Benjamin Walter - Libro de Los Pasajes - p69 - 449

August 16, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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DE

LI B R O LOS PASAJ ES E d i c i ó n de Rolf Tiedemann

Diseño.

RAG Titillo original D as Passagen-W erk

Traducción Luis Fernández C astañ ed a (alem án y textos en inglés), . Isidro H errera

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.© S u h rk am p Verlag, F ran k fu rt am M ain, 1982 • . © E diciones Akal.-S. A., 2005, 2007: para lengua española

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Sector Foresta, 1 28760 Tres C an to s (M adrid) v ’ ; . -■ V •. 'Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 ' : .

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www.akal.com ISB N : 978-84-4 60-1901-5 . D e p ó sito legal: M -5704-2007 Im preso en Fernández C iudad, S. L. ... . P in to (M adrid). Reservados todos los derechos. D e acuerdo c o n lo dispuesto.en el art. 2 70 del C ó d ig o Penal, podrán ser castigados con penas d e 1 m ulta y privación de libertad quienes . - ' reproduzcan sin la preceptivaautorización o plagien, en to d o o parte; . una obra literaria, artística o c ien tífica ' filada en cualquier tip o de soporte. ; j

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La Bolsa, Historia e co n ó m ica ........................................................................... ................. Técnica de la reproducción, litografía......................................................... La Com una................................................................................................................ El Sena, el París más an tig u o .......................................................................... O ciosidad.................................................................................................................. ..................

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La Escuela Politécnica................................................................................................ .................. .................... ..................

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.............. Materialismo antropológico, Historia de las se c ta s ................................

807 817

A [P a s a j e s ,

a lm a c en es

de n o v e d a d

( e s ),

d e p e n d ie n t e s ]

«De esos palacios las columnas mágicas Al aficionado muestran por todas partes, Con los objetos que exhiben sus pórticos, Q ue la industria es rival de las artes.» C ondón nueva, cit. en N ouveaux tableaux c/e Paris ou observations sur les mœurs et usages des Parisiens au commencement du

XIXe

siècle [Nuevos cuadros de Paris u

observaciones sobre usos y costumbres de los parisinos a comienzos del siglo xix], i, París, 1828, p. 27. «Se venden los Cuerpos, las voces, la inmensa opulencia incuestionable, lo que nunca se venderá.» Rimbaud

■Al hablar de los bulevares del interior», dice la G uía ilustrada d e París -to d o un retrato de la ciudad del Sena y de sus alrededores por el añ q 1 8 5 2 -{,) ■mencionamos varias veces los pasajes, que desem b ocan en ellos. Estos pasajes, una nueva invención del lujo industrial, son galerías cubiertas de cristal y revestidas de mármol que atraviesan edificios enteros, cuyos p ro ­ pietarios se han unido para tales especulaciones. A am bos lados de estas galerías, que reciben la luz desde arriba, se alinean las tiendas más elegan­ tes, de m odo que un pasaje sem ejante es una ciudad, e incluso un mundo en p equeño ■ F lâ n e u r B, en el que el com p rad or ávido encontrará todo lo que necesita. Ante .un ch ub asco repentino, se convierten en el refugio de todos los q u e.se han visto.sorprendidos, ofreciendo un paseó seguro, au n ­ que angosto, del que también los vendedores sacan provecho». B M eteoro­ logía B

69

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Esta_cita es el locus classicus para toda exp osición de los pasajes, pues a par­ tir de ella no~sólo se derivan las divagaciones sobre el f l á n e u r y la.m eteo ­ rología,''sino“también ló que se puede decir sobre el m od o.d e construcción de los pasajes en. el asp ecto e co n ó m ico .y arquitectónico. [A 1, 1] N om bres de almacenes de novedades: La filie d'honneur / La Veslale / Le page ¡nconslant / Le masque de fer / Le petit chaperon rouge / La pelite Nanette / La chaumiére allemande / Au mamelouk / Au coin de la rué. N om bres q u e en su m ayo r parte p ro ced en de vod ev iles fam o­ sos. ■ M itología ■ Un guantero: Au ci-devanl ¡eune homme; un confitero: Aux armes de Werther. ■El n o m b re del jo y ero figura so b re la p u erta d e la tie n d a en g ra n d es letras re c u b ier ta s c o n e n g a ñ o s a s im ita c io n e s d e p ie d ra s p r e c io s a s .- Ed uarcl K r o lo ff, S c h ild e r u n g e n a u s P a r ís

[D e s c r ip c io n e s d e P arís], II, H am burgo, 1 8 3 9 , p. 7 3 : -En la g alería V éro -D o d at h ay una tiend a d e c o m e stib le s so b re cu ya p u erta se le e el le tre ro "Gastronomía cosmopolita , y cada una d e sus letras está c o m p u e sta del m o d o m ás e x tra ñ o p o r b e c a d a s, fa isa n e s, lie ­ b re s, astas d e c ierv o , b o g a v a n te s, p e c e s , á lsin e s, etc.-. K ro loff, D escrip cio n es d e P arís, II, p. 7 5 . ■ G rand ville ■

1A 1, 2]

Al prosperar el negoc io, e l propietario- com p rab a-gén ero para-una. sem ana, trasladándose~al-entresuelo, para.aum entar- el esp acio-d on d e-alm acen ar sus m ercancías. Así es co m o la tienda se convirtió en almacén. [A i, 31 Era el tiem po en que B alzac pudo escribir: «El gran .poema del escaparate canta~süs-'estrófas de colores desde la M a d e leine hasta la puerta Saint-Denis». Le diable á París [El diablo en París], París, 1846, II, p. 91 (Balzac, Les boulevards de París [(.os bulevares de París]).

1A 1, 41

«El día en que Especialidad fue descubierta por Su M ajestad la Industria, reina de Francia y de algunos lugares circunvecinos, ese día, se dice, Mercurio, dios especial de los comerciantes y de muchas otras especialidades sociales, golpeó tres veces con su caduceo en el frontón de la Bolsa, y juró por las barbas de Proserpina que la palabra le parecía preciosa.» ■ M itología ■ P or lo d em á s, el té rm in o sólo se usa al p rin cip io para m erca n cía s d e lujo. La grande ville, N ouveau lableau de París [La gran ciudad, N uevo cuadro de París], II, París, 1844, p. 5 7 (M arc Fournier, Les spécialilés parisiennes [Las especialidades parisinas]).

[A 1, 51

«Las calles estrechas que rodean la Ó pera, y los peligros a los que se exponían los peatones al salir de ese’ espectQculo,ase3iado.siempre,por.coches,.dieron en -182V, a una compañía de especuladores, la idea de utilizar una parte de las construcciones que separaban el huevo tea­ tro déT'büléyqr. / Éste proyecto, al tiempo que se convirtió, en una fuente de riquezas para..sus. autores, significó una inmensa mejora para el público. / En efecto, por medio de un pequeño pasaje estrecho, construido dé madero y cubierto, se comunica a la misma altura y con toda seguridad el vestíbulo de la Ó p e ra con esas galerías, y desde ahí con la calle... Por encima del entablamento de pilastras dóricas que dividen los almacenes se elevan dos pisos de apar­ tamentos, y por debajo de esos apartamentos, y a lo largo de todas las galerías, reinan gran­ des cristaleras.» J. A. Dulaure, Hisloire physique, civile el moróle de París depuis 1821 ¡usqua nos ¡oars [Historia físico, civil y moraI de París desde 1821 hasta nuestros días], II, París, 1835, pp. 28-29.

IA 1, 61

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes H asta 1870, los ca rru a jes fu ero n los d u eñ o s d e la c a lle . A p en as se p od ía cam inar, por las e stre c h a s a c e ra s, y p o r e s o la f l â n e r ie se realizab a co n p re feren cia en los .p asajes, que o fre c ía n p ro te c c ió n c o n tra el tie m p o y el tráfico . «Nuestras calles más amplias y nuestras aceras más espaciosas hanvueíto-fácil-la-dulce. fíánene, imposible para nuestros padres en otro sitio que_no fueran los p asajes.» ■ F lâ n e u r ■ Edmond Beaurepaire, Paris d'hier el d'aujourd'­ hui. La chronique des rues [París de ayer y de hoy La crónica de las colles], Paris, 1900, p. 6 7 [A 1 a, 1] N om bres de p a sa jes: pasaje des Panoramas, pasaje Véro-Dodat, pasaje du Désir (que anti­ guamente conducía a un lugar galante), pasaje Colbert, pasaje Vivienne, pasaje du Pont-Neuf, pasaje du Caire, pasaje de la Réunion, pasaje de l'Opéra, pasaje de la Trinité, pasaje du Cheval-Blanc,'pasaje Pressière (¿Bessières?), pasaje du Bois de Boulogne, pasaje Grosse-Tête. (El p a sa je d es P an o ram as se llam ó a n tes p asaje M irés.)

[A 1 a, 2]

El pasaje Véro-Dodat (construido entre las calles de Bouloy y Grenelle-Saint-Honoré) «le debe su nombre o dos ricos charcuteros, señores Véro y Dodat, que emprendieron en 1823 su perfora­ ción así como las inmensas construcciones que dependen de él; lo que hizo que se dijera, en su tiempo, que ese pasaje era un bello pedazo de arfe preso entre das barrios*. J. A. Dulaure, His­ toria física, civil y moral de París desde 1821 hasta nuestros días, II, París, 1835, p. 34. [A 1 a, 3J El p a sa je V éro -D o d a t ten ía el p a v im en to de m árm ol. La R ach el vivió en él una tem p orad a. [A 1 a, 4] G alería Colbert, n.° 26: «Allí, tras la apariencia de una guantera, brillaba una belleza accesible, aunque, en materia de juventud, sólo tenía en cuenta la suya; ella imponía a los más favorecidos que se ocuparan de los adornos de los que esperaba una fortuna... A esta joven y bella mujer tras el cristal la llamaban Labsolu; pero la filosofía habría perdido todo el tiempo que corriera en su bús­ queda. Su criada vendía los guantes; ella lo requería». ■ M uñecos ■ Prostitutas ■ Lefeuve, tes anciennes maisons de Paris [Las antiguas casas de París, IV], (París, 18 7 5 ), p. 7 0 .

[A 1 a, 5]

Cour du Commerce: «Con corderos se hizo allí una primera experiencia de la guillotina, instrumento cuyo inventor residía a la vez en Iq cour du Commerce y en la calle de lAncienne-Comédie». Lefeuve, Las antiguas casas de París, IV, p. 148.

[A 1 a, 6]

«El pasaje_du. Caire, cuya ..principal ¡ndus.triai.era, la, impresión litogràfica, habría debido ilumi­ narse efectivamente cuando N a p o leó n III suprimió el sello obligatorio para las circulares de comercio; esta emancipación enriqueció el pasaje, que se lo agradeció mediante gastos de embellecimiento. Hasta ese momento, cuando llovía había que tener los paraguas abiertos en sus galerías, que en muchas partes carecían de cubierta de cristal.» Lefeuve, Las antiguas casas de París, II, p. 233. B C o n stru c cio n e s o n írica s B M eteo ro lo g ía B (O rn a m e n ta ció n eg ip cia) [A 1 a, 7] Callejón sin salida Maubert, hasta hace p o co d'Amboise. En los n .os 4 y 6 vivió h acia 1756 u n a p rep arad o ra d e v e n e n o s, ju n to c o n sus d os ayu dantas. Un día am an eciero n tod as m uertas p o r h a b er resp irad o gas v e n e n o so ,

[A 1 a, 8]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s

Años precursores con Luis XVIII. Con los letreros teatrales de los d e n o v e d a d e s , el arte s e pone al s e r v i c i o del com erciante.

a lm a c e n e s [a 1 a. 9]

«Después del pasaje des Panoramas, que se remontaba al año 1800 y cuya reputación mun­ dana estaba asentada, encontramos, como ejemplo, la galería abierta en 1826 por los char­ cuteras Véro y Dodat, y que está representada en una litografía de Arnout de 1832. Desde 1800, hay que esperar hasta 1822 para encontrar un nuevo pasaje: entre esta fecha y 1834 se escalona la construcción de la mayoría de estas vías tan particulares, de las que las más impor­ tantes están agrupadas entre la calle Croix-des-Petits-Champs al sur, la calle de la Grange-Bate­ lière al norte, el bulevar de Sebastopol al este y la calle Ventadour al oeste.» Maree! Poete, Une vie de Cité [Una vida de ciudad], París, 1925, pp. 373-374.

[A 1 a, 10]

Tiendas del pasaje des Panoramas: Restaurante Véron, sala de lectura, comerciante de música, Marqués, comerciantes de vinos, bonetero, merceros, sastres, zapateros, boneteros, libreros de caricatura, Théâtre des Varietés. Frente a esto, el pasaje Vivienne era el respetable. Allí no había ninguna tienda de lujo. ■ Constaicciones oníricas: el pasaje como nave de iglesia con capillas laterales. ■

[A 2, 1]

Se hablaba del «genio de lo s jacobinos y de los industriales», todo junto, pero también se atribuían a Luis Felipe estas palabras: Alabado sea Dios y mis tieníJas también. Los pasajes com o tem plos d el capital mercantil. [a 2 , 21 El últim o p a sa je d e París, en los C am p o s E líseo s, erig id o p o r un rey d e las p erlas am eri­ ca n o , ya n o fu e n e g o c io . ■ D eca d en cia ■

[A 2, 31

«Hacia finales del antiguo régimen hubo en París intentos de bazar y de tiendas que vendían a precio fijo. En la Restauración y bajo el reinado de Luis Felipe se habían fundado algunos gran­ des almacenes de novedades, como Le Diable boiteux, Les Deux M agots, Le Petit M a te lo t o Pigmalion; pero esos almacenes eran muy inferiores comparados con los establecimientos actuales, la era de los grandes almacenes en realidad sólo data del Segundo Imperio. Han adquirido-un desarrollo muy grande desde 1870 y continúan desarrollándose.» E. Levasseur, Histoire du com­ merce de la Fronce [Historio del comercio de Francia], II, París, 1912,, p. 449.

[A 2 , 41

¿Los pasajes com o origen de los grandes alm acenes? De los alm acenes m en­ cionados arriba, ¿cuáles estaban en los pasajes? |a 2 . ?] El régimen de las especialidades ofrece -d ic h o sea de p a s o - la clave histórico-materialista para el auge (cu an d o no el nacim iento) de la pintura de género en los años cuarenta del pasado siglo. Con la creciente participación de la burguesía en el arte, junto con su escaso conocim iento inicial sobre él, éste se distinguió, de acuerdo con ello, p or los tem as, por lo representado, y surgieron com o géneros claram ente definidos las escen as históricas, la pin­ tura de animales, las escenas de niños, las im ágenes de la vida de los m on­ jes, de la familia y de la aldea. ■ Fotografía ■ [a 2. 61 ¡Hay que investigar la influencia de la actividad com ercial en Lautréam ont y en Rimbaud! 7)

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes «Otra característica, a partir sobre todo del Directorio (¿¿al parecer, hasta 1830 aprox.??), será la ligereza de los tejidos; durante los fríos más intensos, sólo muy raramente se verán aparecer forros de piel y acolcha(d)os cálidos (?). A riesgo de dejarse ahí la piel, las mujeres se vestirán como si ya no existieran los rigores del invierno, como si, repentinamente, la naturaleza se hubiera transformado en un eterno paraíso.» Grand-Carteret, Les é le g a n c es d e la toilette [Las

eleg a n c ia s d el arreg lo personal], París, p. XXXIV.

[A 2. 81

También en ton ces el teatro imponía el vocabulario en cuestiones de m oda. Sombreros a la Tarare, a la Théodore, a la Figaro, a la G ran Sacerdotisa, a la Ifigenia, a la Calprenade, a la Victoria. La misma necedad que busca el origen de lo real en el ballet se traiciona cuando -h a cia 1 8 3 0 - un periódico se da el nombre de El silfo. ■ Moda ■ [a 2 . 91 A lexandre D um as en una velada en casa de la p rin cesa M athilde. Los v e rso s alu d en a N ap o leó n III. «En sus fastos imperiales Tío y sobrino son iguales; El tío tomaba capitales; El sobrino toma nuestros capitales.» Le sigu ió un silen cio gélid o. R eco g id o en las A lém oires [Memorias] del co n d e H o racio d e VielCastel su r !e régn e d e N apoleon III [sobre e l re in a d o d e N apoleón Ilíl. 11, París, 1883. p. 185. [A 2, 10] ■La C o u lisse re p rese n ta b a la co n tin u id a d d e la vida de la B o lsa. Aquí n u n ca c e sa b a el tra­ b a jo , y ca si n u n ca lleg ab a la n o c h e . C u and o se cerró T o rto n i, la C o lo n n e se d irig ió a los bu lev ares a d y a ce n tes, a g itán d o se sin cesar, so b re to d o a n te el p asaje de l’O p é r a .- Ju liu s R od en b erg , P aris b ei S o n n en scb ein u n d L am p en lich t [P arís a la lu z d eI so l y a la lu z d e las

lá m p a r a s ], Leipzig, 1867, p. 97.

(A 2, 111

E sp ecu la ció n en las a c cio n e s del ferrocarril b a jo Luis Felip e.

[A 2. 121

■Y d e la m ism a p ro c e d e n cia [a saber, d e la casa R othschild] e s M ires, el ad m irab le orad o r q u e só lo tie n e q u e h a b la r para c o n v e n c e r a su s c rey en tes d e q u e la pérdida e s g a n a n cia -c u y o n o m b re a p esa r d e to d o fu e b o rra d o del 'p a sa je M ires1' tras su e s c a n d a lo so p ro c e s o , para transfo rm arse en el

"pasaje del P rín c ip e ” (c o n los fam o so s s a lo n e s -c o m e d o r e s

P e te rs)-.- R o d en b erg , P arís a la lu z d e l so l y a la lu z d e la s lá m p a ra s, Leipzig, 18 6 7 , p. 98. [A 2 a. 1] G rito d e los v e n d ed o res c a lle je ro s del b o le tín de la B o lsa : en c a s o d e alza. «La subida de la Bolsa». En c a so d e b a ja , («)Las variaciones de la Bolsa». El té rm in o «baja» estab a p o licia l­ m en te p roh ibido.

[A 2 a, 2]

Por su im portancia para los negocios de la Coulisse, el pasaje de l'Opéra se puede com parar a la Kranzlerecke. Argot de los bolsistas («)en los días que precedieron al estallido de la guerra alem ana [1866]: la renta al 3 por 100 se llamaba "Alfonsina", el crédito hipotecario... "el gran Ernesto", la renta italiana...

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

"el pobre Víctor", el crédito mobiliario... "el pequeño Jules”(»). Según Rodenberg, (Leipzig, 1 8 6 7 ) , p. 1 0 0 . [A 2 a, 3] P recio de la co m isió n de un agente de cam bio: d esd e 2 .0 0 0 .0 0 0 (sie) hasta 1.40 0 .0 0 0 francos. [A 2 a, 4] «los pasajes, que casi todos datan de la Restauración.» Théodore Muret, L'histoire p a r le théátre [La historia a través del teatro], II, París, 1865, p. 300.

[A 2 a, 51

Algo so b re Antes, durante y después, p o r S crib e y R ougem on t, E streno el 28 de ju n io de 1828. La prim era parte d e la trilogía representa la so cied ad del Antiguo Régimen, la segun da, la ép o ca del Terror, la tercera se desarrolla en la so cied a d de la R estauración. El protagonista, el g e n e ­ ral, pasa a ser en tiem p o s de paz un industrial y un gran fab rican te. «La manufactura reemplaza aquí, en grado extremo, al campo que cultivaba el Soldado-Labrador. El elogio de la industria fue casi tan cantado en el vodevil de la Restauración como el de los guerreros y los laureles. La clase burguesa, en sus diferentes grados, se situaba frente a la clase noble: la fortuna adquirida mediante el trabajo se oponía al blasón secular, a los torreones del viejo casón. Este tercer estado, conver­ tido en la potencia dominante, tenía, a su vez, sus aduladores.» Theodore Muret, La historia a tra­ vés del teatro, II, p. 306.

[A 2 a, ó]

Las G a le rie s de Bois «que desaparecieron entre 1828 y 1829 para hacer sitio a la galería d'Orléans, estaban formadas por una triple línea de tiendas poco lujosas, y consistían en dos calles paralelas, cubiertas con tela y madera, con algunas vidrieras para proporcionar luz. Se andaba por ellas sencillamente sobre tierra batida, que los fuertes chaparrones a veces transformaban en fango. Pues bien, venían de todas partes para apretujarse a este lugar que era realmente magnífico, entre esas filas de tiendas que parecerían tenderetes comparadas con las que vinie­ ron después. Esas tiendas estaban ocupadas principalmente por dos (¡pos de industria, cada una de las cuales tenía una clase de atractivo. H abía necesariamente modistas, que trabajaban sobre grandes taburetes vueltos hacia el exterior, sin que ningún cristal las separara, y sus sem­ blantes despiertos no suponían, para algunos paseantes, el menor de los atractivos del lugar. Además, las G aleries de Bois eran el centro de la nueva librería». Théodore Muret, La historia o través del teatro, II, pp. 225-226.

[A 2 a, 7]

Ju liu s R od en b erg so b re la p eq u eñ a sala de lectura en el p asaje d e l’O p éra: -Q ué acoged ora se m e p resen ta en el re cu erd o 'esta -p eq u e ñ a 'c á m a Y a en pen u m bra, c o n sus altas filas de libros, sus m esas verd es, su en carg ad o pelirrojo (u n gran am ante de los libros, q u e siem pre estaba leyen d o n o velas en lugar de servírselas a otro s), sus p erió d icos alem an es, q u e ale­ graban el co ra z ó n del alem án cada m añana (c o n e x c e p c ió n de la K ö ln isch e Zeitung, q u e ap a­ recía p or térm in o m ed io só lo una vez cad a d iez d ías). Y si aca so h ab ía n o v ed ad es en París, éste era el lugar d o n d e en terarse, aq u í es d o n d e las escu ch áb am o s. A p enas en u n susurro (p u es el p elirro jo está m uy p en d ien te de q u e nadie le m olestara, ni a él ni a los d em ás), p asa­ ban de los lab ios al oíd o , d e la plum a a p en a s rum orosa al p ap el, del pupitre al buzón más próxim o. La b u en a señ o ra d e la o ficin a tien e una sonrisa am ab le para tod os, cartas y sob res para los co rresp o n sales: el prim er co rre o ha salido, C olon ia y A ugsburgo tie n en ya sus noti­ cias: y ah ora - ¡la s d o c e !- a la taberna». R od en b erg, P arís a la lu z d el so l y a la lu z d e las lá m ­

p a r a s, L(ei)pz(ig), 1867, pp. 6 -7.

[A 2 a, 8 ]

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes «El pasaje du C aire recuerda mucho, en más pequeño, al pasaje du Saumon, que existía anti­ guamente en la calle Montmartre, en el emplazamiento de la actual calle Bachaumont.» Paul Léaulaud, «Vieux París» [«Viejo París»], M e rc ure de Fronce (1927), p. 5 0 3 (15 de oct(ubre)). (A 3, II «Tiendas modelo antiguo, ocupadas por comercios que sólo se ven allí, rematadas por un pequeño entresuelo a la antigua, con ventanas que llevan, cada una, el número correspondiente a cada tienda. De vez en cuando hay uña puerta, que conduce a un pasillo al final del cual hay una pequeña escalera que lleva a esos entresuelos'.'En el tirador de'úna de aquellas puertas, este rótulo, á mano:

si evita los portazos al cerrar la puerta, el obrero que trabaja al lado le estaró muy agradecido.» [A 3, 2] Se cita o tro letrero en la m ism a o b ra (Léautaud, «Vieux París» [«Viejo París»], M {ercure) d(e) F(rance) (1927), pp. 502-503):

Á ng ela

en el I er piso a la derecha [A 3, 3) -D o ck s á b o n m arché»: an tigu o n o m b re para grand es a lm a ce n e s. G ied io n , B a u e n in F ran k-

reic b [La a r q u itec tu ra en F ran cia], (Leipzig/Berlín, 1928), p. 31.

»[A 3, 4]

Transform adón^del p equeño alm acén de los pasajes en el gran, alm acén. Principio del gran alm acén: »Los'pisos'form aniin único' espacio. Se pueden “abarcar, por decirlo asi, con u n a sola m irada”». Giedion, La arquitectura en F ra n cia , p. 34. [A 3, 51 Giedion (JLa arquitectura e n Fra n cia , p. 3 5) muestra en la edificación de «Printemps» (1 8 8 1 -1 8 8 9 ) cóm o el principio fundamental «Acoger a la multitud y retenerla seduciéndola» ( S cien ce et ¡ ’industrie [C iencia e industria], 1925, n.° 143, p. 6) con d u ce a form aciones arquitectónicas decadentes. ¡Función del capital mercantil! [A 3, 61 «Incluso los mujeres, a lasjque. les.está prohibida la entrada en la Bolsa, se reúnen en la puerta para rebuscar indicaciones de cotización y darles sus órdenes a los corredores a través de la verja.» La transformación de París bajo eL.Segundo. Imperio (Autores: Poete, Clouzot, Henriol), (París7~19T0)7’cón m o tivo de la Exposición de la Biblioteca y de los trabajos de historia, p. 66. [A 3, 71

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

«N o tengo especialidad», escribió el fam oso chatarrero Frémin, «el hombre de la cabeza gris», en el letrero de su chatarrería en ia plaza des Abbesses. Aquí

aflora de nuevo, en los trastos viejos, la vieja fisonomía del com ercio, que_ em pezó a ser reprimida en las primeras décadas del siglo pasado por el dominio de la especialidad. «Au philosophe- llamó el propietario a este «Gran Taller de demoliciones» -¡q u é derribo y dem olición del estoicism o!-. «Atención, no mire la hoja al revés» figuraba en sus carteles. Y también: «N o compre nada a la luz de la Luna».

(A 3 , 81

Al parecer, se fu m ó en los p asajes a n tes d e q u e fuera alg o n orm al en la calle . -Aún te n g o algo q u e d ecir so b re la vida en lo s p a sa jes c o m o lugar p referid o d e p a se a n tes y fu m ad o ­ res, el refu g io de to d o s los p e q u e ñ o s o fic io s im a g in ab les. En to d o p a sa je h ay al m en o s un sa ló n d e lim p ieza. En una esta n cia tan e le g a n te c o m o lo p erm ite su fu n ció n , los se ñ o re s se' sien tan en un alto estrad o y leen c o n fo rta b le m e n te el p erió d ico m ien tras les cep illan b ie n el p o lv o del traje y de las b o ta s.- Ferd in an d v o n G ali, P arís u n d se in e S alon s [París r

sus salones], II, (Ò lcienburg, 1 845), pp. 2 2 -2 3 .

[A 3, 9]

Un prim er inv ernad ero -e s p a c io acristalad o co n parterres, em p arrad o s y m an an tiales, en p arte s u b te rr á n e o s - en el lugar d o n d e, en 1864, en el jardín del P alais Royal (¿y q uizá aún v hoy?), esta b a el estan q u e. Erigido en 17 8 8 .

[A 3, 101

«Los primeros almacenes de novedades datan del final de la Restauración: les Vêpres siciliennes, le Solitaire, la Fille mal gardée, le Soldat laboureur, les Deux Magots, le Petit Saint-Thomas, le Gagne-Denier.» Dubech-D'Espezel, Histoire de Paris [Historio de Paris], Paris, 1926, p. 360. 1A 3, 111 «En 1820 se abrieron... los pasajes Viollet y de los deux Pavillons. Estos pasajes eran una de las novedades de la época. Eran galerías cubiertas, debidas a la iniciativa privada, donde se instala­ ron tiendas que prosperaron gracias a la moda. El más famoso fue el pasaje des Panoramas, que estuvo de moda de 1823 a 1831. El domingo, decía Musset, el tumulto "Está en los Panoramas o en los bulevares". Fue igualmente la iniciativa privada la que creó, un poco al azar, las "cités", calles cortas o callejones sin solida edificados a escote por un sindicato de profesionales.» Lucien Dubech, Pierre D'Espezel, Historia de París, París, 1926, pp. 355-356.

[A 3 a, 1]

En 1825 apertura de los «pasajes Dauphine, Saucède, Choiseul» y de la cité Bergère. «En 1827... los pasajes Colbert, Crussol, de l'industrie.,. 1828 vio abrir... los pasajes Brady y des G ravilliers y comenzar la galería d'O rléans en el Palais-Royol, en la plaza de las galerías de madera que ardieron aquel año.» Dubech-D'Espezel, Historio de París, pp. 357-358. [A 3 a, 21 «El predecesor de los grandes almacenes, la Ville de Paris, apareció en el 174 de la calle Montmartre en 1843.» Dubech-D'Espezel, Historia de París, p. 389.

[A 3 a, 3)

•Los ch a p a rro n es n o m e d e ja b a n en p az, y d u ran te u n o d e e llo s m e m etí en un p asaje. Estas ca lle s co m p le ta m en te cu b ierta s d e cristal, q u e a m en u d o atraviesan b lo q u e s en tero s en varias ram ificacio n es, o frec ie n d o así b u e n o s atajos, se p ro d ig ab an p o r d oq u ier. E n parte

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes están co n stru id a s c o n gran e le g a n c ia , y c u a n d o h a ce m al tie m p o , o b ien p o r la tarde, c o n luz natural, p ro p o rcio n a n p a se o s m uy co n cu rrid o s a lo largo d e sus re sp la n d ecien tes tie n ­ das en fila.- Eduard D evrient, B ríefe a n s P aris {C arlas d e París}. Berlín , 1840. p. 34. [A 3 a, 4) «Calle-Galería. La calle-galena de una falange es la habitación principal del palacio de armo­ nía, del que no se puede íener ninguna ¡dea en civilización. C ald ead a en invierno, se refresca en verano. Las calles-galería internas en peristilo continuo están situadas en el primer piso del palacio de la falange (la galería del Louvre se puede considerar un modelo).» Cit. en Fourier, Théorie de l'unité universelle [Teoría de la unidad universal], Ì8 2 2, p. 462, y Le nouveau monde industriel et sociétaire [El nuevo mundo industriai y societario], 1829, pp. 69, 125, 272. E. Silberling, Dictionnaire de sociologie phalonstérienne [Diccionario de sociologia lalansteriana], Paris, 1911, p. 386. Al respecto: «Galería. G alerías cubiertas y caldeadas comunican los diver­ sos cuerpos de vivienda de un falansterio formando en él calles-galería». Cit. en Fourier, Théorie mixte, ou spéculaite, el synthèse routinière de l'association [Teoría mixta, o especulativo, y síntesis rutinario de la asociación], p. 14; E. Silberling, loe. cit., pp. 197-198.

[A 3 a, 51

El p a sa je du C aire e sta b a al lad o d el an tig u o patio de M onipodio. C on stru id o en 1 7 9 9 so b re el prim itivo h u erto d e las Hijos d e Dios.

[A 3 a. 6 ]

Com ercio y tráfico son los dos com p on entes de la calle. Pero resulta que el segundo ha desaparecido en los pasajes; su tráfico es rudimentario. Es sólo calle ávida de com ercio, que únicam ente se presta a despertar los apetitos. Porque en esta calle los jugos dejan de fluir, la m ercancía prolifera en sus márgenes descom poniéndose en fantásticas com binaciones, co m o los tejidos en las úlceras. El f l a n e a r sabotea el tráfico. T am poco es un com prador. Es m ercancía. [A 3 a, 71 Por primera vez en la historia, con el nacim iento de los grandes alm acenes los consum idores com ienzan a sentirse co m o masa. (Antes sólo se lo en se­ ñaba la carestía.) Con ello aum enta extraordinariam ente el elem ento circense y espectacular del com ercio. [A 4, i] Con la producción de artículos de masas llega el co n cep to de especialidad. Su relación con el de originalidad ha de ser investigada. [A 4. 2] «Reconozco que el comercio del Polois-Royal tuvo su época crítica; pero creo que no hay que atribuirlo a la ausencia de mujeres públicas, sino a la apertura de nuevos pasajes, y al creci­ miento y embellecimiento de muchos otros: citaré los de l’O péra, du Grand-Cerf, du Saumon, de Véro-Dodat, de Lorme, de Choiseul y des Panoramas.» F. F. A. Béraud, Les fille s publiques de Paris et la police qui les régit [Las mujeres públicas de Paris y la policía que las dirige], I, Paris y Leip­ zig, 1839, p. 205.

[A4, 31

«N o sé si el comercio del Palais-Royal sufrió verdaderamente con la ausencia de mujeres de vida alegre; pero lo cierto es que allí el pudor público ha aumentado mucho...- M e parece, por lo demás, que las mujeres notables van gustosas a hacer sus compras a los almacenes de las g ale ­

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s rías...; eso debe de .ser._u.na ventajosa compensación p,arg„Los„comerc¡antes,-porque cuando el Palais-Royal estaba invadido por un enjambre de prostitutas casi, desnudas, las miradas de la gente se dirigían hacia ellas, y este espectáculo no les convenía precisamente a ellos, que eran los que hacían prosperar el comercio local; unos ya estaban arruinados a causa de sus desór­ denes, y otros, cediendo a la incitación del libertinaje, no pensaban en absoluto en comprar cosas, ni siquiera aquello que necesitaban más urgentemente. C reo poder afirmar... que, entese tiempO'de -toleraneia-desmesurada,-muchas-t¡endas del Palais-Royal estgban..cerra.das y que en otras eran raros los compradores; así pues, el comercio no prosperaba, y sería más verdadero decir que en esta época su estancamiento procedía más bien de la libre circulación de las muje­ res públicas, que achacarla hoy a su ausencia, que ha reunido en las galerías y en el jardín de ese palacio a numerosos paseantes más (avorables para los comerciantes que las prostitutas o los libertinos.» F. F. A. Béraud, Las mujeres públicas de París, I, París y Leipzig, 1839, pp. 207209.

[A 4, 4] «Los cafés se llenan De gourmets y fumadores, Los teatros se abarrotan De alegres espectadores. Los pasajes hormiguean De curiosos y aficionados, Y los timadores se agitan Tras los Háneurs.*

Ennery y Lemoine, «La noche de París», cit. en H. G ourdon de Genouillac, Les relrains de la rué de 1830 á 1870 [Los estribillos callejeros de 1830 a 1870], París, 1879, pp. 4 6 4 7 Com parar co n el •Crepúsculo vespertino» de Baudelaire.

[A 4 a, 1]

«¿Y a q u é llo s... q u e n o p u ed en p agarse u n a lo ja m ien to para p asar la n och e? S e n cilla m en te , du erm en d o n d e en c u e n tra n 'sitio: e n los p a sa je s ,"e h lo s so p o rta les, en c u a lq u ie r.rin c ó n d o n d e la p o licía o él p ro p ie ta rio les d e je n dorm ir en paz.- F ried rich Hngels, D ie L a g e d e r

a r b e ite n d e n K lasse in E n g la n d [La s itu a c ió n d e la c la s e t r a b a ja d o r a en In glateira], Leipzig, 2,1848, p. 4 6 (-Las gran d es ciu d ad es*).

V__!

[A 4 a, 2J

«En todas las tiendas, como de uniforme, el mostrador de roble está adornado con piezas falsas de cualquier metal y de cualquier formato, despiadadamente clavadas allí mismo, como aves de presa en un escudo, garantía irrefutable de la escrupulosa legalidad del comerciante.» Nadar, Q uand jetáis photographe [Cuando era fotógrafo], París, (1900), p. 294 («1830y alrededores»),

[A 4 a, 31

F o u rier so b re las calles-galería: «Esta facilidad para comunicar por todas partes, al abrigo de las inclemencias del aire, pora ir durante la escarcha al baile, al espectáculo con ropa ligera, con zapatos de color, sin sufrir ni el lodo, ni el frío, es de un encanto tan nuevo, que él solo bastaría para hacer detestables nuestras villas y castillos a quienquiera que hubiere pasado un día de invierno en un falansterio. Si este edificio se em pleara en civilización, ya sólo la com odidad de comunicaciones resguardadas y templadas por las estufas o los venti­ ladores le daría un valor enorme. Sus alquileres... se buscarían por el doble del precio de los de otro edificio». E. Poisson, Fourier [Anthologie] [Fourier, Antología], París, 1932, p. 144. [A 4 a, 4]

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes «Las calles-galería, son un método de comunicación interna que bastaría, él solo, para hacer que fueran desdeñados, los palacios y las hermosas ciudades de civilización... El rey de. Fran­ cia es uno de los primeros monarcas_d_e_ civilización; él no tiene pórtico en su palacio de las Tullerías. El rey, la reina, la familia real, ya suban al coche o desciendan de él, se ven obliga­ dos a mojarse como pequeños burgueses que llaman al coche de punto ante su tienda. En caso de que llueva, se encontrará sin duda con muchos lacayos y muchos cortesanos para sos­ tener un paraguas sobre el príncipe...; pero se sigue careciendo de pórtico y de abrigo, no se está resguardado... Pasemos a la descripción de las calles-galería, que son uno de los más pre­ ciosos encantos de un Palacio de Armonía... La Falange no tiene calle exterior o vía descubierta expuesta a las inclemencias del aire; todos los bloques del edificio nominal,pueden recorrerse po.r.ung amplia galería, que se erige en el primer piso y en todos los cuerpos de edificios; en los extremos de esta vía hay pasillos sobre columnas, o subterráneos adornados, que propor­ c io n a ría n _tqdas_las_gartes..y dependencias.del Palacio, una„comunicación'abrigada,.elegante y templada en cualquier estación del año gracias a estufas o ventiladores... La calle galería o "Peristilo continuo" está situada en el primer piso. N o puede adaptarse a la planta baja, que hay que atravesar en coche por arcadas en diversos puntos... Las calles-galería de una Falange no reciben la luz desde los dos lados; están adheridas a cada uno de los cuerpos del edificio; todos estos cuerpos tienen una doble fila de habitaciones, de las cuales una fila recibe luz del campo y Ja.otra de la calle-gajeríá. Esia'débe tener la altura completa d é lo s fres pisos que desde un lado reciben luz desde ella... La planta baja contiene en algunos puntos salas públi­ cas y cocinas, cuya altura absorbe el entresuelo. En ellas se disponen unas trampillas cada cierto espacio por las que se suben los bufets a las salas del primer piso. Esta abertura será muy úlil en los días de fiesta y para las travesías de caravanas y legiones, que no habrían cabido en las salas públicas o Seristerios, y que comerán en una doble hilera de mesas en la calle-galería. H a y que evitar situar en la planta baja todas las salas de relaciones públicas, y esto por dos razones. La primera es que en la planta baja hay que disponer el alojamiento de los patriarcas, en la parte inferior, y de los niños en el entresuelo, la segunda es que hay que aislar habitualmente a los niños de las relaciones no industriales de la edad madura.» Poisson, Fourier, Antología, París, 1932, pp. 139-144. «Sí, ¡claro!: del Tíbet conocéis la potencia. Implacable enemigo de la altiva inocencia, Apenas ha aparecido y ya arrastra a la vez A la mujer del empleado, a la hija del burgués, A la mojigata severa y a la fría coqueta: Es para los amantes señal de conquista, N o es obligado desafiar su poder; La verdadera vergüenza es no tenerla; Y su tejido, desafiando el chiste que circula, En sus pliegues debilita las trazas del ridículo; Uno diría al verlo que es un talismán vencedor: Da cabida a los espíritus, subyuga el corazón; Para él, llegar es vencer, y triunfar aparecer; Reina conquistando, como soberano, como señor; Y calificando su carcaj de inútil fardo, El Amor de un cachemir formó su diadema.»

t-

[A 5]

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s Edouard [d'Anglemont], Le Cachemire [El Cachemir], comedia en un acto y en verso. Represen­ tada p o r primera vez en París, en el Teatro Real del Odéon, el 16 de diciembre de 1826, París, 1827 p. 30.

[A 5 a, 1]

D elvau sobre Chodiuc-Duclos: «Hizo, bajo el reinado de Luis Felipe, que nada le debía, lo que había hecho bajo el reinado de Carlos X, que sí le debía algo... Sus huesos aspiran más tiempo a pudrirse que su nombre a borrarse de la memoria de los hombres». Alfred Delvau, Les lions du jour [Los leones del día], París, 1867 pp. 28-29.

[A 5 a, 2]

«N o fue sino poco después de la expedición de Egipto cuando se pensó, en Francia, en exten­ der el uso de los preciosos tejidos de cachemir, que una mujer, griega de nacimiento, introdujo en París. M. Ternaux... concibió e! admirable proyecto de naturalizar en Francia las cabras del Indostán. Después... [cuántos obreros que formar, oficios que establecer, para luchar con ventaja con­ tra productos cuya celebridad procede de hace tantos siglos! Nuestros fabricantes empiezan a triunfar... sobre la prevención de las mujeres contra los chales franceses... Se ha conseguido que olviden por un instante los ridículos dibujos de los hindúes, reproduciendo felizmente el estallido y la brillantez de las flores de nuestros arriates. H ay un libro donde se tratan todos estos temas inte­ resantes con un estilo lleno de interés y elegancia. La historio de los chales, por M. Rey, aunque está dedicada a los fabricantes de chales de París, cautivará la atención de las mujeres de París... fste libro contribuirá sin duda, ol mismo tiempo que las magníficas producciones de su autor, a disipar el apasionamiento que les inspira a los franceses el trabajo de los extranjeros. M. Rey, fabri­ cante de chales de lana, de cachemir, etc.,... expuso muchos cachemires, cuyos precios se elevan desde 170 hasta 5 0 0 francos. Le debemos, entre otros perfeccionamientos... la graciosa imitación de flores naturales, para reemplazar las extravagantes palmeras de Oriente. Nuestros elogios serían demasiado débiles, después de la estima..., después de los honorables signos de distinción que ese fabricante-literato le debe a sus largas investigaciones y a su talento: nos basta con nom­ brarlo.» Chenoue y H. D., Notice sur l'exposition des produits de l'industrie et des arts qui a lieu à Douai en 1827 [Noticia acerco de la exposición de los productos de la industria y de las artes que tiene lugar en Douai en 1827], Douai, 1827 pp. 24-25.

1A 6, 1]

Después de 1850: «Durante esos años se crean los G randes Almacenes: Le Bon M arché, Le Louvre, La Belle Jardinière. La cifra de negocios del “Bon Marché", en 1852, ero solamente de 4 5 0 .0 0 0 francos; en 1869 ascendió a 21 millones». G isela Freund, La photographie du point de vue sociologique [La lotogralia desde el punto de vista sociológico], (M(anu)scr(i)to 8 5 /8 6 ). Según Lavisse, Historio de Francia.

[A 6, 2]

«Los impresores... se habían adjudicado, a finales del siglo xvn¡, un vasto emplazamiento... El pasaje du Caire y sus alrededores... Pero, con el crecimiento de París, los impresores se disper­ saron por toda la ciudad... ¡Ay! Cuántos impresores, hoy trabajadores envilecidos por el espíritu de la especulación, deberían recordar que... entre la calle St.-Denis y el patio de M onipodio existe todavía una larga galería ahumada donde yacen olvidados sus verdaderos penates.» Edouard Foucaud, Paris inventeur [Pan's inventor], París, 1844, p. 154.

[A 6, 31

D escripció n del pasaje du Saum on «que, mediante tres escalones de piedra, se abría a lo calle Montorgueil. Era un corredor estrecho decorado con pilastras que soportaban una vidriera a dos aguas, ensuciada con las basuras arrojadas desde las casas vecinas. A la entrada, el distintivo:

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes un salmón de hierro blanco indicaba la cualidad dominante del lugar; en el aire flotaba un olor a pescado... y también un olor a ojo. Y es que aquí el Sur desembarcado en París se da ba cita... A través de las puertas de las tiendas se percibían oscuros cuchitriles donde a veces un mueble de caoba, el mueble clásico de la época, conseguía enganchar un rayo de luz; más lejos un cafetín completamente nublado por el humo de las pipas, un almacén de artículos coloniales que dejaban filtrar un curioso perfume herbáceo, a especias y frutos exóticos, uno sala de baile abierta a los bailarines los domingos y las lardes laborables; y por último la sala de lectura del señor Cecherini, que ofrecía a los clientes sus periódicos y sus libros». J. Lucas-Dubreton, L'aí/aire Alib aud ou Louis-Philippe troqué [Fl asunto A lib aud o Luis Felipe acorralad o] ( 1836), París, 1927, pp. 114-115.

(A 6 a, 11

El p a sa je du S au m o n fu e e sc e n a rio -d u ra n te los d istu rb io s en el en tierro del g e n e ra l Lam arq u e el 5 d e ju n io de 1832 - de una luch a d e b a rrica d as en la q u e 200 tra b a ja d o res se a lz a ­ ron co n tra las tropas.

[A 6 a, 2]

«Martin: £1 comercio, ¿ve usted, señor?... ¡es el rey del mundo! - Desgenais: Estoy de acuerdo con usted, señor Martin; pero el rey no es suficiente; se necesitan súbditos. ¡Pues bueno!, la pin­ tura, la escultura, la música... - Martin: Se necesita un poco de eso... y... yo también he favore­ cido las artes; por ejemplo, en mi último establecimiento, el Café de France; tenía muchas pintu­ ras, temas alegóricos... Además, por las tardes, dejaba entrar a los músicos...; y, en fin, si le invitase a venir a mi casa..., vería bajo mi peristilo dos grandes estatuas apenas vestidas, con un farol cada una en la cabeza. - Desgenais: gUn farol? - Martin: Yo sólo comprendo así la escul­ tura, porque sirve para algo... porque todas esas estatuas, con una pierna o un brazo al aire, gpara qué sirven, si ni siquiera se han dispuesto en ellas conductos para el gas... para qué?» Théodore Barrière, les Parisiens [Los parisinos], París, 1 8 5 5 (Teatro du Vaudeville, 2 8 diciembre 1 8 5 4 ), p. 2 6 . [La o b ra se d esarro lla en 1839.)

IA 6 a, 31

H u b o un p a sa je du D ésir.

[A 6 a, 41

C h o d ru c-D u clo s -u n a figura secu n d aria del P alais R o y a l-, Era m o n árq u ico , an tig u o lu c h a ­ d o r en la V en d ée, y tenía m o tivo s para q u e ja rse a Carlos X p o r d e sa g ra d ecim ie n to . P ro­ testó e x h ib ié n d o se en an d rajo s y d e já n d o se barb a.

IA 6 a, 51

S o b re un g ra b a d o que rep resen ta la fa ch ad a de una tiend a en el p asaje V é ro -D o d a t: «N o es posible alabar lo suficiente este adorno, la pureza de sus perfiles, el efecto pintoresco y bri­ llante que producen los globos que sirven para la iluminación de gas y que están situados entre los capiteles de dos pilastras emparejadas que limitan cada tienda, y cuya separación está decorada con uno luna reflejante». S(ala) d(e las) E(stampas).

[A 7, 1]

En el núm ero 32 del pasaje Brady se encontraba la tintorería quím ica Maison Donnier. Era (famosa) por sus «talleres inmensos», por su «considerable personal» (conocido). En un grabado contem porá­ n eo se ve el establecim iento de dos plantas, coronado por pequeñas buhardillas; se ve a las m ucha­ chas - e n gran n ú m ero - a través de las ventanas; de los plafones, cuelga la colada.

[A 7, 21

G ra b a d o del Im p erio : -La danza del chal en las tres sultanas». S(ala) d(e las) E(stampas). (A 7, 31

81

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s P lanta y a lz a d o d el p a sa je d e la calle Hauteville, n.° 36, e n n e g ro , azul y rosa, del a ñ o 1856, e n papel timbrado. S e dibu ja ta m b ién un h o tel q u e iría allí. En n egrita «Propiedad pora alqui­ lar». S(ala) d(e las) E(stampas; cfr. ilu stració n 4).

(A 7, 4]

Los primeros grandes alm acenes p arecen inspirarse en los bazares orientales. En los grabados se ve, en cualquier caso, (cóm o) en 1880 estaba de moda cubrir de alfombras la balaustrada de los pisos que daban al patio interior. Así en el alm acén «Ville de Saint-Denis». S(ala) d(e las) E(stampas). [A 7, 51 «El pasaje de l'Opéra, con sus dos galerías, llamadas del Reloj y del Barómetro... La apertura de la Ó pera de la calle Le Peletier, en 1821, lo puso de moda, y, en 1825, lo duquesa de Berry vino en persono a inaugurar un "Europomo", en la galería del Barómetro... Las modistillas de la Restau­ ración bailaban en el Baile d'ldalie, instalado en el subsuelo. M á s tarde, un café llamado "Divan de l'Opéra" se estableció en el pasaje... En el pasaje de l'Opéra era de notar también el armero Carón, la editorial de música Margueñe, el postelero Rollet y por último la perfumería de la Ópera... Añadamos... Lemonnier "artista del cabello", es decir, fabricante de sellos de pañuelos, relicarios o artículos funerarios hechos con cabello.» Paul D'Ariste, La vie et le monde du boulevard (18301870) [La vida y el mundo del bulevar ¡¡830-1870)], París, (1930), pp. 14-16.

[A 7, 6]

«El pasaje des Panoramas, llamado así en recuerdo de dos vistas panorámicas que se alzaban a cada lado de su entrada y que desaparecieron en 1831.» Paul D'Ariste, La vida y el mundo del bulevar, París, p. 14.

[A 7, 71

La b e lla a p o te o sis d e M ich elet so b re «la maravilla del chal hindú» en el ca p ítu lo del arte hind ú d e su Biblia de lo humanidad, París, 1864.

[A 7 a, 1]

■El Y eh u d a b e n H alevy, D ijo ella, está su ficien te Y d ig n a m en te p ro teg id o en un B e llo e stu c h e d e cartó n C o n e le g a n te s a ra b e sco s C h ino s, c o m o las lindas B o m b o n e ra s d e M arquis En el p a sa je P anoram a.H ein rich H ein e, H eb r a ísc h e M elod ien [M elodías h e b r e a s 1, Je h u d a b e n H alevy 4, lib ro III del R o m a n cero (c it. e n ca rta d e W iesen gru n d ).

[A 7 a, 21

Letreros. A la m od a del je ro g lífico sigu ió la de las a lu sio n es literarias y b élica s. «Si una erup­ ción de la colina de Montmartre viniera a tragarse París, com o el Vesubio se tragó Pompeya, des­ pués de mil quinientos años se podría recuperar a partir de nuestros letreros la historia de nuestros triunfos militares y la de nuestra literatura.» Victor Fournel, Ce q u'on voit dans les rúes de París [Lo que se ve en las calles de París], París, 1858, p. 2 8 6 («Letreros y carteles»),

[A 7 a, 31

Chaptal en el discurso sobre el registro de los nombres en la industria: «Que no se diga que el consumidor al comprar sabrá distinguir adecuadamente las diferen-

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes

fes calidades de un tejido; no, Señores, el consumidor no puede apreciarlos; él sólo ¡uzga lo que cae bajo los sentidos: ¿bastan el ojo y el tacto para pronunciarse acerca de la solidez de los colores, para determinar con precisión el grado de finura de un tejido y la naturaleza y bondad de los aprestos?». Chaptal, «Rapport au nom d'une commission spéciale chargée de l'examen du projet de loi relatif aux altérations et suppositions de noms sur les produits fabriqués» [«Informe en nombre de una comisión especial encargada del examen del proyecto de ley relativo a las alteraciones y supo­ siciones de nombres en los productos fabricados»]. [Cámara de los Pares de Francia, Sesión de 1824, 17 de julio de 1824], p. 5. La importancia del crédito aumenta

conform e se especializa el conocim iento de las mercancías.

[A 7 a, 4]

«Qué diría yo ahora de este bolsín que, no contento con una sesión ilegal de dos horas en la Bolsa, todavía daba no hace mucho dos representaciones al día, en plena calle, en el bulevar des Ilaliens, delante del pasaje de l'Opéra, donde una masa compacta de quinientos a seis­ cientos jugadores se arrastraban pesadamente a remolque de cuarenta o cincuenta corredores sin título, hablando en voz baja como conspiradores, mientras dos agentes de policía los empu­ jaban por detrás para obligarlos a circular, como se empuja a los corderos gordos y fatigados camino del matadero.» M. J. Ducos (de Grondin), Comment on se ruine a lo Bourse [Cómo se arruina uno en la Bolsa], París, 1858, p. 19.

[A 7 a, 51

En el 271 d e la c a lle Saint-M artin, en el p a sa je du C heval rou ge, tu vo lugar el asesin a to de Lacen aire.

[A 7 a, 6]

letrero: «l'épé-scié».

[A 7 a, 7]

D e A los habitantes de las calles Beauregard, Bourbon-Villeneuve, du Caire y de la Cour des Mirades. Proyecto de dos pasajes cubiertos que van de la plaza du Caire a la calle Beuaregard, que desembocan enfrente de la calle Sainte-Barbe y ponen en comunicación la calle Bourbon-Villeneuve con la calle Hauteville: «Señores, desde hace mucho tiempo nos venimos preocupando por'el futuro de este barrio, sufrimos viendo que las propiedades cercanas al bulevar están muy lejos del valor que deberían tener; este estado de cosas cambiaría si se abrieran vías de comunicación, y como es imposible hacer calles en este entorno, a causa de la diferencia demasiado grande del nivel del suelo, y como el único proyecto practicable es el que tenemos el honor de someteros, esperamos, señores, que en calidad de propietarios... tengan ustedes a bien honrarnos con su concurso y con su adhesión... C ada adherente entregará 5 francos por cada acción de 2 5 0 francos que quiera tener en la sociedad definitiva. Tan pronto como se reúna un capital de 3.000 francos esta suscripción pro­ visional quedará cerrada, siendo la dicha suma desde este momento juzgada suficiente». «París, hoy 20 de octubre de 1847» Im preso de invitación de suscripción.

[A 8, 1]

«En el pasaje Choiseul, M. Comte, "físico del rey", muestra, entre dos sesiones de magia en las que él mismo actúa, su célebre compañía de niños, actores sorprendentes.» J.-L. Croze, «Quelques spectacles de París pendant l'été de 1835» [«Algunos espectáculos de París durante el verano de 1835»] (Le Temps, 22 de agosto de 1935).

[A 8, 2]

«En este punto de inflexión de ia historia, el comerciante parisino hace dos descubrimientos que conmocionan el mundo de la novedad: el escaparate y el empleado masculino. El escaparate,

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s que le obliga a engalanar su casa desde la planta baja hasta las buhardillas y a sacrificar tres­ cientas varas de tejido para llenar de guirnaldas su fachada como un navio almirante; el empleado masculino, que sustituye la seducción del hombre por la mujer, imaginado por los tenderos del antiguo régimen, por la seducción de la mujer por el hombre, mucho más psicológica. Añada­ mos el precio fijo, la marca en cifras conocidas.» H. C louzot y R.-H. Volensi, Le París de La comédie humaine ¡Balzac el ses íournisseurs| [El París de La comedia humana (Balzac y sus provee­ dores)], París, 1926, pp. 31-32 («Almacenes de novedades»).

[A 8. 31

B a lz a c, cu a n d o un a lm a cé n de n o v ed a d es to m ó en alq u iler los lo ca le s q u e h ab ían p erte­ n e c id o a H etzel, el ed ito r de La comedia hum ana, t ía comedio humano ha cedido su sitio a la comedia de los cachemires». (Clouzot y Valensi, El París de La comedia humana, p. 37). [A 8 , 41 P asaje du C om m erce-Sainte-A n d ré: una sala de lectura.

[A 8 a, 1]

«Desde que el G obierno socialista se convirtió en propietario legítimo de todas las casas de París, se las entregó a los arquitectos con la orden... de establecer en ellas las calles-galería... Los arquitectos llevaron a cabo del mejor modo posible la misión que les fue confiada. En el pri­ mer piso de cada casa, tomaron todas las piezas que daban a la calle y echaron abajo los tabi­ q u e s intermedios, después abrieron amplios vanos en los muros medianeros y obtuvieron de esta manera calles-galería que tenían la anchura y la altura de una habitación corriente y ocupaban toda la longitud de una manzana de construcciones. En los barrios nuevos donde las casas con­ tiguas tienen sus pisos poco más o menos a la misma altura, el suelo de las galerías se pudo nivelar de una manera bastante regular... Pero en las casas viejas hubo que elevar o rebajar muchos pisos, y frecuentemente hubo que resignarse o dar al suelo una inclinación un poco rápida o a cortarlo con algunos escalones. C uando todas las manzanas de casas se encontra­ ron atravesadas por galerías que ocupaban... su primer piso, sólo hubo que reunir entre sí esos tramos dispersos, de manera que constituyeran una red... que abarcara toda la extensión de la ciudad. Es algo que se hizo con facilidad estableciendo en cada calle puentes cubiertos... Puen­ tes semejantes, pero mucho más largos, se tendieron igualmente sobre los diferentes bulevares, sobre las plazas y sobre los puentes que atraviesan el Sena, de manera que... un paseante podía recorrer toda la ciudad sin ponerse nunca al descubierto... Desde que los parisinos pro­ baron las nuevas galerías, ya no quisieron poner los pies en las antiguas calles que, decían, sólo eran buenas para los perros.» Tony Moilin, París en l'an 2 0 0 0 [París en el año 2000], París, 1869, pp. 9-11.

[A 8 a, 2]

«El primer piso está ocupado por calles-galería... A lo largo de las grandes vías... forman calles-salón... Las demás galerías, mucho menos espaciosas, están más modestamente a d o r­ nadas. Están reservadas para el comercio al por menor, que dispuso allí sus mercancías de tal manera que los que pasan ya no circulen delante de los almacenes, sino por su mismo interior.» Tony M oilin, París en el año 2 0 0 0 , París, 1869, pp. 15-16. ¡«Casos modelo»), [A 8 a, 31 Dependientes^:) «Hay por lo menos 2 0 .0 0 0 en París... Un número muy grande de dependientes han estudiado humanidades...; entre ellos se ven incluso pintores y arquitectos alejados del estu­ dio, que sacan un maravilloso partido de sus conocimientos... de esas dos ramas del arte para

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes la construcción de escaparates, para la disposición que hay que dar a los diseños de las nove­ dades y para la dirección de las modas por crear». Pierre Larousse, G ra n d diclionnaire universel du

XIX

siècle [Gran diccionario universal del siglo

XIX ],

III, París, 1867 (arte calicot), p. 150. [A 9. 1]

«¿A qué móvil obedeció el autor de los Esludios de costumbres al imprimir con tanta viveza, en una obra de imaginación, a los notables de su tiempo? En primer lugar a su propio agrado, no cabe duda... Eso explica las descripciones. H ay que buscar otra razón para las menciones direc­ tas y na encontramos otra mejor que una intención de propaganda bien marcada. Balzac es uno de los primeros en haber adivinado el poder del anuncio y sobre todo del anuncio encubierto. En aquel tiempo... los periódicos ignoraban su fuerza... sólo a duras penas, hacia media noche, cuando los obreros acababan la compaginación, los anunciantes conseguían deslizar bajo una columna algunas líneas sobre la Pasta de Regnault o la Mixtura Brasileña. N o se conocía el folleto de propaganda. Y más desconocido todavía era un procedimiento tan ingenioso como la cita en una novela... los proveedores elegidos por Balzac... puede decirse, sin temor a equi­ vocación, que son los suyos... N adie, más que el autor de César Birotteau, adivinó el poder ili­ mitado de la publicidad... Si se dudara de lo intención, bastaría con poner de relieve los epíte­ tos... que les aplica a los industriales o a sus productos. Imprime sin vergüenza: la célebre Victorine, Plaisir, un ilustre peluquero, Staub, el sastre más célebre de esta época, Gay, un za p a ­ tero famoso... calle de la M ichodiére (hasta las señas)... la "cocina del Rocher de Cancale... el primero de los restaurantes parisinos..., es decir, del mundo entero".» H. C louzot y R.-H. Valensi, El París de La comedia humana (Ba/zac y sus proveedores) París, 1926, pp. 7-9 y 177-179. IA 9, 21 El p a sa je V é ro -D o d a t u n e la calle Croix-des-Petits-Champs c o n la calle Jean-Jacques-Rousseau. En esta últim a c e le b ra b a C aber su s re u n io n e s en 1840. D el a m b ie n te q u e allí p re­ d o m in a b a da id ea M artin N adaud, M em o ria s de Leonardo, antiguo masón: «Todavía tenía en la mano la toalla y la navaja de afeitar que acaba de utilizar. N o s pareció conm ovido de ale­ gría al vernos convenientemente vestidos, con aire serio: "¡Ah! Señores, dice (no dice: ciudada­ nos), si sus adversarios les conocieran, ustedes desarmarían sus críticas; sus modales, el porte de ustedes son propios de la gente más distinguida".» Cit. en Charles Benoist, «L'homme de 1848» [«El hombre de 1848»], Il (Revue des deux mondes, 1 de febrero de 1914, pp. 641642). C a ra cterístico d e C abel e s su o p in ió n d e q u e los tra b a ja d o res n o han d e o c u p a rse en escrib ir.

[A 9, 3i

Calles-salón: «Las más amplias y las mejor situadas de entre ellas [se. las calles-galería] estuvie­ ron adornadas con gusto y suntuosamente amuebladas. Se cubrieron las paredes y los techos con... mármoles raros, dorados... espejos y cuadros; se guarnecieron las ventanas con magnífi­ cas colgaduras y cortinas bordadas con dibujos maravillosos; sillas, sillones, canapés... ofrecie­ ron cómodos asientos a los paseantes fatigados; por último algunos muebles artísticos, antiguos cofres... vitrinas llenas de curiosidades... jarrones de porcelana con flores naturales, acuarios lle­ nos de peces vivos, pajareras pobladas de pájaros raros completaron la decoración de las calles-galería donde iluminaban la tarde... candelabros dorados y arañas de cristal. El G obierno quiso que las calles pertenecientes al pueblo de París superasen en magnificencia a los salones de los soberanos más poderosos... Desde por la mañana, las calles-galería se ponen en manos del personal de servicio que airea, barre cuidadosamente, cepilla, sacude el polvo, limpia los

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s muebles y mantiene en todas partes la más escrupulosa limpieza. A continuación, según la esta­ ción, se cierran las ventanas o se dejan abiertas, se enciende la luz o se bajan las persianas... Entre las nueve y las diez, todo ese trabajo de limpieza ha terminado y los que pasan, raros hasta entonces, comienzan a circular en mayor número. La entrada de las galerías está riguro­ samente prohibida a cualquier persona desaseada o que cargue con grandes bultos; está igualmente prohibido fumar y escupir en ellas». Tony Moilin, París en el año 2000, París, 1869, pp. 26-29 («Aspecto de las calles-galería»),

IA 9 a, 1]

Los oímacenes de novedades se b a sa n en la libertad de co m e rcio garantizada p o r N apoleón I. «De estas casas, famosas en 1817 que se llamaban la Fille mal gardée, el Diable boiteux, la M a s ­ que de 1er o los Deux Mogols, sólo subsiste una. Incluso muchas de las que las reemplazaron, bajo Luis Felipe, se han venido abajo más tarde, como la Belle Fermière y la Chaussée d'Antin, o han sido liquidadas mediocremente, como el Coin de rue y el Pauvre Diable.» V'e G. d'Avenel, «Le méca­ nisme de la vie moderne.'I. Les grands magasins» [«El mecanismo de la vida moderna. I. Los gran­ des almacenes»! (Revue des deux mondes, 15 de julio de 1894, p. 334).

[A 9 a, 21

La se d e del C aricature, d e P h ilip o n s, e sta b a e n el p a sa je V éro-D od at.

[A 9 a, 3)

P a sa je du Caire. C o n stru id o c u a n d o N a p o leó n v u elv e d e E gipto. C o n tien e algu n as rem i­ n isce n c ia s eg ip cia s en los reliev es: c a b e z a s c o n form a de e sfin g e so b re la en trad a, etc. «Los pasajes son tristes, sombríos, y a cada momento se cruzan de una manera desagradable para la vista... Parecen... destinados a los talleres de litografía y a los almacenes de encuadernación, al igual que la calle adyacente está destinada a las fábricas de sombreros de paja; raros son los transeúntes que pasan por ellos.» Élie Berthet, Rue et passage du C aire IPoris chez soi) [Colle y pasaje du Caire (Paris en casa)], Paris, (1854), p. 362.

[A 10, 1]

«En 1798 y 1799 la expedición de Egipto llegó a prestar una importancia espantosa a la moda de los chales. Algunos generales del ejército expedicionario, aprovechando la vecindad de la India, enviaron a sus mujeres y a sus amigos chales... de Cachemira... A partir de ese momento, la enfermedad, que podría llamarse la fiebre del cachemir, tomó proporciones considerables, creció bajo el Consulado, cre­ ció bajo el Imperio, se convirtió en gigantesca bajo lo Restauración, colosal bajo el gobierno de julio, y ha alcanzado finalmente el estado de esfinge después de la revolución de febrero de 1848.» París chez soi [París en casa], p. 139 (A. Durand, Chales-Cachemires indiens et français [Chales de Cache­ mira indios y franceses]). Incluye una entrevista co n M. Martin, calle Richelieu, 39, propietario del alm acén -Aux Indiens»; infonna de qu e chales q u e antes costab an entre 1.500 y 2.000 francos, se pu eden conseguir ahora po r un precio de entre 800 y 1.000 francos.

[A 10, 2]

T o m a d o de B razier, G a b riel y D u m ersan : Los pasajes y las calles. Vodevil en un acto. Repre­ sentado por primera vez en París, en el teatro des Variétés, el 7 de marzo de 1827, París, 1827. C o m ien z o d e u n c u p lé del a ccio n ista D ulingot: «Para los pasajes hago Votos siempre nuevos: En el pasaje Delorme He invertido cien mil francos.» (Pp. 5-6.) «Advertid que se quieren cubrir todas las calles de París con vidrios y que eso va a producir boni­ tos invernaderos; viviremos dentro como melones.» (P. 19.)

[A 10, 31

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes T o m a d o d e G irard, D es to m b e a u x ou d e l'in flu en ce d es institutions fu n è b r e s su r les m œ u rs

[S ob re ¡as tu m b a s o d e la in flu e n c ia d e las in stitu cion es fú n e b r e s s o b r e la s costum bres], Paris, 1801: «El nuevo pasaje du Caire, cerca de la calle Saint-Denis, está pavimentado en parte con piedras de sepulcros de las que ni siquiera se han borrado las inscripciones góticas ni los emblemas». El a u to r q u iere in d icar c o n ello la d e ca d e n cia d e la p ied ad . Cit. en Édouard Four­ nier, Chroniques el légendes des rues de Paris [Crónicos y leyendas de los calles de Paris], Paris, 1864, p. 154.

[A 10, 4]

Brazier, G a b rie l y D u m ersan , Los pasajes y las calles, o la guerra declarada. Vodevil en un acto. Representado por primera vez en París, en el teatro des Variétés, el 7 de marzo de 1827^ París, 1827. El partid o d e los en e m ig o s de los p a sa jes está form ad o p o r M. D u p erron , comer­ ciante de paraguas, M me. D uhelder, mujer de un alquilador de carrozas, M. M ouffetard, fabri­ cante de sombreros, M. B la n c m a n te a u , comerciante y fabricante de chanclos, Mme. D u b ac, ren­ tista; cad a u n o d e e llo s p ro v ien e de un b arrio d iferen te. M. D uling ot se interesó p e rso n a lm en te p o r el a su n to d e los p asajes, ya q u e h ab ía c o lo c a d o su d in ero en a c cio n es d e p a sa jes. El a b o g a d o d e M. D u lin g o t es M. Pour, el de su s en e m ig o s M. C on tre. En la e sc e n a a n tep en ú ltim a (la 1 4), a p a re ce M. C on tre al fo n d o d e las ca lle s. Sus n o m b res son c o m o b a n d era s. Entre e llo s, la calle aux Ours, calle Bergère, calle du Croissant, calle du Puitsqui-Parle, calle du Grand-Hurleur. A la sig u ien te e s c e n a c o rre sp o n d e el d esfile d e los p asajes c o n sus b a n d era s: p a sa je du Sau m o n , d e l’A ncre, du G rand -C erf, du P ont-N eu f, d e l’O p éra, du P an o ram a. En la e sc e n a sig u ie n te y últim a (la 1 6), su rg e Lu tèce del se n o d e la tierra, prim ero b a jo la figura d e u n a a n cia n a . A nte ella p ro n u n cia M. Contre su a leg a to co n tra los p a sa jes, d e sd e el p u n to d e vista d e las ca lles: «Ciento cuarenta y cuatro pasajes abren sus bocas abismales para devorar a nuestros clientes, para hacer que discurran las mareas sin cesar renacientes de nuestra multitud ociosa y activa. jY quieren ustedes que nosotras, las calles de París, seamos insensibles a esta usurpación de nuestros antiguos derechos! No, pedimos... la pro­ hibición de nuestros ciento cuarenta y cuatro adversarios y quince millones quinientos mil francos por daños e intereses» (p. 29). El a leg a to de M. P ou r a fav or de los p asajes tie n e la form a ele un c u p lé . D e él: «Se nos proscribe, y nuestro uso es cómodo, ¿ N o hemos hecho, gracias a nuestro risueño aspecto, Q u e todo París adopte la moda De esos bazares, famosos en Oriente? ¿Q ué son esos muros que la multitud contempla? ¿Esos ornamentos, sobre todo esas columnas? N o s creeríamos en Atenas, y ese templo Ha sido elevado al comercio por el gusto» (pp. 29-30). L u tèce zan ja la disputa: «El asunto es extenso, Genios de las luces, obedeced mi voz. (En ese momento toda la galería se ilumina con el gas.)» (p. 31). Un b allet d e ca lle s y p asajes cierra el vo d e vil.

[A 10 a, 1J

« N o vacilo en absoluto al escribirlo, por muy tremendo que esto pueda parecerle a los serios escritores de arte: fue el dependiente quien levantó la litografía... C ondenada a las figuras según Rafael, a los Briséis de Regnault, casi estaba muerta; Dependiente la salvó.» Henri Bouchot, La lithographie [La litografía], París, (1859), pp. 50-5!.

87

[A 11, 1]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te ria le s «En el pasaje Vivienne, Ella me dijo: soy de la Vienne. Y añadió: Vivo en casa de mi lío, ¡El hermano de papá! Le cuido un forúnculo, Es un deslino lleno de encantos. Yo debía encontrar a la doncella En el pasaje Bonne-Nouvelle, Pero en vano la esperé En el pasaje Brady. ¡Así son los amores de pasaje!» Narcisse Lebeau, cit. en Léon-Paul Fargue, «Cafés de Paris II» [«Cafés de París II»], [en Vu, IX, 416, 4 de morzo de 1936],

[A 11, 2]

«N o hay ninguna razón particular... a primera vista, para que la historia haya recibido ese nom­ bre: Le M a g asin d'Anliquilés. Sólo hay dos personajes que hayan tenido algo que ver con esa clase de tiendas, y desde las primeras páginas la abandonan para siempre... Pero, cuando estu­ diamos las cosas con más atención, nos damos cuenta de que ese título es una especie de clave paro toda la novela de Dickens. Sus historias tenían siempre como punto de partida algún recuerdo de la calle; los almacenes, tal vez la más poética de todas las cosas, ponen a menudo en movimiento su desbocada imaginación. C ad a tienda, de hecho, despertaba en él la idea de un relato. Entre las diversas series de proyectos..., podemos sorprendernos de no ver comenzar uno inagotable bajo el título de La Rué, cuyos capítulos serían las tiendas. H abría podido hacer novelas deliciosas: La Boutique du Boulanger, La Pharmacie, La Boutique du M a rch a n d d'Huiles; semejantes al M a g asin dAnliquités.» G, K. Chesterton, Dickens. Traducido por Laurent y Martin-Dupont, París, 1927, pp. 82-83.

[A 11, 31

«Evidentemente es posible preguntarse en qué medida el propio Fourier creía en estas fantasías. Él llegó a lamentarse en sus manuscritos de los críticos que toman al pie de la letra lo figurado, y a hablar en otros lados de sus "rarezas estudiadas". N o es absurdo pensar que haya en ello al menos una parte de charlatanismo voluntario, una aplicación en el lanzamiento de su sistema de los procedimientos de publicidad comercia!, que comenzaban a desarrollarse.» F. Armand y R. Maublanc, Fourier, I, París, 1937, p. 158. ■ E xposiciones ■

[A 11 a, 1]

C o n fesió n de P ro u d h o n al final d e su vida (e n La justicia; co m p a ra r c o n la visión de F o u ­ rier so b re el falan sterio ): «He tenido que civilizarme. Pero, ¿lo confesaré?, io poco que he visto de ello me disgusta... O d io las casas de más de un piso, en las que, al revés que en la jerarquía social, los pequeños están izados a lo alto y los grandes establecidos cerca del suelo». (Cit. en Armand Cuvillier, M a rx el Proudhon. A la lumière du marxísme [M a rx y Proudhon. A la luz del marxismo], II, primera parte, París, 1937, p. 211.)

(A 11 a, 21

Blanqui: «He llevado, dice, la primera escarapela tricolor de 1830, hecha por M me. Bodin, pasaje du Commerce». Gustave Geffroy, L'enlermé [Eí olor a cerrado], París, 1897, p. 240. IA 11 a, 31

P a s a je s , alm acenes de novedades, dependientes B au d elaire aú n e sc rib e «un libro resplandeciente como un pañuelo o un chal de la India». Bau­ delaire, L'art romantique [El arte romántico], Paris, p. 192 («Pierre Dupont»).

lA 11 a, 4]

La c o le c c ió n Crauzat p o se e una b ella re p rese n ta ció n del p asaje d es P an o ram as en 1808. Allí m ism o hay un p ro s p e c to d e un puesto de limpieza de calzado q u e en lo e s e n c ia l tiene q u e ver c o n el g a to c o n b o ta s.

( A l l a. 51

B au d ela ire el 25 d e d ic ie m b re d e 1 8 6 l a su m ad re s o b r e el in te n to d e e m p e ñ a r un ch a l: «M e han dicho que a! acercarse el día de Año Nuevo, había en los puestos de venta una gran acumulación de cachemires, y que se intentaba quitarle al público las ganas de adq ui­ rirlos». C harles Baudelaire, Lettres à sa mère [C arlas a su madre], París, 1932, p. 198. [ A l l a , 61 «Nuestro siglo enlazará el reino de la fuerza aislada, abundante en creaciones originales, con el reino de la fuerza uniforme, pero niveladora, que iguala los productos, arrojándolos en masa, y obedece o un pensamiento unitario, expresión última de las sociedades.» H. de Balzac, L illustre G audissart [El ilustre Gaudissart], París, ed. Calman-Lévy, p. 1 (1837).

|A 11 a. 71

El volum en de ventas del Bon m arché sube en el periodo 1 8 5 2 -1 8 6 3 de 4 5 0 .0 0 0 a 7 millones de francos. El aum ento de beneficios debió de haber sido m ucho más pequeño en porcentaje. Mayor venta con m enor p rovecho fue un principio nuevo adaptado a las circunstancias generales de una mul­ titud de com pradores y una gran cantidad de m ercancía alm acenada. En 1852 B oucicaut se asocia con Vidau, propietario del almacén de novedades Au bon m arché. «La originalidad consistía en vender la mercancía con garantía al precio de la mercancía de baratillo. La marca en cifras conocidas, otra innovación audaz que suprimía el regateo y la "venta al procedimiento”, es decir, el aumento del precio del objeto según la fisonomía de los compradores; la "devolución", que le permitía al cliente anular voluntariamente su compra; y, por último, el pa go casi íntegro a los empleados mediante una comisión sobre las ventas: tales fueron los ele­ mentos constitutivos de la nueva organización.» G eorges d'Avenel, «El mecanismo de la vida moderna: los grandes almacenes» (Revue des deux mondes, tomo 124, París, 1894, pp. 3 3 5 -3 3 6 ). í a 12 , 1 ]

Inicialmente, en la previsión de costes de los grandes alm acenes pudo haber jugado un papel la ganancia de tiem po con respecto al negocio al por menor, com o con secu encia de la supresión del regateo. [A 12 , 2] Un ca p ítu lo titulado -C hales, ca ch em ire s- en E x p osición d e la in d u stria en e l Louvre, d e B o rn e . Ludw ig B o r n e , G esam m elte S chriften [Escritos reu n idos], III, H am burgo/ Franklurt a. M., 1 8 6 2 , p. 260 .

[A 12, 31

En B a ud ela ire e m erg e la fiso n o m ía del pasaje en una fra se al c o m ie n z o de «El jugador gene­ roso»: « M e parece singular que yo haya podido pasar tan a menudo por delante de esa pres­ tigiosa madriguera sin adivinar su entrada». (Baudelaire, Œ uvres [Obras]), I. (Texto establecido y anotado por Y.-G. Le Dantec, París, 1931), p. 456.

[A 12, 4]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Rasgos específicos del gran, ahnacén: los. clientes.se sienten com o masa-; se les pone, frente a toda la m ercancía alm acenada; dominan.toda.s-Jas plantas de un golpe de vista; pagan precios fijos; pueden «devolver si no están satis­ fechos» lo que han com prado. ■ ‘ ------------------- --- [A 12, 51 ■En aq u ellas partes de la ciu d ad d o n d e se en c u e n tra n los teatro s y p a se o s p ú b lic o s..., d o n d e viven y se d e sen v u elv en la m ayoría d e los e x tra n jero s, ap en a s hay un ed ificio sin tiend as. En c u e stió n d e un m inu to, de un p rim er p aso, h an d e actu ar las fu erzas de atrac­ ción ; p u es un m inu to m ás tarde, un p a so m ás allá, el tran seú n te se en cu en tra an te otra tiend a... Es c o m o si a u n o le secu e stra ra n b ru sca m e n te los o jo s: d e b e m irar y p erm a n ecer allí de p ie hasta q u e la m irada reto rn e. El n o m b re del c o m e rc ia n te y d e su m erca n cía está escrito d iez v e ce s en los letrero s d e p u ertas y v en tan as, el e x te rio r del lo cal p a re ce el c u a ­ d e rn o e sc o la r d e un n iñ o q u e re p ite u n a y otra vez su tarea de u n as p o c a s p alab ras. Las telas n o se e x h ib e n en m uestras, sin o q u e se cu e lg a n en g ran d es rollos ju n to a las pu ertas y las v e n tan as. A lgu nas v e c e s se cu elg a n a la altura d e un te rc er p iso, d e sd e d o n d e llegan al su e lo d e sp u é s d e m últip les en trela z a m ien to s. El zap atero ha p in tad o p o r c o m p le to la fa ch ad a de su c a sa c o n za p a to s d e to d o s lo s c o lo re s, c o m o en b ata lló n . El carte l d el c e rra ­ je ro e s una llave do rad a d e seis p ies de alto , las g ig an te scas p u ertas d el c ie lo n o n e c e s ita ­ rían una llave m ayor. En las le n ce ría s hay p in tad as m ed ias b la n c a s d e cu atro c o d o s d e alto, d e tal m o d o q u e en la o scu rid a d se cree ría q u e se d e slizasen b la n c o s fan tasm as... P ero de un m o d o m ás n o b le y e n ca n ta d o r, re tien en al p ie y al o jo los c u ad ro s c o lg a d o s en m u ch as tien d as... E stos cu ad ro s n o p o c a s v e c e s so n v erd ad eras o b ra s d e arte, y si estu v ie ran en el Louvre h ab ría e x p e rto s q u e se plan tarían a n te ello s, si n o c o n ad m iració n , sí c o n p lacer... En la casa d e un fa b rica n te de p e lu q u in e s h ay un cu ad ro q u e c ie rta m e n te está m al p in ­ tad o, p ero q u e c o n tie n e una ex tra v a g a n te o cu rren cia. El p rín cip e h ere d ero A b saló n cu elg a d e un á rb o l p o r los p e lo s, y u n a lanza e n em ig a lo atraviesa. D e b a jo , los v erso s: "Contem­ plad de Absalón la deplorable suerte, | si hubiera llevado peluca, habría evitado la muerte". O tro ... cu ad ro , q u e rep resen ta a una d o n c e lla q u e re cib e, arrodillada, u n a gu irn ald a de m a n o s d e un c a b a lle ro , a d o rn a las p u ertas de una m od ista.- Ludw ig B o rn e , S ch ild eru n g en

a its P a rís (1 8 2 2 u n d 1 8 2 3 ) 1D escrip cion es d e P arís en 1 8 2 2 y 1823], VI: L as tien das. ( S ám t!{iche) W {erke[O b ras completas]-, recte: E scritos reu n id os)), III, H am b(urgo)/Frankfurt a. M., 18 6 2 , pp. 46 -4 9 -

[A 12 a]

R especto a la «embriaguez religiosa de las grandes ciudades» de Baudelaire: los grandes alm acenes son los tem plos consagrados a esta em briaguez. [A 131

B [M o d a ] “M oda: ¡D oña M uerte! ¡D oña Muerte!» G ia co m o Leopardi, G espräch z w isch en d e r M ode

u n d d em Tod [D iálogo en tre la m o d a y la muerte]. «Nada muere, todo se transforma.» Honoré de Balzac, Pensées, Su/e/s, Fragmente [Pensamien­ tos, temas, fragmentos], Parts, 1910, p. 46. •

Y el tedio es el enrejado ante el que la cortesana se burla de la muerte. ■ Tedio B [B i, i] Similitud de los pasajes con las galerías cubiertas en las que se aprendía a m ontar en bicicleta. En estas galerías, la mujer adoptó su figura más tenta­ dora: la de ciclista. Así ap arece en los carteles de entonces. Chéret, el pintor de esta belleza fem enina. El traje de la ciclista, com o prefiguración inmadura e inconsciente de la indumentaria deportiva, corresponde a las prefiguracio­ nes oníricas que aparecieron un p o co antes o después para la fábrica o el automóvil. Del mismo m odo que los primeros edificios fabriles se aferran a la forma tradicional del bloque de viviendas, y las primeras carrocerías de automóviles imitan carrozas, en la vestim enta de la ciclista la expresión deportiva lucha aún con el ideal tradicional de elegancia, y el resultado de esta lucha es ese cariz obstinado y sádico que la hace incom parablem ente provocativa para el m undo masculino de aquellos años. ■ Construcciones oníricas ■ [B 1, 2] -En esto s a ñ o s [en to rn o a 18801 la m oda re n a cim ie n to n o só lo co m ie n za a alterar el p an o ­ ram a, sin o q u e p o r o tro la d o su rge el in terés de la m u jer p o r el d e p o rte, so b re to d o p or la h íp ica, y am b as c o sa s influyen so b re la m od a en d o s d ireccio n es c o m p le tam en te d iferen ­ tes. R esulta origin al, si b ien n o siem p re b e llo , el m o d o en q u e los a ñ o s q u e van d e 1882

91

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s a 1885 intentan m ediar entre las im presiones p o r las q u e es traída y llevada el alm a fem enina. Se procura una solución hacien d o el talle lo m ás c eñ id o y sim ple p osib le, la falda sin em bargo tanto más ro co có .- 70 ¡a b re den tsche M ode 1 70 a ñ o s d e m o d a a le m a n a ], 1925, pp. 84-87. IB 1, 3)

Aquí la moda ha inaugurado el lugar de intercambio dialéctico entre la mujer y la mercancía -e n tre el placer y el ca d á v e r-. Su dependienta, enorm e y des­ carada, la muerte, toma las medidas al siglo, hace ella misma, por ahorrar, de maniquí, y dirige personalm ente la liquidación, llamada en francés «revo­ lución». Pues nunca fue la m oda sino la parodia del cadáver multiforme, pro­ vocación de la muerte mediante la mujer, am argo diálogo en susurros, entre risas estridentes y aprendidas, con la descom posición. Eso es la m oda. Por eso cam bia con tanta rapidez; pellizca a la muerte, y ya es de nuevo otra para cuando la muerte intenta golpearla. No le ha debido nada en cien años. Solamente ahora está a punto de abandonar la palestra. La m uerte, en cam ­ bio, a la orilla de un nuevo Leteo que extiende su corriente de asfalto por los pasajes, erige el esqueleto de las prostitutas co m o trofeo. ■ Revolución ■ Amor ■ [B i, 4] -Plazas, o h plaza de París, in term in a b le teatro de batalla d o n d e la m odista, M adam e Lam ort, riza y co m p o n e los ca m in o s in q u ieto s de la tierra, cin tas sin fin, y se inven ta c o n ella s n u ev os lazos, volan tes, flores, e sca ra p ela s, fm to s artificiales.R. M. Rilke, D a in es er E legien [Elegías d e D u in d , Leipzig, 1923, p. 23.

IB 1, 51

«N ad o esto totalmente en su sitio, es la moda quien fija el sitio de todo.» L'espríl d'Alphonse Karr [El espíritu de AIphonse Karr], París, 1877, p. 129: «Si una mujer con gusto, al desvestirse por la noche, se encontrase hecha en realidad tal como ella ha simulado ser durante todo el día, me gusta pensar que la encontraríamos a la mañana del día siguiente ahogada y bañada en sus lágrimas». A lp h o n se Karr, cit. en F. Th. Vischer, M ode a n d Cynism us [M oda y cin ism d , Stuttgart, 1879, pp. 106-107.

[Bl,61

Se encuentra en Karr una teoría racionalista de la moda de la que se puede pensar que está estrechamente emparentada con la teoría racionalista del ori­ gen de las religiones. El motivo de que surgieran las faldas largas es, según él, el interés de ciertas señoras por ocultar la fealdad de sus (pies). O denuncia com o origen de cienos modelos de sombreros y peinados el deseo de com ­ pensar una escasa cabellera. [B i, 7) ¿Quién sabe hoy día en qué lugares de la última d écada del siglo pasado mostraba la mujer al hom bre su im agen más seductora, la prom esa más íntima de su figura? Era en los pabellones cubiertos y asfaltados en los que se aprendía a m ontar en bicicleta. Es co m o ciclista co m o la mujer le disputa a la tonadillera la hegem onía en los carteles, (y) le imprime a la m oda su línea más atrevida. [B 1, 81

M oda

El más ardiente interés de la m oda reside para el filósofo en sus e x tra o r­ dinarias an ticipaciones. Es sabido que el arte, de m uchas m aneras, co m o por ejem plo en im ágenes, se anticipa en añ os a la realidad p erceptible. Se han p odido ver calles o salon es que resplandecían en fuegos m ulticolores antes de que la técn ica, a través de los an un cios lum inosos y otras insta­ laciones, los co lo cara bajo una luz sem ejante. De igual m od o, la sensibi­ lidad clel artista p o r lo v en id ero llega m u ch o más allá que la de una gran señ ora. Y, sin em b argo, la m oda está en un c o n ta cto m ás co n stan te y p re­ ciso co n las co sas venideras m erced a la intuición in com p arab le que p osee el co lectivo fem enino para aquello que el futuro ha p reparado. Cada tem porada trae en sus m ás n o v ed o sas creacio n es ciertas señales secretas de las cosas venideras. Quien supiese leerlas no sólo co n o cería p or an ticipado las nuevas corrien tes artísticas, sino los n u evos cód igos legales, las n uevas gu erras y revoluciones. Aquí radica sin duda el m ayor atractivo de la m oda, p ero tam bién la dificultad para sacarle partido. [B 1 a. 1]

“Se traduzcan cuentos populares rusos, historias familiares suecas, o novelas picarescas inglesas, acabarem os siem pre por volver a Francia para hallar lo que proporciona a la masa la tónica general, y no porque sea siem pre la ver­ dad, sino porque siem pre será la moda.» Gutzkow, B ríefe a u s París [Cartas d e París], II, (Leipzig, 1842), pp. 227-228. Ciertam ente, lo que da siem pre la tónica es lo novísim o, pero sólo cuando surge en m edio de lo más antiguo, pasado y acostum brado. El esp ectácu lo de cóm o, en cada caso, la última novedad se forma en m edio de lo pasado, constituye el esp ectácu lo propia­ m ente dialéctico de la m oda. Sólo así, co m o exposición grandiosa de esta dia­ léctica, son comprensibles los curiosos libros de Grandville, que causaron furor a m ediados de siglo. Cuando presenta un nuevo abanico co m o abanico de Iris, y su nuevo diseño representa un arco iris, cu and o la Vía Láctea repre­ senta una avenida iluminada en la n oche por candelabros de gas, y «la Luna pintada por sí misma», en lugar de descansar entre nubes lo hace entre coji­ nes bordados a la última m oda, entonces es cuando se com prende que p re­ cisam ente en este siglo tan seco y ayuno de fantasía toda la energía onírica de una sociedad se refugió con redoblado ímpetu en e(l) im penetrable y silencioso reino nebuloso de la moda, a don(de) el entendim iento no podía seguirla. La m oda es la precursora del surrealismo, o mejor: la eterna figura que le guarda el asiento. [B 1 a, 2] D os grab ad o s lascivos de Charles V ernier representan, co ntrap u estos, «una boda en velocípe­ dos». La b icicleta o frecía una p o sib ilid ad in so sp ec h a d a para rep resen tar el arremangado.

[B 1 a, 31 Sólo se obtiene una perspectiva definitiva de la m oda con sid eran d o có m o , para toda g en eració n , la que acab a de p asar le resulta el más p otente anti(a)frodisíaco que se pueda concebir. Este juicio no ca re ce p or com p leto de justificación, contra lo que pudiera su pon erse. En toda m oda hay algo

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

de am arga sátira sobre el amor, en toda m oda se hallan trazadas sin co m ­ pasión todas las perversiones sexu ales, toda m oda abunda en resistencias ocultas contra el amor. M erece la p ena reflexion(ar) sobre la siguiente observación de G rand-Carteret, p or superficial que sea: «En las escenas de la vida amorosa es donde se siente aparecer, en efecto, todo la ridiculez de cier­ tas modas. Esos hombres, esas mujeres no son grotescos en gestos ni en poses, ni el tupé ya de por sí extravagante, ni el sombrero alto, ni la levita entallada, ni el chal, ni las grandes pamelas, ni los pequeños borceguíes de tela». Y es que

afrontar las m odas de g en eracio n es pasadas es algo m u ch o más im portante de lo que norm alm ente se su pon e. Uno de los principales asp ecto s del v es­ tuario histórico es que em p ren d e tal afrontam iento, sobre tod o en el tea­ tro. La pregunta por el vestuario rebasa el teatro y penetra profundam ente en la vida del arte y de la literatura, d ond e la m oda es a la vez co n servad a y superada. IB 1 a, 4] Se estaba ante un problem a com pletam ente análogo con resp ecto a las nue­ vas velocidades, que introdujeron un ritmo distinto en la vida. Ya al princi­ pio, tam bién se exp erim entó este ritmo a m od o de juego. A parecieron las m ontañas rusas, y los parisinos se entregaron co m o posesos a este placer. En 1810, anota un cronista que en el parque M ontsouris, donde estaban estas diversiones, una clama se había gastado en una tarde 75 francos. A m en u d o el n u ev o ritm o de la vida se an u n cia del m o d o m ás insospech(a)do, co m o en los carteles. «Esas imágenes de un día o de una hora, deslavadas por los chaparrones, carbonizadas por los chiquillos, quemadas por el .sol y que otras a veces han recubierto antes incluso de que se hayan secado, sim­ bolizan, en un grado más intenso aún que la prensa, la vida rápida, agitada, mul­ tiforme, que nos arrastra.» M a uric e Talmayr, La cité du sang [La ciudad de la san­ gre], París, 1901, p. 2 6 9 . En los prim eros tiem pos clel cartel no había ninguna

ley que regulara su co lo cació n ni que lo protegiera, o bien protegiera de ellos, de m odo que uno podía levantarse una m añana y en con trar un car­ tel p egad o a su ventana (sic). En la m oda se satisfizo desde siem pre esta enigm ática necesidad de sensación. Pero a su fondo sólo p uede llegar una investigación teológica, pues exp resa una con du cta profundam ente afectiva del hom bre en relación al curso de la historia. Se quiere relacionar este afán de exp erim entar sen sacion es co n uno de los siete p ecad os capitales, y no sorprende que un cronista lo vincule co n profecías apocalípticas, anun­ ciando el tiem po en que los hom bres, a causa de(l) e x ce so de luz e lé c ­ tr ic a ), se quedarán ciegos, y, a causa del ritmo de la transm isión de noti­ cias, se volverán locos. (D e Jacq u es Fabien, París e n so n ge [París e n sueños], París, 1863.) IB 2, U «El 4 de octubre de 1856 el Gymnose representó una obra de teatro titulada: Los baños llama­ tivos. Era el tiempo del miriñaque, y las mujeres con ropa ahuecada estaban de moda. La actriz que desempeñaba el papel principal, habiendo comprendido las intenciones satíricas del autor, llevaba un vestido cuya falda, exagerada a propósito, tenía una amplitud cómica y casi ridicula. Al día siguiente de la primera representación, se le solicitó su ropa como modelo para más de

M od a veinte damas, y ocho días después el miriñaque había doblado su dimensión.» M axim e Du Camp, Paris [París], VI, p. 1 9 2 .

[B 2 , 2]

«La moda es la búsqueda siempre vana, a menudo ridicula, a veces peligrosa, de una belleza superior ideal.» Du Camp, París, VI, p. 2 9 4 .

[B 2, 3]

El lema de B alzac es sum am ente apropiado para exp licar la ép oca del infierno. Explicar, a saber, que esta ép o ca no quiere sab er nada de la m uerte, que la m oda tam bién se burla de ella, que la aceleración del trá­ fico, el ritmo de transm isión de noticias - e n el que se su ced en las edicio­ nes de los p erió d ico s-, acaban por eliminar toda interrupción, todo final brusco, y que la m uerte co m o corte está unida a la linealiclad del curso divino del tiem po. ¿Hubo m odas en la Antigüedad? ¿O lo impedía el “poder del marco»? [B 2, 4] «era contemporánea de todo el mundo.» Jouhandeau, Prudence Haulechaume, París, 1927, p. 129. Ser contemporánea de todo el mundo: ésa es la satisfacción

m ás intensa y secreta que la m oda proporciona a la mujer.

[B 2, 5]

Poder de la m oda sobre la ciudad de París en una imagen simbólica. «Me he com prado el plano de París, estam pado en un pañuelo.» Gutzkow, C a n a s d e París, I, (Leipzig, 1842), p. 82. [B 2 a, i] S o b re el d e b a te m éd ico a c erc a del m iriñaq u e: se p e n só p o d er ju stificarlo, c o m o la crin o ­ lina, -por el a g ra d a b le y a p ro p ia d o fresco r del q u e g o zab an los m iem bros in feriores... se ha de s a b e r [pues] p o r p arte d e los m éd ico s q u e el tan alab ad o fresco r acarrea resfriados q u e p ro v o ca n el fin al prem aturo y n o civ o d e un esta d o q u e el m iriñ aq u e, en su co m e tid o o riginal, b u sc a b a ocultar". F. T h . Vischer, K ritische G ä n g e [D isqu isicion es críticas], nueva serie, n .° 3, Stuttgart, 1 8 6 l, p. 100 ("V ernünftige G ed a n k en ü b e r d ie je tzig e M ode- [-Pen sa­ m ien to s ra cio n a le s so b re la m o d a de hoy-1).

[B 2 a, 2]

R esu ltab a -una lo cu ra q u e la m o d a fran cesa d e la é p o c a rev o lu cion aria y del prim er Im p e ­ rio im itara la p ro p o rció n griega c o n trajes co rta d o s y co sid o s a lo m od erno-. V ischer, -P en ­ sa m ien to s ra cio n a le s so b re la m od a d e hoy-, p. 99.

[B 2 a, 3]

Los h o m b res tam b ién llevab an b ufand as de pu nto - C a c h e -n e z -B a ja d e r e - en ton os discretos. [B 2 a, 41 F. T h. V isch er so b re la m oda m ascu lina de am plias m angas, m ás allá de las m uñ ecas: -Ya n o so n brazo s, sin o p ro y ecto s d e alas, m u ñ o n es d e alas c o m o los pin gü in os, aletas de pez, y el m o vim ien to d e e so s a m o rfo s a p én d ices al andar se asem eja al de un d isparatad o y estú­ p id o b ra c e o , a sa lto s y tro m p ico n es, co m o al rem ar-. Vischer, -P en sam ientos racion ales sob re la m oda d e hoy», p. 111.

IB 2 a, 51

Significativa crítica política de la m oda desde e¡ punto de vista burgués: «Cuando el autor de estas consideraciones racionales vio subir al tranvía al

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s

prim er joven con el último grito en cuellos de cam isa, p ensó seriam ente que era un sacerd ote, y es que esa tira blanca rodeaba el cuello a la misma altura que el con ocid o alzacuello del clero cató lico , y la larga blusa era adem ás negra. Al re co n o ce r en ello la última m oda del hom bre de m undo, com prendió lo que ese cuello de cam isa tam bién quería decir: ¡Oh, para nosotros todo, todo es lo m ismo, tam bién los co n co rd ato s! ¿Por qué no? ¿Hemos de delirar por la Ilustración co m o jóvenes nobles? ¿No es preferi­ ble la jerarquía al tópico ele la superficial liberación de los espíritus, que al final acaba siempre por impedir el gozo del hombre noble? Además, esta pieza, al rodear limpiamente el cuello en una línea exacta, proporciona algo así com o la agradable frescura de lo recién tallado, que tan bien sintoniza con el carácter del indolente». A ello se le añade la furiosa reacción contra el violeta. Vischer, «Pensamientos racionales sobre la m oda de hoy», p. 112. [B 2 a, 6] S o b re la re a c c ió n d e 1 8 5 0 -1 8 6 0 : -T o m ar p a rtid o se c o n sid e ra rid ícu lo , y s e r se v e ro , in fa n til; ¿ có m o n o h a b ría d e s e r ta m b ié n el tra je n e u tro , a m p lio y c e ñ id o a la vez?-. V is­ ch er, p. 1 1 7 . D e e ste m o d o c o n e c ta ta m b ié n el m iriñ a q u e c o n el fo r ta le c id o •im peria­ lism o , q u e se e x p a n d e am p lia y v a c ía m e n te c o m o esta im ag en su y a, el c u a l, c o m o la e x p re s ió n últim a y m ás in ten sa del re flu jo d e to d as las te n d e n c ia s d e l a ñ o 1 8 4 8 , ha h e c h o tro n a r su p o d e r c o m o u n a ca m p a n a s o b re lo b u e n o y lo m a lo , lo ju s tific a b le y lo in ju stifica b le d e la R ev o lu ció n - (p . 1 1 9 ).

[B 2 a, 7]

-En el fo n d o , estas c o sa s so n a la vez lib res y fo rzosas. Es un claro scu ro en el q u e la n e c e ­ sidad y el h u m o r se en trela z a n ... C u anto m ás fantástica es una form a, tan to m ás aco m p a ñ a a la volu ntad atada una c o n c ie n c ia clara e irón ica. Ella n o s garantiza q u e la n e c e d a d no durará; cu a n to m ás se a c re c ie n te esta c o n c ie n c ia , m ás c e rc a n o está el tiem p o en q u e a ctuará, p a sa n d o a los h e c h o s y ro m p ien d o las cadenas.» V ischer, pp. 1 2 2 -1 2 3 .

[B 2 a, 8]

Uno de los textos más im portantes para iluminar las posibilidades excén tri­ cas, revolucionarias y surrealistas de la m oda, y que sobre todo con ecta tam ­ bién de esta m anera el surrealismo con Grandville, etc., es el capítulo sobre la m oda en Poète assassiné [E lpoeta asesinado] de Apollinaire, París, 1927, pp. 74 ss. [B 2 a, 91 Cómo la moda va tras todo: para los trajes de noche se hicieron programas com o para la última música sinfónica. En 1901 Victor Prouvé expuso un gran vestido de fiesta en París con el título: «Orilla fluvial en primavera». [B 2 a, 101 El sello distintivo de la m oda de entonces: insinuar un cu erp o que nunca jamás con ocerá la desnudez total. [B 3, 11 ■Sólo h a cia 1 8 9 0 se c a e en la c u e n ta d e q u e la sed a ya n o e s el m aterial m ás a d e c u a d o p ara el traje d e c a lle , y se la utiliza para una fu n c ió n h asta e n to n c e s d e s c o n o c id a para ella : c o m o fo rro . Entre 1870 y 1 8 9 0 , la ro p a es e x tra o rd in a ria m e n te cara, y las tra n sfo r­ m a c io n e s d e la m o d a se lim itan p o r ta n to a re to c a r c o n m u ch a p re c a u c ió n lo s v e stid o s

M oda an tig u o s para c o n s e g u ir de algú n m o d o un v e stid o n u ev o .- 70 a ñ o s d e m o d a a le m a n a . 1925, p. 71.

[B 3. 2]

■1 8 7 3 ... c u a n d o so b re c o jin e s atad o s a los a sien to s se e x tie n d e n e n o rm e s fald as q u e co n sus telas reco g id a s, sus p lisad o s, vo lan tes y lazos, m ás p a re ce n se r o b ra d e un ta p icero q u e d e un sastre.- [. W. S a m so n , D ie F r a u e n m o d e d e r C egeru vart [La m o d a f e m e n i n a d e bav\, B erlín / C olonia, 1927, pp. 8 -9.

[B 3, 3]

No hay eternización más perturbadora que la de lo efím ero y la d e las for­ mas de la m oda que nos reservan los m useos de cera. Quien alguna vez los haya visto, se enam orará perdidam ente, com o Anché Bretón, de la figura femenina del M useo Grévin, que desde el rincón de un palco se ajusta la liga. ( Naclja, (París, 1 9 2 8 ) , p. 1 9 9 - ) [B 3. 4] -Los a d o rn o s d e llo re s a b a se d e g ra n d es lilas b la n c a s o d e n e n ú fa re s ¡unto co n largas c a ñ a s, q u e tan g ra cio so s resu ltan en cu a lq u ier p ein a d o , re cu erd an sin q u e r e r a d u lce s y c im b rea n tes sílfid es y n á y a d e s; ta m p o c o la m o ren a a p asio n ad a se p u ed e a d o rn a r c o n m ás g ra cia q u e c o n los frutos q u e van u n id o s a esta s ram as en c a n ta d o ra s : c e re z a s, g rosellas, in c lu so ra cim o s d e uvas co n h ied ra y flo res silv estres; o b ie n c o n las largas fu csia s d e un ard ien te ro jo a te rc io p e la d o , cu y a s h o jas, c o m o h u m ed ecid a s p o r el ro c ío , v e tea d a s en ro jo , se ju n ta n en una c o ro n a ; ta m b ién tie n e a su d isp o s ic ió n el b e llísim o c a c tu s sp e cio -

sus, c o n largo s e sta m b res b la n c o s en form a d e plu m a; las flo re s e le g id a s para lo s p e in a ­ d o s so n en g e n e ra l m uy g ra n d es: vim os un p ein a d o c o n fe c c io n a d o c o n h o ja s d e a c a n to b la n c o (ú n ic a ), en trela z a d o p in to re sca m e n te co n g ra n d es p e n sa m ie n to s y ram as d e h ie ­ dra q u e im itab an d e fo rm a tan en g a ñ o sa el ram aje n u d o so y e s b e lto , q u e p a re cía o b ra d e la n atu raleza m ism a: largas ram as c o n b ro te s y ta llo s se m e c ía n a lo s lad o s al m e n o r c o n ­ ta cto .- D er B a z a r, a ñ o III, B e rlín , 1 8 5 7 , p. 11 (V ero n ik a von G ., -D ie M ode- [-La m oda-]). IB 3, 5)

La impresión de estar pasado de m oda sólo puede surgir cu and o se toca lo más actual de alguna manera. Si en los pasajes se encuentran anticipaciones de la arquitectura más moderna, la impresión que le causan al hombre actual de ser algo pasado de m oda es tan significativa co m o la que le causa un padre a su hijo de estar anticuado. IB 3, 6] Escribí «que lo eterno en todo caso es más bien un volante en un vestido que una idea». ■ Imagen dialéctica ■ [B 3 , 7] En el fetichismo, el sexo abate las barreras entre el m undo orgánico e inor­ gánico. El vestido y el adorno son sus aliados. Está en su casa tanto en lo m uerto com o en la carne. Incluso esta última le indica p o r sí misma el m odo de instalarse en lo prim ero. El cabello es un confín extendido entre estos dos reinos del sexo. Hay otro que se le abre en el vértigo de la pasión: los pai­ sajes del cuerpo. Ya no están anim ados, pero aún son accesibles a la vista, aunque ciertam ente cuanto más se aleja, más ced e al tacto o al olfato la guía a través de este reino de la muerte. En los sueños, sin em bargo, no p ocas

97

L ib ro d e to s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

veces aparecen pechos henchidos, cubiertos por com pleto -c o m o la tierrade bosques y peñas, y las miradas han hundido su vida en el fondo de' los espejos de agua que dormitan en los valles. Atraviesan estos paisajes cam i­ nos que acom pañan al sexo por el m undo de lo inorgánico. La m oda misma es sólo otro m edio que lo atrae aún más profundam ente al m undo de la materia.

®

«Este año, dijo Trislouse, la moda es extraña y familiar, es sencilla y está llena de fantasía. Todas los materias de los diferentes reinos de la naturaleza pueden ahora entrar en la com­ posición de un traje de mujer. He visto un vestido encantador hecho de tapones de corcho... Un gran modisto medita lanzar los trajes sastre en lomos de viejos libros, encuadernados en piel... las raspas de pescado se llevan mucho sobre los sombreros. Se suelen ver deliciosas muchachos vestidas como peregrinos de Santiago de Compostelo; su traje está constelado de conchas de Santiago. La porcelana, el gres y la loza han aparecid o bruscamente en el arte de la vestimenta... Las plumas decoran ahora no solamente los sombreros, sino los za p a ­ tos, los guantes, y el próximo año se pondrán sobre los paraguas. Se hacen botas en cristal ¿e Venecia y sombreros en cristal de Baccarat... O lv id a b a decirle que el miércoles pasado vi en los bulevares una gachí vestida con pequeños espejos aplicados y pegados sobre un tejido. Al sol el efecto ero suntuoso. Diríase una mina de oro de paseo. M á s tarde se puso a llover y la dama pareció una mina de plata... La moda se vuelve práctica y no desprecia nada, lo ennoblece todo. H ace en cuanto a las materias lo que los románticos hicieron para con las n a la b ra s » G uillaum e Apollinaire, El poeta asesinado, nueva edición, París, 1927, pp. 75-77. IB 3 a, 1]

Un caricaturista representa -h a c ia 1 8 6 7 - el arm azón del m iriñaqu e c o m o una jaula en la q u e un a ch ic a jo v en ha e n c erra d o varias gallinas y un p ap ag ayo. S. Louis So n o let, La v ie p a t i-

sie n n e sou s le s e c o n d etn pire [La v id a p a r is in a b a jo eI S egu n do Im perio 1, París, 19 2 9 , p. 245. IB 3 a, 2]

«Los baños en el mar... dieron el primer golpe al solemne y enojoso miriñaque.» louis Sonolet, La vida parisina bajo el Segundo Imperio, París, 1929, p. 247

tB 3 a, 31

«La m oda se h ace únicam en te de extrem os. D ado que b usca por natuialeza los extrem os, cu an d o prescinde de una determ inada form a no le queda m ás rem edio que en treg arse a la contraria.» 70 años de m oda alem ana, 1925 p 5 1 Sus extrem o s m ás radicales: la frivolidad y la m uerte. [B 3 a, 4]

■Considerem os al m iriñ aq u e el sím b o lo del S e g u n d o Im p erio en Fran cia, de sus m en tiras arro g a n tes, de su h uera o ste n ta c ió n d e n u ev o s ricos. Se d e rru m b ó ... p e ro ... el m u n d o p ari­ sin o , p o c o a n tes d e la ca íd a del Im p erio , tu vo aún tie m p o para resaltar en la m oda fe m e ­ nina’ otra fa ceta d e su án im o , y la R ep ú b lica n o fu e tan m agn án im a c o m o para apreciarla y conservarla.« F. Th. V ischer, M o d a y cin ism o, Stuttgart, 18 7 9 , P- 6 - La n u ev a m oda q u e refiere V isc h e r es d escrita así p or él: -El v estid o e stab a co rtad o en sen tid o transversal al c u e rp o , y c e ñ id o so b re ... el vientre- (p . 6). M ás ad e lan te califica a las m u jeres así ataviadas c o m o -d esn u d as en vestid o s- (p . 8).

98

^ a' ^

M oda Fried ell afirm a en re la ció n c o n la m ujer «que la h istoria d e su v estid o m uestra so rp ren d en ­ te m e n te e sc a sa s v aria cio n es, n o sien d o más q u e la altern an cia de u n os p o c o s m atices qu e d e sa p a re ce n tan ráp id am en te c o m o vu elven a a p a re ce r: el largo d e la co la, [a altura del p ein a d o , la lo n g itu d de las m ang as, el a b o m b a m ien to d e la falda, la am plitud del e sc o te , la altu ra de la cintu ra. In c lu so las re v o lu cio n e s rad icales d e h oy, c o m o el p elo cortad o a lo

g a r ç o n , so n só lo el “e te rn o reto rn o de lo m ism o ”-. E gon Friedell, K u ltu rgeschichte d e r N eu ­ zeit [H istoria d e la c u ltu ra c o n tem p o r á n ea ], III, M unich, 1931, p. 88 . La m oda fem en in a se d isting u e así, seg ú n el a u to r,.d e la m oda m ascu lin a, m u ch o m ás va(r)iada y decidida. [B 4, 11 -D e en tre to d as las p ro m esa s q u e h a ce la novela d e C ab et Viaje a Ic a ria , hay una q u e en cu a lq u ie r c a s o se ha cu m p lid o . P u es en esta n o vela, q u e c o n tie n e su sistem a, C abet se e sfo rz ó p o r d em o stra r q u e el futuro Estado co m u n ista no p od ía co n te n e r ningún prod ucto de la fan tasía, y n o p o d ía e x p erim en ta r c a m b io a lg u n o en nada; p o r e s o d esterró d e Ic a ­ ria to d as las m odas, y en particu lar las c a p ric h o sa s sacerd o tisas de la m oda, las m odistas, ju nto c o n los jo y e ro s y to d as las p ro fesio n es q u e sirven al lujo, ex ig ie n d o q u e los trajes y los u ten silio s jam ás h ab ían d e cam biar.- Sigm und Engländer, G esch ich te d e r fr a n z ö s is c h e n

A rbeiter-A ssociation en [H istoria d e las a s o c ia c io n e s o b re ra s d e F ra n c ia ], II, H am burgo, ß 4 2]

18 6 4 , pp. 16 5 -1 6 6 .

En 1828 tuvo lugar la primera representación de Los m udos d e Porlici. Se trata de una música ondulante, una ópera de cortinajes que se alzan y des­ cienden sobre las palabras. Debió de tener éxito en una ép oca en la que los cortinajes em prendían su m archa triunfal (prim ero en la m oda, com o chales turcos). Esta revuelta, cuya primera tarea es proteger al rey de sí misma, ap a­ rece com o preludio de la de 1830 -d e una revolución que ciertamente sólo fue cortinaje ante un cam bio de rumbo en los círculos del poder—, [B 4, 3 ] ¿Muere quizá la m oda, en Rusia, p. ej., por el h echo de que ya no puede seguir el ritmo -a l m enos en ciertos terrenos-? [B 4 , 4] Las obras de Grandville son verdaderas cosm ogonías de la moda. Parte de sus obras podría titularse: la lucha de la m oda con la naturaleza. C om para­ ción entre Hogarth y Grandville. Grandville y Lautréamont. - ¿Qué significa la hipertrofia del lema en Grandville? [B 4 . 5] «La moda... es un testigo, pero un testigo de la historia del gran mundo solamente, pues en todos los pueblos... la gente pobre no tiene más modas que historia, y ni sus ideas ni sus gustos ni siquiera su vida cambian apenas. Sin duda... la vida pública comienza a penetrar en las peque­ ñas familias, pero hará falla tiempo.» Eugène Montrue, Le siglo

XIX

vivido p o r dos franceses], París, p. 241.

XIXe

siècle vécu p a r deux français [El [ß

4 g]

La siguiente observación permite co n o cer el significado de la moda com o velo de unos deseos muy concretos de la clase dirigente. «Los poderosos tie­ nen una gran aversión a los cam bios bruscos. Quieren que todo siga igual, preferiblem ente mil años. ¡Lo mejor sería que la Luna se quedara parada y

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s

que el Sol no avanzase! Entonces nadie tendría hambre ni querría cen ar pol­ la noche. Si ellos han disparado, querrían que su tiro fuese el último, que el contrario ya no tuviera derecho a disparar.» Bertolt Brecht, F ü n f Schwierigkeiten beim Scbreiben d e r Wahrheit [C inco dificultades a la hora d e escribir la uerdad\ (U nsere ZeitVUI, 2-3 de abril de 1935, P arís/Basílea/Praga, p. 32). (B 4 a, 11 M ac-O rlan, q u e d estaca las an alo g ías co n el su rrealism o q u e se en cu en tra n (en ) Grandville, llam a la a te n ció n en este c o n te x to so b re W alt D isn ey , del q u e d ice: «N o contiene el más mínimo germen de mortificación. En esto se aleja del humor de Grandville, que llevó siempre con­ sigo la presencia de la muerte». Mac-Orlan, «Grandville le précurseur» [«Grandville, el precur­ sor»] (Arts el méliers graphiques 44, 15 de diciembre de 1934, (p. 24)).

[B 4 a, 2]

«El desfile de una gran colección dura aproxim adam ente de dos a tres horas, según el ritmo a que estén habituadas las m odelos. Al final, com o dicta la tradición, aparece una novia con velo.» Helen Grund, Vom Wesen d e r M ode [Sobre la esencia d e la moda], p. 1 9 (edición privada, Múnich, 1 9 3 5 ) - En el uso citado, la m oda hace una referencia a la costum bre tradicional, pero al mismo tiempo deja claro que no se para ante ella. [B 4 a, 31 Una m oda contem poránea y su significado. A principios de 1935, aproxim a­ damente, aparecieron en la m oda femenina placas de metal de m ediano tam año, caladas, que se llevaban en el suéter o en el abrigo, y que m ostra­ ban las iniciales del nombre de la portadora. Con ello la m oda se aprove­ chaba del auge de las insignias, que habían sido muy frecuentes en los hom ­ bres, entre los seguidores de las ligas. Por otro lado, sin em bargo, se expresa con ello la creciente restricción de la esfera privada. El apellido, y adem ás incluso el nom bre, ele la d esconocid a, se llevan a la esfera pública prendi­ dos de un extrem o. Que con ello se facilita el «contacto» con un d esco n o ­ cido es de importancia secundaria. IB 4 a, 41 -Los cread o res d e m o d a... se m u ev en p or la so c ied a d , a d q u irien d o d e ella una im agen , una im presión g en eral. Participan d e la vida artística, asisten a e stre n o s y e x p o s ic io n e s, leen los

best sellen , en otras p alab ras, su in sp ira ció n surge... d e lo s estím u lo s... q u e o fr e c e una inqu ieta actualidad. P ero p u esto q u e nin gú n p re sen te se d e sp re n d e p or c o m p le to del p asad o , tam b ién el p a sa d o les p ro p o rcio n a un estím u lo... A hora b ien , só lo se p u ed e utili­ zar lo q u e e n ca ja c o n la arm on ía del to n o d e m od a. El so m b rerito ca la d o en la fren te, q u e d e b em o s a la e x p o s ic ió n de M anet, n o d em u estra sin o q u e p o se e m o s una nueva d isp o si­ ció n para en fren tarn o s al final del siglo p a sa d o .- H elen G rund, S ob re la es e n c ia d e la m oda, (M únich, 1935), p. 13.

IB 4 a, 51

S o b re la guerra p u blicitaria en tre las c a sa s de m od a y lo s p erio d istas. -F acilita la tarea de ella s el h e c h o d e q u e n u estro s d e se o s (e sto es, los d e lo s p erio d istas d e la m o d a) c o in c i­ dan.- -P ero tam b ién la dificulta, p o rq u e nin gú n p erió d ico ni revista p u ed e co n sid era r n o v e­ dad lo q u e otro ya ha p u b lica d o . D e este dilem a só lo p u ed en salv arn os lo s fo tó g rafo s y d ib u jan tes, q u e o b tien en de un vestid o, v ariand o las p o stu ras y la ilu m in ación , m últiples

M od a asp e cto s. Las revistas m as im p o rtan tes... tien en la b o ra to rio s fo to g ráfico s p ro p io s, d otados co n to d o s los a v a n c es té cn ic o s y artísticos, d irigidos p or fo tó g rafo s e x p e rto s y c a p a c ita ­ d o s... P ero a to d o s les está p ro h ib id o p u b lica r e se m aterial a n tes d e q u e la d ie n ta haya h e c h o su e le c c ió n , es decir, en un p la z o d e en tre 4 y 6 sem an as d e sd e el p rim er p ase.

1:1

in o liv o d e esta m edida? - I.a m u jer n o q u iere v erse privada del e fe c to sorp resa al ap are ce r en so cied ad co n esas nuevas prendas - H elen Grund, S ob re la esen cia d e la m od a. pp. 21-22 (e d ic ió n privada, M unich, 1935).

[B 5, 1)

En el su m a rio d e los seis primeros números d e la revista La d e r n iè r e m o d e, dirigida p o r S té ­ p h an e M allarm é, París, 1874. se lee: «un encantador esbozo deportivo, resultado de una con­ versación con el maravilloso naturalista Toussenel». R eed ició n d e este su m ario en M in o ta u re (II) 6 , invierno d e 19 3 5 . (p. 27).

[13 5

2]

Una teoría b io ló g ica d e la m oda e n c o n e x ió n c o n la e v o lu c ió n d el c a b a llo a paviir de la c e b ra , tal c o m o se e x p o n e en K lein en B reh m , p. 7 7 1 , e v o lu ció n -que du ró m illo n es de añ o s... La te n d en cia p re sen te en lo s c a b a llo s, llevó a c re a r eje m p la re s de c arre ras de pri­ m era ca teg o ría ... Los a n im a les m ás prim itivos de la actu alid ad llevan un d ib u jo rayado q u e llam a p o d e ro sa m e n te la ate n ció n . R esulta m uy n o ta b le q u e las rayas e x te rio re s d e las ce b ra s m u estren cierta c o rre sp o n d en c ia co n la d isp o s ició n interna d e sus c o stilla s y vérte­ bras. T a m b ién s e p u ed e d eterm in a r el lugar d e lo s cu artos d e lan tero s y trasero s p o r la p ecu lia r d isp o sició n de las rayas en esa s zon as. ¿Q ué sign ifican estas rayas? Es seg u ro q u e n o actú an c o m o p ro te c c ió n ... Las rayas... se co n se rv a n a p esa r d e se r "co n trarias a la fin a ­ lid ad ”, y de ahí q u e hayan de ten er... algún sig n ifica d o e sp ecia l. ¿No to p a m o s a q u í c o n estím ulos exteriorizados de tendencias internas, esp ecialm en te intensas en la ép o ca ele ap area­ m iento? ¿Q ué p o d ría m o s a p ro v ec h a r-d e esta teoría para n u estro tem a? C reo q u e alg o de fu n d am en tal im p o rta n c ia .- D esd e q u e la h um anid ad d e jó la d e sn u d e z p o r el vestid o, la m o d a, "co n traria al sen tid o ", ha reto m ad o e l,p a p el d e la sabia n atu raleza... El c a m b io c o n ­ tinuo de la m o d a... q u e d e creta una revisió n c o n sta n te d e tod as las p arles d e la figu ra... o b liga a la m u jer a p re o cu p a rse p erm a n en tem en te de la b elleza-, H elen G rund, S o b re la

e s en c ia d e la m od a, (M únich. 1 935), pp. 7 -8.

IB 5, 3]

En la e x p o s ic ió n un iversal de París de 1900, h abía un Palacio del Vestido, d o n d e figuras de cera so b re distim o s d e co ra d o s re p rese n ta b a n los trajes de los d istintos p u eb lo s y las m od as de o tro s tiem p o s.

[B 5 a, 1)

«Nosotros observamos a nuestro alrededor... los efectos de confusión y de disipación que nos inflige el movimiento desordenado del mundo moderno. Las artes no se acomodan a la prisa. ¡Nuestros ideales duran diez años! La absurda superstición de lo nuevo [nouveau] -que ha reem­ plazado fastidiosamente a la antigua y excelente creencia en el juicio de la p o s te r id a d - asigna a los esfuerzos el objetivo más ilusorio y los orienta a crear lo más perecedero que hay, lo pere­ cedero por esencia: la sensación de lo nuevo [neuf]... Ahora bien, todo lo que aquí se ve ha sido degustado, ha seducido, ha arrebatado, durante siglos, y toda esta gloria nos dice con sereni­ dad: N O S O Y N A D A N U E V O [neuf]. El Tiempo bien puede estropear lo materia que he utili­ zado; pero si él no me ha destruido en absoluto, no puedo tampoco serlo por la indiferencia o el desdén de ningún hombre digno de tal nombre.» Paul Valéry, Préambule [Preámbulo] (Expo­ sición del arte italiano. De C im abu e a Tiépolo, Petit Palais, 1935), pp. IV, Vil.

101

[B 5 a, 2]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s «El triunfo de la burguesía modifica el traje femenino. La vestimenta y el peinado se desarrollan en amplitud... Los hombros se alargan gracias a mangas de jamón, y... no se tardó en volver a apreciar las antiguas crinolinas ni en hacerse enaguas ahuecadas. Ridiculamente así vestidas, las mujeres parecían destinadas a la vida sedentaria, a la vida de familia, porque su manera de ves­ tir no tenía nada que diese la ideo del movimiento o que pareciese favorecerlo. Todo lo contra­ río sucedió con el advenimiento del Segundo Imperio; los vínculos de familia se aflojaron, un lujo siempre creciente corrompió las costumbres, hasta el punto de que llegó a ser difícil distinguir, únicamente por el vestido, a una mujer honrada de una cortesana. Mientras, el vestido femenino se transformó de los pies a la cabeza... Las crinolinas se echaron hacia atrás y se agruparon en una grupa acentuada. Se desarrolló todo aquello que pudiese impedir que las mujeres estuvie­ ran sentadas; se desechó todo lo que hubiera podido estorbar su camino. Se peinaron y se vis­ tieron como para ser vistas de perfil. Ahora bien, el perfil es la silueta de una persona... que pasa, que huye de nosotros. El vestido se convirtió en uno imagen del movimiento rápido que lleva el mundo.» Charles Blanc, Considérations sur ¡e vêtement des femmes [Consideraciones sobre la ropa de ios mujeres] (Instituto de Francia, 25 de oct(ubre) de 1872), pp. 12-13.

[B 5 a, 31

«para cap tar la ese n cia de la m oda actual n o se p u ed e recurrir a m otivaciones individuales, co m o ... son el afán de cam b io , el sentido de la b elleza, la bú sq u ed a de lo d e co ro so o el im pulso m im ético. No hay duda de q ue estas m o tivacion es han intervenido... en Ja form ación del ves­ tido... d esd e las é p o c a s m ás diversas... Pero la m oda, en el sen tid o q u e tiene hoy para nosotros, n o p o see una m otivación individual, sino social, y de com p ren d erlo co m o es d ebid o d ep en d e en ten d er toda su esencia. Es el intento de las clases altas p or sep ararse de las bajas, o m ás bien de las m edias... La m oda es esa barrera, q u e co n stan tem en te se vuelve a levantar porq u e c o n s­ tantem ente se abate, m ediante la qu e el m undo distinguido intenta aislarse de la zona m edia d e la sociedad ; es la encarnizad a p ersecu ció n de la vanidad d e clase, en la q u e se repite sin cesa r el m ism o fenóm en o: el afán de u n o s por ganar au n q u e sea una m inúscula distancia que les sep are de sus perseguidores, y el de otros p or anularla, adoptando rápidam ente la nueva m oda. Esto exp lica los rasgos qu e caracterizan la m oda d e hoy. En prim er lugar, su origen en los círculos so ciales elevados, y su im itación por parte de las clases m edias. La m oda va de arriba abajo, y no de ab ajo arriba... U n intento de las clases m edias por crear una nueva m oda... jam ás tendría éxito, las clases altas nada podrían d esear m ás q u e el q u e las m edias tuvieran su propia m oda. ([Nota:] Lo q u e p o r otra parte n o im pide q u e b u sq u en en la cloaca del subm undo parisino nuevos m odelos y m odas q ue llevan grabado en la frente el sello de su origen d es­ h onesto. co m o co ntun den tem en te ha m ostrado Fr. V ischer en un en sayo sob re la m oda muy criticado y, sin em bargo, a ju icio m ío... sum am ente m eritorio.) En segun do lugar, el cam bio co ntinu o de la m oda. Una vez adoptada la nueva m oda p or las clases m edias... pierde su valor para las altas... Por eso la n ovedad es la co n d ició n im prescindible de la m oda... La duración de una m oda está en prop orción inversa a la rapidez de su difusión; su fugacidad ha aum entado en nuestro tiem po en la m ism a m edida en qu e han progresado los m edios de su difusión debid o ai perfeccio nam ien to de los m edios de com u n icación ... D e la m otivación social aquí expuesta se d esprend e finalm ente el tercer rasgo característico de la m oda actual: su... tiranía. La m oda lleva im plícito el criterio extern o ele q ue se form a parte de la socied ad . Q u ien no quiera renu nciar a ello, cíebe participar de la m oda, incluso au n q u e... rech ace enérgicam ente alguna de sus inn ovacion es... Con ello h em o s form ulado un ju icio so b re la m oda... Si las cla­ ses sociales lo suficientem ente d ébiles y n ecias co m o para seguirla, alcanzaran a sentir su pro­ pia dignidad y consid eración... la m oda se habría acabad o, y la belleza podría ocu p ar d e nuevo

102

M oda su lugar, co m o lo ha h ech o en Codos los pu eblos que... n o sintieron la necesidad de acentuar las diferencias de clase por m edio del vestido o, cuan d o así ocurrió, m ostraron bastante en ten ­ dim iento co m o para respetarlas.- Rudolph von Jh erin g, D er Ztveck im Recht [La fin a lid a d bien

en ten d id a] , II, Leipzig, 1883, pp. 234-238.

[B 6 ; B 6 a, 1]

S o b re la é p o c a d e N a p o le ó n III: -G a n a r d in e ro se c o n v ie rte e n o b je to d e una p a sió n casi s e n s u a l, y el am o r, en una c u e s tió n m o n e ta ria . En la é p o c a del ro m a n tic ism o fra n c é s el id e a l e r ó tic o era la modistilla [grisette], q u e se en tre g a ; a h o ra e s la c o rte sa n a [lorette], q u e s e v e n d e ... Su rg ió e n la m o d a u n aire p ic a ro : las d am as llev a b a n c u e llo s a lm id o n a d o s y c o rb a ta s , g a b a n e s , fa ld a s c o rta d a s c o m o un fr a c ..., c h a q u e tilla s zu av as, c o rp in o s d e o fi­ cia l, b a s to n e s de p a s e o , m o n ó c u lo s . Se p re fie re n lo s c o lo r e s c h illo n e s d e m u c h o c o n ­ tra ste , ta m b ié n para el p e lo : lo s c a b e llo s ro jo viv o so n m uy a p re c ia d o s... El p ro to tip o d e la m o d a e s la g ra n d a m a q u e ju e g a a s e r cocotte.. E g on F rie d ell, H istoria d e la c u l­

tu r a c o n t e m p o r á n e a , III, M ú n ich , 1 9 3 1 , p. 2 0 3 . El -c a rá c te r p leb ey o » de esta m o d a se le p re se n ta al a u to r c o m o -in v a sió n ... d e sd e abajo» p o r p a rte d e lo s nuevos ricos. [B 6 a, 2] «Los tejidos de algodón sustituyen a los brocados, los rasos... y pronto, gracias... a! espíritu revo­ lucionario, el traje de las clases inferiores llegó a ser más correcto y más agradable a la vista.» Edouard Foucaud, París inventeur. Physiologie de l'industrie française [París inventor. Fisiología de la industria francesa], París, 1 8 4 4 , p. 6 4 (s e refiere a la gran R evolució n).

[B 6 a, 3J

U n gru p o q u e ai v erlo d e c e rc a está c o m p u esto de retales y algu n as c a b e z a s de m u ñ ecas. Título: «Muñecas sobre sillas, maniquíes recargados con cuellos postizos, con falsos cabellos, con falsos encantos... ]ése es Longchampl» S(ala) d{e las) (E)stampas.

[B 6 a, 4]

«Si en 1829 entramos en los almacenes de Delisle, encontramos multitud de tejidos diversos: japoneses, olhambras, orientales, estokolines, meótidos, silenios, cinzolines, bagazinkov chino... Gracias a la revolución de 1830... el cetro de la moda había atravesado el Sena y la Chaus­ sée d'Antin sustituía al noble faubourg.» Paul D'Ariste, La vie el le monde du boulevard (¡8301870) [La vida y el mundo del bulevar (1830-18701], (París, 1930), p. 227.

[B 6 a, 51

■El burgu és a co m o d a d o , c o m o am an te del o rd en , paga a sus su m in istrad ores al m en o s una v ez al a ñ o ; el h o m b re a la m o d a, sin em b a rg o , el así llam ad o leó n , paga a su sastre cada d iez a ñ o s, si e s q u e algu n a v ez le paga.» A cht T age in P arís [O cho d ía s en París], París, ju lio d e 18 5 5 , p. 125.

[B 7, 1]

«Soy yo quien ha inventado los tics. En este momento las lentes los han sustituido... El tic consistía en cerrar el ojo con cierto movimiento de boca y cierto movimiento de traje... Un rostro de hombre elegante debe tener siempre... algo de convulsivo y de crispado. Es posible atribuir esas agitaciones facíales, bien a un satanismo natural, bien a la fiebre de las pasiones, o en fin a todo lo que se quiera.» Paris-Viveur [ParísVividor]. Por los autores de las memorias de Bilboquet [Taxile Delord], París, 1854, pp, 25-26. ÍB 7, 2] «La moda de vestirse en Londres nunca alcanzó más que a los hombres: lo moda femenina, incluso paro los extranjeras, fue siempre vestirse en Paris.» Charles Seignobos, Histoire sincère de la nation française [Historia sincera de la nación Ironcesa], Paris, 1932, p. 402.

103

[B 7, 3]

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s M arcelin, el fu n d ad o r de la Vie P arisien n e, e x p u so -las cu atro é p o c a s del m iriñaque-, (B 7, 41 El m iriñaqu e -es el sím b o lo in co n fu n d ib le de la re a cció n p o r parte del im p erialism o, q u e se ex p a n d e am plia y v a cía m en te... el cu a l... ha h e c h o tronar su p o d er c o m o una cam p an a so b re lo b u e n o y lo m alo, lo ju stifica b le y lo in ju stificab le d e la R ev o lu ció n ... P a reció ser una m anía m o m en tán ea, pero se im p u so p o r cierto tiem p o , c o m o el p erío d o del 2 de diciem bre-. F. T h . Vischer, cit. en Eduard F u ch s, D ie K a rik a tu r d e r eu r o p á is c b e n V ólkeríL a

c a r ic a tu r a d e los p u eb lo s eu ropeos], II, M u n ich, p. 156.

IB 7 , 51

A p rin cip io s d e los a ñ o s cu aren ta se halla un c en tro d e m o d istas en la calle Vivienne. IB 7, 6]

Simmel señala que «hoy día, las creaciones de la m oda se integran cada vez más en la concepción objetiva de la actividad económica». “No surge un artículo por las buenas, que luego se pone de m oda, sino que se introducen artículos con el objeto de que se pongan de moda.» El contraste evidenciado en la última frase podría ser en cierta medida el que existe entre la ép o ca bur­ guesa y la feudal. Georg Simmel, Philosophische K ultur lCultura filosóficcti, Leipzig, 1911, p. 34 («La moda»), [B 7 , 7 ] Sim m el ex p lica -por q u é las m u jeres, en g e n e ra l, están su m am en te p en d ie n tes d e la m oda. A ca u sa d e la d éb il p o sic ió n so cia l a la q u e fu ero n co n d e n a d a s d u ran te la m ayor p a n e de la historia, se c o n c lu y e su estrech a re la ció n c o n to d o lo q u e sea n “b u e n a s m an e ras”-. G eorg Sim m el, Cultura filo só fic a , Leipzig, 19 1 1 , p. 4 7 (-La m oda-).

[B 7, 81

El siguiente análisis de la m oda arroja adem ás luz sob re el significado de los viajes, que se pusieron de m oda en la burguesía durante la segunda mitad del siglo. «En crecien te m edida, el a cen to de los estím ulos se tras­ lada de su cen tro sustancial a su principio y a su fin. Esto com ien za con los síntom as m ás insignificantes, c o m o ... la sustitución del cigarro p or el cigarrillo, y se manifiesta en el afán p o r viajar, que divide el ritmo de la vida anual en los periodos más co rto s posibles, acen tu an d o fuertem ente la despedida y la llegada. El... ritm o de la vida m od ern a no sólo exp resa el anhelo p o r un rápido cam b io en los con ten id os cualitativos de la vida, sino tam bién el p od er del estím ulo formal del límite, del principio y del fin.» Georg Simmel, C ultura filosófica, Leipzig, 1911, p. 41 («La moda»), [B 7 a, 1] Sim m el afirm a -que las m od as so n siem p re m o d as d e c la se , q u e las m od as d e la c la se su p e ­ rio r se d iferen cian de las m odas d e las in ferio res, sien d o ab a n d o n a d a s en el m o m e n to en q u e estas últim as co m ien z a n a ap rop iárselas-. G eorg Sim m el, C ultura filo s ó fic a , Leipzig, 1911, p. 32 («La m oda-).

[g 7 a , 2]

El ráp id o c a m b io d e la m od a p ro v o ca «que las m o d as ya n o p u ed a n ser... tan c a ra s c o m o lo era n a n te s... Su rge a q u í... un v e rd a d ero c írc u lo v ic io so : c u a n to m ás ráp id o c a m b ia la

M oda m od a, ta n to m ás b a ra ta s tie n e n q u e s e r las c o sa s ; y c u a n to m ás b a ra ta s resu ltan , tan to m ás in cita n a los c o n su m id o re s a un c a m b io ráp id o de la m o d a , fo rz a n d o a los fa b ri­ c a n te s a ello -. G e o rg Sim m el. C u ltu ra filo s ó fic a , Leipzig, 1911. pp. 5 8 -5 9 (.-La m o d a-). [B 7 a. 31

Fu eh s en to rn o a las a firm a cio n e s d e Jh e rin g so b re la m oda: «Es n e c e s a rio ... d e cir una vez m ás q u e los in tereses d e la sep a ra ció n d e cla ses so n só lo una d e las ca u sa s del frecu en te ca m b io de la m oda, y q u e hay una seg u n d a ... q u e tam b ién se ha d e te n e r en c u en ta : el c a m ­ b io fre c u e n te d e la m oda c o m o c o n s e c u e n c ia del m o d o d e p ro d u cció n del c a p ita lism o p ri­ vad o , q u e en in terés de su tasa d e b e n e fic io s se ve o b lig a d o a au m en tar c o n s ta n te m e n te su cifra d e ventas. Esta seg u n d a ca u sa le pasa p or c o m p le to d e sap ercib id a a Jh e r in g . Y lo m ism o c o n una tercera : los fin es d e estim u la ció n eró tica q u e p ersig u e la m od a, y q u e se cum plen inm ejorablem en te cu an d o el atractivo eró tico del portador o de la portadora se realza co n tin u a m e n te d e distintas m an eras... Fr. V ischer, q u e es c rib ió so b re ... la m oda v e in te a ñ o s an tes q u e Jh e rin g , aún n o c o n o c ía las fu erzas d e la se p a ra c ió n d e c la se s en la form ació n d e la m o d a ... p ero en c a m b io tu vo c o n c ie n c ia de los p ro b lem as e ró tic o s del vestido-, Eduard F u ch s, Illustrierte S itten geschichte vom M ittelalter bis z u r G egen w art. D as bü rgerli-

c h e Z eitalter [H istoria ilu strad a d e la m o r a l d e s d e la E d a d M ed ía b a s ta n u estros d ías, l a ép o c a bu rguesa], v o lu m en co m p le m e n ta rio , M unich, pp. 53-54.

[B 7 a, 4]

Eduard F u ch s ( H istoria ilu stra d a d e ¡a m o r a l d e s d e la E d a d M ed ia b a s t a n u estros d ías. La

é p o c a b u rg u esa, v o lu m en c o m p le m e n ta rio , pp. 5 6 -5 7 ) cita - s i n lo c a liz a r la - una o b s e r v a ­ c ió n d e F. T h . V isch er q u e c o n sid e ra el c o lo r gris de la v estim en ta m ascu lin a c o m o un sím b o lo de -la c o m p le ta in d o len cia - del m u n d o m a scu lin o , d e .su lan g u id ez y m o licie. [B 8, 1]

«La ¡dea boba y funesta de oponer el conocimiento profundo de los medios de ejecución... el trabajo sabiamente sostenido... al acto impulsivo de la sensibilidad singular, es uno de los rasgos más ciertos y más deplorables de la ligereza y de la debilidad de carácter que han marcado la edad romántica. La inquietud por la duración de las obras se debilitaba ya y cedía, en los espí­ ritus, ante el deseo de sorprender: el arte se vio condenado a un régimen de rupturas sucesivas. N a c ió un automatismo de la audacia. Ésta se convirtió en imperativo, tal como lo había sido la tradición. Por último, la M oda, que es el cambio muy frecuente del gusto de una clientela, susti­ tuyó las lentas formaciones de los estilos, las escuelas y las famas, por su movilidad esencial. Pero decir que la M o d a carga con el destino de las Bellas Artes es tanto como decir que el comer­ cio se mezcla en ello.» Paul Valéry, Pièces sur l'arl [Piezas sobre el arte], París, pp. 187-188 («En iorno a Corot»),

8. 2]

«La gran y capital revolución ha sido la hindú. Fue preciso el esfuerzo combinado de la ciencia y del arte para obligar a un tejido rebelde, ingrato: el algodón, a sufrir cada día tantas transfor­ maciones brillantes y, así transformado... ponerlo al alcance de los pobres. C ualquier mujer lle­ vaba antiguamente una falda azul o negra que conservaba durante diez años sin lavarla, por miedo a que no se fuera en jirones. Actualmente, su marido, un pobre obrero, al precio de una ¡ornada de trabajo, la cubre con un vestido de flores. Todo ese pueblo de mujeres que presenta sobre nuestros paseos un deslumbrador arco iris de colores, no ha mucho estaba de duelo.» J. Michelet, Le peuple [El pueblo], París, 184Ó, pp. 80-81.

105

[B 8, 31

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s «El comercio dei vestido, y no el arte como en ofras ocasiones, es quien creó el prototipo del hombre y de la mujer modernos... Se imita a los maniquíes y el alma es la imagen del cuerpo.» Henri Pollès, «L'art du commerce» [«El arte del comercio»] (Venc/rec/í, (12) de febrero de 1937). Cfr. la moda señorial inglesa y los tics.

8, 4]

«Se calcula que, en Armonía, los cambios de moda... y la confección ihnperfecta, causarían una pérdida anual de 5 0 0 francos por individuo, pues el más pobre de los armonienses tiene un guardarropa con ropa para todas las estaciones... Armonía... quiere, en ropa y en mobiliario, infi­ nita variedad, pero el mínimo consumo... La excelencia de los productos de la industria societa­ ria... eleva cada objeto manufacturado a la extrema perfección, de manera que el mobiliario y la ropa... se vuelven eternos.» (Fourier), cit. en Arm and y M aublanc, Fourier, II, París, 1937, pp. 196 y 198.

[B 8 a, 1]

«Ese gusto de la modernidad llega tan lejos que tanto Baudelaire como Balzac lo extienden hasta los más sencillos detalles de la moda y del vestir. Ambos los estudian en sí mismos y hacen de elio cuestiones morales y filosóficas, pues representan la realidad inmediata en su aspecto más agudo, más agresivo y tal vez más irritante, pero también el más generalmente vivido.» [Nota] «Además, para Baudelaire, estas preocupaciones se suman a su importante teoría del dandismo, de la cual precisamente hace una cuestión de moral y de modernidad.» Roger Caillots, «Paris, mythe moderne» [«París, mito moderno»] (Nouvelle Revue Française XXV, 284, 1 de mayo de 1937, p. 692).

ÍB 8 a, 2]

«¡Gran acontecimiento! Las bellas damas experimentan un día la necesidad de hincharse el trasero. Rápidamente, a millares, ¡fábricas de armazones!... Pero ¡qué es un simple polisón sobre ilustres coxis! En verdad una fruslería... "¡Abajo las rabadillas! ¡Vivan los miriñaques!". Y de repente, el uni­ verso civilizado se convierte en manufactura de campanas ambulantes. ¿Por qué el bello sexo ha olvidado los aderezos de campanillas?... Tener sitio no lo es todo, hay que hacer ruido aquí abajo... El barrio de Bréda y el faubourg Saint-Germain rivalizan en piedad tanto como en plate­ ría y en moños. (Que no tomen a la Iglesia por modelol En vísperas, el órgano y el clero declaman alternativamente un versículo de los salmos. Las bellas damas y sus campanillas podrían turnarse según este ejemplo, palabras y tintineos retomando alternativamente la continuación de la conver­ sación.» A. Blanqui, Critique sociale [Crítico social], I, París, 1885, pp. 83-84 («El lujo»), - «El lujoes una polémica contra la industria del lujo.

® 8 a> 31

Toda generación vive las modas de la generación que acaba de pasar com o el más potente antiafrodisíaco que se pueda concebir. Este juicio no resulta tan d esacertado, contra lo que pudiera suponerse. En toda m oda hay algo de amarga sátira sobre el amor, en toda m oda se hallan trazadas sin co m p a­ sión todas las perversiones. Toda m oda está en conflicto con lo orgánico. Toda m oda con ecta el cuerpo vivo co n el mundo inorgánico. En el viviente percibe la m oda los d erech os del cadáver. El fetichismo, que sucum be al sexappeal de lo inorgánico, es su nervio vital. IB 9, U El nacimiento y la m uerte —el prim ero por circunstancias naturales, el segundo por circunstancias sociales— limitan considerablem ente, cuando devienen actuales, el cam po de juego de la m oda. Dos circunstancias hacen

106

M oda

ap arecer bajo una luz correcta este hecho. La primera concierne al naci­ m iento, y muestra que, en el cam p o de la m oda, la creación natural de nueva vida está «superada» por la novedad. La segunda se refiere a la muerte. En lo que a ella toca, ap arece no m enos «superada» en la m oda, y precisam ente en el sex appeal de lo inorgánico, que ella misma desata. [b 9 , 2] La enum eración detallada de las bellezas femeninas, realzando cada una de ellas m ediante la com paración, procedim iento tan querido de la poesía barroca, se atiene ocultam ente a la imagen del cadáver. Este desm em bra­ miento de la belleza femenina en sus laudables com ponentes se asemeja a una autopsia. Las tan queridas com paraciones de las partes del cuerpo con el alabastro, la nieve, las piedras preciosas y otros motivos en su mayoría inorgánicos, hacen el resto. (Desm em bram ientos asi se encuentran también en Baudelaire, «El bello navio».) [B 9 , 3 ] Lipps so b re el c o lo r o sc u ro en la vestim en ta m ascu lina: p ien sa «que en nu estro rech azo g e n e ra liz a d o a los c o lo r e s vivos, so b re to d o en la vestim en ta m ascu lina, se e x p re sa del m o d o m ás cla ro una p ecu liarid ad m uy co m en ta d a d e n uestro carácter. G ris e s la teoría, pero v erd e y n o só lo v erd e, sin o rojo, am arillo , azul e s el árb ol d o rad o de la vida. P or eso e n n uestra p re d ile c c ió n p or to d o s los to n o s del gris... hasta llegar al negro, se m uestra c la ­ ram en te n uestra p articu lar te n d en cia so cial a a p re cia r p or en cim a de to d o la idea del cu l­ tivo del in telecto , in clu so n o q u e rie n d o an te tod o g o z a r d e lo b e llo ... sin o q u erien d o criti­ carlo , d e m o d o q u e ... n u estra vida esp iritual se v u elv e m ás y m ás fría e incolora«. T h e o d o r Lipps, «Über die S y m b o lik u n serer Kleidung- («Sobre el sim b o lism o d e n u estro s vestidos-]

[N ord u n d S ü d X X X III (1 8 8 5 ), B reslau/ B erlín , p. 352],

[B 9. 4]

Las m odas son un m edicam ento, tom ado a escala colectiva, dirigido a co m ­ pensar los efectos nocivos del olvido. Cuanto más breve es una ép o ca, tanto más se encuentra remitida a la moda. Cfr. K 2 a, 3. [B 9 a, 1 ] Fo c illo n sobre la fantasmagoría de la moda: «La mayoría de las veces... crea... híbridos, impone al ser humano el perfil de la bestia... La moda inventa así una humanidad artificial que no es la decoración pasiva del medio formal, sino ese medio mismo. Esta humanidad alternativamente heráldica, teatral, mágica, arquitectónica, tiene... como regla... la poética del ornamento, y lo que llama línea... quizó no sea sino un sutil compromiso entre cierto canon fisiológico... y la fan­ tasía de las figuras». Henri Focillon, Vie des formes [Vida de las formas], París, 1934, p. 41. IB 9 a, 2]

Difícilmente hay una parte del vestuario que pueda tanto expresar com o disi­ mular más variedad de tendencias eróticas que (el) sombrero femenino. Si el significado del sombrero masculino en su ámbito -la política- está rígidamente unido a unos pocos modelos fijos, los matices del significado erótico en el tocado femenino son inabarcables. No interesan aquí tanto las distintas posibi­ lidades de aludir simbólicamente a los órganos genitales. Puede resultar sor­ prendente la conclusión que, por ejemplo, se puede obtener del vestido a par­ tir del sombrero. H(elen) Grund supuso agudamente que el Schute, sombrero

107

Lib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

de ala ancha contem poráneo de la crinolina, representa en realidad las ins­ trucciones de uso de esta última, dirigidas al hombre. Las alas anchas del Schute están curvadas hacia arriba -indicando cóm o ha de abrirse la crinolina para facilitarle al hombre el acceso sexual a la mujer-, |B 10 , 11 La posición horizontal tuvo grandes ventajas para la hembra de la especie homo sapiens, si se piensa en los más antiguos ejemplares. Les ayudaba a sobrellevar el embarazo, com o por otra parte se puede deducir de los cintu­ rones y fajas a los que suelen recurrir hoy las mujeres embarazadas. Partiendo de aquí se podría aventurar quizá una pregunta: ¿no apareció el bipedismo, en general, antes en el hombre que en la mujer? En ese caso la mujer hubiera sido durante un tiempo la com pañera a cuatro patas del hombre, com o hoy lo es el perro o el gato. Más aún, es posible que sólo haya un paso de esta suposición a concebir el encuentro frontal durante la cópula com o una espe­ cie de perversión primitiva, y quizá esta aberración haya tenido m ucho que ver con el hecho de que a la mujer se le haya enseñado a cam inar sobre dos pies. (Cfr. nota en (el) ensayo E d u a rd F u chs d er Sam m ler u n d (det) Historiker [E d u a rd Fuchs, coleccionista e historiador]'). [B 10, 21 •Sería... interesan te investigar q u é u lterio res re p erc u sio n es d e la p o sic ió n vertical se d an en la co n stitu ció n y en las fu n cio n es del resto del cu erp o . No ig n o ram o s q u e e x iste una rela­ ció n m uy estrech a en tre tod as las p artes d e la estru ctu ra co rp o ra l, p e ro en el actu al estad o de nuestra c ie n c ia hay q u e d e cir cla ra m en te q u e los extrao rd in arios e fe c to s q u e se atribu­ yen en este sen tid o al b ip ed ism o n o está n co m p le ta m e n te p ro b a d o s... No se ha p od id o co m p ro b a r su influ en cia en la arq u itectu ra y fu n ció n de los órg an os in tern o s, y la h ip ó te ­ sis d e Herder, seg ú n la cual to d as las fu erzas actu arían d e otra m anera co n la p o sic ió n ver­ tical, estim u lan d o |a sangre a los n erv io s d e un m od o d istinto, e tc., c a re c e , si ha de im pli­ car d iferen cias co n sid era b les y c o m p ro b a d a m en te e se n c ia le s en el m o d o de vida, de todo fu nd am ento.- H erm ann Lotze, M ikrohosm os [M icrocosm os], vol. II, Leipzig, 1858, p. 90. [B 10 a, U Un fragm en to del p ro sp ecto d e un c o sm é tic o , q u e resulta cara cterístico de la m oda del Segundo Imperio. El fa b rica n te reco m ien d a «una cosmética... gracias a la cual las damos pue­ dan, si lo desean, dar a su tez el reflejo del tafetán rosa». Cit. en Ludw ig B o rn e , G esam m elte

S chriften [O bras com p leta ¿1, III, H am burgo/Frankfurt a. M., 1862, p. 2 82 ( D ie Indu strieA usstelhm g Un L otw re [E xposición d e ¡a in d u stria en el Lotwréi).

[B 10 a, 2]

c [P a r í s a r c a i c o , c a t a c u m b a s , d e m o l ic i o n e s , o c a s o d e P a r ís ]

•Facilis d escen su s A pern ó.Virgilio «Aquí hasta los automóviles parecen antiguos.» Guillaume Apollinaire

Cóm o las rejas -e n cnanto aleg o rías- se instalan en el infierno. En el pasaje Vivienne hay esculturas a la entrada que representan alegorías del com ercio. [C i , i]

El surrealismo nació en un pasaje. ¡Y bajo el p rotectorado de qué musas! 1C i, 2]

El padre del surrealismo fue Dada, su madre fue un pasaje. Dada era ya viejo cuando la conoció. A fines c]e.1919 Aragón y Bretón, por antipatía hacia Mont­ parnasse y Montmartre, trasladaron su lugar de encuentro con sus am igos a un café del pasaje de l'Opéra. La irrupción del bulevar Haussmann supuso su fin. Louis Aragon escribió. 135 páginas sobre él, un núm ero que, sum adas sus cifras, esconde el número de las 9 musas que habían ofrecido al pequeño surrealismo sus regalos. Sus nombres son: Luna, la condesa Geschwitz, Kate Greenaway, Mors, Cléo de Mérode, Dulcinea, Libido, Baby Cadum y Friederike Kempner. (¿En lugar de la condesa Gechwitz, Tipse?) [C 1, 3) C ajera com o Dánae.

[C 1, 4]

P au san ias esc rib ió su T op og rafía-d e G recia e\-20Q,d.C-.-cuímdo los-\ugares de c u lto 'y otros m u ch os m o n u m en to s e m p ez a b a n a q u ed a rse en ruinas!

[C 1, 51

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Pocas cosas hay en- la -historia de -]a...humanidad..dejas. q u e-sep am os-tan tocom o de la historia.de.la ciudad de,París. Miles y d ecen as de miles de volú­ menes,están exclusivam ente dedicados à investigar este minúscujo_p.unto_cle la Tierra. Las primeras verdaderas guías de antigüedades d e la vieja Lutetia parisorum provienen ya del siglo xvi. El catálogo de la Biblioteca Imperial, editado en tiem pos de N apoleón III, contiene casi cien páginas bajo la entrada «París», y esta colección está lejos de ser exhaustiva. Muchas de sus principales calles tienen su propia literatura, y p oseem os noticia escrita de miles de edificios, por discretos que sean. Con una bella expresión, Hoffmannsthal llamó a esta ciudad -un paisaje h echo de pura vida». Y en la atrac­ ción que ejerce sobre la gente, op era cierta belleza propia del gran paisaje, en con creto del paisaje volcánico. París es en el orden social lo que es el Vesubio-en-el-geográfico. Una masa am enazante y~péligro5a7~iifTf5c5~síHmpre activo de la rev o lu ció n rP eró 'arig ü ál~quë~igs"pen'diëntes~del~Ve5ubio se convirtieron- erT'Huertas- paradisíacas -gracias., a las cap as de_. lava- que las cubrían, así florecen sobre la lava de las revoluciones, c om o en ningún otro lugar, el arte, la vida festiva y la m oda. Bl Moda ■ B alzac aseguró la constitución m iticajfe su m undo;£erfilando_en_detalle su con torn o-top ográfico-E arís es el suelo de su mitología: París co n sus dos o tres grandes banqueros (N ucingen, du Tillet), París co n su gran m édico H orace B ianchon, con su em presario César Birotteau, co n sus cuatro o cin co grandes cocottes, con su usurero G obseck, con su puñado de abogados y militares. Pero, por encim a de todo, son siem pre las mismas calles y rinco­ nes, sótanos y esquinas, de donde surgen las figuras de este círculo. Qué otra cosa significa e sto, sino que la topografía traza el plano del esp acio m ítico-de._esta_-como de cualquier otía^ trad iaoñ ~ iH ás- áuñ, que puede lle­ gar a s_er..la clave d e fm ism o , cômo'lô'fde''j5ara'PaOYaTilas^nTfëla'ciôn:T ô î t ^ Grecia, y co m o la'Historia" y" circunstancias de los pasajes parisinos han de acabar siendo en relación con este siglo, subm undo en el que se hundió París. [C 1, 71 Erigir top ográficam ente la ciudad diez y cien veces a partir- de-sus-pasajes y puertas, H ë ^ s j œ m g m e r i ô s X ^ ^ e l e s , de sus estaciones y de sus... e x a cta m en tëïgïïai que antes lo fue a partir„de_s.usjgksias y m e rca d o s.'Y las-secre­ tas y profundam ente e sco n d idas figuras de la ciudad: asesinatos y rebelio^ nes, laTzonas-sangrientas-delxalíeTerorloFnidós^de ám or y -los incëndios. ■ Flâneur ■ [C 1,8] ¿No se obtendría una •película'apas'ieñañfé a partir del plano.de París^del^desarrollo cronológico de sus distintas imágenes, de condensar el movimiento de calles' bulevares;“pasajes:/.plazas. durante.un.siglo-en un espacio de tiempo de media hora? ¿Y qué otra cosa hace el flâ n eu r? ■ F lâ n eu r ■ [C 1, 91 «A dos pasos del Palais-Royal -entre la cour des Fontaines y la calle Neuve-des-Bons-Enfantshay un pequeño pasaje oscuro y tortuoso, que cuenta con un escritor público y una frutera.

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P a rís a r c a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o d e P arís Puede parecer el antro de C aco o de Trofonio, pero nunca podrá parecer un pasaje -ni siquiera con buena voluntad y mecheros de gas.» Delvau, Les dessous de París [Los bajos fondos de París], París, 1860, pp. 105-106.

[C 1 a, 1]

En la antigua „Grecia se enseñaban ciertos lugares que descendían al subm undo. Nuestr.a_existenGÍa despierta tam biéñ^ei~uñal:íerra en la que por lugares ocultos_se.desciende-al-submundo,_una-tierra.repleta.de .discretos luga­ res donde desem b ocan los sueños. Todos los días pasam os por ellos sin dar­ nos cuenta pero, apenas nos dormimos, recurrimos a ellos co n rápidos movi­ mientos, perdiéndonos en los oscuros corredores. El laberinto de casas de las ciudades equivale durante el día a la conciencia; los pasajes (que son las

gale^S'tiü'e^O'nidueen37Bigp^a~^isteHc!aJdesemboc¿n~clellía'.’'inadvertidam ente, en las calles. Pero a la noche, bajo las oscuras masas de edificios surge, infundiendo^ pavor, su com pacta oscuridad, y el tardío paseante se afana p or dejarlos atrás, si acaso le habíamos anim ado a un viaje a través del estre.cho callejón. Pero Jiay_-Otró".sistema~de-galerías-que^recorre_Earís_bajo__tierraj_ el. m etro, donde al atardecer briíian unas luces rojas que señalan el cam ino ai Hades de los nom bres. Combat - Elysée - G eorges V - Étienne Marcel - Solférino - Invalides - Vaugirard se han arrancado las ignominiosas cadenas de calle o plaza para convertirse aquí, en una oscuridad atravesada de relám pagos y pitidos, en deform es dioses de las alcantarillas, en hadas de las catacum bas. Este laberinto no aco g e en su interior a un toro, sino a docenas de toros cie­ gos y furiosos que exigen co m o venganza no que se les arroje una d o n ce­ lla tebana al año, sino que se les arrojen todas las m añanas miles de modis­ tillas cloróticas y dependientes insomnes. ■ Nombres de las calles ■ Aquí abajQ-no-queda,ya.nada de los choques_y_entrecruzamiento d ejiom b res que forman la trama lingüística de la ciudad superior. Cada uno habita aquí separadam entersiéñdo^rm fieFño~sirc:óftFv~A -m er,--Pirnn-y-r:)TThnner-los-giiardianes del umbral. [C i a, 2] ■¿No tie n e to d o b arrio su verdad era é p o c a de prosperid ad un p o c o an tes d e q u ed ar c o m ­ p leta m en te ed ificad o? D esp u és su plan eta d escrib e una curva, acercán d o se al co m ercio , pri­ m ero al g ran d e, lu eg o al p e q u e ñ o . M ientras-la~calle~aún-es_nu.eya,_pertenece~a-la g e n te hum ilde^pero.se-deshará-de-ella-en-G uanto-la-m oda-le-sonría. Sin rep arar.en gastos,_los-interesijd os se dispu tarán en tre eü o s tes casas y tes viviendas^ ej>o_sí, m ien tras q u e b ellas m u je­ res, d e :.cu y a .eleg a n cia esp le n d o ro sa n o sb lo T iá ce"g a la el saló n , sin o tam b ién _el ed ificio e in clu so ¡a ca lle, o rg a n icen aq u í sus visitas y sea n visitadas. Y una vez q u e la b ella dam a se h ay a .co n v ertid o en p a se a n te, qu errá tam b ién tiend as, lo q u e le p u ed e salir caro a una calle si se a d a p ta -c o n d em asiad a rapid ez a este d e seo . C om ien zan e n to n c e s a estrech arse los p atio s.-K lesap arecien d o alg u n o s— a juntarse, las, casas, y al final llega un día en q u e ya no es d e b u en to n o te n e r es(a ) d irecció n en la tarjeta de visita, pu es la m ayoría de los inquili­ n os so n só lo co m e rcia n tes, y los p o rtales n o pierden m u ch o si de vez en cu an d o a co g en a alg u n o d e e so s p eq u eñ o s artesa n o s cuyas m iserab les b arracas han o cu p ad o el lugar de tes tiend as.- Lefeuve, Les a n c ie n n e s m aiso n s d e P arts so u s N apoléon III [Las a n tig u a s c a s a s d e P arís b a jo N apoleón III], I, París/Bruselas, 1873, p. 4 8 2 . ■ M oda ■ [ C í a , 31

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s

Un triste testimonio del escaso am or propio de la m ayor parte de las gran­ des urbes europeas es que tan p ocas, y entre ellas ninguna alem ana, posean un mapa tan manejable, m inucioso y resistente com o el que existe para París. Se trata del e xcelen te m apa Taride, co n sus 22 planos de todos los distritos parisinos además del parque de Boulogne y de Vincennes. Quien alguna vez haya tenido que luchar en cualquier esquina de una ciudad extranjera, bajo mal tiempo, con uno de esos enorm es mapas urbanos que se levantan a cada golpe de viento com o una vela y se rasgan por todos los dobleces para convertirse en un pequeño m ontón de hojas sueltas con las que uno se tortura com o con un rom pecabezas, que aprenda del mapa Taride lo que puede ser un m apa urbano. A quienes al sumergirse en él no se les despierte la fantasía, sino que prefieren revivir sus experiencias pari­ sinas con fotos o apuntes de viaje antes que con un m apa urbano, es inútil ayudarles. [C 1 a, 41 P aríase alza sobre una red d ^ ^ y ^ ^ ^ s u b t e r r a n e a s _ ¿ ^ d e donde retum­ ban.los ruidos del metro o del ferrocarril, en donde cada tranvía o cam ión despierta un largo eco. Y este gran.sistem a .técn ico .d e calles¡ y tuberías_se entrecruza con las antiquísimas 'bóvedas"subterráneas,- cavernas calcáreas, grutas y catacum bas que desde la Alta Edad Media se han m ultiplicadoíeon el paso de los siglos. Aún hoy por 2 francos se puede adquirir el billete para visitar este nocturnísim o París, m ucho más barato y m enos peligroso que el de la superficie. La Edad Media lo vio de otra manera. Sabem os por las fuen­ tes que a m enudo había gente dispuesta a enseñarles allá abajo a sus co n ­ ciudadanos el dem onio en m edio de su infernal majestad, a cam bio de una suma considerable y el voto de silencio. Una em presa m enos arriesgada para los estafados que para el picaro de turno. ¿No tuvo la Iglesia que equiparar prácticam ente las falsas apariciones diabólicas con las blasfemias a Dios? Esta ciudad subterránea, p o r jo . denlas, también producía beneficios tangibles, si­ los que se movían en ella. Pues sus calles cruzaban él gran m uro aduanero-. con el que los antiguos recaudadores de im puestos se aseguraban el_derecho de percibir el tributo sobre toda m ercancía que entrara en la ciudad, El contrabando del siglo xvi y xvu se desarrolló en grán parte bajo tierra. Tam­ bién sabem os que en tiempos de excitación general circulaban muy rápid.q por las catacum bas los rumores más inquietantes, por no hablar cíe los espí­ ritus proféticos y de las sibi(l)as, que tienen allí sus com petencias por dere­ cho propio. El día siguiente a la fuga de Luis XVI, el gobierno revoluciona­ rio difundió un bando en el que se ordenaba exam inar palm o a palm o estas vías subterráneas. Y un par de años más tarde se extendió involuntariamente entre las masas el rumor de que algunos barrios de la ciudad estaban a punto de hundirse. [C 2, i j E d ificar tam b ién la ciu d ad a partir d e sus «fuentes». «Algunos calles han conservado el nom­ bre de éstas, aunque el más célebre de todos, le Puits d'Amour, que no estaba lejos de las lon­ jas, en la calle de la Truanderie, lo hayan secado, cegado, arrasado, sin dejar huellas. N o es, sin embargo, por ese pozo por lo que se le ha dado el apodo a la calle du Puits-qui-Parle, ni

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P arís a r c a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o d e P a rís tampoco por el pozo que el curtidor Adom-l'Hermite hizo excavar en el barrio de Saint-Victor; hemos conocido las calles du Puits-Mauconseil, du Puit-de-Fer, du Puits-du-Chapitre, du Puits-Certain, du Bon-Puits, y finalmente la calle du Puits, que, después de haber sido la calle du Bout-duMonde, se convirtió en el callejón Saint-Claude-Montmartre. Las fuentes comerciales, las fuentes al hombro, los cargadores de agua irán a reunirse a los pozos públicos, y nuestros hijos, que ten­ drán agua incluso en los pisos de las casas más elevadas de París, se sorprenderán de que haya­ mos conservado durante tanto tiempo esos medios primitivos de proveer a una de las más impe­ riosos necesidades del hombre.» M áxim e Du Camp, París. Ses organes, ses fonclíons el so víe [París. Sus órganos, sus Iunciones y su vida], V, París, 1875, p. 263.

[C. 2, 2]

Otra topografía, concebida no arquitectónica sino antropológicam ente, nos mostraría de golpe en su verdadera luz la zona más tranquila, el distrito catorce. Asi lo vio al m enos Jules Janin hace cien años. Quien allí viniera al m undo podía llevar una vida de lo m ás movida y arriesgada sin tener que abandonarlo jamás. Pues en él se encuentran, uno tras otro, todos los edifi­ cios de la miseria pública y de la penuria obrera en sucesión ininterrumpida: la maternidad, la inclusa, el hospital, la fam osa Santé: la gran prisión pari­ sina, y el patíbulo. Por las n oches se ven en bancos ocultos y estrechos -n o precisam ente en los cóm od os de las p lazo letas- a hom bres tendidos para dormir co m o en la sala de espera de una de las estaciones intermedias de este horrible viaje. [C 2 , 31 Hay em blem as arquitectónicos del com ercio: los escalones llevan a la far­ macia, el estanco se ha adueñado de la esquina. El co m ercio sabe ap rove­ char los umbrales: delante del pasaje, de la pista de patinaje, de la piscina pública, de(l) andén, se encuentra co m o protectora del umbral una gallina que pone autom áticam ente huevos de hojalata con caram elos en su interior; hay junto a ella una adivina autom ática, y una grabadora autom ática con la que estam pam os nuestro nombre en una chapa de hojalata que nos sujeta el destino al collar. 1C 2, 41 En el v ie jo París h ab ía e je c u c io n e s en la vía p ú blica (p . ej.: m ed ian te la h o rca).

[C 2, 51

R od en b erg h ab la d e la -ex isten cia fantasm al- de c ie n o s p a p e le s sin v a l o r - p . e j., las a c c io ­ n es d e la Caja M ire s - q u e vend ía la «pequeño mafia» d e la B o lsa c o n la e sp era n z a d e una •futura resu rrecció n seg ú n las o p o rtu n id ad es del m om ento». Ju liu s R o d en b erg , P a rís b ei

S o n n en sc b ein u n d L a m p en lic b l [París a la lu z d e l so l y a la lu z d e las lám p aras], Leipzig. 1867, pp. 10 2 -1 0 3 .

IC 2 a, 11

Tendencia conservadora de la vida parisina:, en el a ñ o .1867 un. empresario concibe aún el plan de h acer circular por París quinientas sillas de mano. ....................... [C 2 a. 2 ]

Sobre la topografía mitológica de París: el carácter que le confieren las puer­ tas monumentales. Es importante su duplicidad: puertas fronterizas y puertas triunfales. Misterio del mojón que ha quedado situado hoy en el centro

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

urbano, y antaño marcaba el lugar donde acababa la ciudad. - Por otra parte, el Arco del Triunfór que hoy se ha convertido en una zona peatonal rodeada de tráfico. La puerta monumental, que transforma a quien la cruza, se desarro­ lló a partir del ámbito de la experiencia del umbral. El arco del triunfo rom ano convierte en triunfador al general que regresa. (¿Contrasentido de los relieves del intradós del arco? ¿Una equivocación clasicista?) [C 2 a, 31 La galería que conduce al seno de la tierra es de madera. La madera apaiece también transitoriamente una y otra vez en la imagen de la gran utbe durante sus enormes transformaciones. En me.dio-deljráfico moderno, las vallas y armazones-de madera en torno a_ los solares excavados a cielo alSIatoTórmáñ ja jn ia gen del poblado prehistórico que Ríe la gran ciuclad. ■ Hierro" ■ [C 2 a, 4] ■■Es el su e ñ o q u e co m ie n z a en tre tin ieb la s de las ca lle s del n o rte d e la gran ciu d ad , n o só lo París, q u izá ta m b ién B erlín , y la fu g azm en te c o n o c id a Londres, q u e co m ie n z a en tre tin ie­ b las, a m a n e ce r sin lluvia y sin em b a rg o h um ed ad. La c a lle se estrech a, los e d ificio s se ju n ­ tan m ás y m ás a u n o y o tro lad o, hasta q u e se form a al final un p asaje c o n tu rb ias p a re ­ d es de vidrio, un co rre d o r d e cristal, a u n la d o y o tro : ¿son inm u nd as ta b e rn a s c o n cam areras a c e c h a n te s en b lu sas d e sed a b la n ca y negra? H u ele a v in o m alo d erram ad o. ¿O so n p a sillo s de b u rd el c o n sus lu ces m u ltico lo res? Sin em b arg o , cu a n d o av an zo , son p e q u e ­ ñ a s pu ertas d e v e rd e in ten so a a m b o s la d o s, y p o stig o s rú sticos, voléis, y se sien tan v iejec itas m en u d as q u e h ilan , y tras las v e n tan as, al lad o d e m ace tas alg o m arch itas c o m o en las ca sa s d e los la b ra d o res, y sin em b a rg o en un a p o se n to en can tad o r, una aleg re d o n c e ­ lla, y can ta: “U na hila secla ...”.- M an u scrito de Franz H essel; cfr. Strind berg, L as trib u la c io ­

n es d e! n av eg an te.

[C 2 a ’ 51

Delante de la entrada, un buzón: última oportunidad de enviar una señal al m undo que se abandona. 2 a>6) P a seo su b terrá n e o p o r la ca n a liz a ció n . R eco rrid o preferido: C h átelet-M ad elein e. [C 2 a, 7] «Los ruinas de la Iglesia y de la N obleza, las de la Feudalidad y de la Edad M edia, son subli­ mes y llenan hoy de admiración a los sorprendidos y asombrados vencedores, pero las de la Burguesía serán un innoble detritus de cartón piedra, de escayolas y de colorines». Le diable á París [0 diablo en París], II, París, 1845, p. 18 (Balzac, Ce qui disparan de Poris [Lo que desa­ parece de París]). ■ C o leccio n ista ■

[C 2 a, 8]

... to d o esto son los pasajes ajm e s tro s ojos. Y n ada d e to d o estoJ^ieiorL_iE¡orque solqmeñlé'Fioyes cuando los amenaza el pico, cuandcTse han convertidojsfec^ tivamente en los santuarios ele un cülfcrde'lo efímero, cuando se Han convertido en el paisaje fa_ntasm.al...3 e-Jos. placeres" y' delas' profesiones-malditas,-ayer-ineoirvgrensíbles.y_.que-eLmoñana.-no-.conpce[á nunca.» Lou¡s_Aragón, Le pdysdñ de París [El campesino de París], París, 1926, p. 19. ■ C oleccionista ■

[C 2 a, 91

Pasado sú b ito de u n a ciudad: las venta nas ilu m in a d a s en N a vid a d lu c e n com o si e s tu vie ra n encendida s desde 1880. [C 2 a, 101

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P a rís a rc a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o d e P arís

Los sueños son la tierra donde se localizan los hallazgos que testimonian la prehistoria del siglo xix. ■ Sueños ■ [C 2 a, 11 ]

RazoneAdeLocaso-de-los-pasajesra-ceras-gnsarrchadas^luz eléctrica, prohibiciórLpara_las_prostitutas—Gultura_deLaireJibre, [C 2 a 12 ] Renacimiento del drama griego arcaico en las casetas de feria. En estos e sce ­ narios, el prefecto de policía sólo permite diálogos. «Este tercer personaje es mudo, en nombre del señor prefecto de policía, que sólo permite el diálogo en los teatros llamados foráneos.» G érard de Nerval, Le cabaret de la M è re Saguel [La taberna de la M è re Saguet], París, (1927), pp. 259-260 («El bulevar du Temple. Antiguamente y en la actualidad»). [C 3 j]

Delante de la entrada del pasaje, un buzón: una última oportunidad de enviar una señal al mundo que se abandona. [C 3 , 2] Sólo en apariencia esjjnifonne-la-ciudad^Ineluso-srrnotnhre .siiem~rle distinta forma.&n-£us-distintQs-seGtores.-En-flingúii_sitÍQ, a no sg£en los sueños, se expe­ rimenta:jod ^ ía_d eL m g d o más primigenio el fenómeno.deU.ímitp-minn en las ciudládes:-. Conocerlas_supone-saber-de -esas-.líneas que a lo largo del tendido ferroviario, a través de las casas, dentro de los parques o siguiendo la orilla del río, corren com o líneas divisorias; supone conocer tanto esos límites co mo tambiénJosjmclaves_deJos_distintos.sectpres1_Cómo_umbraLdiscun:e_eLlímite~por las calles;..una_nuevíLsección.comienza-como-un-paso-en-fals 0 í eomo-si-nos-encontraíamos en un escalón más bajo que antes nos pasó desapercibido. [c 3 , 3] Antes de entrar en eljpasaje, en la pista de patinaje, en la cervecería, en la pista de tenis: penates. La gallina que pone dorados huevos de praliné, la máquina que graba nuestro nom bre y aquella otra que nos pesa -e l m oderno yvoiGi aeavTov-, máquinas de azar, la adivina m ecánica, guardan el umbral. Se hallan, curiosam ente, con m ucha m enos frecuencia en el interior o en el exterior. Protegen-y-señalarU as transiciones, y los domingos potóla tarde la excursión-no-sólo..es.al...campo,..sino,:tambiéh..a,estos..penates llenos de..mis­ terio. ■ Constaicció n onírica ■ Amor ■ [C 3 , 4 ] El despótico sobresalto del timbre, que domina toda la vivienda, también obtiene su fuerza de la magia del umbral. Con estridencia, algo se apresta a tras­ pasar el umbral. Pero es extraño cóm o este timbrazo se vuelve melancólico y acam panado al anunciar la despedida, com o ocurre en el Panorama Imperial, donde suena cuando comienza a temblar levemente la imagen desvaída, anun­ ciando así la siguiente imagen. ■ Construcción onírica ■ Amor ■ [c 3 , 5] Estas puertas —la entrada a los pasajes=-son-umbrales. Ningún escalón de pie­ dra los señala. Pero eso lo hace la actitud de espera de las pocas personas pre­ sentes. Sus p asosien tgs y rnedidosjeflejan,„s,in_que_el.las_mismas ¡o sepan_que se está.ante-una decisión. ■ Construcción onírica ■ Amor ■ [c 3 . 61

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s O tro s palios de M onipodio ad em ás del situ ad o en el p a sa je du Caire, fa m o so p or Notre-

D a m e d e París. «En la calle des Tournelles, en el M arais, encontram os el p a sa je y el palio de M o n ip o d io ; h a b ía tam bién otros p a lio s d e M o n ip o d io en las c a lle s Saint-D enis, du B ac, d e Neuilly, des Coquilles, de la Jussienne, Sainl-N icaise y la colina Saint-Roch.» Labedolliéie, Histoire du nouveau Poris [Historia del nuevo París], París, p. 31. [Los n o m b res de esto s p atios se tom an de Is 26, 4 -5 e Is 27.]

[C 3, 71

En relació n al é x ito de H aussm ann en el c a m p o del a b a ste cim ie n to d e agua y d re n a je de París: «Los poetas podrían decir que Haussmann estuvo más inspirado por las divinidades de abajo que por los dioses superiores». Dubech-D’Espezel, Histoire de Paris [Historia de París], París, 1926, p. 418.

[C 3, 81

Metro. «A la mayoría de las estaciones se les ha puesto unos nombres absurdos, y el peor de todos parece corresponderle a la que, en el ángulo de las calles Bréguet y Saint-Sabin, ha ter­ minado reuniendo en la abreviatura “Bréguet-Sabin" el nombre de un relojero y el nombre de un santo.» Dubech-D'Espezel, loe. cil., p. 463.

[C 3, 91

La m adera es un elem ento arcaico en la im agen de la ciudad: barricadas de -------- ----------- -------------- -----------------!c 3 . íni madera: Insu rrecció n d e junio. -La m ayoría dé lo s.p reso s era n .co n d u cid o s a las can teras y pasadizos su b terrán eo s q u e .se hallan b a jo los fu ertes de París, tan ex te n so s q u e la jriita d de ios pari­ sinos .cabrían en ellos. H acía tanto frío en estas galerías su bterráneas, q u e m u ch os sólo podían m anten er el calor corporal co rrien d o co n tin u am en te, o m ovien d o los brazos, y nadie se atrevía a tum barse sobre las piedras h elad as... Los p reso s dieron a tod os los pasadizos los n om bres de las calle s de París, y se d ab an un os a otros su d irecció n cu an d o se en c o n ­ traban.- Engländer, loe. eil. {G esch ich te d e r fra n z ö sis c h en A rbeiter-A ssociationen [H istoria d e

las a s o c ia c io n es o b rera s d e Fran cia], II, H am burgo, 1864), pp. 3 1 4 -3 1 5 .

[C 3 a, U

•Las cavidades de París están todas intercomunicadas... En m uchos lugares se han plantado postes para que el techo no se derrumbe. En otras se han colocado muros de contención..listos muros forman largos corredores subterráneos, com o si fueran calles estrechas. Al final de m uchos de ellos se han escrito números para evitar la desorientación, pero aun con eso nadie debe aventurarse sin guía... en esta mina calcárea apuntalada... si no quiere... exp onerse a morir de hambre.- - -La leyenda de que en los sótanos de las cavidades de París se pueden ver las estrellas durante el díasurgió de un antiguo pozo -cuya boca fue cubierta por una piedra a la que se le practicó un pequeño agujero de unos seis milímetros de diámetro. A través de él, el día aparece abajo, en las tinieblas, com o una estrella pálida.* J. F. Benzenberg, Briefe geschrieben a u f ein er Reise tmch Paris

[Cartas escritas en un viaje a P aríi, 1, Dortmund, 1805, pp. 207-208.

[C 3 a, 2]

«... una cosa que humeaba y chapoteaba por el Sena con el ruido de un perro nadando, yendo y viniendo bajo las ventanas de los Tullerías, desde el Pont Royal al puente Luis XV: tenía una mecánica que no valía para mucho, una especie de juguete, un ensueño de inventor visionario, una utopía: un barco de vapor. Los parisinos miraban esta inutilidad con indiferencia.» Victor Hugo, Les Misérables [Los miserables], I, cit. en Nadar, Q uand j'étais pholographe [Cuando era fotógrafo], París, (1900), p. 280.

116

[C 3 a, 31

P a rís a r c a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o ele P arís «Como si se trotara de un encantador o de un tramoyista de teatro, el primer toque de silbato de la primera ..locomotora dio la señal de despertar, de-despegar a todas las cosas.» Nadar, Cuando era Iológrafo, París, p. 281.

[C 3 a. 41

Es significativa la historia de la génesis de uno de los grandes m anuales sobre París, a saber: París, ses organes, ses fo n ctio n s et sa vie d a n s la seco n d e moitié dit XIXe siècle [París, sus órganos, sus fu n c io n e s y su vida en la seg u n d a m itad del siglo a'/x], 6 vols., París, 1893-1896, de M axime Du Camp. Sobre esta obra escribe un catálogo de libros antiguos: «O bra de un vivo interés por su documentación tan exacta como minuciosa. Du Camp, en efecto, no vaciló en ejercer los más diversos oficios, haciéndose conductor de autobús, barrendero, alcantarillero, para procurarse los materiales de su libro. Esta tenacidad le había valido el sobrenombre de “prefecto del Sena in parlibus" y no fue desde luego ajena a su elevación a la dignidad de senador». Paul Bourget. en su ■ Discurso

a ca d ém ico del 13 de ju n io d e 1895. Sucesión de M axim e D u C am p•( L ’A ntholo­ gie de IA cadém ie Française [La Antología de la A cadem ia Francesa], Paris, 1921. pp. 191-193), relata la génesis del libro. En 1862, cuenta Bourget, se habían m anifestado en Du Camp los prim eros síntom as de una enferm edad ocular: fue al óptico Secrétan, que le recetó unas gafas para la presbicia. Du Camp tom a ahora la palabra: «la edad me afectaba. N o le di un recibimiento amable, Pero me sometí. Pedí unas lentes y unos quevedos». Y sigue Bourget: «El óptico no tenía los cristales solicitados. Le faltaba una media hora para prepararlos. M. Maxim e Du Camp salió para matar esta media hora, deambulando al azar. Se encontró en el Pont-Neuf... El escritor se encontraba en uno de esos momentos en que el hombre, que va a dejar de ser ¡oven, piensa en la vida, con una resignada gravedad que le hace recuperar en todas partes la imagen de sus propias melan­ colías. La pequeña decadencia fisiológica por la que se visita al óptico acababa, de convencerle y le había recordado eso que tan deprisa se olvida, la ley de la inevitable destrucción que gobierna todas las cosas humanas... Y de repente, él, el viajero de Oriente, el peregrino de las mudas soledades donde la arena está hecha del polvo de los muertos, se puso a soñar que también un día esta ciudad, cuyo enorme jadeo escuchaba, moriría, como han muerto tantas capitales de tantos impe­ rios. La idea le vino del prodigioso interés que presentaría hoy un cuadro exacto y completo de una Atenas en tiempos de Pendes, de una Cartago en tiempos de los Barca, de una Alejandría en tiempos de los Ptolomeos, de una Roma en tiempos de los Césares... Gracias a una de esas intuiciones fulgurantes en que un magnífico tema de trabajo surge ante nuestro espíritu, percibió netamente la posibilidad de escribir sobre París ese libro que los historiadores de la antigüedad no escribieron sobre sus ciudades. M iró de nuevo el espectáculo del puente, del Sena y del mue­ lle... La obra de su madurez acababa de aparecérsele». Esta inspiración clásica

de la gran obra m oderna de técnica administrativa sobre París es enorm e­ mente significativa. Cfr. adem ás el capítulo sobre el Sacré Cœ ur de Léon Daudet, París vivido, en torno al o caso de París. [C 4] N otab le frase en el b rillan te cap ítu lo -París subterráneo- d e Nadar, Cuando ero fotógrafo, París, (1 9 0 0 ), (p . 1 2 4 )(:) «En la historia de las alcantarillas, escrita con la pluma genial del poeta

Lib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s y del filósofo, después de esta descripción que él supo hacer más emocionante que un drama, H ugo cuenta que en China no hay un campesino que vuelva de vender sus legumbres en la ciu­ dad que no traiga la pesada carga de un doble cubo lleno de esos preciosos fermentos». [C 4 a, 1J Sobre las puertas m onum entales de París: «Hasta el momento en que entre dos columnas se veía aparecer al empleado de arbitrios, podría creerse uno en las puertas de Roma o de Atenas». Bio­ graphie universelle ancienne et moderne [Biografía universal antigua y moderna], nueva edición publi­ cada bajo la dirección de M. Michaud, XIV, París, 1856, p. 321 (artículo P. F. L. Fontaine). [C 4 a, 2] •En un libro d e T h é o p h ile G autier, Caprichos y zigzags, en c u e n tro una p ágin a cu rio sa. “Un gran p eligro n o s a c e c h a ”, se d ice allí... “La m o d ern a B a b ilo n ia n o será destruida c o m o la torre d e Lylak, a n eg a d a p o r un m ar d e a sfalto c o m o la P en táp o lis, o sep u ltad a b a jo la arena c o m o T eb a s; sim p lem en te será d e sp o b la d a y destruida p o r las ratas d e M o n tfa u co n ”. ¡N ota­ b le v isió n d e u n so ñ a d o r c o n fu so p ero p ro fètico ! Se ha co n firm a d o e n e s e n c ia ... Las ratas d e M o n tfau co n ... n o han a ca b a d o sien d o un p eligro para París; las h ab ilid ad es e m b e lle c e ­ d o ras d e H au ssm ann las han d isp e rsa d o ... P ero d e las alturas d e M o n tfau co n b ajaro n los p ro letario s, in icia n d o la d e stru cció n d e París c o n la p ó lv ora y el p e tró le o q u e G au tier h ab ía p red ich o .- M ax N ordau, A us d em w a h r en M illia rd e n la n d e P a n s e r S tu dien u n d B ild e r

[D esd e la v er d a d e ra t ie ir a d e los m illon es. E studios y esta m p a s parisin as), I, Leipzig, 1878, pp. 7 5 -7 6 (B e lle v ille ).

[C 4 a, 31

En 18 9 9 , d u ran te las o b ras del m etro en la c a lle Sain t-A n to in e, se en c o n tra ro n los c im ie n ­ to s de una torre d e la B astilla. S(alo) d(e las) E(stampas).

[C 4" a, 4]

M ercados de vinos(:) -El a lm a cé n ,..co n stitu id o -en -p a rte'p cfrb 'o v ed a s para los lico res, y en p a rte p o r b o d e g a s e x c a ^ a d a s .e n ja j-o c a para ít o W nosM prm a... p o t-d ecirlo así una ciu d ad, cu yas calles-tienen por nom bre las más imoortantes.-Zonas_vinícolas d e F rancia-, A cht T age

in P arís [O cho d ía s en París], París, ju lio d e 18 5 5 , pp. 3 7 -3 8 .

[C 4 a, 51

«Lqs_cuevas del café Anglais... se extienden muy lejos_bajo los bulevares, y_ forman desfiladeros muy^complicados. Se tuvo el cuidado de dividirlas en calles... Tiene usted la calle du Bourgogne, la calle du Bordeaux, la calle du Beaune, la calle de l'Ermitage, la calle du Chambertin, el cruce des... Tonneaux. Llega a una gruta fresca,... llena de conchas...; es la gruta de los vinos de Cham ­ pagne... Los grondes señores de la antigüedad habían soñado con cenar en sus caballerizas... ¡Vivan las cuejras_paia_comer de una manera realmente excéntrica!» Taxile Delord, PorisViveur [París vividor], París, 1854, pp. 79-81, 83-84.

[C 4 a, 6]

«Persuádase de que cuando H ugo veía al mendigo en la calle... lo veía tal como es, tal como realmente es, el viejo mendigo, el viejo suplicante... en la vieja calle. C uando miraba la placa de mármol de una de nuestras chimeneas, o el ladrillo cimentado de una de nuestras modernas chimeneas, veía lo que ella es; la piedra del hogar. La antigua piedra del hogar. C uando miraba la puerta de la calle, y el paso de la puerta, que normalmente es una piedra tallada, sobre esta piedra tallada distinguía con nitidez lo vieja línea, el umbral sagrado, pues es la misma línea.» Charles Péguy, Œ uvres complètes, 1873-1914. Œ uvres de prosa [Obras completas, 1873-1914. O bra s en prosa], París, 1916, pp. 388-389 (Victor-Marie, C onde Hugo).

118

[C 5, 11

P a rís a rc a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o d e P arís «Las tabernas del faubourg Antoine se parecen a esas tabernas del monte Aventino construidas sobre ei antro de la sibila y que comunican con los profundos alientos sagrados; tabernas cuyas mesas eran casi trípodes y donde se bebía lo que Ennio llama el vino sibilino.» Victor Hugo, Œ uvres complètes. Roman 8 [Obras completas. N o ve la 8 ], París, 1881, pp. 55-56 (Los misera­ bles, IV).

[C

2]

«Los que han recorrido Sicilia se acordarán de aquel célebre convento donde, por disfrutar la tierra de la propiedad de secar y de conservar los cuerpos, los monjes, en cierta época del año, revisten con sus antiguos trajes a todos los grandes hombres a los que han concedido la hospi­ talidad de la tumba, ministros, papas, cardenales, guerreros y reyes; y, colocándolos en dos filas en sus vastas catacumbas, hacen que el pueblo pase a través de esta hilera de esqueletos... ¡Pues bien!, ese convento siciliano es la imagen de nuestro estado social. Bajo esos hábitos a pa ­ ratosos con los que se adornan las artes y la literatura, no hay corazón que lata, y son muertos quienes clavan sobre usted sus ojos fijos, apagados y fríos, cuando pregunte al siglo dónde están las inspiraciones, dónde las artes, dónde la literatura.» Nettemenmt, Les ruines morales el intellectuelles [Las ruinas morales e intelectuales], París, octubre de 1836, p. 32. A este respecto, cfr. H ugo, «Al arco de triunfo», de 1837.

[C 5. 3]

Los dos últim os capítulos de Léo Claretie en: P atis depu is ses origines ju s q u ’en Van 3 OOOlPaiis

d esd e sus oríg en es h a sta el a ñ o 3000], París, 1886, se titulan «Las ruinas de París» y «El año 3000». El prim ero h a ce una paráfrasis de los versos de Victor H ugo «Al arco de triunfo». El segun do co n tien e una co n feren cia so b re las antigüedades de París q u e tuvo lugar en la fam osa «Aca­ demia de Floksima... situada en Cenépiro. Se trata de un nuevo continente..:, descubierto en el año 2 5 0 0 entre el cabo de Hornos y las tierras australes» (p, 347).

[C 5, 4)

«En el Chátelet de París había una cueva grande y larga. Esta cueva estaba a ocho pies por debajo del nivel del Sena: no tenía ni ventanas ni respiraderos...; los hombres podían entrar en ella, el aire no. Esta cueva tenía como lecho una bóveda de piedra y como suelo diez dedos de lodo... Ocho pies por debajo del suelo, una larga viga maciza atravesaba ese subterráneo de parte a parte; de esta viga colgaban de vez en cuando cadenas... y en el extremo de esas cadenas había argollas. Se metía en estas cuevas a los hombres condenados a las galeras hasta el día de la partida desde Toulon. Se les ponía sobre esta viga donde cada uno tenía su herraje oscilando en las tinieblas... Para comer, hacían subir con sus talones a lo largo de su tibia hasta la mano el pan que se les arrojaba en el barro... ¿Qué hacían en este sepulcro infernal? Lo que se puede hacer en un sepulcro, agonizar, y lo que se puede hacer en un infierno, cantar... En esta cueva es donde nacieron casi todas las canciones de argot. Del calabozo del Grand-Chátelet de París es de donde viene el melancólico estribillo de la galera de Montgomery, Timaloumisaine, limoulamison. La mayoría de estas canciones son lúgubres; algunas son ale­ gres.» Víctor Hugo, Obras completas. Novela 8 , París, 1881 (Los miserables), pp. 297-298. ■ París subterráneo ■

[C 5 a, 1]

Para u n s a b e r del um b ral;..«_"En_Earís,_entr.e._los que_van a pie y los que van en coche, no hay más diferencia.que.Ja..aceral.como-decia--un-filósofo~a-pie.-iÁh~ilaIá^á177Ts~elj)ijñtq_de_partida de un país apotro, de la miseria al lujo, de lo despreocupación a la preocupación. Es el lazo de unjon_He_quien-no-es-nadcrcon-quien~lo-e5-todo. La cuestión es poner los pies en ella». Théo­ phile Gautier, Etudes philosophiques [Estudios filosóficos] (Paris et les parisiens ou y los parisinos en el siglo xtx], París, 1856, p. 26).

XIXe

siècle [Paris (C 5 a, 21

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s Pequeño p resagio del metro en la d escripción de las casas modelo del futuro: «los subsue­ los, muy espaciosos y bien iluminados, se comunican lodos entre sí. Forman largas galerías que siguen el trayecto de las calles y en las que se ha establecido un ferrocarril subterráneo. Este ferrocarril no está destinado a los viajeros, sino solamente a los mercancías más pesados, ol vino, la madera, el carbón, etc., que transporta hasta el interior de las casos... Esas vías férreas sub­ terráneas adquirieron una importancia cada vez mayor». Tony Moilin, París en l'on 2 0 0 0 [París en el año 2000], París, 1869, pp. 14-15 («Casas modelo»), Fragm en tos de «Al arco de triunfo» d e V ictor Hugo: II

«París siempre grita y ruge. ¡N adie sabe, cuestión profunda, Lo que perdería el ruido del mundo El día en que París callara!». III «¡No obstante se callará! Tras muchas auroras, Muchos meses, muchos oños, muchos siglos caídos, Cuando este río donde el agua rompe contra los sonoros puentes H aya vuelto a los ¡uncos murmurantes e inclinados; Cuando el Seno haya huido obstruido por las piedras, Desgastando olguna vieja iglesia hundida en sus aguas, Atenlo al suave viento, que a la nube lleva El temblor del follaje y el canto de los pájaros; Cuando discurro, la noche, blanca en la sombra; Feliz, durmiendo su marea tiempo ha turbulenta, Por poder escuchar finalmente esas voces infinitas Q ue vagamente pasan bajo el cielo estrellado; C uando de esto ciudad, obrera loco y ruda, Que, acelerando los destinos reservados a sus muros, Bajo su propio martillo yéndose en polvo, Pone su bronce en moneda y su mármol en adoquinado; Cuando, tejados, campanarios, colmenas tortuosas, Pórticos, frontones, iglesias llenas de orgullo, Q ue hacían de esta ciudad, de tumultuosas voces, M anojo, inextricable y hormigueante ante el ojo, Sólo quedarán en la inmensa campiña, Por toda pirámide y por todo panteón, Dos torres de granito hechas por Corlomagno, Y un pilar de bronce hecho por N apoleón;

[C 5 a, 3]

P a rís a r c a ic o , c a ta c u m b a s , demoliciones, o c a s o d e P arís ¡Tú, tú completarás el triángulo sublime!»

IV «¡Arco!, ¡serás eterno y completo, Cuando todo lo que el Sena en su ola reflejo H aya huido para siempre, C uando de esta ciudad que fue igual a Roma N o quede más que un ángel, un águila, un hombre, En pie sobre tres cumbres!»

V «No, el tiempo nada quita a las cosas. M á s de un pórtico injustamente alabado En sus lentas metamorfosis Llega finalmente a la belleza. Sobre los monumentos que se reverencian El tiempo arroja un severo encanto Desde su fachada a su cabecera. Nunca, rompa lo que rompa y oxide lo que oxide, El vestido del que los despoja Equivale a eso con lo que los reviste. El tiempo es quien excava una arruga En una clave demasiado indigente; El cual sobre el ángulo de un árido mármol Pasa su dedo inteligente; Él es quien, para corregir la obra, M e zc la una viviente culebra Con los nudos de una hidra de granito. C reo ver que ríe un tejado gótico C uando el tiempo en su friso antiguo Q uita una piedra y pone un nido.»

VIII

«Pero no, tú estarás muerto. En este lleno nada más Q u e un pueblo desvanecido del que ella aún está llena, Q u e el ojo extinto del hombre y el ojo vivo de Dios;

121

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s Un arco, una columna, y abajo, en medio De ese río plaíeado del que se escucha la espuma, Una iglesia medio varada en la bruma.»

2 de febrero de 1837 Victor Hugo, Obras completas. Poesía 3, París, 1880, pp. 233-245. [C ó; C 6 a, 1] D emoliciones-fuentes de la enseñanza teórica de la construcción. «N un ca las circunstancias han sido más .favorables. poLQ.e^^géner.o..de-estudior que-en"la-épaccren-qHe_vwimos;_Descle hace doce años,_multitud de edificios, entre ellos iglesias y claustros, han sido demolidos hasta los primeros cimientos de su fundación; todosJ^_n_ proporcionado.._útiles-¡nstfuGG¡ones.» Charles-François Viel, De l'impuissance des mathématiques po ur assurer la solidité des bâtiments [De la incapacidad de las matemáticas pa ra garantizar la estabilidad de Ios edificios], Paris, 1 8 0 5 , pp. 4 3 -4 4 .

[C 6 a, 2 ]

Demoliciones: «Altas murallas, rayadas con listas de bistre por los tubos de las chimeneas derri­ badas, descubren, como si fuera la sección de un plano de arquitectura, el misterio de las dis­ tribuciones íntimas... Es un espectáculo curioso el de esas casas abiertas con sus pisos suspen­ didos sobre el abismo, sus papeles de color o con flores que marcan todavía la forma de las habitaciones, sus escaleras que ya no conducen a ningún sitio, sus sótanos abiertos a la luz, sus escombros extraños y sus ruinas violentas; diríase, excepto por el tono ennegrecido, que se trata de esos edificios hundidos, esas arquitecturas inhabitables que Piranesi esbozó en sus febriles aguafuertes». Théophile Gautier, M o sa ïq ue de ruines [Mosaico de ruinas] ¡Paris et les parisiens au XIXe siècle [París y los parisinos en el siglo xix], por M . M . A lexand re Dumas, Théophile Gautier, Arsène Houssaye, Paul de Musset, Louis Enault y Du Fayl, Paris, 1856, pp. 38-39). [C 7, 1] Final del a rticu lo d e Lurine «Los bulevares»; «Los bulevares morirán de un aneurisma: la explo­ sion del gas». Paris chez soi [Paris en casa], Paris, (1 8 5 4 ) [M iscelán ea p u b licad a p o r Paul B oizard], p. 62 .

[ C 7 , 2]

B au d elaire el 8 d e e n e r o d e 1860 a P ou let-M alassis sobre M eryon: «En una de sus grandes planchas, sustituyó un pequeño globo por una bandada de pájaros de presa, y al hacerle obser­ var que era inverosímil poner tantas águilas en un cielo parisino, me respondió que no estaba desprovisto de fundamento, ya que esa gente (el gobierno del emperador) había soltado a menudo águilas para estudiar los presagios según el rito -y que eso había sido impreso en los periódicos, incluso en el M oniteur-». Cit. en G ustave Geffroy, Charles AAeryon, Paris, 1 9 2 6 , pp. 126-127.

I C 7 , 31

S o b re el arco triunfal: -El triun fo era una in stitu ción del E stad o ro m an o co n d icio n a d a al m an d o en el e jé rc ito , el im periu m militar, q u e p o r otra parte e x p ira b a el día d e la c e le ­ b ra c ió n del triu n fo ... Entre lo s d iv erso s re q u isito s lig ad o s a él, el m ás im p o rtan te era no so b re p a sa r p rem atu ram en te... los lím ites d e la ciudad . En c a so co n trario , el g e n e ral e c h a ­ ría a p erd er lo s a u sp icio s de la gu erra - q u e só lo te n ía n v alid ez para las a c c io n e s b élica s

122

P a rís a rc a ic o , c a ta c u m b a s , dem oliciones, o c a s o d e P arís fuera del te irito iio d e R om a— y c o n e llo el d e re c h o al triu n fo... T oda m anch a o culpa a cau sa de la gu erra a sesin a -¿ o q uizá tam b ién p rim itivam ente p or la am en aza del espíritu d e los c a íd o s ? - era b o rrad a del g e n e ra l y del ejército , q u ed a n d o a las afu eras de la ciudad , fren te a la p u erta sa g ra d a ... A raíz d e esta c o n c e p c ió n salta a la vista... q u e la p o r ta trium -

p h a lis n o ha sid o en a b so lu to un m o n u m en to para la e x a lta ció n del triunfo». Ferdinand N o ack, T rium ph u n d T riu m phbogen [El triu n fo y los a r c o s d e triu n fo I ( C o n fe re n c ia s d e la

B ib lio tec a W arburg, V, Leipzig, 1928, pp. 1 5 0 -1 5 1 , 154).

[C 7, 4J

«Edgar Poe hizo pasar por las calles de las capífales el personaje que designó como el Hom­ bre de las mullitudes. El grabador inquieto e investigador es el Hombre de las piedras.... He ahí... un... artista, que no ha soñado ni trabajado como Piranesi, ante los restos de la vida abolida, y cuya obra da una sensación de persistente nostalgia... Se trata de Charles M eryon. Su obra de grabador es uno de los poemas más profundos que se hayan escrito sobre una ciudad, y la originalidad singular de esas páginas penetrantes reside en haber tenido de una forma inmediata, aunque hayan sido directamente trazadas según aspectos vivos, una vida cumplida, que está muerta o que va a morir... Ese sentimiento existe independientemente de las reproducciones más escrupulosas, más reales, de los temas que habían llamado la atención del artista. Tenía algo de vidente, y sin duda adivinaba que esas formas tan rígidas eran efímeras, que esas curiosas belle­ zas se ¡rían adonde todo va, y escuchaba el lenguaje que hablan las calles y las callejuelas con­ tinuamente ajetreadas, destruidas, rehechas, desde los primeros días de la ciudad; a ello se debe que su poesía evocadora se acerque a la Edad M e d io a través de la ciudad del siglo XIX, que desprenda la melancolía de siempre a través de la visión de las apariencias inmediatas. El viejo París ya no existe. La forma de una ciudad Cam bia más de prisa, ¡ay!, que el corazón de un mortal. Estos dos versos de Baudelaire podrían ponerse como epígrafe de la recopilación de las obras de M eryon.» Gustave Geffroy, Charles M eryon, París, 1926, pp. 1-3.

[C 7 a, 1]

•No hay n in gu n a n ecesid a d de rep resen ta rse la an tigu a p o r ta triu m p h alis c o m o un arco m o n u m en tal. Al co n trario , o rig in ariam en te, p u esto q u e só lo servía para un acto sim b ó lico , se h ab ría erig id o c o n los m ed io s m ás sim p les, e sto es, d o s p o stes y un travesaño.* Ferd i­ n a n d N o ack , E l triu n fo y los a r c o s d e triu n fo ( C o n feren cia s d e la B ib lio tec a W arburg, V, Leipzig, 19 2 8 , p. 1 68).

[C -¡

2]

La m archa a través del a rc o del triu n fo c o m o rito de p aso: -La m archa de los ejército s, ap re­ tá n d o se c o n tra el e stre c h o v a n o d e la puerta, se ha co m p a ra d o a “pasar a través de una estrech a h en d id u ra ”, d á n d o le el sig n ificad o d e un n u ev o n acim ien to-, Ferd in and N oack, El

triu n fo y los a r c o s d e triu n fo ( C o n fe re n cia s d e la B ib lio tec a W arburg , V, Leipzig, 1928, p. 1 5 3 )-

(C 7 a, 31

Las fantasías sobre el o caso de París son indicio de que no hubo recepción de la técnica. En ellas se exp resa la oscura conciencia de que con las gran­ des ciudades surgieron también los medios para convertirlas en polvo. [C 7 a, 41 N o ack c o m e n ta -q u e el a rc o de E scip ió n n o se lev antab a so b re la vía p ú blica, sin o frente a ella —a d v e isu s viciih, cjua in C apitoliu in ascen d itu r—,.. Con e llo se d eterm in a el carácter

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s p u ram en te m onum ental de estas co n stru ccio n e s, c a re n te s de sig n ificad o práctico*'. P or otra parte, el sen tid o cú ltico de estas co n stru cc io n e s se ex p resa tan p e rce p tib le m e n te en su ais­ lam ien to co m o en su o p o rtu n o em p la z a m ien to : »Tam bién ahí, d o n d e ... se alzan m uch os a rco s p o steriores, al p rin cip io y al tinal d e la calle , ju n to a los p u en tes y so b re ello s, a la entrada de los toros, en los lím ites d e la ciu d ad ... ha actu ad o p o r d o q u ie r para el rom ano un c o n c e p to q u e se c o n c ib e sagrad o : el d e lím ite o um bral-, Fetd in an cl N o ack , El triu n fo y los a r c o s d e triu n fo ( C o n feren cia s d e la B ib lio teca W arburg, V, Leipzig, 1928, pp. 162 y

]69).

[C 8, 1]

Sobre la bicicleta: «N o hay que engañarse, en efecto, acerca del alcance real de la nueva cabalgadura de moda, que un poeta llamaba, recientemente, el caballo del Apocalipsis». La Ilustración, 12 de junio de 1869, cit. en Vendredi, 9 de octubre de 1936 (Louis Chéronet, «Le coin des Vieux» [«El rincón de los Viejos»]).

[C 8 2]

S o b re el in c e n d io q u e d e stru y ó el h ip ó d ro m o : «Las comadres del barrio ven en ese sinies­ tro la cólera del C ielo castigando el culpable espectáculo de los velocipedistas». Le Galois, 2 (3 3?) de oclubre de 1869, cit. en Vendredi, 9 de octubre de 1936 (louis Chéronet, «El rin­ cón de los Viejos»). En el h ip ó d ro m o se o rg a n izab an ca rre ra s c iclista s para m u jeres. [C 8 , 31 C aillois q u iere ap o y arse en la n o vela n egra, so b re to d o en lo s Misterios del castillo de U d o llo , para e x p lic a r los Misterios de París y otras o b ra s se m e ja n te s, en e sp e c ia l a ca u sa de la «importancia preponderante de las cuevas y subterráneos». Roger Caillois, «Paris, mythe moderne» [«París, mito moderno»] (N{ouvelle) R(evue) F(rancaise) XXV, 2 8 4 , 1 de mayo de 1937, p. 6 8 6 ).

[C 8 , 4]

«Toda la orilla izquierda desde la Tour de Nesle... hasta la Tombe Issoire... no es más que una ¡rampa de arriba abajo. Y si las modernas demoliciones revelan los misterios de la superficie de París, tal vez un día los habitantes de la orilla izquierda se despierten horrorizados al descubrir los misterios de debajo.» Alexandre Dumas, Les M ohicans de Paris ¡Los mohicanos de París], III, Paris, 1863.

[C 8 , 51

«Esta inteligencia de Blanqui,,.. esta láctica de silencio, esta política de catacumbas debían de hacer vacilar a veces a Barbés como ante... unos escoleras que se abren súbitamente y que se hunden en los sótanos de una casa mal conocido.» Gustave Geffroy, L'eníermé [£7 olor a cerrado], I, París, 1926, p. 72.

[C 8 , 61

M essac cita ((L e *D etective N ovel * el 1‘in flu e n c e d e la p e n s é e scie n tifiq u e [El *D etective N ovato -

y la in flu en cia d e l p e n s a m ie n to cien tífico J, París, 1929), p. 4 1 9 ) d e V id o cq , M ém oires [M emorias], XLV: «París es un punto en el globo, pero ese punto es una cloaca: en ese punto desembocan todas las alcantarillas».

[C 8 a, U

En su último núm ero, I, 3, de 25 de febrero de 1840, Le Panorama, Revista crí­ tica y literaria que sale cada cinco días, dice bajo el título «Cuestiones difíciles de resolver»: «¿Se acaba mañana el universo? ¿Verá su duración eterna la ruina de nuestro planeta? ¿O acaso este último, que tiene el honor de llevarnos, sobrevivirá

P a rís a r c a ic o , c a ta c u m b a s , d em oliciones, o c a s o d e P arís

al resto de los mundos?». Muy significativo que se pudiera escribir así en una revista. (Confiesan adem ás en el primer núm ero «A nuestros lectores» que han editado la revista para ganar dinero.) El fundador fue el autor de vodeviles Hippolyte Lucas. 1C 8 a, 2] «Sonto que traes contigo todas las tardes al redil El rebaño completo, diligente pastora, C uando el mundo y París lleguen al final del arriendo, O ja lá puedas con paso firme y mano ligera En el último corral y por el último pórtico Conducir por la bóveda y el doble batiente Al rebaño entero o la derecha del padre.» Charles Péguy, La lapisserie de Saínfe-Geneviéve [El lápiz de sania Genovevo], cit. en Marcel Ray­ mond, De Baudelaire au surréalisme [De Baudelaire al surrealismo], París, 1933, p. 219.

[C y a. 31

S o sp e ch a s so b re los c o n v e n io s y los c lé rig o s d u ran te la C om un a: «M ás aún que con oca­ sión de la calle de Picpus, todo se puso en práctica paro excitar, gracias a las cuevas de SaintLaurent, la pasión popular. A la voz de la prensa se añadió la publicidad mediante la imagen. Étienne C arjat fotografió, "con la ayuda de la luz eléctrica", los esqueletos... Después de Picpus, después de Saint-Laurent, con algunos días de intervalo, el convento de la Asunción y la iglesia de Notre-Dame-des-Victoires. Un viento de locura soplaba sobre la capital. En lodas partes se creía encontrar cuevas y esqueletos». G eorges Laronze, Hisloire de la Commune de 1871 [His­ toria de la Comuna de 1871], París, 1928, p. 370.

1C 8 a, 4]

1 8 7 1 0 «lo imaginación populoi podía darse rienda suelta. Y bien que lo hizo. N o hay jefe de ser­ vicio que no haya pensado en descubrir el medio de traición decididamente de moda, el subterráneo. En la prisión de Saint-Lazore se buscó el subterráneo que, desde la capilla, debía comunicar con Argenteuil, es decir, franquear dos brazos del Sena y una decena de kilómetros en línea recta. En SaintSulpice, el subterráneo desembocaba en el castillo de Versalles». Georges Laronze, Historia de la Comuna de 1871, París, 1928, p. 399.

1C 8 a, 51

«De hecho, los hombres habían reem plazado al agua prehistórico. M uchos siglos después de que ello se hubiera retirado, habían com enzado un derramamiento semejante. Se habían des­ plegado en los mismos huecos, alojados según los mismos cauces. Ahí abajo, por el lado de Saint-Merri, del Temple, del Hotel de Ville, por les Halles, cerca del cementerio de los Inocentes y de la Ó pera, en los sitios de donde al agua le había costado más salir y que habían quedado rezumantes de infiltraciones o de arroyos subterráneos, es donde los hombres más completa­ mente habían saturado el suelo, los barrios más densos y los más activos se asentaban todavía sobre antiguas ciénagas.» Jules Romains, Les hommes de bonne volonté [Los hombres de buena voluntad], I. Le 6 octobre [El 6 de octubre], París, (1932), p. 191.

1C 9, 1]

Bau d elaire y los c e m e n te rio s: «Tras los altos muros de las casas, hacia Montmartre, hacia Ménilmontant, hacia Montparnasse, imagina, al caer la noche, los cementerios urbanos, esas tres ciudades dentro de la grande, ciudades más pequeñas, en apariencia, que la ciudad de los vivos, pues ésta parece contenerlas, pero cuánto más vastas, en realidad, cuánto más populo­ sas, con sus compartimientos apretados, escalonados en profundidad; y, en los mismos lugares

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s por donde la multitud circula actualmente, plaza des Innocents, por ejemplo, evoca los antiguos osarios nivelados o desaparecidos, tragados por las olas del tiempo con todos sus muertos, como los barcos hundidos con su equipaje». François Porché, La vie douloureuse de Charles Bau­ delaire [La vida doloroso de Charles Baudelaire} (Le roman des grandes existences [La novela de las grandes existencias), 6 ), Paris, (1926), pp. 186-187

IC 9, 2 ]

P asaje p a ra le lo a la o d a «Al a rco de triunfo». S e d irig e al h o m b re; «Y en cuanto a tus ciudades, Babeles de monumentos, Donde hablan a la vez todos los acontecimientos, ¿Q ué pesa eso? Arcos, torres, pirámides, M e sorprendería muy poco que en sus húmedos rayos El alba los arrastrara mezclados una mañana Con las gotas de agua de la salvia y del tomillo. Y tu arquitectura escalonada y soberbia Acaba por no ser sino un montón de piedra y de hierba Donde, con la cabeza al sol, silbe el áspid sutil». Victor Hugo, La fin de Sotan Dieu [El final de Satán Dios], París, 1911 («Dios-EI Ángel»), pp. 475-476. [C 9, 31 Léon D au d et so b re la vista d e París d e sd e el S a cré C œ ur. «Miramos desde arriba ese pue­ blo de palacios, de monumentos, de casas, de chabolas, que parece formado con vistas a un cataclismo, o a muchos cataclismos, ya sean meteorológicos o sociales... Aficionado a los san­ tuarios situados en alto, que me azoten el espíritu y los nervios en el rigor salubre del viento, he pasado horas en Fourvières, mirando Lyon; en Notre-Dame de la Garde, mirando Marsella, en el Sacré-Cœur mirando París... Pues bien, en un momento dado, escuché en mí como un rebato, como una rara advertencia, y veía esas tres magnificas ciudades... amenazadas de hundimiento, de devastación por aguo y fuego, de carnicería, de usura repentina, semejantes a bosques ful­ minados en bloque. Otras veces las veía corroídas por un oscuro mal, subterráneo, que hacía sucumbir tales o cuales monumentos o barrios, fachadas enteras de altas residencias... Desde estos promontorios lo que mejor aparece es la amenaza. La aglomeración es amenazante, el trabajo enorme es amenazante; porque el hombre necesita trabajar, claro está, pero también tiene otras necesidades... Tiene necesidad de aislarse y de agruparse, de gritar y de sublevarse, de apaciguarse y de someterse... Finalmente se encuentra en él la necesidad suicida, y, en lo sociedad que forma, más viva que el llamado instinto de conservación. Lo que también sor­ prende cuando se visita París, Lyon o Marsella, desde lo alto del Sacré-Cœur, de Fourvières, de Notre-Dame de la Garde, es que París, Lyon y M arsella hayan durado.» Léon Daudet, Paris vécu [Paris vivido], I, Rive droite [Orilla derecha], París, (1930), pp. 220-221.

[C 9 a , I l

«Desde Polibio poseemos una larga serie de antiguas descripciones de viejas ciudades célebres cuyas hileras de casas vacías se han derrum bado lentamente, mientras que en sus foros y sus gimnasios pastan los rebaños, y sus anfiteatros están cubiertos de mies de donde aún emergen estatuas y Hermes. En el siglo v, Roma tenía la población de una aldea, pero los palacios de sus emperadores eran todavía habitables.» O sw a ld Spengler, Le déclin de I Occident [El ocaso de Occidente], II, 1, París, 1933, p. 151.

126

^ 9 a > 21

D [E l t e d io , e t e r n o r e t o r n o ]

■¿Quiere a c a so el sol m atar to d o s los su eñ os, los pálid o s n iñ os de mi g o z o so rincón? Los días se h an vu elto tranq u ilo s y d eslu m b ran tes. La p len itu d se d u c e c o n rostros en n u b ecid o s. Me so b re co g e la an gustia d e p erd er mi salvación . C om o si m archara a aju sticiar a m i Dios.» Ja k o b van Hoddis

■El ted io aguarda a la m u erte.Jo h a n n P eter H eb el

«La vida es esperar.» Víctor Hugo

Un niño con su madre en el panorama. El panorama representa la batalla de Sedan, e¡ niño encuentra todo muy bonito: «La única pena es que el cielo esté tan oscuro». - «Así es el tiempo en la guerra», le contesta la madre. ■ Dioramas ■ D e m odo que, en el fondo, los panoram as también son cóm plices de este m undo de niebla, y la luz de sus imágenes despunta por él com o a través de una cortina de lluvia. [D 1 ^ «Este París [se. de Baudelaire] es muy diferente del París de Verlaine, el cual, no obstante, ya ha cam biado mucho. Uno es sombrío y lluvioso, como un París al que se le hubiera superpuesto la imagen de Lyon; el otro es blanquecino y polvoriento como un pastel de Raffaelli. Uno es asfi­ xiante; el otro aéreo, con nuevas construcciones, aisladas en terrenos baldíos, y la barrera, no

12 7

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s lejos, de cenadores marchitos.» François Porche, La vie douloureuse de Charles Baudelaire [La vido doloroso de Charles Baudelaire], Paris, 1926, p. 119.

[D 1 , 21

Que precisam ente sobre el hom bre vacío y frágil las potencias cósm icas sólo actúan com o un narcótico, lo muestra la relación de éste con una de las más altas y suaves manifestaciones de esas potencias: el clima. Nada es más sig­ nificativo que el hecho de que precisam ente esta influencia profunda y mis­ teriosa que ejerce el clima sobre los hom bres haya tenido que venir a ser el trasfondo de sus más vacías conversaciones. Nada aburre más al hombre com ún que el cosm os. De ahí que para él exista la más estrecha relación entre el clima y el tedio. Qué bella es la superación irónica de esta conducta en la historia del inglés m elancólico que, al despertarse una m añana, se pega un tiro porque está lloviendo. O en G oethe: có m o supo explicar el clima en sus estudios m eteorológicos, hasta el punto de que uno está tentado a decir que em prendió este trabajo co n el único objeto de p oder integrar en su vida lúcida y creativa incluso el clima. [D i, 31 B audelaire como poeta del Spleen de París: «Una de las características esenciales de esta poe­ sía es, en efecto, el tedio en la bruma, tedio y niebla mezclados ¡niebla de las ciudades); en una palabra, es el spleen». François Porché, La vida doloroso de Charles Baudelaire, París, 1926, p. 184.

[D 1, 41

Émile Tardieu publicó en 1903 en París un libro titulado El tedio, en el que demostraba que toda actividad humana es una tentativa inútil de evitar el tedio, jDero al mismo tiempo todo lo que fue, es y será, no hace más que alimentar inagotablemente este mismo sentimiento. Escuchando esto, uno se creería (ante algún) gigantesco monumento literario, un monumento a ere p eren n iu s en honor del taedium uitae de los romanos. Sin embargo, se trata únicamente de la ciencia arrogante y mezquina de un nuevo Homais, que hace de toda gran­ deza, desde la valentía de los héroes hasta la ascesis de los santos, una confir­ mación de su malestar pequeñoburgués y ayuno de ideas. [D 1, 51 «Cuando los franceses fueron a Italia a defender los derechos de la corona de Francia sobre el ducado de M ilá n y sobre el reino de Nápoles, volvieron maravillados por las precauciones que el genio italiano había encontrado contra el excesivo calor; y, de la admiración por las galerías, pasaron a la imitación. El clima lluvioso de ese París, tan célebre por sus barros, sugirió los pila­ res, que fueron una maravilla de los viejos tiempos. Se tuvo así, más tarde, la Place Royale. ¡Cosa extraña! Fue por los mismos motivos por los que, bajo Napoleón, se construyeron las calles de Rivoli, de Castiglione, y la famoso calle des Colonnes.» Así v in o tam b ién el tu rb an te de Egipto(.) Le diable à Paris [El diablo en París], II, París, 1845, pp. 11-12 (Balzac, Ce qui dispa­ raît de Paris [Lo que desaparece de Paris]). ¿C uántos a ñ o s sep aran la prim era gu erra citada, de la e x p e d ic ió n n a p o le ó n ic a a Egipto? ¿Y d ó n d e está la calle des Colonnes?

'

[D 1, 61

«Los chaparrones han dado nacimiento a lugares de aventuras.» D ecreciente potencia m ágica de la lluvia. Impermeable. ID 1, 7]

El te d io , e t e r n o re to r n o

En forma de polvo, la lluvia se toma la revancha sobre los pasajes. Hasta las revoluciones criaron polvo bajo Luis Felipe. Cuando el joven duque de Orléans «se casó con la princesa de Mecklenburg, se celebró una gran fiesta en el fam oso salón de baile donde se habían producido las primeras señales de la Revolución. Al ir a arreglar la sala para la fiesta de la joven pareja, se la halló tal y com o la Revolución la había dejado. Aún se veían en el suelo los restos del banquete militar, cabos de vela, vasos rotos, corch os de ch am pán, las escarapelas pisoteadas de la guardia real y las fajas de gala de los oficia­ les del regimiento de Flandes». Karl Gutzkow, Bríefe ans París [Canas de París], II, Leipzig, 1842, p. 87. Una escena histórica se convierte en c o m p o ­ nente de un panóptico. B Diorama ■ Polvo y perspectiva cerrada B [D 1 a. 1 ] «Él explica que la calle Grange-Batelière es particularmente polvorienta, que uno se ensucia terri­ blemente en la calle Réaumur.» louis Aragon, Le paysan de París [El campesino de París], Porís, 1926, p. 8 8 .

ID 1 a, 2]

La felpa com o criadero de polvo. Misterio del polvo jugando a la luz del sol. El polvo y la »habitación noble». «Poco después de 1840 aparecen los muebles franceses com pletam ente acolchados, y con ellos alcanza una hegem onía exclusiva el estilo tapicero.» Max von B oehn, Die Mode im XIX. Jahrhundert [La moda en el siglo .mi, II, Munich, 1907, p. 131. Otros dispositivos para levan­ tar polvo: la cola de los vestidos. «Últimamente ha vuelto a aparecer, también al mismo tiempo, la auténtica cola, sólo que ahora, para evitar la suciedad de la vía pública, se reco g e co n ayuda de un gan ch o y un co rd ó n a la hora de andar.» Friedrich Theodor Vischer, Mode n nd Zynismus [Moda y cinismo], Stuttgart, 1879, p. 12. ■ Polvo y perspectiva cerrada ■ ID 1 a, 3) La galería du therm om ètre y la galería du barom ètre en el pasaje de l'Opéra.

ID 1 a, 4]

Un fb lletinista de los años cuarenta, com entando el clim a de París, constata que C o rn e ille sólo ha hablado una ve z de las estrellas (en el Cid), lo m ism o que Racine del «sol», y afirm a q ue las estrellas y las flores se d e sc ub rie ro n p o r prim era v e z para la lite ra tura en Am érica, gracias a C hateaubriand, haciéndose luego com pletam ente parisinas. (Según V ic to r M érv, Le c lim a t de P arís [El c lim a de París], en El diablo en París, (vol. I, París, 1845, p. 245).) ID 1 a, 51 A propósito de algunas imágenes lascivas: «N o es el abanico, sino el paraguas, la invención digna de la época del rey guardia-nacional. ¡El paraguas propicio a las fantasías amorosas! El paraguas que sirve de discreto abrigo. La cubierta, el techo de la isla de Robinson». John Grand-Carteret, Le décolleté et le retroussé [F/ escote y el arremangado], II, París, (1910), p. 56.

ID 1 a. 6 ]

■Sólo aquí-, ha dic h o C hirico, -se puede pintar. Las calles tie n en tal escala de grises...[D 1 a, 7] La atmósfera de París le recuerda a Carus el aspecto de la costa napolitana cuando sopla el siroco.

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[ D í a , 81

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Sólo el niño de la gran urbe p uede entender esos días de lluvia en la ciudad, que llevan astutamente, con toda su carga de seducción, a soñarse de vuelta a pasados años de infancia. Pues la lluvia es lo que más cosas mantiene ocul­ tas por todas partes, haciendo que los días no sólo sean grises, sino unifor­ mes. Se puede h acer lo mismo de la m añana a la noche: jugar al ajedrez, leer o pelearse, mientras que co n el sol es com pletam ente distinto, poique matiza las horas y no favorece al soñador. Por eso tiene éste que sortear los días res­ plandecientes em pleando la astucia, levantándose muy tem prano, com o los grandes ociosos, los paseantes de puerto y los vagabundos: tiene que estar en su puesto antes que el sol. En la «Oda a la radiante mañana», que regaló hace m uchos años a Emmy Hennings, Ferdinand Hardekopf, el único verda­ dero decadente que ha dado Alemania, le confió al soñador las mejores medi­ das de protección para los días soleados. ÍD 1 a- 91 «dar a este polvo un aspecto de consistencia bañándolo en sangre.» Louis Vueillot, Les o deurs de París [tos olores de París], París, 1914, p. 12.

1

ID 1 a, 101

En otras ciudades europeas, las colum natas forman parte de su im agen; en Berlín m arcan sobre todo el estilo de las puertas m onum entales. Especial­ m ente significativa es la puerta de Halle, y me resulta inolvidable en una postal azul que representaba la plaza de Belle-Aliiance por la n oche. Era transparente, y al sostenerla a contraluz se iluminaban todas sus ventanas con el mismo resplandor que tenía allí la luna llena en lo alto del cielo. [D 2, 11

«Las construcciones del nuevo París muestran todos los estilos; el conjunto no carece de cierta unidád, pues todos esos estilos son del género tedioso, y del más tedioso de los géneros tediosos, que es el enfático y el alineado. ¡Alineación! jFirmesI Parece que el Amphion de esta ciudad sea cabo primero... / Impulsa cantidad de cosas fastuosas, pomposas, colosa­ les: son tediosas; impulsa cantidad de adefesios: son también tediosos. / De esas grandes calles, de esos grandes muelles, de esos grandes edificios, de esas grandes alcantarillas, su fisonomía mal copiada o mal soñada guarda no sé qué que huele a fortuna súbita e irregu­ lar Exhalan el tedio.» Louis Vueillot, Los olores de París, (París, 1914), p. 9. ■ H au ssm an n ■

[D 2, 21 P elle ta n d e scrib e su visita a u n rey d e la B o lsa , un m ultim illo n ario: -Al en trar en el patio d e la m a n sió n , un gru p o d e m o z o s c o n c h a le c o s ro jo s se afa n a b a n e n c e p illa r m edia d o c e n a de ca b a llo s in g leses. Su b í una e sc a lera de m árm ol so b re la q u e p en d ía u n a g ig an ­ te sca lám p ara do rad a, y e n c o n tré en el v e stíb u lo a u n criad o d e c o rb a ta b la n ca y gruesas p an torrillas q u e m e co n d u jo a u n a gran galería acristalad a cu yas p are d es e sta b a n c o m p le ­ ta m en te d e co ra d a s c o n ca m e lia s y plan tas de inv ernad ero. A lgo c o m o u n s e c re to aburri­ m ien to flo tab a en el aire; al p rim er p a so se resp irab a una fragan cia q u e re co rd ab a al opio. Se co n tin u a b a p o r una d o b le fila d e p o stes so b re lo s q u e h ab ía p ap ag ay o s d e d iv ersos paí­ ses. Eran ro jo s, a zu les, verd es, grises, am arillos y b la n c o s; to d o s p a re cía n a n h e la r su tierra. Al fo n d o d e la g a le n a se en c o n tra b a una p eq u eñ a m esa fren te a u n a c h im e n e a ren acen ­ tista: e s q u e a esta hora d e sa y u n a b a el se ñ o r de la c a sa ... D e sp u é s de un cu arto de hora,

130

El te d io , e te r n o re to rn o se d ig n ó a p a re ce r... B o stez a b a , so m n o lien to , y p a recía a p u nto de q u ed arse d orm id o en c u a lq u ier instante; ca m in a b a c o m o un so n ám b u lo . Su c a n sa n c io h abía im pregnad o los m uros de su m an sió n . Los p a p a g a y o s eran c o m o sus p en sam ien to s d isp ersos, en carn ad os y su jeto s a un p o ste...-. ■ Interior ■ R oden berg, P aris b e i S on n en sch ein u n d L am p en lich t

[P a n s a la lu z d e l so l y a la lu z d e la s lá m p a r a s], (Leipzig, 1867), pp. 1 0 4-105.

[D 2, 3]

R o u g e m o n t y G en til e sc e n ific a n en las Varíeles las Fiestas fran cesas o París en miniatura. Se trata d e la b o d a de N a p o leó n I c o n M aría Luisa, y se d iscu ten las fiestas p lan ead as para la o c a sió n . «Sin embargo», d ice u n o de los p e rso n a jes, «el tiempo no parece demasiado seguro.» R esp u esta: «Amigo mío, tranquilízate, ese día lo ha elegido nuestro soberano». Y a c o n tin u a ­ c ió n e n to n a una co p la q u e co m ie n z a así: «Sobemos que ante su mirada penetrante El porvenir siempre se desvela, Y cuando necesitamos buen tiempo Lo esperamos de su estrella». Cit. en Théodore Murel, L'hisloire p a r le ihédtre, 1789-1861 [La historia a través del teatro, 17891851], I, París, 1865, p. 2Ó2. 2 ¿¡j

♦esta tristeza diserta y plana que se llama tedio.» louis Vueillot, Los olores de París París 1914 P ' ,7 Z

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[D 2, 5}

"Toda m o d a se reserv a algu nas p iezas q u e ca u sa n un e fe c to e sp ecia lm en te ru m b o so , es decir, q u e cu esta n m u ch o d in ero , p o rq u e e n seg u id a se estro p e a n , p o r eje m p lo c o n la llu­ via.- Esto c o n m o tivo del so m b rero d e co p a . ■ M oda ■ F. T h. Vischer, .V ernünftige G ed an ­ k e n ü b e r d ie je tz ig e M ode- [-P en sam ien to s ra cio n a le s so b re la m o d a d e hoy-], (e n K ritische

G ä n g e [D isqu isicion es críticas ], n u ev a serie, n .° 3, Stuttgart, 1861), p. 124.

[D 2 , 6]

Nos llega el tedio cu and o no sabem os a qué aguardam os. Que lo sepam os o cieam os sabei, no es casi nunca sino la expresión de nuestra superficiali­ dad o de nuestra desorientación. El tedio es el umbral de grandes h e ch o s.Y ahora sería im portante saber cuál es el polo opuesto dialéctico del tedio. [D 2, 71

El libro, sum am ente extravagante, de Émile Tardieu, El tedio, París, 1903, cuya tesis principal es que la vida no tiene objeto ni fundam ento, esforzán­ dose inútilmente por alcanzar un estado de felicidad y equilibrio, cuenta tam bién el clima entre las múltiples causas del tedio. - Se podría calificareste libro com o una especie de breviario del siglo xx. [d 2 8 ) El tedio es un p año cálido y gris forrado por dentro con la seda más ardiente y coloreada. En este paño nos envolvem os al soñar. En los arabescos de su forro nos encontram os entonces en casa. Pero el durmiente tiene bajo todo ello una apariencia gris y aburrida. Y cuando luego despierta y quiere co n ­ tar lo que soñó, apenas consigue sino com unicar este aburrimiento. Pues ¿quién podría volver hacia fuera, de un golpe, el forro del tiempo? Y sin em bargo, contar sueños no quiere decir otra cosa. Y no se pueden abordar

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s

de otra manera los pasajes, construcciones en las que volvem os a vivir com o en un sueño la vida de nuestros padres y abuelos, igual que el em brión, en el seno de la madre, vuelve a vivir la vida de los animales. Pues la existen­ cia de estos espacios discurre también com o los acontecim ientos en los sue­ ños: sin acentos. Callejear es el ritmo de este adorm ecim iento. En 1839 llegó a París la moda de las tortugas. Es fácil imaginar có m o los elegantes imita­ ban en los pasajes, mejor aún que en los bulevares, el ritmo de estas criatu­ ras. ■ Flâneur U [D 2 a, 11 El tedio es siem pre la cara externa del acontecim iento inconsciente. Por eso les pareció tan elegante a los grandes dandis. O rnam ento y tedio. [D 2 a, 2]

Sobre el doble significado de «tiempo» en francés.

[D 2 a, 31

El trabajo industrial com o base económ ica del tedio ideológico de las clases superiores. «La desconocida rutina de una tortura laboral inacabable, en la que una y otra vez se realiza siem pre el mismo p ro ceso m ecánico, se p arece al trabajo de Sísifo; la carga del trabajo, co m o la roca, recae siem pre una y otra vez sobre los exhaustos trabajadores.» Friedrich Engels, Die Lage der

arbeitenden Klasse in England [La situación de la clase trabajadora en Ingla­ terra], (Leipzig, 21848), p. 217 (cit. en Marx, Kapital [El capital], I, Hamburgo, 1922, p. 388).

[D 2 a , 41

El sentimiento de una «imperfección incurable» (cfr. Los placeres y los días, cit. en Homenaje de Gide) «en la esencia misma del presente» quizá fuera para Proust la razón principal que le llevó a indagar la sociabilidad mundana hasta en sus últimos repliegues, y es quizá uno de los principales motivos de las reuniones sociales de todos los hombres. [d 2 a, 5 ] S o b re los sa lo n es: -En todas las fiso n o m ía s se m ostraban las hu ellas in e q u ív o ca s del ted io, y las c o n v e rsa c io n e s eran en g e n e ra l serias, e sc a sa s y p o c o an im ad as. La m ayoría v eían el b a ile c o m o una o b lig a c ió n q u e h abía q u e cu m p lir p o r ser d e b u en tono". Y ad em ás la afir­ m ació n de q u e -quizá en n inguna reu n ión so cia l d e una ciu d ad eu ro p ea se d e scu b ran ros­ tros m en o s alegres, risu eñ o s y an im ad o s q u e en los sa lo n e s de P arís;... m ás aún, en n in ­ gú n lugar d e la so cied a d se o y e n m ás q u eja s q u e aq u í - e n p arte p o rq u e está d e m o d a, en parte p o r c o n v ic c ió n - so b re el ted io in so p o rta b le-. -Una c o n se c u e n c ia natural d e e llo es q u e en las reu n io n es p red o m ina una ca lm a y tranqu ilid ad c o m o n o se ap recia, salvo en ca so s d e e x c e p c ió n , en las gran d es re u n io n es so c ia le s de otras ciu d ad es.- Ferdinand von G all, P aris im d sein e S alon s [P aris y sus salon es], I, O ld en b u rg , 1844, pp. 1 5 1 -1 5 3 y 158. 1D 2 a, 61

Se debería reflexionar sobre los relojes de péndulo en las casas bajo la impresión de estas líneas: «Cierta frivolidad, mirar tranquila y d espreocupa­ dam ente el tiempo que se apresura por alejarse, em plear con indiferencia las horas que con tanta celeridad desaparecen: éstas son las cualidades que

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El te d io , t i e r n o re to r n o

favorecen la superficial vida ele salón». Ferdinand von Gall, P a n s y sus salonés, II, Oldenburg, 1845, p. 171. 1° 2 ;1- 71 El tedio de las escenas cerem oniales representadas en los cuadros históricos y el clolce f a r niente de los cuadros de batallas, con tod (o) lo que se agita entre nubes de pólvora. Desde las estampitas litografiadas hasta E! fusila ­ miento del Emperador Maximiliano de México, de ¡Vianet, es siem pre el mismo y nuevo espejismo, siem pre la nube en la que M ogreby (?) o el genio de la lám para ap arecen ante el aficionado al arte, soñador y ausente. ■ Cons­ trucción onírica, m useos ■ 1° 2 a- S1 Ju g a d o r de a je d re z en el C a le de la R é g e n c e : «Se veían allí algunos hábiles jugadores que jugaban su partida de espaldas al tablero: les bastaba que se les nombrara a cada jugada la pieza que el adversario había tocado, para que estuvieran seguros de ganar». Histoire des Cafés de París [Historia de los cafés de Paris], París, 1857, p. 87.

[D 2 a. 9]

«En suma, el arte clásico urbano, después de haber dado sus obras maestras, se había esterili­ z a do en la época de los filósofos y de los productores de sistemas; el siglo xvm declinante había alumbrado innumerables proyectos; la Comisión de los Artistas los había reunido formando cuerpo de doctrina, el Imperio los aplicaba sin originalidad creadora. Al estilo clásico flexible y vivo le sucedió el pseudoclásico, sistemático y rígido... El Arco del Triunfo reproduce la puerta Louis XIV, la Colonne está copiada de Roma, La M adeleine, la Bolsa y el Palais-Bourbon son templos antiguos.» Lucien Dubech, Pierre d'Espezel, Histoire de París [Historia de París], París, 1926, p. 345. ■ Interior ■

ID 3, 1]

«El primer Imperio copió los arcos de triunfo y los monumentos de los dos siglos clásicos. Des­ pués, creyeron reinventar reanimando modelos más alejados: el Segundo Imperio imitó el Rena­ cimiento, el gótico, el pompeyano. Después, caemos en la época de la vulgaridad sin estilo.» Lucien Dubech, Pierre d'Espezel, Historia de París, París, 1926, p. 464. ■ Interior B

(D 3, 21

A n u n cio del lib ro de B en jam in G astineau la vida en ferrocarril: «La vida en ferrocarril es un arre­ batador poema en prosa. Es la epopeya de la vida moderna, siempre apresurada y turbulenta, el panorama de la alegría y de las lágrimas que pasan como el polvo de los raíles cerca de los toldos del vaqón». Por Benjamin Gastineau, París en rose [París en roso], París, 1866, p. 4. [D 3, 31

Uno no debe dejar pasar el tiem po, sino que debe cargar tiem po, invitarlo a que venga a uno mismo. Dejar pasar el tiem po (expulsarlo, rechazarlo): el jugador. El tiem po le sale por todos los poros. - Cargar tiem po, co m o una batería carga electricidad: el flâneur. Finalm ente el tercero: carga el tiem po y lo vuelve a dar en otra forma - e n la de la e x p e cta tiv a -: el que aguarda. ID 3. 4]

■Los estratos c a lcá re o s re cien te s so b re los q u e se asien ta París se co n v ierten m uy fá cilm e n te e n un p o lv o q u e, c o m o to d o p o lv o calizo , e s m uy d o lo ro so para los o jo s y para el p e c h o . La lluvia n o lo rem edia en ab so lu to , p o rq u e a b so rb e ráp id am en te el agua, y la su p erficie

133

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s se vu elv e a q u ed a r sec a en seg u id a .- >A ello h ay q u e añ ad ir el gris d e steñ id o de los ed ifi­ c io s , co n stru id o s to d o s d e la m ism a frágil caliza q u e se agrieta en París; las te jas am ari­ llen tas, q u e se vu elven de un n eg ro su c io c o n los añ o s; las c h im e n e a s altas y a n ch as, q u e desfigu ran incluso los ed ificio s p ú b lico s... y q u e en algu n as zo n as del c a s c o an tigu o se a m o n to n an de tal m a n era q u e a p e n a s se p u ed e v e r en tre ellas.« J . F. B e n z e n b e rg , B riefe

g es c h rie b en a u f e in e r R eise n a c h P aris [C artas escritas e n un v ia je a París], i, D ortm un d , 1805, pp. 112 y 111.

( 0 3, 51

■Engels m e c o n tó q u e M arx le e x p lic ó p o r p rim era vez el d e term in ism o e c o n ó m ic o de su teo ría del m a teria lism o h istó rico e n 1848, en el C afé d e la R é g e n c e de París, u n o de los p ri­ m ero s fo c o s de la R ev o lu ció n d e 17 8 9 .- Paul Lafargue, »P ersön lich e E rin n eru n g en an Frie­ d rich E n gels- ["Mis recu erd o s de Fried rich Engels-], D ie N eu e Zeit X X III, 2 (1 9 0 5 ), Stuttgart, p. 5 5 8 .

3. 61

Tedio: com o índice de participación en el dormir del colectivo. ¿Es por eso elegante, hasta el punto de que el dandi procura exhibirlo? [D 3, 7] En 1 7 5 7 só lo h ab ía tres c a fé s en París.

ÍD 3 a, 1]

M áxim as de la pintura estilo im p erio : «Los nuevos artistas no admitían más que

el estilo

heroico, lo sublime", y lo sublime sólo podía ser alcanzado con "el desnudo y el ropaje"... Los pintores debían buscar sus inspiraciones en Plutarco o en Homero, en Tito Livio o en Virgilio, y escoger preferentemente, según la recomendación de David a Gros...,

temas conocidos por

todo el mundo"... los temas sacados de la vida contemporánea eran, a causa de los trajes, indig­ nos del "gran arte”». A. M a le t y P. Grillet, XIXe siècle [Siglo xix], París, 1919, p. 158. ■ M o d a ■ [D 3 a, 2] «¡Hombre feliz, el observador! Para él el tedio es una palabra carente de sentido.» Victor Fournel, Ce q u o n voit d ans íes rues d e París [lo que se ve en ías calles de Pans], París, 1858, p. 271. [D

3 a, 3]

En los años cuarenta, el tedio com enzó a considerarse algo epidém ico. Habría de ser Lamartine el primero en dar expresión a esta dolencia, que desem peña un papel en aquella anécdota sobre el fam oso cóm ico Deburau. Un presti­ gioso psiquiatra parisino recibió un día la visita de un paciente al que veía por vez primera. El paciente se quejó de la enferm edad de la ép o ca, la desgana vital, la profunda desazón, el tedio. «No le falta nada,.dijo el m édico después de una exploración detallada. Solamente debería descansar y h acer algo para distraerse. Vaya una tarde a Deburau y enseguida verá la vida de otra manera.» «Pero, estimado señor -resp on d ió el pacien te-, yo soy Deburau.» [D 3 a, 4] V u e lta d e las C o u rs e s d e la M a rc h e : «El polvo ha superado todas las esperanzas. Las elegan-,

cías envejecidas de la M arche están casi sepultadas, a lo manera de Pompeya, y hay que desen­ terrarlas a golpe de cepillo, por no decir a golpe de pico». H. de Péne, París intíme [París íntimo], París, 1859, p. 320.

134

ID 3 a, 5]

El te d io , e te r n o re to rn o «Lo-introducción def sistema M a c Adam para el pavimenfo de los bulevares dio nacimiento a numerosas caricaturas. Cham muestra a los parisinos cegados por el polvo y propone levantar... una estatua, con esta inscripción:

jA Macadam, los oculistas y los vendedores de lentes, agra-

decidos!”. Otros representan a los paseantes encaramados a zancos, recorriendo de ese modo las ciénagas y los terrenos pantanosos.» Paris sous la République de 1848 [París bajo la Repú­ blica de 1848]; Exposición de la Biblioteca y de los trabajos históricos de la ciudad de París, 1909 (Poete, Beaurepaire, Clouzot, Henriot], p, 25.

[D 3 a, 61

«Unicamente Inglaterra podía producir el dandismo; Francia es tan incapaz de producir su equi­ valente como lo es su vecina de ofrecer el equivalente de nuestros... leones, tan solícitos en agra­ dar como desdeñosos los dandis... D Orsay... agradaba natural y apasionadamente a todo el mundo, incluso a los hombres, mientras que los dandis sólo agradaban desagradando... Del león al pisaverde hay un abismo; pero ¡qué abismo tan distinto entre el pisaverde y el pequeño cala­ vera!» Larousse(, G ra n d dictionnaire universel) du dix-neuvième siècle [Larousse, G ran dicciona­ rio universal del siglo Mx], (VI, París, 1870 (arte dandi), p. 63).

[D 4, 1]

En el a n tep e n ú ltim o cap ítu lo de su lib ro París desde sus orígenes hasta el año 3000, París, 18 8 6 , Léo C laretie h a b la d e una cu b ierta p ro tecto ra de p lan ch as d e vid rio q u e se alza so b re la ciudad cu an d o llueve - e n el añ o 1 9 8 7 -. -En 1987- reza el título d e este capítulo.

|D 4, 2]

En relación con Chodruc-D uclos: «Era tal vez el vestigio de algún viejo y áspero ciudadano de Herculano que, habiendo escapado de su lecho subterráneo, regre­ saba acribillado por mil cóleras volcánicas y vivía en la muerte». Mém oires de Cho­ druc-Duclos, recueillis el publiés p o r J. Arago el Edouard Gouin [M em orias de Chodwc-Duclos, Recogidas y publicadas porJ. Arago y Edouard Gouin], I, París, 1843, p. 6 (Prefacio). El prim er f lâ n e u r de entre los desclasados. [d 4 , 3 ] El mundo en que nos aburrimos. «Pero si uno se aburre en él, ¿qué influencia puede tener?» «¡Qué influencia!... ¿Qué influencia, del tedio, en nosotros?... jpues enorme!... ¡considerable! El francés, velo tú mismo, siente hacia el tedio un horror que llega a la veneración. Para él, el tedio es un dias terrible cuyo culto es la manera de vestir. Sólo comprende lo serio bajo esta forma.» Edouard Pailleron, Le monde où l'on s'ennuie [El mundo en que nos aburrimos] (1881), I, 2 (Édouard Pailleron, Théâtre complet [Teatro completo], III, París, (1911), p. 279()>.

[D 4, 4]

M ichelet «hace una descripción, llena de inteligencia y de piedad, de la condición, hacia 1840, de las primeras maniobras especializadas. He aquí "el infierno del tedio" en los tejidos: "Siem­ pre, siempre, siempre, es la palabra invariable con que atruena nuestro oído el rodar automático con que tiemblan las planchas. N unca se acostumbra uno a él". A veces las observaciones de M ichelet (por ejemplo, sobre la ilusión y los ritmos de los oficios) aventajan intuitivamente a los análisis experimentales de los psicólogos modernos». G eorges Friedmann, La crise du progrès [La crisis del progreso], París, (1936), p. 244. [La cita de M ichelet p ro ced e de su lib ro El pueblo, París, 18 4 6 , p. 83.1

[D 4, 5]

«dar plantón» en el sen tid o de «hacer esperar» p erten ece al argot del ejército revolucionario y del im perial. (Segú n Brunot, H istoire d e la lan g u e fr a n ç a is e IH istoria d e la len gu a fra n cesa ], IX, La Révolution et ¡ ’E m pire [La R evolución y el Im peiio] , París, 1937, (p. 997).)

[D 4, 61

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Vida p a r is in a ( ) -C om o un so u v en ir tras el cristal a p a re ce París en aq u ella carta d e reco­ m en d ació n q u e el b aró n Stanislas d e Frascata en trega a G on d rem arck para M etella. El remi­ ten te, ligado al su elo patrio, se q u eja de a ñ o rar d e sd e su “fría tie rra ” los festin es de cham ­ p án, el b o u d o ir azul celeste de M etella, las cen a s, las c a n c io n e s, la eb ried ad . A sus ojos, París re sp la n d ece: es un lugar en el q u e se h an a b o lid o las d iferen cia s de c la se , una ciu­ dad llena de ca lo r m erid ion al y d e fren ética vida. M etella lee la carta de Frascata, y m ien­ tras la lee, la m úsica ilustra la im agen e sp le n d o ro sa de e ste p e q u e ñ o recu erd o c o n enorm e m elan co lía, c o m o si París fu ese el p a ra íso p erd id o, y c o n tal felicid ad , q u e lo h a ce equi­ valente al paraíso pro m etid o . C u and o lu eg o co n tin ú a la tram a, surge la im p resión inevita­ ble d e q u e esta im agen em p ieza a co b ra r vida-, S. K racauer, J a c q u e s O Jfen b ach u u d das

P aris s e in er Z e it[¡a c q a e s O ffen b a c b y e! P arís d e su tiempo], A m sterdam , 1937, pp. 348-349. [D 4 a, 1] «El Romanticismo desemboca en una teoría del tedio, el sentimiento moderno de la vida en una teoría del poder o, por lo menos, de la energía... El Romanticismo, en efecto, marca la toma de conciencia por el hombre de un conjunto de instintos en cuya represión la sociedad está muy interesada, pero, para una gran parte, pone de manifiesto el abandono de la lucha... El escritor romántico... se vuelve hacia... una poesía de refugio y de evasión. La tentativa de Balzac y de Baudelaire es exactamente la inversa y tiende a integrar en la vida los postulados que los román­ ticos se resignaban a satisfacer sólo en el terreno del arte... Por eso, esta empresa está muy entroncada con el mito que significa siempre un aumento del papel de la imaginación en la vida.» Roger Coillois, «Paris mythe moderne» [«París, mito moderno»] (Nouvelle Revue Française XXV, 284, 1 de mayo de 1937 pp. 6 9 5 y 697).

[D 4 a, 2]

1839, «Francia se aburre», Lamartine.

[D 4 a, 31 .

Baudelaire en el ensayo sobre G uys: «El dandismo es una vaga institución, tan rara como el duelo; muy antigua, puesto que César, Catilina, Alcibíodes nos proporcionan ejemplos brillan­ tes; muy general, puesto que Chateaubriand lo ha encontrado en los bosques y al borde de los lagos del N uevo Mundo». Baudelaire, L'art romantique [El arte romántico], París, p. 91. ■

ID 4 a, 4]

El c ap ítulo sobre G u vs en El arte romántico a p ro p ó sito de los dandis: «Todos son repre­ sentantes... de esta necesidad, dem asiado rara en la actualidad, de combatir y destruir la tri­ vialidad... El dandismo es el último estallido del heroísmo en las decadencias; y el tipo del dandi encontrado por el viajero en América del N o rte no invalida de ninguna manera esta ¡dea; pues nada impide suponer que las tribus que llamamos salvajes sean los vestigios de grandes civilizaciones desaparecidas... ¿N ecesito decir que M. G., cuando esboza uno de sus dandis sobre el papel, le da siempre su carácter histórico, legendario incluso? ¿ M e atre­ vería a decirlo, si no fuera cuestión del tiempo presente y de cosas generalmente consideradas como jugueteos?». Baudelaire, El arte romántico, [tomo III, ed. Hachette), París, pp. 94-95. [D 5, 1) Así form ula B a u d ela ire la im p resió n q u e d e b e d e sp ertar el p e rfe c to dandi: «He aquí tal vez un hombre rico, pero con mós certeza un Hércules sin empleo». Baudelaire, El arte romántico, París, p. 9 6 .

136

[D 5, 2]

El te d io , e t e r n o re to rn o La m ultitud c o m o remedio supremo co n tra el tedio a p a re ce en el e n sa y o so b re G u ys: «Todo hombre, decía un día M. G. en una de esas conversaciones que él ilumina con una mirada intensa y un gesto evocador, todo hombre... que se aburre dentro de la multitud ¡es un necio!, ¡un necio!, ¡y lo desprecio!». Baudeloire, El arle romántico, p. 65.

ID 5, 3)

De entre todos los motivos que Baudelaire ha conquistado por vez primera para la exp resión lírica, hay u n o que podría p reced er a todos: el mal tiem po. [D 5, 41 La c o n o c id a a n é c d o ta de! a c to r D eb u rau , en ferm o de ted io, atribuida a un tal -Carlin-, c o n s ­ tituye el plato (uerte del -Elogio del tedio», co m p o sic ió n en v erso de C h arles B o issié re de la sociélé philotechnique, París. 1860. - Carlin e s un n o m b re de p erro b a sa d o en el n o m b re d e pila d e un arleq u ín italiano.

[D

5, 51

«La monotonía se alimenta de lo nuevo.» Jean Vaudal, El cuadro negro (cit. en E. Jaloux, «L'esprit des livres» [«El espíritu de los libros»], Nouvelles Littéraires, 2 0 de noviembre de 1937). [D 5. 6 ]

Contrapartida a la visión del m undo de Blanqui: el universo es un lugar de catástrofes perm anentes. [D 5. 7) Sobre La eternidad por los astros: Blanqui, que a un paso de la tumba sabe que el Fort du Taureau es su última prisión, escribe este libro para abrirse las puertas de nuevas mazm orras. ID 5 a. ti Sobre La eternidad p o r los astros: Blanqui se arrodilla, som etiéndose a la so cie­ dad burguesa. Pero es una genuflexión de tal violencia, que hace tem blar el trono de ésta. ID 5 a. 21 Sobre La eternidad por los astros: este escrito despliega el cielo en el que los hom bres del siglo xix ven detenerse a las estrellas. ID 5 a, 31 En las Letanías de Satán ((Baudelaire, (Euvres [Obras]), (vol. 1, París), ecl. Le Dantec, (1931), p. 138), podría ap arecer en Baudelaire la figura de Blanqui: «Tú que le das al proscrito esa mirada tranquila y alta». De h echo hay un dibujo realizado de memoria por Baudelaire que representa la cabeza de Blanqui. ID 5 a. 41 Para com prender el significado de la novedad es preciso recurrir a la n o v e­ dad en la vida diaria.. ¿Por qué cada uno transmite al otro la última novedad? Es probable que para triunfar sobre los muertos. De m odo que sólo cuando no hay nada realmente nuevo. ID 5 a. 5J El escrito que Blanqui com p u so en su última prisión, que es también su último texto, ha pasado hasta hoy, por lo que yo sé, com pletam ente d esa­ percibido. Es una especulación cosm ológica. Hay que admitir que en una primera ojeada resulta disparatado y banal. Sin em bargo, las torpes reflexio­

L ib ro ele lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

nes de un autodidacta sólo sirven para preparar una especulación que de nadie podría pensarse menos propia que de este revolucionario. En tanto que el infierno es un objeto teológico, se la puede calificar de h ech o com o teológica. La visión cósm ica del m undo que allí desarrolla Blanqui tom ando sus datos de la ciencia natural m ecanicista propia de la sociedad burguesa, es una visión infernal. Pero es al mismo tiem po un com p lem ento de la so cie­ dad que B(lanqui), al final de su vida, se vio obligado a reco n o cer com o triunfadora. Lo que resulta estrem eced or es que este p royecto carece por com pleto de ironía. Es una sumisión sin reservas, p ero al m ism o tiem po la acusación más terrible contra una sociedad que refleja en el cielo, co m o pro­ yección suya, esta im agen del cosm os. La obra, de una en orm e rotundidad en su lenguaje, posee notabilísimas relaciones tanto con Baudelaire com o con Nietzsche. (Carta del 6 .1 .1 9 3 8 a Horkheim er.) [D 5 a, 61 D e La eternidad po r los astros de B lan q u i: «¿Qué hombre no se encuentra a veces ante dos cami­ nos? Aquél del que se desvíe le produciría una vida muy diferente, aunque dejándole la misma indi­ vidualidad. Uno conduce a la miseria, a la vergüenza, a la servidumbre. Otro lleva a la gloria, a la libertad. Aquí una mujer encantadora y la felicidad; allí una furia y la desolación. H ablo para los dos sexos. Se escoja al azar o por elección, poco importa: no se escapa a la fatalidad. Pero la fatalidad no tiene sitio en el infinito, que no conoce en absoluto la alternativa y tiene lugar para todo. Existe una tierra donde el hombre sigue la vía desdeñada en la otra por el sosia. Su existen­ cia se desdobla, un globo para cada uno, después se bifurca por segunda, por tercera vez, miles de veces. Así posee sosias completos e innumerables variantes de sosias, que multiplican y repre­ sentan siempre su persona, pero que sólo toman jirones de su destino. Todo lo que aquí abajo se habría podido ser se es en alguna otra parte. Además de su existencia entera, desde el nacimiento hasta la muerte, que vivimos sobre multitud de tierras, las vivimos bajo otras diez mil ediciones dife­ rentes». Cit. en Gustove Geffroy, L'enfermé [El olor a cerrado], París, 1897, p. 399.

[D 6 , 11

D e la c o n c lu sió n d e La eternidad p o r los astros: «lo que escribo en este momento en un cala­ bozo del Fort du Taureau lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, sobre una mesa, con una pluma, con estas ropas, en circunstancias completamente semejantes». Cit. Guslave Geffroy, El olor a cerrado, París, 1897, p. 401. C o m en ta a co n tin u a ció n G effroy : «Escribe así su suerte en el número sin fin de los astros y en todos los instantes del tiempo. Su calabozo se multiplica hasta lo incalculable. En el universo entero, él está encerrado lo mismo que lo está en la tierra, con su fuerza rebelde y su pensamiento libre».

1D 6 , 2]

D e la c o nclusión de La eternidad p o r los astros: «A esta hora la vida entera de nuestro planeta, desde el nacimiento hasta la muerte, se trocea, día a día, en miríadas de astros hermanos, con todos sus crímenes y sus desdichas, lo que llamamos progreso está encerrado entre cuatro pare­ des en cada tierra y se desvanece con ella. Siempre y en todas partes, en el campo terrestre, el mismo drama, la misma decoración, en el mismo angosto escenario, una humanidad ruidosa, engreída con su grandeza, creyéndose el universo y viviendo en su prisión como en una inmen­ sidad, para hundirse enseguida con el globo que ha llevado con el más profundo desdén, el fardo de su orgullo. La misma monotonía, el mismo inmovílismo en los astros extranjeros. El uni­ verso se repite sin fin y piafa sin moverse del sitio». Cit. en Gustave Geffroy, El olor a cerrado, París, 1897 p. 402.

138

ID ó a, U

;

E l te d io , e te r n o re to rn o

B lan q u i su braya e x p lícita m e n te el ca rá cter cien tífico de sus tesis, q u e n o tend rían nada que v e r c o n las fan tasías de Fourier. («>Hay que llegar a admitir que cada combinación particular de lo material y de lo personal "debe repetirse miles de millones de veces para hacer frente a las necesidades del infinito(">». Cit. en Gustave Geffroy, El olor a cerrado, París, 1897; p. 400. [D 6 a, 2) M isantro pía d e B la n q u i: «Las variaciones comienzan con los seres animados que tienen deseos, dicho de otro modo, caprichos. Desde que los hombres intervienen en todo, la fantasía interviene con ellos. N o es que puedan afectar mucho al planeta... Su turbulencia no perturba nunca seria­ mente la marcha natural de los fenómenos físícos, pero ella trastorna a la humanidad. H a y que prever, pues, esta influencia subversiva que... desgarra a las naciones y derroca a los imperios. C laro es que esas brutalidades se realizan sin ni siquiera arañar la epidermis terrestre. La des­ aparición de los perturbadores no dejaría huella de su presencia supuestamente soberana, y bastaría para devolver a la naturaleza su virginidad apenas ligeram ente rozada». Blanqui, L éternité (p a r les ostres [/.a eternidad po r ¡os astros]), pp. Ó3-Ó4.

[D ó a 3]

C ap ítu lo final (V III Resumen) d e La eternidad p o r los astros d e B la n q u i: «El universo entero está compuesto por sistemas estelares. Para crearlos la naturaleza sólo tiene cien cuerpos sim­ ples a su disposición. Pese al prodigioso partido que ella sabe sacar de sus recursos y el número incalculable de combinaciones que permiten a su fecundidad, el resultado es necesa­ riamente un número finito, como el de los propios elementos, y para llenar la extensión, la natu­ raleza debe repetir hasta el infinito cada una de sus combinaciones originales o tipos. / Todo astro, sea cual fuere, existe un número infinito de veces en el tiempo y en el espacio, no sola­ mente bajo uno de sus aspectos, sino tal como se encuentra en cada uno de los segundos de su duración, desde el nacimiento hasta la muerte. Todos los seres repartidos por su superficie, grandes o pequeños, vivos o inanimados, comparten el privilegio de esta perennidad. / La Tie­ rra es uno de esos astros. C ualquier ser humano es, por tanto, eterno en cada uno de los segun­ dos de su existencia. Lo que escribo en este momento en un calabozo del Fort du Taureau lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, sobre una mesa, con una pluma, con estás ropas, en circunstancias completamente semejantes. / Todas estas fierras se abisman una tras otra en las llamas renovadoras, para volver a renacer y recaer en ellas de nuevo, flujo monótono de un reloj de arena que se invierte y se vacía él mismo eternamente. Es de nuevo siempre viejo, y de viejo siempre nuevo. / ¿Podrán, no obstante, los curiosos de vida ultraterrestre sonreír ante una conclusión matemática que les otorga no solamente la inmortalidad, sino la eternidad? El número de nuestros sosias es infinito en el tiempo y en el espacio. En conciencia no se puede apenas exigir más. Estos sosias lo son en carne y hueso, e incluso en pantalón y gabán, en miri­ ñaque y en moño. N o son fantasmas, sino la actualidad eternizada. / Sin embargo, ahí tene­ mos un gran defecto: no hay progreso. Desgraciadamente, no. Son vulgares reediciones, repe­ ticiones. Eso fueron los ejemplares de los mundos pasados, y eso serán los de los mundos futuros. Únicamente el capítulo de las bifurcaciones permanece abierto a la esperanza. N o olvidemos que todo lo que se po d ría haber sido aquí abajo, se es en algún otro lugar distinto. / El progreso sólo está aquí abajo para nuestros sobrinos. Tienen más suerte que nosotros. Todas las cosas hermosas que verá nuestro globo ya las han visto nuestros futuros descendientes, las ven en este momento y las verán siempre, por supuesto bajo la forma de sosias que les han precedido y que les seguirán. Hijos de una humanidad mejor, ellos ya se han mofado bien de nosotros y nos han abucheado sobre las tierras muertas, pasando por ellas después de nos­

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s otros. Continúan fustigándonos en las tierras vivas de las que hemos desaparecido, y nos per­ seguirán paro siempre con su desprecio en las tierras que están por nacer. / Ellos y nosotros, y todos los huéspedes de nuestro planeta, renacemos prisioneros del momento y del lugar que los destinos nos asignan en la serie de sus avalares. Nuestra perennidad es un apéndice de la suya. N o somos sino fenómenos parciales de sus resurrecciones. Hombres del siglo XIX, la hora de nuestras apariciones está fijada para siempre y nos trae siempre a los mismos, todo lo más con la perspectiva de felices variantes. N o hay nada ahí para halagar mucho la sed de lo mejor. ¿Qué hacer? N o he buscado mi placer, he buscado la verdad. N o hay aquí revelación, ni profeta, sino una simple deducción del análisis espectral y de la cosmogonía de Laplace. Esos dos descubrimientos nos hacen eternos. ¿Es una ganga? Aprovechémoslo. ¿Es una misti­ ficación? Resignémonos. /... / En el fondo esta eternidad del hombre por los astros es melan­ cólica, y más triste aún este secuestro de los mundos hermanos mediante la inexorable barrera del espacio. ¡Pasan tantas poblaciones idénticas sin haber sospechado su mutua existencia! Se la descubre finalmente en el siglo XIX. Pero ¿quién querrá creerlo? / Y además, ¡hasta aquí el pasado representaba para nosotros Ja barbarie, y el porvenir significaba progreso, ciencia, felicidad, ilusión! Ese pasado ha visto desaparecer en todos nuestros globos-sosias las más brillantes civilizaciones, sin dejar una huella; y seguirán desapareciendo sin dejarlas tampoco. ¡El porvenir volverá a ver en los miles de millones de tierras las ignorancias, los estupideces, las crueldades de nuestras antiguas edades! / A esto hora la vida entera de nuestro planeta, desde el nacimiento hasta la muerte, se trocea, día a día, en miríadas de astros hermanos, con todos sus crímenes y sus desdichas, {.o que llamamos progreso está encerrado entre cua­ tro paredes en cada tierra y se desvanece con ella. Siempre y en todas partes, en el campo terrestre, el mismo drama, la misma decoración, en el mismo angosto escenario, una humani­ dad ruidosa, engreída con su grandeza, creyéndose el universo y viviendo en su prisión como en una inmensidad, para hundirse pronto con el globo que ha llevado con el más profundo desdén, el fardo de su orgullo. La misma monotonía, el mismo ¡nmovilismo en los astros extran­ jeros. El universo se repite sin fin y piafa sin moverse del sitio». A. Blanqui, La eternidad p o r ¡os astros. Hipótesis astronómica, París, 1 8 7 2 , pp. 7 3 -7 6 . El p a sa je q u e falta se recrea en la ■ consolación» con la idea d e q u e lo s se r e s q u e rid o s q u e ya n o están en la tierra a c o m ­ p añ an en otra estrella y en e ste m o m e n to , en c u a n to d o b le s, a n u estro d o b le . [D 7; D 7 a] •Pensem os este p en sa m ien to en su form a m ás terrib le: la ex iste n cia , tal c o m o es, sin s e n ­ tido ni m eta, p ero reto rn an d o in e v ita b lem e n te, sin un final en la nada: “e l ete rn o reto rn o ". [p. 45]... N osotros n eg a m o s las m etas fin ales: si la e x iste n cia tuviera una, ya se habría alcan zado-, Fried rich N ietzsch e, G e sa m m elte W erke [O b ras co m p leta s ], X V III, M u n ich , «De la su b lim e im p resió n d e la e x p o s ic ió n d e 1851 n o q u e d a b a el m ás m ín im o rastro... C on to d o , la e x p o s ic ió n tu vo alg u n o s resu ltad o s muy n o ta b le s... La m ayor so rp resa ... la o fre c ió C hina. H asta e n to n c e s, Eu ropa n o h ab ía visto n ada d e arte c h in o en n u estro sig lo ... sin o lo q u e se o frecía a la v en ta c o m o vu lgar m er­ c a n cía . A hora, sin em b arg o , h ab ía ten id o lugar la guerra c h in o -in g le sa ... se h a b ía ... q u e ­ m ad o el P a la cio d e V erano - c o m o e sc a rm ie n to , se d ijo -. En realidad, los in g leses c o n si­ gu iero n robar, au n m ás q u e los fra n cese s, gran parte d e los te so ro s allí a cu m u lad o s, y eso s te so ro s fu ero n los q u e se e x p u sie ro n en Lon d res en 18 6 2 . P or d isc re ció n , n o eran tan to los h o m b res, sin o las m u jeres... las q u e figu rab an c o m o exp o sito res-. Ju liu s Lessing, M edio siglo

d e ex p o sic io n es u n iversales , B e rlín , 1 9 0 0 , p. 16.

[G 8, 1]

Lessing (M edio siglo d e exposicion es universales, Berlín, 1900, p. 4) señ ala la d iferen cia entre las e x p o sicio n es universales y las ferias. En estas últimas, los com ercian tes traen co n sig o todas sus m ercan cías. Las ex p o sicio n es universales p resu p on en un alto desarrollo del créd ito com er­ cial, pero tam b ién del industrial, y p or ello del créd ito tanto p or parte del com p rad or co m o de la fin n a com isionada.

[G 8, 2]

«Habría que cerrar voluntariamente los ojos ante ta evidencia para no reconocer que el espec­ tro de la feria del Cam po de M a rte en el año 1798, que los soberbios pórticos del Patio del Louvre y los de los Inválidos, en los años siguientes, y que finalmente ía memorable orden real del 13 de enero de 1819, han contribuido poderosamente a los felices desarrollos de la indus­

206

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ra n d v ille tria francesa... Le estaba reservado a un rey de Francia transformar las magníficas galerías de su Palacio en un inmenso bazar, para que le fuera otorgado a su pueblo el contemplar... esos tro­ feos no sangrantes, elevados por el genio de las artes y de la paz.» G enou y H. D., No/Íce sur l'exposition des produits de I'industrie el des cris qui o eu lieu ó Douoi en 1827 [Nolícia sobre la exposición de los productos de la industria y de las artes que ha tenido lugar en Douai en 1827], Douai, 1827, p. 5. [q g 3 ]

En 1851 se enviaron a Londres tres diferentes delegaciones de trabajadores; ninguna de ellas consiguió nada importante. Dos eran oficiales: una por parte de la Asamblea Nacional, otra por parte de la Municipalidad; la privada se form ó con el ap oyo de la prensa, sobre todo de Émile de Girardin. Los trabajadores no tenían ninguna influencia en la com posición de estas dele­ gaciones. [G 8, 4] Las m ed id as d e! P a la cio d e Cristal están en A. S. D o n co u rt, la s ex p o sicion es universales, Lille/París, (1 8 8 9 ), p. 12 - l o s lad o s m ed ían 5 6 0 m -.

[G 8, 51

S o b re la d e le g a c ió n d e tra b a ja d o res para la e x p o s ic ió n un iversal d e Londres d e 1862: «Las oficinas electorales se organizaron rápidamente, cuando en la ciudad de las elecciones un inci­ dente... vino a poner trabas a las operaciones. La prefectura de policía... desconfió de ese movi­ miento sin precedentes y la Comisión obrera recibió orden de no continuar sus trabajos. C on­ vencidos de que esta medida... sólo podía ser el resultado de un error, los miembros de la Comisión... se dirigieron inmediatamente a Su Majestad... El Emperador... quiso conceder a la Comisión la autorización para proseguir su tarea. Las elecciones... nombraron a doscientos delegados... Se le había concedido a cada grupo un periodo de diez días para llevar a cabo su misión. C ad a delegado recibió por su parte una suma de 115 frs. y un billete de 2 ° clase, de ida y vuelta; el alojamiento y una comida, así com o las entradas a la Exposición... Ese gran movimiento popular tuvo lugar sin que hubiera que lamentar... el menor incidente». Rapports des délégués des o uvriers parisiens á l'exposition de Londres en 1862 publiés p a r la Commision- ouvriére [informes de los delegados de los obreros parisinos en la exposición de Londres en 1862, publi­ cados p o r la Comisión obrera], (j 1 vol.l), París, 1862-1864, pp. III/IV. (E l inform e c o m p ren d e 53 in fo rm es d e las d e le g a c io n e s d e los distintos oficios.)

[G 8 a, 11

P arís 1855: «Cuatro locomotoras guardaban la entrada del anexo de las máquinas, seme­ jantes a los grandes toros de Nínive, a las grandes esfinges egipcias que se veían a la entrada de los templos. El anexo era el país del hierro, del fuego y del agua; las orejas que­ daban ensordecidas, los ojos deslumbrados... todo estaba en movimiento; se veía cardar la lana, retorcer el paño, retorcer^ el hilo, trillar el grano, extraer el carbón, fabricar el chocolate, etc. A lodos indistintamente se les comunicó el movimiento y el vapor, al contrario de lo que se había hecho en Londres, en 1851, donde los expositores ingleses fueron los únicos en dis­ frutar del fuego y del agua». A. S. Doncourt, Las exposiciones universales, Lille/París, (1889),

P- 5 3 '

[G 8a, 21

En 1867 el -b arrio o rien tal- fu e el c en tro de las atra ccio n es.

[G 8 a, 31

1 5 .0 0 0 .0 0 0 d e visitantes en la e x p o s ic ió n d e 1867.

[G 8 a, 41

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s En 1 8 5 5 se p u d o m arcar p or prim era vez el p re cio en las m ercan cías.

[G 8 a, 51

«La Play había... presentido hasta qué punto lle g a ría a imponerse la necesidad de encon­ trar lo que llamamos en el leng uaje m oderno "un tirón". Igualm ente había previsto que esto necesidad... les daría a las exposiciones la mala orientación que... le haría decir a M. Claudio-Janet en 1889:

Un economista honesto, M . Frédéric Passy, denuncia después de lar­

gos años en el Parlamento y en la Academ ia el abuso de las fiestas foráneas. Todo lo que dijo de la feria del pan de especias... puede, conservando las proporciones, decirse de la gran celebración del centenario'.» Sobre esto un a o b se rva ció n : «El éxito de las otraccio-, nes es tal que la Torre Eiffel, que había costado seis millones, había g an a d o ya el 5 de noviembre de 1889 6.459.581 francos». M a u ric e Pécard, Las exposiciones internacionales desde el punto de vista económico y social, particularm ente en Francia, París, 1901, p. 29. [G 9, 1] El p a la cio d e e x p o s ic io n e s de 1 8 6 7 en el C am p o d e M arte fu e c o m p a ra d o co n el C oliseo: «La distribución imaginada por el comisario general Le Play era muy afortunada: los objetos estaban repartidos por orden de materia en o ch o galerías concéntricas; doce alas... parlían del gran eje: las principales naciones ocupaban los sectores limitados por esos rayos. De este modo... uno podio... bien sea recorriendo las galerías, darse cuenta del estado de la industria en las diferentes naciones, o bien sea recorriendo las alas transversales, darse cuenta de! estado, en cada país, de las diversas ramas de la industria». Adolphe Démy, Ensayo histórico sobre las exposiciones universales de París, París, 1907, p. 129. - Allí ta m b ién una cita de un artícu lo de T h é o p h ile G au tier so b re el p a la c io en el M o n ite u r del 17 de se p tie m b re de 18 6 7 : «Parece que uno tenía ante sí un monumento elevado en otro planeta, Júpiter o Saturno, según un gusto que no conocemos y coloraciones a las que nuestros ojos no están acostum­ brados». Una frase an te tod o: «El gran precipicio azulado con su borde de color de sangre produce un efecto vertiginoso y desorienta las ¡deas que se tenían sobre arquitectura». [G 9, 21 R esisten cia s co n tra la e x p o s ic ió n u n iversal d e 1851(:> «El Rey de Prusia prohibía al príncipe y a la princesa reales... volver a Londres... El cuerpo diplomático rehusaba presentar a la reina un escrito de felicitación. "En este mismo momento, escribía... el 15 de abril de 1851 el príncipe Alberto a su madre... Los adversarios de la exposición trabajan ampliamente... Los extranjeros, anuncian éstos, comenzarán aquí una revolución radical, matarán a Victoria y a mí mismo y pro­ clamarán la república roja. La peste ciertamente debe de resultar de la afluencia de multitudes tan grandes y devorar a los que la subida del precio de todas las cosas no habrá ahuyen­ tado .». Adolphe Démy, Ensayo histórico sobre las exposiciones universales de París, 'París, 1907, p. 38.

_

[G 9, 31

Fra n ço is de N eu fchateau so b re la e x p o s ic ió n d e 1798 (se g ú n D ém y, Ensayo histórico sobre las exposiciones universales de París)() «Los franceses, decía..., han asombrado a Europa por la rapidez de sus éxitos militares; deben lanzarse con el mismo ardor a la carrera del comercio y de las artes de la paz.» (P. 14.) «Esta primera exposición... es realmente una primera campaña, una campaña desastrosa pora la industria inglesa.» (P. 18.) D esfile inaugural de carácter b é lic o : « 1.° la escuela de las trompetas; 2 o un destacamento de caballería; 3 .° los dos prime­ ros pelotones de ordenanzas; 4 ° los tambores; 5.° música militar a pie; ó.° un pelotón de infan­

208

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G r a n d v ille tería; 7.° los heraldos; 8 o el regulador de la fiesta; 9.° los artistas inscritos para la exposición; 10.° el jurado». - La m ed alla d e o ro la c o n c e d e N eu fcháteau a q u ie n m ás p erju d iq u e a la industria inglesa.

IG 9 a, 11

La seg u n d a e x p o s ic ió n , en el a ñ o IX (,) d e b ía reu n ir e n las salas del Louvre las o b ra s d e la industria y d e las artes p lásticas. P ero los artistas rech azaro n la p re ten sió n de e x p o n e r ju nto co n ind ustriales. (D ém y , p. 1 9 .)

9 a. 2]

E x p o sició n de 1819(.) «Con ocasión de la exposición, el rey confirió a Ternaux y a Oberkampf el título de barón... El otorgamiento de títulos nobiliarios a industriales había provocado críticas. En 1823 no hubo ninguna colación de nobleza.» Démy, Ensayo histórico, p. 24 [G 9 a, 3) E x p o sició n de 1844. Sobre ella, M!'” de G irard in (.) Le V icom te d e Lcum ay. Lettres p a r is ie n ­

n es [El v iz c o n d e d e L a tin a r. C artas parisin as], IV, p. 6 6 (cit. en A dolphe Démy, Ensayo histó­ rico, p. 27): «”Es un placer, decía ella, que se parece singularmente a una pesadilla. Y ella enu­ meraba las singularidades que no faltaban: el caballo desollado, el abejorro colosal, la mandíbula en movimiento, el péndulo turco que marcaba las horas mediante el número de sus porrazos, sin olvidar al señor y la señora Pipelet y los conserjes de los Misterios de París, en plan angélico».

^

9 a.

E x p o sició n universal de 1851: 1 4 .8 3 7 e x p o sito res; en la de 1855: 8 .0 0 0 .

[G 9 a. 51

4]

La exp osició n egipcia de 1867 se organizó en un ed ificio q ue representaba un tem p lo egipcio. 1G 9 a, 6] En su n o v ela

La fortaleza , W alp o le d e scrib e las m ed id as q u e se to m aro n en un h o tel e x p re ­

sam en te h ab ilitad o para los visitantes d e la e x p o s ic ió n u n iversal de 1851 c o n vistas a su estan cia . Entre ellas esta b a n la vig ilan cia p o licial p e rm a n en te del h o tel, la p re se n cia d e un sa cerd o te en el m ism o y las visitas m atu tinas de un m éd ico .

IG 10, 1)

W alpole d e scrib e el P a la cio de Cristal, c o n la fu en te cristalin a en su cen tro , y a q u ello s o lm o s .q u e p re sen ta b a n un a sp e cto se m e ja n te al de un leó n salv aje q u e h u b iera sid o atra­ p ad o en una red d e cristal- (p . 3 0 7 ). D escrib e las galerías, d e co ra d a s c o n v a lio sa s a lfo m ­ bras, p ero so b re to d o las m áquinas. -En esta co n g re g a ció n de m áq u inas, h ab ía h ilad oras au tom áticas, el telar Ja c q u a rt, m áq u in as q u e c o n fe c c io n a b a n so b re s, te la res a vapor, m aq u etas de lo co m o to ra s, b o m b a s cen trífu g as y lo co m ó v ile s; tod as ellas fu n c io n a b a n c o m o en a je n a d a s, m ien tras m iles d e visitantes, c o n sus p a m elas y so m b rero s d e c o p a , se sen ta b a n p a siv a m en te a esp era r c o n calm a ju nto a ellas, sin s o sp e ch a r q u e la é p o c a del h om b re en este p la n eta h ab ía lleg a d o a su fin.- H ugh W alp ole, The F ortress [La fo rta le z a ], H am burgo/París/Bolonia, (1 9 3 3 ), p. 3 0 6 .

IG 10, 2]

D elvau h a b la d e la «gente que cada tarde tiene los ojos pegados a los cristales de los alm a­ cenes de la Belle Jardinière, para ver hacer la caja de la ¡ornada». Alfred Delvau, Les heu­ res parisiennes [Las horas parisinas], París, 1866, p. 144. («Los ocho de la tarde».) ÍG 10, 3)

209

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s En un d iscu rso en el S e n a d o el 31 de e n e ro de 1868, M ich el C h ev alier intenta salvar d e la d e stru cció n el Palacio de la Industria d e 1867. Entre lo s m últiples u sos q u e p ro p o n e para el ed ificio , el m ás a so m b ro so es utilizar su interior, e sp e cia lm e n te ad e cu a d o d e b id o a su form a circular, para la in s ta ic c ió n militar. T a m b ién re co m ie n d a el e d ificio c o m o se d e p er­ m a n en te de una feria de m u estras ex tra n jera s. El p ro p ó sito d e la o p o s ic ió n p a re c e h a b e r sid o d e sp eja r el C am p o de M arte p o r ra z o n es m ilitares. Cfr. M ich el C hevalier,

D ís c o lo s

su r

u n e p étition re c la m a nt co n tre la d es tm c tio n d u p a la i s d e l ’ex p o silion u n iverselle d e 1 8 6 7 [D iscu rso s o b r e u n a p e tic ió n q u e r e c la m a b a co n tra la d estru cción d e ! p a l a c io d e la ex p o si­ c ió n u n iv ersal d e 18671, París, 18 6 8 .

IG 10, 4]

«Las exposiciones universales... no pueden dejar de impulsar a hacer las comparaciones más exactas entre los precios y las cualidades de los mismos productos en los diferentes pueblos: así pues, que la escuela de la libertad absoluta del comercio se regocije. Las exposiciones univer­ sales tienden... a la disminución, si no a la supresión, de los derechos de aduana.» Achille de Colusont (?), Histoire des expositions des produils de /'industrie íran^oise [Historia de las expo­ siciones de los productos de la industria francesa], París, 1855, p. 544.

[G 10 a, 11

«C ada industria, al exponer sus galas En el b azar del progreso general, Parece haber cogido la varita de las hadas Para enriquecer el Palacio de Cristal. Ricos, sabios, artistas, proletarios, C ada uno trabaja en el común bienestar; Y, uniéndose como nobles hermanos, Todos quieren la felicidad de cada cual.» Clairville y Jules Cordier, Le Palais de Cristal ou les Parisiens á Londres [El Palacio de Cristal o los parisinos en Londres] (Teatro de la Porte-Saint-Martin, 2 6 de mayo de 1851), París, 1851, p. 6 . [G 10 a, 2) Las dos últim as escenas del Palacio de Cristal de C la irv ille suceden dela n te y d e n tro del , Palacio de Cristal. Ind ica c ió n escénica de la (pen-)última escena: «La galería principal del Palacio de Cristal; a la izquierda, en la parte delantera, un lecho cuya cabeza es un gran reloj. En medio, una mesa pequeña sobre la que hay pequeños sacos y tiestos de tierra; a la derecha, una máquina eléctrica; al fondo, la exposición de los diversos productos según el grabado des­ criptivo sacado de Londres» (p. 30).

[G 10 a, 3]

A n u n c io del chocolate M a rq uis del año 1 8 4 6 0 «Chocolate de la casa Marquis, pasaje des , Panoromos y colle Vivienne, 4 4 - Vemos venir la época en que el chocolate garrapiñado y todas las demás variedades de fantasía van a salir... de la casa M arquis bajo las formas más'diversas y más graciosas... Las confidencias que se nos han hecho nos permiten anunciar a nues- J Iros lectores que esta vez, además, hermosos versos, juiciosamente escogidos de entre lo más puro, más gracioso y más ignorado por el vulgo profano que se ha producido este año, acom­ pañarán los exquisitos dulzores del chocolate Marquis. Por lo positivo que es y que nos parece, . los felicitamos por conceder tan generosamente su potente publicidad a todos esos hermosos/ versos». S(ala) d(e las) E(stampas).

! í |

210

(G 10 a, 41.

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ra n d v ille El P a la cio d e la Ind ustria de 1 8 5 5 0 "Seis p a b e llo n e s delim itan el ed ificio p o r los cuatro lados; el total d e arcad as de la planta b aja es d e 30 6 . Una in m en sa cu b ierta de cristal ilu­ m ina el e sp a cio interior. Los m ateriales em p lea d o s han sid o so la m en te pied ra, h ierro y cin c; los gasto s d e c o n stru cc ió n h an lleg a d o a los 11 m illo n es d e fran co s... Son e sp ecia lm en te n o ta b le s d o s g ran d es vid rieras en los lados Este y O este de la galería prin cip al... T od os los p erso n a jes p a re ce n re p rese n ta d o s a tam añ o natural, e stan d o a n o m en o s de 6 m etros de altu ra.. A c h t Tage in P a rís [Ocho días en P arís1, París, julio de 1855, pp. 9-10. Las vidrieras re p rese n ta n la Francia industrial y la ju sticia.

[G il

1]

«He... escrito con mis colaboradores de ¡'Atelier que hobía llegado el momento de hacer la revolución económica..., aunque nos hubiéramos puesto de acuerdo, desde hace algún tiempo, en que los poblaciones obreras de toda Europa eran solidarias y en que era preciso ante todo dedicarse a la idea de la federación política de los pueblos.» A. Corbon, Le secret du peuple de Paris [El secreto d e l pueb lo de París], París, 1863, p. 196 y p. 242: «En resumi­ das cuentas, la 'opinión política de la clase obrera de París está casi por completo contenida en el deseo apasionado de servir al movimiento de federación de las nacionalidades». [G 11, 2] Tras la e je c u c ió n de F iesch is el 19 d e fe b rero d e 1836, su am an te Nina Lassave se c o lo c a c o m o cajera en el C afé d e la R en a issa n ce, plaza de la Bourse.

[G 11. 3]

S im b o lism o anim al en T o u ssen el: el to p o. «El topo no es... el emblema de un único carácter, es el emblema de todo un período social, el periodo de alumbramiento de la industria, el perio­ do ciclópeo... es la expresión alegórica... del predominio absoluto de la fuerza bruta sobre la fuerza intelectual... H a y una semejanza muy notable entre los topos que revuelven el suelo y horadan vías de comunicación subterráneas... y los monopolizadores de ferrocarriles y de servi­ cios de transporte... La extrema sensibilidad nerviosa del topo que teme la luz... caracteriza admi­ rablemente el oscurantismo obstinado de esos monopolizadores de banco y de transportes que también temen la luz.» A. Toussenel, L'esprit des bêtes. Zoologie passionnelle. Mammifères de France [E/ espíritu de las bestias. Z o o lo g ía pasional. M am íferos de Francia], París, 1884, pp. 4 6 9 y 473-474.

[G 11, 4]

S im b o lism o an im al en T o u ssen el: la m arm ota. «Lo marmoto... pierde su pelo por culpa del tra­ bajo, alusión a la miseria del pobre saboyano cuya penosa industria tiene como primer efecto raer la ropa.» A. Toussenel, El espíritu de ¡as bestias, París, 1884, p. 334.

[G 11 , 5 ]

S im b o lism o veg etal en T o u ssen el: la vid. «A la vid le gusta cotillear... asciende familiarmente por la espalda de los ciruelos, de los olivos, de los olmos, tutea a todos los árboles.» A. Tous­ senel, El espíritu de las bestias, París, 1884,

p. 107.

[ G i l , 6]

Toussenel formula la teoría del círculo y la de la parábola en relación con los distintos juegos de am bos sexos. Esto recuerda los antropom orfism os de Grandville. «Las figuras queridas de la infancia adoptan invariablemente forma esférica, la pelota, el aro, la canica; los frutos que le gustan también: la cereza, la grosella, la manzana, la torta de confitura... El analogisla que ha observado esos juegos con una atención continuada no ha dejado de apreciar una diferencia

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

característico en la elección de las distracciones y de los ejercicios favoritos de los niños de los dos sexos... gQué ha advertido entonces nuestro observador en el carácter de los juegos de la infancia femenina? Ha advertido en la fisonomía de esos juegos una decidida propensión a la elipse. En efecto, cuento entre los ejer­ cicios favoritos de la infancia femenina el volante y la cuerda... La cuerda y el volante derivan de las curvas elípticas o parabólicas. ¿Eso por qué? ¿Por qué, tan ¡oven todavía, esta preferencia del sexo menor por la curva elíptica y ese despre­ cio manifiesto por la canica, la pelota y el trompo? Porque la elipse... es la curva del amor, como el círculo es la de la amistad. La -telipse es la figura con la que Dios... ha perfilado la forma de sus criaturas favoritas, la mujer, el cisne, el corcel de Arabia, los pájaros de Venus; la elipse es la forma atrayente por esencia... Los astrónomos generalmente ignoraban... por qué causa los planetas describían elip­ ses y no circunferencias en torno a su foco de atracción; ahora saben acerca de ese misterio tanto como yo.» A. Toussenel, El espíritu de las bestias, París, 1884, pp. 89-91. [G l i a , 1]

Toussenel establece un simbolismo de las curvas según el cual el círculo representa la amistad, la elipse el amor, la parábola el sentido familiar, la hipérbola la ambición. En el capítulo sobre esta última hay un pasaje que lo acerca especialm ente a Grandville: «La hipérbola es la curva de la ambición... Admirad la pertinaz persistencia de la ardiente asíntota, al perseguir a la hipérbola en una carrera desenfrenada; ella se aproxima, se aproxima siempre al final... pero no lo alcanza». A. Toussenel, El espíritu de las bestias, París, 1884, p. 92. (G 11 a, 21 S im b o lis m o a n im a l e n T o u s s e n e l: e l e riz o . «Voraz y de aspecto repulsivo, es también el

retrato del criado de ínfima pluma, que trafica con la biografía y el chantaje, que vende títulos de amo de pega y concesiones de teatro... sacando... de su conciencia de alcachofa... falsos juramentos y apologías a precio fijo... Se dice que el erizo es el único de los cuadrúpedos de Francia sobre el que el veneno de la víbora no actúa. Yo habría adivinado la excepción siguiendo únicamente lo analogía... ¡Cómo quiere usted... que la calumnia (víbora) muerda al granujo literario...!» A. Toussenel, El espíritu de los bestias, París, 1884, pp. 4 7 6 y 478. [C. 11 a, 31

«El relámpago es el beso de las nubes y tormentas, pero fecundo. Dos amantes que se adoran y que quieren decírselo a pesar de todos los obstáculos, son dos nubes animadas por electrici­ dades contrarias, e hinchadas de tragedias.» A. Toussenel, El espíritu de los bestias. Zoología pasional. Mamíferos de Francia, París, 1884, pp. 100-101.

[c, 12 1)

La p rim e ra e d ic ió n d e El espíritu d e las bestias d e T o u s s e n e l es d e 1847.

[G 12, 21

«Vanamente he registrado la antigüedad para encontrar en ella las huellas del perro de exposi­ ción... He interrogado por la época de la aparición de esta raza a los recuerdos de los más lúcidos sonámbulos; todos los informes... desembocan en la conclusión de que el perro de expo­ sición es una creación de los tiempos modernos.» A. Toussenel, El espíritu de las bestias, París, 1884, p. 159.

[g 1 2 , 3 ]

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ran d v iU e «Una ¡oven y bonita mujer es una verdadera pila voltaica... en la cual el fluido interior está rete­ nido por la forma de las superficies y la virtud aislante de los cabellos; lo que hace que, en el momento que ese fluido quiera escapar de su dulce prisión, esté obligado a realizar increíbles esfuerzos, que producen a su vez, po r influencio, sobre los cuerpos diversamente animados horri­ bles estragos de atracción... La historia del género humano hormiguea de ejemplos de hombres valerosos, sabios, héroes intrépidos... fulminados por un simple guiño femenino de ojos... El santo rey David dio pruebas de que comprendía perfectamente las propiedades condensadoras de las superficies elípticas pulidas cuando se ¡untó a la joven Abisag.» A. Toussenel, El espíritu de las bestias, París, 1884, pp. 101-103.

IG 12. 41

T o u ssen el ex p lic a la ro tació n de la T ierra c o m o resu ltan te de las fu erzas cen trífu g a y c e n ­ trípeta. C on tin úa: «El astro comienza a bailar su vals frenético... Todo hace ruido, todo se mueve, todo se calienta, todo centellea en la superficie del globo, estando todavía enterrada la vigilia en el frío silencio de la noche. Espectáculo maravilloso para el observador bien situado; cambio de decorado para la visto, de un efecto admirable; porque la revolución se ha llevado a cabo entre dos soles, y, por le misma tarde, una nueva estrello de color amatista ha hecho su aparición en nuestros cielos» (p. 4 5 ). Y, alu d ien d o al v u lcan ism o d e las prim eras era s g e o ló ­ gicas: «Se conocen los efectos habituales del primer vals sobre las naturalezas delicadas... La Tierra también ha sido sacudida rudamente en su primera experiencia». A. Toussenel, El espíritu de las bestias. Zoología pasional, París, 1 8 8 4 , pp. 4 4 -4 5 .

IG 12, 5]

P rin cip io fu nd am ental d e la zo o lo g ía de T o u ssen el: «El rango de las especies está en rela­ ción directa con su semejanza con el hombre». A. Toussenel, El espíritu de las bestias, París, 1 8 8 4 , p. I.

(G 12 a, 1]

C on a m p lio a p o y o pulM iciiario, el p ilo to de g lo b o s a ero stático s P oitevin em p ren d ió una

a s c en sió n d e l'Uranus llev an d o en su g ó n d o la a m u ch ach as atav iad as c o m o figu ras m ito ­ ló gicas. |París sous lo république de 1 8 4 8 . Exposition de la bibliothèque et des travaux histori­ ques de la Ville de Paris [París bajo la república de 1848. Exposición de lo biblioteca y de los trabajos históricos de lo ciudad de París], 1 9 0 9 , p. 3 4 .)

[G 12 a. 2]

No sólo en el caso de la m ercancía puede hablarse de una independencia fetichista, sino -c o m o muestra el siguiente pasaje de M arx- tam bién en el caso de los m edios de producción: -Cuando considerábam os el p ro ceso de producción bajo el punto de vista del p roceso de trabajo, el trabajador se relacionaba con los m edios de producción... com o m ero m edio... para el fin de su actividad productiva... Pero se veía de otro m od o tan pronto com o considerábam os el p roceso productivo bajo el punto de vista del p ro ceso de aprovecham iento. Los medios de producción se transformaban de pronto en m edios de succión del trabajo ajeno. Ya no es el trabajador quien aprovecha los m edios de producción, sino que son éstos los que se ap rovech an de él. En lugar de ser consum idos por el trabajador en tanto elem entos materiales de su actividad productiva, son ellos los que le consum en a él co m o fuerza motriz de su propio p roceso vital... Fábricas y fundiciones que descansen por la n och e sin succionar trabajo vivo, son “pura pérdida” para el capita­ lista. Por eso las fábricas y las fundiciones defienden el “derecho al trabajo

213

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

n octu rn o” de la fuerza de trabajo». Hay que aplicar esta reflexión al análisis de Grandville. ¿Hasta qué punto el obrero asalariado .es el «alma» del m ovi­ miento fetichista de sus objetos? [G 12 a, 3] «la noche distribuye esencia estelar entre las flores dormidas. Todos los pájaros que vuelan tie­ nen en la pata el hilo del infinito.» Victor Hugo, Œ uvres complètes [Obras completas], París, 1881, N o ve la 8 , p. 114 (¡es M isérables [Los miserables], IV).

[G 12 a, 4]

D ru m o n t llam a a Toussenel «uno de los mayores prosistas de este siglo». Edouard Drumont, Les héros el les pitres [Los héroes y los payasos], París, (1900), p. 2 7 0 (Toussenel). IG 12 a, 51 Técnica de la exposición: «Una regla fundamental que la observación hace descubrir enseguida es que ningún objeto debe estar situado directamente sobre el suelo a la altura de las vías de comunicación. Los pianos, los muebles, los instrumentos de física, las máquinas están mejor expues­ tos sobre un zócalo o sobre un piso elevado. Las instalaciones que conviene emplear compren­ den dos sistemas muy distintos: las exposiciones tras la vitrina y las que están al aire libre. Algunos productos, en efecto, deben, por su naturaleza o por su valor, ser puestos al abrigo del contacto del aire o de la mano; otros ganan al ser expuestos al descubierto». Exposition universelle de 1867, à Paris - Album des installations les plus remarquables de l'exposition de 1862, à Londres, publié p a r la commission impériale pour servir de renseignement aux exposants des divers nations [Exposición universal de 1867 en París - Álbum de las más notables instalaciones de la exposi­ ción de 1862 en Londres, publicado po r la comisión imperial para servir de información a Ios expositores de las diversas naciones], París, 1866, . Á lb u m de gran form ato, c o n ilustra­ c io n e s m uy in teresan tes, algu nas de ellas en color, ju n to c o n se c c io n e s tran sversales y lo n ­ gitu d in ales d e los p u esto s d e la exp o sició n un iversal de 1 86 2 . B(iblioteca) N(acionol), V. 644. [G 13, 11

P arís en el a ñ o 2855: «Los huéspedes que vienen de Saturno y de M a rte olvidaban al desem­ barcar aquí los horizontes del planeta de origen. París es en lo sucesivo la metrópolis de la crea­ ción... ¿Dónde estáis, Campos Elíseos, tema favorito de los novelistas del año 1855?... En esta alameda, pavimentada con hierro hueco, cubierta de techos de cristal, zumban las abejas y los avispones de las finanzas. Los capitalistas de la O sa M a y o r discuten con los especuladores de Mercurio. Acabamos de poner hoy mismo en acciones los restos de Venus en su mitad incen­ diada por sus propias llamas». Arsène Houssaye, «Le Paris futur» ([«El París futuro»], París el les Parisiens au XIXe siècle [París y los parisinos en el siglo xix], París, 1856, pp. 458-459). [G 13, 21

A p ro p ó sito d e la d e cisió n d e e s ta b le c e r e n Lon dres la secretaría g e n e ral d e la In tern a cio ­ n al d e T ra b a ja d o res co rría el d ic h o : «Al niño nacido en los talleres de París se le ponía nodriza en Londres». (S. Ch. Benoist, «Le "mythe" de la classe ouvrière» [«El "mito" de la clase obrera»], Revue des deux mondes, 1 de marzo de 1914, p. 104.)

IG 13, 31

«Ya que el baile es la única reunión en donde los hombres saben comportarse, acostumbrémo­ nos a calcar todas nuestras instituciones a partir del baile, donde la mujer es la reina.» A. Tous­ senel, Le monde des oiseaux [El mundo de los pájaros], I, París, 1853, p. 134. Y(:) «H ay muchos

214

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ra n d v ille hombres que son galantes -y mucho- en un baile, que no sospechan que la galantería es un mandamiento de Dios», loe. cit., p. 9 8 .

[G 13, 4]

S o b re G ab riel En gelm an n : «Cuando publique, en 1816, sus Ensayos laográficos, tendrá gran cuidado en poner esto medalla en el frontispicio de su libro, con una leyenda: "Concedida a M. M . G. Engelmann, de Mulhouse (Haute- Rihn). Ejecución de gran altura y perfeccionamiento del arte litogràfico. Animo.

1816”». Henri Bouchot, La lilhoqrophie [La litoqrafía], Paris,

(1895), p. (38).

[G 13, 51

S o b re la e x p o s ic ió n un iversal d e Londres: «En medio de esta inmensa exposición, el obser­ vador reconocía enseguida que, para no perderse..., tenía que reunir a los diversos pueblos en cierto número de grupos, y que el único modo eficaz y útil de componer esos grupos industria­ les consistía en tomar como base, ¿qué? las creencias religiosas. A cada una de esas grandes divisiones religiosas entre las que se reparte el género humano le corresponde en efecto... un modo de existencia y de actividad industrial que le son propias». M ichel Chevalier, Du progrès [Del progrèso], Paris, 1 8 5 2 , p. 13.

[G 13 a, 1]

D el p rim er ca p ítu lo de El capital-, -La m erca n cía p a re ce a prim era vista una c o sa q u e se c o m p ren d e p o r sí m ism a, alg o trivial. Su an álisis m uestra q u e e s alg o retorcid o, llen o de sutileza m eta física y de re sa b io s te o ló g ico s. En tan to valor de uso, n o hay n ada m ístico en e lla ... La form a d e la m ad era c a m b ia c u a n d o se h a ce d e ella una m esa; p ero la m esa sigu e sie n d o d e m ad era, una c o sa o rd in aria y sen sib le. Sin em b arg o , en cu an to a p a re ce co m o m erca n cía , se transfo rm a en una su p ra sen sib le c o sa sen sib le. No só lo se ap oya c o n sus cu atro p atas en el su e lo , sin o q u e se o b stin a fren te a to d as las d em ás m ercan cías, y d e su c a b e z a d e m ad era b ro ta n las id eas m ás p eregrinas, c a u san d o m u ch o m ás asom b ro q u e si e m p ez a ra a b a ila r m otu p r o p r io . Cit. en Franz M ehring, -Karl M arx u n d das G leich n is- ['Karl M arx y la com p aración »] en : K a rl M arx a ls D enker, M ensch u n d R ev olu tion är [K arl M arx

c o m o p e n s a d o r , h o m b r e y re v o lu c io n a r ia , V ien a/B erlín, D. R jazan ov ed ., (1928), p. 57 (p u b lic a d o en D ie N eu e Zeit, 13 de m arzo de 1908)].

[G -13 a, 2]

R en án co m p a ra las e x p o s ic io n e s u n iversales co n las grand es fiestas griegas, c o m o los ju e ­ g o s o lím p ic o s o las p a n a te n e a s. P ero , a d iferen cia de ellas, les fa(l)ta la p o esía. «Por dos veces Europa se ha molestado para ver mercancías expuestas y comparar productos materiales y, a la vuelta de esos peregrinajes de nuevo género, nadie se ha quejado de que le faltase algo.» A lgu nas p ágin as m ás a d ela n te: «Nuestro siglo no va ni hacia el bien ni hacia el mal; va hacia la mediocridad. En cualquier cosa lo que en nuestros días resalta es lo mediocre». Ernest Renán, Essais de morale el de critique [Ensayos de moral y de crítica], París, 1859, pp. 356-357 y 373 («La poesía de la exposición»),

. [G 13 a, 3 ]

V isió n d e h a ch ís en la sala de ju e g o d e A ix -la -C h a p elle. «El tapete de Aix-la-Chapelle es un congreso hospitalario donde se admiten las monedas de todos los reinos... Una lluvia de leopoldos, de federicoguillermos, de reinaviclorios y de napoleones caía... sobre la mesa. A fuerza de considerar este brillante aluvión... creo haberme apercibido... de que las efigies de los soberanos... se borraban invenciblemente de sus escudos, guineas o ducados respectivos, para dejar sitio a otros rostros totalmente nuevos para mí. La mayoría de esas caras... gesticu­ laban... el despecho, la a vid ez o el furor. Las había alegres, pero pocas... Pronto ese fenó-

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s meno... palideció y desapareció ante una visión de otro modo extraordinaria... Las efigies bur­ guesas que habían suplantado a las M ajestades no lardaron en agitarse en el círculo metá­ lico... donde estaban confinadas. Pronto se separaron de él, en primer lugar por su relieve gro­ seramente exagerado; después las cabezas se desprendieron como una joroba redonda. Tomaron a continuación... no solamente la fisonomía, sino el color de la carne. Vinieron a adhe­ rirse a ellas cuerpos liliputienses; todo, mal que bien, se modeló, y criaturas en todo semejan­ tes a nosotros, excepto el tamaño... comenzaron a animar el tapete verde de donde había des­ aparecido iodo lo metálico. Escuché bien los choques del dinero contra el acero de las raquetas, pero era todo lo que quedaba de la antigua sonoridad,., de los luises, de los escu­ dos convertidos en hombres. Esos pobres mirmidones huían a io loco ante la homicida raqueta del crupier... pero en vano... Entonces... la pequeñísima ¡ugadb, obligada-a confesarse vencida, era despiadadam ente prendida al cuerpo por la fatal raqueta del crupier. Éste, ¡horror! ¡cogía delicadamente a¡ hombre entre dos dedos y lo masticaba a dentelladas! En menos de medía hora vi engullir de ese modo en aquella horrible tumba a media docena de aquellos impru­ dentes liliputienses... Pero cuando más espantado me quedé fue cuando, al levantar los ojos por a z a r hacia la galena que rodeaba ese temible campo de muerte, pude comprobar no; solamente una perfecta semejanza, sino uno completa identidad entre diversos puntos en juego que parecían jugar un juego enorme, y las miniaturas humanas que se debatían sobre fa mesa.-.'. C ada vez más, esos puntos... me parecieron... desplomarse sobre sí a medida que sus infanfP les facsímiles ganaban velocidad... merced a la formidable raqueta. Parecían compartir... todas,. las sensaciones de sus pequeños sosias; y nunca en mi vida olvidaré la mirada y el gesto ren­ corosos, desesperados, que uno de los jugadores dirigió a la banca en el momento mismo en ' que su preciosa falsificación, atrapada por la raqueta, se iba a saciar el hambre voraz del cru-v pier.» Félix M ornand, La vies des eoux [Lo vida de las aguas], París, 18Ó2, pp. 2Ì9-221 (Aix-ía-~ Chapelle). _ [G ^

En cuanto a la representación de las máquinas por Grandville, resulta útil exam inar lo que todavía dice en 1852 Chevalier del ferrocarril. Calcula que dos locom otoras con un total de 400 caballos de potencia equivaldrían a la fuerza de 800 caballos reales. ¿Cómo habría que aparejarlos? ¿Cómo conse­ guir pienso para todos? Y añade una observación: «También hay que tener en cuenta que los caballos de carne y hueso eslán obligados a descansar después de un corto trayecto; de manera que, para hacer el mismo servicio que una locomo­ tora, habría que tener en la caballeriza gran número de animales». M ichel Cheva­ lier, «Chemins de fer» [«Ferrocarriles»], extraído del Dicfionnaire de l'économie politique [Diccionario de lo economía potó/co], París, 1852, p. 10. [G 14 a, i] Los criterio s de o rd en a ció n de los o b je to s e x p u e sto s en la G ale ría de las M áquinas de 1867 p ro v ien en de Le Play.

En el ensayo que apareció Arabescos, se tectónicos de

[G 14 a ?]

de Gogol titulado Sobre la arquitectura del tiempo presente , a mediados de los años treinta en su volum en recopilatorio encuentra una interpretación profètica de los asp ectos arqui­ las últimas exposiciones universales. «¿Cuándo, se escribe, se

acabará con esta manera escolástica de imponer a todo lo que se construye un gusto común y una común medida? Una ciudad debe comprender gran diversidad

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ra n d v ille

de masas, si queremos que ella nos alegre los ojos. ¡Los gustos más contrarios pue­ den casar! ¡Que en una misma calle se eleven un sombrío edificio gótico, un edifi­ cio decorado según el gusto más rico de Oriente, una colosal construcción egipcia y una morada griega de armoniosas proporciones! ¡Que se vean una al lado de otra la cúpula láctea ligeramente cóncava, la alta flecha religiosa, la mitra oriental, el techo plano de Italia, el techo de Flandes escarpado y cargado de ornamentos, la pirámide tetraèdrica, la columna redonda, el obelisco anguloso!» N icolas Gogol, Sur l'archi/ecture du temps présent [Sobre la arquitectura del tiempo presente ], cit. en W ladim ir W eidlé, Les abeille d ’Arislée [Los abejas d e Ar/s/eo], París, (1936), pp. 162-163 («La agonía del arte»),

lG 14 a' 31

Fou rier se ap o y a en la sab id u ría popu lar, q u e d e sd e h a ce m u ch o llam ó a la c iv iliz a c ió n el mundo ol revés.

^

14 a ' ^

F ou rier n o se resiste a d e scrib ir un b a n q u e te a o rillas del Éu trates para c e le b ra r tan to a los v e n ced o res del c o n c u rso de tra b a ja d o res d e d iq u e s (.600.000.) c o m o a los del c o n c lu s o sim u ltán eo d e p a stelería . Los 6 0 0 .0 0 0 a tletas de la industria se h a ce n c o n 3 0 0 .0 0 0 b o te lla s de ch a m p á n , q u e d e sco rch a n al u n íso n o a una señ a l d e la to rre de co n tro l. E c o en -Las m o n tañ as del Éufrates-, Cit. en (A rm and y) M au b l(an c, F ou rier, II, París, 1937), pp. 1 7 8 -1 7 9 . [G 14 a, 51

«¡Pobres estrellas! su papel de esplendor es sólo un papel de sacrificio. Creadoras y siervos de la potencia productora de los planetas, ellas no la poseen por sí mis­ mas, y deben resignarse a su carrera ingrata y monótona de antorchas. Tienen el estallido sin el goce; detrás de ellas, se ocultan invisibles realidades vivas. Esas rei­ nas esclavas son sin embargo de la misma pasta que sus felices súbditos... Llamas resplandecientes ahora, un día serán tinieblas y hielo, y sólo podrán renacer a la vida como planetas, después del choque que volatilizará el cortejo y convertirá o su reina en nebulosa.» A. Blanqui, L élernilé par les as tres [La eternidad por los astros] París 1872 pp. 69-70. Cfr. G oethe: -Os com padezco, estrellas in f e li­ ces».

'

'

l G1 3 - n

«La sacristía, la bolsa y el cuartel, tres antros asociados para vomitar sobre las naciones la noche, la miseria y la muerte. Octubre, 1869.» Auguste Blanqui, Critique sociale [Crítica social], II, Frag­ mentos y notas, París, 1885, p. 351.

IG

21

«Un rico muerto es un precipicio cerrado.» En los años cin c u e n ta . Auguste Blanqui, Critica social, II, Fragmentos y notas, París, 1 8 8 5 , p. 3 1 5 .

IG 15, 31

U n a estampita litografiada de Sellerìe rep resenta la exposición universal d e 1855.

1G 15, 4]

Elementos de embriaguez en la novela detectivesca, cuyo m ecanism o describe así Caillois (de un m odo que recuerda al mundo del com edor de hachís): «Los caracteres del pensamiento infantil, y la artificialidad en primer lugar, rigen este uni­ verso extrañamente presente; no pasa nada en él que no esté premeditado desde anti­ guo, nada responde a las apariencias, todo en él está preparado para ser utilizado

217

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

por el héroe omnipotente que es su dueño. Se reconocerá el París de las entregas de Fantômas». Roger Caillots, «Paris, mythe moderne» [«París, mito moderno»] (N o u v e lle Revue Française XXV, 2 8 4 , I d e mayo d e 1937, p. 6 8 8 ). IG 15, 51 «Cada día veo pasar por debajo de mi ventana cierto número de calmucos, osacos, indios, chi­ nos y griegos antiguos, todos más o menos aparisinados.» Charles Baudelaire, Œ uvres [Obras], II, (texto establecido y anotado por Y.-G. Le Dantec, París, 1932), p. 99. [Salón de 1846 - D el ideal y del modelo.)

fG 15, 61

La publicidad en el Im perio, según Ferdinand Bruno), Histoire de la longue française des origines ó 1900. IX, La Révolution et /'Empire. 9, Les événements, les institutions et la langue [Historia de la lengua francesa desde los orígenes a 1900. IX, La Revolución y el Imperio. 9, Los acontecimientos, las institu­ ciones, la lengua], París, 1937: «Imaginaríamos gustosamente que un hombre de genio ha concebido la idea de emplear, engarzándolos dentro de la banalidad de la lengua vulgar, vocablos hechos para seducir a lectores y compradores, y que ha elegido el griego no solamente porque proporcionase inagotables recursos para la formación, sino porque, menos familiar que el latín, tendría la ventaja de ser... incomprensible para una generación demasiado poco versada en el estudio de lo antigua G re­ da... Sólo que no sabemos ni cómo se llama ese hombre, ni si es francés, ni tan siquiera si ha existido. Es posible que... las palabras griegas hayan ganado poco a poco, hasta el día en que... ha surgido... la idea general... de que eran, exclusivamente en virtud de sí mismas, un reclamo... En cuanto a mí, creería gustosamente que... varias generaciones y varias naciones han contribuido a crear la prueba verbal, el monstruo griego que atrae sorprendiendo. Creo que lo época de la que me ocupo aquí es aquella en que el movimiento ha comenzado a pronunciarse... La edad del óleo comágeno iba a lle­ gar»; pp. 1229-1230 («Las causas del triunfo del griego»).

[G 15 a, 1]

«¿Qué diría un moderno Winckelmann... frente a un producto chino, producto extraño, raro, afec­ tado por su forma, intenso por su color, y a veces delicado hasta el desvanecimiento? Sin embargo, es una muestra de la b elleza universal; pero se necesita, para que sea comprendido, que el crítico y el espectador operen en sí mismos una transformación que mantenga el misterio, y que, gracias a un fenómeno de la voluntad que actúe sobre la imaginación, aprendan por sí mismos o participar en el medio que ha dado nacimiento a esta insólita floración.» Y más abajo en la misma página: «esas flores misteriosas cuyo profundo color penetra despóticamente en el ojo mientras que su forma hoce rabiar a la mirada». Charles Baudelaire, Obras, II, París, (ed. Le Dantec, 1932), pp. 144-145 [Exposición universal de 1855],

[G 15 a, 2]

«En la poesía francesa, e incluso en la de toda Europa, el gusto y los tonos de O riente no han sido, hasta Baudelaire, sino un juego como poco pueril y ficticio. Con Las llores del mal, el color extranjero no avanza sin la compañía del agudo sentido de la evasión. Baudelaire... se invita a la ausencia... Baudelaire de viaje proporciona la emoción de la... naturaleza desconocida donde el viajero se abandona a sí mismo... Sin duda no cambia de espíritu; pero lo que pre­ sencia es una nueva visión de su alma. Ella es tropical, ella es africana, ella es negra, ella es esclavo. He ahí verdaderos países, una Africa real, las Indias auténticas.» André Suarès, Prefa­ cio a Charles Baudelaire, Las flores del mal, París, 1933, pp. XXV-XXVII.

[G 16, 11

Prostitución del espacio en el hachís, donde entra al servicio de todo pasado. (G 16, 21

E x p o s ic io n e s , p u b lic id a d , G ran d v ille

El enm ascaram iento de la naturaleza que realiza Grandville -ta n to del co s­ mos com o del m undo animal y v egetal-, siguiendo la m oda imperante a m ediados de siglo, h ace p ro ced er la historia, que ha adquirido los rasgos de la m oda, del eterno ciclo de la naturaleza. Cuando Grandville presenta un nuevo abanico co m o éventail d ’Iris, cuando la Vía Láctea representa una avenida nocturna iluminada por farolas de gas, y La luna pintada por sí misma está entre cojines de felpa de última m oda en lugar de entre nubes, la his­ toria queda entonces tan despiadadam ente secularizada y recogida en el con texto natural com o hizo la alegoría tres siglos antes. [G 1 6 , 31 Las modas planetarias de Grandville son otras tantas parodias de la natura­ leza sobre la historia de la humanidad. Las arlequinadas de Grandville a ca ­ ban por ser en Blanqui rom ances de ciego. [G 1 6 , 41 ■Las e x p o s ic io n e s son las ú n icas fiestas p ro p iam en te m odernas." H erm ann Lotze, M ikro-

kosm os [M icrocosm os], III, Leipzig, 18 6 4 , p. ?

[G 16, 51

Las exposiciones universales fueron la alta escuela donde las masas, aparta­ das del consum o, aprendieron a com penetrarse co n el valor de cambio. «Verlo todo, no tocar nada.» [G 16 , 61 La industria del ocio refina y multiplica los tipos de com portam iento reac­ tivo de las masas. Con ello las prepara para la transform ación que opera la publicidad. La con exión de esta industria con las exposiciones universales está por tanto bien fundada. [G 1 6 , 71 P ropuesta urbanística para París: «Será conveniente variar la forma de las cosas y emplear, según los barrios, diferentes órdenes arquitectónicos, e incluso aquellos que, como la arquitectura gótica, turca, china, egipcia, birmana, etc., no son clásicos». Amédée de Tissot, París et Londres comparés [París y Londres comparad os], París, 1830, p. 150. - ¡La arquitectura posterior d e las ex p o si­ ciones!

[G 16 a, 1]

«En tanto en cuanto aquella infame construcción [el palacio de la industria] subsista... me com­ placería renegar de mi título de hombre de letras... ¡El arte y la industria! Sí, en efecto, por ellos, por ellos solos, se ha reservado en 1855 esa inextricable red de galerías, donde los pobres lite­ ratos ni siquiera han obtenido seis pies cuadrados, ¡el sitio de un túmulo! ¡Gloria a ti, papelero!... ¡Asciende al Capitolio, impresor...! Triunfad, artistas, triunfad, industriales, habéis tenido el honor y el provecho de una exposición^universal, mientras que la pobre literatura...» (Pp. V-VI.) «¡Una exposición universal para la gente de letras, un Palacio de cristal para los autores modistas!» Insi­ n u a c io n e s d e un d e m o n io g ro te sc o q u e, seg ú n su carta a C h arles A sselin eau , B a b o u se e n c o n tró un día en los Campos Elíseos. Hyppolyte Babou, les payens innocents [tos pagónos inocentes], París, 1858, p. XIV.

[G 16 a, 2]

E x p o sicio n es. -E sos ev en to s p a sa jero s n o han ten id o p o r lo d em ás influjo alg u n o en la c o n ­ fig u ra ció n d e las ciu d a d es... El c a s o d e P arís... es distinto. P recisam en te el h e c h o de q u e allí s e p u d ieran m o n ta r las g ig a n te sc a s e x p o s ic io n e s en m ed io d e la ciudad , y d e q u e casi

219

L ib ro d e Jo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s tod as hayan d e ja d o un ed ificio q u e se integra b ie n en el e n to rn o u rb an o... ev id en cia las v en tajas d e una disp o sició n m o nu m ental y de una trad ición constru ctiva urbana viva París pudo

organizar tam bién la m ás vasta e x p o s ic ió n de m o d o q u e fuera a c c e s ib le d e sd e... la

Plazo de la Concorde. En las orillas q u e discurren d e sd e esta plaza h acia el O e s te el límite d e ed ifica ció n se ha retrotraíd o a lo largo d e varios kiló m etro s, d e m o d o q u e se dispone d e tram os m uy a n ch o s q u e, d o tad o s de m u ch as filas d e á rb o les, form an los m ás b e llo s via­ les d e una e x p o sic ió n .- Friz Srabl, P a rís iParísl, B erlín , (1929), p. 62.

220

( c 16 a 31

H [E l

c o l e c c io n is t a ]

«Todas esas antiguallas tienen un valor moral.» Charles Baudelaire «Creo... en mi alma: la Cosa.» Léon Deubel, Œ uvres [Obras], París, 1929, p. 193.

Fue éste el último asilo de aquellas maravillas que vieron la luz en las e x p o ­ siciones universales, com o la cartera patentada con iluminación interior, la navaja kilométrica, o el m ango de paraguas patentado con reloj y revólver. Y junto a las degeneradas criaturas gigantes, dem ediada y en la estacad a, la materia. Seguimos el corredor estrecho y oscu ro hasta que entre una libre­ ría de saldo, donde legajos atados y polvorientos hablaban de todas las for­ mas de la ruina, y una tienda, repleta ele botones (de n ácar.y otros que en P a r ís l l a m a n de fantasía), surgió una esp ecie de cuarto de estar. Sobre un tapete de colores desvaídos, lleno de cuadros y bustos, brillaba una lám para de gas. Al lado leía una anciana. P arece co m o si estuviera sola desde h ace años, y quiere dentaduras «de oro, de cera, o rotas». Desde este día sabem os también de dónde sacó el d octor Milagro la cera con la que hizo a Olimpia. ■ M uñecos ■ [H i, ti «La multitud se aprieta en el pasaje Vivienne, donde ella no se ve, y aband ona el pasaje Colbert, donde quizá se vea demasiado. Un día se la quiso volver a lla­ mar, a la multitud, llenando cada tarde la rotonda con una música armoniosa, que, invisible, escapaba a través de los cruces del entresuelo. Pero la multitud vino a asomar la nariz por la puerta y no entró, sospechando en esa novedad una conspiración contra sus costumbres y sus placeres rutinarios.» Le livre des Cenl-etun [£/ libro de los cíenlo uno], X, París, 1833, p. 58. H ace quince años se

221

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

intentó p rom ocion ar al alm acén W. W ertheim de m odo p arecid o, y tam bién sin resultado. Se daban con ciertos en el gran pasaje que lo atravesaba. [H 1, 21

Jam ás se d ebe confiar en lo que los escrito res dicen de sus propias obras. C uando-Z oja quiso d efen der su Teresa Roquín de las críticas adversas, dijo que su libro era un estudio científico sob re los tem peram en tos. Intentaba, segú n él, exp licar co n precisión, b asán d o se en un ejem plo, có m o el tem ­ p eram en to san guíneo y el nervioso in teractúan en perjuicio m utuo. Esta afirm ación no co n ten tó a nadie. T am p o co aclara la im pronta callejera de la acció n , ni su san guinolencia, su cru d eza casi cin em atográfica. No en v an o se desarrolla en un pasaje. Si a ca so este libro ex p lica algo realm ente cien tífico, es la agon ía de los pasajes parisinos, el p ro ce so de d e sco m p o ­ sición de una arquitectura. De sus v en en o s está repleta la atm ósfera de este libro, y de esa atm ósfera es de lo que m ueren los personajes. [H 1, 31 En 1 8 9 3 se e x p u lsa a las cocottes d e los p a sa jes.

[H 1, 41

La m úsica p arece haberse instalado en estos espacios sólo con su d ecaden ­ cia, sólo cu and o las bandas musicales em pezaron a resultar, por decirlo así, pasadas de m oda ante la llegada de la música m ecánica. De m odo que en realidad estas bandas más bien se refugiaron allí. (El -teatrofón» de los pasa­ jes fue en cierto m odo el an tecesor del gram ófono.) Y sin em bargo, había una m úsica co n el espíritu de los pasajes, una música panoram ática que hoy sólo se escu ch a en conciertos de la vieja escuela, co m o los de la orquesta del balneario de M onte-Cario: las com p osiciones panoram áticas de David - p . ej. El desierto, Cristóbal Colón, Herculano-, C uando en los años sesenta (?) vino una delegación árabe a París, enorgulleció m ucho poderle ofrecerle El desierto en la gran Ó pera (?). [H 1 , 51 «Cineoramos; G ran G lo b o celeste, esfera gigantesca de 4 6 metros de diámetro donde se nos tocará la música de Saint-Saéns.» Jules Claretie, La vie en París 190 0 [La vida en París 1900], París, 1901, p. 61. ■ D ioram a ■

[H 1, 61

A m enudo, estos~espaeios4nteriores-.albergan CQmerclos_anticuados,-y-tam-bién los com ercios más_actuales_.ad.qt^ren_enj5_H°s cierto airgjdesolado. Es el lugar cíe las agencias de información e investigación, que allí, en la turbia luz de las galerías superiores, siguen las huellas del pasado. En los escap a­ rates de las peluquerías se ven las últimas mujeres con cabello laígoTTienen m ech on es muy rizados, que resultanTpérmanentes», torres de pelo.petrificadas. "Á los q ué hicieron' un "inundo” propio de estas co n staiccion es, deberían ellas dedicarles pequeñas lápidas votivas: a Baudelaíre y a Odilon Redon, cuyo nom bre cae ya co m o un rizo perfectam ente formado. En lugar de eso, se les ha traicionado y vendido, convirtiendo en un objeto la cabeza de Salomé, si es que eso que allí sufre en la consola no es la cabeza embalsa-

222

El

coleccionista

m ad a.d e Anna Czillag. Y mientras éstas se petrifican, arriba la obra de los muros se ha vuelto quebradiza. Quebradizos son también. ■ Espejos ■ [H 1 a, 1] Al coleccionar, lo decisivo es que el objeto sea liberado de todas sus funcionels. originajes para entrar en la más íntima relación ..pensable...c.on,.sus semejantes. Esta relación es diametralmente opuesta a J a „'utilidad, y figura t?ajo la extraña categoría de la com pleción. ¿Qué es esta «compleción»(?) Es el grandioso intento de superar la com pleta irracionalidad de su m era pre­ sencia integrándolo en un nuevo sistema histórico cread o particularmente: la c o l e c c i ó n .p a r a el verdadero coleccionista cada cosa particular se convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la ép oca, del paisaje, de la industria y del propietario de quien proviene. La fascinación m ás pro­ funda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual en un círculo m ágico, jcóngéjándose éste~_mj¡éñt¿p~lé~átraviésa_un' último escalofrío (el escalofrío 3 e ser adquirido). Todo lo .recordado, pensado y. sabido se co n ­ vierte en zócalo, m arco, pedestal^ precinto 'de'su p osesión: No hay que p en ­ sar que es arc6lé'ccióñistá“á rq u é resulta extrañó el t o t t o c únepoupavios que según Platón alberga las inmutables imágenes originarias de las cosas. E¿ coleccionista se pierde, cierto. Pero tiene la fuerza de levantarse de nuevo ap oyánd ose en un junco, y, del mar de niebla que rodea su sentido, se eleva co m o una isla la pieza recién adquirida. - Coleccionar es una forma de recordar m ediante la praxis y, de entre las m anifestaciones profanas de la «cercanía», la más concluyente. Por tanto, en cierto m odo, el más pequeño acto de reflexión política h ace ép oca en el com ercio de antigüedades. Esta­ m os construyendo aquí un despertador que sacude el kitsch del siglo pasado, llamándolo «a reunión(»), [H 1 a, 2] Naturaleza muerta: la tienda de con chas de los pasajes. Strindberg habla en Las tribulaciones d el n a v ega n te de «un pasaje con tiendas que estaban ilu­ minadas». «Entonces siguió por el pasaje... Había allí toda clase de tiendas, pero no se veía un alm a, ni delante ni detrás de los m ostradores. Después de cam inar un rato, se detuvo ante un gran escap arate que m ostraba una exp osición com pleta de caracoles. Como la puerta estaba abierta, entró. Del suelo al tech o se apilaban estantes con caracoles de toda esp ecie, p roce­ dentes de todos los m ares y continentes. No había nadie dentro, pero el hum o del tab aco flotaba co m o un anillo en el aire... D espués reanudó su m archa, siguiendo la m oqueta blanquiazul. El pasaje no era recto, sino que hacía curvas, de m odo que nunca se veía el final; y siem pre había nuevas tiendas, aunque sin gente; y tam poco se veía a los propietarios de los com ercios.» Lo imprevisible de los pasajes extinguidos es un tema significa­ tivo. Strindberg, M á rch en [Cuentos], M únich/Berlín, 1917, pp. 52-53, 59. [H 1 a, 31 Hay que investigar cóm o se eleva-n las cosas a alegoría en Las flores d el mal. Prestar atención al em pleo de las mayúsculas. [H 1 a, 4]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

En la conclusión de M a te ria y memoria, Bergson explica que la p ercepción es una fungión del tiem po. Si viviéramos -p o d ríam o s d e cir- algunas cosas con' calm a, otras con rapidez, siguiendo otro ritmo, no habría nada »consistente» para nosotros, sino que todo sucedería ante nuestros ojos co m o si nos asal­ tara de improviso. Pero eso es lo que le ocurre al gran coleccionista con las cosas. Le asaltan de improviso. El h echo de perseguirlas y dar con ellas, el cam bio que opera en todas las piezas una pieza nueva que ap arece: todo ello le muestra sus cosas en perpetuo oleaje. Aquí. se.con tem p lan los pasa­ jes de París com o si fueran adquisiciones en manos de un coleccionista.’jCEn el fondo, se puede decir que el.coleccionista vive un fragm ento-de vida, oní­ rica. Pues también en el sueño el ritmo de la percep ción y de lo que se vive cambia de tal m odo que todo -in clu so lo que en apariencia es más neutralnos asalta de improviso, nos afecta. Para entender a fondo los pasajes, los sumergimos en el nivel onírico más profundo, y hablam os de ellos com o si nos hubieran asaltado de im proviso.() ) [H i a, 51 «La inteligencia de la alegoría toma en usted proporciones desconocidas para usted mismo. Observaremos, de paso, que la alegoría, ese género tan espiritual, que los pintores torpes nos han acostumbrado a despreciar, pero que es verdaderamente una de las formas primitivas y más naturales de la poesía, recupera su dominio legi­ timo en la inteligencia iluminada por la embriaguez.» Charles Baudelaire, Les paradís artificiéis [Los paraísos artificiales ], París, 1917, p. 73 (D e lo que sigue se

deduce indudablemente que Baudelaire tiene desde luego en m ente la ale­ goría, no el símbolo. El pasaje está tom ado del capítulo sobre el hachís.) El coleccionista com o alegórico ■ H achís ■ [h 2 , U «La publicación de la Historia de la sociedad francesa durante la Revolución y bajo el Directo­ rio abre la era del bibelot, - no ha de verse en esta palabra una intención despreciativa; al bibelot histórico antiguamente se le llamó reliquia.» Rémy de Gourmont, Le !le livre des M asques [El segundo libro de las máscaras], París, 1924, p. 259. Se trata de la obra de los h erm an os G o n co u rt.

[H 2 21

El verdadero m étodo para h acerse presentes las cosas-es plantarlas en nues­ tro espaci(o) (y no nosotros en el suyo). (Eso hace el coleccionista, y tam­ bién la an écdota.) Las cosas, puestas así, no toleran la mediación de ninguna construcción a partir de »amplios contextos». La contem plación de grandes cosas pasadas -la catedral de Chartres, el tem plo de P aestu m - también es en verdad (si es que tiene éxito) una recep ción de ellas en nosotros. No nos trasladamos a ellas, son ellas las que ap arecen en nuestra vida. [H 2, 3) Resulta en el fondo muy extraño que se fabricaran industrialmerite objetos de coleccionista. ¿Desde cuándo? Habría que investigar las diversas modas que im peraron en el coleccionism o durante el siglo' xix. Típico del Biederm aier -¿ o también de Fran cia?- es la manía de las tazas. «Padres, hijos, ami­ gos, parientes, jefes y subordinados, todos dan a co n o cer sus sentimientos con las tazas; la taza es el regalo preferido, el adorno predilecto de la casa;

El c o le c c io n is ta

así com o Federico Guillermo III llenó su gabinete de trabajo con pirámides de tazas de porcelana, del mismo m odo coleccionaba el burgués en su ser­ vicio de tazas el recuerdo de los acontecim ientos más im portantes, las horas más notables de su vida.» Max von B oehn, D ie M ode im x ix ja b r h u n d e il [La m oda en el siglo ava], II, Munich, 1 9 0 7 , p. 1 3 6 . (H 2, 4] La propiedad y el tener están subordinados a.Jo táctil, y se encuentran en relativa oposición a lo óptico. Los coleccionistas son hom bres con instinto táctil. Últimamente, por lo dem ás, con la retirada del naturalismo lia acab ad o lá primacía de lo óptico que imperó en el siglo anterior. ■ F lâ n e u r B El f l â ­ neur, óptico; el coleccionista, táctil. 1h 2, 51 Materia fracasada: eso es la elevación de la m ercancía al nivel de la alegor í a \ a alegoría y el carácter fetichista de la m ercancía. [H 2, 6] Se puede partir de la idea de que el verdadero coleccionista saca al objeto de su entorno funcional. Pero esto no agota la consideración de este notable co m ­ portamiento. Pues no es ésta la base sobre la que funda en sentido kantiano y schopenhaueriano una consideración «desinteresada», en la que el coleccionista alcanza una mirada incomparable sobre el objeto, tina mirada que ve más y ve otras cosas que la del propietario profano, y que habría que com parar sobre todo con la mirada del gran fisonomista. Sin embargo, el m odo en que esa mirada da con el objeto es algo que se ha de con ocer m ucho más exactam ente mediante otra consideración. Pues hay que saber que para el coleccionista el inu ndo está presente, y ciertam ente ordenado, en cada uno de sus objetos. Pero está ordenado según un criterio soprendente, incomprensible sin duda para el profano. Se sitúa respecto de la ordenación corriente de las cosas y de su esquematización, más o menos com o el orden de las cosas en una enciclo­ pedia, respecto de un orden natural. Basta con recordar la importancia que para todo coleccionista tiene no sólo el objeto, sino también todo su pasado, al que pertenecen en la misma medida tanto su origen y calificación objetiva, com o los detalles de su historia aparentemente externa: su anterior propietario, su precio de adquisición, su valor, etc. Todo ello, los datos »objetivos" tanto com o esos otros, forman para el verdadero coleccionista, en cada uno de sus ejemplares.poseídos, una completa enciclopedia mágica, un orden del mundo, cuyo esbozo es el destino de su objeto. Aquí, por tanto, en este-angosto terreno; se puede entender cóm o los grandes fisonomistas (y los coleccionistas son fisonomistas del mundo de las cosas) se convierten en intérpretes del des­ tino. Sólo hace falta observar cóm o el coleccionista maneja los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en la mano, parece inspirado por ellos, parece ver a través de ellos -c o m o un m a g o - en su lejanía. (Sería interesante estudiar al coleccionista de libros com o el único que no ha separado incondicíonalmente sus tesoros de su entorno funcional.) [H 2, 7; H 2 a, 11 El gran coleccionista Pachinger, am igo de Wolfskehl, ha reunido una c o le c­ ción que se puede medir, por lo obsoleto y fuera de uso, con la co lecció n

225

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

Figdor de Vierta. Apenas sabe ya có m o van las cosas de la vida -e x p lic a a sus visitantes entre viejísimos aparatos, pañuelos de bolsillo, espejos de m ano, e tc .-. De él se cuenta que un día, yendo por el Stachus, se agachó para recoger algo: allí estaba lo que había perseguido durante sem anas: la impresión defectuosa de un billete de tranvía que sólo se había vendido durante un par de horas. [H 2 a, 2] Una apología del coleccionista no debería pasar por alto este ataque: «La ava­ ricia y la vejez, anota G ui Patín, siempre se entienden bien. La .ne_cesidad_de acu­ mular es uno de los signos precursores de la muerte tarrtoen ios.jndLvid.u.os-corao en las sociedades: to xo m p ro b a m o T e n esTacJo'”a’gudo en los períodos preparalíticos. Está'tamBién la manía de la colección, en neurología "el coleccionismo". / Desde la colección de horquillas para el cabello hasta la caja de cartón que lleva la ins­ cripción: Pequeños trozos de bramante que no pueden servir para nada».'/es 7 péch és capitaux [Los siete p ecados capitales], París, 1929, pp. 26-27. (Paul Morand, L'avarice [La avaricia].) ¡Comparar, sin em bargo, con el coleccionism o

de los niños!

[H 2 a, 31

■No estaría seg u ro de h a b erm e en treg a d o p o r c o m p le to a la c o n te m p la ció n de esta v iv en ­ cia , d e no h a b e r visto en la tiend a d e c u rio sid a d es e s e m o n tó n d e c o sa s fan tásticas revuel­ tas en tre sí. V olvieron a im p o n é rsem e al p en sa r en la niña, y sien d o , p o r d e cirlo así, in se­ p a ra b le s d e ella, p u siero n p a lp a b le m e n te an te m is o jo s la situ ació n d e esta criaturita. D a n d o rien d a su elta a m i fan tasía, vi la im ag en d e Nell rod ead a d e to d o lo q u e se o p o n ía a su n atu raleza, a lejá n d o la p o r c o m p le to d e lo s d e se o s de su ed a d y d e su se x o . S i,m e h u b iera faltad o este e n to rn o y h u b iera ten id o q u e im aginarm e a la n iñ a en una h ab itació n co rrien te, e n la q u e n o h u b iera n ada d e sa co stu m b ra d o o raro, lo m ás p ro b a b le e s q u e su vida extra ñ a y solitaria m e h u b iera ca u sa d o m u ch a m en o s im p resió n . P ero sie n d o d e este m o d o , m e p a re ció q u e ella vivía en una e s p e c ie d e a leg o ría.- C h arles D ick e n s, D ie R aritá-

ten la d en 1La tien d a d e an tig ü ed ad es], Leipzig, ed. Insel, pp. 18-19- .

[H 2 a, 41

W iesen g ru n d en un en sa y o in éd ito so b re La tien d a d e a n tig ü e d a d e s d e D ick e n s: -La m uerte d e N ell está inclu id a en esta frase: “Aún h ab ía allí algu nas p e q u e ñ e c e s , c o sa s p o b re s, sin valor, q u e b ie n h u b iera p o d id o llevar c o n sig o ; p ero fue im p o sib le ”... D ic k e n s sab ía q u e a este m u n d o d e c o sa s d e se c h a d a s y perd id as le era in h eren te la p o sib ilid ad d e c a m b io , e in clu so d e sa lv a ció n d ia léctica , y lo e x p re s ó m ejo r de lo q u e n u n ca le h u b iera sid o p o si­ b le a la fe ro m án tica en la n atu raleza, en a q u ella in m en sa aleg o ría del d in er^ q u e cierra la d e scrip c ió n de la ciudad industrial: "... eran d o s m o n e d as d e p en iq u e, viejas, d esgastad as, d e un m arrón g risá ce o c o m o el h um o. Q u ié n sa b e si n o b rillab an m ás g lo rio sa m e n te a los o jo s de los á n g eles q u e las letras d o rad as escu lp id as en las tu m b a s”-.

[H 2 a, 51

«Lo mayoría de los aficionados hacen su colección dejándose guiar por la fortuna, como los biblió­ filos en las librerías de viejo... M. Thiers procedió de otro modo: antes de reunir su colección, la había formado por completo en su cabeza; tenía trazado un plan, y le llevó treinta años ejecutarlo... M. Thiers posee lo que quiso poseer... ¿De qué se trataba? De disponer a su alrededor un com­ pendio del universo, es decir, hacer que en un espacio de ochenta metros cuadrados se encuentren Roma y Florencia, Pompeya y Venecia, Dresde y La Haya, El Vaticano y El Escorial, el British Museum

f

El c o le c c io n is ta

y el Ermitage, la Alhambra y el Palais.d'été... ¡Pues bien! M. Thiers pudo llevar a cabo una idea tan vasta con gastos moderados, hechos cada año durante treinta años... Queriendo fijar ante todo en las paredes de su residencia los recuerdos más preciosos de sus viajes, M. Thiers encargó que se ejecutaran... copias reducidas imitando los más famosos fragmentos de pintura... Por eso..., al entrar en su casa, se encuentra uno primeramente en medio de obras maestras surgidas en Italia durante el siglo de León X. La pared que hay enfrente de las ventanas está ocupada por el Juicio final, situado entre la Disputa d e l Santo Sacramento y La escuela de Atenas. La Asunción de Tiziano decora la parte alta de la chimenea, entre la Comunión de San Jerónimo y la Transfiguración. La M adonna síxtina forma pareja con la Santa Cecilia, y en los entrepaños están enmarcadas las Sibilas de Rafael, entre el Sposalizio y el cuadro que representa a Gregorio IX entregando las decretales a un abo­ gado del consistorio... Como estas copias están reducidas a la misma escala o casi.., el ojo encuen­ tra con placer la grandeza relativa de los originales. Están pintadas con acuarela.» Charles Blanc, Le cabinet c/g M . Thiers [El gabinete de AA. Thiers], Paris, 1871, pp. 16-18.

[H 3 , 1]

«Casimir Péríer decía un día, visitando la galería de cuadros dg un ilustre aficionado...: "Todo esto es realmente bello, pero son capitales que duermen"... Hoy... cabría responder a Casimir Périer... que... los cuadros..., cuando son auténticos; los dibujos, cuando se reconoce en ellos la firma del maestro... duermen un sueño reparador y provechoso... La... venta de las curiosidades y de los cuadros de M. R..„ ha probado con números que las obras de genio son valores tan sólidos como el O rléans y un poco más seguros que los depósitos.» Charles Blanc, Le trésor de la curiosité [El tesoro de la curiosidad], II, París, 1858, p. 578.

[H 3 , 2 ]

El m odelo positivo opuesto al coleccionista, que representa a la vez su cul­ minación, en cuanto que h ace realidad la liberación de las cosas de la ser­ vidumbre de ser útiles, hay que concebirlo según estas palabras de'Marx: »La propiedad privada nos ha h ech o tan estúpidos e indolentes, que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenem os, es decir, cuando existe para nosotros co m o capital, o cu and o... lo utilizamos". Karl Marx, D er historische M ateria­ lismus. D ie Frühschriften [El materialismo histórico. Los manuscritos], l, Leip­ zig, Landshut y Mayer eds., (1 9 3 2 ), p. 2 9 9 (N ationalökonom ie u n d Philoso­ p h ie [Econom ía n a cio n a l y filosofía]) . [H 3 a, l] •El lugar de todo sentido físico y espiritual... lo ha ocupad o la sim ple alienación de todos estos sentidos, el sentido del tener... (so b re la categoría del tener, cfr. H eß en los “21 pliegos”).- Karl Marx, El m aterialism o histórico, I, Leipzig, p. 300 ( E con om ía n a cio n a l y filo s o fa ).

[H 3 a, 2]

■Sólo cu a n d o la c o sa se c o m p o rta h u m an am en te c o n el h o m b re, p u ed o yo en la p ráctica co m p o rta rm e h u m a n a m e n te c o n la co sa .- Karl M arx, El m ateria lism o histórico, I, Leipzig, p. 3 0 0 ( E c o n o m ía n a c io n a l y filo s o fía ).

[H 3 a, 3)

Las c o le cc io n e s d e A lexandre de Som m erard en los fo n d o s del M useo de Cluny,

(H 3 a, 4]

El popurrí tiene algo del ingenio del coleccionista y del flâ n e u r.

[H 3 a, 5 J

El coleccionista actualiza con cepcion es arcaicas de la propiedad que están latentes. Estas co n cep cio n es podrían de h echo tener relación con el tabú,

L ib ro d e lo s P a s a je s. A p u n te s y m a te r ia le s

com o indica la siguiente observación: «Es... seguro que el tabú es la forma pri­ mitiva de la propiedad. Primero emotiva y "sinceramente", y luego como procedi­ miento corriente y legal, el ser objeto de tabú constituía un título. Apropiarse de un objeto es convertirlo en sagrado y temible para lo que es distinto de él, convertirlo en partícipe de sí mismo». N. Guterman y H. Lefebvre, La conscience mystifiée [La conciencia mistificada), (París, 1936), p. 228. |h 3 a, 6 ] P asajes d e M arx lo m a d o s d e E c o n o m ía n a c io n a l y filosofía-, -La p ro p ied ad privada nos ha h e c h o tan estú p id o s e in d o len tes, q u e un o b je to só lo es n u estro cu a n d o lo tenem os-, -El lugar d e to d o sen tid o físico y esp iritu al... lo ha o c u p a d o la sim p le a lien a ció n de tod os estos sen tid o s, el sen tid o del tener.- Cit, en H ugo Fisch er, K art M arx u n d s e in V erbaltnls z u Staat

u n d W irtschaft [K arl M arx y su r e la c ió n con el E stad o y la eco n o m icé, len a , 1932, p. 64. [H 3 a, 7] Los a n tep a sa d o s de Balthazar C laes eran c o le cc io n ista s.

[H 3 a, 8]

M o d elo s para el C ousin Pons: Som m erard, Sau vageot, Ja c a z e .

[H 3 a, 9]

La vertiente fisiológica del coleccionism o es importante. Al analizar esta con­ ducta, no hay que olvidar que cum ple una clara función biológica en la construcción de nidos que llevan a cab o los pájaros. Al p arecer se encuen­ tra una indicación de ello en el Trattato su ll’arcbitettura de Vasari. También Pavlov se habría ocupado del coleccionism o. [h 4, i] Vasari habría afirm ad o -¿ e n el Trattato su ll'architetturcS - q u e el c o n c e p to d e -grotescop ro v ien e d e las grutas en las q u e los c o le c c io n is ta s g u ard ab an sus teso ros.

[H 4, 2]

El coleccionism o es un fenóm eno originario deLestudio: el-estudiante.colec­ ciona saber. [H 4 ^3 ] Al explicar el género literario del "testamento-, Huizinga añade lo siguiente sobre la relación entre el hom bre medieval y sus cosas: «Esja forma litera­ ria... sólo es com prensible si no se olvida que los hom bres de-la-Edad Media estaban, en efecto, acostum brados a disponer por separado y extensam ente en su testam ento hasta de las cosas más insignificantes!!] de-su propiedad. Una mujer pobre deja su traje de los dom ingos y - ^

«Es todo un conjunto de artificios, de contradicciones voluntarios. Intentemos señalar algunos. Encontramos mezclados el realismo y el idealismo. Es la descripción extrema y complaciente

269

Libro de lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s de los detalles más desoladores de la realidad física, y es, al mismo tiempo, la traducción depu­ rada de las ¡deas y de las creencias que más superan la impresión inmediata que tienen los cuerpos sobre nosotros. Es la unión de la sensualidad más profunda y del ascetismo cristiano. Hastío de la vida, éxtasis de la vida", escribe en algún sitio Baudelaire... Y es también, en amor, la alianza del desprecio y de la adoración a la mujer... A la mujer se la considera una esclava, un animal... y sin embargo se le dirigen los mismos homenajes, las mismas plegarias que a la Virgen Inmaculada. O bien es vista como la trampa universal... y se la adora a causa de su funesto poder. Y esto no es todo: en el momento en que se pretende expresor lo pasión más ardiente, se intenta buscar ía forma... más imprevista... es decir, aquella que supone la mayor sangre fría y la ausencia misma de pasión... Se cree o se finge creer en el diablo; es considerado alternativamente o a la ve z como el padre del M a l o como el gran Vencido y la gran Víctima; y hay regocijo en expresar su impiedad en el lenguaje de los... creyentes. Se mal­ dice el Progreso ; se detesta la civilización industrial de este siglo... y, al mismo tiempo, se dis­ fruta de lo especialmente pintoresco que esta civilización ha puesto en la vida humana... Yo creo que ése es precisamente el esfuerzo esencial del baudelaireísmo: unir siempre dos órde­ nes de sentimientos contrarios... y, en el fondo, dos concepciones divergentes del mundo y de la vida, la cristiana y la otra, o, si usted quiere, el pasado y el presente. Es la obra maestra de la Voluntad- (pongo una mayúscula, como Baudelaire), la última palabra de la invención en materia de sentimientos.» Juies lemaítre, Los contemporáneos, serie IV, París, 1895, pp. 28-31 («Baudelaire»).

j j 15 a , 1 ]

Lem aítre o b serv a q u e en e fe c to B a u d ela ire c o m p u so , c o m o se h ab ía p ro p u esto , u n tópico.

Ü 15 a, 2 ] «La máquina sangrienta de la destrucción.» - ¿D ó n d e a p a re ce e sto e n B au d elaire? En «La des­ trucción».

[j 15 a , 31

«Puede ser presentado como el ejemplar acabado de un pesimismo parisino, dos palabras que antiguamente se hubieran repelido de ir juntas.» Paul Bourget, Ensoyos de psicología contempo­ ránea, I, París, 1901, p. 14.

(j 15 a, 4]

B au d elaire p la n e ó en un p rim er m o m e n to p o n e r c o m o portad a de la seg u n d a e d ició n de las Flores una dan za m acabra p ro c e d e n te de H. Langlois.

[J 1 5 a , 5)

«Tres hombres a la vez viven en este hombre... Estos tres hombres son bien modernos, y más moderno es si se presentan ¡untos. La crisis de fe religiosa, la vida en París y el espíritu científico de la época... unidos aquí hasta parecer inseparables... La fe se perderá, pero el misticismo, incluso expulsado de la inteligencia, permanecerá en el sentimiento... Se puede citar... el uso de una terminología litúrgica para....celebrar una voluptuosidad... O también esa "prosa" curiosa­ mente trabajada en estilo de la decadencia latina, que él tituló: "Franciscae meae laudes"... Sus gustos libertinos, por contra, le vinieron de París. H a y lodo un decorado del vicio parisino, como hay todo un decorado de los ritos católicos, en... sus poemas. Atravesó, como vemos, y con qué intrépidas aventuras, como se adivina, por las peores moradas de la ciudad impúdica. Comió en mesas de huéspedes ¡unto a muchachas maquilladas cuyas bocas sangraban sobre el fondo blanco del maquillaje. Durmió en prostíbulos, y conoció el rencor de la luz del día iluminando, a través de los visillos ajados, el rostro más ajado aún de la mujer comprada. Persiguió... el

B a u d e la ire espasmo sin reflexión que... cura del mal de pensar. Y al mismo tiempo conversò por todos los rincones de las calles de esta ciudad... Llevó una vida de literato... y... afiló el filo de su espíritu allí donde otros siempre hubieran embotado el suyo.» Paul Bourget, Ensayos de psicología con­ temporánea, (I), París, 1901, pp. 7-9 («Baudelaire»),

[J 16, 1]

Una serie de observaciones sumamente afortunadas sobre el procedimiento poé­ tico de Baudelaire erv Rivière-, «¡Extraño rosario de palabras! A veces como una fatiga de la voz... como una palabra llena de debilidad: "Y quién sabe si las flores nuevas que sueño | Encontrarán en este suelo lavado como un arenal | El místico alimento que sería su vigor". O bien: "Cibeles, que las ama, aumenta su verdor"... Como aquellos que se sienten completamente dueños de lo que quieren decir, él busca primero los términos más alejados; después los trae, los apacigua, les infunde una propiedad que no se les conocía... Una poe­ sía así no puede ser de inspiración... Y así como el pensamiento que sube... se arranca sin prisa a la oscuridad que él fue, así también el chorro poético retiene de su larga virtualidad una lentitud: "M e gusta de sus largos ojos la luz verdosa"... Cada poema de Baudelaire es un movimiento... Es una cierta frase, pregunta, llamada, Invocación o dedicatoria que tiene un sentido». Jacques Rivière, Eludes [Es/ud/os], París, pp. 14-18.

U 16 , 2 ]

P ortad a d e Los despojos p o r R ops. M uestra una co m p le ja alego ría. - P ro y ecto de un gra­ b a d o d e B ra cq u e m o n d para la portada d e Las flores del mal. D escrip ció n de B au d elaire: «Un esqueleto arborescente, las piernas y las costillas formando el tronco, los brazos extendidos en cruz abriéndose en hojas y brotes, y protegiendo varias hileras de plantas venenosas en peque­ ñas macetas escalonadas, como en un invernadero de jardinero».

[J 1 6 , 31

Curiosa o cu rren cia de Sou p au lt: «Casi todos los poemas están más o menos directamente ins­ pirados en un grabado o en un cuadro... ¿Se puede decir que seguía la moda? Temía encon­ trarse solo... Su debilidad le obligaba a buscar puntos de apoyo». Philippe Soupault, Baudelaire, París, (1931), p. 64.

(J 16 a, 11

■En los a ñ o s d e m ad u rez, d e re n u n c ia , jam ás e n c o n tró una p alab ra d e c o m p a sió n para llo rar p o r a q u ella infancia.» A rthur H o litsch er, C h a rles B a u d e la ir e [D ie L iteratu r [La lite­

ratu ra], voi. X II], pp. 14 -1 5 -

Ü 1 6 a , 2]

«Estas imágenes... no pretenden acariciar nuestra imaginación; son lejanas y están estudiadas como ese rodeo de la voz cuando insiste... Como una palabra al oído en el momento en que no se espera, el poeta de repente muy cerca de nosotros: "¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de lo que estoy diciendo? ¿Dónde lo vimos juntos, nosotros que no nos conocemos?”.» Jacques Rivière, Estudios, París, pp. 18-19.

U 16 a, 31

«Baudelaire conocía esta clarividencia del corazón que no admite del todo lo que experimenta... Es una vacilación, un suspense, una mirada de modestia.» Jacques Rivière, Estudios, París, p. 21. U 1 6 a, 41 «Versos tan perfectos, tan medidos que al principio se duda en darles todo su sentido; una espe­ ranza despierta por unos instantes, una duda sobre su profundidad. Pero sólo hay que esperar.» Jacques Rivière, Estudios, París, p. 22.

271

Ij 16 a, 5)

I.ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te r ia le s Sobre «El crepúsculo de la mañano»: «C ada verso de «El crepúsculo de la mañana», sin gritarlo, con devoción, despierta un infortunio». Jacques Rivière, Estudios, p. 29.

[| 16 a, 6 ]

«La devoción de un corazón que la debilidad colma de éxtasis... Hablará de las cosas más horribles y la violencia de su respeto le dará una sutil decencia.» Jacques Rivière, Estudios, París, PP- 27-28.

[j 1()

7]

Según Cham pfleury, Baudelaire com pró todo lo que quedó del Salón d e .1845.

[) l 6 a, 8 ]

«Baudelaire tenía la capacidad de transformar su máscara como un presidiario quebranta el des­ tierro.» Champfleury, Recuerdos y retratos de juventud, París, 1872, p. 135 («Encuentro con Bau­ delaire»), - C o urb et se quejó de que no podía acabar el retrato de. B audelaire; cada día tenía u n aspecto distinto. P red ilecció n de B au d elaire p o r Porter.

(J 1 6 a, 9 ) (J 1 6 a , 10]

«Los flores favoritas de Baudelaire no eran ni la margarita, ni el clavel, ni la rosa; con vivos entu­ siasmos se detenía ante plantas carnosas que parecían serpientes lanzándose sobre su presa o erizos al acecho. Formas atormentadas, formas marcadas: ése fue el ideal del poeta.» Champ­ fleury, Recuerdos y retratos de juventud, París, 1872, p. 143.

[J 16 a, 11]

En el prefacio a Los flores del mal, G id e insiste en la fuerza «centrífuga y disgregante» (p. XVil) que Baudelaire, como Dostoievski, había reconocido en su interior, sintié ndola opuesta a su fuerza productiva.

U 17

1]

«Ese gusto por Boileau, por Racine, no era en Baudelaire afectación... En Las flores del mol había algo más que un nuevo escalofrío , había una vuelta al verso francés tradicional... Hasta en el malestar nervioso, Baudeloire guardo algo de sano.» Rémy de Oourrnont, Promenades littéroires [Paseos ///erarios], duodécima serie, Pan's, 1906, pp. 85-86 («Baudelaire y el sueño de Alalia«).

[I 17, 2] Poe [cit. en R. de Gourmont, Paseos literarios, París, 1904, p. 371; M a rgin a lia sobre Edgar Poe y sobre Baudelaire): «La certeza del pecado o del error incluida en un acto es a menudo la única fuerza, invencible, que nos empuja a su realización».

|J

t 3]

Resum en de L'échec de B a u d e la ire [El fra c a so de Baíletela iré , p o r René Laforgue, París, 1931: B audelaire habría presenciado en su infancia el coito de su sirvie n ta o de su madre con su (¿prim er o segundo?) m arido; se v io así en la posición del tercer amor; qued ó allí fijado; se c o n v irtió en un voyeur, seguram ente frecuentó burdeles ante todo como voyeur, esa fijación en lo visu al h izo de él un crític o que siente la necesidad de la o b je tivid a d «para no perder de vista" nada». Pertenecería a una clase de enferm os claram ente descritos. «Paro ellos ver significa cernerse como águilas con total seguridad, por encima de todo, y realizar una especie de omnipotencia a través de la identificación a la vez con el hombre y con la mujer... Son estos seres los que desarrollan entonces ese gusto funesto por lo absoluto... y los que, refu­ giándose en el terreno de la pura imaginación, pierden el uso de su corazón.» (Pp. 201 y 204.) 0 1 7 , 4]

272

B a u d e la ire «Inconscientemente Baudelaire amó a Aupick, y... si provocó continuamente a su padrastro sería para conseguir ser amado por él... Si Jeanne Duval ¡ugó un papel análogo al de Aupick para la afectividad del poeta, nosotros comprendemos por qué Baudelaire fue poseído sexualmenle por ella. Y esta unión representaría entonces... más bien una unión homosexual, en la que Bau­ delaire desempeñaría sobre todo un papel pasivo, el de la mujer.» René Laforgue, El fracaso de Baudelaire, París, 1931, pp. 175, 177.

II 17, 51

Los am igo s llam ab an en o c a sio n e s a B a u d ela ire Mgr. B rum m el.

[] 1 7 , 6]

S o b re el im p u lso d e m en tir en B a u d ela ire : «Expresar una verdad espontáneamente, directa­ mente, se convierte para estas conciencias sutiles y atormentadas en equivalente del éxito... en el incesto, allí donde uno puede realizarlo simplemente con su "sentido común”... A hora bien, en los casos en que la sexualidad normal sea rechazada, el sentido común está condenado a no conseguir su objetivo». René laforgue, El fracaso de Baudelaire, París, 1931, p. 87. [1 1 7 , 7] A n atole Fran ce so b re B au d ela ire -Lo vie littéroire [la vida literaria], III, París, 1 8 9 1 -: «Su leyenda, hecha por sus admiradores y amigos, abunda en rasgos de mal gusto» (p. 2 0 ). «la cria­ tura más miserable encontrado por la noche en la oscuridad de una callejuela sospechosa reviste en su espíritu una grandeza trágica: siete demonios viven en ellas (!) y todo el cielo mís­ tico está mirando a esta pecadora cuya alma está en peligro. Él cree que los besos más viles resonarán por toda la eternidad, y mezcla los encuentros de una hora con dieciocho siglos de maleficios.» (P. 22.) « N o experimenta más gusto por las mujeres que justo el necesario pa.a per­ der con lodo seguridad su alma. N o es nunca un enam orado y ni siquiera sería un libertino si el libertinaje no fuera absolutamente impío... Dejaría a las mujeres bastante tranquilas si no espe­ rara absolutamenle, a través de ellas, ofender a Dios y hacer llorar a los ángeles.» (P. 22.) Ll 1 7 :i, 1] «En el fondo, sólo tuvo fe a medias. En él sólo el alma era completamente cristiana. El corazón y la inteligencia permanecían vacíos. Se cuenta que un día un oficial de marina amigo suyo le enseñó un manitú que había traído de África, una pequeña cabeza monstruosa que algún pobre negro talló en un trozo de madera. -"Es muy fea, dijo el marino. Y la rechazó con desprecio. -¡Tenga cuidado!, repuso Baudelaire inquieto. ¡Podría ser el verdadero dios!

Es la frase más

profunda que él haya pronunciado nunca. Él creía en los dioses desconocidos sobre todo por el placer de blasfemar.» Anatole France, Lo vida literaria, III, París, 1891, p. 23 («Charles Bau­ delaire»).

Ü 17 a, 2 ]

Carta a P ou let-M alassis del 18 d e febrero de 1860.

U 17 a , 3)

«la hipótesis de la P. G. de Baudelaire ha recorrido medio siglo a pesar de tanta oposición e incluso permanece en la mente de muchos. Sin embargo, no es más que un burdo error, fácil­ mente rebatible, que no tiene ninguna apariencia de verdad... Baudelaire no murió de P. G., sino de un reblandecimiento cerebral de resultas de un ictus... de un deterioro de sus arterias cere­ brales.» Louis-Antoine-Justine Caubert, La névrose de Baudelaire [La neurosis de Baudelaire], Bur­ deos, 1930, pp. 42-43. Raym ond Trial se p ro n u n cia , tam b ién en una tesis, con tra la h ip ó ­ te sis d e la parálisis general: L a m a la d ie d e B a u d e la ir e [La e n fe r m e d a d d e B a u d e la ir e ],

273

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s P arís, 1 9 2 6 (cfr. p. 6 9 ). Sin em b arg o , a p re cia en la en ferm ed a d c e re b ra l una c o n se cu e n cia d e la sífilis, m ientras q u e C au bert n o da p o r seg u ra la sífilis d e B a u d e la ire (cfr. p. 46). Y cita en p. 41 a Remond y Voivenel, Le génie lilléroire [El genio literario], París, 1912: «Baudelaire íue... víctima de una esclerosis de sus arterias cerebrales».

|J 17 a , 4]

C ab an és, en su e n sa y o «El sadismo en Baudelaire», p u b lic a d o e n la C h r o n iq u e m e d íc a le del 15 de n o v iem b re de 19 0 2 , p ro p o n e la tesis d e q u e B au d elaire fu e un «loco sádico» (p. 727). U 1 8 , 1] Du C am p so b re el viaje de B a u d ela ire «a las Indias»: «Fue proveedor de ganado del ejército inglés... se paseaba en elefantes y hacía versos». Y al re sp e c to la observación: «M e han dicho que esa anécdota es dudosa; yo la sé por Baudelaire, de cuya veracidad no tengo derecho a dudar, aunque tal vez haya pecado abusando de la imaginación». M áxim e Du Camp, Souvenirs littéraires [Recuerdos literarios], II, París, 1906, p. 60.

|J 18, 2]

Ind icativa d e la fam a q u e p re ce d ió a B a u d ela ire an tes d e h a b e r p u b licad o nada im p ortan te e s la a firm a ció n d e G au tier: «Tengo miedo de que ocurra con Baudelaire lo que con Petrus Borel. En nuestra juventud... decíamos: Hugo no tiene por qué preocuparse; Cuando Petrus publique, él desaparecerá... H o y se nos amenaza con Baudelaire, y se nos dice que, cuando publique sus versos, Musset, Laprade y yo nos disiparemos como el humo; no estoy de acuerdo en absoluto: Baudelaire fracasará igual que Petrus». M áxim e Du Camp, Recuerdos literarios, II, París, 1906, pp. 61-62.

[1 1 8,3 ]

«Como escritor Baudelaire tenía un gran defecto del que apenas sospechaba: era un ignorante. Lo que sabía, lo sabía bien, pero sabía poco. N o llegaba a comprender la historia, ni la fisio­ logía, ni la arqueología, ni la filosofía... El mundo exterior apenas le interesaba; quizá lo viera, pero es seguro que no lo estudiaba.» M á xim e Du Camp, Recuerdos literarios, II, París, 1906, p. 65.

[J 1 8 , 4]

O b se rv a c io n e s d e los p ro feso re s del Luis le Granel so b re B au d elaire: «Inteligencia. Cierto mal gusto» (e n R etórica). «Conducta a veces bastante rebelde. Este alumno, y lo dice él mismo, parece persuadido de que la historia es absolutamente inútil.» (E n H istoria.) - Carta al p ad ras­ tro el 11 d e a g o sto d e 1 8 3 9 , d e sp u é s d e h a b e r a p ro b a d o el e x a m e n : « M i examen ha sido bastante mediocre, quitando el latín.y el griego -muy bien-, que es lo que me ha salvado». Charles Baudelaire, Vers latins [Versos latinos], París, ed. Jules Mouquet, 1933, pp. 17, 18, 26. U 1 8 , 5J S eg ú n P éladan : -T h éo rie plastiq u e d e l’an d ro g in e- [-Teoría plástica del andrógino*] (M ercu re

d e F r a ile e X X I (1 9 1 0 ), p. 6 5 0 ), el a n d ró g in o a p a re ce c o n R ossetti y B u rn e Jo n e s . [J 1 8 , 6] Ernest Seilliére , B a u d ela ire , París, 1 9 3 1 , p. 2 6 2 , so b re «La muerte d e los artistas»: «mientras lo releía me d e cía a mí mismo que en la pluma d e un principiante en letras no sólo no sería resal­ tado, sino que prácticam ente no sería ju zgad o de otra forma más que com o torpe».

Q 18 , 7]

Seilliére ind ica q u e L a F a n fa r lo es un d o c u m e n to para la b iografía d e B au d elaire q u e no ha sid o su ficien te m en te v alo rad o (loe. cit. p. 7 2 ).

[J 1 8 , 8]

B a u d e la ire «Baudelaire conservará hasta el final esa torpeza intermitente que era tan extraña a la técnica deslumbrante de un Hugo.» Ernest Seilliére, Baudelaire, p. 72.

[|

18 a, 1)

P rin cip ales p asajes so b re la in c o n v e n ie n c ia de la p asió n en el arte: el seg u n d o p ró lo g o a P oe, el estu d io so b re G autier.

[/ 1 8 a, 2]

La prim era c o n fe re n c ia d e B ru sela s está d edicada a Gautier. C am ille L em on n ier la com p ara a la c e le b ra c ió n de una m isa en h o n o r del m aestro . Baudelaire habría tenido «¡la belleza grave de un cardenal de letras oficiando ante el Ideal!». Cit. en Seilliére, Baudelaire, París, 1931, p. 123.

[| 18 a, 31

«Baudelaire se hizo introducir bajo la etiqueta de discípulo ferviente en los salones de la place Royale, pero... Hugo, tan hábil normalmente para hacer que sus visitantes se fueran contentos de su casa, no comprendió el carácter "artificialista” ni las predilecciones parisinas exclusivas del ¡oven... N o obstante sus relaciones siguieron siendo cordiales, pues sin duda Hugo no había leído el Salón de 1846; además, en sus Reflexiones sobre algunos de mis contemporáneos Bau­ delaire se mostró muy admirativo, y también bastante clarividente, aunque sin gran profundidad.» Ernest Seilliére, Baudelaire, París, 1931, p. 129.

(J 18 a, 4]

A B au d elaire le gu stab a p a sea r a m en u d o p o r e l Canal de l’O u rcq, inform a Seilliére (p . 129).

[I 18 a, 5] S o b re los D ufay - l o s a n tep a sa d o s m atern o s de B a u d e la ire - n o se sa b e nada.

[] 1 8 a , 6]

(■)Cladel, en un artículo de 1876 titulado: «Con mi difunto maestro», evocará... el rasgo maca­ bro de la fisonomía del poeta. N unca era más lúgubre, dirá este testigo..., que cuando quería parecer jovial, pues tenía la palabra turbadora y su vis cómica daba escalofrío. Entre dos car­ cajadas tan desgarradoras como unos sollozos y so pretexto de provocar la hilaridad de sus oyentes, contaba no se sabe qué historias de ultratumba que les helaba la sangre en la¿ venas.» Ernest Seilliére, Baudelaire, París, 1931, p. 150.

[J 18 a, 7]

¿Dónde se encuentra ese pasaje de Ovidio que dice que el rostro hum ano fue cread o para reflejar la luz de las estrellas? IJ 18 a, 8 ] Seilliére indica q u e los a p ó crifo s, los p o em a s d esau to rizad os p or B au d elaire , eran e n su totalid ad n ecró filo s (p . 152 ).

[J 1 8 a , 91

«Por último, como sabemos, la anomalía pasional tiene su lugar en el arle baudelaireiano al menos bajo uno de sus aspectos, el de lesbos: el otro todavía no lo había hecho confesable el progreso del naturalismo moral.» Ernest Seilliére, Baudelaire, París, 1931, p. 154.

U 18 a, 1 0 ] El son eto «En cuanto a mí, ojalá tuviera un bonito parque plantado de tejos», que Baudelaire com puso hacia 1839-1840, dirigido probablem ente a una joven mujer de Lyon, recuerda en su último verso -«Y tú lo sabes, también, bella de ojos demasiado diestros»- al último verso de «A una transeúnte». [J 19, 1]

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s

Hay que tener muy en cuenta «Las vocaciones» de El spleen de París, y sobre todo las palabras del tercero en «voz más baja(:) -"Q ué efecto más singular pro­ duce no estar acostado solo sino en la cama con la criada, en la oscuridad.... [Cuando pueda, intente hacer como yo, y verá!”. Mientras contaba su relato, el ¡oven autor de esta prodigiosa revelación tenía los ojos abiertos como platos por una especie de estupefacción ante lo que él experimentaba todavía, y los rayos del sol poniente, resbalando a través de los bucles rojizos de sus cabellos erizados, encendían en ellos como un aura sulfurosa de pasión». Este pasaje caracteriza

tanto la con cepción de Baudelaire acerca del p ecad o co m o el aura de la con­ fesión pública. 0 i 9 ) 2] Bau d elaire a su m adre, el 11 d e e n e ro d e 1 8 58 (cit. en C h (arles) B, Versos lati­ nos, ed. M ouqu et, París, 19 3 3 , p. 13 0 ): «¿Así que no se ha dado cuenta de que en Las llores del mal había dos poemas que le concernían, ol menos alusivos a recuerdos íntimos de nuestra antigua vida, de aquella época de viudez que me ha dejado recuerdos singulares y tan tristes: uno, N o he podido olvidar nuestra blanco casita, / cercana a la ciudad (Neuilly), y el otro que sigue: La sirvienta tan buena de quien celos tenias (Mariette)? He dejado estos poemas sin título y sin indicaciones claras porque me horroriza prostituir las cosas íntimas de la familia...». Ü 1 9 , 3] La o p in ió n de L eco n te de Lisie, seg ú n la cu al B au d elaire creó sus p o em as v e rsifican d o una prim era re d a cció n en prosa, e s transm itida p o r P ierre Louys, Œ uvres com plètes {O bras c o m ­

p le ta s |, X II, p. LUI, -Suite à p o etiq u e-, París, 1930. S o b re esta idea, Ju le s M ou q u et en C h (a rles) B (a u d ela ire), Versos latinos, introducción y notas de Jules M ouquet, París, 1933, p. 131: «Leconte de Lisie y Pierre Louys, arrastrados por su antipatía hacia el poeta cristiano de Las llores del mal, ¡le niegan e! don poético! Baudelaire, según atestiguan sus amigos de juven­ tud, comenzó escribiendo miles de versos fáciles podido hacer si no hubiera

sobre cualquier tema", lo que no habría

pensado en verso". Puso freno voluntariamente a su facilidad

cu ando... a la edad de 2 2 años más o menos se puso a escribir aquellos poemas que primero tituló ¿os lesbianas, y más tarde ¿os limbos... La composición de los Pequeños poemas en prosa... en los que el poeta retoma temas ya tratados por él en verso, es posterior por lo menos diez años a Las flores del mal. Baudelaire escribiendo versos con dificultad es una leyenda que tal vez... él mismo haya contribuido a propagar».

[J 19 4 ]

Segú n Raym ond Trial, La enfermedad de Baudelaire, Paris, 1926, p. 20, las n u ev as in v esti­ g a c io n e s ind ican q u e la sífilis hereditaria y adqu irida n o se e x c lu y e n en tre sí. En el ca so de B a u d elaire, p o r tanto, a la sífilis adqu irida se habría añ ad id o la hered itaria, p ro ced en te del pad re, q u e se m a n ifestó en form a d e h em ip lejía en su s d os h ijos y en su m ujer. II 1 9

a, 1]

Baudelaire, 1846: «¿Habéis experimentado, vosotros a los que la curiosidad del flâneur a menudo ha arrastrado hacia algún tumulto, el mismo goce que yo al ver a un sereno, a un agente de policía o a un guardia municipal apaleando a un republicano? ¿Y no habéis dicho como yo para vuestros adentros: dale, dolé más fuerte... el hombre al que golpeas es un enemigo de las artes y de los per­ fumes, un fanático de los utensilios; es un enemigo de Watteau, un enemigo de Rafael?». Cit. en R. Triol, La enfermedad de Baudelaire, París, 1926, p. 5 í .

276

(J 19 n 21

B a u d e la ire «... no hablar de opio ni de Jeanne Duval para criticar Las flores del mal.» G ilbert Maire, «La personalité de Baudelaire» [«La personalidad de Baudelaire»] (M ercure de Fiance XXI, 16 de enero de 1910, p. 244 51

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L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s

El Jug en d stil. un primer intento de entendérselas co n el aire libre. Encuen­ tra una expresión característica, p. ej., en los dibujos del.«Simplicisimus», que muestran claramente có m o para conseguir aire había que hacerse satírico. Por o tra parte, el J u g e n d s til p u d o desarrollarse en aquella claridad y ais­ lam iento artificiales en que la publicidad p resen ta sus p ro d u cto s. Este nacim iento del p le in a ir a partir del espíritu clel interior es la expresión sen­ sible de la situación del J u g e n d s til vista desde la filosofía de la historia: es soñar que se está despierto. ■ Publicidad ■ [K 2, 6] Igual que la técnica siem pre vuelve a m ostrar la naturaleza desde un nuevo aspecto, cuando se acerca a los hom bres vuelve siem pre también a modifi­ car sus afectos, miedos y anhelos más originarios. En este trabajo, quiero conquistar para la prehistoria una parte del siglo diecinueve. En los com ien ­ zos de la técnica, en las viviendas del siglo xix, verem os claram ente el sed uc­ tor y am enazador rostro prehistórico; todavía no se nos ha desvelado en aquello que más cerca tenem os en el tiem po. Pero tam bién se encuentra con m ayor intensidad en la técnica que en otros ámbitos, dada su causa natural. Por eso las fotografías antiguas resultan fantasm agóricas, y no los grabados antiguos. ÍK 2 a> u Sobte el cuadro de W iertz Pensamientos y visiones de una cab eza cortada y sobre su explicación. Lo prim ero que a uno le llama la atención en esta expei iencia m agnetopática es la tremenda vuelta que sufre la conciencia en la muerte. «(Cosa singular! La cabeza está aquí, debajo del cadalso, pero cree que se encuentra aún encima, formando parte del cuerpo y esperando aún el golpe que debe separarla del tronco». A. J. W iertz, Œ uvres littéraires [O bras literarias], París, 1870, p. 492. W iertz tiene la misma inspiración que Bierce en su tre­

m endo relato del ahorcam iento del rebelde. En el instante de su muerte, experim enta éste la huida que le libera de sus verdugos. [K 2 a, 2] Toda corriente de m oda o cosm ovisión adquiere su impulso a partir de lo olvidado. Lo olvidado es tan fuerte que norm alm ente sólo la colectividad puede entregarse a ello, mientras que el individuo - e l p recu rso r- está am e­ nazado de sucumbir ante su violencia, co m o le ocurrió a Proust. En otra(s) palabras: lo que Proust vivió co m o individuo en el fenóm eno de la rem e­ m oración, eso mismo —si se quiere, com o castigo por la indolencia que nos impidió cargar con e llo - tenem os que experim entarlo con la «corriente», la »moda», la «tendencia» (en el siglo diecinueve). [K 2 a, 31 Moda y arquitectura perm anecen en la oscuridad del instante vivido, perte­ n ecen a la conciencia onírica del colectivo. Ésta despierta, p. ej., en la publi­ cidad. [K 2 a, 4] -Resulta su m am en te in teresa n te... q u e la c ie n c ia a fectad a de fascism o tuviera q u e cam b iar p re cisa m e n te a q u ellas partes d e Freud q u e aún p ro ced ía n del p erio d o ilustrado y m ateria­ lista d e la b u rg u esía ... En Ju n g ... el in c o n sc ie n te ... ya n o es individual, n o es p o r tan to n in ­

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C iu d a d o n íric a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o gú n esta d o ad q u irid o p or el h o m b re... particular, sin o un te so ro d e la h um anid ad primitiva q u e se ha v u elto a ctu al; n o e s ta m p o c o represión , sin o regreso e x ito so .- E m st B lo c h , Erb-

sc h a ft d ies er Zeit {La h e r e n c ia d e este tiempo], Zúrich, 1935, p. 254.

IK 2 a, 51

índice histórico de la infancia según Marx. En su deducción del carácter nor­ mativo del arte griego (co m o carácter surgido de la infancia del género hum ano), dice Marx: «gNo ve cada época revivir, en la naturaleza del niño, su propio carácter bajo su verdadera forma natural?», cit. por M a x Raphael, Proudhon, M arx, Picasso, París, (1933), p. 175.

[K 2 a, 61

Más de cien años antes de que fuese evidente, el ritmo de la producción anuncia la enorm e intensificación del ritmo de vida. Y ciertam ente en la figura de la máquina. -El núm ero de herram ientas de trabajo que él (se. el hom bre) puede manejar al mismo tiempo, está limitado por el núm ero de sus herram ientas naturales de producción, esto es, de sus propios órganos corp óreos... La Jen n y , por contra, hila desde el principio con 12-18 husos, la m áquina tejedora teje co n más de 1.000 agujas a la vez, etc. El núm ero de herram ientas que esta máquina emplea sim ultáneamente se ha em ancipado desde el principio de los límites orgánicos que restringen el instrumental del trabajador.» Karl Marx, Das Kapital {El capitaH, I, Ham burgo, 1922, p. 337. El ritmo de trabajo de las máquinas provoca cam bios en el ritmo de la e co n o ­ mía. «En este país lo esencial es hacer una gran fortuna con la menor demora posi­ ble. Antiguamente, la de una casa de comercio iniciada por el abuelo estaba ape­ nas acabada por el nieto. Las cosas ya no son así; se quiere disfrutar sin esperar; sin tener paciencia.» Louis Rainier Lanfranchi, Voyage ó París ou esquisses des hommes et des choses dans cette capitale [Viaje a París o esbozos de hombres y de cosas en esta capital], París, 1830, p. 110.

tK 3, U

La simultaneidad, este fundam ento del nuevo estilo de vida, proviene tam­ bién de la producción industrial: «Cada parte de una máquina proporciona directam ente a la que le sigue su materia prima, y puesto que todas actúan a la vez, el producto se encuentra continuam ente en distintas etapas de su proceso de form ación, en transición de una fase productiva a otra... La máquina com binada, un sistema articulado de diversas máquinas individua­ les y de grupos enteros de ellas, es tanto más perfecta cuanto más continuo sea su p roceso global, esto es, cuantas m enos interrupciones sufra la m ate­ ria prima para pasar de su prim era fase a la última; tanto más perfecta, por tanto, cuanto más sea el propio m ecanism o -e n lugar de la m ano del hom ­ bre—el que dirija el paso de una fase de producción a otra. Si en el ti abajo manual el aislamiento de los distintos procesos particulares es un principio dado por la división del trabajo mismo, en la fábrica desarrollada domina por contra la continuidad de los procesos particulares». Karl Marx, El capital, I, Hamburgo, 1922, p. 344. [K 3, 2] El cine: despliegue (¿resultado?) de todas las formas perceptivas, pautas y rit­ mos que se encuentran preform ados en las máquinas actuales, de m odo que

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L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

todos los problemas del arte actual encuentran su formulación definitiva úni-’ cam ente en relación con el cine. ■ Precursores ■ [K 3 , 31 Una pequeña muestra de análisis materialista, más valiosa que la mayoría de las cosas que existen en este terreno: «Nos gustan esos pesados materiales que la frase de Flaubert levanta y deja caer con el ruido intermitente de una excavadora. Porque si, como se ha escrito, la lámpara nocturna de Flaubert tenía para los mari­ neros el efecto de un faro, es posible decir también que las frases lanzadas por su garganta tenían el ritmo regular de las máquinas que sirven para hacer los des­ montes. Felices los que oyen ese ritmo obsesivo». M arcel Proust, C hroniques [Cró­ nicas], París, (1927), p. 2 0 4 (A propósito del «estilo» de Flaubert.) [k 3 , 4]

En su capítulo sobre el carácter fetichista de la m ercancía, Marx m ostró la apariencia ambigua que presenta el m undo econ óm ico del capitalismo -u n a ambigüedad muy aum entada por la intensificación de la econom ía capita­ lista-, Resulta claram ente visible, p. ej., en las máquinas, que agudizan la explotación en vez de aliviar la suerte del hom bre. ¿No se encuentra esto, en general, relacionado con la doble faz de las apariencias del siglo xix, de la que nos ocupam os? ¿Una im portancia hasta en ton ces desconocida de la embriaguez para la p ercepción, de la ficción para el pensam iento? «En medio de esta conm oción general, algo se ha derrum bado, una gran pérdida para el arte: la arm onía, ingenua y por tanto llena de carácter, de la vicia y de la apariencia», dice significativamente Julius Meyer, Historia d e la p in tu ra f r a n ­ cesa m o d ern a desde 1 7 8 9 , Leipzig, 1867, p. 31. [k 3 , 5 ] Sobre el significado político del cine. El socialism o jamás hubiera llegado al mundo de haber querido sim plem ente entusiasm ar a los trabajadores con un orden mejor de las cosas. Marx consiguió interesarlos por un orden en el que les iría mejor, m ostrándoselo co m o justo, y esto constituyó la fuerza y la autoridad del m ovimiento. Pero con el arte ocurre exactam en te lo mismo. Nunca, por u tópico que sea el plazo de tiem po, se ganará a las m asas para un arte elevado, sino siem pre sólo para uno que les sea ce r­ cano, Y la dificultad consiste precisam ente en configurarlo de m odo que se pueda asegurar con la m ejor con cien cia que es un arte elevado. Ahora bien, esto no lo conseguirá casi nada de lo que propaga la vanguardia burguesa. Aquí es com pletam ente válido lo que afirma Berl: «La confusión de la palabra revolución, que, para un leninista, significa la conquista del poder por el proleta­ riado y que, por otra parte, significa el trastrueque de los valores espirituales admi­ tidos, los surrealistas la subrayan bastante mediante su deseo de mostrar a Picasso como un revolucionario... Picasso los decepciona... un pintor no es revolucionario por haber "revolucionado" la pintura, tal como un modista como Poiret por haber "revolucionado" la moda o tal como un médico por haber "revolucionado" la medi­ cina». Emmanuel Berl, «Premier pamphlet» [«Primer panfleto»], Europe, n.° 75, 1929, p. 401. La masa exige de la obra de arte (que para ella está com prendida

entre los objetos de u so) ante todo algo cálido. Aquí el prim er fuego que hay que p rovocar es el odio. Pero su calo r m uerde o quem a sin proporcio-

C iu d a d o n íric a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o

nar el «confort del corazón» que cualifica al arte para el uso. Por contra, el kitsch no es sino arte co n un carácter de uso, absoluto y m om entáneo, del cien por cien. Pero co n ello el kitsch y el arte, precisam ente en las formas más consagradas de expresión, se encuentran enfrentados sin rem edio. Sin em bargo, es propio de las form as vivientes, en desarrollo, que (ellas) posean algo cálido, ap rovechable, en fin, cap az de dar felicidad, de m odo que pueden retom ar en sí, dialécticam ente, el kitsch, acercán d o se co n ello a la m asa, sin dejar de superarlo. Esta tarea quizá sólo la pueda cum plir hoy el cine, en cualquier caso a nada está m ás próxim a. Y quien se haya dado cuenta de esto, tenderá a limitar la soberbia del cine abstracto - p o r im por­ tantes que puedan ser sus exp erim en to s-. Pedirá un periodo de veda, un esp acio protegido para ese kitsch cuyo lugar providencial es el cine. Sólo él p uede h acer que exp lo te el material que alm acen ó el siglo xix en esa m ateria extraña y quizá desconocid a con anterioridad que es el kitsch. Pero igual que la abstracción es peligrosa para la estructura política del cine, tam ­ bién puede serlo para los dem ás m edios m odernos de exp resión (ilum ina­ ción, edificación, etc.). (K 3 a, i] Se p ued e form ular así el problem a formal del nuevo arte: ¿cu án do y có m o los universos form ales de la m ecán ica, del cin e, de la co n stru cció n de m aquinaria, de la nueva física, etc. -q u e nos han sob reven id o sin nuestra colab oración, im poniéndose sobre n o s o tro s- nos m ostrarán claram en te lo que en ellos hay de naturaleza? ¿Cuándo se alcanzará un estad o de la s o cie ­ dad en el que estas form as, o las que de ellas surjan, se nos m uestren co m o form as de la naturaleza? Sin duda- que esto sólo ilumina un m o m en to de la esen cia dialéctica de la técn ica. (Es difícil d ecir cuál: la antítesis, si es que no la síntesis.) En cualquier caso , en ella vive tam bién el otro m om en to: el que p one en acción fines ajenos a la naturaleza con m edio(s) igualm ente ajenos a ella, hostiles a ella, que se em ancipan de ella y la som eten. 1K 3 a, 2] S o b re G randville(:> «Vivía una vida im aginaria sin límites dentro de un dominio prodigioso de poesía primaria, entre la inhábil visión de la calle y los conocimientos de una vida secreta de cartomántico o de astrólogo sinceramente atormentados por la fauna, la flora y la humanidad de los sueños... G ra n dville fue tal ve z el primero de todos los dibujantes en d a r a la vida lar­ varia de los sueños una forma plástica razonable. Pero bajo esta ponderada apa riencia sur­ gía el flebile nescio q uid que desconcierta y provoca una inquietud, a veces bastante molesta». Marc-Orlan, «G randville le précurseur» [«Grandville, el precursor»], Arts e l méliers graphiques 4 4 (15 de diciembre de 1934), pp. 20-21. El artícu lo p re se n ta (a G ra n d v ille) c o m o p re cu rso r del su rrea lism o y so b re to d o d e l c in e su rrealista (M é liés, W alt D isn ey ). [K 4, 1] C o n fro n ta ció n del inconsciente visceral c o n el inconsciente del olvido, el p rim ero p red o m i­ n a n te m e n te individual, el seg u n d o p re d o m in a n te m en te c o le ctiv o . «La otra parte del incons­ ciente está constituida por la masa de las cosas aprendidas en el correr de los años o en el correr de la vida, que fueron conscientes y que por difusión entraron en el olvido... Vasto fondo

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L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s submarino donde todas las culturas, todos los estudios, todas las andaduras de los espíritus y las voluntades, todas las revueltas sociales, todas las luchas emprendidas se encuentran reuni­ dos en un vaso informe... Los elementos pasionales de los individuos se han retirado y extin­ guido. Sólo subsisten los datos sacados del mundo exterior más o menos transformados o dige­ ridos. Este inconsciente está constituido por mundo exterior... N a c id o de la vida social, este humus pertenece a las sociedades. La especie y el individuo cuentan poco, las razas y las épo­ cas son sólo indicadores. Este enorme trabajo confeccionado en la sombra reaparece en los sueños, los pensamientos y las decisiones, sobre lodo en el momento de periodos importantes y de trastornos sociales; es el gran fondo común, reserva de los pueblos y de los individuos. La revolución, la guerra, así como la fiebre lo ponen mejor en movimiento... Al ser superada la psi­ cología individual, llamamos o una especie de historia natural de los ritmos volcánicos y de los cursos de agua subterráneos. N o hay nada en la superficie del globo que no haya sido sub­ terráneo (agua, tierra, fuego). N o hay nada en la inteligencia que no haya tenido que hacer digestión y circuito en las profundidades.» Doctor Pierre M abille, «Préface á l'éloge des préjugés populaires» [«Prefacio al Elogio de los prejuicios populares»], M in o la u ro II (invierno, 1935), n.° 6, p. 2.

[K 4, 2]

-El p a sa d o m ás re cie n te se p resen ta siem p re c o m o si h u b iera sid o an iq u ilad o p o r catástro ­ fes.» W iesen gru n d , p o r carta ( 5 . ó. 1 9 3 5 ).

[K 4, 31

A p r o p ó s ito d e los re c u e rd o s ele ju v e n t u d ele H e n ry B o rd e a u x : «Paro decirlo todo, el siglo

diecinueve se escurría sin parecer anunciar en absoluto el siglo veinte». André Thérive, «Les livres» [«Los libros»] (íe Temps; 2 7 de junio de 1935).

[K 4, 4]

«La brasa flamea en tus pupilas Y tú reluces como un espejo. ¿Tienes pies, tienes alas, M i locomotora de negra ijada? Ved cómo ondean sus crines, O íd su relincho, Su galope es un fragor De artillería y de trueno.» Refrán: «¡Dale avena a tu caballo! Ensillado, embridado, ¡un silbido! ¡Y en marcha! Al galope, sobre el puente, bajo el arco, C o rla montaña, llano y valle: ¡Ningún caballo es tu rival!» Pierre Dupont, Le chauffeur de locomotive [El conductor de locomotora], París (pasaje du Caire). IK 4 a, 1) -D e sd e lo a lto d e la to rre d e N o tre D a m e c o n te m p lé a y e r la in m e n sa c iu d a d ; ¿quién c o n stru y ó la p rim era c a sa , c u á n d o s e d e rru m b a rá la ú ltim a y se verá el s u e lo d e París c o m o el d e T e b a s y B a b ilo n ia ?- Fried rich v o n R aum er, B r ie fe a u s P a rís u n d F ra n k r e ic h

ini J a h r e 1 8 3 0 [C artas d e s d e P a rís y F r a n c ia e n e l a ñ o 1830], II. Leip zig , 1 8 3 1 , p. 127. [K 4 a. 21

C iu d a d o n ír ic a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o A ñ adidos de D ’Eich th al al plan D u veyrier de la nueva ciudad. S e refieren al tem p lo. Es im p ortan te q u e el m ism o D u veyrier diga: «¡Mi templo es una mujer!». R eplica D'Eichtal: «Creo que habrá en el-templo el palacio del hombre y el palacio de la mujer; el hombre irá a pasar la noche a casa de la mujer y ¡a mujer vendrá a trabajar durante el día a casa del hom­ bre. Entre los dos palacios estará el templo propiamente dicho, el lugar de comunión del hom­ bre y de la mujer con todas las mujeres y con todos los hombres; y ahí la pareja ni reposará ni trabajará sola... El templo debe representar un andrógino, un hombre y una mujer... La misma divi­ sión deberá reproducirse para la ciudad, para el reino, para toda la tierra: existirá el hemisferio de! hombre y el de la mujer». Henry-René dAJIemagne, Les Soint-Simoniens 1 8 27 - 1 83 7 [Los sonsimonianos 1827-1837], París, 1930, p. 310.

[K 4 a, 31

El París de los sansimonianos. D e l p ro ye c to q u e C h arles D u v e y rie r m an d ó a L'A dvocat p ara q u e fu era in c lu id o e n el Libro de los ciento uno (lo q u e n u n ca o c u rrió ): «Hemos que­ rido d a rle forma humana a la primera ciudad bajo la inspiración de nuestra fe». «El buen Dios ha dicho por boca del hombre que nos manda... jParísI y sobre los bordes de tu río y en tu casco imprimiré el distintivo de mi nueva generosidad... Tus reyes y tus pueblos han caminado con la lentitud de los siglos y se han detenido en un sitio magnífico. Ahí reposará la cabeza de mi ciudad... Los palacios de tus reyes serán su frente... C onservaré su barba de alfós cas­ taños... Desde la cima de esta cabeza, barreré el viejo templo cristiano... y sobre este sitio neto concederé una cab ellera de árboles... Encima del pecho de mi ciudad, en el centro sim­ pático de donde divergen o en donde convergen todas las pasiones, allí donde los dolores y las alegrías vibran, construiré mi templo... plexo solar del coloso... Las lomas de Roule y de C haillo t serán sus flancos; situaré ahí ia banca y la universidad, los mercados y las impren­ tas... Extenderé el b ra zo izq uierdo del coloso sobre el río Sena; será... lo opuesto... de Passy. El cuerpo de los ingenieros... com pondrá la parte superior, que se extenderá hacia Vaugirard, y formaré el anteb razo con la reunión de todas las escuelas especiales de ciencias físi­ cas... En el intervalo... agruparé todos los liceos que mi ciudad estrechará contra su pecho izquierdo, donde se alberga la universidad... Extenderé el brazo derecho de! coloso en señal de Fuerza hasta la estación de Saint-Ouen... Llenaré ese b razo de talleres de irjdusfria menuda, pasajes, galerías, bazares... Formaré el muslo y la pierna derecha con todos los establecimientos de gran fabricación. El pie derecho descansará en N euilly. El muslo izq uierdo ofrecerá a los extranjeros largas filas de hoteles. La pierna izq uierda llevará hasta el bosque de Boulogne... M i ciudad está en la actitud de un hombre listo para andar; sus pies son de bronce, se apoyan sobre una doble carretera de piedra y de hierro. A q uí se •fabrican... las carretas de carga y los aparatos de comunicación; aquí los carros luchan por su velocidad... Entre las rodillas es un tiovivo en elipse, entre las piernas un inmenso hipó­ dromo.» Henry-René d'Allemagne, tos sansimonianos 1827-1837, París, 1930, pp. 309-310. La id ea d e e s te p ro ye c to pro ce d e d e En fan tin , q u e se sirv ió d e g ra b a d o s anatóm icos para b o s q u e ja r la ciu d a d futura.

[K 51 «No, el O riente os reclama; Id a fecundar sus desiertos, Haced gigantes en los aires Los torres de la nuevo ciudad.»

F. M aynard, L'avenir est beau [Elporvenir es bello] {Foi nouvelle. Chants et chansons de Barrault, Vincard... 1831 a 1834 [Fe nuevo. Cantos y canciones de Barrault, Vincard... 1831 a 1834],

403

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s París, 1 de enero de 1 8 3 5 , l.er Cuaderno, p. 81 ). R esp e cto al m otivo del d esierto , v é ase el Canto de los industríales de R ouget de Lisie y El desierto de F élicien D avid.

1K 3 a. 1]

París en el año 28 5 5 : ‘ La ciudad tiene treinta leguas de diámetro; Versalles y Fontainebleau, barrios extraviados entre tantos otros, proyectan sobre dos distritos menos pacíficos los refres­ cantes senderos de sus árboles veinte veces seculares. Sèvres, convertido en mercado perma­ nente de los chinos, que tienen nuestra nacionalidad desde la guerra de 2850, expone... sus pagodas de resonantes campanillas, en medio de las cuales existe aún la antigua manufactura reconstruida en porcelana de la reina». Arsène Houssaye, «El París futuro» [París el les Parisiens au m? siècle [París y los parisinos en el siglo xa], París, 1856, p. 459).

[K 5 a. 2]

Chateaubriand so b re el o b elisc o de la Concordia: «Llegará la hora en que el obelisco del desierto volverá a encontrar, sobre la plaza des Meurtres, el silencio y la soledad de Luxor». Cit. en Louis Bertrand, «Discours sur Chateaubriand» [«Discurso sobre Chateaubriand»], Le Temps, 18 de sep­ tiembre de 1935.

[K 5 a, 31

Saint-Sim on p ro p u so transform ar una m o n tañ a suiza -en una estatu a de N ap o leó n , q u e en una m a n o habría d e so ste n e r u n a ciu d ad h ab itad a y en la otra un lago*. "El c o n d e G ustav vo n S ch la b ren d o rf en Paris so b re su c e s o s y p e rso n a je s d e su tiem p o- [en Cari G u stav Joch m ann, R eliqu ien A us sein en n a ch g ela sse n en P a p ieren G esam m elt von H ein rich Z scb okke 1R e liq u ia s d e su le g a d o p o s tu m o r e u n id a s p o r H e in r ic h Z s cb o k k e , I, H e c h in g e n , 1836. P- 1 4 6 l.

[K 5 a, 41

El Paris n o ctu rn o en El hombre que ríe: «El pequeño errante sufría la pasión de la ciudad ador­ milada. Aquellos silencios de hormigueros paralizados desprenden vértigo. Todas esas letargías mezclan sus pesadillas, esos sueños son un tropel». (Cit. R. Cailloís, «Paris, mythe moderne» [«París, mito moderno»], N (o uve lle) R(evue) F(rançaise)XXV, 284, 1 de mayo de Ì 937; p. 691.) IK 5 a, 51 -D eb id o a q u e el in c o n sc ie n te c o le ctiv o ... es e x p re sió n d e la historia del m undo, q u e se dep o sita en el sistem a central y sim p ático , su p o n e ... una e s p e c ie ele im agen intem p oral y hasta cierto p u nto etern a del m un do, co n tra p u esta a nuestra im agen del m un do en la c o n ­ cien cia , q u e es m o m en tá n ea .- C. G. Ju n g , S eeìen p ro b lem e d e r G egen w art [P ro b lem a s esp i­

ritu ales d el p resen te 1, Zúrich/Leipzig/Stuttgart, 1932, p. 3 2 6 (-P sicolog ía an alítica y co sm ovisión-).

[K 6, 11

Ju n g llam a - ¡e n o c a s io n e s !- a la c o n c ie n cia -nuestra co n q u ista prom eteica». C. G. |ung, P ro­

b lem as espiritu ales d e l presen te, Zúrich/Leipzig/Stuttgart, 1932, p. 249 (-El cam b io de vida-). Y en o tro c o n tex to : -Es el p ec a d o p ro m eteico de ser ah istóricos. El h o m b re m o d ern o es p eca d o r en este sen tid o. Una c o n c ie n c ia m ás e le v a d a es p o r tan to culpa-: loe. cit., p. 404 (•El problem a espiritual del h o m b re m oderno-).

[K 6, 21

«Desde luego, no puede haber ninguna duda de que desde... la época m em orable de la Revolución francesa, lo espiritual..: pasó con creciente fuerza de atracción al prim er plano de la conciencia general. Aquel gesto sim bólico de la entronización de la Diosa Razón en Notre Dam e p arece haber

C iu d a d o n ír ic a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o

significado para el m undo occidental algo parecido al derribo del roble de Wotan por los m isioneros cristianos, pues entonces com o ahora no cayó nin­ gún rayo de venganza que fulminara al transgresor.- C. G. Jung, Problem as espirituales del presente, Zúrich/Leipzig/Stuttgart, 1932, p. 419 (“El problema espiritual del hom bre moderno«). ¡El plazo de la “venganza- por estos dos hitos históricos parece que se ha cum plido hoy sim ultáneam ente! El nacio­ nalsocialism o se ocu pa de una, Ju n g de la otra. 1K 6 , 31 Mientras haya un m endigo, habrá mito.

IK 6, 41

«Por otra parte, un ingenioso perfeccionamiento se había introducido en la fabricación de las plazoletas. La administración las compraba hechas, de encargo. Los árboles de cartón pintado, las flores en tafetán, desempeñaban ampliamente su papel en el oasis, donde se tenía incluso la preocupación de ocultar detrás de las hojas pájaros artificiales que cantaban todo el día. Se había así conservado lo que hay de agradable en la naturaleza, evitando lo que tiene de mal hecho y lo irregular.» Víctor Fournel, París nouveau el París fulur [París nuevo y París futuro], París, 1868, p. 2 5 2 («París futuro»).

1K 6, 51

«Los trabajos de M. Haussmann han dado alas, por lo menos en el origen, a una multitud de pla­ nes extraños o grandiosos... Por ejemplo, M. Hérard, arquitecto, publica en 1855 un proyecto de pasarelas que se construirían en el cruce de los bulevares Saint-Denis y Sebastopol: esas pasarelas, con galerías, semejan un cuadrado continuo, del cual cada lado está determinado por el ángulo que forman los dos bulevares al cruzarse. M. J. Brame expone en 1856, en una serie de litografías, su plan de ferrocarriles en las ciudades, y particularmente en París, con un sis­ tema de bóvedas que sostienen raíles, vías al lado para peatones y puentes colgantes para poner esas vías laterales en comunicación... Poco más o menos en las mismas fechas, un abo­ g ado solicita, a través de una C arla a l ministro de Comercio, el establecimiento de una serie de toldos a todo lo largo de las calles, para proteger al peatón... de tropezar con un coche o con un paraguas. Un poco más tarde, un arquitecto... propone reconstruir la C iudad por completo en estilo gótico, paro que armonice con N otre Dame.» Víctor Fournel, París nuevo y París futuro, París, 1868, pp. 384-386.

[K 6 a, 1]

D el c a p itu lo «París futuro» d e F o u rn el: «Había... cafés de primera, de segunda y de tercera clase... y según categorías se había regulado con previsión el número de salas, de mesas, de billares, de espejos, de ornamentos y de dorados... Estaban las calles del señor y las calles del servicio, así como hay escaleras del señor y escaleras del servicio en las casas bien organizadas... Sobre el frontón del caserón, un bajorrelieve... representaba en una glo­ ria al O rd en Público, en traje de infantería, con una aureola en la frente, d e rrib a n d o a la Hidra de cien cabezas de la Descentralización... Cincuenta centinelas, apostados en cin­ cuenta postigos de! cuartel, frente a los cincuenta bulevares, podían, con un anteojo de apro­ ximación, ver, a quince o veinte kilómetros de ahí, a los cincuenta centinelas de las cincuenta barreras... M ontm artre estabc tocado con una cúpula, a d o rn a d o con un inmenso reloj eléc­ trico de esfera que se veía desde dos leguas, se escuchaba desde cuatro y servía de regu­ lador de todos los relojes de la ciudad. Finalmente se había a lca n za do el o bjetivo perse­ g uido desde hace mucho tiempo: el de convertir París en un objeto de lujo y de curiosidad antes que de uso, una c iud a d de exposición, situada sobre cristal... objeto de admiración y

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s de envidio poro los exlronjeros, imposible poro sus hobitontes». V. Fournel loe cit pp 235237; 240-241.

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[K 6 a, 21

Crítica de Fou rn el a la ciud ad sa n sin io n ia n a de Ch. D uveyrier: «Hoy que renunciar a prose­ guir lo exposición de esto metáfora audoz, que M. Duveyrier continúa... con uno flema cada vez más estupefaciente, sin darse cuenta siquiera de que su ingeniosa distribución devolvería a París, a fuerza de progreso, a esa época de la Edad M e d ia en que cada industria y cada ramo del comercio estaba asentado en el mismo barrio». Víctor Fournel, París nuevo y París futuro, París, 1868, pp. 374-375 («Los precursores de M. Haussmann»),

[K 7, 1]

«Vamos a hablar de un monumento que nos es particularmente querido, y que nos parece de pri­ mera necesidad con un cielo como el nuestro... ¡un Jardín de inviernol... Casi en el centro de la ciu­ dad, un vasto, muy vasto emplazamiento capaz de contener, como el Coliseo de Roma, una gran parte de la población, estaría rodeado por un inmenso soporte luminoso, más o menos como el Palacio de cristal de Londres, como nuestros actuales mercados: columnas de fundición, unas pocas piedras para asentar las bases... ¡Ahí mi jardín de invierno, qué partido podría sacar de ti para mis novutopianos; mientras que en París, la gran ciudad, han levantado un monumento de piedra grande, pesado y feo con el que no se sabe qué hacer, y donde este año los cuadros de nuestros artistas, aquí a contraluz, se fríen bajo un sol ardiente.» F. A. Couturier de Vienne, París moderne. Plan d une vilie modéle que l'auteur a appellée N ovulop ie [París moderno. Plan de una ciudad modelo que el autor ha llamado Novulopía], París, 1860, pp. 263-265.

[K 7, 2]

Sobre la arq u itectu ra o n írica : «En todos los países meridionales, donde la concepción popular de la calle quiere que los exteriores de las casas parezcan más "habitados" que sus interiores, esta exposición de la vida privada de los habitanles confiere a sus moradores un valor de lugar secreto que agudiza la curiosidad de los extranjeros. La impresión es la misma en las ferias: todo está en ellas tan abundantemente expuesto en la calle que lo que no se encuentra ahí adquiere la fuerza de un misterio». Adrien Dupassage, «Peintures foraines» [«Pinturas foráneas»] [Arts et métiers graphiques, 1939).

[K 7, 3]

¿No se podría com p arar la diferenciación social en la arquitectura (cfr. des­ cripción de Fournel de los cafés, K 6 a, 2 o del a cce so principal y de servi­ cio) con la de la moda? [K 7 a, 11 [K 7 a, 2]

Sobre el nihilismo antropológico, cfr. N 8 a, 1; Céline, Benn.

«El siglo quince... es una época en que los cadáveres, los cráneos y los esqueletos eran ultra­ jantemente populares. En pintura, en escultura, en literatura y en representaciones dramáticas, la Danza M a c a b ra estaba en todas partes. Para el artista del siglo quince la atracción de la muerte, bien tratada, era una clave tan segura para alcanzar la popularidad como lo es para nuestra época un buen "sex-appea!".> Aldous Huxley, Croisiére d'hiver. ( Voyage) en Amérique centróle [Crucero de invierno. Viaje p o r Am érica central], París, (1 9 3 5 ), p. 58. IK 7 a, 31 S o b re el in terio r del c u erp o . -El m otivo y su e la b o ra c ió n p ro c e d e ya de Ju a n C risó stom o,

Ü ber d ie F r a ile n u n d d ie S ch ón h eit [Sobre las m u jeres y la b elle z a 1 ( O pera , t. X II, París, ed.

C iu d a d o n ír ic a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o B . de M o n tfa u co n , 17 3 5 , p. 523)». -La b e lle z a del c u e rp o c o n siste so lam en te en la piel. Pues si los h o m b res vieran lo q u e hay d e b a jo , co m o d icen q u e p od ía v er las en trañ as aq u el lince d e B e o c ia , les asq u e a ría la v isió n de las m ujeres. Su gracia co n siste en m o co y sangre, saliva y bilis. Q u ien p ie n se en to d o lo q u e e s c o n d e n los o rificio s n asales, la garganta y el vientre, só lo e n co n tra rá inm u nd icia. Y si n o so tro s m ism o s ni siq u iera to cam o s el m o c o o el e x c re m e n to c o n los d e d o s, ¿có m o p o d em o s d e sea r ab razar el sa c o m ism o de los e x c r e ­ m entos?" ((}O d ó n d e Cluny, C ollation u m lib III, M igue , to m e 133, p. 5 5 6 .) Cit. J . H uizinga,

H erbst d es M ittelalters [El o to ñ o d e la E d a d M edia], M unich, 1928, p. 197.

[K 7 a, 4]

S o b re la teo ría p sico a n a lítica del recu erd o : -Las in v estigacio n es p o sterio res d e Freud ev i­ d e n cia n q u e esta c o n c e p c ió n - [.se. la d e la represión ] -tiene q u e am p liarse... El m ecan ism o d e re p resió n ... es... un c a so p articu lar d e ... un p ro c e s o m ás im p ortan te q u e entra en acció n cu a n d o n u estro Y o n o p u ed e d o m in ar a d e cu a d a m en te d eterm in ad as e x ig e n cia s q u e se le p lan tea n al ap arato p síq u ico . El m eca n ism o de d e fen sa m ás g en eral n o sup rim e las im pre­ sio n e s fu ertes, so la m e n te las releg a ... Sería p referib le en aras d e la claridad q u e form u lá­ ram os co n in ten cio n a d a rudeza el co n tra ste en tre m em o ria y recu erd o: la fu n ció n d e la m em oria- [se. el autor id entifica el ám b ito -del “o lv id o ”- co n el -de la m em oria in co n scie n te-, p. 1301 e s p ro te g e r las im p resio n es; el recu erd o apu nta a su d e sco m p o sic ió n . La m em oria es en e s e n c ia co n se rv a d o ra , el recu erd o e s destructivo-. T h e o d o r R eik, D er ü b eir a sc h te

P sy ch olog e [E lp sic ó lo g o aso m b ra d o ], Leiden, 19 3 5 , pp. 1 3 0 -1 32.

[K 8, 11

«Tenemos una vivencia, p. ej. la muerte de un pariente cercano... y creemos topar con el dolor en toda su intensidad... Pero el dolor sólo desvelará su inten­ sidad después de haberlo creído superado hace tiempo.» El dolor «olvidado» se consolida y se extiende en torno suyo; cfr. la muerte de la abuela en Proust. «La vivencia es el dominio psíquico de una impresión que fue tan fuerte que no pudo tomarnos de golpe por entero.» Esta definición en sentido freudiano de la vivencia es totalmente distinta de la que tienen en mente los que hablan de que algo ha sido para ellos una «vivencia». Theodor Reik, El psicólogo asom­ brado, Leiden, 1 9 3 5 , p- 131-

8 >2'

Lo relegado al inconsciente co m o contenido de la memoria. Proust habla del «sueño muy vivo y creador del inconsciente... donde terminan de grabarse las cosas que sólo nos tocan ligeramente, donde las manos adormiladas se apoderan de la llave que abre, buscada en vano hasta ese momento». M a rcel Prousl, La Prissonniére [La prisionera], II, París, 1 9 2 3 , p. 189.

[K 8 , 31

El pasaje clásico de Proust sobre la memoria involuntaria: preludio al m om ento en el que se describe el efecto de la magdalena en el autor: «Así es como, durante mucho tiempo, cuando, despierto por la noche, me acordaba de Combray, nunca volví a ver otra cosa que esa especie de lienzo luminoso... A decir verdad, yo habría podido responder a quien me hubiera preguntado que Combray compren­ día también otras cosas... Pero como lo que hubiera recordado me habría venido dado únicamente por la memoria voluntaria, por la memoria de la inteligencia, y como los datos que ésta proporciona sobre el pasado no conservan nada real de él, nunca habría tenido ganas de pensar en ese resto de Combray... Así ocurre con nuestro

407

L ib io d e lo s P a sa je s. A p u ñees y m a te r ia le s

pasado. Es trabajo perdido que tratemos de evocarlo, inútiles lodos los esfuerzos de nuestra inteligencia. Está oculto fuera de su dominio y de su alcance, en algún objeto material... que ni siquiera sospechamos. Y depende del azar que encontremos ese objeto antes de morir, o que no lo encontremos». M arcel Proust, Du cóté de chez Swann [Por e l camino de Swonn], I, pp. 67-69. (K 8 a, 1]

El pasaje clásico sobre el despertar tras la n och e en el cuarto oscuro, y la orientación en él. «Cuando despertaba así, con mi espíritu agitándose para inten­

*

tar saber, sin conseguirlo, dónde estaba, todo daba vueltas a mi alrededor en la oscuridad, las cosas, los países, los años. Demasiado embotado para moverse, mi cuerpo trataba de determinar, con arreglo a la forma de su fatiga, la posición de sus miembros para deducir por ella la dirección de la pared y la ubicación de los muebles, para reconstruir y dar nombre a la morada en que se encontraba. Su memoria, la memoria de sus costillas, de sus rodillas, de sus hombros, le ofrecía una tras otra varias alcobas donde había dormido, mientras a su alrededor las invisibles paredes, cambiando de sitio según la forma de la habitación imaginada, se arre­ molinaban en las tinieblas. Y antes incluso de que mi pensamiento... hubiese identi­ ficado la casa..., él -mi cuerpo- iba recordando para cada una el tipo de cama, el sitio de las puertas, la orientación de las ventanas, la existencia de un pasillo, ¡unto con la idea que me hacía de ellos al dormirme y que encontraba de nuevo al despertar.» M arcel Proust, Por e l cam ino de Swann, I, p. 15'. [k 8 a, 21

Proust sobre las noches de su eño profundo después de un gran ag o ta­ miento: «Ellos nos hacen retroceder allí donde nuestros músculos hunden y tuercen sus ramificaciones y aspiran la vida nueva, el jardín en que hemos sido niños. N o hay necesidad de viajar para volver a verlo, hay que descender para recuperarlo. Lo que ha cubierto la tierra no está sobre ella, sino debajo, la excursión no basta para visitar la ciudad muerta, se necesitan las excavaciones». Estas palabras se dirigen contra e l consejo de buscar Jos Jugares en Jos que se fue niño. Pero también mantienen su sentido com o giro contra la mem oria voluntaria. M a r­ cel Proust, le cóté de Guerm antes [El mundo de Cuermantes], I, París, 1920, p. 82. [K 9, 11

Conexión de la obra proustiana con la obra de Baudelaire: «Una de las obras maestras de la literatura francesa, Silvia, de G érard de Nerval, posee, así como el libro de las M em orias de ultratumba..., una sensación de la misma clase que el gusto de la magdalena... Finalmente en Baudelaire esas reminiscencias, más numerosas todavía, son evidentemente menos fortuitas y por consiguiente a mi parecer decisi­ vas. Es el propio poeta quien, más por elección que por pereza, busca voluntaria­ mente, en el olor de una mujer, por ejemplo, el de su cabellera y de su seno, las analogías inspiradoras que le evocarán el azul del cielo inmenso y redondo" y ”un puerto repleto de velas y de mástiles". Yo iba a buscar el recuerdo de las piezas de Baudelaire a cuya base se encuentra de esa manera una sensación arrebatada, para terminar de situarme en una filiación tan noble, y concederme con ello la segu­ ridad de que la obra que yo no tendría ninguna vacilación en emprender merecía el esfuerzo que iba a consagrarle, cuando al llegar abajo de la escolera..., me

408

C iu d ad o n íric a , e n s o ñ a c io n e s u tó p ic a s , n ih ilism o a n tro p o ló g ic o

encontré... en medio de una fiesta». M arcel Proust, Le temps retrouvé [El tiempo reco­ brado], II, París, (1927), pp. 82-83.

K 9, 21

«El hombre no es el hombre nada más que en su superficie. Levanta la piel, diseca: aquí comien­ zan las máquinas. Después te pierdes en una sustancia inexplicable, ajena a lodo lo que sabes y que, sin embargo, es esencial.» Paul Voléry, C ohier B 19 1 0 [Cuaderno B 1910], (París), 1930, pp. 39-40.

l K 9. 31

Ciudad o n írica d e N a p o leó n I: -N ap o leó n , q u e p o r lo p ro n to h ab ía q u erid o erigir un arco triunfal en cu a lq u ier lugar d e la ciu d ad , c o m o el prim ero y d e c e p c ió n a m e d e la Plaza du Caroussel, se h ab ía d e ja d o persu ad ir p o r

Fontaine para co n stru ir al o e s te , d o n d e se c o n ­

taba co n a m p lio s te rre n o s d isp o n ib les, un París im perial q u e so b re p asaría al París de la m onarq uía. Y ersalles incluid o. Entre la e le v a c ió n ele la Avenida de los C am p os Elíseos ) el S e n a ... en el llan o q u e fin aliza hoy en el T ro cad ero , se alzaría c o n "p a la c io s para d o c e reyes y su s é q u ito "... "n o só lo la ciu d ad m ás b ella d e to d as las q u e hay. sin o de to d a s las q u e p u ed e h a b er". El A rco del T riu n fo se c o n c ib ió c o m o la prim era c o n stru cc ió n d e esta ciu ­ dad*. Fritz Stahl. P arís \Parí.$. B e rlín . ( l 9 2 9 ) . pp. 2 7 -2 8 .

IK 9 a. 1]

L [A r q u it e c t u r a o n ír ic a , m u s e o , t e r m a s ]

La variante distinguida de la arquitectura onírica. La entrada al panoram a de Gropius se describe con estas palabras: «Se pasa a una sala decorada al estilo de H erculano, en cuyo centro hay un pilón cubierto por con chas del que se alza una pequeña fuente, llamando por un instante la atención de los tran­ seúntes; enfrente, una pequeña escalera con du ce a un luminoso gabinete de lectura, en el que se muestra en particular una colección de libros que faci­ litan la orientación del visitante en esta residencia-. Erich Strenger, D aguerres D io ra m a in B erlín [El d io ra m a d e D a g u e rre e n B erlín], Berlín, 1925, pp. 24-25. La novela de Bulwer. ¿Cuándo com enzaron las excavaciones? Los vestíbulos de los casinos, etc., p ertenecen a esta variante elegante de la arquitectura onírica. Hay que indagar por qué una fuente, en un espacio cubierto, encaja con la ensoñación. Pero para medir los escalofríos de susto y sublimidad que pueden haber estrem ecido al ocioso visitante al atravesar este umbral, hay que tener en cuenta que, una generación antes, había tenido lugar el descubrim iento de Pom peya y H erculano, y que con el recuerdo de la m uerte de estas ciudades sepultadas bajo la lava se unió, secreta pero tanto más íntimamente, el recuerdo de la gran Revolución. Pues cu and o la con m oción puso fin al estilo del Antiguo Régimen, se adoptó a toda prisa lo que allí había salido a la luz co m o estilo de una república gloriosa, y las palmas, volutas de acan to y grecas, acabaron con las pinturas ro co có o las chinoiseries del siglo pasado. ■ Antigüedad ■ [L l, i] •Ahora se q u iere em p e ro co n v ertir a los fra n cese s, co n un to q u e de vara m ágica, en un p u e b lo d e la A ntigüedad; y a este d elirio salid o d e los g a b in ete s d e estu d io d e h om b res fan ta sio so s se refieren, a p esa r d e M inerva, ciertas e x p re sio n e s artísticas.- Friedrich Jo h a n n Lorenz M eyer, F ra g m e n te a u s P a r ís im lV e" J a h r d e r fr a n z ó s is c h e n R epu blik [Fragm en tos d e

P arís en el a ñ o I V d e la R ep iiblica fr a n c e s a ], I, H am burgo, 1797, p. 146. ■ A ntigüedad ■ [L 1, 2]

411

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s

Construcciones oníricas del colectivo: pasajes, invernaderos, panoramas, fabricas, gabinetes de figuras de cera, casinos, estaciones de tren. [l i, 3 ] La estación Si. Lazare: una princesa que pita y resopla con la mirada de un reloj. “Para nuestro hombre», dice Jacq u es de Lacretelle, «los estaciones son ver­ daderamente fabricas de sueños». («Le Rêveur Parisien» [«El soñador parisino»] N ouvelle) R(evue) Française), 19 2 7 ) Ciertam ente: hoy, en la ép oca de los coch es y de los aviones, son sólo ligeros y atávicos tem ores los que aún m oian en los negros vestíbulos, y esa manida com edia de la despedida y del reencuentro que se realiza delante del vagón Pullman, hace del andén un teatro de provincias. Una vez más se nos escenifica el gastado melodrama gnego: Orfeo, Eundice y Hermes en la estación. En la m ontaña de maletas bajo la que ella está, se abre el pasadizo, la cripta en la que se hunde cuando el h eim etico revisor, buscando la mirada húm eda de Orfeo, da con su disco la señal de la partida. Cicatriz de la despedida que co m o la grieta de un vaso griego cruza los cuerpos pintados de los dioses. [L 1. 4] El interior sale afuera. Es com o si el burgués estuviera tan seguro de su sólido bienestar que despreciara la fachada para decir: mi casa, por donde quiera que hagats el corte, es fachada. Fachadas así se encuentran sobre todo en las casas berlinesas de m ediados del siglo pasado: el m irador no sale hacia afuera, sino que -c o m o un n ic h o - está rem etido. La calle se vuelve cuarto y el cuarto se vuelve calle. El paseante curioso se encuentra, por decirlo así en un mirador, a F lâ n eu r a [L 1 -j S o b re la arqu itectu ra o n írica. El p a sa je c o m o tem p lo: asiduo de los oscuros bazares - d e los p asajes b u r g u e se s- «se encontrará casi desambientado en el pasaje de l'Opéra. Estará molesto en el; tardará en salir de él. N o está en su casa; un poco más y se descubriría el jefe como si penetrara en el templo de Dios». Le livre des Cenl-el-un [Ellibro de los cíenlo uno], X, París, 1833, p. 71 (Amédée Kermel, Les Pasajes de París [Los Pasajes de París]).

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¡ l 1 61

S o b re las ven tan as co n vidrios de c o lo r e s q u e em p ezaro n a c o lo c a r se ju n to a las escaleras -¡e s c a le ra s q u e ad em ás se en c e ra b a n c o n fr e c u e n c ia !- e sc rib e A lp h o n se Karr: «La escalera ha quedado como algo que parece mucho más una consírucción de guerra para impedir a los enemigos invadir una casa, que un medio de comunicación y de acceso ofrecido a los amigos». Alphonse Karr, 3 0 0 pages [300 páginas], nuev(a) ed(ición), París, 1861,' pp. 198-199. |I. ]. 7] La casa -siem pre se ha m o strad o p ro p icia para las m ás co m p lica d a s y n o v ed o sas form u la­ cion es-, Sigfned G ied io n , B atteu in F r a n k r eic h [La a r q u itectu ra en F r a n c ia 1, (B erlín 19?8> p. 78. ' [L 1, 81

Los pasajes son casas o corredores que no tienen ningún lado externo -c o m o los su eñ o s-, r. . IL 1 a, 1]

Los m useos forman parte señaladísima de las construcciones oníricas del colectivo. Habría que destacar en ellos la dialéctica co n la que responden,

A rq u itectu ra o n íric a , m u se o , te rm as

por una parte, a la investigación científica y, por otra, a la «soñadora época del mal gusto«. «Casi todas las ép ocas, según su disposición interna, parecen desarrollar un problema constructivo determ inado: el gótico las catedrales, el b arroco el castillo, y el incipiente siglo xix, con su tendencia retrospectiva a dejarse im pregnar por el pasado, el museo.» Sigfried Giedion, La arquitec­ tura en Francia, p. 36. Mi análisis se centra en esta sed de pasado com o tema principal. El interior del m useo ap arece a su luz co m o un interior que ha crecido hasta lo colosal. Entre 1850 y 1890 ap arecen en lugar de los m useos las exposiciones universales. Com parar la base ideológica de ambos. [L 1 a, 2] ■El sig lo xix disfrazó to d as las n u ev as c re a c io n e s co n m áscaras h istoricistas, fu era en el terreno q u e fu ese. En el ám b ito de la arquitectura tan to c o m o en el de la industria o en el de la so cied a d . C reó n uev as p o sib ilid a d es d e c o n stru cc ió n , p ero tu vo a la v ez m ied o d e ellas, ah o g á n d o la s sin c e sa r en d e co ra d o s d e pied ra. C reó el in m e n so ap arato colectiv o d e la industria, p ero in ten tó desv iar p o r c o m p le to su sen tid o al d isp o n er q u e las v e n ta ja s del p ro ­ c e s o p ro d u ctiv o só lo fav o reciera n a u n o s p o co s. Esta m áscara h istoricista está in d iso lu b le­ m en te unida a la im agen del sig lo xix. N o p u ed e seg u ir n eg á n d o se .- Siglried G ied io n . La

a r q u itec tu ra en F ra n c ia , pp. 1-2.

[L 1 a, 3!

La obra de Le Corbusier parece situarse al término de la «casa» co m o figura­ ción mitológica. Cfr. lo siguiente: «¿Por qué hay que hacer la casa del m odo más ligero y flotante posible? Porque sólo así se puede acabar con una monumentalidad fatal y asentada en la tradición. La pesadez estaba justificada mien­ tras el juego de pesos y apoyos, bien en la realidad o bien potenciado sim­ bólicamente (B arroco), recibía su sentido de los muros de sustentación. Hoy -d eb id o a los muros exteriores e x e n to s- insistir en el juego ornamental de pesos y apoyos es una farsa ridicula (rascacielos americanos)». Giedion, La arquitectura en F ra n cia , p. 85ÍL 1 a, 41 La «ciudad contemporánea» de Le Corbusier es de nuevo un com plejo urba­ nístico junto a una carretera principal. Pero el h echo de que ahora circulen por ella co ch es y de que en m edio de este com plejo aterricen aviones, lo cambia todo. Hay que intentar situarse aquí para lanzar al siglo xix la mirada requerida(,) creadora de formas y de distancias. [i. i a, 5] ■El b lo q u e d e alq u iler es el ú ltim o ca stillo feudal. D e b e su e x iste n cia y su form a a la lucha eg oísta y bru tal de alg u n o s p ro p ietario s d e so la res p o r los te rre n o s q u e la co m p e te n c ia ha dividido y d e sg a ja d o . D e este m o d o , ta m p o co nos so rp ren d e m o s al ver re a p a recer la fo r m a del ca stillo en el patio ro d ea d o de m uros. Los p ro p ieta rio s se aíslan u n os de otros, y ésa es tam b ién una d e las ca u sa s q u e co n trib u y en a q u e al final q u e d e un resto azaro so de lo q u e era el co n ju n to .- A d olf B e h n e , N eu es W ohn en-N eu es B a u e n [La n u ev a vivien da-L a

n u ev a a r q u itec tu ra ], Leipzig, 1927, pp. 9 3 -9 4 .

[L 1 a, 61

El m u seo c o m o c o n stru cc ió n o n írica. "H em os visto q u e los B o rb o n e s b u scaron ya el e n a l­ te cim ien to p ú b lic o de lo s a n tep a sa d o s d e su ca sa , y el re co n o cim ien to del esp len d o r y la

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s im p o rtan cia de la historia an tigu a d e Francia. P o r e s o m and aron tam b ién rep resen tar en los te c h o s del Louvre los m o m en to s m ás sig n ificativ o s de la h istoria.y d e la cultura francesa.Ju liu s M eyer, Gesdo^ichté) d(e¡) m od (ern en ) fi{a n )z (ó s is c h e n ) M a ierei [H istoria d e Ia p in ­

t a r a f r a n c e s a m odern a), Leipzig, 1 8 6 7 , p. 4 2 4 .

[L 1 a, 71

En junio de 1837 se inaugura el m useo histórico de Versalles -d e todas las glorias de Francia-, Una sucesión de salas cuyo m ero recorrido supone casi dos horas. Batallas y escen as parlam entarias. Entre los pintores: Gosse, Lariviére, Heim, Devéria, Gérard, Ary Scheffer, etc. C oleccionar cuadros se co n ­ vierte aquí por tanto en esto: pintar cuadros para el m useo. [L 2, 11 E n trecru z a m ien to d e m u se o e interior. M. C h abrillat (e n 1882 d irecto r del A m bigú ) hereda u n día un c o m p le to g a b in e te d e figu ras d e c e ra «establecid o en el p a sa je d e l'Opéra, encima del reloj». (Q u iz á fu ese el an tig u o m u se o H artk o ff.) C h abrillat tie n e p o r am igo a un b o h e ­ m io, d o ta d o d ib u ja n te, p o r e n to n c e s sin d o m icilio . A éste se le o cu rre algo. En el citado g a b in ete h ab ía en tre otras c o sa s un gru p o q u e re p rese n ta b a la visita de la em p eratriz E u ge­ nia a lo s e n fe rm o s d e c ó le ra d e A m iens. A la d e rech a , la em p eratriz so n ríe a los en ferm os, a la izquierd a h ay u n a en ferm era c o n u n a c o fia b la n c a y, en una cam a de h ierro, pálido, e n fla q u e cid o , b a jo una pu lcra c o lc h a , un m o rib u n d o. A m e d ia n o c h e cierra el m u seo. El d ib u ja n te se d ice: nada m ás fácil q u e sa c a r c o n cu id ad o al e n fe rm o d e c ó le ra , p o n e rlo en el su e lo , y m eterm e en su cam a. C h ab rillat le da p erm iso . No le im p o rtab an las figuras de cera . A lo largo d e seis sem a n a s, e s e artista al q u e h a b ian e c h a d o d el h o tel p asó las n o ch es en la cam a del en ferm o d e có lera , d e sp ertá n d o se a cada m añan a an te la d u lce m irada d e la en ferm era y la sonrisa de la em peratriz, q u e d eja b a c a e r so b re él su ru bio c a b e llo . Tom ado de Ju le s Claretie, La vie á P aris 1 8 8 2 [La v id a en París, 1882 1, París, ( l 8 8 3 ) , pp. 301 ss. [L 2, 2]

«M e agradan mucho esos hombres que se dejan encerrar por la noche en un museo para poder contemplar a sus anchas, en horas ¡lícitas, un retrato de mujer que iluminan mediante una linterna. Forzosamente, después, deben saber de esta mujer mucho más de lo que sabemos nosotros.» André Bretón, N a d ja , París, (1928), p. 150. Pero ¿por qué? Porque en el m edio de esta im agen se ha com pletado la transform ación del m useo en un interior. [L 2, 31

La arquitectura onírica de los pasajes se vuelve a encontrar en las iglesias. El estilo constructivo de los pasajes se inmiscuye en la arquitectura sagrada. Sobre Notre Dam e de Lorette: «Su interior es de un buen gusto indiscutible, sólo que no es el interior de una iglesia. El soberbio tech o podría adornar el más espléndido salón de baile del mundo; las suntuosas lám paras de bronce, con sus bolas de cristal mate y brillante, p arecen haber salido de los cafés más elegantes de la ciudad». S. F. Lahrs(?), B riefe a u s Paris [Cartas de París] ( E uropa C hronik d erg eb ild eten Welt [C rónica eu ro p ea del m u n d o ilus­ trado], II, Leipzig/Stuttgart, 1837, p. 209())U- 2, 41 -En lo q u e re sp ecta a los n u ev o s teatros, aún sin co n clu ir, n o p a re ce n p e r te n e c e r a un estilo d eterm in a d o ; se q u iere unir - e s o d icen — la esfera p ú b lica y el u so privado, co n stru y en d o

A rq u ite c tu ra o n íric a , m u se o , te rm as viv iend as privadas alred ed or, y d e este m o d o a p en a s p od rán llegar a se r sin o en o rm es c o n ­ te n e d o re s, cá p su la s gig a n tes para tod o." G ren zboten , 2.2 sem estre, n .° 3, 1861, p. 143. ( Die

P a ris er K u n stau sstellim g von 1 8 6 1 1La ex p o sición d e a i t e d e P arís d e 1861].')

1L 2, 51

Concebir el pasaje com o sala termal. Uno querría encontrarse con el mito de un pasaje en cuyo centro se hallase una fuente legendaria, una fuente de asfalto que brotara del interior más profundo de París. Las “fuentes de cer­ veza» aún deben su existencia a este mito del manantial. Hasta qué punto la curación es también un rito de paso, una experiencia de transición, se ve cla­ ram ente en aquellas clásicas galerías de paseo en las que los pacientes cam i­ naban, por decirlo así, hacia su curación. También estas galerías son pasa­ jes. Cfr. las fuentes en los vestíbulos. [L 2 , 6 ] Todo el m undo co n o ce en los sueños el miedo a las puertas que no cierran. Más exactam ente: son puertas que parecen cerradas sin estarlo. Conocí más intensam ente este fenóm eno en un sueño en el que, estando en com pañía de un am igo, vi un fantasm a junto a la ventana del prim er piso de una casa que teníam os a la derecha. Al continuar nuestro cam ino, nos acom pañó por el interior de todas las casas: Atravesaba todos los muros, estando siempre a la misma altura que nosotros. Veía esto a pesar de estar ciego. El cam ino que h acem os a través de los pasajes también es en el fondo un cam ino de fantasm as en el que las puertas ceden y las paredes se abren. [L 2, 7] En realidad, la figura de cera es el escenario en el que la apariencia de la humanidad sufre un vuelco. Pues en ella se expresan con tanta perfección e insuperable fidelidad la superficie, la tez y los colores del hom bre, que esta reproducción de su apariencia da un vuelco sobre sí misma, y entonces resulta que el m uñeco no representa sino la horrible y astuta mediación entre las entrañas y el disfraz. ■ Moda B a, 11 D esc rip c ió n d e un g a b in ete d e figuras d e cera corn o c o n stru cció n on írica: «Al su b ir el últim o tram o de la esc a le ra , se v e ía u n a sala gran d e y b ie n ilum inada. P or d ecirlo así, no h ab ía n ad ie d entro , p ero e sta b a rep leta de p ríncip es, crin olin as, u n ifo rm es y gig an tes a la en trad a. La dam a n o sigu ió , y su a co m p a ñ a n te tam b ién se paró, p reso de c ierto m alestar. Se sen ta ro n en los e sc a lo n e s, y él le c o n tó el m ied o q u e h ab ía p a sad o cu a n d o d e n iñ o leyó acerca de e so s ca stillo s e n c a n ta d o s en los q u e ya n o vive n ad ie, p ero q u e en las n o ch e s d e torm en ta tie n en a m en u d o to d as las ventanas ilum inad as. ¿Q ué fue e s o de ahí? ¿Qué e sta b a sen ta d o ahí? ¿Q ué se ilu m inab a y a q u é ilum inaba? S o ñ ó h a b e r e sp ia d o esa asam ­ b lea, alz á n d o se so b re la pared, la c a b ez a p eg ad a a los cristales d e la in d escrip tib le sala». Ernst B lo c h , -Leib und W achsfigur» [-El cu erp o y la figura d e cera»] (F r a n k fu rter Zeitung, (1 9 . 12. 1 9 2 9 )).

[L 2 a, 2]

-N úm ero 125: el la b erin to de C astan. T rotam u nd os y artistas c re e n al p rin cip io h ab er sido tran sp ortad o s al in m en so b o sq u e de co lu m n a s de la so b e rb ia m ezquita d e Córdoba, en España. C o m o en ésta , los a rco s se ap ilan so b re los a rco s, las c o lu m n as se ju ntan p o r e fe c to de la p ersp ectiv a, o fre c ie n d o vistas y co rred o res in a b a rca b les q u e p are ce n n o ten er final y

L ibro d e lo s P a sa je s. A p u n te s y m a te r ia le s n o p o d erse recorrer. D e p ro n to m iram os una im agen q u e n os transporta d e llen o a la fam osa A lham bra de G ranad a. V em os los d ib u jo s o rn a m en ta les de la A lham bra co n sus ins­ c rip cio n es : "Alá e s Alá" (D io s e s g ra n d e), n o s en c o n tra m o s d e p ron to en un jardín, en el p atio de los n aran jo s de la A lham bra [s/'d. P ero an tes de q u e el visitante en tre en este patio, tie n e q u e reco rrer m ás de una sen d a la b erín tica .- C atálog o del p a n ó p tico de Castan (según ex tra cto s del F ra n k fu rter Zeitung).

[L 2 a, 3]

«El éxito de la escuela romántica hizo que naciera, hacia 1825, el comercio de los cuadros moder­ nos. Antes, los aficionados iban al domicilio de los artistas. Comerciantes de colores, Giroux, Suisse, Binant, Berville, comenzaron a servir de intermediarios: la primera casa regular la abrió Goupil en 1829.» Dubech-D'Espezel, Histoire de París [Historio de París], París, 1926, p. 359.

[L 2 a, 4]

«La O pera es una de las creaciones características del Segundo Imperio. Entre ciento sesenta pro­ yectos se escogió el de un joven desconocido, Charles Garnier. Su teatro, construido de 1861 a 1875, está concebido como un lugar de ostentación... Es la escena en donde el París imperial se con­ templa con complacencia; clases recién llegadas al poder y a la fortuna, mezcladas con elementos cosmopolitas, se trata de un mundo nuevo que se designa con un nombre nuevo: ya no se dice la Corte, se dice le Tout-Poris... Un teatro concebido como un centro de vida social y urbana, he ahí una idea nueva y un signo de los tiempos.» Dubech-D'Espezel, loe. cit., pp. 411-412.

[L 2 a, 5]

La ciudad onírica de Paris co m o im agen formada a partir de todos los pro­ yectos de edificios, calles, paseos públicos y sistemas para nom brar las calles que nunca han llegado a im ponerse en la ciudad real de París. [L 2 a, 6] El pasaje com o templo de Esculapio, sala termal. Paseo terapéutico. (Los pasa­ jes com o salas termales en desfiladeros -c o m o en Schuls-Tarasp o en R agaz-.) El «barranco” com o ideal paisajístico en el siglo diecinueve. [L 3, 1] Ja c q u e s Fabien, París en son g e IP arís en sueños!, París, 1863, co m en ta en p. 8 6 el traslado de la Porte Saint-M artin y de Saint-D enis. «Se las puede admirar todavía en lo alto de los barrios de Sainl-Martin y Saint-Denis.» Las d os plazas, qu e se h ab ían hundido profundam ente alrede­ dor de las puertas, pu dieron de este m od o alcanzar de n u ev o su prim itivo nivel.

[L 3, 21

Propuesta para cubrir a los m uertos de la m orgue co n un paño de cera q u e les llegue hasta la cabeza. «El público, que hace cola en la puerta, es admitido para que examine con calma el cadáver desnudo del muerto desconocido... A partir del día en que la moral sea respetada, el obrero que, a la hora de la comida, se pasa por la morgue, con las manos en los bolsillos, la pipa en la boca y la son­ risa en los labios, y vodevilice con chistes verdes sobre las desnudeces más o menos podridas de los dos sexos, se hastiará pronto de la parsimonia que se aporte de ahí en adelante a la puesta en escena del espectáculo. N o exagero, todos los días tienen lugar en la morgue escenas escabrosas; allí se ríe, se fuma, se charla en voz alta.» Edouard Foucaud, París inventeur. Physiologie de l'industrie française [París inventor. Fisiología de la industria francesa], París, 1844, pp. 212-213.

[L 3, 3]

Un g rab ad o d e a p ro x im ad am en te 18 3 0 , o quizá alg o anterior, rep resen ta a co p istas en diversas p o sturas extáticas du rante su actividad. T itu lad o los inspirados en el museo. S(ola) d (e las) E(stampas).

|L 3, 4)

A rq u ite c tu ra o n íric a , m u se o , te rm a s Sobre el o rigen del m useo de Versalles. «M. de Monlalivet se sentía acuciado a lenet su número de lienzos pintados. Los requería en todas partes, y como las Cámaras protestaban contra la prodi­ galidad, había que comprar barato y el viento soplaba contra la economía... M. ... dejaría... gustosa­ mente que se pensara que el propio M. de Montalivet, sobre los muelles y donde los revendedores, ha ido a comprar mamarrachadas... Nlo... Son los príncipes del arte de esta época los que se entre­ garán a esta repelente operación... Las copias y los pastiches del museo de Versalles son la consta­ tación más penosa de la rapacidad de los maestros artistas convertidos en contratistas y chamarileando el arte... El comercio y la industria se decidían a elevarse hasta el arte. El artista, para satisfacer las necesidades de lujo que comenzaban a tentarle, prostituía el arte a la especulación y hacía degene­ rar la tradición artística reduciéndola a las proporciones del oficio.» Lo últim o se refiere a q u e [hacia 1837] los pintores pasaron a sus discípulos los en cargo s q u e tenían. Gabriel Pélin, Les laideurs du beau Paris [/oí fealdades del bello París], París, 1861, pp. 85, 87-90.

[L 3, 51

S o b re el París su b terrá n e o : an tigu as alcantarillas. «N os haremos una imagen más parecida de este extraño plano geometral si suponemos que vemos en liso sobre un fondo de tinieblas algún raro alfabeto oriental enredado como un revoltijo, y cuyas letras deformes estarían soldadas unas a otras, en una aparente mezcolanza y como al azar, tan pronto por sus ángulos como por sus extremos.» Victor Hugo, Œ uvres complèles[Obras completas], Novela, 9, París, 1881, pp. 158-159 (íes M isérables [ios miserables]).

[L 3 a, 1]

Alcantarillas^) «Fantasmas de todas las clases pueblan esos largos corredores solitarios; por todas partes la podredumbre y el miasma; aquí y allá un tragaluz donde Villon desde dentro charla con Rabelais fuera». Victor Hugo, O bras completas, Novela, 9, París, 1881, p. 1Ó0 [tos miserables).

H- 3 a ■2]

V ictor H ug o c o n m otivo d e las d ificu ltad es q u e su rgieron en los trab ajo s d e alcan tarillad o de París: «París está construido sobre un yacimiento extrañamente rebelde al pico, o la azada, a la sonda, al manejo humano. N o hay nada más difícil que agujerear y penetrar en esta for­ mación geológica a la que se superpone la maravilloso formación histórica denominada París; desde que... el trabajo se empeña y se aventura en esta capa de aluvión, abundan las resisten­ cias subterráneas. Son arcillas líquidas, fuentes vivas, rocas duras, fangos blandos y profundos que la ciencia experto llama mostazas. El pico avanzo laboriosamente en las láminas calcáreas alternadas con hilos de arcillas muy delgados y lechos esquistosos con las capas incrustadas de conchas de ostras de los tiempos de los océanos preadánicos». Victor Hugo, O bra s completas, Novela, 9, París, 1881, pp. 178-179 [los miserables).

[L 3 a. 31

Alcantarilla^) «París... lo llamaba el Agujero fétido... El Agujero (étido no repugnaba menos a la higiene que a la leyenda. El M onje malhumorado había salido de debajo de la fétida curvatura de la alcan­ tarillo de Mouffelard; los cadáveres de los Marmousets habían sido arrojados a la alcantarilla de la Barillerie... La boca de alcantarilla de la calle de la Mortellerie era célebre por las pestes que salían de ella... Bruneseau la había puesto en movimiento, pero se necesitaba el cólera para determinar la vasta reconstrucción que tuvo lugar después». Victor Hugo, Obras completas, Novela, 9, París, 1881, pp. 166 y 180 (Los miserables; L'intestin de Léviathan [Elintestino de Leviatán]).

ÍL 3 a, 41

En 1805 B ru n esea u d e scie n d e a las alcantarillas: «Apenas hubo Bruneseau franqueado las pri­ meras articulaciones de la red subterránea, cuando ocho de los veinte trabajadores rehusaron ir

417

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s más lejos... Se avanzaba penosamente. N o era raro que ¡as escalas de descenso se hundiesen tres pies en el fango. Las linternas agonizaban en las miasmas. De vez en cuando, se llevaban a un alcantarillero desvanecido. En ciertos sitios, precipicio. El suelo estoba hundido, el enlosado se había desplomado, la alcantarilla se había convertido en pozo perdido; no se encontraba el firme; un hombre desapareció bruscamente; costó trabajo retirarlo. Por consejo de Fourcroy, se alumbraba de tramo en tramo, en sitios lo suficientemente saneados, con grandes jaulas llenas de estopa em papada de resina. La muralla, en algunos lugares, estaba cubierta por'hongos deformes, podría llamárselos tumores; la propia piedra parecía enferma en ese medio irrespira­ ble... Aquí y allá se creyó reconocer, especialmente debajo del Palacio de justicia, los alvéolos de antiguos calabozos practicados en la misma alcantarilla... Una sujeción de hierro colgaba de una de esas células. Se tapiaron todos... La visita total del vertedero subterráneo de París duró siete años, de 1805 a 1812... N a d a igualaba al horror de esta cripta exutoria... antro, fosa, vorá­ gine atravesada por calles; topera titánica donde el espíritu cree ver cómo rueda a través de la sombra... ese enorme topo ciego, el pasado». Víctor Hugo, O bras completas, Novela, 9, París, 18 8 1 , pp. 169-171 y 173-174 (Los miserables, El intestino de Leviatán|.

[L 4, 1]

Sobre la cita de Gerstácker. Una jo y e ría submarina: «Entramos en el h a ll sub­ marino de los joyeros. N unca cupo duda de que se estaba muy lejos de tierra firme. Una inmensa cúpula... recubría todo el mercado, lleno de tiendas con los escapa­ rates centelleantes, brillantemente iluminados por la electricidad; lleno de mundo y de electricidad». Léo Claretie, París depuis ses origines ¡usq'en ía n 3 0 0 0 [París desde sus orígenes hasta e l año 3000], París, 1886, p. 3 3 7 («En 1987»), Es sinto­

m ático que esta im agen reaparezca en el m om ento en que com ienza el fin de los pasajes. [ l 4, 2] Proudhon h ace del retrato pintado de Courbet algo personal, apropiándo­ selo m ediante definiciones nebulosas («de lo moral en acción»), [L 4, 3 ] Indicaciones muy insuficientes sobre manantiales curativos en Koch; escribe éste en relación co n los poem as de Karlsbad que G oethe dedica a María Ludowika: «En estos “poem as de Karlsbad" lo esencial no es la geología, sino... la idea y el sentim iento de que em anan fuerzas curativas de una per­ sona que com o princesa es inaccesible. La intimidad de la vida de balneario crea cierta com unidad... con la alta dam a. Por este m otivo... frente al miste­ rio del manantial, la salud... p arece em anar de la cercanía de la princesa». Richard K och, D e r Z a u b er d e r H eilquellen [La m agia d e los balnearios], Stuttgart, 1933, p. 21. [L 4, 41 En tanto que los viajes, por lo común, hacen olvidar al burgués sus vínculos de clase, el balneario le confirma en su convicción de pertenecer a la clase alta. Esto último no sólo ocurre porque en el balneario entre en contacto con las capas feudales. Mornand destaca un hecho elemental: «En París se encuentra sin duda una de las grandes multitudes, pero no homogéneas como ésta; porque la mayo­ ría de los tristes humanos que la componen o han cenado mal o no lo han hecho... En Bade, nada de eso; todo el mundo es feliz, ya que todo el mundo está en Bade». Félix Mornand, La vie des eaux [La vida de las aguas], París, 1855, pp. 256-257 [L 4 a, 1]

418

A rq u itectu ra o n íric a , m u se o , term as

El com ercio se sirve, preferiblemente por m ediación del arte, del paseo tran­ quilo por las salas de los balnearios. La actitud contemplativa que se ejercita frente a la obra de arte se transforma lentam ente en una actitud más codi­ ciosa ante el gran alm acén. «Paseando por delante de la Trinkhalle... o debajo del peristilo ilustrado a fresco de esta columnata italo-greco-teutscho, se entrará... a leer un poco los periódicos, a regatear por los objetos de arte, a contemplar las acuarelas y a vaciar un pequeño cubilete.» Félix Mornand: La vida de las aguas, París, 1855, pp. 2 5 7 -2 5 8 . [14 a, 2 ) C alabozos de Chatelet: «Los calabozos cuyo solo pensamiento aterrorizaba al pueblo..., han prestado sus piedras al único de entre todos los teatros que le gusta al pueblo para ir a disfru­ tar; porque oye hablar en ellos de la gloria de sus hijos en los campos de batalla». Edouard Fournier, Chroniques et légendes des rúes de Paris [Crónicas y leyendas de las calles de París], París, 1864, pp. 155-156. El te x to se refiere al tea tro C h atelet, q u e en su orig en fue un circo .

[L 4 a, 31 La po rtad a revisada d e los A gu afu ertes s o b r e P a rís d e M eryon rep resen ta una pesad a p ie ­ dra de cu ya a n tig ü ed ad d an fe sus c o n c h a s incrustad as y su s grietas. En esta p ied ra se ha gra b a d o el títu lo del c ic lo d e g ra b a d o s. «Burty anota que las conchas, las impresiones de musgo metidas en la caliza, recuerdan que esta piedra ha sido escogida entre los escantillones del primitivo suelo parisino en las canteras de Montmartre.» Gustave Geffróy, Charles Meryon, París, 1 9 26 ,-p. 47. ■

[L 4 a, 4]

B a u d ela ire se to p a en «El jugador generoso» co n Satán en su garito, «es una morada subte­ rránea, deslumbradora, donde estallaba un lujo del que ninguna de las habitaciones superiores de París podría proporcionar un ejemplo». Charles Baudelaire, Le spleen de París [El spleen de París], París, (ed. R. Simón), p. 49.

[L 4 a, 51

La puerta m onum ental se inscribe en el con texto de los ritos de paso. «Al pasar por una entrada indicada de varias formas -s e a mediante dos postes clavados en el suelo e inclinados el uno hacia el otro, sea por la hendidura en un tronco de árbol... por un aro h ech o con una rama de a b e d u l...- se trata siem pre de escap ar de un elem ento... hostil, de librarse de alguna man­ cha, de separarse de la enferm edad o de los espíritus de los m uertos, que no pueden pasar por el estrecho camino.» (Ferdinand Noack, »Triumph und Triumphbogen» [«El triunfo y los arcos triunfales»] ( Vorträge d e r Bibliothek W arburg [C on feren cia s d e la Biblioteca W a rbu rg, V, Leipzig, 1928, p. 153)-) Quien entra en un pasaje deja atrás, en sentido inverso, el cam ino de la puerta monum ental. (O se adentra en el mundo intrauterino.) [L 5, i] Segú n K. M eister, «Die H a u ssch w elle in Sp ra ch e und R eligion d er Röm er" [-El um bral de la casa en el le n g u a je y la relig ió n romanas»] (T rata d os d e la A c a d e m ia d e las C ien cias d e

H eild elberg . S ección b istórico-filosó fica, 1 9 2 4 -2 5 , Tratado III, H eid elb erg , 1925), los griegos - a l igual q u e ca si to d o s los d em ás p u e b lo s - n o c o n c e d e n tanta im portancia al um bral c o m o los ro m an o s. El tratad o se cen tra en el n a cim ien to de lo su b lim e co m o lo elev ad o (orig in a lm en te, el q u e es llevad o a las alturas).

419

[L 5, 2]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s «Sin embargo, aparecen sin cesar nuevas obras en donde la ciudad es el personaje esencial y más difundido y donde el nombre de París, que figura casi siempre en el título, da cuenta sufi­ cientemente de lo que le gusta al público que sea de esa manera. Cómo no se iba a desarro­ llar en esas condiciones la convicción íntima en cada lector, que todavía hoy se percibe, de que el París que conoce no es el único, ni siquiera el verdadero, sino un decorado brillantemente ilus­ trado, pero demasiado normal, del que nunca se descubrirán los tramoyistas, y que disimula otro París, el París real, un París fantasma, nocturno, inaprensible.» Roger Caillois, «París, mythe moderne» [«París, mito moderno»] (()N o u v e lle Revue Française XXV, 284, 1 de mayo de 1937 P- 6 8 7 l

[L 5. 3)

«Las ciudades, al igual que los bosques, tienen sus antros donde se oculta lodo lo más malo y lo más temible que tienen.» Victor Hugo, Los miserables, III ( O bras completos, Novela, 7, París, 1881, p. 3 0 6 ) .

[L 5, 41

Hay relaciones entre el gran alm acén y el m useo, entre los cual(es) el bazar es un eslabón intermedio. La acum ulación de obras de arte en el m useo se asemeja a la de las m ercancías allí donde, al ofrecérsele m asivamente al paseante, despiertan en él la idea de que tam bién tendría que correspon­ ded e una parte. [l 5, 51 ■La ciudad m ortuoria P ére-L ach aise... El n o m b re d e c e m e n te rio n o cuad ra c o n este lugar co n stru id o a sem eja n z a de las n e c ró p o lis del m u n d o an tigu o, p u es su d isp o sició n v erd a­ d era m en te urbana, c o n sus ca sa s para los m u ertos y sus n u m erosísim as estatu as exen tas, rep resenta a los difuntos c o m o viv ien tes en o p o sic ió n a la co stu m b re cristian a del n o rte, y está p en sad a p or co m p le to co m o p ro lo n g a c ió n de la ciu d ad d e los vivos.» (E l n o m b re p ro ­ v ien e del p ro p ietario del terren o , el c o n fe s o r de Luis XIV, y la o b ra fu e realizad a p o r N ap o ­ leó n 1.) Fritz Stahl, P arís [París ], B erlín , ( l 9 2 9 ) , pp. 1 Ê 1 -1 6 2 ..

1L 5 a]

M [E l

f ia n e u r]

«Un paisaje encantado, intenso como el opio.» M allarm é -Leer lo q u e n o está escrito.H o fm a n n s th a l «Viajo para conocer mi geografía.» U n lo c o (M arcel Réja, L'arl chez. les fous [El arle en los locos], París, 1907, p. 131). «Todo lo que está en otra parte está en París.» Victor Hugo, les M isérables [tos miserables] (O bras completas, París 1881; novela 7 P- 30; d e l pasaje: Ecce París, ecce homo).

Pero las grandes rem iniscencias, el estrem ecim iento histórico -s o n un trasto viejo que él (el fla n e u r) lega al viajero, que cree en ton ces p oder a cce d e r al g en iu s loci con un pase militar-. Nuestro amigo puede callar. Cuando sus pasos se acercan , el lugar ya ha entrado en actividad, su sim ple cercanía íntima —sin hablar, sin espíritu—le h ace señas e indicaciones. Se planta frente a Notre Dam e de Lorette, y sus pies recuerdan: aquí está el lugar donde antaño el caballo de refuerzo -e l cbeval ele renfort- se enganchaba al óm ni­ bus que subía por la calle des M artyrs hacia Montmartre. A m enudo cam bia­ ría todo su saber por dar co n el domicilio de B alzac o de Gavarni, por el lugar donde se produjo un ataque o se levantó una barricada, p o r la intui­ ción de un umbral o reco n o cer al tacto una loseta, co m o le es d ado a cual­ quier perro dom éstico. 1M h U

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L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s

La call.e.c.Qnduce al fl â n e u r a un tiem po d esap arecid o . Para él, todas las dilles d escien d en ,.si-n o -h astajas m adres, en todo caso-sí Hasta un pasado que p uede ser tanto m ás fascinante cuanto que no j 5 S su p ro p io W s'ácló 'p rF vado. Con todo”' l a ‘Callé sigue siendo siem pre el tiem po de una infancia. Pero ¿por qué la de su vida vivida? En el asfalto p o r el _que cam ina, sus pasos despiertan una .asombrosa-resonancia-.-La-luz-de-gas-, que-deseiende iluminando las-losetas,~arroja"üîïa' luz-am bigua "sobre este-doble-suelo. [M l , 2)

La em briaguez se apodera de_quien ha_caminado largo.tiem po por. las„calles_ sin nijngyjM7mefâ7B5_marcha gana con cada pasojuna viole n cia_creciente: la tentación que suponen tiendas,’ bárés~y mujeres sonrientes disminuye, cada vez más, volviéndose irresistible el m agnetism o de là- próxim a esquina, _d.e. una masa de follaje a lo lejos, del nom bre de una- calle. E ntonces llega el hambre. Él no quiere saber nada de los cientos de posibilidades que hay para calmarla. Com o un animal ascético, deambula._por,b_arrios desconocidos hasta que, totalm ente exh au st57se derrumba en su cuarto, que le recibe fría­ mente en medicTde su extrañeza. [M 1, 31 París creó.el.tipú.del flâ n e u r. Lo raro es que no fuera Roma. ¿Por qué? ¿Acaso los sueños no discurren ë'n'Roma poT calles bien dispuestas?. ¿Acaso la cílP' dad no^éstá dem asiado llena de tem plos, plazas recoletas y-santuarios.nack>_ nales com o para que, indivisa, pueda ingresar en el su eñ o .del..paseante,.œn_ cada adoquín, cada letrero com ercial, cada escalón y cada portal? Quizá tam ­ bién ten ga'algo que ver el carácter nacional de los italianos. Pues no han sido los extranjeros, sino los mismos parisinos quienes han h ech o de París la alabada tierra del fl â n e u r , el “paisaje fp_rmado-de~pura-vida», co m o lo llamó una vez Hofmannsthal. Paisaje: en eso se con vierte-de-hecho-para-el flâ n eu r. O más exactam ente: aritè'el 7 1 â- ciüdad se..separa_en_sus-polo.s dialécticos. Se le abre coíno p aisaje,le'T odea com o habitación. [ M 1, 4] La em briaguez anam nética co n la _que el flâ n e u r m archa por la ciuda_d_no sólc/se nutre.de.lojq.ue.a.éste se le presenta sensiblem ente ante los ojos, sino que a menucio. se..apropia .del m ero saber, incluso de los datôs~mïïëftos, com o de algo exp erim entado y vivido. Este saber sentido se transmite" de persona a péTsóiiá, ante" to d o oràliïïënte'. Përô en'el'curso-d el.siglo.xix cuajó tam bién en tina literatura casi inabarcable" Ya" antes de" Lëfëlivë,"q u e‘d escri­ bió París -calle por calle, casa por casa», se había pintado repetidam ente este decorad o paisajístico del ocioso soñador. La lectura de tales libros constituyó, para éste una segunda existencia, preparada ya enteram ente para la enso­ ñación, y lo que exp'erim entó-m ediante-ellos-adquirió- forma. de im agen en el paseo."del mediodía",Tintés del aperitivo. ¿Acaso-no-debió-sentir-realm ente con más intensidad bajo sus pies la 'ém'pinada. subida detrás de la iglesia de Notre Dam e de Lorette al saber que antaño, en ese lugar, cuando París tuvo sus primeros ómnibus, se enganchaba un tercer caballo, el caballo de refuerzo, al vagón? 1M 1, 51

422

El

flâ n e u r

Hay que intentar com prender la constitución moral, absolutamente fasci­ nante, d e l f l â n e u r apasionado’. La policía, que comcTën tantos otros asuntos de los~quë tràt;Tm'os; ap arece aquí co m o " verdadera experta, ofrece la siguiérite indicación en un informe de un agente secreto parisino de octubre de 1798Í?): «Es casi imposible recordar y mantener las buenas costumbres en una población amontonada en la que cada individuo, por así decir,"desconocido para todos'lqs demás, se oculta en la muchedumbre "y nó’ tiene pór~qué'‘enro¡ecerante los ojos de nadie». Cit. por Adolf Schmidt, P ariser Z ustünde w á h fén d cler Revólution [París d u ra n te la revolución], III, Jen a, 1876. ErL_Él h o m b re d e la

multitud, Poe fijó_p^a_sienipre,eLcaso del flâ n eu r, que se separa por co m ­ pleto clel tipo de paseante filosófico y adquiere los rasgos del hombre lobo que m erodea inquieto entre la selva social: ......... ............ ~ [m i , 6] Captar con el con cepto de semejanza los fenóm enos de superposición o de sobrecubrimiento que aparecen en el hachís. Cuando decim os que un rostro se asemeja a otro, esto significa que ciertos rasgos de ese segundo rostro se nos ap arecen en el prim ero, sin que por ello el prim ero deje de ser lo que era. Las posibilidades de que se dé este fenóm eno no están sujetas sin em bargo a ningún criterio, y son por tanto ilimitadas. La categoría de sem e­ janza, q(ue) para la conciencia tiene sólo una importancia muy restringida, p osee en el mundo del hachís una importancia sin restricciones. Pues en este m undo todo es rostro, todo tiene el grado de vivaz presencia que permite adi­ vinar en ello, com o en un rostro, los rasgos sobresalientes. Incluso una frase recibe, bajo estas circunstancias, un rostro (p or no hablar de una sola pala­ bra), y este rostro tiene un aspecto semejante al de la frase contrapuesta. De este m odo, toda verdad señala evidentem ente a su contraria, y por esta situa­ ción se explica la duda. La verdad se hace algo viviente, sólo vive en el ritmo en el que la frase y la contrafrase se desplazan para pensarse. [M ] a, 1] V a lé ry Larbaud sobre el «clima moral de la calle parisina». «Las relaciones comien­ zan siempre en la ficción de la igualdad, de la fraternidad cristiana. En esta muche­ dumbre lo inferior se disfraza de superior, y lo superior de inferior. Moralmente dis­ frazados lo uno y lo otro. En otras capitales el disfraz no supera prácticamente la apariencia y las gentes insisten, visiblemente, en sus diferencias, haciendo un esfuerzo, de paganos y de bárbaros, para diferenciarse. Aquí, las borran todo lo que pueden. De ahí viene esta suavidad del clima moral de la calle parisina, el encanto que hace primar sobre la vulgaridad, el dejar hacer, la monotonía de esta muche­ dumbre. Esta es la gracia de París, su virtud: la caridad. Virtuosa muchedumbre...» Valéry Larbaud, Rues et visages de París [Calles y semblantes de París], Para el álbum de Chas-Laborde, Commerce, VIII, verano de 1926, pp. 36-37. ¿Es adecuado a tri­

buir este fenóm eno a la virtud cristiana, o no actúa aquí quizá una embria­ gada asimilación, un encubrimiento, una igualación que se muestra superior, en las calles de esta ciudad, al afán de distinción social? Habría que citar la experiencia con el hachís titulada «Dante y Petrarca», y se debería medir el im pacto de la experiencia de la embriaguez en la proclam ación de los dere­ chos humanos. Todo esto se aleja en extrem o de la cristiandad. [m i a, 2]

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te ria le s

El «fenómeno de la vulgarización del espacio» es la experiencia fundamental del flâ n eu r. Dado que esto también se muestra -d e s d e otro punto de vistaen los interiores de mitad de siglo, no se puede rechazar la suposición de que el m om ento culminante del callejeo corresponda a la misma ép oca. En virtud de este fenóm eno, se percibe a la vez aún todo -aquello que sólo haya sucedido potencialm ente en este espacio. El espacio guiña los ojos al fl â ­ neur. y bien, ¿qué es lo que ha podido su ced er en mí? La relación de este fenóm eno con la vulgarización es algo que desde luego habrá que explicar. ■ Historia ■ [m ) a, 31 El baile que organizó la embajada inglesa el 17 de m ayo de 1839 tuvo que ser una verdadera fiesta de disfraces del espacio. «Se había mandado pedir para los adornos de la fiesta, además de las flores de jardines e invernaderos, que son magní­ ficas, de mil a mil doscientos rosales; se dice que no se pudieron colocar más que ochocientos en los apartamentos; pero eso puede daros ¡dea de estas magnificencias tan mitológicas. El jardín, cubierto con un toldo, estaba dispuesto como Salón de con­ versación. Pero ¡qué salón! Los ligeros arriates llenos de flores eran enormes macete­ ros que todo el mundo venía a admirar; la arena de las calles estaba oculta bajo telas frescas, llenas de atenciones hacia los blancos zapatos de raso; grandes canapés forrados con tela de china y de damasco sustituían a los bancos de hierro hueco; sobre una mesa redonda había libros, álbumes, y era un placer venir a respirar en aquel inmenso salón, desde el que se escuchaba, como un canto mágico, el sonido de la orquesta, y desde el que se veía pasar como sombras felices, por las tres gale­ rías de flores que lo rodeaban, a las alegres jovencitas que iban al baile, y a las muje­ res más serías que iban a cenar...» H. d'Almeras, la vie parisienne sous (le règne de) Louls-Philippe [/a vida parisina bajo e l reinado de Luis Felipe, (París, 1925), pp. 446447. El relato procede de la señora Girardin. ■ Interior ■ Hoy la consigna no es la complicación, sino la transparencia. (¡Le Corbusier!) [m 1 a, 41

El principio de la ilustración vulgarizadora se extiende a la gran pintura. -A los com entarios de todos los encuentros y- batallas que han de servir en el catálogo para explicar los m om entos escogidos por los pintores en sus cu a­ dros bélicos -p e ro que no cum plen su objetivo-, también se suelen añadir las fuentes de donde se han copiado. Se encuentra así a m enudo, añadido al final entre paréntesis: Campañas de España por el mariscal Suchet. - Boletín de la G rande Arm ée e informes oficiales. - G a c e la de Francia, n.°, etc. - Historia de la Revolución francesa por Mr. Thiers, volumen..., página....- Victorias y con­ quistas, t. p. - etc., etc.». Ferdinand von Gall, Paris u n d sein e Salons [París v

sus salones], I, Oldenburg, 1844, pp. 198-199.

[M 2,

i)

La categoría de la visión ilustrativa es fundamental para el flâ n e u r. Éste escribe su ensoñación, com o hizo Kubin cuando com p u so El otro lado, com o texto para las imágenes. [M 2, 2] Hachís. Se imitan ciertas cosas que se co n o cen de la pintura: prisión, puente de los suspiros, escaleras com o colas de vestido. [m 2 , 3 ]

424

El

fla n e a r

Es sabido cóm o en el callejeo irrumpen en el paisaje y en el instante tierras y ép ocas lejanas. Cuando se inicia la fase de auténtica embriaguez de este estado, laten con fuerza las venas del afortunado, su corazón adquiere el ritmo del reloj y, tanto interior com o exteriorm ente, las cosas suceden com o en uno de esos «cuadros mecánicos» que podem os recordar, tan queridos del siglo xix (y desde luego también de antes), en los que distinguimos en primer plano a. un pastor tocando la flauta, junto a él dos niños que se m ecen siguiendo el ritmo, más atrás dos cazadores a la caza de un león, y al fondo del todo un tren pasando por un puente de hierro. (Chapuis y Gélis, Le monde des automates [El mundo de los autómatas], I, París, 1928, p. 330.) ÍM 2 , 41 La actitud del fla n ea r, una abreviatura de la actitud política de la clase media en el Segundo Im perio. llVI -■ ^ Con el incesante aum ento del tráfico urbano, al final fue sólo gracias a la pavim entación «macadam» de las calles com o se pudo conversar en las terra­ zas de los cafés sin tener que gritar al oído del otro. [M 2 , 6 ) El laisser-faire del jlá n e u r tiene su equivalente incluso en los filosofemas revo­ lucionarios de la época. «Nos reímos de la pretensión quimérica (se. de SaintSimon) de reducir todos los fenóm enos físicos y morales a la ley de la atrac­ ción universal. Pero olvidamos con demasiada facilidad que ésta no era una pretensión aislada, que más bien bajo el influjo de las revolucionarias leyes naturales de la física mecánica pudo surgir una corriente filosófico-natural que vio en el m ecanism o de la naturaleza la prueba de un m ecanism o similar en la vida social y, más allá de eso, en el acon tecer general.» (Willy) Spühler, D er Saint-Simoriismus [El sansimonismo], Zúrich, 1926, p. 29IM 2 . 7] Dialéctica del callejeo por un hielo, el hom bre que se siente mirado por todo y por todos, en definitiva, el sosp ech oso; por otro, el absolutam ente ilocalizable, el escondido. Al p arecer es precisam ente esta dialéctica la que des­ arrolla El h om b re d e la multitud. [M 2 , 81 «La teo ría de la tra n sfo rm a ció n de la ciudad en ca m p o : era ... la tesis p rin cip al d e mi tra b a jo in aca b a d o so b re M au p assan t... Se h a b la b a allí de la ciu d ad c o m o d e un c o to d e ca z a , y en ge n e ra l el c o n c e p to de c a z a d o r d e se m p e ñ a b a un im p ortan te pap el (p o r eje m p lo , so b re la teoría del un ifo rm e: to d o s los ca z a d o re s tie n en el m ism o a sp e cto ).- Carta d e W iesen gru n d del 5 d e ju n io d e 19 3 5 .

M -• 91

El principio d e l callejeo en Proust. «Bastante aparte de todas esas preocupa­ ciones literarias y sin relación alguna con ello, de repente un tejado, un reflejo de sol sobre una piedra, el olor de un camino hacían que me detuviera por el puro pla­ cer que me daban, y también porque parecían ocultar más allá de lo que yo veía algo que me invitaban a venir a coger y que a pesar de mis esfuerzos no lograba descubrir.» Du cóté de chez Sw ann [Por e l cam ino de Swann], (I, París, 1 9 3 9 , p. 2 5 6 ). - Este pasaje revela con toda claridad la disolución de la antigua

425

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sensibilidad paisajística rom ántica y el nacimiento de una nueva visión rom ántica del paisaje que más bien p arece serlo de lo urbano, pues cierta­ m ente la ciudad es el verdadero territorio sagrado del callejeo. Se exp on e aquí, sin embargo, por prim era vez desde Baudelaire (en el que no ap are­ cen aún los pasajes, aunque hubiese m uchos en su é p o ca). [M 2 a, 11 Así se pasea el f l a n e a r p o r la habitación: »Cuando en alguna ocasión Joh an nes pedía perm iso para salir, solía negársele; en vez de eso, el padre le suge­ ría pasear de su m ano por el piso, de arriba abajo. A primera vista, esto era un pobre rem edio, pero... escondía algo com pletam ente distinto. La pro­ puesta era aceptada, y se dejaba en manos de Joh an nes decidir a dónde habían de ir. Salían de casa hacia una cercan a finca de recreo o a la playa, o calle arriba y abajo, tal co m o quería Joh an nes, pues el padre era cap az de todo. Entonces, mientras iban acera arriba y abajo, el padre le contaba todo lo que veían; saludaban a los que pasaban, tronaban los carruajes al pasar junto a ellos, ahogando la voz del padre; los dulces de la pastelera se m os­ traban más apetecibles que nunca...». Un texto tem prano de Kierkegaard según Eduard Geismar, Sóren K ierk ega a rd , Gotinga, 1929, pp. 12-13. Ésta es la clave para el esquem a de «viaje alrededor de mi habitación». [M 2 a, 2 ] «El industrial pasa sobre el asfalto apreciando su calidad; el anciano lo busca con cuidado, lo sigue tanto tiempo como puede, hace resonar en él con alegría su bastón, y recuerda con orgullo que él ha visto poner las primeras aceras; el poeta... camina sobre él indiferente y pensativo mascullando versos; el jugador de bolsa pasa por él calculando las posibilidades de la última subida de la harina; y el distraído resbala en él.» Alexis Martin, «Physiologie de l'asphalte» [«Fisiología del asfalto»] (íe Bohéme I, 3, 15 de abril de 1855. Charles Prodier redactor jefe).

[M 2

a, 3]

Sobre la técnica de los parisinos para habitar sus calles: «En una ocasión, vol­ viendo por la calle Saint Honoré, encontram os un ejemplo elocuente de esa industria callejera parisina que lo aprovecha todo. Arreglaban el adoquinado de una zona, tendiendo cañerías, y había quedado en mitad de la calle una isla de tierra cubierta de piedras. En medio de este terreno se había establecido enseguida la industria callejera, y cinco o seis vendedores ambulantes ofrecían útiles de escritura y agendas, cuchillería, pantallas para lámparas, tirantes, cue­ llos bordados y toda clase de pequeños artículos; incluso un auténtico buho­ nero había abierto aquí una filial, extendiendo sobre las piedras su mezcolanza de viejas tazas, platos, copas y demás, de m odo que el com ercio y el tráfico se beneficiaban del breve contratiempo, en vez de salir perjudicados. Y es que son verdaderos expertos en hacer de necesidad virtud». Adolf Stahr, Nach f ü n f J a h r e n [Después de cinco años], I, Oldenburg, 1857, p. 29(.) Todavía 70 años después, en la esquina del bulevar Saint-Germain con el bulevar Raspail, tuve la misma experiencia. Los parisinos hacen de la calle un inferior. [M 3, ll «Es muy herm oso que en el mismo París se pueda pasar directamente al campo.» Karl Gutzkow, Briefe aus París [Caitas de París], I, Leipzig, 1842, p. 6 l(.)

El

flâ n e u r

Se to ca co n ello el o tro a sp e cto del tem a. P ues, al igual que el callejeo p ued e transform ar com p letam en te París en un interior, en una vivienda cu yos cu artos son los barrios, que no están claram ente separados por um brales co m o verd ad eras habitaciones, del m ism o m odo la ciudad p u ed e abrirse tam bién alreded or del p aseante co m o un paisaje sin um bra­ les. (M 3, 21 Sin em bargo, sólo la revolución despeja definitivamente la ciudad. Aire libre de las revoluciones. La revolución deshace el hechizo de la ciudad. La Com una en La educación sentimental. La imagen de la calle en la guerra civil. [M 3, 31 La calle com o interior. Sobre el pasaje del Pont-Neuf (entre la calle G uénégaud y la calle de Seine): «Las tiendas parecen armarios». N o uve a ux tableaux de Paris ou Observations sur les mœurs et usages des Parisiens au commencement du

XIXe

siècle [Nuevos cuadros de Paris u

observaciones sobre las costumbres y usos de los parisinos a comienzos del siglo xix], I, París, 1828, p. 34.

[M3, 4]

El patio de las Tullerías, «inmensa sabana plantada de farolas de gas en lugar de bananeros». Paul-Emest de Ratier. Paris n'existe pas [París no existe], París, 1857. ■ G as ■

[M 3, 51

P asa je C olbert: «El candelabro que lo alumbra parece un cocotero en medio de una sabana». ■ G as ■ Le livre des Cent-el-Un [El libro de los denlo uno], X, París, 1833 p. 5 7 (Amédée Kermel, les passages de París [Los pasajes de París].

[M 3, 6]

Iluminación del pasaje Colbert: «Admiro la serie regular de estos globos de cris­ tal, de donde emana una claridad viva y dulce al mismo tiempo. ¿N o se diría lo mismo de cometas en orden de batalla, esperando la señal de salida para ir a vagabundear por el espacio?». El libro d e los ciento uno, X, p. 5 7 (.)

R especto a esta transform ación de la ciudad en un mundo astral, véase Otro mundo de Grandville. ■ G as B 1M 3, 71 En 1839 resultaba elegante pasear llevando una tortuga. Eso da una idea del ritmo del f l â n e u r e n los pasajes. IM 3, 8] G u stav e Claudin habría d ich o : «El día en que un filete dejó de ser un filete para convertirse en un chateaubriand, decía, en que a un guiso de cordero se le llamó un navarin, y en que el cama­ rero gritó: "¡Moniteur, reloj!" para indicar que ese periódico estaba pedido por el cliente situado bajo el reloj, ¡ese día París perdió verdaderamente su corona!». Jules Clarelie, La vie à Paris L8 9 6 [La vida en París en ¡896], París, 1897, p. 100.

[M 3, 9¡

«Allí está... desde 1845 el Jardín de Invierno -en la Avenida de los Campos Elí­ seo s-, un colosal invernadero con amplios espacios para reuniones sociales, bailes y conciertos, cuyo nom bre de Jardín de Invierno no se justifica, dado que tam bién abre sus puertas en verano.» Si la planificación urbana crea tales entrecruzam ientos de estancia y naturaleza libre, es porque responde a la

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Libro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s

profunda tendencia humana a la ensoñación, que quizá incluso constituye la verdadera fortaleza de la acidia sobre el hom bre. W oldemar Seyffarth, W ahrnebm u n g en in Paris. 1 8 5 3 n ■ 1 8 5 4 [Observaciones sobre París. 1 8 5 3 V 1 8 5 4 , Gotha, 1855, p. 130. IM 3 , 10 ) El menú en los Tres hermanos provenzales: «36 páginas para los platos, 4 para los vinos -p e ro páginas muy largas, en folio menor, con texto apretado y m uchas anotaciones detalladas—. El libro está encuadernado en terciopelo. 20 entremeses y 33 sopas. «46 fuentes de carne de vacuno, entre ellas sólo 7 de distintos bistecs, y 8 filetes.» «34 platos de caza, 47 fuentes de verdura, 71 cuencos de compota.» Julius Rodenberg, Paris bei S o n n en sch ein uncí Lamp e n lich t [París a la lu z clel sol y a la lu z ele las lám paras], Leipzig, 1867, pp. 43-44. Callejeo del menú. [M 3 a, 1 ] El mejor arte para atrapar, soñando, a la sobrem esa en la red de la tarde, es hacer planes. El fl â n e u r cuando hace planes. [m 3 a, 2] «Las ca sa s de Le C o rb u sier n o p o se e n ni esp a cia lid a d ni plasticid ad : ¡el aire circu la p o r ellas! ¡El aire se co n v ierte en el fa cto r co nstitu tivo ! ¡No vale para e llo ni el e sp a cio ni la p lástica, só lo la relació n y la in terp en etració n ! Hay un ú n ico e sp a cio in d ivisible. Entre el in terio r y el exterior, c a en las en volturas.- Sigfried G ied io n , B a u e n in F r a n k r eic h [La a rq u itec tu ra en

F r a n c ia ], (B erlín , 1928), p. 85.

[M 3 a, 31

Las calles son la vivienda del colectivo. El colectivo es un ente eternam ente inquieto, eternam ente en m ovim iento, que vive, experim enta, co n o ce y medita entre los muros de las casas tanto co m o los individuos bajo la pro­ tección de sus cuatro paredes. Para este colectivo, los brillantes carteles esmaltados de los com ercios son tanto mejor adorno mural que los cuadros al óleo del salón para el burgués, los muros con el «Prohibido fijar carteles» son su escritorio, los quioscos de prensa sus bibliotecas, los buzones sus bronces, los bancos sus muebles de dormitorio, y la terraza (del) café el mirador desde donde contem pla sus enseres dom ésticos. Allí donde los p eo ­ nes cam ineros cuelgan la chaqueta de las rejas, está el vestíbulo y el portón que lleva de los patios interiores al aire libre; el largo corredor que asusta al burgués es para ellos el acce so a las habitaciones de la ciudad. El pasaje fue para ellos su salón. Más que en cualquier otro lugar, en el pasaje se da a co n o cer la calle com o el interior am ueblado de las masas, habitado por ellas. [M 3 a, 41

La embriagada interpenetración de calle y vivienda que se lleva a cab o en el París del siglo xix - y sobre todo en la experiencia del fl â n e u r - tiene un valor profètico. Pues esta interpenetración convierte a la nueva arquitectura en una sobria realidad. Por eso observa Giedion al respecto: «Un detalle de la obra de un ingeniero anónim o: el paso a nivel se convierte en un co m p o ­ nente de la arquitectura- (en una villa). S. Giedion, La arquitectura en F ra n ­ cia, (Berlín, 1 9 2 8 ) , p. 8 9 . [M 3 a, 5 ]

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El

Jla n e u r

«En Los miserables, Hugo dio uno descripción sorprendente del laubourg Sainl-Marceau: "N o era la soledad, habió transeúntes; no era el campo, había casas; no era una ciudad, las calles tenían carriles como las carreteras y la hierba crecía en ellos; no era un pueblo, las casas eran dema­ siado altas. ¿Qué era, entonces? Un lugar habitado en el que no habia nadie, un lugar desierto en el que había alguien, más salvaje la noche que una selva, más lúgubre el día que un cemen­ terio".» Dubech-D'Espezel, Histoire de París [Historia de París], París, 1926, p. 366.

(M 3 a. 61

«El último ómnibus de caballos funcionó en la línea La Billeie-Soini-Sulpice en enero de 1913; el último tranvía a caballos en la línea Pantin-Opéra en abril del mismo año.» Dubech-D'Espezel, loe. cit, p. 463.

M ? :l- 71

«El 3 0 de enero de 1828, el primer ómnibus funcionó en la línea de los bulevares, de la Bastille a la Madeleine. La carrera costaba veinticinco o treinta céntimos, el coche se paraba donde uno quería. Tenía de dieciocho a veinte plazas, su recorrido estaba dividido en dos etapas, con la puerta Saint-Martin como punto de partida. El éxito del invento fue extraordinario: en 1829, la Compañía explotaba quince líneas, y había compañías rivales que le hacían la competencia: Tricycles, Ecossaises, Béarnaises, Dames Blanches.» Dubech-D Espezel, loe. cit., pp. 358-359. [M 3 a. 81

-A la una la g e n te se d e sp id ió , y e n c o n tré p o r prim era vez casi v a cía s las ca lle s d e París. En los b u lev a res m e c ru c é co n a lgu n as p erso n a s aislad as; en la calle Vivienne, e n la plaza d e la B o lsa , d o n d e de día hay q u e pasar a e m p u jo n e s, ni un alm a. No o ía m ás q u e m is p ro p io s p a so s y el ru m or d e algu na fu en ie , m ien tras q u e d e día n o p od ía u n o lib rarse de un ruido en so rd eced o r. C erca del Palais Royal m e e n c o n tré c o n una patrulla. Los so ld ad o s m arch ab an a a m b o s lados d e la ca lle , p eg a d o s a las ca sa s en fila india, se p a ra d o s c in c o o s e is p aso s para n o se r a ta c a d o s a la vez y p o d er ayu d arse u n o s a otros. Esto m e reco rd ó q u e al p rin cip io d e mi esta n cia en París m e a c o n se ja ro n , en c a so d e ir c o n otros, an d ar así de n o ch e p o r las c a lle s, y to m ar sin p en sa rlo un simón si tenía q u e regresar so lo a casa.* Eduard D evrien t, B r ie fe a n s P arís [C artas ele P arís 1. B erlín , 1840. p. 248.

IM 4. 1]

S o b re los ó m n ib u s. -El c o c h e r o se para, u n o su b e los p o c o s e s c a lo n e s de la có m o d a e s c a ­ lerilla y b u sca sitio en el v a g ó n , c o n d o s b a n c o s c o rrid o s a d e rec h a e izquierd a para unas 14 ó 16 p erso n a s. A p en as se ha p u esto el p ie en el v a g ó n , éste em p ieza a rod ar; el c o n ­ d u cto r ha tirad o otra vez del co rd ó n y, co n un so n o ro g o lp e en un letrero transparen te, señ a la , ad ela n ta n d o el ind icad or, q u e ha su b id o una p erso n a ; e sto ú ltim o e s el c o n tro l de a c c e so . D urante la m archa, u n o ab re c ó m o d a m e n te el m o n e d ero y p aga. Si a lg u ien se sien ta lejo s del co n d u cto r, el d in ero va d e m a n o en m a n o en tre los v iajero s, la dam a bien v estid a lo tom a del o b re ro co n m o n o azul, y éste a su vez lo p asa: to d o su c e d e d e un m odo rápid o, d e sen v u elto y sin friccio n e s. Para b a ja rse, el c o n d u c to r vu elve a tirar del cordón hasta q u e el vag ó n se d e tie n e . Si m archa cu esta arriba, lo que- n o e s raro en París, y por tan to va len ta m en te , los se ñ o re s su e len su b ir y b a ja r sin p arar el vagón.» Eduard Devrient,

C artas d e París, B erlín , 18 4 0 , pp. 6 1 -6 2 .

IM **, 2]

«Fue después de la exposición de 1867 cuando comenzaron a aparecer los velocípedos, que años más tarde obtendrían un éxito tan grande como pasajero. Digamos primeramente que bajo el Directorio se había visto a algunos incroyobles usar celeríferos, que eran velocípedos pesa-

429

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s dos y mal construidos; el 19 de mayo de 1804 se representó en el Vaudeville una pieza titulada los Celeríferos en la que se cantaba esta copla: "Vosotros, amantes del trote corto, Cocheros sin prisa, ¿Queréis llegar antes Q u e el más rápido celerífero? Remplazad desde hoy la rapidez por la maestría". Pero desde comienzos de 1868 los velocípedos circularon, y pronto llenaron los paseos públi­ cos; el Velocemen remplazó al barquero. Se abrieron gimnasios, círculos de velocipedistas y se crearon concursos para premiar la habilidad de los aficionados... Hoy, el velocípedo se acabó está olvidado.» H. G ourdon de Genouillac, Paris à travers les siècles [París a través de los sialos} V, Paris, 1882, p. 288. [M\ ^

La peculiar indecisión del flâ n eu r. Del mismo m odo que aguardar es el estado propio del contem plativo inmóvil, p arece que la duda lo es del f l â ­ neur. En una elegía de Schiller se dice: «Las alas indecisas de la mari{p)osa». Se presenta aquí la misma relación de impulsividad y sentim iento de duda que caracteriza a la em briaguez de hachís. ¡M 4 E. Th.. A. Hoffmann co m o m odelo d e flâ n e u r, El m ira d o r d el p rim o es su tes­ tam ento. Y de ahí el gran éxito de Hoffmann en Francia, donde se entendía especialm ente bien este m odelo. En las notas biográficas a la edición en cinco tom os de sus últimos escritos (¿Brodhag?) se dice: «Hoffmann nunca fue am igo de ¡a naturaleza libre. El hom bre, lo que se dice de él, las obser­ vaciones sobre él, la simple contem plación de seres hum anos, valían para él m ás que todo. En verano, cu and o iba a p asear - l o que hacía con buen tiem po todas las ta rd e s-..., difícilmente se encontraría una taberna o una confitería donde no se hubiera detenido a hablar, para com p rob ar qué gente había allí, y có m o eran», [M 4 2] Ménilmontant. «En este inmenso barrio cuyos magros salarios condenan a niños y mujeres o eter­ nas privaciones, la calle de la Chine y las que la rodean y la cortan, como la calle des Parlants y la sorprendente calle Orfilq, lan caprichosa con sus rodeos y sus bruscos recodos, con sus cercas de modera torcidas, sus glorietas deshabitadas, sus jardines desiertos convertidos otro vez en plena naturaleza, con arbustos salvajes y molas hierbas, confieren una noto de reposo y de calma única... Bajo un vasto cielo, un sendero campestre en el que la mayor parte de la gente que posa parece haber comido y hober bebido.» J,K . Huysmans, Croquis Parisiens [Croquis parisinos], París, 1886, p. 95. «La calle de la Chine». [M 4 a 3]

D ick e n s. -Siem p re q u e está d e v iaje, hasta c u a n d o está en las m o n tañ as su izas... se q u eja en su s ca rta s... d e q u e n o h a y ru ido c a lle je ro , alg o q u e le resu ltab a im p rescin d ib le para su q u e h a c e r literario. “N o p u ed o e n c a re c e r b a sta n te lo q u e e c h o d e m en o s las c a lle s ”, escri­ b ió en 28 46 d e sd e la u s a n a , d o n d e re d a ctó una d e su s g ran d es n o v elas ( D o m b ey e hijo). "Es c o m o si le p ro p o rc io n a ra n alg o a mi c e re b ro d e lo q u e n o p u e d e p rescin d ir cu an d o tie n e q u e trabajar. P u ed o escrib ir p erfecta m en te b ien en un lugar ap artad o d u ran te una

El f lâ n e u r sem an a o d o s; un día en Lon dres m e b asta en to n c e s para an im arm e y volv er d e n u ev o a la carga. P ero el esfu erz o d e escrib ir día tras día sin esta lintern a m ágica, e s ím p ro b o ... Mis p erso n a jes p a re ce n paralizarse si n o tie n en a una m ultitud alred ed or... En G én o v a... tenía al m e n o s una c a lle ilum inad a d e d o s m illas p or la q u e p od ía p asearm e p o r las n o ch e s, y un gran teatro to d as las ta rd es”.» (Franz M ehring,) «Charles D ickens», D ie N eue Z e it X X X , 1 (1 9 1 2 ), Stuttgart, pp. 6 2 1 -6 2 2 .

^ a’ ^

C aricatu ras de la m iseria; p ro b a b le m e n te b a jo los p u en tes del Sen a: «Una vagabunda duerme con la cabeza inclinada hacia adelante, su bolsa vacía entre las piernas. Su blusa está cubierta de alfileres en los que brilla el sol y lodos sus accesorios de menaje y de aseo: dos cepillos, el cuchillo abierto, la fiambrera cerrada están tan bien colocados que esta apariencia de orden crea casi una intimidad, la sombra de un interior en torno a ella». M arcel Jouhandeau, ¡mages de París [Imágenes de París], París, (1934), p. 62.

IM 5, U

. M i hermoso novio hizo furor... Fue el ¡nido de toda una serie de canciones de marineros que parecían haber transformado a todos los parisinos en gentes de mar y que les permitían ima­ ginarse paseando en barca... ¡En la rica Venecia, donde el lujo relumbra, | Donde brillan, en las aguas, pórticos dorados, | Donde se alzan grandes palacios cuyo mármol revela | O bras maestras del arte, tesoros adorados! | Yo sólo tengo mi góndola, | Viva como un pájaro, | Q u e se mece y vuela | Apenas rozando el agua.» H. G ourdon de Genouillac, íes reframs de lo rué de 1830 a 1 8 /0 [Las canciones de la calle de 1 8 3 0 a 1870], París, 1879, pp. 21-22.

«-Pero ¿qué es este vulgar estofado, que huele tan mal y que está al fuego en este caldero tan grande?... pregunta un tipo con aspecto provinciano a una vieja portera. -Eso, señor mío, son adoquines que estamos cocinando para pavimentar nuestro pobre bulevar, ¡que menuda gra­ cia!... Porque dígame si no era el paseo más agradable cuando se andaba sobre la tierra como en un jardín.» La gronde ville. N o uve a u tableau de Paris [La gran ciudad. N u e vo cuadra de París], I, París, 1844, p. 3 3 4 («El asfalto»).

'M 5’ 31 i’

"

S o b re los p rim ero s óm nib u s: «Acaba de crearse ya una competencia, las Damas blancas ... Estos coches están completamente pintados de blanco, y los cocheros, vestidos de... blanco, tocan con el pie en la bocina la música de la Dama blanca: "La Dama blanca le mira...'». N adar, Q u a n d je ta is photograph [Cuando ero fotógrafo], París, (1900), pp. 301-302 («1830 y alrededores»).

^

^

E n una o c a sió n , M usset llam ó a a q u ella parte d e los b u lev ares q u e se en cu en tra detras del Teatro d e V ariedades, y q u e n o era frecu en ta d a p or los flâ n e urs, las grand(e)s, Indias.

[M 5, 51 El flâ n e u r es el observador del m ercado. Su saber está cercan o a la ciencia oculta de la coyuntura económ ica. Es el explorador del capitalismo, enviado al reino del consum idor.

tM 5’ 61

El fl â n e u r y la m asa: el «Sueño parisiense» de Baudelaire podría ser muy ins­ tructivo al respecto.

431

lM 5’ 71

L ibro d e lo s P a s a je s . A p u n tes y m a te ria le s

La ociosidad del flâ n eu r es una manifestación contra la división del trabajo. [M 5. 81 El asfalto se em p leó prim eram ente para las a cera s.

[M 5. 91

-Lina ciu d ad c o m o Londres, d o n d e se p u ed e p a se a r d u ran te h o ras sin lleg ar ni siq u iera al p rin cip io del final, sin en co n tra r el m ás m ín im o sig n o q u e in d iq u e la c e rc a n ía del c a m p o llano, es algo m uy particular. La co lo sa l centralización, la a cu m u la ció n d e tres m illo n es y m edio d e p erso n a s en un pu nto, ha c e n tu p lic a d o su fu erza; ha a u p a d o a L on d res a se r la capital co m e rcia l del m un do, ha c re a d o los in m e n so s m u elles y ha reu n id o los m iles de b a rco s q u e cu b re n co n tin u a m e n te el T á m e sis... P ero só lo m ás tard e se d e sc u b re el sa c ri­ ficio q u e to d o e s to ha c o sta d o . C u an d o ya se ha p isa d o el ad o q u ín d e las ca lle s p rin c i­ p ales d u ran te un par de d ía s..., se o b serv a q u e esto s lo n d in e n se s tu vieron q u e sacrificar la m e jo r p arte d e su h um anid ad para h a c e rse p le n a m e n te c o n tod as las m arav illas d e la civilización... El tráfago ca lle jero tie n e ya alg o re p e le n te , alg o con tra lo q u e se reb ela la natu­ raleza h u m ana. E stos c ie n to s d e m iles d e to d a s las c la se s y n iv eles s o c ia le s, q u e pasan u n o s ju n to a o tro s, ¿no so n to d o s h o m b res, c o n las m ism as cu a lid a d es y ca p a c id a d e s , y co n el m ism o in terés p o r s e r fe lices? ¿Y n o in ten tan to d o s a lc a n z a r al fin su fe licid a d p or un m ism o m ed io y un m ism o cam in o ? Y a p esa r d e e sto , p asan c o rrie n d o u n o s ju n to a o tros c o m o si n o tu vieran nada en c o m ú n , c o m o si n o tu vieran n ad a q u e h a ce r ju n to s, "’sien d o el ú n ico a cu erd o en tre ello s , tá cito , el d e q u e c ad a u n o se m an ten g a en su res­ p ectiv o lad o d e re c h o de la a cera , para q u e las d o s c o rrie n te s d e satad as d e la m ultitud no se d e ten g a n en tre sí; y, co n to d o , n a d ie se digna m irar al o tro a u n q u e sea un in stan te. La brutal in d iferen cia , el in sen sib le aisla m ie n to d e c ad a u n o en to rn o a su s in te re se s p riv a­ dos, ap arece en toda su hiriente crudeza cu an to m ás se confin a a estos individuos en un esp a­ cio escaso ; y aun que sep am o s q u e este aislam iento del individuo, este estúpid o egoísm o, es en to d as p a rles el p rin cip io b á sic o de n uestra s o c ie d a d actu al, éste n o a p a re c e tan d e s­ verg o n z a d a m en te al d escu b ierto , tan c o n s c ie n te d e sí, c o m o aquí, en el h erv id ero d e la gran ciudad .- Friedrich E ngels, D ie ¡.age d e r a r b e ite n d e n K lasse in E n g la n d [La situ a c ió n

d e la c ia s e t r a b a ja d o r a en Inglaterra], Leipzig, 21848, pp. 3 6 -3 7 (-Las g ran d es ciu d ad es-). [M 5 a, 1] «Entiendo por bohemios esa clase de individuos cuya existencia es un problema, su condi­ ción un mito, su fortuna un enigma, que no tienen residencio estable, ningún lugar recono­ cido adonde ir, que no se encuentran a gusto en ningún sitio, y que ¡uno se encuentra en todas partes!, que no tienen una única profesión, y que ejercen cincuenta oficios; individuos que en su mayoría se levantan por la mañana sin saber dónde cenarán por lo noche; ricos hoy, hambrientos mañana; dispuestos a vivir honestamente si pueden, y de otro modo si no pueden.» Adolphe D'Ennery y G rangé, «Les bohémiens de Paris» [«Los bohemios de París»] (L'Ambigu-Comique, 2 7 de septiembre de 1843), París («M agasin ThéatraU], pp. 8-9. [M 5 a, 2] «De Saint-Mortin atravesando el pórtico, Pasó como un rayo el Omnibus romántico.» [Léon Gozlan,] Le triomphe des Omnibus. Poème héroï-comique [El triunfo de los Ómnibus. Poema heroico-cómico], París, 1828, p. 15.

432

[M 6, 1]

E l f lâ n e u r "Cuando se proyectó abrir en B.tviera la primera línea térrea, la lacultad de medicina de Lrlangen dictam inó en su informe...: la elevada velocidad produce... enferm edades cerebrales, e incluso la mera vista del tren pasando a toda velocidad puede provocarlas, por lo que es conveniente al m enos colocar a am bos lados de la vía una valla de cin co pies de alto.- Egon Friedell, Kulturges-

cbichte deriXettzeit [Historia d e la cultura contemponimxA, 111. Munich, 1931, p. 91 •

(M 6, 21

“D esd e a p ro x im a d a m e n te 1 8 -0 -.. cu n d ían ya p o r toda E u ropa los ferrocarriles y los b arcos d e vap or; se e x a lta b a n los n u ev o s m ed io s d e tra n sp o rte ... las e sc e n a s, cartas y relatos de viaje eran el g é n e ro p referid o d e a u to res y lecto res.- Egon Friedell, H istoria d e la cu ltu ra

c o n tem p o r á n ea , 111. M unich, 1931, p. 9 2 .

IM 6- 31

La s ig u ie n te o b se rva c ió n es característica de los p la n te a m ie nto s de la época: «Cuando se va en barco por un río o por un lago, el cuerpo no tiene ningún movi­ miento activo... la piel no experimenta ninguna contracción, sus poros perm anecen abiertos y aptos para absorber todas las emanaciones y los vapores en medio de los cuales se encuentra. La sangre... queda... concentrada en las cavidades del pecho y del vientre, y casi no llega a las extremidades». J.-F. Doncel, De l'influence des voyages sur l'homme et sur ses maladies. O uvrag e spécialem ent destiné aux gens du monde [Sobre la influencia de los viajes en e l hom bre y en sus enferm e­ dades. O b ra especialm ente destinada a la gente de mundo], París, 1846, p. 92 («Des promenades en bateau sur les lacs et les rivières» [«Sobre los paseos en barco por lagos y ríos»]). lM 6, 4] Notable distinción entre e\ flâ n e u r y el mirón: «N o obstante, no vayamos a confundir el flâneur con el mirón: hay un matiz... El simple flâneur... está siempre en plena posesión de su individualidad. La del mirón, por el contrario, desaparece, absorbida por el mundo exterior... que lo golpea hasta la embriaguez y el éxtasis. El mirón, ante el influjo del espectáculo que ve, se convierte en un ser impersonal; ya no es un hom­ bre: es público, es muchedumbre. Naturaleza aparte, alma ardiente e ingenua llevada a la ensoñoción... el verdadero mirón es digno de lo admiración de todos los corazones rectos y sinceros». Victor Fournel, Ce qu'on voit dans les rues de Paris [io que se ve en las calles de Paris], París, 1858, p. 263 («L odyssée d'un flâneur dans les rues de Paris» [«La odisea de un "flâneur" en las calles de París»]).

[M 6, 51

La fantasmagoría del flâ n e u r, leer en los rostros la profesión, el origen y el carácter. IM 6 , 6 ) En 1851 h abía aún un serv icio regular d e posta en tre París y V enecia.

[M 6. 7]

Sobre el fenóm eno de la vulg a riza c ió n del espacio: «El sentido del misterio -ha escrito Odilon Redon, cuyo secreto había aprendido en Vinci- consiste en permanecer todo el tiempo en el equívoco, en las dobles y triples apariencias, en las sospechas sobre el aspecto (imágenes en imágenes], formas que van a ser, o que serán, según el estado de ánimo del observador Cosas todas más que sugestivas, puesto que aparecen». Cit. en Raymond Escholier, «Artiste» [«Artista»] (en Arts et métiers graphiques, 1 de ¡unió de 1935, n.° 4 7 p. 7).

[M 6 a, 1]

El flâ n e u r de la noche. «Moñona, tal vez... el noctambulismo habrá muerto. Pero ol menos habrá vivido bien durante los treinta o cuarenta años que habrá durado... El hombre puede des­

433

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te ria le s cansar de cuando en cuando: las paradas y las pausas le están permitidas, pero no tiene dere­ cho a dormir.» Alfred Delveau, les heures parisiennes [Las horas parisienses], París, 1866, pp. 2 0 0 y 206 («Deux heures du matin» [«A las dos de la mañana»]). - Q u e la vida nocturna go z a b a de una am plia difusión, se d e d u ce ya del h e c h o de q u e seg ú n D elvau (p. 163) los [M 6 a, 2]

co m ercio s cerrab an a las 10.

En la o p e r e ta d e B a r ré , R a d e t y D e s fo n ta in e s (,) M . D u re lie f ou pe tite revue des embellissemens de París [M. D u re lie f o p e q u e ñ a revista d e los em bellecim ientos de París] (Tea­ tro del Va ud eville, 9 de ¡unió de

1810), París, 1810 (,) P a rís, b a jo la fig u ra de u n a

m a q u e ta de M. D u r e lie f, ha e n tr a d o en e l e s c e n a r io . El c o r o a s e g u ra « Q ué a g ra d a b le e s p o s e e r París entero en el salón» (p. 20). El a rg u m e n to d e la p ie z a e s u n a a p u e s ta e n tr e el a r q u ite c to D u r e lie f y el p in to r F e rd in a n d ; si el p rim e r o o lv id a a lg ú n e m b e ­

lliss em e n t en su m a q u e ta d e P a rís, F e rd in a n d te n d rá d e in m e d ia to la m a n o d e su h ija V ic to r in e , d e lo c o n tr a r io te n d rá q u e e s p e r a r d o s a ñ o s . S u c e d e q u e el e s c u lt o r a c a b a o lv id a n d o a S. M . la e m pe ra triz M a ría Luisa, el «a d o rn o más bello» d e P arís. [M 6 a, 31

La ciu d ad es la realización del viejo su eñ o h um ano del laberinto. Esta realidad es la que p ersigu e el f l â n e u r sin sab erlo. Sin sab erlo , p ues no h ay p or otra parte nada más n ecio que la tesis habitual que racionaliza su co n d u cta y con stituye el punto de partida indiscutido de la in ab arca­ ble literatura que e x p lica el f l â n e u r p or su co n d u cta o su figura: la tesis de que ha estudiado la fisonom ía de los hom bres para leer en su m od o de andar, su constitución física y sus gestos (?), la nacionalidad, el nivel e c o ­ n óm ico, el ca rá cte r y el destino de la gente. Q ué acu cian te tuvo que ser el interés en ocultar sus m otivos para dar pábulo a una tesis tan insulsa. [M 6 a, 4]

En «El viajero», de M axime Du Camp, el f l â n e u r adopta el disfraz de viajero: «- Tengo miedo de detenerme; es el Instinto de mi vida; El amor me da mucho miedo; no quiero amar. - ¡Camina, puesl ¡Caminal, oh pobre miserable, retoma tu triste camino y sigue tus destinos». M axim e Du Camp, Les chants modernes [Los cantos modernos], París, 1855, p. 104. (M 7, 1] Litografía. «Los cocheros de coches de punto enfrentados con los de los Omnibus.» S(ala) d(e las) E(slampas).

[M 7, 2]

En 1853 h ay ya estad ísticas o ficia le s so b re el tráfico u rb a n o en alg u n o s p u n tos p rin cip ales d e P arís. «En 1853, treinta y una líneas de ómnibus circulaban por París, y es digno de señalor que, salvo escasas excepciones, a estas líneas se las denominaba más o menos con las mismas letras que a nuestros autobuses actuales. Y así "Madeleine-Bastille" ya era la línea E». Paul D'Ariste, la vie et le monde du boulevard ¡ 1830■ 18701 [La vida y e l mundo d e l bulevar f 183018701], París, (1930), p. 196.

[M 7, 31

El

flâ n e u r

En los tran sbo rd o s de los o m n ib u s se llam aba a los v iajeros p or n ú m ero de ord en , al que le n ia n q u e re sp o n d er para c o n se rv a r el d e re c h o a una plaza (1 8 5 5 ).

IM 7, 4]

«La hora de la absenta... data de la expansión... de la prensa pequeña. En otro tiempo, cuando sólo había grandes periódicos serios... no había hora de la absenta, la hora de la absenta es la resultante lógica de los Echos de Paris y de la Chronique.» G abrièl Guillemot, Le bohémien (Physionomies Parisiennes! [El bohemio (Fisonomías parisinas)], París, 1869, p. 72.

[M 7, 51

Louis Lurine, Le treizièm e arrondissem ent d e Paris [El distrito trece d e Parié, Paris, 1850, es uno de los testigos más destacados de la fisonomía propia del barrio. El libro presenta notables peculiaridades estilísticas. Personifica el barrio; expresiones com o: «El distrito trece sólo se entrega al amor de un hombre cuando éste encuentra en él vicios que amar» (p. 2 1 6 ) no son en él ninguna excep ción . [M 7, 61 «¡La calle es bella!» de D id erot es una de las exp resio n es favoritas de los.cronistas del callejeo. [M 7 , 7] Sobre la ley e n d a del flâ n e u r. «Con ayuda de una palabra que oigo al pasar, reconstruyo toda una conversación, toda una vida; el acento de una vo z me basta para unir el nombre de un pecado capital al hombre que acabo de rozar con el codo y del que he entrevisto su perfil». Victor Fournel, C e qu'on voit dans les rues de París [Lo que se ve en las calles de Paris], Paris, 1 8 5 8 , p. 2 7 0 .

[M 7, 81

En 1 8 5 7 aún salía a las 6 d e la m añan a de la colle Pavée-Saint-André un c o c h e s de postas c o n d e stin o a V en ecia, q u e h a cí(a ) el v ia je en seis sem an as. Cfr. Fou rn el, Lo que se ve en las calles de Paris, P aris, 1 8 5 8 , p. 273-

IM 7, 9]

En los omnibus había un indicador que señalaba el núm ero de pasajeros. ¿Para qué? Com o advertencia para el revisor, que cobraba los billetes. ÍM 7,10] «Es de resaltar... que el ómnibus parece aplacar y petrificar a todos cuantos se le acercan. A la gente que vive de los viajeros... se la reconoce normalmente por una agitación grosera... de la que sólo los empleados del ómnibus se libran. Se diría que de esta pesada máquina se escapa una influencia plácida y soporífera, parecida a la que adormece a las marmotas y a las tortugas al comienzo del invierno.» Victor Fournel, Lo que se ve en las calles de París, París, 1858, p. 283 («Cochers de fiacres, cochers de remise et cochers d'omnibus» [«Cocheros de coches de punto, cocheros de alquiler y cocheros de ómnibus»)).

[M 7 a, 1]

«En el momento de la publicación de los Misterios de París, nadie, en ciertos barrios de la capi­ tal, dudaba de la existencia de Tortillard, de la Chouette, del principe Rodolphe.» Charles Louandre, Les idées subversives de notre temps [ios ¡deas subversivas de nuestro tiempo], París, 1872, p. 44.

[M 7 a, 21

El p rim er p ro y ecto d e ó m n ib u s p ro c e d e d e P ascal, y se realizó c o n Luis XIV, desde luego c o n la sign ificativa lim itació n d e «que los soldados, pajes, lacayos y demás gente de librea,

435

Libro d e lo s P a sa je s. A p u n tes y m a te r ia le s incluso los peones y mozos de carga, no podrían entrar en las dichas carrozas». En 1828 se introd ucen los óm nib u s, co n un cartel q u e advierte: «Estos coches... avisan de su paso mediante un juego de trompetas de nueva invención». Eugène D'Auriac, Histoire anecdotique de l'industrie française [Historia anecdótica de la industria francesa], París, 1861, pp. 2 5 0 y 281. [M 7 a, 31

Entre los fantasmas urbanos está «Lambert" —una figura inventada, quizá un flâ n e u r—. En cualquier caso, se le adjudicó el bulevar com o escenario de sus apariciones. Había un fam oso cuplé con el estribillo »¡Eh, Lambert!-. Delvau le dedica una sección (p. 22 8 ) de sus Lions d u jo u r [Los leones d el día], (París, 1867). [M 7 4 ] En el capítulo «El pobre a caballo», de Los leones d e l día, Delvau describe a un cam pesino en el entorno urbano. «El jinete era un pobre diablo al que sus medios le prohibían ir a pie, y que pedía limosna como otro hubiera preguntado por una dirección... Este mendigo..., con su pequeña jaca de salvajes crines y piel basta como la de un burro campesino, permaneció mucho tiempo en mi mente y ante mis ojos... Ha muerto, rentista.» Alfred Delvau, lo s leones d el día, París, 18Ó7, pp. 116117 «El pobre a caballo». [M -¡ 5]

Con la intención de destacar el nuevo sentimiento de los parisinos hacia la naturaleza, superior a toda tentación gastronóm ica, escribe Rattier: «Ante su choza de hojas, un faisán desplegaría seductor las plumas de oro y rubíes de su penacho y de su cola..., y los saludaría... como un nabab del bosque». Paul-Ernest de Rattier, París n'existe pas [París no existe], París, 1857, pp. 71-72 ■ G randville ■ [M 7 a, 6] «N o es en absoluto el falso París el que crea al mirón... De flâneur como era, por las aceras y ante los escaparates, hombre nulo, insignificante, insaciable de saltimbanquis, de emociones baratas; extraño a todo lo que no sea piedra, coche de punto, farola de gas... se ha convertido en labrador, en viticultor, en industrial de la lana, del azúcar y del hierro. Ya no se queda estu­ pefacto ante los hábitos de la naturaleza. La germinación de la planta ya no le parece ajena a los procedimientos de fabricación empleados en el faubourg Saint-Dénis.» Paul-Ernest de Rattier, París no existe, París, 185^ pp. 74-75.

[M §_ 1]

En su panfleto El siglo maldito, París, 1843, dirigido contra la corrup ción de la sociedad contem poránea, Alexis Dumesnil adopta la ficción de Juvenal de que la multitud se paraliza súbitam ente en el bulevar, registrándose en ese instante los pensam ientos y aspiraciones de cada uno (pp. 103-104). [M 8, 2] «El contraste en tre la ciud ad y el ca m p o ... es la ex p resió n m ás crud a de la su b ord in ació n del individuo a la división del trabajo y a una determ inada actividad q u e se le im pone, una subor­ din ació n q u e h ace de uno un estú p id o anim al u rb ano, y del otro un estú p id o anim al de cam p o-, ((Karl M arx y Friedrich Engels, D ie d en tsch e Id eolog ie [La id eo lo g ía alem an a}), A rchivo M arx-Engels, Frankfurt a/M, D. Rjazanov (é d .), I, (1928), pp. 2 7 1 -2 7 2 .)

[M 8, 31

El

Jla n e u r

En el «Arco del Triunfo»; -R uedan sin parar, ca lle arriba y a b a jo , los ca b rio lé s, ó m n ib u s,

b iron d elles, v e lo cíp ed o s, citadiu es, D a m es b la n c b e s y c o m o q u iera q u e se llam en e so s tran sp o rtes p ú b lico s, ju nto c o n los in n u m era b les u ’hlskys, b erlin as, carro zas, jin e te s y am a­ z o n a s.. L. R ellsiab , P arís im F iiib ja h r 1843 IP arís a p r in c ip io s d e 1843). I, Leipzig, 1844, p. 212. El a u to r habla ta m b ién de un ó m n ib u s q u e in d ica b a su d e stin o en una b an d era. IM 8, 4] H acia 1 8 5 7 Ccfr. H. de P én e , P arís in tim e [París íntimo], París, 1859, p. 2 2 4 ) la imperial de los ó m n ib u s esta b a pro h ib id a a las m ujeres.

IM 8, 51

«El genial Vautrin, oculto bajo la apariencia del abad Carlos Herrera, había previsto el entu­ siasmo de los parisinos por los transportes comunitarios cuando invirtió lodos sus fondos en estos empresas con el fin de darle una dote a Luden de Rubernpré.» Une piom enade ó travers Parts

ctu lemps des romanliques [Un poseo p o r París en el tiempo de los románticos], Exposición de la Biblioteca y de los Trabajos históricos de la C iudad de París [1908; aul.: Poete, Beourepaire, Clouzol, Heniiot], p. 28.

IM 8. 6]

«El que ve sin oír está mucho más... inquieto que el que oye sin ver. Tiene que haber aquí un factor significativo para la sociología de la gran ciudad. Las rela­ ciones de los hombres en las grandes ciudades... se caracterizan por una acen­ tuada preponderancia de la actividad de la vista sobre la del oído. Y ello... sobre todo, a causa de los medios de comunicación públicos. Antes del desa­ rrollo que en el siglo diecinueve experim entaron los ómnibus, los ferrocarriles, los tranvías, la gente no tenía ocasión de poder o de tener que mirarse unos a otros durante minutos u horas sin hablarse.» G. Sirmmel, M é la n g e s de philosop h ie rélativiste. C o ntributio n á la culture p hilo so p hiq ue [M e zc la s de filosofía relativista. C o ntribució n a la cultura filosó fica], París, 1912, pp. 26-72 («Essai sur la soclologie des sens» [«Ensayo sobre la sociología de los sentidos»]). Este

h ech o , que Simmel relacion a con un estad o de inquietud e inestabilidad, participa por lo d em ás, hasta cierto punto, de la fisognóm ica vulgar. Hay que estudiar la diferencia entre esta fisognóm ica y la del siglo xvui. IM 8 a. il «París... viste con viejos números del Constitutionnela un espectro, y crea a C hodruc Duelos.» Víc­ tor Hugo, O bras completos, N ovela 7, París, 1881, p. 32 [ios miserables, III).

IM 8 a, 21

Sobre V íc to r Hugo: «La mañana, para él, era el trabajo inmóvil; la tarde, el trabajo errante. A do­ raba los imperiales de los ómnibus, esos balcones rodantes, como él los llamaba, desde donde podía estudiar a gusto los diversos aspectos de la ciudad gigante. Decía que el guirigay ensor­ decedor de París le producía el mismo efecto que el mar». Édouard Drumonl, Figures de bronze ou statues de neige [Figuras de bronce o estatuas de nieve], París, (1900), p. 25 («Víctor Hugo»). [M 8 a, 3) Aislada e x iste n cia de los barrios: todavía a m ed ia d o s d e siglo se c o n ta b a de la isla SaíntLouís q u e c u a n d o una m u ch a ch a n o tenía allí b u en a fam a, tenía q u e b u scar a su futuro e s p o s o fuera d el barrio.

437

8 a- 41

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te r ia le s «¡Oh noche! ¡Oh refrescantes tinieblas!... en los laberintos pétreos de una capital, centelleo de estrellas, explosión de farolas, ¡eres los fuegos artificiales de la diosa. Libertad!» Charles Boudelaire, Le spleen de París [El spleen de París], París, ed. Hilsum, p. 203 (XXII, «El crepúsculo de la tarde»),

[M 8 a, 5]

N om bres d e los ó m n ib u s h a cia 1840 seg ú n G a éta n N iép ov ié, Études physíologíques sur les grandes mélropoles de l'Europe occidentale [Estudios fisiológicos de las grandes metrópolis de Europa occidental], París, 1840, p. 113: Parisinas, Golondrinas, Ciudadanas, Vigilantes, Aglayas, Deltas.

[M 8 a, 6]

París com o p a isa je q u e se halla en tre los p in to res: «Levante la cabeza cuando atraviese la calle Notre-Dame-de-L'orette y fije su mirada en alguna de las azoteas que coronan las casas, según la moda italiana. Es imposible que no vea destacarse a siete pisos del nivel de calle algo parecido a esos maniquíes que se ponen en los campos para servir de espantapájaros... Primero es una bata en la que se funden, sin armonía, todos los colores del arco iris, un pantalón con bajos de una forma desconocida, unas zapatillas imposibles de describir. Bajo estas ropas bur­ lescas se oculta un joven pintor». París chez soi [París en casa], París, (1854), pp. 191-192 (Albéric Second, Rué Notre-Dame-de-Lorette [Calle Nolre-Dame-de-Lorette]).

[M 9, 1]

G effro y b a jo la im p resió n d e las o b ra s d e M eryon : «Son las cosas representadas las que apor­ tan a quien las mira la posibilidad de soñarlas». Gustave Geffroy, Charles M eryon, París, 1926, P- 4 '

fM 9, 2]

«¡El ómnibus, ese Leviatán de la carrocería, y esos c o ch es tan numerosos que se entrecruzan con la rapidez del relámpago!» Théophile G autier [en Edouard Fournier, París démoli [París demo­ lido], segunda edición, con un prefacio de M. Théophile Gautier, París, 1855, p. IV(]). (E ste p ró ­ lo g o a p a re ció -p r o b a b le m e n te c o m o crítica de la prim era e d ic ió n - en el M on iteu r u n iversel d e 21 d e e n e r o de 1854. P od ría ser total o p a rcialm en te id é n tico al M osa ico de ruinas de G au tier e n París et les Parisiens au

X IX

siécle [París y los parisinos en e l siglo

x tx ],

París, 1856.) [M 9, 3J

■Los tie m p o s m ás h e te ro g é n e o s co n v iv en en la ciudad . C u and o se sale d e una casa del siglo xvm para en tra r en una del xah, se d e scie n d e v e rtig in o sam en te p or la p en d ie n te del tiem p o; ju sto al lad o hay una iglesia del p erio d o g ó tico q u e n os p re cip ita en la profundidad ; b a s­ tan un p ar d e p a so s, y esta m o s en una c a lle del tie m p o de los a ñ o s fu n d a cio n a le s..., su b i­ m os la m o n tañ a del tie m p o . Q u ie n ca m in a p o r una ciu d ad se sie n te c o m o en un te jid o o n í­ rico d o n d e a un su c e s o d e h o y ta m b ién se le ju nta u n o del m ás re m o to p asad o. U na casa se ju nta a o tra, da igual d e q u é é p o c a s sea n , y así n a c e una ca lle . Y m ás ad e lan te, c u an d o esta c a lle , a u n q u e sea d e la é p o c a de G o e th e , d e se m b o c a en otra, a u n q u e sea d e la é p o c a gu illerm ina, surge el barrio. Los p u n to s cu lm in a n te s d e la ciu d ad so n sus plazas, d o n d e no só lo co n v erg en rad ialm en te m u ch as ca lles, sin o las co rrie n te s de su h istoria. A p en as aflu­ yen a ella s, se ven ro d ea d a s, y los b o rd es de la p laza so n la orilla, d e m o d o q u e la m ism a form a e x te rio r d e la plaza da idea d e la h istoria q u e se d esarrolla en e lla ... C o sas q u e no llegan , o a p en a s, a ex p re sa rse en los a c o n te c im ie n to s p o lítico s, se d e sp lieg a n en las ciu ­ d ad es, q u e so n un instru m ento de altísim a p re cisió n , sen sib les c o m o un arpa e ó lic a , a p e sa r d e su p e s a d e z p étrea , a las v ib ra cio n es d el v ien to de la h istoria viva.» Ferd in and Lion,

El

flâ n e u r

G esch ich te b iolog isch g eseh en [ l a h istoria d es d e un p u n to d e vista biológico], Zúrich/Leipzig, (1 9 3 5 ), pp. 1 2 5 -1 2 6 , 128 (»Apunte so b re las ciu d ad es-).

[M 9, 4]

D elvau p re ten d e c o n o c e r en el c a lle jeo las ca p a s s o c ia le s d e París c o n tan p o c o esfu erzo c o m o u n g e ó lo g o las ca p a s de la tierra.

[M 9 a, 1]

El hombre de letras - «Para él las realidades más punzantes no son espectáculos: son estudios.» Alfred Delvau, Les dessous de Paris [/os bajos fondos de París], París, 1860, p. 121. [M 9 a, 2] «Un hombre que se pasea no debería tener que preocuparse de ios riesgos que corre o de las reglas de la ciudad. Si se le ocurre una idea divertida, si una tienda curiosa se le ofrece a la vista, es natural que, sin tener que hacer frente a peligros que nuestros antepasados ni siquiera hubie­ ran imaginado, quiera atravesar la calzada. Pues bien, hoy no puede hacerlo sin tomar mil pre­ cauciones, sin interrogar al horizonte, sin pedir consejo a la jefatura de policía, sin mezclarse con un grupo atontado y zarandeado cuyo camino está trazado de antemano por vallas de metal bri­ llante. Si intenta reunir !os pensamientos caprichosos que se le ocurren y que las vistas que la calle le ofrece estimularán aún más, se ve ensordecido por las bocinas, agobiado por los altavoces..., desmoralizado por los fragmentos de charlas, de informaciones políticas y de ja z z que se esca­ pan solapadamente por las ventanas. También en otro tiempo, sus hermanos los mirones, que caminaban tranquilamente por las aceras y se iban parando un poco por todas partes, daban a la marea humana una paz y una tranquilidad que ha perdido. Ahora se ha convertido en un torrente que a uno lo envuelve, lo empuja, lo arroja, lo arrastra de un lado a otro.» Edmond Jaloux, «Le dernier flâneur» [«El último flâneur»] (¿e Temps, 22 de mayo de 1936).

[M 9 a, 31

«Salir cuando nada le obliga, y seguir su inspiración como si sólo el hecho de torcer a derecha o a izquierda constituyera ya un acto esencialmente poético.» Edmond Jaloux, «El último flâneur» [Le Temps, 22 de mayo de 1936). ■

ÍM 9 a, 4]

«Dickens... no podía vivir en Lausana porque para componer sus novelas necesitaba^ el inmenso laberinto de las calles de Londres por las que él vagabundeaba sin parar... Thomas de Quincey... Baudelaire nos dice que era "una especie de peripatético, un filósofo de la calle, que medí* taba sin parar a través dei torbellino de la gran ciudad".» Edmond Jaloux, «El último flâneur» (le Temps, 22 de mayo de 1936).

IM 9 a, 5]

«La obsesión de Taylor, de sus colaboradores y sucesores, es la "guerra a! callejeo"». Georges Friedmann, La crise du progrès [La crisis del progreso], París, (1936), p. 76.

[M 10, I l

Lo u rb a n o en B a lz a c : «La n atu raleza se le p re se n ta m á g ic a m e n te c o m o el a rc a n o de la m ateria. S e le p re sen ta sim b ó lic a m e n te c o m o re fle jo de las en erg ía s y d e los esfu erzo s h u m a n o s: en el e m b a te b ra v io d e las o la s e n c u e n tra "la exaltación de las fuerzas huma­ nas"; e n el d is p e n d io de a ro m a s y c o lo r e s de las flo re s, la escritu ra cifrad a del an h elo am o ro so . La n a tu ra lez a siem p re sig n ifica para él alg o d istin to , una in d ica ció n para el esp íritu . No c o n o c e el m o v im ien to in v erso : la re in m ersió n del h o m b re en la naturaleza, la relajad a a rm o n ía c o n las estrella s, las n u b es, el v ie n to . La te n sió n de la existen cia h u m an a le a b so rb ía p o r com p leto». Ernst R o b ert Curtius, B a lz a c , B o n n , 1923, pp. 468-469. [M 10, 21

L ib ro d e lo s P a sa je s. A p u n te s

y

m a te r ia le s

-B alzac vivió una vida... d e im p la ca b le p lisa y de p re co z d erru m bam ien to, c o m o la lucha p o r la ex isten cia en la so cied a d m o d ern a le ha im p u esto al h ab itan te d e las gran d es ciu ­ d ad es... La existen cia de B a lz a c e s el prim er e je m p lo d e q u e un g e n io co m p arte esta vida y la vive c o m o suya-, Ernst R o b ert C u rtáis, Balzac, B o n n , 1923, pp. 464-465. En to rn o a la cu estió n del ritm o, hay q u e cita r lo siguiente.- -La p o esía y el arte... n a ce n de una "rápida visión de las c o sa s ... En Séraphila la rapid ez se m en cio n a c o m o un rasg o ese n c ia l d e la intuición artística: "esto vista interior cuyas rápidas percepciones van (royendo uno tras otro al alma, como sobre una tela, los paisajes más diversos del globo"-. Ernst R o b en C u rtáis, B a l­ zac, Bonn, 1923, p. 445. [M 3)

«Si Dios ha marcado... el destino de cada hombre en su fisonomía..., ¿por qué la mano no resu­ mirá la fisonomía, dado que la mano es lo acción humana entera y su único medio de manifes­ tarse? De ahí la quiromancia... Predecirle a un hombre los acontecimientos de su vida por la forma de su mano no es un hecho más extraordinario... que el de decirle a un soldado que va a luchar, a un abogado que va a hablar, a un zapatero que va a hacer zapatos o botas, a un labrador que va a abonar la tierra y a trabajarla. ¿Elegimos un ejemplo sorprendente? El genio es visible de tal manera en el hombre, que paseándose por París la gente más ignorante adivina a un gran artista cuando pasa... La mayoría de los observadores de la naturaleza social y pari­ sina pueden decir la profesión de cualquiera que pase con sólo verlo venir.» Honoré de Balzac, ,

le cousin Pons [El primo Pons] ([Œ u vre s complètes [Obras completas], XVIII, Scènes de la vie parisienne [Escenas de la vida paris/no], VI, Paris, 1914, p. 130).

[¡y] jo 4]

«Lo que los hombres llaman amor es algo muy pequeño, muy restringido y muy débil, en com­ paración con esta inefable orgía, con esta santa prostitución del alma que se entrega toda entera, poesía y caridad, al inesperado que aparece, al desconocido que pasa.» Charles Bau­ delaire, le Spleen de París [Elspleen de París], París, R. Simon (éd.), p. 16 («Las muchedumbres»), [M 10 a, 1] «¿Quién de nosotros, en sus días de ambición, no ha soñado con el milagro de una prosa poé­ tica, musical pero sin ritmo ni rimo, bastante flexible y bastante dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, a los sobresaltos de la con­ ciencia? / Este ideal obsesivo nace sobre lodo del trato habitual con la gran ciudad, nace del cruce de sus innumerables relaciones.» Charles Baudelaire El spleen de París París (ed. R. Simón], pp. 1-2. A Arsène Houssaye.

[ M lO - i ?]

« N o hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, más tenebroso, más turbador, que una ventana iluminada por una candela.» C harles Baudelaire, El spleen de París París (ed. R. Simon), p. 6 2 («Las ventanas»), [lV] 10 a y

«El artista busca la verdad eterna e ignora la eternidad que continúo o su alrededor. Admira la columna del templo babilonio y desprecio la chimenea de la fábrica. ¿Cuál es la diferencia de lineas? C uando la era de la fuerza motriz por el fuego de carbón termine, se admirarán los ves­ tigios de las últimas altas chimeneas igual que admiramos hoy los restos de las columnas de los templos... El vapor tan maldecido por los escritores les permite desplazar su admiración... En lugar de esperar haber llegado ol golfo de Bengala para buscar lemas con hechizo, podrían tener una curiosidad cotidiana hacia lo que les es próximo. Un mozo de la estación del Este es

440

El

flâ n e u r

tan pintoresco como un mozo de cuerda de Colombo... Salir de cosa como si se llegara de lejos; descubrir un mundo que es en el que se vive; comenzar el día como si se llegara de Singapur, como si uno no hubiera visto nunca el felpudo de la puerta ni la cara de los vecinos del rellano...; esto es lo que revela la humanidad presente, ignorada.» Pierre Hamp, «La liítéroture, image de la société» [«La literatura, imagen de la sociedad»] (Encyclopédie française [Enciclopedia fran­ cesa], XVI, Arts el littératures dans la société contemporaine [Arles y literaturas en lo sociedad contemporánea ], I, p. 64, 1 ).

[M 10 a. 4]

C h esterto n se refiere a una e x p re sió n d e l argot in g lés para c a ra cteriz a r la re la ció n de D ic­ k en s c o n la ca lle . «Tiene los llaves de la calle» se d ic e d e algu ien q u e está an te una puerta cerrada. «Dickens... tenía, en el sentido más preciso y más serio, lo llave de lo colle... Su suelo eran los adoquines; los faroles eran sus estrellas; el transeúnte, su héroe. |Podío abrir la puerta más oculta de su casa, la puerta que daba al pasaje secreto que, bordeado por casas, tiene por techo los astros!» G. K. Chesterton, Dickens [Vies des hommes illustres [Vidas de los hom­ bres ilustres], n.° 9); traducido del inglés por Laurent y Martin-Dupont, París, 1927, p. 30. IM 11,1] D ic k e n s d e n iñ o (:) «C uando terminaba su penoso trabajo, no tenía otra cosa que hacer que callejear, y callejeó por medio Londres. Era un niño soñador, preocupado sobre todo por su triste destino... N o se ded icab a a observar como lo hacen los pedantes; no miró Charing Cross para instruirse; no contó las farolas de H olborn para aprender aritmética; pero incons­ cientemente situó en aquellos lugares las escenas del droma monstruoso que se iba desarro­ llando en su pequeña alma oprimida. Se encontraba en la oscuridad bajo las farolas de H ol­ born y sufría el martirio en C haring Cross. M á s tarde lodos estos barrios tuvieron para él el interés de no pertenecer sino a campos de batalla». G. K. Chesterton, Dickens ( Vidas de los hombres ilustres, n.° 9); traducido del inglés por Laurent y Martin-Dupont, París, 1927, pp. 30-31. IM 11,21 Sobre la psicología del flâ n e u r. «Las escenas imborrables que lodos podemos volver a ver cerrando los ojos no son las que hemos contemplado con una guía en la mano, sino aquéllas a las que no prestamos atención en el momento y por las que pasamos pensando en otra cosa, en un pecado, en un amor pasajero o en un problema sin importancia. Si ahora nos fijamos en el trasfondo, es porque entonces no lo habíamos visto. De igual manera, Dickens no retuvo en su alma la huella de las cosas; más bien puso en las cosas la huella de su alma». G. K. Chesterton, Dickens ( Vidas de los hombres ilustres, n.° 9); traducido del inglés por Laurent y Martin-Dupont, París, 1927 p- 31.

[M 11, 3]

Dickens: «En mayo de 1846 hace una escapada a Suiza e intenta escribir Dom bey e hijo en Lausana... El trabajo no avanza, y atribuye este hecho sobre todo a su amor por Londres, al que echa de menos, a "la ausencia de las calles, del gran número de personajes... M is personajes parecen aturdidos cuando la muchedumbre deja de rodearlos"». G. K. Chesterton, Dickens ( Vidas de los hombres ilustres, n.° 9); traducido del inglés por Laurent y Martin-Dupont, París, 1927, p. 125.

. IM 11 a, 1]

■En... El vioje de M. M . Dunanan p a d re e hijo se h a c e c re e r a d o s prov incian o s q u e París es V en ecia, a d o n d e ello s en realidad q u ieren viajar. París c o m o lugar de la em b riag u ez e n el

L ib ro d e lo s P a s a je s . A p u n te s y m a te ria le s q u e los sen tid o s se co n fu n d en .- S. K racauer, J a c q u e s O ffen b a cb u n d d a s P arís s e in e r Zeít

[Ja c q u es O ffen b a cb )■' el P arís d e su tiempo], A m sterdam , 1937, p. 283.

[M 11 a, 21

Según una observación de Musset, más allá de los límites del bulevar empieza la «Gran-Inclia». (¿No debería ser más bien «el extrem o Oriente»?) (Cfr. S. Kracauer, O ffenbacb, p. 10 5 .) 1M .11 a, 3 ] K racau er o p in a -q u e, en el bulevar, el e n c u e n tro co n la n aturaleza su ced ía b a jo una m ar­ cada en em ista d ... La n aturaleza era, c o m o el p u eb lo , v olcán ica*. S. K racauer, J a c q u e s O ffen-

b ach , A m sterdam , 1937, p. 107.

[M 11 a, 4]

Sobre la no vela detectivesca: «H ay que dar por hecho que esta metamorfosis de la C iudad se debe a la transposición en su decorado de la sabana y del bosque de Fenimore Cooper, donde toda rama partida significa una inquietud o una esperanza, donde todo tronco oculta el fusil de un enemigo o el arco de un invisible y silencioso vengador. Todos los escritores, Balzac el pri­ mero, han señalado claramente este préstamo y le han devuelto lealmente a C o oper lo que le debían. Las obras tales como los mohicanos de París de A. Dumas, cuyo título es el más signifi­ cativo de todas, son de las más frecuentes». Roger Caillois, «París, mythe moderne» [«París, mito moderno»] (N o uv(e lle ) Revue Frant^aíse) XXV, 284, 1 de mayo de 1937, pp. 685-686). [M 11 a, 51

C om o con secu encia de la influencia de Cooper, al novelista (D um as) se le plantea la posibilidad de dar juego a las exp eriencias del cazad or en el e sce ­ nario urbano. Esto no carece de significado en relación con el origen de la novela detectivesca. ■ [M 11 a, 61 «Parecerá sin duda aceptable afirmar que en la imaginación existe... una representación fantas­ magórica de París, o más en general de la gran ciudad, lo bastante poderoso como para que en la práctica nunca se plantee la pregunta por su exactitud, creada completamente por los libros, aunque lo bastante extendida como para formar... parle de la conciencia colectiva.» Roger Caillois, «París, mito moderno» (N (ouvelle) R(evue) F{ranca¡se) XXV, 2 8 4 , 1 de mayo de 1937, p. 6 8 4 ) .

[M 12, 1]

«El faubourg Saint-Jacques es uno de los más primitivos de París. ¿A qué es debido? ¿Tal ve z a que, al estar rodeado por cuatro hospitales como una ciudadela lo está por cuatro bastiones, estos cuatro hospitales alejan al turista del barrio? ¿ O a que, al no conducir a ninguna carretera principal ni terminar en ningún centro importante... el paso de coches por allí es muy raro? Así, en cuanto un coche aparece a lo lejos, el privilegiado pilluelo que primero lo divisa, con sus manos a modo de altavoz, lo anuncia a todos los vecinos del faubourg, igual que en las costas del Atlántico se señala una vela cuando aparece por el horizonte.» A. Dumas, les M ohicans de París [/os mohicanos de París], I, París, 1859, p. 102 (XXV, «Oú il est questions des sauvages du faubourg Saint-Jacques» [«Donde se trata de los salvajes del faubourg Saint-Jacques»]). El capí­ tu lo n o d e scrib e m ás q u e la llegad a de un p ia n o a una c asa de l fa u b o u r g . N adie so sp e ch a q u e se trata d e un instru m ento; to d o s, sin em b a rg o , q u ed an fa scin a d o s an te la vista d e «una enorme pieza de madera de caoba» (p . 103); p u es en el b a rrio a p e n a s se c o n o c ía n los m ue­ bles de c a o b a .

[M 12, 21

El

fla n e u r

P rim eras palab ras del a n un cio d e Los mohicanos de París: «¡París - Los Mohicanos!... Dos nombres enfrentados como el "quién-vive" de dos desconocidos gigantescos, al borde de un abismo atravesado por esa luz eléctrica de la que Alejandro Dumas es el foco».

[M 12, 31

P ortada del te rc e r v o lu m en de Los mohicanos de París, París, 1863: «La selva virgen» [de la calle d'Enfer],

[M 1-2, 4]

«¡Qué maravillosas precauciones! ¡Qué cuidados, qué ingeniosas combinaciones, qué sutiles artes! El salvaje americano que al caminar borra lo huella de sus pasos para despistar al ene­ migo que lo persigue, no es más hábil ni más minucioso en sus precauciones.» Alfred Nettement, Eludes sur le feuilleton-roman [Estudios sobre la novela p o r entregas] I, (París, 1845), p. 419. [M 12, 5J

V ign y (se g ú n M iss C o rk ran , C eleb rities a n d ¡[L o s fa m o s o s y yo], (L ond res, 1 9 0 2 ), cit. en L. S é ch é , .A. d e Vigny, II, (París, 1913), p. 2 9 5 ) a n te la vista de las c h im e n e a s d e París: «Adoro estos chimeneas... oh, sí, el humo de París me resulta más bello que la soledad de bos­ ques y montañas».

[M 12, 61

Se hace bien al considerar la novela detectivesca en relación con el genio m etódico de Poe, co m o hace Valéry (ed. de los Fleurs du mal [Las flores del mal¡, París, 1928, introducción de Paul Valéry, p. XX): «Alcanzar un punto en que se domiha todo el campo de una actividad significa darse cuenta necesariamente de una cantidad de posibles... N o es de extrañar, pues, que Poe, poseedor de un método tan poderoso..., se haya convertido en el inventor de varios géneros, haya dado los primeros... ejemplos del cuento científico, del poema cosmogónico moderno, de la novela policíaca, y de la introducción de los estados psicológicos mórbidos en la literatura».

[M 12 a, 11

R e sp e cto a El h o m b r e d e la m ultitud, este p asaje de un artícu lo en S em ain e, el ^ d e o c tu ­ b re de 1 8 4 6 , q u e se atrib u y e a B a lz a c o b ie n a H yp p olyte C astille (cit. en Messac, (Le
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