La Amante Del Loco

June 18, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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A mis padres Carmen e Irwin Sin cuyo apoyo y fortaleza no concibo esta vida m’a.

Dep—sito Legal 4-1-602-02 LPB

PROLOGO La cada vez m‡s diestra y suelta mano literaria de Pilar Pedraza Perez del Castillo nos entrega una nueva obra "La Amante del Loco", en la cual nos introduce en el maravilloso y complejo mundo de la novela. Universo real e irreal al mismo tiempo. Real, en cuanto es el marco en donde acontece todo lo narrado por el autor. Irreal, porque los episodios novelescos deben tener mucho de fantas’a `pura y algo de ficcion arreglada por el escritor, que los ha observado en el ambiente social y los manipula para convertirlos en relato literario. Novela de fuertes pasiones para un tiempo de pasiones intensas, como el que vivimos en la actualidad; donde los intereses cruzados producen la historia contemporanea con episodios de odio, violencia, explotacion,

etc. porque los seres humanos de hoy en d’a escuchamos m‡s a las voces del poder, de la carne y del dinero m‡s que a las voces del esp’ritu. En la nueva obra de Pilar Pedraza campea la amoralidad, encarnada en pr‡cticamente todos los personajes, quienes actœan haciendo lo que se les ocurre siempre que eso convenga a sus intereses inmediatos y sin pararse a pensar en si el acto que realizan es intr’nsecamente bueno o malo; si ha de producir da–o o beneficio en el otro; si es socialmente positivo y, por lo tanto, retarda su evolucion espiritual o, inclusive, si la revierte al devolvernos a la pura animalidad. "La Amante del Loco" es una historia de historias. Es una saga donde vemos las peripecias de la familia de Francisca Acarrea, que comienza en 1916 y se prolonga hasta nuestros d’as, teniendo siempre a las mujeres como a sus protagonistas. Porque es una saga, comienza con un brev’simo relato hist—rico de la esclavitud en el Perœ; continœa con los episodios de las tres generaciones femeninas de esa familia; se relaciona con el mundo m‡gico; es decir, nos muestra diferentes niveles de la acci—n e interacci—n humana: Žste, el de la historia en la que vivimos temporalmente y, ese otro, del m‡s all‡, donde viven las almas de los difuntos, los cuales, en determinadas oportunidades, se juntan con nosotros para interferirnos o ayudarnos; para ayudar a los elegidos libremente por ellos, lo cual les permite ser o tener m‡s que el comœn de los mortales. Novela plenamente inserta en la cultura andina, donde esa peculiar cosmovisi—n es cotidiana. El mundo m‡gico creado por Pilar Pedraza, sin embargo ya tiene elementos occidentales; por ejemplo el concepto de un ser humano plenamente libre, capaz de luchar con las fuerzas del otro mundo y vencerlas, si lo quiere. Veamos. (...) Este descanso le fue interrumpido por sobresaltos ocasionados por el esp’ritu del difunto (padre), quien desconsiderado, no cesaba de increparla mostr‡ndole cuan disgustado realmente se hallaba, que hasta le rompi— su enorme espejo veneciano haciŽndolo caer abruptamente al suelo. "Lo hecho, hecho est‡, le dec’a Celina a su padre con un cansado conformismo. Deje Ud. de hostigamientos, no ten’a alternativa y no me arrepiento de lo que hice, si a Ud., padre, le parece mal... cuanto lo siento, es hora de que se vaya acostumbrando a lo que realmente soy, mala, envidiosa, amoral, viciosa y prostituida, pero gracias a ser como soy he logrado lo que tengo, he salido del hueco de donde provengo y pretendo llegar muy alto aunque para ello deba asesinar, robar, calumniar o meter justos en las c‡rceles, que le quede bien claro; Ud. padre, pierde su tiempo ac‡ en la tierra, regrese al infierno que es a donde siempre ha pertenecido y espere por m’ all‡ que tendremos una eternidad para discutir el tema".Tal declaraci—n lo dej— perplejo y anonadado y no le qued— otra cosa que emprender una honrosa retirada por tiempo indefinido, mientras la bondad de Mar’a E. de las Nieves no entend’a por quŽ su arbusto de margaritas, de la noche a la ma–ana, estaba seco y con cientos de flores marchitas-. Aqu’ hay tres aspectos. El primero, la relaci—n de un ser de este plano de existencia con el que habita en el otro, en el nivel de los desencarnados, y la preocupaci—n de Žste por aquella, porque su hija viva esta existencia de tal manera, que no tenga problemas en el otro nivel. El segundo, la libertad c’nica de Celina que, al escuchar a su padre, reconoce su error, pero no quiere enmendarse y, pr‡cticamente, manda al diablo tanto a su padre como a la ayuda que este le ofrece. El

tercero, la influencia del otro plano sobre las realidades materiales del de Žste es tan fuerte, que la mata de margaritas de Mar’a E. de las Nieves, madre de Celina, queda agostada de la noche a la ma–ana. Novela circular en la que Pilar Pedraza PŽrez del Castillo muestra la peregrinaci—n de un amor, el de Mar’a E. de las Nieves, que se enamora de un apuesto oficial de la marina peruana, amor que no tiene futuro por la distancia social que hay entre ella y Žl; motivo por el que lo pierde, mas al final de su vida lo recupera para morir feliz al saber que ha sido intensa y permanentemente amada por el objeto de sus sentimientos y sufrimientos. La mujer, de esta manera, recupera la esperanza para entrar, de esta forma, en el otro plano del amor, el eterno. Parece que Pilar Pedraza PŽrez del Castillo ha escrito esta novela como una protesta, consciente o inconsciente, contra la forma de vivir del ser humano de hoy en d’a, tan amoral, tan sin sentido, tan opaca y falta de elegancia espiritual. Novela de acci—n, de pasiones desordenadas, de desesperanza, pero no de desesperaci—n; obra de amor que busca y realiza el amor, humano y divino, como forma de salvaci—n de nuestra especie. Jaime Martinez Salguero

LA AMANTE DEL LOCO NOVELA POR PILAR PEDRAZA PEREZ DEL CASTILLO El comienzo de esta historia... Los primeros negros que arribaron a Chincha en calidad de esclavos fueron tra’dos desde el Africa para trabajar en las haciendas de Ca–ete y sus alrededores, as’, los antepasados de Jerem’as y Francisca Celina, fueron desembarcados en el puerto de Tambo de Mora y conducidos hasta la hacienda "El Carmen" a travŽs de larg’simos tœneles subterr‡neos (construidos por los cazadores de esclavos), que iban desde el puerto, hasta los patios traseros de la Catedral porque, al iniciarse la esclavitud negra en Perœ, en Žpocas remotas, la Curia, a travŽs de sus varias congregaciones, sol’a ser la principal due–a de casi todas las haciendas del departamento de Ica. El motivo de los largos tœneles subterr‡neos que iban desde el puerto de Tambo de Mora hasta la Catedral o hasta la hacienda de "El Carmen", obedec’an al temor de que los negros pudieran escaparse si sab’an donde se hallaban secuestrados; muchos de los miles de infelices jam‡s conocieron el mar chinche–o que no estaba muy distante de la hacienda, debiendo conformarse con sentir s—lo la brisa, el olor y el murmullo apenas perceptible de las olas. Sus Dioses y rituales prohibidos... todo se volvi— leyenda a fuerza de trabajo, palos, azotes y religi—n cat—lica. Aunque la esclavitud se aboli— en Perœ el a–o de 1821, muchos de los negros prefirieron quedarse donde estaban por no tener otro lugar a donde ir; mal que mal, ten’an casa y comida y la œnica diferencia con sus antepasados era que, ahora, en vez de algod—n y ca–a, los due–os de

la hacienda "El Carmen" cultivaban la uva y que los patrones abolieron l‡tigos y remates de negros que efectuaban los d’as domingo en la plaza central de todos los pueblos. Mientras no aprendieran a leer y escribir, no podr’an aspirar a algo que no fuese labores del campo y trabajos pesados en las nuevas f‡bricas de harina de pescado que ya hab’an iniciado la contaminaci—n al ambiente del pueblo. A sus descendientes nos les ir’a mucho mejor, tan s—lo conseguir’an acceso a la salud de los blancos y a una precaria educaci—n que no pasar’a del saber leer, escribir, sumar y restar. Quiz‡s con el tiempo las cosas cambiar’an, esto dec’an siempre los pol’ticos y candidatos al Congreso en Žpocas de proselitismo. Con la llegada al milenio y debido a la estupidez de l’deres criollos, Chincha fue perdiendo su gran potencial agr’cola para convertirse lentamente en un minifundio incontrolable, poco productivo y paupŽrrimo. Era una calurosa ma–ana de aire sofocante y escaso de uno m‡s, de los mon—tonos y envejecidos veranos de Ca–ete, del pueblo de Chincha. Los habitantes de la hacienda de "El Carmen", ubicada muy cerca del puerto, viv’an el ambiente aœn m‡s pesado. Corr’a el a–o de 1916 cuando la hermosa negra (leg’tima mujer del negro Jerem’as Acarrea), la imponente mulata Francisca Celina, se debat’a entre la vida y la muerte dando a luz, con ayuda de la negra partera de la hacienda, a otra criatura bastante m‡s blanca y menos mulata, a la que de inmediato bautizaron con el nombre de Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea ya que era el œnico apellido disponible, puesto que, Francisca Celina aunque ten’a, adem‡s del tormento de un amor prohibido, a dos nombres, carec’a de un apellido; incidente que no fue impedimento ni raz—n para no fornicar por amor engendrando aquella hermosa criatura, como prueba m‡xima y altruista de la creaci—n realizada por dos amantes que, para defender su amor, desafiaron tanto a Dios como al demonio. Francisca Celina, apodada Pancha, era la nieta de un esclavo comprado por los patrones de El Carmen en aquella œltima remesa que arrib— a Ca– ete justo un par de a–os antes de la abolici—n de la esclavitud. Al igual que su abuelo y sus padres, Pancha jam‡s puso un pie fuera de los predios de la hacienda y del pueblo de Chincha. Su vida, aunque libre, no dej— de ser llena de limitaciones que ella gustosa pasaba por alto cada ma–ana conjunto sus oraciones. Se dec’a que el abuelo de la negrita Pancha fue el œltimo sumo sacerdote de aquella secta Vudœ, poseedor de esp’ritus m‡gicos tan fuertes como capaces de acabar con la vida de negros o blancos a petici —n de cualquier desesperado o agraviado devoto. La prueba m‡s tangible de los poderes del abuelo, sin duda alguna era la existencia de Pancha (nacieda de una madre entrada en a–os), quien no tuvo marido conform‡ndose tan s—lo en mantener concubinatos pasajeros con los esp’ritus de negros y blancos que dejara su padre abandonados aquella madrugada, en la que march— al mundo de la luz y la oscuridad, justo despuŽs de cumplir los 122 a–os de edad. Afirman las malas lenguas que Panchita es producto de las mezclas de aquella bacanal de org’as sexuales protagonizadas por los esp’ritus tanto de negros como de blancos que, en concubinato, se aparearon con su madre, engendr‡ndola. Algo de cierto debi— haber, Panchita era diferente desde ni–a, sus facciones eran finas y, aunque su piel era oscura, ten’a unos hermosos ojos verdes que siempre andaban echando chispas irradiando una fuerza desconocida o sobre natural. Ella era intocable, nadie osaba molestarla

o hacerle da–o, ni siquiera su madre se atrev’a a llamarle la atenci—n, tampoco era necesario, ella era de personalidad tranquila y viv’a semi ausente con la mente en el infinito presagiando el acontecimiento de cuanto evento bueno o malo estuviera por suceder. As’ fue como lo supo de antemano. La muerte de su madre tendr’a lugar el Viernes Santo durante la procesi—n que desfilaba dando vueltas incesante a la Plaza Principal del pueblo de Chincha. Contaba doce a–os (cuarenta menos que su madre), cuando qued— huŽrfana y bajo sus propios cuidados, no sinti— pena ni volvi— a pensar en la difunta, es m‡s... ella la segu’a viendo cada noche, le bastaba dirigir sus chispeantes ojos verdes al firmamento, all’ yac’a su madre, en sus bacanales espirituales de negros y blancos, alguno de aquellos esp’ritus ser’a con seguridad el que la engendr—.

La comunidad de El Carmen, preocupada por el abandono y soledad en que quedara aquella ni–a tan diferente a las dem‡s, decidi— hablar con los patrones para dar soluci—n al tema. Pancha lo supo de antemano, supo que se mudar’a a vivir a la casa de hacienda para integrar el plantel de servicio. Cuando vinieron a buscarla para darle la noticia, Pancha estaba lista, con su peque–o morral de usadas pertenencias, esperando muy tranquila a que vinieran a recogerla. Sus paisanos respiraron aliviados al saberla segura en la casa de los patrones. All’, en la casa de hacienda, Pancha permanecer’a por m‡s de quince a– os. Aunque los patrones ten’an siete hijos varones, viv’an acompa–ados œnicamente por los tres menores cuya edad oscilaba entre los siete y once a–os, mientras que el resto, estudiaba en la capital. Francisca Celina, cari–osamente conocida por Pancha, era la encargada de entretener a los tres diablillos, hijos menores de sus patrones, la tarea le encantaba y los muchachos la adoraban, no desaprovechaban una sola de sus incre’bles historias producto del conocimiento con el que vino al mundo, tampoco la perd’an de vista un instante y la segu’an por toda la hacienda cual cachorros falderos. La patrona estaba encantada con aquella negrita de hermosos y chispeantes ojos verdes; entre sus obligaciones estaba la de asistir con los diablillos a la escuela y por las tardes, de tres a cinco, a las tediosas clases de catecismo, a las que Pancha curiosa y sorprendida no faltaba jam‡s. El d’a de la primera comuni—n de los tres diablillos y suya, la patrona le regal— una hermosa cadena con su medallita de oro de la imagen de la Virgen del Carmen, adem‡s de una docena de estampitas que pudo obsequiar e intercambiar con sus compa–eros. Aquella ma–ana durante la misa a Pancha le ocurri— algo terrible de explicar; ante tanta contradicci—n de los diez mandamientos y normas de conducta cristianas, Francisca Celina se anim— a cuestionar a Dios el asunto del espiritismo ya que desde que ella recordaba, no pas— un solo d’a durante el cual no conversara con por lo menos cuatro diferentes esp’ritus ( de negros y blancos) que pululaban los patios y las habitaciones de la casona de hacienda. No eran conversaciones importantes, tan s—lo charlas triviales de cuestiones cotidianas; ellos se le aparec’an para anticiparle sucesos que estaban por acontecer. DespuŽs de explicarle a Dios lo que le suced’a sinti— como muy despacito, Diosito, la levantaba de su banca hasta elevarla delante de

El, frente a su cruz, veinte metros por encima de los fieles que atend’an la ceremonia masiva de comuni—n. S—lo ella se daba cuenta, nadie notaba que levitaba, Diosito muy bondadoso le dijo que no se inquietara, que conoc’a de sus facultades y que cuando El quisiera comunicarle algo tambiŽn hablar’a con ella, le dijo cuanto la amaba y le prometi— quedarse cerca de ella hasta el d’a en que decida llevarla del todo a vivir entre las nubes del cielo de la hacienda de El Carmen. DespuŽs de esta breve charla, Panchita descendi— tan silenciosamente como ascendi— y sus ojos estuvieron m‡s verdes y chispeantes que de costumbre. Pancha s—lo termin— la escuela primaria pues, los ni–os, al igual que sus hermanos mayores, fueron enviados a la capital a proseguir sus estudios. Por un par de a–os la hacienda se sumi— en un triste silencio, œnicamente Pancha, que contaba los diecisiete a–os ya, segu’a llena de vida. Si no estaba cantando alegremente en voz alta, conversaba animadamente con sus esp’ritus en voz m‡s baja; ya estaban acostumbrados a ella y la aceptaban y quer’an como era, nadie se atrev’a a cuestionarle nada por temor a alguna represalia de sus esp’ritus protectores adem‡s, era ella y s—lo ella, quien lo sab’a todo, el pasado, el presente y el futuro. El œnico d’a de esa dŽcada en que Panchita dej— de cantar, fue el fat’dico d’a del accidente en el que el hijo mayor de sus patrones perdiera la vida . Ella lo supo con tres d’as de anticipaci—n, es m‡s, estuvo presente en el lugar de los hechos, vio como aquŽl hermoso caballo negro azabache tropezaba con una roca rompiŽndose la pata izquierda, derribando a su jinete para caerle encima mat‡ndolo aplastado. No lo coment— con nadie, nada sacar’a con anticiparlo, era algo que suceder’a y, por supuesto, sucedi— justo el d’a en que ella dej— de cantar, sus ojos chispeaban sin poderlos contener, m‡s verdes que de costumbre. El patr—n lo not—; notaba que siempre que Pancha dejaba de cantar y sus ojos chispeaban sin parpadear suced’a algo diferente, a veces bueno y otras veces muy malo; asustado y temeroso conmin— a Pancha a "desembuchar" el mal presagio; no fue necesario, en ese preciso instante le informaron lo ocurrido. El duelo en la hacienda El Carmen dur— por siempre en el coraz—n de la madre del fallecido y por tiempo indefinido en el del padre. Nada volvi — a ser como anta–o, se escuchaban sollozos de llantos contenidos y los moradores semejaban tristes y mudos fantasmas caminando de uno a otro lado sin ton ni son. Durante un a–o consecutivo Pancha comparti— charlas secretas con el esp’ritu del primogŽnito fallecido; al comienzo eran superfluas y muy convencionales, luego se tornaron ’ntimas y confidenciales hasta volverse indispensables. Pancha hizo del esp’ritu su confidente, le manifestaba hasta su m‡s m’nima preocupaci—n y viceversa, anticip‡ndole informaci—n econ—mica importante relacionada con la prosperidad de los negocios de la hacienda que ella obediente retransmit’a a su patr—n y Žste, agradecido, retribu’a los saludos y buenos deseos a su difunto hijo, al igual que su patrona quiŽn resignada, segu’a extasiada todos los movimientos de la negra Pancha, pensando que en cualquier instante su hijo podr’a cobrar vida para reintegrarse al ‡mbito familiar como si nunca hubiese muerto. V’speras de la Navidad, el esp’ritu del primogŽnito le anunci— su partida definitiva, ya los hab’a acompa–ado por un a–o entero y el tema familiar se tornaba aburrido adem‡s de mon—tono, lo que le indujo a

emprender vuelo en direcci—n al universo de los esp’ritus para poder reencarnar. Antes de irse definitivamente, previno a Pancha de aquel que estaba por llegar, habr’an grandes cambios en

su vida, mucha pasi—n, un amor imposible que terminar’a haciŽndola sucumbir si ella se descuidaba, no le adelantaba m‡s porque el resto no era ni bueno ni agradable para ella, le suger’a que trate de alejarse de la hacienda cuanto antes. Por primera vez, Francisca Celina desoy— los consejos de un esp’ritu sin imaginarse cu‡nto lo lamentar’a. Faltando una semana para la Noche Buena; la hacienda recuper— la alegr’a de anta–o, los patrones se quitaron el luto y dieron el duelo por concluido, regresaban sus hijos, los seis, los tres mayores ya profesionales, uno de ellos (el segundo) vendr’a con su esposa para establecerse en la hacienda y hacerse cargo de la administraci—n y comercializaci—n de vinos. Todos re’an, se limpiaba la plater’a, brillaban los pisos, sacud’an el polvo de muebles y almas en fin... toda una algarab’a que Panchita asumi— muy entusiasta. El mismo veinticuatro de Diciembre a las once de la ma–ana arrib— la caravana de hijos, esposas, novias e invitados que festejar’an tambiŽn el a–o nuevo en la hacienda. Pancha encabezaba el comitŽ de recepci—n de la planta de servicio, estaba realmente hermosa, por primera vez le compraron el uniforme de gala con la cofia, cuello y pu–os blancos, sus ojos eran de un verde distinto y las chispas que desped’an eran color dorado, as’ la reconocieron los tres diablillos que casi la tiran al suelo con tanta efusividad, los del medio la saludaron con cordialidad y el encuentro con el mayor no pudo ser de otro modo, era su destino, ella lo sab’a y no podr’a evadirlo, se miraron a los ojos y el escalofr’o que les recorriera el cuerpo de ambos lleg— hasta el fondo de sus corazones, se amaron desde ese preciso instante, ella consciente, Žl sin saberlo. Nada fue igual desde su llegada, Pancha cantaba en voz baja y cuchicheaba muy tenue con algœn esp’ritu, perdido en el mundo de los vivos tratando de regresar. El verde de sus ojos se oscureci— dejando de chispear, haciŽndolo perceptible a quienes la rodeaban; los patrones absortos y ocupados con hijos y huŽspedes nada notaron, tampoco notaron las profundas miradas cargadas de er—ticos mensajes que intercambiaba Pancha con Ernesto cada vez que coincid’an voluntariamente. Para la œnica que Žsta pasi—n no pas— desapercibida, fue para la esposa de Ernesto, se asust— tanto de ver ese extra–o fuego en la mirada de su marido cada que Pancha aparec’a, que le suplic— para que regresaran a la capital posponiendo su radicatoria en la hacienda hasta que Pancha haya desaparecido. Ningœn argumento fue v‡lido, estaba decidido y ahora m‡s que antes, se quedar’an all‡. Francisca Celina ard’a en deseos de fornicar con Ernesto, ansiaba sentir el contacto de esa piel blanca con la suya mestiza, so–aba acariciando la desnudez del joven patr—n, sent’a sus manos tibias rodar por su cintura estrecha hasta estremecerla de gozo, su busto se ergu’a tan s—lo de pensar en Žl y aquella humedad le corr’a por los muslos cuando lo ve’a aparecer. Pancha ten’a diecinueve a–os y no conoc’a hombre en su lecho; sin embargo, la calentura que la asfixiaba era

propia m‡s en una prostituta que en una virgen. A Ernesto le suced’a algo similar, la mulata lo llevaba por la calle de la amargura, la deseaba como jam‡s dese— a otra mujer, dar’a su alma al demonio por tenerla toda una noche en su cama, transpiraba copiosamente por imaginarla cerca, su miembro pasaba erecto la mayor parte del d’a hasta que, llegada la noche, su esposa lograba satisfacerlo a sabiendas de la causa de su excitaci—n. Esta tortura no podr’a continuar por m‡s tiempo, Žl se hab’a rendido ante los encantos y la belleza de esos ojos verde oscuro que lo hac’an temblar de una mirada. Sin pensarlo dos veces, se lanz— esa noche en pos de Pancha, no le fue dif’cil hallarla, lo estaba esperando pues sab’a de antemano que vendr’a trayendo con Žl la perdici—n para ella. Pancha retozaba completamente desnuda en la hamaca de su habitaci—n, no solamente lo escucho entrar, tambiŽn lo vio decidido cuando atraves— el umbral de su habitaci—n para quedarse luego paralizado ante su morena desnudez. Levant‡ndose con lentitud, se le acerc— hasta pegar su cuerpo al de Ernesto y, sin decir palabra, le ofreci— sus labios y se ofreci— toda ella. El amante vivi— una pasi—n desconocida hasta entonces, era cuesti—n de piel, la negra lo ten’a loco, podr’a hacerle el amor el d’a entero sin cansarse o aburrirse, la deseaba las veinticuatro horas y pasaba con ella, en su destartalada hamaca, fornicando deliciosamente todas las noches sin excepci—n. La esposa de Ernesto estaba tan afligida que fue a quejarse con su suegra, amenazando con abandonar al marido antes de pasar la vergŸenza de ser abandonada por Žl, y todo por causa de una criada mestiza. La suegra muy preocupada, llam— a la mestiza para pedirle que abandone la hacienda porque estaba protagonizando un esc‡ndalo. Muy al contrario, el padre de Ernesto pensaba que era un buen pasatiempo para su hijo, que as’ se "foguear’a" un poco y que no pod’a menos que felicitarlo por su buen gusto; para dar soluci—n al conflicto y tranquilizar a su nuera, propuso a Pancha contraer nupcias con el negro Jerem’as Acarrea, as’ se quedaba en la hacienda y pod’a continuar sus amores con Ernesto, siendo mas cuidadosos y menos sinvergŸenzas. De acuerdo las tres partes intervinientes, se celebr— una boda que jam‡s se consum—, al contrario, Jerem’as fue promovido a capataz y recibi— una buena "dote" como agradecimiento por los servicios prestados por Pancha en la casa de hacienda durante trece a–os. Francisca Celina muy contenta con la decisi—n salom—nica del patr—n, mud— sus b‡rtulos a la nueva casa de Jerem’as, a su cuarto privado, en donde d’a por medio ven’a Ernesto para fornicar con ella, am‡ndola sin saberlo. DespuŽs de un a–o de felicidad, erotismo y pasi—n desmedida; como era de esperarse, Pancha estaba embarazada. Lo supo como de costumbre, de antemano, el verde de sus ojos volvi— a aclararse chispeando nuevamente a causa de su maternidad. TambiŽn sab’a que el d’a del alumbramiento dar’a su vida a cambio del fruto de sus entra–as. Ni siquiera el volumen de su vientre (que crec’a mientras

avanzaba la gestaci—n), evit— que Ernesto deje de amarla, jam‡s se lo dijo porque ni Žl lo supo, Pancha no necesitaba o’rle decir cuanto la amaba, eso lo sab’a ella de antemano, tambiŽn sab’a que el tiempo se le agotaba y por ello lo viv’a con intensidad, correspond’a en besos,

caricias y puro e inc—modo sexo, dado lo avanzado de su maternidad.

LA PARTIDA Me voy... Y no quiero partir pero me llevas arrebatas la carne a mi carne ese unico y mio eso tibio y amado salido de mis entra–as y transformado en ser No dejo nada y todo te llevas mis iluciones y una mirada la risa plena la lagrima dulce la estirpe orgullosa fortaleza sin llanto de la raza negra tanto y tan poco a cambio de una vida nueva. Y a ti mi peque–a... acostada en el follaje de las ansias de una agon’a incontenible

a merced del tiempo las culpas y los pesares mi vida que ya no siento y la nada del desconsuelo har‡n para ti un ma–ana tan incierto y lejano como la cercan’a a nuestro cielo Chinche–o LA INFANCIA...

Sin poder detener el tiempo, lleg— el momento del alumbramiento junto al de su partida ya que, como ella lo supiera de antemano, no sobrevivir’a al parto en aquella ma–ana demasiado c‡lida, durante la cual Diosito cumpli— la promesa que le hiciera el d’a en que, celebrando su primera comuni—n, levit— ante Su presencia para que le prometiera llevarla a radicar a las nubes del cielo chinche–o. El fallecimiento de la negra Francisca Celina no les afect— mucho; œnicamente la esposa del patr—n estuvo m‡s que contenta al saber que aquella mulata con la que su marido ten’a relaciones sexuales casi interdiario balance‡ndose en la vieja hamaca, ya no ser’a una amenaza para ella y la estabilidad de su familia. No es que estos temores los tuviera antes, su marido como era costumbre de los hacendados de la regi—n de Ca–ete, hac’a lo mismo que hicieran tanto su abuelo como su bisabuelo o su chozno, de mantener relaciones con varias de las negras en cualesquiera de las barracas pero esta vez, realmente, su marido s’ se hab’a extralimitado en los amor’os descarados con la negra Francisca Celina, volviendo esta interminable historia por dem‡s preocupante. Aquella mulata reciŽn nacida ser’a la œltima y œnica prueba de los amores prohibidos que, por conveniencia y como era de esperarse, fueron achacados al pobre negro Jerem’as, de apellido Acarrea (de tanto que le gritaban "vamos moreno.. acarrea esto o acarrea aquello") convenientemente convertido en el leg’timo esposo de la fallecida. Producto y resultado de esas fogosas noches de amores entre la mulata y el joven patr—n, fue el nacimiento de la pobre Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea, bautizada con la inicial del nombre de su verdadero padre y Nieves en alusi—n a la claridad de su piel, quien fue a parar a manos y cuidados de la hermana del negro Jerem’as, sin que por ello se pudiera disimular el gran parecido que ten’a con su padre biol—gico, hijo del due–o y se–or de esa y otras muchas haciendas con interminables plantaciones vitivin’colas, de algod—n y de ca–a, mientras en todo Ica y sus alrededores abundaban vi–edos que le dieran fama por sus buenos vinos como el cotizado "Tacama", hoy en d’a con calidad de exportaci—n; adem‡s, estaba el boom del momento... nuevas f‡bricas de harina de pescado que se instalaban omnipotentes en los alrededores del puerto de Tambo de Mora. Transcurrieron algunos a–os desde el fallecimiento de Francisca Celina para que su peque–a hija, Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea (que contaba ya seis a–os de edad) empezara a ser tomada en cuenta para las faenas del hogar y del campo bajo el apelativo de Nieves, (ya que el

resto de su nombre carec’a de importancia adem‡s de considerarlo muy pomposo y rimbombante para alguien de su estracci—n y procedencia) quien, adem‡s participaba en todos los festivales nacionales de baile negroide o en verbenas populares, demostrando la gracia y ritmo de un convoyŽ de dioses afro-chinche–os aunque, lamentablemente, no heredara los ojos verdes chispeantes de su madre ni la facultad de comunicarse con los esp’ritus o presagiar el futuro, la œnica herencia que recibi— de la difunta fue la medallita de oro con la imagen de Nuestra Se–ora del Carmen que llevaba colgada al cuello desde su nacimiento. Nieves conviv’a con su t’a, el esposo de Žsta y los cuatro negritos que oscilaban entre los 11 y 3 a–os; era la encargada del cuidado de los m‡s peque–os y tambiŽn de mantener relativamente limpia aquella choza de esterilla con piso de tierra, sin otra ventilaci—n que la que suministraban la puerta y una peque–a ventana demasiado alta para poder atisbar a travŽs. Nieves sab’a bien de sus ocupaciones; junto a sus t’os se levantaba a las cinco de la ma–ana, corr’a con su peque–o balde a la œnica pila de agua destinada al consumo de los peones, llenaba su balde y retornaba (haciendo grandes esfuerzos dada su corta edad), justo a tiempo para preparar el tŽ o la sultana que servir’a de desayuno acompa–ada por secos y guardados trozos de pan. Una vez consumido el desayuno se encargaba del aseo de sus primos, les lavaba la cara, el trasero y volv’a a colocarles aquellos viejos trapos que serv’an de vestimenta precaria, pero decorosa. Sin perderlos de vista, sancochaba unas mazorcas, pl‡tanos, camotes algo de pescado y cualquier otro alimento disponible; a media ma–ana deb’a llevar su peque–o y pesado balde de agua al huerto de las uvas para refrescar las sudorosas frentes de sus t’os labradores. Ella anhelaba la llegada del atardecer, all’ si se sent’a a gusto, no dejaba nada pendiente, nada que pudiera evitarle escabullirse a las plantaciones a sentarse debajo de esos enormes e interminables parrales, "cuquear" las uvas maduras aspirar el nuevo aroma a harina de pescado y sentarse a so–ar al comp‡s de su mœsica negroide, junto a la invisible presencia de su difunta madre, transmitida a travŽs de su medallita de oro. So–aba... que viv’a el mundo de los blancos, al fin y al cabo, se daba cuenta que era menos morena que el resto. Segœn sus comparaciones, ella era casi blanca y deb’a vivir casi como los blancos; sin embargo, viv’a igual o peor que muchos de los negros pobres de la plantaci—n. As’ ven’an sucediŽndose los d’as, uno tras otro, sin modificaciones importantes, tal vez algœn castigo de vergonzosa amonestaci—n a un negro perezoso y bailar’n, ante la obligada asistencia de todos los dem‡s, incluidos ni–os, adolescentes y enfermos; ella ya se hab’a acostumbrado a esa rutina morbosa y soportable. En sus sue–os era princesa. La monjita que ven’a semanalmente a curar los enfermos de la plantaci—n le habr’a contado la historia de La plebeya que se cas— con un hermoso y valiente pr’ncipe, convirtiŽndose as’ en princesa; fue cuando padeci— la fiebre escarlatina. Durante su convalecencia, aquella bondadosa y angŽlical monjita la hab’a acompa–ado un par de horas todas las tardes relat‡ndole (a diario e inmodificable), la misma historia por no conocer otra apropiada. Nieves la asimil— convirtiŽndola en parte de sus sue–os diarios y obsesivos de todos los atardeceres que pasaba oculta y melanc—lica debajo del mismo parral, acariciando su medallita de oro, ignorando que su difunta madre vivi— una historia muy similar. Eu pr’ncipe de sus sue–os era m‡s blanco que moreno, casi con el mismo color de tez que el suyo, ten’a ojos pardos, era delgado y alto, amoroso y tierno y le regalaba golosinas, las mismas que le tra’a la

monjita, Sor Catalina, los d’as viernes a las tres en punto, no conoc’a otras, no conoc’a nada, nada del mundo blanco, œnicamente la gran casona que, a diferencia de su madre, ella no hab’a visitado jam‡s, pero que por alguna raz—n desconocida aœn, la inclu’a en sus sue–os de princesa, en ellos... si que la conoc’a, se paseaba por sus interminables y pulidos corredores, disfrutaba de los grandes salones, se sentaba en aquella mesa enorme de sillas talladas en madera de Žbano que amoblaban el sal—n comedor, retozaba en una enorme cama dorada con cobertores de seda y edredones de plumas de ganso (sin tomar en cuenta el tremendo calor del pueblo de Chincha y la fetidez que produc’a la cercana f‡brica de harina de pescado ). Era feliz, no pod’a evitarlo; la monjita dijo que de tanto desear las cosas uno puede llegar a conseguirlas... ella las deseaba todos los atardeceres debajo del parral, con la œnica compa–’a de su medallita de oro, la mœsica negroide y las uvas muy maduras que recog’a del suelo antes que los p‡jaros se las arrebataran o los cosechadores las retiraran para convertirlas en pasas en el convento de las monjitas de Santa Clara. TambiŽn ten’a sue–os gastron—micos que formaban parte de su historia de princesa; satisfac’a todo antojo y saciaba ese hambre acumulado durante tantos a–os de miseria y conformismo, degustaba los manjares de variadas carnes acompa–adas de verduras cocidas, menestras y vegetales que los negros probaban una vez al a–o celebrando la Navidad, o algunos d’as en que, gracias a la generosidad de los encargados del servicio domŽstico ten’an acceso a todas las sobras de las comidas diarias de los patrones. Todo esto formaba parte de sus sue–os; hermosos y lujosos trajes, joyas de piedras brillantes y coloridas, zapatos... estos eran una fijaci—n, ya no andaba descalza, ten’a un enorme cuarto lleno de zapatos, acomodados en anaqueles desde el piso al techo, eran miles, de todos los colores y formas existentes, planos, con tac—n, con mo–as, cintas y brillos, Áque hermosos zapatos!, hac’an ver sus pies delgados y peque–os como los de las hijas del patr—n, zapatos... dec’a para s’ sonriendo en silencio antes de volver a su realidad. Desde que contrajo escarlatina, la monjita Sor Catalina, se hab’a encari–ado mucho con ella, tal vez porque era mas blanca que negra; segœn la monjita, Nieves deb’a aspirar a un futuro mejor, tener acceso a una educaci—n, dejar ese baile sensual y pornogr‡fico y, porquŽ no, a ingresar al servicio del Se–or aunque careciera de una dote para fortalecer al millonario patrimonio de la Santa Madre Iglesia; Žsto, ser’a remediable si el patr—n acced’a a enviarla al convento de Santa Clara en la ciudad de Lima, pasar’an por alto lo de la dote ya que el se–or patr—n siempre fue generoso con esa instituci—n. Sor Catalina no se cansaba de hablar de ello pero los t’os de Mar’a E. de las Nieves no ten’an ningœn interŽs en concretar tal aberraci—n, ella era negra, la mejor bailarina de candombe de todo Ca–ete, descendiente directa del œltimo sacerdote practicante de Vudœ en Chincha e hija de la nunca olvidada Francisca Celina, cuyos chispeantes ojos verdes ve’an con antelaci—n lo que habr’a de acontecer. Por todos estos antecedentes, deb’a someterse a la suerte de los habitantes de la plantaci—n, el hecho de haber sido engendrada por el hijo del patr—n no le significaba ninguna goller’a, hab’an muchos morenos hijos de patrones en aquella plantaci—n, claro que hab’a que reconocer que Nieves era la m‡s blanquita y bonita de todos ellos, pero ni el patr—n parec’a haberlo notado, no la volvi— a ver desde la ma–ana de su nacimiento en que la

culp— por el fallecimiento de su madre a la cual am— apasionadamente sin aceptarlo ni darse cuenta. Cuando Sor Catalina se enter— de la procedencia genŽtica de Nieves, se felicit— por confirmar sus sospechas, era demasiado obvio; aquŽl parecido con su padre biol—gico no era mera casualidad como le dec’a el negro Jerem’as. Sor Catalina se impuso como tarea del Se–or, lograr que Nieves fuera a educarse al convento de Santa Clara en la ciudad de los Virreyes; para tal efecto, comenz— a asediar la casona de hacienda atormentando al patr—n por el consentimiento de permiso para evacuar a la ni–a mulata de aquŽl inh—spito lugar, al fin y al cabo Žl era el leg’timo padre. Al patr—n realmente era poco lo que le importaba, mientras mas lejos estuviera la escuincla tanto mejor, menos le recordar’a aquŽl apasionado romance que sostuvo con la œnica mujer que adoro en su vida, a la cual infructuosamente segu’a tratando de olvidar. A su esposa le encantar’a que esa mocosa bailarina, de gran parecido f’sico con su marido, se alejara de una vez por todas de sus predios, tanto m‡s aœn despuŽs de escuchar las œltimas charlas entre su marido, el cura p‡rroco de Chincha y los dos diputados por el partido liberal que cenaron en la casona la v’spera. Eso de que en el Congreso se especulan nuevas reformas y leyes para mejorar las condiciones de los descendientes de esclavos (indios o negros), el hacer una reforma agraria y tambiŽn erradicar el tŽrmino de "ileg’timo" en cuanto a los hijos concebidos fuera de matrimonio, era algo duro de aceptar. Segœn ella, el mundo andaba de cabeza, los negros serian siempre negros, los indios y los hijos bastardos jam‡s podr’an volverse leg’timos, mucho menos tener acceso a los bienes materiales o al apellido de quien, involuntariamente los engendrara. No era justo. Los negros deb’an estar agradecidos de que los blancos se ocuparan de su supervivencia d‡ndoles magras fuentes de trabajo y, los bastardos, deber’an pedir cuentas a sus madres por permitir ser violadas o aceptar promesas de hombres casados, a sabiendas de que no se cumplir’an ni hoy ni ma–ana, ni nunca, ni con la ley de legitimidad o sin ella. Para tranquilidad de la dama, esto no sucedi— sino hasta el a–o de 1972, bajo el rŽgimen del Gral. Velasco Alvarado., cuando ya ella descansaba en paz. Con tanto argumento no fue nada dif’cil para sor Catalina conseguir la autorizaci—n y carta notarial de poder en favor del convento de Santa Clara, para que Nieves Acarrea Acarrea, quede bajo la tutela y el eterno cuidado de las buenas monjitas. Terminadas las gestiones, Sor Catalina, muy entusiasmada, recogi— a la peque–a ante el asombro y resignaci—n de sus t’os y emprendi— el viaje de retorno a la ciudad de Lima en direcci—n a su convento de Santa Clara. Durante las doce horas de viaje en el aquŽl coche tirado por seis hermosos caballos, bastante agotados y viejos, Sor Catalina no se cansaba de hablar como metralleta, exitada y muy convencida de haber reclutado un alma al servicio del Se–or. A Nieves lo œnico que le interesaba era que le repitiera aquella historia (para su infantil intelecto, totalmente leg’tima y cierta) de la plebeya casada con un pr’ncipe. Mientras acariciaba su medallita de oro, la mulata quer’a saber los detalles, c—mo era el lugar de los hechos y si el convento quedaba cerca de algœn castillo o si Sor Catalina conoc’a a algœn pr’ncipe que fuera de su edad o algo mayorcito, pero bien parecido y tambiŽn le preocupaba saber a quŽ edad deb’a ella comenzar a esperar por su pr’ncipe. Estar’a siempre de acuerdo y con toda la buena predisposici—n del mundo para iniciar los preparativos de su formaci—n

que la habiliten para conocer cuanto antes a su pr’ncipe y prometido. Sor Catalina la escuchaba pero no le prestaba atenci—n, estaba en su cavilaci—n muy cerca de nuestro Se–or Jesœs, pidiŽndole por el alma de esta criatura, para que la acepte y le dŽ la vocaci—n necesaria puesto que ante El, la raza y el color son uno solo, (prueba clara era la existencia del mulato San Mart’n de Porras) no podr’a pues ser de otra forma, Nieves deb’a tomar los h‡bitos y ser parte de la orden de Santa Clara, hasta tal vez llegara a ser otra santa mulata dando gloria a la orden de las clarisas.

AMOR... OCƒANOS QUE AGAZAPADOS GOLPEAN MI INTERIOR CON GIGANTESCAS OLAS DE ENCRESPADAS COLUMNAS DE ESPUMA EFERVESCENTE Y BLANCA NUBE ME SACUDO Y MI VOLUNTAD TIEMBLA ANTE TU PRESENCIA QUE SOMETE MI CUERPO SALPICANDO LA LUJURIA DE TUS DESEOS A LOS PLACERES Y LA CARNE EN TAL GRANDEZA LA SED DESAPARECE NO FLUYE MAS LA SANGRE ME COLMA LA CALMA Y ALCANZO LA PLENITUD DE TU ALMA ENTONCES EN COMUN ABANDONO UNIDA JUNTO A LA TUYA UNA SOLA SOMOS LOS DOS

EL AMOR.....

La llegada de Sor Catalina, acompa–ada de aquŽl "bicho raro" de un color no identificable a primera vista, caus— revuelo entre novicias y monjitas del convento. Nieves fue considerada como una especie de "mascota" criada con toda la austeridad y en forma tan estricta, capaz de ser tolerada y entendida solamente por una persona adulta. Aquella ni–a de casi siete a–os, no entend’a semejante cambio, extra–aba las ma–anas frescas en las que iba con su baldecito a recoger agua de la pila, a–oraba los atardeceres bajo los parrales en los que se le daba libertad para sus sue–os, sent’a nostalgia por sus d’as de miseria y le faltaba el olor a almizcle y sudor de su raza negra, necesitaba bailar candombe aspirando el olor a harina de pescado. Sin saberlo le faltaba la silenciosa e invisible compa–’a de su madre muerta; es curioso, ahora junto a tanta monjita blanca ella se sent’a m‡s negra. En el convento, su color moreno destacaba sintiŽndose dolida y menospreciada, sin embargo, deb’a resignarse a su suerte; oriunda del campo, acostumbraba bailar y correr descalza sobre suelo de tierra y arena... le hac’a tanta falta aquel correr con los pies descalzos por entre los sembrad’os tan grandes que, en sus sue–os con palacios y pr’ncipes, el enorme cuarto repleto de zapatos multicolores, otrora parte importante de sus fantas’as en la hacienda de Chincha, jam‡s volvi— a aparecer. Si bien ahora usaba zapatos, Žstos s—lo mortificaban a sus gruesos pies llen‡ndola de dolorosos callos y ampollas que le entorpec’an su diario caminar impidiŽndole el baile, pues le rebasaban de aquellos inc—modos botines. El tiempo transcurria ocioso y todo quedaba lejano, las ampollas de sus pies se curaron merced a la paciencia de sor Catalina y sus callos aprendieron a tolerar los botines. Lejanos quedaron tambiŽn sus t’os, su padre el negro Jerem’as, los parrales, la casona prohibida a la que jam‡s logr— acercarse, su pueblo olvidado y miserable, tan miserable como sus habitantes, ya todo era demasiado lejano y casi estaba por completo en el olvido. ÁJam‡s volver’a a bailar candombe! Las monjitas no eran ni malas ni buenas, ni justas o injustas, ni siquiera cari–osas o tampoco piadosas con ella, no eran otra cosa que monjas y todo lo que hac’an era rezar hasta el agotamiento y cantar hasta el cansancio. Nieves tuvo que adaptarse a su nueva vida. Lo que m‡s la aterraba eran los enormes muros que rodeaban el convento quit‡ndole toda la vista a desconocidos alrededores; se sent’a presa, vigilada y sometida a rituales nuevos, no deseados y ajenos a toda ella. Tard— mucho en comprender la existencia de Dios y el servicio que hab’a que prestarle, mientras m‡s aprend’a, mas conciencia tomaba en lo ajeno y no deseado que era todo esto de la religi—n cat—lica. Su t’a cre’a œnicamente en Jemanga, diosa del bienestar y salud, en Jodixa,

dios del amor, en Axerija dios del mal y la venganza y otros muchos para diferentes conflictos, segœn lo requiera la ocasi—n. ÀComo era que ahora exist’a un s—lo Dios? Àno tendr’a demasiado trabajo? Àpor quŽ no hab’an otros que le alivien con todas las peticiones de negros y blancos?; miles de preguntas y ninguna respuesta. Nieves ya no se atrev’a a insistir sobre sus dudas y temores, cada pregunta le hab’a costado un castigo adicional a los que recib’a a diario por esto o aquello; para las monjitas, este procedimiento era parte de su nueva formaci—n. A ra’z de estos acontecimientos, Nieves dej— de so–ar con el asunto de la plebeya y el pr’ncipe conform‡ndose con que aquellas cosas les suced’an solamente a los blancos. Sor Catalina para

se

le

present—

una

tarde, despuŽs

del

Angelus,

comunicarle que hab’a sido transferida a la ciudad de Arequipa, al convento de la misma orden y que partir’a el fin de semana, le recomend — que sea buena ni–a, que estudie y aproveche todo lo que se le ense– aba, ya sab’a leer y escribir, algo de historia, mucho de Geograf’a y poco de lo dem‡s; para los tres a–os de permanecer enclaustrada en aquŽl —frico lugar denominado "Convento de Santa Clara" era un gran avance. Sor Catalina march— muy preocupada por la poca fe y falta de vocaci—n que mostraba la ni–a mulata a pesar de sus insistentes oraciones y sœplicas a nuestro Se–or Jesœs, quien parec’a no escucharla, haciŽndola sentir tan culpable como arrepentida por haberla extradictado de Chincha. La partida de Sor Catalina (su protectora) afect— a Nieves de tal forma que, alarmadas las monjitas, hac’an lo imposible por sacarla de ese letargo interminable que la convirti— en un zombi descalzo, deambulante y melanc—lico. Nieves no ten’a ningœn interŽs en abandonar aquel interminable letargo, es m‡s, le comenz— a sacar provecho, la alimentaban mejor, le prestaban atenci—n y ya no ten’a obligaci—n de asistir ni al Angelus ni al rosario de las cinco y media de la ma–ana, dorm’a m‡s y hasta engord— dos kilos; en cambio, le sustituyeron todas estas pesadas tareas por clases de costura, bordados, manualidades, cocina y reposter’a. Al finalizar aquel a–o, Mar’a E. de las Nieves era una experta cocinera, dominaba el oficio del bordado y mostraba gran aptitud para la costura, definitivamente hab’a encontrado su real vocaci—n... ser ama de casa, esposa, amante, madre o costurera. A la espera de su pr’ncipe azul, Nieves continuaba su educaci—n. Al cumplir los trece a–os las monjitas le anunciaron que ya estaba preparada para salir al mundo exterior; la idea de traspasar los infranqueables muros del convento llen— de algarab’a a la ni–a mulata que ahora estaba convertida en una atractiva adolecente demasiado desarrollada para su edad. La primera salida al mundo exterior fue para ella como un nuevo despertar. Acompa–ada de una novicia regordeta y chaparra, adem‡s de Sor Angelina, tan risue–a y distra’da como simp‡tica y bonachona; este disparejo tr’o se lanz— a las calles cŽntricas de Lima en busca de limosnas y donativos para sus desamparados y menesterosos. Para la mulata adolescente fue la experiencia m‡s importante de su vida, ve’a con cara de asombro y susto todo cuanto estuviera en frente, al lado y por detr‡s. Se–oras y se–ores vestidos de forma œnica y

extravagante, ni–os y ni–as que correteaban con sus enormes aros met‡licos que rodaban calle abajo, j—venes montados en bicicletas de llantas enormes y otras m‡s recientes de ruedas de igual tama–o, autos europeos conducidos por elegantes caballeros, alguno que otro carruaje tirado por caballos sumisos y sudorosos y lo que casi la mata del susto... el tranv’a. Sor Angelina no pudo evitar darle gusto y malversando alguna peque–a cantidad de lo recaudado para sus menesterosos, trep— a la novicia regordeta y a la mulata adolecente en aquel "veloz" tranv’a rumbo a cualquier lugar. Para terminar el festejo, cerrando con broche de oro la primera salida de Nieves, Sor Angelina se acerc— al carrito de helados Donofrio (reciŽn salidos al mercado) y compr— tres deliciosas paletas de vainilla ba–adas en chocolate. AquŽl d’a inolvidable le permiti— volver a so–ar, recuperando sus fantas’as de pr’ncipes y plebeyos, de amor y aventura, bailes de negros, mulatas, mestizos y blancos. Dentro de aquellos sue– os ella se vio como era actualmente, con aquellas ropas anticuadas que, bastante ra’das y deste–idas, le serv’an para cubrirla disimulando la belleza de su cuerpo exuberante con porte de princesa mandinga que heredara de sus padres. De regreso al convento, a ra’z de tanta excitaci—n y aventura Nieves dejo de ser ni–a para convertirse en Mujer. De los asuntos de la menstruaci—n y temas relacionados a la sexualidad nadie le hab’a siquiera prevenido, el susto que se llev—, la oblig— a correr a la enfermer’a pensando que el viaje en tranv’a era el culpable de aquel terrible sangrado. La monjita de la enfermer’a, tan claro como pudo le explic— a la ni–a mulata que este asunto era parte de su desarrollo, que suceder’a cada mes y el œnico tiempo que dejar’a de sucederle ser’a durante aquel de la gestaci—n y/o embarazo, la monjita omiti— informarle el tema del embarazo y como era que Žste se produc’a, no le pareci— importante ni necesario. Resignada Nieves retom— su rutina del convento esperando impaciente las salidas en compa–’a de Sor Angelina y la novicia chaparra y regordeta. Por fin... el ansiado d’a lleg— otra vez. Nuevamente enrumbaron las tres en busca de limosnas y caridad. Esta vez, la madre superiora las enviaba con una direcci—n precisa a un palacete alejado de los suburbios, ubicado en Chorrillos, frente de la Costanera, muy cerquita del mar. Para llegar hasta all’ era preciso hacer uso del tranv’a, para disfrute y algarab’a del disparejo tr’o. El tranv’a demor— cuarenta y cinco minutos dej‡ndolas a tres cuadras de su destino, era la parada y hab’a que continuar a piŽ, de todos modos el paseo fue un deleite para la mulata. No pod’a creer lo que ve’an sus enormes ojos negros, el OcŽano Pac’fico, aparentemente inm—vil descansaba casi a sus pies, el olor era inconfundible, mezcla de yodo, pescado y algas, el ruido que produc’an las olas al reventar en la costa era aquel que formaba parte de sus sue–os de ni–a adolecente; tan cercano y lontano lo sinti— toda su vida hasta ese m‡gico momento de realidades. Nuevo y maravilloso, en ese instante pas— por alto y perdon — todas sus desventuras... valieron la pena. Sin dejar de acariciar su medallita de oro con la imagen de Nuestra Se–ora del Carmen, Nieves rompi— en grandes sollozos, parte de alegr’a y parte de tristeza. Sor Angelina, dejando resbalar impertinentes lagrimones, decidi— que tendr’an tiempo para bajar por el malec—n a dar un peque–o paseo a orillas del mar. Decidido estaba, con gran entusiasmo las tres desataron los cordones de sus botines negros, se sacaron las medias remendadas y corrieron a hundir sus cansados pies en aquella arena del

OcŽano Pac’fico. La monja tuvo que hacer uso de su autoridad para que la novicia regordeta y la mulata de Ca–ete recobraran cordura, dejando de corretear sobre la arena hœmeda salpic‡ndose con agua salada para que retornaran a su cometido. Nieves qued— tan agradecida de haber vivido semejante experiencia que, por primera vez, crey— en un solo Dios. Vistieron sus mojados pies con aquellas medias zurcidas y calzaron los botines negros que tanta transpiraci—n le causaban durante los calurosos y hœmedos veranos de Lima, retomando la direcci—n hacia el palacete que se divisaba imponente a menos de media cuadra a orillas del malec—n. Impulsivamente, la novicia regordeta jal— el cordoncillo de la campanilla de la reja principal; al cabo de unos minutos apareci— el mayordomo, un moreno muy uniformado que no dejo de mirar a la bella mulata mientras Sor Angelina se anunciaba y el tr’o ingresaba al sal—n de estar del palacete en donde las esperaba Madam. Madam era una dama bell’sima, de una elegancia y modales encantadores, muy fina, delicada y muy "europea", de tez blanca y ojos rasgados de un verde claro. Segœn Nieves, se trataba de la princesa de sus sue–os, seguramente su esposo ser’a el vivo retrato de su buen pr’ncipe. El palacete era tan elegante que daba pena caminar por sus pisos de m‡rmol y sentarse sobre los hermosos tapices de gobelino tra’dos desde Europa; todo era nuevo ante los ojos de la mulata, jam‡s pens— contemplar tanta cosa bella. Adornos en porcelana Limoge, Cevres, Capo di Monte y estatuas de alabastro bellamente esculpidas por famosos artistas italianos compet’an entre s’ por su belleza. Para Madam estas impresiones causadas a la formidable mulata no pasaron desapercibidas, es m‡s, despertaron curiosidad por aquella provinciana que no disimulaba su candoroso asombro ante todo aquel lujo y confort al que ella estaba tan acostumbrada. Madam invit— a Sor Angelina, a la novicia regordeta y a la formidable mulata a tomar asiento y compartir un delicioso tŽ acompa–ado de exquisitos "petit furs" que, segœn descubrieran las tres, eran deliciosos pastelillos rellenos con frutas, chocolate o crema, con los que la aristocracia peruana acompa–aba su habitual tŽ de las tardes. Repuesta de la impresi—n, Nieves cont— que ven’a de Chincha y se hab’a criado en el convento a cargo de las monjitas de Santa Clara, dejando bien en claro y entredicho, su total ausencia de vocaci—n para entrar al servicio del Se–or; coment— mas bien su vocaci—n por los oficios domŽsticos y su gran afici—n y destreza para los bordados. Madam qued— my impresionada con su historia y manifest— que le agradar’a encargarle unos trabajos ahora que se avecinaban las fiestas de Navidad, ser’a bien remunerada por supuesto. DespuŽs de m‡s de una hora de entretenida charla, sor Angelina anunci— que era hora de partir, no sin antes hacer un "recordaris" del generoso donativo que hac’a Madam por estas fechas cercanas a la Pascua; les hizo entrega de un valioso aporte y tambiŽn encarg— a Mar’a E. de las Nieves un mantel bordado con motivos navide–os para su mesa de comedor de 24 personas, con sus correspondientes servilletas, m‡s dos tapetes para los paneros de plata y cuatro toallitas para los dos ba–os de invitados. Nieves prometi— tener las toallitas listas en una semana, as’ ella apreciar’a su trabajo y ver’a si continuaba con el mantel de lino. Acordado el trato Madam se despidi— cari–osamente llamando al elegante mayordomo para que acompa–e a ese tr’o suigŽneris hasta la

puerta principal. All’ fue que lo vio, pr‡cticamente sus miradas chocaron de frente, ella perdi— el equilibrio y contuvo la respiraci—n... era su pr’ncipe, el de sus interminables sue–os, sus ojos claros, su porte de rey, aquella vestimenta real con el sable al cinto y la gorra en la cabeza; llevaba los hombros adornados por los galones del uniforme de la Escuela de la Fuerza Naval, que para ella era no era otra cosa que el uniforme de la realeza. El cadete salud— atento, impresionado por la belleza ex—tica de aquella mulata; no le pas— desapercibida la impresi—n que le causara su porte a la pobrecilla mal vestida y zaparrastrosa, sientiŽndose halagado en su vanidad. Sin darle mayor importancia les hizo una reverencia y sigui— de largo en busca de Madam, su madre. El elegant’simo cadete naval, luciendo uniforme de gala, bes— cari– osamente a su madre a tiempo de preguntarle el origen y motivo de las visitantes, muy divertida, Madam cont— sus impresiones a–adiendo algunos comentarios, decidida a recolectar entre sus amigas arist— cratas alguna ropa decente para la pobrecilla mulata chinche–a que la visitar’a el pr—ximo fin de semana trayŽndole sus toallitas bordadas que, con toda seguridad, lucir’an divinamente en los ba–os para invitados. Nieves fue incapaz de articular palabra durante todo el trayecto de retorno, era entrada la noche cuando arribaron al Convento justo a tiempo para rezar, cenar, volver a rezar y echarse a dormir. Ella no durmi—, ni esa ni la siguiente noche, el est—mago le produc’a tantos ruidos y movimientos incontrolables de intestino que apenas si pod’a mantenerse en posici—n horizontal. Era Žl, su sue–o personificado, el amor de su vida, su pr’ncipe, lo hab’a encontrado y no lo dejar’a partir sin ella; deb’a verlo nuevamente, casi no pod’a respirar por la agitaci—n que le causaba esta alternativa. Durante los siguientes d’as, no despeg— los ojos del prolijo bordado de aquellas toallitas que Madam le encargara, lo hac’a con esmero y el debido cuidado de no ensuciar o arrugar la tela de lino blanco, deb’a estar listo en pocos d’as y, por supuesto... ser’a un trabajo artesanal m‡s que perfecto, el mejor que haya hecho. Por fin lleg— el d’a, se ba–— mas largo que de costumbre, revis— y volvi— a planchar su œnico y envejecido traje de calle, lustr— sus gastados botines que calz— junto a las mismas medias zurcidas; estaba lista, ella y su paquete conteniendo las perfectas y hermosas toallitas bordadas para Madam. Sor Angelina y la novicia regordeta tambiŽn estaban listas y ansiosas por volver a degustar los "petit furs" en el palacete de Madam; as’ pues emprendieron el largo viaje en tranv’a que ya les parec’a un paseo rutinario. Sin embargo, la mulata volvi— a sentir el mismo impacto que le produjera su anterior visita a la playa, s—lo que esta vez, olvid— el paseo por el malec—n, la caminata descalza por la playa y el sabor del agua salada de cuando la novicia regordeta le salpicara la cara con los resabios de olas marinas. Como avalancha, sus pensamientos se suced’an uno tras otro, en ellos œnicamente cab’an "Žl", Madam, ella, Sor Catalina, Sor Angelina, la novicia. Todos c— mplices aquiescentes de su amor. Mientras corr’a presurosa para jalar el cord—n de la campanilla, juraba que estaba decidido y que ser’a tal y como en su sue–o. Nuevamente apareci— el mismo moreno uniformado quien muy solemne y serio, despuŽs de una reverencia como saludo, las introdujo a la salita de estar.

Madam las esperaba enfrascada en la silenciosa lectura de una novela de Flauber, "Madam Bobary", que apart— tan pronto las vio entrar. Igual que hac’a una semana, entraron las tres y, al verlas, la escena, le record— a una fotograf’a de aquellas tomadas por fot—grafos ambulantes en los parques los d’as domingo; sonr’o distra’da y las salud— con un suave y c‡lido apret—n de manos. Al instante y muy nerviosa, escudri– ando cuidadosamente los rincones del sal—n, la ex—tica mulata hizo entrega de su precioso trabajo envuelto con cuidado en papel de seda blanco. Madam no disimul— su asombro y muy complacida elogi— la perfecci—n lograda por aquellas manos de dedos delgados y largos creadoras de tanta maravilla, jam‡s hab’a visto algo tan pulcro, ni siquiera los bordados europeos m‡s costosos. Seguramente sus amigas envidiar’an aquellas peque–as creaciones art’sticas que lucir’a durante los diferentes banquetes y reuniones que ofrecer’a en el palacete por las fiestas Navide–as y la celebraci—n de fin de a–o. Hecha la entrega, intercambiada por emotivas expresiones de agradecimiento, gratific— generosamente el trabajo a Nieves, entreg‡ndole adem‡s, un enorme paquete que conten’a hermosos y fin’simos trajes que recolectara de sus amigas de sociedad, explic‡ndole que se trataba de ropa poco usada que ella, con su habilidad, lograr’a entallarla y adecuarla a su hermosa figura; el paquete inclu’a varios pares de botines de fina cabritilla y unos bolsos que le har’an falta para portar sus trabajos de bordado. Nieves recibi— el obsequio muy agradecida y pregunt— si podr’a probarse alguna de las prendas para estar segura de que podr’a arreglarlas o, caso contrario, prefer’a dej‡rselas para que las aproveche otra persona, no ser’a bueno a los ojos de Dios privar a alguna buena persona de trajes tan hermosos y costosos. Con gesto de complicidad, Madam pidi— disculpas a Sor Angelina y la novicia regordeta, invit‡ndolas a servirse sodas con galletas navide–as mientras ella y la mulata se ausentaban unos minutos. La esperanza de la mulata era que al llegar su pr’ncipe (ella estaba segura que no tardar’a en aparecer, se lo dec’a ese enloquecido coraz—n que no dejaba de palpitar alocadamente), luciera atractiva y elegante como para llamarle la atenci—n, al fin y al cabo, todos coincid’an en que era atractiva y ten’a porte real, aunque fuera de la realeza Chincha. Cu‡nta raz—n ten’a, ni bien termin— de probarse los siete diferentes atuendos, sinti — sonar la campanilla de la puerta principal. Sin pensarlo dos veces y agradeciendole a Madam, manifest— que se llevar’a puesto el conjunto palo de rosa, de falda entallada con vuelo inferior, la blusa crema con bastillas y la chaqueta de cuatro botones con cintur—n delgado, casi todos los botines le quedaron peque–os, pues, lamentablemente sus pies eran gruesos y muy grandes, como dos empanadas gigantes, tampoco le ayudaba ese pelo negro azabache, demasiado encrespado para poderlo convertir en un distinguido y aristocr‡tico mo–o; al notarlo, mand— Madam a la mucama a traerle dos capelinas que obsequi— a la morena para que completara la elegancia de su atuendo. De todos modos, calz— el œnico par de botines que apenas si pod’an tolerar sus pies, eran color crema con una hebilla dorada en un costado, sin cordones que trenzar, un dise–o de œltima moda que no se le quejaba por las medias viejas y zurcidas a las que deb’a encubrir. Satisfecha al verse tan cambiada, dio un par de vueltas frente al espejo, empaquet— el resto de los trajes regresando muy contentas al sal—n de estar, dentro del cual, su apuesto pr’ncipe vistiendo el mismo uniforme que la paralizara, dej‡ndola turulata la semana pasada, charlaba animosamente con sor Angelina y la novicia regordeta quien ten’a la boca atorada con tanta galletita que hab’a introducido en ella.

Avanzando a grandes zancadas y sin miramientos, el joven cadete, se apresur— a besar la mano de su madre y hacer lo propio con aquella mulata tan sofisticada como elegante que, por alguna raz—n, le resultaba tan familiar, sin recordar que hac’an escasos ocho d’as se cruzaron en el umbral de la entrada principal. No ocult— su interŽs ni la curiosidad que le inspir— aquella visitante, curiosidad que su madre satisfizo ipso-pucho cont‡ndole con, forzada candidez, de la habilidad manual y la humilde "procedencia" de aquella morena chinche–a joven y muy atractiva, cort‡ndole as’ cualquier intenci—n de cortejarla, puesto que no ven’a al caso. Sin quitarle la vista de encima, el cadete de la Fuerza Naval, no se apart— de Mar’a E. de las Nieves, el origen de la joven pareci— interesarlo m‡s (claro que, al igual que Madam... no era con intenciones matrimoniales ni nada serio, esto lo hab’a entendido bien claro despuŽs del mensaje que, con forzada candidez, acababa de enviarle su progenitora), le charl— de todo, le pregunt— que hac’a aparte de bordar cosas tan prolijas, ella le puso al tanto de su cotidiano y aburrido horario, que inclu’a una vida de semiclaustro, canciones, misas, rezos matutinos y vespertinos que s—lo la hac’an bostezar. -"QuŽ morena tan graciosa y a la vez sensual"-, se dec’a para s’; pose’a una coqueter’a nata que ni ella misma conoc’a. No era linda, tal vez merec’a el calificativo de atractiva, pero en conjunto era un mujer —n sensacional que causar’a envidia entre sus camaradas cadetes, quienes sufrir’an una inevitable "Parada Militar de Vergas" de ver el contoneo sensual y acompasado de esas voluptuosas y perfectas caderas de mulata. Con estos pensamientos, el cadete invit— a Nieves a un paseo campestre que se celebrar’a el s‡bado siguiente, quedando en pasar a recogerla a las once de la ma–ana para devolverla sana y salva a las seis de la tarde en punto. Por supuesto, la mulata acept— m‡s que encantada, con la seguridad de estar iniciando un sue–o, para ella convertido en realidad. Muy de acuerdo con la invitaci—n, Sor Angelina la aprob— encantada, sin darse cuenta que estaba excluida de la misma. El ambiente era en verdad agradable, Madam pensaba solamente en el momento en que pudiera retomar su lectura de Madam Bobary. El Joven cadete, con mirada lujuriosa, no dejaba de desvestir a la atractiva mulata. Nieves toda disforzada, no se cansaba en regalarle l‡nguidas miradas entrelazadas con c‡lidas sonrisas mientras que, la ingenua de Sor Angelina, juraba haber encontrado marido para la mulata (y -que partidazo- se dec’a a s’ misma), estaba dispuesta a poner todo el esfuerzo necesario para consagrar esa uni—n. La novicia regordeta se sent’a dichosa y afortunada por los deliciosos "petit furs" y galletas navide–as que no cesaba de ingerir una tras otra, "-debo venir con m‡s frecuencia-", se dec’a. Liquidados los "petit furs", galletas navide–as y dem‡s, las visitantes se despidieron muy contentas acordando regresar dentro de diez d’as trayendo a Madam su hermoso mantel de lino blanco, pulcramente bordado, con detalles navide–os, por la habilosa morena chinche–a. Antes de retomar su agradable lectura, advirti— muy cari– osamente a su inquieto y enamoradizo hijo, que no "ahondara" con la mulata, -"era buena chica y no ser’a justo perjudicarla o hacerla ilusionar con falsas promesas y piadosas mentiras de amor. Lo de la pobreza era remediable, el apellido no hac’a falta, la procedencia puede ocultarse, pero hijo m’o... el color de la piel, no lo cambias ni cepill‡ndolo con lavandina; me suicido si llego a tener nietos

ligeramente obscuros. Áno lo olvides hijo! a tu prometida no le gustar’a enterarse de m‡s infidelidades, podr’a cancelar la boda definitivamente-, Lady Leonora es el mejor partido del pa’s y no le costar‡ nada reemplazarte por cualquier otro afortunado joven", acot— con firmeza la dama, dando por finalizado el tema de conversaci—n. Otra noche sin pegar los ojos para Nieves, ÁquŽ guapo!, ÁquŽ elegante!, era todo un pr’ncipe se repet’a una y otra vez, lo amaba con locura y lo seguir’a hasta que la muerte los separe. Esta manera inmadura y f‡cil de ver las cosas, no era otra que la visi—n del amor por la vida, considerados desde el punto de vista de una ni–a de catorce a–os, que desconoc’a cualquier tema relacionado con la sexualidad. A pesar de todo y consciente como estaba del peligro carnal, Sor Angelina no se atrevi— advertir a la pobre mulata el grave riesgo que ten’a en puertas, prefer’a creer que trat‡ndose de una familia importante y rica de un Cadete de la Marina de Guerra del Perœ, las cosas ir’an sobre ruedas, ella desconoc’a los reparos que pone la sociedad en este tema del color, raza, fortuna, procedencia y cuanto cabe; de todas formas, se prometi— conversar con la mulata antes de su cita para ir al paseo del s‡bado; tanto m‡s ahora, que se entero que estaba excluida del mismo. Los d’as avanzaban lentos pero ajetreados, la mulata no pegaba los ojos esmer‡ndose en la pulcritud del bordado en el mantel de lino para Madam. Adem‡s de este trabajo, la mulata se puso a entallar los distintos y fin’simos trajes que recibiera aquŽl d’a como obsequio, estaban primorosos y le quedaban estupendos, nadie dir’a que no fueron confeccionados para ella originalmente. Sin pensarlo dos veces, eligi— el que lucir’a para el paseo del d’a s‡bado, ser’a ese vestido celeste pastel de falda amplia con encaje en el cuello y los pu–os, ten’a dos hileras de botones forrados que le marcaban la cintura y resaltaban sus protuberantes caderas, le quedaba regio y se sinti— satisfecha; como no ten’a otro par de botines, se resign— a sufrir un poco usando aquellos que Madam le obsequiara, junto con un hermoso bolso del mismo color. Todo estaba listo, incluso el mantel de lino. Por fin... lleg— el d’a S‡bado y antes de las once en punto Nieves ya se hallaba sentada en el banco del hall de entrada del convento de las reverendas madres clarisas, muy acicalada y ba–ada, escoltada por sor Angelina, a la espera de su futuro "prometido". La monjita, muy nerviosa, se apresur— a tocarle (muy de pasada y para acallar su conciencia), el tema "aquŽl" tan desagradable, pero necesario ante las circunstancias que se avecinaban, del peligro que conlleva la pr‡ctica indecente del sexo. Poco entendi— la mulata por su estado de nervios, su pr’ncipe ya llevaba diez minutos de retraso, pero la monjita repet’a de paporreta: "-que no se deje tocar los senos, las piernas, las partes ’ntimas y dem‡s, que evite las zalamer’as exageradas, que no se quede a solas con el cadete, que no permita que se propase en comentarios y actuaciones etc. etc."-, del acto sexual en s’... nada se habl— esta vez. Once y treinta y cinco de la ma–ana y por fin... su pr’ncipe apareci— en el hall disculp‡ndose por la peque–a demora y presto a salir mas que volando de aquŽl lugar, no sin antes hacerle a sor Angelina todas las promesas del caso, jurando retornarla a las seis de la tarde. La mulata desped’a chorros de felicidad a travŽs de todos y cada uno de los poros de su piel morena, se asi— del brazo de su gal‡n y enrumbaron al

carruaje que los esperaba junto a otros tres cadetes muy bien acompa– ados. Para Nieves pas— desapercibida la vestimenta llamativa y el exceso de maquillaje de las "se–oritas" o el fuerte olor a bebidas alcoh—licas que desped’an los seis ocupantes, total para ella todo era nuevo, ajeno y desconocido. Sin embargo, s’ not— las miradas de admiraci—n y deseo que brotaban de los ojillos de aquellos uniformados que at—nitos y envidiosos le besuquearon sus manos morenas dej‡ndolas hœmedas y llenas de baba. Ella estaba radiante, nada le interesaba y nadie exist’a excepto su pr’ncipe; por supuesto que lo contemplaba mientras le hablaba, lo admiraba cuando re’a y lo amaba todo el tiempo Eso era la felicidad, no se cambiaba por ninguna blanca de la ciudad, por primera y œnica vez se sinti— orgullosa de su color y tan segura de s’ misma como nunca antes lo estuvo. Entre charlas en voz alta, coquetos cuchicheos y risas sonoras, el carruaje se alejaba de la ciudad. DespuŽs de una hora y 20 minutos de viaje, arribaron a un hermoso bosquecillo cercano al r’o Rimac. Con algarab’a las muchachas descargaron los canastos de esterilla repletos de carnes asadas, ensaladas, papa sancochada, platos de loza, cubiertos de plaquŽ, enormes servilletas de tela cuadrille color rojo, mantel haciendo juego y hasta un centro de flores que adornaron con margaritas y ramas de musgo recogidas all’ mismo. Los cadetes en cambio, se preocuparon del champan frapŽ, el vino tinto al clima, los pocos refrescos y las dos guitarras que depositaron junto a la improvisada y bien atendida mesa. El pic nic pod’a comenzar. Jugaron badmington, un poco de criquet y despuŽs de una abundante merienda (regada de mucho vino y m‡s champ‡n), iniciaron la serenata para las "se–oritas" quienes coquetas y complacidas retozaban apoy‡ndose en cualquier parte de los robustos y musculosos torsos de los cantantes. Nieves demostr— una calidad œnica, bebi— poco vino, no comi— en exceso, evit— el champ‡n por encontrarlo de un sabor horroroso que le hac’a cosquillas en el paladar, aprendi— el Criquet, observ— interesada el badmington y tambiŽn se"acurruc—" muy junto a su pr’ncipe para escucharlo cantar. Terminada la serenata, cada cual desapareci— por ah’ con su pareja, solo la mulata se quedo desconcertada contemplando a su pr’ncipe que a causa de tanto vino y champan iba perdiendo garbo, ropa y compostura. La mulata record— las recomendaciones de Sor Angelina, gracias a las cuales pudo reprimirse y no dar rienda suelta a la calentura que sent’a por dentro cada que su pr’ncipe la llenaba de besos desde la cabeza hasta... el cuello (no lo dejo pasar de all’). Aburrido y consciente de que nada m‡s lograr’a esta vez, el cadete opt— por resignarse anunciando que deb’an retornar pues Nieves deb’a llegar a las seis de la tarde. De mala gana el resto de los participantes ayudaron a recoger los trastos, empacaron todo, se pusieron las chaquetas del uniforme de gala y subieron al carruaje para retornar a la ciudad. Eran pasadas las seis cuando con gran bullicio depositaron a la mulata en la puerta del convento de Santa Clara. El pr’ncipe la volvi— a invitar para la semana entrante, sugiriŽndole ser m‡s cari–osa y condescendiente con Žl o se ver’a obligado a no convidarla otra vez. Ella juro que as’ ser’a y se dej— acariciar las piernas (solo hasta las rodillas), se dejo besar el escote y desapareci— llena de vergŸenza en el zagu‡n de la entrada al convento. Nerviosa y desesperada Sor Angelina caminaba de un extremo al otro del hall, al verla aparecer suspir— aliviada y comenz— el bombardeo de preguntas que ella,

contenta, respond’a sin parar, derrochando caudales de felicidad. Por supuesto omiti— los detalles de los besos y futuras promesas de amor que, sin retractarse, cumplir’a a cabalidad, con premeditaci—n y alevos’a la siguiente salida del d’a domingo. Nada le importaba, en nada m‡s pensaba, suspiraba desde la ma–ana a la noche, se probaba el traje que lucir’a en su siguiente salida, hasta convenci— a sor Angelina que le permitiera comprar un nuevo par de medias con el dinero que gan— bordando las toallitas para Madam. Sor Angelina le sugiri— que tambiŽn adelantara las compras para algo de su ajuar pues estaba segura de que pronto la pedir’an en matrimonio, tambiŽn le anunci— que el dinero que le pagar’a la dama por el mantel bordado ser’a enteramente para sus gastos. El d’a martes enrumbaron las tres nuevamente hacia el palacete, llevando orgullosamente el hermoso mantel de lino blanco que, gracias a la especial dedicaci—n para Žste trabajo, hab’a quedado magn’ficamente Ámagn’fico!. Para desconcierto y decepci—n, Madam no las recibi— Žsta vez, dijo estar atareada en una junta de beneficencia pero hab’a dejado un jugoso cheque para pagar el trabajo de la mulata, junto a tres bolsas navide–as repletas de galletitas, panetones y los apreciados "petit furs", todo el recado fue entregado por el elegante mozo sin ninguna muestra de pena o felicidad, dese‡ndoles una muy feliz Navidad en nombre de Madam y su familia. La m‡s sorprendida fue sor Angelina, le pareci— de muy mal gusto no recibir a su futura nuera, ten’a prioridad ante cualquier junta benŽfica. Sin embargo, la importante cantidad que pag— por los bordados de la mulata, le hac’an pensar que estaba por dem‡s complacida y sus conclusiones fueron que no hab’a que ser tan susceptibles y que seguramente las mandar’a a llamar muy pronto. Acto seguido retornaron cabizbajas sin hacer mas comentarios. Sor Angelina prometi— llevar a Nieves, ese mismo Lunes para que compre lo necesario para iniciar la confecci—n de su ajuar. Ese Lunes, como prometido, Sor Angelina llev— de compras a la mulata por la tarde. Fueron caminando pues las calles de las telas estaban a pocas cuadras del convento. Nieves escogi— cada cent’metro de lino para sus s‡banas, cada metro de tela para sus manteles y servilletas, cada yarda de seda para sus camisones, los encajes de su ropa interior, la pulgada del gipiur para su traje de bodas... revisaron toda la lista, compraron poco pero de todo y aœn les sobraba una buena cantidad. Pasaron por la Botica Francesa y entraron a tomar unos deliciosos helados con crema de fresas. La tarde fue maravillosa y completa. La mulata se la pas— cortando las telas y avanzando con la costura durante toda la semana, pensando a cada segundo en cuantos d’as, horas y minutos faltaban para estar con su amado. El d’a Jueves a las cinco de la tarde las monjitas llamaron a la mulata y muy contentas, le entregaron una caja con dos orqu’deas, un broche de oro y perlas junto a una amorosa nota del cadete, record‡ndole que la recoger’a el d’a domingo a las once y que cenar’an en casa de su madre, por lo que ped’a permiso para traerla de regreso a eso de las 10.30 de la noche. Las monjitas y Nieves, tan ingenuas las unas como la otra, quedaron m‡s que satisfechas con aquella importante invitaci—n y pensaron que hab’a que ayudar a la mulata con el asunto del ajuar o no estar’a listo a tiempo; como ve’an venir las cosas, pensaban que fue amor a primera vista y que pronto la mulata celebrar’a su boda en la capilla del convento, oficiada por Monse–or Badini, acompa–ada por el cura Fray Ruperto y

cantada por el coro de las novicias y monjitas de Santa Clara. Le har’an su enorme pastel de bodas y seguramente la recepci—n ser’a en el palacete de Chorrillos, ofrecida por los padres del novio, asistida por la crema y nata de la sociedad lime–a, sin que faltaran la madre Abadesa, Sor Angelina y habr’a que mandar llamar a Sor Catalina para que venga desde Arequipa. Terminados los preparativos se pusieron manos a la obra y cuatro monjitas, dirigidas por la mulata, se esmeraban a diario por apurar el ajuar de la "cuasi" novia que, de tanto escuchar a sor Angelina toda la perorata de la boda, llego a autoconvenserse de que realmente estaba sucediendo. Lleg— el ansiado domingo, Nieves, mas guapa y elegante que otras veces, sali— al encuentro de "su novio" escoltada por sor Angelina que, previas recomendaciones de: -no llegar mas tarde de las diez treinta, portarse bien, no consumir m‡s vino del necesario y por supuesto... enviando recuerdos y agradecimientos a Madam-, deposit— a la mulata en poder del gallardo caballero que, por primera vez, no vest’a su uniforme de gala. A la morena ya poco le importaba el uniforme o cualquier atuendo que luciera el caballero, lo amaba tanto... le produc’a extra–as sensaciones cada vez que le tomaba la mano o pasaba su brazo enlazando su cintura. Una vez en el carruaje ella le agradeci — el precioso broche de perlas que lucia orgullosa en el escote de su vestido amarillo con marr—n. El, muy caballero, le dijo que Žste ser’a el primer reconocimiento a la larga y hermosa relaci—n que iniciar’an aquŽl d’a. Para corroborarlo, la invit— a almorzar en un restaurante de mariscos, bastante alejado, poco frecuentado por amigos, familiares o conocidos, pero con vista al mar y muy bien decorado. Para ella... era el para’so, jam‡s estuvo en ningœn restaurante, ya sea de cinco o una estrella. El almuerzo fue abundante, degust— camarones, cebiche mixto, picante de mariscos y de postre pudo elegir varias cosas del carrito que elegantemente le acerco el maitre. No falt— el vino en abundancia que ella beb’a pensando que era inofensiva sidra. Se dio cuenta del efecto en el momento que casi se cae al ponerse en piŽ. Terminaron de almorzar casi a las cuatro de la tarde, fueron de paseo por el Jir—n y la avenida Arequipa para luego dirigirse hacia Barranco y atravesar el reciŽn inaugurado "puentesito de los enamorados". Todo era romance, planes, viajes, Žl le promet’a todo menos matrimonio, ella le aceptaba todo, menos matrimonio, a estas alturas lo daba por hecho y estaba segura de que todas esas promesas eran el matrimonio. A las siete y cuarenta, le anunci— que estaba listo para llevarla a cenar a casa de su madre, subieron al carruaje y partieron presurosos llegando a una preciosa casa, muy moderna, ubicada en el nuevo y desconocido barrio de San Isidro. Ella, muy curiosa, le dijo que pensaba que ir’an a cenar al palacete, Žl, muy suelto de cuerpo, le aclar— que cenar’an en casa de su madre y que esa era la casa de su madre, totalmente deshabitada y de uso exclusivo para el romance, juerga y sexo. A ella le importaba un comino, mejor si no hab’a nadie, mejor si no cenaban, mejor si la besaba, mejor si le reiteraba cuanto la amaba y que ser’a una interminable relaci—n y mejor... todo con Žl era mejor. Efectivamente hab’a cena, con candelabros de seis velas, mantel de lino, vajilla de porcelana y copas de cristal, mœsica suave que tocaba la vitrola, una ama de llaves acostumbrada a ver lo mismo cada fin de semana sin inmutarse, un hermoso dormitorio, una enorme cama y un

sediento amante. Le ayud— su sangre caliente de negra chinche–a, se dej — besar por todas partes desoyendo las recomendaciones de sor Angelina, se dejo tocar toda entera, se dej— amar ardientemente y repetidas veces hasta la saciedad de ambos, aquellas s‡banas de seda quedaron manchadas, como mudo testigo de su virginidad, al igual que la medallita de oro que fue todo lo que vistiera su cuerpo esa noche. Nada le doli—, nada le avergonzaba, solamente sent’a, dando rienda suelta a una pasi—n nueva, descontrolada y desconocida por ella. Era tan hermoso amar siendo amada que el resto carec’a de importancia, no habr’a d’a, noche ni hora lo suficientemente larga para disfrutar del amor. Tan o m‡s satisfecho se sinti— su pr’ncipe; "la morena era buen’sima, ni siquiera el tema de su virginidad fue tomado en cuenta para disfrutar del sexo, al d’a siguiente lo contar’a con lujo de detalles para que sus camaradas se hicieran un buen "pajaso" muertos de la envidia". La ardiente morena lo hechiz— y estaba dispuesto a mantenerla de su amante un buen tiempo; total... faltaban tres meses para su boda con Lady Leonora y ten’a bastante tiempo, dinero y ganas para disfrutar su corto solter’o con aquella espectacular y ardiente morena de Chincha; eso s’, habr’a que inventar algo bueno para que la monjita Sor Angelina no pusiera peros o inconvenientes a sus futuras salidas. A las diez treinta y cinco los recibi— sor Angelina en la puerta del convento. Muy galante, el cadete ayud— a la morena a descender del carruaje, se acerc— a la monjita y respetuosamente le pidi— permiso para recoger a Nieves el jueves a las cinco pues la llevar’a a la joyer’a Wells a escoger una preciosa sortija de brillantes; la monjita accedi— de buena gana pensando que gracias al cielo el ajuar de la morena estaba casi concluido. Bes‡ndole salameramente los dedos delgados y ‡speros, el pr’ncipe se despidi— de su princesa intercambiando largas miradas de inmoral complicidad. La monjita, hablando como metralleta, le pregunto que c—mo estuvo la cena, que si quŽ dijo Madam, para cuando pensaban fijar la fecha de la boda, cuantos hijos tendr’an, que nombres les pondr’an y ojal‡ que no salieran muy morenitos y un sin fin de preguntas que se quedaron sin respuestas y que Sor Angelina las dio por contestadas. La morena se despidi— con una bendici—n de la monjita, asegur‡ndole que continuar’an la charla al d’a siguiente. Una vez a solas, a la luz del lampar’n, en aquella estrecha y austera celda, sentada en su modesto camastro, Nieves regres— a sus momentos de lujuria y pasi—n acariciando nerviosa su medallita de oro con la imagen de la Virgen del Carmen, testigo mudo de lo sucedido. Sor Angelina jam‡s le coment— o le explic— mucho de lo que le sucedi— esa noche, tampoco hizo falta, lo sab’a al estar cerca de su amado, lo disfrut— sin mezquinar caricias o evitar atrevidos besos en las partes m‡s ’ntimas de su cuerpo. El recordar lo vivido la encend’a nuevamente de pasi—n y hac’a que el deseo la carcoma por dentro. Se hizo un aseo, se preocup— de disimular su nueva felicidad de mujer y quedo sumida en un profundo y restaurador sue–o. Al d’a siguiente logr— evadir respuestas comprometedoras con las monjitas, las dej— y alent— a pensar que el matrimonio era cuesti—n de poco tiempo. Enterada de los avances en el romance de la morena, la abadesa del convento se comunic— con el se–or notario para consultarle por los tr‡mites y permisos necesarios para la boda de Mar’a E. de las Nieves que, como contaba tan s—lo catorce a–os y medio, requer’a de

permiso por parte de sus padres o tutores. Solucionado el tema, ser’a el convento quien dar’a todos los consentimientos notariados para la gran boda de la morena con el cadete. Nieves sent’a algunos remordimientos de rato en rato, tal vez no era justo que dejara creer a las monjitas que su boda ser’a en breve; sin embargo, no estaba dispuesta a abandonar o prescindir de su amado, de sus caricias y del sexo. No le importaba si la boda era pronto o despuŽs, ella estaba convencida de que habr’a boda en algœn momento; mientras tanto, lo œnico que deseaba era volverse a revolcar con su gal‡n en su lecho de s‡banas de seda y cobertor de brocado. Impaciente por que llegara el d’a Jueves (sal’an los Jueves y domingos y algœn s‡bado tambiŽn), la morena termin— el ajuar con la ayuda de las cuatro monjitas. Qued— un primor: tres juegos de s‡banas, media docena de toallas con los monogramas de ambos, media docena de toallas peque–as, tres camisones de seda, dos manteles de diario, uno de gala (con sus respectivas servilletas), tres juegos de ropa interior, una bata de algod—n con pu–os y cuello de seda bordada y para concluir... un discreto y hermoso traje de novia en organza blanca, con pechera de gipiur y velo de cinco metros de largo. ÁTodo listo!. DespuŽs de ense– ‡rserlo a la madre abadesa, lo envolvieron en papeles de seda y lo acomodaron en un baœl de madera que Sor Angelina le obsequi— como regalo de bodas. El Jueves a las cinco en punto se present— el cadete con su impecable uniforme, recogi— a Nieves y partieron como acordado, al centro de Lima a la joyer’a Wells. El dependiente, halagando el buen gusto de su œltima conquista, llen— de atenciones a la pareja. Convidando un tŽ helado a la morena despleg— la bandeja con sortijas de brillantes (dentro del presupuesto que sol’a tener el cadete para esos menesteres). La morena no pod’a creer lo que ten’a delante de sus enormes ojos azabache, muda y sin expresi—n qued— a la espera de la sugerencia del cadete; sin vacilar, Žste escogi— el mismo modelo de la vez anterior (el que regal— a una espa–ola cantante de zarzuela que estuvo present‡ndose en el Teatro Municipal el mes antepasado), era un peque–o brillante con dos zafiros a los costados engarzado sobriamente en platino. Por supuesto que no hubo objeciones, todo lo contrario, la mulata no cab’a en su pellejo, jam‡s pens— que pudiera ser poseedora de una joya tan bonita. Amorosamente, el cadete se la coloc— en el dedo anular, firm— el pago y salieron presurosos a celebrar el acontecimiento con mucho sexo y amor. En retribuci—n a la sortija, Nieves le obsequi— al cadete la œnica posesi—n de valor que llevaba colgada de su cuello desde su nacimiento y que le perteneciera a su difunta madre, su medallita de oro con la imagen de la Virgen del Carmen; el cadete, realmente conmovido, le prometi— no quit‡rsela jam‡s devolviŽndosela tan s—lo despuŽs de muerto ...y as’ lo hizo. Dos horas m‡s tarde, la morena fue depositada en las puertas del convento; como de costumbre, Sor Angelina estaba ansiosa por admirar la sortija de compromiso que, aunque le pareciera muy peque–a para la ocasi—n, pens— que no dejaba de ser hermosa. Pasaron casi tres meses desde que la morena iniciara, adem‡s de sus libertinas demostraciones amorosas, la confecci—n de su ya concluso ajuar. DespuŽs de mas de 90 d’as de continuas salidas, visitas, valiosos obsequios, revolcadas sexuales y dem‡s. Segœn Sor Angelina, las cosas iban viento en popa. La morena, totalmente desubicada, juraba

que lo que viv’a era parte del noviazgo previo al matrimonio. Tan ensimismada estaba con el tema, que no se percat— de la ausencia de su menstruaci—n por dos per’odos consecutivos, hasta que se lo record— el terrible malestar que le aquejaba, nauseas, mareos y rechazo a todo lo que fueran alimentos sin saber lo que aquello significaba. Sor Angelina, muy preocupada, hizo venir al mŽdico de cabecera. DespuŽs de un breve examen mŽdico, el galeno confirm— el embarazo de 10 semanas que portaba Nieves. Este ya era asunto de la abadesa, sin tiempo que perder, se comunicaron con el palacete exigiendo de inmediato la presencia de madam y su hijo a fin de fijar la fecha de la boda; el asombro las dej— sin habla; Madam hab’a partido ese domingo hacia Milano - Italia, en compa–’a de su esposo, su hijo y otros invitados, para celebrar la boda de su hijo cadete, con Lady Leonora; estar’an de regreso en aproximadamente seis meses. Sin embargo, hab’a dejado un cheque por una muy buena suma de dinero, para aliviar y asegurar el futuro de la morena chinche–a que supo hacer tan felices los œltimos meses de solter’a de su amado hijo... el cadete de la escuela naval de guerra. Madam insist’a con lo mismo durante la traves’a por el Pac’fico, rumbo a Italia, en aquŽl lujoso barco.- "No quiero que vuelvas a mencionar el nombre de la mulata, te lo advert’ no s—lo una... varias veces, es negra, en nuestra familia no hubo, hay, ni habr‡n negros emparentados ni siquiera lejanamente. No quiero que se entere tu padre, Àte has vuelto loco? querer romper tu compromiso con Lady Leonora Àpor haber perdido la cabeza de calentura por esa negra?; Ásobre mi cad‡ver!, la boda est‡ arreglada y, a menos que sea Lady Leonora quien decida suspenderla o cancelar el compromiso, no habr‡ poder sobrehumano que cambie las cosas. Est‡ dicho, ni una palabra m‡s, podr‡s morirte de amor por ella antes que matarnos de un vergonzoso esc‡ndalo"Culpas van, culpas vienen, monjas histŽricas, la morena sin entender ni papa, en fin.. el revuelo dur— un par de horas, despuŽs de las cuales, la madre abadesa decidi— poner punto final al tema, anunciando a la mulata su tr‡gico destino. Hab’a sido v’ctima de un malvado sinvergŸenza que la hab’a pre–ado y abandonado a su suerte. Nieves pensaba que las monjitas de pronto enloquecieron, su pr’ncipe no tardar’a en buscarla el domingo a las once como de costumbre, ella lo esperar’a muy perfumada dominando ese malestar incomprensible. Lo esper —, ese domingo, el siguiente y tambiŽn el subsiguiente. Las monjitas muy acongojadas trataron de hacerla entrar en raz—n, le explicaron una y mil veces que aquŽl sinvergŸenza ya hab’a contraido nupcias con una tal Lady Leonora en Mil‡n-Italia. La morena no lo aceptaba, no las escuchaba y no quer’a entender. dos meses despuŽs, el volumen de su abdomen la hizo darse cuenta de la terrible realidad, no exist’a el pr’ncipe, no habr’a boda y lo œnico que ten’a como recuerdo de aquella historia, era un embarazo de cuatro meses. Sor Angelina que no dejaba de culparse por su estupidez, llam— por conferencia a Sor Catalina, al convento en Arequipa, para ponerla al tanto de lo acontecido con la pobre criatura de quince a–os cumplidos que se convertir’a en madre soltera en unos pocos meses m‡s. Sor Catalina despuŽs de escuchar, renegar y reprochar, dijo que le enviaran a la mulata lo antes posible para ver la forma de enmendar este descalabro. Sin pensarlo dos veces, Sor Angelina prepar— a la mulata junto al baœl de su ajuar, los bellos trajes que le obsequiara Madam, algunas otras pertenencias y recuerdos, el broche de perlas, la pulsera

de oro, el camafeo italiano y otros regalos costosos que le diera su pr’ncipe en pago y agradecimiento a las largas y confortantes horas de placer que ella le brindara durante varios meses, ignorante y desinteresada. Empacado todo, parti— la mulata en el tren de las ocho con destino a la ciudad de Arequipa, (al convento de las monjas clarisas), para tratar de componer su torcido y vergonzoso destino. Ni bien hubo arribado a la estaci—n, Sor Catalina fue a su encuentro, estaba algo m‡s gorda y vieja tambiŽn, pero con el mismo aire bonach—n de mirada compasiva. La morena no hab’a tenido suficiente tiempo como para reaccionar o asimilar lo ocurrido, aœn no entend’a el porquŽ del alboroto, al fin y al cabo... -su pr’ncipe no tardar’a en venir por ella y todo volver’a a ser como antes-, si llegaba el ni–o que le anunciar‡ el galeno del convento, nada cambiar’a, el cadete se har’a cargo del asunto y ellos seguir’an disfrutando sus tardes de amor en casa de Madam.

SUFRO... y si pudiera evitarlo Àlo har’a? renunciar a verte no ser’a nada pero nada equivale a mi muerte Prefiero morir hoy en vida pero haberte amado ayer

que no amarte nunca para vivir sin ti hoy Me dejas... lo tuve todo riqueza y pobreza felicidad con tristeza pero de ti me llevo me llevo lo poco que me diste que no ser‡ m‡s de lo mucho que hoy te doy

EL SUFRIMIENTO...

Nada ser’a igual, Sor Catalina ya ten’a el asunto arreglado, habr’a boda despuŽs de todo, el ajuar ser’a utilizado y la criatura que se gestaba en su vientre nacer’a con un apellido, evit‡ndoles la vergŸenza de ser bastardo. Y es que Sor Catalina hab’a negociado el matrimonio de la morena con un sub oficial de ejŽrcito ya retirado, due–o de unas fincas en algœn lugar del lago sagrado, en el departamento Alcanfores de la ciudad de Valle Alto, Pa’s de las Alturas. A travŽs del p‡rroco de su iglesia, en la localidad de Huaracawana, este individuo, habr’a solicitado a las monjas una buena esposa, de aquellas huŽrfanas que sol’an criar y educar bajo todas las normas de la fe cat—lica. Se sab’a que eran esposas obedientes y madres abnegadas. Adem‡s de esto, Nieves ten’a su buena dote (prevista por las consideraciones de Madam), dinero suficiente como para comprar una finca o capitalizar cualquier negocio existente, esto compensar’a el embarazo de cuatro meses y medio aœn posible de disimular. El pretendiente, un hombrecillo petiso, regordete, negro mestizo (m‡s negro y mestizo que Nieves), de cabeza enorme y carente de cabellera, aœn algo moteroso al hablar el espa–ol, ser’a el futuro marido y verdugo de la pobrecita mulata chinche–a, cuyo œnico gran pecado fue amar sin l’mites ni fronteras. Los antepasados de Žste personaje fueron sobrevivientes de negros tra’dos como esclavos a la ciudad de Potos’, para trabajar en la Casa de la Moneda acu–ando macuquinas con la plata del cerro rico. Como dice la historia: de dieciocho mil negros que arribaron a Potos’ entre 1775 a 1780, los pocos sobrevivientes a la

inclemencia del clima altipl‡nico, fueron transplantados por sus preocupados propietarios a Valles c‡lidos como la regi—n de los Yungas y Kanata (Cochabamba). As’, el bisabuelo de Don. Juan JosŽ Reaves Salsas fue uno de los ciento setenta y cinco negros censados por Francisco de Viedma en el a–o de 1793 en el Valle de Cochabamba; sin embargo y posteriormente, emigr— a la regi—n de Chuma, en donde contrajo nupcias y festej— la abolici—n y sus descendientes casados con mestizas, emigraron al Pa’s de las Alturas, a la regi—n del Lago Sagrado para afincarse por all’ definitivamente. Si las monjitas hubieran sospechado el maltrato y padecimiento de que ser’a objeto su morena... por misericordia hubieran desistido de la empresa. As’ pues, en austera ceremonia religiosa, sin torta ni pasteles, pero con ajuar y apretado traje de novia, Nieves fue entregada como leg’tima esposa del se–or gamonal, sub oficial retirado de ejŽrcito Don. Juan JosŽ Reaves Salsas quiŽn podr’a ser su padre, o tal vez hasta su abuelo ( tan grave y notoria era la diferencia de edad). El repugnante y libidinoso hombrecillo, adem‡s de recibir una buena dote, fue gratificado con aquella hermosa potranca. Si bien era cierto que estaba pre–ada, no era menos cierto que era muy hermosa as’ como saludable. El embarazo no era muy notorio y el sabr’a manejar el asunto a su manera. Pasada la ceremonia religiosa Don. Juan JosŽ apenas si pudo disimular sus ansias ladinas por poseer el cuerpo de su mujer. La pobre de Nieves aœn esperaba la llegada de su pr’ncipe salvador, m‡s por el contrario y obediente, hubo de someterse a complacer los deseos de aquel asqueroso, convertido no s—lo en su marido sino tambiŽn en ejecutor de justicia. QuŽ diferencia... debi— aceptar su realidad dejando atr‡s los recuerdos dolorosos de sus amores, debi— aceptar los vej‡menes a que era sometida por no amar al marido, junto a los azotes que recib’a aœn con la panza a punto de reventar. El acto sexual, lleg— a convertirse en un castigo dif’cil de soportar, prefer’a cerrar los ojos y abandonarse a los caprichos morbosos de aquŽl libidinoso y masoquista que nunca terminaba de golpearla y maltratarla como parte de un sat‡nico y diario ritual. Naci— su hijo var—n... era un ni–o precioso, mucho mas blanco que ella (y que el actual marido por supuesto), lo amaba m‡s que a nada en el mundo. Era la œnica prueba real de esa felicidad de anta–o. El gamonal debi— intuirlo. Ni bien nacido el angelito, la emprendi— a golpes con la parturienta, so pretexto de haber parido un var—n blanco en lugar de uno mestizo o mulato como ellos dos. Desde el d’a de su nacimiento, la madre y su criatura fueron objeto del maltrato por parte del desgraciado, tanto as’ que, enterada por un telegrama misericorde de la vecina, Sor Catalina fue al rescate de la criatura para llev‡rsela a Arequipa y criarla en el convento, igual que lo hiciera con su madre a– os atr‡s. Muy espantada del estado de salud en el que encontr— a la mulata, la monja amonest— al gamonal amenazando con llevarse a la mulata tambiŽn y, por supuesto, retirarle la dote que las monjitas le hicieran entrega el d’a de su boda. El marido entre arrepentido y asustado prometi— no reincidir en los malos tratos y dedicarse de lleno a su esposa morena y a sus fincas a orillas del lago. Desaparecido el ni–o blanc—n, el marido de la morena anunci— que se trasladaban a la localidad de Huaracawana, para vivir en una de sus fincas a orillas del lago sagrado, a trabajar por el desarrollo y crecimiento de sus bienes y la regi—n. La mulata, m‡s muerta que viva, sin expresi—n en el rostro, con absoluta resignaci—n y sin esperanza alguna, empac— sus b‡rtulos, algunas pertenencias del marido y parti— compungida, inmersa en sus recuerdos y perdida en su pasado.

No se acordaba cuanto tiempo dur— aquŽl viaje, si d’as, horas, minutos o tal vez meses, no le importaba, tampoco le interesaba, com’a cuando se lo recordaban, continuaba cuando se lo mandaban y cual m‡rtir de fe cristiana, se sacrificaba como una aut—mata las veces que el viejo requer’a de sus servicios. Todo le daba lo mismo, la vida era miserable, ojal‡ se hubiese muerto el d’a en que la casaron con aquŽl infeliz. Como un paliativo a su miseria, el sub oficial moteroso instal — en la mesa de su dormitorio un aparato de radio, reciŽn adquirido en la Casa Grace, que estar’a destinado a transmitir las noticias de las siete de la ma–ana y ocho de la noche y que, ’nterin, servir’a para consolar las desgracias de Nieves acompa–‡ndola en su soledad. La morena se prend’a de la radio todas las ma–anas de 10 a.m. a 11.30 a.m. para escuchar, por la œnica sinton’a de Radio Del Valle A.M., a su cantante preferida de boleros, a quiŽn ya escuchaba en el convento de las clarisas en Lima y con la cual, ahora, se identificaba m‡s que nunca. Cuando Olivia de Montenegro interpretaba Mar y Cielo la morena no pod’a m‡s que llorar en silencio. DespuŽs de unos a–os comenzar’an las interminables novelas de Elvira y Raœl en las cuales, tambiŽn se identificar’a con las peripecias de la protagonista principal, al igual que con sus boleros, llorando con sentimientos de desahogo. Cuando supo que estaba pre–ada tampoco le intereso, pari—, volvi— a pre–arse y volvi— a parir sin inmutarse, nacieron machos, negros o mestizos pero siempre machos. Cursaba su sŽptimo embarazo, ten’a doce a–os de matrimonio (esclavitud sin esperanzas como ella sol’a decir), segu’a guapa aunque hab’a perdido su figura sensual y su porte de reina chinche–a, era m‡s bien lo que quedaba de una mujer aœn joven y guapa (contaba veintisiete a–os apenas). El viejo la segu’a deseando, la pose’a cada noche con el l‡tigo en la mano, a veces lo usaba y otras no, dependiendo del grado de su excitaci—n, ella resist’a callada y toleraba totalmente muda soportando d’a tras d’a, noche tras noche, semanas, meses, a–os. Ya ni siquiera so–aba, su resentimiento hab’a acabado hasta con sus recuerdos, no ten’a en quŽ refugiarse, no sab’a, no quer’a y sin embargo... viv’a. Los d’as en la finca eran siempre iguales, ten’a siete hijos varones, los criaba con monoton’a, sin afecto ni ternura, no sent’a nada, estaba vac’a. Tampoco se compadec’a con el sufrimiento de los indios golpeados constantemente por su marido. Su sufrimiento era mayor, œnico inentendible y continuo. Cuando se entero de su octavo embarazo tampoco se inmut—, ten’a los pechos ca’dos de tanto amamantar, las caderas anchas. las piernas llenas de v‡rices y los cabellos prematuramente canos. El viejo asqueroso de su marido, que cada d’a estaba m‡s viejo y m‡s asqueroso, (para ella era igual) le comunic— que regresaban a vivir a Ciudad de las Alturas, en vista de que la reforma agraria le quitar’a mitad de sus haciendas y la otra mitad quedar’a a merced de las circunstancias. Para proteger a sus hijos y atemorizado ante posibles represalias de sus colonos, que conoc’an y practicaban la ley del tali—n, el gamonal hab’a decidido reubicar a su familia en la ciudad. Compr— una casa confortable en el distinguido barrio de Los Olivares, instal— a los siete hijos con su mujer y retorn— valiente a sus actividades de las fincas de Huaracawana. Nieves se sinti— libre por primera vez en catorce a–os, nadie la acosaba sexualmente por las noches, pod’a descansar, pasear, ir a la iglesia, hacer amistades en el barrio y un

sin fin de cosas cotidianas pero para ella extraordinarias. Se volvi— asidua de la MatineŽ del cine Par’s; cada Martes por la tarde, se arreglaba el cabello, se pon’a su falda de calle con la blusa blanca de cuello alto llena de botoncillos, cepillaba su sombrerito de fieltro color gris con cinta beige, se pon’a su capa gris de piel de camello, sacaba del estuche de terciopelo su broche de oro con perlas, se pon’a su anillo de brillante y zafiros en el dedo me–ique (ya no le calzaba en el anular) y solitaria pero feliz, part’a siempre en el mismo colectivo nœmero seis de color rojo, en un viaje de 40 minutos hasta llegar a la Plaza Central, a las tres en punto. La pel’cula no era en s’ lo importante, le daba lo mismo verla repetida; podr’a decirse hoy en d’a que aquello equival’a a varias horas de terapia psicol—gica. Durante tres horas era de libre albedr’o, aunque solamente fuera para sentarse a ver una misma pel’cula, tambiŽn era importante recrear la vista en los alrededores. Curiosa, una y otra vez, atisbaba la vitrina de la cafeter’a del Hotel Par’s, vecina al cinema. A travŽs de los cristales observaba por breves instantes a las damas elegantemente vestidas y ataviadas con sombreros de plumas de ganso o de avestruz luciendo costosos collares de perlas, quienes sosten’an animadas charlas apoyando coquetas y elegantes sus hermosas sombrillas de encaje al piŽ de sus respectivas sillas, mientras un maduro pianista se esforzaba por capturar su atenci—n en las melod’as que interpretaba y que ella, desde afuera no pod’a escuchar. Su contento era mayor cuando la pel’cula era con Jorge Negrete, Pedro Infante o Luis Aguilar. El premio gordo se daba si actuaban por lo menos dos de ellos junto a Rosita Quintana; entonces s’ que disfrutaba las canciones de El Gallo Giro. No pod’a comprarse ni una sola golosina, su presupuesto cubr’a los 3.50 del cine y el peso de ida y vuelta en colectivo, ella ahorraba 65 centavos todos los d’as no comiendo pan a la hora del tŽ, prefer’a su matineŽ de los martes en el cine Par’s; mas, aquella tarde de involuntaria demora, cuando lleg— al cinema lo suficientemente retrasada como para encontrar las puertas cerradas y aseguradas, sin pensarlo dos veces, tomo la decisi—n de entrar a servirse un delicioso tŽ inglŽs. Cruzando desafiante el umbral del "CafŽ Par’s", se ubic— en la primera mesita que avistara muy nerviosa; de inmediato se acerc— el mozo a preguntarle quŽ deseaba servirse, comunic‡ndole que, a partir de esa tarde, serv’an una tasa de tŽ o cafŽ con tres pastelillos por el precio fijo de cuatro pesos que ella acept— gustosa, feliz de poder cubrir ese monto aunque le significaba regresar a casa caminando. Cuando el mozo retorn— con su orden, la nostalgia golpe— furiosa su memoria, aquellos pastelillos eran los mismos "petit Furs" que degustara por vez primera en casa de Madam, asustada y temblorosa, sus labios se semi abrieron con pena para introducir aquel manjar. Para su suerte, el sabor no era el mismo; anta–o le supieron a miel, hoy le sab’an a hiel. El pianista, observ‡ndola entre curioso y apenado, trat— de adivinar sus pensamientos y consolar su soledad complaciŽndola con la interpretaci—n de rom‡nticos boleros que ella agradeci— con una venia y el rictus de amarga sonrisa. Aunque el primer instante fue un fugaz torbellino de dulces y amargos recuerdos, aquella tarde se dio el gusto de ser una dama elegante como aquellas que frecuentaban el lugar exhibiendo sus sombreros importados y charlando con vanalidad; esa hora que transcurri — con la grata compa–’a de su tasa de cafŽ, sus pastelillos y las melod’as rom‡nticas de aquŽl gentil pianista, quien no par— de tocar para no romper su mœtuo encanto, compensaron todo lo dem‡s. Cuando el piano dej— de sonar y el cafŽ y pastelillos se terminaron, el momento

de encantamiento tambiŽn ces— y ella, entre feliz y nost‡lgica, pag— sus cuatro pesos y, sin dejar propina, abandon— aquel maravilloso lugar m‡gico (al que no retornar’a nunca m‡s) y enrumb— en direcci—n a su monoton’a. Nieves rara vez exced’a su presupuesto, el haber visitado el CafŽ Par’s en lugar de asistir a su matineŽ fue algo inusitado que no volver’a a suceder. TambiŽn ahorraba mensualmente lo que pod’a; inflaba su presupuesto del mercado, consultas mŽdicas, ropa para sus hijos y cosas en las que el sub oficial no se percataba. Ella ocultaba sus ahorros dentro de una vieja caja de zapatos que guardaba segura en el armario de los trastos, all’ ten’a d—lares, bolivianos y unas monedas de oro que le compr— por miserias a una india ladrona, ella tampoco sab’a su valor real y pag— lo que crey— era justo de acuerdo a sus posibilidades. Le gustaba pensar en que algœn d’a la joyer’a Par’s de la Plaza Central, al lado del cinema y la cafeter’a, le har’a un brazalete de oro en el que colgar’a esas hermosas monedas con la silueta de una reina inglesa; Žsto, siempre y cuando no las necesite para algo m‡s importante, como el huir de casa para ir al convento de las clarisas a ver a su ni–o, que de seguro ya era un adolecente tan buen mozo como su padre. Todos estos a–os lo so–— imaginando su crecimiento y desarrollo dese‡ndole todo lo mejor, consolada por el hecho de haberle salvado la vida aquŽl d’a en que Sor Catalina lo rescatara llev‡ndoselo al convento. Su embarazo estaba muy avanzado y ella continuaba sin inmutarse, lo ignoraba por completo igual que a los anteriores, ni siquiera hab’a pensado en nombre para la criatura, total... ella no ten’a derecho a decidir ni siquiera eso. A media noche la despert— el barullo de la puerta principal; pesadamente se puso una vieja bata de franela y se levant— a ver que suced’a. Ni bien traspas— el umbral, el viejo gamonal la emprendi— a latigazos por no haberlo esperado despierta, tanto as’ que le adelant— el parto casi en un mes. Naci— una ni–a, muy morena y de gran parecido al marido (eso quiere decir muy fea). Sin embargo, por primera vez despuŽs de catorce a–os, Nieves esboz— una leve sonrisa de conformidad porque de pronto sinti— llenado su vac’o abandonando la monoton’a de su espl’n . Como naciera hembra el marido, arrepentido por la golpiza que le propinara la v’spera, le permiti— escoger uno de los nombres. Eligi— Celina recordando a su madre muerta, evoc‡ndola y deseando que su hija tuviera aquellas facultades especiales de vidente o por lo menos el hermoso color verde de sus chispeantes ojos; el viejo aument— Mar’a en homenaje a la suya, que en paz descanba, as’ quedo claro que se llamar’a CELINA MARIA REAVES ACARREA. Ni bien cumplido el mes de nacida, la criatura fue llevada por sus padres a Huaracawana, al santuario de la Virgen a orillas del lago sagrado, para ser bautizada. Luego de la ceremonia bautismal, la familia decidi— pasar unos d’as en su propiedad muy cercana. Nieves instal— a la reciŽn nacida en la misma canasta de mimbre que les sirviera a sus siete hermanos con anterioridad. Tan s—lo para satisfacer su curiosidad, tanto criados como peones y campesinas de la finca, desfilaron toda la tarde ante la cuna de la reciŽn nacida presentando sus "respetos". Los comentarios que suscit— la criatura dejaron mucho que desear, no s—lo era una wawa muy negra, ten’a la nariz muy ancha, los p—mulos muy salidos, el cabello demasiado

encrespado, en resumen... todos estuvieron de acuerdo en que "su madre del agotamiento y la tristeza no la hab’a parido sino cagado", es por Žsto que en las fincas la apodaron la negra "cagacha", apelativo que le sobrevivi— a su muerte. Para Nieves la vida cobr— importancia desde el nacimiento de cagacha, si bien era cierto que no era nada agraciada, que no heredara los chispeantes ojos verdes de su abuela; el solo hecho de ser hembra lo compensaba todo; adem‡s, a ella s’ la casar’a con un pr’ncipe aunque tuviera que inventarlo. Programaba cuidadosamente su ni–ez, adolescencia y juventud. Tendr’a todo lo que a ella el destino le neg—, desconociendo las diferencias sociales y el vigente racismo que, para la bondad de su alma, eran incomprensibles; educar’a a su ni–a en el mejor colegio de monjitas de la ciudad, cultivar’a amistades de la mejor sociedad, le escoger’a buenos pretendientes y un gran marido que la llenar’a de joyas, viajes, mimos, amor y poder; lo tendr’a todo aunque para ello debiera empe–ar su alma al mism’simo demonio, content‡ndose con invocar los favores de su fallecida madre, a pesar de que no le demostr— conmiseraci—n por su suerte y menos por su sufrimiento. Estos deseos generosos y ardientes de fe, golpearon las rec—nditas puertas del bien y del mal que a partir de ese instante compitieron por el alma de Mar’a Celina Reaves Acarrea, poniendo como mudos testigos de Žste compromiso tanto a dioses andinos como a ‡ngeles y demonios. Celina y sus hermanos viv’an la vida de las fincas pero en plena ciudad. Su padre (el sub oficial retirado), sin importarle el quŽ dir‡n de los vecinos, trajo de sus fincas, una fin’sima vaca lechera que instal— en el jard’n trasero de su casa para que Celina tuviera leche fresca cada ma–ana; les dijeron que deb’an darle mucha leche reciŽn orde–ada para que la piel se le aclare un poco. La pobre vaca dur— tan s—lo un par de a–os, antes de ser reemplazada. Ten’a tan poco espacio para moverse que viv’a con las pezu–as embarradas en su propia bosta cubiertas por cientos de miles de moscas, a tal extremo, que los vecinos hicieron intervenir al Se–or Alcalde de Ciudad de las Alturas para que notificara a su ignorante propietario que no se permit’a ganado en los jardines de las residencias de Los Olivares Nieves pensaba œnicamente en su hija, los otros mocosos (m‡s y menos negros), crec’an por s’ solos; se dio cuenta del pasar de los a–os cuando uno de ellos anunci— que se casaba con la hija de la modista de la esquina, ya era profesional, hab’a terminado la carrera de contadur’a y pod’a mantener a su mujer. Sin que a ella le signifique preocupaci—n o siquiera novedad, se limit— a decirle que le alegraba mucho y tambiŽn le pregunt— cuantos a–os cumplidos ten’a; cuando el joven le respondi— que 26, ella se asombr— y le pregunt— si era el mayor; se sorprendi— m‡s al saber que era el tercero, que el mayor estaba a cargo de las fincas y era agr—nomo, que el segundo no estudi— ni hizo nada, que el cuarto estaba en la universidad estudiando auditor’a, que el quinto hab’a decidido ser maestro, el sexto terminaba el colegio ese a–o y el menor de los varones el a–o entrante. Complacida del reporte tratar’a de no olvidarlo para cuando el siguiente de sus hijos, anuncie tambiŽn su matrimonio con la hija de los carniceros del mercado del Olivar. Esa fue una de las pocas veces que Nieves se acord— de esos hijos. Con su hija era diferente, la complac’a en todo y no tem’a enfrentarse

a su marido aœn sabiendo que llevaba las de perder. Segu’a recibiendo azotes a vista e impotencia de sus hijos mayores, pero no le importaba mientras no se desviaran hacia Celina. Algunas veces eran los hijos que la defend’an del maltrato de su padre, otras veces ella los proteg’a y as’ se suced’a un d’a tras otro, pasaba un a–o m‡s y ella viv’a solamente para su negrita cagacha. Don Juan JosŽ ten’a las mismas aspiraciones que su mujer para el futuro de su hija, no escatim— dinero ni tiempo o recomendaciones influyentes para que las monjitas del "Sacre Coeur" la aceptaran en el Kinder. Era tan negra la pobrecilla que el racismo siempre la confund’a con la hija de la empleada o de la dulcera del colegio. Sin embargo, era due–a de una viveza extraordinaria y no se daba por aludida, consciente de su inferioridad social y del color de su piel, sab’a mostrarse sol’cita con todos, compart’a su merienda, invitaba golosinas y no se cansaba de hacer favores a sus compa–eras de clase que, con el tiempo, la llegaron a apreciar tom‡ndola en cuenta como a una m‡s del exclusivo grupo de se–oritas de sociedad. Los padres de Celina Mar’a hac’an lo propio con las monjitas del colegio, sol’citos, las llenaban de atenciones envi‡ndoles semanalmente quesos, huevos, carne de cordero, papas de primera y todo cuanto sacaban de sus fincas. As’, Celina se sent’a a gusto y sus padres y las monjas tambiŽn. Nieves se percataba del crecimiento acelerado de su hija, era la m‡s alta de su clase por lo que fue nombrada la encargada de tocar el pesado bombo en la banda cada vez que hab’a desfile c’vico. Ella lo aceptaba entre complacia y resignada; al fin y al cabo, le significaba ser parte de la banda del colegio, para la cual, s—lo eran tomadas en cuenta las muchachas m‡s bonitas o estudiosas del colegio, adem‡s, a partir de entonces, debido al repicar del bombo y los tambores, comenzaba a saber m‡s que las dem‡s. Predec’a acontecimientos futuros sin saber el por quŽ de sus nuevas facultades. M‡s inteligente que su madre, ambiciosa y decidida, evaluando su situaci—n, opt— por ser incondicional con las compa–eras m‡s populares y bonitas de la clase. Su casa siempre estaba disponible para cualquier reuni—n o fiesta que hiciera falta, donaba constantemente esto y aquello, era confidente de todas y viv’a a la sombra de las dem‡s. A pesar de sus esfuerzos y de que, gracias al desarrollo hab’a mejorado bastante su f’sico ex—tico, no lograba encontrar pretendiente, content‡ndose con arreglar los entuertos amorosos de sus amigas o ser su confidente prediciŽndoles el futuro. Cualquier muchacho (y fueron muchos) del cual ella se enamoraba, tan s—lo la tomaba en cuenta para pedirle que intercediera para ser aceptado como novio por alguna de sus amigas. Igualmente las amigas... la buscaban cuando requer’an de sus servicios o la necesitaban como emisario o alcahuete. Se acostumbr— a ese trato y se conform— con ser lo que era, que ya era bastante m‡s de lo fueron su madre o su abuela, total... paciencia era aquello que le sobraba. Cuando Celina alcanz— los quince a–os, med’a un metro setenta, calzaba 40 y ya ten’a cuerpo de mujer; su tez era demasiado morena, sus pies, al igual que los de su madre y su abuela muerta, siempre rebasaban de sus zapatos; sus manos, a diferencia de las de su abuela y su madre, eran de dedos cortos y gruesos que le imposibilitaron avanzar con las clases de piano, ten’a p—mulos muy salidos, nariz ancha y corta, boca de labios demasiado gruesos, un cabello espeso, oscuro y muy crespo que, junto a su uniforme gris, le daban apariencia de dirigente de algœn sindicato de vivanderas del mercado Central.

Los cambios en su vida eran mucho m‡s premonitorios durante los solsticios de invierno o verano, cuando las fuerzas de los dioses aymar‡s dejaban sus monta–as nevadas para asistir al convite de sus pueblos aglutinados en diferencia de raza, cultura e idioma, que fervorosos y entristecidos copaban las apachetas del altiplano con la certeza de que Wirajkocha y Pachamama abrir’anan sus o’dos y henchir’an sus corazones para escuchar las peticiones de sus yatiris y kallawayas, brind‡ndoles resignaci—n y consuelo ante la lucha infructuosa, causada por el libre albedr’o de la raza humana. Anunciado el arribo del invierno, con la nevada en que ese amanecer envolviera a la ciudad con destellante y transparente manto blanco, Celina sinti— un fr’o nuevo y distinto que la hizo despertarse temblando de ansiedad, sin poder justificar la verdadera causa a su desvelo. Al contemplarse en su antiguo espejo, disconforme y, por vez primera due–a absoluta de una desconocida envidia, comenz— a elucubrar nuevos planes. Estaba harta de ser la eterna "andaveydile" de su clase, de comprar amistades, de tener que ser Sor "Celestina" para todo el grupo de sus selectas amigas de sociedad que la invitaban al sentirse comprometidas por algœn favor que eternamente le andaban debiendo. Ese d’a, frente a su viejo espejo y con descontrolada valent’a, decidi— volverse mala, arrasar con todo, comprar no solo amistades sino tambiŽn amores; en lugar de hacer m‡s favores los cobrar’a, en fin... de pronto y sin saber el c—mo o el porquŽ, a sus quince a–os lo cambi— todo, la misma edad que ten’a su madre cuando la casaron con el viejo perverso de su padre. (odi— a su padre desde su nacimiento hasta despuŽs de la muerte del infeliz demonio); s—lo que su madre a los quince a–os ya hab’a amado, dominaba el tema del sexo y adem‡s hab’a engendrado y perdido un hijo por amor. Sin pensarlo dos veces fue a comentar con su madre aquella irrevocable decisi—n inducida, segœn ella, por los dioses de la Cordillera. Nieves se felicit— de tener una hija tan perspicaz y ambiciosa, seguramente sali— a su abuela (ojal‡ ella misma hubiese sido as’). No solamente consinti— en ello, la solap—, ingenua e ignorante la encubri—, la ayudo y, sin darse cuenta, la prostituy— mientras pudo. Comenz— a revivir su vida a travŽs de la de su hija. El problema o tal vez ventaja, era que Nieves era totalmente amoral por exceso de bondad, falta de educaci—n, formaci—n, criterio y un inagotable sufrimiento a ra’z del ausentismo total en su vida tanto de dioses del Norte como del Sur; en cambio Celina se volvi— amoral por exceso de envidia y ante tanta frustraci—n, conveniencia, comodidad, auto complacencia y voluntad propias. Ambas conformaron un buen equipo de lidia entre los demonios del mal y sus ‡ngeles del bien. La tertulia de ambas fue interrumpida por dos peones que compungidos y temerosos ven’an a informar a sus patrones que uno de sus hijos hab’a fallecido, linchado por los campesinos, quienes so pretexto de celebrar las fiestas de San Pedro y San Pablo habr’an generado sendas borracheras, bajo cuyos efectos y tentados por huestes de malignos, habr’an asaltado la casa de hacienda tomando como rehenes a su hijo mayor y al que anteced’a a Celina, que estaba pasando vacaciones en la finca. Nieves enmudeci— de sorpresa mientras los dos campesinos relataban el atroz linchamiento. Apenas manifestaron clemencia perdonando la vida de la viuda y sus tres peque–os por tratarse de "ni– as y mujeres". El hijo menor sobrevivi— gracias a que fue arrojado a un

barranco y dado por muerto. Celina se crisp— furiosa encontrando el motivo de su sobresalto y sed de venganza. Mientras Nieves, sin poder reaccionar, trataba de entender lo sucedido, Celina montaba en c—lera y, tomando el arma de su padre, parti— junto a la nueva alborada, viajando hasta darle encuentro para. ambos, impartir la ley con sus propias manos. DespuŽs de seis horas de interminable viaje le dio encuentro, para ser testigo ocular de aquella indiscriminada matanza. Tan pronto fue avisado de lo sucedido, Dn. Juan JosŽ Reaves Salsas, tom — sus armas y junto a dos de sus hijos llev— a cabo el "ajuste de cuentas" correspondiente, que dur— exactamente veintisiete minutos. Los campesinos enardecidos, culpaban de los acontecimientos al excesivo consumo de alcohol como el causante que les indujera a ejecutar una venganza rezagada siquiera por doscientos a–os. Sin contemplaciones ni explicaciones o posibilidad de excusa, los agitadores responsables del crimen fueron apresados por sus patrones para ser fusilados (sin juicio previo) aœn ebrios, ante un total sometimiento de la arrepentida y a la vez aterrada Comunidad, que mustia y sin chistar, se contentaba con lanzar impotentes miradas de odio reprimido mientras presenciaban obligados el ajusticiamiento. Ante tal panorama de llanto y desgracia, Celina crey— apropiado y justo apoyar la determinaci—n de su padre, ella hubiera hecho lo propio. Consumado el acto de ajusticiamiento, mandaron llamar a las autoridades de Huaracawana entre las cuales se contaba con un primo hermano y un compadre de Dn. Juan JosŽ quienes, sin miramientos, ordenaron los entierros respectivos adem‡s de proferir un largo discurso de reprimenda que apenas si pudo ser entendido por los campesinos. A partir de esa fecha se suspendi— la celebraci—n de San Pedro y San Pablo. Cabizbajo, pero satisfecho por haber saciado su sed de venganza, Don Juan JosŽ emprendi— el retorno acompa–ado por Celina y sus otros dos hijos. El sub oficial no dej— de admirar el valor y la seguridad de su hija al presentarse armada y decidida. Sin embargo, le prohibi— repetir la haza–a bajo ninguna circunstancia. La muerte violenta de su hijo dejo at—nita y desorientada a su madre, Nieves aœn no entend’a los misterios de la vida y mucho menos entender’a los de la muerte, simplemente comprendi— que, a partir de ese momento, la ausencia de su hijo ser’a total y definitiva y ella no sab’a si Žsto la entristec’a o no. Lo que si qued— claro y establecido es que: ni ella ni Celina Mar’a volver’an por aquellas tierras maldecidas por los dioses andinos. Madre e hija, depusieron tristezas y estuvieron de acuerdo en retomar los cambios previstos para lograr la nueva apariencia de Celina. DespuŽs de muchas cavilaciones coincidieron en que necesitaban la opini —n de un tercero. Les fue muy dif’cil llegar a un consenso, la una dec’a que una mujer con criterio amplio y conocedora de la vida ser’a la indicada, la otra opinaba que un caballero bien relacionado, exquisito en gustos y costumbres ser’a el apropiado pero... por fin, ambas se felicitaron por haber llegado a la misma decisi—n; nadie mejor que un amigo marica para ayudar y opinar en estos menesteres. Partieron prestas a casa de do–a Bertolina (quien viv’a muy cerca de all’), en busca de "awicho" el hijo menor de la buena mujer, quien jam‡s acept— la existencia siquiera de la homosexualidad. Italiana de nacimiento, Bertolina fue tra’da por sus padres a SudamŽrica cuando apenas contaba dos meses de nacida. Sus progenitores, emigraron de la regi—n de la Toscana, en busca de trabajo como recolectores de cafŽ en las grandes

haciendas brasile–as. Una vez abolida la esclavitud, los hacendados debieron afrontar el Žxodo masivo de sus esclavos negros en todas las plantaciones; Žstos, fueron sustituidos por trabajadores italianos que escapaban de la crisis en su pa’s. Bertolina vivi— su infancia en Brasil, estudi— en un colegio del Estado y posteriormente entr— a trabajar como costurera en una gran f‡brica de uniformes militares. All’, merced a su destacada belleza, fue rescatada por un diplom‡tico del Pa’s de las Alturas quien se prend— de ella durante una visita a la f‡brica. Una vez casada con el ilustre visitante, acompa–— a su esposo en varias misiones por Europa y Latino AmŽrica, tuvo cuatro hijas mujeres y un œnico var—n que, por criarse entre ni–as, se contagi— de su comportamiento y gŽnero, recibiendo el apelativo de awicho (abuelo en lengua aymar‡), pues adem‡s de nacer viejo en f’sico y ma–as ten’a una imborrable cara de abuelo. Bertolina fue una buena madre, esposa cari–osa y muy amada por su consorte; lamentablemente, el honesto diplom‡tico se jubil— radicando en su ciudad natal para sobrevivir de una magra pensi—n que le otorg— el Ministerio de Relaciones. Como los ingresos no eran suficientes, Bertolina retom— su costura contribuyendo con sus ganancias a la canasta familiar. Su amante esposo, honorable como pocos hoy en d’a, no pudo soportar tal vergŸenza ni adaptarse a su nueva pobreza, por lo que prefiri— volarse la tapa de los sesos en una œltima ma–ana de un fr’o invierno alture–o. A ra’z de la temprana desaparici—n de su esposo, Do–a Bertolina, una se–ora de apellido rimbombante pero heredado, qued— poco m‡s que en la indigencia con cinco hijos que alimentar y cuidar. Mientras ella se dedicaba a la costura y al bordado, su peque–o "awicho" asimilaba la preferencia por las manualidades en lugar del juego de balompiŽ, a su madre no le incomodaba en absoluto, es m‡s, le encargaba el dise–o y selecci—n de materiales para sus confecciones. Las malas lenguas dec’an que el pobre de awicho estaba locamente enamorado de un negro americano perteneciente a las Naciones Unidas quiŽn sol’a frecuentar la casa de Bertolina; otros dec’an que era a ra’z de las necesidades econ—micas que habr’a terminado prostituyendose, Celina, personalmente sab’a que si era marica, ser’a porque le daba la gana y lo disfrutaba. Durante tres horas de consultas y confidencias con awicho, madre e hija no dejaron la verborrea, finalmente Žste, muy seguro y profesional, dio su veredicto: Celina deb’a someterse a un paulatino cambio. Comenzar’an por arreglarle ese desastre que ten’a por cabellera y que le sentaba "horroroso", -"luego habr’a que depilarle las cejas para agrandarle los ojos, tambiŽn las pesta–as deb’an encresparse a diario usando una cucharilla de plata; ser’a m‡s sexi si usaba medias de nylon debajo de los calcetines del uniforme y buenos sostenes ayudar’an a mantener sus pechos erguidos. No era mucho lo que se podr’a lograr sin cirug’a estŽtica pero -tratar’an... tratar’an"-, aunque m‡s adelante tendr’a que operarse esos p—mulos y esa nariz o su vejez ser’a espantosa. "Por supuesto que necesitaba ropa elegante y de moda para lucir los fines de semana y lograr ser el "centro de la atenci—n" se la ver’a muy "shick" y explotar’a su tipo ex—tico que tanto atra’a a los hombres"-. Con estos comentarios, awicho suger’a que se estire mucho el cabello y lo recoja por encima de la nuca (muy alto) en un peque–o pero impecable mo–o, que ense–e las buenas piernas que ten’a y que aprendiera a moverse sinuosamente caminando con distinguida coqueter’a. Por supuesto, -entre mam‡ y Žl,- le confeccionar’an una peque–a colecci—n de ropa "pret a porter" que estaba tan de moda en Par’s. Muy contentas, madre e hija se despidieron saliendo a planear y so–ar con el Žxito del

ma–ana. Obedeciendo a awicho, el primer paso fue dado, se hizo cortar y alisar el cabello que recog’a en diminuto mo–o los fines de semana, la depilaron, usaba las medias de nylon y poco a poco fue adquiriendo su colecci—n de ropa "pret a porter", gracias a las honestas malversaciones de su madre en los mercados semanales, adem‡s estaban las clases de modales, caminado y maquillaje que recib’a tres veces a la semana (sin costo alguno), por parte de awicho, sazonadas con todos los chismes de conocidos y extra–os que el marica, a su manera, no pod’a dejar de "confidenciar" con su disc’pula. El cambio ya se notaba, su grupo de amigas la alentaban percibiendo la predisposici—n a incursionar, no s—lo en cambios f’sicos, sino tambiŽn en los "tabœes" del erotismo y la sexualidad. El tema "prohibido" imperaba en las charlas de adolescentes, convirtiŽndolas en copuchas cotidianas y habituales. Ella fue la nominada (por tener tantos hermanos hombres), a recabar todo la informaci—n que pudiera obtener espiando a sus hermanos en todo acto de intimidad. Ni siquiera en la mejor escuela de monjas el tema de educaci—n sexual era permitido en esos tiempos, los padres y parientes hac’an lo que pod’an y c—mo pod’an para que sus hijas supieran lo indispensable respecto a la conducta sexual. Jam‡s se ahondaba el tema, era falta de recato y pudor; el marido ser’a, llegado el momento, el encargado de ense–ar el arte de amar. Por lo tanto, a los quince a–os la informaci—n de la que dispon’an los j—venes era por dem‡s escasa y carente de veracidad; puras especulaciones basadas en comentarios de personas mayores o de infidentes j—venes esposas (algunas felices y otras desgraciadas). Que era factible y exquisito disfrutar del sexo... eso solo lo recordaba Nieves. El d’a en que Celina le preguntara al respecto, despuŽs de espiar las frecuentes masturbaciones que se hac’an sus hermanos, su madre crey— prudente contarle toda la verdad, todo su pasado, sus or’genes, sus amores y sus desventuras. Al finalizar la historia de su vida, madre e hija se abrazaron para llorar. Este relato aport— una nueva visi—n a la existencia de Celina, entendi— que aquŽl don de clarividencia que le ven’a esporadicamente era herencia de su abuela m‡s que una contribuci—n de la mitolog’a aymar‡. En cuanto al tema del sexo... estaba resuelto, lo disfrutar’a sin importarle el resto, desde ahora ella estaba en primer y segundo lugar. Jam‡s amar’a como su madre, jam‡s la har’an sufrir de esa forma, nunca nadie sabr’a siquiera si ella lleg— a amar de verdad; tan solo Dios y el demonio (con quienes entablar’a su lucha final), ellos dar’an su veredicto. El grupo de sus compa–eras de colegio estaba liderizado por Macarena Mack Bean. Celina era su sombra, nunca pudo esclarecer el por quŽ la envidiaba tanto... desde el color claro de su piel, sus cabellos lacios color miel, sus ojos pardos, era m‡s rubia que blanca, espigada, no tan alta como ella, sus manos finas y delgadas, sus pies... como los que deseaba para ella, peque–os y sin exceso de carnes, sus piernas largas y torneadas, su talle corto y su busto prominente, tal vez jam‡s debi— o’r lo que oy— para entender lo que no entendi—. No solamente era el aspecto f’sico el que envidiaba, quiz‡ era ese don de mando nato del que hac’a uso sin siquiera parpadear o levantar el tono de su voz. Era inteligente, bailaba precioso y ten’a una colecci—n de discos de 45r.p.m. con lo œltimo de Los Beatles, Los Monkeys, Adamo, Aznavour, Enrique Guzman, Rafael, Palito Ortega y por supuesto el romance de Non

no leta de Gigiola Cincueti; como si todo esta fuera poco, Macarena pertenec’a a la banda del colegio (tocaba el tambor), era miembro del coro y parte del elenco de teatro, Macarena Mack Bean, la chica con "‡ngel" admirada y popular, reun’a todo lo que ella deseaba ser. Cuantas veces tuvo que declinar sus sentimientos y pretensiones amorosas para limitarse a ser portavoz e intercesora de amigos que amaba, pero cuyos intereses no se centraban en ella, cu‡ntas veces en silencio tuvo que presenciar besos que deseaba para ella, cuantas muchas veces tuvo que asumir su rol de "andaveydile" o de celestina sin poder siquiera ser infidente; tanto sacrificio y humillaciones para lograr formar parte de ese selecto grupo de se–oritas que eran sus compa–eras de colegio. Ahora estaba segura que las cosas ser’an distintas; al igual que su abuela, ella lo sab’a de antemano. Macarena, ignorante y ajena a estos pensamientos producto de tanta envidia, se consideraba una de las mejores amigas de Celina. Ella s’ la estimaba, le demostraba solidaridad y preocupaci—n, pernoctaba en su casa, tomaba de desayuno leche fresca orde–ada a alguna pobre vaca famŽlica y est‡tica en el jard’n trasero de aquella casa, compart’a las serenatas que le tra’an sus admiradores mientras espiaban en complicidad por la ventana, presenciaba, impotente y apenada, los azotes que el sub oficial retirado le arrimaba con frecuencia a su amiga dej‡ndole marcadas sus buenas piernas. Jam‡s le coment— las miles de veces que su padre, el viejo carcamal y moteroso, trat— de manosearla toc‡ndole los pechos y ella tuvo que pellizcarle las manos regordetas y sucias. Jam‡s le dijo a ella cu‡nto asco y vergŸenza sent’a por el sub oficial de ejŽrcito; nunca quiso mortificarla. El paulatino cambio no pas— desapercibido ante la inquisitiva mirada del sub oficial; no le gustaba para nada que su hija anduviera coqueteando y ense–ando las piernas, le echaba la culpa a "la bruta de su madre" que sin lugar a dudas quer’a volverla como ella. El viejo lascivo juraba que la hija le hered— la calentura a su madre y dentro de poco terminar’a entreg‡ndole el culo al primero que pasara por su calle; para evitarlo, la emprend’a a latigazos con la madre y con la hija hasta que los vecinos compadecidos ped’an clemencia gritando desde sus ventanas. Celina no pod’a ocultar ante las monjas del colegio las marcas verdes y moradas que tardaban semanas en desaparecer de sus piernas, horrorizadas por la frecuencia con que ven’a sucediendo este acto bochornoso, las monjitas del Sacre Coeur citaron con urgencia al sub oficial para que, a la brevedad, se apersonara al colegio a explicar el por quŽ de estos injustificados malos tratos. DespuŽs de gran reprimenda y amonest‡ndolo con expulsar a su hija del exclusivo colegio para se–oritas de sociedad ( a un a–o de su graduaci—n), el hombre empe–— su palabra comprometiŽndose a que jam‡s lo volver’a a hacer y muy acongojado y avergonzado, abandon— el elegante colegio con el rabo entre las piernas, -Ájam‡s hab’a sido tan humillado en su vida!. -No le fue necesario faltar a su palabra. Llegando a su casa, una bala perdida de algœn franco tirador caritativo le perfor— el cr‡neo, dej‡ndolo paraplŽjico por muchos a–os, hasta que por fin... todos celebraron su muerte llorando para disimular. Tres d’as antes del accidente Celina anticip— la visi—n, fue tan clara, que hasta vio las facciones del autor de los disparos; convencida de que por fin, los dioses que habitan la Cordillera y aquellos conservados por sus or’genes, habr’an escuchado las suplicas de su liberaci—n; tanto ella como su madre guardaron muda complicidad.

El RETORNO... Vuelvo a verte hoy despuŽs de mil a–os de eternidad y ausencia y me asusta el coraz—n por su alboroto me alegra la alegr’a con la que invade junto a la tristeza el arrepentimiento Pero te tengo, poseo tu mirada en mi mirar abrazo la armon’a del anta–o de nuevo beso tu rostro de milenio y con esos mis besos silentes de ancianidad te cubro de m’ escondiendo tu pesar por haberte perdido sin dejarte de amar

EL REENCUENTRO...

Renovada por la esperanza y agradecida por los acontecimientos que le permitir’an dar comienzo a una nueva vida, Nieves se sumergi— en los recuerdos que la obligaron a retroceder m‡s de cuarenta a–os en la nostalgia de anta–o. En remembranza y como tributo a la madre tierra, sembr— en el jard’n delantero de su casa una planta de la familia de las compuestas, vulgarmente conocida por sus flores silvestres de color amarillo y blanco como"margarita", las mismas con las cuales decor— la mesa de aquŽl paseo campestre que compartiera con su amado. En ese instante la Pachamama, generosa y complacida, abri— sus entra–as conmovida y fecund— la planta con amor maternal regal‡ndole sus aromas y la belleza de su reino vegetal a travŽs de un suave roc’o. En cambio, el viejo sub oficial retirado, en bata, con gorro y pantuflas, tapado con una mantilla escocesa, pasivo y resignado, observaba desde su sill— n aquellas alteraciones de h‡bitos y conducta en el nœcleo familiar. Apenas si lo tomaban en cuenta a la hora del almuerzo, su œnico entretenimiento era la lectura de los diarios y revistas pasadas que caritativamente alguien le hac’a llegar. La lengua se le trababa y le era embarazoso poderse expresar, las piernas poco le obedec’an y los brazos igual, hab’a que alimentarlo como a ni–o de meses con puras papillas y sopitas licuadas que apenas si pod’a tragar. Nieves sumisa aœn, le conversaba todas las tardes mientras escuchaba su novela por la radio; sin esperar respuestas le comentaba de sus hijos, de sus nietos, que las monjitas de Santa Clara le habr’an anunciado la llegada de su primogŽnito convertido en un se–or de cuarenta a–os y padre de dos hijas, tambiŽn le recriminaba lo desgraciada que la hab’a hecho y como la hab’a atormentado estos a–os y siempre terminaba record‡ndole que -ese era su castigo y que todos agradec’an a Dios por ello, que la justicia "tarda pero llega"-. Terminaba de desahogarse cuando finalizaba el episodio de su novela, cesaba de recriminarle en el momento en que apagaba la radio para salir presurosa, ya sea a la misa de las cinco o a la tertulia en casa de su buen amigo awicho, el maric— n, quiŽn hab’a conseguido hacerse cargo de la p‡gina social de un peri— dico nuevo y desconocido dentro del mercado, por lo que estaba completamente realizado, salpicando sus cr—nicas sociales con maquiavŽlicos y malŽvolos comentarios de los chismes de sociedad que Žl, solapadamente, los hac’a pœblicos entre todo acontecimiento al que era convidado. Ella nunca retornaba antes de las nueve de la noche, justo para asear al marido y meterlo a dormir en su cama con el

escondido y m—rbido deseo de que fuera su œltima noche y, as’, su amigo awicho podr’a comentar en su cr—nica social tambiŽn un funeral. Como su hija le anticipara, ese d’a tocaron el timbre a las nueve y treinta de la ma–ana; la mucama irrumpi— en su dormitorio anunciandole que la buscaba un se–or que dec’a ser hijo suyo, pero que ella cre’a que eso era imposible pues el caballero adem‡s de muy apuesto, era tambiŽn blanquito y ella, que ten’a veinte a–os trabajando en esa casa, conoc’a a todos los hijos de la patrona. El coraz—n anunciaba sal’rsele del pecho, le vinieron calores, mareos y unos deseos incontrolables de orinar. Indic— que lo hiciera pasar a la sala mientras ella se sobrepon’a a sus s’ntomas y sal’a presurosa a darle el encuentro. Y lo vio, all’ de piŽ. Retrocedi— cuarenta a–os y era el mismo, su pr’ncipe, su œnico amor. El parecido era asombroso, quiz‡ su hijo era un poco m‡s alto y ten’a el cabello oscuro y crespo, pero aquello... nadie, excepto ella lo sab’a. Ambos se miraron con timidez, se observaron por segundos antes de fundirse en un leg’timo y emotivo abrazo escoltado por susurros de mœtuos reproches contenidos durante una eternidad. Intercambiando frases triviales y convencionales se dijeron cuanto se amaban y su hijo le entreg—, adem‡s de su amor filial, un enorme ramo de hermosas margaritas silvestres que hicieron sollozar a su madre. Finalizado el ritual del primer saludo en cuarenta a–os, madre e hijo se pusieron al d’a en lo que les interesaba, Miguel Acarrea Acarrea (como fuera bautizado por las monjitas clarisas), resumi— para su madre las vivencias de sus cuarenta a–os en un breve compendio de un solo cap’tulo. Era maestro de profesi—n y hab’a ense–ado un tiempo en el ciclo b‡sico pero se dedicaba al comercio antes que a otra cosa. La mayor parte del tiempo oficiaba de vendedor ambulante de toda clase de chucher’as y art’culos de limpieza; acababa de dejar a su mujer y dos hijas para venirse al Pa’s de las Alturas en busca de mejores oportunidades. Hac’a ya m‡s de diez a–os que emigr— de Lima para radicarse en Salta pero las cosas no le hab’an salido como el quer’a; sus hijas jovencitas, estaban a la espera de venirse con Žl, la mujer ya le hab’a anunciado que ten’a otra pareja y no pensaba regresar, hab’a llegado de Argentina hac’a dos meses pero no se atrevi— a buscarla para no causarle problemas con el sub oficial puesto que era de conocimiento pœblico de los maltratos que recib’a por parte del viejo carcamal. Cambi— de opini—n (alegr‡ndose sobremanera), en cuanto le avisaron de su accidente; quer’a conocerla y preguntarle si lo podr’a ayudar a conseguir algœn trabajito que le permitiera traer a sus dos hijas de Salta. Nieves, de inmediato, lo nombr— su administrador y liquidador oficial de lo poco que aœn quedaba de sus fincas, despuŽs de la reforma agraria. Convoc— a cuatro de sus hijos (los mayores), para presentarles a su, hasta entonces ignorado y desconocido, hermano. Mucha gracia nos le hizo; aceptaron que se hiciera cargo de arreglar los entuertos financieros domŽsticos, ya que de los temas de mayor importancia estaban a cargo los dos profesionales, el contador y el auditor. Dicho esto, inmediatamente finalizada la reuni—n familiar y a hurtadillas, Mar’a E. de las Nieves trep— en su banquito de madera para rebuscar en el closet de trastos olvidados y sacar desde muy adentro una viej’sima caja de zapatos, con la tapa bien asegurada por resecados y gruesos el‡sticos. Ante la curiosa y angurrienta mirada de su primogŽnito

bastardo, Nieves sac— de all’ varios fajos de billetes. Hab’an pesos, d —lares, marcos alemanes y diez libras esterlinas en monedas de oro; haciendo una suma total, los ahorros de toda esa vida de sacrificio y de horror sumaban nueve mil ochocientos treinta y dos d—lares americanos que entreg— a su primogŽnito, explic‡ndole que los hab’a juntado, para esa ocasi—n, que era todo lo que pod’a darle por ahora y que con ese dinero (era la dŽcada de los sesenta), podr’a comenzar algœn negocito o comercio minoritario trayendo a sus nietas de Salta. Ella ya no pensaba en el brazalete que le har’a la joyer’a Par’s para lucir sus moneditas de oro que tan solo eran diez libras esterlinas de gran valor. Aquella ma–ana, su planta se convirti— en arbusto regal‡ndole los primeros frutos de su siembra, seis hermosas y perfumadas margaritas que cort— llev‡ndolas a su iglesia para la Virgen de la Esperanza. Los hijos de Nieves no le hicieron ninguna pregunta indiscreta que la pudiera mortificar, pensaban que todo lo que hubiese pasado con anterioridad en la vida de su madre no ameritaba el castigo de convivir con el viejo carcamal de su padre, el sub oficial retirado; tampoco se interesaron por aquŽl nuevo hermano salido de la nada, sencillamente apenas si lo tomaban en cuenta de rato en rato. Contraria a esta actitud, Celina se mostraba complacid’sima de la felicidad que, por primera vez, ve’a en el rostro envejecido y abrumado de su madre, por consiguiente, ella form— parte inmediata e incondicional con el nuevo personaje y la reciente situaci—n, apoyando a su madre y adorando a su nuevo medio hermano (mucho mayor que ella), que a la larga, se convertir’a en otro de sus "protegidos" y ella ya lo sab’a de antemano. Desde el accidente que dejara semi paraplŽjico a don Juan JosŽ, las cosas hab’an mejorado incre’blemente en la vida de Celina; sus hermanos que la cuidaron y protegieron (en medio de sus limitadas posibilidades), de los abusos y malos tratos que recib’a de la torpeza de su padre, considerando ya innecesaria su participaci—n en el tema de la educaci—n y formaci—n moral de su hermanita menor, se declararon pues, totalmente ajenos al tema, deslindando responsabilidades. Nieves no ten’a el discernimiento necesario como para poder sentar normas de conducta para su hija, estaba feliz y convencida de que nunca jam‡s, su paraplŽjico marido podr’a volver a verdearle las piernas o azotarlas a ambas como si fueran esclavas. Celina ten’a 17 a–os cuando sucedi— todo esto. Con estas s—lidas bases de amoralidad y el total apoyo de su espor‡dica clarividencia, dio rienda suelta a sus malas inclinaciones. Las cosas Ási que hab’an cambiado! no s—lo en el pa’s, sino principalmente en la vida de los Reaves Acarrea. A ra’z del accidente, lo que quedaba de las fincas (despuŽs de la Reforma del Agro), se hab’a mermado considerablemente, los hermanos hac’an lo que pod’an para el sustento de la familia y para cubrir las interminables cuentas mŽdicas y dotaciones de diversos remedios para el convalesciente. Al cabo de un a–o, Celina se preparaba para la fiesta de su graduaci—n, la mayor’a de sus compa–eras de curso se ir’an (como era costumbre en las familias adineradas y distinguidas), a continuar sus estudios al extranjero, ya sea a los Estados Unidos de Norte AmŽrica o al viejo continente. La econom’a de los Reaves Acarrea descart— cualquier posibilidad de viaje para Celina Mar’a a pesar de las airadas quejas (m‡s de la madre que de la hija), pero qued— demostrado que el patrimonio actual de la familia se hab’a reducido a la casa en que habitaban y la pensi—n del sub oficial y Žste peque–o detalle, Celina tambiŽn lo supo de antemano.

DespuŽs de la graduaci—n, se despidi— de todas las compa–eras que viajaban al extranjero. Envidiosa y ensimismada, abraz— a Macarena (que part’a para Francia), con una mueca fingida de tristeza, deseando en su fuero interno estar en su pellejo; -Àc—mo era que la vida volv’a a negarle algo?, Àno fueron suficientes aquel maldito color ancestral y las toscas facciones con las que naci—?-, para colmo de sus interminables males, deb’a soportar aquella humillaci—n de ser la negra pobretona del grupo de ni–as de sociedad, destinada a quedarse para estudiar en la Universidad Estatal code‡ndose con toda la pobreza y el socialismo del pa’s. En momentos como esos, Celina pensaba en el error que cometieron sus padres al ponerla a estudiar en ese costoso colegio de ni–as ricas; quiz‡s debi— asistir a una escuela fiscal como lo hicieran sus hermanos mayores. Para disimular y, como disculpa, inform— a sus amistades que, por la enfermedad de su padre, se ve’a imposibilitada de abandonar a su madre con semejante carga emocional y que entre sus planes, siempre contempl— estudiar abogac’a y para ello era imprescindible quedarse en el pa’s; sin embargo, har’a su "Post Grado" sobre Derecho Internacional en la Sorbona de Par’s. Concluido su discurso de despedida, dese‡ndoles "lo mejor", con l‡grimas de impotencia, se despidi— de aquŽl selecto grupo de amigas con el cual se vincul— durante sus 12 a–os de escuela.

LA AMBICION... Quiero obtenerlo todo fama, poder riqueza y placer tal vez hoy tal vez ma–ana si los dioses andinos me aclaman

y si las huestes de lo profundo desde el averno me halan Es por que soy la elegida de alma comprometida voluntad perdida y al maligno vendida capaz de ganarlo todo soy sin nada que perder me voy Mas quŽ precio el que he de pagar por ello que de haberlo sabido jam‡s a las huestes malignas ni menos a los adivinos mi alma a cambio hubiera comprometido

LOS LOGROS...

Decidido como estaba (entre ella y su madre), comenzaron a trazar el curso de su vida. Quer’a estudiar en la nueva universidad Salesiana que estaba pronta a inaugurarse. No ten’an dinero, sus hermanos le dijeron que deb’a esperar un par de a–os para que la pudieran ayudar, pues el menor aœn no terminaba su maestr’a en econom’a y no hab’a forma de estirar el presupuesto adem‡s de que:- "una mujer deb’a estudiar un secretariado y no toda una carrera"-. Las visiones que la persegu’an en sus noches insomnes le anunciaban golpes de suerte y mejoras en sus finanzas personales. Estos argumentos no deleznables eran suficientes para animarla. Sin dilaci—n, decidi— conseguirse un trabajo de recepcionista en un hotel de cinco estrellas y ahorrar para pagarse la universidad. Con ayuda de una compa–era de colegio, cuyo padre gerentaba el recientemente inaugurado Hotel Sheraton y, gracias al poco francŽs que aprendi— en colegio, Celina Mar’a obtuvo el puesto de recepcionista. El trabajo le encantaba, trataba con gente de diferente nacionalidad; los huŽspedes eran sol’citos y galantes y no tard— en darse cuenta de que su f’sico, aquŽl que tanto detest— durante los a–os de escuela, era ahora muy admirado por los huŽspedes americanos, alemanes y franceses, quienes le regalaban jugosas propinas acompa–adas de todo tipo de invitaciones que ella comenz— a aceptar aquiescente a sus premoniciones.

A diferencia de su madre, su primera experiencia sexual no fue por amor, obedeci— a una mezcla de necesidad con curiosidad. Pr‡cticamente ella escogi— al candidato, se trataba de un joven muy buen mozo y distinguido a quien ella admiraba secretamente, consciente y a sabiendas de que jam‡s la llegar’a a amar y mucho menos a cortejar. Se dio la oportunidad. Coincidieron en una fiesta, el bebi— m‡s de la cuenta, ella lo asechaba. Lo abord—, se present— y llegado el momento, parti— muy contenta con Žl en direcci—n a su casa; los padres del joven estaban en Europa y ten’an aquel hermoso caser—n en la avenida de Los Sauces, del barrio del Olivar, para ellos dos (avenida donde anta–o estaban ubicadas hermosas mansiones de gente adinerada y de sociedad, hoy convertidas en desabridos edificios de departamentos, oficinas y comercio). Hizo lo mejor que pudo, se abandon— a la incomodidad de aquel peque–o sill—n de la sala, su sorprendido amigo qued— mas sorprendido aœn cuando se dio cuenta de que era el primero; Celina no perd’a el hilo del asunto, no era lo que esperaba, no sent’a esos calores de pasi—n que le relatara su madre, tampoco se exitaba con los apasionados besos o los bien mojados lengŸetazos de su pareja; en resumen... la experiencia fue un total desastre para ambos. Cerrando el acto con broche de oro y como no se le ocurriera una explicaci—n coherente, emprendi— una abrupta y veloz retirada abandonando la incomodidad del peque–o sill—n, olvidando su ropa interior y perdiendo el tac—n de su zapato izquierdo en el af‡n de correr sin parar hasta llegar a su casa, ubicada a pocas cuadras del lugar de los hechos. Esa noche la vidente fue su madre que sin saber c—mo, supo de lo sucedido pero no lo coment—. Sin poder entender la pesadilla de aquella aventura descalabrada y pensando que jam‡s sucedi— en verdad, su c—mplice y coautor de aquella extra–a e inolvidable primera experiencia no volvi— a dar ninguna se–al de vida. Celina estaba acostumbrada a los sœbitos y constantes abandonos sin previa o post explicaci—n, le suced’a desde la Žpoca del colegio, es por Žsto que aprendi— a contener sus emociones, a reprimir sus sentimientos y a guardar sus secretos, tampoco hubo alguien que se interesara por ellos as’ es que daba igual, hasta ahora nadie supo de su primer beso, o si am—, o de su primera experiencia sexual, su madre tampoco la entender’a, ella, a fuerza de entereza, debi— esconder la calentura chinche–a de su sangre ardiente de mulata, para reemplazarla por una gran frigidez que encubr’a sus frustraciones. Olvidando el incidente Celina retorn— a su mostrador del Hotel Sherat— n. Solucionado el tema del impedimento de su virginidad, acept— la primera propuesta de un cliente americano que la invit— a pasar la noche con Žl, a cambio de un "regalo" de la millonada de trescientos d— lares de aquella Žpoca. No le cost— trabajo Žsta vez, el cliente rayaba en los cuarenta y cinco a–os, bien parecido, cabello casta–o, nariz aguile–a y peque–os ojitos color cafŽ. Aunque un poco pasado de peso y no muy alto, el caballero con mucha clase, adem‡s de obsequiarle flores y un perfume Chanel # 5 de la boutique del hotel, la trat— con consideraci—n y fue un acto convencional de sexo entre dos personas que quedaron satisfechas. Esa y muchas otras noches, Celina lleg— a su casa al amanecer sin que nadie se atreva siquiera a cuestionarle donde anduvo o quŽ hizo. Al cabo de un a–o, ten’a suficiente dinero para solventar el primer a–o de facultad en la nueva Universidad. Sin embargo, como el asunto del sexo le hab’a resultado tan agradable adem‡s de beneficioso y sus visiones le mostraban los resultados con anterioridad, reclut— a tres compa–eras de colegio (con fama de

p’caras) y, ducha en el tema, las convenci— para "abrir " su peque–o negocio; se trataba de j—venes agraciadas, bien educadas, menores de edad, de familias respetables pero sin un centavo excepto deudas. Para ejercer el negocio, comenzaron alquilando un departamento amoblado de tres dormitorios, en un edificio reciŽn construido por la empresa municipal en la elegante avenida de Los Olivares, relativamente cerca a su casa. El presupuesto que les demandaba la infraestructura del "negocio", entre gastos de mantenimiento, renta, servicios, aseo, tragos, refrescos y comida era de alrededor de 760.- d—lares americanos por mes. Lo que podr’a ganar cada una, con un cliente al d’a (de cuatro de la tarde a ocho de la noche), eran unos dos mil d—lares, sin trabajar los fines de semana (que ser’an opcionales). La atenci—n ser’a principalmente para extranjeros, huŽspedes de hoteles cinco estrellas, pol’ticos, empresarios exitosos o militares de alto rango. Celina, como due–a de la idea, ser’a la administradora y presidenta del grupo (con mayor participaci—n en las utilidades), al que por unanimidad bautizaron como "El Club de las Cuatro". Bastaron un par de reuniones con las integrantes para poner las reglas del juego y hacer nœmeros de la inversi—n. Los dormitorios quedaron c—modamente habilitados con camas Queen size, elegantes s‡banas y finos cobertores que podr’an utilizarse dependiendo los requerimientos; sin embargo, se prefer’a el servicio en hoteles o moteles (esto para comenzar). A sugerencia de awicho, el comedor fue convertido en oficinas, pusieron un escritorio con sill—n ejecutivo para Celina, dos sillones de cuero, un telŽfono y un gavetero con doble llave para guardar informes confidenciales y kardex de los clientes con sus telŽfonos privados, sus preferencias sexuales y uno que otro comentario importante, como ser: tema de conversaci—n preferida, cargo que desempe–a, ‡mbito en el que se desenvuelve y otras cosas m‡s. Adicionalmente Celina los calificaba con estrellas. Si era cliente de cinco estrellas significaba que era generoso, importante y bien parecido, las estrellas disminu’an a la par que las cualidades o defectos; tambiŽn tomaba en cuenta la "size" del individuo, calific‡ndolo con "S" de small, "M" de mŽdium "L" de largue y uno que otro "XL"; no faltaban las notas recordatorias de "muy sexual", "pasivo", "en divorcio", "impotente, charla œnicamente", "D" para diputado, "S" de senador, "J" de juez, "F" de fiscal o "A" de abogado etc. etc. Era impresionante el sistema que desarroll— Celina para que el negocio fuera de primera (en todo sentido). No hubo quejas por parte de los clientes, el servicio era caro pero bien lo val’a, inclu’a todos los arreglos para viajes de placer, trabajo o negocios, los mejores hoteles, alquileres de limosinas, organizaciones de eventos y cuanto cabe mencionar. Siempre innovadora, ampliaba los servicios a cenas para ejecutivos, despedidas de solteros, o simplemente banquetes para allegados o gobernantes; el asunto era hacerlos sentir bien, importantes, encantadores, inteligentes y œnicos. Tampoco olvid— lo m‡s importante, publicidad, -nada se hace sin publicidad se dec’a- as’ es que mand— imprimir atractivos y finos tr’pticos anunciando los innumerables servicios con grandes ventajas que inclu’an a bellas y cultas j—venes que brindaban grata compa–’a a caballeros solos, desgraciados en sus hogares, en v’as de divorcio, solteros, casados aburridos, empresarios del extranjero, turistas del viejo continente, gringos de embajadas etc. etc. etc. Los servicios eran variados, desde acompa–antes para eventos sociales, viajes al extranjero o fines de semana en el interior del pa’s. Si el cliente

requer’a otro servicio m‡s ’ntimo deb’a negociarlo directamente con su acompa–ante, comprometiŽndose a evitar malos tratos, no excederse en el consumo de alcohol o cualquier tipo de drogas y a comportarse con gentileza. Los clientes pod’an conocer a las candidatas y hacer su elecci—n durante la "Happy Hour" que, diariamente a partir de las 16.30, ofrec’a "El Club de las 4", con atenci—n de mozo, tragos finos, bocadillos y mœsica suave para amenizar la charla y familiarizarse con ellas. Todo como cortes’a por supuesto. Una vez hecha su elecci—n, el cliente deb’a acercarse a la oficina para hacer un pre-pago de cien d— lares americanos que le dar’a derecho a la compa–’a de una elegante y culta dama por una tarde o, doscientos d—lares por toda la noche. Los volantes fueron distribuidos con cautela y confidenciabilidad, llegaron a los hoteles cinco estrellas, a las gerencias de los bancos, al alto mando de las Fuerzas Armadas, al Senado, ministerios, a ejecutivos de alto nivel, a miembros especiales del club de Tenis, del club de Golf y Club H’pico entre otros. El negocio arranc— de inmediato y con gran Žxito, era el primero en el Pa’s de las Alturas de tan impresionante nivel. Las bellas j—venes estaban en completa libertad de aceptar o no a un cliente, la empresa no les exig’a que acompa–aran a un caballero que no llene los requisitos. Celina manejaba h‡bilmente su negocio; empezaba la ma–ana con la rutina de llenar los kardex de los clientes sin omitir detalle, sus preferencias, gustos, filiaci—n pol’tica etc. etc., adem‡s de las estrellas de calificaci—n que dibujaba al piŽ de la identificaci—n. Todos los lunes (d’a muy flojo para el trabajo del Club), se reun’an las integrantes para revisar cuidadosamente su vestuario (compuesto de ropa casual, elegante y nada barata, adem‡s de trajes de cocktail y tenidas para viajes de imprevisto), comentaban el comportamiento de los clientes, sus fantas’as sexuales. Si el cliente era un asiduo visitante, las cuatro integrantes del Club avanzaban en cualquier conocimiento de interŽs del caballero, dependiendo su profesi—n o simplemente su afici—n a algœn deporte o hobby, hab’a que saber conversar superficialmente de todo, no se aceptaban temas pol’ticos, raciales ni religiosos, las "damas" deb’an ser delicadas y astutas para llevar los temas de conversaci—n torn‡ndolos agradables y de interŽs mœtuo. Celina ya no ten’a tiempo para la universidad, El Club le quitaba alrededor de diez horas diarias de interminable y agotador trabajo y si bien ella no aceptaba muchos clientes, deb’a mantener las riendas del negocio para que el Žxito continuara y el nivel tambiŽn. A los seis meses del inicio de actividades El Club ya ten’a una incre’ble demanda de servicios, los parroquianos cada d’a eran mayores, el departamento les qued— chico y tuvieron que mudarse a una casa en las inmediaciones de la Plaza del Olivar que fue bellamente decorada por su inseparable amigo y confidente Awicho quien, por supuesto, se abstuvo de publicar la gran inauguraci—n en su columna de sociales, sin dejar de promocionarla a media voz. A pesar de la premonici—n negativa que tuvo una noche al respecto, cuando en sue–os, fue transportada a un bellisimo edŽn de ‡rboles, cuyos frutos de piedras preciosas incitaban su posesi—n tent‡ndola con sus delgadas ramas cual largos brazos alados; sin poder contener la codicia de su inconsciencia, a sabiendas de sus pecados, atolondrada y presurosa, opt— por desvestir la riqueza que abiertamente se le ofrec’a. Una vez consumado el acto vand‡lico y llenas sus arcas, trat— de darse a la fuga, mas impotente, no le obedec’an los pies y la madre tierra furiosa, abri— sus fauces

sepult‡ndola en la oscuridad de sus entra–as, regresando entonces a la realidad, aliviada de sus sue–os. A pesar de esta advertencia a manera de pesadilla, por unanimidad de grupo, decidieron reclutar a otros miembros para integrar el club, pues ellas cuatro no daban abasto a la gran demanda. Sin embargo y, aunque trabajaban ocultando su identidad, el medio tan peque–o, sumado a las indiscreciones de los caballeros, hicieron en breve una comidilla del asunto. Cuando sus hermanos se enteraron del esc‡ndalo, pegaron el grito al cielo culp‡ndose por haberla abandonado a su suerte evitando los azotes que le diera su padre y que ahora le hac’an tanta falta. Gracias a Dios, Celina acababa de cumplir 21 a–os y apel— a su mayor’a de edad para continuar con su lucrativo negocio. La opini—n de Nieves al respecto era muda, s’, muda, ya que muy en el fondo, le parec’a maravilloso lo que su hija, sin ayuda de nadie, hab’a logrado, -Átoda una empresa rentable!- se dec’a para s’, abundante de gentil ignorancia y pensando lo mucho que le gustar’a estar a veces en su lugar; con su sangre ardiente y sin represiones hubiera disfrutado cada segundo de placer, cada minuto de caricias, cada noche de sexo y sus pr’ncipes hubieran sido incontables. Entre los asiduos de "El Club de las 4" y, quiz‡ por cuesti—n de origen ancestral, se contaba con la asistencia de varios empresarios del vecino pa’s de Costa Morena a quienes les encantaba hacer alarde de su boyante posici—n y magn’fica econom’a. Nunca regateaban, no escatimaban y eran generosos; en especial aquel ostentoso "millonario", due–o de una empresa textil en nuestro pa’s, productor masivo de lanas de acr’lico y fibra sintŽtica. La m‡s impresionada por este individuo era sin duda Celina, generalmente ella lo atend’a en persona y como retribuci—n a su esmero recib’a valiosos regalos, tambiŽn en persona. Nuestro ejecutivo buen mozo no carec’a de nada, aparentemente era "millonario", bordeaba los 45 a–os, buen f’sico y para completar su buena fortuna, era casado con una duquesa de origen alem‡n de apellido Von Kšllnern, que sin ignorar las preferencias de su marido, ella disfrutaba de las suyas como amante de su embajador, siendo Žsta su conducta de conocimiento pœblico, pero pasada por alto e ignorada a prop—sito por la sociedad de Las Alturas en comandita con Awicho que se complacia en codearse con la seudo nobleza alemana y fortuna lim’trofe. Era sabido el largo alcance de la "lengua viperina" de la condesa y que sus comentarios (en competencia con las cr—nicas de Awicho), habr’an causado grandes altercados matrimoniales adem‡s de tres divorcios y de comentarios que no excluyeron ni a su propia madre, a la que involucr—, (falsamente) con un conocido y distinguido caballero de nuestra sociedad tan s—lo por el placer que le causaba la intriga. Al cabo de alguno meses de frecuentar "El Club de las 4", el "millonario" se brind— para asesorar a Celina en sus finanzas, ofreciŽndose muy gentilmente - por tratarse de una ’ntima amiga tan querida-, a aceptar la suma de dinero que ella considere conveniente invertir, a cambio de pagarle un interŽs del 22% anual, (mientras que el mejor pago bancario era de 14%). Como garant’a de su inversi—n, Žl le extender’a acciones de su pr—spera f‡brica de lanas. Muy entusiasmada, embelesada al son de la mœsica negroide, al comp‡s del sonar de cajones y guitarras, sin siquiera intentar predecir el futuro de Žsta transacci—n (y es que se hab’a enamorado), le entreg— sesenta mil d—lares constantes y sonantes m‡s cuarenta y cinco mil de su hermano mayor y quince mil de sus padres. El millonario, muy agradecido

por la confianza depositada en Žl y sus m‡gicos cajones (que tocaba con maestr’a), le extendi— acciones por los montos estipulados, brindando con champagne Dom Perignon para celebrar el buen negocio, por el cual puntualmente, cada cinco de mes, le hac’a entrega de sus usurarios intereses. Parece ser que el desastre econ—mico y la quiebra, le sobrevinieron a ra’z del gran esc‡ndalo que se suscit—, cuando la esposa del embajador, en una "visita sorpresa", descubri— en su propia cama, a su fogoso marido haciendo el amor con la condesa. La embajadora, que no tem’a al alcance de la lengua viperina de la protagonista (excepto por lo que pudiera hacerle al Embajador durante sus pr‡cticas de sexo), la sac— a empellones de su cama y de su casa, semi desnuda, tir‡ndole el resto de su vestimenta por los balcones de la residencia de la embajada, a vista y paciencia de los pocos y at—nitos transeœntes y de los muchos y espantados criados, escoltada por dos disparos de escopeta que erraron su blanco. Como resultado, los vecinos llamaron a la polic’a y no hubo manera de acallar el mayor esc‡ndalo en la historia diplom‡tica del Pa’s de las Alturas, aunque inventaran un allanamiento a la residencia de la Embajada por probables terroristas desconocidos. El marido cornudo de la Condesa casi la muele a palos, la sac— al exilio y la mantuvo un a–o sin poder poner un piŽ en su casa. Por su propia seguridad, el Embajador, fue removido del cargo la semana siguiente pero el incidente fue comentado durante diez semanas (tiempo extraordinario por tratarse de una infidelidad). Transcurrido el a–o, el retorno de la condesa fue silencioso y discreto, segœn comentaban, sal’a muy poco y habr’a venido a la boda de su hija con el hijo de un prominente banquero. Ambas familias atravesaban una oculta quiebra de sus respectivas empresas y pensaron que, con el matrimonio, el banquero recibir’a una inyecci—n importante de capital y el empresario pens—, a su vez que, su consuegro, podr’a hacerle un prŽstamo (aunque fuese vinculado) para retardar la inminente quiebra de su f‡brica. La desilusion de ambos no se hizo esperar pero... la boda estaba hecha adem‡s de consumada con anterioridad. Voluntariamente ajena a los apuros financieros de su pretendiente, Celina segu’a ahorrando en d—lares para poderlos poner a intereses con el industrial pues ten’a visiones premonitorias de mucho dinero, pero antes de haber juntado siquiera diez mil d—lares m‡s, al magnate de las lanas se lo trag— la tierra y no volvi— a aparecer. Celina se enter— antes que la prensa, lo supo esa noche durante su sue–o, vio como su dinero desaparec’a en una laguna de agua turbia dentro de una maleta a la que, el industrial, sin Žxito, trataba de rescatar. Esa ma–ana, las noticias informaban de la quiebra y fuga del involucrado en compa–’a de la condesa que, para ese momento, Awicho disgustado, hab’a descubierto que no ten’a m‡s t’tulo que el de su hipotecada vivienda. Fue muy f‡cil aumentarle el "von" a su apellido, obviamente que nadie le pidi— credenciales y lo œnico que ella hizo, fue escoger un lindo escudo de armas de una enciclopedia OcŽano, hacerlo pintar por un pintor cualquiera, enmarcarlo en un lujoso marco dorado y mandar al joyero a reproducirlo en cuatro sortijas de oro para su dedo me–ique y los de sus tres hijas mujeres, el resto... ingenuidad criolla. Cuando Celina present— sus acciones ante la junta de acreedores, le notificaron que, despuŽs del pago de impuestos en mora, de salarios adeudados, beneficios sociales, gastos judiciales y otros, si sobraban

diez mil d—lares habr’a que distribuirlos entre 22 acreedores que, al igual que ella, eran due–os de acciones al portador. Se calculaba que tocar’a a 100 d—lares por acreedor. No pod’a creerlo, regres— a su trabajo muy mortificada y deprimida, sobre todo por el dinero que entreg— y que pertenec’a a su familia; por supuesto que lo devolver’a pero le tomar’a m‡s de un a–o juntar esa cantidad. Tanta preocupaci—n no pas— inadvertida para sus amigas quienes, a modo de consuelo, le sugirieron las siguientes alternativas: tomarse unos buenos tragos, pasar un buen momento de sexo, salir de compras, irse de viaje o fumarse un troncho de la mejor marihuana que consum’a AidŽ ; ella opt— por lo œltimo cre‡ndose desde ese momento una voluntaria adicci—n que hac’a sus visiones muy n’tidas y m‡s frecuentes. Pas— un buen tiempo sin desatender sus sue–os, gui‡ndose por sus presagios, hasta que recuper— su econom’a de la debacle en que la dejara el industrial. Sin embargo algo le molestaba, aspiraba ser m‡s y carec’a de audacia; esta agria sensaci—n no era otra cosa que aquellos s’ntomas causados por sus demonios que volv’an al acecho. Al cabo de tres a–os y medio de exitoso funcionamiento del negocio, a ra’z de una denuncia sentada por un enardecido padre de familia, se arm— la podrida. Intervino la prensa, hubo allanamiento a la sede del Club y todas las integrantes, atemorizadas, salieron en estampida dejando a Celina plantada y anonadada pero no liquidada, tal vez solo v’ctima de las circunstancias. Aprovechando la existencia de sus kardex, de inmediato, puso en antecedentes de lo ocurrido a casi todos sus clientes que, trat‡ndose de ser tan importantes como adinerados (por razones obvias), se encargaron de mantener el anonimato de las "menores de edad", acallar a la prensa, encubrir procesos legales, desaparecer evidencias y echar tierra al asunto sin ensuciar sus conciencias. Sin embargo y a ra’z de las premoniciones, el negocio no se reabri—, las integrantes fueron seriamente amonestadas por sus padres y familiares adem‡s, Karina hab’a encontrado entre sus clientes a un pretendiente rico, uno de los principales exportadores de cafŽ, con quien a los pocos meses contrajo matrimonio (por supuesto que Celina no fue tomada en cuenta para la gran fiesta de celebraci—n), oprobio que Awicho no perdon—, ignorando este importante evento de sociedad en sus cr—nicas y comentarios. AidŽ no tuvo tanta suerte, sin saber en quŽ momento, hab’a incursionado, adem‡s de en la marihuana. en el consumo de coca’na y se dedic— de lleno al tema; la tercer miembro de El Club de las 4, debido a un mal ajuste de fechas, qued— embarazada sin saber de quien y tuvo que escapar a Norte AmŽrica rehus‡ndose a abortar. La m‡s beneficiada fue sin duda Celina, adem‡s de lograr una importante suma de dinero, se hab’a relacionado (aunque a otro nivel), con la gente que siempre dese —, grandes empresarios, pol’ticos, miembros del gobierno, Fuerzas Armadas y un sin nœmero de extranjeros y diplom‡ticos. Ella conservar’a los "kardex" no como recuerdo sino por seguridad.

POLITICA... Ef’mera gloria de perseguidos torturados en sacrificio virtud de un honor transparente intocable longevo y lontano como realidad de ideales rebeldes ind—mitos ignorados a la postrer del abatimiento Cuerpos inertes y retorcidos en medio del abandono y la libertad que cuando todo se ha perdido arde escondida con llamas de patriotas trat‡ndo de acallar la voz Sobre cenizas... festejos y algarab’a cantos entremezclados de sabores nuevos y a–ejos del poder al vencedor la riqueza y la gloria al vencido... ausencia de su intelecto adioses y represi—n expulsi—n de su paraiso nada visto sera peor LA POLITICA...

Sin m‡s alternativas, Celina retom— su segundo semestre de derecho en la Universidad privada de Ciudad de las Alturas. Como era de esperarse, poco tard— en vincularse a un grupo de j—venes pol’ticos con tendencias muy izquierdistas que la acogieron sin importarles su pasado o filiaci— n y que, m‡s bien, agradec’an su predisposici—n, tanto para fumar marihuana, como para brindar su casa para todo tipo de reuniones y charlas inbtelectuales y pol’ticas. Nieves no dud— en apoyar esta nueva iniciativa convirtiendo la sala en auditorio de conferencias y preparando interminables ollas nocturnas de chocolate caliente para el alma y bu–uelos con miel para el est—mago, ante la mirada perdida de su esposo paraplŽjico que, a esas alturas, ya hab’a sustituido la lectura silenciosa de viejas revistas por el œnico canal de televisi—n en blanco y negro que observaba de cinco de la tarde hasta el cierre de

emisi—n a las once de la noche. Aœn quedaban algunos fieles clientes de "El Club de las 4" que llamaban de tanto en tanto para saludarla pregunt‡ndole si no re- inaugurar’a los eficientes servicios prestados a la comunidad de varones felices e infelices, reiter‡ndole sus incondicionales respetos y eterna gratitud. Aunque dio por finalizada esa etapa de su vida, no se deshizo de los "kardex" que atesoraba cual joyas de incalculable valor pensando que, llegado algœn momento de necesidad, sin duda har’a buen uso de ellos. Mientras su grupo izquierdista ya estaba convirtiŽndose en partido pol’tico de oposici—n, Celina se contar’a entre una de las militantes fundadoras. No s—lo se involucr— con el partido pol’tico de izquierda, tambiŽn confraterniz— ’ntimamente con un l’der del grupo (a esas alturas considerado subversivo), que al igual que ella, era de origen extranjero, de ascendencia ‡rabe y mezcla mestiza. Por costumbre era incondicional con su pareja; otra vez estaba enamorada y serv’a con vocaci—n a la causa, mientras el l’der y su partido se serv’an de ella como era su karma, con la misma o tal vez mayor vocaci—n. Las cosas en el ‡mbito pol’tico no se pintaban muy bien, el gobierno era derechista y a la cabeza estaba un militar (presidente de facto), que combat’a, implacable, cualquier brote izquierdista u opositor por lo que las reuniones se tornaron clandestinas y los que conformaban el grupo pol’tico comenzaron a ser perseguidos optando por salir al exilio. Solidaria con sus sentimientos amorosos, Celina no mezquin— un solo centavo y transfiri— sus ahorros a la bolsa de viaje de su pretendiente quien apenas si tuvo tiempo para agradecerle y salvar el pellejo a la vez, gracias a las prevenciones que le hiciera al relatarle sus sue–os unas horas antes . La v’spera de la partida de su amante, en la que se acostara relativamente temprano, Celina vio su interior con mortal claridad. DesprendiŽndose de su cuerpo inici— un paseo por la eternidad. Al llegar a un punto de luz brillante y c‡lida, un rostro moreno de mujer joven y bella que apareci— de sœbito saliendo de su interior, le tendi — la mano para guiarla de regreso al horizonte (que ella calific— como su entorno mortal). All’, observ— tres enormes lobos que, furiosos echando espuma por sus fauces, acechaban a su amado mir‡ndolo con ojos inyectados de sangre mientras Žste, acorralado e inm—vil, sintiŽndose atrapado trataba de defenderse protegiŽndose con una enorme vara de mediano grosor. En ese preciso instante, la furia de los animales se desat— sin piedad saltando sobre su presa. Para asombro de ambos, la mujer morena comenz— a desafiar a los lobos lanzando torrentes de chispas que expulsaba de sus enormes ojos verdes y que se convert’an en diminutos dardos, hiriendo mortalmente a los animales mientras la mujer extend’a la mano a su amante para levantarlo en vilo y depositarlo a salvo a orillas de un mar dorado, al otro extremo del horizonte. Al voltearse para mirar atr‡s, vio el cad‡ver de dos de los lobos que yac’an inm—viles sobre la tierra cubierta de su sangre y a un tercero, que sal’a en persecuci—n de otros hombres desconocidos y desnudos. Despertando a media noche sobresaltada por el aviso, se puso un abrigo encima de sus pijamas y corri— en busca de su compa–ero con el œnico y loable deseo de lograr salvarle la vida. Aunque Celina lo hizo por sentimientos, el beneficiado pas— por alto la gratitud y el reconocimiento, aunque fuera a–os despuŽs. Se enter— de su buena

fortuna por terceros; supo que olvid— por completo sus ideales, su patria y tan pronto se sinti— a salvo, contrajo nupcias con una jud’a fea pero adinerada. El final de este episodio pol’tico, coincidi— con el retorno de su amiga y compa–era de curso Macarena Mack Bean. Por supuesto que ella lo supo de antemano en un sue–o de la v’spera. Se vieron y reanudando una vieja amistad que cada una puso al d’a a la otra con los acontecimientos y vivencias m‡s importantes de los œltimos cinco a–os. Macarena hab’a terminado sus estudios gradu‡ndose como dise–adora de modas en la casa Chanel de Par’s, hab’a tenido dos novios franceses pero no se cas— con ninguno pensando en que no era su voluntad ni destino radicar definitivamente en Europa, extra–aba a su familia, su casa, sus amigos y sobre todo... el sub desarrollo y la calidez de los habitantes del Pa’s de las Alturas. La experiencia fue enriquecedora, la estad’a agradable y el estudio de primera, ahora deseaba trabajar y afincarse definitivamente en Las Alturas, formar su propia familia y disfrutar de la vida.

LA ENVIDIA Si yo pudiera ser tu desandar’a las piedras de tu caminar sinuoso doblaria las esquinas de mi pasado tormentoso para converger en los rios de tu ayer Danzar’a sobre picos de olas marinas embravecidas tocar’a estrellas de todos los universos adornar’a mi cuerpo con algas y corales bajar’a a las pronfundidades convertida en Diosa de siete mares Si yo fuese como tu besaria la copa de la frondosidad abrazando la humedad del roc’o encontrando en el interior de su cause un mil y un rios Mas hoy, tu presencia me acongoja

me conmueve y enfurece porque aunque tanto lo desee tu sigues siendo tu y yo debo conformarme con lo que soy

Celina Mar’a Reaves Acarrea tamiŽn le cont— lo suyo (omitiendo el episodio del Club de las 4 por supuesto), hizo hincapiŽ en el asunto de su militancia pol’tica y su incipiente y varias veces truncada carrera de derecho. La invit— a formar parte de lo que quedaba del movimiento de izquierda y le ense–— fotos de su novio en el exilio. Terminado este intercambio de vivencias acordaron seguir en contacto y verse a menudo. No pudo menos que admirarla nuevamente, Macarena estaba m‡s linda que antes, toda rubia, sus cabellos lacios y largos, sus ojos color miel, su porte, su elegancia, ese no se quŽ, que hac’a verla como una aparici —n de esas elegantes modelos que sal’an en las revistas europeas de la moda... todo lo envidiaba. No le cupo duda, se llenar’a de pretendientes tan pronto como se anoticien de su llegada, a ella s—lo le quedaba conformarse como anta–o, en las Žpocas de colegio. Su vida se tornaba miserable con la llegada de su amiga del alma. Macarena comenz— a interesarse en la pol’tica debido a las inquietudes y contactos de su amiga Celina y es que ocurr’a que, el hermano de su madre (renombrado pol’tico), era tambiŽn militante de un partido de izquierda ca’do en desgracia como toda oposici—n. bajo la direcci—n de Žste personaje tan importante, ambas emprendieron la lucha para ganar las elecciones del a–o entrante (a "sugerencia" de los gringos y en pro de la democracia), organizando grupos femeninos, asistiendo a cursos de capacitaci—n pol’tica y muchas otras actividades agotadoras pero interesantes. Fue durante una charla pol’tica que el t’o de Macarena les present— a un coronel de ejŽrcito muy amigo suyo, quien retorn— del exilio para trabajar en la campa–a pre-electoral. El elegante militar, veintid—s a–os mayor que ellas, centr— su interŽs en este dœo femenino y se avoc— a prepararlas pol’ticamente junto a varios compa–eros y compa–eras que juraron militancia pol’tica. Como era de suponer y suced’a siempre, el interŽs del coronel estaba abiertamente canalizado hacia Macarena, quien ni cuenta se daba de este peque–o gran detalle. Celina comenz— a ser considerada por el coronel como posible celestina (funciones a las que estaba acostumbrada), cosa que no hizo falta puesto que Macarena ten’a sus propios planes. Por primera vez en su vida, Celina se qued— sin competencia ante una posibilidad de comenzar una relaci—n amorosa. El coronel, un poco despechado, debi— conformarse con cortejar a la morena quien tom— tan en serio el enamoramiento, que m‡s que de prisa, a manera de impeler la relaci—n, invit— al coronel para conocer primero su lecho y luego a sus padres, pidiŽndole en sue– os a su abuela que le otorgara el coraz—n de su nuevo pretendiente. Nieves estaba extasiada. La visita de su futuro yerno coincidi— con el florecimiento de su arbusto de margaritas reviviŽndole el coraz—n y refrescando en su memoria el primer encuentro con su pr’ncipe (tal vez porque el coronel fue vestido de uniforme); no se daba cuenta de la

diferencia de edad que exist’a entre ambos. Ella no se daba cuenta de nada, quer’a un marido para su hija que ya le hab’a comenzado a preocupar porque no ten’a idea de a d—nde fue a parar todo el dinero que gan— con su negocio de "El Club de las 4", tan s—lo sab’a que Celina dej— otra vez la universidad por falta de recursos. Incre’ble pero cierto, el padre de Celina, ahora paraplŽjico, reconoci— en su visitante a un ex camarada de armas, que, llen‡ndose de paciencia y caridad, le mantuvo una corta charla con intercambio de conceptos respecto al partido y sus nuevos militantes; hablaron del trabajo para la campa–a de las pr—ximas elecciones y otras peque–eces. No omiti— comunicarle que estaba cortejando a su hija y que le ped’a su consentimiento para frecuentar su casa, consentimiento que fue dado con benepl‡cito. A nadie se le ocurri— preguntarle al coronel si ten’a familia, por lo menos hijos o una difunta esposa. Aunque Žl no se lo dijo, Celina lo sab’a desde hac’a tiempo y tambiŽn sab’a como encarar el tema de la mejor manera y muy a la ligera, sin inmutarse; no por ese detalle insignificante ella iba a dejar a su œnico pretendiente; no despuŽs de enterarse por una de sus constantes visiones y el anuncio que le hiciera su abuela muerta, del buen patrimonio y gran futuro pol’tico con el que ven’a incluido aquel apetitoso paquete; muy al contrario, recurriendo a la ayuda del Yatiri de Hueco Profundo y al embrujo que le mand— oficiar, Celina se aferr— a la idea e hizo todo de su parte para volvŽrsele imprescindible. Con la experiencia de "El Club de las 4" y el caudal de conocimiento que dispon’a sobre la materia del encantamiento y el sexo no le fue nada dif’cil convertirse en su sombra total; la familia del coronel se hab’a quedado radicando en el exilio y no ten’a ganas ni interŽs en regresar. No despuŽs de lo que sufrieron al enfrentar el total saqueo de su casa por una turba enardecida durante la œltima revoluci—n. El proceso pre electoral transcurri— muy agitado, nada pudieron la oposici—n ni las premoniciones de Celina contra el abierto y demostrado fraude electoral, muy t’pico de los pa’ses en desarrollo. Los militares derechistas se incrustaban nuevamente en el poder y todos los opositores debieron salir en estampida a un nuevo exilio, (incluido el coronel). Celina pas— sus apuros, la llevaron detenida identific‡ndola como la querida del infrascrito, pero, como su abuela se lo anunci— tres noches antes, pudo tomar sus previsiones, cosa de que, antes de que cante un gallo, fuera reconocida por un antiguo habituŽ de "El Club de las 4", quien sin dilaci—n le facilit— el acceso al uso de sus Kardex salvadores permitiŽndole hacer las suficientes llamadas para que, antes del anochecer, durmiera pl‡cidamente en el dormitorio de su garante retribuyŽndole atenciones. Celina sab’a perfectamente que la suerte no se daba dos veces para el mismo tema y como no ten’a nada que perder, decidi— obedecer sugerencias, preparando sus maletas y siguiendo los consejos de su difunta abuela. Dejando at—nitos a sus padres, a la ma–ana siguiente parti— a Brasil, en voluntario exilio detr‡s de su amante.

ARDOR si tocas en el interior de mi sangre y palpas en el Žbano de mi piel si encuentras nostalgia en mi alma y logras sacudir mi ser despertar‡s al gigante dormido por siglos de padecimiento porque bulle mi cuerpo por dentro con deseo y exitaci—n y la sed de revancha hace inevitables mis ansias e incontenible el deseo de amarte y poseer

EL ADULTERIO...

Mientras el coronel era nombrado catedr‡tico en la mejor universidad de R’o de Janeiro con un salario por dem‡s abundante, ella se dedic— a los quehaceres del hogar y a gestar su embarazo (un viejo ardid para retener al conviviente). Durante el primer a–o, entre el embarazo y los quehaceres del hogar no tuvo tiempo para nada ni nadie m‡s. Nieves estuvo presente para el alumbramiento de su hija que dio a luz una ni–a casi tan morena como ella a la que, a solicitud de la abuela, bautizaron como Carlota de las Nieves. Su padre muy contento, les sugiri— retornar al Pa’s de las Alturas para que el abuelo conociera a la peque–a y pudiera pasar unos meses con su familia, as’ el podr’a dormir mejor, sin tener que soportar los llantos y malas noches t’picos en una reciŽn nacida y malos para el rendimiento acadŽmico de un exitoso catedr‡tico que deb’a madrugar. Adem‡s de su c‡tedra en la universidad, estaba esa hermosa muchacha de Minas Jeraix que le coqueteaba siempre que pod’a, insinu‡ndole cuan dispuesta se encontraba

para "conocerlo m‡s a fondo". As’ es que, una vez de acuerdo las partes, Celina acompa–ada por su madre y la reciŽn nacida retornaron a su patria. A su llegada, s—lo Macarena fue a visitarla, le cont— muy contenta que estaba preparando su boda con un ciudadano mejicano que ejerc’a el consulado de su pa’s en Ciudad de las Alturas. Aunque ella ten’a un buen vivir, una hija, un conviviente adinerado y mucho futuro de prosperidad, segœn su propio or‡culo, no pudo menos que envidiar nuevamente la vida de Macarena, su cara tan linda, su porte, el color de la piel, sus estudios en Europa, sus pretendientes y como si todo esto fuese poco... se casaba con un diplom‡tico -Áno era justo!,pensaba para sus adentros dolida y angustiada. Acostumbrada a disimular, dio sus parabienes y cambi— el tema del matrimonio, deseando ser ella la novia. Aunque Macarena ya no la frecuentaba, no omiti— incluirla en la lista de sus invitados, tanto para sus despedidas de soltera como para la recepci—n de su boda. DespuŽs de la fastuosa boda y tres meses de aburrida estad’a en su ciudad natal, un buen d’a inclinada por las premoniciones de sus visionarios sue–os que se ven’an sucediendo hac’a diez noches, en las cuales ve’a desvanecerse el rostro rejuvenecido y feliz de su marido, dentro de un hermoso y difuso perfil de perfecta desnudez femenina, que ella sab’a, no era la suya. Sin pensarlo dos veces, empac— sus maletas, olvid— a su hija en poder de Nieves y regres— al exilio, justo a tiempo para evitar que el coronel la diera "de baja" para sustituirla definitivamente por esa hermosa mulata de ojos que, como luceros del alba, estaba semi instalada en su departamento. El sorpresivo arribo dej— at—nita a la joven visitante, quien fue desalojada a punta de palo, por una negra furibunda y exasperada. Enterado el coronel y para disimular el "entrevisto", dio miles de estœpidas excusas y se defec— en lo ocurrido, dejando a la iracunda negra completamente indefensa y sin ganas de seguir insistiendo con el tema. Fue la primera infidelidad del coronel. DespuŽs del incidente, nada volvi— a ser lo mismo en su vida de conviviente. Ingres— a la universidad de derecho para no aburrirse, asumiendo que su hija estar’a en buenas manos; le reconocieron un semestre, pues el segundo no lo hab’a terminado y la ausencia del idioma no la favorec’a; era comenzar de cero pero no le importaba, jam‡s se volvi— a tocar el tema del desliz del coronel, muy al contrario, Žste hac’a mŽritos para agradarla y darle una convivencia llevadera. Su marido reconoc’a la solidaridad y lealtad que Celina le demostr— en trances tan dif’ciles como los de un forzado e intempestivo exilio, por lo tanto y en agradecimiento siempre ver’a la forma de compensarla por aquello. Adem‡s del ingreso a la universidad en R’o de Janeiro, Celina hizo su ingreso a la mejor "Escolla do Zamba" de R’o que preparaba su participaci—n en la pr—xima entrada del carnaval. Sin saberlo o comprenderlo, sus or’genes africanos se identificaron a plenitud, domin — el candombe y fue primera figura de la zamba. Convivi— entre morenos, mulatos, negros y blancos, la mayor’a de ellos habitantes de las "favellas" de R’o practicantes y devotos del ritual de la "macumba". Celina se sinti— como en casa, conoci— y comparti— con el esp’ritu de su difunta abuela que la poseyera durante la ceremonia de su iniciaci—n como devota. Enfrent— demonios propios y ajenos y obtuvo alianzas con

‡ngeles ingenuos a quienes habr’a de traicionar con sus concupiscencias, defraud‡ndolos al otorgar m‡s crŽdito a sus esp’ritus malignos, a aquellos hijos de Dios que dirigen el mal como instrumento de logros y venganzas; tal vez, s—lo tal vez... quedarse definitivamente en Brasil hubiera significado la derrota a las huestes de sus demonios y el triunfo para sus agazapados y encogidos ‡ngeles de bondad que yacen olvidados y cautivos, en sus entra–as. Con pinceladas de bailes y brochazos de percusi—n, Celina exteriorizaba todo ese sentir que le sacud’a el cuerpo meciendo a la vez su alma con armon’a cada que bailaba candombe o se perd’a en el infinito repicar de sus zambas al comp‡s de panderetas, trompetas y tambores, aprovechando la comodidad de sus enormes y anchos pies desnudos que se afirmaban tanto al cielo como a la tierra, d‡ndole un extenso e indescriptible placer. El ondular de sus caderas anchas y los movimientos sensuales de su peque–o pero firme busto, superaban a la fogosidad de cualquier instante de amor o sexo, Áno hab’a nada mejor en este mundo de mortales!; nada la satisfac’a tanto como el baile durante los ensayos de su Escolla do Zamba previos al carnaval. Para ella, eran la fusi—n etŽrea y perfecta entre el bien y el mal, con la excusa de que ambos eran lo bastante buenos. Entre las amistades de la pareja, estaba un importante nœmero de exilados radicados en esa ciudad; hicieron muy buenas migas con varios de ellos compartiendo tertulias agradables de fin de semana, recordando y componiendo la pol’tica y la econom’a de su patria; estas reuniones iban acompa–adas de platos t’picos de las diferentes regiones del Pa’s de las Alturas. Durante estas frecuentes noches de esparcimiento, Celina no pudo evitar intimar con el esposo de su mejor amiga de aquŽl momento. No sent’a culpa ni remordimientos de ninguna clase, al contrario, era parte de una discreta venganza que, adem‡s, la hac’a sentirse feliz. Le gustaba recordar su pasado, la Žpoca de oro de "El Club de las 4". Ambos amantes sab’an que, llegado el momento, la cosa terminar’a ah’ y punto, ninguno ten’a intenciones de dejar a su pareja o destruir su matrimonio. Ella comparaba su adulterio con un ensayo de zamba, "concluido el carnaval, terminados los bailes". Celina Mar’a aprovechaba las ma–anas en las que el coronel dictaba sus c‡tedras, el amigo en comœn hac’a su visita diaria de nueve de la ma–ana a doce del d’a; era buen amante, m‡s joven que el coronel y tambiŽn m‡s experto, ella... ni que se diga, podr’a dar c‡tedra si Žsta existiera, ambos gozaban del sexo, ella lo esperaba desnuda, cubierta por una bata larga de seda verde agua que dejaba al descubierto su cuerpo al natural, moldeado por una exuberante juventud morena. El sexo se practicaba en cualquier lugar, -"donde los agarre la calentura"- (como ella dec’a), era igual encima de la mesa del comedor, sobre las alfombras, bajo la ducha o dentro de la ba–era... no qued— un rinc—n ajeno a las pr‡cticas de sexo en ese departamento, excepto y, por profundo respeto, la cama matrimonial. Como resultado de este descontrolado libertinaje, Celina Mar’a (que precavidamente aseguraba haberse cuidado usando protecci—n, llevando bien las cuentas y fechas), tres d’as despuŽs y, previo sue–o de su nueva maternidad, result— embarazada. Coincidiendo con el embarazo, llam— su madre para inform‡ndole que su padre paraplŽjico estaba muy delicado y no deb’a morirse sin verla. Al saber con bastante anticipaci —n de la irremediable muerte de su progenitor, se vio obligada a echar mano a sus kardex nuevamente, logrando obtener de esta manera el

permiso de ingreso para que el coronel, alegando motivos de salud, la acompa–ara y permaneciera en ciudad de Las Alturas durante dos semanas. Algo que lamentar’a toda su vida, era el no haber participado en la entrada del carnaval de Rio con su "Escolla do Zamba" para la que ensay — a diario durante cinco meses y tres semanas con dos d’as pero, como se lo confirmaran los esp’ritus que la poseyeron... no pod’a tenerlo todo en esta vida maldita; el regalo de su nueva maternidad tampoco la favorecer’a, las bailarinas viven tres d’as de ininterrumpido frenes’ de tambores, melod’as contagiosas y ritmos de bailes interminables y para ese entonces su gestaci—n estar’a lo suficientemente avanzada como para desentonar la armon’a y belleza escultural de los cuerpos semi desnudos de las dem‡s integrantes de la comparsa. Esta situaci—n la conmocion— de tal manera que la llen— de incontenida tristeza, por lo que antes de abandonar definitivamente su voluntario exilio, Celina fue a despedirse de la "Mae Sereia" (madre sirena) para que le leyeran por ultima vez su suerte en los caracoles, mas Žstos, en se–al de tristeza, se negaron a comunicarle su inmediato futuro enmudeciendo durante el œltimo ritual de macumba. Ese atardecer de despedida œnicamente se limitaron a recomendarle que no aleje lo bueno de su vida porque ya era notoria su inclinaci—n al mal. Al igual que su madre, aquella noche bail— candombe por œltima vez desterrando de su interior todo el apego que profesaba a su Mae Sereia y a la Macumba.

CONFIANZA Y siempre te dirŽ lo que quiero que me creas para que tu vista no vea lo que quiero que mires la profundidad de tus sue–os en la superficie de mis ansias Estamos los dos creados de defectos tu alma y la m’a plagados como la mies de placeres que lo vanal y mundano van sembrando en las profundidades

de nuestras ansiedades Y siempre me dir‡s tœ a m’ aquello que sŽ pero ignoro ya que para los dos vivir as’ ser‡ estar siempre juntos para poder morir separados

EL ENGA„O...

Regresaron despuŽs de tres a–os de ausencia, Carlota ya correteaba por la casa de sus abuelos mirando a sus padres con extra–eza y temor. No cab’a duda, era hija de ella y del coronel, ten’a el color de su madre con las facciones finas de su padre y en sus peque–os ojos negros ya se percib’a el brillo de maldad de su abuelo. DespuŽs de un descanso y de lograr vencer la timidez de Carlota, con ayuda de un l‡piz y un papel, el coronel tuvo una œltima, pero larga charla con su suegro; terminada la misma, le anunci— a Celina que se casar’an en diez d’as y que se hiciera cargo de conseguir lo que hiciera falta, (incluido su divorcio que se logr— dos a–os despuŽs de la boda). No le fue necesario, lo ten’a arreglado de antemano. A partir de ese instante conmenz— el correteo, Nieves invit— solamente algunas amistades muy ’ntimas (incluido Awicho, el maric—n), les comunic— a sus hijos y prepar— en su casa un peque–o cocktail para despuŽs de la ceremonia civil; organizaci—n que recayera por entero en Awicho a solicitud del mismo y bajo promesa de abstenerse de publicar la boda en su cr—nica de sociales. La cantidad interminable de margaritas que, para la ocasi—n le obsequiara su arbusto, abastecieron para decorar la casa y confeccionar el bellisimo bouquet de novia de Celina. De lo que quedaba de sus amistades de colegio, œnicamente asisti— Macarena sola puesto que su marido, el diplom‡tico, se encontraba en MŽjico recibiendo su cambio de destino a la Guyana Holandesa, en el Caribe. Ese d’a y sin mucho tr‡mite pero en gran intimidad, Celina se convirti— en la leg’tima esposa del coronel, (mientras Žste a su vez, se convert’a en b’gamo) despuŽs de una convivencia de cuatro a–os, con una hija de tres a–os y otro hijo ajeno en el vientre. Dos d’as despuŽs de transcurrida la ceremonia, Don. Juan JosŽ Reaves Salsas, sub oficial retirado de ejŽrcito, a los 99 a–os de edad y habiendo sido cumplida su œltima voluntad, dej— de existir para felicidad y benepl‡cito de toda su familia. Por fin descans— y dej— descansar. La œnica persona que lo apreci— dentro de ese entorno, fue el marido de Celina, al extremo de arriesgarse cometiendo una bigamia por el solo hecho de cumplir la œltima voluntad del moribundo y Žsto, porque intim— con Žl durante su

prolongada enfermedad sin ser testigo presencial de sus diarios actos de violencia, temidos en su casa y escuchados por todo el barrio de Los Olivares, aunque tambiŽn prim— el sentimiento de gratitud a la incondicional lealtad, habitual en su mujer en tiempos dif’ciles. Hab’a saldado la cuenta, toda retribuci—n estaba dada sin quedar nada pendiente. Como se avecinaba una nueva elecci—n y, en aras al nacimiento neonato de la democracia, las medidas pol’ticas se ablandaron, permitiendo el retorno a miles de exiliados y fijando fecha para los pr—ximos comicios electorales. Gracias a los kardex de Celina su marido pudo radicar definitivamente en Las Alturas. Junto a ellos, de imprevisto, tambiŽn retorn— de su breve exilio el esp’ritu de Don. Juan JosŽ Reaves Salsas su difunto y desaparecido padre, indigestado por las descalabradas acciones de su hija que entorpec’an su eterno descanso en el infierno. Celina fue madre por segunda vez, ella ya sab’a que ser’a un var—n. El ni–o que le naci— era blanc—n y de ojos pardos, rasgados, se parec’a mucho a su verdadero progenitor, pero s—lo ella se percato asustada, temiendo que el parecido delatara su adulterio. Bautizaron de inmediato al infante y no hubo objeci—n por parte del coronel, en nombrar como padrino del ni–o a su buen amigo de exilio, amante de su mujer y verdadero padre de la criatura, en honor a quien, bautizaron al ni–o con su nombre. Parad—gicamente, el esp’ritu de Don Juan JosŽ la acompa– aba tenaz, e incesante, durante sus visitas al cuarto de ba–o. Al comienzo estaba mudo, ensimismado y dolido. Al cabo de unas semanas no pudo resistir y le habl— como no lo hiciera en el transcurso de sus quince a–os de convalecencia. - No creas que no lo sŽ todo- dec’a el difunto sub oficial - VergŸenza me das y por tu comportamiento estoy aœn vagando miserablemente en este limbo, lamento no haberte azotado bastante m‡s. La estupidez de tu madre es en parte causa de tu amoralidad, quisiera saber que har’a tu marido si se enterara que no ha engendrado al que cargaste los nueve meses en tu vientre. As’, ir‡s de mal en peor encubierta por tu madre que, lo œnico bueno que ten’a y lo perdi— pronto conmigo, fueron su f’sico y su calentura, voy a atormentarte el tiempo que sea necesario hasta lograr enderezar tu conducta, busca en tu interior, en lo rec— ndito de tu conciencia, de lo contrario no podrŽ salvarte de lo que ac‡ te espera, algo horrendo y macabro, as’ es como te he visto... junto conmigo en el mism’simo infierno -. Al comienzo estaba muy asustada, nadie excepto ella ve’a o escuchaba al esp’ritu de su padre, primero se autoconvenc’a que era parte de sus visiones o sue–os premonitorios, luego ante la insistencia y perseverancia de las apariciones no le qued — otro remedio que recurrir a su madre cont‡ndole lo que la atormentaba. Mar’a E. de las Nieves le rest— importancia, estaba acostumbrada a saber del tema, por el mismo asunto relacionado con los poderes de su difunta madre, de los que toda la hacienda no le dejara de comentar durante su ni–ez. Su hija hab’a heredado estas facultades de vidente y esp’rita y deb’a darse por bien servida e incluso sacarle mayor provecho a esta virtud. Al cabo de seis meses, Nieves, tambiŽn se hizo cargo de la crianza del segundo hijo de su amada Celina quien para evadir tal responsabilidad decidi— retomar su carrera de derecho, regresando a la universidad mientras que, ’nterin, su esposo era ascendido a general adem‡s de convertirse en firme candidato a la Vicepresidencia por la oposici—n, cosa que ella supo seis d’as antes.

Definitivamente, le encantaba asistir a la universidad, rejuveneci— diez a–os, fumaba marihuana, discut’a a diario con el esp’ritu de su padre, sin inmutarse siquiera y viv’a su vida de "estudiante" a plenitud junto a sus compa–eros y compa–eras que, entre una noche de estudio y otra de juerga, la pasaban bomba. Su sinvergŸenzura era tal... que ni siquiera la atormentante y cont’nua presencia del esp’ritu iracundo de su difunto padre lograban intimidarla. No incursion— en pol’tica esta vez; siendo su marido candidato estaba prohibida de enrolarse en cualquier actividad que le perjudique la brillante carrera. Por lo tanto, no tard— en involucrarse sentimentalmente con un compa–ero de estudios siete a–os m‡s joven que ella. De estas noches de juerga intelectual, apareci— pre–ada nuevamente. Se enter— (antes de consultar con su ginec—logo), a travŽs de un caudal polif—nico de voces de dioses buenos y malos que, junto al esp’ritu de su abuela le anunciaron la mala nueva. No le dio mucha importancia pues sab’a que ese embarazo "no deseado" no llegar’a a tŽrmino. Sin embargo, Žsta vez, el mensaje de su difunto padre, amenaz‡ndola con buscar la forma y medios para que el cornudo de su marido s’ se enterara de este banal acto de corrupci—n marital y le pusiera fin a su carrera de meretriz clandestina moliŽndola a palos, fue tan claro como el agua. Como quiera que hac’a varios meses que su marido no cumpl’a su deber conyugal, (ten’a, adem‡s de una amante joven, mœltiples ocupaciones y le llevaba 22 a–os) y ante el miedo de las cont’nuas amenazas del esp’ritu del difunto, Celina se vio forzada a apresurar el aborto. En complicidad con la benevolencia de su ingenua madre (promovedora de sus deslices y secretos) y bajo arreglos y direcci—n de su confidente e incondicional amigo marica, se orquest— exitosamente la interrupci—n a su embarazo. Sin pena ni gloria, la acompa–— Awicho a una cl’nica de mala muerte ubicada en la zona de San Sebasti‡n; esper—, paciente y nervioso, para luego llevarla de regreso en un taxi hasta Los Olivares a la casa de su madre, para que descanse como si nada hubiera sucedido. Muy a su pesar este descanso le fue varias veces interrumpido por sobresaltos ocasionados por el esp’ritu del difunto, quien desconsiderado, no cesaba de increparla mostr‡ndole cuan disgustado realmente se hallaba, que hasta le rompi— su enorme espejo veneciano haciŽndolo caer abruptamente al suelo. "-Lo hecho, hecho est‡, le dec’a Celina a su padre con un cansado conformismo, deje Ud. de hostigamientos, no ten’a alternativa y no me arrepiento por lo que hice, si a Ud. padre le parece mal... cuanto lo siento, es hora de que se vaya acostumbrando a lo que realmente soy, mala, envidiosa, amoral, viciosa y prostituida, pero gracias a ser como soy he logrado lo que tengo, he salido del hueco de donde provengo y pretendo llegar muy alto aunque para ello deba asesinar, robar, calumniar o meter justos en las c‡rceles, que le quede bien claro; usted padre, pierde su tiempo ac‡ en la tierra, regrese al infierno que es donde siempre ha pertenecido y espere por m’ all‡ que tendremos una eternidad para discutir el tema."- Tal declaraci —n lo dej— perplejo y anonadado y no le qued— otra cosa que emprender una honrosa retirada por tiempo indefinido, mientras la bondad de Nieves no entend’a por quŽ su arbusto de margaritas, de la noche a la ma–ana, estaba seco y con cientos de flores marchitadas. Al igual que para Nieves, el embarazo no era nada importante ni definitivo en su vida, es m‡s, con el pretexto de la pol’tica del general y sus idas diarias a la universidad, a sus hijos los malcriaba

la bondad de la abuela, que, incansable y a pesar de tanta experiencia, de educar no sab’a de la misa a la media. Al final, el general nunca sab’a donde andaba su joven esposa, que entre sus estudios en la universidad y las frecuentes pernoctadas en la casa de su madre, era poco lo que la ve’a, hasta que... un buen d’a, un amigo cercano, tratando de hacerle un favor quit‡ndole el peso de sus enormes cuernos, le confes— haberla visto, m‡s de una vez, saliendo del mismo bar, a las cuatro de la ma–ana muy abrazada de su amante, mientras supuestamente estar’a durmiendo en casa de su madre. Furibundo, irrumpi— el general en casa de su suegra y tild‡ndola de alcahueta, recogi— definitivamente a sus hijos sacando a patadas a la infiel de su mujer. Fue la primera vez que Celina evacu— del susto ensuciando sus calzones, mientras le juraba que todo aquello era una vil mentira, que eran chismes de la oposici—n, que sus amigos no la quer’an y un sin fin de miles de falsas explicaciones que el general intentaba creer. De todas formas, recibi— su merecido castigo; tuvo que hacerse cargo de la crianza de sus hijos, nuevamente dej— la universidad por falta de dinero (el general ya no le daba un centavo) y, encerrada en su casa, rumiando su soledad sin arrepentirse de sus actos, enfrentaba a los testigos de la lucha interna que, sin detenerse, segu’an librando sus demonios contra los ‡ngeles del bien. Sin su madre cerca como involuntaria encubridora, se sent’a perdida, deb’an verse algunos minutos a hurtadillas conform‡ndose con conversaciones telef—nicas. Nieves, que era un compendio de bondadosa e ingenua estupidez, no comprend’a la conducta anormal de su yerno, al contrario, ella pensaba que deb’a estarle agradecido a su hija por haberlo llevado tan lejos convirtiŽndolo en un pol’tico importante; ella, en su atrevida ignorancia, estaba convencida de que tales mŽritos pertenec’an por entero a su hija, -"Celina sab’a siempre lo que hac’a, como lo hac’a y porquŽ lo hac’a y siempre ser’a lo correcto e indicado"- dec’a; indudablemente ella hubiera hecho lo mismo si hubiera podido, total... demostrado estaba... los hombres eran todos iguales, en cambio -Celina era una sola, era especial, tal vez ambiciosa, un poco corrupta, algo infiel y quiz‡ bastante prostituida pero... quien no lo era? no dijo Jesœs " que lance la primera piedra aquŽl que estŽ limpio de pecado?."- Se dec’a y lo repet’a a cuanto o’do quisiera prestarle atenci—n para escuchar sus quejas. Esta ca—tica situaci—n se le torn— insoportable; tan descontrolada estaba que, recordando su inmediato pasado, volc— nuevamente su fe a la "Mae Sereia". Sin respuestas de caracoles ni macumberos y ante la desesperaci—n, opt— por suplicar la presencia del esp’ritu de su difunto padre para hacerle una proposici—n sin precedentes. Ante el mutismo de su entorno espiritual decidi— recurrir a Matilda, pitonisa y respetada bruja que "atend’a" (previa cita), en sus miserables cuartuchos de una callejuela maloliente y olvidada en Villa de las Mercedes. Previo pago de veinte d—lares por la consulta y tras una larga espera de hora y media, le lleg— su turno. En cuanto Matilda la vio lo supo, se asust— y quedo intimidada ante el destello de los fuertes colores que apreciaba en el aura de su visitante. Esto era anormal y propio s—lo en personas ligadas a esp’ritus de las tinieblas. Segœn se percat— a travŽs de la charla con Celina, Žsta ignoraba el buen uso que podr’a haberle dado a los contactos frecuentes de esp’ritus que pululaban su entorno y la acosaban desde el m‡s all‡. Celina, le confi— a Matilda con toda honestidad sus visiones y las charlas con su abuela muerta, adem‡s de las constantes recriminaciones

de las que injustamente era objeto por parte del impertinente esp’ritu de su difunto padre que no la quer’a dejar en paz y que ahora que lo necesitaba, brillaba por su ausencia. Muy agradecida y orgullosa ante el privilegio de semejante visitante, Matilda se comprometi— a reanudar el di‡logo y las apariciones de su padre muerto, para lo cual tendr’an que iniciar una peque–a ceremonia el siguiente Viernes de luna llena justo a la media noche; ser’a preciso sacrificar a un gato negro que, a precio razonable, la misma pitonisa podr’a proporcionarle junto a otros ingredientes secretos que no le era permitido revelar, aœn trat‡ndose de alguien tan especial como ella. Le cost— mucho trabajo, gran concentraci—n y miles de promesas que contrajo en arreglos directos con el demonio pero, persistente como siempre... lo logr—. El esp’ritu de su padre ya se hab’a resignado y radicaba apacible en su infierno perteneciŽndole por entero a Satan‡s. Por lo tanto, carente de alternativas y obedeciendo a las —rdenes de la oscuridad, se present— nuevamente ante su hija (despuŽs de varios meses, semanas y d’as de enojada ausencia), para escuchar sus propuestas haciendo de intermediario entre la pitonisa Matilda y el rey Belcebœ, entablando las negociaciones que beneficiar’an a ambas partes, tanto a los planes de Celina Mar’a Reaves Acarrea, como a los de Belcebœ Satan‡s, alias el diablo. - Heme aqu’ y que quede bien claro que no es por mi voluntad, dec’a el aparecido, -ante tus cotidianas acciones y malŽvolos actos, estoy resignado a recibirte en el infierno en un futuro no tan lejano; aunque desde ya, me preocupo por lo que puedas lograr estando all’ abajo conmigo, tal vez no solamente consigas algunos "negociadillos" o hagas un par de infernales estafas, o quien sabe si vuelvas a organizar otro "Club de las 4" que m‡s bien y dada tu capacidad, ser’a el Club de las 1000 Diablas Putas que apocar’a hasta a "Pantale—n y las Visitadoras". Capaz eres de todo con tal de escalar pelda–os suficientes que te acerquen a Belcebœ con miras a enamorarlo para derrocarlo, hasta Žl deber‡ cuidarse de ti en cuanto llegues, lo que es yo... me lavo las manos, dime lo que deseas-Esta es mi propuesta- le dijo a su padre muy pancha y suelta de cuerpo: -Se–or padre, deseo lo que b‡sicamente deseamos el comœn de todos los mortales, riqueza, amor y poder. Deseo servirme de la gente porque ya me cansŽ de tener que servirla, deseo que me amen en lugar de tener que amar; deseo el poder para manipular a mi antojo, deseo riqueza y por œltimo... deseo permanecer atractiva y joven mientras tenga posibilidades econ—micas de pasarla bien, viajar bastante y morirme cuando me dŽ la gana. Como puede apreciar mi se–or padre, no es nada imposible para Satan‡s; transm’tale mis deseos y que me ponga su precio.- Sea como tœ dices y espero que no te arrepientas y que hayas medido las posibles consecuencias al concederse tus deseos puesto que la honestidad es necesaria hasta en el infierno.En ese preciso instante qued— claro y establecido que la inclinaci—n de su balanza espiritual estaba ladeada por completo hacia el maligno y que as’ permanecer’a inamovible por varias dŽcadas, ausente del amor

verdadero. Se despidi— de Matilda muy emocionada y satisfecha obsequi‡ndole una generosa propina en gratificaci—n a sus eficientes servicios. La pitonisa le recomend— que no abusara de sus facultades y privilegios de esp’ritus buenos, regulares y malos que continuar’an acech‡ndola a lo largo de su azarosa vida; tambiŽn le dijo que su suerte ser’a la misma de la de su madre cuando comience a envejecer, excepto por lo de su pareja, que terminar’a sus d’as en un manicomio y ella los suyos como su amante (la amante del loco). La vida de su œnica hija ser’a una rŽplica de la suya con igual fin; en cambio su hijo, por tener otro padre, se salvar’a de pertenecer al reino de las tinieblas. Algo que incomod— a Celina fue el enterarse por la pitonisa que el mayor castigo para un ser humano es que le conviertan su vida terrenal en un infierno. Celina no le prest— la debida atenci—n descartando a prop—sito cualquier comentario que calificara de imprudente, molesto o sencillamente inaceptable a sus prop—sitos Amainado el enojo de su marido y gozando de una tarde de libertad provisional, en una de sus pocas salidas de casa (tal vez logradas a ra’z del inicio de sus negociaciones con Belcebœ), Celina se encontr— con Macarena. Hab’a transcurrido cinco a–os desde que se vieron por œltima vez, su amiga le cont— de su reciente divorcio del mejicano y que estaba enamorando con un paisano, con quien se casar’a en breve; por supuesto estaba invitada etc. etc. Como por arte de magia y por enŽsima vez, sin poder evitarlo le resurgi— la envidia marcando la expresi—n de su rostro. All’ estaba Macarena, divorciada de un diplom‡tico y presta a casarse por segunda vez con un gran partido, siempre tan linda y elegante. ÀPodr’a ella volverse a casar si dejara al general??- se qued— pensando en ello todo el d’a. Esa noche reapareci— el esp’ritu de su difunto padre, trayŽndole las condiciones de Belcebœ para dar curso a sus solicitudes. Muy parco su se–or padre dijo- Esto es lo que Belcebœ propone: Punto 1.- Te dar‡ la viveza (pues con la inteligencia se nace) para servirte de la gente antes de que ella pueda servirse de ti; te conceder‡ toda la cantidad de amor y amantes que desees tan s—lo con llevarlos al lecho de tu casa, en presencia de tus hijos y con el consentimiento de tu madre, siempre y cuando excedan de cinco en menos de cinco a–os y que los involucres en actos que atenten a la moral y buenas costumbres. Punto 2.- Se te dar‡ la posibilidad de hacer negociados productivos y buenas inversiones adquiriendo bienes (de personas acosadas por problemas econ—micos), a precios atractivos y de ocasi—n, no te faltar‡ patrimonio haciendo uso del chantaje y depender‡ de ti aumentar o disminuir ese capital. Punto 3.- Por supuesto que te mantendr‡s joven y atractiva siempre y cuando te sometas a varias cirug’as estŽticas; el demonio, te dar‡ las oportunidades con los mejores cirujanos, sin costo alguno o a "precios" que tu sepas negociar. Lamentablemente, est‡n excentas de estas composturas tus enormes pies, a los cuales calificas de empanadas y que seguir‡n rebalsando de todos los zapatos que compres, por m‡s finos que Žstos sean; tus anchas manos de dedos gruesos y cortos tampoco podr‡n modificarse ni con cirug’a. A cambio de mantenerte atractiva, promover‡s el ingreso ilegal al Pa’s de las Alturas de no menos de cien

ciudadanos extranjeros indocumentados, registr‡ndolos como nacionales en base a documentaci—n falsificada. Mi se–or, el demonio, piensa que no hay suficiente corrupci—n y quiere protagonizar un par de buenos esc‡ndalos para mantenerse vigente, tœ ser‡s autora intelectual de estos hechos. Punto 4.- Viajar‡s el a–o redondo si lo deseas porque, como medio, ser‡s propietaria de una Agencia de Viajes, que la vender‡s cuando te enamores de verdad, te satures de viajar o estŽs lista para claudicar y venir conmigo al infierno, esto vendr‡ acompa–ado de mucha diversi—n, drogas y alcohol. El precio por ello... que consigas un cuerpo de mujer joven y bella que lo abandone a causa de una sobredosis de cualquier droga emprendiendo su "vuelo"al infierno para revolcarse con Satan‡s. -Como ver‡s, todos los puntos a tus peticiones vienen con su precio ya incluido, si no lo pagas... no se cumple; es m‡s, quedar‡ todo revertido haciendo tu vida tan miserable en la tierra como en el propio infierno. Tœ decides, yo no puedo verter ni opini—n ni advertencia, los poderes infernales son nulos ante el albedr’o que Dios regal— al hombre. Esto es todo, puedes pensarlo 48 horas. Te aclaro que tu alma hace ya mucho que pertenece al demonio, por lo que no puede considerarse dentro de la negociaci—n. Y una œltima advertencia... cuidado con enamorarte con sentimientos reales de renuncia absoluta y abnegaci—n total, ser’a el comienzo de su ruina y la tuya convirtiendo la vida terrenal de ambos en infernal- No es necesario, mi se–or padre, est‡ decidido, diga Ud. a Satan‡s que estoy de acuerdo y que cumplirŽ mi parte de la mejor manera. Que Žl se preocupe de cumplir tambiŽn la suya a cabalidad o a mi muerte, serŽ yo quien le haga miserable su propio infierno.Dicha la œltima palabra, el acuerdo qued— sellado por ambas partes dejando como mudo testigo una densa y fŽtida r‡faga con hedor a azufre que, lejos de asustarla o incomodarla, la dej— por dem‡s satisfecha.

LA FUEZA DEL DESEO Si deseo lo ajeno s—lo me apodero lo convierto en m’ misma lo entierro y manipulo lo utilizo y as’ ... destruyo Pero aœn cuando no est‡s se que existes en mis dos mundos vives atorment‡ndome el ser requiebras lo que no hay escarbando la inexistencia del sentimiento evadiendo mi muerte oculta bajo la profundidad de tu sinraz—n

LA ENVIDIA...

Cuando junto a la crema y nata de la sociedad, asisti— a la gran boda de su amiga (por segunda vez), se dio cuenta de que los a–os hab’an transcurrido de prisa y, por las miradas de su marido, tambiŽn se dio cuenta de que los sentimientos de admiraci—n por Macarena no le hab’an desaparecido a pesar del tiempo transcurrido. Desde ese momento, el flamante esposo de su amiga se convirti— para ella en una fijaci—n y desaf’o secretamente guardado para alguna pr—xima oportunidad, que ella misma propiciar’a en retribuci—n a ese detalle de inmortal admiraci—n que, sin quererlo, dejo aflorar su marido durante ese œnico instante. Sin saberlo, y deslumbrada por las apariencias, Macarena se cas— con un hombre que, aunque proven’a de una familia adinerada, importante, con antepasados famosos y bien relacionada, le dar’a en lugar de hijos... muchos palos, dolores de cabeza adornados con incontables sufrimientos y abundantes infidelidades. La recepci—n tuvo lugar en el exclusivo Club de Golf de Ciudad de las Alturas, sobrepasando los setecientos invitados y, como era menester, la cobertura de sociales recay— en

awicho, para aquŽl entonces convertido en la "gran Madonna" de las cr— nicas de los eventos sociales con decenas de interesadas admiradoras. Damas y caballeros lo halagaban persiguiŽndolo insistentes con el œnico af‡n de ser fotografiados y mencionados en su columna social, pero detest‡ndolo y temiŽndole a la vez. Rodolfo Vallesteres de los R’os, (flamante esposo de Macarena), a diferencia de su padre, naci— revestido de amoralidad y malas inclinaciones, creci— amigo de las drogas y frecuentador de prostitutas; sus actividades nunca fueron claras, hizo fortuna r‡pida con la ayuda del narcotr‡fico y la perdi— toda, tambiŽn con la misma ayuda; no era muy inteligente pero lo disimulaba con su prepotencia y ostentaci—n de grandeza, cosa que tampoco le favorecer’a a lo largo de sus actividades. Aunque amaba con locura a su mujer, no discern’a entre lo bueno y lo malo, medicamente estaba diagnosticado como esquizofrŽnico declarado. El, se autodefini— personalmente as’, como legado p—stumo antes de perder la cordura: -Rodolfo Vallesteres de los R’os, ese soy yo, un canalla que alcanz— su perfeccionamiento practicando maldades incesante desde la ni–ez. Soy como quien dice "torcido de nacimiento" ;aunque quiera no puedo evitar el goce con la desgracia ajena y mucho m‡s si yo puedo ser el autor de cualquier sufrimiento premeditado. ÀA quiŽn debo culpar? Àa mis progenitores, tal vez?, Àa la pol’tica que destroz— la vida de mis padres con prisi—n y posterior exilio?, Àa la intempestiva muerte de mi hermana mayor?, Àal alcoholismo de mi padre que luego se lo contagi— a mi madre? o tan s—lo a las infidelidades de ambos; o m‡s bien a circunstancias casuales e inmodificables; nunca lograrŽ saberlo. Tal vez nadie tiene m‡s culpa que yo mismo. Es probable que la causa fuera el embarazo, no deseado, de mi madre. ƒramos ya cuatro hermanos cuando mi padre fue tomado preso por conspiraci—n pol’tica, pero el meollo del asunto distaba mucho de ser as’. Mi padre era un pr—spero industrial maderero que se neg— de muy mala forma a vender su aserradero de Los Troncales a un pol’tico encumbrado del oficialismo, era nada m‡s y nada menos que el Ministro de Industria y Comercio de aquella Žpoca. As’ es que el gran pecado de mi padre fue defender lo que por derecho le pertenec’a. Nuestra vida se jodi— aquel d’a en que apareci— en nuestro aserradero esa camioneta destartalada, que m‡s parec’a una jaula para perros que un veh’culo policial; sin embargo y, a empellones, en ella encerraron a mi padre que con lo que llevaba puesto y sin despedirse de mi madre fue trasladado a Ciudad de Las Alturas, bajo cargos de conspiraci—n, sedici —n y dem‡s. Desolada, parti— mi madre presurosa detr‡s de la camioneta llevando consigo algo de dinero, una frazada, una poca de ropa y las medicinas de mi padre. Pens— que el malentendido se aclarar’a de inmediato y podr’an retomar sus ocupaciones regresando en un d’a o dos a lo sumo. Jam‡s regresaron. DespuŽs de muchas penurias de ir de un lado para otro, mi madre, bastante guapa y joven aœn, opt— por intercambiar sexo a cambio de la libertad de mi padre, previa venta forzada de nuestro aserradero de Los Troncales a un pariente cercano del se–or Ministro, quien, muy "magn‡nimo", entre gallos y media noche, sac— a mi padre de la c‡rcel, en calidad de exilado, con un salvoconducto para el vecino pa’s del Valle Bajo.

Durante los meses en que mi padre estuvo preso, no atorment— œnicamente a mi afligida e impotente madre, tambiŽn atorment— su salud como venganza a su destino. Protestando, airado, por las incomodidades y mal estado de aquellos desatendidos mingitorios del penal, decidi— que no los usar’a m‡s hasta que el Alcaide de la prisi—n atienda las innumerables peticiones de los 1.861 internos y procediese a la habilitaci—n, aseo y reparaci—n de las letrinas. Por supuesto, el Alcaide se defec— en la airada protesta por parte de un recluso como mi padre; en cambio, Žl, a fin de dar estricto cumplimiento a sus amenazas y con la ayuda de ingerir mucho estreptocarbocaptiazol y otras yerbas estri–entes, contuvo la evacuaci—n de sus intestinos hasta que casi revienta. Esta manifestaci—n inusual de protesta lo recompens— llev‡ndoselo al m‡s all‡ con un c‡ncer terminal de colon, 20 a–os despuŽs. Desde su amotinamiento, su intestino grueso qued— tan averiado que el est—mago le funcionaba por periodos, unos meses con demasiada frecuencia y otros espor‡dicamente, Žl nunca le dio importancia, hasta que sœbitamenbte un buen d’a, ya en el m‡s all‡, se enter— por terceros de la violenta causa de su muerte. Fue en Žste ’nterin que aprovechando una visita conyugal en la que desahog— su estre–imiento, mi madre qued — pre–ada sin yo ser consultado. Tal vez sea Žste el motivo real y original para que tantas y reiteradas veces me digan que soy una mierda. Con tanto relajo, mi madre opt— por tratar de lograr un involuntario aborto. Partir al exilio con cuatro hijos y otro en el vientre, con un marido desempleado y sin recursos no era lo ideal. Mam‡ hizo lo que pudo, cargaba maletas tan pesadas que ni mi padre pod’a con ellas, inger’a mates de yerbas amargas que le recetaban las mismas yerberas en los mercados. Por œltimo y sin medios para un aborto cl’nico, ambos se dieron cuenta de que yo me rehusaba a abandonar su vientre, no hasta dentro de los nueve meses de normal gestaci—n. Desde el d’a en que nac’ no fui bien recibido, mis padres concordaban con que era demasiado feo pero abrigaban esperanzas de que con el tiempo mejorar’a mi apariencia y ser’a "normal". No recuerdo el d’a en que mi padre me hiciera ni la primera ni la œltima de ausentes caricias que tanta falta me hicieron, tampoco recuerdo a mi madre amamant‡ndome amorosa o d‡ndome un ins’pido beso de despedida o bienvenida. Lo que no puedo olvidar aœn despuŽs de 50 a–os de existencia, son los castigos aberrantes, atentatorios a mi salud f’sica y mental. Hasta hoy padezco de los ri–ones porque mi madre sol’a obligarme a permanecer sentado durante horas interminables de agon’a en una palangana de agua helada congelando a mi pene junto a mis test’culos ( no sobrepasaba los diez a–os). Sigo escuchando a mi padre llamarme tonto, inepto y bueno para nada. Creo que el patito feo se hubiera sentido mejor conociendo mi realidad. A pesar de tanta rudeza, de tanto rechazo y recriminaci—n porque no era lo que deb’ ser, siendo que ellos me engendraron de esta forma, yo segu’a tratando; trataba de agradarles, fing’a una estœpida simpat’a, trataba de ser m‡s guapo y menos tonto, trataba de que me amaran siquiera un poquito sin Žxito alguno. El peor momento de mi vida fue cuando muri— mi hermana mayor, graduada con honores en la Sorbona de Par’s, siempre sobresali— en sus estudios, era guapa, reciŽn casada y madre de una ni–a de dos a–os. La noche del velorio, entre incontenibles sollozos, mi padre, consolando a mi madre, recriminaba a Dios en voz alta por esta injusticia cuestion‡ndole el que no fuera yo el escogido, yo el tonto, yo el feo, el bueno para nada, Àpor quŽ era yo el que segu’a con vida?. Como Dios evadi— la respuesta, mi padre comenz— a beber, primero un poco, despuŽs m‡s y termin— induciendo a mi

madre hasta convertirse ambos en alcoh—licos. Ahora que lo recuerdo todo, ya sŽ por quŽ soy como soy y quiŽn tuvo la culpa. -------------Mientras tanto, para escapar a su presente (cuatro a–os de tortuoso e infeliz matrimonio), Macarena se dedic— de lleno al trabajo, abri— una agencia de publicidad, que en poco tiempo lleg— a ser muy productiva e importante y que le permit’a alejarse de su marido con mucha frecuencia. A tropezones Celina hab’a terminado su carrera de derecho, que jam‡s ejercer’a por incapacidad de poder elaborar, presentar y defender su tesis. As’ estaba la vida de ambas cuando se volvieron a reencontrar. El estado f’sico de Celina dejaba mucho que desear, produciendo tanta l‡stima a Macarena que, sin dubitar ni adivinar las consecuencias, no dud— en ayudarla invit‡ndola a trabajar con ella en su agencia de publicidad. Transcurrido un mes desde que Celina comenzara a trabajar en la agencia de su amiga, que el general (quien fuera candidato a Vicepresidente), fue nombrado Ministro para alegr’a y benepl‡cito de ambas. No por esto Celina dej— su trabajo, le agradaba de sobremanera; con el asesoramiento de Macarena aprendi— r‡pidamente el "teje y maneje" de la parte de relaciones pœblicas; tambiŽn y bajo la misma direcci—n, aprendi— a vestirse adecuadamente, se cort— el abundante y desordenado cabello encrespado obteniendo un nuevo "loock" que ni siquiera Awicho, en su anterior intento pudo lograr con sus consejos, el Ministro estaba muy complacido pensando en el favorable cambio de su joven esposa. Para sorpresa de ambos, Celina arremeti— nuevamente en el tema que no dejar’a jam‡s, la infidelidad conyugal. Sin recato alguno involucr— en su vida sentimental al edec‡n de su esposo, un militar alto y buen mozo quien divid’a su tiempo atendiendo a ambos esposos, a Žl en la rutina de su trabajo y a ella en la rutina de su alcoba. Celina no era cuidadosa respecto a sus continuos deslices amorosos, era incapaz de ocultar sus acciones o sentimientos para con sus amantes. Como de costumbre, despuŽs de haber logrado que Celina le consiga el ascenso que necesitaba (intercediendo ante el Ministro), el edec‡n se retir— de sus vidas sin mal ni m‡s. Celina no pareci— molestarse u ofenderse, total... ya hab’a logrado algunos acercamientos con Rodolfo Vallesteres, el esposo de su amiga y benefactora. Ambos parec’an llevarse muy bien, comenzaron a asociarse en algunos negocios (bastante turbios por supuesto), exportaban oro "de contrabando" aprovechando la inmunidad y pasaporte diplom‡tico de Celina, viajaban a Venezuela a concretar "negocios" que inclu’an drogas adem‡s de otros placeres mœtuos, llevaban al pa’s del norte remesas de cheques de cuentas bancarias pertenecientes a narcotraficantes clandestinos, (para cobrar o depositar), girados por enormes cantidades de d—lares; en fin... se juntaron el hambre con las ganas de comer, eran tal para cual y con la deficiencia de su mœtuo intelecto, ella, en su altruismo, fusionaba el Žbano de su piel con el marfil de la piel de Žl convirtiŽndolas en melod’as sensuales cada vez que se escond’an para aparearse. Macarena, ignorante de las actividades de su marido, no dudar’a jam‡s de su mejor amiga y protegida, por esto, cuando Wanda le coment— haber visto a su marido en su oficina, besuqueando apasionadamente a la negra, fue incapaz de darle crŽdito. Sin embargo, y por si un casual, lanz— una seria advertencia a su esposo que, de inmediato, "enfri—" su affaire con Celina, cambiandola por su prima Ana Mar’a, la de

Venezuela. Aunque sin olvidar la afrenta, Celina tuvo que conformarse con retornar al acostumbrado papel de andaveydile o de celestina. Por toda excusa, le ech— la culpa a Belcebœ de no honrar su acuerdo. Para ayudar a sobreponerse del abandono por parte de su "socio y amante", m‡s que de prisa se involucr— con uno de los gerentes del banco estatal de Ciudad de las Alturas, al que conoci— en un viaje que hiciera acompa–ando al marido a una reuni—n del Fondo Interamericano de Desarrollo. El pretendiente, diez a–os menor que ella, inexperto y entusiasmado por hacerle el amor a la "famosa" aunque bastante desprestigiada esposa del ministro, m‡s tard— en regresar de la reuni—n que en publicar sus deslices jact‡ndose de su buena suerte. Esta vez ser’a diferente, Celina sobrepas— su entusiasmo y su amante el suyo, a pesar de las advertencias por parte de la abuela muerta hac’a m‡s de cincuenta a–os. La pareja se luc’a a vista y paciencia del cuerpo diplom‡tico, el ‡mbito gubernamental y el pa’s entero. Nuevamente Nieves ofici— involuntariamente de "alcahuete" en el nuevo contubernio de su hija, involucrando tambiŽn a sus nietos adolescentes, que se acostumbraron a viajar con su madre, encubriŽndole sus amor’os. Los viajes de Celina, acompa–ada por su madre, sus hijos y su amante de turno (el banquero), se hicieron tan frecuentes que nadie, ni el propio ministro los pod’a ignorar, mucho menos despuŽs de tanta broma pesada que circulaba en el ‡mbito gubernamental, respecto a la cantidad, tama– o y peso de sus cuernos. Tomando cartas en el asunto y sentando un precedente que lo redimiera de ser cornudo, el ministro movi— cielos y tierra y no cej— hasta hacer destituir al banquero por haberse inmiscuido en su vida sentimental arruin‡ndole, no s—lo una brillante carrera bancaria, sino todo un futuro promisorio. Los desvergonzados amor’os, obligaron al banquero a mudarse de ciudad, aceptando inconsolable las terribles consecuencias de sentirse perseguido y proscrito, por el œnico delito de haberse "encamado", al igual que muchos otros, con la mujer del ministro. El banquero result— ser el chivo expiatorio del asunto. No es que a estas alturas al ministro le importase mucho, era cuesti—n de Žtica y moral, Žl no era un santo, pero s’ un pol’tico reservado que jam‡s daba quŽ hablar o involucraba a sus hijos en sus "aventuras" pasajeras. Apreciar’a si su esposa hubiera mantenido en reserva y discretamente su comportamiento vergonzoso. Lo que el Ministro no tom— en cuenta es que œnicamente logro deshacerse del "sof‡" en lugar de quiŽn hac’a mal o buen uso de Žl. Enterado del esc‡ndalo y bastante molesto con el comportamiento y falta de recato de Celina, Awicho decidi— castigarla aplic‡ndole la ley del hielo absteniŽndose de mencionarla en sus cr—nicas sociales por m‡s de dos meses. Al darse cuenta del enfado que caus— a su dilecto amigo la impertinencia de su œltimo"affaire" y para suavizar y enmendar la terrible situaci—n que la hizo caer en desgracia ante el relator de "chismes" de la Žpoca, Celina decidi— recompensar una vez m‡s la fidelidad y amistad de su ’ntimo amigo, poniŽndole coto al asunto con su nombramiento dentro del gabinete ministerial. Ante tal ofrecimiento, Awicho olvid— las murmuraciones, perdon— los agravios y de prisa asumi— sus nuevas funciones, comenzando por la redecoraci—n del Sal—n de Conferencias y su propia oficina.

MIEDO...? Se inclina la plebe ante el temor a mi presencia Se esconden... y cesan los murmullos las pisadas de mi sigilante caminar No hay atrevimiento impune al ejemplar castigo para aquŽl que ose el desafio de mirarme fijo o hablar de mal Due–a absoluta soy del instrumento preciso de argumentos y deseos las —rdenes habr‡n de acatar y es que poseo el poder de los hombres de esta tierra y de los esp’ritus del mal

EL PODER...

Ni bien su esposo asumiera el ministerio y sin que nadie se inmute por ello, Awicho ser’a nombrado Jefe de Prensa del Gabinete ante la protesta airada y el desagrado de la Asociaci—n de Periodistas, que no comprender’an tal afrenta, puesto que Awicho jam‡s ejerci— la carrera de periodismo o alguna rama af’n. El poder y estatus que le significar’a el nombramiento ser’a un pago m‡s que suficiente al apoyo incondicional que le dedic— a su amiga a lo largo de todos estos a–os tanto de triunfos como de derrotas. Al d’a siguiente de ser nombrado Awicho, las puertas se le abrieron de inmediato, tanto en el ‡mbito gubernamental como diplom‡tico; h‡bil como era en el arte de adular o atacar las debilidades humanas y manipular los temores de la sociedad, se adue–— de cuerpos y almas de conocidos o extra–os. El temor y angustia a que somet’a a cuanto convidado asistiera a las recepciones de las cuales era responsable por la cr—nica social, manten’a en sufridas ascuas a los comensales oblig‡ndolos a medir sus comentarios, contener sus antojos y controlar la sed; cualquier exceso en estos casos jam‡s pasaba inadvertido por el ojo inquisidor y sentencioso de quien, inclemente, pon’a en evidencia a cualquier culpable del delito de pasar un momento agradable, degustar la gastronom’a o hacerle honores a un buen vino, acus‡ndolos en su cr—nica del d’a siguiente de anarquistas, carentes de cultura "gourmet" o simplemente de alcoh—licos consumados, protagonistas todos ellos de un inexistente papel—n. Por razones de frustraci—n sexual, las se–oras eran las v’ctimas principales en sufrir el escarnio en las cr—nicas de Awicho, m‡s aœn si eran j—venes, bellas, divorciadas o si ten’an el descaro de gozar de un discreto romance a hurtadillas, prototipo admirado por casados, viudos, divorciados o diplom‡ticos. Los celos que le atormentaban en estos casos eran canalizados implacables a travŽs de sus malŽvolos y molestos comentarios (muchas veces muy fuera de lugar), contrarios a lo que una buena cr—nica social indica. A nadie le pas— inadvertido el comentario que publicara al d’a siguiente del cocktail de aniversario en la embajada de un pa’s lim’trofe, Žste suscit— airadas protestas por parte de su agregado naval, a cuya joven y bella esposa acus— de su mal gusto y falta de roce social, por vestir para aquŽl acontecimiento un traje estampado, segœn Awicho, muy similar al de las cortinas de uno de los salones, asegurando que la dama, por falta de recursos o exceso de antojos en su imperceptible embarazo, se habr’a atrevido a echar mano de uno de los vistosos cortinajes. El incidente oblig— a la joven pareja a pedir su inmediato traslado para evadir las miradas indiscretas y no escuchar los constantes cuchicheos que generaba su presencia en cualquier evento social. Tampoco exoner— de culpas a aquella otra dama golosa que cometi— el

grave delito de guardar celosamente varios de los deliciosos dulcesitos que ofrec’a en su maravilloso buffet cierta persona. El sacrilegio fue visto por el inquisidor y publicado al d’a siguiente acompa–ado por un fallo inapelable de excluir el nombre de la dama para futuros convites. Muy avergonzada, pero de fluido ingenio, la aludida restituy— al d’a siguiente los seis dulcesitos en sus respectivos pirotines acompa–ados de un enorme arreglo floral y una gran tarjeta que env’o a Awicho, disculp‡ndose por el atrevimiento. Pareciera que esta ingeniosa actitud en la dama y el detalle que demostr— "clase", lograron motivar el perd—n del cronista, reincorpor‡ndola en sus cr—nicas sin volverla a ofender, al contrario, de a muchas otras que, por peque–os detalles que fastidiaran al "gay", fueron declaradas personas "non gratas" en su columna de sociales a veces a perpetuidad. Sus comentarios suspicaces (acusadores entre l’neas), pusieron en evidencia muchos altercados matrimoniales; los caballeros o damas que asist’an sin su habitual compa–era (o), corr’an presurosos a su encuentro implor‡ndole anticipada clemencia justificando la ausencia ya sea motivada por viaje o por enfermedad, caso contrario... el veredicto a travŽs de sus cr— nicas hacia entrever que algo inusual se "cocinaba" en el ‡mbito social y la inquisici—n lanzaba su primera piedra. Cuando Awicho era ignorado o no le rend’an la debida 'pleites’a, reaccionaba escribiendo el apellido del infractor con algœn percatable error ortogr‡fico o cambiando el nombre de pila al protagonista de acuerdo a su innovadora y propia ortograf’a, especialmente si se trataba de un nuevo Embajador; pero tambiŽn demostraba sus preferencias y ten’a sus favoritos a quienes no obviaba de mencionar o publicar reiteradamente en sus fotos, Žstos eran los integrantes de un grup’culo de personas adineradas o de sociedad, cuya realizaci—n personal y mayor aspiraci—n consist’a en aparecer en la cr—nica social de cualquier peri —dico y, tanto mejor, si se trataba de la publicaci—n de Awicho. Este grupo de nuevos ricos estaba compuesto en su mayor’a por se–oras ya mayores esposas de importantes banqueros, industriales, pol’ticos o diplom‡ticos, cuyos maridos disfrutaban los pocos a–os de vigor amoroso en los brazos de sus j—venes y bellas amantes. Contrarrestando estas circunstancias, Awicho promov’a la popularidad de la sindicada mencion‡ndola en todas y cada una de sus publicaciones, tan s—lo para demostrar a las j—venes y crŽdulas de las amantes, que aquellos matrimonio eran s—lidos como la roca y la sociedad que Žl comandaba, jam‡s aceptar’a a ninguna intrusa que osara, siquiera intentar, arrebatarle el marido a cualesquiera de las damas en cuesti—n, por m‡s nuevas ricas que fuesen. Por lo tanto, era sabido que si una dama de sociedad era frecuentemente mencionada en sus cr—nicas, se deb’a a que el marido de la infeliz estaba enredado hasta el cuello con alguna joven, bella e inteligente dama, no de esa sociedad por supuesto. DespuŽs de lograr el dominio en su propio imperio de sociales, awicho (con la participaci—n de Celina), se perfeccion— en el rubro de las antigŸedades, que Žl las consideraba como a su segunda debilidad, dejando bien en claro cual era la primera. Conocedor experto del arte colonial, realiz— una gira silenciosa por el interior del pa’s, estuvo en ciudades del Valle, Tr—pico, y Las Alturas que aœn en ese entonces, conservaban un oculto patrimonio de arte colonial celosamente guardado o en poder de inescrupulosos religiosos, civiles herejes, parroquianos ignorantes o descuidados anticuarios. Awicho "rescataba" obras de arte, pagando sumas irrisorias a sus necesitados propietarios. En un lapso de tres a–os, pose’a una importante colecci—n de arte por encima de las

doscientas ochenta piezas entre lienzos y l‡minas, algunas aœn conservaban sus marcos originales, otras sin ellos y una que otra era enrollada por falta de espacio o comodidad, hasta ser ofertadas y posteriormente adquiridas por coleccionistas extranjeros o diplom‡ticos inexpertos que algunas veces, v’speras de su partida definitiva, eran estafados por Awicho adquiriendo una rŽplica a un costo de pieza original. Todo depend’a de la buena o mala fortuna de ambos. Los presagios de Celina eran de vital importancia para el Žxito de los negocios mancomunados, ya que compart’an lucro y rŽdito en partes iguales, as’, su amistad se fortalec’a con el crecimiento de las utilidades y la expansi—n de los negocios a los mercados de Europa, que gustosos les ofrec’an buenas sumas de dinero por exhibir un Melchor PŽrez de Holguin en sus museos, Awicho consegu’a las pinturas a su habitual manera, aunque en dos oportunidades debi— "robar" a sus propios clientes para vender dos veces el mismo cuadro, la rŽplica y el original, otras veces, aprovechando su c‡mara indiscreta desviaba la lente para, a pedido de algœn comprador, captar pinturas originales (en lugar de aburridos invitados), reproducirlas y vendŽrselas despuŽs. El negocio hubiera seguido produciendo de no haber sido por el tri‡ngulo amoroso en el que se vio envuelto con dos diplom‡ticos homosexuales, quienes, disputando la preferencia de sus sentimientos, ocasionaron un esc‡ndalo mayor, que le cost— una fortuna acallar, sin olvidar la perdida de m‡s de la mitad de su patrimonio cultural, que le fue confiscado por la polic’a como prueba sustancial de aquel hecho bochornoso, tipificado como tr‡fico de arte con connotaciones de adulterio "gay", hecho que no por el cual, perdiera su pedestal dentro de su imperio amoral del mundo social y decadente; tan s—lo perdi— dinero que era f‡cil de recuperar. De todas formas, en el transcurso de cinco a–os hab’a logrado hacerse de un buen capital, ahora Bertolina, su madrecita muy anciana y ajena al origen de su bonanza, podr’a disfrutar su vejez siendo tratada con las consideraciones de una reina y gozando de todos los adelantos de la ciencia moderna que le prolongar’an su merecida longevidad que, por cierto, bien merecido se lo ten’a.

INDELEBLE De hoy sŽ del ma–ana presiento sufro sue–os de tormento veo estrellas del m‡s all‡ estoy cielo adentro habitando la profundidad Calmo vientos arrullando tempestades due–a soy de la mortandad me obedece el aire el sol me somete Voluntades domino porque soy quien soy Poseedora del espacio longevo transito mundos de eternidad paseo el Universo retozando en las nubes hasta que me sobresaltan los truenos y me despierta el rel‡mpago en medio de tu claridad

LA IGNORANCIA...

Al aceptar Celina la fuerza desconocida, nueva y poderosa que se manifestaba ocasionalmente a travŽs de sus oscuros ojos (herencia declarada de su abuela), empujada por el atrevimiento de su ignorancia no superada, un buen d’a, decidi— cambiar el color a sus ojos negros por el verde chispeante de los de su antepasada para que as’, sus espor‡dicos poderes se pusieran de manifiesto con la misma fuerza con la que los chispeantes ojos de su abuela hicieran tantas maravillas. Este ingenuo pensamiento la motiv— a usar lentes de contacto de un color verde jaspeado tan irreal... que chillaba en contrastes y

proporci—n, cambio que, hip—critamente, le alabaron sus pretendientes, amigos y amantes. Unicamente su leg’timo marido le hizo este fugaz comentario- "Te veo diferente hoy, tienes algo extra–o, Àte sientes bien?"-. Para su infortunio, el efecto fue contradictorio a lo esperado y al cabo de unos meses de total ausencia de sue–os y premoniciones, reconociendo el garrafal error, se vio forzada a erradicar los lentes y junto a ellos esa apariencia de gatœbela mestiza que aullaba a falsedad d‡ndole mas bien un aire con halo de caricatura. Como al inicio de su aventura estŽtica, el retorno al color original en sus ojos volvi— a generar un aislado comentario en su marido - "Te veo bien hoy, Àya te sientes mejor?" -. A ra’z de su constante e il’cita actividad y ya sin gozar de la protecci—n de la mujer del ministro Rodolfo Vallesteres fue a parar a la c‡rcel acusado de mœltiples estafas, tanto a bancos como a personas particulares que, al igual que al industrial de Costa Morena, le hicieran entrega de los ahorros de toda la vida a cambio de jugosos intereses imposibles de pagar. Lo parad—gico y curioso del asunto fue que, Celina se encarg— personalmente de que as’ sucediera, como venganza por el abandono junto al desplante que sufriera tiempo atr‡s y que jam‡s le perdonar’a. Entre sus innumerables amantes estaba ese compa–ero de universidad que, a diferencia suya, culmin— brillantemente la carrera especializ‡ndose en derecho penal y consiguiendo, gracias a Celina, que lo nombraran abogado del banco estatal; a cambio del favor, Žl le dar’a una participaci—n del 20% de sus honorarios. Una mina de oro que le abri— los ojos. Aprovechando el momento y para orgullo de Satan‡s, se dedic— a los "negociados" tipificados como Corrupci—n dentro del incipiente c—digo penal de las leyes del Pa’s de las Alturas. La venta de consulados honorarios le report— un gran patrimonio; vendi— un consulado honorario en Taiw‡n, otro en Jap—n y un tercero en Europa, cada uno fue negociado por cincuenta mil d—lares y a ella tan solo le costaron sus buenos oficios y una que otra encamada (a espaldas de su marido) con los amigos del ministro para que le hicieran el favor. Muy satisfecha con sus logros pens— que Belcebœ se hab’a puesto "las pilas" y el trato finalmente comenzaba a funcionar. Ella estaba en lo suyo. El hueco de Rodolfo Vallesteres al banco estatal ascend’a a trescientos mil d—lares que, por el 20% de la comisi—n que recibir’a Celina, Žsta, no dud— en asociarse con su ex amante el abogado, para que la justicia tomara preso a Rodolfo, quien, supuestamente del susto, desembuchar’a el monto adeudado en menos de lo que canta un gallo. Con enga–os, Celina convoc— la presencia del infortunado que, ni bien puso un piŽ en las oficinas del banco, fue detenido por cuatro detectives vestidos de civil y bien armados que lo trasladaron de inmediato a la c‡rcel de Alcantras, ante la pasiva y triunfante mirada de la negra. Cuando Macarena fue a rogarle a su buena amiga por la libertad del condenado, Žsta, imp‡vida e indolente manifest— que el "tema" no era de su incumbencia, con lo cual, la amistad de ambas qued— rota para siempre. Lo que los abogados y Celina ignoraban, era que Vallesteres estaba tan quebrado que no pose’a un solo centavo, lo que implicar’a que cumpla una condena de por lo menos diez a–os de reclusi—n. Sus negocios con los narcotraficantes hab’an sufrido impredecibles reveses, al extremo de haber expuesto a merced del narcotr‡fico (sin querer), la vida de su esposa y de los hijos engendrados en sus amantes, que estuvieron a punto de ser eliminados por algœn incumplimiento en los negocios de

ambos. Si Macarena hubiese sabido tantas cosas de su marido, con seguridad no lo hubiera ayudado a escapar de la c‡rcel y a dejar el pa’s. Sin embargo, lo hizo por considerar Žsta, la œnica manera de librarse legalmente de Žl. Los meses que Vallesteres paso en la c‡rcel de Alcantras le sirvieron para hacer un exhaustivo an‡lisis de conciencia. De la noche a la ma– ana lo hab’a perdido todo. De sus incontables amor’os œnicamente dos mujeres se acordaron de visitarlo, Nelly, la de Valle Bajo (tambiŽn amiga de su mujer), madre de su primogŽnito y Ana la de Caracas, prima de la negra Celina y madre de dos de sus tres hijos. El resto... a rey muerto, rey puesto. A pesar de todo lo ocurrido, Macarena estaba ah’, incondicional, moviendo cielo y tierra por ayudarlo mientras que Žl se hac’a consolar con sus amantes en su inc—moda y diminuta celda del penal. Entre las cosas que recordaba y tal vez de las que se arrepent’a, estaba aquella aventura en un prost’bulo de mala muerte durante un viaje a Ciudad Campestre, fue esa prostituta de catorce a–os que, oliendo a sexo guardado le peg— sus ladillas; lo peor del asunto, es que quien descubri— a estos inc—modos huŽspedes alojados en sus partes ’ntimas fue su esposa, haciŽndolo avergonzarse ante la imposibilidad de evitar seguir siendo el mismo canalla intachable. Para exterminar ladillas, es imprescindible no solamente afeitarse los bellos pœbicos y lavarse con desinfectantes tan fuertes que enronchan la piel, sino extraer los bichos que peor que garrapatas, incuban bajo la piel, tornando el proceso molesto y doloroso. Por este peque–o incidente casi pierde a su familia; su esposa lo abandon— dos meses, tiempo durante el cual se la paso arrodill‡ndose a diario pidiŽndole perd—n y jurando una fidelidad imposible de profesar, pues le significar’a lo mismo que un celibato forzado. Le sobraba tiempo para recordar. Recordaba a sus amantes, le encantaba deslumbrarlas convid‡ndolas a viajes estupendos y cruceros por el caribe; les obsequiaba joyas, vestidos caros, inclusive a Nelly, la de Valle Bajo, (madre de su primogŽnito, con la cual anduvo m‡s de un a–o y medio) le compr— un peque–o departamento y un bonito auto. Haciendo un balance, por primera vez se dio cuenta de lo poco que le hab’a dado a Macarena en comparaci—n a otras mujeres... Áni siquiera una casa propia! y eso que se trataba de la mujer de su vida, tal vez fue porque nunca ped’a nada o no quiso darle descendencia, se conformaba con el fruto de su trabajo y la mensualidad para cubrir los gastos de la casa. Se consolaba a s’ mismo prometiendo que cambiar’a; en el futuro ser’a buen padre y mejor esposo pero, lo que Žl no se imaginaba, era que ya no habr’a futuro, acababa de cerrar con broche de oro la relaci—n con su familia. Macarena lo ayudar’a a fugarse de la c‡rcel y salir del pa’s por el solo hecho de tratarse de su marido pero, para ella... estaba decidido que su matrimonio hab’a concluido indefectiblemente. Vallesteres pudo soportarlo todo, la quiebra, la c‡rcel, la fuga, la pŽrdida de amantes y supuestos ’ntimos amigos, vivir en un forzado exilio y miles de peripecias que tuvo que pasar al iniciar una nueva vida pr‡cticamente comenzando de cero y sin un centavo. Su tormento y mayor castigo fueron la pŽrdida de su esposa y la separaci—n de sus hijos, jam‡s pens— que esto le pudiera suceder a Žl y para sobreponerse a su desdicha y desventura, comenz— a desvariar, en su locura, unas veces encontraba a su esposa desnuda a la vuelta de su casa para arroparla con sus besos y cubrir con caricias su desnudez, otras veces, culpaba a Macarena de todos sus infortunios, juraba que lo hab’a

estafado adue–‡ndose de su despilfarrada fortuna e insist’a en que ella era la deudora y deb’a pagarles a sus acreedores. Se desestabiliz— emocionalmente, elucubr— miles de historias (que se las creer’a hasta su muerte), incluida la de los hijos que Macarena tuvo con su nuevo esposo y Žl reclamaba como suyos; historias que lo exoneraban de sus delitos y errores (muri— totalmente loco, internado en el manicomio de Ciudad Sol, solo y abandonado pero sin percatarse jam‡s de ello). Durante el proceso que dar’a lugar su locura, trabaj— arduamente sin dejar por esto de seguir siendo un canalla. Estaf— a los que pudo con la excusa de que Žl tambiŽn fue estafado, soport— estoicamente las crisis emocionales que espor‡dicamente le causaban el exceso en el consumo de alcohol o de droga. Al cabo de 14 a–os de forzado exilio y gracias a la prescripci—n de sus deudas pendientes con la justicia del Pa’s de las Alturas se sinti— apto y decidi— retornar con su incipiente locura, poco equipaje pero acompa–ado de un importante patrimonio: enormes deseos de venganza por el "inexplicable" abandono de su esposa y los hijos que tuvo con otro y que a Žl nunca le quiso dar, deudas que deb’a hacerse pagar por ella y, m‡s que nada, la necesidad de volver a sentirse importante, adinerado, respetado y temido; estaba predispuesto a reconstruir su pasado, no importar’a si el narcotr‡fico o los negociados y estafas volvieran a formar parte de sus actividades, el fin justificar’a los medios; aprendi— de sus errores y se prometi— ser cuidadoso, menos confiado y nada generoso... un perfecto canalla. La negra Celina no desaprovech— en nada los catorce a–os de exilio de Vallesteres. Su marido, cansado de tantos cuernos y ya sin ser ministro, retom— su curul en el Senado y se dedic— por entero a la pol’tica en la oposici—n. Entre los distintos ajustes que el general introdujo a su vida estuvieron: el divorcio de Celina y un nuevo y muy estable matrimonio con una bella y joven extranjera que lo hizo inmensamente feliz hasta el d’a de muerte, much’simos a–os despuŽs. Celina tuvo que conformarse y aceptar la inesperada y sorpresiva fuga de la c‡rcel de Vallesteres que le arrebat— su "comisi—n" del 20%; a cambio Belcebœ, consol‡ndola, le proporcion— otras muchas utilidades de los juicios por mora que manten’a el banco estatal con asustados e indefensos parroquianos que, de la noche a la ma–ana, se encontraron a merced de las inescrupulosas garras del dœo Celina/abogado. Ella, al igual que Vallesteres, culpaba a Macarena tanto por la fuga como por el divorcio o el nuevo matrimonio de su ex marido el general. De haber continuado siendo la esposa del Ministro, su fortuna personal hubiese sido considerable pero a su divorcio, le sobrevinieron varios males, la rescisi—n del contrato del banco estatal con su ex amante (a ra’z de sus comisiones), la desaparici—n de un sinf’n de pretendientes que la cortejaban para sacarle algœn provecho o meterla, adem‡s de en sus camas, en cualquier negocio dudoso pero productivo. Dej— de ser importante para regresar a lo que siempre fue, con la diferencia de haber "amasado" una il’cita y peque–a fortuna. Con su peculado, emulando a Macarena, compr— una agencia de viajes, una casa, dos departamentos, una vagoneta, algunas joyas y otras pocas chucher’as que inclu’an un hermoso departamento ubicado en el malec—n de Miraflores en Ciudad Coste–a. Otra buena parte la gast— en asociarse con su hermano mayor Miguel Acarrea Acarrea poniendo un sals—dromo en la que fuera casa del extinto sub oficial; esta œltima inversi—n merced a un "recordaris" de Satan‡s que insatisfecho por su buen comportamiento, œltimamente la acosaba a travŽs del esp’ritu de su

difunto padre. - Satan‡s no est‡ contento contigo hija m’a- dec’a Don. Juan JosŽ, es poco lo que has hecho hasta ahora, tienes pendientes de cumplimiento varios puntos de lo acordado, es hora de que te apresures con lo estipulado o el se–or de las tinieblas otorgar‡ a tus enemigos el poder d‡ndoles las cosas que te prometi— a ti, no lo enfades, debes cumplir, no te sometas a tu albedr’o puesto que ya no tienes salida y mientras m‡s te demores... apresurar‡s tu muerte dejando inconclusa tu venganza.Estas advertencias la inquietaban esforz‡ndose por reivindicar su involuntaria demora. El sals—dromo ser’a un valioso instrumento de encubrimiento a varias actividades deshonestas que inclu’an: venta de droga al menudeo (para clientes consumidores), prostituci—n al mayoreo y consumo de bebidas alcoh—licas totalmente adulteradas; todo esto, con el desaprobado conocimiento de su hermano el administrador, quien no pudo evitar que su Celina, reclutara a sus dos hijas j—venes y guapas para encargarles el entretenimiento de los clientes, logrando con sus encantos un sustancial incremento en las utilidades y lo que fuese necesario, con tal que reporte ganancias a la sociedad en comandita. La idea del sals—dromo le sobrevino a ra’z de innumerables contactos que adquiri— durante sus incontables viajes al Caribe. No olvidar’a jam‡s su primera visita a La Habana, al igual que Duvallier en Hait’, hasta el mismo Fidel confraterniz— con ella llen‡ndola de atenciones por ser esposa de un importante Senador. Identificada con sus or’genes, abandon— la aburrida compa–’a de su marido para descubrir el encanto de la costa Norte de AmŽrica del Sur, justo en el punto en donde se une con el agua color turquesa del mar Caribe, para cobijarse (durante una semana de sana estad’a y de meditaci—n), en el anonimato del tranquilo y poco visitado Puerto la Cruz, ubicado a lo largo de la bah’a de Pozuelos. DespuŽs de muchos a–os sinti— abrirse los poros de su piel morena que sedientos, albergaron el roc’o de cada amanecer que cortŽs y se–orial, se desped’a de las estrellas al iniciar un nuevo d’a en la tierra. La energ’a que aspiraba en cada alborada la invad’a de bondad y amor por el universo, la naturaleza toda, se un’a para envolverla con sus aromas de frescura tropical; a la llegada del atardecer el astro sol se posaba con lenta delicadeza en el horizonte de su mar de aguas tibias y cristalinas; era entonces cuando Celina se transportaba caminando embelesada sobre los colores del arco iris cruzando ese mar hasta el infinito, para retozar su desnudez sublimando su esp’ritu. En esa semana de descanso espiritual, purific— el cuerpo y el alma avivando las escorias de bondad que aœn adormec’an su interior. Aprovechando la situaci—n y burlando la compa–’a de su esposo (en reiteradas ocasiones), aprovech— para contactarse, no s—lo con autoridades de gobierno, sino tambiŽn para intimar con incontables disidentes pol’ticos, pobres pero ansiosos de libertad y mejoras econ— micas. Los primeros "arreglos" que hiciera Celina (durante una de sus visitas a las islas), para evacuar legalmente a un grupo de cuatro profesionales mŽdicos, fue un trueque de servicios por los grandes arreglos que le hicieran de todo su f’sico, aprovechando el desarrollo de la ciencia mŽdica en avanzadas pr‡cticas de cirug’a estŽtica con que cuenta una de estas islas. No solo le afinaron la nariz ancha que ten’a, le disminuyeron los p—mulos, le cambiaron la irregular dentadura y por supuesto... no se descuid— la lipoaspiraci—n de grasas del abdomen, ni el levantamiento de sus pechos que, gastados por la edad y

los acontecimientos, estaban bastante fuera de su lugar de origen. Lo œnico que qued— sin soluci—n, tal y como se lo mandara a decir el demonio, fueron sus enormes pies anchos y sus regordetas manos de dedos cortos y gruesos. A pesar de aquello, estaba muy satisfecha y presta a retribuir el trato. En menos de tres meses, arribaron al pa’s sus amigos galenos, "legalmente", invitados por cl’nicas tan importantes como inexistentes que les firmaron contratos indefinidos de trabajo, al poco tiempo y sin saberse como... resultaron haber nacido en cualquier rinc—n del extenso Pa’s de las Alturas. Este peque–o "arreglo" dio piŽ a muchos m‡s. Sin que las autoridades se percaten, el pa’s se llen— de caribe–os que tan s—lo con pisar nuestra tierra se convert’an en alture–os de nacimiento, con sus respectivas cŽdulas de identidad vigentes y en orden, aœn sin dominar el idioma espa–ol. Llegaron mŽdicos mestizos, tŽcnicos medios mulatos, mœsicos morenos, brujos negros, peluqueros blancos pero maricas y hasta mozos mandingos que, por supuesto, trabajaban por precios muy m—dicos en su sals—dromo u otro lugar. Para felicidad de Matilda la pitonisa, Henry arrib— a la ciudad en las alturas como espirita avanzado y portador de secretos poderosos de ciencias ocultas de origen africano que ayudaban a Celina en sus cometidos. Ella, cobraba por sus nacionalizaciones un precio diferente dependiendo del f’sico y buena voluntad del parroquiano; por ejemplo, la llegada de Henry se origin— como retribuci—n a varios "trabajitos" que exitosamente le realizara, a pesar de haberle anunciado su futuro inmediato como la amante de un loco desafortunado, que le acarrear’a tanto el infortunio como el sufrimiento; en cambio, entusiasmada por el "buen parecido" del mœsico trompetista, no s—lo lo trajo libre de costo, sino que tambiŽn lo instal— en su estupenda cama King size. Enamorada del trompetista se convirti— en su manager promoviŽndole su talento durante los 16 meses de luna de miel que le tom— convertirlo en famoso; una vez alcanzada la fama, el mœsico agradecido, sustituy— a su amante y promocionadora por una valluna joven, bella y acaudalada que lo pidi— en matrimonio durante el frenes’ en uno de sus conciertos en Valle Bajo. Fue un duro golpe para Celina, realmente se enamor— del tarambana siete a–os menor que ella, llevaba sangre de negros en las venas y revest’a un ardiente torrente de pasi—n que desbord— a menudo haciŽndole el amor; tal vez le recordaba un poco al padre de su hijo, pero s—lo un poco. Carlota tambiŽn sinti— el abandono del trompetista que una que otra noche, en un descuido de su madre, incursionaba en su habitaci—n para acariciar su joven desnudez dej‡ndola exitada y a la vez maravillada. Descontenta con este primer resultado que la dej— infeliz y desabrida, Žsta vez, reclut— para sus amores a un cirujano estŽtico que, aunque menor que ella, era m‡s serio y daba menos que hacer que su compatriota anterior. Como intercambio de servicios a su nuevo conviviente, adem‡s de mantenerlo, le consegui— trabajo y documentaci—n; a cambio... el la contentaba sexualmente tanto como pod’a. El galeno fue m‡s inteligente que cualquiera de los amantes que desfilaron por sus aposentos. Aprovechando la agencia de viajes y las constantes invitaciones a "viajes de familiarizaci—n" para agentes, Celina accedi— a la insistente solicitud de su amante, para que le patrocinara la asistencia a un congreso de cirug’a maxilofacial que tendr’a lugar en la ciudad Miami. El viaje saldr’a gratis si ella lo enviaba como empleado suyo. Decidida a premiar la buena conducta y los esfuerzos que hac’a (como concubino de turno), por satisfacerla sexualmente siempre

que se lo ped’a, lo nacionaliz— de inmediato compr‡ndole un pasaporte que, munido de su respectivo carnet de identidad, acreditaban su nacimiento en Puerto Lejano, ciudad de Valle Alto que aquŽl mŽdico no llegara nunca a conocer. Listos los arreglos y con gran facilidad, se le tramit— la visa para los Estados Unidos y as’, con documentaci—n en mano y en orden, una ma–ana muy temprano, embarc— a su amante desde el Aeropuerto de las alturas, en el vuelo de American Airlines con destino a la ciudad de Miami, bajo promesa de ir a recogerlo personalmente dentro de una semana. Al tercer d’a y sin noticias del amante, preocupada, debi— hacer un mont—n de llamadas a diferentes hoteles hasta enterarse de que el tal "congreso de cirug’a maxilofacial" nunca se realiz— y que al galeno se lo trag— la tierra en cuanto puso piŽ en suelo americano. Jam‡s volvi— a saberse de Žl. Pero no por estos peque–os y desagradables detalles claudicar’a en las legalizaciones de sus importaciones ciudadanas; el negocio estaba montado y le reportaba buenas utilidades que ella derrochaba sin poderse contener. Para promocionar su sals—dromo y la banda de sus mœsicos caribe–os, una vez m‡s, desempolv— su kardex de hojas amarillentas y envejecidas para recuperar las direcciones de uno que otro cliente que aœn sobreviv’a. Una vez localizados, sus viejos y leales amigos no tardaron en hacer acto de presencia pas‡ndole la "voz" a uno que otro conocido y confidente. El asunto es que al cabo de un par de meses, como anta–o, el negocio marchaba a las mil maravillas. Sus dos sobrinas asimilaron de inmediato los consejos y ense–anzas de su querida t’a y, al cabo de unos meses, eran amantes, la una de un juez cincuent—n, retaco y calvo (pero lleno de dinero y ganas de gastarlo) y la mayor, de un diplom‡tico argentino, buen mozo, bordeando los sesenta que perdiendo la cabeza y cordura deshizo un matrimonio de 35 a–os para casarse con ella, llev‡ndosela como a su leg’tima esposa a vivir en Europa. La otra sobrina no tuvo tanta suerte, pues al enterarse la mujer del juez de las andanzas y amor’os del carcamal de su marido, se present— en el sals—dromo organizando un terrible despelote, agredi— a los parroquianos que quisieron detenerla y le sac— la infundia a la espantada sobrina rompiŽndole la nariz y vol‡ndole los dos dientes delanteros de un violento paragŸaso. Ni el propio juez pudo impedir el esc‡ndalo que propici— su mujer, muerto del susto y a rastras, logr— alcanzar la salida posterior desapareciendo muy de prisa, abandonando terminantemente el lugar de los hechos antes de la oportuna llegada del carro patrulla, que cargo con justos y pecadores hasta la comisar’a m‡s cercana. Asesorada por Celina, la sobrina adem‡s de las -"mil disculpas por el tremendo incidente", recibi— por parte del juez una buena suma como indemnizaci—n, aparte del pago de los servicios mŽdicos y dentales que la dejaron mucho mejor que antes, lista para enganchar a cualquier otro individuo rico e importante. As’ fue en efecto, una noche resbal— por el boliche (de mera casualidad) un suizo viudo, tan viejo como millonario que qued— flechado y estupefacto ante las buenas piernas y enormes senos de la sobrina; sin importarle mucho el "que dir‡n", esa misma noche la invit— para que se mudara a su elegante residencia del Vergel a convivir indefinidamente con Žl, sin otro compromiso que el de darle gusto en todo mientras Dios lo mantuviera con vida (ten’a 72 a– os), logrando as’, que la sobrina cuidara de Žl como si se tratara de un fr‡gil cristal o fin’sima porcelana, matrimonio... jam‡s. Joyas,

pieles, viajes, departamento y mercedes Benz, estaban incluidos. Pronto el sals—dromo se convirti— en un lugar "de levante" frecuentado por la clase media baja de la ciudad, en su mayor’a hombres maduros en busca de aventureras j—venes o de mujeres mayorcitas dispuestas a saciar sus reprimidos apetitos sexuales con la ayuda de los extranjeros que estaban en gran demanda para esos menesteres. Los esc‡ndalos y grandes borracheras estaban a la orden del d’a haciendo famoso al sals— dromo desde que puso como ayudante de su hermano mayor a su otro hermano mayor, aquŽl sinvergŸenza que aœn a sus cuarenta a–os segu’a sin oficio ni beneficio viviendo al amparo y protecci—n del dinero de su hermana menor. Este maleantillo hac’a de todo por dinero, desde introducir de contrabando tractores y maquinaria pesada para grandes empresarios tan corruptos como Žl, hasta "fabricar" todo tipo de p— lizas fraudulentas, tan bien hechas que ni siquiera una de las prefecturas de Valle Bajo, pudo percatarse del enga–o cuando, de buena fe, compr— de una "empresa acreditada" un tractor internado con p—lizas fraguadas. Por supuesto que tambiŽn era el autor material de la falsificaci—n de carnets y pasaportes para los inmigrantes ilegales. Ten’a como parte de sus actividades y bajo el auspicio econ—mico de su hermana, la venta de coca’na al menudeo en el sals—dromo. Adem‡s de consumidor, era conocido como ("pusher") distribuidor bajo el alias de "Cucaracho", se dec’a que su mercanc’a era de primera y sus contactos tambiŽn. Era f‡cil localizarlo y con su busca personas, la atenci—n era ininterrumpida las 24 horas. Por supuesto que Cucaracho estaba siempre rodeado de clientes sin recursos que se convert’an en prostitutas, maricas o "mensajeros" a fin de obtener como caridad su dosis diaria de droga. Elenita era parte de estos ac—litos, no por falta de dinero, sino por exceso de corrupci—n y ganas insaciables de prostituirse; en cambio el pobre de Rogelio Miri–equez alias El Til’n, fue reclutado por Cucaracho durante un recorrido por barrios marginales de la ciudad. El Til’n tuvo, a la vez, la ventura y desventura de conocer a Cucaracho. Desde su infancia vivi— en las calles a merced de las inclemencias de la humanidad y el tiempo, comi— de basureros, se cobij— dentro de abandonadas tumbas en los cementerios, vivi— temporadas largas y cortas en diferentes albergues, fue violado por polic’as y golpeado por sus compa–eros, cuando motivados por el hambre o la falta de droga se desahogaban con Žl aprovechando su delgadez y desnutrici—n. El depender de Cucaracho le significaba un plato de comida seguro, ropa limpia y una cama decente en una boardilla de un suburbio despoblado de maleantes, era m‡s de lo que pod’a aspirar alguien de su cala–a y condici—n. El saber leer y escribir favorecieron siempre al Til’n cuyo apodo ven’a por la debilidad y vicio que sent’a por los juegos mec‡nicos apodados tilines. Aunque calculaba que tendr’a casi dieciocho a–os, hab’a perdido varios dientes en peleas desventajosas o por mala alimentaci—n y conservar’a indefinidamente las cicatrices del rostro, los brazos y piernas causadas en su af‡n de sobrevivir. Cucaracho siempre fue bueno con Žl, tan s—lo deb’a entregar los sobrecitos de coca’na fraccionada a determinados clientes que hac’an sus pedidos telef—nicos las veinticuatro horas. DespuŽs de dos a–os de arduo trabajo, El Til’n hab’a ahorrado tres mil cuatrocientos treinta y siete d—lares, entre propinas y "cachueleos", pesaba cinco kilos m‡s, ten’a todos sus dientes y vest’a con modestia. A pesar de sus tristes or’genes callejeros, el Til’n ten’a m‡s de bueno que de malo. Seguro de la oportunidad que le dar’a el destino decidi— que, llegado el momento propicio, abandonar’a todo negocio de la vida il’cita.

Entre los inmigrantes indocumentados se hallaba el negro Marcel Mathieux y su hija Jolie Mathieux de 14 a–os, ambos oriundos de Port au Prince (Haiti) quienes formaban parte del personal de servicio del sals —dromo, ademas de vivir all’ en calidad de cuidadores. Marcel era estibador en el puerto de su ciudad natal, ten’a cuatro hijas mujeres y tres varones que tambiŽn lo acompa–aban en el muelle, el mayor era un buen pescador y quien m‡s apoyo econ—mico aportaba a sus paupŽrrimas vidas. A la muerte de su mujer producto de una mal curada tuberculosis, la situaci—n lejos de mejorar empeor—, no ten’a dinero suficiente ni para pagar las cuotas mensuales por el sepelio de su esposa, poco despuŽs, su hija mayor consigui— un puesto de cocinera en casa de unos gringos que se la llevaron a los dos a–os, nunca supo de su existencia. La segunda de sus hijas se "concubin—" con un buen hombre algo menos pobre y con mas suerte que la suya; la tercera de sus hijas (la m‡s bella), fue engatusada por un Caficcio que la puso de prostituta barata en un lenocinio de los muelles. Su hijo mayor desapareci— en la inmensidad del ocŽano una tarde de tormenta, el segundo se meti— a la guerrilla y se intern— selva adentro, el tercero consigui— un puesto de mesero en un restaurante para turistas y fue rescatado de la miseria por una turista australiana que se lo llev— con ella a su pa’s. En menos de tres a–os Marcel se qued— tan s—lo con la peque–a Jolie, cuya belleza era un regalo a la vista de propios y extra–os; su carita angelical pose’a todas las cualidades, sus enormes ojos azabache eran dos bolas de pulido y brillante —nix y sus labios gruesos y bien delineados ten’an el toque del coral. El complemento a su gracia era sin duda la sonrisa que, amplia y fresca, avistaba un cofre de perlas blancas y regulares a las que semejaban sus perfectos dientes; sin lugar a dudas los a–os venideros le traer’an de regalo la belleza de su cuerpo que perfilaba una completa simetr’a. Para olvidar tristezas y perder la conciencia, Marcel pasaba largas horas sentado en el muelle con una botella de ron por compa–’a; Sin embargo, algo era distinto aquel atardecer de una gŽlida y misteriosa humedad; mirando en lontananza, m‡s all‡ del m‡s all‡, una enorme ola se levant— encrespada empap‡ndolo por fuera y moj‡ndolo por dentro. No sinti— ni fr’o ni calor, ni siquiera hab’a vestigios del l’quido elemento en su entorno, tan solo aquella voz que consoladora lo invitaba a partir, le auguraba ventura y le se–alaba el Continente Americano. El mensaje fue corto pero conciso, en un abrir y cerrar de ojos todo estaba ausente, excepto Žl y su inseparable botella de ron. Impresionado hasta los huesos por aquella visi—n extra–a, Marcel encamin— sus pasos hacia su destartalada vivienda con paredes fabricadas de viejos cajones y techo de jatata, ubicada muy cerca de all’; al llegar, no pudo menos que compartir con Jolie su "visi—n" y el mensaje que, de seguro, le fue enviado por su hijo desde las profundidades del mar. La preciosidad que ten’a por hija, totalmente incrŽdula y compasiva, le regal— la mejor de sus sonrisas, lo arrob— en su peque–o regazo y le dio de cenar, pensando que el diario consumo de ron terminar’a por enloquecer a su padre, al igual que lo hizo con su amigo Francoise que ahora anda por el muelle enloquecido tratando de escapar de sus pesadillas y diablos azules. Como todo amanecer, Marcel sali— presuroso en direcci—n al muelle, a la espera de estibar en algœn buque que necesitara mano de obra. Entonces lo vio, era un barco enorme, el primero que viera en su vida de ese tama–o y belleza, la aparici—n repentina de esta deidad de los mares caus— ingentes

especulaciones entre los marineros y trabajadores del puerto, Marcel sigui— hipnotizado y no atinaba ni a balbucear hasta que alguien (nunca se acord— quien), le toc— el hombro y susurr‡ndole al o’do le pregunt— si no estar’a interesado en trabajar para ese buque que se dedicaba a promover el turismo con cruceros por el Caribe. Sin siquiera voltear la cabeza asinti— incrŽdulo, el hombre de mediana estatura y que vest’a con gran elegancia le hizo firmar un contrato que lo acreditaba como parte del personal de servicio; el buque partir’a en una hora y Žl deb’a estar all’ para entonces. Le crecieron alas a sus pies pues en contados minutos estaba haciendo su ligero equipaje y el morral con las pocas y ra’das pertenencias de Jolie. Antes de la hora indicada, Marcel Mathieux estaba a bordo de aquella belleza llamada "POSEIDON". Durante tres meses estuvo de asistente de cocina, mientras Jolie se encargaba de entretener a peque–os pasajeros que oscilaban entre tres y ocho a–os de edad. Al cabo de tres meses y durante una de las traves’as, inesperadamente, el "Barman" (cantinero) de la wiskeria de cubierta cayo gravemente enfermo y tuvo que ser evacuado a un hospital cercano; ante este impase, Marcel fue nombrado Barman interino pero, como el trabajo no le era desconocido, a las dos semanas fue posesionado en definitiva. Hasta all’ todo iba bien, Marcel y Jolie ten’an ahorrados m‡s de cinco mil d—lares, con los cuales pensaban abrir un negocio de artesan’a para los turistas, ya sea en Hait’ u otro pa’s. Fue entonces que tuvo la desgracia de conocer a Celina, era pasajera de primera clase del Poseid—n y estaba acompa–ada por un caballero que nunca supo quien era ni en que momento desapareci—. Celina le inici— una grata charla mientras era atendida en el bar por Marcel. DespuŽs de varios encuentros, y volteando la espalda a su destino, Marcel decidi— aceptar la proposici—n de Celina que, por cinco mil d—lares le ofrec’a el para’so hecho realidad, un trabajo de cantinero en su sals—dromo, otro trabajo de lavaplatos para Jolie all’ mismo, adem‡s de casa, comida y por supuesto un sueldo que, sin contar con las propinas le ser’a suficiente para ahorrar, no tendr’a ningœn gasto y podr’a aplicar a la ciudadan’a en Pa’s de las Alturas tan pronto hubiera ahorrado otros cinco mil d—lares (cosa que le tomar’a muchos a–os y que Celina se abstuvo de informar). Fue as’ como Marcel y Jolie Mathieux llegaron a ser parte del sals—dromo. Til’n estaba enamorado hasta el tuŽtano de Jolie, sent’a un terrible cosquilleo en la espalda y el cuello cada que ella estaba cerca. Le transpiraba la mano izquierda cuando Jolie lo envolv’a con su sonrisa o lo miraba traspasando el total de su anatom’a. Jolie estaba prendada de la bondad de Til’n, gracias a su tiempo y dedicaci—n aprendi— r‡pidamente el espa–ol; en su grata compa–’a camin— calles y visit— iglesias; los d’as de descanso Til’n se esmeraba por hacerla feliz, la invitaba al cinema, le convidaba un helado, la llevaba a los parques y compart’an las ferias. El amor floreci— en ambos por igual. Un d’a inesperado, se rompi— el encanto para dar paso a la tragedia. La belleza de Jolie, que ahora contaba los 16, fue puesta en descubierto para un grupo de parroquianos quienes pasados de copas, avistaron su hermosura y perfecta simetr’a morena, mientras que ella, ajena a su desdicha, no cesaba de lavar vasos y secar platos en el interior de la cocina. Enterados de que se trataba de la hija del cantinero, lo abordaron para proponerle que les alegre la noche en el lecho de su cama; Marcel muy educado, les inform— que su hija era virgen y estaba comprometida; el mayor de los parroquianos, cliente frecuente y bastante entrado en copas, propuso a los diez caballeros de su mesa que

cada uno aporte cien d—lares y que los mil d—lares ser’an un precio justo para pagar la virginidad de Jolie, ante tal suma de dinero, Marcel abri— las puertas a sus demonios, dio paso a la angurria y pens— que con ese dinero terminar’a de juntar lo que les hacia falta para obtener sus papeles de ciudadan’a, total, no ser’a cuesti—n de mucho rato y ya era tiempo de que Jolie se hiciera mujer. Aceptado el trato, Jolie fue llamada por su padre y entregada al parroquiano, quien, a rastras, la introdujo en sus aposentos. Los gritos y llantos de la peque–a tan s—lo exitaban m‡s a los nueve clientes restantes que en fila esperaban su turno, cuando Marcel reaccion—, comenz— a discutirles diciendo que el precio era por la virginidad de su hija y que no inclu’a ningœn otro servicio, all’ fue cuando todo se sali— de control y comenzaron las discusiones y agresiones de unos contra otros. Jolie fue salvajemente golpeada por tratar de salvar su honra; el culpable, fuera de s’, no se conform— con arrebatar la pureza y belleza de la ni– a, la posesi—n fue brutal dej‡ndola inconsciente, permitiendo a su agresor disfrutar varias veces de la hermosura de su castidad. En ese preciso instante, irrumpi— en escena Til’n, quien fuera de s’ y munido de una botella, golpe— con ella la nuca del violador para dejarlo inconsciente, rescatando lo que quedaba de la fragilidad de su amada. Al salir con Jolie en brazos, vio a Marcel ensangrentado y agonizante a los pies de la barra, se acerc— para escuchar los susurros de arrepentimiento y recibirle el pago por el vejamen de su peque–a, rog‡ndole que la cuide y la lleve muy lejos de all’, le dijo que ten’an otros cientos de d—lares ocultos dentro de su colch—n y que con todo ese maldito dinero, procuraran hacer una nueva vida juntos. Tan pronto hubo retirado el dinero como lo pidi— Marcel, Rogelio Miri– equez sali— por la puerta trasera, escuchando las sirenas de las patrullas que, a pedido del vecindario, acababan de llegar. Til’n rescat— a Jolie y, aœn inconsciente, la llev— al albergue de las monjitas de la caridad para que la auxiliaran, mientras se debat’a por ganarle la moral a su conciencia recorriendo lentamente la distancia entre dos puntos y salvar su vida. Til’n fue en busca de la venganza, nuevamente en sus calles, reclut— a viejos amigos y enemigos, les ofreci— cien pesos y los llev— hasta la puerta de casa del agresor, all’ hicieron guardia d’a y noche intercept‡ndolo una madrugada al salir de su movilidad. De inmediato, los diez mozuelos (polillas) se le echaron encima, lo maniataron, lo subieron a su mismo carro y desaparecieron con Žl. Al d’a siguiente la polic’a anunci— haber encontrado en un basural, el cad‡ver de un hombre cuya identidad aœn se desconoc’a, brutalmente torturado, violado y asesinado. Parece que con Žsta noticia, Jolie pudo vencerle a la muerte para comenzar una vida nueva, protegida por el grandioso amor de su flamante esposo Rogelio Miri–equez. Ambos partieron de all’ para iniciar su nueva vida, en paz con Dios y alejados del demonio. Se sabe que fueron muy felices y vivieron eternamente.

VICIO... arena fr’a de blancura impura me penetras los sentidos inundando caudales de ef’mera cordura Quieta permaneces pl‡cida hasta que abrupta te desvaneces y partes tr‡nsfuga dej‡ndome en la intranquilidad que mata y el desasosiego me aturde al notar tu ausencia mi piel se seca se me dislocan los sentidos y el ansia por aspirarte es mucha y tan fuerte que no me importa perderlo todo tan s—lo por volver a ti a recuperar el placer de so–ar y tenerte

EL VICIO...

Celina, Ingebor y Elenita se convirtieron en ’ntimas e inseparables amigas, compartiendo droga, amantes, sexo, farra y corrupci—n. Todo era insuficiente para saciarlas. Elenita era bastante menor que Celina pero como resultado de su disipada vida, ten’a la piel seca y llena de profundos surcos en las comisuras y abundantes patas de gallo en las sienes, (dif’ciles de hacer desaparecer aœn con el milagro de la cirug’a estŽtica). Sus fosas nasales estaban demasiado anchas y constantemente irritadas, surcadas por peque–as venitas perceptibles a simple vista como resultado de las placas de platino que reemplazaban su tabique nasal. Su cabellera larga y rubia estaba seca y opaca, semi muerta, la expresi—n de sus ojos claros eran de infinita tristeza y gran desasosiego que, acompa–ados de la constante dilataci—n de sus

pupilas, le produjeron una irreversible vejez prematura aparentando 55 a–os por lo menos. A pesar de ello, aœn conservaba su buen cuerpo que en otros tiempos le valiera el t’tulo de reina del CafŽ y de se–orita amistad pero que ahora, con gran esfuerzo, s—lo le serv’a para conquistar a algœn parroquiano pasado en copas que ve’a m‡s su cuerpo que todo lo dem‡s. Ya no eran los tiempos de antes, su Žpoca de oro pas — de prisa, se le termin— su "sharm" y aquel "sexappeal" que enloquec’a a los hombres haciendo que varios de sus pretendientes perdieran la cabeza. Uno de ellos, sin poder sobreponerse a su abandono, decidi— dar fin a su existencia arroj‡ndose por el puente de las Alturias una noche loca y de muchas copas. Ingeborn en cambio, era un par de a–os mayor y de origen saj—n, sus padres jud’os inmigrantes y sobrevivientes del holocausto de la segunda guerra mundial fueron, anta–o, due–os de varias minas de bauxita en la localidad de Oro Verde pero, ni bien dejaron de existir en un tr‡gico accidente aŽreo, sus tres hermanos y ella dilapidaron la fortuna hasta quedarse en la calle. La belleza de Ingeborn se manten’a intacta a pesar de los a–os y gracias a un par de arreglos. Su pasatiempo sexual era realizar sus fantas’as vistiŽndose de odalisca para bailar desnuda la danza del vientre o cabalgar frenŽtica encima de su pareja mientras hac’an el amor, todo este ritual bajo efectos de anfetaminas o unos buenos "jales". Sus pretendientes (en un comienzo innumerables), casi siempre despuŽs de copular, eran perseguidos por los hermanos quienes mor’an de celos al tener que compartir el amor y sexo que le profesaban a su hermana. Esta inaceptable situaci—n obligaba a Ingeborn a tener sexo de ocultas, sin prescindir de pr‡cticas que con frecuencia y muy contenta, retribu’a a sus tres hermanos. Nadie, excepto el demonio, supo a donde fue a parar este cuarteto incestuoso que se esfum— de la noche a la ma–ana. El tiempo no perdona, asustada y temerosa Celina contemplaba su envejecimiento cotidiano pues en algunas semanas cumplir’a medio siglo de vida y Žsto no hac’a m‡s que conturbarla. Como propietaria de una agencia de viajes, recorri— todo el mundo sin m‡s erogaciones que unos pocos centavos; los viajes fueron siempre con servicios de primera, hoteles cinco estrellas con paseos y alimentaci—n incluidos... en fin, como acordado, ella disfrutaba de todo: amantes con quienes viv’a por per’odos no mayores a seis meses a vista y paciencia de sus hijos adolescentes y de su madre anciana, pero ingenuamente "alcahueta". Nieves estaba m‡s ida que nunca, ya ni se acordaba de la edad que ten’a y confund’a a sus nietos con sus hijos y a los amantes de su hija con su inolvidado pr’ncipe pero, por lo menos, su arbusto de flores hab’a vuelto a reto–ar reverdeciendo sus ma–anas con entregas de inagotables y bellas margaritas que ella contemplaba candorosa bajo el sol de cada ma–ana. Hac’a ya m‡s de cinco a–os que Celina transplant— el arbusto a su jard’n, justo el mismo d’a en que trajo a su madre a vivir con ella, a fin de disponer de la casa de sus padres para abrir su sals—dromo y para que su madre siga al cuidado de sus hijos, a cargo del desorden que siempre imperaba en su casa. A estas alturas y despuŽs de tantos a–os, sus hijos mayores de edad hac’an con su abuela lo que les ven’a en gana, Carlota era ociosa adem‡s de mal geniada, ten’a 26 a–os, un hijo bastardo y segu’a cursando el cuarto semestre de derecho sin poder graduarse de la universidad, convertida en la eterna estudiante alternando la estad’a de su amante de turno con el de su madre. Su hermano andaba en lo

mismo, expulsado de colegios y universidades no tuvo otra alternativa que aceptar un trabajo en una linea aŽrea (gracias amistades de su madre). Consciente de que no le gustaba estudiar escogi— una salida honrosa y f‡cil; por lo menos algo de decencia le quedaba a Žl. Como era de suponerse, Elenita pernoctaba en su casa con frecuencia, en el ’nterin de un amante con otro. En un principio esta relaci—n era œnicamente amistosa y muy divertida. Celina no recuerda cuando comenz— todo, o cual fue la primera vez en la que permiti— que Elenita le hiciera el amor, tal vez fuera despuŽs de aquella noche en que ambas (pasadas de copas), hicieron un recuento del nœmero de sus amantes, cuando sobrepasaron el ciento estuvieron de acuerdo en que ya eran suficientes de ser nombrados cambiando el tema de la conversaci—n. Para cuando acord—... el comportamiento sexual de ambas era cosa habitual, lo aceptaba porque s’, en cambio esta vez, Elenita, exponiendo su marcada tendencia bisexual, se involucr— emocionalmente enamor‡ndose perdidamente de su amiga ’ntima; se desviv’a en atenciones, la llenaba de caricias que despertaban ardientes pasiones o que terminaban bordeando las fronteras del asco. Otras veces le acariciaba el cuerpo desnudo prodig‡ndole largos masajes logrando as’ exitarla; entonces, consintiendo en el sexo incursionaba juguetona en su intimidad para derramar el contenido de sus perturbaciones forz‡ndola a retribuir su satisfacci—n. Aunque Celina disfrutaba espor‡dicamente de estas actitudes, siempre preferir’a al sexo opuesto, le agradaba sentir la virilidad de su amante entre sus muslos crispados de ansiedad, gozaba la total posesi— n, siguiendo ese ritual de movimientos sensuales que culminaban d‡ndole placer absoluto. Esto formaba parte de su herencia ancestral, un legado de sabidur’a que le permit’a desnudar a sus personajes para conturbarlos. Quiz‡s nunca tuvo el ardor o la calentura de su madre pero de seguro que le encantaba fornicar.

PLACER... Me places cuando exacerbas mis sentidos y penetras mi interior para ramificar en mi tu cuerpo dentro de un todo redimidor Te plazco cuando al recibirte me otorgo, cobijo tu piel en mi vientre fundiendo tus r’os con el caudal de mi simiente Propiciamos entonces en conjunto la uni—n del torbellino de un renacer apacible por almas perturbadas de deseo alcanzando el goce mœtuo y la inmortalidad de sus sue–os

EL PLACER...

La importante y trascendental celebraci—n de su medio siglo de existencia coincidi— con el reencuentro con Rodolfo Vallesteres. Mientras ella festejaba en el sals—dromo sus 50 a–os de buena vida, Žl festejaba su retorno definitivo al Pa’s de las Alturas. Ella acababa de regresar del Caribe en donde le volvieron a moldear en un todo sus diferentes partes refrescando su moreno atractivo, cosa de que, aunque celebrara los cincuenta pareciera de cuarenta a–os. El regresaba del Pa’s del Sur despuŽs de catorce largos a–os de solitaria subsistencia y de ind—mitas luchas internas entre el bien y el mal. Ambos decidieron aunar motivos y celebraciones que despuŽs de varias horas de conjunta "salsa", muchos tragos y unos buenos "jales", terminaron compartiendo el mismo lecho King size, ante la mirada imp‡vida de los hijos de Celina y la curiosidad de Nieves quien no pod’a acordarse donde vio

antes esa cara de canalla del nuevo amante de su hija. En la intimidad de la alcoba sobrevinieron perdones y arrepentimientos de ambos lados por actitudes del pasado, concluyendo en que, si el destino los junt— nuevamente, era para empezar una vida como pareja. Segu’an siendo tal para cual, el uno para el otro, por lo que por vez primera, Celina experiment— una entrega sin l’mites ni fronteras, Rodolfo la am— a plenitud haciendo que su excŽntrico comportamiento sea aceptado como natural y su incipiente locura pase como conducta proba y natural. El embadurnar con aceite de oliva la amplia desnudez del cuerpo moreno de su pareja, para de inmediato y al un’sono estremecerse crispados de gozo saboreando un inveros’mil Žxtasis, fueron la causa y motivo para que, sin pensarlo dos veces, Vallesteres trajera su equipaje y se instale para vivir definitivamente en ese conventillo, cohabitado por los dos hijos, el amante de turno de Carlota, el nieto bastardo, la madre senil, la empleada con su hija, los dos perros y ahora... Rodolfo Vallesteres alias "el loco". A partir de esa noche de redenciones, Celina experiment— aquella calentura y ardor de los que tanto disfrut— su madre y, por primera vez en su batallar de placeres y gozos, supo que juntos, recorrer’an sus interminables carreteras de esperanzas, atravesar’an las grandes avenidas de optimismo, salvando los obst‡culos de las callejuelas que edificar’an sus vidas de amantes y a partir de ese entonces, ella acept— ser la amante de un loco. Como anta–o, Vallesteres retom— sus torcidos negocios involucrando a Celina y a su patrimonio o viceversa; hablaba de negocios millonarios que obviamente dejaban entrever que no eran cristalinos. Celina no se cambiaba por nadie, era dichosa; por primera y œnica vez en muchos a–os ten’a una pareja de la crema y nata de la sociedad de Ciudad de las Alturas, el ex marido de Macarena, le tomo m‡s de 25 a–os pero por fin... era suyo y har’a lo que fuera para no perderlo. Como primera medida le entreg— doscientos mil d—lares que ten’a ahorrados en un dep— sito a plazo fijo (producto de sus nacionalizaciones), para completar lo que necesitaba para reflotar las negociaciones de su empresa mar’tima de carga. Nadie sab’a bien c—mo Rodolfo hab’a adquirido un buque de carga carente de nacionalidad, tampoco se sab’a a ciencia cierta las condiciones y autoridades con las que ven’a "negociando" el permiso y la libertad del buque durante los dos œltimos a–os; lo que s’ sabia Celina era que tanto cambio de autoridades ven’a postergando el negocio y comiŽndose el patrimonio de ambos, que se evaporaba entre comisi—n al uno y comisi—n al otro. No importaba, a pesar de la recesi— n que azotaba implacable la econom’a del pa’s, Celina cre’a tener el suficiente dinero para ambos, adem‡s, su ex marido el general, jam‡s dejaba de pasarle la mensualidad de cuatro mil d—lares americanos para su manutenci—n, la de sus hijos, su nieto, su madre y sus amantes. Elenita estaba abatida; desde la llegada de Vallesteres a la vida de Celina, la hab’a perdido como amante, ni siquiera su nueva sociedad gourmet la consolaba; si bien segu’a en continuo contacto con ella, visit‡ndola en su restaurante e invit‡ndola a cenas y bacanales en su casa... de sexo e intimidad ya no quedaba nada entre las dos. La gota que rebals— el vaso fue el comportamiento amoroso de Celina durante la fiesta sorpresa que le diera a Vallesteres por su cumplea–os. Como cumpl’a medio siglo de vida, organiz— algo espectacular en su honor y sin escatimar gastos, contrat— la cena del restaurante de Elenita, trajo las mejores amplificaciones y los mariachis de moda, invit— a viejos y nuevos amigos de ambos, abundaron el whisky importado y el champan francŽs, estuvo la banda del sals—dromo y Cucaracho reparti—

"jales" de cortes’a. Áƒxito total!, Rodolfo estaba gratamente complacido; la primera persona que le ofreci— una fiesta sorpresa (aunque no de esas magnitudes ni con esos comensales, prontuariados en su mayor’a), fue su ex esposa Macarena hac’an m‡s de veintisŽis a–os. Celina ten’a ojos œnicamente para Rodolfo, lo contemplaba am‡ndolo con inusitada lealtad. En cambio, Elenita se sent’a desdichada como nunca. Sin poderse contener y bajo efectos del alcohol, sazonado con los "jales" (cortes’a de Cucaracho), arm— el espect‡culo de su vida, acompa–ado de un inusual e ins—lito berrinche de celos. Muy molesta por el esc‡ndalo que puso en evidencia un aspecto de su vida privada y temiendo disgustar a Vallesteres arruin‡ndole su fiesta, la due–a de casa, sin poder disimular su enojo, increp— a su amiga expuls‡ndola sin remilgos ni consideraci—nes. En el estado depresivo en que se encontraba, Elenita enrumb— al sals—dromo, bebi— hasta vomitar y como aœn as’, no lograba la inconsciencia, ingiri— alucin—genos que la hicieron sentirse tan ligera como un ave, con deseos irreprimibles de volar en libertad as’ es que, subiendo a su departamento ubicado en un sexto piso, abri— la ventana de la sala de par en par y se lanz— al vaci— cual experimentada paloma, logrando tan s—lo estrellarse contra el pavimento para morir (instant‡neamente), reventada, esparciendo sus sesos y parte de sus entra–as en la avenida principal; para benepl‡cito de Satan‡s que ya se hallaba inquieto por la demora. Al cabo de tres horas y justo cuando amanec’a, Celina Mar’a Reaves Acarrea fue informada del tr‡gico y triste deceso que dio por terminada la fiesta cerrando la apote—sica farra con broche de oro, para ir a un velorio con su funeral. Celina agradeci— al esp’ritu de su difunto padre por haberle quitado de encima ese engorroso episodio de su lesbianidad, es mas, apenas si pudo disimular su expresi—n de contento durante la misa de cuerpo presente mientras se imaginaba la llegada de Elenita a los predios de Sat‡n, seguro que organizar’a un "quilombo" digno de un infierno en fin... ya se reencontrar’an cuando ella llegase por all‡. Para llenar ese vaci— que dejaba Elenita, Celina incorpor— a Edelmira como amiga sustituta. Edelmira, tambiŽn apodada Bubulina, se integr— al dœo m‡s que de prisa, entrometiŽndose hasta crear ataduras de reciprocidad en esa nueva pero incondicional amistad. Al igual que la mestiza, proven’a del anonimato social de algœn pueblo olvidado al oriente de Valle Bajo, o sea... ven’a de la nada. Como premio a su perseverancia y falacia, lograba mantener su concubinato a pesar de la mala situaci—n econ—mica que ya era parte estable de su vida. Del mismo modo que Celina, ella jam‡s abandonar’a a su pareja pese a la adversidad de las circunstancias que siempre la asediaban. No pensaba prescindir del estatus que le proporcionaba ser la concubina "reconocida y aceptada oficialmente" tanto por parientes como por la sociedad, ya que su conviviente, lo œnico que aportaba era su abundante alcurnia y relaciones sociales que enmendaban la total ausencia de patrimonio, por lo que la parte econ— mica reca’a por entero como responsabilidad œnica y exclusiva de Bubulina quien, despuŽs de siete a–os de vida en comœn, ya hab’a mermado casi por completo su herencia de ganado y tierras que pignor— para pagar deudas del "marido", gastos de supervivencia y vicios tanto propios como ajenos. Este dŽficit econ—mico en la vida de hogar de Edelmira ser’a ahora cubierto mensualmente por su amiga Celina, con generosos prŽstamos de

dinero a fondo perdido; a cambio, Bubulina se preocupar’a en relacionar a la pareja Reaves-Vallesteres con las importantes amistades de su distinguido marido y las suyas propias, organizando cuanto evento fuera necesario para tal fin. Por supuesto que los gastos que demandaba la vida social de las dos parejas eran cubiertos enteramente por los Reaves-Vallesteres sin escatimar un centavo por considerarlos como "gastos de inversi—n". Este trueque de favores llegar’a a su fin en un par de a–os, tan pronto las donaciones econ—micas se suspendieran por agot‡rseles el patrimonio a los Reaves-Vallesteres. Edelmira vio la soluci—n del momento a sus problemas econ—micos con esa reciente amistad, ya estaba cansada y aturdida con todas las piller’as que se ve’a obligada a cometer con tal de lograr subsistir; como quiera que ya se comentaba de los constantes "faltantes" en cucharillas de plata, ceniceros de cristal de roca o de bohemia y uno que otro adorno en plata o porcelana que se viera obligada a sustraer de las casas de amigos o parientes adinerados del marido, Bubulina dej— de ser convidada por los damnificados que despuŽs de breves conclusiones se decidieron por proteger la conservaci—n de sus pertenencias, eludiendo muy conscientes la compa–’a de la pareja. Los œltimos seis meses previos a la aparici—n de los Reaves Vallesteres, Bubulina vivi— de la venta que le hiciera a un senador del gobierno, de aquel hermoso collar de cincuenta y tres brillantes y tres esmeraldas, robado a una de las la joyer’as m‡s grandes de Valle Bajo. Con la astucia que inspira una necesidad revestida de herej’a, Bubulina, en concomitancia con su soledad, plane— y llev— a cabo exitosamente el œnico robo importante de su vida, del cual nunca nadie (y menos el marido), llegaron siquiera a sospechar. La idea comenz— a tomar cuerpo y macerarse desde el d’a en que acompa– ara a su t’a Encarna a las sesiones de terapia que recib’a interdiario, por parte de uno de los psicoanalistas m‡s guapo y famoso de la ciudad que, por cierto, ten’a su consultorio situado a tres casas de la elegante joyer’a frente a los escaparates, ante los cuales, ambas se deten’an en su rutina interdiaria intercambiando opiniones sobre gustos de piedras y joyas. Desde que vio el collar supo que lo obtendr’a. A los dos d’as regres— sola y tan arreglada y compuesta como le fue posible. Cruz— el umbral de la elegancia y se aperson— al dependiente, un joven rubio de barba y peque–os lentes ovalados, de unos treinta y ocho a–os, quien, sol’cito, le mostr— la joya indicando que se trataba de un collar Art. Novou, joya francesa y de gran exquisitez en su dise– o, creada por la joyer’a Tiffany y que, si realmente adquir’a la joya, Žsta ten’a su correspondiente certificado de autenticidad que le ser’a endosado; tambiŽn explic—, acotando que se trataba de una joya en consignaci—n y de propiedad de unos ganaderos ca’dos en desgracia, que ped’an veintiocho mil d—lares por una prenda que no costaba menos de sesenta mil. Edelmira converso con el dependiente sobre las grandes inversiones de su esposo en el extranjero y su dŽcimo tercer aniversario de bodas a celebrarse en dos d’as, sin evitar comentarle que su esposo era el famoso psicoanalista que ten’a su consultorio a pocas casas de all’, por lo que andaba en busca de su regalo de aniversario y estar’a entre el collar y un brazalete de brillantes que viera en la joyer’a de la Plaza Roma (dependiendo la decisi—n del marido), claro est‡, pero que a ella le gustar’a m‡s el collar. El dependiente, muy impresionado y ante la posible ganancia en una venta de esa envergadura, se desviv’a en atenciones. Esa misma tarde,

Bubulina pidi— una cita mŽdica con el galeno explic‡ndole que el problema de su esposo consist’a en una fijaci—n de persecuci—n por supuestas deudas o pagos inexistentes, producto de su imaginaci—n y que deseaba ponerlo en observaci—n para ver como superar este trauma que tanto la incomodaba, por lo que le pidi— enfocar el tema con cuidado pues le cost— m‡s de dos a–os lograr que su esposo acepte ir con ella a la consulta. Enterado el psic—logo de la complejidad del caso, prometi— llevar la consulta muy discretamente para darle luego su diagn—stico. La consulta qued— fijada para el d’a Viernes a las 19.oo horas, la œltima cita de la tarde, poniendo en antecedentes del caso a la enfermera recepcionista. Ese Viernes a œltima hora, Bubulina (muy nerviosa por dentro), elegant’sima y muy biŽn maquillada visit— por tercera vez la joyer’a portando un cheque (tan falso como su apariencia), por el valor estipulado de la joya. El dependiente, muy seguro, le inform— que reciŽn podr’a recoger la joya el d’a lunes despuŽs de haber presentado el cheque al banco. Bubulina le dijo que entend’a su desconfianza pero que podr’an ir al consultorio del marido a tres casas de distancia para que avale el pago del cheque. Complacido, el vendedor le puso el collar al cuello para que lo luciera ante su esposo y juntos, con el cheque en la mano del dependiente se presentaron en el consultorio del galeno. Bubulina salud— con confianza a la enfermera diciendo que ven’a para que su marido avale el cheque de la deuda con la joyer’a; muy al corriente del caso, la enfermera los hizo pasar al consultorio; una vez dentro, Bubulina se dirigi— al dependiente y al mŽdico al mismo tiempo sin mirar a ambos - "Amor, ac‡ est‡ el cheque para que discutan la forma de hacerlo efectivo el Lunes a primera hora. yo los dejo un momento, debo ir al tocador de damas"- dicho Žsto, collar al cuello, sali— como un b—lido en direcci—n a la parada de autobuses, desvistiŽndose en un ba–o pœblico, sustituyendo su elegante atuendo por unos ra’dos blujeans, liberando su larga cabellera negra de aquella peluca de melena rubia y cubriŽndose los ojos con lentes oscuros, para comprar un pasaje con destino a Ciudad de las Alturas. Hasta que el galeno y el dependiente se pusieran de acuerdo en aclarar aquŽl entuerto Bubulina tuvo el tiempo suficiente como para desaparecer hasta el d’a de hoy, dejando a todos los involucrados completamente atontados e impotentes. Por si acaso, a partir de aquella noche, Edelmira decidi— cambiar su apariencia, cort‡ndose el cabello y cambi‡ndole el color negro por el de un rojo borgo–a tan llamativo como su falta de belleza y, es que, Bubulina no era precisamente bonita, ni siquiera algo agraciada pero estas carencias eran compensadas por su gran predisposici—n y voluntad para brindar sus buenos oficios a quienes les hiciese falta, siempre y cuando sean de fortuna o sociedad. Ignorante de este magistral "atraco", Awicho la mencionaba constantemente en su columna de sociales, resaltando su asistencia en cuanto evento social acontec’a, aœn sin haber estado invitada. Se trataba de la ’ntima amiga de Celina y Žste era motivo por dem‡s suficiente para levantarle su autoestima, adem‡s de incrementar la admiraci—n que sent’a Bubulina por el comentarista de sociales que, segœn ella, era miembro de la Real Academia de la Lengua Espa–ola y escritor de varias novelas; mas, quienes conoc’an sus or’genes la disculpaban divertidos por su atrevimiento ya que, al igual que Celina, Bubulina no sabr’a diferenciar entre la Real Academia de la Lengua y la

de la Lengua Viperina o, la diferencia, entre el resumen de una cr—nica social y la autor’a de un ensayo literario. Tras la muerte de Elenita, las cosas comenzaron a ponerse feas y dif’ciles en la vida de Celina. Como le anticipara su difunto padre, lo que le sucediera en adelante no ser’a nada halagador, ella, no s—lo era la amante del loco; estaba perdidamente enamorada de Žl. Ya hab’a dilapidado toda su peque–a gran fortuna, los prŽstamos a Bubulina, las exigencias de sus hijos, la salud de Mar’a E. de las Nieves y la convivencia con Vallesteres le costaban mucho dinero y era poco lo que Žl aportaba para el mantenimiento y sustento del batall—n cuchara de aquŽl conventillo. Los constantes viajes que hac’an juntos (como socios del negocio naviero) al puerto del Sur para constatar la sobrevivencia del buque carguero, cada a–o m‡s viejo y destartalado por la falta de uso y mantenimiento, hab’a terminado el patrimonio de la Agencia de Viajes que, adem‡s y debido al descuido en su administraci—n, su contadora y brazo derecho, le hab’a producido un forado por cincuenta y siete mil d—lares que no ten’a con quŽ pagar. De remate, Migraci—n le cay— encima por el asunto aquel de los cientos de inmigrantes, ahora ciudadanos alture–os, que ella import— de diferentes puntos del Caribe, para nacionalizarlos despuŽs. Cucaracho hab’a sido descubierto "infraganti" con varios pasaportes y cŽdulas de identidad brillantemente falsificadas; como excusa y pensando liberarse de culpa no dud— en "cantar" inculpando a su hermana de ser la autora intelectual de este embrollo. Para paliar este entuerto, tuvo que contentar a inspectores y administrativos cediŽndoles el derecho propietario de la agencia de viajes para que "ellos", en sociedad conjunta, se hicieran cargo del negocio exoner‡ndola a cambio por cualquier pecadillo que le fuera denunciado posteriormente. As’, lo mal habido se lo llev— de regreso el diablo, perdi— su agencia de viajes y la continuidad del negocio de los ilegales mientras que ella, enamorada y de libre albedr’o, amaba cada d’a con mayor intensidad desafiando al demonio sin siquiera recordarlo. Fue all’ que comenzaron sus sue–os, se ve’a en su dormitorio, la misma cama King size y Vallesteres durmiendo con ella a su lado. De repente, acompa–ada de un silencioso rel‡mpago, aparec’a aquella terror’fica figura. La cara era la de su difunto padre, ten’a sin embargo un cuerpo de drag—n peque–o, una cola con aguij—n, pezu–as y cuernos adem‡s de una enorme espada al cinto, todo esto contrastando con la dulce expresi—n y la voz de su madre que quedamente le dec’a: -Celina, he venido por lo que me pertenece, he venido a saldar las deudas que tienes conmigo; tu mutaci—n debe comenzar y para ello necesito llevarme tu brazo derechoActo seguido, la terror’fica figura desenvainaba su espada y le mutilaba el brazo derecho de un solo golpe, sent’a el dolor en su hombro desnudo y ve’a el chorro de sangre tibia que brotaba sin cesar inundando la cama y ti–endo de rojo el rostro de su amante quien despertaba de sœbito para gritar de espanto. Ah’ terminaba la visi—n y ella retornaba a la realidad, sintiendo aœn el agudo dolor e impregnada de olor a sangre fresca. Sin embargo y para su tranquilidad, se tocaba el hombro y su brazo derecho, aœn muy adolorido, segu’a en el mismo lugar, al igual que su amante que yac’a en su lecho dormido. Asustada con sue–os y acontecimientos decidi— poner en venta su sals—

dromo para cubrir el hueco que le dej— la agencia de viajes adem‡s, debido a la crisis y lo sucedido con Marcel y jolie Mathieux, el boliche a penas daba para mantenerse solo y ellos (Celina y su amante), necesitaban efectivo para incursionar en un negocio de comunicaciones que, segœn Vallesteres, ser’a muy lucrativo haciŽndolos millonarios a corto plazo; hab’a que coimear tan s—lo a un par de pol’ticos del gobierno para que les firmen los permisos de funcionamiento. Celina pensaba estafar al resto de sus hermanos vendiendo la casa de sus padres y disponiendo por entero de ese patrimonio. Qued— anonadada al revisar los papeles de propiedad y enterarse que Nieves, a la muerte de su padre y cuando hicieron los papeles de la sucesi—n, hab’a cedido su parte, en adelanto de leg’tima (que equival’a a la mitad m‡s uno), en favor de su primogŽnito bastardo Miguel Acarrea Acarrea. Lo que obtuvo de la venta, despuŽs de compartirlo con sus ocho hermanos, a penas si les alcanz— para una buena juerga. El d’a en que se cerr— la venta del sals—dromo y de la casa de sus padres Celina volvi— a so–ar. El mismo sue–o, el drag—n de aspecto repulsivo, con pezu–as y cuernos, adem‡s de enano, que le dec’a usando la misma voz de su madre: -Celina, nuevamente debo tomar mi parte, ya tengo tu brazo derecho pero ahora me hace falta tambiŽn el izquierdoActo seguido, desenvainando la espada y de un solo golpe, le mutil— tambiŽn el brazo izquierdo. Celina volvi— a sentir un dolor agudo escuchando aterrorizada el sonido que produjo la ruptura del hueso ante tal amputaci—n. Sent’a deseos de palpar la humedad de su sangre que seguia fluyendo incesante; tambale‡ndose camin— hasta el espejo de su tocador y ah’ fue cuando se vio... le faltaban ambos brazos, perd’a el equilibrio al andar, no pod’a siquiera cambiarse el camis—n ensangrentado y desesperada comenz— a gritar. Rodolfo la sacud’a con fuerza mientras ella volv’a a la realidad recuper‡ndose de su pesadilla, le dol’an ambos hombros aunque sus brazos seguian intactos en su lugar. Sin otra alternativa, decidi— vender su departamento de Costa Morena. Como estaba apurada y la situaci—n econ—mica no era la mejor, de la venta tan s—lo obtuvo setenta y siete mil d—lares, de los cuales uso cincuenta y seis mil para cubrir el hueco que le dejara su agencia de viajes y el resto, por entero, lo dispuso Vallesteres para aquel negocio de las comunicaciones que pronto los har’a ricos. No pasaron veinte d’as de este costoso incidente en la vida de Celina que Rodolfo Vallesteres de los R’os fue notificado del hundimiento de su buque involuntariamente abandonado en el puerto del Sur. Junto con el buque se hundieron tambiŽn los doscientos mil d—lares que aport— Celina al negocio del transporte de carga mar’timo, junto a otros trescientos mil que Rodolfo llevaba invertidos en el mismo tema. -"Cosas del destino, se repet’a una y otra vez. Es la œnica vez que pretendo hacer un negocio totalmente legal y resulta que lo œnico que he logrado es ofender al demonio defraud‡ndolo al extremo de hacerme fracasar"El golpe fue muy duro para la pareja Reaves-Vallesteres. Con la inestabilidad emocional que le caracterizaba, Rodolfo fue perdiendo paulatinamente el control y la sanidad mental a causa de su declarada esquizofrenia, v’ctima de nuevos ataques de locura que comenzaron a preocupar a su concubina. El momento m‡s inesperado y menos pensado

cambiaba su personalidad torn‡ndose agresivo, malcriado y sumamente violento, al extremo de que Carlota deb’a encerrarse en su alcoba, con su hijo, para proteger la integridad f’sica de ambos, la œnica que no le tem’a porque ignoraba de su existencia a pesar de llevar diez a–os conviviendo juntos era Nieves, tranquila y resignada cumpl’a su rutina diaria dentro y fuera de la casa, cada vez m‡s aislada y cada vez m‡s lejana. Sin el buque y sin el medio mill—n de d—lares de inversi—n, adem‡s de la pŽrdida de la agencia de viajes y el cierre del sals—dromo, los ‡nimos y la convivencia de la pareja se vio muy afectada; no por ello Celina dej— de amar a Rodolfo, lo dar’a todo por Žl sin esperar nada a cambio, solamente porque era el ex marido de Macarena y lo am— y dese— desde que lo viera por vez primera en el d’a de la boda con su mejor amiga. Tratando de devolverle el ‡nimo a su pareja, lo entusiasm— con un negocio de desarrollo alternativo en la selva oriental; comprar’an una buena extensi—n de tierra y plantar’an bananas y pi–as para exportarlas a Europa. Vallesteres, muy ap‡tico, le augur— un gran fracaso porque no ten’a nada de torcido o ilegal, por lo tanto Satan‡s frustrar’a su proyecto ni bien hayan invertido lo poco que les quedaba de patrimonio, al contrario, Žl le suger’a incursionar en hoteler’a construyendo un Hostal que podr’a fungir de prost’bulo en cualquier emergencia, ya que un negocio as’ se prestaba para grandes irregularidades. Desoyendo las sugerencias, sin dar vuelta atr‡s, Celina vendi— su departamento duplex completamente amoblado y echando mano de todo el dinero parti— con Rodolfo a la selva oriental en busca de sus fruct’feras tierras para cultivar bananas y pi–as de exportaci—n. Un mes se perdieron internados selva adentro hasta encontrar el lugar de sus sue–os. Rodolfo cada vez menos cuerdo y m‡s drogado, se limitaba a aceptar las decisiones sin dejar de repetir que eran precipitadas y que no les ir’a nada bien. Todo era demasiado legal para ser cierto. Rodolfo sent’a que le faltaba esa adrenalina que le sub’a cuando negociaba con los narcotraficantes o coimeaba para lograr un buen acuerdo, encontraba su vida una mierda, sin nada que lo motive, a la espera de aquŽl negocio de las comunicaciones que lo sacar’a de este interminable letargo de buena conducta y trabajo honesto. Celina no era mala, al contrario, era la mejor compa–’a por el peor precio que pod’a pagar, si no fuera por ella estar’a drogado o borracho en algœn bar de mala muerte, a la espera de nada, regateando amor filial a los esp’ritus de sus padres. Dos a–os transcurrieron apresurados desde el hundimiento del buque de carga, dos largos a–os de pesado trabajo agr’cola que les conllev— a ambos muchos sacrificios, peleas y cortas separaciones que terminaban en sentimentales reconciliaciones. Celina no se daba por vencida, soportaba con estoicismo (al igual que lo hizo su madre en su momento), el mal trato f’sico y verbal de su conviviente, lo soportaba con la excusa de su incipiente locura (que para entonces ya no era tan incipiente), lo soportaba cre’da de que los tiempos mejorar’an y las cosas se compondr’an en cuanto saliera el permiso para el negocio de las comunicaciones; lo soportaba por lo mucho que lo amaba. Les hac’an falta cincuenta mil d—lares para pagar la licencia y otros cincuenta mil para inyectarlos en el negocio de la selva del oriente que ya comenzaba a producir la primera cosecha que saldr’a en 20 d’as para el viejo continente. Sin tener otra alternativa, Celina Mar’a Reaves

Acarrea ech— mano a su œltimo patrimonio. Aquella noche no pudo librarse de la misma pesadilla. Esta vez el drag—n enano, con pezu–as, cola con aguij—n y cuernos era de color amarillo brillante, ya no llevaba la espada al cinto sino un enorme trinche como el de el dios Neptuno. Sin mayores comentarios fue directo al grano para reiterarle lo que ella ya se imaginaba: - Celina, mestiza, no bastan tus dos brazos, necesito tu pierna derecha - Acto seguido, sinti— el agudo dolor del trinche que se le clavaba en el muslo forcejeando hasta arrancarle la pierna derecha. El dolor era mucho mayor, ella no pod’a siquiera agarrar su cercenada pierna para contener el torrente de sangre que sal’a de sus arterias y venas. Un pedazo del hueso asomaba del muslo, ella aullaba del dolor pero no pod’a m‡s que arrastrarse hasta el espejo para contemplar su calamidad, le faltaban ambos brazos y ahora la pierna derecha. ÀPor quŽ no le quitaban la vida de una vez?; el drag—n no le contestaba, se alejaba victorioso con su pierna adherida al trinche que portaba en alto a manera de estandarte bŽlico. Despert— ba–ada en un sudor agrio y mal oliente, debi— darse una ducha sin que su conviviente se diera por enterado y sin que ella entendiera aœn el significado de sus sue–os. La venta de su casa les report— el dinero que necesitaban, quedando un peque–o excedebnte que lo utiliz— para llevar a Vallesteres al pa’s del Norte a un chequeo mŽdico, que no hizo m‡s que confirmar el diagn—stico de su amigo el psiquiatra colombiano. La locura del pobre hombre era irreversible, su diagn—stico fue terminante, adem‡s de esquizofrŽnico declarado, ten’a un desequilibrio emocional congŽnito, agudizado por el continuo consumo de drogas que derivar’a a la larga en una locura agresiva, que requerir’a internamiento en un hospital psiqui‡trico, sin esperanzas de recuperaci—n. A ra’z de todo este desajuste econ—mico, tuvieron que suspenderle a Bubulina las donaciones mensuales de dinero a fondo perdido, lo que ocasion— el alejamiento de ambas y Bubulina no tuvo m‡s remedio que recortar sus gastos, incluyendo el de la comida de su perra pequinesa con la cual, cada d’a, aumentaba su enorme parecido f’sico y lo belicoso de su personalidad, para retomar su conspicua piller’a de cucharillas de plata y adornos de cristal. Ese d’a, al regreso de la cl’nica, en la habitaci—n de su hotel tres estrellas, Celina llor— amargamente. Estaba consciente de no haber cumplido del todo su acuerdo con Belcebœ pero por un solo punto en el incumplimiento no era justo que Žsto le estŽ sucediendo, no ahora que lo ten’a todo y es que Vallesteres lo era todo para ella, el resto la tra’a sin cuidado. Sin encontrar justificativo o explicaci—n record— aquŽl adagio que dice "lo mal habido se lo lleva el diablo" y el otro que dice "el infierno existe, pero en la tierra", ella estaba pagando sus culpas desde el d’a en que, por causa suya, Elenita decidiera volar cual paloma, lanz‡ndose desde un sexto piso para estrellarse contra el pavimento de la acera. Por primera vez, despuŽs de a–os de lo sucedido, le sobrevino un desconcertado arrepentimiento acompa–ado por l‡grimas de autŽntico dolor y sollozos de impotencia tan genuinos que, por instantes, el bien ilumin— su vida y se apiadaron los ‡ngeles de ella en aquella œnica noche, porque la intensidad de su sufrimiento atraves— todos los espacios; los gritos silenciosos y desgarradores del dolor que profiri— su alma fueron escuchados en el cielo, ante la insistencia vehemente que la caracterizaba y que excepcionalmente transgredi— toda frontera del entendimiento humano. Aquella noche misericorde, Celina

fue consolada por su ‡ngel guardi‡n quien, generoso y desobediente le regal— una extraordinaria maternidad para recordarle que aœn ten’a una oportunidad para reivindicarse, ella decidir’a. De regreso a la Ciudad de las Alturas, Vallesteres encontr— en su correo la carta con el permiso que otorgaba la nacionalidad a su buque mercante de carga. Le hab’a tomado cinco a–os y medio mill—n de d—lares de inversi—n, cinco largos y penosos a–os que el pobre buque, en su mal estado, fue incapaz de resistir y ahora se hallaba cual chatarra con la proa hundida en el mar del Sur albergando cardœmenes de visitantes. La noticia signific— una reca’da al fr‡gil estado mental de Rodolfo, quien perdi— la cordura por periodo de un mes y hubo que mantenerlo en un cuarto obscuro, dopado y con camisa de fuerza ante el incontenible sufrimiento de su amante. La recuperaci—n y convalecencia de Vallesteres eran prometedoras, Celina tuvo que ausentarse un tiempo largo a la selva del oriente. Entre tantos paros, huelgas indefinidas y bloqueos de caminos protagonizados por cocaleros encabezados por sus dirigentes, los productores y exportadores de frutas del programa alternativo de sustituci—n a la hoja de coca, estaban sencillamente jodidos. Celina no daba crŽdito a su mala suerte, esto era lo œltimo que podr’a pasarle, ten’a la fruta lista para ser exportada, los certificados fitosanitarios en orden, la calidad de sus productos era de primera y la fruta en su punto exacto de maduraci—n. El demonio le meti— otra estocada, el bloqueo de caminos dur— un mes completo antes de ser suspendido por las fuerzas antinarc—ticos apoyadas por el ejŽrcito, hubo cocaleros y militares muertos y heridos y ella sin poder regresar al lado de su amado... era demasiado, lo œnico que la calmaba eran los "jales" de la buena coca’na de la regi—n que, adem‡s de su calidad, era barata. Cuando por fin se suspendi— el bloqueo, ten’a la nariz tan irritada que parec’a un tomate y por la ansiedad, hab’a copulado con seis de los diez exportadores varados en sus haciendas (sin importarle su incipiente maternidad, que se mantuvo inc—lume), ni dejar de amar locamente a Rodolfo Vallesteres de los R’os. Toda la cosecha se perdi—, tanto ella como los dem‡s exportadores tuvieron que liquidar sus pi–as, bananas y otros productos a precio de regalo en el mercado local y ciudades aleda–as, aœn as’, vio podrirse, en sus narices, cinco toneladas de su producci—n. Aunque los exportadores juraron enjuiciar a los dirigentes culpables del latrocinio, Celina emprendi— el regreso a casa en total desolaci—n con una mano adelante y la otra atr‡s, consol‡ndose con la lectura de la prensa local.

Lo Malo... Del ayer fui rodeada acosada concomitando y en concupiscencias Regocijo del satisfacci—n de penas que ni mio es lo

mal ajeno y sufrimiento no son mias que siento

Odios que se destruyen vanidad predominante no hay lo que tengo ni tu tienes lo mio de lo bueno ya no hay nada todo en t’ todo es el mal

EL MAL...

Aunque lo perdi— todo, Celina no desist’a; aœn le quedaba la tierra que tratar’a de venderla cuanto antes, no quer’a saber nunca m‡s de pi–as ni bananas ni de programas para el desarrollo alternativo. Rodolfo la recibi— como si su ausencia fuese del d’a anterior, aparentemente ya hab’a perdido la noci—n del tiempo y desvariaba con m‡s frecuencia. Tanto es as’ que no se acordaba de sus tierras ni del proyecto de la selva del oriente, ni, mucho menos, del negocio de las comunicaciones que no se dio jam‡s. Esa noche la pesadilla volvi— a atacar sus sue–os. El drag—n era de mayor tama–o y de tres colores, rojo, naranja y amarillo, ten’a la cara de Elenita, dos cuernos enormes y ven’a montado por su padre que portaba la espada en la diestra y el trinche en la siniestra, su voz segu’a siendo la de Mar’a E. de las Nieves. -Celina, no estoy satisfecho, quiero devorar tu pierna izquierda, necesito alimentarme de maldad, si no llegas a saciar mi apetito hoy...regresarŽ ma–ana por lo que reste de tiAntes de sentir el impacto del trinche seguido del de la espada, Celina se vio tal cual era, sin los dos brazos y con una sola pierna que ya no le serv’a de mucho, se hab’a convertido en una especie de mutaci—n a reptil, ella misma se causaba asco y espanto al verse arrastr‡ndose empujada por una cansada pierna. Vallesteres la contemplaba ajeno sin siquiera pretender conocer esa "cosa" horrenda que lo segu’a a rastras. Su madre, para entonces convertida en un hermoso ‡ngel encumbrado, la observaba con tristeza desde el m‡s all‡, sus hijos la desconoc’an y se volvi— transparente desapareciendo a la vista de los dem‡s; pero ella s’ se ve’a, sent’a, sufr’a y no mor’a. Ni siquiera pudo morir cuando esa criatura demoniaca le asesto el golpe seco y certero que le quit— su œnica pierna dej‡ndole la cabeza prendida a su tronco; entonces se sinti— ‡gil, liviana y, apurada, comenz— a rodar cuesta abajo, hasta arribar al infinito, dejando como testigo de sus amputaciones un sendero de sangre hasta su meta final. Y por fin pudo despertar, asumiendo con irreal cansancio su triste realidad. Su embarazo, que en un comienzo confundir’a con la menopausia, no fue ni notorio ni conllev— trastorno alguno. El vientre casi no le creci— y lo disimulaba bien bajo su nueva gordura. A los seis meses de gestaci— n, Celina dio a luz una ni–a tan bella... que bastaba verla para saber que no era de este mundo; asemejaba un querub’n con piel de p‡lida porcelana, cabello dorado y, como naciera de pie y con los ojos abiertos, se evidenci— de inmediato el color verde esmeralda con jaspes dorados de sus enormes ojos. Ante lo conmovedor de Žsta inusitada belleza, Celina estremecida, se postr— ign’cola en acto de contrici—n, rodeada de huestes celestiales que desvistieron sus demonios desnudando de todas sus miserias y grandes males a su cuerpo terrenal y, as’, en estado de renovada pureza rindi— culto a aquella criatura angelical sin entender en quŽ momento la concibi— ni el momento en que la diera a luz. AquŽl extra–o embeleso hizo presa en Celina por m‡s de un mes, preocupando a las fuerzas de la oscuridad por la intervenci—n de los ‡ngeles del cielo.

El malestar que provoc— este alumbramiento en el seno familiar del conventillo cre— una tormenta que Celina no supo capear. Vallesteres estaba plenamente consciente y convencido de no tener nada que ver en ese asunto; mientras ella, tambiŽn incrŽdula, le juraba que Žl era el œnico responsable y, por lo tanto, el verdadero padre de la criatura. Su conciencia se debat’a y su mente, infructuosamente, trataba de encontrar el parecido de la ni–a con alguno de los seis exportadores de fruta de la selva del oriente con los que mantuvo relaciones: a ninguno de aquellos se parec’a el angelito. Como la mente de Vallesteres andaba m‡s perdida dentro que fuera de su hogar, la discusi—n genŽtica de este incomprendido nacimiento dej— de importarle y lo olvid— adrede. Carlota persist’a en que su madre (al igual que la abuela), hab’a perdido el juicio pariendo de vieja, mientras que para su hermano, era la criatura m‡s especial de este mundo que les hablaba con la mirada, pero nadie, excepto su abuela, se deten’an a escucharla. Celina vulnerable, quebr— el embeleso a los tres meses, rompiendo la magia para vestir nuevamente la armadura de sus demonios retornando a su pospuesta realidad. A insistencia de Nieves, la ni–a fue bautizada con el nombre de Angeles Vallesteres Reaves. Finalizada la ceremonia de bautizo la criatura fue abandonada al cuidado de los dem‡s; su madre la visitaba temprano por la ma–ana y por las noches antes de dormir tan s—lo para recrear su interior, sin entender el significado de la presencia de aquella criatura angŽlical en el holocausto de su vida y su padre ni se percataba de su existencia, logrando que despuŽs de seis meses, ella tambiŽn dejara de verla, mientras el querub’n se debat’a por sobrevivir a tanta maldad; es m‡s, su madre comenz— a evadirla, pues le incomodaba su sola presencia y a la vez se sent’a culpable de errores y misterios irresueltos que la sacud’an con fuerza desconocida de arrepentimiento, induciendo la amargura de su llanto. Rodolfo la observaba de reojo y a distancia sabedor de que "aquella cosa" revest’a divinidad y Žl, como propiedad del maligno, se proteg’a de cualquier redenci—n o salvaci—n para su alma. El œnico que adoraba a aquella criatura era su hermano mayor, a los ocho meses de edad, Angeles balbuceaba palabras aisladas, al a–o, su hermano era el œnico capaz de entenderlas sin esfuerzo alguno con el convencimiento de que aquella ni–a era sobrenatural; trasminaba una bondad contagiosa que el recib’a agradecido, se comunicaban con las miradas y le salvaba la vida y el alma con cada d’a de su compa–’a. S— lo Žl quiso ser salvado, am— aquŽl querub’n de ojos verdes, tez p‡lida y cabellos dorados que fuera engendrado por un ‡ngel para librar batallas terrenales con el demonio. Celina Mar’a Reaves Acarrea cumplir’a los sesenta a–os en dos semanas. Nieves se perd’a constantemente en aquŽl nuevo conventillo habitado por gente a veces extra–a y la mayor’a de las veces desconocida. A ella le encantaba ese ambiente, siempre la escuchaban, le regalaban tiempo y le ten’an paciencia, nadie la azotaba y le permit’an convivir con su amado. En su avanzado deterioro senil, Nieves sufri— una irreversible regresi—n, hab’a un fuego melanc—lico en su mirada. Entablaba interminables di‡logos con Sor Angelina y otras monjitas del convento, discut’a con Madam recrimin‡ndola por lo que le sucedi— y luego no le sucedi—, hablaba con el dependiente de la joyer’a Wells reclam‡ndole

otras joyas que le obsequiaron, pero que nunca recibi— y enamorada... se revolcaba con su pr’ncipe sudorosa y afiebrada en su gastado lecho nupcial. Si Celina sent’a algo por alguien era œnicamente gratitud por su madre, no solamente le dol’a, era m‡s lo que le fastidiaba verla convertida en un ente inservible deambulando molestosamente por su casa, as’ es que, como f‡cil soluci—n a tremendo drama, invoc— al esp’ritu de su padre para pedirle que se la llevara. -Se–or padre- creo que ambas partes estamos contentas con nuestro rendimiento, ahora debo pedirle que recoja a mi madre, pues se ha convertido en un lastre muy pesado de arrastrar, llŽvesela y que espere por m’, junto a usted, en el infierno, exoner‡ndola a cambio, por cualquier falta que tuviera aœn pendiente de culpa-. - Que grato decepcionarte hija- le dec’a el esp’ritu del sub oficial con sorna- aunque no lo creas... tu madre pertenece m‡s al cielo que al infierno. No me lo preguntes, todo posible pecado le fue perdonado por soportarnos. Por cada una de sus inocentes estupideces ya fue, en vida, duramente azotada; por sus infidelidades de pensamiento le hice la vida un martirio. El sufrimiento de toda su vida por haber amado sin limitaciones pariendo un hijo bastardo, han sido suficiente castigo. El haberme soportado abnegadamente, el haberse sometido a m’ cuid‡ndome con altruismo y resignaci—n durante interminables y tediosos a–os de convalescencia, le ser‡n ampliamente recompensados a tu madre... se ha ganado el cielo y nada puedo hacer para ayudarte, su alma no es del diablo, sino de Dios; que te aproveche y soportes sus desvar’os hasta el final de sus d’as. Si acaso no recuerdas, estabas imposibilitada de amar a plenitud y de enamorarte de la forma inconsciente en que lo has hecho convirtiŽndote en la amante de un loco, mucho menos suplicar al cielo logrando una opci—n de perd—n a travŽs de tu œltima maternidad, aunque haya sido involuntaria- acot— el esp’ritu de su padre en tono burl—n antes de desvanecerse, dej‡ndole ese inconfundible y hediondo olor a azufre. La ira que desped’a Celina a ra’z de este œltimo encuentro, le provoc— por vez primera un incontenible chispear de sus ojos negros que le impidi— mantenerlos cerrados durante casi toda la noche. No quer’a premoniciones ni sue–os llenos de remordimientos, deseaba arrancar de su entorno la molestosa presencia de su madre, sin siquiera recordar que la peque–a Angeles, a la que no ve’a hac’a una semana, cumplir’a ese S‡bado tres a–os de edad. Lo que ella no aprovech—, enceguecida por la rabia, fueron diez horas de m‡gico poder que lo desperdici— ignorante, mientras se le escapaba a raudales en cada chispa que brotaba de su mirada. ÁAh! si ella lo hubiese sabido....

Bien... que te dejŽ pasar sin esperarte y teniŽndote en mi no te retuve perdida anduve en tu caminar certero Y me dejaste ir con el silencio aunque estando all’ contigo sola estaba cual hoja seca a la deriva de ningœn viento y leve brisa Y me sumerg’ en lo profundo para ocultarte y as’ perdernos yo de t’ para siempre y tu tambiŽn, tambiŽn de mi ya te perdiste

EL BIEN...

Ese S‡bado irrumpi— su hijo, temprano por la ma–ana, pregunt‡ndole si festejar’an el cumplea–os de Angeles; le tom— unos breves segundos acordarse de su hija y, sin reconocer su olvido, balbuce— que no hab’a dinero para ninguna celebraci—n y que podr’a llevarla al parque como lo hac’a cada tarde; el muchacho la increp— duramente, molesto por esa falta imperdonable, recrimin‡ndole la ausencia de cari–o y su incapacidad de ejercer la maternidad aun siendo vieja. Aduciendo que no se merec’a ser madre de aquŽl querub’n, dio un portazo quit‡ndole el habla durante los pr—ximos tres a–os de convivencia. Para paliar el malestar de su sublevada conciencia Celina intern— a su madre en una casa de reposo para la tercera edad administrada por unas monjitas alemanas. Al cabo de diez d’as tuvo que recogerla, pues las monjitas estaban escandalizadas por las diarias escenas de amor que

protagonizaba la senil calentura de la anciana, que desnud‡ndose, se masturbaba a cualquier hora y en cualquier lugar reviviendo las tardes de amor y sexo que gozara con su pr’ncipe setenta y tantos a–os atr‡s. Probablemente Nieves era feliz de nuevo, hab’a reconquistado al amor de su vida, amaba y era amada, lo ten’a todo nuevamente. Acompa–ada por su pr’ncipe y, por Angeles, paseaba en carruajes tirados por cansados caballos, cenaba en casa de Madam, visitaba la joyer’a Wells en el centro de Lima, luc’a joven y hermosa con la ropa elegante que le obsequiara esa œnica vez su suegra; bordaba su ajuar en compa–’a de monjitas y novicias, alistaba su traje de novia mientras tenia sexo con amor en abundancia; Àcomo no habr’a de sentirse feliz y plena si junto a su juventud hab’a regresado tambiŽn el amor?. Celina comenz— a entender a su madre y a tolerarla a la vez, le enternec’an sus mon— logos de amor y ya no le sorprend’a verla bailar semi desnuda en la sala de su casa o escucharla agitada haciendo el amor con sus recuerdos. Carlota (con la maldad de su difunto abuelo) y la intolerancia de la juventud, cansada de los papelones que deb’a soportar ante sus amistades, por la conducta de su abuela senil (sin mencionar el estado mental de Vallesteres), decidi— encerrarla en su habitaci—n mientras duraba la ausencia de su madre, quien se fue de vacaciones a las playas del Sur olvidando a su peque–a, prefiriendo la compa–’a de su amante. Nieves no soport— el encierro ni la separaci—n forzada de su peque–a nieta; en su apagado y lejano mundo ya no pod’a bailar con su pr’ncipe, pasear en carruaje ni cenar en casa de Madam. Esta ausencia de hechos le hicieron recuperar la cordura por un corto lapso, para releer el texto de aquella carta dirigida a ella, que Sor Angelina le hiciera llegar antes de morir; estaba escrita con plumilla y tinta china negra en preciosa letra p‡lmer. La sab’a de memoria pero le deleitaba leerla una y mil veces sin evitar derramar l‡grimas de nostalgia y dolor. DespuŽs, y como siempre, guardaba la carta dobl‡ndola con cuidado como si fuera el mayor y œnico tesoro de su miserable existencia, para esconderla en su brasier. Por œltima vez decidi— releerla para compartir su secreto con ese querub’n de ojos verdes chispeantes que, sin importar c—mo... se hallaba sentado sobre su lecho sosteniŽndole amorosa la mano izquierda, ayud‡ndola a partir, el texto dec’a as’: Srta. Mar’a E. de las Nieves Acarrea: Distinguida se–orita: Cumpliendo la œltima voluntad de mi se–or esposo, le dirijo esta misiva para darle la explicaci—n que ambos tenemos pendiente con Vd. desde hace m‡s de sesenta a–os y, que por injusticias del destino, jam‡s pudimos, o mejor sea dicho, no tuvimos el valor de hacerle llegar. ComenzarŽ por contarle que, a la usanza de aquellos tiempos, nuestro matrimonio estaba concertado de antemano por nuestros padres; la dote estaba negociada, las invitaciones repartidas y la boda no se pod’a suspender, sobre todo por "el que dir‡n" y la vergŸenza que significar’a para ambas familias, nobles y distinguidas. Sin embargo, mi se–or esposo, ahora difunto, Almirante de la Marina de Guerra del Perœ, tuvo la suficiente honestidad para confesarme, a su llegada a Mil‡n, la relaci—n amorosa y el gran amor que sent’a por Vd., suplic‡ndome para que lo liberara de aquel compromiso de matrimonio

pues el œnico y ardiente deseo que pose’a en su vida, era el de regresar cuanto antes a Lima, en su busca, para hacerla su esposa, am‡ndola por el resto de su vida. Al principio, lejos de enojarme u ofenderme, la historia me pareci— graciosa y una simple excusa para posponer nuevamente nuestra boda, que yo, tomŽ bastante a la ligera. Admito que me equivoquŽ, pero como disculpa a mi ligereza debo confesarle que mi difunto esposo siempre fue considerado un empedernido Don Juan, rodeado de historias amorosas que nos daban, a sus padres y a m’, muchos dolores de cabeza. Al igual que Vd., yo amaba a mi difunto esposo. Desde ni–os supimos que ser’amos el uno para el otro, pasaban los a–os y mis deseos de adolescente y mujer crec’an tambiŽn, con la contenida impaciencia de llegar al momento de ser enteramente suya. Nuestro noviazgo fue mayormente por carta, mis padres se fueron a vivir a Europa cuando cumpl’ trece a–os y, aunque part’ con ellos, mi coraz—n lo dejŽ con Žl. Le aclaro todo esto para que sepa disculpar mi ego’smo, no fui capaz de entender su petici—n, no quer’a admitir que no me amara, no quise devolver la palabra empe–ada y lo obliguŽ a casarse conmigo, sin saber que lo estaba matando. As’ es Srta. Acarrea, su coraz—n se marchit— por amor justo en el preciso momento en que se cas— conmigo. Nuestra primera noche como esposos no la pas— conmigo, la pas— con Vd., al igual que miles de noches en las que me am— con locura confundiŽndome con su merced, repitiŽndome su nombre al o’do. Tuvimos una sola hija que, de mœtuo acuerdo, fue bautizada con el nombre de Leonora de las Nieves, ahora bien casada y madre tambiŽn. No me arrepiento de lo que hice, me fue preferible tenerlo de esta forma a perderlo por Vd. Sin embargo, Žl jam‡s logr— amarme, nunca la olvid—, so–aba con Vd., a–oraba su cuerpo, la deseaba constantemente convirtiendo su fijaci—n en un martirio. Muy enfermo (c‡ncer de pulm—n) durante los meses que agonizaba con lentitud, me hizo jurar que esta carta le llegar’a. Supo de su matrimonio y de su infelicidad, lo que nunca le dijimos fue la existencia de su hijo Miguel, hubiera sido terrible para m’, creo que si se enteraba, a pesar de la palabra empe– ada, me hubiera abandonado para ir en su busca, con tal de recuperarlos a ambos. Debo disculparme por esto, me ha atormentado por a–os, sobre todo cuando me enterŽ, por Sor Angelina, que al ni–o, hijo de mi esposo con el amor de su vida, lo hab’an terminado criando las monjitas del convento. Que Dios y Vd., puedan perdonarme. Mi esposo falleci— gritando su nombre con su œltimo aliento, no el m’o. Le adjunto la medallita con la imagen de Nuestra Se–ora del Carmen que siempre llev— puesta. Atte. de Vd. su segura servidora LADY LEONORA

Fue el texto de esta carta el que, secretamente, le dio aliento de vida por muchos a–os, pero ahora, era tiempo de descansar, era tiempo del reencuentro con el ayer, era tiempo de partir... Nieves Acarrea Acarrea hizo pedazos la carta para comŽrselos despuŽs saboreando golosa aquel manjar para el alma. Terminado su desayuno, se recost— sobre su cama y cerro sus cansad’simos ojos para no despertar jam‡s, sin que nadie

nunca supiera el contenido de su œltimo bocado. Comenz— su regresi—n. Volvi— a sentir ese penetrante olor a harina de pescado. Sentada otra vez bajo su habitual parral, degust— algunas uvas maduras, convers— con sus t’os, atendi— a sus sobrinitos, hizo el aseo de su precaria vivienda para luego, en el caluroso atardecer iniciar el baile de candombe; bail— hasta desvanecerase yendo luego (al son de sus tambores) a casa de Madam, al encuentro de su pr’ncipe. En complicidad con la enorme alcoba lo encontr— desnudo recostado en la misma cama, esper‡ndola por m‡s de setenta y cinco a–os, luciendo, fuerte, musculoso, hermoso presto a amarla durante toda la eternidad, ante la apacible mirada de aquellos chispeantes ojos verdes de su difunta madre.. Celina regres— de su viaje a los dos d’as de la partida de su madre a la eternidad, pero no se enter— de inmediato de su muerte, es que nadie lo sab’a aœn, Carlota ni se acord— de la existencia de su abuela, a la que d’as atr‡s hab’a encerrado en su alcoba aceler‡ndole la partida. Celina pens— que algo faltaba en su casa, algo importante que no recordaba; reciŽn a la hora de la cena, cuando todos se hicieron presentes para recibir los obsequios que sol’a traer de sus viajes, sin olvidar a ninguno de los que habitaban su conventillo, reciŽn record— a su madre. Carlota, como siempre, fue muy regalada, tambiŽn hab’a un par de mocasines para el novio de su hija y padre de su nieto, a su hijo le llev— un toca CDs port‡til con la œltima tecnolog’a del momento, a su nieto y a la peque–a Angeles un par de juguetes, a su empleada dos blusas y a la hija de su empleada una mu–eca con su cochecito. En ese instante, cuando sac— de su maleta el vestido gris que regalar’a a su madre, pregunt— por la vida de NIEVES. Su hija de tres a–os le cont— que su abuelita habr’a partido para dar alcance a las huestes de esp’ritus y ‡ngeles que la encumbrar’an a su arribo otorg‡ndole las alas de la inmortalidad y que ella, al igual que su abuela, partir’a tambiŽn en vista de la poca falta que les hacia a los habitantes del conventillo. Carlota palideci— unos instantes y sin arrepentimiento, explic— a su madre que en vista del comportamiento insano de la abuela, no tuvo m‡s opci—n que la de confinarla en sus habitaciones y que probablemente seguir’a encerrada en ellas disfrutando con sus locuras. De inmediato subi— Celina en busca de su madre. Cuan grande ser’a su sorpresa al encontrarla bien muerta, con una expresi—n de felicidad en su rejuvenecido rostro y con aquella sonrisa que esbozara solamente un par de veces durante toda su vida de mierda. El mŽdico de la casa de enfrente fue el encargado de expedir el correspondiente certificado de defunci—n, manifestando sorprendido que, llevando ya dos d’as de ocurrido el deceso de la occisa, era por dem‡s extra–o que su cuerpo no se hubiese comenzado a descomponer. La causa de su muerte ni les import — y nunca se supo, la atribuyeron a su terminal vejez. Sin producir palabra ni derramar una solitaria l‡grima, ante la muda presencia de Angeles, Celina Mar’a Reaves Acarrea visti— el cad‡ver de su madre con el traje gris nuevo; al hacerlo, por primera vez se percat — de aquella medalla de oro que pend’a de su cuello, no recordaba habŽrsela visto antes, pero por piadoso instinto tampoco se la quit—, la empac— en un modesto ataœd y dio inicio al velatorio y posterior entierro en el Campo Santo. Lloraron sus hermanos, algunos de los nietos, las nueras, Awicho, m‡s viejo y marica, y uno que otro de los

visitantes; lloraron todos menos ella. Celina estaba conforme, conforme y agradecida con la consideraci—n que tuvo su madre para con ella (hasta en el œltimo instante), al no seguir viviendo. Durante esa y muchas otras noches, Nieves se rehusaba a abandonar el reino de los mortales. Blanca y transparente bat’a sus alas de ‡ngel haciendo temblar a los moradores del conventillo, en su locura, Rodolfo la confund’a con su hermana la muerta aduciendo que, -"Nuevamente, despuŽs de m‡s de cuarenta a–os, ven’a a joderle la vida, fue por ella que sus padres nunca lo amaron, fue por ella que se alcoholizaron, fue por ella que su vida era una mierda... y ahora, ten’a el tupŽ de regresar Áa seguir jodiendo!"- Durante el tiempo que duraron los permanentes aleteos, diurnos y nocturnos, Rodolfo entablaba interminables batallas tratando de mutilarle sus hermosas alas munido de un enorme cuchillo de cocina; nada pudo lograr, no pod’a ganarle la batalla a ningœn ‡ngel encumbrado por m‡s perdido en el reino de los mortales que Žste se encuentre; el demonio no puede vencer lo que es de Dios. Al cumplir Angeles sus cuatro a–os de vida e ignorada por sus padres, comprendi— que ambos eran un caso perdido pues, de momento, como arpegio lastimero, eran manipulados por el mal liberando sus imperfecciones humanas. Aunque su estad’a en el mundo de los mortales no fuera vana, el motivo principal de la misma era de por s’ irrecuperable. Unicamente el hijo de Celina abri— su lado bueno y ciment— principios de fe, esperanza y caridad, gracias a los cuales (y a pesar de otros grandes males que le aquejaron en determinado momento), no lo abandonar’an para inclinar su balanza al lado bueno el d’a del juicio final. Por tanto, decidi— darle alcance al esp’ritu celestial de su abuela, dejando aquella batalla librada infructuosamente en casa de sus padres. Ten’a otras cosas por hacer, otras almas desdichadas a quienes salvar y no hab’a tiempo que perder en esta vida sin principio y sin fin. DespidiŽndose de su hermano, la presencia Divina la visti— con su traje de luz eterna y transcendente para luego ver ascender su esp’ritu hasta convertirlo en un punto de luminosidad conocido en el firmamento como una estrella.

CELINA... Yo soy as’ capaz de tocar nubes transparentes de no sufrir

ni sentir ni siquiera de morir pero de amarte Malo o bueno bello o feo claridad de mi ensue–os visi—n que ciegas los entornos donde te busco Me colma luego el deseo de tu mirar y la plenitud me llega acompa–ando a tu locura que una vez adentrada en mis miedos me hace sentirte y as’ soy feliz

CELINA...

La "muerte blanca" como calificaron a la desaparici—n de Angeles, fue otro h‡lito de esperanza para Celina; si bien la entristeci— m‡s de lo esperado con remordimientos de lo que pudo hacer y no hizo o lo que quiso decirle y no pudo, estaba convencida de que la vigilancia y acecho de aquella criatura que engendrara en condiciones extra–as pariŽndola a destiempo sin saber de su progenitor, se habr’an terminado. Nunca, nadie, en aquella casa volvi— siquiera a recordarla y los cuatro a–os de convivencia con un ‡ngel fueron ignorados pasando desapercibidos. A la muerte de su madre sobrevino el fallecimiento de su amigo y confidente Awicho, a la edad de casi ochenta a–os, de bien llevado homosexualismo y, despuŽs de una severa amonestaci—n a su coraz—n, que desobediente dej— de latir un d’a domingo, justo un Cuatro de Julio, durante la recepci—n de aniversario en la Embajada Americana. Hasta para morir Awicho escogi— esa recepci—n, logrando quitarles el centro de atenci—n tanto a embajadores como a ministros, y, hasta al propio Presidente del Pa’s de las Alturas, para convertirse en el protagonista principal de su propia cr—nica de sociales, siendo comentado en lugar de comentador. Precediendo segundos de agon’a, awicho elucubraba un malŽvolo comentario acerca de aquella dama parlanchina y de voz chillona cuyo f’sico asemejaba a una gigante Parava del oriente. Es muy probable que la grotesca escena hiriera su sensibilidad femenina al

extremo de causarle la muerte; de haber le’do sus pensamientos, los alaridos que aquella benefactora y caritativa dama exteriorizara, hubieran sido de gusto en lugar de susto, ante la seguridad de que su sobrepeso y el agudo timbre de su voz, se mantendr’an en el anonimato merced a aquella desventura. Celina, al igual que la sociedad alture–a, estaba consternada con la noticia que, cual reguero de p—lvora, invadi— al pa’s hasta sus confines. Los caballeros de buena conducta pœblica, libres de aquella tiran’a, aprovecharon el lugar y la ocasi—n para brindar con champagne francŽs por el eterno descanso del occiso, seguros de que sus ocultas infidelidades ya no ser’an comentadas entre l’neas. A su vez, las esposas de los caballeros tambiŽn presentes en el lugar de los hechos, brindaron en silenciosa complicidad porque dejar’an de ser acosadas, unas veces por aparecer con demasiada e inusual frecuencia en las cr— nicas y otras por no aparecer en ellas. Los œnicos que realmente fueron afectados (en utilidades por las ventas) y brindaron con sentimiento por el eterno descanso de su "asesor" y columnista, fueron los due–os del matutino y las revistas en cuesti—n, que ve’an esfumarse varios miles de pesos por la disminuci—n de sus ediciones. Las se–oras, muy compungidas e hip—critas, lloraban contentas la desaparici—n de aquel viejo chismoso que manejara sus vidas sentimentales y familiares a su real antojo al mismo tiempo que se regocijaba solidario con sus desgracias, sin dejar de actuar como juez y parte, amparado en la impunidad de su inmunidad periodista. Los diplom‡ticos lamentaban la abrupta desaparici—n de su esp’a y relacionador pœblico, capaz de manipular a la sociedad y a algunos miembros del gobierno en beneficio de intereses for‡neos. La casta pol’tica fue la menos afectada, Awicho los ignoraba obvi‡ndolos con notoriedad en sus comentarios, convencido de que se trataba de un entorno amorfo y cambiante de gente sin abolengo ni cultura, generalmente compuesta por nuevos ricos o advenedizos que siempre estar’an de "paso" ejerciendo obnubilados un fugaz poder. Sin embargo, en ciertos casos, la falta de alcurnia era compensada por el ejercicio de poder, as’ es que tampoco quer’a nombrarlos y los ignoraba para evitar fastidiarlos, a menos que se tratase del Presidente, el Canciller y uno que otro ministro de apellido m‡s o menos. El entierro de Awicho estuvo por dem‡s concurrido, todos los asistentes quer’an cerciorarse de que estuviera bien muerto; entre los presentes, vimos desde ministros atemorizados por represalias conyugales, a diplom‡ticos sedientos de ausentes chismes, o a esposos relajados y sonrientes, hasta a se–oras alivianadas sin el "stress" previo a la publicaci—n de las cr—nicas sociales. No pod’a faltar Celina, la œnica realmente compungida por la pŽrdida de su incondicional amigo y socio. Por supuesto y en primera fila, estaban aquellas damas que hicieran historia por ser blanco certero de los comentarios molestos del cronista. Aquella ingeniosa se–ora puesta en evidencia y ridiculizada por esconder seis dulces dentro de su bolso, durante la celebraci—n de un cocktail de diplom‡ticos, se dio el gusto de "apedrear" el ataœd del muerto con varias docenas de exquisitas golosinas en sus respectivos pirotines, que mand— a preparar para la ocasi—n y que acompa–aron al fallecido hasta la eternidad soportando las toneladas de tierra con las

que ambos fueron cubiertos; nadie os— cuestionar este exabrupto, es m‡s, fue silenciosamente aplaudido por la audiencia que solidaria particip— en este acto pœblico de terapia colectiva. La diplom‡tica, exiliada del Pa’s de las Alturas a ra’z de la funesta acusaci—n de haber cometido estelionato o usucapi—n por disponer, para su uso personal, uno de los cortinajes de la residencia de su embajada confeccion‡ndose un horroroso traje de fiesta y, m‡s aœn, que tuvo el atrevimiento de lucirlo durante la fiesta de aniversario, envi— un telegrama al muerto invit‡ndole a la gran fiesta de disfraces que celebraba en honor a su defunci—n y que fuera le’do durante las exequias, creyendo que se trataba de una condolencia m‡s. No se perdi— de estar presente aquŽlla joven y sensual dama que gustaba de vestir insinuante, luciendo siempre como complemento a sus tenidas, ex—ticos sombreros que hac’an entrever su hermosa y larga cabellera y que sin que se sepa el motivo, enfurec’a a Awicho cada vez que coincid’an en un evento de sociedad. Aunque en un comienzo se pensaba que los elegantes sombreros ser’an los causantes del disgusto del cronista, luego se supo que el verdadero motivo, era el del interŽs del difunto por el marido de la dama a quiŽn, adem‡s, la admiraban los hombres guapos, feos, solteros o casados. Si el marido de la acusada no hubiese sido el causante de sus sue–os er—ticos irrealizables, de seguro que los sombreros de Žsta hubieran pasado inadvertidos en sus cr —nicas. Como homenaje p—stumo, la dama de los sombreros se present— en compa–’a de su esposo, vistiendo luto estricto, medias y gafas oscuras adem‡s del gran detalle... una hermosa capelina roja que tir— encima del ataœd con la esperanza de hacer revolcar de indignaci—n al muerto. Cuando el buen p‡rroco de la iglesia del Campo Santo estaba dando por concluida la ceremonia y exequias, irrumpi— en el lugar de los hechos una mujer de condici—n humilde, bordeando los cincuenta, llevando de las manos a dos adolescentes de unos catorce a–os quienes, luciendo riguroso luto, se acercaron a depositar su ofrenda, consternados por un dolor real f‡cil de entrever en sus rostros p‡lidos y compungidos. Cu‡l no ser’a la sorpresa de los presentes al constatar el tremendo parecido f’sico de esos gemelos que demostrando ser hijos leg’timos y reconocidos por su difunto padre, ven’an en pos de su herencia, a reclamar lo que por justicia les pertenec’a. Su madre, en confesi—n, explic— al at—nito cura los amor’os que hac’an dŽcadas manten’a con Awicho y ocultaba a la sociedad para proteger la salud mental de sus hijos. Enterada de la cuantiosa herencia, consider— que la salud mental de sus hijos estaba apta para disfrutar la bonanza que su padre jam‡s les diera en vida. As’ concluy— el homenaje p—stumo a la liberaci—n de nuestra sociedad que goz— a partir de entonces por recuperar su libre albedr’o. A rey muerto rey puesto, Awicho fue inteligentemente sustituido por una dama, periodista de carrera, que publicar’a sus cr—nicas sociales, no s—lo con Žtica profesional, sino tambiŽn con aplaudido carisma y real educaci—n.

SIN TI... DE QUE ME SIRVE LA VIDA, d’melo tu. Por quŽ le temo a la muerte, al silencio y a ti a quŽ nac’ yo atada amarrada sin voz sino tu de que est‡n hechos los hombres el mundo tu y yo para que existe el silencio, el cielo, el infierno y un Dios por quŽ a Žl no le temo y si temo a lo habido al mismo temor De quŽ me sirve la vida d’melo tu si te quiebras me quiebras requiebras el todo de nuestro interior Si me dejas te dejo dejamos lo poco lo mucho y la nada entre tu y yo Si me si te te es lo

me explicas con versos dices poemas y cantas sin voz me llamas me buscas encuentro por dentro regalo aliento como una explosi—n que todo converge que llevo puesto y lo que vistes vos

Lo que pienso y no pienso, digo y me callo y veo sin ver

lo que siento y vos sientes es lo mismo de ayer y no lo de hoy es tu piel en mi cuerpo tu saliva en mi voz es tu aroma que grita, estremece y escucha llamando a ese sue–o lejano y consolador Si te tengo y me tienes es que ambos tenemos la luz interior De quŽ me sirve la vida d’melo tu.. A m’ solo me sirve me sirve si en ella si en ella est‡s vos.

LA SEPARACION...

Celina manten’a el conventillo con la pensi—n que generosamente le segu’a pasando su moribundo ex marido. Las ausencias de Mar’a E. de las Nieves y de la peque–a Angeles hab’an sido substituidas por otro nieto, esta vez de padre desconocido. Su hijo mayor de treinta y nueve a–os hab’a invitado a su "amiga" y el perro mast’n de Žsta a convivir con ellos ya que ambos segu’an catalogados como estudiantes. Carlota, tambiŽn olvid— a sus dos hijos al cuidado de su madre y despuŽs de a–os de hueveo, desisti— de ser profesional content‡ndose con trabajar de auxiliar en un estudio jur’dico, para convertirse en la amante de un juez viejo pero poderoso que la llenaba de joyas, viajes y le manten’a un carro del a–o. (casi como en los inicios de Celina). Celina con m‡s de setenta a–os encima, cansada por la mala vida, la falta de dinero y la locura de Vallesteres, comenz— a depender para todo de Carlota. Ese a–o las cosas se pusieron intolerables oblig‡ndola a poner punto final a su ‡spera convivencia con Vallesteres. Su ex marido falleci— despuŽs de casi cien a–os de buena y productiva vida. En su testamento, declaraba que, su "generosidad" econ—mica, hacia su ex mujer durante todos estos a–os, obedeci— al chantaje al que fue sometido por todos los acontecimientos durante sus a–os de pol’tico, en los cuales y por azar del destino logr— amasar fortuna, acontecimientos de los cuales Celina ten’a no solamente conocimiento, tambiŽn conservaba las pruebas. Ahora tres metros bajo tierra le val’a un carajo lo que ella pudiera hacer o decir. Dejaba sus bienes a ser repartidos por partes iguales entre los hijos de sus tres matrimonios y tambiŽn con su œltima esposa, la extranjera casi treinta a–os menor que Žl. Los casi cuatro mil d— lares que recib’a Celina desaparecieron para convertirse en una pensi—n vitalicia de trescientos d—lares mensuales, ya que nunca volvi— a casarse. De ahora en adelante depender’a econ—micamente de sus hijos. Su hijo var—n emprendi— las de villa Diego seguido por su "amiga" y su enorme perro mast’n negro. Carlota fue tajante y muy clara con su madre, le ofreci— tenerla en su casa a cambio de que se encargue del

cuidado y educaci—n sus nietos, que ya eran tres contando a la œltima hija que tuvo para el Juez, antes de que lo enviaran a la Corte Suprema de Valle Alto en compa–’a de su leg’tima esposa. La invitaci—n era exclusivamente para ella, deb’a deshacerse de aquŽl loco a quien ya nadie pod’a soportar; s—lo ella segu’a am‡ndolo con sublimada compasi—n m‡s que con otro sentimiento pues a su edad, el verdadero amor œnicamente se ejerc’a de la cintura para arriba. Recurri— a todas las magias negra, roja, amarilla y blanca, trat— con cuantos "brujos", Yatiris y "Curanderos", adem‡s de "naturistas" que pudo... todos le contestaban lo mismo: NO HAY CURA, ES IRREVERSIBLE, ES COSA DEL DEMONIO, para colmo, con el cansancio y la edad, el espor‡dico chispear de sus ojos hab’a desaparecido por completo. El ver a Vallesteres era deprimente, se hab’a encogido de tama–o por lo menos en 40 cent’metros, andaba encorvado y con la mirada perdida en un mundo accesible tan s—lo para Žl. Pac’fico unas veces, mascullaba di‡logos coherentes con su pasado o su presente. Violento otras veces, atacaba a Nieves con una hoja de papel bond, que la bland’a cual cuchillo de cocina queriendo cortarle sus enormes alas de ‡ngel encumbrado. Su cabello blanco y largo se notaba descuidado, la barba igualmente larga compet’a con la del viejito pascuero y sus dedos amarillentos de tabaco barato ten’an unas u–as largas y sucias; no se cambiaba los pijamas ni para dormir y como abrigo, usaba una gruesa bata de franela gris y una bufanda escocesa al cuello, ten’a pantuflas acolchadas y gruesas medias de alpaca; Žsta era su vestimenta diaria de muchos a–os. Hac’a como diez a–os que Vallesteres tuvo su œltima charla coherente y cuerda con Celina rog‡ndole que no lo abandonara en su locura, que cuidara de Žl hasta su muerte. Ahora ante la encrucijada ella deb’a escoger: o aceptaba mudarse con su hija para ser su ni–era y ama de llaves (como la fue Mar’a E. de las Nieves para ella), o se quedaba a merced de nada, con trescientos d—lares como patrimonio en compa–’a de su loco inmortal.. Hac’a muchos a–os que Celina estaba exhausta, demasiado pesada por su gordura y su edad, tambiŽn ella se hab’a encogido, no solamente por fuera, sino tambiŽn por dentro, se le encog’a el alma un poco cada d’a pero nunca se le terminaba del todo, la sent’a marchita y acongojada por el incumplimiento al acuerdo con Satan‡s, pero ÀquŽ pod’a ya ella hacer para remediarlo?, se enamoraba con facilidad de sus amantes pero... amar... s—lo a Vallesteres, a Žl lo am— desde el d’a en que lo vio por vez primera en su matrimonio con Macarena Ahora se daba cuenta del significado de sus terribles pesadillas, la mutilaci—n de sus miembros eran sus pŽrdidas econ—micas, de poder y de amor, todo le fue arrebatado por pedazos, igual que sus miembros; la decapitaci—n final ser’a el alejamiento definitivo junto a la locura terminal de su amado. Todo le sali— mal porque ella actu— siempre mal. Jam‡s debi— ser causante del divorcio de su mejor amiga, jam‡s debi— obsesionarse con Vallesteres, jam‡s debi— ser lo que fue, jam‡s debi— nacer. A estas alturas de su abandono y miseria opt— por incumplir la promesa que le hiciera al œnico amor de su vida en tiempos de felicidad. A la siguiente ma–ana, muy serena, visti— de tristeza, se pein— de amargura y calzando resignaci—n, en un corto vuelo de Lineas AŽreas, Celina Mar’a Reaves Acarrea arrib— a Ciudad Sol, acompa–ada de un gnomo gigante que apenas si sab’a ir al ba–o solo, para poder orinar o defecar. Vallesteres fue depositado en el Manicomio local en definitivo abandono y sin m‡s pertenencias que sus viejos pijamas, su bata, sus pantuflas, su bufanda escocesa y sus medias de alpaca. Muri— seis meses

despuŽs a ra’z de su voluntaria inanici—n.

EL ADIOS... No ni mi es ya el en

me duele la partida halla remordimientos conciencia mi coraz—n que llevaste que parti— contigo ese d’a

ya no recuerdo ni el tiempo si me dejaste solitario el ayer s—lo tengo vivo un presente pero tu ausencia habita en el te imagino de estrellas y cielos de mar acaricio el espacio y juntos unidos en ellos se que ma–ana podremos volvernos y amar

LA PARTIDA...

La noche de su muerte, en medio de sue–os espesos y opacos conteniendo turbulenta apat’a, Vallesteres en persona se comunic— con Celina. DespuŽs de a–os, Celina recuper— sus pesadillas; esta vez, el anuncio apocal’ptico ser’a su œltima visi—n; era Rodolfo quien acompa–aba al drag—n, a su padre y al rostro de Elenita que al un’sono arrancaban de su tronco lo œnico que le daba vida...su cabeza. Vallesteres le recriminaba el abandono de que fuera objeto y el incumplimiento a sus promesas de amor. Ya desprendida del torso, su cabeza, comprensiva y

aquiescente lo miraba desde el suelo, de abajo hacia arriba, era Žl, su amado, como antes, alto, fornido y bien cuerdo. Mientras ella hac’a estas evaluaciones, Rodolfo furibundo, de una patada, lanzaba su cabeza a cien metros del lugar; rodando y dando botes; Celina sent’a las sacudidas y la impotencia de no poderlas frenar, estos rebotes de cabeza le segu’an durando aœn hasta despuŽs de que, despierta, agradec’a que fueran œnicamente pesadillas. Con m‡s de setenta y siete gastados a–os, Celina serv’a a su hija como a ella le sirvi— su madre. Se hac’a cargo de la mala educaci—n de sus dos nietos y su nieta que ya eran adolescentes; apa–aba los romances il’citos de su hija, aceptaba el reciente homosexualismo de su hijo ya maduro, aprend’a a amarlos para poder tolerar esa vida que no era desigual a lo que fue la suya. Revestida de insensibilidad ve’a pasar los d’as hasta formar a–os, sus nietos perversos e intolerantes sol’an mantenerla (al igual que a Nieves), encerrada en un obscuro armario a veces hasta por dos d’as consecutivos, con el reconfortante consuelo de su hija muerta quien retorn— trayŽndole otra oportunidad, mientras que Carlota ya madura, viajaba por ah’ manteniendo a algœn nuevo amante z‡ngano con el magro legado que le quedaba de la herencia de su padre. De tanto en tanto evaluaba su vida desviando la mirada hacia su interior y no sent’a sino otra cosa que un antagonismo incomprensible entre lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo de su realidad humana, realidad que, vanamente, se empe–aba en esconder para reiterar su convencimiento... hac’an a–os que viv’a en el mism’simo infierno. Para alcanzar la paz al igual que su madre difunta, Celina tambiŽn prefer’a que la encerraran en el armario en donde gozaba la compa–’a de su peque–a hija muerta. All’ encontraba la libertad, deliraba y, de igual forma que hiciera su madre en vida, ella tambiŽn revert’a sus pasiones, viajaba en compa–’a de Vallesteres, sacaban a flote su barco hundido hac’a cincuenta a–os, iniciaban su flota mercante de carga, reaparec’a el negocio de las comunicaciones y florec’a la empresa de la selva oriental. All’ en la oscuridad de su antiguo ropero era millonaria, era feliz, era madre abnegada de su querub’n. Estaba con el œnico amor de su vida, por el que tuvo que competir a la locura sin poderle ganar, aquŽl amor tan grande por el que desafi— el poder de Satan‡s sin haberlo vencido. De la misma manera en que su madre anta–o, comenz— a delirar, ve’a en otra dimensi—n, ignoraba al resto de sus hijos y tambiŽn a sus nietos por lo que todos los habitantes de ese conventillo se sintieron alegres de ignorarla tambiŽn. Cansada de soportar sus pesadillas, prefer’a encerrarse voluntaria en la obscuridad para pasar inadvertida un par de d’as que los dedicaba por entero al arrepentimiento, recordando el œnico pensamiento del Conde de Saint Germain, atribuido a Shakespeare, que se aprendi— de memoria: "NO HAY NADA BUENO NI MALO, EL PENSAR LO HACE ASI. Tuvo que interceder el esp’ritu del ‡ngel encumbrado que misericordioso, ante la interminable agon’a y el arrepentimiento total y sincero de su amada hija, orden— al demonio de su difunto marido para que Celina Mar’a Reaves Acarrea, el d’a en que cumpl’a los ochenta y siete a–os, festeje su santo de la mejor manera... abandonando su infierno, mandando a todo el entorno de mortales a la mism’sima mierda para que el esp’ritu del cabr—n de su difunto padre, honrando su promesa, le arranque de una vez por todas lo œnico que aœn faltaba de ser mutilado... su alma y, as’, saldando sus cuentas pendientes con

Belcebœ, dado que todo lo que hizo fue por verdadero amor y que el AMOR ES EL PRINCIPIO ACTIVO DE DIOS, la deje transportarse a la eternidad, sonriente y presurosa en busca de Vallesteres. Cumplida esta exigencia, ese atardecer, Celina Mar’a Reaves Acarrea visti— sus galas de grandes amores, peinando su cabellera de incontenible ansiedad, calz— sus pies de gracia y romance para partir silenciosa y di‡fana a su mundo del m‡s all‡. Mar’a E. de las Nieves suspir— aliviada; batiendo sus alas transparentes y difusas se extingui — definitivamente del entorno de los mortales... Átodo estaba bien por primera vez en m‡s de cien a–os!

FIESTA DE CUMPLEA„OS

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