bajo a alto, es decir, de nada a mucho, pero también de alto a bajo, de bien a mal. Me explico; las relaciones del niño pequeño con el adulto suben a él y vuelven a des­ cender de él. c . [En 1960, el final del párrafo e r a : ] E n espejo y por contaminación ener­ gética de origen complejo {véase los ciegos sordomudos que introyectan despues de identificación también), el pequeño humano es inducido y contaminado con la escala de los valores conductistas y emocionales de los adultos c o m p a ñ e r o s de su vida hasta la edad de la crisis edípica.

sobre su nacimiento, recibe respuesta o no. De todos modos, cual­ quiera que sea la respuesta, el niño se hace fantasmas respecto del comienzo de su vida y, por la observación de las mujeres en­ cintas, comprende por sí solo que esta anomalía del vientre de las mujeres que desaparece cuando hay un bebé en la cuna prueba que ese niño creció allí, en ese vientre de mujer, aunque no le hayan dicho nada al respecto. Sabemos* que los fantasmas de las niñas concernientes a la concepción son fantasmas orales, mientras que los de los varo­ nes son, generalmente, fantasmas de penetración por objeto contundente. La niña que ha aceptado la realidad de su sexo, que la somete a la identificación con las mujeres, se ve, enton­ ces, movida, según hemos dicho, por un deseo del pene del otro en una dialéctica que se ignora aún como genital y que es diná­ mica pasiva y centrípeta respecto del objeto parcial. Con el va­ rón ocurre al revés. A esa edad llamada preedípica, la escena primaria en la realidad del acto genito-genital entre hombre y mujer es insostenible porque está ligada a una imagen del cuer­ po que surge de una dialéctica en la cual lo activo triunfa por destrucción parcial o total del objeto pasivo en el estadio oral, anal y fálico. Para el varón, el acto deliberado de la iniciativa pe­ netrante formalmente agresiva en el juego erótico del que tiene la intuición en la pareja, ese acto deliberado que le incumbe, es algo a lo que tiene que renunciar, de manera consciente o in­ consciente,1’respecto del objeto materno, debido al efecto crea­ tivo de lo imaginario unido a una realidad de encuentro que, en el plano simbólico, provocaría la destrucción de su estructura cohesiva psicocaracterial y psicosomática. Se oye decir,ca veces, un lema a un varón que golpea a las ni­ ñas, un varón agresivo y batallador respecto del bello sexo: «No se golpea a una mujer, ni con una flor». Este lema es totalmen­ te opuesto al genio masculino del erotismo fálico. Es valedero, por el contrario, en el momento de la crisis edípica, cuando la a. [Añadido en 1982: las dos frases que siguen.] b. [Añadido en 1982: el final del párrafo. 3 c. [La continuación del texto hasta el final de este capítulo, pág. 295, es una revisión de 1982. Señalamos aquí lo que se ha tomado o suprimido de la versión de 1960.]

mujer es el objeto incestuoso deseado. La inhibición que este imperativo cultiva alivia por un momento su angustia de cas­ tración, que lo golpearía como un bumerón si actuara su deseo agrediendo realmente a su madre. Por otra parte, en las niñas, el hecho de que los varones sean fuertes, de que les guste gol­ pear es, para ellas, un signo de su valor. Por esta razón, en las familias, digan lo que digan las madres, las niñas se las arre­ glan para que los varones las golpeen. Una investigación realizada en un hospital, donde, en una sala de cirugía, la mayoría de las mujeres estaban internadas para curarse de lesiones y fracturas causadas por sus compa­ ñeros, demostró que el 80% de ellas consideraba normal y signo de amor del hombre el hecho de que golpeara a su mujer. Sólo lamentaban que algunos exageraran. Volvamos a la niña en esta época pregenital en que la pe­ queña comienza a plantearse su complejo de Edipo en el deseo de identificarse con su madre respecto de su padre. Su imagen pregenital de su cuerpo y de su sexo femenino la embarca en la espera del pene del hombre que ella llegará a seducir. Natural­ mente, si es posible, ese hombre será su padre.aPor ese motivo, la sobrevaloración fálica de éste puede subsistir en esta situa­ ción edípica sin demasiada angustia, si la madre es indiferente, y mantenerse sin castración edípica, pues, aun constándole por la observación en sociedad que el incesto no se practica, la niña no quiere saber nada de ello en lo que respecta a la relación se­ xual propiamente genital. Está sometida, simplemente, a su padre y, si éste no es casto en su amor por su hija, ésta puede in­ cluso renunciar por él a la escala de valores del bien y del mal que había construido en su infancia con él. Es lo que ocurre en el caso de una violación incestuosa, que no es tan rara como se cree y que es catastrófica para el porvenir simbólico de la niña, aunque no destruya su cohesión en la sumi­ sión al padre, que concuerda con su cohesión social. Pero tam­ bién es catastrófica para los hijos incestuosos que pueden nacer de estas relaciones de las hijas con su padre. En cuanto a la rela­ ción incestuosa con un hermano mayor, es sumamente frecuente a. [Tomado del texto de 1960: las dos frases que siguen.]

y, cuando esas relaciones comienzan, la niña no es consciente de que no coinciden con el orden ético de la sociedad, debido a la sobrevaloración fálica del objeto familiar, hermano o padre. Conocí a una joven que, por un lado, parecía no tener edad y que después de morir su madre cuando ella tenía 8 años, había sido la amante de su hermano, que en esa época tenía 14 años, y lo había continuado siendo durante diez años en relaciones sexuales cotidianas, supuestamente ignoradas por el padre que, por otra parte, se había dado a la bebida. No estaba loca, inclu­ so era inteligente y, en sociedad, era generosa y sacrificada. Cuando su hermano partió hacia un país lejano debido a una obligación militar, ella se entregó a obras cristianas, con oca­ sión de las cuales encontró a su marido, quien durante toda su vida ignoró las relaciones incestuosas que su mujer había teni­ do con su cuñado. Sólo le asombraba que nunca hubiera querido volver a verlo y que se las arreglara, cuando el hermano volvía con permiso a Francia, para no estar nunca en casa cuando él venía a verla. Al hablarme del asunto, me dijo que había descu­ bierto muy lentamente, al llegar a la edad adulta, que el hecho del incesto entre hermana y hermano no era tan corriente como ella creía, y que había guardado rencor a su hermano, pero no más que eso. En la época en que yo la conocí, era bastante bue­ na madre de los hijos que había tenido con su marido, con el cual se había casado tardíamente. Pero cuando me contó los he­ chos, me dijo que se creía estéril al casarse porque cuando era joven hubiera querido tener hijos con su hermano, lo que ho-? rrorizaba a éste, con gran asombro de la joven. Y fue la pater­ nidad de su hermano, de la que se enteró por una carta, lo que la decidió a casarse. Ella no lo vinculaba con este anuncio de la paternidad de su hermano y sólo lo hizo al hablarme del asun­ to, diciéndome que había decidido casarse porque estaba celosa de que él hubiera tenido hijos con otra mujer y para intentar, también ella, tener hijos con otro hombre. El prestigio del hombre, representante fálico doblemente por su cuerpo y por su pene,aes tal que la mayoría de las muje­ res enamoradas adoptan todas las opiniones de su compañero y, sometidas pasivamente a su deseo, lo aceptan todo de él. Ala. fEn 1960, el comienzo de la frase era:] El prestigio del falo.

gunas de ellas aceptan, incluso, matrimonios que siguen sin consumarse durante años. Un médico que yo conozco vio, inclu­ so, a una rtujer desde hacía mucho tiempo menopáusica, viuda hacía algunos años y sin hijos, que hablaba de su difunto mari­ do con amor y ternura, pero que se inquietó en el momento del tacto vaginal habitual de una revisión general; ignoraba que tuviera un agujero delante. Interrogada con delicadeza por ese médico, manifestó que las relaciones sexuales habían sido siempre de penetración anal. Deseosa de ser madre, había con­ sultado a médicos, pero siempre la acompañaba su marido, que hablaba aparte con el médico y luego éste nunca se había atre­ vido a hacerle un tacto vaginal después de esa conversación. Ibdas las veces le decían: «Señora, usted es totalmente normal. Espere, quizás un día quede embarazada». Pero ese día nunca llegó. Quizá piense el lector que esa mujer era realmente inge­ nua y poco dotada de deseo sexual. Puede ser, pero este caso no es extraordinario, dada la inmadurez en que puede permanecer una joven. Esta señora, hija única, tenía un padre idealizado, que había muerto cuando ella era muy joven, y su madre la ha­ bía casado antes de morir. Su marido le había servido de padre y de madre a la vez; era, como su padre, oficial del ejército y la trataba con gran delicadeza, según ella. La mujer juzgaba que él la había hecho muy feliz, dejando de lado el hecho de que no tuviera un hijo, felizmente para el niño, por otra parte. Lo que muchas mujeres buscaban, y quizá busquen aún en un esposo, era un padre y una madre a la vez, pues se sentían halagadas de modo narcisista por ser sus esposas y consideraban que a ese hombre prestigioso al que amaban, fieles y sumisas, le habían tocado en suerte niñas gigantes. El psicoanálisis3nos ha enseñado que las relaciones de cuer­ po a cuerpo del niño con el adulto sirven simbólicamente, siem­ pre, a la relación interhumana creadora. Todo intercambio del cuerpo con otro objeto se siente como bueno o malo, según las pulsiones activas o pasivas se calmen (el sujeto está justificado) o se sobreactiven (el sujeto está sometido a una tensión aumen­ tada que lo modifica en su sensación, pero puede también, de­ bido a esta tensión, encontrar su catarsis de otra manera o su­

blimar sus pulsiones en una actividad transferida a otro objeto distinto del objeto al que él hubiera querido interesar). Si no hay modificación ni justificación de un deseo por el otro, es de­ cir, si el otro no lo justifica y no le presta atención, el contacto, el intento de intercambio corresponde a un desencuentro; el su­ jeto, en esta actividad, movido por su deseo, ha sido nada para el otro y, por represión y falta de humanización de su deseo me­ diante el lenguaje, puede ignorar siempre su deseo genital. Pero en todo lo que se refiere a su sexo, en sus profundida­ des-vivientes y potencialmente voluptuosas, la mujer, sin el acuerdo alcanzado y el testimonio del hombre que goza en ella y que quizá la hace gozar, pero que se aparta y se duerme in­ mediatamente después y jamás le habla de lo que acaba de pa­ sar, esa mujer, que no tenía palabras antes de esta experiencia del coito para saber lo que era su goce, tampoco las tiene des­ pués y no sabe que, para él, el deseo de ella es indiferente o que su deseo no es nada para él. ¡Cuántas parejas legítimas están en esa situación, parejas con muchos hijos, en que la mujer, al no haber tenido encuentros con otros hombres o por evitarlos, demasiado ocupada, fiel por tradición, no despierta jamás y se vuelve más o menos frígida sin saberlo! Vemos a estas parejas cuando sus hijos, que se desarrollan bien hasta la edad edípica e incluso, a veces, hasta la pubertad, a partir de ese momento, caen en estados caracteriales, en una especie de vida larvada en que nada les interesa o bien presentan síntomas neuróticos graves, mientras que obtienen notables éxitos escolares; igual que, por otra parte, destacan los padres de estos niños, que son muy trabajadores y nunca están en su casa, y las madres, que se extenúan en el trabajo doméstico y cargan con toda la res­ ponsabilidad de los retoños. Negado su sexo, dormido, encuen­ tran compensaciones en satisfacciones de dependencia pecu­ niaria respecto del hombre o, a veces, trabajando fuera para reforzar el presupuesto hogareño; están abrumadas de trabajo y, entonces, niegan con humor el valor de sus maridos: «¡Usted sabe cómo son los hombres! ¡Siempre que encuentren la mesa puesta, los niños acostados, la casa ordenada, todo está bien pa­ ra ellos!». Aveces agregan, después de pintar ese cuadro: «¡Oh, nos entendemos perfectamente, los niños nunca nos ven discu­ tir!». Y con razón, pues tampoco ven nunca que se amen.

Volvamos ahora a la niña“ que ha entrado en el Edipo. A partir de la noción de la promesa de fecundidad, por la famosa pregunta concerniente a su nacimiento o a sus futuros hijos, se entera por su madre de que se casará y, si ésta es inteligente, responderá pa­ so a paso a sus preguntas respecto del deseo y del amor. Sólo en­ tonces comienza para la niña el momento de su educación genital, es decir, la iniciación simbólica en las correspondencias de deseo y de amor al servicio de la felicidad recíproca que se dan un hom­ bre y una mujer, y al servicio de una fecundidad responsable en el lugar sobrevalorizado de las sensaciones voluptuosas de su sexo hueco,bsi su madre la autoriza con sus palabras a fantasear el sentido que éste puede tener para mi hombre que no sea su padre, con lo cual la inicia en la prohibición del incesto. Tal educación verbal sexual de las niñas debe impartirla, igualmente, la madre esta vez, aunque sólo sea para conceder­ le el derecho a su genitalidad futura y liberarla por su deseo de objetos heterosexuales, de la prohibición que la marca tan pro­ fundamente en su primer deseo. En efecto, es necesario que un adulto creíble, de confianza y al que ella ama le conceda su de­ recho a una genitalidad que no sea incestuosa en el momento mismo en que ella no puede imaginar otras. Sin estas palabras que anulan la prohibición, podría negar valor a la existencia sa­ na y al sentido de las sensaciones que experimenta, de las que le cuesta mucho hablar, pero por las que se siente muy feliz al saber, por una mujer, que tienen un sentido. En ausencia de es­ tas palabras iniciadoras de una mujer, el deseo puede quedar inhibido y la aparición de la regla en la pubertad y de las pul­ siones genitales puede sufrir, de nuevo, una represión si la ma­ dre y el padre, en conversaciones banales, no autorizan a la hi­ ja a tener amistades mixtas y fantasmas amorosos por objetos heterosexuales que se le presenten. Pero, cualquiera que sea la preparación de una joven me­ diante la educación para el encuentro sexual futuro con el hom­ bre al que amará y deseará, sólo las palabras de ese hombre con ocasión de su encuentro sexual la revelarán verdaderamente a sí misma. No equivale a nada de lo que pueda haber oído decir a. [Tomado del texto de 1960: el párrafo que sigue.) b. [Ailadido en 1982: el final de la frase.]

o leído porque, aunque tenga una especie de fantasmas y pala­ bras previos al coito,-siguen siendo fantasmas y palabras mien­ tras no haya experimentado el goce en el cuerpo a cuerpo y no haya sido confirmada en su placer por la apreciación ética y es­ tética que el hombre le testimonia, lo que en el encuentro de ambos crea las raíces de un amor duradero, puesto que el en­ cuentro era auténtico y, de encuentro en encuentro, se irá afi­ nando el amor de esa pareja. Pero si desaparece el lenguaje en­ tre ellos, el deseo de la mujer por ese hombre se extinguirá poco a poco, en ausencia de palabras.* Mediante las expresiones1de sus deseos y de sus emociones es como el ser humano que no se co­ noce nunca —y una mujer en cuanto a su sexo no se conoce nun­ ca— se hace conocer a fin de existir responsablemente y de huir de la nada que lo abruma. Los encuentros cuerpo a cuerpo, en lo que respecta a las mujeres, cuando no van acompañados de encuentros de corazón a corazón, de lenguaje estético, de len­ guaje emocional, son desencuentros, en el sentido humano del término. Vayamos todavía un poco más lejos.1’La cabeza es el lugar simbólico de los pensamientos, del control existencia], de la con­ * Todo el mundo sabe que, sí no se hacen cumplidos a una cocinera sobre su plato, ésta piensa que Le ha salido mal, aun cuando lo haya probado y haya pensado que, para ella, está bueno. Si no se !e dice nada a un pintor sobre una de las telas que expone y de las que está satisfecho, se le detrae narcisismo (de ahí los comentarios estrafalarios que tanto gratifican a los pintores). Decir al­ go es dar sentido de encuentro al placer. (Nota de la autora.) a. [Supresión, en 1982, de un pasaje con respecto a la evolucionóle la niña:] Esta pequeña persona debe, para subsistir, ser asiento en su cuerpo activo y pasivo de aportaciones y demoras de movimientos liminales: las necesidades precisas — ni buenas ni malas— accesorias, los deseos, buenos o malos según traigan consigo el bien o el m al en los demás; o nada, que no es creativa de hu­ mano. Si los deseos de la niña no son percibidos por el otro, su semejante, ella niega como humano lo que emana de su cuerpo: no es nada. Esta nada — senti­ da ahumana— es io que lo cultural va a colmar en beneficio de estas personas, pequeñas.o grandes, masculinas o femeninas, empujadas a su vida por sus de­ seos inmanentes de conocerse más allá de sus necesidades en sus deseos y de reconocerse semejantes después de su expresión, satisfecha si es recibida o no satisfecha si no lo es, o también volviendo sobre ellos si no es recibida. [Toma­ do del texto de 1960: la frase que sigue.} b. [Tomado del texto de 1960: hasta el final del primer párrafo de la pág. 288.]

ducta humana. El corazón es el lugar simbólico de nuestras emociones, de nuestros sentimientos. El cuerpo es el lugar sim­ bólico de nuestro yo y, para la mujer, en su cuerpo de formas li­ mitadas, con salidas erógenas delimitadas, se encuentran los lugares de mediación délas satisfacciones del placer. En el vien­ tre, parte central del cuerpo, la mujer sitúa el lugar de llamada al hombre que, si ella lo ama, es referido siempre por fantasmas a la fecundidad, sea para evitarla o para desearla. Esta fecun­ didad tiene sentido metafórico de modificación creadora de su ser entero y con esta profundidad de su deseo toma un sentido verdaderamente genital en la abertura de su sexo la llamada al encuentro penetrante del sexo masculino. Pero si las entrañas femeninas y el sexo se articulan estrechamente entre sí, el vientre y el corazón están también imbricados uno con otro pa­ ra la mujer, debido a que se hallan ubicados en la misma masa indivisible" del tronco y están muy poco diferenciados en su dia­ léctica genital, en la medida en que la donación verídica del co­ razón tiende en ella a completarse con la donación de su cuer­ po, o más bien con su abandono, y muy a menudo, sin tener aún experiencia de encuentros sexuales o teniendo una experiencia no reveladora de ese encuentro, se cree enamorada de una per­ sona del otro sexo por el solo hecho de que desea recibir el pene de ésta a partir del momento en que se halla subyugada por su presencia. El corazón en sí mismo es la sede simbólica de los modos de afecto. Se ha elaborado en el curso de los años de infancia y de ju­ ventud, años de predominio oral y anal, y luego de predominio genital relativo al falo, deseado en una dinámica centrípeta por la niña, pero siempre ligado a relaciones de cuerpos, fálicamente valiosos unos respecto de los otros. La pérdida de las sensaciones de los límites de su cuerpo —tal como existen desde la conquista de la posición erecta y de la marcha— en los coitos y las sensaciones de voluptuosidad que ante la proximidad del encuentro embargan a la mujer y trastor­ nan su continente producen una relajación que, por lo demás, sólo existe al entrar en el sueño y qué modifica, para la mujer, los modos tanto emocionales como existenciales conocidos por

su yo, que, para su narcisismo, se asocia con la prestancia de su cohesión corporal, con la gracia concertada consigo misma de su conducta, para la cual le es necesario el dominio de su tono muscular. El coito con el hombre, al cual libra el acceso a las re­ giones huecas de su sexo, desconocidas por ella misma, quita a su narcisismo los marcos de referencia de su condicionamiento. Para-ella, que en muchos casos sólo había superado el duelo del pene centrífugo en el momento de la castración primaria, luego el duelo del hijo imaginario del padre, después el duelo de la se­ ducción del padre, apelando a la sobrecompensación fálica de sú persona social para llegar a menudo a la mascarada feme­ nina y a las potencialidades de la frigidez, la excitación sexual por el otro presente —en el mejor de los casos y gracias a una ética de interiorización de los afectos en un lugar inviolado— le confirma su castración no del clítoris, sino de la imagen de su cuerpo pregenital, luego edípico, luego, incluso, postedípico, mien­ tras que aporta también un enfoque de todas sus pulsiones al servicio del placer al acoger en ella al hombre. Este proceso, que la deja sin fuerzas, es necesario a fin de que ella esté dispo­ nible para la aventura del goce en ese lugar desconocido de ella misma, puesto que no es visible y que escapa a los valores éti­ cos y estéticos. Durante el coito, la primera que afloja el control es la cabe­ za, representante de la conciencia y del sentido crítico inhibi­ dor." Luego son los miembros esqueléticos, incapaces de conti­ nuar la presión tónica cuando crece la excitación vaginal. En fin, si el goce sigue aumentando, desaparecen incluso las refe­ rencias de lo que constituía el cuerpo para el otro y para sí, el ex­ terior, y el cuerpo para sí, el interior, de lo que constituía el cora­ zón que amaba sin contacto, y el sexo que deseaba a distancia el contacto y la introducción. Esta desrealización se siente como una amenaza para todas las referencias narcisistas del sujeto, es decir, como algo que se puede emparejar con la muerte. Ahora bien, esta inexistencia, esa nada a la que debe arries­ garse la mujer en el coito, es lo que más tuvo que temer en el cur­ so de la estructuración de su conciencia de sujeto para una exisa. [Supresión en. 1982:) en nombre de la razón, pues todo es irracional en los afectos de la excitación sexual.

tencia social consciente. Humillada en su corazón o en su sexo en el curso de su vida de virgen, quizás aún poco segura de su seducción, si el hombre no la asegura de ello con palabras de amor durante el coito, puede sentirse invadida por la impresión de que ella sólo es, para su pareja, un objeto de placer, lo que confirma la pérdida de su valor como sujeto. Quizá sea ésta la razón de la frecuente frigidez primaria. Es, con seguridad, la ra­ zón de la frigidez secundaria que sigue a las desfloraciones mal hechas o a los coitos rutinarios con un compañero, no obstante amado, pero poco proclive a los juegos preliminares, a las pala­ bras de ternura, sin las cuales le parece que el hombre sólo está motivado en el coito por el celo;" mientras que él quizá no lo es­ té, pero no piensa decirlo porque está seguro de su amor por su compañera y no le han enseñado la diferencia entre hombre y mujer en cuanto al condicionamiento personalizado del deseo para cada mujer, que no es sólo una hembra y que exige, para que el deseo continúe vivo en ella, que él le hable de su amor y del placer que siente al cohabitar con ella. Conozco más de un hombre auténticamente enamorado de su mujer que con su si­ lencio en sus relaciones sexuales ha malbaratado su pareja, que, sin embargo, había comenzado muy bien. Pero claro, él no sabía que, para una mujer, las cosas hay que decirlas. La jerarquizaciónbgeneradora de narcisismo de referencias perceptivas repetidas y conservadas imaginariamente en la memoria es lo que ha permitido a la joven, desde época tem­ prana, construirse según valores éticos y estéticos a lo largo de su juventud. La persona de la joven durante su adolescencia se construye en su adaptación social a su sexo virgen, según una moral sólo atinente a una ética y a una estética fálica, la de lo que se ve. Sus comportamientos activos, pasivos y creativos eran sentidos siempre como buenos cuando eran agradables para ella, útiles y estructurantes para el individuo en relación con su grupo social, y como malos en el caso contrario. Todo esto ya no sirve para nada en la desrealización narcisista que a c o m p a ñ a al coito del que la mujer goza. En cuanto a sus emociones, quie­ ro decir las de su corazón, cuando ella comienza a gozar, desa. [Añadido en 1982: el final del párrafo.] b. [Tbmado del texto de 1960: las tres frases que siguen.]

pués de una aceleración de sus latidos, violentos en el curso de la excitación, ese corazón se vuelve también totalmente incons­ ciente, subyugado y anonadado por la extrañeza del goce que le hace perder la cabeza. Es lo que podríamos llamar una joven que se ha perdido: la que se encontró convertida en mujer con un hombre. Por poco que sus emociones de corazón o de sexo hayan sido objeto de burla, de irrisión en el curso de su infancia, cosa que hace tan fácilmente la gente del entorno cuando ve que una jovencita se ruboriza ante la aproximación de un joven, el peli­ gro de la donación de sí misma se asocia inconscientemente con la pérdida de su valor. Hay mujeres11que sienten las relaciones sexuales conyugales como abusos de confianza e incluso como violaciones, debido a la falta de formación sexual y erótica del marido, de su inhibi­ ción emocional, sólo superada por su necesidad de descargar, que él confunde, con absoluta inocencia, con la prueba de su amor, pues es fiel y, a menudo, está muy satisfecho de su mujer, pero no sabe mediatizar este amor en un clima de placer con juegos interpersonales y sexuales, y, sobre todo, no sabe agregar frases afectuosas a la satisfacción erótica así obtenida, que lo es para él, pero no para ella. La causa de esta particularidad de la conciencia de su femi­ nidad propia de la mujer reside en que el establecimiento de las referencias jerarquizadas del corazón y del cuerpo es abstracta para la niña en lo concerniente al sexo —no referible ni justifica­ ble para ella sin las declaraciones de su pareja y sin la realidad sentida efectivamente como amorosa de sus relaciones, en lo que al hombre respecta, que parece desvalorizarlas con su silencio. En efecto, en los fantasmas solitarios de las jóvenes y de las mujeres no hay ninguna respuesta a la amante que serán ni un recuerdo muy largo para la amante que alguna vez hayan sido. Los testimonios de la literatura erótica sólo les conciernen por lo imaginario y las representaciones que de ello pueden hacer, pero no las instruyen en nada sobre sí mismas en la realidad de hoy. Esta es, quizá, la razón por la cual las mujeres practican muy raramente el veedismo.bPero la razón principal es la ausena. [Tomado d d texto de 1960: los dos párrafos que siguen.] b. ¡Tornado del texto de 1960: el final de ente párrafo y el siguiente.]

cia, para ellas, fuera de lo perceptible en la realidad del coito ji­ las condiciones que he dicho, de una referencia a las percepcio­ nes del otro. El cuerpo sin corazón no tiene sentido para ellas y la dialéctica sexual significada sólo es posible cuando se formu­ lan referencias éticas y estéticas que de otro modo están ausen­ tes porque su sexo es invisible. Las palabras no tienen, para las mujeres, el mismo sentido que para los hombres y las mismas palabras para dos mujeres, respecto de su sensación de deseo, lo tienen menos aún que pa­ ra dos hombres que se refieren a su placer sexual. En el hombre parece que la cosa es distinta y que las pala­ bras concernientes a su placer sexual y a su deseo les permiten entenderse perfectamente cuando hablan del asunto entre sí. Parecen entenderse, por ejemplo, cuando hablan del número de sus coitos y de la abundancia de su esperma. Su narcisismo vi­ ril parece confortarse con ello. Son pruebas tangibles. Esto se debe, por cierto, a la exterioridad de su sexo en relación con su cuerpo, por una parte, y, por otra, al control que tienen hasta el momento del orgasmo en el acto sexual. Los hombres son todos veedores. Si se pensara en hacer reuniones de strip-tease de hombres para las mujeres, no tendrían éxito. Me parece que todas estas particularidades3específicas de las mujeres en general, aunque, como ya he dicho, cada mujer es diferente de otra, explican estas elecciones y estas fijaciones objetables genitales, propiamente hablando, insensatas que podemos observar en ellas, y esto porque en la intimidad de los intercambios sexuales «nada se parece más a nada» y tan sólo se buscan las sensaciones voluptuosas que produce, de un modo narcisista, el sentimiento de amar a quien la desea o de desear a quien ni la ama ni la desea, con referencia a esta au­ sencia de ética concerniente a su feminidad sexual. Queda, en­ tonces, expedito el camino para el deseo más absurdo, más abstruso (el más privativo de toda significación ética o estéti­ ca para ella misma y para los demás), el deseo perverso, que es, quizás todavía para ciertas mujeres, un medio de defensa fálica contra el peligro femenino del encuentro heterosexual en el coito.

La mujer, genital en cuanto a sus pulsiones más aún que el hombre, está, por naturaleza, sometida al peligro de las pulsio­ nes de muerte, atractivas para su narcisismo en el momento de la angustia de castración primaria, cuando la mujer es joven, atractivas en el momento de la angustia de violación ligada al deseo y también atractivas respecto de los objetos de su elección, -en el momento vivido de la donación genital de su persona, del abandono de su cuerpo y del abandono total de su narcisismo, condición de su goce: es decir, cuando su único amor coincide vi­ talmente con su único deseo. Es posible también que la prevalencia liminar potencial de las pulsiones de muerte, a las que las mujeres pueden estar so­ metidas al mismo tiempo que a sus pulsiones genitales pasivas cuando la donación de sí mismas las hace abandonarse a su pa­ reja y asumen ese riesgo para su narcisismo genital con el hom­ bre, atraiga de modo narcisista al hombre y despierte en él la ■ angustia de castración primaria, la de la época en que la in­ quietante desnudez de las niñas, percibida por primera vez, lo fascinaba hasta el horror, hasta el punto de que no podía creer lo que veían sus ojos. Una mujer entregada así en el amor lo fascina todavía, pero valoriza la posesión de su pene, estimula su tono fálico en sus valores afirmados de macho. Es posible también que la angustia de violación, que se pue­ de despertar inconscientemente en ellas, ya que ha estado liga­ da a la niña, después de la adquisición de su orgullo de perte­ necer al sexo que la hacía parecida a su madre, a la sensación del primer deseo genital en su dinámica centrípeta relativa al falo, suscite en el hombre un deseo caracterizado por la diná­ mica viviente, agresiva, centrífuga, que data de su libido fálica uretro-anal. El hombre se siente estimulado en la conformidad con sus fantasmas de proezas viriles espectaculares fálicas, que lo mueven a dar prueba de su fuerza frente a esa mujer sin de­ fensa. Puede ser inducido, sin darse cuenta, al sadismo rema­ nente de las pulsiones arcaicas. Los menos evolucionados se sien­ ten, entonces, proclives a usar de violencias corporales con las mujeres. Los más diferenciados genitalmente en cuanto a su vi­ rilidad de su sujeto enfocan en el pene la fuerza eréctil y el de­ seo de penetrar a la mujer. La total disponibilidad corporal que la relajación en el goce que crece produce en la mujer, debida al

enfoque del deseo en sus vías genitales profundas, mientras su sensibilidad abandona, un momento antes, el revestimiento cu­ táneo tan sensible a las caricias, hace que la mujer, para el hombre, parezca transformarse en una cosa. Y a esto se agrega ese deseo de la mujer, impensable e increíble para unhombre, de ser tomada y penetrada, deseo que horroriza a todo hombre vi­ ril, y, peor aún, quizás, el deseo de una mujer enamorada de que en el curso de cada coito la fecunde el hombre. En efecto, es­ te deseo de concebir es un fantasma siempre presente en el in­ consciente de una mujer cuando goza, fantasma que a veces le hace formular la petición de fecundación mezclada con sus ge­ midos de placer, aunque esté quirúrgicamente castrada o pro­ tegida por medios anticonceptivos. ¿No es este deseo la señal, en el acmé del goce en el coito, de la prevalencia de las pulsio­ nes de muerte del sujeto en la mujer? ¿No es la prueba de la presencia, más cerca del sujeto, del espécimen anónimo e indiferenciado de la especie, Tjue, a través de cada mujer, en la in­ tensidad de su goce, encuentra la conformidad con los impera­ tivos de la supervivencia de la especie en el momento en que pierde el control de su ser histórico y diferenciado? A los oídos de su compañero, ¿no se ha transformado en objeto hembra in­ sensato, despojado de toda lógica de sujeto? La especificidad dinámica de una mujer —tanto en su deseo genital, su referencia al falo real y simbólico, del cual el único mediador para ella es el hombre amado, como en los acondicio­ namientos de sujeto que estructuran su personalidad, su actua­ ción, sus pensamientos, sus fantasmas, sus emociones, que le permiten sus encuentros verbales y entenderse, trabajar y rea­ lizar juntos una obra social—, cuando la misma mujer es su partícipe en el goce del coito, esa especificidad, el hombre por el que ella se creía amada ya no la entiende. ¿Estas particulari­ dades de la libido genital en su destino femenino son la causa del temor que experimentan tantos hombres atraídos por mu­ jeres auténticamente genitales, por su inteligencia y sus cuali­ dades deseables de corazón, temor que los invade a partir del momento en que ellas los desean y se dedican a colmarlos de amor? En ese momento les parece que todo lo que creían cono­ cer y comprender en ellas se vuelve extraño. Es la razón que hacía decir a Freud que las mujeres no tienen superyó; como un

niño diría: «¿No tienen pajarito?». Entonces, ¿cómo entenderlo? En la dialéctica del encuentro cuerpo a cuerpo del Seseo entre hombres y mujeres, del encuentro del amor, del encuentro del lenguaje, ¡cuán innumerables son las cuestiones que se plantean a los hombres cuando mantienen una relación con la misma mu­ jer! Les parece arribar a playas inciertas, donde su narcisismo se tambalea y pierde pie. Muchos prefieren no perseverar, pues temen el peligro que podría estar agazapado en la mujer, por seductora que sea, si continúan su relación con ella. ¿No se ha considerado a las mu­ jeres como agentes del diablo? ¿Es porque al sentirse solicita­ dos por ellas para que las sigan los hombres se angustian pre­ guntándose «hasta dónde» los va a llevar eso? Los placeres de las mujeres, cuando no se contentan con objetos parciales como en la época de su juventud inmadura, a cuyos requerimientos los hombres anhelan responder cuando las desean, las suscitan en su sensibilidad y en su ser mismo, si, por obra del hombre, han alcanzado un goce cercano al falo simbólico. El precio de tal logro es desconocido. El precio es prendarse. ¿Es siempre la consecuencia de esta identificación o esta rivalidad que, en su dialéctica masculina, las mantiene a su tono en la sociedad de los hombres, o bien es esta introyección aún más arcaica del de­ seo del otro que, al recordarles su infancia junto a su madre, es­ tá pronta a resurgir? (Ahora bien, la mujer genital, en su enfo­ que del deseo y del amor sobre el hombre al que ama, ya no experimenta estos procesos arcaicos. Se contenta con ser ella misma —vivida y aceptada toda castración en el amor que la hace vivir y amar—.) ¿O es la pulsión epistemológica, tan fun­ damental para la inteligencia masculina, en su referencia al fa­ lo simbólico, que, al aplicarse a la mujer, pierde en ella todas las referencias? El sentido del goce de estas mujeres es, para ellos, un arcano y, ante ese abismo, temen el vértigo. Ocurre que, desde su integridad custodiada, el hombre se pregunta qué precio lo expone a pagar en su narcisismo el amor y el deseo de esta mujer, mientras que ella tenía tendencia a huir ante el coito y, ante el primer goce, sintió producirse en ella una mutación. Ahora es el turno de huir del hombre, ante ese amor y el deseo de esa mujer que le debe su serena madurez y la fidelidad de su deseo por él. ¿Cuál es la metamorfosis, en su

total madurez ignorada, de la que el hombre, al presentirla, huye? Orfeo pagó con su vida su torpe fidelidad a Eurfdice y su deseo de mirar. ¿Sería él más hábil que Orfeo? ¿No es mejor se­ pararse antes de ella, de esta mujer que, coito tras coito, le hur­ ta la forma siempre invisible de su deseo, que, abrazo tras abra­ zo, le deja en la ignorancia del sentido de su amor? Ignorancia e invisibilidad son dos referencias que, un día u otro, hacen que el hombre suelte a la mujer porque ellas, a su vez, hacen aflorar sus pulsiones de muerte, insoportables para el narcisismo y la cohesión masculina. En todo caso, la observación clínica y so­ cial muestra que casi siempre, si no siempre, de alguna mane­ ra, la frecuentación de tal mujer amada y deseada a la vez se vuelve fuente de cansancio para el hombre, por lo menos en lo que respecta al amor, si no al deseo o viceversa. Tal es la dialéctica, para una mujer, del encuentro del cuer­ po y del corazón unidos en su deseo y en su amor genital por un hombre, y tal es su efecto en el destino de las mujeres: — Ser abandonada en la realidad de los encuentros de cuerpo o abandonada en la realidad de los encuentros de corazón, a veces incluso en ambos, por el hombre que la ha invitado e ini­ ciado, sin que ella lo supiera en el falo simbólico, atrayéndo­ la más aquí y más allá de su realidad. — Tener que abandonar a aquel que es el único que la hizo lle­ gar en su cuerpo y su corazón al papel de falo parcial real. La mujer, movida por el deseo genital, que se ha vuelto su razón y su sinrazón de vivir, no puede y no desea saber nada del falo imaginario que ella representa para el hombre y que éste trata de conquistar cuando la desea en la realidad o en su imaginación él, que es para ella la representación concreta en la realidad del falo y que permite su maduración libidinal y afectiva; él, que es para ella, en su persona, el representante fálico de eso que queda de ella misma cuando pierde sus refe­ rencias corporales e imaginarias. También es él, presente-au­ sente por su falo parcial, que la hace gozar, quien la inicia en el lenguaje de mujer, que, sin él, no podría hablar con nadie ni consigo misma.

Pero el hombre que tiene en su cuerpo el falo parcial desti­ nado a la genitalidad, movido en su corazón más a dar que a to­ mar, en su deseo y su amor por ella, va en buscá de su supera­ ción, en busca también él del falo simbólico. Ahora bien, la mujer sólo le procura el riesgo de robarle el que él tiene y hace retroceder, a medida que él la conoce, la esperanza de darle lo que él busca, el secreto de lo que la hace feliz y serena sin pene. Él no puede soportar que ella reciba de él la iniciación en el falo simbólico —¿que le robó ella, sigilosamente?—, admitir que ella no tenga, como él y de la misma manera, al unísono, el cons­ tante deseo del falo parcial generador de narcisismo para él o del falo en la realidad cuando ella conoce el amor que, para él, la hace vivir. Tampoco puede admitir que, si ella se mantiene narcisista cuando lo es, no tenga por el cuerpo de él el mismo culto que tiene por el propio y que no tenga por el objeto parcial de él, el pene, el mismo culto que él le dedica...

5. A MODO DE CONCLUSIÓN’

LA DIFERENCIA GENITAL ENTRE LOS HOMBRES Y LASTVIUJERES EN SU IMAGEN SUBJETIVA DE POTENCIA REUNIFICADA DE SPUÉS DEL COITO E l hombre: el hombre que ha experimentado el goce en el coito está reunificado de modo narcisista con la imagen de su cuerpo, reconciliado con su impotencia entre coitos, es decir, con su sexo fláccido colgado de su cuerpo fálico. No puede amar a su compañera con el corazón.11La mujer, en este caso, es para él un objeto imaginario, fálico materializado, un objeto parcial del que tomó posesión durante el coito. Al poseerla esténica­ mente con su pene erecto (diente, palpo, miembro para su ima­ gen estática y su imagen dinámica, chorro que brota para su imagen funcional), el cuerpo de la mujer se vuelve^para él un objeto parcial mediante cuya posesión en el coito recupera su integridad, que la tensión de su deseo le señalaba como caren­ te de algo. Está contento de sí mismo.' a. [La conclusión es una recuperación casi fiel de 1960. Señalamos lo que se añadió o suprimió en 1982.] b. [Supresión en 1982-.] por la que ha experimentado placer; eso no invalida que ese placer esté implicado en su totalidad de imagen existencial narcisista y específica de su especie. c. [Supresión en 1982'.] L a mujer, cualquiera que sea, durante el acto sexual le hace presente su poder.

Si la mujer da a su compañero las pruebas, mediatizada^ en sus sentidos de percepción, de que ella experimentó o simuló placer en el curso del coito, el hombre, además de la reunifica­ ción narcisista de su cuerpo, experimenta la sensación de una conformidad interpersonal relativa al placer, simbólico, enton­ ces, de un tercer término: él ha hecho gozar a una mujer. Él la fia rehecho mujer. Está orgulloso de sí mismo. Puede ocurrir que el hombre esté celoso del placer experi­ mentado por su compañera, del que no está seguro que ella deba a su propia persona actual, sino quizás a su experiencia adqui­ rida en otra parte y sólo repetitivamente despertada en ella. De ahí viene la atracción de ciertos hombres por mujeres insignifi­ cantes, inexistentes sin ellos (Pigmalión), por las mujeres vír­ genes que no pueden compararlos con otro y que, a veces, cuando son desfloradas, sobre todo si lo que los excitaba8era la dificul­ tad de lograrlo, sólo son objetos rotos que ellos rechazan porque representan, en lugar de ellos, su propia castración,13que siguen rechazando a la vez que la provocan.' De ahí proviene también la atracción de ciertos hombres por las mujeres frígidas con to­ dos los hombres o que deben decir que lo son, cosa que los hace «encarnizarse», como decía uno de ellos, por obtener un placer que entonces prometía una plusvalía fálica.d En suma, esta elección por el tercer término, que es el pla­ cer que el hombre, en lugar de dar a la mujer, toma para sí so­ lo, me parece un argumento a favor de una castración simbóli­ ca de placer pasivo anal no resuelta en la época de su infancia o de una imagen del cuerpo de la época del estadio anal activo no abandonado. Es probable que, en la época del planteamien­ to de las fuerzas genitales conflictivas edípicas, el encuentro emocional del padre en una escena de seducción rival de la ma­ dre haya hecho fantasear al niño sobre una escena primaria vi­ vida en la falta de aceptación por él del Valor de la mujer y de su vagina femenina —rival ridículo, pero qué peligroso y triun­ fante cuando la mujer da a luz en el parto un bebé, carne de su a. íSupresión en 1982:] cuando no se defienden ya de ellos, b. [Supresión en 1982:] edípica. c. [Supresión en 1982:] (Don Juan). d. [Supresión en 1982:1 sobre todos los hombres que estas mujeres han co­ nocido.

carne, que la gratifica y al cual nutre con un placer que el hom­ bre no podrá conocer— . Para tales niños, que no hacen fácil­ mente el duelo de la solicitud de su madre, a la que tienen que compartir con sus hermanos menores, no sólo es el pene, inca­ paz de producir un niño, sino que es la salida ano-rectal la que, en la competencia emprendida con su madre, ensaya su poder pasivo atractivo sobre el padre. En los hombres que tuvieron esa infancia, los coitos extraconyugales con mujeres en la épo­ ca genital adulta, por la gratificación de potencia anal ligada al placer no fecundo, deben compensar en ellos la herida narcisis­ ta que implica el hecho de haber dado hijos a su mujer legítima, hijos que son rivales en el amor que ella le profesa. Cuando un hombre ha quedado marcado por la angustia de castración anal mortífera (patente en los obsesivos y los homo­ sexuales), al enterarse de que es del vientre de las mujeres de donde salen niños vivos cuyo germen éstas recibieron del hombre, pero que jamás pueden nacer hijos del cuerpo de los hombres, desea, entonces, mujeres, frígidas o no, poco importa —por otra parte, si no lo son, llegarán a serlo con ellos—, que le sirvan de fetiche del agujero fecundo, rectal o vaginal, cosa que para él es muy confusa; y a esas mujeres fetiches se las adorna, incluso con los lazos del matrimonio, para tener derechos sobre ellas y sobre sus hijos, pero no para ser felices ni hacerlas felices." Pre­ fieren también casarse con una mujer divorciada que tenga hi­ jos para representar el rol de padre legítimo con éstos, sobre to­ do si se trata de un varón, y sustraerlos así, por la influencia que adquiere sobre ellos de su relación con su padre legal. En otros casos, este mismo tipo de hombre «hace» un hijo a una mujer para raptarlo legalmente y, confiándolo a su propia línea familiar materna o paterna, curar así su herida narcisista, que subsiste a raíz de su fijación homosexual con su padre, al que no logró seducir, o de la fijación oral, anal o uretral con su madre. He aquí, en visión panorámica, todo lo que es subjetivo en un hombre en su deseo por una mujer, puesto enjuego para ha­ cer que el encuentro en el coito le resulte valioso de modo nar­ cisista, con independencia de todo encuentro emocional inter­ personal, que hace que, para un hombre, todo coito físicamente a. [Añadido en 1982: la frase que sigue.\

logrado en cuanto a él, cualquiera que sea el placer que obten­ ga la mujer o las consecuencias que le acarree, constituya una confirmación fálica que le genere narcisismo. Incluso se puede llegar a decir que toda penetración por el pene de un cuerpo, masculino, femenino o animal, por una salida del cuerpo del partícipe, da origen al hecho de que todo varón erotizado, al pro­ yectarse en ese cuerpo de quienquiera que sea, que desempeña a la vez el rol de hombre y de mujer, de pasivo y de activo, pueda experimentar el sentimiento de un triunfo cuando el coito le re­ sulta satisfactorio.® Se siente bien en su piel después del acto, no preocupándose para nada del sentimiento del otro ni de si también el otro ha experimentado placer. Me ha parecido indis­ pensable aclarar, con este rápido estudio, la subjetividad mas­ culina ligada al solo hecho de una.erección esténica, de la pene­ tración y de la descarga.1*Es una especie de masturbación por objeto interpuesto, que siempre aporta un sentimiento de bien­ estar. Comprendemos mejor así lo que constituye la originali­ dad de la subjetividad femenina. La mujer-, para que el deseo aparezca en la zona genital de la mujer, conforme a las necesidades funcionales del pene, es decir, para que ella sea penetrable, es necesario que su característica de niña haya sido bien acogida por sus padres en su nacimiento y que haya transcurrido bien la época oral de su infancia, in­ cluido el destete. Si ha permanecido negativa o reivindicativa ante el objeto parcial fálico materno (el seno), se arriesgaría a infligir al hombre, en el coito, por la catexis oral de su vagina, un peligro de mutilación del pene. También es necesario que su va­ gina haya sido valorizada en la época del duelo del niño anal mágico que ella creía que eran los bebés para las mujeres, a fin de remediar el peligro de violación que se expone a sufrir por su catexis vaginal, que, como un ano, estaría habitada por una dinámica fálica centrífuga en relación con el objeto parcial.' Es ne-

a. [Añadido en 1982: la frase que sigue.] b. [Añadido en 1982: la frase que sigue.] c. [Supresión, en 1982: una nota] Bate tipo de catexis {y de la imagen del cuerpo que es concomitante a ella) es la causa de partos tan dolorosos que se ca­ lifican de partos de riñones. Los empujes del parto se dirigen subjetivamente

cesario, entonces, que el deseo en la mujer sea indiferente en cuanto a su vagina, que no la haya catectizado del todo, ni en ac­ tiva ni en pasiva, que simplemente la ignore o que sea la sede de una llamada atractiva para un pene centrípeto, valiosa por ser más poderosa que las opciones destructoras por las que ella po­ dría sentirse habitada. Pero su abertura orbicular vulvo-vaginal puede catectizarse también pasivamente de libido anal. En este caso, ella no expe­ rimenta deseo ni repulsión. Se deja hacer por el hombre. En tal caso, la mujer puede hacerse, subjetivamente, una imagen uni­ ficada, fálica, de su persona y de un sexo que en realidad, en su subjetividad, es una abertura ano-rectal disponible para un en­ cuentro parcial de apariencia fecal. Pero entonces es necesario que su persona fálica3haya sido catectizada de narcisismo por ella a fin de rivalizar con las mujeres seductoras para atraer al hombre a distancia, lo que le produce un goce de triunfo sobre esas otras mujeres. Son éstas, en verdad, mujeres a las que los hombres, en tanto personas sexuales, les son necesarios, pero sólo para confirmar su narcisismo. Su aspecto exterior es, a me­ nudo, el de una mascarada femenina, más que de la feminidad. La realización del coito no requiere ni el verdadero plantea­ miento del Edipo, ya que el hombre no es personalidad, ni tam­ poco, menos aún, su resolución; basta con la aceptación, desde la época pregenital, de una suspensión de la satisfacción y de una transferencia de la dependencia filial de la madre o del padre a la dependencia de su partícipe, dependencia que puede ir acom­ pañada por una ambivalencia afectiva muy grande. Los fantas­ mas de sadismo oral, referidos al sexo del compañero, no le re­ sultan a la mujer particularmente conflictivos. Sólo lo son en caso de embarazo, pues, como el fruto es un representante del hombre en su actividad fálica y sexual, la mujer sufre una cul­ pabilidad ligada a una dependencia de sumisión que tenía res­ pecto de su madre y que le había impedido entrar en el conflicpor detrás hacia abajo, en lugar de dirigirse subjetivamente con relación a la imagen del tronco (según la anatomía), por delante, subiendo, tendiendo el eje del cuerpo del feto, después de la deflexión de la cabeza y del tronco, a la salida de las vías genitales de su madre, primero perpendicular al eje del cuerpo de su madre y luego paralelo a él (si el peso de su masa no !e hiciera caer). a. [Añadido en 1982: el final del párrafo. ]

to edípico. Quizás este hecho tenga alguna importancia en los vómitos del embarazo. Si predominan los componentes sádicos o masoquistas en este período preedípico, los períodos entre coitos están ocupa­ dos por dolores de vientre. Los embarazos son dolorosos o requieren particulares cuidados o prerrogativas que las mujeres exigen por doquier por su estado «interesante» y los partos son dolorosos, del tipo defecatorio mórbido, estallido, violación cen­ trífuga, pero no lo son los coitos. Los partos psicopatológicos —excluyo los que son anatómicamente imposibles para la mu­ je r— se deben a las angustias de la parturienta por su propio nacimiento, que durante toda su infancia oyó describir a su ma­ dre como un serio trance.3Y como la madre, en los recuerdos introyectados que ella tiene de ese acto, se valorizaba con la des­ cripción de sus sufrimientos en el curso del parto que le dio nacimiento, ella no puede proceder de otro modo, cuanto le toca alumbrar, que sobrepasando a su madre, si es posible, en los su­ frimientos catastróficos de su parto, que —lo repito —, desde el punto de vista anatómico, no tienen ninguna razón de ser. Para que una mujer que no ha pasado por la resolución edí­ pica que la hace genital pueda ser atractiva para el hombre, tiene que catectizar su cuerpo de libido oral y anal. Debe arre­ glárselas para ser bonita y para parecer bien hecha. Esto le es indispensable para sentirse en condiciones de igualdad en el mercado de las mujeres. Y cuando se mira al espejo, que es su mejor compañero, le gusta sentir agrado por sí misma, identifi­ cándose, así, en sus pulsiones escópicas,bcon un hombre a quien la imagen de ella misma, como mujer, podría agradarle. El he­ cho de que en todas las mujeres subsista algo de esta época se debe, sin duda, a la prolongada rivalidad impotente con la ma­ dre, pronta a despertar ante mujeres a las que siguen mirando con interés los hombres preferidos por ellas. Esta catexis apa­ rece en el interés concedido a los cuidados corporales y a los vestidos, que es muy escaso en el hombre, salvo en la adolesa. [E n 1960, la frase que sigue era:] Los partos psicopatológicos dejan hue­ llas profundas debidas a las proyecciones maternales, en la época simbiótica y diádica, en la estructuración narcisista del niño (y muy particularmente si es una niña) que ha nacido do estas violaciones catastróficas de su madre. b. [Supresión en 1982:} hnmosexualmente.

cencía, cuando éste aún no está seguro de su combatividad so­ cial, de su audacia respecto de las jóvenes, de su po'der eréctil penetrante, en suma, cuando no tiene confianza en sí mismo. Pero esa preocupación se le pasa rápidamente y~son más bien sus mujeres, o sus sastres, o sus peluqueros los que le obligan a cuidar o arreglar el aspecto que tiene. Para convencernos de ello,a basta con ir a una peluquería para hombres y a otra para señoras. Es raro ver a un hombre hacer otra cosa que leer su diario mientras el peluquero traba­ ja en su cabeza. Con las mujeres no ocurre lo mismo. Espían el más mínimo gesto del peluquero, lo hablan con él y nunca ter­ minan de ordenar sus hebillas. Lo mismo ocurre con la prueba de los vestidos en el sastre, la costurera. Para la prueba, el hombre quiere que la cosa termine rápido. ¿El sastre está con­ tento? ¡Tanto mejor! ¿No lo está? ¡Tanto peor! Basta, es sufi­ ciente. Con la mujer¿ todos sabemos lo que ocurre, a menos que, por reivindicación masculina, no haya negado su feminidad y se dé aires y use trajes de hombre. Una mujer, si no está centrada, si su deseo no gira en torno al interés del hombre al que ama o al que quiere atraer, se sien­ te viuda antes de haberse casado. En efecto, fue viuda de su pa­ dre y hembra estéril que no tuvo el hijo incestuoso. Antes ya ha­ bía sido viuda de su madre y, en los fantasmas de la castración primaria, quizá fue mutilada por ella del pene, con la aproba­ ción de su cónyuge. Se comprende que lo que le queda de fálico, su cuerpo erecto, y lo que le ha crecido con la pubertad, sus se­ nos, sean objetos de cuidados no desdeñables. Mientras un hombre no esté ligado por su deseo a ella, experimenta en su sexo emociones no confirmadas por ningún otro signo aparte de la sangre menstrual, prueba de su infecunda abertura. La oculta medíante el balanceo provocativo de sus caderas, la tur­ gencia redondeada de sus senos, la gracia de su talle, donde se señaliza, por su fineza subrayada o por el misterio provocativo del suave ondear de la falta, su disponibilidad matricial. Su rostro, cuyas salidas erógenas adorna, sus miradas incitantes, sus fugas fingidas después de que una presa masculina se muestre tocada a distancia son, para ella, puntos ganados que

jalonan su itinerario en sociedad antes de que haya descubier­ to el amor. Ciertas mujeres pueden estar celosas de todas las mujeres que, antes que ellas, han atraído a un hombre haciendo que las deseara o de las que les interesan cuando, al pasearse con un hombre, lo ven atisbar siluetas femeninas. Quieren la exclusivi­ dad3de su persona, de su sexo, de su valor social, de su potencia anal, de su admiración, de su fecundidad, en suma, de todo lo que para ellas tiene valor fálico. Probablemente por esta razón dicen que los hombres son egoístas, incluso aquellos que no lo son.b Cuando su deseo aún es sólo vulvo-vaginal, es referido a la libido narcisista oral y anal y, por ello, resulta inconscientemen­ te castrador, digamos incluso mutilador, del pene, raptor de su eyaculación espermática, ademador de niño fetiche prometido como artículo bueno para mirar," para mimar, para comer a be­ sos; niño bonito y bien «hecho», y siempre más o menos transfe­ rencia de su narcisismo sobi*fe sus globos mamarios, bien llenos, o fetiche de un globo vesical bien turgente, que le produce a la hora en que ella lo exige buenos productos excrementicios, co­ sas bien moldeadas, objetos parciales fecundos que ella le pro­ híbe guardar para así y entregar cuando le parezca bien. Estos bebés, estos niños deben estar también bien limpios, bien mol­ deados, bien pulidos, deben ser muy razonables, buenos loritos y capaces de honrar su continente palpante extrapolado de lo útero-rectal.d Estas mujeres vulvo-vaginales, niñas crecidas que quedaron frustradas por no haber podido agradar a su pa­ dre y que imaginan o experimentaron realmente que éste no las a. [.Supresión en 1982:] Experimentan una reactivación de la falta de poder fálico. Experimentan una avidez (remanente de su herida narcisista edípica) de retirar al hombre la potencia y la seducción de su sexo. Quieren la certidumbre, por su presencia formal a su lado de un complemento fálico, que se considera sello de su propio poder de seducción. b. [Supresión, en 1982:] mientras que estas mismas mujeres no piensan en los hombres sino para tomar todo de ellos: sus afectos, sus amistades, sus hijos, su dinero, toda alegría que ellas no despierten, toda libertad de movimientos y de opciones fuera de sus momentos de encuentro sexual con ellas, ¡en el curso de los cuales (todas las mujeres lo dicen) el placer que el hombre siente es perfec­ tamente egoísta! c. [Supresión en 1982:] (el bebé de concurso). d. [Añadido en 1982: la frase que sigue.]

quería porque no eran varones, y que, sin embargo, amaron bastante a su madre como para querer identificarse con ella, son mujeres nunca satisfechas; aunque no quieren soltar a su hombre, lo consideran un cónyuge odioso, incapaz de compren­ der los «sacrificios» que ellas hacen en su «interior» por sus hijos, que, mientras buscan su autonomía a fuerza de perturbaciones del carácter, sólo pueden parecerles lo que ellas los inducen a ser: excrementos (soretes). Todo esto se vive a distancia emo­ cional de las personas de su compañero o marido y de sus hijos.0 A éstos, en lugar de reconocerles su personalidad, cuando son mayores y ellas quieren obtener lo que esperan de ellos, les dan como ejemplo los hijos de los demás (mira los hijos de Fulano, mira las hijas de Mengano...), que tienen, a su parecer, todas las perfecciones. En cuanto a su cónyuge, ella le pone como ejemplo el comportamiento de otro hombre con su mujer. «¡El no le haría eso a su mujer! Mira cómo se ocupa de ella», etc. Cuando yo decía que habían quedado en un deseo oral reivindicativo de mutilación fálica, quería decir que, en realidad, pa­ ra sus familiares, son obstáculos. Aunque se ocupan sin cesar de quienes las rodean debido a su insatisfacción permanente, les niegan la libertad de movimiento y de iniciativa por la cual el genio propiamente sexual pregenital de un niño, varón o mu­ jer, y el genio masculino de un hombre se manifiestan cuando son auténticamente genitales y están auténticamente empare­ jados con su madre o su mujer por un sentimiento de libertad respecto de éstas. Estas características vulvo-vaginales de la libido, es decir, ge­ nitales en su comienzo y que se quedaron en eso en estas mujeres narcisistas, cuyo cuadro he pintado con poca exageración, son di­ ferentes en el hombre cuando éste es poco narcisista y padre nar­ cisista. Esto se debe, sin duda, al hecho de que su genitalidad, cuando produce fruto, se Umita a asistir a su compañera, pero no gesta al niño. Si instruye y forma al niño para la sociedad, lo ha­ ce mediante correcciones paternales transitorias, violentas y cas­ tradoras, destinadas en ocasiones a vejarlo, a humillarlo, y se siente justificado en su narcisismo al sostener un yo social valio­ so que le dé buena conciencia. Pero no es una piedra en el camino a. [.Añadido en 1982: el pasaje que sigue, hasta obstáculos.]

como lo es una suegra, sin duda porque ésta lleva oculto su fruto raptado al hombre y desea construirlo para ella. Ésta ha llegado, por falta de la resolución edípica, a la noción de sublimación ge­ nital sin la cual una mujer no educa, no puede educar a un niño para su autonomía y su separación de ella, y darlo a la sociedad. Visto por tales mujeres, su cónyuge o compañero sexual de­ bería, tal"como la madre y el padre reunidos en la época oral y anal, sostenerlas socialmente, alimentarlas, vestirlas, procurar­ les placer, mostrarlas en público, como su significación fálica, y dejarles dominar y poseer niños, cosas partenogenéticas, que ellas concibieron, alumbraron, nutrieron, cuidaron posesiva­ mente, pues son fetiches de su amor por sí mismas y el hombre debería admirarlas por ello para ser su espejo viviente, gracias al cual ellas podrían contemplarse, a falta de sentirse verdade­ ramente mujeres; pero, en cambio, nunca tienen ternura para su compañero y, por más que éste les dé en respuesta a su peti­ ción o gratuitamente, nunca es lo que habrían deseado. Tales mujeres no son siempre frígidas; experimentan orgas­ mos ninfomaní aeos, generalmente de estilo masturbatorio clitoridiano, camuflado por el trozo de cuerpo que el hombre pone a su disposición, sobre todo si encuentran hombres que deseen mujeres-niñas, de placer clitoridiano-vulvar y cutáneo difundi­ do por todo el cuerpo. Gozan también, en particular, con sus pe­ zones, cuya masturbación en la infancia está ligada a la del clí­ toris y a emociones sadomasoquistas fantaseadas. Son mujeres, pasivas o masoquistas sexuales, totalmente dependientes, en intercambio/trueque, de su total o relativa impotencia fálica industriosa y, sobre todo, social. Tienen en sociedad sentimientos lancinantes de inferioridad.aCuando se agrega una frustración a su conformación frus­ trada, tienen inmediatamente reacciones psicosomáticas, de las que todo el mundo debe estar al corriente. Sufrir, estar en­ ferma, sobrecompensa un poco, a su parecer, su sentimiento de inferioridad. Lo que parece extraño al observador es ver la tole­ rancia que los hombres muestran respecto de estas mujeres. Mientras que una mujer que ha catectizado su vagina de una manera genital y que, por ello, ha atravesado la angustia de vio­

lación en el momento del complejo de Edipo puede provocar, en el deseo, que un hombre la abate, ésta, que tendría tanta nece­ sidad de ello, cae sobre los hombres, como se suele decir, que se dejan manipular cuidándolas, quejándose sin ruido, pero deján­ dolas continuar el circo deletéreo para el hogar y para los hijos. Puede suceder que sean frígidas con su cónyuge, gratificador socialmente, pero esto ocurre cuando tienen razones para pensar que su goce sería gratificante para el hombre. No lo son con sus amantes, con los que experimentan placer en el coito en compensación por la potencia fálica, dinero o hijos, que no les sustraen. En suma, sus relaciones endógenas con su marido son ambivalentes, agresivas emocionalmente y pasivas corporal­ mente, o pasivas emocionalmente y agresivas corporalmente, si la zona erógena peneana del marido se elige de manera feti­ chista y más aún si la dependencia social permitió la transfe­ rencia, a su respecto, de una dependencia económica satisfac­ toria, como ocurre con úna niña a la que papá-mamá abastecen de dinero y a la que le equipan el guardarropa.8Agrego que es­ tas mujeres, cualquiera que sea su medio social y cultural, por otra parte, tienen muy pocos intereses culturales, sociales o po­ líticos, en el sentido amplio del término. Nunca disponen de tiempo, dicen como excusa. En realidad, no tienen más deseo que el de ocuparse en lo concreto de sobrecompensar lo que les falta aquí, en lo inmediato, en las cosas que pueden tomar ma­ terialmente y tocar materialmente. En síntesis, se han detenido antes del complejo de Edipo y no salen de su retraso afectivo. Es bastante sorprendente ver la vida emocional y sexual de los seres humanos de nuestra civilización francesa,11cada vez más detenida antes de la resolución del Edipo o devuelta a este estadio (después de una tentativa de huida entre dos, la fuga fallida del viaje de bodas). En el adulto, la situación edípica es desplazada de los progenitores cargados de tabúes y caducos hacia contemporáneos, patrones o superiores que tienen éxito social o sexual. Se trata del estilo de relaciones afectivas corrien­ te en la sociedad. Esta situación edípica, continuamente cuesa. [Añadido en 1982: el final del párrafo.] b. [En 1960, en lugar de francesa:] europea.

tionada con peones variados como en un guiñol, alterna con (o se combina con) una sexualidad que se puede erotizar con cual­ quier clase de contacto, erotización sin referencia a la persona poseedora del cuerpo que estimula y provoca el deseo ni a la persistencia confiada o no de relaciones pasionales pregenitales con los progenitores, los abuelos de los niños, o los suegros, los familiares colaterales y los engendrados, y con los contemporá­ neos de ambos sexos. En esto reside, sin duda, en todas las edades, en estas fami­ lias o en estos grupos sociales, toda la inestabilidad de la vida sexual, de estilo repetitivo, edípico, donde el individuo, hombre o mujer, se siente siempre amenazado de castración, fantasma valorizante para el hombre, puesto que le demuestra que, para los demás, parece potente, si no está convencido de ello, de que sea amenazador para toda mujer (fantasma de violación). En su vida conyugal parece necesario que exista el condimento de una presencia implícita, oculta, o explícita de un rival o de una rival que amenace a la pareja. Esta situación de vodevil ali­ menta el infantilismo libidinal de las parejas y aumenta las ventas de la llamada prensa del corazón. Esta mescolanza de relaciones de objetos edípicos es lo que constituye el estilo erótico supuestamente genital de nuestra cultura; digo supuestamente genital porque lo único que hay de genital, en realidad, es la zona erógena de cada uno. Parece que las condiciones de una actualización de la situación de transfe­ rencia preedípica o edípica en el adulto sean necesarias y sufi­ cientes para la obtención-de voluptuosidad orgásmica en una descarga nerviosa fisiológica reconfortante y generadora de nar­ cisismo para el hombre, a veces también para la mujer. Pero en ocasiones también resulta inútil para ésta si ella se estima sufi­ cientemente valorizada por su posesividad legal y reivindicativa de sus derechos respecto de la libertad de opción y de acción del hombre, y por sus derechos sobre sus hijos fetiches fálicos al servicio de sus deseos conscientes o inconscientes infantiles ho­ mosexuales.® Quiere tener respecto de ellos, mucho más allá de la edad en la que sus hijos deberían soportarla, una relación de dueña de ellos, que sean sus esclavos y, al mismo tiempo, sus

objetos de proyección de su deseo, alternativamente homosexual o heterosexual en relación con estos jóvenes y muchachas. Estas condiciones a veces exclusivamente narcisistas y su­ ficientes para una vida heterosexual manifiesta en el hombre y en la mujer nos muestran que, en el contexto social de nues­ tra civilización y cualquiera que sea el nivel social y el nivel económico de las personas observadas, puede existir el fun­ cionamiento genital en el coito y en sus corolarios emociona­ les narcisistas y sus consecuencias sociales (mantenimiento de la pareja, si eso se puede llamar pareja). Habiéndose al­ canzado la madurez fisiológica para el cuerpo, pese a una rela­ tiva resolución edípica en el hombre y a una ausencia total de resolución edípica en la mujer,* las personas se creen amantes, enamoradas, creen que se desean y se aman, y las familias, aun­ que hechas polvo en el interior de sus muros, son consideradas familias honorables y bien francesas... En cuanto a las vinculaciones homosexuales entre contem­ poráneos adultos, conscientes o inconscientes, hay que decir que las que son conscientes y asumidas, emocional y eróticamente, implican a menudo, con más profundidad, a las dos personas y a los dos sexos de los elementos de la pareja, y por ese hecho, pro­ ducen frutos simbólicos culturales más valiosos que los frutos, los hijos y las obras de las relaciones heterosexuales corrientes. Quizá se deba a que, en ese nivel general de la evolución libidinal en que la situación edípica inconsciente es valorizada por otros lados, en las novelas, en el teatro, en la vida, en el hecho de afirmar, asumiéndola, una opción sexual en oposición con el consenso social (para el cual la mascarada de los cuerpos apa­ rentemente acoplados según su sexo complementario basta pa­ ra tranquilizar a la buena gente), la ausencia de fecundidad ge­ nital (esa triste o fatal fecundidad sufrida hasta el presente por lo menos, que da curso a las uniones interpersonaleíe interse­ xuales menos valiosas oral, anal y genitalmente) empuja a dos personas del mismo sexo que se aman, sin fecundidad corporal posible, a crear trinitariamente, a dar la vida a una obra, a dar­ se alegría uno otro; en suma, a producir un fruto sobre un plano simbólico, que está genitalmente concebido de manera a menu­

do más auténtica que muchos niños de carne nacidos de coitos rapaces, indiferentes o sadomasoquistas (con o sin orgasmo). Como quiera que sea, hay que recordar: 1. que los orgasmos clitoridianos, vulvares y vaginales no son, en absoluto, significativos del acceso a una libido genital de la mujer, sino sólo de una catexis narcisista oral y anal sin culpaa de las vías genitales del sujeto femenino observado; 2. que la fijación erótica en una persona del otro sexo no es en sí misma significativa de un amor genital en el sentido emocio­ nal del término que el interés emocional en la progenitura no es un signo en sí mismo de un amor objetal genésico de estilo genital que todas estas fijaciones eróticas o emocionales pue­ den ser sólo narcisistas y que, por lo que sabemos, se organi­ zan casi siempre en nuestra sociedad por o para el narcisis­ mo, debido a la ausencia casi total de educación sexual y a ' que son demasiado raros los ejemplos del sentido genital de la estructura de la pareja que forman los padres tomados co­ mo modelo por los hijos.bEl sentido de la paternidad se ha perdido casi totalmente en nuestra sociedad. Si los varones fueran educados en ese sentido, conjuntamente con la educa­ ción de las niñas y la maduración de su genitalidad teórica­ mente posible desde la existencia de medios anticonceptivos, quizá nuestra sociedad occidental recuperaría su equilibrio emocional y quizá jóvenes y muchachas abordarían la ado­ lescencia habiendo roto del todo con fijaciones en el estadio precoz de la libido sin haber resuelto ni la dependencia de los padres, ni la ambivalencia respecto de los dos sexos ni el sen­ timiento de frustración que de ello deriva, acompañado por una angustia latente siempre de castración y de violación.* * No es seguro que, sin educación sexual genital de los varones y las muje­ res, la mayor libertad concedida a éstas para dejar de ser víctimas de los hom­ bres que las hacían madres antes de que se conocieran todavía como mujeres cambie este cuadro social. Lo deseo vivamente, pero temo que lo que hoy se lla­ man hijos deseados, es decir, aquellos a los que se dejará nacer sean únicamen­ te niños que responden a una necesidad para mujeres que se aburren o que tie­ nen necesidad de esta confirmación fálica. {Nota de la autora.) a. íSupresión en 1982:] (..traga y sirve», por tanto está en regla). b. {Añadido en 1982: el final del párrafo y la nota.]

CARACTERÍSTICAS DEL AMOR GENITAL DE LA MUJER El amor de una mujer por el hombre que la ha fecundado o no, pero con el cual está ligada por el deseo y el amor, no queda demostrado por el sentimiento de culpabilidad que podría tener si lo engaña (que depende siempre de la angustia de castración y de violación), sino por el sentido que ella dé a consagrar sus fuerzas a la expansión de la obra cultural del hombre al que ama y de sus hijos, y, desde que tiene libertad para ello, a su propia expansión. Agrego que a los hijos de este hombre los atiende tanto si los ha concebido otra mujer como si son de ella misma. El deseo y el amor de una mujer que ha alcanzado este nivel de madurez adquieren su sentido independientemente del bienes­ tar material que ese hombre le procure y su apego a él no dismi­ nuye por el alejamiento en el espacio. El buen entendimiento emocional que ella experimenta en su corazón perdura con este hombre, esté él presente o ausente, y es mediatizado y creador en todas las formas verbales entre ella y el hombre y en las que ella mantiene con los adultos de los dos sexos que la rodean, por los que eventualmente puede sentir deseo, pero no a la vez deseo y amor, pues es su compañero quien enfoca estos dos valores. Este modo de amor genital no lo siente necesariamente la mujer por un hombre con el cual los coitos son orgásmicos y siempre superlativos ni por un hombre que tenga la exclusividad de pro­ curarle orgasmos. La calidad de un valor subjetivo fálico viene del deseo en la emoción siempre renovada que ella tiene al en­ tregarse al que ama, y no del placer local que esto le procura. En su actitud con sus hijos, el amor maternal que les profe­ sa, si la mujer es genital en el nivel de su libido, lo entrega de manera narcisista y excentrada, fuera de ella misma, hacia el testimonio de la persona del progenitor de sus hijos que el niño representa a lo largo de su educación, siga estando ella acopla­ da o no en su sexo con el sexo del padre de los niños. No juega a prevalecer ella misma sobre el padre en el corazón de sus hijos ni a hacer prevalecer a un segundo o un tercer compañero de su vida sexual. Este amor maternal lo profesa a cada uno de sus hijos, que crecen a su lado, a su persona original y respetada co­ mo tal. Los suscita a la expresión emocional que es propia de ellos, y no calcada de la suya, a la expresión social valiosa para

ellos por sus libres opciones creadoras intrínsecas, feliz al ver­ los felices, aunque deba alejarlos espacialmente de ella, feliz si las opciones estéticas o éticas de sus hijos son diferentes de las suyas. Cuando sus hijos eligen sus compañeros de placer o com­ pañeros sexuales, esas madres no hacen de profetas de desgra­ cia ni buscan retenerlos con sentimientos de culpabilidad res­ pecto de ella.* En verdad, todo esto no proviene de la grandeza del alma, sino, simplemente, de que su libido ha alcanzado el nivel de las pulsiones genitales auténticas y de que sus pulsio­ nes arcaicas y las pulsiones genitales, que no se satisfacen to­ das en el cuerpo a cuerpo, encuentran manera de sublimarse en actividades que les aportan placer y, al mismo tiempo, son úti­ les a la sociedad. Cuando llegan a ser abuelas, se sienten felices de su descendencia y capaces de dar a sus hijos y nietos una ayuda que no les parece un sacrificio, y, al mismo tiempo, no tratan de ocupar en el corazón de sus nietos el lugar de la ma­ dre de éstos o de la abuela de la otra línea familiar. En síntesis, en todas las cosas, y sin esfuerzo porque eso corresponde al ge­ nio sexual de una mujer genital, ellas están, según sus medios y cotidianamente, al servicio de la vida y, particularmente, de la de los seres humanos, tanto en su realidad de cada día como en su aspecto simbólico. A diferencia del hombre, frecuente polígamo (he estudiado en el capítulo precedente las causas que me parece que lo anun­ cian anticipadamente en su comportamiento libidinal), la mu­ jer genital no experimenta la necesidad de coitos frecuentes y espectaculares para obtener narcisismo. Pasado ese momento de intimidad en el que su cuerpo y el de su compañero sólo ha­ cen uno y su deseo y su amor se avituallan de nuevo, la mujer se encuentra empobrecida si su corazón no está enamorado del hombre al que desea. El coito en sí mismo no le basta.b Lo que desea es inaccesible, tál como lo es su propio lugar de placer cuya abertura y profundidades no pueden jamás, en a. [Añadido en 1982: el final del párrafo.] b. [Supresión en 1982:] El placer del coito, en sí mismo, no es, para ella, ge­ nerador de falismo. Eso significa que, más que su goce físico en el momento del coito, que se acompaña siempre para ella de placer emocional, ella desea creer en su compañero, en el valor inalcanzable y secreto de su corazón.

su donación máxima, significar la inmensa potencia que la tras­ torna en el amor, en el sentido propio del término, porque la des­ realiza con voluptuosidad. El pensamiento del amado despier­ ta siempre en ella la prueba de su impotente amor, pues, a su parecer, no supo darle nunca nada, aparte de sus fuerzas, sus hijos, a cambio de tener para ella, mujer, un hombre verdadero, y no un sueño que amar en silencio —quizás incluso sin saber­ lo— , a cambio de haber adquirido por él su entero sentido, feli­ cidad que la mantiene viviente y fecunda en todos los instantes de su vida, en sus más humildes ocupaciones, desde los cuida­ dos de su cuerpo hasta los cuidados de los hijos, pasando por la atención del hogar, que se volverían estérilmente obsesivos si él, el hombre que ella ama, no les diera su sentido más allá de los sentidos. Por ello, en muchas civilizaciones, las vírgenes y las viudas transfieren su amor sin reprimir nada a la persona simbólica de un Dios. Quizás esté orlado de imaginación. Consagrando por él cuidados atentos a una obra de la que son gestantes y guardianas legales, se sienten gratificadas y no experimentan el sentimiento de frustración que vemos en tantas viudas que no han alcanzado el nivel genital y en tantas mujeres que tie­ nen, no obstante, compañero y satisfacción sexual. Esta donación de sí misma es lo que confiere a algunas de ellas una irradiación particular y lo que confirma que la dialéc­ tica genital produce su fruto fuera de los cuerpos presentes en su existencia espacio-temporal, quiero decir, cuando la mujer que desea y ama no-puede encontrar físicamente a aquel al que ama. Cuando, en una obra, estas mujeres adultas consagran su genitalidad, obedecen a las leyes de la dialéctica genital, pues ésta es símbolo de su donación del corazón en un más allá de la obra de carne que está simbólicamente incluida en ella. En reáTlidad, no reprimen su libido, sino que la transfieren a una obra y sus pulsiones encuentran modo de satisfacerse en ella.“ Esta pseudoblatividad del estadio genital que, en opinión de los testigos, parece una oblatividad auténtica en el sentido a. [Supresión en 1982:} Pienso también en algunos cultos de vírgenes pagañas y en las actuales geishas, que, aunque trabajan con su sexo, son castas en el culto que mantienen.

de desinterés, porque son seres de devoción, es, en verdad, la prueba de que la dialéctica genital (siempre de naturaleza Iibidinal erógena, simbólica, incluso en los amores entre dos Hu­ manos presentes en ello con sus cuerpos) produce su fruto,1que, a su vez, producirá frutos y así sucesivamente. Estas mujeres hacen obra de vida. Esta potencia de efectiva devoción, también casta y sometida a las reglas que la delimitan, es, por cierto, un erotismo genital sublimado.bAlgunas de estas mujeres, cuya madurez genital es la fuente de su actividad social, cuando és­ ta les da por misión ocuparse de jóvenes, producen un impacto vitalizador y creador sobre quienes las toman por modelo, por yo ideal momentáneo de su evolución. Hay entre ellas, entre es­ tas mujeres que se ocupan de los jóvenes, estériles simbólicas, por supuesto, pero ¿lo son más que las mujeres madres camalmente? En cuanto a las mujeres fieles y felices en su pareja (y no masoquistas), lo que constituye su felicidad, indisociable de su opción total por su cónyuge, es experimentar a través de las pruebas de la vida cotidiana qué desdeñables le parecen esos trances en comparación con el placer que han encontrado y en­ cuentran aún en dar su inteligencia, su fuerza, su corazón a ma­ nifestaciones simbólicas socializadas, más durables que su ca­ duca persona y que, como los hijos de su carne para las esposas de los hombres, tienen más derecho a la vida que su propia per­ sona, y en*qué medida el cuidado aportado a la conservación, al mantenimiento de estas obras en que se ocupan, tiene más va­ lor ético que el de su propia conservación.

a. \En 1960, el final de la frase era:] fuera de los cuerpos presentes en una existencia espacio-temporal; en ese fruto se descentra y después se excentra to­ talmente el narcisismo de cariñosa mujer. b. [S up resión en 1982;] Es el fruto de la alegría de pertenecer al poder fá­ lico desrealizado respecto al cuerpo rnonopersonal de un humano y devuelto al poder impersonal fálico, hecho presente en un señuelo socializado o ritual, ad­ mitido más conscientemente como señuelo que en los amores objétales erotizados.

SI NO ES NT EL ÓRGANO MASCULINO NI EL ORGASMO EN SÍ MISMO LO QUE LA MUJER BUSCA, ¿CUÁL ES, ENTONCES, EL MODO DE SATISFACCIÓN GENITAL ESPECÍFICAMENTE FEMENINO? Ésta es una pregunta que merece plantearse. ¿No consistiría en la efusión traspuesta de su sexo abierto que llama al falo," significativo por su eyaculación espermática de una fecundidad que ella sólo desea si el hombre al que se ha entregado la desea? Esta efusión se expresa, entonces, en la donación que ella hace de su cuerpo y de sus fuerzas, hasta en la renuncia eventual a su fecundidad somática, para ser su esposa,bidentificada con el bri­ llo de su carrera, que para ese hombre es su obra más impor­ tante y su fin propio, su logro material, afectivo y social. Apoco que una mujer acceda, más allá de la apariencia fálica de los cuerpos, a la inmanencia emocional de la realidad de su sexo, ella se comprende reflexivamente menos de lo que com­ prende al hombre; pero también en este punto, como en el mo­ mento de la masturbación clitoridiana dé la que se desligó por encontrarle poco interés, se trata de una herida narcisista para su inteligencia, que busca, como la del hombre, la lógica y la ra­ zón apoyándose sobre mecanismos derivados de las sublimacio­ nes pregenitales y fálicas. Todas estas motivaciones auténticas y dinámicas son sexuales, por supuesto. Y su sexo, aunque lo sien­ ta en su trasfondo y hable de sus opciones, sigue siendo para ella intangible, inaparente, invisible, polimorfo en sus sensaciones eróticas —desde las más verbalizables y las más localizables en la periferia y las funciones de su cuerpo hasta las más inefables y las más difusas en la intimidad de su cuerpo interno y en toda su persona, e incluso más allá de sus límites temporales y espa­ ciales, y, por lo tanto, hasta lo más irrazonable—, sin que esto deba sorprenderla. Ese sexo que ella asume desde su infancia sin solución de continuidad y que es una fuente permanente de emociones incondicionadas, sexo formalmente abstruso fuera a. [Supresión en 1982:] creativo, significado para ella por el sexo masculino erecto y. b. [E n 1960, el final de la frase era:] mediadora del falo, que este hombre identifica con el brillo de su caTrera y su éxito material.

de la dialéctica de la fecundidad, está tan fuera de proporción en­ tre las emociones que promete y las que tiene que las madres confunden inocentemente, en la revelación que hacen del uso matricial del sexo, la viscera útero y la viscera corazón, tanto más honorable, quizá, pero quizá también tanto más inverosímil. En cuanto a la fecundidad, iba a decir a la fertilidad de su sexualidad de todos los niveles de las pulsiones, también es ina­ preciable en evaluación desde el punto de vista de los cuerpos, e incluso de los corazones, cuando se trata de seres humanos esencialmente éticos y cuyo sentido reside, entonces, en el senti­ do del fruto que producirá su fruto, el sentido genético sublimado, y no en el engendramiento formal ni en los cuidados puericul­ tores y educativos que las madres están autorizadas a prodigar, ni en las realizaciones espectaculares derivadas de la ética fá­ lica eréctil, ni en el éxito social derivado de la estética anal, que pueden halagarlas por un tiempo. Sus sufrimientos y sus felici­ dades son inapreciables, Incomunicables, incomprensibles y, sin embargo, constituyen una fuente permanente y predomi­ nante a causa de su alegría de amar. Pero en todo esto, sólo se trata de psicología genital sana. ¿Qué es, entonces, una mujer sana?

E L D U E L O D E L F R U T O V IV IE N T E D E L AM O R S IM B O L IZ A D O P O R E L HIJO: R E A C T IV A C IÓ N D E L A C A S T R A C IÓ N , D E S U A N G U S T IA Y O LEA D A D E P U L S IO N E S D E M U ER T E

La muerte de un hijo, sobre todo si es hijo del hombre al que la mujer ama, es la peor prueba por la que ésta puede pasar, cualquiera que sea la edad de ese hijo. Prueba terrible, dramá­ tica, que le exige el mayor sacrificio para permanecer viva y ge­ nitalmente amante, tanto en su persona como en su sexo. Debe pasar, en primer término, la prueba de los sentimientos de cul­ pabilidad derivados de su superyó genético, siempre n arcisista. Si el niño era pequeño, ¿lo cuidó bien? ¿Lo equipó bien para la vida, estaba bien consagrada a su maternidad, no lo contaminó con sus propios ideales, en lugar de permitirle escapar de ella más rápido y evitar así lo que para su persona fálica es un aban­

dono de su puesto de guardia, la muerte? La mujer en ese pues­ to, como centinela junto al niño, en la frontera entre las pulsio­ nes de vida y las pulsiones de muerte, es la que se introduce en la agresividad-al servicio del mantenimiento y del crecimiento del cuerpo de su hijo, la que se introduce en el respeto de la mor­ fología fálica de los seres vivientes que nadie tiene derecho a destruir inútilmente. La muerte .del ser al que ella ama siem­ pre hace que la mujer se ponga en duda, Pero la muerte de un hijo, varón o mujer, es algo más: es la desaparición, qui^á la rui­ na del sentido simbólico que ella había dado a su vida al dar la vida a ese niño. También es el duelo de su narcisismo excentra­ do sobre el hijo, que en este trance encuentra la expresión del dolor de su cónyuge. Éste reacciona, a menudo, de forma com­ pletamente distinta ante su sufrimiento. Ella encuentra el do­ lor de los otros miembros de su familia, a veces su indiferencia, en ocasiones, en los hermanos y hermanas, la ausencia de pena, si no el regocijo (un rival menos). ¡Qué trances de impotencia y de soledad! Además, y sobre todo, la mujer está mucho más expuesta que el hombre a la tentación narcisista de las pulsiones de muerte, en especial si es sexualmente evolucionada, es decir, muy libe­ rada en sus opciones genitales del narcisismo fálico de su perso­ na por sí misma. Se trata de la tensión narcisista de huir hacia los fantasmas, la magia hacia todo lo que la vincularía otra vez afectivamente con ese hijo transformado en miembro que falta, que le niega su realidad en su existencia espacio-temporal, que ya no parece tener ningún sentido.0Y a ese cónyuge que está ahí, que sufre, ella no puede, no sabe cómo ayudarlo. ¿Para qué sirve ella entonces? Y no hay nadie a mano que pueda hacerle comprender que se puede superar una prueba como ésta. Se trata, en definitiva, y quizá de una manera saludable, de la agresividad remanente contra la naturaleza, madre inhumana, desplazada sobre los dioses, o Dios para los monoteístas, ese dios recurso materno-paternal hoy impotente o entidád preedípica celosa, vengativa.b¿Cómo, si existe, puede permitir que se detenga la vida de un joven antes de que muera ella, la vieja? a. [Añadido en 1982: el final del párrafo.] b. [Añadido en 1982: el final del párrafo.]

¿Cómo puede permitir que una criatura hecha para la vida sea cortada en su flor? Y peor aún, cuando piensa en su hijo, en la frialdad de la tierra en que lo ha depositado, siente entonces impulsos de rebelión y de odio. Ningún aullido que surgiera de su garganta podría aliviar el dolor que siente, peor que una evisceración que, en su infancia, ella había imaginado como algo es­ pantoso; pero que hoy, en la realidad simbólica de su cuerpo, vive en el amor que ella querría que fuera bastante fuerte como para devolver su vida carnal al ser humano, su hijo, que dejó de vivir. La única actitud posible para una mujer que ve ahí, en tor­ no de sí, a los suyos, a los pequeños que solicitan su atención, a su esposo, que la necesita, es la aceptación renovada todos los días, a cada despertar, de la angustia de castración primaria que, de modo narcisista, se ha despertado en ella decuplicándo­ se en su fuerza por haberse articulado con el sufrimiento de madre ante la muerte de su hijo real. Este acontecimiento que concierne a una posesión imaginaria que ella había creído ilu­ soriamente real —esto es lo que revuelve en sus pensamientos en los momentos de calma de su desesperación— ¿no significa la libertad del destino que ella creía haber dado a la persona de su hijo, pero ahora se da cuenta de que no se la había dado real­ mente, como probablemente ocurra con todo lo que ella cree dar?0Este último pensamiento es lo que la ayuda a soportar el trance, la mutilación, y a devolver a los que la rodean un poco del derecho a recuperar la risa, el placer y la alegría, y a su es­ poso las palabras que le muestren que ella está siempre con él, más allá de su dura prueba. De este trabajo interior no deriva ninguna gratificación narcisista. La prueba de un duelo seme­ jante es impensable, como la muerte, para quien no la ha cono­ cido y superado,bpues en verdad ha muerto un poco de ella con ese niño, algo irremplazable, como todo ser humano, pero que, a. {Añadido en 1982; la frase que sigue.] b. [Añadido en 1982; el final de este párrafo y el que sigue. En 1960, había'-] Ella debe continuar en sus opciones no condicionadas de falomorfismo, que es vi­ da, o de desaparición terrestre, que es miierte, trabajando en su carne y en su persona rozada por el misterio, afectada por él y retenida a lo que está todavía ahí presente en su fálica presencia y que pide a su cuerpo y a su persona q u e jue­ gue al juego de vivir, en cuya base están las pulsiones de vida en complementa-

en los recuerdos que conserva de él, se halla ligado a tantas ale­ grías de su juventud y de su pareja que ella se da cuenta, en­ tonces, de que no le dejó que se lo llevara todo y de que hoy ha llegado el momento, cuando se calme un poco su sufrimiento, de que se lo dé, ese todo de su destino que es propio de ella. Entonces es cuando ella puede dar a esa niña, a ese niño, el derecho a su muerte, que la libera por fin sin borrar nunca, sin embargo, el momento trágico de esta última mutación de su genitalidad en madurez. En forma muy parecida a la tierra que ha soportado un ciclón, la madre que ha perdido a su hijo y que ha pasado por esa prueba ve cómo se reconstituye el paisaje risue­ ño con el paso de los meses y los años. Su esposo vuelve a verla feliz y presta a entregarse a él. Sus hijos pueden hablar del desa­ parecido sin que su rostro se ensombrezca inmediatamente. Tam­ bién le gusta recordar los momentos de la vida que pasaron jun­ tos y sus amigos vuelven a encontrar en ella, más serena, más desapegada, a la persona que conocían, que eligió el juego de vi­ vir sin seguir recordando su desdicha. Cuando yo decía que ha­ bía sido amenazada por sus pulsiones de muerte, no me refería a lo que se llama comúnmente una depresión melancólica, que no presenta, de ninguna manera, el mismo cuadro. No se trata­ ba de una tentación de darse muerte ni de un sentimiento de que-no vale la pena seguir viviendo. Sin embargo, en una mujer que aún no está en la etapa genital, puede aflorar esta tenta­ ción de autodestrucción. Pero lo más frecuente es que esta cas­ tración reiterada que el destino le ha obligado a sufrir suscite en ella la evolución de su libido hacia un desarrollo genital en la realidad y en las sublimaciones, que de otro modo no habría conocido. Quizás estará entre las raras personas que podrán aportar a otras, si sufren un trance parecido, sin afectación, sin piedad patógena, sin identificación, el medio de pasar de forma menos solitaria una prueba parecida a la suya.

riedad del juego de ausencia de vida, en cuya base están las pulsiones de muer­ te, pero diametralmente opuesto a la tentación egoísta del deseo de morir, se­ ñuelo del narcisismo femenino herido, inversión perversa de la ética femenina.

P A R A U N A M U JE R , ¿ES S IG N 1F IC A B L E S U D ESE O P A R A E L L A MISMA?

La mujer, como ser sexuado femenino, es, para la especie hu­ mana, un fenómeno impensable. Una mujer es también un ser humano, decía Freud. Ella juzga su propia sexualidad en tanto ser humano con la lógica claudicante homosexual que conversa de su infancia pregenital. Gracias a su bisexualidad puede tra­ tar de considerarse en su papel genital. Lo que ella es para los representantes masculinos de la especie lo es también para sí misma: una criatura camalmente símbolo de lo intangible, que cuanto más se da, tanto más habla de lo insensato, tanto más es moral de lo anético. Una mujer sólo puede formular este juicio , y sólo puede, al mismo tiempo, sentirse gratificada de ser, para el hombre al que desea y ama, la absurda necesidad del deseo de éste y la grave cómplice de la encarnación del «YO» en un en­ cuentro* que es incapaz de asumir en lucidez.

a. [Supresión en 1982:Jfálico.

COMENTARIOS

Agrupamos aquí los comentarios de F. Dolto a propósito de su texto inicial, procedentes de sus entrevistas con E. Simion y J.-M. Pré-Laverriere.

LO QUE PIENSA FREUD DEL ASUNTO 1 [Fran^oise Dolto - Eugéne Simion] Por entonces, Freud no había podido estudiar todavía lo que la libido llamada «subjetiva» es; no ve más que la libido objetiva, en el yo. Pero la estructuración del yo es larga y, al comienzo de la vi­ da, en el período de dependencia del niño con respecto al adulto, el pre-yo es una promesa de yo, pero no está presente todavía. Por lo que a mí se refiere, he estudiado la libido subjetiva en el psicoanálisis de la evolución de los niños. Y eso explica la li­ bido de las niñas. He tomado a la niña desde el origen y con re­ lación ala noción de separación de la madre, es decir, cuando la idea del yo va a comenzar, una imagen del cuerpo que es única­ mente una representación de un esquema corporal cuya totali­ dad ella no conoce todavía. En la niña, la libido es una energía, en cierto sentido, siem­ pre activa, pero activa con miras a la atracción, en lugar de acti­ va con miras a la emisión. Creo que eso es lo que Freud no había analizado detalladamente.

2[F. D .-E . S.] Cuando Freud nombra las manifestaciones autoerótieas masturbatorias, habla de lo que se ve, es decir, de la actividad manual sobre el cuerpo o de la búsqueda de un objeto para ex­ citar la región erótica, la región localmente erógena. Esta acti­ vidad no tiene, sin embargo, un carácter viril. Quiere decir so­ lamente que hay una necesidad de actividad para provocar percepciones. Pero lo que se siente en las percepciones no es en absoluto semejante en machos y hembras. 3 [F. D. - E. S J Freud habla de una ambivalencia genital, tanto masculina como femenina, mientras que la libido es tanto activa como pa­ siva. La modalidad fisiológicá de los órganos genitales de la niña —aun lo que sabemos ahora de su biología, principalmen­ te el hecho de que ninguna célula de niña es idéntica, a una de varón— parece tener un efecto en todo el carácter afectivo y de búsqueda del otro. En esto es en lo que el niño y la niña di­ fieren por completo, desde el comienzo de su vida, con relación al objeto —femenino o masculino-r- de sus relaciones. Freud habla a veces de libido, a veces de sexualidad. Sin embargo, son dos cosas diferentes. La libido es siempre efectiva emisora, un poco como la co­ rriente eléctrica; ya parta del polo negativo o del polo positivo, siempre es emisora. Cuando se hallan el uno frente al otro, se atraen mutuamente, pero cuando están frente al hierro dulce, éste los atrae a los dos. ¿Cuál es el polo sexual masculino o el polo sexual femenino? ¿Qué le podría decir? Se atraen el uno con relación al otro, pero, con relación al mundo, que no está electrizado, cada uno electriza al otro de manera complementa­ ria para unifse a él. Esto es lo que se puede decir al respecto. Es algo que se parece mucho a lo que pasa con la libido, que «infor­ ma» la sexualidad. La sexualidad, como Freud ha precisado bien, es diferente en la época oral y después en la época anal porque la relación repetitiva que se produce con el objeto madre o adulto que per­ mite la supervivencia del sujeto la marca. Según el adulto que permite esta supervivencia, la satisfacción de las necesidades se acompaña del placer del deseo e informa, así, al niño, en su

pre-yo, de la persona que satisface su deseo, al mismo tiempo que sus necesidades. Ésta es una información que puede falsear lo que hay del fu­ turo hombre o la futura mujer y preparar para la pubertad, diez años después, una propensión a la búsqueda del objeto en un cuerpo masculino, semejante al suyo, o en un cuerpo feme­ nino, diferente del suyo, o a la inversa en la niña. Este porvenir se prepara en la época de la sexualidad en que la zona erógena es dominante oral, pero también óptica, auditi­ va, en la época en que los progenitores hacen su papel, pero no son dominantes. El estilo de relación de la persona que satisfizo al niño se busca más tarde si a esa persona no la marcó la importancia del otro sexo adulto. El niño, al identificarse con ella, está marcado potencialmente con un porvenir de búsqueda de identificación con uno de los sexos, ya que, cuando el niño no es el único cen­ tro de la vida de la madre, los dos sexos obtienen satisfacción y hay experiencia cotidiana de ellos. Tanto las niñas homosexua­ les como los varones homosexuales son niños que han sido eí spunto único de goce libidinal de la persona que se ocupaba de ellos. Esto es lo que la experiencia muestra. Se admite ahora, al estudiar a los niños, que los casos parti­ culares del desarrollo del niño siguen la triangulación padremadre-niño o nodriza-amante de la nodriza-niño. Lo que es importante comprender es que la idea de la libido activa y pasiva, en Freud, estaba ligada a un comportamiento visible, y no a lo que el sujeto experimentaba. Ha sido necesa­ ria la experiencia del psicoanálisis infantil para comprenderlo. La libido es una energía al servicio de las pulsiones pasivas o de las pulsiones activas; cuando el sujeto femenino se en­ cuentra en el estadio genital, hay un predominio de las pulsio­ nes pasivas, debido a la anatomía necesaria para la copulación procreadora de los individuos masculinos y femeninos de la es­ pecie... 4 [E D. - E. S.] A propósito de los conceptos de «masculino» y «femenino», Freud afirma que el psicoanálisis no puede tener en cuenta más que el equivalente activo y pasivo. Yo no lo sé. El psicoanálisis,

después, se ha visto obligado a contar con lo sociológico, pero también con lo biológico en algunos casos de anomalías biológi­ cas sexuales que se han descubierto más tarde: por ejemplo, los síndromes en que la mujer tiene testículos en lugar de tener ovarios, testículos interiorizados; otro ejemplo son los síndro­ mes en que hay ausencia completa de testículos y un desarrollo mamario en el hombre. Son síndromes^de anomalías cromosómicas. 5 1F.D.-E. SJ Con respecto a las zonas erógenas como órganos de transmi­ sión, Freud se equivoca en cuanto al clítoris. Dice que la niña, incluso después de la intervención de un seductor, no llega a otra cosa que a la masturbación clitoridiana. Esto no es verdad de ninguna manera. El clítoris es importante, pero no por mucho tiempo. Este placer es superado con bastante rapidez, precisa­ mente por el deseo de penetración, por la catexis de la sexuali­ dad vaginal que, por esto, hace relativamente menos importante la sexualidad clitoridiana. Pero, en fin, puede que, en su época, hubiera, en efecto, esa represión extrema de toda actividad se­ ductora en la niña. Por lo que a mí se refiere, creo que el valor clitoridiano se desplaza a los senos, a la erectilidad de las pun­ tas de los senos sustentados por los sujetadores, que los hacen puntiagudos. Freud piensa que es una negación de la femini­ dad, por la identificación de la niña con el pene erecto. Yo creo que la niña tiene bastantes cosas en ella para identificarse, tanto más cuanto que todas las niñas, al descubrir su cuerpo, dicen que tienen tres «botones». Se llama así al clítoris, con el mismo título de las dos puntas de los senos. Y eso desde los 18 meses de edad: «¿Por qué tengo un botón aquí, mamá? Mira. Ponme pomada». También es una manera de seducir a la ma­ dre, que puede decir: «No, no es un botón». Hay que hablar de ello. Es importante. Por estas razones es tan importante la excisión del clítoris en algunas etnias. Vi a una mujer negra, en París, que pedía en la consulta que se lo cortáramos a su hija porque estaba harta de verla interesarse por su sexo. La excisión era normal en su país, pero ella vivia^n Francia y quería vivir a la manera de aquí conservando las ventajas estéticas —anticolonialistas, si

se puede decir— de su etnia. Al mismo tiempo, no deseaba ser creyente ya y, para ella, la excisión religiosa estaba excluida. Así, pues, se trataba de una excisión de pudor y de represión porque su hija se interesaba por el clítoris y ella, su madre, no lo tenía ya. Después de la excisión, subjetivamente, muchas mujeres es­ tán erotizadas vaginalmente por completo, mientras que los hombres blancos, los de nuestra etnia, piensan que la excisión despoja a la mujer de todo placer sexual. Los ginecólogos que cuidan a mujeres negras dicen que están muy erotizadas vagi­ nalmente precisamente porque no tienen ya clítoris: el placer se ha desplazado. La intensidad ha pasado a la vagina. Por esa razón, contrariamente a Freud, que dice que hay una represión de la catexis libidinal clitoridiana, yo no lo creo. Se trata más bien de una retirada de catexis con motivo del recibimiento, del deseo de ser penetrada por el pene masculino que la zona erógena de la muchacha pide. 6[F. D .-E . S.] En algunos hombres que practican la «caza», sobre todo de jovencitas, se observa que dejan de interesarles e incluso les tienen miedo a partir del momento en que, al hacerles la corte, ellas no los rechazan ya... Pienso que estos hombres están mar­ cados por una neurosis obsesiva. Quieren repetir, por desplaza­ miento sobre una mujer, la prohibición del incesto: «Está prohi­ bido» y si ella lo permite, entonces, no son varones ya... 7 [F. D. - E. S.] Entonces, ¿se hace la excisión de las jóvenes, en otras etnias, para que puedan gozar verdaderamente más tardep se trata de la culpabilidad de las muchachas por experimentar esta excita­ ción que no tiene necesidad del hombre? Cuando ellas desean al hombre, ¿no sienten una culpabilidad con respecto a su sexua­ lidad solitaria? ¿No existe eso también en el hombre? Pienso que sí. Creo que un hombre que se haya masturbado durante mucho tiempo debe de encontrar muchas dificultades para te­ ner placer con las mujeres; experimenta un placer eyaculatorio, pero no conoce el placer de la conversación sexual.

8 ÍF. D. - E. SJ Sin duda alguna, es lo contrario. En la fase oral del comien­ zo de la vida, estoy segura de que la erectilidad orbicular de la vagina es exactamente tan excitable en el momento de la ma­ mada como la erectilidad peneana del varón. Todo es receptivo en la niña. El niño identifica su pene con la erectilidad de la punta del seno o del sustituto, que es la tetina perfundidora, mientras que, para la niña, se trata del deseo. Por eso intervie­ ne de tal manera en la anorexia de las jóvenes, en el momento de la pubertad. El apetito corporal de la niña, con respecto a la madre, se identifica con su boca. La boca y la vagina se identifican en su funcionamiento, res­ pecto a lo sustancial del pecho y a lo sutil de la búsqueda de conversación y de deseo de la madre1—y del padre, en cuanto llega—. Esto es lo que explica por qué, cuando un hombre entra en el campo de la atención o del olor de la niña y de la madre durante la mamada, basta con que la pequeña se haya saciado un mínimo para que se interese sólo por él y nada en absoluto por la mamada. Eso prueba, pues, que su «apetito sexual» exis­ te al mismo tiempo que su «apetito necesidad». Pero no es la madre la que puede satisfacerlo, sí hay hombres. Evidentemente, si la madre detesta a los hombres, la niña se perturba.'Eso crea, entonces, un conflicto en la niña, que acaso vaya a reprimir su interés vaginal. El olor del hombre que le in­ teresa, como niña sexuada genital ya, va a ser dejado atrás por­ que la niña siente que la madre no se regocija por la relación con el hombre que entra y porque la niña habla ya el lenguaje de la madre para sentirse segura. En ese momento, muy pronto, es cuando está en juego el porvenir de la niña con relación a los hombres, como lo está el del varón, pero.de otra manera, con res­ pecto a la identificación fálica de la madre para con él.2 1. Encontramos aquí la oposición, tan del gusto de F. Dolto, de lo sustancial y lo sutil, que pone en paralelo siempre con la oposición de deseo y necesi­ dad. «Por sustancial entiendo la rfíaterialidad del alimento y de los excremen­ tos, objetos parciales de intercambios. Por sutil entiendo el olfato, el oído y la vista, por los cuales el objeto se percibe a distancia.» F. Dolto, A u je u du désir, pág. 64, n. 1. 2. Véase también, más adelante, «Prim eras atracciones heterosexuales», comentario 84 y sigs.

9 [F. D. - E. S.] Freud piensa seguramente en Ferenczi,® que atendía a mu­ chas mujeres y que se daba cuenta de lo contrario. Piensa, proba­ blemente, también en algunas psicoanalistas mujeres, a quienes las pacientes hablaban de otra manera, como lo hacían a Fe­ renczi, que era uñ hombre muy abierto y menos aferrado a las teorías. 10 [F. D. - E. SJ Hay, efectivamente, un momento de inferioridad formal. En el momento en que el niño está atento a las formas, ésta parece más completa en el niño que ahí donde está abierto. Por otra parte, eso es lo que hace que él busque lo que eso quiere decir, las sensaciones de ese lugar. La niña descubre también sensa­ ciones. El varón cree que lo han cortado, a causa de la libido oral, que es una libido de fragmentación, y de la libido anal, ya que la sensación de la serpiente intestinal se expulsa bajo la forma de fragmentación. La idea de fragmentación está pre­ sente siempre en la sexualidad oral y anal. Se trata del esfínter. Así que el niño tiene la idea de que se ha fragmentado algo, de que es una mutilación. También es el caso de la niña cuando ve al varón. Si no lo ve, no tiene ningún sentimiento de inferioridad, pues este senti­ 3. Además de (Euures completes de S. Ferenczi (tomos I a IV, París, Payot, 19821, el lector podrá consultar Journal clinique, París, Payot, 1985, en el que, poco tiempo después de] artículo de Freud sobre la sexualidad femenina, Fe­ renczi aborda este mismo tema: «26 de julio de 1932 Clítoris y vagina. Quizás era demasiado apresurado representar la sexua­ lidad femenina como si comenzara por el clítoris, con una trasposición mucho más tardía de esta zona a la vagina. Es dudoso que exista incluso un órgano cualquiera del que se pueda concebir que la psique no “ha descubierto”, psíqui­ camente neutro, por decirlo así, es decir, inexistente. Por el contrario, nos sen­ timos con derecho a suponer que la aparente falta de descubrimiento de la va­ gina es ya un signo de frigidez, mientras que la erogeneidad aumentada del clítoris es ya un síntoma histérico. Los motivos de la represión vaginal infantil precoz podrían ser: el hecho de tener sistemáticamente la mano lejos de la aber­ tura vaginal, casi desde el momento del nacimiento, mientras que la región clitoridiana se excita, desde el principio, por el lavado, el empolvado.» (Op. cit., pág. 241.)

miento es relativo a la comparación de las formas. Es la edad del «como» y del «no como»... Pero es completamente pasajero, con relación a lo que ella cree que es un retraso del desarrollo. Eso es también lo que el varón puede creer: «Le saldrá». Por otra parte, por eso el niño dice: «Estoy seguro de que ella tiene uno, pero está escondido, no ha crecido todavía». Los mucha­ chos dicen cosas así. Esto se produce en relación con la discriminación de las for­ mas a una cierta edad, y no antes. Antes de esa edad, la mirada es global y no distingue los detalles. La importancia de la palabra es enorme entonces, así como la de no censurar por caer en la cuenta de las diferencias. En­ tonces es cuando comienza ya la represión: si el niño percibe que el adulto le prohíbe informarse de ahí abajo, es que el adul­ to sufre también de esta diferencia. 11 [F. D. - E. S.] Lo que Freud dice a propósito de las relaciones de la mujer con su marido es acertado. Se da el caso muy a menudo. Hay mujeres que no buscan en un hombre cualidades de hombre, si­ no de mujer. Son homosexuales casadas. El sexo se presenta ba­ jo la forma del cuerpo de un hombre, pero su sexualidad no es­ tá genitalizada: es oral, anal, se ha sublimado socialmente. El deseo de estas mujeres no es el deseo de un hombre: es el de estar acompañadas por alguien mayor, mientras que ellas se sienten menores de edad. Por otra parte, esto se ve en el len­ guaje corriente: «Un hombre es fuerte». 12 [F. D. - E. S.] Los médicos obligaban a las madres, las buenas madres, a poner lavativas a sus hijos, tanto a las niñas como a los niños. Esto iba seguido de odio, de hostilidad, porque las lavativas son muy dolorosas, sobre todo cuando se hacen de cualquier modo: duele hasta el intestino. Las niñas, entonces, sentían hostilidad contra una madre que les había impuesto eso. Su­ frir de manos de la madre que se ama es algo serio para la ni­ ña, que, precisamente, querría ir hacia el padre y no ser el ob­ jeto de la madre.

13 tF. D. - E. S.] Esta creencia tiene algo de verdad, a cierta edad... Su ma­ dre no las ha seducido genitalmente sino a fuerza de querer únicamente limpiarlas, de excitarles de tal manera la vulva. Así, las niñas piensan que la madre las ha seducido. En reali­ dad, la madre es la que está seducida por su actitud obsesiva con respecto a la limpieza de su hija. 14 [F. D. - E. SJ Lo interesante es que Freud hizo igualarse la atrofia a una excisión, una excisión de orden histérico en nuestros países, que correspondería a la excisión de orden efectivo fisiológico, una anulación histérica, mientras que, en los países negros, es una anulación efectiva anatómica, ¿Lo siente la población adulta co­ mo una necesidad de aceptar el final de la sexualidad infantil para que los adultos sean capaces de consagrarse a sus respon­ sabilidades maternales y paternales? Es posible. Esta formula­ ción de Freud plantea en todo caso la pregunta. Pero es diverti­ do que sea Freud quien lo diga, pues hay que recordar que, en su época, la excisión no era criticable en un país negro y la cir­ cuncisión en la tradición judía, de la que él formaba parte, no lo era tampoco... 154 [F. D. - E. S.] Freud descubrió la sexualidad como una energía y quiso, a emulación de las ciencias exactas, objetivas, hacer de esta ener­ gía una entidad mensurable. Era una manera nueva de abordar la sexualidad, que, hasta entonces, no se había acometido más que de manera senti­ mental y ética, bien o mal. Gracias a esta visión de la sexuali­ dad como energía, Freud dio, aparentemente al principio y so­ bre todo a partir de lo que se acaba de citar, una inflación al cuerpo como lugar de esta energía. Aunque hablara de la sub­ jetividad y de que la subjetividad implicaba el lenguaje, en las citas que he dado, no se trataba mucho del lenguaje, en todo 4. Se trata aquí de un comentario general que F. Dolto realiza como conclu­ sión a esta parte introductoria que contiene las citas de Freud sobre la cuestión de la sexualidad femenina.

caso no del lenguaje en cuanto a hablar. Por supuesto, se de­ ducía del hecho de que la represión se hace por la palabra, pe­ ro todo lo que se desarrolló después por el estudio que Freud inauguró —las asociaciones libres, la talking-cure—* abrió un campo que no parecía previsto al principio, aunque estaba con­ tenido en él... Así, Freud descubrió que esta energía era el deseo, mientras que, al principio, le vemos confundir a menudo el deseo y la ne­ cesidad. Más tarde, el trabajo de los psicoanalistas que se inte­ resaron por el análisis de las mujeres y de los niños permitió ver que la energía puesta en el lenguaje era casi más impor­ tante que la energía mensurable fisiológicamente, química­ mente, como Freud esperaba al principio. Se. sabe ahora que no hay, por ejemplo, homosexualidad debida a la biología. Las anomalías biológicas influyen en las pulsiones, pero no en la expresión de lenguaje y social de la se­ xualidad —esto habría sorprendido mucho a Freud en aquel entonces. Freud tropezó en la comprensión de la mujer por razones personales suyas, referidas a su propio análisis. Aparte de las razones sociológicas, de su tiempo, están las que se relacionan con su poca experiencia sexual con las mujeres y con su larga castidad. Durante cinco años estuvo prometido con Martha. Es­ taba casado más bien con su investigación. Al principio, se trata­ ba de la investigación química, en relación con la ausencia de dolor y el goce: la cocaína. Al estudiar la conducción nerviosa en los artrópodos, descubrió cocaína como panacea para que los humanos nunca volvieran a sufrir. Después, se quedó estupe­ facto al ver que se trataba de una droga, en el sentido de que enseguida deformaba, provocaba la muerte. Él mismo tomó co­ caína durante cierto tiempo. No sabemos en absoluto cómo la suprimió. Cantaba sus alabanzas en las cartas a su mujer. Ha­ bía descubierto algo maravilloso... Cuando leemos las cartas que Martha escribía a Freud, nos damos cuenta de que ella era su informadora en la compren­ sión de las mujeres. También era su iniciadora.

* «Curación por el habla», en inglés en el original, (N . del t.)

Martha era poco neurótica. Pero luego, Freud tuvo a la prin­ cesa Bonaparte,5que lo era terriblemente a causa de la educa­ ción sádica y perversa de la que había sido objeto por parte de su abuela y de su padre. Sin embargo, era una mujer inteligen­ te y con confianza en Freud, por primera vez en su vida* pudo decirle a alguien todo lo que pensaba y más todavía: por ejem­ plo, que se había hecho operar tres veces para tratar de aproxi­ marse el clítoris a la vagina porque, por lo que decían, era frígi­ da por eso. A pesar de todo, siguió siendo frígida después. Esta mujer le sirvió de referencia. Igualmente le sirvió Lou AndreasSalomé,6que no tenía más que la sensación clitoridiana; para ella, era el clítoris el que hacía todo, la vagina no tenía sensibi­ lidad por sí misma... Son mujeres que se adentraron en su in­ vestigación libidinal, sobre todo la princesa, que era una mujer dotada desde el punto de vista femenino, intelectual, fisiológico 5. Marie Bonaparte (1882-1962). Véase Célia Bertin, L a derniére Bonaparte? Librairie académique Perrin, 1982. Como F. Dolto precisa a E. Simion durante su conversación, acababa de leer esa biografía, que constituye, por tanto, la fuen­ te de los elementos que da aquí sobre la vida de la princesa. M . Bonaparte escri­ bió su autobiografía: Á la m ém oire des disparas, París, P. U . F., 1958. Sobre el conjunto de su obra, su amistad con Freud y su influencia en cuanto a la propa­ gación del psicoanálisis, véase É. Roudinesco, op. cit. Sus principales escritos so­ bre la sexualidad femenina se hallan agrupados en M. Bonaparte, L a sexualité de la femme, P. U. F., 1951 [trad. cast.: L a sexualidad de la m ujer, Barcelona, Pe­ nínsula, 1978! y M. Bonaparte, Psyckanalyse et b iologie, París, P. U . F., 1952. 6. Lou Andreas-Saiomé (1861-1937). Llegada tardíamente al psicoanálisis, a partir de su encuentro con Freud en el Congreso de Weimar (1911), consagró a él los veinticinco últimos años de su vida y mantuvo con Freud una correspon­ dencia continua hasta 1936. Desempeñó un papel importante en !a elaboración de la teoría de la sexualidad femenina, con una gran libertad de espíritu tanto en las palabras que intercambió con Freud referentes a esto como en sus pro­ pios escritos. Véase L. Andreas-Salomé y S.-Freud, Correspondance, seguida de J o u rn a l d ’une année, París, Gallimard, 1970; L ’a m ou r du narcissism e, Gallimard, 1980 [trad. cast.: E l na rcisism o como doble d irección, Barcelona, Tusquets, 1982]; Éros, París, Éd. de Minuit, 1990 [trad. cast.: E l erotism o, Palma de Mallorca, Oloñeta, 19981; lo mismo que H. F. Peters, M a smur, m on épouse (biografía de Lou Andreas-Saiomé), Gallimard, 1967 [trad, cast.: L o u AndreasSaiomé. M i herm ana, m i esposa, Barcelona, Paidós, 19951. En una entrevista con E. Roudinesco en abril de 1986, F. Dolto le confía que en 1960 no conocía to­ davía los escritos de Lou. L a descubrirá más tarde y, dijo Dolto, -se sentirá com­ pletamente de la misma opinión que Lou Andreas-Saiomé». Véase Quelques pas sur le chem in de Frangoise D o lto op. cit., pág. 32.

,

y también físico: la habían criado un poco como a Kaspar Hauser,7no enteramente encerrada, sino subalimentada psíquica y culturalmente por una abuela imbécil y odiosa que no quería más que el dinero... La madre de la Princesa había muerto y ella era la única heredera; si hubiera muerto también, que era lo que la abuela deseaba, su padre habría heredado de su mu­ jer. Entonces, como la Princesa era menor de edad, el dinero se apartó. Y el día en que el notario se lo dio a la Princesa, ésta no tenía siquiera qué ponerse vivía como la hija de un pobre, aun­ que fuera la dueña de una fortuna colosal. Tenía deseos de sa­ ber, deseos de conocimiento, deseos de amar. Para abreviar, era de una naturaleza por completo excepcional en un medio doble­ mente imbécil: el medio de la corte de la que su madre procedía y el medio perverso y malvado de la abuela, que era una cama­ rera —el padre de la Princesa era el hijo de una camarera que se había acostado con un Bonaparte...—. Estas dos mujeres son las que tuvieron más importancia. Así comenzó el estudio del psicoanálisis; es un hecho y nada más. Está marcado con los ideales de cada uno. Cuando hace­ mos un estudio, proyectamos en él la propia ética8y sus repre­ siones. Es inevitable, aun cuando tratemos de encontrar sus fundamentos. Asimismo, es interesante que Freud haya visto cómo una energía, la libido, y su utilización funcionan en modos sosteni­ dos por la ética. Si n^hay tensión y desplazamiento de la libido hacia otro objeto que acerca a los humanos entre sí en lo social, la libido es una energía que, simplemente, se pierde. Y precisa­ mente Freud luchó también contra los modos en que la ética sostiene la represión. Por otra parte, lo decía al pastor Pfister:9 7. Véase Anselm von Feuerbach, Kaspar Ilauser, Vértigos, 1985; prefacio de F. Dolto, recogido como anexo en F. Dolto, Solitude, Gallimard, 1994. 8. El empleo que F. Dolto hace aquí de este término ¿es más bien en el sen­ tido de la moral? Referente al desarrollo que sigue, el lector puede consultar, a título indicativo, S. Freud, Malaise dans la civilisation, P. U. F., 1986 [trad. cast.: E l malestar en la cultura, en S, Freud, Obras completas, t. VIII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1974] y L'avenir d'une illusion, P. U. F., 1980 [trad. cast.: El porvenir de una ilusión, en S. Freud, Obras completas, t. VIII, Madrid, Biblio­ teca Nueva, 1997], 9. Oscar Pfister (1873-1956), doctor en filosofía y teólogo que, desde 1908, mostró un vivo interés por las investigaciones de Freud. Fue el primero en

«Con la religión, usted tiene la oportunidad de tener algo que proponer a las personas una vez les ha quitado la represión. Pe­ ro yo no. Yo analizo y además no tengo nada que proponerles». Freud no estaba contra las sublimaciones que se podían hacer después, es decir, la utilización de esta misma energía qufe, inter­ ceptada por la castración, no podía ir en la dirección de la satis­ facción inmediata del cuerpo, pero de ningún modo estaba contra las disciplinas éticas, se podría decir etológicas,10pedagógicas, al decir: «Hay que desconfiar porque se puede reprimir lo que no es­ taría reprimido en algunos individuos», lo que es cierto...

IN T R O D U C C IÓ N

16 [Fran^oise Dolto - Jean-Mathias Pré-Laverriére] Esta subjetivación está representada por el nombre, neta­ mente masculino, netamente femenino o a veces compatible con los dos sexos. El nombre es, ya en sí mismo, un testimonio de la sexualidad que los padres podían asumir de ese hijo, que les hace renunciar, definitivamente o no, con su nacimiento, al fantasma de un hijo del otro sexo. 17 [F. D. - E. S.J Hay que recordar que la sexualidad genital es preeminente en la pubertad y después en la edad adulta, pero que no prohí­ be ni borra completamente la existencia de pulsiones de la se­ xualidad pregenital: la oral (percibir), la anal (hacer), es decir, todo lo que concierne a los sentidos —la vista, el olfato, la audi­ ción, el gusto y el tacto— . Todo eso continúa existiendo cuando, en el momento de la pubertad, sobreviene lo genital. Por tanto, la sexualidad no es genital, ni siquiera en el adulto. Lo genital es su dominante, a partir de la edad adulta, con vistas a la pro­ creación. aplicar el psicoanálisis a la pedagogía- Vivió en Zurich, Fue un amigo fiel de Freud, conservando la libertad de sus convicciones religiosas. Véase O. Pfister y S. Freud, Correspondance (1909-1939), Gallimard, 1966. 10. Recordemos que la etologia es, en primer lugar, la ciencia que estudia las costumbres, los hechos morales.

18 [F.D.-J.-M. P.-L.] En efecto, aun cuando anatomía de los caracteres secun­ darios se haya confirmado, el retraso de ía espermatogénesis o el de las reglas perturba al hombre o a la mujer jóvenes en su sentimiento de derecho al deseo cuando están en colectividad mixta. Aunque la libido nace en el orden anatómico y fisiológico, las percepciones que el sujeto puede tener de las sensaciones de su feminidad o de su masculinidad en referencia al otro la sim­ bolizan constantemente. Así, en psicoanálisis, cuando hablamos de libido, lo hacemos en un nivel simbólico; no obstante, esta­ mos obligados a enraizar nuestras palabras en una encarna­ ción masculina o femenina. Y pensar que esta libido es conforme siempre a la anatomía y a la fisiología del sujeto es mitología nuestra. Pero, aun cuando el psicoanálisis no reposa sino en lo científico, no lo niega. Sin serle paralelo, simboliza nuestra en­ carnación masculina y femenina. 19 [F. D. - J.-M. P.-L.] Esta búsqueda de complementariedad que existe en los dos sexos es fantasmal por completo o en parte. Tomemos un ejem­ plo que todo el mundo conoce: Eva, que simboliza la perversidad humana, esperaba del consumo oral del fruto de una especie ve­ getal excepcional ía omnisciencia mental y la omnipotencia ma­ terial. El fruto, que simboliza el fruto real que ella esperaba, era ser y hacer por el deseo mental, unido al consumo oral. Ahora bien, lo que obtiene está por completo en la línea de la fecundi­ dad —encuentro de un deseo con consumación—, pero no es un tener de potencia mental, es una experiencia dolorosa de su rea­ lidad, es un saber perceptivo: el conacimiento con Adán (pulsio­ nes pasivas y pulsiones activas unidas en la prueba) del mundo de la dualidad. El deseo irreprimible de Adán y Eva se declaró perverso para ellos porque todo deseo, hasta entonces so lam en ­ te especular, se realizaba por engullimiento. Ahora bien, el deseo en su mediación oral no puede conducir sino a un desengaño en el plano del poder, al necesitar el dominio del mundo de la reali­ dad la experiencia del cuerpo entero. Este desengaño en el plano de la omnisciencia con respecto al poder consiste en que, contra­ riamente a lo que se esperaba de él, ese saber es una iniciación a la dualidad e implica que el conocimiento sea emergencia de la

prueba separadora entre lo viable y lo no viable y el dolor um­ bral, que significa el paso entre estos dos dominios (lo viable y lo no viable). Este saber es el descubrimiento de la ausencia de po­ der, es una castración. Pero eso no anula el hecho de que el deseo que le había movido era el deseo, es decir, la libido que apuntaba a la realización fértil. En todo deseo auténtico (el que compro­ mete a un ser por definición no idéntico a otro) está implicado siempre inconscientemente un fruto real, unido a un fruto sim­ bólico, y es imposible prever su efecto real. El fracaso del deseo de las pulsiones orales pasivas asocia­ das a la unión de las pulsiones activas es uña iniciación para el ser humano, que Adán y Eva simbolizan, iniciados a la revela­ ción de su rostro, de su sexo y de su cuerpo, en su fragilidad existencial, pero también en el juego de sus fuerzas defensivas, in­ dustriosas, fertilizantes. Porque la privación castradora de todo tener oral (el paraíso terrenal) anunció, con la revelación de que tuvieran vergüenza, el surgimiento del deseo de supervi­ vencia en el espacio —por su creatividad de individuos cómpli­ ces en el lenguaje, asociados en el trabajo— y de supervivencia en el tiempo, por su descendencia procreadora. La transgresión de Eva, movida por su deseo, es el origen de la trascendencia humana. El ardor del deseo interceptado en su realización transgresora de la Ley puede desembocar en la muer­ te, como puede también preparar para la mutación simbólica del deseo de un ser, transformado él mismo por la prueba de su fracaso. 20 [R D. - E. S.] Escribo «fertilidad*, que es una palabra, por así decir, ve­ getativa, pero, en realidad, se trata de la fecundidad, de las mo­ dificaciones de sí mismo y de «algo que va a suceder en mi vi­ da». En los encuentros, hay una fecundidad que se espera. El encuentro va a dar un fruto y, además, un fruto con miras a una obra que vamos a hacer juntos. Pero se trata de una fecundidad al estilo de «obra manufac­ turada», obra producida, si se puede decir; es «hacer». Muy al contrario, concebirlo a partir de la genitud, de la genitalidad (que va a ser el descubrimiento del hombre y de la mujer), im­ plica que la obra tiene algo que decir: si quiere ser creada o no.

Éste no es el caso en lo oral y en lo anal. Lo oral y lo anal son funcionamientos de la libido eon relación al objeto, donde el su­ jeto es quien domina el objeto parcial con el que funciona; el encuentro que hace de otro para funcionar se produce con rela­ ción a ese objeto parcial, mientras que, a partir del estadio geni­ tal, se hace un descubrimiento: a través del lugar parcial de su cuerpo, los genitales, se produce una totalidad de modificacio­ nes de la relación con el otro y la obra es una obra viva, que, por ella misma, tiene su intención con respecto a ella misma. Esto es lo completamente nuevo de la genitud y lo que se prepara en la pubertad, de manera completamente inconsciente. 21 [F. D .-E . S.] Antes del descubrimiento de Freud, las anomalías del com­ portamiento sexual se trataban únicamente en lo inmediato. «¿Qué es lo que ocurre de modo inmediato que provoca esto?» y «¿cuál es el agente inmediato que hay que modificar para impe­ dirlo?». Freud se dio cuenta de que se articulaban con un regis­ tro muy lejano, que se decodificaba, a espaldas incluso de aquel que era el escenario de la acción, motivado por una energía ocul­ ta, que se expresaba de manera no esperada ni por el sujeto mismo ni por los demás. 22 [F. D. -E . SJ Eso se podría formular así: «Sería formidable entrarlo dentro. ¡Pero cuidado! Primero, porque ella es fuerte como un adulto y además está el otro, está ahí y se va a vengar de mí». El otro, que es el protector de la madre o el padre. Hay este vaivén contradic­ torio. Y además: «Yo la quiero mucho. ¿Por qué hacerle daño?». El varón tiene actitudes pasivas y activas hacia la madre, que están ya en contradicción con relación a ellas mismas, con relación al tercero y con relación a los otros. En las relaciones sociales, esto es contradictorio también: «Quiero a mi padre. Quiero ser como él; mi padre entra en mi madre, pero no es pa­ ra hacerle daño, es para hacerle niños. ¿Y quiero tener yo un hi­ jo con mi madre? ¿Por qué hacer un niño? Los niños lo joroban todo». Porque el momento de desear un hijo, que le llega al mu­ chacho hacia los 3, 4 años, es pasajero; después, es al contrario:

«Los niños son un estorbo. Por otra parte, las mujeres se vuel­ ven idiotas cuando tienen hijos». Esta contradicción con respecto a la genitud hace que el pe­ queño varón dé más importancia a las energías viriles contusivas y pugnaces, que están en contradicción con la ternura, el deseo de caricias y de ser acariciado. Las contradicciones es­ tán verdaderamente en todos los sentidos, pero hay una resul­ tante que obliga finalmente. La vida continua, la vida social exige que hay que vivir. Así pues, es preciso vivir como los de su grupo de edad y la mayor parte de éstos están marcados ya por la ley, se sienten en la misma ley que los adultos; ahora bien, esta ley no es, como el niño creía, una ley de comporta­ mientos, sino una ley mucho más profunda en la que cada uno está, con relación a su propia madre, en una actitud completa­ mente diferente que con relación a la mujer a la que él llama su madre. El padre también: «Tu padre no ha escogido vivir y tener hi­ jos con tu abuela». Para el niño, es una revelación, pues él pen­ saba que su madre era también la madre del padre. Y, de re­ pente, tiene ahí la revelación de que la persona que es su propia madre para el padre no es la que tenían entre ellos. Continúan siendo rivales por esta misma persona, pero aquella con res­ pecto a la cual la ley sometió al padre es otra persona. Alguien me contó la escena siguiente, que tuvo lugar en un tren: la madre leía una novela. El padre jugaba a un juego elec­ trónico con su hijo, un varón de 7 años, que quería ganar siem­ pre y se ponía furioso si era el padre quien ganaba. El padre calmaba sus ribetes de mal jugador y después, en un instante, cuando habían acabado de jugar, la madre dijo (no se sabe a quién): «jAh! Pásame mi jersey; tengo un poco de frío». El hijo y el marido se precipitaron sobre el jersey^para dárselo. Y el niño miró a su padre con ojos resplandecientes, le quitó el jersey y dijo; «Primero, tu madre se murió cuando eras pequeño. No tie­ nes madre a la que cuidar. A la madre hay que cuidarla. Tú no tienes madre. Déjamela a mí. Después de todo, es tu mujer, pe­ ro yo soy su hijo». El padre se quedó un poco asombrado y la madre no dijo nada. Los dos se miraron y la mujer cogió sujersey. No dijeron nada más y los «hombres» reanudaron su juego.

El varón había dicho una palabra que sentía de verdad, de una profundidad agresiva con respecto a su padre: «Tú has ma­ tado a tu madre. Por tanto, no vas a pasarle el jersey. Espera». Son curiosas estas luchas. El varón entabla una lucha de ri­ validades a través de un juego con el padre. Quiere ganar al. juego y, en la vida también, quiere ganar para ser él solo, y no el padre, la provisión de la madre. 23 [F. D. - E. S.] La libido está orientada imaginariamente hacia el padre y la madre o las personas que los reemplazan. Estas personas pue­ den no ser los progenitores, sino adultos educadores y modelos o también la hermana mayor, puesta en el lugar de la madre. Esto ya es menos formador, puesto que hay menos rivalidades. Ella es libre, no tiene un hombre que esté en posesión de ella, así que es menos difícil. La hermana mayor recibe, a menudo, más catexis que la madre porque es ilienos peligroso. De esto es de lo que Fernand Raynaud11ha sacado partido en «Ma soeur,..». Su hermana estaba siempre en el asunto: «Mi hermana me dijo bien claro que no hay que mirar a los malva­ dos. Los malvados siempre me harán daño.» Y siempre así, ha­ blando con la voz puesta en la nariz, en lugar de haberla pues­ to en la garganta, en el momento de la libido oral. La nariz es muy importante en la libido narcisista de las personas. Situada en el centro del rostro, hace decir a los psicoanalistas: «Es fáli­ ca, es el sexo, es el pene del rostro». No es así en modo alguno. La nariz es verdaderamente la zona erógena que ha estado en contacto con el cuerpo de la nodriza en el momento de la mama­ da. Situada cerca de los ojos, se encuentra en la triangulación de los ojos y del rostro; en efecto, el niño, cuando mira a la madre, ve su nariz, su rostro. Pero, al mismo tiempo, todo lo que él le dice es inspeccionado por esta figura abstracta que forma finalmente el tipo de triangulación de la nariz, del rostro y de los agujeros de la nariz que el niño ve por abajo. Cuando está con la madre, no ve su rostro en absoluto de la misma manera que nosotros. Los dibujos de barcos de vela que hacen los niños me parecen la respiración de la madre, el triángulo isósceles que el niño ve 11. Fernand Raynaud (1926-1973), artista francés, narrador de historias.

debajo de la nariz del otro. He pensado a menudo que, cuando una madre da a su hijo un clima de felicidad y de libertad, él di­ buja velas grandes y que las hace muy pequeñas cuando ella le cierra psicológicamente.el derecho a ser y a respirar libremente. La nariz es una dialéctica del amor arcaico entre el hijo y su madre. El niño la entierra en el seno materno y queda marcado con este engrama de escritura, la escritura de su primera relación arcaica, que está en el origen de su relación social.12 24 [F. D. - E. S.] Cuando la castración (la prohibición de realizar la consuma­ ción sexual que él desea) es endógena, es decir, viene del niño mismo, es más penosa y más limitativa para la libido que si fue­ ra algún otro que es ejemplo de una sexualidad lograda quien impusiera la falta de realización del deseo al niño. El niño que­ da con todo su poder de haberse impuesto él mismo esta res­ tricción, esta autocensura, en lugar de ser censurado por el cen­ sor exterior. 25 [F. D. - J.-M. P.-L.] Antes de la resolución edípica, se sentía a la madre como fá­ lica; pero el falismo peneano del varón le sirve para sentirse tan fálico como la madre y, debido a su compromiso hacia el padre, para separarse de ella como objeto peneano. El narcisismo del varón es el que ha introyectado a la madre y el que se catectiza como objeto de la madre, pero objeto que se vuelve él mismo pe­ neano, en busca de una identificación masculina. 26 [F. D. - E. S.] Los sortilegios son la magia de la que el niño cree capaz al padre para vengarse de él si no le ha infligido un castigo que 12. A propósito de la referencia olfativa y de la zona erógena sutil de la na­ riz, véase F. Dolto, «Á la recherche du dynamisme des images du corps et de leur investissement symbolique dans les stades primitifs du développement infantile», exposición resumida de la conferencia pronunciada el 9 de octubre de 1956 en la SFP, publicada en ha Psychanalyse, t. 3, P. U. F., 1957, págs. 297303, Véase también F. Dolto, L ’image inconsciente du corps, op. cit., pág. 105 y sigs., y los comentarios 72 y 84 más adelante en este volumen.

siente haber merecido porque ha hecho algo que el padre no permite y él le ha ocultado. Los deseos que el niño tiene y que no son compatibles con la ley del padre se acompañan imagina­ riamente para aquel de sortilegios de represalia. Sin obstácu­ los, vemos nacer neurosis compulsivas obsesivas completamen­ te construidas: por ejemplo, la prohibición de triunfar. Vi a un niño así. Llevaba consigo piedras y llevaba siempre la piedra que haría que el día se estropeara y la que haría que fuera un éxito. Todas las mañanas, hundía la mano en el bolsillo, sacaba una piedra sobre la mesa y la que estaba en posición de ser vis­ ta primera hacía que el día se estropeara o fuera un éxito. Entonces, para conjurar el sortilegio de esa piedra, tenía ritos obsesivos: hacía el recorrido de todos los minerales que conocía en París. Sabía cómo estaban pavimentadas las calles, cómo eran las tiendas que tenían imitación de mármol de tal manera o tal otra, las tiendas de anticuarios que tenían piedras duras de una míinera o de otra. No se detenía hasta que había hecho el recorrido, su propia clasificación mineral. Por ejemplo, iba primero a la plaza Beauvau, donde había un anticuario. Tenía que volver a la calle Miromesnil, donde ha­ bía una piedra que no estaba en su clasificación. La vida de este niño era una locura. Al final del día estaba agotado. Aveces, ni siquiera tenía tiempo de desayunar. En el instituto no compren­ día nada. Se iba y no lo veían más. Aveces, era el primero; a ve­ ces, era el último —entregaba una hoja en blanco porque era necesario que fracasara. Esto se produjo también en mi casa: mientras sacaba sus piedras, puso una cara de repugnancia terrible. Entonces, reco­ gí una piedra que había caído al suelo y, como si hubiera acari­ ciado un pequeño animal, le dije: «Pero esta piedra no es tan mala. ¿Por qué le pones esa cara?». «¡Ah! ¡¿No es malvada?! ¡Es­ tá echando a perder mi vida, esta cabrona!» Decía sobre esa pie­ dra todo lo que habría podido decir sobre su padre. Así ocurre en la fase de latencia. Su padre era ingeniero mineralogista. Tenía una madre ob­ sesiva y frígida, del todo fastidiosa, que también era ingeniera. El padre era buena persona; no había tenido padre, ya que lo perdió en la guerra del 14. Era absolutamente como una mujer con su esposa.

Y esta castración endógena era la que debían dar a este va­ rón los sortilegios salidos de la ingeniería del padre (o de la ma­ dre); esta ingeniería se reconocía en las piedras de las que de­ pendía su derecho a triunfar o a fracasar en la vida. Esta locura comenzó hacia los 8 años y medio. Más tarde, él se psicoanalizó. Hoy es un hombre brillante, ex alumno de la Escuela Politécnica. Precisamente, vino de nuevo a verme, cuan­ do asistía a ella, diciéndome: «Usted me cuidó cuando yo era pe­ queño y ahora vengo a verla porque tengo la cabeza como una bola de billar».* No tenía ya un pelo en la cabeza. Era totalmen­ te calvo. Su cabeza se había quedado como una bola de billar.* No reanudamos el trabajo porque había hecho su análisis con un hombre. Yo realicé un examen somero de la historia. Él no quería hablar con una mujer. Tenía ya una madre demasiado marcada como «neutra», que limitaba la felicidad de vivir. Su padre era un buen hombre, amable pero sin autoridad, y no quería más que obrar bien. Necesitaba un hombre para hablar­ lo. Era una historia extraña. Está marcado todavía con una alo­ pecia de por vida. Con un sortilegio... El poder que el niño atribuye al adulto se puede delegar fá­ cilmente a los objetos de la naturaleza, pero también se puede imputar algo de él a objetos fetiches. Hay niños que tienen una tuerca, un perno mágico y es preciso que lo giren, que lo vean para que marche bien. Delegan en un objeto un sentido que, en realidad, viene de la pregunta: «¿Me ama de verdad mi padre?». «¿Va a ser bueno mi día o estoy sin saberlo en una situación que a mi padre no le gustaría?» Es como una conciencia del bien y del mal que se atribuye a alguien que la habría inscrito en un objeto. La paz del niño de­ pende de la manera en que respeta o no este objeto, que, en po­ sitivo, es un talismán protector y, en negativo, un amuleto in­ quietante. Los niños hacen esto fácilmente sin que nadie les haya hablado nunca de ello. Es algo que está inscrito en la na­ turaleza humana y que viene, sin duda alguna, de este retorno, sobre la persona del varón o sobre un objeto parcial, de una li­ bido activa que se separa de su objeto. 4 En francés, caillou («piedra») hace referencia también al cráneo calvo. (AT. del t.)

27 [F. D. - E. SJ Después de la pubertad, hay un desplazamiento de la región genital merced a la cual el varón ha llegado a este conflicto so­ bre su persona en sociedad; el muchacho acepta que su sexo no está hecho para el sexo de su madre o de sus hermanas, que tie­ ne que renunciar necesariamente a ellas. En este momento, se libera totalmente de una angustia que era insoportable y puede entonces, con la fuerza que constituía la fuerza eréctil en él, en su deseo, tener acceso a rivalizar con sus camaradas, que están marcados con la misma ley respecto a su padre y a su madre. Chicos o chicas entran así en un comportamiento social en que ellos mismos se hacen valorizar. El cuerpo propio se con­ vierte en el representante de un sexo sanamente castrado, es decir, su persona y su palabra se vuelven símbolos de su opción viril o femenina: palabra de hombre, palabra de mujer, palabra de ser humano. 28 [F. D. - E. S.] Con respecto al varón, en el momento de la pubertad, el lu­ gar de llamamiento de su deseo no es ya un objeto parcial; se trata de una persona que no atrae solamente a su objeto parcial (el pene), sino que, por ese detector que la erección es para una persona fuera de la familia, transmuta todas las fuerzas emo­ cionales, culturales y personológicas del varón y da un nuevo sentido a su vida: está enamorado por primera vez, con un fuer­ te deseo de compromiso. 29 [F. D. - J.-M. P.-L.] Es cierto que este conflicto normal, el Edipo, se vive de la manera más económica cuando el padre asume la autoridad castradora sobre el varón. Si no hay padre, el varón está obli­ gado a castrarse a sí mismo debido a sus pulsiones contradicto­ rias con respecto a las mujeres. 30 [F. D. -J.-M. P.-L.] La hipótesis que permitió a Freud todo el desarrollo de la simbología sexual tanto en las mujeres como en los hombres se ha visto, no obstante, invalidada por las investigaciones cientí­ ficas.

En efecto, ahora que se ha descubierto el sexo cromosómico y el sexo gonádico, todas las investigaciones biológicas prueban que basta con que las mujeres (o los hombres) que lo son de ma­ nera incompleta con motivo de una anomalía cromosómica o gonádica sean masculinas o femeninas por su apariencia, y que su educación haya ido en el sentido de su apariencia a los ojos de los demás, para que su libido, hasta en el inconsciente, esté marcada de deseo conforme a su apariencia genital. Los descubrimientos de la ciencia actual prueban que no es la determinación hormonal la responsable de la estructura de la personalidad; no es exclusivamente tampoco la apariencia so* .mática, fisiológica para los demás; es la determinación simbó­ lica de tal sujeto en su estructuración infantil en contacto con estos padres. Freud pasó de una hipótesis biologizante a una investiga­ ción en el nivel simbólico porque descubrió un método que se servía del lenguaje. Y, a consecuencia dé" este estudio, nos da­ mos cuenta de que lo que forma el ser humano es el lenguaje, y no el sustrato anatómico y orgánico. 31 [F. D .-E . S.J Freud pensaba que las mujeres luchaban por la igualdad de derechos cívicos con los hombres por desengaño sexual, mien­ tras que ahora sabemos que se trata, probablemente, de lo con­ trario. Se trata del peligro que representaba para los hombres la fuerza que hay en las mujeres; y los hombres tenían que lu­ char contra este peligro que no existía ya para ellos como exis­ tió antaño.13 32 [F .D .- E .- S .]

En la época patriarcal de la organización cívica, política de la familia, la mujer debía reprimir su sexualidad siempre que es­ taba bajo la férula parental. Eso no quiere decir en absoluto que se reprimiera inconscientemente, sino sólo conscientemente.

13. Véase F. Dolto, «L a condition féminine au regard de la psychanalyse*, Le feminin, op, cit.

33 [F. D. - E. S.] La moralidad «elástica» de las mujeres probaba, para Freud, que tenían un superyó poco sólido, que estaban sometidas al padre en la realidad, pero que no habían introyectado una ley, como la introyectan los varones por una castración endógena. Pienso que eso procede también de que muchos padres desea­ ban a sus hijas y de que ellas se daban perfecta cuenta de eso. Los padres lo mostraban bajo una forma de severidad, de pro­ hibición de ir hacia los varones porque estaban celosos. Las hi­ jas se daban perfecta cuenta de que su padre estaba enamorado de ellas y, en efecto, estaban menos estructuradas moralmente porque el padre era más perverso con ellas que con sus hijos varones. 34 [F. D. - E. S.] La histeria hace que las mujeres hagan alarde de comporta­ mientos que no se pueden ocultar: por ejemplo, un brazo para­ lizado, nó poder andar ya, no poder comer ya... Eso no tenía explicación. Al principio, se atacaba a las mu­ chachas, a las mujeres, para que abandonaran estos comporta­ mientos, pero se desplazaba de otro modo. Así, pues, era muy profundo. Freud comenzó a interesarse por la histeria después de ha­ ber visto a Charcot14 provocando una histeria particular: las mujeres tenían dificultades, tenían problemas, montones de perturbaciones y Charcot se ocupaba de ellas de manera que se volvían histéricas, en el sentido de la gran escena histérica, ig­ norando que ésa era, en realidad, la intención de Charcot, que se pusieran a amar. «Ocúpese de mí. Usted ve cómo sufro.» Los padecimientos eran muy variables y ellas se volvían histerizables. A Freud le había impresionado mucho ver cómo se repro­ ducían estas escenas, las mismas, ante Charcot y su pequeño grupo, que no esperaba sino eso. Charcot decía que todos los sufrimientos de las mujeres eran historias de alcoba. Lo afirmó bajo una forma edulcorada, me­ tafórica: «Todas las mujeres que vienen aquí, todas esas per­ 14. Freud siguió las lecciones de J.-M. Charcot en la Salpétriére desde oc­ tubre de 1885 hasta febrero de 1SS6.

turbaciones, si vamos hasta el final de su origen, son siempre historias de alcoba». Y, en ese momento, el joven Freud le pre­ guntó: «Pero, maestro Charcot, ¿por qué no lo dice usted?». El respondió a Freud: «Joven, si usted quiere ser despedazado por la sociedad y ser dado de baja de la medicina, no tiene más que decirlo». Entre los hombres, la histeria se utiliza en el ejército, en la política, en los juegos de influencia de los unos sobre l?>s otros. La histeria es un comportamiento que está hecho para mani­ pular al prójimo. Los desfiles militares son histeria, histerismo que, debido a que es social, se admite. Es histérico llevar un uniforme. Pero entre los hombres, no se daban cuenta de ello, mientras que la mujer no tenía más que su cuerpo para tratar de conseguir lo que se proponía, manipular el objeto de su de­ seo, para que le prestara atención. 35 fF. D. - E. S.J Las nodrizas estaban obligadas a amamantar ellas-mismas a sus hijos o, por lo contrario, a abandonarlos para ir a alimen­ tar a los hijos de otras. Pero no eran sus madres; eran personas mercenarias. Los niños, tanto las niñas como los varones, tenían como primer objeto de identificación alguien que no estaba pro­ hibido genéticamente y estaban obligados a hacer el duelo de este primer objeto, ya que, generalmente, se prescindía de la no­ driza. Al mismo tiempo, los había formado alguien que los ha­ bía erotizado, como todo bebé lo es por su nodriza, y que los había criado para ser rivales de su primer objeto de amor. Pero des­ pués de eso, todo se ponía en la represión y no se aunaba con el padre progenitor, ya que la nodriza no era su esposa. 36 [F. D . - E . S.) ■

Creo que la renuncia al primer objeto de identificación ha desempeñado un papel en el racismo de América, donde, preci­ samente, las nodrizas eran negras. Los servidores, con cuya fide­ lidad los padres contaban para que la casa funcionara bien, eran negros... Eran los primeros objetos que los niños amaban; las primeras músicas, los primeros olores, las primeras tactilida­ des corporales que habían erotizado (genítalmente también) a los niños venían de los negros... Lo vemos claramente en las pe­

lículas americanas antiguas: la gruesa nodriza negra era siem­ pre la buena nodriza para la vida, pero et muchacho no se ha­ bría acostado nunca con una negra, la muchacha no se habría casado nunca con un negro. Era absolutamente preciso que el niño renunciara a las personas que habían erotizado su infan­ cia, Esas personas se convertían en un peligro... Las mujeres negras, el carácter mixto de las relaciones, no era preciso ya que se tuviera algo en común con ellos cuando uno se hacía adulto. Me pregunto si el racismo no ha venido de eso. 37 [F. D. - E. S.] La experiencia muestra que el comienzo del análisis de una mujer se facilita aparentemente si el analista es un hombre, porque está más atento a una mujer. Igualmente, una anali­ zando tiene mayor confianza con un hombre, marcado con la prohibición de desvelar el secreto médico y percibido al mismo tiempo como sabedor, como una persona mayor con relación a ella y como un hombre, es decir, alguien que admite, a sus ojos, su feminidad. Pero, en realidad, en el curso del desarrollo de las sesiones, cuando la regla fundamental se aplica, ya no hay diferencias porque se trata únicamente de un método. Que sea un hombre marca una diferencia en el modo de resistencia, pero, ya que el trabajo es impedir las resistencias, el psicoanalista sabe que las resistencias, en la mujer, van a consistir en decir cosas con res­ pecto a la hostilidad que ella experimenta por lo que él siente, es decir, lo que hay de femenino en él. Para la paciente sucederá, al contrario, que el analista va­ rón no hace por ella lo que él dice para ayudarla: «Usted no comprende lo que quiero decirle. Sí, naturalmente. Usted es un hombre, no puede comprender». Y si el analista es una mujer: «Sí, usted comprende, pero us­ ted está celosa. No puedo hablarle de mi compañero, porque usted está celosa de él. Por eso dice usted que él no está hecho para mí». Lo importante (y eso es el método) es decir la verdad de las emociones que el analizando experimenta, no el hecho de que su analista sea un hombre o una mujer, ya que cada uno en­ cuentra sólo las historias que ha tenido cuando era pequeño, en

el momento en que se construyó entre los hombres y las muje­ res del comienzo de su vida. En psicoterapia, en la parte de las primeras entrevistas, las personas buscan un apoyo en el analista y el sexo de éste marca una diferencia. Pero cuando entramos verdaderamente en el análisis, es decir, en el trabajo que el analizando hace consigo mismo frente a sus resistencias, que hay que vencer, sea hombre o mujer, se desarrollan las mismas cosas, con otro revelador. Con los niños y loa adolescentes, la elección de un hombre o de una mujer hace ganar tiempo. Las adolescentes ganan tiem­ po haciendo el trabajo con una mujer porque no se esfuerzan por seducir al hombre. Asimismo, los varones ganan tiempo es­ tando con un hombre porque no buscan seducirlo, como harían con una mujer. 38 [F. D .-E . S.] Hay psicoanalistas varones que tienen muchas dificultades para sentir que su paciente está reaccionando con ellos como si fueran la madre o una mujer. No lo entienden de ningún modo y pueden impedir, durante mucho tiempo, al paciente que su­ pere ese período de su historia que vive con respecto a la madre, pero en una transferencia sobre un hombre. Me sucede a veces tener al teléfono a alguien (unhombre o una mujer) cuyo psicoanalista hace muy bien su trabajo, pero que piensa que lo que se revive en el paciente en ese momento tiene que ver con la persona del padre porque el analista es un hombre, y lo mismo si se trata de una paciente: «Ella me hace eso, como si yo fuera su padre». Y el análisis avanza difícilmen­ te. Si fuera verdad, el síntoma y los problemas desaparecerían. La paciente avanzaría, es decir, volvería más atrás en su histo­ ria. Puesto que el análisis avanza difícilmente, es que hay un error. ¿Dónde está? Algunas veces, basta simplemente con decir por teléfono: «Pero, puesto que usted me telefonea a mí, que soy una mujer, bien puede ser que todo lo que usted vive desde que está blo­ queado con su psicoanalista masculino sea quizá lo que usted habría querido decirle a una mujer. Dígaselo. Dígale: “No pue­ do hablarle ya a usted. He hablado con la señora Dolto y me ha dicho que lo que yo le decía era como si quisiera decirlo a una

mujer y que, diciéndoselo a usted, creo decirlo a un hombre. Quizás usted cree que yo lo digo a un hombre, pero usted no es un hombre para mí en este momento: ‘usted es mi madre”’». Y, en efecto, las cosas se desbloquean. Esto puede venir también de la idea que se hace el psicoa­ nalista. El papel del psicoanalista es molestar lo menos posible el trabajo del analizando. En realidad, ése es nuestro trabajo: molestar lo menos posible, pero molestamos siempre. No hace­ mos más que eso: molestar por nuestro saber, por nuestro no entender. Habría que conseguir estar totalmente disponible y saber siempre que el paciente tiene toda la razón. Aun cuando no comprendamos lo que dice y a quién lo dice, habría que sa­ ber en qué grupo de edad nos ha puesto, sin saberlo nunca con exactitud. 39 [F. D. - J.-M. R-L.] La teoría me ayuda a comprender, en el curso de un psicoa­ nálisis, los procesos de desbloqueo de la libido... La teorización me permite ver, por ejemplo, que es un niño el que pide una confirmación maternal generadora de narcisis­ mo de lo que acaba de experimentar. Mi actitud contratransferencial es, entonces, no permanecer pasiva, sino consentir a fin de que reciba lo que esperaba, a fin de superar ese momento que no habría superado sin mi actitud contratransferencial. Se trata del aspecto de encuentro, no pedagógico, sino rees­ tructurante en ciertos momentos clave que pienso haber capta­ do por mi teoría y que requieren una cierta actitud del otro hacia el niño para superarlos. Ésta es la diferencia entre el psicoaná­ lisis de niños y el psicoanálisis de adultos. Si bien no es una actitud contratransferencial directa, es una interpretación en relación, como por ejemplo: «No era fácil, cuando tenías 4 años, comprender que estaba bien ser un chico cuando no tenías ante ti más que a niñas, cuando mamá nunca te dijo que eras el ma­ yor de los varones, cuando no tenías un modelo ante ti, salvo a tu padre». Esta es una actitud que procede de la comprensión teórica de la identidad valorizadora del varón en su sexo mas­ culino, muy difícil de adquirir en un niño pequeño cuando los mayores son niñas y tiene, de manera muy natural, deseos de

identificarse con esos mayores desde la época en que no sabía si él era una niña o un varón. Es contratransferencial porque intervengo, en el sentido de que no solamente el niño ha hecho una transferencia sobre mí de una madre de la época de sus 4 años y yo le respondo algo re­ lacionado con la madre de sus 4 años, en mí, que le comprendo —dicho como si lo hubiera dicho su madre— , pero re situándo­ selo. Él hace una transferencia de tipo filial a una madre exte­ rior a su Edipo y, por mi parte, mi comprensión hace que yo le diga algo que su madre no pudo decirle... Yo contratransfiero ahí una actitud maternal hacia un varón. Puede tratarse, por ejemplo, de una joven que se sintió muy avergonzada de su sexualidad en el momento de sus reglas por­ que su madre no se las había anunciado y revive, hacia los 17, 18 años, una vergüenza de que pueda aparecer un defecto de su cuerpo, y que piensa que yo evalúo su falta. Puedo decirle: «Piensas que considero eso un defecto, como pensaste en la épo; ca de tus reglas que era una enfermedad porque tu madre no te había hablado de ello. Quiero decirte que la característica que parece humillarte en este momento es una característica de tu persona, que aporta a tu personalidad más riqueza que si no tu­ vieras lo que tú crees que es un defecto». Es contratransferencial, primero, si se trata de una niña que transfiere sobre mí una madre con un superyó que le prohíbe convertirse en una niña con sus características propias y es con­ tratransferencial en el sentido de que yo no la escucho como ana­ lista que se abstiene de transferir algo de orden maternal, por­ que sé que una muchacha que comienza a sentir su timidez tiene necesidad de que lo que ella dice a una mujer (que sabe que está en edad de ser madre) no se pierda en una escucha sin respues­ ta. Todo esto es necesario sobre todo entre las jóvenes, pero tam­ bién entre las mujeres adultas cuando reviven, en el análisis, períodos sumamente arcaicos. Por esta razón, he mezclado aquí la teoría y la transferencia, pues no creo que se pueda hacer una teoría del análisis sin que sea una teoría de la contr^transferen­ cia. Quizá los hombres sean capaces de hacer una teoría del aná­ lisis de manera abstracta, pero yo no creo que una mujer pueda hacer otra teoría del psicoanálisis que una teoría de la contra­ transferencia femenina en el análisis. Acaso sea porque las mu­

jeres no tienen el espíritu lógico y, probablemente, dada la ausen­ cia de la imagen fálica en su propio cuerpo, una regla absoluta les es imposible, dado que ninguna feminidad se puede compa­ rar a otra, mientras que un órgano fálico se puede comparar a otro, de lo que no se privan todos los varones entre ellos. Por tanto, tomo como válida la teoría que me ha ayudado a dar cuenta de los hechos hasta su fracaso en otro caso y sé que este criterio de validez, más que de valor, es discutible: se trata del hecho de que es siempre una teoría de la contratransferen­ cia de mi persona con su estructura, y no una teoría del análisis. Al menos, no lo pienso. Amenos que, al exponer esto, lo que yo voy a hacer en el curso de este trabajo, otros reconozcan que, en su desbloqueo libidinal, las pacientes siguen el mismo proceso que siguen conmigo. En ese momento, pues, se podrá decir que hay algo valioso en un sentido real en lo que he aportado. 40 [F. D.-J.-M . P.-L.J Mélanie Klein ha contribuido enormemente a «desfobiar» a los adultos ante los enfermos mentales porque les permite te­ ner una mediación lógica con su comportamiento. Pero me asom­ bra que no se haya ocupado más que de sus aspectos irritantes y que no los aborde tomando en consideración todos los armó­ nicos de la simbolización y de la ética que acompañan al en­ cuentro de amor y aj encuentro de alegría. En Mélanie Klein falta una dimensión estética y una ética de la alegría de vivir, pues ía alegría de vivir existe, como existe también la alegría de morir, que no es sino de agresión al prójimo. Ahora bien, en Mé­ lanie Klein, no se habla de una agresión retornada más que cuando se trata de pulsiones de muerte, por ejemplo, mientras que, para mí, las pulsiones de muerte se pueden sentir como un aliento del ser ético, que, por este motivo, puede renunciar a su corporeidad. No se da el caso siempre en las pulsiones que son un desvío de las pulsiones agresivas. Ahora bien, en Mélanie Klein, no lo he encontrado. 41 [F. D. - E. SJ El bebé come a mamá y hace suyo e l placer, digiriendo a ma­ má. Después, expulsa a mamá. Mamá es ñam-ñam y es m a d re de caca también. Mamá es las dos. Se trata siempre de un ciclo

con la madre interiorizada/exteriorizada desde el punto de vis­ ta sustancial, pero, desde el punto degista sutil, se trata siem­ pre de los sentimientos que acompañan, los cuales se perciben a través de las percepciones sensoriales finas, que son la mira_da, el olfato, los oídos... Este olfato atañe al objeto parcial ali­ mentario. «Mamá-alimenticia huele bien o no huele bien» y «Mamá-caca huele bien». Mamá puede decir: «Es una .buena ca­ ca» o «Es una mala caca», es decir, o la experiencia sentida bue­ na de la expulsión o la mala. Y el niño está ahí, en el canibalis­ mo envenenador o vigorizador. La expresión sutil, metafórica del canibalismo, es la introyección, porque el cuerpo canibaliza lo que el espíritu introyecta. La madre es alternativamente buena y mala, puesto que hay que expulsarla: se guarda de ella una parte, pero es preciso siempre tomar y dejar, aun cuando sea buena. 42 [F. D. - E. S.j Si el psicoanálisis ha cogido términos lingüísticos del cuerpo a cuerpo y de las satisfacciones de las necesidades es porque, en efecto, el deseo se construye a lo largo de esta vida de necesida­ des, que repite los procesos vitales. Pero la libido parece existir independientemente de los momentos de satisfacción de nece­ sidades. Por ejemplo, la zona erógena más sutil, que llamamos el corazón, puede ser independiente del estómago. Se dice «ten­ go náuseas»* hablando del estómago, pero también puede doler el corazón hablando del corazón: es el corazón de corazón, es de­ cir, la sensibilidad. Es cierto que la mezcla del deseo y de los lu­ gares de percepción que se han convertido en zonas erógenas con motivo de la satisfacción de las relaciones de objetos entre nosotros y los otros hace creer que la libido que se encuentra en la sensibilidad de un ser humano hacia el otro no es, en origen, independiente del cuerpo y de sus satisfacciones.. Yo creo que la libido es de otro orden. La libido se detiene, se teje al cuerpo, pero es del orden del lenguaje. Se informa del cuerpo, pero viniendo de otra parte. Y el amor es un armónico de la libido,15como diríamos de una cuer­ * En francés, f a i mal au caiur, «me duele el corazón». ([N d e l t.) 15. Véase el Diálogo preliminar, pág. 41.

da que da una nota fundamental y que tiene notas sucesivas se­ gún nos apoyemos en el lugar de nodo y de antinodo de la vi­ bración, y además está la nota más sutil que se pueda dar, la más elevada. Es un armónico: apenas se toca la cuerda, da una nota muy, muy elevada. 43 [F. D.-J.-M . P.-LJ En el asma y el eccema, por ejemplo, tenemos verdaderas simbolizaciones precocísimas de las pulsiones de muerte en­ frentándose a las pulsiones de vida en el encuentro con la ma­ dre de la época olfativa. Se trata de simbolizaciones, en tanto que es un lenguaje, pero es un lenguaje distinto al de la pala­ bra. Se ha simbolizado en el cuerpo y no puede suceder ya en el lenguaje, o sucede muy difícilmente, y ahí está todo nuestro trabajo... 43bia [F. D. - E. S.] Un estómago loco, una parte de intestino loca, una tiroides perturbada, etc. son neurosis de órgano o, a veces, psicosis de sistemas de órganos: el sistema circulatorio, la fatiga... En efec­ to, ahora el estudio de los casos psicosomáticos muestra que los problemas de relación que no se pueden expresar, porque eso es demasiado precoz, porque no hay palabras para decirlo, se vi­ ven por el cuerpo. El cuerpo está ya prendido en el lenguaje y el lenguaje hablado libera al cuerpo de lo que expresaba bajo la forma de disfuncionamiento o, por el contrario, bajo la forma de un funcionamiento muy bueno, diciendo que todo va bien en las relaciones precoces del niño. Lo vemos cuando el cuerpo «disfunciona» porque entonces es cuando comienza a alertar a los responsables de la vida del niño. 44 [F. D. - E. S.] Cuando se trata del cuerpo, del deseo, todo transcurre en lo sutil. Pero a menudo no tomamos en consideración su impor­ tancia y atacamos directamente lo sustancial, como, por ejem­ plo, en las investigaciones sobre el sistema nervioso que irriga el aparato genital masculino. En un caso de impotencia sexual que contaba un cirujano, un hombre había ido a consultarle con su esposa porque había dejado de tener erecciones y no podía

tener ya relaciones sexuales con ella. El cirujano propuso una vasectomía de la región, pero no pudo realizar la intervención, pues, durante la anestesia, hubo un accidente y el hombre mu­ rió. A la salida del sector quirúrgico, una mujer fue a ver al ciru­ jano a escondidas y le preguntó cómo sucedió. Era su amante... ¡Aquel hombre era impotente solamente con su mujer y el ciru­ jano le había propuesto hacerle una vasectomía! De la misma manera, procuramos realizar toda una reedu­ cación muscular motriz a los tartamudos que, cuando recitan versos escritos por otra persona, no tartamudean. Así pues, no es orgánico. Buscamos causas orgánicas en situaciones en las que descu­ brimos que la organicidad no funciona sin preguntarnos si pue­ de funcionar en otras situaciones psicológicas. Observando a ese hombre, el cirujano se convenció de que se trataba, en efec­ to, de un debilitamiento, con la edad, del funcionamiento eréctil local del pene, cuando se trataba de una situación erótica di­ ferente con su compañera de toda la vida a la que amaba, que era su legítima esposa. Pero lo había erotizado otra mujer, con quien la circulación funcionaba muy bien. Así pues, el cirujano decía siempre a sus alumnos: «Presten atención. No reciban nunca a un paciente con su esposa o a una paciente con su ma­ rido. Arréglenselas para verlos al uno sin el otro». Con los niños, es lo mismo. No hay que verlos delante de los padres, pues dicen lo que los padres quieren oír. No pueden ha­ cerlo de otra manera. Sin duda, este hombre debería haber acudido solo, pero de­ pendía demasiado de su relación de camaradería con su mujer. ¿A qué se debía que la cosa no marchara con ella, a la que él que­ ría proporcionar placer, y funcionara con la otra? La idea de ver al médico venía de él, mientras que la relación con su esposa no era negativa por éso; él se entendía muy bien con su mujer. En realidad, se trataba de otra cosa. Sucede precisamente que, en los articulados mentales y eróticos, lo que estimula las posibilidades del deseo psíquico localizado en las regiones geni­ tales no es «entenderse bien», sino que aveces es otra cosa com­ pletamente distinta. Es probable que este hombre deseara a su amante, pero no la amaba como amaba a su vieja compañera.

45 [F. D. - E. SJ Está el sexo aparente, los ovarios o los testículos, pero los es­ permatozoides o los óvulos pueden tener una anomalía cromo* sómica. El sexo cromosómico es la parte que va a formar el sexo como gónada, es decir, como órgano genital... Se trata de una célula gemela de la que va a dar el soma y que va a dar el sexo en sí mismo. Hay mujeres que tienen un cuerpo de hombre... Conocí a una que no tenía vagina: tenía un clítoris un poco grueso, labios cerrados como un escroto y testículos no desarrollados, unos testículos muy pequeños. Tenía un cuerpo que no era ni mascu­ lino ni femenino. Era neutra, pero, no obstante, tenía una sen­ sibilidad de mujer: era maternal, deseaba ser mujer. Se casó con ella un hombre que sabía que no era posible penetrarla, puesto que no tenía vagina; él sabía que su esposa nunca sería madre y adoptaron hijos. Son deficiencias, anomalías que no impiden vivir, que no im­ piden tener corazón, sensibilidad, lenguaje, pero que no permi­ ten, desde el punto de vista sexual, la existencia de los órganos que aseguran la reproducción. Hay mujeres que tienen testículos en el interior de su cuerpo —no testículos visibles— en lugar de tener ovarios. Viendo a al­ gunas mujeres que no tienen hijos, podemos estudiar cómo es­ tán hechos sus ovarios y nos damos cuenta de que son testículos. Es una enfermedad debida al sexo cromosómico. Y, sin embargo, la parte que ha dado el soma da un soma de mujer y la parte que debe dar la gónada da gónadas no-desarrolladas, mal fabrica­ das. Pero, en realidad, eso no es tan importante. Lo que importa mucho más es el lenguaje, la relación entre los seres.

1. D E S A R R O L L O D E L A L IB ID O D E S D E E L N A C IM IE N T O H A ST A L A VEJEZ L a gestación

46 [F. D. - J.-M. P.-L.] En este capítulo, he querido hacer alusión a esos fetos que se desarrollan mal y que nacen con carencias que se han preparado

en la vida fetal, en un momento en que, mientras que su cuerpo seguía el proceso habitual de todo feto humano, ellos han sido alcanzados simbólicamente por los afectos de la madre. Las tra­ ducciones biológicas parecen ser el efecto simbólico de la rela­ ción emocional de la madre con su entorno y con su hijo. 47 [F .D .-E . S.] Se puede tomar el ejemplo de una niña que está en la incu­ badora, separada de su madre, después de salir del útero, pero .que no está puesta en el seno de la madre. Encontramos estas cosas en el análisis de los niños o de los adultos que pueden re­ vivir este período de su vida. Y eso cuenta, ya que, precisamen­ te, esta separación de la madre y del bebé constituye el funda­ mento del odio y los verdugos de niños. Nos hemos dado cuenta de que las madres que se convertían en verdugos de niños y los niños que procuraban ser agredidos, que provocan la agresión de cualquier adulto sobre ellos, son ni­ ños a los que se ha separado brutalmente del seno materno y se ha puesto en la incubadora, sin relaciones afectivas, y que, pa­ ra sobrevivir, tienen necesidad de que no haya relaciones afec­ tivas positivas. Así pues, provocan relaciones de rechazo para sentirse vivos. Se trata siempre de esta repetición de lo que dio vida: hay que encontrarlo de nuevo después. Es presádico, es decir, antes de la época del nacimiento. Son niños a los que se ceba, puesto que son incapaces de tragar y de mamar. ¿Qué pasa en la época en que los ceban? Alguien mer­ cenario hace sobrevivir a un niño por deseo de la ciencia, A me­ nudo, la madre misma ni siquiera lo desea: «¡Hacer de ella una deficiente toda la vida! Preferiría que la dejaran morir». -En efecto, es el caso de algunos prematuros, cuya relación con la madre no se ha establecido. Cuando se los entregan, pa­ ra esos niños, no es la madre: es una persona extraña. Los hay que, entonces, se injertan en esa madre, pero guardan, de todas maneras, lo que han vivido anteriormente, que, acaso, resurgi­ rá en un análisis. Me piden a menudo que dé mi consejo sobre los fetos que cre­ cen en el útero de las madres portadoras. ¡Vaya! Mientras no hayamos hecho el análisis de alguien que haya sufrido y que, al hacer un análisis por eso, pueda revivir el período del útero por­

tador, no sabremos nada de ello... El análisis viene después. No podemos adivinar. Lo mismo sucede para los casos de nacimiento prematuro. No sabemos nada de eso. Podemos saber algo estudiando, por el análisis, a la mujer que siempre ha tenido embarazos así. Por el análisis, comprendemos, por ejemplo, que le estaba prohibi­ do gestar hasta los nueve meses porque su madre había tenido un accidente grave o había vivido una emoción muy fuerte cuando ella tenía 6 o 7 meses, y habría querido ayudar a su ma­ dre. El bebé de_esta mujer revive esa situación, queriendo salir para decirle a ella lo que ella no pudo decirle a su madre a los 7 meses. A propósito de ese corte de afecto del que acabo de hablar pa­ ra ios prematuros, es preciso decir, sin embargo, que ahora se evita. La madre viene todos los días y da su leche al niño, no a la guardería infantil (hubo un tiempo en que se ponía todas las leches maternales juntas y se daba la leche al niño sin saber si era la de su madre). Ahora sabemos que es preciso dar al niño la leche de su madre, pues tiene ya un olor y un sabor que él re­ conocerá cuando la encuentre después. Y además, la madre vie­ ne y está ahí, incluso a través de la incubadora y del cristal; es­ tá ahí con él, le habla, entra en contacto y, aun cuando él no la oiga bien, tiene una intuición de la relación que se establece. Se trata de algo que, a menudo, resulta muy difícil de sopor­ tar en los servicios de bebés prematuros. A las enfermeras no les gusta la presencia de la madre cuando el jefe de servicio, que les dice lo importante que es, no las prepara largamente. Ahora se permite, incluso, a una madre manipular a su hijo en la incubadora, mientras que antes eso no era posible. Ella era la extraña. Ni siquiera llegaba a ver a su hijo antes de que se lo dieran uno, dos o tres meses después. 48 [F. D. - J.-M. P.-L.] Llamo «infraestructura imaginaria» a todo lo que, en la rela­ ción madre-hijo (en el curso de la alimentación del cuerpo del lactante), contribuye a que las emociones se somaticen al mismo tiempo que el cuerpo se desarrolla. Las emociones de la relación madre-hijo contribuyen a la somatización, no en enfermedad, sino somatización en sentido propio: el cuerpo hace presentes

las emociones que ha recibido. Las emociones lo tejen de carne y de afectos que no se podrán expresar más que en la involución y el destejido de la muerte. No hay nada del cuerpo del niño que se constituya como si fuera un mamífero. T
View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF