Doctrina Social de La Iglesia Una Sintesis Para Todos

April 21, 2017 | Author: Fernando Rueda | Category: N/A
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Doctrina Social de La Iglesia Una Sintesis Para Todos...

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Primo Corbelli

Doctrina Social de la

Iglesia

Una síntesis para todos Segunda edición actualizada y ampliada

Editorial Claretiana

Corbelli, Primo Doctrina social de la iglesia : una síntesis para todos . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Claretiana, 2014. (El centinela) E-Book. ISBN 978-950-512-266-0 1. Doctrina Social. I. Título CDD 261

Apertura de Colección: Verónica G. Ferraro

Todos los derechos reservados Queda hecho el depósito que ordena la ley 11.723 Impreso en la Argentina Printed in Argentina © Editorial Claretiana, 2009

EDITORIAL CLARETIANA Lima 1360 – C1138ACD – Buenos Aires República Argentina Tel: 4305-9510/9597 – Fax: 4305-6552 E-mail: [email protected] www.editorialclaretiana.com

Presentación

El padre León Dehon, cuya causa de beatificación se promueve en Roma y que fue en Francia un gran apóstol de la Rerum Novarum, la encíclica social de León XIII, escribió en 1894, junto a otros colaboradores, el primer compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que se conozca, un Manual social cristiano para los seminarios y las escuelas católicas. La obra tuvo cinco ediciones y fue traducida a varios idiomas. Pero su preocupación de ir al pueblo y traducir esa doctrina de forma cada vez más asequible, para llegar a las parroquias y a los laicos en general, lo llevó cuatro años más tarde a escribir un Catecismo Social en forma de preguntas y respuestas. Casi cien años después, frente a un panorama que en muchos aspectos sigue siendo parecido, se advierte un enorme vacío de formación social en los laicos de nuestras parroquias, para los cuales la Doctrina Social de la Iglesia es poco menos que “idioma chino” y, muy raras veces, constituye materia de predicación y catequesis. 3

Decía muy acertadamente el Documento de Santo Domingo: “La dedicación de muchos laicos de manera preferente a tareas intraeclesiales y una deficiente formación social nos privan de dar respuestas eficaces a los desafíos actuales de la sociedad. Como consecuencia, el mundo del trabajo, de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la literatura y de los medios de comunicación social no son guiados por criterios evangélicos” (96) [...] “Por otra parte, se comprueba también que los laicos no son siempre debidamente acompañados por los pastores en el descubrimiento y maduración de su propia vocación social. Se nota la persistencia de cierta mentalidad clerical en numerosos agentes pastorales: sacerdotes y laicos”. Los numerosos y voluminosos libros que se han escrito, las semanas de estudio y las sofisticadas conferencias que se han llevado a cabo, no llegan al común de la gente y a los agentes pastorales de nuestras parroquias y colegios. Este pequeño esfuerzo quiere ser un homenaje al padre León Dehon y al querido amigo y maestro monseñor Gerardo Farrell, gran apóstol de la Doctrina Social de la Iglesia que, en momentos de prueba y sufrimiento, faltando pocos días para su desenlace, quiso prologar cordialmente estas páginas. El presente trabajo no tiene pretensiones; simplemente quiere ser un “abc” de la Doctrina Social que permita desarrollar algún encuentro o curso destinado a los laicos, especialmente a los jóvenes, en parroquias, colegios, casas religiosas o seminarios. En la encíclica social del papa Benedicto XVI, Caritas in Veritate, se afirma: “La Doctrina Social de la Iglesia ilumina con la misma luz los problemas sociales siempre nuevos que van surgiendo ya que ella tiene un carácter permanente y a la vez histórico” (12). Padre Primo Corbelli, dehoniano 4

Prólogo

Conozco al padre Primo Corbelli desde que, juntos, a partir de 1967, difundimos en un barrio del conurbano la encíclica de Pablo VI Populorum Progressio. Ya entonces lo movía la tradición y el carisma del fundador de su Congregación, el padre León Dehon, que, entre otras líneas pastorales, se preocupó por difundir la encíclica Rerum Novarum, de León XIII. Desde entonces, cuando salía un nuevo documento del Magisterio Social, sea pontificio o latinoamericano, se entusiasmaba en hacer una versión que llegara a todos, aun a los menos instruidos. Son muchos los folletos que, a modo de historietas, publicó. Hoy nos presenta esta breve síntesis de la Doctrina Social, un completo compendio que servirá de texto en tantos cursos de formación catequística y aun para una primera introducción en los seminarios de formación sacerdotal. La falta de conocimiento de los principios de esta doctrina lleva a que nuestros laicos, y muchas veces los sacerdotes también, juzguen 5

la realidad social con las ideas de economistas, ideólogos y hasta por la opinión de los medios de comunicación social. Rerum Novarum fue la primera que planteó la necesidad de que el Estado sea un “Estado social”. Con sus principios de solidaridad y subsidiaridad, propuso un Estado social no totalitario, a diferencia de los diversos proyectos que se ensayaron en el siglo XX, pero excluyendo también un modelo de Estado asistencialista o populista. Hoy, que el Estado nacional ha perdido todo poder sobre la economía y sólo tiene como tarea en ese campo ser el representante del mundo financiero y de las grandes instituciones internacionales de las finanzas (como para que el país “no saque los pies fuera del plato” en la dimensión macroeconómica), la historia le da la razón al papa León XIII. Sin embargo, todas las consecuencias sociales caen sobre las espaldas del Estado nacional, que debe actuar de “bombero” y recibir alguna limosna de organismos mundiales para paliar la creación de la pobreza que produce el sistema económico internacional. El Estado nacional se ha vuelto necesariamente un “Estado social” en el que la creación de la riqueza está subordinada a la dimensión económica internacional. Hoy más que nunca los cristianos debemos tener claros los principios sociales que el Magisterio deduce del mensaje evangélico. Todo bautizado está llamado a ser testigo de la Palabra de Dios y a trabajar por la construcción del Reino en el mundo de manera integral, es decir, asumiendo todas las consecuencias concretas de su fe en Cristo y el Evangelio. En este sentido, el papa Juan Pablo II, en una ciclópea tarea, impulsa e ilumina el establecimiento de un nuevo orden mundial, que preserve la dignidad de cada hombre y en el que se integre preferencialmente a los más pobres, a los excluidos. 6

Me alegra que el padre Primo siga en su camino de difusor popular de la Doctrina Social de la Iglesia. Le agradezco este libro, que espero motive a muchas diócesis a una mayor difusión del Magisterio social entre sus sacerdotes y laicos, para que sean los verdaderos principios sociales evangélicos los criterios con que juzguen la realidad social. Gerardo T. Farrell Obispo coadjutor de Quilmes

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I. ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia?

Se suele pensar que la Doctrina o enseñanza Social de la Iglesia se identifica con la doctrina de los papas del siglo XX sobre temas sociales y de economía. En realidad, en sentido amplio, la Doctrina Social se refiere al mensaje social del Evangelio y a las enseñanzas y orientaciones de la Iglesia a lo largo de su historia en el campo social. En un sentido más estricto, tradicionalmente se refiere al Magisterio oficial de la Iglesia, a partir de la carta encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891) hasta la Caritas in Veritate de Benedicto XVI, pasando por el concilio Vaticano II con la Constitución Pastoral Gaudium et Spes y el aporte de los pastores de toda la Iglesia. La Doctrina Social en este último sentido nació por los problemas vinculados con la revolución industrial y la llamada “cuestión social”. Se amplió después a las relaciones norte‑sur del mundo, al desarrollo, a la ecología, a la guerra y a la paz. De las ciencias sociales, extrae elementos de conocimiento de la realidad y de la Palabra de Dios, criterios y orientaciones que se funda9

mentan en un concepto trascendente de la persona y de la sociedad. Se trata, en definitiva, de “principios de reflexión, normas de juicios y directrices de acción” (Octogesima Adveniens, 4) que buscan iluminar y transformar la realidad según el proyecto del Reino de Dios. La Iglesia busca inspiración para eso en la Biblia, muy especialmente en el Evangelio de Jesús y en los padres de la Iglesia (san Ambrosio, san Juan Crisóstomo, san Basilio, san Agustín, etc.), que tuvieron una permanente preocupación por la justicia y los pobres. Los principales documentos sociales de los Papas son las encíclicas: Rerum Novarum, de León XIII (1891); Quadragesimo Anno, de Pío XI (1931); Mater et Magistra, de Juan XXIII (1961); Pacem in Terris, de Juan XXIII (1963); Populorum Progressio, de Pablo VI (1967); Octogesima Adveniens, de Pablo VI (1971); Laborem Exercens, de Juan Pablo II (1981); Sollicitudo Rei Socialis, de Juan Pablo II (1987); Centesimus Annus, de Juan Pablo II (1991); Caritas in Veritate, de Benedicto XVI (2009). En 2004 el Pontificio Consejo de Justicia y Paz publicó un Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

. ¿Cómo surgió

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la Doctrina Social de la Iglesia?

Con León XIII y su encíclica Rerum Novarum (De las cosas nuevas), la Iglesia –en el contexto del capitalismo emergente– empezó a producir una enseñanza sistemática y específica sobre los temas sociales. Se la llama Doctrina o cuerpo doctrinal sólo en cuanto a los principios y valores permanentes que ella defiende; por lo demás, la respuesta de la Iglesia a las realidades cambiantes de cada época evoluciona constantemente. Los principios permanentes que están en la base de la Doctrina Social son la dignidad y la centralidad de 10

la persona humana, la búsqueda del bien común, la solidaridad, la subsidiaridad en la vida social, el destino universal de los bienes, la opción preferencial por los pobres. La Doctrina Social es teología y propone una reflexión sobre el designio de Dios acerca de las cosas humanas; no propone soluciones técnicas para la economía o proyectos políticos concretos, sino que denuncia (a la manera de los profetas) las situaciones injustas y de pecado, anuncia principios de reflexión y criterios de juicio a la luz del Evangelio, y convoca al compromiso para un cambio profundo y estructural de la sociedad, en la línea del proyecto de Dios, con directrices de acción. La implementación de propuestas concretas y técnicas corresponde a los laicos que, a partir de dichas orientaciones, deben capacitarse y profesionalizarse en vista de la acción directa. Por tal motivo, se prefirió hablar después del Concilio de enseñanza o pensamiento social de la Iglesia, lo que suponía una mayor participación de parte de las comunidades cristianas, un análisis más inductivo de la realidad y una apertura permanente a los signos de los tiempos. Además, antes del Concilio, la Doctrina Social reflejaba una teología y un modelo distinto de Iglesia con un método de análisis deductivo y un objetivo que era volver a reconstruir la sociedad cristiana de los tiempos de cristiandad. Después de las oportunas aclaraciones hechas por el papa Juan Pablo II en este sentido, se siguió hablando de Doctrina Social.

| La aparición del capitalismo A partir del 1800, cuando la máquina en Europa reemplazó a la herramienta, y la fábrica, al taller artesanal, y los grandes descubrimientos científicos de la época fueron aplicados a la industria, se produjo la llamada revolución industrial y con ella surgió la cuestión social. La máquina permitía una pro‑ ducción más rápida, en gran escala, más eficiente y de menor costo.

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Hubiera podido contribuir a una mayor felicidad y bienestar de los traba‑ jadores. Sin embargo, los dueños de las máquinas y de las fábricas se fueron organizando como una pequeña clase dominante (la burguesía) con una mentalidad de ganancia egoísta y una ambición desmedida, que los llevó a adueñarse hasta del poder político. Los patrones consideraban el trabajo una mercancía que trataban de com‑ prar lo más barato posible, y a los trabajadores, como si fueran máquinas. El trabajo llegó a ser brutal e inhumano, con salarios de hambre, jornadas de catorce a dieciséis horas y explotación de niños y mujeres. Por el pro‑ greso del maquinismo, sobrevino la desocupación y con ella el hambre y la miseria. El resultado fue el surgimiento de unos pocos enriquecidos de golpe y una mayoría explotada y más empobrecida. Los gobiernos liberales, aliados con la burguesía industrial, sometieron a los trabajadores a la prohibición de aso‑ ciarse legalmente, y estos quedaron indefensos. Sin embargo, organizaron su lucha de forma clandestina hasta organizarse en sindicatos (Trade Unions en Inglaterra). Su precursor fue un obrero católico irlandés, John Doherty. Los sindicatos y el movimiento obrero surgieron así de los mismos trabajadores.

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. La Iglesia

y la cuestión social

Frente al capitalismo explotador y a la violencia desatada por el marxismo, los pastores de la Iglesia se encontraron perplejos y divididos; hubo iniciativas valientes, pero dispersas. A fines de 1848, año del Manifiesto Comunista, desde el púlpito de la catedral de Maguncia (Alemania), el futuro obispo católico Ketteler exclamaba: “La falsa teoría del derecho absoluto de propiedad es un crimen, porque llama justicia al robo organizado. Del falso derecho de propiedad ha nacido la falsa teoría del comunismo”. Lentamente, frente a una mayoría católica conservadora que, defendiendo el “orden establecido”, 12

se conformaba con predicar a los ricos la limosna y a los pobres la paciencia, fue surgiendo en toda Europa el Movimiento Social Cristiano. Este denunciaba los abusos del capitalismo, defendía la función social de la propiedad privada, la subordinación de la economía a los principios morales, la intervención del Estado en vista del bien común, una legislación laboral, salario justo, sindicatos libres. El 15 de mayo de 1881, se publicó la famosa carta encíclica de León XIII, Rerum Novarum, que provocó un profundo impacto en el mundo católico. En ella se denunciaba cómo “un número muy pequeño de opulentos y excesivamente ricos había impuesto sobre la multitud de los proletarios un yugo casi de esclavos”. El Papa recoge aquí y hace suyos el pensamiento y la experiencia de casi cincuenta años de los católicos sociales, distanciándose, al mismo tiempo, tanto del capitalismo como del marxismo. A esta encíclica fundamental siguió, cuarenta años después, la Quadragesimo Anno, de Pío XI (1931), de similar impacto; la Iglesia, que en un primer momento consideraba perdida la clase obrera, volvió a ser factor de avanzada y de esperanza para el mundo del trabajo.

| El marxismo y la lucha de clases Mientras los obreros luchaban por los contratos colectivos de trabajo, por la jornada de ocho horas, por un salario mínimo obligatorio, etcétera, tam‑ bién surgia una vigorosa corriente de pensamiento y acción en favor de una sociedad más justa. Se cuestionaba a la sociedad liberal capitalista y se proponía en su reemplazo una sociedad socialista, conjugando la lucha sindical y política. Surgieron diversas corrientes socialistas: unas, refor‑ mistas, que perseguían cambios democráticos; y otras, revolucionarias, que perseguían el cambio a través de un partido internacional y por medio de una revolución violenta. En definitiva, quienes capitalizaron todos estos intentos de socialismo fueron el filósofo y economista alemán Carlos Marx (1820‑1883) y su movimiento, partiendo de su libro básico: El Capital.

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A comienzos de 1848, surgió el Manifiesto Comunista, de Carlos Marx y Federico Engels, que proclamaba: “Proletarios de todo el mundo, únanse; no tienen otra cosa que perder sino sus propias cadenas”. En el Manifiesto, se subrayan tres puntos claves: la lucha de clases como motor de la historia, el partido revolucionario único como Movimiento de los Trabajadores, y el internacionalismo obrero. Fueron justamente los parti‑ darios de la revolución violenta los que llevaron a cabo las ideas de Marx y concretaron un nuevo modelo político de sociedad. Vladimir Lenin creó en Rusia, en 1917, la primera República Socialista. La instauración violenta del comunismo fue el inicio de un Gobierno único, que pronto se volvió dictatorial (José Stalin) y antirreligioso, fundando el odio de clases y la hegemonía absoluta del Estado.

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. La Doctrina Social

y la Teología Moral

El papa Juan Pablo II dijo claramente, en la carta Sollicitudo Rei Socialis (La preocupación social, 1987), que la enseñanza y difusión de esta Doctrina forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (44) y, en Centesimus Annus (A los cien años, 1991), aclaró de manera definitiva que ella no es una materia optativa, sino que forma parte de la teología moral (55). Se trata de moral (o ética) social. La moral cristiana es la que nos dice cómo se debe actuar según las circunstancias en que se vive. A diferencia de la moral personal, la moral social se propone la reflexión crítica sobre las estructuras sociales existentes y la acción colectiva encaminada a la reforma o al cambio de esas estructuras, siempre teniendo en cuenta que la moral cristiana busca, antes que nada, el cambio del corazón y de la mentalidad. La Doctrina Social no es una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo, y, en el plano político, no pertenece al centro entre derecha e izquierda. Tampoco es una ideología; pertenece al ámbito de 14

la teología, que es un discurso sobre Dios y sobre el proyecto de Dios para la humanidad. Por lo tanto no incluye tan solo el magisterio de los pastores, sino también el aporte de los teólogos y de las comunidades cristianas. No existe ningún modelo concreto de sociedad o programa político que, como cristianos, debamos aceptar todos en nombre de nuestra fe (por más que se autocalifique cristiano). Más allá de las diversas creencias que, a lo largo de los siglos, han sostenido la existencia de un reino espiritual separado y distinto de los asuntos humanos, aunque relacionado con ellos, nosotros creemos que el Reino de Dios se realiza ya en la historia; que es uno solo y no puede quedar limitado a los pequeños espacios (el individuo y la familia), sino que debe llegar a transformar la sociedad entera. Los obispos latinoamericanos afirman claramente en Puebla: “La Iglesia critica a quienes tienden a reducir el­espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político” (515).

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. La Doctrina Social de la Iglesia: ¿vale para todos los cristianos?

La Doctrina Social está dirigida a todos los cristianos porque es un elemento integrante de la misión profética de toda la Iglesia. La misma ha de impregnar toda la pastoral y llevar a la acción, es decir, a la transformación de la sociedad. El proyecto de Dios es una sociedad justa, solidaria y fraterna. La teología de la liberación ha sido de gran ayuda para que la Doctrina Social descubriera sus fundamentos bíblicos y, a la vez, apuntara a un enfoque liberador, es decir, a los cambios estructurales de la sociedad, denunciando lo que el papa Juan Pablo II llamaba mecanismos perversos o estructuras de pecado. La Doctrina Social no está reservada a los círculos restringidos 15

de los que trabajan en pastoral social o pastoral obrera, en el tercer mundo o en el voluntariado. Dice la Introducción al Sínodo Mundial de Obispos de 1971, en su apartado “La justicia en el mundo”: “La acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presentan claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, conforme a la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresiva”. Ya el papa Juan XXIII, en su encíclica Mater et Magistra (Madre y Maestra, 1961), y mucho después Juan Pablo II en sus cartas, exhortaban a enseñar Doctrina Social de la Iglesia como disciplina obligatoria en los colegios y seminarios, en la catequesis de las parroquias y asociaciones apostólicas de seglares, medios de comunicación, etcétera (cf. 223). Justamente desde la Mater et Magistra y el concilio Vaticano II, la Doctrina Social comenzó a popularizarse más, a partir de la realidad y de la lectura de los signos de los tiempos (método inductivo del ver, juzgar y actuar) con la participación creciente de las comunidades cristianas y los laicos comprometidos en lo temporal. Así pedía Pablo VI en la carta Octogesima Adveniens (A los 80 años de la Rerum Novarum, 1971). A la vez que se afirmaba más profundamente en la Palabra de Dios, la Doctrina Social también se iba comprometiendo cada vez más, en buena parte por el influjo de la teología de la liberación, como doctrina para la acción.

. ¿Acaso la Iglesia no se preocupó siempre

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por la cuestión social?

Muchos cristianos no ven la necesidad de capacitarse en la Doctrina Social para enfrentar adecuadamente las realidades sociales de hoy y siguen conformándose con la beneficencia y la limosna. Y pre16

guntan: ¿Acaso la Iglesia no ayudó siempre a los pobres? Es verdad, siempre la Iglesia ha desarrollado una importante acción asistencial no sólo en forma individual, sino organizada. En este campo, se adelantó al Estado y, durante siglos, el analfabetismo, la enfermedad, la pobreza y la marginación contaron con la exclusiva presencia de la Iglesia. Pero esta ayudó, en general, a los pobres gracias a las donaciones de los ricos; a los ricos se les pedía la limosna y a los pobres, la resignación. La Iglesia -como institución- estuvo por mucho tiempo ligada a los poderosos y no les criticaba sus privilegios y abusos; no cuestionaba las causas de la pobreza ni el orden socioeconómico en cuanto tal, aunque de su seno surgieran las denuncias y el testimonio profético de muchos santos. Esto se comenzó a hacer oficialmente con la Doctrina Social. Fue la pobreza inmerecida (León XIII) y progresiva del proletariado industrial la que movió a la Iglesia a una reflexión profunda y a la decisión de ir al Pueblo (León XIII) superando el asistencialismo y las obras de caridad. Antes había pobres; con el capitalismo, comenzó a haber una fábrica de pobres. Estos aumentaron drásticamente hasta conformar la clase obrera. Ellos no pedían beneficencia, pedían justicia (un salario justo, condiciones de trabajo dignas, etc.). La Doctrina Social, sin renegar de los servicios asistenciales que se les deben a los pobres en caso de urgencia, comenzó desde entonces a exigir y a predicar, en primer término, la justicia.

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. Justicia

y promoción humana

La Iglesia comenzó a percibir que la inmensa mayoría de los problemas sociales no son algo natural o fruto de la casualidad, sino el 17

resultado de estructuras injustas (normas, leyes, organizaciones, sistemas...) que pueden ser cambiadas. Hay sistemas de gobierno, de propiedad, de producción, de comercio, intrínsecamente perversos porque sus mecanismos generan esclavitud, desigualdad, miseria. Se comienza a admitir que no basta tratar de solucionar los efectos, sino que hay que llegar a descubrir y erradicar las causas de la miseria. Y esto en distintos niveles. La asistencia es importante (el hambre no puede esperar), pero es imprescindible promover a las personas para que el asistido colabore y pase a ser sujeto de su propio desarrollo (no sólo hay que dar pescado; hay que enseñar a pescar). Esta concientización de las personas debe ir acompañada, además, por el cambio de las estructuras. Los niveles asistencial, promocional y político deben estar interrelacionados. Y, a tal fin, hay que superar las actitudes puramente asistencialistas o paternalistas que crean dependencia y no ayudan a crecer. En el campo asistencial, hay que superar el concepto de beneficencia o limosna, que depende exclusivamente de la voluntad de uno y de la pasividad del otro. Lo asistencial no obedece al concepto de dádiva, sino de deberes y derechos. Hay una obligación grave del Estado y de la sociedad de atender a los marginados, pero buscando su autopromoción para no caer en el asistencialismo. Hay paternalismo cuando se les da todo en bandeja a las personas, protegiéndolas en exceso y no sabiendo exigirles lo que ellas mismas han de exigirse. En la base del paternalismo, hay una falta de confianza en las personas o un deseo inconsciente de dominio sobre ellas. La promoción se da cuando, ofreciendo un mínimo de posibilidades, se hace a los demás capaces de valerse por sí mismos; es capacitación laboral, educación, organización. Lo asistencial debe extenderse tan solo el tiempo necesario para después apuntar a lo otro.

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. Justicia

y caridad

La palabra caridad (del latín caritas = amor) está hoy desgastada y desprestigiada. Se la confunde con la limosna y la beneficencia. Ya en el siglo XIX, en la Iglesia se comenzó a hablar de catolicismo social y de lucha por la justicia. “Los obreros quieren justicia, no caridad, y tienen razón” (P. León Dehon). La misma organización no gubernamental de la Iglesia, Cáritas, si bien está dedicada a la asistencia de las necesidades primarias, no debería estar disociada de la promoción humana y de las reivindicaciones políticas. La Iglesia lucha por una igualdad de oportunidades en lo que hace a los derechos fundamentales de las personas. La justicia precede a la caridad y hay que cumplir, antes que nada, con las obligaciones de justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia. La caridad es un amor desinteresado, teologal y fraterno hacia el hermano, que va mucho más allá de la simple ayuda asistencial y aun de la misma justicia; a esta la complementa, sin sustituirla. La justicia, sin caridad, es incompleta y mantiene las distancias; sólo la caridad propicia el diálogo, la amistad, el perdón y la reconciliación. Pero la caridad sin justicia es hipocresía y falsedad; la primera manera de amar al prójimo es reconocer y respetar los derechos de cada persona. La caridad es la plenitud de la justicia. No hay que sacrificar la calidad del amor hacia la persona concreta, por la eficiencia o la burocracia. Aun dentro de la sociedad mejor organizada, existe un cuarto mundo (ancianos, niños de la calle, minusválidos, drogadictos, mendigos, etc.) que siempre necesitará del testimonio cristiano del amor fraterno. La caridad, por lo tanto, no se opone a la justicia. Así como hay una caridad individual, también hay una caridad política o indirecta cuando, por ejemplo, se lucha por un sistema de pensiones públicas, por leyes que favorezcan a los emigrantes o a las empleadas de hogar, presionando a los gobernantes por 19

leyes más justas, por la creación de empleos, etcétera. Se ha dicho que la cultura católica presta más atención a la asistencia que a la defensa de los derechos humanos, de la justicia, del bien común. El católico ha de convencerse de que es más importante el trabajo profesional bien hecho y la honestidad en los cargos públicos, que el voluntariado. Es más importante el respeto de la legalidad (por ejemplo, pagar los impuestos) y el compromiso político para el bien común, que hacer donaciones a instituciones de beneficencia. A veces, también el diagnóstico de los pastores se reduce a un cuestionamiento moral de las personas, sin denunciar gravísimos pecados sociales, como la fuga de capitales, la evasión impositiva, la concentración abusiva de la riqueza, la destrucción del medio ambiente, etcétera.

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. No solo ayudar a los pobres, sino acabar con la pobreza

Hay tres frentes de lucha simultáneos y necesarios en la acción social de la Iglesia: la asistencia, la promoción, el cambio estructural. También la asistencia o beneficencia puede ser necesaria siempre que no fomente la mendicidad y sea canalizada a través de instituciones serias. La limosna directa al que se presenta como mendigo tiene un riesgo mucho mayor de caer en manos de los que no la merecen. Ya decía san Vicente de Paul: “No hay que asistir más que a aquellos que no pueden trabajar ni buscar su sustento; las limosnas no son para los que pueden trabajar, sino para los enfermos, huérfanos y ancianos”. En el pasado, la Iglesia luchó por lo promocional, pero demoró al tratar de denunciar las causas de la pobreza y proponer cambios estructurales para acabar con ella. Se decía que Jesús no vino a cambiar las estructuras, sino los corazones. En realidad, siempre en el pasado, el orden socioeconómico era visto como parte del designio de Dios; se era po20

bre porque era voluntad de Dios. Fue con las revoluciones modernas que se vio la posibilidad de cambiar las estructuras de la sociedad, y la Iglesia entendió que la conversión del corazón debía llevar también al cambio de estructuras y leyes injustas. Cuando la Iglesia se mantuvo ligada al poder, pudo construir grandes iglesias, escuelas, hospitales etcétera; hoy vuelve a caminar por los caminos de la pobreza evangélica y, muchas veces, de la persecución. Se hizo famosa la frase de Dom Helder Cámara, Obispo de Recife (Brasil): “Cuando ayudo a un pobre me llaman santo, cuando pregunto sobre las causas de la pobreza me llaman comunista”. Esta denuncia profética de las injusticias y el anuncio evangélico de un mensaje de liberación han causado muchos mártires en nuestra América Latina. A veces, el casamiento de la Iglesia con los poderes de turno ha acallado estos planteos proféticos en la misma Iglesia. Hoy la Iglesia sigue ejerciendo funciones de suplencia en lo social sobre todo donde el Estado no llega, pero ha incrementado su pastoral de los derechos humanos, buscando desenmascarar las estructuras perversas y su cobertura ideológica, formando laicos comprometidos y acompañando los movimientos de base con propuestas alternativas. La Doctrina Social ya no se identifica con el estado católico, la sociedad cristiana, la civilización occidental, sino que ha optado por la profecía desde el anuncio esperanzador del Evangelio, la denuncia y la aplicación constante de los principios a cada situación.

9.

La solidaridad

El mandamiento cristiano del amor empieza por la justicia, pero va más allá, compartiendo lo propio, incrementando los vínculos, sintiéndonos corresponsables y deudores el uno del otro; y esto es la solidaridad. La solidaridad es una actitud y un valor por lo cual unas 21

personas o un grupo se sienten corresponsables y ligados (del latín in solidum) a otras personas y grupos por intereses e ideales comunes. Cada miembro de un grupo es coparticipe de la responsabilidad de todo el grupo y, viceversa, el grupo es, de alguna manera, responsable de cada miembro. Uno para todos y todos para uno. Si bien el término no tiene origen cristiano y aparece por primera vez en el siglo XIX al margen de la Iglesia, su concepto ha sido formulado por primera vez por san Pablo con la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor 12, 12-31). Según san Pablo, somos miembros, gracias a Cristo que es la cabeza, de un mismo cuerpo; todo somos interdependientes y nos necesitamos unos a otros. La primera comunidad cristiana compartía los bienes y los más favorecidos económicamente se sentían responsables de los más débiles e indefensos, que, a su vez, aportaban sus capacidades y servicios. La creciente interdependencia entre países ricos y pobres hace hoy indispensable la solidaridad. El papa Juan Pablo II es el que más ha desarrollado este tema. Para el Papa, la solidaridad “es la virtud que nos hace sentir a todos responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 42) y es “el nuevo nombre de la paz” (39). La solidaridad no está relacionada con el verbo dar, sino con el verbo compartir. Compartir los bienes, no sólo los superfluos, sino los necesarios. Es el caso de la ofrenda de la viuda del Evangelio (cf. Mc 12, 44). El dar fácilmente oculta actitudes asistencialistas o paternalistas. El compartir reconoce implícitamente los derechos de quienes reciben estos bienes y crea fraternidad. La solidaridad reviste a la justicia de un espíritu de hermandad que hace de ella el criterio último de la vida social, económica y política. Muchas veces es reducida por la publicidad a la simple limosna, al dar lo que sobra, a la ayuda humanitaria. Hay un uso y abuso de esta palabra cuando se hacen ciertos shows televisivos, iniciativas de marcas comerciales, donaciones de gente famosa. No se trata de un sentimiento o una 22

ayuda ocasional. “Es la determinación firme y perseverante de vivir la corresponsabilidad como miembros de la misma familia humana en la búsqueda del bien común, para que todos sean responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis, 38). En la escuela, se premia el esfuerzo y la competencia; en realidad, habría que premiar al que tiene más dones y los pone al servicio del que tiene menos. Una premiación entre iguales es justicia, pero entre desiguales suma injusticia. Solidaridad significa, para los que cuentan con más posibilidades, “sentirse responsables de los más débiles” (39). Practicar la solidaridad en la Iglesia significa poner en el centro a los últimos, transparencia en el manejo del dinero, recíproca ayuda entre Iglesias ricas e Iglesias pobres; y, a nivel social, promover cooperativas sociales, microcréditos y microemprendimientos, bancas e inversiones éticas (no favoreciendo las empresas que producen y comercializan armas, drogas, tabaco, alcohol o que practican el trabajo de menores o contaminan el ambiente), una economía de comunión.

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuándo y cómo nace la Doctrina Social de la Iglesia? - ¿Cuáles son los objetivos de la Doctrina Social según la Octogesima Adveniens (ver n.º 4)? - El Magisterio Social de la Iglesia ¿obliga en conciencia a todos los cristianos? Leer Orientaciones para el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, de la Congregación para la Educación Católica. 2. Aplicaciones prácticas - ¿Qué misión les confía Dios a los profetas en el Antiguo Testamento? - ¿Cómo tienen que actuar los profetas de hoy?

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- Leer Mateo 13, 24-33.44-47 y reflexionar: ¿Qué es el Reino?

- Analizar la encíclica Mater et Magistra, 59-61. 3. Bibliografía básica - Van Marrewijk, Leonardo, Moral Social, Santiago, Ediciones UCSJ, 2004. - Farrell, Gerardo, Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, Guadalupe, 1993. - Souto Coelho, Juan, Iniciación a la Doctrina Social de la Iglesia, Madrid, San Pablo, 1995. 4. Documentos para consultar Sollicitudo Rei Socialis, 41‑42. Centesimus Annus, 2, 53‑59. Catecismo de la Iglesia Católica, 2419‑2425. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Ay de ustedes que transforman las leyes en algo tan amargo como el ajenjo y tiran por el suelo la justicia. Edifican casas de piedras canteadas y pisotean al pobre... (Am 5, 10‑11). - “Ladrón es aquel que saca a los demás lo que les pertenece. ¿Y tú no eres ladrón cuando te apropias de lo que te ha sido dado sólo para administrarlo? Si llamamos ladrón al que despoja a una persona de sus propias vestiduras, ¿no es también ladrón el que no viste al desnudo pudiéndolo hacer? El pan que tú conservas para ti, es del hambriento. La ropa que tienes en las cajas es del desnudo; los zapatos que se pudren en tu casa son del peregrino que anda descalzo” (San Basilio, 330‑379). - Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno… porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer (Mt 25, 41‑42). Aquí se condena a alguien que no era ladrón, pero no quería dar de lo ‘suyo’. La verdad es que los ricos, en la gran mayoría de los casos, no se limitan a buscar el dinero para adquirir alimentos y ropa, y esto porque el diablo se las arregla en sugerirles infinitos pretextos para gastar. Y así van buscando lo que es inútil y superfluo como si fuera necesario, y nada les alcanza para satisfacer sus fantasías” (San Basilio, 330‑379).

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Ii. Los derechos humanos

1

. Los derechos humanos en la Biblia

Ya en la primera página de la Biblia, hay una afirmación fundamental: el hombre ha sido creado a imagen de Dios (Gn 1, 26-27) y en esto reside, principalmente, su dignidad. El Dios de la Biblia es un Dios liberador que se conmueve frente al grito del pueblo oprimido en Egipto y envía a Moisés para liberarlo. La ley de Moisés establece que no haya ningún pobre a tu lado (Dt 15, 4). La tierra es de Dios y, por lo tanto, es de todos. Con el año sabático y el jubileo, se busca impedir la acumulación de esta, se propicia el perdón de las deudas, la liberación de los esclavos. Los profetas critican el culto vacío, inaceptable para Dios cuando no es acompañado por la justicia y la solidaridad para con los más débiles (cf. Is 1, 12-17), es decir, los 25

huérfanos, las viudas y los extranjeros. Los pecados más graves son los que en la Biblia claman al cielo, como la sangre inocente de Abel (cf. Gn 4, 10), el grito del pueblo oprimido en Egipto (cf. Éx 3, 7), la injusticia para con el obrero asalariado (cf. Sant 5, 41)… Pero es, sin duda, la predicación y la práctica de Jesús el principal fundamento bíblico para la promoción y defensa de los derechos humanos. Es tarea de la Iglesia ocuparse de los derechos de los marginados y, como Jesús, actuar permanentemente en favor de los que, como los publicanos y pecadores en el tiempo del Señor, viven al margen de la sociedad. Jesús reconoció la dignidad y los derechos de la mujer, del niño, de los enfermos y de los pobres. Puso siempre a la persona humana por encima de las leyes, de las costumbres y del mismo culto religioso. Eso constituyó una provocación muy fuerte para la sociedad judía de aquel tiempo, muy legalista. El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado, dijo Jesús (Mc 2, 27). Por eso, la Iglesia latinoamericana, en el Documento de Santo Domingo, afirma: “La Iglesia, al proclamar el Evangelio, raíz profunda de los derechos humanos, no se arroga una tarea ajena a su misión sino por el contrario obedece al mandato de Jesucristo al hacer de la defensa del necesitado una exigencia esencial de su misión evangelizadora” (165). Cuando Jesús habla del Reino de Dios, se refiere a un nuevo orden que ya comienza en la historia y que tiene como privilegiados a los que están enfermos en el alma y en el cuerpo, a los pobres y oprimidos; a ellos les trae una buena noticia, ya desde el comienzo de su apostolado (Lc 4, 16-21).

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2

. Los derechos humanos en la historia

En la era cristiana, fue precisamente el Cristianismo el que abrió el campo en la lucha contra todo tipo de esclavitud y discriminación de personas, razas y clases sociales. En el siglo XVI, hubo grandes teólogos (Suárez, Vitoria…) que sentaron las bases de los derechos humanos como los entendemos hoy. Sin embargo, la dignidad sagrada de la persona y de todas las personas, que siempre defendió el Cristianismo en su doctrina, se tradujo históricamente en el reconocimiento jurídico de los derechos fundamentales de la persona humana a fines del siglo XVIII. Su formulación más concreta no se debe a la Iglesia, sino a la revolución francesa y a las grandes revoluciones modernas. Con la revolución francesa, quedaron consagradas las tres grandes palabras -Libertad, Igualdad, Fraternidad- como síntesis de esos derechos. En el análisis, no podemos perder de vista una circunstancia fundamental: este reconocimiento de los derechos humanos por parte de la sociedad moderna sólo fue posible porque la cultura cristiana le sirvió de marco. Lo demuestra de manera contundente el hecho de que en ninguna otra cultura (el Islam, Oriente o las culturas africanas y precolombinas) se hayan producido un acontecimiento similar. Si bien la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 -cuyos contenidos bíblicos son evidentes- fue precedida por una procesión con el santísimo Sacramento en la que mil diputados (una cuarta parte de los cuales eran párrocos y obispos) marcharon con un cirio en la mano, la reacción oficial de la Iglesia fue totalmente negativa a esa declaración, sobre todo por la evolución violenta de los hechos posteriores. El papa Pío VI condenó aquellos derechos argumentando que eran contrarios a los derechos de Dios. Es que, al poco tiempo, los proclamados derechos del hombre en Francia habían llegado a ser tan sólo los derechos de los varones blan27

cos y ricos, y la libertad de conciencia se usaba como arma para una guerra sin cuartel contra la Iglesia.

|La Revolución francesa Este proceso social y político acaecido en Francia entre 1789 y 1799 se gestó en la incapacidad de las clases gobernantes (nobleza, clero y bur‑ guesía) para hacer frente a los problemas del Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado y el empobrecimiento de los trabajadores. Fue alentada por las nuevas ideas de la Ilustración (basadas en el nuevo conocimiento científico del siglo XVII, que engendró una nueva fe en la razón y en el progreso, el rechazo a la autoridad y la afirmación de los derechos del hombres) y señala el fin de la Edad Moderna y el comienzo de la Edad Contemporánea. Esta turbulenta revolución en la que participaron los nobles, y luego la burgue‑ sía y el pueblo, eliminó el absolutismo monárquico derrocando al rey borbón Luis XVI el 14 de julio de 1789 con la toma de la Bastilla, cárcel y símbolo de su poder absoluto, y puso fin a lo que se llamó el Antiguo Régimen. En consecuencia, el clero y la nobleza renunciaron a sus privilegios; se abolió el régimen feudal y señorial, y se suprimió el diezmo; se prohibió la venta de cargos públicos y se obligó a pagar impuestos también a las clases privilegiadas. Pero la principal tarea de la Asamblea Nacional Constituyente que quedó formalmente organizada después de la toma de la Bastilla fue la redacción de una Constitución cuyo Preámbulo sería nada menos que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en la que se sintetizan los ideales de la Revolución: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

3

. Declaración Universal

de los Derechos Humanos

En otro contexto totalmente distinto, en San Francisco (Estados Unidos), apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, la ONU for28

muló, el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en treinta proposiciones fundamentales aceptadas hoy universalmente, aunque no siempre aplicadas. El borrador de la Declaración fue elaborado principalmente por el filósofo Jacques Maritain y el jurista René Cassin, quienes sustituyeron la fórmula derechos del hombre y del ciudadano de la Asamblea Nacional Francesa por derechos humanos, ampliando así el número de personas a quienes se aplicaba la Declaración, es decir, “a todos los seres humanos”, que nacen “libres e iguales en dignidad y derechos” (Art. 1). El documento guarda un notable equilibrio entre los derechos individuales y los derechos sociales. Juan Pablo II lo calificó como “piedra fundamental en el largo y difícil camino del género humano”. Las Naciones Unidas tomaron, además, la iniciativa de completar la Declaración con la promoción de pactos y acuerdos que tuvieran carácter jurídico vinculante para todos los Estados que quisieran firmarlos. Existen también convenciones a nivel regional: la Organización de Estados Americanos (OEA), por ejemplo, elaboró en 1969 la Convención Americana de los Derechos del Hombre (el llamado Pacto de San José de Costa Rica), ampliamente en vigor en nuestro continente. En la Declaración de 1948, no figuran los derechos de la tercera generación. El papa Pío XII observó silencio frente a esta Declaración por la ausencia de cualquier referencia a Dios y por la larga desconfianza de la Iglesia para con ciertos principios de la modernidad.

|¿Qué es la ONU? La Organización de las Naciones Unidas es un centro integrado por 188 naciones que fue creado el 24 de octubre de 1945 para preservar la paz mediante la cooperación internacional y la seguridad colectiva, fomentar entre las naciones relaciones de amistad, dar solución a los problemas de

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la humanidad, promover el respeto de los derechos humanos, proteger el medio ambiente, luchar contra las enfermedades, fomentar el desarrollo y disminuir la pobreza. El nombre “Naciones Unidas” fue concebido por el presidente de los Esta‑ dos Unidos, Franklin D. Roosevelt, y se empleó por primera vez en la Declaración de las Naciones Unidas, el 1 de enero de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los representantes de 26 naciones establecieron el compromiso de proseguir juntos la lucha contra las potencias del eje.

4

. La Pacem in Terris, de Juan xxiii

A diferencia de Pío XII, que luchó sin descanso en favor de los derechos humanos, Juan XXIII, en la Pacem in Terris (La paz sobre la tierra) de 1963, hizo un elogio explícito de la Declaración de San Francisco, si bien con algunas objeciones, sobre todo en cuanto a la fundamentación. Mientras la ONU exige el consentimiento de los países, y sólo hay derechos cuando son garantizados por la ley, el papa Juan afirma que se trata de derechos naturales; estos derechos simplemente se reconocen, no se conceden, porque son inherentes a toda persona humana. El Papa elaboró una formulación más integral de esos derechos con sus correspondientes deberes y los fundamentó en la igual dignidad de todos los hombres como hijos de Dios. Juan Pablo II, un decidido abanderado de los derechos humanos, calificó a la Declaración de San Francisco de “piedra miliar puesta en el largo y difícil camino del género humano” y afirmó que “la promoción de los derechos humanos es requerida por el Evangelio y es central en el ministerio de la Iglesia” (Mensaje a los padres sinodales, 1974). Por otra parte, el Concilio proclamó oficialmente el derecho a la libertad religiosa, con una votación histórica dejando atrás siglos de intolerancia y guerras religiosas. Ni la verdad ni el error son objeto de derechos; sólo la persona humana. La 30

verdad no se impone de otra manera que con la fuerza de la misma verdad. En el documento Dignitatis Humanae, se afirma: “Todo hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera, guiado por la luz de su razón”.

|¿Qué es la OEA? El 30 de abril de 1948, veintiuna naciones se reunieron en Bogotá, Co‑ lombia, para adoptar la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) y dejar consolidado un compromiso de cooperación y asociación de Estados de América, al tiempo que los países participantes firmaban la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Entre sus iniciativas más destacas, figura la creación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (1959), que se convirtió en una institución importante en la lucha contra los regímenes represivos, la defensa de la libertad de expresión, el esfuerzo por disminuir la produc‑ ción y el consumo de drogas y el impulso de un área de libre comercio para las Américas. En la década de los noventa, la región abandonó las divisiones de la guerra fría y avanzó hacia un mayor entendimiento, reformando en este contexto la Carta de la OEA a fin de afianzar su compromiso con la democracia representativa.

5

. ¿Cuáles son

los derechos humanos?

Se dividen en derechos de primera, segunda y tercera generación. Los primeros derechos reivindicados frente a las monarquías absolutistas fueron los derechos civiles y políticos o las llamadas libertades (de conciencia, de expresión, de prensa, de asociación...) que recogían, sobre todo, el pensamiento y los intereses de la burguesía. En un segundo momento, gracias especialmente a las corrientes socialistas, se empezaron a reivindicar los derechos sociales, económicos, 31

culturales (alimentación, educación, salud, trabajo, vivienda...). Frente a estos derechos, llamados de segunda generación, la postura de la Iglesia fue positiva. En la historia, la caridad de la Iglesia había sido precursora, mucho antes de que intervinieran los Estados, en la atención a pobres y enfermos (con hospitales y leproserías), en la enseñanza (con escuelas y universidades) y en muchas otras prestaciones. Con la revolución industrial, aun con evidente atraso, los católicos sociales apostaron a la justicia social, a las reformas, y es en esta línea que la Rerum Novarum reivindica el derecho al trabajo para todos, al salario justo, al debido descanso, a la protección de los niños y de la mujer en el trabajo, a la libre asociación de los trabajadores. Los derechos de la tercera generación son los derechos de los pueblos a la autodeterminación, a la propia identidad cultural, al desarrollo, a un medio ambiente sano, a la paz. Fue, sobre todo, con la Pacem in Terris y la Populorum Progressio que la Iglesia defendió estos derechos. Entre estos derechos de la tercera generación, están, aunque no haya todavía normativas claras, los derechos de las minorías étnicas y religiosas, de los aborígenes, el derecho a la plena soberanía de los países sobre sus riquezas y recursos naturales. Obviamente, estos derechos, para no quedar en el papel, implican los correspondientes deberes. Además, son inseparables entre sí, aunque con frecuencia se constata que, según la ideología que uno tenga, se aceptan unos y se rechazan otros. Los derechos humanos han de promoverse también dentro de la Iglesia. Hasta comienzos del siglo XX, la Iglesia se opuso a la libertad de expresión dentro y fuera de la Iglesia. Pero ya en 1950, el papa Pío XII manifestaba que, en el campo de lo opinable, “también la Iglesia es un cuerpo vivo y si no hubiera opinión pública en su interior, le faltaría algo; se trataría de un defecto del que serían responsables tanto los pastores como los fieles”. El mismo Concilio recordó a todos los 32

cristianos que “tienen el derecho y… la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas relacionadas con el bien de la Iglesia” (Lumen Gentium, 37).

6.

El derecho a la vida

El primer derecho universalmente reconocido es el derecho a la vida, sobre el cual se basan todos los demás. Lo mismo vale la vida del embrión que la del adulto, la del enfermo que la del sano, la del criminal que la del inocente, la del anciano que la del joven. Todo lo que se refiere a la bioética (aborto, eutanasia, esterilización, clonación, reproducción asistida, fecundación in vitro, inseminación artificial, experimentación con embriones, etc.), según el papa Benedicto “es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral” (Caritas in Veritate, 74). No todo lo que es técnicamente posible, es éticamente aceptable; se da hoy, muchas veces, una manipulación irresponsable de la vida. Y, sin embargo, mientras se universaliza cada vez más el rechazo a la pena de muerte, la humanidad está perdiendo sensibilidad frente a dos atentados mucho más graves y frecuentes contra la vida: el aborto y la eutanasia activa. El primer derecho del hombre es el derecho a nacer cuando ha sido concebido y de morir cuando Dios quiera. “Si negáramos estos derechos, caeríamos en la contradicción de defender la vida de los culpables en el caso de la pena de muerte, y dejar desprotegida en este caso la vida de los inocentes” (GonzálezCarvajal). La oposición a la guerra, al terrorismo, a la pena de muerte goza de aceptación en el ámbito progresista, pero no así la oposición al aborto y a la eutanasia; simplemente porque esta lucha no encaja en la cultura hedonista actual. 33

El derecho a la vida significa también terminar con el escándalo del hambre en el mundo. Dice el papa Benedicto: “Es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua potable como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones” (Caritas in Veritate, 27). El armamentismo y los gastos espeluznantes en armamentos atentan directamente contra este compromiso. Bastaría el 7% del balance del Pentágono para terminar con el hambre en el mundo. La Iglesia impulsa hoy la prohibición absoluta de las guerras que producen millones de víctimas y ha emprendido una campaña mundial contra la pena de muerte. El abolicionismo impulsado por Cesare Beccaria en 1764 (De los delitos y las penas) no encontró acogida en la Iglesia en un primer tiempo, hasta llegar a la segunda mitad del siglo XX. Hoy la Iglesia se inclina por su total abolición, ya que la ley del talión fue abolida por Jesús (cf. Mt 5, 38-42) y entiende que la pena de muerte, también (cf. Jn 8, 1-11). La pena de muerte añade un crimen más a los crímenes, sin posibilidad de recuperación. Otra forma de atentar gravemente a la vida es el tráfico y consumo de drogas. Según la ONU, más de 18 millones de latinoamericanos (5% de la población) son adictos a las drogas; en el mundo, superan los 100 millones (4, 7% de la población). El tráfico de drogas en el mundo genera hasta 500.000 millones de dólares; el volumen de ventas ilegales de droga representa el 12% del comercio mundial.

7

. Características de los derechos humanos

Se llama derechos humanos a aquellos derechos que se atribuyen a todo ser humano por el hecho de serlo. Su obligatoriedad no se deriva de un mero acuerdo entre los ciudadanos o las naciones, ya que 34

la pérdida del consenso podría anularlos. Los derechos humanos son connaturales porque brotan de la misma naturaleza del hombre. Han tenido fundamental importancia para la elaboración de los derechos humanos la lucha por la libertad religiosa, la reflexión acerca de los límites del poder absoluto, el esfuerzo de humanización de la justicia procesal y penal (cf. Cesare Beccaria, De los delitos y las penas, 1764), las luchas por la emancipación de la clase trabajadora y el movimiento feminista. En 1789, Olimpia de Gouges proponía una Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana y, desde entonces, las reivindicaciones femeninas no se han detenido. No son las leyes las que establecen estos derechos. Ellos son anteriores y superiores al Estado mismo, el cual debe defenderlos y promoverlos. Juan XXIII decía al respecto: “No puede aceptarse la doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del ciudadano” (Pacem in Terris, 78). Aun en situaciones de guerra o subversión, jamás se pueden justificar, por ejemplo, los secuestros, las desapariciones, las torturas, el asesinato... Los derechos humanos son indivisibles, inviolables y universales, pero no ilimitados, porque el ejercicio del derecho de uno termina donde empieza el derecho de los demás. Son inalienables: no sólo los demás no pueden privar a un individuo de sus derechos fundamentales, sino que él mismo no puede renunciar a ellos.

8

. Fundamentación

de los derechos humanos

La Iglesia presenta una fundamentación sólida y profunda para los derechos humanos: la paternidad de Dios y la dignidad del hombre hecho a su imagen (Gn 1, 27), la igualdad esencial y la fraternidad –que 35

sólo pueden realizarse entre los hombres reconociendo a un Padre común–, y su proyecto liberador. La Iglesia latinoamericana, al hablar en el Documento de Santo Domingo de los nuevos signos de los tiempos en el campo de la promoción humana, pone en primer lugar los derechos humanos (164‑168). Es esperanzador constatar cómo en América Latina tantos laicos, sacerdotes y religiosos de nuestra época han sufrido persecución y martirio por defender los derechos de los más pobres y oprimidos. La Iglesia, sin embargo, rechaza los falsos derechos y pseudolibertades –aborto, eutanasia, suicidio asistido, matrimonios homosexuales, divorcio, etcétera– que promueven, incluso, organismos internacionales o parlamentos nacionales, por atentar contra la vida y la familia. Enseña, en cambio, que “todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen” (Puebla, 306). Propone, además, no una igualdad aritmética, sino una igualdad fundamental e iguales oportunidades de vida digna para todos: “Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental” (Sollicitudo Rei Socialis, 33). Los derechos humanos se siguen violando hoy y, en muchos casos, no sólo permanecen desconocidos, sino burlados, o su observancia es puramente formal. Sin embargo, en general, crece la sensibilidad respecto de ellos, y un signo positivo es la iniciativa de las Naciones Unidas a favor de la creación de la Corte Penal Internacional permanente y otros tribunales internacionales para castigar los delitos más graves.

| Corte Penal Internacional En julio de 1998, 120 Estados firmaron el Tratado de Roma en vista de la constitución del primer tribunal internacional permanente para juzgar crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidios. La Corte Penal con sede en La Haya entró en vigor el primero de julio de 2002. No

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reemplaza los tribunales nacionales, sino que interviene cuando es supe‑ rada su capacidad. La Corte Penal no ha sido aceptada por los Estados Unidos, China, Rusia, Israel. El primer proceso fue contra un “señor de la guerra” congolés, Thomas Lubanga, acusado de reclutar niños soldados. Otros Tribunales Penales específicos constituidos por la ONU son para la ex Yugoslavia (1993), con sede en La Haya; para Ruanda (1994), con sede en Aruscha (Tanzania); para Sierra Leona (2002), con sede también en La Haya.

9.

Derechos de la mujer

Las mujeres son mayoría entre los indigentes, desempleados y mal pagos, analfabetos, no escolarizados, objeto de violencia física y sexual, etcétera. Una de cada tres mujeres en el mundo sufre violencia (en la mayoría de los casos, por miembros de la propia familia o conocidos). El 70% de los adultos analfabetos son mujeres. Tradicionalmente, en la historia, la mujer ha sido considerada intelectualmente inferior al varón, obligada a obedecer al marido, destinada sólo a la casa y a los niños, muchas veces, objeto de placer y explotación. Esta mentalidad se refleja también en la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento. Está claro que la práctica y enseñanza de Jesús con respecto a la mujer fue ampliamente positiva y dignificante. Jesús eligió a doce varones como pilares de la Iglesia porque quería restaurar las doce tribus de Israel (cuyos jefes, según la ley de aquel tiempo, eran varones) y así formar el nuevo Pueblo de Dios. Sin embargo, en el círculo de los discípulos, las mujeres actuaron con libertad y protagonismo. En las primeras comunidades cristianas, había mujeres que predicaban, diaconisas, encargadas del servicio a los pobres, misioneras, mujeres que lideraban y reunían a las comunidades cristianas en su propia casa y evangelizaban a la par de los varones. San Pablo 37

nombra a cantidad de colaboradoras en sus escritos; para él ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer (Gál 3, 28). Hoy los estudiosos de la Biblia admiten que los llamados escritos antifeministas de Pablo, en realidad, aunque se los atribuyen a él, son posteriores a él e, incluso, en contradicción con su pensamiento y con su práctica; padecen más bien el influjo de la mentalidad patriarcal y machista de la época. En los tiempos modernos, el movimiento feminista, que también surgió al margen de la Iglesia, ha contribuido grandemente, más allá de ciertas radicalizaciones, a la emancipación de la mujer (aun si esta en ciertos países sigue siendo brutalmente sometida). Después del Concilio, sobre todo con Juan Pablo II que escribió la encíclica Mulieris Dignitatem (Dignidad de la mujer), comenzó un serio replanteo sobre el rol de la mujer no sólo en la sociedad, sino también en la Iglesia. Hace una década se empezó a diferenciar entre sexo y género. Sexo hace referencia a las diferencias físicas entre varón y mujer, y con la palabra género se indicarían las características socioculturales que, en una determinada sociedad y en una determinada época, se les atribuye a varones y a mujeres.

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. Derechos emergentes: las migraciones

En los últimos tiempos, han resurgido, un poco en todas partes, los nacionalismos extremistas que impulsan ciertas formas de racismo, como el menosprecio por las minorías étnicas. En un documento del Pontificio Consejo de Justicia y Paz del 3 de noviembre de 1988 (“La Iglesia ante el racismo: para una sociedad más fraterna”), se denunciaban algunas de estas formas discriminatorias. En nuestra América, el racismo nació fundamentalmente con el descubrimiento del Nuevo Mundo; se decía que los indios no eran hombres. Frente 38

a esta postura, reaccionaron el obispo Bartolomé de las Casas, los teólogos Francisco de Victoria y Francisco Suarez y el papa Pablo III. Mucha contundencia tuvo el antisemitismo. Se dio la segregación racial (apartheid) contra los negros en los Estados Unidos y en Sudáfrica. Sigue vigente la discriminación de los pueblos aborígenes. Hoy, sobre todo en los países desarrollados, existe la xenofobia que es una fuerte animosidad contra el diferente, el extranjero, el inmigrante; hasta se levantan muros contra ellos. Existe el derecho a ser acogido en otro país como bien afirman el Documento de Santo Domingo (186-189) y la exhortación postsinodal Ecclesia in America (Iglesia en América), donde se dice que “debe ser protegido contra toda restricción injusta el derecho natural de cada persona de moverse dentro de su país y de una nación a otra” (65). Esta nueva forma de racismo se alimenta de pretextos no biológicos, sino culturales. A los inmigrantes, sobre todo ilegales, muchos europeos los acusan de robarles el trabajo y, a la vez, los explotan para los trabajos más duros y en negro. En su encíclica Caritas in Veritate (caridad en la verdad), Benedicto XVI defiende el derecho a la emigración y los derechos de los trabajadores emigrantes que “no pueden ser considerados como una mercancía o una mera fuerza laboral” (62). Las migraciones, según el Papa, son “un fenómeno social que marca época” (62), que requiere la colaboración de todos los países. Hace treinta años, los emigrantes en el mundo eran 70 millones; hoy son 300 millones (un tercio son africanos). También existe la discriminación religiosa, sobre todo en Asia y en ciertos países de religión musulmana, alimentada por los fundamentalismos extremistas. El concilio Vaticano II afirmó en Nostra Aetate ( relaciones judeo-cristianas): “La Iglesia reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión”. 39

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuál es el fundamento de los derechos humanos según la Doctrina de la Iglesia? - ¿Qué características tienen y qué significa que son “inalienables”? - ¿Qué derechos están hoy plenamente garantizados y cuáles no? 2. Aplicaciones prácticas - Leer y analizar la Declaración Universal de los Derechos Humanos y ver en qué se identifica con la Doctrina Social de la Iglesia. - Clasificar los deberes y derechos fundamentales de la persona humana a partir de la Pacem in Terris, 11‑36. - Describir cuáles son las organizaciones internacionales y nacionales que se dedican a defender los derechos humanos, y sus cometidos. 3. Bibliografía básica - Calvez, Jean-Yves, La enseñanza social de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1991. - González‑Carvajal, Luis, El clamor de los excluidos, Santander, Sal Terrae, 2008. - García Roca, Joaquín, Solidaridad y voluntariado, Santander, Sal Terrae, 1994. 4. Documentos para consultar Octogesima Adveniens, 23. Santo Domingo, 164‑168. Ecclesia in America, 19. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - ¡Ay de los que acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro hasta no dejar más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!...

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Muchas mansiones, grandes y hermosas, quedarán desoladas por falta de habitantes (Is 5, 8-9). - “Dar lo necesario a los pobres es devolverles a ellos lo debido; no es beneficencia. Es el pago de una deuda de justicia y no la satisfacción de una obra de misericordia” (San Gregorio Magno). - “Tú dices: ¿A quién hago daño con tener para mí lo que es mío? Pero veamos: ¿Qué es eso que tú dices que es tuyo? ¿Has venido con esos bienes a la vida? ¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? Los ricos llegan a serlo porque se adueñan ellos antes que nadie de lo que es de todos. Si uno tomara para sí todo lo que le basta para su necesidad, dejando lo que sobra a disposición de los que necesitan, quizás nadie sería rico, pero no habría tampoco ningún pobre” (San Basilio, 330-379).

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Iii. Problemas del trabajo

1.

La realidad del trabajo

Trabajo es toda actividad mediante la cual el hombre, en el ejercicio de sus capacidades físicas y mentales, directa o indirectamente, transforma la naturaleza para colocarla a su servicio. De manera directa, cooperan para el logro de este objetivo los que trabajan en la agricultura o en las industrias en las que se extrae la materia prima (sector primario) y en las industrias de transformación (sector secundario). De manera indirecta, cooperan los que se preparan para el trabajo en todos los niveles de la formación humana y los que se ocupan de los servicios sin los cuales sería imposible la actividad creadora del hombre (sector terciario). Tales servicios incluyen desde la tarea doméstica hasta la investigación científica y tecnológica, pasando por todas las actividades artísticas y del espíritu. 43

Obreros son aquellos que contribuyen al proceso productivo mediante una actividad predominantemente física, remunerada por un salario. Hoy se prefiere hablar de trabajadores de la industria. La condición del trabajo obrero fue el tema fundamental de la primera encíclica social de León XIII (Rerum Novarum). Pío XI, en Quadragesimo Anno, y Juan XXIII, en Mater et Magistra, volvieron sobre el tema, pero fue sobre todo Juan Pablo II quien estudió y actualizó la cuestión en profundidad en Laborem Exercens (Al ejercer el trabajo, 1981). La realidad del trabajo es hoy, como hace un siglo, y por muchas razones, una realidad dramática. La nueva revolución tecnológica, el aumento de la productividad, la caída del salario y, sobre todo, la desocupación y subocupación para los rezagados del sistema, han creado una nueva clase de pobres totalmente excluidos de la vida social y han llevado hasta el exceso la cantidad de horas que prestan su servicio los trabajadores ocupados.

| La revolución industrial Se denomina así al conjunto de transformaciones económicas, políticas y técnicas que se inician en Inglaterra entre 1750 y 1850, y que posterior‑ mente se extienden a Europa y al resto del mundo. El invento y el desarrollo del motor a vapor reemplazaron la energía muscu‑ lar proveniente del hombre y las fuerzas del agua y del viento, con lo cual el trabajo manual pasó a convertirse en mecánico. Llegó la locomotora, nació la industria textil y, con estos adelantos, la sociedad pasó gradualmente de una organización feudal y rural a una industrializada con gran concentración urbana, debido a que la demanda de la mano de obra se concentró en las grandes ciudades. El cambio en las técnicas de producción de bienes y la aceleración y ma‑ sificación de la producción abarcó la mayoría de las actividades humanas

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–que, con el tiempo, se vieron transformadas también por la evolución de la ciencia y de la tecnología– y vino acompañado de nuevas ideas y doc‑ trinas, entre las cuales se subraya la doctrina liberal, en la que se sustenta el capitalismo.

2

. Un deber

y un derecho

El trabajo es un deber y un derecho de todos los seres humanos. El que no quiera trabajar, que no coma, decía san Pablo (2 Tes 3, 10). Dios creó el mundo, pero dejó incompleta su obra para que los hombres la completasen por medio de su esfuerzo y para que, transformando el mundo, ellos mismos se fueran transformando y perfeccionando. Todo trabajo es noble y dignifica al hombre. Su valor se mide principalmente por la responsabilidad con que se realiza. Es imprescindible hoy una cultura del trabajo hecha de laboriosidad, espíritu de iniciativa, sana competencia, ahorro, amor a la tarea bien realizada, honestidad y disponibilidad para el servicio. Pero todo trabajo debe ser tratado como expresión de la persona humana y no puede ser retribuido sólo en vista de los resultados obtenidos; el trabajador sólo cuenta para vivir, él y su familia, con su fuerza de trabajo. Sobre aquellos que poseen grandes capitales, pesa la obligación de favorecer la capacitación laboral y agotar todas las posibilidades para conservar los empleos existentes y crear otros nuevos. Cuando la iniciativa privada resulta inoperante o insuficiente, corresponde a los poderes públicos impulsar nuevas fuentes de trabajo (Mater et Magistra, 34), así como subsidios en favor de los cesantes. Es preciso distinguir entre desempleo y subempleo. Este último incluye a todos aquellos que no consiguen un trabajo estable. 45

El desempleo es el mayor flagelo del actual sistema de libre empresa. La identidad misma del hombre es afectada cuando no tiene trabajo; baja su autoestima y se debilita su sentido de solidaridad. Los teóricos de la economía tienen el deber de encauzarla con el propósito de recuperar el pleno empleo en las formas que requieren los tiempos de la tecnología actual. “El hombre sin trabajo está herido en su dignidad humana” ( Juan Pablo II, en la CEPAI, 1987).

3

. Concepción cristiana del trabajo

Para el liberalismo clásico, el trabajo no tiene más valor que el de una mercancía y su valor también es fijado por el libre juego de la oferta y la demanda. Por lo tanto, cuando haya mucha mano de obra y poco trabajo, la oferta de salario será insuficiente para vivir dignamente. La ideología materialista del capitalismo y del marxismo parten ambas de un error fundamental: mirar al trabajador como simple factor de producción. Para el cristianismo, el valor del trabajo no se mide por su rendimiento económico: su valor procede del hombre que trabaja. El cristianismo ha dignificado el trabajo –inclusive el manual– desde el momento en que Cristo lo asumió en su condición de obrero en Nazaret. Sus apóstoles eran trabajadores y los primeros cristianos provenían, en general, de las clases más humildes de la sociedad. Desde León XIII, la Iglesia defiende la prioridad del trabajo sobre el capital. El trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. El salario debe ser justo, es decir, familiar, incluso cuando el obrero pierde su capacidad física para trabajar. El salario debe ser “suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro sin necesidad de hacer asumir a la esposa un 46

trabajo retribuido fuera de casa” (Laborem Exercens, 19); y con esto la Iglesia no se opone en absoluto a la profesionalización de la mujer y a su trabajo fuera de casa, en la medida en que las circunstancias lo permitan. El Estado debe promover una política laboral orgánica con un salario mínimo que cubra las necesidades básicas, que contemple condiciones dignas de trabajo y establezca controles para el cumplimiento de estas leyes.

4.

Un salario justo

Los que trabajan por su propia cuenta se llaman cuentapropistas y los que trabajan por cuenta ajena son asalariados y perciben un salario o un sueldo. Esta retribución queda pactada en lo que se denomina contrato de trabajo. Modernamente, los contratos colectivos se encargan de fijar las remuneraciones de los trabajadores. Salario nominal es la cantidad de dinero que recibe el trabajador y salario real es lo correspondiente a la cantidad de alimentos y demás objetos necesarios que puede comprar el trabajador con el total del salario nominal. A este salario real se lo denomina también con la expresión poder adquisitivo de los salarios. En el sistema capitalista, el trabajador es remunerado con un salario fijo y el empresario dispone de todos los demás beneficios de la empresa. Históricamente, este mecanismo llevó muchas veces a una tremenda explotación de los más débiles por parte de los más fuertes porque el salario no era establecido con justicia ni aceptado libremente, sino impuesto por el mercado. De allí la necesidad de que el Estado disponga de otros y eficaces mecanismos que garanticen la justicia del salario y también de la evolución hacia otras formas de las 47

relaciones de trabajo que superen el régimen salarial (participación en las ganancias, cogestión, etc.). Según la Iglesia, “el salario justo se convierte en la verificación clave de la justicia de todo el sistema económico” (Laborem Exercens, 19). El trabajador no sólo debe percibir la debida remuneración, sino ser tratado como persona en cuanto a las condiciones de trabajo, las prestaciones sociales indispensables para la vida y la salud del trabajador (pensión, seguros, descanso...).

5.

Un gremialismo auténtico

Los sindicatos, como organizaciones clasistas, sólo aparecen a comienzos del siglo pasado, especialmente en Inglaterra y Francia. León XIII, en la Rerum Novarum, apoyó el derecho de los trabajadores a organizarse para defender su legítimo interés y contribuir así a la superación de la cuestión social. Lo mismo hicieron los Papas siguientes hasta Juan Pablo II, que defendió al sindicato como un “exponente de la lucha por la justicia social y un factor constitutivo de orden social y de solidaridad del que no se puede prescindir” (Laborem Exercens, 20). Para conseguir sus propios fines, el sindicato necesita independencia tanto frente a los empresarios como frente al Gobierno y a los partidos políticos. Las decisiones de los sindicatos “no deben estar sujetas a las decisiones de los partidos políticos” (20). Los sindicatos constituyen la principal herramienta para lograr la solidaridad entre los trabajadores. Para eso, hay que cuidar la democracia interna en los gremios a través de una participación real y procurar también una real transparencia en las formas de elección y en las posibilidades de acceder a los cargos de conducción. Los sindicalistas 48

pueden militar en partidos políticos, pero deben ser portadores del pensamiento de los trabajadores, y de sus necesidades, dentro de su partido. Los dirigentes sociales deben sentir dentro de sí una verdadera vocación de servicio. En la actualidad, son muchos los sindicatos que enfrentan un profundo desgaste por la falta de representatividad, la alianza con el poder y la ausencia de creatividad en la búsqueda de nuevas soluciones a los nuevos problemas laborales. El gremialismo está debilitado también por la flexibilidad de trabajo (ya no existen empleos para siempre) y muchos trabajadores, por el miedo a perder el trabajo, están dispuestos a trabajar en las peores condiciones. Según la OIL (Organización Internacional del Trabajo), al comienzo del milenio ya eran 24 millones los que habían perdido su trabajo.

6.

El derecho de huelga

Entre los medios que dispone el sindicato para cumplir con su función, está la huelga. También puede darse el trabajo a desgano o a reglamento, que implica un quite de colaboración, aunque se siga cumpliendo con los turnos correspondientes. El derecho de huelga está plenamente aceptado en la enseñanza social de la Iglesia; sin embargo, esta siempre prioriza el diálogo y la concertación de las partes. En el caso de los conflictos que oponen el capital al trabajo, se suele recurrir a las conciliaciones obligatorias y a la negociación entre representantes de los asalariados y los empresarios. En las primeras décadas de la revolución industrial, la huelga fue el único instrumento para obtener mejores condiciones de trabajo, ya que no existía ninguna legislación laboral que protegiera a los trabajadores. 49

La Iglesia enseña hoy que la huelga debe ser el último recurso después de las necesarias negociaciones y no puede abusarse de ella, sobre todo cuando se hace en función de objetivos políticos. Si se trata de servicios esenciales, estos han de asegurarse siempre, en todo caso, mediante medidas legales apropiadas. Para que la huelga no sea salvaje, ha de ponderarse que no exista otro camino para defender los derechos, que se tenga fundada esperanza de éxito y que los males que acarrea no sean mayores que los bienes que se esperan conseguir. Se exigen condiciones mucho más onerosas y graves para el cierre patronal (lock­- out); mientras que los obreros van a la huelga para preservar condiciones esenciales de vida, el empresario normalmente cierra para obtener mayores ganancias.

7.

La previsión social

Es un sistema de protección de los trabajadores contra posibles desgracias, mediante un seguro social, técnicas de asistencia y servicios sociales. Tiene por objeto proteger a los asegurados y a sus dependientes de las consecuencias perjudiciales de contingencias inciertas y riesgos imprevisibles (invalidez, enfermedad, muerte, vejez, accidentes de trabajo, desempleo...). Cada seguro es oneroso porque demanda necesariamente por parte del asegurado una cuota a la cual corresponde análogo pago (indemnización) por parte del asegurador, en la eventualidad de que ocurra el riesgo. Estos recursos económicos llamados seguros pueden ser de personas o de cosas. Pueden ser sociales (y, por lo general, obligatorios) cuando se destinan a preservar no sólo patrimonios, sino también la estabilidad social de clases económicamente débiles (el seguro lo pagan, en este caso, no sólo el asegurado, sino también el Estado y 50

las otras clases que disfrutan de la capacidad productiva de aquellas). También pueden ser privados. Los seguros sociales (la denominada seguridad social) y, en particular, el seguro de desempleo, son función específica de la Previsión Social. Según el documento conciliar Gaudium et Spes (El gozo y la esperanza), estos deben ser un instrumento para concretar el destino universal de los bienes (69), y los poderes públicos tienen el deber de proporcionar a los ciudadanos tales garantías en caso de infortunio o de que se agraven las responsabilidades familiares. Juan Pablo II también promueve el derecho de los trabajadores a contar con medidas de previsión que complementen el salario y “que sean para los trabajadores de fácil acceso, en cuanto sea posible a bajo costo, e inclusive gratuitas” (Laborem Exercens, 19).

8

. Bondades y peligros

de la revolución tecnológica

Hasta la revolución industrial, la producción se basaba en el esfuerzo físico del hombre. A partir de la introducción de las máquinas, hubo un gran proceso de cambio. La población urbana es ahora mucho mayor que la rural, y los trabajadores manuales son menos numerosos que los del sector de los servicios o los administrativos. El trabajo se humanizó y se alivió. Asistimos al fenómeno de la automatización: antes la máquina sustituía sólo a la fuerza muscular del hombre, pero ahora sustituye también al cerebro humano. La informática y la electrónica se manifiestan como una verdadera explosión y ya se han trazado importantes logros que marcan el comienzo de la era digital... La Iglesia valora positivamente el progreso científico y tecnológico, pero siempre que sea al servicio del hombre y del bien común. 51

La técnica puede transformarse en adversaria del hombre cuando lo esclaviza, le quita el estímulo de la creatividad y la responsabilidad y, sobre todo, cuando le quita el trabajo a una muchedumbre de personas que antes trabajaban. Por sí sola, la técnica, con sus grandes avances, reduce la mano de obra y ocasiona desempleo. Es deber grave de las empresas y del Estado producir nuevos servicios y reorganizar el tiempo de trabajo de modo que sea compartido más equitativamente, como un bien para todos. Advierte además Juan Pablo II: “Urge hoy la máxima vigilancia por parte de todos ante el fenómeno de la concentración del poder, y en primer lugar del poder tecnológico; tal concentración tiende a agravar la discriminación y la marginación de personas y pueblos enteros (Christifideles Laici, 38).

| La era digital Asistimos hoy a una nueva revolución: la que plantea la sociedad de la información digital fundiendo las fronteras, gracias a las modernas redes de telecomunicaciones. Un enorme abanico de oportunidades para que los pueblos puedan difundir su identidad e interactuar se abre ante nosotros. Los procesos de emisión, producción y transmisión de información se optimizan por el desarrollo científico y tecnológico. Las posibilidades audiovisuales que brindan las nuevas tecnologías nos obligan a iniciar un proceso de alfabetización que nos permitirá construir y percibir el mundo desde las imágenes. El gran desafío es que todos los ciudadanos tengan acceso a los nuevos instrumentos de comunicación y que este nuevo mundo prometido (la so‑ ciedad de la información) no genere de por sí nuevas formas de riqueza y de pobreza –que se agreguen a las graves exclusiones ya existentes– en‑ tre quienes accedan a la competencia y a la comprensión de los nuevos lenguajes y las nuevas herramientas y quienes queden al margen de ellos como vehículos de desarrollo; entre quienes sean capaces de decodificar y discernir sus mensajes interesados y manipuladores de los que no lo son.

52

9

. El drama del desempleo y de la exclusión

El desempleo es la calamidad actual más angustiante y se produce “por las duras exigencias de las crisis económicas y de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y a sus familias a fríos cálculos económicos” (Puebla, 37). En Argentina, por ejemplo, sumando desocupados y subocupados, hay más de un 30% de la población económicamente activa con serios problemas de trabajo y de subsistencia. Además, cuando en los noventa se incrementó la producción, no creció de ninguna manera la ocupación. Por el contrario, empezó a gestarse una sociedad dual, de incluidos (los que trabajan con un salario digno y cobertura social) y excluidos (los que trabajan en negro, sin ningún amparo o por su cuenta). La exclusión se define a partir de la pérdida de la estabilidad en la ocupación o de la imposibilidad de tener un empleo seguro. Es una pobreza sin solución, sin esperanza... Hasta ahora se habló de pobreza, de empobrecimiento, de dependencia. Al hablar de exclusión, se cierran los horizontes. Queda la lucha por la supervivencia, el desencanto de la juventud que se refugia en los paraísos artificiales de la droga, la búsqueda de trabajo en el exterior... La realidad indica que no hay muchos, y cada vez habrá menos empleos para las personas que no tengan una educación secundaria completa, e incluso universitaria, con una capacitación técnica adecuada. La desocupación no es, sin embargo, una catástrofe natural. Si los ricos pagaran sus impuestos a las ganancias, habría más dinero para subsidiar a los desocupados. Pero es necesario fundamentalmente que el Estado desarrolle políticas activas para generar más empleo, inducir al consumo interno, fortalecer redes entre las pequeñas y me53

dianas empresas, redistribuir el tiempo de trabajo y asignar ingresos a trabajos sociales, para modificar la actual tendencia del desempleo. Hay que rectificar, sobre todo, el rumbo del modelo económico que ha llevado en nuestros países a una fenomenal concentración de ingresos y poder en las manos de una minoría. Otro derecho olvidado es una jubilación digna. Muchísimos trabajadores no aportan al sistema previsional por falta de dinero, desocupación o trabajo en negro y, en consecuencia, no pueden jubilarse. Por otra parte, gracias a la llamada flexibilización, se han ido atropellando los derechos laborales y, entre otras cosas, se han reducido las obligaciones patronales sobre jubilación.

10

. Pequeñas

y medianas empresas

Se ha llegado en nuestros días a la constitución de empresas multinacionales cuyas instalaciones y operaciones no se circunscriben a los límites de un país y, a veces, se extienden a varios continentes. La Iglesia, siguiendo el fundamental principio de que la economía debe estar al servicio del hombre, ha señalado por un lado los peligros que originan esas grandes empresas y, por el otro, la necesidad de conservar y promover las empresas medianas y pequeñas. Las grandes empresas se tornan impersonales, centralizan y monopolizan el mercado en muy pocas manos y el cierre de cualquiera de ellas provoca graves efectos de honda repercusión social. Las multinacionales (las 200 mayores empresas multinacionales controlan un tercio de la economía mundial), por su gran poder, interfieren en la economía y la política de los países, llegando en muchos casos a “ser verdaderos instrumentos de poder más fuertes que los mismos Gobiernos” (Iglesia y Comunidad Nacional, 148). 54

Ya Pío XII hablaba de la necesidad de “promover la pequeña y media propiedad en la agricultura, en las artes y oficios, en el comercio y la industria” (Radiomensaje del 1‑9‑64). También Juan XXIII volvía sobre el mismo tema en Mater et Magistra, pidiendo al Estado y a la sociedad el apoyo para estas pequeñas y medianas empresas en la dimensión familiar, cooperativas, etcétera (17‑19). Teóricamente es el hombre que se expresa a través de su trabajo, pero ahora muchas veces es sólo la máquina que se expresa. Por eso, hoy la promoción del trabajador no debe limitarse a lograr mejores salarios o más tiempo de descanso; debe lograr humanizar el mismo proceso de producción para que la empresa vuelva a ser una comunidad de personas... Lo que Juan Pablo II llamó significado subjetivo del trabajo (es decir, la realización del trabajador) debe tener prioridad sobre el significado objetivo del trabajo (el incremento de la producción) (Laborem Exercens, 6).

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Por qué la Iglesia defiende la primacía del trabajo y del trabajador sobre el capital y qué consecuencias implica este principio? - ¿Qué juicio merece, desde la Doctrina Social, el drama de la desocupación? - ¿Por qué se generan continuos conflictos entre capital y trabajo? 2. Aplicaciones prácticas - Leer la Parte IV de la encíclica Laborem Exercens, de Juan Pablo II, acerca de “los derechos de los hombres del trabajo” (16‑23). - Investigar acerca del gremialismo y las organizaciones sindicales del país y la imagen que transmiten. - En todo el mundo, entre 100 y 200 millones de niños menores de 15 años

55

son obligados a trabajar. ¿Qué significa para la sociedad y la familia el trabajo de menores y, en general, el trabajo en negro, por ejemplo, de los inmigrantes indocumentados? 3. Documentos para consultar - González-Carvajal, Luis, En defensa de los humillados y ofendidos, Santander, Sal Terrae, 2005. - Herrera, Roberto, Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia, Chile, San Pablo, 1993. - Vidal, Marciano, Para conocer la ética cristiana, Estella, Verbo Divino, 1991. 4. Bibliografía básica Octogesima Adveniens, 14. Catecismo de la Iglesia Católica, 2426‑2436. Caritas in Veritate, 32. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Ustedes, los ricos, lloren y giman...; sepan que el salario que han retenido a los que trabajaron en sus campos está clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor del universo (Sant 5, 1.4). - “Se debe a la avaricia que los graneros de unos pocos estén llenos de trigo y el estómago de muchos vacío. El que se atreva gloríese de su avaricia y su injusticia, pero sepa que para Dios el más miserable de los hombres es aquel que se enriquece con la miseria ajena (San Zenón). - “Sé de muchos que ayunan, rezan oraciones, gimen y suspiran, practican todo tipo de práctica religiosa que no suponga gastos, pero que no sueltan ni una moneda para los necesitados. ¿De qué servirán todas esas prácticas piadosas? Créanme, no por eso se los dejará entrar en el Reino de los cielos. No basta con decir: Señor, Señor...” (San Basilio, 330‑379).

56

IV. La actividad económica

. El mundo

1

de la economía

Economía es una palabra que viene del idioma griego antiguo y significa: reglas para gobernar (nomos), la casa (oikos). Por economía hoy se entiende la ciencia que se ocupa de las cosas materiales que el hombre necesita para vivir en la tierra: de cómo las cosas son producidas o transformadas, comercializadas y consumidas. A veces, basta tomar de la naturaleza determinados bienes sin necesidad de transformarlos (fruta, verdura, miel, pequeños animales, etc.), pero en la mayoría de los casos hace falta al menos un mínimo de transformación de los bienes; así aparece el fenómeno de la producción. Se suele distinguir hoy en la economía mundial una doble corriente: la 57

economía de mercado, que se autorregula a través del mecanismo de la oferta y la demanda, y la economía planificada por los organismos del Estado. También hay una economía formal, plenamente integrada al mercado y sujeta a las leyes, y otra informal o subterránea que tiene vida propia. La aparición del capitalismo provocó la ruptura entre economía y ética, al sostener que la vida económica está regida por leyes propias, análogas a las que rigen los fenómenos físicos, químicos y biológicos; basta dejarlas funcionar para que todo marche bien. La consigna fue: “Dejen hacer, dejen pasar, el mundo marcha por sí mismo” ( Jean Vincent Gournay). La economía comenzó a regirse únicamente por las categorías pragmáticas de la eficacia o no eficacia y ya no por las categorías morales del bien o del mal. Por su parte, los economistas acusan a los moralistas de hablar de lo que no entienden. Es que los problemas económicos no se reducen únicamente a los aspectos técnicos; hay que determinar los fines que debe perseguir prioritariamente la economía, y los medios legítimos para alcanzarlos.

2.

Economía y ética

La economía busca obtener bienes y servicios mediante la producción y el intercambio en un contexto en que los recursos no son infinitos y, por lo tanto, es preciso realizar opciones; en esto tiene que ver la ética. Adam Smith (1723‑1790), padre del capitalismo liberal, defendió que el lucro debía ser el motor de la actividad económica y había que dejar que una mano invisible ordenara el conjunto de los distintos egoísmos en la consecución del bien común. La mano invisible no funcionó como estaba previsto, el mundo económico 58

se volvió salvaje y estalló la cuestión social. La Doctrina Social de la Iglesia no entra en los aspectos técnico-científicos de la economía, pero declara terminantemente que la economía, como toda la vida del hombre, debe estar sometida a principios éticos y morales. En este sentido, la Iglesia tiene competencia para pronunciarse y para insistir sobre el principio de que la economía está al servicio de la persona humana y debe basarse en la solidaridad social. Según el Concilio “es el hombre el autor, el centro, el fin de toda la vida económico-social” (Gaudium et Spes, 63) y, por lo tanto, nada valen los logros macroeconómicos si no están puestos al servicio del hombre, es decir, de cada uno de los hombres que integran un país. El capitalismo moderno ha generado grandes progresos y bienes materiales, pero a costa de la explotación de muchos hombres y de profundas injusticias y desigualdades. El papa Benedicto XVI ha hablado ampliamente en la encíclica Caritas in Veritate de cómo todos los procesos económicos deben ser guiados por la ética, por ejemplo, en los números 35-42.

| La crisis mundial económica de 1929 El derrumbe de la Bolsa de Nueva York marca el comienzo de la Gran Depresión que signó el año 1929 y provocó pérdidas cuantiosas de dinero y la quiebra de 5000 bancos. La economía norteamericana se desmorona, la desocupación alcanza niveles increíbles, la miseria se instala en la vida cotidiana de los americanos medios... Pero este crack tiene también profundas repercusiones en la vida política internacional: se recrudecen los nacionalismos, como el fascismo italiano y el nazismo alemán, y quiebra el entendimiento entre las grandes poten‑ cias mundiales, preparándose el camino para la guerra.

59

3

. Ética de

la producción

Producir significa transformar bienes para que puedan adquirir la capacidad de satisfacer necesidades que por sí solos no podrían satisfacer. Al descascarar un grano de trigo para producir harina, se está transformando un bien en vista de producir alimento. Para eso hay que saber cómo producir; ese conocimiento que se sirve de maquinarias e instrumentos varios se llama tecnología. Hay una economía de subsistencia cuando prácticamente todos o casi todos los bienes producidos son consumidos por quien los produce, especialmente en un contexto agrícola. Hay una economía de mercado cuando todo o casi todo lo producido por alguien es vendido y colocado en el mercado. En cuanto a la producción, en general, dice el Concilio: “La finalidad fundamental de la producción no es el mero incremento de los productos, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio al hombre, teniendo en cuenta antes que nada sus necesidades fundamentales” (Gaudium et Spes, 64). La Iglesia exige, además, humanizar el mismo proceso de producción para que el hombre realice su dignidad de persona y no se transforme en una máquina más. Esta afirma la complementariedad entre el capital y el trabajo (no hay uno sin el otro) si se quieren poner al servicio del hombre los recursos materiales. Pero el capital es fruto del trabajo humano y, por lo tanto, este tiene prioridad absoluta. Toda forma de acumulación y concentración de capitales que lleve a crear explotación y brechas sociales es rechazada por la Iglesia.

60

4

. Libre iniciativa

y principio de subsidiaridad

El capital es, en sí mismo, provechoso y necesario. La libre competencia del mercado “dentro de ciertos límites es justa y beneficiosa, aunque no pueda regir toda la economía” (Quadragesimo Anno, 88). En el Catecismo de la Iglesia Católica, se afirma: “Los empresarios están obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Sin embargo, estas son necesarias; permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas y garantizan los puestos de trabajo” (2432). La Iglesia defiende el derecho a la libre iniciativa y, al mismo tiempo, predica el principio de subsidiaridad; con este principio, “ni el Estado ni sociedad alguna deberían jamás sustituir la iniciativa y la responsabilidad de los grupos sociales intermedios en los niveles en que estos pueden actuar” (Libertatis Conscientia, 73). Este principio de la Doctrina Social de la Iglesia apunta a que el Estado no haga lo que pueden realizar los individuos y los grupos sociales, a no ser en forma supletoria u extraordinaria. Lo que puede hacer una sociedad menor no debe hacerlo otra mayor. Y esto vale no sólo por las actividades económicas, sino culturales, educativas, sociales y familiares. Subsidiaridad es una palabra que viene del latín subsidium (ayuda). Según este principio, el Estado debe ayudar a los miembros del cuerpo social, pero sin impedirles que hagan lo que pueden realizar por sí mismos. El fundamento de este principio se encuentra en la precedencia que tienen las personas y las comunidades sobre el Estado. La sociedad es anterior al Estado. Este es la ordenación jurídica de aquella. El Estado no debe absorber a la sociedad; su fin es servirla, no anularla. La crisis del Estado asistencial o de bienestar se debió a la necesidad de consolidar una sociedad cada vez más participativa y fortalecer instancias cada vez más amplias de poder democrático. 61

5

. Rol del Estado

en la economía

Para que los más fuertes no se coman a los más débiles, como sucede con la ley de la selva, es necesario que el mercado y el poder económico sean controlados por el Estado. La libertad debe regularse, no suprimirse (como ha pasado en los países comunistas). “La llamada economía libre sería absolutamente negativa sin un sólido contexto jurídico que la encuadre, poniéndola al servicio del hombre” (Centesimus Annus, 48). El Estado debe orientar la vida económica por medio de leyes y programas globales que garanticen un bienestar mínimo para todos a través de políticas sociales oportunas y una distribución equitativa de los recursos producidos en el país. Función del Estado es garantizar las libertades, el crecimiento de la producción, un sistema monetario estable, servicios públicos eficientes –aunque la gestión de estos sea privada–, y cumplir con sus responsabilidades indelegables por lo que se refiere a la educación, la salud, el ejercicio de la justicia, la seguridad, etcétera. Pero también el Estado debe garantizar la igualdad de oportunidades para todos y el equilibrio entre los distintos sectores, crear condiciones que favorezcan el pleno empleo, intervenir cuando se violan los derechos humanos en la vida económica (monopolios, evasión fiscal, etc.). El Estado de bienestar, a pesar de sus nobles objetivos y grandes logros, ha entrado en crisis por demasiada burocracia e ineficiencia. Actualmente, se impone el régimen del Estado mínimo con el fenómeno creciente de las privatizaciones, la profundización de la desigual distribución de la riqueza y el desempleo. El desafío es recuperar el rol social del Estado sin caer en un intervencionismo estatista o paternalista.

62

6

. Reforma

de la empresa

La empresa es hoy la unidad económica de producción por excelencia donde trabajo y capital se combinan para producir bienes y servicios en vista de la obtención de un beneficio. Las empresas presentan actualmente una gran variedad de formas, dentro de las cuales las más importantes son las sociedades anónimas, las compañías con responsabilidad limitada y las empresas cooperativas. La empresa moderna nació con la revolución industrial y evoluciona de una fase capitalista con condiciones inhumanas de trabajo, sueldos de hambre y una duración excesiva de la jornada a una fase neocapitalista en la que, bajo la presión de las demandas sociales, se mejoraron las condiciones de trabajo, se admitieron ciertas formas de participación en las ganancias y, en general, se redujeron las horas de trabajo. La empresa es una comunidad de personas y no sólo de intereses. Por lo tanto, la Iglesia propone crear mecanismos que estimulen la participación consciente y responsable de todos en el proceso productivo de modo que la empresa asuma su función social y los trabajadores “tengan la conciencia de estar trabajando en algo propio” (Laborem Exercens, 15). Son propuestas que se refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión, en los organismos de decisión de la empresa (cogestión) y en las ganancias de esta. Hoy la Iglesia advierte el peligro que representan las empresas multinacionales que, debido a su enorme poderío, pueden conducir a una nueva forma abusiva de dominación económica en el campo social, cultural e, incluso, político (Octogesima Adveniens, 44); y orienta hacia la promoción de las empresas cooperativas y, en particular, de las medianas y pequeñas empresas.

63

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuál es el concepto cristiano de empresa según la Laborem Exercens? - ¿Cuál debe ser el rol del Estado en el campo de la economía? (cf. Centesimus Annus, 48). - ¿Cuál ha de ser la relación entre la economía y la moral? 2. Aplicaciones prácticas - Vivimos en un mundo donde 800 millones de personas están en un estado de pobreza absoluta; al 25% de la población más rica le corresponde el 89, 02% del producto mundial bruto. Estudiar a qué se debe esta injusticia. - Analizar la falsedad de ciertos dichos que separan la economía de la moral: “Negocios son negocios”, “Lo que importa es ganar”, etcétera. - Escribir y comentar la letra de la tan difundida canción Sólo le pido a Dios, de León Gieco. 3. Bibliografía básica - Bastos de Ávila, Fernando, Pequeña Enciclopedia de la Doctrina Social, Brasil, San Pablo, 1991. - Farrell, Gerardo, Manual de Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, Ediciones del Encuentro, 1993. - Guerrero, Juan Antonio, Vidas que sobran, Santander, Sal Terrae, 2003. 4. Documentos para consultar Gaudium et Spes, 70‑72. Sollicitudo Rei Socialis, 27‑29. Caritas in Veritate, 35-42. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos (Mt 19, 24).

64

- Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben (Mt 6, 20). - “¿Qué responderás al Juez, tú que viste espléndidamente las paredes de tu casa y dejas desnudo al pobre? ¿Tú que adornas los caballos y ni te dignas mirar el rostro de tu hermano cubierto de harapos? ¿Tú que dejas pudrir tus alimentos y no das de comer a los hambrientos? ¿Tú que conservas el dinero bajo llave y dejas morir al miserable?” (San Basilio, 330‑379). - “Los ricos, cuanto más poseen, tanto más desean poseer. Lo que ya tienen no les da felicidad y piensan en lo que todavía les falta según ellos; y siempre falta” (San Basilio, 330-379).

65

V. Vida política

. Dos concepciones

1

del término política

Para muchos hoy la palabra política es sinónimo de deshonestidad, corrupción, mentira, intereses personales o de grupo, demagogia. Pero, más allá de los malos ejemplos de muchos políticos, la palabra proviene del griego antiguo -polis-, que quiere decir ciudad. En consecuencia, política se entiende como el arte de organizar bien la vida de la ciudad o de buscar el bien común de todos sus habitantes, como enseña la Iglesia. Pero ¿qué entendemos por bien común? Es “el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección humana” (Gaudium et Spes, 74). Por lo tanto, el buen político es aquel que, con su actividad, busca el bien común. En 67

este sentido, Puebla afirma: “La fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene en alta estima” (514). En este sentido amplio, todos los ciudadanos están llamados a practicar la política, o sea, la búsqueda del bien común. No existe bajo esta óptica la persona apolítica; palabras y silencios, acciones u omisiones tienen necesariamente una repercusión política. Hay, sin embargo, un sentido más estricto del término política, que se refiere a la búsqueda, ejercicio y reparto del poder como algo necesario para lograr el bien común y ser factor unificante de la sociedad: se la llama política partidista y se entiende de forma más restrictiva. El poder es un medio para la consecución del bien común; cuando se olvida esto se cae en la politiquería o en la política sucia. La búsqueda del poder como medio para el bien común es en sí misma una actividad noble que requiere, por parte de los aspirantes, idoneidad y honestidad. Pío XI hablaba en este sentido de la política como de la expresión más alta de la caridad porque puede crear las condiciones para una sociedad más justa y solidaria.

2.

Una democracia real

Democracia es una palabra griega que significa gobierno del pueblo y alude al derecho del pueblo a designar a sus representantes y a controlar el modo en el cual ejercen el poder que les ha sido delegado. De la democracia abierta de la antigua Grecia, se ha pasado, en la época moderna, a una democracia representativa; el pueblo gobierna a través de sus representantes, organizados en partidos políticos que concretan sus propuestas y sus ideas. La primera constitución que consagró el régimen democrático actual fue la norteamericana en 68

1787. Con la conquista del sufragio universal, se logró el derecho al voto para todos. Pero aun así los pueblos buscan formas más eficaces de participación en el ejercicio y en el control del poder. Para que la democracia sea efectiva y real, esta debe darse también a nivel social y económico. No es suficiente una democracia de tipo liberal. Se precisa una democracia que apunte también a una real justicia social y al protagonismo de los trabajadores. Aceptado el régimen democrático, debe necesariamente admitirse el pluralismo político y, por lo tanto, la existencia de partidos e ideologías, la libertad de asociación, de prensa, etcétera. Y, aunque la lucha por los intereses de cada sector sea legítima, es fundamental que predomine sobre ella la búsqueda del bien común, para que no se desvirtúe la esencia de la democracia. A la Iglesia no le ha resultado fácil aceptar el régimen democrático. Esto se dio recién con León XIII y, sobre todo, con Pío XII, el cual llegó a afirmar: “La forma democrática de gobierno parece a muchos como un postulado natural impuesto por la misma razón”. Advirtió, sin embargo, que eran posibles distintas formas de realización de la democracia.

| La polis en la Grecia Antigua Entre los siglos VIII y VI a.C., y después de la dominación doria, Grecia desarrolló y culminó una gran recuperación política, económica y cultural que se hizo posible gracias a la organización en ciudades-Estados llama‑ das polis. Estas ciudades-Estados, que al comienzo fueron monarquías, pronto tuvie‑ ron Gobiernos aristocráticos que derivaron hacia la democracia (el gobier‑ no del pueblo) y desterraron a los sabios del control de la ciudad. La polis griega tuvo un territorio bien definido, gozó de autarquía económi‑ ca y militar, y poseyó reglas de conducta y organización compartidas, aun‑ que cabe destacar que, en la época de esplendor, solamente los griegos

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nacidos de padres ciudadanos tuvieron plenos derechos de ciudadanía, quedando excluidos los esclavos, los extranjeros y las mujeres.

3.

Estado de derecho

La primera exigencia de la democracia es el estado de derecho, que significa el sometimiento de todos al imperio de la ley, de manera que la sociedad esté organizada de manera estable, con su constitución, sus tres poderes, sus leyes y la autoridad de un Gobierno legítimo. “Una auténtica democracia es posible solamente en un estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana” (Centesimus Annus, 46). Primer deber del Estado es reconocer y promover los derechos fundamentales de la persona humana y buscar el bien común. Sin embargo, actuar con justicia no quiere decir, en todos los casos, tratar exactamente por igual a todos. Hay en nuestras sociedades grupos de personas que, por su condición de debilidad económica o cultural, necesitan un trato especial por parte del Gobierno para que se respeten sus legítimos derechos. Es el caso, por ejemplo, de los aborígenes, de los desocupados, de los ancianos, de los enfermos, de los niños abandonados o de las familias muy pobres, de los inmigrantes y de los discriminados por razones de raza o religión. En la actualidad, asistimos a una fragmentación peligrosa en la que no aparecen objetivos comunes, se exalta el pragmatismo alejado de la ética, y los grupos de poder económico imponen cada vez más sus intereses particulares sobre el interés general. Hace falta un Estado social de derecho cuyo fundamento y objetivo sea la justicia, no el bienestar, y asuma su tarea de armonizar la competencia y la solidaridad social. Así como hay que recuperar la política de su desprestigio 70

y subordinar el mercado, también hay que recuperar el Estado para que sepa poner los equilibrios necesarios frente a un sistema económico injusto que concentra la riqueza en unos pocos.

4.

Los partidos políticos

Para la Iglesia, la democracia es el régimen político más coherente con la dignidad de la persona humana. El Concilio destacó la importancia de los partidos políticos como escuelas de formación cívica y política. Insistió en la necesidad de que los cristianos se comprometieran en la política partidista. “Los que son, o pueden llegar a ser, capaces de ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble, prepárense para ejercerla sin buscar el propio interés ni ventajas materiales” (Gaudium et Spes, 75). Por otra parte, se advierte cada vez más intensamente una grave crisis de representatividad en la clase política por los sucesivos incumplimientos programáticos, el fenómeno creciente de la corrupción, la crisis de las ideologías, el nuevo protagonismo de los medios de comunicación, la sumisión de la política a la economía. Esta situación provoca el descreimiento y el desinterés para con todo lo que se refiere a la política partidista. Surgen, al mismo tiempo, nuevos movimientos sociales que bregan desde distintos ángulos para la transformación de la sociedad en su conjunto. Así, en estos tiempos de cambio, la Iglesia insiste en la educación para los verdaderos valores de la democracia, en la recuperación de la ética social, de la legalidad y la moral pública, para que el sistema democrático pueda defenderse de la corrupción, el sectarismo, la demagogia, el clientelismo y las mafias. Tales vicios sólo se 71

corrigen ejerciendo más en profundidad la democracia, con un verdadero espíritu democrático fundado “en la verdad, la libertad, la justicia social y la tolerancia” ( Juan XXIII). No es verdad que la política necesite renunciar a la ética para ser eficaz; el fin nunca justifica los medios.

. Opción política

5

del cristiano

La Iglesia como institución puede y debe intervenir en defensa de los derechos humanos, de la democracia o de la justicia social, pero no puede hacer política partidista por ser signo y factor de unidad entre los cristianos. Los pastores de la Iglesia no se definen sobre aspectos técnicos, sino morales. La política partidista es el campo propio de los cristianos laicos. Por otra parte, ningún partido político, por más inspirado que esté en la Doctrina Social de la Iglesia, puede arrogarse la representación de todos los cristianos, ya que su programa concreto no podría tener nunca valor absoluto para todos. Son los valores morales y los principios cristianos los que deben identificar a los cristianos más allá de las opciones concretas. No existe una política cristiana, sino cristianos en política; no existe un voto cristiano, sino el voto en conciencia. Y el laico cristiano actúa a título personal y no en representación de la Iglesia. Sin embargo, los pastores de la Iglesia tienen el derecho y el deber de orientar e iluminar, a la luz de la fe, la acción política de los cristianos. Cuando el pluralismo es tan amplio que la fe sirve para amparar a tiranos y a oprimidos, la Iglesia debe desautorizar determinadas opciones y posturas por incompatibles con la fe. La Iglesia lo ha hecho efectivamente, por ejemplo, en América Latina, condenando la doctrina de la seguridad nacional, una ideología antidemocrática 72

que se amparaba bajo la bandera del anticomunismo y promovía las dictaduras militares. También la Iglesia ha denunciado el capitalismo liberal y el socialismo marxista. Sin embargo, los papas Juan XXIII y Pablo VI han hecho una distinción muy importante entre las ideologías y los movimientos históricos que pudieron surgir de ellas; estos pueden irse transformando con el tiempo, abandonando el sustrato ideológico negativo que poseían (Octogesima Adveniens, 30).

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. Participación

y objeción de conciencia

Hoy no se reconoce como democrático a ningún Estado que no practique el sufragio universal, libre, igual y secreto. A pesar de que en muchos países el voto no es obligatorio, el voto para la Iglesia es un deber grave y hay que votar guiados por la propia conciencia cristiana después de una búsqueda y un discernimiento responsables. Ni el interés privado (por ejemplo, en el caso lamentable de la compra de votos) ni la lealtad para con el propio partido, cuando se trata de algo que violenta la conciencia o perjudica el bien común, son motivos legítimos y válidos para orientar la conducta del cristiano. La Iglesia enseña, además, el derecho de todos a una participación política que vaya mucho más allá del voto y que implique informarse, discutir, actuar, hacer una oposición constructiva y, llegado el caso, formar movimientos de presión o resistencia pasiva. Si bien no hay obligación de militancia política en sentido estricto, el no querer meterse en política por ser una cosa sucia hace que la corrupción aumente y nos haga a nosotros también cómplices con nuestro silencio y nuestra pasividad. Cuando las leyes permiten situaciones que son legales, pero no éticas, o comportamientos que la moral cristiana repudia (como en 73

el caso del aborto o del divorcio legalizado), el creyente no puede aprovecharse de esa permisividad. Aun en caso de subversión o guerra, ninguna obediencia debida autoriza a realizar actos inmorales. Si alguna vez las leyes civiles le exigieran a un cristiano un comportamiento contrario a su conciencia, él debe hacer objeción de conciencia porque una ley inmoral o injusta no obliga. El médico, cuando es requerido para un aborto, debe apelar a la objeción de conciencia y rehusarse. También quienes -en el servicio militar obligatorio- objetan el uso de las armas tienen derecho a un servicio social alternativo por inspirarse, según el espíritu del Evangelio, en el principio del rechazo a cualquier guerra y a cualquier forma de violencia. La participación política en concreto puede ser, para muchos, tan solo un envío de un correo electrónico, la firma de una declaración colectiva, una carta al diario, estar presente en una manifestación, un golpe de teléfono a la radio, participar de un encuentro, un llamado a la televisión..., hasta formas más sólidas de organización.

7

. El surgimiento

de la sociedad civil

Frente a la crisis del Estado y de los partidos políticos y a la prepotencia del mercado, ha surgido un nuevo fenómeno: la emergencia de la sociedad civil como distinta del Estado y del mercado. Se trata de una cantidad de iniciativas o redes comunitarias y de autogestión que se originan en el mismo pueblo y que, de una manera mucho más participativa y solidaria, están inaugurando un nuevo modo de hacer política. Existen también nuevos movimientos sociales como el movimiento ecologista, el pacifista o el feminista, los sin tierra, los movimientos indígenas, los movimientos por la defensa de los derechos humanos, etcétera. 74

Otro fenómeno social es el del voluntariado nacional e internacional, al que se caracteriza con el nombre de Tercer Sector por la enorme cantidad de organizaciones no gubernamentales (ONG) y asociaciones sin fines de lucro que lo integran y en el que la Iglesia está muy presente (Cáritas es un claro ejemplo de ello). Uno de los peligros actuales reside en que los Estados quieran poner todo el peso del cuidado social en el Tercer Sector, descuidando la responsabilidad social que le es propia, tal como lo afirma Juan Carlos Scannone, sj en su libro Argentina: Alternativas frente a la globalización. En este caso, estos organismos ya no ejercerían su papel crítico e independiente en orden a una reforma de la sociedad y a una mayor justicia para todos. La sociedad civil debe encontrar las mediaciones concretas para influir en las políticas de Estado y en la actuación de los partidos políticos sin atarse necesariamente ni al Estado ni a los partidos. Pero el descrédito en que han caído la política y el gremialismo es negativo porque deja el camino allanado a la voracidad e inescrupulosidad de los poderes económicos.

8

. Nuevo poder

de los medios

La posmodernidad ha puesto en crisis ideas y filosofías fundadas en la razón y consideradas permanentes. Asistimos a la exaltación del momento presente y del sentimiento, al rechazo de vínculos y compromisos estables, a la vuelta de una religiosidad poco comprometida. En nuestros días, prevalece el retiro al santuario de la vida privada donde supuestamente puede darse la única felicidad que el hombre puede conseguir. Pero, al mismo tiempo, ha vuelto la ética y se siente la necesidad de una educación no pretendidamente neutral, sino que eduque en valores. 75

Los medios de comunicación social se están transformando en vehículos de participación popular, búsqueda de la verdad y afán de justicia. En la actualidad, sobre todo los medios audiovisuales, constituyen un nuevo y formidable poder, quizás por la crisis profunda que atraviesan las instituciones tradicionales. Estos medios transmiten mensajes, modelos de comportamiento en su mayoría de tipo consumista, pues para las empresas de comunicación los criterios de rentabilidad económica son decisivos. Las grandes agencias periodísticas (son 107 en el mundo, pero las cinco más importantes controlan el 95% de la información de todo el planeta) filtran las noticias que llegan a nuestros hogares. En este sentido, el Concilio, en el Decreto sobre los Medios de Comunicación Social (5b y 12), habla del derecho a la libertad de expresión y a la libertad de información, pero antes habla del derecho primario a la información. La libertad de expresión debe estar al servicio de la comunidad y esta tiene derecho a exigir que sea ejercida con honestidad. El mismo Juan Pablo II, refiriéndose al tema, aseguró con contundencia: “Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por buscar la verdad, la decisión de proponer la verdad sin manipularla y ser incorruptible frente a ella” (Madrid, 1982). La Iglesia invita a discernir los contenidos alienantes­y a denunciarlos. A formarse en una actitud crítica frente a los medios, ya que de por sí estos pueden servir en gran medida al encuentro entre personas, al debate de las ideas y a la participación popular.

9

. La corrupción estructural

No se habla aquí de casos de corrupción, sino de un estado o un sistema de corrupción en la esfera pública y social. La corrupción es 76

una enfermedad moral que está carcomiendo la vida pública y económica de muchas sociedades y que se ha multiplicado en estos últimos años dando lugar a una demanda creciente de ética y transparencia. Hay mil formas de corrupción cotidiana, incluyendo “avivadas”, acomodos, arreglos, privilegios, coimas, etcétera. Aquí nos referimos a esa corrupción que es servirse del Estado en provecho propio, aprovechándose de bienes públicos. Es cuando, en vez de vivir para la política, se vive de la política. Hay actos delictivos tipificados, como la malversación de fondos públicos, la violación de los deberes de los funcionarios, la administración fraudulenta o el enriquecimiento ilícito, las jubilaciones de privilegio, etcétera. Cuando estos delitos se cristalizan en un sistema de normas o situaciones de hecho que se dan con total impunidad, constituyen un verdadero pecado social. La corrupción aumenta por la concentración hegemónica del poder político y económico en pocos y poderosos sectores de la población. Además, la corrupción misma, cuando es endémica, es generadora de más corrupción. La corrupción como pecado social pone de manifiesto que las personas influyen en los sistemas, pero los sistemas también modifican y determinan a las personas. El Estado que permite la impunidad y no fortalece la independencia y el desenvolvimiento normal y correcto del poder judicial falla en una de sus prioritarias tareas. Por su parte, el papa Juan Pablo II ha dicho claramente refiriéndose a la Iglesia: “La Iglesia está llamada a dar su testimonio cristiano asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico” (Redemptoris Missio, 43). Los vicios capitales más difundidos también entre la gente común son robarle al Estado con toda tranquilidad, el desconocimiento de lo que es público y, por lo tanto, de todos, la falta de respeto a la ley, la falta a la palabra dada, aprovecharse de los demás, seguir la ley del menor esfuerzo, esperarlo todo de arriba. 77

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Por qué la Iglesia da tanta importancia a la participación política del cristiano? - ¿Con qué criterios debería definirse la opción política del cristiano? - ¿Por qué la gente no tiene confianza en los partidos políticos? 2. Aplicaciones prácticas - Leer y sintetizar el Documento de Puebla sobre el tema “Evangelización, ideologías y política” (507‑562). - Recordar y comentar los principales casos de corrupción acaecidos en el país en los últimos años. ¿A qué se debieron? - Estamos viviendo en un sistema que se dice “democrático”; señalar en qué aspectos no es democrático y qué movimientos populares nuevos están surgiendo. 3. Bibliografía básica - Camacho, Idelfonso, Creyentes en la vida pública, Madrid, San Pablo, 1995. - Iriarte, Gregorio, Ética Social Cristiana, México, Dabar, T 5. - Renan, Jesús, Desafiados por la realidad, Madrid, Sal Terrae, 1994. 4. Documentos para consultar Octogesima Adveniens, 46‑47. Christifideles Laici, 40‑43. Iglesia y comunidad nacional, 108‑137. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Sus guardianes son todos ciegos, ninguno de ellos sabe nada. Todos ellos son perros mudos, incapaces de ladrar… cada uno toma por su camino,

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todos, hasta el último, detrás de su ganancia… El justo desaparece y a nadie le llama la atención (Is 56, 10‑11 y 57, 1). - “Cuando entro en la casa de un rico viejo y tacaño y la veo toda embellecida, me doy cuenta de que hay gente que adorna con gran afán lo material que no tiene alma, y deja sin ornamento alguno a la propia alma. ¿Qué utilidad tienen esas mesas de oro y plata cuando tanta gente frente a tu puerta sufre y tú te excusas diciendo que son muchos los pobres para socorrerlos a todos? No has sido misericordioso; tampoco tu encontrarás misericordia” (San Basilio, 330‑379). - “¿Puede haber alguien más inicuo que los terratenientes? Si observamos cómo tratan a sus peones, verán que son mucho más crueles que los bárbaros. Creen que los cuerpos de esos hombres son como los de los mulos y no les conceden ni un momento de respiro. Extenuados por el hambre, obligados a trabajos muy duros, pasan su entera existencia. ¡Qué espectáculo bochornoso! Todo lo recaudado va derecho a rellenar las lágrimas de los patrones, mientras que al peón sólo le quedan dos monedas” (San Juan Crisóstomo).

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Vi. Propiedad privada

. El destino universal

1

de los bienes

“Dentro del plan de Dios, todos los bienes de la tierra están destinados en primer lugar al decoroso sustento de todos los hombres” (Mater et Magistra, 119). Pablo VI advierte, a su vez, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto, pues está subordinado en primer lugar al derecho de todos los hombres a usar de los bienes de la tierra. Aunque las primeras encíclicas sociales de los papas sostuvieron el derecho natural a la propiedad privada y algunos pensadores liberales han querido hacer de ellas sustento para sus teorías (cf. Populorum Progressio, 22-23), toda propiedad privada tiene una hipoteca social. El tema fue aclarado ampliamente partiendo de la distinción entre medios de 81

consumo y medios de producción. Los medios de consumo son aquellos más directamente necesarios para la vida (alimentación, vestido, vivienda, educación) y los medios de producción son los que sirven para producir otros bienes (tierras, maquinarias, fábricas, tecnología). La propiedad privada de los primeros es un derecho natural, absoluto y permanente de todos los hombres. En situaciones extremas, existe, incluso, el derecho de tomar de la riqueza ajena lo necesario para la subsistencia propia y de la familia, como enseña el mismo santo Tomás de Aquino. El debate se plantea en relación con los medios de producción. Para el capitalismo, la propiedad privada de los medios de producción es un derecho sagrado y absoluto; para el marxismo es la causa más grande de la explotación del hombre por el hombre y, por lo tanto, debe ser abolida (y colectivizada). ¿Y para la Iglesia?

2

. Propiedad privada

de los medios de producción

La Iglesia defiende el derecho legítimo de todos y, por lo tanto, también de los trabajadores, a la propiedad privada de los medios de producción, ya que son fruto del mismo trabajo, y condena los abusos de esta. La propiedad privada es necesaria como expresión de la libertad del hombre, de su iniciativa y responsabilidad social, y como elemento de seguridad para el porvenir. Pero dice Juan XXIII: “No basta afirmar que el hombre tiene un derecho natural a la propiedad de los bienes, incluidos los de producción, si al mismo tiempo no se procura con toda energía que se extienda a todas las clases el ejercicio de este derecho” (Mater et Magistra, 113). Frente a los abusos que pueden darse, y se dan, de la propiedad privada de los medios de producción -y que afectan el bien común (latifundios sin cultivar, especulación de la tierra, concentración ex82

cesiva de los bienes o de las finanzas en las manos de unos pocos)-, hay que recordar que la propiedad privada de los medios de producción no es un derecho absoluto y el Estado puede y debe intervenir. Dice Pablo VI: “El bien común exige algunas veces la expropiación, si por el hecho de su extensión, de su explotación deficiente o nula, de la miseria que de ella resulta a la población, del daño considerable producido a los intereses de un país, algunas posesiones sirven de obstáculo a la prosperidad colectiva” (Populorum Progressio, 24). “La propiedad privada es un derecho de todos, pero no como fuente de privilegios o irritantes desigualdades sociales. Los medios de producción nunca pueden ser poseídos contra el trabajo, porque el único título legítimo para su posesión es que sirvan para el trabajo y, sirviendo al trabajo, hagan posible el destino universal de los bienes y el derecho a su uso común” (Laborem Exercens, 14).

| El feudalismo en la Edad Media El feudalismo fue, en Europa occidental, el sistema dominante durante la Edad Media. Surgió al final del Imperio Romano, cuando los colonos y pequeños propietarios entregaron a los grandes señores sus propiedades y su fidelidad a cambio de protección. En este sistema, el señor se apropiaba de la producción del vasallo, y las instituciones feudales y de vasallaje garantizaban la hegemonía de las clases dominantes (nobleza y clero) gracias a la creación de una red de dependencias y de la fuerza militar.

3

. Doctrina de

los Padres de la Iglesia

Los llamados Padres de la Iglesia (Santos Basilio, Gregorio, Juan Crisóstomo, Hilario, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, entre otros) son 83

los santos pastores y escritores eclesiásticos de los primeros siglos de la Iglesia. Unánimemente han enseñado, reflejando el espíritu del Evangelio, que Dios ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos según las reglas de la justicia, inseparable de la caridad (cf. Gaudium et Spes, 69). Se traiciona el don de la creación cuando una minoría de los hombres se apodera de los recursos de la tierra, ya que “lo que es de Dios es de todos” (San Cipriano). “No somos dueños sino administradores frente a Dios de los bienes de este mundo”, enseña san Juan Crisóstomo. Para san Basilio, “la propiedad privada absoluta es un robo”. Según el mismo santo, es ladrón no solamente aquel que arrebata los bienes a quien ya los tiene, sino también aquel que no quiere compartir los bienes que tiene en abundancia con los que carecen de ellos. Afirma: “Del hambriento es el pan que tú retienes, del que va desnudo es el manto que tú guardas en tus armarios, del descalzo el calzado que en tu casa se pudre”. Para los Padres de la Iglesia existe un verdadero derecho del pobre y lo superfluo del rico se debe a los pobres como un estricto deber de justicia. Pablo VI retomó esta enseñanza afirmando: “No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad, cuando a los demás falta lo necesario” (Populorum Progressio, 22). El derecho a vivir de todos está primero que el derecho a vivir muy bien de algunos.

4

. Función social

de la propiedad

La hipoteca social que pesa sobre la propiedad privada no alcanza sólo a los bienes sobrantes (superfluos), sino que tiene que ver con 84

el modo de gestionar y administrar los bienes. La función social de la propiedad tiene que ver con el uso que el propietario hace de sus bienes. Ese uso no es neutral en sus efectos, ni indiferente para la sociedad. Retener bienes sin hacerlos producir es perjudicar a quien necesita que ese capital sea empleado de tal manera que él pueda trabajar. No se le pide al propietario que reparta su dinero, sino que lo haga producir beneficiando a los demás, creando, por ejemplo, nuevas fuentes o puestos de trabajo. Para ejemplificar aún más: No se puede retener suelo urbano sin edificar, mientras se espera que suban los precios, o se provoca una subida de ellos, cuando tantos precisan vivienda... El hombre, al usar de los bienes, no debe tener las cosas materiales que de manera legítima posee como exclusivamente suyas, sino también como bienes comunitarios: ¡que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás! (cf. Gaudium et Spes, 69). También el Estado puede ser propietario de medios de producción (líneas aéreas, ferrocarriles, telecomunicaciones, fábricas, etc.), cuando lo exigen motivos de manifiesta y verdadera necesidad del bien común. En este caso, se trata de propiedad pública (no confundir con la propiedad colectiva de los medios de producción, patrocinada por el marxismo, donde todo pasa a manos del Estado).

5.

Reforma agraria

Ya en el Antiguo Testamento, encontramos repetidas veces la afirmación de que la tierra es de Dios (cf. Lv 25, 23) y él quiere que todos sus hijos disfruten de ella por igual. Por eso, no sólo exige un reparto inicial, equitativo, de la tierra, sino una redistribución periódica, cada vez que llegue el año jubilar (cf. Lv 25, 8‑17). La función social de la 85

propiedad de la tierra es más importante que otros tipos de propiedades. La tierra es un bien insustituible. El Estado debe tender a una distribución más justa de la propiedad del suelo, corregir los males del latifundio y del minifundio (que no garantizan la subsistencia de millones de campesinos). Se hace necesaria entonces la expropiación a través de formas adecuadas de indemnización y una reforma agraria que aumente la p­ roductividad de la tierra en beneficio de todos. En América Latina, ni siquiera el 10% de los hombres que trabajan en el campo son propietarios de las tierras que cultivan. La pequeña propiedad rural es la base más sólida para el desarrollo del campo. La integración de estas propiedades en cooperativas agrícolas, desde donde también los campesinos pueden disponer de recursos legales para defender sus derechos, representaría un logro importante, como enseña también Mater et Magistra (119-153). El documento del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, que lleva por título Para una mejor distribución de la tierra (1997), ha vuelto a plantear el reto y la urgencia de una efectiva, equitativa y eficiente reforma agraria, sobre todo en América Latina. El Documento de Aparecida ha vuelto a pedir la reforma agraria para aquellos países donde existen grandes latifundios en las manos de unos pocos (cf. 72).

6.

Ética fiscal

Ya el papa Pío XII les decía a los hombres de Acción Católica en 1947: “A lo que deben tender es a la más justa distribución de la riqueza. Esto es y seguirá siendo un punto central de la doctrina social católica”. Y Juan Pablo II afirmaba muchos años después: “Tanto los pueblos como las personas deben llegar a disfrutar de una igualdad fundamental” (Sollicitudo Rei Socialis, 33). 86

En los siglos pasados, el sistema tributario tenía tan solo funciones recaudatorias para financiar servicios indispensables (defensa, tribunales, obras públicas, etc.). Los individuos, para hacer realidad el destino universal de los bienes, recurrían a la limosna voluntaria. Hoy se les encomienda a los poderes públicos una segunda tarea: redistribuir la riqueza nacional con justicia. La renta nacional ha de ser usada en función del bien común. En la actualidad, se ha institucionalizado la solidaridad en múltiples campos (educación, asistencia sanitaria, previsión social, etc.), lo cual ha supuesto un aumento considerable de la presión fiscal. La Iglesia afirma que la evasión fiscal es pecado y que las leyes tributarias obligan en conciencia, eficacia y honradez (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2240 y 2409); evidentemente “deben adaptarse a la capacidad económica de los ciudadanos” (Mater et Magistra, 132), eximir a los más pobres y demandar más a quienes tienen más posibilidades. Deben ser establecidas por quien tiene la autoridad legítima para hacerlo, siempre en orden al bien común y con suficiente confianza y honradez. La evasión fiscal se da, muchas veces, debido al oportunismo político; reducir los impuestos es ganar votos, castigar la evasión es perderlos.

7

. Ética civil

y conducta cristiana

El respeto y la práctica de las leyes es un deber para el cristiano (cf. Jn 19, 11; 1 Pe 2, 13-14) y es preciso educar a la legalidad. En el caso de que las leyes choquen con la ley divina y sean injustas o inmorales, hay que rechazarlas y hacer objeción de conciencia (cf. Hch 4, 19). Por otra parte, el legislador civil no siempre está obligado a elevar a categoría de ley todo lo que es una exigencia ética, ni debe reprimir con medidas 87

legales todos los males de la sociedad. Luis González-Carvajal recuerda que ya santo Tomás decía que las leyes no deben prohibir todos los vicios, sino sólo aquellos que hacen imposible la convivencia. Las restantes exigencias éticas deben ser cumplidas por los ciudadanos sin ningún tipo de coacción, porque sólo así tienen valor moral. Los cristianos deben regirse siempre por la moral cristiana. En el pasado, todas las leyes civiles se inspiraban en la moral cristiana, pero ahora, en una sociedad pluralista, puede que se despenalicen determinadas conductas (aborto, eutanasia, etc.) que el cristiano no puede aceptar. Si esto sucede, no es porque estas conductas ya no sean malas. Si la Iglesia en otro tiempo mandaba, ahora ha de convencer y evangelizar. Hay un patrimonio ético común a todos los grupos humanos por lo que puede haber una ética compartida que hace posible la convivencia humana. Aunque este patrimonio (la ética civil) que inspira las leyes civiles, no se corresponda totalmente a la moral cristiana, los cristianos pueden colaborar en su acatamiento y enriquecimiento. Es cierto que la verdad moral no es el resultado de un consenso de mayorías, pero para los no creyentes no hay ninguna otra instancia para fundamentar y consolidar las leyes. También hay una ética mundial promovida y consensuada por las distintas religiones; quizás a través del diálogo religioso se pueda mejorar el entendimiento mutuo, evitar el tan mentado choque de civilizaciones y garantizar para el futuro la justicia y la paz.

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - El papa Juan Pablo II afirmó que “sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social”. ¿Qué quiere decir?

88

- ¿Qué significa que el derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse si daña el bien común? - ¿Cuáles son las consecuencias del destino universal de los bienes? 2. Aplicaciones prácticas - La mayor riqueza de América Latina es la tierra, pero hay 35 millones de campesinos sin tierra, y el 1, 5% de los propietarios tienen en sus manos el 75% de las tierras. ¿Cómo puede cambiar esta situación? - Analizar cómo el uso y abuso del derecho de propiedad hoy en el mundo hace que muchos se queden sin lo necesario para vivir. Citar ejemplos. - Investigar acerca de los procesos de la reforma agraria y la ocupación de tierras que se han desarrollado y se desarrollan en América Latina (por ejemplo, en Brasil). 3. Bibliografía básica - González-Carvajal Luis, En defensa de los humillados y ofendidos, Santander, Sal Terrae, 2005. - Galderisi, Hugo, Ensayos sobre la realidad social latinoamericana, Buenos Aires, 1996. - Souto Coelho, Juan, Iniciación a la Doctrina Social, Madrid, San Pablo, 1995. 4. Documentos para consultar Populorum Progressio, 18‑23. Centesimus Annus, 30‑31. Documento de Santo Domingo, 171‑177. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - La tierra no podrá venderse definitivamente, porque la tierra es mía (Lv 25, 23). - Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios (Lc 12, 20-21).

89

- “Salimos de la Iglesia y vemos pobres que nos piden ayuda, pero apuramos el paso como si fueran estatuas sin alma. Nos espera en nuestra casa la mesa lista. ¿Pero cómo tendremos el coraje de agradecer a Dios y de levantar las manos al cielo pidiendo perdón por nuestros pecados? ¿No será que después de tanta inhumanidad, como respuesta a la oración, nos llegue desde el cielo un rayo?” (San Juan Crisóstomo, 344‑407). - “Cuando veas a un pobre, no le pases cerca apurado, ponte a reflexionar. Si tú estuvieras en su lugar, ¿qué querrías que los demás hicieran por ti? Piensa que él es un hombre como tú, con tu misma dignidad. Y, sin embargo, a él, que en nada es inferior a ti, tú lo consideras a menudo menos que a tus propios perros, porque estos se sacian de pan mientras que aquel se duerme sin haber comido” (San Juan Crisóstomo).

90

Vii. Ideologías y sistemas económicos

1

. Crisis de

las ideologías

La palabra ideología apunta a un conjunto de valores y de criterios, a una visión del mundo y de la historia que poseen una persona o un grupo determinado de personas y que las orienta hacia una acción o compromiso concreto en orden a un proyecto de sociedad. La ideología no se propone tan solo un análisis de la realidad: pretende cambiarla, modificarla o mantenerla conforme a los intereses del grupo social que representa. Según el Documento de Puebla, las ideologías, aun siendo parciales, pueden ser legítimas si parten de una cosmovisión, si defienden intereses legítimos y respetan los derechos fundamentales de los demás grupos sociales (cf. 535). Pero pueden tener efectos perversos cuando llegan a esclavizar al hombre. 91

Ejemplos de ideologías extremas son el liberalismo económico, el marxismo, el nazismo, la doctrina de la seguridad nacional, el racismo, etcétera. Con el avance democrático, el consecuente pluralismo y la lucha por los derechos humanos, las ideologías totalizantes han entrado en crisis. Después de la caída del muro de Berlín y de la ex Unión Soviética, se habló del fin de las ideologías. En realidad, lo que ha entrado en crisis es la absolutización que se ha hecho de las ideologías hasta transformarlas en religiones laicas (Puebla, 536) al servicio de sus estrategias y no del hombre. El discurso del fin de las ideologías es monopolizado por los que abogan por el pensamiento único: la concepción neoliberal de la economía, de la política y de la sociedad como única y posible salida de los problemas actuales. Para ellos, los problemas hoy son puramente técnicos y sólo se necesitan hombres pragmáticos. Con ellos se ha impuesto una ideología oficial y globalizada que celebra los sucesos del neoliberalismo imperante.

| La caída del muro de Berlín El muro de Berlín es la piedra convertida en historia del siglo XX. En 1933, en Alemania, surgió un régimen que menospreció al hombre y buscó ex‑ tender la base de su poder al este de Europa: el nacionalsocialismo. La Segunda Guerra Mundial, comenzada por Hitler, llevó a la división de Europa y Alemania, y a la confrontación de las dos potencias mundiales: los Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1948 los Estados Unidos de Norteamérica aceptaron el bloqueo de los soviéticos a los sectores del oeste de Berlín, y una línea de demarcación entre este y oeste de Berlín se convirtió en garantía recíproca del acuerdo. El 13 de agosto de 1961, con la construcción del Muro de Berlín, herida abierta en el corazón de la ciudad, la República Democrática Alemana (bajo la órbita rusa) se aisló definitivamente del oeste.

92

Veintiocho años más tarde, en la noche del 11 al 12 de noviembre de 1989, bajo el aplauso de miles de berlineses de este y oeste, y ante la mirada expectante de cientos de miles en el mundo, caía el Muro, símbolo de la guerra fría, de la división de los pueblos, y se producía sin duda un acon‑ tecimiento esperanzador.

2.

Capitalismo liberal

Por liberalismo se entiende la ideología política y económica que tiene como fin asegurar la libertad de los individuos y limitar el poder del Estado. A nivel político, tuvo el mérito de encauzar las revoluciones modernas en favor de la libertad y en contra de las tiranías, con el aporte teórico de autores como Locke, Montesquieu y Stuart Mill. A nivel económico, sin embargo, el sostener el derecho absoluto de la propiedad privada de los medios de producción y el libre juego de la demanda y oferta sin intervención del Estado, llevó al drama del pauperismo y a la exclusión social. El principal teórico económico del liberalismo fue Adam Smith (1723‑1790). Para esta teoría, la búsqueda individualista del lucro es el motivo esencial de la actividad económica y la economía debe regularse exclusivamente por la libre competencia. Por capitalismo se entiende el sistema económico que se basa en la supremacía del capital sobre el trabajo; la última instancia de las decisiones que controlan el proceso productivo está en manos de aquellos que poseen el capital. El capitalismo nació a comienzos de la revolución industrial, impregnado de ideas liberales, regulándose exclusivamente por las indicaciones del mercado y bajo el mecanismo de la formación de precios. 93

Desde aquel entonces, han surgido una gran variedad de modelos neocapitalistas que se distinguen por la mayor o menor intervención del Estado en los mecanismos económicos o en la determinación de los precios y los salarios.

3

. Economía social de mercado

Después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo experimentó una notable transformación inspirándose en las intuiciones del economista británico John Keynes. En contra de la tesis tradicional, su pensamiento se resume en la idea de que el capitalismo no se autorregula ni es capaz de conseguir por sí mismo el bien común. Y, por lo tanto, el Estado debe intervenir en la economía. Se trata siempre del mismo sistema capitalista. Se conserva la propiedad privada de los medios de producción, aunque esta haya dejado de ser derecho absoluto y se le impongan ciertas cargas. Impulsa el ideal de un capitalismo social, una economía mixta para un mayor bienestar social y un pleno empleo. En las últimas décadas, en la mayoría de los países desarrollados cuya economía está orientada hacia el mercado, los Gobiernos han asumido un creciente control. Bajo muchos aspectos, la mano invisible de la economía de mercado fue reemplazada por la mano directiva del Gobierno central como la principal fuerza económica de las sociedades capitalistas. En América Latina, hubo siempre un capitalismo periférico y dependiente, que abastecía de materia prima al capitalismo de los países centrales donde funcionan los centros de poder y obran los grupos multinacionales. También aquí se intentó experimentar, a través del Estado bienhechor, la economía social de mercado propuesta por la democracia social europea, consiguiendo, en parte, 94

reducir las deficiencias sociales. Pero el Estado bienhechor o de bienestar entró en crisis por el incremento excesivo del gasto público, la burocracia, el asistencialismo y el paternalismo.

4.

El neoliberalismo

Por neoliberalismo se entiende una doctrina político‑económica que representa una tentativa de volver al liberalismo económico clásico adaptándolo a las condiciones actuales (con privatizaciones de las empresas estatales, estabilidad financiera y monetaria, apertura total de la economía). El sistema económico neoliberal comenzó a aplicarse con la llegada de los gobiernos de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en los Estados Unidos de Norteamérica. Luego estas políticas entraron a formar parte de las recomendaciones y condiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y demás organismos financieros internacionales. Fruto del neoliberalismo no sólo es el empobrecimiento, sino la exclusión del sistema de grandes masas empobrecidas y el aumento vertiginoso del desempleo. El neoliberalismo surge después de la caída del comunismo y brinda legitimidad a una especie de venganza salvaje del capital. Las políticas sociales y la lucha de los trabajadores habían logrado construir, dentro de la economía social de mercado, el Estado de bienestar ( Wellfare State) por el cual los Estados orientaban la vida económica mediante leyes y programas, e intentaban garantizar el mínimo de bienestar para todos y la estabilidad del trabajo. Ahora, tal como lo afirma el documento postsinodal Ecclesia in America, “cada vez más, en muchos países americanos impera un sistema conocido como neoliberalismo, que hace referencia a una concep95

ción economicista del hombre, y considera las ganancias y las leyes del mercado con parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y el respeto de las personas y los pueblos”. Como consecuencia de dicho sistema, “los pobres son cada vez más numerosos” (56).

5

. el neoliberalismo y la Iglesia

La Iglesia ha condenado repetidas veces, desde la Rerum Novarum en adelante, al capitalismo clásico (llamado también salvaje) y a la ideología liberal porque no se rigen por principios morales, sino que su móvil es solamente el lucro, la ganancia, la eficiencia sobre la base de una economía totalmente libre. Pablo VI llamó al capitalismo sistema nefasto (Populorum Progressio, 26). Es un sistema materialista y anónimo que ha realizado inmensos progresos técnicos a costa de una desigualdad creciente, una competencia salvaje en la que siempre gana el más fuerte y en la que el capital y el poder se concentran en las manos de unos pocos. Al caer el Muro de Berlín, el papa Juan Pablo II dejó muy en claro “cuan inaceptable es la afirmación de que la derrota del comunismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica” (Centesimus Annus, 35). Para la ideología neoliberal de la escuela de Chicago y de Milton Freedman que se impuso en los últimos tiempos, las claves de todo el orden económico son la libertad y la responsabilidad individual, la aceptación inevitable de las desigualdades sociales (que cumplen la función de estimular la iniciativa privada), la competencia y las leyes del mercado. Admiten que el Estado ayude a los que se quedan en el camino, pero sostiene que el desarrollo económico es independiente del desarrollo social. Con este sistema, las personas menos competitivas quedan excluidas; se expande la flexibilidad la96

boral con libertad de despido, de salarios, de horario, y el trabajo ya no protege necesariamente de la pobreza. La Iglesia no condena ni el capital ni el mercado siempre que estén orientados al bien común y ofrezcan la posibilidad de una justa distribución de la riqueza. Por todo ello, aun reconociendo sus logros positivos en el campo estrictamente económico para estabilizar la economía (detención de la inflación, incentivación de la productividad, austeridad fiscal, etc.), la Iglesia cuestiona profundamente al neoliberalismo como hijo legítimo de la ideología liberal clásica y “por producir un grave deterioro en la vida de los pobres” (Santo Domingo, 196). Niega la dignidad y la dimensión trascendente de la persona humana, rehúsa la solidaridad social y juzga la justicia social como una quimera, desconoce la función social de la propiedad y de la economía, concentra el poder económico en las manos de unos pocos, no reconoce al Estado el derecho de intervenir en la economía en función del bien común. En América Latina, los obispos han denunciado sus consecuencias negativas. “Al desregular indiscriminadamente el mercado, eliminarse parte importante de la legislación laboral y despedirse trabajadores, al reducirse los gastos sociales que protegían a las familias de los trabajadores, se han ahondado aún más las distancias en la sociedad” (Santo Domingo, 179).

6

. La ideología marxista

Marx describió la historia como una lucha de clases y denominó plusvalía a los beneficios que obtienen los capitalistas a costa de los trabajadores en el proceso de producción. Él creyó firmemente que el capitalismo acabaría destruyéndose a sí mismo y que, a través del partido Comunista, llegaría la nue97

va economía y la dictadura del proletariado. Estaba convencido de que el hombre se liberaría de toda alienación con la abolición de la propiedad privada, de los medios de producción, y que, una vez consolidada la revolución, desaparecería la dictadura del proletariado y comenzaría por fin la sociedad comunista, la sociedad sin clases. Sin embargo, los regímenes comunistas o marxistas-leninistas han tenido que recurrir al terror para mantenerse en pie y el colectivismo no ha logrado ofrecer una alternativa al capitalismo. Dichos regímenes se limitaron a implantar un capitalismo de Estado. Sucumbieron por su ineficacia económica, por su burocracia y, sobre todo, por haber fracasado en la construcción del hombre nuevo. Aun rescatando sus críticas al capitalismo en pos de una sociedad más justa, sus ideales y logros parciales, el marxismo cayó en una visión en extremo economicista y materialista del hombre, con una moral por la que todo era lícito si servía a la causa del Partido. Bien dijo Juan Pablo II: “La causa última del fracaso del comunismo es el vacío espiritual provocado por el ateísmo”. Los países que todavía viven bajo ese régimen (por ejemplo, China, Vietnam y Cuba) tratan de conjugar, en la actualidad, la eficiencia del capitalismo con un poder totalmente centralizado.

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. Los Socialismos democráticos

Después de la Segunda Guerra Mundial, se fueron abriendo camino los socialismos democráticos. Manteniendo una crítica de fondo al capitalismo liberal, estos socialismos proponen instrumentar la justicia social y una distribución más ecuánime de los bienes producidos, al tiempo que denuncian el fracaso de la economía de mercado, la derrota de su propuesta de un crecimiento económico que, a 98

posteriori de producido y por añadidura, beneficie a la población. Los socialistas afirman que esta propuesta es inviable si el Estado no promueve la redistribución de los bienes. Los socialismos democráticos respetan los valores religiosos, la libertad, la democracia y todo lo positivo del mercado, pero otorgan un rol más preponderante al Estado para que tenga poder de decisión y planificación en lo económico. El papa Pablo VI habló de las corrientes socialistas y de la conveniencia de que el Estado sea titular jurídico de cierto tipo de propiedad que, si quedara en manos privadas, se vería expuesta al riesgo de explotación del hombre (cf. Octogesima Adveniens, 31). Con la crisis actual de las ideologías y un mayor pragmatismo político, las distancias entre los gestores de la economía social de mercado y los socialismos democráticos han prácticamente desaparecido. El estado de bienestar, tal como se generalizó en Europa, fue a la vez fruto de las ideas del capitalismo reformado y del socialismo democrático. Muchos, en esta época de globalización, pregonan un nuevo sistema que tenga como prioridad la erradicación de la desigualdad planetaria, guiada por los valores y principios éticos de la solidaridad, la libertad y la justicia social.

8

. La Doctrina Social y las ideologías

Es necesario destacar que la Doctrina o enseñanza Social de la Iglesia, que tiene sus fuentes en el Evangelio, no es una ideología. Por el contrario, la Iglesia cuestiona desde la fe las distintas ideologías, aprovecha lo que tienen de positivo y critica sus errores. Así como en el pasado la Iglesia ha rechazado las ideologías liberal, marxista, de la seguridad nacional, etcétera, así también lo ha hecho con el neoliberalis99

mo. “En las últimas décadas ha habido un creciente empobrecimiento de los pueblos y se han ahondado aún más las distancias en la sociedad debido a las políticas de corte neoliberal que predominan hoy en América Latina y el Caribe” (Santo Domingo, 179). El lugar privilegiado para darse cuenta de lo ambiguo de las ideologías es el lugar del oprimido, muchas veces, conejo de India y carne de cañón de las ideologías opuestas. La ideología puede llegar a hacer callar todo aquello que va en contra de sus intereses. Por años se condenó la represión en Cuba, pero no en Guatemala o en El Salvador, y al revés. La ideología también puede llevar al cristiano a reducir su tarea liberadora a un nivel simplemente temporal. La opción por los pobres puede terminar siendo tan solo una opción de clase. Fácilmente se llega a la guerra no entre el bien y el mal, sino entre los buenos por un lado y los malos por el otro, que destruyeron así lo esencial de la fe cristiana y de la misma convivencia humana. Deben primar los valores sobre los intereses. Es posible una convivencia entre intereses legítimos diversos, siempre que sea sobre la base de valores fundamentales comunes. Hoy se habla de una izquierda alternativa, democrática, que sueña con un nuevo socialismo que llegue a satisfacer las necesidades básicas de todos con una mayor intervención del Estado y de la sociedad.

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuáles son las razones por las que la Iglesia critica el sistema capitalista neoliberal actualmente vigente? - ¿Qué posibilidades se avizoran en el futuro frente a la crisis de las ideologías y a la caída de la mayoría de los regímenes comunistas? - ¿Es cierto que la Iglesia ha estado siempre del lado de las ideologías conservadoras?

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2. Aplicaciones prácticas - Leer y discutir en grupo el Documento de Puebla: 542‑546 y 550‑551. - Comentar, desde la realidad actual, las siguientes parábolas evangélicas: El rico epulón y Lázaro (Lc 16, 19‑31) y El juicio final (Mt 25, 34‑46). - Explicar los dos tipos de capitalismo que presenta la Centesimus Annus (42). 3. Bibliografía básica - Cuadrón, Alfonso, Doctrina Social de la Iglesia, Madrid, BAC, 1996. - Christophe, Paul, La historia de la pobreza, Navarra, Verbo Divino, 1989. - Van Marrewijk, Leonardo, Moral Social, Santiago, Ediciones UCSH, 2004. 4. Documentos para consultar Octogesima Adveniens, 26‑37. Centesimus Annus, 26. Catecismo de la Iglesia Católica, 2424‑2425. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - ¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios?... No me sigan trayendo vanas ofrendas... ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! (Is 1, 11.13.17). - “En el principio, Dios no hizo rico a uno y pobre al otro. Dios les dio a todos la misma tierra. ¿Cómo es que ahora, aun siendo la tierra común a todos, tú posees miles y miles de hectáreas y aquel ni una parcela? ¿No es malo que uno solo posea los que son bienes del Señor y que uno solo goce de lo que es común? Porque lo que es de Dios, es de todos” (San Juan Crisóstomo, 344‑407). - “El rico epulón no cometió propiamente un delito para con Lázaro, porque no le robó sus bienes. Su pecado fue no haber puesto en común con Lázaro lo que era ‘propio’. El no poner en común con el otro lo que se posee, esto ya es una forma de rapiña. Porque los bienes y las riquezas pertenecen a Dios y si tú posees más que otros, no es para derrochar sino para compartir con los necesitados” (San Juan Crisóstomo, 344‑407).

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Viii. Países ricos y países pobres

1.

Concepto de pobreza

El concepto de pobreza que se maneja en la Doctrina Social de la Iglesia es el concepto de pobreza material que muy a menudo va unido a otras pobrezas (a nivel intelectual, familiar, laboral, social…), pero que generalmente son consecuencia de la primera. “Hay también otros padecimientos a nivel físico, de salud, de edad, etcétera, cuyo tratamiento, sin embargo, es muy diferente en el caso que se posea recursos económicos que cuando se carece de ellos” (González-Carvajal). La pobreza es absoluta cuando le falta a la persona el mínimo vital para subsistir y es lo que comúnmente se llama indigencia, miseria. La ONU, en el año 2000, se ha propuesto reducir a la mitad, para el año 2015, el número de los que viven con 103

menos de un dólar por día. La pobreza relativa depende de tiempos y lugares, y se refiere sustancialmente a los que viven con una renta mínima. Antes de la revolución industrial, la pobreza se debía a la escasez de recursos y de tecnología; estos hoy no faltan como para asegurar una vida digna para todos. Hoy la pobreza se debe, fundamentalmente, a la mala distribución de estos recursos. Mientras antes había explotación de la persona humana, ahora empezó a darse el fenómeno de la exclusión, es decir, de los que son sobrantes porque ni entran en el círculo productivo: los desempleados y subempleados, los que tienen un trabajo precario con contratos-basura, los vendedores ambulantes y cartoneros, peones del campo, los que viven de un trabajo informal o en negro. Esta pobreza está más oculta que la tradicional porque, a veces, por su nivel habitacional o educativo, no aparenta ser tal. Es fruto de la actual flexibilización y precarización del trabajo. Los nuevos pobres quedan excluidos no sólo del mercado laboral, sino de las redes asistenciales y programas de ayuda, no tienen cobertura social ni quien los represente. Hoy hay países enteros que son excluidos del círculo productivo mundial. Antes a los países pobres se los llamaba Tercer Mundo. Hoy son llamados el mundo de los dos tercios; constituyen las dos terceras partes de la población del globo. Ha quedado famosa la frase de F. Weizsacker: “Nunca tantas personas han vivido en tan grande bienestar como hoy; nunca tantas personas han tenido tanta hambre y miseria como hoy; nunca ha habido tanta conciencia de lo uno y de lo otro”. Los países del sur son llamados también el mundo de los dos tercios (constituyen las dos terceras partes de la población del globo).

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2.

El gran escándalo

Las desigualdades económicas en el mundo son actualmente escandalosas. Al 25% más rico de la población mundial, le corresponde el 89% del producto bruto mundial, mientras que al 25% más pobre le queda tan solo el 1, 43%. Y esa brecha se ensancha cada vez más. Un estudio del Banco Mundial en 1992 confirmó que el grupo de los países más ricos tenía una riqueza 150 veces superior a la del grupo de los países más pobres. Con apenas el 10% de la población mundial, los países del G8 (los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Alemania, Italia, Francia, Japón, Rusia) concentran las mayores riquezas del mundo. Nunca, por otra parte, se produjo tanta riqueza en el mundo como hoy. En los últimos 50 años, la economía mundial se ha quintuplicado. Se han desarrollado las maravillas de la informática y, sin embargo, el 60% de la población mundial no conoce el teléfono y un tercio de la humanidad vive sin electricidad. La medicina ha registrado progresos enormes y, sin embargo, la mayoría de los niños del mundo muere todavía de diarrea o enfermedades pulmonares. Las grandes industrias farmacéuticas sólo producen nuevos remedios para los países ricos, que pueden pagarlos. En Zambia la media de vida es de 32 años. En los Estados Unidos, se gastan normalmente 75 dólares por día; 1200 millones de personas sobreviven con menos de un dólar por día. Obviamente, no todo es riqueza en el norte y no todo es pobreza en el sur, aunque la pobreza del sur no tiene nada que ver con la pobreza del norte. Desde 1980, año del Informe Brandt, nada ha cambiado en el sur, y en los países más pobres la situación ha empeorado. Hay un mundo globalizado, pero no solidario. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos”, escribió el papa Benedicto XVI en la Caritas in Veritate 105

(19). Juan Pablo II decía que estamos viviendo la parábola del rico epulón, que tenía al pobre Lázaro en la puerta de su casa y nunca se interesó por él.

3

. Causas internas de la pobreza

Las teorías elaboradas para explicar tales y tan grandes desigualdades han sido, fundamentalmente, dos. La primera de ellas, teoría desarrollista, considera la pobreza y la riqueza dos fenómenos independientes, condicionados tan solo por los recursos naturales de cada país y el esfuerzo de sus pobladores. La segunda, teoría de la dependencia, considera que la pobreza y la riqueza son fenómenos interdependientes: los ricos (personas o países) se enriquecen a costa de los pobres. Ambas dicen cosas verdaderas, pero parciales, y se complementan la una con la otra. Veamos las causas internas. Uno de los graves problemas de los países pobres es la vulnerabilidad de sus economías poco diversificadas, con el riesgo que implica especializarse en la exportación de un solo producto (Zambia obtiene el 98% de sus divisas por la venta de cobre; Uganda, el 96% por la venta de café); si caen sus precios, el país entero entra en crisis. Otra causa del empobrecimiento de los países del sur es la carrera de armamentos que absorbe enormes recursos que podrían derivarse a fines de promoción. En los países ricos, la venta de armas a los países del sur se ha convertido en un gran negocio, denunciado repetidas veces por la Iglesia. Si en 1960 correspondía al Tercer Mundo sólo el 8% de los gastos militares globales, en 1987 ya sobrepasaba el 20%. Entre las causas, no hay que olvidar el colonialismo interno, el analfabetismo y una de las plagas más terribles de los países pobres que es la corrupción pública. Quizás sea en el medio político donde la 106

corrupción ha alcanzado sus cuotas más altas. La inestabilidad de los regímenes políticos y la ausencia de verdaderas democracias en muchos países del sur hacen posibles abusos descarados.

4

. Causas externas de la pobreza

Según el papa Juan Pablo II, más allá de estas causas internas, y otras, de la pobreza en los países pobres, no se puede negar la existencia de “mecanismos económicos, financieros y sociales que, maniobrados por los países más desarrollados, favorecen los intereses de los que los manejan, aunque terminen por sofocar o condicionar las economías de los países menos desarrollados” (Sollicitudo Rei Socialis, 16). En general, los países pobres son países empobrecidos más que subdesarrollados. Históricamente, la industrialización de los países del norte es, en gran parte, producto primero del saqueo y la expoliación colonial de oro y plata desde el 1500 en adelante. Desde el 1700, el petróleo, el gas y el carbón (que se encuentran principalmente en los trópicos) fueron extraídos y aprovechados tan solo por los países del norte; hoy sucede lo mismo con los diamantes, el coltan, etcétera, en África. Cuando las colonias lograron su independencia política, siguieron dependiendo económicamente. La relación comercial de intercambio entre los precios de las materias primas de los países pobres, cada vez más bajos, y los precios de los productos manufacturados del norte, cada vez más altos e inicuos, ha llegado a un deterioro insanable. Más del 90% de la industria manufacturera mundial se encuentra en el norte. Si en 1980 se necesitaban 12.910 bolsas de café (de 60 kilos) para comprar una locomotora, en 1990 hacían falta 45.800. Debido a este deterioro constante del intercambio, acom107

pañado por un frecuente proteccionismo, los países pobres pierden mucho más en sus negocios de lo que reciben en concepto de ayuda para el desarrollo. Decía el papa Pablo VI en la Populorum Progressio (56): “una mano les quita lo que otra les da”. Lo mismo pasa con las inversiones extranjeras, pero, sobre todo, con el grave problema de la deuda externa.

| El Fondo Monetario Internacional (FMI) El FMI fue creado en 1945 con la participación de 29 países para generar un sistema internacional de cambios. Actualmente hay 182 Estados miem‑ bros corresponsables de ejecutar, al menos teóricamente, los objetivos de la organización que figuran en la Carta Constituyente: “Promover la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y el crecimien‑ to equilibrado del comercio internacional, promover la estabilidad en los intercambios de divisas, realizar préstamos ocasionales a los miembros que tengan dificultades de pagos, acortar la duración y disminuir el grado de desequilibro en las balanzas de pagos de los países miembros...”.

5

. La explosión

de la deuda externa

Como deuda externa se entiende el conjunto de las deudas de una nación con sus acreedores externos: gobiernos, bancos públicos o privados, instituciones de crédito como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Club de París, etcétera. La deuda externa es uno de los más graves problemas de los países subdesarrollados y sobre ella se pronunció el Consejo Pontificio de Justicia y Paz con un importante documento: Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda internacional. Apareció en los tiempos de la crisis del petróleo, cuando los intereses 108

empezaron a subir en forma alarmante por decisión unilateral de los países acreedores. A mediados de 1982, los intereses ya no eran del 6% ó 7%, sino más del 20%, con lo que muchos países del Tercer Mundo que necesitaban de esos préstamos para hacer frente a los vencimientos de los créditos anteriores entraron en la espiral del endeudamiento. Estos países tendrían que haber aumentado sus ingresos a través de las exportaciones, pero, al pagárseles menos por sus productos primarios y teniendo que comprar a más precio en el exterior, siguieron endeudándose para seguir viviendo. A todo esto habría que añadir la sobrevaluación del dólar (los préstamos hay que devolverlos en dólares). Los bancos acreedores suelen conceder una prórroga en la amortización del pago, pero con la condición de que los países deudores pongan en práctica planes de ajustes económicos muy rigurosos monitoreados por el FMI. Deben disminuir al máximo las importaciones, reducir las inversiones y el consumo interno (y esto en países ya muy pobres) para poder exportar más recursos y obtener las divisas necesarias para pagar. La gran década del ajuste para América Latina fue la década de los noventa (llamada la década perdida); el producto bruto de la región cayó del 10% y los pobres aumentaron del 20%. En 1968 la deuda del Tercer Mundo rondaba los 50.000 millones de dólares. En 37 años, la deuda se multiplicó 50 veces. Hay países en África que destinan el doble de dinero al pago de la deuda que a la salud y a la educación.

6

. Postura de la Iglesia frente a la deuda

Este problema no es sólo económico, sino ético. La deuda externa, en muchos aspectos, es inmoral. Fue contraída en gran parte por Go109

biernos ilegítimos (militares o dictatoriales) de una forma inconsulta y con intereses usureros. El pago de la deuda trajo consigo males sociales gravísimos para los países pobres, sobre todo, teniendo en cuenta que los países ricos y sus instituciones financieras ya se han compensado ampliamente. Más que de perdón de las deudas, habría que hablar de reparación de una injusticia. Sin desconocer la parte de responsabilidad que le cabe a los Gobiernos que se endeudaron, la deuda se ha transformado hoy en una nueva forma de dominación. La mayoría de los países de América Latina no está pagando la deuda en sí, sino solamente una parte de los intereses. La reducción de los intereses se hace cada vez más perentoria, como exigencia de justicia. Se ha llegado al absurdo de que América Latina dedicara el 50% del valor de sus exportaciones a los intereses de la deuda externa. El documento Ecclesia in America afirma: “El mero pago de los intereses es un peso sobre la economía de los países pobres que quita la disponibilidad del dinero necesario para el desarrollo social (22). Escribió Juan Pablo II: “Los préstamos concebidos inicialmente como un instrumento al servicio del desarrollo no sólo se han convertido en un freno para el mismo sino que, en ciertos casos, han acentuado el subdesarrollo” (Sollicitudo Rei Socialis, 19). Y en Centesimus Annus (35): “No es lícito exigir o pretender el pago de la deuda cuando esta impone de hecho políticas tales que llevan al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables. Es necesario encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda compatibles con el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso”. Con el Jubileo del año 2000, el Papa apoyó una campaña, la que no tuvo todos los resultados deseados, de anulación de la deuda externa para los 40 países más pobres del mundo cuidando que los fondos liberados se invirtieran en desarrollo. Es indignante que se gaste más en la deuda que en salud y educación. 110

7

. La globalización cuestionada

La globalización puede considerarse un fenómeno positivo de integración gracias, sobre todo, a los avances tecnológicos, y un proceso de acercamiento entre las naciones, y esto en distintos planos (entre ellos, el económico, muy importante, pero no determinante). Puede ser una realidad no sólo económica, sino social, cultural, política, con consecuencias en lo jurídico y en lo ético. Un desafío de esta naturaleza ha sido el Mercosur, apuntando no sólo a un mercado común, sino a una comunidad de naciones en lo político, social, cultural, pastoral. El mismo papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate afirma: “Oponerse ciegamente a la globalización sería una actitud errónea, preconcebida, que acabaría por ignorar un proceso que tiene también aspectos positivos… El proceso de globalización, adecuadamente entendido y gestionado, ofrece la posibilidad de una gran redistribución de la riqueza a escala planetaria como nunca se ha visto antes” (42). Pero hay actualmente una interpretación ideológica neoliberal de la globalización al absolutizar el mercado como centro regulador de la vida social a través de la liberalización, la privatización y la desregulación de la economía. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos”, lamenta el Papa. Este proceso se ha venido dando después de la caída del Muro de Berlín, cuando la economía capitalista se impuso. Hasta ahora la globalización no ha resuelto el problema de la pobreza; por el contrario, aumentó la brecha entre países ricos y países pobres. La ideología neoliberal quiere potenciar el crecimiento económico sin ningún control del Estado, con la privatización de las empresas estatales y de los servicios públicos, la reducción de los gastos sociales, la primacía de lo financiero sobre lo productivo, la capacidad de actuar libremente en cualquier parte del mundo a través de la revolución informática. 111

| Números escalofriantes • El 10% de la población mundial (los países más ricos) consume el 80% de los recursos del planeta. • Los países más ricos gastan 17.000 millones de dólares en comida para los animales (más de lo que se necesita para terminar con el hambre en el mundo). • Mil doscientos millones de personas viven en la pobreza extrema con menos de un dólar diario; en América Latina 57 millones (el 11% de la población). • Cada una de las 23 multinacionales más poderosas vende más de lo que exporta Brasil o México. • En los 24 países más pobres del mundo más del 35% de la población sufren hambre (son todos países africanos, excepto Afganistán, Mongo‑ lia, Camboya, Corea del Norte y Haití en América Latina). • Seis millones de niños mueren anualmente por enfermedades curables; 145 millones de niños no tienen enseñanza básica. • En los países ricos, hay un médico cada 350 personas; en los países po‑ bres, cada 6300 personas. Un tercio de la población mundial no puede adquirir medicamentos básicos. • Según un Informe del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), 900 millones de personas no saben leer ni escribir, 800 millones pasan hambre crónica y 1750 millones no tienen agua potable. Ha crecido la pobreza y la desigualdad desde hace tres décadas. • Los países más ricos consumen el 40% de la carne y el pescado; los países más pobres (que tienen muchísima más población), el 5%. • En el mundo, hay 2000 millones de personas que no tienen acceso a la energía eléctrica. • Las enfermedades infecciosas son la primera causa de muerte en el mundo (malaria, etc.) y, sin embargo, la investigación científica y las empresas farmacéuticas dejan para este sector tan solo el 0, 2% de sus recursos, ya que los países pobres no tienen solvencia. • Cada día hay 3000 niños menores de cinco años que mueren de malaria.

112

• La esperanza de vida es de 97 años en Canadá y de 37 en Sierra Leona. • Los Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, poseen el 25% de los recursos mundiales.

8

. Globalizar

la solidaridad

A principios de los años ochenta, sólo la mitad de la población mundial participaba en el comercio internacional. A comienzos del siglo XXI, el 90% de los pueblos forma parte de él. La globalización responde a una nueva fase de la expansión del capital más allá de todas las barreras, beneficiada también por las nuevas tecnologías. Estas corrientes de capitales han provocado, a nivel planetario, un mercado financiero sin control social o político que deja a las economías nacionales muy escasa autonomía. Hasta hoy la globalización está construida prioritariamente por las empresas transnacionales. Cifras de la ONU indican que estas corporaciones acaparan el 70% del comercio global. La existencia de un comercio mundial es una realidad, pero no hay un estado de derecho a nivel global. En un mundo sin ley, dominan las mafias y se hace muy difícil controlar los monopolios y los oligopolios por falta de autoridades internacionales. El resultado de esta globalización económica es la desigualdad creciente. Cien multimillonarios disponen actualmente de la misma riqueza que 1500 millones de personas. Debido al “consumismo” descarado de las sociedades más desarrolladas, hoy se produce, a nivel mundial, el 10% más de los alimentos que se necesitan. Sin embargo, mueren de hambre 35.000 niños cada día. Frente a esta dramática realidad, el papa Juan Pablo II ha recordado repetidas veces que en el nacimiento del mundo único (la aldea global), la globalización 113

precisa hermanarse con la igualdad y la justicia social. Globalizar la solidaridad ha sido la consigna del papa Juan Pablo II y de la Iglesia para el presente milenio. “Cuanto más global es el mercado, tanto más debe equilibrarse, mediante una cultura global de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles” ( Juan Pablo II).

9

. Un nuevo orden

económico-político

El hambre, el analfabetismo (son todavía 34 los países donde el 80% de la población es analfabeta), el armamentismo y la creciente brecha social ponen en peligro la supervivencia de la humanidad. La Iglesia aboga por un nuevo orden económico-político internacional. Hay ausencia de control político por parte de un gobierno global. El orden (desorden) económico internacional muestra los rasgos de la explotación colonial. Faltan por completo mecanismos correctivos. Todos los años, se destruyen millones y millones de toneladas de alimentos en los países avanzados, cuando no existe para ellos una demanda suficientemente solvente. Hay que eliminar los excedentes alimentarios para evitar que bajen los precios. Y esto en un mundo de millones de hambrientos. La Iglesia exige que haya, para el mercado internacional, mecanismos de regulación y redistribución. Y que para ello exista una autoridad capaz de administrarlos. Las mismas Naciones Unidas reconocen que sólo es posible mantener el actual nivel de vida del Norte (consumismo) en la medida en que se mantenga la actual desigualdad en el mundo, porque de otra manera los recursos mundiales no alcanzarían. Se ha descubierto hoy que los bienes de este mundo son limitados (no se pueden malgastar) y que, por otra parte, se tienen los recursos y la tecnología suficientes para atender a las necesida114

des básicas de la actual población mundial en su totalidad. Había dicho Juan Pablo II: “La humanidad, enfrentada a una etapa nueva y más difícil de su auténtico desarrollo, necesita hoy un grado superior de ordenamiento internacional, al servicio de las sociedades, de las económicas y de las culturas del mundo entero” (Sollicitudo Rei Socialis, 43). Y el actual papa, Benedicto XVI: “Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional… para dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres” (Caritas in Veritate, 67).

10

. Organizaciones solidarias no gubernamentales

En el pensamiento económico neoliberal, sólo hay lugar para las leyes del mercado; según este, es la sociedad la que debe hacerse cargo de la solidaridad. Los países ricos también descargan su responsabilidad en las organizaciones no gubernamentales de ayuda. Para la Iglesia, la solidaridad es tarea de todos y no debe ejercerse tan solo en organizaciones sin fines de lucro, sino que debe encarnarse aun en las empresas lucrativas y ser uno de los objetivos fundamentales del Estado. El papa Benedicto, en la encíclica Caritas in Veritate, hablando de la cooperación internacional, cuestiona ciertos “aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado costosos” (47), pide “encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro” (49), “favorecer cada vez más el ingreso de sus pro115

ductos en los mercados internacionales, posibilitando así su plena participación en la vida económica internacional” (58). Por su parte, las organizaciones no gubernamentales y el voluntariado en general no deben limitarse a la asistencia, sino exigir justicia y combatir las causas estructurales de la pobreza y la marginación. También Cáritas, que en Argentina dispone de alrededor de 25.000 voluntarios, no ha de disociar su atención de las necesidades primarias o de tipo promocional de la lucha por la justicia a nivel nacional e internacional. La sigla ONGs (Organizaciones no Gubernamentales) empezó a ser usada luego de la Segunda Guerra Mundial para referirse a organizaciones como la Cruz Roja Internacional. Hoy son muy conocidas, además de Cáritas Internacional, organizaciones como Amnesty Internacional, Médicos sin fronteras, Pax Christi Internacional, Manos Unidas, etcétera.

11

. Un desarrollo

integral y solidario

El Sínodo Mundial de Obispos de 1971 afirmó terminantemente que todos los pueblos de la tierra tienen derecho al desarrollo. Por lo general, toda economía moderna es una economía de crecimiento. Sin embargo, crecimiento no se identifica con desarrollo. Crecimiento se refiere más bien a lo económico. Cuando la Iglesia habla de desarrollo, se refiere a un desarrollo integral, que abarca el aspecto cultural, ético y espiritual; un desarrollo que busca satisfacer las necesidades de todos los hombres y de todo el hombre. Decía Pablo VI: “El verdadero desarrollo es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas” (Populorum Progressio, 20) y es, en definitiva, “el nuevo nombre de la paz” (76). El desarrollo fue el gran símbolo social de la 116

segunda mitad del siglo XX y sustituyó al otro gran símbolo social de los siglos anteriores, el progreso. Los llamados países desarrollados, sin embargo, debido al consumismo y a la opulencia desenfrenada, son muchas veces sociedades enfermas espiritualmente y no pueden presentarse como modelo a los países subdesarrollados. En muchos países del norte, hay un desarrollo equivocado, por lo que se confunde el ser más con el tener más. Cada país debe encontrar su camino al desarrollo, teniendo en cuenta que todo crecimiento dentro de una economía liberal genera desigualdades y, por lo tanto, debe ser controlado; la solidaridad y la equidad deben ser un referente básico. Es mentira que el crecimiento de los países industrializados produzca un efecto cascada, llevando progresivamente sus consecuencias beneficiosas a los países pobres. Este efecto cascada, por el rebalse de la prosperidad macroeconómica, no se da ni entre países ni en el interior de cada país. Para que todos los países puedan desarrollarse, deben darse las profundas reformas estructurales que recuerda por ejemplo la Sollicitudo Rei Socialis (43), como la reforma del sistema internacional de comercio, del sistema monetario y financiero, del intercambio de tecnología, etcétera. La cooperación internacional para con los países pobres se ha establecido que fuera del 0, 7% del producto bruto interno; en realidad, la mayoría de los países ricos hasta ahora no ha entregado más del 0, 2%. Esta cooperación impulsada por la ONU es loable, pero ineficaz en la medida en que no se revierta la transferencia de capitales del sur al norte a través de la deuda, los desequilibrios de la balanza comercial, la especulación financiera.

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» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Puede haber una relación de causalidad entre la riqueza de los países ricos y la pobreza de los países pobres? - ¿Qué principios de la Doctrina Social juegan un rol fundamental en las relaciones entre pueblos y naciones? - ¿Cuáles son los problemas que más golpean a los países pobres y por qué? 2. Aplicaciones prácticas - Comentar esta frase extraída de una alocución de Juan Pablo II (Edmonton, Canadá): “Es el sur pobre que juzgará al norte opulento. Los pueblos y las naciones pobres juzgarán a aquellos que les arrebatan sus bienes, reservándose para ellos el monopolio imperialista del predominio económico y político a expensas de los demás”. - Estudiar la actividad de organismos internacionales (FMI, Banco Mundial, etc.), que controlan y regulan la economía mundial, y en los que los países industrializados tienen un poder mayoritario de voto. - Transcribir la canción El Sur también existe, que, con letra de Mario Benedetti, interpreta Joan Manuel Serrat. 3. Bibliografía básica - De Charentenay, Pierre, El desarrollo del hombre y de los pueblos, Santander, Sal Terrae, 1992. - De Sebastián, Luis, Mundo rico, mundo pobre, Santander, Sal Terrae, 1993. - González-Carvajal, Luis, El clamor de los excluidos, Santander, Sal Terrae, 2008. 4. Documentos para consultar Populorum Progressio, 81-87. Sollicitudo Rei Socialis, 21-26 y 43-45. Catecismo de la Iglesia Católica, 2437-2442.

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5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? (Mc 8, 34). - “Con razón el evangelio de san Lucas habla de riquezas ‘injustas’ porque todas las riquezas no tienen otro origen comúnmente sino la injusticia y no puede uno hacerse dueño de las mismas sin que eso implique la ruina de otros. Me parece muy cierto aquel refrán popular que dice: Los ricos son tales por su propia injusticia o por haber heredado bienes injustamente adquiridos” (San Girolamo). - “Si tienes más de lo necesario para vivir, repártelo a los que nada poseen y reconoce que eso se lo debes a ellos. El rico epulón no fue condenado por delitos o rapiñas sino por no haber tenido en cuenta el sufrimiento de los pobres, los derechos comunes de la humanidad, y faltarle sensibilidad y compasión” (San Girolamo).

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Ix. Compromiso social de la Iglesia en América Latina

1

. Aporte de la

Iglesia latinoamericana

La Iglesia, que con el Concilio había dado una respuesta a los grandes problemas de la modernidad desde una visión más bien europea, en América Latina replanteó esos mismos problemas desde la realidad de los países pobres. Asumió todos los grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia, pero, a través de las grandes Asambleas Episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979), dio un paso más, fundamental, con la opción preferencial por los pobres. Partiendo, con el método de la JOC (ver, juzgar, actuar), de una realidad que mostraba un continente en gran parte católico, pero pobre y dependiente, marcado por la injusticia, los obispos se dieron cuenta de que la mayor parte de sus energías pas121

torales estaban al servicio de la clase media y de los más pudientes. No se evangelizaba a los pobres, ni se ayudaba con eficacia a los predilectos del Señor. Esto implicó una conversión de toda la Iglesia, una profunda opción de vida al lado de los pobres. Dio origen también a una teología y a una pastoral liberadora que buscaban enfrentar las raíces de la pobreza y no sólo paliarla, a la constitución de comunidades eclesiales de base, al éxodo de religiosas y religiosos hacia comunidades insertas en los medios populares, a la lectura orante de la Biblia en manos del pueblo y desde la vida diaria. Debido a esta postura que enseguida los poderosos tildaron de marxista, en los años ochenta, la represión militar golpeó también a la Iglesia; hubo mártires laicos, sacerdotes, religiosos y hasta obispos, como Oscar Romero en El Salvador y Enrique Angelelli en la Argentina. La Asamblea de Medellín fue aterrizada en Argentina con el importante Documento de San Miguel (1969). A las Asambleas de Medellín y Puebla, siguió la de Santo Domingo en 1992, a los 500 años del comienzo de la primera evangelización del continente. En esta ocasión, el papa Juan Pablo II llamó a una “nueva evangelización”, y los obispos, renovando la opción prioritaria por los pobres, pidieron que esa evangelización fuera inculturada, es decir, encarnada en las culturas del continente: en la cultura indígena, afroamericana y criolla, del medio rural, del medio urbano. El Documento de Santo Domingo explicita nuevos signos de los tiempos para América Latina que desafían a los cristianos en el campo social: derechos humanos, defensa de la vida, de la ecología, de la tierra, del trabajo, de los migrantes. Denuncia las políticas de corte neoliberal como principales causantes del aumento de la pobreza (176) e invita a apoyar y estimular las organizaciones populares de economía solidaria (181). A los laicos les pide “protagonismo” dentro de la Iglesia y de la sociedad para poder transformarla “a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia” (98). 122

| Las reducciones: un testimonio de la “primera” evangelización En 1604, los misioneros de la Compañía de Jesús (jesuitas), fundados por san Ignacio de Loyola en 1540, organizaron reducciones jesuíticas (comunidades asentamientos de misión) con los indios guaraníes, un pueblo primitivo de nómades, en la Argentina, Chile, Bolivia, parte del Brasil y el Paraguay. Fueron, sin duda, los más exitosos en su intento de conversión e inculturación de los indios sudamericanos, aunque ya antes, en 1537, los franciscanos habían establecido los primeros asentamientos indígenas. Las comunidades indígenas eran libres. Cada indio tenía su vida privada familiar y propiedades personales. También había bienes comunes. Las reducciones se planificaban en torno a una plaza, junto a la que se levan‑ taba una Iglesia y la escuela en la que se impartía formación religiosa y humana. Existían también casas de resguardo para los huérfanos y las viudas, talleres para tallar piedra y madera, fabricar instrumentos de todo tipo, incluso musicales, escuelas de pintura, huertas, ganadería y un ce‑ menterio, lugar sagrado para los indios. Lamentablemente, los colonizadores europeos pusieron muchos obstácu‑ los a la obra de los misioneros. Los jesuitas quisieron proteger a los indios de sus abusos, pero debieron abandonar las reducciones a mediados del siglo XVIII.

2.

El pecado social

Tras la Segunda Guerra Mundial, sobre todo tras los crímenes cometidos por el nazismo, muchos moralistas se preguntaron si podía ser considerado verdaderamente cristiano el hombre que aceptaba, cuando menos con su pasividad y con su silencio, leyes e instituciones inmorales. Pero fue sobre todo a raíz de las tremendas situacio123

nes de injusticia social en América Latina, continente declaradamente católico, que los teólogos y pastores empezaron a hablar de pecado social (Puebla, 28-487), situaciones de pecado, estructuras de pecado, pecado estructural. El magisterio papal adhirió al concepto de pecado social, en contra de los que temían que, poco a poco, se fuera diluyendo la responsabilidad de los individuos ante el mal y se hiciera de las estructuras el nuevo chivo expiatorio (como si existieran pecados sin pecador). En la encíclica Sollicitudo Rei Socialis, el papa Juan Pablo II califica como perversos a ciertos mecanismos económicos financieros y sociales, y habla de estructuras de pecado. Esta última expresión aparece hasta diez veces en la encíclica. También en el documento postsinodal sobre Reconciliación se habla de pecado social. Se trata, en realidad, de una acumulación de pecados personales. Y el mal que de esas estructuras se deriva es responsabilidad de quienes les dieron origen y las mantienen. Sin embargo, cuando todos esos pecados personales se cristalizan en una estructura de pecado, surge algo cualitativamente distinto a la simple suma de esos pecados: se trata de un poder extraño, fuente de otros pecados, que funciona de un modo casi automático y llega a dominar o condicionar fuertemente a las personas.

3

. Conversión personal

y cambio de estructuras

El hecho de que en cualquier país de Europa o de Norteamérica la esperanza de vida al nacer sea de 77 años y de tan solo 38 en Guinea Bissau revela que entre el primer y el tercer mundo se han interpuesto mecanismos perversos, estructuras de pecado que explican las consecuencias de que uno acumule recursos alimentarios y sani124

tarios mientras otros carecen de lo indispensable. En estos pecados colectivos, todos, en alguna medida, con nuestras acciones u omisiones, somos seriamente responsables. Hay que desprivatizar ese tipo de moral que pone el énfasis tan solo en la buena voluntad de los individuos; es necesario luchar por la conversión personal, pero esta debe llevar, a su vez, a la “noble lucha por la justicia” ( Juan Pablo II) y al cambio de las estructuras perversas. El sistema capitalista tiene sus reglas de juego y quien no se somete a su lógica acaba estrellándose. Muchos empresarios creyentes afirman con pena que es imposible cumplir las exigencias de la Doctrina Social de la Iglesia. Resulta efectivamente ingenuo el voluntarismo ético de quienes, ignorando los condicionamientos estructurales, creen posible eliminar todas las injusticias de sus entornos simplemente con la honestidad personal y la buena voluntad. Incluso los egoísmos y la violencia, cuando son institucionalizados en las estructuras de poder, actúan impunemente, burlando o acomodando las leyes, y se termina después por legitimarlos y aceptarlos como normales. Le toca a la ética social y a la misión profética denunciar estos pecados encubiertos. Para erradicar esas estructuras de pecado, hacen falta transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras (Medellín, 16) que sólo se pueden lograr a través de movimientos de presión sociales y colectivos.

4

. Opción preferencial por los pobres

Al hacer una opción preferencial por los pobres, asumida hoy por toda la Iglesia universal, la Iglesia latinoamericana no sólo marcó una línea pastoral, sino que hizo una opción de vida (fundamental y per125

manente) que deberá impregnar toda la pastoral y la espiritualidad de la Iglesia. Implica una conversión profunda de mentalidad, actitudes y estilo de vida. Opción por los pobres que significa no sólo ayudar a los pobres, sino comprometerse con su lucha, tratando de ir a las causas que originan la injusticia y la miseria, para superarlas. Esta opción va mucho más allá de la caridad individual o de las obras sociales de la Iglesia. Supone trabajar por la justicia social en pos de un ordenamiento nuevo de la sociedad. No trabajar para los pobres, sino con ellos, como sujetos y protagonistas de su misma liberación. Es una opción preferencial en cuanto que no es excluyente (no se opta por unos en contra de otros); se quiere, a partir de los pobres -que de últimos pasan a ser primeros, como enseña el Evangelioevangelizar a todos. Si no se hace una opción decidida por los más necesitados, nunca se llega a ellos. Sin embargo, no hay nada más injusto que tratar por igual a todos cuando se sabe que no todos tienen las mismas oportunidades (sería una falsa imparcialidad). Esta opción no es facultativa, sino que, a ejemplo de Cristo, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos, debe ser tarea fundamental de todo cristiano. Es, en efecto, una opción evangélica. Es porque optamos por Cristo que también optamos por los pobres con los que él se identifica (cf. Mt 25). La opción por los pobres no es una táctica pastoral. Propone revelarles a ellos las predilecciones de Dios (cf. Lc 4, 18). Optar por los pobres es también acercarse a su forma popular de vivir la fe para, desde allí, evangelizar y dejarse evangelizar. Finalmente, esta opción exige una Iglesia pobre y alejada del poder, una Iglesia, como sueña el poeta obispo Casaldáliga, “tan solo vestida de Evangelio y de sandalias”.

126

5

. Fundamentación bíblica de la opción

Mientras el evangelista Mateo habla de pobreza de espíritu como actitud espiritual de humildad, de confianza en Dios, de desprendimiento y solidaridad para entrar en el Reino, en el evangelio de Lucas Jesús se dirige a los pobres de medios materiales, a los hambrientos reales, a los que sufren la explotación y la marginación. Los llama felices porque son los preferidos de Dios y su evangelio está destinado a liberarlos de la miseria y de la angustia. No se dirige a los pobres buenos, sino a todos los pobres porque Dios siente compasión por ellos, de sus sufrimientos. La vida de Jesús lo demuestra. Jesús amaba a los pobres, pero no la miseria, la enfermedad, el hambre de la gente. Por eso, el Evangelio es buena noticia para los pobres y severa advertencia para los ricos (Lc 6, 24-26). El rico epulón es condenado por haber ignorado al pobre Lázaro; los ricos que sólo acumulan para sí, son ciegos frente al pobre y sordos frente a la Palabra de Dios (Lc 16, 31). Así como en la parábola del hijo pródigo la salvación para el hijo mayor es acoger al hermano menor, aquí la salvación para el rico es acoger al pobre. En Mt 25, 31-46, Jesús se identifica con los pobres y hambrientos; por eso, recibe en su Reino también a los que no lo han conocido, pero lo han amado y acogido, aun sin saberlo, en sus hermanos más pobres. Por eso, el papa Benedicto XVI definió la opción por los pobres como una opción cristológica. La brecha entre pobres y ricos no es un simple fenómeno económico; es “fruto del pecado de injusticia” (Medellín, 517). La liberación que trajo Jesús es una liberación integral (de alma y cuerpo, personas y sociedad). La opción por los pobres no es una simple prioridad pastoral, no es voluntariado; es un compromiso de fe y de por vida. No es populismo ni demagogia; es tomar partido, no en contra de las personas, pero sí en contra del pecado social. La teología de la liberación que, más allá 127

de ciertas desviaciones marxistas, ha sido sustancialmente reconocida en dos documentos oficiales del Vaticano en 1984 y en 1986, afirma que el Evangelio no es sólo doctrina, sino práctica liberadora, y que el Dios bíblico es un Dios liberador. Dicha Teología ha tenido un enorme impacto en la sociedad por la nueva imagen que proyecta de la Iglesia, por su atención a la historia y a los excluidos de este mundo.

6

. Las comunidades

eclesiales de base

El 13 de mayo del 2007, se celebraba en el santuario de la Virgen, en Aparecida (Brasil), la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. La Conferencia de Aparecida remarcó los objetivos anteriores añadiendo el de la misión; una misión que ha de encararse con un nuevo estilo y una nueva metodología. Este nuevo proyecto misionero de Aparecida no se realizará de arriba hacia abajo, sino al revés, desde la opción preferencial por los pobres y las comunidades eclesiales de base que fueron las dos grandes opciones de las asambleas anteriores. La Iglesia ha de cuidarse hoy de la tentación de dar por descontada la opción preferencial por los pobres, que no es tan solo amor preferencial a los pobres o ayuda a los pobres. Es rechazar la neutralidad y tomar partido a favor de ellos y de su protagonismo, es optar por la justicia. Aparecida vuelve a declarar que “la Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres” (533). La pobreza afecta hoy el 44% de la población de América Latina; el 20% vive en la indigencia. Por eso, los obispos han renovado la opción preferencial por los pobres: “Queremos ser compañeros de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Renovamos nuestra opción por los pobres, la que tiene que ser preferencial porque ha de atravesar todas nuestra estructuras y prioridades pastorales” (396). 128

Esta opción es cristológica porque “está implícita en la fe en Cristo y en aquel Dios que se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza” (392). Desde los tiempos del Concilio, se ha hablado de la “Iglesia de los pobres”, ya que “la Iglesia es de todos, pero especialmente de los pobres” ( Juan XXIII). En América Latina, esto se está logrando a través de las comunidades eclesiales de base (CEBs). Esto significa pasar de una Iglesia para los pobres, como ha sido en el pasado, a una Iglesia de los pobres, donde ellos tengan voz y voto, puedan ejercer sus derechos, se los ayude a capacitarse para ser sujetos activos en su vida, en la sociedad y en la misma Iglesia. El futuro de la Iglesia estará en el trabajo paciente, a manera de levadura, de estas pequeñas comunidades fraternas en el medio rural y en las periferias de las ciudades, las que, unidas alrededor de la Palabra de Dios, se pongan al servicio de la persona humana. Aparecida elogia a las comunidades eclesiales de base, en particular en los números 178-180 y declara: “Estamos llamados a ser una Iglesia de brazos abiertos… Por eso alentamos los esfuerzos que se hacen animando y formando pequeñas comunidades y comunidades eclesiales de base...” (Mensaje Final).

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuáles son las causas generadoras de las grandes injusticias que hay en América Latina, según el Documento de Medellín? - ¿Influye la fe para que los que se dicen cristianos tengan una conducta más justa y moral? - ¿Hay una capacitación adecuada en la Doctrina Social para que en las parroquias, colegios, seminarios y casas religiosas los laicos, los religiosos y sacerdotes sean “voz de los que no tienen voz”?

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2. Aplicaciones prácticas - La Iglesia en América Latina se ha destacado, en estos últimos años, por la denuncia de los pecados sociales. Nombrar los pecados sociales más graves del continente y del país en la actualidad. - Explicar el significado de la expresión “opción preferencial por los pobres”, que ha sido adoptada por la Iglesia universal en la Sollicitudo Rei Socialis (42). - Hacer una lista de mártires que, en América Latina, han dado la vida por Cristo y por los pobres. 3. Bibliografía básica - Bigó P. y F. Bastos de Ávila, Fe cristiana y compromiso social, Buenos Aires, 1983. - González-Carvajal, Luis, Entre la utopía y la realidad, Santander, Sal Terrae, 1998. - Minsfud, Tony, Una construcción ética de la utopía cristiana, Santiago, 1992. 4. Documentos para consultar Puebla, 1134-1165. Aparecida, 380-430. Líneas pastorales para una nueva evangelización, 13-22. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - ¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! (Lc 6, 20-21). - “No creas sea suficiente para la salvación llevar a la iglesia un cáliz de oro y piedras preciosas, después de haber desvalijado los bienes de huérfanos y viudas. En la Última Cena no era de oro la copa del Señor. Si quieres honrar de veras el Cuerpo de Jesús, no lo vistas de seda en el templo dejándolo desnudo afuera en el frío. El mismo que dijo Este es mi cuerpo también dijo Me has visto desnudo y no me abrigaste. ¿De qué te sirve tener copas de

130

oro en el altar si él afuera se muere de hambre? ¿Poner manteles finísimos sobre el altar si él afuera se muere de frío?’” (San Juan Crisóstomo). - “La tierra ha sido creada en común para todos, ricos y pobres. ¿Por qué entonces ustedes los ricos se reservan el derecho exclusivo de poseer la tierra? Nadie es rico por naturaleza; todos venimos al mundo desnudos, sin oro ni plata. La naturaleza no hace distinciones entre los hombres ni en el momento del nacimiento ni de la muerte. El mundo ha sido creado para todos y ustedes, unos pocos ricos insensatos, lo quieren todo para sí” (San Ambrosio, 339-397).

131

X. Paz y comunidad internacional

1.

La Iglesia y la paz

Jesús no vino a proclamar la paz a cualquier costo o la pasividad frente a la violencia y a la injusticia. No vine a traer la paz, sino la espada (Mt 10, 34). Se trata de la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Ef 6, 14), que denuncia, cuestiona y sacude. Pero Jesús condenó la violencia como recurso legítimo para lograr la justicia y la paz. Cuando expulsó a los mercaderes del templo, es opinión común entre los exégetas que debió de usar el látigo para echar a los animales y no para golpear a las personas. Por otra parte, es clarísimo el rechazo a cualquier tipo de violencia; proclamó el amor a los enemigos (cf. Mt 5, 43-48), recomendó ofrecer la otra mejilla (cf. Mt 5, 39), llamó felices a los constructores de paz (cf. Mt 5, 9) 133

y prohibió el uso de la espada incluso en caso de legítima defensa (cf. Mt 26, 51-53). En los primeros tiempos, los cristianos se negaban a tomar las armas y hacer la guerra. Dice Tertuliano: “Cristo, al desarmar a Pedro, desarmó a todos los cristianos” (De idolatría, cap. 19, 3). Más tarde, al considerar cómo las guerras eran inevitables, la cristiandad empezó a elaborar la teoría de la guerra justa en determinadas condiciones y circunstancias. El último paso en este sentido se dio al convocar las Cruzadas contra los musulmanes y los cátaros. Con las Cruzadas, se iniciaron las guerras en nombre de Dios, influidas tal vez también por las guerras santas del Islam. El papa Benedicto XV se negó a seguir por ese camino y declaró “una inútil masacre”, “una horrible carnicería humana” contraria a la voluntad de Dios, a la Primera Guerra. Pío XII, por su parte, advirtió en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: “Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra”. Después de la Segunda Guerra Mundial se conoció un tiempo de guerra fría entre las dos grandes potencias mundiales (los EE. UU. y la U. R. S. S.), que llevó a una desenfrenada carrera de armamentos y al riesgo de una guerra nuclear. Por eso, el papa Juan XXIII en la Pacem in Terris condenó todo tipo de guerra. “En nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un ‘absurdo’ sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado” (127). Con la caída del Muro de Berlín y de la U. R. S. S., empezó un período de transición en el cual los gastos militares se redujeron un tercio. Una nueva etapa se abrió con el ataque del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York y con la guerra al terrorismo. Volvieron a subir los gastos de armamentos; se gasta hoy diez veces más en armas que en ayuda al desarrollo.

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2.

¿Guerra justa?

Mientras los primeros cristianos eran más bien pacifistas (se negaban a participar en la guerra e, incluso, a enrolarse en el Ejército), a partir del siglo VI en la Iglesia comenzó a elaborarse la teoría de la guerra justa. Según esa doctrina, que llegó hasta nosotros, no basta que haya una causa justa para hacer una guerra justa. Deben darse algunas condiciones. Debe haber una injusticia evidente y extremadamente grave que dé lugar a una legítima defensa, un fracaso previo de todas las soluciones pacíficas y una razonable presunción de que las calamidades de la guerra no serán tan graves como la injusticia y el daño que se intenta reparar. En la época moderna, Pío XII dejó bien en claro que las únicas guerras justas son tan solo las emprendidas para defenderse de una agresión injusta; nunca las guerras ofensivas (cf. Radiomensaje navideño 24/12/1948, 28-30). El Concilio siguió esa misma línea, ajustándola a la siguiente condición: “mientras falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces para evitar cualquier guerra” (Gaudium et Spes, 79). Cada vez más, sin embargo, crece en la Iglesia la convicción de que hoy ninguna guerra es justa, sobre todo, por el tremendo poder de destrucción de las armas modernas que golpean fundamentalmente a los civiles. Además, existe hoy la posibilidad de resolver los problemas por otros medios y a través de los organismos competentes. Para evitar la impunidad del agresor injusto, la Iglesia pide que se llegue a un verdadero gobierno mundial mediante la reforma de la ONU, y que este gobierno disponga de una policía internacional capaz de imponer un orden justo entre las naciones, sin que una de ellas o un grupo de ellas se constituyan en los jueces del mundo. El papa Juan Pablo II rehusó asociar el Vaticano a la alianza de los poderes atlánticos, primero contra Iraq y después contra Serbia, condenando repetidamente dichas guerras. 135

| Las guerras mundiales Entre 1914 y 1918, se desarrolló en Europa la mayor conflagración hasta entonces conocida, motivada por conflictos imperialistas entre las potencias europeas (Austria-Hungría, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia y, en úl‑ timo término, Italia). La Primera Guerra Mundial implicó a toda la población de los Estados contendientes así como a sus respectivas colonias. Las bajas totalizaron más de 20 millones. La muerte llegó en forma brutal. El desarrollo industrial, la competencia neocolonialista y el nacionalismo que se vivía en las grandes potencias generaron tensiones y rivalidades, pero la causa inmediata fue el asesinato del archiduque de Austria-Hun‑ gría, Francisco Fernando, en Sarajevo, Servia (posterior Yugoslavia). Ru‑ sia movilizó sus Ejércitos contra Austria, por afinidad con sus hermanos eslavos. Alemania, aliada del Imperio Austro-Húngaro, le pidió que detu‑ viera sus maniobras contra Francia, pero la guerra ya había comenzado. Cuatro años después desaparecían los Imperios Austro-Húngaro y Turco, así como las viejas y poderosas dinastías europeas, y los Estados Unidos se afianzaban como gran potencia mundial. Gran Bretaña conservaba la supremacía marítima y Francia aumentaba su poder. El mundo creía que nunca se volvería a vivir algo así. Sin embargo, el final de la Primera Guerra no logró implantar un orden estable en Europa. Alemania debía hacer duras reparaciones, Italia no obtuvo las concesiones territoriales esperadas y la Sociedad de las Naciones, creada al fin de la contienda, resultó un fracaso. En 1922 Benito Mussolini llega al poder en Italia e implanta un régimen fascista. En 1933 Adolfo Hitler se convierte en canciller alemán e impulsa una agresiva política exterior. Bajo su mando, Alemania se rearma, se mi‑ litariza, anexiona Austria (1938) y firma un “pacto de acero” con Italia. En 1939, a consecuencia de su política expansionista, los alemanes invaden Polonia dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial, que alcanza su punto culminante con la eliminación macabra de varios millones de judíos de distintas nacionalidades y el lanzamiento de bombas atómicas sobre la población civil en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945.

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La rendición de Alemania puso fin al conflicto en 1945 y estableció un nuevo mapa de poder: Europa perdió su hegemonía y los Estados Uni‑ dos y la Unión Soviética se perfilaron como las nuevas superpotencias que obtendrían el equilibrio a base del terror de sus respectivos arsenales atómicos... La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto con mayor víctimas en la his‑ toria de la humanidad: alrededor de 50 millones....

3

. Armamentismo y desarme

Con una mínima parte de los actuales gastos militares, podrían resolverse los principales problemas de hambre, salud y educación en todo el mundo. El Consejo Pontificio de Justicia y Paz publicó en 1994 un valiente documento que denunció el comercio internacional de armas y aportó una reflexión ética al respecto. Medio millón de científicos en el mundo están haciendo investigaciones con fines militares. Los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU son los más grandes exportadores de armas a los países pobres, empezando por China, Francia, Rusia, el Reino Unido, los Estados Unidos. En algunos países del tercer Mundo, los gastos en armamentos son superiores a los de educación y salud juntos. Ya el Concilio había tipificado la carrera de armamentos como “la plaga más grave de la humanidad y responsable de perjudicar a los pobres de manera intolerable” (Gaudium et Spes, 81). Es, por lo tanto, imprescindible la destrucción de las armas A,B,C, llamadas científicas (atómicas, biológicas y químicas), y el desarme de las armas convencionales. Es mentira que las armas científicas tienen poder disuasivo para evitar más guerras. Poseer armas atómicas ya es correr el riesgo 137

de usarlas. “Estar listos para la guerra hoy significa de alguna manera provocarla”, dijo Juan Pablo II. La carrera armamentista no garantiza la paz, sino que justifica la guerra. Esta carrera se está dando también en nuestra América Latina. El papa Benedicto XVI, en abril de 2008, pidió una reducción en los gastos de todos los armamentos y lanzó la iniciativa de un Fondo Mundial para el desarrollo. Hablando del acaparamiento de los recursos energéticos en los países pobres, el Papa, en la encíclica Caritas in Veritate, lamenta “esos conflictos que se producen con frecuencia precisamente en el territorio de esos países, con graves consecuencias de muertes, destrucción y mayor degradación aún” (49).

4

. La ética actual y la guerra

En Hiroshima (25/2/1981), el papa Juan Pablo II tuvo estos conceptos que repitió varias veces -uno de ellos, en ocasión de la guerra de Las Malvinas-: “Hacer la guerra hoy no es inevitable ni irremediable. La humanidad está obligada a resolver las diferencias y los conflictos por medios pacíficos”. Y en las declaraciones a la prensa: “El concepto de guerra justa es una cosa que pertenece al pasado. En nuestro tiempo, no tiene ya validez, porque los hombres tienen otros medios para poder resolver los conflictos entre los pueblos” (El País, 4/6/1982). Idéntica actitud mantiene también el Consejo Mundial de Iglesias. En efecto, la doctrina de la guerra justa ha servido en el pasado para legitimar todas las guerras; hoy ha desaparecido, además, toda proporción entre los daños de una guerra y el bien que se pretende defender, debido al potencial destructivo de las armas modernas, que hacen a las guerras sustancialmente diferentes en el presente. 138

Hay almacenadas 60.000 bombas nucleares equivalentes a cuatro toneladas de explosivo por cada habitante del planeta. Se gasta más de un millón de dólares en cada momento de la carrera de armamentos; un solo tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO. El primero de enero de 2007, el papa Benedicto XVI exigió el desarme nuclear mundial “como alternativa de supervivencia de la humanidad”. La ética actual condena moralmente toda guerra, aun la convencional, dada la magnitud de los males que produce, en especial, a los civiles. No es moralmente aceptable ni la fabricación ni el almacenamiento de las armas nucleares y hay que impulsar un desarme urgente. Frente a la estrategia de la disuasión, ya el concilio Vaticano II afirmaba que “la carrera de armamentos, a la que acuden tantas naciones, no es camino seguro para conservar firmemente la paz y el llamado equilibrio que de ella proviene no es la paz segura y auténtica. De ahí que no sólo no se eliminan las causas de conflicto, sino que más bien se corre el riesgo de agravarlas poco a poco” (Gaudium et Spes, 81). El tráfico o negocio de armamentos es un desorden aún más grave que la producción de armas (cf. Sollicitudo Rei Socialis, 24). En Ecclesia in America, el Papa y los obispos americanos hablan del “escandaloso comercio de armas de guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero que debieran destinarse a combatir la miseria y a promover el desarrollo” (62).

| Carrera armamentista • El gasto militar mundial es igual al ingreso de casi la mitad de la pobla‑ ción mundial. • Cada dos minutos, se gastan en el mundo 60.000 dólares en armas; y cada dos segundos un niño muere de hambre.

139

• Con lo que se gasta por un tipo especial de bombardero y su equipo de misiles, se pueden construir 75 hospitales con 100 camas cada uno. • En dos días, se gasta en armas lo que es el presupuesto de un año de la ONU y sus organismos. • El 25% de los científicos se dedica hoy a actividades relacionadas con las armas, es decir, medio millón de científicos. • El 10% del presupuesto militar mundial (40.000 millones de dólares) sería suficiente para asegurar lo esencial de la vida de todos. • Los países ricos se hacen más ricos con la venta de armas; y los países pobres se hacen más pobres con la compra de armas (son responsa‑ bles del 20% del gasto total, comparado con el 7% de 1960). • Hay medio millón de niños-soldados en 87 países. • En los últimos años, la industria armamentista ha aumentado sus ventas el 60%. Los países que más construyen y venden armas son los cinco países del Consejo de Seguridad de la ONU encargados de mantener la seguridad y la paz: los Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra, China. • Los Estados Unidos poseen 4600 cabezas nucleares; Rusia, 3900... Otras potencias nucleares medianas (Pakistán, Corea del Norte, Israel, la India...) también poseen un importante armamento nuclear. Una sola cabeza nuclear tiene 80 veces más potencia que la bomba de Hiroshima y Nagasaki.

5.

Legítima defensa

El concilio Vaticano II actualizó la validez y la aplicabilidad de este principio de la moral tradicional. Efectivamente, el derecho a la defensa propia y ajena, cuando los fundamentales derechos son conculcados, es lícita y obligatoria. Pero el Concilio expresa también el deseo de que sea desterrado de la historia humana cual140

quier tipo de guerra, aun en legítima defensa; invita a promover una “mentalidad totalmente nueva” y a “preparar aquella época en la que, gracias al acuerdo entre naciones, se podrá prohibir totalmente el recurso a la guerra” (Gaudium et Spes, 82). Son cada vez más numerosos los teólogos que defienden el principio de legítima defensa, pero no con medios militares o violentos. El mismo Juan Pablo II reconoce como un signo de esperanza que hay “una nueva sensibilidad cada vez más contraria a la guerra como instrumento de solución de los conflictos y orientada cada vez más a la búsqueda de medios eficaces, pero no violentos, para frenar la agresión armada” (Evangelium Vitae, 27). Pero en 1993, en su discurso anual al cuerpo diplomático en el Vaticano, el Papa defendió también, en ciertos casos extremos, la “injerencia humanitaria por la fuerza”, con estas palabras: “Cuando todas las posibilidades de negociaciones diplomáticas se acaban y poblaciones enteras están por sucumbir frente a un injusto agresor, los gobiernos ya no tienen derecho a la indiferencia. Nos parece que su deber es desarmar al agresor, si todos los demás medios no violentos se han revelado inútiles. El principio de soberanía de un Estado, que sigue siendo válido, no puede ser una pantalla detrás de la cual poder torturar y asesinar”. Esta doctrina reivindica indirectamente la constitución de Tribunales Penales Internacionales, pero también el derecho de intervención armada, detrás de un mandato de la ONU, en otros países. El Papa, sin embargo, no habló de guerra justa ni tampoco de una intervención de tipo militar. Muchos proponen que no sea una intervención de tipo militar, sino de policía internacional bajo el mandato de la ONU, con capacidad de desarmar al agresor.

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6

. Guerrilla

y terrorismo de estado

Frente al orden establecido, a la violencia institucionalizada y a una sociedad profundamente injusta, algunos optan por la violencia y la lucha armada como único medio eficaz para conseguir un cambio; otros simplemente recurren al terrorismo para imponer sus objetivos políticos. La violencia no resuelve ningún problema y conforma una trágica espiral: la violencia estructural engendra la violencia subversiva; esta, la violencia represiva, y esta aumenta, otra vez, la violencia estructural. Está claro que la pasividad ante la injusticia no es evangélica, pero también es evidente que la violencia es la respuesta equivocada. La Iglesia condena la guerrilla y el terrorismo en forma terminante. En Sollicitudo Rei Socialis (24), dice Juan Pablo II: “Aun cuando se aduce como motivación la creación de una sociedad mejor, los actos de terrorismo nunca son justificables”. Más grave todavía es el terrorismo de Estado, cuando son los Gobiernos (como ha sucedido con las dictaduras militares en Argentina, Chile, Uruguay o Centroamérica) los que, a través del Ejército, la policía o grupos paramilitares o parapoliciales, utilizan métodos terroristas como torturas, secuestros, desapariciones, asesinatos: “A los delitos de la guerrilla, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor porque contaban con el poderío y la impunidad del Estado absoluto” (Informe Sábato, CONADEP, Argentina). Los obispos argentinos, por su parte, en el documento Iglesia y Comunidad Nacional (1981), afirmaron: “Ni el estado de excepción, o aun de guerra interna, ni motivos de eficacia militar o de seguridad interna o externa pueden ser invocados para herir los derechos humanos básicos. La teoría de la llamada ‘guerra sucia’ no puede suspender normas éticas fundamentales que obligan a un mínimo de respeto por la persona, aun por el enemigo. Las autoridades del Estado no pueden valerse de los mismos métodos irracionales 142

de que se vale la violencia subversiva” (135b). Frente a la pasada dictadura militar argentina y a la guerra sucia, hubo en general en la Iglesia silencio y omisiones, pero también mártires y desaparecidos. Hoy se habla de terrorismo internacional. Después del 11 de septiembre de 2001, con el ataque a las Torres Gemelas, los Estados Unidos invadieron Iraq en nombre de una nueva doctrina de guerra: la guerra preventiva, como el único instrumento para enfrentar el terrorismo internacional. No se ha dado a conocer la cantidad de víctimas inocentes (daños colaterales) que ha habido en esa guerra totalmente injusta y superflua que sólo ha logrado más odio y miseria. El terrorismo internacional no es simplemente un crimen por destruir. El camino belicista ha dejado intactas las cuestiones de fondo que son las verdaderas causas del terrorismo y del surgir de los grupos fundamentalistas que se enfrentan a Occidente.

7

. La no violencia activa

La Iglesia, que en el pasado ha admitido la guerra por legítima defensa, también ha admitido el recurso a la violencia en el caso extremo de “tiranía evidente y prolongada que atentara gravemente a los derechos fundamentales de las personas y dañase peligrosamente el bien común del país” (Populorum Progressio, 31). Ahora ya no defiende esta postura porque las circunstancias históricas han cambiado y hay otros medios más humanos y más eficaces para lograr la justicia. El mismo papa Pablo VI insistió en que “la violencia no es cristiana y sólo engendra más violencia”. La metodología de la no violencia no significa resignación, sino lucha activa, pero pacífica. Esta fue llevada a cabo en política con mucho éxito por Mahatma Gandhi, el pastor Martin Luther King, los obreros polacos de Solidarnosh, Nelson Mandela y el arzobis143

po Desmond Tutu, las Madres de Plaza de Mayo, los Sin Terra, etcétera. Como dice Juan Pablo II en la Centesimus Annus, esta metodología de lucha recurre a armas no militares, sino tan solo políticas, sociales, económicas, psicológicas, espirituales a través de la no cooperación, la desobediencia civil, etcétera (23). Los obispos católicos de los Estados Unidos afirmaron: “Creemos que los esfuerzos por desarrollar métodos no violentos, a fin de rechazar las agresiones y resolver los conflictos, responden mejor al llamado de Jesús a favor del amor y la justicia”. Es imprescindible promover una cultura de la paz que supere los nacionalismos exacerbados (somos, antes que nada, ciudadanos del mundo), las deformaciones de la verdad y las agresiones verbales en los medios, la intolerancia y el fanatismo, la legitimación religiosa de la violencia. La educación por la paz debe llevar a terminar con la retórica de la defensa de la patria a través de las armas. En nuestra propia Iglesia, se debe superar el problema de los capellanes incorporados a la jerarquía militar, bendiciendo armas. Los cristianos han de ser conciencia activa de la no violencia y la paz en el mundo.

8

. Autoridad mundial para la paz

Después de la Primera Guerra Mundial (1919), en el Tratado de Versalles, quedó constituida la Sociedad de las Naciones y, finalmente, después de la Segunda Guerra Mundial (1945), la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El órgano principal de la ONU es el Consejo de Seguridad integrado por 15 países; pero de ellos sólo cinco son permanentes y con derecho a veto: los Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña, China. La cláusula del veto le quita eficacia a la ONU para alcanzar los objetivos, sobre todo, en orden a la seguridad internacional y a la paz, definidos en 1948 en San Francisco. El concilio Vaticano 144

II propuso el establecimiento de una autoridad supraestatal con estos términos: “Para que sea absolutamente prohibida cualquier guerra se requiere una autoridad pública universal, reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos” (Gaudium et Spes, 82). Ya el papa Juan XXIII había visualizado esta autoridad mundial en la Pacem in Terris (137). El papa Benedicto XVI volvió a proponer, en su encíclica Caritas in Veritate (67), una Autoridad Política Mundial para “incrementar y orientar la colaboración internacional hacia un desarrollo solidario de todos los pueblos, gobernar la economía mundial, sanear las economías golpeadas por la crisis, realizar un oportuno desarme integral, garantizar la seguridad y la paz, la protección del medio ambiente y la reglamentación de los flujos migratorios”. Sigue diciendo: “Esta Autoridad tendrá que regirse por el derecho, ser coherente con los principios de solidaridad y subsidiaridad..., ser reconocida por todos, tener poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia, el respeto de los derechos y gozar de la facultad de hacer respetar sus propias decisiones”. Existen, además, muchas organizaciones regionales que tienen las mismas finalidades de paz e integración, como la OEA (1948), el Pacto Andino (1968), ALADI (1980), Mercosur (1991), etcétera.

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Es evangélica la pasividad frente a la injusticia y a la violencia institucionalizada? - ¿Con qué métodos hay que enfrentar hoy estas situaciones? - ¿Qué reformas serían necesarias a nivel internacional para evitar las guerras?

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2. Aplicaciones prácticas - El gasto militar mundial es igual al ingreso de casi la mitad de la población mundial. ¿Qué opinan del presupuesto destinado a las armas? - ¿Qué piensan del terrorismo y de la constitución de un Tribunal Internacional para los crímenes de guerra y los delitos de lesa humanidad? - Buscar los lemas de las Jornadas Mundiales de la Paz ideadas por Pablo VI y hacer una reflexión en orden a una cada vez más necesaria educación por la paz. 3. Bibliografía básica - Iriarte, Gregorio, Análisis de la realidad, Cochabamba, Kipus, 2004. - Olmedo Jesús, Orientación social desde una ética mundial, Buenos Aires, San Pablo, 2007. - Vidal, Marciano, Retos morales en la sociedad y en la Iglesia, Estella, Verbo Divino, 1992. 4. Documentos para consultar Puebla, 531-534. Caritas in Veritate, 67. Catecismo de la Iglesia Católica, 2302-2317. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Sobre el palacio de la ONU, está escrito: Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra (Is 2, 4). - “Dichoso el que se preocupa por el necesitado y el pobre”, dice la Biblia. Me preguntas: ¿cómo los encontraré? Debes buscar, ser curioso, mirar con atención, fijarte dónde vive uno, cómo lo pasa, de dónde consigue lo que necesita. Esta clase de curiosidad no merece reproches. No vale la excusa que dice: “No lo sabíamos”. Debes buscar y encontrarás tanta indigencia, tanta cuanta quieras encontrar” (San Agustín).

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Xi. Compromiso temporal del laico

1.

¿Qué es un laico?

La palabra laico (en griego, laos) designa al que pertenece al pueblo. En la Iglesia, designa al pueblo de Dios consagrado por el bautismo. Más específicamente, los laicos son la inmensa mayoría de los cristianos, cuya misión es el compromiso evangélico en el mundo (compromiso temporal). El Documento de Puebla dice bellamente que los laicos son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (786). A su vez, el papa Juan Pablo II, en Christifideles Laici, afirma: “Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir, desde adentro y a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus 147

propias tareas. Dios les comunica la particular vocación de buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios” (31). Por consiguiente, el laico tiene “una particular vocación”, así como la tienen los sacerdotes y los religiosos, y debe ser respetado (y apoyado) en el cumplimiento de esa misión en el mundo. Pablo VI, en Evangelii Nuntiandi (70), declara que la tarea primera e inmediata de los laicos no es la institución y el desarrollo de la comunidad cristiana (tarea principal de los pastores), sino la actividad evangelizadora en el orden temporal, es decir, en el campo de lo social, económico, político, cultural, etcétera. Los laicos también pueden ser llamados a colaborar en el servicio de la comunidad cristiana -tal es el caso de los catequistas y los distintos ministerios laicales-, pero su lugar propio y específico es el mundo a través del testimonio y la acción desde la familia, el barrio, la oficina, la escuela, etcétera. Hay un peligro constante de apartar a los laicos de su misión propia y clericarizarlos. El mismo Documento de Santo Domingo lamenta “la dedicación de muchos laicos de manera preferente a tareas intraeclesiales y la persistencia de cierta mentalidad clerical en numerosos agentes de pastoral, clérigos e incluso laicos” (96). Esto acarrea, siempre según el mismo documento, “la consecuencia de que el mundo del trabajo, de la política, de la economía, etcétera, no son guiados por criterios evangélicos” (96). Ya el Documento de Puebla había constatado “una presencia muy débil” en el espacio de construcción de la sociedad y “una ausencia casi total” en el campo de la cultura (823).

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2

. Fundamentación

del compromiso laical

El concilio Vaticano II denunció como uno de los más graves errores del cristianismo contemporáneo la trágica separación entre fe y vida (Gaudium et Spes, 43). Hay una vivencia del cristianismo expresada en el cumplimiento de variadas prácticas religiosas, pero sin ninguna incidencia en la vida diaria. Es el fruto de la ideología liberal, que reduce la fe cristiana a una opción más privada e íntima. Esta postura considera, en el fondo, que la política, la economía, la ciencia, el arte, etcétera, poseen leyes propias y totalmente independientes, de tal manera que la fe no tiene ninguna relevancia en esos campos y debe, por lo tanto, mantenerse al margen de ellos. Pero el Concilio afirma: “El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo y falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación” (Gaudium et Spes, 43). Y continúa diciendo que los laicos, en fuerza de su bautismo que los incorpora a Cristo, “tras el ejemplo de quien ejerció el trabajo manual de artesano, han de hacer un esfuerzo de síntesis entre sus actividades temporales a nivel familiar, profesional, científico o técnico, etcétera, y los valores religiosos que deben impregnar tales actividades” (43). El Documento de Puebla, por su parte, subraya cómo el cristianismo “debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política” y critica a quienes tienden “a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor y el perdón no tuvieran allí relevancia”. Tal necesidad de la presencia cristiana en todos los campos “proviene de lo más íntimo de la fe cristiana: del 149

señorío de Cristo que se extiende a toda la vida” (Puebla, 515-516). La consecuencia de esta afirmación teológica es clara: “Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo” (Puebla, 476).

3

. Estilo de vida

del cristiano laico

Todo compromiso cristiano empieza por el testimonio. En esta sociedad de inspiración individualista y consumista, el cristiano está llamado a luchar por una vida digna, pero también a vivir con sobriedad y austeridad. Sobriedad no es tacañería; es ir a lo esencial sin excesos, ni despilfarros, ni lujos, con espíritu de solidaridad para con los más pobres y en pos de un nuevo modelo de sociedad más equitativa y fraterna. Los Padres de la Iglesia siempre han enseñado que lo superfluo pertenece, por justicia, a los que no tienen nada. Hay que saber distinguir claramente lo que es necesario de lo que es accesorio. Lo superfluo no se mide por lo que tienen los ricos, sino por lo que les falta a los pobres. La única forma de que los pobres dejen de ser tan pobres es que los ricos dejen de ser tan ricos. En los primeros tiempos del Antiguo Testamento, se pensaba que la riqueza era un premio de Dios para los buenos. Pero, ya en los Libros Sapienciales, se dice que el ideal del sabio no es ni la pobreza ni la riqueza (Prov 30, 8-9). En el Nuevo Testamento, Jesús pone en guardia sobre el peligro de las riquezas y contrapone el animal más grande (el camello) al orificio más chico (una aguja), para mostrar la imposibilidad de los que sólo buscan el dinero y la ganancia para entrar en el Reino. El cristiano laico debe ejercer su trabajo no sólo con honestidad y espíritu de servicio, con profesionalidad y competencia, sino luchando contra la corrupción, la ilegalidad, la impunidad, el miedo. 150

| Vocación y misión de los laicos La exhortación apostólica de Juan Pablo II, surgida del Sínodo de Obis‑ pos de 1987, Christifideles laici (Sobre la vocación y misión de los laicos en el mundo), llama de un modo particular a los fieles laicos a responder con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia, y a los impulsos del Es‑ píritu Santo. Esta llamada va dirigida especialmente a los jóvenes y especifica todas las posibilidades de participación laical en la vida de la Iglesia particular y universal. En esta historia, en este presente concreto, el Señor Jesús continúa diciendo, con más vigor que nunca: Vayan ustedes también a mi viña... (Mt 20, 4).

4

. Compromiso

temporal del laico

Se ha dicho que la Doctrina Social de la Iglesia no ofrece soluciones técnicas para la economía ni proyectos políticos concretos, lo que no significa neutralidad o posturas ambiguas y descomprometidas frente a los dramas humanos. Por otra parte, el laico cristiano tiene evidentemente que optar por alternativas muy concretas y su compromiso personal ha de llegar más lejos que el del Magisterio de la Iglesia. Tres son los ámbitos más importantes en los que ha de desarrollarse este compromiso, sin que ninguno quede excluido: el ámbito profesional, el ámbito social, el ámbito político. Durante mucho tiempo, el compromiso social fue, en la Iglesia Católica, el lugar alternativo de presencia de los cristianos en la sociedad; hoy podríamos añadir el Voluntariado Social, como forma organizada de compromiso social. Pero el Concilio y, en particular, Pablo VI, con la Octogesima Adveniens (46-51), promovieron también el compromiso político. Este nuevo ho151

rizonte dista mucho de haber sido incorporado a la experiencia común de los creyentes y es una de las tareas más urgentes que tiene pendiente la Iglesia. Esta situación se hereda de comienzos del siglo pasado, cuando la Iglesia se enfrentó a las libertades modernas. Si bien siempre hubo católicos liberales convencidos de que su fe no era incompatible con la modernidad, esa no era la opinión dominante en la Iglesia, y la reacción fue ausentarse del campo político para buscar otra presencia social (catolicismo social). Con la Segunda Guerra Mundial, surgieron los partidos políticos cristianos como la Democracia Cristiana. Pero fue con el Concilio que la Iglesia asumió el principio de la autonomía de las realidades temporales y el nuevo pluralismo social, confiando a los laicos el libre discernimiento de sus opciones a la luz de la fe. Estas opciones deben definirse teniendo en cuenta los valores cristianos y la lucha por una sociedad más justa y participativa, tal como lo afirma Christifideles Laici: “Hoy no se puede ser santo sin un compromiso por la justicia y la solidaridad para con los pobres”. El pecado de omisión en esta materia puede fácilmente llegar a ser pecado grave, especialmente si se tienen mayores condiciones o posibilidades.

5.

Política partidista

“La fe cristiana no desprecia la actividad política; por el contrario, la valoriza y la tiene en alta estima” (Puebla, 513-514). Se habla aquí de política partidista que, según Pablo VI, “es un aspecto, aunque no el único, del compromiso cristiano al servicio de los demás” (Octogesima Adveniens, 46). 152

Ya Pío XI, hablando a la Federación de Universitarios Católicos italianos el 18 de diciembre de 1927, afirmaba: “El campo político abarca los intereses de la sociedad entera y, en este sentido, es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política”. Al hablar de caridad política, el Papa se refería a la política partidista, que es el campo propio de los laicos, aunque nadie está obligado a militar en un partido o a afiliarse. Las acusaciones de corrupción, muchas veces reales, que se hacen a los políticos “no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la política” (Christifideles Laici, 42). También la actividad política partidista, si es vivida con espíritu de servicio, unido a la capacitación teórica y a la eficacia práctica, se convierte en una tarea fundamental para la sociedad y es muy agradable a Dios. La política es el arte de lo posible pero, al mismo tiempo, hay que cuidarse de un cierto pragmatismo político hoy en boga, por el cual es legítimo recurrir a cualquier medio con tal de alcanzar los objetivos; se trata de algo en extremo peligroso porque no conoce límites. No es verdad que la política necesita renunciar a la ética para ser eficaz. En nuestros países, la Iglesia llama permanentemente a la reconciliación nacional. Ella será posible si el político lucha por esclarecer la verdad, por desterrar la impunidad e imponer la justicia y, al mismo tiempo, invita a la clemencia y al perdón. El compromiso político partidario no agota, sin embargo, la acción del laico cristiano, que debe brindar sus servicios en las distintas organizaciones de base o instituciones intermedias para no perder el contacto con la gente y la realidad, y allí también dar un testimonio cristiano y evangelizador en pos de un nuevo orden social.

153

6.

Formación y espiritualidad laical

Muchas veces, el laico está tentado de alejarse de su ambiente de vida y de trabajo para preservar su fe y, sin embargo, su fe debe crecer y fructificar allí donde Dios lo ha puesto, en el mundo; allí debe aportar su testimonio cristiano y su palabra. Decía el Concilio: “Los laicos están llamados particularmente a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y condiciones de vida donde ella no puede ser sal de la tierra sino a través de ellos” (Lumen Gentium, 33). Pero eso implica una necesaria formación. Los obispos en Santo Domingo denuncian justamente “una deficiente formación, que priva a los laicos de las respuestas eficaces a los desafíos actuales de la sociedad” (96) y se comprometen, de una manera pública, a contribuir a que los laicos cumplan con su compromiso bautismal. Y dicen: “Los pastores procuraremos, como objetivo pastoral inmediato, impulsar la preparación de laicos que sobresalgan en el campo de la educación, de la política, de los medios de comunicación, de la cultura y del trabajo” (99). El objetivo de esta formación, según el Documento de Santo Domingo, es “evitar que los laicos reduzcan su acción al ámbito intraeclesial, impulsándolos a penetrar los ambientes socioculturales y a ser en ellos protagonistas de la transformación de la sociedad a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia” (98). Misión de la Pastoral social en las parroquias o de los equipos de Justicia y Paz es educar las conciencias y aterrizar en la realidad de cada lugar los principios de la Doctrina Social, denunciar el pecado social y anunciar líneas de acción y propuestas con algún gesto concreto. Deben iluminar y apoyar a los laicos en su compromiso temporal, ayudar a leer la coyuntura sociopolítica desde la fe y ser voz de los que no tienen voz. 154

Esta preocupación social debe impregnar la liturgia, las homilías, la catequesis, la enseñanza en los colegios. Es decisivo ayudar a los laicos a transformar la opción preferencial por los pobres en opciones políticas concretas, en iniciativas en orden a la defensa de los derechos humanos, a la lucha por la defensa del medio ambiente y por la paz. Al hablar de la formación de los laicos, el Documento de Puebla recuerda que “un aspecto importante de esta formación es el que concierne a la profundización de una espiritualidad más apropiada a su condición de laicos” (796) y pide “que el laico no huya de las realidades temporales para buscar a Dios sino que persevere, presente y activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor” (797).

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuáles son las causas por las que muchos laicos cristianos no se comprometen en lo social y en lo político? - ¿Son apoyados por la comunidad cristiana aquellos que se involucran en las cuestiones vecinales, en el campo gremial o político, etcétera? - ¿Qué lugar se da en tu parroquia y en tu diócesis a la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia? 2. Aplicaciones prácticas - Averiguar cuántos son los cristianos que se comprometen como tales en lo barrial, en lo educacional, en el campo de la salud, de la cultura, de los medios, etcétera. - Indicar algunos ejemplos de iniciativas solidarias donde trabajan cristianos en ámbitos extraparroquiales. - Estudiar la posibilidad de organizar en tu parroquia un grupo de Pastoral Social o de Justicia y Paz.

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3. Bibliografía básica - Cortina, Adela, Filosofía política, Estella, Verbo Divino, 1998. - Lumerman, Juan Pedro, Crisis social argentina, Buenos Aires, Lumen, 1998. - Mardones, José, Movimientos sociales, Estella, Verbo Divino, 1996. 4. Documentos para consultar Orientaciones para el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, 66-78. Christifideles Laici, 14-16; 42-44; 60. Ecclesia in America, 44; 54. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - No se puede servir a Dios y al Dinero (Lucas 16, 13). - “¿Con cuál derecho y justicia tienen en una esclavitud tan cruel y horrible a esos indígenas? ¿Con cuál autoridad han hecho una guerra de exterminio contra esas innumerables gentes? ¿Cómo pueden mantenerlos oprimidos sin darles de comer ni curarles las enfermedades, aprovechándolos tan solo para acumular oro? ¿No son hombres ellos también? Les aseguro que, de esta manera, no podrán salvarse más que los moros o los turcos que ignoran la fe en Nuestro Señor Jesucristo” (Antonio de Montesinos). - “En las Indias, Jesucristo es flagelado, abofeteado y crucificado no una sino miles de veces, todas las veces que se persigue y mata a los indígenas. Pido al rey que se declare excomulgado quien defienda como justa esta guerra conducida contra los infieles por su idolatría o por ser incapaces de recibir el Evangelio y la salvación eterna” (Bartolomé de las Casas).

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XII. Nuevos problemas sociales

1.

El problema ecológico

La ecología es una palabra que viene del griego antiguo (oikos, casa, y logos, ciencia) y se refiere al estudio del ambiente o hábitat en el cual vivimos. La actualidad de esta ciencia se debe a que hoy hemos tomado conciencia de que estamos destruyendo los diferentes ecosistemas de la tierra como consecuencia de la devastación y de los elementos contaminantes que derramamos sobre ella. El timbre de alarma sonó hace tres décadas cuando se descubrió que estaba creciendo peligrosamente la población mundial, el consumo de materias primas y la contaminación de la naturaleza. Además de la cantidad limitada de recursos (al ritmo actual de consumo las reservas de 157

gas natural podrían agotarse en 35 años; las de petróleo, en 70, etc.), el hombre ha descubierto los terribles peligros que implican la deforestación creciente del planeta, la contaminación atmosférica, el achicamiento de la capa de ozono, los residuos industriales y, en especial, los nucleares. Preocupa también la extinción de la biodiversidad: cada especie vegetal o animal que desaparece nos priva de enormes posibilidades para el futuro. Hoy 2000 millones de personas sufren escasez permanente de agua potable, en condiciones sanitarias que provocan el 80% de las enfermedades. Naturalmente, ni la ética social ni la Doctrina Social de la Iglesia propugnan el retorno a la naturaleza virgen; la ciencia y la técnica han dado grandes beneficios al hombre con la explotación racional de la naturaleza. Pero a esta no hay que destruirla, saquearla. La tierra pertenece a Dios. El dominio confiado al hombre por el Creador (Sométanla… Gn 1, 28) no es absoluto ni tiene sentido depredador. La Tierra se nos dio tan solo para satisfacer las necesidades de la vida humana (cf. Mater et Magistra, 197). Es necesario pasar de una cultura del derroche consumista a una cultura de la sobriedad y del respeto de la naturaleza. “Hay que aprender de los pobres a vivir en sobriedad, a compartir y a valorar su sabiduría en la preservación de la naturaleza como ambiente de vida para todos” (Santo Domingo, 169). La economía neoliberal no cuida del medioambiente y lo explota al máximo. Las propuestas de la Cumbre de Río (1992), Kyoto (1997) y Johannesburgo (2002) no han sido aplicadas por los países más industrializados

| Un ejemplo contundente: el desastre ecológico de Chernobil El 26 de abril de 1986, se registró el accidente nuclear más grave de to‑ dos los ocurridos en el mundo entero: explotaba un reactor de la central atómica de Chernobil (Ucrania) provocando un escape radiactivo que se expandió por casi toda Europa.

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Tuvieron que pasar meses, años, para medir sus catastróficas consecuen‑ cias: 6500 muertos y millones de afectados, nacimientos de niños con mal‑ formaciones y muertes por cánceres que todavía hoy castigan a la región, además de la contaminación de campos de labranza y animales. En muchas regiones, a miles de kilómetros, hubo lluvias ácidas, las cosechas fueron quemadas y miles de animales debieron ser sacrificados. Si bien se dedujo que se debió a errores humanos y al mal diseño de la planta, un manto de silencio cubrió el accidente.

2

. Un desarrollo

sostenible y humano

Suele tomarse como punto de partida del surgimiento de la conciencia ecológica la fundación del Club de Roma (1968) y su informe sobre “Los límites del crecimiento” (1972), donde se declara que “no puede haber crecimiento infinito con recursos finitos”. Desde ese momento, se comenzó a hablar de desarrollo sostenible. Si en el mundo todos los países lograran el tipo y el nivel de desarrollo que tienen actualmente los países desarrollados, habría un desastre ecológico. Se acabó el mito del progreso ilimitado. Afirma Santo Domingo: “Ante la crisis ecológica se viene proponiendo como salida el desarrollo sostenible que pretende responder a las necesidades y aspiraciones del presente, sin comprometer las posibilidades de atenderlas en el futuro. Se quiere así conjugar el crecimiento económico con los límites ecológicos” (169). Más profundamente aun, el papa Juan Pablo II, en la Centesimus Annus, declara: “El hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la Creación, suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él” (375). En efecto, el tipo de desarrollo alcanzado por los países industrializados produce una profunda insatisfacción porque es unilateral y, aunque procure un alto nivel de vida, no asegura una verdadera 159

calidad de vida. Nuevamente afirma el Papa: “Una mera acumulación de bienes y servicios no basta para proporcionar la felicidad humana. El superdesarrollo excesivo de algunos países fácilmente hace a los hombres esclavos de la posesión y el goce inmediato, sin otro horizonte que la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros más perfectos” (Sollicitudo Rei Sociales, 24-28). Se conforma así una sociedad del úselo y tírelo, o sea, el consumismo, porque provoca una enorme cantidad de desechos y basuras. “Una inundación de mensajes publicitarios crea necesidades superfluas y hace que la gente compre y, cuanto más posea, más desee poseer, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer e incluso sofocadas” (Sollicitudo Rei Socialis, 28). El desarrollo debe ser sostenible también porque no se pueden comprometer las necesidades básicas de las futuras generaciones.

3

. La ecología y la Iglesia

El problema del calentamiento global y del cambio climático se da principalmente por el excesivo consumo de energía, por el desmonte masivo, la quema de bosques y selvas. Es el síntoma de la crisis de un modelo basado en la sola ganancia y en el consumo exacerbado de bienes renovables y no renovables. Se abusa de las riquezas económicas, sin tener en cuenta el destino universal de los bienes. Respecto a este tema, la Iglesia ha demorado en la promoción de una conciencia ecológica hoy indispensable y aun ahora es difícil escuchar hablar sobre este tema en las iglesias. El control de los residuos industriales y de la basura que se amontona en la calle, el respeto por las áreas verdes, el cuidado y el uso racional del agua potable, de la energía son parte de una educación que debe darse en los colegios y en la catequesis desde la niñez. El relato bíblico más antiguo de la creación habla del Jardín del 160

Edén y se dice que Dios colocó allí al hombre para que lo cultivara y lo cuidara (Gn 2, 15). Se trata de cultivar y cuidar la tierra para que sea un jardín. Antes del diluvio, el Señor se encargó de que Noé protegiera y salvara las distintas especies animales, y el salmista alaba a Dios por el esplendor del universo. Al final de la creación, se dice en la Biblia: Vio que era muy bueno (Gn 1, 31). Siempre según la Biblia, fue el pecado del hombre que se interpuso y frenó el proyecto de Dios. Hoy en día, la ética cristiana propugna una moderación de las necesidades humanas frente al despilfarro excesivo, una cultura de la frugalidad y del respeto a la naturaleza para no dilapidar bienes esenciales para la humanidad (atmósfera, agua, especies animales y vegetales, madera, carbón, etcétera) sin pensar en el bien común y en el futuro de la humanidad. La devastación del ambiente, dice el papa Benedicto XVI, “exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan” (Caritas in Veritate, 51).

| Destrucción de la naturaleza • Si se quiere salvar la tierra, se ha de luchar contra la contaminación del agua, del aire y de la tierra; la desertificación del suelo; la deforestación; el efecto invernadero; la reducción de la capa de ozono; la extinción de la biodiversidad, y el derroche de energía y de agua. • Cada año 23000 kilómetros cuadrados de tierra fértil se convierten en desierto. La cuarta parte de la superficie de la tierra está en peligro de desertificación. • Cada año se añaden a la atmósfera 6000 millones de toneladas de dióxido de carbono, un gas nocivo (responsable principal del efecto invernadero) causado por la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natu‑ ral...), por la destrucción y la quema de bosques. • Mucha fauna va hacia la extinción. En 30 años, debido a la caza indis‑ criminada, los elefantes africanos se habrán extinguido. Para el 2025 la mitad de la reserva de pesca se habrá agotado.

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• En 1950 los bosques cubrían el 30% de la superficie de la tierra; hoy, sólo el 7%. Cada año hay una deforestación de 14 millones de hectáreas de tierra. Se ha destruido el 80% de las forestas húmedas. • En los últimos 50 años, se ha consumido más del 50% de los recursos de agua potable. El 95% del agua del planeta (mar y océanos) es salada. Menos del 1% del agua potable es accesible; la mayor parte de ella está encerrada en los hielos polares (que hay que proteger como reserva de la humanidad). • Hoy el 40% de la población mundial no tiene agua potable suficiente, y para el 2050 habrá dos tercios de la población mundial sin agua. • La Premio Nobel por la Paz 2004, Wangari Mathai, es una mujer africana que lucha por el medio ambiente. Creó el movimiento “Cinturón Verde”, que promovió la plantación de 30 millones de árboles en Kenia.

4

. La explosión demográfica

A partir del siglo XVII, con Thomas Malthus (1834), se empezó a advertir el peligro de un crecimiento desproporcionado de la población en relación a los recursos existentes, comparado con los siglos anteriores, gracias a los extraordinarios logros de la medicina que ha disminuido notablemente la mortandad infantil y ha alargado la vida humana y el progreso en general. El crecimiento de la población se ha acrecentado. Cada cinco días, nace un millón de personas en el mundo, sobre todo, en los países más pobres. Y es justamente en estos países donde el ritmo de crecimiento de vidas humanas es superior al ritmo de crecimiento de alimentos. A diferencia del pastor anglicano Malthus, que predicaba la continencia, los neomalthusianos preconizan para esos países una disminución drástica, planificada y a cualquier precio, incluso a través de la esterilización forzada y el aborto. Estas sugerencias fueron adoptadas por

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organizaciones internacionales ligadas a la ONU y por países como los Estados Unidos, que, en vez de atacar las verdaderas causas del hambre y la miseria, aplican el control de la natalidad en forma indiscriminada. Denunció esta situación en la ONU el papa Pablo VI cuando declaró: “Se trata de aumentar y distribuir mejor el pan sobre la mesa de la humanidad para que todos puedan comer, y no de disminuir el número de comensales eliminándolos”. Efectivamente, la tierra dispone de recursos para todos; sólo se utiliza el 11% de su superficie (sin contar los mares). En vez de 1500 millones de hectáreas, podrían aprovecharse 2000 millones. La Iglesia, desde Juan XXIII, registra el problema de la superpoblación como real para el futuro y propone, por un lado, la “paternidad responsable” como solución respetuosa de la vida y de la persona humana, y, por otro lado, el desarrollo de los países pobres. En particular, la promoción de la educación como solución de fondo. No está demostrado que la superpoblación sea culpable del subdesarrollo. Es cierto lo contrario. Es el desarrollo y la educación del pueblo que frenan la natalidad. Por otra parte, la Iglesia advierte sobre las dificultades futuras que puede provocar una población estancada o en retroceso, como ya está sucediendo en los países centrales.

5

. Desafíos de un

cambio de época

Entre los grandes objetivos que la humanidad ha de lograr en el futuro próximo, están los siguientes: que la política oriente la economía desde principios éticos; democratizar las grandes instituciones mundiales (FMI, Banco Mundial...) y, en especial, a la ONU; borrar la deuda de los países pobres; reducir por los menos el 5% del consumo de energía (Protocolo de Kyoto); eliminar los paraísos fiscales; 163

poner reglas a las multinacionales; reducir la carrera de armamentos y eliminar los arsenales atómicos; llevar a cabo los objetivos del milenio y, en especial, la lucha contra el hambre; implementar políticas de pleno empleo; reformar el comercio internacional, destinar el 0, 7% del producto bruto a la cooperación internacional; dar pasos hacia una autoridad política mundial. Suele decirse que no estamos ya en una época de cambios, sino frente a un cambio de época. La ideología de la globalización capitalista pretende ser el único camino, después de la derrota del comunismo, para la solución de los problemas sociales. La Doctrina Social, por el contrario, afirma la esperanza y la posibilidad de alternativas capaces de unir eficiencia con equidad, producción con pleno empleo. Hay que recuperar el rol del Estado y la política, fortalecer lo local y autóctono, construir lo regional y promover la emergencia de la sociedad civil con todas sus iniciativas solidarias. La teología de la liberación constituyó un aporte fundamental a la Doctrina Social. Más allá de algunos puntos críticos, ubicó la enseñanza social en el marco teológico de una reflexión sobre Dios, la fe bíblica y el sentido de la vida humana. Una reflexión desde la opción y el compromiso para con los pobres y sus luchas por la justicia, utilizando para ello las mediaciones de las ciencias humanas. La Iglesia ha integrado los núcleos fundamentales de la teología de la liberación en su Doctrina Social así como ha asumido en su pastoral la rica experiencia de las comunidades eclesiales de base. Quedan muchos desafíos para la Doctrina Social, que tienen que ver con la promoción de la mujer, la evangelización de las culturas, el urbanismo, las migraciones, el mundo indígena y los problemas étnicos, los medios de comunicación, la droga, cierta inclinación posmoderna a la indiferencia social, etcétera. Para un cristiano, ser una persona piadosa no es un atajo que lo dispense del estudio de estas 164

realidades complejas y del compromiso de una denodada lucha junto a los demás hombres de buena voluntad. Un falso espiritualismo ha ahondado el divorcio entre fe y vida, y ha hecho que la fe tuviera, muchas veces, poca incidencia en los cambios sociales. Por otra parte, la utopía de Jesús y de la Iglesia (el reino de Dios) es una meta final que tiene su realización completa más allá de la historia. El Reino de Dios ya está presente y requiere nuestros esfuerzos, pero crece con lentitud. Como una semilla que florecerá plenamente en la nueva creación.

| Objetivos del milenio En el 2000, 189 jefes de Estado en la ONU se comprometieron solem‑ nemente a cumplir, para el 2015, estos objetivos: erradicar la indigencia (pobreza extrema) y reducir la pobreza a la mitad, lograr una educación primaria universal, promover la igualdad del género, reducir en dos tercios la mortandad de los niños menores de cinco años, mejorar la salud mater‑ na, combatir el sida y la malaria, reducir la destrucción del medio ambien‑ te, disminuir el número de viviendas precarias, impulsar una organización mundial para el desarrollo. El papa Benedicto alentó este plan internacio‑ nal concertado, en especial, “para liberar al mundo de la pobreza extrema, la plaga del hambre y la falta crónica de asistencia médica general”.

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo 1. Preguntas - ¿Cuáles son los grandes desafíos del futuro para toda la humanidad? - Nuestro pueblo ¿tiene formación y preocupación para defender y preservar el medio ambiente? - ¿Qué estilo de vida debería comportar el problema ecológico?

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2. Aplicaciones prácticas - Descubrir iniciativas de lucha en defensa del medio ambiente. - Enumerar algunas prácticas y costumbres que van en contra de la preservación de la naturaleza. - Investigar, en distintas publicaciones, qué países, cuándo y por qué se realizan campañas de control indiscriminado de la natalidad. 3. Documentos para consultar Centesimus Annus, 37-40. Christifideles Laici, 43. Caritas in Veritate, 45. 4. Bibliografía básica - Olmedo, Jesús, Orientación Social desde una ética mundial, Buenos Aires, San Pablo, 2007. - Galderisi, Hugo, Ensayos sobre la realidad social latinoamericana, Buenos Aires, 1996. - Bonavia, Pablo, Neoliberalismo y fe cristiana, Montevideo, 1996. 5. Pensamientos bíblicos y de los Padres de la Iglesia - Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mt 25, 40). - “¡Cuán difícil es para nosotros, obispos de la Iglesia de Cristo en el siglo XX, transmitir a nuestro tiempo este mensaje empapado desde sus orígenes en la pobreza de una gruta y predicado por un obrero... Nosotros en cambio entregamos este mensaje desde lo alto de los mármoles de nuestros altares y de nuestros palacios episcopales, en el barroco incomprensible de nuestras misas pontificales, con sus extraños ballets de mitras y su aún más extraño lenguaje eclesiástico; y además salimos al encuentro de nuestro pueblo revestidos de púrpura, en un coche último modelo o en un vagón de ferrocarril de primera clase y este pueblo viene a nuestro encuentro llamándonos Excelencia Reverendísima, doblando la rodilla para besar la piedra de nuestro anillo...” (José Iriarte, Obispo argentino en el Vaticano II).

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Bibliografía consultada

Alvarez, Patxi, Comunidades de solidaridad, Bilbao, Mensajero, 2002. Antoncich-Munarriz, La Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, Paulinas, 1987. Bas de Gaay Fortman, Dios y las cosas, Santander, Sal Terrae, 1998. Bastos de Ávila, Fernando, Pequeña enciclopedia de la Doctrina Social, Brasil, San Pablo, 1991. Biancucci, Duilio, El Reino y su justicia, Buenos Aires, Centro Salesiano de Estudios San Juan Bosco, 1996. Camacho, Ildefonso, Creyentes en la vida pública, Madrid, San Pablo, 1995. -Doctrina Social de la Iglesia. Madrid, Paulinas, 1992. Christophe, Paul, La historia de la pobreza, Navarra, Verbo Divino, 1989 C. I. O. S., Comunión y participación, Buenos Aires, Guadalupe, 1982. Cortina, Adela, Filosofía política, Estella, Verbo Divino, 1998. Cuadrón, Alfonso, Doctrina Social de la Iglesia, Madrid, BAC, 1996. 167

De Charentenay, Pierre, El desarrollo del hombre y de los pueblos, Santander, Sal Terrae, 1992. De Sebastian, Luis, Mundo rico, mundo pobre, Santander, Sal Terrae, 1993. Farrell, Gerardo, Manual de la Doctrina Social de la Iglesia, Buenos Aires, Ediciones del Encuentro, 1993. García Roca, Joaquín, Solidaridad y Voluntariado, Santander, Sal Terrae, 1994. González-Carvajal, Luis, Entre la utopía y la realidad: curso de moral social, Santander, Sal Terrae, 1998. –El clamor de los excluidos, Santander, Sal Terrae, 2008. –En defensa de los humillados y ofendidos, Santander, Sal Terrae, 2005. Guerrero, Juan Antonio, Vidas que sobran, Santander, Sal Terrae, 2003. Herrera, Roberto, Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia, Santiago de Chile, San Pablo, 1993. Hortelano, Antonio, Moral alternativa, Madrid, San Pablo, 1998. Iriarte, Gregorio, Ética social cristiana, México, Dabar, 1995. –Análisis crítico de la realidad, Cochabamba, Kipus, 2004. Lumerman, Juan Pedro, Crisis social argentina, Buenos Aires, Lumen, 1998. Mardones, José, Movimientos sociales, Estella, Verbo Divino, 1996. Marrewijk, Leonardo, Moral Social, Santiago, UCSH, 2004. Mejía, Jorge, La cuestión social, Buenos Aires, Criterio-Paulinas, 1998. Mifsud, Tony, Una construcción ética de la utopía cristiana, Santiago de Chile, Paulinas, 1992, T. IV. Mignone, Emilio, Derechos humanos y sociedad: el caso argentino, Buenos Aires, Ed. del Pensamiento Nacional, 1991. –Iglesia y Dictadura, Buenos Aires, Ed. del Pensamiento Nacional, 1986. Olmedo, Jesús, Orientación social desde una ética mundial, Buenos Aires, San Pablo, 2007. 168

Razeto, Luis, Los caminos de la economía de solidaridad, Buenos Aires, Lumen, 1997. Renan, Jesús, Desafiados por la realidad, Santander, Sal Terrae, 1994. Richard, Pablo, La Iglesia en América Latina, Navarra, Verbo Divino, 2003. Scannone, Juan Carlos (y otros), Argentina: alternativa frente a la globalización, Buenos Aires, San Pablo, 1999. Souto Coelho, Juan, Iniciación a la Doctrina Social de la Iglesia, Madrid, San Pablo, 1995. Vidal, Marciano, Para conocer la ética cristiana, Estella, Verbo Divino, 1991. –Retos morales en la sociedad y en la Iglesia, Estella, Verbo Divino, 1992.

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Índice

Presentación...................................................................................................................... 3 Prólogo.............................................................................................................................. 5 I. ¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia?....................................................................... 9 1. ¿Cómo surgió la Doctrina Social de la Iglesia?......................................... 10 2. La Iglesia y la cuestión social ................................................................... 12 3. La Doctrina Social y la Teología Moral...................................................... 14 4. La Doctrina Social de la Iglesia: ¿vale para todos los cristianos?.............. 15 5. ¿Acaso la Iglesia no se preocupó siempre por la cuestión social? ����������� 16 6. Justicia y promoción humana................................................................... 17 7. Justicia y caridad....................................................................................... 19 8. No solo ayudar a los pobres, sino acabar con la pobreza........................ 20 9. La solidaridad........................................................................................... 21

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 23

Ii. Los derechos humanos................................................................................................ 25 1. Los derechos humanos en la Biblia.......................................................... 25 2. Los derechos humanos en la historia....................................................... 27 3. Declaración Universal de los Derechos Humanos................................... 28 4. La Pacem in Terris, de Juan xxiii............................................................. 30 5. ¿Cuáles son los derechos humanos?......................................................... 31 6. El derecho a la vida................................................................................... 33 7. Características de los derechos humanos................................................. 34 8. Fundamentación de los derechos humanos............................................ 35 9. Derechos de la mujer............................................................................... 37 10. Derechos emergentes: las migraciones.................................................. 38

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 40 Iii. Problemas del trabajo................................................................................................ 43 1. La realidad del trabajo.............................................................................. 43 2. Un deber y un derecho............................................................................. 45 3. Concepción cristiana del trabajo.............................................................. 46 4. Un salario justo......................................................................................... 47 5. Un gremialismo auténtico........................................................................ 48 6. El derecho de huelga................................................................................ 49 7. La previsión social.................................................................................... 50 8. Bondades y peligros de la revolución tecnológica................................... 51 9. El drama del desempleo y de la exclusión............................................... 53 10. Pequeñas y medianas empresas.............................................................. 54

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 55 IV. La actividad económica.............................................................................................. 57 1. El mundo de la economía........................................................................ 57 2. Economía y ética....................................................................................... 58 3. Ética de la producción.............................................................................. 60 4. Libre iniciativa y principio de subsidiaridad............................................ 61

5. Rol del estado en la economía................................................................. 62 6. Reforma de la empresa............................................................................. 63

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 64 V. Vida política................................................................................................................ 67 1. Dos concepciones del término “política”................................................. 67 2. Una democracia real................................................................................. 68 3. Estado de derecho.................................................................................... 70 4. Los partidos políticos............................................................................... 71 5. Opción política del cristiano.................................................................... 72 6. Participación y objeción de conciencia ................................................... 73 7. El surgimiento de la sociedad civil........................................................... 74 8. Nuevo poder de los medios..................................................................... 75 9. La corrupción estructural......................................................................... 76

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 78 Vi. Propiedad privada...................................................................................................... 81 1. El destino universal de los bienes............................................................ 81 2. Propiedad privada de los medios de producción ................................... 82 3. Doctrina de los Padres de la Iglesia.......................................................... 83 4. Función social de la propiedad................................................................ 84 5. Reforma agraria........................................................................................ 85 6. Ética fiscal................................................................................................. 86 7. Ética civil y conducta cristiana.................................................................. 87

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo........................................... 88 Vii. Ideologías y sistemas económicos............................................................................ 91 1. Crisis de las ideologías............................................................................. 91 2. Capitalismo liberal.................................................................................... 93 3. Economía social de mercado.................................................................... 94 4. El neoliberalismo...................................................................................... 95

5. el neoliberalismo y la Iglesia.................................................................... 96 6. La ideología marxista................................................................................ 97 7. Los socialismos democráticos................................................................... 98 8. La doctrina social y las ideologías............................................................ 99

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo......................................... 100 Viii. Países ricos y países pobres..................................................................................103 1. Concepto de pobreza............................................................................. 103 2. El gran escándalo.................................................................................... 105 3. Causas internas de la pobreza................................................................ 106 4. Causas externas de la pobreza................................................................ 107 5. La explosión de la deuda externa........................................................... 108 6. Postura de la Iglesia frente a la deuda.................................................... 109 7. La globalización cuestionada.................................................................. 111 8. Globalizar la solidaridad......................................................................... 113 9. Un nuevo orden económico-político..................................................... 114 10. Organizaciones solidarias no gubernamentales................................... 115 11. Un desarrollo integral y solidario......................................................... 116

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo......................................... 118 Ix. Compromiso social de la Iglesia en América Latina................................................121 1. Aporte de la Iglesia latinoamericana...................................................... 121 2. El pecado social...................................................................................... 123 3. Conversión personal y cambio de estructuras....................................... 124 4. Opción preferencial por los pobres....................................................... 125 5. Fundamentación bíblica de la opción.................................................... 127 6. Las comunidades eclesiales de base....................................................... 128

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo......................................... 129

X. Paz y comunidad internacional.................................................................................133 1. La Iglesia y la paz.................................................................................... 133 2. ¿Guerra justa?.......................................................................................... 135 3. Armamentismo y desarme...................................................................... 137 4. La ética actual y la guerra....................................................................... 138 5. Legítima defensa..................................................................................... 140 6. Guerrilla y terrorismo de estado............................................................ 142 7. La no violencia activa.............................................................................. 143 8. Autoridad mundial para la paz............................................................... 144

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo.......................................... 145 Xi. Compromiso temporal del laico............................................................................... 147 1. ¿Qué es un laico?.................................................................................... 147 2. Fundamentación del compromiso laical................................................ 149 3. Estilo de vida del cristiano laico............................................................. 150 4. Compromiso temporal del laico............................................................ 151 5. Política partidista.................................................................................... 152 6. Formación y espiritualidad laical............................................................ 154

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo......................................... 155 XII. Nuevos problemas sociales..................................................................................... 157 1. El problema ecológico............................................................................ 157 2. Un desarrollo sostenible y humano....................................................... 159 3. La ecología y la Iglesia............................................................................ 160 4. La explosión demográfica....................................................................... 162 5. Desafíos de un cambio de época............................................................ 163

» Apuntes para reflexionar a solas o en grupo......................................... 165 Bibliografía consultada.................................................................................................. 167

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