Sonja Grey - Melnikov Bratva 05 - Paved in Fire
August 4, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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IMPORTANTE
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SINOPSIS Es hora de traer a Alina a casa. Alina: Cuando era joven, me enamoré de un chico de ojos oscuros. Nunca superé ese enamoramiento. Ni siquiera cuando el chico adolescente creció y se convirtió en un hombre muy peligroso. Cada año se hacía más fuerte hasta que finalmente cumplí dieciocho años y le obligué a verme como la mujer en la que me había convertido y no solo como la hermana pequeña de su mejor amigo. Éramos tan felices juntos, pero entonces me secuestraron. Me separaron de él de la forma más cruel. Pero me está buscando. Lo sé, y sé que quemará el mundo para llegar hasta mí. Solo necesito aguantar un poco más. Matvey: La busqué durante dos años. Cada día me parecía una vida entera. Me estaba volviendo loco, imaginando todas las cosas que le estaban haciendo. Pero finalmente la encontré. Y ahora ha llegado el momento de traerla a casa. Me la arrebataron y van a pagar por ello. Voy a recuperar a Alina, y luego vamos a prender fuego al mundo y ver cómo arden.
PRÓLOGO
Matvey Alina cumple 18 años Mis dedos se clavan en la cadera de Alina cuando la saco del abarrotado club alejándola de la mirada lasciva de Grisha. Sabía que venir aquí era una mala idea, y que era imposible que no llamara la atención con ese maldito vestido negro diminuto que insistió en ponerse. Me pregunto por qué demonios he accedido a esto, pero entonces ella me mira con sus vívidos ojos verdeazulados, y la razón es dolorosamente obvia. Haría cualquier cosa por ella. Tan sencillo como eso. Puede que Alina sea la que ha estado enamorada de mí toda su vida, pero no se puede negar que yo la he superado con creces. Lo que una vez fue un amor dulce y platónico por una de las hermanas pequeñas de mi mejor amigo se ha transformado en algo muy, muy diferente. Al principio intenté luchar contra ello, temiendo que Roman se cabrease o que de algún modo estuviera mal amar a la mujer que había visto crecer, pero estoy perdiendo rápidamente la voluntad de luchar contra esto. Mis ojos recorren el bello rostro del que he memorizado cada detalle mientras mi mano mantiene un firme agarre en su cadera. ―¿Quiénes eran esos tipos?
―Nadie por quien tengas que preocuparte ―le digo, levantando la mano hacia el taxi que acaba de llegar. ―Bueno, la forma en que prácticamente me sacaste de allí me hace pensar que podrían ser alguien. Me resisto a sonreír por su tono y abro la puerta del taxi. ―Sube, Alina. Nos vamos a casa. Ella sonríe y sube, casi haciéndome gemir cuando se inclina y veo la curva de su culo. Una vez sentados los dos en la parte de atrás, le doy la dirección al conductor, notando la mirada nerviosa que me dirige cuando oye mi voz gravosa y la expresión de mi cara. Alina es la única que consigue que sonría realmente. Desde el incendio, no he sido yo mismo, pero la mujer sentada a mi lado siempre ha sido capaz de arrancármelas con suma facilidad. Es imposible resistirse a ella. Como prueba de lo que digo, me mira y se le ilumina la cara con una sonrisa que no puedo evitar corresponderle, sobre todo cuando aprovecha la estrechez del asiento trasero y se acerca a mí de forma que nuestros cuerpos se rocen. Estoy acostumbrado a que Alina intente acercarse a mí. Diablos, lleva haciéndolo desde que tenía dieciséis años. Entonces era más fácil disuadirla. Era demasiado joven, joder, y yo no iba a cruzar esa línea. Cuando cumplió diecisiete, lo admito, fue un poco más difícil. ¿Pero ahora que tiene dieciocho? No tengo ninguna posibilidad. Se queda pegada a mí hasta que el taxi nos deja en la puerta del edificio en el que vivimos y nos vemos obligados a separarnos. Alina cada vez se queda más a dormir, y saber que duerme al otro lado del pasillo ha hecho que las cosas se pongan interesantes, por decir algo. Pago al taxista y, cuando veo que un par de tipos miran a Alina, vuelvo a atraerla contra mí y les lanzo una mirada que les hace volver corriendo por la maldita acera. Ella suelta una suave carcajada cuando la dirijo hacia el interior. ―Recuérdame que mate a Vitaly por comprarte ese maldito vestido ―murmuro, pulsando el botón del ascensor que conduce al ático. Ella se mira el vestido, observando lo diminuto que es, antes de volver la cara hacia mí. ―¿No te gusta? ―No, no me gusta. Llama demasiado la maldita atención. Salimos del ascensor y, cuando abro la puerta de nuestro ático, ella pasa a mi lado con un pequeño resoplido. Gira sobre sus talones, me mira
con las manos en la cadera y esa sonrisa traviesa que siempre significa problemas. Cierro la puerta y me cruzo de brazos, esperando a ver qué hace. No me hace esperar mucho. ―Quizá empiece a vestirme así todos los días. Me acerco un paso. ―Ni de coña lo harás. Se encoge de hombros inocentemente, pero esa sonrisa sigue jugueteando en sus labios, contradiciéndola a cada paso. ―Es un regalo de Vitaly, y sería de mala educación no llevarlo. Sé lo áspera que puede sonar mi voz, cuando gruño. ―No volverás a ponerte ese vestido fuera de este maldito ático ―ella ni se inmuta. Nunca le ha molestado mi voz rasposa ni mis cicatrices. Siempre ha visto más allá de todo eso, directamente a mí. ―Estás intentando provocarme, Alina, pero no va a funcionar. Ella levanta una ceja oscura. ――¿No? ―No, ahora quítate el maldito vestido y ve a ponerte ese grueso pijama de franela con el que te vi la semana pasada. Se atreve a reírse antes de acercarse, acortando la distancia hasta que solo hay unos centímetros entre nuestros cuerpos, y con la misma sonrisa burlona jugueteando en sus labios, dice: ―Si no quieres que me ponga este vestido, tendrás que sacármelo tú mismo. ―Alina. Su nombre suena como un gruñido, una advertencia y una súplica desesperada para que se apiade de mí, pero ella ignora todos y cada uno de esos gruñidos, apoya las manos en mi cintura y me mira con esos ojos que nunca consigo sacarme de la cabeza. Siempre la tengo en mente de un modo u otro, y últimamente se trata de pensamientos sexuales incesantes amenazando con volverme jodidamente loco. ―¿Por qué luchas contra mí, Matvey? ―No lucho contra ti. Su ceño se frunce justo antes que una mirada dolida cruce su rostro. Sin pensarlo, atrapo su rostro entre mis manos llenas de cicatrices y acaricio su mejilla con el pulgar. No soporto la idea de verla sufriendo y odio ser la causa de ello en este momento.
―¿Es porque no me quieres? ―Su voz no es más que un susurro, pero bien podría estar gritándomelo. ―¿Qué? Sus ojos se encuentran con los míos. ―Te quiero desde que tengo uso de razón. Al principio solo era un flechazo infantil, pero nunca desapareció. Simplemente se hizo más fuerte, y luego, al hacerme mayor, se convirtió en algo más, y me mata cada vez que intentas alejarme. Cada vez que veo algo en tus ojos que creo que puede ser deseo o amor, me hago ilusiones, pero cada maldita vez te alejas de mí. Te cierras a mí, Matvey, y eso me está matando. Quiero la verdad. Después de todo lo que hemos pasado, me la debes. Sus dedos se clavan en mi cintura al escrutar mis ojos. ―¿Sientes algo por mí? Se me rompe el puto corazón al verla así. Parece a punto de llorar y no puedo soportarlo. Apoyo la frente en la suya, suelto un resuello tembloroso y susurro: ―Sí. Su jadeo es suave como un suspiro y, cuando empiezo a besarla a lo largo de la frente, suelta un gemido dulcísimo. ―¿Qué pasa con Roman? ―Arrastro la nariz por su suave piel, respirándola como he soñado hacer―. No quiero interponerme entre vosotros dos. ―Roman te quiere, Matvey, y sabe que nunca me harías daño. Deja que yo me preocupe por él. Los demás ayudarán a suavizar las cosas. ―Sí, porque Vitaly ha sido de gran ayuda hasta ahora ―murmuro. Ella suelta una risita suave. ―Me compró este vestido, y funcionó. Me alejo lo suficiente para mirarla mejor. ―El vestido no tuvo nada que ver. ―¿De verdad? Eso está bien. Eso significa que puedo seguir llevándolo. ―Y una mierda que lo harás. ―Mis ojos recorren el pequeño trozo de ropa, y la idea de ella paseándose con esto delante de otros hombres cuando yo no estoy cerca para asegurarme de su seguridad no me sienta nada bien. Estoy a punto de enumerar las razones por las que no puede vestirse así cuando veo la sonrisa que esboza. Suspiro y sacudo la cabeza.
―Me estás tomando el pelo, ¿no? ―Lo hago. Suelto un fuerte suspiro, aliviado porque no vaya a pavonearse semidesnuda en mucho tiempo. Alzando las manos, sostiene mi cara entre ellas acercándome más. Con los tacones puestos, sigue siendo más baja que yo, pero está lo bastante cerca como para que nuestras bocas estén peligrosamente cerca. Alina es la única persona que puede tocarme sin que me den ganas de arañarme la piel para librarme de esa sensación. Para mí es una tortura tener las manos de otra persona sobre mi cuerpo, en cambio con ella no me molesta. Por un instante, me inclino hacia ella, saboreando la sensación de su piel contra la mía. ―Quiero un regalo más ―susurra. Sonrío y arrastro ligeramente los nudillos por su mejilla. ―Alguien se siente codiciosa este año. Ya te he regalado mi sudadera favorita. ―Y me encanta, pero quiero una cosa más. ―¿Y de qué se trata? Sus ojos se encuentran con los míos. ―Un beso. Quiero mi primer beso, y quiero que sea contigo, Matvey, porque no quiero besar nunca a nadie más. El corazón se me acelera en el pecho y sé que estoy pisando terreno peligroso, pero en lugar de retroceder y poner distancia entre nosotros, inclino la cabeza hasta que nuestros labios se tocan. La verdad es que también es mi primer beso. No poder tolerar el contacto hace que me resulte difícil acercarme a alguien, pero besar a Alina me parece tan condenadamente natural, como si siempre lo tuviéramos que haber hecho juntos. Suelta un suave gemido cuando profundizo el beso y entrelazo los dedos en su oscuro cabello, ahuecando su nuca mientras mi mano acaricia la parte baja de su espalda, atrayéndola hacia mí. Con su cuerpo pegado al mío, pierdo rápidamente la capacidad de pensar racionalmente, y cuando deslizo la mano hacia abajo, ella se levanta de un salto y me rodea la cintura con las piernas, haciéndome imposible no agarrarle el culo y aferrándose a mí como si nunca fuera a soltarme. Estoy más que de acuerdo. Su lengua recorre la mía, arrancándome un profundo gemido del pecho y abrazándola con más fuerza. Ha atravesado todas mis defensas,
todos los malditos muros que tanto me ha costado levantar se desmoronan ante su contacto. ―Matvey. El sonido de sus gemidos y el movimiento de sus caderas me hacen luchar por el control. No puedo dejar que esto vaya a más. Aquí no, todavía no. Acaba de cumplir dieciocho años, joder, y ya estoy prácticamente machacándola en el maldito pasillo. Me echo hacia atrás y apoyo la frente en la suya, intentando por todos los medios controlarme. Seguimos tan cerca que su respiración golpea mis labios. Aspiro cada una de sus exhalaciones, deseando cada pedazo de ella que pueda conseguir. ―No tenemos que parar ―susurra. Suelto una risa. ―Sí, definitivamente tenemos que hacerlo. ―Pero no quiero. ―Me besa de nuevo, dándome una suave lamida en el labio superior que hace que mi polla amenace con reventar a través de mi maldito pantalón. ―Yo tampoco quiero, y precisamente por eso tenemos que hacerlo. ―Bien ―suspira, y sonrío ante el tono mohíno de su voz―, pararé, pero solo si me prometes algo. ―¿Qué cosa? ―Que no volverás a esconderte de mí. Por ahora podemos ocultar cosas a los demás, pero no puedes ocultarte de mí. ―Sus dedos recorren el lateral de mi mejilla―. Nunca más. ―Nunca me he escondido de ti, Alina. Eres la única persona ante la que no me he escondido. Sonríe e ilumina todo su rostro. Una vez más me quedo atónito ante su belleza, y lo único que puedo hacer es quedarme mirando. Sabiendo que todos estarán un tiempo en el club asegurándose que Anatoly y Grisha estén bien ocupados, llevo a Alina al sofá y tomo asiento. Me mira con el ceño fruncido y observa cómo está sentada a horcajadas sobre mi regazo. El vestido se le ha subido aún más, y la visión me hace soltar un gruñido. ―Creí que habías dicho que teníamos que parar. ―Lo haremos. ―Digo las palabras, pero al mismo tiempo la atraigo hacia mí hasta que volvemos a besarnos y nada más importa.
Me pierdo en ella, su sabor, la sensación de su cuerpo contra el mío y la suavidad de sus labios, el sonido de sus gemidos, su dulce aroma y la forma en que presiona suavemente mi polla. Es todo en lo que puedo pensar. Ella absorbe cada parte de mí, sin dejar espacio para nada más. Ya no me atormentan los recuerdos del incendio que mató a mi madre y a mi hermana y que me habría quitado la vida si no hubiera sido por Vitaly, la rabia que siento hacia mi padre por provocar el maldito incendio porque estaba borracho me abandona, y los dolorosos recuerdos de mi cuerpo quemado desaparecen. Nada más puede existir cuando Alina me besa. Ella lo ahuyenta todo. No sé cuánto tiempo nos quedamos besándonos en el sofá, pero no parece suficiente cuando mi teléfono vibra obligándome a separarme. ―Mierda, lo siento. ―Saco el móvil del bolsillo y leo el mensaje que acaba de enviar Vitaly. Si estás en pelotas, vístete. Estamos de camino. P.D., de nada por comprarle a Alina ese vestido negro. ―Chiflado ―murmuro riéndome antes de mostrarle el texto a Alina. ―Desgraciadamente, no estamos desnudos. Sonrío y rozo su nuca, acercando mi nariz a lo largo de su cuello. La inspiro y beso una línea a lo largo de su garganta. ―Me encanta el vestido ―reconozco―. Pero no quiero que te lo pongas para nadie más que para mí. dice: ti.
Me pasa los dedos por el cabello y oigo la sonrisa en su voz cuando ―Hecho. El vestido negro de cumpleaños es oficialmente solo para
―Gracias. ―Le doy un último beso en el cuello―. Por favor, ve a ponerte otra cosa antes que regresen. Sonriendo, me da otro beso antes de abandonar mi regazo y dirigirse a la habitación en la que siempre se queda, la que eligió que está justo enfrente de la mía. Mientras se cambia, se abre la puerta principal y entran mis hermanos. Alina y Roman son los únicos consanguíneos, pero somos una familia.
Vitaly entra recorriendo la sala con una gran sonrisa. Lev está justo detrás de él y no parece tan contento. ―¿Va todo bien? ―pregunto. Vitaly se ríe. ―Sip, Anatoly y Grisha ya no son un problema. ―Mira a Lev y vuelve a reírse―. Alguien está malhumorado porque no ha conseguido matar a nadie. ―Quizá si no lo hubieras acaparado todo ―murmura Lev, dejándose caer en el sofá a mi lado para empezar a montar el nuevo sistema de juego que compró para Alina. Vitaly coge una bolsa de patatas fritas y se sienta a mi lado. ―Me ofrecí a que le dieras una patada. No es culpa mía que no lo aceptaras. Además, voy a dejar que me ganes en el juego de carreras, ¿recuerdas? Te esperan momentos divertidos, Lev. Lev se ríe y sacude la cabeza, claramente incapaz de seguir cabreado con Vitaly. Diablos, nadie puede seguir enfadado con él mucho tiempo. Se inclina más hacia mí. ―¿Le hiciste un regalo especial a Alina mientras estuvimos fuera? ¿Hiciste que su cumpleaños fuera memorable? Estoy a punto de mandarle a la mierda cuando Roman dice: ―Mucho más apropiado, Alina. Ahora puedo relajarme y no preocuparme por mi hermanita. Miro a Alina, que está cerca del pasillo, y me doy cuenta de lo equivocado que está Roman. Puede que no tenga que preocuparse por que ella esté en peligro, pero hay muchas cosas que quiero hacerle a su hermana que supongo que probablemente nunca me perdonaría. Tiene la cara recién lavada y lleva su pijama de franela a cuadros y la sudadera roja que le regalé antes. Está tan hermosa como antes, maquillada y con aquel vestido diminuto, y lo único en lo que puedo pensar es en volver a tenerla en mi regazo. ―Sí, Roman nunca se dará cuenta de esto ―susurra Vitaly, observando cómo nos miramos Alina y yo―. Súper sutil. Danil rompe el silencio colocando una botella de vodka en la mesita delante de nosotros y varios vasos. ―Ahora sí que podemos celebrar tu cumpleaños, Alina.
―Sí, no me voy a sentir mal por patearte el culo en tu cumpleaños ―dice Vitaly―. Ya eres adulta, así que eso significa que se acabaron las facilidades. Alina se ríe y se acerca. Coge el mando que Lev le ofrece, se sienta en el suelo frente a mí, apoyando la espalda en mi pierna. No está tan cerca como de costumbre, pero tampoco es tan inusual como para llamar la atención de Roman. Tengo que hablar pronto con él sobre su hermana, pero no quiero hacerlo esta noche. Ahora mismo, quiero ver cómo mi chica les patea el culo a todos, y eso es exactamente lo que hace. Para cuando nos dormimos, estamos más que borrachos, todos desparramados por el salón. La mesa de centro está llena de cajas de pizza, algunas botellas de vodka y la tarta casi devorada. Alina se arrastra hasta el sofá donde estoy tumbado de lado y se acurruca contra mí, tirando de la manta sobre los dos. La cubro con el brazo, tiro de ella y entierro la nariz en su cabello. ―Feliz cumpleaños, Alina ―susurro, besándole el cuello y cerrando los ojos. ―Buenas noches, Matvey ―me susurra, y me siento como si dormirme con ella entre mis brazos fuera lo más natural del mundo.
Tres meses después
Guardo el arma, me quito rápidamente la sudadera y los vaqueros y empiezo a ducharme. La sangre seca aún cubre mis manos, salpicándome la cara y la ropa. Joder, más vale que se lave. Me toco la sudadera azul, deseando haber elegido algo diferente para ponerme esta noche. Para ser justos, no sabía que iba a matar a nadie; de lo contrario, me habría puesto mi ropa de no me importa si esto se salpica de sangre. Pero no pude evitarlo. Después que Anatoly y Grisha aparecieran muertos, la Bratva Safronov ha estado en alerta máxima. Recibí la orden de eliminar a un par de hombres de aspecto sospechoso que habían estado merodeando por uno de nuestros clubes, y no era una orden a la que pudiera decir que no, al menos de momento. Cuando tomemos el
mando, no volveré a recibir órdenes nunca más, aunque estamos cerca, todavía no hemos tomado el mando. El agua caliente corre sobre mí, limpiándome y dejando solo la piel cicatrizada y tatuada. A veces es difícil recordar siquiera una época en la que mi espalda, mis brazos y mis manos no estuvieran cubiertos de ásperas cicatrices. Diablos, ni siquiera recuerdo cómo sonaba mi voz antes que la inhalación de humo me dejara la voz áspera que tengo ahora. Es lo mejor, me digo, cerrando el grifo y pasándome la toalla por el cabello antes de arrastrarla por el cuerpo y rodearme la cintura con ella. Es mejor no recordar cómo era la vida antes del incendio, y definitivamente es mejor no recordar a la hermanita que se reía de mis chistes y a la que le encantaba ver dibujos animados mientras desayunaba. Tampoco recuerdo su voz, pero sí recuerdo vívidamente el sonido de sus gritos mientras moría abrasada. Me obligo a respirar hondo, salgo del cuarto de baño y entro en mi dormitorio, sin sorprenderme en absoluto de encontrar a Alina tumbada en mi cama, leyendo su libro. Intenta fingir que sigue leyendo, pero sus ojos no dejan de desviarse hacia mi torso desnudo. Si fuera cualquier otra persona, estaría cabreado y buscaría una camisa para taparme las cicatrices, pero es Alina, y lo único irritante de todo esto es que no puedo dejar caer la toalla y enterrarme dentro de ella, al menos de momento. Ella estaría más que de acuerdo, pero quiero tomarme las cosas con calma. Aún es muy joven y no quiero precipitarme. Cuando sus ojos vuelven a recorrer mi pecho, arqueo una ceja. ―¿Un buen libro? ―pregunto. ―Mm―hmm. Consigue mantener los ojos fijos en el libro durante casi un minuto antes de volver a clavarlos en mi pecho. Finalmente me mira a los ojos cuando me oye reír. Deja de fingir y aparta el libro. ―No tiene gracia. Le sonrío. ―En cierto modo lo tiene. Me devuelve la sonrisa y palmea la cama. ―Ven, túmbate. Cojo mi bóxer, ignoro la mirada de decepción que me lanza y me lo pongo debajo de la toalla antes de coger una camiseta de manga larga.
―Bueno, eso no es divertido ―murmura, haciéndome reír al apagar la luz del techo y meterme en la cama a su lado. Todas las noches que se queda en el ático, se cuela en mi dormitorio. Ha llegado un punto en que no estoy seguro de poder dormirme si su pequeño cuerpo no está pegado al mío. En cuanto me acuesto, me encuentra en la oscuridad. Sus manos se aferran a mi cuello y me acercan. Sonriendo, me doy la vuelta. Con la mano en su cadera, la deslizo debajo de mí para que mi cuerpo la envuelva, como a ella le gusta. Lo he memorizado todo de ella, las cosas que la hacen jadear y gemir, las suaves caricias que la hacen estremecerse y besarme con más fuerza, y las caricias que la hacen rodearme con las piernas y mover las caderas como si nunca tuviera suficiente. Sus manos se deslizan bajo mi camisa, y mi primer instinto es tensarme cuando siento sus dedos recorrer mi espalda llena de cicatrices, pero susurra mi nombre y me besa con tanta suavidad que hace que me relaje inmediatamente ante sus caricias. ―Tus cicatrices no me molestan ―susurra entre beso y beso―. Nunca lo han hecho. Forman parte de ti y me encanta cada maldita parte de ti, Matvey. ―Sus dedos recorren ligeramente mi espalda―. Me recuerdan que estás vivo. Podría haberte perdido tan fácilmente aquella noche. El temblor de su voz me hace estrechar su rostro. ―Pero no lo hiciste. Estoy aquí, Alina, y no me iré a ninguna parte. Vamos a vivir toda la vida juntos. El calor de su aliento golpea mis labios, y cuando empieza a quitarme la camiseta, la dejo. Ni siquiera la detengo cuando se quita la suya, tirándola a un lado y haciéndome gemir al sentir su pecho desnudo contra el mío. Es la tortura más dulce y, sinceramente, no sé cuánto tiempo más podré aguantar. Cada vez es más difícil resistirse a ella. ―Matvey. Esa sola palabra encierra tanto. Es una súplica de más, una declaración de amor y la promesa de un futuro que estoy deseando vivir. ―Malishka. ―Murmuro la palabra contra su piel, sabiendo cuánto le gusta que la llame mi niña―. Me amenazas constantemente con destruir la poca fuerza de voluntad que tengo. ―Entonces deja de luchar contra mí. Me rio suavemente y me agacho para evitar que sus curiosos dedos se introduzcan en mis bóxers. Tan solo soy un ser humano, y no hay forma en el infierno de poder resistirme a ella si me envuelve con su
mano. La distraigo pasándole la lengua por el pezón. Y funciona. Me agarra la cabeza con las dos manos, entrelazando los dedos en mi cabello. Lo que para ella iba a ser una distracción, para mí se convierte en una batalla interior rozando el castigo cruel e inusual. Su cuerpo se retuerce bajo el mío apretando las piernas en torno a mi cintura y estrujándose contra mí sin ninguna consideración por mi cordura. Sé lo que está haciendo y no puedo detenerla. No es la primera vez que llega al orgasmo frotándose contra mí, y dudo mucho que sea la última. Con sus suaves gemidos en mi oído y mi boca llena de su perfecto pecho, me balanceo contra ella, deslizando mi dura longitud por donde más lo necesita. Eso nunca falla a la hora de hacerla retorcerse, y ahora tampoco es una excepción. Me pierdo en ella, deseando hacerla sentir bien, deseando demostrarle lo mucho que la quiero y me preocupo por ella. No me importa si me mata; solo quiero darle todo el placer posible. Cuando se corre, entierra la cara contra mi cuello, gimiendo mi nombre a la vez que su cuerpo tiembla bajo el mío, y yo aprieto los dientes para no unirme a ella. Trabajo en ella durante el orgasmo, inundando su cuerpo de placer hasta que las réplicas se desvanecen y queda tan sensible que empieza a retorcerse para proteger su clítoris excesivamente sensible. ―¿Cuánto tiempo vas a hacerme esperar? Sonrío y beso hasta llegar a sus labios. ―Acabo de conseguir que te corras ―le señalo. ―Pero te deseo, todo de ti, y quiero darte todo de mí. Acariciando su rostro, la beso suavemente y le digo las palabras que pronto me perseguirán. ―Tenemos todo el tiempo del mundo, malishka. Me doy la vuelta y la atraigo hacia mí. Ella se acurruca más, dejando escapar un suave suspiro antes de apoyar la mano en mi pecho y la cabeza en mi hombro. Una de sus piernas se eleva sobre las mías, y sonrío al ver lo perfectamente que encajamos. La abrazo más fuerte y beso su cabecita. ―Te quiero ―susurro―, me casaré contigo y algún día tendremos una familia. ―Mis dedos recorren su oscuro cabello―. Te daré todo lo que quieras, Alina. Su respuesta es inmediata.
―Solo te quiero a ti. ―Me tienes a mí. ―Entonces lo tengo todo. Sonrío ante lo condenadamente dulce que es y vuelvo a besarla. ―Te seguiré mimando. ―Todavía te dejaré ―me dice, haciéndome soltar una suave carcajada. Me duermo con facilidad, algo que solo empecé a hacer desde que ella empezó a colarse en mi dormitorio por la noche. Desde el incendio, sufro de insomnio. Cuando consigo dormirme, tengo terrores nocturnos que me dejan empapado en sudor y con la garganta en carne viva de tanto gritar. A veces las pesadillas son tan vívidas que juraría que me despierto con el olor del cuerpo quemado de mi hermana pegado a mí. Me resulta imposible volver a dormirme. Pero las pesadillas nunca aparecen cuando Alina está a mi lado. Ella ahuyenta todo lo malo. Al día siguiente me asignan un golpe que acaba durando más de lo previsto. Cuando llego a la cafetería donde se supone que Alina ha quedado conmigo, llego veinte minutos tarde y estoy desesperado por verla. Escudriño la multitud, ignorando a todos los que no son ella. Le envío un mensaje de texto rápido y, cuando no responde de inmediato, mi pulso empieza a acelerarse y un sudor frío me recorre la nuca. Alina no es así. Ella no juega. Nunca dejaría de aparecer ni ignoraría mis mensajes. Cuando intento llamarla y salta el buzón de voz, empiezo a gritar su nombre, ignorando las miradas que empieza a dirigirme la gente. Se me contraen los pulmones y apenas puedo respirar cuando llamo a Roman. ―No la encuentro ―le digo, sin reconocer apenas el sonido de mi propia voz. ―¿Qué? Matvey, ¿de qué estás hablando? ―Alina. Se suponía que tenía que estar aquí, y no está. Lo que sea que oye en mi voz le hace decir: ―Dame la dirección a la vez que grita lo que está ocurriendo a nuestros hermanos. Le digo dónde estoy y cuelgo. Sigo gritando el nombre de Alina y buscando por la zona, pero sé en mi corazón que se ha ido. Puedo sentir
su pérdida, un profundo dolor que amenaza con consumirme hasta que no quede ni una maldita cosa. Llegué tarde. Ella me necesitaba y no estaba aquí. No pude protegerla, y ahora ha ocurrido algo. Cuando llegan mis hermanos, nos dispersamos y la buscamos, registrando todos los lugares que se nos ocurren. Rápidamente se hace evidente que no sufrió ningún accidente. No iba de camino a verme cuando la atropelló un coche o la retuvo un amigo o vecino hablador. A Alina se la llevaron. Algún cabrón entró y me arrebató a la mujer que amo, y cada segundo que pasa sin ella es como un puñal en mi puto pecho. Veinte malditos minutos es todo lo que ha hecho falta para cambiar mi vida. Veinte minutos que han dado lugar a dos años de búsqueda y a un corazón que sigue latiendo, aunque su pérdida lo haya destrozado. Mis hermanos y yo hemos dedicado nuestras vidas a encontrarla, y finalmente sabemos el nombre del cabrón que la retiene. Konstantin Lebedev, el hombre al que he estrechado la mano, con el que he hablado y con el que he cenado en su puta mansión. He pensado en muchas cosas durante los dos últimos años. He imaginado las cosas que le están haciendo, me he atormentado con imágenes de las que nunca podré librarme y me he odiado por llegar tarde el único día que más me necesitaba. Cargaré con ese remordimiento el resto de mi vida. Junto con mis miedos y mi odio hacia mí mismo, he pasado mucho tiempo pensando en mi venganza, porque la tendré. Esta noche, mis hermanos y yo recuperaremos a Alina. Lo haremos juntos como una familia, como hacemos con todo. Hermanos en sangre, en vida y en muerte. Esta noche, recuperaremos lo que es nuestro. Alguien jodió a nuestra familia, y va a pagar con su vida. ¿Y el responsable de todo esto? Va a pagar con mucho más que su vida. Quiero sangre y dolor. Quiero mi maldita libra de carne, y voy a conseguirla. Hirió a la mujer que amo. Me aseguraré jodidamente que se arrepienta antes de exhalar su último aliento. Es hora de recuperar lo que es nuestro. Es hora de traer a Alina a casa.
CAPÍTULO 1
Alina El sucio colchón del rincón se burla de mí. Es barato y delgado y no tiene sábanas, pero es mucho mejor que tener el culo desnudo sobre el duro suelo. Incluso después de todo este tiempo, la tentación de arrastrarme y tumbarme en él es fuerte. Ahora soy lo bastante inteligente como para no actuar en consecuencia. Nunca he podido ver ninguna cámara oculta en las habitaciones en las que me tiene encerrada, pero de algún modo siempre sabe cuándo he desobedecido, y sus castigos nunca merecen que le desobedezca. Aunque me arrastre y alivie mi culo durante no más de cinco minutos, él lo sabrá, y me lo hará pagar. En lugar de darle un respiro momentáneo a mi culo, me rodeo las piernas con los brazos y dejo que mi mente divague hacia lo que ocurrió ayer. Ver a Vitaly despertó algo dentro de mí. Mi mente sigue jugándome malas pasadas, intentando convencerme de haberlo soñado, pero sé que no fue así. Estuvo aquí, y me vio. No sé cómo demonios me encontró, pero lo hizo, y me dejó claro que mi familia estaba viniendo a buscarme. Mis pensamientos empiezan a vagar hacia Matvey, hacia la forma en que mi corazón casi se había hecho añicos cuando pensé que se había casado. Pensar en él con otra mujer me pone enferma. Ahora no puedo pensar en eso. No puedo pensar en nada excepto en seguir viva el tiempo suficiente para que me saquen de aquí, para que me alejen de él.
Como si hubiera conjurado al mismísimo diablo, oigo que la puerta empieza a abrirse. Mi cuerpo empieza a temblar instintivamente. Puede que aún no me haya matado del todo la mente, pero me ha arruinado el cuerpo de todas las formas imaginables. Konstantin entra en la habitación. Viste otro caro traje negro y parece engañosamente humano, pero a mí no me engaña. Sé lo que es. Sus ojos azules me recorren, y me cuido de no encontrarme con ellos, una de las muchas cosas que no están permitidas. Veo que levanta los labios en una mueca antes de chasquear los dedos y, de repente, mi cuerpo se mueve por sí solo. Me pongo a cuatro patas y me arrastro hacia él como la perra en la que me ha obligado a convertirme. Su perra bien adiestrada, lista para escorarse en cualquier momento. Me odio un poco más a cada paso que doy, y cuando estoy arrodillada ante él, mantengo la cabeza inclinada hasta que me agarra bruscamente de la barbilla, obligándome a levantar la cara para encontrarme con la suya. Por fuera, Konstantin Lebedev parece perfecto, un hombre del que cualquier mujer estaría encantada de llamar la atención, pero yo ya no percibo su belleza. Solo veo un monstruo. ―Qué buena mascota ―murmura, clavándome el pulgar en la mandíbula hasta el punto de dolerme. Mantengo el rostro neutro y la mirada vacía. Eso le agrada, así que suelta una suave carcajada y afloja un poco la presión. No soy tan estúpida como para pensar que es porque le importa. Aprendí hace tiempo que nunca hace nada por ser amable. No creo que sea capaz de ser amable, ni siquiera un poquito. ―Esta noche vamos a salir. ―Su pulgar recorre mi mandíbula―. Voy a presumir de ti, y tú me harás sentir orgulloso, ¿verdad? ―Sí, señor. ―Saco las palabras a la fuerza, aunque lo que realmente quiero es escupirle en la maldita cara. ―Pero primero tenemos que limpiarte. ―Sus dedos se deslizan por mi cuello antes de apretarlos―. Y luego volveremos a ensuciarte. Me muerdo la lengua, sofocando el grito que ansía salir. No me ha tocado desde que Vitaly estuvo aquí, y esperaba que tal vez, solo tal vez, no volviera a hacerlo. Debería haberlo sabido. Me agarra por el pelo, me arrastra hasta el cuarto de baño contiguo y me mete dentro. Me suelta, apoya un hombro ancho en el marco de la puerta y dice: ―Métete en la ducha y lávate. No puedo permitir que me avergüences esta noche.
Corro hacia la bañera, de rodillas, mientras abro el grifo. Cuando mi mano toca el grifo del agua caliente, su voz me detiene. ―Nada de agua caliente. No estoy seguro que te la merezcas. Manteniendo el rostro inexpresivo, dejo caer la mano y me fuerzo a sumergirme en el agua helada. Mi cuerpo empieza a temblar de inmediato y, para cuando estoy limpia y busco el champú, me castañetean los dientes. Konstantin me observa todo el tiempo. La intimidad es un lujo que no he experimentado en mucho tiempo. En cuanto he enjuagado el acondicionador, cierro el agua y permanezco en la bañera, con la cabeza inclinada, esperando órdenes. Veo aparecer sus caros zapatos de piel y luego la toalla blanca y mullida que lleva en la mano. Espera varios minutos, observando cómo tiembla mi cuerpo, esperando a ver si desobedezco y cojo la toalla. No lo hago. ―Tan bien educada ―murmura, arrastrando la toalla por mi piel. Me seca lentamente, y pronto tiemblo de miedo y no solo de frío. Sus dedos me rozan el hombro, haciéndome sentir como si mi piel estuviera llena de bichos, como si necesitara arañarme la piel para liberarla de los diminutos insectos invisibles y de la mancha de su roce. En el fondo de mi corazón sé que nunca estaré limpia de él. Me ha arruinado y ahora estoy cubierta de su suciedad. Por mucho que me duche, nunca me libraré de su contacto. Cuando estoy seca, me dice las palabras que tanto temo. ―De manos y rodillas, mascota. Bajo mi cuerpo tembloroso hasta el duro suelo de baldosas mientras mi mente empieza a alejarse. Al principio, luché contra él. Luché como una loca para mantener mi cuerpo alejado de él, pero nunca funcionó. Era una lucha que nunca iba a ganar. Quería que Matvey fuera mi primero. Era el único hombre que quería que me tocara, pero me arrebataron mi elección, y me quedé desgarrada y ensangrentada y deseando que alguien me matara y acabara de una vez. Sin embargo, por mucho que luchara, nunca me amenazó con matarme. Con lo que me amenazaba era mucho peor. Decidí que luchar no merecía la pena que me metieran en un burdel de mierda donde innumerables hombres harían de las suyas conmigo todos los malditos días. Sobrevivir a un monstruo ya es bastante malo. No creo que pudiera soportar más de uno. Presiona el lateral de mi cara contra la fría y dura baldosa e ignoro el dolor, las lágrimas y el recuerdo de una caricia que fue dada con amor y
no con una sádica necesidad de dominarme y hacerme daño. Si pienso demasiado en Matvey, no podré soportar esto. A veces, un recuerdo hermoso puede desgarrarte el corazón cuando estás experimentando el peor tipo de dolor. Es demasiado, una luz brillante que no tiene cabida en este oscuro infierno que estoy viviendo. Me muerdo el labio para no gritar, deseando que termine de una vez y acabe conmigo, pero él hace que dure. Siempre lo hace. Cuando finalmente me suelta con un profundo gruñido que casi me hace vomitar, me obligo a respirar hondo, tragando la bilis que amenaza con subirme por la garganta. Cuando se desliza fuera de mí, siento el dolor en cada parte de mi cuerpo. Me aprieta bruscamente las caderas y suelta una suave carcajada antes de oír cómo se sube la cremallera. En cuclillas a mi lado, me arrastra un dedo por la columna antes de darme un fuerte bofetón en el culo. ―Levántate de una puta vez y prepárate. Ponte el vestido negro. Volveré a buscarte dentro de una hora. Y sale del cuarto de baño, dejándome hecha un desastre en el suelo. Siento cómo su semilla empieza a deslizarse fuera de mí, trazando un camino a lo largo de la cara interna de mi muslo. Lucho por evitar que la poca comida que tengo en el estómago vuelva a subir. Poco después de capturarme, Konstantin trajo a un médico para administrarme una inyección anticonceptiva, y he estado recibiendo una nueva cada tres meses como un reloj. Es la única pequeña misericordia en todo esto. La primera vez que me violó, me dijo que una puta patética nunca sería digna de tener un hijo suyo. Estoy más que de acuerdo con eso. Pensar en su bebé creciendo dentro de mí me hace sentir como si estuviera a segundos de perder la cabeza. Nunca sobreviviría. Se ha llevado cada maldita parte de mí, pero no se va a llevar mi puto útero. Me levanto a la fuerza, me aseguro que se ha ido realmente y luego mojo un paño con agua tibia. Lo presiono entre mis piernas, exhalo un suspiro y me recuerdo a mí misma que es la última maldita vez. Tiene que serlo. Vamos a salir hacia el Red Viper, Vitaly prometió que estarían allí. No me dejarán con él. Sé que no lo harán. Paso la siguiente hora preparándome. A Konstantin le gusta que me arregle para él, así que los cajones del baño están llenos de maquillaje y lociones cuyo olor le gusta, y en el armario hay una pequeña selección de vestidos. Cojo el negro, el que es prácticamente transparente, y las medias
a juego. Los tacones son ridículamente altos y me matan los pies, pero qué más da añadir un dolor más a la mezcla. Al mirarme en el espejo, apenas me reconozco. Se me ven las costillas a través del vestido de encaje, y las profundas ojeras siguen resaltando a pesar del maquillaje que me he aplicado. Parezco demacrada y vacía y tan jodidamente miserable. Incapaz de afrontar la verdad en lo que me he convertido, me doy la vuelta y vuelvo a sentarme en el suelo, esperando a que Konstantin vuelva a por mí. Mis dedos arañan el tatuaje de la víbora negra ouroboros que rodea mi muñeca. La víbora está plagada de tenues cicatrices plateadas de cuando me la arañé después que Konstantin me sujetara y me obligara a hacérmelo. Por aquella desobediencia, me había abierto de par en par, me había atado las muñecas y los tobillos a los postes de la cama y me había dejado allí hasta que no tuve más remedio que mearme encima, y luego me había pegado por estropear sus lujosas sábanas y el cubre colchón de pluma de ganso. Oigo girar el pomo de la puerta y suelto la muñeca antes que Konstantin abra la puerta. Lleva otro traje negro caro, el cabello oscuro peinado hacia atrás y la cara recién afeitada. Podría ser fácilmente un modelo de los trajes que tanto le gustan, y realmente odio eso. Puede que yo solo le vea como el monstruo vil que es, pero para el resto del mundo es encantadoramente atractivo. Su exterior debería coincidir con su interior, pero no es así. Los depredadores más peligrosos rara vez tienen el aspecto adecuado. Sin embargo, nada de eso importa. Puede meterse su aspecto perfecto por el maldito culo. Daría cualquier cosa por unas manos familiares llenas de cicatrices y un par de ojos almendrados tan oscuros que parecen negros. Matvey es el único hombre que tendrá mi corazón. Konstantin puede destruir mi cuerpo y creerse su dueño, pero nunca poseerá cada parte de mí. Nunca entrará en mi corazón, y mi cuerpo nunca le responderá más que con temor. Me chasquea los dedos y me arrastro hacia él, odiándome un poco más a cada paso. ―Mi mascota se arregla tan bien. ―Se pone en cuclillas y me aprieta bruscamente el cabello, sujetándome la cabeza mientras sostiene el collar de cuero que desearía poder quemar―. No puedes salir sin el collar puesto, mascota. Ya conoces las normas. Sonríe y desliza el grueso cuero alrededor de mi cuello antes de abrochármelo tan fuerte que apenas puedo tragar saliva. Cuando me
engancha la correa a juego, siento que la chispa rebelde de mi interior empieza a extinguirse. Que me lleven como a un animal acaba con mi lucha. Es humillante y degradante, y la idea que Matvey me vea así me da ganas de morir. Es esa vergüenza la que me hace susurrar una súplica antes que pueda detenerla. ―Por favor. Sus ojos se abren ligeramente, tan sorprendido como yo por mi súplica susurrada. ―Lo siento ―me apresuro a decir, sin apartar los ojos del suelo. Enrolla la correa en su mano, la aprieta y me acerca de un tirón. ―¿Por favor, qué? Demasiado asustada para hablar, lo único que consigo es exhalar temblorosamente, y cuando me da un fuerte tirón, se me escapa un gemido antes de cortarme el aire. ―¿Por favor, qué? Hace tanto tiempo que no hablas por hablar, mascota. Dime qué es tan importante que merecía la pena hacerme enfadar. Afloja lo suficiente para que pueda respirar y hablar. ―Lo siento, señor ―es lo primero que digo, aunque no tengo muchas esperanzas que sirva de algo, y luego añado―. He pensado que quizá podríamos saltarnos el collar esta noche. ―Mírame. Esa palabra me produce un escalofrío. Nunca quiere que le mire a los ojos. Solo me lo pide cuando está especialmente cabreado. Dejo escapar otro suspiro tembloroso y levanto los ojos hacia los suyos. Los ojos azules que me devuelven la mirada son duros y carentes de toda humanidad. ―¿Temes que todo el mundo sepa que eres mi puta? Demasiado asustada para hablar, permanezco en silencio. ―Detesto decírtelo, encanto, pero ya lo sabe todo el mundo. Quizá te añada a la diversión de esta noche. ―Se lo piensa y suelta una carcajada―. Creo que follarte en público será el castigo perfecto. Te recordará a quién perteneces. ―Inclinándose más para que pueda sentir el calor de su aliento en mi cara, dice―. Y, mascota, cuando te folle delante de todo el mundo, será en tu culo. Siempre lloras tan dulcemente cuando lo hago. ―La risa que suelta mata una de las pequeñas partes de mí misma que me quedan―. Estoy seguro que todo el mundo apreciará el espectáculo.
Y con eso, se levanta y tira de la correa con tanta fuerza que o me pongo en pie a duras penas o me corta el aire por completo. Me mantengo en pie con los tobillos temblorosos, intentando controlar mi cuerpo. Konstantin no volverá a violarme, me digo. De ninguna manera mi familia permitirá que eso ocurra. Me aferro a esa verdad, repitiéndola una y otra vez en mi mente mientras Konstantin me saca de la habitación. Agacho la cabeza al pasar junto a los dos hombres que siempre vigilan frente a mi puerta y, cuando me hace bajar las escaleras, me agarro a la barandilla e intento por todos los medios no caerme. Cuando estamos en el primer piso, veo a las otras mujeres, las que trabajan para los hermanos Lebedev, las que a veces oigo gritar por la noche. Reconozco los sonidos; son los mismos ruidos que yo hacía antes que él me enseñara con sus puños a guardar silencio. Ahora no hago ningún ruido, ni siquiera cuando me despierto de los terrores nocturnos que se han convertido en un suceso casi nocturno. Las mujeres me miran brevemente a los ojos, una segunda mirada de solidaridad que me reconforta más de lo que nunca sabrán. Espero poder hacer lo mismo por ellas, pero es imposible saberlo. Todos nos hemos convertido en profesionales de ocultar cómo nos sentimos realmente. Levanto los ojos lo justo para escudriñar las habitaciones mientras las recorremos. No veo a su hermana. Hace días que no la veo. Cuando Vitaly me había visto, había mencionado algo sobre estar casado con ella, pero no sé cómo demonios se habrían conocido. Konstantin y Osip la tienen tan atada como a mí. Su hermana siempre tiene cuidado de ignorarme cuando la veo, pero nunca he pensado que fuera cruel como sus hermanos. No creo que abusen de ella del mismo modo que abusan de nosotras, pero igualmente hay algo roto dentro de ella. Cuando estamos en el salón, Konstantin entra y se detiene junto al sofá. Osip está en uno de los sillones de cuero con una copa en la mano, y Oksana descansa en el sofá. La mujer de Konstantin mira a su marido y luego la correa que lleva, siguiéndola con la mirada hasta que da con el collar y finalmente con mi cara. Antes pensaba que Oksana era una zorra indiferente, pero en los últimos dos años se ha hecho dolorosamente evidente que es una drogadicta que haría cualquier cosa por escapar del infierno que es su matrimonio con Konstantin. Nuestros ojos se cruzan brevemente antes que la culpa la haga apartar la mirada. Por su mirada aturdida y sus movimientos lentos, me doy cuenta que está bajo los efectos de algo, pero a Konstantin no parece importarle. ―Vamos a salir. ―Su voz es fría cuando le habla. Ella levanta los ojos hacia los suyos.
―¿Yo también? Él suelta una risa áspera. ―Joder, no. ¿Crees que tengo algún deseo de exhibir a mi patética esposa? En lugar de ofenderse, Oksana parece aliviada por evitar la excursión. Vuelve a relajarse contra el sofá y Konstantin se vuelve hacia Osip, ya sin interés por su mujer. ―Estamos listos para irnos. Osip termina su bebida y se levanta. Me mira y me guiña un ojo que me eriza la piel. ―¿Lista para el club, Nadia? ―pregunta, utilizando el nombre falso que les había dado. No respondo porque no tengo ganas que me abofetee. Mantengo la mirada baja cuando él se acerca. Konstantin le da la correa. ―Llévala al todoterreno. No veo la sonrisa, pero sé que Osip está sonriendo cuando agarra la correa, dándole un fuerte tirón. Osip siempre ha odiado que Konstantin no me compartiera con él, y nunca pierde la oportunidad de desquitarse conmigo. Conteniendo una mueca de dolor cuando tira bruscamente de la correa, lo sigo fuera de la habitación y por el pasillo. Aunque fuera hace frío y se detiene para ponerse un abrigo, no me ofrece ninguno. En lugar de eso, me arrastra fuera sin más ropa que un endeble trozo de encaje. Ha empezado a nevar, lo que hace que sea traicionero llevar tacones, y casi resbalo y me caigo en la acera. Osip emite un gruñido molesto y tira con más fuerza, cortándome el aire y casi haciéndome caer de culo otra vez. Abre la puerta trasera y espera a que entre. No quiero agacharme delante de él, pero también sé que no tengo elección. Cuando subo el pie, empujando aún más esta estúpida excusa de vestido, no me sorprende en absoluto que deslice su mano entre mis muslos. Sabía lo que iba a pasar, pero aun así me estremezco ante su contacto. Gime y me aparta bruscamente las bragas, deslizando dos dedos dentro de mí en un duro empuje, haciendo que me lloren los ojos. Después del asalto de Konstantin en el baño, estoy tan dolorida que tengo que morderme el labio para no gritar de dolor. ―Nuestro pequeño secreto, ¿verdad, Nadia? ―gime junto a mi oreja―. Mi hermano se niega a compartirte conmigo, pero eso no va a
impedir que sienta este apretado coñito cada maldita vez que quiera. Cree que te ha ocultado de mí, pero voy a pasearme toda la noche con el aroma de tu coño en los dedos. Se me escapa un gemido cuando hunde más los dedos. Acercando sus labios a mi oído. ―Una noche, muy pronto, iré a visitarte a tu habitación, y si le cuentas algo de esto a Konstantin, te juro que te despellejaré viva. Puedo hacer que tu muerte dure días, encanto ―me gruñe. Asiento con la cabeza, mi cuerpo tiembla tanto que apenas puedo mantenerme erguida. ―¿Me entiendes, mascota? ―Sí, señor ―susurro, dejando escapar un suspiro de alivio cuando se abre la puerta principal y Osip desliza sus dedos fuera de mí. ―Tan buena zorrita ―murmura riéndose, dando un paso atrás para que pueda entrar. Cierra la puerta y sube al lado del copiloto, mientras Konstantin se sienta en el asiento del conductor. Quince de sus mejores hombres suben a otros dos todoterrenos negros. Van en cabeza y en la parte trasera en nuestro camino hacia el Red Viper. Nunca he estado en el club. Rara vez salgo de casa. Suelo pasar los días encerrada en cualquier habitación, en un estado constante de preocupación y miedo mientras espero a que se abra la puerta y entre mi monstruo personal. La ciudad pasa por delante de mi ventanilla, y cuanto más nos acercamos al centro, más ajetreados se vuelven el tráfico y las aceras. Observo a una pareja que sale de un bar iluminado, y me duele el corazón al verlos. Él la rodea con el brazo, y ella se ríe y le mira con una enorme sonrisa en la cara. Les envidio tanto, joder, que me dan ganas de golpear la ventanilla con el puño y gritar a todo el puto universo por la puta mierda de mano que me ha tocado. Esa pareja feliz de la calle deberíamos ser Matvey y yo. Su brazo debería rodearme mientras levanto la vista y le sonrío, los dos reímos y somos tan malditamente felices. Nos han arrebatado todo eso, y el odio y la rabia que siento amenazan con abrumarme. Lo único que me mantiene a raya es saber que, si me enfado ahora, Konstantin me llevará de vuelta a la mansión, y no puedo permitir que eso ocurra. Los chicos me están salvando el culo esta noche, y voy a vengarme. No sé muy bien qué esperaba del Red Viper, pero el sórdido agujero de mierda al que llegan no lo es. Los lujosos vehículos en el aparcamiento
desentonan completamente con el bar de mala muerte. Busco en el exterior del edificio mientras Konstantin aparca, desesperada por ver a Matvey o a alguno de los otros chicos, pero no veo a nadie. Una vez estacionados, cinco de los hombres de Konstantin se colocan en el exterior mientras los otros diez nos siguen, atentos a cualquier amenaza. El hombre corpulento que hay fuera del club no inspira confianza. No se parece en nada a los hombres bien entrenados que nos rodean, y cuando nos mira a todos, veo temor en sus ojos. Antes de poder cagarse en los pantalones, aparece un hombre trajeado con una enorme sonrisa en la cara. ―David ―dice Konstantin a modo de saludo, sin echar siquiera una mirada al portero cuando pasa a su lado, arrastrándome detrás de él. ―Señor Lebedev, nos alegra mucho tenerlo aquí esta noche. David también podría arrodillarse y suplicar el privilegio de besarle el culo a Konstantin por todo lo que se está arrastrando. Sus ojos me recorren y esboza una suave sonrisa. ―Tu mascota es preciosa, Sr. Lebedev, pero si quieres probar lo que tenemos, ya sabes que eres bienvenido a cualquiera de ellas. Konstantin le ignora y entra en el oscuro y ruidoso club. La música retumba en altavoces ocultos y miro a todas partes, donde hay mujeres desnudas o semidesnudas en diferentes fases de servicio a los hombres que se agolpan a su alrededor manoseándolas. Me siento como si hubiera entrado en un nuevo nivel del infierno que no sabía que existía. Todas las mujeres de aquí llevan el mismo tatuaje de víbora ouroboros que marca mi muñeca. La mayoría son rojas y algunas negras, pero a todas nos ha marcado. Me interpongo entre Konstantin y Osip mientras mis ojos siguen corriendo a nuestro alrededor, intentando abarcarlo todo mientras busco desesperadamente entre la multitud. Sigo buscando a un hombre con capucha de perfil familiar, pero la verdad es que no tengo idea del aspecto que tiene ahora Matvey ni de cómo ha cambiado. Solo ese pensamiento es suficiente para hacerme sentir como si tuviera un gran peso en el pecho. Solía conocerle tan bien como me conozco a mí misma, pero después de dos años soy una persona completamente distinta, y no quiero que se sienta como un extraño. Pasamos junto a una mujer en topless, cerca de la entrada VIP, y cuando Konstantin toma asiento en una mesa del rincón, hago lo que se espera de mí y me arrodillo a sus pies. Sigue enfadado conmigo por hablar fuera de lugar, así que no me apoya la mano en la cabeza como
haría normalmente. En lugar de eso, sonríe a la camarera, que se acerca y le toca el culo desnudo, acariciándole la nalga con el pulgar. Si está intentando ponerme celosa, se va a llevar una gran decepción. Siento alivio y luego culpabilidad, porque si sus manos no están sobre mí, significa que está abusando de alguna otra pobre mujer. David se sienta al lado del asiento que ocupa Osip, y cuando otro hombre se acerca y tira de una pelirroja hacia su regazo, David se ríe. ―Ten cuidado con ella, Aaron. Es una de las chicas nuevas. Aaron le dedica una sórdida sonrisa y le pellizca un pezón con tanta fuerza que le hace estremecerse. ―La estoy domando, David. O lo aguanta o no lo aguanta. Es mejor que lo averigüemos pronto. Konstantin lo mira y le dice: ―Es cierto, pero prefiero que sea un cliente el que rompa el producto en lugar de ti. La cara de Aaron palidece ante el tono de Konstantin al mismo tiempo que su mano cae del pecho de la pobre mujer. Fuerza una sonrisa y le palmea el trasero, haciéndole saber que debe levantarse y hacer la ronda. ―Por supuesto ―dice Aaron, cogiendo el whisky que le trae una de las camareras. Se lo bebe de un trago, intentando claramente tragarse su ira junto con el alcohol. Konstantin aparta con un gesto a la mujer a la que acababa de manosear y apoya la mano en mi cabeza, acariciándome con movimientos engañosamente suaves. Inclinándose más para que solo yo pueda oírle, señala el centro de la habitación, la zona que en ese momento está siendo utilizada por una bailarina de tubo. ―Después, ahí es donde voy a follarte tu apretado culo, mascota. Todo el mundo en el club podrá ver tu humillación. No deberías haberme cabreado, encanto. Aunque sé que Vitaly dijo que estarían aquí esta noche, me recorre un escalofrío de temor porque no hay garantías que lleguen a tiempo o puedan impedirlo. ―¿Te arrepientes de haber hablado fuera de lugar? ―mi respuesta susurrada, Sí, señor es fácil. Me aterroriza el hombre que tengo a mi lado, y ese miedo no está dispuesto a hacer las maletas y marcharse porque
esté a un paso de librarme de él. La verdad es que nunca me libraré de él. Se ha asegurado de ello. ―Bien ―me susurra, dándome un suave beso en la mejilla antes de volver a acariciarme la cabeza. Quiere que me siente aquí y piense en lo que está por venir. Quiere que cada segundo de esta noche sea pura tortura para mí. Misión cumplida, cabrón sádico. ―¿Dónde están los hermanos Melnikov? Todos mis sentidos se ponen en alerta ante la pregunta de Konstantin. Osip saca su teléfono y envía un mensaje rápido. La respuesta no se hace esperar, porque en menos de un minuto se vuelve hacia Konstantin. ―Llegarán en treinta minutos ―contesta. Se me acelera el corazón y me empiezan a sudar las manos. No tengo ni idea de lo que me espera. Solo sé que todo cambia esta noche. Sé que, pase lo que pase, no volveré a esa maldita mansión con Konstantin. O me rescatan en este club esta noche, o moriré intentando escapar. De ninguna manera podré mirar a mi familia y permitir que me separen de ellos otra vez. Ya me raptaron una vez. Que me condenen si vuelve a ocurrir.
CAPÍTULO 2
Matvey Ella está aquí. Miro el mensaje que Timofey acaba de enviarme y aprieto el teléfono con tanta fuerza que me sorprende que la pantalla no se rompa. Me ha enviado una foto, y cuando la amplío y veo la expresión de la cara de Alina arrodillada junto a ese maldito cabrón, estoy a segundos de irrumpir allí y prender fuego a todo el maldito lugar. Es la primera vez que la veo en dos años, y mi pecho se agrieta al verla. La reconocería en cualquier parte, pero me resulta imposible no ver todos los cambios. Sus ojos verdeazulados están vacíos de todo excepto temor, sus labios carnosos están en una línea apretada en lugar de las sonrisas que antes brotaban con tanta facilidad, y está jodidamente demasiado delgada. Su clavícula sobresale con fuerza y ese estúpido vestido de mierda no disimula lo demacrada que está. Cuando descubro que lleva un collar y que él sujeta la maldita correa, se me escapa un gruñido de mi apretada garganta. Voy a disfrutar matando a Konstantin muy lentamente por todo lo que le ha hecho. ―Ya casi, hermano ―me dice Lev, mirando por encima de mi hombro la foto que sigo agarrando―. Solo unos minutos más. Asiento, sabiendo que tiene razón. No puedo arriesgar su vida solo porque se me está acabando la paciencia y mi necesidad de sentir su
sangre en mis manos se está volviendo abrumadora. He esperado todo este tiempo. Puedo aguantar unos minutos más. Asiento, sabiendo que tiene razón. No puedo arriesgar su vida solo porque se me está acabando la paciencia y mi necesidad de sentir su sangre en mis manos se está volviendo abrumadora. He esperado todo este tiempo. Puedo aguantar unos minutos más. Al mirar, veo a Danil enviando un mensaje a alguien. ―¿Es de Dominic? ¿Qué dice? Danil lee el mensaje que le llega. ―Hay cinco hombres Lebedev apostados alrededor del edificio y diez entraron en él con Konstantin y Alina, junto con Osip. David se reunió con ellos en la puerta. ―Seguro que sí ―murmura Vitaly, metiéndose otro tentempié en la boca―. Apuesto a que el cabroncete también tenía una furiosa erección cuando lo hizo. ―No olvides que Aaron es mío ―dice Lev. ―Es tuyo ―asiento. ―Y yo me cargo al padre de Emily ―dice Roman desde el asiento delantero. Vuelve a mirarnos y suelta una risa―. No me puedo creer que haya aceptado venir aquí esta noche. Quizá mentí al decir que Konstantin exigió que vinieran él y sus amigos. ―Se ríe de nuevo―. Síp, puede que haya sido eso. Sonrío todo lo que puedo. Sé lo mucho que ha deseado matar al padre de Emily, y me alegra que finalmente pueda hacerlo realidad. No menciono que Konstantin es mío. Todo el mundo sabe ya que hay que dejarlo vivo. Tengo planes para él y ninguno de ellos incluye una muerte rápida. Miro el reloj e intento relajarme. Quedan diez minutos. Como si nada, otro todoterreno negro se detiene ante nosotros y Dominic se baja, seguido de varios de sus hombres. Antes de bajar para reunirnos con ellos, contemplo a mis hermanos, sabiendo que esta noche no hay ninguna garantía. Le hice prometer a Vitaly que me dejaría atrás si llegaba el caso, pero sé que nunca lo hará. eso.
Cinco de nosotros saldremos o ninguno lo hará. Es tan sencillo como
Me encuentro con sus ojos y, por muy serio que sea el momento, no me sorprende en absoluto cuando Vitaly rompe el silencio con una carcajada y pregunta: ―¿Estamos a punto de echarnos a llorar? ―Acaba el tentempié de fruta que Lev le había tirado antes y añade―. Porque no estoy seguro que mi polla pueda soportarlo. Además, no podemos salir a encontrarnos con los italianos con lágrimas en los ojos. Dominic nunca nos dejará olvidar eso. Destruirá nuestra reputación de feroces rusos con los que no se debe joder. ―Verdad ―Lev está de acuerdo―. Dominic ya es bastante engreído. ―Tan cierto ―dice Vitaly, mirando por la ventanilla tintada al futuro jefe de la familia Alessi―. Es decir, ¿quién cojones se presenta a un tiroteo con un traje a medida y un chaquetón de lana? Lev se ríe. ―Le recordaré amablemente la vez que le disparé. Eso quizá le baje los humos. Danil vuelve a mirar su teléfono y teclea otro mensaje rápido antes de encontrarse con mis ojos. ―Es la hora. Asiento con la cabeza, sabiendo que Danil ha planeado meticulosamente cada detalle de esta noche. No habrá grabaciones de seguridad, y como Roman se aseguró de contar con la presencia del alcalde y de algunos congresistas, la policía tampoco será un problema. ―Cojamos a Alina y llevémosla a casa ―me dice Roman. Me aprieta el hombro cuando empezamos a salir, y lo único que puedo hacer es asentir o acabaré atragantándome y avergonzando a Vitaly. Alina es la hermana de Roman, y sé lo duros que han sido estos dos últimos años para él, pero se ha hecho a un lado, me ha dejado quedarme con Konstantin y ha permitido que yo tomara las riendas de esto, y siempre le estaré agradecido por ello. ―¿No vas un poco demasiado arreglado? ―pregunta Lev, acercándose a Dominic―. Odiaría que te volvieran a disparar por no poder moverte con facilidad con tu carísimo traje. Dominic nos mira a los cinco. Danil y Roman llevan trajes informales, pero Lev y Vitaly llevan vaqueros y camisetas de manga larga, mientras que yo llevo mis vaqueros habituales y una sudadera oscura con capucha.
―Pensé que era mejor no llamar tanto la atención ―dice finalmente―. Y puedo moverme perfectamente. Ni de coña voy a recibir otra bala esta noche. Vitaly se ríe. ―Oh, seguro que esta noche llamaremos la atención, pero no será por nuestra vestimenta informal. Lev interviene y añade: ―Y espero de verdad que no recibas otra bala, porque todos sabemos que sigues quejándote de la última que recibiste. Dominic se ríe y se frota el hombro. ―¿Sabes? duele cuando está a punto de llover. Me siento como un puto anciano de ochenta años. Lev se ríe y le da una palmada en la espalda. ―Será una historia divertida para contar a tus nietos algún día. ―¿Qué putos nietos? ―Dominic niega con la cabeza a Lev y luego consulta su teléfono―. Mis hombres están todos en posición. Estamos listos cuando lo estéis vosotros. Hemos unido fuerzas con la Mafia Alessi para esta noche. Nuestros hombres trabajarán y matarán juntos, y hemos preparado las cosas para que haya equipos atacando la mansión al mismo tiempo que eliminamos a todos los del club. La Bratva Lebedev muere esta noche. ―Estamos listos ―le digo. Dice algo en italiano a los hombres que le rodean antes de empezar a caminar hacia el club. Acercándose a mí, me dice: ―Estoy celoso de la venganza que te vas a tomar, Matvey. Estoy impaciente por que llegue mi turno. A él y a mí nos ha consumido nuestra necesidad de venganza, y sé que le está matando no saber quién mató a su hermana. Danil ha estado buscando un nombre, pero es un proceso lento y Dominic está manejando la paciencia tan bien como yo. ―Pronto tendrás la tuya ―le digo. ―Eso espero, joder. Aunque esta noche me sentiré un poco mejor. Todos estamos deseando ensangrentarnos las manos, y cuando empezamos a caminar hacia el club, puedo sentir la expectación, el deseo casi vertiginoso brotando a nuestro alrededor. Cuando llegamos a la entrada del edificio, los cinco hombres de Konstantin ya han sido
eliminados en silencio, y el idiota del portero es lo único que se interpone entre nosotros y la puerta principal. ―Hola, Robbie ―dice Danil, tomando la delantera y dedicándole una sonrisa―. Somos los invitados de Konstantin esta noche. Robbie no es un hombre pequeño, pero no es rival para nosotros y la mención de Konstantin le ha hecho palidecer un poco. Asiente rápidamente con la cabeza y se aparta, demasiado estúpido y confiado para cachearnos. Es un error del que no vivirá mucho tiempo para arrepentirse. Llegado el momento, recibirá un tiro rápido en la cabeza de uno de los hombres que tenemos preparados y esperando en la parte trasera del edificio. Al entrar en el club, ignoro la forma en que el abarrotado interior me eriza la piel. Puede que el dolor de las cicatrices de mis quemaduras haya desaparecido finalmente, pero los lugares pequeños y abarrotados como este siempre me traen recuerdos. Escudriño la sala y, aunque sé exactamente dónde va a estar Alina, sigo buscándola por todos los rincones oscuros. En lugar de sus familiares ojos verdeazulados, veo a varios de nuestros hombres entre la multitud. Se han colocado cerca de los hombres que Konstantin trajo consigo, y también están apostados alrededor de las salidas. Nadie saldrá de este club sin pasar antes por nosotros. Dominic y sus hombres se desplazan en dirección opuesta, mezclándose fácilmente entre la multitud como si lo hubieran hecho un millón de veces antes. Permanecerán ocultos hasta que llegue el momento de emprender la masacre, que supongo no tardará mucho en llegar. ―¿Estarás bien? ―pregunta Vitaly desde mi lado al tiempo que rechaza con la mano a una de las mujeres que trabajan aquí. Sigue siendo extraño ver a Vitaly rechazar a las mujeres, pero desde que se casó con Katya, ni siquiera ha mirado a nadie más. ―Estaré bien. ―Me encuentro con sus ojos y, cuando es evidente que sigue preocupado por si pierdo el control, añado―: No la cagaré. Asiente y, cuando mira delante de nosotros, me doy cuenta del momento exacto en que la ve. Su boca se tensa, sus ojos se entrecierran ligeramente y todo su cuerpo se queda inmóvil. ―Joder ―gime, y cuando giro la cabeza y me encuentro con los ojos de Alina por primera vez en dos años, casi caigo de rodillas. La mirada solo dura un segundo antes que la multitud vuelva a cerrarse y haya demasiada gente impidiéndome verla, pero ese segundo ha sido suficiente. La esperanza y el anhelo en sus ojos es una imagen que nunca
olvidaré, y bajo ella, oculta una deshonra y una vergüenza de las que estoy impaciente por liberarla, porque no tiene absolutamente nada de lo que avergonzarse. Nada de esto es culpa suya, y me pasaré felizmente el resto de mi vida convenciéndola de ello. ―¿Quieres compañía? La rubia en topless que acaba de acercarse a mí me dedica una enorme sonrisa y empieza a cogerme del brazo, pero rápidamente me zafo de ella. ―No. Se echa atrás al oír mi tono de voz. No pretendo asustarla, pero no quiero que me toque y, por supuesto, no quiero que esté a mi lado ni que intente sentarse en mi regazo. ―Eso también es un no para mí ―oigo decir a Vitaly a mi espalda. Sé que el resto de mis hermanos dirán lo mismo. Me preocuparía que nuestra falta de interés por alguna de estas mujeres levantara banderas rojas si fuéramos a pasar aquí algún tiempo esta noche, pero la mayoría de estos cabrones estarán muertos antes que nadie pueda sospechar. Hacerse el simpático con Konstantin mientras nos sentamos y nos tomamos varias copas juntos nunca fue una opción. Sinceramente, con suerte aguantaré tres minutos con este cabrón. Cuando me acerco a la mesa del rincón y veo por primera vez a Alina de rodillas con un puto collar alrededor del cuello, compruebo que quizá no dure ni sesenta malditos segundos. Tomo asiento a su lado, poniendo a Alina tan cerca de mí que podría estirar las manos y tocarla. Me veo obligado a mantener las manos en puños apretados para resistir el impulso de tirar de ella hacia mi regazo. ―Me complace que hayas podido venir ―dice Konstantin, y luego pone la mano en la cabeza de Alina y empieza a acariciarla. No puedo apartar los ojos de cómo acaricia su cabello mientras Vitaly dice: ―Le dije a mis hermanos que tenían que ver a tu mascota en persona. ―¿No es preciosa? El tono de su voz me hace levantar los ojos hacia los suyos. El cabrón habla como si él fuera el responsable de lo hermosa y perfecta que es, como si él tuviera algo que ver. No se le debería permitir respirar el mismo aire que ella, y mucho menos tocarle un solo pelo. ―Lo es ―dice Roman, y lo conozco lo suficiente como para oír el dolor en su voz.
Konstantin se ríe suavemente. ―Suele comportarse muy bien, pero antes decidió ponerse insolente, así que la castigaré más tarde como parte del entretenimiento. ―En serio ―pregunta David, despertando de inmediato su interés ante la idea de ver sufrir a una mujer. ―¿Permitirás que otros participen? ―pregunta Aaron. ―No. El tono deja claro que más vale que Aaron no vuelva a preguntar, mientras Osip se ríe y sacude la cabeza. ―Nunca la comparte. Miro a Osip. Se esfuerza por parecer que no le importa, pero hay algo ahí. Celos, rabia porque se le niega algo que desea, y además hay algo más que se oculta tras la leve sonrisa que esboza. No sé lo que es, pero pronto lo averiguaré. Las camareras se acercan con chupitos de vodka y whisky, y me tomo uno rápidamente, apartando con un gesto a la mujer que deja claro que le gustaría sentarse en mi regazo. ―¿No quieres compañía esta noche? ―pregunta Konstantin, dándose cuenta que todos hemos rechazado los bailes eróticos. Lev se ríe y toma otro trago. ―La noche es joven. Más tarde habrá tiempo más que suficiente para las mujeres. Antes de preguntar nada más, una potente voz interpela a Roman justo antes que el padre de Emily se acerque con tres congresistas y varias mujeres desnudas. Ríen y manosean las tetas y culos de las que se han rodeado, con todo ese aspecto de gilipollas que tienen. ―Me alegra que hayas venido, Chris ―le dice Roman a su suegro, visiblemente animado al saber que finalmente podrá matarlo en breve. Acercan unas sillas y se unen a nuestro grupo. Sus sonoras risas y bromas se mezclan con la música demasiado alta, amenazando con hacerme estallar la puta cabeza. Aunque he estado mirando alrededor del club, mi atención no se ha desviado de Alina. Ha mantenido la cabeza agachada, sin duda es una de las muchas reglas que Konstantin le ha impuesto, pero puedo ver cómo tiembla su cuerpo. Mis ojos recorren su columna vertebral demasiado evidente, sus rodillas desnudas apoyadas en el duro y sucio suelo, y los tacones que deben estar matándole los pies. Cuando descubro los moratones a través del vestido de encaje, todo se
recrudece en mi interior. Están a lo largo de sus caderas, exactamente donde él la agarraría si la mantuviera inmóvil mientras se imponía a ella, se imponía dentro de ella, y ese pensamiento me hace ver rojo. Recurro al último resto de mi contención y dirijo la mirada hacia mis hermanos. Es la única advertencia que hago, pero es suficiente para que saquen sus armas antes de agarrar la mano que sigue acariciando a mi mujer. Los ojos de Konstantin se abren sorprendidos. Sin duda es la primera vez que alguien se atreve a impedirle hacer algo. Quizá quiera acostumbrarse a no tener el control. El futuro que le quede lo decidiré yo. ―¿Qué cojones? Ignoro su pregunta, apuntando con mi arma a su arrogante rostro mientras envuelvo a Alina con el otro brazo y tiro de ella hacia atrás, protegiendo su cuerpo con el mío. Se agarra a mi cintura y susurra mi nombre justo antes de oírse disparos y todo se vaya a la mierda. La cabeza de David estalla justo antes que Lev dispare a Aaron en la polla, haciéndole sufrir por la vez que hirió a Jolene. Chris levanta la vista y grita tan fuerte como la mujer que tiene en su regazo. La bala que Roman mete entre sus ojos corta el grito al tiempo que Danil y Vitaly acaban con los congresistas. Finalmente, Lev dispara a Aaron en la cabeza, poniendo fin a su sufrimiento y acallando los molestos gritos de dolor. Las mujeres caen al suelo, cubriéndose la cabeza y rezando para que la próxima bala no les apunte a ellas. ―¡Ni se te ocurra jodidamente moverte! ―le digo a Konstantin cuando su mano empieza a colarse dentro de su traje. ―Eso va por ti también ―le grita Lev a Osip, apuntándole con su arma. Dos de nuestros hombres se aproximan rápidamente por detrás. Mantengo mi arma apuntando a Konstantin hasta que tiene las manos bien atadas a la espalda y sé que no hay forma alguna que ninguno de los dos pueda moverse. Con disparos aún sonando, Alina se agarra a mi cintura, temblando tanto que me sorprende que todavía consiga mantener el equilibrio sobre esos malditos tacones. Aprieta mi capucha con los puños cuando la inclino aún más hacia un lado, de modo que quede entre la pared y yo, su cuerpo completamente oculto por el mío. Coloco el brazo detrás de mí pegado a su pequeño cuerpo, jodidamente agradecido de volver a tocarla. Observo el caos a mi alrededor y veo a uno de los hombres de Konstantin y le disparo rápidamente antes que este le apunte a Vitaly, que está ocupado disparando a uno de los clientes que se sintió en el
deber de intentar interferir. Escudriño el oscuro club, buscando a mis otros hermanos. Con la música a todo volumen y las mujeres gritando, es imposible oír nada por encima del alboroto. Roman está en el centro de la sala con Timofey, eliminando a un matón de Lebedev, mientras Lev se abre paso entre la multitud por la derecha y Danil golpea a otro cliente demasiado entusiasta. ―¡Lev, agáchate! Tengo el tiempo justo de girar la cabeza al oír la voz de Dominic antes de ver a Lev agachar la cabeza, justo cuando Dominic dispara su arma, matando al hombre que acababa de apuntar a Lev desde la esquina oscura. El alivio de saber que Lev está bien es breve, porque apenas levanto la vista, veo que uno de los hombres de Konstantin me apunta con un arma desde el centro de la sala. No hay tiempo para hacer nada, salvo empujar a Alina hacia el suelo por si la bala me atraviesa. Ni siquiera tengo la oportunidad de decirle que la amo antes de oír el disparo justo cuando Roman se lanza delante de nosotros. ―¡Roman! Los gritos de Alina resuenan en el aire en el momento en que Roman cae al suelo y suena otro disparo. No necesito levantar la vista para saber que han matado al tirador. Caigo de rodillas y aprieto el pecho de Roman, intentando contener la sangre que brota de él demasiado deprisa. ―Roman, quédate conmigo ―le grito―. ¡No te me mueras, hermano! ―Levanto la cabeza y le grito a Dominic que llame a su médico. Lev y Vitaly vienen corriendo, seguidos de Danil y Dominic. ―Estará aquí en unos minutos ―me dice Dominic, metiéndose de nuevo el teléfono en el bolsillo. Roman se queja y luego hace una mueca cuando aprieto más fuerte. ―¿Estás intentando jodidamente matarme? ―Debería por la payasada que acabas de hacer. Intenta reírse, pero no lo consigue. Girándose, mira a Alina y le sonríe. Levanta una de sus manos ensangrentadas y le acaricia el rostro. ―Siento haber tardado tanto en encontrarte. Lo intentamos con todas nuestras fuerzas. Alina aprieta su mano dejando que las lágrimas resbalen por su rostro. ―Sabía que me encontrarías. ―Empieza a sollozar susurrando―. Lo siento mucho. No me dejes, Roman. No puedo perderte otra vez.
Roman intenta decir algo, pero veo que está a punto de desmayarse. Lev palmea suavemente su cara, intentando mantenerlo consciente. ―Mantente despierto, hermano. ―Echa una risa forzada―. Emily nos va a partir el culo por esto. ―Joder, sí lo hará ―Vitaly asiente―. Así que gracias por dejarte patear el culo, Roman. No lo olvidaremos nunca. ―Lo siento ―susurra Roman. La música está demasiado alta para oírle, pero sus labios se leen con facilidad. ―¡Que alguien apague la puta música! ―grito. Cuando se corta la canción, el silencio es ensordecedor. Se oye entrar precipitadamente al médico que trabaja para Dominic y, cuando ve a Roman, se pone inmediatamente manos a la obra. Dice algo en italiano y comprueba si hay orificio de salida empezando a taponar la herida utilizando un vendaje de presión. Otros tres hombres de Alessi se acercan. Tienen una camilla preparada y, en cuestión de minutos, Roman ya está en ella y lo sacan de la sala. Lev besa la parte superior de la cabeza de Alina y Danil le da un rápido abrazo antes de correr para alcanzar a Roman, que nos enviarán un mensaje en cuanto sepan algo. ―¿A dónde lo lleváis? ―pregunta Alina. Sigue llorando y agarrada a mi brazo, y cuando noto que su cuerpo empieza a temblar de nuevo, me quito la sudadera y comienzo a ponérsela. Aunque sigo llevando una camiseta, Dominic mira las cicatrices de quemaduras de mis brazos, y apenas vacila un segundo. ―En mi casa tenemos una habitación acondicionada para operar. Allí estará seguro. Alina introduce los brazos a través de la sudadera con capucha, demasiado grande para ella, y cuando su cabeza asoma por la parte superior, nuestras miradas se encuentran finalmente. ―Matvey ―susurra y vuelve a echarse a llorar. Todo se derrumba sobre ella, y cuando noto que sus piernas empiezan a flaquear, la levanto y la estrecho contra mí. Vitaly acaricia su espalda y le da un apretón en el hombro. ―Me alegro tenerte de vuelta, Alina. Te hemos echado mucho de menos, hermanita. Empieza a llorar con más fuerza cuando él se aleja con Dominic, dándonos un poco de intimidad y ayudar a garantizar la seguridad del
club. A los hombres los obligan a ponerse de rodillas en fila cerca de la pared del fondo y a las mujeres las llevan en grupo a la parte de atrás. De momento las llevarán a un piso franco propiedad de Dominic hasta que podamos llevarlas con sus familias. Sigue llorando, pero no soporto verle el puto collar ni un maldito segundo más. Vuelvo a dejarla en el suelo, saco el cuchillo y le aparto suavemente el cabello. ―No te muevas, amor ―le digo, deslizando la hoja bajo el cuero. Con la otra mano, la sujeto para que no se clave en su piel más de lo que ya está. La hoja está afilada y atraviesa fácilmente el collar, y cuando ella siente que se lo quito del cuello, suelta un suspiro suave y tembloroso. Aparto el cuchillo y la atraigo hacia mí. ―Te tengo, malishka ―susurro contra su cuello, aspirando el aroma que temía no volver a oler. Está llorando con demasiada fuerza para hablar, pero la siento asentir con la cabeza a la vez que aprieta los brazos a mi alrededor―. Jamás te dejaré marchar, joder. ―Qué jodidamente dulce. Su cuerpo se congela al oír la voz de Konstantin. ―No sé qué coño crees que estás haciendo ―continúa―, pero no te vas a salir con la tuya. Me giro para mirarle, observándole de rodillas con las manos atadas a la espalda. ―Ya lo hemos hecho. Se ríe, y nunca en mi vida había tenido tantas ganas de cortarle la boca a alguien. ―Supongo que conoces a Nadia. ―Ese no es su nombre, maldito estúpido. ―Mantengo los brazos apretados alrededor de Alina, negándome a girar siquiera un poco, ya que no quiero que tenga que volver a mirarlo. ―No importa cómo te llames, ¿verdad, mascota? Ella se estremece ante sus palabras, y yo acaricio su espalda y beso su mejilla. ―Yo que tú me callaría la puta boca ―le dice Vitaly―. Tu muerte ya va a ser lenta. Konstantin vuelve a reírse.
―Matarme no cambiará el hecho de haberme follando a la chica que amas durante los dos últimos años. ―Me sonríe y recorre con la mirada a Alina―. De hecho, follamos justo antes de venir aquí esta noche, ¿verdad, dulzura? Apuesto a que aún me siente deslizándome por sus malditos muslos. Alina suelta otro sollozo y entierra la cara en mi cuello justo cuando Vitaly golpea con la pistola al hijo de puta, dejándolo inconsciente para que ella no tenga que oír ni una maldita palabra más de ese cabrón. Osip observa y sabiamente mantiene la boca cerrada. ―Lo siento mucho ―susurra contra mi piel. Sujeto su cabeza y acerco mis labios a su oído. ―Es la última disculpa que quiero oír de ti, malishka. No es necesario que vuelvas a decirme esas palabras. Ella asiente, pero sigue llorando cuando se asoma por encima de mi hombro y ve la fila de hombres arrodillados. ―¿Qué vais a hacer con ellos? ―Vamos a matarlos. Si están en este club, es que están implicados en el tráfico sexual. Ninguno de ellos saldrá de aquí. Una vez muertos, prenderemos fuego al edificio. ―¿Y el resto de los hombres de Konstantin? ―Tenemos dos equipos en su mansión ahora. Tienen órdenes de matar hasta el último hombre de los Lebedev. A las mujeres las llevarán con sus familias y les darán dinero. Haremos lo mismo con las mujeres que están aquí esta noche. ―¿Y Konstantin y Osip? ―Morirán muy lentamente. ―Bien ―susurra ella. Cuando empiezo a acompañarla a la salida, se echa hacia atrás y se me queda mirando―. No, quiero ver. Dudo un segundo, pero no hay forma de negarle nada. ―¿Estás segura? ―pregunto. ―Sí. Confío en su palabra y hago un gesto con la cabeza a Vitaly, quien indica a los demás que se preparen. Manteniendo mi brazo bien sujeto bajo el trasero de Alina para que no corra peligro de caerse, la llevo hasta el final de la fila y alzo mi arma, disparándoles en la cabeza de un cabrón a otro. Algunos de los hombres gritan e intentan escabullirse, pero no
tienen dónde correr. Sus manos están atadas con bridas y están rodeados. La única decisión que toman es si quieren morir arrodillados o boca abajo mientras intentan arrastrarse. A mí me da igual. Alina se tensa ante los fuertes disparos, pero no aparta la mirada. Me mira dispararles y, cuando tengo que recargar, observa cómo Vitaly toma el mando hasta que todos y cada uno de ellos están muertos. Mira a los hombres del suelo, y es dolorosamente obvio que la Alina que perdí hace casi dos años no es la misma mujer que recuperé esta noche. Ha cambiado por todo lo que le ha ocurrido, pero no me importa. La amo, toda ella, sin importar nada. Algunos de los hombres de Dominic entran con bidones de gasolina, y cuando empiezan a verterla por el suelo, me dirijo a la puerta principal, y esta vez Alina no me detiene. Su mano está apretada contra mi espalda llena de cicatrices, y sabe que no tengo ningún deseo de volver a estar en un edificio envuelto en llamas, maldita sea. Timofey y Alexei arrastran a Konstantin y Osip fuera del club, metiendo sus culos en un todoterreno que los está esperando. Ambos estarán encantados de saber que vamos a torturarlos en su lujosa mansión. Es el lugar perfecto, y será más fácil mantener guardias allí que en el almacén abandonado que solemos utilizar para estas cosas. No tendremos que dejar de torturar si nos entra hambre, y será fácil meterse en la ducha y limpiarse toda la sangre antes de volver a casa. Ya han sacado a las mujeres del club, así que nada más empapar el local de gasolina, salen los demás y uno de nuestros chicos lo enciende. Con la cantidad de gasolina y alcohol, el local no tarda en estar envuelto en llamas y las ventanas estallan. ―Maldita sea, ya era hora ―murmura Vitaly desde nuestro lado, observando cómo se propaga el fuego con una sonrisa en la cara. Se ríe y le da un empujón en el hombro a Dominic cuando se acerca para ponerse a nuestro lado―. Gracias por salvarle la vida a Lev. Dominic se encoge de hombros. ―Pensaba ser un caballero y no hablar nunca de ello. Vitaly se ríe. ―Ya, seguro. Le salvaste solo para poder echárselo en cara el resto de su vida. Dominic sonríe. ―Puede. ―Mira a Alina―. Me alegro de conocerte finalmente. Soy Dominic.
Alina lo saluda con la cabeza y pregunta: ―¿Qué te ha dicho el médico sobre Roman? Dominic se frota la nuca y me doy cuenta que no quiere contestar, pero al ver la expresión de mi cara, le dice la verdad. ―Dijo que había perdido mucha sangre y que había que operarle de urgencia, pero que no parecía un disparo mortal. ―Deseando tranquilizarla, añade―. Es un médico excelente. Me ha salvado la vida y la de mis hombres más veces de las que puedo recordar, y la habitación que le preparé en mi casa es mejor que cualquier quirófano de hospital de la ciudad. ―Gracias. ―Alina vuelve a apoyar la cabeza en mi hombro, y sé que debe estar agotada. ―Voy a sacarla de aquí ―le digo, ya acompañándola hacia el todoterreno en el que vinimos. Vitaly nos alcanza después de dar unas últimas órdenes a Timofey. ―Voy contigo. Quiero estar allí cuando se lo digas a Emily, y necesito asegurarle a mi mujer que mi buen culo está a salvo. ―¿De verdad te casaste con su hermana? ―le pregunta Alina. Vitaly la mira. ―Sí, me casé. Pero ella no es como ellos. Odia a sus hermanos. ―Sé que no lo es ―susurra. Espera unos segundos antes de preguntar―. ―¿Desde cuándo trabajáis con los italianos? ―Es una larga historia ―le contesto y Vitaly suelta una risa floja. ―Descubrimos que ambos estábamos cazando a la misma Bratva. Secuestraron a la hermana de Dominic cuando estaba en Italia y encontraron su cadáver poco después. Decidimos trabajar juntos para encontrarlos y acabar con ellos. ―¿Pero cómo supo lo de su hermana? Su cuerpo se tensa, agitándose, mientras yo me doy una patada por haberla alterado aún más. Sé que está confusa, dolida, asustada y abrumada por todo, y lo único que quiero es alejarla de todo eso. ―Tenemos tiempo suficiente para explicarlo todo. ―La beso en la frente―. Es hora de volver a casa, Alina. He esperado tanto maldito tiempo para decirle esas palabras, y cuando la rodeo con mis brazos y me subo al asiento trasero,
manteniéndola sobre mi regazo, no intenta apartarse. La verdad es que no estoy seguro de poder volver a soltarla nunca de mis brazos.
CAPÍTULO 3
Alina Los brazos de Matvey se estrechan a mi alrededor, abrazándome más y haciéndome sentir segura por primera vez desde que me raptaron. Tenerlo tan cerca es un tormento y una bendición. Mi cabeza está tambaleándose con todo lo que ha acontecido, y no sé cómo ordenarlo todo. Quiero quedarme donde estoy, con la cabeza apoyada en su hombro, respirando su familiar aroma y sintiéndome segura entre sus brazos, pero otra parte de mí quiere bajarse de su regazo y hacerse un ovillo en el suelo junto a sus pies, porque mezclado con el aroma de Matvey está el persistente olor de Konstantin, un aroma picante a sándalo que siempre me provoca arcadas y hace que el corazón se me acelere cuando lo huelo. Me pican los dedos para arañarme la piel, queriendo librarme de su toque, de su olor y de todos los putos recuerdos que tengo arraigados en el cuerpo. ―Está bien, malishka ―murmura Matvey en mi oído cuando siente que empiezo a temblar de nuevo―. Ya estás a salvo. Asiento con la cabeza, y aunque mi cuerpo ahora está a salvo, mi mente no lo está, y tengo miedo de no volver a estarlo nunca. Matvey me frota la espalda mientras Vitaly nos lleva a una casa en la que nunca he estado y mil preocupaciones se agolpan en mi mente. No dejo de pensar en Roman, preocupada por haber encontrado a mi hermano solo para volver a perderlo. Saltó delante de aquella pistola, recibiendo la bala que
iba destinada a Matvey y a mí sin pensárselo dos veces, y es exactamente el tipo de cosas que él haría. Roman siempre me ha cuidado. Era él quien se levantaba temprano para asegurarse que estuviera lista para ir al colegio a tiempo, y es él quien siempre se aseguraba que tuviera algo que comer, incluso si eso significaba que él pasara sin nada. Siempre ha cuidado de mí, y no puedo imaginar mi vida sin él. Matvey siente las lágrimas en el cuello antes de besarme la mejilla y acariciarme la nuca. No me sorprende en absoluto cuando susurra: ―Roman se pondrá bien, cariño. Lev y Danil nos avisarán tan pronto salga del quirófano. ―¿Y si no lo consigue? ―Mi voz se quiebra al pensarlo, y tengo que apartar ese pensamiento o perderé el control por completo. ―Lo conseguirá. Te prometo, Alina, que se pondrá bien. De ninguna manera va a rendirse ahora, no cuando acaba de encontrarte y su mujer está a punto de dar a luz. Tiene mucho por lo que vivir, y sabes que su testarudo culo no va a rendirse por las buenas. La comisura de mi boca se levanta ante la idea de mi hermano mayor rindiéndose ante algo. ―Es testarudo ―admito. ―Joder, sí que lo es ―dice Vitaly desde la parte delantera, sin parecer ni un poco avergonzado por estar escuchando. ¿Recuerdas aquella vez cuando teníamos doce años y nos hizo quedarnos despiertos toda la puta noche para terminar de jugar al Monopoly porque estaba convencido de poder ganar? Siento la profunda risa de Matvey vibrar contra mi pecho cuando concluyo la historia que todos conocemos tan bien. ―Pero luego se sintió mal por lo emocionado que estaba, así que perdió a propósito y me dejó ganar. ―Y entonces Lev te introdujo en esos malditos juegos de competición, y has estado ganando desde entonces ―dice Vitaly. ―Hace mucho tiempo que no juego. Dudo que siga siendo buena. Matvey me besa la frente. ―Tendremos que averiguarlo cuando te sientas con fuerzas. Unos minutos después, Vitaly entra en un aparcamiento situado bajo un enorme edificio iluminado en pleno centro de la ciudad. Se detiene en
una plaza reservada entre un Camaro y un Porsche negro, y de repente empiezo a sentirme nerviosa de nuevo. Antes de salir, Vitaly envía un mensaje de texto a Lev para que le ponga al día, y cuando recibe respuesta, vuelve a mirarnos. ―Sigue en el quirófano, pero el médico ha enviado a alguien para decirles que todo tiene buen aspecto y que debería acabar pronto. ―Vitaly suspira y suelta una risa floja―. Gracias, joder. Ahora solo tengo que entrar y transmitirle todo esto a Emily sin que se ponga de parto prematuro. Eso no va a ser fácil. Ya sabes lo dramática que puede llegar a ser. Matvey sonríe y sacude la cabeza. ―Ya, ella es la dramática. ―No sé qué coño intentas decir, hermano ―dice Vitaly, saliendo y cerrando la puerta antes que Matvey pueda contestar. Lo veo caminar hacia el ascensor privado antes de desaparecer en su interior. ―Sigue siendo exactamente el mismo. ―Lo es en muchos aspectos ―asiente Matvey, sin hacer ademán de abrir la puerta. Me pasa los dedos por el cabello, me sujeta por la nuca y me abraza. Es lo único que hace. Se limita a abrazarme, estrechándome contra él hasta que siento que mi cuerpo empieza a relajarse de nuevo. ―Hay tantas cosas que quiero decirte ―susurra, y el sonido de su voz me hace llorar de nuevo. Lo he echado tanto de menos, ese sonido áspero tan propio de él y tan jodidamente familiar para mí―. Pero sé que es demasiado para entrar en ello ahora mismo y que estás agotada. No quiero presionarte ni agobiarte, pero necesito que sepas que ni una sola vez he dejado de buscarte. Desde el día en que desapareciste, no he pensado en otra cosa que en encontrarte, y lo siento muchísimo, malishka. Su voz se quiebra, e inmediatamente aprieto mis brazos a su alrededor. ―No es culpa tuya. ―Llegué tarde y no estuve allí cuando me necesitabas, y nunca me lo perdonaré. ―No es culpa tuya ―repito. El dolor de su voz es como un cuchillo en mi pecho, y me rompe lo que me queda de corazón. Cuando empiezo a llorar de nuevo, me frota la espalda y besa mi frente.
―Por favor, no te preocupes por intentar que me sienta mejor. Dios, cariño, eso es lo último en lo que quiero que pienses. No tienes que preocuparte por nada nunca más, porque voy a cuidar de ti, Alina. Durante el resto de mi puta vida, voy a amarte y a cuidar de ti. Asiento porque estoy llorando demasiado para hablar, y cuando me abre la puerta, me sostiene en sus brazos mientras se baja. Ya casi estamos en el ascensor cuando se abre y sale corriendo una mujer muy embarazada seguida de Vitaly y Katya. Me ve y se lleva la mano a la boca. Está llorando y parece muerta de miedo cuando alarga la mano y aprieta mi brazo. ―Me alegro mucho que estés a salvo, Alina, y te prometo que hablaremos más tarde, pero tengo que ver a Roman. Lo siento mucho. ―Está bien ―le digo rápidamente, sabiendo que debe de tratarse de mi cuñada. No puedo creer que mi hermano esté casado y a punto de ser papá. Me he perdido tantas puñeteras cosas. Con un último apretón, pasa corriendo a mi lado a tiempo que Vitaly suspira y, grita: ―¡No corras, Emily! Katya se detiene y parece como si quisiera decir algo, pero en el último segundo baja la cabeza y corre para alcanzar a Vitaly. ―Se siente fatal por todo ―explica Matvey, entrando en el ascensor y pulsando el botón del último piso―. Sigue culpándose por no haber podido ayudarte. ―No es culpa suya. Ni una sola vez la culpé. ―Todos le dijimos que no lo harías, pero no es fácil para ella creerlo. Cuando se abren las puertas y veo la pared de fotografías, lo único que puedo hacer es quedarme mirando. Los hombres que han estado conmigo desde que nací llenan los marcos que tengo delante, y por muy familiares que me resulten sus rostros, las mujeres de las que están perdidamente enamorados son unas completas desconocidas para mí. Es una sensación tan surrealista estar tan fuera de la única familia que he querido y conocido. Matvey me deja en el suelo y miro la foto que tengo delante. Recorro con la mirada a mi hermano y luego a Vitaly, Lev y Danil, antes de detenerme en el atractivo rostro de Matvey. Es el único que aparece solo en todas las fotos, forma parte del grupo, pero también está fuera de él. Sus sonrisas no son tan grandes como las de los demás, y me avergüenzo de lo feliz que me hace. Es egoísta y cruel alegrarme porque estuviera
solo, sé que no podría soportar verlo con otra mujer. No quiero saber si hubo mujeres durante mi ausencia. No quiero saber si buscó consuelo en los brazos de otra persona. Me destrozaría saber que lo hizo, y me odio por ello ya que le quiero muchísimo, y no deseo pensar que es desdichado, pero lo cierto es que prefiero que sea desgraciado a que esté con otra, y Dios, eso me hace sentir una persona horrible. Avergonzada por todo lo que siento, me doy la vuelta para ver a dos mujeres que me miran fijamente desde la cocina. El ático es enorme y la planta es abierta, lo que me permite ver la cocina y el salón y unas escaleras a la izquierda. Reconozco a las mujeres de las fotos. Una es la mujer de Lev, y la otra la de Danil. ―Hola, soy Simona ―me dice la mujer de Danil, dedicándome una sonrisa. ―Soy Jolene ―dice la mujer de Lev, añadiendo un pequeño saludo con la mano―. Me alegro de conocerte finalmente, Alina. Les sonrío al tiempo que Matvey me pasa un brazo por los hombros y tira de mí para acercarme. Le miro y le susurro: ―Tengo muchas ganas de ducharme, Matvey. ―Todo sucede muy deprisa y los recuerdos de antes se agolpan. Me siento repugnante, cansada e insegura de mi situación aquí. ―Por supuesto. ―Me besa la cabeza y empieza a conducirme hacia las escaleras―. Voy a situarla. Está agotada y necesita descansar. Jolene dice rápidamente: ―Avísanos si necesitas cualquier cosa. ―Ropa o comida o lo que quieras ―añade Simona, manteniendo una mano sobre su barriguita de embarazada. Es difícil saber si Jolene está embarazada, pero parece que los chicos no perdieron el tiempo formando familias, y me cuesta hacerme a la idea que todos ellos vayan a ser padres próximamente. La última vez que los vi estaban todos solteros y eran jodidamente felices por ello. Han cambiado tantas cosas en dos años. Sigo a Matvey escaleras abajo, deteniéndome para quitarme estos ridículos tacones una vez que estamos en el pasillo. Señala un par de puertas, diciendo que son las de Danil y Simona, y luego pasamos por delante de una sala de juegos con una mesa de billar y un gran sofá, hasta que finalmente nos detenemos ante la habitación de Matvey. Abre la puerta y se aparta para que pueda entrar, y lo que veo me deja atónita. Rodeando mi cuerpo con los brazos, giro lentamente en círculo, al ver tantas cosas mías mezcladas con las de Matvey. En un rincón hay una
estantería con todos mis libros favoritos, incluido el juego de novelas de fantasía que me regaló por mi decimoctavo cumpleaños. Hay fotos enmarcadas nuestras repartidas por toda la habitación, y cuando me acerco al armario, mi ropa está mezclada con la suya. ―Matvey ―susurro, volviéndome para mirarlo. Me observa, con una mano agarrándose la nuca y una mirada aprensiva en el rostro, como si esperara a ver si vuelvo a derrumbarme. ―Quería que tuvieras tus cosas cuando te encontráramos. ―Me dedica una suave sonrisa y se pasa la mano por la mandíbula―. Y rodearme de trocitos de ti facilitó un poco más respirar. Se me hace un nudo en la garganta al oír sus palabras, y los ojos se me vuelven a llenar de lágrimas. Quiero correr hacia él, arrojarme a sus brazos y no marcharme nunca, pero me arde la piel con el recuerdo de Konstantin y su brutal toque, y quiero quitármelo de encima. Me siento mancillada. Quiero una ducha caliente y quiero limpiarme de él, dos cosas que me han sido negadas durante demasiado tiempo. ―Quiero una ducha ―digo, cogiendo algo de ropa de las perchas―. Necesito asearme. ―Por supuesto. Todo está ahí dentro. Grita si me necesitas. Asiento y me adentro en el baño, cerrando la puerta tras de mí porque no soporto siquiera que alguien me esté mirando, ni siquiera Matvey. No mentía al decir que todo estaba aquí. Mi champú y mi acondicionador favoritos están alineados en la repisa de la ducha, justo al lado de los suyos. Incluso tiene mi gel de baño y el puf rosa que siempre utilizaba. No sé si es el mismo o si lo ha comprado todo nuevo, y me da igual. Es tan jodidamente dulce que empiezo a llorar otra vez. Enciendo el agua al máximo, me desnudo rápidamente y me pongo bajo el rocío, empapándome con el agua purificadora. Agarro el puf, lo cubro de jabón corporal y paso los siguientes minutos restregándome de pies a cabeza. No me detengo hasta que mi piel está roja y en carne viva y el agua se vuelve tibia. Utilizo la última gota de agua caliente para lavarme el cabello, y solo salgo cuando el agua se enfría. Me envuelvo en una toalla y cojo el cepillo de dientes rosa que me espera junto al azul de Matvey. Me cepillo los dientes hasta que me sangran las encías, ignorando el doloroso ardor y me enjuago la boca. Quiero que desaparezca todo rastro de ese cabrón. Cuando estoy todo lo limpia que puedo, me pongo el cómodo pijama de franela y la camisa a juego. Con el cabello aún húmedo, salgo del baño y no me sorprende en absoluto encontrar a Matvey sentado en el borde de la cama,
esperándome. Levanta la cabeza cuando me oye, sus ojos oscuros me buscan, asegurándose que estoy bien. ―Roman ha salido del quirófano. Está bien, pero el médico lo mantiene sedado para que duerma toda la noche. Emily se asustó y empezó a tener contracciones, así que también está en reposo forzoso junto a él. ―¿Se pondrá bien? ―Sí, ha dicho que estará bien. Solo tiene que intentar tomárselo con calma. Lev y Danil van a quedarse allí un poco más, y Vitaly dijo que Katya y él tenían que hacer un recado muy importante, por lo que no se sabe qué demonios estará tramando. Sigo de pie junto a la puerta del baño, con los brazos alrededor del pecho, sin saber muy bien qué debo hacer, cuando se levanta y se acerca un paso, deteniéndose cuando aún hay unos metros entre nosotros. ―¿Crees que podrías comer algo? ―Sus ojos me recorren―. Estás demasiado delgada, Alina. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? Pienso en el tazón de avena normal que me ha hecho comer esta mañana a cuatro patas como un puto perro y sacudo rápidamente la cabeza, sintiendo que amenaza con volver a subir. ―No tengo hambre. Parece como si quisiera discutir, pero en lugar de eso asiente suavemente con la cabeza y señala la cama. ―Entonces tienes que dormir un poco. Podemos preocuparnos de la comida mañana. Hubo un tiempo en que habría saltado a esa cama y lo habría arrastrado conmigo, pero ahora estoy congelada en el sitio, incapaz de acortar la distancia. Pensar en una posición tan íntima me hace pensar en Konstantin, y es lo último en lo que quiero pensar, pero tampoco puedo evitar preguntarme. ―¿Dónde está? No es necesario que explique quién. Matvey suspira y dice: ―Está retenido en su mansión. ―¿Y luego? ―Voy a matarlo lentamente a él y a su hermano. No me molesta lo que acaba de decir. No hace mucho tiempo la violencia me habría molestado, la idea del hombre al que amo matando a
alguien no me habría sentado bien, pero esos días ya pasaron. Siempre supe que mis hermanos y Matvey estaban implicados en la Bratva Safronov, pero se cuidaron mucho de mantenerme lo más alejada posible de ella. Nunca supe realmente lo que hacían ni de lo que eran capaces. No soy lo único que ha cambiado drásticamente en los últimos dos años. Ahora dirigen la Bratva Melnikov y, por lo que he visto esta noche, lo hacen muy bien. Se han convertido en asesinos despiadados y curtidos que no temen ensangrentarse las manos, y eso es exactamente lo que necesito que sean. No me preocupa que el hombre al que amo esté planeando torturar a dos hombres hasta la muerte. Lo único que me preocupa es que, de algún modo, no llegue a suceder. ―¿Y si escapan? ―No lo harán. Están fuertemente vigilados y encadenados. De ninguna manera se liberarán. ―¿Y los demás implicados en esto? ―Hace tiempo que estamos elaborando un plan. Ya conoces a Danil, siempre hay un plan y unos cuantos más en caso que el primero no funcione. Echo una suave risa porque es muy acertado. ―Podemos hablar más de esto mañana. No quiero que te preocupes al respecto. ―Cierra la distancia y me acaricia suavemente la cara―. Todo lo que necesitas saber es que no tendrás que volver a verlos y que se arrepentirán de todo lo que te hicieron. Es suficiente por ahora, así que lo dejo pasar, porque tiene razón, estoy jodidamente agotada. No he tenido una noche de sueño reparador desde la última noche que pasamos juntos. ―Dime qué necesitas de mí, malishka. ―Me besa la frente, manteniendo sus labios apretados contra mi piel durante varios segundos―. Si quieres que me vaya, me iré y montaré guardia ante tu puerta. Si quieres que me siente en la silla y te vigile mientras duermes, lo haré. Si quieres que te abrace, lo haré. Haré cualquier cosa que quieras. Una gran parte de mí desea acurrucarse en la cama con su fuerte cuerpo envolviendo el mío, pero cuando empiezo a pensar en lo cerca que estarían nuestros cuerpos, un temor empieza a arraigar en lo más profundo de mí, y niego con la cabeza antes incluso de poder expresarlo. ―¿Puedes sentarte en la silla? ―No miro sus ojos cuando se aparta de mí porque no quiero ver la decepción que hay en ellos―. No quiero estar sola.
―Mírame, amor. Espera hasta que mis ojos se encuentran con los suyos y, en lugar de la decepción que temía, en ellos solo hay amor. ―No sabes lo feliz que me hace estar en la misma habitación que tú. Dormiré felizmente en la silla o en el suelo o donde demonios me permitas estar. Solo quiero estar cerca de ti, Alina. Es todo lo que necesito. Asiento con la cabeza, dispuesta a no volver a llorar. Me lleva a la cama grande, retira las mantas y, cuando me meto dentro y él me arropa, me acurruco de lado y abrazo una de las almohadas contra el pecho. Todo huele a él, y el reconfortante aroma cítrico que desprende la fragancia de Matvey se mezcla a la perfección con su propio y único aroma, y no puedo evitar apretar la cara contra la funda de la almohada y respirarlo tan profundamente como puedo. Besa mi sien y, cuando se dispone a levantarse, sujeto su mano para que no se mueva. ―Espera, por favor. ¿Puedes sentarte aquí? Me sonríe y me retira el cabello que me ha caído por la mejilla. ―Me sentaré aquí todo el tiempo que me necesites. Toma mi mano entre las suyas, acariciándome la piel con el pulgar, y el tacto de sus palmas llenas de cicatrices es tan reconfortante que mis ojos empiezan a cerrarse. No puedo resistirme a la sensación de una cama cómoda, mantas calientes y la seguridad de Matvey vigilando y manteniéndome a salvo. Me duermo en cuestión de minutos, y parece que acabo de cerrar los ojos cuando vuelvo a estar en aquel puto dormitorio con Konstantin. ―¿He dicho ya que puedes comer? ―me gruñe, empuñándome el cabello y levantándome la cabeza del plato de comida que ha puesto en el suelo delante de mí. ―No, señor ―susurro, tan jodidamente hambrienta que mi estómago se anuda. ―¿Quieres que te rellene la boca con algo? ―Sonríe y se desabrocha los pantalones―. Entonces puedes rellenarla con esto. Se mete a la fuerza en mi boca mientras yo me ahogo y me atraganto con él. Eso no importa. Nada importa. Va a hacerme lo que quiera y no puedo hacer nada para impedirlo. Grito en mi cabeza, gritos fuertes y desgarrados que nunca salen de mis labios. Me utiliza, me desgasta hasta
que no queda nada de la mujer que una vez fui. Ya no soy Alina. No soy más que su mascota, su juguete involuntario, y nunca me dejará marchar. Cuando está cerca, empiezo a atragantarme de nuevo, ahogándome y mareándome porque no me deja respirar. Sé que voy a desmayarme y que a él no le importará cuando lo haga, y simplemente deseo que todo acabe porque no sé cuánto más podré aguantar. ―¡Alina! La voz desgarrada de Matvey me saca de mi sueño. Siento dolor en la garganta, aunque sé que no he hecho ningún ruido, y cuando recorro la habitación con la mirada, tardo un segundo en darme cuenta que no sigo retenida por Konstantin. Estoy a salvo. Estoy con Matvey, y estoy segura. ―Jesús, amor ―gruñe Matvey, estrechándome entre sus brazos mientras sollozo contra su pecho―. No pasa nada. Ya estás a salvo. Repite las palabras una y otra vez mientras me frota la espalda, meciéndome en sus brazos como si fuera una niña pequeña que acaba de despertar de una pesadilla y no una mujer adulta cubierta de sudor y temblando tanto que me castañetean los dientes. ―Nunca me libraré de él ―susurro contra su pecho, cerrando las manos en puños con tanta fuerza que noto cómo se me clavan las uñas en las palmas. ―Lo harás, amor. Te prometo que lo harás. Solo va a llevar tiempo. Al mirarme las manos, el tatuaje de la víbora parece aún más prominente que de costumbre, y cuando empiezo a arañarlo, Matvey apoya suavemente su mano sobre la mía, impidiendo que rompa la piel. ―No te hagas daño, malishka. ―Lo odio ―siseo, con las palabras entrecortadas porque sigo llorando desconsoladamente―. Maldita sea, lo odio, y lo odio a él. No puedo sacármelo de la jodida cabeza. Sin soltarme la mano, me rodea con el otro brazo y me mantiene pegada a su pecho colocándose contra el cabecero de la cama, conmigo bien sujeta en su regazo. Acariciándome el cabello y besándome la frente, lloro contra su hombro. ―Haremos que te borren el tatuaje y encontraremos a alguien con quien hablar, alguien que pueda ayudarte a superar esto. Llevará tiempo, Alina, pero te prometo que lo superarás. No digo nada, porque no sé qué decir. No quiero agobiarle con mis miedos. No quiero decirle que no puedo arreglarme y que no debería
perder el tiempo intentándolo. Dejo que me abrace, que me reconforte su caricia y la sensación de su cuerpo contra el mío. ―¿Quieres que te lea? Levanto la cabeza y le miro. ―¿Qué? ―¿Recuerdas después del incendio, cuando te escapabas y venías a visitarme al hospital? Siempre me leías, y eso me ayudaba. Me daba algo en lo que concentrarme en lugar del dolor. Siempre has estado ahí para mí, Alina, desde que tengo uso de razón, y te amo tan malditamente por ello, pero ahora me toca a mí cuidar de ti. Se acerca y coge un libro de la mesilla. Lo reconozco inmediatamente. Es el libro de fantasía que estaba leyendo cuando me raptaron. Lo había dejado en la habitación de Matvey, ya que de todos modos pasaba allí todas las noches, y él lo había guardado y se lo había traído a América. ―¿Recuerdas dónde lo dejaste o quieres que empiece por el principio? ―Desde el principio ―susurro, pero no es porque no me acuerde. Es porque quiero oír su voz el mayor tiempo posible. Me pongo cómoda, apoyo la cabeza contra su pecho, siento el latido de su corazón y luego el sonido profundo y áspero de su voz cuando empieza desde el principio. El sonido familiar de su voz en ruso me tranquiliza, acariciándome el cabello al tiempo que lee. Tardo mucho en volver a dormirme, pero él no deja de leer hasta que lo consigo. No me despierto hasta que el sol entra a raudales por los grandes ventanales que olvidamos cerrar anoche. Sigo apoyada en el pecho de Matvey y durante unos segundos mantengo los ojos cerrados, escuchando el latido de su corazón y recordándome una vez más que estoy a salvo. No me despierto en el duro suelo, hecha un ovillo, desnuda y con frío. Estoy rodeada del hombre al que amo y en una cama caliente y, aparte de los recuerdos que aún me persiguen, nada podrá volver a hacerme daño. El antebrazo tatuado de Matvey sigue envolviéndome. Recorro con la mirada la piel bronceada, fijándome en cada detalle de los coloridos tatuajes de llamas cubriendo sus quemaduras cicatrizadas. Ha añadido más, las llamas se extienden a lo largo de su brazo, y siento curiosidad por saber qué más ha añadido. Sin duda ha añadido varios kilos de músculo a lo que ya era un físico condenadamente perfecto. Antes
conocía cada centímetro de él y ahora ni siquiera sé qué aspecto tiene sin camiseta, y eso me rompe un poco el corazón. Cuando alargo la mano y trazo con el dedo una de sus venas, se despierta de inmediato. ―Malishka, ¿estás bien? Su voz está espesa y adormecida, con el mismo timbre profundo y sexy de siempre, y cuando cambia de peso y siento su dura longitud, todo vuelve a caer sobre mí, recordándome que ya nada es igual y que nunca volverá a serlo. Siente que me tenso y suelta un suspiro antes de besarme la coronilla. ―Lo siento, amor. Aquí ―me dice, apartándome de su regazo para que siga acurrucada contra él, pero sin sentir ya su potente erección matutina. Me mata que nunca hayamos podido experimentar nuestra primera vez juntos. Es todo lo que deseaba. Es todo lo que siempre deseé. Nunca le pedí mucho a la vida; solo quería a Matvey, una vida tranquila juntos y una gran familia cuando llegara el momento. ―Tú eres todo lo que siempre quise ―le digo, manteniendo la cabeza baja y apretada contra su pecho. ―Me tienes, Alina. Siempre me has tenido y siempre me tendrás. ―Quería que fueras mi primero, Matvey. ―Me agarro a su camisa, recordando cómo había sido mi primera vez con Konstantin, el dolor y el miedo y tanta maldita sangre―. Habrías sido tan suave ―susurro. Toma mi cabeza y suelta un suspiro tembloroso. ―Me arrepiento de tantas cosas. Me arrepiento de haberte pedido que esperaras porque pensaba que eras demasiado joven, me arrepiento de no haber llegado a tiempo para reunirme contigo y me arrepiento de no haber podido encontrarte más rápido y salvarte de ese puto monstruo. Siento mucho haber tardado tanto. Siento mucho que te hiciera daño. ―Quería que fueras mi primero, y que yo fuera el tuyo. ―Se me hace un nudo en la garganta al pensar que otra mujer podría haber compartido eso con él. Guarda silencio durante tanto tiempo que temo haberlo molestado, entonces vuelve a besarme la cabeza y me dice: ―Alina, sé que va a pasar mucho tiempo antes que desees tener algo sexual conmigo, y quiero que sepas que esperaría toda una vida por ti. No hay prisa. No me voy a ninguna parte, y cuando estés preparada, seguirás siendo mi primera. ―¿Qué? ―Me levanto y me giro para mirarlo.
Sus ojos oscuros parecen tan condenadamente tristes cuando dice: ―¿De verdad creías que podría estar con otra? ¿Creías que podría olvidarme de ti y de lo que estabas sufriendo y follarme a una mujer cualquiera? Dios, amor, solo he pensado en ti. Cada segundo de cada maldito día, no he pensado en otra cosa. Ninguna otra mujer me ha tocado, y ninguna otra mujer lo hará jamás. Le rodeo el cuello y le abrazo. ―Siento mucho no haber podido esperarte. ―Empieza a cortarme, pero le abrazo más fuerte y sigo―. Por favor, escúchame. No puedo decir esto cuando me miras, así que tengo que decirlo así. Él asiente con la cabeza mientras yo le agarro la nuca y miro fijamente el cabecero de la cama que tengo delante. ―Al principio intenté resistirme. Lo intenté con todas mis fuerzas, pero lo único que conseguí fue que me golpeara. El cuerpo de Matvey se pone rígido al oír estas palabras, pero no vuelve a interrumpirme. ―Pero al cabo de un tiempo, no pude soportar las palizas, así que dejé de luchar. Sentía que te estaba traicionando. Cada maldita vez que me utilizaba, sentía que te estaba traicionando, y eso jodidamente me mataba. El calor húmedo de sus lágrimas golpea mi cuello, y odio volver a entristecerlo, pero necesito decir esto. ―Te mereces algo mejor que esto, Matvey. Te mereces algo mejor que yo. ―No ―me dice inmediatamente, abrazándome con más fuerza―. Ni se te ocurra pensar eso, Alina, ni por un maldito segundo. ―Me arruinó ―susurro. ―No lo hizo. ―Nunca me libraré de él ni de las cosas que me obligó a hacer. ―Mi voz se atasca en mis palabras cuando me asaltan las imágenes, haciéndome estremecer y cerrar los ojos ante todos los dolorosos recordatorios―. No me queda nada que darte. Todo lo que quería era darte todas mis primeras veces, y él malditamente me las quitó. ―Malishka ―murmura contra mi cuello―, no se lo llevó todo. No le diste tu corazón, no le diste tu amor y no le diste voluntariamente tu cuerpo. ―Pero dejé de luchar.
―No importa que te acostaras y suplicaras para escapar de una paliza. Tú no lo querías, y él es un puto cabrón por obligarte. Se aparta y me ahueca el rostro. Sus ojos oscuros siguen vidriosos y, al estudiarme a fondo, se le escapa otra lágrima. Nunca le había visto llorar y me rompe el maldito corazón verlo ahora. Pasándome los pulgares por las mejillas, me limpia suavemente mis propias lágrimas. ―Te amo, y nada de lo que me digas cambiará eso. Si decides que no quieres estar conmigo, seguiré en tu vida como tu amigo y esperaré como el infierno que algún día cambies de opinión, pero nunca estaré con nadie más, porque para mí eres tú o nada. Siempre has sido únicamente tú, Alina. ―Pero me ha arruinado. ―No, amor. ―Me ha ensuciado. ―Nunca. ―Me besa en la frente, manteniendo mi cara entre sus manos llenas de cicatrices―. Eres perfecta, tan jodidamente perfecta, y nada cambiará eso, jamás. Cuando te miro, no le veo a él. No veo lo que te hizo. Veo a la mujer a la que amo más que a la vida misma, la mujer por la que atravesaría el fuego para estar a su lado y la mujer sin la que me niego a vivir. ―No te merezco ―susurro. ―Te mereces algo mucho mejor, pero me temo que estás atrapada conmigo porque nunca podré dejarte marchar. ―Bien ―susurro, agarrándome a su muñeca―, porque no quiero que me dejes marchar. Me abraza hasta que suena su teléfono en la mesilla. Alarga el brazo, lo coge y dice: ―Roman está despierto y evoluciona favorablemente, y Emily ha dejado de tener contracciones. Suelto un suspiro aliviado. ―¿Cuándo puede venir a casa? ―En un par de días. El Dr. Bianchi quiere vigilarlo un poco más para asegurarse que está bien. Pero ya han vuelto Lev y Danil, y supongo que Vitaly y Katya habrán vuelto de lo que demonios estuvieran haciendo. ―Me dedica una suave sonrisa y me besa la mejilla―. ¿Estarás bien mientras me doy una ducha rápida?
―Sí, estaré bien. Me da otro beso en la mejilla, se levanta y coge ropa limpia. ―Saldré en un minuto y luego podremos desayunar. Espera a que asienta con la cabeza, estudiándome para comprobar que realmente estoy bien. Cuando está convencido que podré estar bien unos minutos sin él, entra en el cuarto de baño, cierra la puerta y abre inmediatamente la ducha. Me levanto a la fuerza y me dirijo al armario para vestirme y estar lista cuando él termine. Acabo de ponerme un pantalón de yoga y una de las sudaderas de Matvey cuando veo la caja de regalos en una de las estanterías. Curiosa, la dejo en el suelo y suelto un suave suspiro al ver que todos llevan escrito mi nombre. Mis dedos recorren el papel de regalo. Algunos son de temática navideña, otros de cumpleaños e incluso hay unos cuantos cubiertos de lo que debe ser papel de San Valentín, a juzgar por los corazones que hay por todas partes en distintos tonos de rosa y rojo. Al abrir una de las pequeñas tarjetas pegadas al primer regalo, leo lo que pone.
Feliz Navidad, malishka. No hay momento en que no piense
en ti. Te amo, te echo de menos y nunca dejaré de buscarte. La siguiente caja es de papel de regalo de cumpleaños, y dice:
Feliz cumpleaños, cariño. No puedo creer que no esté contigo en tu decimonoveno cumpleaños. Anoche soñé contigo y, cuando me desperté, tuve que volver a perderte. Siento que me asfixio sin ti. Coloco los regalos a mi alrededor y leo todas las notas que ha escrito, sintiendo que mi corazón se rompe un poco más con cada una de ellas, porque tan horrible como ha sido para mí, también ha sido un infierno para él: siempre preguntándose, siempre preocupándose y siempre imaginando y temiendo lo peor. El siguiente regalo solo tiene una simple nota de
He visto esto hoy y me ha hecho pensar en ti. Otro dice:
Solo quería que tuvieras esto. Estoy a punto de mirar el siguiente cuando su gran figura llena la puerta. Ya está vestido, pero aún tiene el cabello oscuro mojado y es tan atractivo como lo recordaba. Estoy a punto de disculparme por fisgonear cuando sonríe y se pone en cuclillas a mi lado. ―Veo que has encontrado tu alijo. ―Pasa el dorso de un nudillo por mi mejilla―. Son tuyos para que los abras cuando quieras. Paso la mano por los regalos, conmovida porque se haya tomado la molestia de elegirlos para mí, aunque no esté aquí para abrirlos. ―Gracias, Matvey. Creo que quiero guardarlos para más tarde, si te parece bien. Me dedica otra sonrisa y me pasa ligeramente el pulgar por la mejilla. ―Por supuesto. Están aquí cuando quieras abrirlos. Después de ayudarme a guardarlos en la caja, entrelaza sus dedos con los míos y me dedica una pequeña sonrisa. Matvey nunca ha sido de sonrisa fácil. De hecho, es bastante tacaño con ellas, pero siempre me las ha regalado. Es una de las muchas cosas que me encantan de él. Le aprieto la mano y dejo que me saque de la seguridad y comodidad de su habitación.
CAPÍTULO 4
Matvey La mano de Alina se siente tan pequeña en la mía, y tengo que resistir el impulso de volver a estrecharla entre mis brazos. Intento por todos los medios no aprisionarla, pero todos mis instintos me gritan que la agarre y no la suelte nunca. Anoche la vi dormir, y cuando su boca se abrió en un grito silencioso aferrándose a las mantas, mi corazón se rompió de nuevo por todo lo que ha sufrido. Puede que sus gritos de terror fueran silenciosos, pero yo los oí todos y cada uno de ellos. He padecido terrores nocturnos desde el incendio que sufrí a los quince años, y el que ella se haya auto enseñado a guardar silencio durante ellos lo dice todo. ¿Qué demonios le hizo él para asegurarse que jamás gritara durante una pesadilla? ¿Qué tipo de dolor hay que infligir a una persona para enseñarle eso? Estas son preguntas para las que voy a obtener respuestas. Me pregunto cuánto tardará Konstantin en aprender la misma lección. Timofey me envió un mensaje anoche para decirme que los dos hermanos Lebedev están encadenados y que la mansión es segura. Pronto le haré una visita, pero aún no puedo dejar a Alina. ―Buenos días ―dice Danil cuando ambos entramos en la cocina. Sonríe a Alina y le da un rápido abrazo antes de rodear a Simona con un brazo―. Has conocido a mi mujer, ¿verdad? Alina sonríe a ambos.
―Sí, la conocí. No puedo creer que estés casado, Danil. Se ríe y acaricia el vientre embarazado de Simona. ―Y a punto de ser papá. ―¿Quieres desayunar? ―pregunta Simona. Alina parece a punto de decir que no, así que intervengo y digo: ―Sí, le encantaría un plato grande de lo que quede. ―Miro hacia abajo y le guiño un ojo―. Te traeré un poco de café. Mientras le sirvo una taza y le añado el azúcar y la leche como a ella le gustaba, se acerca y mira las fotos de la ecografía de la nevera. ―Ahí está tu sobrino ―le digo, señalando al hijo de Roman―, y Danil y Simona también se han enterado que van a tener un niño, así que tienes dos sobrinos en camino y lo que vayan a tener Lev y Jolene. ―Tienes que ver su cuarto infantil ―dice Simona, haciendo un gesto a Alina para que se acerque―. Katya la ha pintado y está preciosa. Alina se lleva el café cuando la veo caminar por el pasillo hacia la habitación del bebé. No le quito los ojos de encima y me quedo mirando la puerta vacía después de haber desaparecido dentro. ―¿Cómo está? ―pregunta Danil, acercándose a mi lado. ―Mejor de lo que esperaba, pero también peor en cierto modo. Va a llevar mucho tiempo, y tengo que encontrarle un terapeuta. Necesita poder hablar con alguien abiertamente, alguien con quien no viva también. ―Puedo investigar un poco si quieres y conseguirte algunos nombres. Le miro. ―Gracias, hermano. Sería estupendo. Sigo vigilando la puerta cuando entran Lev y Vitaly. Lev coge un panecillo de embutido y se apoya en el mostrador mientras Vitaly llena una taza. Lev da un bocado y pregunta: ―¿Cómo está Alina? ―Está bien, supongo. Dormir no le resulta fácil. ―Es de esperar ―dice Vitaly. Oye su voz desde el cuarto de los niños y sonríe―. Dios, me alegro de tenerla de vuelta. Asiento con la cabeza y me giro para mirarle.
―Necesito ver el libro. No es necesario que se lo aclare. Sabe que hablo del cuaderno lleno de dibujos que hizo su mujer. Su infancia estuvo llena de suficientes traumas como para que ella también tenga su buena ración de pesadillas, y cuando tiene una realmente mala, dibuja las imágenes para sacárselas de la cabeza. Así descubrimos que Alina era la mascota de Konstantin. Como no querían que me volviera loco, se negaron a que lo viera, pero necesito verlo ahora. Necesito saber por lo que ha tenido que atravesar. ―¿Seguro que quieres hacerte pasar por eso? Tal vez sea mejor no saberlo todo. Miro a Vitaly y niego con la cabeza. ―Necesito saberlo. Convencido en que no voy a ceder en esto, suspira y me hace un gesto para que le siga. Cuando vuelvo a mirar a Lev y Danil, ambos asienten mientras Lev dice: ―No te preocupes. La vigilaremos. Cuando estamos arriba, Vitaly me da un golpe en el brazo. ―Espera aquí, voy a por ella. Katya estaba en la ducha y puede que ya haya salido. Nadie más que yo, puede verle el culo desnudo. Me apoyo en la pared de su puerta y espero. Sabe muy bien que el único culo desnudo que quiero ver es el de Alina. Cuando vuelve unos minutos después, tiene el bloc de dibujo en la mano. ―¿Estás seguro de esto? Le tiendo la mano. ―Estoy seguro. Me lo da, pero puedo notar que no quiere. Ignoro su indecisión y le pregunto: ―¿Cómo está Roman? Apoya el hombro en la pared y me dedica una pequeña sonrisa. ―Como una auténtica mierda, pero está vivo. Emily no tenía mucho mejor aspecto cuando me fui, pero al menos no se puso de parto prematuramente. ―¿Se pondrá bien realmente? ―Sí, se pondrá bien. Fue un disparo limpio, nada que ver con la bala que recibió Dominic, así que el médico está bastante seguro que no habrá ningún daño nervioso ni complicación alguna. Creo que la única razón
por la que le obliga a quedarse allí es para vigilar a Emily y mantenerla en reposo. ―Se detiene y se ríe―. Roman va a tener el culo pegado a la cama cuando la lleve a casa. Voy a comprarle uno de esos bastones largos que pueden alcanzar y agarrar cosas. Creo que le va a encantar. Me imagino la cara que pondrá Emily cuando abra ese regalo. ―Sí, estará encantada. Vitaly se ríe. ―Espera a que Roman vea lo que le he comprado. Ya he visto muchas veces el brillo travieso de sus ojos. ―¿Quiero saberlo? ―Joder, ya lo creo que sí, pero Katya y yo no vamos a revelar esta joya hasta que sea el momento adecuado. ―Se ríe de nuevo―. Va a ser preciosa. Me restriego una mano por la nuca, sintiéndome inquieto por estar lejos de Alina. ―Gracias por traerme esto. ―Levanto el bloc de dibujo y me doy la vuelta para volver abajo―. Intenta que Roman no sufra un infarto con lo que sea que estés planeando. Se ríe antes de volver a su habitación. Bajo corriendo las escaleras y dejo el bloc de dibujo, sin atreverme a mirarlo todavía. Cuando llego a la cocina, Alina está saliendo del cuarto de los niños, sonriendo por algo que ha dicho Simona. Lo único que puedo hacer es contemplarla. Es como un sueño verla aquí. Lo he deseado tantas malditas veces y ahora casi no parece real, como si finalmente me hubiera quebrado y hubiera perdido el control de la realidad. Si es así, espero no despertarme jamás, Se vuelve y me ve observándola. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y, en cuanto está lo bastante cerca, no puedo resistirme a acortar la distancia y volver a estrecharla contra mí. Su pequeño cuerpo se amolda al mío. Apoyo la mano en su espalda y le beso la parte superior de la cabeza. Incluso con mi sudadera puesta, noto cuánto ha adelgazado. ―Tienes que comer, amor. ―Mantengo el brazo alrededor de ella y alcanzo un plato, llenándolo de embutido y galletas y añadiendo después una enorme bola de huevos revueltos. Mira la comida, pero no hace ademán de comer nada. Me acerco más y le susurro al oído.
―Has adelgazado demasiado, malishka. Intenta comer, por favor. Ella asiente suavemente, pero sigue sin probar bocado. ―¿Prefieres comer en la mesa? ―No. ―Su respuesta es tan rápida que me preocupa haber dicho algo equivocado, pero entonces me dedica otra sonrisa y coge uno de los panecillos de embutido―. Aquí está bien. De pie junto a la isla, toma un pequeño bocado mientras yo me preparo un plato. Jolene baja, coge una galleta y se sienta en la isla junto a Lev. Estamos poniendo a Alina al corriente de cómo se conocieron todos cuando entran Vitaly y Katya. Tan pronto Alina ve a Katya, deja la galleta que ha estado mordisqueando lentamente. Katya aparta la mirada, incapaz de mirar a Alina a los ojos, y Vitaly rodea a su mujer abrazándola. Katya se echa a llorar, aunque trata por todos los medios de ocultarlo, y en cuanto Vitaly nota que su cuerpo se estremece, la estrecha en un abrazo y le susurra algo al oído. Alina sacude rápidamente la cabeza. ―Por favor, no llores, Katya. No te culpo por nada de esto ―le dice. No me sorprende en absoluto que, después de todo lo que ha pasado Alina, su primer pensamiento sea intentar consolar a Katya. Se acerca y, como sigue agarrada a mi mano, la acompaño. ―Son mis hermanos ―dice Katya―, y siento mucho lo que te han hecho. Alina suelta mi mano para poder abrazar a Katya. ―No es culpa tuya ―dice Alina. No podías haber hecho nada para impedirlo. Katya asiente con la cabeza y le da otro apretón a Alina antes de apartarse y secarse los ojos. Nos mira a Alina y a mí, y sus mejillas se ruborizan. ―Lo siento mucho. No se trata de mí. No quiero que lo parezca. Vitaly le rodea la parte superior del pecho con un brazo y tira de ella contra él. ―Nadie piensa eso, ptichka. ―No hemos tenido ocasión de conocernos ―dice Alina, mirando a su alrededor para incluir a Jolene y Simona―, pero estoy deseando conoceros a todas. Todos ellos estaban solteros la última vez que los vi, y
ahora están enamorados. No es hazaña fácil. ―Se vuelve hacia Vitaly, señalándolo con el dedo―. Sobre todo, tú. Temía que nunca sentases la cabeza. Me alegra que me hayas demostrado lo contrario. ―Simplemente no había conocido a la mujer adecuada ―dice Vitaly―. Konstantin quería unir nuestras familias, así que técnicamente no tuve más opción que decir que sí porque necesitábamos la conexión para encontrarte, pero ella es tan hermosa y tan testaruda. No pude resistirme a enamorarme de ella. Ahora estoy completamente dominado y me encanta. ―No soy tan testaruda ―dice Katya, haciendo reír a Vitaly. ―No dejes que te engañe. Era muy exigente. Aún lo es. Es un trabajo a destajo mantenerla a raya. ―¿Mantenerme a raya? ―Katya se ríe y pone los ojos en blanco. Vitaly nos mira. ―La pobre está confusa. Son las hormonas del embarazo. Le confunden el pensamiento. Alina se ríe, pero noto que su sonrisa no llega a sus ojos, y cuando empieza a rascarse de nuevo el tatuaje, tomo suavemente su mano y la estrecho entre las mías llevándola de vuelta a la isla. ―Por favor, intenta comer un poco más ―susurro cerca de su oído. Ella asiente y vuelve a coger la galleta, pero en lugar de darle un mordisco, nos mira a todos. ―Quiero saber cuál es el plan. ―Cariño, no tienes que preocuparte por nada de eso ―empiezo a decir, pero ella me corta. ―Tengo que saberlo y quiero saberlo. Lo único que quiero es envolverla en un fuerte abrazo y mantenerla a salvo de cualquier maldita cosa, pero eso no es lo que necesita, y lo sé. Ya ha estado expuesta a las peores clases de maldad de este mundo, y no tengo derecho a intentar protegerla de ellas ahora. Se ha ganado el maldito derecho a participar en esto de todas las jodidas maneras. ―Beso su frente y le digo la verdad. ―Nadie sabe que hemos acabado con la Bratva Lebedev. Danil ha estado trabajando con Casimir, el hacker a sueldo de Konstantin. Danil sonríe a Alina.
―Anoche lo convencimos que le convenía cambiar su lealtad a nuestra Bratva. Entre los dos hemos conseguido crear la ilusión que Konstantin y Osip siguen dirigiendo los negocios como de costumbre. ―¿Por qué te esfuerzas tanto en que parezca que siguen dirigiendo las cosas? ―Alina nos mira a mí y a mis hermanos, intentando atar cabos―. ¿Te preocupan las represalias? Con su mano aún en la mía, le paso el pulgar por la piel. ―No, eso no nos preocupa. Aunque me gustaría decir que nuestro principal objetivo en la vida es acabar con los traficantes sexuales, no es cierto. Solo fuimos tras ellos porque queríamos encontrarte. Cuando todos se den cuenta que la Bratva Lebedev ha desaparecido, no tomarán represalias. Simplemente, alguien más se instalará y ocupará el vacío que creará su ausencia. Sin embargo, nunca permitiremos esa mierda en nuestra ciudad. ―Si alguien nuevo se hará cargo sin más y no te preocupa que alguien se vengue, ¿por qué no dejas que se filtre la noticia? ―Hay una subasta prevista para el mes que viene ―le digo. Danil interviene y dice: ―El mismo tipo de subasta a la que fui cuando encontré a Simona, excepto que esta ha llamado aún más la atención. Habrá muchos hombres prominentes, hombres que ocupan altos cargos en gobiernos de todo el mundo. Lev sonríe y suelta una risotada suave. ―Sería una verdadera lástima perderse la oportunidad de matar a todos esos hijos de puta. ―Realmente lo sería ―Vitaly está de acuerdo―. Estarán todos juntos aquí mismo, en nuestra ciudad, esperando comprar mujeres traficadas, y vamos a darles una sorpresa de mil demonios. ―Y lo verdaderamente hermoso es que podremos visitarlas una a una y filmarlas en sus cabinas de observación privadas ―dice Danil―. Podemos tener a nuestros hombres dirigiendo el lugar, y estos imbéciles caerán voluntariamente en nuestra trampa. ―Y luego incendiaremos el lugar ―le digo, observando su reacción. Sus ojos verdeazulados escudriñan mi rostro, intentando leerme. ―¿Y entonces habrás acabado con esta mierda?
―Sí, y entonces habremos acabado con ella. ―Le doy otro apretón en la mano―. Después de esto, nos centraremos en nuestra zona de la ciudad. Quizá nos expandamos hacia el norte y el sur. También nos gustaría seguir trabajando con Dominic. ―A su padre le encantará ―dice Vitaly riéndose. Mira a Alina―. A Antonio no le caímos bien. ―¿Has encontrado a alguien inmune a tu encanto? ―Ella consigue mantener la cara seria cuando añade―. No me lo creo. ―Lo sé, ¿verdad? Pensaba que quizá entraría en razón, pero cada vez que lo veo, parece más gruñón. ―Bueno, quizá me encuentre con él cuando visite a Roman. Bajo la mirada hacia ella. ―¿Quieres ir a casa de Dominic? ―Mi corazón se acelera ante el pensamiento de ella abandonando la seguridad del ático, pero si se da cuenta de mis nervios, lo disimula bien. ―Sí, quiero ir hoy. Necesito ver por mí misma que Roman está bien. Me rasco la barba incipiente de la mandíbula. ―¿Qué tal una videollamada? Me levanta una ceja. ―Iré a prepararme. Conozco a Alina lo suficiente como para saber que discutir con ella sobre esto es inútil, así que le beso la cabeza. ―Avisaré a Dominic que estamos en camino. Cuando se marcha, me doy cuenta que apenas ha comido nada de lo que había en el plato. Lo ha picoteado casi todo y se ha comido la mitad de una galleta, pero la salchicha y los huevos están intactos. ―Bueno, eso no va a ser suficiente ―murmuro, apartando el plato. ―Todavía se está acostumbrando a todo ―me dice Lev, intentando hacerme sentir mejor. Le miro. ―Ya has visto lo delgada que está. Necesita comer más. ―Es una de las muchas formas que tiene Konstantin de ejercer su poder. ―Katya habla bajo, pero oigo cada maldita palabra―. Incluso las mujeres que emplea en la casa solo pueden comer lo que él les dé. ―¿Qué les da de comer? ―le pregunto.
―Por lo que he podido ver, sobre todo son cosas muy sosas. Copos de avena, tostadas, bocadillos, ese tipo de cosas, y nunca nada que llenara realmente a alguien. Las raciones eran muy pequeñas. Le gustaba controlar todos los aspectos de sus vidas. Deja de hablar cuando oye que Alina vuelve a subir las escaleras. Doy la vuelta para reunirme con ella, susurrando un rápido gracias a Katya por el camino. Sigue llevando mi sudadera con capucha, pero ha cambiado los pantalones de yoga por unos vaqueros y se ha puesto un par de zapatillas. Incluso sin maquillaje, es sin esfuerzo la mujer más hermosa que he visto nunca. ―¿Preparada? ―le pregunto. Ella asiente y se despide rápidamente de todos mientras yo envío un mensaje a Dominic, haciéndole saber que no tardaremos en llegar. Su respuesta llega unos segundos después. Avisaré a mis hombres de la puerta. ―No puedo creer que me salvara la vida anoche ―gruñe Lev―. Nunca me dejará olvidar eso, y me hace sentir ligeramente culpable por haberle disparado. Jolene lo abraza más fuerte y yo suelto una sonrisa. ―Ya, nunca te dejará olvidarlo. Será interesante ver cómo pide ese favor. Probablemente tendrá que aceptar que tu primogénito se una a su mafia. ―Como el infierno ―gruñe―. La próxima generación de Melnikov se hará cargo de esta Bratva para que podamos jubilarnos. ―A mí me parece bien ―dice Danil mientras Jolene y Simona no parecen muy entusiasmadas. Katya no parece sorprendida. Ella creció en esta vida, así que sabe lo que se espera de los niños. Simona se palpa el estómago. ―Bueno, tenemos mucho tiempo para hablar de futuros planes. ―Sí ―Jolene está de acuerdo―. No hace falta hacerlos miembros de la Bratva todavía. Lev sonríe y le besa la frente. ―Malinkaya, siento decirlo, pero se convirtieron en miembros de la Bratva Melnikov en el mismo instante en que fueron concebidos. La mirada que ella le dirige dice claramente, ya hablaremos de esto más tarde.
Agarro a Alina de la mano y tiro de ella hacia el ascensor, dejando que mis hermanos se las arreglen para salir del lío en el que se han metido. ―Será una conversación divertida ―dice Alina, viéndome apretar el botón del aparcamiento. ―Katya lo entiende. Quizá ella ayude a suavizar las cosas. ―No creo que se pueda suavizar el que sus hijos algún día dirigirán una Bratva y pondrán constantemente sus vidas en peligro. ―Lo hacen sus maridos ―le recuerdo con una sonrisa. ―No es lo mismo. ―Cierto, supongo. ―Cuando se abren las puertas, la encamino hacia mi Camaro negro, negándome a pensar en los futuros hijos que Alina y yo podamos o no tener. Siempre imaginé que algún día tendríamos una familia, pero ahora ni siquiera estoy seguro que eso sea algo que ella quiera. Le abro la puerta y la ayudo a entrar antes de dirigirme al lado del conductor. Me mira, expresando lo que me preocupa. ―¿Te parecería bien que nuestros hijos se hicieran cargo? Incapaz de ocultar mi sonrisa, ella la ve y su rostro decae. ―Lo siento. No debería haber preguntado eso. ―Oye. ―Cogiéndole la cara, la giro hacia mí―. ¿Por qué estás tan triste? Sabes que no espero nada, ¿verdad? Me encantaría tener una familia contigo algún día, Alina, pero no hay prisa. Solo tienes veinte años, malishka. Tenemos tiempo suficiente. ―Siempre quise tener hijos contigo, Matvey ―admite―. No tenía ninguna prisa por quedarme embarazada ni nada por el estilo, pero siempre me imaginé un niño con unos ojos tan oscuros como los tuyos y una niña que te miraría como si fueras su héroe. ―Ella esboza una suave sonrisa―. Quizá sería tranquilo como tú y a ella le encantaría leer libros como a mí. ―Podemos seguir teniéndolos, Alina. Cuando estés preparada. ―¿Y si nunca estoy preparada? ―Su pregunta es un suave susurro en el coche, y odio lo asustada e insegura que parece―. ¿Y si también lo ha arruinado para mí? Le beso la frente.
―No ha arruinado nada, pero si decides que no quieres hijos, entonces no los tendremos. Tú y yo envejeceremos juntos, y nos rodearemos de nuestras sobrinas y sobrinos, y seré tan jodidamente feliz solo por tenerte. ―No quiero que pienses que estás atrapada conmigo ―empieza a decir, pero rápidamente la corto. ―No lo hagas, malishka, simplemente no lo hagas. Sé que esto es duro para ti, y sé que te va a llevar mucho tiempo sacártelo de la cabeza, y yo estaré contigo en cada paso del camino y haré todo lo que pueda para ayudarte, pero hay una cosa que no puedo tolerar y es que dudes de lo que siento por ti. ―No dudo de lo que sientes por mí. Solo me siento como una idiota egoísta, como si te estuviera alejando de un futuro feliz con una mujer normal que pueda darte lo que necesitas. Acaricio su mejilla con el pulgar. ―¿Y qué necesito yo, malishka? Ella evita mis ojos. ―Sexo y felicidad e hijos. ―Tras un segundo, añade―. Alguien que pueda dormir toda la maldita noche. Diablos, alguien que pueda darte un beso de buenas noches y luego dormir toda la noche sin despertarse por una pesadilla. Cuando estoy seguro que ha terminado, vuelvo a besarle la frente ―¿Ves? Puedo darte un beso de buenas noches, y no me importa abrazarte cuando te despiertes asustada, y me haces tan malditamente feliz. Ya hemos hablado de los niños, y en cuanto al sexo, me gustaría que no te preocuparas por ello. ―No es justo para ti. ―Deja que yo me preocupe de eso. Si pude sobrevivir a que me machacaras sin perder la cabeza, puedo sobrevivir a cualquier cosa. Me dedica una débil sonrisa. ―¿Me prometes algo? ―Cualquier cosa. ―Prométeme que me dejarás marchar si es excesivo. Te juro que no te haré sentir mal. Te quiero demasiado para hacerlo. No quiero que te quedes conmigo por sentirte culpable o por un sentido del deber. Lo odiaría.
Pienso en lo que ha dicho, sabiendo que es imposible que ocurra. Con un suspiro, busco sus ojos, memorizando cada detalle de su bonito color verdeazulado. ―Algún día comprenderás cuánto te amo. ―¿No me lo prometerás? ―Te lo prometo, Alina. Te prometo que nunca sucederá, joder. Antes que pueda discutir, le beso la nariz y vuelvo a sentarme en mi asiento, arranco el coche y espero a que se ponga el cinturón antes de sacarnos del aparcamiento. Se queda mirando por la ventanilla todo el camino, contemplando la ciudad a su paso. ―Dime si hay algo que quieras hacer o algún sitio al que quieras ir. ―Es tan diferente de Moscú. ―Se queda callada unos minutos y luego dice: ―Primero me llevó a San Petersburgo y luego fuimos a Berlín. Me llevó con él a varias ciudades, pero nos quedamos sobre todo en Berlín. Sin embargo, no me permitía salir, ni tampoco salir a la calle. Me trago la rabia que amenaza con apoderarse de mí al pensar en ella encerrada y atormentada día tras día. Me acerco a ella y le aprieto el muslo. ―Podemos hacer lo que quieras, malishka. Ella apoya la mano sobre la mía y asiente. Sus dedos juguetean contra mi piel antes de acariciarme la mano llena de cicatrices. Alina nunca ha rehuido mis cicatrices. La primera vez que me quité la camiseta delante de ella, me recorrió la espalda con besos, susurrando lo hermosa que le parecía. Aún recuerdo la sensación de su aliento sobre mi piel. Nunca me he sentido cohibido delante de ella. Es la única persona que puede hacerme olvidar el fuego, el dolor y el sonido de los gritos de mi hermana. Al cabo de unos minutos, pregunta: ―Sigue vivo, ¿verdad? ―Lo está, y seguirá así hasta que yo crea que ya ha tenido suficiente. ―¿Cuándo será eso? La miro. ―Aún no he empezado. Ahora mismo está colgado y esperando. Puede quedarse jodidamente así. Solo le dan agua y comida para mantenerlo con vida. ―¿Qué ha pasado con todas las mujeres?
―He oído esta mañana que varias de ellas ya se han puesto en contacto con sus familias y que esta tarde sale un vuelo hacia Europa. También se están ocupando de las mujeres de la mansión, y Oksana aceptó la oferta de rehabilitación y dinero. No quería volver con su familia, y como fueron ellos quienes la entregaron a Konstantin en un principio, no puedo decir que la culpe. ―Siempre me sentí mal por ella. Si yo hubiera tenido acceso a las drogas o al alcohol, también lo habría utilizado como vía de escape. Por muy malo que fuera para mí, seguía diciéndome a mí misma que todos me estaban buscando. Al menos tenía esa esperanza. Nunca habría sobrevivido si me hubiera entregado voluntariamente a él mi propia familia. La sola idea me hace apretar su mano con más fuerza. Ella me la devuelve, pero no deja de hablar. ―Puedes dejarme sola si necesitas ocuparte de algo. Espero que lo sepas. ―Lo único de lo que necesito ocuparme ahora mismo es de ti, malishka. Todo lo demás puede esperar. Cuando la miro, me dedica una pequeña sonrisa. Sigue pasándome los dedos por la palma de la mano hasta que llegamos a la mansión Alessi y necesito mi mano para cambiar de marcha. Los hombres de la entrada nos hacen un gesto con la cabeza cuando se abre la gran puerta de hierro. ―Diablos ―susurra Alina, contemplando la enorme casa y el extenso jardín. No menciono que mis hermanos y yo tiramos cabezas cortadas a la hierba verde y bonita hace unos meses, cuando fingimos estar en guerra con los italianos, pero el recuerdo me hace sonreír. Puede que ese sea en parte el motivo por el que Antonio no se ha encariñado con nosotros. Quiere trajes caros y tatuajes ocultos y la violencia a puerta cerrada, pero nuestra Bratva no funciona así. A excepción de Roman, que ha tenido que ocultar sus tatuajes bajo los trajes para poder acercarse a los políticos, nosotros estamos cubiertos de ellos. Los tatuajes en el cuello, los vaqueros y las sudaderas con capucha, y el afán por ensangrentarnos las manos han hecho que a Antonio le cueste recibirnos con los brazos abiertos. Sin embargo, Dominic se está abriendo a nosotros. No me extrañaría nada que algún día se hiciera un tatuaje en el cuello. Aparco junto a un Lamborghini rojo y me giro para mirar a Alina. ―¿Lista para ver a tu hermano? ―Sí, más que preparada.
Salgo, doy la vuelta para abrirle la puerta y luego cojo su mano con la mía. No veo a ningún guardia, pero sé que nos vigilan, así que no me sorprende nada cuando la puerta principal se abre sin que ni siquiera tengamos que llamar. La mujer mayor, de cabello oscuro, sonríe y nos hace un gesto para que entremos. ―¿Puedo tomar vuestros abrigos? Tiene un marcado acento italiano, pero es fácil entenderla. Le damos los abrigos y la seguimos hasta el interior de la casa. A diferencia de la mansión de Konstantin, la casa de los Alessi es preciosa. Los suelos de madera oscura están cubiertos de alfombras de un tono rojo intenso y tan gruesas que siento que mis botas se hunden en ellas. Las paredes son de un color claro, y los espacios vacíos están llenos de cuadros por los que estoy seguro que Katya babearía. Aunque es obvio que la familia Alessi es muy rica, el lugar parece hogareño, como si no fuera todo ostentación ni señorío. Seguimos a la mujer por un pasillo y, cuando se detiene ante unas puertas dobles del mismo color que el suelo, llama suavemente antes de decir algo en italiano. Reconozco la voz de Dominic cuando responde, y debe decirle que nos deje pasar, porque ella nos sonríe a ambos y abre la puerta, haciéndonos señas para que entremos. ―¿Queréis que os traiga algo para tomar? ―No, gracias ―le digo y miro a Alina, pero ella niega con la cabeza y sonríe a la mujer. Cierra la puerta al salir, dejándonos a solas con Dominic. Se levanta de detrás de su escritorio y se acerca a saludarnos. Lleva su habitual traje caro con lo que deben de ser zapatos de piel hechos a mano, impecable como siempre, pero veo la mirada cansada en sus ojos. La reconozco bien. Está consumido por el odio y la necesidad de venganza, lo mismo que me ha mantenido a mí durante los dos últimos años. Nos damos la mano antes de dirigirse a Alina. ―¿Cómo estás? ―Estoy bien. Me gustaría ver a Roman. ―Por supuesto. Mi médico ha dicho que está mucho mejor, y Emily está descansando y parece fuera de peligro de un parto prematuro. Alina me agarra la mano, pero la tensión abandona su rostro ante la noticia. ―Gracias por traerlos aquí y permitir que se queden.
―Pueden quedarse todo el tiempo que necesiten. ―Sus ojos oscuros se encuentran con los míos―. Me gustaría mantener buenas relaciones con los Melnikov. Es más beneficioso para todos que nos llevemos bien, así que mi casa es vuestra mientras la necesitéis. ―Te lo agradecemos ―le digo. Con un movimiento de cabeza, coge un teléfono y envía un mensaje rápido. ―Vale, deja que te enseñe dónde está. Lo teníamos en el quirófano, pero ahora está en una habitación de invitados con Emily. Pensé que allí estaría más cómodo, y él se mostró bastante inflexible en que ella estuviera a su lado. ―Imagino que sí ―le digo, sabiendo que 'bastante inflexible' probablemente sea una expresión bastante bonita. Rodeando a Alina con el brazo, seguimos a Dominic fuera de su despacho y subimos la amplia escalera. Sus pasos se aceleran cuando llegamos al pasillo, demasiado excitada para ir más despacio. Me mira, me sonríe suavemente y me recuerda una vez más que ella es lo único que necesito en esta vida, porque mientras la tenga a ella, lo tendré todo.
CAPÍTULO 5
Alina Matvey vuelve a dedicarme una de sus dulces sonrisas, y cuando empiezo a caminar más deprisa, emocionada por ver a Roman, suelta una suave carcajada, alargando el paso e igualando mis ansiosos pasos. Dominic llama a una puerta al final del pasillo y, cuando oigo la voz de mi hermano, me agacho rápidamente bajo su brazo e irrumpo en la habitación. Corro hacia la cama, observando el pecho vendado de Roman y la palidez de su piel. Emily está tumbada a su lado, acurrucada en el lado de él que no recibió un balazo. La rodea con un brazo y le apoya la mano en el vientre, como si quisiera que su hijo se quedara allí un poco más. ―Roman ―susurro antes de inclinarme y abrazarlo con todo el cuidado que puedo―. No vuelvas a asustarme así. ―Me juré a mí misma que no iba a llorar, pero sentir cómo mi hermano me devuelve el abrazo al susurrarme en ruso lo mucho que me ha echado de menos me hace llorar como un maldito bebé. Cuando me retiro, me sonríe. ―Te has hecho mayor y estás demasiado delgada. ―Mira hacia Matvey, que espera de pie justo detrás de mí―. Tienes que hacerla comer.
―Créeme, lo intento. Me escucha tan bien como antes. ―Me guiña un ojo para hacerme saber que está bromeando y luego mira a Emily y cambia al inglés―. ¿Cómo te encuentras? ―Me encuentro mucho mejor ahora que sé que Roman se va a poner bien. ―Mira a mi hermano, y el amor que veo en sus ojos se refleja en los de él cuando aprieta su mano y se la lleva a la boca para besarle el dorso. ―Siento haberte asustado, solnishka. ―Pero no vuelvas a hacerlo, o al menos no hasta después que dé a luz. No creo que pueda aplazar el parto una segunda vez. Roman parece aterrorizado ante la idea por si su hijo llega demasiado pronto, pero antes de preocuparse demasiado por ello, la voz acentuada de un hombre llega por detrás de nosotros. ―Estoy de acuerdo. Lo más probable es que otro acontecimiento estresante te empuje al parto. Todos nos volvemos hacia el hombre que está en la puerta junto a Dominic. Lo reconozco de anoche, y cuando me dedica una sonrisa, se la devuelvo con facilidad. Hay algo que me gusta de él, y no es solo porque le salvó la vida a mi hermano. Aunque trabaje para la familia Alessi y esté obviamente implicado en el crimen, hay algo reconfortante en él. Quizá sea la profunda sonrisa y las líneas de expresión que tiene claramente grabadas en la cara, o la fácil relación que parece tener con Dominic, o quizá sea su naturaleza tranquila, que me tranquiliza de inmediato. Sea lo que sea, funciona, y juro que mi tensión arterial baja unos cuantos números solo por estar en la misma habitación que él. Se vuelve hacia mí y sonríe, tendiéndome la mano para que se la estreche. ―Tú debes ser Alina. Soy el Dr. Bianchi. ―Es un placer conocerte. ―Le estrecho la mano y le devuelvo la sonrisa―. Gracias por salvar la vida de mi hermano y por cuidar de Emily. Desestima mi agradecimiento como si nada. ―Fue una herida fácil, y Emily se calmó rápidamente en cuanto se dio cuenta que se pondría bien. Mientras Dominic empieza a hablar con Matvey, el Dr. Bianchi se acerca. Cuando habla, lo hace en voz baja y solo para mí. ―El Sr. Alessi me ha contado un poco por lo que has pasado. Me gustaría examinarte, si te parece bien, para asegurarme que todo va bien.
Mi primera reacción es ponerme rígida y mirar hacia abajo. Estoy a punto de sacudir la cabeza y decirle que no cuando él dice: ―Es importante que te examinen, Alina. Sé que tiene razón y que es lo más responsable, pero eso no significa que tenga ganas de hacerlo. Matvey me ha estado vigilando, y no me sorprende nada cuando se acerca y me rodea con un brazo protector. ―¿Todo bien? Le doy una palmadita en la mano y asiento con la cabeza. ―Sí, el doctor Bianchi quiere examinarme. ―Cariño, no tienes por qué hacerlo ahora mismo ―se apresura a decir Matvey―. Podemos ir a otro sitio, o podemos buscarte una doctora si eso te hace sentir más cómoda. Pienso en lo que ha dicho. Una consulta médica o un hospital no son una opción por las preguntas que suscitarían. Además, el ambiente frío y estéril me da escalofríos por dentro. Al menos, si lo hago aquí, será confidencial, y aunque no me entusiasme la idea que el Dr. Bianchi me vea, confío en él, y eso no es algo que me tome a la ligera. ―No, está bien ―le digo a Matvey―. Prefiero hacerlo aquí y acabar de una vez. ―¿Quieres que te acompañe? Levanto la vista hacia Matvey, deseando que se quede conmigo, pero luego pienso en las cosas que me preguntarán y me niego a hacerle pasar por eso, así que sonrío y le digo: ―No, estaré bien. ―Cuando duda, le aprieto la mano. Te prometo que estaré bien. Parece que quiere discutir, pero se calla lo que iba a decir y, en lugar de eso, me abraza y me acerca la boca a la oreja. ―Estaré fuera de la habitación, malishka. Grita si me necesitas y allí estaré. ―Bien, gracias. ―¿Qué haces, solnishka? Miro al oír la voz de mi hermano. Está viendo cómo su mujer se levanta de la cama y viene caminando hacia mí. Me dedica una sonrisa y se coloca a mi lado antes de mirar al doctor Bianchi. ―Estamos listas cuando tú lo estés ―le dice.
―Nena ―empieza a decir Roman, pero ella le interrumpe agarrándome de la mano y diciendo: ―Es mi cuñada, y de ninguna manera voy a dejar que pase por esto sola. Le aprieto la mano, dedicándole una sonrisa de agradecimiento, porque por muy valiente que intente ser, la verdad es que tengo el corazón acelerado y me siento mareada ante la idea de quedarme a solas con un hombre estando desnuda y abierta de piernas. ―Gracias ―susurro. ―No es necesario que me des las gracias, y no dejes que los hombres te engañen. ―Se palpa el estómago y vuelve a sonreírme―. Soy más dura de lo que creen y esto no me pondrá de parto antes de tiempo. Tu sobrino no va a venir todavía. ―Podemos hacerlo en la habitación del otro lado del pasillo ―me dice el Dr. Bianchi, confirmando que mis instintos tenían razón sobre él. Sabe lo difícil que va a ser para mí, y no me obliga a hacer el examen en una camilla con los pies en los estribos. Matvey me besa la cabeza. ―No lo olvides, cariño, llámame si me necesitas. Le doy un abrazo, prometiéndole que lo haré, y luego sigo al Dr. Bianchi por el pasillo con Emily justo detrás de mí. Matvey nos cierra la puerta, y sé que estará de pie fuera de ella todo el tiempo. Miro el maletín médico que ya está sobre el colchón. El Dr. Bianchi se encoge de hombros y sonríe. sí.
―Esperaba que aceptaras y quería estar preparado por si decías que
Emily me ayuda a subir a la cama mientras el médico empieza a coger lo que necesita. ―Quiero estar aquí para ti, pero, en serio, si mi presencia va a incomodarte, por favor, házmelo saber. La cojo de la mano y me doy cuenta que lleva tatuado el nombre de mi hermano en la parte interior de la muñeca―. No, por favor, quédate. No quiero estar sola. ―Odio parecer débil y tener que apoyarme en ella cuando acabamos de conocernos, pero la necesito aquí conmigo. ―No voy a ir a ninguna parte. ―Sonríe y me da unas palmaditas en la mano antes de coger una manta para cubrirme la parte inferior del cuerpo mientras me quito los vaqueros y las bragas. Al ver lo nerviosa que estoy, empieza a hablarme sentándose en el borde de la cama, cerca
de mi cabeza―. Cuéntame todas las anécdotas embarazosas que tengas de Roman. Sonrío y suelto una risa. ―La verdad es que siempre ha sido un hermano mayor increíble. Básicamente me crio. Bueno, todos lo hicieron. Eran ridículamente sobreprotectores. Se ríe. ―Síp, puedo imaginármelo fácilmente. La primera noche que nos conocimos llamó a un cerrajero y me cambió las cerraduras mientras dormía. Luego se quedó una de las llaves para él y asignó a dos hombres para que me vigilaran en secreto. ―Dios, se enamoró de ti. Las chicas siempre iban detrás de mi hermano, pero él nunca miraba dos veces a ninguna de ellas, y definitivamente no le habría importado qué tipo de cerraduras tenían en sus puertas. ―Yo me enamoré igualmente de él ―admite―. Desde el principio me sentí muy atraída por él. ―Me alegra mucho que te encontrara. Antes de ponernos sentimentales, el Dr. Bianchi se acerca y me da un apretón en la rodilla. ―Sé que esto es desagradable, y seré lo más rápido que pueda. Voy a hacerte algunas pruebas rutinarias, y también me gustaría que te hicieras una prueba de embarazo. ―No estoy embarazada. Me hacía ponerme una inyección cada tres meses, y puedes hacerme las pruebas que quieras, pero Konstantin tenía preferencia por las vírgenes. No se acostaba con una mujer si ya había estado con otro. ―Por favor, no le digas eso a Matvey ―le digo volviéndome hacia Emily―. Tiene ya tantos remordimientos y sentimientos de culpa, y aunque hubiéramos estado juntos antes de mi secuestro, me habrían llevado a un burdel o me habrían vendido a otra persona. No habría cambiado el infierno en el que estaba viviendo; solo habría estado otro diablo al mando. ―No diré ni una palabra, Alina. Es asunto tuyo contarlo, no mío. Sé que mi hermano no es tonto del culo, pero las mujeres pueden cegar a los hombres, y estoy jodidamente agradecida porque Roman haya encontrado a alguien que no solo es hermosa, sino también genuinamente amable.
Mantiene mi mano entre las suyas mientras el Dr. Bianchi me examina. Por muy degradante que hubiera sido Konstantin, nunca consiguió acabar con mi capacidad de avergonzarme. Nunca me acostumbré a la desnudez forzada ni a la humillación, y ahora no es diferente. Mi rostro se acalora y, cuando hago una mueca de dolor, murmura algo en italiano, cuyo sonido me tranquiliza, aunque no tengo idea de lo que ha dicho. ―Hay algún desgarro, pero nada que no se cure por sí solo. ―Sus dedos son suaves cuando se desplazan más abajo y mi cara se calienta aún más―. Te sodomizó, ¿verdad? ―Sí ―susurro mientras Emily aprieta mi mano con más fuerza. Continúa su examen, siendo todo lo cuidadoso que puede mientras me toma muestras para las pruebas, y cuando vuelve a bajar la manta, suelto un suspiro audible, contenta de haber acabado de una vez. ―¿También te golpeó? ―Sí. ―¿Tienes algún dolor en alguna parte? ¿Te ha roto algo? ―Hace tiempo que me golpeó, y nunca se rompió nada. Aunque me rompió algunas costillas. ―Me vuelvo a poner las bragas y me siento―. Hace meses que no tengo la regla. Eso me preocupa un poco. ―Mi miedo es que me haya dañado permanentemente de algún modo. Sé que no estoy preparada para el sexo ni para tener hijos, pero no quiero que me quite esa opción. Quiero saber que puedo tener una vida normal cuando decida que estoy preparada para ello. El Dr. Bianchi se da cuenta de mis temores y se quita los guantes antes de darme otra suave palmada en la rodilla. ―No es raro que la inyección que te puso provoque la interrupción de la menstruación, pero también puede hacerlo el estrés. Además, estás baja de peso, lo que también puede influir. Supongo que la recuperarás cuando hayas tenido tiempo de recuperarte. ¿Cuándo fue tu última inyección? ―Hace un mes, creo. ―¿Quieres seguir poniéndotela? ―No. ―Algunas mujeres tardan un año en volver a tener la regla, así que no debes preocuparte. Céntrate en sanar, Alina, por dentro y por fuera. Necesitas hablar con alguien sobre lo que has pasado.
―Voy a hacerlo. Matvey me ayudará a encontrar a alguien. ―Bien. No puedes pasar por esto sola, y no puedes esperar que todo vuelva a la normalidad solo porque este hombre ya no te retenga. ―Mira a Emily y luego hace un gesto hacia la puerta cerrada―. Me complace que cuentes con el apoyo de tu familia, pero a menudo eso no es suficiente. Un profesional podrá ayudarte de formas que ellos no pueden. ―Lo sé. Voy a hablar con alguien ―le aseguro. Antes de soltarme, me palpa las costillas y me ausculta los pulmones y el corazón, asegurándose que todo parece estar bien desde que mencioné las costillas rotas. Cuando está convencido de haberse curado bien, empieza a recogerlo todo, me vuelvo a poner los vaqueros y me levanto. Emily me espera, apoyándome en silencio como ha hecho durante todo el examen. Me calzo las zapatillas y estoy a punto de marcharme cuando el Dr. Bianchi me sorprende diciendo: ―Trabajar para la familia Alessi nunca me ha molestado, y son momentos como este los que me recuerdan que tomé la decisión correcta con ellos. El hombre que te hizo daño tiene que sufrir por lo que ha hecho. ―Me señala la puerta con el dedo―. Y esos hombres de ahí fuera se asegurarán de hacerlo. Una celda es demasiado buena para un cabrón como Konstantin. ―Cierra la cremallera de su bolso y me da una suave palmada en el hombro al pasar―. Isabella era una chica tan dulce, no se merecía lo que le pasó, y a ti tampoco, Alina. ―Gracias, Dr. Bianchi, por todo. Me desliza una tarjeta con su número escrito en el reverso. ―Llámame si alguna vez necesitas algo. Cuando abre la puerta, lo primero que veo es a Matvey apoyado en la pared de enfrente. Sus anchos hombros llenan el espacio y, cuando levanta la cabeza, sus ojos oscuros encuentran inmediatamente los míos. Veo que la tensión le abandona al ver que estoy bien. Me mira, convenciéndose a sí mismo de ello, antes de acortar la distancia y volver a estrecharme entre sus brazos besándome la cabeza. ―¿Estás bien? ―Estoy bien. ―Le devuelvo el apretón, aceptando el consuelo que tan gratuitamente me brinda. ―Me pondré en contacto con vosotros para informaros de los resultados ―me dice el Dr. Bianchi antes de alejarse con Dominic.
Volvemos a la habitación con Roman y nos quedamos con él un rato, hasta que es evidente que intenta por todos los medios mantenerse despierto. ―Volveré pronto a casa ―promete cuando me inclino y le doy otro abrazo―. Te quiero, hermanita. ―Yo también te quiero ―le digo, besándole la mejilla―. Que descanses y nos vemos pronto. Matvey le da unas palmaditas en la pierna mientras yo me despido de Emily con un abrazo y le vuelvo a dar las gracias por haberse quedado conmigo. Cuando salimos de la habitación, ya está acurrucada de nuevo contra Roman, y sé que los dos estarán dormidos en unos minutos. Puede que ella no tome analgésicos como él, pero el embarazo y la preocupación por él le han pasado factura. Cojo la mano de Matvey y la sostengo cuando bajamos las escaleras. Dominic nos oye y se acerca. ―Sois bienvenidos a quedaros a comer. Matvey me mira, dispuesto a hacer lo que yo quiera. ―Gracias, pero creo que prefiero volver. ―Por supuesto ―dice Dominic, dedicándome una sonrisa―. Eres bienvenida aquí cuando quieras. ―Vuelve su atención hacia Matvey―. Te avisaré si me entero de algo nuevo, pero Roman debería poder irse mañana. Haré que un coche lo lleve a casa. ―Gracias, Dominic. ―Matvey tiende la mano para estrechársela―. Estamos en deuda contigo una vez más. ―No me debéis una mierda. Consígueme el nombre que quiero y estamos en paz. ―Lo tendrás ―le asegura Matvey―. Danil nunca falla. Tiene razón. Danil es como un maldito sabueso. En cuanto capta un olor, no se detiene hasta encontrar exactamente dónde conduce. Mirando a Dominic, no estoy segura de estar haciendo lo correcto cuando pregunto: ―¿Tienes una foto de tu hermana que pueda ver? Sus ojos oscuros me estudian durante un segundo antes de meter la mano en la chaqueta y sacar el teléfono. Sin mediar palabra, abre una foto y me la tiende. Miro fijamente a la mujer del cabello largo y oscuro y la
enorme sonrisa de su rostro, insegura si lo que voy a decir va a herir o a ayudar a Dominic, pero no puedo mentirle. Se merece más que eso después de todo lo que ha hecho por nosotros. ―La vi. ―¿Qué? ―Se tensa ante la noticia, cada parte de él en alerta máxima mientras me mira―. ¿Dónde? ¿Cuándo? El brazo de Matvey se tensa a mi alrededor al oír el tono de Dominic, pero sé que no está enfadado conmigo y que no corro peligro. Reconozco la furia que lleva dentro porque yo misma estoy consumida por ella. Todos lo estamos. Nos arrebataron personas, nos robaron vidas y, en el caso de Dominic, no va a recuperar a su hermana. El único final feliz que tendrá será cuando hunda su espada en el cabrón que la mató. ―No fue mucho después de ser secuestrada. Fue cuando aún pensaba que valía la pena luchar contra Konstantin. Aún no había aprendido que era inútil. Me llevó a una subasta como advertencia. Quería que viera dónde acabaría si seguía siendo obstinada. El pulgar de Matvey acaricia mi hombro, recordándome que sigue aquí conmigo, y solo ese pequeño roce es suficiente para hacerme sentir mejor. Respiro hondo y le cuento el resto a Dominic. ―Esto fue en Berlín. No tengo idea dónde estaba el edificio. Me hizo ponerme una venda en los ojos en el camino de ida. ―¿Y a la vuelta? El recuerdo vívido de lo que Konstantin me había hecho en aquel edificio después de obligarme a presenciar la venta de aquellas pobres mujeres es suficiente para que me recorra un escalofrío por la espalda. Matvey lo siente y besa mi cabeza, atrayéndome más contra él. Aparto la mirada de Dominic cuando respondo esta vez. ―No estaba en condiciones de darme cuenta de nada en el viaje de vuelta. Lo siento. Dominic se pasa una mano por la mandíbula. ―No, yo lo siento. ¿Hay algo que puedas contarme sobre ella? ¿Hablaste con ella? Sacudo la cabeza. ―No me permitieron hablar con ninguna de ellas. Estaban todas en fila, todas vestidas igual, y luego las subastaron de una en una. ―¿Recuerdas algo concreto de ella?
El dolor en su voz me rompe otro maldito trozo de corazón. Siento como si estuviera reducido a la nada, como si lo último de él fuera a hacerse añicos pronto, pero sigue latiendo cuando digo: ―La recuerdo porque en un momento dado Konstantin se enfadó tanto conmigo que me dio un revés, y cuando caí al suelo, miré hacia ella y la vi. Recuerdo claramente sus ojos. Eran de un hermoso color café y, aunque no me conocía, estaban llenos de tanto amor. Era solo una desconocida mirando a otra, pero conectamos, ambas comprendíamos el infierno y la miseria de la otra, y en ese momento, ella me reconfortó. El resto de la gente se había apartado de mí, aterrorizados que al mirarme se convirtieran en objetivo de Konstantin, pero a tu hermana no le importó. Me miró a los ojos de todos modos, y siempre le estaré agradecida por ello. Ojalá hubiera podido darle las gracias. Dominic asiente, pero tiene la boca apretada y la mandíbula tan tensa que puedo verle las venas del cuello. Se pasa una mano por su barba clara, inspirando antes de volver a mirarme a los ojos. ―Gracias por decírmelo. Eso suena a Isabella. Tenía un buen corazón, demasiado dulce para esta familia. ―La comisura de sus labios se levanta en una pequeña sonrisa, pero la tristeza de sus ojos no desaparece―. ¿Recuerdas algo más? ―Nada útil ―le digo―. Sacaron a las mujeres de la sala y Konstantin me llevó a un palco de observación. Vi cómo las subastaban, pero no tengo ni idea de quiénes eran los compradores. ―¿Por cuánto la vendieron? ―Trescientos mil. ―Nunca olvidaré su aspecto en el escenario, con los ojos muy abiertos y aterrorizada, mientras unos hombres anónimos pedían ofertas por ella. Ahorro a Dominic y Matvey los detalles de cómo la habían obligado a darse la vuelta con el vestido transparente para que todos pudieran ver exactamente lo que compraban o la forma en que Konstantin la había señalado mientras tiraba de mi cabello, obligándome a ver la subasta. Me había dicho que las vírgenes se vendían más caras y que, si seguía desobedeciéndole, me golpearía hasta matarme para que solo los burdeles más rudos pujaran por mí. No te venderán a un sueco por trescientos mil, mascota. Me aseguraré que el precio no suba de cinco mil. ¿Te imaginas el lugar en el que acabarás? ―Era sueco ―digo, forzando el recuerdo a salir de mi mente―. El hombre que la compró era sueco. Recuerdo que Konstantin dijo eso.
―Joder ―dice Dominic con un profundo suspiro. Se pasa una mano por lo que momentos antes era un cabello perfectamente peinado, y tengo la sensación que esto es lo más descontrolado que veré a ese hombre―. Gracias, Alina. ―Levantando de nuevo el teléfono, pasa el dedo por él antes de tocar la pantalla y llevárselo a la oreja―. Lo siento, pero tengo que informar a Danil. Lucía puede acompañaros a la salida. Ya está volviendo corriendo a su despacho cuando Lucía, la mujer que nos dejó entrar primero, aparece por el pasillo. Nos sonríe, sosteniendo ya nuestros abrigos como si hubiera estado preparada y esperando. ―Seguidme, por favor. ―Nos sonríe a ambos, apartándose un mechón de pelo canoso mientras Matvey me ayuda a ponerme el abrigo―. El Sr. Alessi ha dicho que eres bienvenida aquí cuando quieras. Los hombres de la puerta ya han sido informados. ―Gracias ―le decimos Matvey y yo al dirigirnos a la puerta principal. Con una sonrisa más, se retira hacia el interior de la casa, lo que me hace preguntarme cómo llegó a trabajar para la familia Alessi. No parecía aterrorizada como siempre lo habían estado las mujeres que trabajaban para Konstantin y Osip. La forma en que había mirado a Dominic había sido más maternal que otra cosa, y al verlo había aumentado mi estima por aquel hombre. Los hombres pueden mentir sobre quiénes son realmente todo lo que quieran, pero su personal nunca podrá ocultar su odio. Las sonrisas falsas destacan, y las de Lucía eran auténticas cuando miraba a su jefe. Cuando volvemos al ático, ponemos a todos al corriente de cómo quedaron Roman y Emily, y cuando volvemos a estar solos, Matvey me calienta una lata de sopa. Insiste en que coma, y la sopa es lo único que creo que podría digerir. Me pone el cuenco delante, me da una cuchara y me trae un vaso de agua. ―Por favor, come, malishka. Doy un pequeño sorbo mientras él se apoya en la isla, observándome. Cuando aparto la cuchara después de unos cuantos sorbos, sus ojos se ablandan preocupados. ―Cariño, no es suficiente. ―Lo sé. Es que es difícil. ―¿Puedes decirme por qué es tan difícil comer? ―Es que trae a colación muchas cosas. No me daban mucho de comer, y cuando me dejaban comer ―hago una pausa durante un
segundo, intentando encontrar una forma de explicar lo que había sentido al ser tratada como un perro maltratado, pero como no se me ocurre nada, me conformo con―, era desagradable ―lo que podría ser el eufemismo del maldito año. Se inclina más hacia mí, ahueca mi rostro y besa mi frente. ―Voy a pasarme el resto de mi vida ayudándote a sustituir esos recuerdos por otros mejores, pero vas a necesitar comer más para que eso ocurra. Coge la cuchara, la llena con la sopa de pollo y me la acerca a los labios. ―Por favor, malishka. Abro la boca, ganándome una sonrisa cuando trago la sopa. Vuelve a llenar rápidamente la cuchara, temiendo que deje de comer si tarda demasiado entre una cucharada y otra, pero no lo hago. Le abro la boca cada vez, sorprendida por la diferencia que supone que me dé de comer. Ha conseguido que me concentre en otra cosa, y ha cambiado la situación lo suficiente como para que no me haga pensar inmediatamente en Konstantin. Después de todo, ese cabrón nunca me dio de comer. Cuando mi mente empieza a divagar, Matvey murmura un suave ah―ah dirigiéndome suavemente de vuelta al aquí y ahora. ―Somos solo tú y yo, malishka. Nadie más que nosotros. Vuelvo a centrarme en él y tomo la cucharada que me ofrece. Cuando la he comido casi toda y sé que no puedo más, me retiro y sacudo la cabeza. Él mira los restos y suspira. ―¿Seguro que no puedes acabártelo? ―Seguro. Necesito tomármelo con calma. Estoy habituada a comidas muy pequeñas. Asiente, y me doy cuenta que está almacenando toda la información que le doy, utilizándola para alimentar su rabia y guardándola para cuando pueda usarla contra Konstantin y Osip. ―Lo has hecho bien, amor. Gracias por comer tanto por mí. Deja los platos sucios en el fregadero, levanta la vista y me sorprende bostezando. El sueño interrumpido mezclado con el estómago lleno y todo lo que ha acontecido me está pasando factura, y apenas puedo mantener los ojos abiertos. Me sonríe, se acerca y me levanta, acunándome contra su pecho como si no pesara nada. ―No es necesario que me cargues, Matvey.
―No sabes cuánto lo deseo. Sonrío contra su hombro y le rodeo el cuello con los brazos. El vaivén de sus movimientos casi me duerme al llevarme a su cama. Me arropa y descansa a mi lado, acariciándome el cabello hasta que mis ojos se cierran. Lo último que recuerdo son sus labios en mi mejilla, besándome suavemente antes de susurrarme que me ama. La habitación está más oscura cuando me despierto, y lo primero que noto es que soy la única que está en la cama. Me incorporo de un tirón, con el corazón en la garganta, mirando a mi alrededor en busca de Matvey. ―Alina, tranquila. Me giro y veo a Lev sentado en la mecedora que hay en un rincón de la habitación. Se levanta y camina hacia mí sentándose en el borde de la cama. ―Estás segura. ―¿Dónde está Matvey? Me mira con una ceja perforada y sé lo que va a decir antes incluso que las palabras salgan de su boca. ―Ha esperado todo lo que ha podido. Suelto un fuerte suspiro, intentando que no me duela que se haya ido sin decírmelo. Sabía que en algún momento iría a la mansión. Hay que ocuparse de él, pero pensé que tal vez esperaría unos días o al menos no se iría mientras yo dormía. ―No te enfades con él ―me dice Lev, dándome un golpecito en el hombro con el suyo―. Tiene dos años de rabia viviendo dentro de él, y tiene que salir o lo destruirá. Aún hay suficiente luz en la habitación para que pueda distinguir el azul de sus ojos cuando dice: ―Estos dos últimos años casi lo matan, Alina. ―Lo sé ―susurro―. No estoy enfadada con él. ―Me pidió que me sentara aquí contigo por si tenías otra pesadilla. ―Mira hacia abajo y comprueba el reloj negro de aspecto complicado que lleva en la muñeca―. Lleva fuera unas horas y tengo órdenes estrictas de enviarle un mensaje de texto tan pronto te despiertes. Está a punto de enviar el mensaje cuando me acerco y agarro su muñeca. Aunque cada parte de mí grita por Matvey y por la seguridad
que me hace sentir, no quiero ser una carga para él, y no quiero que me vea como una débil. ―Esperemos un poco. No quiero que sienta que tiene que volver corriendo. Se merece divertirse un poco. ―Se enfadará mucho cuando se entere de esto ―advierte Lev, pero veo que se le levanta el aro labial con su sonrisita burlona, y sé que le he pillado―. Por supuesto, ambos sabemos que es imposible que se enfade contigo, así que puedes decirle que ha sido idea tuya. ―Lo haré. Te lo prometo. ―Esta vez soy yo quien le da un golpecito en el brazo―. ¿Quieres ver si todavía puedo patearte el culo en ese videojuego de competición? Se ríe suavemente. ―Tú me ganas en los videojuegos, y Matvey me patea el culo en el billar cada maldita vez. Entre los dos, empiezo a tener complejo de inferioridad. ―¿Matvey sigue jugando al billar? Lev asiente. ―Su insomnio ha sido muy malo estos dos últimos años, así que ha tenido mucho tiempo para practicar. Se ha vuelto monstruosamente bueno. No te voy a decir cuántas veces me ha ganado. Es vergonzoso. ―Es bueno que seas un mortífero luchador clandestino. Eso tiene que ayudar a tu ego. ―Así es ―admite riéndose―. Vamos, hermanita. Veamos si aún lo tienes. Le sigo fuera de la habitación, ignorando la parte de mí que desea desesperadamente llamar a Matvey y decirle que se dé prisa en volver a casa. Sin embargo, ya me siento como una enorme carga y no quiero que él sienta que ni siquiera puede salir del apartamento. Diciéndome a mí misma que estaré bien durante una o dos horas más, espero a Lev para ver si Jolene quiere acompañarnos y me reúno con ellos en la sala de juegos. Por mucho que intento perderme en el juego, mi mente no deja de volver a Matvey, preguntándome qué estará haciendo y deseando como el demonio que, sea lo que sea, esté lastimando a Konstantin como un hijo de puta.
CAPÍTULO 6
Matvey El sonido de las costillas de Konstantin al romperse debería hacerme sentir mejor, pero no es así. Soy optimista, así que a continuación le rompo la nariz, con la esperanza que ese será el crujido que me haga sonreír, pero nada funciona. Le doy un último puñetazo en la cara ensangrentada e hinchada, dejándole colgado de la cadena. Está a punto de desmayarse, con los ojos agitados y las pupilas intentando concentrarse. Nada de esto me produce alegría. He pasado los dos últimos años concentrado en este momento, en vengarme de todo lo que le hicieron a Alina. Es lo que me hizo superar aquellos largos días en los que me ahogaba en preocupaciones y en todos los temores de lo que le estaban haciendo a la mujer que amo, pero ahora, gracias al cuaderno de bocetos de Katya, ya no tengo que adivinar lo que ocurrió. Sé exactamente lo que le hizo, y por eso estoy aquí ahora en lugar de yacer junto a Alina como debería. Me había convencido a mí mismo que una vez que tuviera en mis manos al cabrón que se la llevó me sentiría mejor. Furioso porque no es así, le doy otro fuerte puñetazo, rompiéndole otra costilla que finalmente lo deja inconsciente. ―Joder tío, mátanos de una vez. Miro hacia donde Osip está colgado, a unos metros de distancia. Tiene las manos por encima de la cabeza, pero está lo bastante bajo como para que los dedos de los pies toquen el suelo. Por desgracia, no corre
peligro de sufrir una muerte lenta y asfixiante. Tiene la cara hinchada y ensangrentada como la de su hermano, pero hasta ahora ha salido bien parado. ―Tienes una muerte lenta. Ya te lo he dicho. ―Ni siquiera la he tocado, joder. Su tono petulante me molesta, como todo lo demás en él. Me acerco, ignorando el dolor de mis nudillos, la piel partida y la sangre que gotea de mis manos. Hace falta mucho dolor para perturbarme, y este ni siquiera está cerca de ser suficiente. Cuando solo nos separan unos centímetros, le sonrío. ―Hueles a mierda, Osip. ―Que te jodan. Lanza las palabras, pero como mucho son deslucidas. La lucha le abandona antes de lo que esperaba. ―Dime lo que sabes, Osip. ―¿Sobre qué? ―Ya sabes sobre qué. Hazme preguntar de nuevo y verás lo que pasa. Vacila, pero no por mucho tiempo. A Osip le gusta cubrirse las espaldas, y sigue pensando que puede haber una salida para él. La esperanza suele ser lo último en morir. Según mi experiencia, se desvanece justo antes del último latido del corazón. Voy a disfrutar viendo morir la chispa en este cabrón. ―¿Quieres saber algo de Nadia? Extiendo la mano y le agarro la garganta con la fuerza suficiente para que mis dedos se claven en su frágil piel. ―Su nombre es Alina. Al apretarle el cuello, la amenaza está ahí sin que tenga que decir una palabra, y cuando aflojo lo suficiente para que pueda hablar, suelta un rápido ―Alina, joder, lo siento. Retrocedo y espero a que continúe. Suelta una tos dramática, como si yo debiera preocuparme porque le duele la garganta. Cuando no corro a buscarle una pastilla, suspira. ―¿Qué quieres saber? ―Todo.
Echa un vistazo a su hermano y, cuando se cerciora que sigue desmayado, levanta la vista hacia mí. ―Se la llevaron de Moscú. En aquella época, nuestros hombres tenían órdenes estrictas de recoger los nombres que les daban, pero también les dábamos un poco de margen. Podían coger a alguien que no estuviera en la lista si valía la pena y el momento era oportuno. Tu chica estaba en el lugar equivocado en el puto momento equivocado, y llamó la atención de uno de nuestros hombres. No fue nada personal. ―¿Nada personal? Mi tono le hace retroceder rápidamente. ―Quiero decir que no la eligieron para vengarse de ti. Ni siquiera sabíamos quién coño erais. Luchó como una loca cuando se la llevaron y nos dio un nombre falso. Pensamos que no era más que una don nadie, una chica joven y guapa que desaparecería y de la que acabarían olvidándose. Cuando Konstantin la vio, no lo sé, fue como si tuviera que poseerla. Las mujeres ya habían sido seleccionadas, así que sabía que era virgen. ―¿A él eso le importaba? ―No la habría tocado si ya hubiera estado con otro. La habrían vendido en la subasta. Su destino quedó sellado cuando él se paseó por la fila como siempre hace, mirando a todas y cada una de las mujeres, y ella levantó la cara hacia la suya y escupió. ―Se le escapa una carcajada al recordarlo―. Nunca había visto nada igual. En ese momento, se convirtió en suya. A Konstantin le gustan las peleonas, pero solo porque le excita romperlas. Me trago el asco y la rabia y pregunto: ―¿Qué más? Sus ojos azules se cruzan con los míos. ―Ya sabes qué más. ―Quiero oírte decirlo. Tira de su cadena para intentar aliviar la presión de sus hombros. Lo único que consigue es que haga una mueca agónica antes de rendirse con un pesado suspiro. ―La violó. Aunque sé que lo hizo, cada palabra sigue siendo como un cuchillo en mi maldito corazón.
―¿Lo hiciste? ―No, joder, no. ―Su voz se eleva con cada palabra―. Nadie la tocó salvo él. Saco unas pinzas del bolsillo trasero y las levanto, sonriendo cuando su rostro palidece. ―Pero tú querías hacerlo, ¿no? Y lo habrías hecho si él lo hubiera permitido. ―No ―empieza a protestar, pero estoy cansado de escucharle. Ignorando sus intentos de persuadirme de no ser un gilipollas traficante sexual que disfruta violando mujeres, alargo la mano y deslizo uno de sus dedos entre las cuchillas. El sonido del metal cortando el hueso es casi suficiente para calmarme. Sus gritos llenan el garaje, despertando a Konstantin antes incluso de haber pasado por el segundo dedo. Cuando tengo cuatro dedos a mis pies, oigo la voz de Vitaly detrás de mí. ―Qué asco. Sus palabras son amortiguadas, y cuando le miro por encima del hombro, veo por qué. Con un perrito caliente a medio comer en una mano, sonríe alrededor del bocado que aún está masticando. ―Eres tú quien ha elegido comerse un perrito caliente. Se encoge de hombros y se ríe cuando le corto otro dedo. ―Tenía hambre. ¿Quieres uno? He traído de más. ―No, gracias. Estoy bien. Doy un paso atrás y llamo a Timofey. Segundos después, entra en el garaje, sonriendo ante mi obra. Le hago un gesto con la mano a Osip. Trae el soplete y detén la hemorragia. Se acerca a la estantería montada en la pared del fondo y coge el soplete. ―Joder, por favor, no ―gime Osip, pero Timofey ya lo está encendiendo. El olor a carne carbonizada me obliga a un recuerdo que no deseo, pero nada va a impedir que consiga mi libra de carne, ni siquiera los gritos de mi hermana muerta. Cuando se desmaya, miro a Konstantin. ―Parece que es tu turno. ―Espera ―dice Vitaly, acercándose―. En serio, me queda como un bocado. No cortes más dedos hasta que termine de masticar. ―Nunca te saldrás con la tuya.
Los dos miramos a Konstantin. Intenta por todos los medios parecer el duro jefe de la Bratva que está acostumbrado a ser, pero no puede ocultar el miedo que empieza a aparecer en sus ojos. Vitaly le señala con su perrito de maíz, ahora vacío. ―Ya lo hemos hecho. ―Vas a cabrear a mucha gente ―advierte―. Hay mucho en juego en la próxima subasta, y cuando se cancele, algunas personas muy importantes van a querer saber por qué. Me echo a reír y me meto las pinzas ensangrentadas en el bolsillo trasero antes de sacar la navaja. ―Nadie sabe que hemos tomado el control ―le digo―. La subasta sigue fijada para el mes que viene, y por lo que respecta a los demás, tú sigues dirigiendo la Bratva Lebedev y todo sigue como debería. Mira el cuchillo antes de mirarme a los ojos. ―¿Quién es ella para ti? ―Todo. Lo es todo para mí, y tú me la arrebataste y la trataste como a un puto animal. ―¿No hay forma de superar esto? Sabes que tengo dinero. ―Me importa una mierda tu dinero, seguro que a tu pomposo culo le cuesta entenderlo, pero no hay cantidad de dinero que pudieras ofrecerme que me hiciera olvidar lo que hiciste. Sus ojos recorren el garaje, mirándome primero a mí, luego a Vitaly y finalmente a Timofey, que espera a un lado, soplete en mano. Por mucho que odie a ese cabrón, Konstantin no es idiota. Sabe que esto no va a acabar bien para él, y puedo ver cómo su mente se acelera para encontrar una solución, para encontrar alguna forma de sacar su culo de este lío. Cuando veo que la comisura de sus labios se levanta en una mueca, sé que va por el camino de lo haré cabrear con la esperanza de una muerte rápida. ―Quizá debería hablarte de mi primera vez con tu dulce Alina. Era tan jodidamente estrecha, Matvey. ―Gime al recordarlo mientras mi mano se tensa alrededor del mango del cuchillo―. ¿Quieres que te cuente cómo sangró sobre mi polla? ¿O de cómo lloraba tan dulcemente mientras me la follaba? ―Tranquilo, hermano ―me dice Vitaly, que viene a ponerse a mi lado.
Respiro, deseando calmarme para no perder el control. Cuando sé que no corro peligro de hundirle la hoja en el pecho, sonrío al hombre que cuelga frente a mí, completamente a mi merced. ―Buen intento, pero he esperado demasiado maldito tiempo para esto. ¿Has hecho llorar a la mujer que amo? ¿La has hecho sangrar? Veamos hasta qué punto puedo ser creativo contigo. ―Le apunto con la hoja a la cara―. Ya te he hecho sangrar. Me pregunto cuánto tardaré en hacerte llorar. Aprieto el filo dentado de la hoja contra su dedo índice y empiezo a serrar. No soy amable. No es un corte rápido de hueso como el que le hice a Osip. Es un movimiento lento, de vaivén, difícil de tolerar por el más duro de los hombres. Konstantin puede ser fuerte y no ser ajeno a la tortura, pero nunca la ha recibido. Grita y acaba suplicando cuando casi he llegado a la mitad, y finalmente, cuando el dedo cae al suelo y empiezo con el siguiente, empieza a llorar, las lágrimas se mezclan con la sangre y los mocos. No me detengo, y cuando le he cortado todos los dedos de la mano derecha, Timofey cauteriza los cinco muñones mientras yo consulto mi teléfono. Ya debería estar despierta, pero no hay mensajes nuevos ni llamadas perdidas. Observo el cuerpo inconsciente de Konstantin antes de mirar a Osip. Está tan pálido como su hermano, con la frente apoyada en el bíceps colgando de su cadena. Evita mis ojos, tratando por todos los medios de no llamar mi atención. Demasiado tarde, joder. En cuanto tocaron a Alina, se ganaron toda mi atención, y aunque estoy seguro que se arrepienten de habérsela llevado, no es suficiente para mí. Pagarán ese error con sus vidas. Dándole la espalda a todo, llamo a Lev. Suena dos veces antes de contestar, y cada tono acelera el ritmo de mi corazón. ―¿Sigue dormida? ―pregunto, ignorando su saludo. Oigo los ruidos del videojuego por encima del suspiro que emite. ―No quería que sintieras que tenías que volver corriendo. ―Su voz suena más lejana cuando dice―. Te dije que se enfadaría. ―Espera, hermano, está aquí mismo. Un segundo después oigo la voz que ansiaba. ―Lo siento, Matvey. ―¿Estás bien, malishka? ―Sí, estoy bien. Solo hemos estado jugando.
A pesar de lo que está diciendo, oigo algo en su voz que me hace olvidar rápidamente a los dos hombres colgados en el amplio garaje para cuatro coches. ―Estaré allí lo antes posible, amor. Siento que hayas tenido que despertarte sola. ―Lev estaba allí, y sé por qué te fuiste. ―Se queda callada unos segundos―. ¿Cómo va? ―Lentamente, como yo quiero ―le digo, ahorrándole los truculentos detalles―. Aún queda mucho camino por recorrer. Sabe que le estoy diciendo que siguen vivos, así que cuando susurra: ―Bien ―sonrío y limpio la sangre de mi navaja. ―¿Necesitas que te consiga algo por el camino? ―No, date prisa en volver. ―Ahora me voy, malishka. Dice un rápido adiós antes de colgar. Me vuelvo hacia Timofey, que se está riendo con Vitaly de algo. ―Asegúrate que tengan suficiente comida y agua para que sigan vivos. Desnúdalos y rocíalos cuando el olor sea demasiado fuerte. Haz que Pyotr los vigile de cerca. Aún no pueden morir. ―Lo haré, jefe ―dice Timofey, acercándose para volver a colocar el soplete en la estantería y dejarlo listo para la próxima vez, antes de sacar el teléfono y enviar un mensaje a Pyotr, uno de nuestros ejecutores, que también es médico. Sé que se asegurará que no estén demasiado tiempo colgados al mismo tiempo o les dará un antibiótico si lo necesitan. Una infección no es la forma en que estos dos van a morir. No lo permitiré, joder. ―¿Se acabó el recreo? ―pregunta Vitaly. ―Sí, está despierta. Tenemos que volver. Vitaly asiente y golpea el hombro de Timofey al salir. ―Hasta luego, tío. ―Aquí estaré. ―Timofey se ríe y extiende un brazo―. Es el lugar más agradable en el que he tenido que pasar inadvertido. Seguro que es mejor que aquel vertedero de Moscú. ¿Lo recuerdas? ―No sé si alguna vez se olvidan cucarachas tan grandes. ―Dirijo mis ojos a Vitaly―. Aún le recuerdo chillando cuando una se arrastró por su mano.
Vitaly hace una mueca ante el recuerdo. ―Aquella cabrona era enorme, y era un chillido varonil, no uno agudo de niñita. Levanto una ceja. ―¿Eso lo hace mejor? ―Lo hace, sí. ―Se ríe. Timofey se ríe mientras salimos. Me detengo en la cocina, limpiándome la sangre de las manos y los antebrazos a la vez que Vitaly habla con nuestros hombres, asegurándose que todo sigue según lo planeado. Antes de salir de la mansión, me giro para mirarlos. ―Timofey y Pyotr se encargan de ellos hasta que yo vuelva. Nadie más los toca. No me importa lo que digan. No me importa lo que te prometan. Son míos para matarlos, y si alguien me quita eso, será a quien cuelguen en ese garaje. Me mantengo centrado en ellos hasta que estoy seguro que nadie va a desobedecerme en esto. Ayuda el hecho que en los dos últimos años me he ganado la reputación de estar ligeramente desquiciado. Todo el mundo sabía que me estaba volviendo loco intentando encontrar a Alina, y las historias de cómo perdí la cabeza una noche y maté a cinco de los hombres de Konstantin siguen difundiéndose entre las filas. Ninguno de nuestros hombres es tan estúpido como para interponerse entre mi venganza y yo, pero es bueno recordarles de vez en cuando lo serio que soy. ―Sí, señor ―dicen, manteniendo la mirada baja, esperando a que nos vayamos. Cuando estamos en mi Camaro, Vitaly se ríe. ―¿A cuánta gente vas a hacer cagar hoy? Porque estás en una jodida racha, hermano. ―Sé lo fácil que es perder los nervios, y Konstantin quiere una muerte rápida. Les dirá lo que crea que le valdrá una bala rápida en la cabeza. ―Cierto, pero Timofey está al mando, y nada se le mete en la piel a ese hombre. Son tuyos para matarlos ―me tranquiliza―. Nadie te va a quitar esto. Saludo con la cabeza a nuestros hombres, que ahora vigilan la verja exterior de la propiedad de los Lebedev, y avanzo a toda velocidad por la carretera, impaciente por volver con Alina. Sé que está segura y que mis
hermanos nunca dejarían que le pasara nada, pero había oído ansiedad en su voz. Yo también la siento en mi interior. Si no puedo verla ni tocarla, me pongo nervioso. No es sano, pero no sé cómo detenerlo. Estoy tan concentrado en volver con ella lo antes posible que tardo un segundo en darme cuenta que Vitaly me está haciendo una pregunta. ―¿Qué? ―He dicho que paremos a cenar. ―Me señala por la ventanilla el restaurante que hay más adelante, y mi primer instinto es negar con la cabeza porque no quiero dedicarle tiempo, pero entonces me dice―. Necesita comer, tío, y ya sabes lo mucho que le gustan los palitos de pollo. No se equivoca, así que, con un frustrado suspiro, entro en el autoservicio y me pongo detrás de un gran camión. Golpeando el volante con los dedos, miro el reloj, preocupado porque todo está tardando demasiado. Cuando finalmente llegamos al menú, hago un pedido ridículamente grande porque Vitaly sigue hablando por encima de mí y añadiendo cosas nuevas a la lista. ―Añade una puta cosa más ―le advierto. Me sonríe, soltando una suave carcajada al ver lo cabreado que me pongo, y luego grita―. ¡Diez galletas de chocolate! Todavía se está riendo cuando enciendo el motor y me acerco a la primera ventanilla para entregarle mi tarjeta. ―Vamos, hermano. Tienes que admitir que ha sido gracioso, y deberías darme las gracias. Si aparecemos sin galletas de chocolate, las embarazadas nos rodearán y entrarán a matar. Con el chocolate no se jode, y a mi mujer le han entrado unas ganas tremendas. Toma. ―Pone una pajita en una de las bebidas y me la da―. Te sentirás mejor cuando tomes un poco de cerveza de raíz. Creo que tienes el azúcar bajo. Eso suele poner de mal humor a la gente. Por eso intento picar algo cada dos horas. ―¿Es por eso? ―Tomo la bebida que me ofrece, sin admitir que sabe jodidamente deliciosa y da en el clavo. Se ríe como si pudiera leerme la mente y roba uno de los palitos de pollo de la bolsa para poder mordisquearlo durante el último tramo del trayecto. Nos cuesta a los dos hacer malabarismos con varias bolsas y bebidas para subirlo todo al ático, y en cuanto lo dejo en la isla de la cocina, voy en busca de Alina. La encuentro sentada en el sofá de la sala de juegos con Lev y Jolene. Tiene el mando en la mano, pero cuando me
oye, lo suelta y mira hacia mí. Cuando sus ojos se cruzan con los míos, sus hombros se relajan y sus ojos se suavizan. Veo el alivio que la invade y, en unos segundos, cruzo la habitación y la estrecho entre mis brazos. Hundo la nariz en su cabello e inhalo su aroma familiar hasta calmarme. ―Estoy aquí, amor ―susurro. La siento cabecear mientras sus brazos se estrechan a mi alrededor. Levanto la vista a tiempo de encontrarme con los ojos de Lev antes que él y Jolene salgan de la sala, dejándonos solos. ―Lo siento. Juré que no iba a ser débil ni necesitada. Acaricio su rostro e inclino la cabeza para poder verla. ―Nunca podrías ser débil o necesitada, y te eché de menos tanto como tú a mí. ―No quiero que sientas que no puedes salir del apartamento, que tienes que cuidarme o que soy una carga. Beso la piel de su entrecejo, donde lo frunce preocupada, y le sonrío. ―Nunca podría considerarte una carga, y no sabes cuánto deseo que estés siempre a mi lado. ―¿Es raro que te echara tanto de menos cuando ni siquiera llevabas tanto tiempo fuera? ―¿Es raro que solo haya sentido que podía volver a respirar cuando te he visto delante de mí? Le paso el pulgar por la mejilla y me dedica una suave sonrisa. ―Somos una pareja bastante jodida, Matvey. ―Lo somos, amor, pero para mí siempre serás perfecta. ―Se inclina hacia mi tacto, presionando mi mano llena de cicatrices contra su suave piel―. Vitaly y yo hemos traído comida. Suspira ante la mención de otra comida. ―Me siento como si acabara de comer. ―Han pasado horas ―le recuerdo―. Y son palitos de pollo. Incluso te he pedido patatas fritas rizadas. ―Me dedica una pequeña sonrisa, pero recuerdo vívidamente cada detalle de aquellos malditos dibujos. La forma en que la habían encadenado desnuda a la puta mesa, con un plato de comida en el suelo fuera de su alcance, es algo que nunca me sacaré de la cabeza. ―¿Quieres que nos prepare un par de platos y los lleve a nuestra habitación?
Ella deja escapar un suspiro aliviado y asiente mientras mantiene mi mano firmemente presionada contra su piel. ―¿Crees que les importará? ―En absoluto, amor. Todos entienden lo difícil que es esto para ti. ―Le doy un beso en la frente y retrocedo un paso―. Voy a por la comida y nos vemos allí. Cuando vuelvo corriendo arriba, los demás ya están sentados a la mesa y atiborrándose de comida. Katya ha decidido comer primero el postre. Sonríe y levanta los últimos bocados de su galleta. ―Gracias por detenerte, Matvey. Tengo unas ganas locas de chocolate. Vitaly me mira con cara de te lo dije joder, así que sonrío y le digo: ―De nada. Vitaly no quería parar, pero yo insistí. ―Ya, así es exactamente como fue ―me dice Vitaly con una carcajada, metiéndose otra patata frita rizada en la boca―. Ya me conoces, ptichka, nunca quiero parar para comer. Se ríen y yo me dedico a preparar dos platos. Le sirvo más a Alina, esperanzado en que lo coma, y luego lo equilibro todo en una maniobra que enorgullecería a cualquier camarera al bajar lentamente las escaleras. Ella me oye llegar y me abre la puerta, alargando la mano para coger algo antes que se caiga. ―¿Por favor, dime que no esperas que me coma todo esto? ―Mira la comida con cara de preocupación, y yo solo puedo pensar en aquellos malditos dibujos del cuerpo demacrado y desnudo de Alina y en el plato de comida que siempre estaba fuera de su alcance. Le encantaba la comida. Podía seguirle el ritmo a Vitaly cuando pedíamos pizza y nunca se arredraba ante nada, pero las cosas han cambiado y estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para ayudarla. Aparto mi propio plato, cojo el suyo y le rodeo la cintura con un brazo, conduciéndola a la mecedora del rincón. ―¿Qué haces? Me siento y la atraigo hacia mi regazo. ―Te estoy dando de comer, malishka. ―Matvey ―empieza a decir, pero mojo un trozo de pollo en la salsa de miel y mostaza y se lo meto entre los labios, silenciando cualquier argumento que estuviera a punto de esgrimir. Sonrío ante la ceja
levantada que me dedica, pero da un mordisco y empieza a masticar igualmente. ―Así me gusta ―le digo, observando cómo termina el bocado antes de darle otro. Voy a cambiar su forma de comer. En lugar de estar encadenada y negarle lo que necesita, va a estar en mi regazo mientras la alimento como la reina que es. No tengo ningún problema en mimarla. Si alguien merece que la mimen, es ella. Sonrío cuando coge una patata frita y me la lleva a los labios. ―Tú también tienes que comer. Me cuenta cómo pasa el rato con Lev y Jolene alimentándonos el uno al otro alternativamente, y pronto estoy cambiando los platos y ya vamos por la segunda cerveza de raíz. Cuando levanto otra porción y ella niega con la cabeza, me lo acabo, dejando los platos a un lado. ―Gracias. ―¿Por qué? ―Por comer algo. Empezaba a preocuparme de verdad. Se echa hacia atrás y apoya la cabeza en mi hombro. Su leve peso sobre mi muslo es un recordatorio constante de cómo una comida rica en calorías no va a ser suficiente para arreglarlo todo y devolverla a donde estaba, pero es un comienzo. Sus dedos juguetean con mi sudadera. ―Ayuda cuando me das de comer. Es tan diferente que me desconecta, y nadie más lo ha hecho nunca, así que no lo asocio con nada malo. ―Me alegra que te ayude. ―Paso los dedos por su cabello oscuro mientras mi otra mano permanece en su cintura, manteniéndola cerca de mí―. Te alimentaré durante el resto de nuestras vidas. Ella suelta una suave carcajada. ―Espero que no me lleve tanto tiempo volver a la normalidad. ―Disfruto haciéndolo. Puede que no quiera dejarlo. ―Puede que nos miren raro en los restaurantes. ―Que se jodan ―le digo, haciéndola reír de nuevo―. Me importan una mierda los demás, Alina. Si esto es lo que necesitas de mí, esto es lo que tendrás, y me importa una mierda lo que piensen los demás al respecto.
La abrazo, deslizando los dedos por su cabello, sintiendo cómo se relaja aún más. ―¿Quieres ver una película? ―Claro, pero antes quiero ponerme el pijama. Se levanta de un salto para ir a cambiarse mientras yo me cambio los vaqueros por unos cómodos joggers. Como aún llevo la sudadera con capucha que llevaba cuando torturaba a los hermanos Lebedev, me la quito y la cambio por una camiseta negra de manga larga. Cuando sale del baño con un pijama de franela a cuadros y otra de mis sudaderas, sonrío y me doy una palmada en el muslo para indicarle dónde la quiero. Se acerca a mí y se sienta en mi regazo dándole el mando a distancia y la manta que le he traído. Mientras ella hojea los canales, yo extiendo la manta sobre su regazo y apoyo los pies en la otomana. Encuentra una película que cree que nos gustará a ambos y se acurruca contra mí. ―¿Por qué tienes una mecedora? Sonrío y vuelvo a acariciarle el cabello. ―Un día fuimos todos de tiendas para bebés, y Vitaly y yo vimos estas y quisimos regalárselas a nuestras cuñadas. Una vez que las probamos en la tienda, vimos lo cómodas que son y pensamos que también deberíamos tener una cada uno, ya que haremos mucho de canguros. ―Bueno, menos mal que las tenéis, ya que Vitaly va a necesitar una, pronto de todos modos. ―Sip. ―Estoy de acuerdo. ―No me puedo creer que todos vayan a tener hijos. ―Lo sé. Todavía me sorprende cuando a veces los veo con sus mujeres. El otro día pillé a Vitaly leyendo un libro sobre el embarazo, y tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando lo hacía. ¿Te lo imaginas hace unos años? Alina sonríe y niega con la cabeza. ―Dios, no. Siempre decía que poner el número de una mujer en su teléfono era comprometerse demasiado. Me echo a reír, recordando todas las veces que me lo ha dicho a lo largo de los años. Alina mira la película durante varios minutos antes de susurrar:
―¿Puedo preguntarte qué ha pasado mientras estabas fuera? ―Puedes preguntarme lo que quieras, amor. ―¿Qué tal están? Suspiro y le paso los dedos por el cabello. ―Cuando me fui estaban los dos colgados de una cadena en su garaje. Les están dando solo la comida y el agua suficientes para mantenerlos con vida, y no tienen tantos dedos como cuando se despertaron esta mañana. ―¿Crees que se arrepienten de algo? De ninguna manera voy a mentirle, así que no lo hago. ―Se arrepienten, pero solo porque ahora están pagando por ello. No hay verdadero remordimiento, y dudo que alguna vez lo haya. Lo sabía cuando empecé con esto. No son capaces de hacerlo, pero puedo hacer que les duela, y eso me es suficiente. El arrepentimiento y el remordimiento verdaderos no cambiarían nada de todos modos. No se puede cambiar lo que ha ocurrido. No hay forma de mejorarlo, pero puedo hacer que sientan dolor. Puedo darles una visión de lo que tú sentiste, y puedo asegurarme que sus últimos días en la tierra estén llenos de constante sufrimiento. Se queda callada durante tanto tiempo que empiezo a preocuparme por si la he disgustado, pero entonces apoya la mano en mi pecho y susurra: ―Gracias, Matvey. ―No necesitas darme las gracias, malishka. No puedo deshacer lo que te hicieron. Ojalá pudiera, pero no puedo. Hacerles daño es lo menos que puedo hacer. Le acaricio el cabello y nos acuno suavemente durante la película. Se queda dormida mucho antes del final, pero no voy a soltarla de ninguna manera, así que me duermo en la mecedora con ella y no me despierto hasta que siento su cuerpo temblar y el calor de sus gritos silenciosos golpeándome el cuello.
CAPÍTULO 7
Alina El rostro de Konstantin me mira antes de retirar la mano y golpearme de nuevo. El dolor me inunda la cabeza, oscureciéndome la visión al tiempo que intento hacerme un ovillo para protegerme del siguiente golpe. ―¿Crees que puedes decirme que no, mascota? Sus palabras furiosas me provocan un gélido temor que recorre toda mi espalda. Cada parte de mí está tensa, preparándose para lo que sé que va a ocurrir, pero saberlo no me prepara lo suficiente para la patada que impacta en mis costillas con tal fuerza que la bilis sube hasta el fondo de mi garganta. Aspiro aire, gritando ante el punzante dolor, pero él no se detiene. Me patea una y otra vez hasta que lloro e hiperventilo y finalmente vomito sobre mi misma y el suelo. ―Jodidamente asqueroso ―gruñe, empuñándome el pelo y metiéndome la cara en el lío que he montado. Me pega un lado de la cabeza al suelo, cubriéndome la cara de vómito mientras se inclina más hacia mí―. Cuando te digo que abras las piernas, las abres, joder. Como te has resistido, voy a follarte así. ―Me golpea en el costado, arrancándome un gemido―. Estoy bastante seguro que al menos tienes una costilla rota. Cada respiración que hagas va a ser una agonía, por no mencionar que estás empapada de tu propia suciedad. Todo esto podría haberse evitado,
mascota, pero tuviste que ser una zorra por ello. A ver si crees que mereció la pena. No ha merecido la pena. Cada empujón me arranca un grito de la garganta, y el olor de mi propio vómito hace que mi cuerpo amenace con volver a hacerlo. ―¡Alina! La voz de Matvey atraviesa mi pesadilla, apartándome lentamente del brutal contacto de Konstantin. La mirada furiosa de sus ojos azules es sustituida por unos ojos oscuros llenos de preocupación y amor, y el ataque abusivo y furioso contra mi cuerpo se transforma en un par de brazos fuertes que me abrazan como si fuera lo más preciado del mundo. Con una respiración entrecortada, exhalo y me obligo a relajarme. Mi cuerpo tiembla cuando Matvey me mece y acaricia mi espalda. Debería avergonzarme que él me mime hasta tal punto. Solo puedo comer si él me da de comer, y ahora me consuela como si fuera una niña pequeña, pero no me atrevo a levantarme y abandonar la seguridad de su abrazo. Me siento bien y solo quiero sentirme segura. ―Te tengo, amor ―murmura contra mi piel, besándome en la frente y envolviéndome con su calor. ―Lo siento ―susurro. ―No, malishka. Ya te lo he dicho antes. No te disculpes. Siempre estaré aquí cuando me necesites. Solo quiero cuidar de ti. El sol está empezando a salir y, conforme Matvey me mece, me apoyo en él, tan jodidamente agradecida de tenerlo. ―No hay nada malo en dejar que alguien te consuele ―me recuerda―. No te hace débil. Eres la persona más fuerte que conozco, Alina. Estoy completamente asombrado contigo, cariño. Me agarro a su camiseta, sin confiar en mí misma para hablar sin llorar. Me mece para que vuelva a dormirme y no abro los ojos hasta que oigo un fuerte golpe en la puerta y a Vitaly gritándonos. ―¡Tenéis que ver esto! Se ríe antes de añadir―. Roman está de vuelta, vais a querer ver su reacción cuando llegue. ―Supongo que esto es lo que han estado tramando él y Katya ―dice Matvey, estirando las piernas y retorciéndose el cuello. Me siento y apoyo la mano en su pecho. ―No puedes seguir durmiendo así. Vas a estar muy dolorido.
Me dedica una de sus raras sonrisas plenas, con un aspecto ridículamente adorable por tener el sueño completamente jodido. ―Te dije que esta mecedora es cómoda y que de ninguna manera te iba a mover de mi regazo. Me encanta abrazarte mientras duermes. Acaricio su rostro deslizando un pulgar por su oscura barba incipiente mientras se inclina hacia mí. Ojalá fuera capaz de darle más ahora mismo, pero él no me presiona. Se limita a besarme la mano y a sonreírme cuando me levanto para ir al baño. Aún tengo que ducharme, así que no me molesto en quitarme el pijama. Me lavo los dientes y espero a que Matvey haga lo mismo antes de salir juntos de la habitación. Matvey entrelaza sus dedos con los míos, cogiéndome de la mano mientras nos reunimos con los demás en la cocina. Están apiñados alrededor de la isla y, cuando nos acercamos, veo el portátil que están mirando. La pantalla está llena de una imagen en blanco y negro del aparcamiento, y apenas la ve Matvey, se ríe. ―No lo hiciste ―le dice a un sonriente Vitaly. ―Lo hice. ―Vitaly acerca a Katya y vuelve a reírse―. Llegará en cualquier momento. Me inclino más para ver mejor la imagen, pero solo veo el Camaro de Matvey, el todoterreno negro en el que fuimos la otra noche, un Aston Martin, la moto de Lev y, al lado, un monovolumen azul que debe pertenecer a otro de los inquilinos. Miro a Vitaly y le pregunto: ―¿Qué has hecho? Señala el monovolumen. ―Se lo compramos a Roman. Me rio y vuelvo a mirar la pantalla. ―¿Le habéis comprado un monovolumen a mi hermano? Vitaly asiente mientras Matvey pregunta: ―¿Qué hicisteis con su Porsche? ―Pagamos por aparcarlo en el garaje de la calle de abajo ―dice Vitaly, sin dejar de reírse. Lev niega con la cabeza. ―Te va a matar, joder. ―Quizá. ―Vitaly se encoge de hombros―. O quizá lo conduzca y se enamore.
―Sí, eso es lo que va a pasar ―dice Danil al tiempo que Simona se ríe y sonríe a su marido. ―Emily te va a matar por estresarle así cuando se está curando de una herida de bala ―señala Jolene, pero Vitaly vuelve a reírse. ―Es bueno para él. Tiene que aprender a relajarse. Esto le ayudará. ―No estoy tan seguro de eso ―le digo. ―Estamos a punto de averiguarlo. ―Matvey señala la pantalla―. Espero que el médico le dé unos buenos analgésicos y que tarde unos días en darse cuenta que el Porsche ha desaparecido. Suelto una suave carcajada mientras nos reunimos para ver cómo el todoterreno negro se acerca al ascensor privado. El conductor se baja y da la vuelta para abrir la puerta trasera a Roman y Emily. Ella sale primero y se apoya una mano en el vientre mientras Roman la sigue. La rodea con su brazo ileso y asiente al conductor antes que desaparezca de nuevo en el todoterreno y se marche. En lugar de dirigirse directamente al ascensor, vemos cómo Roman gira la cabeza hacia donde normalmente estaría aparcado su precioso Porsche. Vitaly se ríe cuando Roman mira a su alrededor y luego sacude la cabeza antes de girarse para mirar directamente a la cámara de seguridad. Levanta el dedo corazón, haciendo que Vitaly se ría aún más, y luego entra en el ascensor con Emily. ―Quizá quieras correr y esconderte ―le dice Lev. ―Está herido. Puedo correr más que él. ―Se vuelve hacia mí y sonríe―. ¿Listo para ver lo cabreado que puede llegar a estar tu hermano? ―Oh, ya sé cómo puede cabrearse ―le digo―. He asistido en primera fila a todas las bromas que le has gastado. Matvey se ríe y tira de mí contra él, cogiendo una galleta salada del mostrador. Parte un trozo y me lo lleva a los labios justo cuando suena el ascensor. Roman y Emily salen, y sus ojos buscan inmediatamente a Vitaly. ―¿Dónde cojones está mi Porsche? Vitaly ladea la cabeza y frunce el ceño, confuso. ―¿Hmm? ―Ya sabes de qué estoy hablando. ¿Dónde está mi Porsche y por qué hay un maldito monovolumen en mi plaza de aparcamiento? ―Oh, ¿te refieres a ese vehículo súper fiable y seguro para la familia? ―Se ríe dulcemente―. De nada. ―El vendedor de coches me aseguró que
era la opción más segura para una familia joven y en crecimiento. Además, estará muy sexy conduciéndolo, ¿no crees? Jodido patea culos. Emily se muerde el labio para no reírse mientras la cara de Roman se pone de un rojo malsano. Señala con el dedo a Vitaly mientras Matvey me da discretamente otro bocado de galleta. ―No estoy bromeando. ¿Dónde está mi Porsche? ―No quería desembolsar tanto dinero, Roman, así que lo cambié por otro. ―Se vuelve a reír―. Juro que hice que el vendedor de coches se corriera en los putos pantalones cuando le entregué las llaves. ―Suspira y añade―. Ojalá hubieras estado allí para verlo. ―Cariño, el médico ha dicho que tienes que tomártelo con calma ―le recuerda Emily cuando Roman parece a punto de lanzarse sobre un Vitaly aún sonriente. ―Definitivamente deberías descansar ―le dice Vitaly―. Cuando te encuentres mejor, podemos dar una vuelta para probarlo. Es bastante suave ―mira a Lev―, va de cero a sesenta en ¿cuánto? ¿En tres minutos? Lev se ríe demasiado como para contestar, mientras Roman mira entre ambos, incapaz de creer que realmente hayan hecho esa atrocidad. Matvey me da otro bocado antes que mi hermano vuelva los ojos hacia mí. ―Dime que están de broma, Alina. Respondo a la mirada diabólica que me lanza Vitaly y le digo a mi hermano. ―Dijeron que era la opción más segura, Roman. ―Santo Dios ―gime, y temo que se eche a llorar. Vitaly se apiada de él. ―Mira, lo único que te pedimos es que lo pruebes. Si dentro de unas semanas sigues odiándolo, podemos conseguirte otro Porsche. ―¿Unas semanas? A la mierda, me voy a comprar uno ahora mismo. ―Oh, no, no lo harás ―le dice Emily, rodeándole la cintura con el brazo y llevándolo al dormitorio―. Tú y yo tenemos órdenes estrictas de descansar todo lo posible, y si yo tengo que estar metida en esa maldita cama todo el día, tú también. Vitaly se ríe a su paso. ―Seguro que se os ocurre algo para entreteneros. Dejaremos comida junto a tu puerta, como hicimos después de casarte.
Roman nos mira de reojo antes de desaparecer por el pasillo. Miro a Vitaly. ―Nunca te perdonará esto. Se limita a sonreírme. ―Claro que lo hará. Cuando vuelva a ver su precioso Porsche, se olvidará de lo cabreado que estaba. ―Quizá ―dice Matvey―, o quizá se suba a ese maldito monovolumen y te atropelle con él. ―Ese es un buen punto. Me aseguraré de estar junto a Emily cuando todo se revele. ―Probablemente no sea mala idea ―dice Katya, que se ríe cuando él la coge en brazos y se la lleva. Danil y Simona les siguen poco después, y luego Lev y Jolene se van a recoger más artículos para el bebé. Una vez que la cocina vuelve a estar vacía, Matvey me da otro bocado. ―Danil me dio el número de una terapeuta de la ciudad. Está especializada en abusos sexuales y traumas, y me gustaría mucho que hablaras con ella. Cuando vacilo, añade: ―Puede que ya la haya llamado y concertado una cita. ―Matvey, no lo has hecho. ―Lo siento, malishka, pero necesitas hablar con alguien. Solo una cita, es todo lo que pido. Me da otro bocado mientras pienso en ello. ―¿Qué le dijiste de mí? ―Le dije que eras víctima del tráfico sexual. Fui impreciso con los detalles e hice que pareciera que todo había ocurrido en Europa, para que no sintiera que la policía de aquí tenía que involucrarse en ello. ―Me acerca otro bocado a los labios―. Aceptó hablar contigo aquí, pero si prefieres reunirte en su despacho, puedo llevarte hasta allí. Levanto una ceja y termino de masticar. ―¿Cuándo es mi primera cita? ―pregunto, sabiendo que ya ha concertado una. Me dedica una sonrisa de 'por favor, no te enfades'. ―Hoy a las tres.
Debería enfadarme por no haberme preguntado nada de esto, pero sé que tiene razón. Necesito hablar con alguien y prefiero que sea aquí, en el ático, y no en un extraño despacho. Cree que estoy enfadada, así que cuando abro la boca para decir algo, me mete otro trozo de galleta entre los labios. ―No estoy enfadada ―le digo, murmurando entre dientes. Me besa en la frente y me abraza. ―Por mucho que quiera ser yo quien haga que todo vaya mejor para ti, sé que necesitas un profesional que pueda ayudarte de formas que yo no puedo. También necesitas un lugar donde te sientas segura para hablar de lo que necesites o quieras hablar. Quieres ahorrarme ciertos detalles, y entiendo por qué lo haces, amor, pero no quiero que tengas que hacerlo. Necesitas poder desahogarte. ―Lo sé ―susurro contra su pecho―. Gracias por llamarla de mi parte. Me coge por la nuca y me estrecha en un abrazo más fuerte. ―Gracias por aceptar hablar con ella. Cuando se retira, termina de darme la galleta antes de coger algo para él. Pasamos el resto de la mañana y la tarde juntos hasta que llega la hora de mi cita con la Dra. Taylor. Matvey no desaparece de mi vista, aunque envía algunos mensajes y sé que está pendiente de Konstantin y Osip. ―No pasa nada si tienes que irte ―le digo, pero él se limita a sacudir la cabeza y besarme la frente. ―No van a ir a ninguna parte, malishka. Quiero estar aquí contigo. Cuando llega la Dra. Taylor, Matvey baja a su encuentro para que pueda acceder al ascensor. Cuando se abren las puertas, veo salir a Matvey seguida de una mujer vestida con un traje rojo y femenino que claramente ha sido confeccionado a su medida. Lleva el cabello rubio recogido en un delicado moño que acentúa su largo y esbelto cuello, y sus ojos castaños se suavizan cuando se cruzan con los míos. Sonríe, revelando un hoyuelo en la mejilla izquierda y suficientes líneas de expresión como para hacerme pensar que probablemente tenga cuarenta y tantos o cincuenta y pocos. Es hermosa, pero su sonrisa alegre y su hoyuelo le dan un aire de chica de al lado que me tranquiliza rápidamente cuando le devuelvo la sonrisa. ―Tú debes ser Alina. ―Me tiende la mano, estrechando la mía mientras me recorre con la mirada―. Matvey dijo que te sentirías más
cómoda hablando aquí, pero si alguna vez cambias de opinión y quieres venir a mi despacho, házmelo saber. ―Lo haré, gracias. Mira a Matvey. ―¿Hay alguna habitación que podamos usar y que sea privada? ―Sí, he pensado que una de las habitaciones de arriba podría servir. ―Me coge de la mano y me lleva hacia las escaleras. La Dra. Taylor nos sigue cuando pasamos por delante del enorme gimnasio, las habitaciones de Lev y Jolene, y luego la de Vitaly y Katya, hasta que nos detenemos ante la última puerta, al final del largo pasillo. Lo vi cuando me enseñó la casa y le sonrío, sabiendo que ha elegido el lugar perfecto. No es una habitación que nadie utilice realmente, y no es una habitación que yo asocie con nada. En cierto modo, es un lienzo en blanco, un lugar en el que puedo decir mi verdad, exponer mis sentimientos más íntimos y luego marcharme, cerrando la puerta tras de mí. La Dra. Taylor mira los grandes ventanales y los dos sofás de cuero con la alfombra azul noche entre ellos. ―Esto será perfecto. Entra, deja su bandolera en el soporte junto a uno de los sillones y se sienta, indicándome que coja el otro. Antes de hacerlo, abrazo a Matvey y le susurro: ―Gracias. Me besa y me dice que me quiere. ―Tómate el tiempo que necesites, malishka. Ven a buscarme cuando hayas terminado. Cierra la puerta y me siento, frente a la Dra. Taylor, quien sigue dedicándome una suave sonrisa. Busca en su bolso y coge un bloc de papel y un bolígrafo. ―Si no te importa, voy a tomar algunas notas mientras hablamos. ―Levanta el bolígrafo y se ríe suavemente―. Prefiero hacerlo a la antigua. Intenté usar el portátil, pero el chasquido constante del teclado no suele tranquilizar a la gente. ―Sí, ya veo cómo puede distraer. Cruza las piernas y apoya el bloc de papel en el muslo. No tenía ni idea de qué esperar cuando Matvey mencionó a un terapeuta, pero la doctora Taylor es muy buena en lo suyo y en poco tiempo estoy contándole mi historia. Omito detalles que harán que arresten a todos los
que quiero y me importan, pero no me guardo nada respecto a los abusos, y Matvey tiene razón. Me siento bien contándoselo a alguien. Puedo compartir los horribles detalles sin preocuparme por si es demasiado para ella, por si influye en cómo me ve o por si cambiará la forma en que me trata. Me escucha, de vez en cuando anota algo rápido, pero su atención nunca se aparta de mí. ―Esto no es algo que vaya a desaparecer sin más ―me dice cuando finalmente dejo de hablar―. Sé que quieres que todo vuelva a la normalidad, pero la verdad es que nunca va a ser así. Al ver mi cara horrorizada, levanta una mano y me dedica una sonrisa tranquilizadora. ―No volverá a ser como antes porque eso es imposible, pero puedes crear una nueva normalidad. Esto no tiene por qué destruirte. No tiene por qué controlar el resto de tu vida. Puedes tener una relación normal y amorosa con Matvey, pero no va a ocurrir de la noche a la mañana. Has sufrido un trauma extremo, Alina. Te secuestraron, te retuvieron contra tu voluntad y te violaron de forma bastante constante. Su voz no va a querer salir de tu cabeza. Asiento con la cabeza, secándome una lágrima de la mejilla y cogiendo el pañuelo que me ofrece de su bolso con un susurro agradecido. ―Esto no va a ser fácil, pero ya has sobrevivido a él porque estás aquí, libre de él y rodeada de gente que te quiere. Eso no significa que lo difícil haya terminado, pero puedes volver a sobrevivir a él. Puedes aprender a mantenerle fuera de tu cabeza. Quiero repasar algunos ejercicios de respiración que puedes hacer cuando te sientas abrumada o cuando despiertes de una pesadilla. Nos sentamos juntas, practicando las respiraciones profundas y tranquilizadoras hasta que llega la hora de marcharse. De pie, le tiendo la mano y se la estrecho una vez más. ―Gracias, Dra. Taylor. Le agradezco que haya venido a hablar conmigo. Se ríe suavemente. ―Matvey insistió mucho. Se preocupa mucho por ti, y estoy más que encantada de reunirme aquí contigo y hablar. Espero que quieras volver de nuevo a hablar conmigo. Su ceja rubia oscura se levanta, esperando mi respuesta, y cuando asiento con la cabeza, me dedica otra sonrisa.
―Me alegra mucho oír eso. Gracias por confiarme tu historia, Alina. ―Vuelve a meter el bloc de notas en el bolso y se lo cuelga del hombro―. ¿A la misma hora la semana que viene te parece bien? ―Sí, será estupendo. Gracias. Me sigue fuera de la habitación y, una vez abajo, Matvey se levanta de un salto de donde estaba sentado y esperando en el sofá. Sus ojos me recorren, escrutando mi rostro y comprobando que estoy bien, y en cuanto se convence que todo ello, sus hombros se relajan y la comisura de sus labios se levanta en una sonrisa justo antes de guiñarme un ojo. Se acerca a nosotros, me coge la cara cuando estoy lo bastante cerca y me besa en la frente. ―Estoy muy orgulloso de ti, mi niña ―susurra en ruso. Cambia al inglés y mira a la Dra. Taylor―. Gracias por venir. ―Por supuesto. Hemos tenido una buena charla. Nos vemos la semana que viene, Alina. Nos dedica una sonrisa a ambos antes de caminar hacia el ascensor. No necesita tarjeta para bajar, así que Matvey se queda aquí arriba conmigo mientras ella se marcha a su despacho. En lugar de preguntarme de qué hemos hablado, me coge en brazos y me besa la mejilla. ―Espero que haya ido bien, amor. Gracias por hablar con ella. ―Me gusta. Gracias por organizarlo. No creo que lo hubiera hecho si tú no me hubieras empujado a ello. Me masajea la espalda y me lleva a nuestra habitación cuando me oye bostezar. No sé si es el peso que he perdido o el estrés en general, pero últimamente me siento agotada. Matvey es muy consciente de cómo me siento, así que no me sorprende en absoluto que me tumbe en la cama y coja el libro que me ha estado leyendo. Me acurruco a su lado, escuchando su voz y quedándome dormida lentamente. Durante la semana siguiente, entramos en una rutina estable. El Dr. Bianchi me llamó para decirme que los resultados estaban bien, y aunque me siento aliviada por tener una cosa menos de la que preocuparme, los recuerdos siguen persiguiéndome las veinticuatro horas del día. Comer sigue siendo un problema para mí, así que Matvey sigue dándome de comer, pero hemos pasado más tiempo con los demás, viendo películas juntos y celebrando concursos de juegos. Sigo despertándome de pesadillas todas las noches, y siempre con la sensación de los fuertes brazos de Matvey rodeándome y su voz áspera en mi oído diciéndome que estoy segura. A veces, durante el día, me da un beso de despedida y
desaparece durante unas horas, pero me consiguió un teléfono, y sé que si le envío un mensaje, volverá inmediatamente. Hasta ahora he resistido el impulso. Sé lo que está haciendo y lo mucho que lo necesita. Todos están trabajando duro para garantizar que todo tenga el aspecto que debería desde el exterior. Con la subasta dentro de dos semanas, no podemos permitirnos que salga ningún rumor. Un solo indicio acerca con que algo ha ido mal, y nadie aparecerá. Están en juego reputaciones y carreras importantes, y ninguno de estos hombres está dispuesto a arriesgarlo todo por una subasta, aunque sea tan esperada. Acabo de terminar mi segunda cita con la Dra. Taylor y, cuando ella se ha marchado, Danil entra en el salón con su portátil. ―Por fin lo he encontrado. Matvey y yo no necesitamos preguntar. Sabemos que se ha pasado todo el tiempo intentando localizar al hombre que compró a la hermana de Dominic. El proceso acabó siendo más complicado de lo que nadie esperaba. Casimir había ayudado a establecer el sistema, pero gran parte se hizo antes que empezara a trabajar para Konstantin, y han tenido que desenredar lo que se había convertido en una red extremadamente complicada, pero si alguien podía ordenarlo todo, sabía que ese sería Danil. ―El cabrón se llama Lars Andersson. Es un banquero de inversiones de cuarenta años, con mujer y dos hijos. Posee un yate que mantiene atracado en la costa suroeste de Suecia, y supongo que es allí donde esconde a las mujeres que compra. Si lo de Isabella Alessi no es algo aislado, cuando se cansa de ellas, probablemente zarpa y arroja sus cuerpos al mar. ―Jesús ―murmura Matvey, estrechando su brazo en torno a mí―. ¿Se lo has dicho a Dominic? Danil saca el teléfono del bolsillo. ―Estoy a punto de hacerlo, pero antes quería decirte otra cosa. El nombre de Lars está en la lista de hombres que vendrán a la subasta. Reservó su plaza hace meses. Parece que el muy cabrón quiere sustituir a otra mascota. ―Invítalo ―sugiere Matvey―. Quizá entre los cinco podamos convencerle de ser paciente un poco más. Danil levanta una ceja mirando a Matvey. ―Sí, eso funcionó muy bien contigo.
Vitaly entra, obviamente tras haber oído la última parte de la conversación, porque se ríe y dice: ―¿Te refieres a la vez en que fingió estar dormido durante cuarenta y cinco putos minutos y se escapó cuando fui a mear para poder torturar y matar a cinco hombres? ―Técnicamente solo fueron cuatro. ―Me mira y me guiña un ojo―. Tu hermano mató al quinto. ―¿Qué sucede? ―Lev entra y coge una bebida de la nevera. Danil deja el portátil sobre la encimera. ―He encontrado a quien se llevó a la hermana de Dominic, y el muy cabrón ya ha pagado su puesto en la subasta. ―Danil va a invitarle, y tenemos que persuadirle que espere para actuar ―añade Matvey. Lev se ríe y levanta una ceja perforada. ―Más o menos como tú entonces. ―Nunca me dejarán olvidarlo ―murmura cerca de mi oído. Me besa la cabeza y me lleva a la nevera. Coge unas sobras de pasta y las calienta mientras Danil se aleja para llamar a Dominic. Cuando el microondas emite un pitido, coge el cuenco y les dice a los demás: ―Vamos a comer antes que llegue Dominic. ―Sí, vamos a necesitar tu ayuda para hacerle entrar en razón ―dice Lev, dedicándome una sonrisa cuando paso a su lado. Es evidente que los demás se han dado cuenta que Matvey y yo comemos por separado, pero nadie dice nada ni me hace sentir rara por ello. Creo que todos están encantados con que coma y aumente de peso muy lentamente. ―Muy bien, malishka, hora de comer. Sonrío a Matvey cuando me atrae hacia su regazo y equilibra el cuenco de pasta sobre su otro muslo. Pincha un fideo y me lo acerca a los labios. Nos turnamos, comiendo en un cómodo silencio. Cada vez que empiezo a sentirme estúpida o que estoy causando demasiados problemas, me recuerdo a mí misma que hace unas semanas me encadenaron y me obligaron a comer del suelo como un animal. Así que, en general, no me va tan mal. Observando la cara de Matvey, sonrío cuando me guiña un ojo. Sus ojos oscuros me recorren, siempre comprobando que me encuentre bien, y daría lo que fuera por poder inclinarme más cerca de él y besarle como
solía hacer. Pero algo me lo impide. Algo siempre lo hace. Suele ser el sonido de la voz de Konstantin en mi oído o una imagen de algo que me obligó a hacer o de algo que me hizo. Cuando eso ocurre, me congela en el sitio, haciéndome imposible acortar la distancia que nos separa. No me sorprende que Matvey se dé cuenta que me he puesto tensa. Deja el tenedor, toma mi cara y se inclina para que solo nos separen unos centímetros. Me encantan sus ojos. Son una de las cosas que más me gustan de él, y ahora mismo están buscando pistas en los míos. ―Tantas preocupaciones, amor ―murmura―, y ojalá las olvidaras todas. No hay prisa, y no voy a ir a ninguna parte. ―Echo de menos besarte, Matvey. Sus ojos se suavizan ante mis palabras. ―Yo también lo echo de menos, y cuando estés preparada para esa etapa, será increíble, pero hasta entonces, puedo abrazarte. ―Acaricia mi mejilla con la yema del pulgar―. Tengo la oportunidad de tocar tu hermoso rostro. ―Se inclina más hacia mí y me besa en la frente, inspirándome lentamente―. Y consigo besar tu cara y llenar mis pulmones de ti, y eso es más que suficiente, malishka. Necesitada de hacer algo, agarro mis manos detrás de su cuello y apoyo mi frente contra la suya. ―Te quiero, Matvey ―suelto una pequeña risa y añado―. recuerdo ni un solo momento de mi vida en el que no te quisiera.
No
Él sonríe ante todos los recuerdos. ―Hiciste un trabajo horrible ocultándolo. ―Lo hice, sí. Gracias por ser tan amable al respecto. Nunca me hiciste sentir estúpida ni te burlaste de mí por ello. ―Pensé que era tierno, pero cuando te hiciste mayor, comprendí que estaba en problemas. Era más fácil considerarlo un flechazo cuando eras más joven, pero cuando llegaste a los diecisiete y luego a los dieciocho, y te convertiste en una mujer joven y hermosa de la que no podía apartar la mirada, se hizo muy difícil. La noche de tu decimoctavo cumpleaños lo cambió todo. Nunca olvidaré aquel vestidito negro ni lo guapa que estabas cuando te sentaste a horcajadas sobre mí con él puesto. ―Ese es un buen recuerdo. Esas son las cosas en las que seguí pensando mientras no estaba, pero luego tuve que dejar de hacerlo. Tuve que enterrar todo eso, porque la verdad es que me estaban matando lentamente. Pensar en la mejor época de tu vida cuando estás pasando
por los peores momentos que jamás hayas vivido es una tortura en sí misma, y no podía soportar más. Tuve que alejar mis recuerdos de ti. Tuve que mantenerte bien encerrado porque no tenerte me estaba matando más rápido de lo que lo hacía Konstantin. Me rodea con los brazos, estrechando mi pecho contra el suyo en un fuerte abrazo y yo entierro mi cara contra su cuello. Beso su piel y todo su cuerpo se paraliza. Es la primera vez que le beso desde que me encontró y, aunque no sean sus labios, la sensación es igual de íntima. Su cuerpo da un suave estremecimiento cuando mantengo los labios apretados contra su piel, sintiendo las ligeras cicatrices ocultas bajo sus tatuajes. Me pasa la mano por el cabello y me acaricia suavemente la nuca. ―Más que suficiente, malishka ―murmura, sabiendo de algún modo que es exactamente lo que necesito oír. Permanecemos envueltos el uno en el otro hasta que escuchamos un italiano fuerte procedente de encima de nosotros. Matvey suspira y me besa la sien. ―Suena como si Dominic acabara de llegar. Le beso la mejilla cubierta de barba y, cuando me retiro, me dedica la sonrisa más dulce. ―Gracias. ―¿Por besarte la mejilla? ―Sí. No lo desprecies como si fuera poca cosa cuando significa tanto para mí. Se levanta y me lleva con él antes de bajarme a mis pies. Besándome la punta de la nariz, me dedica otra sonrisa. ―Será mejor que nos vayamos antes que Lev se vea obligado a dispararle de nuevo. Me rio y cojo la mano que me ofrece. El italiano furioso se hace más fuerte cuando Matvey abre la puerta. Me mira y pone los ojos en blanco. ―Estás a punto de asistir en primera fila a ese famoso temperamento italiano. Quizá tengamos suerte y Vitaly ya haya hecho palomitas. ―Quizá. ―Suelto otra risita y le sigo escaleras arriba.
CAPÍTULO 8
Matvey Alina y yo subimos las escaleras y nos encontramos con un Dominic enfadado y un Vitaly sonriente. ―Sabes que no entiendo una maldita palabra de lo que dices, ¿verdad? ―le pregunta Vitaly, soltando una suave carcajada que hace que Dominic tense aún más la mandíbula y se le abran las fosas nasales, obligándose a respirar hondo antes de hacer una locura como apuntar con su pistola al sonriente ruso que tiene delante. ―Estas son buenas noticias ―le recuerda Danil, intentando calmar el ambiente. ―Lo son. ―Las palabras de Dominic son entrecortadas y su acento más marcado de lo habitual―, y voy a matarlo, joder. ―Lo harás ―asiente Lev―, pero no vueles a Suecia para hacerlo. Deja que el cabrón venga a ti. Es todo lo que pedimos. Dominic mira entre todos nosotros y se pasa una mano por la mandíbula. ―¿Y si decide que no quiere venir a la subasta y desaparece? ―No lo hará ―le asegura Danil―. He estado siguiéndole la pista, y fue uno de los primeros en asegurarse un puesto en esta subasta. Lo está deseando, Dominic, y los hombres como él no cambian de opinión, así
por las buenas. La única posibilidad por la que no se presente es que se asuste porque haya una familia de la mafia italiana tras él. ―¿Y si antes mata a otra mujer? ―pregunta Dominic. Con el brazo bien sujeto alrededor de Alina, le miro. ―Tienes que decidir con qué estás dispuesto a vivir. ―Quiero mi venganza, Matvey. Tú más que nadie deberías entenderlo, ¿y ahora me pides que espere un par de semanas más? ―Sí ―le digo―. Esperé dos putos años para vengarme, y una vez que tuvimos el nombre de Konstantin, no pude actuar en consecuencia, pero ahora está colgado en un maldito garaje, vivo solo porque le permito su próximo aliento. Cada segundo es un infierno para él, y puedo hacer que dure tanto como quiera. Él y su hermano dirigían una de las Bratvas más peligrosas del mundo, y ahora se ven obligados a cagarse encima y a suplicar por sus vidas. ―Suelto una risa―. Créeme cuando te digo que la espera merece la pena. Nada puede cambiar lo que le hicieron a Alina, pero están pagando por ello. El brazo de Alina me estrecha la cintura y, cuando la miro, me dedica la sonrisa más dulce. No hay nada que pueda hacer para borrar el infierno por el que la hizo pasar, pero puedo torturarlo por ella. ―Bien ―me dice Dominic, volviendo a atraer mis ojos hacia los suyos. Nos observa a los dos, sin intentar ocultar el dolor en sus ojos. Pase lo que pase, la hermana de Dominic seguirá muerta después de todo. Matar al hombre que la asesinó le proporcionará cierto alivio, pero nunca podrá eliminar el dolor de perder a su hermana. Aunque espero que le traiga un poco de paz. ―Os dije que nada de reuniones sin mí. Todos nos volvemos para ver a Roman caminando por el pasillo hacia nosotros con un pijama de franela y una camiseta. Los antebrazos entintados que suelen tapar sus caros trajes están a la vista. ―Me alegra ver que te encuentras mejor ―le dice Dominic―. Tienes mucha suerte que el gilipollas que disparó no te tocara ningún nervio. ―Le lanza una mirada mordaz a Lev―. Ya sabes, como el gilipollas que me disparó a mí. La boca de Lev se abre en una amplia sonrisa. ―Supongo que simplemente tengo mejor puntería. Dominic niega con la cabeza a Lev y murmura algo en italiano, mientras Roman coge agua de la nevera y se apoya en la isla.
―¿Y qué me he perdido? Danil le pone al corriente y, una vez que Roman se ha puesto al día, Dominic dice: ―Quiero participar en esto. Quiero saber lo que pasa, y cuando se produzca la subasta, mis hombres y yo estaremos allí contigo. ―Por supuesto ―dice Vitaly―. No se nos ocurriría dirigir nuestra Bratva sin la jodida mafia Alessi a nuestro lado. ―Intenta parecer enfadado, pero puedo ver la sonrisa jugueteando en sus labios. ―Es una amistad improbable ―asiente Dominic―, pero nos beneficia. Nadie jodidamente lo sospecha. ―Cierto. ―Vitaly le dedica otra sonrisa petulante―. Solo intenta no demostrar lo mucho que me quieres en público. La gente empezará a hablar, y tengo una reputación que proteger. ―Me doy cuenta que mi marido te está volviendo loco otra vez. ―Katya entra y se detiene junto a Vitaly. Señala a Dominic con el dedo―. Reconozco esa mirada. Es la misma que pongo cuando Vitaly se pone insufrible. Vitaly se ríe y golpea ligeramente el culo de su mujer. ―Insoportable es una forma de decirlo ―dice Dominic―. Yo habría elegido otra palabra. ―No seas malo. ―Vitaly se ríe aún más ante la mirada punzante que le dirige Dominic―. Además, ahora sois prácticamente de la familia. Cuando quieras dejar la vida de la mafia italiana y unirte a nuestra Bratva, solo tienes que decírmelo. ―Un jodido día es estos. ―Dominic sacude la cabeza y se pone la chaqueta―. Hazme saber cuál es el plan para la noche de la subasta. ―Lo haré ―le asegura Danil―. Tengo que ir a la mansión y hablar con Casimir de algunas cosas. Quiero filtrar algunos detalles sobre Konstantin para que parezca que sigue activo en la ciudad. Pusimos un mensaje poco después del incendio del Red Viper, dejando claro que no se debía a un acto delictivo y que nadie resultó herido. ―Apuesto a que os costó mucho dinero ―dice Dominic riéndose. Danil sonríe. ―No nos costó ni un céntimo. Tenemos muchos putos trapos sucios de todos los políticos de esta ciudad. No nos costó mucho convencerles para que enterraran la historia y pusieran en la lista cero víctimas.
―Mi pobre suegro murió en un accidente de coche cuando se dirigía a un acto benéfico, ¿no te has enterado? ―pregunta Roman con una risa áspera―. Mucho más de lo que ese imbécil se merecía, pero no podíamos desenmascararlo sin que eso lo arruinara todo. Nadie habría puesto un pie en esta ciudad si supiera que había muerto en el incendio que destruyó el Red Viper. ―Habéis estado muy ocupados ―dice Dominic, y por mucho que quiera ocultarlo, oigo respeto en su voz―. ¿Os importa si os acompaño? Me gustaría oír lo que dice Casimir y siento curiosidad por la mansión de los Lebedev. ―Por mí, de acuerdo ―dice Danil―. Ahora nos dirigimos hacia allí. Alina levanta la vista hacia mí. ―Está bien si quieres irte ―me susurra. Le sonrío y le beso la frente. ―No necesito ir, amor. ―No, pero quieres, y me parece bien. ―De todos modos, hoy pensábamos hacerle compañía a Emily. Vamos a tumbarnos en su cama gigante a ver unas películas. ―Cuando vacilo, añade―. No te preocupes. Roman también estará aquí. Lo miro y, por mucho que intente fingir que se ha recuperado del todo, sus movimientos son más lentos de lo normal y tiene una tensión en la mandíbula que no suele tener. Puede que esa bala no haya hecho el daño que hizo la de Dominic, pero aun así le ha pasado factura. Además, no va a arriesgarse a dejar a Emily después que casi se pusiera de parto. Alina me besa la mejilla, haciendo que todo lo demás se desvanezca excepto la sensación de sus suaves labios contra mi piel. Cada caricia que me da es un puto regalo, y nunca volveré a dar por sentado ni la más mínima caricia suya. ―Vete, Matvey. Estaré bien. Te lo prometo. Beso su mejilla, tomo su nuca y extiendo la otra mano por la parte baja de su espalda. ―¿Estás segura? ―Sí. ―Me iré en coche aparte, así que mándame un mensaje si me necesitas y vendré inmediatamente.
―Estaré bien ―repite, esta vez besándome el cuello. La sensación de sus suaves labios y el calor de su aliento en mi piel me hacen luchar para no ponerme duro. Ha sido una batalla constante, y cada vez que pierdo la lucha contra mi polla, me invade el sentimiento de culpa. Es la misma sensación que tenía cuando me masturbaba en su ausencia. La mayoría de las veces tenía pesadillas, pero de vez en cuando me despertaba de un sueño sexual que parecía tan jodidamente real, y mi única opción era masturbarme, perderme en la fantasía porque era lo único que tenía de ella. Después de correrme, me atormentaba la vergüenza y la culpa por permitirme esos pocos momentos de placer cuando sabía que ella estaba pasando por un infierno, pero esos pocos momentos de sentirme cerca de ella me ayudaban a mantenerme cuerdo. No quiero que Alina se sienta nunca amenazada o presionada por mí, así que intento no ponerme duro a su alrededor. Es una batalla perdida, pero lo intento. Cuando vuelve a besarme el cuello y siente mi polla contra su cadera, inhala rápidamente. ―Lo siento ―susurra. Nadie nos presta atención, así que aprieto más mi agarre sobre ella y acerco mis labios a su oído. ―No te disculpes, malishka. Te quiero y lo eres todo para mí, así que mi cuerpo siempre va a reaccionar a tu alrededor, pero no es nada por lo que debas preocuparte o disculparte. ―Lamento no poder hacer más. ―Me estás abrazando, tu cuerpo está apretado contra el mío y me has besado el cuello. Amor, ahora mismo estoy en el puto cielo. Ella suelta una risa suave e incrédula, pero cada palabra que estoy diciendo es cierta. Esto es el paraíso para mí. Ella es mi paraíso, y el único en el que creeré. ―¿Estás listo, Matvey? Me giro para asentir a Danil y vuelvo a besar la mejilla de Alina. ―Envíame un mensaje y estaré aquí. ―Sé que lo estarás. Pero estaré bien. ―Me besa el cuello una vez más y susurra―. Te quiero. ―Yo también te quiero, malishka. Cuando me retiro, no puedo resistirme a besarle la frente por última vez. Ella sonríe y se inclina hacia mí.
―Volveré antes de la cena. ―Ha ido engordando poco a poco, pero no quiero que se salte ninguna comida. ―Vale. ―Me dedica una pequeña sonrisa―. Dile que le mando saludos. Oigo la amargura en su tono y veo la rabia que amenaza con desbordarse, pero ella la reprime, negándose a dejar que se apodere de ella. Miro sus ojos verdeazulados y asiento con la cabeza. ―Lo haré, amor, y cuando se desmaye, le obligaré a despertarse solo para poder decírselo otra vez. La comisura de su boca se levanta un poco más cuando me voy, y le echo una última mirada antes que se cierren las puertas del ascensor. Aunque Roman estará en el ático, Danil ya ha llamado a algunos de nuestros hombres para que vigilen el edificio. El todoterreno ya está aparcado cerca de nuestro ascensor privado cuando se abren las puertas y salimos todos. Les hago un gesto con la cabeza cuando paso de camino a mi Camaro. ―¿Seguro que no queremos coger el monovolumen de Roman? ―pregunta Vitaly, riéndose de la monstruosidad que está aparcada en el sitio de Roman. ―No, me gustaría llegar a la mansión en algún momento de hoy ―le digo, sin fiarme que esa maldita cosa pase de los sesenta. Vitaly se apoya en él y pasa la mano por encima con una caricia amorosa. ―Este bebé puede aguantar todo lo que quieras darle. Dominic se ríe y abre la puerta de su coche. ―¿Quieres que te dejemos a solas con esa cosa? ―Me cabrea tu comentario insultante, pero no tanto como para no ir contigo, porque es un coche precioso. ―Vitaly se acerca, admirando el Lamborghini rojo mientras da un silbido bajo y luego se ríe―. Aunque tal vez quieras dejarme a solas con este. ―No te atrevas a empalmarte mientras conduzco ―dice Dominic, señalando a Vitaly por encima del capó de su coche. ―No prometo nada ―dice Vitaly, recorriendo con la mirada el precioso coche. Dominic intenta no reírse, pero no lo consigue.
―Pareces el tipo de hombre que tiene normas para su coche. ―Vitaly rebusca en su bolsillo y saca un paquete de gominolas―. ¿Esto va a ser un problema? ―Ni se te ocurra ―le gruñe Dominic. Vitaly se ríe y vuelve a meterse el paquete en el bolsillo, apaciguando a Dominic, mientras mis hermanos y yo nos reímos por lo bajo. Volverá a sacar esas cosas antes que hayan salido del aparcamiento. Va a ser un viaje largo para Dominic, y supongo que lo hará solo. ―Estad atentos por si aparece Vitaly ―dice Lev, acercándose al coche de Danil―. Algo me dice que podríamos verle al borde de la carretera. Me imagino fácilmente a Vitaly comiendo sus gominolas sentado en el arcén con el pulgar hacia fuera. Me rio y sacudo la cabeza subiendo al coche. Sigo a los demás hasta la mansión de los Lebedev, saludo con la cabeza a los hombres que vigilan las puertas antes de bajar por el largo camino de entrada y aparcar cerca de la puerta principal. Antes de salir, envío un mensaje rápido a Alina. ¿Sigues bien, amor? Acabo de llegar a la mansión. Los puntos aparecen inmediatamente mientras ella me escribe una respuesta. Sí, estoy bien. Estamos haciendo que Roman vea un romance. Creo que en esta película puede que canten. Deberías ver la cara de dolor que pone. Ella le hace una foto en secreto y me la envía. Nunca había visto a Roman tan abatido, así que se la envío inmediatamente a todos los demás. Gracias, malishka. Esa foto es perfecta y ya la he transmitido. Eres terrible, Matvey. Se va a cabrear mucho por habérsela hecho. Le envío el breve vídeo que hizo Vitaly de Roman perdiendo los papeles mientras pintaba el cuarto del bebé. El hombre se había obsesionado con dejarlo perfecto, y cuando ella responde con varios emojis riéndose, no dudo que también se lo está enseñando a Roman. Él ya lo ha visto, pero nunca se puede ver algo así demasiadas veces. Es divertido cada maldita vez.
Te dejo, amor. Mándame un mensaje si necesitas algo. Te quiero, Alina. Yo también te quiero, Matvey, y lo haré. Leo su mensaje unas cuantas veces más, sin creerme que todo esto esté ocurriendo. Aún me parece demasiado bueno para ser verdad. Mi mirada se desvía hacia las puertas del garaje alineadas frente a mí. Retirar unas cuantas piezas más de Konstantin y Osip probablemente funcione igual de bien como pellizco para convencerme que todo esto es real y que mi mente finalmente no se ha vuelto loca y todo es una elaborada fantasía. Alargo la mano y cojo el cuchillo nuevo que compré el otro día. Sé que su sola visión bastará para asustarlos. Los demás ya están entrando cuando los alcanzo. Nuestros hombres están apostados alrededor de la propiedad, pero también hay varios dentro. Konstantin y Osip están bajo constante vigilancia, no porque piense que puedan intentar escapar, están demasiado débiles para eso, sino porque necesito asegurarme que no mueren. Reciben agua y unos cientos de calorías al día. No es ni mucho menos suficiente para ellos, pero la inanición dura mucho tiempo, así que no me preocupa que mueran demasiado deprisa. Además, Pyotr los controla a diario y tiene órdenes estrictas de empezar a administrarles antibióticos si parece que están contrayendo una infección potencialmente mortal. Sin embargo, el médico no está aquí para hacerles la estancia cómoda. Si es necesario, los mantendrá con vida, pero hasta que sea absolutamente necesario, los dejará solos para que sufran lenta y dolorosamente. ―¿Cómo está Casimir? ―pregunta Danil a Timofey entrando en la gran cocina. Los hombres han llenado la nevera, y no me sorprende nada ver a Vitaly acercarse y servirse una Coca―Cola. ―Es muy callado. ―Timofey se apoya en la isla, rascándose la barba incipiente de la mejilla―. Es exactamente como siempre me había imaginado a un hacker. ―Suelta una suave carcajada y levanta una mano hacia Danil para suavizar el insulto―. Lo siento, tío, pero no se suele pensar en los frikis informáticos como aguerridos machos alfa. Este tipo se pasa todo el maldito día acurrucado ante su ordenador. Me dan ganas de tirarle una botella de vitaminas y empujarlo al sol de vez en cuando. Danil se encoge de hombros. ―Mi cuerpo aguerrido macho alfa hace que la gente suponga cosas, eso siempre ha jugado a mi favor. Es mucho mejor ser la amenaza que nunca ven venir.
―Suficientemente cierto ―dice Lev. ―No sé por qué estás de acuerdo con eso ―dice Vitaly riéndose―. No ocultas en modo alguno tu culo de psicópata tras tus piercings y tatuajes. Todo el mundo sabe exactamente lo que se va a encontrar cuando te ve. ―Eso no es cierto para nada. ―Lev le sonríe con satisfacción―. Todo el mundo da por sentado que soy peligroso, pero solo Jolene sabe lo blandengue que puedo llegar a ser, así que lo que ves no siempre es lo que hay. ―Es un gran blandengue ―les digo―. Lloró durante la película que vimos anoche. Lev entrecierra los ojos mirándome. ―Maldita sea, no lloré. ―¿Estás seguro? ―pregunto. Todos se ríen mientras Lev se limita a sacudir la cabeza. ―Que conste, que no lloré, aunque hubo una parte en la que el perro resulta herido, y fue jodidamente triste. Aunque yo me reía, él no se equivocaba. Fue jodidamente triste, y yo también me emocioné un poco. No es que se lo vaya a decir jamás. ―Mi primera impresión de vosotros fue endemoniadamente acertada ―dice Dominic, observando nuestra interacción. ―¿Y qué impresión fue esa? ―pregunta Lev. ―Que estáis todos jodidamente locos. Resulta imposible no reírse ante la expresión de desconcierto de Dominic intentando descifrarnos. Sacude la cabeza, dándose por vencido cuando todos seguimos riéndonos. ―Vamos ―dice Danil, apiadándose finalmente de él―. Vamos a hablar con Casimir para ver si ha encontrado algo nuevo. ―Reuníos con nosotros en el garaje cuando hayáis terminado ―les digo, ansioso por empezar. Mientras ellos se dirigen en una dirección, los demás entramos por la puerta que da al garaje. Dos de nuestros hombres están sentados en un rincón, de guardia para mantener vivos a los desgraciados. Es un trabajo desagradable, y por eso se ha encomendado a nuestros ejecutores de menor rango. Si quieren un trabajo mejor dentro de la Bratva, tienen que ganárselo. Lo que ocurre es que ganarse un puesto más alto significa que
van a estar limpiando a manguerazos la orina y la mierda de los hermanos Lebedev. Cada uno tiene que demostrar lo que vale. ―¿Me has echado de menos? ―Konstantin gruñe, dirigiéndome el único ojo que puede abrir hacia mi sonriente rostro―. No tienes muy buen aspecto. Estoy siendo generoso. Tiene un aspecto infernal. Tiene todos los dedos de las manos y de los pies cortados, las heridas cauterizadas, la nariz se le ha quedado rota junto con varias costillas, y uno de sus hombros se dislocó la última vez que estuve aquí y Pyotr tuvo que volver a colocarlo en su sitio. Osip no tiene mucho mejor aspecto. He sido más suave con él, pero no mucho. Sin embargo, aún tiene todos los dedos de los pies, así que ahí está eso. Ambos hombres cuelgan desnudos de sus muñecas atadas. La polla que violó a la mujer que amo está arrugada y no es amenazadora por el momento. Se la extraeré en algún momento, un proceso sobre el que he sido muy sincero con él, pero no lo haré hoy. Me gusta mantenerle en vilo. Me gusta que se preocupe por ello constantemente. Saco mi nuevo cuchillo, disfrutando del miedo que veo en sus ojos. Se pregunta si hoy será el día en que le corte la polla. Seguir manteniéndole en vilo es tentador, pero en lugar de eso me rio y sacudo la cabeza. ―Esta cuchilla está demasiado afilada para eso, Konstantin. Cuando te corte la polla, será con un cuchillo muy romo. Lev acerca un par de sillas de jardín para que Vitaly y él puedan sentarse a mirar. Me acerco y miro los muñones quemados de sus dedos. ―Sé que esperas como el demonio que una infección te mate, pero no voy a permitir que eso ocurra, al menos de momento. No estoy convencido que hayas sufrido lo suficiente. Suelta un gemido dolorido. Sus labios agrietados se entreabren, intentando formar palabras, pero está agotado, deshidratado, muriendo lentamente de hambre y con un dolor inmenso. Esa combinación no inspira una conversación parlanchina, así que le perdono que me haga esperar mientras se esfuerza por pronunciar las tensas palabras. ―Por favor, mátame. Me rio y le doy una bofetada juguetona. ―Todavía no. Por cierto, Alina te manda saludos.
―Lo sentimos ―gime Osip a nuestro lado―. Lo sentimos mucho, joder. ―Ahora lo sientes, sí ―convengo―, pero todos sabemos que seguirías violándola y abusando de ella alegremente si no te hubiéramos pillado. ―Miro por encima del hombro a Vitaly y Lev―. Hace que parezca poco sincero, ¿no creéis? ―Lo es ―Lev está de acuerdo. ―Me parece un poco insultante ―añade Vitaly, sacudiendo la cabeza como si estuviera decepcionado con ellos antes de dar otro trago a su Coca―Cola. ―¿Y tú, Konstantin? ¿Tú también estás jodidamente arrepentido? Me observa desde su ojo bueno, y puedo ver el odio en la mirada, pero también veo la aceptación. Sabe que esto es el final, y lo único que quiere es que acabe de una vez. Lo último que quiero es darle esa satisfacción, así que alzo el cuchillo, arrastrando la punta de la hoja por su antebrazo. El cuchillo está mortalmente afilado, y su piel se desgarra como si le estuviera bajando la cremallera, dejando al descubierto la carne roja y cruda que hay debajo. La sangre mana de la herida mientras aprieta los dientes y gime. No quiere gritar. Lucha contra ello más que Osip, pero siempre pierde la batalla contra su orgullo. Todos lo hacen, con el tiempo. Finalmente consigo que grite cuando arrastro la hoja por la parte posterior de su pantorrilla, haciéndole una muesca en el tendón de Aquiles antes de retirarme. El sonido resuena en el garaje y me hace sonreír mientras dirijo mi atención a Osip. Como de costumbre, se quiebra antes que su hermano. Apenas le he abierto camino por el brazo cuando ya está gritando y llorando como un maldito bebé. ―Me avergüenzo de ti ―le dice Vitaly―. Si tu pequeña polla no estuviera colgando, habría jurado que tenías un coño entre las piernas. Lev se ríe, y Osip tiene el tiempo justo de oírlo antes de desmayarse. Los cortes que le he hecho siguen sangrando a borbotones, necesitan puntos desesperadamente, así que me acerco al botiquín que tengo preparado en un rincón y cojo lo que necesito. Osip se despierta cuando le pincho la piel con la aguja y empieza a gritar de nuevo. Para cuando termino y vierto vodka sobre la larga línea de puntos negros, está cerca de desmayarse de nuevo. Konstantin mantiene la mandíbula cerrada con fuerza cuando coso su pantorrilla, y cuando llego a su brazo, su único ojo azul me observa
coserle de nuevo. La verdad es que sé coser muy bien, pero ahora mismo no me preocupa hacer un buen trabajo ni que quede bonito. A este cabrón le estoy aplicando el método de coser rápido y mal. Las puntadas están torcidas, demasiado apretadas y no son suficientes, pero lo mantienen unido y eso es lo único que me importa. Me enfrento a su mirada cuando vierto el vodka sobre el corte que acabo de hacerle, y sonrío cuando le arranco un grito. ―Esto nunca pasa de moda ―le digo riéndome, levantando la botella y bebiendo un trago. Limpio mi cuchilla mientras Vitaly y Lev se terminan la botella justo cuando entran Dominic y Danil. Miran entre ambos hombres, algo más cercanos a la muerte que hace una hora. Dominic se aproxima, mirando a Konstantin, y cuando se echa hacia atrás para darle un puñetazo, no lo detengo. Dejo que reciba su golpe, pero cuando se echa hacia atrás para volver a hacerlo, le agarro del brazo y se lo impido. ―Suéltame ―sisea, hablándome, pero sin dejar de mirar al hombre colgando a nuestro lado. ―No. Es mío para matarlo, no tuyo. ―Es el responsable de lo que le pasó a mi hermana ―gruñe, intentando soltar la mano. Le agarro con más fuerza. ―Lo es, y dejé que lo golpearas por ello, pero no sobrevivirá a la paliza que quieres darle, y no puedo permitir que eso ocurra. Al ver un resquicio de esperanza, Konstantin se ríe y dice: ―¿También me follé a tu hermana? No recuerdo a ninguna italiana peleona, pero cuando te follas suficientes coños, todos se vuelven parecidos. Agarro con más fuerza la mano de Dominic, esperando a que me mire a los ojos. Cuando lo hace, están llenos de dolor y rabia y de una cordura que amenaza con esfumarse rápidamente. ―Quiere que lo mates. Nunca tocó a tu hermana, y ambos lo sabemos. Tienes tu nombre y vas a vengarte, pero no puedo dejar que acabes con el sufrimiento de este cabrón. Aún no he acabado con él. La rabia tarda unos segundos en desaparecer, pero finalmente me hace un pequeño gesto con la cabeza, justo antes de sentir aflojarse su mano. Deja de luchar contra mí y, cuando lo suelto, da un paso atrás, obviamente sin confiar en permanecer a una distancia de ataque del hombre al que se muere por matar.
Dominic le señala con el dedo, y esta vez su caro traje no hace una mierda por ocultar al asesino que es en realidad. Nadie podría mirarlo ahora y verlo como algo distinto a un despiadado jefe de la mafia. ―Tu Bratva ha desaparecido, tu legado ha desaparecido, y cuando Matvey te permita finalmente morir, todo lo que te has pasado la vida construyendo morirá contigo. Konstantin intenta reírse, pero lo único que consigue es una tos húmeda que le hace estremecerse. ―Nunca podrás detener lo que he puesto en marcha. Otros tomarán el relevo. No has detenido la mierda. Solo la has retrasado un poquito, enhorabuena, joder, por retrasar un poquito el mayor negocio del mundo. ―Tienes razón ―le digo―. No hemos acabado con el tráfico sexual, pero ese nunca fue nuestro objetivo. Como tú has dicho, es imposible. Siempre habrá gilipollas ricos que quieran comprar mujeres, y nada va a impedirlo, pero lo único que queríamos era encontrar a Alina y acabar con la Bratva responsable de su desaparición, y lo hemos conseguido. ―Lo hemos hecho ―asiente Danil, acercándose para colocarse a mi lado y, afortunadamente, vamos a acabar con muchos otros cabrones junto con vosotros. Casimir ha sido de gran ayuda estos últimos días. La mirada de Konstantin se desvía hacia Danil, y su expresión de sorpresa me hace saber que no esperaba este giro de los acontecimientos. Danil suelta una ligera risa. ―Lo estamos llevando todo como si aún estuvieras al mando. La subasta sigue su curso y hemos hecho correr la voz que vamos a reconstruir el Red Viper. No lo haremos, por supuesto, pero todos estarán muertos antes de poder darse cuenta, porque Casimir también tuvo la amabilidad de introducirme en tu elaborado sistema. Tenemos los nombres de todos los que alguna vez te han comprado una mujer, y tengo que decir que me sorprendió ver a tantos hombres prominentes en la lista. También tenemos el nombre y la ubicación de todos los clubes que utilizas para encontrar y retener a tus víctimas. ―Creo que pronto va a haber muchas explosiones por toda Europa ―dice Vitaly con una sonrisa―. Tu nombre va a ser recordado, pero no como tú querías. Vas a ser el cabrón desgraciado al que la gente mencionará cuando quiera reírse o cuando quiera sentirse mejor sobre sus propias y patéticas vidas. Un ejecutor de bajo nivel que no asciende en el escalafón tan rápido como le gustaría puede al menos sentirse mejor
porque, oye, al menos no es como Konstantin Lebedev, que murió como una putita en su propio garaje. ―Nuestro desliz ―digo con una sonrisa―. Imagino que tu legado perdurará. ―Eres mi cuñado ―le recuerda Konstantin a Vitaly, pero si espera que eso le inspire algún tipo de vínculo familiar, se va a llevar una decepción. No ―le dice Vitaly―, no eres nada para mí. Has tratado a mi mujer como una mierda toda su vida. La traumatizaste y la hiciste vivir temiéndote. Ahora es mía, y cuando nazca nuestro bebé, será un Melnikov, igual que Katya, y los únicos tíos que conocerá serán mis hermanos. Nunca sabrán de ti. ―Vamos, larguémonos de aquí ―dice Lev, haciendo un gesto con la mano a Timofey―. Llámanos si algo cambia y vigila sus cortes. Timofey asiente. ―Los vigilaré de cerca. ―Tu mujer tiene el fin de semana libre ―le dice Vitaly―. Invítala y pasad unos días disfrutando de la piscina cubierta climatizada. Eso sí, que no visite el garaje. Timofey nos mira. ―No es mala idea. Este sitio es enorme, joder, y a ella le vendría bien un descanso. Apuesto a que ni siquiera podremos oír gritar a esos cabrones desde la tercera planta. ―Solo asegúrate que quien te sustituya sepa a qué atenerse ―le digo. ―Por supuesto. Saca el teléfono y ya está enviando un mensaje a Mila para avisarla. No me preocupa que Timofey no haga su trabajo. Es uno de nuestros mejores hombres, y si él dice que se hará, se hará. Saco mi propio teléfono y envío un mensaje a Alina. ¿Va todo bien, amor? Cuando no recibo respuesta de inmediato, intento que no cunda el pánico. Cuando no contesta al siguiente mensaje que le envío, mi corazón empieza a acelerarse. Sé que es irracional alarmarse por un mensaje que no se responde rápidamente. Puede haber varias razones por las que no conteste, pero la parte racional de mi cerebro no parece funcionar nunca cuando se trata de Alina, así que envío rápidamente un mensaje a Roman.
¿Alina está bien? No contesta a mis mensajes. Suelto el aliento que he estado conteniendo cuando veo que escribe una respuesta. Está bien, hermano, solo se ha quedado dormida durante la película. No puedo decir que la culpe. Era tan jodidamente aburrida. Me envía una foto de su hermoso rostro dormido, y al verla me tranquilizo al instante. Gracias por avisarme. Estoy saliendo. Conduce rápido. Creo que Simona ya está eligiendo el próximo musical. Sálvame, hermano. Me rio prometiéndole que aceleraré todo el camino de vuelta. Miro a Danil. ―Hay que rescatar a Roman. Le están obligando a ver musicales, y tu mujer está a punto de elegir otro. Danil sonríe. ―Así me gusta. Creo que todos deberíamos conducir muy despacio. ―Eso es cruel, tío ―le dice Lev. ―Necesitan quitarse las películas de mierda de encima mientras no estamos allí ―le dice Vitaly―. Mejor que uno de nosotros se quede atrapado viéndolas que no todos. ―Eso es verdad. He cambiado de opinión. Deberíamos conducir todos muy por debajo del límite de velocidad ―dice Lev. Estoy riéndome. ―Adelante, pero yo vuelvo a toda velocidad. Alina se ha quedado dormida, y no quiero que se despierte antes de mi regreso, aunque eso signifique quedarme atrapado viendo un maldito musical. Vitaly me sonríe. ―Diviértete. Salgo del garaje, cojo la chaqueta de la cocina y saludo con la cabeza a los hombres que siguen de guardia. Un gélido viento me golpea la cara nada más abrir la puerta. Me subo el cuello de la chaqueta, me dirijo al coche y meto el cuchillo en la guantera antes de bajar por el camino de entrada. La calefacción tarda varios minutos en calentarse y, cuando estoy casi a mitad de camino, empieza a nevar. Cuando entro en el garaje
subterráneo, hay unos centímetros en el suelo, y ya estoy deseando que llegue el verano. Nuestros hombres siguen esperando en el todoterreno aparcado junto al ascensor, y cuando paso a su lado, les hago un rápido gesto con la mano y les digo que pueden irse. Entusiasmado por ver a Alina, hago el corto trayecto hasta el ático. No es hasta que se abren las puertas cuando oigo gritar a Roman. ―¡Alina! Tranquila. Soy yo. Soy tu hermano. Estás a salvo. Su aterrada voz es la única que oigo, pero eso es porque soy consciente que Alina está atrapada en sus gritos silenciosos, incapaz de encontrar su propia voz a través del terror de su pesadilla. Me precipito por la cocina, gritando su nombre hasta llegar al dormitorio. Emily, Jolene, Katya y Simona hacen todo lo posible por consolar a una Alina pálida y temblorosa, mientras Roman ahueca su rostro, obligándola a mirarlo, a reconocerle y hacerle saber que está a salvo. ―Alina. ―Sus ojos se vuelven al oír mi voz, y estoy a su lado justo cuando sus ojos se llenan de lágrimas y su rostro se acalora al avergonzarse―. Tranquila, cariño. ―La cojo en brazos y beso su frente. ―Se acaba de despertar gritando, pero no emitía ningún sonido ―dice Roman, dirigiendo a su hermana una mirada preocupada. ―Se pondrá bien. ―Aparto los ojos de Alina para mirar los suyos―. Solo es una pesadilla. Se pasa una mano por la cara, pensando exactamente lo mismo que yo pensé la primera vez que vi sus gritos silenciosos―: ¿cuánto hay que golpear y aterrorizar a una persona para condicionarla a hacer eso? Desgraciadamente, ambos sabemos lo suficiente como para imaginar la respuesta a esa pregunta. ―Me la llevo a mi habitación. Gracias por cuidarla. ―Por supuesto. ―Se acerca y besa la cabeza de su hermana―. Estoy aquí si me necesitas. Ella asiente, pero aún está demasiado avergonzada para mirarlo. Me rodea el cuello con los brazos y entierra su cara contra mí cuando la acompaño fuera de la habitación. No estoy seguro cómo voy a lidiar con los hermanos Lebedev, pero esta es la última jodida vez que la dejo. Nunca volverá a despertarse asustada sin mí.
CAPÍTULO 9
Alina La humillación me invade interiormente cuando Matvey me lleva de vuelta a nuestra habitación. Me arden las mejillas al recordar que, al despertar, todos me miraban con caras preocupadas y aterrorizadas. En un momento estaba viendo una película y pasándolo bien con mi familia, y al siguiente estaba de nuevo en aquella habitación con Konstantin, sometida a él y sus embestidas. Recordando las técnicas de respiración que me había enseñado la Dra. Taylor, estabilizo la respiración, inhalo lentamente, retengo el aire y exhalo lentamente. ―Eso es, malishka. Sigue respirando. Bien y despacio. Tras varias respiraciones más, susurro: ―¿Cómo voy a poder enfrentarme a ellos de nuevo? Matvey ni siquiera tiene que pensar la respuesta. ―Te quieren y les importas. Solo están preocupados. Ninguno está enfadado o irritado, y nadie pensará nunca nada malo porque tengas una pesadilla. Me lleva a nuestra habitación, se sienta en la mecedora conmigo bien sujeta en su regazo. Acariciándome la mejilla, me mira, asegurándose que me encuentro bien.
―Lamento no haber estado aquí. Te prometo que será la última vez que te despiertes sin mí. ―Matvey ―empiezo a decir, pero él me interrumpe. ―Hablo en serio. No volveré a hacerte pasar por eso sin mí. ―Esa no es vida para ti. ―Es la única vida que quiero. Veo la mirada obstinada en sus oscuros ojos y sé que no tiene sentido discutir, así que no lo hago. Levanto una mano y paso los dedos por su mejilla, sintiendo la áspera barba bajo mi piel. Sus ojos se cierran brevemente inclinándose hacia mí, y cuando separa sus labios e inhala, solo puedo pensar en las ganas que tengo de besarle, en lo mucho que necesito besarle. Quiero que borre los recuerdos de mi cabeza. Quiero recordar lo bien que me siento al ser amada por él. ―Matvey ―susurro, alzando la otra mano de modo que ahueco su rostro acercándolo más a mí―. Bésame. Sus ojos oscuros buscan los míos y, aunque sé que lo desea, vacila y pregunta: ―¿Estás segura? ―Sí. Apenas susurro la palabra, acorta la distancia, pero no son los besos abrasadores y duros que recuerdo de hace dos años. Pasándome la mano por el cabello, acuna mi nuca y roza suavemente sus labios con los míos, provocando una suave oleada de placer en cada parte de mí. En lugar del tacto egoísta y áspero de un hombre que solo sabe tomar, Matvey ralentiza las cosas, saboreando cada segundo de esto, deslizando ligeramente su lengua por mi labio superior antes de darle una suave lamida consiguiendo arrancar un gemido desde lo más profundo de mi ser. ―Te quiero ―susurra contra mis labios antes de pasar la lengua por la unión, separándolos suavemente, pero sin ahondar en su interior. Chupa, lame y mordisquea cada centímetro de mi boca hasta que me abro para él, deseando y necesitando más. Con un gruñido, se desliza dentro de mí, paseando su lengua por la mía al tiempo que su mano se apoya en mi mejilla, acariciándome suavemente la piel con la yema áspera y cicatrizada de su pulgar. Es un recordatorio constante de a quién estoy besando, anclándome al aquí y
ahora. Lo he echado tanto de menos. Su sabor inunda mi boca y, cuando la abro más, suelta otro gruñido masculino intensificando el beso. Pasándole una mano por su oscuro cabello lo acerco aún más. Su dura longitud presiona mi culo, y el movimiento me sumerge en un recuerdo no deseado. El fuerte olor a sándalo me golpea como una bofetada en la cara, sustituyendo al olor familiar de Matvey. Intento captar el aroma cítrico o el leve olor a cedro que subyace siempre, cualquier cosa que me devuelva a él, pero lo único que huelo es el maldito sándalo. Suelto un frustrado y furioso gemido, y Matvey se aparta inmediatamente. ―¿Estás bien? ―Sus pupilas están dilatadas, haciendo que sus ojos parezcan más negros de lo habitual, sus labios están entreabiertos y su respiración se vuelve más pesada. Es tan condenadamente hermoso, todo lo que deseo es a él, y aunque está aquí, delante de mí, no puedo hacerlo. ―Lo siento ―susurro con voz temblorosa―. Lo siento mucho. ―Malishka. ―Apoya su frente contra la mía y su pulgar sigue acariciándome la mejilla―. Nada de disculpas ―me recuerda suavemente. ―Lo quiero fuera de mi cabeza. ―Lo sé, cariño. Ojalá pudiera quitártelo todo. ―Quiero estar contigo sin que se cuelen recuerdos suyos. Quiero poder dormirme viendo una película y no asustar a todo el mundo cuando tenga una pesadilla. Solo quiero ser normal, Matvey. Quiero lo que teníamos. ―Vamos a recuperarlo, Alina. Te lo prometo. Puede que no sea exactamente como antes, pero lo recuperaremos, y será incluso más fuerte si cabe por todo lo que hemos pasado. Acaricia mi rostro con suma delicadeza, basándome de nuevo suavemente. ―Yo también lo quiero fuera de tu cabeza, cariño. No quiero que vuelvas a pensar en él, y me mata no poder quitártelo y hacer que esto mejore. Quiero todo tu dolor y tu miedo. Quiero quitártelo todo y quedármelo para mí, porque nunca deberías sentir nada excepto seguridad y amor. Cerrando los ojos, suspira, apoyando la frente contra la mía. ―Por mucho que le haga daño, no puedo cambiar lo que te ha hecho. ―Nada de esto es culpa tuya, Matvey. Sé que crees que lo es porque aquel día llegaste tarde, pero no lo es, y jamás te culpé, ni una sola vez.
Siento cómo asiente, su cabeza junto a la mía, pero sé que, diga lo que diga, siempre se culpará de esto. Me abraza durante varios minutos más antes de insistir en que cene algo. Cuando acabamos, voy a ducharme. Me seco rápidamente el cabello con una toalla y me dirijo al dormitorio vacío. Al salir de la habitación, sigo el sonido de las risas y encuentro a Matvey y Lev jugando una partida de billar. Los demás están desperdigados por la habitación. Jolene, Vitaly y Katya están viendo la partida de billar y los demás están tumbados en el sofá, intentando decidir a qué videojuego jugar. Ninguno de ellos se inmuta lo más mínimo por la pesadilla que he tenido, y eso me hace sentir mejor al instante. ―No puedes ganar todos los malditos partidos ―me dice Lev―. Tu racha tiene que terminar en algún momento. La comisura de la boca de Matvey se levanta justo antes de enviar otra bola a la tronera de la esquina. Cuando levanta la vista y me ve en la puerta, todo su rostro se ilumina con una sonrisa antes de guiñarme un ojo y curvar el dedo hacia mí, haciéndome señas para que me acerque. Le devuelvo la sonrisa, incapaz de detenerla, aunque quisiera. Nunca pude resistirme a él. Por mucho que intentara mantener la calma, una sola mirada suya era suficiente para hacerme sonreír como una idiota enamorada. El brillo divertido de sus oscuros ojos me hace saber que ahora lo disimulo tan bien como entonces. Tan pronto estoy suficientemente cerca, me coge por la cintura y me abraza. Arrastrando su nariz por mi cabello, me inhala suspirando. ―Siempre hueles tan condenadamente bien. ―El jabón le hace eso a una persona ―bromeo. Siento que sonríe contra mi oreja. ―No, malishka, simplemente eres tú. ―Me da una ligera chupada en el lóbulo de la oreja, haciendo que se me erice la piel de gallina―. ¿Quieres ayudarme a patearles el culo? ―Soy malísima al billar ―le recuerdo por si lo ha olvidado. ―Lo sé, cariño, pero yo no. Se ríe suavemente y me rodea la espalda con un brazo, manteniéndome pegada a él al levantar la cabeza. ―Estamos jugando por equipos. Quizá vuestras esposas puedan redimiros. Vitaly le guiña un ojo a Katya.
―Bien, si alguien puede, es ella. Matvey me da un taco y Lev coloca las bolas preparándolo todo. Jugamos contra Lev y Jolene la primera partida, y es una prueba de lo bueno que es Matvey que consigamos ganar, porque la mayoría de mis tiros no hacen absolutamente nada, salvo empujar la bola un poco más abajo en la mesa. Tras otro terrible intento durante nuestra partida con Vitaly y Katya, Matvey suelta una carcajada, se acerca por detrás de mí, envolviendo su cuerpo alrededor del mío para ayudarme a manejar las manos. ―Malishka, juegas igual de mal que cuando eras más joven. ―¿Recuerdas cuando intenté que me enseñaras cuando tenía diecisiete años? Gime y suelta una suave carcajada. Muy vivamente, amor. Sonrío al recordarlo. Había utilizado todas las excusas posibles que se me ocurrieron para acercar nuestros cuerpos lo más posible. Pero él se había mostrado como un perfecto caballero, a pesar de todos mis intentos por detenerlo. ―Recuerdo aquella noche ―dice Vitaly, riéndose―. Es la única vez que he visto a Matvey joder tantos tiros. ―Gira la cabeza para guiñar un ojo a su mujer―. Aquella noche casi le gano. ―La única vez ―le recuerda Matvey. Vitaly sonríe. ―Te lo dije. Los palos son demasiado finos. Estoy acostumbrado a algo con más grosor. Incluso con las manos de Matvey guiando las mías, me rio demasiado como para hacer un buen tiro, y la bola rueda inútilmente por la mesa, apenas rozando la sólida bola roja a la que apuntaba. ―Lo siento ―digo entre carcajadas. Matvey me besa la mejilla. ―No te preocupes, cariño. Seguiremos ganando. Y gracias a él, lo hacemos. Para cuando termina la partida, Emily está dormida con la cabeza apoyada en el regazo de Roman, Simona y Danil ya han dado por terminada la noche y Lev susurra algo al oído de su mujer consiguiendo ruborizarla, antes de reírse y sacarle de la habitación.
Los miro desaparecer, feliz por ellos, aunque siento una punzada de celos. Desearía coger a Matvey de la mano y llevarlo arriba, sin preocuparme de nada salvo si realmente llegaríamos o no a la cama antes de inclinarme y deslizarse dentro de mí. El anhelo que me recorre es casi un dolor físico, y cuando siento que los brazos de Matvey me envuelven, me inclino hacia su toque, necesitada de consuelo. ―Odio verte tan triste, malishka. Me rompe el corazón. ―Estoy bien. ―Me fuerzo a sonreír y le miro a los ojos, aunque él ve a través de mí. ―No necesitas mentirme nunca. Dime que estás triste, dime que te sientes como una mierda y que no quieres salir de la cama, dime que me vaya al infierno porque estás cansada de asfixiarte, pero, por favor, no me mientas nunca. ―Nunca podría cansarme de ti, Matvey. ―Miro a mi hermano recoger a su mujer dormida y embarazada, frunciendo el ceño al pensar en su herida aún cicatrizante. Él sonríe al pasar. ―Estoy bien. Deja de preocuparte. ―Estoy completamente segura que no deberías hacer eso con tus puntos ―le recuerdo. Se ríe y sigue andando. Son tan testarudos como los recuerdo. Como prueba de lo que digo, cuando nos quedamos solos y me vuelvo para mirar a Matvey a los ojos, está esperando a que termine de contarle por qué estaba tan triste. ―Estoy bien. Cuando levanta una ceja oscura, suspiro. ―Solo me he puesto un poco celosa porque me gustaría poder agarrarte de la mano y llevarte a la cama. ―¿Por qué no puedes? ―Ya sabes por qué. Su rostro se suaviza ante mis palabras. ―No me refiero a eso. Si quieres llevarme a la cama, llévame a la cama. Si todo lo que hacemos es abrazarnos y quedarnos dormidos, entonces eso es todo lo que haremos. ―Sonríe, dándome un beso rápido―. Me seguirá encantando. ―Eres demasiado bueno para mí. Sacude la cabeza ante mis palabras.
―Nunca seré lo suficientemente bueno. ―Agacha la cabeza de modo que nuestros labios se toquen y susurra―. Pero aún puedes llevarme a la cama, malishka. El calor de su aliento contra mis labios hace que los míos se separen. Mis dedos aferran su camisa con fuerza al acortar la distancia y besarle. Se traga mi gemido cuando su lengua recorre la mía. Su mano se posa en mi nuca, apretándome suavemente el cabello, y cuando sus manos bajan hasta mi cintura para levantarme y dejarme sobre la mesa de billar, gimo su nombre contra sus labios. Separando las rodillas, él se coloca entre ellas. Siento su dura longitud contra mí y cuando los recuerdos amenazan con apoderarse, empiezo a retroceder. ―Tranquila, amor ―susurra contra mis labios. Sus manos acarician mis mejillas―. Soy yo. ―Su pulgar lleno de cicatrices traza un camino a lo largo de mi piel―. Soy yo. Asiento y exhalo un entrecortado suspiro. ―Sé que eres tú. Ahora estoy bien. Aguarda, asegurándose porque realmente esté bien, antes de volver a besarme con suavidad. Mis manos recorren su cabello, acercándolo, y cuando empiezo a oír la voz de Konstantin en mi oído y a oler el primer rastro de sándalo, me obligo a ignorarlo. No dejaré que me robe este momento. Estoy decidida a llevarlo a cabo. Aprieto las piernas alrededor de Matvey y succiono intensamente su lengua antes de retirarme para decir: ―Llévame a la cama. Sé que lo desea tanto como yo, así que cuando le doy otra suave lamida en el labio inferior, gime y desliza las manos bajo mi culo, levantándome con facilidad. Me lleva por el pasillo hasta nuestra habitación, cerrando la puerta de una patada antes de acercarse rápidamente a la cama. Mis piernas permanecen cerradas a su alrededor cuando me deposita en la cama, y tumbada contra el colchón, balanceo las caderas, atónita por lo bien que me siento. Hacía tanto tiempo que no sentía nada bueno entre mis piernas. No ha habido más que dolor y sufrimiento, y tengo tantas ganas de sentir algo bueno y borrar todo lo malo. ―Alina. Su voz áspera es una pregunta, una súplica y una declaración a la vez, y cuando agarro la parte inferior de su camiseta y empiezo a tirar de ella hacia arriba, me deja, comprendiendo que esa es mi respuesta.
―Joder, cariño ―gruñe, deslizándome una mano por la camisa para poder acariciarme uno de los pechos. Su pulgar roza mi pezón cubierto de encaje, obligando a arquearme fuera de la cama. Mis dedos recorren su espalda llena de cicatrices, saboreando una vez más su piel bajo mis manos. Qué jodida mascota tan buena. Las palabras invaden mi cabeza, pero aprieto los ojos y vuelvo a centrarme en Matvey, el hombre al que amo, el hombre que me está besando y abrazando con tanta dulzura. Solo servirás para follar, así que te utilizaré para eso. Cada parte de ti será mía. Voy a arruinar cada maldito agujero que tienes, y vas a llorar tan jodidamente dulce por mí al hacerlo, ¿verdad, mascota? El gemido de dolor se escapa antes de poder detenerlo, y Matvey se paraliza de inmediato. Cuando empieza a retroceder, le clavo los dedos en la espalda. ―No, por favor, no pares. ―Alina ―empieza a decir, pero lo interrumpo con un beso. Pongo todo lo que tengo en él, lo beso con fuerza intentando abrirme paso entre los recuerdos lacerantes que me atenazan y me impiden respirar. Tardo varios segundos en darme cuenta que no me devuelve el beso. ―Por favor ―suplico―. Puedo hacerlo. Sé que puedo. ―Malishka. ―La tristeza de su voz es como un cubo de agua fría, y cuando empiezo a llorar, se pone de lado, atrayéndome hacia él, acurrucándome con su cuerpo para que esté completamente protegida. Pero por muy protegida que esté, eso no detiene los recuerdos, no detiene la voz en mi cabeza y no elimina el dolor de mi pecho. Simplemente quería este momento con él. Quería seguir adelante, porque pensaba que tal vez si practicábamos sexo, eso alejaría los recuerdos de Konstantin, pero había sido una idiota al pensar que sería tan sencillo. ―Shh, está bien, amor ―me susurra Matvey al oído, besándome y acariciándome el cabello mientras con el otro brazo me estrecha fuertemente. No me molesto en decirle que nunca estará bien. En lugar de eso, lloro hasta quedarme dormida, despertándome unos minutos o unas horas más tarde en una cama vacía. ―¿Matvey?
Mis ojos buscan en la habitación oscura antes que mi cerebro confuso registre el sonido de la ducha y la tenue luz procedente de debajo de la puerta cerrada del baño. Con un gemido, me recuesto contra la cama, reviviendo el recuerdo de lo ocurrido. Sabiendo que no podré volver a dormirme, enciendo la luz de la mesilla y me incorporo. Intento encontrar el libro que hemos estado leyendo, busco junto a la cama, pero el libro que Matvey me ha estado leyendo no está allí. Empujo las sábanas y me obligo a abandonar el acogedor calor en busca de algo que leer. La estantería del rincón está llena de mis viejos libros, y cuando empiezo a rebuscar, veo que ha añadido varios más desde que me fui. Se me corta la respiración cuando me doy cuenta que ha añadido más de mi serie favorita, porque los libros más recientes deben haberse publicado después de mi secuestro. Alcanzo el más cercano, lo abro y veo el mensaje escrito en su interior.
Alina, sé cuánto te gusta esta serie. Siento que no pudieras leerla el día que se publicó, pero está aquí esperándote, igual que yo. Con todo mi amor, Matvey Hojeo algunos más, leyendo las dulces inscripciones, sintiendo tanto amor pero también tanto dolor al pensar por lo que ambos hemos pasado. Estoy por seleccionar uno y llevármelo a la cama cuando veo otro libro encajado en un rincón, empujado hacia atrás y oculto a la vista a no ser que te pongas en cuclillas y lo mires de frente como yo en este momento. El lomo es negro, sin título ni autor que lo delate, y cuando lo saco, veo que no es un libro, sino un bloc de dibujo. Matvey es un hombre con múltiples dotes, pero no es artista, y nunca ha mostrado ningún interés por aprender a dibujar, así que con dedos curiosos, lo abro. Lo último que espero es ver mi rostro mirándome fijamente. Estoy desnuda y a cuatro patas, con el extremo de la correa en la mano de Konstantin, quien me contempla con expresión irritada. ―¿Qué? Mi pregunta susurrada muere en mi lengua mientras mis rodillas se doblan y me desplomo en el suelo. Hojeo las páginas, cada una más
gráfica y brutal que la anterior, y cuando veo los dibujos de Vitaly, comprendo que el bloc de dibujo debe ser de Katya. Es la única que podría dibujar esas cosas, porque es la única que las vio, y cuando oigo abrirse la puerta del baño, siento que voy a vomitar. ―¿Alina? La voz preocupada de Matvey me parece muy lejana, y poniéndose en cuclillas a mi lado, vestido únicamente con una sudadera negra, apenas la percibo. Mis ojos lo recorren, siendo la primera vez que lo veo con el torso desnudo desde que he vuelto. Observando sus nuevos tatuajes, aún estoy demasiado aturdida para comentar siquiera la visión de mi nombre escrito sobre su corazón. Solo puedo pensar en los dibujos que tengo en la mano, los dibujos que él ha visto. ―Lo siento, amor. No quería que los encontraras, pero no me sentía capaz de devolvérselos. Me parecían demasiado personales para que los tuviera otra persona. ―¿Son de Katya? ―Sí. Ella también tiene pesadillas y dibujar le ayuda a quitárselas de la cabeza. Ahueca mi rostro, secándome suavemente las lágrimas que ni yo misma me había dado cuenta que estaban brotando. Matvey mira el bloc de dibujo que aún sostengo. ―Así es como te encontramos. Katya estaba dibujando uno de estos después de una pesadilla, y por casualidad Vitaly se despertó y lo vio. Se me encoge el corazón al oír sus palabras. ―¿Vitaly vio esto? El dolor en los ojos de Matvey y el destello de culpabilidad me advierten que hay algo más de lo que imagino. La vergüenza me inunda cuando pienso en Matvey mirando esas imágenes, pero saber que Vitaly también me vio así es demasiado. Me obligo a preguntar: ―¿Quién más las ha visto? ―Cuando vacila, agarro su muñeca―. Dímelo, por favor. Suspira y baja los ojos un segundo antes de volver a mirarme. ―Todos. ―Oh, Dios mío ―susurro, pensando en cómo estábamos todos juntos hace solo unas horas, jugando al billar y riéndonos, y cada uno de ellos me vio así. Me vieron desnuda, maltratada y en plena jodida
exhibición, ya que Katya no ha escatimado en detalles. Sus pesadillas eran vívidas, y captó cada maldita parte de ellas en un esfuerzo por purgarlas de su mente. El problema es que su purga ha tenido el efecto contrario para mí. No ha expulsado mis demonios de mi mente, sino que los ha expuesto a todos los que conozco y quiero. Mis momentos más vulnerables y horribles expuestos para que todos los vean. ―¿Me ha visto así mi hermano? ―Susurro la pregunta, pero ya sé la respuesta. Mi rostro rebosa vergüenza y pudor y, cuando cierro el libro y lo tiro a un lado, Matvey no me detiene. ―Lo siento mucho. Me suelto de su brazo y me levanto, sin saber hacia dónde voy ni qué debo hacer, pero sabiendo que necesito desesperadamente unos minutos para mí. ―Alina, por favor ―empieza a decir cuando me alejo unos pasos de él, pero le interrumpo. ―Por favor, Matvey, solo necesito unos minutos. Él asiente, sus manos a los lados, cerradas en puños en un esfuerzo por contenerse. Darme lo que quiero va en contra de todos sus instintos, pero lo hace al pasar y desaparecer en el cuarto de baño, cerrando la puerta tras de mí. Me agarro al borde de la encimera y miro mi reflejo, odiando a la persona que veo mirándome fijamente. Es la misma cara de aquellos malditos dibujos, el mismo cuerpo que se vio obligado a hacer cosas innombrables con un hombre al que desprecio, y la misma mente que no es capaz de liberarse de él. La tinta oscura de mi tatuaje capta mi atención, y cuando miro la víbora negra rodeando mi muñeca, es su maldita voz la que oigo, burlándose de mí a medida que los recuerdos se derrumban. Este tatuaje significa que me perteneces, mascota. Significa que eres mía, que siempre serás mía, y que no puedes hacer una puta cosa al respecto. No eres más que mi juguete, y cuando me canse de ti, te mataré y conseguiré otro. Tu vida no tiene sentido excepto por el placer que me proporcionas. Recuérdalo cada vez que mires tu muñeca. Deja que la serpiente te recuerde la verdad. Me había rodeado la muñeca con la mano, apretando la carne aún tierna hasta que me estremecí. Este tatuaje es tan bueno como un collar alrededor de tu cuello ―había siseado en mi oído. Quizá debería pedirle que añadiera mi nombre, ¿eh? Un
bonito mensaje de 'Si te encuentran, por favor, devuélveme a...' ¿Qué te parece, mascota? Con un ahogado grito, me alejo del recuerdo, sabiendo lo que tengo que hacer. Abro los cajones, rebusco en el contenido de cada uno hasta encontrar lo que busco. Los hombres peligrosos nunca están demasiado lejos de un arma, así que no me sorprende lo más mínimo ver una navaja escondida en el fondo de un cajón. Dejo atrás los algodones y bastoncillos de algodón y envuelvo el metal gris con los dedos, saco la navaja y la abro pulsando un botón. La hoja se desliza, afilada y letal, y esta vez, cuando miro mi reflejo, sonrío. Nunca volveré a mirar mi muñeca y ver ese maldito tatuaje. Acerco la hoja a mi piel, aprieto los dientes y presiono. La cuchilla está afiladísima, deslizándose en mi piel con muy poco esfuerzo. Mi cuerpo necesita un segundo para adaptarse. Veo que la piel se separa, observo la llamativa explosión rojiza que invade el corte hasta desbordarse, y solo entonces siento el dolor. Incluso con los dientes apretados, no puedo evitar que se me escape un gemido doloroso. ―¡Alina! ―Estoy bien ―me apresuro a decir, pero mis palabras suenan temblorosas, y cuando hago otro corte, seccionando la serpiente negra, él empieza a aporrear la puerta. ―¡Déjame entrar, cariño! Lo ignoro, desesperada por quitarme esto de encima. Intento no cortar demasiado profundo, pero con toda la sangre es imposible saberlo. El dolor me consume, pero ya he lidiado con él antes y sé cómo apartarlo. Me preocupa más que Matvey me detenga antes de poder terminar. La puerta tiembla en el marco cuando vuelve a golpearla, y sé que va a atravesarla en cualquier momento. No tengo idea cómo desprender un tatuaje, así que lo único que puedo hacer es rebanarlo y esperar como el infierno que al menos lo dañe lo suficiente como para que sea imposible saber de qué se trata. Prefiero tener una muñeca con tejido cicatricial destrozado que ese puto tatuaje. Al menos sabré que me lo hice yo misma. Cuando se oye el fuerte golpe de la puerta al abrirse, doy un último corte, pero tan pronto como lo hago, me doy cuenta de mi error. La hoja se hunde en el interior de mi muñeca, cortando demasiado profundamente y provocando una auténtica cascada de sangre por mi mano hasta el suelo.
―¡No! ―El grito aterrorizado de Matvey llena el cuarto de baño corriendo hacia mí, cogiéndome justo cuando mis rodillas ceden y me desplomo. ―Amor, no ―grita, agarrándome con fuerza de la muñeca para detener la sangre al tiempo que me envuelve con el otro brazo, acunándome contra él. ―Lo siento ―lloro―. No era mi intención. ―¿Qué ocurre? ¿Te encuentras bien? La voz de Danil suena aterrorizada entrando precipitadamente, viéndome en brazos de Matvey, mi sangre impregnando rápidamente a ambos, sisea una maldición y coge su teléfono antes de salir corriendo de la habitación. Los ojos oscuros de Matvey buscan los míos, y el dolor en los suyos resulta mucho más intenso que el daño que acabo de provocarme a mí misma. ―Nunca volveré a estar sin ti, malishka ―susurra, apretando su frente contra la mía―. Si tú te vas, yo me voy. ―Matvey ―empiezo a decir, pero su frente rueda lentamente contra la mía con un suave movimiento de cabeza. ―No te molestes en discutir conmigo. No voy a cambiar de opinión. Tu último aliento será mi último aliento. Mi corazón se detiene con el tuyo. Intento decirle que no pretendía cortarme tan profundamente, que suicidarme nunca fue mi intención, pero ya me está levantando y sacándome del baño cuando todo empieza a volverse borroso. Me desvanezco, apenas recuerdo los gritos frenéticos de mi familia antes de un rápido viaje en ascensor y luego el sonido de un motor acelerando y el agudo chirrido de neumáticos sobre el asfalto. Matvey me estrecha contra él, apretándome la muñeca durante todo el trayecto, sin importarle seguir con el torso desnudo, aunque fuera esté nevando. De algún modo, en medio de todo el caos, a uno de ellos se le ocurrió coger una manta, porque justo después de salir del aparcamiento, siento su calor contra mi piel. Reconozco las manos tatuadas cuando me arropan. ―Gracias, Lev ―susurro. Me da unas palmaditas en la cabeza en un movimiento reconfortante que lleva haciendo desde que era pequeña.
―Descansa ―me dice―. Te llevaremos a casa de Dominic. El doctor Bianchi está esperando. Suspiro contra el pecho de Matvey, sintiendo golpearme una oleada de culpabilidad. Nunca quise que pasara esto. No quería preocupar a todo el mundo y, desde luego, no planeaba que todos pensaran que trataba de suicidarme. Solo quería borrar su marca de mi piel. ―Lo siento ―susurro contra el pecho de Matvey. Él me besa la frente y me susurra: ―No te disculpes, cariño. Hablaremos de esto más tarde. Solo tienes que relajarte e intentar no preocuparte. Vamos a arreglarlo. Durante el trayecto a casa de Dominic, me quedo dormida, y solo me despierto completamente cuando el coche se detiene y Matvey se baja sin dejar de abrazarme. La puerta se abre nada más llegar al último escalón y, cuando miro, veo a Dominic con otro de sus impecables trajes, esperándonos. Me echa una mirada. ―Seguidme ―indica el camino hacia la misma habitación en la que estuvo mi hermano no hace mucho. El Dr. Bianchi está preparado y esperando. Señalando la camilla del hospital, le dice a Matvey que me tumbe. Apenas siento el colchón debajo de mí, levanto la mano buena y agarro su brazo, sin querer que se vaya. ―No voy a ninguna parte ―me asegura, sin dejar de sujetarme con fuerza la muñeca herida. Le suelto, sorprendida cuando se levanta y ver lo que he hecho. Su pecho desnudo y su estómago están cubiertos de sangre. Vetas de ella decoran su piel, ocultando algunos de sus tatuajes, pero aún puedo leer mi nombre a través de la mancha roja sobre su corazón. ―Mi nombre ―susurro―. ¿Cuándo has hecho eso? Está demasiado ocupado gritándole al Dr. Bianchi que haga algo para oírme, y yo estoy demasiado cansada para repetir la pregunta. El dolor asciende por mi brazo cuando Matvey suelta mi muñeca para que el médico pueda ver lo que he hecho. Sus ojos castaño claro se cruzan con los míos diciéndome algo en italiano, pero no hay juicio en ellos, solo un destello de tristeza que oculta rápidamente antes de vendarme la muñeca para detener la hemorragia y coger una jeringuilla. ―¿Qué es eso? ―pregunta Matvey, interponiéndose entre nosotros y dejando claro que la gran aguja no se acercará a mí hasta saber exactamente qué contiene.
―Es algo para dejarla inconsciente un tiempo. ―Cuando Matvey sigue sin ceder, añade―. Su muñeca está muy dañada y va a necesitar muchos puntos para arreglarla. ¿Quieres que esté despierta para eso? ―Tiene pesadillas. ―dice Matvey, manteniendo mi mano entre las suyas―. ¿Y si tiene una y no puede despertarse? El Dr. Bianchi me mira, dedicándome una sonrisa tranquilizadora. ―Es un sedante suave, Alina. Es lo justo para que duermas y pueda curarte. ¿De acuerdo? ―De acuerdo ―susurro, apretando uno de los dedos de Matvey para hacerle saber que realmente está bien. Matvey cede y retrocede para que el Dr. Bianchi pueda ponerme la inyección, pero sigue junto a la cama con su mano aferrando la mía cuando tengo la otra envuelta y palpitando tanto que me cuesta pensar. El Dr. Bianchi inserta la aguja, pero apenas la siento por encima del otro dolor. Mira hacia la pared de músculos ensangrentados que hay junto a mi cama. ―Deberías esperar en la otra habitación. ―Eso no va a ocurrir. No me iré de su lado. El brillo obstinado en los ojos oscuros de Matvey es lo último que recuerdo antes que todo se desvanezca.
CAPÍTULO 10
Matvey Mi corazón se acelera cuando los ojos de Alina se cierran, el miedo amenaza con apoderarse de mí, pero me fuerzo a apartarlo, recordándome que está a salvo, que solo es un sedante y que se pondrá bien. Mantengo su mano ilesa entre las mías, acariciando su suave piel mientras el médico le quita la venda que le había puesto para detener la hemorragia. Al ver lo que se ha hecho, la piel en carne viva y ensangrentada, desgarrada como si hubiera intentado desollarse a sí misma, me invade otra oleada de angustia y dolor. ―¿Qué significa este tatuaje? ―pregunta el Dr. Bianchi al tiempo que comienza a limpiar suavemente las heridas―. Lo noté en ella cuando la examiné, pero no estoy familiarizado con él. ―Es una víbora negra ouroboros. Significa que fue traficada y de propiedad privada. Era un signo que indicaba su pertenencia a Konstantin. Él asiente, sin decir palabra durante varios minutos, observando su muñeca. Solo cuando empieza con los puntos dice: ―No intentaba suicidarse.
―¿Estás seguro? ―Mi temor es que suicidarse fuera exactamente lo que había estado intentando hacer, y saber lo cerca que estuve de volver a perderla es algo en lo que ni siquiera puedo permitirme pensar ahora. ―Ella intentaba arrancarse el tatuaje. ―Levanta los ojos míos, mirándome por encima del borde de sus gafas―. No es de hacer. La mayoría de la gente habría dejado de hacerlo tras corte. El dolor debió ser enorme. Odia esto ―dice señalando desfigurado―, más que el propio dolor.
hacia los algo fácil el primer el tatuaje
Cuando comienza a coser el corte más profundo, sus ojos se desvían rápidamente hacia mí. Ve las cicatrices de las quemaduras a lo largo de mis brazos, la forma en que desaparecen hasta mi espalda y los tatuajes cubriéndolas. ―Parece que tú tampoco eres ajeno al dolor. Esas cicatrices se ven antiguas. Vuelve al trabajo cuando le digo: ―Tenía quince años. Cuando no doy más detalles, su labio se curva en una sonrisa. ―Tatuarse sobre ellas debió ser insoportable. ―El dolor me importaba una mierda. No las quería, estaba atrapado con ellas, así que decidí hacerlas mías. Me levanta una ceja y, sin decir nada más, anuda otro punto. ―¿También eres un puto doctor en psicología? Suelta una ligera risita y vuelve a hundir suavemente la aguja en la piel de Alina. Su visión me produce unas náuseas que nunca he sentido al torturar a un hombre. ―No, solo he aprendido mucho en mi singular profesión. ―¿Cosiendo a tipos malvados? Me sorprende apretando suavemente la mano de Alina mientras la mantiene firme. ―Sabes tan bien como yo que las cosas rara vez son blancas o negras, y ahora no estoy cosiendo a un chico malvado. Estoy ayudando a una mujer que ha visto más dolor del que cualquier persona debería afrontar jamás.
―Si tengo algo que decir sobre ello, ella no volverá a experimentar dolor nunca más. Se calla cuando llega al corte más difícil de la muñeca interior y, tras varios minutos de tensión en los que apenas respiro, suspira. ―Ha tenido mucha suerte de no haberse cortado más profundo ―dice. Contempla su trabajo, lo inspecciona hasta que está satisfecho y empieza a cubrirlo todo con una pomada antibiótica. La muñeca de Alina está hinchada, roja y cubierta con líneas de puntos negros. El tatuaje de la víbora que tenía antes está tan desfigurado que resulta irreconocible, lo cual supongo era su objetivo desde el principio. Le retiro un mechón oscuro de la cara y beso su mejilla cuando el médico le venda la muñeca. ―Te quiero, amor ―susurro en su oído, esperando que pueda oírme. Cuando le ha vendado la muñeca, se dirige a un armario y vuelve con un frasco de pastillas. Me las da. ―Para el dolor, y necesita que le curen la muñeca. Mantenla vendada, comprueba a diario si hay infección y no la mojes durante unos días. ―Yo me ocuparé de todo. ―¿Cómo come? Todavía está muy delgada. ―Está mejorando. ―Paso el pulgar por el dorso de su mano ilesa antes de apoyarlo en la suave piel de la cara interna de su muñeca, necesitando sentir su pulso bajo mis dedos―. Comer le resulta difícil, pero hemos encontrado una forma que funciona. No insiste en los detalles y, cuando empieza a recoger sus provisiones, no puedo evitar preguntarle: ―¿Cómo empezaste a trabajar para la familia Alessi? Tira las vendas ensangrentadas a la basura. ―Vivía en una zona de Italia dirigida por la familia Milano. Entonces era muy joven, pero ya me había ganado fama de buen médico y me habían dado un puesto en el mejor hospital de la ciudad. Mi mujer... ―se interrumpe, y la expresión de dolor que aparece en sus ojos me hace levantar una mano.
―Lo siento. No debería haber preguntado. ―Odio las preguntas acerca de mí y normalmente nunca se las hago a los demás, pero no es habitual conocer a alguien en esta línea de trabajo que parezca una persona genuinamente amable, y no puedo evitar sentir curiosidad por saber cómo el Dr. Bianchi llegó a trabajar para una familia cuyas manos están constantemente cubiertas de sangre ajena. ―Está bien ―me dice, frotándose la mandíbula con una mano―. Mi mujer volvía a casa del mercado cuando la atropelló un coche. El conductor ni siquiera se detuvo para comprobar si se hallaba bien, aunque todo el mundo supo de quién se trataba. Dante Milano, el hijo de Don Milano, conducía un coche muy singular, y hubo varios testigos que vieron cómo el Ferrari de época atropellaba a mi mujer. Nadie dijo nada, por supuesto, por lo que comprendí que aquel hombre nunca pagaría por su crimen. ―Sus ojos marrones se encuentran con los míos―. Me lo arrebató todo y supe que jamás pagaría por ello. Dudo que pensara siquiera un segundo en mi mujer después de atropellarla. ―La policía trató de decirme que murió rápidamente. ―Se ríe ásperamente―. Pero vi el informe y sé exactamente cuánto sufrió tendida en la dura calle, ahogándose en su propia sangre. Quise matar a Dante, pero era imposible. Estaba demasiado protegido. Demonios, su familia era dueña de todo el cuerpo de policía. No podía hacer nada, y me estaba volviendo loco. Supongo que sabes lo que se siente. ―Lo sé. ―¿Y sabes lo que se siente cuando deseas tanto la venganza que venderías tu maldita alma por ella? Me encuentro con sus ojos oscuros y siento el pulso firme de Alina bajo mis dedos. ―Lo sé. ―Entonces entenderás si te digo que fui a ver a Antonio Alessi, la familia mafiosa rival, y le rogué que me ayudara. Prometí trabajar para él el resto de mi vida si conseguía la venganza que necesitaba. Se encoge de hombros. ―Aceptó, y desde entonces estoy con ellos. ―¿Te arrepientes?
La sonrisa que me dedica es tan fría como cualquiera que haya visto en criminales endurecidos. ―Jamás. Antonio no lo mató por mí. Lo ató y me lo entregó, y me aseguré personalmente que su muerte fuera lenta y dolorosa. ―Tirando de sus recuerdos, añade―. Después de eso, Antonio y sus hombres acabaron con la familia Milano y se hicieron con el poder. No estoy ciego ante lo que hace la familia Alessi, pero Antonio es un hombre justo, y cuando Dominic se haga cargo, estaré orgulloso de llamar a ese hombre mi jefe. Incluso de niño era astuto e intrépido. ―Es un buen hombre ―estoy de acuerdo. ―Supongo que no podré persuadirte para que te ausentes el tiempo suficiente para darte una ducha. ―No voy a dejarla. ―Suspira, aunque me doy cuenta que no le sorprende mi respuesta. Hace un gesto hacia el lavabo del rincón y coge una toalla antes de dármela―. Al menos usa el lavabo para limpiar su sangre seca. No tiene por qué ver eso cuando se despierte. Me miro el pecho, sabiendo que tiene razón, pero aún así dudo en soltar mi mano de la suya. ―Va a estar dormida unas horas ―me recuerda―. Y el lavabo está a metro y medio. Levanto la vista hacia él, haciéndole saber con la mirada que no me hace gracia, pero ya no desconfía de mí ni de mis hermanos, así que lo único que consigo es una media sonrisa y una suave carcajada. Dándole a Alina otro beso en la frente, me dirijo al lavabo y comienzo a asearme. Cuando me estoy secando, se abre la puerta, entrando Dominic y Lev. ―¿Cómo está? ―Lev está de pie junto a la figura dormida de Alina. Sus ojos la recorren y se detienen en su muñeca vendada―. Joder ―susurra, el dolor hace que su voz sea más suave de lo habitual. Me acerco a ella, vuelvo a coger su mano ilesa, la beso y me siento en el borde de la cama para estar cerca de ella. ―Se va a recuperar ―dice el doctor Bianchi, contestando por mí. ―Todo el mundo me ha estado enviando mensajes sin cesar, queriendo saber cómo está. ―Lev le apoya su mano en la cabeza un segundo, apartándole un mechón de cabello―. ¿Qué ha pasado?
Suspiro y el sentimiento de culpa me golpea con fuerza, sabiendo que es por mi culpa. ―Encontró el bloc de dibujo. ―Maldita sea ―murmura. ―Lo sé. Lo escondí, pero tendría que haberlo quemado. Lo encontró estando yo en la ducha. Se sintió avergonzada y dolida, y el saber que todo el mundo lo había visto fue demasiado para ella. Se encerró en el baño e intentó arrancarse el tatuaje. ―¿Qué? ―Sus ojos se clavan en su muñeca vendada―. ¿No intentó suicidarse? ―No. Quería librarse de él, Lev, no consigue sacárselo de la cabeza, el tatuaje es un constante recordatorio y decidió que no podía seguir soportándolo por más tiempo. ―Suelto otro pesado suspiro―. Debería haberla llevado a un tatuador. Podría haberlo cubierto o habérselo hecho borrar. Todo esto es culpa mía. Mis hermanos saben cuánto odio que me toquen, así que siempre tienen cuidado de evitarlo, pero Lev sujeta mi hombro, sin dejarme otra elección más que mirarlo. ―No es culpa tuya. Es imposible que supieras que haría algo semejante a sí misma. ―Es mi responsabilidad saberlo ―le digo―. Agradezco lo que intentas hacer, pero si se tratara de Jolene, estarías pensando lo mismo que yo. Sabe que tengo razón, así que hace una mueca, retirando la mano. Dominic y el Dr. Bianchi cuchichean discretamente en italiano, sin tener idea de lo que hemos estado diciendo puesto que hablamos en ruso, pero cuando la habitación se queda en silencio, Dominic me levanta una ceja. ―¿Todo bien? Lev envía un mensaje rápido a los demás y yo respondo. ―Sí, gracias, Dominic. ―Me restriego una mano por la nuca, inseguro sobre qué decir. No me gusta estar en deuda con ningún hombre, pero su médico ya ha ayudado a Alina dos veces, y su vida significa mucho más para mí que mi orgullo.
―Te dije que estábamos en paz ―me dice, sabiendo exactamente lo que estoy pensando―. Me ayudaste a encontrar al asesino de mi hermana. Estamos en paz, Matvey, no importa cuántas veces mi médico suture a alguien que te importe. Asiento con la cabeza, sabiendo que sentiría lo mismo si la situación fuera al revés, pero odiándolo igualmente. ―¿Puedo llevármela a casa? ―Cuando el médico duda, le digo―. Yo la cuidaré. No estará sola ni un segundo y me aseguraré que la herida permanezca limpia. ―Infórmame inmediatamente si ves algún signo de infección, fiebre, hinchazón o pus o si vuelve a sangrar. ―Lo sé, Doc, no te preocupes. ―Suelto una risa suave―. Estoy bastante familiarizado con los puntos. ―Lo está. ―Lev está de acuerdo―. Me ha cosido muchas veces. El Dr. Bianchi cede, dándome el visto bueno para llevarme a Alina a casa, pero solo después de prometerle que le enviaré una foto en uno o dos días para que vea cómo se está curando. Antes de recogerla, le tiendo la mano para estrechársela. ―Gracias por cuidar de ella, Doc. ―Estoy encantado de ayudar a Alina siempre que lo necesite. Dándole las gracias una vez más, me agacho, la levanto con cuidado y Lev coge los analgésicos por mí. Está inerte en mis brazos, pero siento el calor de su respiración contra mi cuello, haciéndome saber que está bien. Seguimos a Dominic por su casa y, cuando nos abre la puerta principal, Lev me ayuda a envolver a Alina con la manta antes de salir al frío. ―¿Quieres una camisa o una chaqueta? ―me pregunta Dominic, pero yo me limito a negar con la cabeza, sin sentir siquiera la temperatura fresca ni la nieve que sigue cayendo. ―Estoy bien ―le digo. ―Jodidos rusos ―murmura, haciendo que Lev y yo sonriamos al cerrarnos la puerta. Me subo al asiento trasero y mantengo a Alina en mi regazo durante el trayecto. Su pequeño cuerpo se amolda al mío con su aroma llenando mi nariz. Cada bocanada de aire me tranquiliza un poco más que la
anterior, y cuando Lev entra en el aparcamiento, ya tengo un plan y empiezo a sentirme algo más cuerdo. Todos están esperándonos al salir del ascensor, pero por muy bienintencionados que sean, estoy jodidamente agotado mentalmente y únicamente quiero estar a solas con Alina. Al ver mi expresión, Roman besa la cabeza de su hermana y luego conduce a su mujer de vuelta a la cama, diciéndome que le avise cuando Alina se despierte. Parece tan agotado como yo, y cuando Vitaly y Danil siguen el ejemplo de Roman, llevo a Alina a nuestra habitación, dándole las gracias a Lev cuando descendemos las escaleras. Me da una palmada en el hombro de camino a su habitación. ―Avísame si necesitas algo. ―Lo haré ―le digo, y hasta que no entro en la habitación no me doy cuenta de lo poco que quiero enfrentarme a un baño ensangrentado y destrozado. Me acerco lentamente, preparándome para el espectáculo, pero en lugar de una puerta derribada a patadas y azulejos salpicados de sangre, hay una puerta nueva, una encimera y suelo inmaculados. Me aproximo y sacudo la cabeza. No debería sorprenderme que mis hermanos consiguieran hacer todo esto. No habrían querido que a Alina le aguardara el recuerdo de lo ocurrido. Es de la familia, y siempre hemos cuidado de lo que es nuestro. Ahora más que nunca. Camino hacia la cama, dejo a Alina sobre ella y me acurruco a su lado, demasiado agotado para hacer otra cosa que taparnos con las mantas y rodearla con mis brazos. El sedante es suficiente para mantener alejados sus terrores nocturnos y, por una vez, duerme toda la noche, sin despertarse hasta mucho después de haber salido el sol. Apenas siento que se despierta, beso su mejilla y la tranquilizo. ―¿Matvey? ―Estamos en casa, malishka. Todo va bien. ―¿Qué ha pasado? ―¿Qué recuerdas? Se queda callada un segundo antes de decir: ―Encontré el bloc de dibujo y me desquicié de alguna manera. Intenté arrancarme el tatuaje y quedé como una imbécil.
―El sedante debe de estar jugando con tus recuerdos, cariño, porque eso no fue ni mucho menos lo que pasó. Fui idiota al dejar el bloc de dibujo donde pudieras encontrarlo, entonces lo viste, te trajo un montón de recuerdos y te avergonzaste. Estabas disgustada, asustada y enfadada e intentaste librarte de algo que odiabas. ―Paso ligeramente un dedo por debajo de su venda―. Intentaste arrancarlo de ti de la única forma que se te ocurrió hacerlo. ―No intentaba suicidarme ―susurra―. Necesito que lo sepas. Nunca te haría eso. Paso la nariz por detrás de su oreja, respirándola. ―Me alegra mucho oír eso, pero que sepas que lo que dije iba en serio. Pase lo que pase, si tú te vas, yo me voy. ―No quiero que hagas eso. Si me pasa algo, quiero que intentes ser feliz sin mí. Dejo escapar una risa áspera. ―Imposible, y no hay forma de convencerme. Sé cómo es la vida sin ti, y no volveré a pasar por ello. Lo único que me hizo seguir adelante fue la creencia de saber que seguías viva. Si me hubieran quitado eso, me habría metido una bala en la cabeza. ―No digas eso. El dolor en su voz hace que bese su mejilla. ―Tú te vas, yo me voy ―repito, porque la idea que mi corazón siga latiendo después que el suyo se haya detenido no es algo que vaya a aceptar jamás. No hay vida para mí sin ella. Si los dos últimos años me han enseñado algo, es eso. ―Te quiero, Matvey ―susurra, girando la cabeza para poder besar el bíceps en el que está apoyada―. Gracias por cuidar de mí. Seguro que el doctor Bianchi está harto de verme. ―Yo también te quiero, amor, y él no lo está. Le gustas realmente. Si no fuera lo bastante mayor como para ser tu abuelo, estaría un poco celoso. Ella suelta una risita y luego hace una mueca de dolor cuando levanta la mano y ver la muñeca vendada. ―¿Cuánto te duele? Tengo algunos analgésicos que puedes tomarte.
―Me duele ―admite―, pero me pondré bien. No quiero tomarlos todavía. Solo me darán sueño. ―Mirando a través de la habitación, se fija en la nueva puerta―. ¿Quién la ha arreglado? ―No estoy seguro. Supongo que Roman llamó a uno de los chicos para que la sustituyera. ―Pobre tipo. Seguro que pensaba que la vida de un criminal sería muy emocionante, y en su lugar se dedica a cambiar la puerta de un cuarto de baño a altas horas de la noche. Me rio, besando su oreja. ―No todo es disparar a la gente y lucir como un matón. Cuanto antes lo aprendan, mejor. ―Pero tú siempre pareces tío duro. Me rio y ruedo sobre mi espalda, estirando los músculos. Ella se gira y se acurruca contra mí, encajando perfectamente como siempre. Sus dedos recorren el tatuaje de su nombre. ―¿Cuándo te lo hiciste? ―Poco después de tu secuestro. Tuve que recordarme a mí mismo por qué era importante seguir respirando y por qué mi corazón tenía que seguir latiendo, aunque sintiera como si me lo hubieran arrancado del pecho. ―Sus dedos recorren las letras rusas, al tiempo que deslizo la mano por su cabello. ―Prométeme algo, malishka. ―Cualquier cosa ―susurra contra mi pecho. ―Si las cosas vuelven a ponerse tan mal para ti, prométeme que hablarás conmigo. Prométeme que no volverás a hacerte daño. ―Paso un dedo por su venda―. Verte sangrar provoca algo en mí, y no soportaré volver a verlo otra vez. Me besa su nombre en el pecho. ―Te prometo que no volveré a hacerme daño. ―Me recorre la piel con un dedo, dejando un rastro de piel erizada a su paso, y cuando noto que empiezo a empalmarme, gruño y la muevo un poco para que no le moleste. ―Lo siento, ignóralo. ―¿Y si no quiero ignorarlo?
Desliza los dedos hacia abajo, pasándolos ligeramente por mis abdominales, y cuando llega a los vaqueros que aún llevo puestos, sujeto su mano para detenerla. ―Alina, ¿qué haces? ―¿Por qué no puedo hacerte sentir bien? ―Ya me haces sentir bien. Levanta la cabeza y no puedo evitar sonreír. Tiene el cabello oscuro revuelto de dormir y sus ojos verdeazulados se ven aún más vivos a la luz del sol. Es tan condenadamente hermosa, cada parte de ella me es tan familiar. La conozco mejor que nadie y, sin embargo, consigue dejarme sin aliento con cada mirada. Deslizo un dedo por su mejilla y, cuando vuelve a intentar meterme la mano en el pantalón, sonrío dándole un golpecito en la punta de la nariz. Alargo el brazo, agarro su mano y la aprieto suavemente contra la mía. ―Me encanta que me toques, amor, pero de ninguna manera voy a quedarme aquí tumbado y dejar que me masturbes. ―¿Por qué no? Suelto una carcajada incrédula, me levanto sobre el antebrazo e inclino el cuerpo sobre el suyo. Tomo su brazo herido alzando una ceja. ―Estás herida. ―No iba a usar esa mano ―empieza a discutir, pero detengo sus palabras con las mías. ―Estás dolorida, anoche sufriste un gran daño y lo estás haciendo porque te sientes culpable, y no quiero que vuelvas a sentirte así cuando me estés acariciando. ―No es culpabilidad. ―Sin embargo, sus hermosos ojos no pueden encontrarse con los míos al decirlo. ―Te sientes culpable porque estoy empalmado. Crees que porque esté excitado me lo debes o alguna locura por el estilo, como si tuviera que correrme o me sentiría decepcionado. ―Me inclino más hacia ella y beso su mejilla―. O tal vez tienes miedo a que no lo dijera en serio cuando dije que esperaría siempre por ti.
―Matvey ―susurra, dejando escapar otro suspiro―. Solo quiero hacerte sentir bien. ¿No puedo hacer eso al menos? ―Siempre me haces sentir bien, pero no me conoces en absoluto si crees que soy el tipo de hombre que podría tumbarse aquí y dejar que me hicieras una paja después de todo lo que ha sucedido. Intenta apartar su rostro del mío, con la vergüenza coloreando sus mejillas, pero acojo su rostro en mis manos obligándola a mirarme. Pasando el pulgar por su piel sonrojada, beso sus labios. ―Si alguien va a correrse, serás tú, pero aún no hemos llegado a ese punto, malishka. Primero quiero que descanses y te recuperes, y después, cuando crea que estás preparada para el siguiente paso, tengo una idea. Sus ojos se abren ligeramente ante mis palabras. ―¿Qué idea? Sonrío guiñándole un ojo. ―Descansa y lo descubrirás. Se ríe poniendo los ojos en blanco, pero durante los tres días siguientes le muestro exactamente lo en serio que me tomo su recuperación. Siestas obligatorias, analgésicos cuando creo que los necesita y suficientes calorías en su dieta para satisfacerme. Le reviso los puntos varias veces al día, asegurándome la ausencia de cualquier signo de infección, y su última cita con la Dra. Taylor parece haber ido bien. Sigue teniendo terrores nocturnos, pero no todas las noches, no sé si por los analgésicos fuertes o porque Konstantin está perdiendo poco a poco el control sobre ella. Aunque espero que sea esto último. Cuando mi teléfono vibra con la información diaria de Timofey, lo cojo y leo el rápido mensaje de texto sin que Alina deje de mirarme. Aún vivo. Es todo lo que necesito saber, así que dejo el teléfono a un lado. Una parte de mí quiere dar la orden de dispararles y acabar de una vez, pero otra parte de mí no está preparada para decir adiós. Aún no se han ganado la muerte. No han sufrido lo suficiente. ―Puedes marcharte si lo necesitas, Matvey. Dirijo la mirada donde está ella, acurrucada en una silla, leyendo uno de los libros de la estantería del rincón.
―No necesito estar en ningún otro sitio. Sé que no puedo quedarme en el ático con ella eternamente. La subasta es dentro de unos días, y no puedo dejar que mis hermanos se ocupen de eso sin mí, pero por ahora, no hay ninguna razón para que me vaya y sí muchas para quedarme. De pie, entro en el armario. La caja de regalos sigue esperando a Alina, así que rebusco hasta encontrar los dos que quiero. Antes de salir, cojo también el espejo de cuerpo entero que está colgado en la pared. Alina me observa apoyando el espejo en la cama, de modo que queda orientado exactamente donde yo estaba sentado. Satisfecho, vuelvo a sentarme y me aseguro de estar completamente a la vista antes de hacerle un gesto para que se acerque. ―¿Qué haces? ―¿Recuerdas que te dije que quería probar algo? ―Por supuesto. Llevo tres días dándote la lata con eso, pero has sido demasiado testarudo para decirme cuál es tu idea. Me rio, la atraigo hacia mí y le doy los dos pequeños regalos. ―Primero, abre esto. Sus dedos se deslizan sobre el papel de regalo, como siempre hacía cuando alguien le entregaba un regalo. Alina es la persona más divertida a la que comprar regalos. Su emoción siempre es auténtica, y adora realmente todo lo que le regalan, independientemente del dinero que se gaste. Nunca será el tipo de mujer que exige joyas caras o insiste en llevar solo marcas de diseño. Ella no es así. Creció sin nada y ha seguido sin esperar nada, así que cualquier cosa que vaya más allá de eso es recibida con profundo agradecimiento y sorpresa. Arrastro un dedo por su mejilla y retiro su cabello para poder verla mejor. ―Es imposible mimarte, pero eso no va a impedir que lo intente. Te lo mereces todo, Alina, y voy a dártelo. ―Nunca tendrás que comprarme nada, Matvey. Espero que lo sepas. ―Lo sé, pero quiero comprarte cosas, malishka. ―Vuelvo a empujar las cajas hacia ella―. Comprarte cosas durante tu ausencia me ayudó, y
apenas vi estas, supe que estaban destinadas a ti. Ninguna otra mujer podría hacerles justicia. La comisura de su boca se levanta en una sonrisa antes de empezar a abrir con cuidado la primera caja. Al cabo de unos segundos, sonrío. ―No importa que rompas el papel, amor. ―Pero es tan bonito. Se toma su tiempo y no la detengo. Es su regalo y puede abrirlo como le dé la gana. Cuando quita el papel, mira la caja de terciopelo y suelta un suspiro. ―No es un anillo de compromiso. ―Cuando veo un destello de tristeza en sus ojos, añado―. Aún no es un anillo de compromiso, malishka. Acaricio su rostro y la acerco. ―Voy a casarme contigo, Alina. Eres la única mujer que he amado y la única que amaré. ―Sonrío y suelto una suave risa―. Doy por sentado que dirás que sí cuando te lo pida. Ella se ríe y me mira con los ojos muy abiertos, como si estuviera loco. ―Creo que ambos sabemos que llevo esperando a que me hagas esa pregunta desde que tenía ocho años. ―No tendrás que esperar mucho más ―le prometo. Ahora abre tu regalo. Sonriendo, abre la caja, se queda boquiabierta y sus ojos se agrandan. ―Matvey ―susurra, pasando un dedo por los diamantes y rubíes―. Son los pendientes más hermosos que he visto nunca. Le doy la otra caja. ―Tienes que abrir una más. Abandona con desgana los pendientes para empezar con la segunda caja, dedicándole el mismo tiempo que a la anterior. Cuando la abre y ve el collar a juego, niega con la cabeza. ―Es demasiado. Sonrío y la beso.
―Nunca será suficiente. ―Levanto el collar y desabrocho el cierre―. Quiero verlo en ti. Se levanta el cabello y, tan pronto lo tiene apoyado en el cuello, levanta las manos para tocarlo. Con cuidado de no hacerle daño, deslizo uno de los pendientes en el lóbulo de su oreja antes de hacer lo mismo con el otro. ―Jesús, estás preciosa ―susurro, pasándole un dedo por el cuello, admirando el aspecto de los rubíes contra su piel y la forma en que los diamantes captan la luz. ―Gracias, Matvey. Son preciosos. ―No, tú eres preciosa, malishka. ―Paso un dedo por su collar―. Esto es solo decoración, pero no es nada sin ti. Ella sonríe apoyando su mano en mi mejilla, y al inclinarse aún más, tomo su nuca y acerco mis labios a los suyos. Apenas la saboreo, suelto un gruñido. Ya estoy empalmado, haciendo fuerza contra mis vaqueros, y no puedo hacer nada para evitarlo. Me siente bajo su culo y, cuando mueve las caderas, intensifico el beso. Sé que lo que estoy a punto de hacer me pondrá a prueba como nunca lo ha hecho nada, pero de ninguna manera voy a detenerme. Agarrándola por las caderas, le doy otra lamida en el labio inferior antes de levantarla y colocarla de pie frente a mí. Sus dedos recorren mi cabello y la atraigo hasta que queda entre mis muslos. Deslizo los pulgares bajo su camisa y acaricio su piel desnuda sin dejar de mirarla. ―Quiero probar algo contigo. ―Mis pulgares se hunden bajo la cintura de su pantalón, haciéndola respirar entrecortadamente y apretando sus dedos en mi cabello―. ¿Confías en mí? ―Siempre ―susurra. ―Prométeme que me detendrás si es demasiado. ―Te lo prometo. Mantengo los ojos fijos en los suyos y arrastro los dedos por su suave y sedosa piel antes de bajarle lentamente el pantalón de yoga. Tengo cuidado de no bajarle las bragas, aunque ese fino pedazo de encaje no es una gran barrera. Incapaz de resistirme, agarro su culo y tiro de ella para acercarla, arrastrando la nariz por sus bragas, respirando y poniéndome tan duro que apenas puedo pensar.
Cuando noto que se tensa, la agarro con más fuerza. Levanto los ojos hacia los suyos, besando su coño cubierto por las braguitas, que muero por saborear, y le susurro: ―Nunca te haré daño. No soy él, malishka. ―Sé que no lo eres. ―Di mi nombre, amor. ―Matvey ―susurra. ―Dilo siempre que necesites recordar quién te está tocando. Espero a que asienta antes de darle la vuelta y sentarla en mi regazo, de modo que su espalda quede apoyada contra mi pecho y su perfecto culo esté acurrucado en mi regazo, teniendo una visión clara de sí misma en el espejo que tenemos delante. Su suave jadeo cuando levanta la vista y se encuentra con mis ojos en el espejo es jodidamente sexy. El sol se está poniendo, pero he dejado una lámpara encendida para tener luz suficiente para ver y la penumbra justa para que ella no se avergüence demasiado. Paso las manos por sus muslos, los engancho en los míos y abro lentamente las piernas para que las suyas hagan lo mismo. ―¿Qué haces? Cuando tiene los muslos bien abiertos, arrastro ligeramente los dedos por sus piernas y beso su cuello. ―Voy a recordarte lo hermoso que es esto, malishka. ―Mis dientes rozan su delicada piel―. Voy a recordarte lo bien que se puede sentir.
CAPÍTULO 11
Alina Me duelen sus palabras, pero deseo demasiado lo que me ofrece como para pedirle que se detenga. Lo nuestro era tan hermoso. Me parecía tan jodidamente puro y perfecto, que quiero recuperarlo. Quiero volver a sentirlo, aunque solo sea durante unos segundos. Sus tatuadas manos ascienden por mis piernas, sus cicatrizadas manos me arañan ligeramente la piel provocando en mí un estremecimiento. Cuando llega al interior de mis muslos, sigue avanzando, arrastrando ligeramente las yemas de sus dedos sobre mis bragas antes de agarrar la parte inferior de mi camiseta. Me alzo lo suficiente para que pueda quitármela antes de volver a hundirme contra él. La luz es lo suficientemente tenue para disimular la mayoría de mis imperfecciones en el espejo, pero al mirar hacia abajo, distingo fácilmente las cicatrices que adornan mi piel, recordatorios de mi tiempo con Konstantin. Mis brazos se levantan instintivamente, intentando ocultarlas a la vista, pero me agarra suavemente de los antebrazos, apartándolos de mi pecho y estómago para poder verlas. ―Cada parte de ti es hermosa para mí ―susurra contra mi piel besándome el cuello.
―Ahora estoy llena de cicatrices ―comienzo a decir, pero él niega con la cabeza y vuelve a besarme. Arrastrando ligeramente los dedos por mi piel, traza las marcas blancas y plateadas de las veces que disgusté a Konstantin de alguna manera y sintió que necesitaba golpearme o cortarme para recordármelo ―ponte siempre de rodillas cuando entre en la habitación, no me mires nunca a los ojos, no hagas nunca ruido a menos que yo lo permita―, las reglas de un sádico al que le encantaba secretamente que se me olvidaran porque eso significaba que podía darme otra lección. ―Tus cicatrices no me molestan. Son una parte de ti, y me encanta cada maldita parte de ti, Alina. Suelto un jadeo suave cuando me percato que está citando lo que una vez le dije sobre sus propias cicatrices. Mi garganta se contrae y mis ojos se inundan de lágrimas cuando sus dedos recorren mis cicatrices, marcando cada una de ellas con su tacto. ―Estas me recuerdan que estás viva. Podría haberte perdido tan fácilmente, malishka. ―Cuando palpa la peor cicatriz, la que recorre mi vientre y se curva alrededor de mi cadera, deja escapar un gruñido antes de besarme el cuello―. Estoy tan malditamente orgulloso de ti, Alina. Gracias por seguir viva. Gracias por soportarlo para que pudiera encontrarte y traerte de regreso a casa. Susurro su nombre, girando la cabeza para poder mirarlo. ―Saber que intentabas encontrarme fue lo único que me mantuvo con vida. Gracias por no rendirte conmigo. ―Nunca. ―Alzando una mano, rodea mi mejilla y traza mis labios con su pulgar―. Siempre te encontraré, Alina, pase lo que pase, pero jamás pienso volver a estar lejos de ti. Moviendo el pulgar, me acerca hasta que nuestros labios casi se tocan. ―Recuerdo lo hermosa que te veías siempre que te hacía correrte. Mis mejillas se calientan al recordarlo y mi corazón se acelera. Su dura longitud está justo debajo de mi culo, y cuando balancea las caderas, mis labios se separan en un jadeo, ese pequeño movimiento me recuerda todas las veces que me moví desvergonzadamente contra él, persiguiendo mi placer. Me muerde suavemente el labio inferior.
―¿Te acuerdas? ―Sí ―susurro. ―¿Recuerdas cómo te colabas en mi habitación y te deslizabas bajo las sábanas? ―El calor húmedo de su lengua recorre la unión de mis labios, separándolos suavemente antes de retirarse. Mi 'sí' es más bien un tembloroso gemido, y cuando su lengua vuelve a golpearme los labios, sujeto su nuca y abro la boca pidiendo más. Con un gemido profundo y masculino, introduce su lengua en mi boca al tiempo que lleva una mano a mi cadera, sujetándome contra él. El beso es exigente y profundo, pero también jodidamente dulce. Siento cuánto me ama con cada movimiento de su lengua, cada succión de mis labios y cada caricia de sus dedos. La yema cicatrizada de su pulgar recorre mi cuello, encendiendo en mi cuerpo una necesidad que temía muerta. Matvey la reaviva sin esfuerzo, recordándome a quién pertenezco, a quién he pertenecido siempre. Soy suya, como lo he sido desde el momento en que nací. No hay nadie más para mí. Nunca habrá nadie más para mí, y nada cambiará jamás esto. Me quedo sin aliento cuando recorre la turgencia de uno de mis pechos antes de arrastrar los dedos por el pezón. Ese único roce es suficiente para arrancarme un gemido, al tiempo que mis caderas se balancean y me humedezco vergonzosamente. Al succionar mi lengua por última vez, se retira con un gruñido. Su habitual voz áspera es aún más ronca cuando dice: ―Mírate en el espejo. Mírate, malishka. Aturdida por la lujuria y la necesidad, giro la parte superior de mi cuerpo para volver a mirarme al espejo. Apenas reconozco a la mujer de ojos salvajes que me devuelve la mirada, con las caderas balanceándose y el pecho agitado. Mis pezones se tensan dolorosamente contra el encaje de mi sujetador, e incluso en la penumbra puedo ver la creciente mancha de humedad entre mis muslos. ―Tan jodidamente hermosa ―gruñe, observando nuestro reflejo y arrastrando ambas manos por mi cuerpo hasta alcanzar mis pechos. Los aprieta suavemente mientras sus ojos me recorren, voraces y oscuros.
―Este cuerpo es mío. ―Me libera el tiempo suficiente para desabrochar mi sujetador, lo tira a un lado y gime al ver mis pechos desnudos antes de volver a llenar sus manos―. Estas tetas son mías. ―Sí ―gimoteo cuando me pellizca suavemente los pezones. Su boca está cerca de mi oreja, y cuando succiona suavemente el lóbulo, echo la cabeza hacia atrás y gimo su nombre. Con un gruñido, desliza una mano por mi vientre, extendiéndola en un posesivo agarre antes de descender. Engancha un dedo bajo mis bragas y empieza a tirar. ―Elévate para mí, cariño. Con las manos en sus muslos, levanto el culo para que me quite las bragas y las tire al suelo. ―Jesús ―gruñe, agarrándome el interior de los muslos con las manos para poder abrirme aún más las piernas―. ¿Ves qué hermosa eres? Estoy completamente abierta, cada parte de mí se revela en el espejo. Me siento expuesta y vulnerable, y con esa sensación llega el aroma del sándalo y una voz familiar a mi oído. Ábrete, mascota. Quiero ver lo que estoy a punto de follarme. Unas manos llenas de cicatrices se clavan en mi carne lo suficiente para sacarme de ese indeseado recuerdo. ―¿Quién soy, malishka? ―Matvey ―susurro, obligándome a tomar aliento. ―¿Sientes esto? ―Vuelve a arrastrar sus manos llenas de cicatrices sobre mi piel―. ¿Sientes las cicatrices? Nadie más siente esto. Soy el único que te toca. Soy el único que te tocará. ―Sus labios recorren mi cuello―. Solo estamos tú y yo, Alina. Asiento y me agarro más fuerte a sus muslos, necesitando aferrarme a él. ―Solo somos tú y yo ―repito. Una mano tatuada se desliza entre mis piernas. Sus dedos recorren ligeramente mi hendidura, arrancándome un gemido y mis ojos se cierran. ―Ojos en mí, amor ―me recuerda suavemente, esperando a que nuestras miradas vuelvan a encontrarse en el espejo―. Buena chica.
Las palabras amenazan con arrojarme de nuevo a la oscuridad con Konstantin, pero la voz de Matvey me mantiene anclada al aquí y ahora. ―No le concederé nada más a ese cabrón. No voy a permitir que arruine lo que tenemos. ―Agarra mi coño, presionando contra mí lo suficiente como para separar mis labios con su dedo―. Esto es perfecto, y es mío, y cuando haga que te corras y empapes mi mano, va a ser algo hermoso. ―Sus labios rozan mi cuello―. Y eres mi niña buena, Alina. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Nada podrá cambiar eso jamás. Asiento con la cabeza, incapaz de formar palabras cuando empieza a deslizar lentamente su dedo dentro de mí. Besándome una línea a lo largo del cuello, sube la otra mano para acariciar mi pecho. Sin dejar de tocarme, mantiene sus ojos oscuros clavados en los míos en el espejo, un recordatorio constante de ser solo nosotros dos. ―Te siento tan bien como te recuerdo, tan apretada y perfecta. Cada caricia es un recuerdo de nuestro pasado, un recuerdo de todos los momentos que hemos pasado juntos y de todo lo que hemos compartido. Mi historia con Matvey es profunda, llega hasta lo más profundo de mí, a la esencia misma de lo que soy, y es un lugar al que Konstantin jamás podría llegar. Se me corta la respiración cuando desliza la yema del pulgar sobre mi clítoris y aprieta suavemente mi pezón. Muevo las caderas, haciéndolo gemir. Sus dientes rozan mi cuello, dándome suaves pellizcos prendiendo cada célula de mi cuerpo con una necesidad que amenaza con consumirme. ―Recuerdo todo sobre tu cuerpo ―susurra contra mi piel―. Recuerdo lo que te hace contorsionarte. ―Rodea mi clítoris con el pulgar, sonriendo cuando un estremecimiento me recorre―. Recuerdo lo que te vuelve loca, Alina. Desliza otro dedo dentro de mí, abriéndome bien mientras su pulgar acaricia mi clítoris y su otra mano masajea mi pecho. Mi boca se abre en un gemido cuando mis caderas se mecen, con mi cuerpo desesperado por más. ―Y sé lo que hace que grites mi nombre ―gruñe, llevándome al límite con sus dedos. Grito su nombre cuando el orgasmo me golpea. Sus ojos se tornan salvajes en el espejo, contemplando cómo me deshago. Mi
coño se agarra a sus dedos cuando lame y chupa mi cuello, guiándome a través del orgasmo hasta que me sacudo y jadeo en su regazo. Tan pronto como me corro, todo lo demás empieza a derrumbarse sobre mí. La vergüenza me golpea con fuerza, robándome la alegría que acababa de sentir, y antes de darme cuenta de lo que ocurre, las lágrimas corren por mis mejillas. ―Está bien, malishka ―murmura, acariciándome lentamente a través de las réplicas―. Somos solo tú y yo, ¿recuerdas? ―Mm―hmm ―gimo, asintiendo con la cabeza y luchando contra los indeseados recuerdos y la confusión que amenazan con abrumarme. Muy despacio, desliza los dedos fuera de mí y me sujeta el interior del muslo con su mano húmeda, abriéndome aún más. ―Esto es hermoso, Alina. Tu coño después de hacerte correr es lo más sexy que he visto nunca. Mira qué perfecta estás ahora. ¿Ves lo sonrojada que está tu piel, lo hinchado que tienes el coñito y lo duros que están tus pezones? Gruñe, recorriéndome con la mirada. ―No hay nada malo en estar excitada, amor, en querer que te haga correrte y en desear que hagamos más. Nada de lo que hay entre nosotros puede ser malo, sucio o incorrecto, y no tienes por qué avergonzarte de ello. ―No lo estoy ―susurro―. Es que estoy jodidamente confusa. ―Lo sé. Él te lo arrebató. Te ha robado jodidamente mucho, convirtiendo el sexo en algo malo, doloroso y horrible, pero vamos a cambiar eso. ―Besa mi cuello y envuelve mi pecho en un abrazo con sus poderosos brazos―. Te quiero, malishka, y con mucho gusto te recordaré todos los días del resto de nuestras vidas que lo que tenemos es hermoso y especial y tan jodidamente perfecto. ―Sé que lo es. ―Giro la cabeza para poder mirarlo, apoyando la mano en su mejilla e inhalando su aroma familiar, dejando que me enraíce de la forma en que solo él puede hacerlo. Siempre ha sido mi lugar seguro, e incluso ahora es capaz de ahuyentar todos mis demonios. ―Gracias, Matvey. Sonríe y me besa.
―¿Por hacer que te corras? Lo haré con mucho gusto siempre que quieras. Sonriendo, niego con la cabeza. ―Por recordarme lo hermoso que puede ser. Casi lo había olvidado. Su dedo recorre mi mejilla y una suave sonrisa juguetea en sus labios. ―Siempre te lo recordaré. Cuando me subo a su regazo sentándome a horcajadas sobre él, suelta un gemido alzando una ceja oscura. ―¿Qué haces? Es mi turno de sonreír. ―Recordarte que no soy tan frágil como crees. ―Malishka, frágil no es una palabra que utilizaría jamás para describirte. Eres la persona más fuerte que conozco. ―Cuando balanceo las caderas, restregándome contra su dura longitud, gime y añade―. Y la más testaruda. Sus manos recorren mi espalda antes de ahuecar mi culo y sujetarme. ―Alina ―me advierte cuando intento zafarme. Haciendo caso omiso de él, deslizo las manos por su pecho y le tiro de la camisa hasta que suspira y me suelta el culo lo suficiente para que pueda quitármela. La visión de su pecho desnudo siempre me provoca algo. Juro que mi capacidad de pensar disminuye considerablemente cada vez que muestra piel. Es como si mi mente se adormeciera y lo único que pudiera hacer es mirar. Ahora no es diferente. Las palabras me fallan, así que uso mi cuerpo en su lugar. Paso los dedos por sus anchos hombros, bailando por su pecho al inclinarme más y besar la piel tatuada. Esta vez, cuando dice mi nombre, no es una advertencia. Es una súplica desesperada de más. Sus dedos se deslizan por mi cabello, apretándolo suavemente cuando trazo las letras de mi nombre con la lengua, arrancándole otro profundo gruñido. Levanta las caderas y me aprieto contra él, observando cómo se contraen sus abdominales con el movimiento.
―Eres tan hermoso, Matvey. ―Susurro las palabras contra su piel, besando, lamiendo y chupando hasta llegar a su cuello. Su profunda risa me hace retroceder para poder verlo―. No te rías de mí. ―Nunca, cariño. No puedo evitar reírme ante la divertida expresión con la que sigue contemplándome. Siempre voy a mirarlo con estrellitas en los ojos. Siempre ha sido así, y no me gustaría que fuera de otra manera. Incluso ahora que estoy desnuda a horcajadas sobre él con mis manos recorriendo su piel desnuda, siento que necesito pellizcarme. Inclinándome más, le susurro. ―Tengo tanta suerte de tenerte. Arrastra el pulgar sobre mi labio inferior y me recorre con sus ojos oscuros. ―Yo soy el afortunado, malishka. No sé cómo puedes quererme y amarme, pero estoy tan malditamente agradecido por que lo hagas. ―Eres el hombre más dulce que he conocido, y eres magnífico, Matvey. Sé que no estás ciego ante la manera en que te miran las mujeres. ―Levanto la frente―. Ya lo creo que lo recuerdo muy bien. Odiaba ver a las chicas flirtear contigo. Ahueca mi rostro, dedicándome su dulce sonrisa―. Nunca quise a ninguna de ellas, y ninguna de ellas me quiso a mí. ―Oh, sí que lo hacían. Se ríe suavemente de mi tono. ―No, cariño, no me querían. Solo creían hacerlo. Eres la única mujer que me ha conocido, mi verdadero yo, y eres la única a la que mostraría todas mis cicatrices. Nunca compartiría eso con nadie que no fueras tú. ―Eres la única persona que nunca las ha visto realmente. Su voz profunda y áspera me produce otro estremecimiento al susurrar la verdad contra su piel. ―Todo en ti me vuelve loca. Me he pasado la vida amándote, Matvey, y nada cambiará jamás lo que siento por ti. ―Beso sus cicatrices y paso los dedos por su nuca―. Pero te equivocas. ―le digo entre beso y beso―. Veo tus cicatrices. Siempre las he visto. Me retiro y acerco mi rostro al suyo.
―Es que yo las quiero tanto como te quiero a ti. Sus oscuros ojos miran hacia abajo, siendo la única vez que lo veo nervioso. ―¿No te dan asco? Acaricio su rostro y no puedo evitar soltar una suave carcajada. Sus ojos saltan hacia los míos, con el ceño fruncido y confuso, pero se suaviza cuando ve mi sonrisa. ―Nada de ti podría disgustarme jamás. ―Para demostrar lo que digo, me levanto y aprieto mi coño desnudo contra sus abdominales, meciéndome suavemente para que pueda sentir lo mojada que estoy. ―Joder ―gruñe, viéndome apretarme contra él. Cuando me echo hacia atrás, dándole una vista perfecta de sus abdominales relucientes, le susurro―. Eres el único hombre que consigue humedecerme, Matvey. A mis ojos, siempre serás perfecto, y solo te perteneceré a ti. El hambre salvaje de sus ojos oscuros debería servirme de advertencia, pero sé que nunca me hará daño. Su mirada salvaje no significa que esté a punto de perder el control y hacerme daño; solo significa que desea esto tanto como yo. Matvey sabe lo que he aguantado y, por eso, se contiene. Las líneas duras y tensas de sus músculos y las venas hinchadas que recorren sus antebrazos y el cuello hacen evidente que está utilizando toda su fuerza de voluntad para contenerse, pero lo está haciendo. Lo hace por mí porque me ama y no quiere asustarme. Me inclino más hacia él, le succiono suavemente el labio inferior y recorro con mis manos su pecho y abdominales. Mis dedos recorren el brillo de mi propia excitación antes de detenerse en el botón de sus vaqueros. Me mira ceñudo cuando lo desabrocho y tiro de la cremallera. ―Siempre fuiste muy cuidadoso conmigo cuando era más joven. Siempre hacías que me corriera. Me dejabas que me apretara contra ti o utilizabas tus dedos o tu boca, pero nunca me dejabas hacer nada por ti. ―No quería meterte prisa ―gruñe cuando arrastro una uña por encima de la cinturilla de sus bóxers. Mis labios apenas rozan los suyos cuando susurro: ―Quiero hacer que te corras.
―Alina, no tienes por qué hacerlo. ―Quiero hacerlo. ―Introduzco la mano, desciendo y envuelvo con los dedos su dura longitud. Ambos gemimos al contacto y, cuando lo libero, me quedo helada al verlo. Es enorme, duro como una roca y está cubierto de precum. Después de dos años con Konstantin, el sexo es algo que me han enseñado a temer, y aun así no puedo evitar sentirme atraída por la polla que podría partirme en dos fácilmente. Matvey es más grueso y largo que Konstantin, y mi corazón se acelera al pensar que todo eso quepa dentro de mí, pero no voy a pasarme la vida con miedo. Me niego a darle esa satisfacción a ese cabrón. No permitiré que su recuerdo se interponga entre nosotros. Alargo la mano y paso un dedo tembloroso por su pene mientras gime y se hincha aún más. Hipnotizada por su visión, veo cómo se derrama más excitación sobre su coronilla y gotea lentamente por su pene. Incapaz de resistirme, lo froto con el dedo y me lo llevo a los labios. ―Alina ―gime, mirándome chupar mi dedo y sus fuertes manos agarran mis caderas―. Dime lo que quieres. ―Me besa y mordisquea mi clavícula―. Dime lo que necesitas de mí. Haré lo que quieras, malishka. Deslizo los dedos por su pelo oscuro y levanto las caderas, acercándome antes de hundirme hasta que mi coño se aprieta contra su cuerpo. Su gemido feroz se mezcla con mi gemido al balancear mis caderas, dejando que su gruesa polla separe mis húmedos pliegues para que quede a ras de él. Es la posición más íntima en la que podemos estar sin que él llegue a penetrarme, y tiene razón. Este momento, los dos expuestos, vulnerables y confiados, es hermoso. Lo que tenemos es hermoso, y es algo que un hombre como Konstantin nunca entenderá. ―Quiero hacer que te corras, Matvey. Quiero compartir esto contigo. Me pellizca la piel, me besa y lame hasta llegar a mi pecho mientras sus dedos se clavan en mis caderas, animándome a moverme. El calor húmedo de su lengua golpea mi pezón, y jadeo ante la oleada de placer. Se llena la boca, succionándome mientras su lengua sigue recorriendo mi pezón, y la sensación hace que mi cuerpo pida más. Muevo las caderas con más fuerza, sintiendo ya la atracción de otro orgasmo. ―Matvey ―gimo―, espera.
Se detiene de inmediato, me saca el pecho de la boca y ahueca mi rostro. ―¿Te he hecho daño? ―Sus ojos me recorren, buscando pistas―. ¿Quieres parar, cariño? No me juzga, y sé que si dijera que sí, me cogería en brazos y me llevaría a la cama, ni siquiera un poco enfadado por no poder hacer más, pero parar es lo último que quiero en este momento. ―No, y no estoy herida. ―Cubro sus manos con las mías, dándoles un suave apretón―. Pero estás a punto de hacer que me corra, y no quiero hacerlo a no ser que tú también puedas. Se ríe suavemente y su boca sexy se curva en una sonrisa. ―Definitivamente, puedo hacerlo. ―Vuelve a llevarme las manos a las caderas y me sube a lo largo de él, arrancando otro gemido de mi tembloroso cuerpo―. Pero te llevo conmigo, malishka. Quiero sentir cómo este bonito coño moja mi polla. ¿Puedes hacerlo por mí? ¿Puedes ser mi niña buena y correrte sobre mi polla? ―Joder ―susurro, a punto de caer al borde del abismo solo por su palabrota. ―¿Eso es un sí? ―El tono divertido de su voz hace que vuelva a mirarle. ―Sí. ―Mis mejillas se calientan ante la intensa mirada de sus ojos―. Ayúdame, Matvey ―susurro contra sus labios. Ayúdame a correrme. Con un profundo gemido, me agarra firmemente por las caderas, moviéndome lentamente arriba y abajo por su cuerpo. ―¿Oyes lo húmeda que estás? ―Me pellizca el labio inferior―. Estás haciendo un hermoso desastre sobre mi polla, y jodidamente me encanta. Mis pezones rozan su pecho cuando me mueve más deprisa. La presión resbaladiza contra mi clítoris me acerca cada vez más al límite, y su lengua separa mis labios adentrándose en ellos en un beso hambriento. Me entrego a él, abriendo la boca a medida que mi cuerpo se relaja, dejándole tomar el control total porque sé que estoy segura en sus manos. ―Déjate ir, malishka ―gruñe contra mis labios―. Te tengo
Con sus labios sobre los míos y su aroma a mi alrededor, me dejo llevar y abrazo el orgasmo que se abalanza sobre mí con una fuerza cegadora. Gruñe mi nombre cuando siente que me deshago sobre su polla antes de caer al vacío conmigo. Le rodeo el cuello con los brazos, estrechando nuestros cuerpos. Sus gemidos profundos y masculinos vibran contra mi pecho mientras su polla palpita contra mi coño con su clímax. El calor húmedo de su liberación golpea nuestros estómagos a la vez que succiona mi lengua y acaricia mis nalgas con sus manos. Con un último gemido, sujeta mi nuca ralentizando el beso. Mis dedos trazan las líneas de su rostro, queriendo memorizar cada segundo de este momento. Siento cómo sonríe contra mis labios antes de susurrar: ―Te amo, Alina. ―Te amo, Matvey ―le susurro de vuelta, haciéndolo sonreír aún más. Es una sonrisa plena, una sonrisa cegadora, iluminando su rostro, y está tan guapo que hace que mi corazón palpite de dolor. Su pulgar acaricia mi mejilla antes de pasar ligeramente por mi labio inferior. ―¿Fue demasiado? ―No, ha sido perfecto. ―Hundo la barbilla y beso su pulgar―. Ha sido más que perfecto. Gracias. ―¿Por dejarte restregar contra mi polla a la vez que nos corríamos los dos? ―Me guiña un ojo―. De nada. Sonrío al oír su risa despreocupada, y estoy tan contenta que tardo un segundo en ser consciente que no he oído la voz de Konstantin en mi cabeza, y el único aroma que me rodea es la mezcla perfecta de cítricos y cedro: el aroma limpio e inconfundible de Matvey. ―¿Qué ocurre? ―Sus ojos oscuros buscan los míos, la preocupación hace que vuelva a fruncir el ceño. Le beso y sonrío. ―Solo somos tú y yo. Lo mantuviste alejado de mi cabeza. Se relaja al oír mis palabras y retira un mechón de cabello antes de volver a besarme. ―Solo tú y yo ―repite. Siempre, malishka.
Rodeada de su calor y con el cuerpo relajado por los orgasmos, no puedo contener el bostezo cuando me asalta. Sonríe y vuelve a besarme. ―¿Quieres un baño antes de acostarte? ―No. Quiero dormirme así. Pasándome un brazo por debajo del culo y el otro por la espalda, se levanta, llevándome con él. Le beso el cuello antes de dejarme en la cama, pero cuando intenta levantarse, aprieto los brazos y las piernas a su alrededor, negándome a soltarle. Su aliento es suave como un susurro contra mi piel cuando suelta una suave carcajada. ―Solo me estoy quitando los pantalones, malishka. No voy a ir a ninguna parte. Lo suelto con un último beso y veo cómo se baja los vaqueros por los musculosos muslos. Aún está semiduro, y supongo que no le costaría mucho volver a ponerse duro de nuevo. Pero él ve lo cansada que estoy y niega con la cabeza. ―Ni se te ocurra. Necesitas dormir. ―Se mete en la cama a mi lado, pero antes de subir las sábanas, gime y arrastra los dedos por mi mojado vientre. ―Estás increíblemente sexy cubierta de mi semen. Observo cómo cubre lentamente sus dedos y luego los arrastra hacia abajo. No se detiene hasta que mi coño brilla con su semilla. ―Perfecto ―murmura, dándome un suave golpecito en el clítoris antes de acunar mi cuerpo contra el suyo y taparnos con las sábanas. Con nuestros cuerpos desnudos apretados y sus fuertes brazos rodeándome, nunca me había sentido tan segura. Me pasa la mano por el cabello y me arrulla en un sueño profundo y tranquilo, libre de Konstantin y de todos los recuerdos dolorosos que Matvey va alejando cada vez más. A la mañana siguiente, me despierto al sentir sus labios en mi cuello y el sonido profundo y sexy de su voz en mi oído. ―Buenos días, malishka. Es hora de levantarse.
―¿Qué? ¿Por qué? ―Intento esconderme aún más bajo las mantas, pero él se ríe y las retira de un tirón, estrechándome entre sus brazos con una facilidad que me sorprende. ―¿Te has pasado los dos últimos años en el gimnasio? ―Mucho ―admite, acompañándome al cuarto de baño. Seguimos desnudos, y tan pronto le veo en el espejo, suelto un suspiro apreciativo. Se ríe y me deja en el suelo para coger su cepillo de dientes y empezar la ducha. Yo hago lo mismo y me cepillo los dientes sin dejar de mirarle. Me guiña un ojo cuando consigo volver a mirarle a la cara. ―¿Por qué no nos quedamos durmiendo? Sonríe y tira de mí hacia la ducha. ―Tengo una sorpresa para ti. El tacto suave de Matvey cuando me guía bajo el chorro de agua y enreda sus dedos en mi cabello contrasta tanto con la fuerza bruta general de este hombre. Es un muro de magníficos músculos frente a mí y aunque sé lo que este cuerpo podría hacerme, nunca tengo miedo cuando estoy cerca de él. Sé exactamente lo que se siente al ser el blanco de los puños de un hombre, pero también sé que Matvey preferiría morir antes que lastimarme. Las fuertes manos que ahora me lavan suavemente el cabello nunca se alzarán contra mí enfurecidas. Inclinándome hacia él, le beso la mano y él me sonríe. ―¿Me das alguna pista sobre esta sorpresa? Me echa la cabeza hacia atrás y empieza a aclararme el cabello. ―No te lo esperas. Me rio e intento no distraerme con los riachuelos de agua que corren por su torso tatuado. ―Bueno, eso lo reduce. ―Es una sorpresa ―me recuerda. No se supone que debas adivinarlo. Alarga la mano, coge el gel de baño y enjabona con él mi puf rosa. El aroma cítrico se mezcla con el vapor, y mis ojos se cierran al respirarlo, sintiéndome instantáneamente tranquila y feliz. Cuando abro los ojos, me está mirando fijamente, con la cabeza ladeada y una ceja oscura levantada.
―¿En qué estabas pensando? ―El gel de baño huele a ti. ―Me acerco y le paso los dedos por los hombros antes de tirar de él hacia abajo para poder olerle el cuello―. Siempre hueles a una mezcla de cítricos y cedro, pero debajo está tu propio aroma, y la combinación de los tres me produce algo. Me pasa los dedos por el lomo húmedo, gimiendo cuando aprieto el vientre contra su erección. ―¿Qué haces, malishka? Dejo escapar un suspiro cuando siento sus toscos dedos arrastrarse por mi culo antes de ahuecar una mejilla en cada mano. ―Me hace sentir segura ―susurro por encima del sonido del agua golpeando nuestros cuerpos―. Me hace sentir como en casa. ―Soy tu hogar, Alina, igual que tú eres el mío. ―Me da un último apretón en el culo antes de volver a deslizar sus manos por mi cuerpo hasta acariciarme la cara―. Siempre estarás a salvo conmigo. ―Lo sé. Cuando sonrío y deslizo las manos por su pecho húmedo y sus abdominales, gruñe y suelta una suave carcajada. ―Siempre has sido mi tentación. ―Sus labios rozan los míos en un suave beso―. Pero, por desgracia, en realidad tenemos una cita a la que debemos acudir. ―¿La tenemos? ―Suspira, enredando los dedos en mi cabello, cogiéndome por la nuca y juntando nuestros cuerpos. ―Sí, pero voy a estar pensando en tu cuerpo húmedo y desnudo todo el maldito día. Antes de poder decir que haré lo mismo, vuelve a besarme, esta vez más lenta y profundamente, y cuando finalmente se retira, estoy más que aturdida. Sonríe y me pasa el puf de baño antes de mojarse el cabello. ―No confío en terminar de lavarte. Mientras se lava el cabello, sus ojos se quedan clavados en mis manos, observando cómo me lavo hasta que me convenzo que no podrá ni subirse la cremallera de los malditos pantalones porque nada va a poder contener esa cosa.
―Estaré bien ―me dice, soltando otra profunda risa cuando me pilla mirándole la polla. Agarra su grueso miembro con una mano tatuada, y no puedo apartar los ojos de la forma en que se acaricia lentamente. Sintiéndome atrevida, me acerco. ―¿Cuánto tiempo tenemos? La comisura de su boca se levanta en una sonrisa sexy. ―¿Qué planeas en esa hermosa cabecita tuya? Sonriendo, doy un paso atrás y luego otro, sin detenerme hasta que siento la pared de azulejos detrás de mí. Enroscando el dedo, le hago señas para que se acerque. Acorta la distancia, con un aspecto letal y sexy, hasta que invade mi espacio y se eleva sobre mí. Sin embargo, lo último que siento es miedo. Extiendo la mano y la envuelvo sobre la suya mientras él sigue trabajando. ―Nunca pude resistirme a ti ―susurra, arrastrando su nariz por mi mejilla hasta que nuestros labios casi se tocan―. ¿Qué necesitas de mí, malishka? ―Quiero que vuelvas a correrte sobre mí. Me pellizca el labio inferior. ―¿Por qué? ―Me gusta. ―Gimo cuando mueve su mano, rodeando la mía, de modo que hemos cambiado de sitio y son mis dedos los que agarran su polla mientras me guía arriba y abajo por su longitud―. Me hace sentir cerca de ti. Me hace sentir segura. Con un gruñido, me lleva la otra mano a la cara, ahuecándome la mejilla mientras me chupa el labio inferior. ―Tócate. El sonido grave y áspero de su voz hace que me apriete los muslos. ―No me voy a correr sin ti, así que será mejor que pongas esa mano en tu coño, malishka. Cuando vacilo, vuelve a pellizcarme el labio inferior y emite un gemido profundo y masculino. ―Más vale que te des prisa.
Me aprieta la mano con más fuerza alrededor de su polla mientras llevo la otra entre mis piernas. ―Buena chica ―gime, acariciándome la mejilla con el pulgar observando cómo me toco―. Esa es mi niña buena, tan jodidamente húmeda para mí. La sucia boca de Matvey siempre me vuelve loca, y cuando deslizo un dedo en mi interior, no me sorprende en absoluto descubrir que estoy empapada. Mi gemido entrecortado choca contra sus labios, haciéndolo sonreír. ―Podría verte masturbarte todo el día, malishka, pero tenemos que darnos prisa. ―Lleva su mano libre a mi pecho y lo coge con la suya. Separando los dedos, deja que mi pezón asome para poder apretarlo, y cuando suelto otro gemido, siento cómo su polla se hincha bajo mi mano. ―Frota tu clítoris, cariño. ―Su lengua me roza suavemente el labio superior. Espera a que le obedezca. Mis dedos resbaladizos recorren mi clítoris hinchado mientras mis caderas se balancean pidiendo más. ―Joder ―gime. Su mano se tensa sobre la mía, trabajando cada vez más fuerte y más rápido mientras mantiene mi pezón en un firme pellizco que magnifica el placer que ya recorre mi cuerpo. ―Córrete para mí, Alina, jodidamente ahora. Es una orden que mi cuerpo obedece instantáneamente. Me tiemblan los muslos gimiendo su nombre. El éxtasis me recorre, mi coño se aprieta y mis rodillas amenazan con doblarse. Antes de poder caer, su fuerte muslo se interpone entre los míos, presionándome y sujetándome a la vez que gruñe mi nombre. Justo cuando siento el calor húmedo de su liberación en mi estómago, gime y me besa salvajemente, succionando mi lengua en su boca al tiempo que su polla palpita en mi mano. Sigo frotándome el clítoris, disfrutando de las réplicas y presionando mi coño contra su fuerte muslo. ―Dame tus dedos ―gruñe contra mis labios―. Déjame probarte, malishka. Doy un último masaje a mi clítoris antes de llevar mis dedos a nuestros labios. Suelta mi pecho para agarrar mi muñeca, asegurándose de mantener su suave toque alejado de mis puntos. Lleva mis dedos a su boca y me observa lamiendo y chupando lentamente uno de mis dedos.
Me sujeta por la nuca y me acerca hasta que nuestros labios casi se tocan. Sigue sosteniendo mis dedos mojados entre ambos, y cuando arquea una ceja y saca la lengua para probar otra vez, sé que quiere que me una a él. Me lame el dedo corazón y, cuando yo hago lo mismo, gruñe rozando con su lengua la mía y besándome profundamente, una maraña de lenguas y dedos y el sabor de mi coño llenando nuestras bocas. Ya se está poniendo duro de nuevo en mi mano, y cuando empiezo a acariciarlo, rompe el beso con un gemido. ―Jodido infierno, cariño. ―Suelta una suave carcajada y sacude la cabeza―. Las cosas que me haces. Lleva sus dos manos a mi estómago, frota lentamente su semen en mi piel y sobre mis pechos y, una vez satisfecho, vuelve a colocar su mano sobre la mía, acariciando mi coño en un posesivo agarre, provocando una sensación cálida, porque ser propiedad de Matvey es todo lo que siempre he deseado. ―Tan hermosa ―susurra, besando una línea a lo largo de mi mejilla―. Hoy vas a caminar cubierta por mí. Cada vez que alguien intente meterse en tu cabeza, quiero que recuerdes que eres mía y de nadie más. La única voz que quiero que oigas es la mía. El único contacto que quiero que recuerdes es el mío. ―Sus labios rozan mi oreja―. ¿Lo entiendes? ―Sí ―susurro con la respiración agitada. ―¿A quién perteneces, malishka? ―A ti, únicamente a ti. Besándome la oreja, me da una suave palmada en el coño. ―Buena chica, amor. Dando un paso atrás, cierra el grifo sin molestarse en enjuagarnos a ninguno de los dos y sonríe. ―Hora de irse. Será mejor que te des prisa, cariño, alguien nos ha hecho llegar tarde. Sonrío, agarrando la toalla que me ofrece, sin sentirme ni remotamente culpable por la ducha tan larga.
CAPÍTULO 12
Matvey ―¿No nos llevamos tu coche? ―Nuestro coche ―corrijo, sonriendo ante lo jodidamente adorable que está toda abrigada. El gorro de nieve rosa que lleva tiene una gran borla en la parte superior, y la chaqueta de plumón que insistí en que se pusiera casi se la ha tragado. Si le añades la bufanda y las manoplas, está como para comérsela. ―¿No nos llevamos nuestro coche? ―pregunta con una sonrisa. Agarrando su mano cubierta de mitones con la mía, la guío fuera de nuestro edificio y hacia la concurrida calle. ―Es más sencillo de esta manera. Sus ojos verdeazulados escrutan la multitud y, tal como esperaba, frunce el ceño y se afana en morder el labio inferior al tiempo que sus dedos se tensan en torno a los míos. En los últimos días, Alina se ha transformado ante mis ojos. Se ríe más, sonríe con más facilidad y es capaz de disfrutar conmigo de un nivel de intimidad sexual del que llegué a temer que jamás volveríamos a disfrutar. Estoy jodidamente orgulloso de ella, pero no puedo dejar que caigamos en la trampa de pensar que todo va bien porque las cosas mejoran en el ático. No dejaré
que se acostumbre a esconderse del mundo. La quiero demasiado para hacer eso. Necesita formar parte del mundo, no esconderse de él, y de eso trata la sorpresa de hoy. Acercándola, aproximo mi boca a la suya y chupeteo su labio inferior. ―Estás segura conmigo ―le recuerdo. Asiente, aunque noto que sigue asustada. Sus ojos vuelan alrededor, mirando a todas las personas que me importan una mierda. ―Me atraparon en una carretera muy transitada ―susurra. Su respiración se acelera y, cuando noto que su cuerpo empieza a temblar, apoyo la frente en la suya ahuecando su rostro entre mis manos de modo que sea todo lo que pueda ver. ―Respira conmigo, malishka. Sus palabras suenan frenéticas cuando dice: ―La gente se queda mirando. ―Solo estamos tú y yo, amor. ―Manteniendo mi rostro cerca del suyo, me quito rápidamente los guantes guardándolos en los bolsillos del abrigo. Acerco mis manos desnudas a su piel, vuelvo a acercarme a su rostro y acaricio su mejilla con los pulgares, dejándole sentir mis cicatrices. ―Respira hondo conmigo. Se concentra en mí, inspira cuando yo lo hago y aguanta la respiración hasta que yo suelto lentamente la mía. Me imita hasta que noto que se relaja. Le paso la yema del pulgar por el labio inferior. ―Estás a salvo ―repito―. No te dejaré sola, ni un segundo. Cuando ella asiente suavemente, sonrío y rápidamente miro la ciudad que nos rodea. ―Somos los dueños de esta parte de la ciudad, malishka. Aquí no ocurre nada que no sepamos. ―Suelto su mejilla para poder señalar el todoterreno negro aparcado al otro lado de la calle, a unos treinta metros por delante de nosotros―. ¿Lo ves? ―Sí. ―Esos son algunos de nuestros hombres. Estarán vigilando porque no estoy dispuesto a correr ningún riesgo cuando se trata de ti. Cada vez
que pongas un pie fuera de ese ático, siempre tendrás al menos tres pares de ojos sobre ti en todo momento. Cuando sus ojos se agrandan y abre la boca para decir algo, la cierro con suavidad y vuelvo a presionar sus labios con mi pulgar. ―Eso es absolutamente innegociable. Nunca volverás a estar desprotegida, pase lo que pase. Ya te raptaron una vez y nunca me lo perdonaré. No permitiré que vuelva a ocurrir. La beso una vez más antes de erguirme y volver a coger su mano entre las mías. ―Vamos. No vamos lejos, solo unas manzanas. Ella asiente apretándome la mano y con la otra sujeta mi antebrazo, abrazándome estrechamente contra su pecho. La mayoría de la gente ya está en el trabajo, pero la acera y las calles siguen concurridas. Caminamos alrededor de un grupo de mujeres apiñadas sobre sus teléfonos, intentando averiguar direcciones, y luego esperamos para cruzar la calle. ―¿Quieres un café? Sus mejillas están sonrosadas a causa del viento cuando levanta la vista hacia mí. ―Creí que habías dicho que llegábamos tarde. ―Llegamos tarde, por eso deberíamos tomar un café. Sonríe y asiente. ―De acuerdo. Nos ayudará a entrar en calor. Le calo aún más el gorro y me aseguro que la bufanda cubra su cuello antes de besarle la punta roja de la nariz. ―Te prometo que te calentaré más tarde. ―Más te vale. Me rio de su tono y, una vez cruzada la calle, entramos en la primera cafetería que vemos. Los olores familiares del café y azúcar nos envuelven junto con la fuerte calefacción que tienen encendida. Alina suspira aliviada cuando el calor golpea su rostro. Sonrío y aprieto su mano al unirnos a la pequeña cola que hay delante.
La mayoría de las mesas ya están ocupadas y, al observar a la gente, veo sobre todo estudiantes universitarios, algunas madres con cochecitos y hombres de negocios que pasan a tomar un café rápido de camino a la oficina. No veo a nadie que me haga sospechar, pero sí veo a unos cuantos hombres que miran a Alina de una forma que me dan ganas de arrancarles los ojos de la puta cabeza. Llevo mi mano a su nuca, la acerco y beso su cabeza sin dejar de mirar al hombre que más la observa. Suelto una ligera carcajada cuando aparta rápidamente la mirada. ―¿De qué te ríes? ―De nada, cariño ―le digo―, solo de un imbécil que disfrutaba mirándote demasiado. Se ríe y mueve la cabeza como si no me creyera, pero así es Alina. Nunca ha entendido lo increíblemente hermosa que es. Cuando vuelvo a levantar la vista, el hombre está agarrando su teléfono, procurando no mirar a mi mujer, sino a la pantalla. Satisfecho, sonrío y cuando la clienta que tenemos delante se aparta, ocupamos su lugar y miramos el menú. ―¿Sabes lo que quieres, amor? ―Oh, por Dios, ¿qué idioma es ese? Es tan bonito. Miro y veo a una joven rubia con una gran sonrisa en la cara y una mirada hambrienta en los ojos. Cambiando al inglés, le digo: ―Es ruso. Se ríe y se fija en los tatuajes de mi cuello y mis manos, y entonces comete el error que cometen la mayoría de las mujeres cuando ven mi rostro. Ve a un hombre guapo con el que le gustaría follar, un tipo de ojos oscuros y ceño enfadado que, de algún modo, cree que no es aplicable a ella. La joven camarera que me está follando con los ojos no es consciente que a la única mujer a la que sonrío es a la que estoy rodeando con el brazo. ―Algunas cosas nunca cambian ―murmura Alina en ruso. ―Y algunas cosas sí ―contesto, inclinándome y ahuecando su rostro―. Ya no tenemos que ocultar nuestra relación, malishka. Roman
sabe que voy a casarme con su hermana, y cuanto antes te ponga un anillo en el dedo, mejor. La beso lentamente, sin importarme lo más mínimo que estemos retrasando la línea y montando una escena. Nada va a impedirme tocar y saborear a la mujer que amo cada maldita vez que quiera. Es un privilegio que se me ha negado durante los dos últimos años, y que me aspen si dejo que vuelva a ocurrir. Cuando oigo al hombre que está detrás de nosotros aclararse la garganta, le doy una última lamida al labio inferior de Alina acariciándole la mejilla con el pulgar antes de volver a alzarme. Me vuelvo hacia el hombre que está detrás de mí, pero él aparta rápidamente la mirada, fingiendo que no intentaba meterme prisa. La camarera se sonroja cuando vuelvo a mirarla, pero consigue mantener la profesionalidad cuando mira a Alina y le pregunta qué quiere. Después de hacer nuestro pedido y pagar, nos apartamos para esperar. ―Casi había olvidado cuánta atención atraes. Miro a Alina y me rio. ―¿Yo? Todos los tíos de aquí te han estado mirando, y me está volviendo jodidamente loco. Hay un montón de globos oculares en este lugar que me gustaría eliminar. Levanta un agitador de plástico del expositor que tenemos delante. ―Lástima que aquí no haya más que utensilios de plástico. Me acerco más para poner mis labios junto a su oreja. ―Malishka, ¿pensabas en serio que saldría del ático desarmado? ―No, supongo que no, pero no saques el cuchillo todavía. Si no voy a dejar ciega a la camarera por la forma en que te estaba jodiendo con los ojos, tampoco hace falta que saques ningún globo ocular. Sonrío ante la mordacidad de su tono y le beso la mejilla. ―No te preocupes, malishka. Eres la única mujer que me verá desnudo. ―Bien ―susurra justo cuando pronuncian mi nombre. Vuelvo a besarla, y luego cogemos nuestras bebidas y nos vamos. Gracias al café, la última mitad del paseo no es tan fría, y cuando damos
unas cuantas vueltas y llegamos a una hilera de casas adosadas de ladrillo, Alina mira a su alrededor confundida. ―¿Qué estamos haciendo? Le guiño un ojo y tiro de ella por la acera. Cuando miro hacia atrás, veo que el todoterreno negro gira calle abajo y aparca en paralelo, manteniéndonos a la vista cuando Alina y yo nos detenemos delante de la quinta casa adosada de la fila. Todas son idénticas, así que los propietarios han hecho pequeñas cosas para intentar diferenciarlas. Varios han optado por pintar sus puertas de distintos colores, mientras que otros han añadido pequeños adornos como carteles de bienvenida o plantas en macetas. La que tenemos delante tiene una puerta roja y un pequeño gnomo de jardín escondido en la esquina de la entrada. Tiene un sombrero verde y una larga barba blanca. Levanto la mano, llamo a la puerta y luego acerco a Alina. ―Espero realmente que esto te guste ―susurro, sintiéndome nervioso de repente. Me había parecido una buena idea, pero ahora que estamos aquí, empiezo a dudarlo. Mis hermanos estaban a favor, pero eso no quiere decir mucho. Si fuera por nosotros, nuestras mujeres llevarían rastreadores y nunca estarían a más de metro y medio de nosotros. Así que lo que para nosotros tiene mucho sentido, puede que a ellas no les parezca tan bien. La puerta se abre antes que Alina pueda hacer ninguna pregunta. El hombre que está delante de nosotros lleva una sonrisa amable y una barba extrañamente parecida a la de su gnomo de jardín. Me tiende la mano. ―Tú debes ser Matvey. ―Vuelve su sonrisa hacia Alina―. Y tú Alina. Hola, soy Ralph. ―Hola ―dice sonriendo, pero manteniendo su brazo alrededor de mi cintura y su cuerpo cerca del mío. Le doy la mano. ―Siento haber llegado un poco tarde. La cola de la cafetería era un poco más larga de lo que pensábamos. Un rubor sube por las mejillas de Alina porque ambos sabemos que no fue la breve cola de la cafetería lo que nos hizo llegar tarde. Ha sido su
culo caliente en la ducha, no es que me queje. No me importa si volvemos a llegar a tiempo a alguna parte. ―Entrad. ―Ralph se aparta y nos hace pasar―. Está listo para vosotros. ―¿Él? ―Alina me mira con el ceño fruncido y echa un vistazo al salón de Ralph en busca de alguna pista, pero lo único que ve es el sofá de cuero y un televisor de pantalla plana. No se da cuenta hasta que Ralph da un silbido y un gran pastor alemán entra corriendo para sentarse a sus pies. Sus ojos se agrandan y saltan hacia los míos―. Matvey ―susurra antes de esbozar una enorme sonrisa en su hermoso rostro. Cojo su café y dejo los dos en la mesita auxiliar, cerca del sofá. ―¿Te gusta? Ella mira al perro negro y canela, que continúa sentado esperando su próxima orden. Sus ojos ámbar están alerta mirando entre ambos con la cabeza ladeada y las orejas levantadas. ―Es precioso. ―No es solo hermoso ―le digo―. Es un perro de asistencia. ―¿Qué? Ralph se agacha y acaricia la cabeza del perro. ―Le han adiestrado para ofrecer apoyo a las personas que sufren ataques de pánico o ansiedad. Ofrece apoyo emocional, pero también te despertará si tienes terrores nocturnos, te consolará si tienes un ataque de pánico o incluso te alertará si cree que está a punto de producirse uno. Para ser sincero ―nos dice riéndose ligeramente―, creo que a todo el mundo le vendría bien tener un perro así, o cualquier otra mascota. En mi opinión, hacen la vida más agradable. Es un chico muy dulce, ¿verdad, Finn? El perro levanta la cabeza al oír su nombre y comienza a mover la cola. Alina sonríe y se pone en cuclillas, riéndose cuando se acerca rápidamente para olisquearle los dedos. Le lame la mano y a continuación se sienta a su lado pasando las manos por su pelaje. Me pongo en cuclillas junto a ella, y la sonrisa que me dedica me confirma lo acertada que ha sido mi elección.
Por mucho que quiera estar a su lado cada segundo de cada día, no es nada realista y, si he de ser sincero, probablemente no sea muy saludable, pero Finn puede estar con ella siempre que necesite un poco de consuelo o siempre que se sienta asustada o ansiosa. Lo que ella no sabe es que Ralph también entrena perros para protección personal. Finn no es solo un perro de apoyo emocional. También es un asesino altamente entrenado que arrancará la garganta a cualquiera que intente hacerle daño. Finn es lo que Vitaly llamaría un dos por uno, y ya puedo decir que vale cada céntimo de su enorme precio. Pasamos la siguiente hora con Ralph, quien enseña a Alina las distintas órdenes y les da la oportunidad de estrechar lazos. No me sorprende en absoluto ver que Finn ya se siente prendado de Alina. Sus ojos ámbar la siguen a todas partes, siempre alerta, esperándola si le necesita. Cuando Ralph está convencido que Alina y Finn hacen buena pareja, sonríe y va a coger algunas provisiones. Ayuda a Alina a colocarle el chaleco rojo con la inscripción Perro de Asistencia antes de entregarle la correa de Finn. ―No tengas miedo de ponerle ese chaleco y llevarlo adonde quieras. Está registrado como perro de asistencia, lo que significa que tienes derecho a llevarlo contigo. Restaurantes, aviones, dentro de edificios, no importa. Es tu derecho, así que no tengas miedo de utilizarlo. ―Le entrega su tarjeta de visita―. Si tienes alguna duda, llámame. ―Lo haré. ―Ella coge la tarjeta y se la mete en el bolsillo trasero―. Muchas gracias. ―Es un placer. Cuando tu prometido me llamó, supe que Finn sería la pareja perfecta para ti. Es el único perro con el que he trabajado que puede ser tan dulce como feroz. Te mantendrá a salvo con la misma facilidad con la que te consolará durante un ataque de pánico o una pesadilla. ―Es perfecto ―asiente Alina, ya enamorada del perro. Le estrecho la mano y vuelvo a darle las gracias, sujetando la correa para que Alina pueda volver a abrigarse. Está tan emocionada que no se molesta en atarse la bufanda ni en ponerse las manoplas. Sí, eso no servirá ni de coña. La detengo en la entrada, ignorando el ceño bonito y obstinado que me pone por hacerla esperar, subiendo la cremallera de su
abrigo y atándole la bufanda. Suelta un bufido frustrado cuando le saco las manoplas de los bolsillos y se las tiendo. ―No voy a morir congelada ―hace un mohín cuando le coloco la primera. ―No, claro que no ―le digo, enarcando una ceja y poniéndole la otra, y como soy un cabezota, me tomo mi tiempo para bajarle el gorro antes de besarle finalmente la nariz y abrir la puerta. Con una carcajada, sale sin dejar de mirar a Finn, aunque el perro está pegado a su lado y no muestra ningún interés por estar en otra parte. Me coge de la mano y me rodea la cintura para abrazarme. ―Muchas gracias por esto. La rodeo con los brazos y beso su frente. ―No hay de qué, malishka. Me hace muy feliz que te encante. ¿Recuerdas cuando eras pequeña y tenías aquel peluche de pastor alemán al que llevabas a todas partes? Levanta la cabeza y me mira sorprendida. ―¿Te acuerdas de eso? ―Claro que sí. Formé parte del equipo de búsqueda cuando lo perdiste aquella vez. Se ríe y el sonido me hace sonreír. Había tenido tantísimo miedo a que nunca volviera a ser capaz de reírse despreocupadamente, pero Alina sigue asombrándome con su fuerza, y rápidamente he aprendido a no subestimarla nunca. ―Lo encontraste debajo de mi cama, escondido detrás de unos juguetes. ―Mira a un lado, repitiendo el recuerdo con una sonrisa―. Siempre me cuidaste, Matvey, incluso entonces. ―Y siempre lo haré. ―Dándole otro beso, tomo su mano y la conduzco de nuevo a la calle―. Vamos, cariño. Vamos a enseñarle su nuevo hogar. Cuando subimos en ascensor al ático, Alina y yo estamos completamente enamorados del nuevo miembro de la familia Melnikov. Siempre quise tener un perro, y pensé en tener uno durante la búsqueda de Alina, pero la idea de hacerlo sin ella me deprimía. Me alegro de haber esperado, porque verla con él es lo más bonito que existe. Ya le he hecho
varias fotos y unos cuantos vídeos, y su nuevo fondo de pantalla en el móvil es una foto mía con Finn. Jodidamente adorable. ―¡Oh, madre mía, qué mono es! ―grita Emily en cuanto se abren las puertas y ve al perro―. ¿Puedo acariciarlo? ―Sí, desde luego ―le dice Alina, desenganchando la correa de Finn para que pueda pasear y explorar. Emily le rasca la cabeza antes de olisquear y a continuación nos sigue hasta la cocina. Cuando Alina ve todas las bolsas sobre la encimera, me mira―. ¿Qué es todo esto? ―No podemos permitir que tu perro coma de nuestros elegantes platos, ¿verdad? Miramos y vemos a Vitaly acercándose con Katya. Ella se ríe de su marido. ―No tenemos platos elegantes. ―Katya sonríe a Alina―. No le hagas caso. Es él quien se ha pasado una hora en el pasillo de comida para perros, intentando encontrar lo mejor. Finn va a comer como un rey. ―Hermoso perro ―dice Lev mientras todos los demás se reúnen a su alrededor para conocer a Finn. Ralph había dicho que estaba bien tratarlo como a un animal de compañía, siempre que todos recordaran que aún tenía un trabajo que hacer. Su principal objetivo debía ser siempre Alina, y siempre debía poder llegar hasta ella si era necesario. Les había enviado toda la información cuando Alina estaba recibiendo clases de Ralph, y Vitaly se había ofrecido voluntario para conseguir todos los suministros. Vitaly hizo un gesto hacia todas las bolsas. ―Es una suerte que tuviera el monovolumen de Roman para cargar todo esto. También he puesto varias camas para perros por todo el ático para que pueda echarse la siesta donde quiera, y no estaba seguro de los juguetes, así que compré cualquier cosa que pareciera divertida. ―Mira hacia Roman―. Por cierto, se maneja de maravilla. Si tu cabezota intentara conducirlo, lo sabrías. ―Nunca lo conduciré ―dice Roman, agachándose para acariciar a Finn―. Vas a recuperar mi Porsche. ―Acaricia la cabeza del perro y luego señala a Vitaly―. Es a él a quien puedes morder. Vitaly se ríe mientras Finn lame el dedo de Roman.
Doy una vuelta por la isla y empiezo a sacar cosas para hacer bocadillos. Alina aún no ha comido y necesita almorzar. Al ver las fotos de la ecografía en la nevera, miro a Lev. ―La cita es hoy, ¿no? Sonríe y se acerca para poner la mano sobre el vientre de Jolene. ―Síp, tenemos que irnos pronto. ―No te preocupes ―le digo―. Será una niña. Se frota la mandíbula con una mano y se pasa el pulgar por el aro labial de la comisura de los labios, tratando por todos los medios de ocultar su sonrisa. Todos sabemos que está deseando que sea una niña. Besa la cabeza de su mujer. ―Seré feliz sin importar lo que sea. Ella se ríe. ―Síp, pero si es un niño, tendremos un gran problema. Ya has comprado todo un armario lleno de ropa rosa de bebé. Lev sonríe y se encoge de hombros. ―Al final tendremos una niña, malinkaya. Me aseguraré de ello. Todos nos reímos y Jolene se sonroja poniendo los ojos en blanco ante su marido. ―Te lo advierto, tenemos que quedarnos con el monovolumen ―dice Vitaly―. Vamos a necesitar tres o cuatro de ellas para transportar a todos los bebés que vamos a tener. Alina se ríe, pero observo el modo en que agacha la cabeza y coge a Finn. El perro se sienta inmediatamente a su lado, apoyando su peso en la pierna de ella en un movimiento destinado a reconfortarla. Cuando vuelve a levantar la vista, le guiño un ojo y me pongo a preparar la comida. Cuando Jolene y Lev se marchan, bajamos la comida, pero en lugar de sentarse en mi regazo como de costumbre, Alina se sienta a mi lado. ―Solo quiero probar ―empieza a explicarse, pero engancho un dedo bajo su mandíbula, inclinando su cara hacia la mía. ―No necesitas darme explicaciones, malishka. Siempre eres bienvenida en mi regazo, y me encanta alimentarte. Siempre será una
opción para ti. No me importa dónde estemos ni quién nos vea, si necesitas estar en mi regazo, entonces te quiero en mi regazo ―sonrío y beso sus labios―. Pero si estás preparada para intentar comer por tu cuenta, entonces podemos intentarlo. Haremos lo que necesites. Sujeta mi muñeca y le da un apretón. ―Puede que no funcione. ―Su voz es susurrante y vacilante. ―Entonces te daré de comer y volveremos a intentarlo en otra ocasión. Sin presiones, cariño. Ella asiente y le doy un beso más antes de dejarla marchar. Finn se sienta a sus pies, esperando y observando. Yo le doy un mordisco a mi propio sándwich, no quiero que se sienta como si estuviera bajo un microscopio, aunque esté observando cada movimiento que hace. Ella mira su comida, emite un suave suspiro y coge el sándwich. Percibiendo su creciente ansiedad, Finn apoya la cabeza en su muslo y la mira con sus grandes ojos. Su tierna mirada de cachorro le arranca una sonrisa, y acaricia su cabeza mientras le da un mordisco, y luego otro, y otro. Tengo demasiado miedo de romper el hechizo mágico que sea, así que comemos en silencio hasta que su plato está vacío. Cuando termina el último bocado, me mira y la sonrisa de orgullo que tiene en la cara me hace sonreír. Dejo los platos a un lado, la atraigo hacia mí y la beso. ―Estoy tan jodidamente orgulloso de ti, malishka. ―Lo único que hice fue comer, ya sabes, como hace cualquier persona normal. ―Oye, no te atrevas a restar importancia a lo que acaba de pasar. ―Cogiéndole la cara, vuelvo a besarla rodeándola con mis brazos―. Esto es enorme, cariño, y estoy jodidamente orgulloso de ti. La abrazo unos minutos más antes de levantarnos para ocuparnos de Finn. Colocamos todas sus cosas, nos aseguramos que sepa dónde están sus cómodas camas y su plato de agua y comida. Se lo toma todo con calma, pero te juro que al perro se le iluminan los ojos cuando lo llevamos a la azotea y corre junto a la piscina y el jacuzzi hasta el gran parche de césped artificial que hay al final de la terraza. Lo olisquea todo y vuelve a mirar a Alina. Ella se ríe y le da la orden de usarlo como baño. ―Supongo que esto funcionará entre paseo y paseo al parque ―le digo, riéndome cuando empieza a corretear de nuevo.
Nos quedamos fuera unos minutos más hasta que ya ni mis brazos envolviéndola pueden mantenerla caliente, y entonces entramos a esperar con los demás a que vuelvan Lev y Jolene. Alina y yo estamos sentados en el sofá con Finn tumbado en una de sus camas para perros cuando se abren las puertas del ascensor. Nada más ver la cara de Lev, sé que van a tener una niña. Su enorme sonrisa lo dice todo. ―Sabía que era una niña ―le digo, acercándome con Alina, que no tarda en abrazarlos a los dos. ―Enhorabuena, hermano ―dice Roman, mientras Danil se ríe y golpea el hombro de Lev. ―Hombre, vas a tener las manos ocupadas ―le dice Vitaly. Se ríe, señalando con una mano el cuerpo macizo y la cara perforada de Lev―. Compadezco al pobre cabrón que llame a tu puerta, pidiendo una cita. Lev gime al pensarlo. ―Va a tener guardaespaldas. Muchos. Jolene se ríe y sacude la cabeza, pero todos sabemos que habla en serio. Esa niña va a estar muy vigilada, y no puedo decir que le culpe. Después de lo que sucedió con Alina, no me imagino perdiendo de vista a las futuras hijas que podamos tener. Mantengo el brazo alrededor de Alina al pasarnos las fotos de la ecografía, y me resulta imposible no pensar en la posibilidad de tener algún día la nuestra. Intento no pensar en ello porque no quiero abrumarla. Ha pasado por demasiadas cosas como para pensar en niños ahora mismo, pero no se puede negar que la idea de una Alina embarazada me hace jodidamente feliz. ―Me muero de ganas de empezar a trabajar en vuestra habitación infantil ―le dice Katya―. He esbozado unas cuantas ideas para que ambos echéis un vistazo. Decidme qué queréis y me pondré manos a la obra. Jolene sonríe y da un pequeño salto entusiasmada que hace fruncir el ceño a Lev y ponerle las manos en los hombros en un evidente intento de mantenerla en tierra. Ella se ríe y echa la cabeza hacia atrás para mirarlo. ―Ha sido un salto muy pequeño ―señala. Él sonríe y le besa la nariz mientras apoya ambas manos en su barriguita de embarazada.
―Los saltos pequeños siguen siendo saltos. No creo que nuestra hija deba rebotar ahí dentro. Jolene vuelve a reírse. ―Sabes que no funciona así, ¿verdad? Él se ríe y le acaricia suavemente la barriga. ―El embarazo te ha vuelto atrevida, malinkaya. Ella le devuelve la palmadita y dice: ―Sí, no dejas de repetírtelo. Él se inclina y le susurra algo al oído que hace que sus ojos se ensanchen y sus mejillas se pongan de un rojo vivo. Antes de levantarse, besa su mejilla y suelta otra carcajada al ver lo sonrojada que está. Claramente nerviosa, Jolene se pasa un mechón por detrás de la oreja y se aclara la garganta. Mira a Katya y suelta una pequeña risilla. ―¿Crees que podríamos ver esos bocetos ahora? ―Sí, claro, los dejé arriba. Cuando Jolene empieza a seguirla, Lev le da una palmada en el culo al avanzar. Ella le mira por encima del hombro, pero la ira es lo último que aparece en su rostro. Lev vuelve a reírse, observándola alejarse. Simona y Emily se unen a ellas, y cuando Alina me mira, sonrío y la beso. ―Diviértete, malishka. Estaré aquí si me necesitas. ―De acuerdo ―me da otro beso antes de unirse a las demás con Finn a su lado. ―¿Acaso quiero saber lo que acabas de susurrarle a mi cuñada? ―pregunta Vitaly. Lev se ríe. ―No, no quieres. En cuanto las mujeres desaparecen escaleras arriba, Danil se apoya en el mostrador y suspira. ―Bien, todo va según lo previsto para la subasta. Casimir ha estado manteniendo el lado oscuro de la web, dejando caer fotos de chicas por las que creen que van a pujar. Ha llamado mucho la atención, y no hay indicios para sospechar nada. De hecho, ya han empezado a llegar
invitados. Cinco de ellos se han registrado en hoteles de la ciudad esta mañana. El resto llegará mañana. ―¿Ha llegado el hombre de Dominic? ―pregunta Lev. Danil niega con la cabeza. ―No, afortunadamente. El vuelo de Lars está previsto para mañana por la tarde. De ninguna puta manera podríamos conseguir que se comportara si ya estuviera en la ciudad, y no puedo decir que lo culpe. La tentación sería demasiado grande. ―Cuéntamelo a mí. ―Suelto una dura risa, recordando lo difícil que había sido mantenerme alejado de Konstantin cuando supimos que era él quien retenía a Alina. Había necesitado a mis cuatro hermanos para hacerlo y el firme conocimiento de poner su vida en peligro si actuaba demasiado pronto. ―Hiciste lo correcto ―me recuerda Roman. ―Saber que era lo correcto no hizo que fuera más fácil sentarse a esperar. ―No, pero escabullirte y matar a esos hombres probablemente ayudó ―me dice Vitaly, haciéndome sonreír al recordarlo. Lev se apoya en el mostrador. ―¿Cuáles son tus planes con Konstantin y Osip? Todos me miran, esperando mi respuesta. Sé que se lo han estado preguntando, sobre todo porque ha pasado más de una semana desde mi última visita al garaje. ―Timofey y Pyotr los mantienen vivos por mí ―les digo―. Pronto pondré fin a esto. Sabiendo que tengo que manejarlo a mi manera, dejan el tema y empezamos a repasar los planes para mañana por la noche. La verdad es que no estoy muy seguro de lo que voy a hacer con los dos cabrones. Con Finn aquí, me sentiría mejor dejando a Alina para ir a terminar las cosas con ellos, pero algo me impide hacerlo. Aún no parece el momento adecuado. Después de asegurarnos que todo está en orden y listo para mañana, voy a buscar a Alina. Están sentadas en la habitación que pronto se transformará en lo que supongo será una habitación infantil digna de una
princesa para cuando estos cinco acaben con ella. Alina levanta la vista y, cuando me ve apoyado en la puerta observándola, se le dibuja una sonrisa en el rostro antes de levantarse de un salto y acercarse a mí. ―¿Te diviertes? ―Sí, los bocetos de Katya son increíbles. Va a quedar muy mono cuando lo acabe. Me coge de la mano y tira de mí para enseñármelo todo, y aunque todo tiene muy buena pinta, es la cara sonriente de Alina la que realmente ha captado mi atención. Tiro de ella hacia mí y aparto un mechón de su oscuro cabello antes de agacharme y besarla suavemente. Mi pulgar acaricia su mandíbula, sintiendo su sonrisa contra mis labios mientras me envuelve en un fuerte abrazo. Cuando me retiro, me rio al ver cuatro pares de ojos clavados en nosotros. No intentan ser discretas, y cuando Emily empieza a reírse, las demás se unen. ―Lo siento ―dice Simona―. Esto me está costando acostumbrarme. ―Es tan extraño verte así rápidamente―, ¡en el buen sentido!
―añade
Emily
y
luego
dice
Doy un paso por detrás de Alina rodeándola con mis brazos y atrayéndola contra mí. Alina se agarra al antebrazo que tengo apoyado en la parte superior de su pecho. ―¿Verle cómo? ―Dios, ¿por dónde empezar? ―dice Emily como si estuviera meditando la pregunta antes de empezar a levantar los dedos y enumerar varias cosas que nunca me había visto hacer antes―. Sonríe, se ríe, parece feliz, toca a alguien y deja que alguien le toque. ―Tampoco se pasa horas en el gimnasio todos los días, dando puñetazos al saco como un hombre obsesionado ―añade Jolene. Katya me mira de arriba abajo. ―Está feliz, genuinamente feliz, nunca lo había visto así. ―Yo tampoco ―asiente Simona―. Es la primera vez que lo vemos sonreír plenamente. ―Os dais cuenta que sigo aquí de pie, ¿verdad? ―les pregunto.
―Pero es cierto ―dice Emily, que sigue hablando por encima de mí con una sonrisa―. Hace unas semanas era un hombre muy distinto, y a todos nos emociona verle tan feliz. ―Esta vez levanta la vista hacia mí cuando dice―. Todos nos alegramos mucho por los dos. Alina inclina la cabeza hacia atrás para mirarme, con una sonrisa jugueteando en sus labios porque sabe cuánto odio llamar la atención, pero merece la pena si eso hace que me mire como lo está haciendo ahora. Verla así me hace pensar que quizá lo peor ya haya pasado. Está tan despreocupada y llena de esperanza, y cuando se agacha para acariciar a Finn, me permito creer que la antigua Alina ha vuelto realmente, que mi Alina ha vuelto, pero me doy cuenta que era demasiado optimista cuando más tarde, esa misma noche, sus gritos me despiertan de un profundo sueño. Estoy tan aturdido que tardo un segundo en notar la diferencia. En lugar de su habitual cuerpo tembloroso y una boca abierta de horror y miedo silenciosos, son gritos fuertes y desgarradores mezclados con los quejidos de Finn que lame y le acaricia la cara, intentando despertarla. ―Alina, cariño ―grito, cogiéndola en brazos y acunando su cara contra mi pecho―. Tranquila. Te tengo. Estás a salvo. Finn está tan alterado que gimotea y le lame la mano hasta que sus gritos cesan y se convierten en un doloroso sollozo que me rompe el maldito corazón. ―Creí que se había acabado. ―Sus palabras son amortiguadas por sus sollozos, pero oigo cada palabra como si fuera otro grito. ―¿Va todo bien? Oigo la voz preocupada de Danil gritando a través de la puerta, sin duda a segundos de echarla abajo. ―Todo va bien ―le grito―. Solo es una pesadilla. Vuelvo a centrar mi atención en Alina, quien sigue temblando en mis brazos. Antes parecía tan condenadamente feliz, tan semejante a su antiguo yo, y ahora está jadeando, sollozando tan fuerte que no puede recuperar el aliento. ―Respira, malishka. Necesito que respires por mí. Acuno su cabeza contra mi pecho, acaricio su mejilla y la mantengo en mi regazo, meciéndola lentamente en nuestra cama. Su cara se
presiona contra mi pecho, dejándola sentir cada respiración que hago, y pronto siento que empieza a imitarme. ―Eso es, amor. Buena chica. Sigue respirando. Finn se acerca y se mete bajo su brazo para apoyar la cabeza en su estómago. Ella baja una mano y acaricia lentamente la cabeza del perro y, al cabo de unos minutos, noto que su cuerpo empieza a relajarse. Sigo acariciándole la mejilla con la yema del pulgar, apoyándola en todo lo que puedo. Cuando se ha calmado lo suficiente para hablar, me mira con ojos muy abiertos y asustados. Aún caen lágrimas por sus mejillas y su voz sigue temblando. ―Creí que se había acabado. Creí que finalmente me estaba liberando de él, pero sigue aquí, Matvey. ―Empieza a llorar más fuerte otra vez, y los sonidos de su dolor me desgarran el puto corazón―. Sigue aquí. ―Alina, está mejorando, cariño. ―No lo está. Ella sacude la cabeza todo lo que puede con mi mano aún acunando su mejilla y la otra apretada contra mi desnudo torso. ―Lo está. Esta noche has gritado. ―¿Qué? ―Su ceño se frunce, pero sigue acariciando la cabeza de Finn, esperando a que me explique. ―Has gritado, cariño. Es la primera vez que lo haces. Siempre gritas en silencio durante un terror nocturno. Tu boca se abre, y puedo ver cómo se tensa tu garganta, y sé que estás gritando como una loca en tu cabeza, pero nunca sale ningún sonido, pero esta noche no. ―Acaricio su mejilla y le sonrío―. Has gritado, malishka. Esta vez encontraste tu voz y la dejaste salir. Las cosas están mejorando, a pesar que él no va a desaparecer de golpe. Volverá alguna vez, y yo estaré aquí cuando lo haga. Me inclino más hacia ella y le beso la frente. ―Siempre estaré aquí. Finn emite un suave gemido, y juro que es como si le dijera que también estará aquí para ella.
―Buen chico ―susurra, frotándole la cabeza mientras sigo meciéndola. Al cabo de unos minutos, rompe el silencio―. Tengo pensamientos muy malos, Matvey. ―Pienso en matarlos ―admite―. ¿Recuerdas en el club cuando me abrazaste y disparaste a todos aquellos hombres? Pienso en aquella noche, en la rabia que había dentro de mí y en lo jodidamente bien que me había sentido al abrazarla y acabar con sus vidas. ―Vívidamente, malishka. ―Ojalá hubiera sido yo quien empuñaba el arma ―susurra como si me estuviera contando un oscuro secreto del que se avergüenza, y odiando que se sienta culpable por ello. ―Mírame. ―Vuelvo a pasarle el pulgar por los labios, esperando a que me mire a los ojos. Cuando lo hace, le sonrío―. No es nada de lo que debas avergonzarte, Alina. Me parecería raro que no fantasearas con matar a todos los cabrones que están metidos en esta mierda. ¿Crees que me siento culpable por matarlos? ―No ―susurra ella. ―No ―convengo―, y nunca lo haré. Matarlos me hizo sentir mejor. Sabía que nunca borraría tu dolor, pero me sentí mejor sabiendo que al menos algunos de ellos pagaban por ello. ―Estoy celosa. Ojalá hubiera podido ser yo quien lo hiciera. Pienso en lo que está diciendo, y ahora mismo, abrazándola después de una pesadilla, tiene mucho sentido. Necesita ocupar un lugar en el que tenga el control. Ha sido la víctima, la maltratada, y ahora necesita ser la que tenga el poder, y antes de poder pensarlo mejor, le beso en la frente y le digo: ―Quiero que vengas conmigo a la subasta.
CAPÍTULO 13
Alina No puedo dejar de pensar en lo que dijo Matvey anoche. Parecía tan sorprendido al decirlo como yo al oírlo, y he estado esperando a que dijera que era un error, que ha cambiado de opinión y que de ninguna manera voy a ir esta noche, pero hasta ahora no se ha retractado. En todo caso, parece más decidido que nunca a llevar esto hasta el final. Sentada en la cama con Finn, acaricio su suave pelaje y veo cómo Matvey se prepara para esta noche. Se pone unos vaqueros y una camiseta negra de manga larga. Con esos hombros anchos y toda esa musculatura, Matvey parece suficientemente letal, entonces empieza a coger sus armas y lo único que puedo hacer es mirar cómo el hombre al que amo se transforma en un ejército de un solo hombre. Tiene los cuchillos enfundados, las armas guardadas en una funda de tobillo oculta bajo los vaqueros y otra en la parte baja de la espalda, y finalmente se pone una sudadera negra con capucha que lo oculta todo. Sigo observándole cuando vuelve al armario y sale con ropa para mí. Me enseña unos pantalones negros de yoga y una camiseta térmica negra a juego. ―Percibo cierta tendencia ―le digo.
―Sí, es una cuestión de intentar permanecer invisible, y para ti también es una cuestión de permanecer pegada al culo de Matvey. Riendo, me bajo de la cama y le doy una palmada en su perfecto y firme culo cuando estoy a su lado. Puedo entender esta temática. Se ríe y se sienta en el borde de la cama. Le toca mirarme mientras me cambio de ropa, sin intentar ocultar lo que hace. Me recorre con la mirada, observando cada centímetro, hasta que estoy delante de él vestida de pies a cabeza. ―Pareces la más sexy ladrona que he visto nunca, pero solo te falta una cosa. ―¿Qué es? ―Esto. Sostiene una máscara negra con orificios para ojos y boca. ―¿Una máscara? ¿En serio? ―Sí. Si vamos a hacer esto, tendrás que enfrentarte a un montón de hombres, y ellos no podrán mirarte. No me importa si la única visión que van a tener de ti son los dos segundos antes de meterles una bala en la cabeza. Son dos segundos de más. Sujetándome de las caderas me acerca para situarme entre sus piernas. Levanto las manos y deslizo mis manos por su cabello oscuro mientras él me rodea con los brazos, de modo que nuestros cuerpos se tocan. Con un gruñido, aproxima su rostro a mi cuello besando el punto detrás de mi oreja, sabiendo que me vuelve loca. ―No podré tolerar que te miren, malishka. No tienen derecho a ver tu cara. No merecen morir siendo tu hermoso rostro lo último que vean. Es un honor que no merecen. Rodeo su cuello, abrazándolo estrechamente. ―¿Estás seguro que esto está bien? No quiero estorbar ni nada parecido. Se aparta lo suficiente para que vea su rostro, y el ceño fruncido que tiene me hace reír. Beso la piel tensa de su entrecejo. ―Nunca estorbarás, Alina. Siempre te quiero conmigo. No me entusiasma la idea de llevarte a la subasta, pero eso es solo porque no te quiero cerca de esta mierda. También me preocupa ligeramente cómo pueda afectarte.
Gira la cabeza para besar la muñeca que aún está cicatrizando. Aún no me han quitado los puntos, y ya no llevo vendaje, así que no es un bonito espectáculo. ―No quiero hacer nunca algo que te ponga las cosas más difíciles. Prométeme que me lo dirás si es demasiado. ―Sus ojos oscuros se encuentran con los míos―. No tenemos que hacer esto. No tienes por qué hacerlo. Sonrío y le acaricio la cara, inclinándome para besarle. ―Pero quiero hacerlo ―susurro contra sus labios. Me rodea la cintura con un brazo, sujetando la nuca con el otro, me besa despacio, succionando mi labio inferior y arrancando un gemido de mi cuerpo cuando desliza su lengua para encontrarse con la mía. Nada más importa cuando la boca de Matvey está en la mía. Hace que todo lo demás se desvanezca. Ni siquiera oigo las burlas y palabras crueles de Konstantin. Cada día, su voz se hace más suave, mientras que la de Matvey se hace más fuerte. En lugar de 'eres jodidamente patética que no merece comer', oigo 'eres tan hermosa, malishka, lo más precioso que he tocado nunca'. Profundizando el beso, me atrae hacia su regazo y me sienta a horcajadas sobre él. Me aprieta suavemente el cabello con la mano devorándome la boca, convirtiéndome en un caos de gemidos y temblores. Siento su dura longitud debajo de mí y no puedo resistirme a restregarme contra él. ―Joder ―gruñe, dándome un suave mordisco en el labio―. No tienes idea de lo que me provocas. ―Lo mismo que tú me provocas a mí, supongo. ―Sonrío y deslizo la lengua entre sus labios, ansiosa por probar una vez más. Cuando nos separamos, los dos estamos sin aliento, y ambos deseamos más, y por mi vida no puedo averiguar por qué me contengo. Deseo a Matvey. Siempre lo he deseado, y quiero saber qué se siente al estar con él, al estar con alguien con quien quiero estar en lugar de alguien con quien me obligaron a estar. ―Matvey ―susurro. Él oye el anhelo en mi voz y gruñe. Me envuelve en un abrazo más fuerte y me besa una vez más, suave y dulce y tan jodidamente perfecto.
―Lo sé, amor ―murmura contra mis labios―. Pronto, te lo prometo. Asiento, quedándome en su regazo, abrazada hasta que ambos nos calmamos. Finn está tumbado en su cama, masticando un hueso y fingiendo que no observa cada uno de nuestros movimientos. En el breve tiempo que llevamos con él, me he enamorado por completo del pastor alemán, y no puedo imaginarme no tenerlo en nuestras vidas. ―¿Aún quieres hacerlo? ―Sí. ―Lo beso de nuevo respirando hondo y tranquilizándome―. Estoy lista. Los demás nos esperan en la cocina, y cuando mi hermano me ve con mi traje completamente negro, suspira meneando la cabeza. ―No puedo decir que me guste mucho esta idea. Le doy un abrazo a mi hermano. ―Estaré bien. No me iré del lado de Matvey, y todos estaréis allí conmigo. ―Cuando aún no parece convencido, le digo―. Lo necesito, Roman. No puedo seguir así. La terapia es estupenda y Matvey ha estado increíble, pero, no sé. ―Sacudo la cabeza y mantengo la voz baja para que solo él pueda oírme―. Necesito más. Necesito volver a sentir que tengo el control de algo. El rostro de mi hermano se suaviza y me da otro abrazo. ―Lo entiendo, Alina. Créeme, lo entiendo, y te apoyaré en lo que sientas que necesitas hacer. ―Gracias, hermano mayor. Sonríe y besa mi cabeza antes de soltarme. ―Siempre, hermanita. ―Tienes buen aspecto, Alina. ―Giro la cabeza y veo que Vitaly me sonríe―. ¿Estás preparada para matar a algún jodido enfermizo? ―Estoy un poco celosa ―dice Emily, frotándose la barriga con un suspiro. ―Dios, yo también ―dice Simona. ―Las tres ―dice Jolene desde al lado de Lev. Katya mira a Vitaly.
―Sí, nos quedaremos aquí embarazadas, supongo. Vitaly se ríe y besa la mejilla de su mujer. ―Así me gusta. Tú quédate aquí y mantén a salvo tu hermoso culito, y yo me aseguraré que estés siempre embarazada. Ella empieza a decir algo, pero él la besa hasta hacerla callar dándole una palmada en el culo. Cuando está satisfecho, se aparta y nos mira. ―Entonces, ¿vamos a coger el monovolumen esta noche? ―Eres un cabrón ―dice Roman riéndose―. No, no vamos a presentarnos esta noche delante de Dominic y todos sus hombres en un puto monovolumen azul. Vitaly se vuelve hacia Lev. ―Sabía que tenía que haber cogido el verde. Lev se ríe. ―Sip, eso habría marcado la diferencia. ―Muy bien, hora de irse ―dice Danil, poniéndonos a todos de nuevo en marcha. Mientras se despiden de sus esposas, llega un grupo de hombres para vigilar el ático en nuestra ausencia. Agarro la mano de Matvey, emocionada por ir con ellos en lugar de quedarme atrás. Antes de entrar en el ascensor, Matvey da un silbido rápido y Finn se acerca corriendo, se detiene a mi lado y levanta la vista con una mirada simpática y emocionada. ―¿Viene con nosotros? Matvey acaricia mi mejilla, estudiándome con sus oscuros ojos. ―¿Y si te da un ataque de pánico y lo necesitas? ―Se agacha y acaricia la cabeza de Finn―. Necesita estar contigo, malishka. Además, míralo. Los dos miramos el brillo excitado en los ojos ámbar de Finn. No puedo evitar reírme de lo feliz que se le ve. ―Se pondría muy triste si le dejáramos atrás. Tiene razón. A Finn le encanta estar con nosotros y no le gustaría quedarse atrás, así que cuando entramos en el ascensor, lo hacemos
juntos: cinco hombres fuertemente armados, un perro altamente adiestrado y yo. En lugar de coger el monovolumen, como quería Vitaly, nos apiñamos en uno de los todoterrenos negros. Matvey mantiene mi mano entre las suyas durante todo el trayecto, frotando la yema de su pulgar sobre mi piel de la forma que tanto ansío y de la que tanto dependo. Es tan reconfortante como la cabeza de Finn apoyada en mi muslo, y me siento completamente segura, aplastada entre ellos dos. Cuando llegamos al edificio donde se celebra la subasta, Lev nos aparca junto a un coche negro con los cristales tintados. Danil cierra su portátil y nos mira. ―Todo el mundo está aquí y esperando. Todos los hombres se presentaron y ninguno sospecha nada. ―¿Así que no tienen ni idea de lo que está en marcha? ―pregunto, mirando hacia el anodino edificio del que ni en un millón de años sospecharía que alberga una puja de mujeres traficadas. Matvey niega con la cabeza. ―Konstantin y Osip siempre tuvieron mucho cuidado de no mostrar nunca sus rostros a la clientela. ―Cuando vine aquí para la subasta de Simona ―dice Danil―, me condujeron a una sala de observación privada que daba al escenario. Nunca vi a ninguno del resto de hombres que pujaban. Los únicos hombres que vi fueron los que vigilaban las puertas y el hombre que realizó el tatuaje después de comprar a las mujeres. Ahora todos esos hombres están muertos, y nadie de los presentes sabrá jamás que los que montan guardia ante sus puertas forman parte de nuestra Bratva y no de la de Konstantin. Roman se ríe. ―Los hombres Melnikov los condujeron y se dejaron encerrar voluntariamente en una habitación. ―Los hombres con dinero siempre se creen intocables ―dice Lev, sacudiendo la cabeza―. Los estúpidos solo piden que los maten. ―Bueno, démosles lo que están suplicando. ―Vitaly se ríe, abriendo la puerta.
Cuando Matvey y yo salimos con Finn, veo que Dominic sale del coche negro a nuestro lado. Si está sorprendido de verme, lo disimula bien. Mira a Finn y luego me hace un leve gesto con la cabeza. ―¿Te apuntas a la diversión de esta noche, Alina? ―Matvey y yo estamos probando una nueva terapia. Veo un leve atisbo de sonrisa en la oscuridad. ―Curioso, eso es exactamente lo que estoy intentando. ―Se vuelve hacia Danil y le pregunta: ―¿En qué habitación está? ―Es la número diecinueve. Todos están encerrados en sus habitaciones. Sacaremos a los demás y luego prenderemos fuego al edificio. Después quemaremos también el motel, el que utilizan para alojar a las mujeres antes de traerlas aquí para venderlas. Ya no es necesario seguir fingiendo. Ha llegado el momento de enviar un mensaje. ―Queremos esta mierda fuera de nuestra ciudad ―dice Roman. Dominic suelta una risa floja. ¿Vuestra ciudad? En lugar de hinchar el pecho y agarrarse las pollas, los hombres que me rodean se ríen. Es el sonido despreocupado de hombres peligrosos sin nada que demostrar. ―He dicho nuestra ―dice Roman. Capto un destello del aro labial de Lev cuando sonríe y golpea el hombro de Dominic. ―No te hagas el cabreado. Dominic levanta una ceja. ―¿Cabreado? No me acabas de decir esa jodida frase. Lev se ríe. ―Desde luego que sí. Estás incluido como nuestro. Hay suficiente ciudad para nuestras dos familias. ―No le digas a tu padre que hemos dicho eso. ―Vitaly se ríe y golpea a Dominic en la espalda―. No sé cómo es posible, pero el viejo es inmune a nuestro encanto. ―Es un verdadero misterio ―gruñe Dominic sin dejar de mirar a los cinco tatuados rusos que tiene delante.
―Uno que, evidentemente, seguirá sin resolverse ―dice Lev riéndose, pasándose una mano tatuada por la mandíbula. Danil mira hacia el edificio. ―¿Todos preparados? Dominic mira a sus hombres y asiente con un movimiento de cabeza tan suave que podría habérmelo perdido fácilmente, pero que llama la atención. En cuestión de segundos, el gran grupo se divide, la mitad entra en el edificio y la otra mitad desaparece entre las sombras. ―¿Qué está pasando? ―susurro a Matvey. Me gira hacia él y me toma la cara. Sonriendo, me da un beso rápido antes de bajarme la máscara hasta que solo se me ven los ojos y la boca. ―Van a unirse a nuestros hombres y a mantener el edificio seguro para nosotros ―me dice, ahuecando mi rostro enmascarado con una sonrisa jugueteando en sus labios―. Por cierto, estás adorable con esto. ―Sus ojos se desvían hacia el edificio antes de posarse de nuevo en los míos―. Vamos a acabar con todos ellos esta noche. ―Todos no. ―Levanto la mano y me agarro a sus antebrazos, sintiendo cómo los músculos se mueven bajo mis dedos cuando me pasa el pulgar por los labios. Beso la piel cicatrizada y le agarro con más fuerza―. Aún quedarán dos. ―No te preocupes por ellos, malishka. No irán a ninguna parte. Me ocuparé de ellos muy pronto. Cuando asiento, se inclina y me besa suavemente. Es un beso en el que podría perderme fácilmente, pero ambos sabemos que no es el momento, así que se retira con un gruñido suave. ―¿Preparada, cariño? De repente me invaden los nervios y empiezo a dudar si podré hacerlo. Ver cómo disparan a un hombre y ser realmente quien aprieta el gatillo son dos cosas muy distintas. ―¿Y si no puedo hacerlo? Matvey sonríe como si no fuera para tanto. Me besa de nuevo. ―Entonces lo haré por ti, amor. De cualquier forma, lo haremos juntos, solo tú y yo. ―Solo tú y yo ―repito, haciendo que su sonrisa aumente aún más.
Me guiña un ojo y me da otro beso rápido antes de rodearme con un brazo y dirigirnos al edificio que tenemos delante. Estamos en una calle lateral en penumbra, así que no hay más tráfico y las aceras están vacías. Los hombres que me rodean van todos vestidos de negro, pero yo soy la única que lleva máscara. Finn está ansioso y alerta. Lo observa todo, y me consta que siente curiosidad, pero permanece a mi lado, lanzándome rápidas miradas para asegurarse que me encuentro bien. Matvey está igual de tenso a mi lado, vigilando cada esquina y manteniéndome junto a él. En cuanto cruzamos la puerta principal, saca su arma y me guiña otro ojo, con todo el aspecto de tipo peligroso y sexy que posee. Danil señala unos ascensores y la puerta contigua que da a la escalera. ―En los dos pisos de arriba están las salas de observación. ―Mira hacia Dominic―. Todos fueron cacheados al entrar y se les quitaron todas las armas y teléfonos móviles. Les dijimos que se habían establecido nuevas medidas de seguridad para su protección. Ninguno de esos estúpidos lo cuestionó. ―Danil señala con el dedo hacia el techo―. Tu hombre está justo encima de nosotros, penúltima puerta. Sin mediar palabra, Dominic y sus hombres se dirigen a las escaleras, sin molestarse siquiera en esperar al ascensor. La mirada oscura y asesina de Dominic me recuerda que estoy rodeada de los hombres más peligrosos de la ciudad, y que el hombre al que amo es sin duda uno de ellos. Es fácil olvidar quién es mi familia porque no los veo como criminales violentos. Los veo como a mis hermanos y al hombre que amo. Los veo como mi familia, y nunca los veré como algo distinto de eso. Conozco la clase de hombres que son, y nada podría hacerme verlos de forma negativa. Justo encima de nosotros hay hombres igual de poderosos, pero su poder es del tipo más aceptado, del tipo que la sociedad no desaprueba porque los hombres que lo ejercen no están cubiertos de tatuajes ni piercings. Danil me habló de algunos de los hombres que están aquí esta noche, políticos y diplomáticos, hijos ricos de hombres prominentes, gente que parece honrada, pero rasca la superficie y encontrarás lo más vil bajo su perfecta fachada. Todos y cada uno de estos hombres vinieron aquí esta noche porque vieron fotos de mujeres víctimas de tráfico y
abusos que les hicieron creer que saldrían a subasta. Vinieron aquí con un único propósito: comprar una mujer a la que violar y maltratar. Así que, que se jodan todos. ―Esa es mi chica. Levanto la vista y veo a Matvey mirándome, con los ojos oscuros encendidos de orgullo y una gran sonrisa en su preciosa cara porque sabe todo lo que estoy pensando. Con una sonrisa, agarra mi mano y me lleva a las escaleras mientras Roman grita órdenes a los demás hombres de su Bratva. Sonrío al ver a mi hermano. Es un líder natural, todos lo son. Veo el respeto en los ojos de sus hombres, y es tan diferente de cómo miraban los hombres a Konstantin. Le obedecían por temor y codicia, pero nunca le respetaron a él ni a su hermano. El respeto no es algo que pueda comprarse, y siempre puedes saber qué clase de líder es un hombre basándote en el respeto que puedes o no ver en los hombres que están por debajo de él. Los ejecutores de la Bratva Melnikov miran a mis hermanos y a Matvey con respeto, y me consta que todos y cada uno de ellos recibirían una bala por ellos sin pensárselo dos veces. Eso me dice todo lo que necesito saber sobre mi familia, y estoy orgullosísima de considerarme una de ellos. Aprieto la mano de Matvey conforme subimos las escaleras hacia el primer nivel. Por el camino, nos cruzamos con Dominic. Dos de sus soldados arrastran a un hombre entre ellos. Tiene la cara cubierta con una capucha oscura y las muñecas atadas con bridas. Debe estar amordazado porque emite gritos ahogados que todos ignoran. Lev se ríe y golpea el hombro de Dominic al pasar. ―Diviértete. ―Pienso hacerlo. Aunque finalmente tiene al hombre que mató a su hermana, reconozco la expresión de su rostro. Es la misma que pone Matvey cuando le sorprendo pensando en Konstantin. Es una mezcla de alivio por tener finalmente al cabrón y de rabia por saber que nunca será suficiente. Llegamos a la segunda planta, y Matvey me conduce fuera del hueco de la escalera mientras Danil y Lev continúan hasta la siguiente planta con un grupo de hombres detrás. Roman y Vitaly entran en esta planta
con nosotros, seguidos por cinco hombres armados. Finn levanta las orejas y olfatea la puerta que tenemos delante. Varios hombres armados ya están en el pasillo y, cuando ven a Matvey, empiezan a hablar en ruso, diciéndole que todas las puertas están cerradas y que todo está tranquilo. Evidentemente, los hombres que están dentro de estas habitaciones siguen sin saber qué está sucediendo realmente. ―Grita si me necesitas ―me dice Roman, dándome una palmadita en la cabeza al pasar junto a mí hacia otra de las puertas. ―Diviértete, hermanita ―añade Vitaly, apretándome el hombro y dedicándome una rápida sonrisa antes de caminar por el pasillo y elegir una habitación para él. Matvey amartilla su arma y me la entrega, quitándole el seguro en el último segundo. ―Cuidado, malishka. Solo tienes que apretar el gatillo. Asiento, y mi respiración empieza a acelerarse cuando siento el peso del arma en la mano. Finn emite un suave gemido y apoya su peso en mi pierna en un movimiento que me reconforta al instante, mientras Matvey me acaricia la mejilla y me besa suavemente. ―Hacemos esto juntos, malishka ―murmura contra mis labios. Cuando me siente asentir, coge su otra pistola, la que lleva oculta en la funda del tobillo, le quita el seguro antes de abrir la puerta y revelar al hombre al que estoy a punto de matar. Tiene un aspecto sorprendentemente corriente con sus pantalones caqui y su polo azul pálido. Lleva el cabello ralo y corto, y sus ojos castaño claro nos miran fijamente a través de las gafas. ―¿Qué demonios está pasando? ―nos grita, poniéndose en pie de un salto y palideciendo al vernos. Sus ojos saltan de la pistola de Matvey a mi cara enmascarada y finalmente al pastor alemán gruñendo suavemente a mis pies. La pistola de Matvey le apunta a él, mientras que la mía sigue colgada a mi lado. ―Ni se te ocurra moverte ―le dice cuando el hombre intenta acercarse un paso.
―Ha habido un malentendido ―dice el tipo, soltando una risa forzada e intentando volverse encantador―. Me llamo Grant Skyler y estoy aquí por negocios. ¿Quizá hayas oído hablar de mí? Soy propietario de una cadena de hoteles en América y el Reino Unido. ―Y además te gusta comprar mujeres víctimas del tráfico ―dice Matvey, sacudiendo la cabeza con decepción―. Qué vergüenza, Grant. Eso hace que nunca quiera alojarme en uno de tus hoteles de mierda. Grant parece más ofendido por el comentario del hotel de mierda que por la acusación de comprar mujeres traficadas. Su rostro se tiñe de un malsano tono rojo. ―Yo no compro mujeres traficadas. No sé quién coño eres, pero tienes que irte. ―Síp, eso no va a ocurrir. ―Matvey se acerca a la silla negra del centro de la habitación y coge la tablet que hay sobre el cojín. Tras unos golpecitos, levanta la pantalla, dejando que Grant tenga una buena visión de la mujer atada que llena la pantalla. Matvey mantiene la mirada fija en el hombre mientras pulsa la pantalla, desplazándose por las fotos. Cada una muestra el rostro de una mujer aterrorizada, atada y amordazada, y tras solo unas pocas me veo obligada a apartar la mirada. Matvey ve mi reacción y vuelve a dejar la tablet sobre la silla, diciéndome en ruso. ―Están todas bien, cariño. Sabíamos en qué vuelo venían. Nuestros hombres se hicieron cargo, mataron a los implicados y están ayudando a las mujeres a volver con sus familias. Ahora están todas a salvo. Miro entre el Sr. Elegante con su polo, el tipo de hombre al que invitarían a entrar en sus casas sin pensárselo dos veces, y Matvey, un hombre cubierto de tatuajes y cicatrices, el tipo de hombre al que la mayoría de la gente daría un portazo si lo viera venir y llamaría a la policía. Me encuentro con los ojos oscuros de Matvey y le digo en ruso. ―Te quiero jodidamente tanto. Los hombres como Grant me hacen apreciar aún más lo que tengo. Es un capullo que compra mujeres, y Matvey es el tipo de hombre que me buscó durante dos largos años, incendiando todo el maldito mundo hasta que me encontró.
Sus ojos oscuros se suavizan ante mis palabras. ―Yo también te quiero jodidamente mucho, amor. Grant suelta una risa áspera, pero se interrumpe cuando Matvey vuelve sus ojos oscuros hacia él. Ya no hay ni rastro de suavidad en esos ojos. Todo en él se ha vuelto duro como el acero, y Grant palidece un poco al verlo. ―¿Algo divertido? ―le pregunta Matvey. ―Será gracioso cuando vuestros culos acaben en la cárcel por esto. Esta vez le toca a Matvey reírse, pero esta vez sinceramente. ―Esto te va a resultar chocante, Grant, así que prepárate. ―Matvey hace un gesto entre los dos―. No vamos a ir a la cárcel. ―Señala con el dedo al hombre que se esfuerza por no cagarse en sus caquis perfectamente planchados―. Y tú vas a morir. ―Ayuda. ―Grant empieza a gritar, negándose a creer que este sea el final de su jodido camino―. ¡Ayúdenme! ―Nadie va a ayudarte ―le dice Matvey―. Estás solo, y quiero que mueras sabiendo que te lo has buscado tú mismo. Nadie te ha obligado a venir esta noche. Un fuerte disparo resuena por toda la habitación, haciendo que Grant suelte un gemido y dé un paso atrás. Matvey sonríe ladeando la cabeza. ―Supongo que empieza la diversión. Por favor ―suplica Grant―. No lo sabía. Te juro que no sabía lo que estaba pasando. Le observo, asombrada y asqueada. Si no lo conociera mejor, podría creerle. Los gilipollas pervertidos pueden ser tan condenadamente convincentes cuando quieren. Finn emite un gruñido de advertencia cuando Grant vuelve su atención hacia mí. Puede que lleve una máscara, pero él sabe que soy una mujer y, por eso, cree que seré una pusilánime. ―Por favor, no hagas esto. Tengo mujer e hijos. Te juro que no sabía lo que pasaba. Solo me dijeron que estuviera aquí esta noche, que era una especie de recaudación de fondos para ayudar a la gente. Por favor, ayúdame ―suplica, y no puedo evitar reírme. El traficante sexual
suplicando clemencia a una de las víctimas. Cómo han cambiado las jodidas cosas. Matvey se coloca detrás de mí y me rodea el pecho con los brazos antes de besarme la cabeza enmascarada mientras mantiene los ojos y la pistola apuntando a Grant. ―No voy a ayudarte ―le digo―. Voy a dispararte. ―¿Por qué? ¿Por qué haces esto? ―¿Por qué? ―Las palabras salen como un grito áspero, y la risa que le sigue hace que se replantee buscar mi ayuda. Sueno tan enfurecida como me siento. Levanto la pistola y le apunto―. Hombres como tú me secuestraron, me utilizaron y me mantuvieron prisionera. Hombres como tú arruinaron mi vida y me lo arrebataron todo. ―Joder ―susurra, y finalmente se da cuenta de en qué lío se ha metido―. Lo siento. Puedo darte dinero. Puedo ayudarte. ―Los hombres como tú siempre creen que pueden arrojar dinero a un problema y hacer que desaparezca. Que te jodan a ti y a tu maldito dinero. Matvey apoya la mano en mi cadera, dándome un apretón reconfortante y metiendo su propia pistola en la cintura de sus vaqueros. Me recorre el cuerpo con las manos, apretándome más contra él, antes de acercar sus manos a las mías para que ambos sostengamos la pistola que apunta a Grant. ―Tranquila, cariño ―susurra Matvey. Cuando Grant empieza a tambalearse hacia atrás, Matvey emite un chasquido―. Yo que tú no me movería. Mi chica tiene talento natural para casi todo, pero es la primera vez que dispara a alguien. ―¿Así que quieres que me quede aquí y se lo ponga fácil? ―pregunta, mirándonos a ambos como si hubiéramos perdido la maldita cabeza. La voz de Matvey es tranquila, pero la advertencia está ahí en el tono grave y áspero cuando dice: ―Así es, sí, o puedo hacer que saques la polla y ella puede practicar apuntando a eso. Sin embargo, acertar a algo tan pequeño será un tiro difícil para una principiante, así que será mejor que te prepares para un buen lío.
Grant se balancea sobre sus pies, a segundos de desmayarse, pero aun así consigue dar otro paso atrás. Sin embargo, no tiene adónde ir, y todos lo sabemos. ―Lo estás haciendo muy bien, malishka ―murmura Matvey, cambiando de nuevo al ruso―. Estoy jodidamente orgulloso de ti. Sus manos están firmes sobre las mías, y cuando desliza un dedo lleno de cicatrices sobre el que tengo apretado contra el gatillo, siento que mi cuerpo empieza a temblar. ―Solo tú y yo, amor. Haremos esto juntos. Grant ha empezado a sollozar, pero ambos lo ignoramos. Respiro hondo, inhalando el aroma de Matvey y sintiendo su fuerte presencia a mi alrededor. ―¿Preparada? Miro al hombre que tengo delante, sabiendo que estoy a punto de acabar con su vida, pero en lugar de arrepentimiento, siento que empieza a crecer en mí una rabia. Este cabrón iba a comprar a una mujer esta noche, y luego iba a violarla y retenerla contra su voluntad. No sé cuál es su particular perversión, si la golpearía o la sodomizaría o se la pasaría a sus amigos, pero no estaría aquí en esta habitación si no tuviera algo horrible planeado para ella. ―Te odio. ―Las palabras salen ásperas y siseantes, y una vez que empiezo, no puedo parar―. Odio a los putos hombres como tú que creen que pueden comprar, vender y golpear a las mujeres. Nos tratáis como si fuéramos de vuestra propiedad, como si tuvierais algún maldito derecho a ponernos las manos encima, y cuando decidís que ya habéis tenido suficiente, nos echáis a un lado y compráis a otra y volvéis a empezar. Que te jodan, Grant. Espero que te pudras en el infierno, enfermo pervertido de mierda. El dedo de Matvey permanece sobre el mío, pero no es él quien aprieta el gatillo. Soy yo quien lo hace. El disparo le alcanza en el pecho, la sangre se acumula de inmediato cuando los ojos sorprendidos y abiertos de Grant se encuentran con los míos, y entonces le disparo una y otra y otra vez. Cada disparo le acerca más a la muerte al tiempo que me hace sentir cada vez más viva.
Su final es un nuevo comienzo para mí, y cuando dejo de disparar, Matvey me gira la cabeza y me besa con un profundo gruñido. Le abro la boca, sintiendo su dura longitud contra mi culo. La adrenalina me recorre y casi me mareo, pero lo único en lo que pienso es en acercarme a Matvey. Succiono su lengua y balanceo el culo contra él, arrancándole otro gruñido cuando mece sus caderas, acompasándose perfectamente a mis movimientos. ―Joder ―gruñe contra mis labios―. Verte recuperar tu poder, malishka, hostia. ―Suelta una carcajada y vuelve a besarme―. Eso ha sido lo más jodidamente sexy que he visto nunca. ―Quiero hacerlo otra vez. Se aparta para verme mejor. Sus ojos oscuros me estudian, sin perderse nada, y cuando sus labios se curvan en una sonrisa, se la devuelvo rápidamente. ―Todas las veces que quieras, cariño. Salimos de la habitación y entramos directamente en un caos bellamente orquestado. Suenan disparos de forma intermitente y, mientras miro por el pasillo, veo a mi hermano salir de una habitación antes de entrar en la siguiente, con la pistola desenfundada y una mirada sombría en el rostro. Vitaly sale de otra habitación, y me dedica una gran sonrisa saludándome con la mano antes de abrir otra habitación. Lev debe haber vuelto a bajar a nuestra planta, porque le veo salir de una de las habitaciones cubierto de sangre con una mirada igualmente mortífera. ―No estará utilizando un arma, ¿verdad? ―le susurro a Matvey. ―No lo parece. ―Se ríe―. Hemos esperado mucho tiempo para esto. Todo el mundo quiere disfrutarlo al máximo. Varios miembros de la Bratva se filtran por el pasillo, vigilándolo todo, mientras otros se deslizan por el hueco de la escalera para comprobar cómo están las cosas arriba. Los disparos que suenan no me sobresaltan. Al contrario, el sonido me resulta extrañamente reconfortante. Cada bala que se dispara significa que hay un traficante sexual menos en el mundo. Finn permanece pegado a mi lado cuando Matvey me conduce a la habitación contigua. Antes de abrir la puerta, saca su pistola y se pone delante de mí para cubrirme completamente. Incluso así, me está
protegiendo. Me da la libertad de vengarme, pero lo hace de forma por la que garantiza que no pueda sufrir ningún daño. ―No te muevas, joder ―gruñe Matvey, entrando en la pequeña habitación conmigo justo detrás. Ha oído los disparos y sabe que algo ha ido muy mal en su velada, pero eso no impide que la sonrisa de suficiencia se extienda por su rostro bien afeitado. Lleva un caro traje negro y, cuando sus ojos se vuelven hacia mí, suelta una suave carcajada. ―¿De qué coño va esto? Como ninguno de los dos dice nada, sigue hablando. ―Déjame adivinar, ahora quieres más dinero por las chicas. ―Sacude la cabeza como si se tratara de una molestia y no de algo que realmente pudiera causarle daño―. Vale, como quieras. Pagaré lo que quieras de más, pero si no estoy satisfecho con el producto, esta será la última puta subasta a la que venga. Me llevaré mi negocio a otra parte. Es mucho más fácil de disparar que el anterior. Matvey ni siquiera necesita sujetarme la mano cuando lo apunto con la pistola. Las balas le dan en el pecho, y la mirada de sorpresa que me dirige me transmite tibieza. Pienso en todas las pobres mujeres que he visto en los dos últimos años, en todas las víctimas que nunca obtendrán venganza ni justicia de ningún tipo, y desearía que pudieran estar aquí para compartir este momento conmigo, pero no pueden, así que le meto un par de balas más al cabrón en su nombre. Cuando estoy satisfecha, bajo el arma y acaricio la cabeza de Finn antes de girarme a mirar a Matvey. Sus ojos oscuros están llenos de amor, orgullo y una lujuria pura y descarnada que amenaza con deshacerme, porque yo también la siento. Le deseo jodidamente tanto, que puedo sentir ese deseo amenazando con apoderarse de mí y consumirme. Antes de arrojarme a sus brazos, le sonrío. ―Más.
CAPÍTULO 14
Matvey Que me follen. Veo cómo Alina dispara a dos hombres más antes de perder toda determinación y apretar mi boca contra la suya. No tenía ni puta idea que verla vengarse sería tan jodidamente excitante, pero lo es, y estoy tan jodidamente empalmado que apenas puedo pensar. En cuanto nuestros labios se tocan, gime y abre la boca para mí. Retiro la pistola de su mano y la guardo antes de presionarla contra la pared. Profundizo el beso, acaricio su rostro y, cuando no es suficiente, arranco su máscara para sentir su piel contra la mía. Sabiendo que estoy a unos segundos de perder el control, me retiro, sin aliento y aturdido, me encuentro con los ojos ámbar de Finn y señalo el pasillo. ―Vigila la puerta, Finn. Ladea la cabeza, mira a Alina y juro que espera a que ella asienta con la cabeza antes de trotar hacia la puerta abierta y aparcar el culo justo delante del umbral. Levanto a Alina y la llevo hasta la pared que hay detrás de la puerta abierta para que no la vean. Es imposible que Finn
deje entrar a nadie, pero no voy a arriesgarme a que alguien eche un vistazo a mi chica, sobre todo con lo que estoy a punto de hacer. ―Matvey ―susurra cuando meto los dedos en sus pantalones de yoga y empiezo a bajárselos. Acariciándole su desnudo culo, la acerco y mordisqueo su labio inferior. ―Necesito probarte, malishka. ¿Me dejas? Sus ojos se entornan cuando deslizo la mano y acaricio su coño desnudo. Está empapado y es jodidamente perfecto. ―¿Me permitirás hacerte venir? Arrastro la yema de un dedo sobre su clítoris hinchado. ―Quiero llenarme la boca con tu sabor, y quiero hacerlo aquí. Sus ojos se dirigen al hombre que yace en el suelo, el hombre al que acaba de matar, antes de volver a encontrarse con los míos. El hambre que hay en ellos es evidente, y me suplica que me ocupe de ella, de hacer que desaparezca. ―Sí ―susurra, balanceando las caderas cuando vuelvo a rozarle el clítoris. ―Esa es mi niña buena. Se le entrecorta la respiración al oír mis elogios, y cuando empiezo a besarle una línea a lo largo de la mandíbula, cierra los ojos y gime mi nombre. Le doy un último masaje en el clítoris antes de arrodillarme frente a ella. Le bajo los pantalones hasta medio muslo y gruño al verla. Mi pobre chica está empapada y necesita desesperadamente liberarse. Acorto la distancia, presiono mi cara contra su dulce coño y lleno mis pulmones con el aroma del que nunca podré saciarme. Sus manos recorren mi cabello, agarrándome con fuerza cuando paso la lengua por su húmeda raja. Siguen sonando disparos, mezclados con algún que otro grito en ruso, pero nada de eso importa ahora. Lo único que me importa es meterme en la boca todo lo que pueda de este hermoso coñito. Ella gime cuando deslizo mi lengua en su interior, chupando y lamiendo y devorando cada maldito centímetro de ella. Mis dedos se clavan en sus caderas y ella emite un suave gemido cuando uso los pulgares para abrirla más, permitiéndome un mejor acceso a lo que
quiero. Su hinchado clítoris está a la vista. La miro fijamente sacando la lengua y dándole un fuerte lametón. ―Mierda ―gime, apretándome con más fuerza el cabello y mirándome desde arriba. Observa cómo lamo y chupo su coño, mordiéndose el labio inferior para no gritar. ―Podría hacer esto durante horas ―le digo entre suaves lamidas en su clítoris―. Podría llevarte justo al borde del orgasmo y luego retirarme, una y otra vez hasta que todo tu cuerpo temblara y apenas pudieras recordar tu propio nombre. ―Matvey ―gimotea, ya tan desesperada por correrse. Lanzo una risa tierna, dejándola sentir su calor contra su delicada piel. ―Algún día, cariño, pero ahora mismo tenemos poco tiempo. Deja escapar un suspiro aliviado que me hace sonreír antes de darle otro beso en el clítoris. ―Tan jodidamente hermosa ―susurro, recorriendo con la mirada su coño abierto. Sigo contemplándola durante unos segundos antes de volver a gemir mi nombre, una súplica desesperada a la que no puedo resistirme. ―Intenta no gritar cuando te corras en mi cara, malishka. Nada más pronunciar las palabras, rodeo su clítoris con los labios y le doy una fuerte succión deslizando un dedo en su interior. Se agita contra mí, soltando un ahogado jadeo, apretándome el cabello con tanta fuerza que pica, deshaciéndose ante mis caricias. Sus paredes internas aprietan mi dedo justo antes de percibir su orgasmo en mi mano. Con un gemido, le doy otra chupada al clítoris y seguido entierro la cara en su raja, sorbiendo su excitación como un puto hambriento. Lamo y chupo, llenándome la boca con ella mientras mi pulgar rodea suavemente su clítoris excesivamente sensible, manteniendo las réplicas a medida que su cuerpo empieza a flaquear, sintiéndola temblar suavemente. Frenando mis movimientos, la limpio lentamente, besando y lamiendo cada centímetro de ella porque de ninguna manera voy a dejar que se desperdicie ni una gota. Soy un hijo de puta codicioso cuando se trata de ella, y lo quiero todo.
Suelta otro gemido satisfactorio justo antes de escuchar el inconfundible estallido de risa de Vitaly. ―Bien, ya sé lo que eso significa ―le oigo decir antes de reírse nuevamente, y entonces se filtra la voz de Lev. ―Me aseguraré que Roman no se acerque por aquí. ―Ya. ―Vitaly vuelve a reírse―. Embarazoso ―en un tono exageradamente cantarín que me hace reír al tiempo que Alina emite un avergonzado gemido. Cuando me retiro y la miro a los ojos, está roja como la remolacha y muy sexy. Le doy un último beso en el coño y vuelvo a subirle los pantalones. De pie, le acaricio la cara y sonrío. ―Gracias. Me levanta una ceja. ―Por dejarme comerte el coño, malishka. ―Siento que debería ser yo quien te diera las gracias. ―Te equivocas en eso. Ponerme de rodillas para ti es un puto privilegio, y nunca lo daré por sentado. Lo que acabas de dejarme hacer es un regalo, cariño, y siempre que quieras dármelo, lo aceptaré encantado. Toma mi rostro y me atrae para besarme. Saboreándose en mi lengua, gime y succiona en su boca, casi haciendo que la polla se me salga de los malditos pantalones. ―Te pertenece cada maldita parte de mí, Alina ―susurro contra sus labios cuando suelta mi lengua―. Cada parte de mí te pertenece, y siempre te pertenecerá. A nadie más que a ti, malishka. Susurra mi nombre y vuelve a besarme. ―Llévame a casa. Sé lo que me está pidiendo y, cuando me aparto, sus ojos verdeazulados están llenos de amor y deseo. Busco en su rostro algún signo de vacilación o miedo, pero no hay ninguno, solo la hermosa y despreocupada sonrisa que solía dedicarme siempre. Le devuelvo la sonrisa y le doy otro beso antes de ajustarme para no salir delante de mis hombres con una evidente erección. Recojo el pasamontañas que se me había caído antes, metiéndolo en el bolsillo
trasero. No he oído ningún disparo en varios minutos, así que supongo que todo el mundo está muerto y ya no es necesario. Agarro su mano y le beso el dorso antes de conducirla fuera de la habitación. Finn está esperando exactamente en el mismo sitio y, en cuanto ve a Alina, empieza a mover la cola. Ella se ríe y acaricia su cabeza, dándole un buen rascado detrás de las orejas y elogiándolo. ―Parece que todo ha ido bien, Alina. Levanta la cabeza y ve a Vitaly apoyado en la pared unas puertas más abajo, sonriéndonos a ambos con un brillo muy divertido en sus ojos. ―Es natural ―le digo, intentando no reírme ante la expresión avergonzada de su cara―. Mató a cuatro de esos cabrones sin ninguna ayuda por mi parte. ―Tú ayudaste ―se apresura a decir Alina, dedicándome una dulce sonrisa y apretándome la mano. ―Seguro que sonó como si lo hubiera hecho ―dice Vitaly, porque el muy cabrón no puede evitarlo. Cuando ve la mirada de advertencia que le dirijo, levanta una mano y suelta otra carcajada―. Vale, vale, ya paro. Es que he esperado mucho tiempo para poder hacer esto. Además, compré el vestidito negro que te obligó a actuar ―me recuerda como si hubiera alguna posibilidad de olvidar el sexy vestido negro que le regaló a Alina por su decimoctavo cumpleaños. La miro y tiro de ella para estrecharla contra mí. ―No fue el vestido el causante. ―No, pero seguro que ayudó ―oigo decir a Vitaly antes de alejarse para reunirse con los demás. ―No me habría llevado años ―le digo, conduciéndola por el pasillo y de vuelta a la escalera―. Aquel día acababas de cumplir dieciocho años. Ni siquiera había tenido la oportunidad real de hacer nada. Suspira y se inclina hacia mí. ―Supongo que nunca lo sabremos. Le doy una suave palmada en el culo. ―Sí lo sabemos, malishka. Siempre ibas a ser mía, y habría hecho mi jugada con o sin el vestido negro.
Me sonríe dejándome conducirla escaleras abajo. Por el camino nos cruzamos con varios de nuestros chicos, cada uno cargando bidones de gasolina, y muy pronto el olor es abrumador. Alina me aprieta más fuerte, sabiendo lo que está a punto de ocurrir. Nos apresuramos a salir del hueco de la escalera y, una vez fuera, ambos respiramos profundamente, limpiando nuestros pulmones del fuerte olor. Cruzamos la calle y esperamos con los demás junto al todoterreno. Lev nos dedica una gran sonrisa y una pequeña risita, pero tanto él como Vitaly se guardan sus comentarios, ya que Roman está junto a Alina. Dudo que le vea la gracia como ellos. Empieza a salir humo de la parte superior del edificio, una columna espesa y oscura que rápidamente cubre el cielo. Nuestros hombres se apresuran a salir por la entrada principal justo cuando empezamos a ver cómo brotan las llamas llenando las ventanas del último piso. Mi cuerpo se tensa instintivamente ante la visión y el familiar sonido crepitante que pronto llena el aire a nuestro alrededor. Alina se coloca delante de mí, presionando su espalda y trasero contra mí al tiempo que me agarra de los brazos y los envuelve alrededor de su cuerpo, de modo que la estoy abrazando por detrás. Me sonríe y me besa la mejilla en cuanto estoy lo bastante cerca. ―Las llamas ya no podrán contigo ―susurra cerca de mi oído―. No se lo permitiré. La aprieto con fuerza y sonrío. Alina ha pasado por muchas cosas, más de las que cualquier persona debería soportar, pero incluso después de todo eso, sé que haría cualquier cosa por mantenerme a salvo. Lo arriesgaría todo por mí, igual que yo lo haría por ella. Besa mi mejilla antes de volver la vista hacia el fuego que consume ahora el edificio que tenemos delante. Su hermoso rostro está iluminado por las llamas, e incluso tan lejos como estamos, aún puedo sentir el calor del fuego en mi piel. Mi pequeña y feroz protectora observa el infierno que hemos creado con una sonrisa en la cara. Al sentir que la observo, gira la cabeza para mirarme. ―Eres la única persona que podría hacer que un fuego fuera hermoso para mí, malishka. La luz de las llamas baila sobre tu rostro, y tienes la misma mirada decidida que cuando eras pequeña y te escapabas para visitarme en el hospital.
Ella sonríe al recordarlo. ―Roman acabó renunciando a intentar detenerme. Sabía que no podía hacer nada para alejarme de ti. No soportaba pensar que estuvieras allí completamente solo―. Nunca habría dejado de intentar llegar hasta ti ―me dice apretando aún más mis brazos a su alrededor. ―Sé que no lo habrías hecho, cariño. Le beso la mejilla y miro el fuego con ella hasta que oímos el débil sonido de las sirenas a lo lejos. ―Vámonos de una puta vez de aquí ―dice Roman, abriendo la puerta del todoterreno. Le seguimos hasta el interior del vehículo con Finn pisándole los talones a Alina, alejándonos justo cuando varios camiones de bomberos bajan a toda velocidad por la calle con sus sirenas ululando. ―Sí, buena suerte apagando eso ―dice Vitaly riéndose. ―Habrá muchos pervertidos cagándose encima esta noche cuando se enteren del incendio. ―Lev se ríe y mira a Danil―. ¿Has oído algo? Danil abre su portátil y empieza a teclear. Hay suficiente luz en su pantalla para captar un atisbo de su sonrisa. ―Todo el mundo se está retirando. Ahora mismo hay mensajes por toda la red oscura sobre algo raro en esta subasta. Nadie ha podido ponerse en contacto con ninguno de los implicados, no se ha transferido dinero de las cuentas, y alguien se enteró del incendio por un escáner de la policía, así que ya se está corriendo la voz. Convencer a todo el mundo que el incendio del Red Viper fue un accidente ya fue bastante difícil, ¿pero dos incendios más en una noche? Ni de coña. Muchos hombres implicados en la red de tráfico sexual Lebedev están muertos, y ya no se puede ocultar. Huirán como los putos cobardes que son. Acabarán creando una nueva red, pero les llevará un tiempo. No hemos matado al monstruo, pero hemos conseguido ralentizarlo ligeramente. ―No estoy segura de poder eliminarlo ―dice Alina desde mi lado. ―Siempre habrá hombres que se aprovechan de las mujeres. ―Enrollo mi mano alrededor de la suya y tirando de ella la acerco―. Pero tú nunca volverás a estar cerca de ellos.
Piensa en lo que he dicho y asiente, aunque veo que le preocupa. Sé que quiere salir ahí fuera y salvarlas a todas, pero no permitiré que eso ocurra, joder. Estaré a su lado y veré cómo dispara a los cabrones que hemos encontrado, pero de ninguna manera dejaré que salga ahí fuera y se ponga en peligro para desenterrar a más de ellos. Por encima de mi puto cadáver. Le fallé una vez y que me condenen si vuelvo a hacerlo. Apoyando su cabeza en mi hombro, acaricio su mano y saboreo el tenue sabor de su coño que aún me queda en la lengua. Revivo el momento, repasando cada detalle vívido, y cuando ella siente que empiezo a empalmarme, suelta un suave jadeo y me mira. Sonrío y le guiño un ojo antes de inclinarme hacia ella, de modo que mis labios presionan su oreja para que solo ella pueda oírme. ―Estaba pensando en las ganas que tengo de volver a ser asfixiado por tu coñito. ―Le pellizco el lóbulo de la oreja, sonriendo al sentir el escalofrío que la recorre―. Aún puedo saborearte en mi lengua, malishka, y es jodidamente delicioso. Su mano me aprieta el muslo cuando le paso la lengua por detrás de la oreja y le beso el cuello. ―Pronto, cariño ―le prometo, pero es tanto para mí como para ella. He esperado tanto tiempo para estar dentro de Alina. He pensado en ello casi sin descanso, he soñado con ello y me he masturbado con esa fantasía más veces de las que puedo contar, pero nunca le meteré prisa y, por mucho que lo desee, si no estoy convencido al cien por cien que está preparada, no sucederá. Se cabreará, pero de ninguna jodida manera voy a arriesgar su bienestar mental solo para que yo pueda excitarme. Nunca me lo perdonaría si alguna vez hago algo que empeore las cosas para ella. Cuando regresamos al aparcamiento, salimos todos en tropel y nos dirigimos al ascensor, pero Vitaly me sorprende agarrándome del brazo y reteniéndome. Alina y Finn se detienen y miran hacia atrás para ver qué ocurre. Vitaly sonríe y le hace un gesto con la mano. ―Subiremos enseguida, Alina. Necesito hablar un momento con Matvey. Ella levanta una ceja, curiosa por saber qué trama, pero cuando le sonrío, le da una palmadita en la cabeza a Finn y sube al ascensor con los demás. Cuando se cierran las puertas y ya no puedo verla, me vuelvo hacia Vitaly.
―¿Qué estás tramando? Vitaly se ríe, y aunque nos estamos acercando a los treinta, aún veo al listillo de quince años en la sonrisa que me dedica. Estoy muy unido a todos mis hermanos, pero fue Vitaly quien me oyó gritar la noche del incendio, y fue él quien arriesgó su vida para sacarme de allí. Siento una punzada de culpabilidad cada vez que veo las cicatrices que quedaron en sus manos, pero ni una sola vez me ha hecho sentir mal por ello. Cuando intenté disculparme una vez, negó con la cabeza y me dijo que me callara, y luego dijo que a las chicas les encantaban las cicatrices y que eso le hacía parecer un malote. Nada deprime a Vitaly, realmente nada. Es el hijo de puta más alegre que conozco. Se frota la mandíbula con una mano y me dedica una sonrisa de comemierda. ―He oído lo que ha pasado esta noche en esa habitación y he visto cómo no os quitabais las manos de encima en el viaje de vuelta. ―Se vuelve a reír, y la diversión de sus ojos me hace gemir―. Pensé que quizá deberíamos hablar. ―No lo digas, joder. ―Sacudo la cabeza y empiezo a caminar hacia el ascensor. ―Tu primera vez es un gran paso, Matvey. ¿Estás seguro de saber lo que haces? ―Me mira con el ceño fruncido―. ¿Quieres que te dé algunos consejos? ―No puedo creer que me hayas retenido jodidamente para esto. Paso la tarjeta de acceso al ascensor y pulso el botón repetidamente, aunque veo que aún está subiendo. Estoy atrapado con Vitaly durante los próximos minutos, y él lo sabe. Se apoya en la pared, cruza los brazos sobre el pecho y me lanza su mirada de estoy sumido en mis pensamientos. ―¿Estás nervioso? Le dirijo una mirada mordaz. ―No voy a discutir esto contigo. Se ríe. ―Bueno, solo quiero que sepas que estoy aquí si me necesitas. ―Es increíblemente amable por tu parte, pero lo tengo cubierto.
Se ríe de mi tono y de la mirada que le dirijo. Cuando finalmente se abren las malditas puertas, entro rápidamente con Vitaly pisándome los talones. Cuando pulso el botón y las puertas se cierran, me da un codazo en el hombro. ―En serio, me alegro mucho por ti, hermano. Le miro y asiento con la cabeza. ―Gracias. Me dedica una sonrisa sincera, no la de listillo que tantas veces esconde detrás. ―Te ha querido durante tanto maldito tiempo. ―Se ríe y sacude la cabeza―. No tienes ni idea de cuántas veces se quedaba despierta hasta tarde hablándome de ti. ―¿Cuándo fue eso? ―Desde los doce años ―dice, volviendo a reírse―, pero realmente se intensificó a los diecisiete. Probablemente pensaba que estaba siendo muy astuta al respecto, pero intentaba averiguar constantemente si salías con alguien, si alguien flirteaba contigo, ese tipo de cosas. ―Supongo que le dijiste que no. ―Diablos, no, le dije que prácticamente te habías acostado con todo Moscú. ―Se ríe de mi expresión―. Claro que le dije que no. Aunque no fuera verdad, de ninguna manera iba a romperle así el corazón. Estáis hechos el uno para el otro, Matvey. Nunca he visto nada igual. Sonrío ante lo que ha dicho y ante la imagen de una juvenil Alina intentando sonsacarle información a Vitaly de una forma que debió ser dolorosamente obvia. ―Quiero muchos sobrinos y sobrinas cuando llegue el momento ―me dice, justo antes de abrirse las puertas―. Y más me vale ser su tío favorito. Sonríe y me da una palmada en la espalda, saliendo del ascensor en cuanto se abren las puertas. Se le ilumina la cara cuando ve a Katya. Acercándola y besándola, mantiene una mano extendida sobre su vientre. Nunca pensé que vería a todos mis hermanos casados, pero cuando miro alrededor de la habitación y veo sus caras sonrientes, es innegable que
están exactamente donde deben estar y con la persona con la que siempre debieron estar. ―¿Todo bien? Miro hacia donde está Alina y le guiño un ojo. ―Todo perfecto, amor. ―Tomándole la mano, le beso el dorso y tiro de ella hacia las escaleras. Finn trota pisándole los talones y, antes que desaparezcamos de mi vista, tengo el tiempo justo de alzar la vista y ver a Vitaly y Lev, ambos haciéndome señas con el pulgar hacia arriba y con grandes sonrisas en sus rostros. Les hago un gesto y les devuelvo la sonrisa antes de desaparecer de mi vista. Sé que solo me están tomando el pelo, y entiendo que es mi primera vez, pero estoy seguro como el infierno que no soy un torpe adolescente que no sabe qué coño hacer con mi polla. Ser virgen no significa que sea ignorante. Conozco el cuerpo de Alina y sé exactamente qué hacer para que grite mi nombre y se retuerza debajo de mí. Esta mujer tiene todas mis primeras veces, y no me gustaría que fuera de otra manera. Entramos en nuestra habitación y cierro la puerta mientras Finn se tumba en su gigantesca cama para perros y empieza a masticar uno de sus huesos. Alina se queda de pie delante de mí, mordiéndose el labio inferior y recorriéndome con la mirada. Me acerco a ella y acaricio su rostro, inclinándola hacia mí. ―No tenemos que hacer nada ―le recuerdo―. No quiero que nunca te sientas presionada a hacer algo conmigo. No voy a ir a ninguna parte, malishka, pase lo que pase. ―Quiero hacer esto. ―Me agarra de la parte inferior de la camiseta e intenta quitármela, pero yo mantengo sus manos quietas. ―Paciencia, cariño ―le digo y luego me rio de la mirada que me lanza―. Primero quiero despojarme de mis armas. Eso la apacigua lo suficiente como para dar un paso atrás. Sus ojos me recorren, observando cada uno de mis movimientos conforme me quito las pistolas y los cuchillos dejándolos a un lado. En cuanto estoy libre de armas, acorta la distancia y desliza las manos por mi camiseta, arrastrando ligeramente los dedos por mi espalda llena de cicatrices. Enredando los dedos en su cabello, inclino su rostro hacia arriba, clavando la mirada en unos ojos verdeazulados tan familiares para mí como los míos propios.
―Te esperaría eternamente, malishka. ―Estoy cansada de esperar. Me acerco más y poso mis labios sobre los suyos. ―Has merecido cada segundo. ―Siente que sonrío cuando añado―. Cada dolorosa erección y sesión de pajas en la ducha valieron la pena. Se ríe, pero cuando retrocedo, veo dolor en sus ojos. Saca las manos de debajo de mi camiseta, sujeta mi rostro y pasa el pulgar por la barba incipiente de mis mejillas. Sus ojos parecen vidriosos. ―Gracias, Matvey. ―Levanto una ceja―. Por esperarme, por amarme. ―Me dedica una vacilante sonrisa―. Por rescatarme y por ayudarme a vengarme. ―Me rompes el corazón cuando dices cosas así, como si existiera la posibilidad de haber hecho otra cosa. ―Mis manos se deslizan por su cabello, bajan por su espalda hasta tocar su perfecto trasero y estrecharla más contra mí―. Amarte es una parte de mí, Alina, tan profundamente arraigada que no podría sobrevivir sin ella. Es como respirar o el latido de mi corazón. ―Apoyo mi frente contra la suya―. Es lo que soy, y no me gustaría que fuera de otra manera. Somos tú y yo, cariño, siempre, pase lo que pase. Deja escapar un tembloroso suspiro cuando empiezo a besarle una línea a lo largo de la frente, bajando lentamente. Las lágrimas golpean mis labios justo antes que la salinidad de las mismas llene mi boca. Las beso y lamo. Los dos hemos llorado lo suficiente para toda una vida, pero no esta noche. ―No más lágrimas, malishka ―susurro contra su piel húmeda―. No más tristeza, no más dolor. ―Deslizo una mano bajo su camiseta, recorriendo con mis dedos su delicada columna―. Ya hemos tenido suficiente para toda una vida. No más. Quiero hacerte sentir bien. Gime, meciendo sus caderas. ―Siempre me haces sentir bien. Le doy una suave lamida en el labio superior. ―Eso es todo lo que quiero hacer el resto de mi vida. Moriré feliz si cada día me despierto con tu cara sonriente y te oigo gemir cada noche. Eso es todo lo que quiero.
―Eso es todo lo que siempre he querido, Matvey. Empieza a quitarme la camiseta, pero antes de dar un paso atrás, mis dedos recorren de nuevo su columna, chocando con la hendidura de la parte baja de su espalda. Su exhalación golpea mis labios y el calor de su aliento me produce un escalofrío. Vuelve a tirar de mi camiseta y esta vez dejo que me la quite. Sus ojos me recorren, y el hambre que hay en ellos hace que mi polla se estire aún más contra mis vaqueros. Lleva las manos a mis pantalones y empieza a desabrochármelos, pero antes de conseguir desnudarme, detengo sus manos. Es su piel lo que quiero ver ahora, y hay demasiada de ella oculta para mí. Deslizo los dedos bajo su camiseta, acaricio su piel suave como la seda y le quito lentamente la ropa térmica, dejándola en sujetador negro y pantalones de yoga. Sus pezones se tensan contra el encaje, rogándome que los rodee con mi boca. ―Eres tan hermosa ―susurro, embriagándome con su mirada. Se ruboriza cuando empiezo a quitarle los pantalones, dejando que mis dedos rocen su piel durante todo el recorrido. Quito sus zapatos, los tiro a un lado y la desnudo. Sus bragas están tan empapadas como la última vez que las vi, el recuerdo de enterrar mi cara entre sus piernas me hace soltar un gemido cuando la agarro por el culo y la acerco, presionando mi cara contra sus húmedas braguitas. La beso a través del encaje, aspirando su embriagador aroma a la vez que ella desliza las manos por mi cabello gimiendo mi nombre. ―Por favor ―suplica, y esa sola palabra me pone en pie, levantándola al mismo tiempo. Sus brazos y piernas me rodean y sus labios encuentran los míos. Me besa como si nunca tuviera suficiente, como si lo necesitara más que su próximo aliento y como si yo fuera lo más importante del mundo para ella. Es exactamente lo que siento por ella: mi Alina, la mujer por la que quemaría el mundo entero. Cuando la tumbo en la cama, succiona con fuerza mi lengua y desliza las manos por mi pecho hasta bajarme la cremallera de los pantalones. Rompo el contacto el tiempo suficiente para desnudarme, y entonces mi cuerpo vuelve a estar apretado contra el suyo, besándola como si nunca pudiera parar. Con sus brazos rodeándome el cuello, bajo una mano y engancho el pulgar bajo sus bragas, deslizándolas lentamente
por sus caderas. Levanta el culo para mí y, cuando ya no las tiene, le desabrocho el sujetador y se lo quito lentamente. Como no quiero perderme ni un segundo de este momento, retrocedo para poder contemplarla. Su cuerpo desnudo es suficiente para que todo se detenga en mi interior. Me quedo inmóvil, incapaz siquiera de aferrarme a un pensamiento. Lo único que puedo hacer es mirarla mientras el amor que siento por ella me abruma. En los últimos dos años, me convencí tantas veces porque este momento jamás llegaría, y ahora que está aquí, es casi demasiado. Recorro su cuerpo con la mano e inclinándome más hacia ella, beso su pecho. ―Me aterra que esto sea un sueño ―admito, susurrando contra su piel la confesión―. Tengo miedo de haber perdido finalmente la cabeza y haber estallado. ―Estoy aquí. ―Una de sus manos sujeta mi nuca, enredando los dedos en mi cabello, al tiempo que toma mi otra mano y la coloca sobre su corazón―. ¿Sientes eso? Su corazón revolotea bajo mi mano, un latido rápido reflejo de mi propio corazón acelerado. ―Sí. ―Beso su pecho izquierdo, sintiendo el latido bajo mis labios―. Lo siento. ―Esto es real, Matvey, y si no lo es, entonces espero como el infierno que ninguno de los dos vuelva a despertarse. Con un gemido, enrosco los labios alrededor de su pezón y doy una fuerte succión, llenándome la boca con ella y haciendo que arquee la espalda jadeando. Me agarra con fuerza el cabello y balancea las caderas, pasándome la mano por la espalda, recordándome con cada caricia que es la única mujer que me toca, la única a la que he permitido que me toque y la única que querré que me toque. No hay nadie más para mí que ella. Mi lengua recorre su pezón, y al darle otra lamida, me rodea la espalda con las piernas, tratando por todos los medios de acercarme a ella. Sonrío contra su pecho y le doy otra lenta lamida antes de besar una línea ascendente por su pecho. Chupando y lamiendo su piel, me abro camino hasta su cuello, deseando saborear cada maldito centímetro de ella.
Mueve las caderas y gime cuando deslizo la cabeza de mi polla por su coño. Estoy cubierto de precum y ella está empapada. Su coño resbaladizo es un puto paraíso contra mi polla, y lo único que quiero es deslizarme dentro de ella, pero antes ahueco su rostro y me encuentro con sus ojos. El azul verdoso es aún más vivo que de costumbre, aunque en ese momento tenga los ojos vidriosos y los párpados pesados. La recorro con la mirada, memorizando cada detalle de la mujer que amo. ―¿Estás segura? ―Estoy segura. ―Ella me mira y sonríe, y su aspecto se asemeja tanto a la antigua Alina, la que solía robarme las sudaderas con capucha y colarse en mi dormitorio por la noche para dormirse en mis brazos, que me deja sin aliento. ―Te quiero tanto, Alina. ―Yo también te quiero, Matvey ―me susurra, acercándome para besarme de nuevo. Todo lo demás desaparece excepto el tacto y el sabor de Alina. Su cuerpo se amolda al mío, y la forma en que sigue apretando su coño, me está volviendo jodidamente salvaje. Presionando la cabeza de mi polla contra su hendidura, succiono su lengua, pero no entro en ella. Permanezco apretado contra sus labios suaves y empapados, dándole tiempo suficiente para decirme que pare. Ha sufrido demasiado como para que la penetre sin más. Lo último que quiero es que se arrepienta de lo que hagamos juntos. Abre la boca gimiendo y profundiza en mis besos al tiempo que su cuerpo se tensa a mi alrededor. Cuando clava los talones en mi culo, tratando de empujarme dentro de ella, sonrío contra sus labios. ―Por favor. La súplica de un par de palabras es todo lo que necesito y, con una lentitud insoportable que me sorprende incluso a mí mismo, finalmente me deslizo dentro de Alina. Su calor húmedo me envuelve, arrancando un gemido profundo de mi cuerpo y un gemido sexy del suyo. He fantaseado tantas veces con esto, pero nada podría compararse jamás al calor apretado y húmedo que envuelve mi polla ni a la sensación del cuerpo de Alina moldeado estrechamente contra el mío. ―Maldita sea ―gruño contra sus labios cuando estoy completamente enterrado dentro de ella. Estoy tan cerca de ella como es humanamente posible, pero aún no me parece suficiente. Aprieto su nuca
y deslizo la mano bajo su culo, apretando una mejilla y arqueándola para que pueda deslizarme aún más profundamente. ―Matvey. El sonido jadeante de su voz al decir mi nombre casi me hace saltar por los aires. ―Te tengo, malishka ―susurro contra sus labios―. Siempre te he tenido. Con los dedos clavados suavemente en una perfecta y redonda nalga, empiezo a mover lentamente las caderas, follándola con un ritmo lento y lánguido, contradiciendo por completo lo salvaje que me siento. Sujetando su rostro con la otra mano, acaricio su mejilla con el pulgar, dejando que sienta mis cicatrices a fin de enraizarla, un recordatorio constante de con quién está. No quiero a nadie más en su cabeza, excepto a mí. Me besa con tanta dulzura mientras sus caderas se balancean al ritmo de mis embestidas, que me pierdo por completo en ella. Cuando giro las caderas, golpeándola justo donde lo necesita, gime mi nombre con tanta dulzura justo cuando su cuerpo se tensa y se deja ir. Su coño me abraza con fuerza, obligándome a utilizar toda mi fuerza de voluntad para no unirme a ella. Pero aún no estoy preparado para que termine nuestra primera vez, así que me contengo, observando cómo la consume el placer y sabiendo que nunca veré nada tan hermoso como a Alina corriéndose sobre mi polla. ―Tan jodidamente hermosa ―susurro contra sus labios, besándola a través de las réplicas. Su cuerpo tiembla bajo el mío y, al abrir sus ojos, me dedica la sonrisa más bonita. Es la mezcla perfecta de satisfacción total y hambre de más, pero debajo de todo eso está el amor que siente por mí, haciéndome sentir el hombre más afortunado del mundo. Mueve las caderas hacia arriba, suelta otro gemido sexy recorriendo mi espalda con sus dedos. Reconozco la expresión golosa que pronto llena sus ojos. Es casi idéntica a la que me dirigió antes, cuando empezó su pequeña matanza, por lo que no me sorprende lo más mínimo cuando separa los labios. ―Más. ―Susurra.
Es una mujer con muchos apetitos y estoy más que dispuesto a satisfacerlos todos.
CAPÍTULO 15
Alina La sonrisa sexy de Matvey hace que mi coño se apriete aún más a su alrededor. Suelta un gemido profundo y mece las caderas, golpeando todas las terminaciones nerviosas ocultas de mi interior que ni siquiera sabía que existían hasta ese momento. El sexo ha sido sufrimiento para mí: dolor, humillación y miedo. Nunca ha sido dulce ni amoroso ni me ha hecho sentir bien. Una parte de mí temía que el sexo nunca me hiciera sentir bien, que me hubiera dañado tan profundamente o me hubiera roto hasta el punto de no poder disfrutar nunca de este tipo de intimidad, pero en el instante en que Matvey ahuecó mi mejilla, acariciándome la piel con la yema del pulgar mientras se deslizaba lentamente dentro de mí, teniendo tanto cuidado de no causarme dolor al abrirme más de lo que nunca lo había hecho, supe que esto era diferente. El éxtasis que me recorre solo se debe a él, a su amor por mí, y ahora no puedo saciarme. Sus labios encuentran los míos, besándome de una forma que me roba el aliento de los pulmones impidiéndome pensar en otra cosa que no sea el placer que me está dando. No me atormentan viejos recuerdos porque Matvey se niega a que se apoderen de mí. Cada embestida de su gran polla, cada golpe de su lengua contra la mía y cada gemido profundo que arranco a este magnífico hombre me recuerdan que estoy
exactamente donde siempre debí estar y que jamás permitirá que nada más se interponga entre nosotros. Tomándome de la pierna, me sujeta la parte posterior del muslo, poniéndome la rodilla a la altura del pecho y permitiéndole profundizar aún más. ―Mierda ―jadeo, con los ojos en blanco de placer y aferrándome a él gimo su nombre. Puede que sea su primera vez, pero Matvey no es un tímido virgen. Apoyando la otra mano en la cama, se levanta lo suficiente para ofrecerme una vista increíble. Las duras líneas de sus músculos brillan por el sudor, y cada movimiento de sus caderas hace que sus abdominales se flexionen aún más. Hipnotizada por la visión, recorro su hermoso cuerpo con los dedos. Las llamas decoran su piel, y entre ellas hay muchas imágenes de muerte. Hay unas cuantas calaveras y una bandada de cuervos cubriendo su costado, de modo que parece que están a punto de levantar el vuelo sobre su pecho: ojos negros e inteligentes y alas desplegadas; la delicada precisión de cada ave es una obra de arte en la que podría perderme fácilmente; y en su bíceps derecho está la familiar imagen embozada de la propia Muerte. El rostro esquelético está oculto, pero se ve lo justo para dejar entrever una sonrisa malvada. Hay tanto dolor escrito en su cuerpo, y cuando paso los dedos sobre mi nombre, me percato que se trata del único punto de esperanza en él, la única cosa a la que se aferraba. ―Haces desaparecer todo lo malo ―gruñe desde arriba, clavándose en mí con más fuerza. Sé que se está conteniendo, que intenta ser suave conmigo, porque incluso ahora, incluso con él enterrado en mi interior, sigue protegiéndome―. Mi cuerpo está cubierto de dolor, pero tú me haces olvidarlo todo excepto lo bueno, malishka. Arrastro los dedos por el cuerpo del que nunca me saciaré y acaricio su mejilla. Lo atraigo de nuevo hacia mí, sonrío y le paso la lengua por la comisura de los labios, pero antes de sumergirme en su interior para saborearlo, le digo: ―Tú también haces que desaparezca todo lo malo, Matvey. Aunque me empuja con más fuerza, sus ojos se suavizan al oír mis palabras, al tiempo que su pulgar recorre mi mejilla.
―Nunca pensé que volvería a sentirme segura, pero lo hago cuando estoy contigo. Sonríe contra mis labios. ―Eres mía, Alina. Siempre has sido mía y siempre lo serás. La cagué una vez, pero te prometo que no volverá a ocurrir. Estás a salvo conmigo, malishka. Siempre ―susurra. La almohadilla cicatrizada de su pulgar se arrastra por mi piel, volviéndome jodidamente loca al besarme intensamente y abalanzarse sobre mí de nuevo. ―Ahora sé una buena chica y vuelve a correrte sobre mi polla. Estoy aguantando a duras penas y no sé cuánto más podré resistir, pero no hay jodida forma de correrme sin ti. ―Oh, Dios ―gimo antes que introduzca de nuevo su lengua entre mis labios y gire sus caderas de un modo que hace arder todo mi cuerpo. Con cada embestida, su polla golpea exactamente donde necesito que lo haga. La tensión crece en lo más profundo de mi ser, amenazando con consumirme hasta que no quede nada, y la recibo con alegría. Cada parte de mí ya es de Matvey. Le pertenezco en cuerpo y alma, y cuando siente que me arqueo sobre la cama y que mi coño se aprieta aún más a su alrededor a medida que el placer me atraviesa, abrumador, devorador y jodidamente perfecto, suelta un gemido profundo y masculino antes de sentirlo latir dentro de mí. Da unas cuantas embestidas más, sin dejar de acariciar mi rostro con su pulgar, besándome con tanta dulzura. Incluso cuando se ha vaciado y nuestros cuerpos se han calmado, sigue besándome y acariciándome la mejilla, ablandándose lentamente en mi interior. ―No deseo salir nunca de aquí. ―Susurra las palabras contra mis labios entre beso y beso―. Quiero quedarme aquí, enterrado dentro de ti el resto de mi vida. No quiero separarme nunca de ti. Vuelvo a rodearle con las piernas, pasando los dedos por su cabello, ahuecando su nuca y bailando con la otra mano a lo largo de su columna. ―Me parece bien ―murmuro contra sus labios. Siento cómo sonríe antes de volver a besarme. El momento es tan perfecto, todo lo que hubiera deseado que fuera mi primera vez, y tan pronto ese pensamiento entra en mi cabeza, no puedo evitar compararlo
con la forma en que perdí realmente mi virginidad. Matvey nota el cambio en mí y, levantando la cabeza, acaricia mi mejilla y sacude suavemente la cabeza antes de darme unos golpecitos suaves en la frente. ―No vayas por ahí, amor. ―Su voz rasposa suena susurrante y me mira a los ojos―. Yo fui tu primero en todo lo que cuenta. Por lo que a mí respecta, los dos acabamos de perder la virginidad. Mis ojos se humedecen, pero intento apartar las lágrimas apretando más fuerte mi agarre contra él. ―Quiero que sepas que te habría esperado siempre. Nunca habría tocado a otro hombre ni habría dejado que me tocaran si hubiera podido elegir. No importa cuánto tiempo hubiéramos estado separados, te habría esperado y me habría guardado solo para ti. ―Lo sé, malishka, y siento muchísimo que esa elección te fuera arrancada de la peor manera posible. Él aparta mis lágrimas y yo intento controlarme. Cuando puedo volver a hablar, digo: —Sé que es egoísta, pero me alegra enormemente que me esperaras. Gracias por guardar esta parte de ti solo para mí, Matvey. ―Amor, cada parte de mí es solo para ti, y nunca podría haber estado con nadie más. No habría sido físicamente posible. ―Se ríe suavemente y encoge sus anchos hombros―. Eres la única mujer que me la pone dura. Me resulta casi imposible creerlo, y evidentemente él ve la duda escrita en mi cara. ―Es cierto, malishka. Te di todo de mí la noche que cumpliste dieciocho años y te probé por primera vez. El sexo es para mí algo más que un polvo rápido o una forma de excitarme. Necesito más. No podría abrirme así a nadie más que a ti, y no querría hacerlo nunca ―me dice, besándome. Me da un beso más antes de deslizarse lentamente fuera de mí para tumbarse de costado a mi lado. Sus dedos recorren mi cuerpo, bailando ligeramente sobre mi vientre y mis pechos, como si estuviera memorizando cada detalle de este momento.
―¿Qué sucederá ahora? ―susurro, viéndole pasar el dedo por mi pezón. Por muy satisfecho que esté mi cuerpo en este momento, su tacto le devuelve rápidamente la vida. La comisura de sus labios se levanta en una sonrisa sexy. ―Bueno, vamos a repetirlo lo antes posible. Me rio apartándole los mechones oscuros del cabello y deslizando los dedos por sus mejillas rasposas y su mandíbula esculpida. ―Pensaba más a largo plazo. Sonríe arrastrando un dedo por mi clavícula. ―Me casaré contigo, te amaré y cuidaré de ti el resto de nuestras vidas. ―¿Y una familia? ―Hago fuerza para que las palabras salgan de mi boca demasiado seca―. Sé que ya hemos hablado de esto antes, pero ¿ha cambiado esto las cosas? ―Estoy mejor, pero sé que de ninguna manera estoy preparada para lanzarme a tener hijos. Ni siquiera puedo confiar en que pueda pasar la noche sin gritar y asustar a todo el mundo. De ninguna manera puedo meter a un bebé en este lío ahora mismo. Matvey sonríe y arrastra los dedos hasta mi vientre, trazando grandes círculos sobre mi piel. ―Tenemos todo el tiempo del mundo, malishka. Nada me gustaría más que tener una familia contigo, ver tu hermoso cuerpecito hinchado con nuestro bebé, pero si nunca estuvieras preparada para eso, entonces no lo haremos. Nos rodearemos de nuestras sobrinas y sobrinos y los malcriaremos. ―¿Y te parece bien? ―Me parece bien cualquier cosa siempre que estés conmigo. ―Se inclina para besarme extendiendo la mano por mi vientre―. Eres todo lo que necesito. Eres la única sin la que no puedo vivir. Si un día decides que estás preparada para formar una familia, me sentiré jodidamente feliz. Si decides que no es lo que quieres, pero aun así consigo tenerte a mi lado, estaré jodidamente feliz. Le sonrío y vuelvo a besarle. ―Sabía que había una razón por la que te amaba tanto. Ya de niña sabía que eras perfecto.
Se ríe y sacude la cabeza. ―Solo tú pensarías que era perfecto de adolescente. ―Lo eras ―insisto―, y sigues siéndolo. ―Paso los dedos por las cicatrices de su hombro―. Eres un buen hombre, Matvey. No me importa la Bratva. No me importa ninguna de las mierdas ilegales que haces. Te conozco y eres un buen hombre. Nunca habla de su madre y su hermana, pero sé que está pensando en ellas cuando veo que el dolor y la pena llenan sus oscuros ojos. ―No lo soy, Alina. No pude salvarlas, y a ti no te salvé lo bastante rápido. La culpa y la tristeza de su voz me hacen rodearle con los brazos y darle un abrazo. ―Nadie podría haberlas salvado, Matvey, pero aun sabiendo eso tú lo intentaste y casi mueres por ello, y no me importa cuánto tardaste en salvarme a mí. Lo hiciste. Nunca dejaste de buscar, y nunca lo habrías hecho. No tienes por qué creerme. Sé que eres un buen hombre, y lo creeré lo suficiente por los dos. No hay nadie mejor que tú. Lo sabía entonces y lo sé ahora, y nunca me convencerás de lo contrario. ―Siempre fuiste una cabezota ―murmura contra mi cuello, haciéndome reír. ―Lo soy cuando se trata de la gente que me importa, y a ti te quiero más que a nadie, Matvey. ―Te quiero más que a nadie, malishka. Besa su camino hasta mi boca, y cuando siento que se pone duro contra mi estómago, sonrío contra sus labios y balanceo mis caderas hacia arriba en señal de invitación. Sigo sonriendo cuando vuelve a deslizarse dentro de mí. Estar con Matvey es como volver a casa, como si tuviera todo lo que pudiera necesitar o desear, y saboreo cada segundo. Nuestros cuerpos permanecen pegados durante horas, y cuando estoy tan cansada que no puedo mantener los ojos abiertos ni reunir fuerzas para levantar un brazo, oigo la profunda risa de Matvey antes de besarme y envolverme con su cuerpo, acurrucándome en su calor y su aroma mientras caigo en un sueño exhausto.
Podría haber dormido durante días, pero unos golpes en la puerta me sacuden del sueño profundo mucho antes de estar preparada para abandonarlo. ―¿Qué ocurre? ―grita Matvey, quien suena tan cansado como yo. ―¡Emily se ha puesto de parto! Ambos nos incorporamos al oír las palabras de Danil, olvidándonos inmediatamente de nuestro sueño. ―¿Está bien? ―grito, levantándome de la cama y buscando frenéticamente algo de ropa. ―Está bien. Pero las contracciones son rápidas y Roman se está volviendo loco. Ahora se van al hospital. Matvey se pone unos vaqueros y me lanza unas bragas. ―Dile que iremos detrás de él. Danil se marcha y yo corro al baño para lavarme los dientes y mear. Mi reflejo me hace desear haber tenido tiempo de ducharme, pero no me atrevo a tomarme la molestia de hacerlo. Quiero estar ahí para mi hermano, así que me paso un cepillo por el cabello y me hago una rápida coleta justo cuando entra Matvey, demasiado atractivo para haberse despertado después de una noche de sexo y un par de horas de sueño. ―No es justo ―refunfuño, poniéndome unos vaqueros. Me guiña un ojo y coge su cepillo de dientes, recorriéndome con sus ojos oscuros mientras me pongo un sujetador y voy en busca de ropa interior. Me enfundo una camiseta de manga larga y cojo una sudadera con capucha porque fuera hace un frío de mil demonios. Acabo de ponérmela cuando Matvey sale del baño. Me abraza y me dedica una gran sonrisa. ―¿Preparada para conocer a tu sobrino, malishka? Lo miro sonriente cuando me doy cuenta que hoy vamos a conocer a nuestro sobrino. Mi hermano va a ser papá y pronto tendré a su hijo en brazos. Me rio cuando Matvey me levanta y me coge el culo con sus grandes manos cuando le rodeo con los brazos y piernas. Con nuestras cabezas separadas apenas unos centímetros, escruta mi rostro. ―¿Te encuentras bien?
Sé que me está preguntando algo más sobre si me he despertado o no con dolor entre las piernas. Lo tengo. Él es enorme y estoy dolorida, pero es el tipo de dolor bueno, el tipo de dolor que sienta bien. Me recuerda lo que compartimos y no puedo evitar sonreír cuando pienso en ello. ―Me siento muy bien ―le digo, juntando las manos detrás de su cuello y volviendo a besarlo―. Estoy un poco dolorida, pero eres enorme, Matvey, así que ya me lo esperaba. Su adorable sonrisa me hace reír de nuevo. Apoyo la frente en la suya y juego con el cabello de su nuca. ―Estoy bien ―susurro, sabiendo que no quedará satisfecho hasta que lo oiga―. Te lo prometo. Anoche fue perfecto y nunca he sido tan feliz. ―Fue perfecto. ―Me besa lentamente, saboreando el momento―. Y yo nunca he sido tan feliz. ―Me da una suave palmada en el culo—. Vamos a conocer a nuestro sobrino, cariño. Le doy un beso más antes de dejarme en el suelo. Finn espera con la cabeza ladeada, preguntándose a qué viene tanto alboroto. Le doy una buena caricia y después le cojo el chaleco de trabajo para que pueda quedarse conmigo. ―Lo sacaré a la azotea antes de irnos. ―Matvey agarra su correa antes de subir los tres las escaleras. ―¿Te lo puedes creer? ―La cara radiante de Vitaly es lo primero que vemos cuando entramos en la cocina―. Tendrías que haber visto la cara de Roman cuando la paseó por el apartamento. ―Vitaly se ríe―. Nunca lo había visto tan pálido. ―Sigue riéndote ―le dice Danil cuando Matvey pasa por delante para dejar salir a Finn―. Me aseguraré de sacar una foto de tu cara cuando Katya se ponga de parto. A ver lo tranquilo que estás cuando ella esté encorvada por las contracciones y parezca a punto de desmayarse. A Vitaly se le cae la sonrisa petulante. ―Sí, voy a dejar de burlarme de él. Danil se ríe.
―Mírate tomando decisiones sabias. ―Se vuelve hacia mí y sonríe―. ¿Alguna vez pensaste que verías el día? Me rio y sacudo la cabeza. ―Nunca. Vitaly intenta parecer ofendido y fracasa. Cuando Matvey vuelve a entrar con Finn, veo aparecer de nuevo la sonrisa de suficiencia. Mira a Matvey y da un codazo a Danil, soltando una suave carcajada. ―¿Te está pareciendo Matvey más maduro hoy? ―No empieces ―le advierte Matvey cuando miro entre ellos, intentando averiguar qué demonios está pasando. ―Lo parece ―musita Danil, sonriendo igual que él―. Es como si nuestro hermano pequeño hubiera crecido de la noche a la mañana y se hubiera convertido en un hombre. Matvey refunfuña cuando ellos se ríen y mi cara se pone colorada. ―Oh, Dios ―gimo, negándoles con la cabeza―. Basta ya. ―No creo que pueda ―dice Vitaly―, pero estás de suerte porque Emily se ha puesto de parto y eso va a suponer una gran distracción. ―Me mira y finge fastidio―. La chica nunca ha podido quedarse en un segundo plano, siempre tiene que ser el centro de atención y todo eso. De todos los días para ponerse de parto, tiene que hacerlo la mañana después que Matvey pierda su... ―Oh no, ¿has perdido algo? Todos nos giramos para ver a Katya de pie en el pasillo con Simona. Llevan unas bolsas y Katya sostiene una almohada y una manta, esperando una respuesta. ―Um, sí ―dice Vitaly, intentando dar marcha atrás antes que Matvey le mate, pero también incapaz de mentir a su mujer―, pero no pasa nada. ―No puede evitar soltar otra carcajada―. Estaba más que dispuesto a deshacerse de él. ―Eres un capullo ―murmura Matvey, pero me doy cuenta que no está realmente enfadado. Me rodea con un brazo, besando la parte superior de la cabeza cuando Danil corre a coger las bolsas que llevan, claramente disgustado porque ninguno de los dos haya intentado cargar con nada, aunque no pesara mucho.
―¿Lev y Jolene fueron con ellos? ―Me acerco para servir un poco de café en un par de vasos para llevar. Matvey coge la que le ofrezco, dedicándome una sonrisa de agradecimiento antes de dar un gran trago. Los dos estamos agotados, pero el guiño que me hace por encima del borde de la taza deja claro que no se queja. ―Sí, Lev los ha llevado. Jolene acaba de enviar un mensaje diciendo que están en el hospital y Roman ya ha conseguido asustar a varias personas. Por lo visto, no han llevado a Emily a una habitación tan rápido como a él le gustaría. ―Danil se ríe y guarda el teléfono―. ¿Todo el mundo listo? Simona le sonríe. ―Yo estoy preparadísima. Estoy deseando conocerle. Danil sonríe y apoya la mano en su barriguita embarazadísima. ―Ahora nos toca a nosotros, sladkaya. Pone su mano sobre la de él, y juro que el arrebol de su embarazo podría iluminar la maldita ciudad. ―Simplemente no hagas estallar a ese niño hoy ―le dice Vitaly―. Solo podemos aguantar a un hermano Melnikov loco cada vez. Roman ya se ha pedido el día de hoy. Ella se ríe y promete que hoy no dará a luz a ningún niño, mientras Danil sacude la cabeza ante su hermano y empieza a llevar las bolsas al ascensor. Todos nos abrigamos y cargamos todo en uno de los todoterrenos. En lugar de subir con nosotros, Vitaly sonríe y conduce a Katya hasta el monovolumen. ―¿Qué pretendes? ―le pregunta Matvey. Vitaly sonríe aún más. ―Lev los ha llevado, así que voy a ser un buen hermano y asegurarme que Roman tiene cómo llevar a su nueva familia a casa. Voy a dejarle a este chico malo en el aparcamiento del hospital. Aún se está riendo de su plan cuando abre la puerta y ayuda a Katya a entrar. ―Roman va a matarlo ―murmuro, metiéndome en el todoterreno mientras los demás se ríen y observan cómo se aleja Vitaly. Toca el claxon y saluda al pasar, con una enorme sonrisa en la cara y un brillo diabólico
en los ojos. Apretada en el asiento trasero entre Matvey y Finn, sonrío y suelto otra carcajada. Este hospital no sabrá qué le ha golpeado. No hay forma de pasar desapercibidos. Matvey mantiene su mano en mi muslo, apretándome suavemente cuando Danil nos lleva al hospital. Una vez aparcados junto al monovolumen azul, salimos todos en tropel y Vitaly se ríe y acaricia cariñosamente el capó. ―No sé por qué Roman se resiste tanto. Este bebé se conduce de ensueño. ―Mira a Katya―. ¿No ha sido el viaje más suave de la historia, ptichka? Dime que esos asientos lujosos no te han sentado de maravilla en el culo. Se ríe de su marido. ―No voy a mentir, ha sido muy cómodo. ―Lo sé, ¿cierto? ―Vitaly se ríe, rodeándola con el brazo―. Es decir, no voy a salir corriendo a comprarme otra, pero quedaba bastante espacio para las piernas y ofrecía cierta protección encubierta. Nadie que nos cruzáramos me miraría y pensaría, ahí va un tipo duro que ejecuta una Bratva. ―Sin duda deberías comprarte uno ―le dice Danil. Vitaly se lo piensa un segundo y luego niega con la cabeza. ―No sé, tío. Es cómodo, pero en cuanto me senté, se me arrugó la polla. Fue un poco desconcertante. Me encanta que vosotros manejéis uno, pero ¿yo? No tanto. Todos seguimos riéndonos de la incapacidad de Vitaly para empalmarse en un monovolumen cuando entramos por la puerta principal. Con nuestro numeroso grupo y las bolsas con cosas de bebé, mantas y almohadas extra, parece que estamos listos para acampar y quedarnos un tiempo. La pobre mujer de recepción no sabe qué pensar de nosotros. Su cara de sorpresa permanece pegada a su rostro cuando nos escucha. Las gruesas gafas de carey que lleva hacen que sus ojos parezcan aún más grandes, y cuando ve la barriga embarazada de Simona, pregunta: ―¿Estás de parto? ―No, no lo está ―dice Danil, apoyándose en el mostrador―. Pero nuestra cuñada sí. Se llama Emily Melnikov.
En cuanto oye el último nombre, suelta un pequeño gruñido y se endereza un poco. ―Llegaron no hace mucho. Vitaly se ríe. ―¿Nuestro hermano montó una escena? ―Le dedica a la mujer una gran sonrisa―. Siempre hace lo mismo. No podemos llevarle a ninguna parte. Aunque la mujer que está detrás del mostrador es lo bastante mayor como para ser la madre de Vitaly, eso no le impide sonrojarse ante su atención y dedicarle una pequeña sonrisa al decidir rápidamente que, después de todo, no está tan cabreada. ―A veces los papás primerizos pueden ser muy difíciles de manejar. ―Lo dice como si fuera un secreto que está confesando solo a Vitaly, ya que evidentemente se ha olvidado de los demás. Vitaly se ríe y esboza una sonrisa aún más grande. ―¿Crees que podrías registrarnos para que podamos subir a ver cómo está? No me gustaría pensar que está gritando a otra pobre mujer que solo intenta hacer su trabajo. Matvey me clava suavemente los dedos en el costado y emite una suave carcajada solo audible para mí. Miro y veo que Danil me pone los ojos en blanco. Los tres hemos visto a Vitaly engatusar a alguien más veces de las que puedo contar. Aunque tengo que reconocer que nunca falla. Ahora no es diferente, y no me sorprende en absoluto cuando empieza a coger suficientes tarjetas de visitante para todos nosotros. Matvey es el último, e inmediatamente cuando lo tiene en la mano, descubre a Finn y empieza a negar con la cabeza. ―No, lo siento, no puedes traerlo aquí. Matvey mira a Finn, sentado orgulloso en su arnés y con un aspecto adorable. ―Es un perro de asistencia. ―No está permitido ―insiste, mirando a Finn como si fuera portador de todo tipo de agentes patógenos y todos en el hospital fueran a morir seguramente si ella lo deja pasar.
Siento que el cuerpo de Matvey se tensa, su voz es aún más dura de lo habitual. ―Mi prometida lo necesita. Mira de Finn a mí, y la expresión de fastidio de su semblante deja claro que me está culpando de todo esto. ―Pues lo siento, pero eso da igual. Ese perro no va a entrar aquí. Este es un hospital privado, y no puedo tener a un chucho correteando por los pasillos. La mirada de la mujer deja claro que no es solo nuestro perro el que ella considera que no debe estar aquí. La mano de Matvey se apoya en mi nuca, con su pulgar acariciando suavemente mi piel, y Vitaly susurra un rápido, joder, antes que Matvey mire a la mujer. ―Ese chucho se llama Finn y es un perro altamente adiestrado, que supongo endiabladamente más inteligente que tú. Danil suelta una carcajada y Matvey se aproxima, haciendo ademán de leer la etiqueta con su nombre antes de apoyar un brazo en el mostrador. Ella se fija en la mano tatuada que tiene delante y luego en la piel entintada de su cuello antes de encontrarse con la dura mirada que él le dirige. Su pulgar sigue acariciándome suavemente la piel, asegurándome que todo va bien. ―Christine, mi hermano va a ser padre hoy, y todos queremos estar presentes. Finn forma parte de esta familia, y va a venir con nosotros. Cuando ella empieza a abrir la boca para protestar, él le mueve el dedo. ―No me interrumpas, Christine, estamos llegando a la parte buena. ¿Ves a esta hermosa mujer que está a mi lado? Christine me mira y le dirijo una incómoda sonrisa y un saludo aún más incómodo, mientras Vitaly suelta una carcajada. ―Amo a esta mujer más que a la vida misma ―le dice Matvey―, y ella necesita a Finn, así que fin de la historia por lo que a mí respecta. Cuando Christine sigue sin parecer convencida por su discurso, él se inclina más hacia ella.
―Ahora sí que me estás cabreando. No me gusta tu actitud, y estás a punto de recibir una patada en el culo y una puta demanda gigante, en ese orden, si no nos dejas pasar. Sus ojos se agrandan y su rostro se tiñe de un rojo furioso, pero parece comprender finalmente que esto va a ocurrir lo quiera o no. En nuestra defensa, Finn es un perro de asistencia registrado y tiene todo el derecho a quedarse conmigo, vaya donde vaya. Matvey sonríe y le tiende la mano. ―Otro pase de visita, por favor. Christine se lo entrega con cara de pocos amigos. Mientras Matvey engancha la placa al arnés de Finn, Vitaly sonríe alegremente a la mujer. ―Muchas gracias, Christine. Eres la mejor. Sin embargo, ni siquiera el encanto de Vitaly funciona esta vez. Se limita a mirarnos a todos con el ceño fruncido, viéndonos pasar, sin duda encantada de no tener que tratar más con nosotros. ―Vaya ―susurra Simona cuando llegamos a los ascensores―. Qué gruñona. Katya se ríe y mira a su marido. ―Ni siquiera tu encanto ha funcionado. Él le toca el culo y tira de ella para acercarla. ―Mi encanto funcionaba muy bien, ptichka. ―Levanta la barbilla hacia Matvey―. Él la asustó. Matvey sonríe. ―Lo hice. Me agacho y acaricio a Finn. Me lame la mano y me pone esos preciosos ojos de cachorro. ―¿Has visto cómo miraba a Finn? Se lo merecía. ¿Cómo podría alguien no enamorarse de él? ―Estoy de acuerdo ―dice Simona―. Es adorable. Finn nos mira, sabiendo que estamos hablando de él. Mueve la cola, parece todo un profesional con su arnés y su placa de visitante. Sigo sonriéndole cuando se abre el ascensor y entramos todos. Cuando llegamos a la planta correcta, el personal y los demás visitantes
nos miran raro, pero finalmente llegamos a la sala de maternidad, donde una mujer mucho más amable nos dice en qué habitación está Emily. Tras llamar suavemente, Roman abre la puerta, aterrorizado y emocionado a partes iguales. Rápidamente le rodeo con los brazos para darle un fuerte abrazo. ―Me alegro mucho por ti ―susurro. Me aprieta con fuerza y suelta una suave carcajada. ―Deseábamos tanto que estuvieras aquí para esto, Alina. Apenas descubrimos que Emily estaba embarazada, todos supimos que teníamos que recuperarte antes del parto. Cuando se retira, tengo lágrimas en los ojos e intento por todos los medios mantener la compostura. Acaricia mi rostro y me besa en la frente antes que sus hermanos se arremolinen para felicitarle y darle una palmada en la espalda como si fuera él quien estuviera a punto de empujar a su bebé al mundo. Sonrío a Emily y me acerco a la cama del hospital en la que está tumbada. ―¿Cómo lo llevas? ―Mucho mejor ahora que Roman insistió en que me pusieran la epidural. Me aprieta la mano y sonríe. Veo la emoción en sus ojos, pero también algo de miedo. Recuerdo cómo insistió en acompañarme a la exploración con el Dr. Bianchi, cómo se negó a que pasara por eso sola, y ahora estoy más que encantada de devolverle el favor. Me siento en el borde de su cama y le doy un apretón en la mano. ―Lo vas a hacer muy bien. ―Le apoyo la mano en el estómago―. No puedo creer que estemos a punto de conocerle. Tiene mucha suerte de tenerte ―le digo, y luego miro a mi sonriente hermano―. A ambos. Vas a ser una madre increíble. Tiene los ojos vidriosos cuando me aprieta la mano. ―Y vas a ser una tía increíble. Estamos tan contentos que estés aquí para esto. Significa mucho para Roman y para nosotros tenerte aquí. ―Oye, no llores todavía ―dice Roman, acercándose a nosotras. Besa a Emily y apoya su mano sobre la nuestra, se ríe cuando sentimos que su hijo da una fuerte patada.
―Tiene muchas ganas de salir ―dice Emily y luego inspira rápidamente cuando le sobreviene otra contracción. ―¿Todavía te duele, solnishka? ―El miedo en la voz de Roman hace que ella le sonría para que no se preocupe. ―La epidural alivia el dolor, pero no estoy segura que haya una forma de ser completamente indolora. Pero estoy bien. Te lo prometo. ―Le coge la mano y se la besa. Él se inclina hacia ella acariciándole la cara. ―Estoy muy orgulloso de ti. ―Aún no he hecho nada ―le dice ella riéndose. ―Sí, lo has hecho. ―La mirada de puro amor en sus ojos hace que los míos vuelvan a desbordarse. Me levanto para darles un poco de intimidad, y no me sorprende en absoluto sentir inmediatamente los brazos de Matvey rodeándome, tirando de mí para abrazarme. ―¿Estás bien? Asiento con la cabeza y respiro entrecortadamente. ―Es que estoy muy contenta. ―Yo también, cariño. Sigue abrazándome cuando entra una enfermera. Mira a nuestro numeroso grupo de embarazadas, hombres tatuados y un pastor alemán y se ríe dulcemente. ―Veo que estáis todos entusiasmados con el nuevo miembro de la familia. ―Se acerca a Emily y observa el equipo al que está conectada―. Tus contracciones son rápidas. ―¿Está todo bien? ―pregunta Roman rápidamente. ―Está bien, señor Melnikov. El parto avanza muy deprisa. Pero no hay de qué preocuparse. ―Se pone en modo enfermera y vuelve a mirarnos―. Tengo que examinar a la señora Melnikov. La sala de espera está al final del pasillo. Pronto vendrá una persona a poneros al corriente. Salimos de la habitación, deseándoles buena suerte y haciendo más ruido del que probablemente deberíamos antes de dirigirnos al pasillo y entrar en la sala de espera. Por suerte, está vacía, así que la tenemos para nosotros solos. Matvey se sienta y me arrima a su regazo, besa mi mejilla y sonríe.
―Me muero de ganas de cogerlo en brazos ―admite―. No he cogido en brazos a un bebé desde que nació Yelena. Era tan pequeña. Tenía tanto miedo de hacerle daño. ―Matvey nunca habla de su hermana porque le duele demasiado, pero ahora, cuando menciona su nombre, hay tristeza en sus ojos, pero también una suave sonrisa jugueteando en sus labios―. Era una niña tan dulce, siempre sonriendo. Apoyo la mejilla en la suya y deslizo los dedos por su cabello. ―Nunca dejó de serlo ―le digo, recordando a la chica de ojos oscuros varios años mayor que yo. No la conocía bien y Matvey no vivía en nuestro edificio, así que solo la veía de vez en cuando, pero siempre sonreía, me saludaba y me preguntaba cómo estaba. Creo que sabía que estaba enamorada de su hermano y le parecía bonito. Sin embargo, nunca se burló de mí por eso, y siempre se lo agradecí mucho. Solo tenía ocho años cuando murió, pero sigo pensando en ella a menudo, preguntándome cómo sería, en quién se habría convertido de mayor. ―Lo siento mucho, Matvey ―susurro, deseando poder quitarle todo su dolor. ―Te tengo a ti, Alina. Puedo con todo mientras te tenga en mis brazos. ―Me vas a hacer llorar otra vez. ―Es mejor que lo dejes salir. ―Se ríe suavemente―. Los dos sabemos que vas a perder los nervios en cuanto veas a tu sobrino. ―Es verdad. Voy a estar hecha un lío en cuanto vea a la monada. ―Vas a ser una tía estupenda. Le beso la mejilla. ―Vas a ser un tío estupendo. ―Te voy a pedir matrimonio de forma adecuada, para que lo sepas. Ya te considero mía en todos los sentidos posibles, pero quiero hacerlo bien. Te lo mereces todo y quiero asegurarme que te lo den. ―Ya lo tengo todo. Se aparta para poder verme, recorre mi cara con los ojos y sonríe ante la mirada de enamorado que sin duda le dirijo. No puedo evitarlo. Durante años pensé que nunca lo tendría, y luego lo tuve, solo para que me lo arrebataran de la peor manera posible. Me prometí a mí misma
cuando me vi atrapada con Konstantin que, si alguna vez volvía a encontrar el camino hacia Matvey, nunca daría por sentado ni un solo momento de nuestro tiempo juntos. Sé de primera mano lo rápido que pueden cambiar las cosas, lo rápido que te las pueden arrebatar, y nunca desperdiciaré los preciosos segundos que tengo con él. A veces los recuerdos amenazan con apoderarse de mí y arrastrarme a algún lugar oscuro, a veces escapan a mi control cuando estoy dormida y no tengo más remedio que sucumbir a ellos, pero nunca me entrego a ellos voluntariamente, y nunca lo haré. Es una elección abrazar el bien, y nunca dejaré de luchar por ello. Nunca dejaré de luchar por nosotros. Matvey me pasa un dedo por la cara, lo engancha bajo mi barbilla y me inclina hacia él. El beso que me da es lento y profundo y, cuando se retira, estoy más que aturdida. Sus labios rozan los míos. ―Estoy realmente encantado que no hayas tenido tiempo de ducharte esta mañana. Me encanta que estés cubierta de mí. Todavía estoy sonriendo cuando oímos que los demás empiezan a reírse. Ambos nos giramos para ver que todo el mundo nos mira fijamente. Lev levanta una ceja perforada y Vitaly le da un empujoncito en el hombro. Están disfrutando demasiado y no intentan ocultarlo. ―Dejadlos en paz ―dice besuquearse todo lo que quieran.
Simona,
sonriéndome―.
Pueden
Danil se ríe y la besa. ―Pero si empiezan a besuquearse, entonces empezaremos nosotros, y luego también lo harán los demás, y antes de darnos cuenta, Christine estará aquí arriba echándonos a todos el culo por exhibicionismo. Simona se ríe. ―He dicho besuqueo. No he dicho nada de desnudarse en la sala de espera. Danil le guiña un ojo. ―Un tío puede soñar. Sonriendo, recuesto la cabeza contra el hombro de Matvey, observando a mi familia y esperando a que el nuevo miembro se una a nosotros. Matvey desliza su mano a lo largo de mi espalda, y al apoyar mi mano en su pecho, mi camisa cae por mi muñeca, revelando los puntos negros que aún estropean mi piel.
―Esos tienen que desaparecer. ―Pasa suavemente un dedo por debajo del hilo negro―. Lo siento, malishka. Deberían habértelos quitado hace un par de días. ―No pasa nada. Seguro que el doctor Bianchi podrá sacarlos pronto. Pero 'pronto' no es suficiente para Matvey. Deja escapar un murmullo reprobatorio ante la idea de hacerme esperar unos días y luego sacude la cabeza, dejando claro que ha tomado una decisión. ―No, esto tiene que salir ya.
CAPÍTULO 16
Matvey Estoy cabreado conmigo mismo por dejar que los puntos se quedaran tanto tiempo. No quiero que la cicatriz sea peor ni que duela cuando se los quiten, y debería haberme encargado condenadamente de ello. Al ver algo en mi cara, se inclina para besarme la mejilla. ―Estoy bien, Matvey ―me dice, dedicándome una sonrisa para hacerme saber que realmente está bien―. Solo han pasado unos días de las dos semanas que recomendó el Dr. Bianchi. Beso su muñeca, sintiendo el grueso hilo de los puntos contra mis labios. Levantándola, la mantengo apretada contra mí. ―Ya van a salir, cariño. ―Mirando a mis hermanos, digo―. La llevaré a que se los quiten. Mándame un mensaje si te enteras de algo durante nuestra ausencia. Lev asiente. ―Lo haré. Vitaly se ríe. ―¿Es una excusa para encontrar un armario vacío? Sed sutiles, chicos. ―Nos señala con el dedo―. Si os pillan, estáis solos. No nos van a echar a todos porque no podáis controlaros.
―Señor ―gimo, llevando a Alina fuera de la sala de espera y alejándola de sus risas―. No va a detenerse nunca. Alina se ríe y me mira. ―No, no lo hará, pero sigo queriéndole. ―Sí, yo también ―murmuro, haciéndola soltar una suave carcajada mientras la llevo por el pasillo. Finn le sigue los talones a Alina, con la cabeza erguida y alerta. La maternidad está abarrotada, así que avanzamos por unos cuantos pasillos intentando encontrar un lugar más tranquilo. Hago caso omiso de las enfermeras que pasan a toda velocidad a nuestro lado. De ninguna manera aceptarán un soborno para realizar un procedimiento extraoficial. Pero no me preocupa. He cosido a mis hermanos lo suficiente como para saber cómo funciona esto. Cuando encuentro una sala de reconocimiento vacía, aguardo a que se vacíe el pasillo antes de guiñarle un ojo a Alina y tirar de ella hacia dentro, cerrando la puerta tras nosotros cuando la tupida cola de Finn se aleja del umbral. ―Matvey, ¿qué haces? La subo a la camilla y beso la punta de su nariz. ―Te estoy quitando los puntos. ―Estoy bastante segura que no está permitido hacer eso. ―Ella lanza una mirada nerviosa a la puerta, y yo me rio. Después de todo lo que hemos pasado y todo lo que hemos hecho, aún tiene miedo por si nos pillan colándonos en una sala de reconocimiento. ―Mi simpática seguidora de las normas. ―Paso el pulgar por el ceño fruncido que me dedica antes de girarme para mirar en los cajones que tengo detrás. Encuentro lo que necesito, cojo un par de guantes de látex de la caja que cuelga de la pared y me los pongo ya que no voy a correr ningún riesgo con los gérmenes. Ella mira el paquete estéril que abro. ―¿Sabes lo que estás haciendo? Sonrío y vierto desinfectante sobre su muñeca. ―Lev ha estado luchando mucho en la clandestinidad durante los dos últimos años, y ha tenido la amabilidad de venir a casa con la piel
partida para que yo pueda practicar. La verdad es que me he vuelto bastante bueno con la aguja. ―Quizá puedas hacernos un cojín de punto de cruz. Me rio meneando la cabeza, feliz de ver atisbos de su antigua actitud de listilla. Cojo las pinzas y las tijeras del paquete estéril y empiezo a quitar la primera puntada con cuidado. ―Dime si te duele. ―De acuerdo ―susurra, conteniendo la respiración y observando cómo corto el primer hilo negro y tiro de él. El Dr. Bianchi hizo un buen trabajo y la herida está cicatrizando bien, aun así va a dejar una cicatriz infernal. Mi chica no se lo puso fácil aquella noche. Me vienen a la mente los recuerdos de su muñeca rebanada y, antes de sacar el siguiente punto, me inclino y beso la palma de su mano. Sus dedos recorren mi cabello antes de levantar la mano y seguir trabajando, sin que ninguno de los dos diga nada mientras recorro su muñeca hasta quitarle todos los puntos. Tiene la piel rosada y aún no está curada por completo, pero tiene mejor aspecto que hace unos minutos. Antes de tirarlo todo a la basura, le aplico crema antibiótica en la muñeca y se la vendo. No quiero arriesgarme a dejársela descubierta mientras estemos en el hospital. Hay muchos gérmenes flotando por aquí. ―Gracias, Matvey. Me sitúo entre sus muslos y acuno su rostro sonriéndole. ―Te diría que cuando quieras, pero no quiero volver a verte cubierta de puntos. ―Qué blandengue ―se burla, agarrándome de la camiseta y acercándome más a ella. Paso las manos por su espalda hasta tocarle el culo, acercándola para que nuestros cuerpos queden pegados y ella pueda sentir la dura longitud de mi polla contra su vientre. Su suave gemido hace que apriete con más fuerza su culito perfecto. ―¿Todavía crees que soy un blandengue, malishka? Muevo las caderas y deslizo mis labios sobre los suyos. ―No ―susurra―. Definitivamente no eres blando.
Alzo una mano y le empuño el cabello, inclinando suavemente su cabeza hacia atrás y mordiéndole el labio inferior. Hoy tiene los ojos más verdes que azules, vivos y hermosos, llenos de amor y lujuria. ―Me encanta poder besarte cuando quiera. ―Paso la lengua por su labio superior y sonrío cuando suelta un gemido―. Me encanta poder saborearte y tocarte siempre que lo necesito. ―Mi mano se aparta de su culo. Arrastro los dedos lentamente por su cuerpo, sintiendo la curva de su cadera, la turgencia de su pecho, el hundimiento de su clavícula, antes de acariciarle finalmente el rostro. Me encuentro con sus ojos pesadamente entornados y acaricio su piel con el pulgar. ―Me encanta que seas mía, malishka. ―Siempre ―susurra, con su aliento ligero como la brisa contra mis labios―. Siempre seré tuya, Matvey. Con un gruñido, cierro la pequeña distancia, presionando mis labios contra los suyos en un hambriento beso que rápidamente consigue absorberme. Ella se abre para mí, pasando su lengua por la mía antes de succionarme profundamente. Dios, esta mujer me vuelve loco. Sus codiciosos dedos me empuñan el cabello y me rodea con las piernas, tratando por todos los medios de mover las caderas, desesperada por conseguir algo de fricción en su dolorido coño, y yo solo puedo pensar en lo mucho que deseo quitarle el dolor y sustituirlo por el tipo de placer que la hará gritar mi nombre y empapar sus braguitas. Estoy a punto de introducir una mano en sus pantalones cuando suena el teléfono en mi bolsillo trasero. Ella emite un gemido ahogado y yo suelto un gruñido frustrado. La emoción lo sustituye rápidamente cuando me doy cuenta de lo que significa el mensaje justo cuando Alina susurra un excitado ―Oh, mierda. Cojo mi teléfono y lo sostengo para que ambos podamos leer el mensaje de Vitaly.
Será mejor que termines tu quiqui 1. La enfermera acaba de decir que Emily está a punto de empezar a empujar y que no creen que tarde mucho en nacer. Antes de poder responder, me vuelve a mandar un mensaje. Pensándolo mejor, tómate tu tiempo. Cuando sea mayor, será una historia de parto increíble. Me aseguraré de documentar cada detalle picante en su álbum de bebé para que sepa exactamente qué estaban tramando su tío Matvey y su tía Alina en el momento de su nacimiento. ―Hijo de puta ―le digo riéndome, enviándole un mensaje rápido para hacerle saber que estamos en camino. Cuando vuelvo a mirar a Alina, su rostro está iluminado―. ¿Lista, amor? ―Sí, estoy deseando conocerlo. Acaricio su cara y la beso una vez más antes de ayudarla a bajar. ―Yo también. Me sorprende alargando la mano y acariciando mi polla, ahora semidura. ―Terminaremos esto más tarde. Suelto una risa y me reajusto para que no sea tan evidente lo que hemos estado haciendo. ―Joder, sí, lo haremos. Ella sonríe y coge la correa de Finn, acariciándole la cabeza y elogiándole por portarse bien mientras nos besábamos en la camilla. Abro la puerta y me aseguro que el pasillo esté despejado antes de deslizarnos fuera y regresar. Los demás siguen esperando cuando entramos. Ignorando la enorme sonrisa de Vitaly, Alina mira a su mujer. ―No puedo creer que ya esté empujando. ―Lo sé ―dice Katya―. Yo tampoco me lo podía creer.
Kiki o quiqui: La RAE también recoge como posible origen de la expresión, quizá con influencia del inglés quickie 'coito rápido'. Quickie significa «rapidito" y es un término que emplean los anglosajones para las relaciones sexuales espontáneas que se consuman en pocos minutos. 1
Simona se frota su redondo vientre. Espero realmente tener la misma suerte. Danil coloca su mano sobre la de ella. ―Yo también lo espero, sladkaya. Pero lo harás muy bien, dure lo que dure el parto. Te pondremos la epidural, te traeré trocitos de hielo y te frotaré la espalda y los pies. Simona nos mira a todos. ―Ya le habéis oído. Será mejor que me dé tiempo ilimitado de masajes y trocitos de hielo mientras dure el parto. ―Siempre puedes dar a luz en tu habitación insonorizada y morbosa ―dice Vitaly―. Así podrás gritar todo lo fuerte que quieras. Alina me mira, con una ceja levantada en señal de confusión. Me inclino y le susurro: ―Te lo explicaré más tarde, cariño ―soltando una risita. Simona se sonroja y señala con un dedo a Vitaly. ―Sabes que tengo un piano ahí dentro. No quiero molestar a todo el mundo mientras practico. Esta vez Vitaly no es el único que se ríe. ―¿Qué? ―Simona nos mira a todos, con las mejillas cada vez más sonrosadas con cada segundo que pasa. Mira a su marido en busca de ayuda, pero él está demasiado ocupado riéndose―. Tengo miedo escénico ―insiste―. Todos lo sabéis. ―Ajá ―dice Vitaly―. Esa es absolutamente la única razón por la que Danil insonorizó la habitación, para que pudieras practicar con el piano. ―Apuesto a que han hecho muchas cosas en ese piano ―murmura Lev, haciendo que todos empiecen a reírse de nuevo. ―Sois terribles. ―Simona intenta parecer irritada, pero no engaña a nadie. Es obvio que intenta no reírse, y cuando se encuentra con los ojos de Danil, pierde la batalla, uniéndose al resto de nosotros. Alina y yo volvemos a sentarnos, ella en mi regazo y Finn a sus pies, esperando a que nazca nuestro sobrino. Parece que tarda una eternidad y, al mismo tiempo, parece que solo han pasado unos minutos cuando entra una enfermera con una gran sonrisa en la cara.
―Todo ha ido genial. Está sano y perfecto. Estamos todos tan emocionados que tarda unos segundos en poder continuar porque nos estamos riendo y hablando demasiado alto para que ella pueda hablar. Cuando está más tranquila, se ríe y dice: ―Le están aseando y pesando, pero podéis venir a verlo por la ventana si queréis. No tiene que pedírnoslo dos veces. Ya estamos todos de pie siguiéndola fuera de la habitación antes de siquiera que pueda darse la vuelta. Finn mueve la cola, emocionado, captando el ambiente que le rodea, y yo rodeo con un brazo la cintura de Alina, acercándola con una gran sonrisa en la cara. ―Aquí vamos, cariño entusiasmado como ella.
―susurro,
besándole
la
sien,
tan
Miro a mi alrededor, a los hombres con los que he crecido, a los que he elegido como hermanos, y me rio. He visto a cada uno de ellos cometer actos de violencia indescriptibles y, sin embargo, aquí están, riéndose y sonriendo y tan malditamente ansiosos por conocer al nuevo miembro de nuestra familia. Somos un puñado de blandengues. Seguimos a la enfermera por el pasillo y, cuando dobla una esquina y vemos una habitación con un gran ventanal, Alina aprieta mi mano y me dedica una gran sonrisa emocionada. Se la devuelvo justo antes de girar la cabeza para volver a mirar por el ventanal y soltar un suspiro asombrado cuando nos acercamos y vemos por primera vez al hijo de Roman. Inmediatamente se le llenan los ojos de lágrimas, y me debato entre querer seguir contemplando su hermoso rostro y querer ver la causa de su reacción. La recorro con la mirada una vez más, memorizando cada detalle de este momento, antes de volverme para ver al pequeño. En menos de un segundo, mi cara refleja la suya, porque la pequeña vida que tengo delante me deja sin aliento. ―Vaya ―susurro, estrechando a Alina contra mí al ver cómo la enfermera lo envuelve en una manta azul. Sus pequeños puños se cierran cuando ella los aprieta suavemente para poder envolver la manta más cómodamente alrededor de su pequeño cuerpo. Su cabeza es una masa
de cabello oscuro y sedoso, y tiene la boca abierta y agitada. La enfermera le da inmediatamente un chupete, y sus ojos se cierran tan pronto como ella lo hace. ―Es tan hermoso ―susurra Alina. Beso su sien y mantengo mi rostro cerca del suyo. ―Es perfecto. ―Ahí está el orgulloso papá. Todos levantamos la vista al oír la voz de Lev y vemos a Roman entrar en la habitación. Nos sonríe, y supongo que llevará esa enorme sonrisa durante varios días. Demonios, puede que no se le quite nunca. Le dice algo a la enfermera y señala la pared de familiares mirando boquiabiertos por la ventana. La enfermera se ríe y asiente con la cabeza antes de coger al hijo de Roman y ponérselo en brazos. Roman sonríe a su hijo antes de besarle la cabecita y acercarse a nosotros para que todos podamos verlo mejor. Las lágrimas ya corren por el rostro de Alina cuando Roman se acerca a la ventana e inclina los brazos para que su hermana pueda ver a su sobrino. ―Es tan hermoso ―susurra de nuevo, apretando la mano contra el cristal, y dejando escapar un suave jadeo cuando él abre los ojos, del mismo verde vivo que los de su padre. Rodeando con mis brazos la parte superior del torso de Alina, vuelvo a atraerla contra mí, abrazándola por detrás y presionando mi mejilla contra la suya. Vemos cómo Roman lo lleva a lo largo de la fila, dejando que todo el mundo le eche un buen vistazo antes de volver a colocarse frente a nosotros. La mano de Alina se aprieta contra la ventana, deseando desesperadamente abrazarlo. Cuando levanto la vista y me encuentro con los ojos de Roman, no me sorprende en absoluto encontrarlos vidriosos. Intenta por todos los medios mantener la compostura, pero nunca lo había visto tan feliz. Me resulta imposible no imaginarme en su lugar ahora mismo, sosteniendo con orgullo un hermoso bebé que Alina y yo hayamos creado juntos. La sola idea me provoca un anhelo que me consume por completo, y me estremece.
―He cambiado de opinión ―susurra Alina cuando Roman nos echa una última mirada antes de volver hacia la enfermera para que pueda terminar. ―¿Qué? Gira la cabeza de forma que quedemos frente a frente, tan cerca que nuestras narices casi se toquen. ―Quiero esto. Temía que tal vez fuera demasiado o que me diera demasiado miedo ir a por ello, pero me equivoqué. No digo nada durante un segundo, negándome a presionarla de algún modo. ―¿Qué quieres exactamente, malishka? ―Todo ―me dice con un suave suspiro―. Lo quiero todo contigo. Quiero una familia, y quiero verte con nuestro bebé en brazos. Quiero formar una familia contigo, Matvey. Lo quiero todo. No me importa el tiempo que tarde, ni cuántas visitas tenga que hacer a la Dra. Taylor o lo que tenga que hacer para ponerme mentalmente donde tengo que estar, pero voy a hacerlo. Quiero hacerlo. Acaricio su rostro, dedicándole una gran sonrisa. ―Eres la persona más fuerte que he conocido, Alina, y cuando estés preparada, me encantaría formar una familia contigo. Me regala la sonrisa más dulce y me besa, haciéndome sentir el hombre más afortunado del mundo. Sé que la inyección anticonceptiva sigue en su organismo, y he leído que puede llevar un tiempo quedarse embarazada después de dejarla, pero no me preocupa. El que incluso esté emocionada y hable de nuestros futuros hijos significa todo para mí. Cuando ocurra, ocurrirá. Estoy más que feliz de sentarme y disfrutar del proceso. ―Vamos. Nos hace señas para que volvamos. ―Lev me da un ligero golpe en el hombro al pasar. Miro y veo que todos se encaminan hacia el pasillo por el que hemos venido. Katya, Simona y Jolene siguen enjugándose las lágrimas, y no me cabe duda que Alina va a empezar a llorar de nuevo en cuanto coja en brazos a su sobrino. ―¿Preparada para cogerlo en brazos? Sonríe y vuelve a besarme.
―Sí, más que preparada. Manteniéndola cerca, entrelazo mis dedos con los suyos y seguimos a los demás. Finn camina a su lado, mirando a su alrededor y olisqueando de vez en cuando, pero sin inmutarse lo más mínimo por lo que ocurre a su alrededor. Sigue concentrado en Alina, exactamente donde debe estar. Una enfermera nos espera a la vuelta de la esquina, dispuesta a llevarnos a la habitación a la que han trasladado a Emily. En la última puerta de la derecha, llama suavemente. ―Adelante ―exclama Emily, y aunque noto el cansancio en su voz, suena jodidamente feliz. Entramos todos, llenando la habitación, aunque es de un tamaño decente, con una silla reclinable y una cama supletoria para que Roman también pueda quedarse aquí. En lugar de felicitarle en voz alta, lo hacemos en voz baja, para no molestar al bultito en brazos de Emily. ―Oh, Dios, es precioso ―susurra Simona, pasándole un dedo por la regordeta mejilla. ―Estamos muriendo aquí ―dice Jolene, acercándose para poder ver mejor―. ¿Cómo se llama? No podéis mantenerlo en secreto por más tiempo. Roman y Emily no han dicho nada sobre los nombres del bebé, y todos hemos estado haciendo conjeturas sobre cuál será. ―Le pusiste Vitaly, ¿no, por su tío favorito? ―Vitaly se ríe y acaricia la cabeza del bebé. Emily se ríe. ―No. ―Mira a Roman y le dedica una gran sonrisa antes de decir―. Os presentamos a Luka Melnikov. Al oír la voz de su madre, abre los ojos y, lo juro, le dedica una gran y carnosa sonrisa, y así, sin más, todos nos enamoramos de Luka. Mientras todos se turnan para cogerlo en brazos, Alina me aprieta la mano y me acerca a su hermano. Apenas está lo bastante cerca, lo abraza fuertemente. Él la rodea con sus brazos, y sé que está pensando lo mismo que yo, lo mismo que todos nosotros: esto podría haber ido tan fácilmente en otra dirección. Un pequeño cambio en cualquier cosa durante estos
dos últimos años y podríamos haber perdido la oportunidad de encontrar a Alina, y esta habitación se sentiría mucho más vacía sin ella. Roman besa su mejilla y le susurra algo al oído antes de apartarse y parpadear para que no se le salten las lágrimas. Luego me mira a mí, y sé lo que me espera justo antes de abrazarme. Mis hermanos rara vez me tocan porque saben que lo odio, pero hoy es un día especial y a ninguno de nosotros se nos ha dado bien seguir las normas. Me abraza y baja la voz para que solo yo pueda oírle. ―No confiaría a nadie más a mi hermana, Matvey. Sé que eres un cabezota y que nunca me pedirías permiso, pero te lo doy de todos modos. Tienes mi bendición, y no sabes lo feliz que me hace veros finalmente juntos. Cuídala, hermano. ―Lo haré. Te prometo que lo haré. Siempre ―le digo, devolviéndole el abrazo y negándome a llorar como un maldito bebé―. Te patearé el culo si vuelves a ponerte delante de un arma, pero gracias por hacerlo. Estoy bastante seguro que esa bala no me habría dado en el mismo sitio. ―Había visto al hombre que me apuntaba, y sé a ciencia cierta que esa arma me apuntaba directamente al corazón. No me cabe duda alguna que estaría muerto de no ser por Roman. ―Hubieras hecho lo mismo por mí ―es todo lo que dice porque sabe que es la verdad. Dándome un apretón en el hombro, me suelta y vuelve a colocarse cerca de la cama de su mujer. Lev está sujetando a Luka, quien mira fijamente los piercings y probablemente desearía poder poner sus manitas en ellos. ―¿Qué ha sido eso? ―susurra Alina, volviendo a rodearme con los brazos, de forma que se abraza a mi costado con la cabeza apoyada en mi pecho. Le beso la coronilla y la rodeo con los brazos. ―Tu hermano acaba de darme su bendición para casarme contigo. Ella suelta una suave risita. ―Será mejor que me lo pidas pronto, Matvey, antes que cambie de opinión. Sonrío y le doy otro beso viendo cómo Lev entrega Luka a Vitaly, quien inmediatamente comienza a hablarle como un bebé en ruso.
―Puedes decirle que eres su tío favorito todo lo que quieras, pero eso no lo convierte en verdad. No puedes lavarle el cerebro al pobre crío ―le digo, riéndome. Vitaly sigue sonriendo a Luka y hablándole en plan bebé. ―Ignora a tu malvado tío Matvey y sigue escuchando a tu tío favorito Vitaly. ―Eres terrible ―le digo, riéndome de sus intentos de condicionar a un recién nacido. ―Ooh, me toca a mí ―se apresura a decir Alina cuando Vitaly mira a su alrededor en busca de quien quiera que sea el siguiente. Mentiría si dijera que no se me hace un nudo enorme en la garganta al ver a Alina con un bebé en brazos. Le sonríe, con toda su naturalidad, mientras se balancea suavemente de un lado a otro y se inclina para besar su suave frente. La habitación se queda en silencio cuando todos contemplamos el momento por el que tanto hemos trabajado. Desde que Emily se enteró de su embarazo, nuestra misión era recuperar a Alina antes que diera a luz, y lo hemos conseguido. Está aquí, sana y salva, con su sobrino en brazos, y se me rompe el corazón de la mejor manera posible. Justo cuando lo pienso, Alina levanta los ojos hacia los míos, dedicándome la sonrisa más dulce mientras Luka se agarra a su dedo, haciéndola reír. No puedo apartar los ojos de ella. Todo mi mundo está frente a mí, y lo único que puedo hacer es mirarla, completamente asombrado. Se acerca a mí y coge la parte posterior de la cabecita de Luka, tendiéndomela. ―Tu turno, Matvey. ―No sé. ―De repente me pone nervioso sostener algo tan condenadamente pequeño y quebradizo. Me preocupa hacer algo mal y hacerle daño, pero una parte de mí también está aterrada de tener la misma reacción cuando él me toque, la sensación de bichos arrastrándose por mi piel que tengo con todos los que no sean Alina. Alina se limita a sonreír y luego baja la mirada hacia la bonita cara de Luka.
―Este es tu tío Matvey ―le arrulla antes de besarle la mejilla y ponerlo en mis brazos. Mi cuerpo se paraliza al instante, demasiado asustado para moverme, pero entonces Alina lo ajusta un poco y el pequeño me mira y sonríe y todas mis preocupaciones se desvanecen. Los verdes ojos de Roman me observan, tan parecidos a los de su tía, y el saber que una parte de ella también corre por él me hace sentir inmediatamente cerca de él. Se acurruca contra mi pecho, y me sorprende lo fácilmente que podría quedarme aquí abrazándolo durante horas, sin sentirme en absoluto incómodo por el estrecho contacto. No puedo resistirme a lanzarle a Vitaly una sonrisa de suficiencia. ―Creo que ha elegido a su favorito. ―Espera a que sea lo bastante mayor para que le sobornemos con caramelos y juguetes ―me dice, riéndose. Vuelvo a mirar a Luka, le sonrío y levanto la vista para ver a Alina sacándonos fotos. Le guiño un ojo y me doy cuenta que he empezado a hacer el mismo movimiento suave de balanceo que ella. El instinto se apodera de mí y le acuno suavemente cuando sus ojos se cierran. A Yelena le encantaba que la abrazaran así. Aunque yo no era mucho mayor que ella, nuestro padre era un pedazo de mierda y nuestra madre a menudo estaba agotada de intentar mantenerlo todo en orden, así que yo ayudaba a mantener contenta a Yelena para que pudiera descansar o preparar la cena. Hacía mucho tiempo que no recordaba nada de mi hermana, salvo la forma en que gritaba cuando las llamas azotaban su piel. Alejando ese pensamiento, miro a Roman y Emily. ―Es precioso ―les digo antes de girar la cabeza hacia Danil―. Eres el siguiente, hermano. ¿Estás preparado? La enorme sonrisa de su cara lo dice todo. ―Absolutamente. ―Besa la cabeza de Simona y tira de ella para acercarla―. Ambos lo estamos. ―Bueno, yo estoy preparada para tener un bebé monísimo en brazos ―dice ella―, no tanto para todo el tema del parto.
―La epidural ayuda ―dice Emily, recostándose contra las almohadas. Sonríe cuando Roman le coloca otra manta e intenta ocultarle un bostezo. Él parece preocupado al instante mientras le coge la mano y se la besa. Sabiendo que necesita descansar y que Luka probablemente querrá volver a comer pronto, empezamos a despedirnos. Sigo sosteniéndolo cuando todo el mundo se abraza y las mujeres le entregan las bolsas que han traído de casa. Roman ya había traído consigo la bolsa que había preparado hace semanas, pero querían que tuviera algunas cosas más para que Luka y ella estuvieran lo más cómodos posible. Además, hay una bolsa llena de las habituales chucherías de ¡Es un niño! Cuando llega la hora, me acerco y vuelvo a entregar a Luka a su padre. Luka se despierta lo suficiente como para empezar a moverse, y entonces es cuando realmente sabemos que es hora de irnos. Emily se ríe mientras todos los tíos se retiran rápidamente cuando se lo quita a Roman para que pueda mamar. Alina le da un abrazo rápido antes de besar la cabeza de su sobrino y abrazar a Roman por última vez, y Vitaly deja las llaves del monovolumen en el soporte junto a la cama, saliendo a hurtadillas por la puerta antes que Roman se dé cuenta y le eche la bronca por ello. Alina los saluda a ambos y aprieta la mano de Roman. ―Llámanos si necesitas cualquier cosa. ―Lo haremos. Te quiero, hermanita. ―Sonríe y se sienta en el borde de la cama para poder estar cerca de su familia. ―También te quiero ―le dice ella, mientras yo los saludo con la mano antes de cerrar la puerta tras nosotros. No es hasta que entramos en el aparcamiento cuando recibo un mensaje de Timofey. No estoy seguro que estos dos puedan aguantar mucho más así. Pyotr dice que tienen una infección. Alina me mira y se da cuenta de mi cambio de humor al leer lo que ha escrito Timofey. Siempre pensé que sería yo quien acabaría con la vida de Konstantin. Saber que iba a vengarme del hombre que se llevó a Alina era lo único que me hacía seguir adelante por momentos, pero ahora no me atrevo a hacerlo. Al principio me dije que era porque quería que
sufriera, y luego porque no quería alejarme de Alina, pero ahora sé por qué esperé, por qué una parte de mí dudaba tanto en hundir la hoja lo suficiente para acabar con todo esto. Es porque él no es mío para matarlo. Él es suyo.
CAPÍTULO 17
Alina Observo cómo Matvey envía un mensaje de texto, sabiendo que algo no va bien, y cuando aparta el teléfono y levanta sus ojos oscuros hacia los míos, espero que me diga de qué se trata. ―¿Confías en mí, malishka? ―Siempre ―le digo sin dudar. Sonríe ante mi rápida respuesta y luego grita a los demás cuando empiezan a caminar hacia el ascensor. ―Volveremos dentro de un rato. Lev le levanta su ceja perforada. —¿Estás haciendo lo que creo que estás haciendo? ―Sí. ―Matvey saca las llaves de su Camaro del bolsillo—. Es hora de terminar esto. ―¡Envía fotos! —grita Vitaly a la vez que Matvey agarra mi mano y me lleva a su coche. Finn se anima y permanece a mi lado, saltando en el asiento trasero cuando Matvey le abre la puerta. ―¿Vas a matarlo? Sonríe, esperando a que ocupe el asiento del copiloto. En cuanto me siento, se inclina, guiñándome un ojo. ―No, amor, lo harás tú.
Y cierra la puerta. Le miro dar la vuelta al capó antes de dirigir mi mirada a la de Finn, siempre alerta. Tiene las orejas levantadas y la lengua fuera, y cuando emite un gruñido bajo, como si quisiera decirme algo, me rio y me lame la cara. ―Sí, sí, no te preocupes. independientemente de cuál sea el viaje.
Te
vienes
con
nosotros,
Matvey sube y arranca el coche, dejando que se caliente para que podamos poner la calefacción. ―¿Por qué has cambiado de planes? Me mira encogiéndose de hombros. —Creo que, en el fondo, siempre supe que era tu decisión. Me opuse porque no quería que te involucraras en un acto violento. Ya has visto demasiado, pero cuando te vi la noche de la subasta, me di cuenta de lo mucho que necesitas esto. Es tu monstruo para matar, cariño. No voy a privarte de ello. ―Suelta una leve sonrisa y añade―: Aunque no te voy a mentir, está en mal estado porque me divertí un poco con él. ―¿Qué decía el mensaje que acabas de recibir? ―Era Timofey haciéndome saber que van a morir pronto si no les conseguimos ayuda en serio. Podemos hacerlo, si quieres, o puedes terminar hoy. ―Quiero que se acabe ―le digo—. Quiero que ese cabrón muera y se vaya. ―Cabrones ―me corrige Matvey―. Osip también sigue vivo. ―Puede que te lo entregue. Aún no estoy segura. La última vez que vi a Osip, me metió los dedos a la fuerza y me dejó muy claro que muy pronto me violaría a espaldas de Konstantin. Las manos de Matvey se tensan sobre el volante al incorporarse al tráfico, gruñendo algo demasiado bajo para que yo pueda oírlo. ―Ya no tiene dedos con los que agredirte. ―¿Le cortaste todos los dedos? ―Lo hice, igual que Danil y yo le cortamos los dedos a Stefan. Danil le cortó una mano porque violó a Simona, y yo le corté una mano porque reconoció tu foto y supe que te había hecho lo mismo. Roman se llevó los dedos de los pies, y entonces empezó realmente la diversión.
―¿Stefan? ―pregunto, intentando procesar todo lo que me está contando. El único hombre que me había tocado, aparte de Konstantin y Osip, había sido el viejo y pervertido médico que me examinó por primera vez para ver si era virgen. Un hombre mucho más joven me había sujetado cuando el médico me había tocado con los dedos y luego se había masturbado contra mi pierna. Aún recuerdo cómo me subió la bilis por la garganta al sentirlo. Sacudo la cabeza para despejarla—. ¿El médico? ¿Lo matasteis? ―Joder, sí que lo hicimos, y a Emil, el cabroncete que os sujetó a todas mientras él lo conseguía. La noche que mataste a esos hombres en la subasta, te dije que habían rescatado a las mujeres y matado a los hombres de a bordo. Pues bien, él era uno de ellos. A Stefan lo matamos hace unos meses. Simona reconoció al médico en una fiesta posterior a la subasta a la que fueron. Fue una buena noche. ―Me mira y me dedica una rápida sonrisa—. Fue la primera vez que sentí que estábamos cerca de encontrarte. Poco después, Simona pudo identificar a Konstantin como el hombre que había visto antes de ser vendida. A partir de entonces, pusimos toda nuestra atención en la Bratva Lebedev. Entonces Vitaly se casó con Katya para unir a las familias, y ya sabes el resto. ―Aún no puedo creer que lo hiciera. Matvey me coge la mano y me besa el dorso. ―Hubiéramos hecho cualquier cosa por encontrarte, Alina, y resultó ser lo mejor que le había pasado nunca. ―Parece muy feliz con ella. ―Lo es. ―Sonríe ligeramente—. Nos sorprendió a todos, pero creo que a él más que a nadie. Me rio y apoyo la mano en su muslo. —Apuesto a que sí. Veo pasar la ciudad y recuerdo la última vez que hice este viaje y lo diferente que había sido. Recuerdo el miedo, el dolor y la angustia en mi corazón que jamás desaparecieron. Cuando estamos lo bastante cerca para que pueda ver la puerta de seguridad de la mansión, Matvey apoya su mano sobre la mía, dándole un suave apretón. —¿Estás bien?
―Sí, estoy bien. ―Miro por la ventana, observando cómo la verja de entrada se acerca cada vez más. Hay hombres armados esperando, pero en cuanto ven a Matvey, le hacen un gesto con la mano y abren la verja de hierro para que entremos. Cuando veo la mansión, se me corta la respiración. Se me acelera el corazón cuando pienso en el dormitorio en el que me retuvieron, el colchón delgado y desnudo en el que no me dejaban dormir, mi forzada desnudez, por mucho frío que tuviera, y todas las veces que utilizaron mi cuerpo sin mi permiso. Finn emite un suave gemido, acercando su peluda cara a la mía para poder apoyar la cabeza en mi hombro, con la nariz pegada a mi mejilla. Sigue asombrándome lo condenadamente perceptivo que es. Alargo la mano y le rasco detrás de las orejas. ―Está bien, Finn. Matvey aparca delante del garaje e inclina el cuerpo hacia mí. Levanta la mano, acaricia el pelaje de Finn y luego acerca su rostro al mío para besarme. ―Nos iremos tan pronto como me digas que quieres irte, malishka. —Mira hacia la puerta cerrada del garaje―. Si quieres dar media vuelta ahora mismo y volver a casa, lo haremos. ―No ―me apresuro a decir, alzando la mano y agarrándole la muñeca—. Necesito hacerlo. Necesito enfrentarme a él y demostrarle que ya no le tengo miedo, demostrarle que ya no me controla. ―Lo que necesites que haga, lo haré. ―Arrastra el pulgar por mi mejilla manteniendo sus ojos oscuros clavados en los míos—. Pase lo que pase. Aprieto más fuerte su muñeca, sabiendo que dice en serio cada palabra de lo que dice. Si quiero matar a Konstantin, él se apartará y verá cómo lo hago. Si quiero que lo haga él, se adelantará y me quitará felizmente la carga, y si decido que es demasiado y no quiero estar aquí ni ver nada de esto, me sacará de aquí sin pensárselo dos veces. Saber todo esto es lo que me da valor para sonreír. —Quiero verlo. ―Bien, malishka. ―Me besa suavemente antes de salir del coche. Abro la puerta y salgo con Finn antes que haya tenido tiempo siquiera de rodear el capó del coche. Cogiéndome de la mano, me lleva hasta el
lateral del garaje, donde ya hay una puerta lateral abierta para nosotros. Me sorprende verla sin vigilancia, pero cuando miro dentro, veo lo equivocada que estoy. Hay varios hombres armados en el interior del garaje y, en cuanto entramos, dos hombres salen, presumiblemente para volver a montar guardia justo delante de la puerta por la que acabamos de pasar. Evidentemente, acababan de entrar para abrir la puerta y despejarnos el camino. El olor me llega primero, y Finn emite un suave gemido al percibirlo. Cuerpos sin lavar, suciedad y sangre, y el inconfundible olor a carne quemada me invaden antes que los hombres frente a nosotros se aparten, revelando a Konstantin y Osip. ―Que se vaya todo el mundo ―ordena Matvey, y los hombres se marchan, dejándonos a solas con los hermanos Lebedev—. Estás a salvo, cariño ―me susurra Matvey cerca del oído, recordándome que esos hombres no volverán a hacerme daño. No están en condiciones de hacer daño a nadie. En este momento parecen más muertos que vivos, y cuando me acerco, Matvey y Finn me siguen a mi lado. Ambos cuelgan de sus muñecas atadas, con las cadenas clavadas en la piel y las extremidades pálidas por la falta de circulación sanguínea. Están desnudos y sucios, cubiertos de sangre seca y algunos cortes y puntos de aspecto cruel. Osip es el que está más cerca de mí, pero le ignoro y me detengo delante de Konstantin. Tiene uno de los ojos hinchados y el otro solo tiene una pequeña rendija por la que puede ver, y lo sé en cuanto me ve porque inspira rápidamente. El aire le traquetea en los pulmones y, si todos los hematomas que tiene a lo largo del pecho significan algo, supongo que podría tener un pulmón colapsado. Cuando veo lo prominentes que son sus costillas, no puedo evitar sonreír. Antes me daba tanto miedo, era tan grande y poderoso, y ahora no es nada. Le paso un dedo por las costillas, asegurándome de presionar lo suficiente como para hacerle estremecerse. —Así es como siempre me quisiste. ¿Recuerdas? ―No contesta, de modo que aprieto más fuerte y no me detengo hasta que oigo su gemido dolorido—. Querías poder sentir cada costilla y verlas a través de mi piel. Noto la rabia que desprende el cuerpo de Matvey, pero no se lanza ni toma el control. Se queda a mi lado, con las manos cerradas en puños,
queriendo golpear a Konstantin, pero resistiéndose en mi beneficio. Le dedico una rápida sonrisa para hacerle saber cuánto se lo agradezco antes de volver a centrarme en el monstruo derrotado que cuelga frente a mí. ―Pensé que pasaría el resto de mi vida temiéndote ―admito, recorriendo con la mirada al hombre destrozado que tengo ante mí, soltando una suave carcajada cuando veo la polla flácida entre sus piernas―, pero no eres ni de lejos tan aterrador como te recordaba. Volviéndome hacia Matvey, extiendo mi mano hacia él. La comisura de su boca se levanta en una sonrisa cuando me tiende un cuchillo, asegurándose de poner el mango en la palma de mi mano para que no haya forma en que la afilada hoja pueda cortarme. ―Lo siento. ―La palabra sale suave y áspera de la garganta reseca de Konstantin—. Lo siento. Levanto una ceja y suelto una carcajada. —¿Lo sientes? Oh, bueno, supongo que entonces todo está bien. Hiciste que me secuestraran, me mantuviste prisionera y me violaste brutalmente durante dos malditos años, pero ahora lo sientes, así que se supone que debo perdonarte y dejarte marchar. ―Solo mátanos ―suplica Osip desde donde está colgado a unos metros de distancia. Le apunto con el cuchillo. —Paciencia, Osip. Pronto te llegará el turno. Siempre se te ha dado mal esperar, ¿cierto? ―Me vuelvo hacia Konstantin—. ¿Sabías que planeaba violarme? ―Su único ojo bueno se abre un poco sorprendido, demostrando que es la primera vez que oye algo de esto. ―La noche que me llevaste al Red Viper, le pediste a Osip que me acompañara hasta el coche. Me metió mano, prometiéndome que pronto se ensañaría conmigo y que no podría decir ni una maldita palabra al respecto. Si Konstantin aún tuviera fuerzas, estaría furioso. Lo veo escrito en su cuerpo y en la expresión de su cara. Está cabreado. Incluso ahora, le cabrea la idea que alguien más toque a su mascota. ―No soy tuya. ―Apenas reconozco el sonido lleno de rabia de mi voz—. Nunca fui tuya. Me tomaste y forzaste mi sumisión, pero nunca te di voluntariamente ni una sola parte de mí, y nunca lo habría hecho.
Miro a Matvey y sonrío. —Cada parte de mí ya pertenecía a Matvey, excepto que él no me quitó nada. Se lo di todo voluntariamente. ―No todo. Los ojos de Matvey se llenan de una mezcla de rabia y dolor ante las palabras de Konstantin y el recuerdo de lo que me hizo. Vuelvo los ojos al hombre medio muerto colgado ante mí y a la sonrisa de suficiencia que intenta dedicarme. Incluso ahora, intenta asustarme, intenta meterse en mi piel y ejercer control sobre mí, pero ahora lo veo como lo que es. No es el gran violador malvado y aterrador. No es más que un jodido patético que no puede empalmarse a menos que esté dominando a alguien más pequeño. ―Yo fui tu primero ―me recuerda. Se ríe, pero enseguida se convierte en una tos sibilante. ―Cállate de una puta vez ―murmura Osip, sin fuerzas para gritar las palabras—. Cállate de una puta vez. Agarro con más fuerza el mango del cuchillo mientras Finn emite un gruñido grave. Acercándome aún más, presiono la punta de la hoja contra su pecho, lo suficiente para romper la piel. Las gotas de sangre rodean el cuchillo, pero no emite ningún sonido, ni siquiera cuando lo arrastro por el pecho, presionando un poco más cuanto más avanzo. Permanece callado hasta que llego a la oscura línea de vello bajo el ombligo. Es entonces cuando suelta un gemido y veo un destello de temor en sus ojos. ―No es tan divertido cuando eres tú quien recibe, ¿verdad? ―Me burlo, presionando la hoja con más fuerza antes de llegar a su flácida polla. ―No lo hagas. ―Traga saliva e intenta por todos los medios usar su único ojo bueno para mirar hacia abajo y ver lo que estoy a punto de hacer―. Por favor, no lo hagas. ―Me suplicas tan dulcemente ―le ronroneo—. ¿Recuerdas cómo me decías eso? ―Arrastrando la cuchilla por su polla, observo cómo se forma una línea carmesí recorriendo su pene antes que las gotas lleguen al suelo de cemento.
―¿Recuerdas qué más me decías? ―Levanto una ceja y espero—. ¿No? Pues déjame refrescarte la memoria, señor. ―Escupo la palabra, sintiendo que la bilis amenaza con subir por todas las veces que me hizo llamarle así, me hizo suplicar por las cosas más simples y luego me hizo darle las gracias cuando me permitió beber agua o ir al baño o comer unos bocados. Cuanto más recuerdo, más me enfurezco, y cuando le clavo el cuchillo en los genitales, grita al tiempo que yo le grito: —Oh, lo estás tomando tan condenadamente bien, mascota. El dolor y la conmoción abren sus ojos, dejándome ver toda la fuerza de lo que le estoy haciendo. No rehúyo el dolor que le estoy causando. En lugar de eso, le apuñalo una y otra y otra vez. ―Qué malditas lágrimas tan dulces ―gruño—. Estás tan guapa cuando lloras por mí. ―¡Jesús, joder! —grita Osip desde nuestro lado, pero apenas le oigo. Lo único que oigo son las palabras con las que Konstantin se burlaba de mí, y se las devuelvo todas hasta que veo que su ojo pierde el enfoque y el último aliento sibilante abandona sus pulmones. Su cabeza se desploma y todo en mi interior se enfría al ver lo que he hecho. No solo apuñalé la polla de Konstantin. Se la he destrozado. No hay nada más que una herida sangrienta y abierta donde antes estaban sus genitales, y cuando mi cuerpo empieza a temblar, los brazos de Matvey me envuelven rápidamente, sujetándome contra su fuerte pecho a la vez que el cuchillo cae de mi mano, repiqueteando en el duro suelo. ―Solo respira, malishka. Tranquila. Te tengo ahora. ―Sujeta mi nuca y presiona sus labios contra mi sien, dejando un rastro de besos por mi mejilla mientras susurra: ―Está bien, amor. Estoy jodidamente orgulloso de ti. No tendrás que volver a verlo. Ya se ha acabado. Asiento y lloro contra su pecho. Aliviada, horrorizada y más que dispuesta a acabar con este lugar. Finn apoya la cabeza en mi pierna, apoyando su peso en mí para ofrecerme su consuelo. ―No puedo hacer más ―susurro. ―No tienes por qué. Yo me ocuparé de Osip. Me abraza cuando lloro, ignorando los sollozos de Osip, y cuando me siento lo bastante bien, le doy un abrazo más y retrocedo un paso.
―Por favor, date prisa ―le digo. Matvey espera el tiempo suficiente para asegurarse que me encuentro bien, y cuando está convencido de ello, coge el cuchillo ensangrentado y se dirige a Osip. Deseoso de sacarme de aquí, pero también de darle a Osip una muerte dolorosa, transige y agarra la polla del hombre, cortándosela con un rápido movimiento que arranca un grito gutural de los pulmones de Osip antes de clavarle el cuchillo en el pecho. Le golpea perfectamente para que la muerte dure unos minutos. Antes de retroceder, mete la polla cortada en la boca de Osip, dejando que el hombre se ahogue desangrándose. Retrocediendo, Matvey me rodea con un brazo mientras vemos morir lentamente al último hermano Lebedev. Cuando termina, suelto el aliento que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. Echo una última mirada a esos dos hombres que hicieron de mi vida un infierno, y entonces me alejo de mi pasado mirando en su lugar hacia mi futuro. Me encuentro con los ojos oscuros de Matvey y acaricio la cabeza de Finn. —Vámonos a casa. Sonríe e inclinándose besa mi frente. Me coge de la mano, entrelaza sus dedos con los míos y me saca del garaje. ―Deshaceros de los cadáveres ―les dice a los hombres que esperan fuera. Se apresuran a entrar, pero no miro atrás, ni siquiera cuando oigo a uno de ellos susurrar: ―Demonios ―cuando ve el desastre que hemos hecho. Estoy dispuesta a dejarlo todo atrás. La terapia con la Dra. Taylor ha estado bien, pero estoy convencida que nada podría haberme ayudado tanto como esto. Quería verle pagar, quería verle sentir una mínima parte del dolor que yo había sentido, y lo hice. Antes de llevarme al coche, Matvey me hace pasar por otra puerta que conduce directamente a una gran cocina. Abre el grifo, me coge suavemente las manos y las sumerge en el agua antes de enjabonármelas. Se toma su tiempo, asegurándose de quitarme hasta la última gota de la sangre de Konstantin antes de lavarse las manos y luego la navaja que hemos utilizado. La cierra, se la vuelve a meter en el bolsillo y toma mi rostro con ambas manos.
―¿Estás bien? ―Los ojos oscuros buscan los míos y, cuando asiento con la cabeza, suelta un suspiro aliviado—. Vámonos a casa, malishka. Ya has pasado suficiente tiempo rodeada de cosas viles. Nuestra familia nos espera, y Luka no tardará en venir a casa. Al mencionar a mi sobrino, no puedo evitar sonreír. Aún puedo sentirlo en mis brazos, su ligero peso y el dulce aroma de su cabello sedoso. ―Si no fuera un recién nacido, estaría celoso de esa mirada ―se burla Matvey, besándome en la frente y rodeándome la cintura con un brazo, tirando de mí de nuevo hacia la puerta y al coche que nos espera. Finn sale corriendo para hacer sus necesidades antes de volver trotando hacia nosotros. Matvey mete la mano en el bolsillo de su sudadera y saca un hueso de perro. Finn lo engulle antes de saltar al asiento trasero, dispuesto a emprender otra aventura. ―¿Ahora llevas huesos de perro? ―pregunto, alzándole una ceja. ―Sí. Me gusta estar preparado para todo tipo de cosas. También tengo algunos aperitivos de fruta en la guantera, por si quieres alguno. ―Cuando me rio, me dice: ―Los he puesto ahí para Vitaly, pero seguro que no le importará compartirlos. Le tomo la palabra y me los como en el viaje de vuelta, compartiéndolos cuando me tiende la mano. ―¿Debo sentirme culpable? ―pregunto cuando estamos a pocos kilómetros del ático—. He matado a varios hombres. ¿Está mal que no me sienta mal por ello? ―No, no lo está, y no deberías sentirte culpable. Le hiciste un favor al mundo cuando acabaste con la vida de esos hombres, malishka. Habrían seguido haciendo daño a otras mujeres. Nada iba a detenerlos ni a cambiarlos. Nunca sabremos a cuántas mujeres acabas de salvar y aunque solo haya sido a una, aunque solo hayas evitado que una mujer tenga que pasar por lo que tú pasaste, ha merecido la pena. ¿No crees? ―Sí. ―Sé que tiene razón, y empiezo a sentirme mejor por mi falta de conciencia. Eran hombres malvados y ahora no pueden hacer daño a nadie más. Estoy más que preparada para borrarlo de mi mente y seguir adelante. Apuñalar a ese cabrón me ha hecho sentir bien, nunca lo negaré, pero no quiero que manche mi futuro. No quiero sostener el pequeño cuerpo de Luka y ver sangre en mis manos. Quiero protegerlo y amarlo, y
un día quiero hacer lo mismo con nuestros propios hijos. Mis días de apuñalar pollas han terminado. Estoy más que feliz de entregar a Matvey toda la violencia. Estoy lista para un poco de paz y tranquilidad. De repente, el agotamiento me golpea con fuerza. La falta de sueño, combinada con toda la emoción del nacimiento de Luka y después de matar a Konstantin, empieza a pasarme factura. Estoy disimulando un enorme bostezo cuando Matvey entra en su plaza de aparcamiento. ―Solo un poco más, malishka ―promete Matvey. Prácticamente me lleva en brazos hasta el ascensor y, una vez en el ático, me conduce a nuestra habitación y directamente al cuarto de baño, donde empieza a llenar la gran bañera. Solo con ver toda esa agua caliente, mis músculos empiezan a relajarse. Él se da cuenta y sonríe—. Ahora vuelvo, amor. Me da un beso rápido y acaricia la cabeza de Finn al salir por la puerta. Finn ya está tumbado en su cama, mirándome con ojos caídos. ―Todo está bien, muchacho. Échate la siesta. Juro que entiende cada palabra que digo, porque suelta un fuerte suspiro y cierra los ojos. Me vuelvo hacia la bañera, añado unas burbujas y empiezo a desnudarme. Suelto un suspiro nada más meterme en el agua caliente. Me hundo bajo la superficie, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Puro paraíso. El sonido del agua al cortarse me hace abrir los ojos de golpe. Lo primero que veo es la cara sonriente de Matvey. ―¿Has decidido empezar sin mí? Me giro hacia un lado, apoyo los brazos en el borde y le sonrío. —Perdona. No he podido resistirme. ―Al notar el plato que ha traído, mi sonrisa crece—. ¿Me has traído comida? El guiño que me hace antes de quitarse la sudadera hace que se me corte la respiración. ―Lo hice, malishka. Necesitas comer. Anoche quemaste demasiadas calorías y hoy no has comido nada. ―Sí, alguien me tuvo haciendo aeróbic toda la noche. Se ríe y se quita los vaqueros y los bóxers. Cuando está desnudo ante mí, lo único que puedo hacer es quedarme mirando. Creo que nunca
habrá un momento en que no me deje sin aliento o haga que mi corazón se acelere de anticipación. ―Incorpórate ―me dice, cogiendo el plato y el gran batido en el que no había reparado antes de entrar cuando le cedo el sitio. Se acomoda detrás de mí, dejando el plato y la bebida en la repisa junto a nosotros para poder rodearme con sus brazos—. Dios, nada mejor que tú, mojada y desnuda ―murmura contra mi piel. Sonrío cuando me acaricia uno de los pechos y siento cómo se empalma contra mi espalda. ―Tan jodidamente perfecta. El suave pellizco que me da en el pezón hace que me arquee hacia atrás y gire la cara para poder besarle. Hoy tiene la barba más espesa porque no ha tenido tiempo de afeitarse, y cuando le paso la lengua por la mandíbula, gruñe y me pellizca con más fuerza. ―Joder, me vuelves loco. ―Con un suspiro, me da un último pellizco en el pecho antes de soltarme y alcanzar el plato de comida—. Necesitas calorías ―me vuelve a decir. No puedo permitir que te desmayes sobre mí. Sonrío cuando coge una de las hamburguesas con queso apiladas en el plato y le quita el envoltorio. —¿Ha parado Vitaly en un autoservicio? Matvey sonríe y me acerca la hamburguesa a los labios para que le dé un mordisco. —Sí, lo hizo. Doy un buen mordisco y veo a Matvey hacer lo mismo, los dos masticando y remojándonos en la bañera. Apoyada contra su pecho, dejo que me alimente, aunque ya estoy en un punto en el que puedo alimentarme sola. Compartimos dos hamburguesas con queso y las patatas fritas que sigue ofreciéndome mientras nos turnamos con el batido hasta que estoy demasiado llena para comer otro bocado. Matvey se acaba la última hamburguesa con queso y el resto de las patatas fritas mientras le observo, estudiando su precioso perfil, hasta que finalmente se ríe y me da lo que queda del batido de vainilla. Bebo un trago, saboreando el dulzor en mi lengua antes de devolverle el último sorbo. Él se lo termina y luego lo aparta todo.
Apoyando la cabeza en su pecho húmedo, me siento completamente en paz. Estoy relajada con la barriga llena y los fuertes brazos de Matvey envolviéndome, y no hay otro lugar en el que preferiría estar que aquí mismo con él. Le paso el dedo por el pecho, trazando las letras de mi nombre, mientras él coge la boquilla manual y empieza a mojarme el cabello. ―No te duermas ―susurra, cogiendo el champú y masajeándome el cuero cabelludo. ―No prometo nada ―le susurro, con los ojos ya cerrados. Oigo su risa suave y profunda antes de colocarme en su regazo para poder alcanzarme mejor y asegurarse de no dormirme y resbalar bajo el agua. Sus manos me masajean tan bien el cabello y el cuerpo que me relajo totalmente, entrando y saliendo de la consciencia hasta que me coge en brazos y me saca de la bañera. Lo siguiente que recuerdo es una toalla caliente secándome y su cuerpo desnudo pegado al mío, rodeado de su calor. Cuando me despierto, me encuentro en una habitación oscura. No estoy segura del tiempo transcurrido, pero Matvey aún me envuelve, acurrucándome por detrás, y su fuerte respiración golpea mi cuello. ―Mierda ―murmuro, pensando en lo hambriento que tiene que estar Finn. Empiezo a zafarme, pero Matvey se limita a apretarme más y a gemir de disgusto―. Tengo que dar de comer a Finn y dejarle salir ―susurro, intentando aflojar su firme agarre sobre mí. ―Ya lo he hecho, cariño ―murmura contra mi cuello—. Ya te he dicho que no tienes que preocuparte por nada nunca más. Le di de comer y lo saqué después de asegurarme que dormías profundamente. Incluso jugamos al tira y afloja. Sonrío en la oscuridad y le beso el antebrazo. —¿Quién ha ganado? Se ríe suavemente. —Ganó él. Es muy fuerte. Paso la mano por el enorme bíceps que me oprime, sabiendo que Finn no es el único que está locamente fornido. Inclinando la cabeza, beso una línea ascendente por su brazo, mordisqueando y chupando su piel.
―Gracias ―susurro. ―No necesitas darme las gracias, malishka. Ahora es de la familia, y yo cuido de mi familia. Cuando le paso la lengua por el hombro, suelta un profundo y masculino gruñido y me agarra por la cadera, manteniéndome quieta mientras se balancea dentro de mí, dejándome sentir su dura longitud presionándome el culo. ―¿Hay que ocuparse de alguien más? ―Coge uno de mis pechos, haciendo rodar el pezón entre sus dedos hasta que está duro y dolorido y yo gimo pidiendo más—. ¿Hmm? ―murmura, volviendo a mecerse contra mí mientras arrastra la yema cicatrizada de su pulgar por mi pecho. ―No es justo ―susurro, haciéndolo reír. ―¿Qué no es justo? ―Sigue acariciándome la piel, provocándome con cada roce, pero cuando intento balancearme contra él, me agarra con fuerza por la cadera, sujetándome. Su tacto es lo bastante fuerte como para mantenerme inmóvil, resultando más protector que castigador. Cuando afloja el agarre y desliza la mano por mi muslo, levantándolo para poder introducir su polla entre mis piernas, gimo su nombre y le muerdo suavemente el hombro. Desliza su gruesa longitud a lo largo de mi coño. —¿Y esto? ¿Es injusto? ―Depende. ―Levanto la mano y agarro su nuca, empuñándole el cabello y acercándolo para que pueda pasarle la lengua por la unión de los labios justo cuando él arrastra la cabeza de su polla por la hendidura de mi coño. ―¿Sobre? ―gruñe. ―De si me dejas correrme o no. Suelta una suave carcajada y aprieta más contra mí, lo suficiente para separar los labios de mi coño y deslizarse dentro. —Oh, seguro que te vas a correr, malishka. Su gruesa polla me abre totalmente y, cuando suelto un suave jadeo, me besa, penetrándome profundamente, pasando su lengua por la mía mientras empuja sus caderas y entrelaza nuestros cuerpos. Se siente
imposiblemente profundo y, sin embargo, mi cuerpo se abre a él, acogiéndolo aún más hasta que toca fondo y me siento completamente atrapada. Pero en lugar de sentirme asustada o indefensa, me siento segura, y cuando sonrío contra sus labios, él gime acariciando mi rostro. ―Eres mi vida ―susurra contra mis labios, abrazándome con fuerza al tiempo que comienza a mover suavemente las caderas, deslizándose dentro y fuera de mí con un ritmo lento, garantizando estar tocando cada maldita terminación nerviosa de mi interior—. Lo eres todo para mí. Gimo su nombre, levantando aún más el muslo para facilitarle el acceso, pero él no se acelera. Sigue follándome al mismo ritmo lento y besándome con la misma dulzura. Es embriagador, y me siento borracha de él. Cada embestida arranca un gemido de mi cuerpo, acercándome cada vez más al punto de ruptura. Me mantiene justo al borde, con cuidado de no empujarme, pero cuando me da otro pellizco en el pezón deslizando la otra mano hacia abajo, lo único que puedo hacer es suplicarle. ―¿Preparada, malishka? ―Sus palabras son suaves contra mis labios y desliza una mano por mi vientre, arrastrando los dedos por mi piel. Cada roce enciende más mi cuerpo hasta que sé que estoy a segundos de arder en llamas. ―Sí ―digo entrecortadamente, jadeando ligeramente el clítoris con la yema de un dedo.
cuando
me
roza
―Estás tan hermosa cuando estás a punto de correrte ―susurra, mordisqueándome el labio inferior—. Aún recuerdo el primer orgasmo que te di. ―Me frota el clítoris con más fuerza—. ¿Te acuerdas, malishka? ―Sí ―gimoteo cuando vuelve a deslizarse lentamente dentro de mí―. Me colé en tu habitación mientras dormías y me metí en la cama contigo. Suelta una profunda carcajada masculina haciendo rodar mi clítoris entre sus dedos. —Lo hiciste, pero creo que olvidas mencionar que estabas desnuda cuando lo hiciste. Me rio y gimo cuando sus dedos me acarician con más fuerza. ―Esa fue la primera vez que utilizaste mi polla para excitarte. ¿Recuerdas, malishka? ¿Recuerdas cómo me empapaste, haciendo subir y
bajar tu dulce coño por mi polla hasta que creí que iba a perder la maldita cabeza? ―Lo recuerdo ―susurro, sintiendo que el orgasmo empieza a crecer entre mis piernas a medida que el recuerdo se reproduce en mi mente y él embiste dentro de mí algo más fuerte. ―Eras mía entonces y lo eres ahora. Nunca habrá un momento en que no seas mía, Alina. ―Mm—hmm ―gimo, asintiendo con la cabeza y meciéndome contra él—. Siempre, Matvey. Siempre seré tuya. Me besa una línea a lo largo de la mejilla hasta que sus labios apenas rozan los míos. —Dame lo que quiero, malishka. Déjame ver cómo te deshaces. No podría detener la construcción del orgasmo, aunque quisiera. Matvey no lo permite. Sus embestidas se hacen más fuertes a medida que acaricia mi clítoris y besa mi cuerpo con tanta dulzura. Su otra mano me agarra por el interior del muslo, manteniéndome abierta para que pueda penetrarme más profundamente, y cuando siente que me tenso a su alrededor y el gemido entrecortado que se escapa de mis labios, gruñe mi nombre y se deja ir conmigo para que podamos corrernos juntos. Me abraza fuertemente, follándome durante nuestros orgasmos y latiendo en mi interior, dándome todo lo que tiene. Incluso después de haberse corrido y dejarme jadeando, con los oídos pitando y los músculos flácidos, mantiene nuestros cuerpos unidos, abrazándome para que no haya espacio entre nosotros. —Te quiero —susurro contra sus labios, ya medio dormida. Aún estamos en mitad de la noche y mi cuerpo se rinde rápidamente. —Yo también te quiero, malishka. —Me besa de nuevo y luego vuelve a taparnos con las mantas, quedándose enterrado dentro de mí cuando me duermo. Al despertar, el sol brilla y Matvey y Finn se han ido. En lugar del miedo que normalmente me invadiría, sonrío y estiro los brazos mientras los recuerdos de la noche anterior pasan por mi cabeza. Al incorporarme, me fijo en la nota que Matvey dejó para mí sobre su almohada. Alina,
Finn y yo te estamos preparando el desayuno, así que mantén tu lindo culito en la cama. Bajaremos pronto. Te quiero más que a la vida misma, malishka. Matvey Sigo sonriendo por su nota cuando me lavo los dientes y voy al baño. En cuanto vuelvo a meterme en la cama, suena mi teléfono. Cuando veo el nombre de Roman, me doy prisa en ponerme una de las camisetas de Matvey antes de responder a la videollamada. —¿Cómo le va a mi precioso sobrino? Se ríe, y me encanta verlo tan feliz. —Le va genial. Hemos sobrevivido a la primera noche de ser padres. Emily se ríe por lo bajo y Roman enfoca la cámara para que pueda ver a mi cuñada exhausta. Puede que esté cansada, pero está radiante cuando mira a Luka acurrucado en sus brazos. —Apenas. No tenía idea que alguien pudiera comer y hacer tantas veces sus necesidades. Me rio y luego me asombro cuando veo la carita de mi sobrino. Lleva un pijama azul y tiene un aspecto increíblemente adorable. Sus ojos verdes miran entre su madre y su padre, y me siento tan feliz al saber que nunca tendrá el tipo de infancia que tuvimos todos nosotros. Nunca llegará a casa del colegio y encontrará a su madre con moratones en la cara porque su último novio se enfadó. Nunca tendrá que enfrentarse a malos tratos de ningún tipo ni a una barriga hambrienta. Estará rodeado de gente que le quiere y que hará lo que esté en su mano para mantenerle a salvo. —Lo sé, Alina —me dice Roman en ruso, leyendo mi expresión cuando vuelve a girar el teléfono para que pueda verle—. Nunca tendrá que pasar por lo que pasamos nosotros. Dudo en preguntar, pero me obligo a decir las palabras. —¿Has sabido algo de mamá últimamente? La mirada triste de sus ojos no se debe a que tenga el corazón roto porque nuestra madre nunca pareció preocuparse por nosotros, sino a
que sabe que lo que está a punto de decir va a hacerme daño, y eso es lo último que quiere hacer. —Está bien, Roman, dilo. Suspira y vuelve a mirarme a los ojos. —Hace casi un año que no sé nada de ella. La última vez que hablamos, le conté lo de Emily y que seguíamos buscándote. —No le importó, ¿verdad? —No tiene importancia, Alina —me dice, dedicándome una pequeña sonrisa—. Formamos nuestra propia familia, ¿recuerdas? Que se jodan los demás. Aunque me duele saber que a mi madre no le importamos una mierda, no puedo evitar sonreírle a mi hermano. Nuestra madre siempre ha estado ausente. Se veía obligada a trabajar muchas horas, cosa que entendíamos, pero era la larga serie de novios de mierda lo que nos resultaba más difícil ignorar. Nuestro padre murió cuando yo era solo un bebé, así que los únicos recuerdos que tengo de algún hombre eran los imbéciles por los que ella parecía sentirse atraída. Roman es quien se ocupó de mí, y tiene razón. Formamos nuestra propia familia, y no me gustaría que fuera de otro modo. —Me hace tan feliz que seas mi hermano mayor —le digo, haciendo que su sonrisa crezca. —A mí también, Alina. —Gira un poco la cabeza como si intentara mirar más allá de mí—. ¿Dónde está Matvey? —Me está preparando el desayuno con Finn. Se vuelve a reír cuando ve la sonrisa que no puedo ocultar. —Me alegro por ti —me dice—. Todos lo estamos. No hay nadie más con quien preferiría verte. —Me dijo que le habías dado tu permiso. —Lo hice, y cuando llegue el momento, estoy deseando llevarte al altar. Se me llenan los ojos de lágrimas ante sus palabras. —Te quiero, Roman. Juro que su mirada es tan vidriosa como la mía. Sonríe e inclina la cabeza hacia su mujer y su hijo.
—Me están ablandando. —¿Qué estás diciendo de mí? —pregunta Emily, sin entender ni una palabra de lo que hemos estado diciendo. Roman le sonríe y vuelve a hablar en inglés. —Le estoy diciendo a mi hermana que me he vuelto un blandengue gigante gracias a vosotros dos. Emily le sonríe. —Sí, lo has hecho, y es adorable. —Dirige sus ojos hacia los míos—. Tendrías que haberle visto contando los dedos de los pies de Luka anoche. Qué monada. —Ya, ya —dice Roman, pero me doy cuenta que no le molesta lo más mínimo que se burlen de él. Está demasiado ocupado siendo más feliz de lo que nunca le he visto. —¿Podréis volver a casa mañana? —Sí, volveremos mañana por la tarde. —Bien, estoy deseando volver a abrazarle. Dale un beso de mi parte. —Lo haré. Hasta mañana. Saluda a todos de nuestra parte. Voy a poner un montón de fotos en nuestro chat de grupo. —Por favor, hazlo. Estoy deseando verlas. Os quiero chicos. —También os queremos —me dicen ambos, dedicándome grandes sonrisas mientras Emily sujeta la manita de Luka para saludarme antes de colgar. —¿Por qué sonreís tanto? Levanto la vista justo cuando Matvey entra con Finn. Lleva una gran bandeja llena de comida, y cuando la deja en la mesa, mi estómago emite un sonoro gruñido. Matvey sonríe y se inclina para besarme. Sabe a sirope y, cuando le chupo la lengua, me aprieta el cabello y gime. —Has estado comiendo sin mí —le digo. Me dedica una sonrisa culpable. —Solo un bocadito. Tenía que asegurarme que estuviera rico. Tiro de él más cerca y vuelvo a besarle. —Está muy bien —susurro contra sus dulces labios.
—Me encantaría tumbarte y volver a deslizarme dentro de ti, pero antes tengo un regalo que quiero que abras. Lo miro caminar hacia el montón de regalos que hay en el armario, preguntándome qué estará tramando.
CAPÍTULO 18
Matvey No me quita los ojos de encima, pero le da a Finn un trozo de beicon. Ya se ha comido un cuenco de comida para perros, unas cuantas golosinas porque Simona y Jolene pensaron que se las merecía por estar tan mono mientras yo preparaba el desayuno, y la media loncha de beicon que ya le había dado yo porque, sí, estaba muy mono sentado con la cabeza ladeada mientras yo hacía gofres. Aun así, coge la comida y se va trotando a su cama, más que contento de comer un poco más. Vuelvo a fijarme en Alina. Está preciosa, con el cabello alborotado tras dormir, sin nada más que mi camiseta y un brillo sexy en los ojos. Hoy son más azules que verdes, y cuando buscan mi cara, sonrío. Siempre estaba impaciente. ―Dime por qué sonreías cuando entré. Se pone de rodillas y se sienta sobre los talones, cogiendo una fresa de la bandeja. Antes de darle un mordisco, dice: ―Roman me ha puesto una videollamada. Luka está tan guapo como ayer. Mañana vuelven a casa y va a poner un montón de fotos en el chat de grupo.
Mastica la fresa y le sonrío. El simple hecho de verla comer me hace muy feliz. Ha llegado tan lejos desde que la recuperamos, y cada día me asombra con lo fuerte que es. Le tiendo la cajita. ―¿Qué es esto? Hago un gesto con la cabeza hacia el armario. ―Aún tienes mucho que abrir ahí dentro, malishka, pero esto no puede esperar. Coge la caja justo antes alzarla y sentarla en el borde de la cama para que pueda arrodillarme entre sus piernas. Enarcando una ceja, me dedica una pequeña sonrisa y tira de la fina cinta. No la apuro, dejo que se tome su tiempo con el papel de regalo hasta que tiene en la mano una caja negra de terciopelo. ―Matvey ―susurra, rodeándola con las manos como si la maldita caja fuera el regalo y no lo que hay dentro. Me rio, cubriendo sus manos con las mías. —La compré poco después de tu secuestro. Caminaba por Moscú, tratando por todos los medios de encontrarte. Llevaba días sin dormir ni comer nada, apenas podía funcionar, y entonces me detuve delante de una tienda, apoyándome en la pared para sostenerme. Cuando giré la cabeza, vi una vitrina llena de joyas. Me mataba ver aquello, porque quería comprártelo y dártelo todo, pero no podía. Sus ojos ya están vidriosos, y cuando abro suavemente la caja, revelando el anillo que hay dentro, las lágrimas empiezan a caer. ―Entonces vi esto. Supe en mi corazón que era para ti. Me dio esperanza, Alina, en un momento en que no tenía ninguna. Me obligué a creer que un día te encontraría, que sería capaz de ponerme de rodillas y rogarte que te casaras conmigo, porque no quiero volver a experimentar la vida sin ti. Beso sus temblorosas manos. ―No podría soportarlo. Te amo, Alina. Eres la única mujer a la que he amado, la única mujer a la que amaré, y todo lo que quiero es pasar mi vida contigo. Quiero amarte, protegerte y cuidarte. Quiero formar una familia contigo cuando estés preparada, y quiero envejecer a tu lado.
Me coge el rostro, sin molestarse siquiera en secarse las lágrimas que ahora corren por sus mejillas. Me inclino hacia ella y beso la palma de su mano. ―Lo eres todo para mí, y eres todo lo que quiero. En esta vida y en cuantas vengan después, siempre te encontraré, porque tú y yo estamos destinados a estar juntos. No puedo respirar si tú no tomas el mismo aire, y mi corazón no late si el tuyo no late con él. Se muerde el labio inferior para que no le tiemble y me aprieta la mano. ―¿Quieres casarte conmigo, Alina? ―Sí. ―Esa única palabra susurrada entrecortadamente me hace más feliz de lo que jamás creí posible―. Sí, me casaré contigo. ―Suelta una suave carcajada y añade―. Por cierto, en ningún momento de mi vida habría dicho que no a esa pregunta. Sonrío y le beso la mano antes de sacar el anillo de la caja y deslizarlo en su dedo. El gran diamante sobre la delicada banda de platino le queda tan bien en el dedo como siempre imaginé que le quedaría. Tantas noches he pasado en vela imaginando este preciso momento, aterrado ante la posibilidad que jamás se produjera, y ahora que ya ha sucedido, quiero rodearla con mis brazos y no dejarla marchar jamás. Cuando levanto los ojos hacia los suyos, los míos están vidriosos y siento un nudo en la garganta. ―Matvey ―susurra, ahuecándome la cara y acercándome más a ella―. Te amo. ―Yo también te amo, malishka. Veo cómo su dulce mirada se vuelve voraz justo antes de besarme intensamente, succionando mi lengua en su boca y rodeando mi cintura con las piernas intentando arrastrarme a la cama con ella. Me rioy consigo decir: ―Todavía tienes que desayunar en medio del hambriento beso que está dándome. ―Después de gemir, tira de mi camiseta e intenta quitármela de un tirón. Me levanto lo justo para que me desnude, incapaz de negarle nada a mi prometida. Tira de los joggers que llevo puestos, deslizándolos sobre
mi culo antes de clavarme los dedos en las nalgas y hacerme reír de nuevo. ―Ríete todo lo que quieras, Matvey. Llevo toda la vida admirando este culo, y ahora por fin podré tocarlo cuando me dé la gana. Acerco mis labios a los suyos al tiempo que utiliza los pies para bajarme los pantalones hasta abajo, dejándome a mí desnudo y a ella solo con mi camiseta. Meto una mano por debajo y recorro su costado con los dedos antes de acariciarle una de las tetas. ―Puedes tocar cualquier parte de mí siempre que quieras, malishka. ―Finalmente ―me dice riéndose antes de pasarme los dedos por el cabello y acortar distancias. Levanto su camiseta y dejo que se amontone en su cuello, gimiendo al sentir su cuerpo desnudo contra el mío. Sus piernas ya me rodean, su húmedo coño presiona mi dura polla, y cuando inclino las caderas para deslizarme dentro de ella, gime mi nombre y me besa con más fuerza. Una profunda sensación de paz me invade cuando me deslizo dentro de ella, como siempre, recordándome que estoy exactamente donde siempre debí estar y que no quiero irme nunca. No importa lo profundo que llegue, no importa lo estrechamente que nuestros cuerpos se unan, nunca me parece suficiente. Siempre estoy deseando y necesitando más. Nunca podré saciarme de ella. Cuando gime mi nombre y su cuerpo se desmorona debajo de mí, la sigo. La seguiría a cualquier parte. No importa si es al cielo, donde nuestros cuerpos se encierren juntos, ambos perdidos el uno en el otro, o a los rincones más oscuros del infierno, donde ya nos hemos visto obligados a pasar demasiado jodido tiempo. Si ella está ahí, entonces yo estoy ahí. Así de sencillo. La estrecho aún más entre mis brazos para sentir el latido de su corazón retumbando contra el mío mientras la respiro, impregnando mis pulmones con su dulce aroma. Temblores recorren su cuerpo al besarla lentamente, saboreando su sabor y su tacto. ―Eres todo lo que siempre he querido, Matvey. Sonrío ante sus palabras y vuelvo a besarla. ―Me tienes, malishka, siempre, y nunca te dejaré marchar.
6 meses después ―¿No es la cosa más mona que has visto jamás o qué? Me rio de la cara emocionada de Roman cuando mira a su hijo. Luka lleva el esmoquin más diminuto que he visto nunca, con los ojos verdes iluminados y una gran sonrisa en la cara, mostrando orgulloso su primer diente de leche. ―Lo es ―le digo, haciendo que Danil me lance una mirada profundamente ofendida y sosteniendo a su propio hijo en brazos―. No te preocupes. ―Sonrío a Maxim con su body de rayas azules y blancas. Cuando sus ojos grises encuentran los míos, sonríe alrededor de su chupete y suelto otra carcajada―. Es igual de mono. Todos mis sobrinos son perfectos. ―Y tu sobrina ―me dice Lev, acercándose con su hija en brazos. Natalya va vestida con su body rosa, el que lleva un tutú rosa con la inscripción Princesita de papá en el pecho, y mira a su padre como si fuera todo su mundo. Sonríe aún más cuando él la mira y le guiña un ojo. ―Mi sobrina también es adorable y perfecta ―le digo, alargando la mano para hacerle cosquillas en la barriguita―. Tienes a tu papi enroscado en tu dedo meñique, ¿verdad, Natalya? ―Diablos, si ella lo hace ―dice Lev riéndose. La levanta para besarle la mejilla―. ¿Quién es la princesita de papi? ―Le sopla una pedorreta en la mejilla, haciéndola reír aún más. Sigue siendo extraño ver a mi hermano, un tipo duro, tatuado y con piercings, hablar como si fuera un bebé, pero no se puede negar que está completamente enamorado de su hija. Es muy atento con ella, y no me cabe duda que un día le veré jugando a las muñecas y tomando el té. Me rio de la imagen y sacudo la cabeza. ―¿Qué te hace tanta gracia? ―pregunta Vitaly, acercándose a nosotros y ajustándose el cuello del esmoquin. ―Pensar en todas las fiestas de té que va a organizar Lev ―le digo.
―Tendré tantas fiestas de té como ella quiera que tenga. ―Lev besa la mejilla de su hija antes de arroparla contra él. Con su cabello oscuro y sus ojos azul claro, parece su gemela más pequeña, más dulce y sin tinta. ―Dios, estoy deseando que lleguen los gemelos ―dice Vitaly, mirando a todos los bebés. Katya sale de cuentas dentro de un par de semanas, y sé que está más que dispuesta a acabar con el embarazo. Cuando se enteraron que tendrían un niño y una niña, fue un shock tremendo. Después, por supuesto, Vitaly se había regodeado durante semanas de ser el único de nosotros capaz de tener dos hijos a la vez. Cuando miro hacia él, me dedica la misma sonrisa fanfarrona. ―¿He mencionado que puse dos bebés en la barriga de Katya? Me rio, negando con la cabeza. ―Puede que lo hayas mencionado una o dos veces. ―O un millón ―añade Danil. Vitaly sonríe. ―No te pongas celoso porque mi polla tenga tal potencia que produjo dos bebés a la vez. ―Lenguaje, Vitaly ―dice Lev, llevándose una mano a la oreja de Natalya. Roman levanta una ceja al ver a Vitaly, todavía tan petulante. ―Sabes que no es así como funciona, ¿verdad? Vitaly se ríe. ―Sigue diciéndote eso, hermano. Roman le señala con el dedo, intentando parecer enfadado. ―No insistas. Sigo cabreado contigo por la broma que me gastaste con el Porsche. Vitaly se ríe. ―Te lo devolví. ―¡Después de dos meses! ―Roman sacude la cabeza, aún cabreado, pero incapaz de dejar de sonreír por la broma que, si hemos de ser sinceros, fue una de las mejores de Vitaly hasta la fecha.
Todavía me estoy riendo cuando Dominic se acerca a nosotros. Alina y yo vamos a celebrar nuestra boda la semana que viene con la Bratva, pero queríamos que nuestros votos fueran privados y que solo la familia fuera testigo. Dominic es el único invitado, nos parecía bien que estuviera hoy aquí. Ha sido nuestro huésped habitual desde que llevó a Lars a un pequeño viaje a Italia. Como yo, estaba obsesionado con vengarse, aunque ambos sabemos que matar a los responsables no hace que todo desaparezca. Todavía le queda la pérdida de su hermana, no obstante, puedo decir que acabar con la vida de Lars le ha traído un poco de paz, que no es mucha, pero es más de la que tenía antes. ―¿Cómo está Antonio? ―le pregunto. ―Disfrutando de Italia. Mañana salgo para reunirme con él durante unos meses. Intentad portaros bien mientras esté fuera. No me gustaría volver a una ciudad sumida en el caos. ―No prometo nada ―dice Vitaly riéndose. Cuando Natalya deja escapar un chillido y tiende la mano a Dominic, veo que el hombre se pone visiblemente rígido a mi lado―. ¿Qué está haciendo? ―La mira como si no supiera qué pensar de ella. Lev se ríe y se la acerca. ―Ella quiere a su tío Dominic. La sonrisita engreída de Lev hace que Dominic esboce una mueca y mantenga las manos en alto. ―No sé cómo coger a un niño. ―Mejor aprende rápido ―le digo al tiempo que Lev estampa a su hija contra el esmoquin de Dominic para que este no tenga más alternativa que rodearla con las manos. La sujeta de forma que una mano quede bajo su trasero y la otra se extienda por su vientre, manteniendo su espalda apretada contra su pecho. Ella gira la cabeza para mirarlo. Sus ojos azul claro siguen cada movimiento de él, y cuando le dedica una sonrisa grande y carnosa, la comisura de sus labios se eleva ligeramente. ―La malcrías ―le dice con su ligero acento italiano. ―Siempre ―le dice Lev, sonriendo a su hija―. Es mi princesita.
―Principessa ―murmura Dominic, pasando un dedo por encima del tutú rosa de Natalya―. Espera a que tu princesita sea una adolescente. Si sigues mimándola, va a ser una pesadilla. Lev frunce el ceño a Dominic antes de sonreír a su hija. ―No serás una mocosa malcriada, ¿verdad, princesa? Natalya se ríe de las palabras infantiles de su padre y mira a ambos hombres. Suelta otro chillido y envuelve uno de los dedos de Dominic con la mano. Vitaly saca una foto rápida de los dos y se ríe cuando Dominic le mira con el ceño fruncido. ―¿Qué? ―pregunta Vitaly riéndose―. De todas formas, necesitas acostumbrarte a todo esto. ―¿Tengo que acostumbrarme a esto por todos los bebés que no voy a tener? ―pregunta Dominic. Danil se ríe besando la mejilla de su hijo. ―Ya, eso también lo dijimos todos alguna vez. Natalya mira entre todos nosotros y luego vuelve a poner sus ojos azules en Dominic y sonríe. ―Le gustas ―dice Lev―. Es evidente que no es la mejor juzgando el carácter. Eso es algo en lo que tendremos que trabajar. ―Bueno, está enamorada de ti ―dice Dominic―, así que sobre gustos no hay nada escrito. ―Sabes que no puedo pegarte mientras tengas a mi hija en brazos. ―Lev sonríe a Natalya y le tiende la mano. Ella sonríe y le da pataditas con las piernas mientras el bebé Lev habla―. Pero no te va a tener en brazos toda la noche, ¿verdad, princesa? Dominic sonríe y levanta a Natalya para susurrarle al oído. ―Le salvé la vida a tu padre, principessa. Lev gime, pero no puede evitar reírse. Natalya suelta una risita mientras Dominic se la entrega y luego cepilla la chaqueta de su esmoquin para alisar las arrugas que su serpenteante cuerpecito había creado. Todavía está trabajando en ello cuando Emily se acerca a nosotros. Me mira, ya con lágrimas amenazando con derramarse. ―Está lista, Matvey.
Me da un abrazo rápido, algo en lo que he ido mejorando poco a poco, y luego arrebata a Luka de las manos de Roman, dedicándole a su hijo una gran sonrisa cuando se abalanza sobre ella. Roman la besa y luego me da una palmada en el hombro antes de abandonar la terraza y volver a entrar para acompañar a su hermana al altar. Dominic se acerca al asiento que le hemos reservado, mientras Jolene y Simona salen, me sonríen y ocupan sus asientos junto a Emily justo enfrente de mí, con Vitaly, Danil y Lev. Katya la sigue de cerca, guiñándole un ojo a Vitaly y sonriéndome a mí. Parece a punto de dar a luz en cualquier momento. Alina escogió para las damas de honor vestidos negros que no fueran ceñidos en la cintura, pero incluso así tuvieron que hacerles unos arreglos especiales para acomodar la barriga embarazadísima. Vitaly había puesto cara de orgullo cuando se enteró. ―¿Preparado, hermano? ―le oigo preguntar justo detrás de mí. Todos mis hermanos son mis padrinos, y por eso se alinearán hombro con hombro detrás de mí en lugar de uno delante de otro. No estaría aquí hoy, a unos minutos de casarme con el amor de mi vida, si no fuera por cada uno de ellos. Me ayudaron a superar los dos peores años de mi vida, y Roman recibió un balazo evitando mi muerte. Les debo todo, y no puedo imaginar mi vida sin ninguno de ellos. Son mi familia, y no me gustaría que fuera de otra manera. ―Estoy preparado ―les digo, sabiendo que nunca he estado más preparado para nada en mi vida. Cuando oigo a una de mis cuñadas dar un suave grito ahogado, giro la cabeza y veo por primera vez a Alina vestida de novia. Me deja sin aliento y lo único que puedo hacer es mirarla fijamente. Sus ojos verdeazulados se cruzan con los míos apretando el brazo de Roman y caminando lentamente hacia mí. Lleva el cabello largo y oscuro suelto, sabiendo que me encanta, e intento memorizar cada detalle de este momento. El vestido de novia que eligió es de tirantes, y lleva el collar y los pendientes de diamantes y rubíes que le compré cuando estuvo desaparecida. Está preciosa, absolutamente despampanante, y apenas puedo creer que sea mía. Finn trota a sus pies, y no puedo evitar reírme al ver lo que lleva puesto. No tenía idea que hicieran esmóquines para perros, pero lleva uno y está realmente elegante. Alina gira la cabeza para sonreír a
Dominic cuando pasa a mi lado, antes de volver sus ojos a los míos. Está impresionante y no puedo apartar la mirada. Los últimos seis meses han sido los mejores de mi vida, y sé que todo irá a mejor cuando sea mi esposa. Ver el anillo de compromiso en su dedo no es suficiente. Quiero ver una alianza. Su apellido no cambiará, ya que ahora todos nos llamamos Melnikov, pero necesito el certificado de matrimonio, los votos matrimoniales y las alianzas. Lo quiero y lo necesito todo con ella. Roman y Alina se detienen a pocos metros de mí, y cuando ella se vuelve para mirar a su hermano, comienzan a brotar las primeras lágrimas. Lo rodea con sus brazos y lo estrecha en un fuerte abrazo. Ya oigo a todas las damas de honor moqueando. Roman susurra algo al oído de Alina que hace que ella asienta con la cabeza y le abrace más fuerte. Cuando la suelta, toma su mano entre las suyas y, con una gran sonrisa, le besa el dorso y a continuación coloca su mano entre las mías. Inclinándose más para que solo yo pueda oírle. ―Eres el único hombre en quien confiaría para mantenerla a salvo, Matvey. Sé que la amarás y la cuidarás como se merece. ―Su mano me aprieta el hombro cuando dice: ―Me alegro mucho por vosotros. Retrocede hasta situarse junto a nuestros hermanos mientras yo aprieto con fuerza la mano de Alina e intento no derrumbarme delante de todos. ―Te ves tan hermosa, malishka ―susurro, recorriendo con la mirada cada centímetro de ella. Ha recuperado el peso que había perdido y su piel tiene un brillo saludable. Ha llegado muy lejos y estoy muy orgullosa de ella. Sigue viéndose con la Dra. Taylor de vez en cuando, pero las cosas le van cada vez mejor. Cada día se acerca más hacia la luz alejándose de la oscuridad que se había visto obligada a soportar. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano porque no vuelva a pasar ni un solo día en la oscuridad. Con nuestros ojos fijos el uno en el otro y su pequeña mano en la mía, recitamos nuestros votos delante de nuestra familia. Cuando llega el momento de colocar el anillo en el dedo de Alina, siento que finalmente estamos donde debíamos estar, porque ella siempre estuvo destinada a ser mi esposa. Ella lo supo mucho antes que yo, aunque siempre estuvimos destinados a acabar aquí. Es mía, siempre lo ha sido y siempre lo será.
Acaricio su sonriente rostro, me inclino y beso a mi mujer. Entrelaza sus dedos en mi cabello, tirando de mí para acercarme, y cuando nuestros labios se tocan, todo lo demás desaparece. Los dos años de infierno, miedo, horror y angustia, el constante dolor en el pecho y la sensación de no poder respirar... todo se desvanece, porque el amor que sentimos el uno por el otro no lo permite. ―Te amo ―susurro contra sus labios. ―Yo también te amo ―susurra ella, y en ese momento todos nos aclaman y nos abrazan, y ya ni siquiera me importa el contacto físico. Alina lo mejora. Ella hace que todo sea mejor, así que abrazo a mi familia y mantengo un brazo firmemente envuelto alrededor de mi mujer, sabiendo que de ninguna manera volveré a separarme de ella. Contratamos al mismo fotógrafo que Vitaly había contratado para sus fotos de después de la boda. Sigue asustado de nosotros, pero lo cierto es que ha decidido que le gusta mucho más el dinero que le pagamos que su miedo. Me duele la cara de tanto sonreír, y me doy cuenta que no está ni tan siquiera próximo a terminar. Nos hacemos varias fotos de grupo, obligando a Dominic a participar en varias de ellas, y luego nos coloca a los dos en el columpio que tenemos en la terraza con Luka, Maxim y Natalya. ―No te muevas, Max ―le digo, riéndome cuando sigue intentando contonearse. Luka se sienta en mi otro muslo y Natalya en el regazo de su tía, luciendo como la princesa bien educada que es. Varias de las fotos son probablemente mías, intentando poner a los dos niños en posición, pero conseguimos sacar algunas en las que todos miran a la cámara y sonríen. Finn sale en todas las fotos, como el miembro de la familia a la que pertenece. Es protector con los niños, pero sus ojos nunca se apartan de Alina durante mucho tiempo. Su naturaleza ferozmente protectora con ella refleja la mía, y eso ha creado un entendimiento entre nosotros. Ambos moriríamos por protegerla, pasara lo que pasara. Me agacho y acaricio su cabeza, rascándole detrás de las orejas como a él le gusta, antes de abrazar a mi mujer y atraerla hacia mí para nuestro primer baile. Sé que todo el mundo nos está mirando, pero me importa una mierda. Lo único que veo es a Alina, tan condenadamente hermosa que mi pecho duele. ―No puedo creer que finalmente seas mi mujer.
Juguetea con la parte de atrás de mi cabello sin dejar de mecernos al ritmo de la música, sonriéndome. ―No puedo creer que seas mi marido. ―Se ríe y sacude la cabeza―. Creo que la primera vez que imaginé nuestra boda tenía nueve años. Había muchos caballos blancos de por medio, y puede que hubiera un castillo. Entonces leía muchos cuentos de hadas. Se me escapa una risa y la beso. ―Espero que pienses que la espera ha merecido la pena. Puede que no haya caballos ni castillo, pero tenemos a Finn y un ático. Ella sonríe. ―Mejor todavía. ―Apoya su mejilla en la mía y susurra―: Esto parece un cuento de hadas. Uno de los buenos ―añade rápidamente―, no uno de los muchos rusos que acaban en tragedia. ―Ya hemos tenido suficiente para toda la vida, Alina. Es el momento de nuestro feliz final, y esto no es más que el principio, malishka. Pienso mimarte el resto de tu vida, así que prepárate. Siento su sonrisa contra mi mejilla antes de besarla. ―Aquí tengo todo lo que necesito. ―Yo también, amor, yo también. Bailamos hasta que llega Roman y se la lleva. Acuno a Luka para que se duerma y observo cómo cada uno de mis hermanos toma su turno. Se ríe cuando Dominic se une a ella y la aparta de Lev, haciéndola girar y enseñándole lo que debe ser un baile italiano que nunca he visto antes. Miro su cara sonriente, memorizando cada detalle y sabiendo que haré todo lo posible para asegurarme que siempre sea así de feliz. Se merece el mundo, y no deseo nada mejor que dárselo. Cuando he esperado apartado el tiempo suficiente, devuelvo mi sobrino dormido a Emily, besando su cabecita antes de atravesar la pista de baile para reclamar a mi mujer. ―Sabía que no serías capaz de esperar mucho más ―me dice Vitaly riéndose. Es él quien está bailando con Alina, así que la abraza y luego la hace girar para que caiga en mis brazos, justo donde debe estar.
Miro su rostro sonriente y acaricio su mejilla, pasando la yema del pulgar por su piel. Se inclina hacia mí, como hace siempre, y me da un beso rápido cuando mi pulgar le roza el labio inferior. Reconozco la mirada que me dirige y, cuando mi sonrisa crece, suelta una suave carcajada. Le paso los dedos por el cabello y la acerco para que nuestros labios casi se toquen. ―No mucho más, malishka. Uno de sus dedos se desliza por debajo del cuello de mi esmoquin recorriendo mi piel, y su otra mano se desliza por el interior de mi chaqueta hasta sujetarme la cadera, recordándome que es nuestra boda y que podemos escabullirnos si queremos. ―Tienes razón, amor. No sé en qué demonios estaba pensando. Su sonrisa crece cuando la rodeo con un brazo por la cintura y la saco de la pista de baile. Hace un gesto a Finn para que permanezca donde está, tumbado en la cama para perros situada próxima a Lev quien sostiene a Natalya. Sin mediar palabra, empezamos a caminar hacia el interior. No me sorprende nada cuando Vitaly sale a nuestro encuentro con una sonrisa en el rostro. ―¿A dónde os dirigís? ―Matvey va a ayudarme con algo ―dice Alina, mirando a todas partes menos a Vitaly―. Volvemos enseguida. Vitaly se ríe y me golpea el hombro. ―Tómate tu tiempo. Mantendré a todo el mundo entretenido durante tu ausencia. ―No lo dudo ni un segundo. Se ríe y, antes de darnos la vuelta para marcharnos, veo que atrapa a Katya y grita: ―¡Mirad a mi bella esposa embarazada! Vamos, ptichka, bailemos para ponerte de parto antes de tiempo. Estoy listo para conocer a nuestros bebés. Ella se ríe, sabiendo que él no va a tolerar que baile más que unos minutos antes de exigirle que se siente y descanse con los pies en alto. Pero ha hecho lo que dijo que iba a hacer y toda la atención se centra en ellos cuando Alina y yo entramos a hurtadillas.
Tirando de ella escaleras abajo, la cojo en brazos y la llevo a nuestra habitación. Apenas la dejo en la cama, busca mi cremallera, pero lo último que quiero es que lo haga rápido. Ella ve la expresión de mi cara y sonríe. ―Te prometo que luego nos tomaremos nuestro tiempo, pero ahora mismo te necesito dentro de mí, Matvey. Con un gemido, deslizo las manos por sus muslos, levantándole el vestido y dejando al descubierto las medias blancas hasta el muslo que lleva. Cuando llego a las braguitas blancas de encaje a juego, estoy tan empalmado que hago fuerza contra los pantalones. Irguiéndose, me abre la cremallera, liberando mi polla y arrancándome un profundo gemido cuando desliza la mano por mi pene. Me agarra con fuerza y tira de mí hacia ella, abriendo más los muslos antes de apartarse las bragas con la otra mano. La visión de su coñito desnudo y húmedo hace que mi polla se hinche aún más en su agarre. Apoyo las manos a ambos lados de ella, dejando que me introduzca entre sus piernas. Ya no toma anticonceptivos, pero aún no se ha quedado embarazada. El médico dijo que podría tardar un tiempo, y los dos creemos que ocurrirá cuando tenga que ocurrir. Por ahora, simplemente disfrutamos con ello. Gime mi nombre cuando empiezo a deslizarme dentro de ella y se acerca a mí para besarme. Antes de hacerlo, susurra: ―Te quiero, Matvey ―me deshace por completo con esas dos palabras mientras su lengua encuentra la mía y me besa como si nunca pudiera parar. Es el paraíso estar con ella, y nada podrá compararse con ello. Me entierro dentro de mi mujer, no quiero que haya distancia entre nosotros, y le demuestro lo mucho que la amo. Adoro su cuerpo. Cada embestida, cada caricia, cada beso le demuestra lo mucho que la quiero y la necesito, porque ella lo es todo para mí, cada maldita parte, y voy a recordárselo todos los días del resto de nuestras vidas. No puedo imaginar una forma mejor de pasar mi vida.
EPÍLOGO
Alina Un año más tarde ―Es tan hermosa. ―Miro a nuestra preciosa hija de ojos oscuros, asombrada de lo mucho que la quiero. Aún estoy conmovida por ese amor incondicional y abrumador que me invadió en el momento en que el médico me la puso en los brazos. ―Lo es ―me dice Matvey, y sonrío ante el asombro de su voz. Mi fuerte y tatuado marido mira a nuestra hija con lágrimas en los ojos, y cuando se inclina para besar su cabecita, empiezo a llorar aún más fuerte porque soy demasiado feliz para contenerlo todo. Me dedica una dulce sonrisa y me besa suavemente. ―Estoy tan orgulloso de ti, malishka. Nunca dejas de sorprenderme. ―No tuve mucha elección ―le recuerdo―. Ella estaba viniendo a pesar de todo. ―Pero lo has manejado de maravilla. ―Me guiña un ojo―. Eres una madre magnífica, cariño. Sonrío ante su dulzura y paso el dedo por la mejilla de nuestra hija. Inmediatamente intenta mamar, así que la acerco y la acomodo. Matvey
me observa, con una sonrisa en los labios al verme alimentar a nuestra hija. ―No creí que pudiera ser más feliz ―admite. Alargo la mano y aprieto la suya. ―Yo tampoco. Yelena me mira mientras mama, con los ojos del mismo tono oscuro que los de su padre, y lo único que puedo pensar es en lo malditamente afortunada que me siento. Puede que haya tenido que pasar por un infierno para llegar hasta aquí, pero nada de eso importa ya. Ya no tengo pesadillas y la voz de Konstantin ya no atormenta mi mente. Me he liberado de él, y cada vez que los recuerdos amenazan con volver, Finn está ahí con su gran cabeza peluda en mi regazo, o Matvey cogiéndome en brazos y recordándome que soy suya y que estoy a salvo. La vida que tengo es mejor de lo que jamás podría haber imaginado, y no cambiaría nada de ella. Matvey se acerca y me envuelve el hombro con un brazo observando a Yelena. Nada más saber que íbamos a tener una niña, Matvey me había preguntado si me importaría ponerle el nombre de su hermana. Yo había sonreído y le dije que me parecía perfecto, y lo es. Es la forma perfecta de honrar a la tía que nunca llegará a conocer. Matvey pasa el pulgar por mi muñeca, la almohadilla cicatrizada traza las líneas del tatuaje que me hice después de curar mi muñeca. Había intentado arrancarme el ouroboros de la víbora negra, dejando una antiestética cicatriz con la que no sabía muy bien qué hacer. El cuerpo tatuado y lleno de cicatrices de Matvey me había inspirado para tatuarme encima, esta vez uno de mi propia elección. Habíamos encontrado a un tatuador experto que tenía los conocimientos necesarios y estaba dispuesto a dedicar tiempo a asegurarse que el resultado fuera exactamente como yo quería. Ahora, en lugar de un viejo tatuaje destrozado y una cruel cicatriz, me rodea la muñeca un hermoso ave fénix: una vibrante pulsera de rojos y naranjas ardientes. Cada vez que lo miro es un vívido recuerdo que en ocasiones puedes resurgir de las cenizas y ser incluso mejor que antes. El fuego no siempre tiene por qué acabar en muerte, y nuestras tragedias no siempre tienen por qué definirnos.
Yelena da un ligero suspiro soltando mi pecho y cerrando los ojos. Matvey se ríe y se acerca a su pequeño cuerpo. ―Creo que quiere a su papi ―dice, cogiéndola en brazos y estrechándola contra su ancho pecho para poder acariciarle la espalda. Está tan mona y pequeñita con su pelele rosa, acurrucada con la cabeza junto a su cuello. ―No puedo decir que la culpe. ―Me arreglo la camisa y los observo, mi familia, todo mi mundo. Matvey me sonríe y envuelve mis hombros con su otro brazo, acercándome más a él. ―Tengo todo lo que podría querer o necesitar aquí mismo. Mientras os tenga a vosotras, lo tendré todo. Acerco mi cabeza a la suya y le beso antes de apoyarme contra él. Pongo mi mano sobre la suya para que ambos toquemos a nuestra hija. Tiene razón. Mientras los tenga a los dos, lo tengo todo. Mi cuerpo está agotado por el parto y, cuando empiezo a cerrar los ojos, Matvey besa mi cabeza y mesándome el cabello. ―Duerme un poco, malishka. Lo vas a necesitar. Todos vendrán más tarde a conocer a Yelena. Roman ya me ha enviado un millón de mensajes para ver cómo estás, y todos opinan que es absolutamente preciosa. También me ha dicho que Finn está muy bien y ansioso por conocerla. Sonrío al pensar en nuestra enorme familia agolpándose en la habitación para conocer a nuestra hija. Tiene razón, voy a necesitar dormir todo lo que pueda. ―Te quiero, Matvey ―susurro, con los ojos demasiado pesados para mantenerlos abiertos. ―Yo también te quiero, amor. ―Puedo oír la sonrisa en su voz cuando dice: ―Vigilaré a mis chicas asegurándome que esté todo bien cuidado. Y sé que lo hará. Pase lo que pase, Yelena y yo siempre seremos amadas y protegidas. Nada podrá hacernos daño siempre que estemos juntos. Con el corazón lleno y la mente en paz, me duermo en los brazos de mi marido.
Matvey Veo a Alina sumirse en un profundo sueño mientras Yelena respira suavemente contra mi cuello, y no puedo dejar de sonreír. Hubo tantos días, tantas noches sin dormir, en las que me convencí que este momento nunca llegaría, pero ya está aquí. Al final está jodidamente aquí. Giro la cabeza y beso a nuestra hija, respirando su dulce aroma y sintiendo los sedosos y oscuros mechones de su cabello contra mi rostro. Es perfecta, absolutamente perfecta en todos los sentidos. Cuando empieza a contonearse, muevo con mucho cuidado el brazo que rodea a Alina para poder tumbar a Yelena delante de mí. Está acurrucada entre mis muslos, bien calentita en su pelele rosa, y cuando abre los ojos, lo primero que ve es a su padre sonriendo como un idiota. ―Hola, tesoro ―le digo en ruso, queriendo que conozca la lengua materna de sus padres. Para ambos es importante que hable inglés y ruso. Paso el dedo por su suave mejilla, maravillado por cada centímetro de ella. La primera vez que la cogí en brazos, temí que mis manos llenas de cicatrices y mi voz áspera la molestaran, pero no parece importarle lo más mínimo y, cuando se agarra a mi dedo, no puedo evitar soltar una suave carcajada. Sus ojos oscuros me estudian, y aunque compartimos los mismos rasgos, veo tanto de Alina en ella. Es la mezcla perfecta de ambas. ―Papi te quiere tanto ―le susurro. Ella patalea, me agarra con fuerza el dedo y me sonríe. Cuando pienso en lo peligroso que es el mundo, me dan ganas de envolverla en mis brazos y no soltarla nunca, pero sé que no puedo hacerlo. No sería justo para ella. Quiero que viva su vida y disfrute de ella. Quiero que sea tan feliz como lo somos su madre y yo. Lo quiero todo para ella, pero la verdad es que hemos traído un bebé a una familia Bratva, y el peligro siempre formará parte de su vida. Mis hermanos y yo haremos todo lo
posible para mantener a salvo a nuestra familia, pero todos sabemos lo rápido que pueden cambiar las cosas. Una vez perdimos a uno de los nuestros, y que nos condenen si vuelve a ocurrir. Nunca más secuestrarán a nadie de nuestra familia. Puede que forme parte de una peligrosa familia, pero eso también significa que me tiene a mí, a cuatro tíos y a varios primos que velarán por ella y la mantendrán a salvo, por no mencionar a toda una maldita Bratva. Nadie pondrá sus manos sobre mi preciosa hija. Mataré a cualquier hijo de puta que se atreva a intentarlo. Cuando Yelena vuelve a abrir los brazos y las piernas, sonrío acariciándole el suave cabello de la cabeza. ―Nadie te hará nunca daño, dulzura. Papi matará a quien lo intente. Sonríe cuando le susurro palabras tiernas, y su mirada es de absoluta confianza y amor, y sé que haré todo lo que pueda para asegurarme en todo momento que siempre me mire así. Mi familia lo es todo y haré lo que sea para protegerla. Vuelvo a levantar a mi hija, la acurruco contra mi pecho y vuelvo a rodear a mi mujer con el otro brazo, porque quiero abrazarlas a ambas mientras duermen. Todo mi mundo está en mis brazos ahora mismo y no quiero dejarlas marchar nunca, así que las abrazaré con gusto todo el tiempo que pueda. Beso la cabeza de mi mujer y luego la de mi hija, y me siento completamente en paz.
ESCENA EXTRA
Alina Poco después de cumplir 18 años Desde mi cumpleaños, me siento como si viviera en un sueño. Mis días están llenos de pensamientos sobre Matvey, y aunque eso no es nada nuevo, los besos definitivamente sí lo son. No puedo apartar las manos de él ahora que finalmente puedo tocarle como siempre había soñado. Insiste en que vayamos despacio. Le preocupa que yo sea demasiado joven, mis dieciocho años frente a sus veinticinco, pero se equivoca. No soy demasiado joven y sé lo que quiero. Siempre he sabido lo que quiero: a él, todo él, y todo únicamente para mí. Camino por mi habitación, intentando reunir el valor para colarme en la suya. Los chicos llegaron a casa hace poco más de una hora, y oí a Matvey entrar en su habitación. La última vez que me asomé al pasillo, tenía las luces apagadas, pero sé que le cuesta dormir. La verdad es que alguna vez me he colado allí para dormir a su lado, pero esta noche planeo algo diferente. Antes de perder todo mi valor, me quito la ropa y me pongo mi larga bata de franela, de modo que si me encuentro con alguien, no pueda darse cuenta que estoy desnuda. Bueno, Vitaly probablemente podría,
pero solo porque tiene un extraño sexto sentido para esas cosas. Aunque dudo que me cruce con él, ya que voy a cruzar el pasillo con el culo desnudo. Respiro hondo, abro la puerta y echo otro vistazo al pasillo para asegurarme que está despejado. Al no ver a nadie, salgo rápidamente de mi habitación, cierro la puerta tras de mí y doy unos pasos hasta la puerta de Matvey. Tan silenciosa como me es posible, abro lentamente su puerta y me cuelo, cerrándola tras de mí. Las luces están apagadas, pero las cortinas no están cerradas, de modo que entra suficiente luz para permitirme ver la cama y la gran figura que yace en su interior. Oigo su profunda respiración y sé que está dormido. Con una sonrisa, me quito la bata y me meto bajo las sábanas. Me las arreglo para no despertarle acercándome, pero en cuanto mi cuerpo desnudo toca el suyo, se despierta de golpe y me rodea con un brazo, tirando de mí. Su cerebro somnoliento tarda dos segundos en darse cuenta que esta noche hay algo diferente. Su mano llena de cicatrices se extiende contra mi espalda, y cuando la desliza hacia abajo y palpa mi culo desnudo, suelta un gruñido afligido. ―Santo Dios, Alina, ¿estás desnuda? Acaricio su rostro y acerco mi boca a la suya, tan cerca que casi nos tocamos. ―Lo estoy. El profundo gruñido que emite me arranca una carcajada y, tan pronto como lo oye, golpea mi culo haciéndome girar rápidamente para situarme debajo de él. ―Por favor, dime que no has cruzado el pasillo, desnuda. Sonrío, negando con la cabeza. ―Me puse la bata. ―Gracias, joder ―gime cuando le rodeo con las piernas―. Malishka, ¿estás intentando volverme loco? Sonrío y levanto la mano para pasar los dedos por su oscura barba incipiente. ―No, intento que me folles, Matvey. Suspira apoyando los antebrazos a ambos lados de mi cabeza y acerca la frente a la mía con un dolorido suspiro.
―No hay nada que desee más que deslizarme dentro de ti, Alina. Joder, no sabes cuánto lo deseo, cariño, pero apenas tienes dieciocho años. Solo creo que deberíamos esperar un poco más, asegurarnos que esto es realmente lo que quieres. No quiero que te precipites nunca en algo para lo que no estás preparada. ―Hace mucho tiempo que estoy preparada para esto ―le digo, pensando en todas las fantasías nocturnas que ha protagonizado y en todas las veces que he pensado en él en la ducha. He tenido más fantasías sexuales con este hombre de las que me gustaría admitir. Muevo las caderas hacia arriba y suelto un grito ahogado cuando coloco mi coño desnudo contra el largo y duro bulto de sus bóxers. Nos hemos besado antes, mucho, pero nunca me ha dejado ir más allá, pero esta noche quiero más, y no me iré hasta conseguirlo. ―Por favor, Matvey ―suplico, meciéndome aún más contra él. ―Maldita sea ―gruñe, y luego suelta una risa ahogada―. Siempre has sido testaruda. ―Pasa la yema cicatrizada de su pulgar por mi mejilla―. ¿Qué tal si probamos otra cosa? La decepción cuelga de cada palabra cuando pregunto, ―¿Cómo qué? Vuelve a sonreír al oír mi tono antes de inclinarse más hacia mí de modo que sus labios rocen los míos. Me lame los labios lenta y sensualmente, y cuando habla, el calor de su aliento contra mi húmeda boca me produce un escalofrío de placer. ―Quiero hacer que te corras, malishka. ―Pone más peso sobre mí mientras mece las caderas, rozando mi coño desnudo y arrancándome un gemido ahogado por lo bien que me siento―. Quiero que seas una buena chica y te corras para mí. ―Me mordisquea suavemente el labio inferior sin dejar de restregarse contra mí―. ¿Crees que puedes hacerlo? ―Creo que estoy a segundos de hacerlo ―admito, haciéndolo reír de nuevo. Cuando paso los dedos por su costado y deslizo las manos bajo su camiseta de manga larga para poder sentir su piel, suelta un profundo suspiro y vuelve a mecerse contra mí. El simple hecho de tocar a Matvey siempre es un maldito honor. Soy la única a la que deja hacerlo, y para mí lo es todo que confíe en mí lo suficiente como para permitirme acercarme.
Mis dedos bajan y, cuando los deslizo bajo la banda de sus bóxers, gime y me agarra de la muñeca, apartándome suavemente. ―Los bóxers se quedan puestos, malishka. ―Su voz es aún más áspera que de costumbre―. No tienes la menor idea de las ganas que tengo de follarte ahora mismo, y no confío en mí mismo para estar desnudo contigo. ―Deja de intentar protegerme. Estoy preparada para esto. Me sonríe y acaricia mi mejilla con la yema cicatrizada de su pulgar. ―Sé que crees que lo estás. ―Antes que pueda discutir, me lleva el dedo a los labios para detener mis palabras―. Solo quiero esperar un poco más, cariño. ―Me guiña un ojo sexy antes de añadir―. Te prometo que estarás satisfecha cuando acabe contigo. Pienso en discutir un poco más, pero él se levanta y se quita la camiseta, bajando su pecho desnudo hasta el mío, y todas las palabras salen volando de mi cabeza. ―Dios, te sientes jodidamente increíble ―gruñe, subiendo una mano por mi cuerpo para poder acariciar uno de mis pechos y acercando su boca al otro. Mi mente se queda en blanco cuando siento el calor húmedo de su lengua recorriendo mi pezón. Nunca habíamos hecho esto. Nunca habíamos llegado tan lejos. Matvey siempre ha tenido mucho cuidado de mantenerlo todo fuera de nuestras ropas, por mucho que yo haya intentado presionar para conseguir más. He soñado con este momento tantas veces, pero nada podría compararse a esto. Mi mente nunca podría hacerle justicia. Chupa y lame una de mis tetas cuando mis piernas se aprietan a su alrededor y mis manos recorren su espalda. Amo a este hombre. Lo amo con todo lo que soy, y para mí siempre será perfecto, cada maldito centímetro de él. ―Matvey. ―gimo su nombre alzando una de mis manos para recorrer su cabello con los dedos. ―Te tengo, malishka ―murmura contra mi pecho―. Siempre te he tenido. Me besa en el pecho y cuello hasta que su boca se cierne sobre la mía.
―Dios, las cosas que me provocas, Alina ―gime, balanceando sus caderas contra mí y arrancando otro gemido de mi tembloroso cuerpo―. Eres todo en lo que puedo pensar. Eres lo único en lo que puedo pensar. ―Sus labios rozan los míos en la más suave de las caricias―. ¿Tienes idea de cuánto te amo? Sonrío y ahueco el rostro que tengo memorizado desde que tenía ocho años. ―Me pregunto si es siquiera la mitad de lo que yo te amo. No olvides que te he querido durante más tiempo. Tienes que ponerte al día. Sonríe y me da un suave mordisco en el labio superior. ―Puede que me hayas amado más tiempo, pero, créeme, te he alcanzado con creces. Sus palabras me dan un vuelco al corazón. Sigo sintiendo que estoy viviendo un sueño, y cuando nos gira, colocándome encima, la dura longitud de su polla presionándome me recuerda que esto es muy real. ―¿Qué estás haciendo? ―Ya me estás volviendo jodidamente loco, amor, así que será mejor que vaya a por todas. ―Me besa y luego me empuja suavemente para que me siente a horcajadas sobre él―. Déjame contemplarte. Me recorre el cuerpo con los dedos, cuyas yemas ásperas y cicatrizadas me provocan pequeños estremecimientos de placer. Nunca podría confundir sus manos con las de nadie más, y eso realmente me encanta. ―Te has colado en mi habitación, malishka. No te pongas tímida conmigo ahora. Oigo la sonrisa en su voz áspera, y cuando lleva sus manos a mis caderas y me mueve suavemente, me relajo con su toque. Me guía en un ritmo lento que rápidamente amenaza con hacerme perder el control. ―Jodido infierno ―gruñe cuando muevo las caderas más deprisa, restregándome aún más contra él. Desciendo las manos y las apoyo sobre las suyas, sonriendo cuando inmediatamente entrelaza sus dedos con los míos y los levanta para que nos cojamos de la mano. Lo agarro con fuerza, utilizándolo como palanca
para acercarme al límite. Le he empapado hasta los bóxers, y sentir su dura longitud debajo de mí es la tortura más dulce. ―Vente para mí, malishka. Déjame ver cómo te corres. Hay suficiente luz para que pueda ver su hermoso rostro, y mantengo los ojos clavados en los suyos, balanceando las caderas y usando su polla para correrme con fuerza. En cuanto el orgasmo me golpea, gimo su nombre y aprieto aún más sus manos. Las yemas de sus pulgares me acarician la piel mientras el placer me invade. He llegado al orgasmo innumerables veces pensando en Matvey, pero es la primera vez que lo comparto con él, y es jodidamente hermoso. Sigo moviendo las caderas, ávida y desesperada por obtener hasta la última gota de placer, y cuando me vuelvo demasiado sensible, reduzco la velocidad de mis movimientos, balanceando las caderas a un ritmo perezoso que le arranca otro gemido e inundándome con réplicas de pura felicidad. ―Maldita sea ―gruñe, acercándome para besarme. Su lengua recorre la mía, penetrando profundamente como si nunca pudiera saciarse. Cuando nos separamos, los dos estamos sin aliento y yo estoy más que dispuesta a seguir. ―Eres tan hermosa, cariño ―murmura contra mis labios mientras sus manos recorren mi cuerpo―, y te quiero jodidamente tanto. ―Yo también te quiero. ―Muevo de nuevo las caderas, haciéndole gemir y luego soltar una carcajada ahogada. ―¿Todavía tienes hambre, mi niña? ―Siempre ―le digo, mordiéndole el labio inferior. Me da la vuelta, colocando su poderoso cuerpo sobre el mío―. Bueno, veamos qué puedo hacer para solucionarlo. Para cuando se me cierran los ojos, apenas puedo moverme, y estoy más que satisfecha. Matvey envuelve mi cuerpo con el suyo, abrazándome con fuerza hasta que me duermo, sin poder recordar haber sido nunca tan feliz. Voy a pasar el resto de mi vida con este hombre, porque nací para amarlo, y él nació para ser mío.
Décimo aniversario de boda ―¡Yelena! ¡Evgeny! ¡Daros prisa! Tu tío Vitaly va a llegar en cualquier momento. Evgeny sale corriendo primero, con una gran sonrisa en la cara y una mochila colgada del hombro. Los ojos de su madre me miran cuando se ríe, y eso llena mi maldito corazón. No puedo creer que nuestro hijo menor tenga siete años. ―Estoy listo, papá ―me dice, tirando la mochila junto a la puerta y dejándose caer en el sofá para esperar. Yelena entra unos minutos después, tiene nueve años y se parece mucho a su madre. Todo menos sus ojos oscuros. Esos son todos míos. En lugar de tirar la bolsa, la deja junto a la de su hermano y me abraza. No me sorprende lo más mínimo. Le encanta abrazar, siempre le ha gustado, y es una de las cosas que más me gustan de nuestra hija. Nunca seré el tipo de persona que da abrazos al azar a la gente, pero soy cariñoso con mi familia, y al levantar a Yelena y abrazarla fuerte, ella se ríe y me rodea con los brazos aún más fuerte. Finn se acerca caminando para unirse a la diversión. Ya no tiene tanta energía como antes, y su cama de perro es ahora ortopédica para aliviar la rigidez de sus articulaciones, pero sigue sano y tan apegado a nuestra familia como siempre. Los niños se ríen cuando les lame y mueve el rabo. ―¿Estás emocionada por lo de esta noche? ―pregunto a Yelena. ―Sí, vamos a comer pizza y a pasarnos toda la noche jugando a videojuegos. ―¿Sí, eh? Yelena se ríe. ―Sí y comeremos demasiado azúcar. ―Bueno, si vas a ponerte irritable, asegúrate de desahogarte en casa de tu tío. Se vuelve a reír, y cuando oímos que llaman a la puerta, la llevo hasta ella, comprobando que es Vitaly antes de abrirla. Tenemos una seguridad increíble, pero no me arriesgo cuando se trata de mi familia.
―Soy yo ―grita Vitaly y luego me sonríe porque sabe que lo estoy mirando por la mirilla. Abro la puerta dejándole entrar. Evgeny corre inmediatamente hacia él y lo abraza. ―¿Estáis preparados para tanta pizza y azúcar? ―les pregunta. Luego se ríe cuando ambos asienten y gritan que sí―. Estupendo. Voy a manteneros hasta arriba de azúcar y, cuando empecéis a desfallecer, os dejaré en casa con el culo malhumorado. ―Me mira y se ríe, porque ya me lo ha hecho antes, más de una vez. ―No demasiada azúcar ―digo, sabiendo que es inútil. Mientras corren a despedirse de su madre, Vitaly acaricia a Finn y luego apoya el hombro en la puerta dedicándome la misma sonrisa engreída de toda la vida. ―¿Así que tú y Alina vais a pasar la noche en la casa de campo? La casa que Danil nos consiguió a todos en el campo nos ha salvado la vida en más de un sentido. A todos nos encanta llevar allí a los niños para que puedan jugar y tener más espacio para corretear y ser niños, y a los adultos nos encanta tener un lugar privado al que ir. Nos turnamos para hacer de canguro cuando uno de nosotros siente la necesidad de pasar un rato a solas. ―Sí, volveremos mañana a por los niños ―le digo. Sigue sonriéndome. ―Felicidades por los diez años, hermano. Supongo que piensas hacer de esta una noche memorable. ―Se ríe por lo bajo ante la mirada que le dirijo―. La última vez que Katya y yo estuvimos allí la perseguí desnuda por el bosque. La puta noche más divertida que he tenido nunca. No puedo evitar reírme. ―Intentaré no pensar en tu culo desnudo corriendo a la luz de la luna cuando lleguemos. ―Oye, mi culo aún tiene buen aspecto. Antes de poder contarme nada más sobre sus majestuosos glúteos, los chicos vuelven corriendo, salvándome de aquella conversación en particular que muy probablemente habría acabado con él bajándose los
malditos pantalones para demostrar su punto de vista. No sería la primera vez. Me pongo en cuclillas y rodeo a mis niños con mis brazos, los estrecho contra mí y beso sus caras mientras ellos me devuelven el abrazo y se ríen. Están acostumbrados a que sea cariñoso con ellos. No tienen la menor idea de lo extraño que es eso, y jodidamente me encanta eso para ellos. Sigo abrazándolos unos segundos más, sin sorprenderme en absoluto al ver que Yelena se ha puesto su sudadera roja favorita por encima de la camiseta. Todavía le encanta vestirse como yo, y me hace sonreír cada vez que lo pienso. ―Sed buenos con vuestro tío Vitaly ―les digo, aunque sé que lo serán―. Os quiero a los dos ―les vuelvo a decir, dándoles otro beso a cada uno. Cuando me vuelvo a levantar, Vitaly me está mirando con una sonrisa en la cara, y no es siquiera la de suficiencia que suele llevar. ―Bueno, ahora me siento excluido ―me dice, y se ríe cuando los niños corren a abrazarle―. Mucho mejor. Por un momento me olvidé que era vuestro tío favorito. Los niños se ríen porque lo han oído un millón de veces. Vitaly les coge las bolsas y les dice: ―Los otros tíos vendrán más tarde, porque parece que todo el mundo ha decidido que yo y vuestra tía Katya hagamos de canguros esta noche. Se me escapa una carcajada al pensar en ellos dos cuidando de los once niños. ―Sí, ríete ―me dice―. Os he propuesto a ti y a Alina como voluntarios para el próximo fin de semana. Vuelve la sonrisa de suficiencia antes de darme una palmada en el hombro y sacar a mis hijos del ático. Les saludo con la mano y prometo llamarles más tarde, y una vez que desaparecen en el ascensor, le doy otra caricia a Finn antes que regrese a su cama y después voy en busca de mi mujer. ―Alina, cariño, ¿estás casi lista? ―grito al atravesar el salón y recorrer el pasillo. Cuando no contesta, no puedo contener el miedo irracional que quiere apoderarse de mí. Por mucho que pase el tiempo, nunca olvidaré
el dolor de no tenerla cerca y, aunque sé que está a salvo, también sé que ese hilillo de temor no me abandonará hasta que vuelva a tenerla entre mis brazos. Vuelvo a llamarla por su nombre y entro en nuestro dormitorio, y lo que veo casi me hace caer de culo. Está de pie en medio de la habitación, con un diminuto vestido negro, exactamente igual al que llevaba cuando cumplió dieciocho años. Todo mi cuerpo se paraliza al verla, y toda la sangre que poseo se precipita directamente a mi polla. Me quedo callado demasiado tiempo y ella empieza a ponerse nerviosa. Lleva los pies descalzos, con las uñas pintadas de rojo, y cuando empieza a moverse, suelto un gemido al ver lo bonito que es ese movimiento combinado con lo sexy que resulta el resto de su cuerpo. Juguetea con la parte inferior del vestido corto. ―Sé que no tengo el mismo aspecto que la última vez que me viste con algo así, pero, no sé... Su voz se entrecorta porque se está poniendo nerviosa, y mi cerebro tarda un segundo en volver a funcionar, pero en cuanto lo hace, le digo: ―Malishka, estás condenadamente bella. Ella sonríe al oír mis palabras, cerrando la distancia que nos separa y acariciando su rostro, le sonrío. ―Estás aún más hermosa que cuando cumpliste dieciocho años. ―Ya, cierto ―me dice riéndose. ―Hablo en serio. ―La recorro con la mirada, esta mujer que es todo mi mundo, y me siento abrumado por lo mucho que la quiero. Acaricio su rostro y sonrío cuando se inclina hacia mí y se aferra a mi cintura. ―Eres impresionante, Alina. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Deslizo un dedo por su cuello y recorro su clavícula. ―Recuerdo tu cumpleaños como si fuera ayer. ―Suelto una risa―. Mi primer beso. Ella sonríe al recordarlo. ―El mío también. ―Nunca quise dejar de besarte aquella noche.
Se queda sin aliento cuando me inclino hacia ella y deslizo mis labios sobre los suyos. Sonrío dulcemente. ―Tengo regalos para ti, pero si te los doy ahora, estaremos aquí horas mientras los abres. ―No soy para tanto ―me argumenta, pero no puede decirlo con la cara seria. Los dos sabemos que es incapaz de abrir los regalos rápidamente. Eso hace que la mañana de Navidad dure horas, pero no me gustaría que fuera de otra manera. Me encanta ver la expresión de su cara cuando abre un regalo. Es el mismo asombro, la misma emoción y la misma dulzura que llevaba escritas cuando era más pequeña. ―Los regalos después ―le digo, agachándome para meterle las manos por debajo del vestido y acariciarle el perfecto y redondo culito―. Ahora mismo necesito estar dentro de ti. ―¿No se supone que tenemos que conducir hasta la casa? Acerco mis labios a los suyos y susurro: ―Más tarde ―antes de besarla como me moría por hacerlo desde que entré en la habitación y la vi. Me abre la boca, acercándose a mí y deslizando las manos bajo mi camiseta. Mis dedos se clavan suavemente en su culo antes de levantarla, deseando que su cuerpo quede pegado al mío. Me rodea con los brazos y piernas, profundizando el beso y haciéndome imposible pensar en otra cosa que no sea lo mucho que la quiero y la necesito. Esta mujer lo es todo para mí, todo mi maldito mundo, y nunca podría ir por la vida sin ella a mi lado. ―Matvey ―gime contra mis labios, arrancándome un gruñido al oír mi nombre con su voz entrecortada y sexy. ―Te tengo, malishka. ―La llevo hasta nuestra cama y, manteniendo nuestros cuerpos presionados, la bajo hasta que me cierno sobre ella―. Siempre te tendré, amor. Sonríe, recorriendo mi cuerpo con las manos, manipulando el botón de mi pantalón y emitiendo un gruñido de fastidio cuando no consigue desnudarme lo bastante rápido. Me rio besándole la punta de la nariz. ―Siempre fuiste impaciente.
―Ya te he esperado bastante, Matvey. Me he ganado el derecho a ser tan impaciente como quiera. Acaricio su cara, pasándole la yema del pulgar por la mejilla. Sé que habla de estar enamorada de mí desde que era pequeña, pero me resulta imposible no pensar en los dos años que nos vimos obligados a estar separados. Levanta la mano y me aparta el cabello que me ha caído en la frente, dejando que sus dedos se posen en mi piel y trazando la línea de mi mandíbula. ―No más pensamientos tristes, Matvey. Ya hemos tenido bastantes. ―Me sonríe, y sus ojos verdeazulados están llenos de tantas cosas, pero no hay ni rastro de tristeza ni de ira. Solo hay amor, el amor que todo lo puede, el que siempre me ha dado con tanta generosidad. Le sonrío. ―No más pensamientos tristes ―acepto. ―Bien, ahora desnúdate, Matvey. Hace demasiado tiempo que no te siento dentro de mí. Me rio y me siento para poder desnudarme―. ¿Demasiado tiempo desde esta mañana? ―Dios, sí ―me dice, haciéndome reír de nuevo, porque no se equivoca. Ha pasado demasiado maldito tiempo. Cuando empieza a quitarse el vestido, aparto la ropa de una patada y le digo, ―No te atrevas. Se queda paralizada, mirándome mientras digo, ―Quítate las bragas, malishka, pero el vestido sigue puesto. Permanezco desnudo junto a la cama, observando cómo mi mujer se quita lentamente las bragas negras de encaje, dándome pequeños vistazos por encima del vestido mientras lo hace. No mentía al decir que ahora tiene mejor aspecto que a los dieciocho años. Ha cumplido treinta este año y, sí, su cuerpo ha cambiado, pero cada vez se ve mejor. Mis ojos la recorren, convencido de ser la mujer más hermosa que he visto nunca. Nunca podrá convencerme de lo contrario.
Me subo a la cama, me cierno sobre ella y le bajo lentamente un tirante del vestido, dejándome al descubierto sus pechos de uno en uno. Sus duros pezones presionan el encaje y, cuando le bajo el sujetador y la rodeo con la boca, vuelve a gemir, pasando los dedos por mi cabello. Utilizo mi cuerpo para adorar a mi mujer, primero con la boca y luego con la polla. Beso, lamo y chupo cada centímetro de su cuerpo, y solo cuando se estremece y me suplica con tanta dulzura, finalmente me deslizo dentro de ella, y es el paraíso, como siempre. Es la única mujer a la que he tocado y eso realmente me encanta. No estoy seguro de si llegaremos a casa esta noche, pero no podría importarme menos. Llevo diez años de matrimonio con mi mujer, y no son ni de lejos suficientes, pero podemos celebrarlo en nuestra propia cama tan fácilmente como en cualquier otro sitio. Lo único que necesito es a ella. Si la tengo a ella, entonces lo tengo todo. ―Feliz Aniversario, malishka ―susurro contra sus labios cuando su coño se aprieta a mi alrededor y siento que se libera―. Te quiero tanto, condenadamente tanto. Cuando puede hablar, me dedica una gran sonrisa y ahueca mi rostro. ―Feliz aniversario, Matvey. Te quiero aún más. Me rio y nos doy la vuelta para verla cabalgar sobre mí. ―No es jodidamente posible, amor. Pasamos el resto de la noche enredados, y es perfecto. Alina siempre estuvo destinada a ser mía, igual que yo siempre estuve destinado a ser suyo, y no me gustaría que fuera de otra manera. Estoy más que preparado para otros diez años.
EPÍLOGO EXTENDIDO
Matvey
Cinco años después
Evgeny corre hacia mí con una gran sonrisa en su linda cara, y cuando abro los brazos, mi hijo de tres años se abalanza sobre ellos con una carcajada. Me rodea con los brazos y piernas, y se ríe cuando le hago girar. ―¡Papi! ¡Papi! Miro y sonrío a Yelena. No puedo creer que mi pequeña tenga ya cinco años. Crece demasiado deprisa. Me inclino y los cojo a ambos en brazos mientras ella se aferra a mi cuello dándome besos en la mejilla. Lleva puesta su sudadera roja favorita porque le encanta vestirse como su papi. ―¿Os habéis portado bien con mami?
Sus ojos oscuros brillan cuando sonríe y asiente con la cabeza. ―Evgeny y yo ayudamos a hacer galletas. ―¿Habéis hecho galletas? Los dos se ríen de mi entusiasmo. Evgeny sigue hablando en ruso, contándome su día, y cuando se detiene para respirar, Yelena se centra en mí. ―Todos vendrán más tarde, así que mami ha estado cocinando un montón. Val y Sveta estarán aquí. Sonrío ante su voz emocionada. Los gemelos de Vitaly, Svetlana y Valentin, son solo un año, mayor que Yelena, y ella siempre se ha llevado bien con ellos. En realidad, todos los primos se llevan bien, lo que ha sido estupendo para los adultos. En total, ahora hay once niños, lo que significa que siempre estamos ocupados con algo. Cuando el ático se llenó demasiado, nos diversificamos ligeramente. Roman y Emily se quedaron en el ático original, mientras que el resto encontramos otros cercanos. Ahora vivimos todos a pocos minutos unos de otros, y así es como nos gusta. Danil compró una casa enorme en un terreno de cincuenta acres que está a poco más de una hora de distancia y que todos compartimos. Intentamos reunirnos todos allí un par de veces al mes. A los niños les encanta, y les viene bien correr y jugar al aire libre. A Finn también le encanta, y con él, más toda la seguridad que hemos instalado, es un lugar seguro al que todos podemos ir para relajarnos y dejar los asuntos de la Bratva en la ciudad. Me adentro en nuestro apartamento, ansioso por ver a mi mujer. Mire donde mire hay fotos de nuestra sonriente familia mirándome. Al principio solo estamos Alina y yo, luego nosotros con una sonriente Yelena, y finalmente los cuatro. También hay fotos enmarcadas de mis hermanos y sus familias. Independientemente de lo que ocurra con nuestra Bratva, entrar en mi casa siempre me arranca una sonrisa. Todo lo demás se desvanece cuando estoy rodeado de mi familia. Al entrar en el salón, sonrío ante la pared de estanterías llena de los libros favoritos de Alina. Aún conserva el libro que le regalé cuando tenía diez años y el juego que le compré por su decimoctavo cumpleaños. Están en una estantería especial junto a una de nuestras fotos familiares. Yelena me pasa la mano por el cuello lleno de cicatrices. Sus dedos pequeños y curiosos nunca se apartan de las marcas de mi cuerpo. Ella y
Evgeny conocen las cicatrices de sus padres. Ninguno de los dos se ha preocupado nunca lo más mínimo por ellas. No lo ven como una imperfección o algo feo que haya que ocultar; solo ven a sus padres, las personas que los quieren más que a la vida misma. Beso las mejillas de ambos y les digo que les quiero, antes de dejarlos en el suelo y dejar que salgan corriendo a jugar. Evgeny corre inmediatamente hacia la pila de bloques con la que está construyendo un edificio, y Yelena coge el Kindle que le regalamos por Navidad, porque es como su madre y le encanta leer. Viendo que están seguros y ocupados, entro en la cocina, apoyándome en la puerta para poder observar a mi mujer. Finn está sentado a sus pies, ya que no lo necesita tanto como antes, aunque nunca está lejos de ella. Mis ojos recorren el bonito vestido rojo que lleva, y cuando veo que se ha pintado los dedos de los pies de un color rojo a juego, reprimo un gemido y siento que mi polla empieza a endurecerse. Está de espaldas a mí, pero no me sorprende lo más mínimo que se haya dado cuenta que la estoy mirando. Se ríe dulcemente y mira por encima del hombro. ―¿Vas a quedarte ahí mirándome toda la noche? ―Sus ojos verdeazulados se iluminan con diversión cuando me recorre con la mirada igual que yo hice con ella hace un segundo. Sé que puede ver la evidencia de lo que me provoca. ―Decididamente, no voy a quedarme mirándote toda la noche. ―Me aparto de la puerta y camino lentamente hacia ella. Cuando solo nos separan unos centímetros, me inclino más y rozo su cuello con la nariz, aspirando su aroma. Todo el ático huele a galletas, pero nada huele tan dulce como mi mujer. Pellizco su suave piel. ―Te he echado de menos, malishka. Alza el brazo, apoyándolo en mi nuca y desliza las manos por mi cabello. ―Yo también te he echado de menos. No importa cuántas veces me haya follado a mi mujer, nunca será suficiente. Nunca dejo de desearla o quererla o necesitarla, y nunca lo haré. Paso las manos por su cuerpo, acaricio su trasero y la levanto mientras ella suelta una suave carcajada contra mi cuello.
―Ve a vigilar a los niños, Finn ―dice, y él se va inmediatamente trotando a tumbarse en su cama del salón para poder ver a ambos niños a la vez. Otra de las muchas ventajas de tener un perro altamente adiestrado―. Pronto llegarán todos ―me recuerda mientras le beso el cuello y llevándola a la gran despensa, cerrando la puerta tras de mí. No es la primera vez que la utilizamos para un polvo rápido, y es sin duda una de mis habitaciones favoritas. Cada vez que entro aquí a por algo de comer, me rodean tantos y tan maravillosos recuerdos. Los niños probablemente piensen que estoy loco por sonreír tanto cada vez que les traigo los cereales de la mañana. ―Será mejor que nos demos prisa ―le digo antes de succionar su piel en el pliegue del cuello. ―No tan rápido ―susurra, haciéndome sonreír―. Bájame, Matvey. Le doy un último apretón en el culo y la bajo hasta tenerla frente a mí. Se acerca a mis vaqueros y empieza a desabrochármelos, arrancándome un gruñido cuando mete la mano y agarra mi polla, liberándola antes de bajar la cabeza y pasar la lengua por mi corona. ―Mierda, amor ―gruño, empuñando su cabello con mis manos mientras me besa y me lame la polla antes de envolverme con sus labios y succionarme. Tengo que morderme el labio para no gemir demasiado fuerte mientras ella se hunde en mí, absorbiéndome hasta el fondo y dejándome sin aliento. Mis dedos se aprietan contra su cabello, pero me aseguro de mantenerlo lo bastante suave para que ella siga teniendo el control. Así es como a ella le gusta, y yo estoy más que dispuesto a darle todo lo que quiera. El calor húmedo de su boca amenaza con deshacerme, pero por mucho que me guste correrme en su garganta, eso no es lo que quiero ahora. Quiero que me entierre en su coño. Pasando los dedos por su mejilla, acaricio la suave piel, sintiendo cómo trabaja su boca mientras me succiona con fuerza y cuando le doy un golpecito en la parte inferior de la barbilla, se desliza lentamente fuera de mí. Sabe lo que quiero, y la forma en que se levanta rápidamente, quitándose las bragas me hace sonreír. Me quiere dentro de ella tanto como yo. Deslizo las manos por sus muslos antes de tocar su perfecto y desnudo culito.
―Me vuelves loco, malishka. ―La levanto y aprieto la cabeza de mi polla contra su raja muy húmeda, manteniendo mis ojos clavados en los suyos al deslizarme muy lentamente dentro de ella. ―Matvey ―susurra, apretándome tan condenadamente fuerte al hundirme en ella. ―Te tengo. ―Paso la lengua por el borde de sus labios, separándolos suavemente al tiempo que toco fondo en su interior―. Siempre te he tenido. Me agarra por los hombros y profundiza el beso a la vez que la separo lentamente de mí antes de volver a penetrarla profundamente. El gemido que suelta me hace sonreír contra su boca hambrienta. ―Mejor que no hagas ruido, malishka ―me burlo, volviendo a penetrarla y luego me rio de la mirada que me lanza. ―Es difícil estar callada cuando te penetra una polla gigante. Le muerdo el labio inferior. ―¿Quieres que pare? Se ríe y susurra: ―Nunca ―antes de besarme fuertemente para que la ayude a amortiguar los gemidos y gimoteos que ambos sabemos que no podrá contener. Sé que tenemos que darnos prisa, pero, Dios, no quiero separarme nunca de su hermoso cuerpo. Cada vez que me deslizo dentro de ella, me pierdo por completo. Sus piernas me rodean, sus manos empuñan mi cabello, su boca reclama la mía hambrienta y su coño me aprisiona tan jodidamente fuerte. Esto es perfecto. Ella es perfecta y no deseo estar en ningún otro sitio. Cuando noto que su cuerpo empieza a tensarse, acelero aún más mis caderas, golpeándola justo donde lo necesita, y en cuanto siento el espasmo de sus paredes internas alrededor de mi polla y la humedad de su liberación, gruño su nombre y me dejo ir, siguiéndola hasta el límite. Gime contra mis labios, sintiendo cada pulsación de mi polla mientras la lleno con todo mi ser. Su respiración se acelera contra mi boca cuando me alejo lo suficiente para recuperar el aliento antes de soltar una suave risa.
Esboza una sonrisa acercándome la cara y pasando el pulgar por mi mejilla barbuda. ―Te quiero, Matvey. Siempre te he querido y siempre te querré. Apoyo la frente contra la suya, saboreando este momento, sabiendo que no puede durar mucho más. Estoy a punto de deslizarme fuera de ella cuando oigo la fuerte voz de Vitaly. ―¡Hola, Evgeny y Yelena! ¿Cómo están mis sobrinos favoritos? No puedo evitar reírme, porque se lo dice a todos sus sobrinos, y sacudo la cabeza. ―Nunca debimos darle una llave. Alina se ríe y suelta otro gemido sexy cuando la deslizo lentamente fuera de mí. Mira mi polla húmeda antes de volver a bajar la cabeza. ―Santo cielo ―gimo cuando ella pasa su lengua por mi miembro aún semiduro. Miro cómo mi mujer limpia mi polla y, para cuando termina, estoy empalmado de nuevo y más que dispuesto a pasar la noche en la maldita despensa. Cuando está satisfecha, se levanta y me dedica una sonrisa engreída. Ahueco su rostro y la beso intensamente, chupando nuestros jugos de su lengua hasta que los dos volvemos a respirar con dificultad. ―Esto no ha terminado, malishka ―susurro, apretando mi durísima polla contra su vientre―. Espero que esta noche no pensaras dormir mucho. Ella sonríe y niega con la cabeza. ―Puedo echarme una siesta mañana. Me rio y vuelvo a besarla antes de agacharse para ponerse las bragas. Me estoy subiendo la cremallera cuando oigo a Vitaly entrar en la cocina. Gimo y beso a Alina, ayudándola a arreglarse el vestido, y para cuando abrimos la puerta de la despensa y salimos, Vitaly está apoyado en la isla, sirviéndose unos aperitivos y dedicándonos una sonrisa socarrona. ―¿Necesitas ir a buscar comida? ―Hace ademán de recorrernos con la mirada, dándose cuenta que no llevamos nada en las manos―. Supongo que no has encontrado lo que buscabas. Ignoro sus burlas y la risa que suelta.
―Veo que has utilizado la llave que te dimos estrictamente para emergencias. Se ríe aún más y coge otro puñado de patatas fritas. ―Nosotros llamamos primero. ―Lo siento mucho ―dice Katya, entrando con una cazuela llena de algo con un aroma increíble―. Le dije que esperara, pero ya sabes cómo es. ―Ya sé exactamente cómo es ―le digo, inclinándome para besar a Alina antes de darle un suave cachete en el culo y guiñándole un ojo cuando me lanza la mirada que dice que debo comportarme. ―¡Tío Matvey! ¡Tía Alina! Los dos nos giramos y vemos a Val entrando corriendo seguida de cerca por Sveta. Los gemelos nos rodean con los brazos, dándonos un abrazo colectivo, y me sentiré terriblemente triste cuando llegue el día en que ya no lo hagan. Ahora tienen seis años, así que espero que aún nos queden varios años más de exuberantes abrazos. ―Hola, ¿cómo estáis? Los dos me miran. Sus caras son muy parecidas, pero Val tiene los ojos azules de su madre, y los de Sveta son del mismo color marrón whisky que los de su padre. También comparte su sonrisa de comemierda, y tengo la sensación que será difícil de manejar cuando llegue a la adolescencia. Me rio cada vez que lo pienso. Vitaly va a probar de su propia medicina. ―Estamos bien, tío Matvey ―dice Sveta, y luego mira a Alina―. ¿Puedo darle una golosina a Finn? Alina sonríe a su sobrina. ―Claro que puedes, dulzura. Ya sabes dónde están. Sveta coge a su hermano de la mano y corre a por una golosina antes de salir corriendo de nuevo de la cocina. ―Los demás no tardarán en llegar ―le digo a Alina―, así que me adelantaré y empezaré a preparar las hamburguesas. Me sonríe antes de empezar, junto con Katya, a comprobar que todo está listo. Cojo la enorme bandeja de hamburguesas y me dirijo a la terraza.
―Mueve el culo y ven a ayudar ―llamo a mi hermano. Sigue apoyado en la encimera, hurgando en el queso y las galletas. Le observo llenarse las dos manos antes de seguirme fuera. El tiempo es cálido con una suave brisa, la noche perfecta para asar algo de comida, y mientras la preparo observo a mi familia a través de los grandes ventanales. ―La vida no puede ser mejor que esto ―me dice Vitaly desde mi costado, viendo a nuestros hijos jugar juntos mientras nuestras esposas se ríen de algo que ha dicho uno de ellos. ―No lo es ―coincido. Observamos a nuestras esposas y a nuestros hijos, sabiendo que el resto de nuestra familia llegará pronto. Cuando salimos de Moscú, nunca soñé que acabaríamos aquí. Siempre esperé un final feliz, pero nunca hubiera imaginado uno tan bueno como este. No importa lo que nos depare el futuro, estoy preparado para ello. Mis pensamientos ya no están llenos de preocupaciones y miedos ni de recuerdos dolorosos de una hermana que perdí demasiado pronto. Alina, Yelena y Evgeny alejan todo lo malo, dejando únicamente lo bueno. Cuando Alina levanta la vista, se encuentra con mis ojos y sonríe, y lo único en lo que puedo pensar es en la maldita suerte que tengo de poder despertarme a su lado y pasarme los días queriéndola y cuidándola. Es más de lo que un hombre como yo se merece, si bien eso hace que lo aprecie aún más. Mi familia lo es todo y sin ella no soy nada. Saber eso me hace ser mejor marido y mejor padre. Después de todo lo que hemos pasado Alina y yo, nunca daré por sentado ni un segundo de nuestra vida juntos. Cuando Vitaly me tiende una copa y levanta la suya en un brindis por nuestro futuro, alzo mi copa con una sonrisa y bebo un trago con mi hermano. El futuro va a ser jodidamente increíble.
Vitaly Matvey y yo brindamos por nuestro futuro mirando a nuestras mujeres e hijos y haciendo hamburguesas en la parrilla. ―Me siento muy americano ahora mismo ―le digo riéndome, con la bebida en una mano y la espátula en la otra. Matvey se ríe meneando la cabeza. ―No te engañes. Eres ruso hasta la médula. Tiene razón, así que no me molesto en discutir. En su lugar, observo a nuestros hijos a través del ventanal. Yelena está sentada junto a Val, ambas con un mando de videojuegos en la mano y la mirada fija en el televisor. De vez en cuando, Yelena le echa una mirada furtiva y se echan a reír, sin importarles quién va ganando. Sveta está sentado en el suelo con Evgeny, ayudándole con su fortaleza de bloques. ―Me recuerdan tanto a nosotros cuando éramos pequeños ―le digo a Matvey―. Salvo que, ya sabes, son felices y están bien alimentados y tienen ropa más bonita y no reciben palizas de unos padres maltratadores. ―Por lo demás, son como nosotros ―me dice Matvey con una sonrisa. ―Espero que se porten mejor. ―Tomo otro trago y miro a mi hermano―. Tengo la sensación que Sveta va a resultar difícil de manejar. La profunda carcajada que suelta Matvey me hace olvidar momentáneamente mis preocupaciones por la adolescencia rebelde de Sveta. Durante mucho tiempo temí no volver a ver a mi hermano así. El fuego le cambió, pero fue la desaparición de Alina lo que casi lo destruyó. Cuando el trabajo lo requiere, aún es capaz de lanzar una mirada feroz, pero en casa solo sonríe y rie con facilidad.
―Si se parece lo más mínimo a su padre, te espera un infierno ―me dice riéndose de nuevo. Gimo al pensarlo. ―Espero que Val pueda hacerla entrar en razón y ayudarla a mantenerse a raya. ―Sí, buena suerte con eso. ―Ese es exactamente el tipo de apoyo fraternal que buscaba cuando te confié mis temores más profundos. Matvey me da un empujoncito en el hombro con el suyo. ―Sabes que haremos todo lo posible para mantenerla a salvo. Pero se rebelará. Todas lo harán. ―Vuelve sus ojos oscuros hacia los míos y sonríe―. Por suerte para nosotros, somos dueños de una gran parte de esta ciudad y tenemos a cientos de hombres en nómina. No van a poder salirse con la suya. Me rio ya que tiene razón, y eso me hace sentir mejor. ―Además, ahora que colaboramos estrechamente con Dominic, no hay ningún sitio al que puedan ir sin que lo sepamos. Matvey se ríe. ―Síp, nuestros hijos están jodidos si quieren meterse en líos. ―Me voy a partir de risa cuando se den cuenta. Sintiéndome mejor por la incapacidad de mi hija para volverse loca en breve, giro la cabeza y veo a Katya mirándome fijamente. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y reconociendo perfectamente la mirada hambrienta de sus ojos. Le guiño un ojo y termino mi bebida. ―Tengo que ocuparme de algo ―le digo a Matvey, dándole una palmada en el hombro y dejándole que cocine el resto de las hamburguesas. Se ríe por lo bajo y me apunta con la espátula. ―No te acerques a la despensa. Ese es nuestro terreno. Suelto una carcajada y entro. Antes de ir a ver a Katya, paso al salón para ver cómo están los niños. En cuclillas junto a Sveta, beso su cabeza y le pregunto cómo está. ―Estoy bien, papi. Mira qué alto lo estamos haciendo.
Sonrío ante su entusiasmo y veo cómo Evgeny añade otro bloque a la torre. Sus ojos del color del whisky, exactamente del mismo tono que los míos, se clavan en mi cara antes de soltar otra carcajada. No puedo creer que alguna vez pensara que no quería una familia. Fui un jodido imbécil, ya que no hay nada mejor que esto. Le doy otro beso y alboroto el cabello de Evgeny, les digo que les quiero y me dirijo al sofá. Val y Yelena se están riendo y jugando a un juego de carreras. ―Vaya, Yelena, está claro que te pareces a tu madre. Siempre nos pateaba el culo en juegos como este. Era tan vergonzoso. Se ríe y cruza la línea de meta antes de mirarme. ―Eso es lo que dice papi. Los dos vemos cómo Val queda segundo, pero no parece ni un poco irritado por haber perdido contra su prima. Me inclino sobre el respaldo del sofá y envuelvo a mi hijo en un abrazo por detrás, besándole la mejilla y haciéndole cosquillas en el estómago hasta que solo oigo el dulce sonido de su risa. Sonriendo, beso su mejilla por última vez y le digo que le quiero. ―Yo también te quiero ―me dice, con las mejillas rojas de tanto reírse, y mi corazón se siente jodidamente henchido. Volviendo a ponerme en pie, los observo unos segundos más antes de girarme para buscar a mi mujer. Sigue teniendo la capacidad de acelerarme el corazón con una sola mirada. Cuando Alina lleva un plato de aperitivos a los niños, cojo a Katya de la mano y tiro de ella hacia el baño de invitados que hay al final del pasillo, el que casi nunca usa nadie. Los ojos azules de Katya se cruzan con los míos y me dedica una malévola sonrisa. ―¿Qué estás tramando? Me rioy cierro la puerta tras nosotros antes de meter las manos bajo el bonito vestido rosa que lleva. ―Creo que ya me conoces lo suficiente, ptichka, para saber exactamente lo que estoy tramando.
Se ríe cuando la levanto, dejándola sobre la encimera, arrodillándome entre sus hermosos muslos. Cuando le subo el vestido y veo las braguitas blancas de algodón que lleva, suelto un gruñido. ―Jesús, esposa, ya sabes lo que me ponen estas braguitas de algodón. Ella sonríe y me pasa las manos por el cabello al inclinarme más hacia ella y aspirar su dulce aroma. De vez en cuando, me sorprende poniéndose las bragas que sabe que me vuelven loco. Sé a ciencia cierta que antes llevaba unas rosas de encaje porque vi cómo se las ponía, así que debe de habérselas cambiado justo antes de irnos. Dios, jodidamente la adoro. El parto de los gemelos fue difícil y ninguno de los dos queremos arriesgarnos a que vuelva a pasar por lo mismo. Su cesárea de urgencia fue el momento más aterrador de mi vida, y cada vez que pienso en ello, me entran sudores fríos. Tuvimos suerte, mucha suerte. Ella lo superó bien, y tenemos dos bebés sanos, un niño y una niña, así que estamos más que felices de no tentar más a la suerte. A ella no le entusiasmaba la idea de tomar anticonceptivos hasta la menopausia, y yo no podía soportar la idea de un futuro en el que solo pudiera follarme a mi mujer con preservativo, así que me armé de valor y me hice una vasectomía hace unos años. La mejor decisión de mi vida. Paso la yema del pulgar por su rajita cubierta por las bragas y sonrío al notar lo mojada que está. ―Creo que mi mujer necesita correrse otra vez ―susurro, rodeando ligeramente su clítoris y soltando una suave carcajada cuando suelta un suspiro y mueve las caderas, tratando por todos los medios de aumentar la fricción. Sí, definitivamente necesita correrse. Inclinándome más, le lamo una línea de las bragas antes de darle un beso firme en el clítoris. ―Mierda ―gime, apretándome aún más el cabello. Cuando aparto sus bragas y deslizo mi lengua dentro de ella, suelta un gemido de lo más sexy y alza una de sus piernas, apoyándola en mi hombro, mientras yo agarro la parte posterior de su otro muslo y la abro. Su sabor me llena la boca y no consigo saciarme. Devoro el coño de mi mujer, lamiendo y chupando cada centímetro antes de centrarme en su clítoris.
―Ojos en mí, ptichka ―gruño, esperando a que me dé lo que quiero. Cuando sus ojos azules se cruzan con los míos, envuelvo su piel sensible con la boca y chupo lo bastante como para arrancar otro gemido de sus labios entreabiertos. Veo a mi mujer soltarse, noto cómo su cuerpo se tensa mientras sus ojos se entornan y se ve obligada a morderse el labio para no gritar mi nombre. Es tan condenadamente hermosa cuando se viene para mí y lo único en lo que puedo pensar es en penetrarla. Dándole una última chupadita, me incorporo y libero rápidamente mi polla. Katya sigue borracha por su orgasmo, y cuando aprieto la cabeza de mi polla contra su empapada raja, se agarra a mis hombros, utilizándome como apoyo mientras inclina las caderas hacia arriba para darme mejor acceso. Sujeto su nuca y la beso, deslizándome lentamente dentro de ella. Su apretado y húmedo ardor me hace gruñir su nombre mientras empiezo a follarla más deprisa, necesitándola y deseándola tanto como la primera vez que me deslicé dentro de ella, hace tantos años. Casarme con Katya cambió mi vida por completo, y desde entonces no he vuelto a mirar a otra mujer. Ella lo es todo para mí, y no puedo imaginar mi vida sin ella y sin nuestros hijos. ―Vitaly ―gime, sintiendo el comienzo de otro orgasmo. ―Dame lo que quiero, esposa ―susurro contra sus labios―. Déjame sentir cómo ese apretado coñito tuyo empapa mi polla. Cuando me suelta, la beso, penetrando aún más fuerte y profundo que antes, hasta que está tan sensible que intenta zafarse. Me rio y reduzco la velocidad, dándole largos y lentos embates mientras ella recupera el aliento. ―No puedo ―susurra cuando deslizo una mano entre nosotros y paso un dedo por su hinchado clítoris. Lanzo una risita, trazando ligeros círculos sobre su piel sensible. ―Uno más, ptichka. ―Vitaly ―protesta, pero entonces presiono la yema del pulgar contra su clítoris y empiezo a frotarla con más fuerza―. Joder. Su susurro entrecortado me hace sonreír. Conozco a mi mujer y conozco su cuerpo mejor que ella misma. Nunca cree que pueda soportar otro orgasmo, y uno pensaría que después de más de seis años de
matrimonio aprendería que puede soportar cualquier cosa que yo quiera darle, y ahora mismo quiero verla correrse de nuevo. ―Así es, esposa. Dame uno más. Empujo dentro de ella, enterrándome todo lo que puedo mientras trabajo su clítoris con más fuerza, forzándola a otro orgasmo. Ella se tensa a mi alrededor, apretándome hasta que no tengo más alternativa que volver a follarla con fuerza y ceder a mi propia liberación. Agarrándole la nuca, aprieto su cabello y, con una última embestida, me entierro en su interior y me dejo ir. Sus paredes internas se estrechan en torno a mi polla palpitante, vaciándome hasta la última maldita gota. El placer nos consume por completo, dejándonos a ambos sin aliento y temblando. Sonrío y vuelvo a besarla. ―Me vuelves loco, ptichka. Nunca me saciaré de ti. ―Bien ―susurra contra mis labios―. Espero que nunca lo hagas. ―Nunca lo haré, Katya. Siempre te querré y te necesitaré. Te quiero, cariño, condenadamente tanto. ―Yo también te quiero. ―Me besa y luego se vuelve para ver su cara en el espejo. Cuando ve sus mejillas sonrojadas y el cabello desordenado, se ríe y sacude la cabeza―. Van a saber exactamente lo que hemos estado haciendo. ―Joder, sí, que lo sabrán ―digo riéndome―. Pero los niños no tendrán ni idea, eso es lo que importa. ―Tendremos que tener cuidado cuando crezcan. ―Puedo ser sigiloso ―le aseguro. Me levanta una ceja. ―¿Desde cuándo? Me rio de su tono. ―Ten un poco de fe, pequeña. Seré un profesional de los quiquis sigilosos, espera y verás. Cuando salgo de ella y arreglo sus braguitas, no puedo evitar una enorme sonrisa. Va a sentir mi semen deslizándose fuera de ella más tarde, y va a tener que llevar las bragas mojadas toda la noche, un recordatorio constante de lo que acabamos de hacer.
―No seas demasiado engreído ―me advierte―. No soy la única que está toda mojada. Miro mi polla y sonrío. Me encanta cuando me empapas la polla, ptichka. Nos ponemos presentables y, antes de volver a salir, le doy un último beso y seguidamente entrelazo mis dedos entre los suyos, dispuesto a unirme de nuevo a nuestra familia.
Lev ―Papi, ¿qué vestido me pongo? Miro a Natalya y sonrío. ―Princesa, vamos a llegar tarde. Todos los vestidos que me has enseñado tienen muy buen aspecto. Elige uno, cariño. Estudia los tres vestidos rosas que a mí me parece que podrían ser el mismo maldito vestido antes de elegir finalmente el que ya se ha probado dos veces. Cuando suelto un exagerado gruñido, me mira y se ríe antes de saltar a mis brazos y abrazarme. Le devuelvo el apretón y la levanto, haciéndola girar hasta que se ríe tanto que apenas puede respirar. ―No te hagas mayor nunca ―le digo―. Deja de crecer. Ella se ríe y sacude la cabeza. ―No puedo dejar de crecer. Eso es una tontería. ―Vale, puedes seguir creciendo, pero tienes que prometerme que siempre serás la princesa de papi.
―Lo prometo. ―Me echa los brazos al cuello y me besa la mejilla, y en cuanto la dejo en el suelo, coge el vestido rosa que quiere y sale corriendo a cambiarse... de nuevo. Sasha, nuestro hijo de cuatro años, ya está sentado en el sofá, esperando para irse, y cuando atravieso el salón, me detengo para besar su cabecita y despeinarle el cabello. ―Las chicas tardan una eternidad ―le digo, haciéndolo reír―. ¿Quieres un zumo mientras esperas? ―Sip ―me dice, saltando a mis brazos cuando se los abro. Se aferra a mí como un monito araña mientras lo acompaño a la cocina. Rebusco los de uva que tanto le gustan antes de coger un paquetito de galletas de animalitos para acompañarlos, porque está claro que su hermana mayor va a tardar unos minutos más. Le siento delante de su dibujo animado favorito, le doy otro beso y le digo que le quiero antes de salir en busca de nuestra hija menor. Hemos puesto el ático a prueba de bebés, pero nuestra hija de dos años, Mia, tiene instinto para los problemas. El otro día me encontré una cana y sé que ella es la culpable. Cuando entro en nuestra habitación, sonrío al ver a mi pequeña mocosa. Nuestra habitación tiene una zona de estar a un lado que hemos convertido en un espacio seguro para los niños pequeños. Una puerta para bebés se extiende entre las paredes y mantiene a nuestra pequeñaja a salvo mientras Jolene se prepara. Apenas me ve, se levanta de un salto y corre hacia la puerta. ―¡Papi! Sonrío, pasando por encima para cogerla en brazos. De nuestros tres hijos, es la que más se parece a su madre, con sus ojos color avellana y su cabello castaño, aunque esta niña es toda yo. Inmediatamente coge mi aro labial y le da un pequeño tirón. ―La pupita de papi. Me rio y beso su mano regordeta. ―No es una pupita, muñequita. Es un piercing. Le fascinan mis piercings en el labio y la ceja. Reconozco el brillo de sus ojos cuando los ve, y no me cabe duda alguna que un día volverá a casa con metal en la cara. Gimo al pensarlo, cubriendo la cara de besos porque quiero que tenga esta edad eternamente.
Su dulce risa llena la habitación y me hace jodidamente feliz oírla. Al sentarnos ambos sobre uno de los cómodos cojines, miro con qué ha estado jugando, y no me sorprende lo más mínimo ver que la rodean todos sus peluches favoritos. Veo una de las viejas muñecas de Natalya y se la doy a Mia, que mira el vestido rosa brillante que lleva y la agarra por el cabello rubio y la lanza por encima de la puerta del bebé. Me lanza una mirada que deja claro que ya debería saberlo. Echo la cabeza hacia atrás y suelto una carcajada, porque por muy niña que sea Natalya, Mia es todo lo contrario. Llora cuando Jolene intenta ponerle un vestido y se niega a jugar con cualquier cosa que sea remotamente ultra femenina. Es su propia personalidad, y la adoramos por ello. Cuando se aburre con sus perros, se tumba contra mí y apoya la cabeza en mi pecho. La abrazo y beso su cabecita. ―¿Sabes cuánto te quiere papi? ―le pregunto, como todos los días desde que nació. Sonríe, asiente con la cabeza y abre los brazos todo lo que puede. ―Así es, mi niña ―le digo, y le hago cosquillas con los brazos extendidos. Ella se retuerce, se ríe y trata de soltarse, pero no la suelto de ninguna manera. Cuando está agotada, beso sus mejillas y vuelvo a dejarla junto a sus juguetes favoritos. ―Papi tiene que ir a ver a mami, bomboncito. Ahora vuelvo y luego nos vamos a casa del tío Matvey y la tía Alina. No estoy convencido que comprenda todas las palabras que salen de mi boca, pero capta la idea. A los niños siempre les hablo en ruso y han aprendido de maravilla los dos idiomas, pero ella solo tiene dos años, así que se limita a sonreírme y asentir con su linda cabeza antes de volver a jugar. ―Te quiero ―le digo antes de darle un último beso en la cabeza. ―Quiero ―me dice, haciéndome sonreír con su bonita voz. Dios, me encanta ser padre. Con una sonrisa en la cara, voy en busca de mi mujer. Está en nuestro cuarto de baño, poniéndose rímel y con un aspecto de lo más sexy. El modo en que está ligeramente inclinada sobre la encimera pasando el cepillo por las pestañas hace que su trasero sobresalga de un modo que me hace la boca agua, sintiendo comenzar a empalmarme al
verla. Mis piercings presionan contra mis vaqueros, y cuando suelto un suave gruñido, ella sonríe y se encuentra con mis ojos en el espejo. ―Ya llegamos tarde ―me advierte. Me acerco a ella y apartándole el cabello beso su cuello. ―Exacto ―murmuro contra su piel―. Ya llegamos tarde, así que mejor llegar un poco más tarde y presentarnos con una sonrisa en la cara. Se ríe de mi lógica, pero también se aprieta contra mi dura polla y contonea el culo, arrancándome otro gemido. Mordisqueo su suave piel y alargo las manos para desabrocharle los vaqueros y bajarle la cremallera antes de deslizar la mano dentro de sus bragas y poder acariciar el coño de mi mujer. ―Joder ―susurra, echándose hacia atrás y apoyando la cabeza en mi pecho mientras deslizo un dedo dentro de ella. ―Estamos a punto, malinkaya ―murmuro contra su piel, colando la otra mano bajo su camiseta para poder acariciar una de sus tetas. Aprieto su pezón y paso la yema del dedo por su clítoris, provocándola hasta que me mira fijamente en el espejo. Me rioy le doy otro mordisco suave. ―Muéstrame lo que es mío, cariño. La suelto y chupo mi dedo mientras mantengo los ojos fijos en los suyos. Sabe lo que quiero, y cuando se quita los vaqueros y las bragas y se da la vuelta para que pueda verla, sonrío y me arrodillo ante ella. ―Amplía, malinkaya. Ella ensancha su postura, permitiéndome una mejor visión, y cuando deslizo mis manos por la cara interna de sus muslos, extendiéndolas a ambos lados de su coño y abriéndola bien, gimo al ver la marca de nacimiento que solo yo conozco. Incapaz de resistirme cuando se abre ante mí de esta manera, me inclino más y deslizo la lengua por su raja, hurgando en su interior lo suficiente para volverla loca antes de besar su marca de nacimiento. ―Date la vuelta ―gruño, desabrochándome el pantalón y mirándola. Se da la vuelta rápidamente, apoyando las manos en la encimera, y cuando empiezo a besar su perfecto culito, gime mi nombre, tan deseosa de mi polla que apenas puede estarse quieta.
Beso y lamo su espalda hasta que me coloco detrás de ella, cubriendo su cuerpo mucho más pequeño con el mío. Después de estar embarazada, estaba preocupada por su cuerpo, y me mataba ver cuánto le molestaba. Cuando la conocí, era la mujer más hermosa que había visto nunca, y esa sensación no ha hecho más que aumentar desde que formamos una familia. Este es el cuerpo que gestó a nuestros bebés y los trajo a este mundo. Si eso no es lo más sexy del mundo, entonces no sé lo que es. Solo de pensarlo me vuelvo loco, y cuando le levanto la camiseta para poder ver las tenues estrías que le han causado los embarazos, noto que se tensa. ―Mírame, malinkaya. Gira la cabeza para poder verme. Nuestras caras están tan cerca que casi se tocan cuando le digo: ―No tienes ni idea de lo jodidamente sexy que me resulta tu cuerpo. Tenemos una familia gracias a este cuerpo. No te escondas nunca de mí. No me niegues el placer de verte, porque, cariño, cada centímetro de ti me vuelve jodidamente loco. Para demostrar la verdad de lo que digo, separo aún más sus piernas con la rodilla y arrastro la longitud de mi polla a lo largo de su raja, haciéndole sentir lo jodidamente duro que estoy. Su respiración se entrecorta cuando siente mi piercing Príncipe Alberto rozando su clítoris. Vuelvo a levantarle la camiseta y desvío la mirada hacia el espejo para ver las estrías, que me parecen jodidamente sexys, deslizando lentamente la cabeza dentro de ella. Con un gemido, le subo la camiseta por encima de sus pechos y le aparto bruscamente el sujetador, exponiendo más parte de su cuerpo a mis ávidos ojos. Acaricio su teta, llenando mi mano de ella antes de pellizcarle el pezón y alimentarla con más de mi polla. ―Joder, gime, se inclina más hacia mí y me pasa la lengua por la mandíbula―. Bésame, Lev. No se lo hago repetir, giro la cabeza y beso a mi mujer mientras la abro completamente y le doy tres peldaños más de mi escalera. Ella gime y me pasa la lengua por el aro labial, intentando ya como una loca que la penetre más profundamente. Sonrío contra su boca y le doy el resto de mí, sin parar hasta que ha tomado las ocho barras y yo he tocado fondo en su interior.
―Buena chica, joder ―gruño contra sus labios, elogiándola por haberme tomado por completo. Deja escapar otro gemido cuando empiezo a moverme, asegurándome que mis piercings tocan todas esas terminaciones nerviosas ocultas en su apretado coño. ―Lev ―gime, su cuerpo ya tiembla y aprieta aún más las manos contra el mostrador. ―Te tengo, malinkaya. Ahora sé una buena chica y córrete sobre mi polla. Le doy un último beso antes de agarrarla por las caderas y levantarla aún más. Jadea y apoya los brazos contra la encimera, con los pies levantados del suelo y completamente a mi merced. ―Jodido infierno ―gruño, viendo cómo mi polla se desliza dentro y fuera de su apretado coñito mientras su culo rebota con cada embestida―. Dios, eres preciosa. Alza la cabeza para ver cómo me la follo en el espejo y, cuando empieza a correrse, la miro a los ojos porque no quiero perderme ni un maldito segundo. Su boca se entreabre en un gemido que se ve obligada a reprimir para que no nos oigan los niños, y un rubor asciende por su pecho y su cuello, dándole un brillo muy sexy. Su coño se aprieta contra mí, pero me resisto y la follo durante su orgasmo hasta que llega otro. Esta vez me libero, uniéndome a ella. Presiono mi pecho contra su espalda, la rodeo con los brazos, acerco mi boca a la suya y la beso mientras mi polla palpita con mi liberación. Mis embestidas se vuelven lentas y lánguidas a medida que suavizo el beso y saboreo cada segundo de este momento. ―Te quiero malditamente tanto ―susurro contra sus labios, sonriendo ante la mirada embriagada de lujuria que me lanza. Sigue empalada en mi polla y aplastada entre el duro mostrador y yo, pero la expresión de felicidad de su rostro deja claro que le importa una mierda. ―Yo también te quiero ―me susurra y luego se ríe antes de añadir―. Vamos a llegar muy tarde. Sonrío y me deslizo lentamente fuera de ella, volviendo a poner sus pies en el suelo y dándole una suave palmadita en el culo. ―Ya íbamos a llegar tarde, malinkaya. Podemos echarle la culpa a Natalya. Todo el mundo sabe que tarda una eternidad en prepararse.
Sabe que estoy bromeando, así que sacude la cabeza y empieza a asearse y a ponerse la ropa. Como si Vitaly pudiera percibir la conversación exacta que estamos manteniendo, oigo el timbre de mi teléfono justo antes de ver su nombre parpadear en la pantalla. Todos sabemos lo que estáis haciendo. Abrocharos los pantalones y venid aquí. El cabrón añade una carita sonriente al final y un pulgar hacia arriba. Me rioy le enseño el texto a Jolene. ―Nunca nos dejará olvidar esto ―gime ella. ―Oh, él no es quien para hablar. Todos sabemos que se folló a Katya en el armario del pasillo la última vez que vinieron a casa. Las dos seguimos riéndonos de ello cuando salimos a buscar a nuestros hijos. Mia se levanta de un salto con una gran sonrisa en la cara, y yo corro a cogerla, sabiendo que la vida no puede ser mejor que esto.
Danil ―Muy bien, ¿estáis los dos listos? ―Miro a nuestros dos hijos, Maxim y Nikita, al tiempo que cojo las llaves y vuelvo a mirar el reloj. De ninguna manera vamos a llegar a tiempo. En lugar de molestarme tanto como hace unos años, miro a mi familia y sonrío, y me rio cuando Nikita coge sus zapatillas luminosas y me las extiende. Solo tiene dos años, así que las malditas cosas le sorprenden cada vez que se las pone. Es adorable. Cuando los cojo y golpeo los tacones para que se enciendan las estrellas, se ríe y me dedica una gran sonrisa dejando ver todos sus dientes de leche.
―¡Otra vez! ―grita, dando palmadas con sus regordetas manitas. Sonrío haciendo que se iluminen de nuevo. Mi familia ha puesto mi vida patas arriba de la mejor manera posible. Es imposible tener orden y precisión cuando tienes dos niños pequeños. Me empujan constantemente fuera de mi zona de confort, y les quiero condenadamente por ello. Cuando Nikita se pone las zapatillas, patalea alegremente, encendiéndolas mientras beso su cabecita y después miro a Maxim. Ambos tienen el mismo tono de ojos azules y grises, una combinación perfecta entre Simona y yo, y un cabello oscuro que jamás parece querer quedarse donde debe. ―¿Estás preparado, Max? ―He estado preparado, papá. Niki es la que va lenta. Sonrío ante el apodo que le puso a su hermanita poco después de nacer y le alboroto el cabello porque sé que eso le hará reír. Cuando lo hace, lo atraigo para abrazarlo, besando su cabeza. ―Eres un buen hermano mayor, Max. Antes te he visto ayudándole con sus juguetes. Estoy muy orgulloso por ser tan paciente con ella. Sonríe ante mi elogio, dándome otro abrazo y, deseando poder congelar el momento, ya que los dos crecen demasiado deprisa. ―¡Portátil! ―grita Nikita con la exuberancia que solo un niño pequeño puede conseguir―. ¡Portátil, papi! Me rio y vuelvo a besar la cabeza de Max antes de soltarlo para coger el ordenador de juguete que le regalamos a Nikita por su cumpleaños. Es un portátil en el más amplio sentido de la palabra, pero le encanta. Se pliega igual que el de su padre y tiene un teclado grande y tosco que hace ruido al pulsar los botones. Seguía esperando que Max mostrara interés por los ordenadores, pero ni siquiera hay indicios de ello. Sin embargo, en cuanto vio por primera vez el piano de su madre, demonios, nunca había visto que a un niño se le iluminaran tanto los ojos. Desde entonces está obsesionado con la música. Simona no quería presionarle, pero cuando empezó a suplicar que le diera clases, se hizo evidente que era lo que realmente quería. El chico tiene un talento innato, y estoy muy orgulloso de mis dos hijos.
Cuando Nikita tiene su portátil, porque no sale de casa sin él, les digo que esperen y luego voy en busca de Simona. ―Sladkaya, ¿estás preparada ya? ―Ya voy ―me grita, saliendo a toda prisa del cuarto de baño y dejándome sin aliento. Lleva un sencillo vestido negro que parece cualquier cosa, menos sencillo en ella. Los embarazos le han cambiado ligeramente el cuerpo y, joder, no me canso de verlo. Antes era impresionante, pero hay algo en esas caderas ligeramente más anchas y en ese culito ligeramente más voluminoso que me vuelve jodidamente salvaje. ―Maldita sea ―gimo, sintiendo que se me pone dura. ―No te atrevas ―me dice riéndose, levantando la mano como si eso fuera a detenerme cuando empiezo a acosarla. ―Es culpa tuya por llevar ese vestidito ―le recuerdo con calma, y cuando la tengo contra la pared, agarro su culo y acerco mi boca a la suya. Mi otra mano va directa a su cuello, y cuando deslizo la lengua al encuentro de la suya, paso la yema del pulgar por su piel hasta que presiona ligeramente su punto de pulso. El rápido latido hace que mi polla se endurezca aún más, y cuando aprieto mi dura longitud contra ella, gime y abre más la boca para mí. Estoy a dos segundos de subirle el vestido y liberar mi polla, cuando oigo a Max gritar: ―¡Mami! ¡Papi! ¿dónde estáis? Gimo frustrado mientras Simona suelta una risita floja. ―Esto no tiene gracia, sladkaya. Ella me dedica una hermosa sonrisa. ―En cierto modo sí. La despego de la pared y le doy una cachetada en el culo lo bastante fuerte como para que le escueza. Puede que sus ojos azules se abran sorprendidos y doloridos, pero eso no impide que se le escape un gemido de pura necesidad. Me toca sonreír cuando la miro. ―Esto no ha terminado, pequeña.
―Mejor que no ―me dice, haciéndome reír antes que le dé un último beso. Me reajusto y respiro tranquilamente unas cuantas veces antes de salir de la habitación a buscar a nuestros chicos. Cuando Nikita corre hacia nosotros con el portátil en la mano, me rio y la cojo en brazos. ―Vale, ¿estamos listos para ir a casa del tío Matvey y la tía Alina? Cuando ambos gritan un sí, salimos de nuestro ático. Solo tardaremos unos minutos en llegar a casa de Matvey. Cuando todos nos independizamos y conseguimos nuestras propias casas, nos aseguramos de seguir estando cerca. Ninguno de nosotros quiere vivir lejos del resto. Cuando salimos del aparcamiento, veo el todoterreno negro detrás de nosotros. Hay guardaespaldas asignados a cada una de nuestras familias. Es algo de lo que los chicos aún no se han enterado, pero algún día lo harán, y supongo que lo odiarán. Sin embargo, no es negociable. La seguridad de nuestra familia lo es todo para nosotros, y no vamos a correr ningún riesgo. Todos aprendimos del secuestro de Alina, y nunca volverá a ocurrir algo así. Estoy entrando en el aparcamiento de la casa de Matvey cuando vemos a Lev y a su familia caminando hacia los ascensores. Cuando nos ven, se detienen y esperan. Miro a Simona y le guiño un ojo. ―Oh―oh ―susurra, haciéndome reír―. Conozco esa mirada. Sacamos a los chicos y les cogemos de la mano mientras nos acercamos a los demás. Abrazo a mis sobrinas, una de ellas con un vestidito rosa con volantes, la otra toda de negro haciendo juego con su padre, antes de tirar de Sasha para abrazarla. Poniéndome en cuclillas junto a mis propios hijos, sonrío y les digo: ―Papi se ha olvidado algo en el coche, ¿por qué no vais con el tío Lev y la tía Jolene? Iremos detrás de vosotros. Lev me levanta su ceja perforada mientras Jolene intenta disimular una carcajada. Los niños son fáciles de engañar. Mi hermano y mi cuñada, no tanto. Sin embargo, mi hermano se apiada de mí y les dedica una gran sonrisa a nuestros dos hijos. ―Venga, chicos, vamos a comernos todos los bocadillos buenos antes que vuestro papi.
Se ríen y los siguen alegremente hasta el ascensor. Jolene sonríe a Nikita y la levanta para poder besarle las mejillas. Su cara sonriente y risueña es lo último que veo antes de cerrarse las puertas. ―Bueno, eso no ha sido muy discreto ―dice Simona, y luego se ríe cuando la cojo en brazos y la llevo de vuelta al todoterreno. ―Pero engañó a los niños, ¿no? Me da una palmadita en la mejilla. ―Sí, cariño. Enhorabuena por haber conseguido que un niño de seis años y otro de dos superen algo. ―Qué descarada estás esta noche ―le digo riéndome, abriendo la puerta trasera y cerrándola detrás de nosotros. Me siento y la subo a mi regazo para que se siente a horcajadas sobre mí―. Por suerte para ti, aquí no hay espacio suficiente para que pueda atizarte en el culo como me gustaría. Le subo las manos por los muslos antes de ponerlas en su culo y darle un buen apretón. ―Pero siempre hay un después, sladkaya. Ella gime, balanceando ya las caderas y metiendo la mano entre ambos para desabrochar mi pantalón. Sonrío ante su impaciencia y dejo que libere mi polla dolorosamente dura. El suave gemido que emite cuando me envuelve con la mano arruina la poca contención que me quedaba. ―Esto va a ser rápido, pequeña, pero te prometo que luego te compensaré. Sonríe y acaricia mi rostro. ―¿Vamos a pasar tiempo en la nueva habitación insonorizada esta noche? Sonrío ante la emoción de su voz. ―Definitivamente, sí. Hace demasiado tiempo que no azotaba y follaba este culo como corresponde. Otro gemido sexy se escapa de sus labios entreabiertos, y cuando rápidamente se desabrocha el vestido y aparta las bragas para mí, no me sorprende en absoluto encontrarla empapada.
―Joder ―gimo, agarrándola por las caderas y colocándola justo donde quiero antes de deslizarla lentamente sobre mí. Me agarra por los hombros y echa la cabeza hacia atrás, gimiendo, conforme la voy hundiendo en mi polla hasta penetrarla completamente. ―Móntame, sladkaya ―le digo, rodeándole el cuello con la mano sin dejar de acariciarle el culo con la otra. Gruño y la beso con fuerza cuando empieza a mover las caderas, restregándose contra mí y utilizándome para su propio placer. Su corazón se acelera bajo mis dedos, y solo sentirlo es suficiente para llevarme al límite. Mi mujer me consume y nunca podré saciarme de ella. Cuando sus gemidos se hacen más fuertes contra mi boca, aprieto con fuerza su garganta. Lo suficiente para cortarle el aire, pero no tanto como para dejarle una marca. Lo he perfeccionado con los años, porque lo último que queremos ninguno de los dos es asustar a los niños con un moratón alrededor del cuello de mami que a ninguno de los dos nos apetezca explicar. Sigo besándola, incluso después que su boca se afloje porque está muy concentrada en su propio placer y en no luchar contra su falta de oxígeno. Paso la lengua por su labio inferior antes de chuparlo con fuerza justo cuando noto que su cuerpo se tensa. Saboreo la sensación de su corazón acelerado bajo mis dedos y el control absoluto que ejerzo sobre ella antes de soltar mi fuerte agarre y dejarla respirar. Su jadeo entrecortado llena el espacio que nos rodea al correrse duramente, apretándome con tanta fuerza con el calor húmedo de su coño que no puedo evitar unirme a ella. Gruño su nombre y empujo las caderas hacia arriba, follándola aún más fuerte, haciéndola pasar por su orgasmo y directamente hacia otro antes que mi polla empiece a palpitar dentro de ella, llenándola con todo lo que tengo. Le agarro la nuca y profundizo el beso, necesitándola y deseándola aún más. ―Te quiero, sladkaya ―susurro contra sus labios cuando puedo volver a hablar―. Tanto, maldita sea. ―Yo también te quiero ―me susurra y luego suelta una suave carcajada al ver los cristales empañados y su vestido arrugado. Me había
estado agarrando del cabello y, cuando lo suelta, sonríe y dice―. Ya veo de quién lo sacan nuestros chicos. Me rio y le guiño un ojo. ―Eres tú quien lo ha estropeado, nena. Me paso una mano por el cabello, alisándomelo mientras me ablando dentro de ella. Apoya la frente en la mía y me pasa los dedos por la incipiente barba. Deslizarme fuera de mi mujer es siempre lo último que quiero hacer, pero nuestra familia está esperando, y si no entramos pronto, Vitaly vendrá a buscarnos. Me sorprende que no haya bajado ya a llamar por las ventanillas. La imagen de mi hermano asomándose por nuestras ventanas empañadas, probablemente con un bocadillo en la mano, es suficiente para hacerme levantar a mi bella esposa de mi polla. Ella se arregla el vestido mientras yo me vuelvo a meter en los pantalones y, cuando los dos estamos listos, coge el plato de ensalada de patata que había preparado y me dedica una gran sonrisa. ―¿Listo? Le devuelvo la sonrisa besándola antes de cogerla de la mano y llevarla hasta el ascensor, ignorando los vehículos estratégicamente aparcados llenos de guardaespaldas de los que Simona evidentemente se ha olvidado por completo. Es imposible que hayan visto nada, yo nunca lo habría permitido, pero igual se avergonzará más tarde cuando recuerde que están ahí. Esperamos al ascensor y solo puedo pensar en la maldita suerte que tengo. Creí que me pasaría la vida solo, salvo por mis hermanos, y ahora tengo una mujer y dos hijos a los que quiero más de lo que jamás creí posible. Buscar a Alina durante dos años me obligó a relacionarme con los seres humanos más repugnantes del planeta, nunca me sacaré por completo toda esa mierda de la cabeza, pero mi familia la embota y la aleja lo suficiente como para que no me atormenten constantemente las imágenes y pesadillas que solían atormentar cada uno de mis pensamientos despierto. Nunca podría volver a una vida sin ellos. Rodeando a Simona con el brazo, le beso la cabeza y la dirijo al ascensor, ya impaciente por ver de nuevo a mis chicos.
Roman Tan pronto como Matvey abre la puerta, mi hijo mayor se abalanza sobre él, rodea la cintura de Matvey con sus flacuchos brazos y lo abraza fuertemente. ―Hola, tío Matvey. Matvey se ríe y le alborota el cabello. ―Hola, Luka. ¿Qué tal estás? El mayor le contesta en ruso, mientras el pequeño corre hacia Alina y se arroja en sus brazos. Ella se ríe y besa las mejillas de Damien. ―Estás creciendo demasiado deprisa ―le dice, abrazándolo más fuerte y encontrándose con mis ojos―. Dile que pare. Sonrío y la atraigo hacia mí para abrazarla. ―Yo también se lo digo, pero no me escucha. ―Beso su cabeza―. Es testarudo como su tía. Ella se ríe y le hace cosquillas a Damien. ―Todas las mejores personas lo son, hombrecito. Él suelta una risita y, cuando ella lo deja en el suelo, se va corriendo a jugar con sus primos. Luka da un fuerte abrazo a su tía antes de acercarse a Val y Yelena y coger el mando extra que le ofrecen. Emily abraza a todos, pero antes de irse a dejar la comida en la cocina, la atraigo para darle un beso rápido. Se ríe cuando no la suelto enseguida, pero realmente, nunca quiero dejarla marchar. ―No te alejes demasiado, solnishka ―le digo, azotando su sexy trasero cuando sigue a Alina a la cocina. ―¿Supongo que somos los últimos? Matvey sonríe ofreciéndome una copa.
―Sí, pero no por mucho. Danil y Simona acaban de llegar hace unos minutos después de echar un quiqui en el aparcamiento. Sonrío y le sigo hasta el interior del gran ático y hasta el porche, donde Vitaly está cocinando perritos calientes a la parrilla. Ya hay un gran plato de hamburguesas hechas y listas para servir. ―Hola, me alegra ver que finalmente te hayas decidido a venir. ―No llego tan tarde ―le digo a Vitaly mientras golpeo a Lev en la espalda y sonrío a Danil. Vitaly se ríe. ―Al menos no ha aparecido con la ropa desarreglada y una evidente cara de me acaban de follar, como alguien que conozco. Siendo la persona sutil que es, señala a Danil al decirlo. ―No eres quién para hablar ―dice Matvey―. Acabas de usar nuestro baño de invitados para un quiqui. ―Bien ―digo, riéndome y cogiendo unas patatas fritas del cuenco que Vitaly ha sacado y puesto junto a la parrilla para poder cocinar y picar algo. ―Despensa ―dice, levantando una ceja hacia Matvey―. Eso es todo lo que voy a decir. Matvey se ríe, y yo sé que es mejor no preguntar, porque es de mi hermana de quien está hablando. Me encanta que sean felices, pero no quiero detalles sobre lo que demonios haya pasado en la despensa. ―¿Cuándo vuelve Dominic? ―pregunto a Lev, notando cómo Vitaly suelta una carcajada suave ante mi no tan sutil cambio de tema. ―Dentro de dos semanas. Quiere que nos reunamos para hablar de cosas cuando regrese a la ciudad. ―Lev suelta una risotada suave y cruza los brazos sobre el pecho―. ¿Quién iba a pensar que un día trabajaríamos con los italianos? ―Yo no, eso seguro ―dice Vitaly, sacando los perritos calientes de la parrilla. ―Asegúrate de dejar que un par se oscurezcan de verdad ―le recuerda Danil. Vitaly le frunce el ceño.
―¿Crees que olvidaría cómo le gustan a Max? ¿Hace falta que te recuerde que les he limpiado el culo a todos tus hijos? Conozco todos los detalles de mis sobrinos. ―Se ríe y añade―. Por eso soy su tío favorito. Comparto una mirada con mis hermanos, porque todos hemos oído este discurso alguna vez. Y antes de poder darse la vuelta y pillarnos, señala con la espátula que alguno de nosotros tendría que quitarle. ―¡Oh, Dios, es un pequeño Roman! Miro hacia donde señala y sonrío. Luka reparte platos de papel asegurándose que todos los pequeños tienen uno antes de coger uno para él y empezar a dirigirlos hacia la cocina. Todos empiezan a reírse y Lev me da un codazo en el hombro cuando Luka ayuda a su hermanito a ponerse unas patatas en el plato. ―Ya se ocupa de todos los demás ―dice Matvey con una sonrisa. ―Si es como su padre, cosa evidente, nunca dejará que olviden que es el mayor ―dice Danil, dedicándome una sonrisa―. Solías estar muy orgulloso de eso. ―Sí, ¿cómo te funciona eso ahora? ―La risa y la sonrisa de satisfacción de Vitaly me hacen sacudir la cabeza―. Llegar el primero a los dieciocho fue genial. ¿Golpear cuarenta primero? No tanto. Todos se ríen a mi costa mientras termino lo que me queda de bebida y cojo el plato de hamburguesas. ―Coged los perritos calientes, imbéciles ―les digo, riéndome mientras vuelvo a entrar. Aún faltan varios años para los cuarenta, y no voy a empezar a preocuparme por eso ahora. Paso junto a los chicos, sonriendo ante la mezcla de ruso e inglés que oigo entre ellos, y dejo el plato en la encimera justo antes que Vitaly y los demás entren para reunirse con nosotros. Mientras los niños preparan sus platos, yo me dedico a cortar varias salchichas en trocitos diminutos para que los niños puedan comerlas sin peligro. Emily está a mi lado, sirviendo macarrones con queso a quien lo desee. Cuando la miro, sonríe y me agarra discretamente el culo, haciéndome reír y sacudir la cabeza. Me inclino para que mis labios estén junto a su oreja. ―Compórtate, solnishka. Pórtate bien y tendrás tu recompensa más tarde.
El suave gemido que emite es lo bastante alto como para que yo lo oiga, y cuando suelto una risita suave chupándole el lóbulo de la oreja. ―No es justo, Roman. Me vuelvo a poner en pie y le guiño otro ojo, pensando ya en todas las cosas que quiero hacerle más tarde. Ya hemos celebrado suficientes cenas familiares juntos como para que esto sea una ciencia. Los niños mayores se sientan en la isla de la cocina, en taburetes, mientras los adultos se reúnen alrededor de la mesa grande y los pequeños se colocan en las tronas. Es caótico, ruidoso y jodidamente perfecto. Hace seis años, mis hermanos y yo estábamos estresados al límite, aterrorizados por lo que pudiera estar ocurriéndole a Alina y angustiados por no encontrarla a tiempo, y ahora estamos rodeados de nuestras esposas e hijos y dirigiendo la Bratva con más éxito de América. Si alguien me hubiera dicho que esto sería mi vida algún día, nunca lo habría creído. Nunca habría creído que alguien pudiera ser tan feliz. Miro alrededor de la estancia y veo los rostros sonrientes y risueños de las personas que más quiero en este mundo, las únicas personas a las que quiero en este mundo, y eso hace que me duela el maldito pecho porque sé lo jodidamente afortunados que somos de estar aquí. Veo a mi hermana sonreír cuando ve a Evgeny reírse mientras le da a escondidas un trozo de perrito caliente a Finn y la forma en que Matvey observa su reacción con tanto amor en los ojos, los mismos que parecían sin vida cuando ella no estaba. ―¿Por qué sonríes? ―susurra Emily, inclinándose hacia mí. Beso su cabeza rodeando su hombro con el brazo. ―Solo estoy feliz, solnishka. Me aprieta el muslo y me sonríe. ―Yo también. Me alegro mucho que te colaras en la recaudación de fondos de mi padre hace tantos años. Sonrío aún más al recordarla con aquel vestido amarillo, tan jodidamente hermosa e inocente y tan por encima de sus posibilidades. ―Yo también, cariño y aunque no lo hubiera hecho, te habría encontrado. Siempre estuviste destinada a ser mía, pequeño sol.
Apoya la cabeza en mi hombro y reímos, charlamos y comemos demasiado. Para cuando limpiamos todo y seguimos charlando, los más pequeños están dormidos y los mayores apenas mantienen los ojos abiertos. Emily y yo nos despedimos de todos con un abrazo, aunque sé a ciencia cierta que mañana veré a mis hermanos y que lo más probable es que hagamos otra cena familiar dentro de un par de días. Queremos que nuestros hijos crezcan juntos, como lo hicimos nosotros, y por extraño que parezca, nunca me canso de ver a mis hermanos. No puedo imaginar mi vida sin ninguno de ellos. Hermanos en sangre, en vida y en muerte. El juramento que hicimos cuando éramos solo unos niños fue una de las mejores decisiones de mi vida, y no me he arrepentido ni una sola vez. Son mis hermanos y los quiero. Levanto a un Damien dormido y lo llevo contra mi pecho y Emily sujeta la mano de Luka. ―Adiós, Roman, te quiero ―me dice Alina, dándole un beso a Damien y abrazándome por última vez. ―Adiós, yo también te quiero. ―Le sonrío a mi hermana justo antes que Matvey vuelva a estrecharla entre sus brazos y la bese. Luka sale corriendo a por el portátil de juguete que Nikita debe haberse dejado en el sofá antes de correr a entregárselo a su tío Danil. ―Gracias, Luka ―le dice Danil, dándole una palmada en el hombro―. Me has evitado tener que volver aquí esta noche. Nikita se habría enfadado mucho si se hubiera despertado y no hubiera encontrado su portátil. ―Son como un poco Roman y Danil ―dice Vitaly con una carcajada desde mi lado. ―Y Sveta va a ser un poco Vitaly ―le digo, sonriendo ante la expresión de horror que cruza por su cara. ―Eso ni siquiera tiene gracia, hermano. Todavía me estoy riendo por lo bajo cuando salimos de su ático. Luka se sube a la parte de atrás del Porsche, porque a pesar de los mejores intentos de Vitaly, nunca pude ponerme a conducir un monovolumen, mientras yo coloco a un Damien dormido en su sillita. No voy a decir que sea el más espacioso de los vehículos para dos niños, pero
a los chicos les encanta. También tenemos un todoterreno que Emily prefiere conducir cuando sale con ellos, pero me encanta mi Porsche y no me atrevo a desprenderme de él. Emily apoya la mano en mi muslo durante el trayecto de vuelta a casa, y suelto una risita suave cuando se arrastra cada vez más alto. Aunque el trayecto es corto, cuando entro en el lugar reservado, ya me la ha puesto dura. Volviéndome hacia ella, enarco una ceja y le doy un golpecito en la punta de su bonita nariz. ―Supe que eras problemática desde el primer momento en que te vi, solnishka. Intenta mirarme de forma inocente. ―No tengo ni idea de lo que estás hablando. Me acerco más y presiono mis labios contra su oreja para que solo ella pueda oírme. ―Necesito estar dentro de ti, cariño. Se le corta la respiración al oír mis palabras y asiente rápidamente con la cabeza. ―Vamos a acostar a nuestros hijos, y luego voy a follarte hasta que no puedas moverte. Antes que pueda responder, vuelvo a mirar a Luka. ―¿Preparado para ir a la cama? ―le digo. Por suerte, el mayor no se resiste a dormir. Se limita a bostezar y asentir con la cabeza, se desabrocha el cinturón y sale tras Emily. Agarro a Damien, esperando como el infierno que no se despierte, porque sí que lucha contra el sueño, y retrasará mis planes una buena hora si se le abren los ojitos. Conseguimos meter a los dos niños dentro y, mientras Emily ayuda a Luka a prepararse para ir a la cama, llevo a Damien a su habitación. Está en la antigua habitación infantil de Luka, y las hermosas pinturas de su tía Katya siguen cubriendo las paredes. Mantengo la luz tenue y cambio con sumo cuidado el pañal y le pongo el pijama. Se ha agotado jugando con sus primos, así que sigue profundamente dormido cuando lo acuesto en la cuna y lo tapo.
―Te quiero ―susurro contra su mejilla en ruso antes de besarle y volver a incorporarme para observarle unos segundos más. Mantengo la mirada en su pequeño pecho, observando cómo sube y baja. Nunca me cansaré de mirar a mis chicos. Solo verlos me hace tan condenadamente feliz. Le doy un último beso antes de encender su luz de noche y salir silenciosamente de la habitación. Cuando entro en la habitación de Luka, Emily le está leyendo un cuento. Me siento a su lado y lo rodeo con el brazo mientras la escucho leer las últimas páginas de su libro favorito. Está abrazado a su perro de peluche favorito e intenta por todos los medios mantener los ojos abiertos. ―Buenas noches, papi ―susurra cuando acaba el cuento―. Buenas noches, mami. Te quiero. Le beso la frente y le abrazo, sonriendo al sentir sus pequeños brazos enroscados alrededor de mi cuello. ―Yo también te quiero. Duerme un poco y, cuando te despiertes, te haré tus tortitas favoritas. ―¿Con trocitos de chocolate extra? Me rio por lo dormido que suena. ―Con el doble de trocitos de chocolate extra. Se ríe y me besa la mejilla antes de abrazar a su madre para darle las buenas noches. Le arropamos, cada uno le da un beso más porque no podemos resistirnos, y finalmente salimos de la habitación con la puerta entreabierta para que le oigamos si nos necesita y la luz de noche encendida para que no se asuste si se despierta en mitad de la noche. ―Llevarte a la cama ya no es tan fácil como antes ―le digo, levantando a Emily y hundiendo la cara en su cuello. ―Gratificación retardada ―dice ella―. Eso lo hace aún más dulce. Sonrío y chupeteo el pliegue de su cuello. ―Sí, solnishka, pero no puedo esperar más. Necesito estar dentro de ti jodidamente ahora. La llevo a nuestra habitación, cierro la puerta en silencio para no despertar a nadie y la acerco a nuestra cama. Me encanta que sea la misma habitación en la que hemos tenido tantas primeras veces. En esta
cama tomé su virginidad, en ella la dejé embarazada y en ella hemos dormido juntos todas las noches desde entonces. Aunque algún día decidamos mudarnos a otro sitio, nunca venderé este lugar. Aquí hay demasiados recuerdos. La tumbo en la cama, beso su cuello y luego beso y lamo su pecho bajando los tirantes de su vestido. Cuando no es suficiente, tiro aún más, dejando al descubierto el sujetador rojo de encaje que lleva. ―Joder ―gimo cuando veo sus duros pezones contra el material transparente. Incapaz de resistirme, deslizo la lengua por el duro pico mientras ella enreda los dedos en mi cabello y se arquea hacia mí. Giro la cabeza para poder besar el tatuaje de mi nombre que aún marca su piel. Las demás se habían borrado los tatuajes, pero Emily quería conservar el suyo. Decía que quizá la habían obligado a llevarlo, pero que seguía siendo mi nombre y quería conservarlo en su piel, que le parecía mal quitárselo. Dios, jodidamente la amo. Tiro del vestido con más fuerza, arrastrándolo por su cuerpo hasta que cae al suelo. Recorro con la mirada las bragas a juego que lleva. ―Abre tus hermosos muslos, solnishka. Ella obedece inmediatamente, arrancándome otro gemido cuando veo lo húmeda que está. Ha empapado el encaje, y el atisbo de su coño afeitado me vuelve jodidamente loco. Agarrándola por los muslos, la separo aún más antes de lamerle la raja recubierta de braguitas. Cuando no es suficiente, engancho los dedos bajo el encaje y se las arranco del cuerpo. ―Quítate el sujetador, cariño. La observo desde entre sus muslos, y cuando sus tetas están a la vista, suelto un gemido agradecido. ―Buena chica. Ahora juega contigo misma mientras te devoro el coñito. Gime mi nombre y se agarra los pechos, se pellizca los pezones y suelta un gemido sexy cuando le paso la lengua por su húmeda raja. Beso, chupo y lamo su dulce coño mientras la miro jugar con sus tetas. Su visión y su sabor me ponen tan jodidamente duro que apenas puedo pensar.
―Roman ―gime cuando beso hasta llegar a su clítoris, rodeándolo con mis labios y dándole una buena chupada. Trabajo su clítoris, observando cómo se pellizca aún más los pezones, y cuando se agita contra mí, apretando su coño contra mi cara al tiempo que su cuerpo se tensa y vuelve a gemir mi nombre, succiono aún más fuerte. Veo a mi mujer deshacerse, trabajándola con la lengua hasta que ella se ríe e intenta retorcerse para proteger su clítoris demasiado sensible. La agarro con más fuerza, manteniéndola inmóvil mientras lamo y beso lentamente cada centímetro de su coño. Solo cuando estoy cubierto de su olor y lleno de su sabor, me levanto para desnudarme. Ella me observa con una sonrisa en la cara, jugando aun perezosamente con sus tetas y volviéndome un poco más loco con cada caricia burlona de sus dedos sobre sus pezones duros y sonrosados. ―Me vuelves jodidamente loco, cariño. ―Desnudo, me subo a la cama, inclinando mi cuerpo sobre el suyo. ―Me alegro de no ser la única ―susurra, haciéndome sonreír. ―No, solnishka, definitivamente no eres la única. La beso despacio, empujando suavemente la cabeza de mi polla contra su raja, dándole un grueso centímetro cada vez hasta que estoy completamente enterrado en su interior. Me rodea con brazos y piernas y me sujeta la nuca con una mano, mientras con la otra se extiende sobre mi espalda; cada parte de ella intenta acercarme lo más posible. Me pierdo completamente en ella, follándola y besándola hasta que vuelve a tensarse alrededor de mi cuerpo, gimiendo mi nombre contra mis labios y empapándome con su liberación. Con un gemido, la agarro por detrás del muslo, levantándole la pierna para que pueda penetrarla más profundamente. Le acaricio el rostro, le paso el pulgar por los labios y gruño su nombre cuando se aferra a mi pulgar y me succiona en la boca. Sus tetas rebotan, los pezones se arrastran por mi sudoroso pecho con cada fuerte embestida que le doy, y sé que no voy a aguantar mucho más. Hago círculos con las caderas, empujando lenta y profundamente, dándole justo donde sé que lo necesita, y cuando siento que sus paredes internas se tensan aún más alrededor de mi polla, la suelto mientras ella succiona mi pulgar con más fuerza.
―Maldita sea ―gruño, sobrecogido por el éxtasis que me está provocando. El placer consume cada puta parte de mí al correrme con fuerza y llenar a mi mujer. ―Mierda ―jadea, dejando que mi pulgar se deslice por sus labios. Le sonrío y la beso suavemente mientras ambos nos venimos. ―Te quiero, solnishka. Eres todo mi mundo, cariño. Tú y los chicos lo sois todo para mí. Ella sonríe acercando su mano a mi mejilla. ―Yo también te quiero, Roman. Vosotros tres también lo sois todo para mí. Tiro de las sábanas hacia abajo, me deslizo lentamente fuera de ella y luego la pongo a mi lado para poder acariciarla hasta que se duerme. Me encanta sentir su perfecto culito acurrucado junto a mí. Beso una línea a lo largo de su hombro y cuello. ―Duerme un poco, solnishka. No olvides que por la mañana haré tortitas. Se ríe suavemente y gira la cabeza para besarme de nuevo. ―Yo también quiero más trocitos de chocolate. ―Cualquier cosa por mi nena ―le digo. La beso y la envuelvo en mis brazos, abrazándola con fuerza mientras se duerme. Sigo abrazándola, sabiendo que tendré que ver cómo están los niños una última vez antes de poder dormir. Pero por ahora me conformo con abrazarla, escuchando su suave respiración y el ritmo constante de su corazón contra mi mano. Intento no preocuparme por el futuro, pero todos sabemos lo que nos espera. Un día nuestros hijos se harán cargo de la Bratva. Un día les llegará el turno de alzarse, pero hasta entonces haremos todo lo posible para protegerlos de ello. No estoy convencido que esta ciudad esté preparada para la próxima generación Melnikov, pero de todos modos está llegando. Mis hermanos y yo allanamos nuestro camino con sangre para que ellos no tuvieran que hacerlo. Esta vida sigue siendo peligrosa, pero les entregaremos una ciudad que ya está asegurada. Nuestra esperanza es que siga así, aunque sabemos que nada está garantizado en esta vida. Cuando llegue el momento, se levantarán y tomarán el control.
Es como tiene que ser, como siempre debió ser, y mis hermanos y yo estaremos aquí para orientarles y ayudarles. Haremos cualquier cosa por nuestros hijos, porque la familia lo es todo, y la nuestra siempre estuvo destinada a gobernar.
SOBRE LA AUTORA
Al igual que su apellido, a Sonja Grey le encantan los personajes moralmente grises y los alfas con un oculto corazón de oro. Le encantan los hombres fuertes con una debilidad kilométrica por las mujeres a las que aman y capaces de no detenerse ante nada para mantenerlas a salvo. Escribe sobre todo romances tórridos, en los que las líneas entre el bien y el mal se difuminan en un hermoso y sexy tono gris. Sin trampas y con un final feliz garantizado.
CRÉDITOS Traducción, Diseño y Diagramación
Corrección
La 99
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