Relatos de Selección Argentina - Compressed

October 21, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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RELATOS DE SELECCIÓN

Adrián Michelena y Andrés Lino

ANDRÉS LINO

Fotógrafo

* Director Agencia ITEA Comunicaciones Perú

Para mí, era una gran ilusión cubrir mí segundo mundial. Lamentablemente, Perú no clasificó y eso fue un duro golpe. Decidimos pelear hasta el final para poder viajar a Qatar porque estaba Messi. Veíamos todo lo que él había luchado para estar en su quinta Copa del Mundo y eso nos inspiró a no bajar los brazos. Nos costó llegar, es cierto, pero gracias a la Federación de Perú y FIFA logramos la acreditación. Pude asistir a 30 partidos de la Copa. Y estuvo bueno... ¡Muy bueno! No siempre tuve el mejor lugar en la cancha, pero para el fotógrafo más que la ubicación, importa el momento que puedas captar. En el fútbol hay muchos momentos para disfrutar y capturar y ahí todos los fotógrafos debemos estar atentos: el que está arriba, el que está abajo, el que está en el lateral. Insisto: hay momentos clave para uno, que tal vez el otro no lo va a tener. Si tuviera que elegir una foto, me quedo con la de Messi levantando la Copa. Saqué muchas pero esa no me la puedo borrar de la mente. Valió la pena tanto sacrificio. Todos estos logros se los dedico a mi padre, que hace 3 meses partió y que amaba este deporte. Mi pasión por las fotos y el fútbol se la debo a él.

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*

ADRÍAN MICHELENA Periodista

Podría aquí escribir una reseña tradicional, pero las historias que seleccioné para este libro son más importantes que cualquier dato de mi vida profesional. Por eso, ojalá que te puedas emocionar leyendo estas páginas, porque cada relato fue hecho con mucha pasión, con la rigurosidad investigativa más noble de todas: levantar el teléfono y llamar. Escribir para mí es como armar un esqueleto, es una búsqueda angustiante, como la de un arqueólogo, tal vez. Porque así como los huesos descubiertos no son de uno, las palabras tampoco. Este libro viene a dejar testimonio de una época, de un equipo, de una hinchada, de una sociedad. Estos hombres aquí aludidos son eternos, porque se lo ganaron. Ojalá sirvan de inspiración. Sus sueños merecen más soñadores.

Agradecimientos: A mi Familia, a mis Sponsors, a Milo Bravo Lisboa, diseñador gráfico que potenció con su aporte final y su infografía este trabajo.

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VOLVER A SOÑAR La gente lee cada vez menos. Es la realidad. Los hábitos fueron cambiando. El diario cayó en desgracia. Y el libro en papel resiste como puede. Por eso, hace un año decidí ponerle mi propia voz a los relatos que iba escribiendo conforme Argentina avanzaba en la Copa América y en el Mundial de fútbol. Empujado por las ganas de seguir narrando, me animé a hablar en voz alta. Así fue como -siempre quise escribir estome hice viral, aunque esto tampoco tiene mérito alguno. Hasta diciembre de este año, tengo 300 mil seguidores en TikTok, 80 mil en Instagram, 45 mil en Facebook y 40 mil en YouTube. Aparezco en redes como @AdrioMichelena. En mi espacio virtual hay fanáticos de fútbol, o de las buenas historias que quieren escuchar y vivenciar sensaciones en un mundo donde va todo tan de prisa, donde se vuelcan datos en exceso sin saber porqué. Como escribí al inicio, si la gente no lee, “bueno, no hay dramas, leo yo por ellos”. Sin embargo, fue tan grande lo de la Selección Argentina, que es necesario condensar todos los relatos en un solo soporte, por temor a que el día de mañana mis redes no sobrevivan a los cambios tecnológicos.

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Entonces así nació éste formato que plantea relatos breves para leer salteado. Porque este libro presenta una fisonomía definida. Cada armado puede leerse de forma antojadiza, sin necesidad de leer en forma lineal. De la crónica del penal de Montiel podés saltar a la historia de la atajada milagrosa que cierra este ejemplar, sin necesidad de pasar por las 80 páginas del medio. Asimismo, es para destacar el invaluable aporte del fotógrafo peruano Andrés Lino, un amigo que conocí en los Rally Dakar, que ha decidido poner a disposición más de 100 fotos inéditas de la Copa del Mundo, sabiendo que no hay precio que pueda pagar su enorme talento y testimonio histórico. Entendió Andrés que el hecho de haber cubierto cuatro partidos de Argentina en el Mundial de Qatar, merece dejar un testimonio. Un legado inmune a la erosión del tiempo. Sin sus fotos, éste libro no hubiera existido nunca jamás, porque mis palabras no merecerían tanto despliegue, ni tanto entusiasmo. “Relatos de Selección” no describe hechos. Las historias vividas son sueños cumplidos. Y se transforman cada vez que los contamos.

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MESSI LA LEYENDA

Su destino en la Selección no se diluyó en las lágrimas de Brasil 2014, ni en el efímero festejo de Qatar 2022. La travesía de Messi halló su ancla en la lucha encarnizada, que se tejía como un manto protector y tenaz. Porque el talento, más que eludir rivales y tender laberintos infinitos, es resistir cuando los vientos amenazantes quieren apagar la llama del poder transformador. La grandeza se moldea a través del fragor de la contienda. Messi además de bajar goles de otras galaxias, supo perder las batallas más dolorosas, supo masticar el polvo de las derrotas en 4 mundiales, para ganar la última: la de su consagración.

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Cada genio tuvo su era. Está escrito en la historia del fútbol. Pelé en el 58, en el 62 -fue campeón pero lo lesionarony 70. Maradona en el 86. Messi en el 2022. Somos testigos de una historia que será narrada por siglos. Ya no hay dudas. Porque hasta hace poco había miopes que necesitaban ver el trofeo al lado del mago para dejar de discutirlo. Leo está hecho con la misma pócima que el Diego. De barro y oro, distinto a todos. Y no se perdió en los océanos de angustia. No se rindió, a pesar de que renunció una vez. Messi, ese que elude al derecho y al revés, tenía otro obstáculo más difícil. para esta cita máxima. El implacable paso del tiempo. A los 35 años, cuando la mayoría de sus rivales están retirados, estudiando para ser entrenadores, o comentando partidos en televisión, él persistía. Y finalmente ganó. Su triunfo, injustamente, derivó en un “ganamos”. Pero hay muchos que no merecen estar en ese plural. Sea como fuere, con sus gambetas el tiempo frenó su curso habitual. De hecho, Cronos, afamado Dios del tiempo, descarriló al ver a este muchacho pararse delante suyo. Su talento es un jardín de primaveras, todo florece si el desparrama juego, porque su semilla no proviene de una tierra perfumada sino de una tierra fértil. Fue un lujo verlo superar tantas pruebas. En esa lucha apasionada, mostró la rebeldía de los grandes. Tal vez estemos ante la aparición del famoso Super Hombre que va más allá de los límites conjurados. Y así es como un mortal alcanza su estrella en el firmamento de Qatar. Ahí está Messi, el niño que se pinchaba las piernas para poder crecer, hoy es el más grande de todos.

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Suspenso Lloris, ya abatido, espera que su compañero lo salve. Koundé por inercia despeja la pelota que ya cruzó la línea por mucho. Messi se prepara para gritar el tercero de Argentina: el 3 a 2 parcial, en el tiempo extra. Luego vendría el empate de Francia. Y los penales.

Fina estampa La cara interna del botín izquierdo bien abierta. Porque Leo los penales los patea así, con caricias a la red. El pie derecho cerca del balón, con el único fin de afirmarse bien. El brazo derecho levemente elevado, con el puño bien apretado. Y un detalle más: el brazo izquierdo aparece caído, en armonía con el cuerpo. Es el momento previo al gol en la final. ¿Y el sol de la camiseta? Es un agregado nuestro. Queda bonito, ¿no?

A veces se pinta la cabeza, el lado izquierdo de la sien. Los neurólogos dicen que justo ahí está la parte ordenada, racional del cerebro. Bueno, la ciencia no es tan exacta. Grandote, no tiene músculos marcados. Y los penales son su plato preferido. Si te ataja uno, te come. Y repite el plato. Nunca se llena. Su forma de ser cambió la historia del fútbol. A partir de sus diálogos mentales, los arqueros tienen terminantemente prohibido hablarle a los pateadores en la tanda de penales. Las razones que le imputan son varias: gestos anti diplomáticos, bailes raros y caras increíbles. Por eso los mejores clubes del mundo evitaron contratarlo: el poder prefiere la obediencia debida. ¡¡¡Pero vamos!!! Lo quieren pintar como un monstruo, y Dibu Martínez es un hombre sensible: va al psicólogo, y llora cuando suena el himno. Antes de jugar la final del mundo se comió un sanguchito de jamón y queso con mates. Cuando está en el país, suele ir a ver a su hermano que corre en carreras en Mar del Plata. El día de la atajada milagrosa, puso su cuerpo para defender al héroe Messi. Si lo hizo el sargento Cabral con San Martín, cómo no lo iba a hacer él. Dibu quería que la pelota le pegara en el rostro. Como se quedó con las ganas, un mes después fue a la práctica del Aston Villa y le dijo a sus compañeros: “Patéame que te la atajó con la cara”. Así es Dibu Martínez, un loco que le robó el récord a otro loco, al Mono Burgos. Gracias a él, la Copa está en casa. Gracias a él, los arqueros del mañana volarán sin miedo a la locura.

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El pequeño Martinez tiene miedo. No quiere tirarse para la derecha. Entonces su padre agarra un colchón viejo. Y lo tira en el fondo de su casa. “A partir de ahora vas a caer sobre ese colchón. Me escuchaste Gordo, dale Emi. Tirate ahí”. Una y otra vez, Beto y Alejandro, hermano mayor de Dibu, le patean para ese lado. Emiliano tiene 12 años y ya supera el metro setenta. De hecho es más alto que el propio técnico de su categoría, Jorge Peta. Pero en el fondo sigue siendo un nene y no quiere lastimarse. “Dale Emi, dale que llegás. Vamos que vos podés...”, lo alientan. El entrenamiento casero que armaron los Martínez empieza a dar resultados. El domingo, Emi se ataja todo contra Kimberley de Mar del Plata. Voló sin miedo a la caída, como lo hace un pájaro sin saber que vuela. Y aterrizó como un hambriento tigre por encima de su presa: la pelota. ¿Qué le dijiste al Pibe, Beto?, le pregunta el entrenador. Y Beto sonríe porque sabe que ese colchón viejo, que tanta veces quisieron tirar, por parecerse a una feta de fiambre. Y Beto sonríe porque Argentina es campeona del mundo. Y su hijo tuvo dos atajadas formidables. Una de ellas a la izquierda. La otra a la derecha. Su hijo desactivó ese misil francés, que tenía destino de infarto colectivo. En la definición, Dibu puso su pecho blindado y cayó con todo el peso del hombro, con todo el peso de la historia. Quién lo hubiera dicho. Un colchón carente de afecto, ayudó a un nene a vencer su miedos. No dejaba dormir a nadie. Y fue testigo del nacimiento de una leyenda que contaremos por siempre. En ese anónimo colchón dormía el sueño más grande de todos.

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Ahí está el Fideo. El héroe postergado. Le llegó de grande la gloria. Como un ángel que no encuentra las puertas del cielo. Si existiera la posibilidad de cambiar el libro de quejas por un libro de disculpas, no alcanzarían las páginas para pedirle perdón. Di María, tantas veces maltratado por llegar lesionado en las finales, fue el Ángel que eligió Diego para cuidar a Messi. Maradona lo convocó para su ciclo en el Mundial 2010. Y desde entonces, viene su historia con la Mayor. Nacido en tierra santa, debió lidiar con técnicos que no querían dejarlo jugar por su huesuda apariencia. Pinta de equilibrista, parece que se cae, parece que no le da la fuerza, pero siempre hace pie. Porque tiene un corazón de hierro. Y si le das medio metro, saca el puñal de su botín izquierdo. Un día, tiró un centro de rabona en un partido con la Sub 20 en Japón. Y Ever Banega, que estaba ahí atrás, le dijo: “Hey, buena, Fideinho”. A partir de ahí, nació el apodo del Fideo. Rosario Central, Benfica, Real Madrid, Manchester United, Juventus, PSG. Scaloni lo ubicó sobre la derecha. Y Di María recuperó su vuelo para ser recordado como el flaco de los goles importantes. El gol en Beijing, el gol en el Maracaná, el gol en Wembley, el llanto en Qatar. Es el mejor de los mortales. Arriba suyo solo están los dioses del fútbol. Según dijo, se retira de la Selección después de la Copa América. Ya cumplió su misión. En su nombre estaba su destino.

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Doña Diana Hernández andaba buscando algo que calmara a su hijo, que le daba vuelta la casa. El médico la miró con ternura, cumpliendo a raja tabla el juramento hipocrático. Y de palabra, le recetó una pelota. En Argentina, los chicos no tienen más remedio que patear y patear. Algunos llegan a hacer carrera, millones no. De hecho existe una firme sospecha corroborada en los congresos de fútbol que se realizan en los bares de las esquinas que dice así: “aquí, en esta tierra, todos somos o fuimos, alguna vez, futbolistas frustrados”. Pero volviendo al tema, Angelito era un Diablillo que necesitaba tierra fértil para sus travesuras, sin romper el jardín del fondo de casa. Por eso, en las canchitas del Club El Torito de Rosario encontró su lugar en el mundo. El rectángulo es para él una plaza llena de juegos y obstáculos. Di María es desde hace años un futbolista consagrado a nivel mundial. Dejó de destrozar las plantas de su vieja para romper cercos de las defensas más férreas del mundo. Y ahora es él quien recibe las flores de regalo por lo bien que juega. Por todo eso, debemos decirle gracias Doña Diana. GRACIAS por comprarle el mejor juguete del mundo. GRACIAS, por llevarlo a entrenar en bicicleta, cuando pedalear con su hijo a cuestas le dejaba las piernas a la miseria. GRACIAS por convencerlo de que siga jugando, cuando un entrenador de las inferiores Rosario Central le dijo que “con ese fisiquito” no iba a llegar a nada. GRACIAS Doña Diana por hacerle caso al doctor. Ninguno le pifió el diagnóstico. Eternamente gracias.

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Gonzalo Montiel está mal de ánimo. Tiene abierta la herida. Metió el codo en el área y terminó en el penal y empate agónico de Francia. De repente cae la torpe luz de una estrella sobre la cabeza de Scaloni, que está armando la lista y lo pone igual. “¿Qué pasa, Cachete? ¿Estás para patear?”, le pregunta el técnico. Montiel, que tiempo después le confesaría a su amigo Enzo Paz, que no tenía ganas de nada, finalmente tomó coraje y quiso su revancha. “Dale, Cachete que pateás cuarto” El quinto es Lautaro Martínez. Cinco minutos después, el mundo deja de girar. No hay rotación, ni traslación. El planeta se congela. Tal como paso hace 10 mil años. Ya patearon y anotaron Messi, Dybala y Paredes. Ya atajó un penal el Dibu Martínez. Entonces Montiel agarra la pelota, si lo mete, somos campeones. Si no lo hace, mejor no pensarlo. Entonces Cachete se acuerda de lo que aprendió en el potrero. Y luego en la escuela de River. Es el momento. Montiel espera la orden del juez. Ya había metido el penal en la serie contra Países Bajos.

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Una historia simpática muestra a Montiel pateando penales antes del Mundial, en un picado en su casa de Sevilla. En aquella tarde con amigos erró 3 penales. Vaya paradoja. Dos se los atajó Gastón Cisterna y otro Enzo Paz, ambos amigos suyos de la infancia. Pero eso es solo una anécdota. Ahora todos somos Montiel, como bien dijo el relator Rodolfo De Paoli. “Metelo, Bococha”, le dicen sus amigos. “Metelo Cachete”, grita el país entero. Entonces Gonzalo va y lo hace. Y se saca la remera y nos desnuda a todos. Ahí está Montiel, con los cachetes llenos de gol. El mismo nene que se crió viendo los campeonatos de penales en la cancha de Perico de Virrey del Pino. Ahí está Montiel, dando la vuelta olímpica, interminable. Como esos viajes que hacía para cumplir el sueño de futbolista. Con diez años, se tomaba una combi hasta Liniers y luego un colectivo para ir a entrenar a River. Cuando su mamá no tenía para darle, él iba igual. Dale, subí pibe, le decía el chofer de la combi clandestina. Y le perdonaba esos 3 pesos del viaje. Ahí está Montiel, coronado de gloria. Recién ahora descubrimos esas tres estrellas que tiene en el cuello. Se tatuó antes de salir campeón. Tenía el destino marcado.

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¿Por qué Julián Alvarez se ríe antes de meter un gol? Cómo es posible, que te rías, viejo. Si todavía no lo hiciste. Si ante Croacia corriste 80, 90 metros y no te tendría que quedar una partícula de aire. ¿Cómo es posible que tengas el olfato de gol del Bati y la prepotencia arrolladora de Kempes? ¿Cómo hacés, Julián, para meter tanto miedo con esa cara de nene ingenuo? Te veo el rostro bondadoso, poblado de adolescencia y veo a un nene inconsciente, que juega al fútbol como si estuviera en los potreros de Calchín. El fútbol argentino lo hizo una vez más. Y parió a un goleador, para que el genio tenga el remate final para completar su gran novela. ¡Ay, Julián, jugás tan bien al fútbol! Sos la cuota del gol que vino a saldar todas las deudas pasadas. Nunca más, señores, el mundo va a olvidar ni va a dudar de Lionel Andrés Cuccittini.

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Vino un pibito, un tal Julián, a decirnos que no se metan con Lionel. Porque si alguien más va a bardearlo él se va a encargar de romper todas las redes que hagan falta para que no toquen a su ídolo. Así que ya saben. Nunca se metan con el superhéroe de un chico. Porque van a ver de lo que es capaz de hacer con tal de defenderlo.

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Scaloni nos vino a enseñar muchísimas cosas. No permitas nunca que te digan que no tenés experiencia, que no servís para el puesto. Esa sería una. No aceptes que te bajen el precio. Con frases del estilo: “Lo tuyo es un golpe de suerte”. O “sos el último orejón del tarro”. No te achiques cuando aparece la oportunidad de tu vida. Porque Dios no elige a los preparados; sino que prepara a los elegidos. El único tiempo verbal que hay que conjugar es el presente. Así, con las alas que nos hayan dado, se puede ir hacia los sueños, sin importar si es en un cohete, en un avión o trepándose de una escalera enclenque. Mejorar es ser mejor que ayer. Ni más ni menos que eso. He visto mulas cruzar la Cordillera de los Andes. Y águilas esconderse ante la primera tormenta. Los sueños no tienen fecha de vencimiento. Tienen fecha de convencimiento.

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DYBALA

EN EL NOMBRE DEL PADRE Paulo Dybala espera su turno para tomar fernet con cola en una botella recortada. Tiene 15 años, una zurda mágica y unos ojos con brillos chispeantes, intermitentes eh, a pesar de la oscura tragedia que lo golpea. Acaba de ganar el torneo 2008, con la quinta División de Newells de la liga local de su pueblo, Laguna Larga. Pero no puede dejar de pensar en su viejo. No puede olvidar que su papá, ya no está más con él. La parca, esa vieja maldita, se lo llevó hace meses. Y con su viejo se fueron muchos sueños. Dybala llevaba cinco años jugando en Instituto, porque su papá manejó 130 kilómetros por día para llevarlo a entrenar. Pero cuando su viejo murió, a Dybala no le quedó otra que recluirse en su pueblo, En Instituto, al principio, no le quisieron pagar la pensión. Entonces Dybala no tenía forma de ir practicar todos los días y volver a su casa a dormir. Sin su viejo, las distancias se agigantaron. Esos 66 kilómetros de que separan su hogar, en Laguna Larga del Predio La Agustina de Instituto se tornaron imposibles de recorrer. No había forma. Intentó un par de veces y venir a dedo, ir y venir con el auto de algún conocido, pero eso no duró mucho. Entonces su mamá habló con Walter Obregón, el DT de la 5ta de Newell’s Bibliotecario, sí, así se llama el club. Y le pidió: “Por favor, contenga a mi hijo”. Así fue como Dybala volvió a jugar al equipo de su pueblo, de 7 mil habitantes. Hizo goles, caños y gambetas. Rompió redes con broncas y acarició balones con alegrías. Cada vez que la pelota lo veía al Paulo, era como que juntos se sonreían. Nunca le sacó un chichón. La pelota eso se lo agradeció siempre. Un colega, Rául Sampaolesi, aclara que en el pueblo hay dos equipos: Newell’s y Sportivo. Sus primeros pasos los hizo en Sportivo porque le quedaba más cerca de su casa, sin tener que cruzar la Ruta Nacional 9. Pero después se cambió por pedido de su papá. La historia que viene después es más o menos conocida. Dybala luego de 6 meses volvió a Instituto, dueño de su pase, que esta vez sí le hizo lugar en la pensión.

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Fue figura del equipo de Darío Franco, que no ascendió por el canto de una uña. Justo River estaba en la B. Y el mundo periodístico porteño, desacostumbrado a ver fútbol del Interior, descubrió a esa Joya. Luego Dybala fue vendido al Palermo de Italia, que a los 3 meses de su debut, descendió. Un año después Paulo devolvería al Palermo a la Serie A. Empezaba una carrera llena de colores y goles. En la Juventus usó la 10 de Platini y Zidane, una camiseta que pesa 10 kilos de fábrica. Jugó con Cristiano y con Messi. Y logró asombrar al mejor tano después de Roberto Baggio. El año pasado, el mismísimo Francesco Totti lo tentó: “Si venís a la Roma, te doy la 10 que usé durante 20 años”. Adivinen qué hizo La Joya. Fue a la Roma. Por su puesto. Pero tuvo un gesto notable: “Francesco, la 10 es tuya. A mí dame la 21”. En el Mundial, (después de haberse consagrado en Instituto, Palermo, Juventus y Roma) Dybala esperó paciente su turno, porque juega en el mismo sector del campo que Messi y como Messi no juega nadie, salvo Messi. Le tocó entrar, tal vez, en los 17 minutos más importantes de su vida. En la final contra Francia. Y tuvo dos participaciones clave: un cruce milagroso en defensa que vale un Mundial. Y metió su gol en la tanda de penales. Lo iba a patear a un costado. “No Paulo, patealo al medio”, le pidió Dibu. Y Paulo fue e hizo caso. Paulo fue y lo metió, justo al centro. Paulo fue y se llenó la boca de gol y los ojos de lágrimas. Como aquella tarde en la que estaba en el hospital cuidando a su viejo, al gran Adolfo, y le juró y le re contra juró que iba a ser futbolista profesional. Han pasado 15 años. Paulo Dybala vuelve a ser campeón, y como aquella vez espera su turno para tomar fernet con cola en una botella recortada. Messi sostiene el viajero. Por cierto, el viaje valió la pena, Paulo Tu viejo tenía razón.

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Enzo Fernandez Y su sonrisa tanguera. Cómo explicarle a los abuelos que éste pibe no es Gardel. Los magnates del Chelsea hicieron las cuentas. Y se dieron cuenta de que pagaron por él lo que vale un avión. O tal vez, un camión con 162 lingotes de oro. Pero cuál hay, de qué sirve tener tantos fajos en el banco, y la pelota tan triste. Entonces, Enzo, después de un extraordinario mundial aterrizó en la Premier League, para mostrarle a los ingleses que ellos también son capaces de respirar el potrero, por más que nunca hayan pisado uno. Por más acolchonado que sea el césped ahora, y potentes las luces del estadio, el juego es el mismo que aprendió cuando se dedicaba a limpiar jugadas en las embarradas canchas de San Martín. El truco pasa por guiar a la pelota como la ingenua compañera de baile, cuidarla, sin que la golpeen, quererla más que nadie, y pasarla, por supuesto, pero solo a quién de verdad la merece. Los primeros pasos los dio en la Recova de San Martin Luego, las inferiores en el Millonario. El debut en Primera con Gallardo, el préstamo a Defensa, las copas en Varela, la vuelta a River, los campeonatos, la venta al Benfica, la Scaloneta, el misil a México, La Copa del Mundo, el Chelsea, la fama, la gloria, el oro inmortal. Ahí está Enzo Fernandez, con su sonrisa gardeleana, De pibito, según leí en el Clarín, se enojaba cuando se cortaba la luz. en el club del barrio Y le suspendían el partido. Hoy, todas las luces se posan sobre él. Y él, cada vez sonríe mejor.

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LICHA

EL CARNICERO

Su casa estaba en el mismo terreno que la de sus abuelos y sus primos. Tres viviendas, aprovechaban un mismo lote. Allá al fondo, donde se pierde la numeración. Allá al fondo, en la calle Mitre, tapizada de tierra y cascotes y con la amenaza permanente en el barrio del desborde del río Gualeguay. Al mediodía, mal o bien se almorzaba. Pero de noche, los platos quedaban sin servir. Entonces, Lichi y sus primos intentaba silenciar el rugido de sus estómagos con mate cocido y galletas. Los comía la pobreza.

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Nacido un 18 de enero de 1998 en Entre Ríos, sus primeros pasos los hizo en el baby fútbol de Urquiza, donde lo dirigió su madre, Silvina Cabrera. Sí, su primera entrenadora fue su mamá. Tremenda artillera, pionera del fútbol gualeyo. Es más, cuenta la leyenda que Lisandro Martínez jugó su primer partido estando en la panza de su madre embarazada. De adolescente, pasó a Libertad, el club de su padre, Raúl Alberto, El Gringo Martínez, un férreo marcador de punta derecho. Allí en la banda azul jugaban todos sus primos.

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Lichi la descocía como enganche. Lo llevaron a probarse a Boca. Se quedó sin aire en una jugada y lo rebotaron por un supuesto principio de asma. Se hizo estudios de nuevo en Entre Ríos. Sólo fue una falsa alarma. Así que se probó en Newell’s, y quedó. Pero no duró mucho: se volvió porque extrañaba. Con 14 años, su viejo, albañil, le dio un ultimátum. “Pibe, vas a dejar la junta y vas a venir a laburar conmigo, eh a la obra”. Lo citó un lunes a las 7 de la mañana. Lichi llegó tres horas más tarde Y mal dormido. ¿Ves que la obra no es para vos?, le dijo el padre. Duró un día como albañil. Pero con ese ladrillazo que recibió por la cabeza, se dio cuenta que tenía que insistir con el fútbol. Lo querían Argentinos Juniors y Vélez. Pero tenía una preficha en Newell’s. En el leproso hizo todas las inferiores. Hasta que debutó en Primera. Pero jugó sólo un partido. El técnico, Chocho Llop, no lo quiso porque era bajo para defender. Así que le vendieron el 50% a Defensa y Justicia. Allí, en Florencio Varela, la peleó dos años hasta que brilló en el equipo de Beccacce, que le gustaba salir por abajo.Y en el Halcón su carrera levantó vuelo. Lo vendieron al Ajax de Holanda, la escuela del fútbol total. El que revienta la pelota, no pisa nunca más Amsterdam. Le pusieron carnicero por su fiereza para defender. Ganó 5 títulos nacionales en 3 temporadas. Luego pasó al Manchester United, por cerca de 60 millones de euros. Es hasta hoy el defensor más caro de la historia del fútbol argentino. Y debió pelearla, eh. Otra vez el tema de su altura. El mismísimo Gary Neville que levantó 12 Premiers League recomendó en televisión: “Mejor pónganlo de 3 o al mediocampo”.

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La historia con la Selección ya es conocida. Conquistó la Copa América. En el Mundial defendió como un dogo argentino cuando le tocó jugar. Y le bajó en la cara la persiana a un insolente australiano que nos quiso empatar sobre la hora. En su regreso al United, Old Trafford lo ovacionó bajó un cielo lluvioso. Los ingleses desplegaron una bandera argentina, con una simpática cuchilla de carnicero, dibujada en el centro. Esos mismos cuchillos que no pudo usar en esas noches jodidas, ahora los lleva escondidos entre las medias y los botines. Y los usa para defender la bandera de la patria.

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HUEVO ACUÑA

HÉROE DEL SILENCIO Días después de ganar la Copa del Mundo, pasó a saludar por las prácticas de Ferro y Racing, los dos clubes en los que jugó. Llegó manejando un Peugeot 308. Ni Cristiano Ronaldo, ni Neymar, ni Luca Modric tienen lo que tiene el Huevo. El Peugeot, ja. La Copa del Mundo, por supuesto. Pero Marcos Acuña, señores, es el mismo de siempre. No se la cree ni un poco, por más que haya levantado la misma copa que Messi. Esas manos que acercaron al cielo de Qatar los 5 kilos de oro macizo 18 kilates, ahora manejan el volante de un bonito feline modelo 2018. Para qué más lujo, ¿no?

Si algún día alguien llegara a escribir un libro sobre su carrera, pfff tengo la firme sospecha que con 10, 15 páginas, Acuña diría: “Ya está, eh, con esto está bien”. Es tan tímido que siempre hizo todo lo imposible para no figurar. Apenas salió campeón, le pidieron unas palabras en el Twitch de AFA Estudio. Era la gran oportunidad que teníamos de conocerle la voz. Bueno, shhh que va a hablar el Huevo. Saben que hizo. Solo dijo tres palabras: “No rompan nada”. Mientras el stream salía en la pantalla gigante en la 9 de Julio. Día a día, Acuña esculpe un monumento al perfil bajo, su bonhomía no tiene porqué ser contada, pero ya que no tiene prensa, vamos a decirlo. Cada vez que pudo donó cosas para sus clubes.

Compró pares botines, canilleras, un led de 50, una heladera, pavas eléctricas y quién sabe cuántas cosas más para los pibes de la pensión de Ferro. “Cuando haya que cambiar los equipos de aire acondicionado, me avisan, eh”, dijo. Siempre se dijo de Acuña que era un obrero, un laburador. Y jugador probador, como esos boxeadores que no tienen tanta chapa, pero que se ganan la vida poniendo el lomo igual. El cuida la pelota como lo hace un chico con su juguete favorito. Huevo Acuña es un ejemplo de resistencia. Porque de pibe dejó Zapala, Neuquén, para probarse en River. Y no quedó. Fue a Boca. Y lo bocharon también. Pero no se rindió. Y dijo, voy a probarme en donde sea necesario. Se tomó el Sarmiento. Y se bajó en la estación Caballito. Y quedó en Ferro, A pasos de la estación de subterráneo Primera Junta, se encarriló el sueño de poder vivir del fútbol. Luego lo compró Racing. Al principio alternó con Centurión y Washington Camacho. Hasta que la rompió y se fue al exterior. En España lo criticaron porque pensaron que fingía lesiones. Acuña llegó con lo justo al mundial. Alternó con Tagliafico y Di María. Pero en la final, cuando entró en el ST, puso todo lo que le marcaba su apodo. Y se mandó una heroica. Un tackle histórico, como el de Leguizamón a Chabal. Se escapaban 4 franceses contra 2 argentinos. Pero el Huevo se tiró de cabeza y derribó a Coman. “Esta vez no me van a robar lo que es mío”, dijo. Como si se hubiera acordado de las veces que le afanaron la mochila en el tren Sarmiento. El Huevo es así, un tipo de pocas palabras y muchos esfuerzos. Un tipo de campeón que se hizo querer. No necesita lujos. ¿Saben por qué? Porque le sobran huevos para ser como es.

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Por Eduardo Castiglione Columnista invitado

Que en ese metro y 77 centímetros envasados en algunos gramos más de 70 kilos había un reservorio de espíritu salvaje para el combate físico, músculos y corazón como para repartir a dos manos desde la bolsa de Papá Noel y una decisión visceral para vencer ante el rival que cuadrara y en el escenario que fuera, quien esto escribe jamás tuvo la mínima duda. Es que de Rodrigo Javier De Paul, nacido el 24 de mayo de 1994, en la bonaerense Sarandí, había conocimiento desde que siendo un pibito se puso la camiseta negra y blanca del Deportivo Belgrano club barrial donde Iván Marcone es un dirigente esencial- para competir en el FADI (liga de fútbol infantil) Avellaneda. Bravo, picante, intenso, calentón, peleador y ganador fue desde siempre.

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Sin embargo, como en otras personas, no siempre lo que se ve es todo lo que alguien tiene para entregar en la vida. Y que De Paul deviniera futbolísticamente en lo que se ha convertido, que no es otra cosa que un "todocampista", es una agradable sorpresa que tanto bien le ha hecho a la Selección Nacional. El aporte del volante derecho de la Argentina en Qatar 2022, con un prometedor anticipo en la obtención previa de la Copa América, ha sido descomunal. Estupendo. Colosal. Porque además de entregar todo lo que tácticamente le pidió Lionel Scaloni, que no es diferente en nada de lo que habían escaneado todos los video analistas rivales, Rodrigo se convirtió simultáneamente en un conductor alternativo del equipo.

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Una jerarquizada opción de Messi para que el ataque no quedara huérfano de genio e ingenio cuando al mejor de la historia lo obstruían es demasía. El tercer hombre imprescindible para que la bola saliera redondita, junto con Mac Allister y Enzo Fernández, cada vez que llegara el pase del Cuty Romero y/o de Otamendi. El oportuno lateral fantasma para que el hueco que dejaban las subidas de Molina no se convirtiera en una peligrosa zona liberada. El salvavidas que estuvo siempre en condiciones para mejorar situaciones de emergencia personales o generales. El portador de la casaca con el 7 en la espalda (antes tuvo el 16, número clave desde tiempos en los que le costaba afirmarse en las Inferiores de Racing) fue un pájaro laborioso que voló por todos lados. Corrió y jugó. Metió y pensó. Trabó y pasó. Barrió y ganó. Con el corazón en la mano y el cerebro donde debe estar. Alguna vez, cuando el enorme Alfredo Di Stéfano maravillaba al mundo con la camiseta del Real Madrid, largó una sentencia para explicar su forma de juego: "Mi quintita en la cancha mide 105 metros por 70". Ahora, corriendo y reacomodando en la memoria esos recuerdos tan dulces, quienquiera puede asegurar que en Qatar, durante buena parte de diciembre del 22, cuando Muchachos... se convirtió en una canción patria, la quintita de De Paul midió, igual o un poquitito menos, que la de Di Stéfano.

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DE FELICIDAD

DE FELICIDAD FELICIDAD DE

Los soldados otomanos eran expertos en tácticas de asedio. Sus ingenieros desarrollaron catapultas y cañones para tomar ciudades y fortalezas enemigas. A ellos nunca se les caía la moral. Siempre creían que podían vencer. Y Nicolás Otamendi tiene en su ADN ese espíritu de lucha inquebrantable. Porque con su estilo temperamental y virulento, se las ingenió para luchar de igual a igual contra los mejores delanteros del planeta. En una dupla memorable que conformó junto a Cuty Romero, Ota fue la voz de mando del fondo. Fuerte en el cabezazo en las dos áreas, buen pase, lectura de juego y excelente uno contra uno estando en su parcela, Otamendi coronó un mundial inolvidable. Ese pibe que nació en Vélez, y que jugó su primer mundial con Maradona en Sudáfrica 2010, es uno de los tres sobrevivientes junto a Messi y Di María de aquellos años. Tuvo épocas duras cuando quedó en la mira en la eliminación ante Alemania, jugando como un improvisado lateral derecho. Pero nunca se rindió. Y tanto luchó que consiguió quedar por siempre en la historia grande del fútbol. De chiquitito se tomaba tres colectivos desde El Talar para ir a entrenarse a Liniers. También, en las notas posteriores al Mundial, confesó que veía a su madre sufrir hambre por él. Doña Silvia le guardaba los viáticos para la vianda y el boleto. Y Ota siempre se lo reconoció. Siempre tuvo hambre de gloria. Por eso, con 35 años, sigue en la Selección. En noviembre del 2023, le hizo el gol del triunfo a Brasil que perdió el invicto jugando eliminatorias en el Maracaná. La historia guarda un lugar de privilegio para este guerrero inclaudicable. Que conste en actas.

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El pequeño Alexis nació en la Nochebuena de 1998. Se críó envuelto por las historias de los partidos de su viejo. Su papá jugó en Boca con Maradona. Y vistió la camiseta de la Selección Argentina. El Colo, Carlos Javier, raspaba tanto, que se tiraba a barrer y había que resembrar el césped de La Bombonera. Cuando iba al piso, los rivales saltaban como si hubieran sido salpicados por aceite hirviendo. Alexis abría grandes los ojos cada vez que escuchaba esos relatos sobre su papá. Por su puesto, tanto él, como sus hermanos mayores, Francis y Kevin, querían ser futbolistas. Su padre podría haberle comprado la juguetería entera, pero ellos solo querían la pelota. Cada vez que se hacía de noche, el hombre trataba de inventar alguna maña para calmar a esos niños intrépidos, que no querían contar ovejas con la luz apagada. Entonces, una buena noche, se le ocurrió alterar el guión de un cuento clásico. Y le contó una historia de tres chanchitos que jugaban en el Real Madrid. Esa vez los niños no llegaron a escuchar el final del relato, porque les venció el sueño.

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Sin embargo, todas las noches a partir de esa noche empezaron a pedir que les contaran el mismo cuento. Se codeaban ilusionados. Tenían la sospecha de que esos cerditos en realidad eran ellos tres. Al final, el cuento tuvo algo de realidad. Porque tanto Alexis, Francis como Kevin jugaron juntos en la primera de Argentinos Juniors. El pampeano Alexis llegó siendo un 10 clásico. Pero no la tuvo fácil. Hubo un tiempo, en donde fue suplente en su etapa de Inferiores. “La técnica la tenés, pero tenés que crecer físicamente para aguantar”. Eso le decía Diego Gómez, su DT de novena y sexta. Y él le hizo caso. Entrenó y sacó músculos para aguantar las exigencias. Y logró desarrollar una máquina que ejecutara todo lo que él ya traía de fábrica. Y así fue que empezó a meter goles desde todos lados. Sacaba más de 10 disparos por partido. Nadie podía creerlo.

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Luego de haber jugado alrededor de 70 partidos en el Bicho (donde logró un Ascenso) los ingleses, del Brighton, lo compraron por 9 millones de dólares. Con ese dinero, Argentinos avanzó en la construcción de un predio modelo. Lo que vino después, más o menos, es una historia conocida. Como no le salía la Visa, los ingleses lo prestaron 6 meses a Boca. Allí, jugó con Alfaro por los costados, pero su padre, por miedo a que quede colgado, con los papeles listos se lo llevó a Inglaterra. En el Mundial, Alexis tenía que pelearla desde el banco. Se lesionó Lo Celso. Y se abrió una ventana enorme. Porque siendo un 10 clásico, puede jugar como doble cinco, como interno. Es un volante mixto, una rueda de auxilio de lujo. Scaloni probó en el primer partido, con el Papu Gomez, en el traspié ante los árabes. En el segundo entró Alexis, volando en la cancha, como un dragón, que escupe fuego. Y se quedó con el puesto. Hizo el gol a Polonia. Y no salió más. En la final borró de la cancha a Griezmann, ni más ni menos. Y se mandó el pique de su vida antes del pase gol a Di Maria. Es tímido, habla poco. Ataca y defiende. Este genio frota la lámpara y también la limpia, y la protege del rival. Y estudia todo. Cuántos pases hizo bien, cuántas pelotas recuperó y perdió, se compara con otros, para ver en qué aspecto debe mejorar. De chico hacía lo mismo, le armaba las estadísticas de los futbolistas a los que iba a ver su papá, que lo lleva a la cancha por su trabajo de representante o comentarista de fútbol. La historia de los tres chanchitos marcó la vida de los hermanitos Mac Allister. Sin embargo, uno de ellos, Alexis tuvo la osadía de inventar un cuento mejor. Vos Alexis, que de niño jugabas a las escondidas en las matinés a las que iban tus primos y tus hermanos, nunca más vas a poder esconderte. Quedaste en la historia del fútbol. Sos campeón mundial.

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DOCTOR

MILAGRO ARMANDO DANIEL MARTINEZ

Armando Daniel Martinez era un hábil delantero. Su carrera se estropeó muy rápido, a los 20 años, por una lesión en la rodilla. Lo operaron 3 veces, pero nunca pudo volver a su nivel. Argentinos Juniors lo dejaría libre. Sin embargo, el pampeano eligió quedarse en Buenos Aires y enfocarse en su otra pasión. Querer curar a los demás. Se quemó las pestañas leyendo libros. Y se recibió de médico en 1993, en la UBA. Siguió en silencio por la ruta del trabajo y la perseverancia. Y vaya paradoja, eligiò ser médico de rodilla. Siendo traumatólogo y deportólogo operó y salvó del retiro a cientos de chicos que llegaban con la misma lesión que la suya. La técnica de la artroscopia ya estaba más avanzada. Pekerman y Salorio que lo conocían muy bien de su etapa de Argentinos Juniors, lo llevaron a trabajar a la AFA en el 95, con las juveniles. Y desde ahí integra el departamento médico de selecciones nacionales. Sus manos que tan bien cuidaron a nuestros jugadores levantaron la copa del mundo. El sueño que soñó como futbolista, lo cumplió como médico. Cuando uno trabaja y desea muy fuerte una cosa, la vida acomoda todo para que algo mágico suceda.

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LIONEL MESSI

EL BAUTISMO

Su abuela lo metió de prepo dentro de una cancha y nunca más salió. “Escúcheme, Don Salvador, ya que falta uno, qué está esperando para poner a mi nietito”, dijo Doña Celia, algo ofuscada Aparicio no quería tener problemas con esa señora, amiga del barrio, y lo puso unos minutos. Apenas el nietito tocó el balón en esa canchita de Rosario, de Grandoli, un chispazo hizo brincar la pelota, y enseguida, otro chispazo más grande y otro que quemaba, y ennegrecía la tierra, y el escaso pasto que quedaba. Un viejo electricista que miraba a la distancia se atrevió a decir: “la pucha, es como si esos botines estuvieran atados por cables pelados”. Otro que no entendía ni de fútbol ni de electricidad, pero que sabía calcular a la perfección el peso de la verdura a ojo se preguntó en voz alta: “¿Cómo explicarlo? La pelota le queda grande y a la vez le queda chica, le queda como una sandía y la deja como una naranja”.

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Enseguida, sin darse cuenta, todos dejaron de ver el partido para centrarse en en ese puñado de millones de átomos alborotados . Ahí andaba el niño Messi, como enchufado a 220, era su primer partido por eso la pelota saltaba de la alegría. Esa tarde con 4 años metió dos goles y se los dedicó a su abuela, que estaba sentada en la tribuna, inmediatamente allá a lo lejos, el sol supo que allá a lo bajo había llegado alguien dispuesto a regalar rayos de luz cuando las nubes pintaran los domingos. Ya no habría de qué preocuparse. En ese pedacito de nene, había más fútbol que en todo el sistema solar. Cada vez que Messi hace un gol, mira al cielo y se lo dedica a su abuela Celia, que murió en 1998. Su abuela lo metió de prepo dentro de una cancha y nunca más salió. Siempre estuvo con él.

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PLANETA Nos mintieron. Me parece que la felicidad era esto, nomás. No hacía falta tener, ni comprar. Sólo había que juntarse, quererse, amarse. Y creer en algo más. La familia, los amigos, las cábalas. Y quién sabe cuántas cosas más. Sólo había que poner la pava para el mate. Abrir la bolsa de los libritos de grasa. Y sentarse delante del televisor. Sufrir, gozar, amar, rezar, putear, esperar, festejar. Somos eso, las lagrimas de Di María después del gol, los cruces de Otamendi, las corridas de Julián, los revolcones del Dibu. Las gambetas eternas, antioxidantes gambetas de Messi.

Somos también lo que los demás hicieron de nosotros. Todavía tengo las balas incrustadas en el pecho de ese sicario francés. Qué tipo jodido que sos, Mbappe. Nos disparaste cuatro veces al corazón. Quisiste arrebatarle la corona al Rey. Pero no, Tortuga, esta vez no se nos va a escapar. Todavía no conocés las caras de los 26. Todavía no sabés porque llorás tanto. Todavía no sabés porqué tu corazón hace más ruido que de costumbre. Pero qué importa. No hace falta que sepas. La alegría no tiene porqué ser argumentada. El amor, la felicidad, el fútbol, la vida, son cosas que jamás se podrán explicar.

DE FELICIDAD FELICIDAD Alaia almorzó dos veces antes de la final Y metió siestita no se bien a qué hora. Su cerebro no se formó bien. Según la ciencia, ella no debería entender que es un gol. O un campeonato del mundo. Pero, a quién le va, ella está contenta igual. Sus neuronas espejos espejan conductas. Se copian. Y absorben la alegría, los abrazos, los gritos de un país alocado que acaba de ser rebautizado. Y mientras más gritan en la plaza, más feliz se pone la nena. Tal vez piensa que toda esa alboroto es por ella. Y está bien que así sea. Sí, Alaia, están felices por vos. Ahora que recuerdo, un día antes del partido entró un pajarito a casa. Era el buen presagio que esperaba. Le ofrecí agua y unas miguitas de pan. En una tapa de plástico. Esperé cinco, diez, tal vez quince minutos. “No come, ni bebe”. “Debe estar enfermo”, pensé. Pero no. El pajarito sabía la inocente trampa que la vida le había puesto. Y no cayó en la tentación. Eligió la libertad. En su vuelo de zigzagueos después de chocar con los vidrios de la casa, el pajarito encontró el aire puro del exterior. Ahí Alaia y yo nos quedamos perplejos. Era la primera vez que juntos veíamos alguien volar de alegría.

En el vuelo los pájaros. En los saltos de la gente. En el flamear de la bandera. En los besos de esa Plaza. En la mirada de esa señora de 80 años que se me cruza en silla de ruedas En el anillo de ese flaco enamorado, que le pide matrimonio a su novia arriba del escenario. En los bocinazos que musicalizan el domingo. En los desconocidos que se te acercan a decirte que SOMOS CAMPEONES. En el fulgor de esa Copa. Ahí está mi querida

Argentina.

Somos

eso.

Somos

buenos

muchachos, aunque nos separemos por chiquiteces. Este equipo nos arrancó 47 millones de sonrisas. Y por primera vez en mucho tiempo ¿se dieron cuenta de algo? El país está unido, como esos jarrones japoneses que son más bellos cuando se rompen y se vuelven pegar. Ya vendrán los boludos a decirnos qué festejás, si el país está igual. Qué festejás, si igual no te va alcanzar para morfar. No le hagan caso, señores. No todos están preparados. No cualquiera se anima. A esta semejante locura De sentirse libres. Destrozados Rotos de felicidad.

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De pibito, lo bocharon en Boca. No lo quisieron en San Lorenzo. Nadie creía en sus goles. Nadie creía en Lautaro Martinez. Derrotado, armó el bolso y se volvió a Bahía Blanca. Hasta allí viajó Racing. Fue una corazonada del captador Fabio Radaelli. Casi que se lo trajo de las orejas. Han pasado diez años, y Lautaro casi trae la orejona para el Inter. Sin embargo, la victoria suele ser una Diosa esquiva para los humanos, como esas mariposas que mientras nos atrapan, no se dejan atrapar… Entonces, Lautaro, lloró mares para vaciarse de angustia. Y de seguro, volverá a buscar el camino a la gloria, como aquel niño que rompió todos los muros que le interpuso la vida, como aquel minotauro que luchó desde el encierro en el Laberinto de Creta. Lautaro vivía en la pensión, en el Predio Titta. Y más de una vez pensó en volverse. La desolación le hacía extrañar por de más a su familia y tener un hermano enfermo lo hacía replantearse aún más su futuro. ¿Por qué no seguir jugando en Liniers en Bahía, donde era feliz? Sin embargo resistió y se quedó a pelearla en Avellaneda porque el goleador estrella de la inferiores no era él. Era su compañero, Braian Mansilla, que hoy juega en el Oremburgo de Rusia. No se rindió y desató una avalancha de goles, tal vez 50, en similar cantidad de partidos en inferiores. Hasta que llegó a Primera. El primer año fue durísimo: entraba de ratitos, solo en 5 partidos... En 10 ocasiones ni siquiera fue al banco. Los técnicos no veían la fuerza del gol en su mirada. Sin embargo, el Ruso Zieliniski apenas llegó tomaría una decisión que le cambiaría la vida.

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Para la temporada 2016, Lautaro era el tercer delantero. Los dirigentes querían traerle un atacante más. “Ruso, querés a Lavandina Bergessio”; te lo traemos, eh”. El Ruso dijo: “No, no está bien, a este pibe lo voy a sacar bueno”. En el estreno del técnico ante San Martín de San Juan, cumplió su promesa y lo puso a Lautaro desde el arranque, como nunca había pasado en el último año con otros técnicos como Cocca, Sava y Ubeda. Poco a poco, Lautaro empezó a tomar confianza. Y luego de 12 partidos en la Primera de Racing, tuvo su gran desahogo: metió su primer gol, ante Marcos Díaz, en el Ducó. Luego, el resto es historia publicada. El Inter pagó 23 millones de euros por él. Y Lautaro a cambio paga con goles y gloria. En el Mundial metió ese penal que nos llevó a la final. Si te interpones en su camino te pasa por arriba. No hay imposibles para un hombre que se cree un toro.

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Nadie sabe bien porqué Boca se perdió este diamante. De hecho, el Vasco Arruabarrena lo hizo debutar en Primera de pibito. Pero así como lo exhibieron, nunca más lo mostraron. Conozcamos la extraña historia de Nahuel Molina Lucero. Destino errante con la azul y oro. Destino de gloria con la celeste y blanca. Molina hizo todo para ser el 4 de Boca. Dejó su casa de Embalse a los 11 años. Y se separó así de su madre, que lloraba al saber que su hijo eligió la pelota por sobre las tortas fritas. No podía soportar el dolor de saber que su niño iba a dormir a 700 kilómetros. Sin más abrazos que los de su compañero de categoría cuando les tocaba festejar un gol.

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Su papá, Hugo, ex delantero de Defensa y Justicia, le enseñó los gajes del goleador. Cuando Molina llegó a Boca, de la mano de Coqui Raffo se probó arriba. Con el tiempo en inferiores lo reciclaron como lateral. Nada mal si se tiene en cuenta que este puesto es una especie en extinción en las canchas argentinas. También hizo pruebas en Barcelona e Inglaterra. El fútbol busca gemas por todos lados. Debutó en Primera con apenas 17 años. Lo prestaron a Defensa y fue. Lo prestaron de nuevo, a Rosario Central. Y fue nomás. Había que verlo, con el bolsito de lado a lado, como un nómade sin destino. Pero a Nahuel no le importaba. El quería jugar. El quería sumar rodaje para usar tan bien el carril que manejó el Negro Ibarra.

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Molina hizo todo para ser el 4 de Boca. Pero sólo jugó 8 partidos en 3 años. Jugó Buffarini, jugó Jara, jugó Weigandt, lo fueron a buscar al chileno Isla. ¿Y Molina para cuándo? Siempre cajoneado. Siempre miraba desde afuera. En el 2020, cambiaría su destino. Se le vencía el contrato. Y Raúl Cascini y Jorge Bermúdez, lugartenientes de Riquelme, le ofrecieron cobrar como un de Primera C. “Nicolás Burdisso nos prometió otra cosa”, dijo alguien en esa reunión en voz alta. “Burdisso no está más”, le respondieron. Molina no aceptó y castigado lo bajaron a la reserva de Battaglia. A esta altura, Molina veía en el camino más cruces que en una Peregrinación a Luján. Estalló el confinamiento en marzo de 2020 y se operó de una distensión de ligamentos. Boca quería al doctor Jorge Batista, el entorno de Molina eligió al doctor Fernando Macías. Ni en eso se ponían de acuerdo. En un mes ya estaba recuperado de la rodilla. Entonces siguió entrenándose vía Zoom. Hacía los ejercicios en la casa de su novia en Lanús. Le ponía ganas Pero lo vencía el mal humor. Esta historia de amor no correspondido terminó en junio del 2020 cuando se terminó el contrato. Allí sintió un alivio bárbaro. Era libre de elegir dónde jugar. Durante meses, se entrenó solo con el kinesiólogo Javier Ríos. Esperaba una chance y le llegaron dos. Ahí estaban las ofertas del Hamburgo y del Udinese. Eligió Italia. En los papeles, Udinese acababa de comprar un jugador colgado y recién operado. Con 9 meses de inactividad. Pero la apuesta salió bien. En el 2021, la rompió en la Serie A. Un año después, lo compró el Atlético Madrid del Cholo por 26 millones de euros. Y luego, la historia grande. La gloria de América. El flechazo ante Países Bajos que inició con Messi y terminó en un golazo. Es justo decirlo de esta forma. En el lateral derecho de la Selección hay dos titulares. El Negro Molina y Cachete Montiel. Molina hizo todo para ser el 4 de Boca. Y hoy es uno de los 4 de la Selección Argentina campeona del mundo. A veces los sueños son más grandes de lo que uno ha soñado. Ahí estaba en el desierto de Qatar el diamante que se perdió en La Boca y que Scaloni se percató de buscarlo.

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Como en el 86… Por Eduardo Castiglione

Una cosa es decirlo y otra, opuesta por el vértice, es sentirlo. Las dos veces que mi sangre se congeló, tanto como para sentir un frío de tumba, la causa fue el fútbol. Y más puntualmente en las dos finales del mundo, cuando la Argentina sumó la segunda y la tercera estrella. Imposible olvidar aquel tórrido mediodia del 29 de junio de 1986, en el estadio Azteca. Estuve ahí. En el palco de prensa, enviado por la agencia de noticias TELAM. Para el partido definitorio de Qatar 2022, el atardecer del domingo 18 de diciembre me encontró como poseído sobre un sillón, a los gritos en Pilar, preguntando otra vez qué he hecho yo para merecer esto. Claro: todo este padecimiento de parto sucedió un rato antes de que todos fuésemos Montiel. Como también ocurrió 37 años antes, cuando sentimos estar en el fondo del mar y no imaginábamos que finalmente todos seríamos Jorge Burruchaga.

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En México y en Pilar la historia volvió a repetirse. A falta de ocho minutos, el alemán Rudy Voeller confirmó aquello de dos cabezazos en el área, anticipando a Nery Pumpido para un 2-2 traidor, impío, cruel, devastador. En el estadio Lusail, 95 segundos despues del descuento, Mbapé clavó en nuestros pechos una flecha de volea que nos debordó de preguntas durante un rato de genuino pánico. Es que tanto la Argentina de Carlos Bilardo con la Alemania de Beckenbauer cuanto el equipo nacional de Lionel Scaloni con la Francia defensora del título conquistado en 2018 habían reducido a sus oponentes a menos que sus mínimas expresiones.

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Argentina los había convertido en la nada debido a las maravillosas batutas de Diego Maradona y Lionel Messi, respectivamente. Ni siquiera esos descuentos parciales de Rummenigge, en el Distrito Federal,, y el tiro penal de Mbappé, en medio del desierto qatarí, alcanzaron para modificar la sensación reinante: en ambos cotejos el escenario siempre, pero siempre, tuvo mejor pinta de 3-0 que de 2-1. Después, claro que importó el después, llegó esa diagonal gloriosa y goleadora de Burru que parió una asistencia magistral de Diego y la pierna izquierda de Dibu Martínez alumbrando un achique frente a Kolo Muaní que no admite, por recomendación médica, más de una repetición por semana. Y ahora, de cierre, a los postres, a resolver cuál final causó mayor impacto para los ojos del analista. Pata o pechuga. Par o impar. Ford o Chevrolet. River o Boca. Voy con la última. Playa o montaña. Voto para la final que nos llevó hacia la tercera. Por el Dibu. Por Scaloni. Por Di María. Por todos. Y porque Messi no merecía, desde siempre, pasar por la tierra sin sentir lo que cuesta y lo que vale ser campeón del mundo con la celeste y blanca apretándole ese corazón que le explotaba en el pecho.

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Espíritu de equipo Cuando terminó el Mundial, Marcelo Bielsa elogió el trabajo del equipo campeón del mundo y tuvo la osadía de sentenciar que en el 1 x 1 Francia tenía mejores jugadores que Argentina. Aquí no vamos a cometer el error de intentar refutar a Bielsa con otros argumentos, porque eso desvirtuaría el eje de este libro. Sin embargo, hay una certeza que irrumpe y debe ser contemplada: la Scaloneta demostró la unión de los grandes equipos. Ese espíritu indomitable de guerra, de darlo todo, de reponerse ante la adversidad, como lo fue ese traspié ante Arabia Saudita, de acertar el rumbo después de un primer tiempo luchado con México. Por pericia, Scaloni recibió frescura en Enzo Fernández, Mac Allister y Julián Alvarez. Ahí arrancó el equipo. Encontró músculo, corazón y compromiso.

Armar un buen equipo no es juntar cinco número 10, (vale la excepción del Brasil de 1970), sino que es lograr que todas las piezas encastren y permitan el lucimiento colectivo. En ese contexto, Messi se encontró rodeado de circuitos y allí pudo ser Sinatra con una atinada orquesta. Ya no le tocaba cantar a capela. Entonces, sus jugadas gravitaron ante los ojos del mundo y sus goles definieron partidos. Durante años se puso de ejemplos a otros equipos como la Generación Dorada del basquetbol, como Los Pumas del 2007, hete aquí un equipo fuerte desde lo humano y desde lo simbólico. Siempre respetaron los colores. Y aun en la derrota, fueron dignos de llevar el manto celeste y blanco. Se recuperaron y fueron campeones. Para ganar hay que saber tropezar y levantarse.

El arte de no gritar un gol

Siempre me pregunté cómo era gritar un gol en la final de un Mundial. Es innegable que uno los goles siempre los grita con alma y vida. Porque los argentinos somos así de exagerados. Pero esta vez los gritos iban a estar justificados. Porque todo el país tenía licencia para gritar por una causa reconocida a nivel mundial. La cábala que teníamos con mi señora y mi nena era ir a ver los últimos 15 minutos de partido a la plaza. Así nos había ido más que bien en todos los partidos. Incluso, vivimos la serie ante Países Bajos, viendo como el Dibu atajaba penales en la pantalla gigante de la Plaza 1era Junta de Villa Gesell. No obstante, esta vez la final la viví con un nudo en el pecho. Porque del sueño de ir viendo a la Argentina 2 a 0, del llanto con Di María, de la incredulidad por ese tango que le hicimos bailar a los franceses, vino ese baldazo de agua helada que fue el 2 a 2 en menos de 3 minutos. Luego, el alargue, renovó la esperanza y la agonía. El 3 a 3 y los penales. No es justo sufrir tanto. Porqué hay que sufrir así, me preguntaba. Al mismo tiempo, para calmar mis nervios, repetía casi de forma molesta e incomprobable que esta era “la mejor final de la historia de los mundiales”. Para justificar mi versión agregaba que estudié la historia de la Copa del Mundo en los VHS Y DVD’s de la FIFA. Solo aceptaba comparar esta final con algo que nunca vi, la final de 1930, con el 4 a 2 a favor de Uruguay ante Argentina.

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Pero también hubo otras finales tremendas. Como del 54, que Alemania le ganó por 3 a 2 a Hungría, y la del 66, que consagró a Inglaterra al vencer con un gol fantasma 4 a 2 a Alemania. Esas también merecen un lugar en el podio de la emotividad. Y porqué no la del 78 o la del 86. Pero bueno, para mí esta es la mejor de las que me tocó vivir. Y punto. Después del alargue, logré serenarme. “Ma, sí, que sea lo que Dios quiera”, pensé. Ya está. Estaba vacío de sufrimiento. Ya mi cuerpo había transpirado demasiado. Tenía calor y sed, pero más me preocupaba mi hija, que quería ir a la heladería justo en el momento de la definición. Ah, no les comenté... Había tomado la decisión correcta en ir a la plaza del pueblo a compartir los demás. El 2 a 2 lo había vivido encerrado en el estudio donde grabo podcast. “Vamos a la plaza, Pame, porque acá o me desmayo o rompo todo”. Esta fue una de las frases más honestas que pronuncié en mi vida. Más sincero que decir te amo. Luego, cuando salí de casa y llegué a la plaza estaba en otro país. Porque con bombos, banderas y multitudes de vecinos, lo que parecía un velorio para mí, ahí se vivía como un carnaval. La famosa fiesta del fútbol. Sin dudas, el peor de los sufrimientos se hace más llevadero cuando la lucha es colectiva. Entonces en la serie de penales, de común acuerdo con dos geselinos que nunca más volví a ver, y con un señor hincha de Estudiantes de la Plata, que se la pasaba hablando de las mañas de Bilardo, llegué a la conclusión de que yo no debía ver la serie de penales. Es decir, cuando pateaba Argentina miraba el suelo o hacia atrás. Esa era la única forma de ganar. Cuando pateaba Francia, solo tenía que gritar frases justas, al estilo “te lo comés, Dibu, a éste te lo comés”. Al final, la estrategia venía resultando de maravillas. Sin embargo, cuando pateó Montiel, hubo un error en la transmisión, o se me cruzaron los cables, qué se yo, nunca escuché al locutor gritar Argentina campeona del mundo. Todos gritaban en la plaza pero la cámara enfocaba desde lejos y yo no estaba seguro de que habíamos ganado. Entonces, prudente como ninguno en la plaza, me quedé esperando el siguiente penal. “Ya está, Flaco, ya terminó -me dijo uno- Somos campeones del mundo”.

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OBSERVACIÓN DE CUERPOS CELESTES COMO FORMA DE APRECIAR EL UNIVERSO

Franco ARMANI

Marcos ACIÑA

Angel CORREA

Lautaro MARTINEZ

Juan FOYTH

Lautaro MARTINEZ

Thiago ALMADA

Emiliano MARTINEZ

Lionel MESSI

Alejandro GOMEZ

Enzo FERNÁNDEZ

Angel DI MARÍA

Guido RODRÍGUEZ

Lisandro MARTINEZ

Leandro PAREDES

Gerónimo RULLI

Nicolás OTAMENDI

Nahuel MOLINA

Gerrmán PEZZELLA

Cristian ROMERO

Alexis MAC ALLISTER

Rodrigo DE PAUL

Exequiel PALACIOS

Paulo DYBALA

Nicolás TAGLIAFICO

Gonzalo MONTIEL

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DT Lionel Scaloni

71

Jawad El Yamiq, defensa central de Marruecos, y una chilena en la derrota 2-0 ante los franceses.

Para muchos, el gol de Messi ante México produjo el quiebre positivo para Argentina en la Copa del Mundo.

Mbappe fue el máximo goleador del mundial con 8 conquistas. Estuvo intratable, vaya si lo sabrán los marroquíes, que intentaban rodearlo.

TALENTO

ALIENTO Argentina ganó el premio The Best a la mejor hinchada. Dicho reconocimiento fue entregado por la FIFA.

08

ALEGRÍA

Neymar se lesionó en el partido ante Serbia, pero nunca perdió su sonrisa. El amigo de Messi sufrió por su Selección. Eso sí, seguro se habrá puesto contento por Leo.

ADIÓS

Entre lágrimas, Cristiano Ronaldo ¿se despidió? de las copas del mundo, con 37 años. Jugó 5 mundiales para Portugal. Para el próximo mundial tendrá 41. Difícil....

FAMILIA

Leo charla con Antonela. Thiago, Mateo y Ciro, felices luego del campeonato.

FIESTA Invasión albiceleste, una postal que quedará para el recuerdo en el estadio icónico de Lusail, con capacidad para 88.966 personas.

Dinamarca vs. Túnez. Martes 22 de noviembre.City Stadium.

PASIÓN

REDONDAS

Al Rihla, la pelota oficial de Adidas para la cita mundialista.

Esta postal de este fan de Ecuador resume a las claras que los mundiales deben jugarse cada 4 años: ¡De esta forma se evitan mayores problemas conyugales!

LOCURA

18 DE DICIEMBRE DEL 2022

EL MILAGRO Cada vez que jugaba la Selección, mi abuela ponía una virgen de Lujan arriba del televisor. En el primer tiempo, la ubicaba de un lado. En el segundo tiempo, la corría para el otro. Ella decía que la Virgen cuidaba el arco argentino. Yo me reía, cosas de viejos, pensaba. Hasta llegué a decirle: ¿por qué no la pones en ataque, así hacemos más goles? No sé si esa ayuda divina llegó o no, pero si la memoria no me falla, en aquel partido del Mundial 2006, Holanda no nos pudo hacer ningún gol. ¡Pff! Hace cuánto que fue eso. Era el primer Mundial de Leo. Después le perdí el rastro a esa cábala porque mi abuela enfermó y mi tía se la llevó a vivir a Australia. Desde allí siguió todo el Mundial de Qatar. Escucha la radio por Internet porque a sus 80 años, sus oídos ven por sus ojos. Pero hablemos de la atajada del Dibu, para eso están aquí. Cuando la pelota pasó a Otamendi y le cayó a Kolo Muani, junté las manos. Improvisé un rezo.

RELATOS DE SELECCIÓN Adrián Michelena y Andrés Lino

Dibu empezó a acercarse al peligro. Uno, dos, tres… cuatro, cinco, seis… Al final son once, sí, los tengo contados. Once pasos hizo para achicar. Muani tiene tres o cuatro opciones, como mínimo. Se la pasa al sicario Mbappe, o resuelve él. Al final, elige lanzar esa granada él mismo. La puede picar. Puede intentar una gambeta. Incluso puede cruzarla. Sin embargo elige lo que quiere Dibu, el remate al primer palo. Entonces Dibu se hace un elástico, y se abre con todo su cuerpo, como esos hombrecitos que dibujan los nenes en el jardín. La pelota pega en taco, tobillo, pantorrilla y tal vez roza la canillera izquierda. Y vuelve al cielo. Un compañero, Cuty Romero, completa la salvada. Y despeja de cabeza. En esa pierna, el Dibu Martínez lleva escondida debajo de la media, la armadura más sagrada que un hombre puede tener: la imagen de su familia y de la virgen de Luján. Te quiero mucho, abuela, el tiempo… te dio la razón.

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© 2023, Adrián Michelena Todos los derechos reservados. Relatos de Selección Las fotos pertenecen a ITEA Perú, de Andrés Lino. Prohibida su reproducción total o parcial. Registro de la propiedad intelectual en trámite.

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