Draco Malfoy y El PDF

January 11, 2025 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse Posted originally on the Archive of Our Own at http://archiveofourown.org/works/37137853. Rating: Archive Warning: Category: Fandom: Relationship: Character: Additional Tags:

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Mature Creator Chose Not To Use Archive Warnings F/M Harry Potter - J. K. Rowling Hermione Granger/Draco Malfoy Hermione Granger, Draco Malfoy Healer Hermione Granger, Auror Draco Malfoy, Slow Burn, Unresolved Sexual Tension, POV Draco Malfoy, Forced Collaboration, they start off hating each other but you know the drill, reckless overuse of author’s favourite tropes, Romance, romcom, Harry Potter Epilogue What Epilogue | EWE, oblivious idiots, All aboard the SS Denial, No first names we die like men, do not look too closely at the plot you will only hurt yourself Español Dramione traducción al español, Traducciones al español Harry Potter/Fics en español Published: 2022-02-15 Completed: 2022-09-10 Words: 205,773 Chapters: 36/36

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse by Paandreablack Summary

Hermione se extiende por el mundo mágico y no mágico como investigadora médica y sanadora a punto de hacer un gran descubrimiento. Draco es un Auror asignado para protegerla de fuerzas desconocidas, para disgusto de ambos. Presenta a la hipercompetente y apasionada Hermione y al perezoso, pero peligroso, Draco. A fuego lento. Traducción "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Love" by Isthisselfcare.

A translation of Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Loveby isthisselfcare

Un ataque antideportivo Chapter Notes

Nota de la autora: Esta es una historia que quería leer pero que aún no parecía existir, así que tuve que ser el cambio que deseaba ver en el mundo. Después de OotP, el canon se elige sin disculpas por las partes buenas; llamémoslo canon divergente. Tonalmente, buscamos apuestas bajas y humor con momentos serios ocasionales, algo así como Three Men in a Boat (Tres hombres en una barca) y Sunshine Sketches of a Little Town. No habrá contenido de relleno del elenco de HP: mi enfoque es poner a «H» y «D» en situaciones extrañas y ver quién asesina a quién primero.

Disclaimer: La historia es de Isthisselfcare (AO3) quien me dio la autorización para traducirla y el arte que verán en algunos capítulos pertenece a la talentosísima NikitaJobson, quien también me dio el permiso para insertarlo como en la historia original. No se permite la réplica de su arte insertado aquí en otro medio. Nota de la Traductora: ¿Recuerdan cuando les dije que no volvería a traer una historia en proceso? Bueno, les mentí. Soy débil y me encanta traerles historias que merecen la pena ser leídas en tiempo real. Así que aquí estoy, con dos empleos, con muchas historias propias en proceso, otra traducción en revisión y aquí me estoy metiendo en un lío trayéndoles una nueva historia. Pero es que de verdad, la AMÉ y espero que ustedes también queden encantadas y encantados. Es una historia Slow Burn (Quemadura lenta), entonces si esperan sexo desenfrenado y declaraciones de amor en el episodio uno, mejor vayan a Ponlo de Rodillas o Grilletes y Látigos. ¡Disfrútala! **~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo. Gracias a Sunset82 y Nucifeera por escucharme y ayudarme con mis intensas preguntas. For Isthisselfcare : Thank you very much for the permission, I have enjoyed the story so much and I am honored to

take it to another language! Thank you! ¡Gracias!

Arte por Catherine7mk, cartel por Nikitajobson **~**~** Como hombre de medios, Draco Malfoy podría haber elegido vivir una vida de ocio, intromisión política y chantaje casual, como su padre antes que él. Sin embargo, su absolución por parte del Wizengamot estuvo acompañada de fuertes recomendaciones de que el joven señor Malfoy luchara

por objetivos tan loables como el bien común, el altruismo y la redención ante la opinión pública. Y así, después de algunos años de sembrar su avena salvaje, y muchas maldiciones, por el continente, Draco Malfoy había regresado a Londres, donde hizo un breve trabajo en el programa de entrenamiento de Auror, de tres años a uno y medio, por favor, y se unió a esa noble Oficina. Draco había sido estratégico en su elección de carrera, por supuesto: ser un Auror ofrecía suficiente heroísmo para una cobertura positiva en las noticias y suficientes asesinatos sancionados por el Ministerio para mantenerlo interesado en el trabajo. Draco era un excelente Auror; algo acerca de casi convertirse él mismo en un mago oscuro le dio información bastante útil sobre las mentes de los magos y brujas traviesos. El problema con la competencia, sin embargo, fue ser recompensado con casos cada vez más complejos por la Jefa de la Oficina de Aurores; una tal Madame Nymphadora Tonks. Y así, nuestra escena de apertura: un lunes por la mañana en algún momento de enero. En medio de los cubículos grises de la Oficina de Aurores, Tonks estaba repartiendo las asignaciones de Clase A del mes a sus principales Aurores como un vengativo Papá Noel. —Montjoy, te vas a Hethpool: tres niños muggles encontrados muertos sin sus hígados; ese aquelarre de brujas de Stow puede haberse reagrupado. —Una carpeta que contenía el material del caso fue arrojada sobre el escritorio de Montjoy. —Buckley: sospecha de nigromancia y otro juego sucio, Isla de Man —Buckley aceptó el expediente que le ofrecían con una mueca—. Vas a llevarte a Humphreys contigo; no olvides ser un buen mentor y no traumatizarla demasiado. Tonks dobló la esquina hacia los siguientes cubículos. —Potter, Weasley: deben continuar con los vampiros en los Valles, pero si no avanzan más, me involucraré personalmente. La mitad de Yorkshire se secará a este ritmo. Goggin: un idiota está experimentando con la tortura transfigurada en prostitutas muggles en Glenluce. No me daré cuenta si lo traes con algunas extremidades rotas o si le faltan partes. Tonks ahora se detuvo frente al escritorio de Draco. —Malfoy, ya que te fue tan bien con el Lanark Lunático la semana pasada, te dejaré elegir tu veneno. Draco miró a Tonks con cautela: era poco probable que el veneno fuera una exageración. —¿Cuáles son mis opciones? Tonks dejó caer dos archivos sobre el escritorio de Draco. —Opción uno: un mago acusado de actos inapropiados con trolls, un verdadero deleite para los sentidos, u opción dos: una solicitud del Ministro de Auror para la protección de un objetivo de alto perfil. —¿Actos inapropiados? —repitió Draco, tirando de las carpetas hacia él con una mano lánguida. —No sé sobre tu nivel de tolerancia, pero he perdido bastante el apetito —Tonks adelantó su barbilla hacia la carpeta más a la derecha—. Hay fotografías para su edificación. Draco cometió el error de abrir la carpeta del troll. La volvió a cerrar con un sonido estrangulado de disgusto.

—Tomaré la tarea de protección. —Correcto —dijo Tonks, tomando la carpeta del troll y su horrible contenido del escritorio de Draco—. El sodomizador de trolls irá a Fernsby. ¡Fernsby! Ven aquí. Fernsby salió de un cubículo distante. Tonks golpeó la carpeta contra su pecho. —Te vas a Morpeth. Escuché que el Mar del Norte es hermoso en esta época del año. Si Fernsby tenía reservas sobre la belleza de una estancia de enero en el Mar del Norte, se las guardó para sí mismo. Rara vez valía la pena discutir con Tonks. —Informes de progreso en mi escritorio el lunes por la mañana. —gritó Tonks a la oficina en general. Un gruñido de asentimiento de los Aurores siguió a la solicitud. Tonks le dio a Draco una mirada aguda. —Esperando el tuyo, Malfoy. Tengo un grado de curiosidad sobre eso: el objetivo está trabajando en un proyecto de alto secreto; ni siquiera me dijeron de qué se trataba. Tonks regresó a su oficina y logró pisar el pie de un colega desprevenido sólo una vez. Draco, ahora bastante curioso, jaló la carpeta hacia sí. La solicitud de protección vino directamente de la Oficina del Ministro y Shacklebolt había solicitado una auditoría de seguridad, protección defensiva, todas las medidas de mejora de la confidencialidad conocidas por los aurores, escolta, por favor, y vigilancia de protección... En resumen: un maldito trabajo. Draco se irritó preventivamente: esto sonaba más bien como a esfuerzo. ¿Y quién, por favor, mereció este tratamiento extravagante? Pasó algunas páginas más de demandas ministeriales para encontrar, finalmente, al director. Y esa fue Hermione-Maldita-Granger. Su fotografía estaba fijada en la parte superior de una breve nota biográfica, como si alguien vivo hoy no la conociera a ella ni a su cabello. Miró seriamente a Draco, parpadeó una vez y luego salió del cuadro. Draco tomó la carpeta y se dirigió a la oficina de Tonks. Rara vez valía la pena discutir con ella, pero este expediente merecía un intento especial. —Tonks, no puedo aceptar esto. Tendrás que dárselo a otra persona. Tonks levantó la vista del pergamino que había estado atacando con una pluma. Su cabello se volvió de un malva burlón. —¿Por qué no? —Es Granger. Esa es la Principal. ¿No lo habías visto? —¿Y? —No nos llevamos exactamente bien —dijo Draco en un gran eufemismo. —¿Me estás diciendo que algún disgusto en la escuela de hace quince años interferirá con tu

capacidad para llevar a cabo esta tarea? —preguntó Tonks. En el reflector de enemigos detrás de ella, siluetas sombrías se agrupaban, como si quisieran escuchar a escondidas el drama. —Tenemos una historia bastante infeliz —dijo Draco. —¿Peor que tú y Potter? Este Draco consideró eso por un momento. Finalmente, respondió: —En cierto modo. —Bueno —olfateó Tonks—, intercambia con Fernsby. Estoy segura de que estará muy feliz de cambiar un trabajo de protección cómodo por el aficionado a los trolls. —... ¿No hay nada más que pueda tomar? Tonks le dirigió una mirada sofocante, enfatizada por el hecho de que sus ojos se volvían de un amarillo peligroso, como de halcón. —Acabo de asignar las misiones del mes, Draco, y no permitiré que tu complejo sobre el dominó Granger se extienda por completo. —No tengo ningún complejo con Granger. —Bueno, entonces te irá bien. Largo. Tonks agitó su mano y la puerta de su oficina se cerró lentamente, sacando a Draco. Draco regresó a su escritorio, medio con la intención de pedirle a Fernsby el intercambio; sin embargo, el gorgoteo de horror que emanaba del cubículo de Fernsby fue suficiente para cambiar de opinión. Bien; haría lo de Granger. En cualquier caso, no era pornografía troll. **~**~** Draco le envió a Granger una nota fríamente profesional en la que decía que estaría encantado de reunirse con ella lo antes posible para discutir la solicitud de protección del Ministro. Granger envió una nota igualmente gélida que indicaba que la solicitud del Ministro era una reacción exagerada por parte del Ministro y que ella se ocuparía de ello en breve, y que por favor la ignorara. Draco no respondió, pero disfrutó de una tarde libre en lugar de informar de inmediato a Tonks de este afortunado acontecimiento. Entonces Granger arruinó todo volviendo a escribir, indicando que, para su decepción, el Ministro no había cambiado de opinión y seguía adelante con este -desproporcionado e ilógico, en su opinión-, plan de acción. ¿Draco estaría disponible para reunirse a las nueve en punto este jueves? El Laboratorio Granger, Trinity College, Cambridge. Mientras arrojaba la misiva al fuego, Draco pensó: «Cambridge, por supuesto». ¿Cómo podríamos esperar algo menos de Hermione Granger?

Así que Draco Malfoy se encontró en la puerta del Trinity College en la brumosa Cambridge a la hora inhumana de las nueve de la mañana. El muggle en turno de la caseta no miró dos veces su túnica ,muchos de los muggles que deambulaban vestían largos vestidos negros, pero le dio a Draco una mirada aguda cuando dijo que estaba allí para ver a Granger. —La Doctora Granger —dijo el Muggle—. ¿Tiene una cita, señor? —Sí. —¿Nombre? —Malfoy —dijo Draco. El muggle consultó un gráfico. Encontró lo que sea que estaba buscando, aparentemente, porque Draco fue señalado hacia el patio verde en Trinity College. «No es un patio, los llamamos tribunales en Cambridge», dijo el muggle en la puerta a unos turistas, pero Draco no le prestó atención: reconoció un patio cuando lo vio. La nota de Granger incluía algunas instrucciones sobre cómo ingresar a la parte mágica del colegio, lo que llevó a Draco a una puerta oculta mágicamente en el extremo sur del patio. Una placa muggle indicaba que el Salón del Rey estuvo una vez aquí, pero que había sido destruido en el siglo XVI. Draco golpeó la placa de bronce con su varita, siguiendo las instrucciones de Granger, y el Salón del Rey aparentemente destruido floreció ante él. Draco decidió que Granger obtuvo un dos sobre diez en su evaluación inicial de seguridad: al menos los muggles deshonestos no podrían encontrarla de inmediato. Y, con ese generoso pensamiento, entró en el Cambridge Mágico. A las nueve en punto de un día laborable, el Salón del Rey era un hervidero de magos y brujas eruditos que se dirigían al avance del conocimiento mágico. Draco había pasado años en la Universidad de París para obtener su Licenciatura en Alquimia y su Maestría en Magia Marcial (Duelo), pero nunca había puesto un pie en una institución de educación superior en el Reino Unido. El Salón del Rey conservó su ambiente del siglo XVI, oscuro, con un exceso de madera tallada y luz de velas, y vaciló en algún lugar entre el gótico puro y el renacimiento temprano en la decoración. Mientras observaba a la multitud frente a él, variantemente estudiosos o excéntricos, Draco se preguntó cuánto del poder mental de la Gran Bretaña Mágica se encontraba en estos sagrados salones. En cualquier caso, había al menos un gran cerebro en las instalaciones. Completamente perdido entre cinco escaleras del primer piso, decidió indagar por direcciones hacia ese cerebro. —Tú, ahí —dijo Draco, apuntando su barbilla hacia un joven que pasaba. El chico parecía de unos 22 años, serio, y apretaba contra su pecho un texto sobre Aritmancia Teórica Avanzada. —¿Sí? —preguntó el joven. —Estoy buscando a Granger —dijo Draco. El chico le frunció el ceño. —La Profesora Granger. Sus oficinas están en el tercer piso, con los otros Miembros. —Gracias —dijo Draco, preguntándose cuántas veces más iba a ser corregido hoy sobre el título de la preciosa Granger. Subió las escaleras y cruzó pasillos donde vio una variedad de cosas interesantes: aulas, salones,

salas de lectura, oficinas, una botica, una cafetería y lo que parecía ser un pequeño zoológico. Finalmente, llegó a una puerta que simplemente ponía: «GRANGER. Toca para llamar la atención». ¿Ves? Ahí. Sin títulos exagerados. Draco tocó para llamar la atención. Luego miró por la estrecha ventana que flanqueaba la puerta y casi se dio la vuelta para irse de nuevo, porque el laboratorio más allá parecía decididamente muggle y debió haberse equivocado de camino en alguna parte, solo que decía «GRANGER», justo allí. Su llamada fue respondida por un Ser con una bata blanca brillante y extraños cubrebocas translúcidos. —¿Puedo ayudarte? —preguntó el Ser. —Estoy buscando a Granger —respondió Draco. — La sanadora Granger no acepta visitas sin cita previa —dijo el Ser, con la espalda bastante rígida—. ¿Ella te está esperando? —Lo hace —dijo Draco, agregando este nuevo título a la lista cada vez más ridícula. —Está bien —dijo el Ser, con lo que probablemente era una mirada sospechosa, pero Draco no podía decirlo detrás de las gafas-cosas—. Su oficina está abajo a la derecha. El Ser se apartó, por la voz, Draco ahora estaba relativamente seguro de que era una mujer humana, pero los accesorios hacían difícil decirlo, y con eso, Draco estaba dentro. Su evaluación inicial de las medidas de seguridad de Granger se desplomó fuertemente a uno de diez. Le complació darle a Granger un horrible puntaje bien merecido; no le agradó pensar en el trabajo que supondría poner este lugar en marcha. Llamó a la puerta de la oficina. —Adelante —dijo la voz de Granger. Una explosión del pasado: crujiente, remilgada, impaciente. Draco entró en la oficina. Granger estaba sentada detrás de un escritorio ordenado, aunque demasiado lleno. Se miraron el uno al otro en un momento decididamente incómodo, algo a lo que Draco, ahora un Auror completamente calificado y bastante peligroso, ya no estaba acostumbrado, y, tal vez, a juzgar por la infeliz expresión de su boca, Granger tampoco. El tiempo cura todas las heridas, pero entre Granger y él, había muchas que curar, y en este momento, quince años se sentían como un tiempo bastante corto desde que habían sido niños luchando entre sí en lados opuestos de una guerra. Draco no podía recordar cuándo había hablado directamente con ella por última vez, y ciertamente sabía que nunca había estado solo en una habitación con ella. Granger se levantó para saludarlo con la siguiente demostración de elocuencia: —Malfoy. —Granger —dijo Draco, con la misma elocuencia.

Hizo un gesto hacia una silla al otro lado del escritorio. Mientras caminaba hacia ella, Draco se encontró siendo evaluado por Granger. Su mirada pasó de su cabello a su rostro, a la insignia de Auror en su pecho, y de su túnica negra a sus botas. Al ver que estaban prescindiendo de las sutilezas, Draco la evaluó descaradamente a cambio: el cabello; una melena rizada enrollada en lo alto de su coronilla, el rostro; más delgado, más severo de lo que recordaba, la misma extraña capa blanca que el Ser, los vaqueros negros; tan muggles, las deportivas casuales. Draco abrió la boca para hacer algunos comentarios de apertura vagos, alguna charla sobre Cambridge, o Potter y Weasley, u otra tontería por el estilo, pero Granger fue directamente al grano. —Esto es un absoluto desperdicio de recursos de Auror. La falta de delicadeza era bastante característica de Granger: algunas cosas no cambiaron. Draco se acomodó en su silla. —Dame un poco más para continuar y puedo presentar un caso a Shacklebolt para retirar la solicitud. No tengo más ganas de estar aquí que tú. Granger frunció los labios hacia él. Draco se preguntó cuándo Minerva McGonagall se había Aparecido en la silla de Granger, y adónde había llegado Granger. —Está bien —dijo finalmente Granger—. Hace quince días, actualicé a Shacklebolt sobre el progreso de cierto proyecto de investigación. Un proyecto de investigación que no es de la incumbencia del Ministerio, ni es financiado por él, por cierto. Estaba compartiendo lo que pensé que eran buenas noticias con un viejo amigo y mentor, que resulta ser el Ministro de Magia. Aparentemente, las noticias eran demasiado buenas. Shacklebolt teme las repercusiones, ya que el proyecto tendrá... implicaciones para cierto segmento de la población. —¿Qué implicaciones? —preguntó Draco—. ¿Qué segmento? —Preferiría no decirlo, ya que espero que no te involucres en nada más allá de esta reunión. Shacklebolt está exagerando. Hablaré con él nuevamente esta semana y lo convenceré de que ponerme bajo la vigilancia de Aurores es completamente innecesario. —Protección de Auror —corrigió Draco. Aurores de su calibre no fueron asignados a trabajos de vigilancia de poca monta, gracias. —Llámalo como quieras —dijo Granger. —Shacklebolt tiene sus defectos, pero la propensión a reaccionar exageradamente no es uno de ellos —dijo Draco. No había mucho amor perdido entre él y Shacklebolt, pero había cierto respeto. —No, no es una de sus propensiones. Por eso me sorprendió bastante, en realidad me consternó, su decisión de involucrar a tu Oficina. Draco levantó una ceja. —¿Es posible que no esté exagerando? La mirada que Granger le lanzó fue decididamente hostil. —No.

—Entonces, ¿no crees que este avance o descubrimiento tuyo te está poniendo en un nuevo riesgo? —No por el momento. Primero, nadie sabe acerca de este desarrollo reciente, aparte del propio Shacklebolt y, mi personal, en diversos grados, en los cuales confío implícitamente. Y, en segundo lugar, aunque he hecho un gran avance, todavía no he resuelto el problema: ese será el trabajo de al menos otro año. No estaré en la portada de El Profeta pidiendo que me asesinen mañana. —¿Shacklebolt cree que vas a ser asesinada? —Él piensa, probablemente con razón, que algunas personas no estarán contentas con mi avance. Draco decidió que necesitaba hablar con Shacklebolt. Tal vez sería menos cauteloso que Granger y le revelaría algo útil al Auror que le había sido asignado. Draco sintió ahora verdadera curiosidad sobre la naturaleza de este «Buen Descubrimiento». Su siguiente pregunta fue formulada cuidadosamente: no quería arrojar dudas sobre la herencia de Granger, que los dioses no lo permitieran; ya estaba sobre hielo delgado en todas partes en ese frente, pero había cosas que ella podría no saber, como nacida de muggles. —¿Podría Shacklebolt ser consciente de ciertas... predilecciones o sesgos mágicos a los que no perteneces, que eso sería motivo de preocupación? Granger tomó aliento, como lo haría si estuviera reuniendo la paciencia que le queda. —Si te dijera que he resuelto la hambruna mundial, o algo igualmente maravilloso, ¿te detendrías a preocuparte por las acciones de algunos detractores? —Un detractor sería suficiente para despachar a un investigador bienhechor, especialmente uno que mantiene su laboratorio asegurado con un amuleto de bloqueo de grado 3 y algo de alambre gallinero. Una de las rodillas de Granger comenzó a rebotar; le recordó a un gato moviendo la cola con molestia. —¿Lo hiciste? —preguntó Draco. —¿Qué hice? —Resolver la hambruna mundial. —Nada tan grandioso. Ese fue un ejemplo. —¿Dónde guardas tus hallazgos? —preguntó Draco. Ahora fue el turno de Granger de levantar una ceja, que fue la totalidad de su respuesta. Draco señaló la oficina a su alrededor y el laboratorio al otro lado de la puerta. —Sólo pregunto porque hay alrededor de tres docenas de vulnerabilidades en tu configuración actual, Granger, y eso es sólo lo que vi en los cinco minutos que tardé en llegar aquí. Si quisiera resolverlo, prefiero pensar que podría. —¿Lo harías? —Sí.

Ver a Granger sonreír era... algo. Sin embargo, desapareció rápidamente. —Si sólo estamos hablando de seguridad física, no he tenido exactamente una razón para aumentarla más allá de las medidas habituales hasta hace muy poco. Puedo asegurarte que soy bastante capaz de proteger el laboratorio más allá de un encantamiento de bloqueo y mantener mis datos seguros. —Perfecto —dijo Draco—. Procede con eso. Volveré en unos días para hacer una prueba de penetración. Si cumple con eso, e implementas las medidas adicionales que te recomiendo, es posible que podamos convencer a Shacklebolt de que tú y tu investigación están bastante seguros, y podremos dejar esto atrás. Este desafío fue superado con un, bastante loable, pensó Draco, un mínimo de arrogancia de su parte. Los ojos de Granger se endurecieron: el desafío fue reconocido y aceptado. —Excelente. ¿Y cuándo tendrá lugar esta prueba de penetración? —No te estoy dando una advertencia —dijo Draco, levantándose—. ¿Crees que una amenaza del mundo real lo haría? —Brillante —dijo Granger, levantándose también. El sarcasmo agravó el borde de sus palabras—. Me encantan las sorpresas. No se dieron la mano y ella no lo acompañó a la salida. Draco programó una visita con el Ministro de Magia más tarde esa semana. Pasó junto a la asistente de cara amarga del Ministro el día designado, preguntándose quién había orinado en sus Pixie Puffs. Shacklebolt era tan reticente con los detalles como lo había sido Granger, pero inculcó a Draco la importancia de mantener a Hermione Granger a salvo para completar su proyecto, en beneficio de todos los magos. Todo era muy grandioso y extremadamente vago. Lo único positivo fue el evidente placer de Shacklebolt de que fuera Draco quien terminara con la tarea: —Sé que no dudarás en ponerte desagradable, Malfoy, si algún individuo malicioso hiciera un movimiento contra ella. Draco aceptó el cumplido ambiguo con una reverencia burlona. —Está calentando los berberechos de mi corazón, Ministro. Shacklebolt le devolvió la reverencia con una inclinación de cabeza. Luego se puso sombrío. —No me decepciones. Ella podría cambiar la vida de cientos, miles, para bien. —Y, sin embargo, ni ella ni tú me dirán en qué consiste el proyecto. ¿Te hizo tomar un maldito Juramento Inquebrantable antes de revelar algo? Shacklebolt levantó las manos, sin responder de una forma u otra, y así le dio a Draco su respuesta. —Ella tendría la previsión —dijo Draco, lanzando un puñado de polvos flu en la chimenea de

Shacklebolt—. Cambridge. Esto era todo: le había dado suficiente tiempo para prepararse. Era tarde el lunes por la noche. El Trinity College estaba en silencio. Draco supuso que Granger estaba cenando o intimidando a inocentes estudiantes universitarios. Se paró en la puerta de su laboratorio, golpeándose la barbilla con la varita pensativamente. Sin embargo, antes de que lanzara un sólo encantamiento o comenzara a husmear, Granger dobló la esquina. —Malfoy —dijo ella, luciendo un poco despeinada y sin aliento. Draco archivó su llegada oportuna para un análisis futuro. Ella era demasiado inteligente para que fuera una coincidencia y, sin embargo, él no había lanzado un sólo hechizo que hubiera hecho notar su presencia... Granger había abandonado su ropa muggle por túnicas verdes de sanadora. Parecía tan irritable como impaciente, y rápidamente confirmó ambas condiciones al preguntar: —¿Es hora de tu tan cacareada prueba? ¿Cuánto tiempo tardará? Draco no apreció su tono, lo que sugería que esto podría ser un asunto de varias horas. —Eso depende de tu protección, estoy pensando en un cuarto de hora en el peor de los casos. La ceja de Granger se crispó ante la arrogancia de esta réplica. —Excelente, acabo de hacer un turno en Urgencias y estoy absolutamente hecha polvo. Agitó su varita y, con una exhibición bastante impresionante de Transformaciones, no es que Draco diera ninguna señal de estar impresionado, transformó una de sus horquillas en una silla de madera brillante, en la que se sentó para observarlo. A Draco no le importaba una audiencia, especialmente cuando iba a desmantelar sistemáticamente los intentos de la audiencia de mantenerlo fuera y enseñarle algo de humildad. Draco volvió su atención a la puerta. —¿Urgencias? Pensé que eras una investigadora. —El HSM tiene una escasez crónica de personal. Hago turnos en San Mungo para ayudar. Mantiene afiladas mis habilidades de curación. —Bien por ti. —Mmm. Después de algunos encantamientos de diagnóstico, Draco tuvo que dárselo a Granger: había hecho su tarea. No es una sorpresa, de verdad. Los encantamientos protectores que ahora protegían la puerta de su laboratorio eran muchos, bastante complejos y bien elaborados. Draco se puso a trabajar, pero no sin molestarse un poco. —¿Encantamiento maullido? Insultante, Granger. —He aprendido a trabajar desde el mínimo común denominador hacia arriba. —Fue su seca respuesta.

Los hechizos de intruso básicos que siguieron fueron descartados con unos pocos movimientos de varita; el Salvo Hexia fue un buen calentamiento. Entonces Draco se metió en lo bueno: Foribus Ignis, Custos Portae, un Confundus dirigido directamente a su cabeza, revelado sólo cuando había quitado las otras dos protecciones; un maleficio cegador astuto que parecía malvado; un embrujo de calvicie que era decididamente antideportivo, y un Confringo oculto en la manija de la puerta para que cualquiera lo suficientemente estúpido lo tocara. Draco desarmó a este último con un pequeño toque y listo, sin duda, y empezó a sudar, diciéndose que al menos si le volaban la cara, había un sanador cerca que podría ayudar. La puerta se abrió. Le había llevado cuatro minutos. Y, sin embargo, Granger no parecía impresionada. Draco abrió la puerta para revelar un muro de piedra. —Graciosa —dijo Draco. Su rostro no mostraba ninguna inquietud, pero había estado perdiendo el tiempo con un señuelo (absolutamente impecable). Agitó su varita un pie más abajo en la pared y apareció la verdadera puerta del laboratorio. Granger se encogió de hombros. —Necesitaba que mi personal pudiera entrar. No son expertos en desarmar protecciones, pero pueden manejar un Finito Incantatem. Draco entró al laboratorio para continuar con su evaluación, su cuello estaba bastante rígido. Su audiencia agitó su silla hacia atrás en forma de horquilla y la siguió. —Normalmente, insistiría en que nos pongamos el EPP adecuado, según los protocolos de laboratorio húmedo de Trinity —dijo Granger—. Pero hemos hecho los arreglos para el día. No creo que puedas lastimarte con nada. Una vez más, a Draco no le gustó su tono, que esta vez sugería que, de lo contrario, podría suicidarse por accidente. Hizo caso omiso de las estériles superficies blancas y de acero que constituían la mayor parte del espacio y se trasladó a los estantes y armarios en un extremo del laboratorio, que parecía un lugar probable para un laboratorio activo para almacenar datos. Sin embargo, los contenidos bien organizados fueron inútiles: se trataba principalmente de literatura científica muggle, incluidas algunas de las publicaciones de Granger. Las palabras saltaban a Draco sin sentido: citocinas, anticuerpos monoclonales, receptores de antígenos quiméricos, células T... —Me doy cuenta de que el propósito de esta prueba es ver hasta dónde llegarías y qué puedes descubrir sobre mi investigación, pero vuelve a poner las cosas en orden —dijo la voz de Granger, con irritación en sus palabras. Draco, de espaldas a ella, se permitió poner los ojos en blanco: un texto estaba medio centímetro fuera de lugar. Lo empujó hacia adentro. Agitó su varita hacia la totalidad de la colección para descubrir transformaciones u otros hechizos de ocultación, pero no había ninguno. Luego hizo lo mismo sistemáticamente con el resto del laboratorio, buscando escondrijos o escondites o, a medida que se enfadaba, cualquier rastro mágico. No había nada mágico excepto el contenido de los diversos viales y tubos de ensayo agrupados en grupos ordenados a lo largo de las mesas de trabajo del laboratorio.

—Si robara estos y los hiciera analizar, ¿qué descubriría? —preguntó Draco. El resplandor de su hechizo iluminó los viales de interés. Granger caminó hacia ellos y señaló. —Células T gamma delta. Antígenos: MART-1, Tirosinasa, GP100, Survivina. Todos de procedencia mágica, razón por la cual tu hechizo los está revelando, pero no dignos de mención. —Ya veo —dijo Draco, que no vio nada. —No sé quién realizaría su análisis hipotético, en el caso de que fueran robados para descubrir en qué estoy trabajando, pero debo decirte que muy pocas personas en el Reino Unido serían capaces de extraer conclusiones significativas de esto. Draco sintió la falsa modestia en las palabras; por muy pocos, se refería a ninguno en absoluto: Estoy rodeada de idiotas y soy la única que puede dar sentido a cualquiera de estos extractos horriblemente nombrados. —¿Y esos? —preguntó Draco, señalando los viales más grandes y de aspecto más familiar a lo largo de la última fila. —Sus analistas hipotéticos descubrirían Sanitatem perfectamente preparado —dijo Granger—. Esa es una poción curativa —añadió, innecesariamente. —Un hallazgo de importancia crítica, en el laboratorio de un Medimago —dijo Draco, su molestia se transformó en sarcasmo. Había una pequeña mueca en la comisura de la boca de Granger: presunción y diversión, rápidamente sofocadas. Draco estaba haciendo su propia asfixia, pero en su caso, era exasperación. Ella le había hecho perder el tiempo en una búsqueda inútil con las protecciones de la puerta, sabiendo que no había nada realmente útil en el laboratorio en sí, a menos que uno estuviera en posesión de unos doce doctorados para ponerlo todo junto. Pero tenía que estar registrando los hallazgos: era demasiado metodológica y meticulosa para no hacerlo. Ahora Draco se volvió hacia una esquina del laboratorio que había ignorado como algo natural. Era el área más muggle de todo el lugar: un escritorio de esquina repleto de cajas de luz brillantes. ¿Granger también podría haber lanzado un No me notes en el lote? No, sus hechizos de detección no mostraron nada. Esa había sido una característica de sus propios hábitos incorporados; sus ojos se apartaron casi naturalmente de lo no mágico, lo absolutamente mundano, lo terriblemente muggle. Tendría que vigilar eso: una debilidad, claramente. Caminó hacia el escritorio. Y, por primera vez desde que Draco había entrado al laboratorio, Granger se animó y pareció interesada en los procedimientos. Ahora estaba llegando a alguna parte. —Computadoras —dijo Draco, sacando algún recuerdo lejano de Estudios Muggles. —Bien hecho —dijo Granger, con el tono que uno usaría para elogiar a un niño especialmente lento que había identificado correctamente un animal de establo. Draco la favoreció con una mirada sucia. Su rostro estaba impasible, pero sus ojos la traicionaban: tenía curiosidad por saber qué iba a hacer él a continuación.

Y, por supuesto, no tenía la menor idea de adónde ir desde aquí, aparte de hechizar a las computadoras para que se sometieran, pero por lo que recordaba, estos dispositivos no eran sensibles. Se paró frente a las cajas brillantes, sobre las cuales se movían líneas lentas en patrones aleatorios. —...Necesitaría traer a un hijo de muggles —dijo Draco finalmente. —Oh, sí, eso sería un comienzo —dijo Granger. Se miró las uñas—. También querrás encontrar a uno que sea un hacker decente. No estoy segura de que existan muchos de ellos entre los magos, pero tal vez uno o dos en el Reino Unido. —Un pirata informático. —Sí —dijo Granger, sin ofrecer más explicaciones sobre el término violento. —Si, como sospecho, tus hallazgos están en estas cosas, ¿qué me detendrá, un malo, de destruir el lote y detener su investigación en seco? —preguntó Draco. Granger se encogió de hombros. —No importaría. Todo está en la nube. —La nube. —Sí. Estaría fuera del costo del equipo, eso es todo. —Así que tu mago oscuro estándar del pantano, sin nada bueno, no tendría mucho que descubrir aquí. —Me temo que no —dijo Granger. —Las protecciones en la puerta eran un rompecabezas divertido. Gracias por hacerme perder el tiempo. —Quería ver si eres tan bueno como dicen —dijo Granger. Draco la miró rápidamente, queriendo saber quiénes decían, porque le gustaba escuchar lo bueno que era. Granger no lo complació. —Tenía algunas otras ideas para otros maleficios y cosas —dijo, señalando hacia la puerta—, pero no tuve tiempo. —Entonces, no hay evidencia de ocultamiento, no hay hallazgos escritos, computadoras, nubes... —Draco miró a Granger—. Si soy un malo que necesita información, ¿qué hago ahora? Granger lo miró inquisitivamente. —¿Qué haces? —Voy tras de ti —dijo Draco. Levantó su varita y, una fracción de segundo después, su hechizo la golpeó en el pecho. **~**~**

Draco Malfoy: Genio Inventor **~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo. **~**~** Los Lumos se disiparon inofensivamente en la túnica de Granger, pero su conmoción fue, no obstante, evidente. —Eso fue innecesario —jadeó, con una mano en su pecho. Draco se dirigió hacia la oficina de Granger con un poco de despreocupación. —Te prometo que otros hechizos no serían tan amigables. —Nadie va a lanzarme hechizos hostiles sin razón alguna —dijo Granger, siguiéndolo. —No tienen una razón ahora, pero si tu Gran Avance es tan significativo como cree Shacklebolt, y entonces, cuando, salga a la luz, entonces... —Se volvió hacia ella otra vez, con la varita levantada. Esta vez estaba más preparada y escupió un Protego. —Mejor —dijo Draco—. ¿Cómo está tu resistencia a la Maldición Imperius? Granger se quedó quieta, su mano agarrando su varita. —Si me arrojas eso en mi propio laboratorio, te ahogaré en Sanitatem y disfrutaré de la ironía. Draco miró por encima de él. Cada vial de Sanitatem había levitado de los bancos y se cernía sobre su cabeza. En una situación real, haría desaparecer todo el lote y volaría a Granger a través de dos paredes en la mejilla. Sin embargo, fue un poco impresionante de magia no verbal. —Admito que tu investigación está más o menos a salvo, físicamente, de la mayoría de los intrusos mágicos —dijo Draco. Los viales volvieron a colocarse en su lugar—. Pero todo vive en tu cabeza y, por lo tanto, puede ser leído, o torturado fuera de ti o de cualquier miembro de tu personal. —Soy el IP del proyecto en cuestión. Mi personal consta de cinco estudiantes universitarios y ocho estudiantes graduados cuya comprensión combinada del proyecto es probablemente del quince por ciento, repartida en trece mentes. No son una gran vulnerabilidad. Draco le dirigió una mirada dura. —Entonces tú eres la vulnerabilidad.

Ella, como era de esperar, parecía ofendida. —¿Cómo está tu Oclumancia? —preguntó Draco. La pregunta fue acompañada, por supuesto, por un poco amistoso de Legeremancia. A Draco se le concedió, por un instante, una visión clara de la percepción que Granger tenía de él en ese preciso momento (larguirucho, arrogante, principito con buen cabello) y luego fue expulsado mentalmente de su mente. Presionó un dedo en el centro de su frente: esta bruja estaba haciendo que su cerebro ardiera. Mientras tanto, parecía que Granger deseaba duplicar su esfuerzo y abofetearlo en el mundo material por si acaso, ¿y no sería eso simplemente un recuerdo encantador de sus días escolares? —Pensé que estábamos evaluando mi laboratorio, no a mí —dijo Granger, sus ojos brillando hacia él. —Estamos evaluando las exposiciones al riesgo —dijo Draco—. Y rápidamente se está volviendo obvio que eres importante. ¿Tu casa está protegida? —Moderadamente. Puedo mejorarlo. —Lo mejoraré —dijo Draco—. ¿Cómo viajas? —Flu, aparición... —Esos son rastreables, ya sabes. ¿Escoba? —Detesto volar —dijo Granger. Draco hizo un valiente esfuerzo por no torcer el labio. Qué terrible posición para tomar. Qué cosa tan terrible de odiar. Qué triste elusión de una de las mayores alegrías de ser Mágico. Granger cayó en su estima irremediablemente. —¿Desde cuándo se puede rastrear la aparición, además del Rastro? —preguntó Granger. —Alto secreto —dijo Draco, ahora en la oficina de Granger. Revisó las diversas pilas de papeleo y libros, y no encontró nada más que esa jerga muggle altamente especializada y completamente incomprensible, y ninguna señal de desarrollos recientes, toma de notas, mantenimiento de registros o cualquier cosa de naturaleza útil que podría señalar los preciosos hallazgos de Granger. Había otra computadora en la oficina, la cual Draco miró con resignada irritación. Qué estúpido estar desconcertado por un dispositivo que cualquier muggle de la calle probablemente podría operar. Tal vez debería haber secuestrado al guardia en la puerta de la universidad y traerlo para que lo ayudara, a pesar del Estatuto del Secreto. Miró la computadora de manera intimidante, esperando que confesara sus pecados, pero simplemente le ofreció líneas tambaleantes. Mientras Draco husmeaba, escaneaba y buscaba obsequios mágicos interesantes en el resto de la oficina, Granger se quitó la túnica de sanadora y se dejó caer en la silla que Draco había ocupado en su primera visita. Ella dejó escapar un suspiro de fatiga sin adulterar. Draco la miró. Ropa muggle debajo, otra vez. En esta ocasión, una blusa de manga larga y unos pantalones que apenas merecían ese nombre, más bien medias negras opacas, en realidad. ¿Era esta vestimenta pública decente para los estándares muggles? Impactante. Podía ver el contorno preciso

de su pantorrilla y la forma exacta de su rodilla; si estuviera de pie, todo su trasero estaría casi expuesto, excepto por la delgada tela negra. Sin embargo, no pasó mucho tiempo reflexionando sobre las debilidades de la moda muggle, ya que la bruja misma era un poco preocupante. Podía ver ahora lo delgada que estaba, cómo sus clavículas se ensombrecían, cómo su cuello parecía demasiado delicado para sostener la masa de cabello sujeta con alfileres sobre su cabeza. Estaba pálida, puntiaguda y, en general, lucía sobre exhausta. —¿Cuál es tu horario, Granger? —preguntó Draco, como si continuara indagando sobre sus patrones de viaje, pero realmente queriendo tener una idea de qué hacía exactamente esta mujer consigo misma, día tras día. Por lo general, Granger tenía un cronograma listo, codificado por colores y planificado por hora para los próximos seis meses. Agitó su varita en dirección a su escritorio y el horario flotó hacia Draco y se depositó en sus manos. Usando su varita como una antigua pluma, Draco dibujó círculos alrededor de sus momentos de exposición, cuando se movía entre lugares y era más vulnerable a los ataques. Y eran muchos: la mujer estaba en todas partes y hacía de todo. Dedicó horas de laboratorio, horas clínicas, horas de enseñanza, voluntariado para una horrible cantidad de Buenas Causas, sesiones de tutoría, sesiones de mentoría, curación en San Mungo y lo que sonaba como una cirugía muggle local, 1 noche de pub cada quince días con Potter y compañía, cenas universitarias, algo llamado «yoga» a horas intempestivas de la mañana, algo llamado «Vet Crooks» que se repetía cada tres meses, y luego días ocasionales, aquí y allá, marcados sólo con un asterisco. —¿Qué son éstos? —preguntó Draco, señalando uno de los bloques con un asterisco. —...Vacaciones —dijo Granger. —Tu Oclumancia puede ser aceptable, pero tus mentiras no lo son. —Son días libres —Granger se puso irritable—. Y no divulgaré más detalles sobre mi vida personal de lo que ya he hecho, gracias. Draco dejó el tema, y el horario, de nuevo en su escritorio. Sobregirado ni siquiera era la palabra correcta para Granger: exhausta, o agotada, tal vez. Draco recordó un vago rumor de que a la joven Granger se le había otorgado un giratiempo durante sus años en Hogwarts, para incluir más clases en sus días escolares. Potter y Weasley habían descartado rápidamente esa charla de los Aurores durante la hora del almuerzo. Mirando a la bruja demasiado entusiasta, superadora y cansada frente a él, Draco se encontró bastante inclinado a creer la historia. Continuó su búsqueda, aunque dudaba que hubiera mucho más que encontrar. La pared del fondo de la oficina estaba cubierta de marcos de varios tamaños, certificados, diplomas, premios... —Bonito mosaico —dijo Draco. Granger lo miró. Bueno, se encontró divertido, incluso si Granger no coincidía con el sentimiento. El mosaico le informó a Draco que Granger no tenía exactamente doce doctorados, pero su combinación de diplomas muggles y mágicos probablemente se acercaba a ese número. Una vez más, las cosas muggles eran un misterio, otorgados por universidades muggles de las que no había oído hablar: Licenciatura en Ciencias Biomédicas, Maestría en Microbiología e Inmunología, MD-

PhD conjunto en Oncología, algún certificado menor en Genética. Al menos, reconoció el Sello del Sanador de Cambridge, especializada en Enfermedades Mágicas. Sus otras certificaciones Mágicas fueron una Maestría en Transformaciones: Edimburgo; un título anterior, probablemente justo después de la Guerra, y un Estudio Especializado en Curación, Magia de Sangre, de la Sorbona. Un puñado de otros certificados y calificaciones completaron la obra educativa de Granger. Una caja en un estante bajo reveló algunos marcos antiguos polvorientos: sus días brillantes en Hogwarts, las cosas por las que la conocía, los resultados récord de los TIMOS, la cantidad absurda de EXTASIS, no merecían un lugar en su pared de logros de adultos. Vio una Orden de Merlín, Primera Clase. Potter tenía algo similar, colgado con orgullo en la pared de su cubículo, pero Granger no tenía el espacio, aparentemente. Granger se excusó para hacer té y, en una muestra de cortesía que parecía moderadamente difícil de verbalizar, le preguntó si quería una taza. Draco dijo que no. Granger pareció aliviada. Después de que ella se fue, Draco, siendo una persona pragmática y astuta, aprovechó el momento para lanzar algunos hechizos de seguimiento discretos en un puñado de sus artículos personales: las zapatillas debajo del escritorio, las horquillas para el cabello, las malditas cosas estaban por todas partes. Una taza de té a medio terminar. Revisó el papeleo en su escritorio y no encontró nada de interés; invitaciones a conferencias, resultados de solicitudes de becas muggles, notas de estudiantes, basura inútil. La computadora hizo un sonido como un pequeño ping. Draco se volvió hacia él. Su superficie oscura y sus líneas onduladas lo desafiaron a tocarlo y morir de choques ecleticros. Entonces Draco jadeó y dijo: —¡Espera! —¿Qué? —preguntó Granger, que acababa de volver a entrar en la habitación. —Todo este lugar es tan muggle que ni siquiera pensé en preguntar, pero, ¿cómo funcionan estas computadoras? Estamos en un edificio Mágico. —Oh, eso —dijo Granger. Hizo lo que Draco supuso que era un encogimiento de hombros casual, que no fue muy casual—. Encontré formas de eludir el problema. —¿Cómo? —Maneras —dijo Granger. —¿Qué maneras? —preguntó Draco. Ella lo miró fijamente como si evaluara su valía para este conocimiento. Frente a su contacto visual abierto, Draco estuvo muy tentado de intentar legeremancia de nuevo. Justo cuando el pensamiento pasó por su mente, los ojos de ella perdieron algo de su brillo; se estaba ocluyendo. —Encontré una solución —dijo Granger con otro gesto vago—. No podría trabajar sólo con plumas y pergamino; eso es positivamente arcaico. Sin mencionar los cientos de miles de cálculos y proyecciones que he tenido que hacer... De todos modos, no tienes que preocuparte por eso; te puedo asegurar que no es nada peligroso. Draco se acercó a la computadora, observando los diversos dispositivos conectados a su periferia por fibras largas y suaves. Sólo unas pocas cosas no estaban conectadas al órgano principal, como llamó a la parte de la caja brillante, incluidos tres pequeños discos metálicos colocados alrededor

de la cosa. Más bien como se podría establecer un perímetro, en realidad. Para mantener las cosas dentro o fuera. Se dirigió a la colección de computadoras en el laboratorio propiamente dicho, Granger lo siguió con una especie de educada curiosidad. Allí también estaban los discos metálicos: seis de ellos, esta vez, creando un círculo irregular. —Tendría cuidado al manipularlos. —ofreció Granger. Draco, cuya mano había estado flotando sobre uno de los discos, se echó hacia atrás. —No es peligroso, pero no te gustará la sensación —Ella se acercó a él y levantó uno—. Lo llamo un campo de fuerza anti-mágico, a falta de un término mejor. Es bastante difícil de crear, pero sirve para mis propósitos. Draco la miró fijamente. Bloquear la magia era un trabajo complicado, algo relegado en su mayoría a abstrusas discusiones teóricas. El puñado de artefactos inhibidores de la magia de los que había oído hablar eran cosas de leyendas lejanas, perdidas por el paso del tiempo. Y todavía... —Tuve la idea de los puntos de acceso wifi en cafés y aeropuertos, sólo que, por supuesto, esto es lo contrario —dijo Granger. Luego, al ver en su rostro que eso no explicaba nada, dijo—. No importa. —No estoy del todo seguro de que sean legales, Granger —dijo Draco, mirando los discos. —Será mejor que informes a Shacklebolt —dijo Granger. Sus ojos se encontraron con los de él, hostiles, sin miedo. Draco decidió que Granger tenía huevos, posiblemente rivalizando con la enorme pareja de Tonks. En su cabeza germinaban los inicios de un Plan. —Necesito una copia de tu horario —dijo, guiando el camino de regreso a la oficina de Granger. Un Duplicatus rápido se encargó de eso, combinado con un encantamiento proteico para asegurar que los cambios en su versión se reflejaran en la de él. —Voy a escribir un pequeño informe ordenado con algunas buenas recomendaciones para la seguridad y el bienestar continuos de la sanadora Granger —dijo Draco, garabateando algunas notas—. También voy a ver qué puedo hacer para asegurarle a Shacklebolt que no te van a asesinar mañana y que no necesito ser tu niñera a diario. —Un alivio para todos los involucrados. —dijo Granger. —Espera mi lechuza en unos días. Además, por favor deja de darle tarta de melaza: la vuelve ingobernable. —Entendido —dijo Granger, luciendo solo un poco avergonzada—. ¿Ha terminado la prueba, entonces? —Sí. —Finalmente —dijo Granger. Luego, como era una persona normal y bien adaptada, se sentó en

su escritorio para trabajar un poco más. Draco vio que, para todos los efectos, había dejado de existir y decidió mostrarse sin más ceremonias. —Cuidado con el mosaico justo en frente de la puerta: Maldición de las Arenas Movedizas —dijo Granger distraídamente—. Era para atrapar a los malos al salir. —Lo vi, Granger. —Por supuesto que sí. Se produjeron algunos intercambios con Shacklebolt, durante los cuales Draco describió su Plan y convenció al Ministro de que era el enfoque correcto y que, además, ningún otro enfoque funcionaría porque el Director sería demasiado poco cooperativo. Draco estudió el horario de Granger en momentos de tranquilidad, pensando en el asterisco «Vacaciones». Su primer pensamiento fue que los días eran un indicador personal de algo privado. Estaban demasiado dispersos para ser un recordatorio de su período. El patrón no era lunar (es bueno saber que Granger no era una mujer lobo en secreto), ni estaba vinculado a ninguna actividad planetaria que reconociera. ¿Citas para algún enredo romántico, tal vez? ¿Era por eso que no había anotado los detalles? ¿Estaba mirando el horario de sexo de Granger? ¿Realmente se tomaría días libres enteros? Draco sintió que debía estrechar la mano del hombre responsable. También revisó subrepticiamente el libro de solicitudes de días libres en la Oficina de Aurores, y ni las próximas vacaciones de la comadrea o cara rajada coincidieron. El misterio perduró. Draco pasó unos días jugando con el elemento clave de su Plan. Y por «retoques», queremos decir, por supuesto, jugar con la magia antigua que es mejor no tocar. —Recomendaciones —dijo Draco, golpeando un rollo de pergamino en el escritorio de Granger—. Cosas bastante estándar para vulnerabilidades bastante obvias. Los he hecho pasar por Shacklebolt. Ha accedido a retirar la solicitud de protección si cumples con ellos. Granger desenrolló el pergamino y descubrió que llegaba al suelo. Ella le dio un parpadeo lento. —¿Algo sobre lo que te gustaría llamar mi atención en particular, en aras de ahorrar tiempo? —Sí —dijo Draco—. Punto cincuenta y seis. Granger recorrió la lista hasta la línea en cuestión. —La Principal debe aceptar usar el Anillo en todo momento, hasta la finalización del Proyecto. —Eso es —dijo Draco. —¿Qué anillo? —preguntó Granger. —Éste —dijo Draco, arrojándole un anillo. La pequeña banda plateada aterrizó en el pergamino, giró una vez y quedó inmóvil—. No me importa entrenarte en resistencia al Imperio y Veritaserum o magias de protección personal, u Oclumancia Avanzada, ni entrenarte en autodefensa física (Dios no lo quiera; parece que tus golpes podrían conmocionar a un mosquito, en el mejor de los casos),

y tampoco creo que quieras soportar estas cosas. —Correcto —dijo Granger, su mirada sospechosa moviéndose del anillo a Draco. —Tampoco quiero estar de centinela en tu puerta como un guardaespaldas glorificado, esperando que suceda lo que Shacklebolt espera que suceda. —Sí —dijo Granger con entusiasmo—. Continua. —Así que le presenté a Shacklebolt esta opción, que me permitirá, en esencia, ser alertado si algo te sucediera y aparecerme al instante. Puedo encontrar mejores usos para mi tiempo, y tú puedes continuar con tu agenda, por cierto, angustiosamente llena, sin obstáculos. Draco esperó ser elogiado por la simple elegancia de esta brillante solución. En cambio, Granger tocó el anillo con su varita. —No te va a matar —dijo Draco. Granger lo miró a los ojos con bastante seriedad. —Mi conjunto de datos es, sin duda, bastante pequeño, pero vi las consecuencias de la última pieza de joyería que Draco Malfoy entregó, y fue bastante alarmante. Tendrás que perdonarme si no me pongo esto inmediatamente: me gustaría analizarlo. Ah, sí: el incidente de Katie Bell. Si Draco tuviera algún sentimiento, probablemente se habría sentido un poco herido por esta muestra de desconfianza derivada de las acciones de un niño idiota manipulado por el mago más oscuro del siglo, hace más de una década. Pero no lo hizo, por lo que el punto era discutible. —Estoy feliz de ver que tienes algunos instintos de autoconservación —dijo Draco. Él movió su mano hacia el anillo—. Analízalo. Granger lanzó algunos hechizos de revelación que hicieron que el anillo brillara con hechizos translúcidos de rotación lenta. —Entonces, ¿qué es todo esto? —Decírtelo estropearía la diversión, ¿no? Dime tú —dijo Draco. Y con eso, se acomodó en su silla en una pose relajada. Ahora era su turno de verla desentrañar algo. Repasó los hechizos con cierta habilidad, eligiendo rápidamente los más críticos. Draco supuso que la magia diagnóstica le resultaría fácil como sanadora, incluso si no estaba estrictamente relacionada con la salud. —Un amuleto localizador, varias runas protectoras, muy atento, gracias, una baliza de socorro, datos biométricos de todo tipo: frecuencia cardíaca y VFC, saturación de oxígeno en la sangre, temperatura, frecuencia respiratoria, adrenalina... je.... —¿Qué es gracioso? —preguntó Draco. —Has inventado un Fitbit mágico —dijo Granger. —¿Te ruego que me disculpes? —dijo Draco. A menos que estuviera malinterpretando, ¿Granger estaba sugiriendo que su creación excepcional era una imitación de algo muggle? ¿Qué? —No importa. ¿Qué es este lío sin terminar aquí? —preguntó Granger, apuntando con la punta de

su varita a un fantasmal nudo verde de cálculos aritmánticos. Draco sintió un pinchazo en la nariz: ese lío sin terminar era el resultado de muchas frustrantes horas de trabajo. —Todavía no he llegado a terminar eso. —¿Qué estaba destinado a ser? —Un traslador para los momentos en los que no puedas aparecerte o si estás atrapada en una Sala Anti-Apariciones. No he hecho los cálculos. Granger parecía levemente impresionada. Draco supuso que ella estaba rodeada por los mejores cerebros mágicos de la nación todos los días, y que debería estar complacido de que ella estuviera levemente impresionada por la insignificante creación de un Auror. —Un traslador bajo demanda sería algo —dijo Granger. —Portus es un encantamiento de dolor en el culo —dijo Draco, tratando de sonar resignado, en lugar de malhumorado. —¿Alguna vez has pensado en hacer más de estos anillos? Podrías monetizarlos con bastante facilidad —dijo Granger, sosteniendo el anillo en alto. —¿Parezco que necesito dinero? —preguntó Draco. Granger lo miró fijamente. Su espalda se enderezó. Habían estado peligrosamente cerca de entablar una conversación civilizada y ella parecía haber olvidado con quién estaba hablando. Ella olfateó en lugar de responder. —De todos modos, no puedo exactamente producir en masa el anillo. —Correcto —Granger estaba pesando el anillo en la palma de su mano—. Porque este no es sólo una baratija a la que le pones algunos amuletos. —No. —Esto es un artefacto. —Por supuesto. —Una reliquia familiar, si tuviera que aventurarme a adivinar. —Sí. Por supuesto, ella había visto el encantamiento de ocultación que hacía que el anillo pareciera una simple banda de plata. Ahora tocó su varita para revelar la verdadera apariencia del anillo: un uróboros de plata adornado, siempre comiéndose su propia cola. Y en el interior, el lema familiar: «Sanctimonia Vincet Semper». La pureza siempre vencerá. —¿Estás seguro de que este anillo no intentará amputarme el dedo inmediatamente? No soy pura, después de todo —dijo Granger. Draco sintió que la temperatura en la oficina de Granger había bajado repentinamente.

—¿Viste una señal de magia oscura? —preguntó Draco. Demasiado rápido, sonó a la defensiva... explosivo. —Si hubo magia oscura, se ha ido —dijo Granger. Dio unos golpecitos en el anillo de nuevo, volviendo a colocarlo en la sencilla banda plateada. Parecía sombría, reflexiva. —Necesitaré algo de tiempo para revisar esta... lista extremadamente completa de recomendaciones. —dijo Granger al fin. —Tómate el tiempo que necesites —dijo Draco—. Pero ten en cuenta que la alternativa es que Shacklebolt me prepare una cama plegable para pasar la noche en tu laboratorio. Ella lo miró y luego decidió que debía estar bromeando. —Tendré que pensar en el punto cincuenta y seis en particular. ¿Quieres que te devuelva el anillo mientras tanto? —Quédatelo —dijo Draco—. Haz que tus amigos lo analicen, ¿no se supone que uno de los hermanos Weasley es bueno en esas cosas? Y cuando hayas aclarado todas tus dudas, envíame una lechuza y podemos continuar con nuestras vidas. Granger se animó, como si continuar con su vida sin un percebe en forma de Draco adherido a ella fuera la mejor esperanza que él podría haberle ofrecido. —Lo haré —dijo ella. Dos de sus alumnos, vestidos con sus extrañas capas blancas y gafas protectoras, llamaron a la puerta emocionados por compartir un nuevo desarrollo con la querida profesora Granger. Draco se levantó para irse mientras ella se ponía su propia bata blanca para unirse a los estudiantes en el laboratorio. Había una mirada incómoda y conflictiva en su rostro. Draco, que nunca hacía las cosas fáciles, simplemente levantó una ceja hacia ella. —Supongo que quiero decir gracias, por trabajar en esto. No he estado haciendo todo lo posible para tratar de encontrar una solución a la demanda de Shacklebolt. El anillo es una buena idea. —Creo que estás más que ocupada con otras cosas —dijo Draco. Salió y ella murmuró algo que podría haber sido un adiós. **~**~**

Visita a domicilio por el Genio Inventor Chapter Notes

NA: Siempre le doy tres episodios a las nuevas series en la tele para captar mi interés. Estoy publicando el análogo literario (¿?) en forma de tres capítulos. ¡Dime lo que piensas!

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo. **~**~**

¡Gracias fronchfry111 por este hermoso gráfico! **~**~** La lechuza real de Draco tuvo un entrenamiento decente en los próximos días mientras Draco y Granger negociaban de ida y vuelta sobre algunas de las recomendaciones que él había hecho. Ella sugirió que algunas de las medidas eran positivamente draconianas («juego de palabras intencionado; perdóname») y trató de rechazarlas, con un enfoque especial en la visita domiciliaria para la protección personalizada. Eventualmente, Draco sacó su pluma más severa y compuso lo siguiente: Granger: Las órdenes de Shacklebolt sobre la custodia del domicilio de Granger no están sujetas a negociación. Hazme saber cuándo sería conveniente que vaya esta semana para la protección. Si no lo haces, pasaré por allí en un momento inconveniente por defecto. D (para draconiano) *

Malfoy: No estoy seguro si escuchaste mi suspiro de exasperación desde Londres, así que estoy grabando lo que ocurrió aquí para tu información. Soy más que capaz de mejorar la protección de mi propiedad o de contratar una empresa de protección. Pero si Shacklebolt insiste en tu experiencia en particular, que así sea. Revisa mi horario para ver las opciones, lo acabo de actualizar. NB: son muy pocos; El martes por la noche parece el más prometedor, pero seré el médico (medimago muggle) de guardia en cirugía local y es posible que tenga que irme en el medio. H * Granger: Sé lo que es un médico. D Entonces, ¿cómo era el hogar de una erudita/heroína de guerra/medimaga/campeona de las causas justas/investigadora en peligro de fama nacional? Una especie de casa de campo modesta en Cambridgeshire, por casualidad. Tres habitaciones, en la mejor suposición de Draco. Granger se paró en la puerta del jardín. Cuando él se acercó desde el punto de Aparición, ella agitó su varita para permitirle pasar las protecciones preliminares que había establecido. —¿Qué le pasa a tu cara? —preguntó mientras Draco se acercaba a la puerta. Siempre al grano, era Granger. —Bludger —dijo Draco. —Oh, se ve mal. Probablemente lo hizo; Zabini tenía un buen golpe. Mientras se acercaba a la puerta, Draco vio a Granger escudriñando la herida con ojo experto. Ella vaciló por un momento, luego, aparentemente incapaz de resistirse a hacer el bien, espetó: —¿Quieres que le eche un vistazo? —No, ya me puse un bálsamo —dijo Draco, rozando sus dedos contra su mandíbula que se iba magullando lentamente. —Eso será un hermoso hematoma. —Estoy bien. Vine aquí para proteger tu casa, no para una consulta. La boca de Granger se apretó en una delgada línea. —¿Me vas a invitar a entrar? —preguntó Draco, molesto por verla parada allí, observándolo con algo así como preocupación. Ahora se sentía como una especie de vampiro buscando una invitación para cruzar el umbral.

—Adelante, entonces —dijo Granger, un poco irritable, abriendo la puerta. Draco vio que estaba vestida con otra versión de la bata blanca, esta vez complementada con un artilugio que colgaba alrededor de su cuello. —Te has dejado el dispositivo de auto-asfixia encendido —dijo Draco, señalándolo. —Es un estetoscopio —dijo Granger, con un tácito «cretino», adjunto al final de la oración. —Correcto —dijo Draco, sin dignarse a pedir una aclaración—. Danos un recorrido y empecemos. Ella lo llevó a la habitación delantera de la cabaña, que podría haber sido una sala de estar, pero era una explosión de libros. —Me regañaste por colocar un libro medio centímetro fuera de lugar, mira este desastre. —dijo Draco, picado por la injusticia. —Es mi proyecto de digitalización —dijo Granger—. Es un desastre temporal. —Hizo un gesto hacia una máquina muggle en el centro de todo, conectada a una versión plana de una computadora. —¿Digitalizar? —Sí, preservar el conocimiento mágico a través de medios muggles, ya que me estoy cansando de cargar libros enormes, de encontrar material irreparablemente dañado o perdido porque un idiota derramó té en una página hace veinte años, y de tener que buscar cosas a través de tarjetas de registro antiguas como es 1855. Es un proyecto favorito para mis volúmenes más raros. Desafortunadamente, no tengo tanto tiempo para dedicarle como me gustaría... Llevó a Draco a la cocina, un espacio bastante muggle, excepto por la variedad de plantas mágicas que se apoderaban explosivamente de los marcos de las ventanas y varias pociones que brillaban aquí y allá. Podría haber algo mágico gestándose lentamente en un caldero en el hogar, pero ella lo alejó. —¿Conservatorio? —preguntó Draco mientras se movían a la siguiente habitación. Granger lo miró como si acabara de confirmar lo elegante que era. —¿Un conservatorio? Esto no es la Casa Ascott. El agente de alquiler lo llamó solárium. Eso parecía una denominación optimista para Draco, quien observó con escepticismo que la aguanieve de enero comenzaba a rociar contra el techo de cristal. Entonces apareció una extraña criatura anaranjada con cara de calabaza, y se abrió paso alrededor de los tobillos de Granger. En otro momento de salvaje optimismo, Granger se refirió a él como un gato. —¿Qué le pasa a tu gato? —preguntó Draco, inclinándose para mirar a la criatura con preocupación. —No le pasa nada —dijo Granger. Tanto ella como la criatura miraron a Draco con gran ofensa—. Es parte Kneazle y uno muy inteligente. ¿No es así mi amor, mi dulce, mi angelito? Mientras Granger le masajeaba las orejas, el gato miró a Draco con una expresión de sumo desdén. Entonces decidió que ya había tenido suficiente de la atención de Granger y se dio la vuelta para

irse, con su absurda cola por lo alto, de modo que Draco tuvo una vista completa de su ano. —Encantador —dijo Draco. El recorrido continuó hacia el estrecho espacio de arriba: tres dormitorios pequeños, como Draco había adivinado, con puntos de entrada predecibles que tendría que vigilar. El primer dormitorio parecía ser utilizado como estudio. Draco notó una especie de pedestal en medio del espacio. En él descansaba un grimorio, muy viejo y dañado, rodeado por el resplandor de los encantamientos de estasis. Granger vio lo que había llamado su atención. —Una tragedia. No me preguntes al respecto o lloraré. Draco no deseaba lidiar con lloriqueos librescos y no prosiguió con el tema, pero hizo una nota mental del objeto, para futuras intromisiones. El segundo dormitorio estaba bastante vacío, salvo por un largo tapete en el suelo, algunas velas y un grupo de orquídeas bajo una lámpara de cultivo. ¿Qué ritual estaba preparando Granger para lanzar aquí? Trató de entender la disposición de las velas, pero no coincidía con la geometría de nada de lo que reconocía. Finalmente, llegaron a la habitación de Granger, a la que ella le permitió echar un vistazo con evidente inquietud. Draco no pudo encontrar una manera civilizada de decir: «Deja de estar inquieta, sólo me importa ver cómo los malos podrían intentar secuestrarte. No estoy aquí para hurgar en tus bragas». Así que no dijo nada. Un desagradable tintineo comenzó a sonar en algún lugar cercano a Granger. Sacó una cosa muggle del tamaño de la palma de su bolsillo y habló por ella. Por lo que Draco entendió, estaba siendo convocada a la cirugía por medio de este dispositivo. Ella confirmó esto y pasó corriendo a Draco hacia las escaleras. —Tengo que irme. Creo que has visto lo suficiente para orientarte. Por favor, coloca las protecciones para dejar entrar y salir a Crookshanks; le gusta vagar. Volveré en unas horas. —¿Crookshanks? —llamó Draco mientras Granger bajaba las escaleras. —¡El gato! —gritó Granger. Desapareció afuera, pero en lugar del chasquido de la desaparición, Draco escuchó el sonido de un motor. Granger conducía. Un coche muggle. Una absoluta bicha rara. O tal vez no, reflexionó, mientras regresaba al jardín, entre aguanieve y lluvia. Si iba a una cirugía muggle, tendría que presentarse por medios muggles; una aparición instantánea en la puerta plantearía problemas... Mientras pensaba sobre la vida dual sobrecargada que llevaba Granger, Draco comenzó a proteger. Después de unas dos horas de trabajo, Draco se declaró satisfecho. Las protecciones tendrían que ser refundidas cada semana más o menos, pero nadie podría entrar sin el permiso de Granger. Los puntos de entrada y salida fueron todos reforzados con el equipo estándar del Auror y algunas de

las propias invenciones de Draco; los accesos subterráneos serían desconcertados por un robusto Depellens Penetrationem y los ataques aéreos serían rechazados por un Caeli Praesidium. El surtido habitual de alarmas contra intrusos estaba esparcido por todas partes. Francamente, para una bruja de la relativa fama de Granger, cuyos dos amigos más cercanos ahora eran Aurores, sus medidas de protección habían sido bastante insignificantes. Pero entonces, era tiempo de paz, y ahora era una erudita, no una niña imprudente que perseguía objetos oscuros para asesinar siete veces a un mago malvado. El medio Kneazle miró torvamente a Draco a través de la aguanieve desde el refugio del pórtico. Draco agregó la firma mágica de la criatura a las protecciones y se lo dijo. La criatura parpadeó hacia él. Draco estaba desconcertado. Justo cuando la lluvia empezaba a amainar, un coche se abrió paso por el camino y rodeó la parte trasera de la cabaña. Granger dobló la esquina un momento después. —Sigues aquí, ¿verdad? —Acabo de terminar —jadeó Draco. Proteger era una tarea mágicamente agotadora. El medio Kneazle recibió muchos besos en su fea cabeza mientras Draco se paraba y trataba de no parecer mojado y sudoroso. ¿Y dónde estaba su agradecimiento, por favor? —Tendré que proteger tu coche —dijo Draco—. Si usas eso para moverte mucho. Y la cirugía Muggle, si vas allí regularmente. Granger frunció el ceño. —Mi coche es nuevo. No puedes protegerlo; estropearás algo. —Ante la ofensiva confusión de Draco, agregó—. Los autos ahora tienen componentes eléctricos. Tal vez no lo hicieron cuando estabas en Estudios Muggles. Lo dijo como si Draco tuviera aproximadamente 120 años y hubiera tomado Estudios Muggles por última vez cuando los autos se llamaban carruajes sin caballos. —Voy a meter un Chivatoscopio en la guantera —dijo Granger. Para alguien tan inteligente, ciertamente era una idiota. —Excelente —dijo Draco—. Eso definitivamente protegerá a una Bombarda Máxima desde veinte metros de distancia. Podré decirle a Shacklebolt que tomamos todas las medidas necesarias para protegerte cuando saquemos tus restos carbonizados de entre los escombros. La imaginería violenta tuvo éxito: Granger cedió. —Bien. Puedes protegerlo. Pero trata de mantenerte alejado de las partes centrales, con todos los botones. Al lado del volante. El momento de triunfo mezquino de Draco fue arruinado por un largo y resonante gruñido hambriento, inequívocamente de su estómago (lamentable: estaba preparado para culpar al gato). Hubo una pausa. Los ojos de Granger se posaron en el estómago de Draco. Parecía estar luchando entre sus sentimientos naturales por él y sus modales. Luego, finalmente... —Debes estar muriéndote de hambre. ¿Quieres entrar? Tengo algunos bocadillos, creo. Y

podemos repasar las recomendaciones y el anillo. Porque sí, Draco se estaba muriendo de hambre. Dos horas de protección realmente le hicieron cosas a un hombre. Sin embargo: había una comida de cinco platos esperándolo en la mansión. Sin embargo: quería terminar este asunto y que su próxima comunicación con Granger fuera sobre la devolución del anillo, sin embargo, dentro de muchos meses. —Está bien —dijo Draco. Se tomó un momento para refrescarse en el pequeño baño, que consistía principalmente en flagelarse las axilas (lo mejor de la clase; mamá estaría orgullosa), intentar algunos encantamientos para secar su túnica y echarse agua en la cara. Su cabello lo consideró una causa perdida esta noche. No es que tuviera a nadie a quien impresionar aquí. Y, además, en esta casa de campo, con Granger la anémona humana y su familiar escobilla de baño naranja, su cabello aún ganó fácilmente el premio al mejor de la exhibición. Todo su aspecto se complementaba con el magnífico hematoma que comenzaba a desarrollarse a lo largo de su mandíbula. Presionó más del ungüento para los moretones, molesto porque Granger había tenido razón sobre lo feo que se iba a poner. Caminó hasta la cocina, donde Granger tenía el rollo de recomendaciones y el anillo sobre la mesa de la cocina. Se quitó la bata blanca y la metió en una máquina muggle al final del mostrador, a juzgar por las pilas dobladas a su alrededor, un aparato de lavado. Otra blusa de manga larga debajo, ¿quién diría que Granger tenía tanta aversión a exponer sus codos? La mesa de la cocina estaba empujada a un rincón. Por lo tanto, Draco se sentó junto a Granger. Desde esta perspectiva, mucho más cerca de ella de lo que había estado antes, notó que ella estaba en posesión de un par de tetas muy decentes, cuando no estaban escondidas bajo batas blancas. Sin embargo, Granger eligió ese momento para desentrañar el pergamino, ahora garabateado generosamente con signos de interrogación y contra sugerencias, y Draco no pudo sentirse atraído porque estaba siendo asfixiado por oleadas de una idiota crítica. —Algunas de mis principales preocupaciones —dijo Granger, señalando con la barbilla el pergamino, que prometía una larga y ardua noche de discusión—. Pero primero, comamos algo. Rebuscó en un armario patéticamente vacío y colocó algunas opciones sobre la mesa. En lo que a Draco se refería, el artículo principal de la dieta era el pelo de gato. Sacó unos mechones anaranjados de su boca mientras el gato (maldita criatura), se abría paso alrededor de las patas de su silla, mirándolo con aire de suficiencia. Granger tuvo la cortesía de parecer avergonzada cuando se dio cuenta. —¡Lo lamento! —Agitó su varita en dirección a Draco, desvaneciendo la mayor parte del pelaje—. Llega a todas partes. A veces creo que él realmente puede hacer que exista en lugares indescriptibles. Draco, todavía tirando de un cabello, dijo «Pfftf» en respuesta, pero lo que realmente quería decir era: «Si encuentro pelo naranja en mis bolas esta noche, despellejaré a ese animal con mis propias manos». Granger abrió un paquete de algo y se lo pasó. —¿Qué diablos es esto? —preguntó Draco, sosteniendo una de las cosas.

—Wotsits con queso. Lo que explicaba todo, obviamente. Por su parte, Granger comía atún, directamente de la lata. —Severo, Granger —dijo Draco. —Es proteína —dijo Granger. Miró el mediocre despliegue que Draco estaba mirando con el ceño fruncido y se puso un poco a la defensiva—. No he tenido tiempo de ir de compras. —¿Por qué no envías a un elfo doméstico...? Cuando las palabras salieron de su boca, Draco se interrumpió, pero ya era demasiado tarde. Granger lo miraba como si acabara de confirmar, por segunda vez en esa noche, el idiota demasiado privilegiado que era. Se levantó, boquiabierta, para hacer té. Parecía una excusa para alejarse de su vecindad inmediata. Pero lo que sea, Draco no estaba aquí para hacer amigos. Granger golpeó con la tetera. Parecía que estaba reteniendo una cierta cantidad de vitriolo orientado a Draco. Subrepticiamente revisó sus bolsillos. Tenía un bezoar en él, en caso de que su té tuviera algún aditivo especial cortesía de la vigilante de los elfos domésticos. Granger colocó sus tazas sobre la mesa con bastante más firmeza de la necesaria. No hubo evidencia inmediata de veneno. Había encontrado un paquete de galletas para acompañar el té. Draco se comió dos tercios como si estuviera hambriento, y si estaban envenenados, que así fuera. Luego, Granger enderezó el pergamino, pareció, con un esfuerzo, compartimentar sus sentimientos sobre Draco el idiota, y se convirtió en toda negocios. Ella le preguntó sobre las recomendaciones como si fuera un Auror aprendiz que había enviado esto para su revisión, y debería estar agradecido por los comentarios. Y así discutieron a través de la lista: en el punto 14, si añadiría personal de limpieza a las salas del laboratorio, que admitió; en el ítem 26, si realmente necesitaba avisarle cuando salía de la ciudad, sí y, de ser así, con cuánto tiempo de anticipación, 24 horas; en el ítem 33, qué constituye un «evento público», más de 40 personas; en el punto 34, ¿por qué tuvo que avisarle de su asistencia a los muggles? Porque él lo dijo; No podría hacer que su hogar fuera ilocalizable, ella tenía amigos muggles que podrían querer visitarla. No. Y así sucesivamente hasta llegar al punto 56. Granger volvió a llenar su té y sacó otro paquete de galletas, dado que Draco se había comido todo el primero por estrés. —Entonces: el anillo. —dijo Granger. —El anillo. —repitió Draco. El quid de la cuestión: el objeto que significaba que podía continuar su vida en una libertad relativamente feliz, sin Granger, y no obstante satisfacer al Ministro y a Tonks. —Lo he hecho revisar por algunos expertos. Parece bastante seguro. Estaban bastante impresionados por eso, en realidad. Draco quiso decir: «Naturalmente; soy un genio. ¿Dónde está tu FitZit ahora?» En su lugar, tomó un sorbo de su té con aire de superioridad moral.

—También tuve una charla con Tonks —continuó Granger—. Probablemente ella también te dijo lo mucho que le gusta la idea. Significa que podrás asumir otras tareas mientras me monitoreas a distancia. Entonces, en total, hay críticas entusiastas por todos lados, con contras mínimas, y estoy bastante dispuesta a seguir adelante. Sin embargo, tengo una pregunta para ti. —¿Sí? —dijo Draco, aunque tenía una buena suposición sobre la pregunta. De hecho, estaba sorprendido de que ella no hubiera preguntado antes. —¿Cómo te llega la información rastreada por el anillo? Draco levantó su mano y agitó su varita hacia ella, cancelando el Encantamiento No Me Notes allí. —Ah —dijo Granger, cuando el anillo de plata en el dedo de Draco apareció a la vista. Su mirada pasó del anillo de Draco al que estaba sobre la mesa. Entonces, después de algunas deliberaciones privadas en ese enorme cerebro suyo, dijo, muy inteligentemente en opinión de Draco—. No haré más preguntas sobre el uso original de estas cosas. Siento que más detalles podrían disuadirme de todo el asunto. —Buena idea —dijo Draco. Porque, sí, esos antiguos anillos habían sido usados durante mucho tiempo por parejas casadas de la familia Malfoy. Su madre se había quitado el suyo hace muchos años, tras la muerte de Lucius Malfoy en Azkaban; el silencio del anillo era un recordatorio constante de la pérdida, y ya no podía soportar usarlo. Draco había modificado los anillos para que solo hubiera una comunicación unidireccional entre Granger y él: ciertamente no necesitaba que ella fuera alertada cada vez que su ritmo cardíaco se disparaba cuando se estaba masturbando por la mañana, gracias. Viviendo felizmente ignorante de estos pensamientos, Granger preguntó: —¿Se requiere algo especial o simplemente me lo pongo? —Yo lo haré —dijo Draco—. Tiene que ser hecho por la persona que lleva el anillo... eh... pareja. Trató de ser brusco y profesional al respecto, pero había muy pocas cosas en el mundo tan poco profesionales como un hombre que pone un anillo en el dedo de una mujer, y fue incómodo a pesar de sus mejores intentos. Se preguntó si Granger lo encontraría tan incómodo como él. Estaba estudiando el papel pintado de la cocina, un tinte rosa en lo alto de sus mejillas. Su mano era pequeña en la de él, y bastante delicada. El anillo se deslizó sin esfuerzo. Sintió una especie de reavivación en el anillo en su propia mano; ahora tenía a alguien con quien hablar. —La señal de socorro se activa girándola tres veces alrededor de tu dedo —dijo Draco para romper el silencio—. Haz eso y me apareceré ante ti de inmediato. Granger se alejó de su fascinación por el papel tapiz. —Está bien. —Resérvalo para situaciones críticas, Granger, no porque hayas encontrado té derramado en un libro. —Tengo muchas esperanzas de no tener que usarlo nunca —Miró el anillo, que brillaba en su mano—. Al menos la cosa no trató de matarme de inmediato.

—No te pongas demasiado cómoda: podría estar jugando una partida larga. Draco tocó el pergamino que habían discutido hasta la saciedad, integrando los resultados garabateados de su ida y vuelta en una versión limpia. Luego creó un duplicado para ella. —Ahora que hemos finalizado esto, debes seguir con eso. Hemos establecido un deber de cuidado y preferiría no ser arrastrado frente al Wizengamot por negligencia profesional que resulte en la muerte de la Gran Hermione Granger. —Entiendo —Fue la seria respuesta de la Gran Hermione Granger. —Bien. Ahora, antes de irme, una última cosa —Draco metió una mano en su bolsillo—. Mi lechuza ha perdido medio kilo desde que nos comunicamos, así que yo... —Dale de comer más tarta de melaza —intercedió Granger. Su gato estaba en su regazo, terminando la lata de atún. —...He decidido ceder a la tendencia y comprar estas cosas —Finalizó Draco. Colocó un par de los Weasley sobre la mesa—. Probablemente hayas oído hablar de ellos, están de moda entre la generación más joven. Las lechuzas ya no son la cosa. No lo suficientemente instantáneos. En opinión de Draco, un triste final para una larga tradición mágica. Uno no podía escribir una carta fuertemente redactada en un Bloc Parlante, simplemente no podía. —Estoy familiarizada con eso —dijo Granger. Era muy obvio que estaba conteniendo una sonrisa. Draco sopesó los pros y los contras de preguntar la razón detrás de la sonrisa. Decidió lo contrario: entre ella y el gato, los niveles de presunción en la habitación pronto lo asfixiarían. —¿Así que sabes cómo funcionan? —preguntó Draco, pasándole la pequeña libreta mágica. —Oh, sí —dijo Granger, aceptando el objeto—. Gracias. Me siento mal por tu lechuza. —Se recuperará —dijo Draco—. Engordan pronto por falta de ejercicio. Terminado su trabajo aquí, Draco se levantó con un murmullo general de agradecimiento por el té. Granger respondió con algunas palabras inaudibles de gratitud por la protección. El gato intentó hacerlo tropezar y romperle el cuello al salir de la cocina. Draco decidió que ese era un final adecuado para una velada desagradable. **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola! ¿Cómo están? ¿Emocionadas como yo por la maravillosa historia que se viene con arte de la fantástica NikitaJobson y el talento de Isthisselfcare? ¡Feliz día de San Valentín!

Con amor, Bet, Emily y Paola

Imbolc Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** En su puñado de años trabajando con Potter y Weasley, Draco había desarrollado una relación fría y profesional con ellos, la cual demostró Weasley a la mañana siguiente diciendo: —¡Oye, tarado! —Y colgando sobre la pared del cubículo de Draco como un muppet pelirrojo desarticulado. —¿Qué quieres, Comadreja? —Escuchamos que a Hermione se le asignó la protección de un Auror, y que el tipo es un idiota. —dijo Weasley. —¿Esa fue su descripción, o la tuya? Potter, cuyo desastroso cabello y vívidos ojos verdes asomaban por encima de la pared del cubículo, dijo: —Nuestra. Ella dice que has sido bastante profesional, pero te conocemos. —Cabrón con suerte —dijo Weasley—. ¿Cómo es que Tonks nos da a los vampiros, y tú tienes a Hermione? Ni siquiera te cae bien. —Tengo entendido que era una cuestión de competencia —dijo Draco—. Tonks dijo que necesitaba asignar al mejor Auror para proteger a la mejor mente del Reino Unido... —Weasley se burló; Potter se rio—. Y a los Aurores fastidiosos para lidiar con los fastidiosos vampiros — finalizó Draco. —Yo no dije tal cosa —dijo Tonks, caminando con la forma de un hombre bajo y con sobrepeso —. ¿No deberían estar todos ustedes trabajando, bobos? Todos ustedes son Aurores fastidiosos, en lo que a mí respecta. Potter y Weasley se rieron. Draco se ofendió. —De cualquier manera, ¿en qué está trabajando Hermione, que tiene al viejo Shack tan nervioso? —preguntó Weasley—. Ella no nos lo dirá. —Esa información, en la necesidad de saberlo, es clasificada —dijo Draco, tocándose la nariz. Él tampoco tenía ni idea, pero acabar con el Dúo Fastidioso siempre era un buen momento. Los dos parecían convenientemente molestos porque Draco parecía saber algo que ellos no. —¡Trabajo! —gritó Tonks desde su oficina. —Sí, jefa —respondió Weasley. —Un consejo, Malfoy —dijo Potter mientras se iban—, no insultes al gato de Hermione. —Demasiado tarde —dijo Draco. Pasaron dos semanas, durante las cuales todo estuvo tranquilo en el frente Granger. Su anillo había sido calibrado para alertar a Draco sobre cambios fisiológicos o emocionales extremos que podrían indicar un peligro inmediato: picos significativos de miedo, pánico, dolor o un ritmo cardíaco inusualmente alto.

En general, Granger parecía tener un temperamento milagrosamente equilibrado. Hubo un día en que el anillo de Draco le hormigueó durante toda la mañana, lo que indicaba que el pulso de Granger se elevó en varios puntos, pero no en el umbral, lo que significaba un pánico salvaje. Se lo quitó de la cabeza y se unió a Goggin y algunos Aurores jóvenes para una sesión de combate cuerpo a cuerpo. Tonks insistió en que sus Aurores no solo mantuvieran su experiencia en Duelos a través de una práctica rigurosa, sino también sus habilidades como luchadores físicos. Muchos se habían quejado de tener que aprender a pelear como muggles. Tonks lo había aclarado: un Auror desarmado con entrenamiento cuerpo a cuerpo aún podía superar, desarmar o mutilar a un oponente, si mantenía sus sentidos en alerta. Un Auror sin varita sin esas cualidades, era un Auror muy muerto. El pulso elevado de Granger, el cuarto incidente de esa mañana, interrumpió el entrenamiento de Draco. Su distracción momentánea le valió un sólido uppercut de Goggin. Pidió una pausa, agarrándose la mandíbula, y usó el Bloc para enviarle un breve y molesto mensaje a Granger, que consistía únicamente en signos de puntuación: «???». Ella respondió con una breve nota: «Perdiendo un paciente». Draco no respondió, principalmente porque no sabía qué decir, pero también porque Goggin estaba tratando de conmocionarlo. Un rato después recibió la siguiente misiva de Granger: «Por cierto, saldré de la ciudad mañana por la mañana, sólo por hoy. Sé que nuestro acuerdo decía 24 horas de anticipación para las salidas y esto es más como 12. Lo siento, ha sido un infierno». «¿A dónde?», fue la respuesta de Draco. «Somerset», contestó Granger. «¿Por qué?», preguntó Draco. «Vacaciones», dijo Granger. «¿Una de esas vacaciones de asterisco?», preguntó Draco. Granger no respondió. Entonces, sí. Esa noche, mientras Draco estaba cenando, su anillo indicó dolor. Pero no dolor físico; fue el dolor del corazón de la pena, de algún lugar de Cambridgeshire. Lo conmovedor del sentimiento lo sorprendió. La sinceridad de la propia Granger... realmente era una samaritana hasta la médula. Supuso que ella había llegado a casa y estaba dando paso a la pérdida de su paciente. —¿Draco? ¿Todo está bien? Draco se encontró siendo observado por los pensativos ojos azules de Narcissa Malfoy. Se dio cuenta de que había dejado de comer cuando el dolor fantasmal inundó sus sentidos. —Estoy bien —dijo Draco—. Estaba pensando en el trabajo.

Draco no le había dicho a su madre que había confiscado los anillos Malfoy. Estaba seguro de que ella no estaría de acuerdo con su reutilización, ni con su elección de destinataria. Buscó un tema seguro para discutir y comentó sobre el arreglo floral más bonito de lo habitual en el centro de la mesa. La floristería era uno de los pasatiempos de su madre, y una estrategia de afrontamiento subconsciente, en opinión de Draco, pero inofensiva después de todo. —¿Te gusta? —preguntó su madre, inclinándose para tocar unos delicados pétalos. Parecía de un humor pensativo—. Mañana es Imbolc. —¿Imbolc? —La antigua palabra le resultaba vagamente familiar a Draco; algún festival pagano. Narcissa arrancó una flor que ya estaba perfectamente colocada y la reemplazó aún más perfectamente en el ramo. —Sí, marca el final del invierno. Tu abuela solía seguir esas viejas tradiciones cuando yo era una niña. La casa estaría decorada con campanillas y narcisos en todas las superficies, tendríamos un festín y nos sentiríamos esperanzados, sabiendo que la primavera finalmente estaba en camino. Draco hizo una respuesta cortés. Su madre lo vio comer, sus propias manos cruzadas sobre su regazo. Ella tenía algo más que decir. —¿Qué es? —preguntó Draco. —¿Vas a estar en casa mañana? Tengo algunos amigos que vienen a tomar el té. Draco hizo algunos cálculos rápidos. Esos pocos amigos seguramente tendrían hijas encantadoras y consumadas, que sin duda vendrían también. Su madre se había vuelto bastante menos sutil acerca de su emparejamiento desde que cumplió los treinta. Desafortunadamente para Narcissa, y para las jóvenes elegibles, el propio interés de Draco en algo más a largo plazo que las sucias escapadas de fin de semana en París era nulo. Había hecho algo a largo plazo una vez, un compromiso de dos años con Astoria, y había sido suficiente para confirmar que, sin importar cuán pura y bien educada fuera la bruja, no estaba listo para el matrimonio. La nota de Granger más temprano ese día le ofreció un conveniente salvavidas. Draco hizo una mueca y dijo: —Estaré trabajando; negocios en Somerset mañana. Granger misma no sabía que tendría compañía, qué mal por ella. Él lo llamaría un control al azar. Su seguridad contra las amenazas reales, o imaginadas por Shacklebolt, era su máxima prioridad, después de todo. Narcissa no pareció sorprendida por la excusa preparada. —Una pena. Entonces, la próxima vez. Cena concluida, Draco se retiró a sus habitaciones, donde tomó un largo baño y curó sus heridas de entrenamiento. Su zumbó desde donde había tirado su túnica al suelo. Lo invocó para encontrar una nota de Granger, una respuesta retrasada a su pregunta anterior. «Sí, una de las vacaciones de asterisco; un poco de turismo. Giraré el anillo si te necesito».

Esa última oración fue la forma de hablar de Granger para decir: «No te necesito, no vengas, no estás invitado». Sin duda ella se encabronaría cuando él apareciera. El pensamiento provocó un cosquilleo inesperado de diversión. Entonces algo que se había estado filtrando en el fondo de la mente de Draco desde la cena hizo clic en su lugar. Salió de la tina, se secó con unos cuantos movimientos de su varita e invocó el horario de Granger para sí mismo. Mañana era... ¿qué había dicho su madre? ¿Imbolc? Y eso coincidió con uno de los asteriscos de Granger. ¿Hubo otras coincidencias tan interesantes? Repasó el resto de las fechas. El siguiente asterisco fue un fin de semana a fines de marzo; luego uno a principios de mayo; después junio; también el primero de agosto. Animado por el triunfo anticipado, Draco descendió a la biblioteca de la mansión, donde sacó algunos volúmenes sobre tradiciones paganas celtas y germánicas. Él estaba en lo correcto. Las fechas de Granger coincidían con los calendarios antiguos. Draco rodó las viejas palabras en su lengua. Imbolc, Ostara, Beltane, litha, Lughnasadh, Mabón, Samhain. ¿Qué diablos estaba tramando Granger? Draco estaba oficialmente intrigado. Draco le dio a Granger la mañana para emprender su aventura en Somerset antes de unirse a ella. Eso le permitió un exquisito descanso, algunos vigorizantes vuelos en el viento de febrero, interrumpido por la lluvia, y la oportunidad de un lujoso brunch. Besó la mejilla de su madre con un sincero arrepentimiento por perderse el té. Somerset estaba lo suficientemente lejos de Wiltshire como para que Draco tuviera que ir por red flu a un pub mágico en Cannington antes de aparecerse junto al anillo de Granger. La aparición tardó un momento más de lo habitual, con una extraña especie de estiramiento en el último medio segundo, como si estuviera tratando de seguir el ritmo de su destino. Cuando llegó, Draco entendió por qué; Granger se había estado moviendo a un ritmo bastante rápido, dado que estaba manejando por un camino rural en su auto. Granger chilló cuando Draco se materializó en el asiento a su lado. Su cabeza estaba en el espacio para los pies del pasajero y sus botas estaban, al tacto, en la cara de Granger. En conjunto, no fue su llegada más elegante. Granger se desvió hacia un borde y detuvo el auto. Draco se volvió hacia la derecha con dificultad cuando un aluvión de preguntas le llegó, incluyendo: «qué diablos pensaba que estaba haciendo, quién se creía que era, cómo se atrevía, y si realmente estaba loco o no». La voz de Granger podía ser bastante chillona. Penetrante, de verdad. —¡Acabas de aparecerte en un objetivo en movimiento! ¿Has perdido completamente la cabeza? ¡Podrías haberte escindido en cien pedazos diferentes, esparcidos por la A-37!

—No esperaba que fuera un blanco en movimiento —dijo Draco, sintiéndose despeinado y un poco enfermo—. ¿Por qué estás conduciendo? —¡Porque me dijiste que la aparición y el Flu eran rastreables! —¿A quién le importa si son rastreables? Tienes permitido estar de vacaciones. Linda mañana para eso, por cierto —agregó, mientras la lluvia azotaba el auto—. ¿A menos que tus vacaciones tengan algo que ver con tu proyecto? Granger lo miró fijamente. —Ajá —triunfó Draco. Al darse cuenta que lo crítico de la pelea había disminuido, Draco vio un espejo justo encima de la cabeza de Granger y lo giró hacia sí mismo. Era la altura perfecta para revisar el cabello. Buenos tipos, muggles, en realidad: tenían sus prioridades claras. Granger farfulló. —¿Acabas de requisar mi espejo retrovisor para arreglar tu cabello? —Puedes recuperarlo en un momento —dijo Draco. Granger lo miraba con una expresión de desagrado lo suficientemente fuerte como para poner nervioso a un hombre menor. Giró el espejo hacia sí misma. —Necesito eso. Y quita tus pies demasiado grandes de mi tablero. —No es mi culpa que tu auto esté tan apretado —dijo Draco, intentando meter las piernas. —No es mi culpa que seas una marioneta desgarbada de hombre que decidió aparecerse en mi Mini —Antes de que Draco tuviera tiempo de registrar su ofensa por esta comparación injusta, llegó al quid de la cuestión—. ¿Y por qué estás aquí? —Estoy realizando una inspección al azar —dijo Draco. —Una inspección al azar —repitió Granger, luciendo completamente poco convencida. —Sí. —¿Y? ¿Has establecido que estoy sana de mente y cuerpo? Draco la examinó críticamente. Parecía sana de cuerpo, por lo que podía ver debajo del sombrero, el anorak, la bufanda y las botas muggles para caminar. La cordura mental era menos fácil de medir: había un destello de algo peligroso en sus ojos. —¿Entonces? —Ella empujó—. Estoy bien, como puedes ver. Puedes irte ahora. Draco decidió tomar el camino correcto e intentar un poco de honestidad. —También estoy usando esto como un pretexto. —¿Un pretexto para qué?

—Evitando algunos disgustos en casa. —¿Qué tipo de desagrado? Merlín, ella era implacable. —Mi madre va a invitar a las damas a tomar el té. Lo que Granger estaba esperando, no había sido eso. Una extraña expresión cruzó su rostro, como si estuviera conteniendo la risa. —¿A las damas para el té? —repitió ella. —Sí. ¿Qué es tan divertido? —Pensé que sería algo más, más temible —La risa contenida se desvaneció—. De todos modos, no quiero sufrir porque tienes miedo de algunas damas. No necesito, ni quiero, que estés dando vueltas hoy. Tengo cosas que hacer. —Es Imbolc hoy —dijo Draco conversacionalmente—. ¿Sabías eso? Granger no dijo nada, pero parecía nuevamente molesta. —¿Qué estás haciendo en Somerset en Imbolc? —preguntó Draco—. No sabía que conservabas las Viejas Costumbres. No pareces del tipo de flores y baile en los postes. Cuando Granger no le respondió de nuevo, Draco sonrió y se acomodó en su asiento. —He evaluado la situación y, dado que obviamente tiene que ver con tu peligroso proyecto, te estaré monitoreando hoy, por tu propia seguridad. Por el punto 11 de mis recomendaciones. No discutas. —Te expulsaré de este auto —dijo Granger. —No puedes hacer eso. —Yo puedo. Este botón, aquí —dijo Granger, señalando una cosa grande y redonda en el tablero —. Es una característica de seguridad que inventaron los muggles. Un silbato quejumbroso comenzó a gemir a través del auto. Granger saltó. —¡¿Qué es eso?! —Oh, eso —dijo Draco—. Una función de seguridad que inventaron los magos. Puse un Chivatoscopio en tu guantera, como sugeriste. Me mentiste sobre el botón de expulsión y estoy herido. Granger se inclinó sobre él y abrió la guantera, «¡Ay, mis rodillas!», para ver que efectivamente había un Chivatoscopio dentro. Silbó y destelló durante unos momentos más, luego, dado que ya no había más mentiras, se detuvo. Hubo un largo silencio. Granger se recostó en su asiento, apoyó la frente en el volante y pareció recuperarse. —Está bien —dijo finalmente—. Puedes quedarte mientras dure ese angustioso té de tu madre. No te interpongas en mi camino.

Giró la llave y el motor del auto se puso en marcha. —Ponte tu cinturón de seguridad... O no. Supongo que no me importa si tienes una muerte espantosa. El Chivatoscopio gimió de nuevo. Granger maldijo coloridamente. —¿Qué hace realmente ese botón? —preguntó Draco, cuando la fila se había desvanecido. Esta inocente pregunta pareció hacer enojar a Granger de nuevo. —Solía ser el estéreo, hasta que alguien lo arruinó. Ahora sólo reproduce canciones populares austriacas. Draco presionó el botón. Empezaron a sonar canciones populares austriacas. Las manos de Granger estaban apretadas en el volante mientras regresaba a la carretera. Estaba claro que, en su opinión, Draco era el verdadero Auror fastidioso. La señalización muggle fue excelente. A medida que avanzaban por caminos rurales cada vez más ventosos, Draco pudo adivinar su destino final con cierto grado de certeza. —Glastonbury —dijo—. Interesante. Granger no dijo nada. Su disgusto por su presencia continuaba y no lo ocultaba. A Draco le importaba poco: un paseo bajo la lluvia por la campiña inglesa con una Granger enojada era mucho más placentero que soportar bocadillos demasiado pequeños y a las cazadoras de fortunas burlonas. Honestamente, el camino sinuoso, la música austriaca, la bruja furiosa: fue absurdo, fue divertido, fue entretenido. Hizo ademán de pulsar otro botón en el panel central del coche, por curiosidad científica. Granger apartó su mano de un golpe. Tenía reflejos decentes, reflexionó Draco mientras se chupaba el nudillo. En lugar de conducir por la calle que conducía a la ciudad de Glastonbury propiamente dicha, Granger se desvió hacia un aparcamiento al borde de un bosque. Allí, un sendero serpenteaba hacia un bosque, bastante empapado y de aspecto helado en esa época del año. —¿Qué es esto? —preguntó Draco. —El camino Mendip —respondió Granger, con esa manera que tenía de responder sus preguntas sin realmente responder a sus preguntas. Ella salió del auto—. Voy a dar un paseo. Puedes esperar en el coche. ¿Podía qué? Tan generosa. Draco, después de una breve lucha con la manija, salió del vehículo. Contuvo gemidos mientras estampaba algo de sensibilidad en sus piernas. Granger observó su salida del Mini con las manos en las caderas. La sintió observar su elección de ropa: su túnica de Auror sobre su traje perenne y calzado: botas de piel de dragón perfectamente funcionales. Ella debió haber llegado a la conclusión de que tendría que funcionar, o de lo

contrario, que no funcionaría y lo pondría en peligro, y que eso era perfecto. En cualquier caso, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el bosque. Draco la vio lanzarse algunos hechizos para repeler la lluvia y calentarse. Él la imitó; parecía una buena idea. Cuando entraron en el oscuro Camino Mendip, Draco lanzó algunos hechizos de detección, buscando evidencia de otros seres, mágicos o muggles. Sin embargo, parecía que solo él y Granger estaban lo suficientemente locos como para ir a dar un paseo en un día como ese. Excepto por algunos corzos en un claro cercano, estaban bastante solos. Satisfecho de que ningún loco estuviera a punto de saltar y atacar a Granger, Draco alcanzó a la bruja en unas cuantas zancadas largas. Rápidamente se hizo evidente que esto no era sólo un paseo por la salud de Granger. Ella estaba buscando algo. O varias cosas. Se asomó a la maleza, tocó los troncos de los árboles, cogió suavemente las hojas de los helechos en la palma de su mano y las estudió. Sin embargo, no tomó nada, por lo que anuló cualquier teoría sobre la recolección de ingredientes que Draco pudiera estar considerando. Progresaron de esta manera durante una buena media hora, marcada por una pausa para refrescar sus desvanecidos encantos impermeables. Finalmente, Granger se detuvo y sacó una lista. Draco se asomó sin vergüenza por encima de su hombro. Juncia Lentibularia Helecho real Ophioglossun vulgatum Acedera Mellifluous Honewort Helianthemum apenninum Helianthemum nummularium Asnillo Musgo Borla Granger usó su varita para tachar la mayor parte de la lista. Solo quedó el Musgo Borla. —¿Qué es el Musgo Borla? —preguntó Draco. Granger se apartó de él. Aparentemente, había estado tan ensimismada que se había olvidado de que Draco estaba allí, y mucho menos notó que estaba acechando sobre su hombro. Su mano voló hacia su corazón que latía aceleradamente, Draco sintió ecos débiles a través del anillo. Esperaba que lo regañaran. Sin embargo, su mal humor parecía haber sido reemplazado por una emoción tentativa relacionada con esa lista. —Uno de los musgos más raros en esta parte de Inglaterra. —¿Por qué lo estás buscando? Granger comenzó a caminar de nuevo, su atención enfocada, esta vez, en troncos muertos, tocones viejos y otros posibles hábitats.

—Porque confirmará que estoy en el lugar correcto. —¿El lugar correcto para qué? Granger desechó la pregunta. —Simplemente estoy confirmando una teoría. —¿Qué teoría? Draco también podría ser implacable. —Algo relacionado con mi proyecto —contestó Granger con irritante ambigüedad. —¿Qué tiene que ver el musgo con tus células de quimera o lo que sea? —Nada, al menos, no directamente. —Ella se giró para observarlo a través de la lluvia, como para medir lo que valía la pena decirle—. Estoy siguiendo los pasos de una vieja bruja olvidada hace mucho tiempo cuyo trabajo incluía, entre muchas cosas, descripciones de ciertos lugares sagrados en las Islas Británicas. —Entonces, ¿el Valle de Avalon? —Específicamente, El Pozo del Cáliz en Glastonbury. O al menos, esa es mi suposición educada. No existe mucho de su trabajo hoy en día: todo lo que tenemos son fragmentos. Ella tendía a encerar líricamente sobre la flora, lo que me ayuda a reducir las posibles ubicaciones haciendo referencias cruzadas a las plantas más raras. Por supuesto, ella estaba escribiendo hace cientos de años, por lo que las cosas pueden haber cambiado. Pero pocos lugares en la isla tendrán tanto Juncia como Melifluous Honewort. Típicamente prosperan en ecosistemas radicalmente diferentes, como sin duda sabrás... No, Draco no sabía, de hecho, nunca había oído hablar de estas plantas, pero asintió en lugar de admitirlo. Cuando Draco volvió a mirar hacia arriba, por un momento de infarto, Granger había desaparecido, agarró su varita, luego vio su trasero asomando por el costado del camino. Estaba sobre sus manos y rodillas, examinando el borde rocoso de una zanja bastante húmeda. Lo que sea que había llamado su atención, no era lo que estaba buscando. Ella se puso de pie. Sin embargo, no parecía decepcionada, parecía decidida... Y lodosa. —El musgo borla luce como te lo imaginas —dijo Granger—. Diminutas borlas en la parte superior. Son los esporangios, inusualmente grandes en el género. Se vuelven rosas en el verano, por supuesto, es un poco pronto para eso.... ¿Era esta mujer un genio en Herbología, además de todo lo demás? Draco se preguntó cuánto del limitado éxito académico de Potter y Weasley se debía a la absorción de su conocimiento por ósmosis intelectual. Ella era, francamente, abrumadora. Granger siguió por el camino, agachándose de vez en cuando para observar las cosas. En conjunto, fue un paseo bastante pacífico, con los hechizos que lo mantenían seco, el sonido de la lluvia y el ocasional pájaro cantor valiente, y las verbalizaciones de Granger regañando a varios musgos porque no eran los correctos.

Por primera vez desde que tomó el expediente de Granger de manos de Tonks, Draco se sintió feliz por la decisión. Esto fue sin duda más placentero que la mayor parte de su trabajo como Auror: menos maldiciones y evisceraciones en su camino, para empezar. Y, además, lo sacó del té con las damas y prometió muchas más oportunidades para hacerlo. Ese grupo estaría chupándole a Granger con sus tazas de té: Granger con el sombrero torcido, la cara manchada de tierra, trepando por las zanjas en lugar de encontrar un marido rico. Pero aparentemente estaba haciendo algo grandioso por los magos y, por favor, ¿qué habían logrado? —¡Creo que lo encontré! —llamó Granger. Draco empujó a través de algunas zarzas para que, una vez más, se le presentara una vista del trasero de Granger. La familiaridad engendró cariño. Más bien estaba desarrollando un aprecio por ello. Por razones que sólo ella conocía, Granger casi había presionado su cara contra un trozo de musgo y estaba respirando profundamente en él. —Granger, ¿qué...? —Está destinado a oler a algodón de azúcar. ¡Y lo hace! —dijo Granger, levantándose de un salto. Había suciedad en la punta de su nariz. En las sombras de los grandes robles que los rodeaban, sus ojos oscuros brillaban de emoción. Un rizo de cabello se aferraba húmedo a su labio. Sus mejillas estaban rosadas por el viento de febrero. Su sonrisa brilló hacia él, una cosa breve y rara. Draco se dio cuenta con sorpresa de que Granger era bonita. Juntó las manos y chilló ante el montón de musgo, como si fuera un tesoro que valiera miles y miles de galeones. Antes de que Draco pudiera procesar su comprensión, un grito ronco resonó desde algún rincón distante del bosque. Para su diversión, Granger saltó a su lado de inmediato, con la varita levantada. Los extraños gritos continuaron. Cuando Granger vio que no había reaccionado y no parecía alarmado, preguntó: —¿Qué es ese horrible jaleo? —Eso es un zorro —contestó Draco. —Oh. —Una zorra cachonda está pidiendo un revolcón. —... Ya veo —dijo Granger. Otro grito. Draco quería reír, la expresión de Granger se había vuelto bastante remilgada. Sacó su lista de plantas y tachó la línea final. —Este es un excelente desarrollo. El musgo, quiero decir, no la zorra cachonda. Volvamos al coche.

—¿Es todo? —preguntó Draco. Parecía bastante fácil. —Oh, no —dijo Granger—. Sólo tengo alrededor de otras tres mil cosas que hacer antes de que eso sea todo. Conociéndola, eso probablemente no era una exageración. Caminaron de regreso al auto. Sin los saltos constantes de Granger en la vegetación, fue bastante más rápido que el camino de entrada. —¿Por qué tuviste que hacer esto en Imbolc? —preguntó Draco. En su opinión, esto hubiera estado mejor planeado para Beltane, para un clima más agradable. Ella ignoró la pregunta a favor de plantear una propia: —¿Crees que las invitadas de tu madre se han ido? Draco conjuró un reloj de bolsillo. —No —mintió. —¿Está seguro? Más bien es un té largo, ¿no? —Los tés de sociedad son asuntos de varias horas. Las favoritas de mi madre probablemente se quedarán para la cena y las bebidas. —Ya veo —El momento de sonrisa de Granger entre los robles se estaba desvaneciendo y siendo reemplazado por la molestia que parecía una condición crónica en la presencia de Draco—. ¿Por qué no te vas a otro lado? Ella no sabrá que no estás estrictamente trabajando. —No me iré —dijo Draco—. Si fueras atacada mientras estás fuera de casa trabajando en un proyecto, Shacklebolt me quitaría el pellejo. —¿De qué me estás protegiendo? —preguntó Granger con un amplio gesto hacia la nada a su alrededor—. ¿Zorros cachondos? —Si me dijeras lo que estabas haciendo, podría establecer mejor las amenazas potenciales. —Si hay algo que aprendí del enorme error que cometí al contarle a Shacklebolt, es que no voy a compartir una palabra más sobre mi trabajo. —Granger se cruzó de brazos. Su obstinada postura se vio bastante socavada por la única hoja clavada en su sombrero, ondeando en el viento. —Brillante. Así que seguiré apuntando con mi varita esperando a los malos sin nombre, ¿de acuerdo? —No. Puedes aparecerte en el pub más cercano, tomar una copa e irte a casa cuando estés a salvo de las damas. —Yo no soy el que necesita estar a salvo —dijo Draco. Granger hizo un sonido de frustración. —No puedes venir. Complicas las cosas. —¿Complicar las cosas cómo? —preguntó Draco—. Puedo quedarme fuera del camino, ¿no me quedé fuera del camino? —Voy a visitar el Pozo del Cáliz a continuación. Eso implica hacerse pasar por muggle, que tú no

eres. Puedo muy bien pasar por muggle dijo Draco, indignado. —El programa de Aurores incluye una unidad sustancial sobre ocultamiento y disfraz, y aprobé con una distinción, gracias. ¿Había estado pensando que cuidar a Granger había terminado siendo una buena decisión? ¿Por qué ella debía luchar contra él en todo? Granger se frotaba las sienes. —Estamos perdiendo el tiempo, tiempo que no tengo. —Entonces vámonos —dijo Draco. —Muéstrame tu mejor intento de disfraz muggle —dijo Granger. Había una especie de esperanza desesperada en sus ojos, como si supiera que iba a ser una tontería, pero quisiera verlo, por si acaso. Draco encogió su túnica de Auror en un pañuelo, que se guardó en el bolsillo. Luego modificó su traje para adaptarlo a la moda muggle actual, un poco más relajada en su sastrería. Convirtió sus botas en brillantes zapatos de vestir para hombre. Su varita estaba escondida en una funda en su muñeca. Su cabello no se tocó: era el colmo de la perfección, Mágico o Muggle, gracias. —¿Entonces? —preguntó, girando lentamente bajo la mirada crítica de Granger. —Sería ideal si fuéramos a Dorchester a cenar —dijo Granger. Ella suspiró—. Pero... lo aceptaré. Tal vez podamos hacerte parecer un profesor joven y elegante, en lugar de un banquero que se ha perdido... Ella se acercó e hizo sus propias modificaciones, quitándole la corbata y transformando sus zapatos en zapatillas muggle. Luego alargó la mano y desabrochó el botón superior de su camisa, una extraña sensación, tener a Granger haciendo eso. Draco lo guardó para su posterior análisis. —Eso tendrá que funcionar —dijo Granger, aunque parecía cínica. —Si estamos criticando la apariencia de los demás, necesitas un Scourgify —dijo Draco. Granger transformó la ventanilla de su coche en un espejo para descubrir, con un «oh, dios mío», lo cubierta de barro que estaba. Hizo un trabajo rápido con la hoja suelta y la tierra, luego le dio a Draco una mirada extraña. —¿Qué? —preguntó Draco. —Nada. —dijo Granger. —Dime. —dijo Draco. —No. —Sí. —Yo sólo... podría haber esperado alguna broma sobre la suciedad de tu parte —dijo Granger. Draco se quedó quieto.

—Esos días han pasado hace mucho. Granger se arregló el sombrero con un encogimiento de hombros de «si tú lo dices». Draco frunció el ceño. Este no era el momento para esta conversación, pero algún día necesitaría saber cómo había visto él, de primera mano, los horrores de esas horribles actitudes, y cómo todavía vivían en su cabeza en la oscuridad de la noche, y cuánto él deseaba poder recuperar. —Ya no soy esa persona —susurró Draco. Al ver que estaba tan solemne, Granger también se quedó quieta. —Está bien, no debí haberlo sacado a colación. —No debí haber insistido —concedió Draco. —También eso. —Granger agitó su varita y su antiguo espejo se convirtió de nuevo en la ventana de un auto. Ella se volvió enérgica en sus movimientos—. ¿Debemos? —Vamos —dijo Draco. Luego arruinó el momento serio al necesitar ayuda para abrir la puerta del auto. Granger se acercó para ayudarlo con santa paciencia. Ella, para su crédito, no arrojó ninguna duda sobre su capacidad para comportarse como un muggle. **~**~**

Chapter End Notes

¿Qué mejor para un miércoles que una actualización intempestiva? ¿Qué pasará con nuestros protagonistas? ¡Pronto lo descubriremos! Besos, Paola

Las Guardianas Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** Nota de la autora: Uno de mis momentos favoritos del Dramione es cuando Narcissa busca una esposa de sangre pura perfecta para su descarriado hijo , mientras él anda de juerga con una mujer que vale diez veces cada bruja sangre pura en la lista de invitadas de Narcissa. **~**~** Condujeron en silencio durante un rato. Granger parecía preocupada. Su pulgar golpeaba el volante y estaba mordiendo su labio. Draco recordó que estaba complicando las cosas y que su presencia la molestaba. —Será una tarde llena —dijo Granger finalmente—. En el Pozo del Cáliz, quiero decir. Tratemos de mantener un perfil bajo. Tenemos que pasar por la tienda de regalos para comprar boletos para entrar, pero después de eso, podremos entrar a los jardines y evitar lo peor de las multitudes. —Puedo mantener un perfil bajo —dijo Draco. Granger le dirigió una mirada de reojo ansiosa en lugar de responder. —¿El agua tiene propiedades mágicas? —preguntó Draco—. ¿Por qué los muggles siquiera lo saben? Granger se enderezó y respiró hondo. Draco se dio cuenta de que había activado el Modo . Ella comenzó: —Los manantiales en esta área han sido utilizados tanto por muggles como por gente mágica durante milenios. Habría sido demasiado difícil borrar todo el asunto de tantas mentes después del Estatuto del Secreto, supongo. Pero, para responder a tu pregunta, los muggles sólo conocen dos fuentes de agua en Pozo del Cáliz: una que llaman Primavera Blanca y otra que llaman El Pozo Rojo. Ninguno de los dos tiene propiedades mágicas reales, aunque los muggles han atribuido su propio significado espiritual y mitológico a ambos. Tienen historias que los vinculan con el Santo Grial y el Rey Arturo, se supone que debió ser enterrado en la Abadía de Glastonbury, y otros fragmentos de leyenda... Ahora se acercaban a las afueras de la ciudad. Granger se giró ante un letrero que apuntaba a los jardines del Pozo del Cáliz. —Pero —continuó—, hay un tercer manantial, uno que no encontrarás en los folletos muggles; se llama El Pozo Verde. Ese tiene propiedades mágicas de buena fe. Necesito... Aquí. —Granger vaciló, pero pareció decidir que Draco lo resolvería de todos modos—. Necesito una muestra. —Para tu proyecto. —Sí. —¿Y por qué en Imbolc, específicamente? —Estás siendo demasiado inquisitivo —dijo Granger. Draco sintió que se refería a entrometido, pero había elegido la opción más educada. —Supongo que el Pozo alcanza su máxima potencia mágica en Imbolc —indagó Draco.

Granger no respondió. —Tengo razón, ¿no? La vio mirar la guantera, donde estaba el Chivatoscopio, prometiendo revelar mentiras descaradas. —Deja de ser tan curioso — dijo Granger. —Eso es un poco gracioso, viniendo de ti. Ella se burló. —Ser curiosa es literalmente mi trabajo; soy investigadora. Tu trabajo es protegerme de las Fuerzas Desconocidas, no interrogarme sobre un proyecto de propiedad altamente confidencial. Granger se detuvo en un lugar de estacionamiento, apagó el auto y esperó su respuesta. Esta bruja era... algo. Draco nunca había soportado discusiones tan implacables: puntos y contrapuntos, con más puntos y otros contrapuntos. Más bien sintió que, si hubiera estado siguiendo el marcador, él sería el equipo perdedor. —No soy un guardaespaldas. No te fui asignado para que caminara sin cerebro detrás tuyo —dijo Draco. —No. Eres un Auror altamente calificado y competente, y esto es una total pérdida de tiempo. — Granger tomó aliento, reprimiendo visiblemente su irritación por toda la situación. El cumplido inicial provocó una pequeña chispa de deleite, rápidamente suprimida por Draco. No le importaba lo que Granger pensara de él. Un grupo de muggles pasó junto al auto, distrayéndolos a ambos. Decidiendo mutuamente una tregua tácita, muy temporal, Draco estaba seguro, salieron del auto. El aparcamiento estaba ocupado. Muggles en familias, muggles empujando cochecitos, muggles con atuendos que parecían excepcionalmente extravagantes, incluso para muggles. —Te advierto ahora, hay muchos tipos New Age aquí. —dijo Granger mientras se unían a la multitud que se dirigía hacia la entrada de El Pozo del Cáliz. —¿New Age? —Hippies, wiccanos, neopaganos. Tipos woo-woo —Granger parecía estar luchando por una definición—. Muggles que son muy espirituales y creen en la magia, o en poderes mayores, de todos modos, hasta cierto punto. Algunos de ellos incluso se llaman a sí mismos brujos. No se dan cuenta de que hay brujas y magos reales, por supuesto, y magia real. Recolectan cristales y cosas, y realizan rituales sobre los que leen en libros antiguos. —Ah —dijo Draco, aunque en realidad no entendía—, pensé que los muggles estaban destinados a ser implacablemente lógicos. —Algunos lo son —dijo Granger—. Algunos son bastante menos que lógicos. O tal vez alguna parte de ellos recuerda la magia. O inconscientemente saben que existe. O tal vez sólo quieren creer en algo... Entraron en la concurrida tienda de regalos: bulliciosa y empalagosamente perfumada.

Granger vio que Draco fruncía la nariz y dijo: —Serán los aceites esenciales. A los de la New Age les encantan. Draco examinó algunas velas perfumadas ofensivamente, etiquetadas como «Para Relajarse». —¿Por qué nadie les dice que han sintetizado en exceso estas cosas hasta el punto de que cualquier propiedad mágica menor se pierde por completo? Granger miró la etiqueta con los ojos entrecerrados. —¿Quieres decir que inhalar acetato de linalilo y pineno no te relaja? Draco ahora se encontró siendo conducido por Granger y estacionado en una esquina de la tienda, como un Mini Cooper con forma de Draco. —Quédate aquí —dijo ella—. Conseguiré boletos para nosotros. No rompas nada. Gracias a Dios por ese último consejo; de lo contrario, podría haber comenzado a pulverizar cosas por puro exceso de espíritu. Metiendo las manos en los bolsillos, Draco se paró en la esquina y vio a Granger irse. La multitud a su alrededor no la miró dos veces. Ella realmente se mezclaba. En cuanto a él, era el tema de más de unas pocas miradas hacia arriba: su altura, su cabello rubio blanquecino, su «estupendo» traje. Granger ahora se había unido a la lenta cola para las entradas. Tener a su director lejos de él en un lugar concurrido no era algo que a Draco le gustara, desde un punto de vista puramente profesional. Realizó alguna Legeremancia subrepticia en una muestra aleatoria de personas en la tienda. La multitud estaba compuesta en su mayoría por muggles. Había una pareja de magos, pero no tenían malas intenciones, ni idea de que Granger estaba aquí. ¿La reconocerían si la vieran? Tal vez, pero Draco no podía profundizar en sus mentes con tanta precisión desde esta distancia. Las instrucciones de Granger de mantener un perfil bajo eran bastante hipócritas, dado que acababa de entablar una conversación con los muggles en la fila detrás de ella. Draco, molesto, lanzó una Legeremancia a nivel superficial sobre la familia para comprobar si tenían intenciones siniestras. Nada de interés: sólo eran turistas amistosos. Se dio cuenta de una presencia que acechaba a su alrededor, espiándolo desde un estante, luego desde el otro. Fingió estar interesado en las velas apestosas. Eventualmente se mostró a sí misma: una dependienta, fuertemente envuelta en bufandas diáfanas, que observaba a Draco con ojos saltones. Una etiqueta con su nombre estaba prendida a su suéter: Eunice. —Hola —le dijo a Draco—. ¿Puedo ayudarte a encontrar algo? Draco captó su mirada y leyó sus pensamientos inmediatos. Nada siniestro, excepto por el hecho de que ella lo consideraba terriblemente guapo. —No, gracias —dijo Draco, volviéndose a mirar a Granger entre velas. Finalmente estaba en la taquilla. En lugar de tomar esto como un despido firme, Eunice se acercó a Draco, con los ojos pegados a su rostro. —Tu aura está... perturbada. —dijo.

Draco sintió que se dirigía a él una encarnación muggle de Trelawney cruzada con una gran polilla. —No creo que estas velas te hagan bien —dijo Eunice. —Estoy de acuerdo contigo en eso —coincidió Draco. El sarcasmo se perdió para ella. Asintió para sí misma y palpó el aire alrededor de Draco, como si agarrara algo. —Yo sugeriría algo más fuerte, como uno de nuestros inciensos purificadores —dijo Eunice, bajando para señalar otro estante. Draco observó a Granger ir directamente al café-bar. ¿Sería tan amable de darse prisa y salvarlo de la polilla? Eunice ahora sostenía su mano hacia él con los ojos cerrados. Ella negó con la cabeza con gravedad. —Tu chakra del corazón está poco activo. —¿Lo hace? —El Incienso de Venus, creo —dijo Eunice. Agarró un paquete y agitó la cosa picante debajo de la nariz de Draco—. Aunque, con tu necesidad de Conexión a Tierra, tal vez sea Saturno... Rebuscó en el estante y dijo cosas sobre transmutar energía y ascender al plano celestial. Draco vio el sombrero de Granger balanceándose en su dirección a través de la multitud. —Me tengo que ir —dijo, haciendo su escape. —¿Oh, lo haces? —Eunice parecía desconcertada. Deslizó algo en la mano de Draco—. Mi tarjeta. Hago realineaciones de chakras. Contáctame... Nuestras energías son bastante compatibles... Eunice se alejó flotando justo cuando llegó Granger, trayendo cafés. —¿Quién era esa? —preguntó Granger, observando el revoloteo de bufandas alejándose. —Eunice —dijo Draco—. Ella me dio esto. ¿Necesitas realinear tus chakras? Granger intercambió uno de sus cafés por la tarjeta ofrecida. Algo había sido garabateado apresuradamente en él, algo que Draco no había notado antes. —Oooh, ella te dio su número. —¿Y eso qué significa? —Que le gustas a Eunice —dijo Granger, pareciendo divertida. —La mayoría de las mujeres que me conocen lo hacen. Granger resopló, como si esto fuera una broma perversamente divertida en lugar de una verdad universal. Se contuvo, se puso sobria y lo miró con renovado asombro. —Eres gracioso, Malfoy. —Vivo para servir —dijo Draco, para disimular su irritación.

Granger le devolvió la tarjeta. —Qué pena que no sepas ni lo que es un móvil. La pobre Eunice le estaba ladrando al árbol equivocado. —Ella pensó que yo era terriblemente guapo —contestó Draco. —Ella también piensa que tus chakras necesitan realinearse. No nos dejemos envolver demasiado por la solidez del criterio de Eunice —dijo Granger secamente. Que se sepa que, si algún hombre necesitara controlar su ego, un simple intercambio con Granger lo pondría en orden. Draco tomó un sorbo del café que Granger había traído. Sorprendentemente, no fue terrible. —¿Cómo supiste que me gustan los espressos dobles? Granger se encogió de hombros. —Parecía tu estilo. —¿Audaz? ¿Amargo? —Demasiado caro. Draco escondió su burla en la copa. Granger los puso en curso hacia los jardines. La lluvia comenzó a amainar y dar paso a la luz del sol tentativa. Los jardines eran inesperadamente hermosos, incluso si los muggles a cargo no tenían acceso a los crecientes encantos y aditivos mágicos que hacían que los jardines mágicos fueran un espectáculo durante el invierno. Draco pensó que su madre incluso podría apreciar el lugar: aunque era febrero, había color, gracias a la cuidadosa selección de plantas. Los gorgoteos musicales del agua de los manantiales en todas partes añadieron interés auditivo y todo el lugar estaba suavemente iluminado por cientos y cientos de velas escondidas en huecos pedregosos. Señales aquí y allá pedían a los visitantes que guardaran silencio, por respeto a los que meditaban. Granger lanzó un hechizo silenciador alrededor de los dos para que pudieran hablar.

El Pozo Rojo en Glastonbury. (Foto: britainexpress.com) Llegaron al Pozo Rojo, acertadamente llamado, con su agua de color óxido. Draco leyó la placa con un interés pasajero. Como Granger había notado antes, los muggles habían inventado una mitología cristiana fantasiosa que sugería que el Santo Grial estaba enterrado aquí. También hubo algunas referencias a la leyenda artúrica. —¿Los muggles saben sobre Morgana? —preguntó Draco, levantando una ceja al ver el nombre de una bruja tan famosa en un cartel muggle. —Sí, pero ella es una figura mítica —dijo Granger—. La mayoría de ellos no creen que ella realmente existió. Draco chasqueó la lengua. Si supieran. A continuación, pasearon por la casa del pozo que contenía la Fuente Blanca: un lugar oscuro que olía a humedad, donde los muggles habían decorado las paredes de piedra tosca con velas y pequeños altares a deidades reales e imaginarias: Santa Brígida, la Dama de Avalon, el Rey de las Hadas... —Aquí estamos. —dijo Granger, mientras bajaban por un camino más tranquilo y menos utilizado que rodeaba la parte trasera de la casa del pozo—. Debería haber una especie de plataforma que nos llevara al Pozo Verde. Tendremos que usar nuestras varitas para entrar, desilusionémonos en caso de que pase algún muggle. Granger era ahora un trozo de jardín con forma de Granger frente a Draco, brillando tenuemente bajo el débil sol de febrero. Se detuvieron, bueno, Granger se detuvo y Draco corrió hacia ella, en lo que parecía ser una tapa de alcantarilla, metida a medio camino debajo de un arbusto. A lo largo de su desgastada superficie de hierro fundido, había dos grandes círculos que se cruzaban bajo hojas muertas y musgo.

Entrada al Pozo Verde. (Foto: londontoolkit.com) —Eso simboliza la interacción entre los mundos físico y espiritual —dijo Granger. Draco pudo distinguir su varita fantasmal moviéndose—. Es posible que reconozcas la forma: el Pozo Rojo está construido de la misma manera. Sigamos, es hacia abajo. Estaban juntos sobre la tapa de la alcantarilla, bastante apretujados. —¿Hechizo? —preguntó Draco, llenándose la boca del cabello invisible de Granger por la molestia. —Vesica piscis —dijo Granger, imitando el símbolo circular con un movimiento de varita. La tapa de la alcantarilla se estremeció. Granger se acercó sigilosamente a él. Olía a lluvia, bosque húmedo, capuchino y jabón. Ella olía hermoso. Luego, sin permiso, la plataforma se desplomó debajo de ellos. La bruja con un olor delicioso se aferró a Draco y perforó sus dos tímpanos con su grito. Gracias al cielo por esos hechizos silenciadores, pensó Draco mientras caían. Un denso hechizo de amortiguación los encontró en el fondo de la caída. Lo cual fue excelente, ya que Draco no tenía la intención de romperse los dos tobillos hoy. Él y Granger aterrizaron, rebotaron dolorosamente el uno contra el otro. Estaba bastante seguro de que le había dado un codazo en la teta; ella evitó por poco su ingle con la rodilla, y se derrumbaron, con los brazos y piernas abiertos, sobre un espeso lecho de hongos resplandecientes. —Guau, un viaje en primera clase —dijo Draco arrastrando las palabras en la oscuridad. —Agh —respondió Granger con algo menos que su perspicacia habitual.

Draco se levantó. Granger estaba en algún lugar a su izquierda. Ella no parecía estar llevándolo tan bien como él; parecía conmocionada. —¿N-no podrían establecer un encantamiento de levitación? —preguntó débilmente—. Pensé que esa cosa era un ascensor. No esperaba una caída desgarradora hacia mi muerte. Malfoy buscó a tientas en la penumbra para encontrar que su café era una causa perdida; qué pena. Revirtieron la desilusión y, cuando Granger logró ponerse de pie, comenzaron a caminar por un pasaje iluminado por grandes hongos bioluminiscentes. El sonido del agua goteando resonó por todas partes. Draco vio que incluso las paredes estaban mojadas con un flujo constante de humedad. Cuando entraron en una especie de cueva larga y de techo bajo, Draco vio que había otras brujas y magos por ahí. En un rincón había lo que parecía una especie de librería, que Granger miró con añoranza. También había un mostrador que servía de boticario. Todo el lugar estaba iluminado únicamente por el resplandor de los hongos, que estaban por todas partes: el piso, las paredes, colgando del techo. —Omphalotus luxaeterna —dijo Granger—. Bonito, de manera viscosa. Si añadía un «me gusta», Draco iba a hechizarla: su ego ya había recibido suficientes abusos hoy. Ella no lo hizo, fue casi decepcionante que dejara pasar la ocasión. Llegaron por fin al Pozo Verde, un manantial burbujeante con luz verde, flanqueado por dos estatuas en la penumbra. Al menos, Draco había pensado que eran estatuas, hasta que se movieron. —Los Guardianes del Pozo —dijo Granger, quien no pareció sorprendida por la vista—. Correcto. Quédate aquí. Yo tengo que hablar: tienen que ser tratados educadamente y con respeto. Ignorando la insinuación de que no podía ser respetuoso, Draco dijo: —Creo que prefiero ir. —Sus ojos se esforzaron por tener una idea de qué, exactamente, acechaba en la oscuridad salpicada de hongos. La irritación de Granger estalló de inmediato. —Dijiste que no te interpondrías en mi camino. Ni siquiera estás destinado a estar aquí. Esto es delicado y de importancia crítica. —Bien —siseó Draco—. Me quedaré aquí. Estaba dentro del rango del hechizo, de todos modos. Granger avanzó. Draco miró a las dos formas jorobadas cubiertas de negro. ¿Eran brujas? Fue difícil saberlo en la oscuridad. Si eran brujas, seguramente tenían sangre de arpía en algún lugar del árbol genealógico. Además de algunas cosas más, sin duda.

Un pequeño sketch por mí, la traductora. Sus miradas pálidas gemelas, tan luminiscentes como los hongos a su alrededor, lo desconcertaron. Se encontró agarrando su varita mientras Granger caminaba hacia la más cercana de las Guardianas. Su primer pensamiento, mientras procesaba esta situación, fue que Granger era estúpidamente valiente o absolutamente imprudente. En segundo lugar, no le gustaba esto en absoluto. Estos seres se sintieron oscuros, viejos, peligrosos. «Sí, Tonks: fue asesinada por una bruja. Sí, yo estaba justo allí. Sí, la dejé caminar hasta allí. Sí, fue destripada justo en frente de mí. Ella quería pasar por un poco de agua elegante de este pozo, ya sabes; no pude hacer nada». —¿Estás aquí para llenar, querida? —graznó la Guardiana a Granger. La voz ronca y seca resonó inquietantemente. —Sí, ¿si pudiera? Tengo una ofrenda —dijo Granger. Su figura era una ligera silueta, iluminada por la luminiscencia del Pozo Verde. —Muéstrame —dijo la Guardiana. La criatura se inclinó hacia Granger. Había algo hambriento en sus movimientos. La mano de la varita de Draco tembló: si la cosa se movía más cerca de Granger,

tenía una maldición de decapitación lista para ser desatada. Granger, como siempre, estaba bien preparada. De algún lugar de su anorak (¡¿de dónde?!), sacó tres grandes bolsas, que pasó a las garras de la criatura. —Grano, vísceras, oro. La segunda Guardiana se acercó arrastrando los pies, metió sus dedos como garras en una de las bolsas y sacó un puñado de galeones relucientes. ¿Y de dónde había sacado Granger un saco entero de galeones, por cierto? En cualquier caso, la procedencia del oro no parecía preocupar al segundo Guardián. Ella canturreó su satisfacción. —Muy agradable. Encantadora. Deja pasar a la buena niña. La primera Guardiana hizo un gesto a Granger para que avanzara. —¿No tienes un recipiente, niña? Granger sacó un frasco grande, cuyo tapón dorado brillaba en la penumbra. —Sí, ¿esto servirá? La cosa resolló un acuerdo. A un gesto de la Guardiana, Granger sumergió el frasco en el Pozo Verde. La segunda Guardiana miró a Draco, como si fuera consciente de la varita que sujetaba con fuerza y de las maldiciones bien practicadas que le esperaban en la lengua. Ella olfateó el aire en su dirección. —Guarda la varita, pequeño. Esta chica no encontrará su muerte aquí. La primera Guardiana levantó la vista desde donde estaba junto a Granger. —El mago está preocupado, ¿verdad? —Lo está. Los ojos blancos de la primera guardiana se encontraron con los de Draco; había magia antigua en ellos. No se atrevió a realizar Legeremancia en esa vieja mente. Ella se rio como si él hubiera hablado en voz alta. —Así es, no lo harás, chico tonto. Te prepararía una sopa de sesos y me la bebería mientras aún está caliente, ¿no? —Pero mira sus ojos —suspiró la otro Guardiana—. Ojos como los cielos azotados por la lluvia... Un terror frío se deslizó por la columna de Draco, aunque la criatura no había dicho una amenaza directa. Se preguntó si sus maldiciones más oscuras serían útiles contra estas cosas: tal vez debería estar pensando en Luz. —No empieces con las rimas —dijo la primera a su espantosa hermana—. No queremos meternos con su melón.

—Hum... he terminado —dijo Granger, que ahora sostenía su petaca goteante. Fue una bendita interjección. Draco realmente comenzaba a sentirse bastante asustado y de gatillo fácil. —Buena chica —dijo el primer Guardián—. Úsalo sabiamente. —Lo haré —dijo Granger, alejándose de las dos—. G-gracias. —Amor y luz, mi niña —dijo la primera Guardiana. Luego, ella y su hermana se rieron a carcajadas, como si eso fuera lo más desenfrenado que hubieran escuchado en su vida. Granger les hizo una especie de reverencia y volvió al lado de Draco. Mantuvo su varita agarrada hasta que se alejaron de la línea de visión de las Guardianas. Incluso entonces, sintió los pares gemelos de ojos blancos rozándole la parte posterior de su cabeza. —No —dijo, abrazando a Granger cuando ella salió disparada hacia la librería subterránea. —Pero yo quería... —No —repitió Draco, su agarre en su codo fue inflexible—. Vámonos. Granger pareció sentir la ira ansiosa de Draco y no discutió más. Regresaron al pasaje bajo que conducía a la plataforma, Granger dando dos pasos por cada uno de los suyos. Cuando finalmente estuvieron fuera de la cueva central, Draco la giró hacia él. —¿Qué mierda fue eso? ¡Podrías haberme dicho que ibas a negociar con criaturas oscuras! El rostro de Granger estaba pálido en la fosforescencia. —No sabía que serían tan... tan... —¿Unas arpías? ¿Cadavéricas? ¿Letales? —Con cada palabra, el agarre de Draco en sus brazos se hizo más fuerte—. ¡Por la forma en que la primera te miraba, parecía que quería arrancarte el maldito hígado! ¡Y te acercaste a ella! ¡Sin varita! —Deja de maltratarme —dijo Granger, sacudiéndose las manos—. Ella no iba a arrancarme el hígado. Fueron amables conmigo. Y ciertamente no son arpías. —¡¿No son arpías?! —balbuceó Draco—. Les diste vísceras. —Ese es un regalo tradicional, es lo que debes llevar a los Guardianes del Pozo. —Que parecen arpías, y huelen como arpías, y comen como arpías... —enumeró Draco, con renovado vigor. —¡No comen como arpías! —¡Acabas de darles los ingredientes para el cuscús de vísceras! Si esas no eran arpías, ¡¿qué diablos eran?! —¡No sé! Ellas, o sus encarnaciones sucesivas de ellas, se han repetido en textos sobre el Pozo Verde durante siglos. Por lo general, se describen como figuras de Brujas; ellas no son malvadas, son antiguas. —Eran malditas Dementoras, y nunca volverás a tratar con ese tipo de criatura sin decírmelo primero. Necesito que entiendas que, si algo te pasa, Shacklebolt me quitará la cabeza, luego

Tonks me quitará las pelotas, luego Potter y Weasley se encargarán del resto. Mi madre me enterraría en un tarro de mermelada. ¿Entendiste? —Bien. Pero estás exagerando. —Granger sacudió su botella de agua hacia él—. Obtuve lo que vine a buscar. Estaba preparada, dije las cosas correctas y traje los regalos correctos. —Ahora aceleró y se lanzó a la ofensiva—. Casi lo echas a perder, poniéndote tan malditamente hostil que comenzaron a burlarse de ti. Podrían haberte dicho cosas que te habrían atormentado durante años... —¿Qué cosas? ¿Qué quieres decir? —interrumpió Draco, recién perturbado. —Nada —dijo Granger. Al ver la intensidad con la que la miraba, dio un paso atrás—. Es estúpido. —¿Qué cosas, Granger? —repitió Draco, ahora cerniéndose sobre ella. Ella vaciló, pero, ante su agitación, se rindió. —Es sólo que... parte del legendarium que rodea a los Guardianes sugiere que... es tonto, y obviamente inventado, sugiere que son Videntes. —Videntes —repitió Draco. —Una de ellas sabe cuándo mueres y la otra sabe cómo mueres. Draco se estremeció a pesar de sí mismo. Granger colocó un rizo detrás de su oreja y comenzó a balbucear. —Todo es especulación, por supuesto. Cuentos para dormir. Es una presunción tan común en los viejos textos mágicos. Les encanta dotar a las figuras de las guardianas de una mística añadida con supuestos poderes. Por supuesto, no le doy mucha importancia a las historias relacionadas con la adivinación... Draco interrumpió su divagación: —¿Cómo puedes ser tan arrogante con ese tipo de leyenda? ¡Eres literalmente la mejor amiga del niño más predestinado, profetizado, pronosticado y tonto que vivió! Granger se enderezó y parecía lista para hincarle el diente a este nuevo argumento. —Ese fue un hecho muy inusual. Draco miró al vacío, pasándose una mano por el cabello. —Creo que una de esas arpías también estaba a punto de decir algo. Empezó a hablar en rimas. Jódeme, eso me habría arruinado. Me pregunto qué sabía ella, el cómo o el cuándo... —Las historias carecen por completo de fundamento —interrumpió Granger como la Jefa Arrogante que era—. Ellas no saben nada. No empieces a pensar en eso. —Demasiado tarde: lo estoy pensando. ¿Qué rima con cielos? —preguntó Draco—. ¿Vuelos? ¿Husmeos? De alguna manera, Granger estaba metiendo su gran botella de agua de pozo en un bolsillo de su anorak. La imposibilidad de hacerlo distrajo a Draco de sus morbosas suposiciones.

—¡¿Que...?! ¿Qué es esto, el Anorak de los Mil Bolsillos? ¿Cómo entró eso allí? Ni siquiera lo encogiste... —Soy muy hábil en encantamientos de extensión —dijo Granger, demasiado a la ligera—. Podemos... —Así es como llevabas esas ofrendas profanas para las gemelas vudú —dijo Draco—. Finalmente, un misterio Granger resuelto. Sabes que esos encantamientos están fuertemente regulados por el Ministerio, ¿no? —Estoy al tanto, gracias —dijo Granger, cortante—. Si alguien me denuncia, espero que no esté presente, si sabe lo que es bueno para él, estoy dispuesto a pagar multas a cambio de la comodidad. —Oh ya veo. ¿Es por eso que transportas enormes sacos de galeones? ¿Para multas? —No. Los llevo como lastre. Granger rebuscó en su bolsillo y, por un momento salvaje, Draco pensó que iba a sacar un saco de galeones para golpearlo en la cabeza. Pero no: simplemente sacó su varita y la agitó para decir la hora. —¡Ugh, estoy retrasada! Tenía otra cosa que hacer, pero me has retenido tanto... Draco levantó la vista hacia el techo lleno de hongos: por supuesto que era su culpa. —¿Qué cosa? Él y Granger se abrieron paso hacia la tapa de la alcantarilla ubicada entre los hongos. —Un momento de pura autoindulgencia —dijo Granger—. Hace años que quería ir y ahora estoy en la zona, pero... —Pero, ¿qué? —Estás aquí —dijo Granger—, y no quiero que estés. —Difícil —dijo Draco—. Cualquier confianza que podría haber tenido en tu juicio ha sido borrada por tu decisión de regatear con las arpías, sin un sólo maldito plan de contingencia si les daba hambre. Granger hizo un sonido que era más un gruñido que otra cosa. —De todos modos, ¿qué autocomplacencia? ¿Cuál es tu vicio, Granger? —No es asunto tuyo. —Te prometo que he visto cosas peores. Granger lo ignoró, desilusionándolos a los dos mientras Draco hacía conjeturas sobre su pecadillo secreto: ¿un burdel? ¿Qué la castiguen? ¿Cuscús de vísceras? Subieron a la plataforma. Draco escuchó a la invisible Granger tomar una respiración profunda y tranquilizadora. Le sirvió bien para el largo grito que acompañó su expulsión a la superficie.

Y así, estaban de vuelta en los jardines del Pozo del Cáliz, parpadeando bajo la luz del sol. Draco no pudo bajar inmediatamente de la plataforma: Granger se aferraba a él como una criatura que se ahoga aferrándose a un salvavidas. Un eco de los latidos de su corazón retumbó a través de su anillo. Su agarre tembló. Estaba aterrorizada. Hizo ademán de alejarse, pero sus rodillas se doblaron y, en su lugar, volvió a girar hacia Draco. —Joder, maldita sea, maldita sea, ¡agh! —dijo Granger en el pecho de Draco. —Una observación brillante —dijo Draco. Su voz pareció devolverla a sí misma. Ella lo abrazó por un momento más, luego respiró temblorosamente y se alejó con una disculpa murmurada. Draco miró a su alrededor en busca de muggles y, al no ver ninguno, deshizo su desilusión. De vuelta en el reino de lo visible, Granger parecía sin sangre. —Eso fue horrible —dijo. —Pensé que era bastante divertido. —Sí, bueno, también eres uno de esa diversa cohorte de lunáticos que disfruta del Quidditch. —Oye... Siguieron el camino serpenteante de regreso a la entrada de los Jardines. Draco pudo ver que las manos de Granger, bueno, las yemas de sus dedos donde asomaban por las mangas de su anorak, aún temblaban. Se pasó las manos por los brazos un par de veces. —Bien, no tienes que preocuparte de que vuelva a hacer trueques con las gemelas Vudú. No quiero volver a usar esa trampa mortal nunca más. Si necesito otra muestra, te enviaré. —¡¿A mí?! —exclamó Draco—. Ni es una maldita oportunidad, una de ellas quería sorber mi cerebro fuera de mi cráneo, ¿o no escuchaste esa parte? —Ella necesitaría una pajita bastante gruesa —reflexionó Granger. —Chistosa. —La próxima vez, podrías aterrizar de cabeza al bajar, hacerles una malteada... Draco miró a Granger. Tal vez era el humor de Sanador, pero podía ser espeluznante cuando descargaba su adrenalina. Tal vez fue bueno que no jugara Quidditch. Por otra parte, reflexionó Draco que, podría ser una Golpeadora excepcional: no se necesitaban bludgers, el Peligro Granger podía colapsar la psique de las personas con unas pocas sílabas. Pasaron por la tienda de regalos -Eunice le dio a Draco una mirada enamorada-, y por el estacionamiento de regreso al Mini de Granger. —¿Hay algo que pueda decir que haga que te vayas? —preguntó Granger. —No —dijo Draco. —¿Qué pasa si te lo pido amablemente?

—No. —No voy a interactuar con nada oscuro, ni con nadie. Ni siquiera tiene que ver con mi proyecto. Draco la estudió. Parecía genuinamente abatida de que él fuera a arruinar una tercera actividad en su lista de hoy. Decidió ser caritativo. —Dime qué es y decidiré si es peligroso o no; quizá te espere en el coche. Granger revisó su dispositivo de bolsillo muggle. Al parecer, le dio la hora, entre otras cosas. —Maldición. Cierran en una hora. Entra, te lo diré en el camino. Entraron sin contratiempos, Draco ahora había desarrollado una experiencia en abrir puertas de autos muggles. —Una cosa antes de irnos, señorita experta en encantamientos extensibles —dijo mientras Granger encendía el auto—. Extiende este espacio para los pies antes de que me decapite con mis propias rodillas. Al final resultó que, ¿el momento de pura autocomplacencia de Granger? ¿Su terrible indiscreción? ¿Su vicio? Visitar una biblioteca. —¿Una biblioteca? —repitió Draco. —Sí, en Tynstesfield. Draco quería gritar de risa, pero sintió que eso no sería profesional. Se conformó con jadear: —La decadencia. —Me gustaría que te fueras —dijo Granger con sinceridad cortante. —El pecado absoluto de todo esto —dijo Draco. —Por favor, aparece en casa con tu madre y... —Una biblioteca, tendré que informarlo. —...Como puedes ver, estoy bastante segura aquí; las únicas cosas remotamente malas son tus intentos de humor. —¿Qué otros hábitos traviesos tienes? ¿Ir a la iglesia? ¿Hornear? —Es una biblioteca extraordinaria. —Por supuesto, debe serlo. —Y no sé cuándo volveré a Somerset. —Claro. —Es una de las bibliotecas más grandes propiedad de la Fundación Nacional.

—Mmm. —La finca también tiene un hermoso invernadero, un raro ejemplo sobreviviente del período victoriano tardío. —Excitante, sin duda. —Todas estas son cosas que deseo disfrutar sin ti. Draco vio la mandíbula apretada que indicaba que Granger estaba llegando a un punto de quiebe, ya fuera una maldición o un comentario dolorosamente incisivo. Él retrocedió. —Bien, puedes visitar tu bendito campo de las tetas... —Tynstesfield. —Y esperaré en el auto. Puedo decir sinceramente que no tengo el menor deseo de unirme a ti... El resto de su oración fue dominado por un gemido repentino. Draco maldijo; el jodido Chivatoscopio. Granger apartó los ojos del camino para darle una mirada de absoluta sorpresa. —Está funcionando mal, claramente —dijo Draco. —Claramente —repitió Granger sombríamente. Draco le dio a la guantera una mirada desgarradora. —Caído en tu propia trampa —dijo Granger. Toda su molestia anterior se había disipado. Definitivamente estaba conteniendo una sonrisa. El gemido se desvaneció. —Voy a tirar esa maldita cosa por la ventana —dijo Draco. —No lo hagas; me he encariñado bastante con él. Gracias a una conducción bastante rápida por parte de Granger (¿Límites de velocidad? Una sugerencia, en serio, como chilló el Chivatoscopio), llegaron a Tynstesfield media hora antes del cierre. Granger pudo entrar a la biblioteca y al invernadero. Draco disfrutó de un pastel de semillas de amapola con café, y vieron la puesta de sol juntos, y sólo se pelearon cuatro veces más. **~**~**

Chapter End Notes

¿Otra actualización temprana porque no tengo control en mi mañana del jueves en vez del sábado programado? Sí, por qué no. ¿Soy la única que piensa que Draco ha tomado su papel protector muy en serio? Próxima actualización: miércoles 9 o jueves 10. Besos, Paola

Encontrando la serenidad Chapter Notes

Nota de la autora: Este capítulo contiene algo de francés. Soy medio francesa, pero no quería molestar a los lectores con el uso excesivo de otro idioma, ni sobrecargar el texto con traducciones. Indicaré cuando estén hablando en francés y pondré el diálogo en (español). Leélo con mucha nasalidad, fricativas uvulares y un excesivo uso de «euh».

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** Después de su salida en Imbolc, Granger prácticamente desapareció de la vida de Draco. Él visitaba su laboratorio y su casa una vez a la semana para reforzar las protecciones, pero sus horarios rara vez coincidían y veía a su gato con más frecuencia que a ella. De vez en cuando, su Bloc sonaba y le informaba que Granger asistiría a un evento público «X» en la ubicación «Y». Como su Auror asignado, dejó su asistencia a su discreción, aunque dejó en claro que su presencia sería superflua en el mejor de los casos y molesta en la peor. La mayoría de los eventos se llevaron a cabo en lugares mágicos seguros: paneles en San Mungo o Huntercombe, simposios en universidades mágicas, por lo que Draco rara vez había visto la necesidad de esforzarse y asistir. En el improbable caso de que un panel de investigación se convirtiera en una «Situación», tenían los anillos. Tonks, al ver que los informes de Draco se habían vuelto bastante rutinarios y que la asignación de Granger estaba ocupando poco de su tiempo, apiló alegremente misiones adicionales. La cruel recompensa por la competencia fue más trabajo y Draco se preguntó si Potter, La Comadrea y su torpeza general no eran el mejor plan, después de todo. Y así, Draco se encontró durmiendo con Buckley en un lúgubre hotel en Manchester, donde estaban recopilando información sobre un grupo de contrabandistas de artefactos oscuros. Buckley era un buen tipo; un nuevo Auror, demasiado ansioso y deseoso de demostrar su valía, lo que significaba que Draco podía asumir un papel más... bueno, él lo llamaría de director, y delegar la mayoría de sus turnos de vigilancia al muchacho. Esto, como Draco le explicó noblemente a Buckley, le permitiría cultivar más experiencia práctica. Buckley asintió con entusiasmo y a Draco le recordó a un cachorrito. Por lo tanto, endosó el reloj de las 3 a.m. a su celoso joven colega y se fue a la cama. Draco sintió como si acabara de quedarse dormido cuando su anillo lo despertó quemándolo: dolor y un ritmo cardíaco elevado, reverberando desde Cambridgeshire. Eran las cuatro y media. Nunca pasaba nada bueno a las cuatro y media. Draco saltó de la cama y se puso la capa sobre el pijama. Estaba demasiado lejos del país para una aparición directa a Granger. Encendió fuego en la rejilla polvorienta del vestíbulo del hotel y viajó por red flu a un pub de Cambridge, y desde allí se apareció hacia el anillo de Granger. Draco se materializó con un ¡plop! en la habitación de invitados de Granger, la que él llamaba la «habitación de los rituales». Granger estaba contorsionada en un espantoso nudo sudoroso en el suelo. Draco lanzó una ráfaga de Homenum Revelio y Finite Incantatem, buscando al agresor invisible que obviamente estaba lanzando un Crucio sobre ella. —¡¿Malfoy?! —Vino la voz estrangulada de Granger desde el suelo. Los hechizos de revelación de Draco no mostraron absolutamente nada. —¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Draco. Granger se derrumbó fuera del horrible enredo y encontró sus rodillas.

—¡Yoga! ¿Qué demonios estás tú haciendo? Draco había visto este término misterioso en el horario de Granger. —¿Esto es el yoga? ¡¿Qué clase de martirio autoinfligido...?! Ahora que se había asegurado de que no había una amenaza inmediata, Draco podía observar la escena. Había velas parpadeando en un rincón y sonaba música suave. Granger estaba vestida con esas ridículamente ropas ajustadas muggles, verde caqui esta vez. Su cabello estaba recogido en una trenza francesa, gruesa como la muñeca de Draco. Granger lo miraba como si fuera un auténtico estúpido. —Estaba probando un Taraksvasana... —¿Un qué? —Una parada de manos de escorpión: he estado trabajando para lograrlo durante semanas, y casi lo tengo, ¡hasta que entraste como un rayo de la nada y me asustaste! Draco se sentía cada vez más tonto. Se cerró la capa para cubrir su pijama. Poco podía hacer con sus pies descalzos. —¿Cuál, por favor, es el punto del yoga? —Flexibilidad, fuerza, equilibrio... Encontrar la serenidad. Draco miró a Granger con cinismo en el último momento. —¿La has encontrado? —No —dijo Granger. Se puso de pie con evidente irritación—. Por favor, vuelve a calibrar tu anillo para que sólo aparezcas en una crisis real. Encendió las luces con ecletricidad. Sus mejillas estaban sonrojadas. Un hilo de transpiración le corría por el cuello. Su pecho aún palpitaba por el esfuerzo. Draco podía oler la sal, el sudor femenino y la mecha quemada de una vela. Su cerebro idiota tomó esta imagen e inmediatamente creó varias vías neuronales nuevas que nunca antes habían existido, conectando la idea de Granger con el concepto de sexy. Fue un desarrollo extremadamente desagradable y Draco se preguntó si debería lobotomizarse en el acto. Un maullido grave interrumpió sus pensamientos. El gato patizambo había entrado. Trotó hacia Granger y luego, al notar a Draco, lo favoreció con un siseo. Draco no siseó de vuelta, pero estuvo cerca. —Me iré entonces, ¿de acuerdo? —dijo Draco. —Hazlo —dijo Granger—. Adiós. Draco desapareció.

Draco no había esperado, y más bien deseado, nada más que un molesto silencio por parte de Granger después de que la irrumpiera como un maníaco desquiciado. Sin embargo, se sorprendió al recibir un mensaje de ella al día siguiente, y no sólo un mensaje, sino una disculpa de buena fe. «Malfoy: Lamento mi comportamiento de ayer. Debería haber estado más agradecida de que llegaras tan rápido cuando pensabas que algo pasaba. Te avisaré la próxima vez que pruebe un Taraksvasana. Hermione». Las disculpas no eran parte del léxico natural de Draco. Su educación, tanto en casa como en la escuela, no alentó la práctica. «Lo siento» era una admisión de haber actuado mal, un signo de culpa, una debilidad obvia. Sin embargo, había algo bueno en recibir una. Calentaba el alma, de verdad. No estaba seguro de qué parte le gustaba más: Granger reflexionando sobre esto durante un día y luego disculpándose, o Granger admitiendo que se había equivocado, o Granger apreciándolo. En lugar de descartar su nota del Bloc, Draco la guardó en una de las últimas páginas. Tendría que preguntarle a Potter cuán raras eran las disculpas de Granger, y si debería enmarcarlas. —Draco, cariño, estás distraído. La voz de su madre, con un matiz de reproche, lo devolvió a la realidad. La realidad era un lugar desafortunado: té en el salón peor ventilado de la mansión, con su madre, la amiga de ésta: Madame Delphine Delacroix, y la hija de Madame Delacroix. La debutante de hoy fue Rosalie Delacroix. Educada en Beauxbatons, pura sangre, objetivamente hermosa. Draco guardó el Parlante. —Pardonnez-moi, señoras. Que disiez-vous? —¡Oh, vous avez un Bloc Parlante! —exclamó Rosalie en su encantador francés—. Esos acaban de comenzar a cruzar el Canal hacia nosotros en Francia. No podemos tener suficiente de ellos. Incluso mi madre, que es tan tradicional, adora el suyo. —Ciertamente —Asintió Madame Delacroix—. No pude lograr que mi esposo respondiera a una lechuza, ni por amor ni por dinero, pero esto lo hace muy fácil. Una verdadera innovación. Inglaterra debería estar orgullosa de estos... Los Weasley, ¿verdad? ¿Estos Frères Belette? Cuando la conversación se alejó de él, Draco envió una respuesta a Granger. «Advierte sobre futuras flexiones de escorpión. P.D. Tus disculpas pueden convertirse en mi nueva droga preferida. D». Draco miró hacia arriba, con una vaga sonrisa en su rostro, para encontrar a Rosalie parloteando sobre una próxima gala que su padre iba a ofrecer. Draco se había perdido el principio. Probablemente en apoyo de los huérfanos, o algo así. —Estaríamos encantados de verlos a los dos allí —dijo Rosalie, con las manos entrelazadas en un

nudo suplicante—. Es una buena causa. Ayudaron mucho a mi padre, ¿sabes? ¿Los huérfanos ayudaron a Augustin Delacroix? A Draco no le importaba lo suficiente como para buscar una aclaración. Su Bloc vibró. Lo revisó debajo de la mesa para ver una nota de Granger: «Te das cuenta de que tendría que hacer cosas malas por las que merecería disculparme». «Haces muchas cosas malas. He compilado una gran lista de tus actividades ilícitas» , respondió Draco. —...¿Qué'en pensez-vous, Draco? ¿Te vendría bien? Draco levantó la cabeza. Madame Delacroix le había hecho una pregunta que sólo había escuchado parcialmente, algo sobre su agenda en marzo. Respondió afirmativamente, que por supuesto, sí, estaría feliz de limpiar su calendario para una causa tan noble. Su madre sonrió ante su fácil aceptación e indicó que ella también estaría encantada de asistir. Granger respondió: «Si únicamente los encantos de extensión ilegal fueran el peor de mis pecados». «No», respondió Draco, «sé el alcance real de tu depravación». Ella lo anticipó. «Veo que la visita a la biblioteca me perseguirá». Draco sonrió en su taza de té. Su madre vio la sonrisa y, animada por lo que parecía ser su buen humor, preguntó a las damas si les gustaría ver los jardines. Rosalie se negó, alegando haberse resfriado un poco. Madame Delacroix y Narcissa se fueron a los jardines. Draco se puso serio cuando se encontró en un tête-à-tête forzado con Rosalie. La bella bruja habló encantadoramente de cualquier cosa que pensó que podría llamar su atención: Quidditch, su trabajo, el clima. Draco escuchó con un sólo oído, porque no se trataba de las Guardianas del Pozo que querían usar su cráneo como una taza para sorber y, por lo tanto, era bastante aburrido. Se encontró deseando continuar una conversación con otra bruja, una cuyo último mensaje acababa de zumbar en su bolsillo. La conversación se centró en los amigos en común, en las próximas cenas, en otras frivolidades. Rosalie estuvo de acuerdo con entusiasmo con cada punto que Draco hizo, sin importar lo tonto que fuera, en lugar de lanzarle contraargumentos. Ella se rio de sus chistes más suaves en lugar de replicar con algo mordaz. Ella se aferró a cada una de sus palabras, sin críticas, ansiosa, en lugar de desafiarlo. Ella lo felicitó en exceso. Fue una conversación bastante débil. Cuando Draco se dio cuenta de a quién había convertido inconscientemente en el contraste de Rosalie, se quedó desconcertado. ¿Desde cuándo Granger se había convertido en el criterio con el que medía la compañía femenina? La conversación, tal como fue, duró veinte inútiles minutos. Eventualmente, Rosalie convenció a Draco para que agregara una página a su Bloc para ella, con el pretexto de enviarle más detalles

para la gala. Draco se encogió de hombros en un distraído acuerdo. Fue un momento de descuido del que más tarde se arrepentiría, ya que Rosalie era una anotadora competente y le escribió incesantemente a partir de entonces. Las damas regresaron de su paseo. Sonrieron, se despidieron y Draco suspiró aliviado cuando Henriette, la elfina doméstica, acompañó a sus visitantes de regreso al salón del Flu. Más tarde esa noche, Narcissa entró en el estudio de Draco para investigar. —Rosalie es una chica dulce, ¿verdad? Parecía que se llevaban bien. Había un optimismo tan silencioso en su voz que Draco se preguntó si no sería más amable mentir. Pero eso le daría esperanzas a su madre, y arruinarlas más tarde sería todavía más cruel. —Supongo que nos llevamos bastante bien —dijo. Ella detectó la falta de entusiasmo de inmediato. —¿Pero? —Más bien una chica del tipo pusilánime. Las delgadas manos de Narcissa se cerraron frente a ella con decepción. —Ah. Discutir con su pálida y triste madre nunca fue una prioridad en la lista de cosas por hacer de Draco. Trató de ser amable mientras la amonestaba. —Hemos tenido esta conversación antes. No necesito ni quiero que elijas brujas para mí. —Sólo quiero ayudarte —Los delgados dedos de Narcissa se entrelazaron—. Quiero que encuentres a alguien que sea educada y encantadora, y que sea una compañera devota, y te dé hijos, y llene nuevamente de risas esta gran casa vacía. Rosalie sería todas esas cosas; cualquiera de todas esas brujas que te he presentado serían todas estas cosas. —Hizo una pausa y luego agregó—. Sólo quiero que seas feliz, Draco. —Soy feliz. Otro suspiro de Narcissa. —Sabes, a tu edad, tu padre ya estaba casado, y tú ya tenías cuatro o cinco años para entonces... —Yo no soy mi padre. Narcissa, viendo que no avanzaría más aquí, se deslizó hacia la puerta. —No creo que ella exista —dijo por encima del hombro mientras se iba. —¿Quién? —La bruja perfecta que aparentemente estás esperando. Granger le escribió a Draco aproximadamente una semana después, avisándole que iba a hablar en una conferencia muggle ese jueves.

«¿Dónde?», preguntó. «Magdalen College, Oxford», dijo Granger. «jueves 2-5pm. Estaré presentando a las 2:30. Dudo que me asesinen, pero dejo tu asistencia a tu experto juicio». Sí, Granger, gracias por el descaro: usaría su experto juicio. «¿Audiencia?», preguntó. «Médicos muggles», dijo Granger. «¿Cuántos?», preguntó Draco. «150», dijo Granger. Las cejas de Draco se elevaron. A veces, olvidaba lo pequeño que era el mundo mágico: probablemente había menos de cien sanadores de pleno derecho en todo el Reino Unido. Tal vez 400 si incluyeras Medibrujas y otros médicos de campo. «Voy a echar un vistazo», dijo Draco. «Profe elegante, por favor», dijo Granger, «no me avergüences». Draco no se dignó a responderle. Llegó el día de la conferencia. Draco se apareció a una pequeña distancia del Magdalen College y caminó hacia el auditorio que Granger había especificado, en el momento que ella especificó, vistiendo la ropa que le había especificado. Granger era una especie de bruja mandona. El voluntario en la mesa de registro fue suavemente Confundido al pensar que Draco era un participante registrado, y lo dejaron entrar con un gafete y un programa. Inspeccionó el edificio, lanzando discretamente hechizos de revelación cuando los muggles no estaban mirando. El vestíbulo, el guardarropa y los baños estaban libres de cualquier maldad, al igual que las habitaciones traseras. El puñado de personas en las que lanzó Legeremancia de forma encubierta eran quienes decían ser: muggles inteligentes, asistiendo aquí para volverse todavía más inteligentes. Draco encontró un nicho sombrío cerca del frente del auditorio desde el cual inspeccionó el lugar. Estaba a unos 20 metros del escenario, desde donde podía ver a Granger sentada en una mesa larga, junto con tres de sus compañeros expertos. Estaban charlando entre ellos mientras la multitud entraba al auditorio. Desde el punto de vista de la evaluación de riesgos, Granger no podría haber estado más expuesta, sentada como estaba bajo literalmente un foco. Draco curioseó en las mentes de las personas en la primera fila y no encontró nada más que entusiasmo por comenzar y altos niveles de admiración hacia los médicos en el escenario. Luego miró a través de las mentes de las personas sin asiento que holgazaneaban en las escaleras al borde del auditorio, como él, y sólo encontró voluntarios, estudiantes que entraban a escondidas y un caballero barbudo que usaba grandes auriculares, cuyo papel principal parecía ser administrar esas cajas con cables saliendo. No había una sola bruja o mago presente, por lo que él podía ver. Satisfecho de que no hubiera amenazas inmediatas, Draco lanzó protecciones preventivas al frente del escenario y se instaló en su rincón. Cuando comenzó la conferencia, abrió el programa. Le

informó que el panel de hoy contaría con líderes internacionales en ingeniería de células inmunitarias, el panorama inmunitario del cáncer y el inmunometabolismo. Esto le dijo muy poco a Draco, por supuesto. El cáncer era decididamente una dolencia muggle. Los magos rara vez se veían afectados por eso, y cuando lo hacían, se resolvía rápidamente. Sin embargo, parecía que este no era el caso de los muggles, para quienes era una condición grave y casi incurable en algunas formas. Entró Granger y su cohorte de compañeros cerebritos. Sus charlas de hoy incluyeron preguntas tan emocionantes como «FL y CLL: un nuevo paradigma de atención y Linfoma de Hodgkin: mitigar la toxicidad mientras se preserva la cura». Draco decidió que sería bastante seguro dejar a Granger con su CLL. La única amenaza en esta sala era la muerte por un oscuro acrónimo. Justo cuando estaba a punto de irse, más bien le apetecía una siesta, el mediador anunció que la presentación de la Doctora Granger era la siguiente. Por alguna razón, mientras Draco la observaba cruzar el escenario, decidió quedarse. Era una figura pequeña en el escenario, la más baja entre los panelistas por mucho. Ella sonrió a la audiencia mientras se acercaba al dispositivo muggle de amplificación de voz en el podio. Sus movimientos eran confiados y equilibrados. No tenía notas, pero las grandes pantallas detrás de ella proyectaban diagramas y viñetas. Hizo algunos comentarios de apertura que incluyeron una broma que pasó completamente por encima de la cabeza de Draco, pero el auditorio se llenó de risas. Su presentación se centró en los avances de algo llamado terapias de células T-CAR en tumores malignos de células B. Hizo contacto visual con todos, respondió preguntas en todo momento, fue desafiada, contraatacó a los retadores y defendió su posición sin perder el ritmo. Tenía confianza, era inteligente y, en esta habitación, era importante. Granger en su elemento era algo bastante impresionante. Después de terminar su presentación, Granger volvió a la mesa y sus compañeros panelistas discutieron su charla. En algún momento, Draco ni siquiera estaba seguro de que Granger y sus interlocutores hablaran inglés, mientras se interrogaban entre sí sobre los linfomas de células EBV y TNK y sus desafíos de diagnóstico, y la arquitectura de la investigación de biopsia líquida. Granger hizo un juego de palabras sobre la degradación de MALT1 que, aparentemente, fue escandalosamente divertido. Draco se entretuvo interpretando Legeremancia sobre los panelistas. Ni uno sólo pensó que Granger era una comelibros insoportable: sólo encontró respeto, admiración y un sorpresivo enamoramiento del médico masculino a su izquierda. Draco aprendió que existía algo llamado análisis radiómico cuantitativo. Sus valores predictivos fueron discutidos extensamente. Estos médicos muggles eran algo completamente diferente, trabajando brillantemente en lo imposible, dedicando toda su vida a ello. ¿Cómo había pensado alguna vez que los muggles eran tontos e ignorantes? Draco negó con la cabeza. Granger debió haber captado el movimiento del cabello rubio blanquecino en las sombras. Cuando vio que era Draco, le dedicó una breve sonrisa de reconocimiento, un sentimiento extraño, eso, y continuó con su disertación actual, sus manos formando amplios arcos mientras explicaba algo. Finalmente, se sacaron conclusiones, se hicieron comentarios de clausura y la conferencia terminó

con muchos aplausos. Los participantes se arremolinaron, con Granger y el panel en el centro de la multitud. Draco, sintiéndose algo blando en el cerebro por todas las palabras nuevas y la Legeremancia que había realizado, quizás el Guardián no necesitaría una pajita tan gruesa después de todo, decidió que ya no era necesario aquí. Se dirigió a la salida, pero Granger lo atrapó cuando pasaba por el escenario. Como de costumbre, se prescindió de la pequeña charla. En cambio, encontró su disfraz muggle siendo evaluado por ella, su mirada acentuada por una ceja levantada. —Pasable. —Fue el pronunciamiento del atuendo. —¿Por qué la ceja quisquillosa? —preguntó Draco. Granger señaló la etiqueta con el nombre que el voluntario Confundido había colocado en la solapa de Draco. —Hola, profesor Takahashi. —Ah —dijo Draco—. Sí, ese soy yo. —¿Y cómo está Tokio en esta época del año? —Muy bien —dijo Draco. —El profesor Takahashi es de Kioto —contraatacó Granger. Sus brazos estaban cruzados, pero había diversión en sus ojos—. Bastante atrevido para hacerse pasar por uno de los oncólogos clínicos más renombrados de Japón. —No soy más que valiente, Granger —dijo Draco, revolviéndose el cabello—. ¿Sabías que el buen Doctor Driessen está enamorado de ti? Ahora la segunda ceja de Granger se unió a la primera, en la línea del cabello. —¿Qué? Te va a invitar a una copa esta noche. —No. —Sí, también le gustó tu falda —dijo Draco, señalando la prenda de talle alto y ceñida en cuestión. A él también le gustó bastante, por cierto; la moda muggle y su énfasis en los traseros, les estaba agarrando cariño. —Ugh, quiero decir, es muy agradable, pero, espera, ¿cómo sabes esto? —La mano de Granger voló a su boca—. No realizaste Legeremancia en muggles inocentes. —Parte de mi protocolo de evaluación de riesgos. —¿Eso está permitido? —jadeó Granger—. Un poco de violación de la privacidad, ¿no? —Los Aurores tienen privilegios —dijo Draco—. De todos modos, Shacklebolt me dio vía libre para usar cualquier medio necesario para mantenerte a salvo. Excepto por asesinato: tengo que obtener permiso para eso; hay un formato y todo.

Granger parecía noventa por ciento segura de que estaba bromeando, pero lo estaba mirando como si fuera el Auror más depravado y sin principios jamás producido por el Ministerio, y fue sólo su suerte que se lo hubieran asignado. El Doctor Driessen apareció y, para evidente consternación de Granger, le preguntó si se uniría a él para tomar algo esa noche. Draco apreció las agallas, si no la sutileza del enfoque. Algunas cosas sucedieron muy rápido. Granger se movió al lado de Draco, su mano encontró su pecho en un gesto de afecto, lo que ocultó convenientemente su ridícula etiqueta con su nombre, y anunció que, lamentablemente, ya estaba ocupada para esa noche, pero ¿quizás en otro momento? El Doctor Driessen miró a Draco, su cabello -perfecto-, su mandíbula -también perfecta-, sus ojos perfectos, helados y más perfectos- y decidió que estaba bastante superado en rango. Hombre inteligente. —Por supuesto —dijo, retrocediendo de inmediato, luciendo nervioso—. Lo siento, no me di cuenta. ¿Adónde van ustedes dos? —Eh... —dijo Granger. —La Taberna Turf —suministró Draco. —¡Clásico! —dijo el Doctor Driessen. Luego, moviendo las cejas hacia Draco, dijo—. Justo enfrente de la biblioteca Bodleiana. Tendrás que mantener a Hermione a raya. —Oh, sí —dijo Draco, envolviendo su brazo alrededor de la cintura de Granger—. Siempre lo hago. Sintió la mano de Granger en su pecho temblar. —Bueno, encantado de verte, como siempre, Hermione —dijo el Doctor Driessen. —Adiós, Johann —contestó Granger con una sonrisa bastante fija. Granger estaba tensa mientras el hombre se alejaba, su cuerpo enroscado y listo para saltar lejos de Draco. —No saltes como si te hubieran quemado —murmuró Draco—. Está mirando, actúa natural. Granger se aclaró la garganta y dejó que su mano se deslizara por el pecho de Draco, llevándose consigo la etiqueta con su nombre. Se alejó de él lentamente e intentó que pareciera natural; no lo hizo. El propio Draco vaciló entre la diversión por su desconcierto y la alarma por lo agradable que se había sentido la curva de su cadera contra él, y lo bien que olía, otra vez. Granger arrancó el nombre del profesor japonés de su palma. Parecía desconcertada, lo que reflejaba muy bien los sentimientos de Draco. —Lo siento —dijo ella—. Tenía que pensar en algo, y tú estabas convenientemente allí. —Úsame como apoyo en cualquier momento —dijo Draco, escaneando a la multitud en lugar de mirarla a ella. Granger fue abordada por otros colegas, que habían oído que ella iría al Turf, y ellos también irían, así que la verían esta noche, ¡y su primer G&T era de ellos, chaocito, etc.! Granger sonrió

levemente y les indicó que se adelantaran. —Esto puede haber sido un error —Fue su sombría conclusión—. Puedes irte. Inventaré una excusa. Esta fue una buena sugerencia, excepto por un pequeño problema: tras una meticulosa reflexión que duró ocho segundos, Draco había decidido que prefería ir. —Pero quiero un G&T —dijo Draco. Granger seguía murmurando para sí misma y sin escuchar. —Les diré que te sentiste mal, o algo así. —¡¿Lo haré?! Pero soy la imagen de la salud. —Diré que comiste algo raro —dijo Granger. —Yo creo que no. Hay cientos de médicos muggles aquí; si digo que estoy enfermo, todos descenderán sobre mí y tratarán de curarme. No quiero que nadie me meta un estetoscopio en el trasero. —Nadie le mete estetoscopios en el trasero a nadie —dijo Granger con fuerte exasperación. Dos participantes de la conferencia que habían estado pasando le dieron a Granger una mirada de asombro. Granger los vio irse, horrorizada. —Ups —dijo Draco. La mandíbula de Granger estaba apretada. —Eres de lo peor. Se dio la vuelta y se alejó rápidamente. Draco se encontró sonriendo. Y hablando de traseros, que se sepa que Draco no miró el de ella en absoluto, ni encontró la vista agradable en absoluto, ni disminuyó la velocidad a propósito para mirarlo. Por separado, sin ninguna conexión con el trasero de Granger, Draco concluyó que las túnicas estaban sobrevaloradas. La Taberna Turf era un lugar estúpidamente concurrido, especialmente cuando la conferencia había arrojado a cientos de participantes a las concurridas calles de Oxford. Draco encontró una mesa mientras Granger les pedía las bebidas, G&T por todas partes, y se encontraron amontonados en un banco entre una docena de los mejores inmunólogos y oncólogos del mundo, emborrachándose cada vez más. A Draco le preguntaron qué hacía para ganarse la vida. Granger se preocupó bastante cuando se planteó la pregunta (pfff, ¿qué no le tenía fe?), pero Draco tenía una tapadera practicada lista. Tonks insistió en que cada Auror desarrollara algunas biografías muggles y algunos de magos de respaldo, y los interrogó en sus portadas de forma rutinaria para mantenerlos en alerta.

Draco compartió su favorito. Esta noche, él era un piloto. Pocos muggles sabían mucho sobre los tecnicismos de volar, así que a menos que se encontrara con un piloto real, poco probable, rodeado de médicos borrachos, estaba a salvo. Y, por supuesto, tenía una pasión genuina por volar con magia, lo que le daba cierta veracidad a sus relatos de proezas aeronáuticas. —Volar no es tan difícil, ya sabes —le dijo a la mesa—. Mantén el lado azul hacia arriba. Se rieron. El médico que estaba a su lado indicó que principios tan sencillos también se aplicaban a la medicina: mantener las tripas adentro. Más risas. Draco captó una mirada llena de asombro de Granger, una mezcla de agradable sorpresa, y quién diablos eres tú. Él arqueó una ceja. Ella apartó la mirada, desconcertada. Cuando se le preguntó cuándo había llegado a Oxford, Draco contestó: —Esta mañana —Cuando se le preguntó qué estaba haciendo en Oxford, contestó—. La Doctora Granger. Granger se atragantó con su bebida. Más risas. Cuando Draco la miró de reojo, Granger parecía que iba a atraerlo a un callejón solitario y, allí, en la oscuridad, estrangularlo. Quién diría que burlarse de la Tragalibros del siglo podría ser una actividad tan llena de alegría. Alguien más se unió a su mesa con estridentes gritos de bienvenida: el verdadero profesor Takahashi. Granger se arrastró más cerca de Draco a lo largo del banco para hacer espacio. Draco se inclinó y susurró: —Pregúntale si tuvo algún problema con su registro. Granger lo pateó. Ella habló cortésmente con el profesor, Draco escuchó fragmentos de su conversación sobre Kioto, pero su atención seguía desplazándose hacia la sensación del hombro de Granger presionando su brazo, y su pierna tocando la de él debajo de la mesa. Llegó un camarero con más comida y bebida. Alguien había pedido una fuente enorme de tostadas de queso: aceitosas, saladas y servidas con chutney de cebolla. Narcissa Malfoy habría tenido un ataque al corazón con sólo mirar las cosas grasientas, rezumando con tres tipos diferentes de queso. Granger le pasó el plato a Draco de una manera ambivalente, como si esperara que él despreciara la comida del pub muggle. Draco tomó uno; era la mejor inmundicia que jamás había comido. Alguien, en algún lugar, hizo sonar un instrumento triangular y llamó a aquellos que querían unirse al concurso de pub de esta noche para formar equipos. Algunos de los médicos en la mesa tomaron esto como una señal para irse, otros parecían divertidos por el momento y ansiosos por unirse. —Me encantan las noches de concursos en los pubs —dijo la mujer canosa a la derecha de Draco —. La mitad de la diversión es aprender que eres un imbécil colosal. —Apuesto a que nos derrotan algunos primores de St. John —dijo el médico que tenía enfrente.

—Tonterías —dijo un tercero—. Con Hermione aquí, esto será pan comido. Te vas a quedar, ¿verdad, Hermione? Granger miró a Draco. —¿Qué opinas? Si estás cansado, puedes volver a... volver a nuestro hotel —dijo, conteniéndose y demostrando, una vez más, lo terrible que era mintiendo. Apreció el intento de proporcionarle una vía de escape, pero no lo aceptó: tenía un excelente zumbido y quería probar este asunto del concurso de pub, y había la calidez de una mujer a su lado, y todo eso fue bastante agradable. —Papanatas: por supuesto que me quedaré. Hubo gritos de «¡Brillante!» y luego hubo un alboroto general cuando todos buscaron papel y bolígrafos. Draco fue absolutamente inútil para el primer puñado de preguntas, que se centraron en la política y los deportes muggles. Sin embargo, sí sabía cuántas teclas tiene un piano de media cola; 88, y en qué año se fundó Cessna; 1927, y el himno nacional de qué país tenía 158 versos (Grecia: los 158 fueron cantados en la última Copa Mundial de Quidditch). Hubo algunas preguntas de biología y ciencia que los médicos clavaron en el suelo con un nivel de detalle innecesario. Draco se enteró de que Picolax se usaba para algo llamado preparación para colonoscopia; uno de los médicos asintió sombríamente y dijo: —La noche de las mil cascadas. Y Draco estaba demasiado asustado para pedir una aclaración. Luego discutieron con el anfitrión sobre la definición de «subcutáneo» e intimidaron bastante al pobre muchacho hasta que les dio el punto. Las preguntas sobre historia y arte habrían pasado por alto a todo el equipo, de no haber sido por Granger, quien los sacó adelante. Luego, entre gemidos generales, fueron golpeados por ejercicios matemáticos, y el equipo de jóvenes a su lado pasó zumbando por el lote y dejó a los médicos sudando hasta el suelo. «Ingenieros», dijo uno de los médicos. «Nunca tuvimos una oportunidad». Granger parecía enfadada. Luego geografía, luego música, luego zoología, que Granger era sólidamente capaz de manejar con la ayuda ocasional de sus colegas. Draco ni siquiera intentó ayudar; estaba en su cuarto trago, y descubrir qué significaba monotrema era una filosofía demasiado profunda para él en este momento. Al final, su equipo ganó, en gran parte gracias a Granger. —Tendremos a Hermione registrada en el English Heritage como un tesoro nacional —dijo uno de los doctores, dándole a Granger una palmadita en el hombro. Granger sonrió, pero su mirada rápidamente volvió al problema de matemáticas que la había hecho tropezar, garabateado en una servilleta. El equipo ganador recibió algo llamado «tarjetas de regalo», que aparentemente tenían valor monetario. Los médicos entregaron los suyos a los jóvenes ingenieros que habían quedado en segundo lugar, diciendo que no había sido una pelea justa, ya que sus años combinados en la escuela eran más largos que los años de vida de los pobres ingenieros en primer lugar.

La velada terminó. El lugar se volvió más silencioso cuando la mayoría de la multitud se fue después de la prueba, a excepción de Draco, que estaba disfrutando de las bebidas, y Granger, que todavía estaba trabajando en las matemáticas. Eventualmente, empujó a uno de los jóvenes en la mesa de al lado y le pidió una explicación. —Es la paradoja de Borel —dijo el chico. —¡Ah! —dijo Granger—. Obviamente... El misterio se descifró y garabateó la solución en su servilleta. Luego arrojó la pluma con firmeza y se puso de pie. —Vámonos —dijo ella. Draco se puso de pie con cuidado, esperando ver cuánto alcance habían tenido las bebidas. Considerándolo, no estaba tan mal. Las tostadas de queso resultaron ser bastante absorbentes. —Que tengan una buena noche, ustedes dos —dijo el mesero con un guiño a Granger. Granger le dio una sonrisa bastante enfermiza y casi corrió hacia la puerta. Afuera, ninguno de los dos caminaba con su nivel habitual de confianza sin alcohol, aunque Granger ciertamente lo estaba llevando mejor que Draco. En un momento, lo atrajo hacia ella, justo cuando estaba a punto de chocar contra un poste de luz. —Estás destinado a cuidar de mí —dijo—. No al revés. —Ese poste salió de la nada —dijo Draco en el cabello de Granger. Se alejó de él hasta que estuvo firmemente a la distancia de un brazo. —¿Cómo vas a llegar a casa? Y no digas Aparición: te aturdiré si lo intentas. Draco estaba bastante seguro, incluso en su estado de embriaguez, de que él sería más rápido que ella en un duelo, pero, sin embargo. —Flu, supongo. —Hay una chimenea conectada en mi hotel, por acá. Draco la siguió por las calles históricas de Oxford. La bebida se fue asentando y la filosofía empezó a fluir. Se sentía generoso y a gusto con el mundo. —Esos muggles de hoy. Todos fueron bastante inteligentes. —Sí —dijo Granger. —Eres bastante lista. Con todos los... los diagramas y las malteadas y los carros y cosas —dijo Draco. Se sentía importante que ella supiera esto. Ella le dirigió una mirada de soslayo en la oscuridad. —Gracias. Y por favor, detente, eres aterrador cuando eres amable. —¿Soy aterrador?

—Vuelve a burlarte de mi cabello. —Bien: es horrible. Deberías raparlo. —Mejor —dijo Granger. —Aunque en realidad, no lo hagas —dijo Draco. —¿Está seguro? —Sí. —Aquí estamos — dijo Granger. Abrió la puerta de una pequeña posada mágica. El mostrador de recepción estaba vacío y el fuego de la chimenea era bajo. Granger agitó su varita hacia las brasas y estas volvieron a la vida como si hubiera lanzado un Incendio completo. —¿Eres un experto en incendios, además de los encantamientos de extensión? —preguntó Draco, sirviéndose del frasco de polvos Flu. —Un poco —dijo Granger, con una falsa modestia poco convincente. —Escuché que prendiste fuego a Snape en primer año —dijo Draco—. Pero no lo creí. —Bueno, eso es una jodida tontería —dijo Granger, sin mirarlo a los ojos. —Eres una mentirosa horrible. —Vete ya —dijo Granger, esquivando el comentario y señalándole la chimenea—. Estoy destrozada y necesito mi cama. —Pero quiero la historia de cómo le prendiste fuego a Snape —dijo Draco. —Vete a casa, Malfoy. Al ver que no estaba llegando a ninguna parte, Draco arrojó el polvo a la chimenea. —No eres nada divertida. Mansión Malfoy. Las llamas brillaron de color verde. Lo último que vio, cuando miró hacia atrás, fue a Granger, con los brazos cruzados, la cadera inclinada hacia un lado. Sus ojos oscuros lo observaron como si fuera un rompecabezas nuevo para descifrar. Por un lado, halagó a su ego haber intrigado al Gran Cerebro. Por otro lado, dada su propensión a resolver las cosas, lo asustó bastante. No quería ser resuelto. —Buenas noches, Malfoy. Draco entró al fuego. **~**~**

Chapter End Notes

¡Aaah! ¿No les encanta la convivencia no forzada de estos dos necios?

¡Muchas gracias por todos sus hermosos comentarios y sus ganas por seguir sabiendo qué les deparará el destino a estos dos. Próxima actualización: viernes 18 de marzo Besos, Paola

Ostara: las contradicciones de Granger Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** La siguiente visita de protección de Draco a la casa de Granger se vio empañada por lo que, en retrospectiva, fue un ligero error de juicio. A medida que habían pasado las semanas y avanzó un poco en descubrir la naturaleza de su proyecto de investigación, su mente se volvió hacia cierto objeto de interés en su estudio: el grimorio andrajoso en el pedestal. Aquel por el que había amenazado con llorar.

Y así, una mañana a principios de marzo, cuando Draco se estaba preparando para su visita perenne a la cabaña de Granger, le envió una nota indicándole que iría a su casa, si eso estaba bien, porque no había protegido las ventanas individualmente y lo estaba molestando. Granger asintió con un seco: «si realmente lo encuentras necesario». Sí, lo hizo. Draco programó su visita para que coincidiera con una de las lecciones de Granger en Trinity, para asegurarse de que no lo molestara mientras husmeaba. Cuando llegó, su gato, tal vez sintiendo algo infame en marcha, tomó una posición de poder en el techo y lo miró fijamente mientras volvía a colocar las protecciones externas. —Sólo hago mi trabajo, gato —dijo Draco, haciendo un gran espectáculo. El gato lo miró con cinismo. Entró en la cabaña y protegió las ventanas del primer piso con presteza y saltó escaleras arriba para hacer las demás. La habitación de Granger se terminó primero, con un mínimo de miradas alrededor, porque el gato estaba en la puerta y lo miraba. Luego entró a la sala de yoga. Entonces, finalmente, llegó al estudio. El grimorio aún estaba en su pedestal, abierto por la mitad, aún rodeado por el resplandor verde de los encantamientos de estasis. Draco protegió la ventana bajo la atenta mirada del gato y se acercó al tomo con ociosa curiosidad. La mirada del gato se hizo más penetrante. Draco miró las páginas visibles. A través del encantamiento de estasis, las palabras se volvieron borrosas y parecieron bailar. El guion era laborioso y pesado. No era inglés, de hecho, algunos fragmentos parecían franceses, ¿anglo-normandos, tal vez? En ese caso, este era un libro viejo, no menos de cinco siglos. La página era una descripción de un paisaje: una colina verde bajo danzantes campanillas, cardos relucientes y las suaves hojas aterciopeladas de la Tredescantia Sillamonta Eso fue todo lo que Draco pudo distinguir, el resto estaba demasiado dañado. Recordó el momento de gran volubilidad de Granger en el Camino Mendip, algo sobre las descripciones de la flora dándole pistas para su misteriosa búsqueda. Sin embargo, ninguna de las plantas mencionadas aquí había aparecido en su lista. Este debía ser un sitio diferente. Tenía muchas ganas de ver la portada del libro. Miró al gato. El gato casi negó con la cabeza. —Sólo un vistazo rápido —le dijo Draco al gato—. Ya sabes, podría ser capaz de ayudarla. El gato agitó la cola con desaprobación. Draco lo hizo de todos modos. Usando su varita como palanca para no tocar el libro en absoluto, levantó la tapa lo suficiente como para mirar el frente. Se titulaba «Revelaciones». El gato maulló con ira. Draco salió de la cabaña bastante rápido.

Draco no sabía cómo, pero Granger sospechaba algo. Primero, su Bloc se disparó con una serie de mensajes, preguntándole si había tocado el libro. Draco lo negó, negó un poco más y luego aturdió al Bloc para que dejara de zumbar. Entonces Granger de alguna manera se apoderó de Boethius y usó la propia lechuza de Draco para enviarle notas cada vez más acaloradas. Draco envió a Boethius con una misiva a un amigo en España, lo que lo mantendría fuera del alcance de Granger durante al menos una semana. Luego, un Aullador aterrizó en su regazo en medio de una sesión informativa con Tonks. Llegó hasta «MALFOY, ¿TÚ...?» antes de que Draco lo incinerara. Las cejas de Tonks se elevaron hasta la línea del cabello. —¿Esa era Hermione? —Sí —dijo Draco. —Ah, explica eso —dijo Tonks. Hizo un gesto hacia el Reflectos de enemigos detrás de ella. Una de las sombras parecía bastante familiar: una mujer esbelta, con un montón de rizos en la cabeza, las manos en las caderas, recortada contra el gris. —Supongo que ella está teniendo pensamientos violentos sobre mí por la proximidad contigo — dijo Tonks—. ¿Qué hiciste? —Nada —dijo Draco, lo cual era esencialmente verdad. Tonks lo miró fijamente durante mucho tiempo, sus dedos tamborileando contra su escritorio. —Supondré que todo lo que hiciste fue hecho en tu capacidad profesional como Auror, para asegurar su protección continua. —Ese es siempre mi objetivo principal —dijo Draco. Tonks le dio otra mirada larga, luego volvió a su informe sobre los contrabandistas de artefactos oscuros. —Ten cuidado, Malfoy. Así despedido, Draco regresó a su cubículo. Apenas se había sentado cuando una nutria plateada se abalanzó sobre él de la nada. Lo llamó un idiota entrometido y un maldito mentiroso, y le aconsejó que saltara de un puente. Draco envió a su propio Patronus de regreso con una petición a Granger para que amablemente se quedara con sus ruidosas nutrias para ella: estaba trabajando. Por un corto tiempo, eso fue todo. Draco se mantuvo atento a la agenda de Granger para detectar descansos en su calendario durante los cuales ella podría decidir ir a buscarlo en persona. No lo hizo, posiblemente porque estaba salvando vidas u otras tonterías parecidas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que pronto se acercaba otra de sus asteriscos vacaciones, ese fin de semana, de hecho.

«Así que Ostara está llegando», le escribió de una manera bastante casual esa noche. Su respuesta fue instantánea, aunque fuera de tema: «Ese libro NO era tuyo para tocar». «¿Adónde irás en Ostara?», preguntó Draco. «NO estás invitado», dijo Granger. «No necesito una invitación», contestó Draco. «No necesito la supervisión de idiotas entrometidos», dijo Granger. «Nos vemos pronto», dijo Draco. Ella no respondió. Un poco enojona, a veces, era Granger. El Idiota Entrometido No Invitado tuvo una agradable siesta el sábado antes de prepararse para aparecerse ante Granger. Francamente, después de sus travesuras con las Guardianas del Pozo, había perdido cualquier privilegio que pudiera haber tenido para hacer comentarios sobre si necesitaba o no la supervisión de los Aurores. Draco no tenía fe en que Granger no estaba dispuesta a arrojarse a una guarida de vampiros para poner sus manos en algún otro frasco oscuro. Dejando a un lado esas razones virtuosas, el momento de las escapadas de fin de semana de Granger seguía sirviendo a los propósitos de Draco. Hoy, la fiesta de Granger, fuera lo que fuese, coincidió con uno de los almuerzos de su madre. Draco se alegró de la excusa para ausentarse, incluso si su madre prometía que no tenía motivos ocultos y que la presencia de cualquier bruja joven y elegible sería mera coincidencia. Draco viajó por red flu al Mitre, el pub habitual de Cambridge, y desde allí se apareció al anillo de Granger, que lo llevó a su cocina. Y, he aquí, estaba el anillo, pero no estaba Granger. —Estás bromeando —dijo Draco al anillo en la mesa de la cocina. Solo el gato respondió: un maullido lamentable ante la ausencia de su ama. —Tu bruja es un dolor de trasero, ¿lo sabías? El gato se acurrucó en un triste bulto naranja a los pies de Draco. Draco guardó el anillo de Granger con un murmullo. Luego sacó su varita y lanzó su encantamiento de rastreo. Menos mal que hizo planes de contingencia. Frente a él brillaba un mapa, y en ese mapa había puntos de luz más brillantes que el resto. Las viejas zapatillas deportivas de Granger permanecían, al parecer, en su laboratorio del Trinity College. La taza de té estaba en algún lugar de esta cabaña. El puñado de las horquillas que Draco había hechizado estaban bastante dispersas, algunas en el laboratorio, otras en San Mungo... Una sola horquilla estaba actualmente retozando a través de Uffington, por razones desconocidas.

Razones que Draco estaba ansioso por descubrir. Draco se apareció hacia la horquilla. —Sorpresa —dijo mientras se materializaba ante Granger. Ella saltó un metro en el aire, lo cual fue satisfactorio, y luego le maldijo, lo cual fue mucho más satisfactorio. Draco miró a su alrededor para encontrarse en la cima de una colina verde barrida por el viento. Era un tipo extraño de formación: alta, pero plana en la parte superior. El césped bajo sus pies era rico, verde y deliciosamente elástico, excepto donde estaba interrumpido por grandes manchas de tiza color blanca. A su alrededor ondulaba una hermosa vista de fértiles pastizales, setos serpenteantes y caminos de ovejas errantes.

La colina del dragón, donde la gente del campo cuenta que San Jorge mató a un dragón, cuya sangre quemó el césped hasta convertirlo en una caliza blanca como el hueso por donde resbaló. (foto: nationaltrust.org.uk) Ahora Draco dirigió su atención a la propia Granger, quien estaba completamente equipada con su ropa de caminar muggle. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo alta, lo que le daba un aire deportivo sobre su habitual moño académico. Su nariz estaba rosada por el viento de marzo. Su frente, por supuesto, estaba estropeada por un ceño fruncido. —¿Cómo diablos es estás aquí? —preguntó Granger. —¿Dónde estamos? —preguntó Draco. —¿Cómo me encontraste?

—¿Qué hay en tu anorak? —preguntó Draco, porque se veía sospechosamente abultado. Granger se subió un poco más el cierre del anorak. Sus ojos brillantes se apagaron con el repentino velo de la Oclumancia. —Nada. Listo, he respondido una de tus preguntas, ahora responde la mía. —Sin embargo, eso fue una mentira. —Bueno, eso es todo lo que obtendrás de mí —dijo Granger. Empezó a bajar la colina y alejarse de Draco—. No quiero hablar contigo. —¿No quieres? Porque explotaste mi Bloc y luego me enviaste un Aullador y una nutria enojada. Oye, ¿adónde vas? —Lejos de ti —dijo Granger. Draco estaba molesto, ¿se había perdido lo que fuera por lo que ella había venido aquí? ¿Su asunto de Ostara? Debe haberlo hecho. Ella se estaba alejando de él brincoteando, pareciendo demasiado complacida. No debería haber tenido una siesta tan lujosa. —¡Granger! Regresa aquí. No hemos terminado —dijo Draco, saltando detrás de ella por la colina. —He terminado aquí —dijo Granger con una exagerada ligereza de espíritu—. No sé tú. —¡Tienes que usar el maldito anillo! —gritó Draco a la cola de caballo que rebotaba de Granger. Ella siguió trepando, ignorándolo. Luego, sin un ápice de advertencia, se inclinó. Draco evitó por poco chocar contra ella con lo que habría sido un contacto pélvico total. «Sí, Tonks. Se rompió el cuello al caer por una colina. Empujé demasiado duro. Sí, fue un accidente. Sí, está muerta. Por favor, devuélvele mi cuerpo a mi madre en la menor cantidad de piezas posibles». Granger saltó de nuevo, sosteniendo una ramita de algo en lo alto. —¿Qué es esto? —preguntó ella. Draco se quedó mirando la cosa. —Una planta. —Específicamente, Tredescantia. ¿Sabes qué tipo de Tredescantia? —Si... —comenzó Draco, recordando el viejo tomo. Se calló a tiempo—. S-sinceramente, no tengo idea. —Sillamontana. Es Tredescantia Sillamontana. —Bien por Sillamontana. —Pero lo sabías porque leíste el libro —La fachada de Granger se estaba resquebrajando. Parecía un poco maníaca debajo de él.

Draco agitó la planta alejándola. —Quitarte el anillo no estaba en nuestro acuerdo. Debes mantenerlo puesto en todo momento. Ese es el punto de todo. Granger, que se había dado la vuelta para continuar su descenso, dio media vuelta. Su cola de caballo abofeteó a Draco en la cara, una lesión grave por la que ni siquiera se disculpó remotamente. —¿Sabes qué más no estaba en nuestro acuerdo? ¡Estás violando mi confianza y tocando mis cosas! Ah, ahí estaban: los chillidos. —Yo no le hice nada a tu maldito libro. —¡No debías tocarlo en primer lugar! ¡Ese libro no tiene precio! Dio la vuelta de nuevo -y golpeándolo en la cara con su cabello, otra vez-, Granger salió disparada colina abajo. —Vuelve a ponerte el maldito anillo, Granger —dijo Draco. —No. Terminé con tu dispositivo de vigilancia. —Bien —gritó Draco a su espalda en retirada—. Le diré a Shacklebolt que terminé y hará que te pongan bajo vigilancia. Con Aurores que literalmente te observarán durante todo el día. ¡Cada movimiento, cada puto frasco de lo que viertes en tu laboratorio y cada palabra que metes en tus computadoras! Granger se detuvo. Ella hizo un ruido estrangulado. Draco lo tomó como un acuerdo. Él pisoteó hacia ella. —Mano —dijo. Granger le tendió la mano. Draco la agarró bruscamente. Quería ponerle el anillo con la misma brusquedad, para mostrarle lo enojado que estaba, pero no lo hizo, por miedo a romperle el dedo. Hubo un momento de bendito silencio sin gritos mientras le volvía a poner el anillo. —¡Oh! —dijo una voz. Algunos excursionistas muggles acababan de aparecer por la ladera de la colina. Siguieron gritos de alegría: —¡Un compromiso! —¡Qué pareja tan encantadora! —¡Felicidades!

—¡Qué hermoso lugar para ello! De todos modos, Draco no sabía que el Avada Kedavra podía lanzarse usando sólo los ojos, pero Granger lo estaba haciendo de manera bastante competente. Luego se volvió hacia los excursionistas e hizo algunos sonidos de asentimiento y falsa alegría para hacer que se movieran. Draco no se unió porque él estaba muerto. Los excursionistas finalmente se marcharon, habiéndoles deseado lo mejor en su vida de casados y dándole estúpidos consejos a Draco. Granger estaba agarrando su ramita de tredescantia destructivamente. Tan pronto como los excursionistas se fueron, la arrojó al suelo y preguntó por qué esta era su vida. Draco asumió que la pregunta era retórica y no respondió. Sacó su varita y caminó hacia donde los muggles habían doblado la esquina. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Granger. —Voy a obliviarlos a todos —dijo Draco. — No lo hagas —contestó Granger con una vehemencia inesperada—. Los encantamientos de memoria no deben usarse a la ligera. —Pero... Ahora Granger estaba a su lado. Empujó la mano de su varita hacia abajo. —No lo hagas, no importa. Te prometo que esos muggles no empañarán tu reputación ni acudirán al Profeta con este... este supuesto desarrollo. — No me importa —dijo Draco, porque no le importaba—. Pensé que a ti te importaba. Acabas de asesinarme con la mirada. —¿No te importa? —Granger lo miró, por una vez en su vida, perpleja—. Pensé que te importaría. —¿Por qué me importaría? Son muggles. —No sé... No importa. ¿Hemos terminado aquí? —¿Terminaste aquí? —Sí —dijo Granger. —Entonces yo también —contestó Draco. Granger salió corriendo a través de una valla hacia el estacionamiento. Draco se demoró lo suficiente para verla maniobrar el auto fuera del borde cubierto de hierba y hacia el sinuoso camino rural. Se alejó sin mirar atrás. Su placa de matrícula decía «CRKSHNKS». Draco desapareció con un crack irritado.

Unos días más tarde, Draco se preparó para el Quidditch del miércoles por la noche, que tenían regularmente en la cancha bien cuidada de la Mansión. Equipado y listo para jugar, voló hacia el campo, donde lo esperaban los malhechores habituales: Zabini, Davies, Flint, Doyle y otros compañeros de la vieja escuela, y un puñado de jugadores que habían reunido para el partido de esta noche. —Ey, ey —saludó Flint. —El Jefe ricachón ha llegado —anunció Doyle. —Métete en tus asuntos Doyle, o lo haré por ti —dijo Draco, nivelando su escoba a su altura. Doyle levantó su bate de batidor hacia Draco en fingida amenaza. —Estoy más que equipado para golpear cabezas. —¿Cinco contra cinco? —preguntó Davies, moviendo su escoba entre ellos y obviamente ansioso por comenzar. —Hagámoslo. Jugaron. Eran más de las ocho cuando comenzaron, pero la cancha estaba mágicamente iluminada y permitió un juego largo lleno de interpretaciones de reglas cuestionables y hazañas cercanas a la muerte. La Snitch fue algo escurridiza esa noche: ni Malfoy ni el Buscador contrario tuvieron mucha suerte y, como resultado, ambos fueron objeto de muchas burlas por parte de sus equipos. Llegó la medianoche y Davies dijo que su señora lo mataría por quedarse tan tarde. Acordaron llamarlo empate, dada la inutilidad de sus buscadores y el puntaje por lo demás parejo, y continuar la próxima semana, y celebrar al eventual ganador con demasiadas bebidas. Los estallidos y crujidos reverberaron por todo el campo mientras los jugadores desaparecían de casa, dejando a Draco con todo para él solo. Ahora podría divertirse un poco. Voló perezosamente hacia arriba en largos bucles, más y más arriba, hasta que la cancha se convirtió en un rectángulo verde muy abajo, y la mansión fue una casa de muñecas, que brillaba suavemente en la noche. Luego inclinó su escoba hacia abajo y se desplomó en un amago de Wronski. Se detuvo en el último minuto, apenas conteniendo el grito de alegría que quería estallar en sus labios, y empujó su escoba en espiral hacia el cielo negro. Una vez más, el terreno de juego era un pequeño rectángulo verde debajo, pero Draco voló aún más alto, hasta que imaginó que podría haber volutas de nubes entre él y la tierra. Se dejó caer de nuevo, disfrutando del viento en su rostro, la sensación paralizante de la caída en picado, la adrenalina estallando en sus venas. Fue glorioso, liberador. Salió de la inmersión en el último momento posible, con el corazón cantándole en los oídos y los dedos de los pies rozando la hierba. El pop suave, pero distintivo, de una aparición resonó en el campo. Miró a su alrededor en busca de quién era, listo para burlarse de Davies por huir de su esposa.

Pero no fue Davies. Era Granger. ¿Había venido a regañarlo por ese maldito libro? Draco voló bajo y detuvo su escoba frente a ella. —¿Qué demonios estás haciendo aquí? Pero Granger no parecía enojada. Parecía confundida. Su varita estaba en lo alto, centelleando chispas curativas verdes. De hecho, parecía como si acabara de salir de la cama. Su cabello estaba recogido en una larga trenza plagada de rizos que se escapaban. Llevaba pantalones cortos muggles y un jersey grande y gastado de la Universidad de Edimburgo. Sus piernas y pies estaban descalzos. —Yo... te sentí... —tartamudeó, mirando desconcertada a su nuevo entorno—. Tu ritmo cardíaco estaba por las nubes, y tu adrenalina se disparó, y fue horrible, yo... —No, fue impío —corrigió Draco, todavía recuperando el aliento. —¡Pensé que estabas a punto de morir! —Espera, ¿cómo lo sentiste? ¿Cómo diablos estás aquí? —¡El maldito anillo! —dijo Granger, agitando la mano con el anillo en cuestión en su rostro. —Imposible —se burló Draco—. Lo arreglé; es unidireccional. —Entonces, ¿cómo estoy aquí, idiota? Este era un punto justo y Draco se vio obligado a considerar que podría tener que volver a revisar sus encantamientos. Su ira aumentó, sin embargo, porque el mal funcionamiento fue sin duda culpa de ella. —El único idiota aquí es quien se quitó el anillo cuando no estaba destinado a hacerlo y dañó algo. Ese hechizo es delicado. Granger levantó las manos, como si no pudiera creer el giro absurdo de la conversación. —¡No vine aquí para discutir sobre quién es el idiota más grande! —Eres tú —dijo Draco—. Y como viniste corriendo aquí en pijama para comprobar mi bienestar, puedo confirmar que estoy bien; puedes irte. Estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer. Aparentemente, esta declaración de hecho no era lo correcto. Los chillidos de Granger aumentaron. —¿Mejores cosas que hacer? ¿Yo? Oh, no. ¡Mi vida es un tiempo encantador de coser y cantar! —Granger... —¡Me encanta ir al campo de Quidditch en medio de la noche! ¡En marzo! ¡Descalza! ¡Para intercambiar insultos con el Maldito Draco Malfoy! ¡Sin duda lo adoro! ¡Tengo tan poco que hacer que he estado pensando en empezar a jugar a los bolos! ¡Barcos en botellas...! Se interrumpió, habiendo sido afortunadamente interrumpida por algo que tocaba su cuello. Ella se estremeció.

—¿Qué es...? En la nuca, brillando burlonamente a Draco, estaba la Snitch. Draco se deslizó más cerca y la atrapó. —He estado buscando a este cabrón toda la noche. —Maravilloso. M-me alegro de haber podido ayudar —dijo Granger. Tenía los dientes bastante apretados, pero Draco se dio cuenta de que no era por enojo, sino por el frío. Tomó aire y pareció estar reuniendo lo que quedaba de su dignidad. —Ya que estás bastante bien, ¿podrías llevarme al Flu más cercano? ¿Por qué diablos necesitaba que él la llevara a alguna parte? Draco aterrizó junto a ella, dándose cuenta por fin de que Granger no se veía bien. Tenía los labios blancos, estaba pálida y temblaba. —¿Te apareciste desde el maldito Cambridgeshire? —preguntó Draco con creciente comprensión. —Tomó algunas p-pasos —dijo Granger con los dientes apretados—. H-hice un turno doble en San Mungo esta mañana... Así que entre eso y la aparición a larga distancia, estoy bastante agotada. Draco le lanzó un hechizo cálido, su irritación por la situación ahora dio paso a la ira. Había consumido toda su magia por su culpa, la idiota temeraria. —¿Cuál, exactamente, era el plan cuando llegaste para salvar mi vida casi sin reservas mágicas? —Iba a poner un yeso en la herida —dijo Granger, un violento temblor sacudiendo sus hombros—. Vete a la mierda con la lección, no estaba pensando. Estaba dormida y lo siguiente que supe fue que este maldito anillo me gritaba que estabas a punto de morir. Draco sintió que debería sentirse conmovido, aunque el disgusto por su imprudencia lo eclipsó. —Bien, así que podría haber estado en medio de un duelo con una pandilla de magos oscuros y decidiste aparecer descalza, sin magia, en tu pijama. Malditamente brillante. —¡Fue una reacción! —siseó Granger—. ¡Lamento no haberme detenido a evaluar mis opciones cuando pensé que estabas a punto de morir! Soy una sanadora; las probabilidades eran altas de que hubiera podido hacer algo con respecto a tu... tu... —Mi inexistente lesión grave, muy bien. —Draco volvió a subirse a su escoba y se acercó a ella—. Súbete. Te llevaré a la mansión. Puedes ir a casa por red flu desde allí. —No —dijo Granger, retrocediendo. Draco asumió, con no poco grado de exasperación, que su objeción era volar. — Bien. —Saltó debajo de su escoba y le tendió el codo en su lugar—. Nos apareceré en la Mansión. Vamos, pareces a punto de desmayarte. Granger retrocedió de nuevo. Parecía aún más pálida.

—No, no a la mansión, por favor. Aparéceme en El Cisne. Me iré por Flu desde allí. —¿Qué le pasa a mi maldita red flu? —preguntó Draco, cerca de perder la paciencia y agarrarla del brazo para forzar una aparición conjunta—. Mi madre está en Francia esta semana, si eso es lo que estás... —No, no es tu madre. Yo sólo... yo sólo no quiero volver allí. ¿Está bien? Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma. En ese momento, la formidable Hermione Granger se veía pequeña, pálida y asustada. Draco se dio cuenta, horriblemente tarde, que era su casa a la que ella se oponía. Que la mansión todavía albergaba los horrores de la guerra. Era un idiota. Volvió a ofrecerle el codo. —El Cisne, entonces. Ella lo tomó. Su mano era ligera sobre su brazo y, contra su equipo de Quidditch empapado en sudor, se sentía frío. Se aparecieron en el guardarropa de El Cisne, el bullicioso pub mágico que servía como punto de referencia para viajar a la flu de Wiltshire. Las voces de los clientes del pub resonaban alegremente a través de las paredes. Draco lanzó un encantamiento desilusionador sobre él y Granger, lo que sirvió para desviar la mirada de ellos mientras salían del guardarropa y se dirigían a la chimenea. Draco notó que Granger todavía lo sujetaba por el codo; de hecho, había comenzado a apoyarse en él. Arrojó un puñado de polvos flu al fuego y Granger dio el nombre del pub mágico más cercano a su casa, El Mitre. —No estás lo suficientemente fuerte para aparecerte en casa desde allí —dijo Draco. —Mi cabaña no está en la red flu. Iba a caminar, son cinco minutos —contestó Granger. Draco hizo un sonido de incredulidad. —Has demostrado que eres una idiota una vez esta noche, pero veo que te estás superando. Voy contigo. La evidencia del verdadero nivel de fatiga de Granger fue que ella no discutiera. Entraron juntos en la chimenea y fueron girados y empujados a lo lardo de dos docenas de chimeneas hasta que fueron escupidos en El Mitre. Draco fue más rápido en equilibrarse que la exhausta e idiota bruja, quien hizo un valiente intento de ponerse de pie, pero resultó en un colapso contra su costado. Él deslizó un brazo alrededor de su cintura y los apareció en su cocina. Un borrón anaranjado entró silbando en la habitación mientras resonaba el crujido de la aparición de Draco. De inmediato hubo un maullido de preocupación cuando el gato notó la forma caída de su ama contra el costado de Draco. —¿Estás todavía con nosotros? —preguntó Draco, dándole un empujón a Granger—. ¿Debería

llamar a alguien? ¿Debería llevarte a San Mungo? Di algo, o enviaré mi Patronus a Potter y desencadenaré un pánico a gran escala. —No lo hagas. —El agarre de Granger en su brazo se hizo más fuerte—. Es sólo... sólo agotamiento mágico. Pasé todo el día en curaciones. Las apariciones a larga distancia son... estúpidas. Dame una poción de reposición: el vial rojizo en el mostrador, allí. Draco apoyó a Granger en una silla, donde ella se recostó con un suspiro. Hizo flotar el vial en cuestión hacia ellos y le quitó el tapón ceroso. —Soy La Idiota Absoluta —dijo Granger, antes de tragarse todo. Draco sintió que debería tener eso por escrito. El gato se abrió paso alrededor de los pies de Granger con un coro de ansiosos maullidos. —Estoy de acuerdo —dijo Draco—. Ella necesita descansar. —Tú no lo entiendes —dijo Granger, dejando caer el vial vacío sobre la mesa con un gesto débil —. Deja de fingir. —Dijo que hay un sofá en algún lugar debajo del desorden de libros en la sala de estar en el que deberías acostarte. —No toques esos libros —dijo Granger, combativa incluso a través de su desmayo. El gato hizo un gemido sostenido. —Cama, entonces. Estoy de acuerdo —dijo Draco. Draco no le dio a Granger la oportunidad de objetar. Deslizó una mano en el hueco de su codo y los apareció arriba, donde la depositó en su cama. Era obvio, mientras miraba alrededor de la habitación en penumbra, que Granger se había marchado con tanta prisa como decía. La cama estaba desordenada, como si hubiera olvidado que tenía una manta sobre ella cuando se puso de pie de un salto. La lámpara de la mesita de noche estaba torcida como si la hubiera golpeado, su dispositivo móvil muggle estaba boca abajo en el suelo. Draco reorganizó estas cosas con unos cuantos movimientos de varita. El gato, que había subido las escaleras tras ellos, saltó sobre la cama y se unió a Granger con un sonido de reproche. El gato se acomodó en la axila de Granger como una botella de agua peluda. Granger se cubrió con la cobija con una mano débil y acarició la cabeza del gato con la otra. Draco, que había estado esperando para ver si la poción restauradora estaba teniendo el efecto deseado, y que Granger no iba a morir por su culpa, de repente sintió como si estuviera entrometiéndose. Dio un paso hacia la puerta. —Bueno, me voy a ir ahora. Ten cuidado con no volver a hacer eso. —Lo siento —dijo Granger—. Por ser... complicada... Sobre tu casa. —No me importa —dijo Draco—. No importa.

—Sé que las cosas horribles que sucedieron allí son historia antigua. —No necesitas seguir excusándote. Ve a dormir —dijo Draco, dando un paso más grande hacia la puerta. —Sé que no es racional —dijo Granger, haciendo un gesto indeciso hacia el techo—. Pero... —Deja de pensar, Granger —dijo Draco, aunque sabía que era un pedido oxímoron. Caminó hacia el pasillo—. Adiós. —Era sólo para usar el flu —dijo Granger, en voz baja, sobre todo para sí misma, ahora—. Un poco patética, en realidad. Draco dio un largo paso de regreso a la habitación. De alguna manera, no podía dejar pasar eso. —No es patético no querer volver a visitar el lugar donde fuiste torturada. Quería agregar «idiota», pero sintió que podría haber maximizado su cuota esta noche. Granger hizo algo como un «Mm» de manera ausente. —De todos modos —dijo Draco—, gran parte de la mansión fue destruida al final de la guerra. Toda esa mitad se ha ido. El salón se ha ido. —¿Se fue? —preguntó Granger desde el techo. —Sí. Ahora son sólo jardines: invernaderos, flores, hierbas medicinales... —¿Qué hierbas? —preguntó Granger. ¿Por qué tenía que saberlo todo con un maldito e insoportable detalle? Ella era agotadora. —No lo sé —dijo Draco—. Mi madre dona las cosas útiles a los boticarios. Ve a dormir. —Eso es bueno —La voz de Granger había adquirido una cualidad más suave y ausente. La poción de reposición la estaba dejando inconsciente para comenzar a funcionar. —Sí. —Estoy feliz de que algo bueno pueda salir de un... —¿Un lugar tan terrible? —Draco complementó. —Sí. Ella no dijo nada más por unos momentos. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminó su rostro con una luz suave: delicada, con los ojos muy abiertos, todavía pálida. Su cabello era un rizo oscuro sobre la almohada, desplegándose lentamente. Draco sintió como si estuviera viendo doble. Con su jersey de gran tamaño, metida en la cama, con las manos sobre la manta, parecía la niña que recordaba de la escuela. Pero esa visión se disipó para dejarlo con este retrato de una bruja encantadora y cansada, que se había llevado al borde del total agotamiento mágico para llegar a él, porque pensó que estaba en peligro. Se hizo eso a sí misma por él.

Fue una sensación peculiar. Los párpados de Granger comenzaron a moverse hacia abajo. Draco se acercó a la puerta, con la intención de salir de la cabaña a pie antes de desaparecer afuera tan silenciosamente como pudo. Ahora estaba dormida, ciertamente; había estado callada demasiado tiempo. —¿Malfoy? Draco murmuró una maldición. —Estás destinada a dormir. Ahora sus palabras estaban borrosas en los bordes. Estaba a la deriva hacia la inconsciencia, pero aún luchaba contra ella. —Tu Patronus es encantador —dijo Granger. Sus ojos estaban cerrados. —Eh... gracias. —¿Qué es? —Ve a dormir, Granger. —Pero... ¿Qué es? —Duérmete. —¿Es una especie de perro? —Sí. Ve a dormir. —¿Qué tipo? —Un borzoi.

He aquí el Borzoi: el feroz, raro y aristocrático perro lobo de la realeza rusa. Distante, alto y bendecido con un gran cabello. (Foto: Paul Croes)

—Ah, los zares solían tenerlos. —Lo hicieron. Ve a dormir, esto no es un concurso de pub. —Es una cosita descortés, pero bonita. —Me voy ahora —dijo Draco. —Su pelaje se veía tan suave... Finalmente, cayó el silencio. Ahora sólo el gato estaba despierto, mirando a Draco. Draco notó que la mirada amarilla no estaba tan llena de odio como de costumbre. En todo caso, parecía aprobarlo. **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! Lamento la tardanza, se me atrevesó un día feriado en México y real, realmente necesitaba descansar, así que arrojé todo por ahí y desaparecí hasta el día de hoy. ¡Gracias por leer! ¿Soy sólo yo o Draco está sintiendo algo que no es algo por nuestra sanadora profesora doctora Hermione? El gato no lo mató en esta ocasión... Próxima actualización: sábado 26 de marzo.

La fiesta (huérfanos o algo así) Chapter Notes

Nota de la autora: Ah, la escena de la fiesta. La hemos leído mil veces y nos sigue encantando. No hay subversión de etiquetas aquí, sólo la máxima indulgencia de uno de mis momentos favoritos del fanfic.

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** Marzo llegó frío, húmedo, demasiado pronto y con él, llegó el día de la fiesta de Delacroix. Draco recordó la ocasión cuando su siesta de la tarde fue interrumpida por Henriette, la elfa doméstica. Mientras Draco bostezaba con deliciosa languidez, Henriette comenzó a interrogarlo sobre su atuendo de noche. —Este púrpura le quedaría muy bien, Monsieur —dijo Henriette, sosteniendo una rica túnica en alto para que Draco la inspeccionara—. Como un emperador romano, ¿no? —La túnica negra, por favor —dijo Draco. —¿Esta plata, tal vez? Con sus ojos, sería tan atractivo... —El negro, Henriette. Sin inmutarse, Henriette sacó las túnicas de gala negras, pero también un conjunto de túnicas azul noche con lentejuelas de constelaciones. —¿O quizás este? —preguntó, sosteniendo los azules más alto. —¿Mi madre te puso en esto? —preguntó Draco, mirando a la insistente elfa. Las grandes orejas de Henriette se movieron hacia atrás. —Madame sugirió que podría estar dispuesto a probar otra cosa. A la señora le gustaría que no pareciera que asistirá a un funeral. —Prefiero parecer un velador. El negro, déjalo en la cama. —Como desee, Monsieur —suspiró Henriette, extendiendo las túnicas sobre la cama. Ella hizo una reverencia y desapareció. Henriette era una elfa francesa que hablaba bien y estaba bien entrenada, pero mucho más insistente y obstinada que los elfos ingleses a los que Draco se había acostumbrado en su infancia. Sin embargo, su madre la amaba, y Draco tuvo que admitir que su cocina era mucho mejor que la pesada comida preparada por sus hermanos del Reino Unido. Draco se duchó, perfeccionó su cabello, se puso la túnica negra que tanto le costó ganar, perfeccionó su cabello nuevamente y se observó en el espejo para confirmar que era devastadoramente atractivo. Lo era. Lo cual fue excelente, porque esta noche, Draco Malfoy saldría a la calle. Había pasado demasiado tiempo desde su última cogida -una bruja en la última fiesta de cumpleaños de Pansy, según recordaba-, y había estado sintiendo la falta de acción en las últimas semanas. Era hora de rectificar la situación. La fiesta de Delacroix sería una excelente oportunidad. Habría brujas en abundancia, tal vez la misma Mademoiselle Rosalie Delacroix, si estuviera interesada, reflexionó Draco mientras se aplicaba colonia. Satisfecho con su acicalamiento, Draco descendió al salón del Flu.

—Henriette, ¿mi madre ya se fue? —llamó mientras arrojaba polvos flu a la chimenea. —Oui, elle est partie —dijo Henriette—. Se fue hace unas dos horas, señor. Creo que pensó que estaría en camino poco después. Vaya, pensó Draco. —El Séneca —dijo en voz alta, y se acercó a las llamas. **~*~** Draco se sacudió el polvo en la chimenea del Séneca, asistido por un joven de aspecto pretencioso que llevaba un plumero encantado. Un momento después, se encontró abordado por Theodore Nott. —Hay moda tarde, y luego estás tú —dijo Theo—. Al borde de la grosería, creo: son las ocho y media y te has perdido los discursos. —No me importa —dijo Draco, arreglándose la túnica—. Resúmelo. —Palabras muy bonitas sobre la Verdadera Magia de la Gratitud, y también: ¡por favor, dénnos dinero! —No puedo creer que me perdí un discurso demasiado trascendental. Un resoplido los interrumpió. —Ah, los canallas habituales. Zabini había visto a Draco y Theo mientras se dirigían al abarrotado Salón Rosa, donde se repartían canapés a una hermosa multitud. —No sabía que dejaban entrar aquí a gentuza como ustedes —dijo Zabini. Su túnica de gala estaba impecablemente confeccionada, posiblemente incluso más que la de Draco. Él y Draco se miraron fijamente, hasta que el rostro de Zabini se dividió en una amplia sonrisa. —Es bueno verlos a ustedes dos, los pocos, los valientes, que no están casados y no están teniendo a sus crías. —Estoy aquí para unirme a ustedes en los libertinajes de la noche —dijo Theo con una elegante reverencia—. ¿Cuáles son nuestros planes esta noche, caballeros? ¿Caos y mutilación? —Bebidas, bailar y encontrar una dama encantadora para acurrucarme —dijo Zabini, paseando la mirada por la sala llena de gente. —Lo mismo, pero más sexo y menos caricias —dijo Draco, también observando a la multitud que lo rodeaba. —Oye —dijo Zabini—, déjame a las morenas. —Bien —dijo Draco, pensando vagamente en Rosalie y las de su calaña—. Me apetece algo rubio de todos modos. —Pelirrojas para mí, entonces —Theo relevó a un camarero de tres martinis sucios y se los pasó—.

Bebe, te saldrá un poco de pelo en el pecho. Barkeep es generoso con el vodka. Bebían, bromeaban, entraban y salían de grupos de amigos y viejos enemigos. Draco se enteró por casualidad de que el evento de la noche era en apoyo de un nuevo pabellón en San Mungo: algo sobre la salvación de la vida del Señor Delacroix había convertido su mente de mercenario en actividades más filantrópicas. Entonces no había huérfanos. Como sea. Las luces se atenuaron y, en el centro de la habitación, se despejó el espacio para una pista de baile. Draco encontró a Rosalie e intentó conversar, pero Rosalie estaba risueña y parecía bastante apegada al brazo de algún purasangre francés u otro cuyo nombre Draco no podía recordar. Decidió que ella era una causa perdida y continuó su navegación. Otras dos o tres brujas con las que Draco estaba familiarizado, se cruzaron con él mientras hacía sus rondas. Eran encantadoras, destellantes y obviamente dispuestas, pero él no estaba sintiendo la chispa o, menos románticamente, el más remoto tic en sus pantalones. Se deshizo de ellas una por una, registrando distantemente que, a pesar de lo atractivas y dispuestas que estaban, las encontraba pegajosas y molestas más que cualquier otra cosa. La señorita Luella Clairborne fue particularmente tenaz; Draco tuvo que mentir que su madre lo estaba llamando para escapar. ¿Qué estaba mal con él? Draco no lo sabía. Probablemente Luella habría estado dispuesta a darle una mamada rápida detrás de una cortina, pero eso no era lo que él quería. Tampoco quería llevársela a casa. Tampoco quería tenerla en una de las lujosas habitaciones del Séneca. Entonces, ¿qué quería exactamente? No a ella, de todos modos… A ninguna de ellas. Para cumplir con su mentira, Draco se unió a su madre entre un círculo de altos mandos de San Mungo. Narcissa miró deliberadamente al compañero francés de Rosalie y apretó los labios en lugar de decir: «Ya ves. Todas las buenas han sido arrebatadas y tú, hijo mío, morirás solo». Draco estaba bien con morir solo. En este preciso momento, simplemente quería encontrar a una bruja que despertara algo en él, acostarse una o dos veces y sacar un poco de lujuria de su sistema. Una cosa esbelta con un vestido con la espalda abierta no dejaba de llamar su atención mientras recorría la habitación. Estaba charlando con una multitud mixta de ex Hufflepuffs y empleados del Ministerio de alto nivel, pero su figura seguía desapareciendo de la vista mientras los oradores se mezclaban. Las luces estaban tan bajas que todo lo que realmente pudo distinguir fue la curva de su espalda, el elegante movimiento de una mano que sostenía un vaso, el atisbo de un delicado tobillo en un zapato de tiras. —Ey —dijo Zabini, materializándose al lado de Draco—. Dije que me dejen a las morenas. —Mi primera opción encontró algo de mariquita francés —dijo Draco. —Lo dices como si no fueras el mejor mariquita francés de la habitación. Draco favoreció a Zabini con una mirada oscura. —De todos modos, compartir es cuidar. —Bien, puedes ablandarla para mí. Me veré positivamente delicioso después de que hayas bromeado durante tu presentación. Draco vació su vaso y se lo entregó a Zabini.

—Mírame. Pasó por delante del grupo, simulando saludar a algunos conocidos mientras avanzaba, incluyendo un rápido asentimiento para Potter. ¿Y por favor, por qué estaba Potter aquí? Algo sobre los huérfanos, probablemente. Ernie Macmillan, bendito sea, lo atrapó y le hizo un gesto a Draco para que se acercara a su manera ostentosa. El muchacho regordete de los días de Hogwarts de Draco se había convertido en un hombre corpulento, de hombros anchos, que ahora dirigía el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. —Macmillan —dijo Draco, estrechándole la mano—. ¿Cómo estás? Preséntame a tu ami… La encantadora mujer se giró hacia Draco mientras hablaba. Era la maldita Granger. La sorpresa de Draco fue tal que casi escupió su martini. Pero era ella. Su cabello rebelde estaba recogido en un elegante moño en la base de su cuello. Su atuendo habitual fue reemplazado por un largo vestido verde, probablemente de procedencia muggle, pero bellamente confeccionado. Su intensa mirada se hizo todavía más intensa por las manchas oscuras de algún cosmético alrededor de sus ojos. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Draco, recién perturbado, porque había estado imaginando la espalda y el trasero de esta mujer desde todo tipo de ángulos interesantes durante el último cuarto de hora y era Granger. Literalmente, la Maldita-Granger. Su pregunta fue hecha con rudeza. Macmillan se acercó a Granger -lo que, de alguna manera, irritó aún más a Draco- y dijo: —Monsieur Delacroix invitó personalmente a Hermione, junto con todos los sanadores que lo ayudaron el año pasado. ¿No escuchaste el discurso? —Ah —dijo Draco, sintiéndose estúpido. Granger levantó una ceja a modo de pregunta. —Yo tampoco te habría esperado aquí. No pensé que la atención médica estuviera alineada con tus intereses. Macmillan, que parecía haber asumido el papel de mediador entre ellos, ahora se acercó a Draco. —Entiendo que los Malfoy están haciendo una contribución bastante sustancial a la nueva sala — Golpeó el hombro de Draco oficiosamente—. Buenos tipos después de todo, estos Malfoy, ¿no? Granger le dio a Macmillan una de sus sonrisas fijas. Mientras tanto, Draco asentía como si estuviera perfectamente consciente de esta gran contribución, que, ahora que lo pensaba, su madre podría haber mencionado dos o tres veces, si tan sólo hubiera estado prestando atención. —Por supuesto —continuó Macmillan—, no hemos descifrado la identidad del Colaborador

anónimo, que igualará las ganancias de la noche Galeón por Galeón. Apuesto por uno de esos viejos franceses del séquito de Delacroix. Lemaitre posee la mitad de los viñedos en Borgoña… Macmillan se interrumpió al ver a un mago alto pasar junto a su grupo. —Ah, he visto a Finbok. Por favor, discúlpenme. Tengo que acosarlo sobre una nueva legislación que está impulsando, tal vez si hago que beba de más… Esto dejó a Draco y Granger solos, al borde del círculo más grande. Granger seguía observando a Draco con una ceja levantada, lo que le hizo darse cuenta de que la estaba mirando boquiabierto como un cretino. Sin embargo, no había forma de decir: «Lo siento, es sólo que he estado fantaseando con tomarte por detrás durante el último cuarto de hora», sin sonar como un cretino mayor. Para cubrir su molestia, Draco dijo, enfadado: —Se supone que debes informarme cuando estés asistiendo a eventos públicos. Ahora ni siquiera puedo divertirme: tengo que cuidarte. Era el turno de Granger de ponerse irritable. —¿Me importa? ¿Quién me va a atacar? ¿Mis colegas? ¿La familia del hombre al que ayudé a salir del borde de la muerte? Delacroix trajo la mejor seguridad que el dinero puede comprar, ¿o no notaste a los otros Aurores? ¿Has hecho algo más que mirar traseros desde que llegaste? ¡Y te informé que asistiría! ¡Hace dos semanas! Hubo muchas acusaciones dirigidas contra él en esta diatriba. Draco se dirigió selectivamente a unos pocos. —Vine a mirar traseros, esa es la única razón por la que estoy aquí. Y la selección de traseros es insignificante, para que lo sepas. Ha sido una monumental pérdida de tiempo. Y ciertamente no me dijiste que asistirías. Lo habría recordado, porque me habría molestado, porque cuidarte interfiere con mirar traseros. Granger se cruzó de brazos. —Ciertamente te lo dije. Revisa tu Bloc. Draco sacó su Parlante bajo su mirada fulminante, una semilla de duda ahora en su mente. Fue un poco lento al hacerlo. Granger hizo un sonido de impaciencia y se inclinó más cerca de él para pasar las páginas ella misma. Draco notó que ella olía bien, otra vez: ligeras bocanadas de algo dulce y aireado esta noche. Hojearon algunas páginas de los mensajes de Granger, hasta que... —Ah —dijo Draco. Daba la casualidad de que Granger se lo había dicho hace dos semanas, poco después de que aturdiera al Parlante y lo dejara en silencio. El Bloc se cerró con un chasquido. Granger parecía indignada, aunque estaba intentando mantener su lenguaje corporal neutral para no causar una escena.

—¿Ves? ¿Cómo te atreves a regañarme como a una niña descarriada? —siseó en un susurro feroz —. Estoy destinada a estar aquí. ¡Soy una invitada de honor! Algún ángel rescató a Draco llamando a Granger para que se reuniera con una cohorte de curanderos franceses. Se fue, pero no sin una mirada oscura hacia atrás a Draco que prometía que esto no había terminado. Draco hizo una retirada estratégica hacia Zabini y Theo con algo menos que su arrogancia habitual en su paso. Zabini masticaba con delicadeza una brocheta de codorniz. —Eso parece que salió bien. —Vete a la mierda —dijo Draco. —El pobre viejo necesita beber más —dijo Theo, señalando a un camarero para que refrescara sus libaciones—. Toma esto, Draco, y deja de mirar a Granger como un idiota boquiabierto. No me gusta que Potter venga aquí a defender su honor. —No me di cuenta de que era la puta Granger —dijo Draco, sintiéndose completamente mal por todo el asunto. —Yo tampoco —dijo Zabini—. Ella se ha convertido en algo bastante agradable, ¿no es así? —Joder, trabajo con ella —dijo Draco. Tomó un trago fortificante de cualquier sustancia para quemar la garganta que Theo le había dado. —¿Lo haces? —Theo parecía intrigado—. ¿Qué tienen que ver los Aurores con los Sanadores? —Confidencial, así que tú también puedes irte a la mierda —dijo Draco. —Interesante —dijo Zabini, estudiando a Draco demasiado de cerca para su comodidad. Volvió su atención a Granger, quien ahora estaba inmersa en una conversación con los curanderos franceses. —¿Por qué no la han casado y puesto varios niños todavía? ¿No estaba comprometida con la comadreja más joven? —Creo que sí —dijo Theo—. Pero recordemos que Granger se estaba besando con jugadores internacionales de Quidditch a los 14 años. Es posible que los hombres hayan alcanzado su punto máximo muy temprano para ella. —Todo es cuesta abajo después de Krum y su palo —se rio Zabini. —El resto de nosotros, los plebeyos, no tenemos la oportunidad de un maldito cubo de hielo en su infierno. —Me gustan los desafíos —dijo Zabini—. Y me gustan las morenas. Las morenas con cerebro son otra cosa completamente distinta. Draco se había quedado en silencio durante la conversación. El tema lo estaba irritando profundamente, aunque no sabía por qué. Él mismo había escuchado, y participado en miles de versiones de esta broma anteriormente, pero esta noche...

Narcissa llamó a Draco para presentarle a algunos de los amigos particulares de la familia Delacroix. Un patriarca amistoso, su elegante esposa y sus dos hermosas hijas de 26 y 28 años, respectivamente. Draco era consciente, mientras hablaba con las mujeres, de que podía complacer a su madre mostrando interés en una de las hijas, y también complacerse a sí mismo cumpliendo su objetivo de encontrar una dulce bruja para llevar a la cama. Sin embargo, se encontró desinteresado por su conversación y distraído por la multitud que lo rodeaba, donde ocasionalmente vio un atisbo de un vestido verde oscuro. Se dijo a sí mismo que, ahora que sabía que Granger estaba aquí, una vez más la veía como su Principal y por lo tanto la vigilaba. Se le preguntó a Draco si le gustaba bailar, y él dijo que sí distraídamente, y se encontró en la pista de baile con la menor de las dos hermanas, todavía distraído. Granger estaba bailando con Potter. —No sabía que eras del tipo fuerte y silencioso —se rio la mujer en los brazos de Draco. De nuevo, ¿Cuál era su nombre? ¿Amandine? Iría con Amandine. —Mm-ajam —dijo Draco, todavía observando a Potter y Granger. —¿Ese es Harry Potter? —preguntó Amandine, siguiendo su línea de visión—. Creo que he oído hablar un poco de él. —¿Sólo un poco? —preguntó Draco. Benditos los franceses y su absoluto desinterés en los asuntos ingleses. —Creo que estuvo involucrado en tu última guerra, ¿no? Un héroe. —Sí, algo como eso. —¿Y la mujer con él también? —Sí —dijo Draco. —Son bastante hermosos juntos —dijo Amandine, viendo a Potter reírse de algo que dijo Granger —. Puedes ver la conexión… —Está casado —la interrumpió Draco. No sabía por qué quería hacer la rectificación—. No están juntos. —Ah bueno, la amistad es un vínculo igual de fuerte. Draco dejó que la mujer parloteara sobre sus opiniones sobre los lazos de amor y amistad. La canción estaba llegando a su fin. Si iba a medir su interés en las actividades nocturnas posteriores, ahora era el momento. Podía deslizar una mano hacia su trasero, hundir la cara en su cuello, preguntarle cuáles eran sus planes después de la fiesta... Los pasos eran claros y la bruja, por la forma en que se apretaba contra él, estaba interesada. Sin embargo, Draco descubrió que no tenía absolutamente ningún interés en hacerlo él mismo. La canción terminó y comenzó un número más lento. Draco dejó de agarrar la cintura de Amandine. Él la acompañó de regreso a sus padres con un comentario cortés sobre la noche y lo lindo que había sido conocerlos a todos.

Caminó hacia el bar, donde Theo y algunos ex Slytherin y Ravenclaw habían acampado. —Zabini se ha ido —dijo Theo mientras Draco se acercaba—. Se llevó a la hermana mayor con él. Dijo que te dejaría a la menos experimentada. Pero tampoco parece que te haya ido bien. ¿Estás perdiendo el toque, compañero? —No hay chispa —dijo Draco encogiéndose de hombros. —Siempre está Granger —dijo Theo—. Parece que le gustaría prenderte fuego, hay chispas en abundancia. Draco echó un vistazo hacia donde estaba Granger entre otros sanadores. Era cierto que sus miradas en su dirección eran de una variedad ardiente. —Pero supongo que no querrás morir esta noche —dijo Theo. Hizo lugar para Draco en el bar. —Ella está fuera de los límites en unas cien maneras diferentes, incluso si tuviera una inclinación hacia el masoquismo. —¿Cómo se lleva con tu madre? —preguntó Teo—. Pregunto sin razón. Los ojos de Draco se agrandaron. El miró por encima de su hombro. Theo se rio. Vieron cómo el pequeño grupo de Narcissa Malfoy se dirigía hacia los curanderos franceses con los que Granger había estado hablando. Draco no estaba seguro de que su madre y Granger se hubieran hablado en persona desde los juicios hace 15 años. Eso había sido un asunto tenso, pero el testimonio de Granger había sido de gran ayuda para aclarar el nombre de Narcissa Malfoy. Granger había sido (terriblemente) honesta al contar su tiempo en la Mansión, pero había dejado en claro que Narcissa Malfoy había sido una espectadora involuntaria e impotente, y que sus acciones posteriores finalmente habían salvado la vida de Harry Potter. Granger, sin embargo, había sido menos generosa en su testimonio sobre los actos de guerra de Lucius Malfoy, y sus declaraciones en ese frente se habían sumado a la gran cantidad de evidencia que había resultado en la sentencia de Azkaban del mayor de los Malfoy. Draco no estaba seguro de dónde se encontraba Granger en la lista de personas a las que culpar del eventual declive de su madre y la muerte de Lucius en Azkaban. Tampoco sabía cómo pesaba eso contra la propia libertad de Narcissa, así como la de Draco, en la que Granger también había jugado un papel. Draco estaba demasiado lejos para entender mucho de lo que se decía entre los dos grupos. Vio la espalda de Granger enderezarse ante el acercamiento de Narcissa, pero su expresión permaneció neutral. Del mismo modo, los hombros de su madre estaban firmes, pero su habitual sonrisa cortés estaba firmemente en su lugar. Se estrecharon las yemas de los dedos y rápidamente se volvieron para conversar con los demás. —Bah —Theo hizo girar los cubitos de hielo en su vaso—. Esperaba algo más interesante. —¿No tienes una pelirroja que perseguir? —preguntó Draco, haciendo un movimiento para ahuyentarlo. —Sí —dijo Theo—. Pero primero, coraje líquido. Ella es de la delegación francesa. Y ciertamente está fuera de mi alcance.

Theo alzó la barbilla hacia el grupo de sanadores de Granger. Narcissa había seguido adelante y una encantadora bruja pelirroja estaba ahora al lado de Granger. —Ni siquiera estoy seguro de que ella hable inglés —dijo Theo, terminando su whisky. —Prueba voulez-vous coucher avec moi —dijo Draco. Theo repitió la frase con gran sinceridad, aunque su acento era espantoso. —Un poco adelante, creo. Pero tal vez lo haré. Te culparé cuando todo salga mal. Diré que me dijiste que eso significaba que tenía un pelo bonito. —No pronuncies mi nombre frente a Granger. Prefiero que se olvide de que existo. —Demasiado tarde —dijo Theo, apartándose de la barra—. Me gusta este plan. Me hace ver como una dulce inocente y a ti como un imbécil… Draco alargó la mano para detenerlo, pero la manga de Theo se deslizó entre sus dedos. — …Qué es el estado natural de las cosas, de todos modos —dijo Theo con una sonrisa sobre su hombro. Draco debatió la ética de un rápido maleficio de lengua anudada en la parte posterior de la cabeza de Theo mientras se acercaba a su objetivo pelirrojo. El problema de la moral era que te hacían perder el tiempo. Theo estaba al lado de la bruja pelirroja ahora, habiendo conseguido de alguna manera dos copas de vino tinto, una de las cuales le ofreció a ella y la otra a Granger, quien declinó, ya que todavía estaba bebiendo su champán. Theo dijo algo que hizo reír a los dos sanadores. Theo parecía teatralmente angustiado. Luego se dio la vuelta y señaló a Draco con un gesto exagerado. La bruja pelirroja negó con la cabeza hacia él; Granger no parecía impresionada. Draco más bien sintió que tenía que defender su buen nombre. Agarró su propia bebida y se acercó. —No creas una palabra de la boca de este hombre —dijo mientras se acercaba a ellos. —Draco me aseguró que eso significaba que estaba admirando tu hermoso cabello —dijo Theo, con la mano en el pecho—. Nunca diría algo tan poco caballeroso, Mademoiselle. La bruja pelirroja parecía divertida. Mientras tanto, Granger miraba a Theo con una saludable dosis de escepticismo. Al menos ella podía ver a través de su farsa. —¿Cómo digo: «quieres bailar»? —preguntó Teo. —Voulez-vous danser avec moi —dijeron Draco y Granger simultáneamente. —Lo que dijeron —dijo Theo. La bruja pelirroja miró a Theo durante mucho tiempo. Finalmente, ella dijo: —Oui. Theo alargó el brazo galantemente, dijo algo bonito sobre las extrañas en una tierra extraña y llevó a su nueva compañera a la pista de baile.

—Suave mierda —murmuró Draco. —Untuosa, más bien —olfateó Granger—. No puedo creer que eso haya funcionado con Solange. —Tal vez Solange quiera un poco de carne inglesa para variar —dijo Draco. —Le pediré que revise la calidad de la carne por la mañana —dijo Granger con una mirada cínica a la espalda de Theo que retrocedía. —Debes decirme si es mediocre —dijo Draco. —¿Por qué? —preguntó Granger. —Munición. —Ustedes son terribles amigos el uno del otro —Granger estudió a Draco por encima de su vaso. Luego pareció recomponerse—. Todavía estoy enojada contigo. Vete. —Bien —dijo Draco. Había una docena de brujas en esa sala que disfrutaban de su compañía; no veía por qué perdería el tiempo con quien lo despreciaba. Sin embargo, antes de que pudiera volver a sumergirse en la multitud, Granger preguntó en francés: —¿Desde cuándo hablas francés? La pregunta fue planteada de una manera irritada, como si él le debiera una explicación en ese frente. —¿Desde cuándo hablas tú francés? —respondió Draco, también en francés, porque si alguien le debía una explicación a alguien, era ella. —Tengo familia en Haute-Savoie —dijo Granger. —Los Malfoy son de la región del Loira. —Mmm —Granger tomó un sorbo de su champán, mirándolo con los ojos entrecerrados. —¿Qué? —preguntó Draco. —Eso explica mucho —dijo Granger, volviendo a hablar en inglés. —¿Qué explica? —Sólo… —Granger hizo un gesto general hacia él—… Todo. Draco no estaba seguro de lo que ella estaba insinuando, pero sintió que era menos que un cumplido. —Haute-Savoie explica mucho sobre ti —Fue su réplica. —¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Granger, erizada de inmediato. Draco hizo un gesto hacia Granger, como si estuviera hecha enteramente de raclette y demasiado vermú. Granger puso una mano en su cadera.

—¿Eres dueño de un castillo? —Sí —dijo Draco. —Así que ahí —dijo Granger, triunfalmente, porque obviamente, eso lo explicaba todo. —Bah, probablemente hagas esa cosa muggle, la cosa en esas paletas largas para los pies. Granger miró a Draco con una inexpresividad artificial. —Deja de hacerte la estúpida. No te queda. —Pero no tengo ni idea de lo que estás hablando —dijo Granger. —Sabes exactamente de lo que estoy hablando. ¿Quíes? ¿Esíes? Granger hizo todo lo posible por parecer incomprensible. No era una expresión a la que estaba acostumbrada porque lo hizo terriblemente. —¡Esquí! —dijo Draco, señalando bruscamente el rostro de Granger. Granger se ocupó de su bebida. —Lo sabía —dijo Draco. Abrió la boca para lanzar más calumnias sobre el carácter de ella en forma de preguntas sobre su casa rural en los Alpes y su despilfarro de génépi, pero una mano fláccida le acarició el antebrazo para llamar la atención. Era una de las brujas de sangre pura que agitaba las pestañas de antes: Luella. —Draco, apenas has bailado. Esto era en gran medida una invitación, y como un mago de sangre pura con buenos modales, la respuesta de Draco debería haber sido invitar a bailar a Luella. Sin embargo, la misma sensación de la mano lánguida de Luella en su manga lo agravaba, al igual que la mirada de media luna en sus ojos. Simplemente no quería. La demora de Draco en responder fue notada por Luella, quien se asomó por su hombro para ver a Granger. Granger estudió a Luella con una de sus miradas inquisitivas; el análisis resultante probablemente no fue halagador para Luella. —Oh —dijo Luella con un cortés jadeo al ver a la otra bruja—. A menos que ya estuvieras… —No —dijo Granger. —Sí —dijo Draco al mismo tiempo—. Estábamos a punto de hacerlo. —No, no —dijo Granger, retrocediendo—. Ustedes dos bailen. Por favor, diviértanse. —Oh, pero no podría quitarte a tu pareja —dijo Luella con una sonrisa incolora—. Siento mucho haber interrumpido, qué tonta de mi parte, no te había visto... —Pero… Luella cortó las protestas de Granger con un gesto y se alejó en dirección al bar.

—¿Qué estás haciendo? —siseó Granger mientras Draco tomaba su brazo y lo colocaba sobre el suyo. Cogió la copa de champán a medio terminar y la dejó caer en una bandeja flotante. —Me lo debes —dijo Draco—. ¿O te olvidaste de que te salvé del Dr. Fulano? —Si hubiera sabido que este sería el pago, ¡habría tomado el trago con el Dr. Fulano ! Draco condujo a Granger hacia la pista de baile. —Un baile para mantenerme fuera de sus garras y luego podemos salir de aquí. —Tu madre está aquí —dijo Granger, mirando a su alrededor con evidente inquietud. —¿Y? Estoy destinado a hacer cosas de buena voluntad. Construyendo puentes y toda esa basura. —Pero… Pero ni siquiera nos hablamos normalmente, ¿ella siquiera sabe que estás trabajando conmigo? —No. Y tú estás trabajando conmigo —corrigió Draco. — Tú me fuiste asignado… A mí. —Exactamente. Granger hizo un sonido de irritación, como si Draco fuera la criatura más frustrante del mundo entero. Sin embargo, estaba equivocada: ese título era para ella. —Harry está aquí —Fue su siguiente objeción cuando la pista de baile apareció a la vista. —Brillante. Le diré a Potter que quería vigilarte más de cerca. Alguien estaba actuando de manera sospechosa. —¿Quién? —preguntó Granger, porque evidentemente tenía que interrogar a Draco sobre todos los aspectos de este plan inventado. —Theo —dijo Draco sin dudarlo. Theo estaba besuqueándose con la bruja pelirroja a unos metros de distancia. Granger observó este hecho, luego preguntó qué estaba haciendo exactamente Nott que era tan sospechoso. —Esa es una táctica de distracción —dijo Draco—. No lo subestimes. —Lo único que subestimé fue la afición de Solange por las salchichas de Lincolnshire —dijo Granger, observando a Solange tocar la entrepierna de Theo. —¿Puedes dejar de mirar boquiabierta y bailar? —preguntó Draco. Él deslizó sus manos hasta su cintura y le dio un apretón, lo que sirvió para recordarle que sus manos deberían estar en sus hombros. Con evidente desgana, los colocó allí. —Pon algo de sinceridad en ello, Granger —gruñó Draco por lo bajo—. Fingí ser piloto para ti durante seis horas en ese pub. Este es un maldito baile. —¡Disfrutaste fingiendo ser un piloto! —susurró Granger—. No disfruto fingiendo ser lo que sea que pretendo ser, por tu amiga y cualquier juego que estés jugando con ella. Para su crédito, intentó disminuir la tensión obvia en su postura, pero Draco podía sentir la rigidez

persistente en sus caderas. —¿Puedes simplemente relajarte? —No. Estoy bailando con el jodido Draco Malfoy —gruñó Granger—. No hay nada relajante en esto. Draco se permitió un gran y dramático suspiro. —Además, no es un juego. Estoy tratando de evitar las garras de Luella. Haz que parezca real. Si mi madre sospecha que rechacé un baile con una Bruja Muy Elegible para un baile ficticio contigo, no escucharé mi final… Granger lo maniobró hacia la pared en la parte trasera de la pista de baile, usando a otras parejas para protegerlos de la vista de la multitud en la sala. —¿Por qué la rechazaste? —preguntó ella—. ¿Por qué evitar sus garras en absoluto? Parecía tu tipo. Bueno, eso fue presuntuoso. —¿Cuál es mi tipo, Granger? —Adinerada -supongo-, de sangre pura -también asumo-, rubia, realmente bastante bonita… probablemente también posee algunos castillos en el valle del Loira… A Draco le irritaba que esta lista fuera más o menos correcta. Ella había descuidado otros atributos femeninos que él vigilaba, pero claro, rara vez era vulgar. Al ver que Draco no le había respondido, Granger lo miró con curiosidad. —¿Me equivoco? ¿No me vas a decir que estoy haciendo suposiciones terribles? —No —dijo Draco. —¿Entonces por qué? —preguntó Granger. —No es de tu maldita incumbencia —dijo Draco, principalmente porque no le debía ninguna explicación. Y también porque él mismo no podía ponerlo en palabras. —Hum —dijo Granger. Una vez más, Draco se encontró a sí mismo en el tema de una de sus miradas de evaluación, la misma mirada que le dio a problemas particularmente intrigantes. —Deja de mirarme como si fuera un teorema de matemáticas —dijo Draco. Para sorpresa de Draco, esto le valió una sonrisa de Granger. Iluminaba sus ojos y le marcaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Se fue tan rápido como había aparecido. Draco parpadeó: se había sentido como un destello de sol. —«La paradoja de Malfoy» —dijo Granger, más para sí misma que para él. —¿Te ruego me disculpes? —Nada —dijo Granger.

La bruja en sus brazos se quedó callada y pensativa. Aunque ella estaba allí, la seda en su cintura estaba caliente bajo sus manos, sus muñecas eran una pequeña presión sobre sus hombros, tampoco estaba allí. Sus ojos se habían vuelto distantes. Granger estaba pensando. Sobre él… eso fue alarmante. Hubo al menos un efecto secundario feliz, que fue que, con su mente ocupada en otra parte, el cuerpo de Granger se relajó un poco más, y se sintió menos como si estuviera sosteniendo una tabla, y más como si estuviera bailando con una mujer. Lo cual era pavoroso a su manera, ya que esta bruja era más agradable bajo sus manos que cualquier otra bruja esa noche, y las soupçons ocasionales de su aroma que flotaban en su camino cuando se movían eran más deliciosas que el potente perfume que había acompañado a Luella y las de su calaña. Lo cual estaba muy bien, pero esta era Granger, por el amor de Dios. Draco enderezó los brazos para que Granger estuviera literalmente a la distancia de un brazo. Volvió en sí misma con el ceño fruncido, como si estuviera lidiando con algún pensamiento inquietante. —Hola —dijo la voz de Potter, haciendo que tanto Draco como Granger se sobresaltaran. Un momento después, la cabeza despeinada de Potter estaba entre los dos—. Disculpen, pero ¿qué diablos está pasando aquí? Draco no le dio tiempo a Granger para responder. —Vete a la mierda y déjame hacer mi trabajo, Potter. Nunca uno para joder a pedido, persistió Potter. —¿Por qué la tienes tan cerca? ¿Viste algo? —No es… —comenzó Granger. —Exactamente: es Nott —dijo Draco, apuntando su barbilla hacia Theo—. Está actuando sospechoso. Husmeando. Potter se giró para observar al mago en cuestión, cuyo rostro estaba en algún lugar del cuello de la bruja pelirroja. Él frunció el ceño. —Yo me ocuparé de él. —Harry, no es… —dijo Granger con renovada frustración. —Es Nott, sí —interrumpió Draco con benevolencia. —Estoy en eso, Hermione —dijo Potter, retrocediendo para tomar lo que sin duda consideraba una posición discreta cerca de Theo. El agarre de Granger sobre los hombros de Draco ahora se desplazó hacia su cuello y sugirió pensamientos de estrangulación. —Eres de lo peor —dijo en un susurro exasperado. —Cállate, quiero ver esto —dijo Draco, inclinándolos para que ambos pudieran ver a Potter. —¿Por qué no? —se preguntó Granger.

—Por qué no, en realidad. —Te voy a asesinar —dijo Granger. —Está bien —dijo Draco—. Pero primero, déjame disfrutar de mi venganza. En los siguientes cinco minutos, Draco disfrutó de la vista sumamente placentera de Potter mirando a Theo, chocando «accidentalmente» con él, derramando su bebida sobre él y, en general, siendo una presencia hostil a medio metro del hombre, sin importar dónde se moviera. Potter podía tener una figura bastante intimidante cuando quería, reforzado por las leyendas de sus hazañas como héroe de guerra y como Auror, y Nott pronto comenzó a notar a su observador y comenzó a sudar al respecto. Eventualmente, Theo dejó de agarrar a Solange y le dio alguna excusa. Luego se tambaleó como un borracho hacia Draco y le pidió a Draco que fuera honesto, ya que había bebido mucho, pero ¿realmente se estaba besando con una pelirroja francesa o era con la esposa de Potter, la chica Weasley, con quien se había estado masturbando por accidente? ¿Y Potter era del tipo que maldecía a un hombre cuando le daban la espalda, o podría salir ileso de la fiesta? Draco señaló magnánimamente a Theo hacia la salida y dijo que él se encargaría de protegerlo del iracundo Potter, no te preocupes, mi viejo amigo. —Eres terrible —Fue el comentario seco de Granger, cuando todo terminó, y Theo se había ido, sin bruja y cosechando bolas azules. Draco le dijo: —Trabajo bien hecho —A Potter, quien le dio a Draco un pulgar hacia arriba y desapareció entre la multitud. —Amo a Potter —suspiró Draco—. Lo irritas y señalas en una dirección y… Granger le estaba dando una mirada terriblemente McGonagall. —Espero que me encuentres menos fácil de manipular. Draco prefirió no responder a esa pregunta precisa. Él movió sus caderas en una dirección y luego hacia la otra. —No está tan mal —dijo—. Un poco rígida; tal vez necesitemos conseguir otro champán para ti. —Quise decir metafóricamente, como muy bien sabes —dijo Granger, poniéndose aún más rígida bajo las manos de Draco. —No creo que seas tan entusiasta como Potter —dijo Draco. —Mas era una la lástima. —Pero todavía demasiado entusiasta. —Muy nerviosa —sugirió Draco. — No estoy muy nerviosa —dijo Granger con voz muy nerviosa. Después de una pausa, modificó la declaración con—. Me pones nerviosa, me exasperas. —Un montón de basura —contestó Draco—. Soy encantador y elegante. Magnético. Ni siquiera puedo cruzar una habitación sin que las brujas caigan en mi regazo.

—Tss… —Es cierto. Echa un vistazo. Granger miró a su alrededor y descubrió que, en efecto, era verdad, ya que Amandine, Rosalie, Luella y algunas de las otras brujas de la noche que estaban bailando cerca miraban largamente a Draco. —¿Quieren tu nombre, tu dinero o el inefable placer de tu compañía? —preguntó Granger. —Los tres. Soy una triple amenaza. —Ciertamente lo eres —dijo Granger. Sin embargo, antes de que Draco pudiera sentirse halagado, contó hasta tres con los dedos—. Dolores de cabeza por tensión, palpitaciones cardíacas y caos general. Draco se burló. —Si no anduvieras de un lado a otro con vísceras en los bolsillos para tratar con arpías, no tendría que ser una imposición. Me das dolores de cabeza por tensión. ¿Por qué tus vagabundeos no pueden llevarte a pequeños tés seguros y reuniones sobre huérfanos? Ahora fue el turno de Granger de burlarse. —¿Pequeños tés seguros? Huiste del último té de tu madre, ¿o lo has olvidado? —No lo he hecho —Hizo una mueca Draco—. De un aquelarre de brujas directamente a otro. Granger parecía pensativa. —Sin embargo, si mi próxima travesura incluye té y damas, garantizaría tu ausencia y puedo evitarte por completo. —¿Cuándo es? —Beltane —dijo Granger. —¿Dónde? —Mansión Malfoy; el salón de té. —No hay un salón de té en la mansión. —¿Eso no es una cosa? —No. Granger agitó su mano. —Dondequiera que las damas se reúnan en mayor número con la mayoría de los huérfanos. ¿Crees que debería patentar esto? —¿Patentar qué? —Mi receta para el Repelente Malfoy. Creo que podría haber un mercado para ello. —Ese mercado consistiría completamente en ti. Prefiero pensar que hay una mayor demanda de

«Atrayente Malfoy», pero buena suerte identificando la fórmula. Granger lanzaba miradas furtivas hacia la miscelánea de brujas que miraban con añoranza a Draco. —Podrías tener razón. —Siempre estoy en lo correcto. —Traseros —dijo Granger. —¿Te ruego me perdones? —Para la fórmula Atrayente. —…Sí —dijo Draco. —Traseros y no invitarte. Dos componentes clave para asegurar que aparecerás. Y la eliminación de dispositivos de seguimiento. Y decirte que te vayas. Eres un contrario del más alto nivel. Todavía quiero saber cómo me rastreaste en Uffington sin el anillo, por cierto. —Varillas de radiestesia. A Draco le divirtió que Granger no descartó inmediatamente la posibilidad. Sin embargo, después de un momento de reflexión, dijo: —Mentiroso. —Háblame de Beltane —pidió Draco. —Estás muy, extremadamente, intensamente invitado a venir. Daría el mundo entero porque estuvieras allí. Nada me haría más feliz —dijo Granger, ejercitando esta nueva teoría de la psicología inversa. —Excelente —dijo Draco. —Me quitaré el anillo para asegurar tu presencia. Aquí Draco se quedó quieto, pero los ojos de Granger brillaron con alegría. —Crees que eres graciosa —dijo Draco—. Pero si vuelves a romper ese hechizo unidireccional, me enfadaré y no lo arreglaré. Granger le dirigió una mirada inquisitiva. —Dices eso como si fuera una terrible amenaza. —Lo es. —¿Cómo? —¿De verdad quieres sentir cada permutación de mi ritmo cardíaco a través de ese anillo? — preguntó Draco. —Lo tienes calibrado para que sólo sientas extremos peligrosos, pensé. —¿Sabes cómo calibrarlo en tu extremo?

—No. —Exactamente. No querrás sentir cada uno de mis esfuerzos, Granger, y preguntarte qué diablos estoy haciendo, y con quién. —Eurgh —dijo Granger, encogiéndose—. Anotado. La canción que más o menos habían estado bailando se desvaneció en el silencio. La voz mágicamente amplificada de Augustin Delacroix resonó hacia ellos desde algún lugar en medio de la sala, agradeciendo a todos su asistencia. —¿De qué curaste al tipo, de todos modos? —preguntó Draco. —Confidencialidad sanadora-paciente —bromeó Granger—. No puedo decírtelo. Draco, que había planteado la pregunta por pura curiosidad, estaba intrigado al descubrir que los ojos de Granger habían perdido su brillo. Estaba ocluyendo de nuevo. Delacroix continuó su discurso. Indicó, sobre estridentes aplausos, que, entre las contribuciones filantrópicas de su propia familia y las ganancias de la noche, habían duplicado su objetivo original. El Pabellón Delacroix se iba a convertir en una realidad. Cientos de copas de champán se materializaron a la altura de la cabeza para que los invitados las arrancaran en el aire y las alzaran entre gritos de ¡Salud y Santé! Ya que Granger estaba convenientemente a su lado, Draco tocó su vaso con el de ella. Un grupo de sanadores se tragó a Draco y a Granger; hubo mucho apretón de manos, entrega de besos en la mejilla y tintineo de copas. Granger exclamó, con otros sanadores de San Mungo sobreexcitados, lo maravilloso que era esto, qué brillante sería la nueva sala, cuántas vidas mejoraría y así sucesivamente. Draco se desvaneció silenciosamente del grupo, dejando a Granger y sus colegas con su celebración. Lo último que vio de Granger fue su sonrisa mientras tomaba las manos de otro Sanador y giraba. Tenía los ojos brillantes, alegres y encantadores bajo las luces tenues. **~**~**

Chapter End Notes

Ah, el primer avistamiento de cuando Draco se da cuenta que Hermione es realmente hermosa y deseable... ¿No aman ya este fic con todo su negro corazón? Próxima actualización: sábado 1ro de abril Besos,

Paola

Beltane **~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** —Te vi bailando con la chica Granger. —Fue el comentario de apertura de Narcissa en el desayuno a la mañana siguiente. Bueno, para Draco fue el desayuno. Pero técnicamente hablando, era el almuerzo, dado que ya pasaba de mediodía. Theo fue el último en reír: las bebidas que le había servido a Draco habían resultado en una enorme resaca. —Lo hice —dijo Draco. —¿Por qué? —preguntó Narcisa. Su tono era ligero. Untó mantequilla en su tostada como si en realidad no le importara la respuesta, lo que significaba que le importaba mucho. —La estaba salvando de un baile con alguien con quien no quería bailar —dijo Draco. Este fue un tipo de verdad invertida, pero estaba bien: su madre no era Legeremante. —Ah —dijo Narcisa—. Lo más caballeroso que hay que hacer. —Sí. —Creo que fue una buena idea —dijo Narcissa. Draco la miró a los ojos con sorpresa. Narcissa asintió para sí misma. —La percepción pública es muy importante. Draco Malfoy bailando con Hermione Granger envía el mensaje correcto: somos progresistas y hemos superado los viejos prejuicios. Somos relevantes; no somos vieux jeu. Draco hizo un sonido ahogado de reconocimiento alrededor de un bocado de panqueque. Narcissa sirvió té. —La señorita Granger está forjando un nombre mucho más allá de sus logros en la guerra. Oíste a Monsieur Delacroix hablar de ella anoche, realmente es una bruja extraordinaria. —Mmm... ajá —dijo Draco a través de su comida, porque no lo había escuchado. Narcissa lo miró fijamente: se oponía rotundamente a hablar con la boca llena. —En cualquier caso, es posible que me hayas dado una oportunidad para invitarla a algunas de mis funciones, si te debe un favor por el rescate. Tengo algunos mestizos en mis listas, pero una verdadera escasez de nacidos de muggles... Narcissa continuó así hasta que fue interrumpida por un golpe en la ventana. Boethius, la lechuza real de Draco, solicitaba la entrada con una carta. —Excelente —dijo Draco cuando abrió la carta. —¿Qué es? —preguntó Narcisa. —Apalancamiento —dijo Draco.

Conjuró una pluma y garabateó una respuesta. Abril vino y se fue en una llovizna brumosa. Draco vio poco a Granger, cuyo horario parecía incluso más abarrotado de lo que había estado antes. Forzó una interacción, en realidad más un control de su bienestar, un viernes por la noche cuando ella, maravilla de maravillas, no tenía nada en la agenda. Parecía un momento conveniente para pasar y rehacer las protecciones de su cabaña. Estaba lloviendo a cántaros, como solía ocurrir cuando Draco tenía que trabajar al aire libre. Lanzó los hechizos repelentes de lluvia más fuertes en su arsenal sobre su persona y se puso a trabajar. Las luces estaban encendidas, Granger estaba en casa. Podía ver su silueta en la cabaña cálidamente iluminada, acurrucada en el sofá con un libro. Eventualmente, la forma del gato apareció en la ventana de la habitación delantera para observar a Draco. El gato debió haber hecho un sonido, porque la figura de Granger lo siguió poco después. Miró hacia afuera y le dio a Draco un pequeño saludo con la mano, luego salió para pararse en el umbral, envuelta en un suéter muggle demasiado grande. Los muggles todavía adoraban a la diosa griega de la victoria, aparentemente, porque el nombre de Nike figuraba en letras prominentes en el pecho de Granger. Sus piernas estaban cubiertas con esas mallas muggles. Sus pies estaban descalzos. —Hola, Malfoy —saludó Granger a través de la lluvia. Draco supuso que la última vez se habían separado en términos decentes, o debieron haberlo hecho, ya que sus primeras palabras no fueron «lárgate». Apuntó alto con su varita y lanzó una rejilla plateada de luz sobre la cabaña de Granger. —¿Cómo se llama ese? —preguntó Granger mientras los filamentos geométricos se extendían por encima—. Es bonito. Draco, concentrado en su lanzamiento, no respondió hasta que la protección estuvo finalizada. —Caeli Praesidium —jadeó por fin—. Es para repeler la entrada aerotransportada. —Nunca he oído hablar de ese —dijo Granger, viendo cómo el brillo plateado se disipaba en el cielo lluvioso. —Es de mi creación —dijo Draco—. Hay un punto de debilidad en el vértice de la mayoría de las protecciones parabólicas. Esta es como una armadura, basada en poliedros geodésicos. Fuerte, pero un verdadero cabrón para lanzar. Esto era un eufemismo: la cosa era agotadora a esta escala en toda una vivienda, pero Draco, siendo un tipo de mago orgulloso, no le gustaba admitir eso. Se limpió la mezcla de sudor y lluvia que goteaba por su frente y miró a Granger. Estaba satisfecho de que estuviera viva y de que se hubiera acordado de comer durante la última semana. Podía hacerle un informe limpio a Tonks con la conciencia tranquila. —Bien, me voy —dijo, levantando su varita para desaparecer. —Espera —dijo Granger.

Draco esperó. —Pareces extenuado —dijo Granger. Hubo un momento de vacilación, y luego preguntó—. ¿Puedo ofrecerte una taza de té? Draco la miró fijamente. —Ahora tengo que comprobar si estás bajo la maldición Imperius. ¿Dónde nos comprometimos? Los puños de Granger encontraron sus caderas en algún lugar debajo de los amplios pliegues del suéter Nike. —Uffington, y no lo hicimos. Olvida que pregunté: invitación rescindida. Con eso, Granger entró a la cabaña y cerró la puerta detrás de sí. Draco reflexionó, mientras subía los escalones detrás de ella, que tenía razón acerca de que él apareciera cuando explícitamente no estaba invitado, como una especie de vampiro, pero al revés. —¿Alguien en casa? —llamó mientras entraba. —Vete —dijo Granger desde algún lugar dentro—. Nunca volveré a ser amable contigo. —Bien, me desequilibra. Draco siguió la voz de Granger hasta la cocina, que parecía definitivamente desastrosa. —Si comentas sobre el estado de mi cocina... —Una absoluta locura, Granger. Granger tenía un guante de cocina en la mano y pareció considerar brevemente abofetearlo. Sin embargo, respiró hondo y se dio la vuelta para sacar algo de la cocina. Draco se metió las manos en los bolsillos y entró. Gotas de crema estaban esparcidas por toda la superficie. Parecía como si una pequeña lechería hubiera explotado. —Me gusta lo que le has hecho al lugar —dijo Draco. —Hechizo de mezcla demasiado entusiasta, si quieres saberlo. No me molestaré en limpiar hasta que termine. Granger lanzó un hechizo refrescante sobre el contenido de la sartén, una especie de costra, y comenzó a servir generosas porciones de leche condensada, caramelo y crema. Draco estaba intrigado... y hambriento. Granger agitó su varita hacia un racimo de plátanos, que se pelaron desordenadamente y los cortó con otro movimiento en rebanadas bastante desiguales, pero de todos modos las hizo flotar hacia su brebaje. —No es la más bonita del mundo, pero es... algo —dijo Granger, mirando con duda a su torcida creación. —¿Qué es? —Pastel banoffee. Me apetecía un poco, pero la panadería del pueblo cerró temprano hoy. Y,

bueno... Tenía plátanos. —Excelente —dijo Draco. Apuntó su varita en la dirección general de los gabinetes de Granger —. Accio cuchara. Un cajón se abrió de golpe y una cuchara grande voló hacia Draco. Estaba adornada con orejas de gato. —¿En serio? —preguntó Draco, mientras la cuchara flotaba a su mano. —Ese fue un regalo muy original —dijo Granger, intentando arrebatarle la cuchara. Draco la mantuvo fuera de su alcance con un brazo y se estiró hacia el pastel con el otro. —Aún no está listo —protestó Granger—. ¡Tiene que enfriarse! —Está bien —dijo Draco—. Me muero de hambre. Granger dejó de esforzarse por alcanzar la cuchara. —¡Puaj! No me culpes si está pegajoso. ¿No puedes cortar un trozo y ponerlo en un plato? Seguramente podemos ser más civilizados que esto, ¿no? —No, siempre soy civilizado. Seamos bárbaros. Granger empujó un plato en su mano a pesar de todo. Él se rio cuando ella intentó servirle un «pedazo», que se derrumbó en una bola de crema y salsa de caramelo. A pesar de lo feo que era, el pastel estaba delicioso. Draco hizo caso omiso del plato y comió directamente del sartén, y Granger pronto siguió sus caminos paganos: compartieron un lío celestial de corteza de galleta mantecosa, leche condensada, crema batida y la ocasional rodaja de un plátano torcido. Draco sólo comió tres pelos de gato. Draco había hecho muchas cosas pecaminosas en su vida, pero devorar un pastel banoffee con Granger, con los hombros rozándose y los dedos pegajosos con caramelo, se sentía tan deliciosamente travieso que le provocó un escalofrío. El gato ayudó a lamer la encimera limpia entre ráfagas de Scourgify de Granger. Mientras Granger ponía la tetera a fuego lento, Draco recordó que debía avisarle sobre los planes de Narcissa. —Por cierto —dijo de manera casual—, deberías esperar una invitación de mi madre. Quiere invitarte a tomar el té. —¿Qué? —exclamó Granger, inmediatamente en alerta—. ¿El té? ¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué hice? —Ella me vio bailar contigo y decidió que era una buena apariencia cultivar una relación con una bruja nacida de muggles muy querida. —Qué estratégica de su parte —dijo Granger, trayendo las tazas con evidente agitación. —No es un castigo. —Sí lo es. No me gustan las cosas de sociedad.

—Bah, acabas de estar en la «Cosa de Sociedad» de la temporada, y lo hiciste muy bien —dijo Draco. Eso había sido un cumplido, por cierto, pero Granger no se dio cuenta. —El evento de Delacroix fue diferente, fue para los sanadores. Yo estaba entre los míos. No elegantes purasangre que se reirán de cada paso en falso. —No tienes que ir si no quieres —dijo Draco—. Obviamente. —Tendré conflictos de programación para el próximo año; dile eso a tu madre, ¿quieres? Draco le dio a Granger su mirada menos impresionada. —¿Qué? Has visto mi horario, ¿no es cierto? —Encuentras tiempo para albergar cabinas de información sobre los Kneazle. Seguramente puedes encontrar tiempo para una taza de té. —No alojo cabinas de información sobre los Kneazle. —Te prometo que las damas no son tan aterradoras. —¿Puedo recordarte que casi te desparticionas para alejarte de ellas? —Tú también te desparticionarías si los lazos del santo matrimonio te amenazaran con cada terrón de azúcar. Granger se puso seria. —Sí, lo haría. —Te prometo que mi madre no intentará casarte con la hija de Delacroix. Granger colocó una taza de té frente a Draco. —¿Es eso lo que ella está tratando de hacer contigo? Rosalie es una buena chica; la conocí cuando estaba tratando a su padre. Draco agitó su mano; esta conversación no estaba destinada a ser sobre él. —De todas formas, ten cuidado con la lechuza de mi madre. Al menos considera asistir. Granger no se dejaba distraer tan fácilmente. —Rosalie es dulce; ella me gusta. —Entonces cásate con ella —dijo Draco. —Tal vez lo haga —dijo Granger. —La última vez que la vi estaba del brazo de un noble francés, así que es posible que hayas perdido tu oportunidad. —Maldición. Tomaron un sorbo de su té. Granger comenzó a mirar el reloj. Draco sintió que cualquier tiempo

que ella le hubiera asignado a su descanso y socialización estaba llegando a su fin. Casi podía verla pensando en lo grosero que sería dejarlo a solas con su té, en comparación con lo mucho que deseaba volver a su lectura, considerando, también, lo poco que deseaba que él estuviera sin supervisión en su casa. Draco nunca fue alguien que le hiciera la vida fácil, de hecho, atormentarla se estaba convirtiendo en su entretenimiento y pasatiempo preferido; así que bebió su té con una lentitud agonizante. El pie de Granger estaba rebotando debajo de la mesa. Su taza estaba vacía y lo había estado durante algún tiempo. —¿Hace demasiado calor? —Soltó al fin—. ¿Quieres un encantamiento refrescante? —No, lo estoy disfrutando —dijo Draco moralmente, como si estuviera siendo virtuoso en lugar de una molestia—. ¿Tienes galletas? Granger agitó su varita para invocar galletas y colocó el paquete con bastante fuerza frente a Draco. Lo abrió con un cuidado y una delicadeza insuperables. Granger comenzó a sospechar. Su mirada examinó a Draco con duda, que se convirtió en desconfianza cuando lo vio sonreír. —Lo estás haciendo a propósito. Lo sabía —Se levantó, toda pretensión de cortesía había desaparecido—. Tengo cosas que hacer que son mucho más productivas que verte fingir que bebes té. No toques nada. Sabes dónde está la salida. Habiendo terminado el concierto, Draco recogió su té a medio terminar y una galleta, y siguió a Granger a la sala de estar. Él también tenía mejores cosas que hacer que fingir que tomaba el té: era viernes por la noche, y sus amigos estaban afuera emborrachándose y esperando a que él se uniera a ellos; pero, a decir verdad, Granger podría ser una fuente de entretenimiento mucho más estimulante. En la sala de estar, Granger había vuelto a sentarse en el sofá. Había un libro grande en su rodilla y una especie de computadora plegable a su lado. Un fuego ronroneaba y llameaba en su hogar. El gato estaba estirado sobre una alfombra mullida, tan plano que no estaba claro de inmediato dónde terminaba la alfombra y dónde comenzaba el gato. Era más bien una escena tranquila. Granger parecía haber encontrado la paz de nuevo. Ella suspiró. —Leer junto al fuego cuando llueve es lo más cercano que tenemos a una cura para la condición humana. Draco masticó ruidosamente su galleta. Esta no era la respuesta correcta. Granger lo fulminó con la mirada, luego volvió a su libro. Draco sorbió su té. Granger obstinadamente mantuvo sus ojos en la página. Draco se acercó y se unió a ella en el sofá, sin ser invitado. Los ojos de Granger se entrecerraron

ante la impertinencia. —¿Qué estamos leyendo? —preguntó Draco—. ¿Es El libro? Granger se alejó un poco de él. —No, no es El libro. Nunca manejaría eso tan casualmente. —¿Qué hay en las Islas Orcadas? —preguntó Draco. —¿Qué? —dijo Granger, mirando hacia arriba. Draco señaló la computadora plegable, donde un párrafo sobre esas lejanas islas escocesas brillaba en la pantalla. Granger se acercó y la cerró de golpe. —No es asunto tuyo. —Entonces eso es para Beltane. Solucionado, entonces —dijo Draco—. Bien... Me preguntaba a dónde iríamos. —No, no lo es —dijo Granger, en una mentira completamente transparente—. Las estaba buscando por... por simple curiosidad. Draco se sentía magnánimo. —Inténtalo de nuevo, pero esta vez con más contacto visual. Ella realmente lo intentó. Sus ojos se encontraron con los de él y sostuvo su mirada, y abrió la boca para mentir de nuevo, pero todo lo que salió fue «Uff». Draco chasqueó la lengua. Granger parecía enfadada. —Nunca he estado en las Islas Orcadas —dijo Draco. Intentó abrir la computadora de nuevo, pero Granger apartó su mano de un manotazo—. Estoy deseando que llegue. —No hay nada que esperar, no vendrás. —¿Tiene que ver con tu proyecto? —No —mintió Granger, haciendo un fuerte contacto visual con la ceja izquierda de Draco—. Es para unas vacaciones. —Ojos, Granger, ojos. Necesitas convencer a mi alma. Ella lo miró a los ojos de nuevo, pero sólo salió una verdad exasperada. —¡Sí! Tiene que ver con el proyecto. —Entonces voy contigo. —No. Puedes ir a las islas cuando quieras. No necesitas venir conmigo. Este será un viaje absolutamente seguro e inofensivo. Sin vísceras, sin arpías. —No voy a dejar que vayas al culo de Escocia por tu cuenta. Con mi suerte, un kelpie te destriparía y yo me convertiré en un mártir entre los magos.

—No seas ridículo. No estaré cerca de ningún cuerpo de agua. —Vas a ir a las Islas Orcadas —dijo Draco, pronunciando las últimas palabras lentamente. —Lo sé, obviamente. Pero mi asunto allí es el fuego, no el agua. —Correcto, Beltane es uno de los festivales del fuego —dijo Draco. —Lo es, en realidad eso es... Granger se interrumpió, pareciendo darse cuenta tardíamente de que cuanto más continuaba con la conversación, más revelaba. —¿Has terminado tu té? —preguntó ella en un intento abierto de cambiar el tema, y también echarlo de su casa. Draco revisó su taza, que estaba vacía. —Casi. Granger en su desconfianza evidente, se estiró, enganchó su mano alrededor de su muñeca y la inclinó hacia sí misma. —Ojalá pudiera mentir con una fracción de tu descaro —dijo Granger, contemplando la taza vacía. Ella soltó su muñeca. Las yemas de sus dedos se habían sentido calientes contra su piel. —Viene con la práctica —dijo Draco. Granger se levantó y arregló un poco, lo que era una clara señal de que Draco se estaba quedando más tiempo de lo esperado. —¿Cómo vas a llegar a las islas? —preguntó Draco. —El Expreso de Hogwarts —dijo Granger con un ligero gruñido. —Hay un pub mágico en Thurso —dijo Draco—. Atrapé a un traficante allí hace unos años. Deja de gruñirme, estoy siendo útil. —Pensé que los viajes por red flu estaban rastreados. —Pensé que esto era un día festivo. —Lo es. —Entonces haz que parezca uno: usa el Flu. —Bien. —El pub se llama «La Verga Pulida». —Estás bromeando. —No. —Draco se levantó—. Gracias por el té. Nos vemos en La Verga. Granger llegó tarde.

Draco caminó de un lado a otro por el vestíbulo de losas de La Verga durante diez minutos antes de ceder a la amistosa oferta del vino caliente con zarzamora que el cantinero le ofreció. — 'Stá'Cerkdcongelrsemisbols —dijo el tabernero. Draco asintió, asumiendo que esta declaración incomprensible era un comentario sobre el clima que congelaba sus bolas. —Es el primero de mayo —dijo, catando el vino caliente—. ¿Por qué se siente como el maldito enero? —Al menos solo es húmedo y no nevado, muchacho —dijo el tabernero—. ¿A quién estás esperando? —A una bruja —dijo Draco. —Obviamente o ya te habrías ido. Voy a embotellar un poco de vino para tu muchacha. —Es una colega —especificó Draco—. Pero gracias. Sacó su Bloc y envió una impaciente serie de «¿¿¿¿¿¿¿???????» a Granger. No recibió respuesta. A través de su anillo, sintió los débiles ecos de su ritmo cardíaco, sin entrar en pánico, pero ciertamente elevado. Su horario le decía que estaba en Urgencias en San Mungo, o al menos, que estaba destinada a estar allí hasta las 4:30, y que iba a La Verga por red flu a las 4:45. Sin embargo, no estaba aquí, y ahora eran las cinco y cuarto. Pasaron otros diez minutos, durante los cuales Draco se sentó cerca de una ventana y observó la lluvia misericordiosamente dar paso al cielo gris. Cualquier isla oscura entre el archipiélago de las Orcadas a la que Granger necesitaba llegar estaba protegida en su totalidad contra la aparición, por lo que tomarían un ferry. Dado que la hora de la cena se acercaba y Granger aún no llegaba, Draco aceptó la oferta del tabernero de embutidos y queso. «Si no estás aquí en quince minutos, asumo que has sido capturada y me apareceré», fue la siguiente misiva de Draco a Granger. Más bien una amenaza, en realidad. Después de contemplar su plato vacío, le pidió al camarero que preparara una segunda porción para llevar. No estaba en el rango de sus comportamientos normales ser tan considerado, pero, bueno... Granger claramente no habría tenido tiempo para comer, y no quería perder un momento en su llegada corriendo por comida. El último transbordador para el Holm de Eynhallow estaba previsto para las seis. Ahora eran las cinco cincuenta y cinco. Draco pagó al camarero por las provisiones, le anotó a Granger que estaría en los muelles y se dirigió allí. «5 minutos», fue la respuesta de Granger. Draco llegó a los muelles justo a tiempo para ver desaparecer el último ferry en el mar brumoso. El muchacho en el muelle fue interrogado enérgicamente sobre por qué el ferry había salido a las 5:58 y no a las 6:00 como indicaba el horario. Se encogió de hombros y dijo que su padre se iba cuando quería irse, además, no hubo otros pasajeros aquí. El señor elegante debería haber aparecido antes. Vuelva mañana.

—Estoy aquí. —Llegó un chillido sin aliento. Draco se giró. Granger corría hacia ellos por los muelles. Su túnica de sanadora estaba manchada con algo que parecía como veinte litros de sangre. —Por las tetas de Merlín —dijo Draco—. Parece como si acabaras de asesinar a alguien. —Carambolas —dijo el estibador, palideciendo—. ¿Eso es sangre? —Arteria carótida cortada, se ve peor de lo que es, pero está vivo —jadeó Granger. Agitó su varita hacia sí misma en un Evanesco—. ¿Dónde está el barco? —Se fue, señorita —dijo el muchacho. Draco notó que se dirigía a Granger con mucha más cortesía que a él, luciendo como una asesina que inspiraba respeto—. Tendrá que volver mañana. —¿Volver mañana? —repitió Granger. Estaba a punto de ponerse chillona, pero estaba intentando mantener la compostura—. No puedo volver mañana. Tiene que ser hoy: es Beltane. El estibador hizo un gesto impotente hacia el muelle vacío. —Por favor, no me asesine, señorita, no fue culpa mía. Tenemos escobas, ¿si le apetece un vuelo? Al menos ha dejado de llover... Draco tomó un nuevo interés en la conversación. —Muéstrame las escobas. —¿Escobas? —repitió Granger, ahora definitivamente a punto de chillar. —No dejes que me mate —dijo el muchacho mientras le mostraba a Draco un cobertizo—. Dos Knuts para contratar una, pero pedimos un Sickle como depósito. Las escobas eran todo lo que Draco podría haber esperado en este puesto remoto: desgastadas, fatigadas y de dudosa durabilidad. —¿Alguna de dos asientos? El muchacho desapareció en un rincón oscuro y sacó un modelo antiguo. —Una Gloria Antigua. Se ve cansada, pero está a la altura del clima, señor, mi papá me enseñó a volar en esta. —Un respaldo formidable, sin duda. ¿Tiene navegación? —Rudimentaria, señor. Pero ella conoce el Holm. —El muchacho tocó la escoba con su varita y dijo—. Al Holm de Eynhallow —La escoba se inclinó a una posición de montaje y apuntó constantemente hacia el norte. —Hecho —dijo Draco, entregándole un galeón que valía quince de esas escobas. El chico se guardó la moneda en el bolsillo y, aparentemente sin atreverse a mirar a Granger de nuevo, salió corriendo. Draco regresó hacia Granger con la escoba. —No —dijo Granger.

Draco apoyó la escoba contra el suelo y se apoyó en ella con gran munificencia. —Todo bien. Espero tu solución. —Estoy pensando —dijo Granger—. Dame un momento. El pensamiento de Granger aparentemente implicaba desnudarse. Draco miró hacia otro lado. Aunque vestía ropa muggle debajo de su túnica de sanadora, se sentía demasiado íntimo para mirar. De un minúsculo bolsillo en sus jeans muggles sacó su anorak, botas y bufanda. El conjunto se remataba con nudosas manoplas de lana. —Vamos a realizar un análisis FODA* —dijo Granger. —Cada conversación contigo es un análisis DAFÓ —dijo Draco. —FODA —dijo Granger. —Sé cómo se escribe. —No. F O D A: es un acrónimo. —Forma divertida de deletrearlo, Granger. Granger respiró hondo y se dijo a sí misma en voz alta que la principal ambición de Draco Malfoy en la vida era ser una molestia perfecta y que debía dejar de alentarlo. Draco dijo que no hacía falta que lo alentaran, era su estado natural. Granger agitó su varita y un cuadrante brillante cobró vida ante ella, con las siguientes etiquetas: Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas. Encima brillaba «Paseo en escoba a través del mar». Granger poblaba el cuadrante con una rapidez que sugería familiaridad con esta técnica. Debilidades y amenazas que llenó fácilmente, con cosas como «ataques de Monstruos de mar», «Hipotermia» y «Muerte probable». En Fortalezas puso «No retrasar la investigación un año más». Esto parecía tener importancia: lo hizo brillar en rojo. Draco estuvo complacido de ver que ella también puso «Malfoy» en «Fortalezas». —Porque —Como ella explicó—, en realidad puedes volar. Sin embargo, también puso a «Malfoy» en «Amenazas». —Porque eres un maníaco que probablemente hará bucles y cosas que nos matarán. En Oportunidades, Draco se tomó la libertad de agregar «Hacer gritar a Granger». Granger tachó eso y puso: «Obtener ceniza». —¿De los incendios de Beltane? —preguntó Draco, añadiendo subrepticiamente «Hacer gritar a Granger». —Sí, eventualmente lo habrías resuelto.

—Ya lo había hecho —Se burló Draco—. Pero bueno, a este ritmo, no quedará nada más que cenizas para cuando lleguemos allí. —Bien, bueno, no había contado con que un mago idiota intentara usar una serpiente Lebengo como corbata hoy. Granger dio un paso atrás y estudió el cuadrante brillante durante unos minutos. Luego miró el Glorioso Planeador de 1965 en la mano de Draco. Luego miró el cielo tormentoso. «No retrasar la investigación por un año más», brillaba en rojo. —Mierda —observó Granger juiciosamente. Draco esbozó una sonrisa. —Vamos a hacerlo —Esto fue dicho muy valientemente. Sin embargo, el rostro de Granger estaba pálido—. No tienes por qué parecer tan complacido —añadió. Draco sonrió más fuerte. —¿Delante o por detrás? —preguntó, sosteniendo la escoba en posición horizontal—. De cualquier manera, yo conduzco. —¿Cuál es menos horrible? —preguntó Granger mientras la escoba se tambaleaba frente a ella. —Si estás en la parte de atrás, eres la única responsable de mantenerte sujeta —dijo Draco—. Pero estás protegida del viento y realmente no puedes ver nada, si eso ayuda. Si estás al frente, no hay nada entre tú y el azul salvaje. Pero puedes sujetar el mango y yo puedo sujetarte a ti. Había alrededor de dieciséis bromas que Draco podría haber hecho sobre mangos en ese momento, pero fue lo suficientemente sensato como para no hacerlo. Pensó que debería ser felicitado por su control. —No estoy segura de confiar en mí misma para no desmayarme y caerme de espaldas —dijo Granger—. ¿Me estarías sosteniendo en el frente? —Sí. No estaba claro si esto era algo bueno o malo. Granger se retorció las manos. —¿No tienen chalecos salvavidas o cascos o cosas? Debería haber empacado un paracaídas. —¿Un qué? —No importa. Tomaré el frente. Abrázame... Si muero, sólo... Tengo muchas cosas que quiero hacer antes de morir. Por favor, no me dejes morir. Parecía mortalmente seria y lista para llorar. —No vas a morir, Granger. —Odio volar. —Lo sé. Súbete. —Tal vez deberías aturdirme y despertarme cuando lleguemos allí.

—No puedo sostener tu cadáver de muñeca de trapo con estos vientos, Granger. —Ya lo tengo, tomaré una Poción Calmante —dijo Granger, rebuscando en un bolsillo—. Sólo la mitad de una dosis, para mantenerme calmada. No quiero exagerar con los soporíferos y caerme... La pócima relajante fue bebida y, finalmente, Granger se subió. Estaba tensa y rígida en su asiento. Tenía los nudillos blancos a través de los guantes. Sus ojos estaban cerrados. La pócima calmante visiblemente tardó más de unos segundos en hacer efecto. —¿Estás lista? —preguntó Draco, trepando detrás de ella. —Solo vuela —farfulló Granger con los dientes apretados. Draco voló. Los llevó en algunos círculos bajos alrededor del cobertizo para familiarizarse con la Gloria Antigua. La escoba era una bruja vieja y tiesa, pero era lo suficientemente valiente como para abrirse camino a través del viento del norte, cargada con los dos. Era estable en el aire, mucho más que los modelos volubles de Draco en casa, que se alejaban con el toque de un dedo. Para un viaje sobre este brazo del Mar del Norte, la Gloria Antigua estaría bien. Lenta pero segura. Draco informó a Granger de este hecho en un intento por tranquilizarla, pero un gorgoteo fue la única respuesta que recibió. Dado que las manos de Granger estaban ocupadas estrangulando la escoba, Draco lanzó hechizos para romper el viento sobre los dos, con la finalidad de que pudieran escucharse al hablar. También lanzó hechizos de calentamiento, lo que hizo que Granger se estremeciera de gratitud contra él, lo cual se sintió... interesante. El ajuste final de Draco fue tener un pasajero, lo cual era algo raro para él. La ponderación se sintió diferente y la dirección tendió a la baja. Las pocas veces que se había duplicado en escobas habían sido para citas y esos vuelos fueron seguidos por aterrizajes en un lugar apartado y buenos besos. Draco dudaba bastante que hubiera movimientos sexys de trasero contra su ingle en este vuelo: Granger se aferró a la escoba como una muerte sombría, inmóvil, como si hubiera sido petrificada en ella. Solo su cabello eludió la rigidez: los pocos mechones que escaparon de su moño tocaron suavemente su rostro; olía a champú y antiséptico. Draco se inclinó hacia adelante y puso sus manos en la escoba frente a Granger, listos para marcharse. Se sintió pequeña y de huesos finos entre sus brazos. —Acogedor —dijo Draco. —Arrrgh —dijo Granger en una verbalización elocuente de su terror. Draco los giró hacia el norte y comenzó a aumentar la velocidad. Granger, con los ojos cerrados y todo, sintió el cambio y expresó violentos deseos con respecto al destino de Draco en este mundo y en el próximo, lo que habría hecho llorar a un hombre más delicado. Draco simplemente dijo: —Tranquila, Granger —Y los redujo en un 0,01 por ciento. —Al Holm de Eynhallow, viejo pájaro —dijo Draco, dándole una palmada a la escoba. Próxima parada: el mar.

**~***~** Vocabulario y otras anotaciones: *FODA: En inglés, el sistema de análisis que en español es FODA o DAFO, se escribe SWOT (Strengths, Weaknesses, Opportunities, Threats), que también es una palabra para referirse a Idiota. Así que les dejo la traducción alternativa y literal para que no se pierdan la bromita del juego de palabras. —Vamos a realizar un análisis SWOT (idiota) —dijo Granger. —Cada conversación contigo es un análisis idiota—dijo Draco. —SWOT—dijo Granger. —Sé cómo se escribe. —No. S W O T: es un acrónimo. —Forma divertida de deletrearlo, Granger.

Las Islas Orcadas Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** Draco había disfrutado de muchos vuelos en su joven vida, pero ese viaje a través del Mar del Norte se clasificó como uno de los más salvajemente preciosos que jamás había experimentado. Casi se alegró por la vieja escoba: obligaba a un nivel de cuidado en su vuelo y atención a los vientos, que sus escobas más nuevas no tenían. El vuelo fue bastante técnico. Los vientos cruzados eran muchos y el clima caprichoso, por lo que Draco eligió una ruta de vuelo baja a unos diez metros por encima de la marejada. El aire era salado y frío y salpicaba sus rostros como besos de sirenas fantasmales. Cuando llegaron a aguas abiertas, un gran págalo se unió a ellos en su vuelo. Observó a Draco con sus ojos pequeños, la punta de su ala a un metro de su cara. Luego descendió a la superficie del mar, rozó las alas con su doble oscuro y acuoso, y se elevó de nuevo. Mientras volaban hacia el norte, los cielos se despejaron para revelar una frágil dispersión de estrellas en el cielo. Debajo de ellos, las constelaciones reflejadas se derramaron y se sumergieron en las olas. La vista era sublime. Hizo que Draco se sintiera pequeño e intrascendente. La brisa calmante debió haber entrado en acción, porque Granger sintió un cabello menos tenso entre sus brazos, aunque sus guantes todavía estaban fuertemente retorcidos alrededor de la escoba. Por lo que Draco podía decir, sus ojos aún estaban cerrados y se estaba perdiendo todas estas impresionantes vistas. Pero, supuso, lo que fuera que la ayudara a superarlo. Algo grande rompió el agua debajo de ellos. —Granger... ¡Mira! ¡Hay un hipocampo! ¡No! ¡Son dos hipocampos! ¿Hipocamposes? —¡Oh! —jadeó Granger, finalmente abriendo los ojos. Miró hacia abajo, donde las enormes y elegantes cabezas de las criaturas parecidas a caballos habían partido las olas. Uno volvió a desaparecer, pero el otro se abrió paso, su enorme cola se arqueó justo debajo de ellos y luego desapareció sin un chapoteo en las olas. Draco redujo la velocidad, queriendo volverse y observarlos, pero el primer Hipocampo había aparecido de nuevo adelante, seguido de cerca por su pareja. Instó a la escoba a ponerse al día. Las criaturas ganaron velocidad y Draco las igualó, rozando las olas justo a la altura de sus melenas. Ellos corrieron Draco le pidió más a la escoba. Las majestuosas criaturas se movían con facilidad por debajo y junto a ellos sin señales de esfuerzo salvo la neblina perlada que brotaba de sus amplias fosas nasales. Una, un poco más pequeña, era color verde cristal de mar, su melena era tan blanca como la espuma que se elevaba a su alrededor. El otro era más grande, azul como el oleaje del mar, e igual de veloz, manteniéndose cerca de su compañera. El agua salada los empapó. Draco siguió adelante, y él era como una ola, y los caballitos de mar eran olas, y volaban, chocaban, formaban espuma, y avanzaban... Y ahora eran viento, luego fueron agua salada, y ahora, se convirtieron en espuma de mar antes de la tormenta. Los jinetes de olas giraron hacia el oeste rumbo al océano abierto. Sus ojos claros miraron a Draco y Granger, y el macho echó hacia atrás su hermosa cabeza, como si los desafiara a seguir hacia costas desconocidas.

Draco sabía que no podía. La pareja desapareció como espíritus de aletas veloces, una visión que se desvanecía rápidamente contra el esquivo mar.

Obra maestra de la tremendamente talentosa NikitaJobson Luego sólo estaba Draco, sin aliento, y Granger, temblando, y las olas espumosas. Ninguno de los dos habló. La escoba reanudó su curso. Ahora, a su izquierda y derecha, asomaban las formas oscuras de masas de tierra; habían entrado en

las Islas Orcadas. El viento se hizo menos cortante y los mares menos agitados. Delante de ellos, una pequeña isla brillaba como una joya entre los mares oscuros, iluminada con las fogatas de Beltane. La escoba, sintiendo que su destino estaba cerca, adquirió una nueva ráfaga de velocidad. Draco vio una roca plana a la luz de las estrellas y aterrizó. Granger debió haber cerrado los ojos de nuevo, porque cuando los dedos de sus pies tocaron el suelo, chilló y se habría caído de la escoba de no haber sido por el brazo de Draco alrededor de su cintura. Draco desmontó. La actividad de Granger se habría descrito con mayor precisión como una especie de colapso contra el musgo. —¡Eso fue brillante! —Draco giró bajo las estrellas, sosteniendo sus brazos en alto—. Emocionante. Jodidamente mágico. Granger no dijo nada. Draco le lanzó un Lumos. Parecía estar abrazando la tierra. —¿Estás bien? —Sólo un momento —jadeó Granger. Draco la dejó para que se tranquilizara. Lanzó algunos hechizos de escaneo, que le informaron que había alrededor de cien brujas y magos en la isla, y casi la misma cantidad de hogueras, grandes y pequeñas. Granger se había recuperado. Draco, al ver lo exangüe que aún se veía, le ofreció su brazo en una especie de automatismo caballeroso. Ella lo tomó, su propio agarre todavía temblando. Avanzaron hacia el centro de la isla con los fuegos de Beltane y el sonido de un alegre violinista guiándolos. Mientras caminaban, Draco comenzó a notar formas inmensas a ambos lados, sólo perceptibles porque eran de una opacidad negra, que no permitía que la luz de las estrellas los atravesara. —Menhires—dijo Granger. —¿Hay henges tan al norte? —preguntó Draco. En realidad, no le importaba si había o no henges tan al norte, pero las preguntas de esa naturaleza seguramente despertarían a la sabelotodo en Granger y la distraerían de su nerviosismo. Él estaba en lo correcto. Granger comenzó con un tipo de voz débil que ganó fuerza y entusiasmo a medida que avanzaba. —Sí, este es uno de los círculos de piedra más antiguos del Reino Unido. Se cree que los megalitos datan de alrededor del 3200 a.c. Miden alrededor de tres metros de altura, totalmente impresionantes a la luz del día, me imagino. Este henge se llama el Anillo de Eynhallow.

Las piedras verticales de Callanish; inspiración para el Anillo de Eynhallow. (Foto: Steve Walton) —Nos habremos perdido la mayor parte de la diversión, creo —dijo Granger mientras se acercaban lo suficiente a la multitud para escuchar voces—. Lamentable, esperaba ver algunos de los rituales en persona... —¿Qué rituales? —Oh, viejas magias de protección: unión de manos, ofrendas a los Aos sí. Muchos saltos sobre hogueras y otras tonterías, también. No sé por qué los magos piensan que eso impresionará a una bruja, pero claro, los magos hacen muchas cosas que no entiendo. Como corbatas de víboras reales. Ahora Granger se quedó en silencio, reflexionando sobre ese particular ataque de idiotez. —Pero bueno, al menos tendré lo que vine a buscar. Estaban cerca del centro del círculo ahora, caminando entre muchos fuegos de turba y brujas y magos juerguistas. Granger miraba los fuegos con emoción contenida. Su agarre en el brazo de Draco se hizo más fuerte. Como la atención de Granger estaba en otra parte, Draco apuntó su varita a algunos transeúntes y lanzó Legeremancia no verbal. Estaba satisfecho de que se trataba de una situación de bajo riesgo:

el estado de ánimo general era festivo y alegre y a nadie le importaba quiénes eran. El pico de la celebración había terminado y las cosas estaban llegando a un feliz final. Se estaban instalando tiendas de campaña aquí y allá en la periferia de las hogueras, mientras que alrededor de otros, los grupos se acomodaban para alguna filosofía alimentada con whisky. Draco y Granger fueron abordados por amistosos juerguistas e invitados a unirse a sus fogatas. Granger declinó cortésmente y los condujo a un extremo más tranquilo del Henge, donde un pequeño fuego ardía. —Vamos a esperar por este —dijo. —¿Supongo que tiene que apagarse naturalmente? —preguntó Draco—. ¿Sin hechizos de rociado? —No hay hechizos de rociado. La ceniza de Beltane en su forma más primitiva. Granger transformó dos tocones en cómodas otomanas que ella y Draco acercaron al fuego. Después del vuelo terriblemente frío, el calor era absolutamente magnífico. Draco se sentó cerca, pero Granger estaba lo suficientemente cerca como para quemarse las rodillas y prenderle fuego a su cabello. Se quitó los guantes y acercó las manos a las llamas. —De los miles y miles de incendios de Beltane esta noche, ¿por qué estos, específicamente? ¿En el rincón más desolado del Reino Unido? —preguntó Draco mientras su rostro comenzaba a descongelarse. Granger tenía una respuesta lista, por supuesto, y parecía encantada de que él hubiese preguntado. —Porque los fuegos en Holm son de un fuego muy específico: el mismo fuego que Cerridwen usó para su caldero. No sé si recuerdas su historia... —Sólo lo que hay en su cromo de Rana de Chocolate —dijo Draco, recordando vagamente a una bruja con masas de cabello oscuro—. Se parecía bastante a ti, ahora que lo pienso.

Cerridwen —Bah —se burló Granger—. Sólo puedo soñar con convertirme en una fracción de la bruja que ella era. Fue una maestra de la Transformación, entre muchas cosas, podía transformarse en cualquier criatura a voluntad. Ella hace que los Animagos de hoy se vean insulsos. De todos modos, te ahorraré el tratado, ¿podrías haber notado que estas llamas se ven un poco más rojas que el fuego normal? Draco asintió; las llamas eran, en efecto, más rojizas que de costumbre. —Supuse que era la turba. —No. Han mantenido viva su legendaria llama, generación tras generación, en estas islas. ¿No es increíble? —Los ojos de Granger brillaban—. Qué cosa para presenciar. Qué cosa sentir, en mis propias manos, es surrealista Es extraordinario. —¿Para qué necesitas la ceniza? —preguntó Draco, ya que ella estaba siendo tan locuaz. Granger cerró la boca con fuerza. Draco se encogió de hombros. Valió la pena intentarlo. Rebuscó en los bolsillos de su capa para sacar las provisiones de Thurso. Le pasó las carnes curadas y el queso a Granger y metió la botella de vino caliente contra el fuego para que se calentara de nuevo. Granger pareció sorprendida, aunque si fue por la previsión o por la amabilidad inesperada, Draco no estaba seguro. Ella abrió el paquete. —Estoy muriendo de hambre. Gracias. Esto fue muy considerado de tu parte, yo...

Draco interrumpió su divagación. —¿No trajiste ningún pastel Banoffee en ese anorak? —No —dijo Granger. Buscó en uno de los bolsillos—. Sin embargo, tengo algunas barras de proteína. Podrían estar un poco aplastadas... Draco no sabía qué era una barra de proteína, pero sabía a chocolate barato, que fue glorioso en su lengua después de toda la sal marina. Ellos comieron. Granger fue cortés al respecto, tomando pequeños bocados intercalados con más comentarios sobre Cerridwen. Draco se preguntó, por primera vez, cómo era su familia y si eran muggles acomodados. Tenía un sentido del decoro y una especie de dignidad innata que hablaba de buena crianza. —Hipocampo estaría correctamente pluralizado como Hipocampos, creo —dijo Granger—. Creo que Hipocamposes sería un intento incorrecto de regularizar el latín: Hipocampus es una palabra griega. Técnicamente, podrías decir Hippocampodes, supongo. Aunque Hipocampos ahora es una palabra en español, en realidad, Hipocampoes también es bastante correcto. —Confío en tu palabra —dijo Draco, trayendo el vino caliente con especias. —No soy lingüista, así que no deberías. Draco le ofreció el frasco. —Haré unas copas para nosotros —dijo Granger, tomando los envoltorios de barras de proteínas del regazo de Draco. —Tan apropiada —dijo Draco. A su madre en realidad podría gustarle Granger. —Este vino ha sido calentado por la llama de Cerridwen. No lo estamos bebiendo de una botella como niños de dieciséis años detrás de Cabeza de Puerco. Granger transformó los envoltorios en hermosas copas doradas. Draco le habría informado que ella misma era toda una amante de la Transformación, pero no quería que desarrollara un ego inflado. Sin embargo, ella captó la forma en que probó el peso de las copas. Ella sonrió en su bufanda. —Bonito brillo en el oro —admitió. —Una bonita ilusión —dijo Granger, luciendo complacida—. Pero gracias —Hizo una pausa y vaciló antes de agregar—. Escuché que te interesa la alquimia, por lo que tu aprobación significa más que la del mago promedio. —Mi aprobación debería significar más que la del mago promedio en todas las cosas —dijo Draco, estudiando la copa a la luz del fuego. Granger levantó los ojos al cielo nocturno. Draco llenó sus copas con vino caliente. —Ya que estamos en el tema de la Alquimia, me dirías si tu proyecto implica la creación de una Panacea, ¿verdad?

—No nos adelantemos —dijo Granger, aunque estaba sonriendo. Draco se sintió invadido por una emoción repentina, porque si alguien podía, por lo que había aprendido de esta bruja durante los últimos cinco meses, probablemente era ella. —¿Estás creando una panacea? —preguntó, inclinándose hacia ella—. ¿Es por eso por lo que Shacklebolt está tan nervioso? Ella lo miró a los ojos sin dudarlo. —No. No seas ridículo. —Mmm. —Me temo que estás desarrollando una opinión demasiado alta de mí. Soy una simple sanadora, confundida con mis métodos muggles y mi insignificante conocimiento mágico. —Insignificante —repitió Draco con una burla. —¿Quieres más queso? Este es demasiado agudo para mí... Draco tomó el queso y reflexionó sobre su vino caliente. Tal vez no era en absoluto una Panacea en lo que estaba trabajando, pero él sintió que el alcance era similar. Sin embargo, tenía un plan para sacarle la información. Simplemente tenía que ser paciente. El fuego crepitó, devorando la turba restante. Lo miraron y, a medida que avanzaba la noche, se encontraron casi hipnotizados por la danza de las llamas. La canción del violinista se volvió lúgubre y grave. El fuego, el humo de la turba, la tierra... Olía a historia, a lo nuevo que se vuelve viejo y a lo viejo que se vuelve nuevo. Tal vez fue el vino, tal vez la hora tardía, tal vez la potencia persistente de la noche de Beltane, pero el momento adquirió una calidad de ensueño para Draco. Granger se convirtió en una visión pintada en claroscuro de una bruja; su cabello revuelto por el viento se fundía con las sombras detrás de ella, sus ojos capturaban la luz roja del fuego. Sus manos estaban extendidas hacia el fuego y a Draco le pareció que las llamas se sentían atraídas hacia ella y que podría haberlas acariciado si hubiera querido. Granger bostezó y el hechizo se rompió. Su somnolencia no fue una sorpresa. Se estaba acercando la hora habitual de acostarse de Draco, lo que significaba que ya había pasado la de Granger. Se puso los guantes de nuevo y lanzó un hechizo cálido alrededor de ella y Draco. El fuego era bajo, pero seguía ardiendo. Los fuegos de turba, se dio cuenta Draco, tardaban mucho en apagarse. Granger se quedó dormida en su hombro. Draco, que se había sentido cansado, de repente se encontró alerta e incómodo. Esta era una nueva muestra de vulnerabilidad con la que no estaba preparado para lidiar. Su respiración era lenta y constante, sus guantes enroscados en su regazo. Las habilidades de transformación de Draco eran decentes, pero no lo suficientemente buenas

como para transformar una tienda de campaña con los restos de un paquete de carne curada. Se conformó con alargar la otomana de Granger en una especie de diván torcido. Ella se deslizó en la nueva configuración sin despertarse. Entonces, como ella parecía pequeña y todavía más vulnerable acostada boca abajo debajo del cielo abierto, la cubrió con su capa. Completó esto con otro hechizo cálido sobre los dos, ya que la calidez del fuego agonizante definitivamente estaba dando paso al frío de la noche. Lanzó algunas protecciones, en caso de que su propia fatiga se hiciera presente y él también cayera muerto para el mundo. Sin duda fue una prudencia excesiva, ya que los otros celebrantes se habían retirado a sus tiendas, pero Draco no había sobrevivido tanto por ser descuidado. Se sentó con la espalda apoyada en el diván de Granger y observó cómo las últimas llamas se convertían en brasas. Después de otra hora, el borde del pozo se había convertido en cenizas. Se agitó en la brisa silenciosa, luego se asentó, blanco sobre blanco. Amaneció fresco y brillante, derramando oro sobre las islas Orcadas bajo los graznidos de las aves marinas. Draco se despertó con un calambre en el cuello y la nariz entumecida por el frío. En cuanto a Granger, se veía perfectamente cómoda, metida debajo de su capa. Draco se preguntó cuándo se había convertido en un maldito mártir tan virtuoso, sacrificando su propia comodidad por la maldita Granger de todas las personas. Se alejó con los pies congelados para orinar. Cuando regresó, Granger estaba despierta y examinaba su obra de Transformaciones. El diván había aguantado toda la noche, lo cual fue una agradable sorpresa para Draco, de cualquier manera. Granger lo vio acercarse y se puso nerviosa. —¡Deberías haberme despertado! No firmaste para ser mi sirviente encima de todo lo demás. ¿Me hiciste un diván? Es encantador, gracias. Tuve un sueño maravilloso, lo cual es terriblemente extraño, considerando todo. Ah, y tu capa, aquí está... Gracias por prestármela. ¿De qué está hecha? Es tan cálida. Te mueves terriblemente. ¿Es tu cuello? ¿Puedo mirarlo? Draco tomó su capa, apartó las manos de Granger de su cuello y expresó un breve deseo por un café caliente y una pronta partida. Granger volvió a llevar las manos a su pecho. —Vi a alguien desplegando una cocina completa, algunas tiendas de campaña más allá. Podrías convencerlo de que te prescinda una taza. Voy a recoger mi muestra. Draco fue en busca de esta salvación, dejando a Granger arrodillada junto a la fogata, echando cenizas en tubos de ensayo. Al final resultó que, el mago que desplegaba la cocina estaba dispuesto a gastar dos tazas y croissants un poco dudosos a cambio del sickle que Draco le ofreció sin decir una palabra. El café caliente valió la ridícula cantidad. Después del primer sorbo, Draco se sintió un poco

menos inclinado a asesinar a todos. Nuevamente, Granger lo molestó por no estar donde la había dejado. Después de una breve búsqueda con la varita, la encontró unos cuantos fuegos más allá, hablando con una pareja que estaba desmantelando su tienda. Ella se anticipó a su conferencia con noticias: el ferry de regreso a Thurso estaría aquí en quince minutos. Para Draco, esto era simplemente una buena noticia, ya que no le apetecía otro vuelo en su estado de falta de sueño. Para Granger, eran excelentes noticias. Incluso pidió llevar la Gloria Antigua al muelle, queriendo devolverle el palo de escoba al capitán del ferry y deshacerse de él para siempre. Deambularon a través de las rocas erguidas erosionadas hasta los muelles vestigiales. Granger estaba vivaz y animada y le dio a Draco una historia no solicitada de los pueblos neolíticos de las Orcadas, usando la escoba para señalar áreas de interés en los monolitos. Al ver que Draco no coincidía con su entusiasmo, le dio su propio café para animarlo más y la mayor parte de su croissant. La brisa marina se levantó cuando se acercaron a la orilla, una hermosa mezcla de sal, arena y hierba nueva. Abordaron el ferry. La Gloria Antigua se reunió con su maestro. Draco dijo que se quedara con el depósito. Él y Granger tuvieron una disputa sobre si ella le debía dinero o no, mientras intentaba devolverle el dinero. Él lo concluyó amenazándola con comprar la escoba directamente y secuestrándola para más vuelos si no lo dejaba por la paz. Luego, cuando el ferry llegó a aguas abiertas, se tumbó en un banco para tomar una merecida siesta. Granger transfiguró en silencio la parte superior de madera del banco en un lujoso terciopelo cuando pensó que se había quedado dormido. —¿Quién diría que La Verga da desayunos tan deliciosos? —exclamó Granger, apilando huevos revueltos en un pan tostado. Draco se atragantó con su café y le pidió que le advirtiera cuando dijera cosas así. Granger se veía remilgada y dijo que no era su culpa que él interpretara sus inocentes comentarios de la manera más grosera posible. Pero ella conocía un hechizo útil para las expulsiones traqueales para que él pudiera seguir riéndose de penes cuanto quisiera... Ella lo salvaría de atragantarse. Granger terminó de comer mucho antes que él, lo que significó que tuvo tiempo suficiente para verlo no moverse correctamente debido a su cuello. Ella comenzó una conferencia espontánea sobre los espasmos musculares cervicales, reflexionó sobre la salud de su nervio accesorio espinal, describió en detalle lo que le haría a su esternocleidomastoideo, si tan sólo la dejara, y generalmente lo acosó hasta que dejó de disfrutar sus huevos. —Bien —gruñó Draco, quitándose la capa y tirando de su túnica a un lado para exponer su cuello. Cualquier habría pensado que le había dado un gran regalo, permitiéndole que lo ayudara. Ella se acercó a él a lo largo del banco, con los ojos brillantes. —Finalmente. No te muevas. Esto tomará un momento.

La punta de su varita encontró la unión donde su cuello se encontraba con su hombro. Ese no era un sentimiento que le gustara a Draco; de hecho, fue una manifestación real de su naciente confianza en ella que lo permitiera. La siguiente sensación fue mucho mejor: un alivio instantáneo y refrescante, mientras Granger pronunciaba un hechizo de curación. —Está mejor, ¿no? Sé que es un remedio muggle y no lo harás, pero te recomendaría una terapia de calor si todavía te duele mañana. Ayudaría con el flujo sanguíneo. Draco rodó los hombros. Su cuello se sentía maravillosamente libre. —Tuviste una noche horrible por mi culpa, y lo siento —dijo Granger. —Déjame comer. Granger insistió en pagar el desayuno y se dirigieron a la chimenea de La Verga a través de la red flu a sus respectivos hogares. Granger tomó el bote de polvos flu en el preciso momento en que lo hizo Draco, lo que resultó en un roce de manos y una retracción inmediata de ambas partes. Luego hicieron la idiotez en donde insistieron que el otro se fuera primero durante un largo y molesto minuto. Draco, con poca paciencia, agitó su varita hacia la olla y la levitó firmemente hacia el pecho de Granger. —Adelante. —Ugh —dijo Granger, abrazando la olla antes de que se cayera. Abrió la tapa y parecía lista para arrojar los polvos flu al fuego y marcharse enfadada. Sin embargo, se detuvo y se volvió hacia Draco. Su expresión cambió a algo incierto e incómodo. —Malfoy, yo... yo no habría podido recolectar mi muestra sin ti. Habría tenido que posponer mi proyecto hasta el próximo festival de Beltane, si no fuera por ti. Nunca habría podido hacer ese vuelo yo sola. Draco nunca había sido de los que se avergonzaban de recibir los elogios que se merecían, de hecho, solía disfrutarlos, pero algo en la cándida sinceridad y gratitud de Granger lo hizo sentir terriblemente incómodo. Además, era Granger. Que ella fuera amable le provocaba escalofríos. —Vete a casa, Granger —dijo él. Granger arrojó un puñado de polvos a las llamas. —Está bien, pero me alegro de que hayas venido. Ahora, me voy... Gracias de nuevo y adiós. El Cisne. Ella no lo miró a los ojos y se volvió hacia las llamas. Unos minutos más tarde, Draco estaba sacudiendo el hollín de su capa, en su propio salón. Tenía muchas ganas de tomar un baño y recostarse. Henriette, que se había materializado a su llegada, fue enviada a preparar un baño lo más caliente que pudiera.

Mientras Draco se dirigía a sus habitaciones, se preguntó si el baño contaría como terapia de calor, no es que le importaran los tratamientos muggles de Granger, pero... ¿Debería enviarle una nota preguntándole al respecto? Probablemente respondería con una explicación de doce páginas y sugerencias para lecturas adicionales. Su capa aún olía a Granger y a humo de turba. Él le envió la nota. **~**~** Por favor, ve a darle amor a la preciosa Nikita Jobson si aún no habías tenido la oportunidad de ver este arte maestro **~**~**

Chapter End Notes

¿Qué les parecieron estos dos últimos capítulos? ¿Más mariposas en la panza? Realmente amo, amo el desarrollo de esta historia. Como en mi país viene Semana Santa, probablemente publique el capítulo 11 entre el viernes o el lunes. Un beso y gracias por ser tan pacientes, Paola

Draco Malfoy: Idiota inconsciente Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** A pesar de la disertación sobre la terapia de calor, Draco tuvo poco contacto con Granger durante el alegre mes de mayo. Él y sus compañeros Aurores se mantuvieron ocupados con comportamientos criminales nuevos y emocionantes en todo el país: un mago que había lanzado un imperius a la totalidad de una aldea muggle y vivía como su rey; hombres lobo atacando a bebés; un robo en Gringotts y algunos secuestros para variar. A mediados de mayo, Draco resolvió un caso desordenado: un pocionista en Sheffield, haciéndose pasar por algo llamado «psíquico del amor», vendía pociones de amor a los muggles. Draco estaba en medio de la confiscación de un alijo y obliviando a un muggle cuando su varita tarareó una alarma hacia él. Esa alarma específica señaló que alguien estaba activando las protecciones de Granger. Y no era en su oficina o su laboratorio, fue su casa. Draco terminó con el muggle rápidamente y se desapareció en el flu más cercano. Eso lo llevó al Cisne, seguido de una Aparición en la cabaña de Granger, con la varita en ristre y Desilusionado. Entre la alarma de su varita y su llegada, Draco estimó que habían pasado tres minutos. Pero fueron tres minutos demasiado tarde; quienquiera que hubiera estado hurgando se había ido. Los hechizos de revelación de Draco indicaron que no había presencia humana cerca excepto por el vecino muggle de Granger, que estaba durmiendo la siesta. Draco lanzó un delicado hechizo de detección de magia. Su protección alrededor de la propiedad brillaba intensamente debajo de ella, pero la ignoró a favor de examinar el suelo alrededor de la cabaña de Granger. Sostuvo su varita en alto hasta que encontró lo que buscaba: un rastro apenas visible en el aire, dejado por un ser que había usado magia ahí momentos antes. El rastro que brillaba débilmente terminó repentinamente en medio del campo detrás de la cabaña de Granger: una desaparición o un traslador, tal vez. A Draco no le gustó esto. Podría haber sido solo un mago curioso, o incluso un ladrón, ese era el mejor de los casos. También podría ser un primer indicador de que alguien tenía los ojos puestos en Granger y que la paranoia de Shacklebolt no fue en vano. Draco le envió una nota rápida a Granger: «Alguien activó tus protecciones. Necesitamos hablar». Cuando Granger no respondió de inmediato, revisó su agenda. Actualmente estaba dando una conferencia en el Cambridge Muggle. Draco decidió reunirse con ella ahí porque, de todos modos, básicamente estaba en la puerta de al lado. «Voy a ti», escribió. Todavía desilusionado, se apareció en el Trinity College. La conferencia de Granger había estado a punto de terminar. Draco sólo tuvo que esperar diez minutos afuera de la puerta del pequeño salón de clases. Media docena de estudiantes salieron cuando él, casi invisible a los ojos de los muggles, se deslizó a través de ellos hacia la habitación. La pizarra indicaba que el tema del día había sido «Anticuerpos monoclonales conjugados». Draco estaba complacido de que estos anticuerpos supieran sus tiempos verbales, al menos.

Granger, sin darse cuenta de su presencia, estaba empacando papeles, sin varita, en un maletín. Llevaba una blusa a rayas metida en unos pantalones de cintura alta, piezas que Draco no habría considerado de inmediato como complementarias y, sin embargo, en Granger, el conjunto era bastante halagador.

Inspiración para laconferencia de Granger. Cuando el último estudiante salió, Granger sacó su Bloc de su bolsillo. A Draco le dio un extraño placer verla abrir el Parlanchín y mostrarse visiblemente interesada cuando vio que era un mensaje de él. Ella leyó la nota y frunció el ceño. Empezó a redactar una respuesta. Draco supuso que debería revelarse, ya que el zumbido de respuesta de su propio Bloc pronto lo delataría. Se paró frente a ella y acabó con su desilusión. Granger dio una especie de grito ahogado, saltó hacia atrás y tropezó con su silla. Draco la agarró por la muñeca, previniendo una caída total. Granger aterrizó torpemente en la silla. Draco se apoyó contra el escritorio y dijo, en tono de conversación: —Sabes, desearía que fueras por tu varita y gritaras una maldición en lugar de un chillido. ¿Viste mi mensaje? Granger no estaba lista para hablar sobre el mensaje. Su anillo le dijo que su corazón estaba acelerado. —¡Me acabas de asustar! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¡Avísame la próxima vez! —Te advertí que vendría —dijo Draco. Lo cual era cierto, pero Granger, sin embargo, parecía irascible. —¡Leí ese mensaje una milésima de segundos antes de que te materializaras ante mí como el

Maldito Barón Sanguinario! —No es mi culpa que estuvieras demasiado ocupada conjugando anticuerpos. La expresión de Granger cambió de enfadada a confusa. —¿Yo que? Draco adelantó su barbilla hacia la pizarra. Granger observó la pizarra, procesó su comentario, levantó el dedo índice y comenzó a decir: —Eso no es lo que significa... Draco la interrumpió porque, francamente, no estaba interesado. —Estoy aquí para hablar sobre quién está husmeando en tu cabaña y por qué. Su interrupción le valió una mirada mordaz. Sin embargo, Granger respiró hondo y pareció sofocar los impulsos desmedidos que había despertado. Dobló las manos sobre el escritorio en un facsímil de serenidad. —Siéntate y dime qué pasó. Draco envió un Colloportus hacia la puerta del salón de clases. Luego levitó una silla hacia ellos y se sentó frente a Granger. Algo en esto cambió la dinámica entre ellos. Estaba en el lado del estudiante del escritorio, sintiéndose como si estuviera a punto de ser examinado. Se cruzó de brazos y esperó, con los ojos fijos en su rostro. El peso de toda la atención del gran cerebro Granger presionó a Draco, listo para adquirir su información y darle sentido. —Una de mis protecciones activó una alarma en la parte trasera de tu cabaña —dijo Draco—. Alguien estaba probando la protección o intentando desarmarla. Llegué allí en cuestión de minutos, pero ya se habían ido. Nada de Homenium Revelio excepto por tu vecino, pero encontré un rastro mágico de ellos... —¿Cómo? —intervino Granger. —Un hechizo mágico de detección —dijo Draco—. Uno de los míos. Granger parecía intrigada, pero dejó entre paréntesis sus preguntas para discutirlas más tarde. Draco continuó. —Según el tamaño, sin duda era una bruja o un mago adulto. Seguí el rastro hasta el campo detrás de tu casa. El individuo desapareció o utilizó un Traslador; el rastro terminó extremadamente rápido como para viajar en escoba. Granger se puso de pie con la varita en la mano. —¿Sigue el rastro ahí? Quiero ver... —No. Se disipan rápidamente. Sólo lo vi porque llegué momentos después y conocía el hechizo. Granger volvió a sentarse con un mohín.

—¿Y definitivamente interactuaron con las protecciones? ¿No fue sólo el correo? —Obviamente no fue sólo el correo. Estoy alertado sobre interacciones mágicas, de lo contrario, estaría activando alarmas cada vez que un petirrojo aterriza en tu glicinia. —¿Es posible que el vecino haya visto algo? —Estaba dormido y en el lado equivocado de tu cabaña. Y si este intruso valía algo, al menos estaban desilusionados para una excursión al Cambridgeshire Muggle. Los dedos de Granger golpearon el escritorio. —Dijiste que las Apariciones podían ser rastreadas. ¿No podríamos rastrear esta? Draco estaba cada vez más fatigado de ser interrogado como un estudiante universitario descarriado, pero supuso que debería haberlo esperado de Granger. —El rumor, que no escuchaste de mí, es que el Ministerio rastrea las Apariciones de ciertos Individuos de Interés. Voy a echar un vistazo, pero a menos que esta persona haya sido particularmente traviesa o interesante, no habrá nada en los libros. —Ojalá hubiera pensado en instalar cámaras en casa —dijo Granger, luciendo irritada consigo misma—. Tengo algunas en el laboratorio. Estoy rectificando eso de inmediato. ¿Viste algo más? ¿Huellas? ¿Un poco de tela? Draco levantó una ceja sardónica hacia ella. —No, esta no es una película muggle donde los sospechosos dejan pistas convenientes. Ahora, si ya terminó de interrogarme, profesora, tengo algunas preguntas propias. ¿O debería esperar hasta tu horario de oficina? Granger se puso rígida visiblemente ante el uso de su título. —Iugh, no hagas eso. —¿No haga qué, profesora? —Eso es profundamente inquietante —dijo Granger. —Me gusta un poco —sonrió Draco. La profesora le dio una mirada oscura. —Te ves enfadada. ¿Me vas a dar una detención? —preguntó Draco, su sonrisa iba creciendo. —Esto es la uni, no hacemos detenciones. ¿Podemos pasar a tus preguntas? Draco tomó especial nota de la incomodidad de Granger para la próxima vez que quisiera presionarla. Tal vez enviaría su próximo Bloc en forma de una tarea para que ella la corrigiera. Pero por ahora, negocios. —En el mejor de los casos, esta fue una visita única de un ladrón mago que quería hacer un Galeón rápido y se asustó con tus protecciones. Pero vamos a proceder como si fuera un primer contacto de una parte posiblemente hostil. ¿Le has dado a alguien una pista, recientemente, de que has hecho un «Descubrimiento»?

—No —dijo Granger, cuadrando los hombros y mostrándose a la defensiva—. Desde la reacción desproporcionada de Shacklebolt, no he dicho nada. El proyecto es completamente autofinanciado y, por lo tanto, siempre ha estado fuera del radar... espera, no sabes lo que es un radar, siempre ha sido de bajo perfil. No he mencionado nada a mis amigos o colegas. Tengo varios proyectos de investigación en marcha, más que suficientes para explicar mi tiempo. —Entonces, ¿por qué ahora?, y ¿por qué hoy? —No lo sé —dijo Granger—. ¿No es tu trabajo resolver eso? —Eso es lo que estoy haciendo, profesora. —Por este comentario, Draco fue recompensado con una mirada ceñuda—. El incidente ocurrió hace veinte minutos, así que, si me das un momento, en lugar de interrumpir... Granger estalló. —Eres el peor para hablar sobre interrumpir. —¿Quién es Larsen? —... ¿Gunnar? ¿Cómo sabes..? Draco le mostró el horario de Granger. —He desarrollado un desafortunado nivel de familiaridad con tu horario y él es el único elemento nuevo en las últimas dos semanas. —Lo conocí ¿cuándo..? ¿El jueves pasado? Es el jefe de una compañía farmacéutica danesa. Están desarrollando un nuevo sistema de administración de medicamentos. Nanopartículas. Las aplicaciones clínicas potenciales son extremadamente interesantes para mi campo. —¿Así que es un muggle? —Sí. Las yemas de los dedos de Draco golpearon con impaciencia el escritorio de Granger. Eso no fue útil. —Y has sido un modelo de discreción, por lo demás. —Sí. El Auror que me protege ni siquiera sabe nada. —Oh, soy consciente de eso, así como de sus frustraciones en ese lado —Los dedos de Draco golpearon el escritorio con más fuerza—. Hace que sea mucho más difícil saber de qué demonios debo protegerte. —De nada porque nadie sabe. —Y, sin embargo, alguien estuvo en tu cabaña hoy. —Sí, pero tú mismo dijiste que muy bien podría haber sido un ladrón de casas al acecho. —Incluso mientras repetía esta suposición, Granger parecía escéptica. —Pero... ¿por qué tu cabaña, específicamente? —No sé.

—No creo en las coincidencias, no cuando estás involucrada. —Yo tampoco. —Granger parecía tan preocupada como Draco por todo el asunto. Estaba rebotando uno de sus pies debajo del escritorio, como solía hacer cuando estaba irritada. Una vez más, Draco recordó el chasquido molesto de la cola de un gato. —Si alguien filtró algo y si hay gente husmeando, dejan en claro que esta situación ya no es la misma que en enero cuando estábamos tomando medidas de precaución. Llamaremos a esto algo «único», pero si existe otro incidente como este, Granger, yo voy a tener que saber qué estás haciendo. Puedes vincularme con un Juramento Inquebrantable si es necesario. —Entiendo. Y espero que no haya otro incidente similar. Prefiero que nadie sepa nada hasta que esté lista para hacerlo público. Probablemente me obligues a esconderme o algo igualmente desmesurado. Draco la miró seriamente. —Si crees que te obligaría a esconderte, entonces esta cosa debe ser grande. —Es grande, pero también es bueno. Pero molestará a algunas personas. El impulso de usar Legeremancia era fuerte. Lo Grande y lo Bueno estaba al frente de la mente de Granger en este momento. No estaba ocluyendo, porque en algún momento de los últimos meses, había comenzado a confiar en él. De hecho, en este momento, Granger estaba en un estado completamente desprotegido, su mirada se encontraba abiertamente a la suya. Esperó su réplica o más preguntas. Él podría estar en su mente y ver la cosa antes de que ella pudiera Ocluir, y, entonces, lo sabría. Ella estaría furiosa y nunca volvería a confiar en él, pero él lo sabría. Draco, agarrando su varita en su bolsillo, descubrió que no podía hacerlo. Se dijo a sí mismo que era porque no quería soportar los alaridos justamente enojados que seguramente seguirían. Y que no tenía nada que ver con el peso de esa nueva confianza, con la preciosidad de esta. Granger se pasó las manos arriba y abajo por los brazos como si tuviera frío. —Encuentro todo esto inquietante, no me gusta realmente pero espero que haya sido un estúpido ladrón. —Si no fue un ladrón estúpido, bueno, los malos ahora saben que estás bien protegida. —¿Eso es bueno o malo? Draco se encogió de hombros. —Ambas cosas. Les dirá que tú o el Ministerio conocen los riesgos y han tomado precauciones, que estás siendo vigilada y eso podría asustarlos, o podría llevarlos a maniobras más desagradables. —Estaba pensando más bien en lo segundo —dijo Granger, mientras la preocupación dibujaba sus cejas juntas—. Sin embargo, tengo el anillo y te tengo a ti. Eso es algo. La seriedad no solicitada allí hizo que Draco quisiera huir de la habitación. ¿Por qué tenía que infligirle tanta sinceridad? Quería retorcerse.

—Y no soy exactamente una imbécil indefensa —continuó Granger—. A pesar de los gritos y las caídas de las sillas por tu culpa, tengo la mejor protección disponible para residencias privadas. Bueno, la mayoría de las residencias privadas. Supongo que las mansiones y los castillos del valle del Loira son de una especie bastante diferente. —Hay ventajas en las moradas antiguas —dijo Draco. No estaba tratando de sonar presumido; eso era cierto. La enumeración de Granger de sus medidas de protección parecía haberla calmado, al menos, hasta que recordó algo y preguntó: —¿Viste a mi gato? —No —dijo Draco—. Pero no estaba mirando. Estoy seguro de que el hijo de puta está bien. —No le diré que lo llamaste así —dijo Granger—. Él ha dejado de sisear cuando le hablo de ti. —... ¿Le hablas a tu gato sobre mí? —preguntó Draco, sin saber si se trataba de un comportamiento trastornado o normal en Granger. —Le gusta estar informado. Le ayuda a decidir cuánto pelaje hacerte comer. —Dile que creo que es un buen animal. —Lo haré. —El espécimen más impresionante de un medio Kneazle que he visto. La boca de Granger se curvó en una sonrisa por primera vez durante esta conversación. Se levantó y siguió amontonando papeles de sus estudiantes en su maletín. —Será mejor que me ponga manos a la obra. Draco también se puso de pie e hizo flotar su silla de regreso a su lugar. —¿Qué es un psíquico del amor? Ver a Granger procesar non sequiturs se estaba convirtiendo en uno de sus nuevos y divertidos subpasatiempos, en el marco de «Molestar a Granger». Ella lo miró como si no pudiera haberlo escuchado correctamente. —¿Acabas de decir psíquico del amor? —Sí. —¿Dónde diablos escuchaste eso? —Un pocionista travieso ha estado haciéndose pasar por uno. ¿Qué son? —Afirman poder ayudar a las personas solitarias a encontrar el amor a través de las tonterías habituales: lectura de la mente, cartas del tarot, hojas de té. Son estafadores que engañan a los vulnerables con dinero. —Bueno, este estaba dando resultados. Mágicamente asistido, claro está.

—No. ¿Pociones de amor? —Sí. —¿Para muggles? —Sí. —Eso es horrible —dijo Granger—. Querrás vigilar a los pobres. Las pociones tienen potencias muy diferentes en las poblaciones no mágicas. —Lo sé. Medimagos estarán revisando a las víctimas durante las próximas dos semanas. —Genial. ¿Qué pociones eran? —No tengo ni idea —dijo Draco, haciendo sonar la cartera en la que había metido apresuradamente el alijo confiscado—. Aún no he hecho el inventario. —Oh, ¿las tienes ahí? Draco abrió la cartera. Granger se asomó. —¡Contrabando! ¡Qué emoción! Draco sacó algunos de los viales oscuros y sin etiqueta. —Creo que los más grandes son Pociones de amor. El más pequeño... ¿Amortentia? —Abrió el corcho de uno de los viales y se lo tendió a Granger—. ¿Eso te parece madreperla? —Difícil de decir —dijo Granger, mirando dentro del frasco oscuro. Se lo pasó por debajo de la nariz—. No huele a Amortentia; huele a colonia cara. —¿Qué? Dámelo —dijo Draco, y él también lo olió. No olía ni remotamente a colonia para él: olía dulce, con notas de café y caramelo, y luego algo ahumado. —¿Y? —preguntó Granger, una mano en su cadera inclinada—. ¿Estás seguro de que no asaltaste una perfumería? —Me huele a café —dijo Draco—. Es Amortentia. Granger olió el vial de nuevo. —Pero la Amortentia me huele a césped recién cortado... esto es un eau de toilette de hombre. Veamos el brillo. Ella transformó uno de los papeles sobre el escritorio en un plato plano, sobre el cual derramó una gota de la poción. El líquido emergió del frasco oscuro con un brillo reluciente nacarado. Una débil espiral de vapor salió silbando cuando hizo contacto con el aire, lo que confirmó la evidencia de que, en efecto, era Amortentia. Granger lo miró fijamente durante un momento bastante largo, con los brazos cruzados. —Bueno —dijo finalmente—, es Amortentia.

—¿Cuándo fue la última vez que oliste Amortentia? —preguntó Draco. —Eh... La única vez en la clase de Slughorn. El propio recuerdo de Draco de su experiencia con la poción era vago: recordaba el olor a cítricos, tal vez. Esta nueva versión fue bastante agradable. Otro soplo flotó hacia él: esta vez olía como el vasto cielo, sal marina y un leve rastro de algo que olía a limpio. —La Amortentia está destinada a oler como las cosas que encuentras apetecibles o atractivas — murmuró Granger—. Entonces... ¿Por qué...? —¿Por qué, qué? —¿Qué pasó con mis césped recién cortado y pergamino nuevo? —preguntó Granger. Parecía acusatoria, como si Draco fuera personalmente responsable del cambio. —Tu gusto por los hombres ha evolucionado. —Se encogió de hombros Draco—. Seguramente puedes hacerlo mejor que un asistente de jardinero... Granger parecía irritada. —No seas condescendiente. ¿Cambió el tuyo? Draco observó a Granger por un momento, juzgando si era digna o no de esta información bastante privada. —Quizás. —¿Qué era, antes? —No recuerdo. Caramelos de limón, o algo así. —¿Y ahora es café? —Sí —dijo Draco—. Y caramelo. —¿Alguna vez dejas de pensar en la comida? —No. —El romance está muerto. —Ahórrate la saliva, Granger. —Draco desvaneció la muestra de Amortentia que Granger había servido. Luego volvió a guardar los viales en su cartera—. Iré a buscar un café y, de paso, a mi alma gemela. —El café de abajo tiene una panna cotta de café con caramelo. Tal vez tu alma gemela sea un flan. —Muéstrame. Salieron juntos del salón de clases y caminaron unos pocos pisos hasta la planta baja. Granger agitó su varita en el pecho de Draco para ocultar su insignia de Auror de la vista; sus túnicas negras no provocaban segundas miradas en el Cambridge muggle. Ella lo llevó al pequeño café. Quedaba una sola panna cotta en la ventana.

—Es una señal —dijo Granger. Ella la compró para él (él no tenía dinero muggle), y un capuchino para ella. —Gracias por dejarme compartir este día tan especial con ustedes dos —dijo Granger, colocando el postre en las manos de Draco con gran solemnidad—. Por una vida de felicidad y amor. Luego le entregó una pequeña cuchara de plástico. —Mi regalo de bodas para la feliz pareja. Un poco sarcástica, a veces, era Granger. Salieron del edificio y el cálido sol de mayo los besó. Draco, comiendo a su alma gemela con una cuchara, vio su venganza en la forma de un joven fornido cortando el césped. —Mira, Granger, tu jardinero está recortando el patio. ¿Quieres que hable con él por ti? —Son tribunales, no patios. Y no... —Ey —dijo Draco al fornido muchacho—. ¿Tienes un móvil? —Eh... ¿sí? —contestó el jardinero. Draco agarró a Granger por los hombros y se paró detrás de ella. —Ella es un poco tímida, pero ¿a esta profesora le gustarían tus números? —¿Mi... qué? —Ya sabes —dijo Draco, imitando a Granger usando su dispositivo muggle. —¡Vaya! —dijo el jardinero—. Mi número. Granger derribó las manos de Draco. —Ignóralo —le dijo al jardinero—. Es un imbécil. El jardinero parecía confundido pero, para enorme diversión de Draco, esperanzado. Observó a Granger de arriba abajo. —Pero... ¿Quieres mi número? —No, siento molestarte. Por Favor, continúa con lo tuyo. La cara del jardinero cayó. —Bien. ¿Sabe dónde encontrarme si cambia de opinión, profesora...? —Granger —dijo Draco amablemente. —Eso no será necesario. Como dije, este hombre es un imbécil. Granger, con un agarre en el codo de Draco que era más un pellizco que otra cosa, los alejó del jardinero, quien los miraba decepcionado. Draco, sintiéndose como si tuviera doce años, se estaba riendo para sí mismo.

—El pobre hombre parecía terriblemente triste, ¿sabes? Granger estaba, aparentemente, demasiado enfadada con él para responder. —Destrozado, Granger. — Ay, cállate. —¿A dónde vamos? —A un lugar donde pueda Desaparecerme y alejarme de ti. Había un nicho sombrío detrás de unos arbustos que parecían adecuados. Granger sacó su varita y, con una última mirada irritada a Draco, desapareció rumbo a su casa. Draco, todavía riéndose, clavó su cuchara en su «cosa» de café con caramelo. Fue entonces cuando descubrió que Granger lo había transfigurado en moco de gusarajo. —Esa maldita bruja —dijo Draco. **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola! Espero hayan tenido unas buenas vacaciones, claramente con olor a colonia cara y panna cotta de por medio. ¡Gracias por leer! Próxima actualización: sábado 23 Besos, Paola

La fiesta del té **~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

El Bloc de Draco se hundió en un silencio taciturno en los siguientes días. Asumió que Granger estaba haciendo pucheros y que no volvería a saber de ella hasta que la presionara sobre sus próximas vacaciones de asterisco. Por lo tanto, se sorprendió al recibir una misiva de ella antes de que transcurriera la semana. «Recibida la invitación a tomar el té de tu madre. Este domingo». «¿Serás amable y asistirás?», preguntó Draco. «No estoy segura de que merezcas que sea amable», dijo Granger. «No castigues a mi madre por mi culpa», contestó Draco. «Además, comí mucosidad de gusarajo, ¿no he sufrido ya lo suficiente?» «¿De verdad te lo comiste?», preguntó Granger. «Sí», respondió Draco. «Mentiroso», expresó Granger. Draco no respondió, porque ella tenía razón. Su Bloc volvió a zumbar. «Sólo voy si estarás allí. No sufriré sola». «No puedo. Ya me inventé un conflicto de programación», contestó Draco. «Lástima», señaló Granger. «Deshazlo». «Pero eso es complicado», dijo Draco. Esperaba que ella pudiera escuchar el gemido a través del texto. «También lo es asistir a un evento en la mansión Malfoy». Draco se enderezó en su asiento. Así que ella estaba jugando esa carta. Entonces supuso que no tenía elección. «Entendido. Estaré allí». Ella no respondió. Llegó el domingo y con él la habitual ráfaga de preparativos que precedía a las funciones de Narcissa. Draco permaneció en sus aposentos hasta que el torbellino de Henriette y sus compañeros elfos se calmó y llegaron los primeros invitados. Narcissa manejó sus listas de invitados con una estrategia y refinamiento desarrollados durante décadas de servicio como la anfitriona perfecta. Los invitados de hoy fueron una mezcla de empleados y académicos del Ministerio de alto nivel. Para Granger, el grupo le permitiría mezclarse cómodamente con una multitud familiar; para Draco, fue una bendición, ya que las categorías de pegajosas debutantes y empleados del Ministerio de alto nivel por lo regular eran mutuamente excluyentes. Tomó a Henriette y le pidió, en voz baja, que le avisara cuando llegara Granger. Luego se dirigió al salón que Narcissa había abierto a la terraza oeste en esa hermosa tarde de mayo. Mesas de plata delicadamente labradas, repletas de bocadillos y pasteles, se extendían hacia la terraza. Los invitados estaban protegidos del sol por sombrillas de encaje que flotaban sobre

ellos. Draco reconoció a algunos viejos compañeros de escuela y se acercó para conversar un poco con Terry Boot (Departamento de Accidentes Mágicos y Catástrofes), Davies (Transportes Mágicos) y Padma Patil (Universidad de Edimburgo). La conversación pasó de las bromas mutuas sobre envejecer, a la reciente actuación de los Falmouth Falcons y, finalmente, a los niños, momento en el que Draco perdió interés y comenzó a considerar maniobras evasivas. El rescate llegó en la forma de Henriette, quien tiró de la manga de Draco para informarle que la sanadora Granger acababa de llegar por red flu. Draco encontró a Granger quitándose el polvo en el salón del flu. Casi había esperado que ella llegara con un atuendo muggle para dejar claro su punto. Sin embargo, ella se había esforzado en usar túnicas para la ocasión. Eran de un azul grisáceo claro al estilo francés, que acentuaban la clavícula y el cuello esbelto, y se entallaban hasta la cintura. Granger se veía pálida, pero parecía sobrenaturalmente tranquila cuando vio a Draco y preguntó: —De nuevo, ¿por qué estoy aquí? Draco enumeró posibilidades en sus dedos: —1) Un repentino interés en construir puentes, 2) agradecer a los Malfoy por hacer posible la sala Delacroix, 3) porque fuiste invitada personalmente por Narcissa Malfoy y nadie le dice que no y 4) porque te obligué... Elige tu opción. —No te hagas ilusiones, no puedes obligarme a hacer nada. —No me desafíes, o puede que decida probar que estás equivocada. Él y Granger intercambiaron miradas mutuamente obstinadas. Sin embargo, Draco estaba más interesado en la clara falta de manos temblorosas u otros temblores que generalmente marcaban los estados de ansiedad de Granger, que el evento de hoy debería haber desencadenado, dada la ubicación. —Tomaste una poción calmante —dijo Draco. —Lo que sea que me ayude a superarlo —dijo Granger—. No necesito recordarte cómo fue mi última estancia bajo este techo. —Difícilmente es el mismo techo —contestó Draco, mirando el gran arco blanco sobre ellos. —¿Qué quieres decir? Oh, dijiste que habían reconstruido... Granger también miró hacia el gran techo. Se quedó en silencio por un momento y luego preguntó: —Un experimento mental: ¿sigue siendo la misma mansión si todos sus componentes originales fueran reemplazados? —La Nave de Teseo —dijo Draco—. Bueno, la mansión de Teseo, supongo. Granger desvió su atención del techo hacia él. Su expresión pasó de sorprendida a impresionada, luego volvió a ser neutral. —Precisamente.

—Dime cuando lo hayas resuelto. —Draco sostuvo su brazo hacia la puerta—. ¿Vamos? —No —dijo Granger con un brazo envuelto alrededor de su cintura—. Preferiría quedarme aquí y discutir la metafísica de la identidad. —La mitad de los invitados aquí hoy son cerebritos; puedes discutir metafísica con tu pequeño corazón. La gemela Patil que da clases en Edimburgo está aquí. —Oh... ¿Padma está aquí? Esta noticia animó a Granger a seguir a Draco hasta la puerta que conducía al vestíbulo de entrada. Se detuvo en el umbral y respiró hondo para fortalecerse. Luego entró en la mansión propiamente dicha. Draco, mirando detrás de él, notó que ella mantenía la cabeza gacha y no miraba para ningún lado. Lo cual fue una lástima, porque se habían hecho cambios sustanciales desde su última y desafortunada visita. —Queríamos deshacernos de todo recuerdo de los... momentos más oscuros de nuestras vidas, de la estancia de Voldemort aquí. —El comentario de Draco atrajo la atención de Granger más allá de sus propios pies—. Ha cambiado un poco. Con un esfuerzo, Granger forzó su mirada hacia arriba y alrededor. —Oh, es mucho... mucho más brillante de lo que recuerdo. Animado por este éxito, Draco decidió parlotear sobre los cambios, lo que sea que mantuviera a Granger con la cabeza en lo alto. No estaría bien que ella entrara al salón luciendo aterrorizada. —Pusimos algunas ventanas nuevas. Bueno, ese tragaluz fue un grandioso y maldito agujero de alguna explosión. Pero nos gustó que el sol entrara en el vestíbulo, así que lo vidriamos en lugar de techarlo. Se detuvieron en otra gran ventana de forma extraña que daba al este. —Esta fue hecha por un grupo de Bombardas emitido por un grupo de Aurores. No parecía que valiera la pena volver a reconstruir con ladrillos, no cuando dejaba que el amanecer entrara perfectamente. Granger inclinó la cabeza, estudiando la característica arquitectónica decididamente no tradicional. —¿Sabes? Me gusta bastante. —El daño a las serpientes y otras cosas grotescas condujo a un descubrimiento bastante interesante —dijo Draco, señalando las molduras del arco sobre ellas—. Descubrimos que habían sido construidos sobre iconografía de ángeles. Pensé que hacía que el lugar se sintiera como una catedral, pero a mi madre le gustaron. Ella mantuvo los más intactos. Granger inspeccionó la media docena de ángeles posados y volando, cerca de la parte superior del techo. —Vaya, hubiera pensado que siempre habían sido serpientes. —Nosotros también. Parece que algún antepasado de los Malfoy en el siglo XVIII se entusiasmó un poco con los lazos de la familia con Salazar Slytherin y decidió adoptar de corazón la imagen reptil.

Mientras avanzaban por el pasillo hacia el salón, las brillantes tablas debajo de sus pies dieron repentinamente paso al cristal. —Ahora, esto es interesante —dijo Draco—. Las mazmorras fueron completamente destruidas en la última batalla, y debajo de ellas... —¡Oh... Ruinas! —Hicimos que vinieran algunos arqueólogos. Creen que fue un asentamiento monástico del siglo VI. —¿Céltico? —Sí. Escribieron un informe... eh... está en alguna parte... Granger parecía estar a punto de caer de rodillas y presionar su rostro contra el piso de vidrio, bajo el cual brillaban las ruinas mágicamente iluminadas. —Tienes que enviarme una copia. Qué fascinante. Draco prometió hacerlo. Iba a felicitarse por su hábil manejo del estado de ánimo de Granger, cuando la siguiente dificultad se presentó en forma de Henriette. —¿Sándwich de huevo y berros? —gritó una voz en algún lugar de sus cinturas—. ¿Bollos con nata? Granger observó a la elfina doméstica. Henriette estaba impecablemente vestida con una funda de almohada bordada, sonriente y atenta. Cuando Granger no respondió de inmediato, Henriette le ofreció otra bandeja. —¿O tal vez pastelitos de té acaramelados para Mademoiselle? La lucha interna de Granger era evidente, pero la dominó. —Sí, tomaré un pastel de té. Un grand merci. —Cela me fait plaisir, Mademoiselle —dijo Henriette con una reverencia, antes de desaparecer. Granger atrapó a Draco observándola mientras la elfina doméstica desaparecía. —¿Qué? —espetó. —Espero tu Manifiesto —dijo Draco. Granger olfateó. —He llegado a un acuerdo con el hecho de que hay algunas partes de la sociedad mágica que nunca entenderé. —¿Pero los aceptas? —No —dijo Granger—. Los tolero. —Mmm. —No te preocupes, no comenzaré una revolución de elfos domésticos dentro de tus pasillos.

—Qué mal —dijo Draco—. Henriette es francesa, ya sabes, radical por naturaleza. Finalmente, llegaron al salón. Draco escuchó una pequeña inhalación a su lado. Granger jadeó. Él mismo era insensible a los arreglos de su madre, pero supuso que la escena era bastante bonita: la luz del sol, la terraza, las sombrillas... —Las flores —dijo Granger. —Estoy encantada de que tengan tu aprobación —dijo la voz de Narcissa—. Bienvenida, sanadora Granger. Estoy tan contenta de que hayas podido venir. Draco notó que su madre usaba el título de Granger y se preguntó cuánto lo regañaría si lo escuchara referirse a Granger como, bueno... Granger. Narcissa, como excelente anfitriona que era, llevó a Granger a la habitación a través de un recorrido por los arreglos florales más extravagantes. Había una rigidez entre ambas, moderada por el mejor intento de cortesía neutral de cada bruja. Narcissa arrastró a Granger hacia una multitud mayor del Ministerio. Draco observó cómo Granger era presentada con atención a sus muchos logros. En estos círculos, Granger apenas necesitaba presentación, pero su presencia en la mansión Malfoy era, como Narcisa esperaba, notada en susurros quedos. Confiado ahora que Granger no estaba a punto de desmayarse del terror o huir de las instalaciones, Draco continuó con su propia mezcla. La reconstrucción del nombre y prestigio Malfoy había tomado una década y media de trabajo por parte de él y su madre. Estaban viendo los frutos de eso ahora: la habitación estaba llena de gente con poder, donde la mayoría estaban contentos de ser vistos en una función de Malfoy, y disfrutaban plenamente de la hospitalidad de Narcissa. Draco tomó nota de quién necesitaba dinero y quién necesitaba influencia. Se sirvió el té. Granger se había metido entre la multitud de Hogwarts y estaba charlando con Patil y Boot. Draco se complació en notar que ella revolvió su té correctamente, de un lado a otro, sin chocar la cuchara contra la porcelana. Estaba seguro de que su madre también se habría dado cuenta. Sí, Narcissa acababa de mirar a Granger y sus ojos se habían posado en el movimiento. Su mirada luego se deslizó hacia aquellos con los que Granger estaba hablando, observando la naturaleza de sus interacciones. Unos días antes, Narcissa le había confesado a Draco su sorpresa de que «la chica Granger» hubiera aceptado su invitación a tomar el té. Había recorrido el estudio de Draco y enumerado los beneficios detalladamente: una hija de muggles, íntima amiga de Potter, una sanadora con una excelente reputación y, por supuesto, una bruja que había estado en el Otro lado de la guerra, que ahora condescendió a reunirse con ellos en la mansión. Debería haber pensado en esto antes, de verdad, pero la señorita Granger siempre había sido tan fría y poco sociable. Qué golpe de suerte que Draco hubiera bailado con ella. Narcissa consideró la asistencia de Granger como algo así como un éxito. Ahora lo estaba viendo desarrollarse con evidente placer. Granger estaba siendo cordial, en lugar de distante como podría haber sido, y se estaba comportando de una manera perfectamente femenina y brujil. Se reía de los chistes débiles de figuras importantes del Ministerio y hablaba con autoridad sobre muchos temas. Fue efusiva en sus elogios sobre la comida, las habitaciones, los anfitriones. En conjunto, la invitada ideal.

Cuando todo el mundo estuvo debidamente satisfecho con salmón ahumado y pasteles y mermelada, hubo un éxodo por las escaleras de la terraza hacia los jardines. Los invitados, unos cuarenta según el conteo de Draco, vagaron por los setos y los macizos de flores de primavera cuando el sol comenzaba a ponerse. Aquellos con un interés especial en la botánica siguieron a Narcissa a los invernaderos, donde dirigió un recorrido por sus especímenes más raros y delicados. Granger, por supuesto, se unió a ese grupo. Draco lo siguió, pensando vagamente que esta reunión contaba como un evento público y que, por lo tanto, debería estar presente en caso de que un invitado perdiera la cabeza y atacase a Granger en presencia de uno de los Aurores más notorios del Ministerio. Granger se interesó especialmente en el origen del jacinto colibrí de Narcissa, que su madre le informó que había sido importado de un mago en Provenza, hace muchos años. Narcissa se movió a la siguiente fila, junto con el resto del grupo. Granger se puso de pie y estudió el jacinto, cuyos racimos de flores abrían y cerraban sus pétalos en temblorosos revoloteos, como los colibríes del mismo nombre.

(foto: thegardensatmillfleurs.com) —¿Estás admirando o estás tramando algo? —preguntó Draco, saliendo por detrás de un helecho gigante. Granger saltó. Entonces ella pareció enojada. —No te preocupes. —Lo último, entonces. —Sólo estoy pensando —dijo Granger. Draco se acercó a pararse a su lado. —Si necesitas la flor para algo, estoy seguro de que a mi madre no le importará. Probablemente estaría encantada de contribuir a cualquiera que sea tu iniciativa. —No —la voz de Granger era vaga y sus ojos estaban desenfocados—. No, ella ya ha ayudado. —¿Cómo? —Nada... no importa —dijo Granger, regresando al presente. Lo cual era mentira, pero Draco

decidió no presionarla. Echó un vistazo para ver a dónde había llegado el grupo. Sin embargo, algo la hizo detenerse. Draco siguió su línea de visión hasta el techo de la mansión, a través del cristal del invernadero. La realización cayó sobre ella. —Malfoy, ¿es esto... es aquí donde solía estar el salón? —Lo es. Una especie de escalofrío recorrió a Granger. Luego vino el desafío: un enderezamiento de la espalda, un endurecimiento de la mandíbula. Luego un reflejo extraño agarrándose a una de sus mangas. Ahora su rostro parecía demacrado y su respiración se estaba volviendo superficial. ¿Se había desvanecido la pócima calmante en un momento tan verdaderamente desafortunado? —Salgamos de aquí —dijo Draco. Él no le dio la opción de discutir, pasando su brazo por el de ella y sacándola del invernadero. Para cualquier espectador, estaba actuando como un caballero que escoltaba a una dama a través de charcos de lodo, pero su agarre era de hierro. Se dijo a sí mismo que esta solicitud se debía a que devastaría a su madre si Granger se desmayaba y causaba una escena durante uno de sus tés. No era porque le importara particularmente la bruja que sostenía su brazo, quien de alguna manera vacilaba entre poderosa y completamente frágil en un abrir y cerrar de ojos. —Malfoy, estoy bien —dijo Granger con los dientes apretados. Intentó apartar el brazo. —Mentirosa —contestó Draco, sin soltar su agarre. —Bueno, estaré bien en un momento. No esperaba ser tan... —Si dices débil, me enfadaré —dijo Draco. —Abrumada, entonces. —Granger se secó la frente—. ¡Iugh!, sudores fríos. —¿Debería ir a buscar algo? ¿Un filtro de paz? —preguntó Draco. Sin embargo, justo cuando Granger abrió la boca, recordó—. No, está contraindicado dentro de las 24 horas posteriores a una pócima calmante, casi lo olvido. Siéntate. Granger se sentó en el banco de piedra hacia el que Draco la había conducido. Y allí, finalmente, estaban las manos temblorosas. Trató de esconderlas entre los pliegues de su túnica. —Estoy bien, de verdad —dijo Granger. —Tu bravuconería es irritante en el más alto grado —contestó Draco. Llamó a un elfo doméstico para que fuera a buscar chocolate, quien se presentó inmediatamente con una tableta enorme y dos pasteles de chocolate dispuestos en una bandeja de plata. Granger rompió un trozo de la tableta y dejó que se derritiera en su boca. —¿Mejor? —preguntó Draco.

—Mmm... endorfinas —dijo Granger. El intento de ligereza fue desmentido por su rostro sin sangre. —Si mi madre pregunta qué pasó, diremos que tomamos un desvío porque querías ver la fuente. —¿Qué fuente? —preguntó Granger. —Esa fuente —dijo Draco. Granger hizo un balance de su entorno por primera vez y se encontró mirando la fuente.

La Fontaine des Quatre Parties du Monde, París:nuestra fuente de inspiración para hoy. (Foto: eutouring.com) —¡Hipocamposes! —jadeó Granger—. Eh... ¡Hipocampos! Draco agitó su varita hacia la fuente, activando el gorgoteo de los chorros que realmente la hicieron cobrar vida. —Ahora que los he visto en persona, esto parece una pálida imitación. —No seas tonto. Es bonito. ¿De quién es? —Fremiet —dijo Draco. —Por supuesto. Draco miró la estatua críticamente. —La escala es correcta, las proporciones son perfectas, el movimiento es hermoso, pero es difícil capturar la majestuosidad. —Lo que realmente necesitamos es un viento gélido del Mar del Norte para congelarse y así completar la experiencia —dijo Granger. —Haré que el jardinero agregue gotas de granizo. —¿Tienes una escoba vieja para volar juntos?

—Probablemente —dijo Draco—. ¿Voy a buscarla? —No. —Pero imagina lo que diría mi madre. —Exactamente. Draco se recostó sobre sus palmas con una sonrisa. —Ahora me apetece un vino caliente. Observaron el juego del agua sobre los hipocampos encabritados en un silencio roto sólo por el gorgoteo de los chorros. Granger comió otro trozo de chocolate. Draco obtuvo uno de los pasteles. Dejando de lado la charla ligera sobre la fuente, Draco estaba luchando con algunos sentimientos incómodos. Había convencido a Granger para que viniera a complacer a su madre, pero para ella no había sido simplemente un paseo por la tarde en la casa de un antiguo enemigo. Ver su reacción al estar parada donde había estado ese maldito salón ayudó a Draco a comprender que esto había sido algo más grande y mucho más difícil. En su mente, la casa ni siquiera era el mismo lugar, y el salón ya ni siquiera existía, pero para Granger, esto había sido una visita a una escena de sufrimiento. Sus gritos habían resonado por estos mismos terrenos durante muchas horas bajo la varita de Bellatrix. Durante sus noches más inquietas, los recordaba. No había sido bravuconería, había sido verdadera valentía el venir aquí. —No debí haberte hecho venir —dijo Draco sin mirar a Granger porque admitir que había hecho algo malo no le resultaba fácil—. ¿Quieres irte a casa? Te llevaré de vuelta al salón del Flu. Podemos decir que uno de tus pacientes te necesitaba. Granger lo miró con una especie de muda sorpresa. Luego se miró las manos, que habían dejado de temblar. —Creo que estoy bien ahora. El color había vuelto a su rostro y su respiración había vuelto a la normalidad. Sin embargo, no había vuelto al nivel de calma inusual que había marcado su llegada aquí; el Draft realmente había desaparecido. Granger estaba mirando el invernadero que se encontraba en el lugar donde había sido torturada. —Creo que es bueno volver. Posiblemente sea el cierre, ¿no? Marca el final de un capítulo terrible. El agua bailó. A medida que se ponía el sol, la iluminación mágica del jardín comenzó a hacerse cargo. La fuente estaba bañada en luz; los hipocampos parecían respirar. El invernadero brillaba dorado. —Cosas buenas crecen ahora allí —dijo Granger—. Incluso tu hogar es... Diferente. Y no me refiero sólo al edificio: está tocado por la luz. Draco no dijo nada. Se habían desviado hacia un territorio nuevo y extraño más allá de las peleas y las bromas, y él no tenía una base sólida. —A veces pienso que quince años están tan terriblemente lejos —continuó Granger—. La mitad de

nuestras vidas, en realidad, una era. Y luego tengo momentos como... como el que acabo de tener, donde se siente como si fuera ayer. Y todo está en carne viva y duele. —Lo sé —dijo Draco. Él lo sabía exactamente. Hubo un largo silencio. El agua bailaba y cantaba. Finalmente, Granger volvió a hablar. —Al menos has cambiado lo suficiente como para que ya no vea al idiota acosador de mis días de escuela. —¿Lo hice? —Sí. —Granger sonrió con una ligera expresión—. Ahora sólo eres un idiota. Mientras Granger sonreía, Draco sintió la distensión. Habían vuelto a un terreno familiar. —Guau —dijo Draco. —También te ha crecido la barbilla —dijo Granger. —Gracias. —Y tus pies, más o menos. —Continúa. Esta catalogación es emocionante. —¿Qué sigue? —Aún no has insultado mis manos —dijo Draco. —Muéstrame. —Ella tomó su mano en la suya pequeña y se la pasó con ojo crítico—. Excesivamente grande; tal vez estarás dando otro estirón. —Quizás. —Sin embargo, es mejor que no —dijo Granger, soltando su mano—. Ya eres alto. No quieres estar desgarbado. Draco se permitió una sonrisa, porque podía escuchar la mentira en su voz. —¿Algo más que quieras criticar sobre mis proporciones? —Creo que he hecho un inventario de los peores infractores. —Bah, si soy la proporción áurea personificada. Granger le dio una mirada severa. —Fibonacci debe haber estado ahogado en Chianti. Una risa inesperada estalló en Draco. Luego se recompuso. —¿Se te ha ocurrido que tu métrica de referencia está mal? —¿A qué te refieres?

—En general eres minúscula —dijo Draco, señalando a Granger—. Esa base de comparación hace que el resto de nosotros parezcamos enormes. Granger parecía provocada. —No soy minúscula. —Se sentó muy derecha en el banco—. Soy promedio, gracias o... un pelín por debajo. —Varios pelos, creo. Es posible que tengas algo de herencia Pixie. Eso explicaría la estridencia. —No soy estridente —dijo Granger con voz estridente. Draco levantó el índice y el pulgar, luego miró a Granger a través del espacio. —Veinte centímetros de alto, eso es correcto. Diminuta. —¡¿Diminuta?! —Microscópica, en realidad. Eres una nanopartícula; debería hablar con ese tipo danés y preguntarle sobre tus aplicaciones clínicas. Granger abrió la boca. La ofensa y la diversión lucharon brevemente en sus rasgos, al instante, estalló en carcajadas. Mientras el brillante sonido resonaba en el patio, Draco decidió que hacer reír a Granger también podría ser un pasatiempo digno de perseguir. La alegría de Granger disminuyó. Respiró hondo y se secó una lágrima debajo del ojo con delicadeza. —Maravilloso. Sudores fríos y ahora lágrimas. ¿Hay alguna otra emoción que te gustaría sacar de mí en tu guerra contra mi maquillaje? —¿Qué emoción no has pasado hoy? —Veamos... He estado estresada, enojada, asustada, perdonando (tus defectos), alegre, eh... —Amor, entonces —sugirió Draco. —He sentido eso. —¿Ah sí? —Sí... hay algo entre este chocolate y yo. Me gustaría quedarme a solas con esto, si no te importa. —Lo siento, entraste en un ménage à trois por defecto cuando aceptaste chocolate en mi casa — dijo Draco, rompiendo un trozo para sí mismo. —¿Este chocolate no es monógamo? —No. —Bueno —suspiró Granger—, supongo que hay suficiente para compartir. Sacó su varita y derritió un poco de chocolate. Luego partió un trozo del pastel de chocolate restante y lo sumergió en el chocolate derretido.

—Pura decadencia, Granger, pero me gusta tu estilo. Terminaron el pastel. —Realmente me siento mejor —dijo Granger después—. ¿No sería mejor que nos reuniéramos con los demás? —Supongo —dijo Draco. En realidad, no quería hacerlo. Preferiría sentarse ahí y ver la puesta de sol teñir el cielo de un rosa suave, escuchar la fuente y disfrutar del zumbido para sentir el bienestar que únicamente el chocolate mágico podría dar. Tal vez lanzarle una o dos discusiones a Granger, sólo por deporte. ¿Qué tema la provocaría más? ¿Adivinación? ¿Oxford supera a Cambridge? ¿Su gato? ¿Interrogarla sobre su proyecto? ¿Sugerir un paseo en escoba en grupo por la finca? ¿Insultar a Potter? ¿Elfos domésticos? Granger tenía una gran cantidad de botones. Sin embargo, antes de que Draco tuviera el lujo de lanzar su siguiente misil, un grupo errante de asistentes a la fiesta se unió a ellos en el patio y arruinó el ambiente con exclamaciones sobre la belleza de la fuente. Draco notó que Granger se había alejado de él en el banco. Esto lo divirtió: ¿qué pensaba ella? ¿Que la gente los vería juntos en un banco y sacaría algún tipo de conclusión? Él era Draco Malfoy y ella Hermione Granger: eso era completamente risible. Sin embargo, su distanciamiento lo hizo sentir malhumorado. Él también se alejó de ella en el banco. Esto hizo suficiente espacio para que un imbécil recién llegado se invitara a sí mismo a sentarse entre ellos. —Zabini —dijo Draco—. No sabía que estabas invitado. —Draco —dijo Zabini—. Grang.. Hum... ¿Sanadora Granger? ¿Profesora Granger? —Hermione está bien —dijo Granger, ahora protegida completamente de la vista de Draco por Zabini. —No estoy de acuerdo —contraatacó Draco—, no te tutees con Zabini. —Demasiado tarde —dijo Zabini—. Tengo el permiso de la dama. —Úsalo sabiamente —dijo Granger. —Hermione —dijo Zabini, pronunciando la palabra lentamente, y molestando a Draco—. Shakespeareano, ¿no? —Lo es —dijo Granger. Parecía sorprendida. Draco estaba aún más irritado por eso. ¿Y cómo demonios sabía Zabini eso? Idiota absoluto. Zabini luego le dio la espalda a Draco y procedió a tener una pequeña charla afable con Granger. Le preguntó sobre su(s) trabajo(s), sobre su investigación y sobre el por qué estaba perdiendo el tiempo con un gran imbécil como Draco. Debería ir y sentarse con él bajo los cerezos. Narcissa

había sacado el champán. —Estoy justo aquí —dijo Draco. —Oh —dijo Zabini—. Lo había olvidado. —Malfoy no es un gran imbécil —dijo Granger. Zabini sonrió. —¿Qué tamaño de imbécil es él, entonces? —Más bien uno pequeño, y sólo cuando está enfadado. —Claramente no lo conoces —chasqueó la lengua Zabini. —He desarrollado una familiaridad —dijo Granger. Zabini miró a Draco con asombro. —¿Una familiaridad, dices? —Trabajo —contestó Granger. —¿Vaya? ¿Y en qué capacidad están tú y Draco trabajando juntos? —Un asunto aburrido del Ministerio, con el que no te aburriré. —Granger se levantó, se arregló la túnica y se fue hacia el grupo de invitados cercano a la fuente—. Disculpen, necesito hablar con Padma. Draco, que había estado mirando el trasero de Granger cuando se fue, se irritó al descubrir que Zabini estaba haciendo lo mismo. —Mmm... —dijo Zabini. —¿Qué te tiene actuando como un gran idiota? —preguntó Draco. —Nada —dijo Zabini—. Vi una cosa bonita y quise sentarme a su lado. Al igual que tú, ¿no? —No estaba sentado a su lado porque es una cosa bonita —dijo Draco. Sin embargo, no quería explicar cómo y por qué—. Sólo pasó. —¿Así que no estaba interrumpiendo nada? —Por supuesto que no. Ella es Granger. ¿Cuánto alcohol has bebido? —Ninguno en absoluto. Pero... esto es bueno. Por un momento pensé que te estabas volviendo un poco posesivo, viejo. Draco se burló. —¿Posesivo? Es Granger. —Hemos establecido eso, sí —dijo Zabini—. Y ha pasado de ser una niña precoz a una especie de bruja bastante feroz, autoritaria y competente. Eso me hace cosas. Pero si prefieres vivir en el pasado, por todos los medios, continúa. Felizmente encontraré mi diversión en el presente.

Zabini se levantó para unirse a Granger y Patil, dejando que Draco reflexionara sobre eso. Una cosa era segura: si Zabini pensaba que Granger iba a ser una mera diversión, se llevaría un poco de sorpresa en todo su sistema. Las brujas de sangre pura que participaban en sus coqueteos habituales eran diametralmente opuestas a Granger en cien niveles. ¿Una diversión? Zabini no tenía idea de en qué se estaba metiendo. Draco tomó una copa de champán de una bandeja que pasaba. ¿Y la sugerencia de que había estado actuando de forma posesiva? Ridículo. En el peor de los casos, Draco se dijo a sí mismo mientras observaba a Granger por encima de su vaso, estaba pendiente de ella. Y eso fue sólo porque él estaba, ya sabes, en una misión para protegerla. Cosa que Zabini tampoco sabía. Draco concluyó que Zabini no sabía nada y que era un idiota. **~**~**

Solsticio Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

Draco no volvió a ver a Granger hasta mediados de junio. Entró en su laboratorio en Trinity justo cuando él estaba renovando sus protecciones. Parecía tan sudorosa como él, y bastante más agobiada. —Estás cojeando —observó Granger mientras trotaba junto a Draco, con su túnica de sanadora flotando detrás de ella. —Perceptiva. —¿Bludger? —Mantícora. Esto le dio una pausa. Ella giró. —¿Lo has hecho revisar? —Obviamente. —¿Por quién? —Sanador Parnell. —Oh, él es maravilloso. Excelente. Adiós. Con eso, Granger se encerró en su oficina. Draco podría haber estado ofendido por este tratamiento arrogante de su tan estimada persona, excepto que reconoció la mirada distante en los ojos de Granger: la mirada lejana, pensando en algo, probablemente resolviendo el hambre mundial. Con el pretexto de verificar dos veces la protección interior, Draco se paseó por el laboratorio propiamente dicho. Como siempre, estaba impecablemente limpio. Le pareció que había más botellas de Sanitatem que antes, y también algunas otras pociones curativas de diferentes potencias agrupadas en conjuntos. Nuevamente, no había notas escritas en ninguna parte, ni ninguna indicación real de en qué estaba trabajando Granger. Estaba inclinado sobre un grupo de diminutas ampollas, tratando de determinar si alguna de ellas contenía la muestra del Pozo Verde, la Ceniza de Beltane o la sustancia misteriosa que ella había recolectado en Ostara, pero fue interrumpido por Granger asomando la cabeza por la ventana de su oficina. —No encontrarás mucho de interés allí —dijo Granger cuando lo vio husmeando. —Necesito aprender «La Computadora» —dijo Draco, con una mano en su barbilla. —Eso puede ayudar. —Enséñame —dijo Draco. Preferiría esperar a que Granger aprovechara la ocasión. Sin embargo, ella dijo: —No. —¿No?

—Por razones estratégicas, prefiero mantenerte inútil. —Poco generoso de tu parte. —Lo sé —dijo Granger—. Por cierto, tengo un favor que pedirte. —La respuesta es no —dijo Draco. —Brillante —dijo Granger—. Está arreglado, entonces. Volvió a meter la cabeza en su oficina y cerró la puerta. —¿Qué está arreglado? —preguntó Draco a la puerta cerrada. —Nada —dijo Granger desde dentro. —Dime. —No. —¿Tiene que ver con el Solsticio que se acerca? ¿Litha? —Vete, dijiste que no querías ayudar. —Voy a abrir esta puerta —gruñó Draco. —No, no estoy decente. —Mentirosa. —Es cierto. Me estoy desvistiendo. —Llegó la voz de Granger ligeramente amortiguada. Draco hizo una pausa. —Un poco conveniente, ¿no? —Sólo dame un puto minuto. Draco le dio un puto minuto. Granger abrió la puerta de nuevo. La acompañó la corriente fría de hechizos refrescantes y un olor, sorprendentemente tentador, a antiséptico y sudor. Su cabello era un moño revuelto en su coronilla. Se había quitado la túnica de sanadora y la había reemplazado con ropa muggle. —Todavía no estás decente —dijo Draco, observando sus pantalones cortos y la blusa escotada, sin embargo, todavía de manga larga. —Por favor, este es un atuendo normal cuando hace mucho calor. ¿Son todos los magos monjes en secreto, o solo eres tú? Draco consideró esto como un ataque a su machismo, y contempló seriamente mostrarle a Granger lo poco monje que era, excepto que no podía pensar en cómo expresarlo de una manera varonil y viril. —¿Has cambiado de opinión sobre el favor? —preguntó Granger, apartándose de su camino para poder entrar.

Draco tomó su silla habitual frente a su escritorio y asumió una pose magnánima. —He decidido, al menos, escucharte. —Gracias por prodigarme con tu caridad. Draco le hizo un gesto para que continuara de una manera majestuosa. Además, no tenía ninguna dificultad para concentrarse en su rostro y su escote bajo no lo distraía en absoluto. —Sólo te pregunto esto porque sé que eres moralmente corrupto y no tienes estándares éticos — comenzó Granger—. No le preguntaría a ningún otro Auror lo que voy a preguntarte a ti. —Fuerte prefacio —dijo Draco—. Estoy halagado. Continúa. —¿Cómo te sientes acerca del robo? —A favor —dijo Draco. —Ni siquiera sabes lo que estamos robando. —¿Qué es? —¿Qué pasaría si fuera, teóricamente, por supuesto, una preciosa reliquia de crítica importancia religiosa? —... ¿Cuándo nos vamos? —¿Tienes algún plan para el Solsticio? —preguntó Granger. —Un robo de un artefacto religioso con una sanadora sorprendentemente traviesa —dijo Draco—. ¿Tú? Una mirada complacida cruzó el rostro de Granger y luego desapareció. —Tengo planes con un Auror moralmente en bancarrota. —Suena como un partido. —Estoy empezando a pensar que lo es —dijo Granger. Su risa contenida hizo que sus ojos brillaran. —Entonces, dime. —¿Prometes que no me denunciarás a las autoridades? —Soy la autoridad, Granger. —Bien. —Granger juntó las manos frente a ella en un nudo nervioso—. Voy a robar parte de un cráneo. —Un cráneo. —Sí. —¿Humano? —Sí.

Granger observó a Draco ansiosamente por su reacción. La hizo sufrir al mirarla sin expresión durante veinte segundos completos. Ella estaba conteniendo la respiración. —Diabólico, Granger. Granger dejó escapar el aliento. —¿La persona está viva o muerta? —preguntó Draco. Granger parecía escandalizada. —Muerta, por supuesto. —No hago suposiciones. ¿De quién es el cráneo? —María Magdalena. Granger estaba conteniendo la respiración de nuevo. —¿Qué? —Te dije que tenía un significado religioso —dijo Granger. —¿No es muy importante para los muggles? ¿Los cristianos? ¿Dónde se guarda su cráneo? ¿Vamos a asaltar el Vaticano? —Bueno, esa es la buena noticia, creo. Su cráneo yace en un relicario, en una cripta. Y esa cripta está en un pequeño y tranquilo monasterio al sur de Francia. —Entonces, ¿cuáles son las malas noticias? —Bueno, hablando de monjas, el monasterio está dirigido por las Hermanas Benedictinas del Sagrado Corazón. —¿Y? —Son brujas. —Ah —contestó Draco. —Han estado encubiertas como una orden religiosa durante siglos para escapar de la persecución. Ellas protegieron a la Magdalena cuando huyó de Tierra Santa. Robarles será un poco más complicado que aparecerse y robarles su reliquia más preciada. —Supongo que tienes un plan —dijo Draco. Granger parecía ofendida de que siquiera preguntara. —Obviamente. Estoy eligiendo un enfoque simple con la menor cantidad posible de partes móviles. Tu aporte como Auror sería apreciado, por cierto. —Cuéntamelo. —El monasterio está abierto para los visitantes, es un paseo popular para los muggles en el área. Seremos torpes recién casados muggles.

—¿Debemos estar torpes? Me resultará difícil permanecer en el personaje. —Sí debemos. Nuestra caminata coincidirá, desafortunadamente, tontos, somos tan torpes, con las celebraciones del solsticio de verano de las Hermanas Benedictinas. —¿Debemos estar recién casados? Nos detestamos bastante. —Lo sé, pero sí. Si las monjas intentan prohibir la entrada debido a las celebraciones del solsticio de verano, probablemente no lo harán, pero por si acaso, diremos que esta visita fue el punto culminante de nuestra luna de miel, y que la peregrinación fue una promesa de votos matrimoniales, y que todo lo que queremos hacer es orar a la Magdalena, y ¿no considerarían hacer una excepción? Lloraré. Tú también puedes llorar. Esperemos que dejen entrar a los idiotas llorones con una supervisión mínima. —¿Y si no lo hacen? —preguntó Draco. —Eso significará que son unas miserables sin corazón y no me sentiré mal por aturdirlas para entrar. —Mira, ese es el problema con la moral. Me hubiera saltado al aturdimiento. —Sí, bueno, tengo un sentido de la ética un poco más desarrollado que tú, así que me gustaría que se lo merecieran de alguna manera... sólo un poco. No puedo afirmar que soy demasiado noble, ya que me dispongo a dañar un artefacto de valor incalculable. Sin embargo, es por una muy buena causa, ¿eso se equilibra? De todos modos, a media mañana, la mayoría de las Hermanas estarán en el pueblo; allí hay una basílica donde la gente del pueblo se congrega con ellas. Sólo quedará una tripulación mínima en el monasterio y, por supuesto, las protecciones que estas brujas hayan puesto para proteger el cráneo y sus otras reliquias. —Las reliquias de valor incalculable que han estado protegiendo durante siglos. Unos cuantos encantamientos maulladores polvorientos, estoy seguro. Esto será pan comido. —Es por eso por lo que estaría bastante complacida si vinieras conmigo —dijo Granger—. Tengo algún conocimiento de las protecciones, pero la tuya eclipsa la mía. Ahora, en el caso de que las cosas se pongan feas, he preparado algunas... eh... distracciones que estaré plantando mientras hacemos nuestra gira inocente y torpe. —¿Qué tipo de distracciones? Granger agitó su varita y una runa brillante cobró vida entre ellos. Movió su varita y mostró dos o tres más. Cada uno de ellos contenía el radical Kenaz: fuego. —¿Dispositivos incendiarios? ¿En un monasterio? Granger se mordió el labio. —Sí. —Eres una amenaza, Granger. —Pero los he modificado, se verán mucho peor de lo que realmente son. Sin embargo, les darán a las Hermanas un verdadero problema para extinguirlos. Integré metales combustibles. El alquimista de Draco estaba intrigado.

—¿Qué metales? —Magnesio, litio, potasio. —Un Aguamenti lo joderá todo —dijo Draco—. Tendrán que encontrar un agente extintor en seco. —Sí, para cuando lo resuelvan, ya nos habremos ido. He puesto un límite periférico en cada explosión; los incendios parecerán enormes, pero el daño real debería limitarse a un metro cuadrado. —¿Y los disfraces? —preguntó Draco. Aquí Granger parecía ambivalente. —Te dejo el tuyo. Iba a hacer algunos glamours simples. Estudié en Francia durante dos años y sólo fui reconocida una vez por un compañero inglés. No creo que las monjas del monasterio más remoto del país estén al tanto del último look de Hermione Granger. —Justo. —Nos abriremos camino a tientas por el monasterio, aturdiendo y obliviando según sea necesario con suerte, no en absoluto-, y tomaré un fragmento del cráneo tan pequeño que ni siquiera sabrán que se ha ido. —¿Y luego? ¿Nos desaparecemos? —Toda el área está protegida. —Hizo una mueca Granger—. Por eso somos caminantes muggles. Tendremos que trotar hasta el borde de la sala para desaparecer. —¿Traslador? —¿Demasiado rastreable, a menos que hayas arreglado el que intentaste en el anillo? —No lo he hecho —dijo Draco—. Ese encantamiento es un verdadero fastidio. Hay una razón por la que hay un departamento completo dedicado a los expertos de Portus. —Maldición. —¿Escobas? Granger respondió a esta inteligente sugerencia con toda la gratitud y el entusiasmo que cabría esperar, es decir, ninguno en absoluto. —¿Por qué siempre hay escobas contigo? —preguntó en una especie de gruñido. —Porque son malditamente útiles, y mucho más rápidas que andar de vuelta por el sendero a pie hasta que podamos desaparecernos. ¿A menos que seas secretamente una animaga de cabra montés? —Pero, ¿cómo involucraríamos escobas? ¿Esconderlas en el camino por adelantado? —¿Puedes meter una escoba en tus bolsillos extendidos? —Probablemente —dijo Granger, frunciendo el ceño—. Probablemente solo una, dada la forma incómoda.

—Entonces está arreglado. Desilusión y un rápido paseo en escoba. Las he usado cientos de veces para salir de situaciones difíciles. Tan pronto como golpeas el cielo, no pueden verte en absoluto, y estás a millas de distancia antes de que puedan invocar a sus propias escobas. Granger suspiró. —Bien. Escoba hasta que hayamos pasado la sala antiapariciones. Luego nos desaparecemos y sólo en el desafortunado caso de que activemos una protección o nos atrapen con las manos en el cráneo y nos persigan. De lo contrario, nos vamos por donde vinimos. —Elegiré una de carrera —dijo Draco, cada vez más emocionado ante la perspectiva—. Puedo añadir un segundo asiento. Por su parte, Granger parecía irritable. —Una de carrera. Maravilloso. —El punto es ser rápido. ¿Hacemos un análisis FODA? —No, sé que es una buena idea —dijo Granger. Ella se veía malhumorada—. No tiene que gustarme. —Bueno... ¿Cuándo traeré mi escoba para que te lo metas? Tendremos que ver si el palo encaja en cualquier minúscula hendidura que estés ofreciendo, con amuletos de extensión o sin ellos. Granger intentó valientemente mantener una cara seria. —¿Qué? —preguntó Draco, su propio rostro impasible. Granger colapsó en una risita contenida. —¿P-por qué tuviste que decirlo así? La cara de póquer de Draco era impecable. —¿Cómo qué? —Como un eufemismo horrible para ugh... No importa. —¿Para qué, Granger? —Dije que no importa. Draco se rindió y sonrió. —¿Quién se está riendo de los penes ahora? Granger, dándose cuenta de que le había estado tomando el pelo, le dio una mirada sombría. —Al menos no me estoy ahogando mientras lo hago. —Atragantarse mientras tienes la boca llena en La Verga es un rito de iniciación. Granger no pudo evitar el resoplido que se le escapó. —Para.

—Ahora, si podemos dejar de hablar de penes por un momento... — No estoy hablando de penes, tú lo haces. —Estoy hablando de escobas y pubs. Soy inocente. —No, eres enloquecedor —Granger presionó las yemas de sus dedos en sus sienes—. Bien, concentrémonos ya que Tengo lugares en donde estar. —¿Dónde tienes que estar? —Lugares —dijo Granger—. En cuanto a nosotros, nos vamos el próximo viernes. Te anotaré los detalles, pero, en resumen, iremos por red flu a Aix-en-Provence. Nos llevaré al pueblo de SaintMaximin para que lleguemos como muggles. —Bien. —Y mantén esta escapada para ti —agregó Granger. —No —dijo Draco en un torrente de sarcasmo molesto—. Estaba pensando en colocar un anuncio en el Profeta. —Simplemente no quiero que la gente haga preguntas... Draco levantó las manos para enmarcar un titular imaginario: —«Atractivo auror acepta viajar a Francia con Severa Sanadora». —¿Severa? —repitió Granger, de una manera un tanto agobiante. —O suspicaz, ¿preferirías eso? Me gustaría conservar la aliteración. Las fosas nasales de Granger se ensancharon. —Preferiría que termináramos esta conversación. —Malhumorada Medibruja —dijo Draco generosamente. La mandíbula de Granger se apretó. Dado que no quería que le arrancaran los huevos, Draco se levantó para hacer su salida. —¿Irascible Investigadora? —gritó por encima del hombro—. ¿Profesora psicópata? Había algo deliciosamente asesino en la forma en que escupió: «¡Malfoy!» a su espalda en retirada. Cuando Draco hubo descendido las escaleras en el Salón del Rey, bien lejos del alcance de maldiciones, sacó su copia del horario de Granger e investigó los «Lugares» en los que ella tenía que estar. Era un restaurante italiano en una hora. Participante(s) sin especificar. Draco volvió a guardar su agenda en su bolsillo. Tenía cierta sospecha de que Granger tenía una cita. Y no le importaba en absoluto, y ciertamente no lo irritaba sin razón.

Le envió una nota a Zabini, por una abundancia de, bueno, él lo llamaría precaución, preguntándole si tenía algún plan para esa noche. Zabini dijo que no, pero estaría feliz de tener planes; ¿deberían encontrarse en el Macassar? Draco le devolvió su acuerdo. También invitó a Theo, quien sugirió que invitaran a Pansy, quien trajo a su esposo Longbotonto, quien invitó a MacMillan, quien llegó con tres colegas del Ministerio, y terminaron haciendo una gran velada. Una de las subalternas de MacMillan era una bruja con la que Draco se había acostado varias veces a lo largo de los años. Ella le dedicó sus atenciones amorosas durante toda la velada y él las aceptó con una especie de desgana: las caricias en el muslo, el apretón de su brazo. Sin embargo, cuando ella lo siguió por el pasillo oscuro que conducía al baño, descubrió que no tenía ningún deseo de seguir con ella. Cuando regresó, muy tranquilo y con una bruja ofendida detrás de él, Zabini y Ernie lo miraron con una ceja levantada. Lo que sea. Mientras bebía su whisky de fuego, Draco reflexionó que al menos podía estar tranquilo de que Granger no estaba coqueteando con Zabini esta noche. El viaje de Londres a Francia fue todo lo tranquilo que se podría desear. Draco encontró a Granger en una de las salidas internacionales de Flu en Londres. Después de que ella se declaró satisfecha con la ropa muggle de vacaciones de Draco, «Bastante inteligente, de verdad, pareces tener un bote», se acercaron al fuego. Luego, después de un torbellino bastante largo de tres minutos en el Flu que hizo que Granger se pusiera verde, se encontraron en el corazón del Tournesol en Aix-en-Provence. A partir de ahí, Granger se hizo cargo, los llevó a un lugar de alquiler de autos y luego condujo los cuarenta kilómetros hasta la encantadora ciudad costera de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume. Sus maletas estaban en el maletero, sus tentempiés en el asiento trasero y el estéreo del coche sonaba algo que no era música folclórica austriaca. Draco descubrió que era un viaje placentero a través de olivares, viñedos y colinas salpicadas de ruinas medievales. Tal vez había algo que decir sobre las rutas escénicas de los muggles, en lugar de la inmediatez de la aparición.

Moustiers-Sainte-Marie: una típica escenaprovenzal. (Foto: AP) Granger estaba llena de una especie de energía nerviosa que se manifestaba en una corriente de

balbuceos informativos combinados con una conducción animada. Draco soportó lo primero y disfrutó bastante lo segundo. Su Peugeot alquilado se había visto, para el ojo inexperto de Draco, como una especie de coche pesado, pero Granger había despertado un celo por la vida en la cosa. Pasaron zumbando por el serpenteante tráfico provenzal sin problemas hasta que Granger encontró un provocador: un Citroën negro cuya principal alegría era correr para alcanzarlos, pasarlos, y luego reducir la velocidad de nuevo de una manera un poco molesta. —Idiota —dijo Draco, la tercera vez que sucedió. —Un parisino, por supuesto —dijo Granger, observando la placa de matrícula. —Tengo la idea de golpearlo con un pinchazo —dijo Draco, girando su varita entre sus dedos. —Eso no sería deportivo —dijo Granger. El camino se enderezó lo suficiente para que ella intentara pasar. Ella cambió de marcha—. Agárrate los pantalones. El motor del Peugeot gimió en protesta sobresaltada cuando Granger pisó el acelerador. El coche respondió con un asombroso estallido de velocidad. La cabeza y el cuerpo de Draco se sentían como si estuvieran siendo presionados contra el asiento por las fuerzas G, una sensación deliciosa que lo hizo querer gritar. Los neumáticos chirriaron y su pequeño coche se adelantó al Citroën. —Adiós, imbécil —dijo Draco, haciendo una señal grosera al otro conductor mientras lo pasaban. El hombre del coche le devolvió un gesto igualmente amistoso. Mientras avanzaban a toda velocidad por la carretera, Draco comentó: —No pensé que este auto tuviera ese tipo de energía. ¿Qué le pusiste de gasolina? ¿Pepperup? ¡Oye, tenías tu varita fuera! Granger estaba metiendo algo en su bolsillo. Ella empezó. —¿Qué? No. —¿Y me llamaste antideportivo? —Solo nos di un pequeño empujón —dijo Granger, con una mirada triunfal hacia el otro auto a través del espejo retrovisor. Draco la observó. —La paradoja de Granger. —¿Te ruego me disculpes? —Eres un demonio de la velocidad y, sin embargo, odias volar. —No soy un demonio de la velocidad —se burló Granger—. Sólo estoy un poco impaciente. —Tú también esquías. ¿No es el esquí más bien un deporte extremo? ¿Te lanzas por los Alpes a gran velocidad? —Sólo si lo pones de esa manera...

—Desde la cima de una montaña —dijo Draco—. Miles de metros en el aire. Las escobas te llevarán a doscientos metros de altura, como máximo. —Es diferente cuando no hay nada debajo de ti. Siguió una larga discusión. Mientras tanto, el campo que los rodeaba se volvió boscoso. Tomaron una vía de acceso a un camino rural, serpenteando a través de barrancos y luego volvieron a subir. Pasaron por agradables pueblos medievales y luego por un sinuoso camino rural, que eventualmente los llevó a vastas llanuras salpicadas de campos de lavanda y, finalmente, al mar.

(Foto: Keeboon Tan) —Oh, qué hermoso —suspiró Granger, en un momento de suavidad inusual. —Un bálsamo para el alma —dijo Draco, con suficiente agudeza para sugerir cinismo, para cubrir el hecho de que lo decía en serio. El pintoresco pueblo de Saint-Maximin apareció a la vista bajo el sol de la tarde. —Nos quedaremos en el hotel esta noche —dijo Granger—, y haremos la caminata y la otra actividad mañana por la mañana. Draco sintió que ella lo miraba de soslayo, a lo que él arqueó una ceja. —¿Qué? —Los mejores hoteles estaban llenos, así que no seas un imbécil sobre la calidad del lugar. Es... mayor. Sin embargo, el restaurante aparentemente es encantador. —¿El hotel está dirigido por ogros? —Por supuesto que no, esta es una ciudad muggle. —Entonces estará bien. —¿Te has quedado en un lugar dirigido por ogros?

—Sí —dijo Draco—. Una vigilancia en Budle. Como resultado, aprendí un hechizo de exterminio de chinches, así que estaremos bien si sientes algo corriendo por tus piernas esta noche. —Iugh. —Se estremeció Granger. El móvil de Granger, que había estado sirviendo como una especie de mapa en vivo durante el viaje, de repente anunció que el Hotel Plaisance se acercaba a su derecha. El hotel era viejo y gastado, pero muy bien situado.

Hotel Plaisance. (Foto: lechateausormiou.fr) El pequeño vestíbulo estaba repleto de otros recién llegados, todos atendidos por una sola anciana sorda, que se movía con toda la agilidad de un molusco. Eventualmente, fue su turno, y la mujer les dio la llave de su habitación y anotó sus nombres para reservar una cena. La diminuta habitación tenía una cama de integridad estructural cuestionable, una lámpara, un sofá hundido y una idea tardía de un baño. Había un olor vago y rancio en la habitación, como si la tía abuela de alguien hubiera rociado perfume y luego hubiera muerto allí en circunstancias tristes. —Todas las comodidades, Granger —dijo Draco mientras hacían un balance. —¿Vista al mar, al menos? —dijo Granger, golpeando las persianas para ventilar las cosas. La cama chirrió cuando Draco se sentó en ella y luego se hundió casi hasta el suelo, con indicios de que planeaba colapsar por completo bajo su peso tan pronto como se durmiera. Granger observó a Draco donde estaba sentado, con las rodillas casi a la altura de la barbilla. —La cama es tuya —dijo con lo que sin duda pretendía sonar como generosidad. Sonaba bastante estratégico para los oídos de Draco. Tenía el ojo puesto en el sofá—. Transformaré esto en algo útil para mí. —Algo útil —repitió Draco, mientras Granger realizaba un complejo ejercicio de Transfiguración de diez minutos, convirtiendo el sofá en una hermosa cama de aspecto cómodo, era una majestuosa burdeos. Granger se perdió la burla.

—Eso debería bastar —dijo ella, ligeramente sin aliento por el esfuerzo mágico—. Ahora, me gustaría una ducha. ¿Cuáles son tus planes para la noche? La cena es a las ocho. —Mi trabajo —dijo Draco, ya mirando hacia la ventana—. Voy a dar un paseo. Te veré de vuelta aquí en quince minutos antes. —Está bien —dijo Granger y sacó una lista. —¿Qué es eso? —Mi itinerario para la noche —dijo Granger. —...Sólo tienes tres horas —dijo Draco. Incluso desde el otro lado de la habitación, la lista parecía larga. —Lo sé. Será mejor que me ponga manos a la obra. Hay tantos pequeños museos y librerías encantadoras y, por supuesto, la basílica. Granger luchó con su equipaje, sacó una muda de ropa y entró al baño. Draco la dejó con eso y acechó los lúgubres pasillos del hotel, vigilando a medida que avanzaba. No encontró a malos; solo había muggles presentes. El plan de Granger, al menos para el primer día, se estaba desarrollando sin problemas. Mañana sería una historia completamente diferente, por supuesto. Draco regresó a su habitación para leer el tomo sobre las protecciones que había traído con él. Granger ya se había ido. Era lo mejor para él porque podría estudiar un poco más. Se quitó los zapatos y se estiró en la cama de Granger, el libro flotando sobre él mientras hojeaba las páginas. Draco había estado enfocando su estudio en las técnicas de protección en el Continente, pero especialmente en el trabajo de las órdenes religiosas mágicas. Esperaba que sus lecturas sobre los sistemas de custodia de los monjes cistercienses y dominicos le dieran, como mínimo, una pista mañana cuando descubriera lo que sea que las hermanas benedictinas habían arrojado alrededor de sus queridas reliquias. Como prometió, Granger regresó quince minutos antes de las ocho. Ella lo vio leyendo y directamente fue hacia él. —Ooh, ¿qué tienes ahí? —Estoy estudiando para mañana —dijo Draco—. Dame un minuto, encontré algo interesante. Granger se acercó a la cama para leer el título de su libro. Por el rabillo del ojo, Draco vio que ella se había cambiado y se había puesto un vestido de verano blanco. Su cabello estaba atado en una trenza, aunque se estaba deshaciendo lentamente. Su piel olía a sol y algo dulce. Respiró hondo. ¿Almendras? Ella estaba masticando algo. Draco le tendió la mano, su atención aún en el libro. —No queda ninguno —dijo Granger. Draco hizo flotar el libro más abajo para poder mirarla a los ojos.

—Mentirosa. Granger suspiró y sacó una bolsa arrugada. —Datte fourrée à la pâte d'amande. Draco tomó el dátil relleno de mazapán que le ofrecían. Fue exquisito. —Mmm... —dijo Draco—. Bendice a los franceses. Reanudó su lectura, pero sólo por un momento, porque Granger se cernía sobre el libro de una forma celosa. Hizo flotar el libro más abajo de nuevo. —¿Sí? —¿Puedo echar un vistazo? —preguntó Granger. —Puedes tomarlo después de la cena —dijo Draco, levantando el libro de nuevo. Granger apoyó un muslo en el costado de la cama. —¿Puedo ayudarte? —preguntó Draco, observando esta actividad. —Anímate —dijo Granger—. Ambos sabemos leer. —No, no podemos. Espacio personal, Granger —dijo Draco, haciendo un movimiento para ahuyentarla con su mano. —Esta es mi cama —señaló Granger, con razón. Draco se movió con un gruñido (no había mucho espacio para moverse). —Estamos a punto de ir a cenar. —Pero encontraste una Cosa Interesante —dijo Granger. Sus ojos brillaban con curiosidad. Ella se apretujó en la cama junto a él. El libro flotaba sobre ellos. —Esto es... —comenzó Draco. —Silencio —dijo Granger—. Estoy leyendo. Draco se sumió en un molesto silencio. Granger no leyó, por cierto, Granger devoró. Su velocidad de lectura superó a la de Draco en un cincuenta por ciento en su mejor estimación, y él mismo era un lector rápido. Sin embargo, no pasó las páginas para adaptarse a su ritmo. Él le dio una conferencia moral sobre la importancia de absorber la información y saborear el texto en su lugar. Ella respondió con un largo y dramático suspiro. Draco sintió la expansión de su pecho contra su costado. Eso le hizo darse cuenta de que Granger estaba allí de una manera diferente a su presencia impaciente. Lo puso alerta y nervioso, porque estaba acostado en una cama con una mujer, y esa mujer era Hermione Granger. Si alguna vez hubiera estado lo suficientemente loco como para

imaginar una escena así, habría imaginado un momento de retroceso, de disgusto, probablemente, en este nivel de cercanía con su enemiga de la infancia. En cambio, se sentía cálida, olía a sol, a almendras, y su cabello le tocaba el cuello: era íntimo y extraño. Sintió una especie de parálisis placentera, de no querer respirar, de no atreverse a moverse y accidentalmente tocarla demasiado, o peor aún, hacer que se alejara. Pasó la página, sin tener idea de lo que acababa de leer.

Arte de la bella Naiveillus Sus ojos iban a la deriva del libro sobre ellos a sus piernas, que estaban dobladas por la rodilla, con

una pierna cruzada sobre la otra. Su vestido estaba arremangado en sus muslos, cubriendo cualquier cosa de interés – no había nada indecente en todo eso, en realidad – e incluso así se sentía ilícito y emocionante ver las piernas de Granger desde aquí. Se había quitado las sandalias para unirse a él en la cama. Podía ver el delicado arco de su pie descalzo, las líneas bronceadas donde el sol la había besado y luego trabajado alrededor de las correas, los dedos pintados de rosa. El delicado pie comenzó a rebotar. —Lo estás haciendo a propósito para molestarme, siendo tan lento —dijo Granger. Draco volvió a mirar la página. —No, estoy siendo atento. Granger agitó su varita para ver la hora: eran las ocho en punto. —Puaj, tenemos que irnos. Se levantó y se puso las sandalias. —La técnica de protección de Caleruega suena terriblemente sensible. ¿Crees que las Hermanas podrían estar usando eso? —Puede que lo sean —dijo Draco. Él descubrió que su cerebro estaba trabajando en una especie de cámara lenta; todavía estaba procesando sus muslos y el vestido arremangado, y aún no se había unido a él en el presente. —Deberemos tener mucho cuidado mañana, si esas cosas son tan disparatadas como sugiere este texto. Granger estaba rehaciendo su trenza. Draco olió su champú. Eso devolvió su cerebro al presente, porque le gustaba. Todavía estaba hablando del capítulo que acababan de leer, si Draco sentía que necesitaba más preparación, si debiesen revisar el plan, y si es así, qué partes deberían modificar. ¿Quizás debería fingir estar enferma en el monasterio para distraer a las Hermanas mientras Draco entraba en la cripta, para ganarle más tiempo? Pero no, él no había estudiado los mapas como ella; le había llevado semanas memorizar los caminos laberínticos, etcétera. Lo cual fue excelente, ya que le dio tiempo a Draco para controlarse. ¿Qué diablos estaba mal con él? Fue al baño para echarse un poco de agua fría en la cara y, con suerte, algo de sentido común en su cerebro. Bajaron las escaleras para cenar. El restaurante estaba lleno de bullicio. Era una hermosa instalación al aire libre en una especie de muelle alargado que se adentraba en el mar, repleto de tantas mesas como era posible. Draco y Granger se abrieron paso entre los demás clientes hasta una mesa para dos al final del muelle. Siendo pleno verano, el sol aún se cernía sobre el horizonte a esta hora tardía, tiñendo el mar de oro y naranja. Era una hermosa tarde de junio, la brisa jugaba perezosamente con sus cabellos, el mar chapoteaba a lo largo del borde del muelle en pequeñas olas musicales, las aves marinas tejían sus ruedas arriba.

Al final resultó que, la anciana medio sorda que había tomado su reserva había interpretado creativamente sus nombres. El cartel de pizarra indicaba que la mesa estaba reservada para Hormona e Ingle. Un camarero solemne pasó a encender las velas de la mesa. Los labios de Granger estaban apretados con fuerza. Draco sintió un incómodo burbujeo de hilaridad. —Monsieur, la lista de vinos —dijo el mesero, entregándosela a Draco. —Merci —dijo Draco. El mesero recomendó el tinto; Draco aceptó eso, porque todo su poder mental estaba enfocado en no estallar en un grito de risa. Los ojos de Granger revolotearon de vuelta al cartel. Dejó escapar un gorgoteo que convirtió en una especie de tos. El camarero enumeró el menú de la noche. Granger asintió aprobando el lenguado con mantequilla mientras Draco decía sí al filete miñón. Granger se estaba mordiendo uno de los nudillos. Draco la escuchó realizar un ejercicio de respiración profunda. Finalmente, el camarero se fue. Granger se derrumbó sobre la mesa. —Ingle —jadeó, intentando respirar. —¿H-hormona? —jadeó Draco. Granger era una masa deshuesada de risa contenida. Sus hombros temblaron. Draco se dejó caer en su silla y de hecho sintió que se desintegraba en alegría. —Dios mío —respiró Granger—. Oh, Dios mío... por qué... por qué... Draco intentó recuperar la sobriedad, pero luego volvió a mirar el cartel, e Ingle le devolvió la mirada con una hermosa letra fluida, y se llevó la servilleta a la boca para amortiguarse. Granger respiró hondo. —¿Qué vino pediste para nosotros, I-Ingle...? Su voz se volvió aguda y no pudo terminar la oración debido a su risita chillona. Algunas cabezas de las mesas a su alrededor se volvieron hacia ella. Ella escondió su rostro entre sus manos. —Van a pensar que ya estamos borrachos y nos echarán —dijo Draco, enderezándose valientemente e intentando recuperar el control. —Sí, bien. —Con el rostro aún escondido entre sus manos, Granger respiró—. Esconde el cartel. No puedo volver a verlo. Moriré. Draco volteó la pizarra para que quedara boca abajo. —Hecho, H...

—No lo digas —dijo Granger. El camarero volvió trayendo pan, mantequilla y vino. —Merci —dijo Granger, secándose una lágrima. En cuanto a Draco, apenas podía sentir sus mejillas. Hizo un gesto al camarero para que dejara la botella de vino. Después de respirar un poco más, ambos habían recuperado el autocontrol, bueno, en su mayoría. Granger estaba evitando mirar cerca de la pizarra. El mar acariciaba los bordes rocosos del muelle debajo de ellos. Los clientes parloteaban, al igual que las gaviotas. El sol se inclinó más bajo. El pan fue partido y untado con mantequilla y Draco sirvió el vino. —Salud —dijo Granger. —Por el éxito de mañana —dijo Draco, acercando su copa a la de ella. El rastro final de diversión desapareció del rostro de Granger. Ella se puso seria. Draco la miró. Lanzó un hechizo silenciador a su alrededor. —Estás nerviosa. —Sí —dijo Granger. La ansiedad apretó las comisuras de su boca—. Muchas cosas pueden salir mal y, para ser honesta, me asusta muchísimo. No he hecho nada como esto en más de una década. Ahora soy una ciudadana respetuosa de la ley, ¿sabes? —Principalmente. —Draco podía pensar en al menos veinte leyes que Granger había quebrantado desde que se la habían asignado en enero. —En su mayoría —concedió Granger. —Mañana todo irá de acuerdo con el plan. Y si no es así, prenderás fuego al lugar y podemos ir a robar un cráneo mejor. Un resoplido divertido escapó de Granger ante esta actitud arrogante. —No estás en lo más mínimo preocupado, ¿verdad? —Te prometo que me he enfrentado a misiones mucho más estresantes que a un grupo de monjas —dijo Draco. —¿Lo has hecho? —Obviamente. —Cuéntame. Entonces Draco le contó. Compartió dos o tres de sus historias favoritas, que destacaban su propio heroísmo e ingenio. Sin embargo, Granger no era el público cautivo y agitado con el que solía compartir estas historias. Era analítica e inquisitiva, e hizo algunas preguntas bastante penetrantes. ¿Por qué no silenció a las sirenas primero? La pelea con cuchillos fue emocionante, pero ¿cómo se dejó desarmar en primer lugar? ¿Por qué su botiquín de emergencia no incluía pociones para

reponer sangre? ¿No deberían todos los Aurores tener un conocimiento básico de las propiedades del Acónito? ¿Por qué no había usado un agente nervioso en el troll? Por qué, de hecho... Draco paró, respondió, justificó y defendió, hasta que Granger estuvo satisfecha. Se sirvió una segunda copa de vino, encontrándose bastante agotado y sediento después del interrogatorio. Sus relatos solían ir seguidos de elogios, efusiones y exclamaciones ahogadas sobre su valentía y sagacidad. ¿Con Granger? De ninguna manera. —Al menos uno de nosotros se sentirá confiado, que es mejor que ninguno. —Fue su comentario final. Apuró su copa de vino. Draco se ofreció a rellenarla y ella accedió, diciendo que lo necesitaba como apoyo emocional. El mesero llegó con sus órdenes. Era cuestión de tiempo; Draco estaba hambriento. Los snacks del coche y los dátiles rellenos solos parecían muy lejanos. Granger dijo: «Buen provecho», y Draco respondió de la misma manera. Apartó el filete miñón con entusiasmo. En cuanto a Granger, hurgaba distraídamente en su plato, su mirada pensativa en la costa se alejaba de ellos. Después de cinco minutos de esto, Draco perdió la paciencia con su distracción. Golpeó su plato con el cuchillo. —Primero la comida, luego los pensamientos. Granger parpadeó. Luego señaló algún lugar detrás de él. —Creo que puedo ver el monasterio. Draco se giró en su silla para mirar la protuberancia gris arena que sobresalía de un acantilado distante, por encima de la línea de árboles. —Vaya, eso está bastante alto, ¿no?

(foto: religiana.com)

—Es casi una subida de dos horas. Así que come. Si te sientes débil, será con una escoba. La amenaza fue suficiente. Granger comió. El Bloc de Draco zumbó en su bolsillo. —Mi madre —dijo mientras redactaba una respuesta—. Ella quiere saber que he llegado a salvo. —¿Ella sabe que estás aquí conmigo? —preguntó Granger. —No —dijo Draco—. Sólo que es por trabajo. —Excelente. —Granger tomó un sorbo de su vino. Draco envió su respuesta, asegurándole a su madre que todo estaba bien y que no había sido asaltado por bandidos franceses. Granger estaba terminando su lenguado. Estaba luchando por mantener una expresión neutral, pero una mirada de diversión seguía apareciendo en sus rasgos. —¿Qué? —preguntó Draco. —Oh, nada. —Granger encontró un foco fresco en una zanahoria, que empujó con el tenedor—. No sabía que tu madre usaba los Blocs. —Ella no lo hacía pero la convencí de conseguir uno la semana pasada, ya que los búhos a Francia tardan mucho. Granger levantó la vista con un vívido interés que estaba intentando, sin éxito, mantener oculto. —¿Lo hiciste? ¿Le gusta el suyo? —Lo hace. ¿Qué te tiene tan intrigada? —Nada —dijo Granger, haciendo contacto visual íntimo con la barbilla de Draco. —¿Ese fue realmente tu mejor intento? —preguntó Draco ante ese miserable fracaso. Granger le ofreció más vino en un claro intento de distraerlo, lo que sólo lo fijó más en su línea de investigación. Sin embargo, aceptó el vino. —Granger. —¿Sí? —Dímelo. —Deberíamos revisar nuestros planes para mañana —dijo Granger en otro intento de dar un paso al costado. —Los hemos revisado hasta la saciedad. ¿Qué pasa con los Blocs? Granger se ocupó de empujar la zanahoria de nuevo. Draco se acercó y bloqueó su tenedor con su cuchillo. —Deja de patear la maldita legumbre y respóndeme.

—Las zanahorias no son una legumbre —dijo Granger. Sin embargo, frente a la mirada de Draco, agregó—. No es absolutamente nada. Pensé que tu madre era bastante tradicional, así que me sorprendió que incluso probara un Bloc. Eso es todo. —Sin embargo, eso no es todo —dijo Draco. Granger golpeó el cuchillo de Draco con su tenedor en una petición tácita de que lo sacara de su plato. No lo hizo. Granger suspiró. —Eres implacable. ¿Lo sabías? —Sí. Ahora, dime. —... ¿Acabas de robar mi zanahoria? Draco masticó. —Sí. —Guau. —No te la estabas comiendo, la estabas empujando en un carrusel con horquillas. Ahora dime. Granger se movió hacia atrás en su asiento con un suspiro de resignación. —Más bien pensé que ya lo habrías resuelto. —¿Qué resolví? Granger hizo una pausa como para recuperarse. Luego preguntó: —¿Sabes quién inventó los Blocs Parlantes? —... ¿No fueron los gemelos Weasley? —No. Simplemente ayudaron al inventor a producirlos en masa y comercializarlos. Un lento amanecer de comprensión se deslizó sobre Draco. La bruja frente a él ahora estaba conteniendo una sonrisa. —¿Eres la inventora de los malditos Blocs? —Sí —dijo Granger. —No. —Sí. —No. —Sí. —Granger parecía terriblemente divertida. —Explícate —dijo Draco.

Granger se acomodó en una pose que Draco sólo podía describir como profesoral. Cruzó las piernas y levantó el tenedor, lista para señalar una pizarra invisible. —Los sistemas de comunicación instantánea realmente despegaron en el mundo muggle hace unos 10 años. Ya tenían una ventaja sobre los magos con el teléfono durante todo el siglo XX, pero cuando el correo electrónico se volvió común, los mensajes de texto y, más tarde, la mensajería instantánea, los métodos mágicos de comunicación pasaron de ser anticuados a ser completamente arcaicos. Ya había experimentado con métodos de comunicación mágicos rudimentarios cuando era niña, por ejemplo, esos galeones durante la guerra. Pero sabía que tenía que haber algo más elegante, que retuviera esa sensación táctil de pergamino o un cuaderno, pero que fuese mucho más inmediato que una lechuza. Aquí Granger fue interrumpida por el camarero que retiraba los platos vacíos. Aceptó el menú de postres y luego continuó. —Me encantan las lechuzas; las encuentro tan pintorescas y queridas, pero tan lentas. No te enojes, son lentas, tú mismo lo dijiste no hace un momento. Y el flu solo es conveniente si estás cerca de un hogar conectado. Creé los Bloc para complementar esos medios de comunicación, no para reemplazarlos. Me encanta escribir una buena carta. Nunca esperé que fueran tan populares como lo son hoy en día. Los gemelos me ayudaron a llevarlos al mercado y obtienen un porcentaje de las ganancias. Draco mantuvo sus rasgos educados en algo neutral. La otra opción era una mirada de ojos saltones. Esta mujer no sólo era terriblemente inteligente, sino que también estaba absolutamente acuñada. Todo el mundo tenía un Bloc. Su propia madre tenía un Bloc y, a juzgar por el zumbido en su bolsillo, estaba adquiriendo destreza rápidamente. Granger debía estar rodando en galeones. No era de extrañar porque le entregó un saco a una bruja sin pensarlo dos veces. —Así que así es como estás financiando tu maldito proyecto —dijo finalmente. —Entre otras cosas, sí. He pasado suficiente tiempo bajo la tiranía de las agencias de subvenciones para disfrutar de la independencia. —Pero... todos piensan que los hermanos Weasley inventaron los Blocs. ¿Por qué no estás reclamando el crédito? ¡Son revolucionarios! —Realmente no lo son —dijo Granger—. Los equivalentes muggles son mucho más avanzados: pueden enviar fotos, medios y datos de todo tipo. Pueden tener llamadas en vivo con cientos de participantes. Los Bloc son rudimentarios. Una mejora, pero rudimentaria. —Aquí Granger se encogió de hombros—. El listón estaba bastante bajo. Y en cuanto al crédito, he tenido mi tiempo en el centro de atención. No estoy en esto por la gloria. Vi un problema que estaba en mi capacidad de solucionar. —¿De eso se trata tu proyecto también? —preguntó Draco—. ¿Un problema que está dentro de tu capacidad de solucionar? —Exactamente. —Granger lo miró seriamente, ahora—. No necesito decirte que prefiero que la verdad sobre los Blocs permanezca entre nosotros. Solo te lo dije porque estabas siendo terriblemente insistente. Draco la miró. —Eres un magnate... Un magnate.

Granger se rio, pero su risa fue amarga. —No. Desarrollar nuevas terapias es terriblemente costoso. —¿Lo es? —Sí. —Granger comenzó a enumerar los costos en sus dedos, hasta que se quedó sin dedos—. Los materiales, el espacio, el personal de laboratorio, los líderes médicos, el personal legal, los redactores de protocolos, los científicos de datos, los estadistas... Las pruebas de seguridad y eficacia también son costosas. Ni se diga sobre los estudios farmacocinéticos, pruebas de toxicología preclínica, pruebas bioanalíticas y los ensayos clínicos en sí mismos. Y el desembolso financiero para cumplir con todos los requisitos de GCP, GMP, GLP, MHRA y EMA es asombroso. Draco, cuyos ojos se habían vuelto casi vidriosos, dijo: —Oh. Granger se movió en su asiento de una manera descontenta. —Mi proyecto involucra productos biológicos complejos que son comercialmente poco atractivos y casi incomprensibles para los magos monumentalmente idiotas que manejan los hilos de la bolsa nacional para la investigación mágica. Así que estoy muy sola. Por mi cuenta y, francamente, en una etapa bastante embrionaria. Todavía estoy haciendo investigación in vitro, tratando de confirmar que mi objetivo en realidad puede verse afectado por un compuesto exógeno en primer lugar. El dinero no resuelve todos los problemas, desafortunadamente. El mesero volvió a tomar sus pedidos de postres. Granger se estremeció en una disculpa, habiéndose olvidado incluso de mirar el menú, e hizo una selección al azar de flan. Mientras tanto, Draco luchaba por comprender el fenómeno paradójico que era Granger. Podría haber sido rica, extravagantemente. Y, sin embargo, eligió financiar su investigación en lugar de disfrutar de una vida de ocio. Trabajó aproximadamente en doce trabajos. Podría haber tenido su propia casa de campo, pero vivía en una pequeña casa de campo en las afueras de Cambridge. Podría tener un equipo completo de elfos domésticos, pero sólo tenía un gato y una lata de atún en su despensa. No tenía sentido. Mientras tanto, Draco consideraba lo que sabía de la bruja frente a él, en cierto modo lo hizo. Estaba demasiado motivada para una vida de ocio. Demasiado castigada por la extravagancia de las grandes casas y los elfos domésticos. Demasiada bienhechora para hacer otra cosa que no sea el bien con ese dinero. Todo era terriblemente loable. Terrible, de verdad. Granger se aclaró la garganta. Draco se dio cuenta de que la había estado mirando y que el mesero lo estaba mirando a él. —¿La selección de postres de Monsieur? —Lo que ella pidió —dijo Draco. —Une crème caramel pour Monsieur Ingle —dijo el camarero, escribiendo con cuidado esta valiosa información en su libreta. Granger vio a los ojos a Draco. Se llevó una mano a la boca. El camarero se fue.

Granger soltó una risita, luchó por controlarla, respiró hondo y se quedó quieta. —Hormona —dijo Draco. Granger colapsó en un ataque de risa incontrolable. —Te dije que no hicieras eso —jadeó ella, volviendo a tomar aire. —Hay algo gratificante en hacer que lo pierdas por completo. Granger olió y secó sus pestañas con una servilleta. —Es una vista rara, espero que lo estés apreciando. —Lo hago —dijo Draco. Y lo hizo. Los ojos oscuros de Granger brillaban de risa. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus labios enrojecidos por el vino. Su cabello en una trenza suelta serpenteaba hasta su cintura, una línea oscura contra su vestido blanco. Sus piernas estaban dobladas debajo de ella. Se veía delicada y frágil, y lo suficientemente pequeña como para caber perfectamente en el regazo de un hombre, si un hombre estuviera pensando en esas cosas. Draco ciertamente no lo hizo. Y la luz de las velas la amaba. Besó su frente y titiló con toques cálidos a través de su clavícula. Bailó en sus ojos. El efecto fue encantador. Draco se hundió, inconscientemente, en un estado de suave fascinación. Un acordeonista empezó a tocar, en algún lugar cercano al hotel, llenando el aire de romanticismo. —Señor, su crème caramel. El regreso a la realidad fue discordante. —Merci —dijo Draco, en lugar de «al diablo la maldita crema de caramelo». Granger estaba comiendo su postre, felizmente inconsciente del ensueño de Draco, gracias a los dioses. Decidió culpar al vino por convertirlo en un cretino tan tonto y con ojos de enamorado esta noche. Fue eso y muy pocas cogidas últimamente, lo que claramente lo hizo perder el tiempo y soñar despierto con Granger, de todas las brujas que había en su vida. Ayudaría si no pareciera una adorable dríada griega esta noche, a punto de unirse al séquito de Artemisa. ¿Desde cuándo Granger es hermosa? Qué agravante desarrollo. —¿Estás bien? —preguntó Granger. —¿Por qué? —preguntó Draco, inyectando algo de irritación en la sílaba, para sonar absolutamente normal. —Apenas has tocado tu postre —dijo Granger, señalando el flan de Draco con la cuchara—. Bastante poco característico.

Había otras cosas que estaban sucediendo que no eran características, pero si esa era la única que El Gran Cerebro estaba captando, estaba bien para Draco. —Lo estoy saboreando —dijo Draco. Dio un mordisco lento para demostrarlo. La ceja de Granger se crispó. —Para. —¿Parar qué? —preguntó Draco. —Ser indecente con la cuchara. —Estoy usando la cuchara. Todo lo demás es producto de tu imaginación. Granger entrecerró los ojos hacia él. Draco dio otro mordisco lento, manteniendo un odioso nivel de contacto visual. Granger apartó la mirada. —Ahora no te estás comiendo el tuyo —señaló Draco. —Perdí bastante el apetito, viéndote besuquear los cubiertos —olfateó Granger. —¿No vas a terminar? —No. ¿Lo quieres? —Prefiero que te lo tragues y tengas fuerza para el monasterio. Si las monjas se enfurecen, mañana podría ser bastante extenuante, mágicamente hablando. Granger terminó su flan obstinadamente, sin un atisbo de entusiasmo. Draco se encontró observándola ahora con ojo crítico. Cuando la conoció por primera vez, en el lejano enero, le llamó la atención la delgadez exhausta que había hecho que su rostro fuera severo y demacrado. Le parecía que ahora tenía un semblante un poco más saludable, pero sólo un poco. Era un poco menos huesuda, un poco más rosada en las mejillas. Granger le hizo un gesto al mesero para que le diera la cuenta. —L'addition, s'il vous plaît. Su brazo levantado hizo que Draco se diera cuenta de que su vestido había dejado sus brazos desnudos, algo que la elección de vestimenta de Granger normalmente contradecía. Ahora, precisamente porque estaba tratando de no llamar su atención, su antebrazo izquierdo llamó su atención: había un encanto de No-Me-Notas allí. Miró deliberadamente a la mesa de al lado, permitiendo que Granger y su brazo se deslizaran en su visión periférica. Allí: un borrón en la piel de la parte interna de su brazo. Se dio cuenta de lo que el glamour estaba cubriendo con una enfermiza sensación de caída en picado en su estómago. Volvió un vívido recuerdo de la obra de Bellatrix, cruda contra la piel de Granger. De Granger, inerte y agotada, tirada como un muerto en el suelo del salón. De la sangre que brota de las letras recién talladas. Draco nunca había usado la palabra sangre sucia de nuevo después de eso. Ahora había algo terriblemente triste en el hábito de Granger de usar mangas largas. En el discreto

glamour que le daría poder lucir un bonito vestido. Draco escondió su propia vergüenza interna del brazo del mundo. Pero habría pensado que Granger, de todas las personas, habría sido capaz de curar la de ella. Claramente, todavía tenía la marca del cuchillo de Bellatrix. —¿Malfoy? Draco parpadeó. —¿Eh —Te quedaste callado. Granger había pagado la cuenta con dinero muggle. Ella se estaba levantando de su silla. Draco se levantó con ella. —Sólo pensando en mañana. Pero en realidad, estaba pensando en un ayer lejano, cuando esta bruja había sido mutilada en los pasillos de su casa. Ella todavía tenía la cicatriz, la escondió de él y de todos, pero todavía persistía allí. Un recordatorio diario para ella, de crueldad y odio enfermizo; de lo cerca que había estado de la muerte; de lo cerca que su mundo había llegado a un punto sin retorno. Deseaba decirle algo, palabras de pena o de disculpa, pero esas palabras no le salían fácilmente, y no podía ver que una conversación como esa llevara a ningún lugar excepto a lugares difíciles e incómodos. Mientras se abrían paso entre las mesas del muelle, Draco concluyó que ese no era el momento. Pero, al ver cómo el borrón del glamour rozaba sus faldas mientras caminaba, decidió que habría Un Momento y encontraría las palabras. No esta noche, pero alguna noche. El sol finalmente se estaba poniendo, lánguidamente, perezosamente, en esta hermosa tarde, el solsticio de verano menos un día. Granger miraba con nostalgia a lo largo de la playa rocosa. —Se supone que debe haber un marcador allí, donde Magdalena habría puesto el pie por primera vez en Francia. —¿Supongo que eso estaba en tu itinerario? —Lo estaba, pero se me acabó el tiempo. —Vamos —dijo Draco. Granger lo miró sorprendida. —¿Vendrías? Draco le dio su encogimiento de hombros más indiferente. —Me apetece dar un paseo. La sorpresa de Granger se convirtió en una especie de deleite prudente. —Está bien, se trata de un paseo de quince minutos, por aquí. Eso decía la guía, de todos modos.

Treparon y se deslizaron por grandes peñascos hasta la playa rocosa, donde encontraron una especie de sendero costero. Granger guio a Draco, señaló características de interés geológico o histórico a medida que avanzaban. Las vistas se volvieron progresivamente más dramáticas a medida que dejaban la bahía poco profunda en la que se encontraba el hotel y se abrían paso alrededor del promontorio. La marea comenzó a subir. Draco se arremangó los pantalones y las mangas de la camisa (asegurándose, en este último punto, de que su propio glamour estaba en su lugar), luego se ató los zapatos y se los echó al hombro. Granger llevaba sus sandalias enganchadas entre sus dedos. Chapotearon en charcos de roca salada, tan calientes como el agua de un baño. El sonido del acordeón en el muelle se desvaneció; ahora era sólo el pulso del corazón de las olas. Serpentearon en una bandada de cientos de aves marinas, que despegaron a su alrededor y se desplegaron en los cielos en un zumbido de aleteos y gritos marinos. Fue un momento sorprendente de sublimidad que se llevó un poco de sus almas. Granger observó la desaparición de los pájaros en el azul con un suave suspiro, con las yemas de los dedos en la clavícula y los labios entreabiertos. Granger dijo: —Hermoso. Draco le contestó: —Sí... Pero no estaban hablando de lo mismo. Continuaron. El marcador del punto de llegada de Magdalena era una piedra modesta, medio enterrada en la arena, en la punta del promontorio. Algunas flores cortadas estaban esparcidas, así como velas que luchaban valientemente por mantenerse encendidas con la brisa. Granger le proporcionó a Draco una gran cantidad de detalles sobre la leyenda de la expulsión de Magdalena de Tierra Santa, y qué discípulos estaban con ella, y cuándo había llegado a esta orilla. A Draco le importaban poco los detalles, pero se alegró de la excusa para mantener su atención en ella, en la forma en que el viento movía su trenza de un lado a otro, en sus piernas desnudas goteando agua de mar. En un momento, casi pierde el equilibrio sobre las piedras mojadas y sus dedos tocaron su brazo. Fueron rápidamente retirados. Draco dijo que suponía que había peores lugares para aterrizar que Provenza. Granger dijo que ella también lo pensaba. Draco preguntó si Magdalena habría comido dátiles rellenos de mazapán cuando estuvo aquí. Granger imaginó que ella era la que había traído la receta desde Tierra Santa, en primer lugar. Draco dijo que robar el crédito por una creación culinaria tan sublime era algo típicamente francés. Granger estuvo de acuerdo. Luego se sumieron en el silencio y se detuvieron donde la tierra se encontraba con el mar, y respiraron el aire dulce mientras la brisa salada les hacía cosquillas. Pequeñas olas se esforzaron por llegar más allá de sus rodillas antes de atomizarse en salmuera. Draco encontró una estrella de mar. Granger estaba encantada con el descubrimiento y se agachó para mirarlo, e interrogó a Draco sobre qué especie era, y Draco dijo que no tenía ni idea. Se dieron la vuelta para caminar de regreso al hotel, chapoteando a través de las cálidas pozas de marea, con pequeñas olas pegadas espumosamente a sus tobillos. Sus manos se rozaron una o dos veces, se disculparon, se separaron y siguieron caminando; y luego sus codos se rozaron, por

accidente, porque habían vuelto a flotar juntos. Las grandes rocas cerca del muelle presentaban más dificultades para Granger al subir que al bajar. Se puso de pie, indecisa, agarrando la varita en su bolsillo, pero había muggles y sus planes para transformar una escalera se vieron interrumpidos. Draco se colocó detrás de ella y la levantó con un movimiento suave, y recibió un chillido de indignación y la cara llena de su falda color arena por sus problemas. Su cintura se sentía estrecha y tensa, cálida entre sus palmas. Él no necesitó su ayuda para trepar detrás de ella, pero de todos modos aceptó la pequeña mano que ella extendió hacia él y se divirtió con el serio esfuerzo que puso en su tirón. Regresaron serpenteando hacia el hotel. El sol derramó oro en el horizonte. Con el brillo detrás de ella, Granger se veía como si estuviera usando nada más que luz. **~**~**

Chapter End Notes

¿Uno más? ¿Por qué no? Sigue adelante.

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

De vuelta en el hotel, Granger observó a Draco mientras intentaba transformar su cama en algo más resistente que la oferta actual. Sin embargo, la transfiguración se volvió exponencialmente más difícil a escala, y todo lo que logró hacer fue hacerlo achaparrado y descentrado. —Un intento muy justo —dijo Granger, dándole palmaditas en la cabeza. Estaba demasiado sorprendido para indignarse. —Estoy esperando que te apiadas de mí —jadeó Draco. Granger asintió con una especie de benevolencia exagerada. Pasó diez minutos acomodando el marco colapsado en una cama cómoda, explicando lo que estaba haciendo sobre la marcha, y qué Principios y Leyes Draco no había estado aplicando correctamente, para una Transformación tan grande. —¿Por qué no te quedaste con Transformación? —preguntó Draco interrumpiendo la conferencia —. ¿Por qué sanación? Granger levantó la vista desde donde estaba transformando la gastada colcha en una manta de felpa. —Las aplicaciones prácticas de Transformación alcanzan su punto máximo en el nivel de Maestría: los estudios de doctorado se desvían hacia lo abstruso y lo teórico. La curación era una rama de la magia que ofrecía más posibilidades para ayudar a las personas en el mundo real. Y Sanación armonizaba más fácilmente con mis estudios de medicina muggle, por supuesto. Los tristes cojines grisáceos se transformaron en mullidos cojines blancos. Granger le dio a Draco una rápida mirada. —¿Completaste más estudios después de Hogwarts? La pregunta se planteó con una especie de curiosidad tímida. Draco pensó que esta podría haber sido la primera vez que ella le preguntaba algo personal. —Una licenciatura en Alquimia y una Maestría en Duelo —contestó Draco. —¡Vaya! Bien hecho. Siempre les dije a Harry y Ron que deberían considerar algo como duelo. Pero, bueno... —Aquí, frente a la ceja arqueada cínicamente de Draco, Granger terminó, débilmente—. Nunca amaron la escuela. —Esos dos idiotas ni siquiera tienen sus EXTASIS. No habrían sobrevivido ni un día —dijo Draco, molesto de que ella se atreviera a considerarlos de su calibre. —No son idiotas —dijo Granger, con el puño en la cadera. —La totalidad del año fundacional del programa fue teoría y filosofía de la magia marcial. ¿Cuándo fue la última vez que Pote y Wezy leyeron un libro? —¿Es una pregunta retórica? —preguntó Granger. —No, respóndeme. —Maldición —Granger se quedó en silencio mientras pensaba, con un dedo en el labio. Finalmente, sin recordar ningún recuerdo reciente, dijo—. El hecho de que no me hayan mencionado que han leído un libro no significa que no lo hayan leído.

Draco descartó esto con una burla. —¿Cuentan las revistas de Quidditch? —preguntó Granger con desesperación contenida. —No. —Años —concedió Granger con un suspiro involuntario. —Lo hubieras hecho mejor que ese par de idiotas —dijo Draco—. Excepto por las prácticas. Demasiados chillidos, maldiciones débiles. Maître Toussaint te hubiera comido viva. —¿Lo hiciste en Francia? —Université de París. —Mmm... tienes razón; mis maestros franceses casi me comen viva. Sus métodos pedagógicos principalmente consistían en intimidaciones. Hice una concentración en la Sorbona: lloré todos los días. —Mejor que sangrar todos los días —dijo Draco, con una heroica indiferencia. Fue, en su defensa, apenas una exageración. Granger se mordió el labio. —Entonces dejaré de lloriquear, ¿de acuerdo? Draco casi se ofreció a mostrarle sus cicatrices más llamativas, pero recordó, justo a tiempo, que Granger tenía las suyas y que no sería bueno embarcarse en una competencia en ese frente. Ahora era el momento de prepararse para ir a la cama. Una incomodidad hizo que la habitación se sintiera cerrada y cálida. Ambos continuaron como si no lo sintieran. Granger se cambió a su ropa de dormir en el baño. Al parecer, había seleccionado el pijama de algodón más horriblemente modesto de su guardarropa para esta escapada de fin de semana. —¿Qué? —preguntó ella, frente a la mirada de Draco. —Esos me recuerdan a McGonagall —dijo Draco—. ¿Vas a pellizcarme la oreja y llamarme travieso? —Encuentras indecentes los shorts muggles, ¿recuerdas? —dijo Granger—. Mi otra opción era un negligé, que sin duda habría ofendido tu sensibilidad. Draco pensó que preferiría haber visto este negligé. En voz alta dijo: —¿Más que esta alfombra de picnic que estás usando? Imposible. —Oh, sí. —Granger se subió a su cama. Draco notó que ella se había apropiado de su tomo sobre las protecciones. Ella agitó una mano hacia él—. Bueno, continúa entonces, ve a cambiarte y echemos un vistazo a tus pijamas de alta costura. Draco se cepilló los dientes y se cambió a su habitual pijama de seda negra. Era un sentimiento extraño, esperar el juicio de Granger sobre su elección de ropa para dormir. No es que le importara un carajo lo que ella pensara, ni nada. Volvió a salir del baño.

—Cuidado, Granger, soy tremendamente atractivo de negro. Granger lo observó por encima del libro. —Irresistible —dijo secamente—. Estoy deshecha. El sarcasmo fue abrasador. Draco sacudió el polvo inexistente de su hombro. —Por lo menos, no es una funda de asiento del Expreso de Hogwarts. —Mmm, aunque bastante lúgubre. —¿Te ruego me disculpes? —Fúnebre, en realidad —olfateó Granger—. ¿Quién murió? —Tu ingenio, hace un minuto. —¿Era ingeniosa antes? —En un grado limitado. Una sonrisa tiraba de las comisuras de la boca de Granger. Levantó el libro para ocultarlo. —Más de lo que puedo decir sobre ti. —Cuida tus palabras, o revocaré tus privilegios de lectura. Granger levantó las manos. —Paz. ¿Alto al fuego? —De acuerdo. Draco había abrigado la sospecha de que Granger era una de esas odiosas madrugadoras. Lo demostró tan pronto como pudo al día siguiente, arrojándose de la cama a la hora profana de las cinco y media. El sol salió con ella en esa mañana del solsticio y parecía igualmente obsesionada con negarle a Draco su descanso placentero y saludable preferido hasta las 11 a.m. Para agravar aún más su irritación, Draco se despertó duro. Permaneció inmóvil, boca abajo en la cama, mientras Granger jugueteaba con su maleta, se quejaba de haber dormido mal y finalmente se metía en la ducha. Hizo a un lado su indecencia con su varita, tratando de recordar cuándo se había despertado por última vez con tanta excitación. Maldita sea, necesitaba un polvo. Granger fue rápida en la ducha. Luego, oliendo a jabón y piel cálida, se paró junto a la cama de Draco y se aclaró la garganta. —¿Qué? —dijo Draco irascible contra la almohada. —¿Ya estás despierto?

Draco pensó que debería nominarse a sí mismo para la santidad, en vista de las bromas que no hacía. —Vete —dijo Draco. —Deberíamos irnos pronto —dijo Granger. —Dijiste a las ocho —dijo Draco. —Son casi las ocho —dijo Granger. Draco abrió un ojo para observar el reloj al lado de la cama. —Un montón de basura: son las seis. Por favor, vete a la mierda. Granger, claramente llena de energías ansiosas, siseó un suspiro. —Bien, bien. Iré a buscar algo para desayunar. —No vuelvas hasta las ocho —gruñó Draco a modo de advertencia. La amenaza hizo que Granger regresara. —¿O qué? —Te arrancaré la cabeza de un mordisco. —¿Eres un hombre lobo? —preguntó Granger. —Podría convertirme en uno, con ese propósito —dijo Draco. —Bien. ¿Qué quieres? —Que te vayas. Evidentemente. —Para comer, quiero decir. —No me importa. Déjame dormir. —Bien. Granger se fue un poco enfadada. Draco intentó seguir durmiendo. En cambio, fue visitado por una segunda erección, de la que se encargó irritado en la minúscula ducha. Fue insatisfactorio y se golpeó el codo contra la pared al hacerlo, pero fue una liberación. Granger regresó a las ocho en punto, bendita sea por seguir instrucciones de vez en cuando, trayendo el desayuno. Este consistía en mantequilla, mermelada y una barra de pan, y para beber, dos cafés. —Ambos son para ti —dijo Granger, colocando ambos vasos en las manos de Draco—. Espero que seas menos idiota por el resto de la mañana. Draco, todavía irritable, tomó las ofrendas en silencio y salió al pequeño balcón para disfrutarlas en paz.

Cuando regresó a la habitación, sintiéndose sustancialmente menos inclinado a arrancarle la cabeza a Granger, Granger se había puesto su equipo para la caminata. —¿Nos ponemos nuestros disfraces? —Hagámoslo —dijo Draco. Granger se giró hacia el otro lado mientras Draco se ponía su torpe atuendo de caminante muggle recién casado. Le puso glamour a su cabello para que pareciera menos Malfoy. Granger hizo lo mismo, para parecer menos Granger. —¿Listo? —preguntó Granger. —Listo —dijo Draco. Se dieron la vuelta y se miraron. —Gracioso —dijo Granger. —Hilarante —contestó Draco. Granger había elegido hacer su cabello rubio blanquecino y lacio, y cambió sus ojos a un gris frío. Draco había elegido una mata de rizos oscuros y ojos marrones. —Te ves aterradora —dijo Draco. —Te ves ridículo —contraatacó Granger. —Pareces el cadáver de una Veela. —Tu cabello parece vello púbico. Cuando este intercambio de cortesías se completó, Granger preguntó: —¿Nos ponemos manos a la obra? Draco asintió y se puso las gafas de sol que había comprado para la ocasión. Tenían forma de corazón, eran rosas y maravillosamente kitsch. Granger las miró por un largo momento, luego declaró que ella también quería unas y conjuró un par a juego.

por Catmintandthyme (¡hayuna versión NSFW!) Así equipados, iniciaron la caminata hacia el convento; un preámbulo agradable y sudoroso a una

violación sacrílega de una reliquia invaluable. El camino hacia arriba fue, como prometió Granger, un poco difícil. Era lo suficientemente temprano para que el calor del día no los aplastara por completo. A medida que avanzaban hacia arriba, estaban protegidos de lo peor del sol por una catedral de árboles que filtraban la luz en verdes frescos. Jacintos blancos salpicaban la maleza. Olía a tierra y hongos.

El paseo por el Macizo hasta el convento. Entre jadeos, Granger le proporcionó a Draco las historias de varios peregrinos que habían recorrido este camino y los supuestos Milagros que habían seguido. Draco dijo que, a pesar de lo fascinantes que eran estas historias, le aconsejaría que se ahorrara el aliento para la escalada y se concentrara. Ella no hizo caso a su consejo. Aproximadamente a la mitad de un ascenso empinado, su conferencia la distrajo demasiado y se salió del camino y se metió en una zanja llena de zarzas y lodo. Su varita, que había estado usando para cortar la maleza espinosa, permaneció en el camino con Draco. Draco, al ver que Granger estaba ilesa en el fondo de la zanja, tomó una posición contemplativa, apoyando su hombro contra un árbol. —Mira lo que hiciste Granger, te volviste loca. —Gracias por ese comentario tan instructivo —Granger estaba irritable, por alguna razón. Draco luego le explicó generosamente qué Principios y Leyes de la física no había estado aplicando correctamente. Granger intentó salir trepando, lo que sólo la hundió más en las zarzas. Draco observó con gran interés. —Las rubias realmente se divierten más. Granger se rindió en la subida, distraída por el estado desgarrado de su ropa, cortesía de las zarzas.

— Uff, eran nuevos. —Parece que has perdido una pelea con un Jack Russell —dijo Draco. Granger se veía malhumorada. —¿Me vas a ayudar a subir? —Tienes una escoba —dijo Draco. —No —dijo Granger—. Pásame mi varita. —Pero la escoba está justo ahí, contigo, en tu bolsillo. — No. ¿Estás loco? Es tu escoba más rápida. Me provocaré una lesión cerebral traumática. Draco se burló. —No eres tan terrible para volar... ¿O lo eres? Granger lo fulminó con la mirada, ambas manos en sus caderas. Luego cambió de táctica. —¿Cómo está tu pierna? —...Bien. —Mentiroso, casi no la has apoyado durante los últimos quince minutos. Lo cual era cierto, pero Draco esperaba que ella no lo hubiese notado. —¿Quieres que le eche un vistazo? —preguntó Granger. —No —dijo Draco. —Las mordeduras de mantícora son desagradables —dijo Granger—. ¿Estás al día con los ejercicios que te dio Parnell? —No es asunto tuyo —dijo Draco, porque la respuesta era no, porque era un procrastinador, y luego se le olvidó. —Es tu LCP, ¿no? Puedo decirlo por tu forma de andar. —Estás tratando de sobornarme con una curación para evitar usar la escoba, ¿no? —Sí. ¿Está funcionando? Draco consideró a la bruja embarrada en el fondo del pozo. Luego consideró la hilaridad de ver a Granger intentar montar su escoba. Luego consideró el dolor en la rodilla. El dolor ganó. Necesitaba ser ágil, para cualquier cosa que el convento les arrojara, lamentablemente. Draco le arrojó la varita a Granger. Ella hizo un trabajo rápido de escape a partir de entonces. La tierra que tenía delante se dividió en una plataforma que, impulsada por gruesas raíces, la llevó de vuelta al camino.

Granger con su varita de nuevo en la mano parecía bastante más peligrosa que la que no tenía varita en la zanja. Estaba mirando a Draco con algo menos que amabilidad por su risita a su costa. El calor prometía venganza. Sin embargo, un trato era un trato (bendita sea, siempre podías contar con ella para eso) y la varita de Granger pronto apuntó a la rodilla de Draco, y el alivio de la curación se extendió por ella. —Tienes que hacer los ejercicios —dijo Granger, sacudiéndose el polvo—. La curación no lo puede hacer todo. No seas perezoso; sólo tienes dos rodillas. —Sí, sí, tienes razón, por supuesto. Sigamos. Ya hemos perdido suficiente tiempo con tus tonterías en las zanjas. Ahora sano y salvo, Draco avanzó por el camino, con Granger corriendo detrás de él para mantener el ritmo, murmurando cosas groseras a su espalda. Finalmente, llegaron al convento. Granger había explicado que se había construido a la entrada de la gruta donde la Magdalena se había refugiado por primera vez, que ahora servía como capilla. Draco y Granger se tomaron un momento para camuflar sus varitas sobre sus personas y reorganizar su lenguaje corporal mutuamente hostil en el de torpes muggles recién casados. Caminaron uno al lado del otro, el brazo de Granger enganchado con el de Draco. Su primer obstáculo fue la Hermana en la puerta del convento, una mujer mayor, que observaba su acercamiento con expresión severa. —Ah, no, no, no. Aucune visite aujourd'hui; le monastère est fermé —dijo la Hermana. Granger, secándose el sudor de la frente, fingió sorpresa y preguntó por qué estaba cerrado. La hermana explicó que era pleno verano y todos estaban en la basílica de abajo. Eran bienvenidos a unirse a las celebraciones allí. Hoy no habría servicios en la capilla del convento. Granger hizo una buena aproximación de angustia. Draco intervino con una explicación a la monja de que la peregrinación al convento tenía un significado espiritual para ambos, y que habían pasado su luna de miel aquí especialmente para visitarlo. ¿No consideraría hacer una excepción? Granger olfateó que todo lo que quería hacer era encender una vela y hacer una oración a la Magdalena, porque ella era una pecadora arrepentida y necesitaba su sagrada bendición. Draco hizo un gran espectáculo al consolar a su sollozante esposa. Se sintió interesante acunar a Granger y sentir su aliento en su pecho a través de su camisa. Se sintió sorprendentemente... agradable. Sí, iría con agradable. Él le palmeó el trasero teatralmente; ella se puso rígida y su agarre en su brazo se hizo más apretado. La monja frunció los labios mientras observaba el espectáculo. Draco rozó el frente de la mente de la monja con un ligero toque de Legeremancia para determinar si necesitaba comenzar a aturdir. Descubrió que las gafas de sol colocadas en sus cabezas fueron el factor decisivo: la monja concluyó que eran dos idiotas sin gracia y que una breve visita no haría daño, a pesar de las instrucciones de la priora.

Por favor, no seas celoso. La monja los condujo a través del pequeño convento hasta la gruta de la Magdalena. —Quince minutos —dijo con un severo movimiento de dedos. Quince minutos ciertamente no eran suficientes para sus nefastos planes, pero Draco y Granger balbucearon algo de gratitud. —Vieja achacosa —dijo Draco cuando la monja se fue. —¡Shh! —dijo Granger—. Ella nos echará. —Tonterías blasfemas, podrías decir. Granger hizo una mueca. —Puede que no. Draco concluyó que estaba perdido con ella. —Al menos hiciste un buen trabajo mintiendo —dijo Draco. —Puedo mentir —dijo Granger—. Ya sabes, una vez engañé a los duendes de Gringotts. Lo hago bien cuando no estoy siendo traspasada por esas... esas lanzas que llamas ojos. —Traspasada, dices. —Perforada, empalada inclusive. Mira hacia otro lado antes de cortarme en pedazos. Draco miró hacia otro lado, divertido. No le dijo que sus ojos tenían el efecto contrario; de atraer, de tirar hacia ella. A veces, si no estaba con la guardia en alto, mirarla a los ojos era como caer, como arrojarse de cabeza. Pero basta de tonterías sobre los ojos. Hicieron un inventario de la gruta.

La capilla. (Foto: M. Disdero) Era mucho más grande de lo que Draco había imaginado, más bien una cueva, y contenía una capilla entera. Las paredes estaban salpicadas de velas votivas. Las fisuras de la cueva habían sido tapadas por vidrieras, que bañaban el lugar en rojos y azules profundos. No había nadie alrededor. En un rincón oscuro de la cueva, Granger transformó dos estatuas en réplicas arrodilladas de ella y Draco, y colocó un grupo de velas frente a ellas. Si la monja guardiana los vigilaba, sus siluetas estarían encorvadas en silenciosa contemplación en el otro extremo de la gruta. Granger también colocó la primera de sus runas incendiarias en la base de la estatua de Magdalena. —Pero no demasiado cerca —susurró mientras encendía el símbolo—. En realidad, no quiero dañarla... Mientras tanto, Draco estaba lanzando sus hechizos de detección, lo que le indicó que había unas cinco monjas en las instalaciones. —Puede haber más. Esta roca hace que sea difícil de decir. Así que son cinco brujas y una cantidad incalculable de protecciones. —Mucho mejor que las cincuenta brujas habituales, de todos modos —dijo Granger. Satisfecha con la disposición de sus duplicados de piedra, Granger rodeó el borde de la gruta y asomó la cabeza por el pasaje que conducía de la gruta a la cripta. Pasos resonaron desde esa misma dirección un momento después. Una monja más joven apareció y preguntó, sorprendida y molesta, ¿qué pensaba Granger que estaba haciendo? Granger dijo: —Perdón, je cherche les toilettes. La monja levantó un dedo para señalar el letrero insoportablemente claro sobre la puerta que decía: «ACCÈS INTERDIT», y preguntó si Granger podía ver a través de esos tontos anteojos. Luego preguntó por qué estaban allí y quién los había dejado entrar: ¡El convento estaba cerrado! Y, dándose cuenta de repente de las réplicas de piedra, ¿qué era eso?

La monja estaba demasiado alterada para jugar con eso de ser torpes. Draco acortó su misión de investigación, aturdiéndola sin fanfarria. —Mierda —dijo Granger—. Pero, desafortunadamente, necesario. Granger había insistido en que ella estuviera a cargo de cualquier Obliviate. Quitó los últimos cinco minutos de la mente de la monja con mucho más cuidado del que Draco hubiera tenido. —¿Tu aturdimiento se mantendrá durante al menos otros veinte minutos? —preguntó Granger. —Media hora, a menos que tenga sangre de troll. —Excelente. —Granger transformó a la monja en un banco y la hizo flotar contra la pared—. Sigamos adelante. Granger lanzó un hechizo silenciador alrededor de los dos mientras Draco los desilusionaba, seguido de encantamientos de No-Me-Notas por si acaso. Continuaron por el pasaje que conducía de la gruta a la cripta. Como estaba planeado, Draco tomó la delantera, haciendo un pequeño reconocimiento en cada esquina antes de dejar que Granger lo siguiera. Dejó caer dos runas más a medida que avanzaban. Se encontraron con las primeras salas de alarma en la escalera que bajaba a la cripta. Draco los descartó sin problemas, pero procedió más lentamente a partir de entonces; ahora se estaban acercando a donde las cosas podrían volverse interesantes. Se encontraron con dos escaleras ilusorias que conducían a las mazmorras. Draco desarmó algunas desagradables trampas activadas por presión: un orbe de pestilencia y una runa podrida. Granger se encargó de un Sacrilegio Abrasador dirigido a sus corazones. —Las Hermanas no son muy agradables —dijo y Draco podía escuchar el ceño fruncido en su voz. Al pie de la escalera de piedra, el aire se volvía viciado y mohoso. Llegaron a la puerta de la cripta, y con ella, su primer desafío real: una cerradura de sangre. —Eso es oscuro —dijo Draco—. Estas monjas no están bromeando. —Necesitamos a esa monja aturdida —dijo Granger—. Deberíamos volver a subir... —No tenemos tiempo. Accio —dijo Draco, agitando su varita hacia la monja transformada, quien yacía, como un banco, en algún lugar por encima de ellos. —¿Pero eso no es demasiado pesado para una Invocación...? Granger claramente no tenía idea de las capacidades de Draco. Él no respondió, enfocando su voluntad en el vuelo del voluminoso banco, actualmente zumbando a través del pasaje por encima de ellos. Si alguna monja tuviera la mala suerte de interponerse en su camino, sería pulverizada sumariamente. Hubo algunos golpes cuando el banco descendió la escalera hacia ellos. —Wow —dijo Granger al ver esta exhibición absurda, pero impresionante. —Solo tenías que transfigurarla sin el maldito peso de un banco real —jadeó Draco cuando el banco se tambaleó a la vista.

Granger deshizo la transformación de la monja aturdida murmurando sobre la importancia de la precisión. Entonces Draco observó la forma desilusionada de Granger flotando indecisa sobre el cuerpo inerte. Draco, viendo que Granger no tenía la botella para hacer la parte sucia, sacó su cuchillo. —Un corte ligero —dijo Granger. Había aprensión en su voz. El daño corporal a otros había sido un «Plan F» muy lejano, sólo en el peor de los casos. Draco agarró la mano de la monja y le cortó la palma. Lo presionó sobre la suave superficie de obsidiana de la cerradura de sangre. —Más vale que tenga permiso para abrir esto, o vamos a tener que buscar a la priora. —Maldita sea, espero que no, probablemente esté en el pueblo. Durante un largo momento, no pasó nada. Luego, la cerradura de sangre brilló dorada y se abrió. Granger suspiró aliviada. Mientras Draco buscaba más protecciones más allá de la puerta, ella curó la mano de la monja aturdida y luego la transformó de nuevo, esta vez en un candelabro de antorcha para que coincidiera con los demás a lo largo de la pared. —¿No podrías haber hecho eso en primer lugar? —preguntó Draco. —¡No había antorchas arriba! —gruñó Granger—. ¡Necesitaba estar camuflada! Entraron en la cripta: paredes mojadas, mohosas y que apestaba a siglos de muerte. Granger, acurrucada detrás de Draco, le susurró instrucciones mientras avanzaban. Se había memorizado la totalidad del área laberíntica, basándose en los textos antiguos que tenía en sus manos. Si su avance por un pasillo estaba bloqueado, tendría tres alternativas preparadas. Draco desarmó una serie de protecciones cada vez más maliciosas, protecciones que en realidad apenas merecían ese nombre; estas eran maldiciones. Los redujo a paso de tortuga. —Maldita sea, ¿un glifo destripador? —murmuró mientras alcanzaba la siguiente sala—. Estas monjas son asesinas. Sintió a Granger mirar por encima de su hombro y ver cómo su varita traslúcida desarmaba la cosa. —Estos son bastante más oscuros de lo que esperaba —dijo Granger. —¿Cómo vamos con el tiempo? Cinco minutos hasta que el bonne sœur de la entrada venga a acosarnos. Tal vez diez si retrocede al ver nuestras piadosas cabezas. —Esto va mucho más lento de lo que me hubiera gustado —dijo Draco, acelerando el paso, con la varita en alto para detectar más amenazas. —Lo sé —dijo Granger, la preocupación endureciendo su voz. Continuaron por pasadizos cada vez más estrechos, pasando varios siglos de huesos apilados y cuerpos momificados por el paso del tiempo. Con la varita de Draco activada, Granger conjuró un círculo de llamas azules a su alrededor para iluminar el camino, junto con su Lumos.

Durante un tiempo sospechosamente largo, no hubo otras interrupciones. Entonces llegaron al cráneo de una cabra sonriente, flotando en medio del pasaje. Parecía inofensivo e inerte, simplemente suspendido en su lugar. Tallado en el suelo polvoriento debajo de él había un pentagrama. Draco apretó los dientes: éste, lo había leído en el texto sobre los monjes dominicos. —¿Qué es? —preguntó Granger a la espalda de Draco. —La barrera de Beelzebub —contestó Draco—. Más bien esperaba que no nos lo encontráramos. —¿Por qué? ¿Qué sucede si lo activamos? —Un caso bastante serio de posesión demoníaca. Que ninguno de nosotros es lo suficientemente devoto para tratar, por cierto —dijo Draco. —Puaj... ¿Cómo lo desarmamos? —preguntó Granger. —Sacrificio humano. —¿Qué? —¿Invoco a la monja? —No, encontraremos otra forma de evitarlo. Espera... Déjame pensar en un desvío. Esta fue la ruta más directa, por supuesto... Después de unos momentos de pensar, durante los cuales Granger dibujó sus mapas mentales en la espalda de Draco y le dio un escalofrío, los guio por otro pasillo. Ambos eran conscientes del tiempo que estaba pasando. Granger deletreó otra de sus runas incendiarias y luego dijo: —Hemos pasado el margen de los quince minutos. —Podemos esperar hostilidad en el camino de regreso —dijo Draco—. Esperemos que sólo sean las cuatro monjas. —Las runas deberían proporcionar una distracción —dijo Granger, pero había una irritación ansiosa en su voz: esto no iba según lo planeado. El nuevo camino conducía a una Nube de Contagio y una sala Carcerem sine fine, ambas desarmadas por Draco. Mientras trabajaba, Granger, preocupada por la hora, dio un paso adelante para mirar por la esquina. En defensa de Granger, Draco tampoco hubiera esperado otra protección tan pronto después de esas dos, pero ahí estaba. Granger lo hizo tropezar y una ráfaga de flechas arcanistas volaron hacia ellos desde todas las direcciones. Solo los reflejos de Draco los salvaron de muerte por empalamiento; mientras las flechas incendiarias zumbaban, empujó a Granger contra la pared y lanzó Obice circum. En cambio, las flechas se incrustaron en el brillo de su escudo.

—¡Idiota! —dijo Draco, su cara en el cabello invisible de Granger—. Has hecho un buen lío. ¡Debías quedarte detrás de mí en todo momento! —¿Pusieron tres salas dentro de dos metros cuadrados? —jadeó Granger desde algún lugar de su pecho. —Evidentemente. Y ahora estamos en un buen aprieto —dijo Draco mientras las flechas estallaban contra el escudo. —¡¿Un aprieto?! ¿Así es como llamas a este paisaje infernal? —¡Haz algo con el maldito fuego antes de que derribe mi escudo! Granger, impulsada a la acción, deslizó su varita bajo el brazo de Draco y agitó una compleja orden en rúnico. Las flechas de fuego se apagaron. —Tendrás que enseñarme eso —dijo Draco, alejándose de ella. —En otra ocasión —dijo Granger. Había un temblor en su voz, aunque si eran nervios o fatiga, Draco no estaba seguro. Cada runa incendiaria y hechizo que ella usaba era un drenaje para su magia, al igual que cada maldición que él rompía era un drenaje para la suya. Ninguno de ellos había esperado estar tan tenso. Según el conteo de Draco, habían roto más de veinte maldiciones en el lapso de un cuarto de hora. —Nos estamos acercando, este es el último corredor —dijo Granger mientras se acercaban. El techo descendía a medida que avanzaban. —¿Estás seguro de que no vamos a entrar en una maldita cámara funeraria? —murmuró Draco mientras se agachaba para seguir avanzando. —Sí, este es el camino correcto. Estoy segura de que lo apretaron a propósito... Draco se detuvo abruptamente. Granger chocó de lleno contra su trasero, maldijo y luego canceló las desilusiones para que pudieran verse. Draco se movió para que Granger pudiera observar el brillo rojizo, casi invisible, a través del piso de piedra que salía bajo el brillo de su varita. —Estas jodidas monjas —dijo Draco. —¿Qué es? —Uno de los Tormentos inventados por los Cartujanos. Lo llamaron Santificación Espiritual. Malditos satíricos. —¿Qué hace? —Un área de efecto Crucio. Más fácil que un lanzamiento continuo, es ideal para suelos de mazmorras. —¿Una alfombra de Crucios? —Esencialmente.

—Qué horror. —Se estremeció Granger. —¿Alguna ruta alternativa? —El Beelzebub bloqueó el camino principal. Tenemos que enfrentarlo, o cruzar esto... Mientras hablaba, una chispa de color púrpura brilló en la visión periférica de Draco. Derribó a Granger fuera del camino justo cuando la chispa estalló en un latigazo de feroz luz violeta. La maldición siseó contra la pared donde había estado la cabeza de Granger. —¿Qué fue eso? —La boca de Granger estaba abierta mientras observaba el líquido púrpura corrosivo roer la pared de piedra. —Desuella mentes —dijo Draco, poniéndose de pie—. De Inicio retrasado... Asqueroso. —¿Desuella mentes? —repitió Granger, poniéndose de pie también—. Estas malditas monjas... —Escoba —dijo Draco, su atención de nuevo en el Tormento—. No debemos tocar el suelo. Y no sugieras Wingardium Leviosa en su lugar. —No iba a hacerlo —espetó Granger, sacando la escoba de su bolsillo extendido—. No me fiaría de mí misma en estos espacios reducidos, no con un maldito gran cuerpo como el tuyo para cargar... Se montaron en la escoba, ambos manteniendo las piernas inusualmente apretadas. El techo era tan bajo aquí que incluso en ese momento, con sus cabezas rozando la piedra de arriba, las rodillas de Draco estaban a centímetros del Tormento. —Estas jodidas monjas —murmuró mientras los conducía con suma delicadeza sobre el parche de sufrimiento de cinco metros de largo. Granger estaba enfocada en estrangular la escoba con sus manos y sus piernas. Pasaron el parche rojizo. Draco los bajó para desmontar. Algo dorado brillaba al final del pasillo: se parecía al relicario que Granger le había descrito. Jodidamente finalmente. —¡Espera! —siseó Granger—. ¡Mira! Sobre ellos, y visible sólo gracias al círculo de llamas azules de Granger, una runa estaba tallada en el techo. Draco tiró de la escoba de regreso a un vuelo estacionario. —¿Qué es? —¿Ethos? —dijo Granger, inclinando la cabeza y hablando consigo misma—. ¿Raidhu? ¿Pero por qué es...? ¡Vaya! ¿Pero no sabía que podías hacer eso? ¡¿Qué?! Este uso no está en ninguno de los Silabarios... —¿Qué diablos es esto? —repitió Draco. —Creo que, basado en un análisis extremadamente preliminar, es... ¿Supongo que podrías llamarlo una Runa de Ética Invertida? —¿Ética... invertida? —repitió Draco. Había esperado algo bastante más letal. Entrañas invertidas, tal vez.

—Revertiría cualquiera que sea tu punto de vista moral normal —continuó Granger—. Pienso que podría cambiar tus intenciones. —Así que saldrías de la Alfombra de la Tortura odiando a las monjas y queriendo matarlas a todas y destruir todo el lugar, y luego serías golpeado por eso y... —Amarlas, querer ayudarlas y no hacer las cosas malas que te habías propuesto hacer, sí —dijo Granger—. Una idea brillante, por decir algo. Déjame encargarme de este. ¿Puedes hacernos volar más cerca? Draco movió la escoba hacia arriba y la sostuvo con la mayor firmeza posible mientras Granger sacaba las contra runas. Este ejercicio tomó lo que pareció una eternidad. Draco siguió lanzando hechizos de detección detrás de ellos, ahora consciente de que casi con certeza habría una búsqueda de muggles torpes. Le pareció que escuchó voces. El techo crujió y la runa se desintegró en polvo. —Arreglado —dijo Granger. —Finalmente. Desmontaron de la escoba. Draco volvió a tomar el mando, tan irritado por los retrasos que casi pensó en reactivar todas las protecciones y arrastrar a las monjas a través del maldito laberinto, para probar su propia medicina. Por fin dieron con el relicario de la Magdalena.

Hic requiescit Magdalenae corpusMariae. (Foto: magdalenepublishing.org) Todo parecía estar hecho de oro puro. Brillaba en la oscuridad, excepto por el cráneo de Magdalena, que sobresalía de forma negra. Apilados a ambos lados había más oro: crucifijos, copas, estatuillas y cofres rebosantes de monedas. Draco no detectó más hechizos maliciosos, así que se acercaron.

Una inscripción brillaba debajo del relicario. —Noli me tangere —leyó Draco—. No me toques. Bueno, eso es excelente. —Solo vamos a molestarla un poco —dijo Granger, mordiéndose el labio. —¿Qué es ese frasco al lado de ella? —La Ampolla Sagrada. Supuestamente contenía tierra, empapada en la sangre de Cristo, recogida por Magdalena de debajo de la cruz. Draco dejó escapar un silbido cuando se acercaron al relicario. —Este lote debe valer unos cuántos Knuts. Una voz ronca habló en francés. —¿Unos cuántos? Pequeño cabrón descarado. Draco y Granger saltaron. Hominem Revelio rebotó contra las paredes cuando las lanzaron, sin ningún resultado. Draco lanzó un Protego alrededor de Granger. La voz volvió a hablar: —Mis únicos visitantes en siglos, así que, por supuesto, son irremediablemente estúpidos. —Oh, Dios mío —jadeó Granger—. Es el cráneo. Draco lo miró fijamente. —Hola —le dijo el cráneo a Draco—. Eres bonito. —Por las tetas de Merlín —exclamó Draco. —Me gustas —La calavera sonrió en su dirección—. Danos un beso. **~**~**

Chapter End Notes

¡Uff! ¿A caso esa fue una declaración de «me gustas y por eso me transformo en algo parecido a ti»? ¿Cardíaco? ¡Un montón! Besos, Paola

Noli Me Tangere Chapter Notes

¿Adelantamos la actualización del sábado? Entonces, sigue adelante.

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

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Hermoso arte por alinadoesartsometimes **~**~** Draco había experimentado muchas cosas extrañas y maravillosas en su vida, pero estar charlando con el cráneo de una santa muerta desde hace mucho tiempo ciertamente estaba dentro de las más extrañas. —Dame una buena razón por la que no debería gritarles a las buenas Hermanas acerca de los intrusos —dijo la calavera. —Te haré pedazos si lo intentas —dijo Draco. —Promesas, promesas —dijo la calavera. —Por favor, ¿eres Magdalena? —preguntó Granger, su sorpresa ahora estaba dando paso a la curiosidad con los ojos muy abiertos. —Un eco de la que una vez fue conocida con ese nombre —dijo la calavera. —¿Un fantasma? ¿Espíritu? —Hay muchos Estados del Ser. Draco le dio un codazo a Granger. —No es el momento. — Bien, mejor hablemos de lo que hace un chico guapo como tú en un lugar como este. —No estoy tramando nada bueno —dijo Draco—. Obviamente. —Ooh, la la, un chico malo —se deleitó la calavera. Granger estaba petrificada en un estado de total fascinación hacia el cráneo. Draco le dio un codazo de nuevo. —Haz lo que viniste a hacer aquí. Tenemos que irnos. Granger pareció volver en sí.

—Cierto, tengo que hacerlo, pero... Había voces que venían por el pasillo. —Tenemos compañía —interrumpió Draco—. Activa tus trampas. Granger levantó su varita y murmuró duras palabras en rúnico antiguo. Draco sintió que se le erizaba la piel de gallina en los brazos cuando su magia se desvaneció de ella. Cinco chispas brillantes brotaron de su varita y zumbaron por el pasillo para detonar sus contrapartes. Hubo un momento de puro y perfecto silencio. Luego, la cripta, los pasadizos y la gruta fueron sacudidos por explosiones. Los gritos resonaron a lo lejos. Una fina capa de piedra cubrió el relicario de Draco, Granger y la Magdalena. Desde el pasillo, no llegaron más sonidos. Granger tenía las manos en las rodillas, sin aliento por el esfuerzo mágico. —¿Qué has hecho? —preguntó la calavera. —Nos gané tiempo —dijo Granger. —Hazlo —dijo Draco, montando guardia en el pasaje—. ¡Con rapidez! Granger estaba agitada. —¡Pero es sensible! ¡No estaba destinada a ser consciente! —Consciente es un término bastante optimista —dijo la calavera. —¡Pero puedes percibir! —dijo Granger—. No puedo sólo... sólo... —¿Qué, exactamente? —Necesito un pedacito de ti —dijo Granger. —Bah, tú y el resto del mundo. Pedazos de mí han sido robados durante siglos y siglos, ya sabes. —¡Muévete, maldita sea! —dijo Draco. Granger sacó un osteótomo de aspecto bastante malvado de su bolsillo. — Sí. Mi mandíbula vivió en Roma durante 700 años; acabamos de reunirnos. —¿Apenas? —En 1295. Gracias al Papa Bonifacio VIII... ¡que su cabeza puntiaguda sea bendita! Granger ahora se acercaba al cráneo. —Yo eh... Veo que tu hueso occipital está roto. ¿Te importa si lo ordeno un poco? Draco alzó los ojos al cielo. Granger estaba tratando de obtener el consentimiento del maldito cráneo. —Noli me tangere —dijo la calavera.

Granger, con el osteótomo en una mano y su varita en la otra, dijo: —Lo siento —Desapareció el cristal del relicario—. Lo siento, pero es por una buena causa, lo prometo... —Noli me tangere —repitió la calavera mientras la mano de Granger se acercaba—. Te arrepentirás. Algo en el tono de la calavera hizo que Draco se volviera. Extendió la mano y agarró el brazo de Granger, justo a tiempo para unirse a ella cuando el cráneo, un puto maldito traslador, los transportó. Se materializaron en una mazmorra, a diez metros sobre el suelo, y comenzaron a caer en picado. Como en cámara lenta, ambos giraron para ver un brillo rojizo en el suelo de piedra de abajo: Santificación espiritual. Su gracia salvadora, mientras caían, fue que ambos tenían sus varitas. Granger le arrojó un Wingardium Leviosa a Draco justo cuando él se lo arrojaba a ella, y luego se cernieron, completamente a merced de la fuerza de voluntad del otro, a centímetros del Tormento. Granger estaba haciendo un trabajo decente al sostener su «maldito gran cuerpo sangriento» en alto, pero había algo febril en su magia; ella no sería capaz de sostenerlo por mucho tiempo. Draco mismo comenzaba a sentirse mareado: la producción mágica del día lo estaba alcanzando, e incluso mantener a flote la esbelta figura de Granger era agotador. —¡Escoba! —jadeó Draco. Granger le arrojó el cráneo a Draco, quien lo atrapó como una quaffle huesuda. Sacó la escoba. En una hazaña de acrobacias incómodas y flotantes, logró pasarlo. Luego, bajo sus manos inexpertas, se movió hacia Draco en sacudidas inseguras y azotadas. Cuando Granger se acercó lo suficiente, tiró de la cola hacia él y se derrumbó detrás de ella. —¡Mierda! —resopló Granger, completamente sin aliento. Draco estaba furioso. —¡Estas malditas, malditas monjas! —Oh, Dios mío —dijo el cráneo mientras se lo devolvía a Granger—. Esto no había pasado desde la Edad Media. ¡Qué emoción! Draco hizo flotar la escoba arriba y abajo del estrecho calabozo, con su varita en alto, buscando una salida. —Esta piedra debe tener metros y metros de espesor —dijo Granger, lanzando ráfagas de hechizos de Transformación en la pared mientras Draco pasaba deslizándose—. No puedo hacer nada más allá de la capa interior. —Podríamos intentar usar la fuerza bruta con algunas Bombardas —dijo Draco—. Pero eso nos agotaría a ambos, y quién sabe qué hay del otro lado. —Oh, unas cincuenta hermanas enfurecidas —respondió la calavera—. Ya habrán hecho sonar la alarma y todas habrán volado de regreso desde donde estaban haciendo el Solsticio. Oooh, espero

que no conozcas a la priora, querido, ella dejaría tu bonita cara bastante irreconocible. —Tiene que haber una entrada, ¿de qué otra forma buscan a los prisioneros? —Draco redobló su búsqueda—. Tenemos que encontrarla, ese será el punto débil. —Apuesto a que no hay ninguna. Probablemente levanten la Sala Anti-Apariciones y entren para recoger los cadáveres torturados de la Alfombra de Crucio —reflexionó Granger sombríamente. —Cosita inteligente —dijo el cráneo. —Silencio, es tu culpa que estemos aquí. —Traté de advertirte —dijo la calavera—. ¿No hablas latín? Granger ahora estaba agarrando su persona. —Tengo un millón de cosas en mis bolsillos, pero ¿qué hago con ellas? ¿Tendemos trampas? ¿Hacemos explosivos? Podrían dejarnos pudrirnos aquí durante años antes de que vengan a buscarnos. Tengo suficiente comida para... eh... ¿meses, tal vez? ¿Cómo dormiremos sobre el Tormento? ¿Quizá podría hacernos hamacas? En el curso de su parloteo de manos moviéndose, Granger, sin darse cuenta, presentó Una Solución. Draco la agarró por la muñeca. A la luz de su varita compartida, su anillo brillaba. Granger siguió su línea de visión. —Pero, dijiste que no terminaste el traslador. —No lo hice. —Entonces, ¿qué estás pensando? Draco golpeó con sus dedos la muñeca de Granger. —No sé... Una posibilidad. No pude fijar el destino final en una ubicación deseada. La aritmancia es correcta, solo hay un estúpido problemilla al final que no he resuelto. Granger ahora se estaba emocionando. Se giró hacia él en la escoba. —¿Entonces dices que funciona, pero no tenemos idea en dónde terminaremos? —Sí. Granger le tendió la mano. —Actívalo. —Tú no entiendes. No tengo ni puta idea de dónde terminaremos —repitió Draco—. Podrían ser en el interior de la tierra. Podría ser dentro de un volcán o las profundidades de la Atlántida. Podríamos morir en el momento en que lleguemos: aplastados, quemados o asfixiados. Granger buscó sus ojos, luciendo tan desconcertada como él se sentía. —¿Cincuenta monjas enojadas descendiendo sobre nosotros en santa ira o asfixia? Draco se pasó una mano por la cara.

—Mierda. ¿Cómo diablos llegamos aquí? —¡Ooh, haz el traslador, haz el traslador! —dijo la calavera—. ¡Quiero ver el mundo! —Tú eliges —le dijo Draco a Granger, ignorando a la calavera. Granger se alejó de él en la escoba y pensó. —Estás haciendo un análisis FODA —dijo Draco, observando el movimiento de sus dedos. —Shh. —¿Qué es un análisis FODA? —preguntó la calavera. —Lo que ella hace mejor —dijo Draco. Fue bueno que Granger no estuviera escuchando; el cariño no solicitado se había colado en su declaración. Iugh. Granger salió de su proceso luciendo determinada. Se volvió hacia Draco en la escoba. —Traslador. Varitas afuera y listos para desaparecer en el momento en que nos materialicemos en el Otro Lugar. Incluso en el entorno más hostil, cualquier daño que suframos en esa fracción de segundo debería ser curable. —¿Incluso lava? Estamos tomando un gran maldito riesgo. —Tenemos el cráneo. Y tengo vidas que cambiar para mejor. Revisemos la cosa estúpida de hechizos rastreables; no necesitamos que la Hermandad nos siga a donde sea que terminemos. El cráneo fue sometido a hechizos de diagnóstico tanto de Granger como de Draco. Ninguno de los dos fue amable al respecto, pero el cráneo parecía tener poca sensibilidad. —Eso hace cosquillas —dijo el cráneo mientras estaba suspendido entre los dos y era rociado con hechizos. —Está limpio —dijo Draco finalmente—. Sólo ecos del Portus. —Lo cual fue una idea brillante. Un sólo hechizo no malicioso al final; justo en una mazmorra. Malditas Monjas. —Está bien —dijo Draco—. Vamos. Pero primero, quiero dejar algunos agradecimientos para las Hermanas Benedictinas de las Sagradas Pelotas. —Ooh, travieso —dijo la calavera mientras Draco metía algunos maleficios, maldiciones y otras diabluras en la mampostería. Al carajo con su fatiga. Necesitaba venganza. —¿Listo? —preguntó Draco, con la punta de su varita en el anillo de Granger, preparado para activar el Traslador. Granger lo miró a los ojos y asintió. Estaba nerviosa, pero no tenía miedo. Maldita bruja valiente.

—Portus —dijo Draco. **~*~** El Traslador los succionó a través de la Sala Anti-Apariciones en un arrastre prolongado y repugnante. Draco no estaba seguro de qué estaba agarrando con más fuerza: su varita, la cintura de Granger o la escoba entre sus piernas. Se materializaron a unos sesenta metros sobre el suelo sobre una extraña y surrealista escena... ¡Gracias a los dioses por la escoba! Estaban volando sobre un grupo de barcos agrupados como si estuvieran amarrados en un puerto deportivo, pero no había agua. Hasta donde alcanzaba la vista de Draco, las dunas se ondulaban una y otra vez en el horizonte.

(foto: theworldgeography.com) La cabeza de Granger giró también y observó todo el lugar, así su curiosidad superó su miedo a volar. Una voluta de humo emanó de su anillo: lo último del imperfecto Portus desapareció. El viento cálido les lanzó arena a los ojos y les agrietó los labios. —Por supuesto que no terminaríamos en, no sé... ¿Kent? —dijo Draco. —Eso hubiera sido demasiado conveniente —dijo Granger—. Pero tomaré esto sobre el centro de un volcán, y no nos escindimos por una aritmancia mal ejecutada. Bien hecho. Draco voló más bajo, lanzando hechizos de detección hacia el cementerio de barcos. No había nada vivo dentro. —Voy a bajarnos. Tenemos que descansar y ambos estamos jodidos. —De acuerdo. Aterrizaron entre los cascos oxidados y encontraron un lugar a la sombra de un barco más

pequeño. Granger se cayó de la escoba con esa torpeza suya, se quedó a cuatro patas en el suelo durante un buen rato y luego volvió a ponerse de pie. Buscó a tientas en su bolsillo hasta que encontró su dispositivo muggle, que sacó triunfante. Sin embargo, el triunfo duró poco. Granger caminó, sostuvo el móvil en alto, lo mantuvo bajo, presionó algunos botones, pero fuera lo que fuera lo que estaba destinado a hacer su aparato, no lo estaba haciendo. —No hay servicio —suspiró Granger—. Estamos fuera del alcance de las telecomunicaciones muggles. Me habría gustado saber en dónde estamos. —¿Un gran maldito desierto como este? Supongo que en algún lugar de África. —Eso también era mi suposición —dijo Granger—. Hay un lugar llamado Costa de los Esqueletos en Namibia, famoso por los naufragios entre las dunas. Pero esa teoría se ve frustrada por la ausencia bastante conspicua del mar. Quizá los barcos nos den una pista. Caminó especulativa hacia la proa del barco bajo el cual se refugiaban. Los caracteres que alguna vez deletrearon el nombre del barco estaban descoloridos y dispersos. Las manos de Granger encontraron sus caderas. —¿Cirílico? —... ¿Estás sugiriendo que estamos en Rusia? —No tengo idea —dijo Granger, sonando, por una vez en su vida, completamente desconcertada. Dejaron a un lado los misterios de sus circunstancias presentes para reponer sus fuerzas. Draco estaba ansioso por descansar: tenía una preocupación persistente de que las monjas los encontrarían de alguna manera, y en ese momento estaba demasiado fatigado mágicamente para enfrentarse a cincuenta de ellos en un tiroteo. —¿Dónde está el cráneo? —preguntó, de repente, ya que los últimos diez minutos habían estado libres de comentarios roncos. —En mi bolsillo —dijo Granger—. Con un Muffliato alrededor de sus huesos temporales. Estoy cansada de sus comentarios continuos. —Buena idea. ¿Tienes algo para comer en ese bolsillo? —Obviamente. Los pedazos de bote oxidado se transfiguraron mínimamente en una improvisada y baja mesa con taburetes. Draco notó que no se mostró ninguna de las florituras habituales de Granger, o su preocupación por la precisión. Los taburetes se descascarillaban en la parte inferior de la vieja pintura marina, la mesa amenazó con un lado del tétanos a su cena; Granger estaba cansada. Y, sin embargo, ella todavía logró sorprenderlo al sacar cosas de su bolsillo extendido. Colocó los ingredientes de una comida real sobre la mesa. Se dispuso una baguette, paté y varios quesos. Luego vino una variedad de charcutería, algunos pepinillos y aceitunas. Siguió un recipiente de ensalada de berenjena especiada.

Inspeccionó la mesa. —¿Qué me estoy perdiendo? ¡Vaya! Las bebidas. Siguieron agua embotellada: «Muy cara» y una botella de vino blanco: «No tengo idea si es bueno; la botella era bonita». Granger le pasó el vino a Draco. —¿Enfriarías esto? También podríamos hacer las cosas correctamente. Draco pasó varios hechizos refrescantes sobre la botella. —Genial. Al menos puedo sentir que he contribuido con algo a esta comida. No fue más que un comentario descartable, pero Granger se lo tomó en serio. Ella frunció el ceño. —¿Aportar algo? Malfoy, hoy hubiera sido imposible sin ti. Habría dado un giro equivocado en la primera escalera alucinante y hubiera terminado en una mazmorra para siempre. Y si no lo hubiera hecho, estaría poseída por demonios, o muy muerta. Sabías el contra hechizo de cada maldita cosa con la que nos encontramos. Te abriste camino a través de un laberinto que no había sido penetrado desde la Edad Media. Pusiste un Portus a medias en este anillo, ¡y funcionó! Estamos aquí, vivos, gracias a ti. Tú estuviste... —Aquí se detuvo, buscó las palabras, y pareció volverse más consciente de sí misma—. Estuviste extraordinario. —Terminó en voz baja. Se aclaró la garganta, evitó su mirada y se ocupó de su varita—. Voy a conjurar algunos vasos, ¿de acuerdo? En cuanto a Draco, no dijo nada, porque estaba luchando con una oleada de placer por esa gran cantidad de elogios y diversión por el desconcierto de Granger, y lo que parecía la calidez de un rubor en sus mejillas; sólo que no se sonrojó, porque él era el Maldito Draco Malfoy, por lo que probablemente era una quemadura de sol de ese maldito desierto. —Una última cosa antes de comer, si no te importa —dijo Draco, optando por cambiar violentamente de tema. Granger miró hacia arriba. —¿Qué? —Finite incantatem —dijo Draco, apuntándola con su varita. Su cabello, recogido en una cola de caballo rubia y lacia, volvió a tener sus abundantes rizos castaños. Sus ojos, cada vez más oscuros y cálidos a medida que el glamour se desvanecía, destellaron su diversión hacia él. —¿Debería hacértelo? —Hazlo. —Excelente. Estoy harta del vello púbico. Finite incantatem. Draco sintió el estremecimiento de su magia a través de su cabello y la caricia de esta a través de sus ojos. Se sentía, quizás, incluso más íntimo de lo que hubiera sido un toque. Se pasó una mano por el pelo. —¿Menos ondulado púbico?

—Eh —Se encogió de hombros Granger, pero estaba conteniendo una sonrisa. —Puedes decir que mi cabello es magnífico, ¿sabes? —dijo Draco. —Es adecuado, para un mago que acaba de irrumpir en una cripta y huir de las monjas. ¿Vamos a comer? Comieron, bebieron y descansaron, y comenzaron a reponer sus agotadas energías mágicas. Draco compartió su sorpresa de que Granger pudiera preparar una comida que no estuviera compuesta de atún y Cheesy Wotsits. Granger dijo que tenía un paquete de Cheesy Wotsits en su bolsillo sólo para él, ya que se quedaron tan poderosamente en su psique. Draco le preguntó si también tenía algunos pelos de gato para complementar la experiencia. Granger dijo que por supuesto, y sacó dos de su bolsillo, y los arrojó en dirección a Draco y él le respondió con un gracias. Ahora se sentía como en casa, y también, ¿habría pastel Banoffee de postre? Casi esperaba que Granger le diera uno, pero ella objetó: —Las tiendas del pueblo no tenían de esos. Su oferta de postres consistía más en dátiles rellenos de mazapán, higos secos y albaricoques. —Sabes —dijo Draco mientras masticaba un dátil—, después de todo, podríamos preguntarle a Magdalena si trajo esta receta. —¡Vaya! —jadeó Granger. Y luego, después de medio momento de pensar—. ¡Vamos! El cráneo fue convocado del bolsillo de Granger y el Muffliato fue despedido. —Hola, ¿qué es esto? —preguntó la calavera, sus sombríos agujeros para los ojos observando el casco del barco—. ¿Estamos en el mar? —No —dijo Granger—. Pero... ¿Quisieras establecer una línea de investigación para nosotros? ¿Trajiste la receta de dátiles rellenos de mazapán a Francia desde Tierra Santa? Se sostuvo una fecha frente al cráneo, con fines ilustrativos. — ¿Qué es eso? ¿Una almeja? —Bueno, entonces eso está arreglado —dijo Granger, comiendo el dátil. —Has restaurado el honor de toda una nación —le dijo Draco a la calavera. La atención de la calavera se volvió hacia él. — Oh, eres tú. Sabes, estaba pensando que te verías mejor como rubio. —Gracias —dijo Draco. Él y Granger intercambiaron una mirada de comprensión: la calavera ahora los había visto sin disfraz. —¿Se pueden obliviar a las calaveras? —preguntó Draco—. No tienen cerebro. —Tendremos que intentarlo, ahora que nos ha visto —dijo Granger, viéndose seria—. Ella tiene una mente, de todos modos.

El cráneo, que había estado completando una evaluación de Granger, dijo: — En cuanto a ti, eres bastante menos cadavérica de lo que eras antes. —Un poco rico, viniendo de ti. — Yo era una gran belleza —dijo la calavera. —Aún tienes unos pómulos hermosos —dijo Draco. El cráneo se rio, un sonido ligeramente desconcertante. Draco notó que Granger había sacado su osteótomo. Finalmente iba a obtener esa muestra. Inclinó el cráneo hacia Draco. Él la distrajo revolviéndose el cabello y mirándola seductoramente. Granger presionó el borde biselado de su instrumento a lo largo de una parte ya dentada del cráneo. Se oyó un chasquido sordo cuando se rompió un trozo, que transfirió a un tubo de ensayo. —¿Qué fue eso? —preguntó la calavera—. ¿Escuchaste algo? —No —dijo Draco. Granger sacó un bolso, que arrojó sobre el cráneo para que no los viera más. Luego apuntó su varita al bulto en la bolsa. —Obliviate. La voz apagada y confusa de la calavera salió del saco. —¿Hermana Sofía? ¿Eres tú? ¿Por qué está tan oscuro? Granger arrojó a Muffliato y Silencio sobre el saco y lo metió de nuevo en su bolsillo. Parecía arrepentida. —Los historiadores religiosos darían sus dientes por tener una charla con ella. Puedes imaginar... — No —dijo Draco. —Lo sé, lo sé —dijo Granger, aunque el dolor del conocimiento perdido la hizo agarrarse el pecho —. La enviaré de regreso al monasterio tan pronto como lleguemos a la civilización. Esperemos que su regreso a salvo mantenga a las monjas fuera de nuestras espaldas. —Me apetecía bastante un duelo con la priora. Sonaba como una furia. Terminada la comida, se bajaron de los incómodos taburetes y se estiraron. Granger sacó una manta grande e hinchada, que colocó sobre la arena. Se acostó sobre él y Draco se invitó a sí mismo a acostarse junto a ella. —Ella sonaba como una furia —dijo Granger—. A la mierda los Aurores y la Orden... Debimos haber enviado monjas francesas tras Voldemort. —¿Viste ese laberinto? Las buenas Hermanas lo habrían derrocado en cinco minutos. Viviríamos en un nuevo orden mundial de monjas. —Todo el mundo usaría hábitos —dijo Granger, con una risa en su voz—. Habrías prosperado positivamente.

—Simplemente expreso sorpresa por cómo muestran la piel los muggles —dijo Draco enfadado —. No objeciones. —Consternación, más bien. —Asombro... es un choque cultural. —¿Las túnicas no interfieren con el chequeo de traseros? —preguntó Granger. —Son una plaga en todo el deporte. —¿Entonces? —Realmente no pensé en las alternativas, hasta... hasta hace muy poco. —No sabes lo que no sabes. —Asintió Granger sabiamente. —Exactamente. Estoy desarrollando una nueva estima por la moda muggle: saben cómo realzar traseros. Granger se rio. Draco levantó su varita perezosamente y flotó la botella de vino hacia ellos. —Ya sabes, el sol se está poniendo aquí —La voz de Granger era pensativa—. Era media mañana en el monasterio. Eso significa que hemos saltado ocho o diez zonas horarias adelante, dependiendo de nuestra proximidad al ecuador. —¿Dónde nos pondría eso? ¿China occidental? Granger se giró sobre su estómago y se acercó al lado de la manta. Estaba garabateando un mapa en la arena. —Eh... posiblemente. Cualquier número de lugares, dependiendo de cuántas zonas saltamos. Irán... Omán... cualquiera de los «Stans»... Draco flotó sobre los higos secos y los masticó mientras Granger hacía sus especulaciones. —¡Vaya! —dijo Granger. —¿Qué? Le pasó algo para que lo inspeccionara: una concha marina alargada y blanquecina. —Esto solía ser un lecho marino —dijo Granger mientras miraba la arena—. Qué curioso. Ahora estaba pasando los dedos por la arena, desenterrando más restos de vida marina disecados. Sus ojos brillaban con curiosidad. Todos los problemas del día, las maldiciones, las experiencias cercanas a la muerte, parecían haberse desvanecido a la luz de este nuevo misterio. Con el cabello cubierto de polvo de cripta, una línea púrpura de residuos de Desuella mentes en la mejilla y su equipo para caminar destrozado, parecía una arqueóloga con ojos desorbitados que buscaba respuestas entre las infinitas arenas. El efecto fue bastante atractivo. Si alguien le hubiera dicho a Draco, meses atrás, que habría pensado eso de una bruja maltratada y manchada de tierra cavando en la arena, se habría burlado. Pero allí estaba. —Ese es un Scaphopoda — dijo Granger en referencia al caparazón en las manos de Draco. —

Pero no sé qué especie, así que eso no nos ayudará a reducir nuestra ubicación. Draco examinó el caparazón, concluyó que, de hecho, era un caparazón y se lo devolvió. Sus dedos se tocaron. Los de ella eran cálidos, los de él eran fríos. —Erizo de mar —dijo, sosteniendo otra cosa blanquecina, pero redonda. —Fascinante. Granger volvió a estudiar su antiguo mapa, ahora salpicado de trozos de caparazón. —No sé lo suficiente sobre mares antiguos para hacer cualquier tipo de suposición inteligente, basada en estas criaturas. Será peligroso para nosotros Aparecernos en cualquier lugar, dado que no tenemos idea de dónde estamos en el planeta. Creo que nuestro próximo plan de acción debería ser un vuelo de reconocimiento para ver si podemos encontrar civilización y, con suerte, una Red Flu conectada internacionalmente. Draco se apoyó sobre sus codos. —Lo siento, ¿acabas de decir vuelo? —Sí. —¿Como en... usar la escoba? —Sí. —¿Tú? ¿De buena gana? ¿Quieres usar una escoba? Granger parecía una combinación de molesta y acosada. —¿Sí está bien? Terminó siendo terriblemente útil. No seas presumido al respecto. —Demasiado tarde. —Puedo ver eso. Draco sonrió ampliamente. Oh, sí, era engreído. Granger, con sus «Opiniones Firmemente Establecidas Sobre Todo», había cambiado de opinión acerca de volar; de todas las cosas ¡era ésta! Tenía muchas ganas de restregárselo, pero prevaleció el autocontrol. —El sol se está poniendo. Esperemos hasta que esté bajo el horizonte y luego haremos un pequeño reconocimiento desde lo alto. Si hay asentamientos, estarán iluminados y podremos verlos a kilómetros de distancia. Justo cuando Granger asentía con la cabeza, una extraña especie de gemido resonó a través de las dunas hacia ellos. —¿Acabas de escuchar una vaca? —preguntó Granger. —¿Una vaca? Eso sonó como la comadreja en el retrete —Iugh... No seas... ¡Oh! ¡Mira! Una manada de... de algo apareció a la vista sobre las dunas.

(foto: saiga-conservation.com) Parecían gacelas medio transfiguradas en tapires. —Oh, he leído sobre esos, ¡son antílopes Saiga! —dijo Granger, poniéndose de pie de un salto. Los animales se detuvieron ante el repentino movimiento. Miraron a Granger como si ella fuera la rareza medio transformada, y no ellos. Luego, con un extraño paso a galope, continuaron. —Cosas que se ven raras —dijo Draco—. ¿Mágicos? —Mundano. Granger estaba de puntillas, viendo pasar la manada—. Sin embargo, era extremadamente raro.

El animal líder emitió su peculiar mugido y la manada desapareció detrás de una duna. Granger volvió a la manta y se arrodilló ante su mapa de arena. —Esto ayudará a ubicarnos. Esos antílopes tienen un rango estrecho. Estamos en algún lugar de Asia Central. —Granger se mordió el labio—. Los centros de población serán pocos y distantes entre sí. —Entonces volaremos al sur o al oeste —dijo Draco—. Definitivamente no al norte. —De acuerdo, allá no habría nada más que las estepas de Rusia. —Le daría otra hora —dijo Draco, mirando el sol mientras se hundía detrás de las dunas—. Entonces podemos volar. Granger se tumbó boca arriba junto a él y metió las manos detrás de la cabeza. Había una sonrisa en su voz cuando volvió a hablar. —No puedo creer que vi un antílope saiga. —No puedo creer que tuviéramos una charla con el cráneo de María Magdalena. —Y casi fuimos burlados por las monjas. —Esas monjas eran pájaros viejos y salvajes. Mi próxima protección será inspirada en ellas. ¿Lanzo la barrera de Beelzebub en tu laboratorio? —Podría ser. Un punto de posesión demoníaca inyectaría algo de energía en los pasillos del Trinity. Pronto, el sol no era más que un recuerdo dorado reflejado en el firmamento. No se oía el canto de los pájaros en el desierto; todo estaba en silencio, excepto por el lastimero silbido del viento entre los cascos oxidados. El viento se calmó mientras el mundo se oscurecía. La luna emergió y pintó las dunas de un blanco plateado. Entonces, en la negra quietud que se cernía sobre ellos, constelación tras constelación brillaron tenuemente, y galaxias e innumerables nebulosas. Draco nunca había visto un cielo como este, tan encendido con su propio brillo, resplandeciente con poderosos misterios de mundos lejanos. Juntos, en asombrado silencio, Draco y Granger observaron el resplandor giratorio de arriba. Sus corazones se sentían extrañamente llenos, y sus problemas pequeños y distantes, bajo cielos tan vivientes. Ni Draco ni Granger habían planeado una siesta, pero el agotamiento mágico les pasó factura y los dejó inconscientes durante dos horas. En el lado positivo, Draco se despertó sintiéndose totalmente rejuvenecido y listo para enfrentarse a cien monjas, si las circunstancias lo requerían. Granger, mientras se estiraba, también parecía revigorizada. Unos cuantos animados movimientos de varita llenaron o borraron todos los rastros de su paso. Y entonces llegó el momento de volar.

Debió haber entusiasmo en el rostro de Draco, porque Granger le quitó la escoba y dijo: —Sólo porque creo que es una buena idea no significa que vaya a disfrutarla. Hacerme gritar de terror no es el objeto de este ejercicio. —Nunca lo haría —dijo Draco, fingiendo ofenderse mientras dejaba a un lado sus nefastos planes para hacer precisamente eso. Granger, con una mirada de profunda desconfianza, le pasó la escoba. Draco montó y luego se dirigió hacia ella para que se subiera. Retorció las manos, respiró hondo, murmuró algo sobre escobas ensangrentadas y, finalmente, se subió. —Lo haces mejor cuando no tienes tiempo para pensar en ello —observó Draco mientras Granger se metía entre sus piernas—. Como en la cripta. —La muerte inminente saca de mi mente la muerte un poco menos inminente —dijo Granger con la mandíbula apretada. Draco lanzó la variedad habitual de rompe vientos y hechizos de calentamiento. —¿Lista? —No. —Fue la respuesta estrangulada—. Solo... vámonos. Draco no esperó a que se lo dijeran dos veces. Arrancó con voluntad, ansioso por perderse en estos cielos con sus millones y millones de estrellas. La escena post-apocalíptica de la flota de barcos corroídos se hizo cada vez más pequeña, hasta que los cascos no eran más que motas por debajo. Cuando alcanzaron la altitud de vuelo, Draco se deleitó con las vistas. Aquí no había mar, sino un océano de dunas plateadas, ondulando sin fin a su alrededor; arriba, largas hileras de estrellas rayadas: puertas a extrañas eternidades. Fue Asombroso en el verdadero sentido de la palabra y llenó a Draco de profundo asombro. Para su sorpresa, Granger tenía los ojos abiertos. Ella exhaló un solo y estupefacto «Wow», y luego se quedó en silencio. Draco tomó rumbo sureste. Su escoba zumbaba debajo de él, deseando que la dejara liderar mientras volaban. Pero esta escoba, el modelo más nuevo, Étincelle, era la más rápida de la colección de Draco y no se atrevía a ir más rápido de lo que ya iba. A pesar de los hechizos rompe vientos, la cola de caballo de Granger se había deshecho a medias y se estaba saliendo con la suya en su cara. Y, por supuesto, la bruja misma lo mataría al aterrizar. Después de un tiempo, Granger preguntó: —¿Por qué nos zumba la escoba? —Su pregunta estaba ligada al miedo tácito de un mal funcionamiento. —Ella quiere ir rápido —dijo Draco. Hubo una pausa. Luego, tímidamente, Granger preguntó: —¿Qué tan rápido? Draco pensó un momento en su respuesta, que tomó la forma de una pregunta:

—¿Qué tan rápido va tu auto? —He roto doscientos kilómetros por hora, en Alemania, nada más y nada menos. Draco no entendía por qué Alemania era relevante para esta declaración. —Podemos hacer doscientos en la escoba —dijo Draco—. Si estás dispuesta. Draco ya conocía lo suficiente sobre el lenguaje corporal de Granger tanto como para ver que estaba destrozada, incluso sin ver su rostro. —Este es un maldito gran desierto —dijo después de reflexionar un poco. —Lo es. —Hemos estado volando durante veinte minutos y no hemos visto una sola señal de habitación humana. —Es correcto. —Cubriríamos mucho más terreno a una mayor velocidad. —Lo haríamos. Granger se enderezó entre los brazos de Draco. —Vamos a hacerlo. Lanza unos cuantos rompe vientos más: voy a hacer algo con mi cabello. Lo cual fue excelente, porque entre Granger y su gato, Draco ahora había ingerido suficiente cabello para toda la semana. Los ralentizó para lanzar sus hechizos mientras Granger enrollaba su cola de caballo en una trenza y se la metía en la blusa. La voz de Granger estaba tensa por los nervios. —No aceleres demasiado rápido o me caeré. —No te caerás; te tengo. —Lo sé. —Será como si estuviéramos en tu auto —dijo Draco, empujando la escoba a toda velocidad. —Mi auto tiene cinturones de seguridad y está sólidamente sobre la tierra en todo momento... La declaración de Granger dio paso a un chillido cuando la escoba aceleró. Draco se preguntó si debería reducir la velocidad, y luego se dio cuenta de que el chillido se había convertido en una risa llena de adrenalina. La velocidad hizo que Granger medio se divirtiera y se asustara debido a un pensamiento coherente. —Ahora llegaremos a alguna parte —dijo Draco mientras las dunas se convertían en un borrón plateado debajo de ellos. —Oh, Dios mío... —Estás atenta a las luces, ¿no?

—Ughfrlp. —Bueno. Cruzaron el desierto meteóricamente. Draco deseaba una estrella fugaz, para que pudieran competir con ella. Como a Granger le estaba yendo tan bien, le dio a la escoba un empujón, y ella salió disparada aún más rápido. Ahora las dunas eran un resplandor plateado debajo, y las estrellas eran un deslumbrante remolino. Sostuvo a Granger con fuerza, en parte para mantenerla a salvo y otra parte porque quería: porque la sensación era placentera y más el abrazo a esta bruja brillante y un poco loca, que pasaba los fines de semana jugando con las criptas y que lo provocaba a cada paso. La sentía cálida entre sus brazos y olía a polvo de viaje, aventura y euforia. Todo era una locura: sostener a Granger como si él quisiera, volar sobre estos páramos inestables, no tener ni idea de dónde estaban en la Tierra, el Portus ilegal e inacabado, la calavera parlante, todo eso. Absolutamente loco. Y él amó cada minuto. —¡Allá! —dijo Granger, de repente. Cometió el error de estirar el brazo para señalar. A esta velocidad, fue lanzada hacia atrás y golpeó a Draco en la sien. —¡Lo siento! —Soltó Granger—. ¡Pero mira! Al sur de ellos brillaba el resplandor amarillo de las luces muggles. Al principio salpicaban la arena, aquí y allá, y luego comenzaron a formar largas calles paralelas. Carreteras. —¡Una ciudad! —dijo Granger. Draco los voló más bajo y lento. Mientras reducían la velocidad, Granger los desilusionó, por si un muggle estuviera mirando las estrellas en una noche como esta. Recorrieron los tejados ahora, buscando más pistas sobre su ubicación. Los letreros en los escaparates estaban en cirílico y, curiosamente, en árabe, con lo que parecía coreano Hangul para confundir a los magos y brujas perdidos tanto como fuera posible. Granger le pidió a Draco que redujera aún más la velocidad para poder consultar su móvil, ahora que habían llegado a la civilización. —Tashkent —dijo. —Bendita seas —dijo Draco. —No, es donde estamos. Estamos en Uzbekistán. —Mi palabra —dijo Draco—. Eso es un paso fuera del camino trillado. —Esto es excelente. Hay una embajada británica aquí. Habrá un consulado mágico escondido allí con ellos. Podremos ir a casa por flu. Con eso, el móvil de Granger comenzó a dar direcciones a Draco, lo que los llevó al techo de la embajada británica, la cual estaba cerrada por la noche. Draco abrió y se metió en los aposentos del

Cónsul (el suyo era el único rastro de magia en todo el edificio), y despertaron al pobre mago sobresaltado. Draco intimidó al Cónsul para que encendiera el conducto internacional de flu, a pesar de que no tenían ningún tipo de documentación. Granger lo Oblivió, y Draco le lanzó un Encantamiento Durmiente. Después, fueron llevados de vuelta a Londres por llamas azules. Draco reflexionó que él y Granger formaban un equipo bastante decente. Fueron escupidos en suelo británico veinte minutos después, después del viaje por red flu más largo y vertiginoso que ninguno de los dos había experimentado jamás. Draco rodó fuera de él; Granger se dejó caer inerte. Luego, en el frío piso del almacén de Londres que servía como plataforma de Llegadas, Granger se tumbó y no se movió. Draco, a quien generalmente le iba mejor que a ella en todas las cosas, echó un vistazo. Le escocía la rodilla, descontento con la forma en que había aterrizado en el cemento. —Han puesto una línea de hogares domésticos flu —dijo, volviendo al cuerpo inerte de Granger —. Cada uno puede ir directamente a casa por flu. —No lo haré —dijo Granger. Draco se acercó a ella y contempló su semblante verdoso. —Pareces lista para vomitar. —Lo siento —dijo Granger. —Es un pequeño giro más en el flu. —Vete y déjame morir —dijo la débil voz de Granger. Draco, a quien le apetecía una ducha caliente y una siesta, estuvo moderadamente tentado, pero dejar a su Principal mareada y completamente boca abajo en el suelo era, desafortunadamente, contrario al protocolo. —¿No tienes alguna poción para las náuseas? —Si tan solo huelo una poción, decoraré este piso con berenjena y... —Shh —dijo Draco. Los pasos resonaban en el almacén. Draco se arrodilló junto a Granger. —Viene un agente y no tenemos una explicación de cómo acabamos de ser expulsados de Tashkent sin papeles, ni un sello del Cónsul. Tenemos que irnos. —Mierda —dijo Granger, levantando débilmente la cabeza del suelo—. Encontrarán mis amuletos de Extensión, si nos registran. —Y todavía tenemos el maldito cráneo. Es un Artefacto robado, por no mencionar lo suficientemente valioso como para provocar un incidente internacional.

—Escuché una llegada, te lo digo —dijo la voz de un hombre. —Imposible —dijo otro—. No hay nada programado hasta Estambul en media hora. Granger extendió su brazo y susurró: —Desaparécenos. —¿Dónde? —¡En cualquier lugar, maldita sea! Draco la agarró del brazo y desapareció lo más silenciosamente que pudo. **~**~**

El Séneca Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Emily **~**~**

**~**~** El baño y la siesta que habían estado al frente de la mente de Draco inspiraron su elección de destino. Granger y él se materializaron en el vestíbulo del Séneca, el hotel mágico más selecto de Londres. Draco levantó a Granger para que se pusiera de pie. Los empleados del Séneca eran el epítome de la discreción, incluida la bruja que salió de detrás de la recepción: ella no se percató de su ropa sucia y amablemente preguntó si buscaban una habitación o cenaban en el hotel. La mención de cenar hizo que Granger se pusiera peligrosamente verde. Draco la apoyó en un banco e hizo arreglos para una habitación con la bruja de la recepción. La mujer, sintiendo que querían una habitación más que charlar sobre las comodidades del hotel, pidió una llave adornada. Los llevó rápidamente a los ascensores y preguntó si tenían equipaje (no, nada, y ciertamente nada de cráneos ilegales, gracias). Y así Draco llegó al final de este extraño día, en una de las famosas suites de Séneca, con vistas a los jardines del Palacio de Kensington, con una Granger tirada decorativamente en una tumbona. En la mesa baja junto a ella, mágicamente se materializó una jarra de agua, así como un balde. Reflexiva, esa bruja de la recepción. Decidiendo que Granger estaba suficientemente abastecida, Draco se fue a duchar. Esa fue una experiencia encantadora, mucho más placentera que el pequeño armario provisto por el Hotel Plaisance. Draco encendió todos los chorros disponibles, se entretuvo con las selecciones de jabón y no se golpeó los codos contra la pared ni una sola vez (lo cual fue bueno, porque tenía un buen moretón en el izquierdo por las actividades de esa mañana). Ahora, completamente limpio, Draco decidió que estaba un poco hambriento, y ordenó una cena ligera con el espejo. Luego, dado que no tenía más ropa que la pila apestosa que se había quitado, se puso una bata blanca y esponjosa y pantuflas a juego. Mientras se ataba la bata, se aseguró de que la «V» en la abertura expusiera adecuadamente lo mejor de su pecho (porque le gustaba presumir en general, y no por Granger en particular). Las gotas de agua brillaban ingeniosamente a través de sus pectorales y bajaban hasta donde asomaba la parte superior de sus abdominales.

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Luego se arregló el cabello para que estuviera apropiadamente, sexymente revuelto, para esa apariencia deliciosa después de la ducha. El espejo comentó que se veía bastante divino. —Lo sé —dijo Draco. Salió de la ducha envuelto en una niebla de bienestar, sensualidad y jabón. Y no tenía por qué haberse molestado con nada de eso, en realidad. Granger ni siquiera levantó la vista cuando salió del baño en su vaporosa gloria. Estaba absorta en su móvil. El agua se la había bebido y el balde parecía no haber sido utilizado; al menos, se sentía mejor. —¡El mar de Aral! —exclamó Granger con sus ojos clavados en el móvil—. Ahí fue donde estábamos. Se secó casi por completo en los años 60 debido a los proyectos de irrigación soviéticos... Siguió un relato detallado de la desaparición del mar, con muchos comentarios indignados de Granger sobre el desastre ecológico que fue. Mientras tanto, las sexys gotas de agua se secaron de los pectorales de Draco, inútilmente invisibles para cualquier audiencia. Que se joda el mar de Aral: ¿en dónde estaba la preocupación de Granger por el pecho disecado de Draco? —Fascinante —dijo Draco. Granger, al detectar su falta de entusiasmo por su volcado de información, bajó su móvil. Ella lo miró de arriba abajo, desde las puntas de su cabello artísticamente revuelto hasta sus pies calzados con pantuflas. Su único comentario fue: —¿No tienes ropa? —No, no tengo, dado que mi equipaje está disfrutando de una estancia en la costa de Provenza, junto con el tuyo. — Uf —Granger inclinó la cabeza hacia atrás contra la chaise longue con exhausta molestia—. Haré los arreglos necesarios para que lo devuelvan. ¡Y el auto! Vamos a recibir alrededor de doce multas de estacionamiento, sin mencionar un buen alboroto para que nos devuelvan la cosa. ¿Por qué nada puede ser simple? Cierto, necesito una ducha ahora, si has terminado. Apesto a cripta y ahora me siento cohibida porque hueles a glo... Hueles a jabón. Con eso, Granger se levantó y procedió a monopolizar la ducha durante una hora completa. El servicio a la habitación de Draco apareció en la mesa baja. —Granger —llamó a la puerta del baño—, hay comida, ¿quieres algo o me lo como todo? —Tómalo todo —llegó la voz de Granger en medio del sonido del rociado—. Sólo quiero té. —Pídeselo al espejo —dijo Draco. —¿Al espejo? —Sí, para el té. Draco escuchó al espejo decir que el té estaría listo en un momento. Granger se lo agradeció.

Sensación interesante, estar hablando con Granger mientras estaba desnuda. Draco llegó hasta el postre (bombones de chocolate) antes de que Granger saliera del baño. Ella también llevaba ahora una bata, ridículamente grande para ella. Draco notó que Granger no había dejado estratégicamente una «V» abierta en el frente, sino que había cruzado ambos lados tan alto que la túnica la cubría hasta la barbilla. Tampoco se había revuelto sexymente el cabello, que era un montón húmedo en la parte superior de su cabeza, sostenido por su varita. Ella se acercó arrastrando los pies en unas pantuflas demasiado grandes. —¿Qué? —dijo mientras notaba la observación de Draco. Luego se miró a sí misma—. Más bien como un gnomo con bata, ¿no? Me gustaría saber para quién fueron diseñadas estas pantuflas. Una tetera humeante apareció en la mesa baja cuando Granger se acercó. Sacó algunas almohadas de la cama y se hizo un cómodo nido en el suelo junto a él. —¿Qué estás haciendo con tu ropa? —preguntó ella, con un gesto hacia la pila desgarrada y manchada que había dejado en el baño contiguo a la suya—. Descosí mi bolsillo extensible. No puedo decidir si vale la pena enviarlos a la lavandería. ¿Donamos a los huérfanos? —Quémalos —dijo Draco. —Pero, ¿y los huérfanos? —Los huérfanos pueden quemarlos para calentar sus chozas. Deja de hablar de la ropa apestosa. Me estás desconcentrando de mis bombones de chocolate. Granger le suspiró, como si quisiera decirle que era terrible, pero que no valía la pena el esfuerzo, porque él ya lo sabía. Entonces advirtió una nota sobre la mesa. —¿Qué es esto? —Una nota de bienvenida del hotel —dijo Draco. Granger recogió la nota, que estaba dirigida a... —Señorita Hormona y Señor Ingle —leyó Granger. Ella lo dejó. Lentamente, sus manos se levantaron para cubrir su rostro. Luego, durante un largo minuto, sus hombros temblaron y emitió pequeños sonidos, amortiguados por sus manos. —Eh, ¿te estás riendo o llorando? —preguntó Draco largamente, porque si era esto último, ¿se suponía que debía hacer algo? —Ambos —hipó Granger. Ella sorbió, luego se levantó para buscar un pañuelo. Cuando regresó, sus ojos estaban brillantes y un poco rojos en los bordes, y su nariz estaba rosada. Volvió a sentarse en la mesa baja y se sirvió té. —No puedo creer que me hayas hecho eso otra vez —Querían nombres abajo. —Se encogió de hombros Draco—. Aunque sospecho que la bruja sabía quiénes éramos. —¿Crees eso? Entramos con el aspecto de un par de rufianes muggles, uno de los cuales estaba bilioso y el otro cojeaba como Ojoloco.

—No estaba cojeando como Ojoloco. —Oh, sí, lo hacías. Todavía lo haces, aunque el calor de la ducha te ayudó. ¿Quieres que lo sane de nuevo? Draco reflexionó sobre esto, luego se tragó su orgullo y se deslizó en el suelo junto a ella. Abrió la bata para exponer su rodilla. —No me di cuenta de que me observabas tan de cerca —dijo Draco. (Porque ella ciertamente no observó las cosas que él deseaba que observara, la irritante criatura). La varita de Granger le hizo cosquillas en el vello de la pierna cuando la pasó por encima de su rodilla. —No te halagues a ti mismo; viene con mi trabajo. Es como evaluar a todos como si fueran asesinos secretos. Draco se burló. —Es verdad —dijo Granger—. Miras a todos como si estuvieras decidiendo la mejor manera de romperles el cuello. Por no hablar de tus tortuosos usos de la Legeremancia. —Murmuró un hechizo de curación y luego añadió—. No es una queja, eso sí. Se siente más seguro tener a alguien de tu calibre cerca. Especialmente hoy, hoy habría sido una catástrofe absoluta, si lo hubiera intentado por mi cuenta. Draco supuso que podía informarle que ella misma se había desempeñado bastante competentemente en el campo, y que algunas de sus acrobacias lo habían impresionado adecuadamente, pero Granger completó la curación y el momento pasó. Le dio una palmadita en la rodilla, como si fuera un niño travieso que se hubiera caído de un árbol, y no un Auror que había sido atacado por una Mantícora furiosa. —Listo. Ahora, no más rollos dramáticos sobre el concreto durante una semana. Parnell no será tan amable como yo. Luego tiró del borde de la túnica de Draco y la metió con fuerza debajo de su muslo. —...Te prometo que ninguna parte colgante se escapará sin permiso —dijo Draco, observando esta actividad. —No me arriesgo, especialmente con un hombre llamado Ingle. Draco soltó un inesperado resoplido de diversión, tan fuerte que le dolió la nariz. Granger parecía remilgada. —Hoy ha sido una comedia de errores. —Tienes razón, no tentemos al Destino —dijo Draco. Lo cual era una gran mentira, porque Draco había tenido una idea vaga, no del todo formada, de tentar al Destino luciendo salvajemente seductor sin ninguna razón y viendo a dónde iba eso (que no había ido precisamente a ninguna parte). Había un interesante tipo de potencial en las duchas de agua caliente y una lujosa suite de hotel, y en estar completamente desnudo con una bruja... Pero eso era todo lo que era: potencial. Existiendo en posibilidades, pero no en realidades. Con

cualquier otra bruja, sí. ¿Con esta bruja? No. Esta era Granger, y Granger era, bueno... Granger. Ahora se quitó las zapatillas demasiado grandes y se acercó a la ventana. Se quitó el pelo de la melena mojada y lo desenredó con los dedos. Las cortinas se abrieron mágicamente cuando ella se acercó, deseando mostrar la vista exclusiva de los jardines del Palacio de Kensington. Mientras se peinaba, Granger admiró la vista y obsequió a Draco con fragmentos de la historia mágica y muggle del lugar. El sol se estaba poniendo sobre las Islas Británicas, como se había puesto horas atrás en el cementerio de barcos en el desierto. —Dos puestas de sol en un día —dijo Granger con un suspiro—. Bastante mágico, ¿no? Y ella se paró en la luz roja, resultaba bastante mágica ella misma, como tocada por el fuego. Y el crepúsculo cayó sobre la gran ciudad de Londres, y el cielo se volvió púrpura, y luego, finalmente, llegó la noche. Draco vislumbró a una hechicera con una cascada de cabello cayéndole por la espalda, y luego se lo retorció y volvió a ser Granger. Draco se unió a ella en la ventana. —Bastante menos estrellas que con los barcos. —Así es —dijo Granger, mirando hacia arriba—. Si alguien busca nuestro consejo sobre dónde construir el próximo gran observatorio mágico, tendremos una respuesta. —¿Eso te sucede con frecuencia? ¿Que te pregunten dónde construir observatorios? —Oh, todos los días, a cada hora, incluso. ¿No te pasa a ti? —Por supuesto. Respondo consultas incesantes mientras cuido a los huérfanos. —Bien por ti. — Como la Nobleza obliga. Granger lo miró con una mirada que le decía que era un absoluto sabelotodo. A menos que se equivocara, había una especie de cariño latente en él, aunque muy, muy en el fondo. Se ciñó más la bata a su alrededor. —¿Crees que ese espejo nos enviaría algo de ropa? No me apetece ir del vestíbulo al flu con estas galas. —¿Estás lista para enfrentarte a la Red flu tan pronto? —preguntó Draco. Más bien había estado disfrutando de este interludio de paz y lujosa decadencia y... bueno, de buena compañía. Era la distensión después de una Aventura. Si dependiera estrictamente de él, habría planeado incontables horas de ocio en mullidas camas, varias comidas deliciosas más, visitas al spa y tal vez un masaje. Seguramente habría continuado hasta el lunes pasado, con una explicación a Tonks de que él y Granger se estaban recuperando de una terrible experiencia. Granger, sin embargo, ni siquiera parecía haber considerado este delicioso potencial para holgazanear. Granger no era ese tipo de mujer. Granger era del tipo que te arrastra a una aventura violenta, reduce tu cerebro a puré hervido durante horas de ruptura de maldiciones, te impone momentos trascendentales agotadores bajo las estrellas, te hace volar a través de un desierto y

luego, mientras tomas el té, esperas para formar algún tipo de opinión inteligente sobre los proyectos de irrigación soviéticos. Bestial. —¿Estoy lista? No, pero debo continuar. Tengo tanto que hacer, ahora que tengo el fragmento. Y Crooks estará esperando, ya sabes. Draco se acercó al espejo para cubrir su leve decepción. —Muy bien. Hagamos los arreglos para la ropa. Se hizo la solicitud de túnicas, para un mago alto y una bruja de la altura aproximada de un duendecillo. (Granger metió la cabeza en el baño y corrigió este «no» error). Tomó alrededor de un cuarto de hora para que subieran la ropa. Draco supuso que la inusual petición debió de haber asustado a los elfos domésticos del hotel. Eventualmente, sus cosas para la cena se desvanecieron de la mesa y aparecieron dos paquetes ordenados. El establecimiento formal había enviado atuendos igualmente sosegados. La ropa era del estilo tradicional, con muchos botones para Draco y muchos cordones para Granger. —Bueno —dijo Granger, mirando su túnica azul oscuro—, de todos modos, servirá para llevarme a la red flu. —Mira, ropa interior —dijo Draco, sosteniendo un par de bombachos espectacularmente poco sexy —. Puedes parecerte a mi tía abuela Auriga. —Uf, no. Draco agregó los bombachos a la pila de huérfanos en llamas. Granger fue al baño a cambiarse, mientras que Draco hizo un trabajo relativamente rápido con su nuevo atuendo, excepto por los botones, que eran demasiado complicados para que él los abrochara con su varita. Abrochó hasta a la mitad de su garganta, y luego decidió que no le importaba lo suficiente como para hacerlos más arriba. Después de todo, solo se estaban arreglando para dar un paseo por el vestíbulo hasta la red flu. Granger salió del baño con un problema similar, aunque el suyo consistía en cintas y cordones. —Veo que estas túnicas vienen con la suposición de que el usuario tendrá una dama de honor. ¿Ayudarías? Draco, sin tener idea de cómo atar nudos apropiados para una túnica de dama, optó por agarrar un puñado de cintas y empujarlas por la parte de atrás del vestido. Y no pasó un momento pensando en cómo Granger no estaba usando ropa interior, gracias. —Eso no se siente del todo bien —dijo Granger mientras metían las cintas. —No, es completamente caótico. —Las partes traviesas están cubiertas, eso es lo que importa. Se detuvieron frente al espejo para mirarse antes de descender al vestíbulo. Draco dijo que Granger se parecía terriblemente a una esposa de sangre pura, que se fue a dejar a los retoños en King's Cross, en 1961.

Granger dijo que parecía que Draco acababa de salir de Scotland Yard en 1825. El espejo intervino para registrar su opinión de que eran «una pareja extremadamente hermosa». Granger se estremeció; Draco se escabulló. El vestíbulo del Séneca estaba irritantemente ocupado. Draco, haciendo aritmética mental con dos puestas de sol, se dio cuenta de que sólo era sábado por la noche en Londres. Entonces, las multitudes tenían más sentido; los comedores de Séneca eran el lugar ideal para una cierta porción del escenario mágico de Londres. La chimenea flu estaba al otro lado del vestíbulo, crujiendo alegremente cuando salieron del ascensor. El paso de Granger se alargó. — Finalmente podemos dejar atrás este día surrealista... Luego se detuvo, agarró el brazo de Draco con un apretón y lo atrajo hacia ella. —Qué... —Cállate —dijo Granger, aplastándose contra la pared y maniobrando a Draco para que se parara frente a ella—. Quédate ahí. —Qué estamos... —Sé grande. ¿Por qué siempre eres grande y estorbas, excepto cuando necesito que lo seas? — preguntó Granger en un susurro malhumorado—. Protégeme. —¿De quién? —preguntó Draco, deseando fervientemente dar la vuelta y evaluar al Asesino Secreto, y tal vez asesinarlo a sangre fría. —Cormac. —¿McLaggen? —¿Cuántos otros malditos Cormacs conoces? —preguntó Granger. Levantó las manos hacia la túnica de Draco y le levantó el cuello, como si las solapas le brindaran más privacidad. —¿Qué ha hecho? —Oh, sólo ha estado enamorado de mí durante años. Tipo de hombre tenaz... Pegajoso... viscoso, de verdad. Quédate ahí, su grupo está a punto de entrar a los comedores. No, espera, todavía están hablando. Voy a lanzar un No-Me-Notas. Oh no, Derrick te acaba de ver, creo... ¡es tu estúpido pelo! Como un faro a través de los malditos Peninos. No... Vienen hacia aquí. Nunca estuve aquí. Adiós. Con eso, Granger se deslizó bajo el brazo de Draco e intentó correr hacia el ascensor, pero se abrió y una verdadera avalancha de damas y caballeros listos para la cena salió, y la derribó a un lado como un naufragio. Granger se desilusionó y preguntó por qué el ascensor era un maldito coche de payasos. Draco, habiendo deducido que su papel ahora era distraer y desviar, se dio la vuelta y saludó a Derrick que se acercaba con un apretón de manos

—Peregrine, mi pequeña chuleta de cordero, ¿cómo estás? —Y McLaggen con un doble apretón de manos muy largo—. Hola. No creo que nos hayamos conocido, Draco Malfoy. Sí, sé que no necesito presentación, ¿estás aquí para cenar con este sinvergüenza? Creo que te recuerdo de Hogwarts. ¿Sigues jugando Quidditch? Debes unirte a nosotros en el campo. Peregrine viene de vez en cuando, sigue siendo un golpeador decente, aunque su golpe es menos potente de lo que solía ser: un poco de artritis en el hombro, supongo, pobre desgraciado. Únete a nosotros. Miércoles por la noche en la mansión. Solo hemos tenido una muerte en cinco años. Todo es muy divertido, de verdad... McLaggen se había convertido en un tipo alto, tan alto como Draco y bastante guapo, por lo que Draco decidió de inmediato que no le gustaba. El hombre parecía terriblemente confundido ante el efusivo saludo de Draco, que probablemente iba en contra de la reputación general de Draco como un gilipollas. Sin embargo, cuando McLaggen recuperó la posesión de su mano, Granger había desaparecido. —Bien —dijo Draco—. Debo irme. —¿No vas a cenar, Malfoy? —preguntó Peregrine. Una sonrisa jugó en su boca—. ¿O tenías otros asuntos en los que te estabas ocupando? —¿Otros asuntos? —repitió Draco con un inocente parpadeo. —Podría haber jurado que había visto a Hermione contigo —dijo McLaggen, esquivando a Draco para mirar hacia los ascensores—. Reconocería a esa bruja en cualquier parte. —¿Hermione? ¿Hermione Granger? ¿Conmigo? —dijo Draco, sus cejas en la línea de su cabello. McLaggen, todavía mirando con anhelo más allá del hombro de Draco, hizo una especie de doble toma hacia él. —Oh, eh... Bueno, supongo que podría haber estado viendo cosas. Peregrine se burló. —Apuesto a que preferirían matarse el uno al otro antes que hablar. La mirada de McLaggen se deslizó a la túnica medio desabrochada de Draco, y luego a su cuello torcido, que parecía como si una dama lo hubiera agarrado en los últimos cinco minutos. —Supongo... —dijo, pero había duda en su voz. Draco decidió que un poco de Legeremancia estaría permitido, solo para cuantificar esa duda. Y, además, Granger se había sentido insegura y había huido de este hombre, y dado que su Principal se había sentido amenazada, Draco estaba en su derecho de investigar. Completado este sólido razonamiento, Draco tocó la mente de McLaggen para ver si este idiota tenía el más mínimo entrenamiento en Oclumancia. No lo hizo. Draco hizo algunos comentarios sobre la reciente victoria de los Kestrels sobre los Cannons. Cuando sus dos interlocutores estaban ocupados con el tema, echó un vistazo a la mente de McLaggen, tal como estaba.

Mantuvo su examen a nivel superficial, hojeando los pensamientos más recientes del hombre. Se vio a sí mismo como lo había visto McLaggen al otro lado del vestíbulo: apretado contra la figura de una mujer con túnica azul marino y el cabello oscuro recogido en la cabeza. Entonces vio la espalda de la mujer mientras se deslizaba hacia el ascensor, las cintas sueltas flotando detrás de ella. McLaggen estaba seguro de que Draco se había estado besando con alguien y casi seguro de que había sido con Granger. Sólo la túnica formal lo había desconcertado, eso y el hecho de que ella había estado con Draco Malfoy, de todas las personas. La disonancia cognitiva de este último punto resonó en toda la memoria. Entonces, Draco encontró recuerdos asociados: Granger hablando en el Ministerio hace uno o dos años y luego huyendo de las atenciones amorosas de McLaggen; Granger dando excusas nerviosas a McLaggen para evitar una cita para cenar mientras él agarraba su mano; Granger en un pub con sus amigos, acorralada por McLaggen cerca del baño y esquivando su beso de borracho, algo parecido al miedo en sus ojos. Cada recuerdo estaba teñido por la creciente frustración, el anhelo y la escalofriante obsesión de McLaggen por Granger. Draco luchó contra un impulso muy real de romper la hermosa mandíbula de McLaggen. Cualquier profundización en los recuerdos del mago correría el riesgo de ser descubierto. Draco se retiró de su mente y se reincorporó a la conversación sin problemas con un comentario sarcástico sobre la actuación de los Kenmare Kestrels. Mientras tanto, agregó a McLaggen a su lista negra. Se despidieron. Draco sonrió mientras estrechaba la mano de McLaggen. —Disfruten de su cena. Nos vemos en el campo, lo espero mucho. Derrick y McLaggen se fueron. Draco se alejó en busca de Granger. —Aquí —siseó un familiar susurro cuando Draco pasó por los ascensores. La voz de Granger la condujo a una especie de sala de conferencias, justo al lado del corredor. Estaba oscuro. —¿Se ha ido? —preguntó Granger. —Pronto —dijo Draco—. Su reserva es dentro de media hora. ¿Dónde estás? —Aquí. —Granger deshizo su hechizo—. ¿Por qué te ves tan asesino? —¿Qué? Esta es mi cara habitual. —No... tus ojos brillan. —Tuvimos una discusión sobre Quidditch. La mirada oscura de Granger estudió a Draco en la penumbra. Tenía una mano en la cadera. —Quidditch. —Sí. Tan concentrado estaba el estudio de Granger de sus ojos que Draco se ocluyó por reflejo, incluso si Granger no era una Legeremante.

Granger vio el cambio y su enfoque se agudizó aún más. —Estás mintiendo. —Vamos a la red flu. Granger se negó a distraerse. —¿Qué pasó? —¿Cuánto tiempo vas a dejar que McLaggen te aterrorice antes de maldecirlo? —Lo sabía —dijo Granger en una estridente mezcla de triunfo y molestia—. Usaste Legeremancia en él. No puedes hacer eso. —Puedo y lo hice. —Esos son asuntos privados. No tienen nada que ver contigo. —Es un peligro para ti. —¿Qué viste exactamente? —Lo suficiente para decidir que es una amenaza. —¿Una amenaza? —repitió Granger—. Es sólo un idiota hábil. Puedo, y siempre lo he hecho, manejarlo de la manera que considero más apropiada. Si pensara que maldecir sus bolas era el enfoque correcto, te aseguro que lo habría hecho. —¿Por qué no lo has hecho? —Porque hay cosas más grandes en juego. — ¿Qué cosas más grandes? —preguntó Draco—. Y no digas su pene. —Repugnante. No... Está en el Fideicomiso de la Fundación HSNM y en la Junta Directiva de San Mungo. Incluso denunciarlo tendría repercusiones que debo equilibrar cuidadosamente, y mucho menos un ataque directo a sus genitales. —Estaba a un whisky de fuego de arrinconarte en un baño y aturdirte —dijo Draco. Granger hizo un gesto de despedida rotunda. —Él nunca cruzaría esa línea; no es tan estúpido. Él no lo haría... eso es todo. Deja de lucir así, como si estuvieras a punto de ir a un duelo con él en el vestíbulo. Draco se burló. —Él no es digno de un duelo. Felizmente lo maldeciría por la espalda. —Sin maldiciones. Nada de nada. Esto no tiene nada que ver contigo. No deberías haber visto nada de eso. —¡¿Nada que ver conmigo?! —repitió Draco con fresco resentimiento—. He recibido el mandato de mantenerte a salvo. ¡Es literalmente por eso que estoy aquí, ahora mismo, vestido como un abogado victoriano, después de un día de retozar en laberintos!

—Para mantenerme a salvo en el ámbito de mis actividades como investigadora, ¡no en mi vida personal! —Esto puede sorprenderte, pero si estás lesionada o incapacitada en tu vida personal, definitivamente habrá un impacto en tu capacidad de investigación. ¿O no estás de acuerdo? Granger levantó la vista hacia el techo oscuro. —Estás actuando como si McLaggen me fuera a desgarrar miembro por miembro. —¿Estabas en su cabeza? —No. —Entonces yo decidiré lo que es probable que haga —dijo Draco, golpeándose el pecho con una fuerza innecesaria. Granger lo estudió. Luego, con cautela, preguntó: —¿Viste que quería desgarrarme miembro por miembro? —No —concedió Draco—. Pero lo has enloquecido durante años. —Lo sé. La pelea se estaba apagando sola. Las manos de Granger ahora estaban enganchadas en el respaldo de una silla, en lugar de enredarse en sus caderas, y Draco había dejado de mirar asesinamente en dirección al vestíbulo. —¿Hay otros pretendientes calenturientos de los que deba estar al tanto? —preguntó Draco después de un momento. Granger puso la yema de un dedo en su labio y pensó. Finalmente, dijo: —No en la medida de McLaggen. —Eso no inspira confianza. Granger sacudió la cabeza. —Qué puedo decir; soy magnética. Ni siquiera puedo caminar por una habitación sin que los magos caigan en mi regazo. Draco reconoció un eco de algunas de sus propias afirmaciones durante su baile en la fiesta de Delacroix, en este mismo hotel, de hecho. Fue el acento exagerado lo que lo afectó. —No sueno tan elegante, Granger. —Oh, sí, lo haces. Suenas como si estuvieras a punto de ir a la ópera después de un día de disparar a inocentes animales salvajes: perdices, probablemente. —Creí que ibas a decir huérfanos. —Eres terrible, pero no tan terrible. Ahora, prométeme que no irás y harás algo estúpido con McLaggen.

—Te prometo que no haré nada estúpido con McLaggen —dijo Draco con sinceridad. Los ojos de Granger se estrecharon hacia él en la habitación en penumbra, y sabiamente reformuló su demanda. —Prométeme que no harás nada con respecto a McLaggen, punto final. —No —dijo Draco. —Por favor. —No. —Malfoy. —Bien, lo prometo. —Ojalá te creyera. —Ojalá tú también lo hicieras. Granger se masajeó las sienes. —Bien. Te tomaré la palabra. No tengo otra elección. Draco no se molestó en señalar la gravedad de este error. Ahora Granger se acercó a la puerta de la sala de conferencias y asomó la cabeza. —Creo que la costa está despejada. Draco se unió a ella en la puerta para asegurarse de lo mismo. —Bien, No-Me-Notas esta vez y camina rápido. Así equipados, atravesaron el ajetreado vestíbulo y llegaron a la chimenea sin más interrupciones. —El Cisne —dijo Granger, lanzando polvos flu. Las llamas se volvieron verdes y esperaron el acercamiento de Granger. Granger miró por encima del hombro a Draco, con una nueva vacilación en su expresión. —Pobrecita. Sé valiente —dijo Draco en un tono de ánimo fingido. Granger se enderezó. —Iba a decir gracias por hoy, pero no importa. —Solo hago mi trabajo —dijo Draco, con toda la despreocupación que pudo inyectar en él, como si hoy no hubiera sido una Prueba Perversamente Peligrosa. —Bien, pero quizá, un poco más allá. —Disparates. Granger suspiró.

—Bueno, entonces... Adiós. —Granger. —¿Qué? —Dile a tu gato que dije: «pspsps». Su sonrisa era brillo. Se dio la vuelta y desapareció en el fuego. Y, brevemente, él sintió que había menos gravedad en la habitación. **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! No podía dejarlas con un único capítulo. Ojalá hayan disfrutado la doble actualización con arte de la increíble Nikita Jobson y Alinadoesartsometimes. Si pueden y quieren, por favor, vayan a darle amor a este increíble Draco y a esta dulce pareja. También añadí un hermoso arte en Solsticio, por si todavía no lo han visto. ¿Soy la única que siente que hubo demasiadas declaraciones de que nuestra pareja favorita siente algo? ¡Nos vemos el próximo sábado, regresamos a las actualizaciones semanales! Paola

La cena/ Draco Malfoy casi causa la siguiente sensación de asesinato Chapter Notes

Nota de la autora: En el que Draco sigue siendo un narrador terriblemente poco fiable. Con más de mis momentos favoritos del fanfic. ¡Cuidado con la etiqueta A Fuego Lento! Esta es la historia Dramione que quería leer y la Tensión Sexual No Resuelta es lo mío (con énfasis en NR). Espera falsos comienzos, vacilaciones, todo tipo de idioteces y un eventual desenlace al final del juego. Este fic no es para quienes buscan una gratificación instantánea a corto o mediano plazo, sino para masoquistas a los que les encanta sufrir. Si ese eres tú, entonces sigue leyendo y suframos juntos.

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet, Emily y Eva **~**~**

**~**~** Para el retorcido placer de Draco, McLaggen aceptó la invitación de ir al campo unas semanas después. Sin embargo, ocurrió una serie de eventos desafortunados, que en definitiva no tuvieron absolutamente nada que ver con Draco: condiciones húmedas, bludgers terriblemente agresivas, escobas temperamentales... que concluyeron en un McLaggen cayéndose de su escoba desde 30 metros de altura. —Yo digo —dijo Davies, viendo a McLaggen ser sacado del campo por medibrujas—, que esa Bludger lo traía entre manos. —Ni siquiera le pegué tan fuerte —dijo Zabini. —Pobre viejo —contestó Draco—. Era la primera vez que volaba en una escoba después de mucho tiempo... según tengo entendido. —Tal vez las bludgers pueden oler el miedo —sugirió Zabini. —Espero que esto no lo desanime del deporte —dijo Davies—. Necesitamos un Guardián decente; Bickford se muda a España. El estado de ánimo general estaba un poco apagado después del accidente. Los jugadores decidieron suspender el juego, se despidieron y se desaparecieron para ducharse. Finalmente, todos salieron consternados del campo... Todos excepto Draco, quien descubrió que el accidente había tenido un efecto estimulante en su moral y salió de allí bastante animado. Granger tenía una queja que ventilar. Este disgusto fue anunciado por su nutria plateada, quien encontró a Draco a la noche siguiente. El momento fue espantoso; Draco estaba en una vigilancia delicada en Fowlmere, a punto de detener al infameThomas Talfryn. —¡Tú! ¡Prometiste que no harías nada! —chilló la nutria de Granger en la cara de Draco—. ¡Eres de lo peor! La estridente voz de Granger resonó por todo el callejón donde Draco había estado escondido. Talfryn, que había estado fumando en una puerta, justo fuera del alcance de un encantamiento aturdidor, se sobresaltó... Y desapareció. —¡Mierda! —siseó Draco. La nutria, habiendo transmitido su mensaje, desapareció. Con un gruñido, Draco sacó el horario de Granger... ella estaba en casa. Lo cual fue perfecto, porque iba a asesinarla. Se apareció en su casa de campo de muy mal humor. Apartó sus protecciones a un lado y subió por el camino hasta la puerta principal y procedió a martillarla. Granger abrió la puerta con una vehemencia que sugería que ella también estaba lista para pelear. —Eres una maldita idiota —dijo Draco, a modo de saludo.

—¿Yo? —chilló Granger con los ojos enloquecidos—. ¡¿Yo?! ¡TÚ eres el idiota! ¡No debías tocar a McLaggen! —¡Acabas de arruinar, con tu estúpida nutria, mi mejor oportunidad para atrapar al maldito Talfryn! —¡Enviaste a McLaggen a Urgencias! —¡He estado persiguiendo a Talfryn durante tres malditos meses! —gruñó Draco. —¡¿Adivina quién estaba de turno en Urgencias anoche?! —gritó Granger. —¡Talfryn tiene una lista de cargos más largos que mi brazo! ¡Pelea de bestias! ¡Falsificación! ¡Deportes sangrientos! ¡Crimen organizado! ¡Crueldad a criaturas mágicas! ¡Extorsión...! —¡Tuve que encargarme de ese troglodita durante cuatro malditas horas! ¡Le rompiste todas las extremidades! —...¡Fraude! ¡Agresión! ¡Contrabando! ¡Y lo arruinaste por completo! ¡Ahora se ha ido! ¡Otra vez! —McLaggen vivió todas sus fantasías de enfermera sensual anoche, ¡gracias a ti! —dijo Granger, clavando su dedo en el pecho de Draco. Draco tomó su mano y la empujó hacia abajo. —¡Si pudieras mantener tus jodidas emociones bajo control, tendría a mi hombre esposado! ¡Pero no! ¡Tuviste que enviar a tu rabiosa nutria! —¡¿Mis emociones?! —gritó Granger—. ¡Tú eres el que se puso rabioso por McLaggen! —¡Tú eres la que espectacularmente jodió mi vigilancia con sus chillidos! —¡Si hubieras cumplido tu palabra, nada de esto hubiera pasado! —Ni siquiera hice nada. ¡El hombre se cayó de su escoba como el cretino cabeza hueca que es! —¡No te creo ni por un instante! —¡Cree lo que quieras! —Lo haré... ¡Demonio oportunista! —¡Eres una maldita arpía pendenciera! —¡No te soporto! —¡Yo no te soporto! Luego se pusieron de pie, con los ánimos en llamas, los labios entreabiertos, respirando rápidamente, y esperaron a que el otro escupiera una réplica, para poder seguir arrancándose la cabeza el uno al otro. De alguna manera, en el proceso de su pelea de gritos y pinchazos con los dedos, habían llegado a pararse muy juntos. Granger estaba al tope en la puerta por lo que, por una vez, su altura casi coincidía con la de Draco, y sintió su aliento revolotear contra su barbilla. Su ira la hizo brillar; su mirada ardía con el calor de su convicción; sus mejillas estaban sonrojadas. Quería estrangularlo tanto como él quería estrangularla a ella. Y hubo un momento de locura en

donde la balanza entre la ira y la pasión vaciló, y se inclinó, y él pudo haberla estrangulado... o pudo haber aplastado su boca contra la de ella con fuerza, para hacer algo con la intensidad del sentimiento, quizá así la habría podido callar solo para probar un punto. La loca posibilidad era contagiosa: los ojos de ella revolotearon hasta su boca. Luego parpadeó y, como alguien que despierta de un trance, pareció distantemente sorprendida. Al darse cuenta de que todavía estaba agarrando su mano, Draco la soltó y dio un gran paso hacia atrás. Granger también dio un gran paso alejándose, y parecía que preferiría volver a la cripta y tirarse sobre la Alfombra de Crucio antes de estar allí. Su rubor subió desde sus mejillas hasta el puente de su nariz. Draco, al sentirse totalmente desconcertado por El Momento, se aclaró la garganta, buscó algo que decir -no se le ocurrió nada-, y luego dijo que sería mejor que se fuera, ya que estaba oscureciendo. Granger miró a cualquier parte menos a él y dijo: —Bien. Mutuamente satisfechos con esta sólida y madura conclusión de su pelea, se separaron todavía más, y Granger hizo como si fuera a cerrar la puerta. Se oyó un maullido largo y sostenido en algún lugar del jardín. Entre las sombras, una mancha anaranjada avanzó hacia ellos. El gato se detuvo a los pies de Draco y, como si le estuviera dando un gran regalo, se enroscó alrededor de sus botas y cubrió sus pantalones de naranja. Draco estaba casi tan ofuscado por esto como por El Momento con Granger. Apenas sabía qué hacer consigo mismo. Sin embargo, cuando se inclinó para acariciar al gato, este le siseó y huyó de regreso al oscuro jardín. —Es en sus términos, y sólo en sus términos —dijo Granger. —Criatura quisquillosa. —Lo es. Granger estudió un poco de pintura descascarada en el marco de la puerta. Draco se quedó mirando la glicinia. Granger se mordió el labio. —¿Realmente arruiné tu vigilancia? —Sí. ¿En serio McLaggen terminó contigo anoche? —Sí. Murmuraron algo que pudo haber sido, para alguien con oídos increíblemente agudos, una disculpa, en un lenguaje que consistía principalmente en murmullos y carraspeos. Su furia hirviente ahora dio paso a un cierto grado de vergüenza, que Draco era más hábil en ocultar que Granger. —¿Realmente tenía todas sus extremidades rotas? —preguntó Draco.

—Cada una y, para empezar, una conmoción cerebral. —Ah, pobre tipo. —Entonces... ¿Deportes sangrientos? —preguntó Granger, con un poco de ansiedad samaritana arrastrándose en su voz. —Peleas con un Nundu —asintió Draco—. Talfryn también ha hecho una maldita fortuna con eso. —¡¿Un nundu?! ¿Cómo es que mantiene a uno cautivo? —No estamos seguros, un cóctel de tranquilizantes, sin duda. Aturdidores. —Mierda —dijo Granger, viéndose nuevamente culpable. —En efecto. La conversación se apagó. Las largas hojas de las glicinias revolotearon con la brisa, así que Draco las miró de nuevo, por pura curiosidad intelectual. Granger tomó un gran interés en una grieta de su umbral. Draco estuvo a punto de decir que tenía que irse, otra vez, pero la postura de Granger cambió. Ya no estaba posicionada para abalanzarse sobre su garganta: estaba medio girada hacia la casa, dudando sobre algo. Normalmente, Draco la habría incitado groseramente, pero hoy, sintió que había agotado su cuota de groserías. Granger se aclaró la garganta y habló por lo bajo. —Tenía algo que quería mostrarte. —¿Qué es? Granger desapareció en la cabaña y regresó con un recorte de periódico. Se lo pasó a Draco; era de la séptima página del Profeta y se titulaba: «¡Saqueo en Provenza!» El artículo describía el robo de una reliquia de un convento del que Draco ciertamente nunca había oído hablar en su vida. Los ladrones fueron descritos como individuos excepcionalmente poderosos con una inclinación por los incendios provocados, que habían derrotado medidas de seguridad casi impenetrables e ininterrumpidas desde 1008. «Nuestros lectores quedarán tan estupefactos como los investigadores cuando se enteren de que la preciada reliquia, la calavera de una santa, fue devuelta al convento de forma anónima unos días después del allanamiento. Los investigadores sospechan que los ladrones quizá sólo eran buscadores de emociones en busca de un desafío. Algunas de las Hermanas sufrieron heridas que no pusieron en peligro su vida después de la intrusión. Cuando se les preguntó si la investigación continuaría, las autoridades francesas respondieron: «Quelle question idiote. La relique est de retour, non?», lo que su corresponsal interpreta como «No». —Obtuve mi titular aliterado —dijo Draco. —Lo hiciste. —Granger retorció sus manos juntas—. Obtuve lo que absolutamente no quería: publicidad. —Tú serás la principal sospechosa, sin duda —dijo Draco—. Todo el mundo sabe que la querida

sanadora Hermione Granger es, en secreto, una buscadora de emociones y una pirómana. Granger le dirigió una mirada de reprobación. —Sé serio. —Lo soy, y tú eres una especie de bruja peligrosa. Granger arrancó el artículo de la mano de Draco, sacó su varita y quemó el recorte. —¿Ves? Más incendios provocados —dijo Draco—. Y podemos agregar la destrucción de pruebas a su lista de delitos. —Tendrás que arrestarme, si sigo por este problemático camino. —Ya lo estoy pensando. ¿El cráneo terminó siendo útil? Por favor, dime que valió la pena. —Lo hizo —dijo Granger—. Inmensamente. He dado pasos importantes. —Genial. Granger se apoyó contra el marco de la puerta, una pequeña parte de su incómoda tensión desapareció. —Mi próxima excursión será devastadoramente aburrida, en comparación con esta. —Lo creeré cuando lo vea. —Es cierto; sólo iré a Hogwarts. —¿Para qué? —Por un texto medieval; uno de Snape. —Ah... —dijo Draco. Snape había legado la totalidad de su biblioteca a Hogwarts, y así, de un sólo golpe, hizo que la colección de libros raros de la escuela fuera casi tan extensa como la de la mayoría de las universidades. —Eso no será hasta más adelante en el verano, en Lughnasadh. Obviamente, no porque haya potencias mágicas en juego; sólo es mi próximo fin de semana libre antes de... Un sonido estridente la interrumpió. El primer pensamiento de Draco fue una alarma de las protecciones. Se dio la vuelta, blandiendo su varita, con toda la intención de mutilar. Granger jadeó. —¡Dejé el horno encendido! Draco había olido algo quemado, ahora que lo reflexionaba, pero pensó que era el trozo de periódico. Granger se sumergió en la casa. Draco la siguió para presenciar cualquier entretenimiento que se avecinara. Sacó algo del horno, algo bastante negro. Draco abrió una ventana y conjuró una fuerte brisa para

ventilar el lugar. —Bueno... —dijo Granger, luciendo triste—. Esa fue la cena. —Mmm... —dijo Draco, observando el carbón. Draco había pensado ingenuamente que su fuente de furia se había agotado. Él estaba equivocado. Granger siempre tenía un suministro adicional de ira. —Esto es tu culpa —dijo Granger, girándose hacia él con una mano en la cadera—. Me distrajiste. —¿Qué era? —preguntó Draco, para cerciorarse de si debía sentirse mal. Granger señaló el contenedor. De él sobresalía una caja, lo que indicaba que había sido «El pastel de pescado congelado de la señorita Mabel». —No tengo ni una pizca de arrepentimiento —dijo Draco. Granger tiró el montón ennegrecido al contenedor junto con la caja, lo cual era, en opinión de Draco, donde debería haber estado en primer lugar. Ahora Granger estaba hurgando en sus armarios, cuyo contenido eran dos latas de atún, frijoles secos y un paquete de galletas. —Es comida preparada. Suelo ir de compras los fines de semanas. Deja de parecer tan prejuicioso. Draco, sintiéndose muy juzgado por los frijoles secos, fue golpeado por una idea impetuosa, loca y descabellada. —Granger. —Qué... —Ven conmigo a cenar. Granger, que había desaparecido a medio camino de Narnia para recuperar una caja rancia de galletas saladas, salió de su armario. —¿Qué? Draco lo repitió lentamente, con gestos interpretativos, para que ella entendiera. —Tú. Yo. Cena. Bien podría haber sugerido prender fuego a un hospital infantil, por todo el impacto que generó su sugerencia. —¿Quieres cenar conmigo? ¿Esta noche? ¿A propósito? —No —dijo Draco con una gruesa capa de sarcasmo esparcida por encima—. Por accidente. Tropezaremos hasta la mesa con la boca abierta y trituraremos algunos entremeses. Granger todavía lo miraba con recelo. Draco levantó los ojos al techo. Ella estaba haciendo un drama de esto. —Te prometo que, si te fuera a envenenar, sería a mi llegada y no ahora. Hay una gran cantidad de

comida esperándome en la mansión. Y harías felices a los elfos. Y —se apresuró a añadir—, mi madre está en Florencia. Todavía lo miraba con una sospechosa confusión, con los brazos cruzados en la típica postura de defensa Granger. —¿Por qué? —Es mi culpa que hayas quemado tu pastel de cartón. La ceja levantada de Granger sugirió que muchas cosas eran culpa suya, por las que nunca había intentado enmendarse, por lo que tendría que perdonar sus dudas. —¿Nos vamos? —preguntó Draco, ignorando estos bien justificados escrúpulos. Granger permaneció inmóvil, estudiándolo con escepticismo, como si estuviera tratando de averiguar su motivo oculto. Era un marcado y molesto contraste con la típica reacción de una bruja ante una invitación a cenar de Draco Malfoy, que por lo general era un sí sin aliento y muchas risas. No es que la estuviera invitando a ese tipo de cena. Simplemente estaba observando la distinción. El olor a pastel de pescado quemado salió del recipiente y se instaló alrededor de ellos en un aura suave y trágica. Estimuló a Granger a la acción. Cerró bien la tapa del contenedor, dio media vuelta y se dirigió a las escaleras. Las mujeres no huían de Draco, por regla general, sino todo lo contrario. Era una sensación desconocida y desagradable. —Oye —dijo Draco, molesto. —Me voy a cambiar —dijo Granger—. No voy a ir a la mansión en la ropa de casa. Además, apesto a quemado. Draco, mientras la observaba a ella y a su trasero correr escaleras arriba con sus cortos pantalones muggles, vagamente quiso decir que no se oponía a la ropa de casa, y que sólo estaban ella y él en la cena, así que no era necesario. Además, a menudo olía un poco a humo de vela, y no le molestaba en lo más mínimo. Sin embargo, Granger estaba arriba, así que Draco se guardó estos sentimientos empalagosos para sí mismo. Esperó a que ella se cambiara, lo que tomó aproximadamente dos días hábiles. Luego vino dando tumbos por las escaleras, con un vestido rojo de verano. —Listo, ahora estaré presentable. —¿Presentable para quién? —No lo sé —dijo Granger, tirando de su cabello en un moño bajo que, de alguna manera, era elegante y desordenado—. Estar contigo atrae el caos. Casi espero que Shacklebolt decida aparecer para charlar.

Draco sintió que el atractor del caos era ella, pero, como sea. —Más bien espero que lo haga. Él puede decirle a Tonks que estoy construyendo una buena relación con mi Principal y que no soy un espantoso matón. —Tú no eres un matón. Sólo eres insistente —dijo Granger, deslizándose en sandalias de tiras. —¿Soy insistente? —En realidad, un poco mandón. —Oh, eso es genial. Se aparecieron en El Mitre, y de allí usaron el flu hacia El Cisne, y después se aparecieron en la Mansión. Era la misma trayectoria que habían tomado en esa fatídica noche cuando Granger apareció en el campo de Quidditch de la mansión, solo que al revés, y en circunstancias menos frenéticas. Este pensamiento también pareció haber cruzado la mente de Granger, cuando se materializaron en la mansión. Justo cuando Draco la miraba a hurtadillas, Granger lo miró a los ojos. Luego levantó la mano. Estaba temblando solo un poco. —Progreso —dijo Granger. Draco dijo «Bien hecho», con tranquila sinceridad. Las grandes puertas delanteras de la mansión se abrieron cuando se acercaron. Uno de los elfos domésticos más jóvenes corrió por el vestíbulo de entrada con una aguda bienvenida, y luego vio a Granger. Gritó sorprendido, desapareció, y luego su voz aguda resonó desde las cocinas: —¡El maestro está en casa! ¡Y trajo a una dama! ¡Preparen la crema batida! Entonces el elfo se apareció ante ellos de nuevo, como si no hubiera ido a ninguna parte en primer lugar. —Bienvenidos, señor y señorita. —Gracias, Tupey. ¿Podrías decirles a las cocinas que mi compañera, la sanadora Granger, se unirá a mí para la cena? Draco bien podría haber roto el corazón del elfo doméstico con esta aclaración. —Por supuesto, señor —dijo mostrando sus grandes ojos llenos de repentina devastación. —Y queremos cenar en la terraza sur —añadió Draco. Tupey hizo una reverencia y desapareció. Distantemente, su voz aguda resonó con una solicitud para cancelar la crema batida. Granger parecía desconcertada.

—... ¿Crema batida? —No importa —dijo Draco—. Tomemos un aperitivo para empezar. Creo que acabamos de provocar el pánico en las cocinas. Granger no estaba tan obsesionada con sus pies como lo había estado durante su última visita. Miró a su alrededor, fijándose en las paredes blancas, los racimos de velas encantadas que flotaban a cada pocos pasos, los fuegos que ardían en las numerosas chimeneas. La nueva mansión era un espectáculo menos lúgubre que la anterior. Draco la condujo a uno de los salones, que estaba bien abastecido con todo tipo de bocadillos. Tuvieron veinte segundos para seleccionar un asiento y picar aceitunas antes de que Tupey se materializara de nuevo, deseando saber qué les gustaría beber. —Un coñac para mí —dijo Draco. —¿Y para la Compañera Sanadora Granger? —preguntó Tupey. —Vino tinto, por favor. —¿Cabernet Sauvignon? ¿Merlot? ¿Pinot Noir? ¿Malbec? —preguntó Tupey. Granger parecía paralizada por la avalancha de opciones. —Eh... Voy a probar el Malbec, gracias. Tupey hizo una reverencia y desapareció. Luego vino Henriette, quien era un poco mejor para ocultar su emoción (únicamente sus orejas temblorosas la delataron). —Mademoiselle Granger —dijo con una reverencia, antes de ofrecer una bandeja—. Roulades de calabacines, noix épicées au piri-piri, blinis de saumon et de chèvre au pesto. La bandeja de amuse-gueules estaba flotando junto a Granger. Henriette desapareció. Granger abrió la boca para decir algo, pero hubo otro plop y Tupey apareció con las bebidas. Draco recibió la suya con la cortesía habitual, pero la de Granger se la puso en la mano con sumo cuidado. Tupey desapareció. Draco abrió la boca para hablar, pero un tercer elfo se apareció de las cocinas para preguntar si la Compañera Sanadora Granger tenía alguna alergia o preferencia que las cocinas deberían conocer. No, ella no las tenía. El elfo de la cocina desapareció. Granger intentó hacer un comentario, pero Henriette apareció con servilletas y pequeños tenedores, y desapareció de nuevo. Draco y Granger se miraron con cautela mientras el silencio descendía sobre el salón, casi esperando que otro fuerte crujido interrumpiera su próximo intento de conversación. —Son un poco... un poco intensos, ¿no? —preguntó Granger. —Están ansiosos por recibir invitados —dijo Draco—. Cuando mi madre no está, no hay funciones que organizar, y sólo estoy yo para alimentar. —Esta bandeja entera es suficiente para la cena —dijo Granger, seleccionando un blini de salmón.

—Eh... no. Guarda tu apetito. Deambularon hacia la terraza sur. Era una noche de verano exquisita, cálida, pero bendecida con una brisa dulce y juguetona. La brisa retozó los zarcillos del cabello de Granger y tiró del dobladillo de su vestido. No es que Draco la estuviera mirando. Los terrenos estaban iluminados por la noche con velas y linternas encantadas al pie de cada árbol, y unas más colgadas a lo largo de todos los senderos. En cierto modo, el efecto era incluso más magnífico que durante el día: las fuentes y los juegos de agua brillaban y las flores eran luminosas, como si brillaran desde adentro. Draco dejó a Granger admirando la perspectiva de los jardines mientras se adelantaba para ver si la mesa estaba lista. Estaba satisfecho con lo que los elfos domésticos habían preparado en tan poco tiempo: una mesa plateada y dos sillas, un exceso de flores de verano que perfumaban el aire de la noche y una verdadera extravagancia de linternas y luces de hadas. Sin embargo, todo era terriblemente romántico. Henriette lo estaba poniendo bastante cargado considerando que Draco había especificado que ella era una compañera. Había tenido innumerables cenas, bebidas con compañeros y colaboradores al aire libre durante el verano, y Henriette nunca había considerado adecuado decorar con rosas... ¡Y mucho menos con rosas rojas! —¿Henriette? —la llamó. —¿Oui? —respondió Henriette, cobrando vida a su lado. —Eres una sinvergüenza. —Je ne connais pas ce mot —dijo Henriette, encogiéndose de hombros por su falta de comprensión. —Las rosas, Henriette. —¿Qué pasa con ellas, señor? —Son demasiado. —¿Demasiado qué, señor? —Demasiado de todo, Henriette. —Il faut se laisser ensorceler, señor. Que era justo lo que Draco estaba pidiendo, en realidad: misticismo no solicitado sobre dejarse hechizar. —Llévatelas, Henriette. —Están en la cúspide de su florecimiento, señor. Me parece una pena desperdiciarlas. —Sin embargo, me gustaría... —¡Vaya! —Vino la voz de Granger—. ¡Las rosas! Henriette le dio a Draco una larga mirada que sugería que, como siempre, ella sabía más, y si él dejaba de cuestionarla, también dejaría de hacer el ridículo, el niño tonto.

Granger estaba agarrándose las manos, de pie frente a la mesa. —¡Qué hermoso! Nunca he visto esta variedad, ¿tiene flores dobles? Y la coloración... ¡Es tan profunda! —Es el Apolline —dijo Henriette—. El jardín de rosas está resplandeciente con ellas, Mademoiselle. Deberían dar un paseo después de la cena. Estoy segura de que a Monsieur le complacerá acompañarla en ausencia de Madame Malfoy. El Monsieur en cuestión dirigió a Henriette una mirada sofocante ante esta nueva impertinencia. Granger, sin embargo, encontró un gran deleite en la idea, y dijo que lo adoraría, y preguntó de dónde había venido el Apolline, y cuánto tiempo la habían tenido, etc. —Primero la comida, luego los éxtasis femeninos sobre el jardín de rosas —dijo Draco. Granger y Henriette lo miraron con frialdad e hicieron que Draco sintiera el peso de su baja opinión sobre él. Henriette indicó que iría a buscar su primer plato. Granger tomó su silla con un resoplido. —No quisiera que mis éxtasis femeninos se interpusieran en el camino de tus apetitos masculinos, por supuesto. Draco escondió una sonrisa en su coñac. —¿Y tú qué sabes de mis apetitos masculinos? —Sólo que son implacables. —Es preciso. —Y perjudican tu juicio. —Algunas veces. —Sólo podemos esperar que estén satisfechos con la entrada de Henriette, entonces tal vez podamos tener una conversación civilizada sobre rosas, sin interrupciones. —Parcialmente satisfecho, probablemente. Granger lo miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera detectando el doble sentido, pero no estaba muy segura de que lo dijera en serio. Draco decidió dejarla en la incertidumbre. —Tourteau frais, decortiqué par nos soins —anunció Henriette, mientras ella y Tupey llegaban con cangrejo y mantequilla a las finas hierbas. Ellos comieron. Granger era delicada al respecto, como solía ser, y se distraía fácilmente con largas miradas más allá de la terraza y hacia los terrenos iluminados con velas. Ahora tenía la barbilla apoyada en el dorso de la mano y contemplaba la belleza evanescente de una hilera de álamos, cuyas jóvenes hojas se estremecían con la brisa como medallones de plata. Draco medio quería interrumpirla y traerla de vuelta a las cosas importantes -él mismo-, pero también era bastante agradable sentarse en un silencio encantador y beber sus copas. Las cenas en la mansión normalmente eran asuntos impulsados por la agenda, ya sea que el invitado o Draco

tuvieran algo que ganar o algo que perder. Esta fue única por su falta de cualquiera de esas presiones porque Draco no tenía que maniobrar y sabía que no estaba siendo manipulado en su contra. Simplemente estaban comiendo juntos mientras él hacía pequeñas reparaciones por un pastel de pescado quemado. Granger no tenía planes sobre su fortuna o su persona. A veces, estar con ella era tan fácil. —Risotto au basilic —dijo Henriette, barriendo el cangrejo y depositando una gran cantidad de risotto frente a ellos. La albahaca flotaba deliciosamente en el aire. —Ahora que lo pienso... ¿Cómo sabes tanto sobre rosas? —preguntó Draco. —Mi madre solía cultivarlas —dijo Granger, con una especie de despreocupación laboriosa. —¿Solía hacerlo? ¿Ha dejado el pasatiempo? —No lo sé, no he visto a mis padres en algunos años. —Vaya. Dado que ella estaba tratando de no verse afectada, Draco no la cuestionó más sobre el tema, porque consideró que implicaba una gran delicadeza. No obstante, Granger continuó. —Oblivié a ambos durante la guerra. Los envié a Australia para mantenerlos a salvo. Cuando los encontré de nuevo, era demasiado tarde para revertir el hechizo sin correr el riesgo de dañar sus mentes. Viven bastante felices en Adelaide y no tienen idea de que alguna vez tuvieron una hija. Ah, sí, justo lo que Draco había estado esperando. Algunos recuerdos alegres de las tragedias de la guerra. No se preocupó por palabras de simpatía porque en realidad no las tenía, y, de todos modos, ella no creería que fuese sincero. —Esto explica lo cuidadosa que eres con los Obliviate —dijo Draco. —Oh, sí... fue una lección difícil de aprender. Las mentes y los recuerdos no deben manipularse a la ligera. Y desmantelé sistemáticamente el valor de dieciocho años. Eso tuvo repercusiones. —Mantuvo a tus padres con vida —dijo Draco. —Lo hizo, sí, pero a un alto costo. —Granger terminó su vino—. De todos modos, es una noche demasiado hermosa como para ponerse sentimental. Hablemos de otras cosas. Draco terminó su coñac para que su vaso vacío no se sintiera solo. Él era sensible de esa manera. Miró a Granger. —Parece que tienes un tema en mente. —Promesas rotas —dijo Granger. La acusación persistió en la declaración. Draco arqueó una ceja, sintiéndose señalado. —¿He roto una promesa?

—Sí. —¿Cuál? Ilumíname. Justo cuando Granger estaba a punto de hablar, Tupey apareció para sugerir un Sauvignon Blanc para el próximo plato, dado que era pescado. Draco y Granger estuvieron de acuerdo. Tupey sirvió el vino y desapareció. —El informe de los arqueólogos sobre las ruinas celtas —dijo Granger—. Los que encontraste debajo de las mazmorras. Nunca me lo enviaste. Draco se recostó en teatral shock. —Tienes razón. Nunca lo hice. Atrapado en flagrante délit. —Je sais —dijo Granger, mirándolo con gravedad—. Un terrible abuso de confianza. —¿Alguna vez me perdonarás? —No. Me imagino guardando un tremendo rencor al respecto. Tal vez comenzando una disputa a gran escala. —Dices eso como si las casas de Granger y Malfoy no estuvieran ya peleadas —dijo Draco. —Cierto —contestó Granger. Mientras Granger reflexionaba sobre esta nueva complejidad, Draco le indicó a Henriette que se acercara y la envió a buscar el informe de los arqueólogos. Henriette regresó con un grueso rollo de pergamino en sus manos y una mirada burlona en su rostro. Luego se ofreció a buscar otros materiales de lectura más adecuados para una noche de verano, como algunos libros de poesía francesa. —No, gracias, Henriette, eso será todo —dijo Draco—. Mademoiselle tiene gustos literarios peculiares y prefiere leer sobre monjes muertos. Henriette desapareció con un movimiento de cabeza. Granger aceptó el pergamino con una sonrisa jugando en sus labios. —Cuando lo pones de esa manera, ciertamente sueno peculiar. Draco se encogió de hombros. —Peculiar es, al menos, no aburrido. —Acepto tu excusa mal pronunciada y ambigua como un cumplido —dijo Granger, desplegando el pergamino. —No me gustaría que te volvieras engreída, ¿sabes? —No, estás infaliblemente en guardia en ese frente. Granger se hundió en el informe, dejando que su risotto se enfriara en su plato. De vez en cuando recordaba la presencia de Draco, que se señalaba con un «¡Oh!» y luego un intercambio de algún fragmento fascinante u otro.

Henriette se apareció con el siguiente plato y le dio a Granger una mirada de reprobación cuando hizo un balance de la situación. —¡Señorita! J'ose vous rappeler que vous êtes à table. Granger brincó y soltó una disculpa, y guardó el pergamino. Parecía avergonzada cuando Henriette se llevó el risotto (ahora un bulto congelado) y lo reemplazó con el pescado. —Rodaballo poêlé, artichauts poivrade et citron confit. —Henriette depositó el pescado y las alcachofas de Granger con particular firmeza, con la insinuación de que, si no se lo consumía todo, tendrían unas palabras. El efecto de la mirada amenazadora de Henriette se vio algo mitigado por el hecho de que su nariz apenas sobresalía de la mesa. Sin embargo, Granger, con los ojos muy abiertos, dijo que el rodaballo se veía absolutamente delicioso y se metió unos cuantos bocados en la boca bajo la atenta mirada de Henriette. Satisfecha, Henriette desapareció. Granger se tragó el pescado con la ayuda de un poco de vino. Draco estaba conteniendo la risa. —Pareces increíblemente aterrorizada. —Es aterradora —Granger lanzó una mirada furtiva por encima del hombro y luego lo miró de nuevo—. Y lo siento, eso fue terriblemente grosero de mi parte. Me quedé absorta y no me di cuenta. —Me gustaría echar un vistazo por si hay un Boggart —reflexionó Draco entre sus propios bocados—. Tal vez en alguna de las habitaciones libres. Granger parpadeó. —¿Un Boggart? ¿Para qué? —Tengo la sensación de que el tuyo ahora tomará la forma de un elfo doméstico francés de ochenta años y me gustaría confirmar mi teoría. Granger se mordió el labio para no sonreír. —Crees que eres muy gracioso. —Lo soy —dijo Draco. —¿Y qué forma tomaría el tuyo? ¿Deberíamos ir a cazar un Boggart? Draco se recostó y juntó los dedos. —Ahora, esa es una pregunta. No me he encontrado con uno desde la guerra. Me gustaría pensar que ya no sería Voldemort saltando hacia mí como un cadáver reanimado. —Bueno, ¿qué te ha asustado recientemente? —¿Quieres que sea honesto contigo?

—Lo preferiría, pero no lo espero —olfateó Granger. —Hubo un momento hoy, en el umbral de tu puerta, cuando parecías estar a punto de transformarme en un insecto y pisotearme. Granger parecía como si estuviera tomando nota especial de esta nueva idea. —¿Qué tipo de insecto? —No lo sé, supongo que una pequeña y repugnante cucaracha. —Casi imposible de matar —dijo Granger, sacudiendo la cabeza—. Mala elección. Yo iría con algo más blando. Pero, si fuera a matarte, me gustaría que supieras que no usaría la Transformación. —Oh Dios, eso no sería deportivo. ¿Cómo lo harías, entonces? —Tal vez te ate y deje que Crookshanks lo intente. Entonces sólo sería cómplice de asesinato. —La primera parte de esa oración era prometedora, hasta que mencionaste al gato. Granger no prestó atención alguna a esta leve insinuación coqueta. Ella estaba recordando. —Una vez, él casi asfixió a Ron; se acostó sobre su rostro mientras dormía. Albergo un temor privado de que fue a propósito. —Bueno, eso está resuelto, entonces: mi nuevo Boggart es tu gato. Granger no le dio el honor de reírse a carcajadas, pero escondió una sonrisa detrás de un sorbo de vino. Henriette volvió a inspeccionar el progreso de Granger. Granger dijo que todo estaba delicioso, y que las alcachofas en particular eran las mejores preparadas que jamás había tenido el placer de comer. Henriette dijo: —Parfait. Tienen muchos beneficios para la salud, ya sabes, las alcachofas. —Ah, ¿sí? —Oui, oui, tantos nutrientes y vitaminas. También son afrodisíacas. Henriette desapareció después de transmitir esta información vital. Granger contempló su plato vacío con una especie de consternación. Draco tenía muchas ganas de reír. —Sabré a qué culpar, si te pones manos a la obra —dijo Draco. Granger dirigió su mirada a su plato igualmente vacío y dijo: —Igualmente. Tupey y Henriette desaparecieron los platos vacíos y sirvieron el postre. —Millefeuille à la vanille de Bourbon —dijo Henriette, presentando el plato final con una floritura.

Tupey propuso un vino dulce de Sauternes para acompañarlo, que Draco y Granger aceptaron. Granger presionó su tenedor en el tierno milhojas. —Henriette, Tupey, necesito agradecerles. Esta comida fue mucho mejor que la que iba a tener esta noche. Henriette hizo una reverencia y Tupey se inclinó. —Estoy seguro de que la señorita Mabel hace un pastel de pescado crujiente —dijo Draco. —¿Perdón? ¿Quién es la señorita Mabel? —preguntó Henriette—. ¿Es su elfo doméstico, Mademoiselle? —No —dijo Granger—. Ella es, eh... Ella hace pasteles de pescado que puedes comprar en las tiendas. Bueno, en realidad no estoy segura de que sea una persona real; probablemente, todo es marketing... —Tartas de pescado congeladas —le dijo Draco a Henriette—. Pasteles congelados que Mademoiselle mantiene en la nevera, y luego los mete en el horno cuando tiene medio momento para pensar en alimentarse. Henriette se quedó sin aliento ante esta revelación. Las manos de Tupey volaron a su boca. —Y cuando eso falla, Mademoiselle tiene dos latas de atún y unas lentejas secas. Ese es todo el contenido en sus armarios. —Draco se puso serio—. He visto muchas cosas preocupantes en mi vida, Henriette, pero la despensa de Mademoiselle es una cosa completamente diferente. Las manos de Henriette estaban sobre su corazón; sus ojos estaban muy abiertos. —¡No! —Oh, sí. Lo he visto con mis propios ojos. —Monsieur está exagerando un poco —dijo Granger, su agarre en el tenedor sugería que podría pinchar a Draco con él, si no dejaba de escandalizar a los elfos. —Tienes razón —dijo Draco—. También había una caja de galletas saladas, de unos pocos años. Un poco polvorientas, pero todavía sirven. Henriette y Tupey miraron a Granger y parecían a punto de llorar. —Aun no había tenido la oportunidad para ir de compras esta semana —dijo Granger, en un intento por tranquilizarla—. Por eso mis armarios estaban tan vacíos. Estuve un poco ocupada. —Oh, sí —dijo Draco—. Porque normalmente están a reventar, ¿no? Había estado esperando la patada debajo de la mesa de Granger... ¡y llegó! Él agarró su tobillo en su mano y chasqueó la lengua. Granger trató de recuperar la posesión de su pie, pero Draco le informó que ser pateadora significaba que había perdido los privilegios sobre sus pies. Henriette no se dio cuenta del intercambio, ¿demasiado ocupada angustiada por el hecho de que nadie ayudara a Mademoiselle, ni a sus armarios vacíos? Tupey parecía al borde de la hiperventilación.

—Tengo una Propuesta Modesta —dijo Draco. La pierna de Granger tembló. El agarre de Draco se mantuvo firme. Y eso es todo lo que fue: una comprensión. Su tobillo estaba desnudo y suave bajo su palma, y sus dedos sentían curiosidad por la delicada forma de sus huesos, y cómo se sentiría al trazarlos, pero él no lo hizo. Seguía siendo un agarre. Porque esta era Granger. Y él no tenía ningún interés en acariciar su tobillo. Y si tenía algún interés en hacerlo, que no lo tenía, sería culpa de las alcachofas. Granger no parecía atreverse a exigirle que retrocediera en voz alta frente a Henriette, porque eso conduciría a preguntas incómodas sobre por qué había intentado patear a Monsieur en la mesa, lo cual era una metedura de pata mucho mayor que leer. —¿Qué propuesta? —preguntó Granger en una especie de gruñido, como el de un gato atrapado por la nuca. —Los elfos domésticos están aburridos hasta la médula sin mi madre y sus fiestas. ¿Por qué no les das permiso para aparecer una o dos veces por semana y llenar tus armarios? ¿Por lo menos hasta que mi madre regrese? —Absolutamente n... Draco le dio un apretón al tobillo a Granger antes de que pudiera devastar a los elfos. Henriette y Tupey giraron hacia Granger mientras ella hablaba, con corazoncitos en los ojos al pensar en su despensa vacía esperando atención. Las manos de Henriette estaban presionadas contra su pecho; las de Tupey se plegaron en una especie de súplica. Sus grandes ojos brillaron. La voz de Granger murió. —Absolutamente necesario, creo que Mademoiselle iba a decir —les dijo Draco a los elfos. Granger le dirigió una mirada que sugería una segunda patada entrante, si tan sólo no tuviera miedo de perder la posesión de su otro pie también. Les dio a los elfos su mejor intento de sonreír. —¿Quizás Monsieur y yo podríamos discutir los detalles en privado? —¿Entonces es un sí, señorita? —preguntó Tupey, sin aliento. —Por supuesto que es un sí —dijo Henriette, con los ojos soñadores—. Mademoiselle nunca sería tan grosera como para rechazar la oferta de Monsieur. Ella es demasiado bien élévée. La sonrisa de Granger era bastante fija. Los elfos se inclinaron e hicieron reverencias media docena de veces y luego se aparecieron en las cocinas para compartir las buenas noticias. —Pondrías a prueba la paciencia de un santo —dijo Granger con la mandíbula apretada—. Devuélveme el pie antes de que te convierta en esa cucaracha. Draco renunció a la posesión de su pie, probablemente un poco más lento de lo necesario, las puntas de sus dedos rozaron su tobillo mientras la soltaba. Ella se dio cuenta. Había un rubor rosado en sus pómulos. A lo mejor fue el vino, posiblemente otras cosas.

—Sólo he hablado con una santa, y le caigo bien —dijo Draco, pasándose la mano por el cabello. Granger, a pesar del rubor, estaba exasperada. —Ella sólo había pasado cinco minutos en tu preciosa compañía, no lo suficiente para descubrir cuán infinitamente exasperante eres. Como imponerme elfos domésticos, de todas las personas. ¿Cuál fue el proceso de pensamiento, si lo hubo, detrás de esa decisión? —Vi un problema que estaba en mi capacidad de solucionar —dijo Draco—. Es una filosofía de vida que aprendí de una bruja bastante inteligente. Granger lo miró fijamente. El doble golpe de sus propias palabras y el genuino cumplido la desconcertaron por completo. Ella se echó hacia atrás, luchando por permanecer enfadada. —Tú eres... tú, simplemente eres... —Indescriptible, lo sé —dijo Draco. —¿Debes tener siempre la última palabra? —Sólo en las raras ocasiones en que lo permites. Granger estaba luchando con su molestia y diversión persistentes. Sus ojos brillaron con eso. Fue una imagen bastante hermosa. —¿Cuándo vuelve tu madre a Inglaterra? —No hasta dentro de quince días —contestó Draco—. Entonces estarás libre de los elfos. Pero mientras tanto, les habrás devuelto la alegría de vivir. Granger miraba en dirección a las cocinas. —Muy bien, pero sólo porque no quiero que Henriette me crea mal élevée por rechazar tu oferta. Creo que ella se lo tomaría personal. —Si a Henriette le preocupara tu educación, te habría desairado desde el principio. Es una elfina bastante testaruda. Ahora cómete tu milhojas o volverá a regañarte. Granger dirigió su atención a su plato. Draco tomó un sorbo del vino dulce. —¿Para qué era la crema batida? —preguntó Granger. —Ese es un asunto privado y sería mejor que lo olvidaras. —Mmm —dijo Granger, estudiándolo por encima de su copa. Terminaron sus postres. Henriette se materializó y le recordó amablemente a Monsieur que tenía que llevar a Mademoiselle a través del jardín de rosas. Luego se puso de pie, sus pequeñas manos se cerraron sobre sus caderas huesudas y lo miró intimidantemente hasta que él se levantó y le ofreció su brazo a Granger. El toque de Granger en su brazo fue ligero, al principio, pero después de unos pocos pasos, su agarre se hizo más fuerte.

—Mierda. ¿El suelo está un poco tambaleante o estoy completamente borracha? —Ambos estamos empapados hasta las amígdalas en vino —dijo Draco. —Las atenciones de Tupey fueron implacables. Era un milagro que ninguno de los dos hubiera dicho algo borracho y estúpido todavía, pero la noche era joven, y el camino a los jardines atraía, y las posibilidades de estupideces brillaban como las velas que se alineaban en el camino. Caminaron a través de una doble fila de lilas cargadas de flores. A su derecha estaba el invernadero, su cálido resplandor salpicado por el tumulto de flores de color malva. La brisa hacía temblar las flores como una mariposa; la luz brilló a través del camino. En las sombras mezcladas, Granger levantó la mano para que se silueteara contra la luz del invernadero. Estaba firme. Fue su mano izquierda la que levantó. Su brazo estaba desnudo y contra la piel de su brazo interior yacía ese borrón. Granger se giró, con la intención de continuar por el camino, pero Draco la interrumpió cometiendo la primera de las estupideces de la noche. Más tarde culparía al vino. Él tomó su muñeca suavemente, Granger se estremeció, y tiró de ella hacia él. Ella se sorprendió. —¿¡Qué estás ha...!? —No me di cuenta de que aún tenías esto —dijo Draco. Le giró la muñeca para que el borrón del glamour captara la luz vacilante. —Bueno, todavía lo tengo —Su voz era incierta. Ella lo miró fijamente con los ojos abiertos como platos, una cosa salvaje a punto de alejarse y correr. Olía como la dulzura de los Sauternes. Dos palabras pesadas que Draco había estado cargando desde Provenza salieron con dificultad. —Lo siento. —Fue la loca de tu tía, no tú. —No hice nada para detenerla. A esto, Granger no dio respuesta. —Supongo que, si hubiera una forma de curarlo, la habrías encontrado —dijo Draco. —Lo habría hecho. Intenté muchas cosas, pero... —Algunas cosas no se curan. —No, no lo hacen. —Granger se quedó en silencio por un momento. Luego agitó el glamour para revelar la palabra—. Qué cosa tan fea.

La vieja herida estaba clara en su piel, tan en carne viva como el día en que había sido tallada. Todavía brillaba. La boca de Draco estaba algodonosa y seca. Por un momento ella tenía 17 años y yacía como muerta en el suelo del salón, a escasos metros de donde estaban. Luego volvió a ser Granger, una inteligencia ardiente, una persona que cambia el mundo, pero aun así, a pesar de todo, marcada. El agarre de Draco en su muñeca se volvió un poco más fuerte... con vergüenza y tristeza. —¿Todavía duele? —preguntó Draco, porque se veía demasiado crudo como para no hacerlo. —Algunas veces; ahora estoy acostumbrada, o simplemente lo olvido. Draco nunca había tenido la intención de mostrarle la vergüenza de su propio brazo, aún más vergonzoso porque lo había adquirido voluntariamente. Y, a pesar de ello, se encontró desabrochándose los puños y subiéndose la manga. Lo que quedó en su brazo fue una marca distorsionada y medio descolorida. Ahora, era una mezcla grotesca de carne negra y tejido cicatricial levantado, de intentos fallidos de extirparlo. —Oh —jadeó Granger. —La mía es más fea en todos los sentidos, Granger: Yo la deseaba. El jadeo había sido más de sorpresa que de horror. Estaba observando la carne retorcida con el ojo de un Sanador, uno que había visto cosas peores. Granger se quedó en silencio durante mucho tiempo. Finalmente, ella dijo: —Pero ya no la quieres. —No. —Eso es lo que importa. —No borra el pasado —dijo Draco. El brazo profanado que sostenía entre ellos era un testimonio elocuente de ello. —No, pero las decisiones que has tomado desde entonces te definen más que las que tomaste en ese entonces. —¿En serio? —Tenías dieciséis años; tú eras... Todos éramos niños, niños soldados arrojados a una guerra, tratando de hacer lo que nos enseñaron que era correcto. Tratando de proteger a nuestros seres queridos. —¿Debes ser tan terriblemente indulgente? —Han pasado quince años —dijo Granger. Ella bajó su propio brazo. Parecía cansada—. Puedo asegurarte de que he reflexionado largamente sobre el asunto. He perdonado a quienes lo merecen. —Eso interfiere con revolcarme en el arrepentimiento. —Revolcarse no es productivo. Ahora fue el turno de Granger de tomar su muñeca. Lo acercó a un triángulo de luz entre las sombras y se inclinó para observar la Marca más de cerca. Draco quería alejarse, pero ella había

sido lo suficientemente valiente como para dejar que él mirara, así que ahora no debía ser un cobarde. Su dedo rozó las crestas llenas de cicatrices y la carne medio derretida que nunca había sentido el toque de alguien más. Parecía desconsolada. —¿Trataste de maldecirlo? —Sí —dijo Draco—. Entre otras cosas. Han pasado años. Su brazo tembló bajo su escrutinio. Quería volver a guardar la Marca: era tan fea, tan deforme, tan llena de horribles recuerdos y vergüenza. —No creo que haya mucho que pueda hacer con este tampoco —dijo Granger—. En términos de curación, quiero decir. El pensamiento pareció entristecerla. —El mío es un recuerdo de algunas decisiones terribles. Está bien merecida. La tuya, la tuya es una desafortunada tragedia. —Lo es —dijo Granger. Luego agregó—. Bueno, ambas son tragedias de diferentes maneras. El perdón más justo, hizo que Draco quisiera huir. Permanecieron en silencio. Y ahora ella conocía algunas de sus penas y él conocía algunas de las suyas. Había intimidad en ello; a ser visto. Era desconocido, tierno al tacto, desconcertante. Permanecieron en silencio y, sin embargo, no era silencio; era espeso, denso y arremolinado. Pesaba sobre sus tímpanos y pecho como una presión. —Me gustaría una conclusión concisa, o palabras de sabiduría —dijo Draco, para cortar la tensión. —Sí, por favor —dijo Granger. Parecía aliviada. —Me refiero a que sean tuyas. Granger juntó las manos delante de ella y miró hacia las estrellas, como si pudiera encontrar la concisión allí. —El cadáver reanimado de un hombre que nos dejó estas cicatrices está bastante muerto. —Y estamos vivos. —Creo que eso es suficientemente bueno. Draco se bajó la manga y se abrochó los gemelos. Granger devolvió su cicatriz a la discreta mancha borrosa. —Es una noche demasiado hermosa para ser sensibles —dijo Draco. —No sueno tan correcta —contestó Granger. —Lo haces. ¿Vamos a echar un vistazo a las rosas? Ten tus éxtasis femeninos listos.

Recorrieron el camino que se curvaba a la luz de las velas hasta que llegaron al jardín de rosas. A sus pies, violetas de medianoche se asomaban aquí y allá, atraídas por la luna creciente. Sus pasos eran lentos, y borrachos, y deliciosamente sin rumbo fijo. Fue perfecto; Draco sabía muy poco de rosas para dar un recorrido real y Granger se contentaba con deambular de una a otra sin plan ni propósito, tocando sus pétalos sueltos. Bonitos nombres salieron de sus labios cuando reconoció algunos: Annabelle, Wildfire, Apolline, la duquesa, Ivory Kiss, Claire, Crimson Romance. Las luces flotantes brillaban entre los rosales. Los pétalos flotaron en el camino. Un ruiseñor cantaba y las fuentes gorgoteaban. Granger, con una especie de borrachera de ojos soñadores, dijo que era como estar en un claro encantado. Draco deseaba intentar ser con ella un tanto sentimental, pero también se encontró en un estado de ánimo suave y apacible. Acariciaba o anhelaba el tipo de humor con el que podría decirle a una bruja que sí, que las rosas eran dulces, pero que ella lo más dulce en el jardín, sólo para verla sonrojarse. No lo hizo, porque estaba hecho de un material más fuerte. Fragancias delicadas y escurridizas, jugaban con sus narices. Granger trató de nombrar los aromas y le mostró las rosas a Draco, para que pudiera intentarlo, y se paró junto a ella, más cerca de lo necesario, e hicieron conjeturas ociosas juntos: manzana, vainilla, clavo, mirra, miel, entre los damascos. Su mente empapada de vino recogía impresiones. Cercanía deliciosa. Estar lo suficientemente cerca como para sentir su calidez. Le adosó la rosa a la cara, tan cerca que sus labios rozaron sus pétalos; la luz de la luna yacía en su piel; los rizos de cabello escapaban de su nuca; la comisura de su boca... la mordedura de su labio; pestañas contra una mejilla. Se trasladaron a la siguiente rosa. Granger estaba convencida de que ésta olía a albaricoques. Draco se paró detrás de ella y se inclinó sobre su hombro. Para él, era mandarina. Granger lo olió de nuevo y dijo que no, albaricoques, sin duda. Y Draco se inclinó más cerca y dijo que no, mandarina, no seas tonta. Granger teorizó que podrían haber encontrado una rosa Amortentia; eso explicaría la discrepancia. Draco dijo que se aseguraría de registrar este descubrimiento. Pasaron a la siguiente, una espléndida rosa blanca. Granger ahuecó su pesada cabeza y la sacó. Draco volvió a ponerse detrás de ella y ambos la olieron al mismo tiempo, y la mejilla de ella rozó su barbilla. Se contuvo, justo a tiempo, cuando estaba a punto de ponerle una mano en la cintura. Así era el camino a la locura. La curva de sus faldas rozaba la parte delantera de sus pantalones. Su cabello le hizo cosquillas a un lado de la cara. Granger dijo que era coco y lo desafió a estar en desacuerdo. Draco no estuvo de acuerdo, por supuesto, era kiwi. «¡¿Kiwi?!», repitió Granger. «Kiwi», dijo Draco. Granger dijo que lo enviaría a un otorrinolaringólogo, si no detenía esta tontería. Draco replicó que la única tontería aquí era la palabra otorrinolaringólogo. La dulce parálisis se apoderaba de él nuevamente, de no querer moverse, de ligereza en sus venas,

de miembros sin peso y párpados pesados. Quería poner la barbilla donde el cuello de ella se unía al hombro y simplemente quedarse allí. Quería decirle cosas al oído y sentirla temblar contra él. Quería quedarse aquí, siendo estúpido sobre el kiwi, por una era o dos... quería flotar. Era el vino, sin duda... ¡y las alcachofas! Se trasladaron a las siguientes rosas, pequeñas cosas silvestres que crecían en racimos y olían a vetiver. Granger preguntó si podía elegir una. Draco lo hizo por ella; parecía poco caballeroso no hacerlo. Y él se la dio, su brazo la rodeó por detrás, y las yemas de sus dedos se tocaron, y eso fue lo más cerca que pudieron estar: a rozarse las yemas de los dedos con una rosa. Ella lo miró por encima del hombro para darle las gracias, y sus ojos se encontraron, y los de ella eran oscuros y curiosos, y los de él eran claros y agudos: eran universos que chocaban. Eran todas esas contraposiciones de Luz y Oscuridad, Nacidos de Muggles y Sangres Pura, Orden y Mortífagos, y una terrible incompatibilidad tras otra terrible incompatibilidad. Se conjugaban todas las polaridades violentas que los hicieron quienes son. Cayeron un poco el uno contra el otro, en ese momento de colisión, un poco borrachos, un poco enredados en el alma. Deslizó la rosa en su cabello y se alejó. Llegaron al final de la rosaleda, donde los setos se hacían más densos y se podían decir estupideces con mayor libertad. Donde las incompatibilidades terribles dejaron de significar tanto, porque aquí, entre las ramas verdes y el susurro de la brisa, eran sólo un hombre y una mujer, deambulando por un jardín, como idiotas con las rosas. Encontraron un asiento en un banco de piedra cerca de una fuente adornada con cupidos regordetes. Granger dobló las piernas debajo de sí misma. La rosa en su cabello estaba torcida, por lo que Draco se estiró para arreglarla, esperando hacerlo suavemente, pero descubrió que estaba paralizado por una sensación de exquisito nerviosismo, como no lo había sentido desde que era un adolescente. Granger exhaló un gracias. Sus mejillas estaban rosadas. Hablaron de cosas triviales, y no triviales, de rosas, y armarios, y cicatrices, y guerra, y alcachofas, y pastel de pescado. Miraron hacia las resplandecientes estrellas, y los pájaros nocturnos gorjearon sus melodías sobrenaturales, y las rosas dejaron caer sus pétalos en una hermosa melancolía. Pasó una hora, y luego dos, y luego tres, aunque se sentía como si acabaran de sentarse uno al lado del otro en aquel húmedo banco entre las rosas para pasar la noche. El recuerdo de aquella noche permanecería con Draco durante mucho tiempo después, porque había sido besado por la luna dulce, porque la luz de sus ojos se había anegado de ella, porque se embriagó con el sabor del vino, porque no olvidaría el brillo de las estrellas en la fuente, ni la lenta seducción de las rosas. **~**~** Vocabulario y otras anotaciones: * Il faut se laisser ensorceler: «Hay que dejarse hechizar».

Chapter End Notes

Antes que nada, por favor démosle la bienvenida a Eva, quien se une a nosotras como beta de esta increíble historia. Así es, ahora hay tres personitas revisando que la historia sea tan perfecta como lo es en inglés. ¡Bienvenida, Eva! ¿Qué les pareció? ¿No aman estas interacciones que no son interacciones románticas pero que obviaaamente sabemos que lo son? ¡Gracias por leer!

Hacer las paces Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva **~**~**

¡Por favor únete a mis gritos sobre esta maravillosa comisión del jardín de rosas por Makiblue_art!

También es un placer para mí compartir mi dirección de arte súper profesional para la comisión,

de modo que puedas apreciar el producto final en contraste. **~**~**

**~**~** «Tengo algo para ti», fue el mensaje que llegó de Granger una semana después. «Creo que muchos lo llamarían una pista; sobre el exhibidor de Nundu. «¿¿¿Cuál???», respondió Draco. «Voy a dar clase. ¿Podemos reunirnos a las 6?», preguntó Granger. «¿Dónde?» «En el café del Trinity» , contestó Granger. «Tengo otra reunión ahí primero. Si llego tarde, no entres gritando sobre escobas. Es con un muggle». Draco estaba agradecido por sus instrucciones, ya que normalmente llegaba temprano y entraba a los cafés gritando sobre escobas. Arrojó el Bloc a un lado para revisar el horario de Granger. El muggle en cuestión era Gunnar Larsen, el director de Skjern Pharmaceutics. A las 5:55 p. m., un Draco Desilusionado se dirigió al café muggle en el Trinity College, intrigado por la aparente pista de Granger sobre Talfryn. La vio a través de la ventana del café, todavía enfrascada en una conversación con un hombre. Draco se había formado una cómoda imagen mental de este tipo, de Larsen: un tipo de científico pequeño y delgado, probablemente calvo y con anteojos. En cambio, sentado al otro lado de la mesa de Granger, estaba un hombre de uno ochenta y tantos metros con cien kilos encima. Su cabello era rubio rojizo, al igual que su impresionante barba, y sus ojos eran de un azul penetrante. Era un vikingo con un traje de tres piezas. Probablemente había más pelo rizado en el pecho asomando por la parte superior de su cuello que el que Draco consiguió desde la pubertad. Draco decidió que no le agradaba. Desilusionado, entró en el café detrás de un cliente que salía y se apoyó contra una pared para escuchar a escondidas. Granger y el vikingo estaban charlando principalmente en jerga (la de él, con un ligero acento). Granger estaba explicando, con esa forma tan apasionada suya, algo sobre los sistemas inmunológicos adaptativos y los microambientes. Larsen respondió algo sobre la terapia con inhibidores de puntos de control, a lo que Granger respondió con gran entusiasmo. Los ojos del vikingo estaban clavados en Granger de una manera que a Draco no le gustó. Había algo depredador en él, algo hambriento. Y Granger estaba gesticulando demasiado emocionada sobre nanobiología como para darse cuenta. Las sospechas comenzaron a filtrarse: ¿este musculoso muggle intentaría robar sus ideas? ¿Lucrar con ella? ¿Comérsela, literalmente? Sólo había una manera de averiguarlo. La inmersión de Draco en la mente del hombre terminó tan pronto como comenzó. Se encontró rebotando contra unas barreras mentales extremadamente sofisticadas, unas que sólo tendría un Oclumante altamente entrenado. Así que Granger estaba equivocada; ese hombre no era un muggle. El vikingo al sentir el intento de intrusión se giró hacia donde Draco estaba Desilusionado. Sus penetrantes ojos recorrieron las mesas abarrotadas, tratando de identificar a su atacante.

Granger le preguntó: —¿Está todo bien? Larsen se volvió hacia Granger. —Sí, mis disculpas, profesora. Creí escuchar algo… Continuaron la conversación, aunque las respuestas de Larsen se redujeron a monosílabos distraídos. La primera reacción de Draco, que era arrojar al hombre a través de una mesa y preguntarle a qué estaba jugando, se vio entorpecida por la multitud. Por no hablar del hecho de que Draco no estaba realmente seguro de poder arrojarlo. Su segundo pensamiento fue aturdir a Larsen y desgarrar su mente para descubrir cuáles eran sus planes, pero de nuevo la multitud y, además, el hombre que era un gran Oclumante lo imposibilitaron. En todo caso, tendría que ablandarlo primero, luego convertir su cerebro en puré. Granger miró la hora y se apresuró a terminar con la reunión. Larsen le estrechó la mano (en realidad, todo el brazo) y se abrió paso entre las mesas. Draco lo vio observar sistemáticamente a todos los clientes del café mientras caminaba hacia la puerta. ¿Fue únicamente por memorizar rostros o también era un legeremante? Draco siguió a Larsen a la calle con vagos pensamientos para Aturdirlo por la espalda y aparecerlo en una celda de detención de Aurores con el fin de tener una charla amistosa. Sin embargo, tan pronto como Larsen encontró una puerta fuera de la vista del público muggle, desapareció. Nada de esto le gustó a Draco. Era una mezcla de irritabilidad y perplejidad para cuando se reunió con Granger en el café, y ya había eliminado la Desilusión. Por su parte, Granger -quien no tenía idea de lo que acababa de ocurrir- lo recibió con un alegre saludo. Ella le había comprado un café y una de esas panna cotta de café con caramelo, pero no era el momento. —Vamos a tu laboratorio —dijo Draco en lugar de un saludo—. Tenemos que hablar en privado. La alegría de Granger se desvaneció. —Oh, pero yo... —En privado —repitió Draco. Granger agarró el café y la panna cotta mientras Draco la sacaba de la cafetería. Cuando llegaron a la oficina de Granger, ella se sentó en su escritorio y Draco comenzó a pasearse de un extremo al otro de la pequeña habitación. —¿Vas a decirme lo que está mal? —preguntó ella. Draco hizo una pausa en su paseo, su túnica de Auror azotaba dramáticamente contra sus botas. —Larsen... No es un muggle. Las cejas de Granger se elevaron hasta la línea del cabello.

—... ¿Qué? Draco reanudó su paseo. —Estaba ocluyendo mientras hablaba contigo en el café. Lo que sea que te haya dicho que es, no es verdad. Granger miró fijamente. —Voy a dejar de lado la pregunta del por qué estabas espiando a mi invitado en una reunión que no tenía nada que ver contigo... —Excelente, porque eso no es lo importante. —...Pero he investigado a Larsen. Verifico los antecedentes de todas las personas que considero para colaboraciones. Él es todo lo que dijo que era. —Aquí, Granger se levantó y rebuscó en un archivero, y sacó algunas hojas de papel—. Doctorado en el LMU Múnich, la Comisión Europea ha confirmado todas sus patentes, su empresa se hizo pública el año pasado y hay muchísimas... Me incitó a visitarlo, en realidad... —¿Te incitó a visitarlo? Puedo decirte desde ahora que no irás. ¿Por qué finge ser un muggle? —No sé. ¿Quizás no sabe que soy una bruja? Lo conocí en una conferencia muggle. No suelo presentarme como «Doctora Granger la Bruja» en esos eventos. Él podría hacer lo mismo. Granger miraba a Draco como si estuviera haciendo mucho alboroto por nada. Draco no estuvo de acuerdo. —¿Y la Oclumancia? —preguntó Draco. —No tengo ni idea —admitió Granger, presionando un dedo en su labio mientras pensaba. —Él sabe que eres una bruja —dijo Draco—. Debe hacerlo. El mundo mágico es demasiado pequeño como para que él nunca haya oído hablar de Hermione Granger, a menos de que tenga nano-orejas encima de su nano-cerebro. —¿Nano-cerebro? Es un científico bastante brillante. —Y también un brillante Oclumante... Uno que estaba ocluyendo, por si echabas un vistazo a su mente... —Lo que nunca haría. Ni siquiera soy una Legeremante... —...Si lo fueras, no verías nada; está escondiendo algo. —Draco casi tropezó contra la pared y giró para avanzar de nuevo. —¡Deja de rebotar como una maldita pelota de ping-pong! —Me gustaría interrogarlo —declaró Draco. —¿Interrogarlo? —Amistosamente. —Por favor, dime en qué consiste un interrogatorio amistoso de Draco Malfoy; me encantaría reírme.

—Te usamos para atraerlo al pub, que tome algunos tragos... más que unos pocos con el tamaño del tipo. Un poco de Veritaserum, sólo porque sabe cómo ocluir. Lo sacamos por la parte de atrás, lo atamos, abrimos sus ojos et voilà: ¡Respuestas! Se despertará con un poco de dolor de cabeza y que siga su feliz camino... —¿Y tú? ¿Una linda multa y la pérdida de tu trabajo por violar como treinta leyes? Draco desechó esas molestas y nimias preocupaciones. —¿Puedo sugerir que, en mi próxima reunión con él, simplemente le pregunte? —dijo Granger. Draco detuvo su paso para considerar esto. —¿Y crees que será honesto contigo? —No sé. Pero es un comienzo, y un enfoque bastante menos drástico que el tuyo. —¿Cuándo lo verás la próxima vez? —Vamos a reanudar las conversaciones dentro de quince días. —Está bien. Pero estaré allí. Granger abrió la boca. —No —interrumpió Draco—. Este es el mismo hombre que conociste la semana en la cual alguien revisó tus protecciones... ¿Quién te mintió acerca de ser muggle? ¿Y quién estaba Ocluyendo tan fuerte que me lastimé el cerebro tratando de entrar? No discutas conmigo. —...Sólo iba a preguntarte si podrías ir Desilusionado si estarás en la misma habitación. De esa manera, no sospechará inmediatamente que tengo una escolta. —Ah, claro. —Draco se dirigió al otro extremo de la oficina—. Pero estaré cerca. No me gustó cómo te miró. —¿Cómo me miró? —Fue muy... fue demasiado insistente. Una de las cejas de Granger se arqueó hacia él. —Te aseguro que sus ojos no son ni la mitad de penetrantes que los de otras personas. —Sólo no me gusta, no me da buena espina. —dijo Draco, agitando su túnica a su alrededor para girar de nuevo. —¿Y eso qué significa? —No sé... Instintos, Granger. Me gustaría que estuvieras más en contacto con los tuyos. —Por regla general, prefiero los hechos concretos —olfateó Granger—. ¿Podemos dejar, por un momento, el misterio de Larsen, para hablar de tu convicto? ¿Y te sentarías antes de que tus vueltas me mareen? Draco se sentó.

—Él no es un convicto hasta que sea juzgado y sentenciado, pero sí, «Lars el Asno» puede esperar. Dime qué has estado haciendo... Sin permiso, por supuesto. Quisiera dejar constancia de mi desaprobación, por cierto. La mirada que Granger le lanzó no lo impresionó. —Ah claro, porque me pides permiso para interferir en mi vida todo el tiempo. —Eso es un asunto completamente diferente. —Disiento vehementemente. Pero no nos distraigamos, o nunca llegaremos al punto. Draco le hizo un gesto para que continuara. Ella le lanzó una dura mirada que le informaba que no necesitaba su permiso. —Pensé en lo que dijiste, en cómo tu hombre estaba manteniendo a raya a un Nundu. Se supone que son casi imposibles de mantener en cautiverio. —Es correcto. Granger sacó algunos documentos de un sobre. —Supuse que ya habrías consultado a todos los proveedores o fabricantes de tranquilizantes en el Reino Unido, mágicos o muggles, para ver si podías encontrar algo interesante. —Naturalmente. —Mi opinión es que está encontrando un suministro de agentes incapacitantes en el extranjero mercado negro-, de lo contrario, las grandes cantidades que está ordenando seguramente llamarían la atención. Y supuse que también habrías investigado todos los sistemas remotos de distribución de drogas que se te podían ocurrir, para ver si eso conducía a alguna parte. —Obviamente. —Draco rodó la mano en un gesto de impaciencia—. Pasa directamente a los hallazgos, por favor. Granger le dio una mirada larga informándole que llegaría a los hallazgos cuando fuera el momento y que, si algún idiota impaciente tuviese objeciones, podría irse al carajo. En cambio, las manos de Draco se ocuparon de la panna cotta. Granger continuó: —Dado que tu hombre es un mago, pensé que sería poco probable que se decantara por un proyector de dardos; no sabría cómo usar un arma. Tampoco podría instalar un sofisticado sistema de vaporización para el compuesto inmovilizador que está usando, no si está saltando por todo el país con esa pobre bestia a cuestas. Los ingeribles serían demasiado difíciles de dosificar, especialmente si el Nundu se negara a comer. —Todas las deducciones son excelentes. —El sistema más portátil y a prueba de fallas sería algo mágico que pudiera modificar para usar una jeringa balística, llena con el tranquilizante de su elección, donde sea que lo obtenga. Y resulta que hay muy pocos fabricantes de jeringas balísticas a nivel mundial. ¿Lo sabías? —No —contestó Draco.

—Yo tampoco. Fue un descubrimiento conveniente: redujo bastante la búsqueda. —Granger empujó su documento hacia Draco—. Este hace la mayoría del negocio con Reino Unido: una empresa alemana. No tenemos una demanda masiva de las cosas, en su mayoría hay un puñado de zoológicos muggles. Pero hay un comprador privado que ha estado haciendo grandes adquisiciones repetidamente durante los últimos tres meses. El fabricante tendrá una dirección de envío registrada. La manera en la que decidas obtener esa información, la dejo a tu criterio. Draco tomó el documento, inseguro de determinar qué lo impresionó más: si el trabajo de Granger o el hecho de que ella, de alguna manera, había sacado tiempo para hacer esto entre su obscena cantidad de compromisos existentes. —Gracias —dijo, examinando el documento. —Es un intento de hacer las paces —contestó Granger—. Además, me siento muy mal por el Nundu. Esto hizo que Draco suspirara entre dientes. —Si esto lleva a alguna parte, tendré que hacer las paces por lo de McLaggen. —No estoy segura de que eso sea posible —dijo Granger, arrugando la nariz—. Vi cosas... Escuché cosas. —Te ofrecería un Obliviate, pero... Hubo un golpe en la puerta. Uno de los estudiantes de Granger llevaba un paquete, algo con un agente de refrigeración que goteaba ligeramente, para ser firmado. —Un proyectito —dijo Granger en respuesta a la mirada interrogativa de Draco—. Uno de... bueno, demasiados. —Entonces te dejaré para que te ocupes de eso —dijo Draco, levantándose. Mientras Draco se dirigía a la puerta, Granger lo llamó: —¿Malfoy? —¿Qué? —Ten cuidado, ¿sí? Draco se despidió por encima del hombro y se fue. La pista de Granger terminó siendo bastante sólida. ¿Cómo podría ser otra cosa? Era Granger. La dirección de envío llevó a Draco a un importador indescriptible, que estaba pasando las mercancías a un conocido sinvergüenza de poca monta, que las estaba transfiriendo a un almacén, al que estaban accediendo a horas indecentes por un puñado de otros delincuentes conocidos, que los dejaban en un fuerte en ruinas en Norfolk. El fuerte estaba sospechosamente bien protegido como para ser un lugar abandonado. Y los muggles cercanos habían presentado recientemente quejas de ruido, al parecer, algo rugía de vez en cuando, a eso de las dos de la mañana. Draco informó a Tonks y comenzaron a formar un equipo mixto de Aurores y Magizoólogos, preparándose para una incursión a gran escala en tres días. Y Draco se quedó pensando qué haría para enmendarse. Ahora estaba en deuda con Granger...

¡maldita mierda! «Mañana mantén libre tu tarde», le escribió. «Tengo que dejarte algo». «Si es la cabeza de McLaggen en una bandeja, puedes quedártela», contestó Granger. «Nunca sería tan burdo», respondió Draco. «¿No?» «Haría algo más elegante; lo usaría como abono para los jardines y luego te enviaría un ramo». «Una encantadora combinación de caballerosidad y psicopatía», fue la seca respuesta. «Estaré en casa después de las 8». Draco se apareció debidamente en la cabaña de Granger después de las ocho, llevando algo precioso que no era la cabeza cortada de McLaggen. Granger parecía inusualmente cansada. Draco sabía por su agenda que había estado trabajando muchas horas en su laboratorio esa semana, pero ver las sombras debajo de sus ojos lo hizo reflexionar sobre qué tan tarde. Sin embargo, se alegró de encontrarla en la mesa con los restos de una comida real: algún tipo de estofado, pan y un tazón de yogur. No hizo ningún comentario; no necesitaba un «te lo dije» para saber que su idea había sido excelente. Granger lo miró a él y a su paquete rectangular con cautela. —Bueno, supongo que es la forma incorrecta para la cabeza de McLaggen. —Tal vez lo puse en una caja, sólo para engañarte. —Una caja bastante grande. —Tal vez sea un brazo. —Iugh. —Las manos de Granger estaban juntas frente a ella, pero con nerviosismo, como si supiera, lógicamente, que no sería una parte del cuerpo, pero también conocía a Draco lo suficiente como para no estar demasiado segura de eso. Draco colocó el paquete sobre la mesa con cuidado. —Primero, quiero que sepas que fue un absoluto dolor de cabeza encontrarlo. —Ah, ¿sí? —En segundo lugar, quiero que sepas que originalmente iba a usar esto para chantajearte. Este comentario hizo que Granger se cruzara de brazos. —¿Me ibas a chantajear? —Bueno... Más como sobornarte. Ahora los brazos de Granger estaban cruzados y su cadera ladeada. La desaprobación y la diversión lucharon por la primacía.

—¿Me ibas a sobornar? —Sí. —¡¿A cambio de qué?! —Para que me digas de qué se trata tu proyecto —dijo Draco, aflojando el grueso satén que envolvía el objeto. —Eres un sinvergüenza. —Aunque no lo hice, ¿verdad? —No. Supongo que eso mostró una verdadera fuerza de carácter —dijo Granger. Draco se hizo a un lado y le indicó a Granger que se moviera. Se acercó a la mesa, mezclando curiosidad y preocupación en sus ojos. Los envoltorios de satén cayeron para revelar una caja con ornamentos tallados. Granger lo miró. —Si esto es una cabeza, gritaré. —Ábrelo. —Draco se encontró conteniendo una sonrisa. Granger levantó la tapa de la caja. En su interior, entre los pliegues de la seda más fina, había un libro. Su título brillaba en letras de oro gastado: «Revelaciones». Granger jadeó y dio un paso atrás, sus manos volaron a su clavícula. Entonces ella dijo, en una especie de chillido entrecortado: «¡¿Cómo?!» —Un amigo de un amigo. —Pero... Pero la última copia intacta fue destruida cuando Glyndwr se incendió... —¿Era la última? —Draco se apoyó contra la mesa para asimilar mejor el vértigo—. ¿Estás segura? Granger se acercó a la caja de nuevo y miró por encima, como si el tomo pudiera desaparecer si se sentía demasiado observado. Luego, sin una palabra de advertencia, se lanzó hacia Draco, agarró su rostro y le plantó un beso en cada una de sus mejillas. Antes de que él pudiera siquiera emitir una respuesta, ella lo había soltado. Ahora estaba de vuelta en la caja, con las manos juntas sobre la boca. —¡Esto no puede ser! Estoy soñando. Mientras tanto, Draco se estaba recuperando del alegre asalto a su persona, y pensaba que Granger se había sentido bastante bien presionada contra él, y olía bien, y sus labios eran suaves. Ella se había alejado demasiado rápido como para que él pudiera hacer algún tipo de evaluación adicional. Lo cual, francamente, era una lástima.

Pero era Granger por quien estaba anhelante, así que él también debía estar soñando. Ahora ella caminaba en un círculo, murmurando sobre una abadía en llamas. —No puedo quedarme con esto —dijo finalmente—. Es demasiado precioso. Cuando lo haya estudiado... ¡Oh!, espero que las partes que me faltan existan en este. Tendré que dárselo a una de las bibliotecas. No puedo quedármelo. —Haz lo que quieras con eso. Es tuyo —dijo Draco con un indiferente encogimiento de hombros. El despreocupado encogimiento de hombros fue para mostrar que él estaba inmunemente tranquilo, en lugar de sentirse estúpidamente complacido de que ella fuera tan feliz. —Dios mío —dijo Granger, llevándose las manos a las mejillas, que estaban muy sonrosadas—. Creo que, si hubieras tratado de sobornarme con esto, habría funcionado. —¿Lo habría hecho? A la mierda todo. —Draco puso un brazo entre Granger y la caja—. Me retracto. No puedes tenerlo. Granger le lanzó una mirada de sumo reproche que, por supuesto, no le causó ninguna impresión. —Tú no me harías eso —dijo Granger. —¿No lo haría? —No, acabamos de establecer que tienes una verdadera fuerza de carácter. —Mentí: soy un traidor pusilánime y cobarde. —Podría haberlo creído si no hubieras proporcionado evidencia de lo contrario en los últimos años —¿Qué evidencia? Lo niego todo. —Eres el favorito de Tonks, y no es porque huyes de los malos. —¿Soy su favorito? Tssss... ¿Ella te lo dijo? —Lupin. —Tonterías —dijo Draco, aunque estaba bastante complacido. Granger presionó un sólo dedo en su mano y, desde ese poderoso punto de apoyo, él bajó el brazo. —Supongo que este regalo indescriptiblemente precioso debe significar que mi pista sobre Talfryn te llevó a alguna parte. —Lo hizo. Ahora sabemos dónde está. —Dale mis saludos cuando lo traigas. ¿Qué pasará con el Nundu? —Algunos magizoólogos se unirán a nosotros en la redada. Evaluarán a la bestia y decidirán qué hacer con ella. Granger asintió. Entonces su atención volvió a centrarse en el tomo de la caja ornamentada. Draco vio la impaciencia educada y contenida en su postura, en la forma en que giraba la punta de su trenza.

—Los dejaré a solas, ¿está bien? —dijo Draco. Granger lo miró, pero le dedicó una sonrisa. —Escríbeme la próxima vez que te reúnas con Larsen —dijo Draco—. No he terminado con él. —Entendido. —Y si aparece de forma imprevista, cualquier tipo de encuentro casual inesperado, activa la baliza de socorro. ¡Tres vueltas en el anillo! No lo olvides. Granger apartó su atención del libro para mirarlo con sorpresa. —¿En serio? —Sí. —¿Incluso si me lo encuentro cuando salga a comprar leche? Draco levantó una mano para detenerla. —En primer lugar, te las arreglas para salir a comprar leche una vez al año... —Oye. —...En segundo lugar, sí, especialmente en esa clase de reunión improvisada. No confío en él. Ningún mago se ocluye durante toda una conversación a menos que esté ocultando algo importante. —Está bien, está bien —dijo Granger—. Que te Aparezcas en Tesco con tu equipo completo de Auror sería sumamente divertido de presenciar, de todos modos... Lo acompañó hasta la puerta y se apoyó contra el marco mientras Draco preparaba su varita para desaparecerse. Una mirada de despedida hacia ella se convirtió en una doble, porque Granger, con los brazos ligeramente cruzados, sus ojos cálidos y el recuerdo de una sonrisa en sus labios... Casi parecía como si a ella realmente le gustara. —Gracias de nuevo —dijo ella—. Por el libro. —Hacer las paces. —Se encogió de hombros Draco. —Una justa y equitativa reparación por todos los daños causados. —Guardaré la cabeza para la próxima. Granger se rio. —Mejor que sea el ramo... —Genial. —Adiós, Malfoy. La desaparición usualmente va acompañada de ligereza, ¿verdad? **~**~**

Arte sobre este capítulo: Jardín de rosas por makiblue_art Jardín de rosas por Hobbyhopping

Chapter End Notes

¿Cuándo sabremos qué pasó con el Nundu? Bueno, justo ahora. ¡Ve!

El Nundu: épocas difíciles para Draco Malfoy Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva **~**~**

**~**~** Draco se sentía genial. Él y otros cuatro Aurores habían establecido una amplia Barrera Antiapariciones a medio kilómetro de distancia del fuerte, con las viejas ruinas al centro. El equipo había sido informado, por los magizoólogos que los acompañaban, sobre los peligros del Nundu: su veneno letal sin antídoto conocido, su agresión y su perversa agilidad.

El Nundu. (Imagen: thetimes.co.uk) Los Aurores debían lidiar con los malvados magos y los Magizoólogos con la bestia.

A la señal de Draco, comenzaron su sigiloso asalto al fuerte. Los Magizoólogos eran un grupo bien entrenado que se mantuvo muy por detrás de los Aurores Desilusionados, según sus instrucciones. Dos vigilantes medio dormidos fueron aturdidos, silenciados e inmovilizados con esposas. Luego, los Aurores se trasladaron al fuerte propiamente dicho, después de que Draco hubiese eliminado las protecciones de la puerta y Buckley se ocupara del complejo y mágico mecanismo de cerraduras. —Hecho en Alemania —murmuró Buckley a modo de disculpa por haber tardado tanto. Ahora avanzaban por pasillos mal iluminados plagados de protecciones mal colocadas. Draco se encargó de esto último mientras Buckley levantaba su varita en un hechizo de detección. Hizo una señal a dos guardias más adelante, a la que Goggin y la joven Humphreys avanzaron sigilosamente para encargarse de ellos. Se encontraron con una sala de guardia, que era un desastre de muebles decrépitos y sacos de dormir nuevos, comida vieja, y montones, y montones de jeringas balísticas que habían resultado esenciales para rastrear a Talfryn. Dos Aurores se mantuvieron como centinelas mientras Draco y los demás llamaban a los Magizoólogos para inspeccionar las jeringas y su contenido. Llegaron a la conclusión de que era clorhidrato de etorfina: un opioide muggle. —Muy potente —dijo la mayor de los magizoólogos; una bruja llamada Ridgewell. Los muggles lo usan para derribar rinocerontes. Un chorro de esto detendría un corazón humano en medio minuto. —Caramba, aquí tienen suficiente para dos docenas de rinocerontes —dijo su compañero más joven. —O un Nundu muy grande. Descubrieron un alijo de pequeñas ballestas en un rincón oscuro. Después de una breve conferencia, dos de los magizoólogos se equiparon con ellas. —Tenemos nuestros propios sedantes —dijo Ridgewell—, pero sabemos que estos funcionarán, si los nuestros no lo hacen. —Esperen aquí —dijo Draco mientras abría la puerta del siguiente pasaje. —Seguiremos adelante y despejaremos el camino. ¿Y qué es ese maldito olor? ¿Es...? Ridgewell olfateó el aire, pareciendo un Setter inglés a punto de señalar. Había un olor desagradable y acre que se filtraba en la habitación. —Eso debe ser el Nundu —dijo Ridgewell—. Un macho, a juzgar por la potencia. Si lo ven, no hagan contacto visual, muévanse lentamente y vuelvan con nosotros. No estoy segura de que el encantamiento de Desilusión funcione con felinos mágicos. Draco, que estaba bastante más interesado en Talfryn que en el Nundu, se deslizó por el pasillo, flanqueado por Buckley y Humphreys, y con Goggin en la retaguardia. Fernsby se quedó protegiendo a los magizoólogos. A medida que avanzaban, sus hechizos de detección sugirieron tres presencias humanas más cercanas en el fuerte, así como cualquier otra persona que pudiera estar detrás de los metros de roca que tenían delante. Y debajo de ellos...

—Algo grande —dijo Humphreys, sosteniendo su varita junto a su oído mientras se arrodillaba en el suelo—. También está gruñendo, me pregunto si es hora de cenar. —Estoy feliz de dejar que los Magizoólogos se encarguen de ese cabrón —dijo Buckley con un escalofrío. Más adelante se oyó un grito de frustración. Los Aurores se acercaron lo suficiente para escuchar a alguien maldecir. —No puedo desaparecerme —dijo una áspera voz—. Inténtalo. —Idiota —dijo con voz arrastrada. Hubo un momento de silencio, y luego...—. Yo tampoco puedo. —¡Mierda! —llegó una tercera voz: la de Talfryn—. Barreras anti-apariciones. ¡Haz sonar la alarma, idiota! ¡Accio escoba! Los Aurores Desilusionados se deslizaron hacia una especie de patio interior. Goggin disparó un Aturdidor sobre el mago desgarbado justo cuando había levantado su varita para dar la alarma. Una escoba pasó zumbando junto a Draco en la oscuridad. Le arrojó un Incendio; cuando llegó a las manos expectantes de Talfryn ya sólo era un palo humeante. —¡Ellos están aquí! —dijo Talfryn, retrocediendo hacia una esquina detrás de un pilar medio derrumbado—. ¡Finite Incantatem! ¡Finite Incantatem! ¡Homenium Revelio! Estaba lanzando los hechizos en la dirección general del pasaje del que habían salido los Aurores, con la esperanza de golpear a alguien y romper su Desilusión. Su compañero restante se unió a él detrás del pilar e hizo lo mismo, obligando a los Aurores a tomar posiciones defensivas detrás de montones de escombros. Talfryn agitó su varita en el aire para activar una alarma de intrusión. De una habitación detrás de ellos llegaron pasos, y luego, de repente, el patio estaba repleto de dos docenas de magos. —Mierda —siseó Humphreys. Las cosas se pusieron interesantes. —Iré a la izquierda con Goggin —murmuró Draco a Humphreys y Buckley—. Ustedes dos quédense aquí y distráiganlos, tengan cuidado de seguir moviéndose para que no los paralicen. Ahora que estaban muy superados en número, la pelea se iba a poner fea. Lo cual era excelente, porque Draco prefería pelear sucio, desilusionado y con un uso liberal de la Legeremancia. Goggin era un excelente compañero; el irlandés era un peleador de corazón y amaba la oportunidad de ensuciarse las manos. La forma Desilusionada de Goggin se balanceaba detrás de él mientras Draco se acercaba a la irregular fila de hombres que se estaba formando alrededor de Talfryn. Siguió adelante, debilitando las filas con Aturdidores mientras Goggin los acababa. Cuando se cansó de lanzar una variedad de Aturdidores y Petrificus Totalus, Draco añadió un poco de sabor a las cosas. Habiendo identificado a los mejores luchadores a través de la observación y la Legeremancia, lanzó algunas de las runas de ética invertida, más exigentes mágicamente, y brevemente, esos oponentes lucharon por los Aurores, hasta que sus colegas les maldijeron con algo de sentido común.

Buckley y Humphreys golpearon la línea de Talfryn con hechizos explosivos y mantuvieron la atención de sus enemigos al frente del patio. Aguamenti estaba siendo rociado donde las cosas (o las personas) se habían incendiado y agregado un pesado vapor a la atmósfera. Esto era ideal para Draco y Goggin, quienes fueron todavía más difíciles de detectar. Continuaron su avance hacia Talfryn. Goggin se colocó detrás de Draco para aturdir a cualquiera que siguiera moviéndose después de que él pasara. Los aseguró con el clic satisfactorio de las esposas La Legeremancia de Draco le mostró la intención de un hombre de derrumbar un pilar en la esquina donde se habían refugiado Buckley y Humphreys. Fatigado por sus continuos lanzamientos de aturdidores, Draco cambió de estrategia: un movimiento de su varita golpeó al mago en las rodillas, luego lo cegó, después cortó sus tendones de Aquiles. Medidas no letales, por supuesto, ya que Draco seguía las reglas... Primordialmente. Gradualmente, sus adversarios se dieron cuenta de una quietud creciente en su flanco izquierdo cuando Draco y Goggin se acercaron, mientras Buckley y Humphreys los golpeaban con un hostil torrente de hechizos. Un desafortunado Finite Incantatem golpeó a Goggin y lo reveló. Goggin se Desilusionó de inmediato mientras Draco levitaba al gran hombre a un lugar a quince metros de distancia, justo antes de que una Bombarda explotara en donde había estado. —Gracias —llegó el susurro ronco de Goggin. Continuaron su avance. Aturdir, maldecir, Legilimens, esquivar Finites Intantatem, aturdir, runas de Ética invertida, Impedimenta, esquivar, cegar, Legilimens, aturdir. Sus números se redujeron de manera alarmante, los hombres restantes de Talfryn ahora también se estaban desilusionando, gritando ¡Protego! y esparciéndose por el patio. Era el turno de los Aurores de disparar Finite Incantatem a diestra y siniestra. La barrera anti-apariciones era un arma de doble filo. Draco deseó fervientemente poder aparecerse al lado de Talfryn y llevárselo, pero apenas estaba a dos tercios del camino. Según el conteo de Draco, sólo quedaban cuatro oponentes, además de Talfryn. Buckley fue golpeado por un Finite que vino de algún lugar cerca de Draco. De repente, en el reino de lo visible, se vio obligado a esconderse detrás de montones de rocas antes de que una desilusión amistosa del lado este del patio lo quitara de la vista nuevamente: Humphreys. Draco labró sistemáticamente el suelo cercano con Petrificus Totalus hasta que atrapó al mago desilusionado que había golpeado a Buckley. Quedaban tres. —Tu hombre va por la cadena —jadeó Goggin. Draco se giró para ver a Talfryn lanzándose a una cadena colgante conectada a una polea antigua. La polea estaba conectada a una gran rejilla colocada sobre un agujero en el suelo. —¡Mierda! —dijo Draco. Ambos Aurores apuntaron desesperadamente Aturdidores de largo alcance a Talfryn. Por algún

milagro, Goggin golpeó la pierna del hombre y Draco su hombro, pero Talfryn ya había envuelto sus brazos alrededor de la cadena y su cuerpo aturdido tiró de ella hacia abajo. Hubo un sonido chirriante cuando la rejilla se deslizó fuera de su lugar. Luego, un gruñido retumbante sacudió las mismas piedras bajo sus pies. El Nundu saltó de su prisión subterránea y ahora estaba suelto en el patio. Un olor fétido lo acompañaba, lo suficiente como para provocar arcadas a los hombres de estómago más débil. Los Aurores gritaron su retirada; no estaban equipados para hacer frente a esta bestia. Draco escuchó la carrera sin aliento de Goggin a su lado mientras corrían hacia el pasaje. El Nundu se volvió hacia ellos. Como suponían, la desilusión no funcionaba en los felinos mágicos. Draco tomó nota para decírselo a Ridgewell, en caso de que sobreviviera lo suficiente como para volver a hablar con ella. La bestia seguía su movimiento, así como el de un puñado de otras figuras invisibles para ellos en el patio. Mientras los ojos del Nundu se deslizaban sobre él, Draco sintió, por primera vez en su vida, lo que se siente ser una presa: la mirada amarilla tenía un efecto paralizante. Los movimientos de la criatura eran tan fáciles y sinuosos que resultaban hipnóticos. Su piel cicatrizada repelente a la magia, erizada de espinas venenosas, se ondulaba mientras caminaba. La varita de Draco se sentía tan inútil como una ramita en su mano. Él y Goggin se quedaron inmóviles y miraron al suelo, como les había enseñado Ridgewell. Era una de las cosas más difíciles que Draco había hecho en su vida. Todos sus instintos le gritaban que huyera o que disparara un Bombarda al rostro de la criatura. Podía escuchar a Goggin maldecir un flujo constante de «joder» en voz baja. Hubo una pelea en el pasillo que conducía a la salida. Dos de los hombres de Talfryn luchaban por pasar antes que el otro. El Nundu saltó, cruzando el patio en dos gráciles saltos. La Desilusión de los hombres se disipó cuando murieron, uno aplastado por el peso de la criatura, el otro casualmente decapitado por el movimiento de una pata. Su cabeza rodó hasta los pies de Draco como una Quaffle ensangrentada. El pasaje era demasiado pequeño para que entrara el Nundu. Volvió su atención al patio, sus fosas nasales se ensancharon, el veneno goteaba de su hocico. Estaba olfateando algo. Otro de los hombres desilusionados de Talfryn salió corriendo. Fue asesinado rápidamente: lo cortó en dos sangrientas mitades con un solo mordisco. Ese fue, según el mejor conteo de Draco, el último de la tripulación de Talfryn. Ahora sólo quedaban los Aurores en pie. El Nundu volvió su nariz hacia el viento. Encontró lo que había estado olfateando: el cuerpo aturdido de Talfryn. Talfryn fue agarrado y lanzado al aire como el juguete de un niño. Golpeó la pared con un musical crujido. Luego, la criatura lo destripó con un simple golpe y comenzó a comérselo. Lentamente, entre los sonidos húmedos de las entrañas de Talfryn siendo sorbidas, Draco y Goggin se dirigieron hacia el pasaje. Draco esperaba que los desilusionados Buckley y Humphreys estuvieran haciendo lo mismo: ningún movimiento repentino, ningún contacto visual, sólo un

alejamiento poco interesante hacia la seguridad. El Nundu levantó la cabeza. Miró hacia el lado este del patio. Humphreys. La criatura caminó hacia la esquina este con una especie de perezosa anticipación. Draco no podía culpar a la joven Auror por la explosión de hechizos que lanzó hacia la bestia; él habría hecho lo mismo si hubiera estado acorralado. Ella envió algo cortante a su cara; se encogió de hombros con un estornudo que esparció veneno en un radio de dos metros. Draco levantó su varita, y el brazo Desilusionado de Goggin a su lado hizo lo mismo. —Confrigo, tan fuerte como puedas —dijo Draco. Movieron sus varitas hacia abajo al mismo momento, haciendo que sus hechizos se entrelazaran y se lanzaran como una bola de fuego hacia el flanco de la bestia. El hechizo explotó al impactar, dejándoles un zumbido en los oídos. Humphreys fue golpeada por la fuerza de percusión de la explosión; golpeó una pared y perdió su Desilusión. Draco podía verla alejarse arrastrándose a través del humo. ¿Y el Nundu? La explosión lo había derribado de costado, pero ahora se puso de pie y sacudió la melena, como si hubiera sido un empujón en broma y no un hechizo mortal. Volvió toda su atención a Draco y Goggin. —Mierda —dijo Goggin. Levantaron sus varitas. La bestia saltó. Goggin lo golpeó con un Bombarda en la boca abierta, lo que les dio un momento de respiro cuando aterrizó a escasos metros de ellos, y soltó una tos empapada en veneno. Casi a quemarropa, el hechizo cegador de Draco fue el siguiente, apuntando a los ojos. Sólo consiguió cerrarle un ojo y hacer enojar a la bestia. Draco y Goggin retrocedieron mientras un zumbido como de neumáticos llenó el aire. Los magizoólogos habían venido. Se asomaron por el pasadizo y acribillaron a la bestia con jeringas balísticas y sus propios tranquilizantes. A esta distancia, la mitad de las jeringas rebotaron en la piel del Nundu. Buckley, cojeando gravemente, arrastró a Humphreys hacia la seguridad del pasadizo. Fernsby hizo guardia frente a los Magizoos y llenó el aire con Protegos antes de salir corriendo a ayudar a Buckley. Ridgewell conjuró una manada de pequeños saltadores que bailaron alrededor de la bestia y la distrajeron por un momento, hasta que vomitó su veneno y todos se disolvieron. Obtuvo suficiente tiempo para que Draco y Goggin se pusieran detrás de una roca. La atención del Nundu se centró en Humphreys y Buckley. Se incrustaron una docena de jeringas en su lomo y cuello, hasta ahora con un efecto menor. Los magizoólogos levitaron media cierva muerta, llena de tranquilizantes, hacia la criatura. Hizo a un lado a la cierva, habiendo aprendido en el curso de su cautiverio a no confiar en ninguna carne

excepto en la que ella misma había matado. Los magizoólogos lanzaron proyectiles llenos de sedantes inhalantes que estallaron a los pies de la bestia. Este había sido su último plan, ya que el inhalante sería tan peligroso para los Aurores como lo sería para la bestia. Draco y Goggin se lanzaron hechizos de cabeza de burbuja el uno al otro y se alejaron tambaleándose. El Nundu atravesó la nube purpúrea con un siseo y, finalmente, mostró signos de desaceleración: un ojo mal cerrado, sangre saliendo de su boca, sedantes en el torrente sanguíneo y los pulmones. Su ojo restante estaba fijo en los tambaleantes Humphreys y Buckley, quienes ahora estaban siendo arrastrados por Fernsby. Draco vio el movimiento de la cola y el descenso de los cuartos traseros que indicaban un salto inminente. Cortó su varita hacia la cadena y la polea, y giró la cadena alrededor de la pata trasera del Nundu justo cuando saltaba. Goggin se unió a él, su varita crujió por el esfuerzo mientras tiraban de la cadena hacia atrás por pura fuerza mágica. El Nundu se vio obligado a retroceder, sus garras cavaron profundos agujeros en el suelo rocoso. El trío herido de Aurores se derrumbó en la relativa seguridad del pasaje, dejando a Draco y Goggin para enfrentar a la bestia. Los magizoólogos se apresuraron a distraer a la criatura, conjurando a una Nundu hembra; ignorada, más carne; empujada lejos, animales de presa; ignorados, una jaula a su alrededor; deshecha y, finalmente, lanzando suficientes agentes inmovilizadores para sedar a doce rinocerontes. Draco ahora podía creer las historias de un solo Nundu aniquilando aldeas enteras al este de África. El Nundu se había derrumbado a medias: los sedantes finalmente estaban funcionando. Su ojo restante estaba borroso, su boca colgaba abierta, sus piernas se quedaron sin huesos. Mostró sus colmillos a Draco y Goggin, mientras una corriente caliente de veneno salió disparada hacia ellos. Lo esquivaron y fueron separados por un silbido de flujo negro purpúreo. Draco estaba del lado del ojo bueno que le quedaba. Apuntó otra maldición cegadora justo cuando la bestia volvía su pesada cabeza hacia él y mostraba sus colmillos de nuevo. Le dio a la bestia en el ojo y, a cambio, esta le atravesó la garganta con veneno abrasador. El dolor de eso conmocionó su sistema. Su encantamiento cabeza de burbuja se desvaneció. Jadeó para respirar y aspiró una bocanada de aire lleno de sedantes. Cuando el Nundu finalmente colapsó, Draco también lo hizo. Draco se despertó con un techo blanco que pasaba como un rayo a su lado, como si él o el techo se estuvieran moviendo a gran velocidad. Hubo voces elevadas y palabras indistintas y sonidos de caos general. Pies corriendo, equipos tintineando, el zumbido de ruedas. Luego se oyó una voz nítida de liderazgo. De algún modo, la voz era tranquilizadora... Era la voz de la Competencia y el Orden, y eso era Bueno. Su cuerpo ya no era su cuerpo; era una cosa compuesta principalmente de dolor. No podía gritar. Sus oídos captaron palabras y las comunicaron a su cerebro entumecido. Envenenado... Depresión respiratoria... Parálisis del diafragma... Dosis letal. Y luego, a la distancia, pudo escuchar un grito. Pero no era suyo... Era de su madre.

—Sáquenla —dijo la Voz de la Competencia—. Hablaré con ella cuando le haya salvado la vida. Draco se despertó con otro techo blanco. Esta vez, no pasó zumbando increíblemente rápido. Él tomó este desarrollo como buenas noticias. Otra buena noticia: no sintió dolor. De hecho, se sentía excelente. Nunca se había sentido tan maravilloso en su vida. Lleno de vitalidad y alegría. —Lleno de analgésicos —dijo una amable voz—. Estás lleno de eso, chico. No intentes levantarte. Iré a buscar a tu Sanador. La amable voz pertenecía a una especie de matrona bruja con túnica verde claro de San Mungo: una enfermera. Draco la vio irse, riéndose del extraño efecto de ojo de pez que se producía en su visión, lo que hizo que su trasero fuera hilarantemente grande. Luego parpadeó y las paredes comenzaron a apretarse hacia adentro. Si cerraba los ojos, veía caleidoscopios, un gato naranja y un Nundu girando uno contra el otro, peleando entre sí en espirales concéntricas, una y otra vez. Abrió los ojos de nuevo. Estaba en San Mungo y estaba vivo. ¿No debería estar muerto? —Deberías —dijo la cortante Voz del Orden. —¿Estoy diciendo todo lo que estoy pensando? —preguntó Draco mirando al techo, con una profunda curiosidad filosófica. —Sí, y lo harás por otras pocas horas, por lo menos. Estás tomando un pequeño cóctel que afecta la neurotransmisión. Era la única forma de controlar tu dolor durante el procedimiento. Probablemente experimentarás alucinaciones, si es que aún no las ha experimentado, por supuesto. La idiotez era fuerte con esto último. En una especie de cámara lenta, Draco giró la cabeza para observar a la sanadora. Su túnica verde oscuro apareció a la vista. Su boca estaba firmemente en línea recta, pero sus oscuros ojos estaban cálidos por la preocupación. Ella era hermosa. La luz detrás de ella resplandeció en un halo cegador. Creyó oír cánticos celestiales. —¿Cómo te sientes? —preguntó ella. —Excelente —dijo Draco—. ¿Eres un ángel? La Ángel-Sanadora hizo todo lo posible por no reírse, lo cual era algo angelical, y sólo confirmaba que tenía una identidad secreta. —Puedes confiar en mí —dijo Draco. Intentó tocarse la nariz, pero se golpeó el ojo—. Guardaré tu secreto. La Ángel-Sanadora no respondió porque estaba leyendo un gráfico. —¿Tuve una operación? —preguntó Draco. —Hablaremos de eso más tarde. Cuando hayas dormido un poco. Algo en su autoritarismo era terriblemente familiar. —Sé quién eres —jadeó Draco. —Eso es bueno.

—Eres Hermione Granger. —Es correcto. —Se puso de pie y su túnica bailó a su alrededor en franjas de color verde—. Tu madre está ansiosa por que la deje entrar. Regresó de Italia por flu tan pronto como le enviamos un mensaje. Pero quiero que primero duermas. Preferiría que controlaras tu boca antes de verla. ¿Está bien? —Bien —dijo Draco. —Excelente. Toma una siesta. Hablaremos de nuevo cuando te despiertes. Draco, con esfuerzo, palmeó la cama. —Únete a mí —dijo Draco. —No. —¿Por qué no? —preguntó Draco en una especie de largo quejido. —Porque no sabes lo que estás diciendo —dijo Granger. Había diversión contenida en su voz—. Espero que, por tu bien, no recuerdes esto. Draco, con un lejano escalofrío de horror, se escuchó decir: —Quiero besarte. —No, no quieres. —Ven y siéntate en mi regazo. —Duérmete, Malfoy. Ahora Granger era una figura borrosa, mezclándose dentro y fuera de las sombras del pasillo. Cerró la puerta detrás de ella. Draco cerró los ojos. El Nundu y el gato continuaron su batalla rotatoria, una y otra vez, hasta que se durmió. Draco se despertó de nuevo. Algo en el sol que entraba por la ventana le dijo que era al día siguiente. Desafortunadamente, recordaba cada palabra de su conversación con Granger. ¿Dónde estaba el Nundu? ¿Podría venir y terminar el trabajo de matarlo? La amable enfermera estaba de vuelta. Estiró un poco las sábanas de Draco y luego aplicó una pasta que olía fuertemente a pino en su cuello. —¿Díctamo? —Vahlia. Debería ayudar con la cicatrización. La enfermera lanzó algunos hechizos de diagnóstico sobre él y pareció satisfecha con los resultados. —Lo está haciendo notablemente bien, señor Malfoy, considerando las circunstancias. Su madre

está aquí. ¿Tiene ganas de verla? No es necesario si no quiere. Draco asintió. Unos minutos más tarde, su madre entró corriendo y lo abrazó en sus delgadas extremidades. Parecía terriblemente conmocionada, pálida y cansada. Se sentó junto a la cama y lo mimó largamente, preguntándole cómo se sentía, cómo se sentía su cuello, si podía respirar, si podía tragar, cómo había dormido, y así sucesivamente, hasta que la boca de Draco se secó y tuvo que pedir agua. Draco se enteró de que su equipo había salido del fuerte con una mezcla de lesiones, aunque ninguna tan grave como la suya. Este era su tercer día en San Mungo. El Nundu había sobrevivido y había sido transportado de regreso a las tierras salvajes de Tanzania. ¿Y los malos? La bestia había tomado sangrienta venganza contra Talfryn y compañía. Muchos estaban muertos y los sobrevivientes a la masacre estaban esperando por su juicio. Narcissa apretó la mano de Draco. Había lágrimas en sus ojos. —Pero basta de ellos. Estoy tan... Tan feliz de verte mejor. Casi te pierdo. No sé lo que hubiera hecho. Narcissa se detuvo y respiró hondo para contener un sollozo. A ella no le gustaba llorar. —Voy a estar bien, madre —dijo Draco. Narcissa se enderezó y se secó los ojos. —No seas arrogante al respecto. Estabas lejos de estar bien, casi mueres. La chica Granger.... Sanadora Granger, fue fundamental. Nadie sabía qué hacer. Ese veneno no tiene antídoto conocido. La mayoría de los sanadores ni siquiera sabían lo que era un Nundu. Yo tampoco, te importa... Qué te poseyó para ir en busca de una criatura así, jamás lo entenderé. Estabas casi muerto, pero ella sabía cosas. Cosas muggles... Creo. Estuvo contigo durante cuatro horas, mientras yo componía tu epitafio completo en mi cabeza. Y cuando regresó, dijo que vivirías. Draco apretó la mano de su madre. Intentó el humor: —¿Escribirías mi epitafio? Me gustaría mucho leerlo. Narcisa sorbió por la nariz. Se levantó y caminó hacia la ventana de espaldas a Draco. Sus delgados hombros temblaron. —¿No puedes tomar un trabajo de oficina? —preguntó entrecortadamente—. ¿Abandonar este terrible asunto de los Aurores? Hubo un golpe en la puerta. Narcissa se secó las lágrimas. Con la espalda erguida y su habitual expresión severa, abrió. Era Granger. Hoy no vestía su túnica de sanadora, era su atuendo muggle de profesora. Otra de esas faldas de talle alto y blusas de seda. —Oh... eh... Siento interrumpirlos —dijo Granger—. Puedo volver más tarde. Draco realmente no pudo ver lo que sucedió después: su madre se abalanzó hacia el pasillo con los brazos abiertos, y todo lo que escuchó fue un «uff» de Granger cuando, presumiblemente, la abrazó

con bastante fuerza. Se escuchó el sonido del llanto. Algunas palabras incómodas de consuelo. Entonces los tacones de su madre resonaron por el pasillo. Su voz, más gruesa que de costumbre, preguntó dónde estaba el baño. —Eh... A su izquierda —vino la voz de Granger—. No, su otra izquierda. Una puerta se cerró de golpe. Luego hubo silencio. Granger asomó la cabeza en la habitación de Draco. —¿Y cómo estamos? —Mucho mejor que ella —dijo Draco. —Ha tenido unos días bastante angustiosos. Estaba convencida de que ibas a morir. —Eso me comentó. —Uno de mis asistentes tuvo que aturdirla. —¿Aturdiste a mi madre? —Sí. Se volvió loca cuando te vio en la camilla. Era un peligro para ella misma y para el personal del hospital. —Lamento mucho que hayas tenido que presenciar eso. La expresión de Granger se volvió bastante melancólica. —Significa que te quiere mucho. Tienes suerte de tener eso. —...Sí. Granger estaba un poco distante, merodeando en la puerta. —¿No vas a entrar? —preguntó Draco. —Oh, no estoy de servicio hoy. Sólo vine para ver cómo te iba. Tengo que estar en el Trinity en quince minutos. —¿Enseñando? —Seré examinadora en la defensa de un Doctorado. —¿Serás amable? —En proporción directa a la solidez de la tesis del candidato. —Granger dio un paso atrás en el pasillo y miró hacia abajo—. ¿Debería enviar a alguien a ver cómo está tu madre? —No, déjala que se recomponga. Ella detesta llorar y aborrece las demostraciones públicas de afecto, y acaba de hacer ambas cosas contigo. —Tal vez debería irme, antes de que ella regrese —reflexionó Granger—. Así no tendrá que revivir la ignominia del abrazo tan pronto.

Draco estuvo de acuerdo. Sin embargo, había una cosa de la que quería hablar, en privado, antes de que Granger se fuera: su idiotez provocada por la anestesia. —¿Me prestas tu varita? —preguntó. —¿Para qué? —Yo, desafortunadamente, recuerdo todas las cosas que dije ayer. —Auch. —Prefiero auto-obliviarme —Sin auto-obliviaciones. Puedes usar Wishkey de fuego, como todos los demás. A veces, Granger era un poco descarada. —Bien —dijo Draco. —Entonces me iré al pub tan pronto como sea posible. ¿Cuándo puedo irme? Granger finalmente abandonó su puesto en la puerta para entrar a la habitación. Examinó la documentación clavada o flotando sobre la cama de Draco. Luego lanzó una serie de hechizos de diagnóstico que brillaron en abstrusos esquemas verdes sobre su pecho. —Francamente, podría darte de alta mañana por la mañana —dijo Granger—. Pero me temo que nada de alcohol durante al menos quince días. Acabas de sobrevivir a una toxina letal, por favor permite que tu cuerpo se recupere antes de comenzar a ingerir otra. —¿Ni siquiera una cerveza de mantequilla? —No. —Pero tengo cosas que necesito olvidar. —Yo también. —La boca de Granger se torció. —Maldita sea —dijo Draco, pasándose la mano por la cara. —Sucede todo el tiempo —dijo Granger. —Todo el tiempo. —Sí. —¿Te llaman ángel todo el tiempo? —De verdad. —¿Y te invitan a una siesta? —Sí. —¿Y te piden que te sientes en sus regazos? —Con tanta frecuencia he dejado de prestar atención. —Mierda —dijo Draco, reviviendo el recuerdo de nuevo.

—Ahora me iré —dijo Granger. Había un trino en su voz, del tipo que indicaba que estaba al borde de la risa. Ella se fue. Draco no lo hizo, -repito, no lo hizo-, miró su trasero mientras se alejaba. Por lo que sabía, algún rastro del cóctel podría hacer que se le escapara algo estúpido. Bueno, sí le echó un vistazo cuando ella ya estaba afuera de la habitación. Narcissa regresó, la nariz empolvada, los ojos con glamour para estar brillantes en lugar de rojos. —Una chica brillante —comentó sobre Granger—. Bastante brillante. Pero, en nombre del cielo, ¿qué llevaba puesto hoy? Draco no le informó que en realidad le gustaba lo que llevaba puesto; Narcissa ya había soportado muchas conmociones. Finalmente, convencida de que su único hijo, su tesoro, el niño de sus ojos, no iba a colgar los zapatos, se retiró a la mansión. Draco se unió a ella allí al día siguiente y estuvo casi asfixiado por las atenciones conjuntas de su madre y los preocupados elfos domésticos. Durante la semana siguiente, cada uno de sus pasos, entre un flujo constante de amigos y simpatizantes, fue perseguido por un elfo o Narcissa que llevaba ungüento, Vahlia, sopas reparadoras o compresas calientes. Languideció en una deliciosa autocomplacencia bajo su cuidado durante los primeros días, y luego se cansó y se ocultó en lugares distantes de los terrenos de la mansión durante el resto de su convalecencia. Una mañana, cuando Draco se sentía lo suficientemente sociable como para acompañar a su madre a desayunar en el comedor, la encontró trabajando duro en un arreglo floral verdaderamente impresionante. Estaba lleno de movimiento: jacintos de colibrí revoloteando, el brillo de las amapolas rubí, la danza de las enredaderas del haya. —Te has superado a ti misma, madre —dijo Draco. —¿Te gusta? Bien. Espero que ella también lo aprecie. —¿Ella? —repitió Draco. Narcissa le echó un vistazo por encima del hombro, como para comprobar que, en realidad, el que estaba detrás de ella era su hijo, y no un estúpido idiota que se había colado sin previo aviso. —Sí, ella: la Sanadora Granger. ¿Quién más? —Le encantará, estoy seguro. —Deberá entregarse esta tarde. —¿Irá uno de los elfos? Sugeriría a Henriette, ella... Narcissa interrumpió con severidad. —¿Un elfo doméstico? ¿En serio? Esa bruja te salvó la vida. Tú se lo llevarás, con todo el agradecimiento efusivo que puedas transmitir. Deslizó un sobre grueso debajo de una cinta en la base del arreglo. —Escribí mis palabras de agradecimiento. Dudo que sea capaz de pronunciarlas sin más histeria.

Ya me he avergonzado lo suficiente en ese aspecto. Ahora Narcissa se sacudió las manos y se alejó de las flores, observándolas con ojo crítico. Llamó a Tupey para que trajera más listón. —Y tu otra tarea, Draco, será descubrir cualquier causa cercana y querida para el corazón de la sanadora Granger, y asegurarte de que nuestro nombre y los galeones se alineen de inmediato para apoyar esa causa. —Había estado pensando lo mismo —dijo Draco. —...A menos de que se trate sobre una de esas artimañas sobre los elfos domésticos. —Correcto. —...O cosas muggles. Nada de cosas muggles. Bueno, quizás sí a las cosas muggles. ¿Tienen huérfanos? Averígualo. —Por supuesto. Hubo una pausa en la conversación. Narcissa se aclaró la garganta y, con despreocupación casual, dijo: —Hablando de elfos, mencionaron que habías tenido muchos invitados a cenar en mi ausencia. Me alegro de que hayas podido mantenerlos ocupados. —Feliz de hacerlo —dijo Draco, con la misma medida de despreocupación—. Lo hicieron muy bien. —Mencionaron, de pasada, que la sanadora Granger había estado cerca —dijo Narcissa. Draco sintió que acababan de llegar al verdadero quid de la conversación. —Sí, ella vino. —... ¿Puedo preguntar sobre el tema de conversación? Así que su madre iba a ser una entrometida al respecto. No era una sorpresa. —Tenía que hacer las paces, le hice quemar un pastel —dijo Draco. —La hiciste quemar un pastel. —Sí, nos estábamos peleando por su nutria. —Su nutria. —Sí. Ella estaba parcialmente en lo correcto, te imaginarás: conmocioné a McLaggen. —¿Conmocionaste a McLaggen? —Entre otras cosas. De todos modos, no había mucho en su cerebro. ¿Hemos terminado con las preguntas? —Debo confesar que me quedan más preguntas que respuestas —dijo Narcissa—. ¿Henriette también mencionó que repusieron la despensa de la sanadora Granger?

—Oh, eso. Sí... Estaba bastante consternado al descubrir que la bruja quien iba a salvarme la vida subsistía con productos secos y atún enlatado. Y eso les dio a los elfos algo qué hacer. Narcissa parecía eminentemente confundida, pero dijo: —Por supuesto Draco subió la despreocupación un poco más. —Fue una cena con una compañera, nada más. —¿Una compañera? —Asuntos del Ministerio; terriblemente aburrido y también de alto secreto. No puedo discutirlo. —Ya veo —dijo Narcisa—. Entonces no me entrometeré más. —Ese sería el mejor curso de acción. La mirada especulativa de Narcissa fue interrumpida por un ¡plop! Henriette apareció e hizo una reverencia. —Pardonnez-moi por la intrusión, señora, señor. Monsieur Draco, Madame Tonks está llamando por red flu. Draco dejó a su madre con su confusa insatisfacción. La cabeza de Tonks sobresalía de la chimenea en el salón flu. Dijo algo que podría haber sido «Qué hay», pero también podría haber sido un estornudo. —¿Quieres pasar? —preguntó Draco. —No, no tengo tiempo. Sólo quería observarte con mis pequeños ojitos codiciosos. —Mientras decía esto, sus ojos se pusieron pequeñitos y brillantes—. Y asegurarme de que sobreviviste al veneno del Nundu. Los rumores son ciertos. Muéstrame la herida; debe ser dramática. Draco tiró hacia abajo de su cuello, que estaba pegajoso con el ungüento de Vahlia. —¡Dios mío! ¿Te dijeron si sanará? —Probablemente —dijo Draco, haciendo una mueca mientras volvía a colocarse el collar contra su cuello todavía en carne viva. —Mejor que no lo haga. La cicatriz sería fascinante. —¿Cómo están los demás? —Oh, ya sabes, un poco maltrechos, un poco más cojos, un poco magullados. Goggin y Buckley siguen tosiendo inhalantes. La próxima vez tendremos que idear algo mejor que los encantos de cabeza de burbuja. —¿Y Humphreys? —Ha desarrollado una fobia a los gatos, pobrecita. —Ahora el brazo de Tonks sobresalía de la chimenea. Sacudió un pergamino—. Pero mira esto: en total, ustedes esposaron a veinte sucios

magos, aparte de los muertos, quiero decir. Deben haber estado planeando un espectáculo para esa noche, por eso había tantos de ellos allí. Draco se agachó para examinar la lista. —Mierda, ¿tenemos a Hawkes? ¿Kerr estaba allí? No lo reconocí. —Y Royston. Una cosecha preciosa; de las mejores en años. Te ofrecería un aumento de sueldo, pero, ya sabes. —Tonks señaló el grandioso entorno de Draco—. Parece una especie de insignificante bonificación, considerando todo. Pensé en ofrecerte algo más como recompensa. —Ah, ¿sí? —preguntó Draco, curioso acerca de cómo se recompensa al hombre que lo tiene todo. —Libertad absoluta en tu próxima tarea: elige de mi caja de sorpresas. —Genial. —Y te sacaré del trabajo de protección de Granger, porque ese es el tipo de prima agradecida y de corazón tierno que soy. Sé que nunca te gustó eso. Draco se sintió inexplicablemente tenso. —¿Qué? Tonks, bajo la impresión de que estaba haciendo un gesto grandioso y generoso, movió las cejas hacia él. —Lo sé. Estaba pensando en Humphreys. Se llevarían bien, ¿no? Mejor que ustedes dos, de todos modos. —Humphreys no podría... Granger tiene un gato —tartamudeó Draco. Para sus oídos, la débil excusa resonó vergonzosamente por el salón flu. Tonks se burló. —Humphie trabajaría en eso. No seas tonto. O tal vez le dejo el trabajo a Goggin para que no le rompan la nariz por un tiempo; el hombre se pelea con cada misión... —Ahora Tonks retiró su cabeza de las llamas. Draco la escuchó chillar—. ¡Alguien mate a esa maldita cosa! Su cabeza volvió a aparecer. —Lo siento. Weasley está teniendo una crisis: hay una araña. El intervalo le había dado tiempo a Draco para encontrar una excusa. —No Goggin para Granger —dijo, manteniendo su voz desinteresada y neutral—. En realidad, ninguno de ellos. Los anillos de mi familia son un componente bastante clave del juego. Creo que será mejor para mí quedarme en esto. Tonks arqueó una ceja. —¿En serio? ¿Estás seguro? —Sí. Hemos encontrado un... un equilibrio —dijo Draco. —Un equilibrio —repitió Tonks con innecesaria elegancia. Ella lo estaba evaluando con una

mirada astuta detrás de la burla—. Está bien. La oferta se mantiene, si cambias de opinión. ¿Te veré la próxima semana? —Antes, sin duda. Me estoy asfixiando. Tonks chasqueó la lengua. —Pobrecito. Disfruta el resto de tu convalecencia. Mis saludos para Narcissa. La cabeza de Tonks desapareció de la chimenea con un ¡plop! Mientras las llamas en el hogar volvían a su color normal, Draco se quedó pensando en lo inesperado de su reacción ante la idea de perder la asignación de Granger. Su respuesta había sido casi física, casi celosa. Esperaba que Tonks no se hubiese dado cuenta. También reflexionó sobre la incómoda pregunta de por qué no había dejado ir el trabajo de Granger. Algunas razones inmediatamente obvias le vinieron a la mente. Bueno, no exactamente razones, sino recuerdos, más bien, de momentos específicos: una tarde dorada en una playa; la forma en que se mordía el labio cuando no quería reír; rosas y sus efectos hechizantes; la sensación de sus alegres besos. Pero estas no eran razones y, por lo tanto, se descartaron fácilmente como Sentimientos sin sentido. Después de buscar argumentos más sólidos, lo que tomó demasiado tiempo, Draco concluyó que era porque era un orgulloso Auror, que quería que el trabajo se hiciera bien y que quería llegar hasta el final. Eso estaba mejor. Todo tenía sentido. Y si una minúscula parte de él disfrutaba de las ridículas «vacaciones» de Granger, o se deleitaba con su compañía, o había comenzado a desear verla, o cualquier tontería por el estilo, esta sólida razón lo superaba ampliamente. Su madre lo llamó al comedor para informarle que el arreglo floral estaba terminado y que podía entregárselo a Granger lo antes posible. Draco le envió una nota a Granger preguntándole sobre su disponibilidad esa noche. Estaría en el pub con Potter y sus amigos, pero a las nueve en casa. ¿Eso sería adecuado? Draco respondió que sí. En casa a las nueve... Granger era una salvaje. Esa noche, Draco se retiró a sus habitaciones para darse una ducha y afeitarse. Mientras se echaba una gota de colonia en las muñecas, extrañamente sintió que se estaba preparando para una cita. Lo cual era una idiotez, porque todo lo que estaba haciendo en realidad, era ser el chico de los recados de su madre. Cuando se vistió, se aseguró de que su cuello permaneciera entreabierto para mostrar la herida. Pero sólo porque era muy fascinante, y no porque quisiera solicitar algún tipo de mimo o atención de Granger, o algo por el estilo. **~**~**

Chapter End Notes

¡Aaahora sí podemos gritar! Y esto sólo irá de bueno a mejor, se los prometo. Ya saben, actualización cada semana (más o menos). Besos, Paola

Vida y tiempos de Draco Malfoy: el chico de los recados Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva **~**~**

**~**~** Draco no debería haberse preocupado por Granger. Ese era el problema con los Sanadores; habían visto demasiadas cosas y un problema menor como un veneno letal se convertía en algo de poco interés cuando ya se encontraba en vías de recuperación. Granger abrió la puerta, observó su cuello desde una distancia cortés, se declaró complacida de que estuviera curándose tan bien y luego le preguntó qué quería. No había romance cuando se trataba de Granger. Nada de tentarla a hacer tímidas conjeturas o suposiciones que revolotearan sus pestañas. Era terriblemente pragmática. —¿Bien? —preguntó Granger—. ¿Ocurre algo? Draco sacó las flores. —¡Wow! —jadeó Granger, con esa expresión de sorprendido deleite que Draco estaba comenzando a encontrar bastante adictivo. —Y no, no brotaron del cadáver de McLaggen. —Por supuesto que no —dijo Granger, aceptando el ramo—. Son demasiado hermosas. Draco le hizo una pequeña reverencia. —Le daré los cumplidos a mi madre, y ella adjuntó una carta para ti. También debo transmitirte mi apasionado agradecimiento por salvarme la vida. Si pregunta, por favor dile que lo hice. —Tu efervescencia me hizo perder el control. —Perfecto. —¿Las pongo en agua? —preguntó Granger, sosteniendo el delicado ramo sobre su rostro. —Creo que mi madre las hechizó para que duraran, pero supongo que no podría hacer daño. Granger desapareció en la cabaña. —Puedes entrar, si quieres —dijo—, si no tienes otros planes. —Mis otros planes incluyen ser asfixiado por los elfos. Granger chasqueó la lengua. —Pobrecito. Esta fue la segunda vez en el día que una mujer se burló de Draco por sus dificultades y se sintió bastante irritado. —Te ofreceré una taza de té muy estándar —dijo Granger—. ¿Será eso refrescante, después de todos los mimos que has tenido que soportar? —Bastante. Incluso hazla por debajo de lo regular. —Me olvidaré de hervir el agua.

—Excelente —dijo Draco, sentándose en una silla de la cocina. Granger transformó un vaso de cristal en un jarrón. El revoloteante y brillante ramo de flores fue puesto en el lugar de honor sobre la encimera de su cocina. Su gato saltó junto a él y con una curiosa pata, tocó los pétalos que se movían. —¡Hermoso! —dijo Granger—. Tendré que descubrir cómo hechizarlo para que me siga, dependiendo de la habitación en la que esté, para poder mirarlo todo el tiempo. —Informaré a mi madre; eso la halagará. Granger descubrió el sobre. —¿Debería leer su carta ahora o más tarde? —Más tarde, por favor —dijo Draco—. He escuchado suficiente sobre su alivio de que su preciado hijo todavía siga con vida. Granger puso la carta a un lado. —Quiere que abandones tu trabajo de Auror, ¿lo sabes? Ella está bastante disgustada con eso. —Lo sé. Nunca lo amó, para empezar. El incidente con el Nundu es lo más cerca que he estado de morir en el trabajo. Es un poco estresante para ella. Granger, que había estado tocando ociosamente los jacintos colibrí, se giró hacia él con una mueca de culpabilidad. —Me siento terrible por eso. —¿Tú?, pero... ¿Por qué? Si me salvaste. —Sí, pero si no hubiese frustrado tu primer intento de atrapar a Talfryn, nada de esto habría sucedido. —Cierto —admitió Draco. Luego agregó—. Me gustaría una disculpa de tu nutria. La mirada de Granger era una mezcla de incertidumbre y diversión. Draco sostuvo su mirada con una ceja levantada. Granger suspiró, luego sacó su varita y lanzó un Expecto Patronum. La nutria flotó suavemente hacia él y se veía tan arrepentida como una nutria podía estar. —Lo siento —dijo la nutria. —Estás perdonada —dijo Draco con gran benevolencia. La nutria puso los ojos en blanco, por favor, y luego desapareció. —Una criatura descarada —dijo Draco. Se volvió hacia Granger—. Eso sí, si no hubieses echado a perder mi primer intento, únicamente habría atrapado a Talfryn. Terminamos esposando a veinte tipos malos. Tal vez se equilibró. —¿Veinte? Tonks debe estar complacida.

—Lo está, incluso se ofreció a dejarme elegir mi próxima misión como recompensa y sacarme de esta asignación de protección. Draco agregó lo último en un tono conversacional, por ligera curiosidad, sólo para ver si Granger reaccionaría de manera interesante ante tal noticia. Granger, que había estado ocupada haciendo el té, se quedó inmóvil. —¿Ella lo hizo? —Sí. Granger encendió la tetera. Estaba de espaldas a Draco, pero sus hombros parecían tensos. —Y... ¿Qué dijiste? —Dije que no. Sus hombros se suavizaron. —Ah, ¿sí? —dijo con estudiada indiferencia. —Sí. ¿Estás contenta? No tengo ni idea si lo estás. Granger se volvió. Su rostro estaba cuidadosamente neutral. —Creo que son buenas noticias —dijo, dirigiéndose a un espacio en algún lugar por encima de la cabeza de Draco—. No tendré que acostumbrarme a que alguien más aparezca a todas horas, ¿sabes? Además, eres... eres muy bueno... En lo que haces. No es que piense que tus colegas no podrían hacer un trabajo tan bueno. Ellos fueron interrumpidos por el gato que saltó desde la encimera al regazo de Draco. —Eh... —Draco titubeó. Granger parecía desconcertada. —Crooks, ¿qué estás haciendo, tontito? Lo dejarás lleno de pelos. Como si se le hubiese recordado este imperativo tan esencial en su vida, el gato dio unos pasos hacia el pecho de Draco y se frotó contra su fina túnica negra. Su cola le rozó la barbilla. —¿Está...? ¿Está ronroneando? —preguntó Draco, sintiendo un poderoso rugido que emanaba del gato. —Oh, sí. Cuando lo hace, es medible en la escala de Richter. —¿Puedo acariciarlo o me morderá la mano? —Puedes intentarlo —dijo Granger, aunque había duda en su voz. El gato permitió una breve caricia debajo de su barbilla. Luego trepó por el pecho de Draco, sobre su hombro y sobre su cabeza, que sirvió como punto de partida para un estante de arriba. Se posó, como una hogaza de pan, entre un tarro de harina y las hierbas secas, y lo observó con sus amarillos ojos.

Hermosa historieta por dn_stardust Draco arregló su cabello, que nunca había sido tan ignominiosamente usado. —Se me ha olvidado olvidar hervir el agua—dijo Granger, sirviendo el té en dos tazas humeantes —. Y tú, ¿estás contento? Sé que la asignación de protección no era la favorita para ambos. Estoy sorprendida de que desearas quedarte. Draco revolvió la leche en su té, lo que le dio tiempo para pensar en una respuesta agradable y neutral. —No le pasaría mi anillo familiar a otro Auror. Y es la única forma de mantener la protección mínimamente intrusiva para ti. —Oh sí, aprecio mucho eso. —Y... Creo que me gustaría ver el asunto hasta el final —dijo Draco—. Ahora que he llegado hasta aquí. —Terminas todo lo que empiezas. —Ocasionalmente. —El final podría estar muy lejos. —Granger lo observó mientras tomaba el té con una especie de ansiedad velada—. Si todo va bien, quizá otros seis meses. Draco se encogió de hombros. —Es julio. ¿Qué son otros seis más? —¿En serio ya pasó medio año? —Sí. Tomé la asignación en enero. Granger apoyó la barbilla en su mano. Parecía pensativa. —Seis meses completos. ¿Dónde se fue el tiempo? Y sólo nos hemos intentado matar dos o tres veces. Lo estamos haciendo bien. —Tu último intento fue el más exitoso hasta la fecha —dijo Draco con un gesto a su cuello. —Si eso hubiera sido a propósito, estarías muerto, te lo aseguro —dijo Granger. —¿Cómo lo curaste? Mamá dijo que hiciste cosas muggles.

Granger lo miró como si estuviera decidiendo cuánta simplificación se requeriría en su explicación. —Bien. Tan pronto como mencionaste que había un Nundu en suelo inglés, pensé que sería útil investigar un poco. —Por supuesto que sí. —Ningún hospital mágico en el Reino Unido, ni en toda Europa, está equipado para manejar el veneno de Nundu, y mucho menos el pequeño y viejo San Mungo. No pensé que necesariamente algo saldría mal, pero sabía lo poco preparados que estaríamos si eso sucediese. Así que hice importar una muestra del veneno. Draco entrecerró los ojos. —¿Llegó esa muestra cuando estaba en tu oficina? —Sí. —Proyectito mi culo. —Fue un proyectito. Por lo que sabía, no iría a ninguna parte. Después de todo, no existía un antídoto conocido. Granger, que había estado sentada en la mesa, se apartó de ella, agitó su varita y comenzó a animarse con su sermón. Diagramas, viales y moléculas cobraron vida a su alrededor.

Impresionante arte por Nikita Jobson —El veneno de Nundu es una potente neurotoxina conocida como alorectina, esta púrpura. Cuando estaba leyendo sobre sus efectos, sonaban casi idénticos a una biotoxina no mágica llamada fenitoína, esa naranja. Es un veneno depredador. Hice un trabajo de laboratorio para confirmar la sinonimia. —¿Un trabajo de laboratorio? —Resulta que mi laboratorio está inusualmente bien equipado para investigar esta clase de cosas. Y tenía curiosidad. Estaba muy cerca... Son casi indistinguibles. Estas toxinas operan, para simplificarlo, bloqueando los canales de sodio en los nervios motores. Pueden causar una parálisis motora casi por completo y, a los pocos minutos, un paro respiratorio con una sola dosis. —Uno de los magizoólogos nos dijo que un miligramo de veneno de Nundu podía matar a un adulto en cuestión de horas. —Es correcto. Tienes suerte de que tu equipo te haya llevado a San Mungo tan pronto como lo hicieron. De todos modos, hay protocolos experimentales de tratamiento muggle establecidos para la fenitoína y, bueno, dado que era eso o tu muerte inminente, los administré. Neostigmina, inhibidores de la colinesterasa, agonistas alfa-adrenérgicos. Granger conjuró más diagramas para explicárselo a Draco. Luego, una figurita con todo y cabello

rubio blanco que lo representaba apareció. —Técnicamente no es un anti veneno, pero tu cuerpo podría antagonizar los repetidos asaltos de la alorectina hasta que el veneno se descompusiera y fuera excretado de tu sistema. El Draco pequeñito estaba sudando y... —¿Está orinando? —preguntó Draco. —Sí —dijo Granger. Una diminuta enfermera pasó y palmeó la cabeza del diminuto Draco. Éste se puso de pie e hizo una pequeña danza de felicidad. Entonces ambos desaparecieron. Una brillante y violeta molécula de alorectina todavía giraba lentamente junto a Granger. Su dedo estaba en su labio mientras la estudiaba. —Otra fascinante interseccionalidad entre los enfoques terapéuticos muggles y mágicos. Lamentablemente, estos intermedios están sin explorar. Pero, bueno, solo hay una Yo. De todos modos... ¿Te imaginas un antígeno artificial para combatir el veneno de Nundu? ¿Un suero antitóxico? Serviría para ambos mundos... Se quedó perdida en sus pensamientos, luego parpadeó cuando pareció recordar que Draco seguía en la habitación y volvió a tomar asiento. —He dejado notas para un protocolo de tratamiento en San Mungo. Lo compartirán con nuestros colegas en Tanzania. No obstante, espero que el envenenamiento por Nundu en suelo inglés siga siendo un hecho bastante insólito. —En serio eres una cosa a parte —dijo Draco, observándola con la barbilla apoyada en los nudillos. Granger levantó la vista de su taza y captó su mirada —Deja de mirarme de esa forma. —¿De qué manera? —dijo Draco, suavizando todavía más sus ojos y permitiendo que una vaga sonrisa se dibujara en su rostro. —Como si estuvieras todo... Todo fascinado. —¿Por qué? —Me inquieta. —¿No está todo el mundo fascinado contigo? —Sí, pero contigo es perturbador. —Pero estoy fascinado. Incluso anonadado... Granger le lanzó una mirada molesta. —...Profesora. Con un sonido de irritación, Granger se puso de pie y fue a llenar su taza.

Draco pensó que se veía nerviosa. Lo cual era interesante. —De todos modos, pasarás a la historia como el Auror que luchó contra un Nundu y sobrevivió — dijo Granger sobre el sonido del agua cayendo. —Siento que debería recibir un trofeo... O una placa. —Draco hizo una pausa y luego agregó—. No, si alguien está recibiendo placas, esa deberías ser tú. Realmente no hice nada más que caminar hacia una corriente de veneno recién salido de la fuente. —Tengo tantas placas que no sé qué hacer con ellas. Una vez, un sabelotodo llamó «mosaico» a mi colección, ya sabes. —Qué observación inteligente y divertida —dijo Draco. —Él también lo pensó. Habiendo aparentemente decidido que la mirada inquietante de Draco había disminuido lo suficiente, Granger regresó a la mesa. —Debo preguntarte si tienes huérfanos u otras causas nobles que apoyar —dijo Draco—. Mi madre y yo queremos añadir nuestra considerable influencia a cualquier tema cercano y amado para tu corazón. —Eso es completamente innecesario —dijo Granger con una decisión que habría ofendido a Narcissa—. Sólo estaba haciendo mi trabajo. —Respuesta incorrecta; piensa en algo. —Organiza un stand de información sobre los Kneazle. —Habla en serio. Granger lo miró, vio que él mismo estaba hablando en serio y suspiró. —Reitero que simplemente estaba haciendo mi trabajo. —Bien, pero quizá, un poco más allá —contestó Draco, haciéndose eco de las palabras de Granger en aquél lejano vestíbulo. —¡Bah! —¿No? ¿Para nada, nada? ¿Y qué hay de toda esa investigación extracurricular? —Quizá un poquito más allá —dijo Granger, conteniendo una sonrisa—. Ya vi que tengo que cuidar mis palabras contigo, pueden ser usadas en mi contra. —Igual para mí —dijo Draco, porque era cierto—. Entonces, ¿qué será? Estaremos encantados de contribuir a tu fondo de investigación. Me han contado que es increíblemente caro operar un laboratorio. —Si debes hacer algo, que sea una contribución a San Mungo. —¿Nada para tu investigación? —No. Haría un bien mayor a San Mungo.

—¿Alguna Sala en particular? Granger hizo una pausa para reflexionar. —¿Qué tipo de suma tienen en mente los generosos Malfoy? —Grande —dijo Malfoy—. Me salvaste la vida. —Define «grande». —Lo descubrirás. Granger entrecerró los ojos hacia él. —Entonces, por favor, mándalo a la Sala Janus Thickey para los residentes permanentes del hospital. Es terriblemente sucio y lúgubre. —Hecho. —Como comentario general, sería bueno que existieran más ventanas. —Está bien. —También que tuviera más habitaciones privadas... Un lugar para hacer ejercicio. Un piano... Una pequeña biblioteca... ¿Una piscina? El último punto fue dicho como una propuesta vacilante. Draco arqueó una ceja. Granger levantó las manos. —¿Qué? Dijiste grande y no lo definiste. —Te prometo que mi definición de grande no te defraudará. —Retendré el juicio hasta que vea algo concreto —dijo Granger. —Ya sé... prefieres las pruebas duras. —Exactamente. Se miraron el uno al otro. Entonces, Draco preguntó: —¿Todavía estamos hablando de dinero? —Obviamente —dijo Granger, luciendo remilgada. Por un momento, pensó que vio el fantasma de una sonrisa, pero si había estado allí, la ocultó con rapidez. —He tomado nota de todas tus peticiones —dijo Malfoy—. Excepto la maldita piscina; no creo que tengan el espacio. ¿Para qué diablos quieres una piscina? ¿Te apetece un chapuzón entre pacientes? —No es para mí —dijo Granger—. La hidroterapia es maravillosa para muchos padecimientos: dolor crónico, ejercicios post- cirugía, tratamiento de daños en los nervios o lesiones en la columna

vertebral. Y para los residentes permanentes con pérdida de condición física significativa, es una manera brillante de facilitarles el regreso a la actividad física, pero con cuidado. Sé que estoy soñando, pero dijiste grande. Ahora, Granger se sumergió en sus ensoñaciones, en algún Janus Thickey sin construir, en donde los felices pacientes hacían cabriolas entre máquinas de ejercicio, tocaban el piano y hacían saltos de cisne en su piscina. Sus ojos estaban brillantes, con sus manos entrelazadas debajo de su barbilla y una sonrisa en los labios. Ni siquiera había aceptado la oferta de financiar su propia investigación. ¿Tenía que ser tan buena? ¿Tan generosa? ¿Tan pura? En un momento de sorprendente epifanía, Draco se dio cuenta de que no era él, o cualquier otro sangre pura, quiénes eran puros. Granger era más pura que todos ellos en lo más importante: en el corazón, la mente y en propósito. No existía árbol genealógico ni enrevesados matrimonios mixtos o tapices, sólo la pureza de sus intenciones. Miró a su alrededor, medio esperando que una manada de unicornios descendiera sobre su cabaña para ser acariciados por ella. —Aunque, francamente, en este punto, incluso una nueva capa de pintura y un encantamiento Animador sobre el sanador Crutchley serían una gran mejora —dijo Granger, volviendo al presente —. Debería tenderle una emboscada y hacérselo yo misma. Notó la mirada silenciosa de Draco. —¿Qué? —Estoy esperando a que lleguen los unicornios —contestó Draco. —¿Los unicornios? —Nada —dijo Draco—. No importa. Granger se levantó para llevar sus tazas vacías al fregadero, mirándolo por encima del hombro con sospecha. Draco también se levantó para llevar sus cucharas, incluso si fácilmente hubiera podido levitarlas. Pero ella lo estaba haciendo manualmente, y él estaba en su casa, así que hizo lo que ella hizo, y no era una excusa para permanecer cerca. Concluido este fino razonamiento, Draco buscó un nuevo tema de conversación. —¿El libro terminó siendo útil? Fue una elección muy acertada. —¡Sí! —Granger aplaudió—. ¡Lo hizo! —Bueno, me alegro... Resulta que abrió una compuerta de entusiasmo. Granger lo arrastró a la sala antes que pudiese terminar su oración. La nueva copia de Revelaciones se encontraba sobre un pedestal, cubierta por encantamientos estáticos y un pequeño inventario de protecciones con alarma. Ahora, Granger hablaba con una emoción vertiginosa. —Viste lo dañada que estaba mi propia copia -no mientas, sé que la viste-: tenía quizás el treinta

por ciento del texto en su forma integral. Pude hacer ciertas inferencias informadas, pero pronto habría llegado a un callejón sin salida... Ella empujó los encantamientos, lanzó algún tipo de hechizo protector en su mano y abrió el libro. —En esta copia, la segunda mitad está casi completamente intacta. Mira... ¡Mira! Espectacular. Nunca soñé que existiera otra copia, o que estaría tan bien conservada. Tenerla toda a mi disposición ha sido un regalo. ¡Un regalo! ¡No puedo agradecerte lo suficiente! Podría... podría abrazarte tan, tan fuerte hasta estrujarte —terminó, retorciéndose las manos en cambio. Las palabras salieron de la boca de Draco antes de que pudiera detenerlas. —Sabes que puedes. —¿Qué puedo? —Abrazarme. No había esperado la fuerza de su empuje. Ella saltó para alcanzar su cuello, lo rodeó con sus brazos y lo apretó en un abrazo de ferviente gratitud. Él envolvió un sólo brazo cortésmente a su alrededor... Para mantener el equilibrio, o algo así. Olía a té y azúcar, y se sentía encantadora contra él. —Un día —dijo Granger contra algún lugar de su cuello—, te explicaré por qué esto es tan importante. Draco esperó a que su lengua le diera una respuesta ingeniosa, pero se encontró experimentando un léxico totalmente vacío. No apareció nada ingenioso, tampoco nada imprudente. Fue tan bueno como un Aturdidor. Cometió el error táctico de mirar hacia abajo, y luego vio sus cálidos ojos, y su sonrisa, y... ¡Oh, no! Ahora quería envolver sus brazos a su alrededor, de verdad, no esta cosa a medias... Y levantarla. Deseaba que fuera un abrazo de verdad, de cuerpo entero, un contacto frontal completo... Eso era lo que quería. Y tal vez, ponerla sobre el respaldo del sofá -parecía tener la altura idónea- y luego... otras cosas. Él no hizo estas cosas, porque no era idiota. Y, probablemente, ella saldría corriendo, y gritando, y muy posiblemente lo abofetearía y... Era Granger Granger, satisfecha con su apretón, lo soltó y volvió al libro, completamente imperturbable, mientras Draco permanecía inmóvil como un cretino mudo. Volvió a su entusiasta visita guiada por el tomo y señaló algunas marcas en los bordes de las páginas. —Incluso los márgenes no están dañados, esos son varios cientos de años de comentarios. Capas y capas de ellos. Fascinante. Mira... ¡Mira, Malfoy!, ¡no estás mirando! —Estoy mirando —dijo Draco. Era un mentiroso; estaba flotando en algún lugar de los confines del universo en un feliz aturdimiento. Granger continuó su demostración.

—Las miniaturas de esta página son realmente espléndidas. ¿Crees que sea verdadera hoja de plata? —Eh... podría ser —dijo Draco. Su torrente sanguíneo estaba inundado de hormonas que lo hacían sentir genial Tenía trece años de nuevo y una niña lo había abrazado. Seguramente hubo un giratiempo involucrado, eso era. No había otra explicación para estar tan estúpidamente mareado por un estúpido abrazo. —¡Precioso! —dijo Granger, señalando otra miniatura: un dragón verde—. Esto es sobre la leyenda de San Jorge. Y ahí está su cruz... Esa cosita de rojo y blanco. —Genial. Granger pareció sentir que había perdido la atención de su audiencia. Con un pequeño suspiro feliz, cerró el libro. —Casi he terminado de digitalizar todo. Luego haré que envíen esta copia a la biblioteca del Salón del Rey. La bibliotecaria jefa se caerá de su silla. Iba a ofrecerlo a tu nombre. —Mejor que sea un regalo en pareja —dijo Draco —Hecho —dijo Granger. Agitó el encantamiento de estasis alrededor del tomo para reactivarlo—. Le daremos a la bibliotecaria jefe otra razón para que se caiga de la silla. —¿Por qué? —¿Nuestros nombres juntos? ¿En un regalo? —Ella pensará que uno de nosotros perdió una apuesta. —Déjala, es mejor que la espeluznante verdad sobre chantajes y las disculpas por las fantasías de enfermera de McLaggen. Draco hizo una mueca. —Al menos Malfoy-Granger suena decente. —¿Perdona? Debería ser Granger-Malfoy, si es de alguna manera. Alfabético... La oración de Granger se desvaneció mientras intentaba sofocar un gran bostezo. Draco captó la indirecta. —Debería irme. —Lo siento —dijo Granger, bostezando de nuevo. Ella lo acompañó hasta la puerta—. Estoy totalmente destrozada. —Te ves así. —Encantador. Gracias. Draco pudo haber expresado una secreta verdad sobre cómo la fatiga de alguna manera era parte de ella. De cómo las ojeras hablaban del incansable trabajo de su brillante mente. De cómo su desordenada trenza parecía ingenuamente atractiva e invitaba a los dedos a jugar con los mechones

sueltos. Pudo haberlo dicho, pero no lo hizo porque no era estúpido. Granger abrió la puerta principal y Draco rozó fugazmente su brazo contra su hombro al salir. Salió a la noche de julio bañada por la luna, tan dulce con el aroma del verano. —¿Alguien te ha dicho que quizá te estás exigiendo demasiado? —preguntó Draco. —Mmm...sí. Hace menos de una hora, en el pub... —Bien. —¿Harry y Ron te invitaron a reforzar su mensaje? ¿Neville? Quizá... ¿Ginny? Draco se burló. —Nunca sería su mensajero. Pero estoy feliz de que se hayan dado cuenta y no sean amigos abismalmente inútiles. —Claro, porque tú y tus amigos son la quintaesencia del amor y el apoyo desinteresado — contratacó Granger, arqueando una ceja. —Absolutos modelos a seguir, Granger. —Tsss. Granger estaba enmarcada por el dorado resplandor de la cabaña detrás suyo: de luces suaves y fuego en la chimenea. Su sombra titiló a través de la entrada. La sombra de Draco era más oscura, proyectada desde atrás, ahí languidecía una sombra lunar que cruzaba delicadamente contra la de ella. Vio sus sombras entrelazarse y desplegarse mientras Granger se inclinaba. Y fue algo extraño, porque ella estaba exhausta y él se estaba yendo y, sin embargo, era como si ambos se estuviesen demorando. Quería quedarse; era dulce quedarse. De pie bajo las glicinas que se desvanecían, viendo sus sombras mezclarse, discutiendo sobre cosas sin importancia. Había algo terriblemente precioso en ello, quizá porque era innecesario; por el mero placer de hacerlo, sólo porque sí. La miró durante un rato, por una señal de impaciencia, pero no había ninguna. Sólo su cadera apoyada contra el marco de la puerta, un brazo holgado contra su cintura. Ahora, ella estaba hablando sobre su madre, pidiéndole que le dijera que había adorado las flores. Él respondió algo a lo que ella pudiera contestarle, para poder alargar el momento. Ella se rio de algo. Sus ojos se encontraron y Draco se sintió vagamente confuso. De nuevo fue la anestesia, la sensación del mundo fluyendo en un lento giro. Granger estaba arrancando ociosamente algunas hebras de la glicina. Él le preguntó si esas eran sus dotes de arreglos florales. Ella dijo que sí, ¿estaba impresionado? Le tendió el ramo marchito. Él contestó que era la cosa más hermosa que había visto en su vida y extendió la mano para tomarlo. Acercó las yemas de los dedos a los suyos. En sus venas no había sangre, sólo ligereza.

Su toque se prolongó demasiado tiempo. Y se preguntó cómo llamaría a esta cosa, a este robo de miradas, toques y momentos. Era el vértigo precipitado, e impulsado por el más platónico de los abrazos. Él anhelaba estar cerca. No era tan ingenuo como para llamarlo amor, y era demasiado delicado para la lujuria, pero tampoco era nada... Era Algo. Sí, a menos que estuviese equivocado, había Algo entre Granger y él. Y esta no sería solamente una simple y exquisita catástrofe. **~**~** Arte de este capítulo Impresionante arte de Hermione Granger por Nikita Jobson, por favor búscala en Instagram Historieta de Draco y el ronroneante Crooks por dn_stardust, por favor dale amor por twitter:

Chapter End Notes

Muchos grititos emocionados. A este paso, me quedaré ronca. Próxima actualización: sábado, ya lo sabes. Un beso, Paola

El Mortificante Calvario comienza Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva

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Draco pasó unos agradables días en un estado de deleite flotante. Nada podría irritarlo; estaba flotando en una burbuja de felicidad. No discutió con su madre sobre las funciones a las que lo obligó a acompañarla. La próxima vez que vio a Zabini, lo abrazó de buena gana. Encantó a un duende de Gringotts cuando cometió una infracción menor. En el trabajo, saludó a Potter y a Weasley con tanta amabilidad que lo derribaron al suelo, convencidos de que estaba bajo un Imperius.

Fue en ese momento, con su rostro contra la axila de Potter, en el que que Draco se dio cuenta de que algo peligroso estaba pasando…Algo impropio del Maldito Draco Malfoy. Entonces el sentimiento de bienestar disminuyó y la razón comenzó a fluir. Draco, ya sin la cara contra la axila inquietantemente húmeda de Potter, dedicó una considerable cantidad de tiempo a preguntarse qué diablos le estaba pasando. Si era honesto consigo mismo, qué desagradable sensación, por cierto, era ese Algo con Granger. Fue el Algo que había estado creciendo entre ellos durante algunas semanas; y quizá, meses. ¿Cuándo había comenzado? No estaba seguro. Hubo, ahora que lo reflexionaba con objetividad, ciertos momentos cruciales. Tal vez cuando bailaron; quizá en Provenza; probablemente cuando ella tocó su marca cubierta de cicatrices; tal vez, cuando se agotó mágicamente para rescatarlo de una inexistente amenaza en el campo de Quidditch… O cuando lo puso como una «Fortaleza» en su análisis FODA. También pudo haber sido cuando se volvió pletórica por el musgo… No lo sabía. Fue gradual, lento y tan fácilmente ignorado. No obstante, el Algo de cualquier clase entre Granger y él era peligroso e inaceptable. Dejando de lado sus obvios problemas, su insuperable y espantosa historia, el bagaje y antagonismo en general, ella era su Principal. Y un Algo estaba estrictamente prohibido entre los Aurores y sus protegidos. La atracción era una cosa, pero los sentimientos, si tuviese que dar una definición al Algo, era una violación al Código de Conducta -y también al sentido común-. Draco había roto muchas reglas, pero esta no era una que estuviese dispuesto a ignorar. Los sentimientos nublaban el juicio y ponían en peligro tanto al Auror como al Principal. Era descuidado, negligente. Y, además… ¡Además! Draco aborrecía los sentimientos; eran unas cosas irritables y una distracción en el mejor de los casos, una horrible vulnerabilidad en el peor. Había esquivado con éxito los sentimientos en todos sus enredos con el sexo débil, incluido su compromiso con Astoria. Era un excelente hábito para cultivar; mantenía las cosas claras y ordenadas: lo había mantenido invicto y libre. Y ahora los tenía. Demorarse en el umbral de la casa de Granger y perderse en su mirada entre las glicinas había abierto una monstruosa caja de Pandora de esos sentimientos. Leves, pero todavía sentimientos. Aquellos pensamientos y fantasías lo asaltaban cuando menos se lo esperaba: desayunando, arrestando a un mago oscuro o esquivando una Bludger. No tenían absolutamente nada que hacer en su cabeza, y, sin embargo, ahí estaban. Suspiró con nostalgia unas doscientas veces al día. Reprodujo una y otra vez los recuerdos de viejas conversaciones con Granger; esas idas y venidas que a veces eran bromas fáciles y, a veces, un duelo de espadas. El aroma de las rosas lo ponía estúpido y con ojos ensoñadores. Fantaseaba despierto con besos en su mejilla y el deleite de un abrazo. Cuando se despertó duro, pensó en Granger haciendo cosas, vívidas imaginaciones de las que no estaría orgulloso después, pero maldita sea si no eran tan fáciles de crear. Revisó su Bloc todos los días en busca de mensajes extraviados de Granger: patético. Buscó estúpidas razones para escribirle: también patético. Prestó más atención al anillo que de costumbre: mucho más patético. Resistió el impulso de consultar su horario y Aparecerse en donde estaba; el hecho de tener ese impulso en primer lugar fue insoportablemente patético. El patetismo abundaba desde la noche bajo las glicinas. Necesitaba una corrección inmediata.

Así que convocó una reunión de emergencia con Theo. Se encontraron en la finca Nott unos días después de que Draco perdiera el tiempo debajo del umbral con Granger. Draco se paseó dramáticamente a través del salón, con sus túnicas negras flotando detrás suyo. A estas alturas, ya se había convertido en un manojo de nervios. Mientras tanto Theo -que era un tipo holgazán, a diferencia de Draco, quien era alguien muy trabajador- estaba recostado en un diván, con un vaso en la mano. Siendo tan inútil como siempre. —Si me dijeras quién es ella, podría aconsejarte —dijo Theo. —No quiero tu consejo. —Entonces, ¿qué me estás pidiendo? —Quiero… No sé… Un balde de agua fría en el rostro. Theo agitó su varita y conjuró un balde rebosante de agua helada. Draco lo desvió. —No literalmente, tarado. Theo lo miró con sufrimiento. —Me estás dando mensajes terriblemente contradictorios. Sólo quiero ayudarte. —Necesito una poción anti-amor. —Draco se detuvo abruptamente—. ¿Existen esas? O una poción de odio… —¿A quién queremos odiar? —preguntó Theo—. De todos modos, ¿no odiamos ya a todos? —Lo hacemos… Excepto a ella. Pero necesito odiarla. Bueno, tal vez no odiar… Desagrado o, mejor dicho, que me siga molestando. No gustar, de cualquier manera. Theo dio un sorbo a su vino. —¿Por qué? —Porque soy el Maldito Draco Malfoy y no tengo lazos amorosos con… con la maldita… —¿Con quién? —Ella. —Tal vez deberías hacerlo; puede que lo encuentres más enriquecedor, espiritualmente hablando, que tus revolcones rápidos. —No necesito enriquecimiento espiritual. —Mmm… No estoy de acuerdo. Draco se burló, caminó un poco más y luego se pasó una mano por el cabello. —Es malo. —¿Qué tan malo? —preguntó Theo. —Malo. Tengo fantasías… Sueño despierto... ¡Yo!

—¡Ay! —exclamó Theo con un retorcido encanto—. Háblame de tus sueños. —No. —Estos sueños son como… ¿Besos a la luz de la luna? ¿o sucias fantasías en la cama? O… — jadeó—. ¿¡Bodas y criaturas!? —Cállate. —Entonces todas las anteriores —concluyó Theo. Se comió una uva pareciendo satisfecho. —Ninguna. Vete a la mierda. —Draco se escondió en un rincón de la habitación, luego se puso de pie y caminó hacia Theo—. Hay cien… ¡Mil razones por las que no debería tener ninguno de estos sentimientos! —Enuméralas. —No. —Pero quiero saber si son válidas. —No. Sabrías quién es ella en un segundo. —Ya tengo una idea —contestó Theo—. Ahora sólo es cuestión de confirmar mi teoría. —¿Cuál es tu teoría? No, en realidad no quiero saber. No respondas. —¿Estás ocluyendo? —preguntó Theo. —Sí. —Cálmate, no soy un Legeremante. —Es más fácil pensar sin estas tonterías de… eugh… sentimientos. —¿Ella te haría feliz? —No… Apenas soportarnos vernos. Somos fundamentalmente incompatibles. Theo se llevó las manos al pecho. —Oh, esto es tan placentero. Es mucho más interesante que tus sórdidas historias habituales. Por lo menos, está en el top tres. —Discúlpame, no sabía que clasificábamos mis coqueteos. —Lo hacemos. —Theo se comió otra uva—. Por pura curiosidad intelectual… ¿Haría feliz a tu madre? Draco hizo una pausa y reflexionó. Finalmente, dijo: —No tengo ni puta idea. —Hum… —contestó Theo—. Eso debilita mi teoría. —Genial.

Draco reanudó su agitado paseo a través del salón. Su túnica arremolinada atrapó la botella de vino de Theo y se hizo añicos contra una pared. Theo silbó. —Tienes suerte de que casi me la haya terminado. Había estado envejeciendo desde que yo era un cigoto. Y ahora, ¡mírala!… Encontró su muerte sólo porque Draco Malfoy está enamorado. Draco desapareció los pedazos de vidrio. —No estoy enamorado. —¿Entonces qué es? —Bien, está bien… Es como… Un maldito crush. —¿Cuándo será la próxima vez que la veas? —No sé… No quiero verla. Creo que es mejor si no la veo para nada. Dejaré que esto desaparezca. —La ausencia alimenta al corazón —dijo Theo. —Entonces, ¿qué sugieres? No quiero verla de nuevo, sólo seré un tonto con ojos de enamorado intentando encontrar excusas para ponerle flores en el cabello. —Sugeriría que encuentres una distracción, pero presiento que esa fue la primera cosa que intentaste y que fracasó miserablemente. A Draco le irritó profundamente que Theo tuviera razón. —¿Y cómo sabes eso? —Los rumores viajan. Te has deshecho de un buen número de brujas en los últimos meses, ¿sabes? Has herido sentimientos. —Ah. —Aparentemente te has vuelto selectivo; algunas culpan a Narcissa por controlarte; otras especulan que has comenzado a buscar esposa; Luella sugiere un repentino inicio de impotencia. —Es una bruja encantadora. —¿Qué diré la próxima vez que escuche que mancillan tu buen nombre? —Mi madre es una excusa conveniente. —Hecho. —Theo invocó otra botella de vino y la colocó lejos de Draco—. ¿No quieres un trago? ¿O pasear dramáticamente es tu elección de libación para esta noche? —No puedo —contestó Draco—. Gra… Mi Sanadora dijo que tenía que permanecer sin alcohol durante quince días. Debo esperar hasta el martes… —Pobrecito. Tomaré uno a tu salud. Y… Cuéntame sobre tu sanadora: Granger, ¿no? Aparentemente hizo un gran avance científico al salvarte el pellejo. —Lo fue. —Draco se esforzó por parecer indiferente—. Ella intentó explicármelo, pero no puedo

fingir que entendí una palabra. Ya sabes, métodos muggles… Mis ojos se pusieron vidriosos del aburrimiento… —Deberías estar agradecido con ella. Draco observó a Theo, pero él parecía seguir esa línea con inocencia. —Por supuesto, estaré haciendo una contribución a San Mungo en agradecimiento. —¿Siguen trabajando juntos? —Sí —preguntó Draco—. ¿A dónde vas con eso? —A ninguna parte —dijo Theo—. Simplemente escuché que es extraordinaria. —Ajá. —Debería invitarla a mi próxima fiesta —reflexionó Theo—. Presentarles a todos a la bruja que salvó la vida de nuestro Draco. Draco, ahora bastante seguro de que estaba siendo examinado, simplemente sorbió. —Sólo si crees que una remilgada sanadora sería una adición emocionante a la muchedumbre normal… —Creo que podría serlo, y piénsalo: podríamos tener un baile y desquiciar a Luella con la imagen de Granger intimando contigo… Draco hizo oídos sordos al resto de la oración; sus funciones cognitivas estaban totalmente ocupadas por la hermosa idea de tener a Granger en sus brazos. De nuevo en un vestido con la espalda descubierta, sin duda. Verde estaría bien. ¿O negro? Muy probablemente sería una belleza vestida en negro… Y con tacones que la pusieron a la altura ideal para… No… ¡Mierda! —Sí —dijo Draco con brusquedad para ocultar sus imbéciles fantasías—. Me largo. Has demostrado ser un inútil. —Podría ayudarte a conseguir alguna versión de una poción de odio, pero sabes que sus efectos serían únicamente temporales. —Como dije: eres un inútil. —Personalmente, creo que es una bruja afortunada —dijo Theo, recostándose en su diván—. Quienquiera que sea, nunca te he visto desarrollar algo más romántico por una bruja que el deseo de venirte en sus tetas. —¿Y tú? —He amado y perdido —dijo Theo con un trágico suspiro. —Y venido. —Oh, sí… Draco presionó los dedos contra sus cejas.

—Necesito avanzar hasta la parte de perder y seguir con mi vida. —Si están tan en desacuerdo como dices, estoy seguro de que próximamente te insultará de una manera imperdonable y apagará cualquier llama tentativa que arda en tu pecho. En esta temprana etapa, los sentimientos son frágiles. —Me llamó demonio oportunista y casi la besé. —Dios Bendito. —Sus ojos ardían fervientemente como dos llamas; estaba a minutos de estrangularme. Y fue sorprendentemente excitante. —Dios mío —susurró Theo—. Estás vomitando poesía sobre sus ojos. Eso es peligroso. —¿Lo es? —Terriblemente. A continuación, intentarás con sonetos, para entonces, ya no será un crush: será amor. Draco se estremeció. —Maldita sea. No. Theo dejó su vaso con fuerza. —Si eso sucede, no leeré tus poemas. Te lo digo desde ahora, me niego. Serán asquerosamente horribles. —No habrá malditos poemas —gruñó Draco—. Tal vez tenga que usar la fuerza bruta para salir de esto. Cuando surjan estos pensamientos, simplemente los… reprimiré. —Reprimirlos. —Sí. —Eso no parece saludable, viejo —dijo Theo, pelando una uva—. Pero qué sé yo… —Nada, como ya lo dejó muy claro esta conversación. Me voy. Y no necesito pedirte que te calles sobre esto. —Obviamente. —Debería obliviarte, por si acaso. —Pero no recordaré cómo defenderte de las difamaciones de Luella. —¡Bah! —dijo Draco, saliendo del salón. —Dale mis saludos a Hermione —llamó Theo, con una clara sonrisa en su voz. —Vete a la mierda. Durante las siguientes semanas, Draco estaba complacido consigo mismo: reprimir funcionó. Cada vez que su mente se desviaba hacia Granger, redirigía sus pensamientos violentamente a otras cosas: trabajar, inversiones, cenas de sociedad… Veneno de Nundu. Voldemort e incluso Tonks.

Desarrolló un verdadero arsenal de temas para aplastar a esos sospechosos pensamientos, incluidos los recuerdos de sus oscuros ojos, el roce de yemas o las réplicas sobre mesas cubiertas de rosas. Granger y él hablaron poco. Sólo una nota ocasional de ella para avisarle sobre su asistencia a eventos públicos o viajes fuera de la ciudad. De Larsen no se supo nada más. Granger dijo que el hombre se había vuelto distante y no parecía interesado en reunirse más con ella. Draco tomó esto como una buena noticia, aunque el Vikingo y su interés en Granger todavía lo incomodaban. Agregó casualmente la descripción de Larsen a la lista de Personas de Interés de los Aurores con una nota para contactarlo de inmediato si este individuo era visto de nuevo en suelo inglés. Draco estaba confiado en que el Algo no era más que Nada después de todo: un lapso momentáneo en el juicio, un olvidable amor de verano. Tan confiado estaba, o tal vez tan ansioso de demostrárselo a sí mismo, que cuando Granger le avisó sobre su próxima salida de asterisco, decidió acompañarla. «¿En serio?», escribió Granger. «Es Hogwarts». «Es sobre tu proyecto», contestó Draco. «Está bien… Pero no te enojes conmigo si te aburres hasta el cansancio. Lunes 1ero de agosto, 4 p. m., Hogsmeade». Draco se dijo que su anticipación por la reunión se debía a que sería un agradable y fácil final de día para su agenda del lunes, que consistía en una visita a San Mungo para un recorrido por la Sala Janus Thickey con los altos mandos del hospital seguido de una tarde cazando nigromantes. Así pasaron los últimos días de julio y llegó el primero de agosto: Lughnasadh. Era esa clase de insoportable lunes. Era lunes, pero no tenía por qué ser tan odioso. De cualquier manera, tomó a Draco en San Mungo preparándose para recorrer la Sala Janus Thickey a la repugnante hora de las nueve de la mañana. Estaba acompañado por una horda de administradores y miembros de la Junta de San Mungo, los cuales escucharon noticias sobre la visita al lugar del señor Draco Malfoy, quien estaba preparando un regalo enorme. La multitud bullía y parloteaba engreídamente sobre la emoción de visitar la Sala mientras subían las escaleras al cuarto piso del hospital. Draco fue presentado a los miembros más importantes de la horda, incluido a Hippocrates Smethwyck -un sanador de buenos modales y recientemente nombrado Jefe de San Mungo-, y algunos otros miembros de la Junta. La excrecencia conocida como McLaggen se dignó, incluso, a honrarlos con su presencia. Draco le estrechó la mano y le preguntó cómo estaba: ya sabes, las conmociones cerebrales eran un asunto serio. McLaggen se lo tomó con humor y se volvió un poco más atento cuando se enteró, a través de la plática general, que la donación de Draco procedía del extraordinario trabajo de la Sanadora Granger. —Sí —dijo Smethwyck—. Ella es muy poco tradicional en algunos enfoques y gracias a dios por eso, ¿o no señor Malfoy? La sanadora Granger no ha sido más que un valor agregado para nuestro hospital. —¿Poco tradicional de qué manera? —preguntó un miembro de la Junta. Draco pensó que su

nombre podría haber sido Penlington. —Es Doctora y Sanadora —contestó Smethwyck. —¿Te refieres a uno de esos muggles matasanos? —preguntó Penlington con el bigote erizado por el escándalo. —Sí —dijo Smethwyck—. Pero también es una Sanadora altamente calificada. Las calificaciones de sus exámenes finales superaron incluso las de Gummidge… —¿Un médico, dices? ¿Permitimos que ellos ejerzan en San Mungo? No tenía idea… —dijo otro miembro de la Junta. —¿Sus pacientes saben eso sobre ella? —preguntó alguien más—. Deberían ser informados, ¿no? Hubo un susurro general de desconcierto y Draco sintió que algunos comentarios despectivos estaban en ebullición, de manera sutil. Los que sugerían impresión, pero claro, si a la Sanadora Granger se le permitía seguir aquí, debería estar bien… Por supuesto, no se trata de que sea nacida de muggles ni nada por el estilo, sino simplemente una expresión de preocupación y sorpresa por la imprudencia de tener un médico muggle en el personal y que ella fuera una Sanadora mágica completamente calificada era un asunto menor. Draco conocía las sutilezas; solía ser un maestro en ellas en círculos donde ciertas cosas no se decían, pero se insinuaban con discreción. —Hoy estoy vivo gracias al muy poco tradicional enfoque de la Sanadora Granger —dijo Draco atravesando los murmullos con su voz—. Si hubiese seguido nuestros métodos de curación, como los tres sanadores antes que ella, el tratamiento habría consistido en gritar que no había antídoto y hoy, estaría muerto. —Muy bien, excelente —asintió Semthwyck. Draco miró a los miembros de la Junta. —Fue la Sanadora Granger quien me pidió que mi regalo fuera dirigido a San Mungo. No tenía la intención de hacerlo: planeaba sumar fondos a su trabajo de investigación en Cambridge. Así que espero que le agradezcan la próxima vez que la vean. Hubo un murmullo general de asentimientos y meneos de cabeza. Algunos miembros de la Junta parecían avergonzados, otros parecían totalmente confundidos ante la categórica defensa de una sanadora con lazos muggles por parte de Draco Malfoy, de todas las personas. McLaggen observó pensativamente a Draco. Una actividad peligrosa. Cualquier otro murmullo desistió. Los miembros de la Junta eran empresarios o políticos y podían oler el dinero de Draco; en consecuencia, se comportaron adecuadamente. Finalmente, llegaron al cuarto piso. Granger no había exagerado sobre lo sucia que estaba la Sala de Cuidados a Largo Plazo. Mientras cruzaban la puerta, Draco notó que la «J» y la «T» no estaban en el letrero, que rezaba precariamente*: Sala anus

hickey Draco lo miró con gravedad. Los miembros de la Junta parecían perturbados. Smethwyck los acompañó a través de la sala, intercalando su avance con detalles sobre el número de camas, los sanadores por paciente, la duración promedio de la estadía y otros hechos que probablemente habrían cautivado a Granger (no es que Draco estuviera pensando en ella, porque él estaba reprimiendo). Había treinta camas metálicas, separadas por cortinas sucias. También contaba con dos baños usados, pero limpios, equipados con inodoro y ducha. El suelo era de baldosas gastadas, con depresiones irregulares ahí por donde la mayoría de las personas caminaba. Sólo había una ventana al otro extremo de la sala, bajo la cual luchaban valientemente unos cuantos helechos. Todo el pabellón tenía un aire a olvido; era algo así como una bodega para cosas que ya no tenían ningún uso pero que no podían tirarse. Los pacientes eran bastante variados; algunos muy viejos, otros más eran muy jóvenes. Alrededor de la mitad habían sido víctimas de la guerra, luchando contra dolencias residuales que no podían curarse. Incluso Draco se sintió conmovido por algunos pensamientos sobre hacer el bien al ver todo esto: vio al chico Creevey, ahora un pequeño y apático hombre; a Lavender Brown, desfigurada casi más allá del reconocimiento; Michael Corner, luchando contra las ataduras; Mitchel quién sabe qué de Hufflepuff, hablándole en voz baja a una pared, y otros más que no pudo nombrar. Otras camas tenían las cortinas corridas. Una voz flotó detrás de una: era suave, triste y familiar. Pero Draco no pudo ubicarla. Un niño respondió. Una Sanadora de rostro sombrío y sus ayudantes se movieron de una cama a la siguiente. Algunos de los pacientes tenían visitas y miraron con sorpresa a Draco y a la multitud inusualmente grande y ruidosa que los rodeaba. Entendió por qué: esta Sala era un lugar tranquilo y olvidado. Granger quería un piano. El grupo terminó su recorrido y se congregó en la ventana, el lugar menos lúgubre de todos. Smethwyck observaba a Draco con una especie de pavor, esperando su juicio. Sin embargo, no era Smethwyck quien manejaba los hilos del dinero, sino la Junta. Fue esa colección de hombres bigotudos quienes recibieron la peor parte de la censura de Draco. Mantuvo su voz baja, pero sus preguntas fueron agudas: ¿Existía alguna razón por la que la Junta no creyó conveniente meter fondos a esta Sala, desde, por lo visto, 1903? ¿Por qué no se habían dirigido los fondos de mantenimiento y conservación a este lugar? ¿Quizás demasiados almuerzos y cenas de la Junta en El Séneca? ¿La Junta no realizaba visitas periódicas al hospital? ¿Consideraron que estas condiciones eran aceptables? ¿Por qué parecía ser su primera vez pisando esta Sala? ¿Por qué sólo había dinero para 1.5 sanadores en esta sala, mientras la cafetería de arriba ofrecía chocolate caliente en porcelana? ¿Por qué los valientes sobrevivientes de la Guerra tenían sólo una ventana y carecían de bañeras? ¿Por qué, por Merlín, no podían reemplazar la maldita «J» de la puerta principal? El grupo ahora reflejaba varias poses humilladas y culpables. —Bien —dijo Draco—, entonces podemos hacerlo mejor.

Se giró hacia Smethwyck. —Le daré una inyección sustancial de dinero en efectivo, ¿está claro? —Sí —dijo Smethwyck. —Será el primer regalo de esta magnitud para el hospital. —E-está bien… —Será transformador. —Sí, señor Malfoy, gracias. —Habrá condiciones. —¿Condiciones? —Condiciones, estipulaciones sobre la contratación, remodelación, operaciones. También habrá…. —Draco observó sombríamente a los miembros de la Junta—. Precauciones para evitar despilfarros. —Sí, por supuesto, señor Malfoy. —Ten —dijo Draco, presionando un grueso sobre en las manos de Smethwyck—. Los detalles y cláusulas. Debes regresar con un plan. —Oh, excelente… Maravilloso… Señor Malfoy, yo… ¿Cómo podemos agradecerle? —No me agradezcas. Agradézcanle a Granger. Esto es por ella. Draco se marchó. Miradas atónitas lo siguieron hasta la puerta. Escuchó a Smethwyck abrir el sobre. Hubo un grito ahogado seguido de lo que podría haber sido el sonido de Smethwyck desmayándose. **~**~** Vocabulario y otras anotaciones: *Sala anus hickey: sala chupetones en el ano. **~**~**

Chapter End Notes

Aaaah, alguien ya admitió que tiene cosas más grandes que un Algo. ¿No están emocionadas? ¿Cuál es su capítulo preferido hasta el momento? Muchas gracias a todas por comentar, reaccionar y morir un poquito junto a nosotras en esta fantástica historia. Próxima actualización: cerca del siguiente sábado ;) Un beso, Paola

Lughnasadh: La cima del mundo Chapter Notes See the end of the chapter for notes

**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva **~**~**

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El Señor Darcy tenía la idea correcta: Yo también te vería desde el otro lado de la habitación, sin hacer ningún movimiento para mostrar que me gustas, sería malo contigo en cada oportunidad que tuviese y todavía esperaría que te cases conmigo. **~**~** La tarde del lunes consistió principalmente en perseguir cadáveres tambaleantes de un Nigromante en Slough. Ocasionalmente, Draco tuvo problemas para distinguir los cadáveres de los gentiles ciudadanos de Slough, pero esa era una historia para otro día. Llegó a Hogsmeade para reunirse con Granger a las cuatro en punto. Encontró el pueblo extremadamente tranquilo. La mayoría de los comerciantes estaban de vacaciones y los aldeanos restantes se habían retirado a sus casas para evitar el calor. Draco se apresuró a acomodar la parte delantera de su túnica para que cayera sobre su . Se pasó una mano por el cabello para asegurarse de que luciera toscamente despeinado, como correspondía a un Auror que había hecho cosas toscas y varoniles. Entonces se reclinó contra una farola para esperar a Granger, con la intención de proyectar una sensación tranquila, informal y desinteresada. Granger lo arruinó casi apareciéndose dentro de él. Cayeron y se desenredaron entre ellos con jadeos. —¿Tenías que elegir precisamente ese centímetro cuadrado para aparecerte? —preguntó irritado Draco, sacudiendo su túnica. —¡¿No pudiste encontrar ningún otro lugar para holgazanear que no sea la calle principal?! ¿En serio? —Granger se levantó—. Creo que mi pie estaba en tu bazo. —Lo sentí. Volvieron a ponerse de pie y se miraron en una especie de evaluación mutua. Había pasado casi un mes desde la última vez que se habían visto. Granger tenía esa mirada de haber trabajado en exceso, las profundas ojeras debajo de los ojos, la boca torcida. Llevaba un vestido amarillo, como si su odiosa alegría ofuscara su fatiga. No lo hizo.

—Pareces una idiota —dijo Draco. —Gracias. ¿Puedo preguntarte sobre el globo ocular que tienes colgado sobre tu hombro? Draco miró hacia abajo. Cualquiera que fuera el cadáver con el que había lidiado más recientemente, había dejado un ojo y un largo nervio óptico enroscado en la parte posterior de su brazo, arruinando por completo su ambiente tranquilo e informal. —Ah, sí —dijo, desapareciéndolo—. Un recuerdo de la misión de esta mañana. —¿No lo extrañará su dueño? —Estaba muerto, así que no. Los ojos de Granger lo recorrieron, pero no había más partes rebeldes de cuerpos que encontrar. Ella hizo un gesto hacia el camino. —¿Vamos? Irma accedió a encontrarse conmigo a las 4:15. —¿Irma? —La señora Pince. —¿Todavía sigue viva? Merlín, me había olvidado por completo de ese vejestorio... Ellos caminaron. Draco se controló a sí mismo y estaba complacido de no sentir nada de la mierda empalagosa que tanto lo había aterrorizado. Simplemente apreció la vista de las piernas de Granger, lo cual era normalísimo: tenía lindas piernas. Draco notó que no había ningún flujo de información dirigido a él, ningún «Mira, Malfoy», ningún galanteo a través de la maleza para señalar una hoja. Tal vez Granger estaba cansada; éste era, según sus mejores cálculos, su primer día libre desde el solsticio de verano. Y esas vacaciones difícilmente habían sido un momento de relajación: demasiadas monjas mortíferas. Pero había algo más que cansancio, también emanaba una especie de reserva. Ella estaba manteniendo su distancia. Se preguntó, con locura, si ella también habría notado ese Algo, y si la había asustado tanto como a él. Quizás ella también estaba reprimiendo las cosas. La idea era estúpida y no se más que en especulaciones, pero de todos modos había algo reconfortante en eso. Llegaron a las puertas de Hogwarts, que se abrieron cuando se acercaron. Las viejas puertas y los jabalíes alados parecían mucho menos imponentes de lo que Draco recordaba. —¿Has vuelto aquí desde nuestros EXTASIS? —preguntó Granger, observándolo por el rabillo del ojo. —No —dijo Draco—. ¿Tú? —Algunas veces, principalmente para saludar a los profesores o para ir a la biblioteca. El camino a la escuela desde Hogsmeade parecía ridículamente breve. —¿Realmente carruajes para cubrir tanto terreno? Eso no fue ni siquiera diez minutos.

—Supongo que está lejos para las piernitas de un niño de doce años —dijo Granger. —Todo parece pequeño. —Lo sé. Cuando el castillo en sí apareció a la vista, en una curva, Draco se alegró de descubrir que había conservado su aura de magia y misterio, incluso si también parecía más pequeño de lo que recordaba. —Huele igual —dijo Draco mientras caminaban hacia el Vestíbulo Principal: madera, piedra vieja, cosas escolares. —En realidad, huele mejor —dijo Granger, tomando aire—. No hay hordas de niños mugrientos durante el verano. Cuando estuve aquí el invierno pasado, había una clara bocanada de olor adolescente en el aire. Ahora estaban en el castillo propiamente dicho. Draco no era particularmente propenso a los recuerdos nostálgicos, pero había pasado muchos años felices aquí (y dos horribles) y disfrutaba vagando por los viejos pasillos. Ellos también se sentían más estrechos que en su juventud. Recordó las armaduras que se elevaban sobre él: ahora las observó. Se asomaron al Gran Comedor, donde estaban las cuatro mesas de las Casas, gastadas y desnudas, esperando para el primero de septiembre. La sala siempre se había sentido tan grandiosa, las mesas casi interminables. Ahora Draco no estaba seguro de poder meterse en uno de los bancos de Slytherin sin golpearse las rodillas. El techo encantado era de un profundo azul del pleno verano. Continuaron pasando por aulas vacías que olían a tiza y años de tinta derramada. La luz del sol entraba a raudales por las ventanas polvorientas. Granger se emocionó visiblemente a medida que se acercaban a la biblioteca, aunque estaba haciendo todo lo posible para contenerse. Cuando llegó a las pesadas puertas, se detuvo para frotar la palma de la mano contra la gastada manija. Abrió la puerta y los recibió el olor de la biblioteca: libros viejos, vitela, cuero desgastado y polvo. Fue potente. Draco se sintió de nuevo como si tuviera catorce años. —Siento como si tuviera que entregar un ensayo de Pociones —dijo. Una sonrisa apareció en el rostro de Granger. —Para mí, Transformaciones. Madame Pince observó cómo se acercaban desde su escritorio. Draco estaba bastante convencido de que ella todavía usaba el mismo sombrero y los mismos zapatos puntiagudos que tenía cuando eran estudiantes. Casi esperaba una amonestación de ella por hablar. Ella también parecía pequeña. Granger fue recibida por Madame Pince con algo cercano a la calidez, una especie de calidez irritante y reticente. Draco fue observado con sorpresa, doblemente porque estaba con Granger. —Extraña elección de compañero —olfateó Madame Pince.

—Trabajo —corrigió Granger. Pince le pasó a Granger una tarjeta de registro. —El manuscrito de Ypres. Sé que puede manejar libros raros, señorita Granger, pero tenga especial cuidado con este. He quitado las protecciones para usted. Granger le dio las gracias y lideró el camino hacia la Sección Prohibida, que albergaba la mayor parte de la colección de Snape. El aire se volvió más sofocante y presionaba sus oídos a medida que avanzaban más y más en la biblioteca. La ventilación rudimentaria que refrescaba el castillo no llegaba a los rincones interiores de la biblioteca. Hacía calor, y... ¿las estanterías siempre habían sido así de estrechas? —Aquí hubo montones de primeros besos —susurró Draco—. Pince no podía escucharnos. —Lo recuerdo —dijo Granger. —¿Lo haces? Granger le lanzó una mirada. —No tienes por qué parecer tan sorprendido. —Curioso, más bien —dijo Draco—. Debe haber sido un muchacho valiente. A menos que fuera Weasley, él no cuenta... No en su mayoría. —No seas malo —chasqueó la lengua Granger—. Pero, no... Ron no fue mi primer beso. Viktor tuvo ese honor. —¿Viktor? —Krum. Draco dio un silbido bajo. —Bien por Viktor. Granger se había detenido en un lugar oscuro entre los estantes. —Justo aquí, si no me equivoco. Esos estantes eran buenas agarraderas. —Las historias que estos estantes podrían contar. Granger lo observó irónicamente. —Estoy segura de que tendrían historias igualmente obscenas sobre ti. Draco le sonrió con suficiencia en lugar de responder. Ella miró hacia otro lado. Por supuesto que ella tenía razón. Mucha exploración adolescente había ocurrido entre estos estantes. ¿Su primera mamada fue aquí -intentó recordar- a menos de que hubiera sido en la sala común? No podía acordarse. Pero sí recordaba muchos juegos con chicas de faldas cortas por aquí, empujándolas contra los libros, lenguas y dedos explorando a tientas.

Y ahora estaba aquí de nuevo, pero la única falda a perseguir era la de Granger. Su mirada vagó por su trasero y sus piernas mientras ella caminaba hacia adelante, hasta que se sorprendió preguntándose cómo se vería apoyada contra los libros, y luego se dio un golpe mental. No. Él no estaba haciendo eso; él estaba reprimiendo. Estaba sudando. Se lanzó un hechizo refrescante, y luego lo lanzó a la espalda de Granger. Ella chilló sorprendida cuando se le puso la piel de gallina en los brazos. —De nada —dijo Draco, en respuesta a su mirada enojada. La Sección Prohibida se había ampliado para albergar la colección de Snape, pero por lo demás, se veía igual que siempre. Draco agitó su varita con curiosidad, sonriendo mientras iluminaba las diversas protecciones desagradables y maleficios esparcidos por los estantes. —Pince tiene talento para eso, se lo concedo –dijo Draco—. Quizás habría sido una buena monja. —Deberías sugerírselo, sería divertido. —¿Divertido? Me patearía los con su puntiagudo zapato. —No especifiqué para quién sería divertido. Granger se agachó para buscar su libro. Cuando lo encontró, arrojó el gran manuscrito a una mesa de lectura. Hizo una pausa para quitarse un mechón de cabello húmedo de la frente. En lugar de ponerse a leer, como esperaba Draco, simplemente sacó su móvil y comenzó, si él lo entendía correctamente, a tomar fotografías de las páginas de su interés. El problema con Granger era que siempre venía con nuevas intrigas. Ella nunca lo aburría. ¿Por qué no podía aburrirlo? Sería más fácil para todos los involucrados si no lo estuviese estimulando permanentemente (obviamente de manera intelectual). —¿Cómo, por favor, funciona eso en el maldito Hogwarts? —preguntó Draco. —¿Eh? ¡Ah! —dijo Granger, girando su móvil. En el reverso estaba añadido uno de sus discos anti-magia. —Se me habían olvidado esas cosas. —Es muy útil; no puedo vivir sin mi teléfono. Granger se inclinó sobre el escritorio de lectura para tomar las fotos. Draco no la miró. De hecho, se alejó de ella, conjuró un espejo e intentó salvar su cabello. —Sería mucho más conveniente para mí revisar este manuscrito en casa —explicó Granger—, pero Madame Pince nunca me permitiría sacarlo de la biblioteca. Así que estoy haciendo la otra mejor opción: fotos digitales. No le digas eso, o pensará que estoy robando el alma del libro o algo así. —Genial, me alegro de que no te estés acomodando para leer. Se me están derritiendo los huevos —dijo Draco, quitándose la túnica y abriendo su cuello. Granger le lanzó otro hechizo refrescante y luego hacia sí misma. Se recogió el cabello en un moño alto y empujó su varita a través de él.

Draco, habiendo hecho lo mejor que pudo con su peinado, se acercó a ella para observar el manuscrito. Contenía diagramas de procedimientos médicos y pacientes medievales en varios estados de dolor. Notó que Granger se mantenía alejada de él, aunque estaba siendo muy casual al respecto: si él se acercaba, encontraba una razón para moverse al otro lado de la mesa; si él se acercaba a su lado, ella se daba la vuelta para tomar sus fotografías desde un ángulo diferente. ¿Debería sentirse ofendido? ¿O debería sentirse contento? No lo sabía. Se sintió ofendido, pero era porque generalmente las brujas no huían de su proximidad. —¿Apesto a cadáver? —preguntó Draco. —¿Qué? —Que si yo... apesto... a cadáver podrido. ¿Sí o no? —No —dijo Granger mirándolo con rapidez y volvió a sus fotografías. —Bien —contestó Draco. Cuando se volvió a acercar, aparentemente para examinar una ilustración, ella no se apartó. Así que ahí tenía su punto; con qué propósito, no estaba seguro. Granger tomó algunas fotografías más, se tomó un momento para examinarlas en su dispositivo y se declaró satisfecha. Cerró el manuscrito con mucho cuidado y lo regresó a su lugar. —¿Es todo? —preguntó Draco. —Sí, te dije que sería aburrido —contestó Granger, guiando el camino fuera de los libreros—. No debiste molestarte en venir. Draco se encogió de hombros. —Ya sabes, es un cambio agradable la compañía de los seres vivos. Tienes un poquito de más vitalidad que un cadáver arrastrando los pies. —Tienes una gran habilidad con las palabras —fue su seca respuesta—. Me conmueve en demasía. Draco no pudo continuar con este interesante giro conversacional porque Pince apareció detrás de un estante. —¿¡Ya acabaron!? —Sí —dijo Granger—. Lo acabo de guardar; está listo para tus pupilos. Gracias nuevamente por venir para mí durante tus vacaciones. Estoy muy agradecida. —Siempre es un placer —dijo Pince, pero su mirada era profundamente sospechosa—. Creí que estarías aquí, al menos, por unas horas. —Sí, bueno, tenía un capítulo específico para revisar, nada más. —Te ves... bastante sudorosa. —Sí, hace calor allá atrás.

— ... Quiero decir, con el manuscrito. —Sí, como dije, estaba concentrada en una sola cosa. —Mmm —dijo Pince, entrecerrando los ojos y, si era posible, tornándose más quisquillosa. Su negra mirada se movió del brillo sudoroso que los cubría a ambos hasta el estado de relativa desnudez de Draco, con el cuello desabrochado y la túnica colgada del brazo—. Ya sabes, la biblioteca es para leer. —Así es —contestó Granger, parpadeando. —Para la lectura e investigación, no para otras actividades... Granger se veía como si sospechara que Pince se había vuelto loca. —Eh... Muy bien, será mejor que nos vayamos. —Supongo que deberían hacerlo —dijo Pince. Su mirada viajo a la cara de Draco, a su cabello, su cuello y luego, a su bragueta. Abandonaron la biblioteca bajo el peso de su mirada. —¿Qué diablos fue eso? —preguntó Granger, cuando las puertas se cerraron con seguridad detrás de ellos. —¿Se ha vuelto un poco loca? —preguntó Draco—. ¿Acaba de mirar mi paquete? —Lo hizo. —Estoy perturbado. —Yo también, me pregunto qué... En un momento de comprensión conjunta, Granger miró a Draco cuando él se giró para mirarla. —¿Estaba insinuando que estábamos haciendo cosas? —jadeó Granger, horrorizada. Draco volvió a mirar las puertas de la biblioteca. —Creo que ella piensa que vinimos por un maldito rapidín. Granger giró tan rápidamente que sus faldas se balancearon en un círculo alrededor de sus muslos. —Regresaré para aclararle las cosas. —¿Y si nos equivocamos? Granger hizo una pausa. —¿Estamos equivocados? —¿No sé? ¿Quizás sólo quería mirar mi paquete? Granger levantó la mano. —Suficiente sobre tu bulto. Tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos.

—Disculpa... —¿Y si tenemos razón, y ella...? ¿¡Ella le dice a alguien!? —preguntó Granger con una horrorizada inhalación. —Eso sería hilarante. —¿Hilarante? No. Imagínate si le dijera a McGonagall. —No especifiqué para quién. —Si me vas a imitar, haz el favor de bajar una octava; eso perforó mis tímpanos. —Granger regresó a la biblioteca—. ¿¡Y por qué ella no estaba sudada!? —gritó por encima del hombro. Divertido por este giro de los acontecimientos, Draco esperó a que Granger «arreglara las cosas». Se inclinó junto a una armadura desgarbada, presionando su espalda contra la fría piedra. Unos cuantos hechizos de secado eliminaron lo peor de la humedad de sus axilas. Tal vez no había apestado como un cadáver, tal vez solo había sido sudor. Granger estaba de vuelta. Marchó como una tormenta por el pasillo. La armadura al lado de Draco se enderezó y la saludó. —¿Entonces? —preguntó Draco —Se fue —contestó Granger—. No pude encontrarla. Debió salir por el lado este. —Mándale una carta. —Se encogió de hombros Draco. Granger lo miró. —¿¡Una carta!? ¿¡En serio!? ¿Quieres que ponga este absurdo malentendido por escrito? «Estimada Madame Pince: miró el bulto de Malfoy, así que no estábamos seguros de haber sacado conclusiones precipitadas, pero tenga en cuenta que no lo hicimos en la biblioteca. Mis mejores deseos, Hermione». Draco no pudo contener la risa. Caminó delante de ella, sintiendo que sería más seguro estar fuera del alcance de los golpes. —Estoy encantada de que uno de nosotros se divierta —dijo Granger, caminando detrás de él con los ojos ardiendo en llamas. Draco se detuvo repentinamente. Granger caminó hacia él. —¡Ay! ¿Qué...? —Mi sala común —dijo Draco, señalando un tramo de escaleras de piedra a la derecha—. Por aquí, vamos. —No. Vine aquí con un permiso explícito para usar la biblioteca, no para llevar a Draco Malfoy a un recorrido panorámico por la nostalgia. ¿Y si Filch nos atrapa? —¿Y si Filch nos atrapa? —repitió Draco, bajando las escaleras—. Oh, espero que nos envíe directamente a detención. Miró hacia arriba para ver a Granger con una mano en su cadera. De nuevo volvió a tener catorce años. Parecía como si estuviese esperando que apareciera un prefecto para poder delatarlo y

descontarle puntos a su Casa. Draco continuó bajando las escaleras. La escuchó resoplar de irritación y, finalmente, sus pasos resonaron detrás suyo. En los niveles inferiores del castillo era mucho más fresco. Los habitantes de los retratos se sobresaltaron al pasar, luego los saludaron con la mano o soltaron comentarios como: «¡Hermione Granger y Draco Malfoy! ¡Ahora son adultos apropiados!», gritó una hechicera medieval que los siguió a través de varias pinturas: «¡Míralos!». —¿Alguien dijo Draco? —preguntó una especie de voz sarcástica. Un hombre de pelo negro y barbilla asomó la cabeza por el borde de un marco. —Hola, Phineas —saludó Draco. —¿Por qué estás aquí con ella? —preguntó Phineas, señalando con la cabeza a Granger. —Trabajo —contestó Draco. Ahora, un caballero apareció galopando a lo largo de un amplio paisaje marino. —¡Ay! ¡Hermione Granger! ¡Bienvenida sea, mi señora! ¡Bienvenida! Granger, que seguía mirando por encima de su hombro como si McGonagall pudiera materializarse y regañarla, sonrió al ver al caballero. —¡Sir Cadogan! —Estás con este bribón, ¿verdad? —dijo el caballero, señalando a Draco con su espada—. ¿Estás aquí bajo coacción? Granger miró a Draco, como si estuviera debatiéndose entre decir que sí y hacerlo sufrir la furia de una pintura al óleo de treinta centímetros. —No, estoy aquí por mi voluntad. Resulta que no es tan malo. —¿No lo es? —preguntó Sir Cadogan, levantando su visor y observando a Draco—. ¿Es valiente y noble? —Él es un Auror, tarado —dijo Phineas—. Por supuesto que es valiente y noble. Apostaría a que todos los días arriesga su pellejo por algunos imbéciles. —¿Yo? ¿Un tarado? ¿Cómo te atreves? Usted Sir, es un viejo e inmundo cascarrabias y le arrancaré la lengua. —Sir Cadogan bajó su visor y empujó hacia Phineas, quien abandonó la pintura con bastante rapidez. —¡Adiós, mi señora! —repitió Sir Cadogan mientras también desaparecía. Llegaron al Salón de Pociones, la puerta estaba entreabierta y Draco entró. Todo parecía igual, sólo que más... pequeño. Las encimeras estaban limpias, la hilera de fregaderos destartalados, los calderos amontonados a lo largo de la pared del fondo. Draco avanzó hacia la que fue su mesa de trabajo durante siete años. Granger se quedó indecisa en la puerta, luego lo siguió dentro. —Me pregunto quién es el nuevo profesor de Pociones —dijo, observando una repisa cerca de la

puerta—. Esta colección es bastante moderna: tienen las obras de Buxton y Keynes. Snape prefería a los maestros del siglo XIX, era un poco tradicionalista. —Se dio la vuelta para mirar a Draco sólo para descubrir que había desaparecido—. ¡Oye! ¿Qué estás haciendo? Draco se había agachado debajo de su vieja mesa de trabajo y lanzó un Lumos debajo. —¡Ja! —exclamó. Las rodillas de Granger quedaron a la vista y luego, su rostro mientras se agachaba a su lado. Draco señaló un pene tosco y sus bolas talladas debajo de su mesa. —Guau —dijo Granger. —Dejé mi marca —comentó Draco. —Un legado perdurable, sin duda —dijo Granger arrastrándose con las rodillas por debajo del escritorio, examinando el resto de la obra de Draco, que consistía principalmente en sus propias iniciales. —¿Qué es esto? —preguntó, señalando una especia de mancha estirada—. ¿Un puercoespín? Draco se acercó para estudiar el misterioso jeroglífico. —¿Un castaño? —preguntó Granger. Draco negó con la cabeza y dijo con seriedad: —Creo que así es como mi yo, de doce años, pensaba que eran las partes femeninas. Granger se echó a reír. —Un erizo —repitió Draco con exagerada ofensa. —Tiene un ojo —dijo Granger, señalando una manchita. —La Caza de Castaños ahora adquirirá un nuevo y emocionante significado —reflexionó Draco. —Ojalá tu conocimiento sobre la anatomía femenina haya mejorado un poco. —He remediado las lagunas en mi conocimiento desde entonces. —Tengo algunos textos de anatomía que puedo prestarte, si necesitas ayuda. Para que sepas dónde debes pinchar a los erizos. —Innecesario, pero gracias por tu generosa oferta. Granger estaba mirando al «erizo» y presionando sus manos contra su boca para no reírse de nuevo. El momento se sintió surrealista. Draco estaba en las mazmorras de Hogwarts, debajo de una mesa de Pociones con Hermione Granger. Había pasado siete años en esta mazmorra, mirando fijamente su nuca, odiándola. Y ahora, de alguna manera, casi dos décadas después, estaban de vuelta como un respetado Auror y una estimada Sanadora, de rodillas, riéndose tontamente sobre vaginas deformadas.

Tuvo un extraño momento de arrepentimiento por haberse tardado tanto, por haber pasado tanto tiempo odiándose el uno al otro. Y luego, tuvo un momento todavía más extraño de esperanza, de que no fuera demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué? No lo sabía con exactitud. Sus rodillas se rozaron. Granger se alejó, se puso de pie y se sacudió el polvo rápidamente. —Bien, basta de tus vulvas conceptuales. Vayamos a la sala común. Draco salió de abajo de la mesa y se unió a ella. Granger intentó marcar el camino, pero pronto quedó claro que no tenía más que una idea general de dónde estaba la sala común de Slytherin. —Por aquí —llamó Draco mientras tomaba un giro equivocado—. ¿Nunca has estado ahí? Granger se dio la vuelta y lo alcanzó. —No tenía muchos amigos de Slytherin, así que no. Se detuvieron en una pared anodina. Granger miró a su alrededor con curiosidad. —¿Aquí? —Sí, la próxima pregunta será la contraseña, por supuesto —dijo Draco. —¿Quieres que nos quedemos aquí y adivinemos? —Vamos a intentarlo. Durante cinco minutos, Granger. No te estoy pidiendo que nos quedemos aquí hasta la próxima semana diciendo cosas sobre Slytherin. Granger parecía dudar. —¿Qué tipo de cosas de Slytherin deberíamos decir? —Slytherins famosos... Ingredientes... Hechizos éticamente cuestionables. Cualquier cosa que se te ocurra. Hicieron conjeturas: plantas, pócimas, maldiciones y criaturas... Rafflesia, Vermiculus, banshee, imperata cylindrica, babosas carnívoras, hébrido negro, cuscata, troll de la montaña... Locomotor Wibbly, belladona, nargles... El Barón Sanguinario, theastrals... Basilisco. Ni siquiera un carcaj de la piedra. Granger pareció tomarlo como algo personal y empezó a entrar en calor con el ejercicio. —Tacca chantirieri —dijo ella, con una mano en la cadera—. ¡Entomorphis! —Melofors —intentó Draco—. ¿Erkling? Lengua pársel. Las bolas de Salazar. Granger cambió de estrategia y comenzó a enumerar cosas elegantes.

—Caza de zorros. Tweed... Sabrage. Draco probó algo de latín para variar. —Oderint dum metuant. No ducor, duco... Carpe noctem. —Chalecos —dijo Granger. —¡Carreras de botes! Pimm's... Pantaloncillos mostaza... Órganos del mercado negro. —¿Puffskein? ¡Ositos chupasangres! —¡Cuchara para melón! —gritó Granger. —Godric Gryffindor es una marioneta —dijo Draco con gran autoridad. Un escalofrío recorrió la pared. Granger jadeó. —Godric es un tarado. ¡Irritante! —Godric no podría organizar una pelea en un pub. Godric es un maldito inútil. —Godric es un verdadero tonto. —¡Un idiota! —Un idiota infantil. —Godric tiene las bolas caídas. —Godric es un idiota baboso. —Godric es un zoquete. —¡Un tonto! —Godric el Bruto. —Bastante. Una especie de risa nasal emanó detrás de ellos. Phineas se había deslizado en una pintura de un paisaje montañoso. —Esto es tremendamente entretenido. Granger saltó en el aire y miró culpable. Sus mejillas estaban sonrojadas cuando se dirigió al exdirector. —Eh... Hola de nuevo. ¿Tienes...? ¿Todavía tienes la lengua? —Obviamente —dijo Phineas. —Oh, bien. Solo estábamos, eh... —Irrumpiendo en la sala común —dijo Draco.

—¿Con qué fin, dirían? —preguntó Phineas. Draco se encogió de hombros. —Para recordar los días pasados. —¿Tú? ¿Quieres recordar? ¿Con Hermione Granger? Granger levantó su dedo. —En realidad, yo... —Oh, sí —intervino Draco—. Estamos reviviendo nuestros recuerdos terriblemente cariñosos el uno del otro. —Tenía la impresión de que se odiaban —dijo Phineas. —Lo hacemos —dijeron Draco y Granger al mismo tiempo. Draco sintió que la afirmación habría sido más creíble si Phineas no los hubiera atrapado riendo tontamente en una pared, gritando sobre las pelotas de Godric. Phineas miró a Granger, que estaba furiosamente sonrojada, y luego a Draco, quien lo miró a los ojos con una sonrisa. —Tienen menos sentido que como púberes apestosos. Felicidades. —Gracias —dijo Draco. —La contraseña es Gurdirraíz —dijo Phineas, desapareciendo de la vista—. Sólo porque lograron hacerme reír. No dejen que los fluidos corporales caigan sobre la tapicería. Mientras Granger farfullaba ante el descaro, Draco se volvió hacia la pared. —Gurdirraíz. La pared se abrió para revelar la puerta oscura y pulida que conducía a la sala común de Slytherin. Draco la empujó para abrirla. Parecía que la escuela había hecho algunos esfuerzos para aligerar el lugar. Las luces verdosas y bulbosas del día de Draco habían sido reemplazadas por lámparas de gas que daban un cálido brillo a la habitación. Los muebles se parecían mucho a los de la juventud de Draco: sofás de cuero con capitoné y sillas de respaldo alto, mesas y armarios ornamentados. Los espejos dorados brillaban en las sombras. La chimenea de piedra elaboradamente tallada estaba apagada; en las paredes que lo rodeaban, se exhibían retratos de Slytherins famosos: Merlín estaba leyendo algo y le arqueó una ceja a Draco, la silla de Salazar estaba vacía, Phineas no volvió a aparecer. Y hubo dos nuevas incorporaciones entre los retratos: Slughorn y Snape. Slughorn estaba durmiendo la siesta con una botella de Viejo Ogden entre sus brazos y la silueta con túnica negra de Snape acechaba en la parte posterior de su retrato, preparando algo. Draco pasó la mano por el respaldo de un sofá. Durante siete años, conspiró e intrigó aquí. Había presidido como un pequeño señor sobre su grupo de amigos, muchos de los cuales ya estaban muertos. Se había sentido importante aquí, tan inteligente, sabio y adulto.

Y ahora, se sentía como una sala de juegos para niños; los pupitres para sus deberes, las normas de la Sala clavadas en el tablón de anuncios y las descoloridas pancartas que celebraban sus victorias pasadas en la Copa de las Casas. Las estanterías con sus gastados libros de texto... Todo era tan pequeño. Granger olfateó. —Deberían reemplazar las alfombras; huele a pies. —Siempre se podía contar con Granger para eliminar el sentimentalismo de cualquier cosa. Ella vagó hasta el borde más alejado de la mazmorra, que se extendía una parte por debajo del lago—. Ahora, esto es interesante —dijo, habiendo llegado a las ventanas que daban al agua. —Hay una mejor vista desde los dormitorios —dijo Draco—. Vamos. Lo siguió por un pasillo hasta el dormitorio de chicos que había sido suyo durante siete años; una ventana al lago ocupaba todo el espacio del muro occidental. —¡Fascinante! —dijo Granger, acercándose a él. —El Calamar Gigante pasa de vez en cuando, los tritones también. Draco la dejó con su observación. Entró en el círculo de cinco camas con dosel verde que ocupaban el resto de la habitación: Goyle, Crabbe, Zabini, Nott. Muerto, muerto, vivo, vivo. Finalmente, llegó a la que había sido su cama. Seguramente, seguramente no había sido tan pequeño. Siempre se había sentido tan vasto. Se estiró sobre ella y se rio. Sus pies colgaban sobre el borde. Granger, escuchando su risa, se acercó a él. —No veo un Calamar Gigante, pero veo que un Malfoy Gigante se ha apoderado de una de las camas. —Apenas puedo creer que esta sea la misma cama. —¿Le tallaste algún genital para que podamos autentificarla? Draco se giró para examinar un poste de la cama. —¿Sabes? No creo que lo haya hecho. Granger se sentó en el borde de lo que había sido la cama de Nott. Se pasó las manos por los brazos desnudos. —¿No te pareció deprimente estar aquí dentro? No puedo imaginar el frío que hacía en invierno. —No era muy diferente a la Mansión. —Draco se encogió de hombros—. Teníamos la chimenea encendida, encantamientos cálidos, ponche caliente y whisky de fuego. Un grupo de Grindylows pasó junto a la ventana y Granger se giró para mirarlos. De nuevo, Draco se sorprendió por la incongruencia del momento: Hermione Granger, con su brillante vestido, estaba junto a él, en el dormitorio de su juventud. Se preguntó qué habría pensado el joven Draco sobre todo esto. ¿Qué le habría dicho si Draco le contara que Granger crecería para ser bonita, ingeniosa y terriblemente inteligente? ¿Que ella lo mandaba de vez en cuando y que él,

a veces, lo disfrutaba? ¿Que la haría reír a propósito sólo para ver su sonrisa? Le diría que era un maldito idiota cursi. Difícilmente estaba en desacuerdo. —¿Estás satisfecho con tu remembranza? —preguntó Granger. —Sí —dijo Draco. Era mejor seguir moviéndose a seguir teniendo estúpidos pensamientos. Granger se puso de pie y él observó su falda pasar por encima de la cama. Siguió el aroma a jabón. Reprimió la idea, no del todo formada, que involucraba a Granger y su vieja cama, antes que pudiese tomar forma y luego, qué horror, vivir en el centro de su mente. Regresaron sobre sus pasos fuera del dormitorio y a través de la sala común. Draco echó un último vistazo a su alrededor. Puede que no regresara aquí hasta dentro de una década... ¿Se sentiría todavía más pequeño, mientras la vida avanzaba implacablemente y sus recuerdos de su infancia se encogían y reducían en un punto de luz cada vez más pequeño detrás suyo? Granger le estaba sonriendo. —¿Qué? —preguntó Draco. —Realmente viniste a recordar —dijo Granger—. Te pusiste todo... todo melancólico. Draco se encogió de hombros. —Creo que es bastante dulce —comentó Granger, luciendo también melancólica. Entonces es como si se hubiese sorprendido a sí misma, se puso seria y se alejó a grandes zancadas. —¿Quieres ir a tu sala común? —preguntó Draco. Ella sacudió la cabeza. —Vengo más a menudo que tú, será en otro momento. Granger se dirigió al corredor por el que habían venido, desde el salón de clases de Pociones. Draco la agarró por el codo y le mostró una salida más rápida, por una estrecha escalera que conducía directamente al Vestíbulo Principal. ¿Por qué la había tomado por el codo? No tuvo ninguna razón para agarrarla por el codo. Podría haber dicho algo. Eso fue estúpido y un fracaso de Reprimir. La dejó subir la estrecha escalera primero y, como su trasero estaba justo allí, se miró los pies todo el camino. Granger miró de nuevo hacia el Gran Comedor al salir, con la esperanza de encontrar a Pince; ella no estaba allí. Granger murmuró algunas palabras de irritación.

Salieron del castillo y descendieron los escalones hasta el camino de grava que conducía de regreso a Hogsmeade. El aire olía a hierba dulce y a la delicada fragancia de los sauces que bordeaban el lago. Fue bueno estar en el exterior de nuevo. Cuando llegaron a Hogsmeade, Granger se dirigió hacia Las Tres Escobas. —Estoy muy hambrienta, ¿comiste? —No —contestó Draco—. Tampoco almorcé; los cadáveres me quitan el apetito. Granger arrugó la nariz. —Bueno, eres bienvenido a unírteme, pero no será tan rebuscado como el menú de la mansión. Probó en Las Tres Escobas, sólo para encontrar un aviso que indicaba que estarían cerrados hasta septiembre. Siguieron andando hasta el salón de té de Madame Puddifoot, que también estaba Finalmente, llegaron a Cabeza de Puerco. Granger se quedó indecisa en la entrada. —No estoy segura de estar tan desesperada... Escuché que ha ido cuesta abajo desde que Aberforth se retiró... —¿Qué? No puede ser tan malo para una cerveza y un poco de comida de pub, ¿no? Podría. Granger y Draco fueron recibidos, si se podía usar ese alegre término, por un hombre que parecía más un Escreguto que la mayoría de los escregutos. Parecía irritado de que se atrevieran a darle trabajo. Esa fue la primera bandera roja de lo que sería una experiencia asombrosamente terrible. Pidieron una cerveza: les dijo que no quedaban cervezas en el local. Esa fue la bandera roja número dos; en ese momento, una pareja más sabia habría entendido y se habría ido, pero eso sólo encendió una especie de curiosidad en ellos, para ver qué tan mal podría ser. —Entonces tomaremos lo que tienes, compañero —dijo Draco—. Y un poco de lo que haya en la cocina. Se sentaron en una mesa sucia cerca de lo que probablemente había sido una ventana, excepto que ahora estaba cubierta de mugre. El Escreguto dejó caer dos vasos manchados sobre la mesa y vertió algo claro en ellos antes de marcharse a la cocina. Un poderoso olor a trementina inundó la mesa. Granger olió su vaso y sus ojos se humedecieron. —Oh car... esto sería un buen limpiador de senos paranasales. —No puede ser peor que la absenta de Affpuddle, ¿verdad? —preguntó Draco—. Salud.

Granger, con una mirada preocupada, acercó su vaso al de Draco. Ella tomó un generoso sorbo del suyo; él tiró la mitad del suyo. Ambos farfullaron y tosieron. —Arde —se atragantó Granger. —E-es un néctar de primera clase —bromeó Draco. —Nunca me había sentido tan viva —inhaló Granger. Bebieron de nuevo para confirmar lo malo que había sido. Y lo fue. Granger estaba llorando en una mezcla de risa y tos. Draco perdió la voz. —¿Qué diablos es esto? —preguntó Draco con voz ronca. —¿Destilado de inodoro? —supuso Granger. El Escreguto había colocado la botella en un estante detrás de la barra, así que Draco la levitó hacia ellos. Era vodka de Troll. La etiqueta incluía una advertencia sobre no consumirse sola y beber responsablemente. Esa fue la bandera roja número tres, pero... ¡Qué más daba!; —88 por ciento en volumen de alcohol —jadeó Granger—. Genial, quería comenzar la semana con un poco de intoxicación por alcohol. —Está bien —contestó Draco con voz entrecortada—. Pronto tendremos comida. En retrospectiva, fue un hermoso pensamiento positivo. El Escreguto salió de la cocina con platos. —Bistec —gruñó mientras empujaba un plato frente a Draco—. Ensalada —mencionó, dejándola caer frente a Granger—. Salchichas con puré —terminó, lanzando el platillo final entre los dos, antes de alejarse escreguteando. Draco y Granger observaron las ofrendas. —¿Este bistec fue cocinado en un radiador? —preguntó Draco. Granger examinó el montón gris. —Necesitaba al menos, otros cinco minutos debajo del secador de cabello. Dirigieron su atención a la ensalada de Granger; la mitad consistía en una cebolla cruda. —Impactante —dijo Draco. Granger se mantuvo impasible. Acercó las salchichas con puré hacia ellos con una especie de sombrío optimismo. —Pero... ¿Por qué la salchicha está tan... ? —preguntó Draco. —Tal vez hace frío —sugirió Granger con amabilidad.

—O está nerviosa —asintió Draco. Granger se mordió el labio. —Parece un prolapso. Draco se rio tanto que le dolió la garganta. —¿Y qué es esto? —preguntó Granger, hurgando en un trozo deforme de grasa gelatinosa. —Sebo de Voldemort. —Dios mío. —El puré se ve... ¿bueno? —Apesta —dijo Granger, apartando el tenedor de Draco—. Ni siquiera lo intentes. Nada bueno saldrá de esto, excepto una diarrea asombrosa. Draco, que no quería un trasero goteante, dejó su tenedor a un lado. Se miraron el uno al otro. —Creo que esto podría ser un grito de ayuda —dijo Granger, luciendo sombría—. ¿Deberíamos preguntarle si está bien? Draco estaba menos inclinado hacia la simpatía. —Creo que acabamos de descubrir una fachada descaradamente obvia. —También eso —asintió Granger—. ¿Lo investigarás? —Se lo daré a uno de los novatos. Granger comenzó a verse un poco tambaleante en su asiento. Ella entrecerró los ojos antes su vaso casi vacío. —¿Tienes una suposición sobre la cantidad de alcohol en nuestra sangre? —Dos... Doscientos por ciento, aproximadamente... —dijo Draco sin tartamudear, pero cerca. El alcohol comenzó a afectarlo también. —Vamos a arrastrarnos afuera para encontrar algo realmente comestible —propuso Granger, tambaleándose. Ella vaciló al ponerse de pie—. Maldita sea, no puedo aparecerme. —Me ofende pagar por esto —dijo Draco con un gesto hacia su comida intacta. Sin embargo, dejó caer un Sickle sobre la mesa. —Yo puedo... —comenzó Granger, rebuscando en su bolsillo. —No —negó Draco—. Insistí en probar este lugar. Pagas en el que sigue. —Bien. —Después de todo, tenías razón: no fue tan rebuscado como el menú de la mansión. Salieron dando tumbos fuera del pub y deambularon por la calle, chocando entre sí y contra varios

objetos a medida que avanzaron. A la vuelta de la esquina había una pequeña tienda de comestibles a punto de cerrar. Asaltaron lo último de la canasta de pan y compraron una pequeña rueda de queso para acompañarlo. Granger encontró algunas cerezas. Draco descubrió una enorme tarta de moras ligeramente magullada. Granger preguntó si deberían comprar una rebanada; Draco dijo que, personalmente, quería dos. Observaron la tarta y luego, con su ingenio y fuerza de voluntad ahogados por cinco centímetros de vodka, la compraron completa. Remataron su compra con una botella de sidra fría y la cena quedó resuelta. Deambularon por un pequeño trecho fuera del pueblo, buscando un lugar para sentarse. Granger dijo que le apetecía una vista del pueblo; Draco replicó que quería ver el castillo. Encontraron un punto medio en un pequeño sendero que conducía a una especie de montículo cubierto de hierba, desde donde podían contemplar tanto Hogsmeade como Hogwarts. Granger le pidió un pañuelo a Draco y lo transformó en una manta que extendió sobre la hierba. La manta era mucho más triangular que cuadrada, pero, nuevamente, Granger estaba más borracha que sobria. Con las extremidades sueltas y vacilantes, Granger se dejó caer sobre la manta. Draco se tumbó a su lado. El pan, ligeramente duro, fue partido primero, con la esperanza de que absorbiese un poco del vodka de Troll. Granger dijo entre bocados: —Estoy completamente borracha. Había una especie de serenidad en ella, una tranquila aceptación de que estaba muy ebria y que así sería. Tuvo grandes dificultades para poner un pedazo de queso sobre su pan. Draco intentó ayudarla, pero su trozo de pan siguió multiplicándose por dos, luego en cuatro, hasta que parpadeó y volvió a convertirse en uno que se balanceaba con suavidad. —Quédate quieta —gruñó Draco, agarrando su muñeca. —Estoy quieta —contestó Granger—. Tú eres el que te mueves. Draco, con mucho esfuerzo, logró colocar un trozo de queso sobre el pan. Granger hipó y el queso cayó, rebotando en su rodilla y rodó por la hierba. Ella lo vio irse con tristeza. Draco se dio por vencido y se concentró en su propio pan y queso, que preparó moderadamente bien. La única dificultad fue encontrar su propia boca. —Fa... Fassi... Fascinante —dijo Granger viéndolo aplastar su pan contra su barbilla—. Normalmente eres tan elegante. —¿Lo soy? —Sí —dijo Granger—. Haces que todo parezca fas...fácil, ¿sabes? —Estás lo suficientemente borracha como para felicitarme. Eso es exci... emocionante. Granger masticó.

—Fue una observación. Puedes ser insolente cuando puedas meterte el sándwich en la boca, no antes. Draco logró hacerlo. Luego inhaló para decir algo y se atragantó con una migaja. Mientras tosía, Granger acudió al rescate haciendo flotar la botella de sidra hacia él. Este movimiento se hizo con menos delicadeza y control de varita de lo habitual. Presuntamente, ella estaba apuntando a su mano, pero la botella presionó su ingle. —Tranquila —dijo Draco. —L-lo siento —contestó Granger, flotando la botella sobre su hombro y golpeando su sien con ella antes de dejarla caer sobre la manta a su lado. —Guau —exclamó Draco. Granger dejó a un lado su varita como si fuese algo muy peligroso. Luego presionó los dedos contra su boca y parecía estar conteniendo un grito de risa. —Lo siento mucho... muchísimo, no es lo que quería hacer... —Esta b-bien —dijo Draco—. Un poco de frotagge con una botella de sidra... Fue... una experiencia nueva... Después del vodka de Troll, la sidra supo espectacular: fresca, ácida, burbujeante en la lengua y melosa al final. Draco bebió y le pasó la botella a Granger. Tenía la intención de hacer un elocuente comentario sobre su aroma y sus notas, pero lo que salió fue una entrecortada observación sobre que no hacía daño beberlo. Que, de todos modos, fue todo el respaldo que Granger necesitó. Lo bebió y se lo pasó de nuevo. No había nada interesante en compartir una botella con Granger, sobre saborear donde habían estado anteriormente sus labios. Absolutamente nada y él no pensaría en eso; y tampoco miraría su boca. —Deja de mirarme —dijo Granger, sosteniendo una mano frente a su boca, lo que hizo que Draco se diera cuenta de que había estado mirando esa boca—. Ni siquiera puedo comer un trozo de queso. —No te estoy mirando —dijo Draco como el mentiroso que era—. Estoy admirando la vista. —...La vista está a tus espaldas. —Ah —dijo Draco, dándose la vuelta—. Sí. —No estabas bromeando sobre el doscientos por ciento de alcohol —dijo Granger acercándose a él para admirar también la vista. Las pintorescas calles de Hogsmeade se curvaron hacia el creciente crepúsculo debajo de ellos. Más lejos, el Castillo de Hogwarts era una silueta con sus ventanas reflejando los últimos resquicios de una puesta de sol rojiza. —Deberías dibujarlo —declaró Granger. —¿Qué? Yo no dibujo.

—Mentiroso; sé que tienes una veta artística: vi tu magnífico pito. Draco trató de resistirse, pero se le escapó una risita. Granger lo miró con los ojos muy abiertos. —No puedo decidir si eso fue adorable o aterrador. —Ambas cosas; justo como yo. —No lo eres —esnifó Granger—. Cálmate. —Pero soy elegante. —Si tomas las divagaciones de una idiota borracha como un hecho —dijo Granger, tratando de parecer remilgada. —Por una mente borracha, habla un corazón sobrio —dijo Draco. Intentó mover las cejas, pero no estaba seguro de haberlo logrado. Granger parecía perpleja. —¿Comemos un poco de tarta? —preguntó ella. —Un cambio de tema poco sutil, pero sí —contestó Draco, agitando su varita hacia el pastel que flotó hacia ellos—. ¿Quieres un poco de frotagge? Granger cruzó las piernas. —Eso fue un accidente. —Por supuesto. Haznos unos cubiertos, ¿sí? —Apenas confío en mí... Ella arrancó algunas hojas de diente de león para ese propósito. Lo transformó en dos cucharas muy creíbles, aunque eran ligeramente verdes. Los tenedores eran un asunto diferente; una creación formidable, no euclidiana, sobrenatural. Les dolió la cabeza de mirarlos. Granger y Draco se asustaron y los arrojaron por el precipicio. De todos modos, tenían las cucharas y Draco puso el pastel a flotar entre ellos, comiendo y llenándose de migajas. El vodka de Troll estaba saliendo de su sistema y ahora simplemente estaban borrachos, no completamente fumigados. Granger, mirando el castillo de Hogwarts, se sumió en la introspección. —¿Sabes? Hoy fue mucho más interesante de lo que pensé que sería. —¿Mmm? —Nunca imaginé que vería la sala común de Slytherin y mucho menos, tu dormitorio. —Fue bastante extraño verte ahí. —¿Contra el orden natural de las cosas? Draco reflexionó.

—¿Realmente podemos llamarlo un orden natural? —¿Qué quieres decir? —Son divisiones artificiales, ¿no? Todo el asunto de Slytherin y Gryffindor. —Dios mío —dijo Granger, llevándose las rodillas a la barbilla—. ¿Nos estamos poniendo filosóficos? —Sí —contestó Draco—. Estoy borracho, compláceme. —Por supuesto, no podemos dejar que la oportunidad se desperdicie. Y tienes razón, es artificial. Pero las escuelas tienen que dividir y conquistar a las masas de niños de alguna manera. —Supongo que los mantiene en orden. —Podría haber una mejor manera de hacerlo que una cosa pseudo- horoscopal que involucre rasgos de carácter subdesarrollados y un sombre parlante —reflexionó Granger—. En mi escuela primaria se asignaron casas al azar, pero bueno, eran muggles y no tenían un sombrero que hablaba. Draco terminó lo último del pastel y arrojó los pedazos de corteza a algunos gorriones. Granger, aparentemente sin confiar en sí misma con su varita, se levantó para buscar las cerezas. —Si vamos a criticar el sistema... Después de hoy, creo que podría haber un inconveniente en todo el secreto interno. —¿Qué quieres decir? —Las salas comunes ocultas, el aislamiento entre casas. Es... es terriblemente humanizador ver a alguien en una cama. —¿Estás diciendo que no me habrías considerado una criatura tan espantosa si hubieras visto la almohada en la que babeaba por la noche? —Exactamente —se rio Granger—. Pero de verdad, lo digo en serio: eras un ente que aparecía de la nada, decía cosas horribles y luego desaparecía hasta la siguiente escaramuza. —Tuve que adoptar tácticas de guerrilla para evitar las bofetadas —dijo Draco. —Fue una vez —Dijo Granger y comió una cereza—. El secretismo fomentó fracturas más allá que las creadas por las divisiones de Casas. Esa es mi postura... ¿Por qué estás sonriendo? —Sólo estaba pensando que muchas brujas han formado muchas ideas después de verme en la cama, pero un tratado sobre el sistema de división de Casas es completamente nuevo. —Eres terriblemente engreído, ¿sabes? —dijo Granger, apartando la mirada para ocultar su diversión. —Claro que lo soy. ¿Me has visto? —No, no lo he hecho. Tus pies siempre están en el camino. Draco, ya cerca del borde rocoso del montículo, giró y colgó las piernas por el costado.

—Ahí. Granger le siguió el juego. Ella se movió para sentarse a su lado, aparentemente para observarlo. Draco notó que su comportamiento reservado de la tarde se había desvanecido. ¿Fue la bebida? ¿La conversación? ¿Él? Lo que le hizo darse cuenta de que él mismo no había estado Reprimiendo. Y ahora ella estaba a su lado y las cosas comenzaron a suceder de nuevo: los comienzos de esa dulzura en las venas, el zumbido de su pulso. Debería moverse, ocluir y separar su yo racional de sus pensamientos y sentimientos borrosos. Debería hacerlo. —Bueno, echemos un vistazo, ahora que puedo verte bien —dijo Granger. Deslizó su analítica mirada por su rostro. —Me siento como un libro de texto —dijo Draco. —Tal vez te lea como tal, ahora que mi vista no está obstruida. —No lees, devoras. Estoy asustado... —Deberías estarlo. —¿Tengo algunas notas al pie del margen? La diversión tiró de las comisuras de la boca de Granger. —Así que a veces me pones atención. ¿Cuál será el equivalente humano de márgenes? ¿Quizá esto? —preguntó ella, pasando el dorso de un dedo a lo largo de su barba al final del día. Fue el roce más ligero y casual de un dedo a lo largo de su mandíbula. La respuesta palpitante de su corazón fue completamente desproporcionada. —En cuyo caso sí —continuó Granger—. Pero sólo para un día de márgenes, en mi mejor suposición. Ni la mitad de fascinante que Revelaciones, ¿sabes? Draco estaba, de alguna manera, enraizado en el lugar y flotando al mismo tiempo. Estaba desnervado; todo lleno de nervios. Su pulso estaba por los cielos y eso era malo. Debería ocluir, y alejarse de ella, y también saltar por el acantilado. En cambio, como el cretino de voluntad débil que era, continuó. —¿Qué pasa con las miniaturas? —preguntó—. ¿Tengo algunas? Si su voz estaba ronca, fue por el vodka. —Oh, esa es una pregunta interesante —dijo Granger; estaba pensativa, estudiando su rostro. Olía como las notas de miel de la sidra. —Serían tus ojos —dijo finalmente—. ¿Es muy trillado? —Lo es —contestó Draco—. Pero te perdono; no tienes un alma poética. ¿Son

miniaturas espléndidas? —Oh sí, espléndidas. Están relucientes como hojas de plata y todo. —Debería entregarme a la bibliotecaria principal como un regalo. —Ella haría un buen uso de ti. —Aunque... preferiría, tal vez, permanecer en la colección privada de Granger. Granger dio un pequeño jadeo teatral. —Qué audaz. Ella es una curadora feroz, no estoy muy segura de que califiques. —Sin embargo, mis miniaturas. —Mmm, son tentadoras. Sus ojos se encontraron y ahí estaba otra vez el tirón de su mirada oscura: la atracción, el llamado, la invitación a caer. Le inspiró una especie de suave anhelo, un querer extender la mano y desear caer; un vértigo extrañamente suave. Sabía que ella no lo hacía a propósito. Sabía que no se había propuesto hacerlo; no había ningún cálculo de su parte, ni siquiera sabía lo que ella le estaba haciendo. Y, sin embargo, aquí estaba: cayendo y cayendo... Ella parpadeó y miró hacia otro lado. Él la había estado observando. —Entonces... ¿Cuál es tu conclusión, profesora? —preguntó, lanzándole un mote irritante a Granger para sonar normal—. ¿Completaste la evaluación? Si hubo alguna irritación por su parte, fue diluida por la diversión. —¿Tienes familia en Hogsmeade? —preguntó de manera casual. Draco la vio venir. —Si estás a punto de sugerir que me parezco a nuestro cantinero... —Mmm una verruga, anhelando la autoexpresión. —¡Oye! —Gracias por quitar los pies de la imagen. Me trajo una claridad real. —Al ver su molestia, ella miró al cielo—. Deja de buscar cumplidos: sabes que eres muy guapo. Draco sonrió. —Nunca me canso de escucharlo. —Pasaste de ser un pequeño y grasiento hurón. Listo: un cumplido. ¿Estás feliz? —Sí, tomaré otro, por favor.

—No, eres insoportable. —Después, pasa los dedos por mi cabello. —No. —Sí. Ella entrecerró los ojos críticamente. Luego sus dedos recorrieron las puntas de su cabello, sólo por un momento. Draco no permitía que nadie tocara su cabello. Aquellos que fueron lo suficientemente tontos como para intentarlo, fueron hechizados hasta ser un tembloroso montón de carne picada. Pero Granger... Su toque fue breve pero mucho más embriagador que cualquiera de las bebidas que había tomado hoy. Ahí estaba su pulso de nuevo, disparándose hacia arriba en otro desproporcionado ataque de excitación. —Mediocre —dijo Granger. Draco resopló como si estuviera dejando pasar el comentario con sublime ecuanimidad. En realidad, estaba flotando demasiado como para que le importara un carajo. Granger frunció los labios y pasó los dedos por su cabello de nuevo, cambiando su raya al otro lado. —Adecuado, ya sabes. Decente... Un día, encontrarás a alguien que pueda mirar más allá. Ella estaba conteniendo una sonrisa. Sus párpados se sentían pesados; su cuerpo se sentía ligero. Quería corresponder a algún tipo de cumplido burlón, pero no debería hacerlo. Quería decirle que ella era como el vodka: intoxicante incluso en las medidas más pequeñas y que conducía a errores de juicio. Quería burlarse de ella sobre cómo comía cerezas, ¿quién mordía las cerezas por la mitad? Debía ser por su pequeña boca. Quería decirle que, si él había superado su fase de hurón grasiento, ella había superado con creces sus días de ardilla asustada. Quería hacer suposiciones sobre por qué su varita estaba empujando cosas contra su ingle. Pero eso desdibujaría aún más la línea ya indistinta entre burlarse y coquetear, y él no estaba destinado a coquetear. Estaba destinado a Reprimir. Estaba destinado a permanecer fríamente neutral, no afectado, distante. Profesional. Ella era su principal. Él le robó una mirada. Se había dado la vuelta para reanudar su batalla perenne con su cabello. Ella lo aflojó, él olió el champú, y luego lo recogió en una cola de caballo. Y no miró su nuca, donde se escaparon pequeños rizos y la piel era de lo más sensible y besable. No estaba mirando el borde festoneado de su vestido donde se hundió entre sus omóplatos. No estaba mirando la cremallera. Cierto, pero ¿y si él simplemente se colocase detrás de ella y le deslizara un poco del vestido del hombro y presionara su boca en ese lugar? Draco cruzó las manos sobre su regazo. No podía confiar en ellas.

Ella era su Principal. Se volvió vagamente consciente de que se dirigía al desastre. Granger, alegremente inconsciente de la agitación causada por la parte posterior de su cuello, colocó una última horquilla en su lugar.

Arte por la incomparable Nikita Jobson Luego colocó la pequeña canasta de cerezas entre ella y Draco y se sentó junto a él en el borde del promontorio, de modo que sus piernas colgaron junto a las de él. Ellos hablaron. Intentó no mirar su enrojecida boca como una cereza. Trató de no pensar en el húmedo borde de la botella de sidra que se pasaron entre ellos. Sus hombros se rozaron de vez en cuando. Sintió el ocasional roce de sus rizos cuando el viento los empujó en su dirección. La brisa trajo indicios de ella hacia él: sidra, champú y la sal de su piel en el calor del verano. ¿Sería de verdad tan terrible, no reprimir, sólo por ahora? Después de todo, se había ahogado durante semanas. Sabía que podía hacerlo de nuevo. Podía disfrutarlo ahora y luego, volver

a reprimirlo más adelante, ¿no? Estaría bien ¿verdad? Lo tenía todo bajo control. Arrojaron sus huesos de cereza a los arbustos debajo del montículo. Granger dijo que algún día harían una bonita arboleda de cerezos. Draco persiguió los huesos con encantamientos Herbivicus. Su objetivo era cierto; aquí y allá, debajo de ellos, los huesos de partieron y expulsaron pequeñas y tiernas hojas. Granger, maravillada, lanzó algunos Aguamenti. La luz del atardecer se volvió delicada y escurridiza. Granger se recostó sobre sus manos y suspiró; había satisfacción en ello. Inclusive, felicidad. Draco sintió su mirada sobre él. —¿Qué? —preguntó. —Nada —contestó Granger. —Dime. —Es un sentimentalismo alimentado por el vodka. —Todavía mejor. Ella eligió sus palabras con cuidado, pero finalmente habló: —Me alegro de que siguieras con la asignación de protección. Ahora no estaba bromeando, era sincera. Draco sintió una espontánea sonrisa cruzar su rostro. Una nueva y desconocida alegría se hinchó dentro de su pecho. —¿Sabes? Yo también —dijo Draco. Ella le dirigió una mirada de soslayo. Había un rubor en sus mejillas, o pudo haber sido lo último de la puesta del sol. —Cursi. —Horriblemente. Algo bailó en los latidos de su corazón. Ambos tomaron la última cereza al mismo tiempo. Sus dedos se enredaron. El toque fue fugaz, apresurado. Cualquier otra cosa sería demasiado dulce. El aire de la tarde fue el verano atrapado en una brisa: hierba y tréboles aplastados. Un zarapito cantó. Y fue hermoso, sentado al lado de Granger, con su brazo tocando el de ella, aquí en la cima del promontorio, que, en ese momento, se sintió como la cima del mundo. **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! ¡Nos vemos muy pronto!

Draco Malfoy: Notable Auror **~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva

**~**~** El resplandor post-Granger duró toda la noche en Draco. Cuando regresó a la mansión, deambuló suspirando y mirando a través de las ventanas. Sonrió vagamente a la nada. Rememoró la parte trasera de su cuello y en dónde le gustaría poner su boca. Leyó algunas viejas notas en su Bloc. Se entregó a un delicioso sueño de ella en la biblioteca, presionada contra las estanterías. Cuando se encontró flotando hacia el jardín de rosas para dar un paseo a medianoche, una actividad sin precedentes para él, Draco se dio cuenta de que estaba actuando como un imbécil enamorado.... Otra vez. Su cerebro, que había estado a la deriva entre esas estúpidas y esponjosas nubes, volvió a caer en picado a la tierra, donde volvió a instalarse en su cráneo, pero malhumorado, como si hubiese sido interrumpido en algo importante. Como si hubiese algo remotamente importante entre las cerezas, los vestidos de verano y «Me alegro de que siguieras con la asignación de protección». En la entrada al jardín de rosas, Draco giró sobre sus talones y regresó a la mansión. Se encerró en su estudio, donde paseó, recientemente perturbado. ¿Qué carajos estaba mal con él? Verla fue una mala idea. Lo había hecho muy bien durante julio, sacando a Granger de su cabeza. El crush había sido casi reprimido en su totalidad. Pero entonces, en su presencia, el reprimir apenas duró una hora. ¡Una hora! Eso era preocupante, agravante. A la mierda Theo y sus tonterías sobre que la ausencia alimentaba al corazón; lo hizo mucho mejor cuando estaba lejos, cuando no podía verla, bromear y que se burlara de él, olerla, robar miradas a su nuca... Draco se medio sumergió en otra fantasía antes de darse cuenta. Bueno, esto se podía reparar. Las próximas vacaciones de asterisco de Granger serían hasta Mabon, a finales de septiembre; era tiempo suficiente para dejar que esta cosa se desgastara y muriera. Draco se apoyó contra la chimenea apagada y tamborileó los dedos. Ella era su maldita principal. Y, lo que era más importante: él era Draco Malfoy. Altamente elegible, perpetuamente desapegado. No era un idiota enamorado. Su Bloc vibró. Draco esperó diez minutos enteros antes de revisarlo, durante los cuales caminó en un estado de agitación, diciéndose a sí mismo que se lo estaba tomando con calma. De todos modos, no fue Granger quien lo buscó. Y no se sintió defraudado ni en lo más mínimo. Era Goggin, programando una sesión de entrenamiento para el otro día. Esa sería una excelente salida para todas esas energías frustradas y locas con las que estaba lidiando. Draco respondió: «No hay varitas», para asegurarse de que Goggin le metiera un poco de sentido común. Al día siguiente, Draco y Goggin se metieron tanta sensatez, que ambos se convirtieron en filósofos bastante venerables. Eso se vio empañado por un hipo menor: nadie podía entenderlos a través de sus labios hinchados. El mundo se las arreglaría sin su inefable sabiduría. Pasaron unos días, durante los cuales Draco lo hizo maravillosamente bien desde una perspectiva represiva. Granger se convirtió en una mera idea de último momento entre varias emergencias, misiones y brutales sesiones de entrenamiento.

Draco estaba complacido consigo mismo de nuevo: todo estaría bien. Su primer contacto con Granger fue iniciado por ella y comenzó con un insulto, lo cual fue prometedor. «Estás loco», fue el saludo de Granger. Draco, que se lo estaba tomando con calma, esperó dos horas antes de responder con: «¿?». «Acabo de hablar con Hippocrates», dijo Granger. «¿Quién?», preguntó Draco. «Hippocrates Smethwyck: el jefe de San Mungo. Me mostró tu carta. ¿De verdad quisiste poner tantos ceros?». A Draco le resultó difícil tomárselo con calma cuando había una sonrisa en su rostro. «¿Superó tus expectativas mi definición de "grande"?». «"E" para Extraordinario. Estoy debidamente atónita». «Querías una piscina», dijo Draco. «Eso requería otro cero». «¡Eso fue soñar despierta!», respondió Granger. Draco casi pudo escuchar su voz tornándose más aguda. «No me respondiste. Re: Estás loco». Él no respondió porque su primer impulso fue decirle la verdad: que era un verdadero placer para él hacer realidad sus sueños ociosos, pero eso fue... Eso fue demasiado «iugh». La verdad era un empalagoso desastre. El Bloc volvió a zumbar. «Estoy sentada en el trabajo tratando de no llorar». «Mantén la compostura», dijo Draco. «Gracias por hacer esto», respondió Granger. «Cambiará muchas vidas para bien». Eso le pareció una fuerte conclusión a Draco, quien decidió no responder nada más. Echó un vistazo a la conversación y se sintió complacido consigo mismo: fue abrumadoramente neutral. Bueno, excepto tal vez, por eso de «definición de "grande"», pero eso sólo... sólo era coquetear por deporte. Ni siquiera hizo la evidente broma cuando ella le escribió que se había quedado atónita. ¿Ves? Todo estaba bien; bajo control. Sin enamoramiento. Mas tarde esa noche, Granger le envió otra nota, en esta ocasión, invitándolo a cenar para agradecerle; ella conocía un excelente lugar francés, ¿si él quisiera acompañarla? Draco leyó la invitación con un estúpido grado de anhelo. Sin embargo, un agradecimiento en persona presentaría desafíos para Reprimir y también, sin duda, garantizaría otro de abrazos. Cuantos menos tuviera de esos, menos cretino era. «Tengo otros planes. No tienes que agradecerme; fue mi regalo de agradecimiento hacia ti», dijo él. Granger respondió después de unos minutos:

«Muy bien, dime si cambias de opinión». No, no iba a cambiar de opinión acerca de cenar con ella. Sólo soñaría despierto con eso toda la noche, muchas gracias. Pasaron los días. Smethwyck le envió a Draco los planes para una renovación a gran escala para la Sala Janus Thickey, según sus instrucciones. Los planes eran notablemente completos y detallados. Se preseleccionaron arquitectos e ingenieros consultores, en espera de su aprobación, para replantear la Sala y crear un refugio de última generación para pacientes de atención a largo plazo. Se delinearon los procesos de consulta, así como los planes para la formación de médicos especialistas y enfermeras. Se propuso una nueva estructura para colaboraciones e investigaciones interdisciplinarias centradas en dolencias a largo plazo. Draco sabía que el aire general de competencia que flotaba en las páginas era atípica en la administración de San Mungo; olía a Granger. Se le ocurrió preguntarle, pero no, era más seguro mantener las comunicaciones al mínimo. Aprobó los planes e hizo arreglos para la transferencia de los fondos. Rechazó una invitación para asistir a la fiesta de anuncio en San Mungo en honor al regalo; ella estaría allí. Por lo tanto, dijo que deseaba mantener un perfil bajo y que la nueva Sala fuera el centro de atención, no él. Pero por favor, emborráchense en champán en su honor. Después del evento, Granger le envió un mensaje, diciéndole que esperaba verlo ahí, ¿por qué no había asistido? Draco dijo que estaba ocupado: ya sabes, un mago caníbal en Castel Combe que comía turistas. Granger contestó que por supuesto, lo entendía. Cuando llegó el momento de reforzar las protecciones de Granger, Draco deliberadamente eligió momentos en los que estaría metida hasta los codos en los intestinos de alguien en Urgencias. En las semanas posteriores, Draco, con creciente desesperación, incluso tuvo citas. Estuvieron bien, hasta donde llegaron, que no fue demasiado lejos. Las brujas no activaron esa porción primitiva en su cerebro que solían encender. Esto dio como resultado que Draco actuara como un perfecto caballero, porque definitivamente no hizo ningún movimiento para acostarse con ellas, o incluso besarse con nade, pero hizo mucho para mover sillas y abrir puertas -para que pudieran irse-. Ningunas tetas fueron rociadas. Theo le mencionó que su virtuosa conducta fue interpretada como una maduración por parte de sus conocidos y que todos, y cada uno de ellos, ahora estaban convencidos de que Draco Malfoy había comenzado en serio la búsqueda de una esposa. Lo cual fue mejor que la impotencia repentina, supuso Draco. Se resignó a una existencia de monje (avec paja), porque aparentemente, ninguna bruja en el mundo era lo suficientemente buena para su pene, excepto una, tal vez, pero él no estaba pensando en ella. Ella no existía, sólo como su principal bajo protección remota, cuyo corazón ocasionalmente lo llamó a través del anillo. Pero todo estaba bajo control; estaba bien. Si Granger notó una retirada de su parte, no hizo ningún comentario. Sus mensajes reflejaron las suyas: directas y al grano. Así que agosto se desangró en largos días de septiembre sin Granger.

El otoño llegó de repente después de una noche particularmente fría, convirtiendo los frondosos jardines de la mansión en un glorioso espectáculo de color. La Oficina de Aurores estuvo ocupada; una bruja invocó una abominación sobrenatural en Northamptonshire. Durante las tres noches lunares de cosecha en septiembre hubo una ola de ataques de hombres lobo cuyo único objetivo pareció ser aumentar las infecciones en la población mágica. Tonks formó un Grupo Unificado de Aurores Tras los hombres lobos (GUAT)*. Potter, que dirigía el grupo, le dijo a Draco que tenía un nombre acertado, ya que la mayoría de sus reuniones consistía principalmente en decir: ¿GUAT? Cuando llegaban noticias sobre nuevos ataques. En resumen, todo fue normal. A medida que avanzaba el mes, Draco comenzó a revisar su Bloc. Con el final de septiembre llegó Mabon: el equinoccio de otoño. Granger fue puntual. Unos días antes de Mabon, el Bloc de Draco sonó. Cuando vio que era de ella, estaba excesivamente impasible, aburrido incluso, y su ritmo cardíaco no se aceleró en lo mínimo. Con una especie de indiferencia, leyó la misiva: «No he hecho nada del trabajo preliminar que debí haber hecho antes de Mabon. El día consistirá en pasear por el Reino Unido, mirando hongos. Dejo tu asistencia a tu discreción». «¿Probabilidades de arpías o monjas?», preguntó Draco. «De bajo a inexistente», contestó Granger. «Visitaré tumbas megalíticas sólo por el exterior, para examinar hongos». «Dada tu inclinación para atraer el peligro, esperaría un diluvio de criaturas malignas». «El único diluvio será una llovizna que difícilmente pueda ser digna de ese nombre», respondió Granger. «Bien», dijo Draco. «No iré, pero envíame el itinerario cuando esté listo». Y por un rato, eso fue todo. Hasta que, por supuesto, el infierno se desató y Granger perdió todos sus Privilegios para estar a solas antes de que pudiera comenzar a divertirse. El infierno se desató un miércoles por la noche. Draco estaba en el campo de Quidditch en la mansión, persiguiendo la Snitch bajo la lluvia torrencial, cuando su varita resonó con la alarma del laboratorio de Granger. En el mismo momento, su Bloc zumbó con una nota de Granger: «Alguien está aquí». Lo que le informó a Draco que no sólo había alguien curioseando en las protecciones del laboratorio de Granger, sino que también Granger estaba en el maldito laboratorio. A la media noche. Sola. El anillo en su dedo reflejó su miedo. Draco no se molestó en dar explicaciones a sus desconcertados compañeros de equipo, que le preguntaron groseramente por qué diablos estaba

revisando su maldito Bloc en lugar de atrapar la Snitch. Justo cuando Draco sacó su varia para desaparecerse, su anillo le quemó. Granger activó la baliza de socorro. Nunca antes, Granger había activado la baliza de socorro. Mierda. Una descarga de adrenalina y pavor recorrió a Draco, igualando lo que sintió a través del anillo. Se Desapareció del campo a la mansión y de ahí viajó por red flu a Cambridge. El Salón del Rey estaba protegido contra Apariciones, por lo que se apareció, de nuevo, justo fuera de sus puertas, donde golpeó la placa de bronce con su varita hasta que apareció el edificio escondido mágicamente. El anillo ardió con creciente urgencia. El corazón de Granger estaba acelerado. La escoba de Draco todavía estaba en su mano y proporcionó un medio conveniente para subir los tres pisos hasta el laboratorio de Granger. Mientras doblaba la esquina final a una velocidad vertiginosa, con el miedo en las venas, se Desilusionó y se lanzó una ráfaga de encantamientos protectores. Primero pensó que había perdido al intruso de nuevo. El letrero impersonal en la puerta: «GRANGER. Toca para llamar la atención». Se cernía sobre su visión. Entonces, se dio cuenta de los sonidos y movimientos justo fuera de la puerta. Draco detuvo la escoba, su respiración y lanzó hechizos de revelación no verbal. Tres figuras desilusionadas aparecieron a la vista. Dos estaban agachados, trabajando en las protecciones que estaban resistiendo el asalto sin problemas y uno estaba de pie, como centinela. El guardián no detectó el acercamiento silencioso e invisible de Draco en la escoba. Granger estaba adentro, a salvo, y eso era lo principal. Ahora, el temor de Draco dio paso al alivio y al deseo de desmembrar sistemáticamente a cada uno de estos hombres. El Salón del Rey no permitía Apariciones o Desapariciones dentro de sus muros. Lo cual fue, en este particular momento, ideal. Draco disparó un silencioso Caeli Praesidium por encima del hombro, que se expandió en una protección geodésica similar a una jaula, sellando el corredor detrás suyo. Estos hombres no se irían de aquí por su propia mano. Tres tipos malos contra un solo Draco. Tenías que sentirte mal por ellos. Arrojó un Aturdidor al que estaba parado como centinela, luego lanzó un Finite para librar a los demás de su Desilusión y entonces el juego comenzó. A juzgar por la avalancha de hechizos enviados a su dirección de los dos magos restantes, el alto fue el duelista más experimentado y el calvo nervioso era de gatillo fácil. Draco, todavía Desilusionado, se aplastó contra una pared y lanzó dos aturdidores, desviados por el tipo alto. Logró el suficiente contacto visual con el calvo para hacer un poco de Legeremancia, que le informó que una maldición asesina se avecinaba. Giró en la escoba y flotó hacia el techo cuando la maldición brilló verdosa donde había estado con anterioridad. Una maldición asesina tan pronto era inusual y también, totalmente antideportiva. Subió las apuestas; nada de jugar limpio, no más aturdidores.

Draco cortó el brazo de la varita del hombre calvo por su descaro. Entre gritos y chorros de sangre, evaluó al mago alto. Su intento de Legeremancia fue bloqueado por una Oclusión de nivel novato, apenas evitó que descifrara el próximo movimiento del mago a esa distancia. El alto lanzó un Confringo por el pasillo, demasiado grande para esquivarlo, lo que obligó a Draco a lanzar un Protego y revelar su ubicación aproximada. —Ahí estás, bastardo —siseó Alto y lanzó otro. Este explotó contra la protección de Draco al final del pasillo. —Nos ha encerrado, maldita sea —jadeó Alto ante eso. El mago calvo acunó su muñón ensangrentado contra su pecho, tomó su varita con la otra mano y se puso de pie. Un vistazo a su mente le informó a Draco sobre otro Avada Kedavra inminente. La segunda maldición cortante de Draco dejó a Calvo con doble amputación. Cuando los gritos comenzaron de nuevo, Draco dijo: —Si yo fuera tú, lanzaría un hechizo refrescante sobre las extremidades amputadas, ya sabes... Para que puedan volver a unirlas. El alto entró en pánico, pero tuvo la cordura de volver a Desilusionarse. Entre los gritos de Calvo, él y Draco intercambiaron hechizos de diversa maldad y legalidad, cada uno buscando una debilidad en las protecciones del otro. El mago alto era experto en hechizos defensivos y desviaciones. Draco se acercó a él con la esperanza de poder lanzarle un encantamiento más cercano. Draco lanzó otro Finite, liberando a su oponente de su Desilusión mientras mantenía el suficiente contacto visual para otro intento de Legeremancia. En este rango más cercano y con un empujón más poderoso, vislumbró un Bombarda. Levitó el aturdido cuerpo del centinela frente a él para recibir la peor parte. Los duelistas nobles eran duelistas muertos y Draco no pretendía ser ninguna de esas cosas. El mago alto maldijo mientras veía incinerarse a su colega. Mientras tanto, los gritos de dolor de Calvo resonaron por todo el pasillo y francamente, eran una distracción. —Shh —dijo Draco, parándose detrás suyo y silenciándolo a quemarropa. El calvo se derrumbó, agarrándose la garganta convulsa. Draco fue golpeado con un Finite, lo cual estuvo bien, ya no le importaba que supieran quién estaba a punto de acabar con ellos. El alto pasó a Draco, corriendo hacia la salida. Fue repelido por las protecciones y lanzado hacia Draco. Ahora, demasiado aterrorizado para recurrir a las Imperdonables, levantó su varita, con una maldición asesina en los ojos. Draco escupió un Immobulus, congelando el brazo con la varita del hombre en su trayectoria ascendente. La maldición asesina se estrelló en un resplandor verdoso contra el techo. Alto jadeó:

—Tú mal... —Pero la maldición de asfixia de Draco lo golpeó en el cuello. Cayó de rodillas, agarrándose la garganta. Draco se enderezó la túnica. Las protecciones estaban intactas y Granger estaba a salvo y ahora se sentía como una buena oportunidad, largamente esperada, para obtener algunas malditas respuestas. En general, Draco se adhería, más o menos, a los protocolos estándar de interrogatorio de los Aurores, pero esta noche, no tenía tiempo. Tiró hacia atrás la cabeza del mago que se asfixiaba, le abrió los ojos a la fuerza y se sumergió en su mente. La Oclumancia del hombre opuso poca resistencia en su estado semiconsciente. Draco empujó a través de sus recuerdos, siguiendo la corriente de pensamientos que lo habían llevado a la puerta de Granger esta noche. Este hombre, quienquiera que fuese, era un peón: recibió una orden de una sombría figura en una habitación oscura y no supo nada más allá de sus instrucciones. Debería irrumpir en el laboratorio de Granger y «confirmar lo que estaba haciendo la chica». Draco pasó un momento demasiado largo en ese recuerdo, tratando de ubicar la voz áspera. El calvo había recibido instrucciones del alto, por lo que era todavía más inútil. El centinela era el más inservible de todos, estando muy muerto y despidiendo un tufo a puerco quemado. Malditamente inútil. Draco aturdió a los sobrevivientes con un vigor innecesario, directamente en el pecho. Las extremidades cortadas del calvo fueron colocadas bajo un hechizo de estasis. Draco envió un Patronus a Goggin, Tonks y al servicio de Medibrujas. Tres aristocráticos borzoi, altos y plateados, salieron de su varita y se alejaron corriendo. Caminó hacia la puerta del laboratorio y eliminó las protecciones. Unos cuantos pasos lo llevaron hacia la puerta de la oficina de Granger, la cual golpeó. —¿Estás ahí? Responde o derribaré la puerta. La voz temblorosa de Granger inquirió: —¿Qué tipo de pastel comiste en Tyntesfield? Hubo cierta tranquilidad en que ella estaba lo suficientemente bien como para verificar que Draco realmente era Draco. —Semilla de amapola. Granger abrió la puerta, varita en ristre con el brillo blanco de un Protego esperando en su punta. Parecía pálida, pero por lo demás, ilesa. Sus ojos eran enormes y ensombrecidos por el estrés. Draco luchó contra un repentino y salvaje impulso de levantarla y estrujarla. Era la adrenalina, obviamente. —Eran... —comenzó Draco. —Lo sé —dijo Granger, levantando su móvil—. Lo vi todo. El informe de Draco se interrumpió.

—¿Qué? —Tengo una cámara en el timbre de la puerta —dijo Granger. La pantalla de su móvil brilló; mostraba el corredor, ahora silencioso, un arco de sangre rociado a través de la pared y el cadáver quemado que era visible, desplomado contra el rodapié. Granger miraba a Draco con los ojos muy abiertos. —Ah —dijo Draco. —¿Están...? ¿Están todos muertos? —Sólo uno; atrapó un Bombarda. —¿Qué querían de mí? —la voz de Granger era débil. Ella estaba conmocionada; parecía frágil frente al escritorio repleto, con sus brazos envueltos alrededor de su abdomen, los labios pálidos. Draco quiso abrazarla de nuevo. —Tenían instrucciones para confirmar lo que estás haciendo —dijo Draco. Granger lo miró a los ojos. Los de ella contenían alarma, conmoción, preocupación. Probablemente, su mirada era un espejo. —Mierda —exhaló ella. —Sí —contestó Draco—. Sea lo que fuere que preocupaba a Shacklebolt, finalmente está sucediendo. Vámonos. —Pero... ¿¡Cómo!? —Granger estaba reuniendo algunas cosas en sus bolsillos, incluyendo partes de sus computadoras—. ¿Y a dónde vamos? —Fuera de aquí. Las protecciones resistieron, pero nunca más estarás sola aquí de nuevo. Necesitamos hablar. —¿Mi casa? —Está bien por esta noche, pero saben dónde vives. Goggin, Tonks y las mediburjas llegaron con segundos de diferencia. Sus pasos resonaron en los tres tramos de escaleras que conducían al laboratorio de Granger y aparecieron por el pasillo. —Hola, hola, hola —saludó Tonks, observando la carnicería—. Un pequeño duelo de medianoche después del Quidditch, ¿verdad? —preguntó en cuando vio el vestuario de Draco. —Por eso olí tocino —dijo Goggin, empujando el cuerpo del centinela con su bota. La medibruja en jefe hizo una mueca y dijo que no había mucho que pudiera hacer por eso, pero que lo recogería para una autopsia. Los otros dos fueron sacados en camillas flotantes, a las que Goggin agregó correas bastante desagradables en caso de que despertasen. Los siguió. Tonks vio a Granger y voló hacia ella, agarrándola por los hombros y preguntándole si estaba bien. —Sí, estoy bien. Malfoy llegó en un minuto —dijo Granger mientras Tonks estrujaba

alternativamente entre su rostro y sus manos. —¿Estás segura? ¿No te hirieron? ¿Nadie entró? —No, las protecciones aguantaron maravillosamente, estoy bien, de verdad, Tonks. —Bien, genial, excelente. —Tonks palmeó las mejillas de Granger por última vez y se giró hacia Draco—. ¿Tuviste oportunidad de echarles un pequeño vistazo? Estrictamente hablando, los Aurores no debían realizar interrogatorios sin seguir procedimientos específicos sobre sospechosos bajo custodio. Sin embargo, a los practicantes de Legeremancia se les permitió usarla durante un tiroteo. Si recogieron algo útil durante eso, era un bonus afortunado. —Sólo un vistazo —dijo Draco—. Fueron instruidos para confirmar en qué estaba trabajando Granger. Valdrá la pena hacer una inmersión más profunda. El más alto tuvo una conversación con alguien, había algo en su voz... Tan malditamente familiar... Pero no pude ubicarlo... —Personalmente los interrogaré —dijo Tonks y su cabello se convirtió en un siniestro mohicano color rojo sangre—. Les diré en cuanto obtenga algo. Hermione, dios mío, pareces a punto de desmayarte. —Malfoy estaba a punto de llevarme a casa —dijo Granger. —¿A casa? —Tonks arrugó la nariz—. No me encanta casa. Sospechamos que alguien ya estuvo hurgando ahí, ¿no? —Me quedaré con ella durante la noche —dijo Draco—. Entonces podremos hacer otros arreglos. —¿Otros arreglos? —preguntó Granger mientras él y Tonks la conducían escaleras abajo. —Estoy pensando en una casa de seguridad, hasta que entendamos lo que está pasando y encerremos a los responsables —contestó Tonks. —Pero tengo que... —Nos esforzaremos por lograr una mínima interrupción en tu trabajo y en tu vida —la interrumpió Tonks. Su tono, aunque amistoso, no admitía la réplica. Granger parecía resignada. Fue difícil montar una objeción cuando la evidencia de que los malos buscaban dañarla estaba salpicada por toda la pared con sangre. Tonks se giró hacia Draco. —Ahora que hicieron un movimiento, quiero protección de Auror las 24 horas del día para ella, en persona. Cuando no estés disponible, haz los arreglos necesarios. Puedo prescindir de Weasley cuando sea necesario, también de Goggin y Humphreys. —Entendido. Salieron del Salón del Rey. El patio del Trinity brilló con un suave rocío bajo la luna menguante de septiembre. —Finalmente han comenzado a mostrar sus cartas —dijo Tonks, tocándose el labio—. Veamos qué puedo descubrir de nuestro amigo Manco y Compañía esta noche. Hermione: tómate una taza de té o algo más fuerte, por favor. Bueno, tú eres la sanadora, sabes cómo tratar un shock.

Con eso, Tonks levantó su varita, giró sobre sus talones y Desapareció. Draco le tendió el codo a Granger. —Vámonos. Sus ojos todavía estaban muy abiertos, ella vaciló por un momento y luego tomó su brazo. Se empujaron juntos cuando él giró Desapareciéndolos. Creyó sentirla estremecerse. Se materializaron en la oscuridad de la cocina de Granger. Ella lanzó un Incendio a la chimenea y encendió algunas luces muggles. Luego se pararon en medio de la cocina y se miraron; había tensión al respecto. Draco tenía un montón de cosas burbujeando, queriendo ser dichas: que había sido un maldito alivio verla ilesa, que nunca volvería a trabajar sola, que si el interrogatorio de Tonks no rendía frutos, él, personalmente, exprimiría las mentes de los sobrevivientes hasta obtener la última gota de información... Granger tenía una mano entrelazada con la otra, una señal de que ella también tenía cosas que decir. —Graci... —comenzó Granger justo cuando Draco dijo: —Yo... Ambos se quedaron en silencio, esperando a que el otro hablara. Granger dijo: —¿Querías tú...? Y Draco dijo: —Tu... Nuevamente se interrumpieron y se quedaron en silencio. Granger se retorció las manos de nuevo, exasperada. —Por amor de dios, ¡habla! —¿Cuál es tu protocolo para tratar el shock? —Eh... Bueno, hay varios tipos de shock, así que... —Psicológico. —¿Mágico o muggle? —Mágico. Granger recitó una lista, contando con los dedos: —Inmediatamente, eliminación del estímulo que provocó el shock. Una bebida de opimum tranquillitas: excelente para la angustia emocional, la agitación psicomotora y los trastornos de pánico. Y por supuesto, tranquilidad.

—Correcto —dijo Draco—. Comencemos con eso, luego podemos hablar. ¿Tienes opimum tranquillitas en casa? —¿Para mí? —Sí —contestó Draco, hurgando en las plantas que crecían en el alféizar de la ventana. —Es el de hoja ancha, pero yo estoy bien. —No, tú no estás bien. Has vuelto a ser el cadáver de Veela, sin el cabello. Granger miró el costado de una brillante olla y exhaló un grito ahogado al ver su reflejo. —¡Oh por dios! Pondré la tetera al fuego, ¿está bien? Sus manos temblaban. —¿Y tú? —preguntó Granger mientras hervía el agua. Su mirada recorrió su rostro—. Supongo que no eres inmune... Este tipo de cosas deben provocarte algo. Draco, quitándose los guantes de Quidditch, se encogió de hombros con fingida indiferencia. No tenía ningún interés en informarle que, en realidad, su enloquecida carrera hacia ella estuvo marcada por un profundo temor y algo cercano al pánico. —No lograron darme, a parte de un Finite. He visto peores cosas. Le pasó unas cuántas hojas para la infusión. Olían fuertemente a menta cuando se hundieron en el agua caliente. —¿Debería ofrecerte una taza? —preguntó Granger. —Adelante, entonces —dijo Draco mientras el olor flotaba hacia él. Granger vertió la tisana en dos tazas y se sentaron en la mesa de la cocina. Ella todavía lo observaba con esa mirada de ojos enormes. De todas las cosas que Draco quería decirle, preguntarle sobre eso parecía ser la menos arriesgada. —¿Por qué me miras como si quisieras vomitar? Granger no parecía saber muy bien hacia dónde mirar. —Yo... Eh... Supongo que estoy un poco desconcertada, después de haberte visto en acción contra esos hombres. Fuiste... —Buscó la palabra por un momento—. Bastante despiadado. —Cuando alguien usa una maldición asesina que no se puede bloquear al inicio, no lanzas Aturdidores. —Oh, sí —coincidió Granger, enderezándose y asintiendo. Comenzó una especie de parloteo nervioso—. Supongo que quiero decir que... Que nunca te había visto así. Te he conocido principalmente como... como una espina en mi costado que aparece cuando no es bienvenido y hace comentarios. Sabía, conceptualmente, que eras un excelente duelista, pero es otra cosa verlo. ¿Sabes? Me... Me hizo recordarlo. Fue impresionante. Eras aterrador, pero estoy... estoy muy agradecida. Giré el anillo y no tenía idea de si vendrías. Y entonces estabas ahí. Y había sangre por todas partes y yo estaba a salvo. Así que... Gracias. Voy a dejar de hablar ahora. ¿Quieres

más opimum? Creo que necesitamos más opimum. Haré un poco más, ¿está bien? Granger no esperó su respuesta y se puso de pie para ocuparse con la planta y la tetera. Estaba nerviosa y trastornada. Derribó el colador. El último paso en el protocolo de Granger había sido «Tranquilizar». Draco supuso que podía intentarlo. Se paró a su lado en la encimera y detuvo sus manos con las suyas. Granger se estremeció ante su toque y lo miró, confundida. —Ahora, voy a intentar «Tranquilizar» —declaró Draco. Fue lo correcto por decir. Granger soltó una pequeña e inesperada carcajada. Terriblemente trillado el cómo se había perdido ese sonido. La incómoda tensión, las barreras del distanciamiento, se perdieron. —Entonces adelante —dijo Granger con una perpleja sonrisa en las comisuras de su boca. —Las mentes de los malos que atrapamos esta noche serán estrujadas hasta conseguir el último ápice de información que tengan, consciente o inconscientemente. Granger asintió. —Y luego averiguaremos quién los envió y los atraparemos. Y podrás continuar tu investigación sin obstáculos. —Gracias. —Las protecciones aguantaron y estás a salvo. Ella asintió de nuevo. Pudo haberlo dejado hasta ahí. Pero tenía algo más por decir. Su agarre se retorció alrededor de sus manos. —Y... Necesito que sepas algo. —¿Sí? —Siempre vendré por ti cuando gires ese anillo. Su voz lo traicionó; se puso ronco. Granger no esperaba esa sinceridad, en realidad, parecía devastada por ella. La sonrisa se había esfumado y ahora parecía que quería llorar. Se soltó de su agarre y presionó el dorso de su mano contra su boca. —Lo siento, yo... sólo... Hubo silencio, luego una larga inhalación y Granger miró al techo. Se dio la vuelta y se derritió en sus brazos.

Arte de Anastraa Ah, él había deseado esto. Una parte distante de su cerebro dijo « finalmente, maldita sea». No hubo incomodidad en esta ocasión; sus brazos sabían exactamente qué hacer. La tomó, la apretó y la sostuvo contra su pecho. Escuchó y sintió su respiración entrecortada mientras luchaba contra las lágrimas. Él murmuró algunas cosas: que estaba bien llorar, que su laboratorio había sufrido una violenta intrusión y que eso fue angustiosamente horrible, que la conmoción y el miedo eran reacciones muy normales. ¿Podía ella escuchar a su corazón latir en su pecho? Todavía traía puesto su equipo de Quidditch y probablemente apestaba. ¿Por qué ella se sentía tan frágil? Su aliento era cálido, sus brazos fueron una dulce presión alrededor de sus costillas. La sensación de su cabeza presionada contra la suya fue indescriptiblemente preciosa. La sensación de su pecho, expandiéndose y contrayéndose entre sus brazos mientras respiraba fue algo raro y digno de ser atesorado. Era placer y miseria abrazar a Granger. Rompió todas las fortificaciones que había creado en el último mes con un estallido cristalino. Lo hizo querer decir cosas, soltar cosas, decirle que la había extrañado y que quería... Que quería estar más con ella, lo que sea que eso significara; que estaba Reprimiendo cosas porque no quería ser parte de esas cosas, pero aún así existían, un revoltijo indescriptible, turbulento e indecible; que esas cosas lo atormentaban en las primeras horas de la noche, cuando el mundo estaba tranquilo y él estaba a solas con sus pensamientos; que no diría nada de eso, porque tenía demasiado miedo de arriesgar lo que tenían en este momento... Este baile en puntillas, este equilibrio. Él no podía decirle, no era el momento. Y además se arriesgaría; cambiaría las cosas. Y amaba lo que sea que fuera, en este momento, más de lo que odiaba la sensación de que no era suficiente.

Arte por Nikita Jobson Placer y miseria, miseria y placer. Los latidos alternaron con su pulso: uno de alegría, dos de tristeza, uno de alegría, dos de tristeza. La respiración de Granger se hizo más lenta, la tensión se disipó. Ella suspiró contra él y sus brazos se aflojaron alrededor de sus costillas y sus manos se metieron en su pecho y él sufrió, y él quería volar. Draco felizmente se habría quedado ahí por un eón, abrazándola. Fue Granger, bendita y maldita, quien lo terminó. Ella no había llorado, sin embargo, le dijo con voz tensa, evitando mirarlo: —Necesito un momento. —Y salió de la cocina. Draco escuchó un grifo abierto. Dio unas zancadas para despejarse la cabeza, pasándose las manos perturbadas por el cabello. Se bebió la tisana, ahora tibia, deseando que estuviera enriquecida con unos cuantos tragos de whisky. Extendió una agradable sensación de adormecimiento por su garganta y sus extremidades; suficientemente cerca. Estaba tranquilo; estuvo bien. Granger regresó. Algunas gotas de agua permanecieron en su rostro de su visita al baño. Su moño había sido rehecho; más alto, más apretado.

—Correcto —dijo Granger, regresando a su asiento con energía renovada. Parecía como si hubiese agotado su límite de emociones del día y no tuviera más para dar y además, había cosas por discutir. Se bebió la mitad de su tisana, alejó la taza y preguntó: —¿Cómo supieron esos hombres sobre mí? ¿Por qué mi laboratorio? No he dicho nada, tampoco he publicado nada. Soy, para todos los demás, una académica terriblemente poco interesante metida en mi propio trasero en investigación abstrusa. Entonces, ¿cómo? —No tengo una respuesta —dijo Draco—. Lo que quiero sabes es quién. ¿Quiénes son la población por la que Shacklebolt estaba tan preocupado? Porque eran ellos, en tu puerta. —No debería importar —dijo Granger. Parecía irritada, un excelente indicador de que se sentía mejor—. No deberían saberlo. ¿Cómo lo saben? —No importa el cómo. Ellos lo saben. Pásame la mano. —Te prometo que no necesito más «Tranquilizar» —contestó Granger, apartando la mano. —Voto Inquebrantable —respondió Draco. —Pero... —Te dije que si había otro incidente, necesitaría saberlo. Y eso fue más que un incidente: fue un descarado y maldito allanamiento. Esto ya no es una reacción exagerada de Shacklebolt: es real. La mirada de Granger era una mezcla de turbulenta preocupación, ira, impotencia y frustración. Draco volvió a extender la mano. Ella suspiró. —Está bien, está bien. Pero debes prometer que harás lo que dijo Tonks: sobre las interrupciones mínimas. No seré encerrada y alejada de mi trabajo; es demasiado importante. —Lo prometo. —Sé que te vas a poner todo... Todo... —¿Todo qué? —preguntó Draco cuando ella se quedó estancada al final de la oración. —No sé... —Granger parecía ansiosa—. Exagerado, celoso... —Tonterías, soy la definición de mesurado. Dame la mano. —...Acabas de quemar vivo a un hombre. —Yo no lo quemé. Granger hizo un sonidito de frustración. —Mano —repitió Draco. Con aprehensión, Granger le tendió la mano; la que tenía el anillo. La tomó entre las suyas; era delicada y cálida.

Draco apuntó su varita a las manos unidas y murmuró el encantamiento del Juramento. Hilos de oro emanaron de su varita y se abrieron paso alrededor de sus manos en hipnóticas espirales. Sintió que la magia se apoderaba de él, una especie de presión en la garganta y las palmas de las manos, prometiendo supresión mágica si intentaba transmitir el secreto al resto del mundo. Miró a Granger a los ojos: era el momento. Ella tomó aire y, para sorpresa de Draco, en medio de la preocupación en su mirada, vio una tranquila y firme confianza. —¿Estás listo? —preguntó Granger. —Sí. Granger inhaló. —Voy a curar la licantropía. **~**~** Vocabulario y otras anotaciones: *GUAT: Werewolf Task Force (the WTF) **~**~**

Draco Malfoy: imbécil literal Chapter Notes

:Tema pesado por naturaleza, aunque traté de mantenerlo legible y no demasiado técnico. ¡Muchas gracias a Anastraa por prestarme su experiencia en inmunología para este capítulo! Se debe culpar/agradecer a NikitaJobson por la breve escena de Draco en la ducha, ¡ya que no puedo tener suficiente de sus Dracos en la ducha!

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**~**~** Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love" De Isthisselfcare Beteado por Bet y Eva **~**~**

**~**~** Granger, como siempre lo hacía, había enunciado perfectamente claro. Y, sin embargo, Draco se encontró procesando su oración con dificultad. Pero ella aún no había terminado. —La licantropía, para empezar, porque es ahí donde los resultados han sido mayormente prometedores. Pero, eventualmente, también podría ser el vampirismo. Y puede que sea capaz de revertir el Beso del Dementor en víctimas recientes. Draco sintió cómo su boca se abría. La cerró inmediatamente. Granger lo miró con aprensión: —Así que… Tampoco es una panacea. —Mierda, Granger. —Bastante —Explícate. Granger parecía demasiado cansada como para asumir su habitual aire de profesora. Tomó una bocanada de aire y pareció ordenar sus pensamientos. —Estas enfermedades han sido la bête noire de los sanadores durante siglos y siglos: son incurables y, a menudo, mortales. En las últimas décadas, la medicina muggle ha logrado increíbles avances en terapias dirigidas a sus propias enfermedades “incurables”. Los médicos muggles han desarrollado algo llamado inmunoterapia, el cual utiliza al propio sistema inmunológico del paciente para combatir ciertas condiciones. De eso trató mi presentación en Oxford, ¿te acuerdas? Bueno, para simplificarlo, estoy aplicando ese concepto a las enfermedades mágicas. Mi tratamiento imitaría la acción de los anticuerpos, enfocándose en enfermedades mágicas específicas. Granger miró los hilos dorados que todavía emanaban de la varita de Draco, para comprobar que seguía siendo seguro revelar los detalles. —En pocas palabras, ayudaré al sistema inmune del paciente a crear su propia respuesta a las células infectadas. Será un largo tratamiento: dos o tres años de infusiones, cada quince días; pero, paulatinamente, el cuerpo del paciente aprenderá a combatir la enfermedad. Y, con suerte, erradicarlo por completo. Un día, habrá pacientes de licantropía en remisión. No más poción matalobos, no más transformaciones. Draco se recostó y trató de mantener sus ojos en su cabeza. Granger estaba curando una condición que había plagado al mundo mágico durante siglos y siglos. Ella era brillante; sobresaliente; una leyenda absoluta. Estaba en el mismo nivel que Merlín, Cerridwen y Circe; debería estar en un cromo de rana de chocolate. —Deberías estar en un cromo de rana de chocolate… —dijo Draco, ya que ése fue el menos ridículamente efusivo de sus pensamientos.

—Ya estoy en un cromo de rana de chocolate —dijo Granger. —Es verdad. —Draco la miró fijamente—. Entonces, ¿a qué se debe todo este galimatías? Granger lo estudió para calcular hasta qué punto necesitaría simplificarlo. —El tratamiento se dirige a las células enfermas e interrumpe sus funciones para que pasen hambre o mueran. Pero se necesita una especie de suero para dárselo a las células y unirlas. Sanitatem fue una base perfecta para ese suero; también ayudará a proteger a los pacientes de algunos de los efectos secundarios más duros: el tratamiento es particularmente agresivo para el sistema endocrino y puede desencadenar tormentas de citoquinas. Sin embargo, el Sanitatem regular no era lo suficientemente poderoso por sí mismo. Hay una especie de… una especie de Proto-Sanitatem que he estado luchando por recrear durante el último año: son los mismos ingredientes, sólo que mil veces más potentes mágicamente. El agua del Pozo Verde en Imbolc en lugar de agua bendita; la sangre de un dragón antiguo recolectada en Ostara, en lugar de sangre normal de dragón; una reliquia osificada de una santa tomada durante el solsticio en lugar del hueso de un humano… Granger movió sus manos todavía unidas para que descansaran sobre la mesa; su brazo debía haber estado cansado; esto significaba que estaban tomados de la mano sobre una mesa; lo cual estaba bien y no significaba absolutamente nada. Draco volvió a enfocar su atención al juramento mágicamente exigente y a las palabras intelectualmente exigentes de Granger. —El texto original con la fórmula del Proto-Sanitatem se perdió a lo largo de los siglos, pero existen referencias aquí y allá. Revelaciones contenía la mayoría de los fragmentos, pero eran terriblemente vagos: fue escrito por una herbolaria y filósofa que estaba transcribiendo lo que parecía ser una tercera versión a mano de otro lugar, y su enfoque estaba en la flora y los hongos de los lugares sagrados. Había muy poca descripción que me ayudara a identificarlos. De ahí mi travesía por todo el país: mis vacaciones en Mabon consistirán en visitar dólmenes que han registrado colonias de Agaricus aureum y Agaricus silvaticus, porque eso fue lo que más la intrigó… ¡bendita sea ella! Granger terminó su tisana ahora fría. —La luz está al final del túnel: sólo quedan Mabon y Samhain. Cuando haya sintetizado las primeras dosis del tratamiento, estaré lista para pasar a la fabricación. Ahí fue donde entraban Larsen y su laboratorio: produce medicamentos de inmunoterapia y tiene un excelente conocimiento sobre los bio-mecanismos de las enfermedades, y tiene las instalaciones para la producción en masa. Pero desapareció completamente del mapa. Tendré que buscar a otro colaborador con, ya sabes, los montones de tiempo libre que tengo. Creo que podría intentar sintetizarlo a menor escala en mi propio laboratorio, tal vez lo suficiente para los ensayos clínicos… Granger se calló, observando el remolino de hilos dorados del Juramento entre sus manos. —Creo… Creo que eso es todo —dijo ella, su mano temblaba contra la de Draco. —Bien —contestó Draco. Miró a Granger medio aturdido por un momento y luego dijo —. Secretum Finitur. Una cinta final de luz dorada emanó de su varita, envolviéndose alrededor de sus manos y luego viajó por el brazo de Draco, atravesando sus labios antes de desaparecer. Su lengua se sentía pesada y había una nueva sensación de restricción en sus manos. Se desvanecería en unas pocas

horas, pero fue un recordatorio físico de que ahora estaba hechizado. Dejó escapar un profundo suspiro y dejó su varita. —Debes estar exhausto —dijo Granger, mirándolo—. Ese hechizo es difícil de mantener por mucho tiempo. —Es un verdadero cabrón. —¿Quieres una pócima de reabastecimiento? —Está bien —dijo Draco, dejando a un lado la valentía. Parecía más sabio no estar mágicamente fatigado cuando Granger había sido un blanco activo hoy. Ella hizo flotar un vial en sus manos desde un depósito de botellas escondido contra el salpicadero. Draco bebió la mezcla amarga de un solo trago. Una vez que el primer impacto sobre descubrir la verdadera naturaleza de la empresa de investigación de Granger se estaba desvaneciendo, podía pasar a preocupaciones más apremiantes. Ahora entendió, la mezcla de deleite y pánico de Shacklebolt y, en ese momento, ni siquiera habían tenido un resurgimiento de hombres lobo en proceso. De repente, Draco ubicó la voz áspera que había escuchado en la memoria del intruso. No la había escuchado en quince años. —Mierda —dijo, sentándose y pasándose una mano por el cabello—. Sé quién les dio instrucciones a esos hombres: es el maldito Fenrir. Granger palideció. —¿¡Greyback!? —Sí. —¡No! No… No puede ser. Ha estado muerto durante una década. —Presuntamente muerto. Tenemos informes de avistamientos ocasionales en Argentina, Bolivia, Perú… Sin fundamento. Pero era él, hoy, en la memoria de ese mago. Mierda… Y aquí hay más mierda sobre eso: ha habido un incremento en los ataques de hombres lobo en todo el Reino Unido. El DALM nos hizo mantenerlo en secreto mientras investigamos. —¡¿Ha habido un qué?! —exclamó Granger saltando repentinamente de su asiento y chocando con las rodillas de él—. ¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? —¿Cuándo fue la luna de la cosecha? ¿Hace una semana? Y luego hubo esa ola de infecciones en infantes en el Distrito de los Lagos hace unos meses, pero atrapamos al individuo responsable. Al menos, pensamos que lo habíamos hecho. Las manos de Granger estaban presionadas ansiosamente contra su boca. —¿Estás pensando que Greyback ha regresado, y de alguna manera ha oído hablar de mi proyecto, y está infectando deliberadamente a más personas como una especie de contramedida? ¿Venganza? ¿Advertencia?

Draco se levantó y comenzó a caminar. —Siempre ha tenido un placer enfermizo en propagar su enfermedad a tantos inocentes como sea posible. Si ese viejo idiota lobuno sospecha que estás trabajando en una cura de buena fe para la licantropía, y él está de vuelta en suelo inglés, tenemos un verdadero motivo de preocupación. Con lo cual, quería decirle que estaba genuinamente, malditamente preocupado por el continuo bienestar de Granger. Granger estaba pálida. —¿Shacklebolt sabe sobre los ataques? —Es el caso de Potter, pero creo que no. Robards, quien dirige el DALM, quería ver si se trataba de algo aislado, como el mordedor de niños en el Distrito de los Lagos. Shack se va a desmayar. Granger gimió y presionó sus dedos en su frente. —Lo hará. Ya estaba demasiado preocupado por mi seguridad cuando el tratamiento era hipotético y los hombres lobos eran una amenaza desorganizada e inexistente que no tenían idea de lo que estaban haciendo. Pero ahora lo saben, y… ¿Greyback está de regreso? Shacklebolt estará frenético, querrá medidas ridículas de protección… Me va a querer encerrar. Su voz se había vuelto ansiosa y tensa. La mirada que le lanzó a Draco habló de un temor de hacía mucho tiempo y concluía en que él también la presionaría para encerrarla. Ahora comprendió su reticencia a decirle algo, porque los impulsos surgieron con este nuevo conocimiento sobre lo que estaba haciendo… Impulsos sobre obligarla a esconderse y, sí, de encerrarla: secuestrarla lejos, a kilómetros de aquí, a continentes de distancia y asegurarse de que Greyback nunca tendría la oportunidad de hacerle daño. Mantenerla a salvo siempre había sido la finalidad, pero la importancia vital de eso ahora lo estrujaba como un dolor agonizante, como un miedo ineludible… Era enfermizo. Los tres hombres en su laboratorio habían sido un mero anticipo de lo que estaba por venir. E incluso entonces, había estado cerca. ¿Y si hubiesen logrado romper las barreras, pensando que el laboratorio estaría vacío a medianoche y se encontraran con Granger ahí? ¿Con ese pendejo usando la maldición asesina a voluntad y ella, encerrada en esa pequeña oficina, sin ningún lugar a dónde escapar? Habría muerto en un segundo. Sí. Draco también quería encerrarla. Debió haber visto un destello de eso en sus ojos, porque se sentó y la ansiedad fue reemplazada por un repentino fuego. —Encerrarme no es una opción. Debo terminar mi trabajo y me prometiste interrupciones mínimas. —Sé lo que dije, pero tu seguridad es primero. No sabía que era el maldito Greyback. —Si el objetivo de Greyback es contrarrestar mi cura con infecciones, debemos contrarrestar eso con el tratamiento. Debo continuar sin interrupciones. Me niego a priorizar mi seguridad en detrimento de potencialmente miles de inocentes. Me niego. —Si mueres, están jodidos de todos modos.

Incluso Granger tuvo que reconocer la validez de ese argumento, lo cual afirmó con un suspiro, dejando caer su cabeza entre sus manos. —¿Cuánto tiempo más tardarás para terminar de desarrollar tu tratamiento? —preguntó Draco. —Si todo va de acuerdo con mis modelos predictivos, debería estar listo, para comenzar los ensayos clínicos, en diciembre. —Son otras tres malditas lunas llenas —dijo Draco. Granger se veía sombría. —Eso es el valor de tres meses de organización para Greyback. Ya ves por qué no puedo posponer las cosas, no puedo dejarlo y esconderme hasta que lo atrapen. Podría hacer tanto daño… —Lo comprendo —dijo Draco. En este momento, él también quería suspirar y dejar caer la cabeza entre sus manos, porque habría sido mucho más sencillo llevarse muy lejos a Granger hasta que arrestaran a Fenrir y sus seguidores. Pero Granger tenía razón: posponer su proyecto hasta que atraparan a Greyback podría significar potencialmente docenas de lunas llenas. El hombre había evadido la captura durante quince años. —Vamos a tener que decirle a Potter —dijo Draco—, y a Tonks. —Estoy de acuerdo —dijo Granger, cada vez más seria—. Tonks me preocupa un poco, esto tocará bastante cerca para ella. —¿Por Lupin? —Sí, los licántropos corren un riesgo desproporcionado de mortalidad prematura y él no ha estado bien. Pero no quiero darle falsas esperanzas de que puedo ayudar a su marido. Ya sabes, los ensayos clínicos son ensayos por una razón. El fracaso es parte de todo eso. Mis datos sugieren éxito, pero esta es una nueva terapia: nadie ha combinado la inmunoterapia con métodos mágicos, ni la ha usado para tratar una enfermedad mágica. Este es un territorio totalmente desconocido, clínicamente hablando. —Si alguien puede hacerlo, eres tú. No hay bruja o mago vivo con tu combinación de conocimientos mágicos y muggles. Eres… Eres… —Draco se interrumpió y se giró para mirar a través de la oscura ventana—. Maldita sea, no puedo creer que voy a vivir para ver curada la licantropía. Si no hubiese estado alimentando ese Algo por Granger, Draco habría comenzado a tener un crush intelectual de todo corazón por ella, justo en ese momento. Pero regresemos a asuntos más urgentes. —Cuando los hombres de Greyback no regresen esta noche, sabrá que fueron atrapados —dijo Draco—. Un robo en el laboratorio no debería haber resultado en la detención de los tres, a menos que el laboratorio estuviese excepcionalmente bien protegido. ¿Y por qué iba a estar excepcionalmente bien protegido, si no es para ocultar algo excepcional? Greyback probablemente leerá esto como una confirmación de que estás haciendo lo que él cree que estás haciendo. Las cosas se pondrán peligrosas. Su principal objetivo será matarte. Granger apretó los labios en una línea infeliz.

—¿Supongo que realmente no puedo quedarme aquí? —Por esta noche está bien. No creo que intenten nada más. ¿Después? No. Alguien ya husmeó alrededor de tus protecciones una vez, probablemente fueron ellos. Deben haber decidido que tu laboratorio era un objetivo más digno. No es que vayan a encontrar nada ahí, gracias a tus nubes y esas cosas. Lo único real de valor ahí en un momento dado eres tú. Esta noche fue tu última noche allí sola. Y vas a tener que restringir tus movimientos en público. —Pero tengo tantas cosas qué hacer —dijo Granger, presionando sus dedos contra sus mejillas en una especie de desesperación—. ¿Qué pasa con Mabon? —Iré contigo. —¿Y la enseñanza? ¿Urgencias? ¿Y todo lo demás? Draco intentó ser tan mesurado como prometió y no decirle categóricamente que nunca volvería a estar sola. —Hasta que atrapemos a Greyback y quienquiera que esté trabajando con él, puedes esperar a un Auror contigo en todas partes. Estoy de acuerdo con que tu trabajo debe continuar… —Granger pareció aliviada cuando Draco pronunció esas palabras—. Pero Greyback es despiadado. Tendrá una red completa de su antigua manada aquí y los enloquecerá. Preferiría morir antes que verte curar la licantropía. Probablemente se cagó encima cuando descubrió en qué estaba trabajando la grandiosa Granger. Dioses, me hubiera encantado ver su reacción… —¿Cómo se enteró? Eso es lo que quiero saber. ¿No crees que Shacklebolt…? Draco negó con la cabeza. —No. ¿Por qué habría insistido en la protección de Auror tan pronto? Y también lo vinculaste con un Juramento inquebrantable. —¿A menos que uno de mis estudiantes…? Pero están trabajando en fragmentos de unos doce proyectos para mí. No conocen el panorama general. No puede haber sido. —Las fugas ocurren. Intentaremos averiguar cómo y en dónde, pero mi preocupación inmediata es cómo los mantenemos seguros y capaces de seguir trabajando. —¿Debería preocuparme por los vampiros? —preguntó Granger. —Maldita sea —dijo Draco pasándose una mano por la cara—. No lo sé, nunca han sido tan expansionistas como los hombres lobo, están más interesados en alimentarse que en convertir. ¿Pero si se enteran de una cura? No sé cómo reaccionarían. Y dijiste… ¿¡Dementores!? Granger se mordió el labio. —Sí… Quizás… Si traen a la víctima lo suficientemente rápido. —Sí, claro… —Estoy hablando en serio. —¿Cómo, por favor, se supone que la «inmunoterapia» restaura el alma? Granger agitó la mano en un gesto de despedida.

—No hay succión del alma; eso es un mito mágico. Es muerte cerebral: el beso del Dementor transfiere una bacteria necrotizante agresiva a la víctima. Ataca tanto al cerebro como al cuerpo, es altamente tóxico. —... ¿En serio? —Sí —dijo Granger—. Deberías leer a Rasmussen y Vestergaard. —Ante la mirada inexpresiva de Draco, añadió—. ¿Los necrólogos daneses? ¿No? Supongo que no te mantienes al día con las revistas médicas. Han hecho avances impresionantes en el estudio de los dementores en la última década. La condición es una enfermedad mágica, como la licantropía y el vampirismo; provoca putrefacción en cuestión de minutos y pérdida irreversible de la función cerebral en cuestión de horas. De todos modos, hemos comenzado la detección de moléculas pequeñas de alto rendimiento en el laboratorio y hemos visto buenos resultados preliminares. Es potencialmente curable, si la víctima es traída rápidamente con nosotros. Draco la miró fijamente. Granger se movió en su asiento. —Pero, de nuevo, esta es medicina en su forma más experimental. Ya sabes, estamos en los márgenes del mapa, en donde dice: «aquí hay monstruos», estamos en un terreno desconocido. Esta bruja estaba volviendo loco a Draco. —Lo que estás haciendo, si tienes éxito, será… será un auténtico tour de force. Totalmente revolucionario. —Mmm, aceptaré ese término para esto, más que los Blocs. —Bien. ¿Has terminado con estas revelaciones? No estoy seguro de poder soportar otra cosa. —¿Te he sorprendido tan terriblemente? —preguntó Granger con una media sonrisa. —Me has reducido a un cretino de ojos sorprendidos, y no finjas que no te has dado cuenta. —Nada fuera del habitual parloteo, no. —¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo en mi frágil estado? La media sonrisa de Granger se convirtió en una completa. —Nos prepararé otra dosis de opimum. —Merlín —murmuró Draco, volviendo a su asiento. Miró con ojos redondos la espalda de Granger. Esta bruja era otra cosa. Draco generalmente se consideraba mejor que quienes lo rodeaban, no es que hubiese nada malo con ellos, pero… ya sabes: él era Mejor, más inteligente, más rápido, más agudo, más guapo, más rico. Con Granger, siempre tenía el sentimiento de que estaba en presencia de un intelecto mucho mayor que el suyo. Pero ahora… Ahora se sentía en presencia de alguien que era mejor que él en demasiados niveles… En realidad, ella era demasiado buena para él. Se sentó y sintió la agitación de algo extraño y desconocido, algo sofocante. Tan desconocido que le tomó un momento ubicarlo.

Era humildad. No se había sentido tan humilde desde, rebuscó en sus recuerdos, ¡desde el verano de 1992!, cuando salieron los resultados de los exámenes de primer año y descubrió que una hija de muggles había sido la primera de su clase, por encima de él, en todas las materias de Hogwarts. Bueno, ella lo hizo de nuevo. Sólo que ahora se había convertido en alguien Malditamente Importante. Y él era su Auror. El peso de la responsabilidad lo presionó de una manera que todavía no había experimentado. Ella había pasado de ser una especie de cosita molesta a… A esto: a cambiar el mundo. La responsabilidad pesó tanto sobre él que apenas pudo levantar la mano para aceptar la nueva taza de opimum que Granger le tendió. —Ahí está —dijo Granger—. Una cura para la idiotez. —Me gustaría llevarme algunas dosis. Hay idiotas a los que me gustaría administrar esto. —¿Quiénes? Draco hizo un gesto vago. —Amigos, familia, colegas… —¿Estás rodeado de tantos idiotas? —Excepto por la compañía actual. Granger se mordió el labio. —No debes hacer eso, lo sabes. —¿Hacer qué? —Darme un cumplido. Se supone que debes estar vigilando infaliblemente mi ego. —Esta noche te lo has ganado. Me dejaste boquiabierto, reanudaré mi vigilancia mañana. Granger parecía satisfecha. Y se veía, en general, mejor… Sus mejillas habían recuperado su color y sus manos no temblaban mientras se movía hacia la despensa. —No he comido nada desde el desayuno. Supongo que debería poner algo en mi estómago aparte de dos dosis de opimum. ¿Tienes hambre? —Sí —dijo Draco, quien generalmente encontraba que el Quidditch y los duelos mortales eran excelentes estimulantes del apetito. Le complació notar que los armarios estaban repletos de alimentos, aunque no estaba seguro si era por los propios esfuerzos de Granger o por los persistentes cuidados excesivos de unos celosos elfos. —¿Qué tal una pequeña y descarada ensalada de cebolla? —preguntó Granger mientras hurgaba. —Solo si viene con un prolapso como el que el Escreguto nos sirvió.

—Podemos arreglarlo. Granger sirvió queso, galletas, hummus, y una bolsa marrón arrugada de rollitos de salchicha, que era lo más parecido a un prolapso que tenía a mano -estaban deliciosos-. Se abstuvo de recrear la ensalada de cebolla del Escreguto, que fue lo mejor, porque el olor de las axilas de Draco ya estaba flotando por la habitación y no le gustaba la competencia. Terminaron con un delicioso invento muggle llamado Maltesers. Los momentos de tranquilidad con Granger eran pocos y esporádicos. Cuando terminó de comer, se levantó, agitó la varita para alejar la mayoría de las cosas y comenzó a moverse. —¿Entonces te quedarás a pasar la noche? —Sí. No dormiré mucho… Pero si lo hago, puedo tomar una siesta en tu sofá. —Genial, déjame despejarlo. Granger se trasladó a la sala de estar, donde se rodeó de un vórtice de libros y papeles, que se colocaron en pilas ordenadas. Por supuesto que no cuestionaría su sugerencia del sofá. Por supuesto que no iba a hacer una contraoferta, ya sabes, para compartir su cama, que era absolutamente lo suficientemente grande para dos. No es que Draco hubiera aceptado de todos modos. Él era un profesional. Solo había sido un pensamiento. Él estaría mucho más cerca de ella, en caso de que sucediera algo. Dejando de lado estas cavilaciones improductivas, Draco comenzó a quitarse el equipo de Quidditch, lo que le recordó que apestaba. —¿Puedo usar tu ducha? —Eh… Claro, está en el piso de arriba. Granger lo vio luchar con las ataduras de cuero anudadas que sostenían su peto en su lugar. —¿Estabas en medio de un juego? —Sí, a centímetros de la Snitch, por supuesto. —Lo siento. Draco se encogió de hombros como el héroe despreocupado que era. —Atrapar a los malos es un poco más emocionante. Continuó luchando con la incómoda atadura bajo su axila, que se le resistía endiabladamente. Por supuesto, la única vez que tuvo una audiencia fue la única vez que mojó la cosa y luego la dejó secar, lo que resultó en un nudo espantosamente rígido. Por supuesto, nunca había tenido problemas para despojarse de su equipo de Quidditch literalmente en toda su vida, hasta este momento, cuando Granger estaba allí para presenciar su incompetencia. —¿Necesitas ayuda? —preguntó Granger.

—Lo tengo. Granger lo observó mientras él continuaba Sin Tenerlo. Ella se sentó, con las manos cruzadas sobre las rodillas, para observar sus esfuerzos. —Bueno —escupió Draco un momento después, cuando toda la indiferencia se le esfumó—. Ayúdame. No lo cortes; es cuero de wyvern. —Está bien —dijo Granger. Su rostro era grave pero sus labios estaban apretados de una manera que sugería la supresión de una risa. En defensa de Draco, ella también luchó, y finalmente lo hizo con su varita, y repitió encantamientos desenredantes. Luego lo ayudó a quitarse las placas del pecho y la espalda, muy parecido a una bella doncella que ayuda a su caballero después de una batalla. Claro, si las bellas doncellas fueran investigadoras incomparables y los caballeros fueran cretinos inútiles. Granger lo condujo a la ducha y le entregó toallas. —El espejo no habla —dijo Granger mientras Draco observaba su despeinado reflejo. —Eso es bueno —dijo Draco—, no quiero su opinión en este preciso momento. Granger salió del baño, cerró parcialmente la puerta y metió el brazo por el hueco. —Pásame tu ropa. La pondré en la lavadora. Desnudarse, con la mano de Granger justo ahí, era una sensación interesante. Había otras cosas que le hubiera gustado poner en su mano, pero esas partes olían mal y estaban sucias y también, por el amor de Dios, ella acababa de pasar por algo traumático. ¿Qué estaba mal con él? Junto al fregadero, descubrió el nido de las horquillas de Granger en forma de un frasco lleno de cosas. Lanzó un hechizo de seguimiento en el lote. Mientras se metía en la ducha, Draco colocó su varita al alcance de la mano. Estaba bastante preparado para salir corriendo y atacar desnudo a los hombres lobo, en caso de que se disparara una de las protecciones de la cabaña. La ducha era todo lo que olía bien en Granger, destilado en botellas. Draco tardó un momento en identificar el jabón y el champú entre los muchos misteriosos productos femeninos que contenía: aceites, mascarillas para el cabello, jabones corporales y demás. Se sintió «interesante–seductor–erótico» usar su jabón y champú. Luego llegó el momento de Reprimir antes de que su pene decidiera despertarse. No se iba a masturbar en la ducha de Granger. Simplemente no lo haría. De acuerdo, sí lo haría, pero sería rápido y sucio, y era debido a la adrenalina posterior a la pelea. Sólo fue para hacer el trabajo y sacar la lujuria de su sistema. Saber que ella estaba en algún lugar al otro lado de la puerta mientras él se acariciaba era inexplicablemente excitante. Se inclinó contra sí, con una mano extendida contra el azulejo y la otra mano trabajando. El vapor y los olores de Granger lo llevaron a una de sus fantasías favoritas que involucraban a Granger y su boca, y sus delicadas manos acariciándolo de arriba hacia abajo y

succionando… Su mano se cerró en un puño contra la pared cuando terminó con un grito ahogado. Apoyó la cabeza en el antebrazo, respirando con dificultad, aturdido, viendo cómo la evidencia se escurría por el desagüe. Maldita sea. Pero, todo estaba bien. Estaba hecho; fuera de su sistema. Todo estaba bajo control. Puso el agua fría en un esfuerzo por enfriar el rubor en su rostro y pecho. La plomería muggle no tuvo problemas para lidiar con ello… Estaba helada. Los pensamientos sucios fueron reemplazados por estremecimientos cuando Draco recuperó el aliento. Sí, él estaba bien. Granger llamó a la puerta y lo sobresaltó. —¿Qué? —preguntó, irritado. —¿Has terminado? —(Sí, lo había hecho, gracias)—. Has tardado una eternidad. —Estaba muy sucio —(También muy cierto). —Muy bien, tengo tu ropa. Draco salió de la ducha y abrió la puerta lo suficiente para que Granger metiera su ropa recién lavada. Lástima que fuera tan eficiente; hubiera estado muy feliz de salir envuelto en una toalla, con fines meramente ostentosos. —Un poco más rápido de lo que esperaba —dijo Draco. —El lavado rápido sólo toma quince minutos en mi máquina. Y para el resto, unos encantamientos secantes. Me gustan tus calzoncillos. Draco no recordaba qué calzoncillos se había puesto. Con aprehensión, los sacó de la pila: tenían pequeños dragones. —Dioses —murmuró Draco. —Está bien —dijo Granger. Ella cerró la puerta. Podía escuchar el gorjeo de una risita contenida a través—. Yo tengo unos con gatitos… —Muéstramelos. —Antes muerta. Draco se rio mientras se ponía los calzoncillos. Luego se puso los pantalones negros holgados y una camisa de manga larga que usaba debajo de su equipo de Quidditch. Ahora su ropa también olía a Granger, al jabón que usaba en su máquina. Se arregló el cabello en el espejo, excepcionalmente contento de que este no pudiera hablar e

informarle a Granger lo que presenció. Se encontró incapaz de mirarla a los ojos mientras salía del baño, pero fingió que era porque estaba mirando a través de las ventanas, por motivos importantes de seguridad de Aurores. Ella no necesitaba saber lo que él acababa de imaginarla haciéndole. No iba a mirar su boca. Mierda, eso fue excitante. Bien. Abajo, a Draco se le presentó su cama improvisada, que era el sofá, transfigurado en una especie de sofá cama. Al lado, dejó un vaso de agua y un paquete de galletas. Granger estaba cansada y con justa razón, ya que eran casi las dos de la madrugada. Bostezó mientras convocaba almohadas y una manta, y las arrojaba sobre la cama. Incluso creyó conveniente proporcionarle material de lectura para pasar las horas: una copia del artículo más reciente de Rasmussen y Vastergaard. Un vistazo a la horrible jerga científica en decasílabos hizo que sus ojos se pusieran vidriosos. —¿Tienes algo más estimulante? —preguntó, antes que los daneses pudieran ponerlo a dormir. —¿Más estimulante? —repitió Granger, luciendo ofendida, como si ella ya le hubiera dado el trabajo más estimulante escrito en toda la historia humana y él estuviera siendo quisquilloso al respecto. —Sí. ¿Revistas porno o algo así? —preguntó Draco con un gesto general de la mano—. ¿Tienes algunos números anteriores de «Tetas Fantásticas y Dónde Encontrarlas»? No es que necesitara revistas pornográficas para venir, no cuando tenía veinte escenarios que la involucraban, cuidadosamente reprimidos en la parte posterior de su cerebro. Sin embargo, fue divertido ver a Granger mirar pensativa las pilas de libros alrededor de la habitación. —Mmm… Tengo el último tomo de la Revista de Salud Sexual y Reproductiva —Invocó un volumen de una de las pilas y lo hojeó hasta que encontró un diagrama—. Ooh, aquí hay una foto. Draco lo miró y leyó la descripción. —Fig. 11: Calibre luminal de pared oviductal anormal. —¿Eso es suficiente para ti? —No, mi semen se está cuajando. Granger tomó el diario y pasó a otra página. —Prueba este. —Fig. 23 —leyó Draco—. Trompa de Falopio… Sección transversal de la luz tubárica. Obsérvese el estroma endometrial subepitelial. —¿Es estimulante? —Oh sí, los stromas endometriales subepiteliales son particularmente uno de mis fetiches.

—Estromas es el plural. Draco le dirigió una larga y paciente mirada. —Muy bien. —Entonces tu entretenimiento está resuelto —Granger colocó el tomo en sus manos—. Me voy a la cama, tengo el presentimiento de que mañana será un día muy largo. Granger apagó la iluminación muggle, dejándolo sólo con el fuego de la chimenea para iluminar la habitación. Se detuvo al pie de las escaleras y se volvió hacia Draco. —Gracias por todo lo que hiciste hoy. Draco agitó la mano. Era incómodo recibir una inocente gratitud cuando él se había portado tan mal en su ducha. —Sólo estoy haciendo mi trabajo. —Sí —dijo Granger—. Bueno, lo haces bien y te lo agradezco. Probablemente me salvaste la vida. —Vete a dormir —dijo Draco. Granger parecía molesta por este desdeñoso despido, pero pareció decidir que Draco era Draco. —Bien… Buenas noches. Draco se había quedado dormido en algún momento de la noche. Un sonido ligero lo despertó, pero fue tan bajo que pudo haberlo soñado. Agarró su varita, con una maldición lista, y giró la cabeza para ver al gato. Lo vio en el sofá al mismo tiempo. Draco casi esperó que le siseara por atreverse a seguir en la casa de Granger después de una hora decente. En cambio, el gato trotó hacia él con la cola en alto y, con el infalible instinto de un gato para encontrar lugares cálidos, saltó sobre él y se acomodó en su pecho. Draco movió una mano para intentar acariciar su cabeza, pero una gran pata encontró sus nudillos y mantuvo su mano abajo. Las garras estaban envainadas pero el mensaje era claro: Draco era una fuente de calor, y no debía ser presuntuoso, y pensar que era otra cosa. —Noli me tangere, ¿verdad? —murmuró Draco—. Entiendo. A mí tampoco me gusta que la gente me toque el cabello... Excepto ella, pero apuesto a que lo sabes. El gato parpadeó sus ojos amarillos hacia él. —Ella me advirtió sobre la asfixia, así que ni siquiera lo intentes —dijo Draco. La mirada del gato le informó a Draco sin reservas que, si lo quisiera muerto, estaría muerto. —Está bien —dijo Draco. El gato bajó la cabeza y cerró los ojos. Hubo un cosquilleo de bigotes contra la barbilla de Draco y

luego un ronroneo profundo. Mientras yacía allí en la oscuridad, bajo el calor del gato que ronroneaba, su corazón todavía se estremecía con las réplicas del miedo que había sentido cuando Granger activó la baliza de socorro. No necesitaba un Boggart para decirle qué era lo que había temido ver. Draco buscó los fragmentos de su autocontrol, que se había hecho añicos espectacularmente esa noche. Ocluyó y reunió su disciplina, su profesionalismo y su orgullo, y construyó la Gran Muralla de la Represión una vez más. Era un ejercicio útil, en teoría. En la práctica, todo se vio ensombrecido por un temor privado de que toda la frágil estructura se desmoronaría de nuevo, en la próxima vez que Granger le sonriera. **~**~** Arte NSFW en el que posiblemente se inspiró la autora para la escena de la ducha: "Wrong time, Wrong place" de Nikita Jobson y Lovesbitca8 **~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! ¿Les gustó, les encantó Draco en la ducha? Ufff... De nuevo, les agradezco todos sus comentarios, votos y teorías , realmente me hace muy feliz el alcance que está teniendo la historia en el Dramione en español
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