Donde Expiran Los Silencios (Tierras Altas 4) - Josephine Lys

June 28, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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        © 2022, Tierras altas IV

Donde expiran los silencios. © Josephine Lys

Corrección: Marta Salvador

Diseño portada y contraportada: Nune Martínez

Maquetación: Valerie Miller Todos los derechos reservados. Cualquier forma de

reproducción, distribución, comunicación pública

o transformación de la obra, solo podrá realizarse

con la autorización expresa de los titulares

del copyright.

   

          A Marisa Gallen, mi lectora cero, mi amiga. Lo nuestro fue amistad a primera vista. Te quiero preciosa.

Nota de la autora   A mis queridas lectoras:   “Donde expiran los silencios” deja de ser mía para ser toda vuestra, y yo me encuentro nerviosa y con el estómago lleno de mariposas por saber que os parece la historia de Kam y Elsbeth, porque ellos son los protagonistas indiscutibles de esta nueva ilusión. Meses atrás tomé la decisión de cerrar la serie “Tierras Altas” con “Invierno” por lo que esta nueva novela, en origen, iba a ser un spin off de la misma, sin embargo, ser escritora de brújula a veces te lleva a seguir caminos diferentes a los trazados en un principio. Conforme escribía y avanzaba en la trama, la historia se fue haciendo cada vez más compleja, en donde la aparición de personajes presentes en anteriores novelas y su relevancia en esta, se convirtió en una necesidad. Por esta causa y por alguna razón más que descubriréis entre sus páginas, acabada la novela y leída nuevamente con tranquilidad llegué a la conclusión de que “Donde expiran los silencios” debía pertenecer a la serie “Tierras Altas” Espero de todo corazón que os guste y que disfrutéis de Kam y Elsbeth, dos personajes que necesitaban tener su propia historia.   Gracias por darles una oportunidad y un millón de besos por todo vuestro apoyo y cariño.

PRÓLOGO CAPÍTULO I CAPÍTULO II CAPÍTULO III CAPÍTULO IV CAPÍTULO V CAPÍTULO VI CAPÍTULO VII CAPÍTULO VIII CAPÍTULO IX CAPÍTULO X CAPÍTULO XI CAPÍTULO XII CAPÍTULO XIII CAPÍTULO XIV CAPÍTULO XV CAPÍTULO XVI CAPÍTULO XVII CAPÍTULO XVIII CAPÍTULO XIX CAPÍTULO XX CAPÍTULO XXI CAPÍTULO XXII CAPÍTULO XXIII CAPÍTULO XXIV CAPÍTULO XXV CAPÍTULO XXVI CAPÍTULO XXVII

CAPÍTULO XXVIII CAPÍTULO XXIX CAPÍTULO XXX CAPÍTULO XXXI CAPÍTULO XXXII CAPÍTULO XXXIII CAPÍTULO XXXIV CAPÍTULO XXXV CAPÍTULO XXXVI CAPÍTULO XXXVII EPÍLOGO Agradecimientos Biografía Sus novelas

  PRÓLOGO     Escocia 1175, Tierra de los Comyn   El miedo recorría su cuerpo, envenenando sus sentidos, aletargando sus piernas, las mismas que no le respondían con la suficiente velocidad como para poder escapar de él, del hombre al que su padre estimaba como a un hermano pero que, unos meses atrás, había entrado en su habitación matándola por dentro. Así se sentía Elsbeth desde la noche en que Balmoral Sinclair la forzó, tomando a la fuerza su ser y amenazándola con hacerle lo mismo a su hermana Alice si a ella se le ocurría decir algo. Desmadejada, rota sobre las sábanas manchadas de su virginidad, él le susurró al oído que lo había gozado inmensamente y que no veía el momento de poder meterse de nuevo entre sus piernas. Elsbeth le odió con todas sus fuerzas y deseó su muerte y su castigo con una ira sobrehumana. Desde esa noche, algo se fracturó dentro de ella, algo que sabía que jamás podría recuperar, cambiándola por completo. Solo tenía doce años. Y desde entonces, durante los últimos meses, una constante se hizo presente en su vida. A menudo le costaba respirar, como si el simple hecho de tomar aire fuese un acto titánico, sintiendo la necesidad casi imperiosa de acabar con todo, de acallar los gemidos que escuchaba en su mente, una y otra vez, y que la hacían vomitar cuando no podía desterrarlos. Deseaba de manera constante finalizar con su sufrimiento, con esa agonía que le recorría las venas y con el vacío oscuro y siniestro que se abría paso en su interior con una fuerza inusitada. Desterrada, lejos de la luz, transitando un camino sombrío y sin esperanza. Solo pensar en Alice la salvaba de hacer una locura y ceder ante sus impulsos… maldiciéndose por ser tan débil, por ser una cobarde y querer abandonarse al olvido cuando tenía una hermana menor a la que proteger.

Porque le era imposible olvidar la amenaza de Balmoral, y porque Alice, un año menor que ella, no podía pasar por el mismo infierno. Elsbeth no iba a permitirlo, jamás. Ese pensamiento, esa convicción, era el que la había mantenido en pie durante los últimos meses, hasta que dos días atrás Balmoral regresó junto a más miembros de la familia Sinclair. Fue verlo de nuevo y sentir que el suelo se abría bajo sus pies y que la oscuridad la engullía con golosa desesperación. ¿Cómo aquel hombre, al que durante su niñez apreció y quiso como si fuese alguien de su familia, en el que confió plenamente durante toda su vida, ocultaba bajo su piel a una bestia? Eso era algo que se había reprochado en los últimos meses, más de una vez: no haber sido capaz de captar antes la verdadera naturaleza de Balmoral. Esa inmundicia, ese olor a podredumbre que lo envolvía y tenía el origen en su interior y que ahora era capaz de reconocer a distancia. Por ese motivo había estado evitándole desde su llegada, hasta esa noche en la que no pudo hacerlo por más tiempo. Durante la cena, Balmoral, con sus miradas, se cercioró de dejar claras sus intenciones, y Elsbeth comprendió que esa noche él intentaría de nuevo hacerle lo mismo. Lo que observó en los ojos del hijo mayor de laird Sinclair no la dejó lugar a dudas, sin poder evitar que, en respuesta, el asco y el odio brotaran a raudales de sus jóvenes ojos. Balmoral, conocedor de su rechazo, esbozó una sonrisa torcida y llena de suficiencia ante esa mirada, desviando un momento después sus ojos para posarlos sobre Alice y provocando que las entrañas de Elsbeth se retorcieran de dolor. Esa mirada, ese gesto, la obligó a permanecer en el salón junto a su hermana, a pesar de que en su interior deseaba huir a toda costa. Cuando avanzada la velada, su padre le dio permiso a Alice para abandonar la estancia, Elsbeth la siguió apenas unos minutos después. Su intención era vigilar la habitación de su hermana para cerciorarse de que nadie la molestara, haciendo guardia desde el pasillo, apostada en un rincón, entre las sombras, desde donde podía ver con claridad la puerta, por si a Balmoral se le ocurría llevar a cabo su amenaza. Por desgracia, su instinto le sirvió bien y no tuvo que esperar mucho para comprobar que sus temores no eran infundados. Poniéndose en alerta cuando escuchó a alguien subir las escaleras, se refugió aún más entre las sombras para observar, con el sabor de la hiel en la boca, cómo Sinclair enfilaba, algo tambaleante, el

largo pasillo hasta llegar a la habitación de Alice, deteniéndose delante de su puerta. Si lo hubiese pensado, quizás no habría tenido el valor de hacer lo que hizo, llevada por la desesperación de pensar en lo que podría pasarle a su hermana si no actuaba en aquel mismo instante. El coraje, o quizás el miedo, fue lo que la impulsó a hacer lo que creyó necesario para mantenerla a salvo, y con ese fin se dejó ver, llamando la atención de Balmoral. —Deja a mi hermana en paz —siseó con toda la fuerza y seguridad que pudo reunir, cuando estaba a escasos pasos de Sinclair, sintiendo cómo le temblaba hasta el alma. El brillo desprovisto de cualquier tipo de emoción que desprendieron los ojos de Balmoral hizo que quisiese escapar de allí, obligándose, sin embargo, a permanecer quieta. —Vaya, qué sorpresa… —dijo Balmoral arrastrando las palabras, mirándola de arriba abajo de tal forma que Elsbeth sintió ganas de vomitar —. ¿Vas a darme tú lo que quiero o tengo que tomarlo de la pequeña Alice como lo hice contigo? —preguntó Sinclair evidentemente ebrio. Y Elsbeth se tragó la bilis que le roía las entrañas y que había subido hasta su boca con un sabor amargo. Disimulando, fingiendo, haciendo lo más difícil que había hecho en su vida hasta entonces: enfrentarse a él, sabiendo que elegiría mil veces morir antes de que Sinclair volviera a tocarla, pero con la certeza de que prefería su propia muerte a que aquel bastardo repitiese su atroz acto, violentando el cuerpo de su hermana. —Si quieres algo de mí, tendrás que alcanzarme —espetó Elsbeth desafiante con una ira imposible de disimular. Eso, en vez de enfurecerlo, pareció excitar a Balmoral que, con una sonrisa torcida, se pasó la lengua por los labios, provocando que ella dejara de respirar. —Tienes unos ojos de bruja, y tu pelo rubio, casi blanco como la nieve, es la tentación del mismísimo diablo. Sabes que no puedo resistirme, sabes que tú eres la culpable de que te tomara. Tú me obligaste, me hechizaste y ahora vuelves a tentarme —susurró lentamente, con un diálogo errático y desigual, mientras acortaba la distancia que lo separaba de ella. Elsbeth reaccionó cuando otro paso de Sinclair, más firme, más veloz, se sumó al anterior. De forma instintiva, por supervivencia, dio media vuelta y comenzó a correr, rogando para que la siguiera y dejara atrás

a Alice, suplicando al mismo tiempo para que aquello solo fuese una pesadilla. Los pasos que escuchó tras ella le dieron la certeza de que él la seguía, de que aquello era real. Su único consuelo era saber que su hermana no tendría que enfrentarse a aquel infierno. Los pasillos vacíos por los que intentaba escapar se asemejaban a una tumba, fríos, lúgubres, solitarios. Todos los miembros reunidos bajo aquel techo estaban aún en el salón, celebrando, tras la cena, la alianza que se había forjado entre los dos clanes, con el compromiso entre el hermano menor de Balmoral, Flecher Sinclair, y la propia Elsbeth. Un futuro enlace que tenía como fin sellar definitivamente la amistad que ya existía entre los dos clanes. Elsbeth había tenido que presenciar, sin poder decir nada, el regocijo y la alegría que dicho acuerdo provocó en su padre. A ella, a quien la noticia la tomó por sorpresa, se le dijo que no debía preocuparse por nada, que era todo un honor que un Sinclair se dignara a desearla como esposa y que debía sentirse orgullosa de servir a su clan con dicha unión, contribuyendo a la paz y al bienestar de los suyos. Se le recalcó que aquella era su obligación como Comyn, su responsabilidad. La mano de su padre quedó grabada en su mejilla cuando Elsbeth se atrevió a responderle que, si tan necesario era, bien podía casarse él con Flecher.  No fue consciente de lo que había contestado hasta que observó los ojos de Alice abiertos más de lo normal, y el dolor y la preocupación rebosar de los mismos. Tuvo que morderse la lengua cuando, al alejarse su padre para decirle a Alice que ya era hora de retirarse, escuchó por lo bajo a Balmoral susurrarle a Flecher lo mucho que le envidiaba por el hecho de tener que domar a una potra salvaje. Después de eso, su padre la obligó a pedir perdón, ante todos, algo que Elsbeth tuvo que hacer cuando vio en los ojos del resto de los miembros presentes del clan, clavados en ella, una evidente y acuciada desaprobación. Sabía que si no lo hacía, su padre tomaría medidas más duras. No podía consentir que su hija lo pusiera en ridículo y menoscabara su autoridad. Después de eso la ordenó dejar el salón y abandonar el festejo, lo que aprovechó para acercarse hasta la estancia de su hermana y hacer guardia fuera de la misma. Y todo aquello es lo que le había llevado hasta aquel instante, en el que corría como alma que persiguiera el diablo, con el

corazón retumbando en su pecho con una intensidad y un ritmo vertiginoso, tanto que pensó que le explotaría allí mismo, mientras intentaba que sus piernas fueran más rápidas y que su pecho dejara de jadear por el miedo y el pánico. A pesar de estar ebrio, Balmoral casi le doblaba en estatura, era robusto, demasiado fuerte y veloz para ella, y aunque Elsbeth corrió escaleras arriba con el ímpetu que la desesperación le daba, al final Sinclair le dio caza, haciendo que cayera al suelo. Las rodillas de Elsbeth impactaron contra la piedra y una de sus manos se torció en un ángulo imposible provocando que aullara de dolor. El olor agrio del vino cerca de su oído izquierdo un instante después la dejó paralizada. Era el aliento de Balmoral Sinclair. —¿De verdad creías que podrías escapar de mí? Elsbeth sollozó sabiendo lo que le esperaba, sabiendo que no podría soportarlo nuevamente, y más cuando Balmoral la tomó por el cuello del vestido y la arrastró por el suelo hasta meterla en una habitación vacía. El aire frío de la noche entraba por la gran ventana que presidía aquella estancia, abierta, enorme, vacía, grotesca, sintiendo que la humedad la calaba hasta sus huesos cuando él la tiró al suelo sin mesura, golpeando a Elsbeth en la cadera, haciéndola jadear. Jamás supo de dónde sacó la fuerza para ponerse en pie. Quizás de la desesperación, quizás del convencimiento de que prefería la muerte antes de que ese hombre volviera a tocarla. Lo único que recordaría después sería el vigor y la ira ciega con los que se levantó cuando escuchó los pasos de él acercándose nuevamente hacia ella, a su espalda. El impulso con el que consiguió ponerse en pie, la fuerza que imprimió a su necesidad de huir y que coincidió con la cercanía de Balmoral provocaron que la cabeza y los hombros de Elsbeth impactaran con tal ímpetu contra el pecho de él, que este, en su estado de embriaguez, trastabillara unos pasos con celeridad hacia atrás, hasta llevarlo al borde de la ventana. —Voy a hacer que aúlles de dolor por esto, bruja —siseó Balmoral abriendo desmesuradamente los ojos cuando Elsbeth, presa del terror por lo que aquellas palabras implicaban, corrió hacia él con toda la fuerza que poseía, embistiéndolo, haciendo que cayera por la ventana hacia una muerte segura.

El ruido que provocó el cuerpo de Sinclair al chocar contra el suelo, al igual que el pánico que había presenciado en los ojos de Balmoral cuando, incrédulo, no pudo estabilizarse y supo que caería sin remedio, fueron momentos que Elsbeth jamás olvidaría. Paralizada por lo que había hecho, temblando tanto que pensó que se fracturaría en mil pedazos, con la respiración irregular y el corazón retumbando en su pecho, amenazando con terminar en aquel instante con la poca cordura que le quedaba, contempló, desde la ventana, el cuerpo desmadejado de Balmoral en el suelo y la sangre que manaba de la carne empapando la tierra bajo él. Y en ese momento, en el que escuchó un grito y voces en la distancia, dio un paso hacia atrás, escondiéndose entre las sombras, unas sombras de las que sabía que ya no volvería a salir jamás. El frío y un silencio sepulcral se instalaron en su interior, en su mente, como si la realidad se hubiese desdibujado para siempre. Todos creyeron que fue un accidente. Que la embriaguez hizo que el mayor de los Sinclair cayera en un descuido. Sin embargo, hubo otras voces discordantes que no aceptaron que Balmoral encontrara ese final. Hubo otros, como Flecher, el hermano de Balmoral, y Taffy, el laird del clan Sinclair y padre de ambos, que siempre recelaron de la muerte de Balmoral, sospechando que había sido alguien, y no el destino, el que mandó al mayor de los hermanos Sinclair al otro mundo. El compromiso entre los dos clanes fue anulado, y la amistad que siempre los había unido se convirtió en un simple espejismo. Seguían siendo aliados, más por conveniencia que otra cosa. Elsbeth solo esperaba que Balmoral Sinclair se pudriera en el infierno, en el mismo en el que ella viviría el resto de su vida.  

CAPÍTULO I     Escocia 1182   Kam entrecerró los ojos un poco para cerciorarse de que lo que veía era cierto. —Imposible —dijo con una sonrisa traviesa que curvó sus labios ampliamente al observar la flecha que la pelirroja había disparado unos segundos antes y que permanecía clavada en el objetivo que él le había marcado. Uno extremadamente difícil. Eara, la esposa de Bruce desde hacía unos meses, le miró con evidente satisfacción. —Puedo hacer lo mismo, a más distancia y con un blanco en movimiento —sentenció enarcando una ceja. Los ojos de Kam brillaron con picardía. —No lo pongo en duda. Creo recordar, como prueba de ello, que la primera vez que viste a Bruce estuviste a punto de dejarme sin hermano — contestó mirando fijamente a la pelirroja. —Sí, es cierto —asintió Eara con orgullo y un brillo travieso en los ojos—. Quería matarlo, pero me contuve. Kam soltó una carcajada y Eara sonrió abiertamente. El menor de los Gordon había llegado a conocer bastante bien a Eara durante los últimos meses, y aun así no había un solo día en que esta no le sorprendiera. Si ya le gustaba antes de conocerla, por lo que percibía que Eara provocaba en Bruce, cuando por fin tuvo el placer de verla en persona y observarlos juntos, supo que la menor de los McThomas había llegado a sus vidas para quedarse. Eara era aire fresco, un impulso hacia delante, era sonrisas. Significaba la felicidad de Bruce y, por ende, su felicidad. El ver a su hermano por fin conseguir la dicha que tanto había anhelado para él, que por una vez la vida se mostrase generosa con ellos, había sido un sueño. Kam sabía demasiado bien que Bruce, a sus veintiocho años, había sufrido más que suficiente para una sola vida. Más de lo que lo hacía la inmensa

mayoría de las personas a su paso por este mundo. Por ello, el menor de los Gordon adoraba a Eara, la mujer que había conseguido remover los cimientos de Bruce, y desterrar del interior de su hermano el vasto invierno que se había ido forjando desde que este tuviera uso de razón. —Te lo agradezco —contestó el pequeño de los Gordon guiñándole un ojo—. Sé que a veces Bruce es imposible de aguantar, pero para mí lo es todo —terminó Kam, anclado en la mirada penetrante e intensa de Eara. Los ojos de la pelirroja, al escucharle, se tornaron más cálidos, plenos de sentimientos y comprensión. —De acuerdo, los dos amamos a ese cabezota. Debe ser algún tipo de enfermedad incurable —contestó Eara con fingida resignación, tragando con fuerza cuando la mirada de Kam, cargada de cariño y algo parecido a una infinita gratitud, se clavó en la suya, sin barreras, sin velos, sin muros. Abierta en canal para que ella pudiese verle con una nitidez absoluta. Y eso la conmovió hasta el alma, porque sabía que Kam regalaba esa mirada a muy pocas personas. Se sintió especial y extrañamente arropada. Eara nunca imaginó que al casarse con Bruce encontraría en Kam a un amigo incondicional, un cómplice y un hermano. No imaginó que sería más afín a él que a algunos de los suyos propios. Durante esos meses había descubierto a un Kam que, a pesar de ser mucho más extrovertido que Bruce, bajo su eterna sonrisa y su constante buen humor, escondía a un hombre celoso de su intimidad, hermético en muchos aspectos, que reservaba su amistad y su lealtad para aquellos que ganaban su respeto y su confianza. Algo que, Eara había observado, era extremadamente difícil de conseguir. El hecho de que él le hubiese tendido la mano, sin escollos, sin reticencias, a pesar del escaso tiempo que llevaban conociéndose, representaba para ella un preciado y raro tesoro que pensaba proteger con uñas y dientes. Los pasos aproximándose, resonando a su espalda, y los ojos entornados de Kam mirando a un punto fijo sobre su hombro como si así pudiese ver con claridad a la persona que se acercaba, hicieron que Eara dejase a un lado sus pensamientos y se volviese al punto. Los labios del menor de los Gordon se curvaron hacia arriba cuando reconoció al hombre que, acortando la distancia que los separaba, llegó junto a ellos enarcando una ceja al ver a la pelirroja con el arco entre las manos.

—¿No tuviste suficiente con amenazar y casi matar al mayor de los hermanos Gordon que también quieres acabar con el otro? —preguntó Duncan mirándola fijamente. Eara puso los ojos en blanco. —Solo le estoy mostrando a Kam de lo que soy capaz. El destello divertido en los ojos de Duncan McPherson al mirarla, antes de estrechar el brazo que Kam había extendido hacia él para darle la bienvenida, hizo que Eara pusiera una expresión traviesa antes de rematar la frase. —Aunque siempre es más divertido si a lo que voy a dispararle está en movimiento. ¿No estarías interesado en ofrecerte voluntario, verdad? Duncan, que tiró finalmente de la mano de Kam para darle un abrazo, soltó una carcajada al escucharla. —No le tientes —contestó Kam por Duncan a la pelirroja cuando se separó de él—. McPherson es de los que se pondrían delante de una flecha, a un paso de distancia, si alguien de su clan o de su familia se viese amenazado —continuó el pequeño de los Gordon y, aunque sus labios dibujaron una sonrisa, su mirada no dejó lugar a dudas de la seriedad y la convicción con la que decía esas palabras. —Me tienes en demasiada estima —señaló McPherson. —Eso también es verdad —contestó Kam, y en esta ocasión los tres rieron abiertamente. El menor de los Gordon palmeó la espalda de McPherson, rozó levemente el brazo de Eara y, con un pequeño gesto de cabeza, los animó a que le siguieran hacia el castillo. —Vamos dentro y así podrás contarnos el motivo de tu visita, porque algo me dice que el honrarnos con tu presencia hoy responde a otro propósito que no es el simple placer de nuestra compañía. Duncan asintió ante la perspicacia de Kam. No era la primera vez que se acercaba a ver a los hermanos Gordon; sin embargo, era cierto que en aquella ocasión su visita respondía a otros fines. —¿Cómo están Elisa y los niños? —preguntó Eara mientras los tres caminaban hacia el interior del hogar. La calidez y el amor que desprendieron los ojos de laird McPherson al escuchar el nombre de su esposa y la mención de sus gemelos, Kerr y Bruce, nacidos solo unos meses atrás, no se hicieron esperar. Su amor por

ellos era inconmensurable y se reflejaba en cada una de las miradas, palabras y gestos que procedían del highlander al nombrarlos. Quizás para quien no lo conociese bien, el hecho de que Duncan, el laird del clan McPherson y un hombre a temer, uno de los highlanders más respetados de las Tierras Altas, fuese tan abierto a la hora de expresar sus sentimientos hacia su familia, fuera extraño, pero para Kam, que lo conocía como a su propio hermano, era una constante. Siempre había admirado la franqueza de Duncan, no solo para con los suyos sino también para consigo mismo. Ese rasgo había sido, sin duda, el puente de unión y la base que sustentaba la amistad de McPherson con Bruce. De hecho, Duncan era el único amigo que tenía su hermano. La brutal sinceridad de Gordon y su forma de ver la vida no era muy estimada fuera de su propio clan. —Elisa está bien, aunque agotada. Kerr es bastante bueno, pero el pequeño Bruce, al igual que el hombre al que le debe su nombre, solo sabe dar guerra. Eara soltó una carcajada y Kam frunció el entrecejo, aunque el brillo de sus ojos delató que su seriedad era solo fingida. —No sé de qué estás hablando, Duncan. Mi hermano es un santo — afirmó Kam entrando en el salón junto a McPherson y Eara. La pelirroja dejó su arco encima de una de las mesas de madera que albergaba la estancia, riéndose por las palabras de Duncan y la réplica de Kam. —Solo he escuchado la última parte y ya sé que mi hermano va a ir de cabeza al abrevadero. Esas palabras dichas desde la otra puerta del salón, opuesta a la que les había servido de entrada, hicieron que todos dirigieran su mirada hacia allí. Bruce Gordon, que estaba apoyado en la jamba de la puerta, miró al trío presente en la estancia con atención, adquiriendo su mirada mayor intensidad cuando posó sus ojos en su esposa. Cuando vio a su hermano Kam alzar una ceja y poner esa sonrisa que desde pequeño había sido su talón de Aquiles, traspasó el umbral y se acercó lentamente hacia donde estaban ellos. —Tu esposa es peor; se estaba riendo —se defendió Kam mirando a Eara divertido.

—Eara puede hacer conmigo lo que quiera —contestó Bruce, y la pelirroja sonrió con satisfacción a Kam, haciéndole un gesto de burla. El menor de los Gordon no pudo evitar soltar una carcajada al verlo. A Duncan, el ambiente que reinaba en el hogar de los Gordon desde la llegada de Eara le parecía distinto, más cálido. El clan Gordon, con Bruce al frente, llevaba años siendo una sola familia. Todos sus miembros darían la vida por él y no porque fuese su laird, sino porque apreciaban, respetaban y admiraban al hombre que había hecho de su clan uno distinto a cualquier otro que conociesen. Por un hombre que había sacrificado hasta su propio ser para salvaguardar a su familia y a su clan de cualquiera que quisiera hacerles daño. Sin embargo, ese sacrificio había conllevado un alto precio, y aunque Bruce jamás lo había demostrado, todos sabían lo que le había costado a su laird, a nivel personal, el haber sido la punta de lanza en una lucha contra su propio padre. Un hombre que había sido un monstruo, más que un ser humano. Ese vacío, ese hueco por el que se filtró un gélido invierno, necesario para la supervivencia de Bruce, siempre había estado presente en él y reinando por encima de sus cabezas como si fuese un fantasma, hasta que Eara llegó, y con su fuego provocó el deshielo, trayendo con ella esa calidez que ahora podía sentirse en cada rincón de un hogar que era para Duncan como una segunda casa. McPherson sonrió ante las últimas palabras de Bruce, sin poder evitar lamentar que el buen ambiente que reinaba en aquella estancia se enrareciera en cuanto los hermanos Gordon supiesen el motivo de su presencia. Algo en su expresión le delató porque ambos hermanos le miraron fijamente por unos segundos. La sonrisa desapareciendo lentamente de los labios de Kam y Bruce mientras le observaban de manera inquisitiva. Eara, sin embargo, frunció el entrecejo, desconocedora del motivo que había generado aquel cambio. —¿Qué pasa, Duncan? —preguntó Bruce directo, con un tono de voz que no denotaba nada, pero que no engañó a McPherson. El hecho de que se conociesen tan bien era recíproco, y si para cualquier otro, los ojos del mayor de los Gordon solo miraban exigiendo una respuesta, Duncan podía entrever en ellos cierta preocupación, por él. McPherson se apoyó en la mesa que había tras de sí casi sentándose en ella, con las manos a ambos lados de su cadera sobre la madera, antes de contestar.

—Hace unos días estuve en tierras de los McGregor. Logan me pidió que fuera porque quería hablar conmigo de un tema delicado. Logan era el hijo de Dune McGregor, laird del clan McGregor. Duncan lo había conocido tiempo atrás en una reunión de clanes, y las hermanas de Logan estaban casadas con los dos hermanos McAlister que eran para Duncan como su familia, de hecho, uno de sus hijos llevaba el nombre de Kerr por el mediano de los McAlister que había sido su mejor amigo y que murió años atrás por una enfermedad que mermó al clan McAlister en cuestión de días. —¿Y ese es el motivo de que hayas venido hoy? ¿Ese asunto nos afecta en alguna medida? —preguntó Kam con la calma que lo caracterizaba—. ¿Te ha pedido él que vengas a decírnoslo? —continuó el pequeño de los Gordon—. Porque si es así, entonces, debe ser más grave de lo que imagino. Duncan sabía que aquella conversación no iba a ser fácil; es más, cuando Logan le contó lo que el rey le había solicitado que hiciese, le pidió a McGregor ser él mismo quien se lo dijese a los hermanos Gordon. —No te lo ha pedido McGregor, se lo has pedido tú —afirmó Bruce sin apartar los ojos de los de Duncan. Todo el mundo decía que él era malditamente intuitivo, pero Bruce no se quedaba atrás. Había leído en él como en un libro abierto. —¿Por qué? —preguntó Kam dando un paso al frente para acercarse más a Duncan—. Sé con certeza que no te prestarías a hacer nada que empañara la hermandad que existe entre nuestros clanes, así que, ¿por qué pensaste que lo que debíamos saber de esa reunión con Logan debía venir de tus labios y no de los de McGregor? Duncan miró a Kam fijamente. «Maldita sea», dijo para sí mismo. Quería a los hermanos Gordon como si fuesen también suyos, y eso que durante muchos años su relación con los Gordon había estado marcada por la enemistad manifiesta entre los dos clanes. Su padre y el de los hermanos Gordon se habían odiado a muerte y ese sentimiento lo habían trasladado a sus hijos. Todavía podía recordar las veces en que se había enfrentado a Bruce, peleas en las que los dos terminaron exhaustos, heridos y con más de un orgullo magullado. Todo eso cambió cuando, en una reunión, Duncan salvó la vida del menor de los Gordon. Desde entonces, a ese renacuajo al que salvó de las aguas del río cuando solo tenía siete años, le tenía un afecto

casi paternal. El tiempo le había dado la razón, comprobando cómo aquel niño que le miró con los ojos llenos de gratitud y de una fuerza inusitada cuando volvió a respirar después de casi ahogarse, aquel pequeño, con el devenir de los años, se había convertido en un hombre del que sentirse orgulloso. Kam, con toda su intuición, con su inteligencia, con su empatía y su afán de superación, con esa incondicionalidad hacia aquellos a los que amaba, se había ganado un lugar en su corazón, además de su admiración y su respeto.   —Porque sabe que viniendo de él no sentiríamos el impulso de matarlo en cuanto nos contase lo que pasa —sentenció Bruce que en ningún momento había apartado sus ojos de Duncan. «Maldita sea la intuición de Bruce», pensó Duncan con admiración. —¿Tan grave es lo que tienes que contarnos? —preguntó Eara. La mirada de McPherson a Bruce, antes de contestar a la pelirroja, fue una mera formalidad, porque Duncan ya intuía la respuesta del mayor de los Gordon. —No tenemos secretos con Eara. Duncan asintió, con una pequeña sonrisa en los labios, antes de seguir. —El problema es que Logan no conocía el alcance de lo que os iba a pedir, y yo sí. Por eso requerí ser yo quien os lo contara —explicó Duncan alternando ahora su mirada entre los hermanos Gordon y Eara—. El hecho de que haya problemas entre algunos de los clanes del norte no es un secreto para nadie, y, en los últimos meses, esas relaciones se han vuelto más tensas y violentas. Varios de esos clanes están al borde de una guerra entre sí, arrastrando con ellos a sus aliados hacia lo que parece una disputa de mayor envergadura. El rey Guillermo está muy preocupado por que estos desacuerdos desemboquen en una revuelta y se extienda por el resto del país, así que su majestad sugirió a Logan —continuó Duncan enarcando una ceja, dando a entender que la utilización del verbo sugerir era irónica. Todos sabían que esa sugerencia en realidad era una orden no sujeta a discusión— que invitara a sus tierras a los cinco clanes más conflictivos del norte, los que están generando más problemas, para que intentaran solucionar en una zona neutral sus conflictos. Para ello ha ordenado la presencia de otros cinco clanes. Clanes poderosos que puedan dar ejemplo y aconsejar, que puedan hacer de intermediarios en sus disputas, y a los que,

de una u otra forma, les unan lazos con los del norte, a fin de intentar con ello estabilizar la situación. La expresión de Bruce cambió. Su mirada se tornó fría y oscura. —No —sentenció el mayor de los Gordon mirando fijamente a Duncan. —Bruce… —empezó a decir McPherson con calma. —¿No, qué? —preguntó Eara dando un paso hacia Bruce, interrumpiendo a McPherson. —¿Quiénes son los cinco clanes del norte, Duncan? —preguntó al instante Kam, que tras la reacción de su hermano ante las palabras de McPherson sospechaba la respuesta. Su pose seria, contenida, tan diferente a la que solía portar, y su tono de voz, con un matiz peligroso, hizo que Eara desviara su mirada de Bruce a Kam, visiblemente preocupada. —¿Alguien puede explicarme que está pasando? —preguntó la pelirroja a los tres hombres presentes. Duncan respondió a Kam, sabiendo que confirmar lo que ellos ya suponían iba a abrir las puertas del infierno.

CAPÍTULO II  

  Kam apretó uno de sus puños antes de escuchar la respuesta de McPherson. Si no se equivocaba, y no pensaba que fuera a ser así, intuía cuál iba a ser uno de esos cinco clanes. Si Logan y, por ende, el rey Guillermo creían que los lazos que los unían a ese clan eran legítimos para hacer de intermediarios en una disputa, estaban muy equivocados. De hecho, el que estuvieran bajo el mismo techo con los Morgan solo podría generar un nuevo conflicto. El monarca ya no tendría que preocuparse por el enfrentamiento existente entre los clanes del norte, sino de evitar que la sangre entre los Morgan y los Gordon no tiñera la tierra hasta convertirla en un río de odio y venganza. —Sutherland, Ross, Sinclair, Gunn y Morgan. Kam miró a Bruce al instante. Tanto su hermano como Duncan parecían estar manteniendo una conversación interminable a través de sus miradas. Eara posó una de sus manos sobre el brazo de Kam y este, desviando su atención hacia ella, recordó que nadie había contestado a la pregunta que la pelirroja había hecho momentos antes. —Nuestra madre era hija del anterior jefe del clan Morgan — contestó, y sus palabras, en el silencio del salón, resonaron con fuerza. Eara por un instante frunció el ceño, hasta que recordó que la madre de los hermanos Gordon era la hermana mayor de la madre de Helen Cameron, una de sus mejores amigas. Meses atrás había sido una sorpresa para Helen, que nunca supo que su madre había tenido una hermana, así como para el resto de quienes los conocían, descubrir que Bruce y Kam eran familia de Helen. Eara dejó a un lado sus pensamientos cuando su esposo comenzó a hablar. —El viejo McKinley utilizó toda su influencia y su maldito orgullo para hacer saber a todos los aliados que su hija, que había osado desobedecer sus órdenes casándose con un hombre que él no había elegido, era una puta, y como tal no debía dársele cobijo ni ayuda si alguna vez

osaba pedirla. Dejando claro a todo el mundo que la repudiada ya no era una Morgan y que lo que pudiera llegar a pasarle le era totalmente indiferente. Y Elliot, el tío de mi madre y padre de Cathair, el actual laird del clan Morgan, le escupió a la cara y le dio una paliza delante de McKinley cuando mi madre, antes de huir y casarse con el hombre que amaba, se atrevió a decir que no deseaba enlazarse con uno de los hijos de laird Munro. Esos son los lazos que nos unen a ellos y que el rey Guillermo quiere que honremos —terminó Bruce sin que en su semblante o en su voz algo indicase que lo que estaba contando le afectaba en lo más mínimo. —Cuando su marido murió, debido a luchas internas de su clan — continuó Kam atrayendo la atención de todos los presentes hacia su persona —, nuestra madre tuvo que huir para preservar su vida, y si McKinley no la hubiese repudiado dejándola sin alternativas para pedir ayuda, quizás no se hubiese encontrado sola, muerta de miedo y embarazada sin saber a dónde ir, y con el corazón roto por su pérdida. Quizás no hubiese tenido que malcomer, abocada a morir de inanición o frío, sobreviviendo a duras penas y expuesta a la acción malintencionada de cualquiera que se cruzase con ella. Quizás no hubiera contraído unas fiebres que hicieron que el niño que llevaba en su vientre no sobreviviese, y que a punto estuviese de matarla a ella también. Quizás no la hubiesen encontrado los Gordon sentenciando su destino al tener que casarse después con mi padre para sobrevivir —terminó Kam mirando a Bruce, cuya mirada permanecía gélida, impasible—. Ese hombre la maltrató y si no hubiese sido por Bruce… —Kam —dijo el mayor de los Gordon y su voz, más grave de lo habitual, dicho casi con suavidad, detuvo el discurso del menor de los hermanos. Kam miró a Bruce y vio en sus ojos lo mismo que todavía, aún después de tantos años, seguía perturbándolo a él. Duncan, con la expresión extremadamente seria contempló a los hermanos Gordon con determinación. —No voy a deciros que olvidéis el pasado, porque yo no podría — dijo McPherson a ambos, posando después sus ojos en Bruce para dirigirse solo a él—, y te apoyaré hasta las últimas consecuencias si decides no ir, pero McKinley ya no es el jefe del clan Morgan, ni siquiera lo es Elliot. Ambos están muertos. Es Cathair, el hijo de Elliot, quien lleva las riendas del clan desde hace varios años. Quizás él no sea igual que su padre o su

tío. Vosotros no os parecéis al vuestro, y, sin embargo, habéis tenido que lidiar toda vuestra vida con el estigma de ser los hijos de Bryson Gordon — dijo Duncan. Sus gestos, el rictus de su cara, reflejaban la seriedad de sus palabras, de ese momento—. Logan sabe que no tenéis una buena relación con el clan Morgan, el propio rey se lo dijo, pero cuando McGregor le insinuó que quizás no sería buena idea que actuaras de intermediario, Guillermo no quiso atender a razones. De hecho, exigió tu presencia como prueba de tu buena disposición a cumplir los deseos de tu rey, demostrando con ello que puedes doblegar tu independencia y orgullo como muestra de lealtad hacia él, reafirmando que eres digno de ser el jefe del clan Gordon al sacrificar tus propias necesidades en pos de contribuir, con tu ejemplo, a buscar una solución al conflicto de los clanes del norte, enmendando tu propia relación con los miembros de tu familia materna. —Eso es una necedad —exclamó Kam conteniendo su genio, pero desbordando tensión por cada poro de su piel. —Nadie ha dicho lo contrario —contestó McPherson. Kam apretó la mandíbula. —¡Vamos, Duncan! —exclamó el menor de los Gordon—. Todos aquí sabemos lo que desea el rey. Quiere la sumisión de Bruce públicamente. Quiere que los demás vean que mi hermano, el lobo solitario, no osaría desafiar bajo ningún concepto sus órdenes. Quiere demostrar a todo el mundo que la lealtad de Bruce es suya de forma incondicional sin importar el coste. Y creo que todos sabemos por qué. Duncan no pudo objetar nada a las conclusiones de Kam, porque también habían sido las suyas propias. Sus ojos destilaron puro reconocimiento por la suspicacia del menor de los Gordon. —Alguien ha hecho dudar al rey de la lealtad de Bruce, ¿verdad? Ese es el motivo —afirmó, más que preguntó, Eara con preocupación. McPherson miró fijamente a la pelirroja, para luego desviar sus ojos hasta Bruce que parecía imperturbable; sin embargo, su mirada penetrante y la frialdad que habitaba en sus ojos le hablaron a Duncan de otra cosa bien distinta. —Me temo que es la explicación más plausible —contestó McPherson circunspecto—. Eso significa que Bruce tiene un enemigo que se ha tomado la molestia de malmeter al rey en su contra con tal de perjudicarle. Esa persona debe tener peso en la corte para que Guillermo

preste atención a sus palabras —continuó McPherson endureciendo aún más sus facciones como si lo que le fuese a decir a continuación le preocupase sobremanera—. Otra posibilidad es que las mentiras no hayan procedido de alguien que goce de la confianza del rey, sino que el mismo rumor haya llegado a oídos de su majestad a través de diversas fuentes, lo que sin duda despertaría su curiosidad y sus dudas, soliviantando su tranquilidad e incitándole indudablemente a comprobar la veracidad de las mismas. —Duncan inspiró con fuerza, antes de proseguir—. No sé quién se tomaría tantas molestias, Bruce —dijo McPherson dirigiéndose al mayor de los Gordon—, pero en ese caso estaríamos hablando de varios adversarios. No gozas de la simpatía de otros clanes, eso no es un secreto. Tu forma de pensar y actuar no es la más usual. Tu mayor enemigo, Farqharson, está muerto, y dudo de que sus hijos, más ocupados en matarse entre ellos que en dirigir a su clan, tengan los contactos necesarios para llegar hasta Guillermo, pero la realidad es que Eara tiene razón. Hay una persona o varias que quieren ponerte en mala disposición con su majestad, y eso lo único que ha hecho es reforzar la determinación del rey de que estés presente en la reunión. Por un lado, para confirmar tu lealtad, y, por otro, para demostrar a los demás que, si te lo pide, aunque la situación te sea adversa, no dudarías en doblegarte ante su mandato. Bruce, que no había dejado de mirar a Duncan, desvió sus ojos hasta Kam, posándolos finalmente en su esposa, cuya mirada indicaba su preocupación. —De acuerdo; iré a la reunión de McGregor —afirmó Bruce pasados unos segundos, con una tranquilidad inquietante, dejando a todos los presentes sorprendidos por su decisión—. Es tarde. Quédate a cenar — continuó el mayor de los Gordon mirando a Duncan y cambiando de tema, antes de acercarse a su esposa para besarla levemente en los labios. Unos que mostraban un rictus tenso, afín a su inquietud. —Tranquila, pelirroja, no te vas a deshacer de mí tan fácilmente — susurró Bruce cerca del oído de Eara para que solo ella lo escuchase, antes de dirigirse de nuevo a Duncan—. Debo resolver un asunto con el viejo Archie que no puede demorar, pero volveré para la cena y así podrás contarme más acerca de la reunión —aseveró Bruce dando un pequeño toque a Duncan en el brazo antes de mirar a Kam y salir de la estancia con paso firme. 

Duncan arqueó una ceja cuando la puerta se cerró tras la salida de Bruce, sobre todo por el repentino cambio de actitud del mayor de los Gordon ante la posibilidad de asistir a la reunión en tierra de los McGregor. —Va a ir a la reunión y matarlos a todos, ¿verdad? —preguntó de repente Duncan al pequeño de los Gordon. Eara miró a Duncan como si este se hubiese vuelto loco. ¿Cómo se le ocurría pensar algo así? —Sí —afirmó Kam con tranquilidad —¡Maldita sea! —exclamó la pelirroja mirando a Kam fijamente—. ¿No lo dirás en serio? —preguntó con el ceño fruncido. —Lo está diciendo completamente en serio —afirmó Duncan. —¿Has visto a mi hermano alguna vez cambiar de opinión tan rápido? Y ya que hablamos de ello, ¿has visto alguna vez cambiar de opinión a Bruce? Duncan volvió a gruñir por lo bajo, negando con la cabeza. —¿Estás diciendo que va a ir a tierra de los McGregor y acabar con todo el clan Morgan? —preguntó Eara con un tono de voz más agudo de lo habitual. —Y con todo el que se le cruce por el camino —respondió Kam con una seguridad aplastante. —No puedo creerlo —dijo Eara poniendo los brazos en jarra. El atisbo de una pequeña sonrisa en los labios de Duncan, unido a la chispa que había en los ojos de Kam la hicieron poner los ojos en blanco. Estaban exagerando, por supuesto; sin embargo, a pesar de las sonrisas, Eara podía ver la tensión, la preocupación en los ojos de ambos hombres. —Vale, entonces no puedo más que apoyarle —dijo la pelirroja aparentemente resignada—. Tendré que matar a los que me toque — continuó Eara mirando a Kam, moviendo a la vez una ceja y haciendo que el pequeño de los Gordon soltara una carcajada. La pelirroja sonrió más ampliamente al escuchar la risa de Kam. Le gustaba verle sonreír, tenía esa clase de risa que era contagiosa; sin embargo, y a pesar de la calma y del buen humor de Kam, Eara había empezado a conocerlo bien, y sabía que, bajo esa fachada, bajo las palabras exageradas tanto de Kam como de Duncan, había un poso de verdad. —Sé que no va a matar al clan Morgan al completo, pero seguís estando preocupados, puedo verlo —continuó Eara cuando Kam dejó de

reír y la sonrisa de Duncan desapareció lentamente de sus labios. —Conozco a Bruce desde que éramos unos niños —interrumpió McPherson cruzando los brazos delante del pecho, y su voz grave sonó diferente, más ronca, más abrupta—. Sé la clase de hombre y de guerrero que es, y también sé de lo que es capaz. Ten pon seguro que, si descubre en esa reunión que alguno de los allí presentes es el causante de indisponer al rey en su contra, nada le impedirá hacer lo que crea necesario para averiguar qué hay detrás de esa intención. Y eso, tratándose de Bruce, puede ser peligroso. Eara sintió que aquellas palabras no podían tomarse a la ligera, porque sabía que Bruce no vacilaría en hacer lo que creyese necesario. Y sabía que Duncan tenía razón. Bruce no habría cambiado de opinión de tal forma, en solo unos segundos, si no hubiese pensado que aquella reunión le brindaría la oportunidad de descubrir a la persona o personas que querían perjudicarle. —Tranquila, Eara —dijo Kam, y sus ojos azules no se apartaron de los de ella ni un instante, consiguiendo que la pelirroja rebajara la tensión que se había ido apoderando de ella durante toda la conversación—. Mi hermano ha cambiado de opinión porque es lo más inteligente. Bruce no puede dar la espalda a la orden del rey Guillermo, pero tampoco se va a doblegar. Irá a esa reunión porque le conviene, no por miedo a las represalias de su majestad, sino por el bienestar de su clan y porque, sabiendo que hay alguien que quiere perjudicarlo hasta tal punto de tomarse la molestia de susurrar injurias a oídos del rey, prefiere ir, estudiar a todos los asistentes y sacar sus propias conclusiones. Pero no voy a negarte que, llegado el caso, si alguien amenaza la seguridad de su clan o de sus seres queridos, derramará sangre en tierra de los McGregor. Duncan alzó una ceja ante esas últimas palabras mirando a Kam y a Eara. —Sí y por eso precisamente me preocupa. No quiero que ese maldito cabezota deje a mis hijos sin su tío preferido. Kam apretó el hombro de Duncan y sus ojos desprendieron un brillo cálido, al igual que los de Eara, aun cuando en su interior la pelirroja no pudiese evitar preocuparse por todo lo que se había hablado en los últimos minutos dentro de aquellas cuatro paredes.

Bruce no era el único capaz de hacer lo que hiciese falta por aquellos a los que amaba. En aquella estancia, había tres personas dispuestas a dar su vida por Bruce Gordon.

CAPÍTULO III     Elsbeth abrazó a su hermana Alice en cuanto la vio en aquel gran salón junto a su marido Irvin McPherson, rodeados por un número nada desdeñable de invitados a los que en su mayoría no conocía. —Te he echado de menos —dijo Alice de forma calurosa a su hermana antes de separarse de ella y dejar que Irvin también le diera la bienvenida. —Me alegro de verte —saludó con calidez Irvin al ver el afecto y la felicidad que desbordaban los ojos de su esposa Alice al tener de nuevo cerca a su hermana. —¿Y padre? —preguntó Alice buscando con la mirada tras Elsbeth. —Imagino que seguirá hablando con laird Gunn. Estaba justo a la entrada del salón. —¿Entonces has visto ya a la tía abuela Skena? —preguntó Alice enarcando una ceja. Elsbeth puso los ojos en blanco antes de contestar. Skena era la tía de su padre, y esposa de laird Gunn, jefe del mencionado clan del norte. Tanto Alice como ella no tenían una relación estrecha con su tía, pues habían coincidido con Skena en escasas ocasiones, y más teniendo en cuenta que el carácter de la tía del jefe del clan Comyn y el de su sobrina Elsbeth chocaban cada vez que ambas estaban en una misma sala. Elsbeth no podía evitarlo. Su tía tenía las ideas muy claras sobre lo que se debía esperar de una mujer y más de las hijas del jefe del clan Comyn. Su rigidez, su intolerancia y sus métodos de castigo, según ella necesarios para moldear el carácter, ponían enferma a la mayor de las hijas de Comyn. Elsbeth todavía podía recordar cómo en una de sus visitas, cuando Alice y ella eran pequeñas, Skena había convencido a su hermano para que durante su estancia con ellos le encomendara la supervisión de sus sobrinas. A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, Elsbeth no había podido olvidar el modo en que su tía intentó erradicar el miedo de Alice a la oscuridad cuando se dio cuenta de que la pequeña a menudo se echaba a llorar por las noches cuando se despertaba y todo estaba oscuro. Elsbeth siempre había

consolado a su hermana en esos momentos, metiéndose con ella en la cama y abrazándola. Cuando Skena las descubrió, obligó a Elsbeth a volver a su habitación, y regañó a Alice sin ningún tipo de tacto. La siguiente noche que Alice volvió a llorar, Skena directamente la encerró en un arcón y se sentó encima para que la niña aprendiera a superar sus miedos. Aquello, a ojos de Elsbeth, fue demasiado y se encaró con Skena, llevándose un bofetón de su parte por tener la osadía de defender a su hermana, provocando con ello la ira de su tía abuela que la separó de Alice durante días. Elsbeth solo tenía siete años, pero juró convertir el tiempo de convivencia que le quedaba a Skena con ellos en un infierno. Para una niña, el infierno eran chiquilladas que poco perjudicaron a Skena: un sapo entre sus sábanas, gusanos en la comida, agua inundando sus zapatos… pero no desistió y agudizó sus métodos en cada nueva visita hasta que Skena dejó de ir a verlos. —No, no he tenido ese placer. Intentaré ignorar su presencia todo el tiempo que sea posible. Alice miró a su hermana con cariño. Ambas eran muy distintas. Alice daba la apariencia de ser extremadamente tímida; era tranquila, observadora, callada y noble, al contrario de Elsbeth, más segura, y de la que se decía que era retorcida, maliciosa, egoísta, malcriada y cuya lengua no conocía la sutileza a la hora de decir lo que pensaba. En el físico también eran opuestas. Mientras Alice era menuda, de pelo castaño y con los ojos grises, Elsbeth era más alta, esbelta, con el pelo rubio y lacio y unos ojos azules tan claros que a veces parecían transparentes. —No creo que tengas esa suerte, hermana. Además, no sé si lo sabes, pero el clan Davidson y el clan Sinclair también están invitados. Esther llegó hace un rato, junto a su padre, aunque afortunadamente sin su prometido. En el rostro de Elsbeth nada reflejó lo que las palabras de su hermana habían provocado en ella porque, que Esther Davidson estuviese allí, esa víbora con un corazón tan oscuro como una noche sin luna, no le hacía gracia, pero que los Sinclair fueran uno de los clanes del norte invitados a aquella reunión era, sin duda, un golpe bajo, uno que desenterraría viejos fantasmas que ella no deseaba recordar. Cuando su padre le había pedido que le acompañara a la reunión, no tuvo a bien hacerla partícipe de esa información. Si bien no hubiese

cambiado nada, quizás le hubiera otorgado un poco de tiempo para hacerse a la idea de que volvería a ver a la familia de Balmoral. —¿Faltan muchos por llegar? —preguntó mirando a su alrededor y viendo en el gran salón de los McGregor a lo que sería seguramente el grueso de los invitados. Si bien su padre no le había concretado cuáles serían todos los clanes asistentes, Elsbeth sí sabía que acudirían cinco clanes del norte, aparte de otros cuatro más, que junto con el anfitrión ayudarían a mantener la paz, aconsejando y creando un lugar seguro para las negociaciones a fin de alcanzar las alianzas necesarias para acabar con la que parecía una guerra inevitable entre los clanes del norte. —Entre ayer y hoy han llegado la mayoría de los invitados. Solo faltan el clan Sutherland, el clan Ross y los Gordon. Elsbeth no pudo evitar que la comisura derecha de sus labios se arqueara levemente en un atisbo de sonrisa al escuchar el nombre del último clan. Había conocido a Bruce Gordon unos meses atrás, y la había descolocado totalmente. Era sin duda un hombre distinto a todos los que había conocido jamás, y a pesar de la fuerza, la seguridad y la oscuridad que emanaban de él, en vez de querer huir en sentido contrario al del lobo solitario, se había encontrado a sí misma sintiéndose afín al highlander. Su sinceridad, su honestidad, su perspicacia habían dibujado un mapa distinto al que la desconfianza de Elsbeth estaba acostumbrada a seguir. Sin embargo, no había sido él quien había provocado que su boca, esquiva y de forma independiente, hubiese recreado ese gesto que pocas veces era dibujado con sinceridad en ella. No, eso había sido producto de la imagen en su cabeza de otro Gordon. Uno con el que apenas había cruzado un puñado de palabras en el pasado, pero cuya mirada había despertado en ella un millar de preguntas que no deseaba contestar, incitando una curiosidad de la que se creía desprovista. Un hombre al que Elsbeth envidió por su tranquilidad, el equilibrio y la luz que desprendía por cada poro de su piel, opuesto a la oscuridad que emanaba de Bruce, pero extrañamente complementaria. Desde que había conocido a Kam Gordon, por primera vez en su vida, Elsbeth había ansiado algo de alguien, había querido un poco de esa paz para ella. Le había envidiado. ¿Cómo sería vivir sin el peso de un alma condenada?  —Hola, padre —dijo Alice con una sonrisa, mirando por encima del hombro de Elsbeth, haciendo que esta última dejara al margen sus

pensamientos—. Tía abuela Skena… —continuó Alice y la calidez natural en la voz de la pequeña de los Comyn se rebajó lo suficiente para que Irvin posase una mano en la cintura de su esposa acercándola sutilmente más hacia él. A Elsbeth ese gesto, delicado para un hombre de su envergadura, en señal de protección, de apoyo, le provocó una suave calidez en el pecho. Cuando la mayor de las hijas de laird Comyn no pudo retrasarlo por más tiempo, se dio la vuelta, no sin antes hacer una mueca con la cara, consiguiendo arrancar una chispa de diversión en los ojos del highlander McPherson. La diferencia de edad entre Irvin y Alice era considerable. Se llevaban quince años, pero Elsbeth, que al principio de conocer los sentimientos de su hermana por Irvin tuvo sus reticencias, por miedo a que el hombre que Alice afirmaba amar no fuese digno de ella, ahora solo podía alabar el buen gusto de su hermana. Solo hacía falta observar a Irvin, y ver cómo trataba y miraba a Alice, para saber que este la quería más que a nada. —Skena —dijo entre dientes Elsbeth, y la frialdad en su tono podría haber congelado el infierno. Había que estar muerto para no darse cuenta de ello. Los ojos de Skena se achicaron al instante, con una mirada reprobatoria y una pose de superioridad que nada hizo por disimular. —Elsbeth, dirígete a tu tía como es debido —exclamó Henson Comyn en voz baja y con un tono de voz autoritario y lacerante. Elsbeth esbozó una pequeña sonrisa y Henson frunció el ceño a su hija mayor. La conocía demasiado bien para saber que el dibujo de sus labios ocultaba alguna doble intención. Sin embargo, tuvo que dejar momentáneamente sus pensamientos de lado cuando fue requerido de forma insistente por laird Gunn. Antes de volverse, laird Comyn se excusó con los presentes lanzándole una mirada de advertencia a su hija mayor. —Abueeela Skena —dijo con cierto retintín Elsbeth cuando su padre ya se había retirado unos metros de donde ellos se encontraban, recreándose en la palabra «abuela» y pronunciando «Skena» como si le diese ganas de vomitar. Elsbeth sabía cuánto sacaba de quicio a la esposa de laird Gunn que le recordaran que el tiempo no se detenía para nadie. Skena dio un paso hacia el frente, quedando a escasa distancia de Elsbeth y mirándola como si su simple presencia le molestara. —Como siempre, tu comportamiento deja mucho que desear —dijo Skena con un brillo malicioso en los ojos—. Ya le dije a tu padre hace

tiempo que lo que necesitabas era mucha disciplina y mano dura. Lamentablemente creo que ya es tarde para hacer de ti una mujer de la que sentirnos orgullosos. Solo espero que no nos avergüences con tu deleznable comportamiento. Eres una humillación para el clan Comyn —finalizó la esposa de laird Gunn regodeándose al ver la cara de Alice, pálida de pronto, y la seriedad en los ojos de Irvin McPherson ante sus palabras. Elsbeth puso una mano en el brazo de McPherson cuando vio en la cara de Irvin su intención de contestar a Skena. La mayor de las hermanas Comyn agradeció el gesto del highlander, pero el enfrentamiento que mantenía con su tía desde hacía años era algo en lo que no quería involucrar a nadie más. El esposo de su hermana entendió lo que le pedía y, apretando la mandíbula, permaneció callado.  —Viniendo de ti, es todo un cumplido. Descuida, haré todo lo posible por estar a la altura de tus expectativas —respondió Elsbeth como si su tía no se hubiese dirigido a ella en términos despectivos unos momentos antes, como si para Elsbeth las palabras de Skena significaran solo humo y, lejos de incomodarla, la hubiesen divertido. Ella sabía cuánto le molestaba aquello a su tía abuela. Skena la miró a los ojos fijamente, con frialdad, con una promesa impresa en su mirada de no dejarlo estar, antes de dar media vuelta para irse, mascullando por lo bajo. —¿Por qué te empeñas en demostrar vivamente cuánto te desagrada? Lo único que haces con ello es provocarla —se apresuró a susurrar Alice a Elsbeth con el ceño fruncido cuando la tía de ambas ya estaba lo suficientemente lejos como para poder oírlas. —Porque no me olvido de todo lo que te hizo pasar. Esa mujer puede ser nuestra tía, pero es la mismísima aliada del diablo. —¡Elsbeth! —exclamó Alice en voz baja mirando hacia los lados, cerciorándose de que nadie las hubiese escuchado, en claro tono de enojo —. El comportamiento que tuviera Skena conmigo en el pasado no te da derecho a convertir cada encuentro con ella en una guerra encarnizada, así que déjalo. Elsbeth exhibió una cara de ángel que provocó que Alice pusiese los ojos en blanco y que Irvin riera abiertamente. —Irvin —masculló Alice por lo bajo mirando a su esposo—. No tiene gracia.

—Lo siento Ali, pero con lo que me habéis contado de tu tía Skena, sabiendo cómo te trató de niña, solo puedo alabar a tu hermana. Francamente, admiro su contención porque yo ya le hubiese arrancado la cabeza. Elsbeth sonrió ampliamente a su hermana, guiñándole un ojo a su cuñado, mientras Alice soltaba un pequeño gruñido de exasperación al ver la alianza de aquellos dos en su contra. Era difícil, casi imposible, sacar a Alice fuera de sí, pero si alguien era capaz de hacerlo, esa era Elsbeth. —En este momento no os soporto a ninguno de los dos. Pensadlo bien porque os estáis comportando como niños —soltó Alice antes de dejarles allí solos cuando la llamada de su padre para que se acercase a donde él seguía conversando con laird Gunn la hizo marcharse de forma apresurada. —No te preocupes, se le pasará. Tiene mucho genio, pero un corazón blando —dijo Elsbeth a Irvin, cuando este siguió con la mirada a su esposa al marcharse. —Sé cómo es su corazón. Me enamoré de él. Elsbeth tragó con fuerza cuando escuchó la cadencia, el tono casi ronco de Irvin. Sí, aquel hombre se había ganado su confianza y su incondicionalidad al amar a su hermana como lo hacía. Alice no merecía menos. Elsbeth carraspeó por lo bajo cuando sintió la mirada de Irvin sobre ella. —No era necesario que me hicieras partícipe de esos íntimos pensamientos —dijo la hija mayor de laird Comyn estremeciéndose levemente como si las palabras de su cuñado le hubiesen dado repelús. Irvin sonrió abiertamente. —¡Irvin! Ambos se volvieron cuando la voz grave y profunda de Duncan McPherson resonó tras ellos. Elsbeth esbozó una sonrisa al ver a Elisa y Edine junto a sus respectivos esposos, Duncan McPherson y Logan McGregor, acercarse hasta ellos. Venían acompañados por Dune McGregor, jefe del clan y padre de Logan. Elsbeth conocía a las dos parejas de antiguas reuniones y de la amistad que unía a Elisa y a Edine con su hermana Alice, que se volvió más estrecha en una reunión que tuvo lugar meses atrás y en la que algunas de

las mujeres asistentes a la misma unieron fuerzas para ayudar a Helen Cameron a escapar de un enlace no deseado. Solo por eso, por la amistad que las unía a su hermana y por lo que esta le había contado de ellas, Elsbeth las respetaba y les tenía cierto aprecio; sin embargo, de entre todas, tenía que reconocer que con Elisa, la esposa de Duncan, había surgido una amistad más estrecha, sobre todo desde que esta, curandera del clan, había salvado la vida de su hermana Alice meses atrás al resultar esta herida.  —Bienvenida —dijo Edine después de abrazarla, dando un paso atrás para dejar que Elisa hiciese lo mismo. Elisa no se limitó a abrazarla sin más, sino que por unos segundos la apretó con ganas, con ese tipo de abrazo que Elsbeth asociaba a los que recibías de una madre, de alguien a quien realmente importas, y aunque ella no era efusiva y las muestras de afecto la repelían, se vio a sí misma respondiendo al mismo de forma espontánea. Cuando terminó el abrazo, frunció el ceño al observar los oscuros surcos que se perfilaban bajo los ojos de Elisa. Unas ojeras que indicaban que la curandera y esposa del jefe del clan McPherson no estaba descansando como debiera. —¿Te encuentras bien? —preguntó Elsbeth a Elisa. Elisa sonrió y su rostro se iluminó. Parecía cansada pero no preocupada o triste. —Todo lo bien que puedo sin apenas dormir. Los pequeños están algo revoltosos. —Elsbeth juraría que había visto un destello de luz en los ojos de Elisa al hablar de sus hijos—. El viaje hasta aquí ha sido un poco accidentado, pero nada por lo que preocuparse —continuó la esposa de Duncan McPherson. —Esos dos granujas van a ser dos quebraderos de cabeza. Ya os lo digo yo —afirmó Irvin, lo que hizo que más de uno de los presentes sonriera abiertamente. —¿Estás hablando de mis hijos o de ti? —preguntó McPherson a su primo Irvin que lo fulminó con la mirada cuando esa pregunta arrancó unas risas. —¿Y la pequeña Isla? —preguntó Elsbeth a Edine y Logan. Elisa había dado a luz a dos niños unos meses atrás, mientras que Edine había tenido una niña, que un poco mayor que los niños de Elisa, según su abuelo, era la alegría del clan.

—Está durmiendo. Ya la verás después. —Es la niña más bonita del mundo —dijo Dune McGregor con evidente orgullo en la voz. Elsbeth sonrió. Había conocido al jefe del clan McGregor en la boda de Bruce Gordon y Eara McThomas. El padre de Logan McGregor era un hombre cuya presencia imponía y más cuando le escuchabas hablar. Pero un gruñido bajo, de disgusto, procedente de un hombre con una cicatriz en la ceja izquierda que estaba a unos metros de Elsbeth, acompañado de varios highlanders más jóvenes, hizo que olvidara sus pensamientos y lo observara con atención. Los ojos del mismo, que destilaban una clara aversión, estaban clavados en un punto fijo en dirección a la entrada del salón, lo que provocó que por inercia Elsbeth desviara los suyos hasta allí. —Lo de pasar inadvertido no es lo suyo —dijo Irvin McPherson con un atisbo de diversión en la mirada. Elsbeth no podía estar más de acuerdo. Los hermanos Gordon y Eara acababan de llegar. De pronto el estar allí era mucho más interesante.

CAPÍTULO IV     Kam barrió la sala con la mirada hasta que dio con rostros conocidos, no sin que antes sus ojos repararan en un grupo cercano con los colores de los Morgan. ¿Así que aquel que los miraba con abierto desagrado era el primo de su difunta madre? Debía serlo si era el jefe del clan, como el broche en su hombro atestiguaba. Rudo y con una cicatriz considerable cercenando su ceja izquierda, sus ojos expresaban sentimientos enconados que no le gustaban nada. Apartando la mirada de ellos centró toda su atención en Duncan McPherson y Elisa, así como en el resto que los acompañaban, hasta que sus ojos toparon con otros de un azul glacial, unos orbes que eran hielo puro. ¿Cómo unos ojos podían detener el tiempo? Así le hacía sentir Elsbeth Comyn cuando lo miraba. Todavía recordaba la primera vez que la había visto, meses atrás y lo que sintió: se olvidó de respirar. Fue eso o quizás el inicio de uno de sus ataques de asma. En aquel entonces no lo tuvo claro, hasta que volvió a cruzarse con ella una segunda vez y el efecto fue el mismo. Que Elsbeth Comyn era bella era incuestionable; que rebosaba personalidad por los cuatro costados y tenía un carácter fuerte, también; sin embargo, lo que llamó su atención, lo que provocó que quisiese hablar con ella, lo que despertó su curiosidad y su necesidad de saber más habían sido esos malditos ojos fríos, desprovistos de cualquier emoción, casi como si fueran inhumanos. Una mirada que él conocía demasiado bien, que había visto en otros ojos y que sabía lo que significaba. —Me he casado con el hombre que más atención atrae sobre su persona de las Highlands —soltó Eara entre dientes cuando casi la totalidad del salón centró sus miradas en ellos. —Um… ¿Y qué pasa conmigo? Tengo que recordarte que tienes un cuñado que es una maravilla —apuntilló Kam con un brillo canalla en los ojos, y dejando por un momento al margen lo que despertaba en él Elsbeth Comyn. —¿De quién me estás hablando? —preguntó Eara con fingida inocencia.

Kam se llevó la mano al pecho. —Eso ha dolido. Mucho… —respondió el menor de los Gordon guiñándole un ojo a la pelirroja. —Perdona, ¿he sido demasiado sincera? Es una de las consecuencias de haberme casado con el gruñón de tu hermano. Eara reprimió una carcajada cuando sintió la mirada de Bruce sobre ella: cálida, con un brillo de diversión, y una promesa que hizo que sus piernas temblasen. —Vamos a saludar —terminó diciendo Bruce antes de echar a andar hacia el grupo de Dune McGregor. Kam miró a la pelirroja con cara de pocos amigos. —¿Vamos a saludar? ¿Eso es todo? —siseó por lo bajo—. Has estropeado a mi hermano. Ya no es el mismo —afirmó Kam a Eara señalándola cuando ambos siguieron a Bruce, consiguiendo que la pelirroja se riera abiertamente. Sin embargo, la diversión duró escasos segundos cuando, a medio camino, el jefe del clan de los Morgan junto a alguno de sus hombres cortaron el paso a Bruce colocándose frente a ellos. Aunque las conversaciones ya habían vuelto a elevarse y muchas de las miradas se habían desviado de ellos, aquel gesto de laird Morgan llamó la atención a más de uno. —Tú debes ser Bruce Gordon —dijo Cathair Morgan con una mirada hostil. La que le devolvió Bruce fue siniestra, penetrante, y Cathair no fue inmune a ella. Kam pudo verlo en sus ojos: incertidumbre, duda. Podía verse en su expresión que era consciente del error que había cometido al subestimar a Bruce, sin ni siquiera conocerlo. Esos segundos que transcurrieron en los que el mayor de los Gordon le mantenía la mirada sin contestarle, como si fuese insignificante, inquietó a los hombres que rodeaban a laird Morgan. —Es una falta de respeto no responder cuando se dirigen a ti — contestó laird Morgan desafiante, apretando la mandíbula al terminar—. Pero… qué se podía esperar del hijo de Helen —continuó, bajando la voz de forma sibilante y pronunciando las palabras con evidente regodeo. Una mirada inmisericorde fue lo que encontró Cathair frente a él: imperturbable, oscura. Bruce pareció congelar el infierno dentro de sus

pupilas y, por primera vez, Cathair empezó a entender por qué desde que había llegado a aquella reunión los pocos comentarios que había escuchado sobre laird Gordon habían sido para calificarlo como un hombre peligroso, un hombre al que no se debe tener como enemigo. Morgan simplemente desechó esos rumores. No había temido jamás a nadie ni a nada y no iba a empezar a hacerlo ahora. En todo caso, aquellas advertencias lo único que habían conseguido era reforzar su resolución de finalizar lo que su tío debió llevar a término años atrás. Una sonrisa de medio lado, ejecutada con precisión, lenta y lacerante, dibujó los labios de Bruce antes de dar un paso hacia delante sin dejar de mirar a Morgan, estrechando la distancia entre ambos.  —Espero que estés hablando en serio porque no quiero hacerme ilusiones en balde. No empieces algo que no estés dispuesto a acabar — sentenció Bruce y su voz, fuerte, profunda y grave, hizo que Morgan diese un paso atrás. Laird Gordon estiró su mano y tomó la de su esposa sin apartar la mirada de Morgan, para después seguir su camino, haciendo que Cathair tuviera que ladearse para no acabar arrollado por el highlander. —Eso ha sido burdo e ignorante. Dos cualidades francamente decepcionantes. Morgan desvió sus ojos de la espalda de Bruce hasta el highlander con los colores Gordon que se había quedado atrás y que tenía la audacia de dirigirse a él. —¿Y quién mierda eres tú? —preguntó Morgan con evidente desprecio. —El mierda que es hermano de Bruce Gordon, e hijo de Helen Morgan —dijo Kam ensanchando aún más la sonrisa—. Un consejo: habla lo menos posible. No eres tan inteligente como crees ni tan astuto como piensas —terminó el pequeño de los Gordon antes de seguir la estela de Bruce y Eara, dejando a Morgan con un tic en el ojo izquierdo y la mano derecha cerrada en un puño. El gruñido bajo y salvaje que salió de los labios de laird Morgan cuando dio un paso para seguir a Kam provocó que su hijo lo detuviese en el último momento, aun cuando eso podía provocar la ira de su padre. Sin embargo, no podía dejar que la rabia lo cegase. Aquello no era lo que habían previsto.

Kam, que había escuchado el gruñido de Morgan, ralentizó su paso y, sin volverse, dijo unas últimas palabras a Cathair. —Deberías contenerte y ser más amable, o los ojos y oídos del rey Guillermo presentes en esta reunión podrían contarle que no estás siguiendo las órdenes de tu rey. Eso tiene un nombre: traición —continuó Kam volviendo su cabeza, y ahora sí, mirando a Morgan directamente. Los ojos del hombre estaban fijos en el menor de los Gordon con una rabia difícil de disimular—. ¿De verdad pensaste que sería tan fácil provocar a Bruce? — terminó Kam antes de seguir andando hasta donde se encontraban los demás y dejar a laird Morgan envenenándose en su propia ira.    ***   —¿Está causando problemas laird Morgan? Si es así patearé su trasero fuera de mis tierras tan rápido y con tanta fuerza que no sabrá lo que le ha pasado hasta que esté muy lejos de aquí. Las palabras salidas de boca de Dune McGregor hicieron que Logan frunciera el ceño. —Padre, eso no es precisamente lo que queremos fomentar con esta reunión. El rey espera que, en vez de provocar una guerra, la sofoquemos —dijo Logan con voz firme, aunque el brillo divertido en sus ojos delatara que, en el fondo, las palabras del jefe del clan McGregor eran secundadas por él. Todos habían sido testigos del enfrentamiento velado que había tenido lugar momentos antes entre Morgan y Gordon, sin duda forzado por laird Morgan. Cathair había buscado el enfrentamiento fácil, intentando intimidar desde el primer encuentro al jefe del clan Gordon, dejando clara la animadversión que sentía hacia él.  —Creo que el rey se ha equivocado con ordenar que Bruce estuviese presente en esta reunión. Ya va a ser difícil de por sí controlar bajo el mismo techo a cinco clanes que están al borde de la guerra, como para incrementar esa tensión invitando a hacer de conciliador a Bruce, cuya relación con uno de los clanes a apaciguar es, por decirlo de manera suave, incendiaria, como acabamos de comprobar —dijo Irvin mirando a Duncan y también a Logan. Dune McGregor miró a Irvin con determinación.

—No os preocupéis. No permitiré que ningún clan que se encuentre bajo mi techo realice algún acto que no sea honorable o falte al espíritu de esta reunión. Si llega el caso, ese clan será expulsado de nuestras tierras por mucho que lo haya ordenado el rey Guillermo. Nadie insulta la hospitalidad de Dune McGregor y sale ileso —dijo laird McGregor con aire más serio —. De hecho, más tarde cruzaré unas palabras con laird Morgan para que sepa a qué atenerse si vuelve a repetirse lo que acabamos de presenciar. —Mejor déjame eso a mí, padre. No queremos que laird Morgan acabe sin cabeza antes de esta noche. Los ojos en blanco que puso Dune ante las palabras de su hijo hicieron sonreír a los presentes. —Yo confío en Bruce —dijo Duncan McPherson mirando al lugar donde el mayor de los Gordon y su pelirroja se habían parado en su camino hacia ellos, para saludar a Alice y a laird Comyn—. Aunque es evidente que la clara hostilidad de Morgan va a complicar las cosas —continuó McPherson desviando la vista de nuevo hacia Cathair. Duncan frunció el ceño con preocupación cuando presenció el intercambio de palabras entre este y Kam. Cuando el menor de los Gordon le dio la espalda a laird Morgan para marcharse, la ira contenida en el rostro de Cathair era más que evidente. —Pues o la vista me engaña o quizás el que deba preocuparnos es el otro Gordon. Al que Morgan está poniendo cara de querer cercenar por la mitad —expresó Irvin que parecía no haberse perdido tampoco la escena. Elsbeth tampoco había apartado los ojos de laird Morgan cuando el intercambio de palabras entre él y Bruce había tenido lugar, terminando con este último apartando prácticamente a Cathair de su camino. Fue por ello que no perdió detalle de la expresión de Kam, de su mirada y de sus gestos, del temple, de su postura que destilaba seguridad, al quedar frente a Morgan y decirle algo que, por lo que presenció momentos después, despertó la furia de Cathair. Deseó en ese instante haber estado más cerca, para escuchar lo que habían hablado. Sin duda, lo que Kam le había dicho al highlander había sacado de quicio a Cathair. Fuese lo que fuera, Elsbeth pensó que laird Morgan se lo merecía, por haber intentado iniciar, en un salón lleno de gente, un enfrentamiento con la clara intención de provocar a Gordon y que

el resto fuese testigo de ello. Buscaba claramente que Bruce lo desafiara. ¿Por qué? Elsbeth observó a Bruce y a Eara llegar junto a ellos con Alice. Los saludó con cortesía mientras veía cómo tanto Elisa como Edine les daban la bienvenida de forma calurosa. Escuchó a los hombres preguntarle a Bruce por su viaje hasta allí y del pequeño enfrentamiento que había protagonizado con laird Morgan a su llegada solo unos momentos atrás. Se percató del momento exacto en el que Kam se unió al grupo y se sintió raramente turbada cuando percibió los ojos azul oscuro del menor de los hermanos Gordon centrados en ella. Elsbeth, que lo había saludado sin apenas prestarle atención, no pudo evitar ceder ante la sensación de sentirse observada. Fue solo un instante, un momento en que sus ojos le devolvieron la mirada. Azul contra azul. Hielo contra abismo que, inevitablemente, sin explicación alguna, succionó a Elsbeth hacia sus profundidades. Ser consciente de ello la hizo torcer el gesto, desviando su mirada de él para toparse con otra mirada, escrutadora, que parecía ser conocedora de sus secretos y de lo que ella pensaba en aquel instante. La ceja alzada de Bruce Gordon la hizo tragar con fuerza. Estaba claro que tenía un grave problema con aquellos hermanos. Bruce porque, de alguna forma que no podía explicar, la hacía sentirse identificada con él, y Kam porque provocaba que todo su autocontrol, todas sus bien pertrechadas defensas se convirtieran en humo ante una simple de sus miradas. Aquellas semanas allí iban a ser un infierno, ahora estaba segura. Entre los Gordon y los Sinclair, Elsbeth empezaba a ver aquella reunión como su propio purgatorio. Negándose a seguir con aquellos pensamientos por más tiempo, Elsbeth se irguió un poco, levantando aún más unos muros que necesitaba mantener a toda costa, revistiéndose con esa fingida indiferencia y frialdad que la caracterizaban. Sin embargo, cuando por inercia, curiosidad o a consecuencia de esa maldita atracción hacia el desastre Gordon, desvió sus ojos hacia los hermanos y observó la mirada de complicidad que ambos compartieron, algo le atenazó el pecho como si le hubiesen metido un puño dentro y lo hubiesen apretado hasta estrangular su respiración. ¿Aquello podía ser envidia, podían ser celos? Sí, podían ser muchas cosas, pero entre todas ellas, algunas destacaban sobre las demás. Cansancio, uno que la envolvía en un abrazo feroz. Soledad. Desesperación. Ella sabía en lo que

se había convertido en los últimos años. Su alma condenada no le importaba lo más mínimo, pero su sombra era alargada, y aunque hacía lo que tuviera que hacer sin que su conciencia fuese un impedimento, había momentos en los que deseaba olvidar, meterse en un agujero oscuro y dejar que todo se diluyera, hasta dejar de existir. Quería a Alice, por su hermana seguía en pie, pero hacía años que no podía ser quien realmente era ni con ella ni con nadie. Hacía años que guardaba secretos, que no podía participar de una complicidad como la que acababa de presenciar. Una sola mirada entre los Gordon y ella deseó tener aquella confianza y sinceridad plena, con todo su ser. Deseó tener a alguien con quien pudiese ser ella misma. Quiso tener a otro ser humano cerca que pudiese verla de verdad, quizás así consiguiese desterrar el silencio en el que se ahogaba desde hacía años.

CAPÍTULO V  

  Broc Ross escuchó las quejas de sus primos Leathan y Akir que, como si fueran dos octogenarios en vez de dos highlanders de veinticinco y veintiocho años respectivamente, refunfuñaron por estar calados de agua de arriba abajo, producto de la copiosa lluvia que los había acompañado durante las últimas horas y que había provocado que su llegada a tierras McGregor se retrasase. Si no hubiese sido porque en momentos puntuales el agua caía de forma torrencial sobre ellos, quizás hubiesen podido llegar a mediodía, como tenían previsto, y no bien entrada la tarde, como había sido el caso, pero la necesidad de avanzar despacio y con precaución había ralentizado la marcha. A esas horas seguramente los McGregor estarían preparando las viandas para la cena. Broc entró en último lugar al castillo, después de que su tío Mervin, laird del clan Ross, y los hijos de este cruzaran el umbral de la puerta principal. En el salón que quedaba a la derecha había actividad. Podían verse a algunos de los invitados hablando entre ellos. Por lo visto había tenido razón y habían llegado justo a tiempo de poder disfrutar de la cena. Entre todos ellos, Broc distinguió a Dune McGregor al otro lado de la estancia, casi en el mismo instante en que este se percató de su presencia y de la del resto de los Ross. Una sonrisa curvó los labios del curtido highlander al posar sus ojos sobre él, gesto que Broc devolvió, consciente al mismo tiempo de cómo las facciones de su tío Mervin se endurecían y se volvían más distantes al observar ese intercambio de miradas. No era un secreto que Mervin despreciaba de manera contenida a Dune, a pesar de que este había sido el mejor amigo de su padre Clyde y de su hermana pequeña Siüsan, la madre de Broc. El hecho de que, a la muerte de Clyde, Dune McGregor se tornara como un segundo padre para Siüsan y para el hijo de esta, no hizo más que incrementar la antipatía que Mervin sentía por él. Broc no sabía de dónde procedía esa inquina, pero la única verdad era que su tío nunca había hecho un gran esfuerzo por ocultarla,

como en aquel momento. Broc imaginaba que el que Dune le tuviera un afecto especial a él, como nieto de su mejor amigo, no ayudaba para nada. —Laird Ross, bienvenido a tierras McGregor —dijo Dune con voz profunda y grave al acercarse hasta ellos. Una voz que, aun cuando era utilizada en una conversación distendida, ya advertía de lo peligroso que podía llegar a ser su interlocutor. Mervin torció el gesto, y con la altivez que lo caracterizaba miró a McGregor fríamente, aunque no de forma abierta, porque en el fondo, como Broc sabía, Mervin Ross era un cobarde. —Esperábamos vuestra llegada esta tarde, pero por lo que puedo observar —dijo Dune deslizando sus ojos por las ropas húmedas de los integrantes de la comitiva de los Ross—, la lluvia ha sido la causa de vuestro retraso. Sois los últimos en llegar, pero tenemos vuestras habitaciones preparadas. En un rato estará la cena. Aún no han bajado todos los invitados así que… Leslie... —llamó Dune a una muchacha que salió en ese momento apresurada del salón hasta que laird McGregor la detuvo—, ¿podrías hacer el favor de llevar a laird Ross y su familia a las habitaciones que hemos dispuesto para ellos? —Por supuesto, laird McGregor —dijo Leslie con premura, esperando a que tanto laird Ross como Leathan, Akir y Broc la siguieran. Con un pequeño gesto de asentimiento, casi imperceptible, Mervin se volvió y siguió junto a sus hijos a la menuda mujer miembro del clan McGregor. Broc sintió la mano de Dune en su brazo antes de que él también emprendiera la marcha tras ellos. —¿Podemos hablar un momento? Todavía hay tiempo antes de la cena —le pidió Dune. Broc asintió y siguió a laird McGregor que, tras cruzar el salón y salir de él por la puerta opuesta de la estancia, continuó por el pasillo que había tras él, hasta una pequeña habitación situada al fondo donde finalmente entró, instándole a pasar. Dentro había una mesa de madera con varias sillas. —Me alegro de verte, muchacho —dijo Dune McGregor calurosamente cuando cerró la puerta tras él, volviéndose hasta Broc y dándole una cariñosa palmada en la espalda.

—Y yo de estar aquí. Sabes que siempre me siento bien con tu familia —contestó Broc con sinceridad. McGregor tomó asiento en una de las sillas y señaló una cercana para que Broc hiciese lo mismo. —¿Cómo va todo? —preguntó Dune con el rostro levemente más serio—. Y dime la verdad, todavía no soy un anciano —continuó McGregor acentuando con su expresión las pequeñas arrugas que surcaban su frente. Broc le miró fijamente a los ojos. —Nunca te he mentido —contestó con una tenue sonrisa. —Pero has obviado darme información más de una vez —contestó McGregor al instante. —Por tu bien —replicó Broc, y el gruñido que salió de la garganta de laird McGregor hizo reír al joven. —No juegues conmigo, muchacho. Hace tiempo que no sé nada de ti, y he notado hace un momento que la tensión existente entre Mervin y tú es más acuciada de lo habitual. ¿Ha pasado algo durante vuestro viaje hasta aquí? Broc siguió mirando a McGregor, como si estuviese evaluando cuánto decir, hasta que exhaló el aire lentamente, relajando su expresión. —Está bien —contestó finalmente—. Ya sabes que Mervin no es como mi abuelo. —Sí. Lo sé perfectamente —dijo Dune sin disimular que Mervin no era tampoco de su agrado—. La única que era digna hija de Clyde era tu madre Siüsan. Mervin no se parece en nada a su padre. Clyde era un hombre con honor, con orgullo, que anteponía las necesidades de su clan a las suyas propias. Broc asintió, mirando a los ojos de Dune que, a su vez, lo observaban a él con atención, como si no quisiese perderse ninguno de sus gestos. —En los últimos meses —comenzó Broc—, su liderazgo se ha puesto en entredicho. Ha tomado decisiones que han puesto al clan en una situación de riesgo. Algunos de los ancianos piensan que su gestión puede llevarnos a una guerra no deseada. Sus decisiones, incluso las internas, cada vez son más cuestionadas y tachadas de injustas y poco equitativas. Hay muchos que piensan que favorece a unos en detrimento de otros solo por conveniencia propia.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó Dune—. ¿Tienen razón? McGregor frunció el ceño cuando vio algo en los ojos de Broc, cierta oscuridad que momentos antes no estaba. —¿Qué me estás ocultando? —preguntó Dune receloso, inclinándose hacia delante para quedar más cerca de Broc. —¿Confías en mí? —preguntó Broc un momento después al hombre que era como un padre para él, el único apoyo que había tenido durante toda su vida. Su abuelo Clyde había muerto cuando él tenía cinco años. A su padre ni lo recordaba, ya que murió cuando Broc era un bebé, y su madre pereció cuando él tenía ocho, producto de una larga enfermedad. Ahora que tenía veintitrés, su única constante en la vida había sido Dune McGregor, que aun en la distancia, había velado por él, visitándolo siempre que había podido, invitándolo a pasar largas temporadas en su hogar, junto a él y sus hijos, a los que Broc consideraba más familia suya que a los de su propia sangre, los cuales habían intentado convertir su vida en un infierno desde que nació. Dune endureció su expresión hasta un punto en que sus ojos adquirieron un tinte peligroso. —¿Qué han hecho? —exigió saber McGregor. —¿Confías en mí? —volvió a preguntar Broc, imperturbable, frente al tono de voz autoritario de McGregor. —Sí, maldita sea. Claro que confío en ti —contestó Dune y, por su tono de voz duro y su expresión, cualquiera podría darse cuenta de que a laird McGregor se le estaba agotando la paciencia. McGregor conocía a Broc desde el día en que este nació. Todavía podía recordar las largas horas en las que acompañó a su amigo Clyde a la espera de que su hija Siüsan diese a luz. Un niño regordete, con los ojos claros y el pelo rubio oscuro que le había apretado el dedo con su rechoncha y diminuta mano.  McGregor desde entonces le había visto crecer, convertirse en un hombre y en uno de los mejores y más duros highlanders que conocía. El mejor dentro del clan Ross, sin duda. Broc era inteligente, observador, cauto, tenía buenos principios y un corazón noble, a pesar de que la vida lo había endurecido a la fuerza. A sus ochos años ya había perdido a todos aquellos a los que amaba, y había comprendido que los que quedaban de su

familia, los que deberían consolarlo y permanecer a su lado, lo rechazaban sin razón. Dune había intentado velar por él, a pesar de la distancia, de la clara oposición de Mervin, llevado por la promesa que le hiciese tanto a su amigo Clyde como a la hija de este, Siüsan, en su lecho de muerte. Al principio fue una promesa hecha a dos seres a los que amaba. Uno, su mejor amigo, otro, la hija de este a la que Dune había querido como si fuese suya. Sin embargo, el tiempo hizo que la fuerza de esa promesa se sellase y se hiciese inquebrantable cuando Dune, en las ocasiones que tenía de ver a Broc, comprobó en la clase de hombre en que este se estaba convirtiendo y observó las dificultades y los obstáculos a los que se enfrentaba, sin queja alguna, sin reproches, solo con su voluntad y una fuerza interior inaudita. —Pues si lo haces, si confías en mí, debes prometerme que, sin importar lo que te cuente, te mantendrás al margen —dijo Broc ahora totalmente serio. La expresión de Dune se volvió cautelosa. —Si quieres esa promesa es porque ha ocurrido algo grave. No puedo garantizarte mi reacción. Broc esbozó una amarga sonrisa, y Dune supo lo que iba a decirle antes de que incluso abriera la boca. —No es tu reacción lo que me importa. Puedes decir lo que quieras entre estas cuatro paredes. Fuera de ellas, estoy solo. Dune gruñó por lo bajo. —No estás solo y me duele que lo insinúes siquiera. —Dune, eres como un padre para mí, pero en esto estoy solo. Llevo muchos años cuidando de mí mismo, y lo sabes. Ambos se miraron a los ojos. Broc, comprendiendo que lo que le estaba pidiendo a McGregor era difícil de aceptar para el curtido highlander, y Dune, sabiendo que Broc tenía razón. A pesar de tener la certeza de que iba a arrepentirse de esa promesa, en ese instante Dune asintió, concediéndole su palabra. El sobrino de Ross esbozó una sonrisa agridulce cuando vio el gesto de Dune. —Hace unos meses la situación entre los Sutherland, los Gunn, los Sinclair y los Morgan por las tierras que se disputan desde hace años llegó a su peor estado. Nosotros, como sabes, tenemos nuestros propios problemas

con ellos, sobre todo con Sutherland y Gunn. Viejas disputas y continuos enfrentamientos. —Muchacho, ve al fondo del asunto —dijo Dune con voz firme. Broc no pudo evitar reír por lo bajo y Dune esbozó una sonrisa. —Hace unos meses, por mandato de mi tío, fui a tierras de los Sutherland para intentar llegar a una tregua con ellos. —Tú tío jamás ha confiado hasta tal punto en ti como para ser su enviado. Broc asintió. —Sí, eso ya me extrañó de por sí, pero accedí. Tampoco tenía opción —dijo Broc mirando a Dune con seriedad—. A la vuelta de mi misión, sufrí una emboscada de la que a punto estuve de no escapar. Los dos hombres que me acompañaban no sufrieron percance alguno; sin embargo, a mí una flecha estuvo a punto de arrancarme la cabeza, y otra me hirió en el hombro. —McGregor gruñó por lo bajo cuando escuchó las últimas palabras del joven Ross—. Los que me atacaron —continuó Broc— no vestían feileadh mor alguno, y llevaban la cara pintada. No hubiese podido reconocer a ninguno, aunque hubiese querido. Lo más inquietante fue ver la expresión de mi tío cuando me vio llegar vivo de la misión que me había encomendado. Dune endureció su expresión a la vez que incorporó su torso que hasta ese momento había estado ligeramente inclinado hacia delante. —No me estarás diciendo que crees que Mervin mandó matarte, ¿verdad? —preguntó Dune con una expresión de incredulidad en el rostro. Broc lo miró de forma penetrante antes de contestar. —No es que lo crea, es que lo sé. Dune McGregor casi saltó de la silla, con un brillo asesino en los ojos. En ese instante cualquiera que lo viera sabría que le quedaba poco tiempo de vida al destinario de su furia. —Aclárame eso —pidió Dune entre dientes. Ahora fue Broc quien inclinó su torso, apoyando sus antebrazos sobre los muslos y acortando la distancia con McGregor. —Uno de los ancianos habló conmigo hace unos meses. No dijo nada que pudiera comprometerle en demasía, pero sí lo suficiente para insinuarme lo que me estaba ofreciendo. Parece ser que en los últimos dos años, las acciones de mi tío Mervin han hecho a muchos miembros del clan

replantearse su liderazgo como laird del clan Ross. El anciano me dio a entender que, como nieto de Clyde, yo podría ser un digno jefe del clan y que mi valía como hombre de honor, mi destreza en la lucha, unidas a mi inteligencia y diplomacia, me hacían una opción mucho más adecuada que Mervin o cualquiera de mis dos primos. Dune apretó los dientes con fuerza, pero no dijo nada, a la espera de que Broc acabara con lo que le estaba contando. —Acallé cualquier otra pretensión que pudiera salir de sus labios cuando le dije que agradecía que el clan me tuviese en tan alta estima pero que era peligroso hablar en tales términos porque sus palabras podrían considerarse como una muestra de traición, y yo jamás traicionaría a los míos, ni a mi laird —continuó Broc que arqueó una ceja antes de continuar hablando—. Me conoces, Dune. No quiero ser laird y jamás conspiraría a espaldas de nadie. Sin embargo, creo que los ancianos que querían utilizarme para quitar a Mervin de en medio, al saber de mi negativa y para protegerse a ellos mismos de lo que pudiese contarle a mi tío de su propuesta, han hecho llegar a oídos de Mervin que fui yo, y no ellos, quien los tanteó a fin de saber si contaba con apoyos suficientes en el caso de que intentara arrebatarle a mi tío el liderazgo dentro del clan. —¡Maldita sea! —exclamó Dune—. ¿Estás seguro de eso? ¿Acaso Mervin te ha dicho o insinuado algo? Broc negó con la cabeza. —No tengo pruebas que respalden lo que sospecho, pero estoy seguro de que es así. Mervin quiere deshacerse de mí desde que yo era un niño, eso no es un secreto para nadie; sin embargo, no ha podido hacerlo hasta ahora porque la memoria de mi abuelo sigue pesando mucho dentro del clan. Su actitud las últimas semanas, la emboscada, su rostro cuando volví vivo, la sorpresa impresa en él, no me han dejado lugar a dudas. La semilla de la discordia que han sembrado en mi tío ha germinado porque el suelo era fértil. Le han ofrecido la excusa perfecta para hacer lo que desea desde hace tiempo —dijo Broc arqueando una ceja—. Mervin no es estúpido —continuó cuando vio la mirada de McGregor—. No lo va a hacer él mismo, porque tampoco tiene fundamentos donde sustentar su acción, solo cuchicheos que no son fiables, pero sé que no cejará en su empeño. Ya me odiaba antes, pero si además tiene, aunque sea, una pequeña duda de que pueda tener intenciones de arrebatarle lo que tanto ha deseado siempre

y le ha costado conseguir, no dudará en quitarme de en medio —finalizó con una sonrisa torcida. —Esto no es divertido, Broc. Quieren matarte —bramó Dune, cuya expresión era la de un hombre que se estaba conteniendo para no dejar rienda suelta a su temperamento. Con una tranquilidad pasmosa, tanto que sorprendió hasta al propio McGregor, Broc ancló sus ojos a los de Dune antes de hablar. —Nadie ha dicho que lo sea. Pero esta siempre ha sido mi vida. Estoy acostumbrado. Dune se tragó la bilis que le amargaba en la boca, porque vio la cruel realidad en los ojos de aquel hombre que siempre había sido para él como un hijo más. Era cierto que la vida de Broc era el resultado de los odios, de las mentes cerradas e ignorantes, de las ansias de poder, de la envidia y el egoísmo de los que le rodeaban, de los que el muchacho no tenía culpa. Y maldita sea, ¿por qué tenía que pagar Broc por ello? Sin embargo, llevaba haciéndolo desde niño, y aunque Dune había intentado velar por él y cumplir la palabra que le dio a Siüsan en su lecho de muerte y a Clyde en vida, era cierto que su protección había llegado hasta cierto punto. Broc pertenecía al clan Ross, y Dune era el jefe del clan McGregor. Él no podía tomar decisiones o influenciar en un clan que no era el suyo. De hecho, desde que Mervin era el jefe del clan Ross, el estrecho vínculo que se había forjado durante años entre los Ross y los McGregor se había enfriado de manera irreversible dada la inquina que Mervin le guardaba a Dune. Sin embargo, y eso era tan claro como que el sol salía todos los días, si Mervin o alguien de ese clan le hacía daño a Broc, él no descansaría hasta segar su vida, aunque tuviera que entrar en guerra. —No estás solo, y no voy a permitir que… Broc negó con la cabeza, lo que hizo que Dune se detuviera en su discurso. —Se cuidar de mí, y lo sabes. Y no vas a meterte en esto. Me lo has prometido. Es algo que no te incumbe. —¿Que no me incumbe? —preguntó Dune y su voz sonó letal—. Vuelve a repetir eso, muchacho, y te arranco la cabeza. La risa baja de Broc acabó con la paciencia de Dune. —Está claro que voy a tener que enseñarte unas cuantas cosas, desagradecido ignorante de…

—Vale, vale —cortó Broc con las manos levantadas—. Está bien, creo que me has entendido mal. Un rugido salido de la garganta de Dune hizo que un brillo divertido acudiera a los ojos de Broc. —Has dicho que confías en mí, así que hazlo, por favor. No te metas, por ahora. Mervin no va a intentar nada aquí, así que no tienes de qué preocuparte; además, eso solo lo pondría sobre aviso y quiero pasar lo más desapercibido posible —explicó Broc, mirando con aprecio a Dune. Su expresión volvió a tornarse más seria con sus próximas palabras—. Sé que mi tío trae algo entre manos. Se supone que estamos aquí para intentar limar asperezas y evitar una guerra entre los cinco clanes del norte. Dune asintió frunciendo el ceño y sin saber a dónde quería llegar Broc con lo que le estaba contando. —Efectivamente —dijo McGregor con voz grave. —Entonces, ¿qué me dirías si te contara que hace una semana mi tío se reunió en secreto con el hijo de laird Sinclair y con laird Morgan? — preguntó Broc—. Extraño, ¿verdad? Cuando se supone que están a punto de declararse la guerra. La expresión de Dune cambió, y una repugnante respuesta se vio reflejada en sus ojos antes de hablar. —Te diría que parece algún tipo de alianza, de cuyas intenciones no se puede esperar nada bueno. Broc asintió, afirmando lo que ambos sospechaban. —¿Cómo lo has averiguado? —preguntó Dune. —Mi primo Akir tiene una lengua muy larga cuando bebe de más y una memoria lamentable al día siguiente. A raíz de que se le escapara que debía acompañar a mi tío a un viaje que duraría un par de días y del que Mervin no había tenido a bien decirle el destino o su finalidad, eso picó mi curiosidad. Cuando se fueron los seguí. —Corriste un riesgo demasiado alto. ¿Qué hubiese pasado si te hubiesen descubierto? Broc alzó una ceja. —Aprendí del mejor, ¿o no lo recuerdas? Tú me enseñaste bien. Dune chasqueó la lengua. —Eso es cierto, pero fue muy arriesgado —refunfuñó McGregor.

—No más que saber que mi tío quiere deshacerse de mí. Es más peligroso mi día a día en el clan Ross, y aquí estoy. Sigo vivo. Dune tuvo que admitir que era cierto. Broc era un guerrero excepcional, y era inteligente. No le sería fácil a Mervin ni a ningún otro acabar con él; sin embargo, era solo un hombre y no indestructible. —De acuerdo —dijo McGregor—. Pero me dejarás que te ayude. Si han forjado una alianza para hacer algo que ponga en riesgo esta reunión o a las personas que están en ella, bajo mi techo, es mi responsabilidad como laird de estas tierras velar por su seguridad. Es mi hijo Logan a quien el rey le ha encomendado la misión que los ha reunido a todos aquí. Broc asintió. —Está bien, pero déjame que, por ahora, actúe solo. Te contaré todo lo que descubra. Dune le miró como si quisiera asesinarlo. —No recordaba que fueras tan cascarrabias —murmuró Broc al ver la expresión del highlander. Los ojos de Dune tomaron un brillo asesino que hizo a Broc soltar una carcajada. —Ni yo que tú fueras un grano en el culo —siseó Dune, levantándose de la silla—. Está bien, será mejor que volvamos. A estas alturas estarán todos en el salón esperando la cena. Refréscate un poco y no tardes —finalizó Dune antes de dirigirse a la puerta seguido de Broc. —Por cierto, no me has preguntado —señaló McGregor volviéndose antes de alcanzar la puerta, con un tono de voz cálido, más suave. Broc desvió la mirada por un breve instante. Dune sabía que el sobrino de Ross no era de los que rehuía ninguna situación. Paciente esperó hasta que sus ojos volvieron a centrarse en los suyos, hasta que los orbes verdes de Broc, que por un instante parecieron vulnerables, recuperaron su solidez, su fuerza. —Imagino que habrán llegado todos —dijo Broc, su voz más baja y grave. Dune asintió. —Si quieres que… —comenzó a decir McGregor; sin embargo, la negativa de Broc, firme, fue más que suficiente para que Dune no continuara.

—Es algo que no está destinado a ser. Traería solo complicaciones y quizás sufrimientos innecesarios. McGregor apretó la mandíbula y asintió, abriendo la puerta para que Broc pasase. Cuando vio su espalda desaparecer por el pasillo, Dune pensó que a veces la vida era demasiado injusta. Broc merecía ser feliz, se merecía ser egoísta por una vez, y, sin embargo, con su actitud, con su respuesta, volvió a sorprenderle, volvió a ser el increíble ser humano que solo él sabía que era.

CAPÍTULO VI  

  La estancia estaba llena de invitados, distribuidos en las distintas mesas dispuestas por el salón. El ambiente era cálido y las conversaciones parecían cada vez más animadas; sin embargo, si había alguien en toda la sala que hubiese deseado andar sobre brasas ardientes antes que estar donde se encontraba esa era Elsbeth Comyn, que no podía hacer nada salvo maldecir en voz baja por su suerte. No sabía de quién había sido la idea, pero, en opinión de Elsbeth, se había lucido. Por lo visto, para propiciar desde el principio la relación cordial entre los clanes y que estos fuesen tomando contacto en un ambiente más distendido y relajado, se había decidido que las mesas fueran ocupadas por miembros de distintos clanes, dividiéndolos entre las mismas. En la mesa que le correspondía a ella se encontraba Dune McGregor en el extremo más alejado del que Elsbeth ocupaba. También, entre otros, a su izquierda había varios guerreros del clan Gunn, dos miembros del clan Morgan y Esther Davidson que se sentaba enfrente de ella, con la misma cara agria de siempre. En fin, había invitados como para recrear una guerra en mitad del salón y, encima, aquella arpía tenía que tocarle justo delante. Y para mejorar la situación, Elsbeth era la única de su familia que estaba sentada en aquella mesa. Alice e Irvin ocupaban otra junto a Duncan, Elisa y Bruce Gordon, y su padre Henson Comyn, estaba en otra junto a Skena y laird Gunn. Sin embargo, todo eso quedaba en un discreto segundo plano si se comparaba con el hecho de estar sentada entre dos joyas. A su izquierda, un guerrero del clan Gunn que no dejaba de gruñir por lo bajo y sorber por la nariz y, a su derecha, Kam Gordon. El destino, sin duda, tenía un macabro sentido del humor y, además, la odiaba. Aquella cena iba a ser un auténtico infierno. Lo podía presentir. Por un momento, estuvo tentada de pedirle a Eara, sentada al otro lado de Kam, que le cambiara el sitio, ya que la pelirroja, al ocupar el extremo de la mesa, no tenía a nadie a su derecha. Pero lo desestimó

enseguida. Primero, porque eso conllevaría que le hiciese preguntas que no deseaba responder y, segundo, porque su principal problema era tener a Kam al lado, y eso no variaría. Elsbeth, intentando distraerse de la presencia del menor de los Gordon, se centró en el resto de invitados sentados a la mesa y que quedaban a su derecha, intentando hacer oídos sordos a los asquerosos sonidos que provenían del highlander del clan Gunn, y de la imponente presencia de Kam Gordon. Lo segundo era mucho más difícil de conseguir que lo primero, y eso la estaba poniendo de un humor de perros. Al lado de Esther Davidson estaba una muchacha preciosa, con el pelo rizado negro como la noche y unos ojos castaños claros que parecían relucir con la luz que arrojaban las velas y las antorchas que iluminaban la sala. Su nombre era Phemie y era hija de laird Sutherland. Edine se la había presentado momentos antes de la cena y, por las pocas palabras que había cruzado con ella, le pareció dulce y jovial. Junto a Phemie, sentado al extremo y frente a Eara, con unos impresionantes ojos verdes, había un total desconocido del que no sabía ni su nombre, pero al que había visto hablar con Dune McGregor de forma cordial y distendida antes de tomar asiento. Perdida en sus propios pensamientos, Elsbeth se tensó como una cuerda cuando una voz grave, casi acariciante, se deslizó cerca de su oído derecho, descentrándola por completo. —Si sigues así toda la cena, no vas a poder mover el cuello en lo que resta de semana. Elsbeth tragó saliva, apretó ligeramente la mano en un puño y, sin moverse ni mirarle, le contestó lo suficientemente bajo para que nadie más se percatara de lo que hablaban, con una dureza en el tono que hasta ella misma encontró desagradable. —No es de tu incumbencia lo que yo haga o deje de hacer — contestó Elsbeth, dejando claro que no deseaba hablar con él y menos recibir ningún consejo. La risa baja, ronca, que oyó procedente de él la hizo poner los ojos en blanco. ¿Le había hecho gracia?, ¿de verdad? Porque ella no se la veía por ninguna parte. De hecho, había utilizado su mejor esfuerzo para impregnar sus palabras con un desagrado evidente, claramente descortés. 

—Es difícil mantenerse al margen cuando haces tanto esfuerzo por no mirarme. Me hace pensar que estás ignorándome por algún motivo — continuó Kam un segundo después. Y ahí sí, tras ese claro desafío, Elsbeth reaccionó, como si se hubiese quemado. Dio un respingo y le miró fijamente. No en un movimiento consciente, sino visceral. Y se encontró de nuevo con el azul de sus ojos, uno que nunca había visto en nadie más, con tantos matices que la incitaba a estudiarlos todos. Los mismos que la observaban como si no hubiese nada más importante que ella, como si con sus orbes del color del océano pudiese vislumbrar su alma y desvelar sus secretos. Y eso asustaba. ¡Cómo asustaba! Demasiado como para permitirlo. Decidida a aplastar aquello que le provocaba, la hija mayor de Comyn esbozó lentamente una sonrisa. Una que hubiese puesto los pelos de punta a cualquier persona con un mínimo de instinto de supervivencia. Una sonrisa que no presagiaba nada bueno. —No eres nadie, nada, para que yo te ignore. Eres insignificante en todos los sentidos —siseó Elsbeth, conteniendo el aliento cuando los ojos de Kam se oscurecieron, obligándose a no ceder terreno, a parecer imperturbable cuando él, en un movimiento inesperado, se inclinó hacia ella y le susurró al oído. —Mentirosa… El gruñido que emitió su garganta al escucharlo, la mirada llena de furia que no pudo dominar y que le dirigió a Kam la hicieron maldecir por dentro, porque con solo una palabra, una sola, él estaba desestabilizando su bien consabido autocontrol. ¿En qué momento le había arrebatado el dominio de la situación? Y todo pareció detenerse, haciendo que la furia que corría por sus venas se difuminase lentamente cuando en los ojos de Kam, fijos en ella, no vio regocijo alguno, ni un atisbo de presunción, ni prepotencia. Lo que el abismo azul le devolvió era algo muy distinto: curiosidad y, en el fondo, de manera sutil, queriendo pasar desapercibida, una pizca de preocupación. Y Elsbeth tragó con fuerza, tanta que los músculos de su garganta parecieron hacer un movimiento imposible. No recordaba que en toda su vida nadie la hubiese mirado así.

Sus ojos, anclados a los de Kam, no querían abandonarlos. Se negaba a dejar de embriagarse con ellos en contradicción con la urgente necesidad de acabar con el naciente dolor, lacerante, afilado y sigiloso, que se extendía por su pecho sin medida. Le costó unos segundos reconocer qué era aquello, apretando los dientes cuando identificó aquella sensación tan olvidada. No quería volver a sentir, nada, jamás. No podía permitir que Kam Gordon, en solo unos segundos, despertase en ella los vestigios de una esperanza que creía muerta y enterrada desde hacía años. El anhelo de creer que podía llevar una vida normal, de importarle a alguien de tal manera que pudiese ser ella misma, de vivir, de sentir, aunque eso doliese. Elsbeth se mordió el labio en su afán de que el dolor físico mantuviese alejado al otro tipo de dolor, y la ayudase a centrarse en su realidad. El que uno de los guerreros Morgan, el que se sentaba al lado de Esther Davidson, soltase una maldición haciendo callar a Phemie, captó de golpe la atención de Elsbeth y la de aquellos que se encontraban sentados en ese extremo de la mesa. —Ha sido grosero y maleducado, además de entrometido. Debería disculparse de inmediato —escuchó Elsbeth decir a Eara dirigiéndose al guerrero Morgan. El sorbido por la nariz de lo que parecía una cantidad ingente de mocos, seguido de un carraspeo asqueroso de la garganta por parte del guerrero Gunn que estaba a su izquierda, no la descentró, pero sí le revolvió el estómago, casi tanto como la postura de Esther Davidson y su expresión sonriente. Elsbeth no sabía qué había pasado, pero estaba segura de que aquella arpía tenía algo que ver en que el guerrero Morgan hubiese saltado de aquella manera contra Phemie Sutherland. —Perdona si he dicho algo que haya podido molestarte, aunque no consigo saber el qué, dado que solo estaba hablando con Eara a fin de conocerla un poco más —dijo Phemie al guerrero Morgan, inclinándose un poco para sortear la figura de Esther que estaba sentada entre ellos y mirar directamente al highlander. Elsbeth tuvo que reconocer que, si bien le causó buena impresión Phemie al conocerla, ahora su opinión sobre ella era aún mejor. El gesto conciliador y la sonrisa afable de la misma al dirigirse al guerrero Morgan,

intentando rebajar la tensión que se había creado en un instante, siendo afable pero firme, tal y como atestiguaban sus ojos clavados en los del guerrero Morgan, sosteniéndole la mirada con seguridad y temple, era algo que Elsbeth no hubiese sido capaz de hacer. Disimular y ser piadosa no era lo suyo. —Tu simple voz me molesta —contestó el highlander con cara de repulsa—. Y no voy a aceptar las disculpas de boca de una sucia Sutherland. Phemie mantuvo la compostura tras las palabras del highlander, aunque sus ojos de color ámbar relucieron con lo que a Elsbeth le pareció temperamento contenido. —Retira eso, pídele disculpas y desaparece de esta mesa. En ese orden. La voz grave, las palabras dichas lentamente para que calaran a conciencia, procedentes de Kam Gordon hicieron que el guerrero Morgan apretara los dientes. Pareció evaluar a Kam por un instante. —¿O qué? —preguntó el highlander desafiante, aunque su voz, carente de fuerza, reveló las dudas del guerrero. Kam era alto y delgado, y el guerrero Morgan le superaba en peso y musculatura. Sin embargo, el cuerpo fibroso de Kam, sin un ápice de grasa, y sus músculos bien definidos atestiguaban su concienzudo entrenamiento y una agilidad envidiable. Eso, unido a la mirada del menor de los hermanos Gordon, pareció minar la seguridad del highlander. —O no quedará nada de ti que tu laird pueda llevar a tu familia. Los ojos del guerrero Morgan, al igual que los del resto, que sentados próximos a ellos seguían el enfrentamiento, se abrieron más de la cuenta. —Has sonado como Bruce —dijo Eara a Kam en un susurro inclinándose hacia él, en confidencia, como si la tensión que reinaba en ese instante no existiese, ni todos los presentes pudiesen escucharlos. —Es mi hermano, es inevitable que me parezca a él —le contestó Kam a la pelirroja, con una tranquilidad pasmosa. Eara, tras sus palabras, esbozó una sonrisa peligrosa y le guiñó el ojo, centrándose después de nuevo en el guerrero Morgan, mirándole como si lo estuviese asesinando lentamente.

La cara de incredulidad del highlander sería cómica si no fuese por el momento extremadamente delicado en que se encontraban. Phemie miraba a Kam con cara de preocupación y nerviosismo. Esther Davidson tenía una mirada maliciosa, y el guerrero del clan Gunn se relamía como si estuviese oliendo la sangre y deseara la confrontación entre Gordon y Morgan. —Yo de ti me pensaba muy bien lo que hacer a continuación — interrumpió Broc Ross, dirigiéndose al guerrero Morgan, interviniendo por primera vez en la conversación, y captando ahora la atención de los presentes, aun cuando más de la mitad de la mesa no se había percatado de lo que acontecía en ese extremo. —Por favor, ¿podemos olvidar este incidente antes de que pase algo que tengamos que lamentar? —preguntó Phemie con determinación, mirando en último lugar al guerrero Morgan. Elsbeth supo lo que iba a contestar el maldito Morgan incluso antes de que abriese la boca. Sabía que insultaría a Phemie y se enfrentaría a Kam y a ese miembro del clan Ross al que no conocía, pero cuya mirada letal ponía los pelos de punta. Desde luego el inconsciente y bruto de Morgan no saldría vivo de su enfrentamiento con Kam. Elsbeth no había visto luchar al highlander, pero sí al hermano de Gordon en la anterior reunión, mientras entrenaba con Bruce, y la destreza y agilidad de Kam eran difícilmente igualables. Y si por un milagro el guerrero Morgan lograba sobrevivir, algo le decía que aquel Broc Ross lo haría pedazos. Todo pasó muy deprisa, pero cuando Elsbeth vio su oportunidad de acabar con aquella situación sin tanto dramatismo la aprovechó sin dudar. Sacó el pie hacia atrás cuando la muchacha que traía una olla de guiso se acercó hasta la mesa en dirección al hueco que había entre el guerrero Gunn y Elsbeth. La joven tropezó con el pie de la rubia que, sin piedad, le puso la zancadilla, y en su caída, volcó el guiso, que impulsado salió volando hacia el frente, cayendo encima de Esther Davidson y el guerrero Morgan. Esther dio un grito que hizo enmudecer al salón, y el highlander, que fue el que se llevó la peor parte, se puso en pie con una mueca de dolor cuando la carne y el caldo caliente traspasaron la tela de su feileadh mor que cubría su regazo y sus partes más delicadas. Estaba empapado con pegotes uniformes y verduras por todas partes y las risas de los presentes al verle hicieron que, bajo el escrutinio de todos, perdiera

totalmente su bravuconería y, con una maldición, saliera con paso airado de la estancia. Lo del pelo de Esther Davidson, del que caían goterones de caldo marrón hacia su cara y el vestido, fue el colofón perfecto para su plan. La arpía, con los ojos abiertos de par en par, no atinaba a decir nada coherente, hasta que una de las mujeres, a la que Elsbeth no reconoció pero que debía ser amiga de Davidson, se acercó a ella y la conminó a que la acompañase. Un momento después, cuando ya no había nada que comentar, las demás mesas retomaron sus respectivas conversaciones, mientras Elsbeth ayudaba a la muchacha que se había caído a ponerse en pie. La joven McGregor se veía totalmente azorada; sin embargo, la sonrisa de Dune McGregor al final de la mesa le dio la tranquilidad necesaria para mitigar su nerviosismo y limpiar el estropicio que el guiso volador había provocado. Cuando las conversaciones volvieron a llenar el silencio que se había instalado entre los que la rodeaban, Elsbeth miró a Phemie, queriendo cerciorarse de que la joven estaba bien después del desagradable enfrentamiento que había mantenido con el guerrero Morgan. Phemie, cuya sonrisa era algo forzada por las circunstancias, exhaló el aire lentamente, en señal de alivio, y Elsbeth la miró, sonriendo ligeramente. Una sonrisa que se congeló en sus labios al percatarse de que el hermano del lobo solitario la estaba mirando fijamente. Casi podía sentir que la traspasaba con sus ojos azules procedentes del averno, porque esos ojos quemaban en su piel como si fuesen dos brasas ardiendo. Cuando le devolvió la mirada, y vio lo que desprendían los orbes de Kam, se tensó, y se maldijo mil veces. La había pillado, estaba segura. De alguna manera se había dado cuenta de lo que ella había hecho. Elsbeth esperó las palabras de censura, el reproche, el profundo desagrado por parte de Kam Gordon, pero este siguió en silencio mirándola de tal forma que puso nerviosa a Elsbeth. Si lo que quería era sacarla de quicio, lo estaba consiguiendo. —Una coordinación increíble —dijo finalmente Kam con gesto serio—. Pringoso, pero elegante. El gesto del pie ha sido tan rápido que me ha dado miedo hasta a mí. Elsbeth apretó los labios. Sí, la había pillado y, por mucho que lo negara, la expresión del menor de los Gordon y su mirada decían a las claras que no se iba a creer ninguna de sus excusas. Miró alrededor y

cuando se aseguró de que nadie estaba pendiente de ellos, exhaló el aire con fuerza antes de dirigirse al menor de los hermanos Gordon, con voz grave, imitando la de un hombre y haciendo gestos con la cara. —¿Hubiese sido mejor, entonces, sacar nuestras armas y solucionar la contienda a espadazos? A la rubia no le pasó desapercibido el esfuerzo que hizo Kam por no soltar una carcajada, y eso la descolocó, sintiendo algo cálido extenderse por su pecho. Carraspeando un poco antes de seguir, Elsbeth imprimió a sus ojos esa gelidez de la que tanto decían que le sobraba. —No había motivo para que Phemie sufriera por algo que ella no había generado, ni que la primera noche de esta reunión, que tiene como fin intentar apagar el inicio de una guerra, terminase con un enfrentamiento teñido de sangre. Sí, lo sé, no ha sido honoraaableee —continuó la rubia haciendo hincapié en la última palabra—, pero ha acabado con la situación rápidamente, de manera eficaz y sin heridos. Y, francamente, ver la cara que se le ha quedado a Esther Davidson no ha tenido precio —terminó Elsbeth sabiendo lo que escucharía a continuación, repitiéndose a sí misma que no le importaba, porque hacía mucho tiempo que todo había dejado de hacerlo, pero deseando en el fondo que Gordon no dijese nada. —Ha sido impresionante —dijo Kam suavemente, con una mirada que desprendía admiración y mucho más. Algo que hizo que el estómago de Elsbeth diese un vuelco. Ahora estaba segura: Kam Gordon iba a ser su perdición.

CAPÍTULO VII     Broc Ross observaba el salón menos lleno de gente que un rato antes. La cena había acabado, y parte de los invitados se habían retirado. Otros seguían sentados en las mesas hablando distendidamente. Frente al fuego, se habían reunido varias de las mujeres y charlaban amistosamente. A Broc le dio la sensación, por sus gestos y la complicidad patente, de que entre algunas de ellas existía una buena amistad. Apoyado en una de las mesas del extremo del salón, la más alejada del resto y donde había menos luz, observaba con tranquilidad al resto de los invitados, repasando en su mente lo que había visto y oído en lo que llevaba de noche. Su primo Akir había dejado el salón nada más terminar la cena, pero Leathan y su tío Mervin seguían presentes, sentados en una de las mesas y hablando con laird Davidson. La mirada de desagrado y furia velada que le había dirigido justo antes de sentarse a cenar, cuando él estaba intercambiando unas palabras con Dune, no fueron nada discretas. Al parecer, esa iba a ser la tónica de este viaje. En otras ocasiones, aunque la relación con su familia había sido siempre así, difícil y tensa, Mervin había suavizado su trato hacia él, simplemente ignorándole cuando estaban fuera de tierras Ross. Algo le decía que en esta ocasión sería diferente. —¿Intentando pasar desapercibido? Broc se giró rápidamente, tensando cada parte de su cuerpo, en alerta. Tan pronto como le reconoció, relajó su postura, pero la mirada inquisitiva de Kam Gordon le dijo que no lo suficientemente rápido como para que el menor de los Gordon no se diese cuenta de su reacción. Kam era silencioso, y él, maldita sea, no lo había escuchado llegar. Le había visto salir un momento antes de la estancia y pensó que se había retirado. Fuese como fuera no podía permitirse un fallo así; debería haberse percatado de su presencia. Si hubiese sido otro, en otra situación, podría haberse acercado lo suficiente para matarlo antes de que se diese cuenta. 

La mirada curiosa, indagadora, que le dirigió Kam Gordon le confirmó que era un hombre peligroso y quizás demasiado intuitivo para su propio bien. —No quería molestarte. Ni siquiera nos han presentado —continuó el menor de los Gordon—, pero hemos compartido mesa esta noche y un momento delicado. Eso une. Broc, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, sonrió sin poder evitarlo. Después de haber visto reaccionar a Kam esa noche ante el comentario despectivo de Morgan hacia Phemie Sutherland durante la cena, no había esperado que el highlander fuese así. Su proceder le había cogido por sorpresa y estaba empezando a pensar que el menor de los hermanos Gordon podía ser mucho más complejo de lo que parecía. A Kam no le pasó desapercibida la leve sonrisa que esbozó el sobrino de laird Ross. Esta había durado solo unos segundos, los suficientes para tomarse ese gesto como una buena señal, aun cuando el highlander seguía sin hablar y le miraba como si estuviese intentando llegar a alguna conclusión. —¿Hablador, eh? —preguntó Kam. La risa baja y ronca proveniente de Ross le hizo mirarle con una ceja alzada y una media sonrisa a su vez. —¿Persistente, verdad? —preguntó a su vez Broc. —No sabes cuánto —respondió sin un atisbo de duda el menor de los Gordon, y en su mirada anidaba la tenacidad personificada. Broc asintió con la cabeza, y sus ojos, que por un momento se habían desviado al resto de los presentes del salón, volvieron hasta Kam, a la vez que extendía su mano hacia el menor de los Gordon. —Broc Ross —se presentó. —Kam Gordon —contestó este, estrechando el antebrazo de Broc a modo de saludo. Broc terminó el contacto y esperó paciente a que el menor de los Gordon hablase. Se había acercado a él sin conocerlo, y quería saber por qué. —Te aviso de que vamos a vivir otro momento delicado —dijo Kam finalmente, desviando sus ojos al frente, observando por un instante a los que quedaban en la estancia, con gesto serio, y Broc tuvo que reconocer que

el menor de los Gordon lo estaba descolocando. A duras penas reprimió otra sonrisa. —A costa de que me taches de precavido, ¿no te parece que con uno de esos momentos hemos tenido más que suficiente? —preguntó Broc que no sabía qué pensar de la espontaneidad y la seguridad de las que hacía gala Kam, ni de sus intenciones con aquella conversación de locos. —En absoluto. Créeme. Es necesaria, y más en una reunión donde la mitad de los presentes odia o quiere matar a la otra mitad. —¿Siempre eres tan directo al hablar? —preguntó Broc, girando la cara, y examinando a Kam. La mirada del menor de los Gordon era viva e inteligente. Kam se inclinó un poco hacia Broc como si fuese a hacerle alguna confidencia. —La vida es corta y me aburre dar rodeos. Las facciones de Broc, serias, y su mirada escrutadora no se desviaron del menor de los Gordon al contestar. —Pues para ser así estás dando un rodeo muy largo, ¿no te parece? ¿Qué es lo que quieres? Kam sonrió de medio lado y sus orbes azules, su mirada limpia, brillaron por un instante, como si estuviese satisfecho con la contestación de Broc. —El guerrero Morgan con el que he tenido diversidad de opinión en la cena intercambió una señal con Cathair —dijo Kam, y Broc le miró con atención—, justo antes de sentarse a la mesa. Broc frunció el ceño ligeramente ante las palabras del menor de los Gordon, para luego alzar una ceja cuando supo exactamente a dónde quería llegar Kam con ellas. —Crees que el ataque verbal a la hija de laird Sutherland fue premeditado —afirmó Broc, más que preguntó. —¿Qué, si no? —preguntó a la vez Kam—. Ha saltado sin provocación alguna. El motivo ha sido pobre y, el intento, torpe. Broc tenía que reconocer que estaba sorprendido con la perspicacia del menor de los Gordon. No iba a decírselo, pero durante la cena, él mismo había llegado a esa conclusión, aunque por distintos motivos. —Querían medirnos —dijo Broc, y Kam asintió en respuesta. Broc observó unos segundos a Gordon antes de continuar.

—¿Por qué me cuentas esto? No me conoces; no sabes nada de mí. La mirada reflexiva y limpia de Kam no rehuyó la del highlander que le exigía respuestas con los ojos. —Te he visto hablar antes con Dune McGregor, y Logan se ha referido a ti como un miembro de su familia, a pesar de que he podido observar que los miembros de la tuya no parecen que aprecien en demasía a Dune ni a los suyos. —Kam levantó una mano cuando vio tensarse al highlander—. No me malinterpretes, no es asunto mío, pero eso ya me dice lo que necesito saber de ti, aunque el simple hecho de que Dune te tenga en alta estima, como parece ser el caso, es suficiente —dijo Kam, ahora serio —. No quería que te hicieras una idea equivocada de mí. —¿Por qué? —preguntó Broc, y sus ojos decían claramente que recelaba de los motivos de Kam. —Porque me fío de mi instinto, y me caes bien. Y pocas personas lo hacen —contestó Kam con el ceño ligeramente fruncido y mirando a un punto distante del salón. —Antes, Logan me comentó si quería mañana entrenar un rato con él y sus hombres. Estaría bien si quisieras unirte —ofreció pasados unos segundos Kam. —¿Y ahora quién está intentando medir a quién? —preguntó Broc. Kam le miró sonriendo antes de contestar. —¿Ves por qué me agradas? —dijo el menor de los Gordon, dándole un toque en el hombro a Broc—. Espero poder seguir esta conversación mañana —continuó Kam antes de echar a andar y alejarse del sobrino de laird Ross. Broc se quedó mirando cómo se alejaba Kam Gordon. Aquella conversación no tenía sentido… o tal vez sí. La diferencia radicaba en si podía confiar en Gordon o no. La elección era fácil, la vida le había enseñado a no confiar en nadie, jamás; sin embargo, nunca le había gustado transitar el camino fácil. ¿Por qué iba a ser diferente ahora?   ***   Kam salió del salón con paso presto, y enfiló el pasillo de la izquierda cuando vio a Flecher Sinclair ir en esa dirección, siguiendo a Elsbeth Comyn. El hecho de que la hija mayor de Comyn abandonase la

estancia para retirarse había sido normal, dadas las horas, pero que Sinclair la hubiese seguido tras observarla durante buena parte de la noche con una mirada despectiva y codiciosa, no. Kam ralentizó su paso hasta detenerse cuando las voces de Elsbeth y Sinclair le llegaron con total claridad. Él no era de los que escuchaban tras las puertas y, si en esta ocasión había seguido a Elsbeth fue por puro instinto, por esa mirada inquietante de Flecher hacia ella que a Kam le hizo recelar. Sinclair parecía haber alcanzado a Elsbeth a los pies de la escalera antes de que ella subiese a las habitaciones. Kam se apoyó en la esquina del pasillo, resguardándose en las sombras, sin dejarse ver, pero teniendo a su vez una buena visión de lo que había frente a él.  Las voces del salón llegaban hasta allí lejanas, apenas audibles y, salvo por ellos tres, el lugar estaba desierto. —No temas —dijo Sinclair—. No quería incomodarte al seguirte. Kam se puso en tensión cuando los segundos se alargaron sin que escuchase contestación alguna por parte de Elsbeth. En ese instante, desde su posición, Kam no podía verla con claridad ya que Sinclair se había movido ligeramente, interponiéndose en su campo de visión. La voz de Elsbeth, cuando al fin contestó a Sinclair y llegó hasta él, le dejó claro a Kam que había hecho bien en salir tras ellos. —Que me diga que me ha seguido no es tranquilizador en ningún sentido. Nada justifica que me siguiera hasta aquí. Si quería decirme algo podía haberlo hecho dentro del salón, rodeados de los demás invitados. La risa baja y ronca de Sinclair retumbó entre las paredes estrechas del pasillo. —Vamos, Elsbeth, estuvimos comprometidos. Tanta formalidad no hace falta entre nosotros. Si no te he dicho nada durante la cena, y he esperado a tenerte a solas, es porque quería hablar contigo sin que mi padre estuviese presente. Él aún no ha perdonado que mi hermano muriese en extrañas circunstancias en vuestro hogar —dijo Flecher, y Elsbeth apretó un puño, clavándose las uñas en la palma de la mano para intentar controlar cualquier reacción que delatara lo que esas palabras le habían provocado. —Su hermano murió en un desgraciado accidente. La voz de Elsbeth firme, segura, pareció hacer eco en las piedras de las paredes que los rodeaban.

Sinclair, con ojos escrutadores, la estudió durante lo que parecieron siglos. El estómago de la rubia se contrajo, y sus manos se quedaron heladas, pero exteriormente permaneció impasible como si nada la perturbara, y menos la presencia y las palabras de Sinclair. —Ambos sabemos que eso puede que no sea del todo cierto, ¿verdad? —preguntó Sinclair acortando la distancia que le separaba de Elsbeth, haciendo que las facciones de esta se endurecieran en respuesta a su acercamiento. —No, yo no sé nada, y si usted sabe algo quizás no sea conmigo con quien debería estar hablando. Elsbeth se mantuvo impasible y aguantó la cercanía de Sinclair aun cuando todo su ser clamaba por dar un paso hacia atrás y volver a mantener las distancias. —Yo veía cómo te miraba mi hermano. No era un secreto para mí en dónde radicaban sus deseos, y nunca le he culpado por ello —dijo Flecher, extendiendo la mano con la intención de tomar uno de los mechones rubios de Elsbeth entre sus dedos. El manotazo que la hija mayor de laird Comyn le dio a Sinclair, alejando sus dedos, resonó más fuerte de lo que había esperado. La expresión de Flecher, hasta entonces sibilina y licenciosa, se tornó dura y desagradable. —Lo que insinúa es asqueroso y, el que me lo diga, totalmente inadecuado e inaceptable. Una sonrisa maliciosa se extendió por los labios del highlander cuyos ojos se oscurecieron antes de hablar. —Veo que sigues con el mismo genio endiablado. Todavía recuerdo el bofetón que tu padre tuvo que propinarte por desafiarlo y contestarle como solo una pequeña víbora lo haría. Tenías doce años. Tu deber era callar y obedecer, pero no…, no pudiste evitar decir lo que pensabas. Ya por entonces te expresabas con demasiada libertad. Tanta como para objetar que te comprometieran conmigo. Eso fue la misma noche en que murió Balmoral —dijo Sinclair lentamente, casi como en un susurro—. No te vi derramar ni una lágrima por él. ¿Es extraño, verdad? Siempre pareciste apreciarlo de verdad, pero en aquella visita… estuviste muy distante. Elsbeth miró fijamente a Sinclair, con sus grandes orbes azul claro, intentando que el corazón que le martilleaba en el pecho como un potro

desbocado ralentizara su trote antes de que la avergonzara e hiciese flaquear su fuerza, diezmando la entereza con la que ahora estaba enfrentando a aquel bastardo. —No le veo sentido a seguir esta conversación. Es tarde, estoy cansada y, sinceramente, lo que tenía que decirme bien podría haber esperado a otro momento. No vuelva a acercase a mí de esta manera y menos cuando estoy sola. El bufido, unido a una risa sardónica, hizo que Elsbeth diese un paso hacia su derecha acercándose al inicio del tramo de escaleras. —Eso ha sonado como si te sintieses superior a mí, y no voy a tolerarlo. La dignidad y la respetabilidad que intentas aparentar son tan burdas que cualquiera que te conozca bien sabe que son meras quimeras. ¿O me equivoco? Elsbeth, cuyos ojos gélidos parecieron tornarse traslúcidos, se centró plenamente en los de Sinclair, el cual arrugó el entrecejo cuando vio que sus palabras no habían causado en la hija mayor de laird Comyn el resultado que había estado buscando con ellas. —Usted no sabe nada de mí, ni de mi dignidad o respetabilidad. Esas palabras en su boca suenan sucias como todo lo que sale de ella. Si vuelve a decir algo como eso tendrá que atenerse a las consecuencias, y no soy de las que amenazan en balde. Sinclair hizo una mueca de incredulidad antes de acercarse de nuevo a Elsbeth. Ahora apenas los separaba un cuerpo de distancia. —Estás locas… Diré lo que me plazca, y haré lo que me dé la gana, y tú solo eres una mujer que por su propio bien permanecerá con la boca cerrada, a no ser que quieras que yo te la cierre. La sonrisa de Elsbeth, que en vez de iluminar sus ojos los oscureció por completo, como si una sombra se hubiese extendido sobre ellos, tomó de improviso a Sinclair. —Soy una mujer y sé cuidarme sola, pero que no se le olvide que no lo estoy. —Tu padre no hará nada que perjudique a su preciado clan. Elsbeth asintió con la cabeza. —No solo soy la hija de laird Comyn, sino que por el matrimonio de mi hermana, soy la hermana de Irvin McPherson y por tanto familia de Duncan McPherson —dijo Elsbeth que vio cómo sus palabras habían dado

en el blanco cuando una expresión de cautela se adueñó del rostro de Flecher—. Y cuento con la amistad de Bruce Gordon. La palidez momentánea que acudió a las facciones de Sinclair hizo para Elsbeth que mereciera la pena tragarse la bilis que acudió a su garganta por soltar semejante mentira. Era verdad que conocía a Gordon. Habían tenido varias conversaciones y, a pesar de lo que todos parecían pensar de él, Elsbeth sintió desde el principio hacia el highlander una afinidad difícil de explicar. Bruce la había mirado siempre como si la viese de verdad, como si fuese capaz de atisbar su dolor, ese que ella escondía muy dentro de sí y que no mostraba jamás a nadie. La expresión de Sinclair se suavizó de repente, como si fuese otro hombre, distinto al que había tenido frente a sí solo unos instantes antes. —No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Creo que la conversación se nos ha ido de las manos —comenzó Sinclair, intentando que la tensión que se había gestado entre ellos menguara—. Sin duda han sido los años sin vernos, y la muerte de Balmoral por medio lo que ha enrarecido el ambiente y endurecido mis palabras. Tienes que comprender que tras el fallecimiento de mi hermano, mi padre no llegó en ningún momento a superar su pérdida y os culpa por ello. Yo también estuve enfadado durante mucho tiempo y quizás he desbordado todo ese resentimiento en ti, en la persona equivocada. Espero que sepas disculpar mi falta de tacto y que podamos hablar más durante estos días —dijo Sinclair con una voz hueca. Elsbeth supo que cada una de esas palabras eran tan falsas como las disculpas que quería que ella aceptase. Flecher siempre había sido una serpiente. Aparentemente inofensiva, pero altamente venenosa. Su ataque era inesperado y, su proceder, traicionero. —Claro —dijo la mayor de las hijas de laird Comyn—. Pero si vuelve a hablarme como lo ha hecho esta noche, no habrá disculpa que me haga dejarlo pasar. Elsbeth supo que estaba poniendo a prueba el autocontrol de Sinclair, pero no iba a echarse atrás. No podía mostrarse débil ante Flecher. Sinclair era de los que cuando olían sangre no soltaba la presa hasta que acababa con ella. Sinclair asintió lentamente; sin embargo, su rostro se tensó en una furia mal contenida que la rubia pudo contemplar con claridad. Elsbeth permaneció quieta y con la espalda bien recta y la barbilla erguida cuando

Flecher se volvió y comenzó a desandar sus pasos por el pasillo para dirigirse de nuevo al salón. Unos pasos que se detuvieron abruptamente cuando entre las sombras descubrió a Kam Gordon, que salió de entre las mismas y se acercó hasta él, con una mirada oscura y pétrea. Sinclair se tensó ante la cercanía del highlander y, claramente sorprendido, siseó algunas palabras que la rubia no llegó a escuchar. La respuesta del menor de los Gordon, fuese cual fuera, hizo que Flecher endureciera los puños y, sin girarse ni mirarla de nuevo, siguiera su camino de forma acelerada. Eso hizo pensar a Elsbeth en cuánto tiempo llevaría allí Kam y cuánto podría haber escuchado. Aquello sin duda era algo con lo que no quería lidiar en aquel instante. Suficiente había tenido con la conversación mantenida con Flecher y con analizar alguna de las cosas que le había dicho como para tener que enfrentarse a Kam Gordon y sus miradas, esas que hacían más preguntas y eran más explícitas que su propia lengua. Quizás estuviese sacando las cosas de quicio, pero su conversación con Sinclair ya le había provocado una inquietud de la que no conseguía desprenderse. —¿Nadie te ha dicho que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación? —soltó Elsbeth a bocajarro cuando Kam Gordon se acercó lentamente hasta donde ella se encontraba. La mirada indescifrable que le dirigió el menor de los Gordon le hizo fruncir el ceño. Aquel hombre la desorientaba. Elsbeth, por lo general, podía leer con facilidad en los demás. Era un sexto sentido que había agudizado con los años, producto de la necesidad de sobrevivir a sus propios demonios y, sin embargo, con Kam era diferente, como si en ocasiones una densa niebla se interpusiera entre ambos, dejándola totalmente a ciegas. Como en ese momento en el que los ojos de Kam, penetrantes, profundos y perspicaces, la confundían haciéndola creer que podían con una sola mirada desenterrar sus más oscuros secretos. Elsbeth se regañó mentalmente por pensar esa tremenda estupidez. Aquel no era más que otro hombre, uno que, además, disfrutaba sobremanera desafiándola. —No tengo excusa posible —contestó Kam, y el ceño de Elsbeth se frunció aún más. ¿Esa era la respuesta que iba a darle? ¿Reconocía su fallo y ya está? —¿Me has seguido? —preguntó la rubia cruzando los brazos por delante de su pecho.

—No, la verdad. He seguido a Sinclair. La ceja alzada de Elsbeth ponía en duda esa afirmación. —Siento decepcionarte —prosiguió Kam—, pero algo en él me indujo a pensar que sus intenciones podían ser algo turbias. —¿Pensaste que podía hacerme algo? —preguntó Elsbeth sorprendida. Kam inspiró aire antes de mirarla con un brillo travieso en los ojos. —Después de haber visto lo de esta noche en la cena y tu magistral plan del guiso volador, más bien temí por la vida de Sinclair. Elsbeth no supo qué provocó su reacción, pero se encontró esbozando una maldita sonrisa, pequeña y traicionera, que se encargó de cortar de raíz en cuanto sintió contraerse los músculos de su cara. Carraspeando un poco para volver a centrarse y retornar a su expresión gélida, Elsbeth espiró el aire más fuerte de lo normal como si estuviese teniendo más paciencia que un santo ante las burdas excusas de un mentiroso. Cuando miró a Kam de nuevo la expresión de la cara del highlander era la de alguien que se estaba divirtiendo. —¿Qué te ha dicho y qué le has respondido tú antes de que se fuera? —preguntó Elsbeth, y su pregunta sonó a orden. —¿No te han dicho que preguntar sobre conversaciones ajenas es de mala educación? —replicó Kam devolviéndole sus mismas palabras. Elsbeth dio un paso al frente y se acercó al menor de los Gordon. —Tú has escuchado la mía. Tengo derecho a saber de la tuya. —¿Seguimos hablando de la conversación? —preguntó el menor de los Gordon y Elsbeth pensó que podría asesinarlo en ese mismo instante—. Imagino que sí, a tenor de tu expresión sedienta de sangre —continuó Kam con cara de decepción. —Gordon… —siseó Elsbeth dando a entender que le quedaba poca paciencia. Kam miró fijamente a la rubia, y en su mirada ya no había rastro de diversión. —No me gustó su mirada cuando te siguió al abandonar el salón. No conozco a Sinclair y no sé de lo que es capaz, pero mi instinto siempre me ha guiado bien. No era mi intención escuchar la conversación, pero tu expresión, tu postura, tu voz… me convencieron de que ese hombre de alguna manera te violentaba —dijo Kam, posando su mano en la cadera a la

vez que apoyaba su peso sobre su pie derecho—. Apenas nos conocemos, pero sé que no te provocaría ese rechazo sin motivos más que fundados — continuó Kam—. Y lo que he escuchado hace unos instantes lo ha ratificado. Elsbeth miró seriamente a Kam. En un mundo donde había muy pocas cosas que la sorprendían, aquel hombre lo hacía continuamente y eso era malditamente adictivo y peligroso. —Pareces muy seguro de tus palabras, pero, como bien has dicho, apenas me conoces. Kam asintió con una leve sonrisa. —Yo también soy bueno juzgando a las personas. —¿Eso crees? —preguntó Elsbeth molesta por todo lo que él creía saber de ella, furiosa porque se hubiese percatado de lo que Sinclair le provocaba y nerviosa porque hubiese oído una conversación que preferiría que hubiese muerto entre aquellas paredes. —No lo creo, lo sé —sentenció Kam. Elsbeth le miró perdiéndose en la profundidad de esos ojos azules, no con suspicacia, no con reticencia, ni sutilezas, sino con una diminuta esperanza, tan frágil pero tan viva que la hizo tragar con dificultad. La garganta en un puño y el corazón latiendo con brío. —No sabes nada —dijo Elsbeth y esas tres palabras entre dientes salieron con más énfasis de las que pretendía, con una rabia contenida que no pudo disimular. Kam no desvió sus ojos, sino que ancló su mirada a la de la rubia. Elsbeth abrió los suyos más de la cuenta cuando, de pronto, una amalgama de emociones desfiló por los orbes color mar del menor de los Gordon.  —Dolor… sé lo suficiente acerca del dolor. Lo conozco. De ese que te cambia para siempre, que te lo arrebata todo y que pasa a ser parte de ti, matándote por dentro. Elsbeth se quedó sin palabras. Contuvo la respiración y buscó la mentira en los ojos de Gordon, en esos ojos que parecían no temer a que ella los escrutara. Aquello no podía impostarse, aquello era tan real que Elsbeth casi pudo sentirlo en la piel. Fue ella la que rompió el contacto visual. La conexión que había sentido por un momento, la intimidad de esos frágiles segundos la habían golpeado con brutalidad, agitando su interior y moviendo su mundo. ¿Cómo

una sola mirada, cómo unas palabras eran capaces de exiliar sus silencios, esos que habitaban en su interior dejándola entumecida? —Creo que deliras. Ni siquiera sé de qué estás hablando —contestó Elsbeth cuando hubo tomado aire y levantado de nuevo sus defensas. Miró a Kam, esta vez ignorando todo lo que pudiese provenir de él. Elsbeth juraría que vio un destello de decepción en el rostro del menor de los Gordon. —Sí… lo había olvidado —dijo Kam Elsbeth frunció levemente el ceño. —¿El qué? —preguntó la rubia sin poder evitarlo. Kam la miró y la comprensión, esa que Elsbeth no deseaba ver en los ojos de nadie, hicieron gala en los del highlander. —Lo tentador que es dejar de sentir. Esas palabras impactaron a Elsbeth, que tragó con fuerza antes de hablar. —Afirmar eso es muy presuntuoso de tu parte. El que no confíe en nadie, el que no desee la amistad salvo de aquellos que se ganen mi respeto, no te da derecho a especular sobre cómo soy o lo que siento. Kam esgrimió lentamente una sonrisa de medio lado. —¿Y yo que pensé que ya éramos amigos? La cara de incredulidad de Elsbeth hizo que Kam soltara una pequeña carcajada. Los ojos de la rubia destilaron furia —Jamás. Nunca confiaré en ti. Kam asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior, el cual liberó antes de responder. —Es una pena, porque yo sí confío en ti. Buenas noches, Elsbeth Comyn —dijo el menor de los Gordon mientras se daba la vuelta y desandaba el camino antes transitado, mientras ella sentía que acababa de perder algo de lo que sin duda se arrepentiría.  

CAPÍTULO VIII     Kam regresó al salón, con el eco de la conversación que había escuchado entre Elsbeth y Sinclair resonando en su mente. La ligera palidez que adquirió el rostro de Flecher al descubrirlo apoyado contra la pared, entre las sombras, y el desconcierto en sus facciones al percatarse de que su conversación no había sido todo lo privada que él había imaginado no pasaron desapercibidos para el menor de los Gordon que observó a Sinclair recomponerse en apenas unos segundos. Cuando Flecher le recriminó que los hubiese espiado sin dejarse ver, con evidente rabia, Kam le contestó que si volvía a dirigirse a Elsbeth como lo había hecho momentos antes, no volvería a ver otro amanecer. Lo que arrojaron al instante los ojos de Sinclair: incredulidad, desconcierto y, por último, frialdad y reserva, le confirmó a Kam que el hijo de laird Sinclair era de los que rehuían la lucha directa y preferían atacar por la espalda y a traición. Eso lo hacía sumamente peligroso. Kam barrió el salón con los ojos. Pocos invitados lo habían abandonado desde que salió de él tras Sinclair, al cual no encontró ya entre los presentes. Eara seguía sentada junto a Edine, Elisa y Phemie Sutherland. La pelirroja reía en aquel instante por algo que había dicho la esposa de Duncan McPherson, y apuntó mentalmente ver al día siguiente a los pequeños Bruce y Kerr. Duncan y Elisa habían traído a Nesha con ellos. Era la hermana de Susan, la otra curandera del clan que, con sus hijas ya mayores, casadas ambas con hombres de otros clanes, había recibido con ilusión la petición de Elisa de acompañarlos para ayudarla con los pequeños en aquel viaje. —¿Demasiado ocupado esta noche? La voz de Bruce interrumpió sus pensamientos y le devolvió a la realidad. Su hermano, que se había acercado hasta donde él se encontraba, le dirigió una mirada penetrante. Kam le guiñó un ojo en respuesta, echando a andar para alejarse de las mesas aún ocupadas y buscar una más retirada, lejos de oídos extraños. Bruce lo siguió a poca distancia, sentándose junto a él, de espaldas a la

pared, quedando el salón entero frente a ellos. Aquella era una forma de saber lo que ocurría a su alrededor, y mantener cierto control. —¿Eara te lo ha contado, no? —preguntó Kam mirando de lado a su hermano, sabiendo que Bruce se refería al enfrentamiento que había tenido lugar durante la cena con el guerrero Morgan. —¿Era un secreto? —preguntó a su vez Bruce, y la risa baja de Kam le arrancó una sonrisa al mayor de los Gordon. —No, desde luego —dijo Kam finalmente—. Vi a Cathair hacerle una señal al guerrero Morgan justo antes de que este se sentase en nuestra mesa a cenar. Atacó verbalmente a Phemie Sutherland sin razón alguna. Creo que con intención de comprobar nuestra reacción. —¿La tuya en concreto? —preguntó Bruce. Kam paseó sus ojos por el salón y se paró en la figura de Broc Ross que, en aquel instante, hablaba con Dune y Logan McGregor. —Creo que estaban más interesados en la del sobrino de laird Ross —dijo Kam, asintiendo en dirección a Broc. Bruce frunció el ceño ligeramente y siguió la mirada de Kam, quedándose ambos por un momento en silencio mientras observaban al highlander. —Te vi hablar con él antes de que desaparecieras del salón tras Sinclair —comentó Bruce de repente. —No sé para qué preguntas si lo sabes todo —se burló Kam—. Salvo lo feo que eres. —El abrevadero de los McGregor va a estar concurrido a partir de mañana —afirmó Bruce con voz grave y dura y Kam fingió sentirse ofendido, llevándose una mano al pecho. En más de una ocasión Bruce lo había tirado al abrevadero cuando el menor de los Gordon se pasaba de gracioso. —¿Qué impresión te ha dado? —preguntó Bruce, cambiando de tema, y Kam supo perfectamente a quién se refería. Se tomó su tiempo antes de contestar. —Ross es precavido. Controla muy bien su temperamento y sus reacciones. Sabía que Morgan en realidad no era una amenaza y no saltó a su provocación. Lo que no se esperó fue la forma en que respondí yo. Eso lo desconcertó —contestó Kam con una sonrisa de medio lado.

—Sí, Eara me ha dicho que te pareciste mucho a mí. Debería darte vergüenza —espetó Bruce, aunque había un brillo divertido en su mirada. Kam hizo una mueca, frunciendo el ceño. —Llevo tu misma sangre. Es inevitable que algo de tu mala leche y mal genio esté presente en mí. La carcajada baja de Bruce hizo que Kam sonriera levemente antes de seguir hablando. —Lo más interesante fue cuando conversé con él en privado. La ceja alzada del mayor de los Gordon provocó que Kam terminara de explicarse. —Me dio la impresión de que no le descubría nada nuevo cuando le comenté lo que pensaba del estallido de Morgan. Le dije que había visto la señal de Cathair, lo que pensaba sobre ello, y creo que lo que más le sorprendió fue que se lo contase. Desconfió totalmente de mis intenciones. Bruce asintió casi de manera imperceptible. —Me cae bien —continuó Kam con la seguridad que le caracterizaba y que Bruce conocía de sobra. —¿Intuición? —preguntó el mayor de los Gordon. —Podemos llamarlo así. Cuando hablé con él me gustó su franqueza. Es directo, pero precavido. Su reacción en la mesa fue genuina. Se contuvo, pero sus ojos reflejaron su disconformidad con el comportamiento de Morgan, y más tarde, cuando hablé con él a solas se tensó cuando le comenté que, aunque no era asunto mío, me había fijado en que la relación de su familia con Dune McGregor no parecía la más cordial. Bruce tenía fija la vista en Broc Ross cuando habló. —Es más que eso. Se nota a distancia que a Mervin Ross, Dune McGregor le desagrada. Me pareció curioso que, pese a ello, su sobrino tuviese tan buena relación con los McGregor. Logan comentó de pasada que Dune le tiene afecto al sobrino de laird Ross. Al parecer el abuelo de Broc era el mejor amigo de Dune —dijo Bruce bajando el volumen de su voz cuando un miembro del clan Sinclair salió del salón, pasando cerca de ellos —. Lo que me sorprendió —continuó el mayor de los Gordon un instante después— fue la mirada cargada de odio que dirigió Mervin Ross a su sobrino. Fue solo unos segundos, pero la vi. Está claro que tanto Mervin como sus hijos no toleran a Broc Ross.  

—¿Hay algo que no se te escape? A veces das miedo y un poco de asco —siseó Kam entre dientes. Bruce sonrió ligeramente ante las palabras de su hermano. —Y ya que dices que no se me escapa nada, dime: ¿Qué ha pasado con Sinclair? —preguntó escudriñando el rostro del menor de los Gordon. Kam sacó la lengua a su hermano mayor y se rio entre dientes cuando le vio fulminarle con la mirada. A continuación, le contó sus razones para seguir a Flecher Sinclair y todo lo que aconteció después. Obvió parte de lo escuchado en la conversación mantenida por Flecher y Elsbeth, no porque no confiase en su hermano, ya que lo haría con su propia vida, sino porque en ese instante sintió que por respeto a Elsbeth debía mantener ciertas partes solo para él. —Sinclair es una serpiente escurridiza y venenosa —dijo Bruce. —Lo sé —respondió Kam. Bruce volvió la vista de nuevo hacia el salón antes de hablar. —A partir de mañana empiezan las reuniones para intentar alcanzar una paz que está claro que no desean. Yo dejaría que se matasen entre ellos. Habría cinco problemas menos. —Estamos de acuerdo —expresó Kam. Bruce exhaló el aire retenido en sus pulmones de manera lenta antes de hablar. —Morgan y Sinclair se traen algo entre manos. Esta vez fue Kam quien frunció el ceño. —¿Por qué lo dices? —Todavía no lo sé con seguridad, pero he visto cosas que me hacen pensarlo. Por ahora vigila a los Sinclair y comprueba si tu intuición es correcta respecto al sobrino de laird Ross. —Lo que desee, laird Gordon —contestó Kam con cierta burla. Bruce sonrió de medio lado antes de levantarse. Cuando había dado solo dos pasos, se detuvo, y sin volverse se dirigió a Kam. —La mejor manera de evitar el ataque de una serpiente venenosa es mantenerse a distancia. —¿Y si no es posible? —preguntó Kam intuyendo la respuesta de su hermano. —Entonces hay que cortarle la cabeza antes de que muerda.  

***   Mervin Ross salió del salón con paso firme. Leathan, su hijo mayor se había quedado en la estancia hablando con laird Davidson, que es donde él debería seguir si no fuera por la urgencia con la que uno de sus aliados en aquella farsa le había instado a reunirse con él. Era un riesgo innecesario, pero no podía exponerse a que el bastardo quisiese modificar el plan. Se jugaba mucho. Y no iba a dar marcha atrás, no ahora que veía posible conseguir todo lo que deseaba: recuperar el terreno que los Sutherland les habían robado cincuenta años atrás y acabar con la maldita hierba que había crecido impune dentro del seno de su propia familia. Aquel pacto, sellado con dos de sus enemigos, no había sido obra suya. Debía reconocer que él jamás hubiese pensado un plan tan retorcido y a la vez tan brillante. Era una auténtica locura y solo por eso supo desde un principio que, si hacían las cosas tal y como se habían ideado, tendrían muchas posibilidades de éxito. Y él, al igual que sus aliados, ya no se conformaría con menos. Si alguien le hubiese dicho que haría un pacto con ellos los hubiese matado en el acto por traición; sin embargo, ahora, a pesar de desconfiar hasta de su propia sombra, sabía que aquel acuerdo era la única oportunidad que tenían los tres de saciar sus anhelos y colmar sus ambiciones plenamente, además de dar calma a la furia, el odio y, en su caso, también al peligro que suponían ciertas personas para sus fines. Algunos debían ser sacrificados para que ellos pudiesen prosperar, para que sus clanes tuvieran más poder del que nunca pensaron tener. El rey estallaría en cólera, pero esta sería calmada, no tenía dudas, cuando las pruebas en su contra solo fueran conjeturas, y cuando una alianza entre los vencedores diera la estabilidad que tanto ansiaba el monarca. Por ahora, debían seguir con aquella farsa, que, aunque en un principio pareció obstaculizar sus planes, al final había sido la solución perfecta para sus problemas. Les daba la oportunidad, otorgándoles el nicho adecuado para poder acabar con los fantasmas y potenciales enemigos de cada uno. Todos tenían mucho que ganar en esta alianza de tres, y a la vez todo que perder. Eso los unía y les hacía más fiables. Si caía uno, caían todos, así que Mervin confiaba en que los tres se atañerían al plan, consecuentes hasta el final.

Siendo lo más silencioso posible, dobló hacia la izquierda en el pasillo, esperando unos segundos para comprobar que efectivamente nadie le seguía. Toda precaución era poca, y más en aquel momento en el que cualquier paso en falso podía acabar con sus planes. Mervin no escuchó nada en su camino hasta allí, comprobando varias veces, con disimulo, si alguien había osado seguirle. Con un gruñido de satisfacción, continuó su paso y subió las escaleras, hasta la habitación de aquel que había engendrado la idea que los había llevado hasta allí. Cuando dio dos golpes y esta se abrió, Mervin entró, con la idea de aclarar lo que hiciese falta y puntualizar que a partir de ese momento no podían exponerse de aquella forma. Cuando la puerta se cerró, el pasillo quedó a oscuras, sumido en la más absoluta quietud. Así se mantuvo durante un rato, hasta que un cuerpo, sigiloso, salió de entre las sombras, alejándose de allí sin emitir un solo ruido. Cuando llegó hasta las escaleras, volvió la cabeza, asegurándose con sus orbes color jade de que nadie se había percatado de su presencia. Una sonrisa quebrada se adueñó de sus labios, y su mirada imperturbable se llenó de una oscura intensidad. El que Mervin hubiese acudido a aquella habitación, esa reunión clandestina con uno de sus peores enemigos, de nuevo, solo confirmaba sus sospechas. Varios de los clanes al borde de la guerra habían hecho una alianza secreta, y eso solo significaba que buscaban la aniquilación de los otros dos, el derramamiento de sangre inocente, y la traición. Ahora tenía que conseguir las pruebas de ello. Descubrirlos en aquel momento, sin nada en lo que sustentar sus sospechas, solo la presencia de Ross en la habitación de uno de sus enemigos, no servía para nada, solo para ponerles sobre aviso. Debía esperar, y ser su sombra.

CAPÍTULO IX     Elsbeth saltó de la cama cuando unos golpes la despertaron y casi la hicieron caer al suelo. Maldijo por lo bajo a quien fuese que tuviese la poca decencia de aporrear la puerta como si su vida dependiera de ello. No le dio tiempo a llegar cuando la puerta se abrió de golpe, cerrándose tras su hermana Alice que la miraba con suspicacia y con evidente enfado. —Sea lo que sea, yo no he sido —dijo Elsbeth sentándose de nuevo en la cama al comprobar que no se trataba de ninguna urgencia—. Pensaba que tu vida de mujer casada había acabado con tu hábito de levantarte al alba. Solos las gallinas y tú tenéis la misma manía. Alice negó con la cabeza y Elsbeth sabía que dijese lo que dijese nada distraería a su hermana de su misión. Era de ideas fijas y cuando se proponía algo no cejaba en el empeño. —Quería hablar contigo antes de que bajaras al salón y comenzaran las actividades previstas para hoy, sean las que sean —dijo Alice entre dientes—. No quería que me hicieses lo mismo que ayer. —No sé de qué estás hablando. No hice nada… Sabes que soy un ángel. El bufido de Alice hizo arquear una ceja a la hija mayor de laird Comyn. —Sí, el ángel caído. Elsbeth ahogó una exclamación llevándose una mano al pecho. —Alice Comyn, ¿cómo te atreves? ¿Cuándo has dicho tú algo así? Eso es más propio de mí —dijo Elsbeth con una sonrisa divertida—. Además me debes un respeto. Soy mayor que tú. —A veces no lo parece —gruñó Alice—, ¿o me vas a decir que no tienes nada que ver con que un guiso saliera volando anoche y cayera sobre Esther Davidson? Elsbeth se puso seria de pronto, aunque no engañara a nadie. El brillo de sus ojos la delataba.

—Pasa algo, un pequeño accidente, ¿y ya asumes que es culpa mía? —respondió Elsbeth con pesar, haciendo un pequeño ruido de desaprobación con la lengua—. A este paso me haces culpable de las plagas que arrasaron Egipto en la antigüedad y que el padre Angus tan amablemente comparaba conmigo. —Las plagas de Egipto a tu lado son meros juegos de niños. —Somos hermanas, Alice. Me debes un respeto, y recuerda que me quieres y me adoras. Alice la fulminó con la mirada. —Niega que tuviste algo que ver en lo de anoche y te creeré. Elsbeth inspiró profundamente, dotando al momento de cierta solemnidad. —No tuve nada que ver. —Meeennntiiirooosaaaa —dijo Alice señalándola con el dedo—. Es mucha casualidad que el único accidente de la noche pasara en la mesa en la que tú estabas sentada, y que la dañada fuese Esther Davidson. —Alice cogió aire antes de seguir y Elsbeth arqueó las dos cejas. No recordaba a Alice así de enfadada desde hacía mucho tiempo—. Sé que no te cae bien, lo dejaste más que claro cuando en la reunión en tierras del clan McPherson le pusiste algo pringoso en el pelo que provocó que tuviesen que cortárselo. —Se metió contigo y con Elisa. Es una víbora y disfruta de ello. Alice apretó los labios intentando contenerse, antes de hablar. —Y tú no tienes que ponerte a su altura, Elsbeth. Podría traerte problemas. —Obtuvo menos de lo que merecía, créeme, y anoche ella no fue la única diezmada por el guiso volador. Un guerrero del clan Morgan fue el mayor perjudicado —explicó Elsbeth con un movimiento de cejas que daba a entender con ese dato que ella no había sido la precursora del accidente—. Aunque tengo que admitir que disfruté de la visión de la carne y la salsa pegajosa deslizándose por el pelo y las sonrojadas mejillas de Esther… Fue tan bucólico y entrañable… Alice entrecerró los ojos y dio un pisotón en el suelo. —Maldita sea, Elsbeth. La rubia la miró con reprobación. —No deberías hablar así, Alice. Si te pilla la tía Skena, te castiga seguro —dijo con cierta socarronería en la voz.

Alice exhaló el aire que retenía en sus pulmones con fuerza y la tensión que había parecido dominar su cuerpo desde que entró en la habitación se esfumó, dando la sensación de rendición. —¿No puedes hablar en serio, Elsbeth? Me preocupo por ti. Esta reunión ya de por sí es demasiado delicada como para que haya más incidentes de los estrictamente necesarios. Por favor… Sabes que siempre te apoyo y que estoy orgullosa de ti de todas las maneras posibles, pero ten cuidado y… —¿Y...? —preguntó la rubia ahora completamente seria. —Y confía en mí. Cuéntame las cosas, por favor. Algo se retorció en el pecho de Elsbeth cuando escuchó esas palabras provenientes de los labios de su hermana, porque Alice no llegaba ni a atisbar siquiera todo lo que ella llevaba ocultándole y callándose desde hacía años. —¿Estás enfadada por eso?, ¿porque crees que no te cuento las cosas? Alice frunció el ceño. —No soy tonta, Elsbeth. Sé que tuviste algo que ver en lo de anoche, pero en vez de contármelo cuando me acerqué a ti después de la cena, me rehuiste. —Eso no es cierto. Te retiraste muy pronto con tu amado esposo, y yo me quedé hablando con Elisa y las demás. ¿Cuándo querías que te contara algo si es que hubiera algo que contar? Elsbeth vio cruzar un destello de dolor por los ojos de Alice. Maldita sea, no podía verla sufrir y menos ser ella la responsable de ello. Decidió que, por una vez, no pasaría nada si se sinceraba con ella. —Está bien —dijo Elsbeth observando cómo Alice se mordía el labio inferior y la miraba con cierta esperanza—. Te he dicho que no fui yo, porque no ocurrió como tú crees. No fue algo premeditado o dirigido contra Esther Davidson —continuó, relatándole a continuación las circunstancias que la llevaron a actuar como lo hizo. Le habló de la falta de respeto del guerrero Morgan hacia Phemie Sutherland, y de la situación delicada que se vivió cuando Eara salió en defensa de Phemie y Kam recriminó la actitud del highlander hasta el extremo de temer más que un posible enfrentamiento armado entre ambos hombres.

—Fue algo que no medité; la idea surgió de forma instantánea cuando vi a la muchacha McGregor traer la olla con el guiso. Pensé que acabaría con el enfrentamiento y, de paso, si mis deseos se hacían realidad, daría un escarmiento a Esther Davidson, que no hacía nada más que relamerse y sonreír con el sufrimiento de Phemie. Elsbeth esperó a que Alice la mirase, ya que a mitad de su explicación la menor de las Comyn había desviado su mirada. Cuando sus ojos se cruzaron de nuevo, la rubia apretó los dientes cuando fue testigo de una sospechosa humedad en los orbes grises de su hermana menor. —¿Alguien se dio cuenta de lo que habías hecho? —preguntó carraspeando, como si temiese que su voz no tuviese la suficiente fuerza. —Pues fui rápida, pero no lo suficiente. Kam Gordon se dio cuenta. Alice abrió los ojos más de lo normal y frunció el ceño. —¿Qué te dijo? ¿Va a contárselo a alguien? Elsbeth juntó las dos manos sobre su regazo antes de hablar. —No creo que se lo cuente a nadie, y en cuanto a lo que dijo… —¿Sí? —preguntó Alice con cara de angustia. —Dijo que le había parecido impresionante. —¿Impresionante? —preguntó Alice como si no lo entendiese—. ¿Cómo que impresionante? Elsbeth hizo una mueca de desagrado con la cara. —Imagino que se refería a impresionantemente desagradable, ruin, malvado —dijo la mayor de las Comyn tiñendo sus últimas palabras con un tinte burlón, mientras contemplaba a Alice paseándose por la habitación como si le hubiese picado algún bicho. Elsbeth aguardó en silencio hasta que su hermana se paró delante de ella y le sonrió de forma enigmática. —O impresionante de asombroso y emocionante. —¿Tú no has dormido, verdad, Alice? Porque es la única explicación para la tontería que acabas de decir. —No es ninguna tontería —contratacó Alice—. Kam es hermano de Bruce Gordon —continuó como si eso lo explicara todo. —¿Y…? —preguntó la rubia mirándola fijamente. —Pues que Bruce Gordon carece de escrúpulos a la hora de hacer lo que se tiene que hacer. —Es un hombre de honor —soltó Elsbeth y a ella misma le sorprendió la vehemencia utilizada en su defensa. Alice parecía igual de

asombrada. —Nadie lo duda. Conozco un poco a Bruce y, créeme que, después de cómo nos ayudó a salvar a Helen Cameron, a pesar de sus métodos y su honor no al uso, goza de mi incondicional amistad. —Alice… —dijo Elsbeth azuzando a su hermana. —Lo que quiero decir es que Kam tiene que estar más que acostumbrado a métodos poco convencionales para conseguir un fin. A lo mejor por eso dijo que eras impresionante, porque él puede valorarlo. —Decididamente no estás en tus cabales. ¿Te has caído recientemente? ¿Algún golpe en la cabeza? Alice puso una mueca de disconformidad. —Nada de eso —contestó la menor de las Comyn con convención ante la penetrante mirada de su hermana mayor. Elsbeth volvió a fruncir el ceño cuando la tristeza, nada habitual en la mirada de Alice, de repente volvió a estar presente en ella. —Me da rabia que nadie sepa lo que hay aquí —dijo Alice suavemente posando una rodilla en el suelo para quedar a la misma altura que su hermana, apoyando una de sus manos en la mitad del pecho de Elsbeth—. Te empeñas en parecer alguien que no eres en realidad. No me lo escondas a mí también. Me duele demasiado —finalizó la hija menor de laird Comyn. Elsbeth apretó los dientes para no venirse abajo. No estaba preparada para que Alice le dijese algo así, y eso la conmovió como nada lo había hecho en mucho tiempo. —Irvin te está haciendo blanda —espetó Elsbeth como mecanismo de defensa, para quitar peso a un momento que la estaba matando por dentro. Sin embargo, la seriedad en las facciones de Alice que permanecía quieta, con sus ojos fijos en los suyos, exigiendo, pidiendo que por una vez no se escabullera, la hizo asentir mientas tiraba de la mano de su hermana y le daba un abrazo. —De acuerdo, manipuladora. No volveré a esconderme de ti. Lo prometo. El abrazo que le dio Alice le robó el aliento. Hacía años que no se permitía estar tan cerca de alguien, y aunque solo fuera por un instante, por lo más sagrado que no iba a negárselo.

CAPÍTULO X     —Estoy francamente decepcionado. Elsbeth dio un respingo cuando escuchó esas palabras cerca de su oído. Se retiró como si algo la hubiese quemado, comprobando cómo Kam Gordon pasaba sus piernas por encima del banco y dejaba el cuenco con su propio desayuno encima de la mesa para sentarse a su lado. Hacía media hora que la rubia había bajado al gran salón, después de que le fuese imposible volver a dormirse tras la visita de su hermana a horas intempestivas, despertándola de mala manera. Alice se había retirado un rato antes para prestar ayuda a Elisa y Nesha con los pequeños McPherson, ya que al parecer uno de ellos había pasado mala noche. Elsbeth maldijo por lo bajo la interrupción del menor de los Gordon y miró de reojo a los pocos que estaban sentados en la misma mesa, a fin de comprobar que nadie les prestaba atención. Una mirada llena de maldad, y una mueca torcida en la boca procedente de la arpía de Esther Davidson, sentada en otra mesa junto a Dallis, la nueva esposa de laird Sinclair, la hizo desear borrarle la expresión de superioridad de formas que conllevaran dolor y mucha… mucha sangre. —¿Por qué? —preguntó Elsbeth, ignorando el hecho de que era observada por Davidson, y que lo que menos le apetecía en aquel instante era hablar con Gordon. —Porque estás sentada a la mesa, estás comiendo y no ha salido nada volando. Esperaba más del momento. Elsbeth puso los ojos en blanco. Kam Gordon la exasperaba de formas que no podía ni empezar a describir. —¿Tenías que sentarte justamente aquí, a mi lado? La expresión y la media sonrisa lobuna que se perfiló en los labios del menor de los Gordon la hicieron pensar que quizás había elegido mal las palabras. Debería haberle mandado directamente al infierno. —¿Te estoy molestando? —preguntó Kam con fingida inocencia. A Elsbeth aquel gesto le dio ganas de tirarle las gachas por la cabeza al maldito Gordon.

—Lo siento si es así —continuó Kam, ajeno al estado de ánimo de la rubia—, pero poco puedo hacer para solucionar eso. Es vivificante estar a tu lado, compartir tus iniciativas y, ahora que somos amigos, … —No somos amigos —sentenció Elsbeth entre dientes. —No, somos más que eso. Somos cómplices. Recuerda que sé lo que hiciste anoche —recalcó Kam con un brillo canalla en los ojos, y Elsbeth solo pudo balbucear en voz baja una serie de palabras inconexas antes de cerrar la boca y apretar los dientes. —Estás pensando ahora mismo en la forma más gratificante de darme muerte, ¿verdad? —siguió Kam antes de meterse unas gachas en la boca y saborearlas lentamente—. Te rogaría que, independientemente de lo que tengas pensado, dejaras mi pelo en paz. He comprobado de lo que eres capaz de hacer y, sinceramente, me gustaría conservar el cabello. Salvo con esa excepción, puedes ser todo lo creativa que desees. —No me des ideas… en este momento desearía… Las palabras de Elsbeth quedaron muertas en sus labios cuando la voz de su tía Skena los interrumpió. La mujer con el pelo castaño, veteado por gruesos mechones blancos, se había acercado hasta ellos quedando finalmente de pie al lado de su sobrina. —Clan Gordon, ¿me equivoco? —preguntó Skena a Kam, mirándolo fijamente. Elsbeth se tensó cuando observó a su tía escrutar de forma nada discreta a Gordon. —Así es —afirmó Kam, devolviéndole la mirada a la recién llegada. Skena sonrió de medio lado y Elsbeth supo que aquello no terminaría bien. —Lamento si mi sobrina está siendo un poco brusca en sus formas —retomó la conversación Skena dirigiéndose a Kam—. No he podido evitar fijarme, desde donde me encontraba, en los gestos y la voz airada que Elsbeth le prodigaba durante la conversación que mantenía con usted. Le pido disculpas por su comportamiento. Siempre ha sido impulsiva y rebelde —continuó Skena, y el tono despectivo con el que pronunció sus últimas palabras no pasó desapercibido para el menor de los Gordon—. Le agradecería que nos disculpara un instante. Me gustaría hablar con mi sobrina sobre su comportamiento, a solas.

Elsbeth no podía creer que su tía abuela hubiese tenido el desparpajo de decir lo que había dicho, humillándola ante todo aquel que estuviese lo suficientemente cerca como para escucharla. Ella no era una cría para que la expusiese de aquella forma. No iba a permitir que… Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz grave y firme de Kam Gordon. —Lamentablemente no la disculpo. Elsbeth estuvo a punto de sonreír en contra de su voluntad al ver la cara que se le quedó a su tía tras las palabras de Gordon. —¿Perdón? —preguntó Skena… seria, desagradable, lacerante y con una mirada que podría helar el infierno. —Tampoco está perdonada. Hoy, decididamente, no tiene suerte — terminó Kam con un tono de voz firme, penetrante y que, de manera desconcertante, unido a su media sonrisa, formaba una combinación letal. —Debería tener más cuidado con lo que dice. Se está equivocando —contestó Skena. —No lo creo —respondió Kam con una calma inquietante—. Es usted quien ha interrumpido una conversación privada, ha hecho conjeturas sin ser asunto suyo, y no ha tenido reparos en dejar claro lo que piensa, sin que nadie se lo pida y sin ser bienvenida. No se puede pretender dar lecciones de algo de lo que uno carece por completo. La rabia distorsionó el rostro de Skena y su mirada se endureció oscureciendo el color de sus iris. —¿No tienes nada que decir? —preguntó la esposa de laird Gunn desviando sus ojos hasta la mayor de las Comyn. Elsbeth negó con la cabeza, suavemente. —No; creo que tú ya has dicho suficiente por las dos. Skena chirrió los dientes en un sonido nada agradable de escuchar. —Tu padre sabrá de tu falta de respeto. Kam se tensó al lado de Elsbeth y la rubia lo notó. En un impulso, puso su mano encima del antebrazo del menor de los Gordon cuando este fue a responder a la esposa de laird Gunn. —Haz lo que consideres necesario —finalizó Elsbeth tajante. Skena miró una última vez a su sobrina y a su acompañante antes de darse la vuelta e irse.

Elsbeth soltó el aire lentamente y se volvió hacia Kam. —No deberías haber hecho eso. Mi tía no se toma a bien que la dejen en evidencia —dijo la rubia mientras retiraba rápidamente su mano del antebrazo de Kam, sobre el que, sin darse cuenta, seguía apoyada. —¿Lo dices por experiencia propia? —preguntó Kam y su rostro estaba más serio de lo que lo que la mayor de las Comyn le había visto hasta entonces. Elsbeth se volvió ligeramente y miró al menor de los Gordon con suspicacia. —Eso no es asunto tuyo y, para que quede claro, no necesitaba que intercedieras. Kam arqueó una ceja. —No lo he hecho por ti. Lo he hecho por mí. Ahora fue el turno de Elsbeth de fruncir el ceño. —No aguanto con facilidad a aquellos que creen que pueden abusar de los demás —continuó Kam, mirándola a los ojos. Había fuerza y determinación en los orbes del menor de los Gordon y Elsbeth se sintió por unos segundos presa de ellos, como si ejercieran algún tipo de magia sobre ella. —¿No lo has hecho porque pensabas que necesitaba tu ayuda? — preguntó Elsbeth ansiosa por saber la respuesta. —¿Después de lo que le hiciste al pelo de Esther Davidson en tierras McPherson? ¿Después de lo que te vi hacer anoche con el guiso? ¿Después de experimentar en carne propia cómo me pones en mi sitio una y otra vez? —preguntó Kam, y Elsbeth juraría que los ojos del menor de los Gordon desprendieron cierta admiración—. Tu inteligencia, tu verborrea y tu ingenio son armas poderosas que utilizas con maestría. Skena Gunn no es rival para ti. Sé que no necesitas mi ayuda, pero he pensado que quizás te vendría bien tener el apoyo de un amigo. —¿Tú, mi amigo? —preguntó Elsbeth con una entonación que evidenció lo que pensaba de esa proposición. Incredulidad a raudales y la certeza de que eso era una tremenda estupidez. No era la primera vez que Kam Gordon hacía alusión a ello pero sí la primera que ella creyó que lo decía en serio. Kam asintió riendo por lo bajo. —Veo que la idea te emociona.

Y volvió a reír cuando fue testigo de la mirada fulminante de la rubia. —Podrías decir simplemente que no —continuó el menor de los Gordon—. No hacía falta dañar mis sentimientos con la evidente falta de interés que te ha generado mi ofrecimiento. Elsbeth se inclinó hacia delante acercándose a Kam, tanto que sus caras quedaron a escasa distancia. —Mírame a los ojos —dijo la rubia entre dientes, siseando, regocijándose interiormente por la sorpresa que vio en los orbes azules de Kam— y dime que tu ofrecimiento es sincero. El menor de los Gordon enlazó su mirada con la de ella y, aunque en sus labios perduraba una tenue sonrisa, su mirada era algo totalmente distinto: penetrante, seria, paciente. —Jamás he dicho nada más en serio. —¿Y por qué no te creo? —preguntó Elsbeth con incredulidad. Kam no apartó en ningún momento sus ojos de los suyos; de hecho, parecía escrutarla como si necesitase encontrar algo en los de ella, algo que no pareció encontrar y que a Elsbeth, sin esperarlo, le provocó un nudo en el estómago. —Porque eres incapaz de confiar en nadie —respondió Kam, sin un atisbo de su natural jovialidad. Elsbeth hizo una mueca con la cara, casi imperceptible al escuchar las palabras del menor de los Gordon. No las esperaba, no tan ciertas… Retrocedió su torso, volviendo a instalar una distancia más que aceptable entre los dos, intentando que, como cualquier otro comentario proveniente de aquellos que no le importaban, este pasara inadvertido, de puntillas, sin ser más que unas meras palabras que desestimar. Sin embargo, se encontró anclada a los ojos de Gordon, sin querer que aquel frágil vínculo se desvaneciera, necesitando que él las borrara de sus labios. ¿Por qué? Si todo lo que había dicho era cierto. Ella desconfiaba de todo y de todos. Ese sentimiento era lo que la había mantenido con vida, el que le había ayudado a sobrevivir los últimos años. Kam no podía llegar, decir unas simples palabras y restarle poder a su único mecanismo de defensa. —Pues entonces, deja de perder el tiempo, Kam Gordon. Nadie te lo ha pedido y yo, claramente, no lo necesito —espetó Elsbeth.

Quería que se fuera, que dejara de mirarla como lo estaba haciendo. Necesitaba que desapareciera de su vista y que no la hiciese desear ser otra persona, una que pudiera permitirse equivocarse, alguien que pudiese dejarse llevar por su instinto, el mismo que en ese instante, en contra de su buen juicio, le susurraba que le diera una oportunidad a Kam Gordon. Pero esa persona no existía, ya no, había muerto la noche que Balmoral Sinclair acabó con ella. Desde entonces lo había intentado todo, se había esforzado tanto que creyó desangrarse por dentro. Intentó olvidarlo, intentó enfrentarlo, intentó aceptarlo, intentó tantas cosas… que en el camino quedó un cuerpo hueco, desnudo y desprovisto de ganas, lleno de llagas en el corazón y de silencios en su alma. Un alma condenada por provocar una muerte de la que no se arrepentía. ¿Qué decía eso de ella? Ella sí que estaba muerta por dentro. Solo representaba un papel, el que hacía delante de su hermana, de su familia, de su clan, de todos aquellos que la rodeaban, incluso de sí misma. Nada le importaba salvo su hermana y su bienestar. Su propia vida era una sucesión de días llenos de silencios. Jamás se lo contaría a nadie, pero a veces la tentación de no ver salir un nuevo sol se colaba bajo las sábanas y secuestraba sus sueños. Quizás para Kam Gordon fuese fácil, pero ella no podía aceptar la amistad que le ofrecía. No podía permitírsela. —¿Por qué no te creo? —preguntó Kam Gordon con voz grave, devolviéndole la misma pregunta que ella le hizo con anterioridad—. Voy a decirte un secreto, Elsbeth Comyn. Tu boca dice una cosa y, tus ojos, otra. Elsbeth le miró conteniendo su aliento. —¿Y qué dicen mis ojos? —preguntó tan firme, tan gélida, que Kam solo pudo admirar su autocontrol. —Dicen que desearías escapar lejos, de eso que te mata por dentro. Elsbeth apretó los dientes y tuvo que obligarse a permanecer impasible cuando todo lo que deseaba era salir de allí y obviar lo cerca que las palabras de Kam estaban de la verdad. —Dicen que no puedes confiar en nadie porque es tu forma de permanecer entera. Elsbeth dejó de respirar. —Dicen que hay muchas formas de estar vivo sin vivir. El cuerpo de Elsbeth tembló de pies a cabeza.

—Dicen lo mismo que los míos, salvo que yo aprendí a vivir con ello. Kam asintió lentamente antes de levantarse. Algo a lo lejos parecía haber llamado su atención. Solo había dado un par de pasos cuando la voz de Elsbeth lo detuvo. —Gordon —dijo la rubia con la voz extrañamente ronca, antes de mirarle a los ojos. Kam sonrió cuando vio la tormenta fraguándose en los orbes de hielo de Elsbeth Comyn. —¿Sí…? —Lo tendré en cuenta —contestó Elsbeth, casi en un susurro. Vio la sorpresa en los ojos de Kam, fue testigo de cómo su mirada se oscureció, de cómo se volvió más intensa y cálida. Sintió esa mirada en su piel, en sus huesos, haciendo eco en sus pensamientos… Solo en ese instante se dio cuenta de algo: mientras estaba con Kam Gordon, expiraban sus silencios, esos que la ahogaban y llenaban de total oscuridad su alma.  

CAPÍTULO XI     Estaban cerca del hogar del gran salón, retirados del resto que, todavía sentados en las numerosas mesas dispuestas a lo largo de la estancia, disfrutaban de la primera ingesta de alimento de la mañana. Kam se había dirigido hacia Elisa y los pequeños en cuanto los vio entrar junto a Eara y Nesha. Después de sostener al pequeño Kerr durante un rato, y hablar con Elisa de su evidente falta de sueño, cuyos surcos oscuros y pronunciados bajo sus ojos evidenciaban su cansancio, Kam se alejó unos metros de la esposa de McPherson y de Nesha, que sentadas hablaban entre sí mientras sostenían a los mellizos, para apoyarse en la mesa más cercana. Eara le siguió, poniéndose a su lado. —He visto lo que ha pasado con Elsbeth Comyn —dijo Eara inclinándose un poco hacia Kam para hablarle en confidencia, sin que el resto pudiese escucharlos. Kam no contestó de inmediato y siguió mirando hacia la puerta principal del salón. Eara le había comentado que Bruce llegaría en breve. Al parecer Logan había interceptado a su hermano y a Duncan antes de entrar en la estancia, para cruzar unas palabras con ellos. —¿Y qué se supone que ha pasado con Comyn? —preguntó Kam desviando sus ojos hasta Eara. —Cuando he entrado al salón te he visto sentado junto a ella, hablando. La distancia entre ambos era inquietante, y parecíais mantener una conversación, por decir de alguna manera, intensa. ¿Sientes algo por ella? Kam alzó una ceja. —Tienes una gran imaginación. Un aspecto de ti que todavía no conocía. Eara le miró fijamente, escudriñando su rostro. —Conozco esa mirada, Gordon… sé lo que significa —explicó Eara dándole levemente en el costado a Kam con su hombro, un gesto que decía más que cualquier palabra.

La confianza que existía entre los dos era evidente para cualquiera que tuviera ojos en la cara, y la cálida mirada que Elisa McPherson les dirigió sin que ellos se percatasen mientras intentaba que el pequeño Bruce, apoyado con la carita en su hombro, dejase de gimotear, era prueba de ello. —¿Y qué significa mi mirada,... experta en hermanos Gordon…? — dijo Kam con cierto retintín divertido. —Que te gusta o que la odias. O las dos cosas. Kam ladeó ligeramente la cabeza y se mordió el labio para no sonreír abiertamente. —Directa, incisiva, sin sutiliza. Te has quedado a gusto, ¿verdad? Eara le guiñó un ojo. —La verdad, sí —respondió—. Por cierto, a veces Bruce y tú sois como dos gotas de agua —continuó, chasqueando la lengua. —Sí, lo sé. Solo me ha faltado decir «pelirroja» al final. Eara rio sin poder evitarlo. Kam miró a Nesha cuando el pequeño Kerr soltó un sollozo. Nesha lo acomodó mejor entre sus brazos y eso pareció acabar con las protestas del pequeño. —Sea el que sea el sentimiento que despierte en ti, cuenta conmigo —dijo Eara ahora más seria. El menor de los Gordon desvió su mirada de Nesha y la posó nuevamente sobre Eara. La ternura que destilaron sus ojos al observar a la pelirroja fue más que evidente. Y la sonrisa cálida de Eara fue cómplice del momento. —Pensé que Elsbeth no te caía bien… —dijo Kam en voz baja. Eara asintió antes de mirarle. —Cuando la conocí quise que un agujero se abriera bajo sus pies y se la tragara. Y durante una cena deseé matarla. —Qué dulce… —dijo Kam con tono irónico —Pero… después… —continuó Eara más seria —¿Después? —preguntó Kam visiblemente interesado. —Me di cuenta de que Elsbeth Comyn es mucho más de lo que aparenta ser. En un momento determinado me dijo algo que hizo que mi percepción sobre ella cambiara totalmente. —¿Qué fue lo que te dijo? Eara tardó unos segundos en contestar.

—Me dijo que este mundo estaba lleno de lobos con piel de cordero y que era liberador encontrar a alguien que fuese brutalmente sincero. Que prefería eso mil veces antes que la hipocresía y la necedad. Kam frunció el ceño y su mirada se tornó más intensa. —Si pensase eso de mí y me lo dijese, seguramente también hubiese cambiado mi percepción. Eara sonrió. —Pero no estaba hablando de mí. —¿De quién entonces? Los ojos de Eara brillaron con malicia. —De Bruce —dijo Eara, observando cierta sorpresa en los ojos del menor de los Gordon—. Aquello me gustó. Una persona que desea la verdad por encima de todo y que odia las falsedades merece la pena. Alguien que fue capaz de captar cómo es tu hermano sin apenas conocerle es alguien a quien tener en cuenta. Kam le sostuvo la mirada a la pelirroja. —Me alegro de que llegases a esa conclusión y no la matases —dijo el menor de los Gordon con voz más grave. —De nada —dijo Eara con un punto canalla en sus pupilas, y Kam soltó una carcajada, que desvió unas cuantas miradas hacia ellos. El pequeño Bruce que sostenía Elisa empezó a gimotear, y el pequeño Kerr, el más tranquilo de los mellizos hasta que llegaron a tierras McGregor, al escuchar a su hermano comenzó a sollozar con fuerza, provocando que Nesha se levantase de la silla para pasearse con él. En ese instante Bruce entró en el salón centrando su atención en ellos. —Quizás sea mejor subirlo a la habitación —dijo Nesha a Elisa, con el ceño fruncido, intentando calmar al pequeño que no paraba de llorar—. Está muy inquieto. Justo en ese instante, un gorgojeo, parecido a una carcajada salió de los labios del pequeño Bruce, que encima del pecho de su madre la miraba moviendo los pies con fuerza. —¿Ahora te ríes, granuja? —le preguntó Elisa a su hijo con infinita ternura y amor. Era cierto que el pequeño Bruce era el más revoltoso, el que peor dormía, el más gritón, y desde que habían llegado a tierras McGregor

parecía, sin embargo, el niño más dulce del mundo, siendo Kerr el que estaba trayendo de cabeza a sus padres. —Deja que lo coja yo. Tú puedes sostener a este pequeñín —dijo Elisa a Nesha. Nesha, que iba a acercarse a Elisa, se paró en seco cuando, de repente, el pequeño Kerr subió la intensidad de sus sollozos prestando toda su atención a la figura que se acercaba. —No me lo puedo creer —dijo por lo bajo cuando Bruce, al acercarse a ella, cogió al niño que le estaba echando los brazos al aire, dejando de llorar de forma instantánea. —¿Qué te pasa? —preguntó Bruce al pequeño Kerr al oído, en voz baja, grave, cuando la cara del bebe se apoyó en su mejilla. Bruce, de manera lenta, empezó a hacer círculos en la espalda del pequeño que cerró los ojos gradualmente. Elisa y Nesha miraron a Bruce Gordon como si le hubieran salido de repente dos cabezas. —¿Cómo lo has hecho? —preguntó Elisa entre incrédula y sorprendida. —Lleva dos días sin apenas dormir, llorando casi todo el tiempo… —explicó Nesha perdiendo fuerza su voz al final ante la estampa del imponente highlander con el bebé en brazos. El pequeño Kerr, con la cabecita ahora descansando en el cuello de Bruce y sus deditos cerrados con fuerza sobre un mechón de pelo del mayor de los Gordon, parecía en ese instante un angelito, completamente dormido. —Tengo cierta experiencia. Tenía siete años cuando nació el terror de las Highlands —dijo Bruce mirando en dirección a Kam. El menor de los Gordon frunció el ceño con una mueca divertida antes de hablar. —Amy dice que yo no hacía nada más que llorar y berrear desde el mismo momento que nací hasta que tuve, ¿cuánto?, ¿un año? —preguntó Kam a Bruce. —A mí me parecieron siglos… —dijo Bruce, sentándose en una de las sillas y acomodando mejor al pequeño Kerr que, dormido, metió la carita en el hueco de su cuello y suspiró. Amy fue la mejor amiga de su madre dentro del clan Gordon. Hasta la llegada de Eara como esposa de Bruce, ella era la que se había encargado

de que todo funcionase a la perfección dentro del castillo perteneciente al clan, y desde que la pelirroja entró a formar parte de la familia, Amy la adoptó como a una hija. Decía que Eara tenía el temperamento de los Gordon. —Según Amy yo no dejaba de llorar. Mi madre no sabía qué hacer, exhausta de tenerme en brazos para que yo dejara de sollozar. Bryson no era muy comprensivo con los llantos de un bebé. —Ante esas últimas palabras, Kam sintió la mirada de Bruce sobre él, con intensidad. Ambos sabían lo que significaba. Elisa también lo miró con comprensión y en los ojos de Eara había rabia. Kam sabía que la pelirroja conocía del pasado de ambos a manos de Bryson Gordon, al igual que sabía que si este siguiese vivo, la esposa de Bruce no dudaría en atravesarlo con una de sus flechas. —Al parecer estaban desesperadas, sin saber qué hacer, cuando mi hermano de siete años me cogió en brazos y yo me callé de inmediato. Inexplicablemente, tiene un don. —Que desapareció cuando el niño se hizo mayor. Ahora no consigo que se calle —dijo Bruce, atravesando a Kam con la mirada.  Tanto Eara como Nesha rieron abiertamente ante esas palabras, pero los ojos de Elisa, fijos en Bruce, eran los de alguien que hubiera encontrado de pronto la tierra prometida. —Para —le dijo Bruce cuando se percató de la mirada de la esposa de McPherson. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Elisa al mismo tiempo que un brillo sospechoso se instalaba en sus ojos. —¿El qué debe parar? —resonó la voz de Duncan McPherson cuando llegó hasta ellos, después de haber terminado de hablar con Logan sobre cómo plantear la primera reunión que tendría lugar esa mañana con los clanes del norte a fin de determinar las exigencias de cada uno que serían necesarias para lograr una alianza conveniente y satisfactoria para los cinco. —Bruce es la solución —dijo Elisa de forma enigmática. —¿Debo preocuparme? —preguntó Duncan a Bruce, observando cómo su hijo Kerr descansaba plácidamente dormido en el hombro de Gordon. —Debes —contestó con firmeza Bruce. Duncan se mordió el labio inferior para no reírse.

—¿Puedo preguntar por qué? —No te lo aconsejo —contestó Gordon, cambiando a Kerr despacio de hombro, y apoyando la carita del pequeño contra su pecho. Elisa contuvo el aliento, tanto que Eara y Kam la miraron divertidos, a la vez que dirigió la mirada hacia su esposo con la boca abierta y los ojos saliéndosele de las órbitas. Duncan miró a su esposa, a su mitad, con uno de sus hijos en brazos, y la punzada cálida y llena de ternura que sentía cada vez que contemplaba esa imagen le oprimió nuevamente el corazón. —¡Por eso! —exclamó Elisa con fuerza señalando a Bruce—. Ha estado ocultándonos que tiene un don. —¿Tienes un don? —preguntó Duncan volviendo la mirada hacia Bruce con un tono burlón. —McPherson, eres el único amigo que tengo, no me obligues a matarte —contestó Gordon. La risa de Eara y Kam hizo que Elisa los mirara con cara de pocos amigos. —Elisa ha descubierto que mi hermano es capaz de tranquilizar a uno de tus hijos —dijo Kam cuando dejó de reír. —A uno no, a los dos —afirmó Duncan—. Ayer por la noche fue él quien consiguió que el pequeño Bruce dejara de gimotear. La noche anterior, después de que Elisa y Duncan subieran de cenar, Nesha, que había cuidado hasta entonces de los dos pequeños, se fue a dormir, totalmente exhausta. Kerr no paraba de llorar y, cuando el pequeño Bruce comenzó, Elisa se quedó con el primero y Duncan se llevó al pequeño Bruce fuera de la habitación para ver si lejos de su gemelo y de su llanto conseguía que se durmiese. Fue una tarea imposible, hasta que Duncan se cruzó en el pasillo con Bruce. Gordon no le dijo nada. Solo tomó al pequeño en brazos y este dejó de llorar casi al instante, durmiéndose plácidamente un rato después.  La cara de Elisa ante las palabras de su esposo no tuvo precio. —Pensé que habías sido tú —dijo Elisa casi en un susurro mirando fijamente a McPherson. —No; me temo que el mérito fue todo suyo —dijo señalando a Bruce.

Elisa, con ojeras marcadas bajo sus ojos por la falta de sueño y por el cansancio, miró a Gordon con desesperación. —Bruce, eres un hermano para mí. Ayúdame. —Eso no funciona con mi hermano —comentó Kam divertido—. Yo le pongo esa cara y me tira al abrevadero. Nesha y Eara rieron. —Siempre que quieras, Elisa McPherson —contestó Bruce, y esas palabras, como todas las pronunciadas por el highlander, tuvieron la fuerza de una promesa. Duncan miró con ternura a su esposa observando cómo los ojos de la misma se nublaron con un brillo sospechoso ante las palabras de Gordon. —Yo soy tu hermano y no me dices cosas tan bonitas —soltó Kam, y su sonrisa no llegó a completarse cuando vio de reojo la expresión de Eara. Centrando su atención en ella la miró a los ojos y lo que observó en ellos le desconcertó, sobre todo cuando ante la llegada de Irvin, Logan y Edine, Eara aprovechó para retirarse al otro extremo del salón con la excusa de querer hablar unos segundos con Phemie. Una conversación que duró solo unos instantes. Finalizada, la pelirroja, en vez de volver con ellos, abandonó disimuladamente el salón. Kam miró a Bruce que, en ese momento, con el pequeño todavía en brazos, y Logan, Duncan e Irvin rodeándole, no había podido percatarse del extraño comportamiento de su esposa, ni de que esta había abandonado la estancia. No queriendo preocuparle sin saber antes qué pasaba, él salió tras ella. Le costó encontrarla. No creía que la pelirroja corriera tanto, pero después de buscarla y no dar con ella, decidió salir fuera del castillo. Su instinto le llevó hasta el establo, donde la encontró al fondo, acariciando a Lluvia, su caballo. Eara le escuchó antes de que llegara hasta ella y se volvió. A Kam solo le hizo falta ver sus ojos un segundo para darse cuenta de que había estado llorando. Su estómago se atenazó por la preocupación. Maldita sea; en el tiempo que llevaba conociéndola nunca la había visto llorar. Cubrió el espacio que los separaba y se puso a su lado. —Es un glotón. Nunca tiene suficiente comida —dijo Eara acariciando las crines de Lluvia. Su voz intentaba sonar desenfadada, pero Kam pudo notar un ligero titubeo.

—¿Qué pasa, Eara? —preguntó Kam con voz suave y calmada. El silencio de la pelirroja, que dejó por unos instantes su mano quieta sobre la piel de su caballo al escuchar la pregunta de Kam, se dilató durante lo que parecieron siglos. —¿La perspicacia de los Gordon? —preguntó al fin y miró a Kam con una temblorosa sonrisa en los labios. El menor de los Gordon la miró fijamente a los ojos. —Es más que eso… Sé que los Gordon somos difíciles —dijo Kam y sonrió ante la mueca de Eara, como si ese hubiese sido el eufemismo del siglo—. Nos cuesta confiar y entregarnos. No amamos con facilidad, pero cuando lo hacemos… lo damos todo. Cuando alguien nos importa necesitamos saber que está bien, y tú me importas, pelirroja. Eara asintió con la cabeza a la vez que con una de sus manos borraba de su mejilla las lágrimas que, traidoramente, se habían desbordado de sus grandes orbes verdes que le miraban ahora con un sentimiento arrollador. —Y el resumen de todo lo que te he dicho antes es que no me pienso mover de aquí hasta que me digas qué te pasa. Eara rio con la voz temblorosa. —No sé qué me pasa, o quizás sí —dijo Eara guardando silencio después. —Vas a tener que decirme algo más. Tengo buena intuición, pero no tanta —respondió Kam con calidez y suavidad. Eara se retiró un poco de Lluvia, el cual se quejó por la falta de atención con un suave relincho. —Últimamente me es difícil controlar mis emociones. No estoy triste, pero hay veces que me emociono por una mirada, una frase, un recuerdo… y se magnifica de tal manera que simplemente me desborda. —¿Y qué es lo que ha provocado que hoy ocurra? El «pufff» que salió de los labios de Eara hizo que Kam alzase una ceja. Al parecer no solo había sido una cosa. —El ver a tu hermano con el pequeño Kerr en sus brazos… —dijo Eara llevando la mano hacia el centro de su pecho—, las palabras que le ha dicho a Elisa… No sé… Creí que sería imposible, pero cada día lo amo más y no puedo entender que en algún momento llegase a odiarlo, y me da rabia que el resto de las personas no puedan conocerlo como lo hago yo, porque

si lo hicieran, Dios, se darían cuenta de que no hay nadie como él; jamás he conocido a nadie como él, Kam. Su capacidad de amar y su generosidad no conoce límites. Kam tragó con fuerza el nudo que tenía en la garganta antes de hablar. —Lo sé —dijo el menor de los Gordon. —Me emocioné cuando le dijo a Elisa que estaría ahí siempre que lo necesitase. Me emocioné por el peso de esas palabras, porque fueron preciosas. Lo que me vuelve loca es el hecho de que esa emoción vaya acompañada de estas lágrimas que no puedo evitar y que no puedo dominar. Por eso me he marchado. Creo que voy a tener que acostumbrarme por un tiempo. Y Kam contuvo el aliento cuando vio el gesto instintivo de Eara al posar levemente su mano sobre su vientre. —Eara, ¿estás embarazada? —preguntó Kam con la voz más grave de lo habitual. Eara sonrió levemente. —Creo que sí, aunque todavía no estoy segura, y no he podido hablar aún con Elisa. —¿Lo sabe Bruce? Eara negó ligeramente con la cabeza. —No quiero decírselo hasta estar segura. No es el momento, ahora no, con la reunión. —No hay nada más importante en el mundo para mi hermano que tú, ¿lo sabes, verdad? Cuando quieras decírselo será el momento perfecto, tanto si es aquí como en mitad del océano. Eara asintió y otra lágrima furtiva se escapó de sus ojos. —Ven aquí —dijo Kam abrazando a la pelirroja. —Te quiero, Eara McThomas —le dijo al oído—. Voy a ser tío — continuó cuando se separó lo suficiente de ella como para mirarla a la cara —. No quiero que te asustes, pero sabes que voy a malcriar a ese bebé, ¿verdad? Lo voy a querer con toda mi alma. Y Eara se abrazó de nuevo a él, temblando. —Si no dejas de decir esas cosas, que hacen que no pueda dejar de llorar, no vas a vivir lo suficiente para malcriarlo —dijo entre pequeños sollozos Eara.

Y Kam sonrió. Ahí estaba la Eara Gordon que conocía y que había llegado a sus vidas para iluminarlo todo.

CAPÍTULO XII     Elsbeth se estremeció y soltó el aire lentamente con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en las tablas de madera, oculta entre las sombras a fin de que nadie reparase en su presencia. Tragó saliva con dificultad. El nudo que tenía en la garganta se lo impedía, y la sorprendió dejándola sin aliento. No podía reconocerse; no podía creer que una simple conversación escuchada a escondidas entre dos personas ajenas a ella pudiera afectarla de aquella manera. Pero allí estaba, con la respiración agitada y el corazón retumbando en el pecho, sintiendo algo que no le correspondía, algo que no le pertenecía, y que, a pesar de ello, removía su oscuridad, arrinconando las sombras, otorgándole un momento de libertad. Cuando un rato antes, tras la conversación mantenida con Kam, llegó al salón Taffy y Flecher Sinclair, decidió que necesitaba salir y disfrutar del aire fresco. Y así lo hizo, dirigiéndose al establo a ver a Titán, su caballo, con intención de tener un instante de paz. Lo que nunca llegó a imaginar es que terminaría en aquella posición. La urgencia y la necesidad de tener intimidad, la idea de disfrutar de unos momentos de soledad, visitando los establos, alejándose de aquellos muros y de todo ser vivo que se alojara aquellos días entre ellos la hizo descuidarse, y no ser consciente de la presencia de otros hasta que escuchó las voces. Por instinto se escabulló, metiéndose en el pequeño hueco que formaban varios tablones de madera que hacían de separación y pilar. Cuando tomó conciencia de quiénes eran, la situación incómoda en la que se había colocado ya era inevitable. Debería haber hecho notar su presencia y, sin embargo, guardó silencio, rogando para que nada la delatase. Cuando escuchó esa pregunta de «¿Qué te pasa?» de labios del menor de los Gordon dirigida a Eara, con un tono lleno de preocupación, supo que no estaba haciendo lo correcto siendo testigo de una conversación que no tenía las premisas de ser banal.

Una conversación superficial quizás hubiese acallado a su conciencia, pero aquello era demasiado íntimo. Se encontró mal al instante, maldita sea, lo hizo. Y sintió una punzada en el estómago por el deje de preocupación que percibió en la voz de Kam. Una preocupación que le pareció genuina y real.  Y ese solo fue el comienzo... Durante el resto de la conversación, y a través de la misma, Elsbeth fue descubriendo pequeños matices de un Kam que desconocía y que nunca imaginó. Oír la voz de la fuerte e inquebrantable Eara Gordon temblar apretó algo en su pecho, escuchar la respuesta cariñosa, visceral y franca de Kam y la dinámica entre los dos fue devastador, pero lo que consiguió resquebrajar su autocontrol, mover sus cimientos y sacudir su muro de contención fue el «te quiero» que oyó de labios de Kam Gordon. Eso la hizo sentir, y dolió, cómo dolió. Porque aquello no lo vio venir. Porque esas palabras jamás las había escuchado de labios de nadie, salvo en los de Alice. Porque su padre nunca las había pronunciado, nunca se las había oído decir, porque jamás, en toda su vida, las había escuchado salir de los labios de ninguno de los hombres que eran miembros de su clan dirigidas a alguno de sus seres queridos. No dudaba del afecto profundo que debían albergar estos por sus familiares, pero sin duda no lo expresaban abiertamente, no con esas palabras. Así no... Y lejos de parecerle fuera de lugar, extrañas… le parecieron tan acertadas y necesarias que se vio a sí misma queriendo ser la receptora de una pizca de ese sentimiento. Asqueada a su vez por desearlo, por anhelar algo que ella no podía tener. Porque no podía, no tenía derecho… pero oírlo, Dios… cómo la había conmovido. Y sin preverlo, y en contra de todo su ser, esas palabras, dichas con la ternura y la calidez que destiló la voz Kam, con una naturalidad arrolladora y una sinceridad absoluta, consiguieron meterse bajo su piel, marcando la diferencia. Una, peligrosa y abismal. Ahora sabía con absoluta certeza que no iba a poder ignorar a Kam Gordon, que este iba a ser un escollo, un continuo calvario y, que Dios no lo quisiera, su única debilidad.   ***  

Broc Ross miro a Kam Gordon con cierta sorpresa. Habían estado entrenando durante la tarde, tras la primera reunión que se había mantenido para intentar asentar las bases sobre las que celebrar las siguientes, recogiendo las exigencias, los máximos y los mínimos necesarios para una alianza. Los escollos a solventar y los límites que, bajo ningún concepto, cada clan estaba dispuesto a traspasar. Había sido tedioso, caótico y, por momentos, peligroso, sobre todo cuando Sinclair increpó a Gunn llamándolo maldito hijo de perra, o cuando Morgan escupió al suelo ante la presencia de Bruce Gordon, después de maldecir a Sutherland. Había sido una primera reunión llena de luces y sombras, a pesar de la gran diplomacia desplegada por Logan y Duncan McPherson. Después de la misma, determinando continuar al día siguiente, Logan animó a varios a unirse a él en un entrenamiento que tenía como fin eliminar tensiones a través de un duro ejercicio. Hubiese sido así si, a última hora, no se hubiesen unido a ellos Farlan Morgan, el hijo de laird Morgan, y Akir Ross, primo hermano de Ross. Broc había luchado contra Farlan. Duro, fuerte, alto y de complexión ancha, este último era fuerza bruta. Al principio le había costado más de lo esperado contener sus ataques, pero después de un rato, los signos claros de cansancio en la postura y el rostro de su oponente pusieron las cosas más fáciles para Broc, que, más ágil y diestro, podría haberse impuesto con facilidad, si así lo hubiese deseado. Sin embargo, no queriendo mostrar plenamente sus capacidades, dejó que Farlan le alcanzara levemente con su espada en el brazo, solo un arañazo, lo suficiente para dar por terminada la contienda mantenida. La cara de Farlan, neutra, ocultando su satisfacción, le indicó a Broc que este era un hombre de los que sabían ocultar sus intenciones. Luego vio a Logan luchar contra Ronald Davidson, y fue testigo de la diplomacia de McGregor en el uso de la espada, porque, a pesar de que Davidson no era rival para Logan, la lucha terminó igualada. Más tarde le llegó el turno a Kam contra Akir. Broc conocía demasiado bien a su primo. Sabía que este era taimado y que le gustaba jugar con su adversario, y aquella ocasión no fue la excepción. Le vio tantear a Kam, midiéndole, decidiendo erróneamente que el menor de los Gordon no daba la talla cuando le atacó demasiado pronto con decisión, confiado en acabar con aquel enfrentamiento en varios golpes. Ver un

segundo más tarde al arrogante de su primo en el suelo, lleno de barro, fue una verdadera satisfacción. Kam lo había desequilibrado con un mandoble ágil y diestro. Cuando Kam le tendió la mano a Akir y le dijo con una sonrisa «que su victoria había sido sin duda un golpe de suerte», Broc tuvo que admitir que el menor de los Gordon se estaba ganando su respeto. No fue hasta un rato después, cuando estuvieron cara a cara los dos y empezaron a ejercitarse, cuando comprendió que Kam Gordon era un estratega puro, que sabía perfectamente cuáles eran sus puntos fuertes, esgrimiéndolos con maestría, y defendiendo con inteligencia aquellos en los que era menos diestro. Broc se consideraba un buen guerrero, pero Kam Gordon no se quedaba atrás, permaneciendo enzarzados en el combate durante lo que parecieron siglos. Para un observador externo la balanza estaría ligeramente más inclinada hacia Ross; sin embargo, cuando Broc dio su golpe final consiguiendo que la espada quedara a escasos centímetros del cuello del menor de los Gordon, la sonrisa y el brillo en los ojos de su adversario le hicieron desviar su mirada hasta la mano del highlander para darse cuenta de que Kam tenía su espada a escasa distancia de su ingle. Un corte y se desangraría. Por tanto, la lucha acababa en tablas. —¿Ha quedado satisfecha tu curiosidad? —preguntó Broc al menor de los Gordon cuando terminaron y el descampado que habían utilizado para entrenar había empezado a despejarse. Los demás ya iban de vuelta al castillo, quedando ellos rezagados. —Sí, bastante, a pesar de la reticencia de mi oponente a mostrar todo su potencial —contestó Kam mirando con perspicacia al sobrino de laird Ross y echando a andar junto a él. Broc sonrió a su pesar. —Los dos hemos adolecido de lo mismo y, a pesar de ello, hemos aprendido cosas el uno del otro. Kam ralentizó el paso hasta que Broc paró y le miró. —¿Como qué? —preguntó. Broc pinzó su nariz con dos dedos, antes de soltar el aire que estaba conteniendo levemente y mirar a Kam.

—Que tú debes proteger más tu cuello y yo mis huevos —soltó Broc, y Kam rio hasta doblarse en dos. El menor de los Gordon no se esperaba aquella contestación procedente de Ross que, hasta entonces, se había mostrado distante y seco.  —Un resumen perfecto —dijo Kam una vez que paró de reír.   ***   Bruce, que había presenciado parte del entrenamiento en el que había participado su hermano, fijó su mirada en Kam que en ese instante reía abiertamente por algo que le había dicho Broc Ross. —Es alentador ver que no todos quieren arrancarse la cabeza entre sí —comentó Dune McGregor al lado de Gordon. Dune se había unido a él cuando, al salir a presenciar el entrenamiento, había visto a Bruce apoyado en una de las grandes rocas que descansaban a los pies del lateral este del castillo, con la misma intención que él—. Kam es un guerrero avezado — continuó Dune cuando Bruce no dijo nada. —Y también es mucho más comunicativo y expresivo que tú — terminó McGregor con el ceño fruncido ante la falta de respuesta de laird Gordon. —No has preguntado, solo has afirmado, por lo que no había nada que decir —contestó Bruce sin apartar la vista de Broc y Kam que, a lo lejos, estaban parados hablando entre sí. —Hijo, eso es hilar muy fino, ¿no crees? —preguntó Dune McGregor, consiguiendo que una de las comisuras de los labios de Bruce se elevara tenuemente. —No —contestó Gordon La risa ronca de Dune McGregor resonó suavemente. —Me gusta tu franqueza. Gordon alzó una ceja y Dune sonrió. —Enhorabuena —dijo Bruce. McGregor tuvo que carraspear para no reír de nuevo. Gordon le recordaba un poco a él mismo cuando era más joven. —No es fácil igualar a Broc en la lucha. Kam me ha sorprendido — comentó McGregor. Bruce desvió de nuevo sus ojos hacia Dune.

—Logan comentó que fuiste muy amigo de su abuelo, Clyde Ross. —Sí, lo fui —contestó Dune, y su voz adquirió una seriedad teñida de pesar—. Una gran pérdida su muerte. Él quería mucho a Broc. Lástima que tanto él como su hija Siüsan, la madre de Broc, no hayan podido llegar a ver al hombre en que se ha convertido. A Bruce no le pasó desapercibido el tono con que McGregor dijo las últimas palabras. Envueltas en cierto orgullo. —El resto de la familia no le tiene el mismo afecto —afirmó Bruce que vio cómo un brillo de furia se instalaba en los ojos de laird McGregor, uno que atenuó en ese mismo instante pero que había corroborado lo que él ya sabía: que la relación de Broc Ross con su tío y sus primos era, por lo menos, tirante. —Veo que es cierto lo que dicen de ti —espetó Dune. —¿Que soy un bastardo engreído? —Que eres un grano en el culo —dijo Dune McGregor—. Y un hombre muy perspicaz. Te ha bastado solo un día para darte cuenta de la escasa simpatía que le profesa Ross a su sobrino —continuó Dune, con cierta admiración por la capacidad de observación de Gordon. Bruce miró a McGregor fijamente. —No solo a Broc —agregó, y Dune asintió. —Vaya… estoy impresionado, y a mi edad pocas cosas lo hacen — contestó McGregor dando la vuelta para dirigirse al interior. Bruce desvió sus ojos de nuevo hacia su hermano, que en ese momento separaba su camino del de Broc Ross. Mientras el sobrino de laird Ross caminaba en dirección al castillo, Kam lo hacía en la dirección en la que él se encontraba. —¿Cuánto has visto? —preguntó el menor de los Gordon cuando llegó hasta su lado. —Lo suficiente —contestó Bruce. —Farlan Morgan es más inteligente que su padre. Ha estado reteniéndose y midiéndome durante todo el entrenamiento. Akir en cambio es fuerza bruta. —Lo he visto —asintió Bruce—. Broc Ross es mejor de lo que pensaba. —Sí, lo es —dio Kam—. Me lo ha puesto difícil y eso que no se estaba empleando a fondo.

—Tú tampoco —afirmó Bruce—. Sigue observándolos —le dijo a continuación, mientras le daba a su hermano un pequeño toque en el hombro. —Es extraño —comentó Kam tomándose su tiempo—, pero tengo la sensación de que estamos aquí como parte de un plan que desconocemos. Bruce le miró con un brillo salvaje en los ojos. —Que no te quepa duda —respondió el mayor de los Gordon con un tono de voz duro e inflexible. —¿Sabes que a veces eres un hombre muy alegre? Los ojos de Bruce adquirieron cierta calidez al escuchar la pregunta de su hermano. —No tientes a la suerte… —amenazó Gordon. —Qué paciencia hay que tener… —masculló Kam, mientras echaba a andar de vuelta al hogar de los McGregor. Gordon esbozó una sonrisa, una que solo dos personas en el mundo eran capaces de arrancarle.  

CAPÍTULO XIII     Sinclair miró a Morgan, furioso por tener que mantener aquella conversación cuando el peligro a ser descubiertos era extremo. Habían pasado solo tres días desde que llegaron y era la segunda reunión que tenían a escondidas. Primero fue con Ross y Morgan y ahora solo con Cathair. —Dijimos que solo nos reuniríamos cuando la situación fuese favorable para llevar a cabo nuestros planes. Esto no tiene nada que ver con lo dicho. Cathair Morgan achicó los ojos y, como un perro rabioso, casi escupió espuma por la boca cuando siseó su malestar. —No intentes traicionarme, Sinclair, o morirás en el intento. —Nadie te está traicionando. De hecho, eres el único con el que he tomado medidas para garantizar su seguridad. Ross se opuso, pero lo convencí. Y lo hice exactamente para que no tuvieras problemas. Morgan apretó un puño con fuerza antes de negar con la cabeza. —Cuatro mercenarios con los colores de mi clan todo el día a mi alrededor, como si fueran hombres de mi confianza. ¿Sabes lo que pasaría si se descubriera que son mercenarios? —gruñó Morgan con voz airada. —Baja la voz —dijo Sinclair lentamente. —Haré lo que me plazca, maldito hijo de perra —soltó Morgan—. Mis hombres de confianza no entienden por qué no son guerreros de mi propio clan los que se encargan de protegerme. Mi propio hijo lo desaprueba. Sinclair se acercó más a Morgan y le habló calmado, intentando razonar nuevamente con él. —Ya lo hablamos. Intentaron matarte en una emboscada. No sabemos quién, pero ten por seguro que es Sutherland o Gunn, y aunque te cueste aceptarlo alguien de tu clan te traicionó porque no había manera de que ellos supieran lo que ibas a hacer ese día, si no fuera con la ayuda de uno de tus hombres. La posibilidad de que puedan intentar algo estos días contra ti es alta. Necesitas a esos hombres y lo sabes. Además, son una parte fundamental para llevar a cabo nuestros planes.

—Y ahora dirás que te preocupa mi salud. No seas hipócrita. Quizás seas tú el que intentó matarme y solo tratas de confundirme. Sinclair negó con la cabeza a la vez que una sonrisa desprovista de cualquier tipo de emoción se adueñaba de sus labios. —Si yo hubiese querido matarte, ya estarías muerto. El gesto adusto de Morgan se volvió iracundo en solo un segundo. —No malgastes tu furia conmigo, Morgan. Ross, tú y yo tenemos un pacto, y los tres somos necesarios para llevar a cabo nuestro plan. No te equivoques: seguimos siendo enemigos y vuestra vida no me importa nada; pero ahora os necesito, al igual que vosotros me necesitáis a mí, y no podemos permitirnos que uno de nosotros caiga. Porque si cae uno, caemos todos. Así que deja de poner las cosas difíciles —dijo Sinclair entre dientes con una frialdad que hizo que Morgan se calmase un poco—. Esos hombres están aquí para protegerte y, lo más importante, para acabar con Gordon. Morgan se pasó la mano derecha por su pelo, descansando en su nuca unos instantes antes de soltar un juramento. —Está bien. Dejemos las cosas como están. Sin duda, con ellos haciendo el trabajo sucio será todo más fácil. No soporto a Bruce Gordon. Sinclair se regocijó interiormente en cuanto escuchó las palabras de Morgan. Era tan predecible que a veces le daba asco. La inteligencia no era el rasgo más notable de Cathair. —Sí, ya me he enterado del enfrentamiento que tuviste con él nada más llegar. No te apresures, eso no ayuda a nuestra causa, aunque sea un bastardo. Debe ser algo paulatino, recuerda que en parte es un Morgan. Aquellas últimas palabras dichas con premeditación alcanzaron su objetivo. —Retira esas palabras. Mi tío renegó de su hija, una perra que le dio la espalda a su clan, a su laird, por abrirse de piernas para un hombre que no era el que mi abuelo había designado. Su traición le costó caro al clan. Aquella alianza que por su culpa no se forjó hubiese marcado una diferencia para nuestro futuro —exclamó Morgan con ira—. Ese Bruce Gordon y su hermano ni siquiera deberían estar vivos, no deberían haber nacido. Es sangre de esa puta y del bastardo de Bryson Gordon. Y encima me miran con arrogancia, con superioridad. Mi padre los odiaba, y yo los odio. —Ten cuidado. Bruce Gordon es peligroso.

—Gordon ya está muerto, aunque él no lo sepa. Sinclair movió ligeramente la cabeza ante esas palabras. —Bruce es conocido por su crueldad, su falta de escrúpulos y su extraordinario manejo de la espada. Ten cuidado —dijo Sinclair sabiendo que con lo que había dicho azuzaba el avispero que habitaba dentro de Morgan. Cathair escupió al suelo con los ojos incendiados en llamas. —No me malinterpretes, puedes hacer lo que te plazca, pero ahora tu objetivo no es Bruce, sino Broc Ross. Morgan dio un paso atrás y cabeceó asintiendo de mala gana al final. —Sé cuál es mi objetivo, pero no va a ser fácil hacer que pierda los estribos. Hace un par de noches uno de mis hombres… Sinclair lo interrumpió antes de que terminase. —Sí, me di cuenta, y fue un intento mediocre y torpe. —Solo le estábamos probando —replicó Morgan frunciendo el ceño. —Eso espero, porque tiene que morir sin que haya dudas de que él buscó el enfrentamiento. —Lo sé, lo sé de sobra. Espero que Ross y tú también cumpláis con vuestra parte. Sinclair sonrió con malicia. —Cumpliremos —sentenció Flecher, consiguiendo que Morgan asintiera—. Espero que no vuelvas a tener dudas. No podemos permitirnos reunirnos así; es demasiado peligroso. Morgan no dijo nada, solo lo miró fijamente antes de dar media vuelta y salir de la habitación. Sinclair esperaba que nadie lo viese abandonar su estancia, aunque eso era algo altamente improbable debido a las horas que eran, de madrugada; sin embargo, aquel encuentro imprevisto, resultado de la ofuscación y desconfianza de Cathair, había sido casi providencial. Flecher había manipulado a Morgan y lo había encauzado en la dirección correcta. Ahora solo hacía falta que los demás se ciñeran al plan, a su plan. Si lo conseguía, que no dudaba de ello, estaría en camino de lograr todo lo que codiciaba, pagaría la deuda de su padre y prendería fuego a todo aquel que se interpusiera en su camino.

  ***   Elsbeth miró a Elisa y parpadeó una vez más intentando prestar atención. Sabía que le había preguntado algo, pero, para ser sincera, hacía ya un buen rato que estaba perdida en sus pensamientos y no pendiente de lo que estaban hablando. Los últimos días habían sido tranquilos, entrando casi en una rutina que agradecía. No había vuelto a encontrarse a solas con Sinclair, lo cual había sido un alivio, aunque no se engañaba pensando que no volvería a ocurrir. Le había visto mirarla alguna vez, consiguiendo ponerla nerviosa con sus ojos que, inquietantes, parecían decirle casi en susurros que tenía razones para estarlo. Tampoco había vuelto a hablar a solas con Kam Gordon. Fiel a lo que habían decidido hacer durante su estancia allí para ayudar a que los distintos clanes se conocieran mejor y limaran asperezas, durante las últimas comidas y cenas no coincidió en la misma mesa. No había sabido qué era peor. Casi lo había echado de menos. Casi… Una de las veces en la que tuvo que sentarse frente a su tía Skena a punto estuvo de clavarse un puñal en el pecho para acabar con el tedio que le provocaba tener que soportarla. La aversión que le tenía a su tía abuela solo era solapada por la que le profesaba a Esther Davidson la cual parecía haber encontrado en Dallis Sinclair, la joven esposa del laird, a una aliada para su maldad. El día anterior, la arpía de Esther había tenido un pequeño enfrentamiento con Eara cuando la hija de Davidson increpó a una de las jóvenes McGregor que ayudaba en el castillo, hasta hacerla llorar. Eara, con su genio y su ímpetu, la puso en su sitio, delante de varios invitados, lo que Esther no se tomó a bien. El color de la cara de la rubia, rojo, sofocado y distorsionado por la furia, así lo atestiguó. —No te estaba prestando atención. A mí me lo hace a menudo — comentó Alice a Elisa, desviando después sus ojos hasta Elsbeth y retándola a que dijese lo contrario. Edine, Elisa, Alice y ella se encontraban en una de las estancias del castillo. Una habitación que era para uso exclusivo de Edine, donde la esposa de Logan McGregor la utilizaba, entre otras cosas para bordar.

—Perdona, Elisa, me he perdido en mis propios pensamientos. ¿Podrías repetirme tu pregunta? La esposa de Duncan McPherson esbozó una pequeña sonrisa antes de asentir. —Te he preguntado si después vas a acompañar a Eara y a Phemie. —¿A dónde? —preguntó Elsbeth. Edine se mordió el labio para no sonreír. Alice levantó los brazos y los dejó caer en clara señal de indignación. —¿Has escuchado algo de lo que hemos estado hablando desde que entramos en la habitación? —Ehhhh… no —soltó Elsbeth sin titubeo alguno, provocando con ello que Edine y Elisa soltaran una carcajada. —No tiene gracia —dijo Alice dirigiéndose a las dos mujeres—. Vosotras no tenéis que soportar esto siempre. Elsbeth puso su cara más inocente antes de dirigirse a su hermana. —Sé que en el fondo adoras mis despistes.  Alice la miró como si pudiese atravesarla. —Eso no son despistes y lo sabes… —¡Qué bien me conoces! —susurró con fuerza Elsbeth, y Alice puso los ojos en blanco. —¿A dónde? —volvió a preguntar Elsbeth a Elisa un instante después. Esta última tenía un brillo divertido en los ojos después de ser testigo de la conversación entre las hermanas. —Van a dar un paseo por los alrededores. Eso captó de inmediato el interés de Elsbeth. Ella quería haber ido desde el primer día, pero a su padre no le pareció buena idea que fuese sola por unas tierras que no conocía y rodeada de numerosos miembros de otros clanes que no eran Comyn. —Claro que sí, por supuesto. —También van Esther Davidson y Dallis Sinclair —apuntó Edine. —Es una lástima que al final no vaya a poder unirme a ellas —dijo seguidamente Elsbeth. —Hace un momento has dicho que sí —espetó Alice. —Hace un momento no sabía que el aquelarre de brujas iba —dijo con ímpetu Elsbeth.

Edine tuvo que toser para no reírse de nuevo. —¿Desde cuándo dejas de hacer algo por la presencia de Davidson? —Desde el mismo momento en que no me quiero manchar las manos de sangre. Elisa tosió también uniéndose a Edine. —¿Qué sangre? —preguntó Alice a punto de perder la paciencia. —La de Esther cuando la descabece. Edine y Elisa no pudieron contenerse por más tiempo y rieron. —¡No puedes descabezarla! —exclamó Alice. —Imagino que lo está diciendo figuradamente —comentó Edine a Alice. La cara de Alice que decía claramente «tú no conoces a mi hermana» hizo que tanto Edine como Elisa mirasen a Elsbeth. —¿Por qué te cae tan mal Davidson? —preguntó Edine—. A ver… —continuó levantando una mano cuando las cejas de Elsbeth se alzaron ante su pregunta, tanto que parecieron desaparecer por su cuero cabelludo —. Sé que tiene un carácter difícil. Es caprichosa e impetuosa… —Es una arpía egoísta —interrumpió Elsbeth—. Una serpiente venenosa, una bruja del infierno y la aliada del demonio, a la que no le importa humillar o herir sin medir las consecuencias y sin un solo atisbo de arrepentimiento. De hecho, disfruta haciendo daño. —Se ajusta bastante a la realidad —le dio la razón Elisa—. Y por eso estaría bien que las acompañaras. Elsbeth miró a Elisa y sus ojos decían claramente «podías haberte ahorrado el último comentario». —Eara se las apaña bastante bien sola —dijo la rubia. —No lo discuto —contestó Edine—. Pero son dos. Dallis tampoco es que sea una mujer de gran bondad y corazón. —¿Y por qué no vais vosotras? —preguntó Elsbeth alzando una ceja. —Yo no puedo ausentarme ni un momento —dijo Edine que, como esposa de Logan McGregor, estaba encargada de todos los aspectos prácticos del castillo durante la reunión. —Yo tengo a los pequeños, y Nesha no puede con ambos. —Yo las ayudo —dijo Alice apuntando a las otras dos mujeres. Elsbeth las miró fijamente antes de inspirar con fuerza.

—Está bien, pero luego no quiero quejas cuando Davidson vuelva sin cabeza. Alice hizo una mueca de disgusto, Edine negó con la cabeza y Elisa sonrió con un brillo travieso en los ojos.

CAPÍTULO XIV     Elsbeth supo lo que pretendía Alice en cuanto escuchó las sugerencias de Edine y Elisa para que se uniera al grupo que esa tarde daría un agradable paseo explorando las tierras McGregor cercanas al castillo: que se relacionara con el resto y que no se mantuviera al margen. Lo que Alice no comprendía era que ella no sentía deseo alguno de estrechar lazos con nadie, y, sin embargo, allí estaba, deseando que aquel paseo terminase lo antes posible o que la matasen para acabar con su sufrimiento. Miró hacia delante para ver a Mysie, la esposa de laird Sutherland y madre de Phemie junto a su hija y Eara cabalgando, mientras charlaban animadamente. Elsbeth, que había comenzado a su lado, se había rezagado poco a poco a fin de quedarse a solas. Las tres mujeres eran encantadoras, pero lo que menos le apetecía en aquel instante era escuchar ninguna conversación. Detrás de ella y a distancia iban Esther Davidson y Dallis Sinclair. Cercanos a las mismas estaban Leathan Ross y Hasson Sutherland, mientras Broc Ross y Kam Gordon cerraban el grupo. Elsbeth azuzó a Titán hacia un lateral, lo suficiente como para alejarse un poco del resto. Esto no era lo que ella había tenido en mente cuando pensó en relajarse montando a Titán. Iban demasiado despacio para su necesidad de desfogar la inquietud que la invadía sin descanso desde que llegó a tierras McGregor. Hicieron un alto demasiado pronto, cerca del lago, donde extendieron varias mantas sobre la tierra para poder sentarse y disfrutar de las vistas. Esther Davidson y Dallis se apresuraron a ocupar una de ellas. Las acompañaron Leathan y Broc Ross mientras en la otra tomaron asiento el resto. A Elsbeth las vistas le parecieron preciosas, pero lo de tener que sentarse con el resto a comentarlo era algo que no le apetecía. ¿No podían verlas mientras cabalgaban y que cada uno introspectivamente divagara sobre ello? 

—Ha sido una idea maravillosa salir a dar este paseo. El ambiente en el castillo a veces puede ser un poco opresivo —dijo Mysie Sutherland con una gentil sonrisa. —Sí, las negociaciones están siendo difíciles, esperemos que poco a poco las posturas se relajen y se pueda llegar a un acuerdo —comentó Hasson Sutherland. Kam sonrió de medio lado al escuchar la reflexión del hijo de laird Sutherland. Hasson era igual que su madre Mysie, y con dieciséis años parecía tener una madurez impropia para su edad. Al menor de los Gordon le agradaba. Solo había mantenido un par de conversaciones con él pero el muchacho le había causado buena impresión. No podía decir lo mismo de Leathan Ross, que al igual que el resto de su familia dejaba mucho que desear. Broc Ross era sin duda la excepción. Kam no podía entender cómo había una diferencia tan abismal entre Broc y el resto de los Ross. No solo en su carácter, sino también en su forma de actuar y en sus principios. Leathan carecía de buenas formas, y sus comentarios poco acertados y despectivos durante las reuniones habían derivado más de una vez en una discusión tensa con su padre, Mervin Ross. —Una reflexión muy acertada —dijo Eara a Hasson con su jovial energía, y Kam pudo ver cómo el joven se sonrojaba en el acto. Al menor de los Gordon le pareció entrañable el hecho de que aquel muchacho pareciera embelesado por Eara. Su cuñada era preciosa en todos los sentidos. Ese pensamiento le hizo desviar sus ojos hacia Elsbeth Comyn. Como cada vez que posaba sus ojos sobre ella o escuchaba su voz, todo su cuerpo reaccionó, de una manera que no pudo evitar, ni quería. Siempre había sido sincero consigo mismo, era una máxima que había seguido durante toda su vida y que no iba a cambiar ahora. Que le gustaba Elsbeth Comyn era una realidad desde el mismo momento en que la conoció. Que le intrigaba, le atraía y le sorprendía a cada paso era un hecho. Y que todo eso se había magnificado en los últimos días, una certeza. No había vuelto a hablar con ella desde el desayuno que días atrás compartieron y en donde quizás, tenía que reconocer, cruzó una línea que no debería haber traspasado. A veces era demasiado directo, demasiado sincero en sus manifestaciones. Lo sabía; ese era un rasgo que compartía

con Bruce y que en pocas ocasiones era aceptado con amabilidad por los demás. Quizás él no fuera tan brutalmente sincero como lo era su hermano, no en balde había intentado limar esa sinceridad latente durante toda su vida, pero sin duda había momentos en los que le resultaba difícil ponerle límites. Supo que no había sido discreto a la hora de observarla cuando Elsbeth volvió su rostro hacia él y le miró con cara de «olvida que estoy aquí» y que solo consiguió alimentar más sus ganas de perderse en sus gestos, en esos ojos tan claros como el hielo y que escrutaban con disimulo todo lo que acontecía a su alrededor. Ganas de estar junto a ella cuando el aura de nostalgia y de pesar que a veces la acompañaba hacía acto de presencia, deseando con todas sus fuerzas mitigar esa tristeza en la que la veía sumergirse y de la que nunca llegaba a desprenderse del todo. Ganas de contemplar su fuerza interior que desbordaba por cada poro de su piel y que la hacía única. De deleitarse con su elegancia, su mirada inteligente, su inconformismo y su aparente indiferencia. Una dicotomía que lo volvía loco. Kam, a regañadientes, volvió su atención un momento hacia el joven Sutherland cuando este le preguntó de pronto qué pensaba sobre la marcha de las negociones. —Creo que va a ser difícil llegar a un acuerdo dadas las posturas inflexibles de algunos de los clanes, pero para eso es esta reunión y para eso están presentes también otros clanes que han pasado por circunstancias parecidas y que pueden aportar su experiencia y sabiduría. Si los cinco clanes en conflicto comprenden que para llegar a un acuerdo deben flexibilizar sus posturas y estar dispuestos a hacer ciertas concesiones quizás haya una posibilidad. El joven Hasson asintió con convicción. —Estoy de acuerdo con usted. Kam se inclinó un poco hacia donde estaba el chico, como si fuese a hacerle una confidencia. —Tengo solo cuatro años más que tú, por favor llámame Kam. El joven Hasson asintió con una expresión afable. —Se lo agradezco, señor. Kam desvió de nuevo los ojos hacia Comyn y no la encontró cerca de ellos. Su mirada no descansó hasta hallarla de pie, junto a la orilla del

lago. Se percató de que estaba descalza, la punta de sus dedos rozando el agua y la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, con el rostro intentando capturar un rayo de sol inexistente entre las nubes que sepultaban el cielo bajo sus cuerpos. Y entonces Kam lo supo, supo que tenía un problema, uno de los que atraviesan el pecho y mantienen la herida abierta, uno que no había visto venir, no de esa forma y no con esa intensidad.     Elsbeth necesitaba sentir el agua helada bajo sus pies, necesitaba una pizca de soledad, un momento a solas entre todos los que allí estaban. Quizás el levantarse en plena conversación no era lo más educado, pero en aquel instante le daba igual. Había aprendido que, a veces, las necesidades que gritaban en silencio dentro de sí había que escucharlas para no caer presa de un mal mayor.  El sol no calentaba, pero la sensación al buscarlo, de la brisa acariciando su rostro, era reconfortante. Sintió el instante en que los ojos de Gordon volvieron a posarse sobre ella. No era la primera vez durante aquel paseo. Cuando estaban sentados había intentado convencerlo de que dirigiera su atención hacia otro lugar, hacia otras personas, con una mirada fría e implacable, pero eso no disuadió a Kam Gordon. Elsbeth empezaba a conocerlo lo suficiente para saber que era un rebelde fiel a sus propias emociones. Y ante eso, ella no pudo mantener la dureza en su mirada, no cuando la del menor de los Gordon se mostró tan limpia, tan directa y tan honesta. No cuando por primera vez en su vida sintió la caricia de una mirada. Jamás pensó que unos ojos pudiesen erizarle la piel y hacerle arder las entrañas. Por eso se levantó y se alejó unos pasos, intentando poner algo de distancia. Sin embargo, su pequeña huida no había pasado inadvertida por mucho tiempo a tenor de cómo podía sentir de nuevo sus ojos sobre ella. Un ruido a su derecha la hizo alejar sus pensamientos y desviar la vista hacia allí. Esther Davidson y Dallis Sinclair se habían levantado e iban hacia donde se encontraban los caballos, rodeándolos en vez de abordarlos de frente. Elsbeth frunció el ceño. ¿Qué estaban haciendo?

La voz grave de Broc Ross al dirigirse a Kam para señalar con la cabeza el horizonte, donde unas nubes negras parecían surcar el cielo con rapidez, la distrajo nuevamente. Se calzó apresuradamente y volvió junto al resto. Kam estaba ayudando a Eara a doblar y recoger la manta sobre la que habían estado descansando mientras Mysie, Phemie y Hasson Sutherland ya se dirigían hacia sus respectivas monturas. Los demás, sin que hiciera falta decir nada, corrieron hacia sus caballos, siendo conscientes de que debían volver cuanto antes. La oscuridad que se acercaba rápidamente hacia ellos indicaba que en cualquier momento podrían verse inmersos en el centro de una tormenta. Cuando todos estaban preparados para partir, el caballo de Eara se mostró extraño, nervioso e inquieto. Kam frunció el ceño y la pelirroja pegó su pecho contra las crines del animal intentando tranquilizarlo. No era raro que los caballos se mostraran nerviosos en aquellas circunstancias, cuando los truenos, cada vez más cercanos, parecían quebrar el cielo con su sonido, después de que se iluminara con el baile zigzagueante de los rayos. Eara, que era una gran amazona, pareció calmar por el momento al animal, hasta que emprendieron camino y se pusieron al trote, momento en el que el caballo de la pelirroja se volvió loco. El animal se encabritó, lanzó sus patas delanteras al aire, haciendo a Eara gritar, mientras se sujetaba a él con unos reflejos y una maestría que la salvaron en ese primer instante de caer al suelo. Todo ocurrió tan deprisa que no tuvieron tiempo de reaccionar antes de que Lluvia volviese a posar sus patas en la tierra y saliese a galope, desaforado, sin atender a las indicaciones de Eara. Elsbeth, que lo vio todo, no tardó en reaccionar. Consciente de lo peligrosa que era la situación, azuzó con todas sus fuerzas a Titán, justo después de que Kam y Broc Ross salieran tras Eara. La lluvia que solo unos segundos antes era apenas apreciable, empezó a caer con fuerza, anegando el suelo y dificultando la visibilidad; sin embargo, eso no desalentó a Elsbeth de tomar una decisión arriesgada cuando comprendió cómo podía acortar camino para adelantar a Eara e interponerse en su trayectoria a fin de conseguir detener su avance. Decidida a hacerlo, azuzó a Titán, unos segundos antes de que escuchara su nombre gritado con desesperación. No hizo caso del ruego, ni

siquiera dudó, simplemente lo desechó, concentrándose solo en lo que podía hacer para ayudar a Eara, dirigiéndose hacia el cinturón natural de piedras que había frente a ella y que cortaba el camino, obligando a todo el que pasase por allí a rodearlas para poder continuar. Elsbeth no cambió su dirección como el resto, sino que se agachó a lomos de Titán, pegó bien sus piernas al cuerpo del animal y fue directa hacia las piedras, ejecutando un salto que hubiese puesto los pelos de punta a cualquier persona racional que lo hubiese visto. No lo pensó, no lo dudó, simplemente actuó por instinto. Un instinto que podría haberla llevado a la tumba. El suelo estaba embarrado y cuando las patas delanteras de Titán tocaron la tierra de nuevo, Elsbeth por un instante pensó que ese sería su final. Solo su cuerpo en tensión, su maestría y su voluntad la ayudaron a mantenerse encima de la montura cuando el animal resbaló un poco en la recepción; sin embargo, eso no la desanimó, y una vez que recuperó la estabilidad, la rubia azuzó aún más a Titán para acercarse a Eara que, próxima a donde ella se encontraba, era seguida de cerca por Kam y Broc Ross que parecían no terminar de darle alcance. Apretando los dientes, Elsbeth fue a su encuentro y, cuando llegó a su altura, dada la velocidad del caballo de Eara y la imposibilidad de interceptarla, se mantuvo en paralelo con la pelirroja, acercándose tanto a ella para ayudarla a frenar el avance del animal, que cualquier movimiento en falso las podría malherir a las dos. Eara trataba inútilmente de calmar a Lluvia, pero el caballo parecía más enloquecido que nunca. Cuando Elsbeth se inclinó hacia el animal, tomando sus propias riendas con una mano y cogiendo al segundo intento, con su otra mano, las del caballo de Eara, entre las dos mujeres consiguieron ralentizar el paso del animal, lo suficiente para que Kam las alcanzara, se pusiese al otro lado de la pelirroja, y tomándola por la cintura la elevara de su montura para sentarla delante de él en la suya propia. —¡Suéltalas! ¡Suelta las riendas! —escuchó Elsbeth que alguien le gritaba, y juraría que procedía de la misma persona y con el mismo tono angustiado del que gritó su nombre antes de que saltara sobre las piedras. Elsbeth, sin embargo, no lo hizo, no las soltó, porque dejar al caballo de Eara no era una opción, y menos cuando sabía el cariño y el apego que la pelirroja le profesaba. Todavía recordaba la ocasión en que

Eara había comentado que adoraba a Lluvia porque lo había visto nacer. Y por eso tenía que evitar que el animal se perdiera bajo aquel torrencial de lluvia, medio enloquecido, para terminar herido o muerto. La hija mayor de Comyn vio a otro jinete posicionarse al otro lado del caballo de Eara, reconociéndolo al instante. Era Broc Ross que, cuando estuvo a la altura del animal, tomó también las riendas para que entre los dos pudiesen detenerlo. Lo que Elsbeth no esperó fue la parada casi abrupta de Lluvia. Un golpe seco que a punto estuvo de dislocarle el hombro cuando la mano que sujetaba las riendas quedó atrás. El dolor sordo y repentino le hizo soltar de inmediato las mismas, pero eso no evitó que el movimiento iniciado terminara desequilibrándola y mandándola al suelo. Sintió el golpe en su lado izquierdo, en la cadera, el hombro, la pierna y cerca de la sien, consiguiendo que el aire quedase retenido dentro de sus pulmones, sin poder respirar durante lo que le parecieron siglos. El dolor la aturdió y se mareó; sin embargo, el agua que caía sobre ella y la humedad del suelo que empapó sus ropas rápidamente, más de lo que ya lo estaban, la mantuvo consciente. De pronto unas manos, con un cuidado exquisito, la giraron hasta dejarla bocarriba antes de incorporarla levemente. —¡Respira, maldita sea, respira! —le gritaron, y de nuevo la voz, esa voz que en esta ocasión reconoció a pesar de la distorsión que provocaba en ella la preocupación que la embargaba. Elsbeth se esforzó para que una bocanada de aire entrara en su pecho y, cuando lo consiguió, un fuerte gemido brotó de su garganta. Los brazos que la envolvieron al instante y el pecho sobre el que la instaron a apoyar su cuerpo no los sintió ajenos, a pesar de no haber estado nunca entre ellos, y Elsbeth se encontró a sí misma aferrándose al feileadh mor que cruzaba el pecho de Kam Gordon, el dueño de esa voz que se preocupaba por ella, que se angustiaba por su bienestar y que se enfadaba por su temeridad, porque esa última emoción subyacía en el tono y las palabras del highlander. Elsbeth lo había notado, percatándose del adusto rostro del menor de los Gordon que la miraba como si quisiera convencerse una y otra vez de que estaba bien. La mano abierta de Kam se posó con delicadeza en su mejilla, inclinando la cabeza de Elsbeth ligeramente hacia la derecha, provocando

que los ojos del highlander se oscurecieran cuando estos se clavaron en una parte concreta de su rostro. Le vio apretar la mandíbula antes de que Eara y Broc Ross se acercaran corriendo hasta donde ellos se encontraban. —¿Cómo está? ¿Está bien? —preguntó la pelirroja. —Es… estoy bien —se encontró diciendo Elsbeth, aunque apenas le pareció reconocer su propia voz. —No está bien —afirmó con voz grave Kam—. Tiene un corte feo en la sien, y le duele el hombro. Cuando lo he tocado antes ha soltado un gemido de dolor, aunque no parece que tenga nada fracturado —continuó el menor de los Gordon, y de nuevo… ese tono de voz que provocaba que Elsbeth se estremeciera con una cálida sensación. —Estoy bien —volvió a repetir Elsbeth esta vez con más fuerza, con una energía que no supo bien de dónde salió. Quizás de su necesidad de quitar el ceño fruncido y la angustia de los ojos de Eara, y aliviar esa mezcla de sentimientos que veía en los de Kam Gordon y que la estaban matando por dentro. —Tenemos que irnos. La lluvia no cesa y está empapada. Eso no la ayudará. Elsbeth dirigió su vista hacia el dueño de esa voz y se encontró mirando unos ojos verdes tras un mechón de pelo rubio oscuro que en ese momento caía por la frente de Broc Ross. —Yo la llevaré conmigo —dijo Kam a Ross antes de que este asintiese con firmeza. —Puedo mon… montar —dijo Elsbeth entrecortadamente. El frío y el impacto de la caída estaban pasándole factura. —No te preocupes, por favor. Déjanos ayudarte —dijo Eara al ver la cara de Elsbeth; sin embargo, Kam Gordon ya la estaba tomando en brazos, provocando que otro gemido de dolor saliera de los labios de la rubia por el movimiento. Elsbeth giró ligeramente la cabeza hacia donde estaban los caballos. Quería saber si el de Eara estaba bien. Sintió alivio cuando vio que Hasson lo tenía cogido de las riendas y que parecía haberse calmado por fin. Sin embargo, lo que retuvo su mirada en Lluvia un instante más fue ver a Esther Davidson junto al flanco del animal. Fue solo un segundo, un movimiento rápido, casi imperceptible bajo aquella lluvia y el barullo de lo acontecido,

pero Elsbeth observó a Davidson mover ligeramente la silla de montar para después pisar fuerte algo que cayó de ella, enterrándolo con su zapato en el barro. Una oleada de náuseas embargaron a Elsbeth en ese instante y, sin poder evitarlo, dejó caer su cabeza junto al cuello de Kam, cerrando los ojos ante el mareo y el dolor que sentía por todo el cuerpo, no sin antes ver cómo los ojos de otra persona habían sido testigos de lo mismo que ella. Solo unos momentos después se sintió segura en otros brazos, unos fuertes que la sostuvieron por breves instantes hasta que Kam Gordon, ya sobre su montura, volvió a tomarla entre los suyos. Escuchó a Eara hablar con él, sintiendo después el abrigo de una manta envolviéndola y los brazos de Kam acunándola contra su pecho. Lo último que vio cuando tuvo fuerzas para abrir los ojos de nuevo fue a Mysie, Phemie y Hasson Sutherland, junto a Leathan, Esther Davidson y Dallis Sinclair reanudar la marcha delante de ellos. —No te duermas, Elsbeth Comyn —dijo Kam cerca de su oído. Y eso fue lo último que escuchó de labios del menor de los Gordon, antes de que la oscuridad la engullera.

CAPÍTULO XV     Kam soltó una maldición cuando sintió a Elsbeth laxa entre sus brazos. La apretó más contra sí, apoyándola en su pecho e intentando darle, con su cuerpo y la manta que Eara le había alcanzado, el mayor calor posible. La sangre todavía le ardía por la preocupación y el vértigo: por Eara, porque a pesar de ser una amazona excepcional, Lluvia estaba fuera de sí, imposible de controlar lo que podría haber provocado que la pelirroja sufriese un grave accidente, y por Elsbeth, porque aquel salto que ejecutó junto a su caballo le hicieron perder el aliento, atenazando sus entrañas con un miedo abrasador. El mismo que sintió cuando la vio caer. Jamás podría olvidar ese instante en el que sintió que se le detenía el corazón, porque hasta que llegó a su lado y comprobó que estaba viva, pensó que la había perdido. El dolor y la desesperación que sintió antes de saber que estaba bien lo tomaron por sorpresa, como ahora, incapaz de quitar sus ojos de encima de ella, incapaz de dejar de tocarla para cerciorarse una y otra vez de que estaba a salvo. Todo su autocontrol hecho añicos en solo unos segundos, por un sentimiento que iba más allá de lo que podía explicar. La había conocido en una reunión anterior, había coincidido con ella de nuevo en la boda de Bruce, y en ambas ocasiones apenas habían intercambiado algunas frases y, sin embargo, desde el principio lo supo: que ella era especial y única. Le gustó desde la primera vez que posó sus ojos sobre ella, desde el mismo instante en que le habló. Lo recordaba como si fuese ayer. —Espero no haber tardado —dijo Kam a su hermano cuando entró en el establo, en donde había quedado con Bruce. Su sorpresa fue encontrar a este hablando con Elsbeth Comyn. Habían conocido a la hermana de Alice en esta reunión, pero todavía no habían tenido ocasión de hablar con ella. Por lo menos él, ya que a Bruce se le conocía por no hacer amistades fácilmente. Todo el mundo se mantenía a distancia del lobo solitario. Quizás por eso, el encontrarlo hablando con Elsbeth Comyn

le había sorprendido tanto. Reprimió una sonrisa cuando observó la mirada de la mayor de las Comyn. Nadie podía decir que esos ojos de un azul tan claro que parecían a veces casi transparentes, gélidos y distantes, pudiesen abrasar como lo hacían en ese instante. Era como si el hielo pudiese quemar y fundir todo lo que alcanzase. —¿Interrumpo algo interesante? Quizás un «tengo ganas de matarte por algo que has dicho» —preguntó Kam mirando a su hermano. Sabía que Bruce a veces era demasiado sincero, y dada la mirada que Elsbeth tenía cuando él entró, era muy probable que a la rubia le hubiese sentado mal algo que dijera Bruce. —¿Es el gracioso de la familia? —preguntó Elsbeth a Bruce señalando a Kam. —No puedes hacerte una idea de cuánto —contestó Gordon mirando divertido a su hermano menor. Al parecer, sí, había malentendido la situación. Elsbeth Comyn no se mostraba molesta y parecía encontrarse a gusto conversando con Bruce, algo bastante inaudito teniendo en cuenta que todo el mundo parecía rehuir hablar con su hermano. Así que, sonriendo sin poder evitarlo, por esa grata sorpresa, se encontró, en un segundo, fascinado por sus ojos traviesos, por la fuerza que exudaba la mirada de Elsbeth Comyn clavada en él, desafiante, intensa, y que le robaba el aliento. Se encontró a sí mismo necesitando alargar ese instante. —Si vivieras con él, lo entenderías —contestó Kam a Elsbeth desviando después sus ojos hacia Bruce, que le observaba a su vez, con cara de pocos amigos. La mirada inquisitiva que le dirigió Bruce le hizo saber que no podía engañar a su hermano y que este se había dado cuenta de que Elsbeth Comyn no le era indiferente. Más que eso, estaba seguro de que se había percatado de que le tenía fascinado. Y si le hubiese quedado alguna duda, la siguiente mirada que le dirigió Kam a Elsbeth cuando el caballo que había tras ella la tocó ligeramente en el hombro con el hocico, haciendo que sonriera de forma radiante, seguro que terminó por confirmárselo. Porque la calidez que sintió en su pecho al ser testigo de la transformación que se produjo en ella fue un golpe de realidad. Porque Elsbeth, ya de por sí hermosa, con aquella sonrisa iluminó el lugar como si fuese una antorcha, y él se sintió como si le hubiese alcanzado un rayo.

—Estoy aquí, precioso —dijo la rubia acariciando con sus manos la barbada del animal, que parecía más que satisfecho con las atenciones que estaba recibiendo. Y Kam maldijo por lo bajo cuando todo su cuerpo vibró con el deseo de ser el receptor de una sola de esas caricias. Aquello no tenía sentido. Apenas la había visto y su cuerpo reaccionaba ajeno a la razón, discordante a sí mismo. Ni siquiera él se reconocía. ¿Cómo obviarlo? Ni siquiera quería hacerlo. —¿El malcriado de la familia? —preguntó Kam a Elsbeth refiriéndose al caballo, deseando obtener una respuesta de ella. Bruce alzó una ceja y le miró fijamente. «Bien», pensó Kam, no tenía nada que ocultar a su hermano que, estaba completamente seguro, ya se había dado cuenta de su turbación. Elsbeth, con suavidad, dejó de acariciar a Titán y, con lentitud, se volvió hacia los hermanos Gordon, acortando la distancia hasta que estuvo a solo un brazo de ellos. —Al final, va a resultar que además de gracioso eres ocurrente — espetó Elsbeth a Kam, mirándolo como si le estuviese perdonando la vida, con una intensidad en sus gélidos ojos azules que hubiese hecho temblar al hombre más bragado, pero que hizo sonreír al menor de los hermanos Gordon. «Vale», pensó Kam, estaba perdido, irremediablemente perdido. Si su mirada desafiante le había vuelto loco, su forma de enfrentarse a él había acicateado su interior con brutalidad. Al llegar a la entrada del castillo de los McGregor, Kam dejó sus recuerdos a un lado y, apretando contra sí su preciosa carga, bajó del caballo donde ya le esperaban Eara y Broc Ross. El resto se había dirigido a los establos para dejar sus respectivas monturas. —¿Me necesitas? —preguntó Ross mirándole fijamente. La lluvia convertida ahora en una suave llovizna seguía calando sus ropas ya empapadas. —¿Podrías hacerte cargo de nuestros caballos? —Por supuesto —respondió con rapidez Broc, con su atención puesta en Elsbeth que, envuelta en la manta y con la cabeza apoyada en el hombro de Kam, seguía con los ojos cerrados.

La frente fruncida de Broc Ross y su mirada de preocupación no pasaron desapercibidos para el menor de los Gordon, que después de haber visto la reacción de Broc esa misma tarde al ver a Eara en peligro, de acudir en su ayuda sin pensarlo, confirmaba la primera impresión que tuvo de él. Que era un buen hombre. Broc se apresuró a coger las riendas de sus caballos y dirigirse al establo, mientras Kam, con Elsbeth en sus brazos, y junto a Eara se dirigieron hacia la entrada. Nada más cruzar el umbral, un quejido procedente de Elsbeth le hizo ralentizar el paso y mirarla con detenimiento. Los párpados de la rubia se movieron como el aleteo de una mariposa antes de que se abrieran lentamente. Al principio estos parecieron no enfocar con claridad, hasta que su mirada se cruzó con la de Kam al inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás, para intentar verle con nitidez. El gesto de dolor que congestionó su rostro fue suficiente para que la hija mayor de laird Comyn recostase de nuevo su cabeza sobre el pecho del highlander. —No te muevas, por favor —susurró Kam, apoyando su mejilla en el pelo de la rubia. Elsbeth tragó con dificultad. Tenía la boca seca y el cuerpo empapado. Al intentar mover una de sus manos para tocarse la sien, donde un dolor lacerante invadía su cabeza a cada pequeño movimiento, algo se lo impidió. Una gruesa manta la envolvía, manteniéndola protegida. Sin duda si no fuera por ella y el calor que desprendía el pecho de Kam Gordon en el que descansaba, estaría congelada. Tomar conciencia de dónde estaba, de los brazos de Kam sosteniéndola sin esfuerzo, de la preocupación en su mirada, todo eso debería haber despertado de forma inmediata su desconfianza, su aversión a que nadie la tocase y, sin embargo, lo que sentía era algo muy distinto: una extraña y envolvente tranquilidad que no podía explicar. Y en aquel instante, en vez de cuestionarlo todo, por primera vez en años se dejó ir, se permitió dejar de pensar, aislando el silencio y el vacío que la acechaban siempre. La preocupación latente que había escuchado en la voz del menor de los Gordon, unida a todo lo demás, la hicieron cerrar los ojos, sintiéndose,

por un instante, importante para alguien más que no fuese su hermana Alice. Escuchó voces a lo lejos, quizás procedentes del salón que quedó atrás cuando en brazos de Kam este comenzó a andar de nuevo. Mareada, todo fue confuso hasta que las náuseas remitieron lo suficiente para atreverse a abrir de nuevo los ojos. Entonces reconoció el pasillo que conducía a las escaleras que daban a la primera planta, donde se encontraban las habitaciones. Oyó a Kam cruzar algunas palabras con alguien, un hombre quizás, y la voz inconfundible de Eara a su lado. Lo siguiente de lo que fue consciente es de encontrarse sobre una cama, la de la habitación que ella ocupaba, y el rostro de Alice sobre ella, con cara de angustia. Elisa McPherson apareció en su campo de visión un momento después, cuando la voz de Alice, temblorosa, la llamó. —Elisa, ha abierto los ojos. Elsbeth contempló a su hermana llevarse la mano al pecho como si hubiese estado corriendo y le faltase el aliento. —¿Cómo te encuentras, Elsbeth? La pregunta de Elisa quedó pendiente en el aire por unos segundos, antes de que ella pudiese contestar. Su voz, que le pareció extraña hasta a ella, salió de su garganta ronca y seca. —Estoy bien. Alice frunció el ceño en extremo. —Está claro que no está bien —dijo esta mirando a Elisa, señalando a su hermana con una mano, como si fuese más que obvio que estaba al borde de la muerte. La mirada que le dirigió Elisa a Alice casi hizo que Elsbeth sonriera, casi. —Díselo —le ordenó Alice a su hermana—. No estás bien. Tienes un corte en la sien, y te has desmayado. Tú nunca te habías desmayado antes. —Nun… nunca me había caído del caballo —contestó Elsbeth, todavía demasiado débil. —¿Lo ves? Casi ni puedes hablar —espetó Alice con los brazos en jarra.

—Alice, sé que estás preocupada, pero déjame que mire sus heridas, ¿vale? Yo soy la curandera —le dijo con paciencia Elisa. —Y yo soy su hermana, y la conozco, y sé que te va a decir que está bien sin estarlo, porque Elsbeth nunca se queja de nada, aunque esté agonizando. —¿Has agonizado alguna vez? —preguntó Elisa a Elsbeth con una ceja alzada y una pequeña sonrisa en la boca. La rubia intentó devolverle la sonrisa. —Cada vez que Alice hace de madre. Elisa no pudo evitarlo y sonrió abiertamente al escuchar cómo Alice contenía con un gemido la respiración, ante las palabras de la rubia. El hecho de que Elsbeth estuviese consciente y que hubiese incluso intentado bromear sobre la situación ya le decía mucho de su estado. —No puedo creerlo. Porque estás herida, pero ya hablaremos de lo que acabas de insinuar. —No lo he insinuado, lo he dicho claramente —afirmó Elsbeth que, a pesar de intentar aparentar que todo estaba bien, se sentía todavía bastante mareada. El estómago se le revolvió de nuevo y por un instante tuvo que cerrar los ojos para no vomitar. Notó la mano de Elisa en su frente. —¿Te sientes mareada? Elsbeth sintió una punzada de dolor en la sien al asentir levemente. —Tienes un corte en la cabeza, que voy a curarte ahora mismo, e imagino que magulladuras por todo el cuerpo, pero ¿te duele en algún sitio con más intensidad? —El hombro —le contestó Elsbeth volviendo a abrir los ojos lentamente. —Vale —dijo Elisa—. Vamos a quitarte toda esa ropa mojada y a mirarte bien, ¿de acuerdo? —Sí —dijo Elsbeth desviando la mirada hacia su hermana. —¿Padre ha dicho algo? Al instante de preguntarlo, se reprendió mentalmente por haberlo hecho, porque supo la respuesta sin que hiciese falta que su hermana le confirmase nada. La forma en que Alice apretó los labios, y la tristeza que tiñó sus ojos le dijeron todo lo que necesitaba saber.

Su padre hacía muchos años que había desistido de ser un padre para ella. Lo sabía y creía que se había acostumbrado a ello. ¿Cuándo aprendería? Porque seguía doliendo, seguía siendo desgarrador, a pesar de haber llegado a un punto en su relación con él en el que solo subsistía la decepción, la soledad y el vacío que le producía saber que para Henson Comyn nunca sería lo suficientemente buena. Elsbeth reconocía que había sido una hija difícil. Rebelde por naturaleza, demasiado franca en sus opiniones y terca en sus decisiones. Algo que su padre no perdonaba. Y ella hacía mucho tiempo que había dejado de esperar que eso cambiase, conformándose con saber que su progenitor era, por lo menos, un buen padre para una de sus hijas. —Está enfadado —terminó diciendo Alice, después de haberla ayudado a desvestirse, mientras Elisa revisaba sus magulladuras para comprobar que no se hubiese hecho algo más que los moratones que empezaban a colorear su piel en la cadera, en el costado y el hombro. Elisa, que empezó a curarle la herida de la sien, se tensó, deteniéndose un instante al escuchar a Alice. —¿Por qué está enfadado? —preguntó la esposa de McPherson con voz cortante—. Según Eara, la rapidez con la que actuó Elsbeth para ayudarla a controlar su caballo fue fundamental. Dice que sin ella lo más seguro es que hubiese sufrido un grave accidente. Elsbeth jamás había visto a la dulce y templada Elisa McPherson saltar de esa manera. En su interior algo cálido se extendió al escucharla salir en su defensa, así como agradeció las palabras que parecía haber dicho Eara sobre ella; sin embargo, creía firmemente que lo que la pelirroja había contado distaba de la realidad. Era verdad que ella había hecho lo posible por ayudarla, pero Eara era una amazona excepcional que no se dejó llevar por el pánico en ningún momento y que seguramente hubiese conseguido aguantar la estampida de su caballo aun sin su ayuda y la de los demás. —No te preocupes, Elisa —dijo Elsbeth cogiendo a su vez la mano de su hermana con la suya. Sabía que Alice no se había quedado callada ante su padre, lo sabía porque la conocía y, a pesar de ello, no quería que por defenderla se enemistara con él—. Es solo que a mi padre no le gusta que llame la atención en ningún sentido. El hecho de que haya vuelto del paseo en las condiciones que lo he hecho habrá generado sobre mi persona una atención de la que mi padre no es partidario.

Elisa pareció entender lo que había tras las palabras de Elsbeth por la forma en que la miró unos segundos antes de proseguir curando su herida. —Es injusto siempre contigo y así se lo he hecho saber —dijo Alice con determinación, esa de la que cuando hacía gala, Elsbeth no podía sino admirarla. Porque Alice no solía hablar mucho, pero cuando lo hacía, no defraudaba. —No te enojes con él. Sabes que yo tampoco se lo pongo fácil — dijo Elsbeth, que no quería ver deteriorarse la relación de Alice con su padre. —En esta ocasión no lleva razón, y tía Skena no ha ayudado. El pequeño gruñido de Elisa hizo que ambas hermanas la miraran a la cara. —Lo siento. Sé que es vuestra tía abuela pero comparte sus ideas, sobre todo si son de carácter peyorativo, con demasiada facilidad. Elsbeth enarcó una ceja. —Qué dulce eres, Elisa. Has sido demasiado gentil con ella. —¡Elsbeth! —dijo Alice en modo de advertencia. —No voy a decir nada más de ella, Alice, no hace falta, se basta ella sola —dijo, mientras Elisa terminaba de curar su herida, y le tocaba el resto de la cabeza, encontrando un chichón en la parte izquierda de la misma. —Te podías haber hecho mucho daño. Has tenido suerte —dijo la esposa de Duncan McPherson, y su mirada seria y preocupada la hizo ser consciente de todo lo que podía haber salido mal cuando, por impulso, hizo lo que creyó correcto. Quizás había sido una temeridad, quizás estuviese loca, pero volvería a hacerlo sin dudar.

CAPÍTULO XVI     Bruce miró a Eara y a Kam en silencio. Por fin se habían quedado a solas, después de que estos últimos, tras el paseo a caballo, llegaran con Elsbeth herida en brazos de Kam, y empapados hasta los huesos. Se había armado un revuelo apenas cruzaron la puerta de entrada, captando la atención de todos los invitados que estaban cerca, sobre todo cuando apareció Mysie Sutherland seguida de los demás que habían formado parte del grupo, y explicaron a grosso modo lo que había ocurrido. La tez pálida de Alice, cuando vio el estado en que se encontraba su hermana, y la aparición segundos después de Elisa, a la que habían avisado para que asistiera a la hija de Comyn, hizo que todo se precipitara en un minuto. Kam con Elsbeth en brazos, junto a Eara, Alice y Elisa se apresuraron a llevar a la hija mayor de Comyn a su habitación para poder atenderla y que Elisa determinase el alcance de las lesiones que sufría la rubia. A Bruce le dio tiempo, antes de abandonar la planta baja, de escuchar a Henson Comyn y a Skena Gunn pedir explicaciones sobre lo que le había pasado a Elsbeth. Ambos parecían más preocupados de que la hija mayor de Comyn fuese el centro de las habladurías, que del estado en que se encontraba la misma. Bruce les dejó tiempo a Kam y Eara para cambiarse de ropa, después de que estos dejaran a Elsbeth en manos de Elisa, antes de interceptarlos, meterlos en su estancia y solicitar que le aclararan ciertos puntos. —¿Podéis explicarme qué es lo que ha pasado? —preguntó Bruce, y la oscuridad que desbordaron sus ojos pardos asustaría hasta al guerrero más curtido. El mayor de los Gordon, después de haber oído a Mysie Sutherland, podía hacerse una idea bastante acertada de lo acontecido durante el paseo, pero aun así quería escucharlo de labios de Kam y Eara, además de

necesitar algo de tiempo para atemperar su corazón, el mismo que se había desbocado al enterarse de que su esposa había estado en peligro. Kam se apoyó en una pequeña mesa que había pegada a la pared, cerca de la ventana, y cruzó los pies al nivel de los tobillos mientras descansaba las manos en la madera a la altura de las caderas. Eara acortó la distancia que la separaba de Bruce antes de hablar. —Estábamos disfrutando de un agradable paseo cuando el cielo se oscureció en un instante. La tormenta nos cogió desprevenidos y al montarme en Lluvia para regresar, de pronto se descontroló. Quizás fuesen los truenos que resonaron demasiado cerca. —Se volvió loco —matizó Kam interrumpiendo a la pelirroja, y Eara miró al menor de los Gordon como si quisiese atravesarlo, dejándole claro que así no ayudaba—. Tu esposa es una amazona extraordinaria. Otra persona no hubiese podido aguantar como ella lo hizo cuando el caballo se encabritó, antes de salir en estampida sin rumbo fijo y claramente desorientado, pero... —Kam… —dijo Eara con una expresión entre enfado y consternación. —Eara, es Bruce…, por mucho que lo suavices se va a enterar de la verdad. Eara puso sus manos en jarra mirando al menor de los Gordon. —Sí, pero no hace falta ser tan minucioso en las descripciones y en los detalles. Así solo consigues que se preocupe sin necesidad. Al final no ha pasado nada, y yo estoy bien. —Pero podrías no haberlo estado —replicó Kam mirándola fijamente, sus ojos incisivos sobre los de la pelirroja, manteniendo en una sola mirada toda una conversación. —¿Se había descontrolado alguna vez de esa forma? —preguntó Bruce, y su voz sonó demasiado neutral, demasiado tranquila. —No es tan extraño que se pusiese nervioso —respondió la pelirroja al instante, evitando contestar conscientemente a la pregunta, mirando a Kam para que no apostillara nada más y mordiéndose la lengua para no decirles a ambos que había visto sangre en uno de los flancos del caballo al bajarse de él, parcialmente oculta bajo la silla. No lo sabía con certeza, pero apostaría la cabeza a que debajo de su montura había habido algún objeto punzante que, bajo su peso, había herido al caballo justificando su

comportamiento extraño. Pero eso no iba a compartirlo ni con Bruce ni con Kam, no hasta que comprobara que sus suposiciones eran ciertas, porque si en verdad había ocurrido lo que imaginaba y habían intentado que sufriese un accidente para provocar a Bruce y generar así un incidente que desestabilizase aquella reunión, ella no iba a ser quien les ayudara a conseguirlo. No iban a utilizarla. Eara sintió los ojos de Bruce sobre ella, inquisitivos, y supo que no la creía del todo, y que dudaba de la solidez de sus palabras. Le dolió recurrir a aquello (lo último que hubiese deseado hacer), pero dadas las dudas de Bruce, no le quedó otra opción. Así que mintió, mintió como jamás lo había hecho ni pensó que llegaría a hacer, a costa de saber que eso era algo que Bruce Gordon odiaba y que quizás no le perdonase fácilmente, a sabiendas de que él jamás le mentiría. —Lluvia ya hizo algo parecido hace unos años, durante una tormenta. Nos cogió a mi hermano Sim y a mí de vuelta a casa, tras ver a Inghean. Yo no tenía tanta experiencia y terminó tirándome al suelo. Afortunadamente no hubo nada que lamentar, solo unas cuantas magulladuras y un sermón por parte de Tay y Craig cuando llegamos a casa. Firth estuvo observando al caballo durante unos días tras aquello y Lluvia no volvió a tener ningún comportamiento extraño. Pensamos que se había puesto nervioso por el mismo motivo de hoy. Por los truenos cercanos. Además, esta tarde teníamos la tormenta encima —continuó mirando a Kam para que corroborara sus palabras—. Así que, por favor, no le deis más importancia de la que tiene. Kam miró a Bruce que no despegaba sus ojos de su esposa. Conocía suficiente a su hermano para saber que en ese instante Gordon estaba más preocupado que al principio de la conversación. —Lamento si os he preocupado a los dos —dijo Eara seria—. Y gracias, Kam, por ayudarme. No he estado en ningún momento en peligro, no contigo a mi lado —continuó, y sus palabras sonaron sinceras y sentidas —. Y ahora me gustaría ir a ver cómo está Elsbeth. Se ha arriesgado por mí y podría haberse herido de gravedad por ello. —Kam, déjanos un momento a solas —cortó Bruce, sin que sus ojos se despegaran un segundo de Eara. La pelirroja frunció el ceño e inspiró con fuerza, claramente contrariada.

—Claro —dijo Kam, mirando a Bruce y a Eara alternativamente—. Te veo en la habitación de Elsbeth —dijo el menor de los Gordon a la pelirroja cuando pasó por su lado, desviando sus ojos una última vez hacia su hermano antes de salir de la estancia. Los ojos de Bruce, cuyas expresiones conocía como si fuesen las suyas, refulgían como dos llamas ardientes. Estaba conteniéndose y él imaginaba por qué. Solo esperaba que ambos hablasen. Cuando cerró la puerta tras de sí, se encaminó por el pasillo hasta la habitación donde estaba la rubia. Había aguantado demasiado antes de verla de nuevo y cerciorarse de que realmente estaba bien. La forma en que se había arriesgado había sido un auténtico suicidio, y aquel salto, inaudito. Su ejecución había sido perfecta, con una maestría que había visto en escasas ocasiones y, sin embargo, a pesar de admirarla por ello, una parte de él estaba furioso, aterrorizado por lo que podía haberle pasado, porque, sin lugar a dudas, aquel salto podía haber significado la tumba para Elsbeth Comyn.   ***   —¿Por qué me has mentido? —preguntó Bruce con voz grave, firme, y a su vez tan calmada que Eara supo que no lo había engañado en ningún momento. —¿Confías en mí? —preguntó la pelirroja con una intensidad inusitada. —Con mi vida —contestó Bruce sin dudar, pero con un tono de voz duro y contenido. Eara asintió sin apartar los ojos de los de Gordon. —¿Y por qué no confías tú en mí? —preguntó a su vez Bruce, acortando la distancia entre los dos, lo suficiente para estar a un solo paso de ella. Su mano se posó con delicadeza en la mejilla de Eara, y esta cerró los ojos al sentir el contacto sobre su piel. —Mírame, Eara… La cálida voz de Bruce, deslizándose como si fuera seda en sus oídos, la hizo abrir los ojos y fijar su mirada en los suyos. En esos ojos pardos que la volvían loca, y que rebosaban determinación y fuerza. —Confío en ti, más de lo que confío en nadie en este mundo.

Bruce mantuvo sus ojos fijos en los de Eara, durante lo que parecieron siglos, antes de inclinar su rostro y posar su frente en la de ella, como si tras ese gesto hubiese tomado una decisión. —De acuerdo…, pelirroja —susurró sin dejar de acariciar con el pulgar la mejilla de Eara, con sus dedos enredados en el pelo de su esposa casi con devoción—. Toma lo que necesites de mí, guarda silencio si es necesario, pero no me mientas nunca más. Eara tembló ante su contacto, ante sus palabras, su aliento tan cercano al suyo. El deseo de besar sus labios fue irresistible, exigente y vital como el mismo aire que respiraba. Así que, sin esperar más, cubrió los centímetros que la separaban de su destino ansiado y tomó posesión de su boca, con voracidad. El gruñido que salió de la garganta de Bruce ante su asalto, la forma en la que dejó saquear su boca a placer, como ella quisiera, cuanto quisiera y de la forma en que quisiera, la hizo sentirse poderosa y tan deseada… tanto como el hecho de que respetara su silencio, sus razones y que confiara en ella a ciegas. Lo amaba tanto que le quemaba, le ardía la piel y el alma. Poco a poco Bruce se adueñó del momento, de ese beso abrasador, reclamándola a sorbos, con el ímpetu, la intensidad y la fuerza interior que le hacían único, hasta que sus labios se rozaron una última vez en una leve caricia. —¿Cómo lo has sabido? —preguntó Eara con la voz entrecortada, separándose lo suficiente de Bruce como para poder mirarlo a los ojos. No hacía falta especificar más, ambos sabían a lo que se estaba refiriendo Eara, al hecho de que Bruce hubiese descubierto que le había mentido. El brillo en los ojos de Bruce, su mirada adquiriendo mayor intensidad, pareció ir acorde con la ligera sonrisa que esbozaron sus labios. —Porque te conozco, porque tus ojos no saben mentir y porque te tiembla ligeramente el párpado derecho cuando no dices la verdad. Eara arrugó el entrecejo a la vez que se llevaba distraídamente una mano al ojo derecho. ¿Lo decía en serio? —No tienes secretos para mí, pelirroja —le dijo Bruce al oído, bajito, haciendo que cada rincón de Eara se estremeciera. «Eso es lo tú crees», se dijo a sí misma, mientras esbozaba una sonrisa antes de darse media vuelta, con un brillo travieso en los ojos.  

***   Kam entró en la habitación de Elsbeth Comyn cuando Alice salía de ella con intención de contarle a su padre que Elsbeth finalmente estaba bien y que solo tenía algunas magulladuras. Dado el escaso interés por la salud de su hija que había profesado Henson Comyn cuando se enteró de que Elsbeth había sufrido un accidente, y su preocupación mucho más profunda por el hecho de que lo acontecido hubiese generado algún tipo de comentario entre los invitados, anteponiendo su enfado a su inquietud como padre, Kam no creyó ni por un momento que laird Comyn estuviese ansioso por escuchar cuál era el estado en que se encontraba su propia hija. Alice se excusó al tropezar con él, instándole a que pasara a ver a su hermana, que todavía seguía bajo los cuidados de Elisa. La curandera estaba intentando en ese instante, sin éxito, que Elsbeth accediera a tomarse una infusión de hierbas calmantes para el dolor y que la ayudaría a bajar la hinchazón de los puntos en los que la rubia parecía haberse golpeado con más fuerza. Algunos de ellos se estaban tornando de color violáceo, ligeramente más inflamados. Kam fijó su mirada en la cama donde Elsbeth, tapada con una manta, permanecía tumbada y con el entrecejo fruncido, atenta a lo que Elisa le decía. No parecía muy contenta con lo que escuchaba de labios de la curandera del clan McPherson. —No vas a poder descansar, y a tenor de las magulladuras que he visto por todo tu cuerpo y del corte en la sien, ten claro que te hace falta guardar cama por un par de días. Déjame que te haga la infusión para que te ayude a aliviar el dolor y las molestias. —No quiero quedarme como si estuviera adormecida —protestó Elsbeth, y Kam juraría que percibió cierto temor bajo sus palabras, algo que no le gustó al menor de los Gordon. Elisa descruzó los brazos, claramente frustrada. —Solo te va a aliviar el dolor, no te va a dormir. Si no te la tomas no vas a poder descansar porque, aunque no quieras admitirlo, el costado izquierdo te tiene que estar matando de dolor, al igual que la herida de la cabeza. Elsbeth se mordió el labio inferior como si se lo estuviese pensando. Kam se percató de que ninguna de las dos se había dado cuenta de su

presencia. —Yo le haría caso —interrumpió Kam, y ambas mujeres dirigieron sus miradas hacia él a la vez—. Elisa es la mejor curandera que encontrarás en todas las Highlands. Sabe lo que hace. Los ojos de Elisa se tornaron cálidos tras esas palabras; en los de Elsbeth había cautela. —¿Qué haces aquí? —preguntó la hija mayor de laird Comyn, de forma seca, perdiendo fuerza su voz al percatarse de pronto de lo tremendamente descortés que había sido en sus formas. No podía olvidarse de que Kam había cuidado de ella llevándola de vuelta al castillo. ¿Cómo podría obviarlo si todavía le hormigueaba la piel en aquellas partes que habían estado en estrecho contacto con el cuerpo del menor de los Gordon? —Quería cerciorarme de que estabas bien —dijo Kam desviando sus ojos de la rubia hasta Elisa, que en ese instante le observaba con curiosidad. —Podría haber sido mucho peor, pero tiene que guardar reposo por un par de días, sobre todo por el hombro y la herida en la cabeza —contestó Elisa, ayudando a Elsbeth a incorporarse un poco en la cama. La expresión de Kam se agravó y, cuando Elisa volvió a mirarle, la mujer frunció ligeramente el ceño al comprobar el interés que Elsbeth parecía despertar en el menor de los Gordon. Inclinando la cabeza hacia un lado, como si estuviese intentando llegar a alguna conclusión importante, pareció dar con la respuesta que buscaba cuando, de pronto, sus ojos brillaron y en sus labios se dibujó una tenue sonrisa. —Voy a prepararte esa infusión y luego decides qué hacer, pero piénsalo, por favor —dijo Elisa finalmente a Elsbeth—. Y Kam… — continuó la curandera señalando al menor de los Gordon—, intenta convencerla de que se la tome, por favor. Doy por hecho que te quedas con ella hasta que vuelva. Kam asintió y Elisa miró por última vez a Elsbeth antes de dirigirse hacia la puerta, con la bolsa donde guardaba lo necesario para sus curas en la mano. Al salir dejó la puerta entreabierta. —No hace falta que me hagas compañía —dijo Elsbeth entre dientes en cuanto los pasos de Elisa, alejándose, dejaron de escucharse. Ella sabía cuidarse sola; no necesitaba que nadie la vigilase ni estuviese pendiente de su persona como si fuese una niña.

—Yo creo que sí —contestó Kam con gesto serio, sentándose en la silla que había cerca de la cama. —Aunque te lo haya pedido Elisa, no tienes por qué sentirte obligado a quedarte. —No me siento obligado; deseo hacerlo —contestó Kam mirándola fijamente. Elsbeth notó que la mirada del menor de los Gordon no era lo afable y vivaz que había sido en anteriores ocasiones. Tampoco tenía el brillo travieso ni la intensidad con la que otras veces posaba sus ojos sobre ella. Más bien parecía como si se estuviese conteniendo. La tensión y la seriedad en su rostro, incluso en su voz, en la parquedad de sus palabras, la llevaron a la conclusión de que el sentimiento que lo embargaba era otro, uno con el que Elsbeth en aquel momento no quería lidiar.  Y, sin embargo, se encontró a sí misma preguntando, como si el hecho de que él pudiese estar disgustado con ella la molestase más de lo que pudiera expresar. —¿Estás enfadado? Kam apretó los labios antes de inclinarse levemente hacia delante y apoyar los antebrazos en sus muslos, centrándose completamente en ella. —Sí, bastante. Elsbeth asintió ligeramente. —Pues no puedo hacer nada para ayudarte con eso —contestó la rubia. Sabía que estaba siendo brusca y desagradecida, pero lo que le había dicho era cierto. No pensaba discutir con él sobre lo que había pasado y, desde luego, él no podía sentarse allí y decirle que estaba enfadado por cómo había actuado. Él no era nadie para Elsbeth, ni a la inversa. Suficiente tenía conviviendo con la decepción constante de su padre, de su clan, e incluso con el desprecio y la actitud despectiva de su tía Skena, quienes pensaban que su deber era decirle continuamente lo que podía o no hacer, como para tener que aguantar encima la de Kam Gordon. Estaba harta de tanta hipocresía, de que le dibujaran constantemente los límites de lo que era adecuado o no y la reprendieran por ser ella misma. —Lo que has hecho ha sido… —comenzó Kam, y el pequeño silencio que sobrevino después, el modo en que la miró, la hicieron fruncir el ceño y centrarse completamente en él— ...ha sido impresionante. Audaz,

temerario y una auténtica locura, pero impresionante —continuó el menor de los Gordon—. Y seguramente hayas salvado a Eara de sufrir una peligrosa caída, pero Elsbeth… podrías haberte matado. La lluvia intensa, la tierra empapada… Si de por sí la ejecución de ese salto era prácticamente imposible, unida a lo demás, fue un suicidio… y ni siquiera lo pensaste. Elsbeth no podía apartar sus ojos de los de Kam porque, ¿eso que veía en ellos era preocupación? No, no podía ser cierto y, sin embargo… —Tomé una decisión —espetó Elsbeth, intentando alejar de su mente aquel pensamiento. —Una decisión que podría haberte costado la vida —respondió Kam cortante. Elsbeth negó con la cabeza antes de contestar. —Es mi vida, no la tuya ni la de nadie más. Yo la arriesgo cuando quiero y como quiero —espetó con furia contenida. Kam apretó los labios. —Eres dueña de hacer lo que te plazca, pero, al igual que tu vida es tuya, mis sentimientos son míos y no voy a doblegarlos. Y si me dejaras terminar de hablar, te diría que mi enfado no proviene de tu proceder, sino del miedo. Elsbeth tragó saliva y apretó la manta que la cubría con una de sus manos, hasta que sus nudillos se tornaron blancos. ¿De qué estaba hablando?... —¿Qué miedo? —preguntó dubitativa. —El mío. Y la fuerza con que Kam pronunció esas dos palabras la hizo contener el aliento. Una mueca retorció ligeramente las facciones de Elsbeth. —¿Me estás diciendo que sentiste miedo por mí? —preguntó la rubia, y el sarcasmo rezumó por todos lados. La sonrisa irónica que acudió a sus labios se borró de inmediato cuando vio los ojos del menor de los Gordon. Intensos, penetrantes y expresivos. —Pocas veces en mi vida he estado tan asustado como cuando esta tarde te vi dirigirte hacia esas piedras. El azul profundo, tormentoso y único de los ojos de Kam se oscureció varios tonos al pronunciar las últimas palabras, y Elsbeth asoció lo que veía en ese instante en los orbes de Kam a lo que escuchó momentos

antes de saltar. La forma en que alguien había gritado su nombre llena de angustia y desesperación. ¿Había sido él? ¿De verdad, no lo había imaginado? Maldita sea. ¿Quién era realmente Kam? ¿Y cómo podía romper con todo lo que Elsbeth creía conocer con la visceralidad y naturalidad con la que lo hacía? ¿Por qué le contaba aquello?, ¿por qué le decía que había sentido miedo como si no le importase desnudar su alma ante ella? ¿Qué hombre que conociese admitiría ese sentimiento, con la seguridad, la firmeza y el aplomo de una persona que no teme verbalizar lo que siente? Y una sola respuesta acudió a su mente: ninguno. Elsbeth no había conocido jamás a nadie como él, alguien cuya forma de pensar y de actuar no encajaba en su mundo, ni en su época. Y ese fue el momento… ese fue el instante en que sintió a su corazón saltarse un latido. Ese fue el momento en el que fue plenamente consciente de él, de lo que le provocaba y del peligro real que suponía para ella. El tiempo que llevaba conociéndolo, las veces en las que habían coincido en el pasado y habían mantenido una conversación, como en la reunión en territorio McPherson o la boda entre Bruce y Eara, parecían ahora solo una sombra en comparación con lo que había descubierto de él en los últimos días. Elsbeth tragó saliva al percatarse de que parecía conocer mejor a Kam Gordon en ese escaso periodo de tiempo de lo que en realidad conocía a la inmensa mayoría de los que la rodeaban y con los que había convivido desde que era una niña. ¿Cómo era eso posible? ¿Y por qué descubrirlo le generaba una doble sensación? Se sentía mejor de lo que lo había hecho en mucho tiempo y a la vez extrañamente vulnerable. —No tiene sentido —dijo Elsbeth casi con un hilo de voz. Su intención no había sido decir esas palabras en alto y, sin embargo, allí estaban como si hubiesen tenido voluntad propia. —¿Qué no tiene sentido? —preguntó Kam, sin dejar de mirarla con una intensidad arrolladora, impidiéndola desviar su mirada de la de él—, ¿que admita haber tenido miedo o que lo haya sentido por ti? Elsbeth sintió su respiración agitarse, levemente, perdiendo su cadencia natural. —Las dos cosas —contestó la rubia incrédula, con la voz ahogada y quebradiza.

El rostro de Kam se contrajo levemente como si la afirmación de Elsbeth le hubiese golpeado. —Todo el mundo tiene miedo, Elsbeth, en algún momento de su vida. Es inevitable. Eso no te hace débil sino humano —dijo Kam sin apartar los ojos de ella—. El enfrentarte a ese miedo, el reaccionar ante él y vencerlo, es lo que te hace fuerte. El hecho de que no se admita no significa que no esté presente —continuó suavizando sus últimas palabras—. Solo un loco o alguien que no tenga nada que perder no tendría miedo. Y yo, hoy, he tenido miedo de perder a dos personas muy importantes para mí. A la pelirroja, no solo porque es la mitad de Bruce, sino porque se ha convertido en alguien indispensable en mi vida,… y a ti. Y ese miedo, el que he sentido por ti, ha sido feroz. ¿Quieres saber por qué? —preguntó Kam, y Elsbeth sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. —N…no —susurró Elsbeth. Kam se mordió el labio inferior ligeramente y Elsbeth no pudo evitar que sus ojos, de pronto hambrientos de algo que no entendía, se centraran en él. —¿Quién tiene miedo ahora? —preguntó el highlander con voz baja y grave. La respiración de Elsbeth, ya errática, y el corazón tronando en su pecho casi la hicieron saltar cuando Elisa entró de nuevo en la habitación con la infusión en la mano. —Deberías hacerle caso a Elisa —dijo Kam, levantándose de la silla cuando la esposa de McPherson llegó hasta ellos—. Te dejo descansar — finalizó mirando a Elisa antes de salir. La curandera le devolvió la mirada, con un tinte de preocupación en sus ojos. Elsbeth ni siquiera se dio cuenta de ese intercambio, sumida en su propio mundo de emociones. Unas de las que creía carecer, unas que estaban brincando en aquel instante en su interior, adueñándose de su ser y abocándola al más absoluto caos. Había pedido durante aquellos años, con desesperación, con ahínco, que el silencio desapareciera de su cabeza, de su interior. En aquel instante casi echó de menos aquel silencio.

CAPÍTULO XVII     Broc bajó de su caballo, preguntándose de nuevo cómo encajaba aquel broche que llevaba guardado en su feileadh mor con todo lo acontecido el día anterior. Esa mañana, antes del alba, había salido a cabalgar dirigiéndose al mismo punto donde Elsbeth Comyn se había caído de su montura y donde vio a Esther Davidson sacar algo de debajo de la silla de Eara Gordon. Algo que, después de dejar caer, enterró con su pie en el barro. Había sido un golpe de suerte el encontrarlo después de las horas transcurridas y de la lluvia, que no había arreciado hasta bien entrada la noche anterior. No, no había sido nada fácil. Broc había tenido que inspeccionar la zona durante un buen rato, pero había merecido la pena. El sobrino de Ross dejó sus pensamientos a un lado y miró hacia la entrada. Ahora que estaba amaneciendo se veía alguna actividad por los alrededores, pero el establo permanecía en calma, tal y como lo había dejado antes de partir. —¿Ha encontrado algo? La voz de Elsbeth Comyn le tomó por sorpresa. Girándose lentamente hacia ella, mantuvo sus facciones relajadas y neutras, sin delatar en ningún momento lo que estaba pensando. Acortó la distancia que le mantenía lejos de la joven, que se dejó ver claramente después de salir del fondo, donde la escasez de luz hacía difícil percatarse de su presencia. Ross al aproximarse a ella observó los oscuros surcos debajo de sus ojos, y una ligera mueca de dolor en su rostro. Sin duda, le estaba suponiendo un esfuerzo mantenerse en pie. —¿Quiere sentarse? No tiene buen aspecto —dijo Broc dando un paso más, a lo que Elsbeth respondió a su vez dando un paso atrás. Ross detuvo su movimiento y frunció el ceño ligeramente. La expresión de Comyn era desafiante, y, sin embargo, su cuerpo le había contado algo completamente distinto. Estaba claro que no se sentía cómoda con él cerca, así que mantuvo las distancias.

—Estoy perfectamente —contestó Elsbeth que, ante la ceja levantada de Broc Ross, bufó por lo bajo—. Quizás haya exagerado un poco —rectificó acompañando a sus palabras con un movimiento de su mano que daba a entender que eso no era lo importante ahora—, pero puedo soportarlo. Descansaré cuando sacie mi curiosidad. Broc miró fijamente a la hija mayor de laird Comyn, que le miraba a su vez como si quisiera traspasarle. Ante su silencio, la vio desesperarse y removerse con impaciencia. —Sé que ayer, cuando me caí y todos estaban pendientes de mí, usted se percató de lo mismo que yo. —Y Elsbeth continuó a pesar de la ceja levantada de Broc Ross—. Le vi… Vi cómo se dio cuenta del gesto de Esther Davidson al tocar la silla de Eara y cómo después encondió con su pie lo que fuera que cayó de ella. No se agachó a recogerlo porque, en ese instante, Mysie Sutherland se dirigió a Esther, y perdió su oportunidad. Y no ha podido ir a buscarlo porque no ha cesado de llover hasta esta madrugada. Solo un loco saldría sin luz de nuevo hacia ese lugar —dijo Elsbeth, sin sutilezas, viendo en los ojos de Broc un brillo divertido ante sus palabras—. He estado vigilando desde mi ventana y cuando le vi escabullirse antes de que saliera el sol supe lo que iba a hacer. Lo mismo que hubiese hecho yo de haber podido. Ir a ver qué era lo que Davidson sepultó en el barro —dijo Elsbeth, sin dejar de mirarle a los ojos—. Así que vuelvo a preguntarle, ¿ha dado con ello? Broc Ross admiró en ese instante a Elsbeth Comyn. Inteligente, perspicaz y con agallas. Había esperado que nadie se hubiese dado cuenta de lo que había hecho Esther Davidson, pero dado que Elsbeth Comyn sí lo había hecho, podía, o bien negar que él hubiese sido testigo de lo mismo, o decirle que estaba en lo cierto pero que, desgraciadamente, no había encontrado nada. Lo mejor, lo más juicioso y sensato, era no decir nada, pero el hecho de que la mayor de las hijas de laird Comyn hubiese guardado silencio sobre el asunto alentaba su curiosidad. —Si es verdad todo lo que me ha dicho, ¿por qué no le ha hablado a nadie sobre ello? —¿Quién dice que no lo haya hecho? —contratacó Elsbeth. —Porque si fuese así no estaríamos manteniendo esta conversación.

Elsbeth apretó la mandíbula durante unos segundos sin dejar de mirar los ojos verdes de Broc Ross. Había que reconocer que era inteligente y rápido con las palabras. —No le pido que confíe en mí porque claramente yo no confío en usted, pero voy a contestar a su pregunta —dijo Elsbeth sin rehuir sus ojos —. No se lo he contado a nadie porque, de ser verdad lo que sospecho, significaría acusar a una persona de intentar provocar el accidente de Eara. Esa es una acusación muy grave que no puedo probar. Sin embargo, personalmente, quiero saber si estoy en lo cierto —continuó la rubia inspirando con fuerza antes de hablar—. Hace un par de días Eara llamó la atención a Esther Davidson por su inaceptable comportamiento con una muchacha perteneciente al clan McGregor. Esther humilló y vejó a esa muchacha, y Eara no se quedó callada. El problema es que lo hizo delante de algunos invitados y Davidson no es de las que aceptan las críticas, aunque su conducta fuese más que reprochable. Conozco a Esther desde hace muchos años y no es buena persona. Es rencorosa, vengativa y disfruta humillando a los demás. Piensa que es mejor que el resto y que puede hacer daño impunemente. —¿Está insinuando que Esther Davidson colocó algo debajo de la silla de Eara Gordon con el fin de que esta sufriese un accidente? —No lo insinúo; estoy convencida de ello. Y usted también, si no, ¿por qué ha salido antes del alba para buscar lo que fuera que Davidson dejara caer de la silla de Eara? —preguntó Elsbeth con determinación y la expresión extremadamente seria—. O, ¿quizás me estoy equivocando y lo que quiere es encubrirla? El aliento, exhalado con cierta brusquedad por parte de Ross, le dijo a Elsbeth que el highlander no había esperado esa acusación. —Vaya —dijo Broc Ross, apoyando el hombro en una de las vigas de madera con un brillo intenso en los ojos y una sonrisa de medio lado que a Elsbeth la hizo ponerse en guardia. La expresión de Ross era neutra, demasiado. ¿Qué escondía aquel hombre? Lo que fuera lo protegía con mano férrea. —Lo que me preocupa es lo mismo que a usted, así que le haré la misma pregunta. ¿Por qué, sabiendo lo que sabe, no ha dicho nada? — continuó Elsbeth sin darle tregua—. Yo tengo mis razones. —Y yo las mías —respondió Broc con una mirada inquisitiva.

—¿Y no puede ser más explícito? —¿Por qué debería serlo? Elsbeth tuvo que reconocer interiormente que Broc Ross tenía razón. No tenía por qué explicarle nada, y él sabía que ella no hablaría con nadie del asunto porque, como bien le había dicho, no tenía pruebas. —Porque puedo ayudarle. Elsbeth sostuvo la respiración, mientras Ross la observaba fijamente. Vio la mirada escrutadora del highlander sobre ella, quizás sopesando sus palabras. Francamente, no tenía muchas esperanzas de que Ross aceptase su propuesta, porque, para ser sinceros, él no la necesitaba. —¿Por qué ese interés en la seguridad de Eara Gordon? ¿Tan amiga es de la familia o es quizás algo personal contra Esther Davidson? Elsbeth dio un paso hacia delante, acortando la distancia entre ellos, sin apartar sus ojos de los orbes verdes de Ross, firme, con ímpetu y decisión. La sonrisa aún más sesgada de Broc indicó que aquel gesto lo había divertido. —Es verdad que no soporto a Esther Davidson, por todos los motivos que le he enumerado, y también es cierto que respeto y tengo en alto concepto a los Gordon; sin embargo, mi interés por saber no deriva exclusivamente de ellos, sino de la necesidad de descubrir la verdad, porque no soporto que nadie juegue con la vida de los demás y quede impune. Elsbeth contrajo ligeramente sus facciones cuando vio un cambio en la mirada de Broc Ross. Fue sutil, pero ahí estaba. Su mirada era más penetrante y su sonrisa había prácticamente desaparecido. —De acuerdo —dijo de pronto Broc, provocando que Elsbeth parase en seco su avance. Llegados hasta aquel punto, algo le decía a Broc que la hija mayor de Comyn no cejaría en su empeño por averiguar la verdad, y él prefería tenerla cerca y velar por su seguridad que no saber cuáles iban a ser sus siguientes pasos. —¿De acuerdo? Ross asintió. —Me ha convencido. —¿Lo he convencido? —¿A partir de ahora va a repetir todo lo que le diga? Elsbeth se mordió el labio inferior antes de dar un paso hacia atrás. Ahora parecía casi tímida.

—Es la primera vez que me pasa. —¿El qué? —preguntó Broc Ross curioso. —Convencer a alguien de algo. La mirada de Broc fue inteligente, viva, estudiándola como si estuviese intentando desentrañar algún enigma. Pasaron varios minutos en los que el silencio entre ambos se hizo eterno, hasta que Ross pareció tomar una decisión. —Pues conmigo lo ha conseguido, así que voy a contarle lo que pienso —comenzó Broc, y Elsbeth le miró expectante—. La negociación está siendo difícil y compleja, y la tregua entre los cinco clanes del norte, mientras permanecemos en tierra McGregor, es muy frágil. Cualquier acontecimiento o hecho esporádico que sea hostil puede provocar no solo su fractura, sino una guerra, la misma que esta reunión pretende evitar. La expresión de Elsbeth se fue recrudeciendo ante las palabras de Ross. —No todos los clanes están a favor de esta reunión, ni de llegar a un acuerdo. Están aquí porque no tienen más remedio, porque no pudieron negarse ante la orden de su rey. Sin embargo, si algo justificase la ruptura de las negociaciones y el levantamiento de las armas de un clan contra otro, eso no podría considerarse traición. —¿Está diciendo...? Broc la paró con un gesto de su mano. —Si vamos a hacernos confidencias prefiero que me llames por mi nombre y dejemos las formalidades a un lado. Elsbeth, aunque reacia, asintió. —¿Estás diciendo, entonces, que crees que el accidente de Eara no solo pudo ser consecuencia del acto caprichoso y malcriado de Esther Davidson, sino de un complot para desestabilizar esta reunión? —preguntó Elsbeth, negando con la cabeza—. No lo creo —continuó la rubia frunciendo el ceño—. Esther Davidson no tiene motivos para desear algo así, ni creo que se ofreciera a ello. ¿Qué conseguiría ella? —Quizás la utilizaron —razonó Broc Ross, mientras sacaba algo de entre su feileadh mor y lo tendía en dirección a la rubia. Elsbeth dio varios pasos al frente, hasta que estuvo junto al sobrino de laird Ross y pudo mirar lo que había en la palma de su mano.

—¿Un broche?, ¿del clan Morgan? —preguntó Elsbeth incrédula, después de reconocer el lema de los Morgan. —Extraño, ¿verdad? —comentó Broc enarcando una ceja. —No tiene sentido —contestó Elsbeth paseándose de un lado a otro frente a Ross—. Ni Esther ni los Davidson tienen relación alguna con los Morgan. De los clanes del norte con los únicos con los que les une una estrecha amistad es con los Sinclair—. Elsbeth ralentizó su paso al pronunciar sus últimas palabras y miró rápidamente a Ross, en cuyos labios había asomado una sonrisa de apreciación. La cara de Elsbeth fue cambiando de expresión hasta que su tez pareció palidecer un tono. —Quieren enfrentar a los Morgan con Bruce Gordon, ¿verdad?, ¿por qué? —preguntó Elsbeth casi en un susurro—. Si desean una guerra entre los clanes del norte no tiene sentido que incluyan en sus planes el enfrentarse con uno de los clanes más poderosos de las Highlands como son los Gordon y cuyos aliados son numerosos. Sería un suicidio. —Quizás no quieran entablar una guerra con Gordon. Como bien dices, eso sería un suicidio. Quizás quieran crear una oportunidad. Elsbeth detuvo su caminar y se quedó mirando un punto fijo, como si estuviese completamente inmersa en sus pensamientos. Sus ojos se agrandaron como si hubiese encontrado una solución a sus enigmas, antes de que se plantase delante de Broc con claro nerviosismo. —¿Puede que Sinclair buscase con el accidente de Eara y el broche que todos pensaran que los Morgan habían atentado contra la esposa de Gordon para que Bruce desafiase y matase a Cathair Morgan? En los ojos de Broc brilló cierto tono de admiración. —O la muerte de los dos —dijo el highlander—. No descarto que quieran también la cabeza de Bruce Gordon. —¿Por qué? Gordon no tiene nada que ver con sus disputas — exclamó Elsbeth, entrecerrando los ojos de repente—. Y si lo que dices es cierto, hay que ser muy estúpido para elegir a Bruce Gordon como sujeto a manipular para sus fines. —¿Por qué? —preguntó Ross. Elsbeth elevó las dos cejas. —Me estaba formando muy buen concepto de ti. No destruyas mis esperanzas preguntando eso —dijo Elsbeth de forma espontánea, y Broc no

pudo evitar reír. —Sería estúpido —continuó la rubia—, porque Bruce no piensa ni actúa como los demás. Además de ser inteligente, es intuitivo y sabe mantener la cabeza fría hasta en los momentos más difíciles. Nadie en su sano juicio intentaría jugar con Gordon y menos a través de su esposa. Bruce quiere a Eara más que a nada en su vida. Y Bruce no está solo. Tiene a Kam. Es su brazo derecho, extremadamente inteligente, diestro y sabe juzgar a la gente con maestría. Tiene unas cualidades que lo hacen único. Cuando Elsbeth se dio cuenta de que estaba hablando de más ya fue tarde, a juzgar por la mirada divertida que le dirigió Broc Ross. —Creo que no eres muy objetiva —comentó el highlander, y la mirada cálida que desprendieron los ojos de Broc Ross mientras lo decía fue algo que Elsbeth guardó en su memoria para analizar más tarde a solas. —No entiendo una cosa. ¿Por qué te interesas por esto? —preguntó Elsbeth escudriñándolo con la mirada, atenta a cada uno de sus gestos. —Quiero que esta reunión tenga éxito, y que mi clan deje de estar amenazado por el inicio de una guerra que los Ross no se pueden permitir. Si hay algún tipo de plan oculto para desestabilizar las negociaciones, quiero saberlo para poder evitarlo. Broc miró a Elsbeth Comyn mientras esta parecía estudiarlo con detenimiento, analizando sus palabras. Broc no le había mentido. Lo que le había contado era cierto; aquella era una de las razones que le habían llevado a intentar descubrir qué pasaba detrás del incidente contra Eara; sin embargo, no era la única, ni mucho menos. Eso solo era una minúscula gota en una red de complots, manipulaciones y secretos que, como una intrincada maraña, él intentaba desenredar pero que, a cada paso que daba, se hacía más compleja y peligrosa. No quería que la mayor de las Comyn estuviese en medio. Era inteligente, ingeniosa y curiosa también, con un sentido de la justicia que le había sorprendido. Así como clara defensora de los Gordon. Broc coincidía con ella en que meterse con ellos era una auténtica estupidez; sin embargo, no podía descartar nada, a tenor de los últimos acontecimientos. —¿Que vas a hacer con ese broche? ¿Vas a decírselo a Gordon? La mirada intensa de Broc le dio la respuesta. —No, claro que no vas a hacerlo. Eso podría poner en peligro la reunión —dijo Elsbeth que no parecía muy convencida con la decisión del

highlander. —No voy a dejar que el incidente de ayer vuelva a repetirse. Estaré pendiente de Eara, no temas —prometió Broc—. Y voy a descubrir por qué lo han hecho. Elsbeth asintió antes de mirar a Broc desafiante. —Quiero ayudar… Y otra cosa: Esther Davidson es mía. La expresión entre divertida y cautelosa del sobrino de laird Ross la hizo chasquear la lengua. —Es demasiado peligroso. Los dos brazos en jarra sobre sus caderas dejaron claro a Broc que su respuesta no había sido del agrado de la mayor de las hijas de laird Comyn. —Si yo confío en ti, tú debes hacer lo mismo. Ahora el que entrecerró los ojos fue Broc. —Creía que habíamos dejado claro que ninguno de los dos confiaba en el otro. No sabía que podía mentir tan bien Elsbeth Comyn. —Yo tampoco —reconoció la rubia, provocando de nuevo la sonrisa de Broc Ross—. Solo pensé que entre los dos sería más fácil y rápido encontrar respuestas, pero lo entiendo, de veras. Broc la miró con cara de pocos amigos. —Vas a hablar con Esther Davidson igualmente, ¿verdad? Elsbeth ladeó la cabeza ligeramente con un brillo travieso en los ojos, y esa fue suficiente respuesta. —De acuerdo. No puedo evitar que hables con ella, pero sí pedirte que tengas cuidado. No sería conveniente que sospechara lo que sabes. La sonrisa de Elsbeth Comyn cuando habló dio escalofríos. —Tranquilo. No sospechará y, desde luego, no se atreverá a decir nada.

CAPÍTULO XVIII     Tres días después, las negociaciones estaban en un punto muerto. Logan McGregor se reunió con McPherson, Bruce Gordon y el resto de los clanes no involucrados en el conflicto para intentar entre todos buscar opciones, a fin de acercar la postura de los cinco clanes del norte que parecían decididos a no flexibilizar sus peticiones. Nadie dijo que aquello fuese a ser fácil, pero al hecho de que no se encontraran más cerca de llegar a una solución de lo que lo habían estado al principio, se sumaban los continuos roces y enfrentamientos entre los distintos clanes que, aunque se habían sofocado hasta entonces sin pasar a mayores, eran sin duda un polvorín que podía estallar en cualquier momento. —Morgan no ayuda en absoluto con su actitud desafiante y agresiva en cada una de las reuniones que mantenemos. Sus continuos ataques hacia Coburn Sutherland y a Sinclair son más producto del rencor y su sed de venganza que de un razonamiento inteligente —dijo Logan McGregor al resto. La cena había terminado hacía un buen rato y prácticamente todos se habían retirado a sus habitaciones. Solo quedaba algún rezagado perteneciente al clan McGregor en el salón, y se encontraban a suficiente distancia de ellos como para que pudiesen oír algo de lo que en aquella mesa se hablaba. Retirada del centro, en una esquina, servía de soporte para las copas de los cinco hombres que aún seguían bebiendo y disfrutando de la charla tras la ingesta de viandas. —Morgan y Ross no van a acceder a un acuerdo porque no les interesa irse de aquí con menos de lo que desean, y saben que una tregua significaría exactamente eso: ceder en algunos puntos de sus exigencias — Duncan expresó esto último después de que diera un sorbo a su copa. —Yo creo que Taffy Sinclair sí quiere un acuerdo, pero ¿os habéis fijado cómo a veces parece algo aturdido? ¿Y cómo suele cambiar su estado de ánimo cuando su hijo le susurra al oído durante las reuniones? —

preguntó Irvin McPherson pasándose una mano por el pelo para echar alguno de los mechones que le caían sobre su frente hacia atrás. —Flecher Sinclair manipula a su padre a su antojo, y es él quien realmente dirige el clan en la sombra —advirtió Bruce. McPherson y McGregor asintieron en señal de acuerdo. —Y Gunn está siendo sumamente precavido. No es claro con lo que desea, ni con sus lealtades —afirmó Logan. —Las tierras de los Sutherland y los Gunn son las más perjudicadas si llegan a un acuerdo. El resto de los clanes reclaman parte de las mismas para llevar a buen término las negociaciones —dijo Duncan, mirando fijamente a Logan. —Sinclair me ha dicho en privado que estaría dispuesto a dejar el tema de las tierras aparte si se llega a un acuerdo para un enlace matrimonial —soltó Logan con cautela. Todos los presentes, incluso Kam que hasta ese momento se había mantenido en silencio pendiente de la conversación, no pudieron evitar preguntar. —¿Un enlace con quién? —espetó Irvin el primero—. El único con una hija es Sutherland. —Ya tiene un enlace en mente y no es con la hija de Sutherland. Algo dentro de Kam se puso en guardia. —¿Con quién, entonces? —preguntó el menor de los Gordon que, aunque su tono y su postura no delataron nada, pareció ser suficiente para que Bruce le mirase fijamente, y que Duncan arqueara una ceja. —Quiere un enlace entre su hijo Flecher y la hija mayor de Comyn. Kam endureció el puño que tenía bajo la mesa y su mirada se volvió acerada. —¿Por qué un enlace con Comyn? Lo lógico sería con uno de los otros clanes del norte, para forjar una alianza que los lleve a aunar posturas. No entiendo en qué les beneficia esta unión y por qué estarían dispuestos a renunciar a algo por ella —intervino Irvin con el ceño fruncido. —Skena, la esposa de laird Gunn, es la tía de Comyn. Los Gunn no tienen hijos. Indirectamente, Sinclair dice que sería como hacer una alianza con ellos, de ahí que renunciaran a las tierras que ellos creen que les pertenecen por derecho. También alegó que sería una manera de restaurar

una amistad que pareció debilitarse en el pasado, pero que ansía volver a alimentar. —¿Sabes si la oferta de esa alianza ha sido ya realizada a Comyn por Sinclair? —preguntó Bruce inclinándose levemente hacia delante. —No, que yo sepa —respondió Logan— pero sé que lo está sopesando en serio. Le vi bastante convencido de llevar a término esa alianza cuando se afiancen un poco más las negociaciones. Kam cruzó una mirada con Bruce, una en la que se dijeron muchas cosas sin que hiciese falta ni una palabra.   ***   Elsbeth esperó entre las sombras a que todo estuviera en silencio. Parecía que la mayoría de los invitados y miembros del clan McGregor que habitaban el castillo se habían retirado ya. A pesar de que estaba segura de que todavía quedarían algunos rezagados en el salón, ella no podía esperar por más tiempo. Si alguien la veía a aquellas horas deambular por el pasillo sería de fácil explicación, pero si lo hacía cuando el castillo descansara en su totalidad sería, sin duda, más arriesgado, sobre todo porque no quería que fuese recordada, si por cualquier motivo salía mal, su visita nocturna a la habitación de Esther Davidson. Sabía que Esther era de las que se retiraban temprano. Eso es lo que había estado haciendo desde que llegaron. Así que en cuanto la vio esa misma noche abandonar el salón, la siguió a distancia, para quedarse entre las sombras durante lo que le parecieron siglos. El hecho de que la habitación de Elsbeth fuese la última y de que los que subían a sus respectivas estancias nunca llegaran a recorrer el pasillo en su totalidad facilitó el anonimato de Elsbeth, ya que entre las sombras nadie se podía percatar de su presencia, salvo que estuviesen a un palmo de distancia de donde ella se encontraba. Esa noche, además, se había puesto un vestido azul marino con el propósito de mimetizarse aún más con la oscuridad que, como la boca de una bestia, reinaba en el rinconcito del final del pasillo. Cuando calculó que Esther Davidson debía de estar profundamente dormida, con sigilo, se acercó a su puerta y la abrió lentamente, rogando para que Davidson no se despertase. La pequeña vela que había en la mesa, al lado de la cama, iluminaba lo suficiente para permitir a Elsbeth entrar y

cerrar la habitación en silencio, observando cómo la figura que permanecía en la cama seguía quieta y profundamente dormida, dado el suave ronquido que escuchaba con cada inspiración de Davidson. Acercándose a la cama, en donde Esther dormía boca arriba con los brazos estirados y la cabeza ligeramente inclinada hacia donde estaba ella, sacó el pequeño puñal que portaba bajo el vestido, y que había permanecido agarrado a su muslo izquierdo durante toda la cena, y con sumo cuidado se inclinó sobre la cama para ejecutar el movimiento de forma coordinada. No quería que Esther tuviese la oportunidad de gritar o que, en un movimiento brusco, ella le cortase en el cuello sin querer. En cuanto puso su mano sobre la boca de Davidson y presionó, los ojos de esta se abrieron como platos, pudiendo observar Elsbeth en ellos el miedo y el pavor cuando Esther sintió el frío del metal sobre su cuello. —Solo quiero hablar contigo, así que, si no gritas, te estás quieta y contestas a mis preguntas, no tienes por qué temer que mi mano tiemble y, por error, encuentre en tu cuello un destino seguro. Elsbeth se dio cuenta del preciso instante en que Davidson la reconoció. Intentó revolverse, pero Elsbeth presionó el puñal sobre su cuello y apretó aún más su boca con la mano, provocando que la cabeza de Davidson se golpease ligeramente contra la pared. La mueca de dolor que retorció las facciones de Esther pareció convencerla de que las amenazas de Elsbeth no eran baldías. —Ahora, voy a quitar mi mano de tu boca. Si sale un solo sonido de ella antes de que yo te dé permiso, no verás un nuevo amanecer, y créeme si te digo que una parte de mí estaría encantada de que no me hicieses caso para tener la excusa perfecta y acabar contigo. Los ojos de Esther llamearon con rabia a pesar del miedo que se veía en ellos. —Asiente con la cabeza si me has entendido. Davidson lo hizo y Elsbeth pudo sentirla temblar ligeramente. La rubia quitó la mano lentamente de los labios de Esther y, cuando Davidson cumplió con su parte, Elsbeth la permitió incorporarse lo suficiente para quedar sentada con la espalda apoyada en la pared. Eso sí, sin que el puñal abandonase en ningún momento el cuello de Davidson.

—¿Te has vuelto loca? —preguntó Esther, fallándole el aliento como si hubiese corrido una gran distancia. —Sabes que lo estoy, así que te aconsejo que no me enfades. Ya sabes, podría cometer una locura. Y ahora lo que quiero es que me prestes atención y que contestes a todas mis preguntas —dijo Comyn, presionando un poco la punta del puñal en el cuello de Davidson, lo que hizo que Esther contuviese el aliento. —El otro día, cuando Eara estuvo a punto de sufrir un grave accidente al actuar su caballo de forma extraña, sé que fuiste tú quien puso algo bajo su silla de montar, y que fue eso lo que provocó que el caballo de Eara se encabritara. Esther abrió un poco los ojos y su rostro se contrajo con una mueca antes de intentar negar con la cabeza. —Te he dicho que no me mientas… —dijo Elsbeth en un susurro entre dientes—. Tengo la suficiente paciencia como para arrancarte las respuestas una a una con la satisfacción de que lo haría causándote mucho dolor —finalizó la rubia apretando lo suficiente la punta del puñal para arañar la piel del cuello de Davidson y que esta soltase un pequeño sollozo. —S… sí, vale, sí, fui yo —dijo Esther apresuradamente, quebrándosele la voz al final. —¿Y qué fue lo que colocaste exactamente? Elsbeth vio la indecisión en los ojos de Davidson, y supo que estaba pensando de nuevo en mentirle, sopesando si contarle la verdad, ya que ella no sabía que Elsbeth conocía la identidad del objeto que esta había utilizado para provocar al caballo de Eara. —Un broche —dijo finalmente Davidson, y Elsbeth tuvo que aplaudir internamente la inteligencia de Esther. Le había dicho la verdad a medias. —¿Qué tipo de broche? —Y eso qué importa, ¡maldita seas! —espetó Esther, con la respiración agitada. —Ohh… a mí me importa, y mucho. Lo bastante para que tu vida dependa de la respuesta adecuada. Elsbeth pudo reconocer el destello de pánico en los ojos de Davidson cuando comprendió, por las palabras de la mayor de las Comyn,

que era muy posible que la rubia supiese exactamente de qué broche estaban hablando. —Un broche del clan Morgan —reconoció en un susurro, al final. —Y tú no eres una Morgan, ¿verdad? De hecho, no tenéis ningún tipo de relación con ellos. Así que dime, ¿cómo acabó ese broche en tu poder y por qué lo utilizaste para, claramente, hacer daño a Eara? —No puedo decírtelo —contestó temblando Davidson. —Oh, sí que puedes —contratacó Elsbeth haciendo que, del pequeño rasguño del cuello, brotara una gota de sangre. El gemido que salió de los labios de Davidson unido a la solitaria lágrima que rodó por su mejilla le dijeron a Elsbeth que Esther estaba a punto de quebrarse. —Está bien, está bien, te lo diré, pero detente por favor… por favor… —rogó Davidson con un sollozo. —No tendrás otra oportunidad, Esther —sentenció la rubia con fiereza. —Lo del broche no fue algo premeditado. Tuve esa idea tras una conversación con Flecher. Las palabras casi atropelladas apenas fueron comprensibles. —¿Sinclair? —preguntó Elsbeth, y su voz perdió algo de fuerza al hacerlo. —Sí. Nuestros padres son aliados y nosotros somos amigos desde hace años. El otro día Flecher fue testigo de la forma en que Eara me humilló ante la mujerzuela McGregor, y vino a hablar conmigo —siguió Esther de forma entrecortada—. Cuando le dije que me sentía furiosa y que deseaba matar a Eara por lo que había hecho, insinuó que se merecía un escarmiento. Le dije que no se me ocurría nada lo suficientemente humillante como para que me compensase por lo que me había hecho sentir. A Elsbeth se le revolvió el estómago solo de escuchar el razonamiento enfermizo de Esther Davidson. —Entonces me dijo que era una pena que no fuese un hombre, porque si lo fuera, todo sería más sencillo. Los hombres podían solucionar sus problemas retándose entre sí —explicó Esther—. Creo que se dio cuenta de que con esas palabras solo ayudó a incrementar mi frustración porque, al momento, me dijo que no debía desanimarme. Me insinuó que había muchas maneras en las que podía vengarme y que infligir dolor físico

a veces era mucho más satisfactorio que cualquier otra cosa. Y entonces fue cuando me contó cómo su hermano Balmoral, de niño, se vengó de uno de los hijos de laird Fraser por algo que este último le había hecho, de forma poco convencional. Así fue como se me ocurrió la idea —dijo Esther temblorosa—. Sinclair intentó convencerme de que era arriesgado, pero yo me cegué totalmente y, cuando se presentó la oportunidad, lo hice — finalizó Esther con un tono de voz que dejaba claro que no se arrepentía lo más mínimo de lo que había hecho. —¿Y lo del broche Morgan? —Cuando le insistí en que nada de lo que me dijera podría hacerme cambiar de opinión me dijo que comprendía mi decisión, aunque me instó a ser precavida para evitar posibles sospechas sobre mí en el caso de que lo descubrieran, utilizando para mis fines algo que incriminara a otro. En ese momento ningún nombre acudió a mi mente y Flecher me ayudó nuevamente al preguntarme si no me había percatado de algún enfrentamiento o situación tensa que hubiese presenciado hacia Gordon desde el inicio de esta reunión. Me acordé entonces de la enemistad que parecía sentir laird Morgan hacia Bruce Gordon. —¿Y tú se lo dijiste a Sinclair? —preguntó Elsbeth con urgencia. —Sí, se lo dije y él solo asintió, pero no me ayudó a conseguir el broche cuando se lo pedí. Elsbeth apretó los dientes con tanta fuerza que sintió dolor en la mandíbula. La forma de manipular de esa serpiente venenosa de Flecher Sinclair era despreciable. —¿Y cómo lo conseguiste, entonces? —Encontré uno encima de mi cama la misma mañana que decidimos dar un paseo a caballo. —¿Así, sin más? —preguntó Elsbeth. Esther apenas murmuró su respuesta. —Sí —dijo entre dientes. —¿Y no te pareció extraño? Davidson cerró un instante los ojos antes de contestar. —Pensé que Sinclair al final había decidido ayudarme. Las ganas de matar a Sinclair con sus propias manos fueron extremas, porque estaba segura de que había sido él quien había dejado allí ese broche.

—¿Se lo has preguntado después, si fue él? —Sí, pero lo ha negado. De hecho, pareció enfadado cuando se lo comenté tras el accidente fallido de Eara —contestó Davidson. Elsbeth miró fijamente a Esther. Ya tenía todo lo que quería saber. —Ahora, vas a escucharme con mucha atención, porque solo te lo voy a decir una vez. Davidson tragó saliva antes de asentir. —No vas a contarle a nadie lo que ha pasado esta noche, y vas a olvidar cada palabra dicha. De hecho, vas a convencer a tu padre para que te envíe de vuelta a casa. —¿Qué? ¡No pued…! La punta del puñal se clavó un poco más, haciendo brotar otra nueva gota de sangre. —Sí; lo harás. Te quiero fuera de las tierras de los McGregor mañana mismo. Y si me entero de que hablas con alguien de esto no vivirás lo suficiente para ver un nuevo sol. ¿Qué crees que haría Bruce Gordon si supiera lo que has intentado hacerle a su esposa? A mí no me gustaría averiguarlo y creo que a ti tampoco. Y, si piensas, por un instante, que una vez lejos de aquí, sería buena idea airear lo que ha pasado, me encargaré personalmente de humillarte y hundir tu vida antes de que los hermanos Gordon arrasen con todo tu clan. No me gustaría tener que contarle a tu padre cómo convenciste a tu futuro prometido de un enlace entre ambos, porque sí, yo también sé cuál es su pequeño secreto —dijo Elsbeth con una seguridad aplastante. No en vano Edwin Hamilton había sido su prometido antes de serlo de Esther Davidson y, gracias a su secreto, Elsbeth había conseguido que él rompiese el compromiso con ella. Elsbeth juraría que Esther palideció hasta encontrarse al borde del desmayo. —No diré nada, lo ju… juro, y… me iré mañana —prometió Davidson derrotada. —No lo olvides —finalizó Elsbeth, antes de levantarse, dirigirse despacio hasta la puerta y salir de aquella habitación. El pasillo estaba oscuro y vacío. Con sumo sigilo caminó por él, preparada para esconderse si escuchaba algo; sin embargo, por una vez, la suerte la acompañó y pudo llegar a su habitación sin cruzarse con ningún alma viviente.

Cuando estuvo dentro de la estancia, se dejó caer contra la puerta y resbaló por ella hasta acabar sentada en el suelo. Las piernas le temblaban ligeramente al igual que las manos. Una pequeña mancha de sangre teñía la punta del puñal que había guardado hasta llegar allí, entre los pliegues de su vestido. Y entonces sí, sintió una arcada que la hizo doblarse en dos y vomitar lo poco que había cenado. Había hecho lo que tenía que hacer… Pero hubiese deseado cualquier otra cosa antes de que un Sinclair volviera a cruzarse en su camino.

CAPÍTULO XIX     Flecher Sinclair miró a Esther Davidson que, nerviosa, no paraba de pasearse por la habitación. Apenas habían terminado de desayunar cuando la hija de Davidson se acercó a donde él se encontraba compartiendo mesa junto a varios guerreros de su clan, y le pidió tener unas palabras con él. Sinclair la escrutó durante unos segundos antes de despedir con un leve gesto de cabeza a los dos hombres del clan que le acompañaban, a fin de que no le esperaran. —Tengo que hablar contigo —repitió de nuevo Esther cuando los guerreros Sinclair ya se habían marchado, bajando la voz lo suficiente para que nadie en el gran salón pudiese escuchar lo que hablaban y barriendo la estancia con los ojos, con cierto temor, inquieta, cerciorándose de que Elsbeth Comyn no estaba entre los presentes. Sinclair esbozó una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos, unos ojos en los cuales se podía ver claramente que le había molestado y mucho que ella le interrumpiese. —No tengo mucho tiempo. La reunión será dentro de unos momentos y debo estar presente junto a mi padre —respondió Sinclair con tono seco—. Hablaremos después. —Esto no puede esperar —espetó Esther con fuerza, entre dientes. Sinclair achicó los ojos. Ahora que la observaba mejor, las oscuras ojeras bajo sus ojos, el suave temblor en las manos... Algo había pasado, sin duda, y si era lo que pensaba, si la fortuna le había sonreído, entonces valía la pena perder unos minutos para cerciorarse de ello. Era importante. —De acuerdo —dijo Sinclair con voz neutra, haciendo un gesto con su mano, indicando la salida del salón, que a esa hora ya empezaba a llenarse de invitados.  Ambos salieron de la estancia. Flecher, simulando charlar animadamente, y Esther, intentando claramente no derrumbarse, a tenor del nerviosismo del que era presa y que parecía haberse agudizado en cuanto se alejaron de la vista de los invitados. Anduvieron unos metros, Sinclair

siguiendo a Davidson, que parecía tener urgencia por encontrar un lugar en el que pudiesen hablar sin testigos, así que, cuando Esther entró en una de las estancias como si supiera a dónde se dirigía, Flecher la siguió, dejando la puerta ligeramente entreabierta. Con un solo vistazo, Sinclair supuso que aquella estancia era de uso exclusivo de las damas, lleno de bordados y enseres de costura esparcidos por varias mesas.   —Nadie vendrá aquí a esta hora. Esta habitación es de uso exclusivo de Edine McGregor. La utiliza como sala de costura, y también para reunirse con sus invitadas —explicó escuetamente Esther que parecía haber adivinado lo que estaba pensando Flecher. Sinclair asintió. —¿Qué es tan urgente como para arrastrarme hasta aquí? Se te ve muy alterada. —¿Alterada? —preguntó Esther escupiendo la última palabra, mientras se quitaba el paño con los colores del clan Davidson de su pecho y le enseñaba a Sinclair la parte inferior de su cuello. Sinclair acortó la distancia que lo separaba de Esther, con los ojos fijos en lo que era un pequeño corte, enrojecido e irritado. —¿Qué es eso? —preguntó frunciendo el ceño. —Claramente es un corte. Cortesía de Elsbeth Comyn —terminó con rabia Davidson. Sinclair disimuló la sorpresa que aquello le causó. —¿Qué ha pasado? —preguntó, queriendo conocer cómo la perra de Elsbeth Comyn había terminado lacerando el cuello de Esther Davidson. Jamás pensó que aquella estúpida tuviese agallas como para agredir a nadie. Davidson se cubrió de nuevo, nerviosa, llevándose una mano hasta su pelo y tocándoselo con dedos temblorosos. —Imagino que sabrás que al final intenté cobrarme mi venganza contra Eara por cómo me humilló el otro día —dijo Esther, que calló hasta que Flecher asintió en respuesta—. Pero las cosas no salieron como quería y al final la que terminó herida fue Elsbeth Comyn. No sé cómo… te juro que no lo sé, pero Comyn descubrió que fui yo. Sabe que metí algo bajo la silla del caballo de Eara para que tuviese un accidente, e incluso sabe el qué. Me lo dijo anoche cuando entró en mi habitación y me despertó presionando un cuchillo sobre mi garganta —finalizó Davidson, temblando al recordar.

Los ojos de Sinclair se oscurecieron en un segundo, gélidos y distantes, lo que hizo que Esther diese un paso hacia atrás. —¿Qué fue lo que utilizaste? —preguntó Sinclair, de forma tan lenta, tan calmada, que Davidson sintió un escalofrío. —El broche del clan Morgan que encontré encima de mi cama tras hablar contigo. El que tú me dejaste —dijo Esther sin pensar. La ira que retorció el gesto de Flecher hizo que se encogiera por instinto. —¡Te dije que no fui yo! —rugió furioso en voz baja—. Y si vuelves a decir algo así de nuevo tendré que tomar medidas, Esther. Unas que no te gustarán en absoluto. Esther se mordió la lengua. Aquel hombre que estaba frente a ella no era el Flecher Sinclair que conocía. Este hombre daba miedo de una forma que no podía explicar, pero que podía sentir hasta en los huesos. Decidió callar y no decir lo que pensaba: que nadie más salvo él podría haber dejado aquel broche sobre su cama. Sin embargo, el hecho de no haberle visto dejarlo y que lo negara todo la dejaba sola. Los ojos de Esther, llenos de cautela e incertidumbre, se desviaron hacia un rincón de la estancia cuando comprendió que Flecher Sinclair no la había ayudado como creía en un principio, sino que la había utilizado. Intentó recomponerse lo más rápido posible cuando escuchó la siguiente pregunta de Sinclair, rogando que él no viera en su rostro las dudas y el miedo que sentía en aquel instante. —¿Qué te dijo exactamente? —preguntó Flecher frunciendo el ceño cuando vio a Esther tragar saliva repetidamente. Davidson le contó todo lo que había pasado la noche anterior, todo salvo las partes de la conversación en las que Esther le habló a Elsbeth de Sinclair. Eso no se lo contaría jamás. Dadas la forma en que había saltado unos momentos antes y la frialdad que había visto en sus ojos, sabía que sería una estúpida si lo mencionaba. —¿Te enseñó el broche? ¿Te dijo si lo tiene o si le ha contado algo de lo ocurrido a alguien? —preguntó Sinclair claramente contrariado. Davidson negó repetidamente con la cabeza. —¿Y cómo lo sabe, entonces? —preguntó entre dientes, lleno de ira. Esther dio unos pasos atrás y se pegó a la pared.

—No lo sé. Ni siquiera sabía que me había visto. Yo estaba preocupada por que se hubiese dado cuenta otra pers… Sinclair la tomó por los brazos con fuerza. Tanta que Esther hizo una mueca de dolor al sentir los dedos de Flecher hundiéndose en su piel. —Me haces daño… —dijo Esther con un leve quejido. —¿Qué ibas a decir? ¿Quién pensabas que se había dado cuenta? Esther miró los ojos inyectados en sangre de Sinclair y tragó con fuerza. —Broc Ross —susurró Esther. Sinclair abrió ligeramente los ojos suavizando el agarre sobre ella. Davidson no se atrevió a tocarse los brazos allí donde le latían de dolor. Apenas se atrevía a respirar dada la expresión de Flecher. A Esther le recordó una bestia salvaje oliendo sangre. Si no hubiese sido porque no podía despegar sus ojos de él, temerosa a lo que fuese a hacer al momento siguiente, no se habría dado cuenta de la suave sonrisa que curvó los labios de Sinclair cuando escuchó el nombre de Ross, y que desapareció un segundo después como si esta solo hubiese sido un descuido. —Pensé que él me había visto tocar la silla de Eara cuando me deshice del broche. Pero nadie dijo nada y yo… yo creí que me había equivocado. Estaba asustada con que me hubiesen descubierto…, sigo estándolo. Si Elsbeth se lo cuenta a Gordon… no sé de lo que sería capaz ese bastardo, y además, Comyn me amenazó. Si se entera de que he hablado contigo… Flecher escuchaba los gimoteos de Esther a lo lejos mientras su cabeza bullía por encontrar una respuesta. Si Elsbeth Comyn sabía qué había utilizado Esther para que Eara Gordon tuviese el accidente, solo había dos explicaciones posibles: o Comyn lo había encontrado, cosa que dudaba, o alguien se lo había dicho. Elsbeth había salido herida esa tarde. Había llegado inconsciente al castillo, y había estado en reposo. Imposible en sus condiciones, y más tras la lluvia, que ella hubiese vuelto al mismo sitio del accidente y encontrado el broche. Eso significaba que alguien, además de Elsbeth, había visto los patéticos esfuerzos de Esther Davidson por ocultar su travesura. Y por lo que acababa de confesarle Esther, él creía saber la identidad de esa persona. Sin embargo, eso suscitaba otras preguntas. ¿Cómo había terminado el sobrino de Ross haciendo confidencias a Elsbeth Comyn? Que él supiese no tenían

relación alguna entre sí, así que, ¿por qué contárselo? Independientemente de por qué o cuándo, esa era la respuesta más evidente y el hecho de Broc Ross lo supiera, en vez de ser un contratiempo, le evitaría muchos problemas. El plan inicial se había visto alterado, habría que realizar cambios, pero quizás eso contribuiría a mejorar sus posibilidades de éxito. Solo hacía falta dar el paso final y encontrar el momento idóneo. —¿Vas a irte como te ha ordenado Comyn? —No me queda más remedio —respondió Esther casi en un susurro. —¿Qué excusa le has dado a tu padre? Esther apretó los labios. —Que no me encuentro bien y que necesito volver. —¿Y lo ha autorizado? —Sí —dijo Esther frunciendo el ceño—. ¿Por qué? —preguntó cautelosa. A Sinclair le pareció humillante cómo Esther Davidson manejaba a su padre, el laird del clan Davidson, haciendo con él lo que le daba la gana. —Porque no entiendo entonces para qué querías hablar conmigo — dijo Sinclair acercándose de nuevo a Esther, lentamente—. A mí, nada de lo que me has dicho me incumbe, y me parece una tremenda descortesía que me hicieras venir hasta aquí para esto. En los ojos de Esther, por un instante, se pudo ver reflejado el desconcierto que le habían provocado esas palabras. —Creí que querrías saberlo, que después de lo que hablamos el otro día… —¿Creíste que me iba a sentir responsable de unas decisiones que tomaste tú sola? —preguntó Flecher cogiendo entre los dedos un mechón de pelo de Esther, mientras soltaba una risa maliciosa que le heló la sangre a Davidson—. Yo solo te conté una anécdota de mi hermano, no te influencié o te ordené que hicieras nada. Y es una afrenta que insinúes lo contrario. Abusas de mi noble corazón como amigo, algo que no perdono. —Jamás insinuaría que tienes algún tipo de responsabilidad. Yo solo… solo... —¿Sí…? —Y esa pregunta salida de los labios de Flecher, por el tono, por su mirada, hizo que Esther midiese sus palabras más que nunca. —Solo quería que supieras por qué me iba. Nuestros clanes son aliados desde hace años. Siempre te he considerado como un hermano.

Sinclair calló durante unos segundos… unos que parecieron una eternidad para Esther Davidson. —Sí, lo sé. Y como si fuese tu hermano te diré que fue una estupidez ser tan descuidada; sin embargo, no debes preocuparte. Nadie tiene pruebas de que fueras tú la causante de que el caballo de Eara Gordon estuviese a punto de matarla. El broche pertenece a otro clan y nadie te vio poniéndolo bajo la silla de la esposa de Gordon. Y lo demás tiene fácil explicación en el caso de que alguien decidiera hablar —dijo Sinclair mirándola fijamente a los ojos—. Si te preguntan, dirás que estabas preocupada por el estado del caballo de Eara, y que por eso te acercaste a examinarlo. Dirás que no sabías que había algo bajo su silla, y menos que cayera al suelo bajo tu escrutinio. Y en cuanto a Elsbeth, es su palabra contra la tuya, y ya me encargaré yo personalmente de que esa perra no abra la boca. Esther asintió con la cabeza. Sinclair tenía razón; nadie podía acusarla si al final Elsbeth Comyn decidía contar lo que sabía. La presencia de aquel broche señalaba directamente a los Morgan. La forma de Sinclair de referirse a Elsbeth, la dureza de sus palabras, su tono enfermizo, la hizo contener la respiración. En ese instante casi le dio pena Comyn. Casi, pero no lo suficiente como para que una parte de ella, en su interior, dejase de disfrutar y regocijarse pensando en lo que le esperaba a Elsbeth. Solo pedía que Sinclair la hiciera sufrir, que la humillase y la quebrase de tal manera que la hija mayor de Comyn jamás pudiese volver a ser la misma.   ***   Eara apretó la mandíbula y cerró los puños a ambos lados de su cuerpo, conteniendo la respiración. No quería que ninguno de los dos ocupantes de la habitación contigua se diera cuenta de su presencia. Seguir a Esther Davidson había sido una corazonada. Desde el paseo a caballo en que salió herida Elsbeth por ayudarla, Eara había vigilado de cerca a Davidson. El haberla visto cerca de su montura durante el paseo, cuando estaban sentados junto al lago, la había hecho pensar. Quizás no tenía nada que ver, pero algo le decía que era mucha casualidad que Lluvia

hubiese actuado extraño después de que Esther hubiera estado rondando a su caballo. La actitud nerviosa de Davidson durante esa mañana cuando llegó al salón la hizo salir tras ella y Sinclair. Mantuvo las distancias y, cuando los vio entrar en la sala de costura, se descalzó, y de forma silenciosa entró en la estancia contigua. Fue un golpe de suerte el que escogieran justamente aquella habitación para hablar, porque la pelirroja sabía, por Edine, que aquella pequeña sala en la que se encontraba, antiguamente una despensa, no estaba totalmente independizada de la sala de costura ya que había en la parte inferior derecha un pequeño hueco por el que, entre otras cosas, se filtraba el sonido. Así que, desde allí, pegada a la pared, pudo escuchar perfectamente la conversación entre Sinclair y Esther Davidson, y lo que oyó la dejó sin habla, con la furia royéndole las entrañas y con la certeza de que el accidente que estuvo a punto de sufrir tenía un propósito. Eara esperó lo que parecieron años desde que escuchó terminar la conversación entre Sinclair y Esther y oyó los pasos alejándose de la habitación contigua, hasta que decidió salir de allí. Comprobó que el pasillo estaba vacío, que no había nadie cerca y anduvo de nuevo en dirección al salón. Cuando se asomó a la puerta barrió la estancia con la vista hasta que sus ojos se posaron sobre la persona que estaba buscando. Otros ojos, como si la presintieran, desviaron su mirada hasta ella y se enlazaron en una silenciosa conversación. Una sola mirada fue suficiente para que fuera hacia ella, y solo cuando estuvo a su lado, Eara dejó que su rostro mostrara parte de su preocupación, de su rabia. —Tenemos que hablar.      

CAPÍTULO XX     Kam se alejó lentamente de los highlanders con los que se había ejercitado esa tarde. Después de que esa misma mañana la reunión de los distintos clanes fuese más infructuosa que nunca con un enfrentamiento entre Ross, Morgan y Gunn que casi llegó a las manos, y tras confirmar que Elsbeth seguía rehuyéndole, esa tarde había decidido aceptar la oferta de varios guerreros del clan Sutherland y dos de los McPherson, a los que conocía desde que era prácticamente un niño debido a su amistad con Duncan, a fin de aliviar en parte la tensión que llevaba acumulando durante varios días. Empezó a sentir que le faltaba el aire momentos antes de terminar y, previendo lo que iba a pasar, se despidió de todos en cuanto acabaron. Enfiló el camino hacia el castillo sin esperar a nadie, desviándose antes de llegar a él hacia uno de los laterales para alejarse lo más posible de todos, y de todo, antes de que no pudiera sostenerse en pie, porque el ataque que estaba sufriendo era de los fuertes. La presión en el pecho, las sibilancias y la necesidad de respirar, de inspirar un aire que le faltaba y que su cuerpo parecía rechazar, eran cada vez más acuciantes. Caminó los últimos metros a fuerza de voluntad, antes de inclinarse y posar sus manos en las rodillas. «Dios, ahora no… por favor…», repitió como un mantra mirando alrededor. El atardecer estaba dando paso a la noche y la luz era cada vez más escasa. Vio a varias personas a lo lejos dirigirse al castillo y, una mujer, hacia una de las casas que había cerca del mismo. Aparte de ellos no se veía a nadie más desde la posición donde se encontraba. Sin poder aguantar ni un segundo más en pie, acortó las distancias hasta la pared de piedra y se dejó caer hasta que estuvo sentado sobre la tierra. Esperaba que nadie le viese… No quería que nadie le viese así, aunque lo único en lo que podía centrarse, en aquel momento, era en intentar respirar y tranquilizarse. Había pasado multitud de veces por lo mismo, pero en ocasiones, como esta vez, era peor. A veces la sensación de que moriría asfixiado era

tan real que difícilmente podía conciliar eso con el hecho de permanecer tranquilo, intentando armonizar la mente con un cuerpo que se rebelaba contra sí mismo. Kam echó la cabeza hacia atrás apoyándola en la piedra, llevándose la mano derecha al pecho que se le elevaba y bajaba como si estuviese corriendo. Si seguía así iba a ser cuestión de segundos que perdiera el conocimiento. A pesar de que todos sus sentidos estaban centrados en su respiración, escuchó los pasos acercándose. Se tensó, preparándose para intentar disimular y aparentar que no se estaba muriendo, pero cuando inclinó la cabeza para ver quién se aproximaba, no pudo sino apretar la mandíbula y maldecir mentalmente su suerte.       Elsbeth había estado observándolo luchar. Desde el primer día que lo vio ejercitarse se había encontrado a sí misma buscando cualquier excusa para poder verlo combatir. Su concentración, la agilidad y la maestría de sus movimientos la hipnotizaban. Y todo ello sin perder la sonrisa. ¿Cómo podía hacerlo? Y ella no podía negarlo por más tiempo. Por muy extraña que se sintiera con las emociones y sensaciones que él despertaba en ella, por mucho que se lo negara a sí misma, por mucho que se esforzara en ignorarlos, no podía deshacerse de ellos. Al contrario. Parecían crecer día a día de forma inusitada, con una fuerza que arrasaba con cualquier propósito que ella se hiciera de darles la espalda. Lo había intentado con todas sus fuerzas y, sin embargo, cada día al entrar en una estancia lo primero que hacía era buscarlo con la mirada, guardando las distancias como había hecho esa tarde, cuando él no era consciente de que ella le observaba. Sin embargo, cuando notaba que él iba a acercarse con intención de entablar una conversación, o sentía su mirada intensa sobre ella, Elsbeth se escabullía como si fuese una fugitiva y rehuía su compañía. Sabía que él se había dado cuenta de ello, y que era una cobarde por no hacer frente a todo ese tumulto emocional con el que convivía desde que le vio a su llegada a tierras McGregor, y que había ido complicándose con el devenir de los días.

Era cierto que, desde la primera vez que le conoció, sintió que Kam Gordon era diferente. Una sensación que no había podido explicar pero que había calado en ella hondo. Una impresión que la había acompañado desde entonces, creciendo hasta tener entidad propia, hasta que cerrar los ojos e intentar olvidarlo se había vuelto un imposible. Por eso llevaba días evitándole, porque no quería confundirse más, no quería anhelar algo que no iba a ninguna parte, porque ella tenía demasiadas cicatrices, de esas que te dejaban con el alma rota y con el corazón y el cuerpo hecho jirones. Se sentía muerta por dentro, sin nada que ofrecer. Pero eso no significaba que pudiese alejarse de él. Una cosa era rehuir su compañía y otra no querer verle, así que esa tarde le había seguido para poder observarlo desde un lugar seguro. Elsbeth ya estaba mucho mejor de su accidente. Los moratones perdurarían un tiempo, al igual que el dolor en el hombro, pero, con la ayuda de Elisa y sus infusiones, el dolor era manejable. Así que, exigiéndose mantener las distancias con Gordon y recuperándose de las consecuencias de su caída, lo único que conseguía entretener su mente para no volverse loca, a lo que se había aferrado para no caer en la tentación de acercarse más a él, era pensar en su conversación con Esther Davidson, y en la reunión que había mantenido esa misma mañana con Broc Ross, al que le había contado todo lo ocurrido la noche anterior en la habitación de Esther, omitiendo algunos detalles de cómo obtuvo su confesión y asegurándole que Davidson no diría nada a nadie. Su conversación con Ross había estado impregnada por la prudencia y la desconfianza. No era un secreto que no confiaba en él, apenas lo conocía, aunque hubiese decidido darle un poco de margen ya que, aunque no quisiera admitirlo, sus argumentos para esperar y no contarle nada a Bruce eran convincentes. De igual forma, había avisado a Broc de que si no descubrían nada más en un par de días, ella misma se lo contaría a Gordon, porque la persona que días atrás atentara contra Eara podría volver a intentarlo, y no sería Elsbeth la que viviera con ello en su conciencia. Dejó a un lado sus pensamientos cuando vio a Kam despedirse del resto de los highlanders y enfilar el camino que conducía hasta el castillo. Ella se encontraba cerca de los establos, donde había ido a ver a Titán, últimamente muy inquieto. Si bien era cierto que al principio había dudado entre llevarse al joven Titán o confiar en Nube que era mucho más

tranquilo, más veterano, una pequeña herida en su pata trasera, tomó la decisión por ella días antes de acudir a la reunión. Y después del accidente de Eara no se arrepentía de ello. Con Nube nunca hubiese podido realizar aquel salto. Esperó un momento para seguir los mismos pasos que Kam, y ralentizó su caminar, frunciendo el ceño cuando, de pronto, le vio desviarse del camino, perdiéndose por el lateral de aquella enorme construcción de piedra que era el castillo McGregor, con una urgencia que a Elsbeth le pareció extraña. Solo dudó un instante, debatiendo consigo misma la idoneidad de lo que iba a hacer. ¿Quizás iba a encontrarse con alguien? ¿Por qué miró hacia los lados como si quisiera asegurarse de que nadie se fijaba en él? No estaba bien que lo siguiera, que se inmiscuyera en sus asuntos de aquella manera, pero algo dentro de ella, quizás su instinto, la empujó a ir tras él. Esperó lo suficiente como para cerciorarse de que tampoco ella atraía la atención sobre su persona, esperando a que los hombres con los que Kam se había estado ejercitando volvieran al interior del castillo para ponerse en marcha. Tuvo que andar un buen trecho, y cuando pensó que lo había perdido, sus ojos captaron un pequeño movimiento a su izquierda, junto al muro de piedra. Kam estaba sentado en el suelo, apoyado en la pared. Tenía la cabeza echada hacia atrás y su pecho subía y bajaba rápido como si estuviese demasiado agitado. Lo que había sido mera curiosidad se tornó preocupación en solo un instante, una que hizo que el estómago de Elsbeth se encogiese en un puño y que provocara que tomara la falda de su vestido para reanudar la marcha, deprisa, determinada por llegar lo más rápido posible hasta donde él se encontraba. En el corto periodo de tiempo que la llevó a acortar la distancia entre ambos, y en todas las posibles explicaciones que pudo pensar mientras se acercaba a él, lo que jamás imaginó encontrar fue lo que halló al llegar a su lado. Había pensado desde la distancia que quizás se hubiese hecho daño durante la lucha y lo hubiese ocultado por orgullo, pero aquello… aquello jamás.

Cayó de rodillas frente a Kam cuando la preocupación dio paso a la angustia al ser testigo de cómo el menor de los Gordon luchaba por tomar un poco de aire. Las sibilancias que se escuchaban con cada tortuosa inspiración, la tensión en su cuerpo, en su rostro… en su cuello, cuyas venas parecían un río sinuoso bajo su piel, hicieron a Elsbeth perder su trabajada serenidad. Actuando por instinto, apoyó sus frías manos sobre las mejillas de Kam, haciéndole saber que estaba allí, que no estaba solo, porque no podía, no soportaba verle así, y cuando este la miró, cuando Elsbeth a su vez clavó sus ojos en los orbes azul profundo de Gordon, supo que si le pasaba algo a Kam, ella… ella… —¿Qué puedo hacer? —preguntó Elsbeth desesperada—. Voy a por ayuda —exclamó de pronto, maldiciéndose a sí misma por no haberlo pensado antes; sin embargo, Kam se lo impidió. No la dejó iniciar el movimiento, cogiéndola de las muñecas y evitando que las manos de Elsbeth abandonaran su rostro. Después, el menor de los Gordon cerró los ojos y echó ligeramente la cabeza hacia delante. Elsbeth estaba temblando, no podía quedarse quieta viendo cómo la vida se le escapaba a Kam con cada aliento incontrolado, pero tampoco podía obviar lo que había visto en sus ojos: un ruego sin palabras, la petición de que no se moviera de allí y que confiara en él. Eso fue lo que la convenció de no llamar a nadie y de permanecer junto a él intentando ser para Kam lo que necesitase que fuera. Inclinándose ligeramente, apoyó su frente sobre la del menor de los Gordon, mientras con el pulgar de sus manos acariciaba lentamente su piel. —Tranquilo, respira despacio, todo va a estar bien… te vas a poner bien —dijo lentamente, susurrando, con una voz suave, templada, que en nada se asemejaba al miedo que corría por su interior. —Estoy aquí contigo, respira, así, despacio… —siguió repitiendo hasta que la presión de los dedos de Kam sobre sus muñecas se fue haciendo más leve, hasta que las sibilancias y resuellos fueron perdiendo fuerza. Elsbeth no supo el tiempo que estuvo allí, de rodillas, tocándole, hablándole, intentando ayudarle y rogando para que lo que estaba haciendo sirviese de algo. Desconocía qué le pasaba, desconocía qué hacer en aquellas circunstancias y se encontró por primera vez, desde que era una

niña, entregándose por completo a otra persona, bajando todas sus defensas, sin prestar atención a sus acciones ni a sus palabras, solo guiándose por la necesidad de que él estuviese bien, porque el miedo que había sentido al verle en esas condiciones la había dejado al borde del abismo. ¿Qué significaba aquello? Una respuesta que ahora no quería responder, que no tenía tiempo de pensar. Solo quería oírle hablar, ver sus ojos limpios de la agonía que solo unos instantes antes los habían opacado, escuchar alguna irónica respuesta de sus labios, aunque fuera uno de sus desafíos verbales, esos que habían removido sus cimientos desde que había llegado a tierras McGregor. Elsbeth separó su frente ligeramente de la de él cuando el aliento de Kam sobre sus labios pareció recuperar su cadencia normal. La cercanía del mismo debería haberla asustado y, sin embargo, la caricia de su respiración sobre sus labios la tentó a seguir a escasos centímetros de su boca como si quisiese embriagarse con ella. Las palmas de las manos de él sobre las suyas, su pulgar sobre el de ella, ese mismo que de forma distraída y demandante seguía acariciando su piel, la hicieron mirarle a los ojos, unos que parecían en ese instante fundir el hielo. Durante lo que parecieron siglos cada uno de ellos mantuvo sus ojos clavados en los del otro. A pesar de la escasa luz, a pesar de que ya empezaba a hacer demasiado frío, a pesar de que empezaron a escuchar a los lejos algunas voces que el viento acercaba proveniente de la entrada al castillo. En los ojos de ella, una amalgama de sentimientos que parecían contradictorios y sostenían su propia lucha, y en los de él, intensidad, calidez, y algo más profundo que hizo que Elsbeth tragara con dificultad. —¿Estás bien? —consiguió preguntar la rubia. Kam, sin dejar de mirar los grandes orbes azul claro, suavizó el contacto sobre las manos de Elsbeth que seguían en sus mejillas. Ese fue el instante en el que la rubia se percató de que seguía tocándolo, de que seguía acariciando la piel del menor de los Gordon y de que no deseaba dejar de hacerlo. Sin embargo, fue instintivo el impulso de retirarlas de golpe, algo que Kam no la dejó hacer al cogerle las manos en cuanto estas abandonaron su rostro, acariciándolas de forma delicada, como si temiera que Elsbeth huyera también de ese contacto. Pero la rubia no lo hizo, hipnotizada con la dulzura con la que unas manos, duras y fuertes como las de Kam, la estaban

tocando. Elsbeth contuvo el aliento cuando de la misma forma, y con lentitud, mirándola a los ojos para no perderse ningún gesto que le indicara que ella se sentía incómoda con aquel movimiento, Kam se acercó la mano de Elsbeth a los labios donde la besó, un ligero roce que a la rubia estremeció de pies a cabeza. —Gracias —dijo Kam, dejando que ella retirara lentamente la mano de la suya tras ese fugaz beso. Elsbeth juntó sus dedos, intentando dejar de notar el hormigueo que sentía en el dorso de su mano, justamente en su muñeca, donde las venas eran más visibles y pulsaban desbocadas después del contacto de los labios de Kam sobre su piel. —¿Qué ha sido eso? —preguntó Elsbeth, y una mueca sesgada se adueñó de los labios de Kam. El destello de dolor que la rubia vio en los ojos del menor de los Gordon la preocupó de nuevo. —Asma. —¿Tienes asma? —preguntó Elsbeth con incredulidad. —¿Sabes lo que es? —preguntó a su vez Kam, ligeramente asombrado de que ella supiera de qué le estaba hablando. —Sí, lo sé. Hablo con el padre Augusto de muchos temas. Es el que guía las almas de nuestro clan. Él sabe mucho de enfermedades, de historia, y soy su mayor quebradero de cabeza. Esas últimas palabras se ganaron una sonrisa genuina por parte del menor de los Gordon y, sin saber por qué, eso hizo que Elsbeth se sintiese mejor de golpe, más liviana, y con una sensación cálida extendiéndose por su pecho. —La sufro desde niño —le dijo, y en su voz podía todavía sentirse que le faltaba el aliento—. No es constante y los ataques no siempre son igual de intensos. Hacía tiempo que no sufría uno, y desde luego no uno tan fuerte. Las hierbas que Elisa me proporciona para infusiones, y que tomo a menudo, me han ayudado bastante en los últimos tiempos. Elsbeth arrugó el ceño y su rostro se contrajo al pensar en lo que aquello debía haber significado para Kam desde su niñez, y se dio cuenta de lo poco que sabía de él. Si antes de esto había pensado que era una persona fuerte, en ese instante tomó conciencia de hasta qué punto lo era. —Tiene que ser difícil —dijo Elsbeth sin pensarlo, de forma instintiva. Se mordió el labio inferior cuando se dio cuenta de que lo había

dicho en alto—. Perdona, no debí… —No… no te disculpes. No es un tema del que me emocione conversar, pero no lo evito. Y no es difícil, estoy acostumbrado… salvo cuando tengo un ataque como el de hoy. A eso no te acostumbras, simplemente convives con ello. Elsbeth asintió, con su mirada fija en él, con la preocupación saliendo a raudales de sus ojos, adueñándose de su rostro y de su expresión. El menor de los Gordon frunció ligeramente el ceño al percatarse de ello, y fue su mano la que esta vez, en un impulso, rozó la mejilla de Elsbeth que, aunque se tensó en un primer instante, no se apartó. Cuando él dejó de tocar su piel y le colocó un mechón de pelo tras su hombro, Elsbeth volvió a perderse en los orbes azul oscuro de Kam. —Me he asustado, mucho —confesó Elsbeth impulsivamente sin desviar sus ojos de los de Kam cuyo rostro se contrajo un poco ante esas palabras—. No sabía cómo ayudarte y creí... creí.. Kam se inclinó un poco hacia delante para estar a escasos centímetros de ella. —Lo sé. Sé lo que pensaste, pero estoy bien. Y no sabes hasta qué punto me has ayudado. Elsbeth asintió ligeramente y sus ojos parecieron perder un poco de esa angustia que antes los habían impregnado por completo. —Has dicho que no te pasa a menudo. ¿Cada cuánto es eso? Kam sonrió lentamente. Ahora que Elsbeth parecía menos preocupada, no pudo evitar su curiosidad. —Menos de lo que imaginas. Hacía meses que no tenía uno, y hacía mucho más que no sufría uno como este. Tranquila, estoy bien. Elsbeth apretó los labios antes de hablar. —No puedes decirme que esté tranquila. Casi te ahogas. ¿Cómo puedes pedirme eso? —exclamó Elsbeth en un susurro, sintiendo que, de pronto, la tensión que había aguantado, mientras lo había visto luchar por tomar una bocanada de aire más, se cobraba su precio. —Estaba lejos de ahogarme, créeme, lo sé bien —dijo Kam con rotundidad y algo en la forma de decirlo hizo que Elsbeth centrara sus cinco sentidos en él. La ironía tras sus palabras, la fuerza y el tono de las mismas le dijo que tras ese comentario había mucho más.

—¿Cuándo has estado a punto de ahogarte, entonces? —preguntó Elsbeth, y ahora se encontraba a sí misma necesitando urgentemente saber esa respuesta. Lo que había visto en los ojos de Kam, la forma en que había dicho esa última frase, todo eso le era demasiado familiar. Bajo esas palabras había dolor… lo sabía bien. Y ahora se encontraba necesitando saber quién le había hecho daño a Kam, jurándose en ese preciso instante que, si esa persona vivía, pagaría por ello. —¿Estás preocupada por mí, Elsbeth Comyn? —preguntó con una sonrisa canalla Kam Gordon. Elsbeth contempló a Kam y supo que, si ella no cedía, él no le contaría lo que quería saber. —Dijiste que eras mi amigo. —Kam enarcó una ceja ante esa respuesta—. Nunca he tenido uno, pero me gustaría aceptar tu oferta si todavía sigue en pie —continuó Elsbeth. —¿Por qué? —preguntó Kam con una intensidad contenida que llegó hasta la mayor de los Comyn, sacudiendo su interior. Elsbeth tenía dos opciones: contestar con sinceridad o decir aquello que menos la expusiera, y francamente ninguna de ellas le gustaba, pero su vida hasta entonces había sido vacía, oscura y sin esperanza. Quizás se arrepintiese más adelante, pero, lo que Gordon le provocaba, lo que sentía cuando estaba con él, no lo había sentido jamás en su vida. Y estaba cansada de no confiar en nadie, de estar sola, de soportar el peso del pasado sobre unos hombros que a veces amenazaban con ceder ante la inmensidad de enfrentarse a un nuevo día. Así que, por primera vez, se dejó llevar por lo que sentía y no por lo que pensaba. —Porque necesito uno, y tú eres el único que está lo suficientemente loco como para ofrecerse a ello —dijo Elsbeth haciendo un movimiento con los hombros hacia arriba que provocó que Kam soltara una pequeña carcajada. Kam odió no poder alargar ese momento, pero, ahora que se encontraba bien, empezó a ser consciente de la escasa luz que les rodeaba, y de lo que parecería si los encontraban allí, en aquella posición. Así que se levantó, tendiéndole la mano a Elsbeth, que la tomó, quedando un instante después, ambos de pie, a corta distancia.

—Eso ha sido conmovedor —dijo Kam intentando contener una sonrisa. —No hagas que me arrepienta, Gordon —contestó Elsbeth señalándole con un dedo. Kam tomó ese dedo con su mano tan deprisa que Elsbeth contuvo la respiración, aún más cuando Gordon, con suavidad, pero con determinación, llevó la mano de la mayor de los Comyn hasta su pecho, colocando la palma de la rubia a la altura de su corazón. La sonrisa se borró de la cara de Elsbeth cuando sintió los fuertes latidos del corazón de Kam bajo su mano. —Jamás te arrepentirás de esto. Es una promesa —dijo Kam, y Elsbeth sintió que las mejillas le ardían. Maldita sea, ¿se estaba ruborizando? A ella no le pasaban esas cosas, nada la perturbaba, pensó, antes de carraspear y retirar la mano de forma apresurada del pecho de Kam. Dios, los músculos de su pecho parecían de piedra maciza. Elsbeth se atragantó con su propia saliva cuando ese pensamiento fue acompañado por una vívida imagen en su cabeza del menor de los Gordon sin ninguna ropa sobre su torso. ¿Pero, qué…? Intentando alejar esos pensamientos se centró de nuevo en la conversación. —Tengo entendido que dos amigos tienen que confiar el uno en el otro —dijo la rubia mirándolo a los ojos—. Tendrás que tener paciencia conmigo. Como sabes, no confío en nadie, pero puedo intentarlo… y me ayudaría si tú lo hicieras ahora, dando ejemplo y contestando a la pregunta que has ignorado antes.  Un destello de admiración cruzó por los ojos de Kam ante la astucia de Elsbeth y su dialéctica. —No sé de qué me hablas —dijo Kam, echando a andar lentamente hacia el castillo. Elsbeth le puso una mano en el brazo para que parase, fulminándole con la mirada, de tal manera que Kam tuvo que contenerse para no soltar una carcajada. —De acuerdo, pero con una condición… —Kam notó cómo Elsbeth se tensaba ligeramente—. No voy a pedirte nada, Comyn —afirmó Kam—. Solo me gustaría que lo que has dicho antes no dejaras que el tiempo lo

redujese a cenizas. Si alguna vez me necesitas no dudes en decírmelo, porque, pase lo que pase, me tienes. Elsbeth fijó toda su atención en Kam y tragó con fuerza, temblando al escuchar su promesa, una que se había abierto paso hacia su interior con la precisión de un cuchillo, directo a su pecho. ¿Cómo unas simples palabras podían afectarla tanto…? —He sentido y pensado que llegaría a morir asfixiado muchas veces, pero he estado a punto de morir ahogado dos —comenzó a contarle Kam. La respiración de Elsbeth se entrecortó, no solo por lo que acababa de escuchar sino también por la forma en la que Kam lo expresó: demasiado tranquilo, como si fuese un hecho natural y nada relevante, y, sin embargo, a ella sus palabras le habían provocado un nudo en la boca del estómago. —Cuando tenía siete u ocho años me caí en un río y si no hubiese sido por Duncan McPherson que lo vio y me sacó, lo más seguro es que no estuviese hoy aquí —señaló Kam con una sonrisa. Elsbeth frunció el ceño y puso una mano de nuevo en el brazo de Kam, parándole, cuando este dio un paso al frente para reanudar la marcha. —¿Y la otra vez? —preguntó Elsbeth con dureza. —Eres persistente —respondió Kam, intuyendo que la mayor de las Comyn no iba a conformarse tan fácilmente. —No sabes cuánto. Lo he aprendido de ti. Esa respuesta se ganó una sonrisa de Kam, que la miró con una calidez que la estremeció por dentro. —Tenía cinco años. Mi padre me hundió la cabeza en un cubo de agua a fin de acabar con mi vida, y según él con su vergüenza. El rostro de Elsbeth palideció de repente al escucharle. Jamás, ni en un millón de años, hubiese imaginado que Gordon iba a contarle algo así. Rabia, ira circulando por sus venas, fue lo que sintió en ese instante contra Bryson Gordon. Y dolor, un dolor sordo martilleando en su pecho por un Kam niño que tuvo que vivir una auténtica pesadilla y convivir con el hecho de que la persona que tenía que haberlo protegido de todo mal, que tenía que haberlo amado más que a nadie en el mundo, lo había traicionado de esa manera. Eso era inhumano, ni una bestia salvaje hubiese hecho algo así.

—¿Qué vergüenza…? —preguntó Elsbeth con un hilo de voz tan fino que apenas se escuchó. —La de tener un hijo enfermizo. Elsbeth cerró los ojos intentando comprender algo de todo lo que le estaba escuchando. ¿Cómo un padre podía hacer algo semejante? No tenía palabras para definir al padre de Kam, porque todo lo que acudía a su mente ni siquiera se planteaba decirlo, pero esperaba que aquel hombre se estuviese pudriendo en el infierno. Cualquier padre hubiese estado más que orgulloso de tener un hijo como Kam Gordon. Uno de los mejores guerreros que había visto jamás. Un hombre noble, generoso, inteligente y con una fuerza interior inigualable. Ahora comprendía de dónde provenía esa determinación, esa seguridad en sí mismo, esa disciplina. —Elsbeth, mírame… —La rubia abrió los ojos, unos velados por el dolor que sentía por todo lo que había tenido que sufrir Kam—. Tranquila. Fue hace mucho tiempo, y eso me hizo más fuerte —continuó Kam con convicción. Y ese fue el instante en que Elsbeth perdió la cabeza, porque llevaba años sin buscar el contacto de nadie, sin permitirlo, sin concederlo, y de repente una necesidad acuciante pareció tomar las riendas de su voluntad, pasando de estar paralizada por todo lo que le había dicho, a lanzarse sobre él y abrazarlo, rodeándole la cintura y apoyando su mejilla sobre su pecho, escuchando cómo el corazón de Kam, lento y regular, se saltaba un latido. El suyo propio, que parecía un potro desbocado, adoleció del mismo mal, y cerró los ojos, los cerró con fuerza al sentir cómo uno de los brazos de Kam la rodeaba, mientras enredaba la otra mano en su pelo, manteniéndola pegada a él. Ambos estuvieron en silencio durante minutos, conscientes de que aquello era especial. —Dime que no volvió a hacerte daño nunca más —rogó Elsbeth casi en un susurro. —Nunca más volvió a hacerme daño —respondió Kam, apoyando la barbilla ligeramente sobre el cabello de la rubia. Olía a flores, y el menor de los Gordon cerró los ojos por unos segundos perdiéndose en su aroma. Elsbeth se separó un poco, lo suficiente para mirarle a la cara.

—Los amigos no se mienten —le dijo, intuyendo que Kam podría haberle dicho lo que ella quería escuchar. Kam sonrió de medio lado. —Para no haber tenido nunca un amigo parece que sabes mucho sobre ello —dijo con la mirada llena de ternura. —Aprendo deprisa —asintió Elsbeth con gesto serio—. Ahora, dime la verdad. —Nunca más volvió a hacerme daño. Bruce no le dejó. Y Elsbeth le creyó, entendiendo lo que había tras esas palabras, porque ella había hecho algo parecido por Alice. —Y por eso te esforzaste el doble, te curtiste el doble, te hiciste más fuerte que los demás y utilizas tu inteligencia y tu astucia igual que tu espada. Kam la miró con un brillo divertido en los ojos. —Creo que como amiga vas a ser la mejor. Sigue diciéndome más cosas así y… El golpe de Elsbeth en su brazo a modo de reprimenda le hizo soltar una carcajada y ella rio con él, contagiada por el sonido de su risa, hasta que le escuchó callarse de golpe. Entonces le miró y el fuego que vio en su mirada al contemplarla la hizo tragar con dificultad. —No te había escuchado reír nunca, y me encanta —dijo Kam con voz grave, suavemente. Elsbeth esbozó una pequeña sonrisa, algo que rara vez también mostraba ante los demás. —Y a mí también —dijo la rubia que sabía que atesoraría aquel momento cuando la oscuridad volviera a engullirla.

CAPÍTULO XXI     Dune McGregor lo miró como si le quisiese arrancar la cabeza. Broc le conocía lo suficientemente bien para saber que esa expresión era más producto de la preocupación que del enfado. —¿Y has esperado hasta ahora para decírmelo? —preguntó Dune cuando Broc le contó que era posible que el pacto que él creía que existía entre Morgan, Ross y Sinclair fuese mucho más complejo de lo que pensaban en un principio. —Si no estoy seguro de una información, no creo que sirva de mucho comunicártela. —Muchacho, en este momento me estoy conteniendo para no darte una paliza porque, aunque esté algo mayor, todavía puedo hacerlo, créeme. Broc sonrió de medio lado ante las palabras de laird McGregor. —No lo pongo en duda —respondió Broc. Dune dirigió sus ojos hacia él y su mirada fue dura. —No me adules, que no te va a funcionar. —No lo hago. Solo constato la realidad de tus palabras. Dune gruñó por lo bajo, llevándose una mano al puente de la nariz para apretarlo levemente. Era un gesto que hacía cuando necesitaba unos segundos. Broc pensaba rápido, y más rápida aún era su verborrea. Ágil y diestro con la espada, también lo era con su ingenio. —De acuerdo. Cuéntamelo todo, y no te dejes nada, aunque no estés seguro de ello —contestó McGregor señalándolo con un dedo. —Ese dedo te meterá algún día en un lío —apuntó Broc con un brillo canalla en los ojos que terminó en una carcajada cuando McGregor gruñó de nuevo y esta vez sus ojos se inyectaron en sangre. —Te juro que a veces eres peor que mis tres hijos juntos —afirmó Dune que, con solo pensar en Meg, la menor de sus hijas, ya se le ponían los pelos de punta. —Te estás haciendo mayor —señaló Broc, que apretó los labios cuando vio al highlander al límite—. Vale —continuó Broc levantando una

mano en señal de tregua, empezando a contarle lo que había averiguado hasta ese momento, incluso su inesperado encuentro con Elsbeth Comyn y lo que ella había descubierto. Vio la expresión de Dune cambiar según le iba desvelando información, yendo desde la sorpresa y la furia, hasta la expresión sombría e intimidante que tenía en el momento en que Broc acabó con la exposición de los hechos. —Está claro que existe un pacto inicial entre Morgan, Sinclair y mi tío Mervin, pero hay algo que no encaja —dijo Broc, mirando a Dune a los ojos—. Hay algo que se me escapa. Dune se pasó la mano por el pelo antes de contestar. —El hecho de que hayan llegado a involucrar en sus planes a otros clanes que no son del norte podía desencadenar un conflicto aún mayor. Eso me preocupa más que el que se maten entre ellos. ¿Qué hubiese pasado si Eara Gordon hubiese resultado herida y Bruce Gordon se hubiese enterado de que no era un accidente? Y la magnitud de la manipulación de Sinclair hacia Esther Davidson es muy peligrosa. ¿Por qué tomarse tantas molestias? ¿Por qué incriminar a Morgan si tienen un pacto? —preguntó Dune con voz grave—. Solo se me ocurre una razón —continuó el highlander. —A mí, dos —dijo Broc—. Traición o venganza. Dune frunció el ceño y achicó los ojos en un gesto de desconcierto. —¿Venganza?, ¿por qué? —preguntó McGregor—. Todo el mundo puede ver que Morgan no soporta a Gordon. El enfrentamiento entre ambos ha tenido lugar desde que se vieron el primer día; sin embargo, nada que justifique atentar contra la vida de su esposa. Broc fijó sus ojos en Dune. —Puede que tengas razón, pero la única realidad es que Sinclair manipuló a Esther porque quería que alguien encontrara ese broche y que Bruce lo supiera. Quería hacerlo perder el control y que desafiara a Morgan. Dune estaba de acuerdo con esa apreciación y veía más allá. —Y sabía que atacando a Eara, Bruce no se contendría —terminó McGregor pensativo. —Pero ¿por qué? Nada de esto tiene sentido. Los cinco clanes del norte están aquí para intentar llegar a un acuerdo que satisfaga a todos y evite una guerra. Los demás clanes presentes han acudido para hacer más fácil y factible ese acuerdo, y son neutrales. ¿Por

qué atacar a Gordon? ¿y aquí, con todos como testigos? Es una locura — continuó Dune con una expresión que delataba la gravedad de la situación. Broc miró a Dune asintiendo. —Todavía no sé por qué, pero lo averiguaré —afirmó inclinándose ligeramente hacia delante—. Está claro que quieren utilizar a Gordon para llevar a efecto sus planes, pero lo que no entiendo es, ¿por qué él?, y, ¿por qué arriesgar a Morgan en un enfrentamiento contra Bruce? McGregor gruñó, maldiciendo en voz baja. —Independientemente del motivo, quizás eligieron a Bruce porque su relación con Morgan es tensa —dijo Broc. McGregor asintió. —El abuelo de Gordon repudió a la madre de Bruce y Kam hace años. —¿Por qué? —preguntó Broc con el ceño fruncido. —Helen Morgan se fugó y se casó con un highlander que no era el que su padre había elegido para ella. —¿Bryson Gordon? —preguntó extrañado Broc. Una sombra cruzó por la cara de McGregor, oscureciendo sus ojos. —Ese mal bicho no fue el hombre que eligió Helen Morgan. Pero su primer esposo murió debido a luchas internas dentro de su propio clan, y ella tuvo que huir. Su padre, sus familiares y su clan la habían repudiado y le dieron la espalda. Lo mismo hicieron los clanes aliados a los Morgan. No sé más de eso, solo que después terminó casada con Gordon. Imagino que no tuvo elección —continuó Dune—. Pero eso no explica por qué quiere atacar a Gordon. Que yo sepa ni siquiera se conocían antes de esta reunión. No se genera un odio tan fuerte en unos días como para arriesgarlo todo. Dune, que había visto la mirada de Broc y su expresión mientras le hablaba, no dudó en preguntar. —¿Qué estás pensando? Broc le miró fijamente y la oscuridad que Dune vio en los ojos del highlander le preocupó. —Después de lo que me has contado, no creo que la venganza sea la razón, aunque quizás sí el motivo aparente. Así que solo queda la traición.   —¿Crees que alguien quiere traicionar a Gordon? —preguntó McGregor.

Broc negó con la cabeza y su mirada no ocultó la gravedad de sus siguientes palabras. —Quizás te parezca descabellado, pero ¿y si dos de los tres hombres que han hecho el pacto quieren traicionar al tercero? ¿Y si han elegido a Bruce solo para crear la oportunidad? Dune endureció la mandíbula cuando vio hacia dónde se dirigían los pensamientos de Broc. —Es cierto que desde que llegaron, Morgan aprovecha cualquier oportunidad para demostrar la animosidad que siente hacia Bruce. ¿Crees que Ross y Sinclair lo están utilizando a fin de que Bruce mate a Morgan? Pero ¿qué conseguirían con eso? Muerto Cathair, su hijo Farlan se haría cargo del clan, y desde que empezaron las reuniones, es evidente que existe unión entre padre e hijo; de hecho, Farlan parece compartir todas las opiniones de su progenitor. ¿En qué beneficiaría eso a Ross y a Sinclair? Broc negó ligeramente con la cabeza. —Quizás lo que busquen sea desestabilizar al clan Morgan lo suficiente para que estos accedan a sus demandas. De hecho, los Sinclair están enemistados con los Morgan por causa de un pedazo de tierra desde hace más de cincuenta años. —Sigo sin verlo claro, Broc. No eliges al lobo solitario para manipularlo. Ni Bruce Gordon ni Kam son estúpidos, créeme. —De eso ya me he dado cuenta —afirmó Broc, y Dune asintió—. Pero sigo pensando que quieren traicionar a Morgan. Sinclair manipuló a Davidson para que colocara el broche de los Morgan bajo la montura de Eara Gordon. Sinclair quería que lo encontraran, quería que Bruce se enterara y estoy seguro de que lo que deseaba con ello era un enfrentamiento entre ambos. No encuentro otra explicación. Sin embargo, eso me plantea otras preguntas a las que no puedo responder, y el tiempo se acaba. Esta vez no les ha salido bien, pero no creo que eso los detenga. Imagino que Sinclair estará todavía pensando por qué Bruce no se ha enterado de lo de Eara. Y está claro que quiere a Bruce Gordon fuera de sí, para sus propósitos. Y me ha costado convencer a Elsbeth Comyn de que no diga nada a Kam Gordon. Dune lo miró fijamente, dándole un pequeño golpe en la pierna. El sobrino de Ross era la templanza personificada, pero lo conocía lo

suficiente bien como para saber que esta vez su autocontrol no era el de siempre. Había demasiado en juego, aunque él no quisiese reconocerlo. —El problema de no conocer a alguien es suponer que esa persona va a actuar como imaginamos que lo haríamos nosotros mismos, y eso es un gran error. Y lo es más si estamos hablando de Bruce y Kam Gordon — comenzó McGregor con una sonrisa sesgada—. Lo que sé de él por personas en cuyo juicio confío plenamente, como es el caso de mi hijo Logan o Duncan McPherson, y lo que he podido observar y comprobar en primera persona de ellos me lleva a poder asegurarte que ni Morgan ni Sinclair ni Ross saben a quién se están enfrentando. No tienen ni idea. Bruce y Kam Gordon son dos de los hombres más inteligentes y astutos que he conocido jamás, y su forma de actuar es imprevisible, sobre todo la de Bruce. Maneja su impulsividad con mano férrea y no se deja llevar por sus sentimientos ni por su furia o su ira, sino que las utiliza, como un arma, en el momento exacto, y eso le dota de una ventaja muy superior a la de la mayoría de los hombres. Y Kam, ese chico es… —Lo sé —dijo Broc con una tenue sonrisa—. Le he tratado lo suficiente como para hacerme una idea. —¿Te cae bien, verdad? —preguntó McGregor. Broc miró a Dune. —Por supuesto que me cae bien. Es honesto, directo y tiene un fino sentido del humor. Y es muy inteligente. Es buen conocedor de la naturaleza humana y puedo decirte, por experiencia, que lucha endiabladamente bien. Así que sí, claro que me cae bien; sin embargo, no creo que podamos ser amigos, sobre todo después de que me enfrente a su hermano. Dune se puso serio y miró a Broc con intensidad. —¿Por qué demonios vas a enfrentarte a Bruce? ¿Estás loco? Creí que… —Porque si Gordon se entera de lo de Eara, y de que yo lo sabía, si descubre que se lo he ocultado, no creo que esté dispuesto a perdonar eso. Estamos hablando de la seguridad de su esposa, Dune. McGregor apretó la mandíbula. —Pues cuéntaselo todo. Confía en él —respondió Dune con fuerza, y la mirada que le dirigió Broc hizo tambalear la determinación de McGregor. Entendía al chico mejor de lo que él se imaginaba, y sufría por

él, porque todo aquello era tan injusto que le retorcía las entrañas. ¿Por qué tenía que sacrificarse Broc como llevaba haciendo toda su vida? Ese muchacho estaba tan acostumbrado a luchar solo sus batallas, a ser un sobreviviente que, si seguía así, Dune estaba seguro de que antes o después el filo de un cuchillo, la punta de una espada o una flecha sin dueño apagaría la luz de sus ojos, y él no iba a permitirlo. —No puedo, Dune. Hay demasiado en juego y… no lo conozco. Y si le cuento lo de Eara y reacciona como Sinclair espera que haga, le estaré ayudando. Necesito más tiempo. Sé que estoy cerca de descubrir lo que traman, y si lo hago, entonces hablaré con Bruce. —Tiempo es lo que no tienes, maldita sea —dijo Dune entre dientes —. Tú mismo lo has dicho. Y yo no estoy dispuesto a que, bajo mi techo, en el mismo seno de mi clan, nadie salga herido o se confabule para desobedecer las órdenes del rey Guillermo. Esta reunión se ha hecho con una finalidad y, por la sangre de mis ancestros, que aquel que intente ir en contra de todo lo que es honorable y justo encontrará la muerte bajo mi espada. —Y yo deseo lo mismo que tú, pero no tenemos pruebas, y si hablamos ahora, si saben lo que hemos descubierto, se ocultarán como las ratas que son y no lograremos nada; solo conseguiremos que lo intenten más adelante y quizás en esa ocasión no los veamos venir. En cambio, si los cogemos ahora y conseguimos alguna prueba para exponerla ante el rey, los pararemos y no se saldrán con la suya —dijo con convicción Broc. —Tu tío ha querido matarte, muchacho. ¿Quién te dice que parte de su plan no es intentarlo de nuevo? —exclamó Dune con tono duro. Broc negó con la cabeza. —Eso no es lo importante. —Si vuelves a insinuar que tu vida no es importante el que te mata soy yo, ¿me oyes? Broc suavizó su mirada y cogió del brazo a Dune cuando este, enfurecido, fue a levantarse de su silla, consiguiendo detenerle para que no lo hiciese. —Escúchame, por favor… —dijo Broc—. Te quiero como a un padre, lo sabes, y claro que mi vida me importa, pero llevo cuidándome solo desde que era un niño. No se lo voy a poner fácil, Dune, pero lo que está en juego aquí es el futuro de cinco clanes que estarán abocados a una

guerra cruenta si no se llega a un acuerdo, y estoy seguro de que tanto a Morgan como a Sinclair o a mi tío les da lo mismo cuánta sangre se derrame mientras ellos consigan lo que desean, sin importar el coste. Y me preocupa lo suficiente el futuro de mi clan como para arriesgarme. —Un clan que no ha hecho nada por ti —acusó Dune con los ojos llenos de reproche. —Es el clan de mi abuelo, el de mi madre, y no voy a dejar que el egoísmo y el afán de poder de mi tío Mervin lleve a ese clan al borde de la destrucción. Hay niños, mujeres y ancianos… familias enteras que pagarán por lo que está tramando, por sus decisiones. Y si yo puedo evitarlo, no voy a parar. Ni por ti ni por nadie —dijo Broc vehemente. —¡Eres igual de cabezota que tu abuelo! —exclamó Dune. Broc sonrió a desgana. —Y era tu mejor amigo. McGregor maldijo tras un gruñido antes de hablar. —No le he contado nada a mi hijo porque hasta ahora todo lo que tenías eran suposiciones, pero… no puedo ocultárselo por más tiempo. Logan es el responsable de esta reunión.  Broc entendía perfectamente a Dune. —¿Y qué vas a contarle? Seguimos sin tener nada. Solo un broche que por sí solo no es prueba alguna. Todo son meras suposiciones, pero dame dos días. Creo que sé cómo averiguar lo que ocultan. —¿Qué vas a hacer? —preguntó McGregor. Broc negó con la cabeza pidiéndole con los ojos que no le preguntara nada más. —Escúchame, Broc. Por una vez en tu vida acepta la ayuda de alguien. Esto no puedes hacerlo tú solo. No voy a permitir que lo hagas solo. —Si quieres ayudarme, consigue mantener a Elsbeth Comyn al margen. Es demasiado peligroso y la marcha esta mañana de Esther Davidson no me tranquiliza. La han visto hablando con Sinclair. —¿Crees que le ha contado la visita que le hizo Comyn anoche? Broc inspiró con fuerza antes de hablar. —Es posible, y Sinclair puede ser un hijo de perra si se lo propone. No quiero que ella sufra daño alguno. —No entiendo por qué se ha arriesgado de esa manera.

Broc sonrió ligeramente. —Porque creo que siente algo por Kam Gordon. McGregor abrió los ojos con sorpresa antes de sonreír abiertamente. —¿Y sabes si es mutuo? —Broc sonrió aún más y McGregor chasqueó la lengua—. Vaya, una buena noticia —dijo, y en su voz había un matiz cálido. —No creo que sea tan fácil —señaló Broc. Dune arrugó el entrecejo, pero en sus ojos se podía ver que aquel asunto le divertía. —Las cosas buenas de la vida nunca son fáciles —contestó laird McGregor, y su mirada destiló cierta añoranza. Broc se inclinó hacia atrás apoyando su espalda en el respaldo de la silla, a la espera de que McGregor aceptara lo que le había pedido. —Está bien. Estaré pendiente de Comyn y de Eara Gordon, porque, aunque no me lo hayas pedido, sé que estás preocupado también por ella. Pero si no descubres algo pronto, tendremos que pensar en hablar con Logan y con Bruce. Broc asintió lentamente, consciente de que tendría que darse prisa; tendría que hacer algo que había intentado evitar a toda costa.

CAPÍTULO XXII     Elsbeth no sabía que estaba sonriendo, hasta que Alice se lo dijo. —¿Estás enferma? —preguntó su hermana en voz baja. Kam y ella habían entrado al castillo cuando los invitados del clan McGregor estaban ocupando las mesas del salón ya listas para la cena. Ambos se habían sentado en la más cercana a la entrada, cuando Alice les hizo un gesto con la mano para que se acercaran. La tónica era la misma que desde que se inició la reunión, manteniendo la costumbre de turnarse para cambiar cada noche no solo de mesa sino también de compañía, para poder entablar relación con los demás clanes y ayudar a sociabilizar y rebajar las tensiones en las negociaciones que tenían lugar por las mañanas. Esa noche Elsbeth y Kam volvían a coincidir con Broc, Elisa y Eara. Esta última se sentó en uno de los extremos, frente a Kam, teniendo a su derecha a Broc Ross, mientras Kam tenía a su izquierda a Elsbeth. Elisa estaba entre Broc e Irvin, mientras Elsbeth se encontraba entre Alice y Kam. El resto de la mesa estaba ocupada por Skena Gunn, Mysie Sutherland y varios guerreros Davidson y Sinclair. —¿Por qué me preguntas eso? Alice elevó una de sus cejas como si fuese más que evidente el motivo de su curiosidad. —Porque estás sonriendo —contestó finalmente. Elsbeth la miró fijamente con sus gélidos ojos azules, tan claros que parecían transparentes, intentando decidir si se enfadaba con Alice o no, aun a sabiendas de que eso era prácticamente imposible. Ella adoraba a su hermana, y una de las cosas que admiraba más de ella era su sinceridad. —Yo sonrío a menudo —terminó contestando la rubia. Alice soltó un «puffff» que provocó que Elsbeth gruñera por lo bajo. —No me malinterpretes. Me gusta verte así siempre, pero hace tanto tiempo que no veo una genuina sonrisa en tus labios que solo tengo curiosidad por saber qué es lo que la ha provocado. La mirada de Elsbeth se suavizó al escuchar las palabras de Alice y observar la preocupación y el cariño en los ojos de su hermana.

—¿Desde cuándo eres tú la hermana mayor? El dolor que Elsbeth vio reflejado en los ojos de Alice tras su pregunta la dejó momentáneamente sin palabras. —¿Qué pasa, Alice? —preguntó cuando su hermana desvió la mirada—. Eh… Alice…, dime qué pasa —insistió Elsbeth. Alice inspiró profundamente antes de volver a mirar a su hermana. —No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Elsbeth, ni tienes que serlo por mí. Llevas protegiéndome desde que éramos unas niñas, y te quiero por ello, pero no es necesario. Hace mucho que dejó de serlo, y, sin embargo, tú sigues protegiéndome, sin permitirme que yo me preocupe o haga lo mismo por ti. Y eso duele, porque me haces sentir que no confías lo suficiente en mí. Elsbeth sintió cada una de las palabras de Alice como pequeñas laceraciones directas al corazón. Siempre la había protegido y siempre lo haría, pero no solo porque creyera que debía hacerlo sino porque Alice era todo su mundo. Su hermana pequeña era la única persona en toda su vida, junto a su madre, que la había querido incondicionalmente. La única que la aceptaba tal y como era, a pesar de sus discusiones o sus diferentes puntos de vista. Cuando su madre murió siendo ambas unas niñas, solo se tenían la una a la otra. Su padre, demasiado ocupado con los asuntos del clan y devastado por la muerte de su esposa, se alejó de ellas de tal manera que Elsbeth desde entonces había tenido la sensación de que era huérfana. Su mala relación con él durante los años posteriores solo puso de manifiesto ese sentir agónico que terminó por aceptar. Cuando Henson Comyn recuperó parte de su antiguo yo y volvió su mirada de nuevo hacia sus hijas, para ella fue demasiado tarde; sin embargo, se alegraba de que con Alice salvase una maltrecha relación que se reforzó lentamente con el carácter cariñoso y conciliador de su hermana. Todo lo opuesto a ella que, después de lo de Sinclair, se encerró en su mundo a cal y canto, sin que nada salvo Alice le importase. Por eso no podía permitir que su hermana pensase que no confiaba en ella, porque hasta ese momento era la única en quien lo había hecho.  —Confío en ti más que en nadie en el mundo, Alice, y sé que no necesitas mi protección, pero no puedo evitarlo, porque aunque sé que eres muy capaz de protegerte tú sola, y que cuentas con el gruñón McPherson como esposo, el cual daría su vida por ti —dijo Elsbeth sonriendo al ver

cómo la mirada de su hermana se llenaba de una calidez inmensa al oír nombrar a Irvin—, sigues siendo mi hermana pequeña y te quiero. Y es inevitable que desee verte feliz y segura —terminó Elsbeth. —Pues, entonces, debes entender que yo desee lo mismo para ti — dijo Alice con vehemencia cuando las viandas empezaron a llegar a la mesa. Elsbeth sonrió levemente y su mirada cálida encontró el mismo sentimiento en la de Alice que le devolvió a su vez la sonrisa y le apretó la mano entre las suyas. Un instante en el que dejaron claro que todo estaba bien entre ellas y que terminó cuando Mysie Sutherland, que se sentaba a la izquierda de la menor de las Comyn, le preguntó algo, acaparando su atención. Elsbeth, entonces, volvió la vista hacia la mesa donde un guiso, varios trozos de carne y diversas verduras ocupaban prácticamente toda la superficie. —¿Está todo bien? La pregunta de Kam, en un tono bajo para que el resto de los comensales no pudiesen escucharlos, sacó a Elsbeth de sus cavilaciones. —Sí —contestó Elsbeth mirando a Kam, y los ojos azules del menor de los Gordon, con esa tonalidad que no había visto en nadie más y que tanto la perturbaban, le devolvieron la mirada como si dudase de que eso fuese completamente cierto—. ¿También has escuchado mi conversación con Alice? ¿No tienes medida, Kam Gordon? —preguntó Elsbeth como si aquello la disgustara más de lo que en realidad lo hacía. Un brillo canalla cruzó por los orbes azules del menor de los Gordon. —A pesar de lo que pienses, no ha sido mi intención, pero es difícil no oír lo que dices cuando estás sentada a mi lado. Elsbeth asintió de forma reticente, mirándole fijamente cuando Kam no dijo nada más y tomó un trozo de carne de la mesa. —¿Quieres que te corte un poco? —preguntó Kam con el cuchillo en la mano y cara de inocente. Elsbeth volvió a asentir sin dejar de mirar a Kam, ahora con los ojos un poco entrecerrados. —¿Tengo que empezar a ponerme nervioso? —preguntó el menor de los Gordon cuando depositó un trozo de carne en el plato de Elsbeth.

—Tú no te pones nervioso nunca. Jamás he visto a nadie con un temple como el tuyo —replicó Elsbeth que aún no podía quitarse de la cabeza la imagen de Kam sufriendo aquella misma tarde un ataque de asma. Sentir que no puedes respirar, que vas a morir asfixiado, debía ser una experiencia terrible y, sin embargo, el hombre que tenía al lado no parecía afectado por ello. —Eso no es del todo cierto. Me puse nervioso cuando te vi saltar con tu caballo sobre aquellas piedras, de las que creí que no saldrías viva. Elsbeth tragó saliva con cierta dificultad cuando vio la mirada intensa y profunda de Kam. Dios, todo lo que contenía y que ella no quería entender, pero que inmutablemente tenía la propiedad de dejarla paralizada y con un nudo en el estómago cada vez que la veía. Y nunca había sido tan poderosa como en ese preciso instante. Era embriagadora… y única. Kam le sostuvo la mirada por unos segundos antes de desviarla. Cuando volvió a posar los ojos sobre ella, había una calidez hipnotizante en sus ojos, pero la intensidad y la amalgama de emociones que había percibido en ella momentos antes había desaparecido, como si Gordon se hubiese dado cuenta de que Elsbeth no estaba preparada aún para todo lo que esa mirada significaba, y con delicadeza, casi con mimo, resguardándola, protegiéndola, la hubiese ocultado hasta un momento más propicio. Y quizás fue por ser consciente de ese hecho, por la esperanza que sintió brotar en su interior después de tantos años, o por la forma en que Kam le había mostrado de nuevo una parte de sí mismo: con naturalidad, con una fuerza y una confianza que ella no podría corresponder jamás, lo que la llevó a hacerle una pregunta que en otro momento ni siquiera se le hubiese pasado por la cabeza realizar. —¿Crees que soy demasiado orgullosa y egoísta?, ¿tanto como para hacer daño a las personas que me importan? La mirada de Kam se oscureció de pronto y un brillo peligroso destelló en sus orbes azules. —¿Alguien te ha dicho eso? —preguntó Kam achicando un poco los ojos cuando no obtuvo respuesta—. ¿Acaso tú crees que eso es cierto? Elsbeth desvió levemente la mirada y tragó saliva antes de volver a mirarle. Sus ojos no parecían tan seguros y desafiantes como solían ser y en

ellos se podía entrever un deje de vulnerabilidad. —No eres ninguna de las dos cosas —afirmó Kam en voz baja, con rotundidad y con tanta vehemencia que Elsbeth sintió que la tensión que se había apoderado de ella a la espera de su respuesta desaparecía lentamente, sin poder apartar la mirada de aquel hombre que parecía más seguro de cómo era ella que la propia Elsbeth. Aquello la impactó, más de lo que quiso reconocer, porque fue la primera vez que vio a Kam perder algo de su autocontrol, de ese que parecía inmutable e inmune a todo y a todos. La primera vez que su sonrisa insolente, relajada e imperturbable, abandonaba sus labios. —¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó la rubia tras unos segundos, intentando, sin éxito, distanciarse de todo lo que le provocaban sus ojos, y aunque apretó el puño para que no se notara, las manos le temblaron ligeramente por ello. No podía evitarlo, estaba nerviosa, porque aquella pregunta que para otros podría ser algo trivial, para ella, el verbalizarla era como dar un salto hacia el abismo. Jamás, nunca antes, había compartido con otro ser humano, en voz alta, sus miedos y sus dudas, esas que hacían eco en su mente con asiduidad. —¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó Kam con una determinación que hizo flaquear el autocontrol de Elsbeth—. Podría enumerar muchas razones… —Dime solo una —pidió con voz ronca y grave. Kam no dudó antes de contestar. —Arriesgar tu vida para salvar la de otra persona, no importarte lo que pueda suceder ni los perjuicios que ello pueda ocasionarte con tal de evitar que una situación delicada pueda acabar con un derramamiento de sangre como hiciste la otra noche durante la cena, anteponer siempre el bienestar de Alice al tuyo propio… ¿Sigo? —preguntó Kam. Elsbeth se quedó mirando fijamente al menor de los Gordon mientras la mirada de este le decía sin palabras que podría continuar enumerando razones por un buen rato. Aquello pellizcó el centro de su pecho colmándola de una calidez desconocida. —¿Eso es lo que hace un amigo?, ¿aliviar y despejar tus dudas? — preguntó Elsbeth mirándole fijamente.

—Un amigo no te dice lo que deseas oír. Un amigo te dice la verdad, aunque duela escucharla —dijo Kam guiñándole un ojo, relajando una conversación que se había tornado cada vez más seria—. Y eso es lo que acabo de hacer, Elsbeth Comyn. Elsbeth sonrió abiertamente y sus ojos brillaron provocando nuevamente que la mirada de Kam se tornarse oscura e intensa. —Deberíamos comer algo —dijo finalmente Kam—. No sé tú, pero yo tengo bastante hambre —continuó con una risa burlona cuando escuchó el ruido proveniente de las tripas de Elsbeth, la cual se sonrojó visiblemente antes de chasquear la lengua y dedicarle toda su atención a los alimentos que tenía delante. Kam sonrió de medio lado, consciente de que estaba perdido sin remedio, completamente enamorado de aquella mujer que le hacía soñar con una sonrisa, y vibrar con solo una mirada.        

CAPÍTULO XXIII     Duncan miró a Bruce nuevamente. Desde que habían terminado de cenar, los invitados habían quedado desperdigados por el salón, algunos aún sentados ante las mesas en las que momentos atrás habían degustado los alimentos que la cocinera del clan McGregor había preparado para aquella noche, y otros de pie en pequeños grupos o sentados en sillas cerca del hogar. En el extremo del salón, cerca de la pared donde el escudo de los McGregor con el lema S'rioghal mo dhream revestía con orgullo la pared de piedra, Bruce seguía sentado a la mesa, una que después de que Logan, Irvin, Henson Comyn y Coburn Sutherland hubiesen abandonado, estaba desnuda de los invitados que la habían ocupado momentos atrás. Las damas que habían compartido con ellos la velada también la habían abandonado, muchas de ellas concentrándose cerca del hogar donde Edine McGregor y Mysie Sutherland, Elsbeth, Alice y Eara, entre otras, conversaban animadamente. Elisa McPherson se retiró en cuanto acabó de cenar para ocuparse de los gemelos. Kam se aproximó a la mesa después de terminar de hablar con Hasson Sutherland, barriendo antes disimuladamente el salón con la mirada, algo que no pasó desapercibido para Duncan que lo conocía desde que el menor de los Gordon era un niño. Cuando finalmente llegó hasta donde estaban ellos, tomó asiento junto a Bruce, quedando McPherson sentado al otro lado del mayor de los Gordon. —Estás más callado de lo normal y eso, conociéndote, no es nada bueno —dijo Duncan mirando a Gordon. Bruce siguió con la mirada al frente, fija en la mesa situada al otro extremo de la sala, donde, entre otros, estaban sentados Ronald Davidson, Dune McGregor y el sobrino de Ross. —¿A quién quieres arrancarle la cabeza? —preguntó McPherson intuyendo la respuesta de Gordon. —A Broc Ross —dijo finalmente Bruce, que, sin desviar la vista, respondió con una frialdad y una calma que Duncan sabía que era peligrosa

en él. Se hizo el silencio durante unos segundos en los que los tres hombres terminaron mirando en la misma dirección. —No creo que él tuviera nada que ver con lo de Eara —dijo finalmente Kam con la templanza que le caracterizaba, esbozando una pequeña sonrisa, de tal manera que cualquiera que estuviera observándoles pensaría que estaban hablando de algo divertido y banal. —Yo no estaría tan seguro —apuntilló McPherson—. Las negociaciones están en un punto muerto. Sutherland es el único dispuesto en verdad a hacer concesiones. Gunn quiere exponerse lo mínimo posible y está esperando a ver si el resto se devoran entre ellos y así poder sacar provecho de las sobras. Sinclair no está bien de salud, y aunque quiere ocultarlo, es más que evidente que se está apoyando en su hijo Flecher, un manipulador nato, que parece dirigir en realidad el clan, en vez de su padre. Morgan es agresivo, y no atiende a razones. Es como si quisiera dilatar y ralentizar las negociaciones por alguna razón, y Mervin Ross es una sabandija escurridiza, que por momentos parece demasiado nervioso. Cuando los tienes a todos en una misma habitación puede verse con claridad los años de odio, las luchas encarnizadas, las disputas territoriales, afrentas personales y viejas rencillas que carcomen cada uno de sus clanes desde dentro, y, sin embargo, a pesar de todo eso, si observas de cerca es fácil darte cuenta de algunos detalles que no encajan del todo bien, como que Morgan ataque a Gunn de forma encarnizada y Sinclair no quiera atender a razones con Sutherland, a pesar de que este último esté siendo más que razonable, pero que entre ellos, dos de los clanes con más problemas entre sí, y con una enemistad enfermiza, no se haya producido todavía ningún altercado grave desde que pisaron estas tierras. Y Ross… ha iniciado varias discusiones con Morgan y Sinclair, pero por cuestiones nimias y sin fundamento. Parece más algo simulado que una discusión real. —Un resumen perfecto —dijo Kam mirando a Duncan. —Todavía no ha acabado —apostilló Bruce, lo que provocó que McPherson sonriera abiertamente. —Quien sea quiere provocaros, y lo de Eara es una forma desesperada de hacerlo. No sé por qué, ni qué quieren de vosotros, pero es algo grande si se han tomado las molestias de malmeter al rey para asegurarse de que estuvierais presentes en esta reunión. Quien sea os

necesita para sus planes. Después de la conversación que Eara te contó que oyó, yo me inclinaría por Sinclair. Lo del broche claramente es para desviar la atención de su persona y culpar a Morgan, el cual sabe que tiene una afrenta personal contigo. —Eso es algo que tampoco encaja —dijo Kam—. No conocíamos a Morgan antes de esta reunión. Por mucho que odiara a nuestra madre, eso no justifica su continua provocación. Está forzando un enfrentamiento, Duncan, y yo me pregunto por qué. Duncan asintió. —¿Piensas, quizás, que tenga un pacto con Sinclair y lo del broche sea una forma de agilizar el enfrentamiento entre Bruce y él? —Demasiado arriesgado… ¿Por qué hacerlo a escondidas cuando no tiene problemas en provocarme de frente? No, Morgan no lo sabe —dijo Bruce. —Pero eso no explica por qué piensas que Broc tiene algo que ver —preguntó Kam a Duncan después de unos segundos. Duncan inclinó ligeramente la cabeza hacia Kam. —Porque Broc Ross sabe lo que pasó, lo vio y no dijo nada. Se preocupó de volver a por el broche y esconderlo, guardando silencio. Puede que no sea el responsable, pero no es inocente. Puede que él y su tío quieran utilizar lo que saben para sus propios fines, o puede que Ross esté metido en el asunto junto a Sinclair. Quizás pretendan deshacerse de Morgan, y Broc Ross les esté ayudando —sentenció Duncan. Kam negó con la cabeza. —La relación de Broc con su familia es de todo menos cordial. He estado con él estos días y, por lo que he visto, no creo que Mervin Ross le haga partícipe de los asuntos delicados del clan. No parece que sea de su confianza. Duncan esbozó una sonrisa. —Tú lo has dicho. No lo parece, pero eso no significa nada. Al fin y al cabo, son familia. Puede que sus desavenencias no sean tan graves como están haciendo ver al resto. Quizás el confraternizar contigo sea por otras razones. Kam canturreó por lo bajo una antigua canción escocesa antes de contestar.

—Me habría dado cuenta. A pesar de que apenas le conozco, mi instinto me dice que él no tiene nada que ver —dijo Kam de nuevo. —Y yo confío en tu instinto, pero eso no significa que no puedas equivocarte alguna vez —dijo Duncan. Kam asintió antes de mirar a su hermano. Duncan también desvió su atención a Bruce. —¿Vas a decir algo? —preguntó McPherson con un brillo divertido en los ojos cuando vio que Bruce se tomaba su tiempo. —Dune McGregor le tiene aprecio, y esa es una de las razones por las que sigue respirando —dijo Bruce con frialdad—. Les he observado estos días y tanto Dune como Logan confían en él. Sé que se trae algo entre manos, pero no creo que tenga nada que ver con lo de Eara; sin embargo, no sé dónde están sus intereses ni con quién está su lealtad. Las razones que le llevan a guardar silencio respecto a lo de Eara pueden ser muchas. Las que más me preocupan son las que no puedo imaginar. Antes de la cena se reunió con Dune, a solas. Está claro que no podemos perderlo de vista. Duncan asintió. —Estoy de acuerdo contigo. —Y debemos estrechar la vigilancia sobre Sinclair, Ross y Morgan. —Si descubrimos qué quieren de ti, quizás eso pueda darnos la clave para saber qué traman. Cada vez tengo más claro que están utilizando esta reunión para conseguir algo que no logramos ver —dijo Duncan con el semblante más serio—. Descubriremos también quién atentó contra Eara — finalizó McPherson. —Y cuando lo haga será hombre muerto —dijo Bruce con una frialdad que helaría hasta el mismísimo infierno. —¿Vas a hacer algo con Broc Ross? —preguntó McPherson. —Por ahora no; sin embargo, no voy a olvidar que supiera lo de Eara y no me lo dijera. Quien atentó contra ella podría volver a intentarlo. —Y no olvidemos que el sobrino de Ross también puede estar manipulando a Elsbeth Comyn —dijo Duncan. Kam miró a McPherson. —Eso lo dudo —contestó el menor de los Gordon—. No creo que exista nadie capaz de manipularla —finalizó Kam con rotundidad. Duncan enarcó una ceja. —Parece que la admiras.

—Hace algo más que admirarla —afirmó Bruce. McPherson sonrió abiertamente, y Kam frunció el ceño con una mirada canalla. —Estabas mejor callado. Duncan rio por lo bajo y Bruce sonrió abiertamente. Desde lejos, Logan McGregor hizo un gesto a McPherson para que se acercara. —Voy a dejaros. McGregor me dijo antes que quería que estuviese presente cuando él hablase con Sutherland —explicó Duncan antes de ponerse en pie. —Coburn es el único de los laird del norte que parece interesado en estas negociaciones, y el único que me cae bien —dijo Kam mirando a McPherson—. Puede que sea porque está emparentado contigo. Duncan miró divertido al menor de los Gordon antes de dar un apretón en el hombro de Bruce y alejarse. Los ojos de Kam se desviaron hasta Elsbeth, que se encontraba junto a otras damas, hablando animadamente con su hermana Alice y con Edine McGregor. Apretó la mandíbula cuando recordó lo que Elsbeth le había preguntado esa noche, y lo mucho que él había descubierto de ella con esas simples preguntas. No podía olvidar el dolor velado que vio reflejado en sus ojos al hacérselas. «¿Crees que soy demasiado orgullosa y egoísta?, ¿tanto como para hacer daño a las personas que me importan?». A Kam le sorprendió y le enfureció que ella pudiese pensar eso de sí misma, pero doblegó esos sentimientos cuando comprendió lo mucho que le había costado a Elsbeth preguntarle aquello. El pequeño temblor de su voz, la vulnerabilidad que reflejó su rostro por unos segundos, la lucha interna que reflejaron sus ojos… Todavía no podía creer la confianza que decidió depositar en él en ese instante y no quería que se arrepintiese de ello jamás. Un regalo que atesoraría, cuidaría y protegería con todo su ser. —Elsbeth no nos ha contado lo de Eara porque piensa que así nos protege. Estoy seguro de ello —dijo Kam, y sintió la mirada de Bruce sobre él. —Arriesgó su vida para ayudar a Eara, se coló en la habitación de Esther Davidson y no salió de ella hasta que consiguió que Davidson le

contara lo que sabía, haciendo lo que hiciese falta para descubrir la verdad, arriesgándose por conocer una verdad que no le afectaba, pero aun así lo hizo. Si no la hubiese conocido de antes, solo eso hubiese bastado para saber cómo es Elsbeth Comyn. No hace falte que la justifiques ante mí — sentenció Bruce. Kam exhaló el aire que había inspirado con mayor fuerza, lentamente. —No lo hacía —dijo al fin el menor de los Gordon. Bruce le lanzó una mirada que Kam conocía de sobra. Una intensa, fija, calmada, que le dijo a las claras que no podía engañarlo. A él no. —Sé que ha sufrido mucho, puedo verlo en sus ojos. Disimula tan bien que nadie parece darse cuenta, pero sé que eso la está matando y yo… —Lo sé —dijo Bruce, que no le hacía falta nada más para entender lo que Kam sentía. —Me preocupa lo que nos dijo Logan el otro día. La posibilidad de que Sinclair quiera un enlace con ella. Sé que Elsbeth no desea nada de esa familia y menos de Flecher Sinclair. La noche que escuché la conversación entre ambos quiso intimidarla, la amenazó de forma velada, la trató como si se sintiese con poder para obligarla a hacer lo que él quisiera. No creo que haya nadie que pueda compararse a nuestro padre, pero por un momento me recordó a él. No lo quiero cerca de ella, Bruce —y la voz de Kam se oscureció, tomando un tinte peligroso. —¿Y qué es lo que deseas? Kam miró a su hermano antes de contestar. —Quiero que ella tenga la libertad de decidir y sé que eso va a ser difícil con Henson Comyn. Si su padre decide que quiere esa alianza no va a dar opción a su hija. Bruce asintió levemente. —La inmensa mayoría de los lairds utilizan el matrimonio para forjar alianzas, ya sea para ofrecer a su clan una mayor seguridad, para acabar con una enemistad o para acumular poder. Los deseos o sentimientos de los involucrados no son importantes, Kam. —Lo sé —dijo el menor de los Gordon con un deje de amargura—. Pero eso no debería ser así; no fue lo que tú me enseñaste —continuó y pronunció sus últimas palabras con fuerza, con orgullo.

—Pues entonces haz que Henson Comyn rechace esa alianza. Ofrécele una que no pueda desestimar —contestó Bruce con una mirada llena de determinación, sólida, inquebrantable. Kam sabía que no le hacía falta decirle a su hermano lo que sentía por Elsbeth Comyn. Bruce le conocía tan bien que a veces parecía comprenderle mejor de lo que se entendía él mismo. Sabía que estaba enamorado, que Elsbeth se le había metido bajo la piel, en su corazón, en su interior, con ímpetu y de forma absoluta. Eso era algo que no podía ni quería superar. Jamás. Y Bruce lo sabía; se lo había dejado claro con lo que acababa de decirle. Su hermano nunca le hubiese planteado que le pidiese matrimonio a Elsbeth si no supiese que su corazón estaba totalmente perdido por la rubia de ojos tan claros que a veces pensaba que podía reflejarse en ellos. —No quiero utilizar lo que está pasando para mi propio provecho. No soy tan necio como para creer que la estaría salvando cuando en el fondo la estaría condenando a hacer algo que estoy seguro que no desea. Solo quiero que sea feliz. Bruce le miró enarcando una ceja y entonces Kam lo entendió, comprendió de golpe lo que había querido decirle su hermano y maldijo por lo bajo. —Vale, soy estúpido —afirmó Kam, observando el brillo divertido en los ojos de Bruce—. Solo me ha costado unos segundos entender lo que me querías decir, así que no me mires así… —¿Así cómo? —preguntó Gordon enarcando una ceja. —Como si te resultase divertida mi torpeza. Bruce sonrió abiertamente. Kam negó con la cabeza, también sonriendo. —Si Elsbeth accediera a un falso compromiso, eso impediría que tuviese que casarse con Flecher y, a la vez, le concedería tiempo para decidir qué hacer… —Veo que en verdad lo has comprendido —comentó Bruce en voz baja. —Pero el día en que hubiese que romper el compromiso, tendría que ser yo el que lo hiciese y eso podría traerte problemas con los Comyn — continuó el menor de los Gordon consciente de que, si las cosas sucedían de

aquella manera, Bruce sería el que tendría que afrontar las consecuencias como laird de su clan. —Olvídate de eso. Nadie va a obligar a Elsbeth a casarse con Flecher Sinclair si ella no lo desea —contestó Bruce con determinación. Kam desvió los ojos hasta su hermano y en la mirada de Bruce había una calidez que le atravesó el pecho. Esa mirada, que pocos conocían y que a pocos dedicaba, había sido una constante en la vida de Kam, desde que era un niño. Bruce le había aportado la fuerza, el afecto, la constancia, el sostén, el amor y la libertad que lo habían ayudado a ser la persona que era hoy en día. Había muchos que no entendían a Bruce, su forma de actuar, sus valores y principios, en ocasiones muy distintos a los del resto de sus coetáneos. Pero para Kam siempre había sido su ejemplo a seguir. —Hablaré con Elsbeth pronto. Aunque Sinclair no dio seguridad a Logan sobre si realizaría la oferta, quiero que Elsbeth lo sepa y esté preparada. No quiero que se sienta acorralada. Bruce asintió. —Vas a plantearle a Elsbeth lo del compromiso, pero ¿vas a decirle lo que sientes? Kam tardó unos segundos en responder. —Siempre he sido sincero con ella, pero no quiero que se sienta obligada a nada. Ya te lo he dicho antes, quiero que sea libre para decidir. Bruce se inclinó ligeramente hacia delante, para beber un poco de agua de su copa que permanecía encima de la mesa. —Estamos hablando de Elsbeth Comyn —dijo el mayor de los Gordon—. Dile lo que sientes y háblale del compromiso y que estás dispuesto a romperlo si ella no desea lo mismo que tú, porque si accede, y después se entera de tus sentimientos, puede interpretarlo por lo que no es; puede pensar que le has mentido, que la has manipulado y eso provocaría que perdiera la confianza que tiene en ti. —Jamás le haría eso —dijo Kam —Yo lo sé; ella, no —sentenció Bruce. —No quiero condicionarla. —Y no lo harás si eres sincero. Kam tragó saliva antes de hablar. —Esta tarde he tenido un ataque de asma, de los fuertes. Kam sintió la mirada de Bruce fija en él, inquisitiva, preocupada.

—Estoy bien —se apresuró a decir Kam con una media sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero ella lo ha visto y ha permanecido a mi lado. La mirada de Bruce se oscureció. —¿Y…?  —preguntó con un tono grave, seco, a la espera de su respuesta. —Ha estado maravillosa. Es una mujer excepcional, Bruce. La expresión de Gordon se suavizó lentamente. —Le he hablado de Bryson…, y de que yo no estaría vivo de no ser por ti. Bruce le miró fijamente, y el dolor, ese que forjó un gélido invierno en el interior de su hermano durante años, eclipsó por unos segundos los ojos pardos de Gordon, lacerante, dañino, antes de que Bruce lo apagase a voluntad, una que Kam siempre pensó que podía mover montañas. —Una vez le dije a Bryson que tú me hacías más fuerte, ¿sabes por qué? —preguntó Gordon, y Kam le miró, empañados sus ojos por los recuerdos. Ese era el legado que Bryson les había dejado a los dos y, aunque nunca habían permitido que eso los definiese, no podían negar que su niñez los había marcado, forjando una parte de ellos a base de sufrimiento y de una continua lucha por su supervivencia. Kam negó levemente con la cabeza. Su hermano nunca lo había mencionado. Los ojos de Bruce refulgieron, haciendo imposible apartar la mirada de ellos. —Porque es la verdad —sentenció Bruce—. Tú eres mi fuerza y mi punto de apoyo. —Bruce… —susurró Kam, pero Gordon levantó una de sus manos para que le dejase terminar. —Siempre dices que has aprendido cosas de mí, pero yo puedo decirte, sin temor a equivocarme, que tú me has enseñado más a lo largo de estos años de lo que yo jamás podré ofrecerte —y la voz de Bruce se tornó más grave al continuar—. Eres mucho mejor que yo, Kam, en todos los sentidos, y no sabes lo orgulloso que estoy de ello —terminó Gordon con esa fuerza que emanaba de él, siempre. Por primera vez en la vida Kam se quedó sin palabras. Bruce siempre le había demostrado lo que significaba para él. Kam sabía que Bruce entregaría su vida por él, sin pensarlo; sin embargo, nunca se había

considerado su fuerza, ni remotamente. Al contrario, él siempre temió ser su debilidad. Y por eso luchó más, se esforzó más, hasta caer rendido, porque odiaba ser una carga para Bruce. Su padre intentó matarlo, deshacerse de él, y durante toda su vida le recordó constantemente que solo era un accidente de la naturaleza. Un ser enfermizo que no debió haber nacido nunca. Pero él jamás se sintió así, jamás se consideró menos que cualquier otro hombre. Eso lo aprendió de Bruce y, aunque la sombra de las palabras de Bryson siempre fue alargada y encontrara recovecos por las que asomarse, su hermano mayor siempre conseguía desterrar esas palabras, hasta hacerlas desaparecer. La fuerza para obviarlas, la confianza para desmentirlas, el amor propio para no rendirse jamás… eso lo aprendió de Bruce, y, por Dios, que no iba a fallarle nunca.

CAPÍTULO XXIV     La noticia del nacimiento del segundo hijo de Meg y Evan McAlister, un día después, llenó de alegría a toda la familia McGregor. El parto se había adelantado, pero el mensajero del clan McAlister aseguró que tanto la madre como el pequeño estaban bien y que el niño se llamaría Dune, como su abuelo paterno. Dune McGregor anunció a todos que al día siguiente se celebraría una cena en honor a su nuevo nieto, en donde habría música y el vino correría sin medida. Todos pensaron que sería una buena idea, que aquella celebración serviría para distender el ambiente cada vez más enrarecido y qué mejor manera de hacerlo que el celebrar el nacimiento de una nueva vida. Quizás ese pequeño alto en las negociaciones fuese lo que necesitaban para retomarlas más tarde con fuerza y con una mayor flexibilidad, necesaria para que aquella reunión no fuese un fracaso y saliese algo positivo del esfuerzo que estaban haciendo tantos clanes a fin de que la paz se sellase. Precisamente fue la celebración que se llevaría a cabo al día siguiente lo que provocó que Ross y Sinclair acabasen, a pesar del riesgo que esto suponía, en la habitación de este último, de madrugada, reunidos para ultimar su plan. —¿Crees que Morgan sospecha algo? —preguntó Ross nervioso. Sinclair esbozó una sonrisa lobuna sumamente inquietante. —En absoluto. Ya he hablado con él. No le ha gustado que precipitemos el plan, ni que lo cambiemos de nuevo, pero ha entendido que esta celebración es una oportunidad sin igual para llevar a cabo nuestros fines y ha comprendido sus ventajas. Le hemos ahorrado el que tenga que forzar un enfrentamiento con Broc. En vez de eso tu sobrino acudirá él solo hacia su tumba. De eso te encargarás tú. Aparte cree que tendrá el honor de ver morir a Bruce Gordon a manos de los mercenarios —dijo a Mervin Ross con un brillo malicioso en los ojos—. Mañana por la noche todo el mundo estará demasiado ebrio y entretenido como para saber qué es lo que ha ocurrido hasta que sea demasiado tarde.

—¿Sigue pensando que mataremos a Sutherland por él? —preguntó Ross mirándole sin pestañear. —Sí, por supuesto. El muy estúpido así lo cree —dijo Sinclair con un tono de voz que revelaba lo inferior que le parecía la inteligencia de Cathair—. Se merece que su hijo lo traicione. Ross se pasó una mano por la cabeza hasta llegar a su nuca, donde la dejó por unos segundos, sintiendo los músculos en tensión bajo sus dedos. Había sido difícil durante los últimos meses mantener a Cathair engañado, pensando que era él quien formaba parte de la verdadera alianza cuando en realidad era Farlan, su hijo, quien, junto a Sinclair y Mervin, había sellado el pacto inicial. La falsa alianza con Cathair fue solo un movimiento necesario para llevar a cabo los planes de Sinclair.  —Todavía no sé si podemos fiarnos de Farlan. Si fue capaz de aliarse con nosotros para matar a su propio padre, no creo que dude en traicionarnos si tiene oportunidad. Sinclair miró a Ross con cierta burla bailando en sus pupilas. —Y lo dice la persona que quiere deshacerse de su sobrino. Ross se removió inquieto en la silla. —Es un bastardo que intenta arrebatarme mi puesto como jefe del clan Ross. Es un hijo de perra —escupió. —Francamente me dan igual tus motivos, pero es el hijo de tu hermana muerta, la misma a la que acabas de insultar al referirte así a tu sobrino —dijo fríamente Flecher—. Eres igual que el resto de nosotros, Ross. Mervin miró con odio a Sinclair, pero se mordió la lengua a tiempo. Una pelea entre ellos, un enfrentamiento con Sinclair, ahora que estaban tan cerca de conseguir lo que querían, no era lo más inteligente, así que calló. Si todo salía como Flecher lo había ideado, matarían a Broc, a Bruce Gordon y a Cathair Morgan, y cada uno de ellos se desharía de la persona que se interponía en su camino. Farlan quería ser el nuevo laird del clan Morgan y para eso necesitaba deshacerse de su padre. Sinclair deseaba matar a Bruce Gordon para saldar una deuda que su progenitor, Taffy Sinclair, tenía con el clan Farqharson y que debía finiquitar si no quería que el fantasma de la traición por los actos pasados de su padre llegase a oídos del rey, y Mervin se desharía de una vez por todas de su sobrino Broc, que, contra toda lógica, se

había ido ganando el respeto de su clan hasta convertirse en un guerrero indispensable entre sus filas y de cuyo talante los ancianos hacían alarde hasta el punto de que algunos de ellos pensasen en él como en el laird que el clan Ross necesitaba, por encima de Mervin. El plan de Flecher era tan retorcido y magistral que, si todo salía bien, todos ellos quedarían fuera de sospecha y la culpa recaería sobre una sola persona, una que al final de la celebración estaría muerta, no pudiendo así demostrar jamás su inocencia, aunque de inocente tuviese poco. Después de eso, cuando aquella reunión acabase, cada uno de ellos volvería a su clan, con la promesa de mantener la alianza viva a fin de desestabilizar a Gunn y Sutherland, humillarlos y doblegarlos con su fuerza conjunta, y conseguir por fin los terrenos que ansiaban, saciando así los odios que se habían ido cimentando a través de los años, los enfrentamientos y los derramamientos de sangre que manchaban aún las hojas de sus espadas. —Puede que sea igual que vosotros, pero aún tengo algo de honor. —¿Honor? —preguntó Sinclair—. ¿Matando a tu propia sangre? No me hagas reír, Ross. Mervin gruñó por lo bajo, pero no dijo nada, sabía en el fondo que Sinclair tenía razón, aunque se negara a aceptarlo. —¿Crees que Gordon acudirá? Y si lo hace, ¿habrá suficientes hombres con Morgan para contener a Bruce Gordon? —preguntó Ross—. Es posible que acuda acompañado. Su hermano puede ser un problema. Y te recuerdo, antes de que me digas que estás seguro, que hasta la fecha todos tus intentos de llevar a cabo nuestros planes han sido frustrados. Broc no respondió como pensábamos ante los pobres ataques de algunos de los guerreros Morgan. Lo del broche de Cathair en el accidente de Eara Gordon para forzar el ataque de Bruce contra él tampoco ha funcionado, ni siquiera que Gordon sucumbiese a su ira al enterarse de que Broc lo sabía. Sinclair asintió lentamente. Reconocía y asumía esos contratiempos como parte de un plan en el que las circunstancias que los rodeaban hacían que fuera prácticamente imposible llevarlo a cabo en su forma original. Había que adaptarse y realizar los cambios necesarios para hacer que fuera posible llevarlo a cabo. Era algo con lo que había contado desde el principio, a pesar de haber sufrido más contratiempos de los que él había esperado en un principio. Sin embargo, había merecido la pena la espera y

la frustración soportada, cuando por fin tenían a su alcance la oportunidad perfecta.  —Por supuesto que Bruce Gordon acudirá. Su orgullo y su vanidad son la perdición de Bruce. Irá solo, y si no lo hace se encontrará con una desagradable sorpresa. Créeme, lo tengo todo pensado. Tú solo tienes que encargarte de que tu sobrino acuda también. Irá directo a su muerte. Sinclair chasqueó la lengua ante la mirada de Ross que parecía albergar todavía ciertas dudas. Flecher sabía con seguridad que Bruce Gordon acudiría. Estaba seguro de que lo haría, conociendo con qué lo amenazaría Morgan. —Está bien. ¿Y tú dónde estarás? La mirada fría, sin vida, que le lanzó Sinclair le hizo sentir a Mervin incómodo por un instante. —Estaré en el salón, en plena celebración, donde todos puedan verme. Además, es posible que no solo haya que festejar el nacimiento del nieto de Dune McGregor. Con un poco de suerte, es posible que pueda anunciar mi futuro enlace. Ross frunció el ceño. —¿Tu enlace con quién? Sinclair se pasó una mano por el rostro antes de contestar. La sonrisa rasgada, sibilina y llena de ironía que asomó a sus labios fue de todo menos cálida. —Con la hija mayor de los Comyn. Los ojos de Mervin Ross brillaron con apreciación. —Tengo que reconocer que es una mujer exquisita. Sin embargo, pensaba que su carácter es de los que deja mucho que desear. —Ya me encargaré yo de que ese carácter sea domado. Es lo que más ansío de llegar a un acuerdo con Henson Comyn —rio sin humor Sinclair—. Tener a Elsbeth en mis manos para hacer con ella lo que me plazca va a ser una delicia. Ambos hombres rieron por lo bajo por las implicaciones que las palabras de Sinclair conllevaban. —¿Todavía no has hablado con Comyn? ¿Y si él no quiere esa alianza? —preguntó Ross. Flecher miró a Mervin como si este se hubiese vuelto loco. Estaba tan pagado de sí mismo que dicha posibilidad no tenía cabida en su

conversación con Comyn. —Él aceptará, que no te quepa duda. —¿Y si es ella la que no lo desea? Sinclair soltó una carcajada, que ahora sí, le erizó la piel a Mervin Ross. —¿Desde cuándo una mujer tiene derecho a opinar sobre su futuro? Ella hará lo que se le ordene, como todas, y créeme cuando te digo que, si se resiste, eso solo hará que disfrute más el momento en que la tenga a mi merced, apoyada sobre sus rodillas y dándome placer con la boca. Voy a hacer que esa perra desee no haber nacido.   ***   Eara se despertó de golpe, con su cuerpo completamente empapado en sudor y el eco de la pesadilla que acababa de sufrir todavía en la mente. —¿Un mal sueño? —preguntó Bruce con la voz algo ronca. Eara, que se había incorporado levemente en la cama, le miró solo un segundo. —Siento haberte despertado. A Bruce solo le hizo falta un breve cruce de miradas para saber que lo soñado por Eara la había afectado sobremanera. —Ven aquí —dijo Bruce, abriendo los brazos, y Eara no lo pensó—. Estás temblando, pelirroja —continuó Gordon cuando la estrechó contra su pecho, y su tono fue más grave, más suave, con un deje de preocupación que Eara, tras los últimos meses junto a él, había llegado a reconocer. Posando su cabeza en el torso desnudo de Bruce, escuchó los latidos de su corazón, esos que siempre la hacían sentir segura, que le daban una paz y una tranquilidad infinita.  —Estoy bien —contestó Eara intentando aparentar que así era, cuando en realidad el sueño que había tenido había sido tan vívido que la angustia aún le atenazaba el pecho y prolongaba el nudo que apretaba su garganta. Sintió la respiración serena y calmada de Bruce por encima de su cabeza, y bajó la palma de su mano, la misma que tenía apoyada en el estómago de Gordon, sobre sus músculos, y que provocó que estos se ondularan ligeramente bajo su tacto, deleitándose en la dureza de los

mismos, en su forma y en cómo estos se movían ligeramente en cada una de sus inspiraciones, mientras los recorría con sus dedos. —Vamos a tener un problema si sigues tocándome así —afirmó Bruce, provocando que Eara sonriera levemente, antes de levantar su rostro y mirarle a los ojos. —¿Seguro? —preguntó la pelirroja bajando lentamente su mano por el vientre de Bruce, rozando con sus dedos el nacimiento del vello donde la “v” que conformaban sus perfilados músculos de su bajo vientre daba paso a una parte de su cuerpo donde el deseo era más que visible. Eara disfrutó escuchando cómo la respiración de Bruce se volvía errática, acelerada, consciente de lo que su tacto provocaba en él, cuando Gordon acunó su mejilla con la palma de su mano y acarició su piel con el pulgar, lentamente, tomándose su tiempo como si ese gesto fuese vital y necesario, tanto como respirar… y Eara cerró los ojos sintiendo que con solo ese leve roce Bruce sería capaz de volverla loca… Cuando lo sintió acercarse a ella, como si el tiempo no fuese importante, como si cada segundo que lo acercaba a ella fuese el más valioso, Eara abrió de nuevo los ojos para perderse en los orbes pardos de Bruce, unos ojos que la miraban oscurecidos por el deseo y una necesidad tan visceral que la atravesó por completo, expresión de un amor sin medida que le quemaba la piel y embriagaba sus sentidos. Eara gimió cuando Gordon capturó sus labios entre los suyos y saqueó su interior con delirante lentitud y devoción, y cuando quiso darse cuenta, estaba sentada a horcajadas sobre él, con el deseo a punto de devorarlos a los dos. Eara rompió el beso suavemente, y escondió su rostro en el cuello de Bruce. —Prométeme que, si alguno debe dejar este mundo antes que el otro, seré yo quien lo haga. Prométemelo —rogó Eara en un susurro. Sabía que estaba siendo irracional, sabía que Bruce no podía prometerle en verdad algo así, pero en ese momento, en ese instante, necesitaba escucharlo de sus labios, porque las imágenes de lo que había soñado, de Bruce cubierto de sangre, de su rostro rígido y su piel fría aún, le hacían desear vaciar su estómago de lo poco que había tomado en la cena. Imágenes que la estaban volviendo loca pero que habían tomado el control

de su mente desde que se despertara bañada en sudor y con un peso demoledor sobre el pecho. Confiaba en Bruce más que en nadie en el mundo, pero sabía que la vida a veces no era justa, daba zarpazos en la oscuridad, y te arrebataba sin aviso, en un solo instante, lo más preciado, dejándote vacío, hueco, para que siguieses respirando en un mundo en el que el dolor y la agonía se convertían en tu día a día. Y ella no iba a dejar que nadie le arrebatase a Bruce, aunque tuviese que luchar contra la misma muerte para robárselo de sus brazos. —Pelirroja… —dijo Bruce suavemente cuando intentó separarla de él, lo justo para poder mirarla a los ojos, pero Eara apretó los brazos alrededor de su cuello, su pecho unido a su torso, piel con piel, y su cara enterrada en su pelo. —Eara…, mírame… —pidió Bruce, y esta vez el nombre de su esposa fue seda entre sus labios. Eara tembló sabiendo que no podía esconderse de él, como Gordon no podía esconderse de ella. Habían llegado a conocerse de tal manera en los meses que llevaban casados que a veces tenía la sensación de ser uno solo. Su conexión era tan profunda que solo una mirada podía hacerles trizas, justo antes de tocar el cielo con los dedos. Eara deslizó lentamente los brazos desenredándolos del cuerpo de su esposo, alejándose lo justo como para poder mirar sus orbes pardos, pero sin renunciar al toque de su piel. Observó a Bruce escrutarla con su mirada, sus ojos oscureciéndose en un segundo, un pozo en el que se ahogaría sin dudar. —Un día dijiste que era tuyo —dijo Bruce, y Eara solo pudo asentir levemente ante los recuerdos que esa frase le evocó—. Siempre he sido tuyo, pelirroja, y siempre lo seré. Tuyo para amarte, para enlazar mi mano con la tuya, para compartir mi vida y entregártela si me la pides; pero esa promesa, esa que me exiges, no puedo hacértela. Solo puedo jurarte que no rendiré mi último aliento fácilmente porque siempre lucharé por estar un segundo más a tu lado. Una lágrima surcó la mejilla de Eara, que tragó saliva antes de mover sus caderas y elevarlas lo suficiente para enterrar a Bruce en sus entrañas, lentamente. Un gemido visceral salió de los labios de ambos,

desbordados, antes de que Gordon pusiese sus manos sobre la cintura de su esposa. —Me estás matando, pelirroja… —dijo Bruce entre dientes, ejerciendo una leve presión para que Eara no pudiese mover las caderas, sin dejar de mirarla, fijamente. Y Eara supo lo que le estaba pidiendo, porque entre ellos no había lugar para engaños, omisiones u olvidos. Bruce siempre fue a ella con esa brutal sinceridad que marcaba cada uno de sus pasos, con esa honestidad descarnada que algunos describían como orgullo y frialdad. El lado más oscuro del lobo solitario. Sin embargo, ella amaba esa parte más que a nada en el mundo porque ese era Bruce. —Ese juramento me basta —dijo Eara a escasos centímetros de su boca, tan cerca que Gordon pudo paladear cada palabra salida de sus labios, con la caricia de su aliento. Y entonces sí, entonces Bruce se rindió a su pelirroja, perdiéndose en su interior una y otra vez, al ritmo que marcó su esposa, entregándole hasta el alma.   

 

CAPÍTULO XXV     Elsbeth cerró la puerta tras ella sin sospechar qué era lo que le esperaba. Esa mañana, tras pasar un rato junto a Alice, Eara y Elisa, mientras ayudaban a esta última con los gemelos, uno de los hombres de su padre le había pedido que acudiese a la sala grande, la cual era, después del gran salón, la estancia más espaciosa del castillo, utilizada por los McGregor para reuniones más pequeñas. Terminada la de esa mañana, su padre había permanecido en la misma a la espera de que ella llegase. Cuando Elsbeth entró, lo primero que hizo fue buscar con la mirada a su padre. Este se encontraba al fondo de la sala, donde una mesa de madera de proporciones generosas y varios bancos situados a ambos lados de la misma habían albergado un rato antes a varios de los highlanders que durante aquellos días intentaban solventar sus diferencias bajo la hospitalidad del clan McGregor. —Te has hecho de esperar —y esa voz hizo que Elsbeth se tensara.  Buscó por la sala a la persona de la que provenía, apartando por un momento los ojos de su padre para posarlos finalmente sobre su tía abuela Skena, que, separada de él por la gran mesa, no se encontraba sola. Su estómago se cerró en un apretado nudo cuando se dio cuenta de la identidad del hombre que la acompañaba: Flecher Sinclair. Su mente empezó a divagar a una velocidad vertiginosa, elucubrando el motivo que justificaba la presencia de ambos allí, y las posibles respuestas a las que su mente llegó la pusieron enferma. Por eso cuando su padre comenzó a hablar, el corazón de Elsbeth se desbocó y su respiración se volvió errática. Utilizando el bagaje que todos sus años de autocontrol y de autodisciplina le otorgaron, Elsbeth consiguió que externamente, en su postura, en su rostro y en sus movimientos, no se observara rastro de alteración alguna, aun cuando lo único cierto era que estar en aquel lugar, en la compañía de dos de las personas que más detestaba en el mundo, la

había dejado sin aliento. Elsbeth sabía que no podía mostrarse débil ante ellos, que debía mantener la calma y seguir fingiendo que aquella situación no la alteraba, porque tanto Flecher como Skena eran de los que olían el miedo y la duda, y si los percibían en ella, irremediablemente quedaría a su merced. La hija mayor de laird Comyn achicó un poco los ojos, y su rostro se tensó al observar una pequeña sonrisa de suficiencia en los labios de Flecher Sinclair que, junto a la cara de satisfacción de Skena, no presagiaban nada bueno. —Les dejo a solas para que tomen una decisión. Confío en que sea la adecuada —dijo Flecher antes de despedirse de Skena y Henson Comyn con un gesto cortés. En su camino hacia la puerta se acercó lo suficiente a Elsbeth como para dejar su veneno. —Siempre supe que llegaría este momento. Solo espero que esta vez hagas caso a tu padre —dijo Sinclair, mirándola de tal forma que a Elsbeth se le revolvió el estómago. Cuando Flecher abandonó la estancia, la rubia dirigió su mirada a su padre sin demora. —¿Padre…? —preguntó, mirando a su progenitor, intentando obviar el anterior comentario de Sinclair y obligándose a no pensar en las posibles implicaciones que podían conllevar sus palabras, ignorando la presencia de su tía Skena, a la que no le dirigió ni una sola mirada. Lo hizo consciente de que su padre condenaría ese comportamiento, pero a Elsbeth le resultaba cada vez más difícil no demostrar el desagrado que le causaba la presencia de ciertas personas y la forma en la que todos, durante toda su vida, habían intentado dominarla y manipularla, obligándola a hacer su voluntad, llegando incluso a imponerse sobre ella. Resultaba extraño que, después de tantos años de fingir, fuese en los últimos días cuando más difícil se le estaba haciendo aparentar que entre lo que sentía y lo que expresaba a los demás no había un abismo. Cada vez le era más costoso ser quien no era, sujetar a sus demonios y fingir incluso ante sí misma. Y sabía a qué se debía. Sabía quién era el culpable de despertar en ella esa necesidad de sentir y la capacidad de rebelarse para alcanzarlo. El maldito Kam Gordon. La fina línea en la que se convirtieron los labios de su padre y su ceño ligeramente fruncido le dijeron todo lo que necesitaba saber: que lo

que iba a contarle no sería de su agrado. Eso la puso aún más nerviosa, donde el silencio prolongado de su padre, callando y alargando el momento de forma cruel, solo consiguió hacer trizas sus nervios.  Antes de decir una maldita palabra, Henson Comyn se limitó a apoyarse en el borde de la mesa, cruzó sus brazos por delante del pecho y la miró con determinación, rebosando sus ojos un desagrado más que latente. Esa mirada, la misma que le dirigía desde hacía años, se había agravado en los últimos tiempos hasta rozar lo doloroso. Y, aunque Elsbeth había dejado tiempo atrás de esperar un gesto de afecto por parte de Henson Comyn, la punzada en el centro del pecho que le produjo recibir su decepción fue un recordatorio permanente de que nunca sería suficiente buena para él, de que para su progenitor, Elsbeth dejó, mucho tiempo atrás, de ser su hija, convirtiéndose solo en un escollo del que intentar desprenderse.  —Te he mandado llamar porque tengo algo que comunicarte — comenzó Henson con excesiva lentitud, como si esa cadencia al hablar fuese necesaria para que ella entendiera bien lo que iba a decirle a continuación—. El hijo de laird Sinclair, Flecher, me ha comunicado su interés en forjar un enlace entre su clan y el nuestro, a través de un matrimonio. Más concretamente, su matrimonio contigo. Elsbeth sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Eso no podía estar pasando, imposible, no de nuevo. Ya había estado prometida a él y ese compromiso se había roto hacía años. De ninguna manera iba a terminar casándose con un hombre como Flecher Sinclair. —No —espetó Elsbeth de forma rotunda con un aplomo que sorprendió incluso a Henson Comyn. —No te estoy pidiendo tu parecer ni tu consentimiento, Elsbeth. No te equivoques —exclamó laird Comyn de forma autoritaria. —Siempre te dije que debías disciplinarla más de lo que lo has hecho, Henson. Si hubiese estado a mi cargo sabría cuál es su deber como mujer y como hija del laird del clan Comyn —dijo Skena con claro desprecio, acercándose a ellos y poniéndose al lado de Henson. Laird Comyn miró a Skena con una furia controlada, una mirada que encontró en la de ella frialdad y suma prepotencia, la misma que, a pesar de todo, se impuso finalmente a la de Henson.

—Sabes que lo que digo es cierto. Esta niña solo ha sabido avergonzar a tu clan y humillarte a ti. Deberías haberla hecho entrar en razón a golpes. A los perros hay que disciplinarlos para que te obedezcan. —No es un perro, Skena, es mi hija —dijo Henson Comyn contrariado. —Una hija que solo te ha traído desgracia —contestó la esposa de laird Gunn, y Henson calló desviando la mirada. Un gesto que le dolió a Elsbeth como no imaginó que todavía fuese posible. —No entiendo el porqué de esta alianza. No es beneficiosa para nuestro clan, ahora no. No sé el motivo de considerar la posibilidad de… —¡Cállate! —bramó Henson, como si estuviese cansado de aquella conversación. Elsbeth sabía que sería imposible razonar con su padre y más cuando se encontraba en aquel estado. —El porqué no es asunto tuyo. Solo tienes que hacer lo que te diga y casarte con quien te ordene. Elsbeth sintió una furia ciega consumirla desde dentro. No iba a dejar que nadie la controlase. No podía. Antes se quitaría la vida, porque solo pensar en que estaría bajo los designios de Flecher Sinclair le provocaba ganas de saltar al abismo y acabar de una vez con todo. No podría soportar que ese hombre la tocara, que hiciese con ella lo que quisiese sin importar sus deseos. La mirada que tenía Flecher le recordaba a otra… una que la acosaba todavía en las noches y le seguía provocando pesadillas. Una que la despertaba con el corazón desbocado y con las náuseas en la boca del estómago. Que la dejaba sin poder dormir y la llenaba de sombras. Los ojos de Flecher eran los mismos que los de Balmoral y no porque fuesen del mismo color sino porque ambos tenían la misma mirada fría, desprovista de juicio, desprovista de humanidad, en donde se vislumbraba el placer que les otorgaba el provocar el dolor en otros. —No me casaré con él y no hay nada que puedas hacer para obligarme a ello. Ya no —dijo Elsbeth, consciente de que durante muchos años Alice había sido una forma, por parte de su padre, de manipularla, y de la que ahora este ya no podía hacer uso. El bofetón que recibió y que la derribó al suelo no lo vio venir. Se puso en pie de inmediato, con los dedos en la mejilla donde estaba segura

luciría la marca provocada por la mano de su padre. Le dolía la cabeza y el lateral de la cara como si fuese a estallarle. —Deberías haber hecho eso hace mucho tiempo, Henson, pero me alegro de que por fin le hayas dado lo que se merece —escupió Skena con satisfacción a Comyn, antes de desviar sus ojos hacia su sobrina nieta. Henson, totalmente centrado en Elsbeth, no contestó a ese comentario. —Todavía no está decidido, pero si acepto la oferta de Sinclair, te casarás con él aunque sea lo último que haga, ¿me has oído? —continuó Henson dirigiéndose a su hija. Elsbeth sabía que aquello era una equivocación, que acercarse a su padre, con la barbilla levantada y la mirada desafiante era un suicidio, pero no iba a dejar que la doblegase. Tendría que golpearla hasta acabar con ella y aun así moriría con el no en la boca. —Pues será lo último que hagas, y yo también, porque solo muerta conseguirás que me case con él —dijo Elsbeth entre dientes, y esta vez tensionó su cuerpo cuando su padre le cruzó la otra mejilla. Trastabilló hacia atrás, pero consiguió mantenerse en pie. Sintió la sangre en la comisura de su boca antes de que sus dedos, por inercia, fueran hasta allí y se impregnaran con el líquido rojo. —Si así lo decido te casarás con él, aunque tenga que atarte y arrastrarte. Piénsalo bien, Elsbeth, porque puedo convertir tu vida en un infierno. Y ahora, ¡lárgate! No quiero verte más por hoy. Solo tu presencia me repugna —escupió con furia Henson Comyn, y Elsbeth, apretando los dientes, temblando de rabia, de dolor y desesperación, dio media vuelta y salió corriendo de allí.   ***     La reunión de esa mañana había sido distinta, porque por primera vez pareció haber un acercamiento en las posturas de los clanes. Por lo menos Morgan y Sinclair, los más reacios a llegar a un acuerdo, habían estado más receptivos respecto a los argumentos de Sutherland, Gunn y el propio Ross, el cual había estado más conciliador que nunca. La única nota discordante fue la salida de tono de Morgan tras un comentario de Bruce, al

que Dune McGregor tuvo que poner freno, señalando a Morgan que aquella era su casa, y que no iba a dejar que nadie bajo su techo se comportase de tal forma, impropia de un highlander. Los ojos llenos de furia de Morgan hicieron dudar al resto, que durante un instante temieron que este perdiese el juicio y que, llevado por un impulso, retase al mismísimo laird McGregor; sin embargo, Morgan sorprendió a todos callando ante las palabras de Dune, unas que resonaron en las paredes de piedra como si fuesen una pesada losa, y que dejó la estancia en completo silencio. Tras la reunión, varios de los highlanders fueron de caza y otros al lago, dado el ambiente más distendido que impregnaba las horas previas a la celebración que Dune McGregor tenía prevista para esa noche. Otros, como Kam, Bruce y Duncan, permanecieron dentro del castillo. Los tres, tras acabar las negociaciones por ese día, acudieron a las habitaciones de Elisa, en donde Eara, Alice y Elsbeth llevaban toda la mañana ayudando a la esposa de McPherson con los gemelos. La pobre Nesha había amanecido indispuesta del estómago y guardaba cama por orden de Elisa, la cual le recomendó descanso y una infusión que ella misma le preparó. Duncan se quedó con ellas cuando el pequeño Bruce no quiso dejar sus brazos; sin embargo, Kam y Bruce decidieron buscar a Henson Comyn y hablar con él cuando Eara les comentó que uno de los highlander perteneciente al clan Comyn se había presentado allí, momentos antes, en busca de Elsbeth, solicitando que esta le acompañase por requerimiento de su padre. Eso puso en alerta a Kam que, preocupado por que Sinclair hubiese decidido apresurar su proposición de matrimonio hablando con Henson, no dudó en salir de la habitación al instante, no sin antes cruzar una mirada con Bruce, suficiente para saber que ambos pensaban lo mismo. Kam bajó las escaleras maldiciendo por lo bajo por no haber previsto aquel temprano movimiento por parte de Sinclair y apreciando que Bruce le acompañase, por si debía reforzar su proposición y darle mayor solemnidad con la presencia del jefe del clan Gordon. Cuando ambos encararon el pasillo que llevaba a la entrada principal, la puerta de la gran sala se abrió y de ella salió Elsbeth, tan deprisa que Kam apenas tuvo tiempo de verla. Cuando la rubia echó a correr, el menor de los Gordon miró a su hermano.

—Bruce… —exclamó sin necesidad de decir nada más, antes de salir de forma apresurada tras ella. Gordon asintió, dirigiéndose acto seguido al interior de la estancia donde imaginaba que aún se encontraría Henson Comyn. Fuera como fuese, no iba a salir de allí sin sellar la seguridad de Elsbeth y la felicidad de su hermano Kam.

 

CAPÍTULO XXVI     Bruce entró en la estancia y encontró a Henson Comyn junto a Skena Gunn.  Comyn, por su parte, no tardó en percatarse de su presencia cuando dejó de prestar atención a los cuchicheos que entre dientes le susurraba la esposa de laird Gunn, y le miró fijamente, envaneciéndose como si intentase ser más alto de lo que en realidad era. —Gordon —dijo Henson Comyn con voz cansada. —Comyn —contestó Bruce, y la mirada que le dirigió Skena, cargada de engreimiento, provocó que Gordon esbozara una pequeña sonrisa. Estaba claro que a la esposa de Gunn no le agradaba ni él ni aquella interrupción. —Ahora no es un buen momento, sea lo que sea que necesites —se excusó Henson. —Pues va a ser una pena porque no vamos a retrasar esta conversación —contestó Bruce. Su postura indolente, desafiante, fue suficiente para que Henson titubeara y finalmente asintiera, a pesar de lo poco inclinado que parecía a ello y del claro desagrado que mostró Skena Gunn ante las palabras de Bruce. —A solas —exigió Gordon, lentamente. En la cara de Skena, sus facciones se endurecieron al instante y su mirada se llenó de desprecio y prepotencia. —No voy a… Sus palabras murieron cuando la voz de Henson Comyn resonó clara en la estancia. —Skena, déjanos…, por favor —finalizó Henson cuando los ojos inyectados en sangre de la esposa de laird Gunn le miraron con resentimiento y desaprobación. —Está bien —concedió Skena entre dientes, antes de dirigir una última mirada, fría y desagradable, a Bruce Gordon, de camino a la salida.

Esa mirada fue un tremendo error, y Skena fue consciente de ello cuando la que le devolvió el lobo solitario, fría y afilada como la hoja de un cuchillo, la atravesó sin piedad. Ella nunca había temido a nada, hacía tiempo que su posición le otorgaba las ventajas de saberse prácticamente intocable, y, sin embargo, aquel hombre, aquel salvaje, había conseguido ponerla nerviosa. Cuando la puerta se cerró tras su marcha, Henson miró de nuevo a Gordon. —¿De qué quieres hablar? Bruce se acercó unos pasos más, acortando así la distancia entre ambos. —Del compromiso entre mi hermano Kam y tu hija Elsbeth. La expresión de Comyn cambió al instante. De sorpresa a incredulidad, terminando con una clara confusión. —¿De qué estás hablando? Acabo de comunicarle a Elsbeth que Flecher Sinclair quiere una alianza con nuestro clan a través de su matrimonio con ella. No sé nada de un compromiso previo entre mi hija y tu hermano —afirmó Henson confuso—. Elsbeth se ha negado de forma tajante a considerar la propuesta de Sinclair. ¿Su reticencia se debe quizás a ello? Porque desde ahora quiero dejar claro que lo que desee mi hija carece de importancia. Ella se casará con quien yo le diga. Sus deseos son irrelevantes —finalizó Comyn. —¿Lo que ella desee es irrelevante? —preguntó Bruce con frialdad. Comyn apretó los dientes antes de hablar. —Es mi hija y por eso hará lo que yo le ordene, lo que decida que conviene para nuestro clan. Los ojos de Bruce se oscurecieron y su mirada se tornó dura. —Si lo que te importa a la hora de tomar una decisión es el bien de tu clan, entonces, te aconsejo que declines la proposición de Sinclair y aceptes la de Kam. Los ojos de Comyn refulgieron con intensidad. —¿Por qué? ¿Por qué debería hacerlo? Nada me obliga, a no ser que haya algún motivo de peso para ello… —dijo Comyn callando de pronto, mirando a Bruce con furia, como si de repente hubiese comprendido algo —. ¡Si Kam ha osado tocar a Elsbeth… si se ha atrevido, entonces juro por Dios que la mato y que a él…!

Comyn no pudo terminar la frase porque Bruce acortó el espacio que quedaba entre los dos, posicionándose tan cerca de Comyn que este tuvo que inclinar ligeramente la cabeza hacia arriba para poder mirarle a los ojos, percatándose de que con su arrebato había despertado a la bestia. —Si dices una palabra más… no habrá alianza posible que te salve de mí —siseó Gordon, y Comyn dio un paso atrás con la cara demudada—. Elsbeth y Kam se prometieron en secreto hace unos días —continuó Bruce —. Ellos desean casarse y yo deseo la felicidad de mi hermano. Y créeme si te digo que te conviene aceptar, porque si obligas a tu hija a casarse con quien no desea, si no apruebas este compromiso, arrasaré tu clan hasta que quede solo tierra y cenizas, y me encargaré personalmente de que tú caigas el primero. Así de beneficioso es este compromiso para tu clan, ya que de él depende su supervivencia —sentenció Bruce inmisericorde—. Piénsalo bien, Comyn. Bruce dio media vuelta dejando a Henson sin palabras, dirigiéndose lentamente hasta la salida. Sus pasos se detuvieron cuando la voz de Comyn, algo titubeante, resonó en la estancia. —Está bien, Gordon. Si así lo desean, aceptaré ese compromiso. Bruce ni siquiera se volvió antes de contestar. —Sabia decisión.   ***   Kam siguió a Elsbeth hasta el exterior. Durante un momento la perdió de vista, el suficiente para que tuviese que pararse en mitad de la explanada y ojear a su alrededor. No tuvo que decidir qué dirección seguir cuando, un instante después, la vio salir a galope del establo en su caballo, sin prestar atención a nada. Su semblante, ese que pudo ver por unos segundos, le habló de sufrimiento, de desesperación, y Kam no perdió el tiempo.  Corrió hacia el establo, cogió su montura y salió tras ella como alma que lleva el diablo. La dirección que había tomado era la que llevaba hasta el lago, así que no miró atrás, espoleó a su caballo y galopó sin descanso hasta que distinguió las aguas a lo lejos y una silueta cerca de ellas. Era Titán, el caballo de Elsbeth, pero ¿dónde demonios estaba ella? Y entonces la vio, a los pies del lago, adentrándose en sus aguas.

Kam sintió la sangre congelarse en sus venas. Apretó aún más las riendas de su caballo, desesperado por llegar a su lado. Gritó su nombre cuando, a escasos metros, vio desaparecer la cabellera rubia bajo el agua. Saltó desesperado de su montura y corrió el corto espacio que lo separaba de la orilla, hundiéndose después en las gélidas aguas mientras rogaba por llegar a tiempo. Nadó veloz hasta el punto exacto en el que la vio desaparecer y volvió a hundirse intentando no volverse loco cuando no la encontró. Aguantó bajo el agua hasta que su pecho ardió y tuvo que impulsarse hacia la superficie a fin de tomar aire para sumergirse de nuevo y seguir buscándola. La tercera vez que emergió a la superficie vio el cuerpo de Elsbeth, flotando bocabajo, a unos metros hacia su derecha. Nadó para llegar hasta él, con mayor presteza de lo que lo había hecho en su vida. La parte superior de la espalda de Elsbeth y su pelo eran lo único visible cuando la alcanzó, con los brazos extendidos a ambos lados de su cuerpo en forma de cruz y la cabeza totalmente sumergida. Por Dios, ¿cuánto tiempo llevaba así? No dudó, no pensó, simplemente reaccionó. Él mejor que nadie sabía que el tiempo era esencial. Con presteza y desesperación, la tomó por la cintura y empezó a arrastrarla hacia la orilla. Si no hubiese estado tan alterado quizás hubiese sido capaz de sentir que el cuerpo que él intentaba sacar del agua se resistía, ejerciendo fuerza para que lo soltasen. No fue hasta que llegó a la orilla y el agua apenas le cubrió cuando fue consciente de que el cuerpo de Elsbeth, que debería permanecer laxo entre sus brazos, se movía con fuerza. —¡Suéltame! —exclamó Elsbeth mientras tosía algo de agua. —No voy a soltarte, maldita sea —siseó entre dientes Kam con un tono demasiado duro y lacerante, que contrastaba totalmente con el alivio y la alegría que sentía al saber que ella estaba bien, que seguía respirando—. ¡Intentabas ahogarte! —exclamó con un rugido. Elsbeth se quedó inmóvil por un momento y su tez pálida perdió aún más color. Sus ojos refulgieron casi rozando la ira y sus manos, que temblaban visiblemente, se cerraron en dos puños como si quisiese contener lo imparable.

—¡No quería matarme! —espetó furiosa Elsbeth, como si estuviera masticando cada sílaba, empujando con todas sus fuerzas a Kam y consiguiendo que este finalmente la soltase cuando el menor de los Gordon aflojó su agarre al observar el dolor y la desesperación que destilaban los ojos de la rubia. —¿Y, entonces, qué demonios estabas haciendo? —preguntó Kam, acercándose de nuevo a ella, con los pies todavía enterrados bajo el agua. Elsbeth negó con la cabeza, se dio la vuelta y salió del lago con determinación, con Kam tras ella, siguiendo sus pasos de cerca, llamándola repetidamente, con un tono de voz exigente y preocupado, mientras ella lo ignoraba como si él no existiese. —¡Para! —exclamó Kam, acelerando el paso hasta que estuvo de nuevo junto a ella, cogiéndola del brazo. El menor de los Gordon solo rozó su piel y Elsbeth se revolvió como una furia, zafándose de sus dedos como si estos la hubiesen quemado. —¡No vuelvas a tocarme! —gritó Elsbeth, y Kam frunció el ceño, percatándose de que no solo las manos de la rubia temblaban. Toda ella se sacudía como si no pudiese evitarlo. Kam maldijo en voz baja y levantó las suyas para que las viera, intentando que se calmara lo suficiente como para que le dejase acercarse a ella. Solo había que ver su rostro, sus ojos desesperados y velados por el dolor, para comprender que el estado en el que se encontraba no era solo debido al frío provocado por hundirse en las gélidas aguas del lago, sino a algo contra lo que Elsbeth parecía estar luchando en aquel instante, aunque las ropas empapadas que se pegaban a su cuerpo tampoco ayudaban. —No voy a tocarte, ni siquiera me acercaré si así lo deseas, pero ¿qué hacías metida en el lago, hundiéndote bajo sus aguas, vestida? — preguntó Kam, viendo cómo la expresión de Elsbeth se tornaba cautelosa, perdida, como si de repente se sintiese acorralada—. Te he visto salir corriendo de la sala grande —continuó con voz más suave—. Sé lo que tu padre te ha dicho, sé que Sinclair le ha propuesto una alianza entre ambos clanes, a través de un matrimonio contigo —finalizó Kam, parándose en seco cuando los ojos de Elsbeth rebosaron de pánico al escucharle decir lo último. —No voy a casarme con él, no voy a hacerlo —dijo la rubia, y Kam sintió que algo se estrujaba bajo su pecho cuando escuchó la voz de Elsbeth

quebrarse. El menor de los Gordon se acercó un paso más hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos. —Y no tendrás que hacerlo —dijo el menor de los Gordon con voz grave. Elsbeth lo miró y Kam comprendió que ella no le creía. —¿Qué hacías metida en el lago? —preguntó de nuevo. Elsbeth desvió sus ojos de él, solo un momento, y miró de nuevo a las gélidas aguas. No sabía qué había pretendido hundiéndose en ellas. Cuando salió corriendo de la sala grande, solo había querido alejarse de allí. De lo siguiente que fue consciente fue de montar a Titán, salir del establo y galopar a lomos de su caballo intentando desaparecer. No lo logró por mucho que se distanció, por mucho que intentó que la presión que sufría en el pecho se fuera. Lejos de conseguirlo, la sensación se incrementó, cada vez más, y con cada inspiración se hizo más insoportable hasta que le impidió respirar. Ese fue el momento en el que vio el lago, y algo dentro de ella la impulsó a ir hacia él, convencida de que esa angustia, esa locura que la estaba abrasando, la desesperación y el desasosiego desaparecerían si se sumergía en él. Que la frialdad de las aguas conseguirían detenerlo. Solo cuando estuvo hundida en ellas, y su cabeza bajo el agua, se dio cuenta de que por más que corriera, por más que lo intentase, aquella sensación no desaparecería. Y ese fue el momento en el que, por un segundo, solo por un instante, deseó dejar de pelear. Un instante eterno que pasó fugaz, cuando comprendió que no podría hacerlo. Cuando supo que no podría rendirse a pesar de estar demasiado cansada, demasiado rota… y de tener quebrada el alma. —No intentaba matarme, solo quería parar, solo quería poder respirar… porque… porque no puedo más —dijo Elsbeth, cuyos hombros empezaron a temblar descontroladamente, ahogando un sollozo. Su respiración se volvió irregular, demasiado rápida y algunos resuellos empezaron a sonar tan fuertes que de seguir así tardaría poco en perder el conocimiento. —Déjame que me acerque, Elsbeth. Por favor —rogó Kam con fiereza—. Di una sola palabra y estaré a tu lado.

La rubia le miró y lo que vio en sus ojos, la tormenta que se fraguaba en ellos, la desesperación, la preocupación que apenas podían contener la hicieron asentir levemente con la cabeza. —Sí… —dijo en apenas un susurro, pero que fue suficiente para que Kam salvara la distancia entre los dos y la rodeara con sus brazos. Ese fue el instante en que ella se quebró, en que todo lo que había estado conteniendo durante años se desbordó, haciéndola añicos. —No puedo Kam, no puedo, no puedo… —sollozó Elsbeth con un llanto silencioso que desgarró al menor de los Gordon por dentro. Aquella reacción, aquella angustia, no podía haberla desencadenado solo la propuesta de matrimonio. Kam podía sentir que tras ella había más, mucho más. El menor de los Gordon la apretó contra su pecho, como si así pudiese protegerla de la tormenta que se había desatado en su interior. —No tendrás que casarte con él, no lo harás, tranquila —le susurro Kam al oído, sosteniéndola cuando las piernas de la rubia fallaron. El menor de los Gordon pasó su mano bajo los muslos de Elsbeth y la tomó en brazos, acunándola entre ellos, acercándose después lentamente hasta su caballo. La rubia ante ese último movimiento se tensó, temblando con más fuerza, si es que eso era posible. —Shh… No vamos a volver, solo quiero coger una manta. Estás helada —explicó Kam con dulzura, antes de tomar la prenda que llevaba en su montura. Una vez que la tuvo, intentó que Elsbeth comprendiera que debía quitarse el vestido, antes de envolverla con ella. El hecho de que, de repente, no discutiera, no se negase, con la mirada vacía, con los brazos laxos, hizo que la furia le devorase las entrañas. ¿Quién le había hecho tanto daño? Lo mataría, se juró a sí mismo, mientras la ayudaba a deshacerse del vestido dejándola sola con una camisola, envolviéndola rápidamente con la manta. Después se sentó al pie de unas rocas, con Elsbeth en su regazo, para resguardarse del viento que soplaba cada vez con más fuerza. La respiración de Elsbeth seguía errática, y su corazón desbocado, algo de lo que Kam pudo dar fe al sentir los latidos bajo la palma de su mano, la misma que estaba posada en la espalda de la rubia y dibujaba pequeños círculos en ella. —Dime qué pasa, Elsbeth… Habla conmigo, por favor… —rogó Kam con voz ronca.

Pareció pasar toda una vida antes de que la oyese hablar. Fue tan bajo que al principio Kam pensó que se lo había imaginado. —Balmoral Sinclair me violó cuando tenía doce años y… yo lo maté —confesó Elsbeth en un susurro.

CAPÍTULO XXVII     Kam dejó de respirar durante unos segundos cuando la escuchó. Su cuerpo se tensó, apretó los dientes, cerró los ojos y tuvo que hacer uso de todo su autocontrol, de toda su fuerza de voluntad, para contener la ira que lo recorrió por entero al escuchar las palabras procedentes de los labios de Elsbeth. El menor de los Gordon la sujetó contra su pecho, enredó una de sus manos entre sus suaves cabellos, y la acunó entre sus brazos con firmeza y con infinita ternura, y Elsbeth enterró su rostro en el cuello de Kam, mientras intentaba amortiguar su llanto contra su piel, aferrándose a él con todo su ser, como si temiera que, de seguir así, sus sollozos terminarían desgarrándola por dentro.  —Estoy aquí, contigo, siempre… —prometió Kam, con la voz tensa, cargada de matices que a duras penas logró controlar, intentando ocultar la furia, el odio visceral, las ganas de venganza y de exigir sangre que había despertado en él su confesión. Elsbeth, por su parte, apenas era dueña de su cuerpo, con sus fuerzas mermadas por la   enormidad de lo que acababa de hacer. Todavía no podía creer que aquellas palabras hubiesen salido de su boca si no fuese porque las seguía escuchando dentro de ella, como si de un eco lejano se tratase, adquiriendo cada vez mayor magnitud. El vértigo de haberse sincerado la estremeció de pies a cabeza y, sin embargo, el hecho de haber compartido su secreto con otro ser humano le había otorgado una paz como la que no había conocido en años. Jamás, ni en sus delirios más locos, pensó que un día desnudaría su alma a otra persona, haciéndola partícipe de sus sombras, sus fantasmas y sus miedos, y ahora que lo había hecho, era ella la que se sentía perdida y confusa ante la reacción del menor de los Gordon. Esperó, convencida, el rechazo de Kam, su mirada cargada de reprobación, decepcionada e incrédula. Esperó por parte de Kam muchas cosas, pero no aquella calidez, su ternura, y esa muestra de lealtad y empatía que había desplegado ante ella sin límite alguno. No esperó encontrar consuelo entre sus brazos y,

menos aún, sentir la rabia proveniente de él, una que sus ojos trataron de esconderle, aunque Elsbeth supo reconocer y que sabía que no iba dirigida a ella sino a aquel que había osado hacerle daño. Intentaba protegerla… y esa era una sensación a la que no estaba acostumbrada, pero que la hizo sentir extrañamente reconfortada. No esperó jamás que, tras hablarle de los hechos que fracturaron su vida, él la abrazara de aquella forma, con tanta fuerza y a la vez de forma tan delicada. No esperó sentir ese sentimiento de protección que, de forma fiera, emanó de él, y desde luego, no esperó recibir todo el calor y el amor que desprendieron cada uno de sus gestos. ¿Quizás Kam no la había escuchado bien? ¿Quizás no había entendido que ella mató a Balmoral Sinclair? Y queriendo responder a esas preguntas, necesitando cerciorarse de que la reacción de Kam era verdadera, Elsbeth se lo explicó todo, no solo unos pocos retazos que a duras penas explicaran su confesión. —Los Sinclair eran nuestros aliados y Balmoral el mejor amigo de mi padre —empezó con voz ronca, resultado de su llanto—. Nosotras crecimos viéndole en nuestra casa, entre nuestros muros de forma constante. Pasaba largas temporadas y tanto Alice como yo lo queríamos como si fuese alguien de nuestra familia. Una noche… yo estaba dormida en mi habitación, era de madrugada… Kam sintió el corazón de Elsbeth desbocado retumbar bajo la palma de su mano, aquella que permanecía en la espalda de la rubia. Sintió su voz temblorosa a punto de quebrarse, y tuvo que tragarse la bilis que acudió a su boca por lo que sabía que vendría a continuación. —Me desperté, no podía respirar… Me asusté porque no sabía qué pasaba. Todo permanecía oscuro y un cuerpo pesado estaba encima de mí. El o…olor a vino corrompido me abofeteó la cara y por un momento creí encontrarme en mitad de una pesadilla —continuó Elsbeth con la mirada perdida en un punto fijo frente a ella—, pero las manos duras y frías que se deslizaron por mis muslos eran demasiados reales y… yo… yo le supliqué que no me hiciese daño, porque me estaba lastimando y cuando sentí que él… que él… —Y Kam apretó uno de sus puños con fuerza cuando reconoció en la voz de Elsbeth el miedo y el dolor que revivir aquello le estaba causando. El menor de los Gordon la apretó más contra sí, besando suavemente los cabellos de Elsbeth.

—No tienes por qué contármelo —dijo Kam a media voz, y la rubia negó con la cabeza, antes de mirarle a los ojos. —Quiero hacerlo, necesito hacerlo —susurró con la voz más firme, y Kam asintió, anclando sus ojos a los de Elsbeth, no dejando que ella desviara su mirada nuevamente, diciéndole sin palabras que estaba a su lado y que nada podría cambiar eso, a la vez que posaba lentamente la mano en su cuello, acariciando con su pulgar la piel, bajo la cual el pulso de la rubia adquirió un ritmo frenético. —Luché, luché con todo mi ser, pero él era mucho más fuerte, más grande y más pesado. Me aplastaba, y yo… yo no podía respirar y creí que me desmayaría. Ojalá lo hubiese hecho —dijo Elsbeth, y la agonía que vio en sus ojos color hielo mató un poco más a Kam por dentro—. Ojalá no pudiera recordarlo, ojalá no hubiese sentido aquel dolor —sollozó Elsbeth tocándose el pecho como si le costase respirar—, porque en ese momento quise morirme, creí que me volvería loca. Muchas veces después de aquello deseé acabar con todo… Kam tuvo que apelar a todo su autocontrol para que su voz saliese templada, tranquila, cuando la única verdad era que ardía por dentro, y que solo quería arrasar con todo a su paso. —¿Cuánto tiempo tuviste que…? Elsbeth cerró los ojos y apretó su cara nuevamente contra el cuello de Kam, como si allí hubiese encontrado un refugio donde sentirse segura. —So… solo una vez —dijo Elsbeth, y Kam tuvo aguzar su oído para escucharlo—. A la mañana siguiente Balmoral se fue para no volver por un tiempo, y cuando lo hizo, cuando volvió a visitarnos, yo le tenía pánico. Solo quería escabullirme y evitar su presencia, pero no pude, no cuando amenazó con hacerle a Alice lo mismo que me había hecho a mí. En ese punto Kam apretó los dientes hasta tensar la mandíbula con una fuerza brutal. «Aquel maldito hijo de perra», pensó el menor de los Gordon, «hubiese deseado que viviera solo por el placer de matarle con mis propias manos, después de torturarlo durante horas». —En aquella ocasión no vino solo. Lo acompañaban su padre y su hermano Flecher, por una buena razón: querían sellar la amistad entre nuestros clanes con un matrimonio. Fue mi padre quien más tarde me comunicó que habían llegado a un acuerdo para que yo me casase con Flecher. Huelga decir que no reaccioné demasiado bien ante esa noticia,

sobre todo después de haber soportado durante toda la cena las miradas llenas de intención de Balmoral, que de forma sutil miraba de vez en cuando a Alice para que yo entendiera que no podía rehusar sus atenciones —continuó Elsbeth más calmada, con la voz más templada y los ojos clavados en los de Kam—. Esa misma noche, cuando abandoné el salón, yo… yo tenía mucho miedo, sobre todo porque Balmoral decidiera cumplir sus amenazas haciéndole daño a Alice, así que en vez de retirarme a mi habitación, hice guardia frente a la puerta de la estancia de mi hermana. Cuando mis temores se hicieron realidad un rato más tarde y Balmoral llegó, borracho hasta la habitación de Alice… El pánico que sentí, creí que me paralizaría, y aún a día de hoy no sé cómo conseguí moverme y acercarme a él. Pero no podía permitir que le hiciese daño, no podía dejar que Alice pasase por lo mismo que yo, era solo una niña. Kam tuvo que morderse la lengua para no decirle que ella también había sido una niña cuando aquella bestia abusó de ella. —Me enfrenté a él y le increpé, le reté, consiguiendo lo que quería: que él me siguiese. Quería alejarlo de Alice, era lo único que me importaba en ese momento, pero cuando Balmoral finalmente consiguió atraparme, me arrastró hasta una habitación. Fue entonces cuando pensé…, pensé que no podría volver a soportarlo. Luché y me resistí con toda mi alma. Enajenada, cuando vi el deseo enfermizo en su mirada, arremetí contra él con todas mis fuerzas, empujándole. Solo quería escapar, que Balmoral cayera al suelo para darme el suficiente tiempo para alejarme de él. Pero lo que ocurrió fue algo distinto, algo que aún hoy me persigue en mis peores pesadillas, porque aquel empujón que le di con todas mis fuerzas consiguió desequilibrarlo y, embriagado como estaba, trastabilló varios pasos hacia atrás sin control, cayendo al final por un gran ventanal que había a sus espaldas. Murió por la caída, en el acto, y yo fui quien lo mató. Kam, mirándola con fiera determinación, negó con la cabeza. —Era él o tú. Una lágrima recorrió la mejilla de la rubia. —Pero le maté, y… me… me sentí aliviada —confesó Elsbeth con la voz rota de dolor. —Escúchame bien —dijo Kam, ahora acunando ambas mejillas de Elsbeth entre sus manos—. Balmoral Sinclair te violó, y amenazó con hacerle lo mismo a tu hermana. Te defendiste, Elsbeth, y defendiste a Alice.

Hiciste lo necesario para manteneros a salvo a las dos. El sentimiento de alivio es la consecuencia de ello, de saber que Balmoral no volvería a hacer daño a nadie. Y tuvo, sin duda, una muerte demasiado benevolente. Yo le hubiese destripado lentamente —finalizó Kam con furia. Elsbeth contuvo el aliento. Durante muchos años temió que alguien descubriera sus secretos. Había tenido tanto miedo de enfrentarse a las miradas de aquellos a los que amaba y ver en sus ojos que la consideraban un monstruo, que se juró a sí misma años atrás que se llevaría ambas cosas a la tumba, aun cuando el peso de su silencio y las sombras que proyectó ese juramento con el paso del tiempo se habían vuelto insostenibles. Y no había imaginado cuánto hasta que, llevada por el cansancio extremo y la desesperación, se lo había contado todo a Kam.  A la sensación de alivio, no exenta de todo el dolor que verbalizar lo sucedido le había provocado, se le había unido un hondo sentimiento de incredulidad, porque no había ni un atisbo de rechazo o desprecio en los ojos del menor de los Gordon y, quizás por eso, todavía perdida entre los brazos de Kam, esperaba el golpe final: sentir en su voz y ver en su mirada cuánto le asqueaba y repugnaba todo lo que acababa de escuchar,… y si eso pasaba, ahora que había derribado todas sus defensas ante él, ella no podría soportarlo… estaría perdida. —Elsbeth, mírame… No podía, sinceramente no se creía capaz, y volvió a hundir su rostro en el cuello de Kam junto a sus cortos cabellos, para aspirar una vez más su aroma que le recordaba a un día de lluvia, la reconfortaba, la hacía desear perderse en su piel y cerrar los ojos para no pensar en nada. Kam pareció entender su reticencia, su miedo, y no la forzó a realizar ningún movimiento, solo rozó su mejilla con los dedos, sin ejercer presión alguna, y Elsbeth se encontró a sí misma siguiendo y buscando el calor de la palma de su mano, moviendo ligeramente el rostro, hasta que la pregunta de Kam la devolvió a la realidad, esa de la que no podía escapar. —¿Cómo te has hecho esto? —preguntó el menor de los Gordon tocando con su pulgar de forma delicada la comisura del labio de Elsbeth. La rubia pegó un respingo cuando la incomodidad del leve roce le recordó cómo había terminado con el labio lacerado. Elsbeth puso su mano encima de la de Kam, de esa mano que seguía en su mejilla y se negaba a

abandonar la zona donde Elsbeth, estaba segura, tendría una marca aparte de la herida en el labio. La hija mayor de Comyn negó con la cabeza. No quería hablar de ello, aunque supiera que difícilmente Kam lo dejaría pasar. No con aquella mirada que ahora sabía lo que significaba y que ella contempló con el ceño fruncido cuando por fin decidió mirarlo de nuevo a los ojos. Estaba preocupado por ella, podía verlo a pesar de que una parte de sí misma aún dudara. —¿Ha sido tu padre? —preguntó el menor de los Gordon entre dientes. —Kam… —susurró Elsbeth. —Ha sido él —dijo Kam con convicción, y Elsbeth supo en ese preciso instante que, si no hacía algo, si no decía alguna cosa para que Kam lo olvidara, las repercusiones podrían ser desastrosas. —Prométeme que no harás nada —pidió Elsbeth. Kam apretó la mandíbula. —No puedo hacerte esa promesa. Jamás debió pegarte, maldita sea. La mirada de Elsbeth se intensificó espirando el aire que contenía en su pecho con mayor fuerza de la habitual. —Kam, por favor…, prométemelo. Prométeme que confiarás en mí como has hecho hasta ahora. Si alguien tiene que enfrentarse a él, soy yo. Sé cuidarme sola. —De eso no me cabe duda, pero no voy a permitir que nadie te haga daño —contestó Kam. —Y yo necesito esa promesa —dijo Elsbeth, y vio la lucha interna de Kam que finalmente asintió, a pesar de la oposición que reflejaba su mirada. —Con una condición —expuso el menor de los Gordon. Elsbeth le miró con los ojos entornados. —¿Cuál? El suspiro tembloroso que escapó de los labios de la rubia acarició la mejilla de Kam. —Que si vuelve a hacerte daño, del modo que sea, romperé esa promesa y que Dios le ayude, porque no recibirá ninguna clemencia de mi parte.

Elsbeth tragó saliva, lentamente, y asintió, con sus ojos enlazados a los de Kam, impregnándose de cada matiz, de cada minúsculo gesto, de los sutiles cambios en el brillo y el color de sus ojos que se oscurecían cuando algo lo alteraba. Perdida en el cúmulo de sensaciones que le provocaban. —¿En verdad no sientes rechazo hacia todo lo que te he contado?, ¿hacia mí? —preguntó Elsbeth necesitando oírselo decir, sobrecogida por la mirada del menor de los Gordon, de esos ojos que llenos de fuerza y seguridad la miraban con una inquebrantable honestidad. —Nunca, jamás —dijo Kam con una convicción férrea—. Elsbeth Comyn, eres la mujer más fuerte que he conocido. Admiro tu valor, tu mente maravillosa, inteligente y compleja… me vuelve loco tu determinación, y la forma en que te enfrentas a cada dificultad. Me mata tu contención y amo esa impulsividad que dejas escapar en contadas ocasiones y que en libertad es ingobernable. Me gusta perderme en tus ojos, esos que intentan no reflejar nada pero que a duras penas lo consiguen —continuó Kam—. Y después de todo lo que me has contado, te admiro más, si eso es posible. Elsbeth, que parecía que había olvidado cómo respirar, negó levemente con la cabeza para intentar salir de aquella confusión, de aquella sensación de vulnerabilidad que le había provocado con su declaración.  —¿Por qué me dices todo eso? —preguntó separándose un poco de él, porque necesitaba pensar con claridad y entre sus brazos eso era imposible. El brillo en los ojos de Kam se apagó ligeramente cuando la sintió tomar distancia de él, lo suficiente para que sus brazos no pudiesen rodearla. —Porque me tienes, y no permitiré que nadie te obligue a hacer algo que no desees. Elsbeth frunció el ceño. —Eso no puedes evitarlo, ni tú ni nadie, Kam. Jamás he visto a mi padre más determinado. Ya he estado prometida antes y conseguí que se rompiera el acuerdo, pero no has visto lo que yo he observado hoy en sus ojos. Esta vez no permitirá que nada ni nadie se interponga en su decisión. Y yo no puedo casarme con Flecher Sinclair. Antes prefiero estar muerta — afirmó Elsbeth cerrando los ojos un instante y apretándolos con fuerza.

La rubia tembló cuando sintió el roce de unos dedos bajo su barbilla, instándola a mirarle. Cuando abrió los ojos, cruzó su mirada con la de Kam. —Si tu padre recibiera otra proposición, de un enlace ventajoso para vuestro clan, no tendrías que casarte con Flecher. Elsbeth apretó sus labios. —¿De qué hablas? No quiero casarme con nadie —afirmó con enojo, jurando que había visto cierta decepción en la mirada del menor de los Gordon. —Y no lo harás, pero eso te otorgaría tiempo, uno que no tienes si tu padre decide aceptar la propuesta de Sinclair. Elsbeth negó con la cabeza. —No conozco a nadie dispuesto a hacer eso por mí. Kam esbozó una ligera sonrisa, y Elsbeth negó con ímpetu ahora que comprendía a dónde quería llegar el menor de los Gordon. —No, no y no… —dijo con vehemencia a pesar de que esa palabra, en el mismo instante de pronunciarla, dejó un regusto amargo en su boca, sorprendiéndola y confundiéndola a partes iguales. —¿Por qué no? —preguntó Kam con calma—. Eso te daría la posibilidad de pensar qué es lo que quieres hacer y te alejaría del clan Sinclair. —No voy a utilizarte —espetó Elsbeth tajante. —Y no lo haces. Yo me estoy ofreciendo —replicó Kam. —¿Y luego qué? ¿Romperías el compromiso cuando pasase el tiempo? ¿Me ayudarías a desaparecer? ¿Te arriesgarías a que tu clan se enemistara con el mío? ¿Y si Bruce no está de acuerdo? ¿Y si conoces a alguien y necesitas romper el compromiso y todavía no puedes? —preguntó Elsbeth cada vez más alterada y nerviosa. Elsbeth sintió el roce de los dedos de Kam en el dorso de su mano, y por el amor de Dios, ¿cómo conseguía, con solo ese pequeño gesto, con ese leve roce, tranquilizarla? —Luego haríamos lo que tú quisieras —señaló como si eso fuese tan sencillo— y, si lo que necesitas es desaparecer, te ayudaría a hacerlo, porque lo que quiero es que seas feliz. Si tu preocupación procede de un posible enfrentamiento entre nuestros clanes, desde ahora puedo asegurarte que los Sinclair no se enemistarían con los Gordon, porque tu padre no es tan estúpido como para hacer algo así, aunque lo deseara. En cuanto a mi

hermano, Bruce me apoya, siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Y no voy a conocer a nadie, no puedo, eso ya no es posible. —¿Por qué? —preguntó Elsbeth con expresión de incredulidad como si después de que Kam respondiera a todas sus preguntas, su última declaración fuese lo único que le importara saber. Elsbeth tosió recriminándose mentalmente su torpeza y su necedad. Ella no tenía derecho a saber ni a preguntar si en el corazón de Kam ya había alguien especial. Intentando disimular lo que eso le había afectado le hizo otra pregunta a fin de que Kam no se percatase de su reacción—. ¿Por qué harías todo eso por mí? —¿Eso importa? —preguntó Kam mirándola fijamente, dejando de rozar su mano, para colocar un mechón del pelo de la rubia tras su hombro. Los ojos de Kam, intensos y penetrantes, parecieron prevenirle de que no era buena idea preguntar si ella no estaba preparada para escuchar su respuesta. Eso, lejos de disuadir a Elsbeth, acicateó su necesidad de conocer sus motivos. —Sí —contestó, y la sílaba se deslizó entre sus dientes en un susurro, escapándose furtiva. Kam se alejó un poco, como si quisiera mantener las distancias, y Elsbeth odió esos escasos centímetros que él interpuso entre ambos, a pesar de que aquella reacción no fue muy diferente a la que ella misma había tenido momentos antes, pero si algo le dolió fue ver su mirada, rendida. No derrotada, porque sabía que aquella palabra no existía para el menor de los Gordon, sino sabedora de un resultado inevitable, uno que no hubiese querido apresurar. —De acuerdo… —dijo Kam, con esa seguridad que a Elsbeth tanto le gustaba, aunque no quisiese reconocer—. Lo que he dicho antes… que quiero que seas feliz… para mí es una necesidad, tanto como lo es respirar. Y Elsbeth titubeó antes de que su cara se tensara con una pequeña mueca. No lo entendía… ¿Qué quería decirle con…? —Cuando amas a alguien —siguió Kam, y Elsbeth dejó de respirar — deseas que su vida sea plena, aunque esa vida no esté destinada a compartirla contigo. Si me preguntas por qué hago esto por ti podría darte más de una razón. Lo hago porque somos amigos, y eso sería suficiente; lo hago porque me importas, y créeme eso sería bastante. Pero si me preguntas por qué sacrificaría hasta mi vida por ti, entonces tengo que contestar que es

porque te amo, porque estoy loco por ti y porque nada de lo que hagas o digas puede cambiar el hecho de que soy completamente tuyo —finalizó Kam, y Elsbeth pensó que el corazón se le escaparía por la boca. Tenía la piel erizada, el estómago cerrado, un nudo en la garganta y apenas sentía las manos. Aquello no era normal, ni siquiera podía pronunciar una palabra. No había esperado aquello, por Dios que no lo había esperado, ni querido, ni pensado… bueno, pensado sí, en los sueños recurrentes que tenía desde hacía unas noches en donde Elsbeth se despertaba con el pecho agitado, y los ojos nublados preguntándose si sus caricias, su mirada de deseo serían las mismas que en sus sueños, sintiéndose extraña al anhelar aquello que hasta hacía bien poco la había asqueado, que había aborrecido cada vez que lo había atisbado en las miradas y en los rostros sin nombre de los hombres que, hasta Kam, habían posado sus ojos en ella con esa intención. Y sin embargo, cuando despertaba de esos sueños, lo hacía nerviosa, inquieta, con el estómago revuelto y la sensación de hormigas danzando por su cuerpo. Se sentía culpable y a la vez esperanzada, ¿cómo era eso posible?, ¿cómo era posible que hubiese desnudado su alma ante Kam y su cuerpo no lo rechazase? ¿Por qué? «Porque tú también sientes algo por él. Algo tan fuerte que derrota a tu miedo y destierra a los fantasmas». —Tú eres la única que debería decidir sobre tu vida, y quiero que tengas eso. Elsbeth tragó con dificultad. —¿Por qué? Y no me digas que es porque me amas, porque ningún hombre que conozca piensa de esa forma por mucho que ame a una mujer. Ninguna tiene esa libertad, no en el mundo en que vivimos. Solo somos monedas de cambio a las que señalar su obligación y que deben sacrificarse en pos de un fin mayor, de una finalidad más elevada como es el bien de su clan y de su familia. Créeme que desearía creerte… Kam endureció su mirada. —A mi madre la obligaron a casarse con alguien a quien no amaba, y, cuando se escapó con el hombre al que quería y se casó con él, su familia le dio la espalda hasta tal punto que, cuando se vio viuda y con un hijo en sus entrañas, huyendo de una guerra, estuvo a punto de morir cuando nadie la ayudó. Tuvo que casarse con mi padre para sobrevivir. ¿Y sabes qué supuso eso? Que durante toda su vida él abusara de ella, en todos los sentidos —dijo Kam entre dientes, y Elsbeth sintió sus entrañas retorcerse.

El dolor en las palabras de Kam, lo que acababa de insinuar, fue para ella como meter los dedos en un caldero de agua hirviendo. Lacerante y agónico. —La escuchaba a veces gritar en su habitación, por las noches, cuando era demasiado pequeño como para saber lo que eso significaba y, sin embargo, me tapaba los oídos porque no podía soportarlo. Veía sufrir a mi hermano, que se enfrentaba una y otra vez a mi padre, aun cuando mi madre, preocupada por la vida de su hijo, le obligó a jurar que no se interpondría, pero Bruce nunca dejó de hacerlo. ¿Y sabes lo que le hacía Bryson a mi hermano cada vez que este intentaba proteger a nuestra madre? Le humillaba, le azotaba, le pegaba palizas y lo encerraba en una habitación húmeda y sin luz durante días —dijo Kam con una furia apenas contenida —. Y Bruce volvía a levantarse y volvía a enfrentarse a él hasta que tuve la certeza de que aquel monstruo antes o después mataría a mi madre y a mi hermano. Helen Gordon era una mujer maravillosa. Cálida, inteligente, amable, valiente, con tanto amor por dar… —continuó Kam con la mirada oscura y vidriosa—. Bruce y yo crecimos viendo cómo intentaban doblegarla, cómo la humillaban y le hacían daño. Ella tenía derecho a decidir sobre su vida. Sus decisiones eran suyas no de los demás. No de su padre, ni de su esposo, ni de su clan, y, sin embargo, las decisiones que ellos y los demás tomaron por ella le destrozaron la vida. Nadie debería tener ese poder sobre otra persona.  Elsbeth no pudo contener las lágrimas que desbordaron sus ojos y acariciaron sus mejillas al caer por su rostro. —Solo quiero ayudarte —dijo Kam con voz ronca—. Olvídate de mis sentimientos, olvida lo que te he dicho y haz lo que sea mejor para ti. Toma lo que necesites de mí y lucha por lo que deseas —le pidió Kam con pasión en cada una de sus palabras. Elsbeth siguió sin poder articular palabra. No podía, y menos cuando vio la mano de Kam extendida hacia ella, esperando que la cogiese. Le miró a los ojos, por lo que parecieron siglos, y lentamente la tomó, solo para tirar de ella y salvar el espacio que había entre los dos. Rodeó con sus brazos el cuello de Kam y pegó su torso al de él, duro como el granito. Volvió a ocultar su cara en el hueco de su cuello, esta vez no con pesar o con dolor, sino con la necesidad de embriagarse con su aroma, ese que era

único y al que se estaba haciendo adicta, y cuando sintió los brazos de él rodearla y apretarla contra su pecho, Elsbeth cerró los ojos y se dejó ir. —No puedo olvidar tus sentimientos —dijo con voz entrecortada que, aunque amortiguada por el hombro de Kam, el menor de los Gordon oyó a la perfección. —¿Por qué no? No son responsabilidad tuya —contestó este con determinación. Elsbeth se separó de Kam lentamente, hasta que pudo mirarle a los ojos, con sus brazos aún alrededor de su cuello, tan cerca que su aliento acarició los labios de Kam. —¿Y si quiero que lo sean? —preguntó Elsbeth, sintiendo cómo el menor de los Gordon contenía el aliento y su mirada se tornaba más oscura. —Entonces son tuyos. Haz con ellos lo que quieras —expresó Kam. —Tengo miedo —dijo la rubia, apoyando su frente junto a la de Kam—. Porque una parte de mí desea aceptar tu propuesta y aceptarla de verdad. Y no quiero ser egoísta, pero, maldita sea, no tengo más remedio — exclamó Elsbeth con rudeza, y Kam rio por lo bajo, haciendo que ella se estremeciera. Elsbeth adoraba esa risa, era como dejar entrar la luz en medio de la oscuridad—, porque… porque yo también siento algo por ti, y estoy cansada de negármelo, estoy cansada de no vivir. —Pues no lo hagas —dijo Kam y, lentamente, muy lentamente… lo suficiente para que Elsbeth se retirase si lo deseaba, acercó sus labios a los de ella, rozándolos, dolorosamente cerca y a la vez tan lejanos. Un abismo que los mantendría separados si ella no daba el paso, porque Elsbeth sabía, con seguridad, la que le daba Kam a cada instante, que él jamás le impondría nada, jamás haría nada que ella no quisiese, y si deseaba ese beso, si deseaba salvar ese abismo que los separaba debía empezar en ese mismo instante donde, de forma dolorosa a tenor del deseo que veía en los ojos de Kam, él estaba dejando en sus manos la decisión. Elsbeth jamás había besado a nadie, jamás había pensado ni querido besar a nadie, pero ahora necesitaba besar a Kam. Temblando, cerró los ojos, acortó el escaso espacio que les separaba, apenas un suspiro, y unió sus labios. Sus sentidos se desbordaron y su corazón se saltó un latido cuando sintió una de las manos de Kam enredarse en su cabello mientras la otra encontraba su lugar en su cintura, quemándole a través de la ropa. La respiración de ambos se volvió errática, acelerada, y, los gemidos que

salieron de sus labios, pecaminosos. La oscuridad desapareció aun con los ojos cerrados, cuando Elsbeth no encontró ni rastro del miedo en su mente. Se sació con el aroma del menor de los Gordon, que olía a lluvia, a tormenta, a peligro, y saboreó los labios de Kam apresando con los dientes el inferior, cuando Kam abordó con un hambre desmedida los suyos. Ese gesto, ese atrevimiento, la hizo sentir poderosa, la hizo ser osada, y quiso más, deseó más. El gruñido ronco que emitió la garganta de Kam cuando Elsbeth degustó su labio superior, con una gula que desconocía, la volvió más atrevida, y cuando deslizó su mano entre los cabellos de Kam, el menor de los Gordon la atrajo hacia él, uniéndola por completo a su cuerpo. Elsbeth tembló entre sus brazos, y su piel se erizó cuando Kam separó sus labios de los de ella, mirándola fijamente, perdido en sus ojos y en su expresión, deslizando lentamente sus dedos por la mejilla de la rubia, hasta llegar a su boca. El menor de los Gordon dibujó con su pulgar, con auténtica adoración, la curva de su labio inferior, hasta que Elsbeth entreabrió sus labios plenos. La mirada de Kam posada en ellos se nubló, provocando que Elsbeth ahogara un gemido cuando, como un hambriento, él volvió a tomarlos, traspasando y saqueando el interior de su boca con devoción.  Tímidamente, Elsbeth enredó su lengua con la de Kam, y una de sus manos se aferró a su cuello cuando pensó que el suelo simplemente desaparecería bajo ambos. Escuchó un gemido proveniente de su garganta y sintió el calor consumir cada parte de su cuerpo. La mano de Kam que había estado en su cintura ahora la rodeaba completamente, apretando la tela de la manta que la cubría bajo su puño. La fiereza del beso aumentó hasta ser devastador y solo cuando Elsbeth sintió que se quedaba sin aire, la intensidad, la locura y la pasión disminuyeron de forma delicada, suave, casi tierna. Maldita sea, ¿cómo podía un beso albergar tanto?, ¿cómo podía contenerlo todo? Ambos terminaron con la respiración errante y con sus frentes unidas. Las manos de él en la cintura de Elsbeth y las de ella sobre el pecho de Kam. Bajo sus palmas podía sentir el retumbar deprisa del corazón del menor de los Gordon, casi con la misma febril velocidad que lo hacía el suyo. —Nunca había besado a nadie. Siento si no ha… —Elsbeth… —dijo Kam casi en un susurro deteniendo las palabras de la rubia—, no sigas… Me has vuelto loco…

Elsbeth sonrió y Kam rio por lo bajo, ambos sin querer romper aquel instante. —¿Significa esto que reconsiderarás mi propuesta? La hija mayor de Comyn separó su frente de la de Kam y le miró a los ojos. En ellos quería perderse, como lo había hecho hacía solo un instante. En ellos confiaba… en ellos se sentía ella misma, a diferencia de cómo se veía a través de los ojos de los demás. —Ese compromiso significará lo que tú quieras que signifique, lo que necesites que sea, y yo te ayudaré, decidas lo que decidas. Elsbeth inspiró con fuerza antes de que una leve sonrisa cruzara sus labios y se reflejara, por primera vez en mucho tiempo, en sus ojos. —De acuerdo, Kam Gordon, ya tienes prometida. Creo que no sabes lo que has hecho. El que fue mi último prometido se escabulló de una sala llena de gente hace unos meses, porque le hice la vida imposible hasta que le obligué a romper nuestro compromiso. —Debilucho… —dijo Kam, y Elsbeth rio con ganas. —No sé si mi padre lo aceptará —dijo Elsbeth, ahora más seria. —Lo hará —contestó Kam con una mirada canalla que hizo que Elsbeth alzase una ceja. —Estás muy convencido de eso… —Nadie dice que no a Bruce… y lo dejé hablando con tu padre cuando salí tras de ti. La cara de sorpresa de Elsbeth hizo sonreír a Kam. —Luego te lo cuento con más detenimiento. Ahora creo que deberíamos volver al castillo y cambiarnos antes de hablar con tu padre. Elsbeth se dio cuenta en ese instante de que ella disfrutaba del calor de la manta con la que él la había cubierto, pero que Kam había permanecido todo el tiempo con sus ropas mojadas, empapado. La rubia asintió con rapidez, pero antes de ponerse en marcha, miró a Kam una vez más con el ceño fruncido. —¿Qué pasa? —dijo Kam preocupado. Elsbeth se mordió el labio inferior antes de hablar. —Tengo que contarte algo.

 

CAPÍTULO XXVIII     Bruce miró a Kam mientras este se apoyaba en la pequeña mesa que había en su habitación y a la que habían acudido tras la reunión que habían mantenido Kam y Elsbeth tras su llegada al castillo con Henson Comyn. Bruce había estado también presente, y el hecho de que Gordon hubiese hablado con Henson esa misma mañana les hizo las cosas mucho más fáciles. Al final, y tras la aceptación de Elsbeth para llevar a cabo dicho compromiso frente a su padre, Henson, que todavía no había aceptado la oferta de Sinclair, estuvo de acuerdo con una alianza con los Gordon. Kam solicitó a Comyn que, por el momento, no divulgara dicho acuerdo, y menos a Sinclair, y, aunque la petición extrañó a Henson al principio, finalmente aceptó, sobre todo cuando Kam le explicó que era mejor no compartir la noticia, dada la delicada situación de la reunión y la previa oferta de Sinclair. Aquello podía suscitar recelos e, incluso, dar lugar a malentendidos y enfrentamientos. Y lo que todos deseaban es que los clanes del norte llegaran cuanto antes a un acuerdo y que aquella reunión llegase a su fin. Después de eso tendrían tiempo de dar a conocer la nueva alianza entre los Comyn y los Gordon. —Has sido muy inteligente al exigir a Comyn que no dijese nada del compromiso hasta que la reunión haya terminado, pero imagino que eso se debe exclusivamente a que no quieres que lo sepa Sinclair —dijo Bruce mirando a Kam—. Comyn no podrá contenerlo por mucho tiempo. Aunque le haya dicho a Flecher que pensaría su propuesta, no creo que Sinclair vaya a darle mucho margen. Kam asintió porque estaba de acuerdo con la apreciación de su hermano; sin embargo, quería retrasar todo lo que pudiese el que Sinclair conociera de su compromiso con Elsbeth; el mayor tiempo posible. Ahora, después de todo lo que sabía de esa familia, de lo que Balmoral Sinclair le había hecho a Elsbeth, la conversación que escuchó entre la hija mayor de Comyn y Flecher adquiría un nuevo significado.

—¿Qué pasa, Kam? —preguntó Bruce dando un paso hacia su hermano y acortando la distancia entre los dos. El menor de los Gordon levantó la mirada que tenía en ese momento clavada en el suelo hasta los ojos de su hermano. Los orbes pardos de Bruce, fijos en él, y su mirada profunda, penetrante y preocupada... —Vamos a esperar un momento —dijo Kam con una tenue sonrisa, haciéndole saber a Bruce que estaba bien. Gordon enarcó una ceja y en sus ojos, una clara pregunta, justo cuando la puerta se abrió, cerrándose nuevamente tras Eara que llegó con la respiración un poco agitada. —¿Qué pasa? —preguntó la pelirroja, alternando la mirada de uno a otro. —¿Has venido corriendo? —preguntó Kam con cierto brillo divertido en los ojos aun cuando estos no terminaron de iluminarse como lo hacían normalmente. —Elsbeth me ha dicho que me necesitabas, y que era importante. La he notado rara, y cuando le he preguntado se ha empeñado en decirme que estaba bien, pero era más que evidente que no. Creía que después de que hablarais con su padre sobre el compromiso y ya no tuviera que preocuparse por Sinclair estaría más tranquila, pero al dirigirme la palabra apenas me ha mirado, y eso me ha puesto nerviosa, porque Comyn no es de las que rehúyen nada. ¡Claro que he subido corriendo! —terminó Eara con las manos en las caderas. Eara que, desde que habían llegado a aquella reunión y había visto cómo Kam miraba a Elsbeth, intuía lo que este sentía por ella, estaba feliz por su hermano, porque eso era el menor de los Gordon para ella, un hermano, igual que los de su propia sangre, e, incluso a veces, más que alguno de ellos. Porque con Kam en tan solo unos meses había desarrollado una confianza que no tenía con alguno de los suyos. Así que cuando unos días atrás ella le contó después de hablar con Bruce la conversación que había escuchado entre Esther y Sinclair, Kam le contó a su vez lo que sentía por Elsbeth y sus inquietudes. Eara no pudo más que amar un poco más a aquel hombre que, como le llevaba demostrando desde que se casó con Bruce, era todo corazón. Cada latido estaba destinado a amar, proteger y velar por las personas a las que amaba. En silencio, en la sombra, siempre inquebrantable, siempre incondicional. Jamás pensó, cuando odiaba a Bruce

Gordon y todo lo que tuviese que ver con su clan, que aquellos dos hermanos fuesen tan diferentes al resto, que fueran tan excepcionales. Con eso en mente suavizó su expresión cuando vio a Kam mirarla con una sonrisa en los labios ante su estallido de mal genio. Kam no pudo evitar reír por lo bajo. Adoraba a Eara, y más cuando al desviar sus ojos hasta su hermano, observó cómo este miraba a su esposa. Los ojos de Bruce nunca habían estado tan vivos, tan calmados, tan llenos… Bruce acortó el escaso espacio que lo separaba de Eara y le tocó la mejilla que estaba en exceso sonrojada, suavemente. Su respiración era irregular, ligeramente entrecortada. —¿Estás bien, pelirroja? —preguntó Bruce, y Eara le miró con el ceño fruncido, pero con una intensidad en sus ojos verdes que provocó que las comisuras de los labios de Gordon se inclinaran levemente hacia arriba. Kam presenció aquel intercambio y se acordó del primer día que los vio por primera vez juntos. Desde ese día hasta este momento ni una sola de las veces que había estado en presencia de ambos había dudado del amor que se profesaban y de la profunda conexión que existía entre los dos. Solo una mirada como la que sostenían en ese momento bastaba para iluminar la maldita habitación. Y Kam sintió esa paz que había ansiado desde siempre y que cada vez era más sólida. La de saber que pasase lo que pasase con él, Bruce sería feliz, una felicidad que se había ganado con sangre, sudor y sufrimiento. —Cuéntanos que pasa, Kam —y la petición de Bruce le sacó de sus pensamientos llevándolo de nuevo a ese momento. No le pasó desapercibido el tono, de nuevo, grave y suave de su hermano. Ese tono que solo utilizaba cuando estaba preocupado por él. Bruce le conocía demasiado bien, casi más que él a sí mismo. —Tengo que contaros algo —dijo Kam serio, y Bruce frunció el ceño cuando vio la mirada de su hermano menor. En los orbes oscuros de Kam había desolación, furia, dolor, ira…—. No debería ser yo quien os lo contara, pero Elsbeth así me lo ha pedido; sin embargo, antes de eso quería deciros otra cosa. Elsbeth también me ha hablado de lo que ocurrió en el accidente de Eara, y por qué habló con Broc Ross. Kam procedió a relatarles todo lo que la rubia le había contado desde la tarde del accidente, su conversación con Broc, el acuerdo al que

llegaron, los motivos de no decir nada por el momento e, incluso, la visita que le había hecho Elsbeth en su habitación a Esther Davidson. La expresión de Bruce cambió en pocos segundos, y Kam supo hacia dónde iban dirigidos sus pensamientos. —Creo que deberíamos hablar con Broc antes de que lo mates — dijo Kam. Bruce le dirigió a su hermano una gélida mirada que sería capaz de congelar el infierno. —Por lo que te ha contado Elsbeth, parece que en todo momento Broc Ross se ha guiado por el bienestar de su clan y por el beneficio de esta reunión —comentó Eara—. Quizás sus razones lo han llevado a actuar de forma discreta, para no dar un paso en falso y crear justamente el nicho, con el que tanto Morgan como sus aliados, intentan desestabilizar esta reunión. Lo que le dijo a Comyn parece tener bastante sentido. El clan Ross no puede permitirse, al igual que muchos otros, una guerra —finalizó la pelirroja mirando a Kam primero y a Bruce después. Tanto Kam como Bruce permanecieron callados durante unos segundos antes de que el menor de los Gordon rompiera el silencio instalado entre los tres. —Nunca nos ha fallado el instinto, Bruce. Hablemos antes con él, a ver qué tiene que decir —dijo Kam con tono templado—. Le dijo a Elsbeth que no dejaría que le pasase nada a Eara, que se aseguraría de ello. Bruce miró fijamente a Kam y a Eara antes de hablar. —Y ese es el único motivo por el que sigue respirando —sentenció Bruce, y Kam levantó una ceja en señal de confusión—. Hace días que me di cuenta de que varios hombres de Dune McGregor vigilan la seguridad de Eara, manteniendo siempre las distancias y de forma discreta. También han seguido a Elsbeth —dijo Gordon con voz grave—. Puede que tenga engañado a Dune McGregor, y que su supuesta mala relación con los miembros de su clan no sea tan acuciada. —Pero tampoco crees que esté metido en esto… —dijo Kam, que conocía demasiado bien a su hermano. —No, no lo creo, pero hay algo que no encaja en él, y no voy a arriesgarme. Si da un paso en falso no vivirá lo suficiente. Kam asintió. Él tampoco estaba dispuesto a arriesgarse. —Sea lo que sea que traman, se les acaba el tiempo —dijo Kam.

Gordon asintió. Duncan McPherson había hablado con Logan de lo que tanto Bruce como él pensaban acerca de las negociaciones y de sus sospechas por una posible alianza entre varios de los clanes del norte para desestabilizar la reunión. McGregor no pareció sorprendido, no en balde, su inteligencia y perspicacia eran de las más agudas que Bruce había conocido. Como hombre de confianza del rey, e hijo de Dune McGregor, el anfitrión de aquella reunión, Logan, no tenía un momento de descanso, inmerso más que nadie en que aquellas negociaciones llegaran a buen término, y, sin embargo, quizás por ello también tenía más contacto con todos los asistentes y había podido hacerse con facilidad un mapa bastante veraz de lo que allí acontecía. Bruce respetaba a Logan McGregor, pero solo confiaba en dos hombres de los que se encontraban bajo los cimientos de aquel castillo: su hermano Kam y Duncan McPherson. Y no se olvidaba de Ian, el primo de Duncan, que, aunque siempre habían tenido sus diferencias, sabía que podía contar con él en un momento decisivo. —Si me buscan, no voy a impedir que me encuentren —afirmó Bruce, y tanto Kam como Eara desviaron su mirada hasta él. —¿De qué estás hablando? —preguntó Eara con la voz más aguda de lo normal. —¿Estás preocupada por mí, pelirroja? —dijo Bruce con una ligera sonrisa en los labios. —Claro que estoy preocupada por ti —susurró con fuerza Eara, y la mirada de Bruce hacia ella, penetrante, intensa, pareció devorar el espacio entre los dos. Bruce se acercó a su esposa y le tocó la mejilla suavemente. —¿Recuerdas lo que te prometí la otra noche? —preguntó Bruce. —Estoy aquí, por si no os acordáis —dijo Kam y sus ojos brillaron divertidos—. No sé si debería escuchar algo que empieza por una promesa que te hizo mi hermano, por la noche, vete a saber dónde… y después de hacer qué… Eara tomó la mano que Bruce tenía sobre su mejilla y la bajó con presteza, antes de girar la cara y mirar a Kam, fulminándole. —Déjalo, cuando volvamos a casa va a ir de cabeza al abrevadero —comentó Bruce, y el pequeño brillo malicioso en los ojos de su pelirroja ante tal idea le hizo sonreír nuevamente.

—Sí, claro que me acuerdo —dijo Eara cuando sus ojos volvieron a centrarse en los de su esposo, antes de que este se acercara y tomara sus labios, en un beso que la hizo estremecerse de pies a cabeza. Un beso que acabó demasiado pronto. —Me he quedado ciego —dijo Kam cuando Bruce y Eara terminaron ese fugaz beso. Lo dijo con un tono de voz cargado de resignación, pero cualquiera que lo conociera podía ver en sus ojos cuánto le gustaba ver a Bruce feliz con Eara. —Pues no mires —dijo la pelirroja, y Gordon rio por lo bajo. Kam no pudo sino sonreír también. —¿Y qué es lo otro que Elsbeth te ha pedido que nos cuentes?  — preguntó el mayor de los Gordon a Kam—. ¿Le has dicho lo que sientes por ella? Kam asintió. —Sí, y… me ha dicho que también siente algo por mí, pero… está asustada —dijo Kam y su expresión se tornó mucho más seria—. Le he asegurado que este compromiso será lo que ella necesite que sea, aunque eso signifique ayudarla a que se vaya lejos y desaparezca para que pueda ser libre. —Tú no quieres que haga eso —dijo Eara con los ojos cargados de preocupación. Kam inspiró con fuerza antes de contestar. —No, claro que no quiero, pero no importa lo que yo desee, Eara. Quiero que sea feliz, y para mí eso es lo más importante —respondió Kam mirando a la pelirroja, la cual le miró a su vez con cariño, con comprensión —. No quiero que sufra más de lo que ya lo ha hecho. La voz de Bruce, grave, ronca, calmada, fruto de lo que vio en ese instante en los ojos de Kam, azotó el interior del menor de los Gordon como si fuese una tempestad. Allí estaba la inusual intuición de Bruce, que pareció adivinar lo que Kam iba a contarles. Con su mirada penetrante, inquisitiva, ahondó en los orbes azules de su hermano menor antes de hablar. —No necesito saber cuál es el origen del dolor de Elsbeth y no tiene que exponer sus entrañas porque sienta que deba hacerlo a cambio de nuestra ayuda —declaró Bruce con rotundidad y Eara desvió los ojos de Kam hasta el rostro de su esposo.

—¿De qué dolor hablas? —preguntó la pelirroja con la voz entrecortada. Una mirada silenciosa, cargada de significado, quedó suspendida entre Kam y el mayor de los Gordon. —Del que muestran sus ojos —dijo Bruce lentamente a su esposa. —Del que pasa desapercibido salvo que sepas reconocerlo —anotó Kam—. Pero no lo hace por eso —continuó pasados unos segundos—. Me ha contado que en tu boda le dijiste que hay que enterrar a los fantasmas para poder sobrevivir. Viste que algo la atormentaba, como lo hice yo, pero no puedes imaginar hasta dónde, Bruce, y creo que decírselo a ciertas personas es su forma de enterrar a esos fantasmas —siguió Kam con el rostro extremadamente serio—. Me ha pedido que os lo cuente porque sois mi familia, y porque, aunque siente algo por mí, no seguirá con este compromiso si no lo sabéis. Lo que le ocurrió lleva atormentándola tanto tiempo… de tal forma, que lo único que ha conseguido que siga adelante ha sido su tremenda tozudez y pensar en Alice. Está convencida de que no merece ser feliz, y yo voy a hacer lo que esté en mi mano para cambiar eso. Es una mujer extraordinaria a la que han querido destrozar, pero que sigue en pie con una fortaleza y una valentía que admiro profundamente. La expresión de Eara había pasado durante los últimos segundos en los que habló Kam por varios estados, yendo desde la inquietud, a la curiosidad, desde la preocupación a la furia contenida cuando tras el tono del menor de los Gordon percibió la ira de Kam.   —¿Qué le pasó a Elsbeth…? —preguntó la pelirroja con un tono peligroso, casi entre dientes, como si presintiera, en cierto modo, lo que Kam iba a contarles. Sin embargo, nada preparó a Eara ni a Bruce para lo que oyeron de boca del menor de los Gordon. Cuando Kam terminó, Eara tenía los ojos vidriosos, y llenos de furia, y Bruce… en los ojos de su hermano mayor habitaba una oscuridad que amedrantaría a cualquier ser humano, y rivalizaba con la suya propia, esa que estaba conteniendo desde que Elsbeth le había dicho su secreto. —¿Y se culpa por la muerte de Balmoral? —preguntó Eara, limpiándose con fuerza una lágrima que cayó por su mejilla, desterrándola de su piel como si fuese algo que en aquel momento no procedía—. Aunque hubiese ensartado a ese malnacido con un cuchillo, arrojándoselo en las

entrañas y retorciéndoselo con saña, no tiene nada de lo que sentirse culpable —casi escupió Eara con rabia. Un brillo apreciativo iluminó los ojos de Bruce cuando escuchó a su pelirroja. —¿Ha cargado con eso, ella sola, durante todos estos años? — preguntó Gordon. Kam asintió mirando a Bruce fijamente. —La muerte de Balmoral fue lo que provocó que el enlace entre Elsbeth y Flecher se rompiera, al igual que la estrecha amistad que había entre ambos clanes. Taffy Sinclair siempre desconfió de que su hijo hubiese muerto por un estúpido accidente. —¿Y qué es lo que todavía no me has contado? —preguntó Bruce dando un paso más hacia Kam. El menor de los Gordon esbozó una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos. No podía engañar a Bruce, aunque lo intentase. —La noche que vi salir a Sinclair tras Elsbeth, en la que escuché su conversación… hubo cosas que no llegué a entender bien, pero que ahora adquieren otro significado. —¿Qué significado? —preguntó Eara. —Ese hombre es un malnacido. Desde el mismo instante en que se dirigió a ella lo hizo deambulando por una delgada línea, tan fina que en más de una ocasión me dieron ganas de matarlo. Elsbeth supo manejarlo a la perfección, pero le dijo una cosa que en aquel instante achaqué a la intención de Flecher por desestabilizarla, pero que ahora… —¿Qué fue lo que dijo? —preguntó Bruce. Kam endureció su expresión antes de contestar. —Le dio a entender que ambos sabían que el accidente de Balmoral podía no haber sido un accidente, y que para él nunca fue un secreto dónde radicaban los deseos de su hermano, y que no le culpaba por ello. —Bastardo —dijo Eara—. Todavía lo inserto con una de mis flechas para que agonice lentamente. La risa baja de Bruce hizo que el ceño fruncido de Eara se suavizara, aunque le miró con una ceja alzada, desafiándole a que dijera algo en contra. —Y yo con gusto te traeré el arco y esa flecha, pelirroja —contestó Bruce, y los ojos de Eara brillaron con determinación.

—Está claro que Flecher no sabe cómo murió su hermano, y, aunque sospechase, no tiene cómo probarlo, si no lo hubiese dicho hace años. Es muy posible que eso se lo dijese para ver la reacción de Elsbeth —dijo Bruce con determinación—; sin embargo, sí que creo posible que supiera de lo que era capaz Balmoral. No creo que lo que le hizo a Elsbeth fuese algo aislado. El silencio durante unos segundos se instaló en la estancia hasta que Kam habló. —Yo pienso lo mismo. Y si él sabía de lo que era capaz Balmoral y sabía lo que le hizo a Elsbeth, es hombre muerto —dijo Kam, sentenciando a Flecher Sinclair—. No me importará que sea uno de los partícipes en la trama de traición que parece reinar sobre su cabeza. No me importará que Logan o cualquier otro, de llegar a confirmarse sus planes, quiera llevarlo ante el rey. No me importará, porque yo lo mataré primero —dijo Kam con voz gélida. —Y yo seré quien te entregue la espada para darle muerte — contestó Bruce, haciendo que Kam relajase su expresión y que Eara asintiera, sin que hubiese lugar a dudas de cuál era el destino del hijo de Taffy Sinclair.   ***   Elsbeth apenas prestó atención a lo que decían las otras damas. Se había reunido tras la comida en la sala de costura de Edine antes de que los preparativos para la celebración de esa noche por el nacimiento de un nuevo nieto de Dune McGregor hicieran que Edine estuviese más ocupada hasta la hora de la cena, en donde habría tras la misma, música, baile y más vino del que pudiesen ingerir. Estaba nerviosa, y ausente, y sabía, por las miradas que Alice le lanzaba cada cinco segundos, que no estaba haciendo un buen trabajo a la hora de disimular su estado de ánimo. El ceño fruncido de Alice a la octava vez era tan pronunciado que Elsbeth temió que a su hermana se le quedara la cara como un gurruño para toda la vida. Elsbeth sonrió de lado a Alice la cual bufó al ver su triste intento de despistarla. La risa baja de Elisa McPherson a su izquierda hizo que

desviara sus ojos hasta ella, la cual negó ligeramente con la cabeza dándole a entender que eso no convencía a nadie. —¿Me habéis escuchado? —dijo Edine McGregor con un brillo divertido en los ojos. Mysie y Phemie Sutherland asintieron a la vez mirando a las demás intentando averiguar cuál de ellas había generado tal pregunta por parte de la esposa de Logan McGregor. Alice gruñó ligeramente, Elisa asintió, pero la sonrisa que intentaba disimular no engañaba a nadie. Elsbeth pensó que lo mejor era decir la verdad, porque sabía que aquella pregunta iba por ella, pero no pudo decir ni una palabra porque Eara Gordon se le adelantó. —Estabas preguntándonos si querríamos acompañarte a ver a Ailsa McGregor, mañana por la mañana. Está embarazada de siete meses y no está teniendo un buen embarazo. Vuestra curandera ha dicho que debe descansar, pero, como lleva ausente unos días, quieres que la vea Elisa para cerciorarte de que la muchacha está bien. Vive en una cabaña alejada del castillo y sería un agradable paseo hasta allí —dijo la pelirroja en un resumen innecesario pero que Elsbeth sospechó había realizado para que ella supiese perfectamente lo que había pasado en la última media hora. Elsbeth miró a Eara. La pelirroja parecía relajada, y el estómago volvió a darle un vuelco cuando pensó que seguramente Kam ya les había contado su secreto; sin embargo, si eso era así, debía reconocer que Eara, en ningún momento, la había mirado diferente a como lo había hecho con anterioridad. No había visto lástima, asco, culpa o cualquier otra emoción que denotara rechazo hacia ella en su rostro.  Ahora todas, salvo Mysie y Phemie Sutherland, miraron a Eara Gordon con suspicacia. Sobre todo Alice y Edine McGregor. Elisa McPherson, que conocía a Eara mejor que el resto, dada la cercanía que había tenido con ella en los últimos meses, alternó su mirada de la pelirroja a Elsbeth Comyn. —Efectivamente —dijo Edine McGregor. —Nosotras estaríamos encantadas de ir contigo —dijo Mysie Sutherland refiriéndose a ella misma y su hija Phemie. —Yo desde luego iré —señaló Elisa que, como curandera del clan McPherson, era a la que Edine le había pedido que echase un vistazo a la joven embarazada.

—Yo tengo que hablar primero con mi hermana —dijo Alice entre dientes, pero contad conmigo. Elsbeth puso los ojos en blanco ante la frase de Alice antes de asentir a Edine McGregor dándole a entender que también podía contar con ella. Eara simplemente asintió. Lo cierto es que quería contárselo todo a Alice. Necesitaba hacerlo y más cuando se supiese su compromiso con Kam Gordon. Conocía a su hermana lo suficiente para saber que a ella le dolería enterarse de dicho compromiso a la misma vez que el resto de invitados, y, sin duda, le haría preguntas, unas mucho más incisivas e inteligentes que las que podrían hacerles otras personas cercanas a ellos. Y ella no quería mentirle. Quería contarle la verdad, ¿o después de tanto tiempo sería egoísta por su parte? Nunca antes había querido que Alice lo supiese, porque sabía que la verdad destrozaría a su hermana. —De acuerdo, entonces —dijo Edine McGregor levantándose. Parecía que la pequeña reunión había acabado. Edine, acompañada de Mysie Sutherland y Phemie salieron de la estancia. Elisa, que parecía querer comentarle algo, cambió de opinión cuando Edine asomó de nuevo la cabeza en la habitación y le preguntó si podría acompañarla. En ese instante, Alice se acercó hasta ella mirándola fijamente, con cara de querer mantener una conversación, una que en ese momento Elsbeth no deseaba tener. Después de todo lo que había pasado esa mañana necesitaba pensar, necesitaba tranquilidad y no tener que escarbar de nuevo ese día en sus recuerdos. Por hoy no podía disimular más. —¿Tienes un momento? Necesito hablar contigo de algo importante —dijo Eara Gordon a Elsbeth acercándose a ella. Elsbeth miró a la pelirroja, cuyos ojos estaban posados en ella con determinación, y la hija mayor de los Comyn entendió lo que Eara estaba haciendo. Al parecer no había sido sutil a la hora de simular que no quería quedarse a solas con su hermana, y la pelirroja pareció captarlo porque le estaba ofreciendo una salida para retrasar la misma. Y ella, aunque se odió por ello, no lo dudó y aceptó la ayuda de la pelirroja. Ya era la segunda vez esa tarde que Eara lo hacía. —Claro, por supuesto —dijo Elsbeth, y Alice miró alternativamente a una y a otra con cierto recelo en sus ojos.

—Os veré, entonces, más tarde —dijo finalmente Alice, saliendo de la habitación, no sin antes desviar su mirada una vez más hacia atrás y echar un último vistazo a las dos mujeres que todavía quedaban en la estancia. Cuando se marchó, cerró la puerta tras de sí para darles cierta intimidad. —Ya lo sabes… —espetó Elsbeth con voz cansada, que dedujo en un instante la causa por la que Eara estaba intentando ayudarla. No había que ser muy inteligente para hacerlo. Sin duda Kam ya había hablado con ella y con Bruce Gordon—. Estoy bien, no tenías que ayudarme por ello, eso fue hace... Eara dio un paso hacia delante acortando la distancia entre las dos, esperando hasta que Elsbeth la miró fijamente a los ojos. —Me pareció que por hoy habías tenido suficiente. Es lo que creí percibir cuando te he visto. Siento si he supuesto de más. Elsbeth asintió. —No lo has hecho —contestó al final Elsbeth con voz templada. A Elsbeth, a pesar de lo que la pelirroja pensase, le caía bien Eara. Lo había hecho desde el principio, desde que vio el genio, el carácter y las agallas que tenía Eara McThomas antes de que Bruce y ella estuviesen finalmente prometidos. Le gustaba pensar que había tenido algo que ver en que Eara al final abriera los ojos a lo que sentía por Bruce. Todavía recordaba aquella cena en la que vio en los ojos de la pelirroja las ganas de arrancarle la cabeza solo porque ella intentó darles celos, entablando conversación con Gordon. De eso hacía unos meses, y desde que fue a su boda y sobre todo desde que empezó esta reunión, la relación entre ambas había cambiado. El hecho de que Eara le diese las gracias y le dijese que le debía la vida tras el accidente con el caballo fue un punto de inflexión que no pensó ver jamás. Eara le mantuvo la mirada, limpia, directa, llena de matices, como era la pelirroja, una fuerza de la naturaleza contenida. —Quizás no quieras escuchar esto ahora, y quizás no te sirva… pero, a pesar de tener nuestras diferencias al principio, siempre he pensado que eres una mujer fuerte, decidida y con un carácter de mil demonios. Elsbeth no pudo evitar sonreír ante lo último dicho por Eara. —Me tienes para lo que necesites, Elsbeth Comyn, siempre… — dijo con fuerza la pelirroja—. E, independientemente de lo que decidas, quiero que sepas que me sentiría muy orgullosa de que fueras parte de

nuestra familia y de nuestro clan. De poder llamarte mi hermana —terminó Eara antes de tocarle levemente el brazo con un leve gesto cariñoso, y dar media vuelta. No llegó a la puerta, porque Elsbeth, con el corazón retumbándole en el pecho, con un nudo en la garganta, la alcanzó antes, y cuando Eara se volvió, la rubia la abrazó durante unos segundos, los suficientes para que la esposa de Bruce Gordon le devolviera el abrazo. No hicieron falta palabras, no hizo falta nada más para que ambas supieran que, a partir de ese día, se forjaría una amistad que duraría toda una vida.   ***   Eara se mantuvo delante de la ventana de su habitación, intentando que el aire fresco detuviera las náuseas que la venían acosando desde hacía días. Bajar a comer sería un suplicio porque estaba segura de que no podría tomar un bocado. Los olores de alguno de los alimentos solo hacían que sus ganas de vomitar se duplicasen. Elisa le había dicho que tanto su palidez como su inapetencia eran normales los primeros meses de embarazo; sin embargo, a ella todo aquello le estaba empezando a preocupar. Su continuo cansancio, su necesidad de dormir incluso a mitad del día y los frecuentes cambios que percibía en su estado de ánimo la estaban volviendo loca. El conocer la historia de Elsbeth de labios de Kam la había dejado sin palabras, con una sensación de vacío e impotencia que le había resultado difícil de manejar, y con una rabia dentro de ella que le roía las entrañas. El odio y la sed de venganza también pugnaban en su interior, unos sentimientos que no le correspondían, pero que no podía evitar al saber e imaginar por todo lo que había tenido que pasar Elsbeth. Eara no había pretendido, al hablar con ella, desenterrar el pasado ni hacerla sentir incómoda. Solo había deseado que supiese que podía contar con ella, para lo que necesitase. Que supiese que con ella no tenía que disimular, que con ella podía ser Elsbeth Comyn. Unos brazos la estrecharon por la espalda sacándola de sus pensamientos. Se tensó un breve instante, uno que duró solo un segundo hasta que reconoció su aroma, su piel y su respiración como si fueran parte

de ella. Soltando el aire que había estado reteniendo, Eara recostó su espalda sobre el pecho de Bruce, permitiéndose cerrar los ojos y soñar con que ese instante pudiese ser eterno. —¿Vas a decirme qué pasa, pelirroja? —preguntó Bruce, con suavidad, lentamente, con su aliento acariciando el cuello de Eara antes de depositar un beso en él. Eara sabía que Bruce la conocía mejor que nadie. Entendía demasiado bien su carácter impulsivo, su genio, sus gestos y hasta sus miedos. Y sabía que la amaba aún más por estos últimos. Se lo había demostrado una y otra vez desde que se conocieron, desde que ella intentó matarle rozando su cuello con una flecha y él la miró como si fuese la mujer más fascinante sobre la faz de la tierra. Eara tembló ligeramente entre los brazos de su esposo y el abrazo de este se intensificó. —Maldita sea Eara, dímelo —susurró Bruce de forma intensa, grave, casi en un ruego, mientras una de sus manos bajaba por la cintura de su esposa de forma lenta, siguiendo segura su camino para terminar finalmente su viaje en el vientre de su pelirroja, acariciándolo suavemente por encima de la tela de su vestido. Los ojos de Eara se abrieron de golpe, y su respiración se agitó, su corazón se saltó un latido y su pecho se estremeció con un sentimiento sobrecogedor. ¿Podría alguien que pensó que nunca se enamoraría, sentir que cada pulso en sus venas estaba unido inquebrantablemente al de otro ser humano? Sí… sí podía, porque el de ella latía al unísono del de Bruce. —Dímelo, pelirroja —pidió Gordon girándola entre sus brazos hasta que sus miradas quedaron enlazadas, hasta que los dedos de Bruce acariciaron sus mejillas, limpiando de su piel las lágrimas que ella ni siquiera había notado que se escabullían de sus ojos, traicioneras, emocionadas. Los ojos de Bruce, vibrantes, sinceros, viscerales, rendidos a un amor que no tenía límites, llenos de emociones, se clavaron en los suyos, con un brillo que…, ¡Dios! Eara ahogó una exclamación cuando el atisbo de una lágrima se perfiló en los ojos pardos de aquel highlander que era su vida.

—Estoy embarazada, Gordon… Vas a ser padre —dijo finalmente Eara con la voz entrecortada. La sonrisa en la boca de Bruce, la alegría en sus ojos, la suave caricia de sus dedos, la ternura en su mirada… su respiración, rápida, febril, suspendida entre los dos, forjó un momento único, un silencio lleno de recuerdos y de promesas, que sus labios sellaron con un beso, uno que les robó el aliento y les arrebató el alma.      

CAPÍTULO XXIX     Broc Ross esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Era una sonrisa forzada, en su interior incluso la sintió grotesca, pero el momento lo requería. La cena estaba en su cenit. Todos los comensales parecían más relajados que en ninguna otra de las noches anteriores. Quizás fuese por el ambiente festivo que reinaba en aquella velada. El vino era más abundante, las risas se dejaban escuchar, más audaces, más espontáneas y sinceras, mezclándose con la música que desde el inicio resonaba entre aquellas paredes de piedra. Ahora más tenue y contenida, pero que, sin duda, en breve sería una de las protagonistas de la noche, a tenor del espacio, en el fondo de la estancia, más despejado que en otras ocasiones, en donde las mesas de aquel rincón habían sido ubicadas más hacia los extremos para dejar espacio, a fin de que los más desinhibidos se lanzaran a ejecutar algún baile al son de las piezas que estaba seguro ganarían en vigor en cuanto las viandas fueran abandonadas y el vino siguiera regando las copas de los presentes. Broc miró de nuevo a los invitados de McGregor que llevaban días bajo su techo y prestó más atención a aquellos con los que compartía mesa esa noche. Él estaba en uno de los extremos y su tío Mervin se sentaba junto a él. Enfrente se encontraba Farlan Morgan junto a dos de sus hombres. También Coburn Sutherland y su hijo Hasson a la izquierda de Farlan, y en el otro extremo pudo distinguir la expresión ceñuda de Skena y Edwin Gunn, junto a Elisa, Alice e Ian McPherson. Broc era un experto en camuflar sus emociones, dueño de un autocontrol envidiable. Había aprendido a sobrevivir de la peor manera, a base de golpes, en un mundo hostil donde o te convertías en un superviviente o te despedazaban. Años en el seno de un clan donde siempre lo habían tratado como un extraño, donde, después de la muerte de su abuelo y su madre, había tenido que endurecerse para no acabar aplastado, le habían servido para reforzar aún más su determinación, endurecer su carácter y disciplinarse hasta tal

punto de trabajar, entrenarse y prepararse más horas y con más ahínco que cualquier otro highlander perteneciente a su clan, porque, a pesar de todo, a pesar de no deberle nada a nadie,  aquel seguía siendo el clan de su abuelo, de su madre… y, por la memoria de ellos, por el futuro y la seguridad de aquellos miembros del clan que le tendieron en algún momento su mano, iba a luchar con uñas y dientes. No iba a dejar que Mervin y sus primos acabaran con el legado de sus antepasados y con el futuro del clan; no, si podía evitarlo. Los Ross no tenían que sufrir las consecuencias de los actos de un hombre inseguro, ávido de poder y cuyos escrúpulos estaban condicionados a lo que podía obtener. Y, desde luego, ahora más que nunca, no iba a dejar que hicieran daño a… Sus pensamientos quedaron en suspenso cuando, a lo lejos, vio la mirada de Logan McGregor clavada en él, después de que Dune cruzara unas palabras con su hijo. Puede que Logan ya estuviese al tanto de todo. Había discutido con Dune, hasta ese mismo día, sobre la conveniencia de compartir todo lo que sabía con Logan y alguno de sus aliados de más confianza. Broc había querido tener pruebas tangentes de que sus suposiciones eran ciertas antes de hablar con Logan, porque sus acusaciones, las de traición y conspiración para asesinar a algunos laird, eran suficientemente graves como para esgrimirlas sin que algo más que sus palabras las respaldara. Y aunque sabía que Dune le apoyaba, no podía pedir lo mismo a Logan. No podía exigirle que confiara solo en su palabra, cuando era un hombre de confianza del rey y cuando en aquella reunión había tanto en juego. Ahora, justo en aquel instante, rogaba para que Dune se lo hubiese contado todo a Logan. La mirada de Broc se desvió hacia la mesa que había de forma paralela a la que él ocupaba. Su primo Akir parecía haberse despejado lo suficiente como para mantenerse consciente. Seguía con una copa en la mano, con movimientos erráticos, mientras masticaba casi escupiendo una cantidad ingente de alimento. Todavía dentro de él resonaba la conversación que había mantenido con Akir un rato antes… El salón había empezado a llenarse de comensales hambrientos pendientes de comenzar la cena. Broc barrió la habitación esperando encontrar a Dune, cuando vio a Akir en un rincón de la estancia, perdido

en una copa de vino, al borde de la inconsciencia y molestando a una de las muchachas McGregor. Fue por ella que se acercó, porque, a pesar de que su primo se había comportado desde que llegaron a tierras McGregor sin embriagarse hasta ese extremo, aquella noche Akir parecía haber vuelto a sus viejas costumbres, y Broc conocía de sobra lo que pasaba cuando se embriagaba hasta ese punto. Libró a la joven de sus atenciones indeseadas, y tomó a su primo del brazo para alejarlo de ella, obligándole a sentarse, poniendo su cuerpo entre Akir y el resto, intentando alejarlo de la vista de los presentes para no llamar la atención de los miembros de los diversos clanes cuyo número en el salón cada vez era más numeroso. Ese fue el instante en que Akir lo miró furibundo, deshaciéndose de su contacto con un tirón brusco dirigiéndose a él cargado de resentimiento y arrastrando las palabras casi en susurros, tanto que Broc había tenido que acercarse para poder escucharle. —Estoy harto de todos vosotros, de que creáis que sois mejor que yo. Incluso tú, bastardo de mierda, piensas que eres mejor. Estás muerto, ¿lo sabes, verdad? —dijo Akir llevando la copa a sus labios y tomando un sorbo que resbaló por su barbilla dejando un reguero hasta su cuello, mientras su sonrisa, sórdida y algo distorsionada, era contradictoria con su entrecejo fruncido. Broc supo entonces que Akir se encontraba en ese estado de embriaguez en el que su lengua se volvía incontrolable y cuya memoria posteriormente sufriría lagunas que nunca llegaría a recordar. A pesar de su continua borrachera, era difícil ver a Akir en ese estado, por lo que Broc reconoció aquello por lo que era, una oportunidad que no debía dejar escapar. Mirando con disimulo a su alrededor, cerciorándose de que los invitados más cercanos se encontraban a suficiente distancia como para no oírlos y que tanto su tío como su primo Leathan todavía no habían hecho acto de presencia, Broc dirigió la conversación hacia donde deseaba. —No pienso que sea mejor que tú, Akir, pero quizás deberías hablar con tu padre y con tu hermano si crees que ellos te subestiman, que te consideran que no eres digno de su confianza —dijo Broc sabiendo, por la furia que se asomó a los ojos azules de su primo, que este había caído en sus redes.

—¿Creen que no sé que el momento se acerca? No me importa que no confíen en mí, no me hace falta para saber qué traman. Los he escuchado cuando pensaban que no lo hacía y … —dijo Akir acercándose un poco más a Broc, echándole en la cara el aliento maloliente del vino agrio y corrompido—. Van a matar a alguien… Morgan va a hacerlo… quizás a Bruce Gordon. Ese fue el primer golpe… certero, lacerante, ante el que Broc se mantuvo imperturbable. —¿Por qué piensas eso? No lo creo. Debes estar equivocado — contestó Broc, y Akir endureció sus facciones escupiendo el vino que le quedaba en la boca del sorbo que había tomado unos segundos antes. —No me equivoco… Eres un necio, siempre lo has sido… Sé que quieren la cabeza de Bruce porque Sinclair lo desea muerto. Parece ser que su padre tiene una deuda con los Farqharson y estos llevan mucho tiempo queriendo destripar a ese bastardo. Con eso la deuda estará más que saldada. Broc sintió que se le congelaban las entrañas, porque si aquello era cierto, ¿por qué Morgan iba a estar dispuesto a ponerse en peligro y matar a alguien por Sinclair cuando eran enemigos? ¿Qué ganaba él? —Sinclair ha convencido a Morgan para que acepte a cuatro Farqharson entre sus hombres… ellos harán el trabajo. Sinclair tiene a dos entre sus filas, y sé que uno de sus mejores tiradores con arco rematará el trabajo si los Farqharson fallan. Broc había estado bastante seguro de lo que tramaban Sinclair, Morgan y su tío Ross, y, después de vigilar a Sinclair y verlo reunirse con Farlan la noche anterior, también lo estaba de que había una doble alianza entre ellos. Una falsa con Cathair Morgan como cabeza de turco y, otra, con Farlan Morgan. Sin embargo, no había imaginado… qué equivocado había estado. Y ese fue el segundo golpe… el que hizo que la hiel subiera hasta su garganta, y que comprendiese que el pacto entre ellos no nació con el fin de recabar para sí mismos mayores beneficios durante las negociaciones, ni fue ideado para desestabilizar la reunión, sino que fue engendrado para deshacerse de sus cuotas personales, eliminar a quienes les estorbaban y ajustar cuentas… y lo iban a hacer de tal forma que nadie pudiera acusarlos de traición o asesinato. Culparían a otros, otros cargarían con la culpa, estaba seguro, y entre ellos los Farqharson…

Seis hombres y un arquero. ¡Maldita sea! Debía hablar con Dune lo antes posible. —¿Y qué va a hacer Sinclair por Morgan? —preguntó Broc desganado, como si pareciese que no se estaba tomando en serio las afirmaciones de Akir, cuando por dentro le estaba siendo muy difícil mantener el control. Y su primo esbozó una sonrisa torcida, casi desagradable, inmunda. —Algo distinto a lo que él cree… —contestó Akir, articulando mal las palabras, aunque no lo suficiente como para evitar que Broc lo entendiese, confirmando lo que ya sospechaba: que Sinclair y su tío traicionarían a Cathair Morgan. —¿Y qué harán ellos por Mervin? —preguntó Broc antes de que Akir le mirara fijamente y se tambaleara hacia delante, casi pegando la cabeza al estómago de Broc. Este frenó la caída de Akir y lo pegó hacia la izquierda, dejándolo caer contra la pared. Un bufido salió de los labios de su primo que abrió lentamente los ojos, extrañándose al encontrarlo allí, como si no recordara que había estado hablando con él unos segundos antes. Broc exhaló el aire que había estado conteniendo, y se dio media vuelta. No hacía falta que Akir le dijera nada… él ya sabía cuál era ese tercer y último golpe, directo al pecho, el que pondría tierra encima y le daría una tumba al hombre que Mervin Ross había deseado que dejara de respirar desde el día en que nació. Lo que Sinclair y Morgan harían por Mervin sería matarlo a él. Broc pudo llegar al centro de la estancia, intentando asimilar todo lo que había averiguado cuando su tío Mervin le interceptó. —Esta noche te sientas a mi lado, así que ven conmigo —dijo con un tono de voz inflexible. Broc tragó un sorbo de agua que le supo a barro en la boca. No por la calidad de la misma sino por una sensación aciaga que lo estaba envolviendo por segundos. Su instinto le gritaba que el momento del que le había hablado su primo Akir podía estar más cercano de lo que pensaba, y él no había podido hablar con Dune después de eso, porque su tío Mervin se había pegado a él impidiéndole algún movimiento.

Esa noche, el ambiente era más distendido, las miradas normalmente recelosas parecían haber llegado a una tregua. Ambas puertas que daban acceso al salón estaban abiertas y, por ellas, una vez que las viandas fueron retiradas, dejando como presencia sobre las mesas el vino y algunas delicias dulces cuando la música tomó protagonismo, empezaron a entrar más miembros del clan McGregor, uniéndose al festejo, haciendo que parte de los invitados comenzaran a bailar en el centro del salón, donde las mesas habían sido retiradas hacia los lados para dar más espacio. La afluencia de gente hizo que el ambiente en la sala fuese caótico para poder observar y estar al tanto de cada movimiento. La sensación de incertidumbre, de desasosiego, se acrecentó en Broc, poniéndolo en alerta cuando observó, en la mesa que había cerca de la entrada principal en donde esa noche se habían sentado entre otros Bruce Gordon, Henson Comyn, Ronald Davidson y Cathair Morgan, a este último mirar a Gordon y decirle algo al oído antes de levantarse de la mesa y salir discretamente de la estancia. ¿Qué había sido eso? Sin embargo, lo que hizo que se le helara la sangre en las venas fue cuando, pasado un rato prudencial, vio salir por la misma puerta a Bruce Gordon. ¿A dónde iba? ¡Maldita sea! Broc deslizó su mirada por la estancia buscando a Kam entre la maraña de invitados, parte de ellos en pie bailando al son de la música que no cesaba y que resonaba cada vez más fuerte entre aquellas cuatro paredes, y otros todavía sentados, hablando, bebiendo y observando a todos los que intentaban seguir el vertiginoso ritmo de la melodía. No lo encontró ninguna de la dos veces que barrió la estancia con sus ojos. Si Kam no había visto salir a Bruce, ¿quién cubría sus espaldas? Vio a Duncan McPherson salir de la estancia junto a su esposa… y con ello se acabaron sus esperanzas de que alguien siguiese los pasos de Bruce. No vio tampoco a Dune…, y Logan… estaba hablando con Taffy Sinclair al otro extremo de la estancia, demasiado lejos de él como para poder contar con su ayuda. Si quería salvar a Bruce, el tiempo se le acababa. Ni siquiera sabía dónde estaban… pensó, enfurecido consigo mismo por no haber previsto aquello. No se perdonaría jamás si a Gordon le pasaba algo.

Broc fue a levantarse cuando la voz de su tío Mervin detuvo su movimiento. —¿A dónde vas? —preguntó laird Ross entre dientes, y las facciones de su rostro endurecidas—. Leathan está hablando con Davidson y necesito que alguien vaya a por Akir. David lo acompañó a la gran sala hace un rato para que se despejase, demasiado borracho como para poder sostenerse en pie, pero empecinado en no retirarse —continuó Ross mirándole a los ojos, con una expresión de desprecio que no disimuló—. Lo mejor es que Akir se retire por esta noche. Ha bebido lo suficiente para avergonzarnos y no quiero que lo que hemos conseguido durante estos días en las negociaciones, el inútil de mi hijo lo eche por tierra con su evidente falta de control. Así que ve y encárgate de que llegue a su habitación y no salga de ella. Solo fue un segundo, pero Broc lo supo, todo encajó… La forma en que Mervin evadió sus ojos al final, la dureza en su voz intentando camuflar su urgencia, la mirada que intercambió Ross con Sinclair de forma tan sutil y disimulada, tan imperceptible que pensó que lo había imaginado, o la petición repentina de su tío… que sonó forzada… Ya no le cabía duda. Ya sabía dónde estaba Gordon, y por qué su tío lo enviaba allí. La gran sala iba a ser su tumba, el lugar donde pensaban darle muerte. Maldiciendo en voz baja, endureciendo sus facciones, se levantó y se puso en movimiento, atravesando la estancia, esquivando a los invitados que se interponían en su camino, y, en cuanto atravesó la puerta, corrió hacia la gran sala. Sabía que era una trampa, sabía que le estarían esperando, pero no iba a permitir, si él podía evitarlo, que aquellos bastardos llevaran a cabo su plan; no iba a permitir que asesinaran a Bruce Gordon, aunque eso tuviera un alto precio.   ***   Sinclair apretó la mandíbula en un acto reflejo. Su padre le susurró algo al oído y Flecher simuló interés cuando todo su ser bullía con la súbita y sostenida euforia de saber que estaba a

solo un paso de que su plan tuviese éxito. Farqharson era una espina clavada en el costal que no les dejaba respirar, y esa noche la deuda sería saldada. Las negociaciones serían interrumpidas, y él volvería a su territorio con una alianza con Farlan Morgan y Mervin Ross que le serviría para, pasado un tiempo prudencial, aplastar a Gunn y Sutherland, y todo ello sin que el rey pudiese acusarlos de provocar que aquella reunión fracasase. Se relamió los labios cuando sus ojos fueron a posarse en Elsbeth Comyn. Ella sería su recompensa… tan hermosa… Su deseo por Elsbeth era una molestia que pronto saciaría de todas las formas que podía imaginar. Con dureza, con violencia, con sumisión, hasta hacerla que se postrara a sus pies y que hiciese todo lo que él la ordenase. El placer que le proporcionaba el pensarlo… en cómo la humillaría y la haría rogar… hizo que su miembro se endureciera como pocas veces le había ocurrido en los últimos tiempos. Se congratuló interiormente. Quizás su apatía se solucionase muy pronto. Henson Comyn no le había dado una respuesta y, aunque hubiese deseado poder anunciar esa noche su compromiso con Elsbeth, tampoco le tomó por sorpresa. No pensaba que el indeciso Comyn, por una vez en su vida, tomara una decisión con prontitud, aunque no dudaba de que al final aceptaría. Lo había visto en sus ojos cuando habló con él. Qué fácil había sido manipularlo. El inútil de Henson era un estúpido bastardo al que pronto tendría comiendo de su mano. Sinclair barrió la sala para cerciorarse de que nadie sospechaba de sus intenciones. Bruce Gordon había caído en su trampa. Su prepotencia y su orgullo serían su perdición, y Flecher las había utilizado en su contra. Gordon se creía invencible y su soberbia lo llevaría a la tumba. Tenía que reconocer que Morgan estaba cumpliendo bien con su parte. Había conseguido sacar a Bruce de la sala, en el momento adecuado, cuando la fiesta estaba en su cenit, muchos de los invitados se encontraban ebrios y la otra mitad demasiado imbuidos en el festejo, la música y todo lo demás como para prestar excesiva atención a lo que les rodeaba. Flecher había estado seguro de que Morgan lo conseguiría, y más cuando él mismo le proporcionó la amenaza perfecta para ello. Pocas personas importaban a Bruce Gordon… pero no se equivocó al escoger a las perfectas.

CAPÍTULO XXX     Habían amenazado a los hijos de Duncan… y morirían por ello. Cuando Morgan, aprovechando que la cena había quedado relegada a un segundo lugar, desbancada por los festejos, la música, el vino, la conversación y el baile, se inclinó hacia él y le dijo a media voz que le esperaba en la gran sala para hablar un asunto de vital importancia, Bruce supo que lo que Morgan y el resto de sus aliados habían planeado empezaba allí. Sin embargo, cuando Bruce no le contestó con la celeridad que Cathair esperaba, ese bastardo le amenazó con que, si pasados unos minutos él no acudía, solo, uno de sus hombres se encargaría de hacer una visita a la planta superior, específicamente a la niñera que cuidaba a los dos hijos de Duncan McPherson, siendo Bruce responsable, con su actitud, de lo que pudiese pasarles a los bebés McPherson. Cathair Morgan sentenció con esas palabras su vida, porque nadie, nadie, amenazaba a aquellos niños y vivía para contarlo. Bruce ni siquiera miró en dirección a Duncan McPherson que junto a Elisa se quedaron en el salón cuando él se levantó. A Kam no le hizo falta localizarlo porque su hermano no estaba en la estancia… había salido de ella en cuanto Morgan se dirigió a Bruce… Ese fue el primer error de la noche de Cathair. Desvió los ojos por un segundo en dirección a Eara, que en ese momento hablaba con Elsbeth Comyn. Su pelirroja, el amor de su vida, su aliento, su pulso. Con la sonrisa de Eara dirigida a la mayor de las hijas de Comyn grabada en su mente, Bruce aceleró el paso centrado en lo que pudiese pasar en cuanto saliese por la puerta. Al encarar el pasillo enfiló el camino que llevaba hasta la gran sala, con el gesto imperturbable, con paso firme, inquebrantable, como si la piedra bajo sus pies se amoldase a él, rindiéndole pleitesía. Se supo observado, claramente, por uno de los hombres de Morgan cerciorándose de que cumplía con lo que Cathair le había exigido. Si hubiese sido solo cosa de Morgan, quizás este le hubiese subestimado, pero algo le decía que los cómplices de Cathair no lo harían, y

que era posible que el número de hombres al que tuviese que enfrentarse fuese elevado. Ese no era el problema, sino que seguramente aquellos hombres portarían espadas y él solo un cuchillo escondido entre los pliegues de su feileadh mor. Esperaba que Kam fuese rápido. Cuando llegó hasta la gran sala, y abrió la puerta que daba al pasillo, cruzando su umbral, ni siquiera la cerró a sus espaldas, seguro de que el hombre que venía tras él lo haría. No se equivocó. —Me alegra saber que eres lo bastante inteligente como para hacerme caso. No quería hacerles daño a esos niños, pero no hubiese tenido reparo en hacérselo si no hubieras obedecido —dijo Cathair Morgan dando un paso al frente y dejando a cinco guerreros a sus espaldas. Bruce dio varios pasos hacia él, acortando la distancia entre ambos, dejando a Morgan momentáneamente confuso. —¿Sufres alguna clase de demencia? —preguntó Gordon, deteniéndose antes de que Cathair empezase a ponerse nervioso y decidiese mandar antes de tiempo a los hombres que lo acompañaban. Bruce se había movido lo suficiente como para ver con claridad la otra puerta por la que se tenía acceso a la gran sala y que nunca utilizaban salvo los miembros de la familia McGregor y que conectaba con una sala contigua. Durante la reunión la puerta había sido cubierta en parte con un tapiz para que los invitados no la utilizasen. Si no sabías que estaba allí era difícil verla. Bruce tenía conocimiento de ella por Logan. Ambos se habían quedado, tras una de las reuniones, hablando en la gran sala junto con Duncan y Kam. Salvo Logan, el resto prácticamente saltó de la silla cuando Dune McGregor los sorprendió apareciendo por dicha puerta. Ahí fue cuando Logan, después de que Dune dejara de reírse tras ver sus reacciones, les enseñó la existencia de la misma. Incluida esas dos salidas, una tercera era visible al fondo, donde unas escaleras subían hasta un segundo nivel, prácticamente en sombras, donde un estrecho pasillo, con una barandilla en forma de arco, y sujetada por varios pilares de madera, conducía hasta otra pequeña puerta. De las tres salidas, Bruce sabía que la que había dejado a su espalda estaría bloqueada. Imaginaba que Morgan no sería tan estúpido para dejarle esa vía de escape, aunque hubiese un hombre tras él. Cathair debía saber que un solo hombre no frenaría a Gordon. Así que solo quedaban dos. Una que era poco conocida, pero a la vista en el segundo nivel y que Bruce

imaginaba que también estaría bloqueada y, otra, tras los cinco hombres de Morgan en el extremo izquierdo, de la que Gordon estaba prácticamente seguro que tanto Cathair como el resto desconocían. El rostro de Morgan se congestionó, adquiriendo una ferocidad y un tono rojizo que hizo a Bruce pensar que quizás Cathair le ahorrase el trabajo directamente muriéndose de un ataque in situ. —El único demente que hay en esta sala eres tú, bastardo — contestó Morgan entre dientes—. Estás tan pagado de ti mismo y eres tan estúpido que aún no has comprendido qué haces aquí. Si lo hubieses hecho no habrías acudido ni estarías tan tranquilo ahí de pie sabiendo que lo te espera es la muerte y que yo voy a disfrutar viendo cómo la vida te abandona y… —Lamento interrumpirte, pero preferiría que pasáramos directamente a lo de matarme y dejaras de torturarme con tu débil verborrea —soltó Bruce, cortando la amenaza de Cathair. La oscuridad inundando sus ojos pardos, tornándose negros en un solo segundo acompañado con un tono de voz grave, inhumano, que dejó momentáneamente a Cathair paralizado. —¡Matadlo! —ordenó Morgan cuando pareció volver en sí, con los dientes apretados, los ojos casi fuera de sus órbitas, en una orden cargada de ira. Con una rapidez imposible de ejecutar, Bruce apenas se giró para ocuparse primero del contrincante que tenía a su espalda y que había escuchado acercarse a él con presteza en cuanto Cathair dio la orden. El guerrero Morgan, el único que no llevaba espada, solo un cuchillo igual que él, se encontró con la hoja afilada de Bruce entre las costillas antes de poder acabar el arco que su brazo inició para alcanzar el cuello de Gordon. Bruce retorció el cuchillo con certeza dentro del guerrero antes de extraerlo y volverse con rapidez para enfrentar a los otros cinco Morgan, con la grata sorpresa de que ya no estaban solos en la estancia. Kam había entrado por la puerta tapada con el tapiz portando dos espadas. Bruce atrapó la espada que Kam lanzó por el suelo hacia sus pies antes de que el menor de los Gordon se enfrentase a los dos guerreros Morgan que estaban más rezagados y que, al percibir su presencia, fueron a por él.

Bruce, por su parte, atrapó la espada justo a tiempo de parar el golpe que el guerrero Morgan con una cicatriz en la ceja y que medía casi dos metros le asestó con el ímpetu de un titán. Gordon tuvo que emplear la fuerza de sus dos brazos para que la hoja de la espada de su enemigo no le alcanzase en el pecho y lo atravesara como si solo fuese un pedazo de carne. El alarido que alguien profirió en el centro del salón cuando Bruce repelió el golpe haciendo que su atacante diera un paso hacia atrás provocó que sus ojos se desviasen por un segundo hasta el origen del mismo, solo para ver a Cathair caer sobre sus rodillas, con los ojos abiertos con horror y sus manos en su cuello intentando parar la sangre espesa y profusa que manaba del corte que uno de sus propios guerreros le había provocado, mientras otro le acuchillaba en el vientre. Bruce se agachó y giró con rapidez, sin poder detenerse a analizar lo que acababa de pasar con Cathair, cuando el gigante, sin tregua, volvió a intentar alcanzarle. El guerrero Morgan era extremadamente fuerte, pero no excesivamente ágil. Bruce consiguió alcanzarle en el costado antes de quedar enfrentado a él. Un gruñido salió de los labios de aquel salvaje que, con el odio centelleando en sus pequeños ojos de ratón, volvió a por él con un fiero ataque, al mismo tiempo que otro guerrero Morgan junto a los dos que acababan de terminar con la vida de Cathair se acercaron hasta su posición. Con la destreza, la frialdad y la inteligencia que le habían convertido en el lobo solitario, Bruce simuló flaquear ante el siguiente golpe del gigante que, viendo la victoria cerca, incrementó la presión de su espada sobre Bruce, fuerza bruta en un intento de aplastar y cortar en dos la cabeza de Gordon. Cuando el gigante enseñó sus dientes, por donde la saliva se escurrió salpicando la desgastada piedra del suelo, Bruce contuvo el golpe con un solo brazo para clavar en el pecho del guerrero Morgan su cuchillo. Fueron dos golpes certeros que dejaron al gigante sin fuerzas, lo suficiente para que Bruce le diese una patada en el estómago cuando este cayó de rodillas, derribándolo al suelo mientras la boca del guerrero Morgan se llenaba de sangre, volviéndose rápidamente para enfrentar a los otros tres guerreros que ya le habían rodeado. Sintió gruñir a Kam en la distancia, cuando la puerta que Bruce pensó que los Morgan habían bloqueado se abrió de golpe.

      Kam sabía que en cualquier momento el bastardo de Morgan y sus aliados intentarían algo en contra de su hermano. Cuando en la cena vio a Cathair susurrar casi al oído a Bruce supo que ese momento había llegado. Al ver a Morgan que se levantaba para dejar la estancia, él también lo hizo, adelantándose al propio Cathair que cruzó, ya de pie, varias palabras con Bruce. Cuando salió se ocultó y esperó. Solo unos segundos más tarde, Morgan atravesó las puertas con uno de sus hombres tras él. La orden que le dio de que esperara para cerciorarse de que Bruce se reuniría con él en la gran sala proporcionó a Kam todo lo que necesitaba saber. Conocía la forma perfecta de entrar allí sin ser percibido hasta que fuese demasiado tarde. Con esa idea se apresuró hasta la estancia contigua a la gran sala, donde Logan mantenía varias armas y espadas. Lo sabía porque él mismo le había enseñado la sala cuando un día, tras un entrenamiento, Kam le acompañó hasta allí. Esperó paciente, escuchó la entrada de Bruce y las palabras que Cathair y su hermano cruzaron. Sabía que pasase lo que pasase allí dentro, debía intentar que Morgan acabase con vida, para poder sonsacarle toda la información y acabar con los planes de Cathair y sus aliados. En cuanto entró, la escena a la que se enfrentó le hizo fruncir el ceño. El número era considerable y uno de los Morgan era un gigante que hacía por tres guerreros. Sin perder un segundo, lanzó a Bruce una de las espadas y fue directo a por los dos Morgan que estaban más rezagados. Le costó poco acabar con uno de ellos. Fue el primero en alcanzarle que, impetuoso y demasiado ansioso, intentó arrinconarlo contra una de las paredes, pero Kam, mucho más ágil, dejó que su atacante ganase terreno, haciendo que el segundo Morgan quedara más rezagado pensando que acabar con él sería fácil y que solo con uno de ellos sería suficiente. Cuando el que estaba más alejado retuvo su avance, Kam atacó con ímpetu al que tenía frente a él, atravesándolo tras varias estocadas, que por la cara de su contrario no esperaba, después de pensar que lo tenía acorralado. El gruñido que salió de los labios del otro Morgan al ver abatido a su compañero hizo que Kam fuese a por él, intentando que la furia que

parecía corroer al contrario le ofreciera cierta ventaja. La frialdad y la templanza en un combate eran fundamentales. Quizás fue el alarido que se escuchó en la sala, pero el guerrero Morgan ralentizó su paso solo unos segundos, los suficientes para que el menor de los Gordon viese a Cathair Morgan caer degollado por uno de sus propios guerreros y a Bruce luchar contra el gigante. Kam supo en ese instante que tenía que librarse del Morgan que tenía frente a él o Bruce tendría que enfrentarse a cuatro adversarios. Redobló los esfuerzos y, cuando en uno de sus movimientos parando el golpe del contrario vio al gigante caer, para después observar cómo el resto rodeaba a Bruce, Kam cruzó una serie de estocadas rápidas con su contrincante. Este era bueno, lo bastante para demandar de él un tiempo del que no disponía. Necesitaba llegar hasta su hermano… El golpe de la puerta principal al abrirse, la que daba al pasillo, hizo que Kam fijase sus ojos en ella por un segundo y que maldijera por lo bajo. Broc Ross estaba allí… y, si su instinto le había fallado durante todo ese tiempo, Ross intentaría matarlos.       Broc entró en la gran sala. Nada más llevaba un cuchillo cuando traspasó el umbral de la misma. Solo le hizo falta dar un vistazo para saber que la situación había mejorado para los hermanos Gordon a tenor de los tres cuerpos que yacían en el suelo sin vida, uno de ellos el de Cathair Morgan. Al parecer Sinclair y su tío ya habían cumplido con su parte del acuerdo, haciendo que laird Morgan pasase a mejor vida. Por él podría pudrirse en el infierno. Vio la duda en los ojos de Bruce al cruzarse con la suya, y no le culpó por ello. En su lugar él mismo se hubiese sentenciado. Sin esperar un segundo más aceleró el paso hacia ellos. Uno de los tres Morgan que rodeaban a Bruce se dirigió hacia él antes de ordenarle al resto que acabaran de una vez con Gordon. Broc no esperó a que el guerrero Morgan se acercase más, antes de agacharse cuando este lanzó su primera estocada, para dar una vuelta sobre sí mismo y coger la espada que permanecía tirada sobre la piedra y que debió de pertenecer a uno de los hombres que estaba muerto. Con un salto

ágil se puso en pie, lo suficientemente rápido para que su contrincante no lo ensartara con su espada y solo le hiciese un corte en el brazo. Broc desvió sus ojos hacia las escaleras que daban al segundo nivel, al igual que había hecho cuando entró en la estancia, y siguió sin ver a ningún hombre allí arriba. Pero no podía estar seguro, ya que las sombras y los pilares impedían distinguir con claridad. Sus ojos fueron a descender nuevamente hacia su contrincante cuando un movimiento casi imperceptible le hizo alzar de nuevo la mirada. El guerrero Morgan no le dejó centrar su atención en lo que había visto, atacándole con varias estocadas, que le hicieron apretar los dientes y atacar cuando un golpe dejó el flanco izquierdo de su oponente desprotegido. Fue rápido y certero cuando la hoja de su espada cruzó el estómago de su oponente. El grito que este lanzó resonó en la estancia como si fuese eco. Kam, que había acabado con su propio oponente, corría en ese instante hacia su hermano, enfrentándose a uno de los Morgan, mientras Bruce encaraba al otro. Broc, libre del guerrero Morgan que se desangraba en el suelo entre sus vísceras, levantó de nuevo la mirada y entonces sí lo vio con claridad. La punta de una flecha, dirigida hacia el mayor de los Gordon. El arco se tensó y Broc supo que no tenía tiempo… —¡Bruce! —gritó, mientras acortaba el espacio que lo separaba de Gordon.       Bruce atravesó a su oponente con frialdad, con ese dominio que le caracterizaba, cuando escuchó el grito de Broc Ross. Se giró con rapidez para localizar a Kam, y lo vio a varios metros de él enfrentándose al único Morgan que quedaba en pie. Si no era Kam… Y entonces todo pasó a la vez. Duncan McPherson junto a Dune McGregor traspasaron la puerta de la gran sala. El cuerpo de Broc Ross se puso delante de Bruce antes de que Gordon pudiese entender lo que estaba sucediendo. La primera flecha impactó en el costado de Broc.

—Noooo…. —gritó Dune mirando hacia ellos. Gordon agarró a Broc por la espalda para apartarlo, pero Ross se lo impidió aferrándose a él y recibiendo el impacto de una segunda flecha en el hombro y una tercera cerca de esta última, cayendo sin fuerza sobre el pecho de Bruce después de que las fuerzas le abandonasen. —¡Duncan! —gritó Bruce, y McPherson corrió hacia las escaleras que daban al segundo nivel, para terminar con el hombre que acababa de atravesar tres veces a Broc Ross, el mismo que había protegido a Bruce con su cuerpo, salvándole la vida. Kam se deshizo del último Morgan que quedaba en pie, atravesándole el corazón, para después correr hacia Bruce que, en ese instante, sostenía entre sus brazos a Broc Ross. —¡Dios mío! —dijo Kam cuando se arrodilló al lado de su hermano. Dune McGregor llegó hasta ellos con la tez blanca y la expresión demudada. —Tenemos que llevarlo a una habitación —dijo Bruce con urgencia. —Voy por Elisa —dijo Kam mirando a Broc que, con la cara congestionada por el dolor, respiraba de forma acelerada. Parecía más cerca del otro mundo que de este. —Date prisa —dijo Bruce contundente, y la preocupación destiló en su voz, afilada, con fuerza. Kam miró a Dune que parecía como si hubiese envejecido diez años en apenas unos segundos, antes de ponerse en pie. —Lo llevaremos a mi habitación —reaccionó McGregor cuando Kam ya se dirigía a la puerta. Los pasos resonando por el nivel superior hicieron que tanto Dune como Bruce se pusieran en alerta, hasta que vieron aparecer a McPherson. —Ha escapado —dijo Duncan con el rostro tenso y una seriedad extrema. Bruce solo asintió. Sabía que era muy posible que Duncan no pudiese alcanzarlo. El hombre oculto le llevaba bastante ventaja a McPherson cuando escapó. Entre Duncan y Bruce levantaron a Broc con cuidado, pasaron los brazos del malherido por encima de sus hombros. La cabeza de Broc cayó hacia delante, sin fuerza, y sus pies apenas podían arrastrarse.

Bruce lo hubiese cogido al hombro, pero no podía. La flecha que Ross tenía en el costado se lo impedía. Subieron las escaleras más lentamente de lo que hubiesen deseado pero, al llegar al nivel superior y con el pasillo desierto, llegaron pronto hasta la habitación de Dune que iba delante de ellos y les abrió la puerta, apartándose para que pasaran con Broc y lo dejaran encima de la cama. —Necesitaréis a mi esposa —se apresuró a decir Duncan. —Ha ido Kam a por ella —contestó Bruce a McPherson cuando ambos intercambiaron una mirada que transmitía la gravedad de las heridas de Broc. —¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó McGregor con voz dura, exigente. McPherson desvió sus ojos hasta Gordon y la mirada que vio en los suyos era la de un hombre que exigiría venganza sin piedad alguna. —Morgan quiso reunirse conmigo en la gran sala para hablar. Cuando llegué me rodearon seis de sus hombres con intención de matarme. No me dijo por qué, ni tuve tiempo de preguntárselo, porque uno de sus hombres le cortó el cuello —espetó Bruce que vio cómo los ojos de MacGregor se abrían por el asombro y el desconcierto. McPherson lo miró con extrema preocupación y con esa mirada incisiva con la que estaba buscando posibles explicaciones—. Kam me siguió y entró en la sala por la puerta del tapiz, luchando a mi lado contra los hombres de Morgan que, en ningún momento desistieron, ni siquiera cuando solo quedaba uno en pie. Después llegó Broc —dijo Bruce y, ante el ceño fruncido de McGregor, continuó—. No sé cómo supo que estábamos allí, ni lo que pasaba. Lo único que puedo decirte es que estaba luchando a nuestro lado y, al momento siguiente, se interpuso en el camino de una flecha dirigida a mí. Los ojos de Broc aletearon ligeramente como si se esforzara por abrirlos, y otro quejido de dolor brotó de sus labios. —Tranquilo —dijo Dune que se había sentado al lado de la cama, acercando una silla hasta la cabecera de la misma, tocando el pelo de Broc como lo haría cualquier padre con un hijo—. Tranquilo, muchacho… todo saldrá bien —susurró alzando la mirada llena de dolor y desesperación, enfrentando la de Bruce. Elisa llegó junto a Kam y se paró de golpe cuando vio a lo que se enfrentaba. La mirada que le dirigió a Bruce no fue alentadora. La

conversación quedó en suspenso. En ese momento lo más importante era atender las heridas de Broc. —Lo primero que tenemos que hacer es retirarle la ropa del torso — dijo la esposa de McPherson, dando un paso atrás para que Gordon y Dune McGregor, que estaban junto a Broc, pudiesen girar entre los dos el cuerpo del joven para terminar de quitarle la camisa. Una camisa que estaba en parte hecha jirones, adherida por la sangre a la cintura y los hombros de Broc. —Cuando lo tengáis, sujetadlo un instante para que pueda ver si alguna de las flechas lo ha atravesado por completo —comentó Elisa echando sobre la palangana que había encima de la mesa el agua de la jarra que todos los días cambiaban varias veces y mantenían en cada habitación para las abluciones de sus invitados. Cuando Bruce, que sujetaba la espalda del herido, mientras Dune lo sostenía por delante, apartó el trozo de tela que cubría el torso de Broc y contempló su costado, las manos se le tensaron sobre el cuerpo del joven, los nudillos se le tornaron blancos y la expresión de su rostro adquirió una gélida fiereza. Kam, que observó el cambio en las facciones de su hermano, se acercó hasta él con rapidez, urgido por lo que vio en su rostro: sorpresa, confusión…, emociones que pocas veces había visto en Bruce, y una furia mal contenida en sus ojos que alertó a Kam. Cuando estuvo junto a él, desvió su mirada hasta donde la tenía clavada su hermano, tragando saliva con fuerza, apretando los dientes en un acto reflejo y quedándose igual de aturdido que Bruce. —¿Qué pasa? —preguntó McPherson acercándose a los hermanos Gordon, mientras Elisa sacaba apresurada de su bolsa lo que necesitaba, extendiéndolo encima de la pequeña mesa que quedaba a sus espaldas. McPherson conocía a Bruce desde que eran unos críos. Había luchado contra él, y junto a él, al igual que había visto crecer a Kam, y en los cuerpos de ambos había observado lo mismo que estaba contemplando en el costado de Broc Ross. Una mancha oscura con forma de media luna. Una mancha de nacimiento que los hermanos Gordon heredaron de Bryson Gordon, su padre. Duncan solo atinó a mirar a Bruce, mientras este dirigía sus ojos lentamente hasta Dune McGregor, exigiendo respuestas. Lo que Gordon vio

en los ojos de Dune le hizo apretar los dientes hasta percibir el sabor de la sangre en su boca… porque lo que sintió cuando vio aquella mancha en la piel de Broc, la loca idea que cruzó su mente y que temió imaginar por unos segundos, adquirió fuerza y certeza en los ojos de Dune McGregor.

 

CAPÍTULO XXXI     Elisa trabajó de manera incansable, rápida, concentrada y eficaz para intentar salvar la vida de Broc Ross. Mientras Dune y Duncan lo sujetaban, Bruce y Kam la ayudaron cuando tuvo que sacar las flechas. La del costado y una de las del hombro le habían atravesado. Tuvieron que cortar la punta sin quebrar la flecha y después sacarla para quemar la herida y evitar así que siguiera desangrándose. La que costó más fue la que estaba más cerca de su clavícula. Esa no le había atravesado y, por lo tanto, tuvo que hacer un corte para poder extraerla sin desgarrar los tejidos y hacer más daño de lo que ya había hecho de por sí. Kam cortó las puntas de las dos flechas con una precisión y un cuidado que a Elisa le encogió el corazón, mientras Bruce fue el que se encargó de extraerlas con fuerza y quemar la herida para que dejaran de sangrar, siguiendo en todo momento las instrucciones de la esposa de McPherson, mientras Broc, aun inconsciente, se movía por el dolor que le provocó todo el proceso. Elisa intentó aislarse de los quejidos de dolor, que bajos y lastimeros fueron mil veces peores que si hubiesen sido plenos alaridos. Estaba claro que Broc Ross era joven, muy fuerte y aguantaba el dolor como a pocas personas había visto hacer… pero era indudable que estaba pasando por un infierno. Cuando terminó de curarlo, le aplicó un ungüento realizado con diferentes hierbas y lo vendó. Elisa terminó agotada, sudando bajo el vestido que en ese instante sentía pegado a la espalda húmeda y entumecida. Los ojos de Dune McGregor la buscaron cuando terminó con el último vendaje. —¿Cómo está? —preguntó Dune, aunque por la gravedad de su expresión, Elisa sabía que McGregor intuía su respuesta. La mirada de los hermanos Gordon sobre ella, conocedores de la situación, pesó como una enorme piedra.

Los quería muchísimo, eran su familia… una familia que había escogido y que le habían dado incondicionalmente lo que durante tanto tiempo le habían escatimado, y ahora odiaba no poder hacer más… —Es joven y fuerte. Ha tenido suerte de que ninguna de las flechas diese en alguna zona vital, pero ha perdido mucha sangre, tiene tres heridas que pueden envenenar la sangre y, sin duda, la fiebre, que aparecerá pronto, será virulenta y persistente. No será fácil… —terminó Elisa con la voz más firme de lo que se sentía en su interior. —Es un luchador —afirmó Dune con determinación. Elisa asintió suavizando su expresión antes de contestar. —Eso le ayudará, sin duda. Duncan cogió la bolsa donde su esposa había guardado lo que no había llegado a utilizar para curar las heridas de Broc. —Voy a acompañar a Elisa hasta nuestra habitación y a hablar con Logan. Cerraré la gran sala para que nadie entre hasta que decidamos cómo vamos a actuar. Eso os dará tiempo para hablar —dijo McPherson a los presentes, intercambiando una mirada con Bruce que fue suficiente para que este los acompañara hasta la puerta. —Bruce, lamento no poder hacer más, no ser suficiente para… —Elisa… —dijo Bruce con determinación—, nadie hubiese podido hacer más por él de lo que tú has hecho. Nadie. Elisa movió ligeramente la cabeza, con la expresión cansada, triste y los ojos cargados de pesar. —Dentro de unas horas vendré a verle y cambiarle los vendajes. Si hay algún cambio no dudes en avisarme —dijo mirando a Gordon con cariño. Bruce asintió, con una calidez en su expresión que en contadas ocasiones dejaba entrever y que hizo que los ojos de Elisa se humedeciesen repentinamente. —Duncan…, Eara y… —comenzó a decir Bruce, pero McPherson no le dejó terminar. —Tranquilo. Iré por Eara y Elsbeth Comyn. Les contaré lo que ha pasado y me encargaré de que estén seguras —dijo Duncan sin apartar la vista de la de Bruce. Gordon asintió y Duncan abrazó la cintura de su esposa atrayéndola hasta él. Antes de abandonar la habitación McPherson miró al fondo de la

estancia, contemplando por un momento la escena cercana al lecho y la expresión de Kam, una que McPherson solo había visto una vez con anterioridad, muchos años atrás, una que no auguraba nada bueno. La templanza del menor de los Gordon parecía estar al límite, al igual que la de Bruce. Cuando la puerta se cerró tras la marcha de McPherson, Bruce acortó la distancia hasta el lecho donde Broc yacía inmóvil, extremadamente pálido y con una expresión de dolor en el rostro que ni siquiera la inconsciencia parecía atenuar. Una mirada de Bruce a Dune bastó para que McGregor apretara los dientes y soltara el aliento con más fuerza de lo normal como si estuviese extremadamente cansado. —Dune… —dijo Gordon con dureza, con un tono oscuro, peligroso, que en el silencio pareció hacer eco. —¿Cómo es posible que Broc tenga la misma marca de nacimiento que nosotros? —preguntó Kam, y en sus ojos había una furia que rivalizaba con la de Bruce. McGregor era un hombre curtido, fuerte, con un genio de mil demonios que en ese preciso instante estaba luchando por controlar la ira que bullía en su interior por todo lo que había pasado esa noche, devastado completamente por la visión que tenía delante de él, porque Broc jamás debería haber terminado en aquella cama… luchando por su vida, y aunque no le correspondía a él darles respuestas a los hermanos Gordon, simplemente se las debía… —No debería ser yo —dijo McGregor… su voz clara, grave, con la autoridad que siempre destilaba, pero empañada por la extrema preocupación. Dune alzó una mano con un gesto que decía a las claras que no había terminado cuando vio a Kam dispuesto a contradecirle. Había observado a Kam Gordon desde su llegada, y lo que había observado le había gustado, y mucho. El menor de los Gordon tenía agallas, coraje, fuerza, determinación y una astucia que le granjeó su simpatía y admiración desde el instante de su llegada cuando observó con la elegancia con la que se enfrentó a Morgan. Si tenía que admitir que todo lo que había oído de Bruce Gordon era cierto, si debía admitir que ese hombre era único, ingobernable e imprevisible y con una inteligencia y perspicacia poco común, también debía admitir que el hermano del lobo solitario, del que no

tenía referencias, le había impresionado por igual. Eran endiabladamente diferentes. Eso generaba rechazo, odios, envidias. La brutal sinceridad del mayor de los Gordon tampoco ayudaba, pero a Dune eso le gustaba. Si hubiesen sido otros, si McGregor no estuviese convencido de la clase de hombres y highlanders que eran los hermanos Gordon, esa noche no hubiese salido ni una sola palabra de su boca, pero… Bruce y Kam Gordon…, los hombres que tenía delante, merecían una respuesta y Broc les necesitaba, más de lo que él imaginaba. —Como he dicho, no debería ser yo. Él ni siquiera quería que lo supierais —continuó Dune mirando a Broc—, pero os voy a dar las respuestas que buscáis, porque es absurdo retrasarlas y creo que, dadas las circunstancias, tenéis derecho a saber, pero sobre todo lo voy a hacer por él, porque se merece algo mejor que lo que ha tenido que soportar toda su vida —dijo Dune observando a Broc tendido en la cama, tan inmóvil que McGregor temió que dejase de respirar en cualquier momento—. Creo que será mejor que toméis asiento. Esto me va a llevar un rato —concluyó Dune. Kam y Bruce tomaron dos sillas del fondo de la habitación y se situaron junto a los pies de la cama. McGregor movió la suya para sentarse frente a ellos, y así poder hablar sin perturbar a Broc, aun cuando este se hallaba sumido en la inconsciencia, pero lo suficientemente cerca para estar atentos a cualquier movimiento o cambio en el estado del joven Ross. —El abuelo de Broc, Clyde Ross, era como un hermano para mí. Siempre estuvimos muy unidos, y, aunque su hijo Mervin no siempre fue el hombre resentido y ambicioso en el que se ha convertido, nunca pudo compararse a Clyde. Sin embargo, Siüsan, la pequeña de la familia —dijo McGregor carraspeando cuando cierta emoción al recordarla entrecortó su voz—, era una mujer excepcional. Dulce, hermosa, fuerte, alegre, tan noble… que dolía —continuó Dune perdido en sus recuerdos—. Cuando Siüsan tenía quince años Clyde se la llevó a una reunión de clanes. Era un encuentro importante porque unió bajo el mismo territorio a los clanes más fuertes de las Highlands. Yo no estuve presente porque unos días antes de emprender el viaje mi hermana falleció. McGregor inspiró hondo antes de seguir. —Cuando volvieron a casa tras esa reunión Siüsan estaba diferente. Clyde vino a verme para presentar sus respetos por la muerte de mi

hermana, y me transmitió su preocupación. Siüsan estaba demasiado callada, apenas comía y su alegría había desaparecido de pronto. Kam se inclinó un poco hacia delante, igual que estaba McGregor, con el entrecejo fruncido y toda su atención puesta en las palabras de Dune. La mirada de Bruce seguía igual de oscura, igual de gélida, aunque sus cinco sentidos también estaban centrados en la narración de McGregor. —Cuando tres meses más tarde fui yo el que visité a Ross, Siüsan estaba casada con uno de los hombres de Clyde que le sacaba treinta años. Me quedé tan sorprendido que creo que mi expresión al enterarme lo dijo todo por mí. Clyde me contó en la más estricta intimidad el motivo — continuó McGregor y ahora el rictus de su boca, la expresión de sus ojos, se endureció como en aquella primera vez que lo escuchó de boca de su amigo —. Siüsan quiso quitarse la vida cuando sospechó que estaba embarazada y, cuando Clyde la sorprendió, no paró hasta saber la verdad. Que un hombre en la reunión la sedujo —dijo Dune entre dientes— y luego la tomó por la fuerza cuando ella se asustó. A pesar de que pudo averiguar la verdad, por mucho que Clyde lo intentó, ella jamás le dijo el nombre del hombre que había abusado de ella. Clyde adoraba a Siüsan y se sintió culpable por no haberla protegido, así que la casó con uno de sus hombres para poder evitarle el escarnio público y que nadie pudiese decir nada acerca del nacimiento de Broc. Sin embargo, las habladurías fueron inevitables. El nacimiento prematuro, la urgencia en el enlace fueron detalles que no pasaron desapercibidos. El padre del niño murió a los pocos meses debido a una enfermedad, y aunque durante el tiempo que vivió Clyde fueron solo susurros velados, el que todo el mundo pensara que era un bastardo era una habladuría constante a espaldas de su laird. Cuando Clyde falleció, la prudencia, la discreción dio paso al rechazo abierto, incentivado por Mervin, cuyo trato con su hermana Siüsan siempre estuvo marcado por la envidia y los celos. —¿Ella llegó a decir en algún momento quién era el padre del niño? —preguntó Kam. —¿Qué tipo de rechazo? —preguntó Bruce, y las palabras se deslizaron de su boca con un tono inquietante y grave. Dune miró a los hermanos dispuesto a contestar a ambas preguntas. —El clan, desde su nacimiento, nunca llegó a tratar a Broc como uno de los suyos; sin embargo, cuando Clyde murió, llegaron los insultos,

las continuas peleas que más de una vez dejaron al muchacho malherido. De hecho, cuando Siüsan murió, a los pocos meses estuve a punto de matar a Mervin cuando, en una de mis visitas, que ya no eran tan bien recibidas, me encontré a Broc convaleciente con varias costillas rotas, y marcas en su cuerpo, como si alguien le hubiese azotado. Tenía la cara hinchada y un ojo cerrado. Solo tenía ocho años. Nadie me dijo nada, incluso Broc calló, pero esa no fue la primera vez ni sería la última en la que recibiría una paliza que lo llevaría al borde de la muerte —dijo Dune con furia—. Pero jamás he visto a un chico más listo y más cabezota. Trabajó más, entrenó fijándose y aprendiendo de los guerreros Ross hasta desfallecer, se esforzó hasta que le sangraron las manos, aprendió todo lo que pudo de los ancianos que, haciéndole gracia su perseverancia y su astucia, le permitieron observar, a veces a costa de vejaciones y humillaciones. Jamás he conocido a nadie tan seguro de sí y con tanta fuerza interior. Otro hubiese perecido en sus circunstancias dentro de ese clan, pero él no, él se hizo más fuerte y, con el tiempo, se ha ganado el respeto de parte del clan. McGregor decidió seguir su historia con la pregunta que le había formulado Kam cuando este maldijo entre dientes y vio la mirada de Bruce, gélida, inhumana. —Cuando Siüsan enfermó me mandó llamar. Mi relación con Mervin no era cordial, pero nada iba a impedirme verla, así como tampoco me impidió después de su muerte traer a Broc a mis tierras cada vez que podía, para que pasase una temporada con mi familia —contó Dune y, de nuevo, sus ojos se tornaron apagados, llenos de dolor por el pasado—. Ella sabía que se moría y tenía miedo por Broc. Había visto cómo el trato del clan hacia él era demasiado duro y temía que eso se recrudeciera con su muerte. También le daba miedo que Mervin pudiese hacer daño a Broc, así que me hizo prometerle que yo velaría por él todo lo que pudiese, y así he intentado hacerlo durante todos estos años —continuó con la vista perdida imbuido en los recuerdos—. Me contó quién era el padre de Broc, cómo abusó de ella en aquella reunión, cómo la amenazó después con devastar a su clan si se atrevía a decir algo, y por qué le creyó. El hombre que gobernaba sus pesadillas era el laird de un clan más poderoso y brutal que el suyo. Me hizo prometer que jamás, jamás tomaría represalias por el pasado antes de decirme su nombre y yo, viéndola cómo la muerte nos la arrebataba y la súplica en sus ojos, no pude negarle su último deseo, aunque

mantenerlo me haya costado casi la vida —espetó al final McGregor con dureza—. Cuando le hice la promesa que ella me exigía, Siüsan hizo llamar a Broc y delante del pequeño nos dijo quién era su padre: Bryson Gordon —sentenció Dune, y Kam endureció la mandíbula hasta un punto en el que sus huesos hubiesen podido quebrarse. La mirada de Bruce, su expresión, era la de un hombre con sed de sangre. —¿Alguien más supo o sabe quién es su padre? —preguntó finalmente Kam con la voz contenida. Dune negó con la cabeza. —No volvimos a hablar de ello nunca más, hasta esta reunión. Él jamás pensó en contaros nada. No os conocía, ni pretendía hacerlo. Pensaba que eso solo traería complicaciones y sufrimientos innecesarios.  Ahora fue Bruce quien se inclinó hacia delante, acortando la distancia con McGregor y mirándole directamente a los ojos. —Se interpuso entre un puñado de flechas y yo, y me salvó la vida. Esa respuesta no me vale. McGregor le devolvió la mirada, penetrante, determinada, sabiendo que Gordon tenía razón. Él tampoco se hubiese conformado. —El primer día que llegó hablamos a solas. Me contó que había descubierto que su tío se había reunido en secreto con Morgan y Sinclair. Lo hizo arriesgando su vida de forma temeraria y suicida —dijo Dune negando con la cabeza y esbozando una sonrisa amarga—. Él ya sospechaba que había una alianza realizada con el fin de malograr esta reunión. Yo me enfurecí con él por arriesgarse de esa manera, y, ¿sabéis qué me contestó? —preguntó Dune viendo la atención extrema que ambos hermanos McGregor dedicaban a sus palabras—. Me dijo que no era más arriesgado que su día a día en el clan Ross o que el hecho de que su tío quisiese deshacerse de él. Que sabía cuidarse solo y que no me preocupase. —¿Ross quiere deshacerse de él? ¿Lo ha intentado? —preguntó Bruce demasiado calmado. McGregor estaba empezando a conocer a Gordon para saber lo peligroso que era ese tono. —Ross no le confía asuntos serios, pero hace unas semanas lo envió a tierras de los Sutherland para llegar a una tregua con ellos. A la vuelta le tendieron una emboscada. Una flecha estuvo a punto de arrancarle la cabeza; sin embargo, no atacaron a ninguno del resto de los hombres que le

acompañaban. Ross dijo que lo más inquietante fue ver la expresión de su tío Mervin cuando le vio volver vivo. —Bastardo —siseó Kam. —Sí, es un maldito hijo de perra —afirmó Dune mirando brevemente al menor de los Gordon. —¿Y por qué matarlo ahora? —preguntó Bruce con una mirada inquisitiva. —Sí, ¿por qué arriesgarse a que el clan lo descubra? Si como dices se ha ganado el respeto de parte de su gente, nadie podría obviar si el jefe del clan matase al nieto de su antiguo laird, a alguien de su propia sangre. Dune sonrió ante la perspicacia de los hermanos. —Porque uno de los ancianos del clan habló con Broc. Parte de los hombres con más peso en el clan piensan que Mervin no es el hombre idóneo para ser su laird. Al parecer sus decisiones han llevado a su gente en más de una ocasión a una delicada posición —dijo Dune con desprecio—. Ese hombre le insinuó que él sería mucho mejor laird. —Y Broc no accedió —dijo Kam con firmeza. Los ojos de Dune brillaron ligeramente. —No, no lo hizo. Le dijo a ese hombre que agradecía saber que su clan le tenía en alta estima pero que era peligroso hablar en tales términos porque podía malinterpretarse y considerarse traición, y que él jamás traicionaría a los suyos ni a su laird —continuó McGregor frunciendo el ceño con expresión seria—. Broc está convencido de que fueron esos mismos ancianos los que, viendo peligrar su situación al no convencer a Broc, hicieron llegar a oídos de Mervin que su sobrino había estado buscando el apoyo de los ancianos para traicionarlo —continuó Dune ahora con expresión seria—. Os cuento todo esto porque quiero que entendáis que Broc ha vivido toda su vida sin poder confiar en nadie. Ha estado siempre solo y ha tenido que enfrentarse a todo y a todos. Ha aprendido esa lección desde que salió del vientre de su madre. Estos días ha estado intentando descubrir lo que Ross tramaba, junto a Sinclair y Morgan. Cuando pasó lo de Eara y descubrió el broche de Morgan, supo que era una trampa y que con ello lo que querían era utilizarte de la alguna manera —afirmó Dune mirando a Bruce—. Por eso no te lo dijo, y por eso me pidió que le pusiera vigilancia a tu esposa y a Elsbeth Comyn. Estaba muy preocupado por ellas. Creo que una parte de él quería confiar en vosotros y decíroslo, pero no está

acostumbrado a contar con nadie, ni apoyarse o confiar en alguien más que no sea en sí mismo. Sin embargo, esta vez fue diferente. Dudó. Lo vi en su mirada —dijo Dune y titubeó al final, como si hubiese dicho demasiado. Bruce no lo dejó pasar. —¿Por qué? —preguntó incisivo, y McGregor gruñó por lo bajo. Gordon era como un maldito cazador que no quiere soltar a su presa. —Porque le importa el futuro de su clan y sabía que lo que Ross tramaba podía llevar a su gente al desastre. Es admirable cómo se preocupa por ellos cuando han hecho su vida un infierno —dijo Dune apretando los dientes—. Pero también porque le importaba vuestra seguridad. Estaba determinado a no dejar que nadie os hiciera daño. Eso no me lo dijo, pero no me hizo falta. Pude verlo en su mirada, en su obstinación por descubrir lo que pasaba, en su forma de hablar de vosotros. Me sorprendió la rapidez con la que congenió contigo, Kam —sonrió ligeramente Dune y el menor de los Gordon tragó con fuerza. Dune desvió la mirada un segundo, convencido de que había dicho demasiado, pero sintiendo, aunque Broc jamás se lo perdonase, que los hermanos Gordon debían escuchar algo más. Algo que a él le tomó por sorpresa y le sobrecogió. —Hace unos días le vi observaros, cuando os reíais de algo que había dicho Kam —continuó de pronto aclarándose la voz—. Broc estaba concentrado en lo que hacíais y tenía una tenue sonrisa en la boca. Tuve curiosidad y le pregunté qué pensaba —dijo Dune negando con la cabeza —. No creí que fuese a contestármelo, así que, cuando lo hizo, su respuesta me sorprendió —dijo Dune con los ojos cansados, tristes—. Creo que él no fue consciente de todo lo que destilaron sus palabras, porque jamás, jamás antes… le había visto, ni escuchado, anhelar nada tan abiertamente —siguió Dune mirando a Bruce—. Me dijo que, por primera vez en su vida, tras su abuelo Clyde y su madre, se sentía orgulloso de ser parte de algo, de llevar la misma sangre que otro ser humano. Kam apretó los labios, mordiéndose el inferior hasta hacerse daño. La mirada de Bruce se oscureció, intensa, penetrante, hasta que sus ojos pardos parecieron tornarse negros. —Broc conoce mis expresiones demasiado bien —dijo McGregor —. Sabía lo que iba a sugerirle antes de que lo hiciera, así que, antes de poder decir nada, antes de que pudiera aconsejarle que hablara con

vosotros, me miró con esa determinación que lo caracteriza desde que era un niño y me dejó claro que no os lo contaría, porque jamás diría o haría algo que pudiera perturbar o afectar a vuestra familia —terminó McGregor mirando de nuevo hacia el lecho donde estaba Broc—. Querías saber por qué se interpuso entre esas flechas y tú. Creo que he respondido a tu pregunta. —Sí, lo has hecho —dijo Bruce. Su voz, más grave y más ronca de lo normal. Bruce se levantó lentamente, mirando a Broc que en ese instante se removió un poco, inquieto. Dune McGregor también dejó la silla atrás, acercándose para comprobar que, a pesar del pequeño movimiento, Broc seguía inconsciente. Kam observó la mirada de su hermano mayor, siguiendo sus pasos, quedándose a los pies de la cama. Su hermano… Ahora eran tres… Todavía en su interior hacían eco las palabras de Dune McGregor. Algunas habían sido lacerantes como la hoja de un cuchillo y otras demasiado amargas para poder tragarlas de un solo golpe, y, a pesar de ello, a pesar de la furia que le corroía las entrañas por el relato de Dune, por conocer cómo el pasado de Broc había sido hostil, desagradable y doloroso, no tan lejano al de Bruce y al suyo mismo, también sentía una emoción fuerte difícil de describir. Dios, tenía otro hermano… Y ese pensamiento le llevaba a ese preciso instante, a esa habitación, en donde Broc luchaba por su vida, en el que la posibilidad de perderlo antes siquiera de haber tenido la oportunidad de conocerlo de verdad lo estaba destrozando. Y eso encendía una furia dentro de él difícil de contener, porque quería matar a cada una de las personas que le hicieron daño, quería hacer pagar a todos los que habían llevado a Broc hasta ese lecho, quería, maldita sea, deseaba con todas sus fuerzas que viviera. Vio a Bruce acercarse y rozar con sus dedos el pelo de Broc, con sumo cuidado, y Kam sintió que el pecho se le encogía ante ese gesto. Si a él todo lo que había descubierto esa noche lo estaba destrozando sabía que a Bruce lo estaba matando por dentro. Lo veía en sus ojos, detrás del dolor, de la furia, de la calidez de su gesto casi tierno, mientras sostenía con mano férrea sus emociones, con un autocontrol, una determinación y una fiereza que cada día seguía sorprendiéndole. 

—Quédate con él —dijo Bruce a Kam de camino hacia la puerta—. Que nadie… Gordon calló en cuanto la voz de Broc, débil y susurrada, llegó hasta sus oídos. —Du… Dune. El nombre salió de los labios de Broc, mientras sus ojos se abrían lentamente turbados por el dolor.

 

CAPÍTULO XXXII     Dune McGregor se inclinó sobre el lecho. —Tranquilo… estoy aquí. No te muevas, muchacho —dijo Dune cuando vio la intención de Broc, reteniendo su mano cuando esta iba camino de tocarse el hombro herido. Broc parpadeó una vez más antes de fijar sus ojos, nublados por el dolor, en McGregor. —¿Bruce, Kam… es… están bien? —preguntó, tragando con dificultad, como si le costase la vida simplemente respirar. —Están bien; ahora, intenta descansar —respondió Dune mirando a Bruce un segundo antes de volver a centrar sus ojos en Broc. Bruce se acercó lentamente hasta la cama, y Kam acortó los pocos pasos que le separaban de la cabecera. —Debes… debes avisarle. Sinclair lo quiere muerto —murmuró Broc con urgencia. Con una fuerza que sorprendió a todos los presentes, intentó incorporarse con intención de salir de la cama. Apenas inició el movimiento contrajo la expresión de su cara, los músculos de su cuello se tensaron cuando gruñó de dolor, apretando los dientes con fuerza y cayendo nuevamente sobre las sábanas cuando el suplicio por el hombro y el costado, como si le estuviesen atravesando con una barra ardiendo, se volvió insoportable. Las manos de Bruce Gordon le sujetaron con fuerza contra el lecho cuando intentó incorporarse de nuevo. —No te muevas, maldita sea —dijo Bruce con voz dura, firme. Broc se quedó quieto y miró a Gordon, con la sorpresa reflejada en sus ojos. Hasta ese instante no se había percatado de su presencia, desviando después la mirada por encima del hombro de este último cuando vio a Kam acercarse. En ese momento sus facciones se suavizaron, y su cuerpo se relajó, dejando de luchar para levantarse. Bruce retiró su agarre sobre él lentamente.

—¿Por qué Sinclair me quiere muerto? —preguntó Gordon. La respiración de Broc era rápida y su cuerpo temblaba ligeramente. Bruce tomó una manta que había junto a la cama y le tapó con ella hasta la cintura, en donde antes solo había habido una sábana cubriendo su cuerpo. Bruce ni siquiera sabía cómo Broc podía hablar con coherencia cuando era evidente que el dolor se estaba cebando con él. —Flecher Sinclair, Mervin y Farlan Morgan llegaron a un acuerdo antes de acudir a esta reunión. A Cathair Morgan le engañaron haciéndole creer que la alianza era con él —dijo Broc intentando hablar pausado, con calma, para hacerse entender, porque el dolor le nublaba los sentidos y no le dejaba pensar con claridad. La sensación de que en cualquier momento perdería el conocimiento de nuevo estaba presente y sabía que no tenía mucho tiempo. —Querían que esta reunión fracasase y aprovecharla para deshacerse, cada uno de ellos, de quienes se interponen en su camino para saciar su ambición —Broc tosió y su cara se retorció de dolor. Quiso llevarse la mano al costado, pero Dune no se lo permitió. —Broc… cálmate. No te esfuerces, descansa… Broc miró a Dune y en los ojos verdes del joven Ross, profundos, turbados, destacó un breve brillo de calidez, uno que se perdió en los intentos de Broc por seguir permaneciendo consciente. —Siempre se te ha dado muy mal mentir, Dune… Lo más seguro es que no haya un después, y no pasa nada… —terminó Broc, viendo cómo la expresión de McGregor se ensombrecía. —Nunca te has rendido, no te atrevas ahora a… —Y no se rendirá… —sentenció Bruce, mirando a Broc fijamente. Por sus palabras, por la forma en que las dijo, Broc podría haber pensado que Gordon tenía la capacidad de decidir sobre el futuro. Sus palabras resonaron en la estancia como si fuera ley, con una convicción absoluta, y lo que Broc vio en sus ojos, ni siquiera pudo entenderlo, pero ayudó a que dejase de sentir tanto frío. El sobrino de Ross, cruzó su mirada con la de Kam, más allá del hombro de Bruce y vio en ellos lo mismo que en los ojos de su hermano mayor. Sabía que eso significaba algo pero no podía, en ese instante, no podía identificarlo y el tiempo se le agotaba. Estaba mareado y demasiado

cansado. Inspiró aire, y el dolor del costado pareció partirlo en dos. Siseó por lo bajo antes de seguir, o se quedaría a medias. —Farlan Morgan quería a su padre muerto —continuó Broc y escuchó a Dune maldecir por lo bajo—. Taffy Sinclair tiene una deuda de sangre con los Farqharson, y Flecher hizo un trato con ellos para saldarla. La vida de Bruce a cambio de quedar en paz. Los rostros de los hermanos Gordon se tensaron y Kam apretó los dientes ante esa revelación. Los ojos de Bruce parecieron dos pozos sin fondo a los que cualquier mortal temería asomarse. —¿Y qué quiere Ross? —preguntó Kam con furia contenida. —Mi vida —dijo, pasados unos segundos, Broc. —Voy a matar a ese hijo de perra con mis propias manos —exclamó Dune rabioso. —No, tú no… —dijo Bruce, y la mirada que intercambiaron McGregor y Gordon, toda una conversación sin necesidad de palabras, terminó con el asentimiento por parte de Dune. —Haz que sufra… —siseó Dune, y la oscuridad que reinaba oculta la mayor parte del tiempo en los orbes pardos de Bruce desbordó su mirada con absoluta determinación. —¿Sabías que ibas hacia una trampa, que querían matarte y acudiste igual? —preguntó Kam, y en sus ojos había dolor, furia, preocupación. Esos mismos ojos azules que eran el sosiego, la alegría, la calma y el refugio de aquellos a los que amaba. —Llegué a entenderlo toda esta noche. No podía permitir… Siento no haber… —Ni se te ocurra disculparte por eso. Maldita sea, Broc. ¿Por qué no confiaste en mí, en alguno de nosotros? —preguntó Kam apretando uno de sus puños. Los ojos de Broc se cerraron solo por unos segundos. No quería dejarse ir, no quería dejar que la oscuridad lo envolviera, y con la fuerza que le quedaba se obligó a abrirlos, mirando de nuevo a Bruce, dejando la pregunta que le había hecho Kam sin contestar y diciéndoles lo último que necesitaban saber. —Los hombres que estaban con Morgan no eran de su clan, eran Farqharson, y el arquero es un Sincl… —y los ojos de Broc se cerraron de

golpe sumiendo la habitación en el más absoluto silencio. Bruce se apresuró a poner una mano en el rostro de Broc, volviendo su cara hacia él, exhalando el aire que había contenido, cuando comprobó que este seguía respirando. La mano de Kam voló sobre el pecho del herido y sintió los latidos de su corazón, bajo la palma. —Sigue vivo, solo se ha desmayado —dijo Kam con voz firme, templada, aunque su rostro mostraba la extrema preocupación que le embargaba. —Si Ross se entera de que Broc sigue vivo no dudará en acabar lo que han empezado —dijo Dune con ira contenida, mientras en sus facciones se podía observar el cansancio, la extrema fatiga que se había apoderado de él, como si los últimos minutos hubiesen sido años y el paso de estos se reflejara de golpe en su rostro. —Cuento con ello —dijo Bruce mirando a Dune. McGregor frunció ligeramente el ceño y después su expresión cambió lentamente, observando a Bruce con cierta admiración. —Morgan está muerto, y los hombres Farqharson que estaban con él. No tenemos nada que inculpe a los demás —dijo Dune lentamente. —Y Farlan Morgan llorará la muerte de su padre. Jurará que él no sabía nada y que el comportamiento de su padre en los últimos tiempos era extraño, como si estuviera perdiendo el juicio. Todos hemos visto lo agresivo que estaba durante las reuniones —continuó Kam, y Bruce asintió. —Sinclair no hablará; no tenemos nada que lo relacione con esa alianza de tres —dijo Dune. —Por eso será Ross quien lo señale —contestó Bruce. —Quizás no se arriesgue a acabar con Broc, no ahora —señaló Dune. —Lo hará —afirmó Kam—. No tendrá mejor oportunidad y no le quedará más remedio si piensa que Broc puede estar al tanto de todo. Dune estudió a los hermanos Gordon por un momento. Si alguien osaba subestimarlos era porque estaban locos.   ***   Duncan tenía que reconocer que Logan era un auténtico bastardo ocultando sus emociones. Aunque Bruce decía lo mismo de él.

Después de que Duncan cerrara la sala y volviera al salón en donde el festejo estaba en su cenit, consiguió sacar a McGregor de la estancia. Solo le hizo falta una mirada para que Logan, al ver su semblante, se excusara de inmediato y se reuniera con él. Con la tranquilidad de que Irvin estaba con Alice, Elisa y los niños, y de que Logan dio instrucciones a sus mejores guerreros McGregor para que no perdiesen de vista a su esposa Edine, Eara Gordon y Elsbeth Comyn, ambos salieron de la estancia, no sin que antes Duncan tranquilizara a Eara con una mirada cuando esta buscó sus ojos con angustia. McPherson sabía que la esposa de Gordon se estaba conteniendo, lo disimulaba extraordinariamente bien, pero sus ojos verdes le dijeron sin filtro alguno que no esperaría mucho más a saber qué era lo que había ocurrido y dónde estaba Bruce. La expresión de Elsbeth Comyn le iba a la zaga. Esas dos mujeres juntas eran impresionantes. Después de contarle a Logan lo acontecido, tras enseñarle el cuerpo de Morgan y el resto de los hombres que yacían junto a él, se reunieron con Dune, Kam y Bruce Gordon. La información que les había dado Broc antes de caer inconsciente fue una auténtica revelación. Hizo que McPherson apretara los puños y maldijera por lo bajo al no haber sido capaz de encajar antes todas las piezas, y que Logan mirase a su padre con extrema gravedad, por lo que había pasado y por el dolor de saber que quizás Broc no pudiese salvarse. Fue una de las pocas veces que McPherson vio a McGregor perder su autocontrol. Decidieron cómo actuar, avisaron a Farlan Morgan y pusieron en marcha su propio plan.

CAPÍTULO XXXIII     La reacción de Farlan Morgan fue la que todos habían esperado. Ante Dune, Logan McGregor, Duncan McPherson, Kam y Bruce Gordon, fingió sorpresa, incredulidad, desconcierto y, por último, repulsa por lo que había hecho su padre. En ningún momento intentó abogar por la inocencia de su progenitor o intentó dudar de la versión de Gordon, sobre todo cuando este amenazó con arrasar todo su maldito clan si llegaba a enterarse de que él tenía algo que ver con la trampa de esa noche. Farlan dio muestras de estar afectado por la muerte de su padre, actuó con una humildad que le era ajena y, aunque sus esfuerzos por aparentar fueron sin duda elogiables, no pudo disimular el destello de satisfacción que cruzó por sus ojos y que ni siquiera su falsa conmiseración consiguió ocultar. Se sintió insultado por el hecho de que Bruce y el resto pudiesen pensar que él tenía algún tipo de conocimiento previo sobre el plan de su padre. Defendió con rudeza su absoluto desconocimiento sobre los motivos de su progenitor para querer matar a Gordon y que le llevaron a actuar como lo había hecho, aunque reconoció que el desprecio por Bruce estaba arraigado en su padre por el legado familiar y que se había recrudecido en los últimos días. Reconoció, midiendo muy bien los tiempos, que últimamente lo había notado demasiado nervioso y agresivo, llegando a obsesionarse con su seguridad, tanto que había contratado a varios hombres de armas para que lo protegieran, los mismos que yacían en el suelo a su lado. Eso lo confesó después de que Kam le preguntara por qué sus propios hombres lo habían matado a traición. Se le notó nervioso, y algo titubeante, cuando teorizó con la posibilidad de que la lealtad de aquellos mercenarios hubiese sido comprada por alguno de los otros clanes del norte para debilitar al clan Morgan deshaciéndose de su laird, y se mostró claramente contrariado cuando Logan McGregor le prohibió abandonar la reunión al día siguiente como él deseaba hacer para llevarse el cuerpo, a fin de enterrarlo bajo suelo

Morgan. El hecho de que el mismo rey Guillermo le hubiese dado a Logan la autoridad necesaria terminó por acallar cualquier posible protesta de Farlan, no sin que la furia dominara su mirada esta vez sin disimulo. Aquella reunión no había terminado, los acuerdos a los que podían y debían llegar eran meros hilos que podían cortarse simplemente con una pequeña brisa, y, en calidad de hombre de confianza del monarca, Logan no iba a permitir que a una unión infructuosa se le sumase la sombra de la traición hasta que todo quedase claro. El momento determinante fue cuando Dune McGregor dejó caer que quizás los actos de Cathair Morgan se debieran a la información que Broc Ross quería compartir con él antes de la cena. Se reprochó haber pospuesto esa conversación, y solo esperaban que Broc, que estaba malherido, saliese de su inconsciencia para poder escuchar lo que tenía que contarles. La cara de Farlan palideció al escuchar aquello, y todos pudieron ver cómo la sombra de la duda nublaba sus ojos. La semilla estaba plantada; ahora solo quedaba esperar.   ***   —Sois unos malditos estúpidos. No deberíais estar aquí —escupió Flecher Sinclair entre dientes. Mervin Ross deambulaba por la habitación de Sinclair como una bestia salvaje sin control, y Farlan Morgan apretó los dientes ante la respuesta de Sinclair. —Si Broc sabe algo y se lo dice a ellos, estamos muertos — sentenció Morgan. Sinclair le miró como si quisiese hacerlo añicos. —Mi hombre le disparó tres flechas. No creo que se despierte jamás. Debe estar agonizando en este mismo instante, si no ha muerto ya — espetó Sinclair—. El hecho de que hayáis venido a mi habitación es más peligroso que lo que pueda salir por la boca de ese bastardo. Broc Ross no sabe nada y Dune McGregor, junto al resto, lo único que han intentado es probarte porque dudan de ti, como dudan de todos los que están bajo su techo y que han venido a esta reunión; todos podían tener algún motivo para matar a Cathair, pero, si no cometes ninguna estupidez, como ha sido la de venir esta noche a mi estancia, no pueden probar nada. No tienen ninguna

maldita cosa —terminó Sinclair con los músculos de su cuello en tensión y la vena que sobresalía recorriendo su sien, hinchada y pulsante. —Nadie nos ha seguido. Me he asegurado bien de ello —respondió Farlan intentando apaciguar la furia de Sinclair. —Tú, mejor, cállate —espetó Ross—. Si hubieses cumplido con tu parte del trato tanto Bruce como mi sobrino estarían muertos —siguió Mervin—. Ahora tenemos un problema, porque si Broc no perece puede hablar, y me da igual lo que digas, Sinclair, porque mi sobrino no es estúpido, nunca lo ha sido y sé que sabe algo. Lo noté en sus ojos esta noche cuando lo envié a la gran sala. No sé cómo ni por qué, pero estoy seguro de que algo sospechaba. —Deja de decir majaderías —exclamó Sinclair enfrentándose a él —. Si hubiese sospechado no hubiese ido. Y no es posible que supiese de nuestra alianza o nuestro plan a no ser que alguien hubiese abierto la boca —señaló Flecher, escrutando a Ross más de cerca, acortando la distancia entre ambos, dejando que el silencio tras sus palabras dijese el resto—. Porque si ese es el caso más te vale que el traidor esté muerto o el que acabará con las tripas fuera serás tú. Mervin Ross le miró con la furia enturbiando su rostro. —Y yo respondo por los míos. Ni yo ni mis hijos hemos dicho nada a nadie. Sabemos cuál sería el resultado de un desliz por nuestra parte: una acusación de traición y eso se paga con la muerte. Así que a mí no me amenaces, Sinclair. Este plan fue tuyo desde el principio. Los ojos de Sinclair refulgieron como dos antorchas antes de dirigirse lentamente a Ross. —Y si no fuerais unos incompetentes y unos inútiles esta noche todos estarían muertos. Cathair ya no es un problema y Broc tampoco lo será porque de eso te encargarás tú —dijo Sinclair sin desviar los ojos de Ross—. El único que debería pedir vuestra cabeza soy yo, porque Bruce Gordon sigue vivo —remarcó con odio. Ross pareció titubear un instante. —¿A qué te refieres con que debo encargarme de Broc? —preguntó a media voz. —A que tú lo querías muerto y a que ni Farlan ni yo vamos a arriesgarnos. Si en verdad sabe algo, y por algún milagro se recupera lo suficiente como para hablar, la consecuencia será, como bien has dicho, la

muerte para los tres. Así que tendrás que acabar con él. No creo que te sea muy difícil ahora que está indefenso en una cama, agonizando —finalizó Sinclair. —Estás loco —exclamó por lo bajo Ross. —¿Acaso eres un maldito cobarde? —preguntó Farlan Morgan a Ross—. Estamos todos metidos en esto. Yo estoy expuesto. Dune y Logan McGregor dudan de mí, y no voy a dejar que todo por lo que he luchado se hunda y me acusen de asesinato y traición. Sinclair lo ha planeado todo, ha conseguido infiltrar a los Farqharson para que hiciesen el trabajo sucio, incluso dos de los que yacen muertos junto a mi padre y lucían anoche los colores Morgan estos días atrás han estado junto a los Sinclair. Si al ver sus cuerpos alguien los reconoce, eso señalaría también a Flecher. El arquero que prácticamente ha acabado con Broc es uno de los hombres de Sinclair, pero tú, ¿qué coño has expuesto tú? Ahora te toca cumplir tu parte y asegurarte de que tu sobrino no sobrevive. —Mandaré a uno de mis hombres —dijo Ross dubitativo, al sentirse acorralado, porque expuesto así, tal y como lo había hecho Farlan, no le faltaba razón. —No, lo harás tú —ordenó Sinclair—. Uno de tus hombres podría hablar, y a ti no te resultará tan difícil. La persona que tiene más derecho a estar en esa habitación junto a tu sobrino moribundo eres tú. En el momento en que te quedes a solas con él solo tienes que asfixiarlo. Nadie sospechará de su muerte, porque es un milagro que aún siga respirando. —¿Y si no me dejan a solas con él? —preguntó Ross—. En cuanto Dune me lo ha comunicado he querido verlo, pero me ha dicho que la esposa de McPherson estaba revisando sus heridas y cambiando los vendajes. Que debo esperar unas horas, puesto que Broc está bien atendido y que lo que necesitaba en estos momentos es descansar —continuó Mervin —. La única realidad es que ese viejo me odia. A saber lo que Broc le habrá contado sobre mí durante todos estos años. Estoy seguro de que hará todo lo posible para que no me acerque a él. —No importa lo que ese viejo diga. No puede impedirte verlo. Broc es un Ross, es tu familia y tú mandas sobre su destino —aseguró Flecher—. No te interesa parecer ansioso, así que espera hasta el amanecer y luego ve a verlo. Cerciórate de que está agonizando, que uno de tus hombres vigile su puerta si hace falta, pero debes encontrar la manera de quedarte a solas

con él y terminar con su vida. Y ahora largaos para que pueda pensar. Aseguraos de que nadie os ve salir de aquí. Farlan asintió y Ross, con los ojos llenos de furia, pero también de miedo, uno que intentaba enterrar bajo su supuesta inconformidad, frunció el ceño antes de dar media vuelta y dirigirse a la puerta. —Una cosa más, Ross —dijo Sinclair. Mervin se volvió lentamente. —Espero que sepas que, si te atrapan y sale una sola palabra de tu boca, yo me encargaré personalmente de que nadie de tu familia siga vivo. Recuérdalo. Ross apretó los dientes y uno de sus puños antes de contestar. —Si vuelves a amenazar a uno de los míos, eres hombre muerto, Sinclair. No lo olvides tú tampoco —y dicho eso salió de la habitación junto a Farlan Morgan, ambos tomando caminos opuestos por el oscuro pasillo, que a esas horas de la madrugada, aún permanecía en silencio. Sinclair maldijo por lo bajo y estrelló uno de sus puños contra la pared de piedra que quedaba frente a él. Sabía que no podía confiar en el perro de Cathair Morgan para que matara a Bruce Gordon, pero había estado seguro de que los Farqharson sí lo lograrían. El maldito hijo de perra era solo un hombre y, aun así, había conseguido sobrevivir. Su arquero le dijo que Gordon había contado con la ayuda de su hermano Kam, ese bastardo al que Flecher deseaba matar con sus propias manos. Bruce Gordon era una deuda a saldar, algo que debía hacer, pero Kam, eso era harina de otro costal. Quería retorcerle el cuello hasta que la vida se apagase de sus ojos, o clavarle un puñal en el corazón para retorcérselo lentamente y disfrutar de cada segundo. Mirarle a los ojos y ver en ellos indefensión, miedo, impotencia, humillación. El pensar en esa posibilidad hacía que se excitase. Solo esperaba que el imbécil de Ross rematase a su sobrino. Aquellas flechas habían sido para acabar con Bruce en caso de que los Farqharson fallasen, pero el bastardo de Broc Ross se había interpuesto sellando así su propio destino. Su arquero también había tenido la orden de matar a Ross si este salía con vida de la sala y no perecía bajo el filo de la espada, pero la llegada del viejo McGregor y de McPherson lo complicó todo.

De todas formas, él consideraba que había saldado su cuenta con los Farqharson. Su trato había consistido en meter a seis hombres de ese clan dentro de aquella reunión para que pudiesen acabar con Gordon. Si ellos habían fallado, no era cuestión suya. Con los nudillos ensangrentados miró por la ventana hacia la noche oscura. Solo la luna que, de forma tímida, se asomaba entre las nubes alumbraba en ocasiones la explanada que se extendía tras el castillo. Sinclair siempre había sido un hombre paciente. Le había llevado años estar donde estaba ahora. A un paso de ser el nuevo laird de los Sinclair. Su padre llevaba enfermo mucho tiempo, se debilitaba cada día y su juicio era cada vez más errático. No le quedaba mucho y lo sabía. Y Flecher ya no se conformaba con manipularlo a su antojo y manejar el clan en la sombra. Solo necesitaba zanjar la deuda que su padre tenía con los Farqharson y que heredaría de Taffy cuando este muriese. Aquella deuda de sangre que, de no pagar, traería una guerra con los Farqharson, una que los Sinclair no podían permitirse tras los enfrentamientos que ya libraban con los clanes del norte. Con los Farqharson fuera y la promesa de una alianza con Farlan Morgan, Sinclair tenía muchas posibilidades de derrotar a Sutherland y negociar con Gunn, y mantendría su alianza con el cobarde de Ross ya que le sería útil para contener a Coburn en caso de una guerra. Ahora lo que debía hacer era mantener la cabeza fría, para conseguir todo lo que se había propuesto, lo que se merecía: sería el nuevo laird, devolvería a su clan su antiguo esplendor y recuperaría las tierras que Sutherland les había arrebatado hace años.  Elsbeth Comyn sería suya, para doblegarla, para poseerla hasta que la oyera suplicar pidiendo clemencia, para tomarla, una y otra vez hasta que gritara de dolor. La quería sumisa y bien dispuesta. Y por eso, si Kam Gordon se interponía, él lo mataría haciéndolo sufrir hasta que se saciara de su dolor, hasta que su sangre le cubriera las manos.

CAPÍTULO XXXIV     La habitación permanecía en penumbra mientras Kam y Bruce observaban impotentes a Broc. La palidez de su rostro, el leve temblor que parecía haberse adueñado de su cuerpo, las vendas que rodeaban su vientre y que estaban manchadas de sangre en el costado, y las que cubrían parte de su pecho y su hombro izquierdo y que dejaban entrever igualmente una mancha rosada que pronto se oscurecería. Ambos sabían que, en solo unas horas, cuando Logan pusiese en conocimiento del resto de los clanes lo acontecido aquella noche, la situación ya de por sí delicada podría convertirse en una auténtica locura si no tenían cuidado. Bruce sabía que Logan McGregor era inteligente, astuto y manejaba la diplomacia con auténtica maestría. No dudaba de que podría sostener la avalancha de desconcierto, acusaciones y preguntas que se desataría tras saberse lo ocurrido. Contenido ese frente, solo había que esperar que Sinclair y Ross cometiesen un error. Algo de lo que tanto Kam como Bruce estaban seguros que ocurriría. Una vez cayese uno, todos irían detrás. —¿Cómo está Eara? —preguntó Kam a su hermano. Los ojos de Bruce se suavizaron al escuchar el nombre de su esposa. —Preocupada. Estoy seguro de que le gustaría arrancarles el corazón a Sinclair, Ross y Farlan Morgan, con sus propias manos. Una tenue sonrisa se dibujó en los labios de Kam, aunque esta no llegó a sus ojos. —No me cabe duda de que sería capaz de hacerlo —dijo lentamente, mientras sentía la mirada de Bruce fija en él, escrutándole, como hacía desde que era un niño cuando sabía que había algo que le ocultaba. —Eara está bien, Kam —señaló Bruce sin apartar sus ojos de los de su hermano menor. Kam asintió. —Sí, ya me lo has dicho —contestó frunciendo el ceño.

Los ojos de Bruce se oscurecieron ligeramente con una intensidad que… Y entonces lo comprendió… —Lo sabes… —afirmó casi en un susurro Kam. Y lo que vio en la mirada de Bruce fue suficiente respuesta. Jamás había visto esa expresión en el rostro de su hermano mayor y se sintió afortunado por poder presenciar cómo la vida le devolvía a Bruce un poco de todo lo bueno que él le había dado, por todo el sacrificio y el dolor que había tenido que soportar. Kam esbozó una sonrisa que esta vez sí llegó hasta sus ojos. —Sabes que voy a malcriar a mi sobrina o sobrino, ¿verdad? — preguntó el menor de los Gordon, empapándose del afecto y la calidez que destiló la mirada de Bruce. —Eara no me lo dijo —quiso aclarar el menor de los Gordon—. Yo se lo sonsaqué porque estaba preocupado y… —Lo sé —dijo Bruce—. Sé por qué no me lo dijo Eara; sé cómo es mi pelirroja y sé que tú has estado ahí para ella en todo momento. Sé que Eara te quiere muchísimo y me consta que tú también a ella, y que confiéis el uno en el otro me hace muy feliz y me llena de orgullo. Kam miró a Bruce con emoción contenida. Ver la cantidad de emociones que danzaban por los ojos de su hermano al hablar de su futura paternidad, poder asomarse a ellas, esas que Bruce guardaba celosamente por imposición de la vida y que a él nunca le escatimó, le regaló un momento único y le embargó de emoción. Una sensación que le oprimió el pecho y que, sin pretender, trajo consigo algunos recuerdos, incapaz de evitar pensar en el gran abismo que había entre ser un buen padre y ser un monstruo. Kam había tenido a Bruce…, su hermano, su amigo, su confidente, su protector, un padre. ¿A quién había tenido Broc todos estos años? Bruce frunció el ceño cuando vio el ligero cambio en la expresión de su hermano menor. Su mirada, que un instante atrás era cálida, viva y expresiva, se tornó distante, dura, y sus ojos azul tormenta se oscurecieron. —¿Qué pasa? —preguntó Bruce. Kam intentó cambiar su expresión cuando se dio cuenta hacia dónde habían derivado sus pensamientos, pero ya era tarde para escapar del escrutinio de Bruce.

—Creí que no podría odiar más a Bryson Gordon de lo que lo hice en su día, pero me equivocaba —declaró Kam con voz áspera—. Durante toda su vida lo que siempre intentó fue humillar, doblegar, quebrar, aterrorizar y anular a todos los que debió amar, y lo hizo siempre infligiendo el máximo dolor —continuó lentamente—. Nunca permití que ese odio me consumiera, porque no quería ser como él y no quería otorgarle esa victoria, pero esta noche, al escuchar lo que nos contó Dune…, saber lo que Bryson le hizo a Siüsan Ross e imaginar por lo que ha tenido que pasar Broc me ha devuelto todo ese odio, de golpe, porque el hijo de perra de Bryson no solo consiguió pudrir la vida de los que le rodeaban sino también salpicar la de aquellos a los que solo rozó —dijo Kam entre dientes—. Ha estado solo desde niño, Bruce. Nosotros pasamos un infierno, pero nos teníamos el uno al otro. Bruce miró fijamente a Kam, con esa determinación y fuerza que era parte intrínseca de su naturaleza. —Y él nos tiene ahora, a los dos. Quien quiera hacerle daño, quien quiera destruirlo, tendrá que enfrentarse a nosotros —sentenció Bruce—. Empezando por Mervin Ross. Kam extendió el brazo y tocó la frente de Broc con los dedos cuando este se removió inquieto. —Matar a ese bastardo no es suficiente —contestó el menor de los Gordon, cambiando su expresión, sus ojos tiñéndose de preocupación cuando notó que la piel de Broc estaba ardiendo. —Tiene fiebre, maldita sea —masculló entre dientes. La expresión de Bruce se endureció cuando tocó con la palma de su mano el rostro de Broc. —Era inevitable —susurró Gordon, levantándose para acercar hasta el lecho una palangana en la que vertió agua, y mojó un paño de los varios que había dejado Elisa. Estrujándolo bien, lo puso en la frente de Broc. —Sí, pero está muy débil y ha perdido mucha sangre… —señaló Kam, dejando la frase en el aire—. Y me niego a perderlo. Acabamos de enterarnos de que es nuestro hermano. —No vamos a perderlo —afirmó con fuerza Bruce—. Has escuchado a Dune. Es un luchador. Kam clavó su mirada en los ojos de su hermano.

—Y es igual de cabezota que tú. Tiene esa mirada fría y oscura que me recuerda a la tuya, esa que pones cuando algo te parece una estupidez. Bruce arqueó una ceja y Kam sonrió, esta vez de verdad, con la esperanza de que la vida les diese un poquito más, solo un poco más.   ***   Elsbeth no podía dormir, no después de esa noche, no con el torbellino de emociones y pensamientos que turbaban su corazón y su mente y que no le daban descanso. La cena y los festejos duraron hasta altas horas de la noche, no en vano si bajaba al salón y lo comprobaba todavía quedarían algunos rezagados disfrutando de los últimos vestigios de lo que aparentemente había sido la noche más distendida con diferencia de la que habían disfrutado desde que estaban en tierras McGregor. Sin embargo, Elsbeth sabía que eso no había sido así, y que esa noche podía haber perdido a Kam para siempre, y la reacción que siguió a ese pensamiento, el miedo que inundó cada parte de su cuerpo, la angustia que saboreó en su boca y la hiel que subió hasta sus labios fueron reveladores, devastándolo todo a su paso. Había sabido que algo no iba bien desde el momento en que vio salir a Kam del salón, después de que su mirada la guiara hasta donde estaban Bruce y Morgan. Supo que aquello pasaría desapercibido para el resto de invitados que, con el baile, la música, las conversaciones, las risas y el vino corriendo de copa en copa apenas prestaban atención a lo que ocurría a su alrededor. Para ella, sin embargo, estaba todo tan claro que cuando vio salir a Kam del salón sintió que le robaban el aire. La palidez que percibió en el rostro de Eara Gordon, que había estado sentada durante toda la cena a su lado, le confirmó que también la esposa de Bruce era consciente de lo mismo. En ese instante, Elsbeth quiso levantarse y seguirles, pero la mano de Eara sobre su muslo, y su mirada con una súplica impresa, la inmovilizaron mejor que cualquier palabra. Elsbeth sabía que aquella señal, un movimiento como el que había hecho Morgan, era lo que Bruce y Kam habían estado esperando, pero

quizás no tan pronto, y eso fue lo que más la inquietó. ¿Y si no estaban preparados? Se obligó a sosegarse cuando esa idea encontró un lugar acomodado en su mente, quebrando su autocontrol, sobre todo porque una reacción extraña e inusual por su parte ante lo que acababa de ver podría tener consecuencias para los Gordon. No sabían si quien estuviese con Morgan podría estar observándolos desde el anonimato que daba el número de invitados presentes en aquel salón. Elsbeth habló con Eara, con el corazón desbocado en el pecho y un leve temblor en las manos, y, a pesar de ello, se tragó su angustia, su miedo y actuó como si nada estuviese pasando, como si todo su ser no estuviese al borde de un precipicio, porque así era como se había sentido durante toda la miserable noche. Tuvo que retirarse a su habitación cuando Edine y Eara lo hicieron, y, aunque la esposa de Gordon le susurró que todo estaba bien, tras una mirada que intercambió con Duncan McPherson, la única realidad es que Elsbeth siguió sintiendo esa sensación de angustia en la boca del estómago que no desapareció por más que se dijo a sí misma una y otra vez que Kam estaba a salvo y que lo vería en unas horas. Quizás la razón de su desasosiego, de su intranquilidad, no era solo esa… Ahora que la madrugada y el cielo estrellado al que miraba desde la ventana le ofrecían cobijo a sus dudas y desataban con libertad la maraña de emociones que pugnaban en su interior, se enfrentó en carne viva no solo a la magnitud de sus sentimientos hacia Kam Gordon, sino también a lo que deseaba de verdad, descubriendo lo que anhelaba, cuestionándose si tendría el valor para aceptarlo, enfrentándose a si ella sería capaz de darse por igual. Y todo eso la estaba matando. Dolía demasiado abrirse en canal y hurgar en lugares donde años de silencio habían amordazado hasta a su alma. Porque no podía ni quería mentirse, ya no… Porque en los últimos días se había encontrado más de una vez buscando respuestas a preguntas que le daba miedo plantearse. Porque ya no negaba que cuando no estaba a su lado echaba de menos su sonrisa, su ceja alzada y su mirada canalla. Que deseaba sus

silencios, sus conversaciones a media voz, sus irónicas palabras y su facilidad para removerla por dentro. Que admiraba la forma honesta, sincera y visceral con la que expresaba sus sentimientos y sus ideas y cómo eso la empujaba a cuestionarse cosas que jamás se había planteado poner en duda. Porque a su lado habían expirado los silencios, esos que durante años la habían ahogado hasta enterrarla en un pozo sin luz, y la había hecho ser más libre de lo que jamás se había sentido. Y porque en sus labios había conocido la pasión y el deseo. Y porque amaba a Kam Gordon. Tanto, que daba miedo. Inhalando el aire frío de la noche que le calaba hasta los huesos, Elsbeth se abrazó a sí misma. La delgada tela de su camisola apenas la abrigaba. Girándose, se acercó hasta la cama y tomó una manta para echársela sobre los hombros. Eso hizo que sus ojos captaran el momento exacto en el que alguien deslizó algo por debajo de su puerta. Se acercó con sigilo, y cuando vio de qué se trataba, por primera vez en toda la noche respiró de verdad, el aire llenando su pecho con el ansia del sediento al que le han negado el agua, devolviéndole la calma que las últimas horas le habían arrebatado, porque ahora sabía con certeza que Kam estaba a salvo, que Kam estaba bien. Era un trozo de cinta de su vestido azul. Un trozo de cinta que Kam le robó el día del lago. Un trozo de cinta que esa noche Kam había lucido junto a su broche. Un trozo de cinta que era una promesa, una de la que solo ambos conocían su significado. Maldita sea… no quería un compromiso falso… no quería seguir viviendo a medias… no quería que su pasado siguiese adueñándose de su presente y de su futuro… no quería que el miedo la llevase a renunciar a aquello que sentía, que golpeaba con cada latido su pecho, que estremecía con cada caricia su cuerpo, que la llenaba de esperanza y le provocaba vértigo. Lo quería todo… las promesas que vio en sus ojos, las conversaciones interminables, las confesiones sin arrepentimientos, el deseo de su mirada, el tacto de sus manos, su sentido del humor, sus irónicas palabras desmentidas por sus tiernas sonrisas, la fuerza de su interior, su aguda inteligencia, su corazón… ese que le había ofrecido abriéndose en

canal, en carne viva, para que ella hiciese lo que quisiese con él. Eso requería de valor… uno que anhelaba igualar.

CAPÍTULO XXXV     Kam entró en su habitación y se despojó de la camisa para poder examinar la herida de su brazo. Era un corte irregular pero poco profundo que había dejado de sangrar al poco tiempo de que el guerrero Morgan se lo hiciese. Durante las horas que habían pasado desde entonces y, mientras había estado velando a Broc con Bruce, ni siquiera se había percatado de él, hasta que el mayor de los Gordon se lo había indicado con el ceño fruncido. Faltaba poco para el amanecer y Dune ya había vuelto a la habitación de Broc a la espera de que llegase Elisa y les dijese cómo estaban las heridas. Bruce se quedaría también con Broc. Kam sabía a ciencia cierta que su hermano no se movería de aquella habitación. Él hubiese deseado lo mismo, pero Bruce le necesitaba fuera, con Duncan y el resto, no sin antes descansar, aunque fuese un par de horas. Un ruido en la puerta de su habitación le hizo situarse al lado de la misma, apresurándose a tomar el puñal que llevaba en su bota izquierda. En cuanto la madera crujió levemente y la puerta se entreabrió lo suficiente para dejar pasar a una persona, Kam se tensó, preparado para atacar en cuanto el intruso introdujese su cabeza por ella. Todo pasó demasiado rápido como para detener el movimiento, y antes de que se diese cuenta, tenía a su presunto atacante con la espalda contra la pared y su cuchillo amenazando su garganta. Los ojos de Kam se agrandaron con estupor, con sorpresa, cuando el rostro de Elsbeth fue el que contempló enfrente de sí y su cara de horror la que presenciaba en ese instante. Kam se apresuró a quitar el cuchillo del cuello de Elsbeth y a cerrar la puerta de su habitación sin moverse de donde estaba, apresando a la hija mayor de los Comyn entre sus brazos, cuyas manos descansaban contra la pared a la altura de los hombros de la rubia que se encontró encerrada entre ellos. Los músculos del torso y del abdomen de Kam desnudos se tensaron con el gesto, definiendo cada uno de ellos como si estuviesen esculpidos en

piedra. Los ojos de Elsbeth recorrieron con preocupación su cuerpo, su rostro, su mirada. —¡Maldita sea, Elsbeth, podría haberte matado! ¿Por qué estás aquí? —dijo Kam entre dientes. —Necesitaba ver con mis propios ojos que estabas bien, y… ya, ya lo he hecho —contestó la rubia con un tono de voz duro, entrecortado, antes de intentar sortear por debajo el brazo de Kam y marcharse. Pero antes de que pudiese completar el movimiento, Kam dejó caer suavemente la cabeza en su hombro, cerca del hueco que formaba su cuello, manteniendo la distancia entre sus cuerpos, tensando los brazos a ambos lados de Elsbeth, como si le estuviese costando la vida misma respetar el espacio que los separaba, y ella contuvo el aliento, inmóvil, con una sensación extraña en el pecho, porque ese simple gesto lo complicaba todo. Lo malo de sentir era exponerse a ser vulnerable y Elsbeth, con un corazón dormido durante años, prefería morir callando que exponerse y abrirse en canal, o así había pensado hasta ese instante, en el que Kam Gordon con un simple gesto barrió de golpe toda su desconfianza, sus miedos y sus dudas y derribó los escasos muros que aún permanecían en pie y que tan a conciencia había construido. ¿Cómo un simple gesto podía conmoverla hasta ese extremo? Porque no era un simple gesto, era el mayor acto de confianza, de sinceridad y de rendición que había presenciado jamás. Elsbeth movió una de sus manos hasta la nuca de Kam, enredando los dedos entre su pelo, deslizándolos entre los mechones de color negro, presionando su cuero cabelludo con la yema de sus dedos cuando uno de los brazos de Kam dejó de apoyarse en la pared para llevarlo hasta su cintura y acercarla suavemente hasta que el cuerpo de la rubia quedó completamente pegado al de él. —Necesito saber que estás a salvo, Elsbeth, y puede que te parezca egoísta o mezquino, pero lo único que no soportaría en este momento es que te ocurriese algo. Así que, por favor…, te lo suplico —dijo Kam separando levemente su cabeza del hombro de Elsbeth para mirarla a los ojos. Los dedos de la rubia seguían enredados en el cabello del menor de los Gordon, interrumpiendo su movimiento cuando las palabras de Kam

susurradas, afectadas, salieron de su boca—. Nada de gestos impulsivos, nada de ponerte en peligro, nada que permita que te pierda. Elsbeth acortó el escaso espacio que había entre sus bocas y lo besó. No levemente, no con suavidad, no con moderación. No. Aquel beso fue visceral, necesitado y abrasador, alimentado por todas las emociones que corrían por las venas de ambos y que parecían imposibles de controlar. Y Kam se lo devolvió con mayor intensidad, saqueando, mordiendo y saboreando cada rincón de su boca, utilizando sus dientes, su lengua, sus labios, arrancando un gemido de la garganta de Elsbeth, que temblaba entre sus brazos, pegada a su cuerpo, con la espalda apoyada en la pared, con la respiración agitada, el corazón retumbando en el pecho y una extraña sensación en su vientre. Kam acabó con el beso lentamente, sin soltar a Elsbeth, con su frente unida a la de ella, con el aliento de ambos fundiéndose en una respiración entrecortada y delirante que se resistía a encontrar su ritmo natural. —No te detengas… —dijo Elsbeth casi en un susurro. Kam la miró a los ojos con intensidad, con la voluntad casi quebrada, escrutando sus orbes casi transparentes, buscando respuestas, la confirmación de esas palabras, de que Elsbeth estaba bien y que era aquello lo que deseaba. —Elsbeth… no sabes lo que me estás pidiendo —dijo Kam con voz grave. —Me dijiste que era libre para decidir mi futuro, demuéstramelo… —dijo Elsbeth en voz baja, con determinación, sin apartar su mirada de la de Kam. Los ojos del menor de los Gordon se oscurecieron, inquebrantables, llenos de algo que iba más allá del deseo y que provocaron que a Elsbeth le temblaran las piernas y le fallase el aliento. —¿Estás segura? —Sí, porque confío en ti —contestó Elsbeth, sin dudas, aferrándose a la calidez y a la devoción que vio en los ojos del menor de los Gordon y que abrasó el frío que templaba aún sus miedos. Apenas pudo terminar sus palabras cuando la boca de Kam capturó la suya, suavemente, deleitándose en sus labios hasta que Elsbeth sintió que se volvería loca, tomando cada vez más de ella, tentándola, profundizando

el beso hasta que no supo dónde empezaba él y terminaba ella, consiguiendo que todo lo que la rodeaba desapareciese, que no fuese consciente de nada salvo de aquel beso. Cuando Kam acarició su mejilla y su cuello, lentamente con sus dedos, cuando deslizó su vestido con una suavidad delirante, hasta que este fue solo un borrón de tela en el suelo, dejándola solo cubierta con una fina camisola, cuando hizo todo eso sin dejar de mirarla a los ojos, ardiendo en deseo, pero atento a cualquier minúsculo gesto suyo que le revelara cualquier vestigio de duda, Elsbeth sintió que dentro de ella caía el último muro, ese que se había resistido a entregarse por entero. Kam tomó una de las manos de ella y la llevó hasta su pecho. Elsbeth abrió los ojos con sorpresa cuando bajo su palma sintió retumbar los latidos furiosos de un corazón desbocado. —Eso es lo que me haces con solo una mirada, Elsbeth Comyn. La calidez de la piel de Kam bajo su mano, sus músculos contrayéndose bajo su contacto, su mirada penetrante, su voz…, el sonido de su corazón, fuerte, firme, veloz… y cómo ella parecía afectarle, ¡Dios!, eso la hizo sentir poderosa y segura, la hizo sentir libre y audaz… lo hizo real. Lo más real que había tenido nunca. —No quiero esperar y no quiero huir…, no sé por qué me amas, cuando yo dejé de hacerlo hace mucho tiempo, y quizás también sea egoísta y mezquina, pero ya no voy a cuestionar más tus sentimientos por mí, no voy a dudar y no voy a renunciar a ellos porque yo también te amo, Kam Gordon, más de lo que jamás pensé que podría… Un gruñido salvaje salió de la garganta de Kam cuando la levantó en brazos, capturó su boca y selló sus palabras con un beso que estremeció cada rincón de su ser. Ni siquiera podía pensar, ni podía dejar de temblar por la anticipación y la respuesta de su cuerpo a cada caricia, a cada beso, a cada mirada de Kam. Cuando este la dejó sobre la cama, Elsbeth pensó que sus mejillas arderían al rojo vivo, sobre todo cuando el menor de los Gordon terminó de desnudarse ante sus ojos. El instante en que Kam dejó caer su feileadh mor al suelo y permaneció quieto durante unos segundos, dejando que ella pudiese contemplarlo a placer, Elsbeth lo recorrió con su mirada, por entero, lentamente. El cuerpo delgado, fibroso, de músculos definidos, su miembro duro y erguido frente a ella, su abdomen cincelado como si fuese

piedra, y su mirada penetrante, observándola, cuidando a cada instante su reacción. Elsbeth se mordió el labio, antes de llevar sus manos hasta el borde de su camisola y subirla lentamente hasta pasarla por su cabeza dejándola caer al suelo, mostrándose ante Kam igual que él lo había hecho ante ella. La intensidad que vio en los ojos de Kam, la oscuridad, la pasión, el deseo, mezclados con una ternura infinita, la hicieron tragar saliva, y contener la respiración, sobre todo cuando él salvó la distancia entre ambos, y, con una rodilla apoyada en el lecho, se inclinó sobre ella, besándola lentamente, invadiendo su boca, devorando cada rincón de ella, hasta que Elsbeth sintió que podría morir en aquellos labios. La exquisita sensación de su cuerpo contra el suyo, apoyados ambos sobre las blancas sábanas, enredando sus piernas, sus manos, piel con piel, la hicieron caer en una espiral de placer, en un abismo de pasión donde no era dueña de sí misma. Los labios de Kam bajaron por su cuello, dejando una huella febril en cada beso y, cuando su boca se cernió sobre su pecho y capturó el pezón de Elsbeth, se sintió desfallecer. Kam la torturó con su lengua, mordiendo, chupando su aureola rosada hasta que Elsbeth apretó las sábanas entre sus dedos, y gimió de placer, enredando su otra mano en los cabellos de Kam que, con deleite, dedicó la misma atención a su otro pezón, como un sediento incapaz de saciarse. Elsbeth se arqueó levemente cuando sintió que no podría resistirlo por más tiempo. —Kam… Kam, por favor… —rogó para que el menor de los Gordon pusiese fin a ese delicioso tormento que la estaba volviendo loca. Kam dejó el pecho de la rubia y siguió besando su cintura, su vientre, deslizándose entre las piernas de Elsbeth… hasta llegar al mismo centro de su femineidad donde, con su boca y su lengua, la poseyó con fiera necesidad. Elsbeth sollozó por la intensidad, por esa vorágine de sensaciones que la estaban haciendo pedazos, adueñándose de su cuerpo y llevándola a un lugar sin retorno, sin voluntad ni razón. Ahogó un grito con su mano cuando de pronto su interior se desbordó, fracturándola en mil pedazos, haciendo temblar con las reminiscencias de un placer que parecía no tener fin, dejándola sin fuerzas, con el corazón retumbando en su pecho y una sensación en su interior indescriptible, como si pudiese tocar el cielo con los dedos.

Cuando sintió el cuerpo de Kam sobre el suyo y sus ojos anclarse en los de ella, cuando la tomó entre sus brazos mientras sus manos la acariciaban al límite de su cordura, Elsbeth solo pudo tragarse el nudo que atenazó su pecho, ese que devastaba su interior cada vez que Kam le demostraba la magnitud de lo que sentía por ella. Cuando Kam apoyó sus antebrazos a ambos lados de la cabeza de Elsbeth, mirándola fijamente, ella le rodeó las caderas con sus piernas, y puso su mano en la espalda de Kam bajándola después lentamente hasta el final de la misma, temblando, con la respiración entrecortada. Sintió la presión en su entrada, y se tensó, no pudo evitarlo y cerró los ojos intentando calmarse. —Elsbeth…, mírame —dijo Kam con una ternura infinita, una que rivalizaba con el deseo que desprendía su mirada. Y Elsbeth lo hizo, le miró y se perdió en sus ojos, en lo que desbordaban aquellos orbes azules, el deseo infinito y fiero, el amor que destilaba aquel azul embravecido que la sobrecogía como nada en el mundo, en la entrega de aquel highlander que, con cada gesto, con cada caricia, con cada mirada y cada palabra, le decía una y otra vez que era todo suyo. Y la tensión desapareció como si fuese solo niebla… y su cuerpo lo recibió sin que sus ojos dejaran de mirarse, de gritarse cuánto se amaban, entregándose mutuamente.  Elsbeth aguantó la pequeña punzada de dolor que sintió, mientras él lentamente se abría paso en su interior, y, cuando quedó enterrado totalmente en ella, soltó su aliento entrecortado, tembloroso, hasta que él capturó su boca y la besó. Primero suavemente, saboreando sus labios, permaneciendo quieto en su interior dándole tiempo para que el dolor menguase, aturdiendo sus sentidos, profundizando el beso con una maestría que la dejó sin aliento, haciendo que la necesidad se arremolinara nuevamente en su vientre y, cuando Elsbeth por instinto movió su cadera levemente, gimió por la dulce fricción que se volvió exquisita. Kam se tragó de sus labios aquel gemido y empezó a moverse, lentamente, hasta que sintió las manos de Elsbeth en el inicio de sus glúteos, apretándole contra ella, y entonces su autocontrol se hizo pedazos, enterrándose en su interior una y otra vez, con más ímpetu, más rápido, en un baile tan antiguo como el tiempo, hasta que Elsbeth, una vez más, gritó

de placer, temblando entre sus brazos, arrastrando con ella a Kam en una espiral de placer infinito, arrasando todo su mundo.

CAPÍTULO XXXVI     La tenue luz del amanecer iluminó ambos cuerpos, que entrelazados no podían dejar de tocarse, como si fuesen uno solo. Los dedos de Elsbeth acariciaron el brazo de Kam con cuidado, allí donde la sangre seca cubría una herida aún fresca e irregular. El menor de los Gordon tocó con ternura la frente de Elsbeth donde unas pequeñas arrugas se habían formado al observar su herida. —Es solo un pequeño corte —dijo Kam con una cálida sonrisa. Elsbeth le miró a los ojos, en claro desacuerdo. Después de que Kam, abrazados durante la madrugada, le contara todo lo que había acontecido esa noche, Elsbeth solo pudo dar gracias por no haber sabido antes a lo que se había expuesto: Bruce y él contra siete guerreros Morgan, y Broc Ross luchando por vivir un día más. Todo lo que se fraguaba a su alrededor era peligroso, oscuro y enfermizo, como esa alianza secreta de la que ahora sabían, y en la que estaba metido Flecher Sinclair. Solo pensar en esa familia la hizo estremecer de frío, como si evocarlos fuese el precedente de un mal augurio. Tampoco podía llegar a imaginar lo que debió ser para los hermanos Gordon descubrir que Broc era su hermano. Ella aún no podía creerlo. Cuando Kam se refirió a él, contándoselo todo, Elsbeth notó el cambio en su voz, más grave, pausada, afectada y su expresión… tensa y preocupada al hablar de él. La hija mayor de Comyn sabía que, tras esos pequeños gestos, Kam escondía mucho más de lo que quería mostrar, porque aquello le había afectado. ¿A quién no lo haría? Sin embargo, el menor de los Gordon exudaba una fortaleza interior y lo afrontaba todo con un arrojo y una determinación tal que era inmensamente difícil provocar que el hombre que tenía delante llegase al extremo de su aguante, y cuando lo hacía, este lo encaraba con excesiva naturalidad, como si fuese fácil, como si nada pudiese dañarlo, como si nada pudiese arañarle ni apagar su fuego interior, como si eso no desgastara su alma y pudiera matarlo. Y eso era muy peligroso. —Estás preciosa incluso cuando frunces el ceño.

—No estoy frunciendo el ceño —se quejó Elsbeth, arrugando su frente todavía más, provocando que Kam riera por lo bajo, grave, suave y que sus ojos adquirieran ese punto canalla que la hacía temblar. ¿Cómo se podía amar tanto a alguien? Y mirándole fijamente, totalmente hechizada por su risa y la alegría que emanaba de él, de todo lo que desbordaban sus ojos, entendió de pronto las palabras que le había dicho Kam cuando le confesó que la amaba, cuando le dijo que lo que deseaba ante todo es que ella fuese feliz, aunque no respondiera a sus sentimientos, aunque ese compromiso no fuese real. Y ahora comprendía el alcance de las mismas porque ella lo anhelaba también para él, porque verlo feliz, como lo hacía en ese instante, la llenó de una dicha inconmensurable, a pesar de que en su interior rugía con fiereza la necesidad de que esa felicidad la alcanzase con ella. Deseó ser capaz de poner siempre una sonrisa así en su boca. —Elsbeth, ¿qué pasa…? —preguntó Kam con su sonrisa apenas ya visible en los labios y con una mirada abrasadora, cuando observó la expresión de la rubia tornarse seria y teñida de cierta añoranza. —Acabo de entender tus palabras, cuando me dijiste que ante todo querías que fuera feliz, aunque eso no te incluyera a ti —confesó Elsbeth rozando ligeramente los labios de Kam con las yemas de sus dedos—. Yo también deseo que seas feliz, cualquiera que sea el lugar y las personas que lo hagan posible, aunque eso no me incluya a mí… —continuó la rubia, sellando los labios de Kam con su mano cuando vio su intención de responder a sus palabras, cuando la expresión de sus ojos, penetrante y acerada, se intensificó— ...aunque yo no pueda ser tan generosa como tú. Me muero por que esa felicidad me incluya a mí, para siempre. ¿Quieres casarte conmigo, Kam Gordon? Elsbeth sintió bajo la palma de su mano la enorme sonrisa que dibujaron los labios de Kam, junto al pequeño mordisco que este le dio, juguetón, en sus dedos. Sobresaltada retiró la mano de la boca del menor de los Gordon. —¿Me has mordido? —preguntó falsamente indignada sonriendo a su vez como no lo había hecho jamás, con los nervios a flor de piel por la pregunta realizada, sintiendo un vértigo paralizante a cada segundo que no llegaba la respuesta, ahogando un grito cuando él la tomó desprevenida y,

en un rápido movimiento la envolvió entre sus brazos, girando con ella hasta quedar encima de su cuerpo, entre sus piernas. Elsbeth soltó un pequeño gemido al sentir piel con piel, sin que entre ellos dos quedara un pequeño resquicio por el que poder escapar. Kam la miró y en sus ojos desatados, el caos, el anhelo, el deseo, la fuerza, la promesa de una pasión sin límites y un amor incondicional y eterno. Tantas emociones en aquellos ojos azul tormenta, tantas que Elsbeth no alcanzaría jamás a contarlas. —Sí —dijo Kam con voz entrecortada, honda, casi susurrada—. Por Dios, sí —volvió a decir con una fuerza que Elsbeth pudo sentir hasta en el alma. La mayor de las Comyn rio por lo bajo, con los ojos rebosantes de vida, vibrantes y emocionados y el corazón lleno de un amor profundo y sin igual. —Pero antes… —continuó Kam con una mirada que erizó la piel de la rubia hasta hacerla enrojecer —voy a devorar cada rincón de tu cuerpo, hasta que me supliques que me detenga. Y Elsbeth supo que estaba perdida, porque Kam siempre cumplía sus promesas.   ***   Mervin Ross esperó entre las sombras hasta que vio salir a Dune McGregor de la habitación de Broc Ross. Habían pasado cuatro días desde que, para todo el mundo, Cathair Morgan perdiese la cabeza al intentar matar a Bruce Gordon y acabase degollado por los mercenarios que había contratado para su propia seguridad. Mervin apretó la mandíbula al recordar cómo el resto de los laird asistentes a la reunión habían reaccionado al día siguiente cuando Logan McGregor los había reunido a todos en la sala donde a diario habían estado negociando una posible alianza, para poder comunicarles lo acontecido. Los recelos, las miradas acusatorias y los enfrentamientos volvieron, recrudeciéndose cuando todos los clanes sospecharon los unos de los otros de haber sobornado a los mercenarios para acabar con la vida de Cathair Morgan. Logan les avisó de que nadie podría abandonar las tierras de los McGregor hasta que las cosas no quedaran aclaradas y hasta que no se

llegara a un acuerdo de no agresión entre los clanes del norte. El recordatorio de que tenía el beneplácito del rey para actuar como considerase necesario en cada situación, dándole un poder casi ilimitado, hizo que todos a regañadientes acataran dicha decisión. Tanto Farlan, como Flecher Sinclair y él mismo no habían mantenido ninguna conversación desde la noche de los acontecimientos por precaución, ya que, en aquel momento, cualquier movimiento erróneo podía acabar con una acusación de traición y asesinato. Eso no significaba que Mervin no pudiese sentir continuamente las miradas acusadoras de Farlan y Flecher, recriminándole que no hubiese acabado con el trabajo que debía realizar. Más que nadie, él quería ver a su sobrino muerto, pero el bastardo, a pesar de estar con un pie en el otro mundo, parecía aferrarse a la vida con uñas y dientes. Debería haber fallecido tras tres días sumido en unas fiebres que lo estaban consumiendo vivo, pero estas no terminaban de acabar con él como si de esa manera intentara, aun agonizando, seguir martirizando a Mervin con su sucia y mísera vida. Él había ido a ver a su sobrino a diario, a distintas horas y siempre había tenido que irse tras pasar un largo rato al lado de su cama sin poder culminar su cometido, porque Broc Ross nunca estaba solo, siempre había alguien más en la estancia: Dune McGregor, Bruce, Kam o Eara Gordon e incluso Elsbeth Comyn, y aunque en más de una ocasión sugirió quedarse para velarle por la  noche, no fue hasta el día anterior que finalmente lo consiguió, aunque de nada le sirvió cuando la compañía de Kam Gordon fue una constante, dándole la bienvenida al amanecer y a un nuevo relevo, sin que el bastardo de Kam Gordon abandonara la habitación en algún instante. A pesar de ello, esa experiencia le sirvió a Mervin para comprobar que durante la noche, sin duda, tendría su mejor oportunidad para dar fin a la vida de su sobrino. Lo que había observado en el tiempo que su sobrino llevaba agonizando era que durante el día la habitación en la que se encontraba siempre estaba ocupada por dos o tres personas más. Elisa, McGregor, McPherson y los Gordon eran casi siempre los visitantes; sin embargo, por las noches, normalmente era una sola persona la que se quedaba junto a Broc, por lo que Mervin se tomó el hecho de que Kam le hubiese acompañado la noche anterior como una singularidad. Mervin calculó bien sus movimientos, sabiendo que solo debía esperar. En algún momento Broc se quedaría a solas, sobre todo si el que le velaba durante la

noche era el viejo Dune McGregor, como era el caso ese día. Su hombre de confianza le había dicho que la noche que le tocó al viejo quedarse con Broc, McGregor se había ausentado durante varias veces de la habitación, para aliviar sus ganas de orinar.  Así que esa noche, en la que Dune volvía a quedarse a velar a Broc de madrugada, Mervin se encontró durante horas en el recoveco del pasillo, entre las sombras, esperando a que ese desgraciado de Dune McGregor dejara a Broc un momento a solas, lo suficiente para que él pudiese asfixiarlo y desaparecer. Cuando la puerta se abrió lentamente y observó al viejo salir, no sin antes dirigir una última mirada dentro de la habitación, como si quisiese asegurarse de que Broc iba a estar bien mientras él iba a orinar o a donde quisiese que fuera, Mervin sintió su pulso acelerarse y su sangre golpear con furia sus venas en anticipación a lo que iba a hacer.  Tenía que reconocer que hubiese deseado no ser él quien tuviese que llevarlo a cabo, no por matarlo, porque eso tenía que reconocer que le procuraba un extraordinario placer, sino por el peligro al que se exponía de ser descubierto, pero Flecher había tenido razón en una cosa:  no podía dejar la muerte de Broc en manos de alguno de sus hombres. Una cosa es que Mervin ordenase a uno de sus highlanders de confianza que vigilara la estancia a fin de que le informara sobre todo lo que observara, y otra que ordenase a ese hombre ejecutar a su sobrino. La primera tenía fácil explicación. La preocupación de Mervin por saber en todo momento la situación en la que se encontraba su sobrino; sin embargo, la segunda no tendría explicación alguna con el añadido de que el hombre designado para aquel trabajo podría delatarle en el caso de que lo descubriesen. Así que, cuando McGregor cerró la puerta tras él, mirando detenidamente el pasillo como si desconfiara de que alguien pudiese acechar en la oscuridad, Mervin se quedó inmóvil, reteniendo el aliento hasta que escuchó los pasos de Dune alejándose de allí. A esas horas de la madrugada todo estaba en silencio, ningún alma despierta entre los muros de aquel castillo, por lo que, con sumo cuidado, Mervin acortó la distancia que lo separaba de la estancia, abrió la puerta cerrándola tras él y se acercó al lecho. La habitación estaba en penumbra, solo una vela iluminaba la estancia, lo suficiente para poder distinguir la silueta de Broc bajo las mantas tumbado en la cama. Acercándose hasta él, vio la cara demacrada de

su sobrino, la piel pálida y la respiración entrecortada. Viéndole así, tan cercano a la muerte, nadie dudaría de que hubiese expirado de pronto, haciendo que su sufrimiento lo abandonase. En el fondo le estaba haciendo un favor al hijo de perra. Con determinación se inclinó sobre él y, con una mano le tapó la boca y la nariz, con fuerza, casi con saña. Sintió cierta excitación al pensar que le estaba quitando la vida al causante de sus desvelos durante toda su vida. Un niño al principio, ahora un hombre, que siempre había amenazado su posición en su propio clan, un lugar que le correspondía a él y solo a él. Quizás fuese por su propia sed de venganza, por su ímpetu en acabar con la vida de Broc, pero, centrado en su cometido, no escuchó acercarse a nadie tras él hasta que la hoja de un cuchillo le acarició el cuello. —Suéltalo o te degüello. La amenaza unida a esa voz que parecía salida directamente del infierno le hicieron levantar lentamente la mano de la parte inferior de la cara de Broc mientras rogaba mentalmente por su vida. No podía acabar así, no de aquella forma. Su atacante le dio la vuelta, dejando que el cuchillo marcara una pequeña línea en su piel que le hizo sisear de dolor. Los ojos pardos de Bruce Gordon, fríos, oscuros, inmisericordes, le hicieron temblar. Esos ojos prometían dolor y muerte, y supieron leer con excesiva facilidad lo que estaba pensando, que en su desesperación intentaba discernir si podría derrotarle. —No tienes ninguna posibilidad, pero me haría ilusión que lo intentaras, solo por el placer de destriparte como a un cerdo. Mervin endureció sus facciones antes de escupir en la cara a Gordon. No pudo. Su saliva nunca llegó a su destino porque el golpe que recibió en el estómago, y en su rostro le hizo gritar y retorcerse de dolor. —¿Cómo está? —escuchó preguntar a Bruce, y Mervin abrió los ojos sorprendido, desviando su mirada hacia el lado cuando una segunda voz retumbó en la estancia. —Está bien —dijo Kam, inclinado sobre Broc y observándolo detenidamente. Si no fuese porque eso era imposible diría que incluso vio preocupación en sus ojos. 

Mervin gruñó sintiéndose engañado porque, ¿cómo demonios estaban en la estancia Kam y Bruce Gordon, cuando los había visto retirarse de esa misma habitación horas antes? Esta vez el que pareció leer la pregunta en su rostro fue el menor de los Gordon cuando, con una sonrisa irónica y satisfactoria, contestó a esa pregunta sin que Ross la formulase. —Este castillo tiene sus secretos, sobre todo la habitación de Dune McGregor, que es esta. No creerías que la estancia del laird del clan McGregor solo iba a tener un acceso, ¿verdad? —¿Qué queréis? —preguntó Ross, mirando alternativamente a los dos—. Broc es mi sobrino, tengo derecho a ver cómo está. No sé qué pensáis que habéis visto pero os equivocáis —dijo con furia. Mervin supo que no tenía escapatoria alguna cuando ambos hermanos le miraron, cuando atisbó dentro de sus ojos lo que serían capaces de hacer, del infierno que le harían pasar sin que les importara absolutamente nada. —Tu alianza con Farlan Morgan y Flecher Sinclair fue una mala idea. Matar a Cathair Morgan, una estupidez; intentar acabar conmigo, un error —dijo Bruce, mientras los ojos de Mervin se abrían completamente al entender que Gordon estaba al tanto de su trato con Morgan y Sinclair—. Pero intentar matar a Broc es una sentencia de muerte y te costará todo. La cara de Morgan se contrajo de miedo, ira y desesperación. —¿Por qué tanto interés en la vida de este bastardo? Yo soy el jefe del clan Ross —masculló fuera de sí—. Está en mis manos la vida de cualquiera de los miembros de mi clan. Broc es mi sobrino, me ha traicionado y por ello debe pagar con su vida. Tú no eres nadie para inmiscuirte en mis decisiones. Y respecto al resto de lo que has dicho, no sé nada de ninguna alianza —espetó Mervin orgulloso. —No deberías haber dicho eso —escuchó Ross decir a Kam Gordon. El dolor que sintió cuando su cuerpo chocó contra la pared de piedra que había a sus espaldas fue igualable al pánico que sintió cuando una de las manos de Bruce Gordon le aprisionó la garganta contra ella, inmovilizándolo, haciendo que le fuese imposible respirar, sintiendo que, a cada segundo que pasaba, la vida se le escapaba de entre los dedos. 

Cuando su rostro estuvo congestionado y los ojos inyectados en sangre, el agarre de Gordon se suavizó lo suficiente para poder toser y permitirle vivir un poco más. Cuando desapareció por completo y pudo mirar a Bruce Gordon, los ojos de este eran dos témpanos de hielo. —Un laird no dispone de la vida de los miembros de su clan, sino que vela por ellas entregando la suya si hace falta para salvaguardarlos — dijo lentamente Bruce con voz grave—. Y Broc no te pertenece, no eres dueño de su vida ni de su futuro. —Es mi sobrino —volvió a repetir Mervin. —No, ya no… —dijo Bruce—. Es mi sangre, es mi familia, es mi hermano y es libre —sentenció Bruce dando un paso hacia Ross que se encogió ligeramente cuando Gordon acortó la distancia entre ambos, intentando comprender lo que Bruce le estaba diciendo—. Aunque tu muerte no fuera inevitable por traición, morirías igualmente solo por el hecho de atreverte a tocarlo —dijo Bruce señalando a Broc—, pero puedes evitar que acabe con tus hijos y arrase con todo tu clan. —Mis hijos no saben nada —espetó Ross derrotado. La sonrisa fría, infernal, de Gordon fue directa a sus entrañas, como si se las hubiesen arrancado de cuajo. —La embriaguez es una mala compañera para los secretos —espetó Kam.   Y entonces Ross cayó al suelo de rodillas, derrotado, entendiendo a dónde quería llegar el menor de los Gordon con sus palabras. Mervin conocía demasiado bien a su hijo Akir para saber que se referían a él. En algún momento Akir, bajo los efectos de la bebida, los había sentenciado.  Mervin asintió lentamente, consciente de que haría cualquier cosa por la vida de sus hijos, aunque estos fueran su vergüenza. —Sinclair me amenazó con lo mismo si hablaba —dijo Mervin mirando a ambos hermanos Gordon. —Si confiesas, tus hijos estarán a salvo —dijo Kam. Mervin le miró durante unos segundos a los ojos intentando discernir la veracidad de aquella declaración. —Y si no lo haces, ellos morirán y a mí no me importará a qué precio —sentenció Bruce. Y Mervin Ross procedió a contarles todo.

  ***   El gran salón estaba cerrado y dentro de él se encontraban ocho de los diez laird pertenecientes a los clanes que habían acudido días atrás a aquella reunión dictaminada por el rey en territorio McGregor. Junto a los mismos se encontraban los hijos u hombres de confianza de cada uno de ellos que, al igual que los jefes de cada clan, esperaban de forma curiosa y expectante a lo que Logan McGregor tenía que decirles. Los habían convocado excesivamente temprano, demasiado para tratarse de la reunión habitual. Eso despertó suspicacias y provocó preguntas entre los asistentes que se agravaron con el nacimiento de ciertos susurros cuando Logan decidió comenzar. —Aún falta laird Ross —comentó laird Sutherland mirando a Leathan y Akir, cuyos rostros tensos se crisparon al escuchar hacer referencia a su padre. —Nuestro laird está indispuesto esta mañana. Nosotros acudimos a esta reunión por mi padre y en representación del clan Ross —dijo Leathan, el mayor de los hijos de Mervin Ross. Cualquiera que fuese un poco observador podía darse cuenta de la inquietud de Akir, que rehuía conscientemente la mirada de los presentes, y de la tensión en el mentón de Leathan, así como el movimiento involuntario de su mano izquierda que delataba su incomodidad y nerviosismo. La única realidad es que, desde la noche anterior, no habían visto a su padre, y esa mañana no habían podido encontrarlo. Sabían que debían guardar silencio hasta que consiguiesen dar con él, sobre todo porque ninguno de ellos quería despertar la suspicacia de Flecher Sinclair o de Farlan Morgan. —Bruce Gordon tampoco está —dijo laird Comyn mirando a Logan McGregor y Duncan McPherson. —Gordon se reunirá con nosotros en breve —informó Duncan. —Pues si hemos acabado de preguntar por los ausentes, que demuestran una clara falta de respeto por el resto de los aquí presentes, me gustaría saber por qué nos has reunido a esta hora y para qué. ¿Tiene algo que ver con lo ocurrido a Cathair Morgan? Porque si es así esta reunión ha terminado para mí. Lo que le pasara a ese bastardo nada tiene que ver con nosotros y, francamente, ya hemos perdido demasiado el tiempo con esta

absurda reunión. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí, dos semanas? Y no estamos más cerca de un acuerdo que al principio. Francamente, McGregor, tu labor como mediador y la del resto de los clanes que están aquí con esa misión es una auténtica mierda —escupió Taffy Sinclair que se llevó una mano al pecho tras decir lo que pensaba. Su cara se contrajo con dolor. —Padre, debería descansar. Déjeme a mí la reunión —dijo Flecher Sinclair. —¿Qué reunión? —preguntó Taffy como si se hubiese olvidado de lo que acababa de decir, mirando extrañado a su hijo—. No me encuentro bien —continuó, y Flecher hizo una señal a uno de sus hombres de confianza para que se llevara a su padre. —Si quiere, mi esposa puede examinar a su padre —se ofreció Duncan McPherson ante el silencio que se formó en el gran salón tras abandonar Taffy el mismo y quedar claro, de nuevo, lo que todos habían visto más de una vez en los últimos días, que Taffy Sinclair estaba enfermo y que eso le hacía a veces desorientarse y mostrarse agresivo. El dolor que parecía apoderarse de él de pronto era también demasiado frecuente. —No necesito que nadie le examine —dijo Flecher mirando fijamente a Duncan, hasta que tuvo que desviar sus ojos ante la frialdad y la dureza que vio en los de laird McPherson. Logan McGregor volvió a tomar las riendas de la reunión cuando les rogó que guardaran silencio. —Todos saben lo que le pasó a Cathair Morgan hace unos días. Varios gruñidos y asentimientos se generalizaron en la sala. —Sí, lo mataron mientras él intentaba acabar con Bruce Gordon. ¿Ya han descubierto quién pagó a esos mercenarios para que traicionaran a Cathair y le cortaran el cuello? —preguntó laird Gunn levantando una ceja. —Mejor que eso, tenemos a un testigo —afirmó Dune McGregor, y las respuestas por parte de los presentes no se hicieron esperar. El murmullo fue generalizado y ni a Duncan McPherson ni a Logan les pasó desapercibida la rápida mirada que cruzaron Farlan Morgan y Flecher Sinclair. —¿Qué testigo?, ¿y por qué no ha hablado antes? —preguntó Farlan Morgan. La puerta del fondo de la estancia se abrió y por ella entró Mervin Ross, seguido de Bruce y Kam Gordon.

La expresión de Flecher Sinclair se ensombreció, y un destello de furia, de odio, cruzó sus ojos antes de que consiguiera dominarlo. Farlan Morgan palideció ligeramente, intentando aparentar una serenidad que claramente le había abandonado. El resto de los presentes miraron desconcertados a Ross, cuyo semblante estaba magullado en varios lugares y cuya tez estaba blanquecina y sudorosa. —¿Qué significa esto? —preguntó Sutherland con la voz entrecortada, cuando Bruce y Kam se acercaron al círculo formado por los laird, y Gordon obligó a Mervin Ross a situarse en medio de ese círculo. Leathan y Akir Ross ni siquiera abrieron la boca. La mirada que cruzaron con su padre cuando este entró, y su ligera negación con la cabeza, fue suficiente para que entendieran lo que ocurría y que debían mantenerse al margen si querían sobrevivir a aquello. Mervin Ross no miró a nadie, su vista fija en el suelo para que su determinación no flaqueara, aunque eso no le impidió sentir los ojos de Sinclair y Farlan Morgan sobre él, ni tampoco la promesa de Bruce Gordon pesando sobre sus espaldas. Sabía lo que debía hacer… si caía uno, caían todos. Pues que así fuera. Él ya estaba muerto, pero no su estirpe. Leathan y Akir seguirían con vida si hablaba y eso era todo lo que le importaba en ese instante. Nunca debió confiar en Morgan y en Sinclair. Esa alianza había sido una sentencia de muerte desde el principio y ahora lo veía claro. Se dejó cegar por la ambición y las promesas de Sinclair, y ahora todos pagarían las consecuencias. Solo unos segundos antes de hablar levantó la mirada, para cruzar sus ojos con los de Flecher Sinclair. Habían sido unos estúpidos y todos morirían por ello. —Farlan Morgan, Fle... —empezó a confesar Mervin, justo antes de que todo se volviera una locura, antes de que Sinclair se abalanzara sobre él con un puñal directo a su pecho, antes de que sintiera cómo alguien lo empujaba hacia un lado con una velocidad endiablada, lo suficiente para que el cuchillo alcanzara su costado y no su corazón, enfrentándose a Sinclair antes de que este consiguiera apuñalarlo de nuevo.      

Kam no le había quitado los ojos de encima a Sinclair desde que entraron en la estancia. Sabía que aquel bastardo era peligroso, y más si lo acorralaban, como pensaban hacer con la confesión de Mervin Ross.  El menor de los Gordon había esperado que Flecher se revolviera y lo negara todo, pero, a diferencia de lo que pensaba, en vez de ser testigo de su negativa, lo fue de la ira que arrasó sus ojos, dotándoles de un aura de locura, y entonces Kam lo supo, supo que Sinclair intentaría algo desesperado. Siguiendo su instinto, Kam se adelantó, ganando el tiempo necesario para evitar que el puñal de Sinclair alcanzase de pleno a Ross, cuando este, con un rugido y la mano armada, de pronto se abalanzó sobre Mervin, consiguiendo que Flecher solo le hiriese en el costado, interceptando de nuevo la mano de Sinclair cuando este, con un movimiento endiabladamente rápido y furioso, intentó rematar a Ross. La sorpresa en la cara de Sinclair cuando Kam, aprovechando el impulso de su movimiento, dobló la mano del highlander y enterró el puñal en sus entrañas no tuvo precio. La incredulidad y el terror agrandaron los ojos de Sinclair a un solo palmo de la cara del menor de los Gordon, antes de que este removiera el cuchillo en su interior mientras le decía en voz baja «por Elsbeth, por mi hermano Broc», solo un segundo antes de que Flecher se atragantara con su propia sangre y cayera al suelo sin vida. La confusión del momento, los gritos y el caos casi permitieron que uno de los hombres presentes en el gran salón se escabullera en silencio. Solo cuando la puerta entreabierta a pocos pasos del highlander se cerró de golpe por la mano de Duncan McPherson, posicionándose ante ella, cortando su huida, la expresión de urgencia y desesperación en el rostro de Farlan Morgan se convirtió en rabia. La confesión de Mervin Ross ante todos, después de que Elisa McPherson le curase la herida del costado y se cerciorase de que Ross seguiría con vida, y de que varios hombres McGregor retiraran el cuerpo sin vida de Sinclair, creó un ambiente de crispación y de furia en el resto de los clanes, sobre todo por parte de Sutherland y Gunn, quienes hubieran sido, si la alianza hubiese tenido éxito, los más afectados por la misma. No en vano, Sinclair, Ross y Morgan no solo querían utilizar la reunión para poder alcanzar sus fines personales, sino también para afianzar una alianza entre

los tres a fin de, conjuntamente, mermar, debilitar y acabar con los otros dos clanes del norte. El rechazo y el horror en la cara de todos los lairds cuando quedó al descubierto el asesinato de Cathair Morgan orquestado por su propio hijo, y el intento por parte de Mervin para acabar con la vida de su propio sobrino, fueron los detonantes de que muchos de ellos pidiesen la muerte inmediata de ambos. Solo la voz de Logan McGregor, entonada en nombre del rey, evitó que aquella tarde el suelo de la gran sala del castillo del clan McGregor se cubriera de sangre más de lo que lo había hecho con la de Sinclair.  Tanto Ross como Farlan Morgan fueron encerrados a la espera de las instrucciones por parte del rey Guillermo, al que Logan había enviado un comunicado días atrás con uno de sus hombres de confianza, aunque a McGregor no le cabía duda de cuál sería el destino de ambos y de la difícil situación en la que quedarían sumidos sus respectivos clanes. Más difícil fue retener a un enfermo y enloquecido Taffy Sinclair cuando le comunicaron lo que había hecho su hijo y cómo había muerto. El ataque que sufrió después de que Logan McGregor junto a Henson Comyn le diesen la noticia terminó por agravar la situación de laird Sinclair, de cuya recuperación Elisa dudaba seriamente.  El enviado del rey, Morrison Stewart, junto a varios hombres de su guardia personal llegaron a tierras McGregor al día siguiente. Tenían como misión recabar toda la información de lo sucedido, así como llevarse consigo a Mervin Ross y Farlan Morgan detenidos bajo los cargos de traición y asesinato. Morrison, a su vez, habló con Leathan y Akir Ross, así como con los guerreros del clan Morgan y del clan Sinclair que habían acudido allí con sus respectivos laird, a fin de que estos se encargaran de emplazar a los representantes de cada clan para que en dos semanas acudieran a la corte, para conseguir el beneplácito del rey en cuanto a la elección del nuevo laird, y decidir el futuro de dichos clanes. Gunn y Sutherland llegaron a un acuerdo de no agresión hasta que la inestabilidad provocada por los acontecimientos se atenuara y la elección de los nuevos laird por parte de los otros clanes propiciase una nueva reunión. Logan McGregor, cuya buena relación con Morrison era patente, confirmó su presencia en la corte en pocos días, para estar presente a

requerimiento del rey Guillermo cuando juzgaran a Farlan Morgan y a Mervin Ross, por las acusaciones vertidas contra ellos. Los dos días siguientes fueron duros y complicados, no solo por los acontecimientos sino también por las confesiones que aún faltaban por hacer entre aquellas paredes de piedra.

CAPÍTULO XXXVII     Elsbeth miró a su hermana Alice que con los ojos rojos, llenos de lágrimas; la miraba sin poder decir una sola palabra. Los sollozos que intentaba controlar la menor de las Comyn, y que apenas emitían sonido alguno, eran desgarradores y le estaban partiendo el alma. —Déjame que te abrace, por favor, Alice —suplicó la rubia con los ojos húmedos por las lágrimas que se resistía a derramar. Elsbeth le había contado a Alice todo. Todo lo que pasó con Balmoral Sinclair años atrás y, aunque había sido lo más difícil que había hecho en su vida, aunque verla en el estado en el que se encontraba la estaba matando por dentro, una parte de ella había encontrado una paz que no esperaba. Después de los últimos días, de la muerte de Flecher Sinclair, de que se descubriera el pacto entre varios clanes del norte y de su traición y del estado de inconsciencia en que seguía Broc Ross, Elsbeth había ido posponiendo aquella conversación, hasta ese momento. —¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no confiaste en mí? ¡Por Dios, Elsbeth! —exclamó Alice negando con la cabeza—. ¡Quiero matarlo, con mis propias manos! —continuó la menor de los Comyn entre dientes con rabia. —Ya está muerto —susurró Elsbeth. Y Alice la miró con esa fuerza que la caracterizaba, y que su hermana siempre admiró de ella. —Pues no es suficiente, maldita sea. No es suficiente para pagar por lo que te hizo —dijo arrancándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas con la mano, de forma airada. —Ya he hecho las paces con el pasado, Alice… Por favor… Si no te lo he contado antes es porque durante mucho tiempo he sido incapaz de hacerlo, no porque no confiara en ti, sino porque no podía hablar de ello, apenas si podía respirar sin que sintiera que me quebraba por dentro — continuó Elsbeth tomando una de las manos de su hermana que temblaba ligeramente entre las suyas—. Cuando pasó me sentí como si una parte de mí hubiese muerto para siempre. Más de una vez deseé que en verdad todo

acabase. Eran pensamientos fugaces a los que no permití echar raíces dentro de mí, y, ¿sabes por qué? —preguntó mirándola con una tenue sonrisa, una que no llegó a sus ojos—. Por ti. Porque tú, con tu fuerza, con tus continuas sonrisas, con tu corazón enorme y noble, me dabas una razón para seguir cada día. Así que, aunque no pude contártelo, Alice, la verdad es que sigo aquí gracias a ti, porque tú me diste las fuerzas para seguir. Alice se mordió el labio para no sollozar de nuevo, mientras otra lágrima descendía por su mejilla y sus ojos eran dos pozos de dolor sin fondo. —Perdóname, Elsbeth…, perdóname por no darme cuenta —rogó Alice totalmente rota por dentro. Elsbeth la abrazó con fuerza, atrayéndola entre sus brazos. —Ni se te ocurra pedirme perdón por eso. Jamás, ¿me oyes? No podías darte cuenta de nada, por Dios, eras solo una niña. Y aunque lo hubieras hecho, yo no te lo habría contado, no podía —continuó Elsbeth—. Perdóname a mí por infligirte ahora este dolor; no tenía derecho. Alice se deshizo del abrazo de su hermana mayor cogiéndola por los brazos y mirándola fijamente. —No, no, por Dios, Elsbeth. ¿Qué estás diciendo? Tú eres mi hermana, mi familia —dijo con determinación, remarcando cada una de las palabras dichas—. No te perdonaría si no lo hubieses hecho. Te quiero, Elsbeth. Tú e Irvin sois lo que más amo en este mundo. No sé lo que haría sin vosotros dos. Elsbeth sonrió al sentir el cambio en la voz de su hermana al hablar de su esposo. —Sobre todo sin Irvin —afirmó Elsbeth, con una mirada traviesa. Alice la miró con cara de desconcierto frunciendo el entrecejo. —Verás, tengo que contarte algo más —continuó Elsbeth haciendo un gesto con los hombros que hizo que Alice se llevase una mano al pecho, esperando ya cualquier cosa de labios de su hermana. —Prometo que esto te va a gustar —dijo la mayor de las Comyn con una calidez en sus ojos que hizo que Alice contuviese el aliento. Y Elsbeth lo hizo. Se lo contó todo. Todo lo que su corazón albergaba por Kam Gordon.   ***

  —¿Cómo está Broc? —preguntó Logan McGregor, sentándose en una de las sillas de la pequeña sala que él utilizaba para llevar las cuentas del castillo. Duncan McPherson y Kam Gordon ocupaban las otras dos sillas dispuestas alrededor de la mesa, donde aún reposaban varias misivas del rey. En ellas Guillermo le comunicaba a McGregor la necesidad de su presencia lo antes posible en la corte y su firme resolución, tras escuchar la información de Morrison y la confesión de boca del mismo Mervin Ross de acusar a ambos de traición y asesinato. —Sigue igual. La fiebre no remite —dijo Kam. —Son muchos días luchando contra ella —expresó Logan. Duncan miró a Kam con preocupación. McPherson había sido testigo en los últimos días de cómo los hermanos Gordon se turnaban en todo momento para permanecer al lado de Broc y de cómo ambos sufrían por el destino de aquel highlander con el compartían la misma sangre. Conocía a Bruce tan bien que durante días no le había presionado para que saliese de aquella estancia en la que Broc se debatía entre la vida y la muerte. El que hubiese conseguido sacarlo de la habitación para tomar una cena decente esa noche le había costado casi su amistad; sin embargo, lo había conseguido aunque solo hubiese sido por un rato antes de que Gordon volviese a la estancia de Broc para relevar a Dune McGregor en su cuidado. —Lo está consumiendo vivo, y está acabando con sus fuerzas — afirmó Kam entre dientes. Los ojos del menor de los Gordon, siempre vibrantes, parecieron apagarse por un segundo al hacer aquel comentario. —Es fuerte y que siga luchando es un hecho esperanzador —afirmó Duncan, mirando a Kam. El menor de los Gordon le devolvió la mirada, penetrante, inquebrantable, y McPherson vio en ella la fuerza que caracterizaba a Bruce, la misma que rogaba que hubiera en el interior de Broc Ross. Porque conocía todo por lo que aquellos hermanos habían pasado, sabía a todo lo que habían renunciado, los admiraba, eran su familia, y no deseaba verlos sufrir más. —¿Y de qué querías hablarme? —preguntó Logan mirando a Kam recordando que durante la cena el menor de los Gordon le había comentado que había algo que quería pedirle.

—Deseaba saber si te importaría prestarme al padre Will —dijo Kam mirando fijamente a Logan. Una sonrisa se extendió rápidamente por los labios de McGregor, y Duncan McPherson rio abiertamente, guiñándole un ojo a Kam cuando este desvió su mirada hacia él. —Si no te parece abusar de tu hospitalidad —continuó Kam mirando de nuevo a Logan—, a Elsbeth y a mí nos gustaría casarnos aquí, antes de que acabe la reunión —terminó el menor de los Gordon cuya expresión y el brillo de sus ojos, cargados de ilusión, lo decían todo. Elsbeth y él no querían esperar, ya que bajo el techo de los McGregor se encontraban reunidos en aquel momento todas las personas que tanto Kam como la hija mayor de Comyn deseaban que estuviesen presentes en su boda. —¿Comyn está de acuerdo con que os caséis aquí? —preguntó McPherson. —Elsbeth y yo se lo hemos dicho esta mañana, y aunque al principio tuvo sus reticencias, al final ha accedido. Skena Gunn fue la que generó más problemas y la que provocó las dudas en Henson. Según ella su sobrina nieta no debía casarse de manera apresurada, y debía hacerlo delante de su clan. —Esa mujer es peculiar —espetó Logan McGregor. —Sí, peculiarmente odiosa —dijo McPherson, y Logan sonrió abiertamente. —Creo que después de que Elsbeth le dijese a la esposa de laird Gunn que esa decisión no le correspondía tomarla a ella y que lo que tuviéramos que discutir con su padre acerca de la boda no era de su incumbencia, solicitando a su padre que aquella conversación la mantuvieran sin su presencia, le quedó bastante claro que lo que ella opinase no volvería a tenerse en cuenta —dijo Kam y en sus ojos, un brillo travieso de admiración. —Bien hecho —dijo McPherson. Y Logan asintió antes de hablar. —Para nosotros será un placer que os caséis aquí, y el padre Will estará encantado de oficiarla. —Gracias —respondió Kam con una gran sonrisa.

Unos pequeños golpes resonaron en la puerta, antes de que uno de los hombres de confianza de Logan la abriera y asomara la cabeza. —Logan, laird Sutherland y Davidson querían saber si podían hablar contigo. Querían consultarte algo. Todavía siguen en el salón y han sido bastante insistentes. Logan enarcó una ceja. En la cena tanto Sutherland como Davidson se habían enzarzado en una ridícula discusión acerca de quién entendía más sobre caballos. Habían intentado que Logan tomara partido en la misma, y él había conseguido escabullirse, aunque parecía que su suerte había llegado a su fin. —Si me disculpáis. Debo dejaros, aunque no quiera —dijo Logan con resignación. McPherson rio por lo bajo. —Buena suerte. —Para aguantar a esos dos hace falta más que buena suerte — remarcó Kam, y McPherson soltó una carcajada. Kam y Duncan salieron tras Logan cuando este se excusó, y mientras McGregor tomaba rumbo al gran salón, Duncan y el menor de los Gordon siguieron el camino que conducía hasta sus habitaciones. —Con todo esto que ha pasado no te he preguntado cómo están los pequeños —le dijo Kam a McPherson cuando caminaban lentamente en dirección a las escaleras que los llevaría a la planta superior. —Están bien. Kerr parece que se ha tranquilizado bastante y Bruce ya está durmiendo bien —dijo McPherson, y Kam vio en sus ojos esa ternura que solo el hablar de su familia conseguía sacar a la superficie. Kam ralentizó su paso cuando Duncan detuvo el suyo. El menor de los Gordon frunció el ceño cuando la mirada inquisitiva de McPherson se clavó en él. —¿Pasa algo? —preguntó Kam, que ya estaba más que acostumbrado a esos momentos. Sabía que cuando Duncan tenía esa expresión en el rostro era porque había llegado a una conclusión sobre algún asunto al que había estado dándole vueltas durante un tiempo. —Bruce… —¿Mi hermano? —preguntó Kam, colocándose frente a McPherson. Duncan asintió mirándole fijamente.

—La noche en que Cathair le tendió la trampa. Kam enarcó una ceja. —Sí, ¿qué pasa con esa noche? —Me he estado preguntando qué le dijo Morgan a Bruce para que tu hermano saliese del salón sin ajustarse a lo que habíamos hablado previamente. Ni siquiera intentó avisarnos, ni una maldita señal. Arriesgó demasiado y quiero saber por qué. —¿Aún no conoces a Bruce? —preguntó Kam con una leve sonrisa quitándole importancia a los interrogantes de McPherson.  —Porque lo conozco demasiado bien te lo pregunto, y porque te conozco a ti, sé que intentas evitar contármelo —continuó McPherson—. ¿Con qué le amenazó, Kam? —preguntó McPherson con voz profunda y exigente, intuyendo la respuesta—. Estábamos todos en el salón, a su vista, así que no podía amenazarle con ninguno de nosotros… La mirada intensa de Kam fue suficiente para confirmar sus sospechas. McPherson apretó la mandíbula y se tocó el pelo, despejando de su rostro los mechones que caían sobre él. —Maldita sea —masculló Duncan—. Podríais haber muerto. Kam miró a Duncan con determinación. —Sabes que mi hermano haría cualquier cosa por tus hijos. —¿Por qué no me lo dijo? —preguntó McPherson casi en un susurro, con la voz ronca y afectada por lo que acababa de descubrir. La mirada de Kam se suavizó. —Lo conoces muy bien, Duncan. Él no hace las cosas por reconocimiento. Al contrario, odia eso. Bruce adora a tu mujer, para él es como una hermana, y quiere a tus hijos como si fuesen suyos. Mi hermano iría al infierno por ti, si hiciese falta. Lo haría sin mediar palabra y evitando que te enterases jamás. Es su forma de proteger a los que ama. —Y la tuya —dijo McPherson emocionado. Kam sonrió lentamente. —Bueno, soy un Gordon. —Sin duda —contestó McPherson. Y el menor de los Gordon se mordió el labio inferior antes de volver a hablar.

—Además de mi hermano, he tenido la suerte, todos estos años, de tener la amistad y el ejemplo de otro gran hombre, uno sin el cual no estaría hoy aquí —dijo Kam mirando fijamente a Duncan.  McPherson asintió conmovido.  —Para mí ha sido un orgullo ver el hombre en el que te has convertido —dijo Duncan con firmeza. —¿Te imaginas teniendo esta conversación con Bruce? —preguntó Kam—. Antes te corta los huevos —finalizó, y ambos estallaron en carcajadas.   ***   La boda tuvo lugar dos días después, en la pequeña capilla que los McGregor tenían en el castillo. El padre Will la ofició y fue íntima y preciosa. A pesar de que algunos de los invitados todavía no habían abandonado las tierras de los McGregor, entre ellos los Gunn y Davidson, solo estuvieron presentes Eara y Bruce Gordon, Henson Comyn, Alice e Irvin McPherson, Logan y su esposa Edine y Duncan junto a Elisa y los pequeños. Elsbeth estaba preciosa con un vestido de color azul oscuro, casi de la misma tonalidad de los ojos de su esposo, con el escote y las mangas ribeteados con unos bordados de pequeñas hojas de color plata. El hecho de que, sobre su hombro izquierdo, cruzando su pecho hasta la cintura, llevase un trozo de la tela del feileadh mor de los Gordon, algo que ni Kam ni Bruce esperaban, hizo que la mirada que le dirigieron ambos al acercarse al altar la hiciera emocionarse. Admiración, orgullo y un amor infinito desprendían los ojos de Kam Gordon, unos ojos que no dejaron de mirarla, de acompañarla, de acariciarla durante toda la ceremonia y los festejos posteriores, hasta que ambos se retiraron a altas horas de la madrugada a la habitación de Kam, ya como marido y mujer, donde dejaron hablar a sus cuerpos, acariciándose, amándose, entregándose como si no hubiese un mañana, como si cada instante fuese el último, con intensidad, con urgencia, con una pasión sin límites, hasta que el alba los encontró enredados, entre las sábanas, desmadejados, agotados y satisfechos. —Nunca pensé que pudiera ser tan feliz —susurró Elsbeth mirando a los ojos a su esposo, ambos tumbados en el lecho, uno frente al otro, con

sus piernas enredadas y los brazos de Kam rodeándola, deslizando sus dedos por su espalda, dibujando círculos en su piel, provocando que desease cerrar sus ojos para abandonarse a las sensaciones que con su roce le provocaba. —¿Qué…? —preguntó Elsbeth, acariciando la mejilla del menor de los Gordon cuando la mirada intensa de Kam sobre ella, sobre su rostro, se prolongó en el silencio. —Estaba pensando que sesenta o setenta años no me bastarán — contestó Kam con una sonrisa en los labios, la misma que Elsbeth dibujó con las yemas de sus dedos tras abandonar su mejilla, riendo cuando la mirada canalla de su esposo, esa que había aprendido a reconocer, esa que hacía que se estremeciera y que su piel ardiera, la miró con absoluta devoción. —Entonces tendrás que amarme por toda la eternidad —sugirió Elsbeth, en voz baja, suavemente, en su oído, sintiendo cómo la piel de Kam se erizaba bajo sus dedos, cómo la mano que trazaba dibujos en su espalda se tensaba, atrayéndola más hacia él hasta que fue imposible saber dónde empezaba uno y terminaba el otro. —Ya te amo, mi vida, hasta el final de los tiempos —afirmó Kam demostrándole una vez más, con su cuerpo, con el roce de sus manos, con sus besos y con su alma, que aun así, la eternidad se le antojaba demasiado corta.  

EPÍLOGO     Broc Ross abrió los ojos lentamente, para volver a cerrarlos, como si aquel simple gesto le supusiera las pocas fuerzas que le quedaban. Jamás nada fue tan complicado. El dolor inundó su cuerpo, y le quemó el costado y el hombro, sintiéndose entumecido, agotado, como si sus extremidades fueran simples apéndices sobre los que no tuviera control alguno. Intentó moverse, centrar su vista en esa penumbra que le rodeaba y oyó un gruñido, rasgado, quebrado, salir de su garganta reseca, uno que apenas pudo reconocer como propio, y que provocó que su cuerpo temblara sin control por el esfuerzo. Hasta que unas manos grandes y duras evitaron que se quebrara, manteniéndolo de nuevo en el lecho, una sobre su pecho, la otra sobre su frente, con un gesto delicado para provenir de unas manos tan fuertes. —Tranquilo…, despacio, poco a poco —dijo la voz, grave, imposible de ignorar, y a la que Broc se encontró siguiendo, tratando de llevar a cabo sus indicaciones, confiando. —Bebe —dijo al rato la voz, y Broc intentó abrir de nuevo los ojos para ver a quién pertenecía, mientras empezaba a recordar… Cathair Morgan… una trampa, las palabras de Mervin… Bruce y Kam… Y volvió a gruñir cuando las manos levantaron con cuidado levemente su cabeza y vertieron a través de sus labios un poco de agua que tomó con avidez, tanto que tosió cuando el líquido regó su boca y Broc intentó tragar con ansia. —Despacio —le ordenó la voz, y él así lo hizo, bebiendo pequeños sorbos hasta que su cabeza volvió a estar de nuevo recostada sobre el lecho. —¿Dune? —preguntó Broc cuando sus sentidos empezaron a responderle, cuando recordó dónde estaba y por qué. —No, no soy Dune… —dijo la voz lentamente de forma pausada, calmándolo. Broc giró la cabeza, hacia donde la voz le hablaba… y esta vez consiguió abrir los ojos.

Le costó enfocar la mirada lo suficiente para poder ver su imagen. La penumbra en la que estaba sumida la estancia apenas ayudaba. Debía ser de noche, pensó de pronto… ¿Cuántos días llevaría allí tumbado, inconsciente? Por cómo se sentía, como si hubiese salido del mismísimo infierno, debían de haber pasado bastantes, o quizás la gravedad de sus heridas le habían dejado sumido en una virulenta fiebre provocando que estuviese en aquel estado. Solo sabía que estaba vivo y que eso era mucho más de lo que esperó cuando lo hirieron. Realmente en aquellos momentos pensó que no sobreviviría. Ahora otras preguntas le acuciaban. ¿Qué había pasado durante todo el tiempo que él llevaba inconsciente? ¿Habrían detenido Dune, Bruce y Kam a Sinclair y Morgan? ¿Qué habría ocurrido con Mervin? Todas esas preguntas se agolparon en su cabeza, una tras otra, como si no tuvieran orden, ni paciencia, ni control, mientras terminaba de enfocar la figura que estaba sentada al lado de la cabecera de la cama y que permanecía inclinada ligeramente hacia él. —Bruce… —dijo con dificultad cuando pudo verlo con claridad, apenas reconociendo la voz ronca que salió de su garganta. —Sí… —afirmó Gordon, y Broc entrecerró un poco los ojos cuando observó con nitidez la mirada del highlander. En los orbes pardos de Bruce creyó ver un profundo alivio dentro de la oscuridad que los dominaba. Esos ojos que en aquel instante escrutaban los suyos, inquisitivos, con esa voluntad inquebrantable de la que Broc había sido testigo durante aquella reunión. —¿Qué ha pasado? —preguntó con apenas un hilo de voz. Observó a Bruce tomar aire antes de contestar. Sus ojos fijos en los suyos, seguros, firmes, determinados. —Mervin confesó, y tanto Farlan Morgan como él fueron puestos a disposición de la guardia del rey que los ha llevado a la corte. Guillermo los ha acusado de traición y asesinato. La muerte será su condena —dijo Bruce con rotundidad. Ante la necesidad de que el rey escuchase la confesión de los labios de Mervin Ross acerca de todo lo acontecido, Bruce no había podido acabar con la vida de Ross, pero sin duda, si por algún milagro este no pereciera ejecutado por mandato real, Gordon se encargaría de que Mervin no viera un nuevo amanecer. Ross no volvería a atentar contra la vida de Broc.

El sobrino de Ross cerró los ojos un instante. Aunque sabía qué clase de hombre era su tío Mervin y el odio que este sentía hacia él, nunca quiso que su destino fuese ese. —¿Sinclair? —preguntó mirando nuevamente a Bruce. —Sinclair intentó matar a Ross cuando este iba a confesar, y murió a manos de Kam. El entrecejo de Broc se arrugó inmediatamente. —Kam está bien —se apresuró a decir Bruce, que interpretó a la perfección el origen de la preocupación de Broc—. Se ha casado esta mañana con Elsbeth Comyn. Una sonrisa imposible de dibujar lo hizo en sus labios resecos. —Me alegro… ¿Cuánto tiempo llevo…? —Siete días —contestó Bruce—. Has tenido mucha fiebre. —Me duele todo. No puedo apenas moverme —dijo casi en un susurro… mirando los ojos de Bruce que parecieron, en la penumbra, dirigirle una mirada cálida. Debía de estar todavía confuso porque no entendía nada en la actitud de Bruce. Primero creyó ver en su mirada preocupación, alivio y ahora… ¿Qué era aquello que destilaban sus ojos? Y, entonces, una fugaz sospecha se instaló en el centro de su pecho, dejándole sin aliento. Apartó de golpe la mirada de la de Bruce y cerró los ojos por un instante. No, no, por favor… Él no quería que ellos lo supieran, no quería irrumpir a la fuerza en sus vidas, no quería imponer su verdad ni su existencia a nadie y menos tener que soportar, como lo había hecho durante toda su vida, el rechazo, el rencor y el maldito odio. «Maldita sea, Dune, qué has hecho». —Broc… —le llamó Bruce con voz grave y firme. Broc abrió los ojos, y le miró fijamente, con una mirada determinada, fuerte y con esa voluntad que lo había mantenido en pie durante toda su vida. —No tenía derecho a contártelo —dijo, infligiendo a su voz una dureza que provocó que Bruce arqueara una ceja—. Olvida todo lo que Dune haya podido contarte. Como si nunca te hubieses enterado —terminó Broc con la respiración agitada por el esfuerzo. 

Broc frunció el ceño cuando, después de decirle todo eso, una tenue sonrisa se adueñó de los labios de Gordon. La mirada penetrante de Bruce se ciñó sobre él como si pudiese escrutar hasta su alma. —No voy a olvidar nada… De hecho, en cuanto te encuentres mejor, vamos a tener una larga conversación…, Broc Gordon —dijo Bruce lentamente, enfatizando cada palabra, provocando que el rostro de Broc se contrajera con una mueca al escuchar cómo le había llamado. Aquello pareció hacerle gracia a Bruce que amplió su sonrisa al ver el gesto de Broc.  —Y ahora, descansa… Broc miró a Bruce fulminándole con la mirada. La risa baja, profunda, de Gordon retumbó entre las cuatro paredes de piedra. —Creo que vamos a llevarnos muy bien —finalizó Bruce, y Broc maldijo por lo bajo.     FIN

   

Agradecimientos  

A mis lectoras, por todo su apoyo y su cariño. Muchísimas gracias por hacer posible que siga soñando. A Nune Martínez, por otra portada maravillosa. ¿Qué haría yo sin ti? A mi marido y a mi hija. Os adoro. Sin vosotros esta novela no hubiese sido posible. A Lorraine Cocó por aguantarme cuando entro en bucle y por ser mi parabatai, siempre. Te quiero corazón.    

Biografía  

Josephine Lys se licenció en Derecho, sin embargo, la lectura fue siempre su pasión junto con los viajes y la pintura. Finalmente, el entusiasmo por los libros la llevó por el camino de la escritura y comenzó a imaginar y relatar sus propias historias. Enamorada de la Inglaterra del siglo XIX, del Renacimiento italiano y de Escocia, escribe sus novelas

ambientadas en dichos escenarios históricos, aunque siempre está abierta a experimentar con otros géneros y otras épocas. 

Un disfraz para una dama (2007) fue su primera novela publicada, hoy en día, ya un clásico. Su segunda novela, Atentamente tuyo (2008) siguió los pasos de la primera. Con su tercer trabajo, El guante y la espada (2012), y varias reediciones de sus primeras obras, se consolidó definitivamente como una de las nuevas voces de la novela romántica histórica. Su novela Corazones de plata ha resultado finalista en el VI Premio Internacional HQÑ (2017), publicándose en mayo de 2018 de la mano de HarperCollins Ibérica. Teniendo siempre un proyecto en mente actualmente se dedica por completo a su pasión teniendo hasta la fecha doce novelas publicadas.

Sus novelas  

Trilogía de Los Hermanos McGregor:  

El hielo bajo tus pies. No puedo evitar amarte. Susúrrale mi nombre al viento. Serie Tierras Altas: Dibuja tu nombre en mi piel. Como el color del brezo. Invierno. Donde expiran los silencios.  

Otras novelas: Un disfraz para una dama. Atentamente tuyo. El guante y la espada. Corazones de plata. Lágrimas en la lluvia.  

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